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PATRIA SIN RUMBO Mitos de los primeros años independientes Juan Miguel Zunzunegui editores mexicanos unidos, s. a. Col

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PATRIA SIN RUMBO Mitos de los primeros años independientes

Juan Miguel Zunzunegui

editores mexicanos unidos, s. a. Colección

Historia

Advertencia ................................................................... 11 Lo que hay que cuestionar ......................................... 15 El pueblo unido jamás será vencido ................. 17 Independencia sin proyecto, patria sin rumbo .... 23 El nacimiento de una nación ............................. 26 Detrás de la independencia ................................ 28 Treinta años sin país..., y una historia interminable ................................ 34 La psicoterapia para México: desmitificar aunque duela ........................................... 41 El paseo por la historia ............................................... 51 Independencia por accidente. ............................. 53 Hidalgo: ¿guerreros insurgentes o turba saqueadora? ............................................. 58 Morelos: la verdadera insurgencia ..................... 64 Luchar para que todo siga igual: la guerra de Iturbide ............................................ 74 La consumación de la independencia: proyecto hispano y aristócrata ............................................ 81

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Imperio sin emperador y emperador sin imperio. .................................... 83 ^Y quién es el dueño? .......................................... 88

El día que fusilamos al que nos dio patria y libertad .......................... 93 De la primera república al primer golpe de Estado .................................. 98 Los ires y venires de don Antonio .................. 107 Santa Anna no es un "vendepatrias" ............... 110 ¿Por qué David venció a Goliat? ....................... 116 El eterno Santa Anna y el cambio generacional .................................... 119 Un hombre, una era, una tragedia ................. 122 La hermana República de Yucatán ................. 121 Una estúpida guerra de pasteles ...................... 127 Así cayeron los héroes niños ante las balas del invasor ........................ 13() La caída de Santa Anna. .................................. 1.il El viaje inconsciente del mexicano ......................... 139 Mexicanos al grito de guerra ........................... 1/11 Un viaje a la Edad Media ................................ 1" Dos proyectos contrarios

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Mismo complejo, distinto conquistador ......... 1 `) I Bibliografía Referencias electrónicas

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a independencia es uno de nuestros mitos fundacionales, un episodio que se presenta como sagrado en nuestra historia y por lo tanto no se critica ni se revisa ni se analiza, y sus héroes, convertidos en mártires o santos, son intocables. Nada de eso encontrará el lector en este texto, donde se parte de la base de que, para poder saber bien a bien quiénes somos, para poder en verdad aprender del pasado y entender por qué estamos como estamos, es indispensable desmenuzar la historia. Muchos de los llamados "héroes que nos dieron patria" no salen bien librados de esta obra; a los supervillanos que cargan todas nuestras culpas, como Santa Anna, se les ve como humanos..., y hasta se comete el pecado de hablar de lo bueno que hicieron por el país. Lo peor de todo es que, al desmitificar a los personajes y los acontecimientos de los primeros días de nuestra vida libre, este libro nos pone frente a frente con el verdadero culpable de todos los males que aquejan a México: el mexicano. Los primeros 35 años de vida de México fueron un caos, aprovechado por potencias como Francia y Estados Unidos para intervenir en la política de nuestro país, pero nada de esto hubiera ocurrido si los mexica-

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nos de entonces no hubieran estado, como los de ahora, ocupados en pelear entre ellos. De estas primeras décadas de vida independiente el mexicano saca a muchos de los eternos culpables: a Iturbide por ser emperador, a Santa Anna por, supuestamente, vender el territorio y a los franceses por invadirnos. Es un periodo lleno de mitos que nos permite volver al recurso infantil de siempre: culpar a otros de nuestras miserias, en vez de asumir responsabilidades. Fueron 35 años en los que nuestro país tuvo la posibilidad de surgir como gran potencia, tres décadas y media tiradas al basurero de la historia. Al mexicano le gusta encontrar culpables, pero estas líneas lo obligarán a hacerse una terrible pregunta: ¿quién tuvo la culpa? Santa Anna, los gringos... o nosotros.

El pueblo unido jamás será vencido

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sto es una gran verdad; definitivamente, el pueblo que es solidario jamás será vencido. En México escuchamos esa frase en manifestaciones populares; la vemos pintada en las bardas. Es grito de guerra de movimientos sociales y aparece en las pancartas de marchas callejeras El pueblo único jamás será vencido..., pero ese fenómeno social, un pueblo unido, no se ha dado en la historia de nuestro país nunca; no hablemos ya de la independencia en adelante. Desde el siglo xvi, toda la estructura virreinal se estableció para dividir al pueblo. Después de la independencia se mantuvieron intactas las estructuras sociales virreinales, pero el pueblo nunca estuvo unido. El proyecto liberal, de Juárez a Díaz, en el que se anhelaba un país moderno que poco a poco se encaminara al progreso y a la igualdad social, pudo generar unidad, pero la Iglesia, por su parte, se opuso siempre al proyecto liberal juarista y finalmente, cuando nuestro país se dirigía al progreso, el camino fue destruido por esa guerra de dos décadas mal llamada revolución. Finalmente, Cárdenas estableció un sistema de control

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social que separó al pueblo en corporaciones y organizaciones, al estilo virreinal... Y desde entonces, hasta hoy, esa estructura se niega a desaparecer y el pueblo sigue sin estar unido. En el Virreinato la gente nunca luchó unida por sus derechos; luchaban las corporaciones: los mineros, los comerciantes, la burocracia, la Iglesia, los artesanos..., todos separados en grupos que velaban por el interés de cada gremio, y que así, gremialmente, negociaban con los gobiernos. En el México posrevolucionario todo es igual: los sindicatos obreros, las organizaciones campesinas, los sectores del partido, las organizaciones sociales luchan, marchan y protestan. Todos dicen que el pueblo unido etcétera, etcétera, pero ninguno de ellos es el pueblo ni luchan por el pueblo; son un sector y luchan por los privilegios de los suyos. Nada más. Diferentes líderes organizan y encauzan multitudes y colocan ese grito de guerra en boca de éstas. Sin embrago, los que más beneficios obtienen son dichos líderes, después los sectores inconformes...., nunca el pueblo. Todo el sistema político mexicano elaborado por Lázaro Cárdenas, y que era una combinación entre el modelo soviético y las antiguas formas virreinales, fue la gran estructura de poder del PRI y subsiste en el siglo xxi; ese sistema se basa en dividir al pueblo, en manejarlo por sectores, en beneficiarlo por separado..., pero, eso sí, venderles siempre la idea de que son "el pueblo". El pueblo unido jamás será vencido. Esta idea de un pueblo aliado se tiene que llevar al discurso histórico, desde luego, y por eso se nos ha

Lo que hay que cuestionar

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presentado siempre el movimiento de independencia como uno de los momentos fundacionales de nuestra nacionalidad: durante 11 años un pueblo luchó unido por su libertad, y finalmente triunfó. Nada más alejado de la verdad. Primero, veamos las contradicciones. La independencia es, en efecto, un mito fundacional, situación curiosa ya que nuestra historia da un poco de saltos; dentro de esa manía de pretender atar nuestra identidad a lo prehispánico, y específicamente convertirnos en descendientes de aztecas conquistados, tenemos momentos fundacionales muy anteriores, como el mito del águila y la serpiente, que nada tiene que ver con nuestra identidad..., y menos aún con la realidad. Se nos ha dicho que tenernos siglos y siglos de historia, que México ya existía y que su devenir fue interrumpido por ese terrible acontecimiento al que llamamos "conquista"; como si los españoles hubieran truncado el desarrollo del país. Por eso le dedicamos tan pocas páginas y poco tiempo al virreinato, porque se le ve como la oscura era del dominio extranjero, y damos una especie de salto de 300 años para pasar a la llamada "independencia"..., pero como entonces no había un México, no se entiende qué es lo que se independizó en 1821. En ese año se liberó la Nueva España y se convirtió en México, pero definitivamente ese movimiento generado por criollos e hispanos, finalmente, no significó la vuelta a un pasado indígena, y mucho menos la independencia de los aztecas, que fueron los conquistados en el siglo xvi.

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Así, la independencia suele ser manejada en la historia oficial como un proceso unificado, dirigido por "héroes" de fines de la época colonial, movidos por el ideal de liberar a México del yugo español, y a los mexicanos de los gachupines. Pero el movimiento iniciado por Hidalgo, con las motivaciones de los primeros insurgentes, no tuvo mucho en común con el movimiento de consumación de la independencia que se dio 11 años después, y que fue encabezado por Iturbide con ideas del todo distintas y como representante de la aristocracia novohispana. Las ideas que este último representaba no eran sólo suyas, sino también del grupo elitista que logró consolidar lo que conocemos como "independencia nacional". Se insiste en que hubo una sola guerra de independencia donde los mexicanos, unidos, lucharon por su libertad, pero ¿cómo es que en una sociedad tan jerarquizada, tan excluyente y tan racista como la de principios del siglo xix, podría darse un movimiento de independencia ta .l y como se plantea tradicionalmente, un movimiento de mexicanos contra los españoles?; es decir, esa sociedad que vivía en la total desunión y en donde no se compartía la idea de patria o nación o el concepto de México, no pudo haber luchado unida por la libertad de ese México. En 2010, México cumplió, según nos dicen, 200 años de independencia; en los medios se habló románticamente de nuestro cumpleaños 200. Sin importar cuántos años han pasado, habría que sentarnos a pensar y a meditar si nuestra sociedad podría luchar toda unida por algo, ya no la independencia del país, pero qué tal su supervivencia y su grandeza. ¿Será nuestra

Lo que hait que cuestionar ------

sociedad actual menos jerarquizada y excluyente que la de entonces? ¿Más unida, más mexicana y con más sentido de lo mexicano? Se pasa por alto que en aquella época de la independencia, lo que determinaba la condición de un ser humano en este suelo era el pigmento de la piel: pertenecer o no a la descendencia española, ser más o menos indio. Existía una sociedad de grupos, excluyentes unos de otros, círculos sociales muy cerrados y de distinto orden. Habría que preguntarnos qué tanto cambio social podemos festejar 200 años después o, más aún, si hoy en día no hay diferencias por el color de piel, si hay o no grupos excluyentes y privilegiados y círculos sociales cerrados. Nos quieren hacer pensar que entonces había mexicanos, cuando México aún estaba por nacer. Nunca hubo un enfrentamiento entre un ejército mexicano contra uno español. En los tiempos de Morelos, cuando hubo verdaderas batallas, en ambos bandos había criollos, mestizos e indígenas, unos luchaban por la independencia, y otros por lealtad a la corona española. Tendríamos que detenernos a pensar que la independencia no fue hecha por los mexicanos en general, ya que una sociedad tan polarizada, tan de grupos, no podía unirse para nada, y menos para conspirar contra el poder establecido. Había entonces, como hoy, muchas maneras de ser mexicano. De un lado, por ejemplo, un rico minero, noble, dueño de haciendas y demás propiedades; del otro, un indio que sólo poseía un calzón de manta y unos viejos huaraches. Ambos sujetos no pudieron tener el mismo nivel de participación en la independencia, porque la dependencia que

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tenían respecto de España les representaba cosas distintas; el concepto mismo de libertad significaba cosas distintas. La historia tradicional aclara muy poco de esto, y nos presenta un proceso de independencia como hecho por "los mexicanos" sin más, dejando oculta la verdadera motivación del grupo que logró la Independencia de México. Los criollos, por muy creadores que fueran de ese nacionalismo mexicano, de ninguna manera se pensaban iguales a los otros mexicanos: los mestizos y los indígenas. Los criollos independentistas no pensaban en liberar a los indios de servirles, sino que concibieron la independencia como un movimiento que los liberaría a ellos de la sujeción a España. Para los de abajo, la independencia no significaba cambio alguno. Ya sea que la autoridad estuviera en Madrid o en la ciudad de México, el peón seguía en la misma servidumbre. La independencia que se festeja tomando como fecha 1810, se dio en 1821, pero sea 1810 o sea 1821, discusión sin sentido, lo importante es el resultado de ese acontecimiento: independencia sin cambio social. En aquellos lejanos tiempos vivía en México el hombre más rico del mundo, Pedro Romero de Terreros, dueño de grandes minas y miembro de la más alta aristocracia. ¿Era posible que el hombre más rico del mundo, en un país de desigualdad e injusticia social, pudiera compartir un proyecto de nación con el minero miserable al que él mismo explotaba? Hoy vive en México el hombre más rico del mundo. ¿Será posible que el mexicano obligado a sobrevi-

La que hay qxe cuestionar

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vir con 1 500 pesos mensuales, salario de subsistencia, pueda tener algo en común con su patrón, que tiene 53 000 millones de dólares como fortuna personal? En un país así, nunca podrá haber un proyecto unido de nación y el pueblo jamás estará unido.

Independencia sin proyecto, patria sin rumbo

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n 1821, México nació a la vida independiente, primero como un imperio sin emperador, después con un emperador sin poder, y más adelante con un eterno debate, siempre sangriento, entre una república federal o centralista, entre republicanos y monárquicos, liberales y conservadores. Todos con ideas distintas de cómo debería ser el país y todos usando la muerte y la traición como su principal método. Para ser un pueblo que luchó unido por su libertad, según cuenta la historia oficial, estaba en realidad bastante fragmentado. En 1822, según se nos dice, éramos un imperio de 5 millones de kilómetros cuadrados, con un territorio que abarcaba desde Costa Rica hasta las fértiles tierras de California. Treinta y cinco años más tarde ya habíamos sido invadidos en dos ocasiones por potencias extranjeras; el país era un caos total, en quiebra, sin créditos, sin producción, sin confianza internacional, al borde de la guerra civil y con menos de la mitad del territorio que había tenido. Incluso en 1824, cuando se proclamó la primera constitución que nos convirtió en una república federal, durante el mandato de Guadalupe Victoria, Méxi-

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co parecía una promesa para el futuro..., Tres décadas después, el país era una pesadilla que se desmoronaba desde los cimientos. En 1800, siendo aún Nueva España, este territorio era la joya del imperio español, el "cuerno de la abundancia", la mina de oro de la corona Borbón. Medio siglo después, libre, y llamado México era las ruinas de un estado fallido que, aún en medio de la destrucción, del caos y la ruina, vivía inmerso en los desgarramientos internos, con grupos políticos ambiciosos de poder, liberales y conservadores, dispuestos ambos a las peores bajezas con tal de hacerse del poder. México se embarcaba cada vez más en un viaje a la deriva, pero nadie evitaba que la nave dejara de hacer agua y nadie era capaz de llevar con firmeza el timón. En el siglo xxi poco se habla de este periodo tumultuoso de nuestra historia y cuando se hace es únicamente para encontrar supervillanos, culpables de todas las desgracias, para revivir traumas y complejos, para denostar al maldito gringo por robarnos el territorio, o al francés por invadirnos. Por encima de todos ellos, se yergue el terrible Santa Anna como el gran culpable de todas nuestras miserias. Como siempre en toda nuestra historia, entonces como en el tercer milenio, ahí está el mexicano buscando al culpable externo de todas las desgracias, sin dejar el menor espacio de autocrítica que pueda sugerir que quizás el problema de México son los mexicanos; no uno o dos que traicionan a todo el pueblo, no Santa Anna, Salinas de Gortari o el neoliberalismo..., sino el pueblo en su conjunto, que lleva 200 años sin poder

Lo que hay que cuestionar

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llegar a arreglos y sin encontrar caminos alternos a la rebeldía y la revolución. ¿Por qué el principio prometedor de nuestra vida libre se tornó en pesadilla? La independencia se obtuvo, es importante no olvidar esta verdadera fecha, el 27 de septiembre de 1821, y no lo hizo el cura Hidalgo ni Morelos, sino otro al que borramos de la historia o lo vestimos de traidor: Agustín de Iturbide. Dice la historia oficial que hubo una lucha por la independencia que duró 11 años. Se plantea en los textos y los discursos como si un grupo de héroes mexicanos, todos unidos, hubieran combatido, codo con codo, contra la tiranía española para establecer un proyecto común de libertad. Esto jamás fue así. Tuvo nuestro país por lo menos tres guerras distintas en un periodo de 11 años; cada una fue encabezada por distintos personajes y cada uno tuvo un proyecto diferente. Hidalgo jamás mencionó la palabra "independencia" y siempre luchó por el Rey de España. Su guerra, además, duró sólo cuatro meses, tres de los cuales Allende e Hidalgo fueron enemigos declarados. Morelos, también llamado el Generalísimo, luchó por una república libre; quien con su proyecto organizó la verdadera insurgencia..., pero tras cinco años de guerra fue derrotado y asesinado. Tras la muerte del Generalísimo, el resto de la insurgencia, y esto prueba que nunca existió una verdadera unidad, comenzó a luchar por separado para mantener sus propios territorios, e incluso los caudillos pelearon entre sí. Entre 1816 y 1820 simplemente no hubo guerra de independencia; en mayo de ese año, la aristocra-

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cia criolla y la Iglesia se unieron para ser ellos quienes obtuvieran la separación de España; este proyecto tuvo como líder a Iturbide, y fue el vencedor. El 27 de septiembre de 1821, los enemigos festejaron juntos la independencia; el 28 de septiembre volvieron a enemistarse. Los antiguos insurgentes vieron cómo se les arrebató su movimiento emancipador, y los nuevos, seguidores de Iturbide, pretendían ser ellos los que mandaran en la nueva patria libre. La independencia se obtuvo, pero la lucha continuó. Eso desgarró a México. No fueron los gringos, no fue culpa de los franceses, no fue resultado de que Iturbide o Santa Anna, su Alteza Serenísima, fueran emperadores. No fueron culpables las provincias de Centroamérica que se separaron del país ni las independencias de Texas y California; no fue culpa de la invasiones estadounidense y francesa ni responsabilidad de las intrigas del embajador de estados Unidos Joel Poinsset ni de las logias masónicas. A partir de 1821, a México lo comenzaron a destruir los mexicanos.

El nacimiento de una nación

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a independencia de México no nació en Dolores, ni de un proyecto en la mente del cura Hidalgo; tampoco surgió de Chilpancingo, en los "Sentimientos de la Nación" de Morelos, sencillamente porque esa guerra fue aniquilada. El espíritu que condujo a la libertad nació en la población de Iguala, se selló el

Lo que hay que cuestionar

24 de febrero de 1821 y surgió de la pluma de Agustín de Iturbide y sus negociaciones, primero con Vicente Guerrero y después con Juan O' Donojú. El 28 de septiembre de 1821 éramos un imperio sin emperador, en espera de que en España se tomara alguna decisión sobre los "Tratados de Córdoba" y decidieran enviarnos a algún príncipe de la casa Borbón a tomar el trono (dudosa independencia). Desde entonces, el pueblo proclamaba a Agustín de Iturbide como el libertador y el único posible candidato a ocupar un trono en México. Pero la subjetividad de la historia y de los historiadores se hace presente de nuevo. Cuando decenas de miles de personas aclaman a Hidalgo, nuestra historia se refiere a ellos como "el pueblo", pero cuando aclaman a Iturbide, el malo de la historia oficial, toda esa gente se convierte en "la chusma", "los léperos". Como quiera que hubiese sido, el caso es que decenas de miles de personas aclamaron a Iturbide, y no únicamente las multitudes. Hubo entre ellos hombres ilustrados, como el escritor José Joaquín Fernández de Lizardi, conocido como el Pensador mexicano, quien le escribió: Si no es Vuestra Excelencia emperador, maldita sea nuestra Independencia. No queremos ser libres si Vuestra Excelencia no ha de estar al frente de sus paisanos.

Ésa era la petición generalizada del pueblo durante los primeros días de vida independiente, pues ya durante los meses en que el Ejército Trigarante recorría los po-

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Pah in sin

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blados, la gente lo aclamaba como "Agustín I, Emperador de México". Hoy es un olvidado de la historia, pero fue el libertador de México. Se le ciñó una corona, no sólo a petición popular, sino por un Congreso soberano. Se le acusa de traidor por haber proclamado un imperio, pero nadie en este país concebía entonces otra forma de gobierno, y la palabra y concepto de república eran ajenos a la clase política. No importa cuánto haya borrado la historia a Iturbide del proceso de independencia. La realidad, corroborada por los hechos y las palabras del pueblo, es que era visto entonces como el libertador, y no como el traidor que incluso se ha llegado a decir que fue. De hecho, habría que reparar en el hecho de lo absurdo que es festejar el inicio de una guerra de independencia, y no hablar de su final, del momento en que en realidad se obtuvo esa libertad. Durante el gobierno de Echeverría alguien notó ese bache, y entonces, por decreto, se estableció que el consumidor de la independencia había sido Vicente Guerrero. Iturbide quedó oficialmente en el infierno de la historia.

Detrás de la independencia

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a historia, más bien, los historiadores, muchas veces pecan de románticos, y así construyen, dentro de las guerras, revoluciones y luchas de independencia, la figura del héroe: el individuo que pelea por el pueblo. Sin embargo, es importante entender que los de arriba nunca pelean por los de abajo; quien lucha por el poder lo quiere para él, no para los demás.

Lo que hay que cuestionar --

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Esos burgueses que buscaban igualdad, libertad y fraternidad en la Revolución Francesa, no la querían para todos, sino para su clase. Trataban de igualarse a los aristócratas. No luchaban para que el pueblo llano se igualara a ellos; hablaban de libertad, pero de comercio y economía, y de fraternidad entre su clase para lograr sus objetivos Todo revolucionario hace la revolución para tomar el poder. El único cambio que hubo tras nuestra independencia fue que cambió el nombre y el estatus de los que detentaban el poder y sometían al pueblo. Cambió el explotador, pero permaneció incólume el explotado; ésa fue la realidad de nuestra guerra de independencia: la estructura social permaneció inmutable. Una verdad así de fría es fundamental para conmemorar un bicentenario, ya que nunca es tarde para hacer verdaderas modificaciones en la estructura social. Pero es vital construir sobre la realidad y no sobre los mitos. Las revoluciones pretenden que las cosas cambien y por eso nunca las hacen los de arriba. Ellos quieren que todo quede igual, pues las cosas están a modo para sacar provecho de ellas. En el otro extremo de la pirámide, los de abajo no saben que las cosas pueden cambiar; no saben cómo hacer ese cambio. Están sometidos ideológicamente, sea con la religión, sea con el nacionalismo. Son los de en medio los que quieren un cambio: quitar a los de arriba. Para eso deben convencer a los de abajo de que se lucha por ellos, de que hay una causa justa, de que el caudillo representa al pueblo. El de en medio planea el de abajo se mata. El de en medio accede al poder; deja de estar en medio para estar arriba..., y

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entonces ya no quiere que las cosas cambien. Nunca se debe olvidar que nuestra independencia la planearon los criollos, los de en medio en Nueva España, y que comenzaron a planear varios movimientos de independencia cuando la situación para ellos fue desfavorable, no antes, y que su proyecto nunca incluyó liberar al indio de la servidumbre. En 1800 había unos 6 millones de habitantes en Nueva España. Los indígenas eran 60% de la población; los españoles, entre peninsulares y criollos, representaban 15%, y los mestizos y castas, 25 por ciento. La situación novohispana al comenzar el siglo Ix era contradictoria y paradójica: el reino estaba en pleno crecimiento y se extendía hasta las costas de Canadá; había un gran auge minero, agrícola y ganadero; se mantenía comercio con casi todo el mundo y la riqueza manaba del país, como dijo Alexander Von Humboldt: "Cual cuerno de la abundancia". Pero la situación era conflictiva, pues esa riqueza quedaba en muy pocas manos (qué poco han cambiado las cosas). El territorio no estaba bien controlado ni por España ni por la Nueva España; los criollos habían sido desplazados del poder y vivían en constante conflicto con los españoles. El reino tenía millones de kilómetros de costas pero sólo dos puertos y no había cultura naviera. La población ya era estable pero la estructura social era inmutable. No existía la movilidad social; no existían las oportunidades: quien nacía pobre estaba condenado a morir pobre y era el color de piel lo que determinaba las posibilidades de cada ser humano (qué poco ha evolucionado nuestra sociedad). )(

Lo que hay que cuestionar

Los criollos eran evidentemente una clase privilegiada, y durante los primeros dos siglos del Virreinato tenían acceso a los más altos puestos de gobierno; hubo incluso virreyes criollos. Sin embargo, a partir de que las reformas borbónicas comenzaron a aplicarse fueron quedando alejados de los altos puestos de poder. Desde el siglo VIII, los peninsulares mandaban sobre ellos. Ahora ellos quedaban en medio, con menos privilegios, apartados de la fortuna, con más carga fiscal para mantener a la corona. )(

A partir de ese momento, los criollos comenzaron a coquetear con la idea de la separación política. Fue en ese instante cuando un sector social generó una conciencia de clase y la idea de liberarse de la opresión española. La independencia no fue jamás una idea ni un proyecto indígena. Otro error en nuestra narrativa histórica, o una necedad en la forma de enseñarnos historia, es tratar de entender nuestro desarrollo de forma aislada, separados del mundo, como si lo ocurrido en México no estuviera influido ni relacionado con los acontecimientos del resto del planeta, lo cual es evidentemente imposible. Una contundente realidad, por lo menos desde 1492, es que la historia de México no se puede entender sin la de Europa. Dos hechos sacudieron a Europa a finales del siglo XVIII: la Independencia de los Estados Unidos de América, quienes se separaron de Inglaterra en 1776, y la Revolución Francesa, que comenzó en 1789 y que para 1793 había destruido a una de las monarquías más antiguas de Europa y establecido un gobierno republicano.

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Patria sin rumbo

Muchos textos históricos se empeñan en señalar estos dos eventos como precursores o antecedentes directos de la independencia de nuestro país. Con esto, no sólo se dice una mentira, sino que se vuelve a caer en una de esas imprecisiones que hacen que descifrar nuestro pasado sea una tarea cada vez más complicada. No debemos olvidar que la forma de saber por qué somos lo que hoy somos, es saber cómo hemos sido a lo largo del pasado; ése es el objetivo de la historia; no el dar fechas de hechos, sino lograr la comprensión del presente. He ahí la importancia de desmitificar; no se puede conmemorar una independencia sin saber siquiera cuáles fueron sus motivaciones, y si es que hubo algún proyecto detrás de ella. Las revoluciones estadounidense y francesa son completamente ajenas a la Independencia de México, y es vital comprender en qué y por qué. En ambos casos (Estados Unidos y Francia) las revueltas fueron resultado de las ideas de un movimiento filosófico, político y económico que estaba destrozando siglos de tradición europea: la Ilustración. Los ilustrados eran miembros de una nueva clase social, la burguesía, una clase adinerada de comerciantes y empresarios que, sin ser nobles, habían ido adquiriendo conocimientos y con esto, dinero y poder. Desarrollaron ideas de libertad y autogobierno, y el concepto de que la soberanía de un país reside en su pueblo y por lo tanto cualquiera, siempre que sea ilustrado, puede y debe gobernar. Con esto aniquilaban siglos de una tradición conocida como el "derecho divino de los reyes", que afirmaba que el rey de un país era designado por Dios.

Lo que hay que cuestionar

Detrás de la independencia de Estados Unidos se encuentra esta burguesía ilustrada, con ideas y proyectos nuevos, tanto en lo económico como en lo sociopolítico, la cual fue la creadora del concepto moderno de federación y de democracia. Luchaban contra un sistema británico monárquico y aristócrata, aferrado al pasado, mientras que los colonos estadounidenses tenían la mirada puesta en el futuro. Inglaterra se aferraba a su tradición monárquica mientras que en Estados Unidos nunca existió la nobleza heredada, sino la idea del mérito. Por eso, cuando las 13 colonias se independizaron, jamás pasó por la mente de ninguno de los padres fundadores de aquel país la idea de tener un rey. La república y la soberanía popular fue su proyecto desde el principio. En la caso de Francia, cuna de la Ilustración, los revolucionarios buscaban modernizar su monarquía y, sobre todo, el sistema económico fue únicamente ante la obstinada negación del rey, y su posterior traición a su propio pueblo, que su cabeza rodó bajo la guillotina y se estableció una República bajo el principio de que la soberanía reside en el pueblo. Fue así corno cayó la monarquía más tradicional y antigua de la vieja Europa. En ambos casos, en Francia y en Estados Unidos, existe de fondo un proyecto liberal. Lamentablemente, en Nueva España siempre hubo un proyecto conservador. Mientras aquellos dos países buscaban el futuro, el movimiento novohispano se aferraba con uñas y dientes el pasado; mientras las ideas de la renovación protestante daban forma a Estados Unidos, fue el estilo medieval del catolicismo español lo que forjó la sociedad mexicana de los primeros años.

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Patria sin rumbo

Los resultados siguen siendo evidentes siglos después; México sigue siendo medieval en muchos aspectos; lleno de supersticiones y magia, mientras nuestros vecinos van a la cabeza de la ciencia. Por más que lo diga el historiador de quincena de este país, y por triste que resulte, jamás hubo ideas ilustradas detrás de nuestra independencia: no las tuvo el cura Hidalgo y nos las tuvo Iturbide; las de Morelos no trascendieron y las de Guadalupe Victoria fueron aniquiladas por el conservadurismo católico de Santa Anna. México no se modernizó en 1810, no lo hizo con la revolución en 1910 y sigue sin hacerlo en el siglo xxr.

Treinta años sin país..., y una historia interminable

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a Independencia de Nueva España y el nacimiento de México fue el resultado de una serie de guerras que comenzaron sin que el pueblo, y en muchos casos, los líderes tuvieran una idea clara de por qué peleaban. Así comenzó y así terminó. El resultado de esta independencia con poco proyecto y un pueblo 90% analfabeta, que no entendía el concepto de la libertad, fue el México caótico del siglo xix. Pongamos el caso de Hidalgo, del que poco se sabe pero mucho se inventa, que dejó poco escrito pero a quien le atribuimos muchas ideas, del que no tenemos registros en batalla, pero eso sí, le llenamos la boca de palabras. Tenemos cierta idea del famoso "grito de Dolores", y lo que es un hecho es que en esta arenga

Lo que hay que cuestionar

jamás usó la palabra libertad o independencia. En este supuesto inicio de la guerra de independencia, hubo vivas al rey de España, Fernando VII, a la América y a la Virgen de Guadalupe..., de proyecto, nada. Hubo un momento en que 80 000 personas seguían al cura de Dolores, pero desconocían el concepto de libertad, y su motivación para seguir al párroco revoltoso fue que éste dio autorización para saquear las poblaciones tomadas y consintió que se despojara de todas sus pertenencias a los "gachupines", aunque fueran civiles. Fue el saqueo, y no la libertad, lo que movió a la multitud. Por eso se dispersó tan rápido como se formó cuando se enfrentaron a verdaderos ejércitos, cuando vieron fusiles, escucharon el estruendo de cañones, observaron volar piernas y brazos y percibieron el olor de la muerte. A los cuatro meses de haber iniciado su rebelión, Hidalgo estaba en calidad de prisionero de Allende, y eran unas decenas de insurgentes solitarios los que huían hacia Estados Unidos. Ninguno de los 80 000 que se entregaron a la rapiña tuvo interés alguno en la suerte del cura. Durante los cinco años de guerra de Morelos, cuando, el autoproclamado Siervo de la nación llegaba con sus tropas a tomar alguna ciudad, la primera resistencia no la encontraba en las tropas realistas del Virreinato, sino en la propia población, criolla, mestiza e indígena. En 1813 proclamó una república, en un país donde 95% de su población no sabía qué cosa era eso. Cuando era conducido a Ecatepec para ser fusilado, la gente del pueblo salió a las calles para escupirle.

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Patria sin ronbo

Entre 1810 y 1820, el militar realista Agustín de Iturbide, criollo nacido en Valladolid Morelia, decidió que era momento de obtener la libertad por la que tanto había peleado. Entró triunfante en la ciudad de México el 27 de septiembre de 1821. Y así, una vez terminada la lucha por la independencia, México se enfrentó a algo insólito: la libertad, y desde entonces parece ser que no supo manejarla. Hay quien dice que para Hidalgo la libertad era que cada quien pudiera quedarse con el fruto de su trabajo. Tal vez fue por esas ideas, o quizá simplemente por el desconocimiento total de lo que es un país, pero el pueblo del México independiente entendió que parte de su recién adquirida libertad incluía no pagar impuestos. El imperio mexicano nació quebrado, y los mexicanos no estaban dispuestos a sostenerlo. El eterno problema de nuestro país desde entonces era claro; la falta de un proyecto de unión nacional. Así, resulta que una vez independizados de España, los caudillos revolucionarios se separaron inmediatamente y comenzaron a luchar entre sí, como Guerrero y Bravo, quienes tras dar todo su apoyo a Iturbide y su movimiento, y estar de su lado para nombrarlo emperador, decidieron que ya era tiempo de quitarle la corona, o Nicolás Bravo, quien fue compañero de batallas de Guadalupe Victoria, pero cuando se convirtió en su vicepresidente, fue también su principal opositor. Al día siguiente de lograr la independencia, el 28 de septiembre de 1821, una junta provisional declaró constituido el gobierno de lo que llamó imperio mexicano, e Iturbide, aclamado por el pueblo como libertador, fue nombrado presidente. Entre el 19 y el

Lo que {gay que cuestionar

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21 de mayo de 1822, el congreso nombró y ratificó a Iturbide como Emperador Constitucional del Imperio Mexicano. Tanto realistas como insurgentes apoyan dicho acto; ese día también fue de celebración y unidad. Todas las clases sociales eran una misma..., como cada seis años, cuando, sin fundamento alguno, el pueblo deposita sus esperanzas y sueños de triunfo en un nuevo presidente. El gobierno de Iturbide, y el Primer Imperio Mexicano, no duró ni un año; nunca gobernó en realidad sobre nadie, y el 19 de marzo de 1823, el emperador fue obligado a abdicar. Uno de los factores fue el embajador de Estados Unidos, quien debido a la negativa de Iturbide de entregarle las provincias del norte, empezó a ayudar a los grupos conservadores para hacerse del poder. Tras la caída del efímero y virtual imperio, México quedó nuevamente en un limbo político, por lo que de momento se nombró como gobierno provisional un triunvirato integrado por Guadalupe Victoria, Celestino Negrete y Nicolás Bravo. Un nuevo Congreso elaboró una nueva constitución que se proclamó en 1824 y nos convirtió en República Federal (concepto que no entendía ni el pueblo ni parte de la clase política..., corno hasta hoy). Guadalupe Victoria se convirtió en el primer presidente de México en 1824, pocos días después de que fuera fusilado el hombre que nos dio patria y libertad, Agustín de Iturbide, cuando intentó volver de su exilio europeo para luchar contra un intento de reconquista. El año en que fuimos imperio fue 1822, y también en el que teóricamente el país tuvo 5 millones de ki-

lómetros cuadrados, aunque esa extensión sólo existió en los mapas del Palacio Nacional. La fragmentación comenzó en 1823, cuando ante el caos gubernamental, político, económico y social que era el país, las provincias centroamericanas pidieron su separación. Se les dio..., pero México se quedó por la fuerza con el norte de Guatemala, conocido como Chiapas. La constitución era federal, México era una república federal, y el presidente Guadalupe Victoria era de ideas liberales y federalistas. Era, además, un héroe legendario de la insurgencia de Morelos, aclamado por el pueblo, pero visto con recelo por los iturbidistas, que no habían logrado la independencia para que los antiguos guerrilleros se quedaran con el poder. Inmediatamente aparecieron dos grupos políticos en el país: los centralistas, partidarios de un gobierno conservador, parecido al de la colonia, y los federalistas, que proponían un gobierno federal como el de Estados Unidos. Estos grupos estaban dentro de las dos logias masónicas que lucharon por el poder todo el gobierno de Victoria, primer presidente, y único que logró terminar su periodo presidencial En 1829, a ocho años de comenzada su existencia, México, que ya había visto como era derrocado y más tarde fusilado su libertador y emperador, sufrió su primer golpe de Estado para que Vicente Guerrero, inconforme tras perder las elecciones, tomara el poder. Ahí comenzó el caos, y entre 1829 y 1857 el país tuvo 50 gobiernos; unos de meses, otros de semanas e incluso de unos cuantos días.

Poco le duró el gusto a Guerrero, quien en el mismo 1829 fue derrocado por Anastasio Bustamante. A éste lo derrocó Santa Anna, quien entregó el poder interino a Manuel Gómez Pedraza durante cuatro meses. Hubo "elecciones" y Santa Anna obtuvo la presidencia, la cual no ejerció, sino que decidió delegarsela a Valentin Gómez Farías, mientras él descansaba en su hacienda veracruzana. La Constitución de 1824 fue un vil papel, los ires y venires de Santa Anna cambiaban la tenencia política del país cada tres meses, más o menos. La estructura social permanecía intacta, el pueblo tan aplastado como antes de la guerra y la Iglesia tan sometedora como durante todo el Virreinato. Santa Anna dominó la vida política del país durante 30 años, ya fuera como presidente constitucional, interino, provisional o de facto, hasta que él mismo se nombró dictador vitalicio con el título, usado antes por Hidalgo aunque la historia lo calle, de Alteza serenísima. Fue la época de los impuestos por las ventanas y los perros..., la tenencia de entonces. La dictadura perpetua y vitalicia establecida en 1853, tuvo una corta vida de dos años. El antiguo insurgente Juan Alvarez derrocó a Santa Anna, tomó el poder y formó un gabinete con la nueva generación liberal: Ignacio Comonfort, Lerdo de Tejada, Benito Juárez, entre otros, y una vez que las cosas estaban en orden, les cedió el poder en la persona de Comonfort. Parecía que los años de caos e injusticias en manos de los conservadores habían terminado, y que era tiempo de reconstruir México..., sueño irrealizable. Lo peor, 10 años de guerra civil, estaba por venir

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En 1857, con 36 años de vida independiente, casi cinco décadas de guerra continua desde 1808, invasiones extranjeras, territorio perdido, quiebra total, cientos de miles de muertos, el país totalmente improductivo, todo por la incapacidad de llegar a acuerdos..., y lo que faltaba. Lo terrible continúa, 150 arios después del caos descrito, la estabilidad política de México y la inmadurez de sus políticos poco han cambiado.

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esde el siglo xvimm, y luego durante el periodo de guerras de independencia, la idea generalizada de los criollos en favor de la libertad era que España detenía el progreso económico, político y social de este país, y que una vez que fuéramos libres podríamos dedicarnos a buscar nuestra felicidad. En un país que lo tenía todo, la independencia sólo podía ser favorable. Los primeros 30 años de vida independiente mostraron todo lo contrario; aún en 1824, cuando Victoria tomó la presidencia; se veía a México como un país con potencial; tres décadas después, el país era una ruina, un despojo, la pesadilla de los libertadores. Desde entonces y hasta la fecha ha habido muchas coyunturas históricas que han puesto a México en una posición privilegiada para ser catapultado hacia al futuro, pero esto nunca ha sucedido. A los mexicanos no nos gusta aceptar que todas las oportunidades perdidas han sido responsabilidad nuestra, y siempre hemos sido dados a buscar culpables externos o a inventar teorías de complot o conspiraciones que justifiquen por qué, con todas las posibilidades puestas sobre la mesa. El país no da el salto tan ansiado. La respuesta es simple si nos hacemos otra pregunta, ¿de quién fue la culpa de que en un partido

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de octavos de final contra Alemania, Luis Hernández, a cinco metros de la portería, sin portero por delante y toda la meta abierta, diera un zapatazo infame y fallara el gol de la victoria? No hay vuelta de hoja, lo que le pasa a México es culpa de los mexicanos. Hay que aceptarlo de una buena vez: cada oportunidad de catapultamos al progreso ha sido desperdiciada por los mexicanos, no por Santa Anna o por Salinas de Gortari. El periodo de 1821 a 1857 es fundamental en nuestra historia: el primer año se obtiene la independencia como un imperio de cinco millones de kilómetros cuadrados, y para el último éramos un país al borde de la guerra civil y con un territorio de poco menos de 2 millones de kilómetros cuadrados. La importancia de este lapso histórico radica en que nos ofrece culpables, dos de los más preferidos de los mexicanos: el primero es individual y muy concreto, el vendepatrias" por excelencia, Antonio López de Santa Anna. El segundo es más abstracto, pero subsiste hasta la fecha: el imperialismo yanqui. También es un periodo de héroes míticos, y así como la independencia tiene al inexistente Pípila y al igualmente mítico "niño artillero", esta época ofrece a los legendarios Niños Héroes. Si bien Santa Anna y el imperialismo, mucho más el europeo que el yanqui, contribuyeron a los problemas nacionales, la gran causa de la debacle mexicana de aquel tiempo es exactamente la misma que en el siglo xxl: la falta de proyecto, la incapacidad de llegar a acuerdos, la violencia entre mexicanos, la inmadurez de políticos, la terrible influencia de la Iglesia y la igno"

rancia y superstición del pueblo mexicano. Claro que decir esto no es popular, y es por ello que en el tercer milenio el mexicano sigue optando por la opción del enemigo externo, de la conspiración, del complot..., de que cualquiera, menos nosotros, tiene la culpa de nuestras desgracias. Para sostener esto, seguimos inventando y manteniendo mitos. Mito 1: Santa Anna vendió el territorio nacional y por su culpa no somos potencia. Realidad:

1) Santa Anna no vendió Texas, el pueblo texano, 85% de origen anglosajón, declaró su independencia. De hecho, Santa Anna salió a combatirlos para impedirla. Pero tras una victoria en el Alamo, tuvo la derrota definitiva en San Jacinto, y los texanos obtuvieron su independencia en 1836. Fue una guerra perdida, no hubo dinero de por medio. 2) California también era un territorio separatista, pero no querían enfrentarse a Santa Anna, por lo que aprovecharon los conflictos con Estados Unidos y declararon su independencia en 1846, la cual México reconoció, por la fuerza, en 1848. California fue república independiente dos años y en 1850 pidió su anexión a Estados Unidos. 3) En 1845, la república de Texas solicitó su anexión a Estados Unidos, y Santa Anna lo consideró una causa de guerra. Un incidente fronterizo en una zona en disputa propició la guerra, declarada por

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Estados Unidos, en la que Santa Anna peleó..., y perdió, como casi siempre que peleaba. 4) Después de ser derrotados por Estados Unidos, éste país impuso, como condición para la paz, aceptar la independencia de California, y ceder el territorio de Nuevo México, que unía California con Texas. A cambio, ofreció una indemnización de 15 millones de dólares, pero no fue una compraventa; era una condición para la paz, y el territorio se iba a perder, se aceptara o no el dinero. 5) El Tratado de Paz de Guadalupe-Hidalgo, que puso fin a la guerra y donde se cedió el territorio, no lo firmó Santa Anna, sino el presidente provisional (uno de tantos) Manuel de la Peña y Peña. 6) El dinero pactado en el tratado, no lo recibió Santa Anna sino el presidente provisional (otro de tantos) Pedro María Anaya. Hay que decir que antes de que las tropas invasoras terminaran su retirada, el dinero ya había sido gastado. Mito 2: los gringos nos robaron medio territorio, y ésa

es una de las razones por las que México no progresó en el siglo xrx: el imperialismo yanqui. Realidad:

1) Los "gringos" no se robaron Texas, sino que la fueron poblando, con permiso de presidentes como Vicente Guerrero, aliado de esos "gringos" para que lo apoyaran en su golpe de Estado.

La psicoterapia para México:

2) El pueblo de Texas declaró su independencia, luchó por ella y la ganó, tal y como México hizo con España. Luego solicitaron ser parte de Estados Unidos. 3) Tampoco hubo robo en California, donde la población era china, coreana, inglesa, rusa y española, y no pasaba de 20 000 habitantes. California declaró su independencia, luchó por ella y ganó. 4) Ese territorio del norte estaba totalmente abandonado por México y no se explotaba ni se extraía de ahí ningún recurso, por lo que perderlo no tuvo relación alguna con nuestro nulo desarrollo. Mito 3: en la guerra contra Estados Unidos, los Niños Héroes defendieron al país de la invasión, y los seis murieron por la patria. Realidad:

1) En la guerra contra Estados Unidos, México tenía un ejército cinco veces mayor que el estadounidense, pero dividido en facciones que apoyaban a caudillos para hacerse del poder. Jamás hubo un ejército mexicano integral que se enfrentara a las tropas vecinas. 2) Hubo varios estados de la república mexicana que se declararon neutrales en la guerra; por eso el ejército invasor llegó fácilmente de Veracruz a la ciudad de México. 3) El 13 de septiembre de 1847, cuando las tropas invasoras estaban por tomar la ciudad de México,

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efectivamente, los cadetes del Colegio Militar, ubicado en el Castillo de Chapultepec, las enfrentaron. Eran mucho más de seis, y si únicamente hubieran muerto seis, contra la tropa de Winfield Scott de 14 000, evidentemente hubiéramos ganado la guerra. 4) Muchos cadetes murieron ese día en Chapultepec. Los seis Niños Héroes son simbólicos aunque se pretenda que son reales. Hubo cadetes que lucharon ese día y sobrevivieron, y no sólo no son héroes, sino que pasaron a la historia en el bando de los malos, debido a que en la Guerra de Reforma pelearon en contra de Juárez. Fueron, sin embargo, grandes militares; es el caso de Lorenzo Márquez, Tomás Mejía y Miguel Miramón. 5) Hoy en día, en el recorrido turístico del Castillo de Chapultepec están marcados los sitios donde supuestamente murieron cada uno de los seis niños héroes. Con esto, la historia se olvida de todos los demás que murieron; pero lo grave es que esa zona del castillo, donde supuestamente murieron los Niños Héroes en 1847, fue construida en tiempos de Maximiliano en 1864. Mito 4: Santa Anna ocupó 11 veces la presidencia de la República Realidad:

1) Santa Anna fue presidente en dos periodos presidenciales de cuatro años; dentro de estos periodos,

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ejerció el poder durante algún tiempo y luego lo delegó, para finalmente volver. Su última "presidencia" fue un gobierno impuesto en el que se declaró dictador vitalicio. 2) Aunque Santa Anna estuvo detrás de la vida política de México durante 30 años, si se suma el tiempo de sus mandatos, apenas llega a cuatro años. Mito 5: si no fuera por los gringos, seríamos un país rico y desarrollado, pero a ellos no les conviene. Realidad:

1) El primer presidente de México, Guadalupe Victoria, tenía en mente un modelo de desarrollo similar al de Estados Unidos, al que veía como país ideal; por eso fue partidario de una República Federal al estilo estadounidense. 2) De hecho, durante la primera mitad del siglo xix, todos los países recién nacidos de América veían a Estados Unidos como un modelo ideal; Benito Juárez, por ejemplo, siempre admiró a ese país. Tanto en México como en el resto de la América hispana, fueron los políticos irresponsables y el pueblo ignorante los culpables de que no se pudiera seguir ese modelo. México nació cuando Estados Unidos tenía, sólo 3) 40 años de existencia, y un territorio diez veces menor. México tenía más ventajas, pero Estados Unidos nació con un proyecto; México nunca

tuvo uno... Esa falta de proyecto es la causante de nuestro no desarrollo. 4) El arraigo al pasado colonial, y no Estados Unidos, es otra causa de nuestro atraso. La Iglesia católica nos ha atrasado más que Estados Unidos. México fue un pueblo supersticioso desde su nacimiento y hasta la actualidad, mientras que en estados Unidos siempre hubo un proyecto científico y modernizador. 5) México siempre pretendió tener una tradición agrícola y que por lo tanto se aferraba al campo; Estados Unidos optó por el proyecto de la industrialización. Eso los catapultó al progreso y a nosotros nos detuvo. 6) La idea de que nuestra pobreza o subdesarrollo es culpa de Estados Unidos, es otra variante del complejo de conquistado, basado en culpar a España y la conquista de nuestras miserias. En ambos casos, sigue siendo una forma de pensar en la que todo lo que se hace es buscar culpas, pretextos y excusas más allá de nosotros.

Independencia por accidente

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principios del siglo xIx, el país que se perfilaba como nueva potencia mundial era Francia, que de hecho comenzó el siglo al mando de Napoleón Bonaparte, quien conquistó casi toda Europa Occidental. En los primeros años de aquella centuria, Napoleón conquistó Austria, Italia y prácticamente todo el centro de Europa, que aún era una estructura medieval conocida como Sacro Imperio Romano Germánico. qué tiene que ver Bonaparte y sus delirios de grandeza con México? Podría ser la pregunta de muchos, y es que se nos ha acostumbrado a que se puede entender la historia de nuestro país sin entender la del mundo, lo cual es absolutamente falso. Desde el siglo xvi prácticamente todo el planeta está interrelacionado, y los acontecimientos de un lugar influyen en muchos otros. Nuestra relación con Europa en este sentido es evidente, sobre todo con España, y el punto es que precisamente en 1808 fue el siguiente objetivo en la agenda bélica de Napoleón. Una España invadida, definitivamente influye en nuestra historia. Napoleón en realidad quería invadir Portugal, ya que la intención del emperador francés era aislar eco-

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nómicamente a Inglaterra, y había declarado un embargo económico a la isla, mismo que Portugal no respetó, así que Napoleón decidió que había que aleccionar a los reyes de Portugal quienes, por si acaso, huyeron con toda la corte a un paraíso tropical de su propiedad: Brasil. El caso es que España se interponía entre Francia y su objetivo. En un principio, Napoleón quiso negociar con el rey de España un tránsito pacífico por su reino, pero se enfrentó a la situación de que nadie estaba muy seguro de quién era el rey de España, ya que padre e hijo, Carlos IV y Fernando VII, peleaban, literalmente como niños, por la corona española. Ante esta pequeña contrariedad, en 1808 las tropas francesas simplemente invadieron España, y el primer día de mayo, Napoleón obligó al rey español, Carlos IV, y a su heredero, Fernando VII, a abdicar al la corona en favor suyo, y como tenía poco interés en esa corona tan devaluada (no habían ganado el mundial todavía), decidió nombrar a su hermano, José Bonaparte, como rey de España. Aquí se ve, por cierto, la subjetividad de la historia: el hermano de Napoleón tuvo seguidores en España, gente que veía en él la posibilidad de modernizar su reino medieval, para ellos fue José I. Sin embargo, la mayoría del pueblo se le opuso tenazmente y, debido a su afición por el buen coñac, le llamaron Pepe Botella, el nombre con que se le conoció en América entonces y ahora. El punto es que los que no aceptaron la imposición de José Bonaparte como rey crearon una firme opo-

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sición, y formaron una Junta de Gobierno, conocida como Junta de Sevilla, que pretendía resistir al gobierno invasor y tener el poder de forma provisional, hasta el regreso del legítimo rey, Fernando VII. Lo ocurrido en España y Francia desencadenó en Nueva España una serie de acontecimientos no planeados, que con el paso del tiempo, fueron llevando al levantamiento de Hidalgo, que hasta la fecha la historia oficial se empeña en señalar como una guerra de independencia, cuando, como ya se sabe, nunca fue así. Lo cierto es que la coyuntura histórica dio a luz, sobre la marcha a una improvisada serie de guerras que finalmente se convirtieron en un movimiento independentista, aunque ya se verá que incluso a media guerra muchos de los líderes seguían sin tener claro por qué peleaban. La invasión de Francia a España ocurrió en mayo, y como las noticias corrían más lentamente entonces, no fue hasta julio de 1808 cuando se conocieron en Nueva España los acontecimientos europeos. El virrey de entonces, José Iturrigaray, para discutir la situación convocó a la Real Audiencia de Nueva España (formada por españoles peninsulares) y al Ayuntamiento de la ciudad de México (formado por criollos). El ayuntamiento, presidido por Francisco Primo de Verdad, declaró que a falta de un monarca legítimo la soberanía debía volver al pueblo, y convocarse a una Junta de Gobierno, independiente de la de España, que cuidara el reino para Fernando VII. Evidentemente pretendían que esta junta fuera el propio ayuntamiento; es decir, una junta de gobierno formada

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sólo por criollos y sin peninsulares; es decir, una junta novohispana. Como en nuestro país siempre estamos ávidos de héroes y en busca de nuevos festejos que justifiquen nuevos gastos, nuevas fiestas, más despilfarros, y por lo tanto nuevos votos, hay quienes hoy en día pretenden ver en esta postura, el inicio de la independencia, cuando en realidad era un conflicto político más en la historia de nuestro país, un pleito entre criollos y peninsulares; esto es los hispanos de aquí contra los hispanos de allá, para ver quién representaría en este reino al destronado rey. En resumen, un conflicto de poder en México... nada nuevo. En toda esta discusión no había un plan de independencia, sólo una lucha para ver quiénes representarían al rey de España en su ausencia. Se impuso la voluntad de los peninsulares, y a partir de ese momento, varios grupos de criollos se dieron cuenta de que la conspiración era la única forma de llegar al poder. Pero en estas conspiraciones seguía sin hablarse de independencia; los criollos de las clases altas pugnaban por tener el poder en Nueva España y desplazar a los peninsulares. A pesar de todo, en 1808, el virrey Iturrigaray fue convencido por los argumentos de los criollos del Ayuntamiento y simpatizaba con su causa, pero el 15 de septiembre de ese año fue sacado violentamente del Palacio Virreinal y fue destituido en un inusual golpe de Estado promovido por los españoles, que veían en el virrey una amenaza para sus intereses. Los golpistas lo sustituyeron con Pedro Garibay, quien asumió el trono virreinal de 1808 a 1809, para

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ser finalmente sustituido por el arzobispo Francisco Javier de Lizana. Todos estos movimientos políticos se daban sin que una autoridad legal establecida en España pudiera sancionarlos, ya que el país estaba invadido, el rey legítimo estaba en cautiverio, nadie en Nueva España aceptaba la autoridad de José Bonaparte, y no todos estaban de acuerdo en aceptar o no el poder de la Junta de Sevilla en España. El mandato de este improvisado arzobispo elevado a virrey fue caótico. El religioso se caracterizó por ser un fanático inquisidor dedicado a perseguir a todo aquel que le pareciera conspirador, y por lo tanto, hereje. En un año de mandato había juzgado a cientos de miles. Tomó el poder virreinal en julio de 1809 y fue destituido por la Real Audiencia en mayo de 1810. Así pues, resulta que de 1808 a 1810, la política novohispana fue un caos, reflejo de la anarquía que se vivía en la España invadida por los franceses. Finalmente, en agosto de 1810 arribó a Veracruz un nuevo virrey enviado desde España, y sólo faltaba que llegara a la ciudad de México para que asumiera su cargo formalmente. Aún así, su autoridad estaba en entredicho por todos los conflictos sucedidos en la metrópoli, ya que el legítimo rey, Fernando VII, permanecía preso del invasor francés. La mañana del 14 de septiembre de 1810 todo parecía volver a la normalidad: el nuevo virrey, Francisco Javier Venegas, ya había llegado a la ciudad de México y ese día tomaría oficialmente el poder. El día transcurrió en paz, la presencia de una figura de autoridad calmó a la sociedad, y la noche de ese día 14 el virrey Venegas pasó apaciblemente su primera noche en el

Palacio Virreinal, convencido de que todo volvía a su cauce natural. La noche siguiente comenzó el levantamiento del cura Hidalgo.

que tenía con Allende. Por mds que nuestros historiadores quieran heroínas, aunque hay algunas de verdad, ésta es una invención total, a menos que ser la amante de un dudoso héroe la convierta automáticamente en prócer femenil de la patria.

Hidalgo: ¿guerreros insurgentes o turba saqueadora?

Allende y Domínguez buscaban tomar el poder con la menor violencia posible, poniendo de su lado a altos mandos militares, sociales, políticos y religiosos. Poco, o más bien nada, dice nuestra historia de las desavenencias entre Allende e Hidalgo, desde antes del estallido de la guerra. Allende siempre estuvo en contra de levantar en armas a una multitud descontrolada que sería imposible de disciplinar. Hidalgo, por su parte, asumió el liderazgo militar y dejó de lado a los militares, a quienes nunca escuchó. Se habla de que tenían programado comenzar un levantamiento para octubre (algunos señalan que sería en diciembre), pero finalmente el hecho de ser aparentemente descubiertos adelantó los acontecimientos. Pues no, no fue el hecho de haber sido descubiertos lo que precipitó la guerra, sino los ímpetus personales de Miguel Hidalgo, un hombre que tenía rencillas personales con los españoles... aprovechó para tomar venganza. Miguel Hidalgo sí era, como se dice comúnmente, un hombre ilustrado, mas no hay que olvidar que también era un hombre de la Iglesia, por lo que el concepto de soberanía popular no estaba en su mente; nunca dejó de pensar que la religión católica debería ser la única tolerada, y en la supremacía de la Iglesia sobre el Estado. En esas condiciones, difícilmente hay una independencia.

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ue casualidad que Miguel Hidalgo se haya convertido en líder de una guerra y, desde luego, su paternidad patria es absolutamente cuestionable; es, ante todo, un decreto oficial mucho más que una realidad histórica. Esto, por algo muy simple: Hidalgo jamás planeó una independencia; nunca tuvo un proyecto de nación, y lo más importante, sus cuatro meses de saqueo, cuatro meses que fue lo único que duró su guerra, no tuvieron relación alguna con la verdadera obtención de la libertad. Miguel Hidalgo, párroco de Dolores, fue invitado por Ignacio Allende (militar de alto rango, miembro del cuerpo élite de Dragones de la Reina y conspirador de experiencia) a una serie de "reuniones literarias" que eran en realidad confabulaciones contra el poder. La conspiración era organizada por el propio Allende con el apoyo del Corregidor de Querétaro, Miguel Domínguez. BREVIARIO CULTURAL: Josefa Ortiz era esposa del Corregidor de Querétaro, Miguel Domínguez; no era la Corregidora; no fue parte de la conspiración ni participó en la independencia. Su máxima relación con el movimiento fue la relación, mucho mds personal e íntima,

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Ser hombre de la Iglesia no evitaba que fuera hombre de deleites carnales, y así como su mente ilustrada lo ayudó a escalar hasta ser rector del Colegio de San Nicolás, parece ser que una combinación de líos de dinero y de faldas hicieron que fuera degradado a párroco de pueblo. Era también un criollo hacendado: tres haciendas tenía el señor cura, pero compradas con un crédito que decidió no pagar nunca, razón por la cual le fueron confiscadas por la corona española. Así fue como el señor Hidalgo pasó de ser el respetable rector de un colegio y prestigiado hacendado, a ser un párroco despojado de sus bienes. Todo fue por causa suya, pero él culpaba a los españoles. Guardaba contra ellos un gran rencor, y esa fue su principal motivación para lanzar a una multitud al saqueo. La noche del 15 de septiembre de 1810, Allende estaba muy preocupado por lo que pudiera hacer "el bribón del cura", que era como llamaba a Hidalgo, y se manifestó siempre en contra de llamar a la gente a las armas, y más aún con la idea de Hidalgo de liberar a los presos y darles armas. Con todo, a lo que más se opuso fue a que se permitiera el saqueo por parte de la turba, a lo que la respuesta de Hidalgo fue simple: "Si sabe otro modo de hacerse de seguidores dígamelo, porque yo no lo conozco". Esto deja muy claro que los seguidores no buscaban libertad sino botín. Detrás de este movimiento que la historia nos presenta tan románticamente no hay ideales; el pueblo seguía a Hidalgo para saquear casas de españoles. Hidalgo hizo sonar las campanas de la iglesia y convocó a los feligreses a la insurrección. Es imposible saber con certeza cuáles palabras se utilizaron en

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el llamado grito, pero lo que es un hecho es que no fue un "¡viva México! ", ni un "¡viva la independencia!" En realidad hay cierto consenso en que lanzó vivas a América, a la Virgen de Guadalupe y a Fernando VII, rematando con mueras al mal gobierno y a los gachupines. Nada sobre la libertad... No había un proyecto. Es imposible saber qué ideas tenía Hidalgo, o si las tenía, pero si tuviéramos que basarnos en aquello que gritó, vemos una invitación a pelear a favor del Rey de España y del dominio de la religión. Si consideramos sus actos, vemos una manipulación total al tomar el estandarte guadalupano, y a un promotor del caos que permitió e incentivó el despojo. Difícilmente puede eso ser considerado una guerra de independencia y mucho menos un proyecto de nación. Aún así se decidió que es el Padre de la patria. Veamos su guerra en resumen. Tras el saqueo de Dolores, la turba se dirigió a asaltar San Miguel, Celaya, Salamanca e Irapuato. No hubo batallas, pues no había tropas españolas. El primer enfrentamiento en forma se dio en Guanajuato, adonde se encaminaron con la intención de capturar armas y municiones, y desde luego, para tomar la ciudad más rica del reino. En Guanajuato se dio una indiscriminada matanza de inocentes, una masacre total por la que el obispo electo de Valladolid (Morelia), Manuel Abad y Queipo, excomulgó a Hidalgo, (por más que la Iglesia quiera hoy hacer olvidadizo este episodio). Como ésta era una causa personal y no nacional, Hidalgo cambió toda la ruta planeada, que era ir hacia la capital, y cambió completamente el rumbo para ir a Valladolid junto

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con sus 80 000 iracundos, y presionar al cabildo de la catedral para que cancelaran su excomunión. Obviamente, aprovechó para el saqueo, y después volvió a la ruta original. Tomaron Toluca sin dificultad y siguieron hacia la ciudad de México; en el camino hacia la capital se dio el segundo enfrentamiento, en el cerro de las Cruces, donde una multitud que algunos cifran en 100 000, se enfrentó a una tropa realista de unos 4 000 soldados a los que derrotaron fácilmente. Ahí vino lo increíble: tras la victoria, en vez de caer sobre la capital, se retiraron, y además por separado. Hidalgo se encaminó a Guadalajara y Allende a Guanajuato. ¿Por qué tras una victoria y con la capital inerme ante sí, Hidalgo se retiró? En nuestra historia, plagada de mitos como está, y donde Hidalgo debe quedar como un ídolo de culto, impoluto y sin falta alguna; se dice que el cura tenía miedo a que hubiera saqueo, y por eso se retiró. ¡Qué gran absurdo!, "el bribón del cura" venía promoviendo el saqueo en cada ciudad, como única forma de tener seguidores; nada hace pensar que de pronto cambiara de opinión. La retirada se dio porque Allende tuvo palabras de profeta; cuando la multitud vio soldados de verdad, muertos, cabezas rodando y cañones rugiendo, huyeron en total desorden. Además, la victoria en cerro de las Cruces, un bosque sin nada que saquear, no significaba nada para una turba iracunda que sólo se interesaba en el robo. Los 100 000 de Hidalgo, con todo y la victoria, se quedaron en menos de 20 000 tras la batalla, y, además, sin municiones.

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Por si fuera poco, la enemistad de Allende e Hidalgo también se hizo evidente, ya que el primero se negó a entrar a la ciudad, calculando que las tropas organizadas y disciplinadas de Félix María Calleja no tardarían en llegar. Hidalgo se fue a Guadalajara, tomó pueblos en el camino, siguió promoviendo la rapiña y se volvió a hacer de muchos seguidores. Entró a la ciudad en diciembre, con unos 50 000 hombres, tomó posesión del Palacio de Gobierno y se hizo llamar Alteza serenísima (nuestra historia sólo recuerda eso sobre Santa Anna, nunca sobre Hidalgo). Allende volvió a Guanajuato, donde fue sitiado y derrotado por Calleja, por lo que no tuvo más remedio que huir a Guadalajara, donde se encontró con Hidalgo el 12 de diciembre de ese 1810, y le advirtió de la cercanía de Calleja y de sus 7 000 soldados por lo que recomendó fortificar la ciudad y preparar una posible huida. Hidalgo, que nunca escuchó los consejos profesionales del militar del grupo, decidió que con las decenas de miles de hombres que él tenía, podían derrotar a Calleja. En enero de 1811, 7 000 hombres de Calleja derrotaron a 80 000 de Hidalgo en la batalla de Puente de Calderón. La multitud se dispersó e Hidalgo se enfrentó a la realidad: estaba solo y derrotado. Allende, Aldama y Jiménez decidieron despojar a Hidalgo del mando, y a partir de ese momento el cura quedó en calidad de prisionero, y Allende al mando de un movimiento que ahora era de unas 20 personas huyendo hacia el norte, intentando llegar a Estados Unidos. En marzo fueron capturados en las Norias de Bajan, entre Coahuila y Texas; fueron juzgados y con-

denados a muerte. Para julio de 1811, las cabezas de Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez colgaban enjauladas en las esquinas de la Alhóndiga de Granaditas, donde pendieron hasta 1821. El movimiento de Hidalgo en realidad duró de septiembre de 1810 a enero de 1811. Ignacio López Rayón, secretario particular de Hidalgo, se nombró nuevo líder del movimiento, en nombre de Fernando VII, y formó una Junta de Gobierno que nunca gobernó, y que sólo sobrevivió por el apoyo militar que le dio Morelos. En esta primera guerra no hay proyecto alguno de independencia.

Morelos: la verdadera insurgencia

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on la muerte de Hidalgo, el movimiento quedó casi muerto en su totalidad. Es cierto que el cura inspiró a otros criollos, que comenzaron revueltas y levantamientos, pero todos se quedaron a nivel local y no tuvieron una visión de independencia nacional: Rafael Iriarte había tomado León y Aguascalientes; Julián Villagrán dominaba el Valle del Mezquital; José Antonio Torres mantenía Guadalajara, y López Rayón tenía su Junta en Zitácuaro. Sin embargo, no era un solo movimiento organizado en común, sino diversos levantamientos aislados. Mientras tanto, José María Morelos comenzaba un verdadero movimiento unificado en el sur del territorio. López Rayón había recibido de Allende la instrucción de tomar el mando si ellos perecían. Morelos te-

nia un pedazo de papel donde Hidalgo lo nombraba general y le daba la misión de insurreccionar el sur. Así es que había de nuevo dos líderes, e igual que sus mentores, cada uno con un proyecto distinto. Sigue sin haber una sola insurgencia unida. Morelos era también un cura ilustrado, en Carácuaro, uno del que jamás se hubiera esperado que se sumara a una revuelta, y sin embargo se unió. Hay que decir que salió a buscar a Hidalgo para entrevistarse con él, lo que logró el 20 de octubre de 18110, como por 20 minutos... los únicos 20 minutos de la historia nacional en que Hidalgo y Morelos estuvieron juntos. El cura de Carácuaro solicitó unirse a la causa, y el de Dolores lo mandó muy lejos...; es decir, a Acapulco. J P Le encomendó la misión de insurreccionar el sur y tomar el puerto. No volvieron a verse, hablarse, escribirse o tratar de coordinar planes. Claro que, aunque nunca se habían visto antes ni se vieron después, Morelos sí conocía a Hidalgo, por lo menos de nombre y de oídas, ya que el primero fue alumno del colegio de San Nicolás cuando el primero era el rector. Tras su breve encuentro con Hidalgo, Morelos se dirigió a Acapulco a través de la Sierra de Michoacán, donde fue consiguiendo gente que se unía a la causa. De los personajes más importantes que se le unieron desde el principio está Hermenegildo Galeana, quien además de unirse al movimiento aportó el primer cañón que tuvo el ejército de Morelos. Antes de lanzarse sobre la ciudad, intento que resultó un total fracaso, Morelos declaró la abolición de la

esclavitud y de las castas, y prohibió la discriminación racial. Bonita idea que sigue vigente hasta la fecha, corno idea, pues tristemente aún persisten esas prácticas. Morelos si tenía un proyecto de independencia, y promovió la idea de formar lo antes posible un gobierno autónomo. Fracasó en su primer intento de tomar Acapulco, y tras la derrota se refugió en el pueblo de Tecpan, que convirtió en su centro de operaciones. Ahí se sumó a su insurgencia la familia Bravo y Vicente Guerrero. Poco después llegó a su encuentro un abogado duranguense, radicado en la ciudad de México, Miguel Fernández Félix, quien más adelante tomaría el nombre de Guadalupe Victoria; posteriormente, durante la toma de Izúcar, se sumó al movimiento el sacerdote Mariano Matamoros. Es decir, esos grandes héroes insurgentes de los que hemos escuchado o leído, o por lo menos hemos visto sus nombres en calles o municipios, que lucharon por la independencia, no fueron los de la guerrilla saqueadora de Hidalgo sino los del movimiento de José María Morelos. Él, con el apoyo de Hermenegildo Galeana, Mariano Matamoros, Nicolás Bravo, Vicente Guerrero y Guadalupe Victoria, mantuvo una guerra de cinco años contra la corona española, proclamó la independencia, redactó un proyecto de nación y convocó a un Congreso para depositar en él la soberanía y formar una República. Si una patria necesita un padre, en el caso de México, éste debería ser el generalísimo, José María Morelos y Pavón. Poco justa les es la historia a los verdaderos insurgentes, ya que cada noche de 15 de septiembre, en las

vivas a los héroes que nos dieron patria, se corea a Hidalgo, a Allende a Aldama y, menos mal, a Morelos, aunque lucharon guerras distintas. No hay vivas a Galeana, el inspirador de Morelos, o a Matamoros, su gran general o a Guadalupe Victoria, el creador de la república. Eso sí, en los improvisados de cada año aparece Josefa Ortiz, y ahora la moda hace aparecer a Leona Vicario, esposa del Insurgente e ideólogo Andrés Quintana Roo. Esta era una romántica que creyó que Hidalgo buscaba la independencia y gastó su fortuna en mantener el inútil movimiento de López Rayón. Hay que decir que llevó la cuenta de cada centavo y se lo cobró al gobierno del México independiente, lo que la hace pasar de heroína a prestamista. A pesar de todo, tampoco es la guerra de Morelos la que triunfa y nos da la independencia. Entre 1810 y 1813 casi todo fue triunfo para el cura de Carácuaro: tomó posesión de la costa de Michoacán y se apoderó de ciudades y pueblos importantes como Cuautla, Izúcar, Tenancingo, Orizaba, Oaxaca, finalmente logró dominar Acapulco, y se apoderó de la ciudad de Chilpancingo, donde en noviembre de 1813 formó el Congreso de Anáhuac; leyó sus "Sentimientos de la Nación" y proclamó la Independencia. A partir de ahí todo fue cuesta abajo. Intentó tomar Valladolid en diciembre de 1813 y fue derrotado en un solo día por Agustín de Iturbide. El año 1814 transcurrió mientras Morelos huía, protegiendo al Congreso, escondidos en diversos puntos de la sierra michoacana. En ese año perdió a Galeana y a Matamoros y el movimiento comenzó a pulverizarse. Finalmente, en 1815

intentó escoltar al Congreso desde Puruarán a Tehuacán, pero fue atacado en el camino y derrotado por las tropas realistas. Morelos fue juzgado por el poder civil y por la inquisición, fue torturado para obligarlo a delatar planes de los insurgentes y, finalmente, fue condenado a muerte por traidor a la corona. Se le fusiló en diciembre de 1815, y con su muerte murió también la insurgencia y terminó la guerra de independencia. A partir de 1816 los pocos rebeldes que quedaban peleaban sólo para defender sus territorios e incluso llegaron a enfrentarse entre sí. Tal y como lo había prometido, Félix María Calleja del Rey, primero general del ejército y más adelante virrey de Nueva España, aniquiló a la insurgencia; cuando el cuerpo de Morelos cayó al suelo, cayeron también sus sueños y proyectos. La guerra de Morelos fue totalmente distinta a la de Hidalgo; fue mucho más importante y trascendente. Es de ella de la que surgen los grandes insurgentes que sobrevivieron a la guerra e incluso gobernaron el país. Su guerra duró cinco años, tuvo un proyecto republicano, estableció la idea de la soberanía popular y logró verdaderamente poner en jaque a las autoridades virreinales. Félix María Calleja, considerado el mejor militar de todo el imperio español, se vio durante años incapaz frente al genio de Morelos y sus seguidores. Así como las ideas de Hidalgo deben juzgarse según sus palabras y sus actos, lo mismo debe hacerse con Morelos. Así se entiende que sus guerras son del todo distintas.

José María Morelos comenzó su guerra solo, no era parte de un movimiento ni tenía previamente seguidores, acopio de armas o una conspiración que lo respaldara, todo eso que sí tuvo Hidalgo. Pero de cualquier forma el cura de Carácuaro también se hizo de seguidores importantes, con una gran diferencia respecto de Hidalgo: Morelos sí les hizo caso. Siempre dijo tener dos brazos: Mariano Matamoros y Hermenegildo Galeana, cura el primero, hacendado el segundo. Matamoros resultó un líder nato entre las tropas, y Galeana, una voz sabia que guió al generalísimo Morelos. El llamado Siervo de la Nación nunca quiso que lo siguiera una multitud como la de Hidalgo. Desde el principio planteó que un ejército más pequeño, de 20 000 hombres, sería más útil. Además no fue líder único sino que dividió tropas entre sus hombres de confianza: Galeana, Matamoros, Vicente Guerrero, Nicolás Bravo, Guadalupe Victoria. Cada uno de ellos tenía sus propias tropas, cumplían misiones distintas, conquistaban y resguardaban territorio. Había una estrategia. Hubo también proyecto: Morelos prohibió estrictamente el saqueo, el robo, la lucha de castas y toda acción de rencor social. Es decir, quien siguiera a Morelos lo haría consciente de que luchaba por una independencia, no por un salario y menos aún por un botín. Porque además, hay que decirlo, Morelos si habló de independencia, se opuso contundentemente a luchar por Fernando VII y a que se mencionara al rey de España dentro del movimiento. Para corregir erro-

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res de Hidalgo, se negó a ser líder absoluto y repartió siempre este liderazgo. Cuando el Congreso formado por los insurgentes lo quiso dotar de poder político, él se negó, pues ya estaba a cargo del mando militar, y finalmente, cuando en este Congreso se le dio el mismo título que exigió Hidalgo, Alteza serenísima, lo rechazó y asumió en cambio el de Siervo de la nación. Todo esto nos lleva precisamente al tema del famoso Congreso de Chilpancingo o de Anáhuac, un intento de institucionalizar el movimiento insurgente. Se realizó el 6 de noviembre de 1813 y reunió a diversos líderes con visiones distintas; se vieron ahí las caras Morelos e Ignacio López Rayón; éste último mantenía la postura de luchar en nombre de Fernando VII, mientras que Morelos hablaba de una total independencia. Ahí, en Chilpancingo, y en ese año (1813), se proclamó por primera vez la independencia del país, algo que nunca hizo Miguel Hidalgo. También ahí presentó Morelos un documento conocido como los "Sentimientos de la Nación", donde dejó por escrito su proyecto, y así como de Hidalgo se debe analizar sus vivas al rey de España y a la Virgen de Guadalupe, es importante revisar lo planteado por Morelos en dicho documento: • Que la América es libre e independiente de España y de toda otra nación, gobierno o monarquía, y que así se sancione dando al mundo las razones. • Que la soberanía dimana inmediatamente del pueblo, el que sólo quiere depositarla en el Supremo Congreso Nacional Americano, compuesto de re-

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presentantes de las provincias en igualdad de números. Que los poderes legislativo, ejecutivo y judicial estén divididos en los cuerpos compatibles para ejercerlos. Que como la buena ley es superior a todo hombre las que dicte nuestro Congreso deben ser tales, que obliguen a constancia y patriotismo, moderen la opulencia y la indigencia, y de tal suerte se aumente el jornal del pobre, que mejore sus costumbres, alejando la ignorancia, la rapiña y el hurto. Que las leyes generales comprendan a todos, sin excepción de cuerpos privilegiados; y que éstos sólo lo sean en cuanto al uso de su ministerio. Que para dictar una ley se haga junta de sabios en el número posible, para que proceda con más acierto y exonere de algunos cargos que pudieran resultarles. Que la esclavitud se proscriba para siempre y lo mismo la distinción de castas, quedando todos iguales, y sólo distinguirá a un americano de otro el vicio y la virtud.

Es decir, Morelos proclamó la independencia, sin rey de España, y agregó algunos conceptos liberales como la soberanía popular, depositada en un Congreso, la división de poderes y la eliminación de fueros. Además postuló ideas fundamentales que siguen sin aplicarse en el país, más de doscientos años después, como aquel punto en que señala a la buena ley como superior al hombre, y que éstas deben moderar la opulencia y la indigencia, así como generar buenas costumbres. ¿ Qué diría Morelos de nuestro México de hoy?

Concepto interesante aquél de que grupos colegiados de sabios (entendamos por esto, expertos en el terna) sean los que elaboren las leyes. Hoy en día, con tantos ternas tan diversos qué abarcar en el quehacer nacional, sería del todo beneficioso que grupos de expertos de cada terna fueran los responsables de las leyes pertinentes, y no políticos expertos en nada e interesados sólo en obtener votos. Hay otro punto que después de 200 años en México no se ha logrado aún: que sólo distinga a un mexicano de otro, el vicio y la virtud; es decir, generar una sociedad de méritos y no una de influencias uencias y" contactos. Es necesario ahora señalar lo contradictorio de Morelos, un hombre ilustrado que fue maestro de latín y gramática, pero que al final fue también un sacerdote educado al estilo español; es decir, conservador. Eso también se deja ver en sus "sentimientos", cuando señala ideas como: • Que la religión católica sea la única, sin tolerancia de otra. • Que el dogma sea sostenido por la jerarquía de la Iglesia, que son el Papa, los obispos y los curas, porque se debe arrancar toda planta que Dios no plantó • Que sólo los americanos obtengan los empleos. • Que no se admitan extranjeros, si no son artesanos capaces de instruir y libres de toda sospecha. • Que en la misma se establezca por Ley Constitucional la celebración del día 12 de diciembre en todos los pueblos, dedicado a la Patrona de nuestra Libertad, María Santísima de Guadalupe.

Junto a su liberalismo de corte francés se puede ver el conservadurismo español y algunos de los complejos que al mexicano lo aquejan hasta hoy. Antes que nada, instituye como proyecto la intolerancia religiosa, que tanto conflicto trajo a México en el siglo xix; además, afirma la supremacía de la Iglesia católica y, desde luego, el guadalupanismo corno proyecto de nación. Junto a esas ideas se puede ver desde entonces el miedo a lo extranjero, derivado de que, a pesar de una independencia, se sigue teniendo un trauma de conquista. Como quiera que haya sido, Morelos escribió un ideario y lo planteó ante un Congreso, que en 1814 lo transformó en Constitución. Había un proyecto que mezclaba la modernidad con lo medieval, pero finalmente un proyecto, y ante todo, una clara y definida idea de independencia total respecto de España. Eso no ocurrió en 1810, sino que hubo que esperar hasta 1813. En términos prácticos, con la caída de Morelos en 1815 terminó la guerra, Félix María Calleja, ya como Virrey, dejó un reino totalmente pacificado a su sucesor, Juan Ruiz de Apodaca. Sólo quedaron unos pocos focos de insurrección aislados que no significaban problemas para la autoridad virreinal, y tan sólo dos insurgentes, Vicente Guerrero y Guadalupe Victoria, escondidos en la sierra; el primero en calidad de salteador de caminos, y el segundo literalmente viviendo como ermitaño. La guerra terminó y de 1816 a 1820 no hubo conflicto alguno. Además, en 1814 Fernando VII volvió al trono español, con lo que para muchos se perdía la causa original del movimiento. El regreso del Rey generó cambios

en España: el pueblo que luchó por devolverle el trono, se lo condicionó, y el monarca tuvo que aceptar una constitución liberal, que le quitaba poderes a la corona y a las clases privilegiadas. No obstante, al poco tiempo el Rey restableció el gobierno absolutista. Desde ese momento hubo en España una guerra civil entre liberales y conservadores, y los primeros triunfaron en 1820, cuando por presiones sociales el rey tuvo que volver a aceptar una constitución liberal. Ese acontecimiento, esa llegada del liberalismo a España, fue el detonador final de la verdadera independencia de Nueva España: las élites americanas no estaban dispuestas a aceptar el proyecto liberal español. La maquinaria conservadora que planeó la independencia, comenzó a moverse.

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Luchar para que todo siga igual: la guerra de Iturbide

gustín de Iturbide también fue criollo, nació en 1783 en Valladolid. Como muchos aristócratas terratenientes fue invitado a la lucha contra los peninsulares. De hecho, por otra omisión histórica pocos saben que Iturbide era pariente de Hidalgo, y que fue éste quien lo invitó a unirse antes del saqueo de Valladolid Tampoco se dice que Iturbide estaba de acuerdo con la causa de la independencia, pero no con la forma en que Hidalgo, y luego Morelos, pretendieron llevarla. Siempre criticó que Hidalgo hubiera usado el rencor

social y el odio hacia el español como armas, mientras que el propio Iturbide pensaba que era importante mantener una buena relación con España, tanto económica como cultural. Cuando envió su negativa a Hidalgo, jamás le expresó que fuera por lealtad a la corona o al Rey, sino porque no veía un plan ni un objetivo en su movimiento, del que vaticinó exactamente lo ocurrido: que desencadenaría matanzas, saqueos, caos, y no lograría nada. Fue así que, de 1810 a 1815, Iturbide fue de los más importantes militares en contra de las luchas de independencia. Sin embargo, la situación de 1820 lo decidió a luchar por la separación política de España, pero siempre con la idea de hacerlo sin guerra y sin romper relaciones con los españoles. Para entender el cambio de postura de Iturbide hay que entender también lo que pasaba en España y como afectaba eso a la sociedad novohispana. La revolución liberal española de 1820 obligó al rey a aceptar nuevamente la Constitución liberal de Cádiz, misma que también iba a entrar en vigor en América en mayo de 1820. Las élites privilegiadas de Nueva España, criollos y peninsulares, no estaban dispuestas a ver cómo se recortaban sus privilegios. Fue entonces cuando buscaron la separación política de España y trataron de aprovechar esta circunstancia para plantear una nueva forma de relación en la que se aceptaba a Fernando VII como rey, pero con un gobierno independiente. Es decir, Fernando VII sería rey de España y rey de México, pero como reinos separados y cada uno con

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su propio gobierno. Así, a lo largo de mayo de 1820, representantes de las clases altas y medias, la Iglesia y el Ejército, se reunieron en el templo de la Profesa para planear la forma de llevar a cabo esta separación. La idea era que no hubiera guerra sino una transición pacífica, para lo cual muchos veían como una amenaza a Vicente Guerrero, el único de los luchadores originales de la independencia que seguía levantado en armas escondido en la sierra; por eso, se decidió nombrar jefe militar a Iturbide, para que éste capturara a Guerrero. Pero Iturbide se dio cuenta de que la forma más rápida de lograr la independencia era unir a los dos bandos, es decir, insurgentes y realistas, por lo que en vez de perseguir a Guerrero comenzó a intercambiar correspondencia con él y le propuso que unieran sus fuerzas para declarar la independencia. El 24 de febrero de 1821, Guerrero se unió al "Plan de Iguala" proclamado por Agustín de Iturbide; de esa unión entre los insurgentes y los realistas nació nuestro país. Fue resultado de una negociación..., tal vez la única que bandos opuestos han logrado llevar a cabo en 200 años por el bien de la patria. La alianza entre Iturbide y Guerrero no sólo significó el nacimiento de una nación, sino que éste se diera sin más derramamiento de sangre. El "Plan de Iguala", también llamado Trigarante, giraba en torno de los tres máximos ideales que serían los pilares del nuevo imperio: la religión católica como fe oficial del imperio, la independencia política, y la unión de todos los habitantes del territorio, sin importar su origen. Estas tres garantías quedaron repre-

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sentadas por tres colores; verde para la independencia, blanco para la religión y rojo para la unión. Ese fue el origen de la bandera tricolor de México, curiosamente se festeja se día el 24 de febrero, en que Guerrero se unió a Iturbide, pero el nombre del libertador no se menciona. La unión de las tropas populares y guerrilleras de Vicente Guerrero con las tropas disciplinadas y oficiales de Iturbide, ponía del mismo lado a casi todos los que tenían capacidad de hacer una guerra, la causa de Independencia, por lo que prácticamente no había posibilidad de que el plan fracasara. Además, la autoridad virreinal se tambaleaba. El virrey Juan Ruiz de Apodaca no hacía nada por detener a Iturbide, por lo que el 5 de julio de 1821 fue destituido por un pequeño grupo de militares que aún eran leales a España, y nombraron como virrey provisional al militar Pedro Novella, quien carecía de autoridad legítima al no ser nombrado por el Rey o las Cortes de España. El último virrey de Nueva España venía ya en camino. Pero antes de hablar del último gobernante español en nuestro suelo, a quien también se le restan méritos, es importante, al igual que con Hidalgo y Morelos, juzgar a Iturbide por sus acciones y sus palabras y tratar de encontrar su proyecto en el Plan de Iguala, que poco se menciona y menos aún se lee, pero en algunos de sus fragmentos queda claro el proyecto iturbidista. Americanos, bajo cuyo nombre comprendo no sólo los nacidos en América, sino a los europeos, africanos y asiáticos que en ella residen...

Notar antes que nada que México, o Méjico, como se prefiera, sigue sin ser la referencia al país, y que tanto Hidalgo como Morelos e Iturbide se refieren a América, pues el concepto de México como una nación aún no existía. Más allá de esto se puede ver el proyecto incluyente; los habitantes del nuevo país serán todos aquellos que en él residan, sin importar su origen. Las naciones que se llaman grandes en la extensión del globo, fueron dominadas por otras, y hasta que sus luces no les permitieron fijar su propia opinión, no se emanciparon.

Hay aquí un concepto fundamental que se debe entender relacionado con el de independencia: las luces a las que se refiere Iturbide constituyen la ilustración que un pueblo debe tener para poder ser libre, la educación que es vital para que un pueblo sea responsable de sí mismo. La responsabilidad que debe acompañar siempre a la libertad. Trescientos años hace la América Septentrional de estar bajo la tutela de la nación más católica y piadosa, heroica y magnánima. La España la educó y engrandeció, formando esas ciudades opulentas, esos pueblos hermosos, esas provincias y reinos dilatados que en la historia del universo van a ocupar lugar muy distinguido.

El concepto de identidad se hace también presente en el proyecto de Iguala, una identidad ubicada necesariamente en lo hispano, ya que es un ideal criollo, pero que parte de una realidad que ya ha sido mencionada: el México de hoy es resultado del Virreinato, de la mezcla ocurrida en ese periodo.

Conocidos los daños que origina la distancia del centro de su unidad, y que ya la rama es igual al tronco; la opinión pública y la general de todos los pueblos es la de la independencia absoluta de la España y de toda otra nación.

Aquí está la razón de la emancipación: los daños derivados de la distancia entre la Metrópoli, la capital imperial, Madrid, y los dominios americanos, pero más importante que hacer hincapié en la distancia es el otro argumento: la rama ya igual al tronco. Plantea Iturbide que tras 300 años de dominio se ha desarrollado una sociedad novohispana capaz y autosuficiente, al estilo de la española, de la que por tanto se puede independizar. He aquí, al igual que con Morelos, pero no con Hidalgo, una declaración de independencia. Esta misma voz que resonó en el pueblo de los Dolores, el año de 1810, y que tantas desgracias originó al bello país de las delicias, por el desorden, el abandono y otra multitud de vicios, fijó también la opinión pública de que la unión general entre europeos y americanos, indios e indígenas, es la única base sólida en que puede descansar nuestra común felicidad.

Éste es, desde luego, un concepto ajeno a nuestra versión histórica y prácticamente una herejía a la patria: sugerir que el movimiento del cura de Dolores fue una desgracia para el país. ¿Cómo sacar a relucir un documento como éste, aunque sea escrito por aquel que consumó la Independencia, si convierte en desgracia lo que el pueblo mexicano honra todos los años, cada 16 de septiembre? Peor aún, deja claro que la guerra que

terminó, de hecho, la que triunfó, no sólo es diferente a la de inicio, sino radicalmente opuesta a ésta. Esta paradoja total hace que el libertador deba quedar en el cementerio de los próceres olvidados, y sin letras de oro en el Congreso..., aunque curiosamente aparece en las monedas conmemorativas de cinco pesos. Pero así es, paradójico y contradictorio, el pueblo mexicano, que no festeja de hecho la consumación de la independencia, sino un levantamiento popula r y sinsentido que no llevó a absolutamente nada. Si se quiere dejar a Iturbide fuera de la historia bien se podría tomar a Morelos, el primero en p roclamar la independencia, y conmemorar doscientos años después de 1813, cuando él sí proclamó la independencia, con un proyecto y ante un Congreso Soberano. Y así, nadie habla de Iturbide, el hombre que llamó oficialmente "México" a este país, defendió sus cinco millones de kilómetros cuadrados contra Estados Unidos, (lo que le valió una conspiración en su contra), creó la bandera tricolor . y firmó el Acta de Inde P endencia. Nada se festeja el 27 de septiembre y ningún bicentenario será conmemorado en el 2021..., a menos que a algún político le convenga. Americanos: ¿quién de vosotros puede decir que no desciende de español? Ved la cadena dulcísima que nos une: añadid los otros lazos de la amistad, la dependencia de intereses, la educación e idioma y la conformidad de sentimientos, y veréis que son tan estrechos y tan poderosos, que la felicidad común del reino es necesario la hagan todos reunidos en una sola opinión y en una sola voz.

Finalmente, la reflexión que casi 200 años después sigue siendo necesaria: entender que el mexicano, en efecto, está relacionado con el español. Puede gustar o no; se puede estar o no de acuerdo con los discursos oficiales o con patrioterismos inventados, pero es una realidad histórica. Además, culmina así la explicación sobre la forma en que buscaba llevar a cabo esa independencia: hacer de todo el pueblo una sola voz. Doscientos años de libertad y no hemos logrado ser una sola voz. Lograrlo sería otra forma muy verdaderamente patriótica de celebrar la libertad.

La consumación de la Independencia: proyecto hispano y aristócrata

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n la historia oficial se prefiere hablar del cura Hidalgo, precisamente porque tras él se levantó el pueblo, aunque este pueblo no tuviera idea de lo que hacía. En cambio, Iturbide negoció con la aristocracia, la Iglesia, los comerciantes, los militares, y en general con todos los poderosos. El primero peleó y destruyó, el segundo negoció y construyó. Esto es interesante, ya que en México veneramos a Hidalgo, el que peleó y destruyó, y hasta lo llamamos Padre de la patria, y olvidamos a Iturbide, quien negoció y construyó. Es interesante porque parece que el mexicano, desde entonces y hasta el siglo xxi, se sigue inclinando por pelear y destruir, como nuestro Patrio Padre, y seguimos sin entender el camino de la negociación y la construcción, como nuestro olvidado libertador.

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También es un hecho que, en el México posrevolucionario, donde se fabricó para el mexicano una identidad popular, Hidalgo definitivamente servía mejor como figura heroica. Un México basado en una supuesta revolución, necesita un héroe que pelea, no uno que negocia. La mayor negociación que llevó a cabo Iturbide fue con Juan de O'Donojú, quien llegó a nuestro suelo en julio de 1821, enviado por las cortes españolas para asumir el papel de virrey y terminar con cualquier sublevación. A ese hombre se le debe mucho en la independencia; desde su llegada a Veracruz, O'Donojú comenzó a informarse de la situación; supo que aristocracia, burguesía, clero y hasta ejército estaban del lado de Iturbide. Ante tal situación, y después de leer el Plan de Iguala, decidió que los hechos estaban consumados, que era imposible evitar la separación política entre la vieja y la nueva España, y que los términos planteados por Iturbide eran finalmente convenientes también a la corona española. Así pues, decidió entrevistarse con Iturbide y pactar la independencia. Los dos personajes se vieron en Córdoba, Veracruz, y firmaron los llamados Tratados de Córdoba, donde O'Donojú aceptaba la independencia. Tras la firma de dichos tratados sólo faltaba que fuera nombrado por la Audiencia para recibir a Iturbide en la capital y aceptar la independencia, ya en calidad de virrey. Este último virrey gobernó únicamente del 24 al 27 de septiembre de 1821. Sus tres días de gobierno los usó para poner en orden a las pocas tropas realistas que aún combatían, y preparar todo en la capital para recibir al ejército victorioso de Iturbide: el 27 de septiembre de 1821, día de la Independencia de México.

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Imperio sin emperador y emperador sin Imperio

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as tropas de Iturbide, seguidas de los hombres de Guerrero, desfilaron en paz por la ciudad de México el 27 de septiembre de 1821, y el 28 de septiembre se proclamó formalmente la Independencia de México y se firmó el acta, que aún hacía referencia a un Imperio Mexicano, y aún con la idea de entregar e l trono de dicho imperio a Fernando VII, o algún otro miembro de la casa Borbón. Prácticamente todos los estratos sociales estuvieron del lado de Iturbide, incluso españoles peninsulares, quienes aceptaron el plan de independencia por el hecho de que se ofrecía la corona imperial a Fernando VII. De esta forma, el México independiente surgió de la negociación, con base en dos documentos: el "Plan de Iguala", y los "Tratados de Córdoba", firmados por O'Donojú, donde entre otras cosas se planteaba:

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• Esta América se reconocerá por nación soberana e independiente, y se llamará en lo sucesivo Imperio Mexicano. • El gobierno del imperio será monárquico constitucional moderado. • Será llamado a reinar en el Imperio Mexicano, e n primer lugar el señor don. Fernando VII, rey católico de España, y por su renuncia o no admisión, su hermano el. Serenísimo Señor infante don Carlos; por su renuncia o no admisión, el Serenísimo Señor infante don Francisco de Paula, por su renuncia o no admisión, el Serenísimo Señor don Carlos Luis,

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infante de España, antes heredero de Etruria, hoy de Luca, y por renuncia o no admisiôn de éste, el que las Cortes del Imperio designen. Es decir que México había sido proclamado Imperio, aunque ni siquiera tenía emperador, y se esperaba que Fernando VII, a quien se le servía en bandeja de plata un imperio para él o algún miembro de su familia, aceptara el plan y enviara a alguien. Septiembre de 1821 fue de festejos. A partir de octubre y hasta diciembre fue de desconcierto total, pero lo más grave comenzó en 1822, cuando se conoció la noticia de que España no aceptaba los acuerdos firmados entre Iturbide y O'Donojú. No se aceptaba ni la independencia ni el Imperio, y por eso mismo no se enviaría a ningún emperador desde España. Así pues, México comenzó 1822 siendo un imperio sin emperador, pero con una regencia imperial, temporal, en espera de un emperador que nunca llegaría. Esto provocó que los españoles radicados en México, y parte de la clase alta, conocidos políticamente como borbonistas (precisamente porque esperaban a un emperador enviado por la casa Borbón), retirarán su apoyo a Iturbide. Éste, por otro lado, contaba con la aclamación popular para nombrarse emperador, incluso con el apoyo de criollos ilustrados, como el escritor José Joaquín Fernández de Lizardi, el llamado Pensador mexicano quien escribió: Si no es Vuestra Excelencia emperador, maldita sea nuestra Independencia. No queremos ser libres si Vuestra Excelencia no ha de estar al frente de sus paisanos.

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La noche del 18 de mayo de 1822 hubo una manifestación popular que llegó hasta las puertas de la casa de Iturbide, hoy conocida como Palacio de Iturbide, en la ciudad de México, pidiendo que se convirtiera en emperador. Ante el clamor popular, el Congreso deliberó en sesión extraordinaria durante toda la madrug ada y, finalmente, el 19 de mayo citó a Agustín de Iturbide para buscar una solución. El problema era claro: por un lado, el Tratado de Córdoba estipulaba que de no ser aceptado el trono por los cuatro candidatos señalados, las cortes podrían elegir a un emperador. Iturbide era completamente eleg ible, más allá de que el pueblo ya lo aclamaba como Agustín I, pero la situación se complicaba, ya que en realidad no había nada parecido a una corte imperial; el Congreso no había redactado aún una Constitución que estipulara legalmente la elección de un emperador. En el Congreso se dieron dos opciones: consultar a las provincias o proclamarlo inmediatamente. Iturbide insistió en la primera opción, pero los diputados del Congreso votaron en secreto, y el resultado fue de 77 votos, a favor de hacerlo inmediatamente, contra 15 por consultar a las provincias. Por deseo popular y por decisión legítima del Congreso, Iturbide fue proclamado emperador. El propio Vicente Guerrero, quien se había sumado a Iturbide al aceptar su. Plan de Iguala, que había desfilado en sus tropas el 27 de septiembre de 1821 y quien se sumó al clamor de coronarlo emperador, escribió una carta para Iturbide el 4 de junio, donde la manifestaba cómo habían sido los festejos donde él se encontraba. En un punto señala:

Nada faltó a nuestro regocijo sino la presencia de Vuestra Majestad Imperial; resta echarme a sus i mperiales plantas y el honor de besar su mano, pero no será muy tarde cuando logre esta satisfacción, si V.M. lo permite.

Esto lo escribió el mismo Vicente Guerreroq ue a fina_les de ese mismo 1822 ya estaba conspirandoP ara derrocarlo. Finalmente, la coronación se llevó a cabo el día 21 de julio de 1822 en la catedral metropolitana. Iturbide y su esposa, Ana María Huarte, fueron nombrados emperador y emperatriz del Imperio Mexicano. El imperio finalmente tenia emperador, p ero a partir P de ese día se pudo ver que el emperador, en realidad no tenía imperio; Iturbide se enfrentó a la imposible tarea de gobernar a un pueblo que entendía la indep endencia como el hecho de no ser gobernados... ni de pagar impuestos ¡ni hablar! El Congreso Imperial estaba lleno de diputados republicanos, como Servando Teresa de Mier. Que un Congreso tenga miembros disidentes no sólo es bueno, es de hecho lo que se espera de un Congreso,p ero / este México en que vivimos, tanto hace 200 anos años como . . ahora, todo indica que aún no se entiende la P osibilidad de discutir las disidencias. Los republicanos asumieron que su responsabilidad era conspirar contra el emperador. Hay que decir que Teresa de Mier siempre se manifestó republicano, al igual que Guadalupe Victoria, quien cara a cara le dijo al emperador que no contaría con su apoyo. Entre los demás, encontramos un hato de traidores: Guerrero, quien le escribió q ue esperaba P el gozo y honor de echarse a sus reales plantas, fue de

los primeros en sumarse a la conspiración contra Iturbide, la cual organizó otro traidor de primer orden Antonio López de Santa Anna; había apoyado a Iturbide en su Plan de Iguala y luego en su entronización..., pero de pronto le pareció que Antonio I, era un mejor proyecto que Agustín I. El Congreso nunca se dedicó a hacer su trabajo (constantes históricas), jamás elaboró una Constitución y, más bien, se entregó de lleno a las conspiraciones. No sólo contra el imperio, sino incluso contra la vida misma del emperador..., del libertador Iturbide. El 26 de agosto de 1822 se descubrió una conspiración de los diputados contra el emperador, y 19 de ellos fueron encarcelados. Tras unos días de caos, Iturbide decidió disolver el Congreso..., que resultó ser justo el pretexto que necesitó Santa Anna para convocar a un levantamiento armado. Y así, éramos ya independientes, pero la guerra continuaba. La conspiración contra Iturbide se descubrió el 26 de agosto, y no fue hasta el 31 de octubre cuando finalmente se ordenó la disolución del Congreso, lo que habla de intentos del emperador-libertador por restaurar el orden, pero la postura de los diputados fue de negarse completamente al diálogo, tanto con el emperador, en su carácter de poder ejecutivo, como entre ellos, que representaban distintas facciones ideológicas. Eso fue en 1822, lo triste es compararlo con la realidad en el siglo xxi y ver lo poco que evoluciona la política nacional. Sucedía entonces, como sucede ahora, que detrás de las diversas facciones había intereses ocultos. Desde

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que México se proclamó independiente, diversos países de Sudamérica, recién declarados independientes también de España, reconocieron de inmediato al nuevo país. Estados Unidos, antes de reconocer la independencia, mandó a un enviado plenipotenciario (y espía), Joel Poinsset. La intención era reconocer al nuevo país, pero a un precio muy alto: el intervencionismo económico y político, y negociar los territorios en disputa en el norte del territorio. Atención: se habló de los territorios en disputa. Y es que, para derribar de una buena vez uno de nuestros mitos más doloroso y lastimeros, que hasta el día de hoy nos sirven para justificar miserias, hay que decir que, efectivamente, en 1822 el Imperio Mexicano pretendía tener 5 millones de kilómetros cuadrados, (el propio emperador Iturbide tenía un mapa de su extenso imperio en su palacio, pero así como Centroamérica sí fue parte real de dicho imperio y se separó a causa de nuestro eterno caos, la situación en el Norte nunca estuvo clara; México reclamaba un territorio que nunca terminó de ser suyo.

^Y quién es el dueño? Texas era un vasto territorio con menos de 5000 habitantes, y lo reclamaban España, Francia, Inglaterra, México y Estados Unidos; California, otro territorio inmenso igual de despoblado, era disputado por México, Estados Unidos, Inglaterra y Rusia.

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Veamos un poco de esta callada historia. A lo largo del siglo xvii, el territorio de Texas fue disputado por franceses y españoles, hasta que, en 1690, Francia reconoció el dominio español. Para entonces, Estados Unidos aún no existía. Entre 1690 y 1821, fue gobernado como territorio español, pero separado de Nueva España, y era en realidad un páramo desolado que hacia 1770 tenía apenas 3000 habitantes, entre indígenas, frailes españoles y colonos franceses e ingleses. A partir de la independencia de Estados Unidos, en 1776 los colonos de este país comenzaron a poblar Texas con permiso de España. En 1819, México no había conseguido todavía su independencia, y Texas era propiedad española. En ese año se establecieron los límites texanos entre España y Estados Unidos, en el Tratado de Onís-Adams, pero cuando la Nueva España dejó de existir para convertirse en México, el acuerdo perdió validez y los límites de Texas quedaron indeterminados. En 1824, se redactó la primera constitución mexicana, en la que se estipulaba que Texas era parte de la República, y se hizo sin consultar a los 20 000 texanos que había para entonces, que ni siquiera pelearon por la independencia y en realidad no querían ser parte de México, ya que la población era de origen inglés, francés y estadounidense. Independientemente de lo que señalara la Constitución de 1824, Texas nunca había sido ni de Nueva España ni de México, y la población tampoco lo era. Además, el gobierno mexicano nunca logró que los mexicanos sintieran interés en dicho lugar, así que siguió permitiendo que el territorio fuera colonizado

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por estadounidenses. El historiador Alan Brinkley lo explica así: En 1824 el gobierno mexicano realizó un experimento mal aconsejado. Con la esperanza de fortalecer la economía del poco poblado territorio, aprobó una ley de colonización que ofrecía tierra barata y cuatro años de exención de impuestos a cualquier estadounidense dispuesto a trasladarse a Texas.

Si bien dicha constitución hacía de nuestro país una república federal, en la que los texanos tenían un alto grado de autonomía, en 1833 Antonio López de Santa Anna derogó la Carta Magna y estableció un gobierno central que perjudicaba a los texanos, quienes finalmente se sublevaron en 1836. El general Santa Anna marchó sobre Texas y venció en la batalla del Alamo, pero fue derrotado y tomado prisionero en la batalla de San Jacinto. Los texanos vencieron a México y obtuvieron su independencia como república en 1836; nueve años más tarde, pidieron su anexión a Estados Unidos. El caso de California es similar; también fue un territorio en disputa entre varias potencias. Desde el siglo xvi fue explorado y reclamado por españoles, pero en 1579, el corsario inglés Francis Drake exigió las tierras en nombre de la reina Isabel I de Inglaterra. Después de muchas querellas, el territorio permaneció 200 años prácticamente deshabitado por europeos y tenía muy poca población indígenas. La zona comenzó a ser poblada por misioneros desde Nueva España a partir de 1769, cuando el territorio ya estaba en la mira de los ingleses, pero había disputas

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territoriales con Rusia, cuyos exploradores habían llegado desde Siberia por Alaska. Cuando Estados Unidos se independizó en 1776, también se interesó en la zona, por ser un puerto natural para el comercio por el Océano Pacífico. Igual que en el caso de Texas, la Constitución de 1824 la declaró como territorio mexicano, sin consultarlo con la población del lugar: una mezcla de frailes españoles, indígenas norteamericanos, comunidades chinas, coreanas, inglesas, estadounidenses y rusas. En 1846, aprovechando la guerra de México contra Estados Unidos, los californianos declararon su independencia, la cual México reconoció en 1848. En 1850, California pidió ser integrada a Estados Unidos. En ambos casos hablamos de territorios casi despoblados, que ningún gobierno mexicano logró controlar, explotar o gobernar, y hablamos, además, de tierras reclamadas por varios países. En ambos casos aplicaría la misma pregunta, ya que es el mismo caso: tratándose de un territorio casi despoblado, reclamado por lo menos por cuatro países, y considerando que ni México ni Estados Unidos existían antes del siglo XVIII, ¿quién era el verdadero dueño del territorio? La verdad es que no se le podía considerar mexicano, por más que lo pretendiera Iturbide. Fue una de tantas partes de ese imperio donde nunca hubo emperador. Nadie en Texas o California había luchado la guerra de independencia; simplemente se enteraron que de pronto había un Imperio Mexicano, que reclamaba ser dueño de ese territorio. En ambos casos, la pregunta es la misma: ¿por qué se consideraba que eran parte de México?

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En efecto, México reclamaba esos territorios, pero también lo hacían otros países. Finalmente hubo una guerra contra Estados Unidos en la que nuestro país fue derrotado. En 1848 se firmó el Tratado de Paz de Guadalupe—Hidalgo, en los que México ratificó la independencia de California y de Texas. Para otorgar la paz, el país del norte pidió que se le otorgara también el despoblado territorio de Arizona, que unía a Texas con California, y ofreció a cambio una indemnización de 15 millones de dólares. No fue una venta, el territorio se lo iba a quedar Estados Unidos se aceptara o no la indemnización. México perdió un territorio que en realidad nunca había llegado a estar bajo su control, y lo perdió por vivir en esa constante guerra interna que nos impidió defendernos en una guerra contra un enemigo externo. Pero este mito es útil en un México que siempre pretende pasar por víctima, que a 500 años de la conquista la sigue culpando de las desgracias nacionales, y del mismo modo pretende que parte de nuestra pobreza es culpa de algo que ocurrió hace ya más de 150 años: la pérdida de un territorio que nunca había sido nuestro. Pero independientemente de que en este proceso de formación de países, México no lograra consolidar su dominio sobre un territorio lejano y despoblado, el hecho es que Iturbide lo consideraba parte integral del I mperio Mexicano. El, que en su coronación había jurado defender cada centímetro del territorio nacional, se negó a Llevar a cabo cualquier negociación con Joel Poinsset; es decir, finalmente trató de actuar a favor de la patria. Sin embargo, esto valió para que el espía estadounidense organizara a la clase política en su contra.

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El día que fusilamos al que nos dio patria y libertad

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olviendo a nuestro emperador sin imperio, tratando de gobernar a un pueblo que entendió la libertad como la ausencia de gobierno y de impuestos; Iturbide descubrió que el Congreso, cuya única responsabilidad era la de elaborar una constitución, no llevaba ni media línea redactada, ya que conspirar les quitaba mucho tiempo. Ésta fue la razón del libertador para disolver al Congreso. Ahora bien, detrás de tanta traición y conspiración estaba Joel Poinsset, quien, por supuesto, venía a defender los intereses estadounidenses. Era un hombre paciente, y sabía que si Iturbide seguía negándose a la negociación, lo procedente era echar al ruedo a los mexicanos, tan propensos a pelear y rebelarse contra la autoridad, y tratar de imponer a un títere en la presidencia. Fue así como Poinsset comenzó a mover sus piezas de ajedrez y a organizar nuestra política. De entrada, ante la ausencia de partidos políticos que encauzaran las ideas, promovió la creación de logias masónicas de rito yorkino, todas al servicio de los intereses estadounidenses, y colocó como gran maestre de todas ellas a un antiguo héroe que consideró fácil de manipular: Vicente Guerrero. Surgió la oposición, sobre todo porque otros países, particularmente en Europa, también querían tener influencia en México. Fue así como surgió la gran logia de Escocia, cuyo flamante líder fue otro insurgente manipulable: Nicolás Bravo. Así, como de pronto, Bra-

vo y Guerrero, compañeros de armas durante la guerra de Morelos, insurgentes de viejo cuño, amigos de tiempos pasados, que apoyaron a Iturbide en su Plan de Iguala y su coronación..., bueno, ahora los dos eran enemigos del imperio, pero también enemigos entre sí. Guerrero lideraba a los yorquinos liberales mientras que Bravo comandaba a los escoceses conservadores. Todos contra el imperio y a todos contra todos. Pero Poinsset sabía que hacía falta la presencia de un líder militar de alto rango, un militar de carrera y estudios, y por eso animó las ambiciones de Santa Anna para que se levantase contra el imperio. Como Santa Anna se decidió por proclamar una república, don Guadalupe Victoria, republicano de siempre, fiel seguidor de las ideas de Morelos, y que aún desconocía el tipo de personaje que era Santa Anna, se alió con él; Vicente Guerrero y Nicolás Bravo lo secundaron. Santa Anna proclamó contra Iturbide el. Plan de Casa Mata, donde exigía la restauración del Congreso, y todos los implicados en esta conspiración marcharon contra el emperador, sin saber que finalmente sólo actuaban para defender los intereses de Estados Unidos, que a través de Poinsset, ya movía los hilos de nuestra política. Iturbide volvió a formar el Congreso, que era la gran exigencia de los rebeldes, pero como eso era un pretexto y no una verdadera causa (cuánto se parece al México de hoy), la rebelión continuó y exigió la renuncia del emperador. Fue curioso y paradójico: la clase política exigía la cabeza de Iturbide, al que veían como causa de todos los males de la nación y, sin embargo, cuando éste se presentó en la sesión del 19 de marzo de .

1823 para poner en manos de los diputados su abdicación al trono, ninguno sabía qué hacer. Y es el que libertador abdicó su poder y lo depositó en el Congreso, al que ahora dejaba como soberano. Este cuerpo colegiado lleno de inconformes opositores al gobierno, en realidad no tenía idea de cómo gobernar ni era su pretensión hacerlo. La renuncia de Iturbide les cayó totalmente por sorpresa; ahora eran los responsables del país. ¡Qué fácil es criticar todo desde la oposición!; lo era en el siglo xlx y lo es en el xxi. Iturbide era aclamado aún por la mayor parte del pueblo como libertador que era. Tenía el apoyo de ese pueblo, siempre listo para los levantamientos, y lo tenía también de ciertos sectores del ejército. Sin embargo, el hombre que obtuvo la independencia sin guerra y sin violencia, no quería eso para México, y por ello, antes que permitir conflictos en su nombre, decidió que además de abdicar al trono se iría exiliado. El 11 de mayo de 182.3 salió en un barco, alquilado por Guadalupe Victoria con su fortuna personal, ya que no había un centavo en las arcas del Estado, rumbo a la península itálica. Al caído emperador se le ofreció una pensión que nunca cobró; se le culpó de todos los males que siguieron en el país aún después de su partida; se le acusó de la quiebra de la patria y de haber robado el tesoro nacional, que nunca existió. De hecho, Iturbide sobrevivió en el exilio vendiendo joyas familiares y vestidos finos de su esposa, otrora emperatriz. A pesar del poco dinero que había en las finanzas públicas (no alcanzaba para obras públicas e inversión),

alcanzó para dos cosas: bonos para los nuevos diputados (hay cosas que nunca cambian en la historia) y espías para Iturbide; incluso a 10 000 kilómetros de distancia le temían. Este, a su vez, además de verse sometido al espionaje mexicano, descubrió que también era vigilado de cerca por hombres de Fernando VII, y que se pretendía llevarlo ante la inquisición romana, a él que, dentro de las Tres Garantías del Imperio Mexicano, había decretado el catolicismo como única fe. Por eso su periplo fue penoso: pasó de pueblo en pueblo por Italia hasta que finalmente decidió que sólo podría ser libre en Inglaterra, y allá se fue. Ahí en las islas británicas se enteró de los planes entre España y la Santa Alianza (un grupo de países conservadores y monárquicos dispuestos a pelear por mantener las cosas como Dios manda), para que Rusia, Prusia y Austria apoyaran a los españoles en un proyecto de reconquista. El 13 de febrero de 1824 Iturbide escribió al Congreso mexicano para ponerlo sobre aviso de estos planes de invasión, y notificó su intención de regresar a México para sumarse al ejército y apoyar al país como militar contra las intenciones de reconquista españolas. Pero a ningún diputado se le ocurrió contestar la carta de Iturbide, ni se molestó alguno en informarle que se le negaba la entrada al país. De hecho, sabiendo que Iturbide pensaba volver, y ante el miedo que eso les causaba, el Congreso simplemente decretó, el 7 de mayo de 1824, que se le declaraba fuera de la ley, enemigo del Estado, traidor a la patria (por liberarla, tal vez) y que cualquiera podía darle muerte si se presentaba en territorio mexicano.

Sin notificación alguna, Iturbide regresó a México el 15 de julio de 1824, tan sólo para ser capturado, pues ignoraba que hubiera un decreto nombrándolo enemigo. Fue hecho preso en Tamaulipas y llevado a la ciudad de Padilla, donde el Congreso local, sin consultar al nacional o al poder ejecutivo, procedió al fusilamiento. Ante el pelotón que iba a consumar este injustificado asesinato, Iturbide pronunció las siguientes palabras: Mexicanos: en d acto mismo de mi muerte, os recomiendo el amor a la patria y observancia de nuestra santa religión. Ella es quien os ha de conducir a la gloria. Muero por haber venido a ayudaros y muero gustoso, porque muero entre vosotros. Muero con honor, no corno traidor. No quedará a mis hijos y su posteridad esta mancha; no soy traidor, no. Guardad subordinación y prestad obediencia a vuestros jefes, que haciendo lo que ellos os manden, cumpliréis con Dios. No digo esto lleno de vanidad, porque estoy muy distante de tenerla.

Fue fusilado a las 6 de la tarde del 19 de julio de 1824. Al día siguiente fue cristianamente enterrado en Padilla, Tamaulipas, lugar donde terminaron con su vida. Su esposa y ex emperatriz, con algunos de sus hijos, lo había acompañado de regreso a México, pero mientras esperaba en el barco noticias de él, sólo recibió un rosario, un reloj y una carta que el infortunado libertador había pedido le llevaran después de su muerte.

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En su sensible y póstuma carta, Iturbide pedía a su esposa que llevara a sus hijos a una nación donde pudiera educarlos en la libertad y donde hubiera oportunidades de desarrollo, pues no podrían quedarse en México. La nación elegida fue Estados Unidos, donde hasta la fecha viven los descendientes del libertador olvidado de México. Por si los hechos, y luego las versiones históricas, no fueran suficientemente injustas con el emperador libertador de México, la política le dio el estoque de muerte, ya que en tiempos de ese "gran reconstructor de la historia" que fue Luis Echeverría, se publicó en el Diario Oficial del 17 de septiembre de 1971, un decreto que establece que se festeje a don Vicente Guerrero para honrarlo por la consumación de nuestra independencia. En dicho documento se omite a don Agustín de Iturbide. Esto es México, donde fusilamos a los libertadores y la historia se cambia de un plumazo. Pero ahí están los hechos y ahí está el nombre del hombre que el 27 de septiembre de 1821 obtuvo para México la independencia. Eso no podrá olvidarse, mientras seamos libres de escribir.

De la primera república al primer golpe de Estado

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sí pues, asesinamos al primero que nos dio patria y libertad, pero ya veremos aquí que, también matamos al segundo: Vicente Guerrero. Don Vicente, ese hombre tan valiente y arrojado, ese que nunca

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cejó en sus esfuerzos por la lucha libertaria, era ya para 1824 la marioneta de Estados Unidos, y el gran titiritero era Poinsset. Derrocado Iturbide, y ante el caos que era México, se formó un gobierno provisional que depositó el poder ejecutivo en un triunvirato conformado por Guadalupe Victoria, Nicolás Bravo y Pedro Celestino Negrete. Se convocó a un nuevo Congreso, una vez más con la encomienda de elaborar una Constitución que estableciera el país como una república, pero había profundas discusiones (lo que entonces, como ahora, quiere decir encuentros violentos: más de un diputado se lio a golpes). Se deliberaba sobre, si la república en cuestión sería centralista (postura de los conservadores), o federal (postura de los liberales), versión apoyada por Estados Unidos y también un proyecto con el que colaboró don Guadalupe Victoria, uno de los grandes artífices de la Federación que desde 1824 hasta la fecha se llama Estados Unidos Mexicanos. La Constitución de 1824 fue finalmente federalista, y se creó la figura de presidente y vicepresidente, con un sistema muy civilizado que funcionaría en un país donde hubiera políticos que tuvieran un interés auténtico por la patria, por encima de sus personas... En México no funcionó. El sistema era sencillo: se convocaba a elecciones indirectas, al estilo de Estados Unidos, y el candidato que quedara en primer lugar asumía la presidencia, mientras que el segundo lugar quedaba como vicepresidente. A partir de ese momento, muy mexicanamente, la gran tradición política de este país fue que el vicepresidente fuera el primer ene-

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migo del presidente y luchara constantemente por quitarlo del poder. Cuando Iturbide fue fusilado (el 19 de julio de 1824, recordémoslo), en ese momento había en realidad un vació de poder, ya que el Ejecutivo residía en un triunvirato que prácticamente no tenía facultades para gobernar. Por ello, era urgente nombrar a un presidente, y aunque se había decidido originalmente que el mandato comenzara el primero de abril de 1825, las elecciones se adelantaron y Guadalupe Victoria fue nombrado primer presidente de la república mexicana, con carácter de provisional, de octubre de 1824 a abril de 1825. Después continuó en la presidencia, pero ya como presidente constitucional, cargo que ocupó hasta el primero de abril de 1829. Muy poco nos cuenta nuestra historia de este gran hombre. Normalmente se nos comenta de forma somera que fue el primer presidente de México, pero habría que agregar que fue un valiente insurgente desde tiempos de Morelos, un ilustrado de ideas republicanas y modernizadoras, hombre, leal, bondadoso y honrado que trabajó por México casi hasta el año de su muerte, en 1843. También hay que decir, y ésta es la parte triste, que fue el único presidente que logró terminar su mandato constitucional. Después de 1829, y hasta 1858 cuando Juárez tomó el poder, hubo en México 50 gobiernos, más de los que Estados Unidos lleva en toda su historia. Hubo presidentes de meses, de semanas y hasta de días, que sumergieron a este país en un caos ingobernable.

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Tal vez el mayor problema de Guadalupe Victoria fue el enfrentamiento constante entre liberales y conservadores, representados por la Logia de York y la de Escocia. Se trataba de políticos intolerantes y radicales, incapaces de tolerar ideas diferentes a las propias, que se dedicaron a pelear entre sí, en todos los sentidos posibles. La situación económica empeoraba día con día y los políticos más extremistas estaban obstinados con la idea de expulsar a los españoles que vivían en México, mismos que, evidentemente, se fueron con sus capitales Continuaron los conflictos fronterizos con Estados Unidos, así como el intervencionismo de Joel Poinsset, quien seguía manejando la política de la logia de york e insistía en negociar los territorios al norte del Río Bravo. El federalismo instaurado por Victoria se confundió con caudillismo, y los gobernadores estatales se sentían señor. es en su propio feudo.... (más o menos como hoy, que los políticos continúan sin entender el federalismo). Es decir, el principal problema al que se enfrentó el primer presidente de México, fue la clase política mexicana y los mexicanos. Durante el mandato de Guadalupe Victoria, México arrebató la provincia de Chiapas a la naciente Guatemala; también se solicitó el primer préstamo por un total de 10 millones de pesos, otorgado por la banca inglesa, que se usaron para pagar burocracia y modernizar las instalaciones del Puerto de Veracruz. Al presidente se le veía como una leyenda viviente; el hombre que había sobrevivido, escondido en las montañas, a las más feroces persecuciones, el negociador, el honorable, en el que ambos bandos de extremistas políticos podían confiar, .

el modernizador. A todo esto hay que sumar un último acto heroico durante su presidencia: en 1827, finalmente, logró someter el último reducto militar español, atrincherado en San Juan de Ulúa, Veracruz. Es un hecho que don Guadalupe era tan honorable que confiaba demasiado en la honorabilidad de los demás, lo cual fue una de sus debilidades: confió demasiado en Joel Poinsset, quien sólo buscaba el beneficio de Estados Unidos; confió demasiado en su viceP residente, Nicolás Bravo, antiguo compañero de insurgencia, quien conspiró contra su poder durante todo el periodo..., y confió demasiado en la democracia, en un país donde nadie entendía de qué se trataba ese sistema, y donde no había verdaderos demócratas (más constantes de la historia). Cuando llegó el momento de las elecciones para el periodo que comenzaría en abril de 1829, se presentaron como candidatos Nicolás Bravo, Anastasio Bustamante y Vicente Guerrero. Victoria apoyó a un cuarto candidato, su ministro de guerra, Manuel Gómez Pedraza. Veía en él a un hombre culto, ajeno al ambiente viciado de las logias, moderado y, ante todo, experto en asuntos de guerra, en una época donde la existencia misma de México estaba amenazada. Hubo elecciones y Gómez Pedraza resultó ganador para presidente de la república, y en segundo lugar quedó Guerrero, con lo que le correspondía asumir la vicepresidencia. En lugar de eso, comenzó en 1829 una gran tradición mexicana: el perdedor desconoce las elecciones y recurre al pueblo, las manifestaciones y. en este caso, los cuartelazos para hacerse del poder que no ganó en las urnas.

Los militares Antonio López de Santa Anna y Lorenzo de Zavala decidieron apoyar a Vicente Guerrero e impidieron que Gómez Pedraza entrara al recinto legislativo a jurar su cargo presidencial. Cuánto parecido con lo que sucedió en el 2006 con Calderón; asusta lo poco que aprendemos del pasado. Gómez Pedraza tuvo que huir del país. El Congreso avaló el golpe de Estado y desconoció la elección, pero sí dieron la presidencia a Guerrero, pretextando que había obtenido el segundo lugar, y la vicepresidencia a Bustamante por haber ocupado el tercero. Entonces, ¿fue legítima o no la elección? Es interesante analizar un detalle de lo subjetiva que es la historia de México. Lo que se acaba de describir es un golpe de Estado: tomar el poder por la fuerza de las armas y violentar las instituciones establecidas. En 1913 lo hizo Victoriano Huerta, a quien se le conoce como el Chacal y es una de los grandes villanos de la historia. Guerrero hizo lo mismo, exactamente lo mismo, un golpe de Estado, éste en 1829, y nadie en nuestro discurso histórico lo acusa de traidor. Huerta es el asesino de Madero, el traidor por excelencia, el judas de nuestra historia y el causante de todos los males de la revolución; todo por dar un golpe de Estado. Bueno, Vicente Guerrero, por muy héroe patrio que sea y por mucho que haya luchado junto a Morelos, fue quien dio el primer golpe de Estado de nuestra historia, comenzó con la tradición..., y tras su cuartelazo antidemocrático la vida sociopolítica se sumió en un caos que se prolongó casi durante treinta años. Sin embargo, es héroe y "bueno" por decreto, así es que la historia no puede juzgarlo; con todo, ahí están los hechos.

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'A hierro muere quien a hierro mata", y el gusto presidencial le duró poco a Guerrero. Tomó el poder el primero de abril de 1829, cuando le correspondía a Gómez Pedraza, y lo dejó el 17 de diciembre del mismo año, envuelto en el caos y perseguido como delincuente. El primer problema fue que los congresos estatales, que habían votado por Gómez Pedraza, siempre consideraron ilegítimo a Guerrero, tal y como estipulaba la Constitución. Este, a través de Zavala, Ministro de Hacienda, intentó hacer una reforma fiscal para dotar de más ingresos al Estado, pero no contó con apoyo politico... No, no estamos contando la historia del siglo xxi, aunque sea idéntica; estarnos en los principios del México independiente. En septiembre de 1829, du rante el efímero y ap6crifo gobierno de Guerrero, una escuadra española desembarcó en México con la intención de reconquistar el territorio, pero fueron derrotados por el mismísimo Antonio López de Santa Anna. Cuando la historia actual cuenta este episodio suele limitarse a decir que durante el gobierno de Guerrero se derrotó a las tropas españolas, pero suele omitirse el nombre de Santa Anna, ya que nada bueno puede decirse, en nuestra torcida y maniquea historia, de aquellos que han sido ya catalogados corno "malos". Ese mismo mes, en un acto del todo populachero y absurdo, Guerrero abolió la esclavitud. Es absurdo y populachero por varias razones. Desde el Virreinato habia quedado prohibido el comercio de negros y los trabajos forzados; Hidalgo se aventó la proclama de abolición de la esclavitud; Morelos lo proclamó primero, y lo dejó por

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escrito después en sus "Sentimientos de la Nación"; dicha abolición figuró en el intento constitucional e Apatzingán de 1814 y estaba en la Constitución de 1824, la que Guerrero violó para tomar la presidencia. El caso es que se abolía por enésima vez la esciavitud, en un país que de cualquier forma tenía esclavos; además, permitía, por consejo de su mentor político, Poinsset, que los colonos estadounidenses con todo y sus esclavos, se establecieran en Texas, territorio que la violada Constitución de 1824 consideraba como mexicano. Toda una contradicción y un galimatías el gobierno de don Vicente, y es que eso es lo que pasa cuando el presidente no sabe leer ni escribir. La situación del país era tan desesperada, y el congreso tan inútil (hablamos de 1829, claro está), que Guerrero decidió adjudicarse poderes especiales, por lo que fue acusado de dictador por su mismfsimo vicepresidente, compañero de la misma logia, Anastasio Bustamante, quien lo declaró fuera de la ley y traidor a la patria, por lo que encabezó una rebelión en su contra. Guerrero abandonó la presidencia y salió huyendo el 17 de diciembre de 1829, el Congreso declaró que don Vicente carecía de las facultades necesarias para gobernar. El caudillo volvió a refugiarse como guerrillero en la sierra del sur, donde se mantuvo en una constante guerra civil. En 1831 fue capturado por Bustamante, acusado de traición, condenado a muerte, y fue fusilado en cerca de la ciudad de Oaxaca el 14 de febrero. Los dos consumadores de la independencia, los dos libertadores de México, murieron fusilados por el pueblo liberado.

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Evidentemente, todo fue un caos tras al golpe de Estado de Guerrero, y lo siguió siendo tras su huida. José María Bocanegra fue presidente interino del 18 al 23 de diciembre; cinco días de gobierno bastaron para el tercer golpe de Estado del año (el de Guerrero contra Gómez Pedraza, el de Bustamante contra Guerrero, y ahora éste, de Bustamante contra Bocanegra). El abogado Pedro Vélez fungió de presidente sustituto del interino, del 23 al 31 de diciembre, para que Bustamante no tuviera preocupaciones durante la Navidad y el año nuevo. Finalmente, el 1 de enero de 1830, por la tarde, Bustamante asumió la presidencia, pues era el vicepresidente. Si el lector no entendió, no se preocupe; esto es incomprensible. A Bustamante, el gusto le duró dos años, ya que se mantuvo en el poder hasta agosto de 1832. En realidad lo hizo muy impopular ser el asesino de Vicente Guerrero, por lo que comenzaron los levantamientos en su contra; así es que dejó el mando en manos de un tal Melchor Múzquiz, mientras él se iba a combatir contra Santa Anna. Don Melchor fue presidente del 14 de agosto al 24 de diciembre de 1832, fecha en la que, sin que nadie se lo notificara, Santa Anna y Bustamante llegaron al civilizado acuerdo de traer a Gómez Pedraza a que terminara el periodo presidencial que legítimamente debió haber comenzado, y gobernó hasta el 31 de marzo de 1833. Su principal trabajo fue convocar a elecciones, mismas que ganó Santa Anna para el periodo de 1833 a 1837.

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Los ires y venires de don Antonio

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anta Anna ganó la presidencia que debía asumir el 1 de abril de 1833... Sin embargo ese día alegó que estaba cansado, y quien asumió el cargo fue directamente el vicepresidente, Valentín Gómez Farías. Así comenzaron las efímeras y accidentadas presidencias del jalapeño, que ya movía a la política mexicana desde que terminó el mandato de Victoria; él fue quien puso a Guerrero y depuso a Bustamante. Cuando finalmente ganó por vez primera, se fue a descansar a su hacienda. Tratemos de entender entonces que es un mito total decir que fue presidente 11 veces, cuando en realidad lo que hacía era ir y venir a lo largo de un mismo periodo presidencial. Por ejemplo, ganó la presidencia del cuatrienio 1833-1837, y durante ese periodo, únicamente la ejerció del 16 de mayo al 3 de junio de 1833, del 18 de junio al 3 de julio y del 27 de octubre al 15 de diciembre del mismo año; más adelante la ocupó del 24 de abril de 1834 al 28 de enero de 1835. Es decir, en una presidencia, en un solo periodo, delegó la función en otras personas y él se ocupó del changarro en cuatro ocasiones durante el mismo periodo..., no son cuatro presidencias. Si sumamos sus regresos, ejerció la presidencia 365 días, un año de cuatro que tenía como responsabilidad. El siguiente periodo presidencial era el 1 de abril de 1837 al 31 de marzo de 1841. Las elecciones las ganó Anastasio Bustamante, quien no pudo asumir sus funciones hasta el día 18 de abril, y no desde el día primero de ese mes. Dentro de ese periodo presidencial fue

derrocado por Santa Anna el 18 de marzo de 1838, y don Antonio ejerció como interino hasta el 10 de julio de 1839, menos de un año, y esa irrupción violenta en el periodo correspondiente a Bustamante, es en realidad apenas su segunda presidencia, que fue finalmente un golpe de Estado más en esta golpeada historia. En este caos era ya imposible llevar la cuenta de cómo deberfan ser los periodos de cuatro años, y nadie asumió oficialmente el 1 de abril de 1841, cuando hubiera correspondido, pero Santa Anna hizo su tercera aparición de octubre de 1841 a octubre de 1842, y a falta de cualquier orden constitucional, simplemente fue presidente provisional en un supuesto periodo que debería terminar el 31 de marzo de 1845. Nadie comenzó el periodo el 1 de abril de 1845, porque había un interino, José Joaquin Herrera, que ostentó el poder de diciembre de 1844 a diciembre de 1845, momento en el que supuestamente el cargo constitucional recaía en Santa Anna, aunque en realidad ya no había Constitución. Así, don Antonio mantuvo el cargo, con su carácter de constitucional, del 21 de marzo al 2 de abril de 1847, a la mitad de la guerra contra Estados Unidos, y volvió a estar en la silla del 20 de mayo al 16 de septiembre de ese fatídico 1847. Es decir, era presidente en funciones cuando las tropas estadounidenses ganaron la batalla de Chapultepec el 13 de septiembre; izaron su bandera en Palacio Nacional al día siguiente, justo para que ondeara flamante el día que se festejaba la independencia nacional: el 16 de septiembre de 1847. Al día siguiente renunció y se fue a Colombia..., y hasta allá fueron a

traerlo de regreso para que gobernara a partir del 21 de abril de 1853, ahora como dictador y bajo el título de Alteza serenísima, en una dictadura vitalicia que fue su periodo más largo al mando y que duró únicamente dos años, ya que fue derrocado por el caudillo Juan Alvarez en agosto de 1855. Si alguien no entendió es porque esto es también del todo incomprensible, pero para acomodarlo esquemáticamente, podemos decir que estas fueron las once presidencias de Santa Anna: 1) Del 16 de mayo al 3 de junio de 1833: 19 días. 2) Del 18 de junio al 3 de julio de 1833: 17 días. 3) Del 27 de octubre al 15 de diciembre de 1833: 50 días. 4) Del 24 de abril de 1834 al 28 de enero de 1835: 276 días. 5) Del 20 de marzo al 10 de julio de 1839: 113 d fas. 6) Del 10 de octubre de 1841 al 25 de octubre de 1842: 380 días. 7) Del 14 de mayo al 6 de septiembre de 1843: 116 días. 8) Del 4 de junio al 12 de septiembre de 1844: 101 días. 9) Del 21 de marzo al 2 de abril de 1847: 13 días.

10) Del 20 de mayo al 16 de septiembre de 1847: 120 días. 11) Del 21 de abril de 1853 al 12 de agosto de 1855: 478 días. Días que "gobernó" Santa Anna: 1683 días. Es decir, poco más de cuatro años de gobierno; 4.6 para ser exactos, pero a lo largo de un periodo de tiempo que se extiende de 1833, cuando tomó el poder por vez primera, hasta 1855 en que es derrocado por una revolución. Veintidós años de vida yendo y viniendo del gobierno, y moviendo los hilos desde 1829. A pesar de todo, gran número de ocasiones él no aspiraba al poder sino que se lo ofrecían..., porque según parece, era lo mejorcito que teníamos, o era lo mejorcito que tenía la Iglesia como gran paladín que defendiera sus intereses. Esta es la era de Santa Anna. Y a pesar de todo...

Santa Anna no es un "vendepatrias"

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n 1822 México tenía 5 millones de kilómetros cuadrados, tras la independencia realizada por Iturbide y Guerrero. Si el imperialismo yanqui nos arrebato la mitad del país, como sostenemos lastimeramente hasta la fecha, ¿quién nos arrebató Centroamérica?... O preguntemos a Guatemala qué opina de que el imperialismo mexicano le haya arrebatado por la fuerza la mitad norte de su territorio

Por lo menos durante un año, México tuvo sus fronteras en el sur hasta la gran Colombia, otro efímero país disgregado por el caudillismo. Panamá en aquella época pertenecía a Colombia y ahí estaba precisamente la frontera. Hacia el Norte es más difícil, por las situaciones ya mencionadas, establecer dónde terminaba México, pero el propio gobierno asumía que hasta Oregón; en total, poco más de 5 millones de kilómetros cuadrados. Hoy tenemos poco menos de 2, y como entonces, cuando teníamos 5, el gobierno difícilmente controla esa gran extensión. Un dato interesante es que los Estados Unidos de América tenían entonces más o menos una quinta parte de su territorio actual, y era un país mucho más chico que México. El primer medio millón de kilómetros territoriales perdidos se nos fueron en 1823, cuando declaran su independencia las provincias Centroamericanas. Nadie acudió a defender ese territorio; no hubo "gringos" detrás de este movimiento; nadie pagó un centavo a nadie pues no hubo venta..., y lo más importante de todo: Santa Anna no estaba en el poder entonces. Medio millón perdido simplemente porque en el país reinaba el caos económico y político. Dicho de otra forma, para que aplique a la actualidad: otra oportunidad de desarrollo desperdiciada, por vivir en medio de la ineptitud de los políticos. En 1836, Texas hace lo propio: proclama su independencia de un país del que simplemente nunca se había sentido parte, y el cual por el desorden, la distancia geográfica, y las nuevas leyes centralistas, obstaculizaba el desarrollo del pueblo texano. En esos tiempos sí estaba Santa Anna en el poder.

En 1823 nadie peleó por. conservar Centroamérica, y hoy nuestra historia no cuenta ni que hayamos perdido todo esa extensión ni mucho menos que hayamos arrebatado Chiapas a Guatemala. En este siglo siglo xxi, México reclama y critica al país del norte, por prácticas y acciones que nosotros llevamos a cabo, igual o de peor forma, en la frontera del sur. La hipocresía detrás de la historia. En 1836 sí tuvimos quien saliera a defender el territorio nacional, desgraciadamente fue Antonio López de Santa Anna. Y decimos esto no porque fuera un traidor "vendepatrias", sino porque era muy buen soldado, un gran guerrero..., pero un pésimo estratega militar. Sin embargo, y eso hay que decirlo, ante el caos mexicano, y cuando todos peleaban por los despojos de una silla presidencial bastante devaluada, el único que salía a defender el territorio, incluso pagando de su bolsa a la tropa, era precisamente Santa Anna. Don Antonio salió pues a tratar de poner fin a la insurrección de texanos, y cuenta dentro de sus glorias el triunfo en la batalla del Alamo, donde masacró a la población texana rebelde, inocente o culpable, civil o militar. No obstante, en lugar de mantenerse a guardar la posición, la guerra interna lo obligó a regresar hacia el centro del país. Fue entonces cuando otras tropas texanas lo alcanzaron, en San Jacinto, por la retaguardia, derrotan al ejército mexicano y toman preso el presidente Santa Anna. Como a nuestros historiadores oficialistas les gustan las versiones maniqueas donde el malo es telenovelescamente malo, y posee todos los vicios existentes y por existir; se ha dicho que Santa Anna estaba dormido,

que estaba borracho, que estaba crudo, que estaba con una mujer, con dos y hasta con tres..., o una pecaminosa combinación de todo lo anterior. No se nos dice que lo que sucedió fue algo muy sencillo (y el futbol ya nos lo debería haber enseñado): a veces, se pierde. El señor López perdió, así de si mple (me refiero a Santa Anna), fue derrotado en la guerra de independencia de Texas, y se le llevó prisionero a Estados Unidos para firmar en Washington un Tratado de Paz donde México aceptaba la independencia de Texas. Así se perdió ese territorio. No hubo dinero de por medio, sino una derrota de guerra. Santa Anna no sólo no pretendió vender ese territorio sino que de hecho trató de defenderlo. ^Y por qué se fue Texas? Digámoslo sin falsos nacionalismos y sin envolvernos en la bandera (a estas alturas de la historia aún no había surgido ese mito): se fue porque en ese entonces, cualquiera que pudiera elegir entre ser parte de México o de Estados Unidos, estando como estaba Texas, igual de lejos de ambas capitales, hubiese elegido el país del norte. Pongámonos en contexto. Es 1836, Estados Unidos, con 60 años de vida independiente, ya ha derrotado en guerra dos veces a Inglaterra y se perfila como la gran potencia industrial. Es un país en movimiento, crecimiento y construcción. Promueve la ciencia y el conocimiento, y hay libertades básicas, como la libertad económica, la de expresión y una muy importante: de credo; es decir, la tolerancia religiosa tan prohibida en el México de entonces. Los 30 000 habitantes de Texas, anglosajones en 85% (no mexicanos), y además de religión cristiana

reformada, calvinista la mayoría, se declaraban independientes de un país en el que, por ley, era obligatorio ser católico. Durante nueve años existió la república independiente de Texas, hasta que en 1845, el Congreso del pueblo, ahora libre y soberano de Texas, ya que incluso México había aceptado su independencia, solicitó ser aceptado como estado en Estados Unidos de América. El gobierno mexicano de entonces, nuevamente controlado por Santa Anna, decidió que sería causa de guerra si ese país aceptaba la anexión. La razón era que había un territorio en disputa en la frontera, y México prefería aclararlo con la débil república de Texas, y no con el gobierno estadounidense. La disputa era elemental: Texas argumentaba que su frontera con México la delimitaba el Río Bravo, como es en la actualidad, mientras que México argumentaba que la frontera la determinaba el Río Nueces, más de 100 kilómetros al norte. El problema es que para ese momento, desde que el Congreso de Estados Unidos aceptó a Texas como estado de la unión, meterse con les texanos era meterse con los "gringos". Esto no lo entendió Santa Anna, quien mandó tropas al territorio en disputa, considerado como propio por los estadounidenses, y ahí hubo una pequeña escaramuza entre tropas de ambos países. Este fue el pretexto para que el entonces pequeño Estados Unidos, declarara la guerra al gigante del sur. Ésta comenzó el 8 de mayo de 1847,y en apenas P enas cuatro meses la invasión del norte fue un éxito, y el 14 de septiembre de ese año, la bandera estadounidense ya ondeaba en Palacio Nacional, y permaneció ahí hasta

que el gobierno mexicano aceptó oficialmente su derrota en febrero de 1848. Para restaurar la paz y las hipotéticas buenas relaciones entre ambos países se firmó el Tratado de Paz, Amistad y Convivencia de Guadalupe-Hidalgo. En dicho documento, un México derrotado e invadido, para poder tener paz y que se fueran los invasores, debía ratificar la independencia de Texas, y por lo tanto aceptar su anexión a Estados Unidos. Además, aceptaría la independencia de California, proclamada en 1846, y cedería el territorio de Arizona y Nuevo México. Si a lo cedido en Guadalupe-Hidalgo se agrega la ya perdida Texas, hablamos de un territorio de 2.4 millones de kilómetros cuadrados...., despoblados y que México tenía en total abandono. En el documento de paz se estableció que, como acto de buena voluntad, el gobierno de Estados Unidos daría al de México una indemnización de 15 millones de pesos. Y aquí es donde hay que aclarar cosas: eso no fue una venta, el territorio se perdió en una guerra y, se aceptara o no la indemnización, Estados Unidos se iba a quedar con ese territorio que México siempre había reclamado pero que nunca tuvo bajo control. Otro dato: el acuerdo de paz lo firmó el presidente provisional Manuel de la Peña y Peña, no Santa Anna; es decir, fue De la Peña quien aceptó la pérdida del territorio y quien aceptó la indemnización. La responsabilidad de Santa Anna es haber perdido una guerra que era imposible ganar en un país que ni siquiera ante la invasión y agresión del enemigo extranjero fue capaz de dejar las rencillas internas y unirse.

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Pa tria sin rumbo

Un dato más: fue el presidente provisional, Pedro María Anaya, quien recibió el dinero pactado por la indemnización, y antes de que las tropas invasoras hubieran terminado de evacuar al territorio nacional, ese dinero ya había sido gastado en sueldos caídos de un ejército desbandado incapaz de ganar la guerra. La comparación puede ser injusta, pero a los jugadores de la selección mexicana igual les pagan millones de dólares por ir al mundial a ganar un solo partido. Lo que sí es un hecho es que Santa Anna no vendió ese territorio. Muchas cosas malas puede decirse de aquel nefasto personaje y muchas culpas pueden echarse sobre él, pero los hechos hablan solos. Nadie vendió suelo nacional; hablamos de un territorio que nunca había terminado de consolidarse como nuestro, que estaba en el abandono, y que se perdió en la guerra. Cierto es que hay una indemnización, pero Santa Anna no la pactó ni la recibió.

¿Por qué David venció a Goliat?

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ay que decir las cosas como son: la guerra México-Estados Unidos fue injusta, ya que enfrentó a dos países completamente distintos en cuanto tamaño, recursos y capacidades bélicas. Así es, el minúsculo Estados Unidos se enfrentó a un país cinco veces más grande y con cinco veces más ejército. Desde su proceso de independencia, México había ido militarizándose cada vez más, mientras que Estados Unidos había concentrado sus esfuerzos en la industrialización y la producción. Las armas de aquella época eran las

El paseo por la historia

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mismas para ambos bandos, y Estados Unidos invadió con 14 000 hombres a un país que tenía por lo menos 80 000 soldados. ¿Por qué se perdió? Comencemos por lo obvio: el separatismo, el individualismo, las ambiciones personales de la clase política, la visión a corto plazo, la corrupción de las autoridades y la falta de unidad nacional..., todo eso provocó que nos ganara, tanto en la guerra de 1847 como en los partidos de futbol del tercer milenio. El ejército de Estados Unidos no era entonces superio r al mexicano, la derrota se da por los conflictos internos entre conservadores y liberales, mientras sólo un hombre salía a defender al país, el peor posible: Santa Anna. Y hay muchas cosas más que no nos cuentan, como la razón por la cual el ejército invasor, al mando de Winfield Scott, pudo llegar tan fácilmente a la ciudad de México, y esto fue por algo simple: tan desunido estaba el país que en plena guerra contra Estados Unidos hubo Estados de la República Mexicana que se declararon neutrales, como es el caso de Yucatán, Zacatecas, San Luis Potosí y Puebla; es decir, el ejército de los güeros pasó prácticamente sin enfrentar batalla. Y hay más cosas, Santa Anna era presidente constitucional y, por lo tanto, máximo responsable de lo que ocurriera; además, era militar, pero los otros militares del país estaban ocupados llevando agua a su molino. Por ejemplo, el general Mariano Paredes y Arriaga se había sublevado desde 1845 para exigir el establecimiento de una monarquía, y sus tropas tenían tomada la ciudad de México. El general Mariano Salas, en lugar de defender el frente de batalla contra el invasor, marchó a la capital para poner en orden a su tocayo...,

y ante el caos, los gringos invadieron México corno si marcharan en un desfile. Entonces, mientras Estados Unidos invadía México, los mexicanos se dedican a guerrear entre ellos; así, no sorprende que un país mucho más pequeño y con un ejército menos numeroso haya podido invadirnos y apoderarse finalmente del territorio del norte sin grandes contratiempos. La mejor prueba de que Antonio López ni siquiera era considerado traidor, "vendepatrias" o impopular es que fue llamado a gobernar nuevamente en 1853, cuando disfrutaba de un cómodo exilio en Colombia. Uno puede ver cuadros y litografías de la época, y las imágenes parecen pavorosas, con la bandera estadounidense ondeando en nuestra plaza principal. Sin embargo, si se observa con atención se puede ver que la gente está tranquila en las calles, que la catedral está abierta, que los comercios trabajan, que los mexicanos comunes pasean junto a los soldados gringos. Es decir, la llegada de las tropas invasoras no causó miedo en la población, que vio la llegada de un ejército que ponía orden, ahí donde desde hacía décadas reinaba el caos. Más detalles: algunos liberales como Miguel Lerdo de Tejada recibieron con honores al general Scott e intentaron negociar que todo el país se incorporara a la unión americana, que se convirtiera en un protectorado... Ante las negativas, incluso se le ofreció la presidencia a Scott. Su deprimente respuesta fue siempre la misma: "El problema de México son ustedes, los mexicanos; no hay quien los pueda gobernar". ¿ Qué tanto habremos cambiado?

El eterno Santa Anna y el cambio generacional

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n 1847 Benito Juárez llegaba por vez primera a la ciudad de México para ocupar una curul como diputado federal por Oaxaca, pero no pudo hacerlo pues no había gobierno; regresó a su estado y ese año llegó a gobernador. Tenía 34 años. Ese mismo año, Porfirio Díaz había escapado de Oaxaca para unirse a lo que él ilusamente pensaba que sería un ejército mexicano único contra el invasor; también regresó. Tenía 17 años. Tras ser derrotado por Estados Unidos y su exilio voluntario en Colombia, muchos veían a Santa Anna ya, por fin, fuera de la vida nacional. Sin embargo, el país seguía siendo un caos; liberales y conservadores seguían en eterno combate y las clases privilegiadas seguían viendo amenazados sus privilegios. En este desorden total, pasó por varios la idea de que sólo Santa Anna podía organizar esta atrocidad que era México, y un grupo de militares conservadores despojaron del mando a Joaquín Herrera y trajeron de nuevo al general Quince uñas, como ya entonces era conocido el jalapeño. En esta ocasión, Santa Anna decidió que el problema de México era eso de la democracia, así es que se estableció como dictador perpetuo y vitalicio, perpetuidad que le duró año y medio. Fue la época de impuestos por pasear perros, y cuando el señor se hizo llamar Alteza serenísima. Fue también su periodo más largo y estable de gobierno, y el único en el que, en efecto, vendió una parte del territorio nacional.

Resultó que, a finales de 1853, el general estadounidense y gobernador de Nuevo México, William Carlane, declaró que el territorio de la Mesilla pertenecía a los Estados Unidos, y sencillamente lo tomó. El gobierno de Santa Anna reclamó al de Washington; entraron en negociaciones y, previa entrega de 10 millones de pesos, México sufrió una nueva mutilación de su suelo, pero evitó una nueva guerra contra los Estados Unidos. Mientras tanto, la eterna guerra interna seguía. Este acto es el pretexto que hasta la fecha utilizan los detractores para atacar con todo a Santa Anna. Quizá éste aún recordaba que la última vez que intentó pelear contra Estados Unidos, al tiempo que el país sufría, como siempre, una guerra interna, la gracia le costó la mitad del territorio mexicano. La realidad es que Santa Anna evitó la guerra a través de una negociación, obtuvo un dinero vital para el gobierno y cedió un desierto inútil que estaba prácticamente deshabitado. Por ello, pasó a la historia como un traidor y un vendepatrias"; esta venta de 500 000 metros cuadrados hace que caiga sobre él la supuesta venta de 2.4 millones de kilómetros. ¿ Qué otra opción tenía Santa Anna? Si hubiera conocido a los modernos historiadores de quincena posrevolucionarios, de actitud patriotera y que sacan el pecho, habría entendido que en este país se pasa más a la historia como prócer impoluto si uno se lanza a la defensa de causas perdidas y pierde contundentemente, pero con la frente en alto y alguna frase al cuauhtémico estilo de: "No he sabido defender "

a mi patria corno es debido; así es que toma el puñal de tu cinto, y mátame". En 1853, el error de Santa Anna fue negociar. Tal vez hubiera sido mejor, como les gusta a nuestros historiadores, salir a combatir a Estados Unidos y perder en gloriosa batalla la otra mitad del territorio nacional..., pero, eso sí, con la frente en alto y el orgullo nacional intacto. Por supuesto que hay algo innegable: era imprescindible para el desarrollo de este país sacar a Santa Anna de la vida política; era fundamental alejar a los conservadores de corte virreinal y era vital acabar co n el poder que ejercía la Iglesia. A México le urgía una nueva generación de pensadores y políticos, capaces de tomar las riendas del país con más y mejores bríos, con ideas modernizadoras, con nuevos ímpetus, con visión de futuro. Esa generación ya se había gastado y estaba lista para tratar de conducir al país. Ya estaban ahí, listos y en espera de su momento; Melchor Ocampo, Leandro Valle, Sebastián Lerdo de Tejada, José María Iglesias, Santos Degollado y... Porfirio Díaz. Pero tras la caída de Santa Anna todavía faltaban 10 años de guerra civil, y sacudirse el yugo de la Iglesia y de los conservadores. México tuvo que esperar hasta 1867p ara ver en acción a los nuevos protagonistas. Lamentablemente en 1913 comenzó una masacre hoy venerada con el nombre de revolución, que destruyó todo lo obtenido entre 1867 y 1910. Claro, ésa es otra historia; específicamente, otro libro, y primero hay más mitos que aclarar. .

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Un hombre, una era, una tragedia

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on sólo 4.6 años de gobierno efectivo, Santa Anna marcó todo una era de nuestra historia, que bien se podría decir que va desde 1821 hasta 1855. En 1821, Antonio de Padua María Severino López de Santa Anna y Pérez de Lebrón, (sí, así se llamaba) criollo de cuna aristócrata, conservador hasta la médula que había luchado del lado del ejército realista contra la insurgencia, fue uno de los líderes militares que se unió a Iturbide para obtener la Independencia. Marchó con él el 27 de septiembre de 1821, aceptó la entronización de éste como emperador, y hasta le hacía la corte a una de sus hermanas. Después fue el artífice de la caída del imperio, el hombre que terminó de expulsar a los españoles, el gran paladín de la Iglesia, uno de los pocos políticos que no estuvo en ninguna logia, pero que coqueteó con todas, que no logró manipular nunca a Guadalupe Victoria, pero que movió los hilos de la política desde que puso a su títere Vicente Guerrero en la silla presidencial y luego, desde 1833, cuando ganó ese puesto y no lo ocupó. Hoy es el hombre más despreciado de nuestra historia, pero durante tres décadas, todo el país volteaba hacia él cuando algo fallaba y hacía falta auxilio; salió a defender el país cuando era atacado y los mexicanos estaban ocupados luchando entre ellos. Fue, y hay que decirlo, aunque hoy sea el supervillano, un hombre astuto e inteligente (tanto, que sobrevivió a más de 30 años de nuestra política) y finalmente murió aquí en México y de causas naturales, mientras que el liberta-

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dor Iturbide no llegó a las cuatro décadas y fue asesinado por sus compatriotas, liberados por él mismo. Iturbide fue expulsado del país y asesinado por volver; a Santa Anna, en cambio, le rogaban que ocupara el poder. El único hombre que le dio batalla fue Victoria. Por eso, durante su presidencia, Santa Anna quedó relegado a una posición de segunda categoría. Después movió el país como quiso; Victoria siempre sirvió a la patria aunque esto significara ponerse a las órdenes de Santa Anna estando enemistados. El siguiente hombre que le hizo sombra fue un indio zapoteca bajado de la sierra, que llegó a gobernador de Oaxaca en 1847, y que cuando Santa Anna intentó huir del país por territorio oaxaqueño, el adusto zapoteca se planto ante su Alteza serenísima para manifestarle que su presencia no era grata y que, por tanto, no podía entrar al territorio libre y soberano de Oaxaca. El altivo criollo preguntó quién se atrevía a negarle el paso, y el interpelado respondió simplemente: "Benito Juárez, Jefe de Estado de Oaxaca". Pero desde 1829 México entró en un periodo conservador. Gobernaron los militares iturbidistas, los criollos que se separaron de España para mantener intacta en América la estructura colonial. Fue la etapa de oro y de gloria de la Iglesia, del México liberado por los aristócratas, del México de los arriba, el proyecto independentista de los conservadores. Todo eso representó Santa Anna: el pasado, el medioevo, la Iglesia, la intolerancia, el caos, las jerarquías, la injusticia, los fueros y privilegios, el culto a la personalidad, el individualismo y caudillismo. Hoy, que tanto critica nuestra historia a Santa Anna deberíamos autoevaluarnos, porque don

Antonio ya no está, pero el culto al pasado, el dominio de la Iglesia, la intolerancia, la sociedad de jerarquías y privilegios, el individualismo del caudillo..., todo eso es parte de nuestro México, mucho más de 100 años después de la muerte de su Alteza serenísima. Está claro pues, por el periodo de tiempo histórico que abarca este trabajo, una vez obtenida la independencia, que la obra tiene como eje rector a Santa Anna, sea o no gobernante, y que lo ocurrido en el país desde 1829, hasta la revolución liberal de Ayutla en 1855, se mueve en torno de tan polémico personaje. Así pues, intentaremos explicar algunos de los hechos más trascendentes, y normalmente mal contados, y absolutamente mitificados, del acontecer nacional durante la era de Santa Anna.

La hermana República de Yucatán

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oy en día es parte del folclor popular que cuando se menciona el nombre Yucatán se le agregue la hermana república. Lo que pocos mexicanos saben (los yucatecos lo dominan), es que durante breve tiempo fue en efecto eso, una hermana república, una confederada república para ser exactos, que no era parte de México, y que si hoy lo es se debe, precisamente, a que Santa Anna, a quien se acusa de ser responsable de la pérdida de más 2 millones de kilómetros cuadrados, se encargó de conquistar Yucatán. Así, si el "imperialismo yanqui" nos quitó el norte del territorio, habría que decir que el "imperialismo mexicano" despojó a Guatemala, y se anexionó un país completo que en-

tonces tenía tanto que ver con México, como Cuca, Centroamérica o la Gran Colombia. Hay que recordar que, antes de la llegada de los españoles, México no existía. Incluso para el que quiera empecinarse en que los aztecas eran México. Ese pretendido y ficticio México sería tan sólo el altiplano central; no incluiría Oaxaca y mucho menos el Sureste, y hacia el norte terminaría en Poza Rica. Entonces, México es un país que se fue formando después de la llegada de los españoles, nuestros ancestros, no nuestros conquistadores (tema ampliamente discutido en otro texto de esta serie). Entre los siglos xvl y xix se formó Nueva España, ése es el germen del Estado Mexicano..., y el punto es que Yucatán (la península completa) nunca fue parte de Nueva España sino una Capitanía General, al igual que Centroamérica; es decir, una posesión española distinta a Nueva España. También hay que recordar la diferencia en los orígenes. En el altiplano central, donde comienza a formarse Nueva España. La población era de origen nahua, dominada políticamente por los aztecas, y todo aquello fue conquistado por Hernán Cortés. Posteriormente, en 1535, comenzó el sistema virreinal, que no abarcaba a Yucatán; un territorio de origen maya, nunca dominado por aztecas y jamás conquistado por Cortés. Allá, el conquistador es también fundador y tiene algo que Cortés jamás tendría en la ciudad de México: un "Bulevar Francisco de Montejo". Así pues, durante el Virreinato existió la capitanía e intendencia de Yucatán, y se consideraba que estaba

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tan distante de la ciudad de México como de Madrid. Era como una isla, ya que el acceso terrestre era inexpugnable, por lo que todo contacto se hacía por barcos que zarpaban desde Veracruz o la Habana. Al igual que las provincias de Centroamérica, Yucatán decidió adherirse a Nueva España en el movimiento de Independencia (el de Iturbide) para separarse de España. Una vez que cayó el imperio de Iturbide, en 1824, Yucatán se constituyó como una república. ese mismo año, México se hizo una república con una Constitución que establecía un sistema federal y, por convenir a ambos países, la hoy llamada Primera República de Yucatán optó por integrarse a México como ente confederado y bajo la siguiente cláusula: Yucatán jura, reconoce y obedece al gobierno de México, siempre que sea liberal y representativo, con las condiciones que siguen: Que la unión de Yucatán será la de una república federada, y no en otra forma, y por consiguiente tendrá derecho a formar su constitución particular y establecer las leyes que juzgue convenientes a su felicidad...

Más claro ni el agua. Yucatán tenía estatus de república y decide firmar un pacto federal con otra república: México. Se establece una disposición muy simple y poco interpretable: que Yucatán sólo se mantendría en esta unión mientras en México se mantuviera el sistema federal, representativo y liberal, ya que eso es lo que convenía a Yucatán. Es un contrato sencillo: cuando alguna de las partes incumpla con su parte, la otra queda de inmediato liberada. En nuestro caso, Santa Anna derogó arbitrariamente la Constitución de

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1824 y eliminó el sistema federal, que fue sustituido por uno centralista..., en ese momento y sin necesidad de ningún nuevo contrato, Yucatán quedaba separado de México. El prominente yucateco Lorenzo de Zavala luchó por esta independencia. Algunos políticos de Mérida buscaron hacer una sola república junto con Tabasco e incluso con Texas. Santa Anna atacó Campeche por mar y mandó tropas a Tabasco, con lo que el intento yucateco, o yucatanense como se decían entonces, de mantener la independencia con respecto a México, fue un fracaso. Santa Anna anexó Yucatán por la fuerza y decidió dividir políticamente la península, así que creó los estados de Yucatán y de Campeche. BREVIARIO CULTURAL: Lorenzo de Zavala, quizá un hombre adelantado a su tiempo, insistía en que un mar como el Golfo de México no debería ser un impedimento para formar con Texas una sola nación, que sería dueña de la salida del Golfo y de las rutas comerciales. Su proyecto nunca se llevó a cabo, pero él se fue a Texas, antes de que fuera independiente, y no sólo participó en la independencia de Texas, sino que llegó a ser Vicepresidente de la República de Texas, puesto desde el cual intentó establecer relaciones con la efímera República de Yucatán.

Una estúpida guerra de pasteles Es pertinente una aclaración: lo estúpido no fue la guerra contra Francia, lo estúpido es haberla llamado Guerra de los pasteles, como si eso la hiciera más lle-

vable, cuando finalmente fue otro intento de una potencia europea de controlar la economía y la política mexicanas. Más ridículo aún es la versión de la escuela y de muchos textos: un pastelero se quejó por los desmanes que las tropas hicieron en su negocio, pidió una indemnización de cientos de miles de pesos (del siglo lx) y entonces el gobierno francés movió todo su aparato bélico para venir a México a cobrar la cuenta. En resumen, como un pastelero se quedó sin pasteles, Francia atacó a nuestro país. No tuvo nada que ver la situación geopolítica y estratégica de México, ni que Europa viviera la era del imperialismo colonial, ni las recursos naturales mexicanos tan ambicionados, ni las oportunidades industriales que representaba el país, o su potencial de ser el puente comercial entre el Atlántico y el Pacífico..., menos aún tuvo relación alguna con el interés europeo, y específicamente francés, de detener el desarrollo de Estados Unidos. Nada de eso, la invasión de Francia a México en 1838 fue por culpa de un pastelero quejoso, y el rey Luis Felipe I mando a sus tropas a cobrar. El que diga cualquier otra cosa más lógica y sensata, miente. Efectivamente, diversos comerciantes franceses radicados en México, se quejaban ante el gobierno mexicano, y el representante francés en México, de que el estado total de conflictos y guerra interna había dañado sus negocios, Fue famoso el caso de un restaurantero y repostero (de ahí la payasada de Guerra de los pasteles) de nombre Remontel, del rumbo de Tacubaya, que exigía una indemnización de 60 000 pesos, pero pretender que de veras ése fue el motivo de la invasión es simplemente absurdo. )(

La invasión francesa duró de abril de 1838 a marzo de 1839, y se puede resumir fácilmente. En marzo de 1838 llegaron diez barcos franceses a la bahía de Antón Lizardo en Veracruz, pretextando, en efecto, el cobro de una serie de indemnizaciones que en las cuentas francesas se elevaban a 800 000 pesos. Los barcos tomaron el puerto, exigieron el pago y lanzaron un ultimátum. El presidente Bustamante se negó a negociar, y entonces los franceses bloquearon puertos y aduanas. Esa fue una acción agresiva directa, pero el Congreso mexicano aún discutía si había o no una invasión francesa y una guerra contra ese país, a pesar de que sus barcos ya estaban invadiendo México. Por si esto no fuera suficiente, en octubre de 1838 llegaron 20 barcos franceses más, y el 27 de noviembre atacaron a cañonazos el fuerte de San Juan de Ulúa y el puerto de Veracruz. Eso aceleró la discusión política, y el 30 de noviembre de 1838 México aceptó la realidad y declaró oficialmente la guerra a Francia. El gobierno de Bustamante envió como general al mando a Antonio López de Santa Anna, quien nada pudo hacer. En esta ocasión no fue su incapacidad militar, sino la parálisis política del Congreso, que tardó seis meses en decidir que una invasión marítima en nuestros puertos era un acto de guerra. Santa Anna llegó a Veracruz con su ejército y combatió a los franceses, pero el 5 de diciembre de 1838 los invasores tomaron el puerto. Santa Anna perdió la pierna en la batalla. Siguió en combate y el gobierno envió como negociador a Guadalupe Victoria. No obstante, lo que causó que México no sufriera una derro-

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ta humillante, fue la intervención de Inglaterra, que no quería ver cómo los franceses se repartían solitos el gran pastel mexicano, y enviaron su armada a Veracruz a sitiar la flota francesa. Así se declaró un alto al fuego y se negoció la paz. Fue a inicios de 1839 cuando Inglaterra llegó al rescate. En febrero, el gobierno nombró negociador a Victoria, y el 9 de marzo se firmó un Tratado de Paz. México indemnizaría a los ciudadanos franceses quejosos, pero no pagaría gastos de guerra; además, Francia retiraría sus barcos y devolvería los barcos mexicanos incautados. Inglaterra ganó la guerra entre México y Francia.

Así cayeron los héroes niños ante las balas del invasor 4L

omo renuevos cuyos aliños un viento helado marchita en flor, así cayeron los héroes niños ante las balas del invasor." Lo anterior es lo más parecido a un "documento histórico" que hay acerca de ese maravilloso mito que son los Niños Héroes. La batalla de Chapultepec fue en 1847 y este poema es de 1903; es un poema nacionalista-romántico de Amado Nervo ("Los niños mártires de Chapultepec"), escrito en pleno Porfiriato, cuando precisamente se buscaba exaltar el patriotismo por todos los medios. Eso son fundamentalmente los niños héroes: un poema. Pero aclaremos puntos para no levantar pasiones antes de tiempo. Efectivamente, dentro del marco de

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la guerra contra Estados Unidos, el ejército invasor había llegado sin mucho problema a la capital en dirección a la plaza central o Plaza de Armas, hoy llamada simplemente Zócalo. Y sí, en el camino a su objetivo el ejército invasor debía pasar junto al Castillo de Chapultepec, que en aquellos tiempos era sede del Colegio Militar y, por lo tanto, había cadetes en su interior. La orden fue evacuar el Colegio Militar, pero ante la nula resistencia que hasta ese momento se había presentado al enemigo, muchos cadetes, muchos, no sólo seis, se quedaron a dar la batalla. Así pues, el 13 de septiembre de 1847 los cadetes mexicanos se enfrentaron a las tropas estadounidenses. Todo esto sí ocurrió, como también que al ejército invasor le llevó menos de dos horas derrotar a la tropa de cadetes. A partir de ahí todo es mito. Es decir, es mito que fueran niños, ya que fuera de Francisco Márquez, a quien se le atribuyen 14 años, se dice que los demás rondaban los 20 años. Y si hoy en el siglo xxI no se es niño a los 20 años, menos es niño quien ha recibido instrucción militar a esa edad. En 1847 era bastante común que para los 17 años un hombre ya estuviera casado y con familia; muy lejos de ser un niño Pero hay algo más grave; si bien es cierto que hubo una batalla en Chapultepec y que los cadetes salieron a enfrentar a los estadounidenses, los seis aludidos, que aparecen impresos en billetes y que tienen calles y monumentos con sus nombres, no existieron. Durante mucho tiempo se entendió que eran nombres simbólicos para referirse a los héroes caídos, como

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alegórico era también el monumento dedicado a los cadetes que pelearon por México. Desde luego, nadie en el siglo xix, ni el propio Amado Nervo en 1903, pretendía que el monumento representara a seis personas reales sino que era una especie de homenaje al soldado desconocido. Sólo la historia posrevolucionaria, ávida de atascar de mitos a la patria, pretende que esos seis individuos existieron y los dotó de nombres, apellidos y hasta de biografías. Simplemente habría que reflexionar en un hecho: si los 14 000 de Winfield Scott se hubieran enfrentado en batalla a los cadetes mexicanos, y en nuestro vado sólo hubieran muerto seis, hubiésemos ganado dicha guerra. Entonces, es una ficción también que un tal Juan Escutia, para evitar que el enemigo mancillara la bandera, se envolviera en ella antes de arrojarse por la colina. Los que pretenden ridiculizar aún más este mito dicen estupideces como que se resbaló, o estaba ebrio, y que terminó enredado en la bandera. Atengámonos a los hechos, la bandera en la que supuestamente se envolvió el "niño" Escutia, y que nunca fue encontrada, está, dicen, desde entonces y hasta hoy como trofeo de guerra, en la Academia Militar de West Point en Estados Unidos. Así de simple. Para rematar, (además de que esa bandera sí fue mancillada), la batalla de Chapultepec fue el 13 de septiembre..., y no se logró ni ganó nada, ya que el 14 de septiembre, otra bandera mexicana, la de Palacio Nacional, también fue mancillada: fue arriada de su asta y sustituida por la estadounidense. Así tenemos que en realidad nada se ganó en Chapultepec y que ningún niño, adolescente o adulto se envolvió en la bandera..., aunque

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esto dé motivo para que todos los políticos patrioteros de hoy lo hagan. Un dato más: hubo otros cadetes que sí estuvieron presentes en la batalla y la pelearon. Son hombres reales y sus nombres sí son conocidos. También combatieron al invasor; pero con el paso del tiempo y siendo ya militares de carrera, lucharon en la guerra de Reforma en el lado contrario al de Juárez. Eso les valió para pasar al infierno de la historia, que no les mencione como héroes de Chapultepec y que estén en el bando de los malos y traidores: hablamos de gente como Miguel Miramón y Leonardo Márquez, tan heroicos ellos como los que no existieron. Y el apunte final. Se invita a la gente a visitar hoy el Castillo de Chapultepec para que aprecie las diversas etapas de construcción. Hay una Casa de Campo, tipo fortaleza, simple y austera, construida por el virrey Bernardo de Gálvez en el siglo XVIII. Ahí era el Colegio Militar en 1847. En el extremo opuesto está la parte añadida, el llamado alcázar, construido y adaptado como residencia imperial para Maximiliano, en 1863. Lo curioso es que hay placas que muestran el sitio exacto donde murieron los Niños Héroes, pero todos murieron en una parte del Castillo que fue construida quince años después de su muerte. ¿Alguien lo entiende? La batalla, existió, y los muertos también, así como los sobrevivientes. Un grupo de estos últimos, que por sobrevivir no son héroes, en un país donde hay que morir y perder, pero con la frente en alto, promovieron en 1878 la conmemoración del día para recordar a los caídos. Desde tiempos de Porfirio se conmemora el 13

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de septiembre de cada año. ¿Por qué son seis Niños Héroes y no cinco, siete o cuatro? Simple: después de la batalla se encontró en una fosa común seis cadáveres..., no hacía falta nada más para rellenar el mito: seis cadáveres, seis héroes. Y como en México nosg ustan los números cerrados, cuando se cumplieron 100 años de la batalla, en el lugar de la fosa común se levantaron seis columnas, el actual Altar a la Patria de los Niños Héroes.

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La caída de Santa Anna

ntonio López de Santa Anna huyó del país tras la derrota contra Estados Unidos; ya vimos cómo Juárez le impidió la huida por Oaxaca, tal vez pensando que el Quince uñas se iba para siempre. Más adelante, el señor volvió y le cobró la afrenta a Juárez con el destierro, pero eso es también otro libro y otra historia. Santa Anna huyó a Colombia. En México, los generales Pedro María Anaya y Manuel de la Peña y Peña se alternan el poder durante medio año, hasta que tomó el poder de forma interina el general José Joaquín de Herrera en 1848. Y ahí llevaba con su gobierno, casi llegando a los tres años, muy insólito en aquel México, y quizás por eso en 1851 le dieron un golpe de estado, y un grupo de militares, por increíble queP arezca, trajeron, desde Colombia, al señor Santa Anna, quien llegaba ahora como dictador, cargo que ostentó del 21 de abril de 1853 al 12 de agosto de 1855, su periodo P más largo de gobierno.

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A pesar de su gran impopularidad en varios sectores de la población, es la era en que decidió, ya en delirios de megalómano, ser llamado como Hidalgo: Alteza serenísima, y como hacía falta dinero, vinieron los impuestos por pasear perros y tener ventanas. El dinero ni siquiera era para sacar el gasto del gobierno, o mejor aún, para la infraestructura y la inversión. Su Alteza serenísima lo necesitaba para rodearse de una corte al estilo europeo y vivir rodeado de lujos. El pueblo muriendo de hambre y los políticos en el dispendio total... ¡ Qué poco ha cambiado México! Resulta que para entonces, ese Benito Juárez que le había plantado cara a Santa Anna ya no era gobernador, y ese hombre vanidoso y arrogante que era don Antonio tomó entre las primeras decisiones dictatoriales la de expulsar a Juárez del país. Exiliado en Nueva Orleáns, Juárez conoció a otros liberales exiliados, como Melchor Ocampo. Su Alteza no lo sabía, pero había puesto en contacto a dos hombres que participarían en su derrocamiento, y él mismo comenzó a convertir a Juárez en una leyenda. En 1853, un liberal moderado y culto, aunque recalcitrantemente católico y con miedo a las excomuniones, era administrador de la aduana de Acapulco. Desde ahí se puso en contacto con el gran caudillo del sur, Juan Alvarez, y junto con el planeó una rebelión para derrocar a Santa Anna; fue conocida como el Plan de Ayuda. Los días de su Alteza serenísima estaban contados. Comonfort fue el artífice político e ideológico de la revolución; planteaba un gobierno liberal moderado y plural, que incluyera a las mentes más destacadas

del grupo conservador, pero definitivamente hablaba de quitar poder a la Iglesia y hacer una Constitución. Juan Alvarez, hombre que había luchado por México desde la era de Morelos y Guerrero, fue el líder militar de este movimiento. Las noticias llegaron a Nueva Orleáns, y don Benito Juárez partió hacia la Habana, de ahí a Panamá, y de ahí a Acapulco, para sumarse a la revolución contra Santa Anna. Juan Alvarez marchó con sus tropas desde el mismo puerto guerrerense y tomó todos los poblados a su paso; se apoderó de Cuautla, y tomó Cuernavaca. Ante lo inevitable de los hechos, Santa Anna huyó del país el 9 de agosto de 1855. Su dictadura vitalicia fue de año y medio. Tras una serie de interinatos de Martín Carrera, quien intentó hacer negociaciones entre liberales y conservadores, y de Rómulo Díaz de la Vega, quien intentó tomar el lugar de Santa. Anna, Juan Alvarez fue proclamado presidente en Cuernavaca el 4 de octubre de 1855. Alvarez no quería el poder; tenía 65 años; había luchado toda la independencia, la invasiôn francesa, la guerra contra Estados Unidos y ahora esta revolución. Su gobierno fue de cuatro meses, en los que hizo más por México que Santa Anna en tres décadas, o 4.6 años de gobierno efectivo. Alvarez nombró ministro de guerra a Comonfort e incluyó en su gabinete a Melchor Ocampo y a Benito Juárez, y convocó al Congreso Constituyente para que elaborara una nueva constitución. Después decidió que era tiempo de que la nueva generación tomara las riendas: un grupo de hombres que

no hubieran emanado de la lucha por la independencia y de los tiempos de Nueva España sino personas nacidas ya en México, libres de los traumas de la guerra libertaria. Así, el 11 de diciembre de 1855, tras cuatro meses de gobierno, cedió la presidencia a Ignacio Comonfort en calidad de presidente interino, cargo que éste ejerció desde ese día hasta el primero de diciembre de 1857. El Congreso convocado por Alvarez y protegido por Comonfort, donde tuvo mucha influencia Juárez, fue totalmente liberal y proclamó la Constitución el 5 de febrero de 1 857. Ya con un marco legal se pudo convocar a elecciones, para tener por fin un presidente constitucional. Comonfort ganó la presidencia y Juárez obtuvo la presidencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Ambos asumieron sus cargos constitucionales el primero de diciembre de 1857 Había nuevo gobierno, nuevo congreso, nueva Constitución, y por primera vez en décadas, una estabilidad que no estaba amenazada por la sombre de Santa Anna. Una nueva generación mandaba, el liberalismo modernizador llegaba a México; el futuro parecía verse promisorio por vez primera. Entonces apareció la Iglesia, desconoció la Constitución y al gobierno; la declaró diabólica, excomulgó a todo aquel que la jurara y se dedicó a patrocinar una guerra contra este nuevo orden. Cuando parecía que lo peor había terminado, la Iglesia con tal de no perder su poder y privilegios, patrocinó 10 años más de guerra, la más terrible de todas, una guerra civil en la que los mexicanos se mataron entre sí con más saña que nunca. .

El 15 de septiembre de 1854, un año antes de huir del país, Santa Anna había estado presente en el estreno del Himno Nacional Mexicano, ya que no se debe olvidar que éste fue el resultado de un concurso convocado por él. En el Teatro Nacional, el 15 de septiembre de 1854, con los acordes de Jaime Nunó se escuchaban las letras de González Bocanegra, un hermoso himno que reflejaba la realidad nacional, pero ante todo, presagió el futuro: "Mexicanos al grito de guerra".

Mexicanos al grito de guerra

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sí comienza nuestro himno porque fue redactado en 1854, porque el autor vivió la intervención de Francia y la de Estados Unidos y es, en definitiva, un llamado patriótico a defender la patria. Nunca pensó que el grito de guerra, eterno, de los mexicanos seria interno, siempre entre nosotros. En 1854 comenzó en México una revolución liberal que quitó a Santa Anna del poder y que fue finalmente la causante de que Juárez llegara a él; antes de eso estuvimos en guerra desde 1829. El gobierno de Guadalupe Victoria, 1824-1829, fue relativamente estable. Antes ocurrieron los golpes para derrocar al. Imperio, y antes de eso tuvimos once años de diversas guerras que terminaron finalmente con la independencia. Después de 1854 el grito de guerra apenas comenzaba, y pasaron diez años de guerra civil antes de que Juárez pudiera establecer un gobierno real. Después, el conflicto entre Juárez y sus aliados por la eternización de éste en el poder...., luego el Porfiriato, paz, pero impuesta por la única vía que aparentemente conoce históricamente el mexicano: la violencia.

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Cayó Porfirio, se fue el hombre fuerte, el del puño de hierro y volvió la violencia. Fueron dos décadas de una supuesta revolución que fue una total masacre y, ojo, después la violencia no cesó, sólo se institucionalizó; tomó cauce dentro de un partido, y hoy seguimos viendo la sombra de la violencia social en las calles, y seguimos viendo a políticos tan antagónicos como hace un siglo o más, sin la menor disposición de negociar y dialogar. Este eterno no diálogo del mexicano tiene su razón de ser y es simple. Aunque la historia siempre nos haya vendido a un pueblo único luchando por su causa (en el caso que nos atañe, la búsqueda de una independencia), la verdad es que México surgió por casualidad, y la unión de todos los mexicanos se dio por la necesidad de sacar a España del país. Una vez con ésta fuera de la jugada, el gachupín, el criollo, fuera antiguo insurgente o iturbidista recién convertido, volvieron a pelear por llevar las riendas del país. En el siglo xxi todo es igual; sigue habiendo diversos grupos con proyectos de país totalmente diferentes, y cada tres y seis años es un pleito por imponer una u otra visión. En ese sentido México sigue sin evolucionar. Cada periodo electoral la sociedad se preocupa y esperamos que los políticos y grupos sociales estén a la altura; esperamos que nuestra democracia, declarada por vez primera en 1824, ya tenga demócratas. Pero ante todo deseamos que no sea necesario un golpe de timón cada seis años. En Europa o Estados Unidos existen también partidos políticos, y en definitiva representan visiones opuestas de cómo conducir un país; representan a distintos sectores sociales; hay izquierda y derecha..., pero el rumbo del país está establecido y no cambiará:

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hay un proyecto. En México cada seis años se escucha decir que el país se enfrenta a su elección definitiva que marcará la ruta del futuro. Pero además se plantea como que hay una opción que es la buena y la otra que es la mala. Si elijen mal ya se jodió la cosa. El mismo discurso de rojos y mochos, es decir, liberales y conservadores a mediados del siglo xix. ¿Por qué está México como a mediados de ese siglo? ¿Por qué somos el país por el que no pasa la historia, y la tierra de la que el tiempo se olvida? Es simple: porque no aprendemos de la historia, y no lo hacemos porque no la criticamos, no la analizamos, no la cuestionamos..., sólo asumimos las versiones grabadas en piedra de textos oficiales y las frases célebres de próceres impolutos de mármol. Asomarnos al pasado de lo que llaman nuestra guerra de independencia; asomarnos con ojo crítico, nos arrojaría la verdad: nunca hubo proyecto de un pueblo mexicano, y si el Padre de la patria es Hidalgo, pues valiente padre nos ha tocado. José Vasconcelos, otro de esos intocables, aunque fuera un fascista conservador, dentro de tantas barrabasadas que dijo también soltó cosas muy interesantes, y una de ellas fue aventarse el impopular comentario de que el padre de nuestra nacionalidad (ojo, no de nuestra patria; no del país sino de nuestra identidad) era Hernán Cortés. Vasconcelos acertó en una cosa, en rescatar la raíz hispana del mexicano. Pero vamos a las entrañas de nuestro torcido inconsciente: Hidalgo era criollo; es decir, español de los de aquí que se rebeló contra los españoles de allá. Ese hispanísimo cura Hidalgo, sin embargo, odiaba a los españoles, pero no por la conquista, sino por motivos

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personales: los culpaba de su ruina personal. Por eso nuestro patrio padre permitió el saqueo contra los españoles y promovió el rencor social..., rencor social que, quizás en honor de nuestro padre, no hemos abandonado. Era Hidalgo un español que odiaba a los españoles, y que definitivamente no amaba a los indios, a quienes sólo usó de carne de cañón. Si el mexicano es la mezcla de lo hispano y lo amerindio, e Hidalgo odiaba a unos y utilizaba a otros, vaya paternidad; esta disfuncional relación familiar tal vez explique la disfuncional relación del mexicano..., que además no tiene madre o tiene una inventada y virgencita (tema de otro libro de esta serie), pero que también fue traída por el español. Por eso llega el siglo xxi y cada tres y seis años temblamos y sufrimos y vernos una gran evidencia; México sigue sin proyecto y a la deriva, y sus políticos, como los de tiempos de Santa Anna, son incapaces de sobreponerse a ideologías por el bien de la patria. Algunos, corno en esos tiempos, prefieren ver la patria destruida que gobernada por otro..., y la Iglesia, hoy como entonces, simplemente ve cómo sacar su propio provecho de este caos. Pasan los siglos, México no cambia, y los mexicanos seguirnos, como en nuestro profético himno, "al grito de guerra". .

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Un viaje a la Edad Media so es México; lo era en la etapa Virreinal, lo fue en el siglo xTx, y lo es en el xxi; un retorno al

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pasado lejano, una máquina del tiempo, todo un recorrido por la Edad Media. Otra razón para que nuestra patria no progrese después de dos siglos es haber comenzado su emancipación; sigue atada al medioevo más recalcitrante. Esto, desde luego, se explica una vez más con la historia..., si se analiza a fondo. Ya desde el siglo xvi, Nueva España fue la extensión americana del feudalismo medieval. Ante una Europa que entraba en la modernidad, en el capitalismo, en la industrialización y, en términos religiosos, en la Reforma, de este lado del océano nos quedamos con la antigüedad, el feudalismo, el mercantilismo, el arraigo a la tierra y los recursos naturales como fuente de riqueza, en la agricultura arcaica y, en términos religiosos, en la llamada Contrarreforma; es decir, la recalcitrante, fanática y fundamentalista reacción del rey Felipe II a la modernidad religiosa. La reforma religiosa, con su visión moderna, sin santos ni vírgenes, sin inquisición ni retablos de oro, sin dispendios absurdos en santos patronos y procesiones inútiles, sin veneración de imágenes ni superstición, fue lo que viajó al Norte de América, originó las 13 colonias británicas y, con el correr del tiempo, a los Estados Unidos. Un país cuya independencia estuvo en manos de los burgueses ilustrados y laicos. La Contrarreforma y todo su atraso (con santos, vírgenes, inquisición, libros prohibidos, superstición anticientífica, fiestas y procesiones caras e inútiles, retablos barrocos con toda la corte celestial bañada en oro) fue lo que viajó un poco más al Sur y formó Nueva España, que con el correr del tiempo fue México. Dos proyectos antagónicos.

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Allá fueron los ilustrados los que buscaron la independencia, que incluía libertad... económica, relig iosa, de prensa, etcétera. Aquí, por el contrario, no es de extrañar que haya tanto cura metido en nuestra independencia. Se busca cambiar el poder de manos,P ero mantener intacta la fe católica, que es garante del orden social. Si en el siglo xvii los británicos de América ya nos llevaban todas las ventajas, esas visiones llevadas al siglo xix catapultaron al progreso a los Estados Unidos, mientras que a nosotros nos amarraron a la Edad Media. El proyecto liberal de Estados Unidos atrajo atrajo trabaj e intelectuales de todo el mundo. El proYecto intolerante de México no atraía a nadie cuyo roY proyecto Yp no fuera la riqueza rápida, ya que aquí, fuera Hidalgo, go , Morelos e Iturbide o, ya libres, Santa Anna, había una sola cosa clara: México era elP aís de la intolerancia religiosa; aquí sólo se podía ser católico. Volvemos al paradójico y contradictorio México: un país que se precia p .. de ser laico, pero cuya independencia como ya se dijo , estuvo plagada de curas, pero con una historia que nos dice que detrás de nuestra independencia estuvieron ideas ilustradas como en Estados Unidos y Francia. Esa Iglesia, que excomulgó tanto al llamado Padre de la patria, Hidalgo, como alq ue debería serlo, Morelos, pretende siglos después ser parte de los festejos J os libertarios; esa Iglesia que en 1810 se opuso tenazmente p a la independencia, la apoyó en 1821. Hablamos de un México orgulloso de su laicismo, pero recalcitrantemente católico, donde el p rinci pal héroe es un sacerdote, y el que le si sigue es un come, q g curas, Juárez. Un país donde en las escuelasP úblicas

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J uárez es lo máximo, y en las privadas y religiosas es el anticristo; un México orgulloso de que el Papa Polaco le diga g qque es "siempre fiel", pero que no tolera que el presidente vaya a misa..., a pesar de que la libertad de culto de la constitución se lo permite. HayYalgo g claro, México y su independencia, la que triunfó, la Iturbidista, fue un proyecto de la Iglesia. J uárez luchó una guerra contra la Iglesia, y tan la perdióq ue Plutarco Elías Calles tuvo que pelear otra...., está más más la perdió también él, que hoy la Iglesia está Y catoliquísimo ada que ue nunca en la política; y este catoliquísimo pueblo ve eso como una cosa terrible, aunque use a la virgencita en sus marchas. iendo y los monHoy el señor cura autoridad sigue siendo , señores, quienes sean, siguen dictando agenda política, las partidas secretas de presupuestos a grado tal que en r está la llamada partida púrpura que, en buen español, es el dinero destinado a sobornar cardenales. Estados Unidos sigue siendo el país de la ciencia, y México el de lasp rocesiones. Nuestros vecinos son la ventana al futuroY nosotros, el viaje al pasado. Un repaso verdar qué. de nuestra independencia mostraría por qué.

Dos proyectos contrarios

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ueva España, después México, fue el proyecto conservador de la Iglesia. Las colonias británicas, después Estados Unidos, fueron un proyecto de la burguesía ilustrada. Las comparaciones son odiosas según dicen, y más aún cuando se sale perdiendo. Es-

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tados Unidos nació con padres fundadoresY con un proyecto. A México le inventamos por decreto unp adre que no tuvo proyecto jamás. Al proyecto de Estados Unidos loe odemos encontrar en las palabras de Jefferson, sea en la Constitución de los Estados Unidos, en la declaración de derechos o en sus cartas diversas. Puede o no gustarnos este proyecto; puede no convenirnos a algunos, pero p existe y generó, en el siglo xviii, al país que en el tercer milenio aún se mantiene como potencia. Veamosp alabras de Jefferson: Declaramos como evidentes estas verdades, que todos los hombres han nacido iguales y todos han sido dotados de los mismos derechos inalienables: la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.

La declaración fundamental de los Estados Unidos, proyecto de igualdad total y absoluta, y derechos inalienables, como la libertad y la búsqueda de la felicidad por los medios necesarios. Interesante también la form a en que comienza el texto: " We, the people"; es decir, "Nosotros, el pueblo", somos losq ue declaramos. Ahí está la soberanía popular. Y sí, desde entonces Jefferson dejaba claro el im p erialismo, que puede resultarle nefasto a América Latina, pero que finalmente a ellos les dio resultado, Y ha hay que entender una cosa, cada país ve por sí mismo en la historia, aunque la misma América Latina viva en la idea de que otros, particularmente Estados Unidos, tienen que velar por los intereses latinoamericanos, Ya que si no lo hacen entonces los acusamos de imPeriaideasde Jefferson sobre la expansión: listas. Algunas deas

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Aunque nuestros actuales intereses nos restrinjan dentro de nuestros límites, es imposible dejar de prever lo que vendrá cuando nuestra rápida multiplicación se extienda más allá de dichos límites, hasta cubrir por entero el continente del Norte, si no es que también el del Sur. Nuestra Confederación debe ser el nido desde el cual toda América, así la del Norte como la del Sur, habrá de ser poblada.

Hablamos de documentos escritos en antes de 1800, cuando elp aís tenía 20 años de vida independiente Y su territorio era muy limitado, pero desde entonces tenían un objetivo claro: tenían ideales que consideraban superiores, y esos ideales deberían expandirse por p todo el continente, refiriéndose en particular al Norte, aunque q sin descartar la posibilidad de una r gran na, ción americana que q abarcara el Sur, el sueno de Bolívar pero desde la óptica gringa. Sin embargo, no se lo criticamos a Bolívarp ero si a Jefferson. Subjetividad absoluta: es correcto si los imperialistas somos nosotros, es incorrecto si son ellos. En cambio, si buscamos un proyecto tras la Independencia de México en Miguel Hidalgo sólo tenemos un "viva Fernando VII y "viva la Virgen de Guadal upe"..., aceptémoslo, valiente proyecto. En Morelos tenemos una declaración de independencia, una propuesta de soberanía popular, una divide poderes, oderes, la idea de moderar la opulencia y de tener una Constitución; se ve ahí lo adelantado que el cura de Carácuaro estaba en relación con el de Dolores. No todo es perfecto: junto a esas declaraciones

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también decía Morelos que la Iglesia Católica debería ser la única permitida, que debía tener supremacía sobre el Estado, que toda jerarquía debía estar encabezada por el Papa y que había que venerar a la virgencita. Iturbide también dejó un proyecto escrito, el Plan de Iguala y los Tratados de Córdoba: convertir este reino medieval en un impero medieval, dejar de depender de España, pero traer a reinar al reyY de España, P y como primer gran garantía del nuevo imperio, la intolerancia religiosa. Todo proyecto en este P aís incluyó Y intolerancia religiosa, y por lo tanto, supremacía de la P , Iglesia católica. Intolerancia religiosa contra la libertad de culto de las ideas liberales. Promover el catolicismo medieval que enseña a callar y a obedecer; ésa era la sociedad que querían los nuevos independentistas. Separación ^ r política de España cuando aquel país se hizo liberal; es decir, rechazar el liberalismo europeo Para que q las cosas de este lado permanecieran como estaban desde los últimos tres siglos. La garantía de la unión de todos los mexicanos era en realidad la unión entre criollos y peninsulares, entre antiguos insurgentes y nuevos iturbidistas. Con lag a, , ranad de la supuesta unión de todos los mexicanos (que no ha existido nunca), los españoles y criollos aseguraban el respeto a sus tierras, posesiones y privilegios. Finalmente seguirían con el mando de la sociedad. En el siglo xxi, tanto México como Estados Unidos siguen reflejando lo mismo que en tiempos P de sus independencias. ndependencias. En México no existe unión entre los mexicanos, y aunque hay tolerancia religiosa y un su-

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puesto Estado laico, la Iglesia sigue sometiendo el país, g P en el más difícil de los campos: el ideológico. En resumen, las tres garantías garantizaban poco: separarse de España cuando ahí triunfaban los liberap uieran al mando los conservadouí siguieran que aquí les, la unión de criollos y peninsulares para mantener rivile ios Y , ante todo, la Iglesia católica como garante privilegios del mismo orden social medieval.

Mismo complejo, p '^o, distinto conquistador S e ha hablado tanto de este tema, se ha reflexionado tanto en esta serie y lo han tocado grandes, como Octavio Paz o Samuel Ramos: el trauma de conquistado del mexicano. Si bien es cierto que el q complejo de conquistado se mantiene, es un hecho que q la imagen del conquistador va cambiando. Por costumbre se sigue de que los "gachug hablando . fines" nos conquistaron, y se siguen buscando culpas p q r en el pasado de hace cinco siglos. Pero el odio a España se supera, a veces hasta le vamos en el futbol..., porque de pronto otro gigante se aparece ante nosotros, más cercanoY más peligroso: Estados Unidos, nuevo conquistador al que acusamos de robarnos territorio, yal que no le vamos en futbol el nuevo imperialista, p desde que se lo propuso, nos gana. Y así como se oyen Y los lamentos aquellos de que 1o es pañoles nos conquistaron, se escuchan aún los lamentos deq ue los "gringos" nos robaron el territorio. En México los traumas no se superan. Esa guerra

fue en 1847 y aún le llamamos a la migración ilegal, "reconquista pasiva". Estados Unidos destruyó Japón en 1945 con dos bombas atómicas; hoy Japón es socio de Estados Unidos: trauma superado. Estados Unidos destruyó Vietnam por décadas, y esa destrucción terminó apenas en 1973. Hoy Vietnam es socio de Estados Unidos: trauma superado. Pero, ¿qué pasa en México? En 1947 se cumplían 100 años de la guerra mexico-estadounidense, y en la ciudad de México se recibió la visita oficial del entonces presidente de los Estados Unidos, el señor Harry Truman, quien ordenó detonar las bombas sobre Japón, por cierto. El presidente Truman, como acto simbólico rindió honores a los caídos en la batalla de Chapultepec, y colocó una corona de flores al pie del obelisco conmemorativo. Trauma no superado. Este gesto disgustó a varios miembros del Ejército y a muchos civiles; así es que esa misma noche, algunos cadetes del Colegio Militar llegaron a todo galope, retiraron la ofrenda, la destruyeron y la echaron a un basurero. Nuestro pasado nos persigue; la conquista nos acosa, y los traumas siguen eternamente presentes. Seguimos culpando a los estadounidenses y a su Alteza serenísima, cuando a la luz de la historia cabría preguntarse, ¿quién tiene la culpa, Santa Anna, los gringos o nosotros?