1. Cristianismo, Religion Revelada

Campus Dominicano I. EL CRISTIANISMO ES UNA RELIGIÓN REVELADA Profesor: Vicente Botella Cubells, OP A. Aclaración prev

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I. EL CRISTIANISMO ES UNA RELIGIÓN REVELADA Profesor: Vicente Botella Cubells, OP

A. Aclaración previa: ¿qué es una religión revelada? En todas las religiones existe una conciencia muy viva de la acción divina en la esfera mundana y humana. ¿Cómo se explica esta acción o esta presencia de la divinidad en el fenómeno religioso? En las "grandes religiones", en las que se acentúa sobremanera el movimiento de irrupción de la actividad divina en la realidad humana, el fenómeno de la revelación justifica este dinamismo comunicativo de Dios. La revelación alude al hecho de quitar el "velo" que oculta o hace inaccesible una verdad. Por medio de esta "des-velación" queda patente lo que antes era secreto. De acuerdo a esto, en la revelación religiosa la verdad, antes oculta y ahora manifiesta, es siempre una verdad relativa a la divinidad. Dios, por tanto, será siempre el artífice del movimiento revelador, dado que la criatura humana nunca puede alcanzar por sí misma la absoluta transcendencia de Dios y que la verdad des-velada -aunque competa a la criatura- tiene su origen en la divinidad. El concepto de religión revelada que nos interesa destacar aquí es aquél que subraya que Dios se ha dado a conocer a sí mismo a la humanidad en un momento histórico determinado. Normalmente, Dios se da a conocer a través de una(s) persona(s) concreta(s). Esta persona es "el fundador" de la religión, un especialista en lo sagrado que capta el acercamiento desvelador de Dios y que es capaz de participarlo a sus congéneres de un modo eficaz. Así, por ejemplo, © Dominicos 2008

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Campus Dominicano en el cristianismo (Jesús de Nazaret), en el judaísmo (Moisés), en el Islam (Mahoma) etc. En estos casos se dice que las religiones reveladas son de corte profético e histórico. El fundador es el receptor de la acción reveladora de Dios y el encargado de transmitirla a los demás por medio de la palabra. Una palabra que, luego, se consigna por escrito. Este fundador actúa, pues, como profeta, como mensajero de Dios: es el comunicador cualificado de la revelación que Dios le ha hecho. Los hechos que rodean el proceso de la revelación y de su comprensión y expresión profética son determinantes para este tipo de religiones. En otras ocasiones, la revelación divina llega por un itinerario distinto. Es lo que ocurre en las religiones orientales como el hinduismo y el budismo, donde el conducto de la revelación de Dios no es el profeta sino la experiencia mística. En la experiencia mística, directa e inmediata, sería posible captar a Dios o al absoluto. Los escritos de estas religiones "místicas", "reveladas", no contienen una descripción de las relaciones de Dios con el hombre en la historia, sino que son más bien una comprensión gradual por parte del hombre del ser de Dios y de la persona humana. Como se podrá entender, el cristianismo es una religión revelada de corte profético e histórico. Su fundador, Jesús de Nazaret, es el profeta encargado de dar a conocer por medio de su predicación y actuación histórica la voluntad de Dios. Esta predicación y actuación esta recogida en los libros sagrados de la comunidad cristiana. Sin embargo, para el cristianismo el papel único de Jesús, como revelador de Dios, continúa y lleva a su plenitud el proceso revelador de Dios iniciado en el judaísmo, con el que conecta Jesús racial y religiosamente. En este sentido Jesús es algo así como "un nuevo Moisés" que profundiza, extiende y hace nueva la Alianza de Dios con Israel. De ahí la singular composición del texto sagrado de los cristianos (la Biblia). Un texto formado por libros sagrados del judaísmo (Antiguo Testamento) más los suyos propios (los relativos a Jesús, Nuevo Testamento). Un texto que, por tanto, contiene la revelación del Dios de Jesús a lo largo de la historia.

B. Una distinción importante: Salvación y revelación no son realidades coincidentes El cristianismo es una religión revelada de corte profético-histórico. El cristianismo sostiene que Dios a lo largo de la historia se ha acercado a la vida de la humanidad, con sus avatares, luchas y anhelos, para darse al conocer como verdad del universo y para darle a la criatura humana la posibilidad de acceder a su propia verdad humana. Esta comunicación revelada de Dios, que podemos presentar como "verdad", no ha de confundirnos. No se trata de una verdad teórica, abstracta. Antes que nada la revelación de Dios de la que habla el cristianismo -también las demás religiones- es una revelación salvífica (dirigida a suscitar la vivencia de la salvación). Por tanto, lo que interesa a la

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Campus Dominicano comunicación divina contenida en las Escrituras cristianas (Biblia) es la vivencia liberadora y plenificadora de la humanidad: la experiencia de la salvación. Todo esto justifica que el cristianismo enseñe que Dios se haya dado a conocer (se ha revelado) a lo largo de una historia que tiene una dimensión salvífica: Dios se revela en la historia de la salvación. Pero la salvación y su historia no es lo mismo que la revelación y su historia. Conviene distinguir y relacionar ambos conceptos con precisión. La revelación siempre será una parcela -realmente significativa y explícita- de la salvación. La salvación es tan amplia como la propia existencia histórica de la humanidad. El deseo de la salvación, de plenitud humana, de realización transcendente, recorre transversalmente la historia de los pueblos. La actuación de Dios también. No tiene límites espaciales o temporales. Por tanto, la historia de la revelación judeo-cristiana (o incluso de las demás tradiciones religiosas) no puede acaparar el todo del ámbito de la salvación. Y eso porque la acción de Dios hacia la humanidad, por mucho que quede recogida de una manera "especial" e insuperable en la revelación (así lo afirma el cristianismo de su revelación), no agota nunca la presencia de Dios en el mundo, ni su acción salvadora en favor de los hombres. El Dios salvador siempre es más que lo que su revelación contiene, por mucho que esa revelación retenga lo mejor de Dios de cara a la salvación de la humanidad. La historia de la salvación es más grande que la historia de la revelación: "La historia de la salvación no es pues exactamente lo mismo que la historia de la revelación; en esta última, la historia de la salvación se convierte en una experiencia de fe de la que existe una conciencia explícita y que aparece por escrito. Sin la historia universal de la salvación cualquier historia especial de revelación, como la de Israel y Jesús, resulta imposible. La salvación de Dios aparece, pues, en primer lugar, en la realidad secular de la historia y no en la conciencia de los creyentes al tener conocimiento de ella. Aunque esta toma de conciencia es un don cuya importancia no podemos subestimar" (M.GELABERT, La revelación, acontecimiento con sentido, Madrid, 1995, pp. 51-52).

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C. La revelación cristiana y sus características 1) La comprensión de la revelación en la historia del Cristianismo La revelación cristiana es la automanifestación de Dios a la humanidad a lo largo de la historia. Automanifestación ultimada en la persona de Jesús de Nazaret. Sin embargo, a lo largo de la historia del cristianismo el concepto de revelación, su inteligencia, ha variado. Antes de adentrarnos en un breve repaso del proceso que la comprensión del concepto revelación ha tenido, sería conveniente destacar su tenor "transcendental". En efecto, "revelación" es una noción "transcendental" del cristianismo. Con ello queremos decir que es una categoría que está en la base, en el fundamento, en la entraña de la fe cristiana y que, por ello, acompaña y abarca todo su universo. La revelación supone el movimiento de Dios hacia la humanidad. Movimiento previo y fundante que provoca del lado humano la acogida confiada desde la fe e impulsa la puesta en marcha de la aventura cristiana. Sin revelación, por tanto, no hay fe. Sin revelación tampoco hay reflexión sobre la fe (teología), ni posible vivencia de la misma. La revelación es una noción fundante del cristianismo. Dada la importancia y la medida transcendental de este concepto cristiano, no extrañe su carácter polisémico. La historia del cristianismo muestra que se ha tenido de él, según las épocas, una muy variada comprensión que nos gustaría presentar en trazos muy cortos. En el período patrístico (después del tiempo apostólico o neotestamentario), y bajo el influjo del mundo cultural griego, se identifica la revelación con el "texto bíblico inspirado". En la Edad Media (sobre todo los grandes Maestros como Tomás de Aquino, siglos XII y XIII), la revelación designaba la iluminación divina gracias a © Dominicos 2008

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Campus Dominicano la cual los autores inspirados (profetas) captaron la vedad que se comunicaba. El concepto, por tanto, se aplicaba más que a los contenidos concretos al acto en sí, a su fuente o procedencia. En el Catolicismo, y tras el Concilio de Trento (s. XVI), la noción de revelación pasará a designar las proposiciones, los contenidos y el cuerpo de verdades comunicadas por Dios. En esta misma época, asistimos al nacimiento de la teoría del "sobrenatural" que tuvo sus repercusiones en la teología de la revelación. Se distinguieron dos órdenes de verdades: las alcanzadas por la razón y las sobrenaturales o reveladas, comunicadas por Dios para la salvación de la humanidad. Éste el es ambiente teológico que la Ilustración iba a encontrar y contra el que chocó frontalmente. La "Aufklärung" con sus ideales de racionalidad y libertad puso en cuestión la comprensión de una revelación heterónoma (sobrenatural) y autoritaria (garantizada por el magisterio), y quiso ajustar el fenómeno religioso a los límites de la razón. De ahí su defensa del ideal de una "religión natural", opuesta a una "religión revelada". En el espacio cristiano católico se desencadenó una nueva reacción. El Concilio Vaticano I (siglo XIX) fue el que la capitalizó. Los padres conciliares no definieron el término pero, por el uso que hicieron de él en los textos, lo equipararon a la doctrina de la fe: al conjunto de misterios contenidos en la Palabra de Dios, escrita y transmitida, y que son propuestos por el Magisterio de la Iglesia. Es decir, la revelación se identificaba con un cuerpo de verdades de fe, y se alejaba de la historia y de la experiencia cotidiana, convirtiéndose en un elenco de afirmaciones divinas caídas del cielo a las que hay que adherir para salvarse. El criterio de su validez radicaba en su origen divino, ratificado por la autoridad magisterial.

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Campus Dominicano En este clima, el modernismo, en continuidad con los principios de la Ilustración, queriendo rehabilitar -contra la rigidez conceptual y objetivista de la posición del Vaticano I- el aspecto no conceptual de la experiencia de la fe, redujo la revelación a la toma de conciencia de las relaciones entre el hombre y Dios, vaciándola de su dimensión transcendente. De este modo: el hombre se convertía en la medida de la revelación. La teología de la revelación del siglo XX ha quedado marcada por el pensamiento de algunos autores del mundo protestante quienes, a su vez, estuvieron influidos por el tema hegeliano de la automanifestación divina en la historia y por el redescubrimiento de la perspectiva bíblica de la economía de la salvación. En efecto, las dimensiones histórica y antropológica han entrado a formar parte del concepto contemporáneo de revelación, que, así, conjuga en un nuevo equilibrio, las instancias inmanentes y transcendentes de la comunicación divina. La revelación, en la nueva visión -compartida también por el Vaticano II- no es un cuerpo doctrinal sino, ante todo, la manifestación personal de la Verdad (Jesucristo) en la historia y su aceptación por parte del hombre. El gran acierto de esta perspectiva es el haber señalado claramente el punto en el que la revelación se hace audible: la historia, la experiencia humana. Este brevísimo recorrido pone en evidencia la dificultad fontal de la fe cristiana: la comprensión de la relación Dios-hombre. A propósito de la revelación de advierte que en unos momentos las cosas se han inclinado del lado de Dios y en otros del lado del hombre. El concepto de revelación cristiana ha de integrar armónicamente a Dios y a la criatura humana mostrando el origen divino de la relación reveladora pero la medida humana de su expresión.

2) Características de la revelación cristiana La revelación cristiana es el movimiento de autocomunicación manifestativa o autodonación de Dios a los hombres, tal y como se ha producido en Jesús de Nazaret. Para el cristianismo, Jesús es la cima de la dinámica reveladora de Dios. Todo en él es revelación de Dios. Y no sólo en el sentido de que sea un profeta inspirado que capta "el mensaje de Dios" en la vida y en el acontecer del mundo, y que sabe decírselo a los hombres; sino porque su © Dominicos 2008

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Campus Dominicano realidad personal acabó siendo identificada con la misma revelación. De este modo, el cristianismo reconoce en Jesús no sólo al profeta que comunica la revelación de otro, sino el contenido mismo de la revelación de Dios. El cristianismo confiesa que en ese hombre estaba Dios revelándose a título tan único que sólo alguien que venía de Dios mismo y se identificaba con Él podía ser el responsable de esa revelación. Jesús de Nazaret para el cristianismo es el Mesías de Dios, la revelación de Dios. Jesús para el cristianismo es Jesucristo, el Hijo de Dios: "Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas: en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo...; el cual siendo resplandor de su gloria e impronta de su sustancia y el que sostiene todo con su palabra.." (Hebreos, 1, 1-3). Siendo esto así, la revelación cristiana se ajusta a la medida de Jesucristo. Los rasgos y características de la revelación son rasgos y características derivadas de Jesucristo. Vamos a presentar las características más importantes de la revelación cristiana a partir de las enseñanzas de un texto que, para los cristianos católicos, es, en estos momentos, crucial. Nos referimos a la Constitución Dogmática sobre la revelación, Dei Verbum, del Concilio Vaticano II.

a) Rasgos de la revelación cristiana según la Dei Verbum El 18 de noviembre de 1965, el Concilio Vaticano II aprobaba y promulgaba la Constitución sobre la revelación, Dei Verbum. Esta Constitución tiene 26 números distribuidos en un "Proemio" y seis capítulos. Su polémica y concienzuda elaboración son prueba inequívoca de la importancia del tema en ella abordado de cara a la puesta al día de la doctrina y de la vida de la Iglesia Católica, finalidad de la convocatoria conciliar. No podemos entretenernos en una presentación pormenorizada de los rasgos de la revelación según este documento. Pensamos que un somero análisis del primer número de la Constitución Dei Verbum (del "Proemio") será más que suficiente para que nos hagamos una idea bastante ajustada del cuadro de coordenadas que sostiene su visión sobre el particular. Y esto, porque dicho "Proemio" es un resumen apretado, pero fiel, de todo el texto de la Constitución. El texto del Proemio es el siguiente: «La Palabra de Dios la escucha con devoción y la proclama con valentía el Santo Concilio, obedeciendo a aquellas palabras de Juan: Os anunciamos la vida eterna: que estaba junto al Padre y se nos manifestó. Lo que hemos visto y oído os lo anunciamos para que también vosotros viváis en esta unión nuestra, que nos une con el Padre y con su Hijo Jesucristo (1 Jn.1,2-3). Y así siguiendo las huellas de los concilios Tridentino y Vaticano I, este Concilio quiere proponer la doctrina auténtica sobre la revelación y su transmisión: para que todo el mundo la escuche, creyendo espere, esperando ame» (DV 1). © Dominicos 2008

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Campus Dominicano b) Revelación y Palabra Desde la primera frase del Proemio queda claro que la cuestión de la revelación va unida intrínsecamente a la de la Palabra de Dios. Palabra de Dios, dice el texto, audible y proferible por parte del Concilio. Palabra divina, en consecuencia, inteligible y localizable en la palabra de los hombres. Palabra que expresa la relación peculiar que Dios mantiene con la humanidad en el tejido del mundo. Precisamente, este «singular ser» de la revelación (Palabra de Dios en la historia) manifiesta la originalidad insondable del misterio cristiano. Si se profundiza en el significado exacto del trazo sugerido por estas afirmaciones podemos entresacar algunos datos interesantes. Principalmente, el espacio que compete a la revelación y sus características distintivas. Vamos a verlo. 1. El primer dato afecta al horizonte abarcado por el mundo de la revelación. Un horizonte delimitado por dos temas: el ser mistérico de la revelación y su transmisión. La frase inaugural de la DV deja ya entrever esta vertebración temática en las formas verbales ("escucha" y "proclama") utilizadas para precisar la actitud del Concilio frente a la Palabra de Dios. Por una parte, la Iglesia conciliar se reconoce deudora de la Palabra y, con disposición contemplativa, se pone a su "escucha". Esta disposición se confirma a renglón seguido con la alusión a la "obediencia a las palabras de la primera carta de Juan" citadas (obedeciendo a aquellas palabras de Juan). Por otra parte, el Concilio se ve impelido, siguiendo también los imperativos del Verbo interiorizado, a proclamar con firmeza la Palabra de Dios a la que presta atención, para, a su vez, transmitir a «otros» la riqueza que él mismo recibe. Así que en este doble movimiento (escucha-proclamación de la Palabra) se condensa el mundo de la revelación que el Concilio desea abordar en su reflexión. Por eso, cada una de las partes de este movimiento, íntimamente unidas entre sí, se corresponden con los dos temas principales de la Constitución: la revelación en sí misma o el misterio de la revelación (capítulo primero) y la transmisión de la revelación (sobre todo capítulo segundo, pero a la que, de alguna forma, hacen referencia igualmente los capítulos restantes del texto, dedicados a la Escritura). 2. El segundo de los datos interesa directamente a las características de la revelación. La dinámica «escucha-proclamación» deja entrever el carácter histórico, personalista y dialogal de la revelación según la DV. La «llegadatransmisión» de la Palabra de la Salvación a través de un conducto humano (la escucha-proclamación) hace que la revelación Divina «se amolde» a los rasgos característicos de la comunicación usual entre hombres y mujeres: un diálogo personal en la historia (la revelación como un encuentro personal entre Dios y los hombres y, además, como un encuentro progresivo, por ser una relación © Dominicos 2008

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Campus Dominicano interpersonal en la historia). Este rasgo se ve confirmado y ampliado cuando se entra en la cita joánica. Allí, la calificación de la revelación cristiana se matiza. Así, a la historicidad personalista de la revelación se añade el rasgo de la sacramentalidad. El texto deja muy claro que se trata de una revelación epifánica de Dios (se nos manifestó). Siendo esto así, la Palabra divina revelada adopta una medida humana (hemos visto y oído): se trata, por ende, de una revelación de estructura divino-humana. Esta circunstancia, a su vez, transparenta otra nota distintiva del ser de la revelación que viene a unirse a sus dimensiones histórico-sacramentales: su carácter encarnado. Esta última característica refleja nítidamente la «capitalidad» de Jesucristo en la dinámica de la autocomunicación divina: Cristo es la cima del encuentro interpersonal y progresivo entre Dios y los hombres, que supone la revelación. De acuerdo con la DV, la revelación tiene un predominante acento cristológico, eso sí, dentro de una «envoltura» trinitaria. Finalmente, de 1Jn. 1, 2-3 se deducen otros dos elementos específicos del hecho revelado cristiano que no podemos dejar de lado: el tenor salvífico-vital de su contenido y su aspecto eclesial-comunitario. El objetivo director de la revelación, según la perspectiva joánica evocada por el Concilio, es el conocimiento de la vida eterna (os anunciamos la vida eterna). Vida eterna identificable con Dios y con su manifestación histórica en Jesucristo. «Conocimiento», por lo tanto, de orden salvífico-liberador antes que intelectual o doctrinal. Conocimiento vital e íntegro -subraya el texto-, capaz de crear y de extender la fraternidad humana y la koinonía eclesial (para que también viváis en esta unión nuestra). Conocimiento transmisible, según el proceso descrito, por medio del anuncio y del testimonio de la comunidad.

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D) Jesucristo es el centro y la clave de la revelación cristiana El ser y los rasgos propios de la revelación coinciden con el ser y los rasgos de Jesucristo. Según la fe cristiana, la automanifestación divina de Dios a la humanidad en la historia tiene en Él, que es todo de Dios y todo de la humanidad (verdadero Dios y verdadero hombre), su momento señero, su centro y su clave de comprensión. Jesucristo es, por tanto, la plenitud de la revelación cristiana, la cima del proyecto de Dios y, en este sentido, es la referencia insustituible (la revelación normativa). Hacia Cristo converge, en un proceso de auténtica adaptación pedagógica, la revelación progresiva de Dios en la historia. Siendo esto sí, la dinámica de la revelación divina, como hemos comentado más arriba, está marcada por la historicidad y por el principio de la encarnación: Se podría decir que la historicidad y la encarnación propias de la revelación eclosionan en Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre en la historia. Por consiguiente, desde Cristo hay que entender la lógica y la verdad de todo el camino revelador de Dios en la historia humana. Avanzando por esta vía se atisba con bastante claridad que, en el cristianismo, Jesucristo no sólo es el Profeta que revela a Dios a la humanidad, sino el contenido mismo de la revelación que Dios quería confiar a los hombres. Jesucristo, pues, es la revelación, el mismo misterio de Dios escondido. Algunos textos del Nuevo Testamento lo expresan muy claramente: "A Aquel que puede consolidaros conforme al Evangelio mío y la predicación de Jesucristo: revelación de un Misterio mantenido en secreto durante siglos eternos, pero manifestado al presente, por las Escrituras que lo predicen, por disposición del Dios eterno, dando a conocer a todos los gentiles para obediencia de la fe, a Dios, el único sabio, por Jesucristo, a Él la gloria por los siglos de los siglos" (Rom 16, 25-27); © Dominicos 2008

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Campus Dominicano "... he llegado a ser ministro, conforme a la misión que Dios me concedió en orden a vosotros para dar cumplimiento a la Palabra de Dios, al Misterio escondido desde siglos y generaciones, y manifestado ahora a sus santos, a quienes Dios quiso dar a conocer cuál es la riqueza de la gloria de este misterio entre los gentiles, que es Cristo entre vosotros, la esperanza de la gloria" (Col 1, 26-27); "Y sin duda alguna, grande es el Misterio de la piedad: Él ha sido manifestado en la carne, justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, proclamado a los gentiles, creído en el mundo, levantado en la gloria" (1Tim 3, 16). Consideradas las cosas desde esta óptica, si Cristo es a la vez el misterio revelante y el misterio revelado, el mediador y la plenitud de la revelación, se sigue que Él ocupa en la fe cristiana una posición única, que distingue al cristianismo de todas las otras religiones reveladas. Sólo el cristianismo se presenta como una religión cuya revelación se encarna en una persona que, a su vez, ha de ser recibida como verdad viva y absoluta. Creer en Jesucristo es creer en Dios. Jesucristo no es un simple fundador de una religión. Es mucho más para el cristianismo. En estricta lógica, si Cristo es el Verbo encarnado de Dios, los signos que permiten identificarlo como tal no son exteriores a él, sino que emanan de ese centro personal de irradiación que es Cristo. Como Él es, en su persona, luz y fuente de luz, Jesús puede hacer gestos, proclamar un mensaje, introducir en el mundo una calidad de vida y de amor que manifiesten, en verdad, a Dios y a su proyecto. Y en efecto, las obras, el mensaje, el comportamiento de Jesús de Nazaret son para el cristianismo de un orden especial: manifiestan en el mundo humano la presencia del totalmente otro. Jesús, para la fe cristiana, es transparencia de Dios, es Parábola de Dios, es Palabra de Dios, es Signo de Dios, es Sacramento de Dios. Jesús de Nazaret es el Cristo de Dios, el Hijo de Dios. La presencia en Jesucristo de lo divino en lo humano, de lo trascendente en lo inmanente, de lo absoluto en lo particular permite identificar la estructura del movimiento revelador de Dios y del propio contenido revelado. Tiempo tendremos de comentarlo en el capítulo cuarto del curso. Pero hagamos ya un anticipo: entre Dios y la humanidad, que está en el mundo, no sólo se da la diferencia, existe también un punto de encuentro y de coincidencia. Ese punto de coincidencia entre Dios y el hombre se da en la humanidad (sobre todo en la de Cristo); por eso la humanidad puede ser reveladora o manifestadora de Dios. Esta estructura (identidad en la diferencia) es la estructura de la revelación cristiana. No es una conquista humana. Es un don de Dios. Ello explica que Jesucristo, en sí mismo, en el misterio de su divinidad encarnada, sea el "signo" de la revelación de Dios. El signo a descifrar; el signo hacia el que todos los otros signos de la revelación remiten como un haz © Dominicos 2008

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Campus Dominicano convergente y el signo del que pende el significado de todos ellos. En suma, Jesucristo es el centro y la clave de la revelación cristiana.

Bibliografía •

BOTELLA, Vicente, Hacia una teología tensional, Valencia, 1994 (pp. 8295 y 227-272),



GELABERT, Martín, La revelación, acontecimiento con sentido, Madrid, 1995,



MARTÍN VELASCO, Juan, Introducción a la fenomenología de la religión, Madrid, 1978,



LATOURELLE, Réné, "Revelación", en fundamental, Madrid, 1990. pp.1232-1288.

Diccionario

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Teología

Para pensar "La historia de la salvación no es pues exactamente lo mismo que la historia de la revelación; en esta última, la historia de la salvación se convierte en una experiencia de fe de la que existe una conciencia explícita y que aparece por escrito. Sin la historia universal de la salvación cualquier historia especial de revelación, como la de Israel y Jesús, resulta imposible. La salvación de Dios aparece, pues, en primer lugar, en la realidad secular de la historia y no en la conciencia de los creyentes al tener conocimiento de ella. Aunque esta toma de conciencia es un don cuya importancia no podemos subestimar" (M.GELABERT, La revelación, acontecimiento con sentido, Madrid, 1995, pp. 51-52). «La Palabra de Dios la escucha con devoción y la proclama con valentía el Santo Concilio, obedeciendo a aquellas palabras de Juan: Os anunciamos la vida eterna: que estaba junto al Padre y se nos manifestó. Lo que hemos visto y oído os lo anunciamos para que también vosotros viváis en esta unión nuestra, que nos une con el Padre y con su Hijo Jesucristo (1 Jn.1,2-3). Y así siguiendo las huellas de los concilios Tridentino y Vaticano I, este Concilio quiere proponer la doctrina auténtica sobre la revelación y su transmisión: para que todo el mundo la escuche, creyendo espere, esperando ame» (DV 1).

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