104822498 Sardinas Jose Miguel Ed Relatos Fantasticos Hispanoamericanos

Relatos fantásticos hispanoamericanos Antología Selección, prólogo, notas y bibliografía José Miguel Sardiñas y Ana Ma

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Relatos

fantásticos hispanoamericanos Antología

Selección, prólogo, notas y bibliografía José Miguel Sardiñas y Ana María Morales

LaNonda Casa de las Américas

Prólogo

Nota de los antólogos: En las distintas etapas de la elaboración de este libro, incluida la investigación bibliográfica, contamos con la colaboración de Isela Irán Nohenú Orea Galleta.

Edición: Clara Hernández Diseño de cubierta: Khiustin Tornés Fotografía de cubierta: Tessio Barba Diseño interior: Ricardo Rafael Villares Corrección: Iris Cano Realización computarizada: Alberto Rodríguez

© Todos los derechos reservados © Sobre la presente edición:

Fondo Editorial Casa de las Américas, 2003 ISBN 959-260-009-0

casa Fondo Editorial Casa de las Américas 3ra. y G, El Vedado, La Habana, Cuba www.casa.cult.cu

¿Literatura fantástic;:a, o fantasmal? Lá literatura fantástica, ese género, subgénero, especie o categoría transgenérica, ese ente literario que nadie sabe a ciencia cierta dónde comienza ni dónde termina -y no por falta de esfuerzos para atraparlo-, tiene una nueva arl.tolbgíá. Y así ha de ser, según parece, pues las antologías se han vuelto un hábito de la ~literatura fantástica. Mas, afortunadamel}te, no un hábito gratuito. En otros géneros, la selección valorativa presta los mismos servicios que viene dandó desde sieiilpre: difundir, privilegiar, canoniZar textos, en muchos casos simplemente salvarlo~ del olvido a que los cotidenarífi el conjunto de una obra mediocre. En la narrativa fantástica, en cambio, esa forma tácita de la crítica cumple -sobre todo en los mejores casos- una función específica, además dé las mencionadas: h.a sido un medio de mostrar la eXistencia independiente de un género que los escritores han frecuentado de forma ocasional la mayoría de las veces (y conste que no nos referimos ->, de Macedonio Femández; un fragmento de Star Maker, de Olaf Stapledon; el sueño de la mariposa y Chuang Tzu, de Herbert Allen Giles; y «Tlón, Uqbar, Orbis Tertius», de Borges. Pero entre los numerosos textos no adscritos a ningún conjunto en ese prólogo, hay al menos otros ocho que podrían figurru: con derecho entre estas fantasías: «La persecución dell\1aestro» y «Glotonería mística» -(Alexandra David-Neel), «¿Quién es el rey?» y «Los goces de este mundo» (Léon Bloy), «El pañuelo que se teje solo» 12

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J. L. ,Borges: «El arte narrativo y la magia», en su libro Dtscuslón, Madrid, Alianza Editorial, 1983, p. 77. 10 Ibtd., p. 78. 11 J. L. Borges y A. Bioy Casares: «Nota prelimin~». Cuentos breves y extraordinarios (Antología), Buenos .Nres, ~gal, 1955, p. 9.

A. 'Bioy Casares: reseña de El jardín de senderos qr.ie se bifurcan, por J. L. Borges, Sur, 1942, núm. 92, p. 62. 13 Ibld., p. 64. 14

A. Bioy Casares: «Prólogo» a .:J.L. Borges, S. Ocampo y A. Bioy Casares (eds.): op. ctt., p. 13. 15 A. Bioy > (Chesterton) y «Sola-y su alma» (Thomas Bailey Aldrich). En total', trece fantasías, conjeturas, juegos o pesadillas metafísicas. Con ellas, Borges, Ocampo y Bioy abrían, en la lite• ratura argentina -:pero también más allá-, la tendencia de lo fantástico-metafísico, 16 de cuya importancia habla el hecho de haber contribuido a modificar ~1 estat:uto de lo fantástico en el canon genérico. Pues si hasta una época tan reciente como el año 1914, en Europa ~n la AmériCa Latina es necesario extenderla hasta la década de 1930~, la literatura fantástica se identificaba en. términos generales por una serie de tópicos como las apariciones horrorosas y sobrenaturales, los vampiros, las atmósferas góticas, el demo,:tismo, el magnetismo animal, mesmerismo o hipnotismo y los fenómenos parapsicológicos, que caracterizan lo que se ha denominado etapas de premadurez y madurez del género 17 y que pertenecen a las márgenes del conocimiento y la cultura oficiales, a partir de los decenios de 1940 y 1950 será preciso tomrur en cuenta una forma literaria diferente, que juega a hacer

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una clase de miedo inásrefinado y difíciL No el que procede, con los tópicos mencionados, de una reacción irracionalista frente a la ideología de la Ilustración, sino del tanteo lúdicro de ciertas posibilidades de explicación de los principios primeros o últimos en que se sustenta la vida del hombre en el universo y que, por tal razón, ya deja de ser miedo para éonvertirse en perplejidad, vértigo u horror racionales. Bioy Casares, eri 1940, se refería a «El acercamiento a Almotásim», «Pierre Menard, autor del Quijote» y «TlOn, Uqbar, Orbis Tertius» como «ejercicios de incesante inteligencia y de imaginación feliz, carentes de languideces, de todo elemento humano, patético o sentimental, y destinados a lectores intelectuales, ·estudiosos de filosofía, casi especialistas en literatura». 18 Y aunque en 1965 juzgaba excesivas esas palabras (en una posdata añadida auna reedición de la Antología), en una cosa no le faltaba razón: las fantasías metafísicas no sólo extraen su material de un discurso tan poco marginal a lo largo de la historia como Ja filosofía, .sino que presuponen un horizonte de expectativas 19 y un grado de competencia literaria20 notablemente más complejos que los de un lector de textos fantásticos tradicionales. Por fin, hay una• cuarta razón para interesarse por esa obra y es que ella contiene un esbozo de la primera antología fantástica hispanoamericana, aun cuando no se haya hecho con ese propósito. Como se ha dicho, el criterio de selección que sigUieron Borges, Ocampo y Bioy fue hedónico

16 Enrique Luis Revol: «La tradición fantástica en la literatura argentina;., Cuadernos Hispanoamericanos, 1969, núm. 233, p. 426. De su repercusión fuera del Río de la Plata es síntoma el que, si en El arte y la literaturafantásticos Vax dedicaba poco más de dos páginas al comentario de «Tion... ,., mencionado como parte de una antología europea, en otra de sus obras posteriores ya consagra ~ análisis de ese cuento, como parte de la antología que venimos comentando, el capítulo correspondiente a «Lo fantástico metafisico», última de las cuatro categorías que estudia (las restantes son: lo fantástico tradicional, lo fantástico interior y lo fantástico poético); vid., .Louis Vax: I:art et la littéi'aturejantastiques, 4a. ed., ·Paris, Presses Universitatres de France, 1974, pp. 117-119 [la. ed., 1960], y Las obras maestras de la literatura fantástica, trad. J. Aranzadi, Madrid, Thurus, 1981, pp. 177-192 [la. ed . .francesa, 1979]. 17 Antoine Fatvre: «Genese d'un genre narratif, le fantastique (essat de périodisation)», en La littératurejantastique, 1991, pp. 17 et sqq.

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A. Bioy Casares: «Prólogo,. ya citado, p. 13.

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Hans Robert Jauss: «Historia de la literatura como provocación a la ciencia literaria;., trad. S. Franco, en Dietrich Rall (comp.): En busca del texto. Teoría de la recepción literaria, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1993, p. 57. 20 Jonathan Culler: La poética estructuralista. El estructuralismo, la lingüística y el estudio de la literatura, trad: C. 'Manzana, Barcelona, Anagrama, 1978, pp. 188-228.

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...

y dio lugar a un conjunto heterogéneo de textos y fragmentos, de épocas y procedencias diversas, en los que no es dificil percibir una marcada y comprensible preferencia por1os de tradición anglosajona. Pero dentro de ese conjunto había también textos escritos originalmente en español, entre los cuales los latinoamericanos eran la mayoría. Yes alú donde puede verse lo que en opinión de estos grandes conocedores de lo fantástico destacaba como digno de ser degustado y compartido: un fragmento de novela de Arturo Cancela y Pilar de Lusarreta, cuentos de María Luisa Bombal, Santiago p~bo­ ve, Macedonio Femández, Leopolqo Lugones, de los tres.antólogos (en el caso de Borges, en una ocasión solo, en la otra, en colaboración con Cecilia Ingeniems) y el enigmático Carlos Peralta, además de una pieza dramática de Elena Ga:rro. Ciertamente es dificil juzgar una selección basaqa en un elemento tan subjetivo y personal. No obstante, son posibles dos observaciones: hay una.omisión significativa, la de Horacío Quiroga, y un predominio casi absoluto de autores argentinos. Lo primero puede entenderse como una consecuencia de la imagen estereotipada de escritor «selvático» que por tanto tiempo ha envuelto al narrador uruguayo, que. obviamente no era la más atractiva para los cosmopolitas colaboradores de lareVistaSur-2 1 ydificultaba el acceso a sus varios y valiosos cuentos fantásticos. Y en cuanto al predominio señalado, no debe extrañar si se recuerda que, también por muchos año~. la literatura fantástica en Latinoamérica se escribió con continuidad ca8i exclusivamente en la Argentina. 22

21 Cj. Pablo Rocca: Horacio Quiroga, el escritor y el mito,. Montevideo. Ediciones de la Banda Oriental, 1996, p. 50. 7~ Esta peculiaridad ha llamado 'la atención de los críticos. que han ofrecido diversas razones para explicarla; vid., entre otros, el art. cit. de R Gutiérrez·Girardot, p. 3_3, y Julio.Cortázar: «Notas sobre lo gótico en el Río de la Plata», Cahiers du Monde Hispanique et Luso-Brési/ien (Caravelle), 1975, núm. 25, p. 15L

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Antologías generales A esa an,tología han seguido otras que, con crite.rios disímiles, a veces no muy claros o simplemente no explícitos han optado también por centrarªe en el género fantástico, ~de­ pendientemente de llllli época o región determinadas. La inconseguible Antología del cuento extraño (B\lenos Aires, 1956 J, que preparó Rodolfo J. Walsh, distribuye en cuatro tomos .cuarenta y nueve textos, de los que casi lll!a tercera parte es de hispanohablantes. De ellos, prácticamente la mitad vuelven a ser argentinos (Borges, Lugones, Bioy. Bernardo Kordon, José Blanco y S. Ocampo) y cinco son españoles; sólo cuatro pertenecen a otros países geJ Illundo hispánico: Julio Garmendia (Venezuela), Miguel Angel Asturias (Guatemala), Ricardo Palma (Perú) y Osear Cer~uto (l3oUvia). Ante una, selección como ésta, evidentemente no puede 'hablarse de equilibrio -por otra parte no buscado-, pero sí de un principio de diversificación. La titulada escuetamente Cuentosfantásticos (La Habana, 1968 ), de Rogelio tlopis, coincide en varios casos con sus dos p:redecesorél!) rioplatenses, pero entre los nombres que añade, de acuerdo con su «carácter ecléctlco»2s -abarca sátiras, Ql.lJ.l!Or negro, divertimentos, fábulas, etc.-, se encuentran los uruguayos 'Felisberto Hemández y Mario Benedetti, el mexicano Ju@ Jpsé Arreo,la y cinco cubanos: José Manuel Poveda, José Lezama Lima, Elíseo Diego, José Lore.nzo FUentes y el propio antólogo. ~os c:ompatriotas, como en las anteriores, sobrepasan én número a los demás latinoan;t~ricanos _Oos argentinos alú incluidos, contra toda previSion, son solo tres: Borges, Dabove y Lugonés). No obstante, el exceso se vuelve excusable si se piensa en que signiÍlcaba otorgar relevancia a representantes de una tendencia poco prestigiada -es decir, particularmente poco prestigiada- dentro de la literatura nacion_al. 23

Rogelio Llopis (ed.): Cuentos fantásticos, .La .Habana, Instituto del Libro, 1968, p. x.

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(Mé~co,

1989), debido a Emiliano González y Beatriz Álvarez Klein, no es exactamente un compendio de cuentos fantásticos; ni siquiera se limita a cuentos o a narrativa. Pero comparte múltiples afinidades con 'el tipo de obra -de que venimos tratanqo. Seguramente por su peculiar punto de pártida, sus compiladores pueden reivindicar lo mismo nombres fundaiJ1entales de la tradición no hispánica, soslayados hasta entonces en nuestras antologías, como los de Arthur Machen y Howard P. Lovecraft, que g~neros como la poesía, normrumente ausente de los predios fantásticos y airadru,nente ~ulsada de ellos por eln1ás célebre de sus teorizadores. 24 Entre los escritores latinoamericanos, ya numerosos, presentes aquí se hallan Quiroga (Uruguay), José María Eguren y Clemente Palma (Perú), Marí_a Enrique~. Guillermo Jiménez, Ulalume González de León y Beatriz Alvarez Kle4l (:Méxi~o), Héctor A. Mu~ena (Argentina) y María Elena Llana (Cuba), todos narradores. . La Antología de cuentos de misterio y terror (México, 1993 ), de llán Stavans, se defme as~ misma como «volumen multinacional». 25 Y, en efectQ,lo es, aunque con predominio notable de los autores británicos. De treinta y ocho escp.tores (y textos, uno por c~da uno de aquéllos, todos hombres, además), diez son británicos; cuatro, estadounidenses; cuatro~ mexicanos (entre los cuales figura Stavans); tres, argentinos, y otros tantos, franceses y españoles; dos, rusos y cios, uruguayos. Están representados por uno solo: Alemania (curiosamente, dada su rica tradición), Brasil, Cuba, Italia, Japón, Portug~ y Nicaragua. Los hispanoamericanos, en total, suman doce. Los criterios de selección fueron el gt!_sto y la brevedad; se trata de una «biblioteca personal mínima>>, res~tante El libro de lo insólito (Antología)

V!d. Tz. Todorov: op. cit., cap. 4, pp. 63-67. Ilán Stavans (ed.): Antología de cuentos de misterio y terror, 2a. ed., México, Porrúa, .1998, p ..x11. 24

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de «un entretenimiento personal al que le he dedicado exqufsitas noches». 26 La iíittoduéción fóinaen cuenta algunos estudios teóricos (Vcix, Caillois, Thdorov), aunque no con excesivo rigor, 27 y·revisa algüñas áil.tblbgías similares a la suya, principalmente la de Borges et al., de la que se reconoce deudora, y la de Italo Calvino, Cuentosfantásticos del xiX. Más recientemente, Alberto Manguel ha compilado Aguas negras. Antología del relato fantástico (Madrid, 1999). que, a pesar de la abundante producción latinoamericana no argentina, acoge sólo a dos escritores que no pertenecen a la literatura de ese país: García Márquez y Quiroga; los restantes son Borges, Cortázar, Liliana'Heker y Manuel Mujica Lainez. Antolo~ías

nacionales

~fQ, a terminante declaración, que nirtguna esperanza me permitía, horrorizado a la idea de. que Gabriel se hallaba envuelto en los artificios de espíri~ tus maléficos, no. pude ya ·contenerme y--haciendo la señal de -la cruz- corrí resueltamente hacia él para arrancarle, aunque fuese por {uerza, de un paraje. tan temible. Pero iah, señora! apenas me hallé a su-lado y tendí una mirada de espanto por aquellas márgen,es funestas -que ya iluminaba la luna con extraordinarios resplandores- se me pre~ sentó de súl:>ito un cuadro tal, que me dejó suspenso y como extático. »En esa lengüeta de tierra que entra en el lago, a unos veinte pasos de nosotros, reclinada en alfombra ·de florida yerba, y rodeada de murmuran tes y éspumosas ondas

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r azuladas, se veía una figura blanca medio velada.portransparentes y zafíreos velos; con cuyos pliegues jugaban las brisas de la no.che, extendiéndolos como nubecillas pavorosas en torno de una cabeza rubia coronada de nenúfares. Entre aquellos celajes de gasa resaltaba un rostro, .cuya perfecta blancura dejaba atrás la de las espumas que1 solían salpicarlo, y en el que brillaban Jos dos bellísimos ojos que mi memoria conservaba impresos; los mismos, señora, que se habían desvanecido el día antes cual· gotas del lago evaporadas por el sol. Esta vez, sin embargo, la luna -que reflejaba su luz de. plata en la tersa frente de la oh" dina- iluminaba el sereno azul de -sus grandes pupilas, sin siquiera disipar la melancólica sombra que proyectaba en sus párpados largas y negrísimas pestañas; contrastando de una manera atrevida con las madejas de oro, que -bajando por sus sienes- se dilataban en graciosas ondas sobre la nieve de sus hombros. »Yo había llegado junto a Gabriel con ánimo de llevár~ mele, conjurando al demonio de quiert.le creía víctima; mas resultó que ante aquella aparición divina, nQ supe ni pude hacer otra cosa que lanzar un grito de admiración. >>Resonar éste, levantarse ella asustada -en ademán como de precipitarse al lago- y sentir en mi gargantaJas manos de Gabriel, que me oprimían como una argolla de acero, todofue obra de un segundo. No puedo decir si la ondina se sumergió o no en las ondas, pues furioso el amante no me soltó hasta que caí sofocado y sin sentido. Cuando volví en mi acuerdo me hallé solo: todo estaba desierto y en silencio. La luna, medio VCuando volví a entrar en el cuarto de Gabriel, que sería a eso qe las diez de la noche, me salió al encuentro Santiago con sembÍante despejado y alegre, informándome que nuestro ~Iif.~r:wo ~e ~t'P~~b~ en Sl,ldQr, cediendo rápidamente la calentura.

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~En efecto, a poco rato vi incorporarse a Gabriel, preguntando qué bora era con .cierta.calma, que confi.nn_ó nuestras esperanzas. »Hemos triunfado, dije entonces al viejo, y creo que ~e ·realizará felizr:pente la proyectada partida, para 1ª cual todo lo tengo dispuesto. »-iAlabado sea Dios! -me contestó surcando una lágrima de gratitud su venerable rostro. -Terrible ha sido la crisis, pero de éxito mejor que cuanto podíamos prometernos. Cuando llegue a Tolosa, será q¡i primer cuidado mandar decir una misa en acción de.gracias al Señor. »Viendo que Gabriel parecía ·haberse vuelto a dormir con sueño sosegado y reparador, obtuve del padr~ se recogiese también a descansar un poco, prometiéndole quedarme toda la noche cerca del enfermo para atenderlo en cuanto pudiera menester. · »Durante más de tres horas observé religiosamente mi promesa, pues rne mantuve junto al lecho sin cerrar los párpados l)i un instante; pero como continuase Gabriel en cor;npleto reposo y limpio de calentJ.lra, y como me sintiese por mi parte bastante mo~ido y fatigado, me dejé vencer (le la tentación de echarme vestido en una butaca rindiéndome, desgraciadamente, el sueño más profundo -q~e haya teQ.ido en mi vida. »Desperté, sin embargo, por instinto, a poco de haber amanecido, y Viniéndoseme a la memoria que debíamos partir aquella mañana, me levanté con presteza corriendo al lecho de Gabriel para prepararle prudentemente a una marcha que aún no se le había comunicado. »Figuraos, señora, cuál sería mi sorpresa cuando me encontré que no estaba allí, y al mismo tiempo reparé en una circunstancia que por de ~ronto nÓfijara mi atención, Yera la de hallarse abierto el balcón de aquella pieza, que yo conservé con cerrojo durante toda la noche. »Asustado y ansioso me acerqué precipitadamente a dicho balcón, y entonces no pude ya dudar de lo ocurrido;

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pues 0 atada al hierro una de la sábanas de }a cama, anudándose a su extrenm la otra, que llegaba hasta una v~a del suelo. Todo quedaba explicado: Oabriel nos había ·engañado con .s\1 apar~nte calma, y aprovechan_dp :tni sueño se había huido de la ca~a. »Mesándome los cabellos de >'l s~ mi trabajo sin pensar más ~1). aquel.incidente. »Al siguiente día, cuando, concluido mi sermón dirigíame a la iglesia, encontré en el claustro a un arquitecto, que me dijo había sido enviado de Lima para dar otra forma a aquel edificio a f~ de que sirviera al establecimiento de un colegio nacional. »Acabada la fiesta, y vuelto a casa del cura, fui con él a ver los prin!eros trabajos del arquitecto. »Al echar abajo la pared medianéra entre ia celda que yo ocupé y la siguiente, encontróse la pared doble; y en su estrecha separación, el cadáver de un jesuita.» --lNo es verdad que mi fantástico sueño y la presencia de ese cadáver emparedado fueron una extraña coincidencia? Sin embargo las jóvenes, aunque se preciaban de espíritus fuertes, estrecharon sus sillás mirando con terror las ondulaciones que el viento imprimía a las cortinas del sa1ón. -:Pues que- de coincidencias se trata -dijo el canónigo B.-he aquí una: no menos extraordinaria. Tomado de: J. l\4. Gorritl: Obras completaS, t. p., E!uenos Aires, Imprenta y Librerías de Mayo, 1876 (ed. facs. S_,alta, 1982).

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Él

ruiseñor y el artista EDUARDO LADISLAO HOLMBERG

(Argentina, 1852-1937)

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«El ruiseñor y el artista» se ubll , la revista La Ondina del Plata~B co por vez Primera como folletín de y29 (18 dejunJo, 2y 16dejullo d:~~~~Aires) en tres números: 25,27 folleto.! En 1957 se recoll'ló en llb J. y más tarde, al parecer, en un A , & ro. qui asistimos a la descri ci , (écfrasis), extrañamenteantma%a:envígradual de una obra plástica otros textos fantásticos con este ti da propia que, como ocurre en dad de su creador: e~ medio d mo vo: acaba por consumir la vítali· eunaatmosferayp d or me io de un estilo cargad os -a veces recargados- de r principio, de dos revenantes una ~g~s románticos. La aparición, al inspi[_adora del prot""'onistay' 1 e as cuales es la hermosa musa • '-«6' a a vez su herman un componente de incertid b a, no s 6 lo introduce bién una enigmática posib~~ar; involucra~ ?arrador, sino tamprotagonista, hacia el incesto sub~~ofundizaciQn del conflicto del «Elrutseñoryelartlsta» · a o. Otro relato de Holmberg :C%1~~a:ologado ~n HAHNI y en FLESCA. «ijoracioKalibangolosautó ·~ñ r· antologías de lo fantástico es· - . ma....,,. HAHNIJ Ad ' ' rad os fantásticos· «El meda!!, L . emas están considediablada», «Neny,..y «La pipa d~~~~::!~:.a de huesos», «La casa en-

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1 Antonio Pagés Larraya: «Estudio 1 Cuentos fantásticos, Buenos Aires ¡;rehimlnar» a Eduardo Holmberg: • ac ette, 1957, p. 63, nota 128.

1 Carlos era un excelente pintor. ¿guién se atrevería a dudarlo? Nadie como él sabía dar a la cal'ne esa suavidad aterciopelada que invita a acariciar el lienzo, ni delinear esos blandos contornos femeninos que se pierden en la fusión de las curvas, ni prestar a las medias tintas.mayor claroscuro y el tono resaltan te de los golpes de luz. Carlos pirttó cierto día uh bosque de cedros, y era tan viva la Uúsión producida por el contraste de las líneaS y de los colores, que se creía oír el:rrtúrmullo ddas agujas de aqué, llos, cantando en coro un himno a la naturaleza; y aunque los vientos yacían encerrados en sus profundas cavernas,,el mágico poder del arte los despertaba, pata derramarlos sobre aquella creación de un espíritu superior. Las montañas cQn sus :rrti::Hes azuladas, recortando el horizonte; las azucenas blancas levantándose del fondo por una extraña penetración de luces_; las yerbas alejándose en una perspectiva suave; los arroyos estremeciéndose al contacto de las auras; los vetustos troncos precipitándose pulverizados por la acción de los años y encerrando las sombras en sus cavidades carcomidas; las nubes coloreándose con el beso del poniente o de la aurora; los surcos vengativos del rostro de Medea; la severa majestad de .:Júpiter en una creación-Olímpica; el hambre, la desesperación y la esperanza en la incomprensible fisonomía del náufrago; todo

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esto Y mucho más, llevado a la perfección de la verdad, del grito de la naturaleza, por el lienzo ante la fuerza del genio atreVido, todo este conjunto evocado en extrañas creaciones, hacía de Carlos un ser original, eminentemente Visionario. Había limitado a la naturaleza, estrechándola en los reducidos límites de su paleta, y la naturaleza vencida, subyugada por el arte, se complacía -según opinaba Carlos- en proporcionar a sus pinceles el atributo de la inteligencia. -Mis pinceles -decía Carlos- se mueven solos; yo les doy color, y ellos pintan.

lQué se iba a pintar allí? lLo sabía Carlos? Parece que sí y que no. Que sí, porque se notaba ·en él ciert~ insistencia, no acostumbrada, en atacar aquella monotoma; pero el pincel cáía de su mano y el desconsuelo se-apoderaba de su rostro valiente e inquieto. , Que no, porque al preguiltárselo>tgnoraba·que respon-

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Durante algún tiempo las producciones se siguieron sin interrupción, de tal modo que en el taller del artista se acumulaban los lienzos sin que otras miradas que 'las de los amigos íntimos pudieran penetrar en el santuario de las Musas. Pero de pronto se paralizó la actiVidad de Carlos; los colores extendidos en las paletas se secaron, llenándose de polvo; los pinceles se endurecieron y el caballete soportó el pes_o del lienzo comenzado, rechinando ... de dolor: causa r~almente aceptable, si recordamos que en aquel. taller ha• bia algo sobrenatural, que daba Vida aun a los mismos ob-· jetos, por lo regular inanimados. Pero, lqué había en aquel lienzo comenzado?, lqué nuevas combinaciones soñaba Carlos, no interpretadas por su~ pinceles?. lacaso se había desligado el vínculo .que le mua con StJs fieles instrumentos y este abandono amortiguaba su Vida de colores y de formas? No; en el lienzo no había nada, o si queréis, no se veía otr~ cosa que el fondo, sobre el cual debían resaltar- las imagenes no contorneadas aún. Y aquel fondo, menester es confesarlo, no valía el tra~ bajo que había dado. ·

Er~ de un gris azulado oscuro, sobre el cual se.hubte~estacado una estrella, con el ·reverberar de su- fulgor ~idereo. ra

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'Pero Cansado al> fin de sus inútiles ensayos, reposo. este reposo .fue elrmero. F;ra evidente que algo le preocupaba, y ¿quién mejor que un amigo para arrancar el secreto Y procurar el remedio? . Corrí a su casa, y en el momento de ir a .tocar el llamador, apareció e~ el segundo patio la vieja negra que le se~­ vía. Al ver su traje color chocolate y el pañuelo de coco punzo, con discos blancos, que ceñía su ... iba a decir cabellera... pero pase, y el índice derecho colocado en sus robustos 1~~ bios, y el aire de azoramiento y de misterio con que se..habl~ revestido el rostro, despertó involuntariamente en rm esplritu la imagen de un Harpócrates sofisticado por alguna hada maléfica. No sé lo que me sorprendió al entrar en la casa, pero algo extraño sucedía allí. -lQué hay? -le pregunté cuando: se hubo acercado. -El amito está muy malo. -iCarios! ~y quién otro va a ser? ~ijo, abriendo la reja. -Lléveme a su cuarto. -Entre.nomás, pero no haga ruido, porque se ha quedado dormido. -lYqué es lo que tiene? -Hacía más de una semana·que no dormía, y ayer le ha venido una fiebre muy fuerte. -Otra vez, mándame avisar, porque si no ... -La niña dijo que no lo molestara.

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1' ~QJiéniña?

-La niña Celina, su hermantta -lEstá Celina.aquí? ¿Cuándo ha venido? -Ayer temprano. En el aposento que precedía al de Carlos, estaba Celi• na SeiJtada en un diván, hojeando una porción de manuschritos borrqnead_os; que había colocado sobre una mesi~ e inesca que tema a su lado. ..,.~Eres tú? ::-me dijo, poniéndose de pie. -6y por-que no me has hecho avisar que tu he estaba enfen:po? rmano -Te creía muy ocupado. -Razón más para venir. Si Celina hubiera sido hija de Carlos o encarnact , resucitada de algun d _ on -o_ e~sus cuadros, se podría haber dicho que era la creación más _bella y más perfecta del attista. pero era su hermana y yo , • dos. , - me comp1ac~a en ser amigo-de los

Acetq~é~e al lecho del enfe~o. Dormía. Una·de_bll Vislumbre le·ilttminaba el rostro, y creí lee!' en las contracciones de su frente y en las crispaéiones de sus dedos; que una idea violenta,le agitaba. . Tomele el pulso. La arteria era una.corriente de lava palpitando bajo un cutis de fuego. ' :-Mucha fiebre, ¿no es verdad? -dijo Celina ocultando una ~agrima furtiva, de ésas que se esfuerzan e~ iluminar los OJOS, sin que las-evoque otro- deseo que el de que perma nezcan ocultas. =-Mucha idea -contestéle, más conmovido al ver su lágrdimla, ~ue al contemplar a Carlos devorado por un volcán e esp1r1tu. "'-Calmará, ¿no es cier.to? _¿y quién lo dudaría? -Dejémosle tranquilo; ven, ayúdame -dijo, volviendo al aposento que ocupaba éuando entré.

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-lQué buscas en este torbellino? -Algo que me aclare sobre la causa de esta fiebre. --lQué te aclare, Celina ... ? -lYpor qué no? lNo puede haber alguna frase interrumpida, algún párrafo explicativo,que arroje aunque sea un resplandor? Celina tenía razón . 'Entre aquellos manuscritos, que comenzamos a clasificar, se colocaron las cattas tiernas a un ladd y las invitaciones a funeral junto a ellas; luego algunos apuntes históricos, los trozos eh prosa, en últinio término, con los borradores de música incompletas. Todo lo ieímos uha, dos, diez veces. Pero aquéllos no eran secretos para nosotros, porque Carlos siempre había llevado el corazón visible para su hermana y para sus amigos. Al principio nos agi4Iba el triste presentimiento de no hallar nada, pero poco a poco nQestros rostros se fueron iluminando simultáneail).ente con los resplandores de la esperaniá. ----lHas halládo algo, Celina? _¿y tú? -me preguntó sonriendo dé alegría. No contesté po~que me pareció inútil. El alma palpitaba en el se111blante. En las e~ ~orosas, en los versos 1 en las p~utas, sin notas o con ellas, en todos y en cada uno de aquellos papeles se leía la palabra «s pasó del francés al inglés y del inglés a una coJ;Ijunción enig!nátlca d~ español de Salónica y de portugués de Macao. En octubre, la princesa oyó por un pasajero del Zeus que Cartaphilus había muerto en el ma,r;·al regresar a Esmirna, y que lo ha?ían enterrad, en la isla de los. En. ei último tomo de la Ilíada halló este manusc:r~to. El original está redactado en in~és y abunda en latinismos. La v~rsiÓn que ofrecemos es literal.

Que yo recuerde, mis.trabajos empezaron en unjardín de Tebas.Hekatómpylos, cuando Dioéleciano era emperador. Yo había militado (sin glória) en.las recientes guerras egipcic:tS. yo·era tribuno de tl.I!a legión que estuyo acuartelada en Berenicc;.Jrente al Mar Rojo: lg¡. fiebre y la magia con.sumjeron a muchos homJ;>res que codiciaban magnánimos

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el aceró. Los mauritanos fueron vencidos; lá tierra que antes ocuparon las ciudades rebeldes fue dedicada eternamente a los dioses plutónicc;>s; Alejandría, debelada, imploró en vano la misericordia del César; antes de un año las legiones reportaron el triunfo, pero yo logré apenas divisar el rostro de Marte. Esta privación me dolió y fue tal vez la causa de que yo me arrojara a descubrir, por temerosos y difusos desiertos, la secreta Ciudad de los Inmortales. Mis trabajos empezaron, he referido, en un jardín de Tebas. Toda esa noche no dormí, pues algo estaba combatiendo· en mi corazón. Me levanté poco antes del alba; mis esclavos dormían. la luna tenía el mismq color de la infinita árena. Un jinete ·rendido y ensangrentado_ venía del oriente. A unos pasos de iní, rodó d.el.caballo. Con una tenue voz insaciable me preguntó en latín el nombre Por última vez. quiero vetla ... Sordo grito se escapa de mis labios. ¿gué me pasa, estoy delirando? Pero ... no, no ... me restriego los ojos, me acércó y comprendo. »Aquel traje, aquel vestido de tules, no es de esta epoca, no; sino de una moda >Al fin ... en una esquina, borrosa por los años, leo: Whistler, 1892 ... »iTreintayun años de pintado! »Como .un ladrón, como había entrado, huí de aquella casa. »Cuando llegué a mi .cuarto las tintas rosada.S de la mañana se posaban en los techos. »Por más de dos semanas, la fiebre devoró mi cuerpo. Restablecido abandoné el barrio y (uHejós, muy lejos de esta ci~dad y de este país. »Y. hoy, que creía cerrada mi herida, que. han pasado diez años, he vuelto a ver, he vuelto a sentir. delante de esa

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casa, más triste y abandonada que nunca ... Juraría que nadie ha vuelto a entrar en ella desde la noche aquella ... »

El alba apuntaba cuando mi amigo calló y silenciosamente seguimos el camino de la ciudad. Tomado de: Arístldes Fernández: Cuentos, La Habana, Editorial Arte y Literatura, 1978.

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.La _rosa no debe morir MARÍA DE VILLARINO

(Argentina, 1905-1994)

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«La rosa no d~be ~orir» pertenece al libro de igual título, de 1950. Es el relato erugmatico, sutil y lírico, del descubrimiento del amor no revelado en vida, ~~medio de la contraposición de dos órdenes tempor~es Y_causales distintos: el del tiempo que delimitan las estaciones en el Jardín de la casa deshabitada y que va estampándose en una h de hume?-~d dejada por el correr del agua en una pared, y el d~~:. cm:so mag¡.co, emocional, marcado por la voluntad de permanecer más alla de la muerte, en la extraña existencia de una flor que sangra. Algun~s frases cuid~?osamente dispersas («a veces llegué a pensar», «quiZ~» • «m~ pareciO» 1envuelven en cierta irrealidad los hechos, que ni se megan m se afirman .totalmente por la narradora-protagonista. El texto tainbiéncestá antologado en CÓCAR02. Otras obra~ de M. de Villarino: Tiempo de angustia (ca. 1937), Puebloenla_mebla(ca.1943J.Luzdememorias(ca.1945) Lailum·1 nada (ca. 1946). '

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Si uno .quiere vivir su ·propia. vida.

querría. tener derecho· a. su propia muerte. RAiNER

MARíA R!LKE

Cucmdo, en septiembre, regresamos a nuestra quinta de Mar del Plata después de dos años de ausencia en el eXtranjero, nos encontramos con la novedad de que nues'tro jardinero h_abía muerto al poco tiempo de ausentarnos. El seto Vivo que rodea_bala casa, había crecido a una altura increíble y l~s plantas, transformadas en arbustos de recios troncos, apreté;Íl1dose unas con otras, formaban un ancho muro de dos metros de espesor. Desde afuera, el chalet quedaba así, oculto, inVisible a toda mirada del exterior; sólo el tejado amanecía, qllá arriba, como un cielo de crepúsculo tormentoso, con ·su chimenea blanca enredada a un eucalipto que había recostado sus ram~s en el techo. El acceso, cerrado con una especie de tranquera de troncos, había desaparecido entre la vegetación, Desgajando ramas, tuVimos que ]Jacer un boquete, para trasponerlo. Me dolió ver el parque todo enraizado de matas resecas. El c~sped, desaparecido entre las hierbas por la prolongada sequía y la f~ta de cortés, se había elevado en florecer de duras e$piguillas doradas que, en un primer impulso de recobrar al ins~te la fisonomía de sus Viejos y plácidos verdore¡s, comencé a extirpar. Pero una capa de dura tierra amarraba con fiereza-todo lo que brotó en ella. AnduVimos largo rC~.to por los alrededores antes de decidirnos a abrjr la casa. De ante~ano, me parecía percibir ese hálito húmedo que se escapa de las habitaciones que han estado mucho tiempo deshabitadas CtJando, de

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pronto, la luz eón los seres ViVientes, pretende entrar en ellas. Algo oculto huye entonces de las sombras que se desnudan; algo nos empuja a quitar las fundas para devolver a todo su útil, su activa realidad; algo nos lleva a verificar la existencia de las cosas. El parque era ya un Viejo y polvoriento recuerdo de su esplendor. Al tocar las hojas amortajadas con fmísima tierra, se recibía la impresión de tener en las manos esas cintas que, a fuerza de atar cartas que no se leen nunca, acaban por deshacerse, al menor contacto, antes de. anticipar la doliente máscara de la evocaciones que guardan la melancólica tristeza de lo que ya ha, dejado de existir devorado por el olvido, por la soledad, por el tiempo. _Intenté levantar algunos malvones cuyos tallos, recostados en el suelo, se perdían entre hierbas altas. En todo había abandono, descuido. El revoque rústico deJas paredes, sin su blancura acogedora, había dibujado largas goteras verdinegras con el llanto de las lluVias· de inVierno al deslizarse, sucias ·de hollín; por ~os tejados.. · El. postigón de una de las ventanas estaba desprendí• do y, como en los.cuentos de aparecidos, golpeaba a intermitencias con el leve Viento que comenzó a soplar, esos Vientos de·m¡rr,levantiscos, que reservan-paralas ciudades costeñas la insistencia de-sus sorpresas. Detrás de la.casa, al pie del molino,. una ciénaga. apacible ~e escurría buscando_amplitud para la expansión de los desbordes, y la enredadera de glicinas se había trepado, en nuevos y aromados lilas, por el esqueleto de hierro de la torre hasta alcanzar eltanque, allá arriba; donde el cielo estaba cerca. Era la primavera, y todo aparecía sombrío y mustio como si ya pudiera reVivir sú antigua y tan cercana vida. La tarde, en su. comienzo, av)

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1,,

El funcionario mueve su corpulencia provocando un discordante chirriar de muelles.flojos y de piezas gastadas. -No sé por qué motivo, al poco tiempo, usted mismo solicitó el retiro de ambos jóvenes, lno es así? El doctor Ecker sufre un ligero estremecimiento. Mira al juez, suplicante. Y, moviendo en eLaire entrambas manos con gesto de impaciencia, declara: -Hay circunstancias en las que ... lsabe usted? ... Es tan. complejo todo esto que .... Para explicar los hechos y evocar claramente la pura.realidad sería preciso acusar a personas que a lo mejor son inocentes ... -Si hayfe de esa inocencia no las complica usted en absoluto ... Y, además, ya le he dicho que esta causa la estamos ventilando con la más rigurosa reserva ... Puede estar bien seguro que nada de lo que aquí se diga saldrá de este recinto. Prosiga usted. -Nuestros primeros días en el islote fueron de una belleza inexpresable ... La casa era muy cómoda ... Mientras

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la Vieja la arreglaba y atendía a la cocina, Linda, los muchachos Yyo deambulábamos de roquedo en roquedo reconociendo. ~as encantadas costas, .. 'Nq podría describirle la sensacwn de magta que iba sobrecogiéndonos en aquel tib~o ambiente de 1~, ~olor y trinos ... Yo, pecador de Jl1.Í, perdi, ~i tiempo, SI asr puede decirse, entusiasmado por multiples hallazgos de índole puramente científica. Ben y Joe, los dos jóvenes, tenían que acompañarme cargando mis enseres ... Aquello, al parecer, los distraía; pero, ella, en p~eno goce de su explosiva ado,Ies'cencia, languidecía de hastio .... a veces nos seguía coleccionando conchas-y caracoles, pero más le agradaba vagar e11tre los árboles. y era que,, sin nosotros, no quería estar en casa, porque sentía no se 9ué desconfianza contra la vieja ... Era más bien como una especie de repulsión~ de asco, de vago presentimiento Por las tardes, después qe las labores, yo solía dar con ell~ largos paseos románticos. D.eboad~ertirle que jamás pensé en la posibilidad de un idilio. Hub~era S!do ridículo, lcomptende usted? ... Mi edad Y la mision que fungía me daban cierto tono de tutor frente a ella ... De modo que por ética profesional y, sobre todo, por mi constante razón de estar en éxtasis, abstraído, embebido, no podía darse aquello ... ~cker reprime un gesto que deja traslucir una Itctera ailiccion. · o

1.

El,funcionario comprende que ha presionado·un punto neurálgico. Casi inconscientemente oprime un timbre. -Descanse usted, doctor. Y, al entrar el ujier, se enjuga el rostro mientras le dice: - Tráiganos agua fresca. / . ,El ·doctor Ecker vuelve a clavar sus ojos en la verde leJania del recuerdo. · lCómo hacerle entender a aquel obeso señor de piel viscosa lo que fue· para ellos et farallón? ... lDe qué ~odo

hacerle inferir que aquello tenía cierto epicúreo sabor de égloga antigua, de pastoral pagana, de bucólica sinfo"nía tropical? ... (... Trastornado por la naturaleza alegre de la isla, enceguecido por la gran soledad que lo rodeabafrente al mar y al cielo, y obsedido por eljovialltfluvio de Linda Olsen, Paul ~cker despertó como a un mundojamás imaginado; sufrió una especie de mágica metamorjo$is. y, al dejar la crisálida que lo hacía parecer severamente cientifico, sintió de sopetón el estallido solar y la ·excitante fragancia de las olas ... En vano resultaba que, tratando d~ aferrarse a la ciencia, procurara esconderse entre lds celdas-de sus razonamientos ... Cúando más concentrado analizaba ciertos epifenómenos como el de las anguilas que cambian de color durante el celo, o cuando iba a.sacar la conclw;ión de que las glándulas hipófisis rezuman las hormonas... oía-la voz de Linda que, subida a los árboles o hundida entre las olas, le dejaba entrever su boina roja.' .. Recordaba J?aul Ecker varios acantilados enforma de escalones donde dejaba el mar pequeñas pozas que Miss Olsen usaba para bañarse.... Una vez cayó en una de la. que· no podía salir porque· los bordes estaban resbalosos ... Él escuchó sus gritos y, pensando en Andrómeda atacqda por el monstruo, se lanzo a rescatarla ... La tuvo que sacar así desnuda -imaldita timidez!- tras mil esfuerzos y graves· res palones... Esa noche.Linda Olsen 'hizo·bromas y rió bajo la luna poniendo en entredicho su varonía. Hubo, claro; un instan7 te en que la sangre se le encendió ú.e pronto ... Sintió que se iba .hundiendo en unabismo profundo... Y esa nochefue Andrómeda quien devoró a Perseo ... Desde entonces... )

Una-golosa mosca_ queda presa en la_alas del gran ven~ tilador. El mofletudo custodio de la Ley se abanica. -Se..dice que· Linda Olsen iba a teper un niño, .lno es así?

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-Desde luego. -Todo ello a consecuencia... -lDequé? -De sus amores ... -No sé a qué se refiere. -Bueno, en definitiva, queda casi probado ... -Que el hijo no era mío. -iEn qué quedamos, mi querido doctor! -Creo haberle dicho que Miss Olsen erraba de un lado para otro, rebosante de Vida, plena de juventud, trastornada por los encantos mágicos de la isla. Yo no podía atenderla... Usted comprende ... Yo estaba dedicado en cuerpo y alma a Vigilar en las charcas y entre los arrecifes la heteróclita ovulación de los peces ... Mis severas costumbres ponían entre nosotros una muralla rígida de" austeridad ... . (... Más allá de ese muro, todo era égloga bárbara, pagana libertad en la que él, lujurioso, saltaba como un sátiro tras una ninfa en celo ... )

-lCómo se entiende entonces que Linda Olsen? ... -Déjeme usted decirle ... Convencida de que yo no era el tipo que requerían sus veleidades de juventud, sonsaca~ ~a por turno aBen y a Joe con el pretexto de que la acampanasen a buscar frutas ... Yo no veía en todo ello nada malo ... Comprendía que eran cosas de adolescencia ... Me. pareció al principio que Miss Olsen se divertía flirteando con Ben Parker... Eso era lo normal, dado su enojo contra la gente de color... En efecto, noté que Ben y Linda se perdían con frecuencia. Sin embargo, pude entrever que al poco tiempo Ben Parker la rehuía ... Desde entonces (icaso ·bien anormal!) ella_bu~caba a Joe para sus juegos y andanzas.,. Aquello par~c1a divertirla, p~es la sentía reú;, de buena gana... Tambien me sorprendía lo acicalado que andaba el negro Joe, quien, a la luz de la luna, solía entonar canciones quejumbrosas al son del banjo. Aún recuerdo una de ellas de indudable in.tención enamorada ...

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iQué bonita boina roja, la boina mía, oh mar azur... Cuando la veo se me antoja una sandía de Carolina del Sur. .. !

Una tarde, lo recuerdo muy bien, yo examinaba al microscopio no séqué tegumentos ... Me estaba adormilando por causa del l;>ochorno, cuando escuché los gritos de Miss Olsen. Pensé que a lo mejor la habría picado una coral o acaso una tarántula ... Al asomarme atónito, la Vi venir corriendo, desgreñada, gritando ... «iSocorro! iMe ha violado!» ... Noté que el negro Joe, loco de pánico, descendía hacia la rada casi volando... Bajé por el barranco precipitadamente para pedirle explicaciones, pero él logró embarcarse, cuchicheó con BenParker, y ambos partieron en la lancha ... Sin perder un minuto, subí hasta el promontorio para hacer las señales con el semáforo dando parte a la Base, pero lo sorprendente, lo increíble, fue que en ese momento Mis~ Olsen, muy sumisa y al parecer tranquilizada, se me acerco rogándome que por .favor des~stlera d~ dar la alarm~... Me explicó que un escándalo podía perjudicarla... Prefena que el abuso quedara impune ... Yo, que la había pensad? toda plagada de prejuicios, sentí la más profunda veneracion po~ ella· resolví defenderla, darle amparo y.aun brindarle m1 no~bre, ya que su gesto, para mí, era un indicio de plena madurez y de corc:J_ura total... Desd,e esa tarde, viéndola acongojada, resolví distraerla y procuré iht~resarla nuevament~ en los asuntos ctentíficos que. ella habla abandonado no se pó'r qué ... -Perdone·: ¿sen y Joe no regresaron a la isla? -No, por cierto ... Cuando fue el comandante a investigar... _¿gué inventaron?

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-Le habían hecho creer que yo deseaba, estar solo. Desde luego, preferí confirmar esa versión ... y aun dije al comandante que como ya era tiempo deJa freza; prohibiera que sus hombres se aproXimaran alislote porque espantaban a los peces y hasta podían interrumpir el desove ... Cuando él quiso insistir, le aseguré que «La VUdú» nos bastaba para los menesteres de la casa... Desde entonces, ya no hubo distracciones y nos dimos de lleno a los cultivos ya la atinada observación de las aguas ... La haiti~a vivía distante de nosotros, y poco la veíamos; sobre todo porque pasaba el tiempo pescando en alta mar. Navegaba en unafrágil.chalupa que parecía una nuez entre las olas;-.•. Fue entonces cuando Linda pareció darse cuenta de que en su vientre ... -iEl niño LlEta del negro, entonces? -8ólo puedo decirle que era de ella. Yo iba a reconocerlo como sHuera mío, pero las cosas tomaron otro :r:umbo. El doctor Ecker pone el oído atento. Cree escuch~ a lo lejos un canto .misterioso que. parece surgir de entre las olas Ysiente nuevamet;tte laiñfernal carcajada de lahaitiana,que lo persigue a todas horas. El juez insiste: '-Y ~nresumtdas cuentas, no estaba usted seguro de que el niño fuese suyo o del negro. Sé que hubo relaciones ... -'Exactamente ..Ella y yo ... Usted comprende. De allí mi estado de ánimo, de duda. Sobre todo, porque existe en mi vida un precedente que me hacía presentir dificultades. Me refiero .. No sé si ya le he hablado de mi primer divorcio por incapacidad genésica ... Mi suegro, que era rico y muy dado a. esas sonseras de alcurnia, deseaba a todo trance un nieto debidamente sano, robusto y fuerte que le hereda.se el nombre y la fortuna. Nació un niño,/varón, pero tarado, contrahecho, deforme ... menos mal que.sólo duró unas horas ... Se estudió el historial·clínico de mi gente y se encontró ... Usted sabe ... No hace falta insistir sobre estas cosas. Mi suegro me obligó a cederle el puesto a un semental de

indubitable fecundia.•. A aquel fracaso inicial debo mis glorias en el campo científico ... Conociendo el oprobio de _mi destino, preferí refugiarme entre mis libr~s y me negue al deleite de una fámilia. lPor qué insistir, sabiendo que mis hijos nacerían defectuosos? ... Por eso, en el islote, procuré estar distante de Miss Olsen ... Sin embargo, las cosas no suceden siempre segúh queremos. La soledad a veces nos precipita en brazos de la lujuria.:._ Ocurrí~ pues aquello, Y ella esperaba. un niño que supoma hijo m1o, lleno de. vida, rozagante y hermoso ..., Yo, que estaba in~eguro de su paternidad, me angustiaba... Mi zozobra crec1a a la p~ de aquello que iba a nacer... Era un dilema sin solucion posible, pues si me ilusionaba creyéndolo hij? mío, pensaba en monstruos, en seres anormales, en fenomenos; y silo imagmaba,hijo del negro, itmagínese! ... Una secreta esperanza me confortaba a veces al juzgar que, a lo mejor, aquel ambiente embellecido de la isla podía haber ejercido una influencia benéfica sobre la gestación de la criatura... Sólo por eso 0 a lo mejor llevado por mi interés científico, no quise deshacer-lo dispuesto por laNaturaleza. Lo que más me aterraba era que Linda pudiese abandonarme al enterarse de mi fatalidad; pór es·o, puesto a escoger entre los dos alumbramientos posibles, yo prefería el del negro ... Linda Olsen me pedía. que la llevara a la Base para que la atendieran debidamente. Yo se lo prometía, pero estaba dispuesto a realizar yo mismo la operación en la isla, sin testigos odiosos, habiendo decidido adormecerla para que ella ignorara la realidad hasta el momento oportuno ... Era tal mi impaciencia, que los días y los meses me parecían más lentos ... Aún faltaban como siete semanas para la fecha justa, cuando me di a pensar que. a lo mejor el cálculo estaba errado, ya que me parecían excesivos sus sufrimiento~ Yla abultada tirantez de la piel... Olvidaba decirle que as1 como avanzaba el lapso genésico, Linda era presa de .caprichos extraños ... Le agradaba pasarse horas enteras sumergida

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el mar; y a pesar de.su estado éasi. monstruoso, obsceno, se negaba a usar malla alegando que no· la resistía ... A la hora de comer, daba señales de-la más absol4ta i.napetencia... Sin embargo. después la sorprendía comiendo os" tiones y otros mariscos, Vivos ... Aquella noche. los truenos y relámpagos habían. sobrecogido a Linda Olsen. La veía horrorizada ... Temía morir en la isla ... Y, ya obcecada por los terrores de la muerte, llamaba a la haitiana para que la ayudara a bien morir... Yo me habí~ dado cuenta de que la negra Vudú se dedicaba durante mis ausencias a prácticas ocultas para aliViarle a Linda los dolores ... La tempestad rugía bajo los fuertes trallazos de la lluVia ... Contorsionada sobre el lecho, la grávida gemía, atormentada por los desgarramientos más atroces ... Yo, que ya enloquecía por •la tensión de mis nervios, preferí (no había otra escapatoria) precipitar aquello para salvar a Linda. De lo contrario, yo estaba bien seguro de que, aún faltando un mes, su organismo no podría resistir... Enfebrecido por la más angustiosa desesperanza. me resolví a operar... La i.nyecté ... Al poco rato.le entró ui1 sueñn profundo .... En-ese estado como de duermevela nació por fin aquello. No quiero recordarlo ... Era una cosa deforme, muerta, fofa ... Temie1;1do que Linda Olsen pudiera darse cuenta al despertarse. corrí bajo la noche aún tempestuosa y eché el engendro al mar; así borraba toda huella o vestigio de su fealdad. Desde entonces tengo .los nervios rotos ... -No debe preocuparse. Lo importante era salvar a Linda e~

Ol~en.

-Y la salvé, en efecto, pero tuve el temor de qu·e al saber la verdq.d me abandonara, y preferí inventarle la mentira de una criatura negra. «¿Dónde est(l? -me gritaba-. iQuieroverla!» No sabiendo mentirle, me.enred~ más:y más hasta quedar frente a ella convertido en un vulgar asesino. (... Paul Ecker se estremece... Abre los ojos desmesuradamente como sobrecogido por una extraña visión.

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Cree oír de nuevo la carcajada de la haitiana y el rioso canto del huracán.. Ante sus ojos se extiende el inmenso, y le patece ver surgir de sus olas la cLu:Jt::~•u Linda con las pupilasfijas como en estado de trance .. Ecker oye su voz que diée: -No me agradan .los negros ... No puedo es algo que he llevado en la sangre desde pequeña... tards de familia que no es eL caso discutir... Con eso, confieso que Joe Ward no tuvo nada que ver con tro áSunto... Si a alguien le cabe culpa es a mí... mentí, Paul Ec~er. premeditadamente o por irreflexión mentánea... Mejor dicho, no huboficción alguna; más malentendido ... Lo cierto es que el ambiente de la isla hechizó transformándome. me hizo ver en mí otra persona distinta de la de antes ... Para mí. pobre tima de las inhibiciones sociales, aquello era un de libertad ... Allí en la isla no había prejuicios que ataran... Deshice mis cadenas y me sentí a mis con ganas de gritar, de hundirme íntegra en la guez del.ambiente ... 1bdo eri la isla me parecía un gro de la Naturaleza ... Los colores del mar; eljuego de espumas y gaviotas; el canto de los pájaros; el la luz; la exuberancia de vida; la canícula; y el olor trante de la tierra después de la tormenta ... Todo ba de. amor. todo era un himno pagano que me como en una vorágine luJuriosa. lasciva ... Mi ardía... Mi cuerpo joven se deshacía en un delirio at::.!;tu• brado ... Por eso. en pleno goce de mis actos. retozaba calza bajo la lluvia ... Quería ser una nota en el gran de la Naturaleza ... iCon qu,éplacer ansiaba la vtda dejada atrás! ... Por eso me entregué los al rubio Parker... Lo hice sencillamente, como lo los pájaros y las aves del mar. .. Aquello para Ben un rato de ofuscación... Pensó en las consecuencias y. rrado, ya no quiso acercársetne ... Me huía... Yo, en

!i bio, lo deseaba sin compromiso alguno... Quería saciar mi sed, pues ya era tarde parafrenar mi impulso. Y, decidida a dominar sus temores, dispuse darle celos coqueteando con Joe. No he de negar que, aunque siento repudio contra los negros, no probé desagrado sino más bien placer. .. Me causaban delélte las piruetas y las mil ocurrencias de Joe Ward... Joven, fuerte, radiante, tenía los dientes blancos y reía con una risa atracttva.... La atmó!ifera de la isla y lafragancia de la brisa yodada me lo-hicieron mirar embellecido como unApolo negro... Comencé a darme cuenta de que estaba en peligro de entregarme, pues ya me le insinuaba·con.insistencia ... Él. viéndose deseado, fue cayendo en la urdimbre devoradora ... V na tarde -Ben Parker lo esperaba en la lancha, pero Joe prefirió jugar conmigo----:. yo le tirabafrutas de un árbol cuando de pronto me zumbó un abejorro ... Asustada, quise bajar del tronco y resbalé ... Joe; acercándose, me recibió en sus brazos y me besó en la boca... Sentí como una especie de vórtice que me arrastraba... .Ya a punto de caer, lancé un grito y huí aterrorizada ... Cuando tú, Paul, saliste, tuve vergüenza de parecerte una chiquilla ridícula, irreflexivamente grité como una histérica: «iSocorro/ /Me ha violado!» ... /Pobre Joe! ... .Sobrecogido de pánico, se retiró cuesta abajo y, embarcándose, puso rumbo a ·la Base en compañía deBen Parker. .. Luego, puestos de acuerdo, no quisieron volver..: El negro dijo que había ·visto fantasmas en la isla ... Seguramente lo que sí presintió fue la horca y el espectro de Lynch... La premura que tú pusiste en mi defensa y tus prolijos.cuidados, aparte de tu oferta de matrimonio que yo no comprendí a primera vista, me hicieron acercarme a tu, vida, a. tus estudios ... Luego, al notar que iba a ser madre, me apresuré a aceptar tu propuesta matrimonial ... Que el niño era. de Parker, no había duda; pero eso qué importaba ... Yo sabía que tú estabas embebecido ... Me casaría contigo, y la criatura. tendría

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un padre más digno que el rubio marinero ... Cuando me puse grave ... Recuerdo que esa noche lloVía terriblemente ... Brillaban mil relámpagos ... Y me atemorizaban los truenos y el" estruendo del mar. .. Después, no supe más .. . Al despertarme, ya era de madrugada. .. Pensé en mi h!Ja.. . No sé por qué pensaba que era una niña, con su carita linda y sus bracttos que. yo le besaría·... ¿sería idéntica a Ben?... Abrí los ojos ... Me vi sola en la estancia ... Pensé: ~argo, la pastón de la ciencia se impuso en él... Fue superior a sufracaso genésico ... Y. olvidando la burla que le estaba jugando el destino, pensó en la trascendencia del acto en sí... Nada en el mundo tendría más importancia que aquel hecho cientifico. Su nombre volaría en alas del triunfo, de lajama, del genio... Las universidades le brindarían honores y condecoráctones ... Y ya veía su nombre en los carteles, anunciando la gloria de PAUL ECKER, cuando notó que la sirena perdía vitalidad y retardaba sus saltos poco a poco como lo hacen los peces en la playa... Comprendió que, siendo él mar su elemento, no tardaría en morir juera de él... Ya apenas susultaba y abría la boca, agonizante, poseída de asfixia, en un e!ifuerzoflnal de vida o· muerte... Qh, en ese

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instante, todo lo hubiera dado por salvarla ... La. recogió en sus· brazos con el mayor e$meroy, apresuradamente, corrió hacia el mar. .. Ya las primeras luces anunciaban la aurora y el huracán había cesado ... Sólo seguía cayendo una lloviZ,na suave, persistente ... Se hundió en el agua casi hasta la cintura y en ella sumergió aJa sirena con la ritualidad de quien impone el bautismo ... Poco a poco la notó revivir. Y, al ver que ya su cola abanicaba las aguas lánguidamente, la dejó rebullir,;e pata ver si nadaba. iFue una absurda locura! ... Nunca·debió intentarlo ... La sirena dio un coletazofuerte, hiZ,o l,l.n esguince y, aunque él quiso evitarlo, sumergiósejugaz ... Aun percibió un in$tante sus relumbres entre la transparencia y, al perderla definitivamente, se quedó como en babia... Había dejado huir de entre sus manos la gloria, y había ocurrido todo con tal celeridad. que aún_Faul Etker se imaginaba aquello, cual jirones de nieblas entre el sueño ... 4Cómo explicarle a Linda aquel misterio? ?Cómo hacetle.creer lo que ya él mismo co·ndenaba a la duda?)

El juez insiste: -Sihabíaocühido todo ¿por qué desafió ust~q la tempestad en esa frágil chalupa con Mis.s Olsen? ¿No quiso resignarse a aceptar la realidad de los hechos? -Pareció que en efecto se resign.n todo cuidado páta evitar qpe qlgúp. movimiento brusco denunciara mi nerviosidad y mi mádte se diera C1-J.e!lt¡:t. Quería ante todo comunicarle calma. Doblé los pantalones, siguiendo el Nlo de la ray~.- los coloqué sqbre e.I re~paldo de la silla, junto con el sgco y la camisa. Ya en pijama me tendí sobre la cama sin deshacerla todavía. Desde allí dominaba, sin nin. guna dW~ultad, la cama de mamá y el espejo. Después de las once y media mamá comenzó a inquietarse. Movía las manos constantemente, las apretaba, se las llevaba hacia la cara. Su frente estaba húmeda. No pudo segt.W" conversando. Unos minutos antes de las doce de la noche llegó la s~ñonta, ~duwiges, trayendo una charolita con un

y

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vaso de agua Yuna pastilla en una cuchara. Cuando ella entró me ~corporé sobre las almohadas para observar mejor. E!la_llego hasta la cama de mamá y, al tiempo que le decía: «ra del manuscrito a la prtmeca -c.omo un yolatinero de trapeciq.... y vjo que aquellas líneas que antes le habían dicbo «Lector, compañero de viaje».. ahora le decí~ otra cosa; ahora continuaba el Judío Errante su relato y contaba cómo todos habían ido envejeciei1do menos él, que conseryaba·el vigor y la 1uventud de siempre. Había tratado de disimular, descuidándose en• el vestir, ·agobiándose al ca,minar,hasta.blanqueándose el pelo; pero las gentes se hacían lenguas sobre la lozanía de su piel y el brillo de los ojos. Había tenido, pues, qu~ mydarse de. ciudad en ciudad. En el año 70, las legiones romanas de Tito ¡:tsediaron y destr~yeron Jerusalén. ·~r.mex:tcano es, donde quiera, siempre un caballero. dAh! Sí, él es el mejor de los hombres. Siempre le Viviré agradecida, señor Gilbert. Si u:sted supiera... viviinos casapos.ocho años ... Nunca olvidaré las:nochesque pasé en la habitación inmensa de su casa.. Mi suegra .me oía .llorar y venía envuelta en un kimono japonés ... La señora Mitre guardó silencio, como si oyerá venir los pasos de aquella mujer a.Ia que por;primera vez nombr~ba. El señorGilbertmiró hacia la puerta, tuvo la impr.esion de que alguien envuelto en un traje oriental entraba sin ruido ·en la habitación. La señora Mitre se tapó la cara con las manos y empezó a sollozar. Gilbert se puso de pie. 386

-iSeñora! por favor ... -El cuarto era enorme, estaba lleno de espejos y yo me sentía: muy sola. Eso enojaba a rríi suegra ... ¿Le parece muy mal, señor Gilbert? -No, no, me parece natural-contestó Gilbert ruborizándose. -A Ignacio lo veía ert el comedor. El día que· me escribió la carta me extrañó mucho porque podía habérmelo dicho en la comida. Luego vi que esa era ia mejor manera de decirme algo tan delicado. ¿guiere usted leerla? . , Gilbert no supo qué decir. La señora Mitre se levanto con presteza y buscó adentro de su maleta un pequeño cofre de madera muy olorosa. Al abrirla respiró con deleite el perfume y exclamó: -iEs de Olinalá! Luego encontró una carta escrita tiempo antes y leída muchas Veces, y la entregó a Gilbert con aquel gesto suyo, amplio y sonriente, que tomaba siempre que tenía que dar algo, ya fueran, sus perlas, sus brillantes o su carta. -iÍ...éala, por favor! El señor Gilbert recorrió H:t éátfa con los ojos sin entender nada. La tarta estaba escrita en español, sólo alcanzó a descifrar la firma: «Ignaéio». Movió lc,t cabeza, como si entendiera el contenido d>, se elijo mientras llegaba a su despacho y se· sintió responsable de la suerte de aquena·mujer. Durante los dos :meses que todavía vivió en el Hotel. el señ~r Gilbertse·negaba a éomentarla. -il'or favor! No me hablen de la señora Mitre ... Me da escalofríos.· Ahora Lucía Mitre estaba cubierta con su chalina de gasa. color durazno. Una ira an~~a y caballeresca se apoderó de Brunier; «ipobr.e pequena!»: se dijo pensando en Gabriel. «!Pobre pequeña!» se repitio recordan,do a Ignacto. Debía advertir a Gilbert de lo que ocurna en el cuarto 101. Los divanes y las sillas de época cubiertas de sed~ de color pastel. lbs espejos. los ramos de flores_ silvestres y las alfombras color miel, le dieron la sensacion de entrar al centro tibio del oro. Contempló a las parejas reflejadas en las luces de los espejos,. deslizándose frágiles por los caminos invisibles y perfumados. en busca de amores que quizás apenas durarían unas horas. Parecían hermosos tigres olfateando intrincados vericuetos y tuvo lá impresión ?e que algunos de aquellos pérsonajes fugaces, se quedarian tal como Luc~a. prendidos a un minuto irrecuperable. BruÍlier se acercó a Gilbert, que de pie, muy sonrosado y vestido con su tmpecable_jacquet, sonreía a una de aquellas parejas elegidas. Esperó unos minutos: ~La señoraLucía_acaba de morir ~anuncio·sin dejar traslucir SJJ emoción. , -lQué dice? -pr~guntó Gilbert adoptando el rostro.mas inexpresivo que encontró. , -Que• la señora Lueía Mitre acaba de morir -repitlo Brunier sin cambiar de actitud. --:iQué desdicha! -exclamó el señor Gilbert en voz baja. 389

Luego.atendió sonrienfe a una cliente que le preguntaba por el bar. -Voy a llamar a la policía. Hay.é¡ue.evitar que los clientes se den cuenta de lo sucedido. -Murió exactamente a las nueve-y cuarenta y siete minutos -explicó Brunier con. una voz que-quiso ser natural. Gilbert iba a decir algo, pero la llegada de un cliente lo distrajo. El cliente era joven, llevaba una raqueta en la mano y su rostro era asoleado y sonriente. Con voz juguetona, explicó que desde. hacía once meses, una amiga suya le había reservado el cuarto 410. No sabía stla reservación se había hecho a nombre de su amiga: Lucía' Mitre. o al suyo: Gabriel Cortina. -Pero es lo :q1ismo -explicó sonriente. Gilbert asombrado, no supo qué decir, buscó en los ficheros y vio que el cuarto 41 O estaba vacío. Cogió la llave y se la tendió al joven que distraído daba golpecitos en el escritorio, con el filo de su raqueta. Gi}bert y.Btunier, mudos por la sorpresa, vieron cómo se alejaba Gabriel Cortina, rumbo a los elevadores. Iba jugando con la llave, ajeno a su desdicha. Sus pantalones de franela y su saco sport le daban una elegancia infantil y americana. Los dos hombres se .miraron consternados. Deliberaron.unos momentos y decidieron que cuando llegara la policía explicarían lo sucedido al recién llegado. -lEs una catástrofe! -lUna verdadera catástrofe! A las diez y media de la noche fres hombres correctamente vestidos cruzaron el veshbulo del hotel acompañados de Brunier y de Gilbert. Los cinco hombres subieron primero al cuarto 410, para decirle a Gabriel Cortina lo ·sucedido. Llamaron a la puerta con suavidad. Al ver que nadie contestaba a sus repetidas llamadas decidieron abrir con la llave maestra. Encontraron el cuarto vacío e intacto. Brunier y Gilbert se miraron atónitos, pero recordaron que

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el cliente no llevaba:-.más equipaje que su raqueta. Buscaron la.raqueta sin hallarla. Entonces. llamaron a los criados, pero ninguno de ellos había visto al"joven que buscaban. Los tres policía revisaron el baño y los armarios. Todo estaba en orden: nadie había entrado en aquella habitación. Perplejos, los cinco hombres bajaron a. la Administración; tampoco allí, ninguno de los empleados, ni; siquiera Ivonne, recordaba la llegada de aquel huésped. La llave del cuarto 410 estaba colgada en el fichero, intocada. Gilbert y Brunier discutieron acalorados con el personal de la Administración la presencia de Gabriel Cortina en el hotel. Los policías ordenaron pesquisas que resultaron inútiles, pues el joven risueño, propietario de la raqueta, no apareció por ninguna parte de hotel. Había desaparecido sin dejar huella. Después de muchas discusiones adoptaron la hipótesis de que habían sido víctimas de una alucinación. -FUe el deseo de que llegara -aceptó vencido y melancólico el señor Gilbert. -Sí, eso debe haber sucedido, los dos la amábamos -confesó Brunier. Los tres policías se enternecieron con lo sucedido. Uno de ellos era de la Bretaña y contó que en su país sucedían cosas semejantes. Sombríos, los cinco hombres se dirigieron al cuarto de Lucía Mitre para terminar con su triste diligencia. Al entrar en la habitación los policías se quitaron los sombreros y se inclinaron respetuosos ante el cuerpo de la señora. Brunier, solemne, señaló a los pies de la cama. -iAhí está! -dijo casi sin voz. Sus cuatro acompañantes vieron la raqueta blanca depositada con descuido a los pies de la cama de Lucía Mitre. Se lanzaron nuevamente a la búsqueda del joven propietario de la raqueta, pero su búsqueda fue infructuosa, pues el cliente risueño, tostado por el sol de América, no volVió a aparecer nunca más en el Hotel del Príncipe.

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Gilberl se inclinó por última vez sobre el rostro de Lucía Mitre, también ella se había ido para siempre del hotel, pues en su rostro no quedaba de ella J1élda. Thmado de: Elena Garra: La semana de colores, Xalapa, Universidad VeraC~ai,la. 1964.

El extraño caso de Ciro Doral GUSTAVO AGRAIT

·(Puerto Rico, 1904-1998)

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Este relato se publicó originalmente en la Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña en 1966; más tarde se integró a Ocho casos extraños y dos cosas más (1972). Desde que, en 1845, Sarmiento la puso sobre la palestra -ya existía desde antes- para explicar sociológicamente la Argentina y cubrir de infamia al dictador Juan Manuel de Rosas, la oposición civilizaciónbarbarie ha servido para muchos fines y llenado miles de páginas. En este cuento, reaparece unida al tema del doble en función de un problema de identidad cultural. Ciro, el protagonista, no sólo comete el exceso genérico de prescindir -por lo menos en apariencia- de la humanidad, ~ino sobre todo el más específico de despreciar !aparte del,mundo a que pertenece por su óngen. La pesadilla en que la Vida se le convierte a causa de una extraña alucinación auditiva y el desenlace de su conflicto, como lo sugiere el narrador de la historia de marco, son de naturaleza fantástica bastante clara. Gustavo Agí"ait -de quien dice Concha Meléndez: «nos sorpendió con riqueza·iJnaginativa que desconocíamos en él; extrañeza fantástica, un surrealismo a veces dificil, una erudición lúdica que nos recuerda a Borges o "casos" de fmal inesperado, de metamorfosis y pesadilla»-1 aún no ha sido incluido en ninguna antología de lo fantástico, pero no dudamos de que lo merece. Además del que presentamos aquí, destacan entre sus cuentos fantásticos: «El extraño caso de !ves de Rémois», «El extraño caso de Ulysse Loinlieu» y r así decirlo, no tuvp nada de excepcional, mas surgió de mi interior con un sentido tan oscuro y tan cargado de sugerencias, que: me. dejó estupefacto. Aún tuve ánimos para pregimtarine con soma: «Un hermanito, ·sí, ¿pero cómo?» Y dejé la interrogación sin respuesta. Pensé consultar al médico, tomárme.unos días de descanso. Frente al.espejo, convine-esa misma noche: «Las cosas no.marchan bien del todo.» Yme quité el delantal. Mi huésped no quisd cenar y antes de que dieran las ocho estábamos los dos en la cama. Mi salud, en los días que siguieron, fue quebrantándose y perdí casi por completo el apetito. Sufría estaaos de depresión, agudos dolores de cabeza e intensas y frecuentes náuseas. Una extraña pesadez, que con los días iría en aumento, me retuvo en camauna semana ..A duras penas conseguía incorporarme y caminaba con torpeza, como un pato. 'Padecíav~rtigo y accesos de llanto. Mi sen~ibilidad se aguzaba y bastaba la másJeve contrariedad para que me conside~rase el.~er más infeliz del planeta. El cielo gris y pesado, la ~sombra de los viejos alero~. el ruido de la lluvia en mi terraza, el crepúsculo, un disco, me.a'rrancabanJágrimas y sollozos. Cualquier alimento me revolvía el estómago y no pude soportar ya el olor de la cociíla. Aborrecí _un día mi pipa Y dejé de fumar. Me afeité..el bigote. El tedio y la melancolía rara vez me abandonaron y comprendí que me encontraba seriamente enfermo ..Posiblemente estuviese encinta.

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Esta grave sospecha me la fue.conflrmando la actitud de mi huésped. También él se veía desmejorado, y cuantas veces consentí en que me acompañara junto a IJli lecho de enfermo, sentado.allí, en su silla, bajo.la lámpara de pie, no dejé de notar que enflaquecía.sehsiblement~ y que una. expresión biliosa,, poco grata, asomaba ya a sus labios ..Dé día en día esta-impresión fuehaciéndose.más patente, hasta.el:punto de que ya no me sería posible.relacionar a aquel iisueño saltimbanqui, que ensayara piruetas en' la pecera, con este otro residuo humano, desconfiado y distante, que compartía hoy mLvida. No éramos muy felices, parlo visto, y com~nzó a asediarme la idea torturante de la muerte. Nunca, hasta ahora, había pensado en ello. Oyendo a los vecinos subir y bajar, silbar los trenes en -él crepúsculo o hervir la sopa en la marmita, sentíame tan extraño a mí mismo, tan diferente de como me recordaba, que no pocas veces llegué a sospechar, con razón, si no estaría ya de antemano bien muerto: Quizás él, con su aguda perspicacia, adivinara mis sentinüehtos,_no·lo sé; mas sí era incuestionable que trataba, por todos los medios, de reanilnarme con.su.présencia, de levantar en lo posible mi ánimo y distraer mi soledad. Pero resultaban vanas todas sus chanzas, las penosas 'muecas que me nbsequiaba y. aquel desatinado empeño.en hacer sonar su corneta a toda hora. Ptórtto hube de callar.Io y lo expulsé de milado. Había creído descubrir que; en .el fondo, no lo. guiaba más que un impulso egoísta, provocado por·el temor de que lo-abandonara asu suerte, privándole de su bienestar actual o, cuando menos, del esmerado confort de que venía disfrutando. No me agradó su expresión deTecelo y aquella fingida congoja: con que solía observarme mientras se mantenía despierto, y que al plinto era suplantada por otra expresión agria de envtdia, ·en cuanto suponía quemé había quedado dormido. Con los párpados entrecerrados, lo observaba yo, a mi vez. ¿Llegó a. burlarse de mí? Pude suponerlo repetí-

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das veces, y estoy seguro de que, por aquellas fechas, le inspiré un profundo désprecio. Cabe pensar que adivinara mi estado y las consecuencias que esto podría acarrearle a la larga. Sabía que, de hecho; él.no era sino un intruso, un fortuito huésped, un invitado más, b, en el mejor de los casos, un hijo ilegítimo. Temía, por tant9, que algilien, con más derechos-que él, viniese a usurpar su lugar y. a desplazarlo, puesto que, en realidad, nada en común nos unía y solamente un hecho ocasional lo había traído a mi lado. Ni su sangre era la mía, ni jamás podría consÚ::J.erarlo como cosa propia. Su porvenir, en suma, no debía mostrársele muy halagüeño, y de ahí sus falsas benevolencias y aquel rencor oculto, que se iba haciendo ostensible .. Bien visto, sus temores no eran injustificados, pues desde hacía varios días algo muy grave venía rondándome la cabeza, con motivo de mi nuevo estado: «Todo esto es perfectamente abl:?urdo y lo que ocurre es que estoy hecl}tzado» -recapacité un día. -iMamá! ..,.me interrumpió él, desde el otro extremo de la alcoba. Y planeé fríamente el asesinato. Apremiaba el tiempo. Esta sola perspectiva bastó. para.devolverme las fuerzas y hecerme recuperar, en parte, las ilusiones perdidas. Ya no pensé en otra cosa que en liberarme del intruso y poner fin a una situación que, en el plazo de unos meses, prometía volverse insostenible. Lá sola idea de.realizar mi propósito llegó a ponerme en tal estado de excitación nerviosa, que no conseguí pegar los ojós en el transcurso de las siguientes noches. Incluso recuperé el apetito y volví a prestar atención a mis quehaceres domésticos. Simultáneamente, redoblé mis cuidados con la criatura, dispensándole toda clase _de .mimos y concesiones, desde el momento en que ya·no constituía .. ante mis ojos, más que un condenado a muerte. Eran sus últimos días de vida y, en el fondo, sentía una vaga piedad. por él. Mas los preparati-

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vos del acto que me proponía llevar a cabo no dejaron de ser laboriosos. Se trataba de cometer un delito, era indudable, pero, ala vez, de salir indemne.de él. Esto último no me planteaba ningún serio problema, teniendo en cuenta que nadie -que yo supiera.,. par'ecía.estar al corriente de su existencia. Pienso que ni mis propios vecinos llegaron a sospechar jamás de mi pequéño huésped, lo que no obsta"ba para que, en mi fuero interno, me preocupará muy seriamente la idea de incurrir en algún error. Mi tpente, por aquellos días, no se encontraba demasiado lúcida y quién podría garantizarme que el error no fuese cometido. Los medios de que disponía eran prácticamente infinitos, pero había que.elegir entre ellos. Cada cual ofrecía sus ventajas, aunque .también.sus riesgos. Y me resolví por el gas. Mas faltaba por decidir esto: lcómo deshacerme del cadáver? Ello exigió de mi las más arduas caVila~lones, pues no me sentía tan osado como. para ejecutar con mis propias manosJa tarea subsecuente. No estaba muy seguro de que no me fallasen las fuerzas· al enfrentarme, cara a cara, con el pequeño di{unto. Si resultara factible, tratábase de perpetrar el crimen sin fui participaciÓJ:! directa, un poco .como a hurtadillas y hasta contra mi propia voluntad. Por así decirlo,.sentía mis :escrúpulos y tampoco eran mis intencio:. nes . abusar de. la fragilidad de mi víctima. Lo que yo me proponía, simplemente, era liberarme de aquella angustia creciente, proteger mi nuevo estado ;y legalizar la situación de mi familia, aunque poniendo en juego, para tales fines, la más elemental educación. El maullido. de los gatos, rondando esa tarde mi coci"' na, me_deparó la solución deseada: una vez que el gas hubiese surtido efecto, abriría la ventana de su alcoba y dejaría libre el paso a los merodeadores, cuidando de ausentarme a tiempo. Eran tmos gatos espléndidos, en su mayoría pe~ gros, con unos claros ojos amarillos que relampagueaban en la oscuridad. Parecían eternamente hambrientos, y tan luego

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comenzaba a·declinar el soF, acudían en presurosas manadas, lanzando unos sonoros·maullidos_que, por: esta vez, -se me·antojaron provocativos· y, en cierto modo, desleales. Y puse manos ala obra, Desde temprana hora de la tarde procedía preparar mi.equipaje. que·constaba de una sola maleta con las prendas de ropa más indispensables para una corta temporada. Tenía hecha ya mi reservación en el hotel de una ciudad vecina, adonde esparaba llegar al filo de la medianoche. Al\í permanecería tantos días como lo estimara prudente, en par:te para eludir cualquier forma de responsabilidad, y en par:te por un principio de :buen gusto .. Transcurrido un tiempo_ razonable, r:egresaría como si nada. a mi casa. Y aún conservaba la maleta abierta so" bre.mi cama, cuando advertí que él se acercaba por el pasillo pisando muy: suavemente. Con un vuelco. del corazón, le vi :entrar más tarde. 'Llevaba. puestas sus babuchas y uná fina bata de ·casa, en cuyos bolsillos guardaba las manos. Se quedó largo rato mirándome, con la cabeza un poco ladeada. Después aventur:ó unos pasos y se sentó en .la alfombra. Había empezado a llover, yrecuerdo que en aquel instante cruzó un avión sobre el tejado. Le vi estremecerse de arriba abajo,. atinque continuó inmóvil esta vez .. No supe por qué motivo mantenía la cabezainclinada de aquel modo, observándome con.elrabillo del ójo. En realidad, no parecía triste o preocupado, sino solamente perplejo. Y fue en el momento preciso en que yo cerraba mi maleta con llave y me disponía a depositarla en el suelo, cuando unas incontenibles náuseas me acometieron de.súbito. La: cabeza me dio vueltas y una sensacion muy angustiosa, que nunca había experfAlentado, me oblig6a sentarme en la cáma, para después correr hasta el baño en el peor estado que recuerdo. Allí me apoyé contra el muro, temiendo quejba a estallar. Algo·como la corriente de un río subía y bajaba alo largo de mi cuerpo, retrocedía, tomaba un nlJ_evo impulso e intentabp. hállar en vano una salida. Había en mí, ·alternatlvamen-

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te, como un. inménso vacío y una rara plenitud. ¿E:9taba próximo el alumbramiento? Eso temí. Y comprendí que debería actuar.con la mayor urgencia. Comencé a vomitar. -.iMamá! se publicó en Casa de horror y de magia ( 1989), segundo libro de relatos de Emiliano González. Lo fantástico es, en este caso, una alteración apenas perceptible en el orden universal, de hecho no registrada por los aparatos científicos y capaz de provocar dos tipos de trastorno en quienes la ven -especie de Zahir sideral-: la locura o la condición de artista. Entre ambas, la diferencia es de grado (no hay que alarmarse; para platón el asunto era peor). Por la vía de esa alteración, que es consecuencia de un fenómeno no descrito, de un horror inefable, no sobrenatural, sino cósmico, y por la de otros signos como los libros apócrifos y secretos (el Necronomicon! los UnaussprechlichenKulten) o los nombres de lugares (Arkham) se nos lleva hacia Arthur Machen y sobre todo hacia H.P. Lovecraft, Robert E. Howard y los célebres y terroríficos mitos de Cthulhu. Sin embargo, no se trata de una continuación obsecuente e ingenua del ciclo. Quien narra es un nieto de Lovecraft, pero también -como en tantas otras narraciones fantásticas- un escritor que reflexiona sobre sur arte. Otras obras de E. González: Los sueños de la bella durmiente (1978), La inocencia hereditaria ( 1986), Almas visionarlas ( 1987), La habitación secreta ( 1988), Orquidáceas ( 1991).

«Hay que mirar él cielo -decía el padre de mi padrecon los. pies en la tierra>>. Creo en esta máxima, inscrita para siempre en mi recuerdo. Atisbar el abismo sin caer, observar las estrellas sin ser fulininado por ellas es .una de las características que distinguen al artista del loco. Mi abuelo parecía conocer estas diferencias, pero al final de su vida los límites se le hicieron imprecisos: murió loco, irre, mediablemente loco. Yo, que tantas veces he estado a punto, sé respetarlo y compadecerlo. Soy escrit9r. Mi fuerte son los relatos de espanto y alucinación. Desde mt más tierna infancia he leído y releído a los maestros indiscutibles del género: Poe, Machen, 1,-ov~­ craft; sobre todo a este último. Sin.embargo, no fue en sus angustiosas páginas donde oí hablar por primera vez del Devorador de Planetas: mi abuelo se encargó, a lo largo de una noche enloquecedora, de abrirme los ojos y de ~dvertir­ me cUidadosamente de ése y deJos otros peligros que encierra el estudio de la astronomía, ciencia y arte; para mí un pasatiempo, para mi' abuelo una manera de evitar el «lunatismo», como él lo llamaba, pues·una contemplación excesiva de· la Luna precede a una identificación rarísima con ella: el resultado es un loco o un hombre-lobo, siendo la barrera que los separa muy sutil y extremadamente fácil de romper. Mi abuelo se salvó de la segunda posibilidad, pero finalmente, a pesar de todas sus ctfras y fórmulas y planos, cayó en-garras de la primera. ¿por qué? A causa del Devoo. o

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radar de Planetas. ¿cómo? ... No voy a decir eso. Quizá ni siquiera lo sé. Investigar un poco en la manera de su delirio es el propósito de las páginas que siguen. Cuando salí de la Universidad mi abuelo me invitó a pasar unos meses con él en su finca de veraneo. Su propiedad comprendía, además de la finca en cuestión, varios acres de terreno fangoso y callosidades pétreas, un bosquecillo triste y un observatorio ubicado en ló alto de una colina pelada, sitio ideal para sus observaciones, en motivo del cual había invertido buena parte de la fortuna para retirarse. En el observatorio había reunido su pequeña biblioteca, que incluía, no arbitrariamente como pudiera pensarse, las obras de Paracelso, fas de Einstein, las de Giordano Bruno y las de Aleister Crowley. Además, tenía un rincón destinado a sus tesoros: la Pathograjía de Tritemius, el Libro del Kraken de Juan de Sidonia, los Unaussprechlichen Kulten de von Juntz y, por supuesto, el Necronomtcon del árabe loco Abdul Alhazred. «Es un libro delirante"; solía decir, y plagado· de información secreta. Desde el punto de vista literario, no tiene nada que pedirle á Blake. Desde el punto de vista científico, encierra más verdades que cualesquiera de los acervos de datos y enumeraciones contemporáneos.>~ Cuando me atreví a hojearlo, comprendí· la locura de su autor, pues de las cosas de qué habla nadie puede, biológicamente, hablar: el Necronomtcon o Al Azif* como fue firmado, es un intento de apresar materias y energías que se le escaparían a cualquiera, seres de tal magnitud qúe, por su misma naturaleza, son no sólo inapresables sino inconcebibles. El hombre primitivo los conocía y los temía. Los griegos, los egipcios, los árabes y demás civilizaciones del despertar los confun• Azif being the word used by the Arabs to designate that nocturnal sound (made by insects) supposed to "be the howling of demons. R.P. LoVEcRAFT

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dían con fenómenos naturales, pero tampoco se los explicaban. Plinio registra fenómenos de esa índole en su Historia natural: «platos voladores» sobre el Coliseo, luces rojas o verdes que anonadan batallas, animales fantásticos que su inocencia hacía codearse CQn el elefante y la perdiz, masas globulares que aparecen un día, prodigando su hedor venusino, en un plantío de rel,Ilolachas sin que nadie sepa cómo ni por qué. Abdul Alhazred también los registra, sólo que (a su manera por supuesto) explica los cómos, los porqués, y además de esto da nombres, establece geografías, extrae conclusiones, describe con rigor y minuciosidad de biólogo anatomías sugestivamente ultraterrenas, aunque no puede evitar, cómplice al fm de su época, decir dios cuando debería decir, simplemente, ser vivo. A esta genealogía repelente pertenece el Devorador de Planetas, noxegistrado por Alhazred en su original Libro de los nombres muertos pero entrevisto por mi abuelo, durante aquella noche fatal, en el telescopio. ¿Han leído ustedes ElHorla de Guy de Maupassant? Se tráta, probablemente, del cuento más importante de un autor que por lo demás se limitó a trasladar al papel cuadros de Manet, bellísimos, perfectos indudablemente, pero carentes. de esa cualidad irrepetible: la autenticidad, sospechada o presentida, de las cosas que narra y de las ideas que despliega. En él se habla de un ser invisible y fatal cuya eXistencia es sugerida al narrador por medio de vasos de leche que le son bebidos mientras duerme y cuyo carácter de Sucesor del hombre se devela al fmal, aunque dejándonos un poco en la expectativa de si realmente hay algo imperceptible a nuestra razón (como el chimpancé es imperceptible a la vaca en su calidad de chimpancé) pero perceptible a nuestros sentidos, que registran. todo aquello ante lo cual la razón se muestra impotente. ¿gué diablos es ese algo? Vn ser vivo, por supuesto: se alimenta de leche e impone su..voluntad en el personaje, aniquilándolo poco a

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poco y hundiéndolo en la locura. Pero, ¿con qué finalidad? ¿En qué mundo se mueve? ¿cuáles son sus pasiones? ¿Tie, ne, acaso, pasiones o la pasión, las emociones, Ja vida son conceptos aplicables sólo a quien se llama a sí mismo un ser humano? ¿A_ctúa el «borla» por instinto? Pero ... i.qué es en ese plano el instinto? Las mismas. interrogaciones que hoy aplico al «borla» las apliqué entonces ante Eso que mi abuelo llamaba el Devorador de Planetas. Era una noche tranquila cuando ocurrió la cosa. Cenamos tarde, y al ver lo propicio que se.hallaba.eLcielo para la observación, mi abuelo insistió en aprovechar esa noche anon:nalmente·clata. El cielo tenía: una limpidez absolutamente negra, si saben lo que quiero. decir. Precisamente habÍaJllQS estado criticándolo en aquellos. días: nubarrones grotescos· impedían cualquier vislumbre y lluvias suaves corrompían.esa comba majestad de las noches y de las auroras. «ildeal, ideal como nunca antes!», decía mi abuelo, y centraba convenientemente el lente de su telescopio enla Luna, motivo de conversaciones ante interminables tazas de café y de disquisiciones tétricas, pues mi abuelo combinaba sabiamente la poesía con los fenómenos cósmicos y gustaba de regalarme, a mí que adoro las pesadillas, las teorías ínás descabelladáS.que cr.uzaban su, por'lo demás, lúcida cabeza. «iDemonj.os!», gritó de repente. AA!go ha ocurrido e:hla Luna.» Sonreí sin poder evitarlo y pregtJ.nté qué diablos había pasado. «Está... más cerca que hace dos semanas ... monstruosamente cerca.» Se retiró y me permitió echar una ojeada. Para mí, la Luna era la misma de hacía dos semanas .. «¿No te das cuenta? ... Por su curso natural debería hallarse aproximadamente a la misma distancia. Y aunque parezca increíble: se ha acercado mucho ... » y añadió: «A menos que el telescopio mienta» y procedió a revisarlo, sin hallar nada que indicara -una falla en su funcionamiento, y hablando para sí en un idioma que, por estar lleno de terminología, me era incomprensible. Al coro-

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probar defmitlva,mente que el telescopio no mentía me dejó solo y, sin decir una palabra, se ep.cerró en el cubículo de su biblioteca~ Le esperé por media hora, mirando esa Luna gigantesca, exactamente la Luna de siempre, sólo que ligeramente mayor a los ojos de un astrónomo. De pronto creí ver en el fondo· de uno de sus cráteres lo que parecía ser una líiiea ondulada y roja, intensamente roja, pero luego, al frotarme los ojos, no la vi más. klamé a mi abuelo .. No me respondió. Grité: «iVi algo en la Luna!» La puerW, se abrió y salió mi abuelo. «¿Qué viste?», preguntó. «Vi urla línea ondulada y roja en el fondo de un cráter.» Al oÍf esto corrió hacia el telescopio (traía un manojo de papeles eillas manos). Miró·la Luna' y luego me miró, sonriendo. «¿Has estado leyendo a von Juntz?» Recordé al excéntrico autor-de Los cultos sin nombre, quemado'por los esbirros de la Inquisición enlas postrimerías qel siglo diecisiete. «No», contesté. «No he tenido tiempo de consultar su obra. ¿Por qué?» Titubeó un poco antes de responderme. Y dijo, con una voz cavernosa: «Cuando la Luna sangra y las estrellas engordan el Devorador de Planetas anda cerca.» Réí. «¿Quién es el Devorador de Planetas?» Mi abuelo s~guió mirando la Luna, en silencio, como e:r:t trance. Tanto, que soltó el• racimo de papeles y.éstos se desperdigaron por el suelo. Los recogí uno a· uno y me.los guardé en el saco. «¿Es una cita de von Juntz?», pregunté, de nuevo en vano, mientras ~i abuelo merodeaba ppr .otros rincones de la bóveda celeste. Opté por dejarlo solo y salir a tomar el fresco. Afuera, no había fresco: había frío, un frío que calaba, pero algo acogedor tenía ese frío, porque bajé los escalones Y me tiré a mirar el cielo entre las piedras. «¿Para qué mirarlo de cerca?», pensé. «Ya es lo:suficientemente aterrador Visto de lejos ... », pero seguímirándolo. Tenía fija la Vista en una estrella cercana a la Osa Menor, porque de ella surgía.un influJo especial, que había sentido ya en otras, pero:no tan intensamente: una especie

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de encanto particular, diferente del mero· goce que nos provoca la luz en un cuadro donde la luz ha sido manejada sesudamente: éste es un goce terrícola y aquél es un goce exclusivamente celeste, una luz perenne que ha robado sus atributos al fuego y que por lo mismo fascina. ¿cómo no había de horrorizarme al verla extinguirse ante mis ojos como una vela? Así donde· hasta hacía unos segundos había brillado, un hueco negro la sustituía ... Oí aullar a mi abuelo. La desaparición y· el grito me paralizaron; la mente se me borró, se me borró todo: el cielo, las estrellas, el montículo de piedras, el observatorio, la luz de la Luna, el hueco. negro en lo negro·del vacío. Anulado por la noche, no supe~11ada de· mí ni de;mi abuelo has• ta el·día siguiente~ cuando vi desarrollarse, ante mis ojos aterrados·, un verdadero cuadro de locura: Mi abuelo contemplaba, impasible, el incendio de sus notas y de sus libros; el observatorio; los· instrumentos de precisión y la biblioteca estaban destruidos; vidrios rotos, estantes arrasados, cuadernos hechos trizas me hablaban de los actos de la noche anterior; mi abuelo estaba pálido, tan pálido que al principio dudé de su verdadera identidad. No me detuvo cuando empecé: a golpearle, y seguí golpeándolo hasta agotar mis fuerzas, pero ceder era una palabra que aquella mañana parecía ignorar, y sólo un cuerpo de enfermeros le hizo cambiar de sitio horas después, cuando fue llevado por una ambulancia al hospicio de Arkham, viejo manicomio situado en las afueras de la ciudad... en el que a punto estuvieron de internarme con él'

ver maravillas significa merecerlas, tener ojos resistentes, asiduos a lo maravilloso. Es como la historia aquella del mendigo que se quedó ciego por codicia. Así, los prodigios del cielo y del infierno castigan a los hombres y halagan a los dioses y a los demonios.» Leyendo estas palabras sabias, transcritas penosamente por mi abuelo en uno de los papeles que me guardé, comprendo mejor la manera de su delirio. Respecto a lo que realmente pasó aquella noche en el observatorio... nadie puede saber nada con certeza. Los boletines y semanarios científicos no informan desaparición de estrella alguna, ni cambios perceptibles en la distancia que separa a la Tierra de la Luna, y menos «desangramiento» de ésta, o «gordura» en las estrellas. Quizá todo fuera una ilusión óptica (nunca puede saberse). 6Alucinaciones? ¿Delirio? ¿sugestión? iQuién sabe!... Sólo sé que aquella noche los dos vimos lo mismo: uno de cerca, otro de lejos. Mi abuelo murió loco y desde entonces yo ... ya no puedo «mirar al cielo con los pies en la tierra>> pues, ¿qué es la Tierra sino un bombón suceptible de ser devorado por nuestro amigo? Thmado de: Emiliano González: Casa de horror y de magia, México, Joaquín Mortlz, 1989.

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