We were liars - E. Lockhart.pdf

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Queridos Colegas: No es frecuente que escriba una carta pidiendo al lector que haga esto, pero por favor confía en mí. No te contaré la trama de este libro. Es mejor para ti que lo leas. Entre las tapas encontrarás:

la hermosa familia Sinclair en una isla privada azotada por el viento, cuatro amigos que son incondicionalmente leales los unos a los otros, un montón de bromas ingeniosas, y desesperado amor verdadero. También… secretos de familia, alucinaciones, un accidente terrible, y muchos Golden Retrievers. We Were Liars es deslumbrante. Es suspense, literario y romántico. Es una moderna historia de suspense laberíntico de la homenajeada E. Lockhart con el premio Printz y finalista del premio del libro nacional. No necesitas saber más. Más sería estropearlo. Léalo. Creo que querrás hablar de este libro con otra persona que lo haya leído también. Así que lee este ARC y dale un duplicado a un amigo, ¡y deja que la conversación comience! Hagas lo que hagas, no se lo estropees a otra persona que no lo haya leído aún. Y si alguien te pregunta cómo termina, simplemente MIENTE. Mis mejores deseos,

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Esta traducción se ha hecho sin fines de lucro, con el único propósito de compartir la obra del autor en aquellos lugares donde no llega en español. Puedes apoyar al autor comprando sus libros y siguiéndole en sus redes sociales. ¡Disfruta tu lectura

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Staff Coordinadora Silvia Charlotte

TRADUCTORES

Corrección

Adriana Danaet

Adriana Danaet

Ainoa Domínguez

Amayrani Torres

Abby Lu

Dany Guz

Amayrani Torres

Evelin Mújica

Ariana Carrillo

M. Arte

Carolina Carrizales

Rocio Vago

Dany Guz Efra Sierra Elisa Daniel Evelín Mújica Fefe Isa Marina Olivares M. Arte Pablo Cardona Pam2636 Rocio Vago Yada López Silvia Charlotte

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Corrección final y Edición Silvia Charlotte

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Sinopsis Una hermosa y distinguida familia. Una isla privada. Una chica brillante y dañada, un chico apasionado y amable. Un grupo de cuatro amigos —Los Mentirosos— cuya amistad se vuelve destructiva. Una revolución. Un accidente. Un secreto. Mentiras sobre mentiras. Amor verdadero. La verdad. We Were Liars es una moderna y sofisticada novela de suspenso de la ganadora del National Book Award y Printz Award, E. Lockhart. Léelo. Y si alguien pregunta cómo termina, solo MIENTE.

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Índice Portada Carta del Publicista Staff de Traducción Sinopsis Mapas Árbol Genealógico Primera Parte: Bienvenida Capítulos 1 al 15 Segunda Parte: Vermont Capítulos 16 al 22 Tercera Parte: Verano Diecisiete Capítulos 23 al 57 Cuarta Parte: Mira, Un Incendio Capítulos 58 al 79 Quinta parte: Verdad Capítulos 80 al 87 Agradecimientos Sobre el Autor

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PRIMERA PARTE Bienvenida 12

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1 BIENVENIDOS A la hermosa familia Sinclair. Nadie es un criminal. Nadie es un adicto. Nadie es un fracaso. Los Sinclair son atléticos, altos y hermosos. Somos una familia rica Demócrata. Nuestras sonrisas son amplias, nuestras barbillas cuadradas y nuestros juegos de tenis son agresivos. No importa si el divorcio despedaza los músculos de nuestros corazones, así que difícilmente éstos laten sin luchar. No importa si el dinero del fondo fiduciario se está acabando; si no pagamos los recibos de las tarjetas de crédito que están en la barra de la cocina. No importa si hay un cúmulo de medicamentos en la mesa de noche. No importa si alguno de nosotros está desesperadamente enamorado. Tan enamorado, que se deban tomar medidas desesperadas. Somos los Sinclair. Nadie está necesitado. Nadie está mal. Vivimos, por lo menos en el verano, en una isla privada frente a la costa de Massachusetts. Tal vez sea todo lo que necesitas saber.

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2 MI NOMBRE COMPLETO ES Cadence Sinclair Eastman. Vivo en Burlington, Vermont, con Mamá y tres perros. Ya casi tengo dieciocho años. Soy dueña de una –muy bien usada—tarjeta de biblioteca y no mucho más, aunque también es verdad que vivo en una casa enorme, llena de objetos carísimos e inútiles. Solía ser rubia, pero ahora mi cabello es negro. Solía ser fuerte, pero ahora soy débil. Solía ser bonita, pero ahora parezco enferma. Es verdad que soporto migrañas desde mi accidente. Es verdad que no soporto tonterías. Me gusta el cambio de significados. ¿Ves? Soporto migrañas. No soporto tonterías. La palabra significa casi lo mismo que en la frase anterior, pero no completamente. Soportar. Podrías decir que significa sufrir, pero eso no es exactamente correcto.

Mi historia comienza antes del accidente. Junio del verano en el que yo tenía quince años, mi padre huyó con alguna mujer a la que amaba más que a nosotros. Papá era un profesor de historia militar medianamente exitoso. En ese entonces yo lo adoraba. Él llevaba chaquetas de lana. Estaba demacrado. Bebía té con leche. Era aficionado a los juegos de mesa y me dejaba ganar, le gustaban los barcos y me enseñó a navegar en kayak, amaba las bicicletas, libros y museos de arte.

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A él nunca le gustaron los perros y una señal de cuánto amaba a mi madre era que dejaba que nuestros Golden Retrievers durmieran en los sillones y los paseara tres millas cada mañana. Tampoco le agradaban mucho mis abuelos, y una señal de cuánto nos quería a las dos –a mí y a mi madre— era que pasaba cada verano en la Casa Windemere en la Isla Beechwood, escribiendo artículos de guerras luchadas mucho tiempo atrás y vistiendo una sonrisa para nuestros parientes en cada comida. Ese Junio, verano de los quince, Papá anunció que se iba y partió dos días después. Le dijo a mi madre que él no era un Sinclair, y no podía intentar ser uno durante más tiempo. No podía sonreír, no podía mentir, no podía ser parte de aquella hermosa familia en aquellas hermosas casas. No podía. No quería. No lo haría. Ya había contratado camionetas de mudanza. Y rentado una casa también. Mi padre colocó la última maleta en el asiento trasero del Mercedes (dejaba a Mamá solamente con el Saab), y encendió el motor. Luego sacó una pistola y me disparó en el pecho. Yo estaba de pie en el césped y me caí. El agujero de la bala era amplio y el corazón salió de mi caja torácica cayendo en una cama de flores. La sangre brotaba rítmicamente de la herida abierta, después de mis ojos, mis oídos, mi boca. Sabía como a sal y a fracaso. La vergüenza de no ser amada, color rojo brillante, empapó el césped en frente de nuestra casa, los ladrillos del sendero, los escalones hacia el pórtico. Mi corazón se contrajo entre las peonías como una trucha. Mamá espetó. Dijo que tenía que controlarme. Sé normal, ahora. Ahora mismo, me dijo. Porque lo eres. Porque puedes serlo.

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No hagas una escena, me dijo. Respira y recomponte. Hice lo que me pidió. Ella era todo lo que me quedaba. Mamá y yo levantamos en alto nuestras barbillas cuadradas mientras Papá conducía por la colina. Después nos metimos en la casa y tiramos los regalos que él nos había dado: joyas, ropas, libros, cualquier cosa. En los días siguientes nos deshicimos del sofá y los sillones que mis padres habían comprado juntos. Seguidos por la porcelana de la boda, la plata y las fotografías. Compramos muebles nuevos. Contratamos a un decorador. Hicimos un pedido de cubertería de plata de Tiffany. Pasamos un día caminando entre galerías de arte y compramos pinturas para cubrir los espacios vacíos en las paredes. Buscamos a los abogados de mi abuelo para asegurar los bienes de Mamá. Después empacamos nuestras maletas y nos fuimos a la Isla Beechwood.

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3 PENNIE, CARRIE Y Bess son hijas de Tipper y Harris Sinclair. Harris obtuvo su dinero con veintiún años, después de Harvard y expandió su fortuna haciendo negocios que nunca me interesé en comprender. Heredó casas y tierras. Tomó decisiones inteligentes en el mercado de valores. Se casó con Tipper y la mantuvo en la cocina y en el jardín. La puso en exhibiciones de perlas y en barcos de vela. A ella parecía gustarle. El único fracaso de mi abuelo fue que nunca tuvo un hijo, pero no importa. Las hijas Sinclair estaban bronceadas y bendecidas. Altas, agraciadas y ricas, esas chicas eran como Princesas de un cuento de hadas. Eran conocidas a lo largo de Boston, el campus de Harvard y el Viñedo de Martha por sus cárdigans de cachemira y grandiosas fiestas. Nacieron para ser leyendas. Hechas para príncipes y escuelas de la Ivy League, estatuas de marfil y casas majestuosas. El abuelo y Tipper amaban tanto a las chicas que no podían decir a quién amaban más. Primero Carrie, luego Penny, luego Bess, luego Carrie de nuevo. Había bodas ostentosas con salmón y arpistas, brillantes nietos rubios y divertidos perros rubios. Nadie podía haber estado más orgulloso de sus chicas americanas de lo que Tipper y Harris estaban, en ese entonces. Construyeron tres casas nuevas en su escarpada isla privada y a cada una le dieron un nombre: Windemere para Penny, Red Gate para Carrie y Cuddledown para Bess. Yo soy la nieta mayor Sinclair. Heredera de la isla, la fortuna y las expectativas. Bueno, probablemente.

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4 YO, JOHNNY, MIRREN y Gat. Gat, Mirren, Johnny y yo. La familia nos llamaba los Mentirosos y probablemente lo merecemos. Somos casi de la misma edad y todos cumplimos años en otoño. La mayoría de los años en la isla hemos estado en problemas. 18

Gat comenzó a venir a Beechwood el año en que nosotros teníamos ocho años. Verano ocho, lo llamamos. Antes de eso, Mirren, Johnny y yo no éramos Mentirosos. No éramos nada más que primos, y Johnny era un fastidio porque no le gustaba jugar con las niñas. Johnny es rechazo, esfuerzo y sarcasmo. En aquel entonces él colgaba nuestras Barbies del cuello o nos disparaba con armas hechas de Lego. Mirren, ella es azúcar, curiosidad y lluvia. En aquel entonces ella pasaba largas tardes con Taft y los gemelos, chapoteando en la gran playa, mientras yo dibujaba sobre papel cuadriculado y leía en la hamaca en la terraza de la casa Clairmont. Luego Gat vino a pasar veranos con nosotros. El esposo de la tía Carrie la dejó cuando estaba embarazada del hermano de Johnny, Will. No sé qué pasó. La familia nunca habla de eso. Para el verano ocho, Will era un bebé y Carrie ya estaba con Ed. Este Ed, era un comerciante de arte y adoraba los niños. Eso fue todo lo que escuchamos de él cuando Carrie anunció que lo iba a llevar a Beechwood, junto con Johnny y el bebé. Fueron los últimos en llegar ese verano y la mayoría estábamos en el muelle esperando que el barco llegara. El abuelo me levantó para que

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pudiera saludar a Johnny, que estaba vistiendo un chaleco salvavidas naranja y gritando sobre la proa. La abuela Tipper se paró al lado nuestro. Se alejó del barco por un momento, alcanzó su bolso y sacó una menta blanca. La desenvolvió y la puso en mi boca. Mientras veía al barco de nuevo, la cara de la abuela cambió. Entrecerré los ojos para ver lo que ella estaba viendo. Carrie se bajó con Will en su cintura. Él estaba en un salvavidas de bebé amarillo y realmente no era nada más que un choque de cabello blancorubio dando la cara hacia ella. Hubo una ovación cuando lo vieron. Aquel salvavidas, que todos habíamos usado cuando éramos bebés. El cabello. Qué hermoso es este niño pequeño que no conocíamos todavía, es obviamente un Sinclair. Johnny saltó del barco y aventó su propio salvavidas en el muelle. La primera cosa que hizo fue correr hasta Mirren y la pateó. Luego me pateó a mí. Pateó a los gemelos. Caminó hacia nuestros abuelos y se enderezó. “Es bueno verlos, Abuela y Abuelo. Espero con ansias un verano feliz.” Tipper lo abrazó. –Tu madre te dijo que dijeras eso, ¿verdad? —Sí —dijo Johnny—. Y yo tengo que decir, que es bueno verte de nuevo. —Buen chico. —¿Me puedo ir ahora? Tipper besó su mejilla pecosa. –Está bien, vete. Ed siguió a Johnny, parándose para ayudar a los empleados a bajar el equipaje del barco de motor. Él era alto y delgado. Su piel era muy oscura: Herencia Indígena, más tarde vamos a aprender de eso. Usaba lentes con marco oscuro y estaba vestido en ropa pulcra de ciudad: un traje de lino y una camisa rayada. El pantalón estaba arrugado del viaje. El abuelo me bajó.

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Los labios de La abuela Tipper se convirtieron en una línea recta. Luego mostró todos sus dientes y se adelantó. —Tú debes de ser Ed. Que encantadora sorpresa. Le dio la mano. –¿Carrie no les dijo que veníamos? —Claro que sí. Ed miró alrededor a nuestra blanca, blanca familia. Se giró a ver a Carrie. —¿Dónde está Gat? Le hablaron y salió del interior del barco, quitándose su chaleco salvavidas, mirando hacia abajo para desabrocharse las hebillas. —Mamá, Papá —dijo Carrie—, trajimos al sobrino de Ed para que juegue con Johnny. Éste es Gat Patil. El abuelo alcanzó y palmeó la cabeza de Gat. –Hola, joven. —Hola. —Su padre acaba de fallecer este año —explicó Carrie—. Él y Johnny son los mejores amigos. Será una gran ayuda para la hermana de Ed si lo cuidamos durante unas semanas. Y, ¿Gat? Vas a tener comidas al aire libre e ir a nadar como lo hablamos. ¿Está bien? Pero Gat no contestó. Me estaba mirando a mí. Su nariz era dramática, su boca dulce. Piel de color marrón oscuro, cabello negro y ondulado. Cuerpo cableado con energía. Gat parecía cargado para el verano. Ambición y café fuerte. Podría haberlo observado por siempre. Nuestros ojos se encontraron. Giré y corrí. Gat me siguió. Podía escuchar sus pies atrás de mí en la pasarela de madera que atraviesa la isla. Seguí corriendo. Él continuó siguiéndome. Johnny persiguió a Gat. Y Mirren persiguió a Johnny.

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Los adultos se quedaron hablando en el muelle, rodeando educadamente a Ed, arrullando al bebé Will. Los pequeños hacían lo que sea que hacen los pequeños. Nosotros cuatro paramos de correr en la pequeña playa debajo de la Casa Cuddledown. Es un pequeño trecho de arena con grandes rocas a cada lado. Nadie la usaba mucho en aquel entonces. La playa grande tenía arena más suave y menos algas. Mirren se quitó los zapatos y el resto la seguimos. Lanzamos piedras al agua. Simplemente existíamos. Escribí nuestros nombres en la arena. Cadence, Mirren, Johnny y Gat. Gat, Johnny, Mirren y Cadence. Ese fue nuestro inicio. Johnny suplicó que Gat se quedara más tiempo. Obtuvo lo que quería. El próximo año rogó para que pudiera venir el verano completo. Gat vino. Johnny fue el primer nieto. Mis abuelos casi nunca decían que no a Johnny.

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5 VERANO CATORCE, Gat y yo tomamos el barco de motor pequeño. Fue justo después del desayuno. Bess hizo que Mirren jugara al tenis con los gemelos y con Taft. Johnny había empezado a correr ese año y estaba dando vueltas alrededor del camino en el perímetro de la isla. Gat me encontró en la cocina de Clairmont y me preguntó que si quería sacar el barco. —En realidad, no. —Quería regresar a la cama con un libro. —¿Por favor? —Gat casi nunca decía por favor. —Sácalo tú. —No puedo tomarlo prestado —dijo—. No creo que sea correcto. —Claro que puedes tomarlo prestado. —No sin alguno de ustedes. Estaba siendo ridículo. –¿A dónde quieres ir? —pregunté. —Solamente quiero salir de la isla. A veces es difícil quedarme aquí. No lograba imaginar por qué no podía quedarse aquí, pero le dije que estaba bien. Navegamos hacia el mar con chaquetas de viento y trajes de baño. Después de un rato Gat apagó el motor. Nos sentamos a comer pistachos y a respirar aire salado. La luz del sol brillaba sobre el agua. —Tenemos que meternos —le dije. Gat brincó y lo seguí, pero el agua estaba mucho más helada que en la playa, nos quitó el aliento. El sol se escondió detrás de una nube. Nos salieron unas risas de pánico y gritamos que entrar al agua era la idea más estúpida. ¿En qué estábamos pensando? Había tiburones frente a la costa, todos sabían eso.

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No hables de tiburones, ¡Dios! Nos apresuramos, luchando para ser el primero en subir la escalera que queda atrás del barco. Después de un minuto, Gat se reclinó y me dejó ir primero. –No por que seas mujer, sino porque soy una buena persona —me dijo. —Gracias. —Le saqué la lengua. —Pero cuando un tiburón me arranque las piernas, promete escribir un discurso acerca de lo increíble que era yo. —Hecho —le dije–. Gatwick Matthew Patil preparaba comidas deliciosas. Parecía histéricamente gracioso que estuviera tan frío. No teníamos toallas. Nos acurrucamos juntos bajo una manta de lana que encontramos debajo de los asientos, nuestros hombros desnudos tocándose. Pies fríos, uno encima del otro. —Esto es sólo para que no nos dé hipotermia —dijo Gat–. No pienses que creo que eres bonita, o algo así. —Ya sé que no lo piensas. —Estás adueñándote de la manta. —Lo siento. Una pausa. Dijo Gat: —Creo que sí eres bonita, Cady. No quería que se entendiera de la manera en que lo dije. De hecho, ¿Desde cuándo te volviste tan bonita? Me distraes. —Estoy igual que siempre. —Cambiaste durante el año escolar. Me está poniendo fuera de mi juego. —¿Tienes un juego? Asintió con la cabeza solemnemente. —Es la cosa más tonta que he escuchado. ¿Cuál es tu juego?

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—Nada penetra mi armadura. ¿No te has dado cuenta? Eso me hizo reír. –No. —Maldita sea. Pensé que estaba funcionando. Cambiamos de tema. Hablamos de llevar a los pequeños a Edgartown a ver una película por la tarde, acerca de tiburones y si de verdad comían personas, acerca de Plantas vs. Zombis. Después regresamos a la isla. No mucho tiempo después, Gat empezó a prestarme sus libros y a encontrarme en la playa pequeña por la tarde-noche. Me buscaba cuando estaba acostada en la terraza de Windemere con los Goldens. Empezamos a caminar juntos en el camino que rodea la isla, Gat delante y yo atrás. Hablábamos de libros o inventábamos mundos imaginarios. A veces terminábamos caminando varias veces alrededor del borde antes de quedar con hambre o aburridos. Las rosas de la playa alineaban el camino, rosa profundo y blanco. Su olor era delicado y dulce. Un día vi a Gat, acostado en la hamaca de Clairmont con un libro y parecía, bueno, como si fuera mío. Como si él fuera mi persona particular. Entré en la hamaca a su lado, en silencio. Le quité la pluma que tenía en la mano –Él siempre lee con una pluma—y escribí Gat en la parte posterior de su mano izquierda, y Cadence detrás de mi mano derecha. No estoy hablando del destino. No creo en el destino o almas gemelas o lo sobrenatural o nada de esas cosas. Sólo quiero decir que nos entendíamos. Hasta el final. Pero sólo teníamos catorce años, y de alguna manera no lo etiquetamos como amor.

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6 VERANO QUINCE, llegué una semana más tarde que los demás. Papá nos había dejado y Mamá y yo habíamos tenido que hacer todas las compras, consultar al decorador y todo. Johnny y Mirren nos encontraron en el muelle, con las mejillas rosadas y llenos de planes para el verano. Estaban planeando un torneo de tenis familiar y habían marcado recetas de helado. Navegaríamos, haríamos fogatas. Los pequeños estaban agitados y gritando como siempre. Las tías sonrieron fríamente. Después del bullicio de la llegada, todos fueron a Clairmont para la hora del cóctel. Yo fui al Red Gate, buscando a Gat. Red Gate es una casa mucho más pequeña que Clairmont, pero aun así tiene cuatro habitaciones en la parte de arriba. Es en donde Johnny, Gat y Will vivían con la tía Carrie—y Ed, cuando estaba ahí, que no era muy seguido. Caminé hacia la puerta de la cocina y miré a través de la ventana. Al inicio Gat no me vio. Estaba de pie en el mostrador vistiendo una camisa gris y pantalón de mezclilla. Sus hombros estaban más anchos de lo que yo recordaba. Desató una flor seca de donde colgaba boca abajo, en una cinta de la ventana sobre el fregadero. La flor era una rosa de la playa, rosa profundo y una débil estructura, del tipo que crece en los arbustos bajos a lo largo del perímetro de Beechwood. Gat, mi Gat. Me había escogido una rosa de nuestro lugar favorito para caminar. La había colgado para que se secara y había esperado a que yo llegara a la isla para que pudiera dármela. Había besado algún chico sin importancia, o tres hasta ahora. Había perdido a mi padre.

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Había venido a esta isla de una casa de lágrimas y falsedad Y vi a Gat Y vi la rosa en su mano Y en ese momento, con la luz del sol viniendo de la ventana brillando sobre él, las manzanas en el mostrador de la cocina, el olor de madera y océano en el aire, lo llamé amor. Era amor, y me pegó tan fuerte que me apoyé en la puerta de malla que estaba entre nosotros, sólo para mantenerme vertical. Quería tocarlo como si fuera un conejito, un gatito, algo tan especial y suave que tus manos no quieren dejarlo en paz. El universo era bueno porque él estaba en él. Amé el agujero en su pantalón de mezclilla y el lodo en sus pies descalzos y la costra en su codo y la cicatriz atada en su ceja. Gat, mi Gat. Mientras estaba ahí parada, mirando fijamente, puso la rosa en un sobre. Buscó una pluma, abriendo y cerrando cajones, encontró una en su bolsillo, y escribió. No me había dado cuenta que estaba escribiendo una dirección hasta que sacó un rollo de estampas de un cajón de la cocina. Le puso la estampa al sobre. Escribió la dirección de regreso. No era para mí. Me fui de la puerta de Red Gate antes de que me viera y corrí hacia la cerca. Vi el cielo oscureciendo, sola. Arranqué todas las rosas de un pobre y triste arbusto y las arrojé, una tras otra al mar furioso.

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8 ESA NOCHE tuve problemas para dormir. Después de medianoche, dijo mi nombre. Miré por la ventana. Gat estaba tumbado boca arriba en la pasarela peatonal de madera que se encamina a Windemere. Los Golden Retrievers estaban tumbados cerca, los cinco: Bosh, Grendel, Poppy, Príncipe Philip y Fatima. Sus colas se balanceaban con placer. La luz de la luna hacía que todos se vieran azules. ―Baja. Lo hice. La luz de mamá estaba apagada. El resto de la isla estaba a oscuras. Estábamos solos, excepto por los perros. ―Échate a un lado ―le dije. La pasarela no era amplia. Cuando me tumbé a su lado, nuestros brazos se tocaron, el mío desnudo y el suyo en una chaqueta de caza de color verde oliva. Miramos hacia el cielo. Había tantas estrellas, parecía una celebración, una fiesta grande e ilícita que estaba teniendo la galaxia después de que los humanos se fueran a la cama. Estaba agradecida porque Gat no intentara sonar como un entendido en constelaciones o dijera algún tipo de estupidez como pedir deseos a las estrellas. Pero tampoco sabía qué pensar de su silencio. ―¿Puedo sostener tu mano? ―preguntó. Puse mi mano en la suya. ―El universo me parece enorme ahora mismo ―me dijo―. Necesito algo a lo que aferrarme.

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―Estoy aquí. Frotó el centro de mi palma con su pulgar. Todas mis terminaciones nerviosas se concentraron allí, vivas y excitadas por el roce de su piel con la mía. ―No estoy seguro de ser una buena persona ―dijo al cabo de un rato. ―Yo tampoco estoy segura de serlo ―dije―. Empiezo a dudarlo. ―Claro. ―Se quedó callado un momento―. ¿Crees en Dios? 33

―A medias. ―Intentaba pensarlo en serio. Sabía que Gat no se conformaría con una respuesta superficial―. Cuando las cosas van mal, rezo o imagino que hay alguien velando por mí, escuchándome. Como los primeros días después de que mi padre se marchara, pensé en Dios. Para que me protegiera. Pero el resto del tiempo, camino arduamente por mi día a día. Ni siquiera es un poco espiritual. ―Yo ya no creo ―respondió―. El viaje a la India, la pobreza. No hay Dios imaginable que dejara eso pasar. Entonces volví a casa y empecé a notarlo en las calles de Nueva York. Gente enferma y muerta de hambre en una de las naciones más ricas del mundo. Yo solo... no puedo pensar que alguien vela por ellos. Lo que significa que nadie vela por mí, para el caso. ―Eso no te hace ser mala persona. ―Mi madre cree. Se crió en el Budismo pero va a una iglesia Metodista ahora. No está muy feliz conmigo. ―Gat casi nunca hablaba de ella. ―No puedes creer solo porque ella te lo diga ―respondí. ―No. La pregunta es: ¿cómo ser una buena persona si ya no crees? Observamos el cielo. Los perros entraron en Windemere a través de la puerta para perros. ―Estás fría ―dijo Gat―. Toma mi chaqueta.

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No tenía frío pero me enderecé. Él también lo hizo. Se desabotonó la chaqueta de caza color oliva y se la quitó. Me la cedió. Estaba caliente por su cuerpo. Demasiado amplia de hombros. Sus brazos estaban desnudos ahora. Quise besarlo entonces mientras llevaba su chaqueta de caza. Pero no lo hice. Quizás porque él amaba a Raquel. Las fotos en su teléfono. Esa rosa rugosa seca en un sobre. 34

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9 EN EL DESAYUNO A LA mañana siguiente, mamá me pidió que fuera por las cosas de papá en el ático de Windermere y tomara lo que quisiera. Se desharía del resto. Windermere es angular y se encuentra entre dos aguas. Dos de los cinco cuartos tienen el techo sesgado, y es la única casa en toda la isla con un ático completo. Hay un gran porche y una cocina moderna, actualizada con una encimera de mármol que parece un poco fuera de lugar. Los cuartos están ventilados y llenos de perros. Gat y yo subimos al ático con botellas de té frio y nos sentamos en el suelo. El cuarto olía a madera. Un cuadro de luz iluminaba desde la ventana. Ya habíamos estado en el ático. Nunca habíamos estado en el ático también. Los libros eran las lecturas de verano de papá. Todos los recuerdos deportivos, buenos misterios, y chismes de estrellas de rock por gente vieja de la que nunc había escuchado. Gat no estaba verdaderamente viendo. Estaba clasificando los libros por color. Una pila roja, azul, café, blanca y amarilla. ―¿No quieres nada para leer? ―pregunté. ―Tal vez. ―¿Qué tal First Base and Way Beyond? Gat rió. Sacudió su cabeza y ordeno la pila azul. ―¿Rock On with My Bad Self? ¿Hero of the Dance Floor? Estaba riendo de Nuevo. Luego serio. ―¿Cadence?

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―¿Qué? ―Cállate. Me permití mirarle un largo rato. Cada curva de su rostro era familiar, y tampoco la había visto nunca. Gat sonrió. Brillando. Tímido. Se inclina. Pateando en el proceso las pilas de libros. Estiró la mano y acarició mi cabello. ―Te amo Cadence. Enserio. Me incliné y le besé. Tocó mi rostro. Dejando correr la mano bajo mi cuello hasta mi clavícula. La luz de la ventana brilló sobre nosotros. Nuestro beso fue eléctrico y suave, indeciso y cierto, aterrorizante y exactamente correcto. Sentí la corriente amor de mi hacia Gat, y de Gat hacia mí. Estábamos cálidos y temblando, jóvenes y ancianos, y vivos. Estaba pensando, es verdad. Ya nos amamos el uno al otro. Ya lo hacemos.

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10 EL ABUELO ENTRÓ con nosotros. Gat se movía rápidamente. Caminaba incómodamente sobre los libros clasificados por colores, dejados por todo el suelo. ―Estoy interrumpiendo ―dijo el abuelo ―No, señor ―Sí, claramente lo estoy haciendo. ―Perdón por el polvo ―digo. Incómoda. ―Penny pensó que podría haber algo que me gustaría leer. ―El abuelo tomó una silla de mimbre y la colocó en el centro de la habitación balanceándose sobre los libros. Gat se quedó de pie. Tenía que inclinar la cabeza bajo el techo sesgado del ático. ―Cuídate, joven ―dice el abuelo, dura y repentinamente. ―¿Perdón? ―La cabeza. Te podrías lastimar. ―Tiene razón ―dijo Gat―. Tiene razón. Podría lastimarme. ―Así que cuídate ―repitió el abuelo. Gat se dio la vuelta y bajó las escaleras sin decir una palabra. El abuelo y yo nos sentamos durante un rato sin decir nada. ―Le gusta leer ―dije finalmente―, pensé que querría algunos libros de papá. ―Eres bastante querida para mí, Cady ―dijo el abuelo golpeándome el hombro―. Mi primera nieta.

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―También te amo, abuelo. ―¿Recuerdas cuando te llevaba a ver el beisbol? Tenías sólo cuatro años. ―Claro. ―Nunca habías comido Cracker Jack1 ―Lo sé. Compraste dos cajas. ―Tenía que ponerte en mi regazo para que pudieras ver. ¿Recuerdas eso Cady? 38

Lo hacía. ―Dime. Sabía el tipo de respuesta que el abuelo quería darme. Era algo que pedía frecuentemente. Adoraba recontar historias familiares de los Sinclair, ampliando su importancia. Siempre te preguntaba acerca de algo que te importara, y tenías que contarlo con detalles. Imágenes. Y tal vez la lección aprendida. Normalmente adoraba contar las historias y escucharlas. Los legendarios Sinclair, que diversión la que habíamos vivido, que hermosos éramos, pero ese día yo no quería. ―Fue tu primer juego de beisbol ―contó el abuelo―. Después de eso te compré un bate rojo. Practicaste tus tiros en el lago del cobertizo de Boston. ¿Sabía el abuelo lo que interrumpía? ¿Le importaría si lo supiera? ¿Cuándo vería a Gat de nuevo? ¿Terminaría con Raquel? ¿Qué pasaría entre nosotros?

1

Marca estadunidense de frituras.

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―Querías que hiciera Cracker Jack en casa ―siguió el abuelo, aunque sabía que conocía la historia―. Y Penny te ayudó a hacerlos. Pero lloraste cuando no hubo una caja roja y blanca donde ponerlos. ¿Recuerdas eso? ―Sí abuelo ―dije cediendo―. Regresaste hasta el estadio ese mismo día y compraste dos cajas. Te los comiste de a la vuelta, sólo para darme las cajas. Lo recuerdo. Satisfecho, se puso de pie y salimos del ático, juntos. El abuelo temblaba bajando las escaleras, así que me puso la mano sobre el hombro. 39

ENCONTRÉ A GAT en el camino del perímetro y corrí hacia donde estaba, mirando hacia el agua. El viento soplaba muy fuerte y el cabello me voló hacia los ojos. Cuando le besé, sus labios estaban salados.

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11 LA ABUELITA TIPPER MURIÓ de insuficiencia cardiaca ocho meses antes del verano quince en Beechwood. Era una mujer impresionante, incluso en su vejez. Pelo blanco, mejillas rosas, alta y angulosa. Ella fue la que hizo que mamá amara tanto a los perros. Siempre tenía al menos dos y a veces cuatro Golden Retrievers cuando sus niñas eran pequeñas, todo el tiempo hasta que murió. Era rápida juzgando y tenía favoritos, pero también era cálida. Si te levantabas temprano en Beechwood, cuando éramos pequeños, podías ir a Clairmont y despertar a Abue. Tenía bollitos en la nevera los ponía en moldes y te dejaba comer todos los bollitos calientes que quisieras, antes de que el resto de la isla despertara. Uno de sus proyectos de caridad era una fiesta de beneficencia que hacía cada año para el Instituto Farm en Martha’s Vineyard. Solíamos ir todos. Era al aire libre, en hermosas carpas blancas. Los pequeños corrían alrededor vistiendo ropa de fiesta y descalzos. Johnny, Mirren, Gat y yo nos escabullíamos con copas de vino y nos sentíamos mareados y tontos. Abue bailaba con Johnny y después con mi papá, después con el abuelo, sosteniendo el borde de la falda con una mano. Solía tener una fotografía de Abue de una de esas fiestas. Llevaba un vestido de noche y abrazaba un cerdito. El verano quince en Beechwood, la abuelita Tipper se había ido. Clairmont se sentía vacío. La casa gris es Victoriana de tres plantas. Hay una torreta en la parte superior y un porche envolvente. En el interior, está lleno de caricaturas del New Yorker, fotografías familiares, almohadas bordadas, pequeñas estatuas, pisapapeles de marfil, peces disecados en placas. En todas, todas partes, hay bellos objetos recogidos por Tipper y el Abuelo. En el césped hay una mesa enorme de picnic, lo suficientemente

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grande para acomodar a dieciséis, y un poco más allá, un columpio que cuelga de un árbol enorme de magnolia. Abue solía trajinar en la cocina y planear excursiones. Hacía edredones en su habitación de labores, y el zumbido de la máquina de coser se oía en toda la planta baja. Daba órdenes a los jardineros llevando unos jeans y guantes de jardinería. Ahora la casa estaba en silencio. Sin libros de cocina abiertos sobre el mostrador, sin música clásica en el sistema de sonido de la cocina. Pero seguía estando en jabón favorito de la Abue en todas las jaboneras. Allí estaban sus plantas creciendo en el jardín. Sus cucharas de madera, sus servilletas de tela. Un día, cuando no había nadie alrededor, me fui a la sala de arte en la parte posterior de la planta baja. Toqué la colección de telas de la Abue, los botones brillantes, los hilos de colores. La cabeza y los hombros se me fundieron en primer lugar, seguido de las caderas y rodillas. En poco tiempo era un charco, empapando los bellos grabados de algodón. Empapé el edredón que nunca terminó, oxidé las partes de metal de la máquina de coser. Era puro líquido perdido, durante una hora o dos. Mi abuela, mi abuela. Se había ido para siempre, a pesar de que podía oler su perfume Chanel en las telas. Mamá me encontró. Me hizo actuar normal. Porque yo lo era. Porque yo podía. Me dijo que respirara y me sentase. E hice lo que me pidió. Una vez más. Mamá estaba preocupada por el abuelo. Era inestable ahora que Abue se había ido, aferrándose a las sillas y las mesas para mantener el equilibrio. Era el cabeza de familia. Ella no quería que él se desestabilizara. Quería que supiera que sus hijos y sus nietos seguían a su lado, fuertes y alegres como siempre. Era importante, dijo ella, era amable, era lo mejor. No provocar malestar, dijo ella. No recordar a la gente una pérdida.

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–¿Lo entiendes, Cady? El silencio es una capa protectora para el dolor. Lo entendía, y me las arreglé para borrar a la abuelita Tipper de la conversación, de la misma forma que había borrado a mi padre. No felizmente , pero a conciencia. En las comidas con las tías, en el barco con el abuelo, incluso a solas con mamá, me comportaba como si esas dos personas fundamentales nunca hubieran existido. El resto de los Sinclair hizo lo mismo. Cuando estábamos todos juntos, la gente mantenía sonrisas amplias. Habíamos hecho lo mismo cuando Bess dejó al tío Brody, lo mismo cuando el perro de Abue, Peppermill murió de cáncer. Sin embargo, Gat nunca lo consiguió. Había mencionado a mi padre por casualidad, bastante en realidad. Papá había encontrado en Gat tanto un oponente decente al ajedrez como un público dispuesto a escuchar sus historias aburridas de la historia militar, por lo que habían pasado algún tiempo juntos. –¿Recuerdas cuando tu padre capturó aquel cangrejo grande en un cubo? –decía Gat. O a mamá: –El año pasado Sam me dijo que hay un kit de pesca con mosca en el cobertizo, ¿sabes dónde está? La conversación de la cena se interrumpió bruscamente cunado mencionaba a Abue. Una vez dijo Gat, –Echo de menos la forma en que ella se ponía al pie de la mesa y servía el postre, ¿verdad? Era tan Tipper. Johnny tenía que empezar a hablar en voz alta sobre Wimbledon hasta que la consternación desaparecía de las caras de nuestros familiares. Cada vez que Gat decía estas cosas, de modo casual y verdadero, tan inconsciente, se me abrían las venas. Se me dividían las muñecas. Sangraba por las palmas. Me medio mareaba. Me tambaleaba desde la mesa o colapsaba en una callada agonía vergonzosa, esperando que nadie de la familia se diera cuenta. Especialmente mamá. Sin embargo, Gat casi siempre veía. Cuando la sangre goteaba sobre mis pies descalzos o se vertía sobre el libro que estaba leyendo, él era amable. Me envolvía las muñecas en gasa blanca y suave y me hacía preguntas acerca de lo que había sucedido. Preguntaba por Papá y por Abue, como si

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hablar de ello pudiera hacerlo mejor. Como si las heridas necesitaran atención. Era una extraño en nuestra familia, incluso después de todos esos años. CUANDO NO ESTABA sangrando, y cuando Mirren y Johnny hacían snorkel o discutían con los pequeños, o cuando todo el mundo estaba en el sofá viendo películas en la pantalla de Clairmont, Gay y yo nos escondíamos. Nos sentábamos en el columpio de neumático a medianoche, con los brazos y las piernas envueltas alrededor de las del otro, los labios cálidos contra la piel de la noche fría. Por las mañanas nos escabullíamos riendo al sótano de Clairmont, que tenía estanterías con botellas de vino y enciclopedias. Allí nos besábamos y nos maravillábamos de la existencia del otro, sintiéndonos en secreto y afortunados. Algunos días me escribía notas y las dejaba con pequeños regalos bajo mi almohada. Alguien escribió una vez que una novela debe ofrecer una serie de pequeños asombros. Obtengo lo mismo pasando una hora contigo. Además, aquí tienes un cepillo de dientes verde, atado con un lazo. Expresa mis sentimientos inadecuadamente. Mejor que el chocolate, haber estado contigo anoche. Tonto de mí, pensé que no había nada mejor que el chocolate. En un profundo gesto simbólico, te doy esta barrita de Vosges que conseguí cuando fuimos todos a Edgartown. Te la puedes comer, o simplemente sentarte junto a ella y sentirte superior.

No le escribí para contestarle a la nota, pero dibujé para Gat con crayón dibujos de nosotros dos. Figuras saludando desde delante del Coliseo, la Torre Eiffel, en lo alto de una montaña, en el lomo de un dragón. Las colgó sobre su cama. Me tocaba cada vez que podía. Debajo de la mesa en la cena, en la cocina en el momento en que estaba vacía. Secretamente, hilarante, a espaldas del abuelo mientras iba conduciendo la lancha. No sentía ninguna barrera entre nosotros. Mientras nadie miraba, me encontraba con mis dedos en

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los pómulos de Gat, bajando por su espalda. Tomaba su mano, apretaba el pulgar contra su muñeca, y sentía la sangre pasar a través de sus venas

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12 UNA NOCHE, A FINALES de Julio del verano quince. Fui a nadar a la pequeña playa. Sola. ¿Dónde estaban Gat, Johnny y Mirren? En realidad no lo sé. Habíamos estado jugando mucho Scrabble en Red Gate. Probablemente ahí es donde estarían. O tal vez podrían estar en Clairmont, escuchando a las tías discutir y comer mermelada de ciruela en galletas saladas. En todo caso, entré en el agua vistiendo una camiseta, sostén y ropa interior. Aparentemente caminé por la playa sin vestir nada más. Nunca encontramos ninguna de mi ropa en la arena. Ni tampoco la toalla. ¿Por qué? De nuevo, No lo sé exactamente. Tal vez nadé lejos. Hay grandes rocas en la orilla, escarpadas y negras; siempre se han visto malvadas en la oscuridad de la noche. Debí haber tenido mi cara en el agua y entonces me golpeé la cabeza en una de esas rocas. Como ya lo dije, No lo sé. Solo recuerdo esto: Me sumergí hacia abajo en este océano, abajo al fondo rocoso y pude ver la base de Beechwood Island y sentí los brazos y las piernas entumecidas y los dedos fríos. Pedazos de alga marina me pasaron al lado mientras caía. Mamá me encontró en la arena, acurrucada en forma de bola con la mitad del cuerpo bajo el agua. Estaba temblando incontrolablemente. Los adultos me envolvieron en mantas. Trataron de calentarme en Cuddledown. Me ofrecieron té y me dieron ropa, pero cuando vieron que no hablaba o dejaba de temblar, me llevaron al hospital de Martha’s Vineyard, donde permanecí varios días mientras los doctores me realizaban pruebas. Hipotermia, problemas respiratorios y muy

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probablemente algún tipo de lesión en la cabeza, aunque la exploración cerebro no arrojó ningún resultado. Mamá permaneció a mi lado, consiguió una habitación de hotel. Recuerdo las caras tristes y grises de tía Carrie, tía Bess y mi abuelo. Recuerdo que mis pulmones se sentían llenos de algo, aún mucho después de que los doctores dijeran que estaban limpios. Recuerdo que sentía como si nunca me pudiera volver a sentir cálida de nuevo, aun cuando me dijeron que la temperatura de mi cuerpo era normal. Mis manos dolían, mis pies dolían. Mamá me llevó a casa a Vermont para recuperarme. Estuve recostada en la cama en la oscuridad y me sentía desesperadamente apenada por mí misma. Porque estaba enferma, y aún más porque Gat nunca llamó. No escribió, tampoco. ¿No se suponía que estábamos enamorados? ¿No lo estábamos? Le escribí a Johnny, dos o tres estúpidos correos electrónicos de enamorada pidiéndole que averiguara algo sobre Gat. Johnny tuvo el sentido común de ignorarlos. Éramos Sinclair, después de todo, y los Sinclair no se comportan como yo me estaba comportando. Dejé de escribirle y borré todos los correos electrónicos que tenía en mi bandeja de salida. Eran débiles y estúpidos. La conclusión es, Gat me abandonó cuando me lastimé. La conclusión es, era solo una aventura de verano. La conclusión es, él pudo haber amado a Raquel. Vivimos demasiado lejos uno del otro de cualquier manera. Nunca obtuve una explicación. Lo único que sé es que me dejó.

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13 BIENVENIDOS A MI cráneo. Un camión rueda sobre los huesos de mi cuello y mi cabeza. Las vértebras se quiebran, los cerebros emergen y supuran. Miles de luces brillan en mis ojos. El mundo se inclina. Vomito. Pierdo el conocimiento. 47

Esto sucede todo el tiempo. No es más que un día ordinario. El dolor comenzó seis semanas después de mi accidente. Nadie estaba seguro de que las dos cosas estuvieran relacionadas, pero no había como negar el vómito, la pérdida de peso y el horror en general. Mamá me llevo a realizarme resonancias magnéticas y tomografías computerizadas. Agujas, maquinas. Más agujas, más máquinas. Me hicieron un examen para ver si tenía tumores en el cerebro, meningitis, de todo. Para aliviar el dolor me prescribieron una medicina, y otra medicina y otra más, porque la primera no hacía efecto y la segunda tampoco. Me dieron una recetar médica tras otra sin siquiera saber qué era lo que estaba mal. Simplemente intentando calmar el dolor. Cadence, decían los doctores, no tomes demasiado. Cadence, decían los doctores, debes estar pendiente de señales de adicción. Y de cualquier manera, Cadence, asegurare de tomar tus medicinas. Tuve tantas citas médicas, que casi no las recuerdo. Finalmente los doctores me diagnosticaron. Cadence Sinclair Eastman: dolores de cabeza post-traumáticos, también conocido como PTHA (por sus siglas en inglés). Dolores de cabeza en forma de migrañas causadas por una lesión cerebral traumática. Estaré bien, es lo que me dicen. No me moriré. Solo dolerá muchísimo.

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14 DESPUÉS DE UN AÑO en Colorado, mi papá deseaba verme de nuevo. En realidad, insistió en llevarme a Italia, Francia, Alemania, España y Escocia, un viaje de diez semanas empezando a mediados de junio, lo cual significaba que el verano en que tenía dieciséis años no iría para nada a Beechwood. 48

—El viaje viene en un muy buen momento —dijo Mamá mientras empacaba mi maleta. —¿Por qué? —Yo yacía en el suelo de mi habitación y dejaba que ella hiciera todo el trabajo. Me dolía la cabeza. —El abuelo está remodelando Clairmont. —Enrolló unos calcetines en forma de bola—. Te lo he dicho ya un millón de veces. No me acordaba. —¿Por qué? —Una idea suya. El pasará el verano en Windemere. —¿Contigo esperándolo? Mamá asintió. —No puede quedarse con Bess o Carrie. Y sabes que alguien debe cuidar de él. De todos modos, obtendrás una educación maravillosa en Europa. —Preferiría ir a Beechwood. —No, no lo harías —dijo firmemente. EN EUROPA, vomité en cubetas pequeñas y me lavé los dientes repetidamente con una pasta de dientes británica con textura similar al gis. Yací boca abajo en los suelos del baño de varios museos, sintiendo el azulejo frío debajo de mi mejilla mientras mi cerebro se licuaba y se filtraba por la oreja, burbujeando. Las migrañas hacían que dejara sangre en las sábanas de hoteles desconocidos, goteando en los suelos,

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supurando hacia las alfombras, empapando restos de croissants y galletas italianas. Podía oír a mi papá llamándome, pero nunca respondía hasta que mi medicina hacia efecto. Extrañé a los Mentirosos ese verano. Nunca nos mantuvimos en contacto durante el año escolar. No mucho, de todos modos, aunque lo intentamos cuando éramos más jóvenes. Nos mandábamos mensajes de texto o nos etiquetábamos en fotos de verano, especialmente en septiembre, pero inevitablemente esto se desvanecía hasta desaparecer en un mes más o menos. De alguna manera la magia de Beechwood nunca fue prorrogada a nuestra vida cotidiana. Nunca deseamos saber acerca de nuestros amigos de escuela, clubs o equipos de deporte. En su lugar, sabíamos que nuestro afecto reviviría cuando nos volviéramos a ver unos a otros en el muelle el siguiente junio, con niebla salina en el aire, el sol reluciente fuera del agua. Pero el año después de mi accidente, perdí días, incluso semanas de escuela. Suspendí mis materias, y el director me informó de que tendría que repetir el penúltimo año de preparatoria. Dejé de jugar al fútbol soccer y al tenis. No podía trabajar de niñera. No podía manejar. Los amigos que tenía se fueron convirtiendo en simples conocidos. Le envié mensajes de texto a Mirren en varias ocasiones. La llamé y le dejé mensajes de los que después me sentía avergonzada, eran demasiado solitarios y necesitados. Llamé a Johnny también, pero su buzón de voz estaba lleno. Decidí no volver a llamar. No quería seguir diciendo las cosas que me hacían sentir débil. Cuando Papá me llevó a Europa, sabía que los mentirosos estaban en la isla. El abuelo no ha puesto cableado en Beechwood y los celulares no tienen recepción ahí, así que comencé a escribir correos electrónicos. A diferencia de mis lastimosos mensajes de voz, éstos eran notas simpáticas y encantadoras de una persona sin dolores de cabeza. En su mayoría.

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Mirren! Saludándote desde Barcelona, donde mi padre comió caracoles en caldo. Nuestro hotel tiene todo color dorado. Incluso saleros. Es gloriosamente detestable. Escríbeme y cuéntame del mal comportamiento de los pequeños, dónde enviarás solicitud para la universidad y si seque ya encontraste el amor. /Cadence ... Johnny! Bonjour desde París, donde mi padre comió rana. Vi la Victoria Alada. Cuerpo fenomenal. Sin brazos. Les extraño chicos. ¿Cómo está Gat? /Cadence … Mirren! Hola desde un castillo en Escocia, donde mi padre comió haggis. Lo cual quiere decir que mi padre comió el corazón, hígado, y pulmones de una oveja mezclados con avena cocinados en el estómago de una oveja. Ya sabes, es el tipo de persona que come corazones. /Cadence … Johnny! Estoy en Berlín, donde mi padre comió salchichas de sangre. Yo hice snorkel. Comí tarta de arándanos. Jugué al tenis. Construí una fogata. Luego me reporté. Estoy desesperadamente aburrida y voy a idear castigos creativos si no respondes. /Cadence NO ESTABA COMPLEMENTE sorprendida de que no respondieran. Además del hecho que para poder conectarte a internet tienes que ir a Vineyard, ya que Beechwood está en su propio mundo. Una vez estando ahí, el resto del universo no parece más que un sueño desagradable. Europa podría ni siquiera existir.

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15 BIENVENIDOS, UNA VEZ MAS, a la hermosa familia Sinclair. Creemos en el ejercicio al aire libre. Creemos que el tiempo cura. Creemos, aunque no lo decimos explícitamente, en las medicinas de prescripción y en la hora del cóctel. No discutimos nuestros problemas en restaurantes. No creemos en las muestras explícitas de angustia. Nuestros labios superiores son rígidos, y es posible que la gente sea curiosa en cuanto a nosotros porque no les mostramos nuestros corazones. Es posible que disfrutemos la forma en que la gente es curiosa en cuanto a nosotros. Aquí en Burlington, solo estamos Mamá, los perros y yo. No tenemos el peso que tiene el abuelo en Boston o el impacto de la familia entera en Beechwood, no obstante sé cómo es que nos ve la gente. Mamá y yo somos dos de la misma clase, en la casa grande con el pórtico en lo alto de la colina. La madre esbelta y la hija enfermiza. Somos de pómulos altos y anchas de hombros. Sonreímos y enseñamos los dientes cuando hacemos recados en la ciudad. La hija enfermiza no habla mucho. La gente que la conoce en la escuela tiende a mantenerse al margen. No la conocían bien incluso antes de que enfermara. Era callada incluso entonces. Ahora falta a la escuela la mitad del tiempo. Cuando está ahí, su piel pálida y sus ojos llorosos la hacen tener un glamour trágico, como una heroína literaria, desperdiciándose por el consumo. Algunas veces se cae en la escuela, llorando. Atemoriza a los demás estudiantes. Incluso los más amables están cansados de ayudarla a caminar a la enfermería.

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Aun así, tiene un aura de misterio que le impide ser blanco de burlas o señalada como si fuera una típica estudiante de preparatoria desagradable. Su madre es una Sinclair. Por supuesto, no siento nada de mi propio misterio al comer una lata de sopa de pollo tarde en la noche, o al yacer bajo la luz fluorescente de la enfermería. Es poco glamuroso la forma en que Mamá y yo discutimos ahora que Papá se ha ido. Me despierto para encontrarla de pie en la puerta de mi habitación, mirando. 52

— No permanezcas inmóvil. —Te amo. Estoy cuidando de ti —dijo con su mano sobre el corazón. — Bueno, detente. Si pudiera azotarle la puerta, lo haría. Pero no puedo pararme. A menudo encuentro notas por ahí que parecen ser registros de las comidas que he comido en un día en particular: Pan tostado con mermelada, pero solo la mitad; manzana y palomitas; ensalada con pasas; barra de chocolate; pasta. ¿Hidratación? ¿Proteína? Demasiada cerveza de jengibre. No es atractivo que no pueda conducir un auto. No es misterioso estar en casa un sábado en la noche, leyendo una novela con un montón de olorosos Golden Retrievers. Sin embargo, no soy inmune al sentimiento de ser vista como un misterio, como una Sinclair, como parte de un clan especial de gente privilegiada, como parte de una importante y mágica narración, solo porque soy parte de este clan. Mi madre no es inmune a ello, tampoco. Esto es lo que hemos sido obligadas a ser. Sinclair. Sinclair.

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SEGUNDA PARTE Vermont 53

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16 CUANDO TENÍA ocho años, Papá me dio una pila de libros de cuentos de hadas para navidad. Tenían cubiertas de colores. El Libro de Cuentos de Hadas Amarillo, El Libro de Cuentos de Hadas Azul, El Carmesí, El Verde, El Gris, El Café y El Anaranjado. Dentro contenían cuentos de todos lados del mundo, variaciones y variaciones de historias conocidas. Léelos y escucharas ecos de una historia dentro de otra historia, entonces ecos de otra dentro de ésa. Muchos tienen la misma premisa: érase una vez, había tres. Tres de algo: Tres cerditos, Tres osos, Tres hermanos, Tres soldados, Tres chivitos, Tres Princesas. Desde que regresé de Europa, he estado escribiendo algunos de mi autoría. Variaciones. Tengo tiempo en mis manos, así que déjame contarte una historia. Una variación, estoy contándote una historia que ya has oído antes. ÉRASE UNA vez un rey que tenía tres hermosas hijas. Mientras crecían, empezaron a preguntarse quién heredaría el reino , ya que ninguna se había casado ni tenían heredero. El rey decidió pedir a sus hijas que demostraran su amor hacia él. A la mayor de las Princesas dijo, “Dime como me amas” Ella lo amaba tanto como a todo el tesoro en el reino. A la Princesa de en medio dijo, “Dime como me amas”

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Ella lo amaba con la fuerza del hierro. A la menor de las Princesas dijo, “Dime como me amas” Esta Princesa menor pensó por un largo tiempo antes de responder. Finalmente dijo que lo amaba como la carne ama a la sal. “Entonces no me amas en absoluto,” dijo el rey. Echó a su hija del castillo y cerró el puente detrás de ella para que no regresara. Esta Princesa menor va al bosque con nada más que un abrigo y una hogaza de pan. Deambula por un invierno duro. Haciéndose refugio bajo los árboles. Llega a una posada y es contratada como asistente del cocinero. Mientras pasan los días y las semanas, la Princesa aprende los modos de la cocina. Eventualmente supera a su empleador en habilidad y su comida es conocida por toda la tierra. Pasan los años, y la mayor de las Princesas se casa. Para el festejo la cocinera de la posada hace la comida de la boda. Finalmente un cerdo asado es servido. Es el platillo favorito del rey, pero esta vez ha sido cocinado sin sal. El rey lo prueba. Lo prueba de nuevo. “¿Quién se ha atrevido a servir este asado mal cocinado en la boda de la futura reina?” exclama. La Princesa-cocinera aparece ante su padre, pero ha cambiado tanto que él no la reconoce. “No le serviré sal, Su Majestad,” explica. “Porque ¿no ha sido que ha enviado al exilio a su hija menor por decir que era de valor?” Al pronunciar estas palabras, el rey se da cuenta que no solo es su hija — ella es, en realidad, la hija que lo ama de la mejor manera. Y ¿Qué pasará entonces?

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La mayor de las hijas y la de en medio han estado viviendo con el rey todo este tiempo. Una ha estado a favor una semana, la otra la siguiente. Las dos han sido separadas por las comparaciones constantes de su padre. Ahora la hija menor ha regresado, el rey arrebata de un tirón el reino de la mayor que se acaba de casar. No será reina después de todo. La hermana mayor se llena de rabia. Al principio la menor disfruta el amor de su padre. Después de algún tiempo, sin embargo, se da cuenta que el rey esta demente y loco de poder. Está atrapada atendiendo a un loco viejo tirano por el resto de sus días. No lo dejará, sin importar que tan enfermo llega a estar. 56

¿Permanece porque ama a su padre como la carne ama a la sal? O ¿Permanece porque ahora tiene la promesa de él de heredar el reino? Es difícil para ella establecer la diferencia.

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17 EL OTOÑO DESPUÉS del viaje a Europa, he iniciado un proyecto. Regalo algo mío cada día. Le envié por correo a Mirren una barbie con cabello extra largo, una por la que solíamos pelear cuando éramos niñas. Le envié por correo a Johnny una bufanda de rayas que solía usar mucho. A Johnny le gustan las rayas. Para la gente mayor en la familia, Mamá, las tías, el abuelo, la acumulación de objetos bellos es una meta en la vida. Quien quiera que muera con mayor cantidad de objetos gana. ¿Gana qué? Es lo que me gustaría saber. Yo solía ser una persona a la que le gustaban las cosas lindas. Como Mamá lo hace, como todos los Sinclair lo hacen. Pero esa ya no soy yo. Mamá tiene nuestra casa en Burlington llena de plata y cristal, mesitas para café libros y mantas de cachemira. Alfombras gruesas cubren cada suelo y pinturas de varios artistas locales a los que patrocinan se alinean sobre nuestras paredes. Le gusta la porcelana antigua y la muestra en el comedor. Ha reemplazado el perfectamente manejable Saab con un BMW. Ninguno de estos símbolos de prosperidad y gusto tiene uso en absoluto.

“La belleza tiene un uso válido” Mamá argumenta. “Crea sentido de lugar, un sentido de historia personal. Placer, incluso, Cadence. ¿Has oído del placer?” Pero pienso que está mintiendo, a mí y a ella misma, acerca del porque ella posee estos objetos. La sacudida de una nueva compra hace a Mamá sentirse poderosa, aunque sea por un momento. Creo que hay estatus al tener una casa llena de cosas bellas, en comprar pinturas caras de conchas marinas de sus amigos artistas y cucharas de Tiffany’s. Antigüedades y

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alfombras orientales le dicen a la gente que mi madre puede ser una criadora de perros que abandonó Bryn Mawr, pero aun así tiene poder, porque tiene dinero. OBSEQUIO: MI ALMOHADA. La llevo conmigo mientras hago recados. Hay una niña apoyada en la pared fuera de la biblioteca. Tiene un vaso de cartón en los tobillos para monedas sueltas. No tiene muchas más edad que yo. —¿Quieres ésta almohada? —pregunto—. Lavé la almohada. La toma y se sienta en ella. Mi cama es incomoda esa noche, pero es lo mejor. 58

OBSEQUIO: EJEMPLAR EN RÚSTICA de King Lear, lo leí en la escuela en segundo año, lo encontré bajo la cama. Donado a la biblioteca pública. No necesito leerlo de nuevo. OBSEQUIO: UNA FOTO de la abuelita Tipper en la fiesta del Farm Institute, vistiendo un vestido de noche cargando un lechoncillo. Me detengo en Goodwill de camino a casa. —Hola Cadence —dice Patti detrás del mostrador—. ¿Pasando a dejar algo? —Ésta es mi abue. —Era una hermosa dama —dice Patti mirando con atención—. ¿Segura que no quieres sacar la foto? Puedes donar solamente el marco. —Estoy segura. Abue está muerta. Tener una foto de ella no cambiará nada. —¿FUISTE A Goodwill de nuevo? —pregunta Mamá cuando llego a casa. Está rebanando duraznos con un cuchillo especial para fruta. —Sí. —¿De qué te deshiciste ahora? —Solo una fotografía vieja de la Abue.

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—¿Con el lechoncillo? —Su boca se contrae—. Oh Cady. —Era mía así que podía regalarla. Mamá suspira. —Si donas uno de los perros nunca escucharás el final de la historia. Me agacho a la altura de un perro. Bosh, Grendel y Poppy me reciben con suaves ladridos. Son nuestros perros familiares, corpulentos y bien portados. Goldens de raza pura. Poppy ha tenido varias camadas para el negocio de mi madre, pero los cachorros y los otros perros de crianza viven con el socio de mi mamá en una granja a las afueras de Burlington. —Nunca lo haría —digo. Susurro cuanto los quiero en sus suaves oídos de perrito.

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18 SI GOOGLEO lesión cerebral traumática, la mayoría de los sitios web me dicen que la amnesia selectiva es una consecuencia. Cuando hay daños en el cerebro, no es raro que un paciente olvide cosas. No será capaz de reconstruir una historia coherente del trauma, Pero no quiero que la gente sepa que soy así. Aún ahí, después de todas las citas y las exploraciones y las medicinas. No quiero ser etiquetada con una discapacidad. No quiero más medicamentos. No quiero doctores o profesores preocupados. Dios sabe, he tenido suficientes médicos. Lo que recuerdo, a partir del verano del accidente: Enamorarme de Gat en la puerta de la cocina del Red Gate. Su rosa de playa para Raquel y mi noche empapada de vino, dando vueltas enfurecida. Actuando normal. Haciendo helados. Jugando al tenis. Los edificios de tres pisos y la ira de Gat cuando le dijimos que se callara. Nadando de noche. Besando a Gat en el ático. Escuchando la historia del Cracker Jack 2y ayudando al abuelo a bajar por las escaleras. El vaivén de los neumáticos, el sótano, el perímetro. Gat y yo uno en los brazos del otro. Gat viéndome sangrar. Haciéndome preguntas. Cubriendo mis heridas. No recuerdo mucho más.

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Marinero imagen de una famosa golosina estadounidense.

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No puedo ver la mano de Mirren, su astillado esmalte de uñas color oro, sosteniendo un jarro de gas para las lanchas. Mami, su cara estirada, preguntando —¿Las perlas negras? Los pies de Johnny, bajando rápido por las escaleras de Clairmont a la casa de botes. El abuelo, aferrado a un árbol, con el rostro iluminado por el resplandor de una hoguera. Y nosotros los cuatro Mentirosos, riendo tan fuerte que nos sentíamos mareados y enfermos. Pero ¿qué era tan gracioso? ¿Qué era y dónde estábamos? No lo sé. Solía preguntarle a mami cuando no recordaba el resto del quinceavo verano. Mi olvido me asustó. Sugerí dejar los medicamentos, o probar unos nuevos, o un médico diferente. Supliqué saber lo que he olvidado. Entonces, un día a finales del otoño. —El otoño que me pasé sometida a pruebas para enfermedades con sentencia de muerte. —Mami comenzó a llorar—. Me preguntaste una y otra vez. Que nunca recuerdas lo que digo. —Lo siento. Se sirvió una copa de vino mientras hablaba. —Comenzaste a preguntarme el día que te despertaste en el hospital. “¿Qué pasó? ¿Qué pasó?”. Te dije la verdad, Cadence, siempre lo hice, y tú me lo repetías. Pero el siguiente día me preguntabas nuevamente. —Lo siento —dije otra vez. —Sigues preguntándome aún todos los días. Es cierto, no tengo memoria de mi accidente. No recuerdo lo que pasó antes y después. No recuerdo las visitas de mis doctores, Sé que debieron haber pasado, porque por supuesto pasaron —y aquí estoy con un

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diagnóstico y medicamentos— pero casi todo mi tratamiento médico es un espacio en blanco. Miré a mami. Su rostro exasperadamente preocupado, sus ojos llorosos, la chispa estancada de su boca. —Tienes que dejar de preguntar —me dijo —. Los doctores piensan que es mejor si lo recuerdas por tu cuenta, de igual forma. Hice que me lo dijera una última vez, y escribí sus respuestas así yo podría verlas cuando quisiera. Por eso puedo decirte acerca del accidente de la noche nadando, las rocas, la hipotermia, las dificultades para respirar, y la lesión traumática cerebral sin confirmar. Nunca pregunté nada nuevo. Hay mucho que no entiendo, pero de ésta manera ella se queda más tranquila.

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19 PAPÁ PLANEA llevarme a Australia y Nueva Zelanda durante todo el verano número diecisiete. No quiero ir. Quiero regresar a Beechwood. Quiero ver a Mirren y tumbarnos al sol, Planeando nuestro futuro. Quiero discutir con Johnny y practicar snorkel3 y hacer helados. Quiero construir hogueras en la orilla de la pequeña playa. Quiero meterme en la hamaca del porche en Clairmont y ser mentiroso una vez más, si es posible. Quiero recordar mi accidente. Quiero saber por qué Gat desapareció. No sé por qué él no estaba conmigo, nadando. No sé por qué fui a la pequeña playa sola. Por qué andaba en ropa interior y me fui sin ropa a la arena. Y por qué me dejó cuando tuve el accidente. Me pregunto si me amaba. Me pregunto si amaba a Raquel. Se supone que papá y yo salimos para Australia en cinco días. Nunca debí haber aceptado ir. Me hago sentir desgraciada, sollozando. Le digo a mami que no necesito ver el mundo. Necesito ver a la familia. Extraño a mi abuelo. No. Voy a estar enferma si viajo a Australia. Mis dolores de cabeza explotarán, no debería comer alimentos extraños. No debería fatigarme por el vuelo. ¿Qué pasa si olvidamos mi medicamento? Deja de discutir. El viaje está pagado.

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Snorkel: Es la práctica de buceo a ras de agua, el atleta va equipado con una máscara de buceo, un tubo llamado snorkel y normalmente aletas. En aguas frías puede ser necesario el traje de buceo. Nota de traductor.

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Saqué a pasear a los perros temprano en la mañana. Cargué el lavavajillas y luego lo descargué. Me puse un vestido y rubor en las mejillas. Como todo lo del plato. Dejo a mami que ponga sus brazos alrededor de mi Ictus4 en mi cabello. Le digo que quiero pasar el verano con ella, no con papá. Por favor. Al día siguiente, el abuelo vino de Burlington a quedarse en la habitación de huéspedes. Ha estado en la isla desde mediados de mayo y tiene que tomar un barco, un coche y un avión para llegar aquí. No había venido a visitarnos desde antes de que Abue Tipper murió. Mamá lo recoge en el aeropuerto, mientras yo me quedo en casa y pongo la mesa para la cena. Ella recogió el pollo asado y platos en una tienda gourmet en la ciudad. El abuelo ha perdido peso desde que lo vi por última vez. Su cabello blanco se destaca en bocanadas alrededor de las orejas, copetón; se parece a un pájaro bebé. La piel esta floja en su cuerpo y tiene una mala racha de barrigón, así no es como lo recuerdo. Siempre pareció invencible, con firmes y amplios hombros y un montón de dientes. El abuelo es el tipo de personas que tiene lemas. “No aceptes un NO por respuesta”, siempre nos dice. Y “Nunca tomes un asiento en la parte trasera de la habitación. Los ganadores se sientan en la parte delantera”. Nosotros los Mentirosos solíamos rodar los ojos con estas declaraciones: “Sé decisiva; a nadie le gusta un derrotado”, “Nunca te quejes, nunca expliques”, pero aun así lo veíamos tan lleno de sabiduría sobre temas adultos. El abuelo lleva pantalones a cuadros y mocasines. Sus piernas son delgadas, como las de un hombre de edad avanzada. Acaricia mi espalda y exige un whisky con soda. 4

Ictus: Denominamos ictus a un trastorno brusco de la circulación cerebral, que altera la función de una determinada región del cerebro. Los términos accidente cerebrovascular, ataque cerebral o, menos frecuentemente, apoplejía son utilizados como sinónimos del término ictus.

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Comemos y habla de unos amigos suyos en Boston. De la nueva cocina en su casa de madera de haya. Nada importante. Después, mami limpia mientras yo le muestro el jardín del patio trasero. El sol de la tarde aún esta fuera. El abuelo recoge una peonía5 y me la da. —Para mi primera nieta. —No recojas las flores, ¿de acuerdo? —A Penny no le importará. —Sí, lo hará. —Cadence fue la primera —dice, mirando hacia el cielo y no a mis ojos—. Recuerdo cuando vino a visitarnos a Boston. Iba vestida con un mameluco rosa y su cabello sobresalía directamente de su cabeza. Johnny no nació hasta tres semanas más tarde. —Estoy aquí, abuelo. —Cadence fue la primera, y no importaba que fuera una niña. Daría todo. Al igual que una nieta. La llevé en mis brazos y bailaba. Era el futuro de nuestra familia. Asiento con la cabeza. —Pudimos ver que era una Sinclair. Tenía ese pelo, pero no era sólo eso. Fue la barbilla, las manos pequeñas. Sabíamos que sería alta. Todos éramos altos hasta que Bess se casó con ese compañero bajito, y Carrie cometió el mismo error. —¿Te refieres a Brody y Jonathan? —Buena deliberación, ¿eh? —El abuelo sonríe —. Toda nuestra gente era alta. ¿Sabías que la familia de mi madre llegó en el Mayflower6? Para hacer su vida en América.

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Peonía: Planta perenne de jardín, de cerca de 1 m de altura, con flores grandes semejantes a las rosas, de color rojo, rosado o blanco, sin aroma y con propiedades medicinales. 6 Mayflower: es el nombre del barco que, en 1620, transportó a los llamados Peregrinos desde Inglaterra, en el Reino Unido, hasta un punto de la costa este de América del norte, hoy ubicado en los Estados Unidos de América.

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Sé que no es importante si nuestra gente vino en el Mayflower. No es importante ser alto. O rubio. Por eso me teñí el cabello: No quiero ser la mayor. Heredera de la isla, de la fortuna, y de las expectativas. Pero otra vez, quizá lo haga. El abuelo ha bebido demasiado después de un largo día de viaje. —¿Vamos a entrar? Le pregunto —¿Quieres sentarte? Él toma una segunda peonía y me la da. —Por una disculpa, querida. Le doy una palmada en su espalda encorvada. —No recojas más, ¿de acuerdo? El abuelo se agacha y toca algunos tulipanes blancos. —En serio, no lo hagas —le digo. Coge un tercera peonía, bruscamente, desafiante. Me la entrega. —Tú eres mi Cadence. La primera. —Sí. —¿Qué le paso a tu cabello? —Lo teñí. —No te reconocía. —Eso está bien. El abuelo señala a las peonías, ahora todas en mi mano. —Tres flores para ti. Debes tener tres. Se ve lamentable. Se ve poderoso. Lo amo, pero no estoy seguro de que me agrade. Le tomo la mano y lo llevo dentro.

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20 ÉRASE UNA VEZ, había un rey que tenía tres hermosas hijas. Amaba a cada una de ellas profundamente. Un día, cuando las jóvenes señoritas estaban en edad de casarse, un terrible dragón de tres cabezas sitió al reino, quemaba las aldeas con su aliento de fuego. Se echaron a perder las cosechas y las iglesias se quemaron. Mató a los bebes, ancianos y todos los demás. El rey prometió la mano de una Princesa en matrimonio a quién matara al dragón. Los héroes y guerreros llegaron con armaduras, montados en sus valientes caballos y portando sus espadas y flechas. Uno a uno, estos hombres fueron asesinados y comidos. Finalmente el rey pensó que una doncella podría derretir el corazón del dragón y tener éxito donde los guerreros habían fracasado. Envió a su hija mayor a mendigarle al dragón misericordia, pero el dragón no escucho ni una de sus palabras y se la tragó completa. Entonces el rey envió a su segunda hija a mendingar con el dragón por misericordia, pero el dragón hizo lo mismo. Se la tragó antes de que pudiese siquiera decir una sola palabra. Entonces el rey envió a su hija menor a mendigar con el dragón por misericordia, y ella era tan encantadora e inteligente que estaba seguro que tendría éxito donde los demás habían perecido. No, por cierto. El dragón simplemente se la comió. El rey se quedó dolido y con pesar. Ahora estaba solo en el mundo. Ahora, déjeme preguntarle esto. ¿Quién mató a las chicas? ¿El dragón? ¿O su padre?

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Después de que el abuelo nos dejara al día siguiente, mamá llamó a papá y canceló el viaje a Australia. Ahí están los gritos. Ahí está la negociación. Finalmente deciden que iré a Beechwood durante cuatro semanas del verano, después visitaré a papá en su casa de Colorado, dónde nunca he estado. Insiste. No se perderá todo el verano conmigo o habrá abogados involucrados. Mami llama a las tías. Tiene largas conversaciones privadas con ellas en el porche de nuestra casa. No puedo oír nada, excepto algunas pocas frases: Cadence es tan frágil, necesita mucho descanso. Sólo cuatro semanas, no todo el verano. Nada debe molestarla, la recuperación es muy gradual. También, Pinot Grigio7, Sancerre8, tal vez algún Riesling9; Definitivamente no Chardonnay10.

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El Pinot Grigio o Pinot Gris es un tipo de vino blanco, con la característica de que la coloración de la piel de la uva con que es elaborado es más oscura que otros tipos de uvas blancas. 8 Vino blanco francés. 9 El Riesling es un vino delicado pero complejo, de poco cuerpo, bajo grado alcohólico, aunque de intenso sabor y larga vida 10 El Chardonnay es la variedad blanca más apreciada, popular y extendida del mundo. Originaria de la Borgoña (Francia) se ha adaptado con buenos resultados en lugares muy distintos. El Chardonnay es la cepa preferida para la elaboración de vinos blancos secos, sus características pueden variar desde vinos ricos, gruesos y espesos, adecuados para envejecer en botella, a vinos más ligeros y frescos hechos sin madera y destinados a ser bebidos jóvenes.

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21 MI HABITACIÓN ESTÁ casi vacía ahora. Hay sábanas y un edredón sobre la cama. Un ordenador portátil en el escritorio, unos bolígrafos. Una silla. Tengo un par de pares de pantalones vaqueros y pantalones cortos. Tengo camisetas y camisas de franela, algunos suéteres; un traje de baño, un par de zapatillas, un par de crocs11 y un par de botas. Dos vestidos y unos tacones. Abrigo de invierno, chaqueta de caza y la lona lienzo. Los estantes están vacíos. No hay fotos, no hay carteles. No hay juguetes viejos. Regalo: un kit de viaje de cepillo de dientes que mamá me compró ayer. Ya tengo un cepillo de dientes. No sé por qué me compró otro. Esa mujer compra cosas sólo por comprar cosas. Es repugnante. Me acerco a la biblioteca y encuentro a la chica que tomó mi almohada. Todavía está apoyada en la pared exterior. Puse el kit de cepillos de dientes en su taza. Regalo: La chaqueta de caza color oliva de Gat. La que llevaba esa noche que nos tomamos de la mano y vimos las estrellas y hablamos de Dios. Nunca se la devolví. La debí haber regalado lo primero que todo. Sé eso. Pero no podía hacérmelo. Era todo lo que tenía de él. Pero eso era débil y tonto. Gat no me ama. Yo no lo amo, tampoco, y tal vez nunca lo hice. Lo veré pasado mañana y no lo amo y no quiero su chaqueta.

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Crocs: Sandalias elaboradas con un material que se llama resina de célula cerrada patentada. Muy cómodos.

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22 EL TELÉFONO SONÓ a las diez de la noche antes de irnos de Beechwood. Mamá en la ducha. Lo tomo. Dificultad para respirar. Luego una risa. —¿Quién es? —¿Cady? Es un niño, me doy cuenta. —Sí. —Soy Taft. —El hermano de Mirren. No tiene modales. —¿Cómo es que estás despierto? —¿Es cierto que eres adicta a las drogas? —pregunta Taft. —No. —¿Estás segura? —¿Estás llamando para preguntar si soy una adicta a las drogas? —No he hablado con Taft desde el accidente. —Estamos en Beechwood —dice—. Llegamos aquí esta mañana. Me alegro de que esté cambiando de tema. Pongo mi voz más alegre —Iremos mañana. ¿Es bonito? ¿Ya fuiste a nadar? —No. —¿Fuiste al columpio? —No —dijo Taft—. ¿Estás segura de que no eres adicta a las drogas? —¿De dónde has sacado esa idea? —Bonnie. Ella dice que debería dejar de verte. —No escuches a Bonnie —le dije—. Escucha a Mirren.

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—De eso es de lo que hablo. Pero Bonnie es la única persona que me cree lo de Cuddledown —dijo—. Y yo quería llamarte. Sólo si no eres adicta a las drogas, porque los drogadictos no saben lo que pasa. —No soy adicta a las drogas, bobo —le digo. Aunque posiblemente estoy mintiendo. —Cuddledown está embrujado —dice Taft—. ¿Puedo ir con ustedes a dormir en Windemere? Me agrada Taft. En serio. Es un poco loco y está cubierto de pecas y Mirren lo ama mucho más de lo que ama a los gemelos. —No está embrujado. El viento sopla a través de la casa —le digo —. También hace viento en Windemere. Las ventanas traquetean. —También está encantada —dice Taft—. Mamá no me cree y tampoco lo hace Liberty. Cuando era más joven siempre fui la niña que pensaba que había monstruos en el armario. Más tarde estaba convencida de que había un monstruo marino en el muelle. —Pregúntale a Mirren si te puede ayudar —le dije —. Ella te leerá un cuento o te cantará. —¿Eso crees? —Lo hará. Y cuando llegue allí te llevaré a practicar tubing12 y snorkel y será un gran verano, Taft. —Está bien. —dijo. —No te asustes del estúpido viejo Cuddledown —le digo —. Muestra quién es el jefe y nos vemos mañana. Cuelga sin decir adiós.

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Tubing: que consiste en descender con un neumático un tramo del río, arrastrado por una lancha a motor.

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Parte Tres Verano diecisiete 72

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23 EN LA CIUDAD portuaria de Woods Hole, mamá y yo dejamos a los perros y arrastramos nuestras bolsas hasta el muelle donde nos esperaba la tía Carrie. Carrie le da un gran abrazo a mamá antes de ayudarnos a cargar nuestras bolsas y a los perros en el bote. –Estás más hermosa que nunca –dice–. Y gracias a Dios que estás aquí. –Oh, tranquila –dice mamá. –Sé que has estado enferma –me dice. Es la más alta de mis tías y la más grande de las hijas Sinclair. Su suéter es largo y de cachemira. Las líneas alrededor de su boca son profundas. Lleva joyas verde jade que pertenecieron a la Abuela. –No hay nada malo en mí, que un Percocet y unos tragos de vodka no puedan arreglar –digo. Carrie ríe, pero mamá le dice –No está tomando Percocet, está tomando una droga no adictiva que recetó el médico. Eso no es verdad. Las medicinas no adictivas no funcionaron. –Está muy delgada –dice Carrie. –Es el vodka –digo–. Me llena. –No puede comer mucho cuando tiene dolor –dice mamá–. Hace que le den nauseas. –Bess preparó el pastel de arándanos que te gusta –me dice la tía Carrie. Y abraza de nuevo a mamá. –Ustedes están muy ´´abrazadoras´´ de repente –digo–. No solían abrazarse tanto.

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La tía Carrie me abraza también. Huele a perfume caro y amargo. No la había visto en mucho tiempo. El camino hacia el puerto es frío y precipitado. Me siento en la parte de atrás del bote mientras mamá se queda al lado de la tía Carrie detrás del volante. Recorro el agua con la mano y me moja el brazo del abrigo de lana. Pronto veré a Gat. Gat, mi Gat, que no es mi Gat. Las casas, los pequeños, las tías, las mentiras. Escucharé a las gaviotas, estaré depresiva y comeré pastel y helado hecho en casa. Escucharé el sonido de las pelotas de tenis, el ladrido de los perros, el eco de mi respiración en un snorkel. Haremos fogatas que olerán a cenizas. ¿Seguiré sintiéndome en casa? Dentro de poco, Beechwood está frente a nosotros, aparece el mismo paisaje familiar. La primera casa que veo es Windemere con sus techos puntiagudos. El cuarto en el extremo derecho es el de mamá, ahí están sus cortinas azul pálido. Mi propia ventana da hacia la parte interior de la isla. Carrie dirige el bote hacia la embocadura y puedo ver Cuddletown en el punto más bajo de la isla, con su estructura como de caja rechoncha. Un pedazo de ensenada arenosa, la minúscula playa está escondida en el fondo de una escalera larga de madera. El paisaje cambia conforme damos la vuelta hacia el lado oriental de la isla. No puedo ver bien el Red Gate entre los árboles, pero veo un poco de su guarnición roja. Luego la playa grande, a la que se llega a través de otra escalera de madera. Clairmont está en el punto más alto, con vistas de agua en tres direcciones.

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Estiro el cuello para buscar su familiar torrecilla, pero no está ahí. Los árboles que solían dar sombra al gran empinado jardincito tampoco están. En lugar del cuarto para seis de estilo Victoriano con porche y la cocina de alquería, en lugar de la casa donde el Abuelo pasó cada verano desde siempre, veo un apartamento pulcro y moderno encaramado en una colina pedregosa. Hay un jardín Japonés en un lado, roca desnuda del otro. La casa es vidrio y metal. Fría. Carrie apaga el motor, lo que hace que sea más fácil hablar. –Ese es el nuevo Clairmont –dice. –Sólo era una cáscara el año pasado. Nunca imaginé que no tendría césped –dice mamá. –Espera a que lo veas por dentro. Los muros son simples. Cuando llegamos ayer no tenía nada en el refrigerador, excepto unas manzanas y un pedazo de Havarti. –¿Desde cuándo le gusta el Havarti? –pregunta mamá–. El Havarti ni siquiera es un buen queso. –Él no sabe cómo hacer las compras. Ginny y Lucille, son las nuevas cocineras, sólo hacen lo que él les dice. Ha estado comiendo tostadas de queso. Pero hice una lista y fueron al supermercado en Edgartown. Tenemos suficiente por unos días. Mamá se estremece. –Qué bueno que estemos aquí. Veo el nuevo edificio mientras las tías hablan. Sabía que el Abuelo había renovado la casa, claro. Él y mamá hablaron de la cocina nueva cuando nos visitó hace unos días. El refrigerador y el congelador, el calentador y los bastidores de especias. No me di cuenta de que había cambiado la casa completamente. Que ya no había césped. Ni los árboles, especialmente la enorme Magnolia con el columpio. Ése árbol debió haber tenido unos 50 años.

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Una ola azul marino se agita, saltando del mar como una ballena. Se cierne sobre mí. Los músculos de mi cuello tienen espasmos, mi garganta se cierra. Me doblo bajo su peso. La sangre se precipita hacia mi cabeza. Me estoy ahogando. Todo es tan triste, es tan insoportablemente triste por un segundo, pensar en esa adorable y vieja Magnolia con columpio. Nunca le dijimos a ese árbol cuánto lo queríamos. Nunca le pusimos nombre, nunca hicimos nada por él. Pudo haber vivido mucho más. Estoy tan, tan helada. –¿Cadence? –Mamá se inclina sobre mí. Me estiro y tomo su mano. –Sé normal –me susurra–. Se normal ya. –¿Qué? –Lo eres. Puedes serlo. Muy bien, bien. Sólo era un árbol. Sólo un árbol con columpio que adoraba. –No hagas una escena –susurra mamá–. Respira y siéntate. Hago lo que me pide tan pronto como puedo, como siempre lo hago. La tía Carrie brillantemente nos distrae hablando. –El nuevo jardín es lindo, cuando te acostumbras –dice–. Hay una zona para sentarse a la hora del coctel. Taft y Will están buscando rocas especiales. Ella gira el bote hacia la playa y repentinamente puedo ver a mis Mentirosas esperando, no en el puerto sino en la valla de madera que está a lo largo del perímetro del camino. Mirren se para con sus pies en la parte baja de la barrera, meciéndose con alegría, su mano en el aire saludando.

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Mirren. Ella es adorable. Es curiosidad y lluvia. Johnny salta de arriba abajo, dando volteretas de vez en cuando. Johnny. Él es saltarín. Es una persona con ahínco y un Snark13. Gat, mi Gat. Hubo un tiempo que fue mi Gat, salió a verme también. Está parado detrás de las tablillas de la valla, en la colina pedregosa que lleva hacia Clairmont. Él la hace de semáforo, moviendo sus manos en movimientos vistosos, como si yo fuera a entender un código secreto. Él es pensamiento y entusiasmo. Ambición y café fuerte. Bienvenida a casa, me dice. Bienvenida a casa.

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Animal imaginario proveniente del planeta Xen. Usado como referencia hacia una tarea o meta que es tonta o imposible de lograr.

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24 LOS MENTIROSOS NO vienen al muelle cuando paramos el bote, ni tampoco la tía Bess ni el Abuelo. En lugar de ellos, vienen los pequeños: Will y Taft, Liberty y Bonnie. Los chicos, ambos de diez años, se patean unos a otros y pelean un poco. Taft corre hacia mí y me toma del brazo. Lo levanto y le doy volteretas. Es sorprendentemente liviano, como si su cuerpo pecoso estuviera hecho de partes de un pájaro. —¿Te sientes mejor? —pregunto. —¡Tenemos barras de helado en el congelador! —grita—. ¡Tres sabores diferentes! —De verdad, Taft. Eras un desastre anoche cuando hablábamos por teléfono. —No lo era. —Un gran desastre. —Mirren me leyó una historia. Y me fui a dormir. No fue gran cosa. Desordené su cabello color miel. —Sólo es una casa. Muchas casas dan miedo en la noche, pero por la mañana, ya no. —Como quiera no nos estamos quedando en Cuddledown —dice Taft—. Ahora nos cambiamos a New Clairmont con el Abuelo. —¿En serio? —Tenemos que ser ordenados y no actuar como idiotas. Ya llevamos nuestras cosas. Y Will atrapó tres medusas en la playa grande e incluso atrapó un cangrejo. ¿Vendrás a verlos? —Claro.

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—Tiene el cangrejo en su bolsillo, pero las medusas están en un bote con agua —dice Taft, y corre.

Mamá y yo caminamos a través de la isla hacia Windemere, una distancia corta en una pasarela de madera. Los gemelos nos ayudan con las maletas. El Abuelo y la tía Bess están en la cocina. Hay vasos con flores silvestres en la vitrina, Bess friega el lavadero con una esponja y el Abuelo lee el Martha´s Vineyard Times. Bess es más tranquila que sus hermanas, y más rubia, pero aun así son iguales. Lleva pantalones blancos y un top de algodón azul marino con bisutería. Se quita los guantes y besa a mamá y me abraza muy fuerte y durante mucho rato, como si al abrazarme tratara de darme a entender algún mensaje secreto. Huele a detergente y vino. El Abuelo está de pie pero no camina hasta que Bess termina de abrazarnos. —Hola Mirren —dice jovialmente—. Es bueno verte. —Está haciendo eso todo el tiempo —dice Carrie a mamá y a mí—. Les dice Mirren a los que no son Mirren. —Sé que ella no es Mirren —dice El Abuelo. Los adultos hablan entre ellos, y yo me voy junto con los gemelos. Se ven raros con esos zapatos y sus trajes de verano. Deben tener los 14 años ya. Tienen piernas fuertes como Mirren, y ojos azules y sus rostros están ojerosos. —Tu cabello es negro —dice Bonnie—. Pareces un vampiro muerto. —¡Bonnie! —Liberty le da un manotazo.

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—Me refiero a que es redundante porque todos los vampiros están muertos —dice Bonnie—. Pero tienen esos círculos debajo de los ojos como tú. —Se buena con Cady —susurra Liberty—. Mamá nos dijo que lo fuéramos. —Estoy siendo buena. Algunos vampiros son extremadamente sexys, eso es un hecho documentado. —Te dije que no quería que hablaras sobre cosas raras muertas este verano —dice Liberty—. Anoche dijiste bastantes. —Se gira hacia mí—. Bonnie está obsesionada con cosas muertas. Está leyendo libros sobre ello todo el tiempo y luego no puede dormir. Es molesto cuando compartes habitación. —Liberty dice todo esto sin siquiera mirarme a los ojos. —Yo hablaba sobre el cabello de Cady —dice Bonnie. —No tienes que decirle que parece un muerto. —Está bien —le digo a Bonnie—. Realmente no me importa lo que pienses, así que está perfectamente bien.

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25 TODOS SE DIRIGEN hacia New Clairmont, nos dejaron a mí y a mamá solas para que deshiciéramos el equipaje. Me deshice de las maletas y fui en busca de los Mentirosos. De repente están encima de mí como si fueran cachorros. Mirren me agarra y me da vueltas. Johnny agarra a Mirren, Gat agarra a Johnny, nos agarramos entre todos y saltamos juntos. Luego nos apartamos y nos dirigimos a Cuddletown. Mirren habla de lo feliz que está de que Bess y los pequeños vivan con el Abuelo este verano. Necesita que alguien esté con él. Además Bess y su obsesión por la limpieza hacen que sea imposible estar con ella. Incluso más importante, nosotros los Mentirosos tendremos Cuddletown para nosotros. Gat dice que hará un poco de té y el té es su nuevo vicio. Johnny le dice que es un cara de culo pretencioso. Seguimos a Gat a la cocina. Él pone agua a hervir. Es un torbellino, todos hablando con todos, discutiendo felizmente, justo como en los viejos tiempos. Gat no me ha mirado. No puedo dejar de verlo. Es tan hermoso. Tan Gat. Conozco el arco de su labio inferior, la fuerza de sus hombros. La manera en que medio mete la camisa en los pantalones, la forma en que sus zapatos están desgastados hasta el talón, la forma en que se toca la cicatriz de la ceja sin siquiera darse cuenta. Estoy tan enfadada. Y tan feliz de verle. Probablemente haya seguido adelante, como cualquier persona cuerda lo haría. Él no ha pasado los últimos dos años en una jaula de dolores de cabeza y compasión por sí mismo. Ha estado saliendo con chicas de Nueva York que usan zapatos de tacón, llevándolas a comer comida china y a ver bandas tocar. Si no está con Raquel probablemente tiene una o incluso tres chicas más. —Tu cabello es nuevo —dice Johnny. —Sí.

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—Te ves bonita —dice Mirren cariñosamente. —Es tan alta —dice Gat sin mirarme—. No eras tan alta, ¿O sí, Cady? —Se llama crecer, no soy responsable de eso. —Hace dos veranos, Gat era varias pulgadas más alto que yo. Ahora estamos casi parejos. —Está bien crecer —dice Gat, aún sin mirarme—. Sólo que no crezcas más que yo. ¿Está coqueteando? Lo está. —Johnny siempre me deja ser el más alto —dice Gat—. Nunca pelea por eso. —Como si pudiera —gruñe Johnny. —Sigue siendo nuestra Cady —dice Mirren con lealtad—. Probablemente tenemos un aspecto diferente para ella también. Pero no es verdad. Están igual. Gat con su camisa verde de hace dos veranos. Su sonrisa rápida, su manera de inclinarse hacia delante, su nariz dramática. Johnny de hombros anchos, en jeans y con un chaleco de tartán tan viejo que está un poco raído; uñas mordidas, cabello corto. Mirren, como una pintura Raphaelita, con esa barbilla cuadrada de los Sinclair. Su largo y liso cabello está apilado en su cabeza y lleva un top y pantalones cortos. Es reconfortante. Les quiero mucho. ¿Les importará el hecho de que, no pueda retener ni lo más básico de las cosas que pasaron en el accidente? He olvidado mucho de lo que hicimos en el verano número quince. Me pregunto si las tías han estado hablando de mí. No quiero que me vean como si estuviera enferma. O como si mi mente no funcionara bien. —Cuéntanos cosas de la universidad —dice Johnny. Está sentado en la cocina—. ¿A dónde irás?

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—A ningún lado, aún. —Esta verdad no la puedo ocultar. Estoy sorprendida que no lo supieran ya. —¿Qué? —¿Por qué? —No me gradué. Falté mucho a la escuela después del accidente. —¡Oh, dios! —grita Johnny—. Eso es horrible. ¿No puedes ir a la escuela de verano? —No y venir aquí. Además, lo haré mejor si presento el examen cuando tenga el curso terminado. —¿Qué haces para estudiar? —pregunta Gat. —Hablemos de otra cosa. —Pero queremos saber —dice Mirren—. Todos queremos. —De verdad —digo—. Otra cosa. ¿Cómo te va en el amor, Johnny? —Oh dios, nuevamente. Alzo las cejas. —Cuando eres tan atractivo como yo, las cosas nunca están tranquilas— dice sarcásticamente. —Tengo un novio que se llama Drake Loggerhead —dice Mirren—. Va a ir a Pomona como yo. Hemos tenido sexo un buen número de veces, pero siempre con protección. Me trae rosas amarillas cada semana y tiene lindos músculos. Johnny escupe el té. Gat y yo nos reímos. ¿Drake Loggerhead? —pregunta Johnny. —Si —dice Mirren—. ¿Qué te hace tanta gracia? —Nada. —Johnny sacude la cabeza. —Hemos estado saliendo cinco meses —dice Mirren—. Pasará el verano haciendo ejercicios. ¡Así que tendrá más músculos cuando le vea! —Tienes que estar bromeando —dice Gat. —Sólo un poco —dice—. Pero le amo.

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Aprieto su mano. Me da gusto que haya encontrado a alguien de quien enamorarse. —Te preguntaré sobre el sexo después —le advierto. —Cuando los chicos no estén —dice—. Te diré todo. Dejamos nuestras tazas y nos encaminamos a la playita. Nos quitamos los zapatos y meneamos nuestros dedos en la arena. —No iré a la cena en New Clairmont —dice Mirren decisivamente—. Ni al almuerzo tampoco. Este año no. —¿Por qué no? —No puedo soportarlo —dice—. Las tías. Los pequeños. El abuelo. Se ha vuelto loco, ya lo sabes. Asiento. —Es demasiada calidez. Sólo quiero ser feliz con ustedes aquí —dice Mirren—. No voy a estar en esa casa nueva y fría. Esa gente está bien sin mí. —Yo igual —dice Johnny. —Yo igual —dice Gat. Me doy cuenta que han discutido esto antes de que llegara.

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26 MIRREN Y JOHNNY SE meten al agua con sus snorkel. Buscan langostas. Probablemente sólo haya medusas y pequeños cangrejos, pero aún con esas pequeñas presas hemos nadado en la playita, siempre. Gat se sienta conmigo en una silla. Vemos a los demás en silencio. No sé cómo hablar con él. Le amo. Se ha portado como un idiota. No debería amarlo. Soy estúpida por seguir amándole. Tengo que olvidarlo. Tal vez siga pensando que soy bonita. Incluso con mi cabello y los huecos debajo de mis ojos. Tal vez. Los músculos de su espalda se notan debajo de la camisa. La curva de su cuello, el suave arco de su oído. Un lunarcito café a un lado de su cuello. Las lunas de sus uñas. Me lo como con los ojos después de tanto tiempo separados. –¿Estás mirando mis pies de troll? —pregunta—. Por dios, no lo hagas. —¿Qué? —Un troll se metió en mi cuarto a mitad de la noche, se llevó mis pies normales y me dejó con sus estúpidos pies de troll. —Gat mete los pies debajo de la toalla para que no pueda verlos—. Ahora ya lo sabes. Me siento aliviada de que estemos hablando de cosas sin importancia. —Usa zapatos —No usaré zapatos en la playa. —Saca los pies de la toalla. Se ven bien—. Tengo que actuar como si todo estuviera bien, hasta que encuentre a ese troll y lo mate y así recuperar mis pies normales. ¿Tienes algún arma? —Hay una en Windemere. —Está bien. Me ayudarás. Tan pronto como veamos a ese troll, lo mataremos con tu arma. —Si insistes.

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Me acuesto boca arriba y me pongo el brazo sobre los ojos. Estamos en silencio un momento. —Los trolls salen de noche —añado. —¿Cady? —susurra Gat. Me giro para mirarlo a la cara. —¿Si? —Creí que podría no volver a verte nunca más. —¿Qué? —Está tan cerca que podríamos besarnos. —Pensé que no te vería nunca más. Después de todo lo que pasó. Y no estabas aquí el último verano. ¿Por qué no me llamaste? Quiero decirle. ¿Por qué, en todo este tiempo no llamaste? Me toca la cara. —Estoy tan contento de que estés aquí —dice—. Tan contento de tener la oportunidad de verte. No sé qué hay entre nosotros. De verdad no. Es un idiota. —Dame la mano —dice Gat. No sé si quiero. Pero bueno, claro que quiero. Su piel es cálida y arenosa. Entrelazamos nuestros dedos y cerramos los ojos al sol. Sólo nos acostamos. Agarrados de la mano. Él me frota la palma de la mano con el pulgar, como hizo hace dos veranos bajo las estrellas. Y me derrito.

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27 MI HABITACIÓN EN Windemere está cubierta de madera, pintada de color crema. Hay una colcha verde hecha de retazos, sobre la cama. La alfombra es uno de esos tapetes de trapo que encuentras en country inns. Estuviste aquí hace dos veranos, me digo. En esta habitación, todas las noches. En esta habitación, todas las mañanas. Probablemente estuviste leyendo, jugando en el iPad, escogiendo tu vestuario. ¿Qué recuerdas? Nada. Estampados botánicos de buen gusto adornan las paredes de mi habitación, aparte de algo de arte hecha por mí: una acuarela de la magnolia que solía cernirse sobre el césped de Clairmont y dos dibujos a crayones: uno de la Abuela Tipper y sus perros, Príncipe Philip y Fátima; y el otro de mi padre. Tomó la cesta de mimbre para la ropa del closet, quito todas las pinturas y las meto dentro de la cesta. Hay una librera llena de libros de bolsillo, libros para adolescentes y de fantasía que solía leer hace unos años. Historias para niños que leí unas cien veces. Los saco y los apilo en el pasillo. —¿Estás regalando tus libros? Tú amas los libros —dice Mamá. Está saliendo de su cuarto y tiene puesta ropa fresca para la cena. Brillo labial. —Podemos darlos a una de las bibliotecas de Vineyard —digo—. O a Goodwill. Mamá se inclina y tantea los libros apilados. —Leímos Charmed Life juntas, ¿recuerdas? Asiento. —Y este también. The lives of Christopher Chant. Ese año tenías ocho. Querías leer todo pero no eras lo suficientemente buena leyendo todavía, así que les leía a ti y a Gat por horas y horas. —¿Qué hay de Johnny y Mirren?

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—No podían estarse quietos —dice Mamá—. ¿No quieres quedarte con estos? Extiende el brazo y me toca la mejilla. Yo me echo hacia atrás. —Quiero que las cosas encuentren un hogar mejor —le digo. —Estaba esperando que te sintieras diferente cuando regresáramos a la isla, eso es todo. —Tú te deshiciste de todas las cosas de papá. Compraste un nuevo sofá, nuevas vajillas, nuevas joyas. —Cady. —No hay nada en nuestra casa entera que diga que papá alguna vez vivió con nosotras, excepto yo. ¿Por qué a ti se te permite borrar a mi padre y a mí no se me permite…? —¿Borrarte a ti misma? —dice Mamá. —Otras personas tal vez usen esto —respondo, señalando a la pila de libros—. Gente que en serio tenga necesidades. ¿No piensas en hacer cosas buenas en el mundo? En ese momento, Poppy, Bosh y Grendel suben a toda velocidad las escaleras y obstruyen el pasillo donde estamos paradas, lamiendo nuestras manos, agitando sus colas peludas contra nuestras rodillas. Mamá y yo nos quedamos calladas. Finalmente ella habla. —Está bien que merodees por la mini playa, o lo que sea que hicieras esta tarde. Está bien que regales todos tus libros si te sientes fuerte con eso. Pero te espero en Clairmont para la cena en una hora, con una sonrisa en la cara para el Abuelo. Sin argumentos. Sin excusas. ¿Me entiendes? Asiento.

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28 TENGO UN BLOC de notas de hace varios veranos cuando Gat y yo nos obsesionamos con el papel cuadriculado. Hacíamos dibujo tras dibujo en él, llenando cada cuadrito con lápices de colores para hacer retratos pixelados. Encuentro un lapicero y escribo todos mis recuerdos del verano quince. Los s’mores14, nadar. El ático, la interrupción. Las manos de Mirren, su despintado esmalte de uñas dorado, sosteniendo un galón de gasolina para las lanchas motoras. Mamá, su rostro apretado, preguntando: —¿Las perlas oscuras? Los pies de Johnny, corriendo al bajar las escaleras desde Clairmont hasta el embarcadero. El Abuelo, sosteniéndose de un árbol, su rostro alumbrado por la luz de una fogata. Y nosotros cuatro, los Mentirosos, riendo tan fuerte hasta sentirnos mareados y enfermos. Dejo una página separada para el accidente. Lo que Mamá me ha dicho y lo que supongo. Debí haber ido a nadar sola a la mini playa. Me golpeé la cabeza contra una roca. Debí haber luchado para llegar devuelta a la orilla. Tía Bess y Mamá me dieron té. Me diagnosticaron hipotermia, problemas respiratorios y una lesión cerebral que nunca se dejó ver en las tomografías. Sujeto las páginas a la pared sobre mi cama. Agrego notas adhesivas con preguntas. ¿Por qué me metí al agua sola de noche? 14

S’mores: Postre tradicional de USA. Consiste en un malvavisco tostado y una capa de chocolate entre dos trozos de galleta Graham.

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¿Dónde estaba mi ropa? ¿En realidad me lesioné la cabeza nadando, o pasó algo más? ¿Me habrá pegado alguien? ¿Fui víctima de algún crimen? Y, ¿Qué paso entre Gat y yo? ¿Discutimos? ¿Lo ofendí? ¿Dejó de amarme y regresó con Raquel? Acuerdo que todo lo que aprenda en las siguientes cuatro semanas, irá sobre mi cama en Windemere. Dormiré bajo esas notas y las estudiaré todas las mañanas. Tal vez alguna imagen surgirá de los píxeles.

Una bruja ha estado ahí, detrás de mí, durante un tiempo, esperando algún momento de debilidad. Sostiene una estatua de marfil de un ganso hermoso. Está intricadamente tallada. La admiro solo por un momento y luego la balancea con una fuerza impactante. Esta se conecta a mi cabeza, aplastándola, dejando un agujero en mi frente. Puedo sentir mi hueso aflojarse. La bruja balancea la estatua otra vez y me golpea sobre el oído derecho, chocando contra mi cráneo. Golpe tras golpe ella lanza, hasta que pequeños copos de hueso ensucian la cama y se mezclan con los trozos astillados de su una vez hermoso ganso. Encuentro mis pastillas y apago la luz. —¿Cadence? —llama Mamá desde el piso de abajo—. La cena será en New Clairmont. No puedo ir. No puedo. No iré. Mamá promete darme café para ayudarme a mantenerme despierta mientras las drogas están en mi organismo. Menciona cuanto tiempo hace

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que mis tías no me han visto, y que los pequeños también son mis primos, después de todo. Tengo obligaciones familiares. Solo puedo sentir mi cráneo roto y el dolor volando a través de mi cerebro. Todo lo demás se desvanece. Finalmente, se va sin mí.

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29 A ALTAS HORAS DE LA noche, la casa hace un sonido extraño—justo lo que Taft temía en Cuddletown. Todas las casas aquí lo hacen. Son viejas, y la isla es azotada por los vientos del mar. Intento volver a dormir. 92

No. Bajo al primer piso y salgo al pórtico. Siento bien la cabeza ahora. Tía Carrie está en el camino, alejándose. Lleva puesto su camisón y un par de botas de piel de oveja. Está delgada, con los huesos del pecho expuestos y los pómulos hundidos. Gira hacia el camino de madera que lleva a Red Gate. Me siento, con la mirada fija en ella. Respirando el aire de la noche y escuchando las olas. Unos minutos después regresa por el sendero de Cuddledown. —Cady —dice, deteniéndose y cruzando los brazos sobre el pecho—. ¿Te sientes mejor? —Perdón por haberme perdido la cena —digo—. Tenía dolor de cabeza. —Habrá cenas todas las noches, todo el verano. —¿No puedes dormir? —Ah, tú sabes. —Carrie se rasca el cuello—. No puedo dormir sin Ed. ¿No es eso tonto? —No. —Comienzo a merodear por ahí. Es buen ejercicio. ¿Has visto a Johnny? —No a la mitad de la noche.

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—A veces, está despierto cuando estoy despierta —dice Carrie—. ¿Le ves? —Podrías mirar a ver si su luz está encendida. —Will tiene pesadillas terribles —dice Carrie —. Despierta gritando y luego ya no puedo volver a dormir. Me estremezco dentro de la sudadera. —¿Quieres una linterna? —pregunto—. Hay una dentro. —Oh no. Me gusta la oscuridad. Camina penosamente cuesta arriba de nuevo.

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30 MAMÁ ESTÁ EN LA COCINA de New Clairmont con el Abuelo. Los veo a través de las puertas correderas. —Te levantaste temprano —dice cuando entro—. ¿Te sientes mejor? El Abuelo lleva puesta una bata de cuadros. Mamá lleva un vestido de verano decorado con pequeñas langostas rosadas. Está haciendo un expreso. —¿Quieres bollos? La cocinera hizo tocino también. Ambos están en el cajón calentador.15 Camina al otro lado de la cocina y deja entrar a los perros a la casa. Bosh, Grendel y Poppy agitan la cola y babean. Mamá se inclina y les limpia las patas con un paño húmedo, luego distraídamente limpia el suelo donde habían quedado sus huellas de lodo. Ellos se sientan estúpidamente, dulcemente. —¿Dónde está Fátima? —pregunto—. ¿Dónde está Príncipe Philip? —Ya no están —dice Mamá. — ¿Qué? —Sé buena con ella —dice el Abuelo. Se gira hacia mí—. Murieron hace tiempo. —¿Ambos? El Abuelo asiente. —Lo lamento. —Me siento a su lado en la mesa—. ¿Sufrieron? —No por mucho tiempo. Mamá trae un plato con bollos de frambuesa y uno con tocino a la mesa. Tomo un bollo y lo unto con mantequilla y miel. 15

Cajones calentadores eléctricos. (VEWD)

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—Solía ser una pequeña niña rubia. Una Sinclair hasta la médula —el Abuelo le reclama a Mamá. —Hablamos acerca de mi cabello cuando nos visitaste —le recuerdo—. No espero que te guste. A los abuelos nunca les gusta el cabello teñido. —Tú eres la madre. Deberías hacer que Mirren se cambie el cabello a como era antes —el Abuelo le dice a Mamá—. ¿Qué pasó con las pequeñas niñas rubias que solían correr por este lugar? —Crecimos, Papá. —Mamá suspira—. Crecimos. 95

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31 OBSEQUIO: ARTE INFANTIL, estampados botánicos. Tomo mi cesta de ropa para lavar de Windemere y me dirijo a Cuddledown. Encuentro a Mirren en el pórtico, saltando. —¡Es tan increíble estar de vuelta en la isla! —dice—. ¡No puedo creer que esté aquí otra vez!. —Estuviste aquí el verano pasado. —No fue lo mismo. No fue un verano idílico como los que solíamos tener. Estaban construyendo en New Clairmont. Todos estaban actuando miserablemente y yo seguía buscándote pero nunca viniste. —Te dije que me iba a Europa. —Ah, ya sé. —Te escribí muchas veces —digo. Suena como un reproche. —¡Odio el correo electrónico! —dice Mirren—. Los leí todos, pero no puedes enojarte conmigo por no responder. Parece como tarea, escribir y mirar fijamente el estúpido teléfono o computadora. —¿Recibiste la muñeca que te mande? Mirren me rodea con un brazo. —Te extrañé tanto. Ni te imaginas cuánto. —Te mandé esa Barbie, la del cabello largo por la que siempre nos peleábamos. —¿Princesa Butterscotch? —Sí. —Estaba loca por Princesa Butterscotch. —Me pegaste una vez con ella.

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—¡Te lo merecías! —Mirren salta de felicidad—. ¿Está en Windemere? —¿Qué? No. Te la envié por correo —digo—. En invierno. Mirren me mira, tiene el ceño fruncido. —Nunca la recibí, Cadence. —Alguien firmó por el paquete. ¿Qué hizo tu mamá? ¿Meterla en el armario sin abrirla? Estoy bromeando, pero Mirren asiente. —Tal vez. Ella es compulsiva. Siempre se está frotando las palmas de las manos. Hace que Taft y los gemelos lo hagan también. Limpia como si hubiera un lugar especial en el cielo para los que tienen el suelo de la cocina sin manchas. Además, bebe mucho. —Mamá también lo hace. Mirren asiente. —No soporto ver eso. — ¿Me perdí algo de la cena anoche? —No fui. —Mirren se dirige al camino de madera que lleva desde Cuddledown a la mini playa. La sigo—. Te dije que no iré este verano. ¿Por qué no viniste aquí? —Me enfermé. —Todos sabemos acerca de tus migrañas —dice Mirren—. Las tías han estado hablando. Retrocedo. —No sientas lástima por mí, ¿vale? Nunca. Me pone los pelos de punta. —¿No tomaste tus pastillas anoche? —Me noquearon.

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Llegamos a la mini playa. Ambas caminamos descalzas sobre la arena húmeda. Miren toca el caparazón de un cangrejo que ha muerto hace algún tiempo. Quiero decirle que mi memoria está jaqueada, que tengo una traumática lesión cerebral. Quiero preguntarle acerca de todo lo que pasó en el verano quince, lograr que me cuente las historias que Mamá no quiere contarme o que no sabe. Pero aquí esta Mirren, tan brillante. No quiero que sienta más lástima por mí. Además, todavía estoy molesta por los correos electrónicos que no contestó, y por la pérdida de la estúpida Barbie, aunque estoy segura que no es su culpa. —¿Johnny y Gat están en Red Gate o durmieron en Cuddledown? — pregunto. —En Cuddledown. Dios, son unos haraganes. Es como vivir con goblins. —Entonces hazlos regresar a Red Gate. —¡De ninguna manera! —ríe Mirren—. Y tú, ya no más Windemere, ¿sí? ¿Te quedarás con nosotros? Niego con la cabeza. —Mamá dice que no. Le pregunté esta mañana. —¡Vamos, tiene que dejarte! —Ha estado encima de mí desde que enfermé. —Pero ya pasaron casi dos años. —Sí. Me observa mientras duermo. Y me sermoneó acerca de crear vínculos con el Abuelo y los pequeños. Tengo que conectarme con la familia. Poner una sonrisa en mi rostro. —Eso es pura mierda. —Mirren me muestra un puño de rocas moradas que ha colectado—. Toma. —No, gracias. —No quiero nada que no necesite.

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—Por favor, tómalas —dice Mirren—. Recuerdo como solías buscar siempre rocas moradas cuando éramos pequeñas. —Ella extiende la mano hacia mí, palmas arriba—. Quiero recompensarte por la Princesa Butterscotch. —Tiene lágrimas en los ojos—. Y por los correos —añade—. Quiero darte algo, Cady. —Está bien —digo. Formo una copa con mis manos y dejo que Mirren las llene de rocas. Las guardo en el bolsillo de delante de mi sudadera. —¡Te quiero! —grita. Luego se gira hacia el océano y grita—. ¡Quiero a mi prima Cadence Sinclair Eastman! —¿Exagerando? —Es Johnny, bajando las escaleras descalzo, trae puesto un viejo pijama de franela con rayas. Lleva puestas gafas de sol y protector solar en la nariz como un salvavidas. El rostro de Mirren expresa consternación, pero solo momentáneamente. —Estoy expresando mis sentimientos, Johnny. De eso de trata ser un humano viviente. ¿Hola? —Está bien, humano viviente —dice Johnny, dándole un puñetazo en el hombro—. Pero no hay necesidad de que seas tan escandalosa en pleno amanecer. Tenemos todo el verano justo enfrente de nosotros. —Cady estará aquí solo por cuatro semanas. —Saca el labio inferior, haciendo pucheros. —No puedo ser tan malo contigo tan temprano —dice Johnny—. Todavía no he tomado mi té pretencioso. —Él se inclina y mira la cesta para ropa a mis pies—. ¿Qué hay ahí? —Estampados botánicos. Y algo de mi viejo arte. —¿Por qué? —Johnny se sienta en una roca y me siento junto a él. —Estoy regalando mis cosas —digo—. Desde septiembre. ¿Recuerdas que te envié la bufanda a rayas? —Ah, sí.

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Les cuento sobre darle mis cosas a personas que puedan usarlas, encontrando el lugar indicado para ellas. Hablo sobre caridad y sobre cuestionar el materialismo de mi madre. Quiero que Mirren y Johnny me entiendan. No soy alguien de quien deben sentir lástima, con una mente inestable y síndromes de dolor extraños. Estoy tomando las riendas de mi vida. Vivo de acuerdo a mis principios. Tomo acción y hago sacrificios. —¿No quieres, no sé, tener cosas? —pregunta Johnny. —¿Cómo qué? —Oh, yo quiero cosas todo el tiempo —dice Johnny, extendiendo los brazos—. Un coche. Videojuegos. Lujosos abrigos de lana. Me gustan los relojes, son tan de la vieja escuela. Quiero colgar arte de verdad en mis paredes, pinturas hechas por famosos, que no podré tener ni en un millón de años. Pasteles elegantes que miro en las ventanas de las pastelerías. Suéteres, bufandas. Artículos de lana con rayas, generalmente. —O podrías querer dibujos hermosos que hiciste cuando eras niña,—dice Mirren, arrodillándose al lado de la cesta—. Cosas sentimentales. — Levanta los dibujos a crayón de la abuela y los Golden—. Miren, esta es Fátima y esté es Príncipe Philip. —¿Puedes distinguirlos? —Claro. Fátima tenía una nariz regordeta y un rostro ancho. —Dios, Mirren. Eres tan sentimental —dice Johnny.

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32 GAT ME LLAMA MIENTRAS me dirijo a New Clairmont. Me doy la vuelta y está corriendo hacia mí, llevando unos pantalones de pijama azules y sin camisa. Gat. Mi Gat. ¿Será algún día mi Gat? Se detiene frente mí, agitado. Tiene el pelo hacia arriba, enmarañado. Los músculos del abdomen forman curvas, y parece mucho más desnudo de lo que lo haría en un traje de baño. —Johnny me dijo que estarías en la mini playa —jadea—. Te busqué allí primero. —¿Te acabas de despertar? Se frota la parte de atrás del cuello. Se mira lo que trae puesto. —Quería alcanzarte. —¿Por qué? —Vamos al perímetro. Caminamos y lo hacemos como lo hacíamos cuando éramos niños, Gat al frente y yo detrás. Llegamos a la cima de una colina, luego cruzamos por detrás del edificio del personal hasta donde el puerto Vineyard es visible, cerca del embarcadero. De repente, Gat se da la vuelta y casi choco contra él, y antes de que pueda retroceder sus brazos están alrededor mío. Me aprieta contra su pecho y entierra la cara en mi cuello. Envuelvo los brazos desnudos alrededor de su torso, el interior de mis muñecas contra su columna. Su piel cálida. —No pude abrazarte ayer —susurra Gat—. Todos te abrazaron menos yo.

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Lo que siento al tocarlo es tan familiar y tan desconocido. Ya hemos estado aquí antes. Aunque, nunca hemos estado aquí. Por un momento, O por minutos, Por horas, posiblemente, Estoy simplemente feliz, aquí, con el cuerpo de Gat bajo mis manos. El sonido de las olas y su aliento en la oreja. Alegre porque él quiera estar cerca de mí. —¿Recuerdas cuando estuvimos aquí juntos? —pregunta en mi cuello—. La vez que estuvimos sobre esa roca plana. Retrocedo. Porque no lo recuerdo. Detesto mi maldita y destrozada cabeza, lo enferma que estoy todo el tiempo, lo dañada que he llegado a estar. Detesto haber perdido mi aspecto, haber suspendido en la escuela, haber renunciado a los deportes y lo cruel que soy con mi madre. Odio como aún le quiero después de dos años. Tal vez Gat quiere estar conmigo. Tal vez. Pero es más probable que solo busque que le diga que no hizo nada mal al dejarme hace dos años. Le gustaría que le dijera que no estoy molesta. Que es un gran chico. Pero, ¿cómo puedo perdonarlo cuando ni siquiera sé lo que me ha hecho exactamente? —No —respondo—. Se me olvidó. —Estábamos… Tú y yo, nosotros… Fue un momento importante. —Como sea —digo—. No lo recuerdo. Y obviamente nada de lo que haya pasado entre nosotros fue importante a largo plazo, ¿verdad? Se mira las manos.

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—Está bien. Perdón. Eso fue extremadamente subóptimo de mi parte. ¿Estás enojada? —Claro que estoy enojada —digo—. Desapareciste dos años. Ni una llamada, ninguna carta y empeorándolo todo con ni siquiera intentarlo. Y ahora lo que dices es, Oh, creí que nunca te vería otra vez, y sosteniendo mí mano y todos te abrazan menos yo y caminando por el perímetro medio desnudo. Es severamente subóptimo, Gat. Si esa es la palabra que quieres usar. Su rostro parece decaído. —Diablos. Suena mal cuando lo pones de esa manera. —Sí, bueno, así es como lo veo. Se frota el cabello con la mano. —Estoy manejándolo todo muy mal —dice—. ¿Qué dirías si te pidiera empezar de nuevo? —Dios, Gat. —¿Qué? —Solo pídelo. No preguntes qué diría si lo pidieras. —Muy bien, estoy preguntando. ¿Podemos empezar de nuevo? ¿Por favor, Cady? —Junta las manos—. Empecemos después de almuerzo. Será genial. Haré comentarios divertidos y tú reirás. Iremos a cazar trolls. Estaremos felices de vernos el uno al otro. Pensarás que soy increíble, lo prometo. —Esa es una promesa muy grande. —Bien, tal vez no genial, pero al menos no seré subóptimo. —¿Por qué decir subóptimo? ¿Por qué no decir lo que en realidad eres? ¿Desconsiderado, confuso y manipulador?

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—Dios —salta Gat, agitado—. ¡Cadence! En realidad necesito empezar de nuevo. Esto está yendo de subóptimo a una total porquería. —Gat salta y patalea como un niño enojado. Eso me hace sonreír. —Está bien —le digo—. Empecemos de nuevo. Después del almuerzo. —Está bien —dice y para de saltar—. Después del almuerzo. Nos miramos por un momento. —Correré ahora, —dice—. No lo tomes como algo personal. —Bien. —Es mejor para eso de empezar de nuevo. Porque caminar sería extraño. —Dije que está bien. —Muy bien. Y corre.

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33 UNA HORA DESPUÉS VOY a almorzar a Nueva Clairmont. Sé que Mami no tolerara mi ausencia después de haberme perdido la cena de anoche. El Abuelo me lleva de recorrido por la casa, mientras los cocineros sirven la comida y las tías llevan a los pequeños al corral. El lugar es nítido. Suelos de madera resplandecientes, ventanas gigantes, que todas llegan hasta el suelo. Los pasillos de Clairmont solían estar decorados con fotos de la familia en blanco y negro, pinturas de perros y librerías desde el suelo hasta el techo y la colección de dibujos animados del New Yorker del Abuelo. En un lado de los pasillos de Nueva Clairmont hay vidrio y en el otro una pared. El Abuelo abre las puertas hacia las cuatro habitaciones de huéspedes que se encuentran en la parte de arriba. Todas están amuebladas sólo con camas y amplios armarios bajos. Las ventanas tienen persianas blancas que permiten que entren los rayos del sol. No hay diseños; son simples, tonos azules o marrones de buen gusto. Los cuartos de los pequeños tienen un toque de vida. Taft tiene un tablero Bakugan en el suelo, un balón de Soccer, libros de hechiceros y huérfanos. Liberty y Bonnie trajeron revistas y reproductores MP3. Tienen pilas de los libros de Bonnie, separados en cazadores de fantasmas, física y ángeles peligrosos. Su ropero esta abarrotado con maquillaje y frascos de perfume. Raquetas de Tenis en una esquina. El cuarto del Abuelo es más grande que los demás y tiene la mejor vista. Me lleva dentro y me enseña el baño, el cual tiene agarradores en la bañera. Agarradores para ancianos, para que no se caiga. —¿Dónde están tus dibujos animados del New Yorker? —El diseñador tomó decisiones. —¿Qué paso con las almohadas? —¿Las qué?

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—Tenías todas esas almohadas. Con perros bordados. Negó con la cabeza. —¿Te quedaste con el pez? —¿Qué? ¿El pez espada y todo eso? —Bajamos por las escaleras al primer piso. El abuelo se mueve lentamente y voy detrás de él—. Empecé de nuevo con esta casa —lo dice de una manera tan simple—. Esa antigua vida ha desaparecido. Abre la puerta hacia su estudio. Ha cambiado tanto como toda la casa. Una laptop se encuentra en el centro de un escritorio largo. Una ventana larga tiene vista al jardín japonés. Una silla. Una pared de estantes completamente vacíos. Se nota limpio y abierto, pero no es espartano, porque todo es opulento. El abuelo es más parecido a Mami que a mí. Ha borrado su antigua vida, gastando dinero en una nueva. —¿Dónde está el joven? —pregunta el Abuelo repentinamente. Su cara con un aspecto distraído —¿Johnny? Sacude la cabeza. —No, no. —¿Gat? —Sí, el joven. —Se agarra al escritorio como si sintiera que se iba a desmayar. —¿Abuelo, estás bien? —Oh, sí, bien. —Gat está en Cuddledown con Mirren y Johnny —le digo. —Hay un libro que prometí darle. —La mayoría de tus libros ya no están aquí.

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—¡Deja de decirme lo que no está aquí! —grita Abuelo, forzosamente de repente. —¿Estás bien? —dice la Tía Carrie, de pie en la puerta del estudio. —Estoy bien —dice. Carrie me lanza una mirada y toma el brazo del abuelo. —Ven. El almuerzo está listo. —¿Regresaste para dormir? —pregunto mientras nos dirigimos a la cocina—. Anoche. ¿Estaba Johnny allí? —No sé de lo que me estás hablando —dice.

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34 LOS COCINEROS DEL Abuelo hacen las compras y las comidas, pero las tías preparan todos los menús. Hoy tenemos pollo asado frío, ensalada de tomate, queso Camembert, baguettes y limonada de fresa en el comedor. Liberty me enseña fotografías de chicos lindos de una revista. Bonnie lee un libro que se llama Apariciones colectivas: Realidad y ficción. Taft y Will quieren que los lleve a la banana inflable —llevarlos con la lancha mientras flotan por detrás subidos en la banana. Mamá dice que no se me permite conducir la lancha tomando medicamentos. Tía Carrie dice que no importa, que no hay manera de que Will vaya. Tía Bess dice que para ella está bien, para que a Taft ni se le ocurra preguntarle. Liberty y Bonnie preguntan si pueden ir. —Siempre dejas que Mirren vaya —dice Liberty—. Sabes que es verdad. Will derrama la limonada y empapa una baguette. El regazo del Abuelo se moja. Taft agarra la baguette y le pega a Will. Mamá limpia el desastre mientras Bess corre por las escaleras para traerle pantalones limpios al Abuelo. Carrie regaña a los niños. Cuando la comida se termina, Taft y Will se esconden en la sala de estar para evitar ayudar con la limpieza. Saltan como lunáticos en el nuevo sofá de cuero del abuelo. Los sigo. Will es agresivo y rosa, como Jonnhy. Su pelo es casi blanco. Taft es más alto y muy delgado, dorado y pecoso, con largas pestañas oscuras y la boca llena de hierros. —Ustedes dos —digo—. ¿Cómo estuvo el verano pasado?

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—¿Sabes cómo conseguir un dragón de ceniza en DragonVale? —pregunta Will. —Sé cómo conseguir un dragón quemado —dice Taft. —Puedes usar al dragón quemado para conseguir al de ceniza —dice Will. Ugh. Los de diez años. —Vamos. El verano pasado —digo—. Cuéntenme. ¿Jugaron al Tenis? —Seguro —dice Will. —¿Nadaron? —Sí —dice Taft. —¿Anduvieron en bote con Gat y Johnny? Los dos pararon de saltar. —No. —¿Gat dijo algo sobre mí? —No se supone que hable de ti terminando en el agua y todo —dice Will—. Le prometí a Tía Penny que no lo haría. —¿Por qué no? —pregunté. —Te empeorarán los dolores de cabeza y tenemos que dejar el tema en paz. Taft asiente. —Dijo que si empeorábamos tus dolores de cabeza nos iba a atar de las uñas de los pies y nos quitaría los iPads. Se supone que tenemos que actuar alegres y no ser idiotas. —Esto no es sobre mi accidente —digo—. Es sobre el verano en que fui a Europa. —¿Cady? —Taft me toca el hombro—. Bonnie vio pastillas en tu habitación.

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Will se aleja y se sienta en el brazo del sofá. —¿Bonnie estuvo revolviendo mis cosas? —Y Liberty. —Dios. —Me dijiste que no eras una drogadicta, pero tienes pastillas en tu cómoda. —Taft es petulante. —Diles que se alejen de mi habitación —digo. —Si eres una drogadicta —dice Taft—, hay algo que debes saber. —¿Qué? —Las drogas no son amigas. —Taft parece serio. —Las drogas no son amigas. Las personas deberían ser tus amigas. —Oh, Dios. ¿Me dirás que hiciste el verano pasado, mocoso? —Taft y yo queremos jugar al Angry Birds. No queremos hablar más contigo —dice Will. —Como sea —digo—. Vayan y sean libres. Me paré en el pórtico y miré a los chicos mientras corrían por el camino rumbo a Red Gate.

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35 TODAS LAS VENTANAS EN Cuddledown están abiertas cuando voy después del almuerzo. Gat está poniendo música en el antiguo reproductor de CD. Mi viejo dibujo de crayón está en el refrigerador con imanes: Papá arriba, el Abuelo y los Goldens abajo. Mi pintura está pegada en una de las alhacenas de la cocina. Hay una escalera y una gran caja de regalo en el centro de la sala. Mirren empuja un sillón por el suelo. —Nunca me gustó la manera en que mi madre mantenía este lugar — explica. Ayudo a Gat y Johnny a mover los muebles hasta que Mirren está feliz. Tomamos las acuarelas de paisaje de Bess y enrollamos sus alfombras. Saqueamos las habitaciones de los pequeños para objetos divertidos. Cuando terminamos, la gran sala está decorada con alcancías y colchas de retazos, pilas de libros para niños, una lámpara con forma de búho. Cintas gruesas brillantes de la caja de regalo atraviesan el techo. —¿Bess no se enojará porque estas redecorando? —pregunté. —Prometo que no pisará Cuddledown durante el resto del verano. Ha estado tratando de salir de aquí durante años. —¿A qué te refieres? —Oh —dice Mirren ligeramente—, tú lo sabes. Natter natter, hija menos favorita, natter natter, la cocina es una porquería. ¿Por qué el Abuelo no la remodelará? Etcétera. —¿Le preguntó? Johnny me mira raro. —¿No recuerdas?

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—¡Su memoria está mal, Johnny! —grita Mirren—. No recuerda la mitad del verano quince. —¿No? —dice Johnny—. Pensé que… —No, no, cállate ahora mismo —chilla Mirren—. ¿No escuchaste lo que te dije? —¿Cuándo? —Parecía perplejo. —La otra noche —dice Mirren—. Te dije lo que había dicho Tía Penny. —Cálmate —dice Johnny, arrojándole una almohada. —¡Esto es importante! ¿Cómo no prestaste atención a esto? Mirren parece a punto de llorar. —Lo siento, ¿de acuerdo? —dice Johnny. —Gat, ¿tú sabías lo de que Cadence no recordaba la mitad del verano quince? —Lo sabía —dice. —¿Ves? —dice Mirren—. Gat estaba escuchando. Mi cara está ardiendo. Estoy mirando al suelo. Nadie habla en un minuto. —Es normal perder algo de memoria cuando te golpeas la cabeza tan fuerte —digo finalmente. —¿Les explicó mi madre? Johnny se ríe nerviosamente. —Estoy sorprendida de que Mamá te lo contara —continúo—. Ella odia hablar de esto. —Dijo que se supone que lo tienes que tomar calma y recuerdes cosas a tu tiempo. Todas las Tías lo saben —dice Mirren—. El Abuelo lo sabe. Los pequeños. Los empleados. Cada persona en la isla excepto Johnny, aparentemente. —Yo lo sabía —dice Johnny—. Es sólo que no sabía todo. —No seas débil —dice Mirren—. Ahora no es el momento.

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—Está bien —le digo a Johnny—. No eres débil. Sólo tuviste un momento subóptimo. Estoy segura que a partir de ahora serás óptimo. —Siempre soy óptimo —dice Johnny—. Sólo que no el tipo de óptimo que Mirren quiere que yo sea. Gat sonríe cuando digo la palabra subóptimo y me da con la palma en el hombro. Hemos empezado de nuevo. 113

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36 JUGAMOS AL TENIS. Johnny y yo ganamos, pero no porque yo sea buena. Él es un excelente atleta, y Mirren se inclina más a golpear a la pelota y luego a hacer bailes felices, sin importar si es momento de regresar. Gat se ríe de ella, lo cual le hace desconcentrar. —¿Cómo estuvo Europa? —pregunta Gat mientras caminamos de vuelta a Cuddledown —Mi padre comió tinta de calamar. —¿Qué más? —Llegamos al patio y echamos las raquetas en el pórtico. Nos estiramos en la hierba. —Honestamente, no puedo decirte tanto —digo—. ¿Sabes lo que hice mientras mi papá iba al Coliseo? —¿Qué? —Me acosté con la cara pegada al azulejo del baño del hotel. Miré la base del inodoro italiano azul. —¿El inodoro era azul? —pregunta Johnny, sentándose. —Sólo tú te emocionas más por un inodoro azul que por la vista de Roma —se queja Gat. —Cadence —dice Mirren. —¿Qué? —No importa. —¿Qué? —Dices que no sientes lástima por ti, pero luego cuentas la historia sobre la base del inodoro —exclama—. Es en serio lamentable. ¿Qué se supone que tenemos que decir?

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—Además, nos pone celosos —dice Gat—. Ninguno de nosotros ha estado en Roma. —¡Quiero ir a Roma! —dice Johnny, recostándose—. ¡Quiero ver los inodoros italianos azules! —Quiero ver las Termas de Caracalla16 —dice Gat—. Y probar cada sabor de helado que hacen. —Ve entonces —digo. —No es tan simple. —Bueno, pero irás —digo—. En la universidad o después. Gat suspira. —Sólo digo, tú fuiste a Roma. —Ojalá hubieras estado allí —le digo.

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Las Termas de Caracalla, o Termas Antoninas, fueron unos baños públicos de la Roma imperial. Se construyeron entre 212 y 217 d. C., bajo el gobierno del emperador Caracalla.

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37 —¿ESTABAS EN LA cancha de Tenis? —me pregunta mami—. Escuché pelotas. —Sólo jugando un poco. —No has jugado en mucho tiempo. Eso es maravilloso. —Mi saque es malo. —Estoy tan feliz de que lo hagas de nuevo. Si quieres jugar al voleibol conmigo mañana, sólo dilo. Es delirante. No estoy jugando tenis de nuevo sólo porque jugué una sola tarde, y de ninguna manera jugaría vóley con mamá. Usará una falda de tenis y me alabará, me advertirá y se cernirá sobre mí hasta que sea poco amable con ella. —Veremos —digo—. Probablemente esforcé el hombro. La cena es en el jardín japonés. Miramos la puesta de sol de las ocho en punto, en grupos, alrededor de mesas pequeñas. Taft y Will agarran chuletas de cerdo de la bandeja y se las comen con las manos. —Son animales —dice Liberty, arrugando la nariz. —¿Y tu punto es? —Hay una cosa llamada tenedor —dice Liberty. —Hay una cosa llamada tu cara —dice Taft. Johnny, Gat y Mirren van a comer a Cuddledown porque no están inválidos. Y sus madres no los controlan. Mamá no me deja siquiera sentarme con los adultos. Me hace sentar en una mesa separada con mis primos.

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Están todos riendo y lanzándose cosas unos a otros, hablando con la boca llena. Dejo de escuchar lo que están diciendo. En su lugar, miro a mami, Carrie y Bess, agrupadas en torno al Abuelo. Hay una noche que recuerdo ahora. Debe haber sido alrededor de dos semanas antes de mi accidente. Principios de Julio. Estábamos todos sentados en la larga mesa del césped de Clairmont. Había encendidas velas de citronela en el pórtico. Los pequeños habían terminado sus hamburguesas y estaban haciendo volteretas en la hierba. El resto de nosotros estaba comiendo pescado a la plancha con salsa de albahaca. Había una ensalada de tomates amarillos y una cazuela de calabacín con queso parmesano. Gat presionó su pierna contra la mía debajo de la mesa. Estaba exaltada de felicidad. Los tíos jugaban con su comida, silenciosos y formales entre sí con los gritos de los pequeños de fondo. El Abuelo se echó hacia atrás, cruzando las manos sobre su abdomen. —¿Crees que deba remodelar la casa de Boston? —preguntó. —No, papá. —Bess fue la primera en hablar—. Adoramos esa casa. —Siempre te quejas de las corrientes de aire en la sala de estar —dijo el Abuelo. Bess miró a sus hermanas. —No lo hago. —No te gusta el decorado —dijo el Abuelo. —Eso es verdad. —La voz de mami era crítica. —Yo creo que no es momento —dijo Carrie. —Podría hacer caso a tú consejo, lo sabes —le dijo el Abuelo a Bess—. ¿Quieres venir y mirarla con atención? ¿Decirme lo que piensas? —Yo… Se incorporó.

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—Podría venderla también, lo sabes. Todos sabíamos que Tía Bess quería la casa de Boston. Todos los tíos querían la casa de Boston. Era una casa de cuatro millones de dólares, y crecieron en ella. Pero Bess era la única que vivía cerca, y la única con suficientes niños para llenar las habitaciones. —Papá —respondió Carrie bruscamente—. No puedes venderla. —Puedo hacer lo que quiera —dijo el Abuelo, pinchando el último tomate del plato y metiéndoselo en la boca—. ¿Te gusta la casa así como está, Bess? ¿O quieres verla remodelada? A nadie le gusta un charlatán. —Me encantaría ayudarte con lo que sea que quieras cambiar, papá. —Oh, por favor —espetó mami—. ¿Ayer mismo estabas diciendo lo ocupada que estás y ahora ayudarás a remodelar la casa de Boston? —Pidió nuestra ayuda —dijo Bess. —Pidió tu ayuda. ¿Nos estás cortando, papá? —Mamá estaba borracha. El Abuelo rio. —Penny, relájate. —Voy a relajarme cuando se liquide el patrimonio. —Nos estas volviendo locos —murmuró Carrie. —¿Qué fue eso? No balbucees. —Te amamos, papá —dijo Carrie, en voz alta—. Sé que ha sido duro este año. —Si te estás volviendo loca es tu propia maldita elección —dijo el Abuelo—. Contrólense. No puedo liquidarle el patrimonio a gente loca. Miro a los tíos ahora, verano diecisiete. Aquí en el jardín japonés de New Clairmont, mami tiene su brazo alrededor de Bess, quien llega a cortarle a Carrie un pedazo de tarta de frambuesa. Es una noche hermosa, y somos sin duda una familia hermosa. No sé qué cambió.

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38 —TAFT TIENE UN LEMA —le digo a Mirren. Es medianoche. Los Mentirosos estamos jugando Scrabble en la gran sala de Cuddledown. Mi rodilla está tocando el muslo de Gat, aunque no estoy segura de que lo note. El tablero estás casi lleno. Tengo el cerebro agotado. Tengo malas letras. Mirren cambia de orden sus fichas distraídamente. —¿Qué Taft tiene qué? —Un lema —digo—. Ya sabes, ¿Cómo el del Abuelo? ¿A nadie le gusta un charlatán? —Nunca te sientes al fondo de la sala —entona Mirren. —No te quejes, no des explicaciones —dice Gat—. Ese es de Disraeli, creo. —Oh, él ama ese —dice Mirren. —Y no aceptes un no por respuesta —agrego. —¡Por Dios, Cady! —grita Johnny—. ¿Podrías ya formar una palabra y dejarnos continuar al resto? —No le grites, Johnny —dice Mirren. —Lo siento —dice Johnny—. ¿Podrías por favor con azúcar morena y canela formar una puta palabra en el Scrabble? Mi pierna está tocando el muslo de Gat. En verdad no puedo pensar. Formo una palabra corta. Johnny juega sus fichas. —Las drogas no son amigas —anuncio—. Ese es el lema de Taft. —Sal —se ríe Mirren—. ¿De dónde sacó eso? —Tal vez le dan educación sobre las drogas en la escuela. Además, las mellizas se escabulleron en mi habitación y le dijeron que tengo una

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cómoda llena de pastillas, así que quería asegurarse de que no soy una drogadicta. —Dios —dice Mirren—. Bonnie y Liberty son un desastre. Creo que son cleptómanas. —¿En serio? —Agarraron las pastillas de dormir de mi mamá y también sus aros de diamantes. No tengo idea de en dónde creen que usarán esos aros sin que ella las vea. Además, hay dos personas y un sólo par de pendientes. —¿Les preguntaste? —Lo intenté con Bonnie. Pero son incorregibles —dice Mirren. Reacomoda sus fichas otra vez—. Me gusta la idea de un lema — continúa—. Pienso en una frase inspiradora que pueda ayudarte en los momentos difíciles. —¿Cómo cuál? Mirren hace una pause. Luego dice —: “Se un poco más amable de lo que debes.” Todos nos quedamos callados ante eso. Parece imposible de discutir. Y luego Johnny dice: — “Nunca comas nada más grande que tu culo.” —¿Te comiste algo más grande que tu culo? —pregunto. Asiente, serio. —Bien, Gat —dice Mirren—. ¿Cuál es el tuyo? —No tengo uno. —Vamos. —De acuerdo, tal vez sí. —Gat se mira las uñas—. No aceptes un mal que no puedas cambiar. —Estoy de acuerdo con eso —digo. Porque lo hago. —Yo no —dice Mirren.

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—¿Por qué no? —Hay muy poco que puedas cambiar. Tienes que aceptar el mundo como es. —No es cierto. —¿No es mejor ser una persona relajada y pacífica? —pregunta Mirren. —No. —Gat es decisivo—. Es mejor luchar contra el mal. —No comas nieve amarilla —dice Johnny—. Ese es otro buen lema. —Siempre haz lo que tengas miedo de hacer —digo—. Ese es mío. —Oh, por favor. ¿Quién dice eso? —ladra Mirren. —Emerson —respondí—. Creo. —Alcancé un bolígrafo y me lo escribí en la palma de la mano. Izquierda: Siempre haz lo que. Derecha: tengas miedo de hacer. La escritura se torció en la mano derecha. —Emerson es aburrido —dice Johnny. Agarra el boli de mi mano y escribe en su mano izquierda: NO NIEVE AMARILLA—. Ahí —dice, poniendo el resultado a la vista—. Eso debería ayudar. —Cady, es en serio. No siempre debemos hacer lo que tenemos miedo de hacer —dice Mirren—. Nunca deberíamos. —¿Por qué no? —Podrías morir. Podrías lastimarte. Si estas asustada, probablemente haya una buena razón. Debes confiar en tus impulsos. —Entonces, ¿cuál es tu filosofía? —le pregunta Johnny—. ¿Ser un gran gallina? —Sí —dice Mirren—. Eso y la bondad que dije antes.

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39 SIGO A GAT cuando va al piso de arriba. Lo persigo por el largo corredor, le agarro la mano y acerco sus labios hacia los míos. Es lo que tengo miedo de hacer, y lo hago. Me devuelve el beso. Sus dedos se entrelazan en los míos y estoy mareada y me está sosteniendo y todo está claro y todo es grandioso, de nuevo. Nuestro beso vuelve el mundo en polvo. Solo estamos nosotros y no importa nada más. Entonces Gat se aleja. —No debería hacer esto. —¿Por qué no? —su mano aún sostiene la mía. —No es que no quiera, es… —Pensé que habíamos vuelto a empezar. ¿No es esto la vuelta a empezar? —Soy un desastre —Gat da un paso atrás y se inclina en la pared—. Esta conversación es todo un cliché. No sé qué más decir. —Explícate. Una pausa. Y después: —No me conoces. —Explícate —vuelvo a decir. Gat pone su cabeza en sus manos. Estamos de pie, ambos recargados en la pared en la oscuridad. —Está bien. Esto es una parte —susurra finalmente—. Nunca has conocido a mi mamá. Nunca has ido a mi apartamento. Eso es cierto. Nunca he visto a Gat en ningún lugar más que en Beechwood. —Sientes que me conoces, Cady, pero solamente conoces al yo que viene aquí —dice—. Es… es sólo que no es la imagen completa. No conoces mi habitación con la ventana que da al pozo de ventilación, el curry de mi

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mamá, los chicos de la escuela, la manera en que celebramos los días festivos. Solo conoces al yo en esta isla, donde todos son ricos excepto yo y el personal. Donde todos son blancos excepto Ginny, Paulo y yo. —¿Quiénes son Ginny y Paulo? Gat golpea el puño contra la palma. —Ginny es el ama de llaves. Paulo es el jardinero. No sabes sus nombres y han trabajado aquí verano tras verano. Es parte de mi teoría. Mi cara se calienta con vergüenza. —Lo siento. —¿Pero siquiera quieres ver la imagen completa? —pregunta Gat—. ¿Siquiera podrías comprenderla? —No lo sabrás a menos que me pruebes —dije—. No he sabido de ti desde siempre. —¿Sabes lo que soy para tu abuelo? ¿Lo que siempre he sido? —¿Qué? —Heathcliff. De Cumbres Borrascosas. ¿Lo has leído? Sacudo la cabeza. —Heathcliff es un niño gitano acogido y criado por esta familia prístina, los Earnshaws. Heathcliff se enamora de la chica, Catherine. Ella lo ama también —pero también piensa que es basura, por su pasado. Y el resto de la familia está de acuerdo. —Así no es como me siento. —No hay nada que Heathcliff pueda hacer para hacer que los Earnshaws piensen que es lo suficientemente bueno. Y lo intenta. Se va lejos, se educa, se convierte en un caballero. Aun así, ellos creen que es un animal. —¿Y? —Entonces, porque el libro es una tragedia, Heathcliff se vuelve en lo que piensan de él, ¿sabes? Se convierte en una bestia. Sale la maldad en él. —Escuché que era un romance. Gat sacude la cabeza.

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—Esas personas son malas las unas con las otras. —¿Estás diciendo que el abuelo piensa que eres Heathcliff? —Te prometo que lo hace —dice Gat—. Una bestia debajo de una superficie agradable, traicionando su amabilidad de dejarme venir a su isla protegida cada año —lo he traicionado seduciendo a su Catherine, su Cadence. Y mi penitencia es convertirme en el monstruo que siempre vio en mí. Me quedo en silencio. Gat se queda en silencio. Estiro el brazo y le toco. Sólo el sentir su antebrazo debajo de la camisa de algodón delgada me hace anhelar besarlo de nuevo. —¿Sabes qué es aterrador? —dice Gat, sin mirarme—. Lo que es aterrador es que ha resultado que él está en lo correcto. —No, no lo está. —Oh sí, sí lo está. —Gat, espera. Pero ha entrado en su habitación y cerrado la puerta Estoy sola en el corredor oscuro.

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40 ÉRASE UNA VEZ, un rey que tenía tres hermosas hijas. Las niñas crecieron tan bonitas como el día es de largo. Se casaron grandiosamente, también, pero la llegada del primer nieto trajo decepción. La Princesa más joven produjo una hija tan, pero tan diminuta que su madre hizo la costumbre de llevarla en un bolsillo, donde la niña pasaba desapercibida. Eventualmente, los nietos de tamaño normal llegaron, y el rey y la reina olvidaron la existencia de la Princesa diminuta casi completamente. Cuando la Princesa demasiado-pequeña creció, pasaba la mayor parte de sus días y sus noches apenas fuera de su minúscula cama. Había muy pocas razones para que se levantara, tan solitaria estaba ella. Un día, se aventuró a la biblioteca del palacio y estaba encantada por encontrar qué buena compañía podían ser los libros. Comenzó a ir ahí seguido. Una mañana, mientras leía, un ratón apareció en la mesa. Se puso de pie y llevaba una pequeña chaqueta de terciopelo. Sus bigotes estaban limpios y su pelaje era café. “Tú lees justo como yo lo hago,” dijo, “caminando adelante y atrás cruzando las páginas.” Dio un paso adelante e hizo una profunda reverencia. El ratón encantó a la diminuta Princesa con historias de sus aventuras. Le contó de troles quienes roban los pies de la gente y dioses que abandonan a los pobres. Hacía preguntas sobre el universo y continuamente buscaba respuestas. Él pensaba que las heridas necesitaban atención. En cambio, la Princesa le contaba al ratón cuentos de hadas, le dibujaba retratos locos, y le hacía pequeños dibujos con crayones. Ella reía y discutía con él. Se sentía despierta por primera vez en su vida. No pasó mucho tiempo antes de que se amaran sinceramente. Sin embargo, cuando presentó a su pretendiente a su familia, la Princesa se encontró con dificultades. “¡Sólo es un ratón!” chilló el rey con desdén, mientras la reina gritaba y corría del salón del trono con miedo. Ciertamente, el reino entero, desde la realeza hasta los sirvientes, veían al pretendiente ratón con sospecha e incomodidad. “Es antinatural,” decía la gente de él. “Un animal haciéndose pasar como una persona.” La Princesa diminuta no vaciló. Ella y el ratón se fueron del palacio y viajaron muy, muy lejos. En una tierra extraña se casaron, hicieron un

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hogar para ellos mismos, lo llenaron de libros y chocolate, y vivieron felices para siempre. Si quieres vivir donde la gente no le tenga miedo a los ratones, debes desistir de vivir en palacios.

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41 UN GIGANTE EMPUÑA una sierra oxidada. Se regodea y tararea mientras trabaja, rebanándome la frente hacia la mente que hay detrás. Tengo menos de cuatro semanas para averiguar la verdad. El abuelo me llama Mirren. Los gemelos están robando píldoras para dormir y aros de diamantes. Mamá discutió con las tías sobre la casa de Boston. Bess odia Cuddledown. Carrie deambula en la isla por la noche. Will tiene pesadillas. Gat es Heathcliff. Gat piensa que no lo conozco. Y quizá esté en lo correcto. Yo tomo píldoras. Bebo agua. La habitación está oscura. Mamá está de pie en la entrada, mirándome. No le hablo. Estoy en cama dos días. De vez en cuando el dolor agudo declina a sólo un dolor. Entonces, si estoy sola, me siento y escribo en el montón de notas sobre mi cama. Preguntas más que respuestas. La mañana que me siento mejor, el abuelo viene temprano a Windemere. Está usando pantalones blancos de lino y una chaqueta deportiva azul. Yo estoy usando shorts y una camiseta, lanzando pelotas para los perros en el patio. Mamá ya está despierta en New Clairmont. —Voy hacia Edgartown —dice el abuelo, rascando las orejas de Bosh—. ¿Quieres venir? Si no te molesta la compañía de un hombre viejo. —No lo sé —bromeo—. Estoy tan ocupada con estas pelotas de tenis llenas de saliva. Podría tomarme todo el día. —Te llevaré a la librería, Cady. Te compraré regalos como solía hacerlo.

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—¿Y qué hay de dulce de leche? El abuelo se ríe. —Claro, dulce de leche. —¿Mamá te ha hecho hacer esto? —No. —Se rasca el copete de cabello blanco—. Pero Bess no quiere que maneje la lancha yo solo. Dice que podría desorientarme. —Yo tampoco tengo permiso de manejar la lancha. —Lo sé —dice, sosteniendo las llaves—. Pero Bess y Penny no son las jefas aquí. Yo lo soy. Decidimos desayunar en el pueblo. Queremos alejar la lancha del muelle de Beechwood antes de que las tías nos atrapen.

EDGARTOWN ES UNA dulzura de aldea náutica, en Martha’s Vineyard. Toma veinte minutos llegar ahí. Solo hay vallas blancas y hogares de madera blancos con patios llenos de flores. Las tiendas venden cosas para turistas, helado, ropa cara, joyería antigua. Los botes salen del puerto en viajes para pescar y excursiones escénicas. El abuelo parece su viejo ser. Está tirando el dinero. Me invita expreso y croissants en una pequeña panadería con bancos cerca de la ventana, después intenta comprarme libros en la librería de Edgartown. Cuando rechazo el regalo, sacude la cabeza a mi proyecto de revelación involuntaria pero no me sermonea. En vez de eso me pide mi ayuda para elegir obsequios para los pequeños y un libro de diseño floral para Ginny, el ama de llaves. Hacemos una gran orden en Murdick’s Fudge: chocolate, chocolate de nuez, mantequilla de maní, y caramelo de vainilla. Echando un vistazo por una de las galerías de arte, nos encontramos con el abogado del abuelo, un sujeto angosto y canoso llamado Richard Thatcher.

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—Así que ésta es Cadence primera —dice Thatcher, sacudiendo mi mano—. He escuchado muchas cosas sobre ti. —Se encarga de los bienes raíces —dice el abuelo, a manera de explicación. —La primera nieta —dice Thatcher—. Nunca hay nada que se compare a ese sentimiento. —También tiene una gran cabeza sobre sus hombros —dice el abuelo—. Sangre Sinclair hasta la médula. El hablar con frases hechas, siempre lo ha hecho. “Nunca te quejes, nunca te expliques.” “No tomes un no como respuesta.” Pero es irritante cuando las está usando conmigo. ¿Una buena cabeza sobre mis hombros? Mi cabeza verdadera está jodidamente rota en incontables formas médicamente diagnosticadas —y la mitad de mí viene del desleal lado Eastman de la familia. No iré a la universidad el próximo año, he abandonado todos los deportes que solía hacer y los clubes de los que solía ser parte; estoy drogada con Percocet la mitad del tiempo y ni siquiera soy amable con mis primas pequeñas. Aun así, la cara del abuelo brilla mientras habla de mí, y por lo menos hoy sabe que no soy Mirren. —Se parece a ti —dice Thatcher. —¿Verdad que sí? Excepto que ella es bien parecida. —Gracias —digo—. Pero si quieres el parecido completo tengo que sacarme el copete. Esto hace sonreír al abuelo. —Es del bote —le dice a Thatcher—. No traje un sombrero. —Siempre está copetudo —le digo a Thatcher. —Lo sé —dice él. Los hombres sacuden las manos y el abuelo engancha su brazo con el mío mientras nos vamos de la galería. —Él ha cuidado muy bien de ti —me dice.

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—¿El Sr. Thatcher? Asiente. —Pero no se lo digas a tu madre. Causará problemas otra vez.

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42 DE CAMINO A casa, viene un recuerdo. El verano quince, una mañana a principios de julio. El abuelo estaba haciendo expreso en la cocina de Clairmont. Yo estaba comiendo mermelada y baguette tostado en la mesa. Solo estábamos nosotros dos. —Amo a ese ganso —dije, apuntando. Una estatua cremosa de un ganso estaba sentada en el aparador. —Ha estado ahí desde que tú, Johnny, y Mirren tenían tres años —dijo el abuelo—. Ése fue el año en que Tipper y yo hicimos ese viaje a China — rió—. Ella compró mucho arte allá. Teníamos una guía, una especialista en arte —vino hacia es tostador y tomó la pieza de pan que tenía ahí para mí misma. —¡Oye! —objeté. —Calla, yo soy el abuelo. Puedo tomar el pan tostado cuando quiero —se sentó con su expreso y untó mantequilla en el baguette—. Esta chica especialista en arte nos llevó a tiendas de antigüedades y nos ayudó a navegar las casas de subastas —dijo—. Hablaba cuatro idiomas. No pensarías en mirarla. Un pequeño desliz de una chica China. —No digas chica China. ¿Hola? Me ignoró. —Tipper compró joyas y tenía la idea de comprar esculturas de animales para las casas de aquí. —¿Eso incluye el sapo en Cuddletown? —Claro, el sapo de marfil —dijo el abuelo—. Y compramos dos elefantes, lo sé. —Esos están en Windemere. —Y monos para Red Gate. Había cuatro monos. —¿Acaso el marfil no es ilegal? —pregunté-

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—Oh, en algunos lugares. Pero puedes obtenerlo. A tu abuela le encantaba el marfil. Viajó a China cuando era una niña. —¿Es colmillos de elefante? —Eso o de rinocerontes. Ahí estaba, el abuelo. Su cabello blanco aún grueso, las líneas de su rostro profundas por todos esos días en el barco. Su barbilla pesada como la de una estrella de películas viejas. Puedes obtenerlo, dijo, del marfil. Uno de sus lemas: No tomes un no como respuesta. Siempre había parecido una manera heroica de vivir. Lo decía cuando nos aconsejaba de perseguir nuestras ambiciones. Cuando alentaba a Johnny de intentar entrenar para un maratón, o cuando no gané el premio de lectura en séptimo grado. Era algo que decía cuando hablaba de sus estrategias de negocios, y cómo hizo para que la abuela aceptara casarse con él. —Le pregunté cuatro veces antes de que dijera que sí —siempre decía, recontando una de sus leyendas familiares Sinclair favoritas—. La desgasté. Dijo que sí para callarme. Ahora, en la mesa de desayuno, mirándolo comerse mi pan tostado, “No tomes un no como respuesta” parecía como la actitud de un tipo privilegiado a quien no le importaba quién saliera lastimado, mientras que su esposa tuviese las lindas estatuas que ella quería exponer en sus casas de verano. Caminé hacia el ganso y lo tomé. —La gente no debería comprar marfil —dije—. Es ilegal por una razón. Gat estaba leyendo el otro día sobre… —No me digas lo que está leyendo ese chico —dijo bruscamente el abuelo—. Estoy informado. Me llegan todos los periódicos. —Lo siento. Pero me ha hecho pensar sobre… —Cadence. —Podrías subastar las estatuas y luego donar el dinero para la conservación de la vida salvaje.

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—Entonces no tendría las estatuas. Eran muy preciadas para Tipper. —Pero… El abuelo ladró. —No me digas qué hacer con mi dinero, Cady. Ese dinero no es tuyo. —Está bien. —No estás para decirme cómo disponer de lo que es mío, ¿está claro? —Sí. —Nunca. —Sí, abuelo. Tuve la necesidad de arrancar el ganso y lanzarlo al otro lado de la habitación. ¿Se rompería cuando golpeara la chimenea? ¿Se haría añicos? Apreté mis manos en puños. Era la primera vez que habíamos hablado de la abuelita Tipper desde su muerte.

EL ABUELO ATRACA EL bote y lo ata. —¿Aún extrañas a la abuela? —le pregunto al dirigirnos hacia New Clairmont—. Porque yo la extraño. Nunca hablamos de ella. —Una parte de mí murió —dice—. Y era la mejor parte. —¿Tú crees? —pregunto. —Eso es todo lo que hay para decir al respecto —dice el abuelo.

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43 ENCUENTRO A LOS Mentirosos en el patio de Cuddledown. El césped está lleno de raquetas de tenis y botellas de bebidas, envolturas de comida y toallas de playa. Los tres están tumbados sobre mantas de algodón, usando lentes de sol y comiendo papas fritas. —¿Te sientes mejor? —pregunta Mirren. Asiento. —Te extrañamos. Tienen aceite para bebé esparcido en sus cuerpos. Dos botellas de él están tiradas en el pasto. —¿No tienen miedo de quemarse? —pregunto. —Ya no creo en el bloqueador solar —dice Johnny. —Ha decidido que los científicos son corruptos y que toda la industria de protectores solares es un fraude para hacer dinero —dice Mirren. —¿Alguna vez han visto envenenamiento solar? —pregunto—. La piel literalmente burbujea. —Es una idea tonta —dice Mirren—. Solo estamos totalmente aburridos, eso es todo —pero unta abundantemente aceite para bebé en sus brazos mientras habla. Me recuesto junto a Johnny. Abro una bolsa de papas fritas a la barbacoa. Miro atentamente el pecho de Gat. Mirren lee en voz alta un poco de un libro sobre Jane Goodall. Escuchamos algo de música desde mi iPhone, con la diminuta bocina. —De nuevo, ¿por qué no crees en el protector solar? —le pregunto a Johnny. —Es una conspiración —dice—. Para vender mucha crema que nadie necesita.

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—Ajá. —No me quemaré —dice—. Ya verás. —¿Pero por qué te estás poniendo aceite para bebé? —Oh, eso no es parte del experimento —dice Johnny—. Solo me gusta estar tan grasoso como pueda todo el tiempo.

GAT ME ALCANZA en la cocina, buscando comida. No hay mucha. —La última vez que te vi fue, de nuevo, subóptima —dice—. En el corredor, hace un par de noches. —Sí. —Las manos me están temblando. —Lo siento. —Está bien. —¿Podemos comenzar de nuevo? —No podemos comenzar de nuevo todos los días, Gat. —¿Por qué no? —Brinca para sentarse en el mostrador—. Tal vez este es un verano de segundas oportunidades. —Segundas, claro. Pero después de eso se vuelve ridículo. —Entonces sé normal —dice—, al menos por hoy. Pretendamos que no soy un desastre, pretendamos que no estás enojada. Actuemos como que somos amigos y olvidemos lo que sucedió. No quiero pretender. No quiero que seamos amigos. No quiero olvidar. Estoy tratando de recordar. —Solo por un día o dos, hasta que las cosas parezcan estar bien de nuevo —dice Gat, viendo mi vacilación—. Solo pasaremos el tiempo hasta que todo deje de ser un gran problema.

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Quiero saberlo todo, entenderlo todo; quiero abrazar a Gat y recorrer mis manos sobre él y nunca dejarlo ir. Pero quizás ésta es la única manera en que podemos comenzar. Sé normal, ahora. Justo ahora. Porque lo eres. Porque puedes serlo. —Nunca aprendí cómo hacer eso —digo. Le paso la bolsa de caramelo que el abuelo y yo compramos en Edgartown, y la forma en que su rostro se ilumina con el chocolate juega con mi corazón.

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44 ES EL DÍA SIGUIENTE y Mirren y yo tomamos sin permiso la pequeña lancha a Edgartown. Los chicos no quieren venir. Ellos van a hacer kayak. Conduzco y Mirren juega con la estela de agua. Mirren no lleva mucho: un bikini con un estampado de margaritas y una minifalda de jeans. Camina por las aceras empedradas de Edgartown hablando de Drake Loggerhead y de lo que se siente al tener "relaciones sexuales" con él. Es de lo que siempre habla; su respuesta acerca de lo que se siente tiene que ver con el olor de rosas de playa mezcladas con montañas rusas y fuegos artificiales. También habla sobre la ropa que quiere comprar para su primer año en Pomona y las películas que quiere ver y los proyectos que quiere hacer este verano, como encontrar un lugar en Vineyard para montar a caballo y empezar a hacer helado de nuevo. Honestamente, no deja de parlotear durante media hora. Me gustaría tener su vida. Un novio, planes, universidad en California. Mirren se sumergirá en su futuro soleado, mientras que yo voy a volver a la Academia Dickinson a otro año de nieve y asfixia. Compro una pequeña bolsa de dulce de azúcar en Murdick, a pesar de que sobró un poco de ayer. Nos sentamos en un banco a la sombra, Mirren continua hablando. Otro recuerdo viene. El VERANO QUINCE MIRREN se sentó junto a Taft y Will en los escalones de nuestro puesto de marisco favorito en Edgartown. Los chicos tenían molinetes de viento de arcoíris. La cara de Taft estaba embadurnada del dulce de azúcar que había comido antes. Estábamos esperando a Bess porque tenía los zapatos de Mirren. No podíamos entrar a la casa sin ellos. Los pies de Mirren estaban sucios y tenía las uñas pintadas de azul. Habíamos estado esperando un tiempo cuando Gat salió de la tienda que estaba a pocos metros de allí. Tenía una pila de libros bajo el brazo. Corrió hacia nosotros a toda velocidad, como con una prisa ridícula por atraparnos, a pesar de que estábamos sentados todavía.

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Luego se detuvo en seco. El libro de la parte superior era El Ser y La Nada, de Sartre. Todavía tenía palabras escritas en el dorso de sus manos. Una recomendación del abuelo. Gat se inclinó, tonta y torpemente y me entregó el libro que estaba en la parte inferior de la pila: era una novela de Jaclyn Moriarty. La había estado leyendo durante todo el verano. Abrí el libro por la página del título. Tenía una dedicatoria. Para Cady con todo, todo. Gat. —Recuerdo que estuvimos esperando tus zapatos para poder entrar en el puesto de mariscos, —le dije a Mirren. Había dejado de hablar y me miraba expectante—. Molinetes, —dije—. Gat me dio un libro. —Así que tus recuerdos están regresando —dijo Mirren —. ¡Eso es genial! —Las tías pelearon por la finca. Se encoge de hombros. —Un poco. —Y el Abuelo y yo, tuvimos esta discusión sobre sus estatuas de marfil. —Sí. Hablamos de ello en el momento. —Dime algo. — ¿Qué? — ¿Por qué Gat desapareció después de mi accidente? Mirren retuerce un mechón de su cabello. —No lo sé. — ¿Volvió con Raquel? —No lo sé. — ¿Nos peleamos? ¿Hice algo mal? —No lo sé, Cady. —Se molestó conmigo hace un par de noches. Por no saber los nombres del personal. Por no haber visto su apartamento en Nueva York. Hay un silencio. —Él tiene buenas razones para estar molesto —dice Mirren finalmente. —¿Qué hice? Mirren suspira. —No lo puedes arreglar. —¿Por qué no?

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De repente Mirren comienza a asfixiarse. Náuseas, como si fuera a vomitar. Se recostó sobre su pecho, la piel húmeda y pálida. —¿Estás bien? —No. —¿Puedo ayudarte? Ella no responde. Le ofrezco una botella de agua. La toma. Bebe lentamente. —Ya hice demasiado. Necesito volver a Cuddledown. Ahora. Sus ojos están vidriosos. Le extiendo mi mano. Su piel está húmeda y ella parece inestable en sus pies. Caminamos en silencio hasta el puerto, donde la pequeña lancha estaba atracada. Mamá nunca notó que la lancha había desaparecido, pero ve la bolsa de dulce de azúcar cuando se la doy a Taft y Will. Una y otra vez, bla bla bla. Su conferencia no es interesante. No debo salir de la isla sin su permiso. No debo salir de la isla sin supervisión de un adulto. No debo manejar un vehículo de motor bajo medicación. No puedo ser tan estúpida como parezco, ¿cierto? Digo el "Lo siento" que mi madre quiere oír. Entonces corro a Windemere a escribir todo lo que recordaba —el puesto de mariscos, el molinete de viento, los pies sucios de Mirren en las escaleras de madera, el libro que Gat me dio—, en el papel cuadriculado que está sobre mi cama.

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45 INICIO DE MI SEGUNDA semana en Beechwood, descubrimos el techo de Cuddledown. Es fácil subir hasta allí; simplemente nunca lo hicimos antes porque implica pasar por la ventana de la habitación de la tía Bess. El techo es frío como el infierno en la noche, pero en el día hay una gran vista de la isla y el mar más allá de ella. Puedo ver a través de los árboles que se agrupan alrededor de Cuddledown a Nueva Clairmont y su jardín. Incluso puedo ver dentro de la casa, que tiene ventanas panorámicas en muchas de las habitaciones de la planta baja. Se puede ver un poco del Red Gate, también, y en la otra dirección, a través de Windemere, la bahía. Esa primera tarde, pusimos comida sobre una vieja manta de picnic. Comemos pan dulce portugués y queso madurado en pequeñas cajas de madera. Cerezas en cajas de cartón. Botellas de limonada fría con gas. Decidimos venir aquí todos los días. Durante todo el verano. Este techo es el mejor lugar en el mundo. —Si muero, —le digo mientras miramos la vista—, quiero decir, cuando muera, esparce mis cenizas en el agua de la pequeña playa. Luego, cuando me extrañes, puedes subir hasta aquí, mirar hacia abajo y pensar que era maravilloso. —O podríamos bajar y nadar en ti, —dice Johnny—. Si te extrañamos demasiado. —Uf. —Tú eras la que quería estar en el agua de la pequeña playa. —Sólo quise decir que me encanta estar aquí. Sería un gran lugar para esparcir mis cenizas. —Sí, —dice Johnny—. Lo sería. Mirren y Gat han estado callados, comiendo avellanas cubiertas de chocolate de un recipiente de cerámica azul. —Esta es una mala conversación —dice Mirren. —Está bien —dice Johnny.

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—No quiero que esparzan mis cenizas aquí —dice Gat. —¿Por qué no? —le digo—. Podríamos estar todos juntos en la pequeña playa. —¡Y los niños nadarán en nosotros! —grita Johnny. —Me estás asqueando —se apresuró a decir Mirren. —En realidad no es tan diferente de todas las veces que he hecho pis allí —dice Johnny. —Diug. —Oh, vamos, todo el mundo hace pipí allí. —Yo no —dice Mirren. —Sí, sí lo haces —respondió —. Si el agua de la playa pequeña no está hecha de pis ahora, después de todos estos años que hemos estado haciendo pipí en ella, unas cuantas cenizas no van a arruinarla. — ¿Chicos, alguna vez han planeado su funeral? —pregunto. — ¿Qué quieres decir? —Johnny arruga la nariz. —Tú sabes, en Tom Sawyer, cuando todo el mundo piensa que Tom y Huck y ¿cuál es su nombre? —Joe Harper —dice Gat. —Sí, creen que Tom, Huck y Joe Harper están muertos. Los chicos van a su propio funeral y escuchan todos los buenos recuerdos que los ciudadanos tienen de ellos. Después de leer eso, siempre pensé en mi propio funeral. Cosas como el tipo de flores y donde quiero que esparzan mis cenizas. Y el elogio, también, diciendo lo trascendental e impresionante que fui y como gané el Premio Nobel y los Juegos Olímpicos. — ¿En qué categoría lo ganaste? —pregunta Gat. —Tal vez en balonmano. — ¿Hay balonmano en los Juegos Olímpicos? —Sí. — ¿Por lo menos juegas al balonmano? —Todavía no. —Será mejor que comiences.

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—La mayoría de las personas planifican su boda, —dice Mirren—. Yo solía planear mi boda. —Los chicos no planean sus bodas —dice Johnny. —Si me caso con Drake, habrá flores amarillas —dice Mirren—. Flores amarillas en todas partes. Y un vestido amarillo de primavera, como un vestido de boda normal, sólo que amarillo. Y él llevaría un traje amarillo. —Tiene que amarte mucho, mucho para llevar un saco amarillo —le dije. —Sí —dice Mirren—. Pero Drake lo haría. —Te diré lo que yo no quiero en mi funeral —dice Johnny—. No quiero un montón de tipos con looks de neoyorquinos que ni siquiera me conocen, merodeando alrededor de una estúpida sala de recepción. —Yo no quiero que las personas religiosas hablen de un Dios en el que no creo —dice Gat. —O un grupo de chicas falsas actuando tristes y luego se ponen brillo de labios en el baño y spray en el cabello —dice Mirren. —Dios —dije sarcásticamente—, haces parecer como si los funerales no fueran divertidos. —En serio, Cady, —dice Mirren—. Debes planear tu boda, no tu funeral. No seas morbosa. — ¿Y qué tal si nunca me caso? ¿Qué pasa si no quiero casarme? —Planifica la fiesta del bautizo de tu libro, entonces. O tu exposición de arte. —Ella va a ganar los Juegos Olímpicos y el Premio Nobel —dice Gat—. Puede planear fiestas para eso también. —Bien, de acuerdo —dijo—. Vamos a planear mi fiesta de balonmano olímpico. Si eso los hace felices. Y esto es lo que haremos. Balones de chocolate envueltos en fondant azul. Un vestido dorado para mí. Flautas de champán con pequeñas bolas de oro en su interior. Discutimos si la gente usa rara gafas para el balonmano como hacen para el raquetball y decidimos que, para efectos de nuestra fiesta, lo hacen. Todos los invitados podrán usar gafas de balonmano de oro durante la fiesta.

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—¿Y juegas en un equipo de balonmano? —pregunta Gat—. Quiero decir, ¿habrá un equipo entero de diosas amazónicas de balonmano allí, celebrando la victoria contigo? ¿O ganaste por tu desempeño individual? —No tengo ni idea. —Tienes que empezar a educarte seriamente acerca de esto —dice Gat—. O nunca vas a ganar el oro. Vamos a tener que repensar toda la fiesta si sólo obtienes plata.

La vida es hermosa ese día. Nosotros cuatro, los Mentirosos que siempre hemos sido. Siempre lo vamos a ser. No importa lo que ocurra a medida que avanzamos a la universidad, envejecer, hacer nuestras vidas, no importa si Gat y yo estamos juntos o no. No importa a dónde vayamos, siempre seremos capaces de alinearnos en el techo de Cuddledown y contemplar el mar. Esta isla es nuestra. Aquí, de alguna manera, somos jóvenes para siempre.

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46 LOS DÍAS SIGUIENTES son más oscuros. Es raro que los Mentirosos no quieran ir a ninguna parte. Mirren tiene la garganta irritada y el cuerpo dolorido. Se queda principalmente en Cuddledown. Pinta cuadros para colgarlos en los pasillos y hace filas de conchas a lo largo de los bordes de las encimeras. Los platos se acumulan en el fregadero y en la mesa de café. Los DVD’s y los libros están en pilas desordenadas en la sala. Las camas se encuentran desordenadas y los baños tienen un olor húmedo, mohoso. Johnny come queso con los dedos y mira comedias de la televisión británica. Un día tomó una fila de viejas bolsas de té, que estaban ya usadas y las lanzó en una taza llena de zumo de naranja. —¿Qué estás haciendo? —pregunto. —La que salpique más consigue más puntos. —Pero ¿por qué? —Mi mente trabaja de maneras misteriosas —dice Johnny—. Me parece que el tiro bajo es generalmente la mejor técnica. Le ayudo a idear un sistema de puntos. Cinco puntos para una aspersión, diez para un charco, veinte para un patrón decorativo en la pared detrás de la taza. Gastamos toda una botella de jugo recién exprimido. Cuando ha terminado, Johnny deja la taza y el escurridor, goteando donde están. Yo tampoco lo limpio. Gat tiene una lista de las cien mejores novelas jamás escritas, y está disfrutando con las que ha sido capaz de encontrar en la isla. Las marca con notas adhesivas y lee pasajes en voz alta. Hombre Invisible. Pasaje a la India. El Cuarto Mandamiento. Yo sólo presto la mitad de la atención cuando lee, porque Gat no me ha besado ni me ha tomado la mano desde que decidimos actuar normal. Creo que evita estar a solas conmigo. Evito estar a solas con él también porque mi cuerpo entero pide a gritos estar cerca de él, porque cada movimiento que hace está cargado de

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electricidad. A menudo pienso en poner mis brazos alrededor de él o deslizar mis dedos por sus labios. Cuando dejo que mis pensamientos lleguen a ese punto –si por un momento Johnny y Mirren están fuera de vista, si por siquiera un segundo estamos solos– el agudo dolor del amor no correspondido me da migrañas En estos días toma la forma de una bruja retorcida, que toca la carne cruda de mi cerebro con sus uñas crueles. Palpa mis nervios expuestos, explorando si tomará o no mi cráneo por residencia. Si ella entra, estaré confinada en la habitación por un día o tal vez dos. La mayoría de los días almorzamos en la azotea. Supongo que lo hacen también cuando estoy enferma. De vez en cuando cae del tejado una botella y se quiebra. De hecho, en todo el porche hay fragmentos y pedazos de vidrio astillado, pegajosos con limonada. Las moscas zumban alrededor, atraídas por el azúcar.

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47 FIN DE LA SEGUNDA semana, encuentro a Johnny solo en el patio, construyendo una estructura de piezas de Lego que debe haber encontrado en Red Gate. Traje encurtidos, palitos de queso y los restos de atún a la parrilla de la cocina del New Clairmont. Decidimos no ir al techo, ya que somos solo nosotros dos. Abrimos los contenedores y los alineamos en el borde del porche sucio. Johnny habla sobre cómo que quiere construir un Hogwarts de Lego. O una Estrella de la Muerte. ¡Oh espera! Aún mejor es un atún de Lego para colgar en el New Clairmont ahora que ninguno de la taxidermia Abuelo está allí. Eso es todo. Lástima que no haya suficientes Lego en esta estúpida isla para un proyecto visionario como el suyo. —¿Por qué no me llamaste o me enviaste un correo electrónico después de mi accidente? —le pregunto. No había planeado traerlo a colación. Las palabras brotan. —Oh, Cady. Me siento estúpida preguntando, pero quiero saber. —¿No quieres hablar de atunes de Lego mejor? —dijo Johnny. —Pensé que tal vez estabas molesto conmigo por esos correos electrónicos. Los que envié preguntando por Gat. —No, no. —Johnny se limpia las manos en la camiseta—. Desaparecí porque soy un tonto. Porque no veo más allá de mis opciones y he visto demasiados películas de acción y soy una especie de seguidor. —¿En serio? No creo eso de ti. —Es un hecho innegable. —¿No estabas enojado? —Yo sólo era una mierda estúpida. Pero no estaba enojado. Nunca enojado. Lo siento, Cadence. —Gracias. Coge un puñado de Legos y los empieza a encajar.

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—¿Por qué desapareció Gat? ¿Tú lo sabes? Johnny suspira. —Esa es otra pregunta. —Me dijo que yo no conocía su verdadera personalidad. —Podría ser verdad. —Él no quiere hablar de mi accidente. O lo que pasó con nosotros ese verano. Quiere que actuemos normal y como si nada. Johnny ordenó sus Legos en franjas: azul, blanco y verde. —Gat fue una mierda con esa chica, Raquel, cuando comenzó contigo. Sabía que no estaba bien y se odiaba a sí mismo por eso. —De acuerdo. —Él no quería ser ese tipo de persona. Quiere ser una buena persona. Y estaba muy enojado ese verano, por todo tipo de cosas. Cuando no estuvo allí para ti, se odió a sí mismo aún más. —¿Tú crees? —Supongo —dice Johnny. — ¿Está saliendo con alguien? —Aw, Cady —dice Johnny—. Él es un culo pretencioso. Lo quiero como a un hermano, pero eres demasiado buena para él. Ve a encontrarte un buen tipo de Vermont con músculos como Drake Loggerhead. —Luego se echó a reír a carcajadas. —Eres un inútil. —No puedo negarlo —responde—. Pero tienes que dejar de ser una peleadora.

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48 RECUERDO: Charmed Life de Diana Wynne Jones. Es una de las historias Chrestomanci17 que mamá nos leía a Gat y a mí cuando teníamos 8 años. La he releído varias veces desde entonces, pero dudo que Gat lo haya hecho. Abro el libro y escribo en la portada. Para Gat con todo, todo. Cady. Me dirijo a Cuddledown temprano a la mañana siguiente, pasando por encima de las tazas de té antiguas y DVD’s. Llamo a la puerta del dormitorio de Gat. No hubo respuesta. Llamo de nuevo, entonces empujo para abrirla. Solía ser la habitación de Taft. Está lleno de osos y maquetas de barcos, además de pilas de libros de Gat, bolsas vacías de patatas fritas, cáscaras de anacardos18 en el piso. Botellas de jugo y de soda a medias, CD’s, el tablero de Scrabble con la mayoría de los azulejos esparcidos por el suelo. Está tan mal como el resto de la casa, si no peor. De todos modos, él no está allí. Debe estar en la playa. Dejo el libro sobre su almohada.

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Serie de seis libros, escritos entre 1977 y 2006, que se encuentran entre los más conocidos de la gran Diana Wynne Jones. 18 Fruto de este árbol, que encierra una almendra de sabor dulce.

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49 ESA NOCHE, GAT y yo nos hallábamos solos en el techo de Cuddledown. Mirren se sentía enferma y Johnny la llevó escaleras abajo por algo de té. Voces y música flotan desde New Clairmont, donde las tías y el Abuelo están comiendo pastel de arándano y bebiendo oporto. Los pequeños están viendo una película en la sala de estar. Gat camina por la inclinación del techo, todo el camino de bajada al arrollo y de regreso. Parece peligroso, tan fácil de caer —pero él no tiene miedo. Es ahora cuando puedo hablar con él. Es ahora cuando podemos dejar de fingir ser normales. Estoy buscando las palabras correctas, la mejor manera de empezar. Repentinamente trepa de vuelta a donde estoy sentada en solo 3 grandes pasos. —Eres muy, muy hermosa, Cady —dice él. —Es la luz de la luna. Hace ver a todas las chicas hermosas. —Creo que tú eres hermosa siempre y para siempre. —Su silueta se dibuja con la luna pues está de espaldas a ella—. ¿Tienes un novio en Vermont? Claro que no lo tengo. Nunca he tenido novio a excepción de él. —Mi novio se llama Percocet —dije—. Somos muy cercanos. Incluso fui a Europa con él el verano pasado. —Dios. —Gat está molesto. Se para y camina hacia adelante y hacia atrás hacia el borde del techo. —Sólo bromeo. Gat me está dando la espalda. —Tú dijiste que no deberíamos sentir pena por ti… —Sí.

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—…Pero luego vienes con esas declaraciones. Mi novio se llama Percocet. O, me quedé mirando la base del inodoro italiano azul. Y está claro que quiere que todos sientan pena por ti. Y lo haríamos, yo lo haría, pero no tienes idea de cuan afortunada eres. Me ruborizo. Él tiene razón. Quiero que la gente sienta pena por mí. En serio lo quiero. Y luego no lo quiero. Lo quiero. Y luego no lo quiero. —Lo siento —dije. —Harris te envió a Europa 8 semanas. ¿Crees que alguna vez enviaría a Johnny o Mirren? No. Y no me mandaría a mí, no importa qué. Solo piensa antes de quejarte acerca de cosas que a las otras personas les gustaría tener. Me estremezco. —¿El Abuelo me mandó a Europa? —Vamos —dice Gat, muy frío—. ¿Realmente crees que tu padre pagó ese viaje? Supe inmediatamente que decía la verdad. Claro que papá no pagó el viaje. No hay manera de que haya podido. Los profesores de universidad no vuelan en primera clase y se quedan en hoteles de 5 estrellas. Tan acostumbrada a los veranos en Beechwood, a las pastelerías repletas hasta el tope y múltiples lanchas de motor y un personal que asaba la carne silenciosamente y lavaba las sábanas —Nunca pensé de dónde podría estar viniendo ese dinero. El Abuelo me envió a Europa. ¿Por qué? ¿Por qué no iría la Abuela conmigo, si el viaje era un regalo del Abuelo? ¿Y por qué papá aceptaría ese dinero de mi abuelo?

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—Tienes una vida que se extiende a lo lejos frente a ti con un millón de posibilidades —dice Gat—. Me-me hace rechinar los dientes cada vez que pides simpatía, eso es todo. Gat, mi Gat. Tiene razón. La tiene. Pero tampoco entiende. —Sé que nadie me está dando una paliza —dije, sintiéndome a la defensiva de repente—. Sé que tengo mucho dinero y una buena educación. Comida en la mesa. No estoy muriendo de cáncer. Muchas personas la están pasando mucho peor que yo. Y sé que fui afortunada al ir a Europa. No debería quejarme o ser malagradecida. —Muy bien, entonces. —Pero escucha. No tienes idea de lo que se siente tener dolores de cabeza como estos. Ni idea. Duele —dije, y me di cuenta de que lágrimas corrían por mi cara, aunque no estaba sollozando—. Hace difícil el estar vivo, algunos días. Muchas veces deseo estar muerta, realmente lo hago, solo para hacer que el dolor pare. —No lo deseas —dice con dureza—. No deseas estar muerta. No digas eso. —Sólo quiero que el dolor se acabe —dije—. En los días en que las pastillas no funcionan. Quiero que acabe y haría lo que fuera —realmente, lo que fuera— si supiera con seguridad que acabaría con el dolor. Hay un silencio. Camina hacia el borde inferior del techo, mirando lejos de mí. —¿Qué harías entonces? ¿Cuándo sea eso? —Nada. Yacería ahí y esperaría, y me recordaría una y otra vez que no dura para siempre. Que habrá otro día y otro día, y luego otro día. Uno de esos días, me voy a despertar y a comer el desayuno sintiéndome bien. —Algún otro día. —Sí.

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Ahora él se da la vuelta y llega al límite del techo en un par de pasos. De repente sus brazos están alrededor de mí, y nos aferramos el uno al otro. Está temblando ligeramente y besa mi cuello con sus labios fríos. Nos quedamos así, envueltos en los brazos del otro, por un minuto o dos, y se siente como si el universo se reorganizara solo, y sé que cualquier enojo que sentimos ha desaparecido. Gat me besa en los labios, y toca mi mejilla. Le amo. Siempre le he amado. Nos quedamos allí en el techo durante un largo, largo tiempo. Para siempre.

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50 MIRREN HA ESTADO enfermando cada vez más y más seguido. Se despierta tarde, se pinta las uñas, descansa bajo el sol, y se queda mirando pinturas de paisajes africanos en un gran libro de ilustraciones. Pero ella no hará snorkel. No navegará. No jugará tenis o irá a Edgartown. Le traje gomitas dulces de New Clairmont. Ella ama las gomitas dulces. Hoy, ella y yo nos recostamos en la pequeña playa. Leímos revistas que robé de los gemelos y comimos zanahorias bebé. Mirren tenía puestos los audífonos. Sigue escuchando la misma canción una y otra vez en mi iPhone. Our youth is wasted We will not waste it Remember my name ‘Cause we made history Na na na na, na na na LE DI UN TOQUE A MIRREN con la zanahoria. —¿Qué? —Tienes que dejar de cantar o no seré responsable de mis acciones. Mirren se gira hacia mí, seria. Se quita los audífonos. —¿Puedo decirte algo, Cady? —Claro. —Acerca de Gat y tú. Escuché que ustedes dos vinieron escaleras abajo anoche. —¿Y? —Creo que deberías dejarle solo. —¿Qué?

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—Va a terminar mal y echará todo a perder. —Le amo —dije—. Sabes que siempre le he amado. —Estás haciendo las cosas difíciles para él. Más difíciles de lo que en realidad son. Vas a lastimarle. —Eso no es verdad. Probablemente él me lastimará a mí. —Bueno, eso puede pasar, también. No es ideal que ustedes dos estén juntos. —¿No ves que preferiría ser herida por Gat que ser alejada de él? —dije, sentándome—. Preferiría eso mil veces el hecho de vivir y arriesgar y terminar muy mal que quedarme en la caja en la cual es estado por los últimos 2 años. Es una caja pequeña, Mirren. Mi mamá y yo. Mis pastillas y yo. Mi dolor y yo. Y no quiero vivir más ahí. Un silencio se cierne en el aire. —Nunca he tenido novio —deja escapar Mirren. La miro a los ojos. Hay lágrimas. —¿Qué hay acerca de Drake Loggerwood? ¿Qué pasó con las rosas amarillas y la relación sexual? —pregunto. Mira hacia abajo. —Mentí. —¿Por qué? —¿Sabes que cuando vienes a Beechwood es un mundo diferente? No tienes que ser quien eras en casa. Puedes ser alguien mejor, tal vez. Asentí. —Ese primer día que regresaste noté a Gat. Te miró como si fueras el planeta más brillante en la galaxia. —¿Lo hizo? —Quiero muchísimo que alguien me vea de esa forma, Cady. Muchísimo. Y no lo hice con esa intención, pero me encontraré mintiendo. Lo siento. No sé qué decir. Tomo una respiración profunda.

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Mirren chasquea. —No jadees. ¿De acuerdo? Está bien. No pasa nada si jamás tengo un novio. Está bien si jamás me ama una sola persona, ¿de acuerdo? Es perfectamente tolerable. La voz de mamá llama desde algún lugar de Clairmont. —¡Cadence! ¿Puedes oírme? Le grité. —¿Qué necesitas? —El cocinero tiene el día libre. Estoy empezando el almuerzo. Ven y rebana los tomates. —En un minuto. —Suspiro y miro a Mirren—. Tengo que irme. Ella no responde. Me pongo la chaqueta y voy forzada camino a New Clairmont. En la cocina, mamá me tiende un cuchillo especial para tomates y empieza a hablar. Bla bla, siempre estás en esa pequeña playa. Bla bla, deberías jugar más con los pequeños. El abuelo no estará aquí para siempre. ¿Sabes que tienes una quemadura por el sol? Corto y corto, una canasta de tomates tradicionales con extraña forma. Son amarillos, verdes y de un rojo ahumado.

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51 MI TERCERA SEMANA en la isla está siendo devastada por una migraña y me pone fuera de combate por 2 días. O quizás 3. Ni siquiera puedo decirlo. Las pastillas de la botella se están agotando, a pesar de que llené mi receta antes de salir de casa. Me pregunto si mamá las estará tomando. Quizás ella siempre las ha estado tomando. O quizás las gemelas han estado viniendo a mi habitación nuevamente, llevándose cosas que no necesitan. Quizá son adictas. O quizá estoy tomando más de las que creo. Tomando pastillas extra en un ataque de dolor. Olvidando mi última dosis. Estoy asustada de decirle a mamá que necesito más. Cuando me siento estable voy de nuevo a Cuddletown. El sol está bajo en el cielo. El garaje está cubierto de botellas rotas. Dentro, los listones han caído del techo y yacen retorcidos en el suelo. Los platos en el fregadero están secos y con incrustaciones de comida. Las telas que cubren la mesa de centro están sucias. La mesa de café está manchada con marcas circulares de tazas de té. Encontré a los Mentirosos agrupados en el dormitorio de Mirren, todos mirando la Biblia. —Solo una pelea de Scrabble —dice Mirren tan pronto como entro. Ella cierra el libro. —Gat estaba en lo cierto, como siempre. Siempre estás jodido, Gat. A las chicas no les gusta eso en un chico, ¿sabes? Las piezas de Scrabble están regadas en el suelo del cuarto. Las vi cuando entré. No han estado jugando. —¿Qué han hecho en los últimos días? —pregunto.

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—Oh, Dios —dice Johnny, estirándose en la cama de Mirren—. Lo he olvidado. —Fue el 4 de Julio —dice Mirren—. Fuimos a cenar a New Clairmont y todo el mundo salió en una gran lancha para ver los fuegos artificiales en Vineyard. —Hoy fuimos a la tienda de donas de Nantucket —dice Gat. Nunca van a ningún lugar. Nunca. Jamás ven a nadie. Ahora que he estado enferma, ¿han ido a todos lados? ¿Han visto a todo mundo? —Downyflake —digo—. Es el nombre de la tienda de donas. —Claro. Fueron las donas más asombrosas —dice Johnny. —Tú odias las donas tipo pastel. —Claro —dice Mirren—. Claro, pero no tomamos de esas, compramos de las glaseadas. —Y crema Boston —dice Gat. —Y mermelada —dice Johnny. Pero sé que Downyflake solo hace donas tipo pastel. No glaseadas. No con crema Boston. No con mermelada. ¿Por qué están mintiendo?

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52 CENO CON MAMÁ Y LOS pequeños en New Clairmont, pero esa noche tengo una gran migraña de nuevo. Es peor que la última. Descanso en mi cuarto a oscuras. Las aves carroñeras picotean la supuración que gotea de mi cráneo aplastado. Abro mis ojos y Gat está sobre mí. Lo veo a través de un destello. La luz brilla a través de las cortinas, así que debe ser de día. Gat nunca viene a Windemere. Pero aquí está. Mirando el papel cuadriculado en mi pared. Las notas adhesivas. Los nuevos recuerdos e información que he añadido desde que llegué aquí, notas acerca de los perros de la abuela muriendo, el abuelo y el ganso color marfil, Gat dándome el libro Moriarty, las tías peleando a cerca de la casa de Boston. —No leas mis papeles —protesté—. No. Da unos pasos hacia atrás. —Están ahí para que alguien los vea. Perdón. Me giro de lado y presiono la mejilla contra la almohada caliente. —No sabía que estuvieses coleccionando historias. —Gat se sienta en la cama. Alcanza mi mano y la toma. —Estoy tratando de recordar qué paso que nadie quiere hablar sobre eso —digo—. Incluyéndote. —Quiero hablar sobre ti. —¿Lo quieres? Está mirando al suelo. —Tuve una novia, hace dos veranos. —Lo sé. Lo sabía desde el principio. —Pero nunca te lo dije. —No, no lo hiciste.

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—Me enamoré perdidamente de ti, Cady. No había nada que lo detuviera. Sabía que debí haberte dicho todo y debí haber roto la relación con Raquel inmediatamente. Solo fue… ella estaba de vuelta en casa, y nunca te vi en todo el año, y mi teléfono no funcionaba aquí, y seguía recibiendo paquetes de ella. Y cartas. Todo el verano. Le miro. —Fue cobarde —dice Gat. —Sí. —Fue cruel. Para ti y para ella también. Mi rostro arde con notable celos. —Lo siento, Cady —sigue diciendo Gat—. Es por eso que debí de habértelo dicho en el primer día que llegué en este año. Estuve mal y lo siento. Asentí. Es lindo escucharlo decir eso. Desearía no estar tan dopada. —La mitad del tiempo me odio a mí mismo por todas las cosas que he hecho —dice Gat—. Pero la cosa que me hace sentir realmente mal es la contradicción: cuando no me estoy odiando, me siento justo y victimizado. Al igual que el mundo es tan injusto. —¿Por qué te odias a ti mismo? Y antes de darme cuenta, Gat está acostado en la cama junto a mí. Sus fríos dedos envuelven mis dedos calientes, y su rostro está cerca del mío. Me besa. —Porque quiero cosas que no puedo tener —susurra. Pero me tiene. ¿No sabrá que ya me tiene? ¿O está hablando Gat de algo más, algo más que no puede tener? ¿Alguna cosa material, algún sueño o algo? Estoy sudorosa, mi cabeza me duele y no puedo pensar claramente. —Mirren dije que esto terminará mal y debo dejarte solo —le digo. Me besa de nuevo.

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—Alguien me hizo algo que es tan doloroso como para recordarlo —le susurro. —Te amo —dice. Nos abrazamos y besamos por mucho tiempo. El dolor en mi cabeza se desvanece, un poco. Pero no todo el camino.

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53 ABRO LOS ojos y el reloj marca la medianoche. Gat no está. Me pongo las gafas de sol y miro a través de la ventana, levantando la cortina para recibir algo de aire. La tía Carrie está caminando en camisón de nuevo. Pasando Windemere, rascándose los brazos demasiado delgados bajo la luz de la luna. Ni siquiera tiene las botas de piel de oveja en esta ocasión. Allá en Red Gate puedo oír a Will llorando por una pesadilla. —¡Mami! ¡Mami te necesito! Pero Carrie bien no le oye, o no irá. Se aparta y se dirige hacia el camino que lleva a New Clairmont.

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54 ESA MISMA TARDE, los Mentirosos sacaron los kayaks. —¿Qué hacen? —pregunto. —Vamos a un sitio cerca de la entrada a la playa —dice Johnny—. Ya lo hemos hecho antes. —Cady no debería venir —dice Mirren. —¿Por qué no? —pregunta Johnny. —¡Por su cabeza! —grita Mirren—. ¿Qué hacemos si se hace daño en la cabeza otra vez y las migrañas empeoran? Dios, ¿tienes siquiera cerebro, Johnny? —¿Por qué estás gritando? —chilla Johnny—. No seas tan mandona. ¿Por qué no quieren que yo vaya? —Puedes venir, Cadence —dice Gat—. Está bien si ella viene. No quiero acoplarme si no me quieren… pero Gat da golpecitos en el asiento del kayak frente a él y salta dentro. La verdad es que no quiero separarme de ellos. Nunca. Remamos en el kayak de dos personas bordeando la cala bajo Windemere hasta una entrada. La casa de mamá está construida en un saliente. Bajo ella hay un conjunto de rocas escarpadas que dan la sensación de ser una cueva. Llevamos los kayaks hacia las rocas y trepamos a la parte seca y fría. Mirren está mareada, aunque sólo hemos estado unos minutos en los kayaks. Frecuentemente se encuentra mal así que no es una sorpresa. Se

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tumba con los brazos sobre los ojos. Yo casi espero que los chicos deshagan las bolsas de tela que llevan para preparar un picnic, pero en vez de eso, Gat y Johnny comienzan a escalar por las rocas. Ya lo han hecho antes, está claro. Están descalzos y escalan hasta unos cincuenta y cinco pies de altura sobre el agua, parando sobre el saliente que cuelga sobre el mar. Los miro hasta que están bien establecidos sobre las rocas. —¿Qué estáis haciendo? —Estamos siendo muy, muy hombres —me responde. Su voz hace eco. Gat se ríe. —No, en serio —le digo. —Quizá piensas que somos chicos de ciudad pero la verdad es que estamos llenos de masculinidad y testosterona… —No lo están. —Sí lo estamos. —Oh, por favor. Subo con vosotros. —¡No, no lo hagas! —dice Mirren. —Johnny me ha picado —respondo—, ahora tengo que hacerlo. — Comienzo a escalar en la misma dirección que los chicos. Las rocas están frías, más resbaladizas de lo que esperaba. —No lo hagas —repite Mirren—. Es por esto que no quería que vinieras. —¿Por qué viniste tú, entonces? —le replico—. ¿Vienes? —Salté la última vez —admite—. Una vez fue suficiente. —¿Saltan? —Hacerlo ni siquiera parece posible. —Para, Cady. Es peligroso —dice Gat.

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Y antes de que pueda subir más, Johnny se tapa la nariz y salta. Cae en picado con los pies por delante. Grito. Golpea el agua con fuerza y el mar está lleno de rocas. No se puede decir cómo de profundas o superficiales están. Podría realmente morir haciendo esto. Podría… pero sale a la superficie, sacudiéndose el agua de su pelo corto y gritando de alegría. —¡Estás loco! —le regaño. Y Gat salta. Johnny había caído chillando y moviéndose pero Gat mantiene las piernas juntas y se queda en silencio. Se desliza en el agua helada casi sin salpicar. Vuelve a la superficie feliz, escurriendo agua de su camiseta cuando llega a las rocas secas. —Son idiotas —dice Mirren. Miro hacia arriba, a las rocas desde donde han saltado. Parece imposible que alguien pudiera sobrevivir. Y, de repente, quiero hacerlo, y comienzo a escalar otra vez. —No lo hagas, Cady —dice Gat—. Por favor, no. —Tú acabas de hacerlo —respondo—. Y dijiste que estaba bien si venía. Mirren se sienta con la cara pálida. —Quiero irme a casa —dice con urgencia—. No me encuentro bien. —Por favor, Cady, hay muchas rocas —me llama Johnny—. No deberíamos haberte traído. —No estoy inválida —replico—. Sé nadar. —No es eso, es… no es una buena idea.

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—¿Por qué para ustedes es una buena idea y para mí no? —espeto. Estoy casi arriba del todo. Empiezo a sentir ampollas en los dedos por sujetarme en las rocas. Adrenalina corre por todo mi cuerpo. —Estábamos siendo idiotas —dice Gat. —Presumiendo —continúa Johnny. —Baja, por favor. —Mirren se ha puesto a llorar. Yo no bajo. Me siento con las rodillas en el pecho en el borde en el que los chicos saltaron. Miro al mar agitándose bajo mí. Formas oscuras acechan bajo la superficie del agua, pero también puedo ver un espacio abierto. Si salto bien, iré hasta la profundidad. —¡Haz siempre lo que te asuste! —grito. —Es un estúpido lema —responde Mirren llorando—. Ya te lo dije. Mostraré que soy fuerte aunque ellos piensen que estoy enferma. Mostraré que soy valiente aunque ellos piensen que soy débil. Hace viento en esta alta roca. Mirren está sollozando. Gat y Johnny me gritan. Cierro los ojos. Y salto. El choque del agua es eléctrico. Emocionante. Una de las piernas roza una roca, la izquierda. y me hundo hasta el rocoso fondo, y puedo ver los cimientos de la isla de Beechwood y mis brazos y piernas se sienten débiles pero los dedos están fríos. Veo algas mientras bajo. Y entonces estoy arriba otra vez, y respirando.

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Estoy bien. Mi cabeza está bien. Nadie tiene que llorar por mí o preocuparse. Estoy bien. Estoy viva. Nado hasta la orilla.

A VECES ME PREGUNTO si la realidad se rompe. En Charmed Life, el libro que le di a Gat, hay universos paralelos en los que diferentes sucesos han ocurrido a la misma persona. Se han escogido opciones distintas o un accidente ha acabado diferente. Todos tenemos duplicados de nosotros mismos en esos otros mundos. Diferentes nosotros con distintas vidas, distintas suertes. Variaciones. Me pregunto, por ejemplo, si hay una variación de hoy donde muero por saltar de ese acantilado. Tengo un funeral donde mis cenizas son esparcidas por la pequeña playa. Un millón de peonías en flor rodean mi cuerpo ahogado mientras la gente solloza mortificada y miserable. Soy un bonito cadáver. Me pregunto si hay otra variación donde Johnny resulta herido, con la espalda y piernas destrozadas por las rocas. No podemos llamar a emergencias y tenemos que volver remando en el kayak. Para cuando conseguimos llevarle en helicóptero al hospital ya no podrá volver a andar. U otra variación en la que no voy con los Mentirosos en el kayak. Dejo que me aparten. Ellos siguen yendo a sitios sin mí y contándome pequeñas mentiras. Nos vamos alejando, poco a poco, y finalmente arruinamos nuestro paraíso de verano para siempre. Me parece más que probable que estas variaciones existan.

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55 ESA NOCHE me despierto, fría. He apartado las sábanas con los pies y la ventana está abierta. Me siento demasiado rápido y me da vueltas la cabeza. Un recuerdo. Tía Carrie, llorando. Inclinada hacia delante con mocos y lágrimas corriendo por su cara, sin siquiera molestarse en quitárselos. Con el cuerpo doblado hacia delante, temblando, quizá vomita. Fuera está oscuro y lleva una blusa de algodón blanco con una chaqueta por encima… la azul a cuadros de Johnny. ¿Por qué lleva la chaqueta de Johnny? ¿Por qué está tan triste? Me levanto y encuentro un jersey y zapatos. Cojo una linterna y me dirijo a Cuddledown. La habitación principal está vacía e iluminada por la luz de la luna. Hay botellas vacías en la encimera de la cocina. Alguien dejó una manzana troceada fuera de la nevera y se está oxidando. Puedo olerla. Mirren está aquí. No la había visto. Estaba escondida bajo una manta a rayas, apoyada en el sofá. —Estás despierta —susurra. —Vine a buscarte. —¿Y eso? —Un recuerdo: tía Carrie estaba llorando. Llevaba el abrigo de Johnny. ¿Recuerdas a Carrie llorando? —Recuerdo algunas veces. —Pero, ¿en el verano de los quince, cuando tenía el pelo corto?

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—No —responde ella. —¿Cómo es que no estás dormida? —pregunto. Mirren niega con la cabeza. —No sé. Me siento. —¿Puedo preguntarte algo? 168

—Claro. —Necesito que me digas qué pasó antes de mi accidente. Y después. Siempre dices que nada importante… pero algo me debió pasar a parte de golpearme en la cabeza durante un baño nocturno. —Ah… —¿Sabes lo que fue? —Penny dijo que los médicos querían que nosotros dejáramos tus recuerdos tranquilos. Recordarás cuando sea el momento y nadie debe presionarte. —Pero te estoy preguntando, Mirren. Necesito saberlo. Pone la cabeza en sus rodillas. Pensando. —¿Qué crees tú que pasó? —dice finalmente. —Su… supongo que fue la víctima de algo. —Es difícil decir estas palabras—. Supongo que fue violada o atacada o algo así de horrible. Ese es el tipo de cosas que provoca amnesia, ¿no? Mirren se frota los labios. —No sé qué decirte —responde.

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—Dime lo que pasó —le pido. —Fue un verano de mierda. —¿Por qué? —Eso es todo lo que puedo decir, mi querida Cady. —¿Por qué nunca dejas Cuddledown? —pregunto repentinamente—. Nunca te vas excepto para ir a la playita. —Fui a hacer piragüismo, hoy. —Pero te encontraste mal. ¿Tanto miedo tienes? —pregunto—. ¿Tanto miedo tienes de salir? ¿Agorafobia? —No me encuentro bien, Cady —dice Mirren a la defensiva—. Tengo frío todo el tiempo, no puedo dejar de tiritar. Tengo la garganta en carne viva. Si tú también te sientes así, tampoco deberías salir. Me siento peor que eso todo el tiempo, pero por una vez no menciono mis dolores de cabeza. —Entonces deberíamos decírselo a Bess. Y llevarte al médico. Mirren niega con la cabeza. —Es sólo un estúpido resfriado que no me puedo quitar de encima. Estoy siendo quejica. ¿Me puedes traer un ginger ale? No puedo discutir más. Le traigo su ginger ale y encendemos la televisión.

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56 POR LA MAÑANA, hay un columpio de llanta colgando del árbol del pasto de Windemere. Igual que el que colgaba de la vieja magnolia frente a Clairmont. Es perfecto. Igual que sobre el que me giraba la abuela Tipper. Papá. El abuelo. Mamá. Como en el que nos besamos Gat y yo en mitad de la noche. Ahora lo recuerdo, el verano de los quince: Johnny, Mirren, Gat y yo nos embutimos en el columpio de Clairmont todos juntos. Éramos demasiado grandes para caber… Nos dábamos codazos los unos a los otros y nos recolocábamos. Reíamos nerviosamente y nos quejábamos. Nos decíamos “culo-gordo” los unos a los otros. Decíamos que los otros apestaban y nos recolocábamos de nuevo. Y cuando finalmente conseguimos colocarnos no pudimos girar. Estábamos tan metidos a la fuerza que era imposible que se moviera. Gritamos pidiendo un empujón una y otra vez. Los gemelos pasaron por al lado pero se negaron a ayudarnos. Al final, Taft y Will salieron de Clairmont y lo hicieron. Quejándose, nos empujaron con fuerza e hicimos un amplio círculo en el aire. Tal era nuestro peso que, después de que ellos se fueran, nos seguimos moviendo más y más rápido, riéndonos tanto que acabamos mareados y con náuseas. Los cuatros, Mentirosos. Ahora recuerdo eso.

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EL NUEVO COLUMPIO parece sólido. Los nudos están cuidadosamente atados. Dentro de la rueda hay algo sobre. La letra de Gat: Para Cady. Abro el sobre. Más de una docena de rosas de playa desecadas cayeron de él. 171

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57 HABÍA UNA VEZ un rey que tenía tres hermosas hijas. Él les dio lo que más quería su corazón y cuando crecieron, sus matrimonios fueron celebrados con grandes fiestas. Cuando la hija menor dio a luz a una pequeña niña, el rey y la reina estuvieron encantados. Poco tiempo después, la hija intermedia dio a luz a una chica y las celebraciones se repitieron. Por último, la hermana mayor dio a luz a una pareja de chicos, gemelos, pero, por desgracia, no todo fue como se esperaría. Una de los gemelos era humano, un niño fuerte; el otro no era más que un bebé ratita. No hubo celebraciones. Ni tampoco se hicieron anuncios. La hermana mayor se sentía consumida por la vergüenza. Uno de sus hijos era una animal. Nunca podría brillar como los otros miembros de la familia real esperaban que lo hiciera. Los niños crecieron y la ratita también. Era inteligente y siempre mantenía sus bigotes limpios. Era más listo y más inteligente que su hermano y sus primos. Aun así, e la reina y el rey les disgustaba. Tan pronto como fue posible, su madre lo puso en pie, le dio una pequeña mochila donde ella puso un arándano y algunos frutos secos y lo envió a ver mundo. Él partió, habiendo visto lo suficiente de la vida en la corte para saber que si se quedaba en casa siempre sería un sucio secreto, una humillación para su madre y cualquiera que lo conociera. Ni siquiera miró una vez al castillo que había sido su hogar mientras se alejaba. Allí, ni siquiera tendría un nombre. Su existencia había sido un vergonzoso secreto. Ahora era libre de florecer y forjarse un nombre en el amplio mundo.

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Y quizá, sólo quizá, podría volver un día y quemar ese jodido palacio 173

hasta los cimientos.

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CUARTA PARTE Mira, un Incendio. 174

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58 MIRA. Un incendio. En el extremo norte de la isla Beechwood. Donde el árbol de magnolia se yergue sobre la amplia ladera. 175

La casa está en llamas. Se alzan iluminando el cielo. No hay nadie aquí para ayudar. Lejos, en la distancia, puedo ver los bomberos de Vineyard acercándose por la bahía en un bote iluminado. Aún más lejos, el barco contra incendios de Wood Hole se acerca al incendio que comenzamos. Gat, Johnny, Mirren y yo. Comenzamos el fuego y está consumiendo la casa. Quemando el palacio, el palacio del rey que tuvo tres hermosas hijas. Lo comenzamos. Yo, Johnny, Gat y Mirren. Ahora lo recuerdo, en una ráfaga que me golpea tan fuerte que caigo y me hundo hasta el rocoso fondo, y puedo ver los cimientos de la isla de Beechwood

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y mis brazos y piernas se sienten débiles pero los dedos están fríos. Veo algas mientras bajo. Y entonces estoy arriba otra vez, y respirando. Y Clairmont está ardiendo.

ESTOY EN la cama, en Windemere, en la luz temprana del amanecer. Es el primer día de mi última semana en la isla. Trastabillo hasta la ventana, enredada en las sábanas. Hay un nuevo Clairmont. Moderno y con un jardín japonés. Lo veo por lo que es, ahora. Es una casa construida en cenizas. Cenizas de la vida que el abuelo y la abuela compartieron, cenizas de la magnolia en la que colgaba el columpio, cenizas de la vieja casa victoriana con el porche y la hamaca. La nueva casa está construida en la tumba de todos los trofeos y símbolos familiares: los dibujos de New Yorker, la taxidermia, las almohadas bordadas, los retratos de familia. Los quemamos todos. Una noche cuando el abuelo y el resto se habían llevado los botes a la bahía, cuando el personal estaba en su descanso y los Mentirosos estábamos solos en la isla, los cuatro hicimos lo que nos daba miedo. No quemamos una casa, sino un símbolo. Hicimos arder un símbolo hasta que desapareció.

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59 LA PUERTA DE CUDDLEDOWN está cerrada. Doy golpes hasta que Johnny aparece, con la ropa que llevaba la noche anterior. —Voy a hacer té… —dice. —¿Duermes con la ropa puesta? 177

—Sí. —Iniciamos un incendio —le digo, aún parada en la puerta de entrada. No me mentirán más. No irán a sitios sin mí, no tomarán decisiones sin mí. Ahora entiendo la historia. Somos delincuentes. Una banda de cuatro. Johnny me mira a los ojos durante mucho rato pero no dice nada. Al final se gira y va a la cocina. Le sigo. Johnny sirve agua del hervido en un par de tazas. —¿Qué más recuerdas? —me pregunta. Dudo. Puedo ver el fuego. El humo. Lo enorme que parecía Clairmont mientras ardía. Sé, irrevocable y verdaderamente, que nosotros lo comenzamos. Puedo ver la mano de Mirren, su quebrado esmalte de uñas dorado, sosteniendo un tanque de gasolina para las lanchas. Los pies de Johnny bajando las escaleras de Clairmont hasta el cobertizo. El abuelo, sosteniéndose en un árbol, con su cara resplandeciendo por el brillo del fuego.

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No, corrección: el brillo de su casa, ardiendo. Pero estos son recuerdos que tuve todo este tiempo. Sólo que ahora sé cómo ordenarlos. —No todo —le respondo a Johnny—. Simplemente sé que nosotros comenzamos el incendio. Puedo ver las llamas. Se tumba en el suelo de la cocina y estira los brazos por encima de su cabeza. 178

—¿Estás bien? —le pregunto. —Estoy jodidamente cansado. Si quieres saber. —Johnny gira sobre sí mismo hasta quedar baca abajo, presionando la nariz contra los azulejos— . Dijeron que ya no hablaban —susurra al suelo—, dijeron que todo se había acabado y que se separarían. —¿Quién? —Las tías. —Me tumbo en el suelo a su lado para oír lo que está diciendo—. Las tías bebían, noche tras noche —susurra de nuevo, como si se ahogara con las palabras—. Y cada vez con más rabia. Se gritaban. Tambaleándose por toda la ladera. El abuelo aún lo alimentaba más. Las veíamos discutir sobre las cosas de la abuela y el arte que estaba colgado en Clairmont, pero más por el testamento y el dinero. Porque yo era el mayor. Ella me presionó y presionó… no sé. Para ser el brillante y joven heredero. Para hablar mal de ti por ser el mayor. Para ser el chico cultivado que traería la esperanza del futuro de la democracia. …Una mierda. Ella había perdido el favor del abuelo y quería que yo lo recuperara para no perder su herencia. Conforme habla, los recuerdos aparecen en mi mente tan repentina y brillantemente que duelen. Me encojo de dolor y pongo las manos sobre los ojos. —¿Recuerdas algo más sobre el incendio? —pregunta suavemente—. ¿Está volviendo?

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Cierro los ojos por un momento e intento recordarlo. —No, eso no. Otras cosas. Johnny me agarra de la mano.

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60 LA PRIMAVERA ANTES DEL VERANO quince, mamá me hizo escribir al abuelo. Nada relevante. “Pensando en ti y tu pérdida de hoy. Espero que estés bien”. Envié cartas reales —junto con un suministro de crema de leche con un ‘Cadence Sinclair Eastman’ impreso en la parte superior. Querido abuelo, acabo de llegar en un paseo en bicicleta de 5 Km para la investigación del cáncer. El equipo de tenis inicia la próxima semana. Nuestro club de lectura está leyendo Brideshead Revisited. Te quiero. —Sólo recuérdale que te importa —dijo mamá—. Y que eres una buena persona. Bien preparada y un motivo de orgullo para a la familia. Me quejé. Escribiendo las letras parecía falsa. Por supuesto que me importaba. Quiero al abuelo y pensaba en él. Pero no quería escribir estos recordatorios de mi excelencia cada dos semanas. —En estos momentos es muy influenciable —dijo mamá—. Está sufriendo. Pensando en el futuro. Eres la primera nieta. —Johnny es sólo tres semanas más joven. —Ese es mi punto. Johnny es un chico y sólo es tres semanas más joven. Así que escribe la carta. Hice lo que me pidió. El quinceavo verano en Beachwood, las tías cumplieron con la abuela, cayendo y haciendo alboroto alrededor del abuelo como si él no hubiera estado viviendo sólo en Boston desde que Tipper murió en Octubre. Pero eran tan beligerantes. Ya no tenían el pegamento de la abuela que las mantenía unidas, y se peleaban por sus recuerdos, sus joyas, la ropa en su armario, incluso sus zapatos. Estos asuntos no se habían resuelto en Octubre. Los sentimientos de la gente habían sido demasiado delicados entonces. Todo se había quedado para el verano. Cuando llegamos a

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Beechwood a finales de Junio, Bess había ya inventariado las posesiones del abuelo en Boston y ahora comenzó con las de Clairmont. Las tías tenían copias en sus tabletas y las sacaban con regularidad. —Siempre amé el ornamento del bonsái. —Me sorprende que lo recuerdes. Nunca ayudaste a decorar. —¿Quién crees que quitaba el árbol? Cada año envolvía todos los adornos en papel de seda. —Mártir. —Aquí están los pendientes de perlas que mi madre me prometió. —¿Las perlas negras? Ella dijo que podía tenerlas. Las tías comenzaron a desdibujarse unas a otras mientras los días del verano pasaban. Discusión tras discusión, viejas heridas fueron saliendo junto con otras nuevas. Versiones. —Dile al abuelo cuánto amas los manteles bordados —me dijo mamá. —No los quiero. —Él no te dirá que no a ti. —Las dos estábamos solas en la cocina de Windemere. Ella estaba borracha—. ¿Me quieres, no es así, Cadence? Eres todo lo que tengo ahora. No eres como papá. —Simplemente no me importan los manteles. —Entonces miente. Dile de los de la casa de Boston. Los de color crema con bordado. Era más fácil decirle que lo haría. Y más tarde, le dije que los tenía. Pero Bess había pedido a Mirren hacer lo mismo y ninguno de nosotros le rogó al abuelo por los malditos manteles.

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61 GAT Y YO FUIMOS A nadar de noche. Nos tumbamos en la pasarela de madera y miramos las estrellas. Nos besamos en el ático. Nos enamoramos. Me dio un libro. Con todo, todo. 182

No hablamos de Raquel. No podría pedírselo. No lo mencionó. Los gemelos tienen su cumpleaños el 14 de julio, y siempre hay una gran comida. Los trece estábamos sentados en la mesa larga en el césped fuera Clairmont. Las langostas y patatas con caviar. Pequeños botes de mantequilla derretida. Verduritas y albahaca. Dos pasteles, uno de vainilla y uno chocolate, esperaban dentro en la encimera de la cocina. Los pequeños estaban haciendo mucho ruido con sus langostas, clavándose mutuamente las pinzas y sorbiendo la carne de las patas. Johnny contaba historias. Mirren y yo nos reíamos. Nos sorprendimos cuando el abuelo se acercó y metió entre el Gat y yo. —Quiero que me aconsejen sobre algo —dijo—. El consejo de la juventud. —Somos jóvenes mundanos e increíbles —dijo Johnny—, por lo que has venido al extremo correcto de la mesa. —Sabes —dijo el abuelo—, no me estoy haciendo más joven, a pesar de mi apariencia. —Sí, sí —dije. —Thatcher y yo estamos clasificando mis asuntos. Estoy pensando en dejar una buena parte de mis bienes a mi alma mater. —¿A Harvard? ¿Para qué, papá? —preguntó mamá, que caminaba detrás de Mirren.

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El abuelo sonrió. —Probablemente para financiar el centro de estudiantes. Ellos le pusieron mi nombre, en el frente —Le dio un codazo a Gat.— ¿Deberían llamarlo, hombre joven, eh? ¿Qué opinas? —¿Salón Harris Sinclair? —Se aventuró Gat. —Pah. —El abuelo meneó la cabeza—. Podemos hacerlo mejor. ¿Johnny? —El Centro Sinclair para la Socialización —dijo Johnny, metiendo un calabacín en su boca. —Y bocadillos —agregó Mirren—. El Centro Sinclair para la Socialización y Bocadillos. El Abuelo golpeó con la mano en la mesa. —Me gusta como suena. No educativo, pero muy apreciado por todo el mundo. Estoy convencido. Voy a llamar mañana a Thatcher. Mi nombre estará en el edificio favorito de todos los estudiantes. —Tendrás que morir antes de que lo construyan —le dije. —Cierto. ¿Pero no va a ser un orgullo ver mi nombre ahí arriba cuando seas un estudiante? —No vas a morir antes de que vayamos a la Universidad —dijo Mirren—. No lo permitiremos. —Oh, si insistes. —El abuelo pinchó un poco de la cola de langosta de su plato y se lo comió. Nos pusimos al día con facilidad, Mirren, Johnny y yo —sintiendo el poder que nos confirió el abuelo imaginándonos en Harvard, lo especial de pedir nuestras opiniones y riéndose de nuestras bromas. Así fue como abuelo siempre nos había tratado. —No eres divertido, papá —espetó mamá—. Involucrando a los niños en esto. —No somos niños —le dije—. Entendemos la conversación.

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—No, no lo hacen —dijo—, o tú no deberías seguirle la corriente de esa manera. Una tranquilidad recorrió la mesa. Incluso los pequeños se calmaron. Carrie vivía con Ed. Ambos compraban arte que podría o no ser valioso más tarde. Johnny y Will se fueron a una escuela privada. Carrie había comenzado una boutique de joyas con su fideicomiso y funcionó durante varios años, hasta que falló. Ed había ganado dinero y le apoyó, pero Carrie no tenía un ingreso propio. Y no estaban casados. Él era dueño de su apartamento y ella no. Bess estaba criando a cuatro hijos por su cuenta. Ella tenía algo de dinero por la custodia, como mamá y Carrie, pero cuando ella y Brody se divorciaron, Bess conservó la casa. Ella no había trabajado desde que se casó, y antes de eso ella sólo había sido asistente en las oficinas de una revista. Bess vivía del dinero fiduciario y el que le daba él. Y mamá. El negocio de la cría de perros no paga mucho, y papá quería vender la casa de Burlington para que pudiera quedarse con la mitad. Sabía que mamá estaba viviendo de la custodia. Nosotros. Estábamos viviendo de la custodia. Que no duraría para siempre. Así que cuando el abuelo dijo que tal vez dejaría su dinero para construir un centro de estudiantes en Harvard y pidió nuestro consejo, no estaba involucrando a la familia en sus planes financieros. Estaba haciendo una amenaza.

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62 ALGUNOS DÍAS MÁS TARDE. Hora del cóctel de Clairmont. Comenzó a las seis o seis y media, dependiendo de cuando la gente deambulaba subiendo la colina a la casa grande. La cocinera estaba preparando la cena y había propuesto mousse de salmón con galletitas saladas. Pasé junto a ella y saqué una botella de vino blanco de la nevera para las tías. Los pequeños, habían estado abajo en la playa grande toda la tarde, estaban siendo forzados a bañarse y ponerse ropa limpia por Gat, Johnny y Mirren en Red Gate, donde había una ducha al aire libre. Mamá, Bess y Carrie se sentaron alrededor de una mesa de café de Clairmont. Traje copas para las tías mientras el abuelo entraba. —Entonces, Penny —dijo, sirviéndose él mismo whisky de la jarra sobre el aparador—, ¿cómo están Cady y tú en Windemere este año, con el cambio de circunstancias? Bess está preocupada porque estás sola. —Yo no dije eso —dijo Bess. Carrie entrecerró los ojos. —Sí —dijo el abuelo a Bess. Hizo señas para que me sentara—. Hablamos de las cinco habitaciones. La cocina renovada, y de cómo Penny está sola ahora y no lo necesita. —¿Lo hiciste, Bess? —Mamá respiró. Bess no respondió. Se mordió el labio y miró hacia el paisaje. —No estamos solas —dijo mamá al abuelo—. Adoramos Windemere, ¿no es así, Cady? El Abuelo me miró. —¿Estás bien, Cadence?

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Yo sabía lo que se suponía que tenía que decir. “Estoy más que bien allí, estoy estupenda. Me encanta Windemere porque lo construiste especialmente para mamá. Quiero criar a mis hijos allí y a los hijos de mis hijos. Eres tan genial, abuelo. Eres el patriarca y te venero. Me alegro de ser una Sinclair. Esta es la mejor familia en América.” No con esas palabras. Pero se esperaba que yo ayudara a mamá a mantener la casa diciéndole a mi abuelo que era un hombre grande, que era la causa de toda nuestra felicidad y recordándole que yo era el futuro de la familia. Los Sinclair todos americanos, perpetuaríamos, en alto, y blanco, hermosos y ricos, si tan sólo dejaba que mi mamá y yo nos quedáramos en Windemere. Se suponía que debía hacer sentir al abuelo que tenía el control cuando su mundo giraba porque la abuela había muerto. Iba a rogarle alabándolo — nunca reconocería la agresión detrás de su pregunta. Mi madre y sus hermanas eran dependientes del abuelo y su dinero. Tenían las mejores educaciones, mil posibilidades, mil conexiones, y aun así eran incapaces de mantenerse a sí mismas. Ninguna de ellas hizo algo útil en el mundo. Nada necesario. Nada valiente. Todavía eran unas niñas pequeñas, tratando de quedar bien con papá. Él era su pan y mantequilla, crema y miel. —Es demasiado grande para nosotras —le dije al abuelo. Nadie habló mientras yo abandonaba la habitación.

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63 MAMÁ Y YO GUARDAMOS silencio de regreso a Windemere después de la cena. Una vez que la puerta se cerró detrás de nosotros, se giró hacia mí. —¿Por qué no me apoyaste con tu abuelo? ¿Quieres perder esta casa? —No la necesitamos. 187

—Elegí la pintura, los azulejos. Colgué la bandera del porche. —Tiene cinco dormitorios. —Pensamos que tendríamos una familia más grande. —La cara de mamá se tensó—. Pero no fue así. Eso no significa que no merezca la casa. —Mirren y los chicos podrían usar las habitaciones. —Esta es mi casa. No puedes esperar que renuncie a ella porque Bess tiene demasiados hijos y dejó a su marido. No puedes pensar que está bien que ella me la arrebate. Este es nuestro lugar, Cadence. Tenemos que cuidar de nosotras mismas. —¿Te estas escuchando? —me enfurecí—. Tienes un fondo fiduciario. —¿Qué tiene que ver con esto? —Algunas personas no tienen nada. Lo tenemos todo. La única persona que utilizaba el dinero de la familia para la caridad era la abuela. Ahora se ha ido y por lo único que se preocupan es por sus perlas y sus ornamentos y los muebles. Nadie está tratando de usar su dinero para algo bueno. Nadie está intentando que el mundo sea mejor. Mamá se puso de pie. —Te crees superior ¿no es así? Crees que entiendes el mundo mucho mejor que yo. He oído hablar a Gat. Te he visto comiéndote sus palabras como el helado de una cuchara. Pero no has pagado las facturas, no has

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tenido una familia, tenido una propiedad, visto el mundo. No tienes idea de lo que hablas, y sin embargo no haces más que emitir un juicio. —Estás destruyendo a esta familia porque crees que te mereces la casa más bonita. Mamá caminó hasta el pie de las escaleras. —Vuelve a Clairmont mañana. Dile a tú abuelo cuánto te gusta Windemere. Dile que deseas criar a tus hijos y pasar los veranos aquí. —No. Tú debes enfrentarte a él. Dile que deje de manipularlos a todos. Sólo actúa así porque está triste por la abuela, ¿no te das cuenta? ¿No puedes ayudarle? ¿O conseguir un trabajo para que su dinero no importe?, ¿O darle la casa a Bess? —Escúchame, jovencita. —La voz de mamá era dura—. Vas a ir y hablar con el abuelo sobre Windemere o te enviaré a Colorado con tú padre el resto del verano. Lo haré mañana. Lo juro, la primera cosa que hare será llevarte al aeropuerto. Nunca volverás a ver a ese precioso novio tuyo. ¿Entiendes? Ella me tenía atrapada. Sabía de mí y de Gat. Y ella podría llevárselo. Lo llevaría lejos. Estaba enamorada. Prometí todo lo que pidió. Cuando le dije a mi abuelo cuánto adoraba a la casa, él sonrió y dijo que sabía que algún día tendría hijos hermosos. Entonces dijo que Bess era una joven ambiciosa y que él no tenía intención de darle mi casa. Pero más tarde, Mirren me dijo que él le había prometido Windemere a Bess. —Voy a ocuparme de ti —le dijo—. Sólo dame un poco de tiempo para superar lo de Penny.

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64 GAT Y YO SALIMOS a la cancha de tenis al anochecer un par de noches después de la pela con mamá. Lanzamos bolas para Fatima y Príncipe Philip en silencio. Finalmente dijo: — ¿Has notado que Harris nunca me llama por mí nombre? —No. —Me llama joven. Como, ¿Qué tal te fue en tu año escolar, joven? —¿Por qué? —Es como, si cuando me llamara Gat en realidad estuviera diciendo, ¿Cómo estuvo tu año escolar, niño Indio que vive con su tío Indio y que peca con mi hija blanca? Niño indio ¿Sabías que atrapé besando a mi hermosa Cadence? —¿Tú crees que eso es lo que piensa? —No me tolera —dijo Gat—. En realidad no. Le gusto como persona, incluso como Ed, pero no puede decir mi nombre o mirarme a los ojos. Era cierto. Ahora que lo había dicho, lo veía. —No estoy diciendo que seas alguien a quien sólo le guste la gente blanca —continuó Gat—. Él sabe que se supone que no es esa clase chico. Es un demócrata, votó por Obama, pero eso no significa que esté cómodo con gente de color en su hermosa familia. —Gat meneó la cabeza—. Es falso con nosotros. No le agrada la idea de que Carrie esté con nosotros. No llama a Ed Ed. Lo llama señor. Y se asegura de que me sienta un intruso, cada vez que puede. —Gat acarició las orejas suaves del perrito de Fátima—. Tú lo viste en el ático. Quiere es esté lo más lejos posible de ti. Yo no había visto la interrupción del abuelo de esa forma. Me imaginaba que estaba avergonzado de caminar cerca de nosotros.

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Pero ahora, de repente, comprendí lo que había sucedido. “Cuídese, joven”, había dicho el abuelo. “Su cabeza. Podría salir lastimado.” Era otra amenaza. —¿Sabías que mi tío se lo propuso a Carrie, en otoño? —preguntó Gat. Negué con la cabeza. —Han estado juntos casi nueve años. Él actúa como un padre para Johnny y Will. Se puso de rodillas y se lo propuso a Cady. Estábamos los tres chicos allí y mi mamá. Él había adornado el apartamento con velas y rosas. Todos nos vestimos de blanco, y habíamos traído una gran comida de ese lugar italiano que Carrie ama. Puso a Mozart en el estéreo. —Johnny y yo, estábamos todos, Ed, ¿Cuál es problema? Vive contigo, hermano. Pero el hombre estaba nervioso. Había comprado un anillo de diamantes. De todos modos, ella vino a casa y nosotros cuatro los dejamos solos y nos escondimos en la habitación de Will. Se suponía que todos íbamos a salir corriendo con felicitaciones, pero Carrie dijo que no. —Pensé que no lo veían el punto a casarse. —Ed ve el punto. Pero Carrie no quiere arriesgar su estúpida herencia — dijo Gat. —¿Ella ni siquiera le preguntó al abuelo? —Esa es la cosa —dijo Gat—. Todo el mundo siempre le pregunta a Harris sobre todo. ¿Por qué debería una mujer adulta preguntarle a su padre que apruebe su boda? —El abuelo no la detendría. —No —dijo Gat—. Pero cuando Carrie se mudó con Ed, Harris dejó en claro que todo el dinero destinado para ella desaparecería si se casaba con él. —El punto es que a Harris no le gusta el color de Ed. Es un bastardo racista, al igual que Tipper. Sí, me agradan los dos por un montón de

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razones, y han sido más que generosos por dejarme venir aquí cada verano. Estoy dispuesto a pensar que Harris no se da cuenta de por qué no le gusta mi tío, pero no le desagrada lo suficiente como para desheredar a su hija mayor. Gat suspiró. Me encantaba la curva de su mandíbula, el agujero de su camiseta, las notas que me escribió, la forma en que pensaba, la forma en la que movía las manos cuando hablaba. Imaginaba, entonces, que lo conocía por completo. Me incliné y le besé. Todavía parecía tan mágico que pudiera hacer eso y que él me devolviera el beso. Tan mágico que nos mostrábamos nuestras debilidades, nuestros miedos y nuestra fragilidad. —¿Por qué nunca hemos hablado de esto? —dije en voz baja. Gat me besó otra vez. —Me encanta estar aquí —dijo—. La isla. Johnny y Mirren. Las casas y el sonido del océano. Tú. —A mí también. —Una parte de mí no quiere arruinarlo. No quiero ni siquiera imaginar que no es perfecto. Comprendí lo que sentía. O pensaba que lo hacía. Gat y yo recorrimos el perímetro y caminamos hasta llegar a una gran roca plana que daba al puerto. El agua se estrelló contra la orilla de la isla. Nos abrazamos medio desnudos y olvidamos, durante el tiempo que pudimos, cada detalle horrible de la hermosa familia de Sinclair.

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65 HABIA UNA VEZ un comerciante adinerado que tenía tres hermosas hijas. Las malcrió tanto que las dos más jóvenes no hacían nada más que sentarse todo el día frente al espejo, admirando su belleza y pellizcándose las mejillas para volverlas rojas. Un día el comerciante tuvo que irse de viaje. “¿Qué desean que les traiga cuando regrese?” La hija más joven pidió vestidos de seda y encajes. La hija de en medio pidió rubíes y esmeraldas. La hija mayor sólo pidió una rosa. El comerciante estuvo fuera durante varios meses. Para su hija menor, llenó un baúl con vestidos de varios colores. Para la hija de en medio, Rastreó los mercados por joyas. Pero solo cuando se encontró cerca de casa recordó su promesa de una rosa a su hija mayor. Se acercó a la valla de hierro que se extendía a lo largo del camino. En la distancia había una oscura mansión y se complació de ver un rosal cerca de la valla rebosando con flores rojas. Varias rosas estaban dentro de su alcance. Fue trabajo de un minuto cortar una flor. El comerciante estaba metiendo la flor en su alforja cuando un gruñido de enojo lo detuvo. Una figura encapuchada estaba en donde el comerciante pensaba con seguridad que no había nadie antes. Era enorme y hablaba con un gran estruendo. “¿Tomas algo de mí sin intención de pagarlo?” “¿Quién eres?” preguntó el mercader, temblando. “Es suficiente con decir que soy aquel a quien tu robas.” El comerciante le explicó que le había prometido una rosa a su hija después de un largo viaje. “Puedes quedarte con la rosa que has robado,” dijo la figura, “pero a cambio, dame la primera de tus posesiones que veas en tu viaje de regreso.” Luego se retiró la capucha para revelar el rostro de una espantosa bestia, era todo dientes y hocico. Un jabalí salvaje combinado con un chacal. “Me has hecho enfadar,” dijo la bestia. “Morirás si me haces enfadar de nuevo.” El comerciante siguió su camino a casa tan rápido como su caballo se lo permitía. Aún estaba a una milla de distancia cuando vio a su hija mayor

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esperándolo en el camino. “¡Recibimos noticias de que regresarías esta tarde!” exclamó, corriendo hacia sus brazos. Ella era la primera de sus posesiones que vio en su viaje de regreso. Ahora sabía cuál era el precio que en realidad la bestia le había pedido. ¿Y ahora qué? Todos sabemos que la Bella llega a amar a la bestia. Llega a amarlo, sin importar lo que su familia piense —por su encanto y educación, su conocimiento de las artes y su sensible corazón. En realidad, es un humano y siempre lo fue. Nunca fue una un jabalí salvaje combinado con un chacal. Sólo fue una horrible ilusión. El problema es, que es terriblemente difícil convencer a su padre de eso. Su padre ve las garras y el hocico, él oye el horrible gruñido cada vez que Bella trae a su nuevo esposo de visita. No importa cuán civilizado y erudito sea el esposo. No importa cuán amable. El padre ve a un animal salvaje, y su repugnancia nunca lo abandonara.

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66 UNA NOCHE del verano quince, Gat arrojó piedras a la ventana de mi habitación. Saqué la cabeza para verle entre los árboles, la luz de la luna destellando en su piel, y los ojos brillantes. Estaba esperándome en el porche. —Tengo un terrible deseo de chocolate —susurró—, así que me dirijo a la despensa de Clairmont. ¿Vienes conmigo? 194

Asentí y caminamos juntos por el estrecho sendero, nuestros dedos entrelazados. Paramos junto a la entrada de Clairmont, la que lleva al recibidor llena de raquetas de tenis y toallas de playa. Con una mano en la puerta mosquitera, Gat se dio la vuelta y me acercó hacia él. Sus cálidos labios estaban en los míos. Nuestras manos seguían juntas, Ahí, en la puerta de la casa. Por un momento, solo estábamos nosotros dos en el planeta, con toda la vastedad del cielo, y el futuro y el pasado dispersándose a nuestro alrededor. Entramos de puntillas al recibidor y a la larga despensa que se abría por fuera de la cocina. La habitación era anticuada, con pesados cajones de madera y estantes para poner mermeladas y encurtidos, tiempo atrás cuando la casa fue construida. Ahora almacenaba galletas, cajas de vino, patatas fritas, tubérculos, seltzer. Dejamos la luz encendida en caso de que alguien entrara a la cocina, pero estábamos seguros que el abuelo era el único durmiendo en Clairmont. Nunca oiría nada en la noche. Usaba audífonos para oír mejor durante el día. Estábamos hurgando cuando oímos voces. Eran las tías viniendo a la cocina, con su forma de hablar arrastrando las palabras e histérica. —Esta es la razón por la que las personas se matan entre ellas —dijo Bess amargamente—. Debería salir de esta habitación antes de que haga algo de lo que pueda arrepentirme. —No quieres hacer eso. —dijo Carrie.

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—¡No me digas lo que quiero hacer! —gritó Bess—. Tú tienes a Ed. No necesitas dinero como yo. —Ya has enterrado tus garras en la casa de Boston —dijo mamá—. Deja la isla en paz. —Quién hizo los arreglos para el funeral de mamá? —espetó Bess.— ¿Quién estuvo al lado de papá durante semanas? ¿Quién tuvo que hacer todo el papeleo, hablar con dolientes, escribir las cartas de agradecimiento? —Tú vives cerca de él —dijo mamá—. Estabas justo ahí. —Estaba manteniendo un hogar con cuatro niños y también mantenía un trabajo —dijo Bess—. Ustedes no hacían nada de eso. —Yo también mantenía una casa —dijo Carrie. —Cualquiera de las dos pudo haber venido una semana o dos. Lo dejaron todo para mí —dijo Bess—. Soy la que tiene que lidiar con papá todo el año. Soy la que corre a auxiliarlo cuando necesita ayuda. Soy la que lidia con su demencia y su dolor. —No digas eso —dijo Carrie—, no sabes lo a menudo que me llama. No sabes cuánto debo de tragarme sólo para ser una buena hija para él. —¡Maldita sea! Enserio quiero esa casa —continuo Bess, como si no hubiese oído nada —. Me lo he ganado. ¿Quién llevó a mama a sus citas con el doctor? ¿Quién estuvo sentada a su lado? —Eso es injusto —dijo mamá—. Sabes que yo también fui, Carrie también lo hizo. —De visita, dijo entre dientes. —No tenías que hacer eso —dijo mamá—. Nadie te pidió que lo hicieras. —Nadie más estaba allí para hacerlo. Me dejaron hacerlo, y nunca me lo agradecieron. Estoy metida en Cuddledown y tiene la peor cocina. Ustedes ni siquiera van allí, se sorprenderían de lo deteriorado que está. No vale casi nada. Mamá arregló la cocina de Windemere antes de morir, y los baños en Red Gate, pero Cuddledown esta como siempre estuvo, y aquí están ustedes dos, envidiando mi compensación por todo lo que he hecho y continúo haciendo. —Tú accediste a quedarte con Cuddledown —espetó Carrie—. Querías la vista. Tienes la única casa frente a la playa Bess, y además tienes todo el

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apoyo y devoción de papá. Creería que es suficiente para ti. El Señor sabe que sería imposible para nosotros conseguirlo. —Tú escogiste no tenerlo —dijo Bess—. Escogiste a Ed; escogiste vivir con él. Escogiste traer a Gat cada verano, aun cuando sabes que no es uno de nosotros. Tú sabes lo que piensa papá, y no sólo andas con Ed frente a él, sino que trajiste a su sobrino y lo exhibiste como una niñita desafiante con un juguete prohibido. Tus ojos han estado bien abiertos todo el tiempo. —¡No digas nada de Ed! —gritó Carrie—. Sólo cállate, cállate. Hubo una bofetada –Carrie golpeó a Bess en la boca. Bess se fue. Cerrando de un golpe las puertas. Mamá se fue también. Gat y yo nos sentamos en el suelo de la despensa, tomándonos de las manos. Tratando de no respirar, tratando de no movernos mientras Carrie colocaba los vasos en el lavaplatos.

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67 UN PAR DE DIAS después, el Abuelo llamó a Johnny a su estudio en Clairmont. Le pidió que le hiciera un favor. Johnny dijo que no. Abuelo dijo que vaciaría el fondo para la universidad de Johnny si se negaba. Johnny dijo que no iba a interferir en la vida amorosa de su madre y que trabajaría duro en la universidad pública entonces. El Abuelo llamó a Thatcher. Johnny se lo contó a Carrie. Carrie le pidió a Gat que dejara de ir a cenar a Clairmont. —Está sacando de quicio a Harris —le dijo—, sería mejor para todos nosotros si te hicieras unos macarrones en Red Gate, o le puedo decir a Johnny que te lleve un plato. Lo entiendes ¿verdad? Sólo hasta que todo se arregle. Gat no lo entendió. Johnny tampoco. Todos nosotros, los Mentirosos dejamos de ir a cenar. Luego, Bess le dijo a Mirren que presionara al abuelo más acerca de Windemere. Iba a llevar a Bonnie, Liberty, and Taft con ella a hablar con el abuelo en su estudio. Eran el futuro de su familia, Mirren tenía que decir. Johnny y Cady no tenían las calificaciones necesarias para entrar a Harvard, mientras que Mirren sí. Mirren era la de la mente de los negocios, la heredera que el abuelo esperaba. Johnny y Cady eran muy frívolos. Y mira a estos hermosos pequeños: los gemelos tan rubios, la cara llena de pecas de Will. Eran Sinclair, hechos y derechos. Di todo eso, dijo Bess. Pero Mirren no lo haría. Bess le quitó su teléfono, su laptop y su asignación. Mirren no lo haría. Una tarde mamá preguntó acerca de Gat y de mí. —El abuelo sabe que algo está pasando entre ustedes dos, no está contento.

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Le dije que estaba enamorada. Ella dijo que no fuera tonta. —Estás arriesgando el futuro —dijo—. Nuestra casa. Tu educación, ¿Para qué? —Amor. —Una aventura de verano. Deja a ese chico en paz. —No. —El amor no perdura, Cady. Tú lo sabes. —No lo sé. —Bueno, entonces créeme, no perdura. —Nosotros no somos tú y papá —dije—. No lo somos. Mamá cruzó los brazos. —Madura, Cadence. Ve al mundo como es, no como tú quisieras que fuera. La miré. Mi encantadora, alta madre con sus rizos y su boca dura y amarga. Sus venas nunca estuvieron abiertas. Su corazón nunca saltó fuera para desplomarse en el césped sin poder hacer nada. Ella nunca se derritió en charcos. Ella era normal. Todo el tiempo. A cualquier precio. —Por el bienestar de nuestra familia —dijo finalmente—. Vas a romperlo. —No lo haré —Debes hacerlo. Y cuando termines, asegúrate de que el abuelo se entere. Dile que no es nada y dile que nunca fue nada. Dile que no se debería preocupar por ese chico de nuevo y luego háblale sobre Harvard y el equipo de tenis y el futuro que tienes por delante, ¿Me entiendes? No lo entendí y no lo haría. Salí corriendo de la casa hacia los brazos de Gat. Sangré sobre él, y a él no le importó. Más tarde esa noche, Mirren, Gat, Johnny, y yo fuimos al cobertizo detrás de Clairmont. Encontramos martillos. Sólo había dos, así que Gat tomó una llave inglesa y yo tomé un par de pesadas tijeras de jardinería. Recolectamos el ganso de marfil de Clairmont, los elefantes de Windemere, los monos de Red Gate, y la tortuga de Cuddledown. Los llevamos al muelle en la oscuridad y los golpeamos con los martillos y la llave inglesa y las tijeras hasta que el ganso de marfil no era nada más que polvo. Gat sumergió una cubeta en el agua fría de mar y limpió el muelle.

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68 PENSAMOS Charlamos. ¿Y qué pasaría si, dijimos, qué pasaría si en otro universo, un realidad divida, Dios acercara sus dedos e hiciera caer un rayo en Clairmont? ¿Y si Dios incendiara la casa? Así castigaría la codicia, la mezquindad, los prejuicios, lo normal, la crueldad. Se arrepentirían de sus actos. Y después de eso, aprenderían amarse entre ellos. Abrir sus almas. Abrir sus venas. Limpiar sus sonrisas. Ser una familia. Seguir siendo una familia. No era algo religioso, la forma en que pensábamos en ello. Y sin embargo lo era. Castigo. Purificación por las llamas. O ambas cosas.

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69 AL DÍA SIGUIENTE, a finales de Julio del verano quince, hubo un almuerzo en Clairmont. Otro almuerzo como todos los otros almuerzos, preparados en la mesa grande. Más lágrimas. Las voces eran tan fuertes que nosotros, los Mentirosos, salimos al corredor de Red Gate y nos quedamos frente al jardín, escuchando. —Tengo que ganarme tu amor todos los días, papá —dijo mamá apresuradamente—. Y casi todos los días fallo. No es justo. Carrie se queda con las perlas, Bess se queda con la casa de Boston, Bess se queda con Windemere. Carrie tiene a Johnny y a él le darás Clairmont, sé que lo harás. Me dejaras sola, sin nada, aun cuando se suponía que Cady era la primera, tú siempre lo dijiste. El abuelo se levantó de su asiento y se dirigió a la mesa. —Penelope. —Me la llevaré ¿me oyes? Me llevare a Cady muy lejos y nunca más la volverás a ver. La voz del abuelo resonó por todo el patio. —Esto es Estados Unidos de América —dijo—. Parece que no lo entiendes, Penny, así que déjame explicarte. En América, así es como funcionamos: trabajamos por lo que queremos, y nos esforzamos. Nunca aceptamos un “no” como respuesta, y merecemos las recompensas por nuestra perseverancia. Will, Taft, ¿están escuchando? Los pequeños asintieron, con las quijadas temblando. El abuelo continuó: —Los Sinclair somos una gran y antigua familia. Eso es algo de lo que estar orgulloso. Nuestras tradiciones y valores forman la base en donde nuestras futuras generaciones se asientan. Esta isla en nuestro hogar, como lo fue de mi padre y de mi abuelo antes que él. Y sin embargo ustedes tres, con esos divorcios, hogares destrozados, esta falta de respeto por las tradiciones, la falta de una ética de trabajo, lo único que han hecho es decepcionar a un anciano que pensó que las había criado bien.

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—Papá, por favor —dijo Bess. —¡Silencio! —dijo el abuelo como un relámpago—. No pueden esperar que acepte su indiferencia a los valores de esta familia y que las recompense a ustedes y a sus hijos con seguridad financiera. No pueden, ninguna de ustedes, esperar eso. Y sin embargo, día tras días, veo que sí lo esperan. No lo toleraré más. Bess rompió en llanto. Carrie tomó a Will del hombro y caminaron hacia el muelle. Mamá tiró su copa de vino contra un lateral de la casa Clairmont.

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70 —¿Y QUÉ FUE LO QUE SUCEDIÓ DESPUÉS? —le pregunté a Johnny—. Seguíamos recostados en el suelo de Cuddledown, temprano por la mañana. Verano diecisiete. —¿No lo recuerdas? —dijo. —No. —Todos empezaron a dejar la isla. Carrie se llevó a Will a un hotel en Edgartown y nos pidió, a Gat y a mí, que la siguiéramos apenas hubiéramos empaquetado todo. El grupo partió a las ocho. Tu madre fue a visitar a una amiga en Vineyard. —¿Alice? —Sí, Alice vino y la llevó, pero tú no te irías así que finalmente se tuvo que ir sin ti. El abuelo también partió. Y luego tomamos la decisión del fuego. —Nosotros lo planeamos —dije. —Lo hicimos. Convencimos a Bess de tomar el bote grande y a todos los pequeños para ver una película en Vineyard. Conforme Johnny hablaba, los recuerdos volvían a mí. Empecé a llenar los vacíos que él no mencionaba. —Cuando ellos partieron tomamos el vino que habían dejado en el refrigerador —dijo Johnny. —Cuatro botellas. Y Gat estaba tan molesto. —Él tenía razón —les dije. Johnny giró la cabeza, de modo que le hablaba al suelo una vez más. —Porque él no volvería. Si mamá se casaba con Ed, serían repudiados. Y si mamá dejaba a Ed, Gat habría dejado de estar conectado a la familia. —Clairmont era la prueba de que todo estaba mal, —en la voz de Mirren. Se acercó tan silenciosamente que no la escuché entrar. Ahora estaba recostada en el suelo al lado de Johnny, sosteniendo su otra mano.

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—El sillón del patriarcado —dijo Gat, a quien tampoco escuché entrar. Él estaba echado a mi lado. —Eres un idiota, Gat —dijo Johnny—. Tú y tu patriarcado. —Es a lo que me refiero. —Lo dices cada vez que puedes. Patriarcado en las tostadas. Patriarcado en mis pantalones. Patriarcado en los limones. —Clairmont realmente era el sillón del patriarcado —repitió Gat—. Y sí, éramos unos tontos borrachos, y sí, pensamos que destruiríamos la familia y que nunca más volverían. Desciframos que si la casa desaparecía, con los documentos y los objetos en cuestión, toda la pelea por el poder se acabaría. —Podríamos ser una familia —dijo Mirren. —Fue una purificación —dijo Gat. —Ella recuerda que provocamos un incendio, es todo —dijo Johnny en tono rudo. —Y algunas otras cosas —agregué, recostándome y mirando a los Mentirosos a la luz de la mañana—. Las cosas están volviendo a mí conforme las relatan. —Te estamos contando todo lo que sucedió antes de que empezáramos el incendio —dijo Johnny con el mismo tono rudo. —Sí —dijo Mirren. —Nosotros iniciamos un incendio —dije—. Sin sangre, hicimos algo instantáneo. Hicimos un cambio. —Más o menos —dijo Mirren. —¿Estás bromeando? Quemamos ese maldito palacio hasta las cenizas.

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71 DESPUÉS DE QUE LAS TÍAS y el Abuelo discutieran, yo estaba llorando. Gat estaba llorando también. Él dejaría la isla y nunca más le volvería a ver. Nunca más. Gat, mi Gat. Nunca antes había llorado con alguien. A la misma vez. Él lloraba como un hombre, no como un niño. No como si estuviera frustrado, o como si las cosas no hubieran funcionado a su manera, sino como si la vida fuera amarga. Como si sus entrañas no pudieran curarse. Realmente quería curarlo. Corrió hacia la pequeña playa solo. Lo seguí y nos sentamos juntos en la arena, por primera vez, sin nada que decir. Sin análisis ni preguntas. Finalmente, dije algo como ¿y si y si hacemos algo con nuestras propias manos? Y Gat me dijo, ¿Cómo? Y dije algo como ¿y si y si ellos dejaran de discutir? Tenemos algo que proteger. Y Gat dijo, Sí. Tú y yo. Y Mirren y Johnny, sí, lo tenemos. Y por supuesto, siempre podríamos vernos, los cuatro. El siguiente año podremos conducir. Siempre está el teléfono. Pero aquí, dije. Esto. Tú y yo. Y dije algo como ¿y si y si de alguna forma dejamos de ser la Maravillosa Familia Sinclair y somos simplemente una familia? ¿Y si dejáramos de ser de diferentes colores, diferentes escenarios y solo nos enamoramos? ¿Y si pudiéramos forzar a todos a cambiar?

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Forcémoslos. —Quieres jugar a ser Dios —dijo Gat. —Quiero entrar en acción —respondí. —Siempre están los teléfonos —dijo. —¿Pero qué hay de este lugar? —dije—. Esto. —Sí, este lugar —dijo—. Esto. Gat era el amor de mi vida, el primero y el único. ¿Cómo podía dejarlo ir? Él era la persona a la que no le podía forzar una sonrisa, pero le sonreía todo el tiempo. Envolvió mis muñecas mi atención. Escribió en sus manos y me preguntó por mis pensamientos. Él había dejado de creer en Dios, pero le seguía pidiendo que lo ayudara. Y ahora, él era mío y yo le decía que no permitiéramos a nuestro amor verse amenazado. No deberíamos permitir que la familia se separe. No deberíamos permitir que al mal que nos cambie. ¿Deberíamos de rebelarnos en contra de eso, cierto? Sí, deberíamos. Aún en ese caso, seríamos héroes.

GAT Y YO hablamos con Mirren y Johnny. Los convencimos de entrar en acción. Nos dijimos unos a otros, una y otra vez haz lo que tengas miedo de hacer. Lo hicimos una y otra vez. Nos dijimos unos a otros, una y otra vez que estábamos en lo cierto.

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72 EL PLAN ERA simple. Encontraríamos los balones de gas, esos que guardaban con los botes de motor. Había periódicos y cartones en la habitación: Construiríamos pilas de papel reciclado y los bañaríamos de gasolina. Arrojaríamos gasolina en el suelo de madera también. Retrocederíamos. Prenderíamos un rollo de papel toalla y lo lanzaríamos. Sencillo. Cada piso estaría en llamas para estar completamente seguros de que Clairmont ardería en llamas. Gat en el sótano, yo en el primer piso, Johnny en el segundo y Mirren en el tejado. —El departamento de bomberos llegó muy tarde —dijo Mirren. —Dos departamentos de bomberos —agregó Johnny—. Woods Hole y Martha’s Vineyard. —Contábamos con eso —dije. —Pensamos en buscar ayuda —dijo Johnny—. Por supuesto, alguien tenía que llamar o habría parecido provocado. Habíamos acordado en decir que todos estábamos en Cuddledown, viendo una película rodeados de árboles. No puedes ver otras casas a menos que vayas al tejado. Así que tenía sentido que ninguno llamara. —Esos departamentos de bomberos están llenos de voluntarios —agregó Gat—. Nadie tendría la menor idea. Casa de madera vieja. Si las tías y el abuelo sospecharon de nosotros, y creo que lo hicieron, nunca habrían levantado los cargos —añadió Johnny. Por supuesto que no procederían con los cargos. No había ningún criminal. No había ningún adicto. No había ninguna falla. Me siento orgullosa de lo que hicimos. De lo que yo hice. Mi nombre completo es Cadence Sinclair Eastman, y contrariamente a las expectativas de la hermosa familia en la que me críe, soy una incendiaria.

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Una visionaria, una heroína, una rebelde. El tipo de persona que cambia la historia. Una criminal. Pero, si realmente era una criminal, ¿era también una adicta? ¿Era una falla? Mi mente jugaba con los significados, como normalmente lo hace. Aquí, con los Mentirosos, veo las cosas con claridad. —Hicimos que sucediera —les dije. —Depende de lo que signifique para ti —dijo Mirren. —Salvamos a la familia. Ellos tuvieron que volver a empezar. —La tía Carrie da vueltas por la isla en la noche —dice Mirren—. Mi madre se limpia las manos hasta que estén envejecidas. Penny te ve dormir cada noche y escribe lo que comes. Se emborrachan con sus propias lágrimas conforme caen. —¿Cuando has estado en New Clairmont para ver eso? —le dije. —Despierto algunos días allá —dijo Mirren—. Piensas que n encontramos la solución para todo Cady, pero en realidad, yo creo… —Estamos aquí —insistí—. Sin el fuego, no estaríamos aquí. Eso era a lo que me refería. —Bien. —El abuelo tenía mucho poder —dije. —Y ahora ya no lo hace. Cambiamos el mal que vimos en este mundo. Entiendo cómo esto no estaba claro antes. Mi té está tibio, los Mentirosos son hermosos, Cuddledown es hermoso. Ya no interesa si hay escaleras o paredes. Ya no interesa si tengo dolores de cabeza o si Mirren está enferma. Ya no interesa si Mirren tiene pesadillas o si Gat se odia a sí mismo. Cometimos el crimen perfecto. —El abuelo sólo carece de poder porque está demente —dijo Mirren—. Seguiría torturando a todo el mundo si pudiera. —No estoy de acuerdo contigo —dijo Gat—. New Clairmont parece como un castigo para mí. —¿Qué? —preguntó ella.

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—Un autocastigo. Él se construyó una casa que no es un hogar. Es deliberadamente incómoda. —¿Y por qué haría eso? —pregunté. —¿Por qué regalaste todas tus cosas? —preguntó Gat. Me está mirándome fijamente. Todos ellos lo hacen. —Por ser caritativa —respondí— . Para hacer algo bueno por el mundo. Hay un silencio extraño. —Odio el desorden —agrego. Nadie se ríe. No sé cómo esta conversación se tornó sobre mi persona. Ninguno de los Mentiros habla durante un buen rato. Luego, Johnny agregó, —No lo fuerces, Gat. —Estoy contento de que recuerdes el incendio, Cadence —dijo Gat. —Sí, bueno, algo de él. Luego Mirren dice que no se encuentra bien y vuelve a la cama. Los muchachos y yo nos quedamos recostados en el suelo de la cocina mirando al techo por un largo periodo de tiempo, hasta que me doy cuenta de que ambos se han quedado dormidos.

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73 ENCUENTRO A MI madre en el porche de Windemere con los Goldens. Está tejiendo una bufanda de color azul pálido. —Siempre estás en Cuddledown —se queja mamá—. No es bueno que pases tanto tiempo allí. Carrie estuvo allí ayer, buscando algo, y dijo que estaba asqueroso. ¿Qué has estado haciendo? —Pues nada. Lo siento por el desastre. —Si está realmente asqueroso no podemos pedirle a Ginny que lo limpie. Sabes eso, ¿verdad? No sería justo para ella. Y Bess tendría una rabieta si lo ve. En realidad no quiero que nadie vaya a Cuddledown. Sólo lo quiero para nosotros. —No te preocupes. —Me siento y le doy una palmadita a Bosh en su dulce cabeza amarilla—. Escucha, ¿Mami? —¿Si? —¿Por qué le dijiste a toda la familia que no me hablaran del incendio? Ella coloca las manos en el tejido y me observa por un momento. —¿Recuerdas el incendio? —Lo recordé anoche. No lo recuerdo todo, pero sí. Recuerdo que sucedió. Recuerdo que todos discutieron. Y todos dejaron la isla. Recuerdo que estaba aquí con Gat, Mirren y Johnny. —¿Recuerdas algo más? —Recuerdo como se veía el cielo. Las llamas. El olor del humo. Si mami piensa que soy de alguna manera culpable, jamás, jamás me lo preguntará. Sé que no lo hará.

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No lo quiere saber. Cambié el curso de su vida. Cambié el destino de la familia. Los Mentirosos y yo. Fue horrible lo que hicimos. Tal vez. Pero fue algo. No nos sentamos a quejarnos. Soy una persona más poderosa de lo que mi madre alguna vez sabrá. Ne he rebelado contra ella, y también la he ayudado. Me acaricia el cabello. Tan empalagoso. Yo retrocedo. —¿Eso es todo? —pregunta ella. —¿Por qué nadie habla al respecto? —repito. —Eso es por, es por tu... —Mamá se detiene, buscando las palabras—. Es por tu dolor. —Por qué tengo dolores de cabeza, o por qué no puedo recordar mi accidente, ¿no puedo con la idea de que Clairmont se incendió? —Los doctores me dijeron no añadir estrés a tu vida —dijo ella—. Dijeron que el fuego podía haber detonado los dolores de cabeza, por el humo o… o por el miedo —termina sin convicción. —No soy una niña —agrego—. Pueden confiarme información básica acerca de nuestra familia. Todo el verano he estado trabajando en recordar el accidente y que fue lo que sucedió después de eso. ¿Por qué, simplemente, no me lo dicen, mami? —Sí te lo dije. Hace dos años. Te lo dije una y otra vez, pero nunca lo recordabas al día siguiente. Y cuando hablé con el doctor, dijo que no debía de continuar con eso, así que dejé de presionarte. —¡Tú vives conmigo! —Lloro—. ¿Acaso no tienes algo de fe en tu juicio sobre lo que diga un doctor que apenas me conoce? —Él es un experto. —¿Qué es lo que te hace pensar que quería a toda la familia ocultándome secretos? Incluidos los mellizos, Will y Taft, por el amor de Dios. ¿Preferir

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eso en vez de saber qué fue lo que sucedió? ¿Qué es lo que te hace pensar que soy tan frágil que ni siquiera puedo saber los hechos? —Pareces tan frágil a mis ojos —dice mamá—. Y para ser honesta, no estaba segura de saber cómo manejar tu reacción. —No puedes ni imaginar lo insultante que es eso. —Te amo —me dijo—. No puedo seguir mirando su cara de pena y auto justificación ni un minuto más. 211

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74 MIRREN está en mi habitación cuando abro la puerta. Está sentada en el escritorio con una mano en la laptop. —Me

pregunto si podría leer los correos que me enviaste el año pasado — dice—. ¿Los tienes en la computadora? —Sí. —Nunca

los leí —dice—. Al inicio del verano pretendí que lo hice, pero en realidad, ni siquiera los abrí. —¿Por qué no lo hiciste? —Simplemente

no lo hice —me dice—. En ese momento pensé que no tenía importancia, pero ahora pienso que sí la tiene. ¡Y mírame! —agrega bajando la voz— hasta dejé la casa para hacerlo. Trago con toda la rabia que puedo. —Entiendo que no me hayas contestado pero, ¿Por qué ni siquiera los leíste? —Lo sé —dice Mirren—, apesta y soy una pésima compañera. ¿Me harías el favor de mostrármelos ahora? Abro la laptop. Hago una pequeña búsqueda y finalmente encuentro todas las notas enviadas a su dirección. Hay veintiocho. Los leo por encima de su hombro. Casi todos con simpáticos, correos cariñosos de una persona supuestamente sin dolores de cabeza.

¡Mirren! Mañana me voy a Europa con el tramposo de mi padre, quién como sabes, es terriblemente aburrido. Deséame mucha suerte y recuerda que desearía estar pasando el verano contigo en Beechwood. Y Con Johnny. Incluso con Gat.

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Lo sé, lo sé. Debería de superarlo. Lo he superado. Lo hice. Iré a Marbella a conocer muchachos españoles muy atractivos. Me pregunto si lograré que mi papá coma los platos más desagradables de cada país que visitamos como penitencia por huir a Colorado. Podría apostar que lo lograré. Si realmente me quiere, comerá ranas, riñones y hasta hormigas cubiertas en chocolate. /Cadence

Y ES ASÍ COMO VAN casi todos los correos. Pero algunos de ellos no son tan encantadores. Esos son dolorosos y reales. Mirren, Es invierno en Vermont. Oscuro, oscuro. Mamá sigue vigilándome mientras duermo. La cabeza no deja de dolerme en todo el día. Ya no sé qué hacer para detener el dolor. Las pastillas no funcionan. Alguien está talando con un hacha dentro de ella, un hacha que no tiene un corte limpio en mi cráneo. Algunas veces sueño que la persona que sostiene el hacha es el abuelo. Otras veces, esa persona soy yo. Otras veces, esa persona es Gat. Lo siento si suena como una locura. Mis manos tiemblan mientras que te escribo y esta pantalla es demasiado brillante. Quiero morir algunas veces, la cabeza me duele demasiado. Intento seguir escribiéndote mis pensamientos más alegres y nunca te digo los más oscuros, a pesar de que pienso en ellos todo el tiempo. Así que te los digo ahora. Aunque no contestes, sé que al menos alguien los escuchó, y eso por lo menos, es algo. /Cadence

LEEMOS TODOS LOS veintiocho correos. Cuando termina, Mirren me besa en la mejilla. —No puedo ni siquiera decirte que lo siento —me dice—. Ni siquiera Scrabble ha creado la palabra que puede describir lo mal que me siento. Y luego se fue.

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75 LLEVO MI computadora a la cama y creo un documento. Tomo las notas de las hojas cuadriculadas y empiezo a teclear eso y todos mis nuevos recuerdos, rápido y con miles de errores. Lleno las lagunas con suposiciones de las que no tengo recuerdo real. El Centro Sinclair para la Socialización y los aperitivos. No verás a ese precioso novio tuyo otra vez. Él quiere que me mantenga alejado de ti. Adoramos Windemere, ¿no, Cady? La Tía Carrie, llorando en la chaqueta de Johnny. Gat lanzando bolas a los perros en la cancha de tenis. Oh Dios, oh Dios, oh Dios. Los perros. Los malditos perros. Fatima y Príncipe Phillip. Los Goldens murieron en ese incendio. Lo sé, ahora, y es mi culpa. Eran perros tan traviesos, no como Bosh, Gendel y Poppy, a quienes mamá entrenaba. Fatima y Príncipe Phillip comieron estrellas de mar en la orilla, y luego vomitaron en la sala de estar. Se sacudieron el agua de su lanudo pelaje, engulleron los picnics de la gente, masticaron platos voladores hasta convertirlos en pedazos de plástico inusables. Amaban las pelotas de tenis y hubieran ido hasta la cancha y babeado cualquier pelota que hubiera alrededor. No se habrían sentado cuando se les dijera. Rogaban en la mesa. Cuando el incendio los atrapó, los perros estaban en una de las habitaciones de huéspedes. El Abuelo a menudo los encerraba arriba

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cuando Clairmont estaba vacío, o por la noche. De esa manera no se comerían las botas de la gente o aullarían en la mosquitera. El Abuelo los había encerrado antes de dejar la isla. Y no habíamos pensado en ellos. Yo había matado a esos perros. Era yo quien vivía con los perros, era yo quien sabía dónde dormían Príncipe Phillip y Fatima. El resto de los Mentirosos no pensaban en los perros—no mucho, de todas formas. No como yo. Se habían quemado hasta morir. ¿Cómo pude haberme olvidado así de ellos? ¿Cómo pude haber estado tan envuelta en mi estúpido ejercicio criminal, en la emoción de ello, en mi propia ira con los tíos y el Abuelo? Fatima y Príncipe Phillip, quemándose. Oliendo en la puerta caliente, respirando el humo, moviendo los rabos con esperanza, esperando que alguien llegara y los agarrara, ladrando. ¡Qué horrible muerte para esos pobres, queridos y traviesos perros!

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76 SALGO DE Windemere. Está oscuro ahora, es casi la hora de la cena. Mis sentimientos se escapan de mis ojos, arrugándome la cara, exhalando a través de mi cuerpo mientras imagino a los perros, esperando un rescate, mirando la puerta mientras entraban nubes de humo. ¿Dónde puedo ir? No puedo enfrentarme a los Mentirosos en Cuddledown. Red Gate podría tener a Will o a Tía Carrie. La isla, en verdad, es jodidamente pequeña, no hay donde ir. Estoy atrapada en esta isla, donde maté a esos pobres, pobres perros. Toda mi valentía de esta mañana, el poder, el crimen perfecto, derribar el patriarcado, la manera en que los Mentirosos salvamos el idilio de verano y lo hicimos mejor, la manera en que mantuvimos unida a nuestra familia destruyendo una parte de ella… todo lo que es delirante. Los perros están muertos, los estúpidos y adorables perros los perros que podría haber salvado, perros inocentes cuyos rostros se iluminaban cuando les dabas un poco de hamburguesa o decías sus nombres; perros que amaban ir en barco, que corrían libres todo el día con las patas embarradas. ¿Qué clase de persona actúa sin pensar en quién podría estar encerrado en una de las habitaciones de arriba, confiando en las personas que siempre los mantuvieron seguros y los amaban?

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Estoy sollozando esos extraños y silenciosos sollozos, de pie en el camino entre Windemere y Red Gate. Mi cara está empapada, mi pecho se contrae. Regreso a casa con tropezones. Gat está en los escalones.

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77 DA UN SALTO cuando me ve y envuelve sus brazos alrededor de mí. Lloro en su hombro y meto mis brazos por debajo de su chaqueta y alrededor de su cintura. No pregunta qué va mal hasta que le cuento. —Los perros —digo finalmente—. Matamos a los perros. Se queda quieto por un momento. Luego dice —Sí. No hablo otra vez hasta que mi cuerpo deja de temblar. —Sentémonos —dice Gat. Nos acomodamos en los escalones del porche. Gat apoya su cabeza contra la mía. —Amaba a esos perros —digo. —Todos los amábamos. —Yo…—Me ahogo en mis propias palabras—. No creo que deba hablar más del tema o empezaré a llorar. —Está bien. Nos quedamos sentados un rato más. —¿Eso es todo? —pregunta Gat. —¿Cómo? —¿Todo por lo que llorabas? —Dios no quiera que haya más. Está callado. Y sigue callado.

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—Oh, diablos, hay más —digo, y mi pecho se siente vacío y helado. —Sí —dice Gat—. Hay más. —Más cosas que la gente no me dice. Más de lo que mamá preferiría que no recordara. Se toma un momento para pensar. —Creo que te lo estamos diciendo, pero no lo oyes. Has estado enferma, Cadence. —No me lo están diciendo directamente —digo. —No. —¿Por qué diablos no? —Penny dijo que era lo mejor. Y…bueno, con todos nosotros estando aquí, tenía fe de que recordarías. —Saca la mano de mi hombro y envuelve las manos alrededor de sus rodillas. Gat, mi Gat. Él es contemplación y entusiasmo. Ambición y café cargado. Me encantan los párpados de sus ojos castaños, su piel oscura y suave, su labio inferior que sale hacia afuera. Su mente. Su mente. Beso su mejilla. —Recuerdo más sobre nosotros de que lo que solía —le digo—. Recuerdo que me besaste en la puerta del cuartito de entrada antes de que todo saliera mal. Tú y yo en la cancha de tenis hablando de la propuesta de Ed a Carrie. En el perímetro en la roca plana, donde nadie podía vernos. Y en la playa, hablando de hacer el incendio. Asiente. —Pero todavía no recuerdo qué salió mal —le digo—. ¿Por qué no estábamos juntos cuando me herí? ¿Discutimos? ¿Hice algo? ¿Volviste con Raquel? —No le puedo mirar a los ojos—. Creo que me merezco una

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respuesta honesta, incluso si lo que fuera que hay entre nosotros no durara. El rostro de Gat se arruga y lo esconde en sus manos. —No sé qué hacer —me dice—. No sé qué se supone que haga. —Sólo dime—digo. —No me puedo quedar aquí contigo —dice él—. Tengo que volver a Cuddledown. —¿Por qué? —Tengo que hacerlo —dice levantándose y caminando. Luego para y se gira—. Arruiné todo. Lo siento, Cady. Lo siento tanto, tanto. —Está llorando otra vez—. No debí haberte besado, o construirte un columpio, o haberte dado rosas. No debí haberte dicho lo hermosa que eres. —Yo quería que lo hicieras. —Lo sé, pero debí haberme quedado lejos. Es jodido que haya hecho todo eso. —Ven aquí —le digo, pero como no se mueve, voy hacia él. Pongo mis manos en su cuello y mi mejilla contra la suya. Lo beso con fuerza para que sepa que lo que me hace sentir. Su boca es tan suave y él es la mejor persona que conozco, la mejor persona que alguna vez conocí, no importa qué cosas malas hayan pasado antes entre nosotros, no importa lo que pase después de esto—. Te quiero —susurro. Se aleja. —Esto es de lo que estaba hablando. Lo siento. Sólo quería verte. Se da la vuelta y se pierde en la oscuridad.

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78 EL HOSPITAL EN Martha’s Vineyard. Quinceavo verano, después de mi accidente. Estaba tumbada en la cama bajo sábanas azules. Uno pensaría que las sábanas del hospital serían blancas, pero estas eran azules. La habitación era calurosa. Tenía una vía intravenosa en un brazo. Mamá y el Abuelo me estaban mirando. El Abuelo estaba sosteniendo una caja de dulce de azúcar Edgartown que había traído como regalo. Fue conmovedor que recordara que me gusta el dulce de azúcar Edgartown. Estaba escuchando música con auriculares, así que no podía escuchar lo que los adultos estaban diciendo. Mamá estaba llorando. El Abuelo abrió el dulce de azúcar, cortó un pedazo y me lo ofreció. En mis oídos: Nuestra juventud está desperdiciada No la desaprovecharemos Recuerda mi nombre Porque hicimos historia Na na na na, na na na. LEVANTÉ LA mano para quitarme los auriculares. La mano que vi estaba vendada. Ambas manos estaban vendadas. Y mis pies. Podía sentir la venda sobre ellos, entre las sábanas azules. Mis manos y pies estaban vendados, porque estaban quemados.

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79 Había una vez un rey que tenía tres hermosas hijas. No, no, esperen. Había una vez tres osos que vivían en una casa pequeñita en el bosque. Había una vez tres chivitos que vivían cerca de un puente. Había una vez tres soldados, vagando juntos por los caminos después de la guerra. Había una vez tres pequeños cerditos. No, eso es todo. Esta es la variación que quiero. Había una vez tres niños hermosos, dos niños y una niña. Cuando cada bebé nació, los padres se regocijaron, los cielos se regocijaron. Las hadas vinieron a las fiestas de bautismo y les dieron a los bebes dones mágicos. Energía, empeño, y humor mordaz. Contemplación y entusiasmo. Ambición y café cargado. Azúcar, curiosidad, y lluvia. Y, sin embargo, había una bruja. Siempre había una bruja. Esta bruja tenía la misma edad que los hermosos niños, y mientras ella y ellos crecían, ella estaba celosa de la chica, y celosa de los chicos también. Estaban bendecidos con los dones de las hadas, dones que a la bruja se le habían negado en su propio bautismo. El niño más grande era fuerte y rápido, capaz y guapo. Aunque la verdad, era excepcionalmente bajo. El siguiente niño era estudioso y de corazón abierto. Aunque la verdad, era un extraño. Y la niña era ingeniosa, generosa y ética. Aunque la verdad, se sentía impotente.

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La bruja no era ninguna de esas cosas, porque sus padres habían enfurecido a las hadas. Ningún don le había sido otorgado. Estaba sola. Su única fuerza era su oscura y fea magia. Confundía ser espartana con ser caritativa, y regaló sus posesiones sin realmente hacer el bien con ellas. Confundía estar enferma con ser valiente, y sufrió agonías mientras imaginaba que merecía elogios por ello. Confundía el ingenio con la inteligencia, e hizo reír a la gente en vez de aligerar sus corazones o hacerlos pensar. Su magia era todo lo que tenía, y la usaba para destruir lo que más admiraba. Visitó a cada joven el día de su décimo cumpleaños, pero no los perjudicó directamente. La protección de una especie de hada- el hada lila, quizás- le impedía hacerlo. Lo que hizo, en su lugar, fue maldecirlos. —Cuando tengas dieciséis—proclamó la bruja en un ataque de celos, — cuando todos tengamos dieciséis— les dijo a estos hermosos niños, —se pincharán el dedo con un huso—no, encenderán una cerilla—sí, encenderán una cerilla y morirán en su llama. Los padres de los hermosos niños estaban asustados por la maldición, y trataban, como todos, de evadirlo. Se mudaron lejos, a un castillo en la isla azotada por el viento. A un castillo donde no había cerillas. Allí, seguramente, estarían a salvo. Allí, seguramente, la bruja nunca los encontraría. Pero los encontró. Y cuando tuvieron quince, esos hermosos niños, justo antes de su decimosexto cumpleaños y cuando los nerviosos padres no lo esperaban aún, la bruja celosa llevó a su tóxico y odioso ser a sus vidas en forma de una doncella rubia. La doncella se hizo amiga de los hermosos niños. Les dio un beso y los llevó a paseos en barco, les llevó dulce de azúcar y les contó historias. Luego les dio una caja de cerillas. Los niños estaban en trance, porque a los casi dieciséis nunca habían visto fuego.

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Adelante, enciéndanlos, dijo la bruja, sonriendo. El fuego es hermoso. Nada malo pasará. Adelante, dijo, la llama limpiará sus almas. Adelante, dijo, porque son pensadores independientes. Adelante, dijo. ¿Qué es esta vida que llevamos sino actuamos? Y ellos escucharon. Tomaron las cerillas y las encendieron. La bruja vio quemar su belleza, su energía, su inteligencia, su ingenio, sus corazones abiertos, su encanto, sus sueños para el futuro. Vio desaparecer todo en el humo.

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QUINTA PARTE Verdad 225

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80 Ésta es la verdad acerca de la hermosa familia Sinclair. Al menos la verdad como el bisabuelo la conoce. La verdad que él ha sido muy cuidadoso de mantener alejada de todos los periódicos. Una noche, hace dos veranos en una tibia tarde de julio, Gatwick Matthew Patil, Mirren Sinclair Sheffield, y Jonathan Sinclair Dennis perecieron en una casa en llamas que se cree, fue causada por una jarra de combustible para lanchas que se volcó en el cuartito de la entrada. La casa en cuestión se incendió hasta los cimientos antes de que los departamentos de bomberos vecinos llegaran a la escena. Cadence Sinclair Eastman estuvo presente en la isla al mismo tiempo que el fuego pero no se dio cuenta hasta que estuvo en camino. La conflagración la previno de entrar en el edificio cuando se dio cuenta de que personas y animales estaban atrapados dentro. Sufrió varias quemaduras en las manos y los pies en sus intentos de rescate. Luego corrió a otra casa en la isla y llamó al departamento de bomberos. Cuando la ayuda finalmente llegó, la señorita Eastman fue encontrada en la pequeña playa, con la mitad del cuerpo bajo el agua y echa un ovillo. Era incapaz de responder a preguntas sobre lo sucedido y parecía haber sufrido una lesión en la cabeza. Tuvo que ser sedada durante muchos días después del accidente. Harris Sinclair, propietario de la isla, se negó a cualquier investigación formal del origen del fuego. Muchos árboles a su alrededor fueron diezmados. Los funerales se celebraron por Gatwick Matthew Patil Mirren Sinclair Sheffield Y Jonathan Sinclair Dennis

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En sus lugares de origen en Cambridge y la ciudad de Nueva York. Cadence Sinclair Eastman no estaba lo suficientemente bien como para asistir. El verano siguiente, la familia Sinclair regresó a Beechwood Island. Se vinieron abajo. Lloraron. Bebieron mucho. Luego se construyó una nueva casa en las cenizas de lo viejo. Cadence Sinclair Eastman no tenía ningún recuerdo de los acontecimientos sobre el fuego, ningún recuerdo de que alguna vez sucediera. Sus quemaduras sanaron rápidamente pero mostró amnesia selectiva en relación con los acontecimientos del verano anterior. Insistía en creer que se había lesionado la cabeza mientras nadaba. Los médicos presumen sus migrañas incapacitantes fueron causadas por el dolor y la culpa no reconocida. Estaba muy medicada y extremadamente frágil, tanto física como mentalmente. Esos mismos doctores aconsejaron a la madre de Cadence que dejara de tratar de explicarle la tragedia si Cadence no recordaba por sí misma. Era demasiado para explicar la tragedia de nuevo cada día. Que dejara que recordara a su propio tiempo. No podría regresar a Beechwood Island hasta que pasara tiempo significativo para que sanara. De hecho, se debían tomar las medidas posibles para mantenerla alejada de la isla inmediatamente en el año después del accidente. Cadence mostró un deseo inquietante de librarse de todas las posesiones innecesarias, incluso cosas de valor sentimental, casi como si hiciera penitencia por crímenes del pasado. Se oscureció el pelo y llegó a vestirse de manera muy sencilla. Su madre buscó ayuda profesional sobre el comportamiento de Cadence y se le informó que era una parte normal del proceso de duelo. En el segundo año después del accidente, la familia comenzó a recuperarse. Cadence asistía una vez más a la escuela después de muy largas ausencias. Finalmente, la chica expresó su deseo de regresar a Beechwood Island. Los doctores y otros miembros de la familia estuvieron de acuerdo: Podría ser bueno dejar que lo hiciera. En la isla, tal vez, ella terminara de sanar.

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81 RECUERDEN NO mojarse los pies. O la ropa. Limpiar los manteles de lino, las toallas, los suelos, los libros y las camas. Recuerden mover la lata de combustible lejos de la leña para que puedan agarrarlo. Véalo atraparse, véalo arder. Luego corran. Usen la escalera de la cocina para salir por la puerta del cuartito de la entrada. Recuerden tomar la lata de combustible con ustedes y devolverla al embarcadero. Nos vemos en Cuddledown. Pondremos nuestra ropa en la lavadora, nos cambiaremos, y luego iremos a ver las llamas antes de llamar a los bomberos. Esas fueron las últimas palabras que les dije a todos ellos. Johnny y Mirren fueron a las dos plantas superiores de Clairmont a llevar latas de gasolina y bolsas de viejos periódicos para encender. Besé a Gat antes de ir al sótano.—Nos veremos en un mundo mejor —me dijo y me reí. Estábamos un poco borrachos. Habíamos estado con el vino sobrante de las tías desde que se habían ido de la isla. El alcohol me hizo sentir mareada y poderosa hasta que me puse de pie en la cocina sola. Entonces me sentí mareada y con un poco de nauseas. La casa estaba fría. Se sentía como algo que merecía ser destruido. Estaba llena de objetos por los cuales las tías luchaban. Arte valioso, china, fotografías. Todos ellos alimentados de la ira de la familia. Golpeé mi puño contra el retrato de la cocina de mamá, Carrie y Bess de niñas, sonriendo para la cámara. El vidrio se destrozó y me tambaleó hacia atrás. El vino estaba haciendo un embrollo en mi cabeza. No estaba acostumbrada a ello. La lata de gasolina en una mano y la bolsa de leña en la otra, decidí hacer esto lo más rápido posible. Bañé la cocina primero, luego la despensa.

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Procedí con la cocina y estaba con los sillones de la sala cuando me di cuenta de que debí haber empezado desde el extremo más alejado de la puertita de la entrada. Esa era nuestra salida. Debí haber dejado la cocina para lo último así podría correr sin humedecer mis pies con gasolina. Estúpida. La puerta formal que daba al porche ya estaba empapada, pero también había una pequeña puerta atrás. Estaba por detrás del estudio del abuelo y me llevó hasta al pasillo del edificio de personal. Usaría esa. Bañé parte de la sala y luego la sala de arte, sintiendo una oleada de dolor por la ruina de hermosas impresiones de algodón e hilos de colores de la abuela. Habría odiado lo que estaba haciendo. Ella amaba sus tejidos, su máquina de coser antigua, sus hermosos, hermosos objetos. Estúpida de nuevo. Me había empapado las alpargatas de combustible. Muy bien. Mantén la calma. Los llevaré hasta que termine y luego los echaré al fuego tras de mí mientras corro fuera. En el estudio del abuelo me paré en el escritorio, y salpiqué las estanterías hasta el techo, sosteniendo el combustible lo más lejos de mí posible. Hubo una buena cantidad restante de combustible y ésta era mi última habitación, así que empapé muy bien los libros. Entonces, mojé el suelo, con la leña amontonada en él y apoyada en el pequeño vestíbulo que conducía a la puerta de atrás, tomé mis zapatos y los tiré en la pila de revistas. Me acerqué a un cuadrado de piso seco y ajusté el combustible abajo. Saqué mi caja de cerillos del bolsillo de mis pantalones y encendí el rollo de toallas de papel. Tiré el rollo encendido en llamas y lo vi brillar. Se prendió, creció y extendió a través de las puertas de doble ancho del estudio, vi una línea que bajó en llamas por el pasillo en un lado y en la sala de estar en el otro. El sofá se iluminó. Entonces, delante de mí, las estanterías estallaron en llamas, el papel empapado en combustible se quemó más rápido que cualquier cosa. De

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repente, el techo estaba ardiendo. No podía apartar la mirada. Las llamas eran terribles, sobrenaturales. Luego alguien gritó. Y gritó de nuevo. Venía del cuarto directamente arriba de mí, una habitación. Johnny estaba trabajando en el segundo piso. Había iluminado el estudio, y se había quemado más rápido que cualquier otro lugar. El fuego fue en aumento, y Johnny no estaba fuera. Oh no, oh no, oh no. Me tiré a la puerta trasera, pero la encontré fuertemente atornillada. Mis manos estaban resbaladizas por el combustible. El metal ya estaba caliente. Giré los tornillos uno, dos, tres, pero algo salió mal y la puerta se atascó. Otro grito. Intenté con los tornillos de nuevo. Fallé. Me rendí. Me cubrí la boca y la nariz con las manos y corrí a través del estudio llameante, y por el pasillo en llamas hasta la cocina. El cuarto no estaba encendido todavía, gracias Dios. Corrí por el suelo húmedo hacia la puerta del cuartito de la entrada. Tropecé, patiné y caí, empapándome en los charcos de combustible. Los dobladillos de mis vaqueros estaban ardiendo por mi carrera a través del estudio en llamas. Las llamas lamieron el combustible en el suelo de la cocina y corrían por la casa de campo de madera y muebles de los alegres paños de cocina de la abue. El fuego subió por la puerta del cuartito de la entrada delante de mí y pude ver que mis pantalones ahora si estaban encendidos, así, desde la rodilla hasta el tobillo. Me lancé hacia la puerta del cuartito de entrada, corriendo a través de las llamas. —¡Fuera! —grité, aunque dudaba que alguien pudiera oírme—. ¡Salgan ahora!

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Afuera me arrojé sobre la hierba. Rodé hasta que mis pantalones se dejaron de quemar. Pude ver que en los dos pisos superiores de Clairmont estaban brillando con el calor y mi propia planta baja estaba completamente encendida. El nivel del sótano, no lo sabía. —¿Gat? ¿Johnny? ¿Mirren? ¿Dónde están? No hubo respuesta. Manteniendo el pánico debajo, me dije a mi misma que ellos ya deberían estar fuera para ahora. Cálmate. Todo iba a estar bien. Tenía que. —¿Dónde están? —grité de nuevo, empezando a correr. De nuevo, no hubo respuesta. Probablemente estuvieran en el embarcadero, deshaciéndose de sus latas de combustible. No estaba muy lejos y corrí, gritando sus nombres tan fuerte como pude. Mis pies descalzos golpearon la pasarela de madera con un eco extraño. La puerta estaba cerrada. La abrí de un tirón. —¡Gat! ¿Johnny? ¡Mirren! No había nadie ahí, pero ya podían estar en Cuddledown, ¿no? Preguntándose porque me estoy demorando. El camino se extiende desde el embarcadero, más allá de las pistas de tenis y Cuddledown. Corrí de nuevo, la isla extrañamente silenciada en la oscuridad. Me dije a mi misma una y otra vez: Ellos estarán allí. Esperando por mí. Preocupándose por mí. Vamos a reír porque estamos a salvo y remojaremos mis quemaduras en agua helada y sentiremos todo tipo de suerte. Lo haremos. Pero a medida que llegaba, la casa estaba a oscuras. Nadie esperaba allí.

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Arranqué de nuevo a Clairmont, cuando la tuve a la vista estaba ardiendo, de arriba abajo. La habitación de la torre estaba iluminada, las habitaciones estaban encendidas, las ventanas del sótano brillaban naranja. Todo caliente. Corrí a la puertita de la entrada y tiré de la puerta. El humo se elevó. Me quite el suéter y los pantalones empapados de gasolina, asfixiándome y con arcadas. Me abrí paso en la escalera y entre en la cocina, en dirección al sótano. A mitad del camino por las escaleras había un muro de llamas. Una pared. Gat no estaba fuera. Y no iba a venir. Me di la vuelta y corrí hacia Johnny y Mirren, pero la madera estaba ardiendo debajo de mis pies. La barandilla se iluminó. El hueco de la escalera delante de mí cedió, lanzando chispas. Me tambaleé hacia atrás No podía subir. No podía salvarlos, no había ningún sitio, ninguna parte, ninguna parte a donde ir. Si no hacia abajo.

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82 RECUERDO ESTO COMO SI lo estuviera viviendo, mientras me siento en los escalones de Windemere, sin dejar de mirar el lugar donde Gat desapareció en la noche. La realización de lo que he hecho se presenta como la niebla a mi pecho, helada, oscura y esparciéndose. Me convierte en hielo. Hago una mueca y me encorvo. La niebla helada se extiende desde mi pecho, a través de mi espalda y cuello. Me dispara a través de la cabeza y la espina dorsal. Frío, frío, el remordimiento. No debería haber empapado la cocina primero. No debería haber encendido el fuego en el estudio Que estúpida fui por mojar los libros tan afondo. Cualquiera podría haber predicho cómo se iban a quemar. Cualquier persona. Deberíamos haber tenido un determinado tiempo a la luz de nuestra leña. Podría haber insistido en seguir juntos. Nunca debí haber revisado el embarcadero. Nunca debí haber corrido a Cuddledown. Sólo si hubiera regresado a Clairmont más rápido, tal vez habría podido hacer que Johnny saliera. O advertir a Gat antes de que el sótano lo atrapara. Tal vez pude haber encontrado los extinguidores de fuego y detener las flamas de alguna manera. Tal vez, tal vez. Si tan solo, si tan solo. Lo quería mucho para todos: Una vida libre de constricción y prejuicios. Una vida libre para amar y ser amados.

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Y aquí, los he matado. Mis Mentirosos, mis queridos. Los maté. Mi Mirren, mi Johnny, mi Gat. El conocimiento me viene desde la espina hasta los hombros pasando por las yemas de los dedos. Los convierte en hielo. Se fragmentan y se rompen en pequeñas piezas en los escalones de Windemere. Grietas me astillan los brazos, en los hombros y delante de mi cuello. Mi cara se congela y se fractura en una mueca de bruja de la pena. Mi garganta se cierra. No puedo hacer ningún sonido. Aquí estoy congelada, cuando merezco quemarme. Debí dejar de hablar sobre tomar las cosas en nuestras propias manos. Debí haberme quedado en silencio. Comprometida. Hablar en el celular hubiera estado bien. Pronto tendríamos nuestras licencias de conducir. Pronto iríamos a la universidad y las bellas casas Sinclair hubieran quedado lejos y sin importancia. Podríamos haber tenido paciencia. Yo podría haber sido la voz de la razón. Tal vez entonces, cuando estuviéramos bebiendo el vino de las tías, hubiéramos olvidado nuestras ambiciones. La bebida nos habría puesto somnolientos. Nos habríamos quedado dormidos frente al televisor, tal vez enojados e impotentes, pero sin prender fuego a nada. No puedo tener nada de eso de vuelta. Me arrastro al interior, hasta mi dormitorio con las manos de hielo picado, arrastrando fragmentos de mi cuerpo congelado detrás de mí. Mis talones, mis rodillas. Por debajo de las mantas, me estremezco convulsivamente, piezas de mí rompiéndose sobre la almohada. Dedos. Dientes. Quijada. Clavícula. Finalmente, finalmente, los estremecimientos se detienen. Empiezo a calentarme y derretirme.

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Lloro por mis tías, que perdieron a sus primogénitos. Por Will, que perdió a su hermano. Por Liberty, Bonnie y Taft, que perdieron a su hermana. Por el abuelo, que vio no sólo su palacio quemarse hasta el suelo, si no a sus nietos perecer. Por los perros, pobres perros traviesos. Lloré por las quejas vanas e irreflexivas que he hecho durante todo el verano. Por mi vergonzosa autocompasión. Por mis planes para el futuro. Lloré por todas las posesiones que perdí. Perdí la almohada, los libros, las fotografías. Me estremezco ante mis delirios de caridad, en mi vergüenza disfrazada de virtud, en mentiras que yo misma he dicho, los castigos que me he infringido y los castigos que he infringido a mi madre. Lloro con el horror de que toda la familia ha sido quemada por mí, y aún más por ser la causa de tanto sufrimiento. No lo hicimos, después de todo, salvar el idilio. Eso se ha ido para siempre, si alguna vez existió. Perdimos la inocencia de eso, de esos días antes de que supiéramos el alcance de la ira de las tías, antes de la muerte de la abuela y el deterioro del abuelo. Antes de convertirnos en criminales. Antes de convertirnos en fantasmas. Las tías nos abrazaron uno al otro no porque fuimos liberados del peso de la casa Clairmont y todo lo que simbolizaba, sino por la tragedia y la empatía. No porque los liberamos, sino porque los destrozamos y nos aferramos uno al otro en la cara del horror. Johnny. Johnny quería correr una maratón. Quería ir milla a milla, demostrándole que sus pulmones no se rendirían. Demostrando que él era el hombre que el abuelo quería que fuera, demostrando su fuerza, aun cuando fuera muy pequeño. Sus pulmones se llenaron de humo. No tenía nada que probar ahora. No había ninguna razón para correr.

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Él quería su propio carro y comer elegantes pasteles que veía en los cristales de la panadería. Quería reír y poseer arte y llevar ropa hermosa. Suéteres, bufandas, artículos de lana con rayas. Quería hacer un atún de lego y colgarlo como una pieza de taxidermia. Se negaba a ser serio, era exasperadamente poco serio, pero estaba tan comprometido con las cosas que importaban como cualquier persona pudiera ser. El correr. Will y Carrie. Los Mentirosos. Su sentido de lo que era correcto. Renunció a los fondos para la universidad sin pensarlo dos veces, para defender sus principios. Pienso en los brazos fuertes de Johnny, la línea blanca del protector solar en su nariz, el tiempo que estuvimos enfermos juntos por la hiedra venenosa y estar uno al lado del otro en la hamaca, rascándonos. El tiempo en el que construyó, para mí y para Mirren, una casa de muñecas de cartón y piedras que había encontrado en la playa. Jonathan Sinclair Dennis, habrías sido una luz en la oscuridad para tanta gente. Tú has sido una. Lo has sido. Y ahora te he defraudado de la peor manera posible. Lloro por Mirren, quien quería ver el Congo. Ella no sabía cómo quería vivir o lo que creía, todavía; buscaba y sabía se sentía atraída a ese lugar. No será real para ella ahora, nunca nada más que fotografías y películas e historias publicadas para el entretenimiento de la gente. Mirren hablaba mucho acerca de las relaciones sexuales, pero nunca las tuvo. Cuando éramos más jóvenes, ella y yo nos quedábamos despiertas hasta tarde, durmiendo juntas en el porche Windemere en sacos de dormir, riendo y comiendo chocolate. Nos peleábamos por las muñecas Barbie y el maquillaje que le hicimos a cada una y soñábamos con amor. Mirren nunca tendrá una boca con rosas amarillas o un novio que la ame suficiente como para llevar una estúpida faja amarilla. Ella era irritable. Y mandona. Pero siempre se divertía con eso. Era fácil de hacer enojar y casi siempre estaba cerca por cruzarse con Bess y molesta con las gemelas, pero siempre se llenaba de pesar, gimiendo en agonía

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por su propia lengua afilada. Amaba a su familia, los amaba a todos ellos y les leía libros o les ayudaba a hacer nieve o les daba bonitas conchas que había encontrado. Ya no podía hacer las paces. No quería ser como su madre. Una Princesa, no. Una exploradora, una mujer de negocios, una buena samaritana, una fabricante de helados, algo. Algo que nunca será, por mi culpa. Mirren, ni siquiera puedo decir que lo siento. No hay ni siquiera una palabra de Scrabble para lo mal que me siento. Y Gat, mi Gat. Nunca irá a la universidad. Tenía esa mente hambrienta, girando las cosas constantemente, buscando respuestas, pero no para la comprensión. Nunca va a satisfacer su curiosidad, nunca va a terminar las cien mejores novelas jamás escritas, ni será el gran hombre que pudo haber sido. Quería detener el mal. Quería expresar su ira. Vivió grande, mi valiente Gat. Él no se callaba cuando la gente quería que lo hiciera, él los hizo escuchar y luego escuchó a cambio. Se negaba a tomar las tomar las cosas a la ligera, aunque siempre se apresuraba a reír. Oh, él me hacía reír. Y me hacía pensar, incluso cuando yo no tenía ganas de pensar, incluso cuando era demasiado perezosa para prestar atención. Gat me dejaba sangrar en él y sangraba sobre él y sangraba en él. Nunca importaba. Él quería saber por qué estaba sangrando. Se preguntaba qué podía hacer para sanar la herida. Nunca iba a comer chocolate de nuevo. Yo lo amé. Lo amé tanto como pude. Pero él tenía razón, no conocía todo el camino. Nunca iré a ver su departamento, comer la comida de su madre, conocer a sus amigos de la escuela. Nunca veré la colcha de su cama o los posters en sus paredes. Nunca sabré del restaurante donde

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comía sándwiches de huevo por la mañana o la esquina donde ponía doble seguro a su bici. Ni siquiera sé si él compraba sándwiches de huevo o colgaba posters. No sé si fue el dueño de una bicicleta o tenía una colcha. Sólo estoy imaginando los bastidores de bicicletas en la esquina y los dobles seguros, porque nunca iré a casa con él, nunca veré su vida, nunca sabré de esa persona que Gat era cuando no estaba en Beechwood Island. Su habitación debe estar vacía ahora. Él ha estado muerto por dos años. Podríamos haber sido Podríamos haber sido. Te he perdido, Gat, porque me enamoré desesperada, desesperadamente. Pienso en mis Mentirosos quemándose, en sus últimos minutos, respirando el humo, su piel encendida. Cuánto debió haber dolido. El cabello de Mirren en llamas, el cuerpo de Johnny en el suelo. Las manos de Gat, sus dedos quemados, sus brazos marchitándose con el fuego. En el dorso de sus manos, las palabras. Izquierda: Gat. Derecha: Cadence. Mi letra. Lloro porque soy la única de nosotros que sigue viva. Porque tendré que ir por la vida sin mis Mentirosos. Porque tendrán que ir a través de lo que les espera, sin mí. Yo, Gat, Johnny y Mirren. Mirren, Gat, Johnny y yo. Hemos estado aquí, este verano. Y no hemos estado. Si, y no. Es mi culpa, mi culpa, mi culpa, y sin embargo ellos me aman. A pesar de los pobres perros, a pesar de mi estupidez y mi grandiosidad, a pesar de nuestro crimen. A pesar del egoísmo y mis quejas, a pesar de mi estúpida

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y tonta suerte de ser la única que queda y mi incapacidad de apreciarlo, cuando ellos, ellos no tienen nada. Nada más que éste último verano juntos. Ellos dijeron que me amaban. Lo sentí en el beso de Gat. En la risa de Johnny. Incluso Mirren gritó al otro lado del mar. 239

Supongo que es por eso que han estado aquí. Los necesitaba.

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83 MAMÁ GOLPEA mi puerta y dice mi nombre. No contesto. Una hora después, golpea de nuevo. —Déjame entrar, ¿podrías? —Vete. —¿Es una migraña? Sólo dime eso. No es una migraña —respondo—. Es algo más. —Te quiero, Cady —dice ella. Lo dice todo el tiempo desde que enfermé, pero sólo ahora veo que es lo que mamá quiere decir. Te amo a pesar de mi dolor. Aun cuando estés loca. Te quiero a pesar de lo que sospecho que has hecho. —Sabes que todos te queremos. ¿Verdad? —dice a través de la puerta—. La tía Bess, la tía Carrie, el abuelo y todo mundo? Bess está haciendo la tarta de arándanos que te gusta. Va a estar en media horas. Puedes tenerlo para el desayuno. Le pregunté. Me levantó. Voy a la puerta y abro una rendija. —Dile a Bess que digo que Gracias —respondo—. No puedo ir por ahora. —Has estado llorando —dice mamá. —Un poco. —Ya veo. —Lo siento, sé que me quieres en casa para el desayuno. —No tienes por qué decir que lo sientes —me dice mamá—. De verdad, no tienes por qué decirlo nunca, Cady.

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84 COMO SIEMPRE, nadie es visible en Cuddledown hasta que mis pies hacen ruidos en los escalones. Entonces Johnny aparece en la puerta, caminando con cuidado sobre el vidrio triturado. Cuando ve mi cara, se detiene. —Te has acordado —dice él. Asiento con la cabeza. —¿Te has acordado de todo? —No sabía si todavía estarías por aquí —le digo. Sostiene mi mano. Le siento caliente y sustancial, a pesar de que se ve pálido, con bolsas debajo de los ojos. Y joven. Sólo tiene quince. —No podemos quedarnos mucho más tiempo —dice Johnny—. Se vuelve más y más difícil. Asiento con la cabeza. —Mirren lo tiene peor, pero Gat y yo lo estamos sintiendo también. —¿A dónde van? —¿Cuándo nos vamos de aquí? —Uh-uh. —Al mismo lugar que cuando no estás aquí. El mismo en el que hemos estado. Es como… —Johnny hace una pausa y se rasca la cabeza—. Es como descansar. Es como nada, en cierto modo. Y honestamente Cady, te quiero, pero estoy jodidamente cansado. Sólo quiero acostarme y terminar. Esto pasó hace mucho tiempo, para mí. Le miro.

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—Lo siento tanto, mi querido viejo Johnny —digo, sintiendo las lágrimas detrás de los ojos. —No es tu culpa —dice Johnny—. Quiero decir, todos lo hicimos, todos nos volvimos locos, ahora tenemos que asumir la responsabilidad. Tú no debes llevar el peso de ella. Puedes estar triste, puedes lamentarlo, pero no cargar con ello. Entramos en la casa y Mirren sale de su habitación. Me doy cuenta de que, probablemente, ella no estaba ahí hasta momentos antes de que entráramos por la puerta. Me abraza. Su pelo miel es oscuro y los bordes de su boca parecen secos y agrietados. —Siento no haber hecho esto mejor, Cady —dice—. Tuve una oportunidad de estar aquí y no lo sé, lo arruiné, dije tantas mentiras. —Todo está bien. —Quiero ser una persona aceptada, pero estoy tan llena de rabia. Me imaginé que sería santa y sabia, pero en lugar de eso he estado celosa de ti, enojada con el resto de mi familia. Es un lío y ahora está hecho —dice, enterrando el rostro en mi hombro. Pongo los brazos alrededor de ella. —Has sido tú misma, Mirren —le digo—. No quiero nada más. —Tengo que irme ahora. No puedo estar más aquí. Voy hacia el mar. No. Por favor. No te vayas. No me dejes, Mirren, Mirren. Te necesito. Es todo lo que quiero decir, gritar. Pero no lo hago. Y parte de mi quiere sangrar a través del gran suelo de la sala o derretirse en un charco de dolor. Pero no hago eso, tampoco. No me quejo ni pido piedad.

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En su lugar, lloro. Lloro y aprieto a Mirren y la beso en la mejilla cálida, tratando de memorizar su cara. Nos tomamos de las manos como los tres que somos, caminando hacia la pequeña playa. Gat está ahí, esperando por nosotros. Su perfil contra el cielo iluminado. Lo veré siempre así. Se vuelve y me sonríe. Corre y me levanta, agitándome como si hubiera algo que celebrar. Como si fuéramos una feliz pareja, enamorados en la playa. Ya no estoy sorbiendo por la nariz, pero las lágrimas caen de mis ojos sin cesar. Johnny se quita el botón de abajo y me lo da. —Limpia tu cara de mocos —dice amablemente. Mirren se despoja de su vestido de verano y se queda ahí en traje de baño. —No puedo creer que se ponga bikini para esto —dice Gat, con los brazos todavía alrededor de mí. —Certificable. —Añade Johnny. —Amo este bikini —dice Mirren—. Lo compré en Edgartown, el verano quince. ¿Recuerdas, Cady? Y me parece que lo hago. Nos aburrimos desesperadamente; los pequeños habían alquilado bicicletas para ir en este viaje escénico a Oak Bluffs y no teníamos ni idea de cuándo regresarían. Tuvimos que esperar y traerlos de vuelta al bote. Así que, como sea, nos compramos chocolate, habíamos buscado mangas de viento y finalmente fuimos a una tienda para turistas y nos probamos los más vulgares trajes de baño que encontramos. —Dice “El viñedo es para los amantes” en el trasero —le digo a Johnny. Mirren se da la vuelta, y de hecho lo hace. —Momento de Gloria y todo eso —responde. Sin amargura.

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Se acerca, me da un beso en la mejilla y dice: —Sé un poco más amable de lo necesario, Cady, y las cosas estarán bien. —¡Y nunca comas nada más grande que tu trasero! —grita Johnny. Me da un abrazo rápido y se quita los zapatos. Los dos se meten al mar. Me dirijo a Gat. —¿Tú vas también? Asiente con la cabeza. —Lo siento tanto, Gat —le digo—. Lo siento tanto, tanto y nunca seré capaz de hacerlo sin ti. Me besa y puedo sentirlo temblar, y envuelvo mis brazos a su alrededor como si pudiera evitar que desaparezca, como si pudiera hacer este último momento, pero su piel es fría y húmeda de lágrimas y yo sé que él se va. Es bueno ser amado, aun cuando no vaya a durar. Es bueno saber que una vez, un tiempo, hubo un Gat y yo. Luego se aparta, y no puedo soportar estar separada de él, y creo que esto no puede ser el final. No puede ser real que nunca vayamos a estar juntos de nuevo, no cuando nuestro amor es tan real. La historia se supone que tiene un final feliz. Pero no. Me está dejando. Él ya está muerto, por supuesto. La historia terminó hace algún tiempo. Gat corre hacia el mar sin mirar atrás, hundiendo toda su ropa, buceando por debajo de las olas pequeñas. Los Mentirosos nadan más allá del borde de la cala y al mar abierto. El sol está alto en el cielo y refleja en el agua, tan brillante, tan brillante. Y luego ellos nadan, o algo, o algo. Y se han ido. Me quedó ahí en el extremo sur de Beechwood Island. Estoy en la pequeña playa, sola.

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85 DUERMO DURANTE lo que podrían ser días. No puedo levantarme. Abro los ojos, la luz está apagada. Abro los ojos, está oscuro. Finalmente me paro frente el espejo del baño, mi cabello ya no es negro. Se ha desvanecido a un castaño oxidado con las raíces rubias. Mi piel tiene pecas y mis labios están quemados por el sol. No estoy segura quien es la chica del espejo. Bosh, Grendel y Poppy me siguen fuera de la casa, jadeando y moviendo sus colas. En la cocina de Nuevo Clairmont, las tías están haciendo sándwiches para un picnic. Ginny está limpiando el refrigerador. Ed coloca botellas de limonada y ginger ale en una hielera. —Ed. —Hola, Ed. Ed me saluda. Abre una botella de ginger ale y se la da a Carrie. Hurga en el refrigerador por otra bolsa de hielo. Bonnie está leyendo y Liberty cortando tomates. Dos pasteles descansan en cajas de la pastelería sobre el mostrador, uno dice chocolate y el otro vainilla. Les digo feliz cumpleaños a los gemelos. Bonnie levanta la vista de su libro de apariciones colectivas y me pregunta: —¿Te sientes mejor? —Sí. —No tienes un aspecto mucho mejor. —Cállate. —Bonnie es una muchacha y no hay nada que hacer al respecto —dice Liberty— pero iremos a hacer tubing19 mañana por la mañana, por si quieres venir —Está bien —dije. —No puedes conducir. Lo haremos nosotros. —Sí.

19

Tubing: Es un deporte acuático en el que una lancha tira de un cilindro inflable o banana donde van subidas otras personas.

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Mamá me da un abrazo, uno de sus largos abrazos preocupados, pero no hablo con ella acerca de nada. No aún, no por un tiempo, tal vez. De todos modos ella sabe que recuerdo. Podría decir que ella lo sabía cuando vino a mi puerta. La dejo que me dé un pan que ha salvado del desayuno y me sirvo algo de jugo de naranja del refrigerador. Encuentro un marcador y me escribo en las manos. Izquierda: Sé un poco. Derecha: Más amable. Afuera Taft y Will están tonteando alrededor del jardín Japonés. Están buscando piedras raras. Busco con ellos. Me dicen que busque unas relucientes y también algunas que puedan servir como puntas de flecha. Entonces Taft me da una púrpura que encontró, por que recuerda que me gustan las piedras púrpura, la pongo en mi bolsillo.

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86 EL ABUELO Y YO vamos a Edgartown esa tarde. Bess insiste en llevarnos, pero ella se va por su lado mientras nosotros vamos de compras. Encuentro unas bolsas de hombro de una tela hermosa para los gemelos y el abuelo insiste en comprarme un libro de cuentos de hadas en la librería de Edgartown. —Vi que Ed regresó —digo mientras esperamos en la caja. —Um-hm. —No te agrada. —No mucho. —Pero él está aquí. —Sí. —Con Carrie. —Sí, así es —El abuelo arruga la frente—. Ahora deja de molestarme vamos a la tienda de chocolate —dice. Y así lo hacemos. Es una buena salida. Él sólo me llama Mirren una vez.

EL CUMPLEAÑOS SE celebra a la hora de la cena con pastel y regalos. Taft tiene una subida de azúcar y raspa su rodilla al caer de una gran roca en el jardín. Lo llevo al baño para encontrar un curita. —Mirren siempre ponía mis curitas —me dice—. Quiero decir cuando era pequeño. Le aprieto el brazo. —¿Quieres que te ponga tu curita ahora? —Cállate —dice—, ya tengo diez años. AL DIA SIGUIENTE voy a Cuddledown y miro bajo el fregadero de la cocina. Hay esponjas ahí y limpiador en spray que huele a limón. Toallas de papel. Una jarra de lejía. Barro los vidrios rotos y cintas enredadas. Lleno bolsas con botellas vacías. Aspiro papas fritas aplastadas. Friego el suelo pegajoso de la cocina. Lavo las colchas.

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Limpio la suciedad de las ventanas, pongo los juegos de mesa en el armario y limpio la basura de las habitaciones. Dejo los muebles como le gustaban a Mirren. En un impulso tomo un cuaderno de dibujo y un bolígrafo del cuarto de Will y comienzo a dibujar. Apenas son poco más que figuras de palo, pero se nota que son mis Mentirosos. Gat, con dramática nariz, sentado con las piernas cruzadas, leyendo un libro. Mirren viste un traje de baño y baila. Johnny usa una máscara de buceo y sostiene un cangrejo en la mano. Cuando está terminado, pego la imagen en la nevera junto a los antiguos dibujos a crayón de Papá, la abuela y los Goldens.

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87 ÉRASE UNA VEZ un rey que tenía tres hermosas hijas. Esas hijas crecieron hasta convertirse en mujeres y las mujeres tuvieron hijos, hermosos hijos, muchos, muchos hijos, solo que algo malo sucedió, algo estúpido, criminal, terrible, algo evitable, algo que nunca debió de haber pasado, y sin embargo algo que podría, eventualmente, ser perdonado. Los niños murieron en un incendio—todos menos uno Solo quedó una, y ella… No eso no está bien. Los niños murieron en un incendio, todos menos tres niñas y dos niños. Quedaban tres niñas y dos niños. Cadence, Liberty, Bonnie, Taft y Will. Y las tres Princesas, las madres, se derrumbaron en rabia y desesperación. Ellas bebieron y compraron, sin comer, estregadas y obsesionadas. Se aferraron una a la otra en el dolor, perdonándose unas a otras y llorando. Los padres en ira también, aunque estaban lejos; y el rey cayó en una delicada locura de la cual a solo a veces emergía su viejo yo. Los niños estaban locos y tristes. Atormentados por la culpa de estar vivos, atormentados con dolores de cabeza y miedo a los fantasmas, atormentados con pesadillas y compulsiones extrañas, castigos por estar vivos cuando los otros estaban muertos. Las Princesas, los padres, el rey y los niños, se derrumbaron como cascaras de huevo, polvorientas y hermosas—porque siempre fueron bellos. Parecía como si ésta tragedia hubiera marcado el final de la familia. Y tal vez lo hizo. Pero tal vez no lo hizo. Hicieron una hermosa familia aun así.

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Y lo sabían, de hecho la marca de la tragedia se convirtió con el tiempo en una marca de glamour. Una marca de misterio y una fuente de fascinación para aquellos que veían a la familia de lejos. “Los hijos mayores murieron en un incendio”, decían los habitantes de Burlington, los vecinos en Cambridge, los padres de la escuela privada del bajo Manhattan y las personas mayores de Boston. “La isla se incendió”, decían, “¿Recuerdas hace unos veranos?” Las tres hermosas hijas se volvieron aún más bellas a los ojos de sus espectadores. Y este hecho no pasó desapercibido para ellas. Tampoco para su padre. Incluso en su decadencia. Sin embargo los niños restantes, Cadence, Liberty, Bonnie, Taft y Will, Sabían que la tragedia no es glamurosa. Saben que no se juega en la vida como se hace en un escenario o entre las páginas de un libro. Tampoco es un castigo impuesto o una lección conferida. Sus horrores no son atribuibles a una sola persona. La tragedia es fea y enredada, estúpida y confusa. Eso es lo que los niños saben. Y ellos saben que las historias acerca de su familia son ciertas e inciertas. Hay interminables versiones. Y la gente seguirá contándolas. Mi nombre completo es Cadence Sinclair Eastman. Vivo en Burlington, Vermont, con mi mamá y tres perros. Estoy a punto de cumplir 18. Soy propietaria de una bien usada tarjeta de biblioteca, un sobre lleno de rosas de playa secas, un libro de cuentos de hadas y un puñado de preciosas rocas moradas. Soy autora de un delito iluso, tonto que se convirtió

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en una tragedia. Sí, es verdad que me enamoré de alguien y el murió, junto con las 2 personas que más he amado en este mundo, eso ha sido lo más importante que saber acerca de mí, lo único acerca de mí durante un largo tiempo, aunque yo no lo sabía. Pero debe haber más por saber. Habrá más. Mi nombre completo es Cadence Sinclair Eastman. Soporto migrañas. No soporto imbéciles. Me gustan los dobles sentidos. Lo soporto. Fin.

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AGRADECIMIENTOS Gracias sobre todo a Beverly Horowitz y a Elizabeth Kaplan por su apoyo a esta novela de incontables maneras. A Sarah Mlynowski (dos veces), Justine Larbalestier, Lauren Myracle, Scott Westerfeld, y Robin Wasserman por comentar los primeros borradores; nunca he mostrado un manuscrito a tanta gente ni he estado en tan extrema necesidad de puntos de vista de cada persona. Gracias a Libba Bray, Gayle Forman, Dan Poblacki, Sunita Apte y Ayun Halliday, además a Robin, Sarah y Bob por hacerme compañía y tertulia mientras escribía este libro. Gratitud para Donna Bray, Louisa Thompson, Eddie Gamarra, John Green, Mellisa Sarver y Arielle Datz. En Random House: Angela Carlino, Rebecca Gudelis, Lisa MacClatchy, Colleen Fellingham, Alison Kolani, Rachel Feld, Adrienne Weintraub, Lisa Nade, Judith Haut, Paul Samuelson, Dominique cimina. Gracias en especial a mi familia, que no se parecen en nada a los Sinclair.

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SOBRE EL AUTOR E. Lockhart es la autora de cuatro libros sobre Ruby Oliver: The boyfriend list, The Boy Book, The Treasure Map of boys, y Real Live Boyfriends. También ha escrito Fly on the Wall, Dramarama, y How to Be Bad (El ultimo con Sarah Mlynowski y Lauren Myracle). Su novela The Disreputable History of Frankie Landau-Banks fue premiada con Award Honor Book Michael L. Printz, finalista del premio Nacional del libro y ganadora del Cybils Award a la mejor novela de jóvenes adultos. 253

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