10 leyendas ecuatorianas.docx

LEYENDAS ECUATORIANAS VÍCTOR EMILIO ESTRADA Y EL PACTO CON EL DEMONIO Dice la leyenda que Víctor Emilio Estrada (ex pres

Views 136 Downloads 0 File size 633KB

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD FILE

Recommend stories

Citation preview

LEYENDAS ECUATORIANAS VÍCTOR EMILIO ESTRADA Y EL PACTO CON EL DEMONIO Dice la leyenda que Víctor Emilio Estrada (ex presidente del Ecuador en 1911) era un hombre de fortuna, acaudalado y de sapiencia, todo un caballero de fina estampa. Las personas de esa época decían que el caballero había hecho un pacto con el Diablo, y que cuando muriera él mismo vendría a su tumba a llevárselo. Se dice Víctor Emilio Estrada construyó una tumba de cobre para que el Demonio no invadiera su descanso. Al morir fue enterrado en su tumba de cobre, una de las más grandes del cementerio de Guayaquil. El Demonio quiso llevarse su alma al infierno como habían pactado, pero en vista de que no pudo éste lo maldijo y dejó varios demonios de custodios fuera de su tumba para que lo vigilaran y no lo dejaran descansar en paz. Desde ese día Víctor Emilio Estrada no descansa en paz y todas las noches sale a las 23 horas con su sombrero de copa y su traje de gala por la puerta uno del famoso cementerio de Guayaquil, a conversar con las personas que se detienen a coger el bus en la parada.

CANTUÑA La leyenda de Cantuña, una de las más conocidas entre los quiteños. Cuenta la leyenda que en la antigua ciudad colonial de Quito, vivía entre tantos, un indio llamado Cantuña. Hombre hábil en el arte de la cerrajería, carpintería y en especial de la albañilería. Fue contratado por los Frailes Franciscanos para la construcción del atrio del convento Máximo de San Francisco de Quito. El indígena comenzó la construcción del atrio pero lamentablemente el tiempo que disponía era muy corto. Pasaron los días y la construcción aún faltaba de terminar por lo que Cantuña poco a poco empezó a desesperarse. Llegó el momento en que faltaba tan sólo un día para la entrega de la obra, y el atrio aún no estaba culminado. Al verse impotente ante la falta del compromiso adquirido, Cantuña cayó en desesperación y la aflicción se apoderó de él. Cantuña desesperado pactó con el diablo y este le dijo: 

No tengas miedo, soy Luzbel y vine a ayudarte. Te ofrezco construir el atrio antes de la salida del sol a cambio de tu alma.

 Acepto, dijo el indio pero si falta una piedra no hay trato. Luego de terminar el trato, miles de diablitos salieron de la oscuridad y se pusieron a trabajar. Cerca de salir el sol, la iglesia estaba casi lista cuando el indio con mucho miedo rezó a Dios y Le pidió ayuda. De no ser por una piedra que los diablitos no alcanzaron a colocar es así que el indio Cantuña pudo salvar su alma.

LA DAMA TAPADA Se dice que la Dama Tapada, es un ser de origen desconocido que se aparecía en horas cercanas a la medianoche a las personas que frecuentaban callejones no muy concurridos. Según las historias relatadas por muchas personas acerca de estos acontecimientos, una extraña joven se les aparecía, vistiendo un elegante vestido de la época, con sombrilla, pero algo muy particular en ella era que llevaba su rostro tapado con un velo, el cual no permitía que las víctimas la reconocieran. Al estar cerca de la Dama, se dice que despedía a su entorno una fragancia agradable, y por ello, casi todos los que la veían quedaban impactados al verla y estar cerca de ella. Hacía señales para que la siguiesen y, en trance, las víctimas accedían a la causa pero ella no permitía que se les acercara lo suficiente. Así, los alejaba del centro urbano y en lugares remotos empezaba a detenerse. Posteriormente cuando las víctimas se le acercaban a descubrirle el rostro un olor nauseabundo contaminaba el ambiente, y al ver su rostro apreciaban un cadáver aún en proceso de putrefacción, la cual tenía unos ojos que parecían destellantes bolas de fuego. La mayoría de las víctimas morían, algunos por el susto y otros por la pestilente fragancia que emanaba el espectro al transformarse. Muy pocos sobrevivían y en la cultura popular los llamaban tunantes. Desde aquellos acontecimientos, hay quienes dicen que posteriormente aun transita por los callejones por las noches.

EL DUENDE El duende es uno de por personajes del que se tiene referencia en todo país, sin embargo lo describiremos según la versión de la provincia de Manabí: Este duende es travieso por excelencia, coqueto, mirón y enamoradizo. Sea para tratar de llevarse a muchachas jóvenes de cabellos largos o grandes ojos para embarazarlas; sea para echar a perder los guisos arrojando sal o ceniza, o sea para esconder los objetos más queridos de señoras y señoritas, lo cierto es que este personaje condensa las más profundas inquietudes y temores, deseos y curiosidades de los hombres con respecto al mundo femenino, que es el universo favorito del duende para hacer gala de su ingenio ambiguo y peligroso. Es un personaje chiquito con los tobillos torcidos atrás, se viste de rojo; otra descripción habla de una especie de animal pequeño y feo. Sea como fuere su apariencia cuando se enamora 'lo hace de verdad' y empieza a desplegar estrategias como molestar haciendo travesuras o impidiendo que el novio se acerque, es muy celoso. Se dice de un secreto para protegerse del duende, que consiste en colocar una guitarra desafinada y un espejo en el cuarto de la mujer. La idea es que se enoje cuando quiera tocar la guitarra y se refleje en el espejo su rostro horrible, entonces se aleja avergonzado de su fealdad. Se dice también que existen 'duendas' que persiguen a los hombres solteros o casados, que son objeto de sus amores. De su apariencia se sabe que son gorditas, chiquitas y de pies virados. Un rasgo importante de estos seres del imaginario popular, es que se no se trataría de duendes aislados, sino de toda una 'nación' dispersa en cuevas, huecos, barrancos, quebradas, que son sus sitios preferidos para vivir y recrear sus costumbres y formas de procreación similares a las de los humanos.

EL GALLO DE LA CATEDRAL Cuando Quito era una ciudad llena de misterios, cuentos existía un hombre de fuerte carácter, le tentaban las apuestas, las peleas de gallos, la buena comida y sobre todo le encantaba la bebida. Este hombre era conocido como don Ramón Ayala y apodado el "buen gallo de barrio". Dentro de su día tenía la costumbre de visitar la tienda de doña Mariana, por sus deliciosas mistelas, en el tradicional barrio de San Juan. Dicen que la doña era muy bonita y trataban de impresionarla todos los hombre de alguna manera. Don Ayala después de sus acostumbradas borracheras, gritaba con voz estruendosa que el era el era el más gallo de barrio y que ninguno lo ningunea a él. Caminando hacia su casa que se ubicaba a unas pocas cuadras de la Plaza de la Independencia, decide pararse frente a la Catedral y así se enfrenta al gallo de la Catedral, diciendo:"¿Qué gallos de pelea, ni que gallos de iglesia", !Soy el más gallo!, !Ningún gallo me ningunea!, !Ni el gallo de la Catedral! Se dice que los gritos de don Ramón podía acabar con la paciencia de cualquiera, acercándose al lugar del diario griterío, vuelve don Ramón, ebrio, pero esta vez sintió un golpe de aire, en un primer momento pensó que era su imaginación, pero al no ver al gallo en su lugar habitual le entró un poco de miedo, pero como un buen gallo se paró desafiante. El gallo con un picotazo en la pierna lo tiró en el suelo de la Plaza Grande. Don Ramón entre el susto y el miedo pidió perdón a la Catedral y a su gallo, pero este le dijo que prometiera que nunca volviera a tomar y él le contestó que ni agua volverá a tomar. Desde ese día, algunas personas que lo conocían, dijeron que nunca volvió a tomar y se volvió una persona seria y responsable.

EL padre Almeida La leyenda del padre Almeida cuenta la historia de un padre que no precisamente podía serlo, por su mala conducta. Este padre todas las noches salía a tomar aguardiente, saliendo por una guarida secreta, la que consistía en alzar un brazo de la estatua de Cristo, sin pensar que un día, esta estatua hablaría y le diría, ¿Hasta cuándo padre Almeida? y él le contestó "Hasta la vuelta" y siguió su camino. A su regreso ya borracho se encontraba paseando por las calles de Quito, observó seis hombres altos vestidos de negro alzando un ataúd. El padre pensó que chocó con un toro y se desplomó, pero al despertar regresó a ver el ataúd y se percató que en su interior estaba él, asombrado por lo que vio, huyó. Al reflexionar sobre lo sucedido pensó que esto podía ser una señal y que si seguía tomando podría morir intoxicado, desde aquel día el padre Almeida nunca volvió a tomar y la estatua del Cristo se la ve más sonriente.

EL penacho de atahualpa Cuenta la leyenda que muerto el último shyri, los jefes del Reino de Quito proclamaron como legítima dueña de la corona a la joven y bella Pacha, hija única del último jefe shyri. Huayna Cápac, el conquistador inca, fue donde la reina Pacha a ofrecerle su amistad. La soberana escuchó con orgullo sus promesas de paz. Sin embargo, la inteligencia y hermosura de Pacha conquistaron el corazón de Huayna Cápac, que desde aquel día sólo quiso agradarla. La princesa aceptó ser su esposa. Pacha y Huayna Cápac vivieron en un hermoso palacio llamado Incahuasi. Allí nació el futuro soberano, el príncipe Atahualpa, quien desde muy pequeño aprendió la importancia de acatar y cumplir las leyes y las decisiones que impartía su padre. Un día que practicaba con su lanza, le llamó la atención una linda guacamaya de hermosos colores. Al instante sacó su arco, disparó con certeza y la mató. Con la guacamaya muerta corrió en busca de su madre. Pacha no lo recibió contenta, al contrario, le hizo notar que había incumplido con la ley. Le recordó el mandato de su tribu: "Se mata al enemigo solamente en la guerra, porque él también posee armas para defenderse. No así a las aves, que adornan la naturaleza con sus colores y la llenan de encanto con sus trinos". Pacha arrancó una pluma de la guacamaya y la puso en el penacho del pequeño, para que no olvidara nunca la lección aprendida.

La viuda del tamarindo La viuda era oriunda de la región que produce la sal prieta y los tamarindos que pertenecían a la corona española por estar situados en terrenos realengos. Esto en Ecuador. Ella es manabita. La viuda del tamarindo, según dicen, fue una bella mujer elegantemente vestida, que caminaba rápidamente y salía de improviso delante de algún nocturno parrandero que ilusionado la sigue y tiene que caminar largos trechos detrás de ella, hasta que cansado por el ejercicio, habla y rompe el encantamiento, haciendo que la viuda se dé vuelta y enseñe la horrible y fantasmagórica presencia de una calavera envuelta en ropas femeninas. Indudablemente esto ocasiona el desmayo de la víctima que rueda sin sentido y no podría ser de otra manera, la historia siempre termina con el triunfo de la viuda que asusta al candidato por ella escogido. Esta historia se repite siempre con iguales resultados, nadie ha podido darle alcance y ver su cara. Únicamente se la contempla cuando se transforma en una horrible calavera. Hasta que alguien superando el miedo, se le acercó sin que ella se percatara y le sacó el velo, pero !oh sorpresa!, su cara era una calavera. Desde aquella vez, al verse descubierta nunca más apareció por esos lares. Esta historia tiene muy poco parecido a la anteriormente contada. Lo cierto es que sea cual sea la verdadera historia, esta leyenda seguirá contándose como hasta ahora, de generación en generación.

El Cristo de los Andes Los sacerdotes no podían creerlo, Manuel Chili, el pequeño indígena que se descolgaba de un lado a otro entre andamios y pasadizos en el interior de la iglesia de La Compañía, de pronto se convirtió en un gran artista. Los jesuitas, sorprendidos de la habilidad de este joven, decidieron tomarlo a su cargo, darle vivienda, comida y un poco de dinero, pues los talladores no tenían el reconocimiento de verdaderos artistas. También le ofrecieron una preparación especial en el arte, para que obtuviera un mejor dominio de la escultura y la pintura. Así nació el gran ¡Caspicara! Manuel trabajaba doce horas al día sobre andamios y bordes peligrosos. Esto le creó una extraña fobia a las alturas. Cuentan que por esta fobia permanecía largos ratos en silencio y con los ojos cerrados. El capellán de la iglesia cuando lo veía se enfurecía: él imaginaba que Manuel Chili estaba dormido. Su fama se extendió y sus obras empezaron a cotizarse en grandes pesos en oro. Las iglesias de nuestro país, como también las de Colombia, Perú, Venezuela y España, gozaban con la majestuosidad de sus cristos, marías y niños dioses. Es tanta la belleza de estas imágenes, que mucha gente les ha dado virtudes milagrosas. Actualmente sus obras no tienen precio, están valoradas en millones de dólares y son patrimonio cultural del país. Irónicamente, el maestro Manuel Chili murió en la pobreza mayor, abandonado en un hospicio y despreciado por la gente.

La caja ronca La Caja Ronca cuenta que en Ibarra (Ecuador), existieron dos amigos llamados Manuel y Carlos, a los que cierto día, don Martín (papá de Carlos), encomendó que llegaran a un cierto potrero y sacaran agua de la acequia y que luego regasen esa agua en la cementera de papas, la que le pertenecía a la familia de don Carlos y la que estaban perdiendo a causa de la intemporalidad del tiempo. En la noche se les podía encontrar caminando por muy obscuros y escalofriantes callejones, a medida que avanzaban se escuchaba un terrorífico "tararán - tararán". Estos chicos horrorizados por este sonido decidieron esconderse tras la pared de una casa abandonada, de donde vieron un suceso que cambiaría su vida perpetuamente. Tres personajes, unos cuerpos flotantes encapuchados, con velas apagadas, cruzaron el lugar llevando consigo una carroza montada por un ser espantoso de curvos cuernos, dientes afilados de lobo y unos ojos de serpiente que hacían temblar hasta el más fuerte. Tras él se lo divisaba a un individuo de blanco casi transparente, tocando una especie de tambor del que salía el mencionado "tararán, tararán". Al ver esta escena Manuel y Carlos recordaron la historia que les contaron sus abuelos y abuelitas y muertos del horror reconocieron que era la Caja Ronca y se desmayaron. A despertar pensaron que fue una pesadilla, pero como prueba de que no lo era, llevaban con sigo una velas que no eran unas simples velas, eran huesos fríos de muerto muy parecidos a los que tenían esos seres encapuchados. Gritos de desesperación y horror despertaron a los pocos vecinos del lugar, que encontraron a la pareja de jóvenes pronunciando palabras inentendibles que finalizaron en cuanto la familia Domínguez y Guanoluisa los calmaron. Después de ciertas discusiones de las dos familias, Carlos y Manuel decidieron regresar a casa, contaron lo ocurrido a don Martín, el cual no les creyó, tachándoles de vagos. Después de esa noche nunca se volvió a escuchar el tararán tararán de la Caja Ronca, dejando así un gran susto que nunca olvidarán.