VV.aa. - Teorias de La Verdad en El Siglo XX

Juan Antonio Nicolás María José Frápolli (Editores) TEORÍAS DE LA VERDAD EN EL SIGLO X X té íhTIOS ^ JUAN ANTONIO NI

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Juan Antonio Nicolás María José Frápolli (Editores)

TEORÍAS DE LA VERDAD EN EL SIGLO X X

té íhTIOS ^

JUAN ANTONIO NICOLAS MARÍA JOSÉ FRA p OLLI (Editores)

TEORIAS DE LA VERDAD EN EL SIGLO XX Traducción de textos inéditos por N. SMILG, J. RODRÍGUEZ, M. J. FRÁPOLLl y J. A. NICOLÁS

Impresión de cubierta: Gráficas Molina

Reservados lodos los derechos. El conlenido de esta obra eslá protegido por la Ley, que establece penas de prisión y/o midtas, además de las correspondientes indemnii:aeiones por daños y perjuicios para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra liteiaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comuni­ cada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.

© EDITORLAL, TECHOS, S.A., 1997 .luán Ignacio Lúea de Tena, 15 - 28027 Madrid ISBN: 84-.Í09-3072-8 Depósito Legal: M- 36.'23-1997 Printedin Spain. Impreso en España porRigorma. Polígono Alparrache. 28600 Navalcarnero (Madrid)

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INDICE PRESENTACION: TEORIAS DE LA VERDAD EN EL SIGLO X X ...... Pág. 1. TEORÍAS PRAGMÁTICAS DE I.A VERDAD W. .lAMKSi'Co;íí.-c7;£:7Vhi de la venlail según elpragnuilisnio (1906)...... I. El .I.A'CURÍA. La realidad histórica como objeto de ¡a jilosqlia (1981) , S. llAdCK, El interi's'por la verdad: ¡¡lié significa, por cpté importa (1995) ............................................................................................. II.

25*^ 45*^ 53 '

TEORÍAS DE LA CORRESPONDENCIA .......................

63

A)

65

H)

TEORÍAS SEMÁNTICAS.......................................... A. T akski, La concepción .semántica de la verdad y los Jiindamentos de la senuintica ( 1944)............................................. S. KrÍpki-, Esbozo de ana teoría de la verdad (1975) ............... D. D,Avii)S()N, Estructura y contenido de la verdad ( 1990)........

65 109 145

TEORIAS NO SEMAN TICAS .

207

R. Carnap, Observaciones sobre la i/idacción v la verdad (1946) J. L.'Austin, Verdad (\9${)) ........................................................... , A. St'llAFl', ¿Que: entendemos por «verdad»? (1971) ................... III.

23

TEORÍAS PRO-ORACIONALES , E P. R.WI.SKY, La naturaleza de la verdad (1927) ................................ - P. E Str.awhon-, Fm/oí/(1950).............................................................. C. .1. W. Wii.i.iAMS, La teoría pro-oracional de la verdad (1992) .......

IV. TEORÍAS EENOMKNOLÓÜlCAS..... E. lIusífl'Rt,, El ideal de ¡a adecuación. Evidencia y verdad (1901)..... J. O rtpuívy G assiíT, ¿a qué llamamos verdad? (1915) ........................ • P. Ricoeijr, Verdad y mentira (1951) ..................................................... X. ZuiiiRi, La realidad en la intelección sentiente: la verdad rea! (1980) TEORIAS HERMENEUTICAS DE LA VERDAD M. I liüÁHíUiliR, De la esencia de la verdad (1943) K.. J asi’URS, De la verdad (1947)............................ H. G. Gadamur, ¿Qué es la verdad? (1957) ........ .M . Fo w -aui.t , Verdad Vpoder ................... fc .1. Sl.viON, ¿e;¡gí/í(/e Vverdad (1987)...................... [7]

207 225 243 263 265 281 309 321 323 335 357 385 397 399 419 431 4451 461

THOIUAS DH LA VLRDAD KN LL SIGLO XX

VI.

8

Ti:ORÍASCOIir.Rl.íNCIALHS ...............................................................

479

C. I Ii:.MIm:i„ Im teoría de la verdad de h s positivistas iófiicos (1935).... } N. Rksciikr, Verdad como coherencia idea! ................................ L. IL Pi; ni'I;i., Problemas ,r tarcas de una teoría expUcativo-definicionai de la verdad (V)?,!) ................................................................

481 495

TEORIAS INTERSUBJETIVISTAS DE LA VERDAD ........................

527

K. Lori-nz, El concepto dialógico de verdad (1972)............................... . J. Hahi-km.as, Teorías de la verdad (\9Ti) ............................................. K. O. APlii., ¿Ilusseri, Tarski o Peircc? Por tata teoría semiótico-tras­ cendental de la verdad como consenso (1995) ..................................

529 543

^3113l.lOGRAFÍA .................................................................................................

617

ÍNDICES AuTom-s ........................................................................................................... M.\ti;ria.s .......................................................................................................... Nomiiri-s ..........................................................................................................

619 623 625

Vil.

509

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PRESENTACION

TEORÍAS DE LA VERDAD EN EL SIGLO XX

El final de siglo es un momento oportuno para hacer balance de cuanto ha ocurrido a lo largo del mismo. Dos tareas han atravesado toda la filosofía de la última centuria. La primera puede sintetizarse en el lema husserliano «a las cosas mismas». liusserl planteó la necesidad de «recuperar la realidad'» en cuanto objeto c instancia prioritaria de la reflexión filosófica. Tras los idealismos, que culminan con Hegel, se percibe a comienzos de siglo la urgencia de volverse hacia lo real, en las diversas caras bajo las que ello se presenta. El programa marcado por Husserl se ha de­ sarrollado a lo largo de tocio el siglo xx, bien bajo la orientación fcnomcnológica, bien bajo la óptica de la transformación de la feno­ menología que ha sido la herincncutica. Así, tenemos intentos más o menos explícitos de ejecutar este programa, que van desde los existencialismos y los personalismos, que pretenden «mostrar» la reali­ dad humana al desnudo, hasta el marxismo, que se esfuerza en poner de manifiesto el carácter determinante de la realidad social, o la noología de Zubiri, que parte del hecho de que «en la realidad estamos ya», o los pragmatismos, que ponen la eficacia en la praxis como criterio último de evaluación del pensamiento y de la acción, o el racio-vitalismo de Ortega, que encuentra la realidad última en la «vida», como categoría que unifica todo mundo individual. La segunda tarea que ha desarrollado masivamente la filosofía del siglo XX ha consistido en desentrañar el profundo significado que el lenguaje tiene en la configuración de la propia reflexión filosófica y de sus productos (concepción del mundo, autocomprensión hu­ mana, reconstrucción de la historia, determinación del saber, etc.). Siguiendo el impulso dado, entre otros, por Wittgenstein, el análisis del lenguaje se ha convertido en uno de los ejes de la filosofía en nue.stro siglo. El lugar preeminente del fenómeno lingüístico ha adoptado diferentes figuras y objetivos: desde la búsqueda de un len­ guaje ideal como vehículo de la ciencia unificada (Neopositivismo, í‘d

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TIÍORIAS DI- LA Vl-RDAD EN EL SIGLO XX

Racionalismo Crítico), hasta el análisis del lenguaje corriente, que entiende la actividad lingüística como una de las actividades huma­ nas guiadas por reglas (Filosofías del lenguaje ordinario,'Pragmática universal del lenguaje), pasando por la comprensión de la actividad filosófica corno interpretación de textos (ciertas Hermenéuticas), o como desentrañamiento de los presupuestos, tanto lógicos como ontológicos, del uso del lenguaje en la acción comunicativa (Pragmá­ tica trascendental dcl lenguaje), etc. Esta doble orientación ha tenido su reflejo en el tema de la ver­ dad. Durante el siglo xx se ha desarrollado una amplísima reflexión sobre esta cuestión. Las aportaciones han sido tan variadas como las corrientes filosóficas que han ido cobrando vigencia sucesiva o si­ multáneamente. Bien es verdad que no todas las propue.stas acerca de la verdad han tenido el mismo grado de elaboración ni la misma influencia. Algunas de ellas ni siquiera han constituido propiamente una teoría de ¡a verdad en sentido estricto. El tema de la verdad constituye el foco en el que confluyen la mayor parte de los elementos integrantes de la Filosofía del conoci­ miento. Todo saber teórico está orientado a la consecución de cono­ cimientos verdaderos. La Filosofía del eonocimiento pretende deter­ minar los elementos que constituyen el conocimiento, la relación entre ellos y su alcance, las posibilidades de fundamentación del co­ nocimiento, comenzando por una justificación de su misma posibili­ dad, etc. En cualquier caso, la verdad es un tema central de la refíexión gnoseológica y, con ello, de toda filosofía. E’l tratamiento del tema de la verdad se inicia en nuestra tradi­ ción probablemente a la vez que la reñexión racional. Los comien­ zos de la Filosofía occidental pueden interpretarse en esta clave. Las primeras preguntas de los pensadores milesios fueron acerca de qué son verdaderamente las cosas (el mundo, lo real), cuál es la verdad de lo que se nos presenta, dado que no es lo que en principio parece. Se abre, pues, la Filosofía con una cuestión ontológica y gnoseoló­ gica simultáneamente, aunque es el aspecto ontológico el determi­ nante de esta reflexión en tos primeros siglos de su desarrollo. En este tramo inicial de la Filosofía se configura una concepción de la verdad cuya influencia ha alcanzado, cuando menos, desde Parmenides hasta Heidegger, Todas las épocas se han ocupado de manera significativa dcl tema de la verdad, en conexión con el contexto cultural y filosófico de cada momento. La concepción de la verdad se ha ido decantando en un sentido, en el que el surgimiento del modelo galileano-newto-

PRHSriNTAClÓN

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iiiano de ciencia ha tenido una incidencia muy significativa. Tal vez por ser el modo de conocimiento más potente creado en nuestra tra­ dición, ha configurado un determinado tipo de concepción de la ver­ dad, predominante en muchos ámbitos filosóficos, científicos y prácticos de nuestras sociedades actuales. En el complejo panorama que presenta el siglo xx en sus refle­ xiones sobre la verdad, es posible detectar, según se ha señalado en diversos contextos, al menos tres raíces que nuestra tradición ha ido ( incorporando históricamente a la concepción de la verdad. Por eso, si examinamos nuestra experiencia respecto a lo que consideramos verdadero, podemos encontrar: primero, que llamamos verdadero a aquello que está realmente presente, al contraponerlo a lo imaginario o ilusorio. Surge aquí la raíz griega de la experiencia de la verdad (alelheia), como lo que está ¡Hítente. Es la dimensión que conecta lo verdadero con lo que es, con lo real. En segundo lugar, también consideramos algo como verdadero cuando es fiable, cuando se puede confiar en ello. Es la dimensión que la verdad tiene de aiitenticiclacl. Esta puede entenderse de dos modos: o bien, como confianza en las cosas, o bien como confianza en las personas. En cuanto se conña en la autenticidad de las cosas, se enlaza con la raiz latina (veritas), que viene a expresar justamente aquello que es digno de crédito, lo que merece confianza, y por tanto, resulta firme y seguro, es auténtico. Pero la confianza puede entenderse también referida a personas. Aquel en quien se puede confiar muestra un rasgo de verdad, en cuanto autenticidad. La con­ fianza adquiere el matiz áe fidelidad, y ello a su vez genera también seguridad, firmeza. Alguien en quien .se puede confiar es alguien fir­ memente fiel a sus amigos, a su tarea como intelectual, a sus creen­ cias, a sus compromisos, etc. Esta es la dimensión de la verdad puesta de manifiesto en la tradición hebrea {emnnali). Por último, se habla de verdad cuándo algo coincide con lo que 1 las cosas son. Aquí «verdadero» tiene también un sentido de seguri- 1 dad, de firmeza, pero surgida metodológicamente del ajuste con la realidad de las cosas. Se trata pues de una representación adecuada, de un decir correctamente lo que es. En cierto modo se produce una «juridificación» o «metodologización» de la comprensión de la ver­ dad. I le aquí la dimensión de la adecuación, corrección, correspon­ dencia {orthotes, adeciiatio), presente en la mayor parte de las con­ cepciones de la verdad. Cada una de estas dimensiones ha sido puesta en cuestión por al­ guna concepción de la verdad. Pero a su vez, todas ellas siguen la-

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T1-:0R1AS DI; 1,A VERDAD EN EL SIGLO XX

lentes, de un modo u otro, en la experiencia, tanto individual como colectiva y tanto sincrónica como histórica de las sociedades arraiga­ da s en n ueslra ti'adición. Algunas innuyenles propuestas del panorama filosófico actual han partido de la tesis de que el lugar propio (y en ocasiones exclu­ sivo) de la verdad es el lenguaje. Pero no todas las corrientes filosó­ ficas han compartido esta tesis, al no considerar el lenguaje como el ámbito prioritario o exclusivo en el que tiene lugar la verdad. Plantea­ mientos corno los cxistcncialismos, algunas fenomenologías, el perso­ nalismo, ciertos pragmatismos, etc., anteponen otras instancias (la vida, la historia, la experiencia del conocimiento intepersonal, lo real, etc.) al nivel lingüístico de la comprensión de la verdad. Una teo­ ría de la verdad habría de contar, pues, tanto con una dimensión se­ mántica, como con una dimensión pragmática en su descripción del hecho de la verdad. En el límite, hay incluso concepciones de la ver­ dad que explícitamente se oponen al logicismo presente en la tesis que liga verdad y lenguaje. Tal puede ser el caso de Nietzschc, para quien el lenguaje, entendido argumentativamente, supone precisa­ mente una distorsión de la verdad. La alternativa es la corporalidad, como hilo conductor para el descubrimiento de la verdad. Esto im­ plica una «lógica de los sentidos», más bien que una lógica de la ra­ zón. 11 La importancia de la reflexión sobre la verdad se desprende de sus implicaciones para la Filosofia del conocimiento, la Metañsica, la Ontología, la Filosofia del lenguaje, la Filosofia de la Lógica, la Filosofia de la Ciencia, la Ética y la Filosofia Política. De ahí ípie to­ das las grandes corrientes que en la actualidad abordan los proble­ mas científicos y sociales del conocimiento, desde la perspectiva de la reflexión tcórico-práctica, hayan encontrado un polo de confluen­ cia en la elaboración y discusión de teorías de la verdad. Cuando la reflexión sobre el hecho problemático de la verdad se sistematiza, se constituye una Teoría de la verdad. Los elementos que componen tal teoría sistemática son muy diversos: concepto de verdad, criterios de verdad, tipos de verdad, lugar de la teoría de la verdad en el conjunto de la filosofia del conocimiento, clasificación de las teorías de la verdad, fuentes del conocimiento verdadero, nive­ les de la verdad, etc. Cada uno de estos capítulos ha dado lugar a su vez a múltiples problemas, discusiones, y alternativas. Así, p.c., se ha

PRESENTACION

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distinguido entre teorías definicionalcs o teorías criteriológicas de la verdad, se ha considerado a la verdad desde la perspectiva teórica y desde la perspectiva tcórico-práctica, se han desarrollado teorías ló­ gico-semánticas y pragmáticas de la verdad al hilo de las dimensio­ nes del lenguaje, se han elaborado múltiples clasificaciones de las teorías de la verdad, se han considerado como criterios de verdad desde la evidencia hasta la praxis histórica, etc. En ninguna de estas discusiones podemos detenernos aquí. No todos los filósofos que han reflexionado sobre la verdad se han ocupado de todos y cada uno de los aspectos que constituyen una teoría de la verdad, lian sido muy pocos los que han desarro­ llado sistemática, coherente c innovadoramente tal teoría. Esto puede decirse tanto del siglo xx como de etapas anteriores de la reflexión filosófica. En la obra Teorías cíe la verdad en el siglo XX se han recogido las aportaciones, sean puntuales sean sistemáticas, de los filósofos que desde diversas perspectivas han escrito sobre el tema en ese periodo. Los criterios formales utilizados para seleccionar los textos han sido tíos: pluralidad y relevancia. En unos casos ha primado uno, y en ocasiones el otro. Naturalmente, los textos seleccionados resultan ineludibles en unos casos, y más discutibles en otros, liemos querido que estuvieran tanto los textos «clásicos» sobre el tema en el siglo XX, como las más recientes aportaciones. Se ha atendido a la mayor parte de las corrientes filosóficas en cuyo seno se ha reflexionado sobre la verdad, aunque algunas hayan tenido bastante más influen­ cia que otras. Aquí se revela también una dimensión de esta obra, que hemos querido mantener conscientemente: se trata de presentar un pano­ rama que recupere aportaciones perdidas o semi-olvidadas, con la in­ tención de ampliar lo más posible los horizontes de los problemas y de las propuestas de solución. Existe el peligro de reducir lo que his­ tóricamente se ha dado a lo que en un contexto u otro se destaca como relevante con vistas a un cierto objetivo. Trabajos de recopila­ ción como los de G. Pitcher (1964), G. Skirbckk (1977), o L. B. Puntcl (1987), pueden producir este efecto indeseado. Sin duda las apor­ taciones ahí resaltadas han sido y siguen siendo decisivas, tanto en amplitud y diversidad como en intensidad, dinamismo y profundi­ dad. Su parcialidad responde de modo coherente a los fines marca­ dos, puesto que no han pretendido dibujar un panorama completo. Pero nuestro trabajo pretende ir más allá, y salvar dicho peligro. Conviene ampliar al máximo el escenario de las discusiones, por tres

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TKORIAS DE LA VERDAD I-:N EL SICiLO XX

razones. En primer lugar, por una cuestión de justicia histórica; uno de los objetivos es aproximarse (conscientes de que toda elección su­ pone siempre exclusiones) a todo lo que realmente ha sucedido en el iiltimo siglo, fundamentalmente en las tradiciones anglosajona, ale­ mana, francesa c hispano-latinoamcricana. En segundo lugar, para evitar que poco a poco la perspectiva se vaya cerrando y los debates vayan cayendo en disputas intraescolásticas que acaban siendo poco productivas. Fin tercer lugar, porque reunir y reeditar estos textos ha de contribuir a proponer puntos de vista alternativos, quizá poco ex­ plorados, o a sugerir nuevas líneas de investigación. El conjunto obtenido creemos que presenta un panorama sufi­ cientemente amplio y ajustado de lo que ha sido e.ste aspecto capital de la reílcxión filosófica. No es probable que hayan quedado fuera en su totalidad planteamientos relevantes. El resultado se presenta clasificado en siete gi'upos distintos de Teorías de la verdad. Se trata de una clasificación convencional y suficientemente acreditada en los estudios al respecto, aunque ello no la convierte en indiscutible. Esta decisión está en consonancia con el carácter de la presente obra, cuyo objetivo no es la discusión del problema de la clasificación de las distintas teorías de la verdad, y la consiguiente elucidación de los criterios pertinentes para la misma, sino el de ofrecer reunidos y or­ denados una serie de textos relevantes, algunos de ellos inéditos en castellano, otros ya inaccesibles, y en conjunto, dispersos. Siendo así, se han seleccionado finalmente veintisiete ensayos de diferentes autores y de diferentes planteamientos. Han habido limita­ ciones que han influido en el resultado final, derivadas principal­ mente de que ni el espacio ni el tiempo disponibles son infinitos. No es posible explicar en este contexto la posición de cada uno de los autores seleccionados. Por ello, nos limitamos aquí a'enumerar los autores, junto con algunos otros de planteamientos cercanos, pero que finalmente han quedado excluidos. Las diversas teorías se han agrupado según el rasgo más característico que las constituye. Dado que ninguna teoría consta de un solo aspecto, hay ciertas teorías que según la característica que se subraye de ellas, podrían ser in­ cluidas en un grupo u otro. Asimismo, hay teorías que teniendo as­ pectos comunes han quedado encuadradas en grupos diferentes. También ocurre que entre las teorías agrupadas en torno a una tesis básica existen divergencias muy notables. La aclaración sistemática de estas dificultades requeriría un espacio no disponible en este contexto.

PRESENTACION

1.

Teorías pragmáticas de la verdad: — Teoría pragmático-funcionalista: W. James. — Teoría pragmático-semiótica; Ch. S. Peirce. — Teoría ético-pragmática: S. Ilaack. — Teoría hermenéiitico-relativista; R. Rorty. — Teoría Iristórico-práctica: I. Ellacuría. 2. Teorías de la correspondencia: a) Teorías semánticas: — Teoría lógico-semántica: A. Tarski. — Teoría semántico-formal; E.'Pugendhat. — Teoría semántico-fundamental: P. Hinst. — Teoría semántica dcl realismo interno: H. Putnam. — Teoría semántico-naturalista: W. v. O. Quine. — Teoría semántico-eseneialista: S. Kripke. — Verdad como primitivo semántico: D. Davidson. h) Teorías no semánticas; Teoría de las condiciones de la correlación: J. L.. Austin. — Teorías lógico-empíricas; B. Russell y L. Wittgenstein, R. Carnap. — Teorías dialéctico-materialistas: K. Marx, A. Schaff, M. Horkheimcr 3. Teorías pro-oracionales; — F. P. Ramsey, P. K Strawson, D. Grover, C. J. F Williams. 4. Teorías fenómeno lógicas: a) Teoría evidencial: E. HusserI, F Brentano. h) Teoría pcrspectivista: J. Ortega y Gasset. c) Teoría metafórica: P. Ricoeur. el) Teoría de la verdad real: X. Ziibiri. 5. Teorías hermenéuticas de la verdad: a) Teoría hermcnéutico-ontológica: M. Heidcgger. h) Teoría existcncialista: K. Jaspers. c) Teoría lingüístico-histórica: H.-G. Gadamcr. d) Teoría hermenéutico-práctica: M. Foucault. ¿Ó Teoría hermenéutico-lingiiística; J. Simón. 'Peorías coherenciales: a) Teoría lógico-empírica: O. Ncurath y C. I lempel. b) Teoría criteriológica: N. Rcscher. c) Teoría cohcreneial-sistemática: L. B. Puntel. Teorías intersubjetivistas; a) Teoría consensual: K. O. Apel y J. llabermas. /;) Teoría dialógica: K. Lorenz, P. Lorenzen-W. Kamlah.

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TliOKiAvS DH I.A VERDAD EN EL SIGLO XX

Los textos de los autores más representativos de cada una de estas corrientes o tendencias se han seleccionado del siguiente modo: I) Teorías pragmáticas de la verdad. Desarrolladas principal­ mente en la segunda mitad del siglo xix y principios del siglo xx. Los autores más representativos del pragmatismo «clásico» ameri­ cano son .1. Stiiart Mili, W James y Ch. S. Peirce. En la actualidad son representantes del pragmatismo R. Rorty y S. Haack, aunque en­ tre ellos haya discrepancias muy considerables. También representan posturas pragmáticas en cuanto a la concepción de la verdad K. O. Apel y J. Habermas, en la medida en que se centran en el uso del lenguaje en el hecho de la acción comunicativa. Pero hemos prefe­ rido destacar de estos planteamientos su rasgo de intersubjetividad en cuanto constitutivo de la racionalidad. Por ello han constituido un grupo específico. Se ha incluido en este apartado a I. Ellacuría, cuyo planteamiento difiere considerablemente de los anteriores, pero considera la praxis histórica como el auténtico criterio de ver­ dad. Se han seleccionado los ensayos Concepción de la verdad se­ gún el pragmatismo, de W. James (1906), «La realidad histórica como objeto de la filosofía», de I. Ellacuría (1981), y «La preocu­ pación por la verdad: qué significa, por qué importa», de S. Haack (1995). 2) Teorías de la correspondencia. Son sin duda las que mayor fuerza y vigencia histói'ica han tenido. Tan es así, que la concepción protütípica de la correspondencia se ha convertido en la referencia respecto a la cual se definen otras concepciones alternativas de la verdad, sean pragmáticas, coherentistas o hermenéuticas. La amplia y dilatada discusión de las teorías de la correspondencia ha dado lu­ gar a gran multitud de variantes. Las desarrolladas durante nuestro siglo se han clasificado, para simplificar, en dos tipos: a) Teorías semánticas de la verdad. Representa toda una linca de desarrollo de reflexión sobre el tema. Su más neto representante es A. Tarski. Posteriormente otros autores han desarrollado sus teo­ rías ateniéndose a la idea básica de la propuesta tarskiana. Tal es el caso de la teoría semántico-formal de E. Tugendhat, la teoría semántico-fundamcntal de P. llinst, la teoría semántica del realismo interno de H. Putnam, la teoría semántico-esencialista de S. Kripkc y la teo­ ría scmántico-naturalista de W. v. O. Quine. Se han seleccionado los trabajos siguientes: «La concepción semántica de la verdad v los

PRF.SÍiNTAClON

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l'undamcntos de la semántica» de A. Tarski (1944); «Esbozo de una teoría de la verdad» de S. Kripke (1975); y «Estructura y contenido de la verdad» de D. Davidson (1990). b) Teorías no semánticas de la verdad. Dentro del plantea­ miento de la correspondencia, pero no en el marco de las teorías se­ mánticas, se puede incluir la propuesta de J. Austin. Se ha seleccio­ nado su trabajo «Verdad» (1950), a propósito del cual sostiene una ruerte polémica con P. F. Strawson. Hay también otras concepciones que siendo teorías de la corres­ pondencia, no son teorías semánticas. Así, encontramos varios gru­ pos; — Teorías lógico-empíricas. Se elaboran en el seno del Ato­ mismo Lógico y el Ncopositivismo. Sus representantes más signifi­ cativos son B. Russcll, el «primer» Wittgenstein {Tracíatus) y R. (’arnap. Se ha seleccionado «Observaciones sobre la inducción y la verdad» (1946) de R. Carnap. — Teorías dialéctico-materialistas. Aunque su fundador fue C. Marx, muerto a las puertas del siglo xx, su influjo en nuestro siglo ha sido muy relevante. Además de los marxistas ortodoxos, se han desarrollado otras «escuelas» dentro de esta tradición, que han te­ nido un carácter crítico. Es de resaltar la Escuela de Frankfurt, la Es­ cuela de Budapest, y junto a ellas, otros autores no inscritos en di­ chos círculos, como pueden ser B. Bloch, A. Schaff o J.-P. Sartre. Se ha seleccionado el ensayo de A. Schaff, ¿Qué entendemos por ver­ dad? (\91\). 3) Teorías pro-oracionales. En sentido estricto sólo son teorías pro-oracionales las de D. Grover y C. .1. W Williams. Proceden en parte de las propuestas de F. P. Ramsey, cuya concepción de la ver­ dad ha dado lugar también a las llamadas teorías de la redundancia. I lablando con precisión, solamente la de A. J. Ayer podría ser deno­ minada así. Tanto la teoría de F. P. Ramsey como la de P. F. Strawson se pueden clasificar, con más precisión, como teorías pro-oraciona­ les. Se han seleccionado los trabajos «La naturaleza de la verdad» de F. P Ramsey (1927/publicado por primera vez en 1991); «Verdad» de P. F. Strawson (1950) y «La teoría pro-oracional de la verdad» de C..I.W. Williams (1992). 4) Teorías fenomenológicas de la verdad. El gran fundador del movimiento fcnomenológico es E. Husserl. Su más significativo antecedente y punto de referencia crítica fue F. Brentano. Posterior­

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TIÍORIAS DI- LA VHRDAD liK liL SIGLO XX

mente la Fenomenología ha seguido desarrollándose en diversos cam­ pos (clica, antropología, metafísica del conocimiento, etc.). Las con­ cepciones fenomenológicas de la verdad son tan varía,das como el mismo movimiento fenomcnológico. La mayor parte de ellas están emparentadas con el movimiento hermcncutico, tan cercano en algu­ nos puntos, pero tan distante en otros. Un caso representativo de esta vecindad filosófica es el de P. Ricoeur. Entre nosotros encontramos las significativas aportaciones en esta línea que representan J. Ortega y X. Zubiri. Se han seleccionado algunos pasajes de las investigaciones ló­ gicas de E. Hiisseri (1901); «¿A que llamamos verdad?» de Ortega y Gasset (1915); «Verdad y mentira» de P. Ricoeur (1951); y «La reali­ dad en la intelección sentiente: la verdad real» de X. Zubiri (1980). 5) Teorías hermenéuticas de la verdad. El creador fue M. Ileidcgger a partir de su crítica a la Fenomenología, y con el importante antecedente de F. Nietzsche. El escrito «Verdad y mentira en sentido extramoral» es pionero en esta línea. El movimiento hermcnéutico se ha desarrollado también en lincas muy diversas. Al menos habría que distinguir dos tendencias: hermenéutica no normativa, más ligada al intento de superación de la modernidad, y hermenéutica normativa, que intenta aprovechar el impulso crítico-ilustrado, pero transfor­ mado según diversas instancias. Aunque individualmente no todos los casos son claramente clasificables en una u otra dirección, pue­ den distinguirse indicativamente H.-G. Gadamer, K. Jaspers, M. Foucault, .1. Simón, G. Vattimo, R. Rorty, J. Derrida, por un lado; por otro, H. Habermas, K. O. Apcl, W. Becker, O. F. Bolinow, etc. Se han .seleccionado los trabajos de M. Heideggcr, De la esencia de la ver­ dad (1943); «De la verdad» de K. .laspcrs (1947); «¿Qué es la ver­ dad?» de II.-G. Gadamer (1957); «Verdad y poder» de M. Foucault (1977); y «Lenguaje y verdad» de J. Simón (1987). Las obras relati­ vas a la Hermenéutica crítica se han recogido en el apartado 7, dedi­ cado a las Teorías intersubjetivistas de la verdad. 6) Teorías coherentistas de la verdad. Aunque la raíz última de todo este planteamiento se encuentra de G. W. F. Flegcl, en nuestro siglo se ha desarrollado esta teoría en varias direcciones. Por un lado, llegaron a una versión de ella, desde el positivismo lógico, O. Ncurath y C. llcmpel. Por otro lado, desde posiciones más cercanas a la lógica del hegelianismo, aunque también muy transformada, se hallan los planteamientos de N. Rescher y de L. B. Puntel. Se han se­ leccionado «I.a teoría de la verdad de los positivistas lógicos» de C.

PRHSI'NTACIÓN

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llcmpel (1935); «Verdad como coherencia ideal» de N. Rescher (1985); y «Problemas y tareas de una teoría explicativo-definicional lie la verdad» de L. B. Puntel (1987). 7) Teorías intersubjetivistas de ¡a verdad. Se enmarcan en la (ranslbrmación dialógica de la racionalidad. Se han desarrollado por mi lado la teoría consensual de la verdad, representada principal­ mente por K. O. Apel y .1. Habermas; por otro lado la teoiía dialógica do la verdad, representada por la llamada Escuela de Erlangen: K. l.orenz, P Lorenzen, W. Kamiah. Se han seleccionado de .1. Habermas, «Teorías de la verdad» (1973); «¿Husserl, Tarski o Peircc? Para mía teoría scmiótico-trasccndental de la verdad como consenso» de K. O. Apcl (1995); y «El concepto dialógico de verdad» de K. Eoren/. (1972). 111 El conjunto de la obra Teorías de !a verdad en el siglo XX está divitlido en cuatro apartados: presentación, textos seleccionados, bi­ bliografía c índices. En la sección Textos .seleccionados, se han reco|)ilado veintisiete ensayos, publicados como artículos o bien como capítulos de libros. De ellos, trece han sido traducidos por primera ve/, a nuestro idioma. Otros tres son ahora mismo inaccesibles por ser ediciones ya agotadas o ilocalizables. El resto (once) están dis­ persos en ediciones varias. Reunir todo este conjunto facilita el ac­ ceso a una problemática filosóficamente capital. Cada uno de los textos cuenta con una ficha inicial en la que se recogen los datos bibliográficos más relevantes del texto en cuestión: edición original, reediciones posteriores del texto original, edición castellana, si la hay, otras ediciones en castellano, cuando es el caso, nombre del traductor (si el original no es castellano), otros ensayos del autor sobre el mismo tema, algunos títulos de bibliografía com­ plementaria y, a veces, se añaden algunas observaciones, cuando se considera necesario aclarar alguna circunstancia bibliográfica. Siem­ pre que ha existido una versión castellana del texto, hemos aprove­ chado el trabajo ya realizado. Estos datos resultan útiles para orien­ tarse en la comprensión del texto y de la obra del autor, y laciütan la ampliación de los conocimientos en caso de estar interesado en ello. Por eso nos pareció conveniente reunir todos esos datos, que suelen figurar dispersos o no figurar.

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I HORIAS

d i ; la

VHRDAD KN 1;L SIGI.O XX

La Bibliografía la liemos reducido al máximo. Carece de sentido incluir una bibliografia que, por un lado, no podría ser exhaustiva, y por otro, tendria tales dimensiones que engrosaría considerablemente el libro, y no resultaría útil, por no discriminar el valor de los traba­ jos. Como se dice en la nota que encabeza la Bibliografía, los edito­ res ponemos a disposición de quienes estén interesados un amplí­ simo listado bibliográfico sobre el lema, que cuenta ya con más de seiscientos títulos. Siendo así, hemos recogido en la Bibliografía so­ lamente aquellos títulos que eontienen recopilaciones, ensayos pano­ rámicos, números monográficos, actas de reuniones dedicadas al tema, etc. Como primer nivel de orientación, junto con la bibliogra­ fía complementaria específica que figura en la ficha de cada uno de los textos recopilados, puede ser suficiente. Finalmente, los índices. En una obra de la pluralidad y enverga­ dura de la presente, conviene potenciar este aspecto. Por ello se han realizado tres índices: un Indice de autores, en el que figura una bre­ vísima nota biográfica sobre los autores de cada uno de textos selec­ cionados, junto con los títulos de sus obras principales y la fecha de publicación original. En algunos casos los autores y su producción filosófica son ampliamente conocidos, pero en otros casos no es así. Se ha realizado también un índice de nombres, que puede facilitar la localización precisa de los diversos filósofos tratados en los textos seleccionados. Y, por último, un índice de materias, útil para la orientación en los temas y problemáticas tratados en diver­ sos lugares. Un trabajo como el presente requiere especialmente un apartado de agradecimientos. Han sido muchas las personas que han interve­ nido de un modo u otro en su elaboración. En primer lugar, quere­ mos agradecer especialmente la colaboración a todas las editoriales que han dado el permiso para reproducir o traducir los textos cuyos derechos poseen. Todas figuran en el lugar correspondiente, en la fi­ cha que precede a cada texto, bien en el epígrafe de «Eidición origi­ nal», bien en el de «Edieión castellana» cuando la hay. Sin dichos permisos, no hubiera sido posible este trabajo. También hay que dar las gracias a los autores que, en tres casos, nos han proporcionado textos aún inéditos en cualquier idioma, y en otros siete casos, han autorizado personalmente la reproducción. Igualmente queremos agradecer a nuestros compañeros del Departa­ mento de Filosofía de la Universidad de Granada, que han respon­ dido amablemente ante nuestros requerimientos. También es de des­ tacar en este contexto la ayuda económica prestada por el Ministerio

PRF.Sl-NlACIÓN

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(le Educación, a través de su Dirección General de Ciencia y Tccnoloida (DGICYT/PS 95-0238), que ha facilitado la ejecución de este llitail, Agraclaccr, Imalmente. a la liditorial Tecm» el haber accpi ido acoger la presente obra entre SUS publicaciones. l^'m estro'deseo ofrecer un instrumento de trabajo ut. e in .sislentc hasta ahora en nuestro idioma, que facilite y estimule la i vcsligación y discusión filosóficas en uno de los capítulos mas signi­ ficativos de nuestra tradición intelectual. LOS EDITORES

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TEORÍAS PRAGMATICAS DE LA VERDAD

WILLIAM JAMES CONCEPCIÓN DE LA VERDAD SEGÚN EL PRAGMATISMO (1906)

E dición

original :

«Pragmatism’s Conception of Trutli», en Pnigmalism, Lowell Institute Boston, nov.-dic. 1906. , • Columbia University, Nueva York, enero 1907. • Longmans Groen & Co., Nueva York-Londres-Toronto, 1949, pp. 197-2,36. l'.DICIÓN castellana :

— «Concepeión de la verdad según el pragmatismo», en Pragma­ tismo. Un nuevo nombre para algunos antiguos modos de pen­ sar, Agdúar Argentina, 1975, pp. 165-194. • Ediciones Orbis, Barcelona, 1984, pp. 127-149. Reproducimos el texto de esta edición con autorización expresa de la empresa editora. Tuaducción: L. Rodríguez Aranda. O tros

ensayos del autor soure el mismo tema :

— The Meaning of truth, Londres, 1909 (edición castellana. El signi­ ficado de ¡a verdad, Aguilar, Buenos Aires, 1.“ edición, 1957). B ibliografía

complementaria :

— Y. Ben-Mcnahem, «Pragmatism and Revisionism: Jame’s concep­ tion of truth» Int, Journal Phil.Studies, 3/2 (1995), pp. 270-289. — D. Olin (ed.), Wiltiam James: Pragmatism in Focas, Roulledgc, Nueva York, 1992. — M. White, «Pragmatism and Ihe revolt against Formalism: revising some doctrines of Willliam .lames», en Tran.saction of the Charles S. Peirce Society, 26/1 (1990), pp. 1-17.

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t e o r ía s d e la v er d a d en

El. SIGLO XX

Se cuenta que, cuando Clerk-Maxwell era niño, tenía la manía de pedir que se lo explicasen todo, y si alguien evitaba hacerlo mediante una vaga explicación del fenómeno, lo interrumpía con impaciencia diciendo; «Sí, pero lo que yo necesito que me digas es el porqué de ello». Si su pregunta hubiera versado sobre la verdad, sólo un prag­ matista podría haberle respondido adecuadamente. Creo que nues­ tros pragmatistas contemporáneos, especialmente Schiller y Dewcy, han dado la única explicación atendible sobre el asunto. Bs una cues­ tión delicada, con muchos repliegues sutiles y diílcil de tratar en la forma esquemática que es propia de una conferencia pública. Pero el punto de vista de la verdad de Schiller-Dewey ha sido atacado tan fe­ rozmente por los filósofos racionalistas, y tan abominablemente mal interpretado, que debe hacerse aquí, si ha de hacerse en algún sitio, una exposición clara y sencilla. Espero que la concepción pragmatista de la verdad recorrerá las etapas clásicas del curso de toda teoría. Como ustedes saben, en pri­ mer lugar toda teoría nueva es atacada por absurda; luego se la ad­ mite como cierta, aunque innecesaria e insignificante, y finalmente se la considera tan importante que son precisamente sus adversarios quienes pretenden haberla descubierto. Nuestra doctrina de la verdad se encuentra actualmente en el primero de estos tres estadios, con síntomas de haber entrado en ciertos sectores del segundo. Deseo que esta conferencia la conduzca, a ojos de muchos de ustedes, más allá del estado correspondiente al primer estadio. La verdad, como dicen los diccionarios, es una propiedad de al­ gunas de nuestras ideas. Significa adecuación con la realidad, así como la falsedad significa inadecuación con ella. Tanto el pragma­ tismo como el intelectualismo aceptan esta definición, y discuten sólo cuando sui'ge la cuestión de qué ha de entenderse por los térmi­ nos «adecuación» y «realidad», cuando se juzga a la realidad como algo con lo que hayan de estar de acuerdo nuestras ideas. Al responder a estas cuestiones, los pragmatistas son analíticos y concienzudos, y los intclcctualistas son ligeros c irreflexivos, la no­ ción más popular es que una idea verdadera debe copiar su realidad. Como otros puntos de vista populares, éste sigue la analogía de la experiencia más corriente. Nuestras ideas verdaderas de las cosas sensibles reproducen a éstas, sin duda alguna. Cierren ustedes los ojos y piensen en esc reloj de pared y tendi'án una verdadera imagen o reproducción de su esfera. Pero su idea acerca de cómo «anda» —a menos de que ustedes sean relojeros—• no llega a sei’ una reproduc­ ción, aunque pase por tal, pues de ningún modo se enfrenta con la

thokías rracímáticas de, la ve;rdad

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realidad. Aun cuando nos atuviéramos sólo a la palabra «andar», ésta licite su utilidad; y cuando se habla de la función del reloj de «mar­ car la hora» o de la «elasticidad» de su cuerda, es difícil ver exacta­ mente de qué son copias sus ideas. Adviértese que aquí existe un problema. Donde nuestras ideas no luicdcn reproducir definitivamente a su objeto, ¿qué signitica la ade­ cuación con este objeto? Algunos idealistas parecen decir que son verdaderas cuando son lo que Dios entiende que debemos pensar so­ bre c.ste objeto. Otros mantienen íntegramente la concepción de la reproducción y hablan como si nuestras ideas poseyeran la verdad en la medida en que se aproximan a ser copias del eterno modo de pen­ sar de lo Absoluto. Estas concepciones, como verán, invitan a una discusión pragma­ tista. Pero la gran suposición de los intclcctualistas es que la verdad significa esencialmente una relación estática inerte. Cuando ustedes alcanzan la idea verdadera de algo, llegan al término de la cuestión. Están en posesión, conocen, han cumplido ustedes un destino del pensar. Están donde deberían estar mentalmente; han obedecido su imperativo categórico y no es necesario ir más allá de esta culmina­ ción de su destino racional. Epistemológicamente se encuentran usledcs en un estado de equilibrio. El pragmatismo, por otra parte, hace su pregunta usual. «Admi­ tirla como cierta una idea o creencia —dice—, ¿qué diferencia con­ creta se deducirá de ello para la vida real de un individuo? ¿Cómo se realizará la verdad? ¿Qué experiencias serán diferentes de las que se obtendrían si estas creencias fueran falsas ? En resumen, ¿cuál es, en términos de experiencia, el valor efectivo de la verdad?». En el momento en que el pragmatismo pregunta esta cuestión comprende la respuesta: Ideas verdaderas son las que podemos asi­ milar, hacer válidas, corroborar, y verificar; ideas falsas, son las que no. Ésta es la diferencia práctica que supone para nosotros tener ideas verdaderas; éste es, por lo tanto, el significado de la verdad, |Hies ello es todo lo que es conocido de la verdad. Ésta es la tesis que tengo que defender. I.,a verdad de una idea no es una propiedad estancada inherente a ella. La verdad acontece a una idea. Llega a .ser cierta, se hace cierta por los acontecimientos. Su verdad es, en efecto, un proceso, un suceso, a saber: el proceso de ve­ rificarse, su verificación. Su validez es el proceso de su valid-ac/ón. Pero ¿cuál es el significado pragmático de las palabras verifica­ ción y validación? Insistimos otra vez. en que significan determina­ das consecuencias prácticas de la idea verificada y validada. Es difí-

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n-,()RÍAS DR LA VI'RDAD LN HL SIGLO XX

cil hallar una frase que caracterice estas consecuencias mejor que la loimula corriente de la adecuación, siendo exactamente estas conse­ cuencias lo que tenemos en la mente cuando decimos que nuestras ideas concuerdan con la realidad. Nos guian, mediante los actos y las demas ideas que suscitan, a otros sectores de la experieneia con los que sentimos estando este sentimiento entre nuestras posibilida­ des - que concuerdan las ideas originales, las conexiones y transi­ ciones llegan a nosotros punto por punto de modo progresivo, armo­ nioso y satisfactorio. Esta función de orientación agradable es la que denominamos verificación de una idea. Esta explicación es en un principio vaga, y parece completamente trivial, pero ofrece resulta­ dos de los que me ocuparé a continuación. Empezaré por recordarles el hecho de que la posesión de pensa­ mientos verdaderos significa en todas partes la posesión de unos inestimables instrumentos de acción, y que nuestro deber para alcan­ zar la verdad, lejos de ser un mandamiento vacuo del ciclo o una «pi­ rueta» impuesta a sí mismo por nuestro intelecto, puede explicarse por excelentes razones prácticas. La importancia para la vida humana de poseer creencias verdadeias acerca de hechos, es algo demasiado evidente. Vivimos en un mundo de realidades que pueden ser infinitamente útiles o infinita­ mente perjudiciales. Las ideas que nos dicen cuáles de éstas pueden cspeiarsc, se consideran como las ideas verdaderas en toda esta es­ fera primaria de verificación y la búsqueda de tales ideas constituye un deber primario humano. La posesión de la verdad, lejos de ser aquí un fin en sí mismo, es solamente un medio preliminar hacia otras satisEicciones vitales. Si me hallo perdido en un bosque y hambriento, y encuentro una senda de ganado, será de la mayor im­ portancia que piense que existe un lugar con seres humanos al final del sendero, pues si lo hago asi y sigo el sendero, salvaré mi vida. El pensamiento verdadero, en este caso, es útil, porque la casa, que es su objeto, es útil. El valor práctico de las ideas verdaderas se deriva pues, primariamente de la importancia práctica de sus objetos para nosotros. Sus objetos no son, sin duda alguna, importantes en todo momento. En otra ocasión puede no tener utilidad alguna la casa para mi, y entonces mi idea de ella, aunque verificable, será práctica­ mente inadecuada y convendrá que permanezca latente. Pero puesto que casi todo objeto puede algún día llegar a ser temporalmente im­ portante, es evidente la ventaja de poseer una reserva general de ver­ dades extra, de ideas que serán verdaderas en situaciones meramente posibles.

TKORÍAS PRACiM/VriCAS 1)U LA VERDAD

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Almacenamos tales verdades en nuestra memoria y con el so­ brante llenamos nuestros libros de consulta, y cuando una de estas ideas extra se hace prácticamente adecuada para uno de nuestros ca­ sos de necesidad, del frigorífico donde estaba, pasa a actuar en e mundo y nuestra creencia en ella se convierte en activa. Se puede de­ cir de ella que «es útil porque es verdadera» o que «es vcrdadcia porque es útil». Ambas frases significan exactamente lo mismo, a sa­ ber; que se trata de una idea que se cumple y que puede verificaise. «Verdadera» es el nombre para la idea que inicia el proceso de vciificación; «útil» es el calificativo de su completa función en la expe­ riencia. Las ideas verdaderas nunca se habrían singularizado como (ales, nunca habrían adquirido nombre de clase, ni mucho menos un nombre que sugiere un valor, a menos que hubieran sido útiles desde un principio en este sentido. , De esta circunstancia el pragmatismo obtiene su nocion geneia de la verdad como algo esencialmente ligado con el modo en el que un momento de nuestra experiencia puede conducirnos hacia otros momentos a los que vale la pena de ser conducidos. Primariamente, y en el plano del sentido común, la verdad de un estado de espíritu significa esta función de conducir a lo que vale la pena. Cuando un momento de nuestra experiencia, de cualquier clase que sea, nos ins­ pira un pensamiento que es verdadero, esto quiere decir que mas pronto o más tarde nos sumiremos de nuevo, mediante la guia de tal experiencia, en los hechos particulares, estableciendo asi ventajosas conexiones con ellos. Ésta es una explicación bastante vaga, pero es conveniente retenerla porque es esencial. , Entretanto, nuestra experiencia se halla acribillada de regulaiidades. Una partícula de ella puede ponernos sobre aviso para alcanzar pronto otra y puede «proponerse» o ser «significativa de» ese objeto más remoto. El advenimiento del objeto es la verificación del signi­ ficado. La verdad, en estos casos, no significando sino la verilicación eventual, es manifiestamente incompatible con la desobediencia iior nuestra parte. ¡Ay de aquel cuyas creencias no se ajustan al or­ den que siguen las realidades en su experiencia! No le conducitan a parte alguna o le harán establecer falsas conexiones. Por «realidades» u «objetos» entendemos aquí cosas del sentido común, sensiblemente presentes, o bien relaciones de sentido común tales como fechas, lugares, distancias, géneros, actividades. Si­ guiendo nuestra imagen mental de una casa a lo largo de una senda de «anado, llegamos ahora a ver la casa, obtenemos la verificación plena de la imagen. Tales orientaciones simple y plenamente venji-

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TI'ORÍAS DK LA VliROAl) r,N LL SIGLO XX

cadas son. .sin duda alguna, los originales y arquetipos en el proce.so de la verdad. La experiencia ofrece, indiidablemcnlc, otras formas dcl pioceso de la verdad, pero todas son concebibles como verifica­ ciones primariamente aprehendidas, multiplicadas o sustituidas unas por otras. Consideren, por ejemplo, aquel objeto de la pared. Ustedes, como yo, consideran que es un reloj, aunque ninguno de ustedes ha visto la máquina escondida que le da la condición de tal. Admitamos que nuestra noción pasa por cierta sin intentar verificarla. Si las ver­ dades significan esencialmente un proceso de verificación, ¿no dcbeiíamos considerar las verdades que no se verifican como aborti­ vas? No, pues constituyen el número abrumador de verdades con aireglo a las que vivimos. Se aceptan tanto las verificaciones direc­ tas como las indirectas. Donde la evidencia circunstancial ba.sta, no necesitamos testimonio ocular. De la misma forma que asumimos aqui que el Japón existe, sin haber estado nunca en él, porque todo lo que conocemos nos induce a aceptar esta creencia, y nada a recha­ zarla, de igual forma asumimos que aquello es un reloj. Lo u.sainos como un leloj, al regular la duración de esta conferencia por él. La verificación de esta suposición significa aquí que no nos conduce a ntgacicín o conti adicción. La «verijicahilidad» de las ruedas, las pe­ sas y el péndulo, vale tanto como ia verificación misma. Por un pro­ ceso de verdad que se verifique, existe un millón en nuestras vidas en estado de formación. Nos orientan hacia la verificación directa: nos conducen hacia los edrededores de los objetos con que se enfren­ tan; y entonces, si todo se desenvuelve armoniosamente, estamos tan seguios de que la verificación es posible que la omitimos quedando corrientemente justificada por todo cuanto sucede. La verdad descansa, en efecto, en su mayor parte sobre su sislema de crédito. Nuestros pensamientos y creencias «pasan» en tanto que no haya nadie que los ponga a prueba, dcl mismo modo que pasa un billete de banco en tanto que nadie lo rehúse. Pero todo esto apunta a una verificación directa en alguna parte sin la que la estruc­ tura de la verdad se derrumba como un sistema financiero que ca­ rece de respaldo económico. Ustedes aceptan mi verificación de una cosa, yo la de otra de ustedes. Comerciamos uno con las verdades del otro, pero las creencias concretamente verificadas por alguien son los pilares de toda la superestructura. Otra gran razón —además de la economía de tiempo-- para re­ nunciar a una verificación completa en los asuntos usuales de la vida, es que todas las cosas existen en géneros y no singularmente.

I EORÍAS p r a g m á tic a s Dli LA VERDAD

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Nuestro mundo, de una vez para siempre, hubo de mostrar tal pecu­ liaridad. Así, una vez verificadas directamente nuestras ideas sobre el ejemplar de un género nos consideramos libres de aplicarlos a oíros ejemplares sin verificación. Una mente que habitualmente dis­ cierne el género de una cosa que está ante ella y actúa inmedialamenle por la ley dcl género sin detenerse a verificarla, será una mente «exacta» en el noventa y nueve por ciento de los casos, probat.lo así por su conducta que se acomoda a todo lo que encuentra y no sufre refutación. I.OS procesos que se verifican inclirectamenle o sólo potencuiliiieiile, pueden, pues, ser tan verdaderos como los procesos plena­ mente verificados. Actúan como actuarían los procesos verdaderos. Nos proporcionan las mismas ventajas y solicitan nuestio reconoci­ miento por las mismas razones. Todo esto en el plano dcl sentido co­ mún de los hechos, que es lo único que ahora estamos considerando. Pero no son los hechos los únicos artículos de nuestro comercio. Las relaciones entre ideas puramente mentales forman otra esfera rionde se obtienen creencias verdaderas y falsas, y aqui las creencias son absolutas o incondicionadas. Cuando son verdaderas llevan el nombre de definiciones o de principios. Es definición o principio tlLie 1 y 1 sumen 2, que 2 y 1 sumen 3, etcétera; que lo blanco difiera menos de lo gris que de lo negro; que cuando las causas comiencen a actuar, los efectos comiencen también. Tales proposiciones se sostie­ nen de todos los «unos» posibles, de todos los «blancos» concebi­ bles, y de los «grises» y de las «causas». Los objetos aquí son obje­ tos mentales. Sus relaciones son pcfccptivamcnte obvias a la primera mirada y no es necesaria una verificación sensorial. Además, lo que una vez es verdadero lo es siempre de aquellos mismos objetos men­ tales. La verdad aquí posee un carácter «eterno». Si se halla una cosa concreta en cualquier parte que es «una» o «blanca» o «giis» o un «efecto», entonces los principios indicados se aplicarán eternamente a ellas. Se trata sólo de cerciorarse del género y después aplicar la ley de su género al objeto particular. Se tendrá la certeza de haber al­ canzado la verdad sólo con poder nombrar el género adecuadamente, pues las relaciones mentales se aplicarán a todo lo relativo a ac|ucl género sin exeepción. Si entonces, no obstante, se falla en alcanzai hi verdad concretamente, podría decirse que se habian clasificado inadecuadamente los objetos reales. En este reino de las relaciones mentales, la verdad es ademas una cuestión de orientación. Nosotros relacionamos unas ideas ab.stiactas con otras, formando al fin grandes sistemas de verdad lógica y mate­

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TliORIAS i:>ri LA VLRDAD EN EL SIGLO XX

mática bajo cuyos respectivos términos los hechos sensibles de la ex­ periencia se ordenan evenlualmente entre sí, de forma que nuestras verdades eternas se aplican también a las realidades. Este maridaje entre hecho y teoría es ilimitadamente fecundo. Lo que decimos aquí es ya verdad antes de su verificación especial si hemos inchiiclo nuestros objetos rectamente. Nuestra armazón ideal libremente cons­ truida para toda clase de objetos posibles es determinada por la pro­ pia estructura de nuestro pensar. Y así como no podemos jugar con las experiencias sensibles, mucho menos podemos hacerlo con las relaciones abstractas. Nos obligan y debemos tratarlas en forma con­ secuente, nos gusten o no los resultados. Las reglas de la suma se aplican tan rigurosamente a nuestras deudas como a nuestros habe­ res. La centésima cifra decimal de «, razón de la circunferencia al diámetro, se halla idealmente predeterminada, aunque nadie la haya computado. Si necesitáramos esa cifra cuando nos ocupamos de un círculo, la necesitaríamos tal como es, según las reglas usuales, pues es el mismo género de verdad el que esas reglas calculan en todas partes. Nuestro espíritu está así firmemente encajado entre las limitacio­ nes coercitivas del orden sensible y las del orden ideal. Nuestras ideas deben conformarse a la realidad, sean tales realidades concre­ tas o abstractas, hechos o piincipios, so pena de inconsistencia y frustración ilimitadas. I lasta ahora los intelectualistas no tienen por qué protestar. Sola­ mente pueden decir que hemos tocado la superficie de la cuestión. Las realidades significan, pues, o hechos concretos o géneros abstractos de cosas y relaciones intuitivamente percibidas entre ellos. Además significan, en tercer término, como cosas que nuestras nue­ vas ideas no deben dejar de tener en cuenta, lodo el cuerpo de verda­ des que ya poseemos. Pero, ¿qué significa ahora «adecuación» con estas triples realidades, utilizando de nuevo la definición corriente? Aquí es donde empiezan a separarse el pragmatismo y el intelectualismo. Primariamente, sin duda, «adecuar» significa «copiar», aunque vemos que la palabra «reloj» hace el mismo papel que la re­ presentación mental de su mecanismo y que de muchas realidades nuestras ideas pueden ser solamente símbolos y no copias. «Tiempo pasado», «fticrza», «espontaneidad», ¿cómo podrá nuestra mente co­ piar tales realidades? En su más amplio sentido, «adecuar» con una realidad, .sólo puede significar ser guiado ya directamente hacia ella o bien a sus alrededores, o ser colocado en tal activo contacto con ella que se la

TEORÍAS PRAGMÁTICAS DE LA VERDAD

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maneje, a ella o a algo relacionado con ella, mejor que si no estuvié­ ramos conformes con ella. Mejor, ya sea en sentido intelectual o práctico. Y a menudo adecuación significará exclusivamente el he­ cho negativo de que nada contradictorio del sector de esa realidad habrá de interferir el camino por el que nuestras ideas nos conduz­ can. Copiar una realidad es, indudablemente, un modo muy impor(ante de estar de acuerdo con ella, pero está lejos de ser esencial. Lo esencial es el proceso de ser conducido. Cualquier idea que nos ayude a tratar, práctica o intclectualmentc, la realidad o sus conexio­ nes, que no complique nuestro progreso con fracasos, que se adecúe, de hecho, y adapte nuestra vida al marco de la realidad, estará de acuerdo suficientemente como para satisfacer la exigencia. Manten­ drá la verdad de aquella realidad. Así, pues, los nombres son tan verdaderos o falsos como lo son los cuadros mentales que son. Suscitan procesos de verificación y conducen a resultados prácticos totalmente equivalentes. Todo pensamiento humano es discursivo; cambiamos ideas; pres­ tamos y pedimos prestadas verificaciones, obteniéndolas unos de otros por medio de intercambio social. Todas las verdades llegan a .ser así construcciones verbales que se almacenan y se hallan disponi­ bles para todos. De aquí que debamos hablar consistentemente de igual forma que debemos pensar consistentemente: pues tanto en el lenguaje como en el pensamiento tratamos con géneros. Los nom­ bres son arbitrarios, pero una vez entendidos se deben mantener. No debemos llamar Abel a «Caín» o Caín a «Abel», pues si lo hacemos así nos desligaríamos de todo el libro del Génesis y de todas sus conexiones con el Universo del lenguaje y los hechos hasta la actua­ lidad. Nos apartaríamos de cualquier verdad que pudiera contener ese entero sistema de lenguaje y hechos. La abrumadora mayoría de nuestras ideas verdaderas no admite un careo directo con la realidad: por ejemplo, las históricas, tales como las de Caín y Abel. La corriente del tiempo sólo puede ser re­ montada verbalmente, o verificada de modo indireeto por las prolon­ gaciones presentes o efectos de lo que albergaba el pasado. Si no obstante concuerdan con estas palabras y efectos podremos conocer que nuestras ideas del pasado son verdaderas. Tan cierto como que hubo un tiempo pasado, fueron verdad Julio César y los monstruos antediluvianos cada uno en su propia fecha y circun.stancias. El mismo tiempo pasado existió, lo garantiza su coherencia con todo lo presente. Tan cierto como el presente es, \o jue el pasado. La adecuación, así, pasa a ser esencialmente cuestión de orienta­

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TBORIAS DE LA VERDAD EN El, SIGLO XX

ción, orientación que es útil, pues se ejerce en dominios que contie­ nen objetos importantes. Las ideas verdaderas nos conducen a regio­ nes verbales y conceptuales útiles a la vez que nos relacionan direc­ tamente con términos sensibles útiles. Nos llevan a la congruencia, a la estabilidad y al fluyente intercambio humano. Nos alejan de la ex­ centricidad y del aislamiento, del pensar estéril e infructuoso. El li­ bre flujo del proceso de dirección, su libertad general de choque y contradicción pasa por su verificación indirecta; pero todos los cami­ nos van a Roma y al final y evcntualmentc todos los procesos ciertos deben conducir a experiencias sensibles directamente vcrificables en alguna parte, que han copiado las ideas de algún individuo. Tal es el amplio y holgado camino que el pragmatista sigue para interpretar la palabra adecuación. La trata de un modo enteramente práctico. l,e permite abarcar cualquier proceso de conducción de una idea presente a un término futuro, a condición de que se desenvuelva prósperamente. Solamente así puede decirse que las ideas científi­ cas, yendo como lo hacen más allá del sentido común, se adecúan a sus realidades. Es, como ya he dicho, como si la realidad estuviera hecha de éter, átomos o electrones, pero no lo debemos pensar tan literalmente. El término «energía» no ha pretendido nunca represen­ tar nada «objetivo». Es solamente un medio de medir la superficie de los fenómenos, con el fin de registrar sus cambios en una fórmula sencilla. Pero en la elección de estas fórmulas de fabricación humana no podemos ser caprichosos impunemente, como no lo somos en el plano práctico del sentido común. Debemos hallar una teoría que ac­ túe, y esto significa algo extremadamente difícil, pues nuestra teoría debe mediar entre todas las verdades previas y determinadas expe­ riencias nuevas. Debe perturbar lo menos posible al sentido común y a las creencias previas, y debe conducir a algún término sensible que pueda verificarse exactamente. «Actuar» significa estas dos cosas y la ligadura es tan estrecha que casi no deja lugar a ninguna hipótesis. Nuestras teorías están cercadas y controladas como ninguna otra cosa lo está. Sin embargo, algunas veces las fórmulas teóricas alter­ nativas son igualmente compatibles con todas las verdades que cono­ cemos, y entonces elegimos entre ellas por razones subjetivas. Esco­ gemos el género de teoría del cual somos ya partidarios; seguimos la «elegancia» o la «economía». Clerk-Maxwell dice en alguna parte que sería un «precario gusto científico» elegir la más complicada de dos concepciones igualmente demostradas, y creo que estarán uste­ des de acuerdo con el. La verdad en la ciencia es lo que nos da la

TEORÍAS PRAGMATICAS ÜH LA VERDAD

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máxima suma posible de satisfacciones, incluso de agrado, pero la congruencia con la verdad previa y con el hecho nuevo es siempre el icí|uisilo más imperioso. Les he conducido por un desierto arenoso. Pero ahora, si se me permite una expresión tan vulgar, empezaremos a paladear la leche (Id coco. Aquí nuestros críticos racionalistas descargarán sus batelias sobre nosotros y para contestarles saldremos de esta aridez a la visión total de una importante alternativa filosófica. Nuestra interpretación de la verdad es una interpretación de ver­ dades, en plural, de procesos de conducción realizados in rebus, con csla única cualidad en común, la de que pagan. Pagan conduciéndo­ nos en o hacia alguna parte de un sistema que penetra en numerosos puntos de lo percibido por los sentidos, que podemos copiar o no mentalmente, pero con los que en cualquier caso nos hallamos en una clase de relación vagamente designada como verificación. La verdad para nosotros es simplemente un nombre colectivo para los procesos de verificación, igual que la salud, la riqueza, la fuerza, et­ cétera, son nombres para otros procesos conectados con la vida, y también proseguidos porque su prosecución retribuye. La verdad se hace lo mismo que se hacen la salud, la riqueza y la fuerza en el curso de la experiencia. En este punto el racionalismo se levanta instantáneamente en ar­ mas contra nosotros. Imagino que un racionalista nos hablaría como sigue: «La verdad —dirá— no se hace, se obtiene absolutamente, siendo una relación única que no depende de ningún proceso, sino i|uc marcha a la cabeza de la experiencia indicando su realidad en lodo momento. Nuestra creencia de que aquello que hay en la pared es un reloj es ya verdadera, aunque nadie en toda la historia del mundo lo verificara. La simple cualidad de estar en esa relación tras­ cendente es lo que hace verdadero cualquier pensamiento que la po­ sea, independientemente de su verificación. Vosotros, los pragmatis­ tas, tergiversáis la cuestión dirá—, haciendo que la existencia de la verdad resida en los procesos de verificación. Estos procesos son meramente signos de su existencia, nuestros imperfectos medios de comprobar después el hecho del cual nuestras ideas poseían ya la maravillosa cualidad. La cualidad misma es intemporal, como todas las esencias y naturalezas. Los pensamientos participan de ellas di­ rectamente, como participan de la falsedad o de la incongruencia. No puede ser analizada con arreglo a las consecuencias pragmáti­ cas.»

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Toda la plausibilidad de esta argumentación racionalista se debe al hecho a que hemos prestado ya tanta atención. En nuestro mundo, abundante como es en cosas de géneros similares y asociadas simi­ larmente, una verificación sirve para otras de su género, y una de las grandes utilidades de conocer las cosas es no tanto conducirnos a ellas como a sus asociados, especialmente a lo que los hombres di­ cen de ellas. La cualidad de la verdad, obtenida ante rem, significa pragmáticamente el hecho de que en un mundo tal, innumerables ideas actúan mejor por su verificación indirecta o posible que por la directa y real. Así, pues, verdad ante rem significa solamente verificabilidad; pues no es sino un ardid racionalista tratar el nombre de una realidad concreta fenoménica como una entidad independiente y previa, colocándola tras la realidad como su explicación. He aquí un epigrama de Lessing que el profesor Mach cita; Sagt Hánschen Schlaii zu Vetter Fritz, «Wie koinmt es, Vetter Friízen, Das grad'die Reichsten in der Well, Das meiste Geld besitzen? » '. Hánschen Schlau considera aquí el principio riqueza como algo distinto de los hechos denotados por la circunstancia de ser rico el hombre. Anterior a ellos, los hechos llegan a ser solamente una espe­ cie de coincidencia secundaria con la naturaleza esencial del hombre rico. En el caso de la «riqueza», a nadie se le oculta la falacia. Sabe­ mos que la riqueza no es sino un nombre para el proceso concreto que se efectúa en la vida de determinados hombres y no una excelen­ cia natural que se encuentra en los señores Rockefellcr y Carnegie, y no en el resto de los mortales. Como la riqueza, también la salud vive in rehus. Es un nombre para determinados procesos, como la digestión, la circulación, el sueño, etcétera, que se desenvuelven felizmente, aunque en este caso nos inclinamos más a imaginarlo como un principio y a decir que el hombre digiere y duerme bien porque él está sano. Respecto de la «fuerza», creo que somos todavía más racionalis­ tas, y nos inclinamos decididamente a tratarla como una excelencia

' Juanito c) Astuto dice a su primo Friíz: ¿Cómo te explicas que los más rico.s en el mundo tengan la mayor cantidad de dinero? (N. del. T.)

TEORIAS PRAGMATICAS DE LA VERDAD

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preexistente en el hombre y que explica las hazañas hercúleas de sus músculos. Hn cuanto a la «verdad», la mayoría de las personas se excede, consitlerando la explicación racionalista como evidente por sí misma. Pero lo cierto es que todas estas palabras son semejantes. La vci dad existe ante rem ni más ni menos que las otras cosas. I ,os escolásticos, siguiendo a Aristóteles, usaron mucho la distin­ ción entre hábito y acto. La salud in actu significa, entre otras cosas, dormir y digerir bien. Pero un hombre saludable no necesita estar HÍcm|)rc durmiendo y digiriendo, como el hombre rico no necesita oslar siempre manejando dinero o el hombre fuerte levantando pesas, lides cualidades caen en estado de «hábitos» entre sus tiempos de ejercicio; c igualmente la verdad llega a ser un hábito de ciertas de miesiras ideas y creencias en los intervalos de reposo de sus actividaili s de verificación. Tales actividades constituyen la raiz de toda la I ucsiión y la condición de la existencia de cualquier hábito en los inIcrvalos. ¡.o verdadero, dicho brevemente, es sólo el expediente de nuestro modo de pensar, de igual forma que lo ju.sto es sólo el expedien te del modo de conducirnos. Expediente en casi todos los órdenes y en ge­ neral, por supuesto, pues lo que responde satisfactoriamente a la ex­ periencia en perspectiva no responderá de modo necesario a todas las «ilieriores experiencias tan satisfactoriamente. La experiencia, como Hiibemos, tiene modos de .salirse y de hacernos corregir nuestras aciiialcs fórmulas. Lo «absolutamente» verdadero, es decir, lo que ninguna expe­ riencia ulterior alterará nunca, es ese punto ideal hacia el que nos imaginamos que convergerán algún día todas nuestras verdades tem­ porales. Equivale al hombre perfectamente sabio y a la experiencia absolutamente completa; y si estos ideales se realizan algún día, se malizarán conjuntamente. Entretanto, tendremos que vivir hoy con arreglo a la verdad que podamos obtener hoy y estar dispuestos a lla­ marla falsedad mañana. I ,a astronomía ptolomeica, el espacio cuclidiano, la lógica aristoIclica, la metafísica escolástica fueron expedientes durante siglos, pero la experiencia humana se ha salido de aquellos límites y ahora ((Misidcramos que estas cosas son sólo relativamente verdaderas o l icitas dentro de aquellos límites de experiencia. «Absolutamente», son falsas, pues sabemos que aquellos limites eran casuales y po­ drían haber sido trascendidos por teóricos de aquel tiempo lo mismo ipic lo han sido por teóricos del presente.

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TEiORIAS DE LA VERDAD EN hl, SIGLO XX

Cuando nuevas experiencias nos conduzcan a juicios retrospecti­ vos, podremos decir, usando el pretérito indefinido, que lo que estos juicios expresan /¿/í? cierto, aun cuando ningún pensador pasado lo formulara. Vivimos hacia adelante, dice un pensador danés, pero comprendemos hacia atrás. El presente proyecta una luz retrospec­ tiva sobre los procesos previos del mundo. Pueden estos haber sido procesos verdaderos para los que participaron en ellos. No lo son para quien conoce las ulteriores revelaciones de la historia. Esta noción reguladora de una verdad potencial mejor, se estable­ cerá más tarde, posiblemente se establecerá algún día, con carácter absoluto y con poderes de legislación retroactiva, y volverá su rostro, como todas las nociones pragmatistas, hacia los hechos concretos y hacia el futuro. Como todas las verdades a medias, la verdad abso­ luta tendrá que hacerse, y ha de ser hecha como una relación inci­ dental al desarrollo de una masa de experiencias de verificación a las que contribuyen con su cuota las ideas sem iverdaderas. Ya he insistido en el hecho de que la verdad está hecha en gran parte de otras verdades previas. Las creencias de los hombres en cual­ quier tiempo constituyen una experiencia /««c/aí/a. Pues las creencias son, en sí mismas, partes de la suma total de la experiencia del mundo y llegan a ser, por lo tanto, la materia sobre la que se asientan o fundan para las operaciones del día siguiente. En cuanto la realidad significa realidad experimentable, tanto ella como las verdades que el hombre obtiene acerca de ella están continuamente en proceso de mutación, mutación acaso hacia una meta definitiva, pero mutación al fin y al cabo. Los matemáticos pueden resolver problemas con dos variables. En la teoría newtoniana, por ejemplo, la aceleración varía con la dis­ tancia, pero la distancia también varía con la aceleración. En el reino de los procesos de la verdad, los hechos se dan independientemente y determinan provisionalmente a nuestras creencias. Pero estas creen­ cias nos hacen actuar y, tan pronto como lo hacen, descubren u origi­ nan nuevos hechos que, consiguientemente, vuelven a determinar las creencias. Así, todo el ovillo de la verdad, a medida que se desenro­ lla, es el producto de una doble influencia. Las verdades emergen de los hechos, pero vuelven a sumirse en ellos de nuevo y los aumen­ tan: esos hechos, otra vez, crean o revelan una nueva verdad —la pa­ labra es indiferente— y así indefinidamente. Los hechos mismos, mientras tanto, no son verdaderos. Son, simplemente. La verdad es la función de las creencias que comienzan y acaban entre ellos. Se trata de un caso semejante al crecimiento de una bola de

t e o r ía s p r a g m á t ic a s d e l a v e r d a d

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nieve, que se debe, por una parte, a la acumulación de la nieve, y, de olía, a los sucesivos empujones de los muchachos, codeterminánilosc estos factores entre sí incesantemente. Ilallámonos ahora ante el punto decisivo de la diferencia que existe entre ser racionalista y ser pragmatista. La experiencia está en miilación, y en igual estado hállanse nuestras indagaciones psicoló­ gicas de la verdad; el racionalismo nos lo concederá, pero no que la realidad o la verdad misma es mutable. La realidad permanece com­ pleta y ya hecha desde la eternidad, insiste el racionalismo, y la adeniación de nuestras ideas con ella es aquella única e inanalizable virlud que existe en ella y de la que nos ha hablado. Como aquella excelencia intrínseca, su verdad nada tiene que ver con nuestras ex­ periencias. No añade nada al contenido de la experiencia. Es indife­ rente a la realidad misma; es superveniente, inerte, estática, una refle­ xión meramente. No existe, se mantiene ii obtiene, pertenece a otra dimensión distinta a la de los hechos o a la de las relaciones de he­ chos, pertenece, en resumen, a la dimensión epistemológica, y he aquí que con esta palabra altisonante el racionalismo cierra la discusión. Así, tal como el pragmatismo mira hacia el futuro, el raciona­ lismo se orienta de nuevo a una eternidad pasada. Fiel a su invete­ rado hábito, el racionalismo se vuelve a los «principios» y estima i|uc, una vez que una abstracción ha sido nombrada, poseemos una solución de oráculo. La extraordinaria fecundidad de consecuencias para la vida de esta radical diferencia de perspectiva' aparecerá claramente en mis últimas conferencias. Deseo, entretanto, aeabar ésta demostrando que la sublimidad del racionalismo no lo salva de la inanidad. Cuando se pide a los racionalistas que, en lugar de acusar al prag­ matismo de profanar la noción de verdad, la definan diciendo exacta­ mente lo que ellos entienden por tal, se obtienen estas respuestas: 1. «La verdad es un sistema de proposiciones que ofrecen la pretensión incondicional de ser reconocidas como válidas» v 2. «Verdad es el nombre que damos a todos aquellos juicios que nos hallamos en la obligación de llevar a cabo por una especie de deber imperativo» L

‘ A. E. Taylor: Philosophical Review, XIV, p. 298. ’ II. Rickert: Oer Gegenstand der Eikenntiu.i, cap, sobre Die Urlheilnollnvendigke.it.

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TEORÍAS DE LA VERDAD EN EL SIGLO XX

La primera cosa que nos sorprende en tales definiciones es su enorme trivialidad. Son absolutamente ciertas, por supuesto, pero absolutamente insignificantes hasta que se las considera pragmática­ mente. ¿Qué significa aquí «pretensión» y qué se quiere deeir con la palabra «deber»? Es perfectamente correcto hablar de pretensiones por parte de la realidad, con la que ha de existir adecuación, y de obligaciones por nuestra parte con respecto a la adecuación, enten­ diendo las palabras «pretensión» y «deber» como nombres resumi­ dos para las razones concretas del porqué pensar con arreglo a nor­ mas verdaderas es conveniente para los mortales. Sentimos las pretcnsiones y las obligaciones, y las sentimos precisamente por las razones enunciadas. Pero los racionalistas que hablan de pretcnsión y obligación dicen expresamente que éstas nada tienen que ver con nuestros intereses prácticos o razones personales. Nuestras razones para la adecuación son hechos psicológicos, dicen, relativos a cada pensador y a los acci­ dentes de su vida. Son meramente su evidencia, no parte de la vida de la verdad misma. Esta vida se lleva a cabo en una dimensión pura­ mente lógica o epistemológica, distinta de la psicología, y sus preten­ siones anteceden y exceden a toda motivación personal. Aunque ni el hombre ni Dios llegaran a conocer la verdad, habría que definir la pa­ labra como lo que «debe» ser comprobado y reconocido. Nunca hubo más excelente ejemplo de una idea abstraída de los hechos concretos de la experiencia y usada luego para oponerse y negar a aquello de que fue abstraída. En la filosofía y en la vida corriente abundan ejemplos análogos. «La falacia sentimentalista» consiste en derramar lágrimas ante la justicia en abstracto, la generosidad, la belleza, etcétera, etcétera, y no conocer estas cualidades cuando se las encuentra en la calle, por­ que las circunstancias las hacen vulgares. Leo en la biografia de un eminente racionalista editada privadamente: «Era extraño que con tal admiración por la belleza en abstracto, mi hermano no sintiera entu­ siasmo por la arquitectura bella, los buenos cuadros o las flores». Y en casi la última obra filosófica que he leído encuentro pasajes como los siguientes: «La justicia es ideal, únicamente ideal. La razón con­ cibe que debe existir, pero la experiencia demuestra que no puede... La verdad que debiera existir, no puede .ser... La razón está defor­ mada por la experiencia. Tan pronto como la razón entra en contacto con la experiencia, ésta se vuelve contra aquélla». La falacia racionalista es aquí exactamente análoga a la senti­ mentalista. Ambas extraen una cualidad de los cenagosos hechos de

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lii experiencia y la encuentran tan pura cuando la han extraído que la comparan con todos y cada uno de sus cenagosos ejemplos, como si liicra de una naturaleza opuesta y más elevada. Tal es su naturaleza. I' s la naturaleza de las verdades que han de ser validadas, verifica­ das. Nuestra obligación de buscar la verdad es parte de nuestra obli­ gación general de hacer lo que vale la pena. La retribución que aporlan las ideas verdaderas es la única razón para seguirlas. Idénticas Ia/.ones existen con respecto a la riqueza y a la salud. La verdad no formula otra clase de pretensiones ni impone otra dase de deberes que los que formulan e imponen la riqueza y la sa­ lud. Todas estas pretensiones son condicionales; los beneficios con­ cretos que ganamos se reducen a lo que llamamos la prosecución de un deber. En el caso de la verdad, las creencias falsas actúan a la larga tan perniciosamente como beneficiosamente actúan las creen­ cias verdaderas. Hablando abstractamente, la cualidad «verdadera» puede decirse que es absolutamente valiosa y la cualidad «falsa» ab­ solutamente condenable: se puede llamar a la una buena y a la otra mala, de modo incondicional. Imperativamente, debemos pensar lo verdadero y rechazar lo falso. Pero si tratamos literalmente toda esta abstracción, y la opone­ mos a su suelo materno de la experiencia, considére.se cuán absurda es la posición en que nos habremos colocado. No podemos, pues, dar un paso adelante en nuestro pensamiento real. ¿Cuándo reconoceré esta verdad y cuándo aquélla? El conoci­ miento ¿será en alta voz o silencioso? Si a veces es ruidoso y a veces silencioso, ¿cómo será ahora? ¿Cuándo una verdad se incorporará en el casillero de nuestra enciclopedia; y cuándo saldrá al combate? ¿Debo estar repitiendo constantemente la verdad «dos veces dos ha­ cen cuatro» a causa de su eterna pretensión al reconocimiento? ¿O será algunas veces inadecuado? ¿Debe mi pensamiento preocuparse noche y día con mis pecados y faltas porque los tengo realmente o puedo ocultarlos e ignorarlos para ser un miembro social decoroso y no una masa mórbida de melancolía y disculpas? Es completamente evidente que nuestra obligación de reconocer la verdad, lejos de ser incondicional, es sumamente condicionada. La Verdad, en singular y con mayúscula, exige abstractamente ser reco­ nocida, pero las verdades concretas en plural, necesitan ser reconoci­ das sólo cuando su reconocimiento es conveniente. Debe preferirse siempre una verdad a una falsedad cuando se relacionan ambas con una situación dada, pero cuando no ocurre así la verdad no consti­ tuye más deber que la mentira. Si se me pregunta qué hora es, y eon-

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testo diciendo que vivo en el número 95 de «Irving Street», mi res­ puesta es, sin duda alguna, verdadera, pero no se comprenderá por qué tengo que darla. Lo mismo sería dar una dirección equivocada. Admitiendo que existen condiciones que limitan la aplicación del imperativo abstracto, la consideración pragmatista de la verdad se nos impone en toda su plenitud. Se comprende que nuestro deber de conformarnos con la realidad está fundado en una trama perfecta de conveniencias concretas. Cuando Berkeley explicó lo que la gente entiende por materia, la gente pensó que el negaba la existencia de la materia. Cuando Schiller y Dewey explican ahora lo que la gente entiende por verdad, se les acusa de negar .su existencia. Los críticos dicen que los pragma­ tistas destruyen todas las reglas objetivas y que sitúan la estupidez y la sabiduría en un mismo plano. Una fórmula favorita para describir las doctrinas de Schiller y las mías consiste en decir que nosotros creemos que al considerar como verdad cualquier cosa que nos agrade llenamos todos los requisitos pragmatistas. Dejo a la consideración de ustedes el juzgar si esto es o no una insolente calumnia. Atenido el pragmatista más que ningún otro, a todo el cuerpo de verdades fundamentales acumuladas desde el pa­ sado y a las coacciones que el mundo de los sentidos ejerce sobre él, ¿quién tan bien como él siente la presión inmensa del control obje­ tivo bajo el cual nuestras mentes realizan sus operaciones? Si alguien imagina que esta ley es laxa, dejadle que se abstenga de su manda­ miento un solo día, dice Emerson. Mucho menos he oído hablar re­ cientemente del uso de la imaginación en la ciencia. Es tiempo de re­ comendar el empleo de un poco de imaginación en filosofía. l,a mala gana de nuestros críticos para no leer sino el más necio de to­ dos los significados posibles en nuestros argumentos, hace tan poco honor a su imaginación, que apenas descubro algo parecido en la fi­ losofía contemporánea. Schiller dice que la verdad es aquello que «actúa». Por lo tanto, se le reprocha que limita la verificación al más bajo utilitarismo material. Dewey dice que la verdad es lo que pro­ porciona «satisfacción». Se le reprocha que subordina la verdad a lo agradable. Nuestros críticos necesitan, ciertamente, más imaginación de las realidades. He tratado honestamente de forzar mi propia imaginación y de leer el mejor significado posible en la concepción racionalista, pero confieso que ello me desconcierta. La noción de una realidad que nos exige adecuarnos a ella, y por ninguna otra razón sino sim­ plemente porque su propósito es «incondicionado» o «trascendente»,

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OS algo en lo que yo no veo ni pies ni cabeza. Pruebo a imaginarme a mi mismo como la única realidad en el mundo, y luego qué más «pretendería» si se me permitiera. De admitirse la posibilidad de mi picicnsión de que de la nada surgiera un espíritu y me copiara, induilablemente puedo imaginar lo que significaría la copia, pero no puedo hacer conjeturas sobre el motivo. No puedo explicarme qué _ bien me haría ser copiado, o qué bien le haría a aquel espíritu co­ piarme si las consecuencias ulteriores se excluyen expresamente y en principio como motivos de la pretensión —como lo son por nuestras autoridades racionalistas— . Cuando los admiradores del irlandés del cuento lo llevaron al lugar del banquete en una silla de manos sin asiento, él dijo: «En verdad, si no fuera por el honor que supone, po­ dría haber venido a pie». Así me sucede en este caso: si no fuera por el honor que supone, podría muy bien haber prescindido de la copia. Copiar es un modo genuino de conocer — lo que por alguna extraña razón nuestros trascendentalistas contemporáneos se disputan por re­ pudiar—, pero cuando vamos más allá del acto de copiar y recurri­ mos a las formas innominadas de adecuación que se han negado ex­ presamente ser copias, orientaciones o acomodaciones, o cualquier otro proceso pragmáticamente definible, el qué de la «adecuación» reclamada se hace tan ininteligible como el porqué de ella. No se puede imaginar para ella ni motivo ni contenido. Es una abstracción absolutamente carente de significado Indudablemente, en este campo de la verdad son los pragmatis­ tas, y no los racionalistas, los más genuinos defensores de la raciona­ lidad del Universo.*

* No olvido que el profesor Rickerl rcmmció hace ya algún tiempo a toda noción de verdad, como fundada en su adecuación con la realidad. Realidad, según él, c.s cuanto se adecúa con la verdad, y la verdad está fundada únicamente en nuestro debei fundamental. Esta evasión fantástica, junto con la cándida confesión de fracaso de Joachim en su libro The Naíwe ofTniih, me parece indicar la bancarrota del racionalismo en este asunto. Rickert se ocupa de parte de la posición pragmatista con la denomina­ ción de lo que él llama «relativismus». No puedo discutir aquí este texto. Baste decir que su argumentación en aquel capítulo es tan endeble, que no parece corresponde! al talento de su autor.

IGNACIO ELLACURIA LA REALIDAD HISTÓRICA COMO OBJETO DE LA FILOSOFÍA (1981)

®'>v®L., 4>}?.=■-h m '■ ' ■■Siva0'-- '■■IU4 4 - «El objeto efe la filosofía». Revista de Estudios Centrojameiti^t^r- ,. «oí,'396-7 (1981), pp. 977-98G„Reproducimos el'textb edición con autorización expresa de la empresa editora.' ^ cuando p no es verdadero. Así «verdadero» no es una palabra que verdaderamente se aplique a todos los enunciados acerca de los que eslamos de acuerdo o sólo a ellos; y tampoco, por supuesto, el llamar a im enunciado «verdadero» significa que es un enunciado acerca dcl cual estamos de acuerdo. . lie aquí de nuevo a Peirce, describiendo lo que pasa si la pseu.loinvcstigación se convierte en lugar común; «el hombre pierde sus concepciones de la verdad y de la razón [...] [y Hep] a considerar el razonamiento en gran medida como decorativo. El resultado L--J es, por supuesto, un deterioro rápido del vigor intelectual» . Es la auten(ica debacle teniendo lugar delante de nuestros ojos. El razonamiento fingido en la forma de «investigación», comprado y pagado poi gen­ ios interesadas en que las cosas fueran de esta manera mejor que de esta otra, o motivado por convicción política, y el razonamiento de pega en forma de «academicismo», mejor caracterizado como medio de auto-promoción, son demasiado frecuentes. Consciente de esto, la confianza de la gente en lo que pasa por verdadero declina, y con ello su buena disposición a usar las palabras «verdad», «evidenciaip «objetividad», «investigación», sin la precaución de las comillas Y como esas comillas se hacen ubicuas, la confianza de la gente en los conceptos de verdad, evidencia, investigación, desfallece; y uno co­ mienza a oír, de Rorty, Stich, Heal y cía., que el interes por la verdad os sólo un tipo de superstición —que, añadiría yo, a su vez alienta la idea de que no hay, después de todo, nada malo en el razonamicn o fingido o de pega [...] y así sucesivamente— . . Uno piensa en Primo Levi en el tema dcl Fascismo y la química, «la química y la física de la que nos alimentábamos, ademas de ser alimentos vitales en sí mismos, eran el antídoto contra el Fascismo

* Un término que introduje en «Knowledgc and Propaganda; Rcflections of an Oíd Feminist», Partisan fíeview, otoño 1993, también reimpreso en CiMire, Kdith Kurzweil y Williain Phillips (eds,), Partisan Revicw Picss, Boston, MA, 1995, 57-66. ’ Collecled Papers, 1.57-9.

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TEORÍAS DE LA VERDAD EN EL SIGLO XX

[...J, porque eran claros y distintos y verificables en cada paso, y no un tejido de mentiras y vacuidad, como la radio y los periódicos» Yo lo pondría de manera más prosaica, pero quizá un poco más pre­ cisa: el antídoto contra la pseudo-invcstigación y contra la pérdida de confianza en la importancia de la integridad intelectual que engen­ dra, es la investigación auténtica y el respeto que engendra por las demandas de evidencia y argumento. La investigación auténtica de cualquier tipo, diría yo: científica, histórica, textual, forense, [...], in­ cluso filosófica. (Pero hay una razón para poner «científica» el pri­ mero en la lista, la misma razón que llevó a Lewis a escribir «voca­ ción científica», con el significado de «vocación intelectual», y que llevó a Peirce a veces a describir el interés por la verdad de los inves­ tigadores genuinos como «la actitud científica» ": no que todos los científicos o sólo ellos tengan la actitud científica, sino que ésta es la actitud que hace posible la ciencia.) No es el interés por la verdad, sino la idea de que tal interés es superstición, la que es supersticiosa.

t

I» Primo Levi, The Períodic Table, (1975), traducido del italiano por Raymond Rosenthal, Schocken Books, Nueva York, NY, 1984, p. 42. Debo esta referencia a Cora Diamond, «Truth: Defenders, Debunkers, Despisers», en Commitment in Rejlection, ed. Leona Toker, Garland, Nueva York, NY, 1994, 195-221, a cuyo trabajo dirijo a los lectores para una discusión iluminadora de Rorty y Heal. " Y otra razón también: que, en la investigación científica, la presión {«ciivtimpressure») de los hechos, de la evidencia, es relativamente directa (aunque no, creo, tan directa como la cita de Levi sugiere). Merecería la pena recordar, en este contexto, qiie Peirce, un científico en activo tanto como el más grande de los filósofos america­ nos, tenía formación de químico.

II, TEORÍAS DE LA CORRESPONDENCIA

A.

TEORÍAS SEMÁNTICAS

ALFRED TARSKl LA CONCEPCIÓN SEMÁNTICA DE LA VERDAD Y LOS FUNDAMENTOS DE LA SEMÁNTICA (1944)

E dición

originaí.:

— «The Semantic Conception of Truth and the Foundations of Semaíi-:?!^ tics», Philosophy and Phenomenological Research, IV (I944);^'";J pp. 341-375. ' — H. Feigl, W. Sellara (eds.), Readings in Philosophical Analysis, % Nueva York, 1949, pp. 52-84. E dición

castellana :

’i f l — «La concepción semántica de la verdad y los fundamentos de la’ semántica» en M. Bunge (cd.),'Antología semántica, Nueva Vi-,4 sión, Buenos Aires, 1960, pp. 111-157. , — Reimpresión de la anterior, L. Valdés (ed.). La búsqueda del digni­ ficado,léenos, Madrid, 1991, PP 275-312. Reproducimos,el textb de esta edición con autorización expresa de la empresa editora. T raducción : E. O tros

*

Colombo.

ensayos del autor sobre el mismo tem a :

>
, Scientific American, 6/22Ó (1969), pp, 63-77 [editado también en UAge de la Science 3 (1970), pp 91-99], [65]

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TI'ORÍAS DE I.A VERDAD EN El. SlOl.O XX

On Undcciclable Slatements in Enlargcd System of Logic and de Concept of Trutli», The Journal of Svmholic Logic, IV (1939) pp. 105-112, ’ B ibliografía

complementaria :



«Tarski’s Tlieory of Trutli», The Journal ofPhilosophy, ' 69/13 (1972), pp. 347-375. ^ —- J. Etchemendy, «larski on Trutli and logical consequeiice», The JournalojsymhoiicLogic, 52 M. Garda Carpintero, «What is aTarskian Definition ofTrutlC» • PhilosophicaiSludles,%2l2{\996),^p.\\7,-A4. !

Este trabajo consta de dos partes: la primera es de carácter expo­ sitivo, y la segunda es más bien polémica. En la primera paiTe me propongo resumir de manera no formal los principales resultados de mis investigaciones concernientes a la definición de la verdad y al problema, más general, de los funda­ mentos de la semántica. Estos resultados están incorporados en una obra publicada hace varios años'. Aunque mis investigaciones con­ ciernen a conceptos de los que se ha ocupado la filosofía clásica, se las conoce comparativamente poco en los círculos filosóficos a causa de su caiáctei estrictamente técnico. Por esta razón espero que se me excusará por retomar el asuntol Desde que apareció mi obra, mis investigaciones han suscitado valias objeciones de valor desigual; algunas de ellas fueron publica­ das y otras fueron formuladas en discusiones públicas y privadas en

' Compárese Tarski (2) (véase la bibliografía al final ele este irabajo). Esta obra puede consultarse para cncoiiirar una presentación más detallada y formal del asunto que trata esta memoria, y en particular de los tópicos incluidos en las secciones 6 y 9 a 13. También contiene referencias a mis primeras publicaciones sobre los problemas semánticos [una comunicación en polaco, 1930; el artículo Tarski (1) en francés, 1931; una comunicación en alemán, 1932; y un libro en polaco, 1933], La parte expo­ sitiva del presente trabajo se relaciona con Tarski (3). Mis investigaciones sobre la no­ ción de verdad y sobre la semántica teórica han sido reseñadas o discutidas por l-lofstadter(l). Jubos (1), Kokoszynska (1) y (2), Kotarbinski (2), Scholz (1), Weinbcrg(l) y otros. ^ Puede esperarse que aumente el interés por la semántica teórica, de resultas de la reciente publicación de la importante obra de Carnap (2).

TEORÍAS DE I.A CORRESPONDENCIA

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i|i(0 he tomado parteh En la segunda parte de este trabajo expondré mis opiniones acerea de estas objeeiones. Espero que las olaservacioitcs que formularé al respecto no sean consideradas de carácter puraliieiiic polémico, sino que se encuentren en ellas algunas contribu­ ciones constructivas al asunto. En la segunda parte de este trabajo hago amplio uso de materiales jíciiiilmente puestos a mi disposición por la Dra. Marja K.okoszynska (Universidad de Lwóvv). He contraido una deuda de gratitud con los imife.sorcs Ernest Nagel (Universidad de Columbia) David Rynin (Universidad de California), quienes me han ayudado a preparar el iCKio final y me han hecho varias observaciones críticas.

I.

EXPOSICION

1. El problema principal: una definición satisfactoria de la verdad. Nuestro discurso tendrá como centro la noción■' de verdad. I I problema principal es el de dar una definición satisfactoiia de esta noción, es decir, una definición que sea materialmente adecuada y formalmente correcta. Pero semejante formulación dcl problema no puede, por su generalidad, considerarse inequivoca; requieie, pues, algunos comentarios adicionales. Con el fin de evitar toda ambigüedad, debemos comenzar por es­ pecificar las condiciones en que la definición de verdad será consi­ derada adecuada desde el punto de vista material. La definición de­ seada no se propone especificar el significado de una palabra familiar que se usa para denotar una noción nueva; por el contrario, se propone asir el signilicado real de una noción vieja. Por consi­ guiente, debemos caracterizar esta noción con la suficiente precisión

' l'sto se aplica, en particular, a las discusiones pública.s durante el I Congreso na­ cional para la Unidad de la Ciencia (París, 1935) y la Conferencia de Congresos Inter­ nacionales para la Unidad de la Ciencia (París, 1937); cfr., por ejemplo, Ncurath (1) y ( ronseth ( I). ■' Las palabras «noción» y «concepto» se usan en c.ste irabajo con toda la vagued;id y ambigüedad con que figuran en la literatura lilosófica. De modo que unas veces se refieren simplemente a un término. A veces no tiene importancia determinar cuál de estas interpretaciones se tiene en cuenta y en ciertos casos tal vez ninguna de ellas se aplica adecuadamente. Si bien en principio comparto la tendencia a evitar estos tér­ minos minos en en toda discusión exacta, no be considerado necesario hacerlo asi en esta prcscptación informal,

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THÜRÍAS DE LA VERDAD EN EL SIGLO XX

TF.ORÍ.AS d e LA CORRESPONDENCIA !

para que cualquiera pueda determinar si la definición desempeña real mente su tarea. En segundo lugar, debemos determinar de qué depende la correc­ ción formal de la definición. Por esto, debemos especificar las pala­ bras o conceptos que deseamos usar al definir la noción de verdad; y también debemos dar las reglas formales a que debiera someterse la definición. Hablando con mayor generalidad, debemos describir la estructura formal del lenguaje en que se dará la definición. El tratamiento de estos puntos ocupará una considerable porción de la primera parte de este trabajo.

2. La extensión del término «verdadero». Comenzaremos poi' hacer algunas observaciones acerca de la extensión del concepto de verdad que aquí consideramos. El predicado «verdadero» se usa con referencia a fenómenos psi­ cológicos, tales como juicios o creencias, otras veces en relación con ciertos objetos físicos - a saber, expresiones lingüísticas y, específi­ camente oraciones [sentence.s]— y a veces con ciertos entes ideales llamados «proposiciones». Por «oración» entenderemos aquí lo que en gramática se llama usualmente «oración enunciativa»; en lo que respecta al termino «proposición», su significado es, notoriamente, tema de largas disputas de varios filósofos y lógicos, y parece que nunca se lo ha tornado bastante claro e inequívoco. Por diversas ra­ zones, lo más conveniente parece aplicar el término «verdadero» a las oraciones; es lo que haremos’. Por consiguiente, siempre debemos relacionar la noción de ver­ dad, así como la de oración con un lenguaje específico; pues es ob­ vio que la misma expresión que es una oración verdadera en un len­ guaje puede ser falsa o carente de significado en otro. Desde luego, el hecho de que en este lugar nos interese primaria­ mente la noción de verdad de las oraciones no excluye la posibilidad de extender subsiguientemente esta noción a otras clases de objetos.

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. .1 palabra «verdad», como otras palabras del lenguaje cotidiano, (lictliimentc no es inequívoca. Y no me parece que los filósofos que lililí Halado e.ste concepto hayan ayudado a disminuir su ambigüedad. |(l) las obras y discusiones de filósofos encontramos muchas concepUlniics tliferentes de la verdad y de la falsedad; debemos indicar cuál lie ellas constituirá la base de nuestra discusión. (juisicramos que nuestra definición hiciese justicia a las intuicio­ nes vinculadas con la concepción aristotélica clá.dcu de la verdad, lltliiicioiies que encuentran su expresión en las conocidas palabras de lil Metafisica de Aristóteles: Decir de lo que es que no es, o de lo que no es que es, es falso, mieniras que decir de lo que es que es, o de lo que no es que no es. es verdadero. Si quisiéramos adaptarnos a la terminología filosófica moderna ijin/.á podríamos expresar esta concepción mediante la familiar fór­ mula: La verdad de una oración consiste en su acuerdo (o correspon­ dencia) con la realidad. iSc ha sugerido el término «teoría de la correspondencia» para desig­ ual una teoría de la verdad que se base en esta última formulación.) En cambio, si decidirnos extender el uso popular del término ((designa» aplicándolo no sólo a nombres, sino también a oraciones; y si acordamos hablar de los designados [designata] de las oraciones como de «estados de co.sas», posiblemente podríamos usar, para los mismos fines, la oración siguiente: Una oración es verdadera si designa un estado de co.fas existente^’.

3. El significado del término «verdadero». El problema del sig­ nificado (o intensión) del concepto de verdad plantea dificultades mucho más graves.

Sin embargo, todas estas formulaciones pueden conducir a diver­ sos equívocos, pues ninguna de ellas es suficientemente precisa y

•' Para nuc.stros fines es más conveniente entender por «expresiones», «frases», etc., no inscripciones individuales, sino clases de inscripciones de forma similar (por consiguiente, no cosas ILsicas individuales, sino clases de tales co.sas).

'■ Para la formiilackiii aristotélica, véa.se Ari.st()tele.s (1), Gamma, 7, 27. Las otras lilis formulaciones son muy comunes en la literatura, pero no sé a quiénes se deben. Puede encontrarse un tratamiento crítico de varias concepciones de la verdad p. cj., en Kouirbinski (1) (en polaco solamente por ahora), pp. 12.7 s.s., y Rus.scll (1), pp. 362 .s.s.

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TEORIAS DE LA VERDAD EN EL SIGLO XX

clara (aunque esto se aplica mucho menos a la formulación aristoté­ lica original que a cualquiera de las otras); en todo caso, ninguna de ellas puede considerarse una definición satisfactoria,de la verdad. De nosotros depende que busquemos una expresión más precisa de nuestras intuiciones. 4. Un criterio de adecuación material de la definición \ Empe­ cemos con un ejemplo concreto. Consideremos la oración «la nieve es blanca». Nos preguntamos en qué condiciones esta oración es ver­ dadera o falsa. Parece claro que, si nos basamos sobre la concepción clásica de la verdad, diremos que la oración es verdadera si la nieve es blanca, y falsa si la nieve no es blanca. Por consiguiente, si la de­ finición de verdad ha de conformarse a nuestra concepción, debe im­ plicar la siguiente equivalencia: La oración «la nieve es blanca» es verdadera si, y sólo si, la nieve es blanca. Obsérvese que la oración «la nieve es blanca» figura entre comi­ llas en el primer miembro de esta equivalencia, y sin comillas en el segundo miembro. En el segundo miembro tenemos la oración misma, y en el primero el nombre de la oración. Empleando la termi­ nología lógica medieval, también podríamos decir que en el segundo miembro las palabras «la nieve es blanca» figuran en siippositio formalis y en el primei'o en suppositio materiedis. Apenas hace falta ex­ plicar por qué debemos poner el nombre de la oración, y no la ora­ ción misma, en el primer miembro de la equivalencia. En primer lugar, desde el punto de vista de la gramática de nuestro lenguaje, una expresión de la forma «X es verdadera» no se convertirá en una oración significativa si en ella reemplazamos «X» por una oración o por cualquier otra cosa que no sea un nombre, ya que el sujeto de ’ En lo que rc.specla a la tnayoría de las observaciones contenida.s en las seccione.s 4 y 8, recono^jco mi deuda con S. Lesnicvvski, quien las desarrolló en sus clases inédilas en la Universidad de Varsovia (en 1910 y años poslcriores). Sin embargo, Lesnievvski no anticipó la posibilidad de un de.sarrollo riguroso de la teoría de la verdad, y menos aún de una definición de esta noción; por consiguiente, si bien señaló equiva­ lencias de la forma (V) como premisas de la antinomia del mentiroso, no las concibió como condiciones suficientes paia un uso adecuado (o definición) de la noción de verdad. Tampoco .se le deben las ob.sei'vaciones de la sección 8 respecto de la presen­ cia de una premisa empírica en la antinomia del mentiroso, y la posibilidad de elimi­ nar diclui premisa.

TEORIAS DE LA CORRESPONDENCIA

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una oración sólo puede ser un nombre o una expresión que funcione como nombre. En segundo lugar, las convenciones fundamentales t|uc regulan el uso de cualquier lenguaje requieren que, toda vez que nos pronunciemos acerca de luí objeto, sea el nombre del objeto el i|iic se emplee y no el objeto mismo. Por consiguiente, si deseamos decir algo acerca de una oración —por ejemplo, que es verdadera debemos usar el nombre de esa oración y no la oración misma*. Puede agregarse que el poner una oración entre comillas no es, de ningún modo, la única manera de formar su nombre. Por ejemplo, suponiendo el orden usual de las letras de nuestro alfabeto, podemos usar la siguiente expresión como nombre (descripción) de la oración «la nieve es blanca». La oración constituida por cuatro palabras, la primera de las cuales consiste en las letras J3.“y /.", la segunda en las letras 16.", 10.‘‘, 25."y ó." la tercera en las letras 6."y 22."y la cuarta en las letras 2.", ¡3." l." 16.", 3."y l." del alfabeto castellano. Generalicemos ahora el procedimiento que acabamos de aplicar. Consideremos una oración arbitraria; la reemplazaremos por la Icira «p». Formemos el nombre de esta oración y reemplacémoslo por otra letra, por ejemplo, «X». Nos preguntamos cuál es la relación lógica que existe entre las dos oraciones «X es verdadera» y «p». Está claro que, desde el punto de vista de nuestra concepción básica de la verdad, estas oraciones son equivalentes. En otras palabras, vale la siguiente equivalencia: (V) X es verdadera si. y sólo si, p. Llamaremos «equivalencia de la forma (V)» a toda equivalencia de esta clase (en la que «p» sea reemplazada por cualquier oración dcl lenguaje a que se refiere la palabra «verdadero», y «X» sea reem­ plazada por un nombre de e.sta oración). Por fin podemos formular de manera precisa las condiciones en (|uc consideraremos el uso y la definición del término «verdadero», como adecuado desde el punto de vista material: deseamos usar el lérmino «verdadero» de manera tal que puedan enunciarse todas las

* Itn relación con divensos problemas lógicos y mclodológicos envueltos en este (labajo, el lector puede consultar Tarski (ó).

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TEORIAS Dli LA VERDAD EN EL SIGLO XX

equivalencias de la forma (V), y llamaremos «adecuada» a una defi­ nición de la verdad si de ella se siguen todas estas equivalencias. Debemos subrayar que ni la expresión (V) misma (que no es una oración sino sólo un esquema de oración), ni caso particular alguno de la forma (V) pueden considerarse como una definición de la ver­ dad. Sólo podemos decir que toda equivalencia de la forma (V), ob­ tenida reemplazando «p» por una oración particular, y «X» por un nombre de esta oración, puede considerarse una definición parcial de la verdad, que explica en qué consiste la verdad de esta oración indiVKliial. La definición general debe ser, en cierto sentido, una conjun­ ción lógica de todas estas definiciones parciales. (La última observación exige algunos comentarios. Un lenguaje puede admitir la construcción de infinitas oraciones; por lo tanto, el número de definiciones parciales de la verdad referentes a oraciones de dicho lenguaje también será infinito. De modo que, para darle a nuestra observación un sentido preciso, tendríamos que explicar qué se entiende por «conjunción lógica» de infinitas oraciones; pero esto nos llevaría muy lejos en la consideración de problemas técnicos de la lógica moderna.)

5. La verdad como concepto .senuintico. Propongo el nombre de «concepción semántica de la verdad» para designar la concepción de la verdad que se acaba de exponer. La semántica es una disciplina que —para decirlo sin gran preci­ sión— se ocupa de ciertas relaciones entre las expresiones de un lenguaje y los objetos (o «estados de cosas») a que se «refieren» esas expresiones. Como ejemplos típicos de conceptos semánticos mencionemos los de designación, satisfacción y definición, tal como figuran en los ejemplos siguientes; La expresión «el padre de este país» designa (denota) a Gcoige Was­ hington; la nieve satisface la función proporcional [sentential] (la condición) «x es blanca»; la ecuación «2.x=I» define (determina unívocamente) el número 1/2. Mientras que las palabras «designa», «satisface» y «define» ex­ presan relaciones (entre ciertas expresiones y los objetos a que se «refieren» estas expresiones), la palabra «verdadero» posee una na­ turaleza lógica diferente: expresa una propiedad (o denota una clase) de ciertas expresiones, a saber, de oraciones. Sin embargo, se ve fá­ cilmente que todas las formulaciones que se dieron anteriormente (cfr. las secciones 3 y 4) y que tenían por finalidad explicar el signi­ ficado de esta palabra, no se referían a las oraciones mismas sino a

TEORÍAS DE LA CORRESPONI5ENICIA

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ohictos «acerca de los que hablan» estas oraciones, o posiblemente a «estados de cosas» descritas por ellas. K4ás aún, resulta que la ma­ licia más simple y natural de obtener una definición exacta de ver­ dad es la que acarrea el uso de otras nociones semánticas, p. ej., la noción de satisfacción. Por estas razones incluimos el concepto de verdad que aquí tratamos entre los conceptos semánticos, y el pro­ blema de definir la verdad resulta estar estrechamente relacionado con el problema más general de echar los fundamentos de la semánlica teórica. Acaso valga la pena decir que la semántica, tal como se la con­ cibe en este trabajo (y en trabajos anteriores del autor), es una disci­ plina sobria y modesta que no tiene pretensiones de .ser una panacea universal para curar todos ios males y las enfermedades de la huma­ nidad, sean imaginarios o reales. No se encontrará en la semántica remedio alguno para la caries dental, el delirio de grandeza o los conflictos de clase. Tampoco es la semántica un artificio para esta­ blecer que todos, con excepción del que habla y sus amigos, dicen disparates. Desde la antigüedad hasta nuestros días, los conceptos semánti­ cos han desempeñado un importante papel en las discusiones de los filósofos, lógicos y filólogos. Sin embargo, e.stos conceptos se han tratado durante mucho tiempo con cierta sospecha. Desde el punto de vista histórico, esta sospecha está completamente justificada, l’ues, aunque el significado de los conceptos semánticos, tal como se los usa en el lenguaje cotidiano, parece bastante claro e inteligible, todas las tentativas de caracterizar este significado de manera gene­ ral y exacta han fracasado. Y, lo que es peor, varios argumentos que explicaban estos conceptos, y que por lo demás parecían correctos y estar basados sobre premisas aparentemente obvias, condueian con frecuencia a paradojas y antinomias. Baste mencionar aquí la antino­ mia del mentiroso, la antinomia de la definihilidad (mediante un nú­ mero finito de palabras) de Richard, y ¡a antinomia de los términos heterólogos, de Grelling y Nelson’. Creo que el método esbozado en este trabajo ayuda a superar es­ tas dificultades y asegura la posibilidad de lograr un uso coherente de los conceptos semánticos. ’ La antinomia dcl mentiroso (atribuida a Eiibúlides o Epiménides) se trata en las secciones 7 y 8. Para la antinomia de la definibilidad (debida a J. Richard) véase, p. cj., Hilbert-Bemays (1), vol. 2, pp. 263 ss.; para la antinomia de los términos hete­ rólogos, véase Grelling-Nel,son (1), p. 307.

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l'IiORfAS DK LA VHRDAD F.N líL SIGLO XX

6. Lenguajes con una estructum especificada. A caLisa de l posible aparición de antinomias, el problema de especificar la estiuctuia formal y el vocabulario de un lenguaje en que hayan de darse definiciones de conceptos semánticos se' hace especialmente agudo. Nos ocuparemos ahora de este problema. Hay ciertas condiciones generales en las cuales se considera exactamente especilicada la estructura de un lenguaje. Para especifi­ ca! la estructura de un lenguaje debemos, por ejemplo, caracterizar inequívocamente la clase de palabras o expresiones que hayan de considerarse significativas [ineaningfulj^. En particular, debemos in­ dicar todas las palabras que hayamos decidido usar sin definirlas, y que se llaman «términos indefinidos (o primitivos)»; y debemos dar las llamadas reglas de definición para introducir términos definidos o nuevos. Más aún, debemos establecer criterios para distinguir, dentío de la clase de expresiones, aquellas que llamaremos «oraciones» [sentence.s]. Por último, debemos formular las condiciones en que puede afirmarse una oración del lenguaje. En particular, debemos in­ dicar todos los axiomas (u oraciones primitivas), esto es, oraciones que hayamos decidido afirmar sin prueba; y debemos dar las llama­ das reglas de inferencia (o reglas de prueba) mediante las cuales po­ demos deducir nuevas oraciones afirmadas a partir de otras oracio­ nes afirmadas previamente. Los axiomas, así como las oraciones que se deducen de ellos mediante las reglas de inferencia, se denominan «teoremas» u «oraciones comprobables». Si, al especificar la estructura de un lenguaje, nos referimos ex­ clusivamente a la forma de las expresiones que comprenden, se dirá que el lenguaje está Jórmalizado. En tal lenguaje, los teoremas son las únicas oraciones que pueden afirmarse. En la actualidad, los únicos lenguajes que poseen una estructura especificada son los lenguajes formalizados de los diversos sistemas de lógica deductiva, posiblemente enriquecidos mediante ciertos tér­ minos no lógicos. Sin embargo, el campo de aplicación de estos len­ guajes es bastante amplio; teóricamente podemos desarrollar en ellos varias ramas de la ciencia, por ejemplo, la matemática y la física teó­ rica. (En cambio, podemos imaginar la construcción de lenguajes que tienen una estructura exactamente especificada sin estar formaliza­ dos. En un lenguaje de este tipo la afirmabilidad [a.s.seriability] de las oraciones, por ejemplo, puede no depender siempre de su forma sino de otros factores, de índole no língüí.stica. Sería interesante e i importante construir realmente un lenguaje de este tipo, y más

t e o r ía s d e

I.A CORRESPONDF'NCIA

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.....lamiente un lenguaje que resultara suficiente para el desarro­ llo de una amplia rama de la ciencia empírica; pues esto justificaría la esperanza de que los lenguajes de estructura especificada tci mina­ rán por reemplazar el lenguaje cotidiano en el discuiso científico.) El problema ele la definición de la verdad adcpiiere un signifi­ cado preciso >' puede resolverse en forma rigurosa solamente para (uiuellos lenguajes cuya estructura se ha especificado exactamente. Para otros lenguajes —por ejemplo, para todos los lenguajes natura­ les o «hablados»— el significado del problema es rnás o menos vago, y su solución sólo puede tener un carácter aproximado. Gro.s.so modo, la aproximación consiste en reemplazar un lenguaje natural (o un trozo del mismo en que estemos interesados) por otro cuya es­ tructura se especifica exactamente, y que difiere del lenguaje dado «tan poco como sea posible». 7. La antinomia del mentiroso. Para descubrir algunas de las condiciones más específicas que deben satisfacer los lenguajes en que (o para los cuales) haya de darse la definición de la verdad, es aconsejable comenzar con el tratamiento de la antinomia que implica ilircctamcnte la noción de verdad, a saber, la antinomia del menti­ roso. Para obtener esta antinomia en una forma clara' consideremos la oración siguiente: la oración impresa en la página 75, lineas 23-24, de este trabajo, no es verdadera. Para abreviar reemplazaremos la oración que acabamos de enun­ ciar por la letra «s». De acuerdo con nuestra convención concerniente al uso ade­ cuado del termino «verdadero», afirmamos la siguiente equivalencia de la forma (V): (1)

«s» es verdadera si, ,v sólo si, la oración impresa en la pá­ gina 75, lineas 23-24, de este trabajo, no es verdadera.

Por otra parte, teniendo presente el significado del símbolo «s», establecemos empíricamente el siguiente hecho:

Debida al profesor .1. Lukasiewicz (Universidad de Varsovia).

TF,OKjAS Dli LA V tRrM D LN líL SIGLO XX

(2)

«s» es idéntica a la oración impresa en la página 75, lineas 23-24 de este trabajo.

Ahora bien, por una ley familiar de la teoría de la identidad (ley de Lcibniz), se sigue de (2) que en (1) podemos reemplazar la expre­ sión «la oración impresa en la página 72, líneas 34-35, de este tra­ bajo» por el símbolo «s». Obtenemos así lo que sigue: (3)

«.V» es verdadera si, y sólo si, «s» no es verdadera.

De esta manera, hemos llegado a una contradicción evidente. A mi juicio, sería erróneo y peligroso, desde el punto de vista del piogreso cientíiico, despreciar la importancia de esta y otras antino­ mias, tratándolas como bromas o sofistiquerías. Es un hecho que es­ tamos en picsencia de un absurdo, que nos hemos visto obligados a afirmar una oración falsa [puesto que (3), como equivalencia entre dos oraciones contradictorias, es necesariamente falsa]. Si tomamos en serio nuestro trabajo no podemos tolerar este hecho. Debemos descubrir su causa, es decir, debemos analizar las premisas sobre las que se basa la antinomia; luego debemos rechazar por lo menos una de esas premisas, y debemos investigar las consecuencias que esto tiene para el dominio íntegro de nuestra investigación. Debemos insistir en que las antinomias han desempeñado un pa­ pel prominente en el c.stablecimicnto de los fundamentos de las mo­ dernas ciencias deductivas. Y, así como las antinomias de la teoría de las clases —y en particular la antinomia de Russell (de la clase de todas las clases que no son miembros de sí mismas)- • fueron el punto de partida de las tentativas exitosas por formalizar coherente­ mente la lógica y la matemática, por su parte la antinomia del mentíloso y otias íintinomicis semánticas dan origen a la construcción de la semántica teórica. 8. La incoherencia [inconsisteney/ de los lenguajes semántica­ mente cerrados. Analizando las suposiciones que conducen a la anti­ nomia del mentiroso, observamos las siguientes: (I) Hemos supuesto, implícitamente, que el lenguaje en que se constniye la antinomia contiene, además de sus expresiones, los nombrc.s de estas expresiones, así como términos semánticos tales como el lét iuino «verdadero» referido a oraciones de este lenguaje; también hemos supuesto que todas las oraciones que determinan el uso ade-

TEORÍAS DB LA CORRESPONDENCIA

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cuacio de este término pueden afirmarse en el lenguaje. Un lenguaje que goza de estas propiedades se llamará «semánticamente cenado». Hemos supuesto que en este lenguaje valen las leyes ordii\arias de la lógica. (111) Hemos supuesto que podemos formular y afirmar en nuestro lenguaje una premisa empírica, tal como el enunciado (2) que figuraba en nuestro argumento.

(Ti)

Resulta que la suposición (111) no es esencial, pues es posible re­ construir la antinomia del mentiroso sin su ayuda". En cambio, se demue.stra que las suposiciones (I) y (II) son esenciales. Puesto que lodo lenguaje que satisface ambas suposiciones es incoheicnte \inconsisient], debemos rechazar al menos una de ellas. Sería superfluo subrayar en este punto las consecuencias del re­ chazo de la suposición (II), esto es, del cambio de nuestra lógica (su­ poniendo que esto fuera posible) aunque sólo fuera en sus paites más elementales y fundamentales. Por esto consideraremos solamente la posibilidad de rechazar la suposición (1). Decidiremos no usar len­ guaje alguno que sea semánticamente cerrado en el sentido dado anteriormente. Esta re.slricción sería, desde luego, inaceptable para quienes —por razones que no son claras para mi— creen que hay un solo lenguaje «genuino» (o, al menos, que todos los lenguajes «genuinos» son mu­ tuamente traducibles). Sin embargo, esta restricción no afecta a las necesidades o a los intereses de la ciencia de una manera esencial. Eos lenguajes (sea los formalizados o — lo que ocurie con mayoi frecuencia— los trozos del lenguaje cotidiano) que se usan en el dis­ curso científico no tienen por qué ser semánticamente cerrados. Esto

" Esto puede hacerse, a grandes rasgos, de la siguiente manera. Sea S un enun­ ciado cuaUjuiera que comience con las palabras «Todo enunciado». Correlacionamos con S un nuevo enunciado S’ sometiendo a S a las siguientes modificaciones; reem­ plazamos en S la primera palabra, «Todo», por «El»; y después de la segunda palabra, «enunciado», insertamos toda la frase S entre comillas. Convengamos en llamar «(auto) aplicable» o «no (auto) aplicable» al enunciado S, .según que el enunciado co­ rrelacionado S’ sea verdadero o falso. Consideremos ahora el enunciado siguiente: Todo enunciado es no aplicable. Es fácil comprobar que el enunciado que acaba de forinuiarsc debe ser a la vez. aplicable y no aplicable, por consiguiente, constituye una contradicción. Puede no ser del lodo claro en que sentido esta formulación de la antinomia no envuelve una prcmisa empírica; pero no me detendré más en este punto.

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Ti:ORlAS DI; l.A VURDAI) RN l-R SIGLO XX

es obvio en el caso en que los fenómenos lingüísticos y, en particu­ lar, las nociones semánticas, no intervienen de manera alguna en el asunto de una ciencia; pues en tal caso el lenguaje, de esta ciencia no necesita ser provisto de términos semánticos. Sin embargo, veremos en la próxima sección cómo puede prescindiese de lenguajes semán­ ticamente cerrados incluso en aquellas discusiones científicas que acarrean esencialmente nociones semánticas. Se presenta el problema de la posición que ocupa el lenguaje co­ tidiano a este respecto. A primera vista parecería que este lenguaje satisficiera las suposiciones (I) y (II), y que por ello es incoherente. Pero en realidad el caso no es tan simple. Nuestro lenguaje cotidiano no es, ciertamente, un lenguaje que posea una estructura exacta­ mente especificada. No sabemos con precisión cuáles expresiones son oraciones, y sabemos aún menos cuáles oraciones pueden to­ marse como afirmables. De manera que el problema de la coherencia carece de sentido exacto respecto de este lenguaje. En el mejor de los casos sólo podemos arriesgarnos a conjeturar que un lenguaje cuya estructura ha sido especificada exactamente, y que se parece a nuestro lenguaje cotidiano tanto como sea posible, es incoherente. 9. Leii}'iiaje-obJeto y metalengiiaje. Puesto que hemos acor­ dado no emplear lenguajes semánticamente cerrados, debemos usar dos lenguajes diferentes al tratar el problema de la definición de la verdad y, en general, todos los problemas semánticos. El primero de estos lenguajes es el lenguaje acerca del que «se habla», y que es el tema de toda la discusión; la definición de la verdad que estamos buscando se aplica a las oraciones de este lenguaje. El segundo es el lenguaje en que «hablamos acerca del» primer lenguaje, y en cuyos términos deseamos, en particular, construir la definición de verdad para el primer lenguaje. Denominaremos lenguaje-objeto al primer lenguaje y metalengiiaje al segundo. Obsérvese que estos términos, «lenguaje-objeto» y «metalenguaje», sólo tienen un sentido relativo. Por ejemplo, si nos interesa la noción de vci dad aplicada a oraciones, este último se convierte auto­ máticamente en el lenguaje objeto de nuestra discusión; y para defi­ nir la verdad para este lenguaje, debemos ir a un nuevo metalenguaje, a un metalengiiaje, por así decir, de un nivel superior. De esta manera llegamos a toda una jerarquía de lenguajes. El vocabulario del metalenguaje está determinado, en gran parte, por las condiciones enunciadas anteriormente, en las que se conside­ rará materialmente adecuada una definición de la verdad. Recorde­

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TtíORiAS DI- LA COR1U N e u r a T i i , O. (1): «Enster Inlernationalcr Kongress tür Emhcil der Wisscnschafl m 1aris 1935», en Erkenntnis, vol. V, 1935, pp. 377-406. Russi'Ll,, B. (1): Alt Impiiiy into Meaning and Truth, Nueva York, 1940. St:ilOL.z H. (1): «Reseña» de Stiidia Philosopbica, vol. I, en Deutsche Liíeratuneitung, vol. LVlll. 19.37, pp. 1914-1917. T

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'-o^/‘uoLof;k-, Nueva 194, r t . 7 ' ">5-112. >»e/oM)gta de las ciencias i ‘^“slellana; Introducción VVONm-RG, J. n ); «Reseña» de « f p ñ 7^ dcductn-as, Buenos Aires, 19511 Wr«v, vol. XLVII,pp. 70-77 ' >'‘lo.so„lnca, vol. I, en The Philo.sopincal ReVVr

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SAUL KRIPKE ESBOZO DE UNA TEORÍA DE LA VERDAD' (1975)

E dición

original :

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;L;-' ' — «Outline of a Theory of Tnith», Journal o f Philosophy, 12lÍ9' . (1975), pp. 690-715. .. . . ' — Reeditado en R. L. Martin (ed.), Truth and de Liar.Paradox,^^\Í-\-\‘ rendon Press, Oxford, 1984, pp. 53-81. P 7 .5 • E dición castellana ;

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Í -:

— Éshozo de una teoría de la verdad, UNAM, México, 1984,45 pp; Reproducimos el texto de esta edición con autorización expresa . c de la empresa editora. T raducción : M. M. Valdés.

' Presentado en el Simposio sobre la Verdad organizado por la American Philnsophical Axxocialion, diciembre 28 de 1975. Originalmente habíamos acordado que presentaria este trabajo oralmente sin en­ tregar previamente un texto preparado. En una fecha relativamente tardía, los editores del Journal o f Philosophy me pidieron que entregara por lo menos los «lincamientos generales» de mi trabajo por escrito. Estuve de acuerdo en que esto sería de utilidad. Recibí la solicitud cuando ya había aceptado otro compromiso y tuve que preparar la presente versión a toda prisa sin tener siquiera la oportunidad de revisar el primer bo­ rrador. Si hubiera tenido la oportunidad de hacer una revisión habría ampliado la pre­ sentación del modelo básico en la sección III con el fin de hacerlo más claro. El texto muestra que una buena parte del material formal y filosófico, así como las pruebas de los resultados, tuvieron que omitirse. Breves resúmenes del presente trabajo se presentaron en la reunión de primavera de 1975 de la Association for Symbolic Logic que tuvo lugar en Chicago. Una versión más amplia se presentó en forma de tres conferencias en la Universidad de Princeton en junio de 1975. Espero publicar una versión más detallada en algún otro lugar. Di­ cha versión más amplia debería contener algunos planteamientos técnicos hechos aquí sin suministrar la prueba y una buena cantidad de material técnico y filosófico no mencionado o resumido en este esbozo. 1109]

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TEORÍAS DE LA VERDAD EN EL SIGLO XX

B ibliografía



complementaria :

W * ;! ! 86 (1989); p'í’539-4™ "-

~ íl/4XlCnfl9'88rp? 2glÍ8°^ algunos términos de la traducción utilizada, para adaptarla a la nomenclatura comúnmente aceptada.

1.

EL PROBLEMA preguntó: «¿Qué es la verdad?» {San Juan. VIII, J») la búsqueda subsecuente de una respuesta correcta se ha

visto inhibida por otro problema que, como es bien sabido, surge también en el contexto del Nuevo Testamento. Si, como supone el autor de la Epístola a Tito {Tito I, 12), un profeta cretense, «incluso un proleta de ellos mismos», afirma que «los cretenses son siempre mentirosos» y si «este testimonio es verdadero» con respecto a todas las denlas profcrencias cretenses, parece entonces que las palabras del profeta cretense son verdaderas si y sólo si son falsas. Cualquier ti atamiento del concepto de verdad tiene que evitar esta paradoja. El ejemplo cretense ilu.stra una manera de lograr la autorreferencia. Sean P(x) y Q(x) predicados de oraciones. Entonces, en algunos casos, las pruebas empíricas establecen que la oración «(xjl'Píx'l 3 Q(x))» [o «(3x)('P(x) A Q(x))» u otras similares] satisface ella misma el predicado P(x); algunas veces las pruebas empíricas muestran que dicha oración es el único objeto que satisface P(x). En este último caso la oración en cuestión «dice de sí misma» que satisface Q(x). Si Q(x) es el predicado^ «es falso», el resultado es la paradoja del

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jjicsd una v'cioao».

'a al considerar que que son verdaderos de las oraciones. Si los jleimerpretese el predicado aplicado a oracione.s como «ex-

lie elegido considerar a las oraciones como los vehículos primario.s de la verdad

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t e o r ía s d e l a c o r r e s p o n d e n c ia

1

Mentiroso. A manera de ejemplo, digamos que P(x) abrevia el predi­ cado «tiene instancias impresas en los ejemplares de reonas ele a Verdad en el siglo xx, artículo 5, sección 1, párrafo 2. ». Entonces, la oración (x)P(x) 3 Q(x) conduce a la paradoja si interpretamos Q(x) como la falsedad. Las versiones de la paradoja del Mentiroso que usan predicados empíricos señalan ya un aspecto importante del problema; /mic/ias' de nuestras afirmaciones ordinarias sobre la verdad y la alsedad. nrohahlemente la mayoría de ellas, son susceptibles de exhibir ras­ gos paradójicos cuando los hechos empíricos son extremadamente desfavorables. Considérese el enunciado ordinario hecho poi Juan. (1)

La mayor parte (es decir, una mayoría) de las afirmaciones de Nixon acerca de Watergate son falsas.

Evidentemente no hay nada intrínsecamente incorrecto con resnecto a (1), tampoco es un enunciado mal formado. Comunmente el valor de verdad de (1) podrá evaluarse mediante una enumeración de

no Dortiue piense que la objeción que dice que la verdad es primanamentc utia propie­ dad de las proposiciones (o de los «enunciados») no es pertinente para el trabajo seno t b r f l a T d r o para las paradojas semánlicas. Por el contrario, creo que en ultimo termino un tratamiento cuidadoso del problema bien puede hacer necesaria la separa­ ción entre el aspecto «expresa» (que relaciona las oraciones con el aspecto «verdad» (que putativamente se aplica a las proposiciones). sado^si las paradojas semánticas presentan problemas cuando se aplican directamente t las proposiciones. La razón principal por la que aplico el predicado verdad directam en l a los objetos lingüísticos, es porque se ha desarrollado una teoría matemática de la autorreferencia para tales objetos. (Véase también la nota 32.) Además una versión más desarrollada de la teoría admitiría a aquellos lenguajes que contienen demostrativos y ambigüedades y hablaría de las proferencias, las oraL n e s bajo una interpretación, y cosas similares, como aquello que tiene un valoi de verdad la exposición informal este arlículo no pretende ser preciso con respecto a estos asuntos. Las oraciones son los vehículos oficiales de la verdad pero informal­ mente hablaremos en ocasiones de las preferencias, los Y otras cosas. Podemos hablar ocasionalmente como si cada una de las prolcrencias ele una oración en un lenguaje constituyera un enunciado, aunque sugnamos mas ade lante que una oración puede no ser enunciado en el caso de ser paradójica o infu n d al Trataremos de ser precisos sobre estos asuntos sólo cuando consideremos “ m íe d sió n puede dar'lugar a confusión o malentendidos. Observaciones simi­ lares se aplican’a las convenciones sobro el uso de comillas.

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TF.ORÍAS DF, LA VERDAD EN EL SIGLO XX

las afirmaciones de Nixon relacionadas con Watergate y una evalua­ ción de cada una de ellas con respecto a la verdad o la falsedad. Sin embargo, supongamos que las afirmaciones de Nixon sobre VVatergate se encuentran repartidas por parejo entre la verdad y la falsedad, excepto por un caso problemático: (2)

Todo lo que dice Juan sobre Watergate es verdadero.

Supongamos, además, que ( 1 ) es la única afirmación que hace Juan sobre Watergate o, alternativamente, que todas sus afirmacio­ nes relacionadas con Watergate son verdaderas excepto, tal vez, (I). No se requiere demasiada habilidad entonces para mostrar que tanto ( 1 ) como (2 ) son paradójicas; son verdaderas si y sólo si son lalsas. El ejemplo de (1) pone de relieve una lección importante: sería una tarea estéril buscar un criterio intrínseco que nos permitiera cribai —por carecer de significado o estar mal formadas-— aquellas oiaciones que conducen a paradojas. Ciertamente ( 1 ) es el para­ digma de una afirmación común que contiene la noción de falsedad; justamente este tipo de afirmaciones caracterizaron nuestro reciente debate político. Sin embargo, ningún rasgo sintáctico o semántico de (1) garantiza que no sea paradójica. Bajo los supuestos del párrafo anterior (1) conduce a una paradoja’. Que se den o no dichos supues­ tos depende de los hechos empíricos sobre las afirmaciones de Ni­ xon (y del otro) y no de algo intrínseco a la sintaxis y a la semántica de (1). (Aun los expertos más sutiles pueden ser incapaces de evitar profcrencias que conducen a paradojas. Se cuenta que Russell pre­ guntó en una ocasión a Moorc si siempre decía la verdad y que con­ sideró la respuesta negativa de Moore como la única falsedad emi­ tida por Moore. No hay duda de que nadie ha tenido un olfato más fino para las paradojas que Russell. Sin embargo, es obvio que no se percató de que si, como él pensaba, todas las otras proferencias de Moore eran verdaderas, la rcspue.sta negativa de Moore no sólo era falsa, sino paradójica".) La moraleja: una teoría adecuada debe per­

ianto Nixon como Juan piietlen haber hecho sus profcrencias respectivas sin darse cuenta de que los heclios empírico.s los hacen paradójicos. Conforme a la manera ordinaria de entender esto (en tanto que opuesta a las convenciones de quienes enuncian paradojas del tipo del Mentiroso) el problema ra­ dica en la sinceridad de las proferencias de Moore y no en su verdad. Probablemente tanibicn podiíun derivarse las paradojas bajo esta interpretación.

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TEORÍAS DE LA CORRESPONDENCIA

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mitir que sean riesgosos nuestros enunciados que contienen la no­ ción de verdad; corren el riesgo de ser paradójicos si los hechos em­ píricos son extremadamente (e inesperadamente) desfavorables. No puede haber ninguna «criba» sintáctica o semántica que deseche los casos «malos» y conserve los casos «buenos». En lo anterior me he concentrado en versiones de la paradoja que usan propiedades empíricas de las oraciones, tales como el sei pioferidas por ciertas personas particulares. Godcl mostró esencialmente que dichas propiedades son dispensables en favor de propiedades pu­ ramente sintácticas; mostró que, para todo predicado Q(x), podía producirse un predicado sintáctico P(x) tal que la oración (x)(P(x) =) Q(x)) es el único objeto que satisface P(x) y que esto es demostrable. Así, en un sentido, (x)(P(x) Q(x)) «dice de sí misma» que satis­ face Q(x). También demostró que la sintaxis elemental puede inter­ pretarse en la teoría del número. De esta manera, Gódel puso fuera de toda duda el asunto de la legitimidad de las oraciones autorreferenciales; demostró que son tan irreprochablemente legítimas como la aritmética misma. Pero los ejemplos que usan predicados empíricos preservan su importancia: ponen de relieve la moraleja acerca del carácter riesgoso a! que apunté antes. Una forma más simple, y más directa, de autorreferencia usa los demostrativos o los nombres propios; Sea «Jack» un nombre de la oración «Jack es breve» y tenemos una oración que dice de sí misma que es breve. No veo que haya nada incorrecto en la autorreferencia «directa» de este tipo. Si «Jack» no había sido introducido pieviamente como un nombre en el lenguaje’, ¿por qué no hemos de po­ derlo introducir como un nombre de cualquier entidad que nos plazca? En particular, ¿por qué no puede ser el nombre de la secuen­ cia finita (no interpretada) de signos «Jack es breve» (¿Se permiti­ ría llamar a esta secuencia de signos «Harry», pero no «Jack»? Sin duda alguna las prohibiciones acerca de dar nombres son arbitrarias en este caso.) No hay ningún círculo vicioso en esta manera de pro­ ceder, ya que no tenemos que interpretar la secuencia de signos «Jack es breve» antes de nombrarla. No obstante, si le damos el nombre «Jack», de inmediato se convierte en significativa y verda­ dera. (Nótese que estoy hablando de oraciones autorrefcrenciales, no de proposiciones autorreferencialesL) ■ Asumimos que «es breve» está ya en el lenguaje. ‘ No es obviamente posible aplicar esta técnica para obtener proposiciones «directameme» autorrefercticiales.

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TliORIAS DE LA VERDAD EN EL SK5LU XX

En una versión más extensa, apuntalaría la conclusión anterior no sólo mediante una formulación filosófica más detallada, sino también mediante una demostración matemática de que la clase sen­ cilla de autorrcferencia ejemplificada mediante el caso de «.Fack es breve» podría de hecho usarse para probar el teorema mismo de incompletud de Godel (y también el teorema de Godel y Tarski sobre la indefinibilidad de la verdad). Tal presentación de la prueba dcl teo­ rema de Godel podría ser más perspicua para el principiante que la prueba usual. También despeja la impresión de que Godel estaba for­ zado a reemplazar la autorreferencia directa por otro artificio más circunlocutorio. Tengo que omitir el argumento en este esbozo’. Desde hace mucho tiempo se ha reconocido que parte del pro­ blema intuitivo que tenemos con oraciones del tipo del Mentiroso también se encuentra en oraciones como: (3)

(3) es verdadera

las cuales, aunque no son paradójicas, tampoco dan lugar a condicio­ nes de verdad determinadas. Entre los ejemplos más complicados se encuentran, por ejemplo, el de un par de oraciones cada una de las cuales dice de la otra que es verdadera y el de una secuencia infinita de oraciones en donde P. dice que P.^| es verdadera. En general, si una oración corno ( I) afirma que (todas, la mayoría de, algunas de, etcétera) las oraciones de cierta clase C son verdaderas, su valor de verdad puede evaluarse si el valor de verdad de las oraciones de la clase C puede evaluarse. Si algunas de estas oraciones contienen la noción de verdad, su valor de verdad debe a su vez evaluarse eonsiderando otras oraciones y así sucesivamente. Si este proceso finaliza en último término en oraciones que no contienen el concepto de ver­ dad, de manera que el valor de verdad del enunciado original puede establecerse, decimos que la oración original es fundada [grounded]; de otra manera será infundada [mgrounded] *. Como lo indica el ejemplo ( 1 ), el que una oración sea, o no, fundada, no es en general

' Hay varias maneras de hacer esto, usando una numeración de Godel no cslándar en la que los enunciados pueden contener numerales que designan sus propios núme­ ros de Godel, o usando una numeración de Godel estándar añadiendo además constan­ tes del tipo de «Jack». ’ Si una oración afirma, por ejemplo, que todas las oraciones de la clase C son verdaderas, dejaremos que sea falsa y fundada si hay una oración en C que sea falsa, sin importarnos si son fundadas las otras oraciones en C,

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TEORÍAS ÜE LA CORRESPONDENCIA

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una propiedad intrínseca (sintáctica o semántica) de la oración, sino que generalmente depende de los hechos empíricos. Hacemos prefe­ rencias con la esperanza de que resulten fundadas. Las oraciones como (3), aunque no son paradójicas, son infundadas. Lo anterior es un tosco bosquejo de la noción común de fundamentación y no pre­ tende suministrar una definición formal: el hecho de que pueda su­ ministrar una definición formal será una de las virtudes principales de la teoría formal sugerida en lo que sigue’. II.

PROPUESTAS ANTERIORES

Hasta el momento, el único enfoque de las paradojas semánticas que se ha elaborado con algún detalle, es el que llamaré «el enfoque ortodoxo» que conduce a la célebre jerarquía de lenguajes de Tarski Sea L^ un lenguaje formal construido mediante las operaciones co­ munes del cálculo de predicados de primer orden a partir de un elenco de predicados primitivos (completamente definidos) y ade-

■' La fundamentación [grounck-dnexs] parece haber sido explícitamente introdu­ cida, con ese nombre, en la literatura filosófica en el artículo de Hans 1Icrtzbergcr, «Paradoxes of Grounding in Semantics», The Journal o f Pbilosopby. XV'II, 6, marzo 26 de 1970, pp. 145-167. El artículo de Hertzberger se basa en un trabajo no publi­ cado sobre un enfoque de las paradojas semánticas desde el punto de vista de la «fundamentaeión» [ (S„ S,) o (S„ S,) < (S^, S^j)] si y sólo si S, s S \, . In­ tuitivamente esto significa que si T(x) se interpreta por (S,", S j,) la interpretación concuerda con la interpretación dada por (S,, Sj) en todos los casos en los que esta última es definida; la única diferencia es que una interpretación por (S,', S'j) puede dar lugar a que 1 (x) sea definida para algunos casos en los que era indefinida cuando se in­ terpretaba por (S„ S|). Aliora, una propiedad básica de nuestras re­ glas de evaluación es la siguiente: 9 es una operación monótona (que preserva el orden) sobre < ; esto es, si (S„ S,) á (S,', S/), 9 ((S,, S,)) < 9 ((S,', S/)). En otras palabras, si (S„ S,) < (S,L S /) entonces cual­ quier oración que sea verdadera (o falsa) en y (S„ S^) retiene su va­ lor de verdad en y (S, , Lo que esto significa es que si la inter­ pretación de T(x) se amplía dándole un valor de verdad definido a algunos casos previamente indefinidos, ningún valor de verdad pre­ viamente establecido cambiará ni se hará indefinido; cuando mucho, algunos valores de verdad previamente indefinidos se vuelven defi­ nidos. Esta propiedad —hablando técnicamente la monotonicidad de tp _ es crucial para todas nuestras construcciones. Dada la monotonicidad de 9 , podemos deducir que para cada a, la interpretación de T(x) en L ch Rniplía la interpretación de T(x) en y^. El hecho es obvio para a = 0, dado que, en Eo. T(x) es indefinido para toda x, cualquier interpretación de T(x) lo amplía automática­ mente. Si la afirmación vale para E|j —esto es, si la interpretación de T(x) en E-p,, amplía la de T(x) en y ^ — entonces cualquier oración verdadera o falsa en Ep permanece verdadera o falsa en Ep,,- Si ve­ mos las definiciones, esto dice que la interpretación de l(x) en Epi2 amplía la interpretación de T(x) en Ep.,- Hemos, pues, probado por inducción que la interpretación deT(x) en E„+i siempre amplía la in­ terpretación de T(x) en E„ para toda a finita. Se sigue que el predi­ cado T(x) crece, tanto en su extensión como en su antiextensión, a

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medida que o. crece. A medida que a crece un mayor número de ora­ ciones llegan a ser declaradas verdaderas o falsas, pero una ve?: que una oración es declarada verdadera o falsa, conservará su valor de verdad en todos los niveles superiores. Hasta aquí, hemos definido solamente los niveles finitos de nuestra jerarquía. Para a finita, sea (S,„, Sj„) la interpretación de T(x) en Tanto S,„ como crecen (como conjuntos) a medida que a crece. Hay entonces una manera obvia de definir el primer ni­ vel «transfinito», llamémosle Defínase simplemente = }L (S|^, S2 J en donde 8 ,^^ es la unión de todos los S,„, para a finita y Sjj,, similarmente, es la unión de Sj„, para a finita. Dado pode­ mos entonces definir T bm> etcétera, de la misma manera como lo hicimos para los niveles finitos. Cuando volvemos a llegar a un nivel «límite», tomamos una unión como lo hicimos antes. Formalmente, definimos los lenguajes para cada ordinal a. Si a es un ordinal sucesor (a = (3 +1), sea = ÍS (S,„, S,„) en donde S| „ es el conjunto de (códigos de) oraciones verdaderas de y 8 ^^ es el conjunto consistente en todos los elementos de D que o son (códigos de) oraciones falsas de T,, o no son (códigos de) oraciones de jó. Si A, es un ordinal límite, ¡¿^ = ( 8 ,^, ) en donde 8 ,, = Un» S| ,„ 8 ,, = U|„, S,|,. A.sí, en los niveles «sucesores» tomamos el predi­ cado de verdad sobre el nivel previo y en los niveles límite (transfi­ nitos) tomamos la unión de todas las oraciones declaradas verdade­ ras o falsas en niveles anteriores. Aun cuando incluyamos los niveles transfinitos, sigue siendo verdadero que la extensión y la antiexten­ sión de T(x) crecen al crecer a. Hay que notar que «crece» no significa «crece estrictamente»; hemos afirmado que S¡„ £ S¡„^, (i=l, 2), lo cual permite que .sean iguales. ¿Continúa el proceso indefinidamente con cada vez más oraciones que se declaran verdaderas o falsas, o llega el momento en el que el proceso se para? Es decir, ¿hay un nivel ordinal a para el cual S,„ = 8 ,,,., y Sj„= 8 ,„+, de manera que ningún «nuevo» enun­ ciado se declare verdadero o falso en el siguiente nivel? La respuesta debe ser afirmativa. Las oraciones de L forman un conjunto. Si a cada nivel se decidieran nuevas oraciones de L , eventualmente ago­ taríamos L en algún nivel y ya no seríamos capaces de decidir nin­ guna más. Esto puede fácilmente convertirse en una prueba formal (la técnica es elemental y bien conocida por los lógicos) de que hay un nivel ordinal a tal que (S,„, J = (S,,,,, S,,,^,). Pero dado que K n) =T S, J), esto significa que ( 8 ,,, 8 , J es un punto fijo. También puede probarse que es un punto fijo «mínimo» o «me-

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TEORIAS DE LA CORRESPONDEN'CIA

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ñor»; cualquier punto fijo amplía (S,„ S,„). Esto es, si una oración se evalúa como verdadera o falsa en )í„, dene el mismo valor de ver­ dad en cuaü/i/ier panto fijo. Relacionemos con nuestras ideas intuitivas la construcción de un punto fijo que acabamos de dar. En la etapa inicial (E„), T(x) es completamente indefinido. Esto corresponde a la etapa inicial en la que el sujeto no tiene ninguna comprensión de la noción de verdad. Dada una caracterización de la verdad mediante las reglas de evalua­ ción de Klcene, el sujeto puede fácilmente ascender al nivel ji,. Esto es, puede evaluar varios enunciados como verdaderos o falsos sin sa­ ber nada sobre T(x) —en particular, puede evaluar todas aquellas oraciones que no contienen T(x)— . Una vez que ha hecho la evalua­ ción, amplía T(x), como en L,- Entonces puede usar la nueva inter­ pretación de T(x) para evaluar más oraciones como verdaderas o fal­ sas y ascender a etcétera. Eventualmente, cuando el proceso se vuelve «saturado», el sujeto alcanza el punto fijo E {ihid., p. 304). Contestó «es verdadera la idea que trabaja para llevar­ nos a lo que se propone» (ihid.), y cita a James■*con aprobación: [.,.] CLiulquicr idea que nos lleve prósperamente de cualquier parte de la ex­ periencia a cualquier otra, ligando las cosas satisfactoriamente, tiabajando

•' ¡Cssuys in ExperímenUil Logic. Nueva York, Dover, 19.53. ' ñdgiiialism, Nueva York, Longmans & Orcen, 1907. En otra parte (Logic: 'ihe iiieorv ofliiíitiiiT, Nueva York, Molí, 1938), Dewcy dice: «La mejor definición de venlod desde el punto de vista lógico que conozco es la de Peircc: "t.a opinión que está destinada a ser aceptada al final por lodos aquellos que investigan es lo que queremos decir por verdad”» (p. 58). Pero habittialmcnte Dewcy estaba más cerca de James: las ideas, las teorías, son verdaderas si son «instrumentales para una reorganización activa del entorno dado, para una eliminación de algún problema y perplejidad espccitica [...]. La hipótesis que funciona es la veniculeixi» (Heconslntclion in PhUosophy. Nueva Yoik, Ilolt, 1920, p. 156).

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Ti;ORÍAS DI' LA VLRDAD EN EL SIGLO XX

de manera segura, simplificando, ahorrando esfuerzo, es verdadera .sólo por eso, verdadera de aquí en adelante [ihid., p. 58],

Probablemente pocos filósofos serán ahora tcnlacios por estas alegres y majestuosas formulaciones. Pero el problema que estaban tratando los pragmatistas —el problema ele cómo se relaciona la ver­ dad con los deseos humanos, las creencias, las intenciones y el uso del lenguaje— me parece el adecuado para concentrarse en el cuando pensamos acerca de la verdad. También me parece que no se está ahora más cerca de una solución a este problema de lo que se estaba en los dias de Dewey. Ver esto como el problema más importante acerca de la verdad —o en cualquier caso como un problema en absoluto- es asumir que el concepto de verdad esk'i relacionado por caminos importantes con las actitudes humanas; algo de lo que no es inusual dudar. No es inusual, de hecho, dudar si el concepto de verdad tiene alguna im­ portancia filosófica seria en absoluto. Rorty recoge la intención de Dewey de eliminar la verdad de un ámbito tan exaltado al que sólo los filósofos .se pueden atener cuando introduce sus Consequences o f Pragmatismo con las palabras: Los ensayos de cslc libro son inlcnlos de sacar consecuencias de una teoría pragmatista acerca de la verdad, lista teoría dice que la verdad no es la clase de cosa de la que uno esperaría icnci' una teoría filo.sóficamcntc intere.sante [...] no hay ningún trabajo inlcre.sante que hacer en esta área \ibU¡., pp. XIll-XIVJ.

Pero me parece que Rorty se pierde la mitad de la miga de la ac­ titud de Dewey hacia el concepto de verdad: Dewey dice que las ver­ dades no son, en general, una provincia especial de la filosofía; pero insiste también en que la verdad es lo que funciona. Esto no es lo mismo que la tesis de que no hay nada interesante que decir acerca de la verdad. Dewey encontró muchas cosas interesantes que decir acerca de lo que funciona. Rorty'' ha comparado mis puntos de vista sobre la naturaleza de

’ Minneiipolis. Minnesota UP, 1982. " «Pragmatisni, David.son and Tnilh», en LePore, ed., Tnith and /iilerprelation, Nueva York, ISIackwell, 1986, pp. 333-355 (ed. east., «Pragmatismo, Davidson, y ver­ dad», en Ohjeíividad. relativismo r verdad, Paidós, Barcelona, 1996, pp. 173-205). Véase también su «Reprcscnlalion, Social Practise, and Truth», Philusophical Sntdies, XXX (1988): 215-228.

t e o r ía s d e l a

CÜRRL.Sl’ONDENOA

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la verdad con los de Dewey, Encuentro agradable y penetrante mu­ cho de lo que él tiene que decir sobre este tema, y creo que tiene ra­ zón en que, en líneas generales, comparto la actitud de Dewey hacia la verdad. En un sentido, sin embargo, un sentido al que acabo de re­ ferirme, Rorty puede haber.se equivocado con nosotros dos; tal como yo lo leo, Dewey pensó que una vez que la verdad fue traída a la tie­ rra, hubo cosas filosóficamente importantes e instructivas que decir acerca de sus conexiones con las actitudes humanas, conexiones constitutivas en parte del concepto de verdad. Éste es también mi punto de vista, aunque no creo que Dewey haya [trazado] las cone­ xiones adecuadamente. Rorty correctamente nota el papel fundamental que yo asigno al trabajo de Alfred Tarski, que proporciona una manera de discutir la comprensión del lenguaje, y él ve claramente que para mí esto está relacionado con el rechazo de una concepción representacional del lenguaje y de la idea de que la verdad consiste en un reflejo preciso de los hechos. Éstas son cuestiones a las que volveré ahora. En este artículo, discutiré primero la noción, a menudo asociada con el enfo­ que de Tarski, de que el discurso de la verdad es esencialmente re­ dundante, y que no tiene propiedades importantes más allá de aque­ llas especificadas en las definiciones de la verdad de Tarski. La primera sección termina con una defensa de la afirmación de que puede legítimamente considerarse que las definiciones de Tarski ofrecen verdades .sustantivas acerca de un lenguaje, pero que en este caso debe de haber más en el concepto de lo que Tarski especificó. En la segunda sección del artículo vuelvo a varios intentos de decir qué más está involucrado: discuto las teorías de la correspondencia, teorías de la coherencia, y teorías que de una forma u otra hacen de la verdad un concepto epistémico. Yo rechazo todos estos tipos de teo­ rías. En la sección tercera, propongo un enfoque que difiere del resto, uno que hace del concepto de verdad una parte esencial del esquema que todos necesariamente empleamos para entender, ci'iticar, expli­ car y predecir el pensamiento y la acción. 1.

LA ESTRUCTURA DE LA VERDAD

La teoría de la redundancia es la que mejor encaja con expresio­ nes como ‘es verdadero que’ o ‘es un hecho que’ cuando se prefijan a una oración. Tales expresiones pueden considerarse como conecti­ vas oracionales veritativo-funcionales que, cuando se añaden a una

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ruoRiAS

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r,A v e r d a d

e;n el s i g i o x x

oración verdadera, dan como resultado una oración verdadera, y cuando se añaden a una oración falsa, dan como resultado una ora­ ción falsa. Estas conectivas funcionarían entonces exactamente como la doble negación (cuando la negación se concibe de manera clásica). Al menos en lo que concierne al contenido cognilivo y a las condi­ ciones de verdad, tales añadidos son redundantes. Frank Ramsey^ parece haber pensado que todos los usos del con­ cepto de verdad son como éste. Dice: «‘Es verdadero que César fue asesinado’ no significa más que César fue asesinado» {ihiil., p. 143). Entonces considera casos como ‘Todo lo que él dice es verdadero’ en los que la referencia a la verdad no se elimina tan fácilmente, y su­ giere que, si nos restringimos a proposiciones de la forma ciRh, po­ dríamos tratar ‘Todo lo que él dice es verdadero’ como ‘Para todo R, h, si él dice aRb, entonces ciRb\ Ramsey añade que, si se incluyen todas las formas de proposición, las cosas se hacen más complica­ das, «pero no esencialmente diferentes» (ihid.). Aunque Ramsey no siempre distingue claramente entre proposiciones y oraciones, o el uso de oraciones y su mención, uno tiene la impresión de que, si Ram,scy hubiera llevado a cabo el análisis «más complicado», podría haber terminado con algo muy parecido a las definiciones de verdad de Tarski. En cualquier caso, Ramsey pensó que había dicho sufi­ ciente para mostrar que «no hay ningún problema de la verdad sepa­ rado sino simplemente un enredo lingüístico» (ihid., p. 142)*. Ramsey se equivocaba si pensaba que el análisis del uso de ‘ver­ dadero’ como conectiva veritativo-funcional podría aplicarse directa­ mente a oraciones como ‘Todo lo que él dice es verdadero’, porque en el primer caso la expresión de verdad se considera una conectiva, mientras que en el último caso debe tratarse como un predicado y, si seguimos a Tarski, debe pertenecer a un lenguaje diferente del len­ guaje de las oraciones de las cuales se predica. Sería posible tratar expresiones como ‘es verdadero que’ como predicados de proposi­ ciones mejor que como conectivas oracionales, pero de nuevo la re­ dundancia .sería mucho menos manifiesta de lo que Ramsey afirmó. Muchos filósofos han considerado sin embargo el trabajo de Tarski esencialmente como una cuestión de aclaración de la intuición

’ «Eacts and l’roposilion.s» (1927), rciinpieso en rite l■blllulalioll.'l o/Maflicmatics, Nueva York: Mumanitics. m .ll.pp. 138-155. ’ P. E. Straw.son dice má.s o menos lo misino en su famoso debate con .1, L, .Austin, en «Trulh», Proceedings /lite Ari.Klolelkiii Sociely, Siip. Vo!. XXIV (1950): 129-156.

TEORÍAS DE, LA CORRESPONOENCTA

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de Ramsey. W V. por ejemplo, escribe: «Decir que el enun­ ciado ‘Bruto mató a César’ es verdadero... es simplemente en efecto decir que Bruto mató a César», y nos dice, en una nota a pie de pá­ gina, que hay que mirar a Tarski para el «desarrollo clásico» (ihid., p. 24). Putnam mantiene que Rorly y Quine comparten este punto de vista acerca de la verdad. De acuerdo con P u t n a mR o r t y y Quine creen que «llamar a una oración ‘verdadera’ no es adscribir una pro­ piedad, la verdad, a una oración; es simplemente otra manera de afir­ mar la oración» [ihid., p. 62). (Añade que a esto se le llama la «con­ cepción desentrecomilladora» — «en la jerga de los filósofos del lenguaje davidsonianos»— [ihid.). Quizás es así, pero entonces yo no soy davidsoniano, porque yo no estoy tentado a referirme a las de­ finiciones de verdad de Tarski como «desentrecomilladoras».) En cualquier caso, Putnam no acepta esta tesis; la está atacando como «puramente formal» y «vacía». No tengo claro si Putnam piensa que el trabajo de Tarski sobre la verdad no es más que una mejora técnica sobre lo que básica­ mente es una teoría de la redundancia, pero otros ciertamente han tomado esta línea. Stephen Lecds" ha sugerido que la «utilidad» o importancia del concepto de verdad podría consistir simplemente en esto, que nos da una manera de decir cosas como «la mayoría de nuestras creencias son verdaderas», donde queremos hablar de, o quizás aseverar, un conjunto de oraciones infinito o en cualquier caso no catalogablc. Ramsey no explicó cómo hacer esto; Tarski sí. Paul H o r w i c h c o m o l-eeds, con.sidcra que Tarski es un teó­ rico de la redundancia; Horwich está persuadido de que, a pesar de nuestra intuición de que la verdad es concepto central c impor­ tante, «la noción de verdad fue completamente captada por Tarski» [ihid., p. 192). A esta idea, que Tarski hizo todo lo que puede hacerse por el concepto de verdad, la llama Horwich la teo­ ría dcílacionista de la verdad. Aunque no está de acuerdo con Horwich en que la verdad tal como Tarski la definió especifique las condiciones adecuadas de ver­ dad para un tratamiento de lo que saben los usuarios del lenguaje.

•' ÍJLíí/ífaí/O/y'í'Cí, Cambriclgc: MI L, 1960.

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Ti;ORÍAS DE LA VERDAD EN EL SKiLO XX

Scott SodiTies ^ coincide en calificar de deflacionista el tratamiento de la verdad de Tarski, y como Horwich, cree que, cuando se trata de explicai el concepto de verdad, no deberíamos de' pedir nada más, aparte de la aplicación de la verdad a proposiciones, etc. Hailry ficld en un útil articulo, explora el caso a favor de un concepto deflacionista de verdad, y muestra lo difícil que sería ir más alia de él. Explica lo que él quiere decir al llamar a una teoría de la veidad deflacionista aproximadamente de la manera en que lo hace Horwich; la verdad es dcscntrecomilladora y nada más; pero está menos seguro que Horwich de que Tarski se vea (o deba verse) como un descntrccomillador, aunque cree que el trabajo de Tarski puede ser apropiado para el dcsentrccomillador. Michael Williams'’ ha caracterizado recientemente los puntos de vista de los desentrecomilladores de esta manera: ellos [...] piensan que cuando hemos apuntado a ciertos rasgos (brmalcs del pre­ dicado de verdad (notablemente su rasgo ‘dc.scntrccomillador’) y exjilicado por qué es útil tener un predicado como é.ste (por ejemplo como un mecanismo para afirmar conjunciones infinitas), hemos diclio práctica­ mente todo lo que hay qtic decir acerca de la verdad [ihid., p. 424],

Él explícitamente acepta una actitud deflacionista hacia la verdad ¿Cómo son de plausibles estas distintas teorías dcflacionistas de la verdad:’ Si restringimos la teoría de la redundancia a las ocurren­ cias de verdadero como parte de una conectiva oracional veritativofuncional (como en ‘es verdadero que la nieve es blanca’), entonces está claro que tales usos juegan sólo un pequeño papel en nuestro discurso de la verdad; ésta no puede ser toda la historia. ¿Pueden las teoiías desentrecomilladoras hacerlo mejor? Las definiciones de ver­ dad de Tarski son desentrecomilladoras en este sentido: dada la defi­ nición (y la teoría de conjuntos y la sintaxis formal), y dada una ora­ ción de la forma « la nieve es blanca’ es verdadera», podemos probar

41 i ' 42*^'*'^*^

^ Theory of Truth'.'’», The Journal o f Philosophy, LXXXI, 8 (1984):

" «The Deflationary Conceplion of Truth», en C. Wrlght y O. McDonald, eds Faets, Science and Momlity, Nueva York: Blackwcll, 1987, pp. 5.S-117. 4^^^'’^"^P'Stemological Realistn and thc Basi.s of Skepticism», Mind, XCVIl (1988): “ Véase «Do vvc (E]>istemologists) need a Theory of Truth?», Philosophical Ta­ pies, X W (mc-,)-. 223-242. r ‘ a, ju

TEORÍAS I)H LA CORRESPONDENCIA

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que la oración ‘la nieve es blanca’ es equivalente. Así, la oración en la que ‘la nieve es blanca’ sólo está mencionada es probablemente equivalente a la oración ‘la nieve es blanca’ misma; la original « la nieve es blanca’» ha sido despojada de sus comillas; eliminar las co­ millas cancela, por así decirlo, el predicado de verdad. E incluso cuando no podemos eliminar las comillas porque no hay comillas que eliminar (como en ‘todo lo que él dijo era vcrdero’ o ‘una regla válida de inferencia garantiza que de premisas verdaderas sólo se si­ guen conclusiones verdaderas’), Tarski nos ha mo.strado cómo libe­ rarnos del predicado de verdad, puesto que ha sido definido explíci­ tamente ”. Esto deja claro que las definiciones de verdad de Tarski no son estrictamente desentrecomilladoras, puesto que no dependen de despojar de las comillas a las oraciones individuales para eliminar los predicados de verdad. Menos aún dependen de usar oraciones reales que se dicen verdaderas para efectuar la eliminación; esto es obvio cuando la definición de verdad para un lenguaje se da en otro. No se puede encontrar un equivalente castellano de la oración in­ glesa «‘Schnee ist weiss’ es verdadera (en alemán)» quitando simple­ mente las comillas de «‘Schnee i.st weiss’». Además, queda el hecho de que los métodos de Tarski nos peí mi­ tán reemplazar los predicados de verdad que él define en cualquiei contexto, y que el reemplazo no deje ningún predicado explícita­ mente semántico tras de sí; en este sentido, sus predicados de verdad son como la conectiva oracional ‘es verdadero que’, que puede eli­ minarse por simple supresión. Lo que. es sorprendente, por supuesto, no es que la expresión ‘es verdadero’ puede reemplazarse, poique éste puede ser el punto de la definición; lo que es sorprendente es que no se reemplace por ninguna otra cosa, semántica o de otio tipo. Es presumiblemente este rasgo lo que lleva a Putnam a decii que, de acuerdo con tales teorías, la verdad no es una propiedad. (Esto no es completamente adecuado aplicado a las definiciones de verdad de Tarski, sin embargo. Los predicados de verdad de Tarski son predica­ dos legítimos, con una extensión que no tiene ningún predicado en el lenguaje objeto. Pero se ve lo que Putnam quicie decir con su obsei-

Este punto, a menudo atribuido a Leed.s. fue hecho por rarski en «1 he Scmantic Conceplion of Truth», Philosophy and Philosophical Research, IV (1944), ]■>. 3s9. Tar.ski nota también cpie el mero desentrccoinülado no puede eliminar la palabra ‘ver­ dadero’ de oraciones como ‘la primera oración escrita por Platón es verdadera’. (Pero tampoco lia mostrado Tarski cómo eliminar este uso del predicado de verdad a menos que tenga una definición de la verdad para el lenguaje hablado por Platón).

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TI-ORÍAS Dt-; LA VERDAD F.N Hl, SIGLO XX

vación). Putnam concluye que los predicados de verdad de Tarski no tienen nada que ver con la semántica o con la concepción común de la verdad: «Como tratamiento filosófico de la verdad, la teoría de Tarski falla tanto como pueda fallar un tratamiento» (o/j. c/7., p. 64). Lo que está claro es que Tarski no definió el concepto de verdad, ni siquiera aplicado a oraciones. Tarski mostró cómo definir un pre­ dicado de verdad para cada uno de entre un conjunto de lenguajes qtic se comportan bien, pero sus definiciones, por supuesto, no nos dicen qué tienen en común estos predicados. Dicho de una forma li­ geramente diferente: el definió distintos predicados de la forma ‘s es verdadero^ cada uno aplicable sólo a un lenguaje, pero no consi­ guió definir un predicado de la íbrma ‘s es verdadero en L’ para ‘L’ variable. La observación fue hecha por Max Black y posterior­ mente por Dummett pero por supuesto Tarski ha hecho esto atronadoramentc claro desde el principio probando que ningún predi­ cado único de este tipo podría definirse en un lenguaje consistente, dadas sus astinciones concernientes a los predicados de verdad. Dadas estas restricciones, nunca hubo ninguna posibilidad de que diera una definición general del concepto de verdad, ni siquiera para oraciones. Si consideramos la aplicación de verdad a creencias y fe­ nómenos relacionados como afirmaciones y aserciones, es obvio de otra manera que Tarski no intentó una definición realmente general. Consideiando lo evidente que es que Tarski no dio una definición general de verdad, y el hecho de que quizá su resultado más impor­ tante fue que esto no podía hacerse siguiendo las lineas que le hubie­ ran satisfecho, es notable cuánto esfuerzo han puesto algunos críti­ cos en el intento de persuadirnos que 4'arski no consiguió ofrecernos una definición tal. Dummett dice en el «Prefacio» a Triith and Other Enignias~'^ c]ue el «argumento fundamental» de su artículo anterior «Truth» era que cualquier forma de teoría de la redundancia (y él incluye a las defini­ ciones de verdad de Tarski en esta categoría) debe ser falsa porque ninguna teoría tal puede captar el sentido de introducir un predicado de veidad. Esto puede verse, argumenta él, en el hecho de que, si te­ nemos una definición tarskiana de verdad para un lenguaje que no entendemos.

'* Langimge and m h so p h y. Khaai: Corncll. 1949, p. 104. «Tiulh», en Proceedings ofiheArisioteliun Sodely, LIX (1958-9): 141-162. Londres: D iíc ’/chyjiy /j , 1978.

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TEORÍAS 151-: LA C-ORRESPONDENCTA

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no lenclremos idea del sentido de introducir el predicado [...J a menos que sepamos ya de antemano cuál se supone que es el sentido de un predi­ cado asi definido. Pero, si sabemos de antemano el sentido de inirodticir ci predicado «vcrdtidcro» entonces sabemos algo aecica del concepto de vcidad cxprcsatlo por el predicado que no está encarnado en esta [...] defini­ ción de verdad [¡7;fí/., pp. xx-xxi].

Dummett añade que «aunque este argumento era tan' obvio cuando se formuló creo que mereció la pena expresarlo en el inomento» (ibícl). Tiene razón: el argumento era obvio, y mcieció la pena expresarlo, al menos para m í’’. La aplicación a las teoiías del significado es importante; pero el asunto es más general: Tarski sa­ bia que no podía dar una definición general de verdad y así no había ninguna manera formal en la que él pudiera captar «el sentido» de introducir los predicados de verdad, tanto si el sentido concernía a la conexión entre la verdad y el significado o entre la verdad y algún otro concepto o conceptos. Dummett y otros han intentado de varias maneras hacernos a los lentos de mente apreciar el fracaso de los predicados de verdad de Tarski para captar completamente el concepto de verdad. La dificul­ tad central, como hemos visto, se debe simplemente al hecho de que las definiciones de Tarski no nos dan idea de cómo aplicar el con­ cepto a un caso nuevo, tanto si el caso nuevo es un nuevo lenguaje o una palabra añadida de nuevas a un lenguaje [éstas son realmente la misma cuestión, señalada de ambas maneras por Dummett (op.cit.) y de la segunda manera por Hartry Field^^. Este rasgo de las defini­ ciones de Tarski puede a su vez fácilmente conectarse con el hecho de que dependen de dar la extensión o referencia de los nombres o predicados básicos mediante la enumeración de casos: una defini­ ción dada de esta manera no puede ofrecer ninguna pista para el caso general o siguiente.

Mi confusión en este ¡HinU> es ivtá.s que evidente en «Tiuth lUid Mcuning», tn Inquiries iiilo Tiiilh (i/ul hileiprelcilion (Nueva York, Oxiord, 1984). Mi equivocación fue pensar que podíamos a ¡a ve: tomar una definición de verdad de Tarski como si nos dijera lodo lo que necesitamos saber acerca de la verdad v usar la definición para describir un lenguaje real. Pero en el mismo articulo incluso discutí (de manera incon­ sistente) cómo decir que una dclinición tal se aplicaba a un lenguaje. Pronto reconocí el error. (Véase la «Introducción», pp. xiv-xv, y otros artículos en Inqtnrks imo Truth am! Iiiierprelalion.) -- «Tarski’s Theory of Triitb», The Journal n f Philoxophy, LXIX, 13 (1972): 347-37.5.

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t e o r ía s d e la v e r d a d e n el s ig l o

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iwnieio de críticas de, o comentarios sobre, el tratamiento de la verdad de Farski dependen del aspecto enumerativo de sus defini­ ciones. Una de este tipo es la afirmación de que las definiciones de farski no pueden explicar por qué, si la palabra ‘nieve’ hubiera signiíicado «carbón», la oración ‘la nieve es blanca’ hubiera sido verda­ dera si y sólo si la nieve hubiera sido negra. Putnam y Soames hacen los dos este comentario, pero para Putnam es una crítica, mientras que para Soames ilustra lo absurdo de esperar mucho de una teoría o definición de la verdad. Otra queja es que las definiciones de Tarski no establecen la conexión entre verdad y significado que muchos fi­ losofes consideran esencial. (De nuevo, para Putnam esto muestra que está básicamente equivocado en la concepción de la verdad de larski; para Soames es un ejemplo más del aspecto loablemente dellacioni.sta de las definiciones de Tarski.) Un comentario estrecha­ mente relacionado es que Tarski no relaciona la verdad con el uso o los usos del lenguaje (Field, Putnam, Soames, Dummett). Cualquiera que pudiera ser el valor de estos comentarios merece la pera mante­ ner en la mente que todos ellos se remontan al mismo rasgo simple del trabajo de Tarski; al emplear una lista finita y exhaustiva de ca­ sos básicos en el curso de definir la satisfacción (en términos de la cual se define la verdad), él necesariamente no consiguió especificar como continuar con otros casos. A pesar de las limitaciones que se han identificado o imaginado en el trabajo de Tarski sobre la verdad, un número de filósofosrcomo hemos visto, han mantenido este trabajo como si abarcara todos los Iusgos esenciales de la verdad. Entre estos filósofos se incluye a Roity. Lc^ds, Michel Williams, Horvvich, Soames, y, de acuerdo con 1 utnam. Quine; también, de acuerdo con Rorty. a m í’f Sin embargo yo no pertenezco a esta lista. El argumento básico que pretendía descubrir a Tarski como un deflacionista, puede tomaise de dos maneras: como mostrando que él no captó aspectos esenciales del concepto de verdad, o como mostrando que el con­ cepto de verdad no es tan profundo e interesante como muchos han

No es sorpréndeme que las concepciones de la gente de c.sta li.sta difieran en el scnt'do en el que Tar.ski es un dcnaeioni,sia, Horvvich, por ejemplo, imi-odujo el lérnino denaeiomsta al hablar de Tarski, pero manliene que el «esquema» de Tarski da las condiciones de verdad, y asi los significados, de las expresiones de un lenguaie' su concepción es e.scncialmcnte la de mi «Trulh and Mcaning». La mayoría de los otros piensa que el enfoque deflaciomsta de Tarski muestra que la verdad (al como él la delino no tiene níiclci cjue ver con el significado.

t e o r ía s d e l a

CORUESPONDHN'C'IA

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p e n s a d o C o m o Diimmelt y Putnam, creo que debemos tomarlo en la primera de estas dos maneras. La razón es simple. Nada en las de­ finiciones de verdad de Tarski sugiere lo que estas definieiones tie­ nen en común. A menos que estemos preparados para decir que im hay un único concepto de verdad (incluso en cuanto aplicado a ora­ ciones), sino sólo un número de conceptos diferentes para los que usamos la misma palabra, tenemos que concluir que hay mas en el concepto de verdad —algo absolutamente básico, de hecho que las definiciones de Tarski no tocan. Lo que es ligeramente sorpren­ dente es que algunos filósofos que apelan a una versión del argu­ mento básico para mostrar que ios predicados de verdad de Tarski son deflacionistas acepten al mismo tiempo una teoría deflaciomsta. Pero si el argumento básico es correcto, muestra que definiciones como la de Tarski, o teorías construidas sobre las mismas lincas, no pueden captar el concepto de verdad. , . u • i, Hay además otra afirmación o asunción sobre el trabajo ele Tarski que, aunque a menudo va de la mano de algunos de los puntos que acabamos de ensayar, merece una discusión separada. El tema es que si aceptamos una de las definiciones de verdad de Tarski, enton­ ces los enunciados que deberían, si la verdad estuviera propiamente caracterizada, ser enunciados empíricos se convierten en verdades de la lógica. Así, de acuerdo con Putnam, una oración como « Schnec ist wciss’ es verdadera (en alemán) si y sólo si la nieve es blanca» debería ser una verdad sustantiva acerca del alemán, pero si por el predicado ‘s es verdadero (en alemán)’ sustituimos un predicado de­ finido al estilo de Tarski, la evidente verdad sustantiva se convierte en una verdad de la lógica” . Es fácil ver que lo que quiera Que haya en este argumento depende del mismo rasgo del método de faiski que hemos estado discutiendo: si la extensión de un predicado se de­ fine mediante la lista de cosas a las que se aplica, el aplicar el pretiicadü a un elemento de la lista dará como resultado un enunciado equivalente a una verdad lógica. (Por razones técnicas ésta es una ex-

« La primera actitud aparece en el comentai-io de Piitmmi de que la propiedad que Tarski define no es «ni siquiera dudosa o sospeeiiosamcntc ‘ccreana’ a la propiedad do la verdad es sólo que no es la verdad en absoluto» (op. di., p. 64). Soames representa el segundo pumo de vista: «lo que parece correcto acerca del eníoque de Tarski es su ca­ rácter denaeloni-sta.» Pero «la noción de la verdad de Tarski no t^ene nada v eyon la compresión o la interpretación semántica» («What is aTheory oniiU li.», pp. 429, . Para versiones de este argumento, véase Putnam, op. ai., y «On Tuith» en Lcigi Caiiman d alii, eds., HowMcmy üuestion.s (Indiamipolis, Mackctl, 1983), pp. dS-.so.

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TJ.;ORÍAS DI- I,A VERDAD líN EL SlCiLO XX

plicación sobrcsimpliFicadíi de este aspecto del método de Tarski cuando el lenguaje objeto incluye cuantificadores, etc. La fuerza del comentario permanece “ .) Ésta parece ser la razón principal de Putnam para decir que Tarski fracasó «tanto como es posible fracasar» al ofrecer un tratamiento filosófico de la verdad. Soames pudiera cslai pensando en la misma línea cuando mantiene que la única ma­ nera de defender la interpretación filosófica de Tarski de su trabajo es icchazar la exigencia de que las aplicaciones de sus predicados de vcidad y satisfacción tengan contenido empírico. Cumplir la exigen­ cia seria, dice Soames, «incompatible» con el trabajo de 'farski (op.cH., p. 425). El argumento es explicado con alguna extensión por .lolin Etchemendy {op.cií.). De acuerdo con Etchemendy, el objetivo de Tarski cía foimulai predicados con dos propiedades: primero, deberían re­ lacionarse de una manera específica con el concepto intuitivo de ver­ dad y, segundo, deberían de estar garantizados, en la medida de lo posible, contra la amenaza de paradoja e inconsistencia. L.a primera condición se cumplía al inventar un concepto que pudiera fácilmente moslraisc que se aplicaba a todas las oraciones verdaderas de un len­ guaje y sólo a ellas. La relación con el concepto intuitivo de verdad se hace manifiesta mediante la convención-T. La convención- f exige que el piedicado de verdad ‘s es verdadero^’ para un lenguaje L .se caiactciice de tal modo que implique, para toda oración s de L, un tcolema de la forma s es verdaderOj si y sólo si p’, cuando ‘s’ se reem­ plaza poi una descripción sistemática de s y p se reemplaza poi' una traducción de s al lenguaje de la teoría. Llamemos a estos teoremas oraciones-T. El predicado en las oraciones-T, ‘s es verdadero,’, es un predicado monádico; el subíndice no es una variable, sino el'iiombrc o la desciipción de un lenguaje particular y una parte no desligable del predicado. I,a relación con el concepto común de verdad es evi­ dente a pal til del hecho de que las oraciones-T siguen siendo verda­ deras si por el predicado de verdad al estilo de Tarski sustituimos el pmdicado castellano s es verdadero en L’. (Éste es un predicado diádico. podemos sustituir nombres o descripciones de otros lenguajes en el lugai de L.) La exigencia de que el predicado de verdad no

y" l'ara el desarrollo de este lema, véanse los trabajos de Piiinam a los que nos rc(erimos en la última nota a pie de página; también Soames, op. di.-, y .lolin Etche­ mendy, «Tarski^on Triilh and Logical Consceuencc», The .hum a! ofSymbolic Logic, LJI (19S8)í 5 1-7^).

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TEORÍAS DE LA CORRIÍSPONORNCIA

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amenace con introducir inconsistencias en la teoría o el lenguaje se cumple al dar una definición explícita del predicado sin usar concep­ tos semánticos; así, cualquier desafío a la consistencia que estos con­ ceptos pudieran presentar ha sido evitado. Si el metalenguajc es con­ sistente antes de la introducción del predicado de vcidad, está garantizado que permanecerá así después de la introducción. Las oraciones-T que contienen predicados de verdad de Tarski parecen transmitir hechos sustantivos acerca del lenguaje objeto, a saber, que sus oraciones son verdaderas bajo las condiciones especi­ ficadas por la oración-T (‘Schnee ist wciss’ es verdadero en alemán si y sólo si la nieve es blanca), pero de hecho, dice Etchemendy, «no portan ninguna información acerca de las propiedades semánticas del Icníiuaje, ni siquiera acerca de las condiciones de verdad de sus oraciones» (su énfasis, op. di., p. 57). La razón de esto es que las oraciones-T son verdades de la lógica, y así no pueden decimos nada que la lógica sola no pudiera decirnos. Las oraciones- f son verdades de la lógica, a su vez, porque se siguen tic las definiciones de Tarski, y éstas son simplemente estipulaciones; nos hemos desoíicntado a causa de «la i-acilidad con la que leemos contenido sustantivo en lo que se pretende como definiciones estipulativas, la facilidad con la que reemplazamos el \si y sólo si’ de la definición por el ‘si y sólo si’ de los axiomas o teoremas» (oj). cit., p. 58). Si queiemos ai iimai hechos sustantivos acerca de un lenguaje, debemos sustituir en las oraciones-T y en todas partes un predicado que transmita algo como el concepto intuitivo de verdad. Si hacemos esto, «las oraciones que hacemos se parecerán a veces sorprendentemente a las cláusulas» en las definiciones de Tarski y (si esto es correcto) darán como resul­ tado información genuina acerca de las propiedades semánticas de un lenguaje. Pero, y éste es el mensaje central de Etchemendy, las dos empre­ sas - la de definir la verdad de acuerdo con los objetivos de Tarski, y la de proporcionar un tratamiento semántico formal pero sustantivo de un lenguaje— no sólo son empresas totalmente difeientes, sino que están en «una oposición bastante directa la una con la otra... Por­ que sin dejar al lado el objetivo principal de Tarski, hay un .sentido^en el que la semántica simplemente no puede hacerse» (op- líI., pp. 523). La diferencia entre las dos es que la primera exige un predicado que pueda eliminarse sin residuos de todos los contextos, mientras que la segunda requiere una noción de verdad «fija, mctateórica». Emplear el segundo concepto frustraría directamente el sentido del proyecto de Tarski. Así, la relación entre el logro pretendido y consc-

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TEORÍAS UK LA VFÍRDAD EN EL SIGLO XX

guido con éxito doTarski, por un lado, y el proyecto de proporcionar una maneta de describir la semántica de los lenguajes interpretados, por otro, es «poco más que un accidente fortuito» {op. cil., pp. 52-3)! Putnam, Soames y Etchemendy están de acuerdo en que las oraciones-T de larski sólo parece que expresan verdades empíricas acetca de un lenguaje; son de hecho «tautologías» (Putnam). Ellos difieren en sus valoraciones de la tesis en la que están de acuerdo: Putnam^' cree que lo que Tarski definió «simplemente no es la ver­ dad en absoluto»; Soames y Etchemendy afirman que Tarski sí que hizo lo que se propuso. Soames mantiene que Tarski tenía razón al dar un tratamiento deflacionista de la verdad, mientras que Etche­ mendy cree que la semántica empírica es un estudio legítimo que Tarski no estaba persiguiendo. ¿Qué deberíamos pensar acerca de estas afirmaciones? Una cosa es cierta: Tarski no estaba de acuerdo con estas valoraciones de sus re­ sultados. En «The Semantic Conception of fruth»®, hay una sección titulada «Conformity of thc Semantic Conception of Trulh with Philosophical and Common-Sensc Usage». Permitanme que cite de ella; l-.n lo que a mi pi'opia opinión concierne, no tengo ninguna duda de que micslra formulación e.síá conforme con el contenido inttiilivo de la de Al istótelcs... se han expresado algunas dudas aecrca de si la concepción semántica refleja la noción de verdad en su tiso común y cotidiano. Me doy cuenta claramente [,.,| de que el significado común de la palabra «verdadcio» —como el de cualquier otra palabra dcl lengtiajc de todos los dias— es hasta cieilo punto vago [...]. .Asi [...] toda solución a este problema im­ plica neccsai iamente una cierta de.sviación de la jtráclica del lenguaje de lodos los dias. A pesai de todo esto, ocurre que creo que la concepción semántica está conlotmc en una mctlida considerable con el tuso de .sentido común Í ...1 [ibid., p. .3ó()].

Al plantcai su problema, Tarski no se cli,stancia del proyeeto de caracterizar conceptos que pueden usarse como se usan los concep­ tos semánticos ordinarios; conceptos que expresan, como él dice, «conexiones entre las expresiones de un lenguaje y los objetos y es­ tados de cosas referidos por esas expresiones» Él no se propone.

- «A Compari.son of Something with Elsc», p. 64. Pbihsophv imd Phenomenologiccil Research, IV(1‘M4): .'Í41-37.S. «rile í’stablishmcnt of Scicntific Semaniies», en Logic. Seofaníics, Metcimathematics, Nueva York: Oxford, 19.56. p. 401.

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dice, asignar un significado nuevo a una palabra antigua, sino «cap­ turar el significado real de una noeión antigua» En otras palabras, él es bastante explícito en que no pretende, como mantiene Etche­ mendy, que sus definiciones sean puramente estipulativas, Tarski describe su proyecto como «The Establishment of Scientific Semantics», y dice que «los conceptos semánticos expresan cier­ tas relaciones entre objetos (y estados de cosas) referidos por el len­ guaje que se discute y expresiones del lenguaje que refieren a esos objetos» ’'. Él considera la verdad de una oración como su «corres­ pondencia con la realidad» (ibicl.). Tarski considera estas caiacterizaciones de los conceptos semánticos como «vagas», pero claramente estarian totalmente equivocadas si los conceptos semánticos no tu­ vieran ninguna aplicación empírica. Cuando Tarski exige cjue sus de­ finiciones sean «materialmente adecuadas y en concordancia con el uso ordinario», argumenta que la convención-T es justo lo que nos asegura que la condición se cumple. El argumento es éste: dado un lenguaje que entendemos, un lenguaje interpretado como el caste­ llano, reconocemos como verdaderas todas las oraciones de la forma «‘la nieve es blanca’ es verdadera si y sólo si la nieve es blanca». Tarski llama a tales oraciones «definiciones parciales» de la verdad. Obviamente, una definición que implica todas estas oraciones tendrá la misma extensión que el concepto intuitivo de verdad con el cual empezamos. Admitir esto es contar a las oraciones-T como si tuvie­ ran contenido empírico; de otra manera la convcnción-T no tendí ia sentido, ni lo tendría la insistencia de Tarski de que está interesado en definir la verdad sólo para lenguajes interpretados. Debemos concluir, creo, que, si Etchemendy, Soames, y Putnam tienen razón, Tarski confundió completamente su objetivo y la natu­ raleza de lo que consiguió. Sin embargo, sorprendentemente se nece­ sita poco para reconciliar a Tarski con Etchemendy. Etchemendy acepta, por supuesto, que «Tarski introdujo precisamente las técnicas matemáticas que se necesitaban para un tratamiento iluminador de las propiedades semánticas de ciertos lenguajes simples» y «llegar desde una definición tarskiana de verdad a un tratamiento sustantivo de las propiedades semánticas del lenguaje objeto puede involucrar tan poco como la reintroducción de una noción primitiva de verdad» (op. cil., pp. 59-60). El truco es sólo añadir a la definición de Tarski

” «The Semantic Conception ofTruth», p. 341. ” «The Esíablishmenl of Scicntific Semantics», pp. 403-4.

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TKORIAS DE LA VERDAD EN El. SIGLO XX

de un predicado de verdad para un lenguaje L (digamos, ‘s es verdaderO| ’) el comcnlario de que el predicado de Tarski vale para todas las oraciones verdaderas de L y sólo para ellas., Aquí, por supuesto, la palabra ‘verdadero’ expresa el concepto no definido, sustantivo, de la vida real, que necesitamos para la semántica seria. Llamemos a este comentario el Axioma de Verdad. La primera cosa que hay que notar es que, si el lenguaje era con­ sistente antes de que añadiésemos el axioma de verdad, el axioma de verdad no puede hacerlo inconsistente en la medida en que no dota­ mos formalmente a nuestro nuevo predicado de ninguna propiedad. Puede tener todo tipo de propiedades interesantes y no se hará nin­ gún daño formal si las propiedades no se meten explícitamente en la teoría; y no se hará ningún daño informal si las propiedades adicio­ nales no llevan a contradicción. Añadir el axioma de verdad es, desde un punto de vista formal, inocuo; es además inútil. Porque podemos de la misma manera con­ siderar el predicado de verdad de Tarski ‘s es verdaderO|^’ como si tu­ viera las propiedades de nuestro predicado de la vida real ‘s es ver­ dadero en L’, siempre y cuando estas propiedades no creen inconsistencias. La objeción a este pensamiento es que ya no pode­ mos sentirnos confiados de que, si tuviéramos que especificar todas las propiedades del predicado de la vidad real, podrían resultar in­ consistencias; no sabemos exactamente qué significa nuestro predi­ cado de verdad. La «definición» de verdad ya no es una definición puramente estipulativa. Consideremos un lenguaje objeto formalizado y un metalenguaje exactamente como aquellos descritos por Tarski en las secciones 2 y 3 de «The Concept ofTruth in Fomalized Languages» Ahora aña­ damos las definiciones de Tarski que conducen a, e incluyen, la defi­ nición de verdad; pero no las llamemo.^ definiciones, y pensemos en ellas como si emplearan expresiones empíricamente significativas apropiadas para describir la semántica del lenguaje objeto (que ha sido interpretado por Tarski como si fuera sobre el cálculo de clases). De acuerdo con Etchemendy, la diferencia entre este nuevo sistema y el original de Tarski es extrema: el nuevo sistema describe eorrectamente la semántica del lenguaje objeto, mientras que el sistema de Tarski meramente define un predicado que no puede usarse para afirmar nada, verdadero o falso, acerca de ningún lenguaje interpre-

lin Logic, Semantics, and Meiamathematics.

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lado particular. Las definiciones de Tarski convierten a las oraciones-T implicadas en verdades lógicas; el nuevo sistema las conserva como comentarios instructivos acerca de las condiciones de verdad de las oraciones. Pero este cambio poderoso no toca el sistema for­ mal de ninguna manera; es un cambio en cómo describimos el sis­ tema, no en el sistema mismo. Si el sistema de Tarski es consistente, lo mismo lo es el nuevo. Todo el asunto gira, pues, alrededor de cómo consideramos las definiciones. Algunas definiciones claramente pretenden introducir palabras nuevas; otras tienen como objetivo expresar verdades sus­ tantivas de un tipo u otro. Como hemos visto, Tarski no pretendió que sus definiciones encajaran un significado nuevo en un término viejo, sino «captar el significado real de una noción vieja»” . Deberíamos ahora echar una mirada retrospectiva al tema, que no sólo se encuentra en Etchemendy, sino también en Putnam y Soa­ mes, de que las definiciones de verdad de Tarski no pueden tener nada que ver con la semántica o la interpretación de lenguajes reales porque, dadas sus definiciones, los teoremas relevantes (es decir, las oraciones-T) son verdades lógicas. De hecho, son verdades lógicas sólo sobre la asunción de que las definiciones de verdad de Tarski son puramente estipulativas, que nos dicen todo lo que hay que saber acerca del predicado que él define. No hay razón para aceptar esta asunción. Una analogía simple dejará esto claro. Supongamos que ofrecemos como una definición del predicado ‘x es un planeta solar’ lo siguiente: x es un planeta solar si y sólo si x es exactamente uno de los siguientes: Mercurio, Venus, La Tierra, Marte, Júpiter, Sa­ turno, Urano, Neptuno, Pintón. Esto implica la oración-P ‘Neptuno es un planeta solar’. ¿Es esto último una verdad lógica? Uno también podría decir eso si nuestra definición fuera puramente estipulativa, de otra manera no. La cuestión de si es puramente estipulativa no es una que pueda responderse estudiando el sistema formal; tiene que ver con las intenciones de la persona que hace la definición. Si sim­ plemente se nos presentara la oración que define, a duras penas po-

Etchemendy sugiere que el ‘si y sólo si’ de una definición no lienc el mismo significado que el ‘si y sólo si’ de una afirmación susiantiva, pero yo no creo que este comentario deba tomarse en serio puesto que la diferencia no produce ninguna dife­ rencia en absoluto dentro del sistema, y si tuviéramos que marcar la supuesta diferen­ cia introduciendo símbolos diferentes, las reglas de inferencia del sistema tendrían que alterarse. Etchemendy dice que su sugerencia no pretendía ser en serio (conversa­ ción privada).

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dríamos dejar de darnos cuenta de que, si interpretamos las palabras más o menos de la forma usual, expresa una verdad sustantiva. Ape­ lando a la convención-T, Tarski nos invita a fijarnos en un rasgo aná­ logo de sus definiciones de verdad. ¿Qué deberíamos concluir acerca de cómo Tarski pretendió que tomáramos sus definiciones? Las indicaciones pueden parecer ambi­ guas. Por un lado, tenemos su afirmación repetida y explícita de que él quería, y pensó que lo había hecho, «captar el significado real» del concepto intuitivo de verdad, en la medida en que esto era posi­ ble; por otra parte, él claramente dependía del hecho de que sus defi­ niciones permitieran la eliminación de todo el vocabulario semántico explícito para garantizar que su concepto no introduciría inconsisten­ cias en un lenguaje de otro modo consistente. Pero ¿muestra esto que Tarski estaba confundido? Creo que no. Aquí hay una manera de ver el asunto. Las definiciones de Tarski dotan a sus predicados de verdad con propiedades que aseguran que definen la clase de oraciones verdade­ ras de un lenguaje. Si los predicados no tienen otras propiedades, sa­ bemos que no engendrarán inconsistencias. Esto hace útiles a los predicados para ciertos propósitos. Si pensamos en los predicados de verdad como si tuvieran otras propiedades no especificadas, no po­ demos estar seguros de que aquellas propiedades no causen proble­ mas si se las hace explícitas. Pero no hay nada que nos prohíba traba­ jar dentro del sistema de Tarski y reconocer ai mismo tiempo que los predicados de verdad pueden tener otras propiedades esenciales, siempre y cuando no hagamos uso de las propiedades no especifica­ das. De esta forma, podemos tomar todas las ventajas del logro téc­ nico de Tarski y sin embargo no tratar a los contenidos de sus teorías como «vacíos» o «meramente» formales. Considerar el trabajo de Tarski bajo esta luz es admitir que hay un sentido en el que él no define un concepto de verdad, ni siquiera para lenguajes particulares. Él definió la clase de las oraciones ver­ daderas dando la extensión del predicado de verdad, pero no dio el significado. Esto se sigue en el momento en que decidimos que las oraciones-T tienen contenido empírico, porque esto implica que hay más en concepto de verdad de lo que la definición de Tarski nos dice. Mi argumento no es que Tarski pudiera, después de todo, haber captado un concepto sustancial de verdad, sino que no necesaria­ mente nos confundimos si interpretamos sus sistemas formales como teorías empíricas sobre los lenguajes. Al hacer eso, evitamos dos te­ sis potencialmentc mutilantes acerca de la verdad, tesis que, como

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hemos visto, son bastante comunes hoy. Una es que el trabajo de Tarski está bastante poco relacionado con el concepto de verdad como lo entendemos comúnmente, de modo que, si queremos estu­ diar la semántica de los lenguajes interpretados, debemos de tomar otro rumbo. Caribdis es la tesis de que, aunque la versión de la ver­ dad de Tarski es meramente dcscntrecomilladora, dice todo lo que hay que decir acerca del concepto de verdad. Mi propio punto de vista es que Tarski no ha dicho mucho de lo que queremos saber acerca del concepto de verdad, y de que debe haber más. Debe haber más porque no hay ninguna indicación en el trabajo formal de Tarski de qué es lo que sus distintos predicados de verdad tienen en común, y esto debe formar parte del contenido del concepto. No es suficiente señalar a la convención-T como esta indicación, porque no dice nada de la cuestión de cómo sabemos que una teoría de la verdad para un lenguaje es correcta. El con­ cepto de verdad tiene conexiones esenciales con los conceptos de creencia y significado, pero esas conexiones no están tocadas por el trabajo de Tarski. Es aquí donde deberíamos esperar destapar lo que echamos en falta en las caracterizaciones de Tarski en los pre­ dicados de verdad. Lo que Tarski ha hecho por nosotros es mostrar en detalle cómo describir el tipo de patrón que la verdad debe hacer, tanto en el len­ guaje como en el pensamiento. Lo que necesitamos hacer ahora es decir cómo identificar la presencia de tal patrón o estructura en la conducta de la gente.

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VERDAD Y CONOCIMIENTO

Si no hubiera nada más que saber acerca del concepto de verdad que lo que podemos aprender de las definiciones de Tarski de los predicados de verdad, no tendríamos un uso claro para el concepto de verdad aparte de la conveniencia menor de su función descntrecomilladora, puesto que Tarski ha mostrado cómo eliminar tales predi­ cados sin residuo semántico. Cualquier conexión de la verdad con el significado o la creencia sería discutible. Si consideramos que las definiciones de Tarski son puramente estipulativas, los teoremas que tales predicados nos permiten probar, en particular las oraciones-T, son equivalentes a las verdades de la lógica; a menos que leamos más en los predicados de verdad de lo que las definiciones propor­ cionan, estos teoremas no pueden, por tanto, ofrecer verdades empí-

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ricas acerca de las oraciones de cualquier lenguage, y no pueden to­ marse como si dieran las condiciones de verdad de las oraciones. Tarski nunca afirmó que sus predicados hicieran más que esco­ ger la clase de las oraciones verdaderas en lenguajes particulares. Ciertamente él no creía que hubiera definido un predicado de verdad general, ni se propuso exceder los límites de la extensionalidad. Cap­ tar el significado, como algo distinto de la extensión, no era parte de su proyecto. Ni le importaba que pudiera haber otras maneras de ca­ racterizar las mismas clases de oraciones —maneras que pudieran ser más iluminadoras para propósitos diferentes del suyo—. Los dos puntos están relacionados puesto que no hay ninguna manera evidente de dar una caracterización general de la verdad sin introducir criterios de un tipo bastante diferente a aquellos a los que Tarski apeló. Se sugiere a veces por los partidarios de una concep­ ción detlacionista de la verdad que la convcncióii-T proporciona una respuesta adecuada a la cuestión de lo que tienen en común los dis­ tintos predicados de verdad de Tarski. Pero no deberíamos darnos por satisfechos con esta idea. Porque en aquellos casos en los que el lenguaje objeto está contenido en el metalenguaje, el requisito es meramente sintáctico: nos dice algo acerca de los predicados, pero no mucho acerca del concepto. En otros casos su aplicación depende de nuestra previa comprensión de la noción de iradueción, un con­ cepto mucho más oscuro que el de la verdad. El punto central es éste: aparte de nuestra comprensión del concepto de traducción, la convención-T no nos da ninguna idea de cómo decir en general cuándo uno de los predicados de verdad de Tarski se aplica a un len­ guaje particular. Él no define el coneepto de traducción Todavía nos falta, pues, un enfoque satisfactorio del rasgo o ras­ gos generales del concepto de verdad que no podemos encontrar en Tarski. Sin embargo, podemos aprender mucho de Tarski. Sus cons­ trucciones hacen, por ejemplo, evidente que, para un lenguaje con algo como el poder expresivo de un lenguaje natural, la clase de las oraciones verdaderas no puede caracterizarse sin introducir una rela-

Michacl Williams dice que un detlacionista piensa que «lo que se lleva de un len­ guaje a otro... es la utilidad, para cada lenguaje, de tener su propio mecanismo desentrecomilladoi'» - «Scepticism and Charity», Ratio (New Series), I (198S), p. 180--. Pero aparte de asignar un significado claro a la «utilidad» de un mecanismo, está el hecho de que en un lenguaje podemos hablar de la verdad en otro lenguaje; y aquí la generaliza­ ción sugerida por Williams no puede hacerlo mejor que la convención-T, con su apela­ ción esencial a la traducción.

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ción como la satisfacción, que conecta palabras (términos singulares, predicados) con objetos. Si consideramos la satisfacción como una forma generalizada de referencia, Tarski ha mostrado cómo la verdad de las oraciones depende de los rasgos semánticos (i.c., referencia) de ciertas partes propias de las oraciones. (Por supuesto, Tarski no define el concepto general de referencia más de lo que lo hace con el de verdad.) Así, incluso sin una respuesta a la cuestión de cómo sa­ bemos cuándo una definición de verdad se aplica a un lenguaje dado, Tarski ha mostrado cómo el concepto de verdad puede usarse para dar una descripción clara de un lenguaje. Por supuesto, para dar tal descripción, debemos captar el concepto de verdad primero; pero podemos captar eso sin ser capaces de formular una descripción sis­ temática de un lenguaje. La convención-T conecta nuestra compren­ sión ingenua del concepto con la ingeniosa maquinaria de Tarski; nos persuade de que los trabajos de la maquinaria están de acuerdo con el concepto como lo conocíamos. Esto es, entonces, lo que podemos aprender de Tarski acerca del concepto de verdad: puesto que es obvio que no ha definido el con­ cepto general de verdad, podemos ignorar la sugerencia de que sus definiciones estipulativas captan todo lo que hay de este concepto. Pero no hay razón para no hacer uso de la estructura que llevó a las definiciones de Tarski. Para hacer esto, no necesitamos hacer ningún cambio en los sistemas formales de Tarski; una vez que nos damos cuenta de que esos sistemas no reflejan aspectos importantes de los conceptos de verdad y referencia, podemos considerar a los predica­ dos de verdad y referencia (satisfacción) como primitivos en las cláusulas que llevan a las caracterizaciones recursivas de Tarski de referencia y verdad. Si encontramos que la palabra ‘definición’ en­ caja mal con la idea de que los predicados son primitivos, podemos eliminar la palabra; esto no cambiará el sistema. Pero para honrar el reconocimiento de que los predicados semánticos son primitivos, po­ demos eliminar el paso final que para Tarski convierte las caracteri­ zaciones recursivas en definiciones explícitas, y considerar los resul­ tados como teorías axiomatizadas de la verdad'L

Tarski reconoció la posibilidad de dar teorías axiomáticas de la verdad, y señaló que ‘no liay nada esencialmente equivocado en tai procedimiento semántico y podría ser útil para varios propósitos’ («The Scmantic Conception of Truth», p. 352). Tarski tenía un número de razones para preferir una definición explícita a un tratamiento axiomático del concepto de verdad. Primero, él nota que la elección de axiomas «tiene

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Una teoría axiomatizada de la verdad puede compararse con, di­ gamos, la axiomatización de la probabilidad de Kolmogorov, que pone claras restricciones al concepto de probabilidad, pero deja abiertas cuestiones tales como si la probabilidad tiene que ser carac­ terizada posteriormente como frecuencia relativa, grado de creencia, o alguna otra cosa. El tratamiento axiomático de Ramsey de la pre­ ferencia ante la incertidumbre, cuando se aplica a un agente particu­ lar, es análogo a una teoría axiomatizada de la verdad en el siguiente respecto, que ofrece una teoría separada para cada agente, del mismo modo en que las teorías de la verdad tarskianas son peculiares de un lenguaje, o, como propondré, de un individuo. Así como una teoría tarskiana no nos dice cómo determinar el que la teoría se aplique a un lenguaje o a un hablante particulares, así nada en las teorías de Ramsey nos dice cuándo una teoría tal se aplica a un agente particular. La cuestión en el caso de la teoría de la decisión es, en parte, especificar las condiciones que un agente debe satisfacer para que se diga que prefiere un objeto o curso de acción a otro. En el caso de una teoría de la verdad, lo que queremos saber es cómo decir cuándo las oraciones-T (y así la teoría como un todo) describen el lenguaje de un grupo o de un individuo. Esto obvia­ mente requiere especificar al menos parte del contenido del con­ cepto de verdad que los predicados de verdad de Tarski no consiguen captar. ¿Qué añadimos, entonces, a las propiedades de verdad que Tarski ha delineado cuando aplicamos el concepto intuitivo de verdad? Aparte de la posición de que Tarski dijo todo lo que puede o debería decirse acerca de la verdad, una posición que discutí y rechacé en la primera sección de este artículo, creo que la mayoría de las propues­ tas contemporáneas caen en dos categorías amplias: aquellos que hu-

más bien un carácter accidental, dependiendo de factores inesenciales (tales como por ejemplo el estado real de nuestro conocimiento)». Segundo, sólo una definición explí­ cita puede garantizar la consistencia del sistema resultante (dada la consistencia del sistema previa a la introducción de nuevos conceptos primitivos): y, tercero, sólo una definición explícita puede dominar las dudas de si el concepto está ‘en armonía con los postulados de la unidad de la ciencia y el fisicalismo’ («The Establishment of Scientific Semantics», pp. 405-6). lil primer peligro se evita si los axiomas se restrin­ gen a las cláusulas recursivas que se necesitan para caracterizar la satisfacción; esca­ pamos del segundo (menos concluyentemente) tan pronto como las maneras conoci­ das de producir paradojas no se introducen; y la amenaza de que la verdad podría re.sultar no ser rcducible a conceptos físicos es una amenaza de la cual, en mi opinión, ni podemos ni deberíamos querer escapar.

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manizan la verdad haciéndola básicamente epistémica, y aquellos que promocional! alguna forma de teoría de la correspondencia. Muchos filósofos, en particular recientemente, han mantenido que la verdad es un concepto epistémico: incluso cuando no han mantenido explícitamente esta tesis, sus posiciones la han implieado a menudo. Las teorías de la verdad como coherencia se mueven ha­ bitualmente por un motor epistémieo, como lo hacen las caracteriza­ ciones más pragmáticas de la verdad. El antirrealismo de Dummett y Crispin Wright, la idea de Peirce de que la verdad es donde la cien­ cia acabará si continúa el tiempo suficiente, la afirmación de Ri­ chard Boyd de que la verdad es lo que explica la convergencia de las teorías científicas y el realismo interno de Putnam, todas incluyen o implican un enfoque epistémico de la verdad. Quine también ha mantenido, al menos a veces, que la verdad es interna a una teoría del mundo y así que en esta medida depende de nuestra postura epis­ temológica. El relativismo acerca de la verdad es quizás siempre un síntoma de infección por el virus epistemológico; esto parece en cualquier caso ser verdad para Quine, Nelson Goodman y Putnam. Aparentemente opuestas a estas concepciones está la idea intui­ tiva de que la verdad, quitando algunos pocos casos especiales, es completamente independiente de nuestras creencias; como se dice a veces, nuestras creencias podrían ser exactamente como son y sin embargo la realidad -y así la verdad acerca de la realidad— ser muy diferente. De acuerdo con esta intuición, la verdad es ‘radical­ mente no epistémica’ (así caracterizó Putnam el ‘realismo transcen­ dental’), o ‘transcendente a la evidencia’ (para usar la expresión de Dummett para el realismo). (Tanto Putnam como Dummett se opo­ nen, por supuesto, a estas concepciones.) Si estuviéramos buscando etiquetas para estas dos concepciones de la verdad, podríamos que­ darnos con los adjetivos ‘epistémico’ y ‘realista’; la aserción de una atadura esencial a la epistemología introduce una dependencia de la verdad de lo que de algún modo puede ser verificado por criaturas racionales finitas, mientras que la negación de cualquier dependen­ cia de la verdad de la creencia u otra actitud humana define un uso filosófico de la palabra ‘realismo’. En la siguiente y última sección de este artículo, esbozo una aproximación al concepto de verdad que rechaza ambas concepcio­ nes de la verdad. No me propongo reconciliar las dos posiciones. Considero insostenibles las concepciones epistémicas, e ininteligi­ bles en último extremo a las concepciones realistas. Que ambas con­ cepciones, que sin duda responden a intuiciones poderosas, están

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fundamentalmente equivocadas está al menos sugerido por el hecho de que ambas invitan al escepticismo. Las teorías cpistémicas son es­ cépticas de la misma manera en que son escépticos'el idealismo o el fenomenalismo; son escépticos no porque hagan a la realidad incog­ noscible, sino porque reducen la realidad a mucho menos de lo que creemos que es. Las teorías realistas, por otra parte, parecen arrojar en la duda no sólo nuestro conocimiento de lo que es «transcendente a la evidencia», sino a todo el resto de lo que creemos que conoce­ mos, porque tales teorías niegan que lo que es verdad esté conectado conceptualmente de alguna manera con lo que creemos. Consideremos el proyecto de dar contenido a una teoría de la verdad. Las definiciones deTarski se alcanzan normalmente a través de varios pasos. Primero, hay una definición de lo que es ser una oración en el lenguaje objeto; después una caracterización recursiva de una relación de satisfacción (la satisfacción es una versión de la referencia altamente generalizada); la caracterización recursiva de la satisfacción se convierte en una definición explícita a la manera de Gottlob Frege y Dedekind; después la verdad se define sobre la base de los conceptos de oración y satisfación. Estamos eliminando el paso que convierte a la caracterización recursiva de la satisfacción en una definición, haciendo así explícito el hecho de que estamos tra­ tando a los predicados de verdad y satisfacción como primitivos. Desde un punto de vista formal, es una cuestión de elección cuál de los dos conceptos semánticos, satisfacción o verdad, tomemos como básico. La verdad, como Tarski mostró, se define fácilmente sobre la base de la satisfacción; pero, alternativamente, la satisfac­ ción puede considerarse como cualquier relación que ofrezca un en­ foque correcto de la verdad. El trabajo de Tarski puede parecer que da señales inciertas. El hecho de que la verdad de las oraciones se defina apelando a las propiedades semánticas de las palabras sugiere que, si pudiéramos dar un enfoque satisfactorio de las propiedades semánticas de las palabras (esencialmente, de la referencia o de la satisfacción), entenderíamos el concepto de verdad. Por otro lado, el papel clave de la convención-T para determinar que la verdad, como se caracteriza por la teoría, tiene la misma extensión que el concepto intuitivo de verdad, hace parecer que es la verdad más que la referen­ cia lo que es el primitivo básico. La segunda es, creo, la concepción correcta. En su apelación a la convención-T, Tarski asume, como he­ mos visto, una captación previa del concepto de verdad; entonces muestra cómo esta intuición puede completarse en detalle para len­ guajes particulares. Esta compleción requiere la introducción de un

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concepto rcferencial, una relación entre palabras y cosas —alguna relación como la satisfacción—. La historia acerca de la verdad ge­ nera un patrón en el lenguaje, el patrón de las formas lógicas, o gra­ mática propiamente concebida, y el entramado de dependencias se­ mánticas. No hay forma de contar esta historia, que, siendo acerca de la verdad, es acerca de oraciones o de sus ocasiones de uso, sin asig­ nar papeles semánticos a las partes de las oraciones. Pero no se apela a una comprensión previa del concepto de referencia. Esta manera de concebir una teoría de la verdad va en contra de la tradición. De acuerdo con la tradición, nunca podríamos llegar a entender oraciones en su amplia o incluso infinita colección a menos que entendamos las palabras, tomadas de un vocabulario finito, de las que están compuestas; por tanto, las propiedades semánticas de las palabras deben aprenderse antes de que entendamos las oraciones y las propiedades semánticas de las palabras tienen prioridad con­ ceptual porque son ellas las que explican las propiedades semánticas —por encima de todo las condiciones de verdad— de las oraciones. Creo que esta línea de argumento, que comienza con una perogru­ llada, termina con una conclusión falsa; así que algo debe estar mal. El error es confundir el orden de la explicación que es apropiado una vez que la teoría está, con la explicación de por qué la teoría es co­ rrecta. La teoría es correcta porque ofrece las oraciones-T correctas; su corrección se contrasta contra nuestra captación del concepto de verdad tal como se aplica a oraciones. Puesto que las oraciones-T no dicen nada en absoluto acerca de la referencia, la satisfacción, o de las expresiones que no son oraciones, la contrastación de la correc­ ción de la teoría es independiente de las intuiciones que conciernen a estos conceptos. Una vez que tenemos la teoría, sin embargo, pode­ mos explicar la verdad de las oraciones sobre la base de sus estructu­ ras y de las propiedades semánticas de las partes. La analogía con las teorías de la ciencia es completa: para organizar y explicar lo que ob­ servamos directamente, postulamos objetos y fuerzas no observadas u observadas indirectamente; la teoría se contrasta mediante lo que se observa directamente. L.a perspectiva sobre el lenguaje y la verdad que hemos ganado es ésta: lo que está abierto a la observación es el uso de las oraciones en contexto, y la verdad es el concepto semántico que mejor enten­ demos. La referencia y las nociones semánticas relacionadas como la satisíitcción son, por comparación, conceptos teóricos (como lo son las nociones de término singular, predicado, conectiva oracional, y el resto). No puede cuestionarse la corrección de estos conceptos teóri-

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eos más allá de la cuestión de si ofrecen un enfoque satisfactorio del uso de las oraciones. Un efecto de estas reflexiones es fijarse en la centralidad dcl concepto de verdad en la comprensión del lenguaje; es nuestra capta­ ción de este concepto lo que nos permite dar sentido a la cuestión de si una teoría de la verdad para un lenguaje es correcta. No hay razón para buscar un enfoque previo, o independiente, de alguna relación rcfcrencial. La otra consecuencia principal de la presente posición es que ofrece una oportunidad para decir con bastante exactitud lo que falta en una teoría de la verdad al estilo de Tarski en cuanto enfoque de la verdad. Lo que falta es la conexión con los usuarios del lenguaje. Nada contaría como una oración, y el concepto de verdad no tendría por tanto aplicación, si no hubiera criaturas que usaran oraciones al pro­ ferir o inscribir ejemplares de ellas. Cualquier enfoque completo del concepto de verdad debe relacionarlo con el intercambio lingüístico real. Más precisamente: la cuestión de si una teoría de la verdad es verdadera para un lenguaje dado (esto es, para un hablante o grupos de hablantes) tiene sentido sólo si las oraciones de este lenguaje tie­ nen un significado que es independiente de la teoría (de otra forma la teoría no es una teoría en el sentido usual, sino una descripción de un lenguaje posible). O para volver a la forma definicional preferida por Tarski; si puede plantearse la cuestión de si una definición de verdad realmente define la verdad para un lenguaje dado, el lenguaje debe tener una vida independiente de la definición (de otro modo la definición es meramente estipulativa: específica, pero no es verda­ dera de, un lenguaje). Si supiéramos en general lo que hace que una teoría de la verdad se aplique correctamente a un hablante o grupo de hablantes, podría plausiblemente decirse que entendemos el concepto de verdad; y si pudiéramos decir exactamente qué es lo que hace que una teoría tal sea verdadera, podríamos dar un tratamiento explícito —quizás una definición— de la verdad. La evidencia última, como opuesta a un criterio, para la corrección de una teoría de la verdad debe descansar en los hechos disponibles acerca de cómo los hablantes usan el len­ guaje. Cuando digo disponibles, quiero decir públicamente disponi­ bles —disponibles no sólo en principio, sino disponibles en la prác­ tica para cualquiera que sea capaz de entender al hablante o hablantes dcl lenguaje— . Puesto que todos nosotros entendemos a algunos hablantes de algunos lenguajes, todos nosotros debemos te­ ner evidencia adecuada para atribuir condiciones de verdad a las pro-

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fercncias de algunos hablantes; lodos nosotros tenemos, por tanto, una captación competente del concepto de verdad tal como se aplica a la conducta del habla de otros. ¿Hemos sentado ahora la cuestión de si la verdad es radicalmente no epistémica, como los realistas declaran, o básicamente epistémica, como mantienen otros? Podría decirse que la cuestión se ha sentado en favor de la concepción subjetiva o epistémica, puesto que hemos seguido una línea de argumento que llega a la conclusión de que lo que decide si una teoría de la verdad para un lenguaje es ver­ dadera es cómo se usa este lenguaje. Pero de hecho la cuestión no está sentada, porque los realistas podrían considerar que la cuestión de si la teoría es verdadera para un lenguaje o grupo de hablantes dado es de hecho empírica, pero sólo porque la cuestión de qué sig­ nifican las palabras es empírica; el problema de la verdad, puede considerarse, tiene todavía que responderse bien por la teoría misma o de alguna otra manera. ¿Contiene la teoría ya la respuesta? La contiene si hay funda­ mento para la afirmación de que una teoría de la verdad tipo Tarski es una teoría de la correspondencia, porque entonces la teoría debe en efecto definir a la verdad como correspondencia con la realidad —la forma clásica de realismo con respecto a la verdad--. Tarski mismo dijo que quería que sus definiciones de verdad «hagan justi­ cia a las intuiciones que apoyan a la concepción clásica de la verdad»', entonces cita la Metafisica de Aristóteles («decir de lo que es que es, o de lo que no es que no es, es verdadero»), y ofrece como una formulación alternativa La verdad de una oración consiste en su acuerdo (o correspon­ dencia) con la realidad. (Tarskiañade que la expresión ‘teoría de la correspondencia’ ha sido sugerida por esta manera de ver las cosas.) Yo mismo he argu­ mentado en el pasado que las teorías del tipo que Tarski enseñó a producir eran teorías de la correspondencia de un tipo Dije esto

" «The Scmantic Coiiccption of Tnith», pp. 342-3. Tarski también habla de oraciones «que de.scriben» «estados de cosas», ibicl., p. 345. Cf. «The Concept of Triith in horinalized Languages», p. 153, y «The ILstablisliment of Scientific Semantics», p. 403. ” En «True to thc Facls», en ¡nquirie.s into Truth and Interpretation. El argumento es este. La verdad se define sobre la base de la satisfacción: una oración del lenguaje objeto es verdadera si se satisface por cualquier sucesión de objetos sobre los que va­ ríen las variables de cuantificación del lenguaje objeto. Tómese ‘corresponde con’ por

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sobre la base de que no hay manera de dar tal teoría sin emplear un concepto como el de referencia o satisfacción que relaciona expre­ siones con objetos en el mundo. Me parece ahora que ha sido un error llamar a tales teorías teo­ rías de la correspondencia. Aquí está la razón por la que creo que fue un error. La queja habitual acerca de las teorías de la corresponden­ cia es que no tiene sentido sugerir que es posible de algún modo comparar las palabras o las creencias de uno con el mundo, puesto que el intento debe siempre concluir simplemente con la adquisición de más creencias. Esta queja fue expresada, por ejemplo, por Otto Neurath ’*, quien por esta razón adoptó una concepción de la verdad como coherencia; Cari Hempel ’’ ha expresado la misma objeción, hablando de la «fatal confrontación de enunciados y hechos» {ihid., p. 51). Rorty* ha insistido repetidamente, declarando simpatía por Dewey, en que una concepción de la verdad como correspondencia hace inútil al concepto de verdad. Yo he dicho más o menos lo mismo"". Esta queja contra las teorías de la correspondeneia no es co­ rrecta. Una razón por la que no es correcta es que depende de asumir que alguna forma de teoría epistémica es eorrecta; por tanto, sólo se­ ría una queja legítima si la verdad fuera un concepto cpistcmico. Si ésta fuera la única razón para rechazar las teorías de la correspon­ dencia, el realista podría simplemente repliear que su posición no ha

«salisTacc» y se habrá definido la verdad como correspondencia. La extrañeza de esta idea se hace evidente por la naturaleza antiintuitiva y artificial de las entidades a las que las oraciones «corresponden» y del hecho de que todas la oraciones verdaderas corresponderian a las mismas entidades. ■'* «Protokollsalzc,» Erkennmis, III (19.32/33): 204-214. «On tho Logical l'ositivist’s thcory of Truth», Aiwlyxis, II (1935): 49-59 (ed. casi.: «L.a teoría de la verdad de los positivistas lógicos», en este mismo volumen). Consequences o f Prasmatism, rdnlroduction»; también en «Pragtnatism, David■son and Truth», en Hrnest Lepore, ed., Truth and Interpretation: Pcrspectives on the Philosophy o f Donald Davidson (Nueva York: Blackwcll, 1986). La posición que tomo en el presente artículo estuvo influida por un intercambio entre Rorly y yo en la reunión de 1982 de la Pacific División o f the American Philosofical Associalion. Rorty me persuadió de que no llamara a mi posición ni una tcoria de la correspondencia ni una teoria de la coherencia; creo que yo le persuadí a él de abandonar la teoría pragmática de la verdad. «Pragmatism, Davidson and Truth» es una versión revisada de la conferencia de Rorty de 1982 en la reunión de la Pacific División. Para un ejemplo de uso de ‘correspondencia’ que ahora deploro, véase mi «A Cohcrencc Thcory of Truth and Knowledge», en Truth and Interpretation: Perspectives on the Philosophy o f Donald Davidson.

t e o r ía s d e l a

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sido tocada; él siempre mantuvo que la verdad era independiente de nuestras creencias o de nuestra habilidad para aprender la verdad. La objeción real a las teorías de la correspondencia es más sim­ ple; es que no hay nada interesante o instructivo a lo que las oracio­ nes verdaderas pudieran corresponder. Este punto fue señalado hace algún tiempo por C. I. Lewis"^; él desafió a los teóricos de la corres­ pondencia a localizar el hecho o parte de la realidad, o del mundo, al que una oración verdadera correspondía. Uno puede localizar obje­ tos individuales, si sucede que la oración los nombra o describe, pero inclusa tal localización sólo tiene sentido relativamente a un marco de referencia, y así presumiblemente el marco de referencia debe es­ tar incluido en lo que quiera que sea aquello a lo que la oración ver­ dadera corresponde. Perseguir e.sta línea de pensamiento llevó a Lewis a concluir que, si las oraciones verdaderas no corresponden a nada en absoluto, debe ser al universo como un todo; así, todas las oraciones verdaderas corresponden a la misma cosa. Frege, como sa­ bemos, alcanzó la misma conclusión a través de una línea de razona­ miento de algún modo similar. El argumento de Frege, si Alonzo Church tiene razón, puede formalizarse: empezando con las asun­ ciones de que una oración verdadera no puede hacerse corresponder a algo diferente mediante la sustitución de los términos singulares correferenciales, o mediante la sustitución de oraciones lógicamente equivalentes, es fácil mostrar que, si las oraciones verdaderas corres­ ponden a algo, todas ellas corresponden a la misma cosa. Pero esto es trivializar el concepto de correspondencia completamente; la rela­ ción de correspondencia no tiene ningún interés si sólo hay una cosa a la que corresponder, puesto que, como en cualquier caso de este tipo, la relación podría colapsar también en una propiedad simple: así, ‘o corresponde al universo’, como ‘o corresponde a (o nombra) lo Verdadero’, o ‘o corresponde a los hechos’ puede leerse de manera menos desorientadora como ‘o es verdadera’. Peter S tra w so n h a observado que las partes de una oración podrían corresponder a las partes del mundo (esto es, referir a ellas), pero añade.

” An Aiialysis o f Knowledge and Valuatum, La Salle, YL: Open Court, 1946, pp. 50-55. " El argumcnlo, atribuido a Frege por Church, puede encontrarse en Church: ¡nImdiiction lo Malhemalical Logic, Vol. 1, Princelon University Pres.s, 1956, pp. 24-25. El argumento de Frege se ensaya en mi «Truc to the Faets». “ «Truth», en Logico-Lingiiistic Papers, Londres: Methuen, 1971.

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Es evidente que no hay nada más en el mundo con lo que el enunciado mismo pueda relacionarse. [...] Y es evidente que la demanda de que haya tal relatum es lógicamente absurda. (...] Pero la demanda de algo en el mundo (¡ue haga verdadero al enunciado [...], o a ¡o que el enunciado co­ rresponda si es verdadero, es exactamente esta demanda [ií>íd., pp. 194-95].

Continúa él afirmando correctamente que, «mientras que deci­ mos ciertamente que un enunciado corresponde a (encaja, está so­ portado por, concuerda con) los hechos», esto es meramente «una variante de decir que es verdadero» (¿hic/.). La objeción correcta a las teorías de la correspondencia no es, entonces, que hagan de la verdad algo a lo que los humanos no pue­ den nunca aspirar legítimamente; la objeción real es más bien que ta­ les teorías no proporcionan las entidades a las cuales los vehículos de verdad (tanto si consideramos que éstos son enunciados, oracio­ nes o proferencias) puede decirse que correspondan. Si esto es co­ rrecto, y estoy convencido de que lo es, deberíamos cuestionar tam­ bién la asunción popular de que las oraciones, o sus ejemplares hablados, o las entidades o configuraciones en nuestros cerebros del tipo de las oraciones, puedan llamarse propiamente «representacio­ nes», puesto que no hay nada que ellas representen. Si abandonamos los hechos como entidades que hacen a las oraciones verdaderas, de­ beríamos abandonar las representaciones al mismo tiempo, porque la legitimidad de cada una de ellas depende de la legitimidad de la otra. Hay así una razón seria para sentir el haber dicho que una teoría de la verdad al estilo de Tarski era una forma de la teoría de la co­ rrespondencia. Mi razón básica para decirlo no era que hubiera co­ metido el error de suponer que las oraciones o proferencias de ora­ ciones correspondiesen a algo en un sentido interesante. Sino que yo estaba todavía bajo la influencia de la idea de que hay algo impor­ tante en la concepción realista de la verdad; la idea de que la verdad, y por tanto la realidad, son (excepto en casos especiales) indepen­ dientes de lo que cualquiera crea o pueda conocer. Así, yo promocioné mi concepción como un tipo de realismo, realismo con res­ pecto al «mundo exterior», con respecto al significado, y con respecto a la verdad ‘•h Los términos ‘realismo’ y ‘correspondencia’ estaban mal elegi­ dos porque sugerían el apoyo positivo a una posición, o a una asun­ ción de que hay una tesis positiva clara que adoptar, mientras que

«A CohcrcnceTheory of'Truth and Knowicdge», p, 307.

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todo lo que yo estaba justificado para mantener, y todo lo que mi po­ sición realmente implicaba con respecto al realismo y la verdad, era la concepción negativa de que las concepciones epistémicas eran fal­ sas. La concepción realista de la verdad, si tiene algún contenido, debe basarse en la idea de la correspondencia, correspondencia tal como se aplica a oraciones o a creencias o a proferencias —entida­ des que tienen un carácter proposicional—; y tal correspondencia no puede hacerse inteligible. Yo simplemente cometí el error de asumir que el realismo y las teorías epistémicas eran las únicas posiciones posibles. La única razón legítima que tenía para llamar a mi posición una forma de realismo era rechazar posiciones como el antirrealismo de Dummetl; estaba preocupado en rechazar la doctrina de que la rea­ lidad o la verdad dependían directamente de nuestras capacidades epistémicas. Hay una finalidad en este rechazo. Pero es inútil tanto rechazar como aceptar el slogan de que lo real y lo verdadero son «independientes de nuestras creencias». El único sentido positivo evidente que esta expresión puede tener, el único uso que se ajusta a las intenciones de aquellos que la valoran, deriva de la idea de la co­ rrespondencia, y ésta es una idea sin contenido'***. Rechazar la doctrina de que lo real y lo verdadero son indepen­ dientes de nuestras creencias, no es, por supuesto, rechazar la pero­ grullada de lo que equivocadamente puede pensarse que expresa: creer algo no es en general hacerlo verdadero. Porque aeeptar que la perogrullada es verdadera no nos compromete a decir que no hay ninguna conexión en absoluto entre la creencia y la verdad; debe ha­ ber alguna conexión si tenemos que relacionar la verdad de las pro­ ferencias con su uso. La cuestión es qué puede ser esta conexión. Distintas formas de subjetivismo —esto es, de posiciones que construyen la verdad a partir de un concepto epistcmico—- conectan los pensamientos, deseos, e intenciones humanas con la verdad de maneras bastante diferentes, y no puedo fingir haber hecho justicia a todas esas concepciones aquí. Lo mejor que puedo hacer es indicar por qué, a pesar de las diferencias entre las distintas posiciones, tiene sentido e.star insatisfecho con todas ellas.

* Arlhur Fine rechazó el realismo por algunas de las mismas razones que yo, y añadió una refutación espléndida de la tesis de que una concepción realista de la ver­ dad explica la práctica y el avance de la ciencia; «The Natural Ontological Atlitudc», en The Shaky Gome: Ein.nein, Realism and (he Quanlum Theoiy, Chicago: University Press, 1986.

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He clasificado a las teorías de la verdad como coherencia como epistémicas, y esto necesita una explicación. Una teoría pura de la verdad como coherencia debería mantener, supongo, que todas las oraciones de un conjunto consistente de oraciones son verdaderas. Quizás nadie ha mantenido nunca una teoría de tal tipo, porque es una locura. Aquellos que han propuesto teorías de la coherencia, por ejemplo, Neurath y Rudolf Carnap (en un tiempo), han dejado claro habitualmente que eran conjuntos de creencias, o de oraciones teni­ das por verdaderas, cuya consistencia era suficiente para hacerlas verdaderas; por eso clasifico a las teorías de la coherencia con las concepciones epistémicas: ligan la verdad directamente eon lo que se cree. Pero a menos que se añada algo más, esta concepción parece tan equivocada como Moritz Sclilick"- mantuvo que era (la llamó un «error asombroso»); la objección obvia es que son posibles muchos conjuntos consistentes diferentes de creencias que no son consis­ tentes entre sí'**. Hay teorías, similares en ciertos aspectos a la teoría de la cohe­ rencia, que tienen más o menos el mismo problema. Quine mantiene que la verdad de algunas oraciones, a las que llama oraciones observacionales, está directamente ligada a la experiencia (más precisa­ mente, a patrones de terminaciones nerviosas excitadas); otras ora­ ciones derivan su contenido empírico de sus conexiones con las oraciones observacionales y sus mutuas relaciones lógicas. La ver­ dad de la teoría resultante depende sólo de en qué medida sirva para explicar o predecir oraciones observacionales verdaderas. Quine plausiblemente mantiene que podría haber dos teorías igualmente ca­ paces de dar cuenta de todas las oraciones observacionales verdade­ ras, y sin embargo que ninguna de las teorías pueda ser reducida a la

" «Übcr das Fundament der Erkcnntni.s», Erkenntnis, IV (1934): 79-99, No toda teoría que relaciona la verdad con coajunlos consistentes de creencias está equivocada. Lo que debe añadirse a las teorías estándar de la coherencia es una apreciación no sólo de cómo se relacionan causalmenle y lógicamente las creencias enire sí, sino de cómo dependen los contenidos de una creencia de su conexión causal con el mundo. Discuto estos asuntos en la sección siguiente. Véase también mi «A Coherence Theory ol'Trulh and Knowledgc» y «Empirical Contení», en Trinh and Interpretation: Perspectivas on the PhUosophy of Dormid Davidson. Ahora me parece que es otro error terminológico más haber llamado a la tesis de «A Coherence Theory» una teoría de la coherencia. Explico por qué con más amplitud en «Allerthoughls, 1987», añadido a la reimpresión de «A Coherence Theory» que aparecerá en A. Malichowski, ed., Headinf; Roríy, Nueva York: Blackweil, 1990, pp, 136-8.

TEORÍAS DE LA CORRESPONDENCIA

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otra (cada teoría contiene al menos un predicado que no puede defi­ nirse usando los recursos de la otra teoría). Quine ha mantenido en diferentes momentos diferentes formas de pensar esta situación. De acuerdo con una de ellas, ambas teorías son verdaderas. No veo nin­ guna razón para objetar el punto de vista de que teorías empírica­ mente equivalentes (como quiera que se caracterice el contenido em­ pírico) sean verdaderas o falsas a la vez. De acuerdo con otro punto de vista de Quine, un hablante o un pensador en un momento dado opera con una teoría y, para él en ese momento, la teoría que está usando es verdadera y la otra teoría falsa. Si cambia a la teoría alter­ nativa, entonces ésta se convierte en verdadera y la teoría previa­ mente aceptada en falsa. La posición puede ilustrar lo que Quine quiere decir cuando dice que la verdad es «inmanente»'L Esta con­ cepción de la inmanencia o relatividad de la verdad no debe confun­ dirse con el sentido pedestre en que la verdad de una oración es rela­ tiva al lenguaje en el que aparece. Las dos teorías de Quine pueden pertenecer a, y estar expresadas en, el mismo lenguaje; de hecho, de­ ben estarlo si hemos de entender la afirmación de que las teorías es­ tán en conflicto. No es fácil ver cómo la misma oración (sin elemen­ tos deícticos), sin cambiar la interpretación, puede ser verdadera para una persona y no para otra, o para una persona dada en un mo­ mento y no en otro. La dificultad parece debida al intento de impor­ tar consideraciones cpi.stemológicas al concepto de verdad. El «realismo interno» de Putnam también hace a la verdad inma­ nente, aunque no, como ocurre en la concepción de Quine, relativa a una teoría, sino al lenguaje y al esquema conceptual completos que una persona acepta. Por supue.sto si todo esto significa que la verdad de las oraciones o profercncias es relativa a un lenguaje, esto resulta familiar y trivialmente correcto. Pero Putnam parece tener algo más en mente -por ejemplo, que una oración tuya y una oración mía pueden contradecirse entre sí, y sin embargo cada una ser verdadera «para el hablante»—. Es difícil pensar en qué lenguaje puede expre­ sarse esta posición coherentemente, no digamos ya persuasivamente.

Véase Ontotogical Relalivily and Oílwr Exsays (Nueva York; Columbia, 1969). Para el problema de Quine acerea de las teorías empíricamente equivalentes y mutuamente irreductibles véase .su «On Empirically I'.quivalcnt Systems ol tlic World», Erkenninix, IX (1975): 313-.328; Theories and Things, Cambridge: Harvard, 1981, pp. 29-30; L. E. Ilalm y P. A. Schilpp, eds., The Pbdosophy ofW. K Otdne, La Salle, IL: Opon Court, 1986, pp. 156:7.

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TEORIAS DE LA VERDAD EN EL SIGLO XX

La fuente del problema es de nuevo la necesidad que sentimos de ha­ cer a la verdad accesible. Putnam tiene claro que esta es la conside­ ración que le concierne. Identifica explícitamente la verdad con la asertabilidad justificada idealizada. Llama a esto una forma de rea­ lismo porque hay «una cuestión acerca de cuál sería el veredicto si las condiciones fueran suficientemente buenas, un veredicto acerca de qué opinión ‘convergería’ si fuéramos razonables» '". Añade que su punto de vista es «un tipo de realismo humano, una creencia de que hay una cuestión acerca de lo que es correctamente ascrtable por nosotros, como algo opuesto a lo que es correctamente asertable desde la perspectiva del ojo de Dios tan querida por el realismo metafísico clásico» (ihic/.). Uno sospecha que, si las condiciones bajo las cuales alguien está justificado idealmente para asertar algo se ex­ plicaran completamente, se haría patente que tales condiciones o bien permiten la posibilidad de error o que son tan ideales que hacen inútiles las pretendidas conexiones con las habilidades humanas. También es sorprendente que Putnam parece no tener ningún argu­ mento a favor de su posición excepto que la alternativa («el realismo metafísico» —esto es, una teoría de la correspondencia—) es ina­ ceptable. Él no argumenta que no puede haber otra posición. Putnam describe su posición cercana a la de Dummett en el punto central —el status epistemológico de la verdad- -. Una dife­ rencia es que Putnam está menos seguro que Dummett de que la ver­ dad está limitada a lo que es definidamente dcterminablc, y por tanto está menos seguro de que el principio de bivalencia deba abando­ narse; esto explica quizás por qué Putnam llama a su concepción una forma de realismo mientras que Dummett llama antirrealista a su po­ sición. Putnam piensa también que se diferencia de Dummett en que liga la verdad a la asertabilidad justificada idealizada en vez de a la asertabilidad justificada; pero aquí creo que una lectura cuidadosa de Dummett mostraría que él tiene más o menos la misma idea. Si Dummett no insiste en algo similar a las condiciones ideales de Put­ nam, creo entonces que se aplica una crítica a Dummett que Putnam formuló una vez; si la verdad depende de la asertabilidad justificada, la verdad puede «perderse», esto es, una oración puede ser verdadera para una persona en un momento y más tarde convertirse en falsa porque cambien las condiciones de justificación. Esto debe estar

“ Realism and Reason: Philosophical Papers, Vol. 1983, p. XVIII.

Nueva York; Cambridge,

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TEORÍAS DE LA CIORRESPONDUNCIA

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equivocado’’. Dummett dice que está de acuerdo en que la verdad no puede perderse, pero fracasa al dar una idea clara de cómo la aserta­ bilidad garantizada puede ser al mismo tiempo una propiedad fija y una propiedad que depende de la capacidad real de los hablantes hu­ manos para reconocer que se satisfacen ciertas condiciones. Las ca­ pacidades reales aumentan y disminuyen, y difieren de persona a persona; la verdad no. ¿Por qué sostiene Dummett esta concepción de la verdad? 1lay muchas razones, pero una parece ser está. Hemos visto que una teo­ ría de la verdad al estilo de Tarski ni define la verdad ni la caracte­ riza completamente; no hay forma de decir si la teoría se aplica a un hablante o grupo de hablantes a menos que se añada algo que rela­ cione a la teoría con los usos humanos del lenguaje. Dummett piensa que la única manera de hacer esto es hacer a la verdad humanamente reconocible. El uso humano del lenguaje debe ser una función de cómo entiende la gente el lenguaje, así si la verdad tiene que jugar algún papel en la explicación de qué es entender un lenguaje, debe haber algo, piensa Dummett, que cuente como c! que una persona tenga «evidencia concluyente» de que un enunciado es verdadero. Uno puede apreciar la fuerza de esta idea y encontrarla al mismo tiempo difícil de aceptar. He dado mi razón principal para recha­ zarla; que o bien es vacía o hace de la verdad una propiedad que puede perderse. Pero es importante darse cuenta que hay otras intui­ ciones fuertes que tendrían que sacrificarse si Dummett tuviera ra­ zón. Una es la conexión de la verdad eon el significado: en la con­ cepción de Dummett, podemos entender una oración como ‘Nunca se construirá una ciudad en este lugar’ sin tener idea de qué haría a esta oración verdadera (puesto que la oración, o una proferencia de ella, no tiene valor de verdad para Dummett). Otra es la conexión de la verdad con la creencia: en la concepción de Dummett, puedo en­ tender y creer que nunca se construirá una ciudad en este lugar, pero mi creencia no tendrá ningún valor de verdad. Parecería que, para Dummett, tener una creencia que uno expresa mediante una oración dada no es necesariamente creer que la oración es verdadera. Estaría tentado a seguir con Dummett si pensara que debemos elegir entre lo que Putnam llama realismo transcendental, esto es, la concepción de que la verdad es «radicalmente no epistémica», que

Putnam, «Rcference and Undcrslanding» y «Reply lo Dummctt’s Comment», en A. Margalit, ed., Meaning and Use, Dordrechl: Rcidel, 1979, pp. 226-8.

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TEORIAS DE LA VERDAD EK EL SIGLO XX

todas nuestras teorías y creencias mejor investigadas y establecidas podrían ser falsas, y la identificación de Dummett de la verdad con la asertabilidad garantizada, puesto que encuentro a la primera con­ cepción —esencialmente la concepción de la correspondencia— in­ comprensible, mientras que encuentro a la concepción de Dummett meramente falsa. Pero no veo razón para suponer que realismo y an­ tirrealismo, explicados en los términos del carácter radicalmente no epistémico o radicalmente epistémico de la verdad, sean las únicas maneras de dar fundamento a una teoría de la verdad o del signifi­ cado. Recapitulemos brevemente. En la primera sección de este ar­ tículo, rechacé las concepciones deflacionistas de la verdad, aquellas que enseñan que no hay nada más en el concepto de lo que Tarski ha mostrado cómo definir para lenguajes particulares. En esta sección, he argumentado que ciertos intentos familiares de caracterizar la ver­ dad que van más allá de dar contenido empírico a una estructura del tipo de las que Tarski nos enseñó a describir son vacíos, falsos, o confusos. No deberíamos decir que la verdad es correspondencia, coherencia, asertabilidad garantizada, asertabilidad justificada ideal­ mente, lo que es aceptado en la conversación de la gente adecuada, lo que la ciencia acabará manteniendo, lo que explica la convergen­ cia hacia teorías simples en la ciencia, o el éxito de nuestras creen­ cias comunes. En la medida en que realismo y antirrealismo depen­ den de una u otra de estas concepciones de la verdad deberíamos rechazar el sostener ninguno de los dos. El realismo, con su insisten­ cia en la correspondencia radicalmente no epistémica, pide más a la verdad de lo que podemos entender; el antirrealismo, con su limita­ ción de la verdad a lo que puede determinarse, priva a la verdad de su papel de síamíard intersubjetivo. Debemos encontrar otra manera de considerar el asunto.

III.

LOS CONTENIDOS DE LA VERDAD

Una teoría de la verdad, en contraste con una definición estipulativa de la verdad, es una teoría empírica acerca de las condiciones de verdad de todas las oraciones de algún Corpus de oraciones. Pero, por supuesto, las oraciones son objetos abstractos, formas, digamos, y no tienen condiciones de verdad excepto cuando hablantes y garabateadores los encarnan en sonidos y garabatos. Al final, una teoría de la verdad debe tratar con proferencias y escrituras de los usuarios

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del lenguaje; el papel de las oraciones en una teoría es meramente hacer posible el tratar con tipos de proferencias e inscripciones, tanto si estos tipos particulares se realizan como si no. Introducir oracio­ nes sirve así para dos propósitos: nos permite hablar de todas la pro­ ferencias e inscripciones reales del mismo tipo de una vez; y nos permite estipular cuáles serían las condieiones de verdad de una proferencia o inseripción de un tipo dado en el caso de que fuera profe­ rida. (Por cuestiones de brevedad, a partir de ahora me referiré a los actos de escribir como proferencias de la misma manera que a sus contrapartidas audibles.) Aunque a veces podemos decir que un grupo habla con una sola voz, las proferencias son esencialmente personales; cada proferencia tiene su agente y su tiempo. Una proferencia es un suceso de un tipo especial, una acción intencional. Las teorías de la verdad se ocupan en primer lugar de las proferencias oracionales, proferencias que, cualquiera que sea su gramática superficial, deben tratarse como proferencias de oraciones. La primacía de las oraciones o de las pro­ ferencias oracionales la dicta el hecho de que la teoría ofrece condi­ ciones de verdad para, y la verdad se predica de, oraciones, en cuanto proferidas en ocasiones particulares por hablantes particula­ res. A parte de las condiciones verbales de éxito, no hay razón para no llamar a la proferencia de una oración, bajo las condiciones que hacen verdadera a la oración, una proferencia verdadera. Una teoría de la verdad hace más que describir un aspecto de la conducta hablada de un agente, porquc.no sólo da las condiciones de verdad de las proferencias reales del agente; también especifica las condiciones bajo las que la proferencia de una oración sería verda­ dera si fuera proferida. Esto se aplica tanto a las oraciones proferidas realmente, diciéndonos lo que hubiera sido el caso si aquellas ora­ ciones hubieran sido proferidas en otros momentos o bajo otras cir­ cunstancias, como a oraciones no proferidas nunca. La teoría des­ cribe así una cierta habilidad compleja. Una proferencia tiene ciertas condiciones de verdad sólo si el ha­ blante pretende que sea interpretada como teniendo aquellas condi­ ciones de verdad. Consideraciones morales, sociales, o legales pue­ den a veces invitarnos a negar esto, pero no creo que las razones para tales excepciones revelen nada importante acerca de lo que es básico para la comunicación. Alguien podría decir algo que fuera normal­ mente ofensivo o insultante en un lenguaje que cree que sus oyentes no entienden; pero en este caso su audiencia para el propósito de in­ terpretación es sólo, obviamente, el hablante mismo. Un malapro-

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TEORÍAS DE LA VERDAD EN EL SIGLO XX

pismo o desliz de lengua, si significa algo, significa lo que el que lo piomulga pretende que signifique. A algunos les gusta inantener que los significados de las palabras son mágicamente independientes de las intenciones del hablante; por ejemplo, que dependen de cómo ha­ bla la mayoría de, o los mejor informados, o los mejor nacidos de la comunidad en la que el hablante vive, o quizás de cómo hablarían si tuvieran el suficiente cuidado” . Esta doctrina implica que un ha­ blante puede ser perfectamente inteligible para sus oyentes, puede ser interpretado exactamente como él pretende que se le interprete, y sin embargo puede no saber lo que quiere decir mediante lo que dice. Cieo que esta concepción, aunque ha sido ingeniosamente elaborada y defendida no revela ningún interés filosóficamente serio acerca de la naturaleza de la verdad o del significado (aunque puede tener mu­ cho que ver con maneras buenas o aceptables, y puede representar una intención, o incluso algún tipo de responsabilidad social por parte de algunos hablantes) Para el propósito de la empresa pre­ sente, el de entender la verdad y el significado, deberíamos, creo, mantenernos tan cerca como sea posible de lo que el hablante pone directamente a disposición de la audiencia, y éste es el estado relevante de la mente del hablante. Lo que importa para la comunicación lingüística con éxito es la intención del hablante de ser interpretado de una cierta manera, por una parte, y la interpretación real de las palabras del hablante en las líneas pretendidas a través del reconoci­ miento del intérprete de las intenciones del hablante, por otra’f

” Saiil Kripke atribuye una concepción de este tipo a Willgenstein en Wittgenstein on Rules and Prívate Language, Nueva York: Blackwell, 1982, y la acepta tentativa­ mente. Para una versión diferente, véanse los numero.sos trabajos de Tyier Biirge sobre antiindividiialismo, por ejemplo, «Individualism and the Mental», en P. French, T. Uehling, H. Wettstein, eds., Midwest Studies in PhUosophy, volumen 4, Minneápolis: Minnc,sota UP, 1979, pp. 73-121; «Individualism and Psycliology», Philosuphical Review, XCV (1986): 3-46; «Wherein is Languaje Social?» en A. George, ed., Reflecr/o/í.von CVtomiAj', Nueva York: Blackwell, 1989, pp. 176-191. ’• Véase mi «Knowing One’s Own Mind», Proceedings and Addresses o f the Ame­ rican PhilosophicalAssociation, LX (1987): 441-458. La influencia de H. P, Grice; «Meaning», The Philosophical Review, LXVl 0957). 377-388, será evidente aquí. Mi caracterización de la comunicación con éxito deja abierto un rango de posibilidades acerca de la cuestión de qué quiere decir un ha­ blante mediante sus palabras en una ocasión. Puesto que el hablante debe pretender ser interpretado de una cierta manera, debe creer que su audiencia está equipada para interpretar sus palabras de esta manera. Pero ¿cómo de justificada tiene que ser esta creencia y cuán aproximadamente correcta? No creo que nuestros estándares para de­ cidir lo que significan las palabras de alguien, en cuanto habladas en una ocasión

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La aproximación que estoy siguiendo no coloca ningún peso es­ pecial en el concepto de un lenguaje en cuanto algo compartido por hablante e intérprete, o por un hablante y su comunidad de habla, excepto en este sentido; aunque la comunicación mediante el habla no requiere, hasta donde puedo ver, que ninguno de los dos hablan­ tes hable de la misma manera, sí exige, por supuesto, una coinci­ dencia entre cómo los hablantes pretenden que se les interprete y cómo los entienden sus intérpretes. Esta exigencia tiende sin duda a animar a la convergencia en la conducta hablada entre aquellos que intercambian palabras, dependiendo del grado de factoies como el status económico y social compartido, los antecedentes ét­ nicos y educacionales, etc. Que la convergencia exista es de tan amplia importancia práctica que podríamos exagerar tanto su grado como su significación filosófica. Pero creo que hacemos bien en ignorar esta cuestión práctica al construir teorías del significado, de la verdad, y de la comunicación lingüística ” . Trataré, por tanto, a las teorías de la verdad como si se aplicaran en primei lugar a ha­ blantes individuales en distintos períodos o incluso momentos de sus vidas. Una teoría de la verdad liga al hablante con el interprete: des­ cribe a la vez las habilidades y prácticas lingüísticas del hablante y da contenido a lo que el intérprete erudito conoce que le permite captar el significado de las profercncias del hablante. Esto no es de­ cir que o el hablante o el intérprete sean conscientes o tengan cono­ cimiento proposicional de los contenidos de una teoría tal. La teoría describe las condiciones bajo las cuales una preferencia de un ha­ blante es verdadera, y asi no dice nada directamente acerca de lo que el hablante sabe. La teoría, sin embargo, implica algo acerca del con­ tenido proposicional de ciertas intenciones del hablante, a saber, las intenciones de que sus preferencias se interpreten de una cierta ma­ nera. Y aunque ciertamente el intérprete no necesita tener conoci­ miento explícito de la teoría, la teoría proporciona la única manera de especificar la infinidad de cosas que el intérprete sabe acerca del hablante, a saber, las condiciones bajo las cuales cualquiera de entre

dada, sean lo suficientemente firmes como para permitirnos trazar una línea nítida en­ tre una intención fallida de que las palabras de uno tengan un cierto significado y un éxito en el significado acompañado por una intención fallida de ser intepretado como se pretendía. . . . , ,, “ Véase mi «Communication and Convention», en Inquines inw Truth and Jníerpretation.

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TliORÍAS DE LA VERDAD EN EL SIGLO XX

un número indefinidamente amplio de oraciones del hablante sería verdadera si fuera proferida. Debe haber por supuesto algún sentido en que hablante c intér­ prete hayan internalizado una teoría; pero esto no es más que el he­ cho de que el hablante es capaz de hablar como si creyera que el intérpicte lo interpretaría de la manera en que la teoría describe, y el hecho de que el intérprete está preparado para interpretarlo así. Todo lo que necesitaríamos de una teoría de la verdad para un hablante es que sea tal que, si un intérprete tuviera conocimiento proposicional explícito de la teoría, sabría las condiciones de verdad de las proferencias del hablante Una teoría de la verdad para un hablante es una teoría del signifi­ cado en este sentido, que el conocimiento explícito de la teoría bas­ taría para entender las preferencias de este hablante. Consigue esto al describir el núcleo crítico de la conducta lingüística real y poten­ cial del hablante, en efecto, cómo el hablante pretende que sus proferencias sean interpretadas. El tipo de comprensión involucrada se restringe a lo que podríamos también llamar el significado literal de las palabras, mediante lo cual quiero decir, más o menos, el signifi­ cado que el hablante pretende que el intérprete capte, cualquiera que sea la significación o la fuerza posterior que el hablante quiera que el intérprete desentrañe” .

Esto es, poi supuesto, muclio más de lo que ofrece cualquier teoría que nadie haya sido capaz de ofrecer para ningún lenguaje natural. La condición no es, por tanto, una que sabemos que puede satisfacerse. Sabemos, por otra parte, cómo produ­ cir una teoría tal para un fragmento poderoso, quizá autosiificiente, del inglés y de otros lenpajes naturales, y esto es suficiente para dar contenido a la idea de que la incoi poración del concepto de verdad a una teoría ofrece una intuición acerca de la na­ turaleza del concepto. Podríamos tener que conformarnos al final con un sentido mu­ cho menos preciso de ‘teoría’ de los que Tarski tenía en la mente. Me estoy saltando un grupo de problemas bien trabajado, tales como proporcionar las condiciones de verdad de los condicionales subjuntivos, de los imperativos, inteiiogalivas, enunciados éticos, etc. He discutido (aunque ciertamente no solucionado) la mayoría de estos problemas en otra parle. ílay una intención no tocada por una teoría de la verdad que un hablante debe pretender que un intérprete perciba, \njiierza de la proferencia. Un intérprete debe, si es que entiende al hablante, ser capaz de decir si una proferencia pretende ser un chiste, una aserción, una orden, una pregunta, y así sucesivamente. No creo que haya reglas o convenciones que gobiernen este aspecto esencial del lenguaje. Es algo que los usuarios del lenguaje pueden transmitir a los oyentes y que los oyentes pueden de­ tector suficientemente a menudo; pero esto no muestra que estas habilidades puedan regimentarse. Creo que hay razones fundadas para pensar que no es posible nada

TEORÍAS DE LA CORRESPONDENCIA

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La tesis de que una teoría de las condiciones de verdad ofrece un enfoque adecuado de lo que se necesita para entender los significa­ dos literales de las proferencias está, por supuesto, muy discutida, pero puesto que he argumentado a favor de ella ampliamente en otro sitio, trataré en su mayor parte la tesis aquí como una asunción. Si la asunción está equivocada, muchos de los detalles a los que voy a descender acerca de la aplicación del concepto de verdad se verán amenazados, pero el enfoque general, creo, permanecerá válido.^ Una teoría de la verdad, considerada como una teoría empírica, se contrasta por sus consecuencias relevantes, y éstas son las oraciones-T implicadas por la teoría. Una oración-T dice de un hablante particular que, en cualquier momento que él profiera la oración dada, la proferencia será verdadera si y sólo si se satisfacen ciertas condiciones. Así las oraciones-T tienen la forma y la función de le­ yes naturales; son bicondicionales universalmentc cuantificados, y como tales se entiende que se aplican contrafácticamente y que se confirman mediante sus instancias Así, una teoría de la verdad es una teoría para describir, explicar, entender, y predecir un aspecto básico de la conducta verbal. Puesto que el concepto de verdad es central a la teoría, tenemos justificación para decir que la verdad es un concepto explicativo de importancia crucial. La cuestión que queda es: ¿cómo confirmamos la verdad de una oración-T? La cuestión es un tipo de cuestión que se plantea con res­ pecto a muchas teorías, tanto en las ciencias físicas como en psicolo­ gía. Una teoría de la medida fundamental del peso, por ejemplo, afirma en forma axiomática las propiedades de la relación entre x des(~’ s), y

Puesto que tanto la negación como la conjunción pueden defi­ nirse en términos de la barra de Sheffer ‘|’ («no a la vez»), (4) puede reescribirse:

TEORIAS Dli I.A CORRHSPONDl-NCTA

(5)

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Si dcs(s) > des((t|u)l({t|u)|(t|u))) entonces des((tlu)|((t|u)|(t|u))) des(s|s), y si dcs((t|u)|((t!ii)|(t|Li))) > des(s) entonces des(s|s) ((des((t|u)j((t|u)|(t|u))).

El interés de (5) para los propósitos actuales es éste. Si asumi­ mos que ‘I’ es algún operador veritativo-funcional arbitrario que forma oraciones a partir de pares de oraciones, entonces se cumple lo siguiente: si (5) es verdadero para todas las oraciones s, t, y u, y para algún s y t, des(s|s) des(t|t), entonces ‘|’ debe ser la barra de Sheffer (debe tener las propiedades lógicas de «no a la vez»); nin­ guna otra interpretación es posible*''. Así, los datos que involucran sólo preferencias entre oraciones, cuyos significados son desconocidos para el intérprete, ha llevado (dada las restricciones de la teoría) a la identificación de una conec­ tiva oracional. Puesto que todas las oraciones lógicamente equivalen­ tes son iguales en deseabilidad, es ahora posible interpretar todas las otras conectivas oracionales veritativo-funcionales, puesto que todas son definibles en términos de la barra de Sheffer. Por ejemplo, si se encuentra que para toda oración s, dcs(s|s) = des(“’ s) podemos concluir que la tilde es el signo de negación. Ahora es posible medir la deseabilidad y probabilidad subjetiva de todas las oraciones, porque la aplicación de fórmulas como (2) y (3) exige la identificación sólo de las conectivas oracionales veritativo-funcionalcs. Así, está claro a partir de (3) que, si dos oraciones son iguales en deseabilidad (y se prefieren a una verdad lógica) y sus negaciones son también iguales en deseabilidad, las oraciones deben tener la misma probabilidad. Por lo mismo, si dos oraciones son iguales en deseabilidad (y se prefieren a una verdad lógica), pero la negación de una se prefiere a la negación de la otra, entonces la probabilidad de la primera es menor que la de la segunda. Esto, junto con los apropiados axiomas de existen­ cia, es suficiente para establecer una escala de probabilidad. Entonces es fácil determinar las deseabilidades relativas de todas las oraciones ® Estoy en deuda con Slig Kangecn por mostrarme por qué un intento anterior |)ara solucionar esta problema no íuncionaria. También él añadió algunos refinamicnto.s necesarios a la propuesta actual. ™ Para los detalles véase Jeffrey, The Logic q f Decisión.

206

TliORlAS DE LA VlíRDAD EN EL SKiLO XX

En este punto las probabilidades y deseabilidades de todas las oraciones han sido en teoría determinadas. Pero ninguna oración completa ha sido todavía interpretada, aunque las conectivas oracio­ nales veritativo-funcionales han sido identificadas, y así las oracio­ nes lógicamente verdaderas o falsas en virtud de la lógica oracional pueden reconocerse. I lemos mostrado cómo interpretar las oraciones más simples so­ bre la base de (grados de) creencia en su verdad. Dados los grados de creencia y fuerzas de deseo relativas de la verdad de las oraciones interpretadas, podemos dar un contenido preposicional a las creen­ cias y deseos de un agente.

B.

TEORÍAS NO SEMANTICAS

RUDOLF CARNAP OBSERVACIONES SOBRE LA INDUCCIÓN Y LA VERDAD (1946)

E dición

original :

— «Remarks on Induction and Truth», F h iio so p h y logical Research, 6 (1946), pp. 590-602.

a n d P henoineno-

castellana : Inédito. Reproducimos el texto - -traducido— con autorización expresa de la empresa editora original.

E dición

T raducción : J.

Rodríguez Alcázar.

O í ROS ENSAYOS DEL AUTOR SOBRE EL MISMO TEMA:

— «Die alte und die neue Logik», E rkenntnis, I (1930), pp. 12-26. — «Wahrheit und Bewahrung», A c íe s d u C ongrés In le rn a tio n a l P hilo so p h ie S cien tifiq u e, fase. 4, París, 1936, pp. 18-23. B ibi

de

iografía complementaria :

— Coila, A., «Carnap, Tarski and the search for Truth», N ons, 21 (1987), pp. 547-572. — W. Stegmüllcr, D a s ¡Vahrheitsprobiem u n d d ie Id e e d e r Sem anlik. B ine E in fiih n m g in die T h eo rien von A. Tarski im d R. C arnap,

Springer, Viena, 1957. — A. J. Ayer, «Truth», en The c o n c e p t o f a P erson a n d o th e r E ssays, McMillan & Co., Londres, 1963, pp. 162-187 (ed. cast.: «La ver­ dad», en E l co n cep ío d e p e r so n a , Seix Barral, Barcelona, 1969, pp. 201-230). [207]

208

TEORIAS Dfi LA VERDAD UN EL SIGLO XX

O bservaciones: El ensayo «Rcmarks on Induction and Truth» es una versión revisada de la ponencia «Wahrheit iind Bewahpung», referida anteriormente.

1.

OBSERVACIONES GENERALES EN TORNO AL SIMPOSIO SOBRE PROBABILIDAD'

Tras leer las ponencias presentadas a este simposio sobre pro­ babilidad, encuentro que las opiniones de Ernest NageD, Félix Kaufinann^ y Donaki Williams■*coinciden con las mias en muchos aspectos fundamentales. El acuerdo no se limita a la actitud empirista general, compartida por más o menos todos los participantes en el simposio. También coincidimos en algunas convicciones más específicas; en que el concepto de probabilidad como frecuencia, por sí solo, no es suficiente; en que resulta imprescindible para el método científico dar con un concepto diferente de probabilidad, y en que éste es un concepto lógico fundamental para la contrastación de hipótesis a partir de la evidencia dada y, por tanto, para la inferencia no demostrativa. Tengo la impresión de que la diferen­ cia principal que separa en dos bandos a los participantes en este simposio tiene que ver con la cuestión de la existencia y la fun­ ción de ese concepto lógico de probabilidad o, en otras palabras, con la posibilidad y la naturaleza de la lógica inductiva, entendida como la teoría lógica de la confirmación y de la inferencia no de-

' La revista l-’hihsophy and Pbenomcnolof’iad Research reunió contribuciones de diversos autores en sus volúmenes V y VI bajo el epígrafe de «A Symposinm on Probability». Los artículos aparecieron agrupados en tres partes. La primera (vol. V 1944-45, n. 4) incluye artículos de R. Carnap, E. Nagel, H. Reichenbach y Donald Williams. La segunda (vol. VI, 1945-46, n. 1), de G. Bergmann, F. Kaufmann, H. Margeneau, R. von Mises y Donald Williams. Finalmente, en la tercera parte del «Symposiurn» (vol. VI, 1945-46, n. 4) aparecen trabajos de R. Carnap (uno de ellos, el cpie aquí incluimos), R. von Mises, E. Nagel y D. Williams. (N. del T.) - E. Nagel, «Probability and Non-Demonstrative Infercncc», Philosophy and Phenonicnoíof'ical Research, vol. V (1945), pp. 485-5(17. ' r-'clix Kaufmann, «Scicntific Procedure and Probability», he. cit., vol. VI (1945), pp. 47-66. Donald Williams, «On tlie Derivation oF Probabilities from Ercqucncies», he. cit., vol. V (1945), pp. 449-484; “The Chalicnging Situation in the Philosophy of Pro­ bability”, loe. di., vol. VI (1945), pp. 67-86.

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mostrativa^ Tanto Jlans RcichenbaclV como Richard von Misesrechazan toda concepción de la lógica inductiva que no considere a ésta una teoría incluida en la de frecuencias. Sin embargo, existe una importante diferencia entre las posiciones de estos dos auto­ res: Reichenbach se percató bastante pronto de la necesidad de una teoría de la inducción y ha tratado la cuestión en muchos de sus escritos. La discrepancia entre su posición y la que yo com­ parto con los autores mencionados más arriba se reduce al carácter especial de su teoría de la inducción. En efecto, Reichenbach identifica el concepto básico de su teoría, el de «peso», con el concepto de probabilidad como frecuencia. Por su parte, von Mi­ ses niega la necesidad e, incluso, la posibilidad de una teoría de la confirmación (o sea, de la inferencia no demostrativa o, usando mi terminología, de la probabilidad,) que sea exacta, científica y ob­ jetiva (esto es, no meramente psicológica)*

' Cfr. R. Carnap, «The Two ConcepLs of Probability», loe. cii., vol. V (1945), pp. 513-5.32, y R. Carnap, «On Inductivc Logic», Philosophy o f Science, vol. XII (1945), pp. 72-97. (Este último artículo apareció a la vez que la primera parte clcl Simposio sobre Probabilidad; los demás autores no conocían su contenido cuando es­ cribieron sus contribuciones para la.s partes segunda y tercera.) “ 11. Reichenbach, «Rcply to Donald C. Williams’ Crilicism ofthe Prequeney'fheory of Probability», Philo.sophy and Phenomenologicul Research, vol. V (1945), pp. 508512. ’ Cfr. R. von Ntises, «Commcnls on Donald Williams’ Paper», ¡oc. cit., vol. VI (1945), pp. 45 ss., y von Mises, «Comments on Donald Williams’ Reply», loe. cit., pp. 611-613. * Quisiera aprovechar la oportunidad para aclarar algunos puntos en los que von -Mises no ha entendido adecuadamente mi posición (cfr. su segunda contribución, nota anterior). (1) He propuesto los términos ‘e.xplicandwn' y 'e.xplicaliim’ meramente como dos abreviaturas con las que referirme a dos conceptos utilizados frecuentemente por los científicos, incluido von Mises, y por los filósofos en sus discusiones en torno a la metodología de la ciencia. Por señalar un ejemplo notorio, la «teoría de la probabili­ dad» de von Mises introduce el concepto de límite de una frecuencia relativa en una secuencia con una distribución al azar (él lo llama «probabilidad») como un sustituto exacto del usual pero inexacto concepto de frecuencia relativa a largo plazo (llamada también a veces «probabilidad»). Así que, dicho con mi terminología, él propone el primer concepto como un explicatum para el segundo, que sería el explicandum. Me sorprende que von Mises considere mis conceptos de explicandum y explicatum como “un tanto metafísicos». Supongo que, con todo, él está de acuerdo conmigo en que su propia teoría, aunque basada en una explicación, no es de naturaleza metafísica sino genuinamente científica. (Por cierto, no puedo estar de acuerdo con von Mises en lo concerniente a la región del reino científico a la que pertenece su teoría. Aquí, como en publicaciones anteriores, von Mises sostiene que su teoría de la probabilidad es

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A pesar de estar yo de acuerdo en lo fundamental con Nagel, Kaufmann y Williams, quedan algunos asuntos en los que nuestras opiniones difieren. Resulta tentador discutir todos esos problemas, y estoy convencido, dado nuestro acuerdo en lo principal, de que la discusión en torno a cualquiera de ellos resultaría fructífera. Sin em­ bargo, en el presente artículo voy a limitarme a discutir dos cuestio­ nes. Dichas cuestiones me parecen especialmente importantes y, por otra parte, la discusión previa ha despejado el terreno lo suficiente como para que sea posible avanzar un paso más hacia la clarifica­ ción. En su excelente resumen del simposio, Kaufmann nos ha pro­ porcionado un claro esquema de las diversas posiciones y las dife-

onipíricii, una lama de ciencias nauiiaics como la física. .Sin embargo, aunque sus leorcmas se icricran a acontccimionios múltiples son, de forma bastante evidente, pura­ mente analitieos: las pi'ucbas tic esos teoremas, a diferencia de lo que ocurre con ejemplos de aplicaciones, no hacen uso de ningún resultado obscrvacional que tenga que ver con esos acontecimientos múltiples, sino únieamenle de métodos lógico-matcmálieos y de su definición do «probabilidad». Su teoria, por tanto, pertenece a las ma­ temáticas puras, no a la tísica. !■. Waismann ha di.sculido en detalle y ha aclarado por completo esta cuestión en las pp. 2.^9 ss. de su articulo «Logischc Analy.se des VVahrscheinliehkeilsbcgriffs», en lükeim/ni.s, vol. I, 1930, pp. 228-248.) (2) No se caracteriza adecuadamente mi distinción entie probabilidad^ y proba­ bilidad, diciendo que el .segundo de estos conceptos se aplica a aconleeimienlos múlti­ ples o a juegos de azai', en tanto que el primero es el grado de confirmación de un solo suceso. En realidarl, el ámbito tle la probabilidad, o grado de confirmación no se res­ tringe a acontecimientos individuales sino que se aplica a lodo tipo de oraciones, como explique en mi artículo aiilei'ior. Oc hecho, la mayoría de las aplicaciones más importantes de este concepto se realizan con acontecimientos múltiples, con afirma­ ciones estadísticas relativas a frecuencias en una cierta población o en una muestra de ésta. (Cfr. los ejemplos de teoremas relativos al grado de confirmación que aparecen en mi artículo «On Inductive Logic» (cfr. n. .5), ijij 9, 10, 12, I3.J La diferencia funda­ mental es más bien la siguiente: la expresión ‘probabilidad,’ designa una función em­ pírica, a saber, la frecuencia relativa, en tanto que ‘probabilidad,’ dc.signa una cierta relación lógica entre oraciones; estas oraciones, a su vez, pueden referir o no a fre­ cuencias. (3) Von .Mises .se pregunta si estoy abandonando mi anterior convicción de que lotla oración (verdadera) o bien es una verdad lógica (analítica, tautológica) o bien es una vertiad empírica, en el caso de aciucllas oraciones (verdaderas) que establecen el valoi' de probabilitlad, o grado de confirmación de una hipótesis /? con respecto a una evidencia dada e (por ejemplo, "c(h,e) ~ — J. Barwise, J. Etcheméndy, The Liar: Án Essdy orí Truth afta cífcu^ ■ /ar/íy, Oxford TJniv. Press, 1987. /» c^ ., — R. T. Garner, «On saying what is truc», Pom, 6 (1972), pp. 201-223.- '

1. ‘¿Que es la verdad?’ dijo bromeando Pilatos, y no esperaría una respuesta. Pilatos se adelantó a su época. Pues ‘verdad’ misma [225]

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es un nombre abstracto, es decir, un camello de una construcción ló- ^ gica, que no puede pasar por el ojo ni siquiera de un gramático. Nos ’ acercamos a ella gorro y categorías en mano: nos preguntamos si la Verdad es una sustancia (la Verdad, el Cuerpo del Conocimiento), o una cualidad (algo como el color rojo, que inhiere en las verdades), o una relación (‘correspondencia’) '. Pero los filósofos deberían en­ frentarse con algo más a su medida para esforzarse con ello. Lo que más bien necesita discusión es el uso, o ciertos usos, de la palabra ‘verdadero’. In vino posiblemente, ‘veritas' pero en un sobrio sim­ posio ‘verum 2. ¿Qué es lo que decimos que es verdadero o es falso? O ¿cómo ocurre la expresión ‘es verdadero’ en las oraciones castella­ nas? Las respuestas aparecen al punto abigarradas. Decimos (o se dice que decimos) que las creencias son verdaderas, que las des­ cripciones o relatos son verdaderos, que las proposiciones o aser­ ciones o enunciados son verdaderos, y que las palabras o las ora­ ciones son verdaderas; y esto por mencionar sólo una selección de los candidatos más obvios. Además, decimos (o se dice que deci­ mos) ‘Es verdad que el gato está sobre la alfombra’, o ‘Es verdad decir que el gato está sobre la alfombra’, o ‘«El gato está sobre la alfombra» es verdad’. También observamos en ocasiones, cuando otra persona ha dicho algo, ‘Muy verdadero’, o ‘Eso es verdad’, o ‘Y tan verdad’. La mayoría (aunque no todas) de estas expresiones, y otras ade­ más, ciertamente ocurren bastante naturalmente. Pero parece razona­ ble preguntarse si no hay algún uso de ‘es verdadero’ que sea pri­ mario, o algún nombre genérico para aquello que en el fondo siempre estamos diciendo que ‘es verdadero’. ¿Cuál, si es que al­ guna, de estas expresiones ha de tomarse al pie de la letra? Respon­ der a esto no nos llevará mucho, ni, quizá, muy lejos; pero en filoso­ fía el pie de la letra es el pie de la escaleraL Sugiero que las siguientes son las formas primarias de expresión: Es verdad (decir) que el gato está sobre la alfombra. Este enunciado (suyo, etc.) es verdadero.

' F.s suficientemente obvio que ‘verdad’ es un sustantivo, 'verdadero’ un adjetivo, y ‘de’ en ‘verdadero de’ una preposición. ^ El Juego de palabras de Auslin — íhe foot ofihe leíler i.s ílie foot o f ihe kukier— es intraducibie (;V. de¡T.)

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El etuinciado de que el galo está sobre la alfombra es verdadero. Pero primero los candidatos rivales. a) Algunos dicen que ‘la verdad es primariamente una propiedad de las creencias’. Pero puede dudarse de si la expresión ‘una creencia verdadera’ es en absoluto común fuera de la filosofía y de la teolo­ gía; y parece claro que se dice que un hombre mantiene una creencia verdadera cuando y en el sentido de que el cree (en) algo que es ver­ dadero, o cree que algo que es verdadero es verdadero. Además si, como algunos también dicen, una creencia es ‘de la naturaleza de una figura’, entonces es de la naturaleza de lo que no puede ser ver­ dadero, aunque puede ser, por ejemplo, fieE. ó) Las descripciones verdaderas y los relatos verdaderos son simplemente variedades de enunciados verdaderos o de colecciones de enunciados verdaderos, como lo son las respuestas verdaderas y cosas por el estilo. Lo mismo se aplica también a las proposiciones, en la medida en que de ellas se dice genuinamentc que son verda­ deras (y no, como es más común, sensatas, sostenibles y demás) L Una proposición legal o geométrica es algo portentoso, usualmente una generalización, que somos invitados a aceptar y que tiene que ser recomendado mediante argumento; no puede ser un informe di­ recto basado en la observación actual —si miras y me informas de que el gato está sobre la alfombra, eso no es una proposición, aun­ que es un enunciado—. En filosofía, realmente, ‘proposición’ se usa a veces de un modo especial como ‘el significado o sentido de una oración o familia de oraciones’; pero si pensamos un poco o un mucho en esta usanza, una proposición en este sentido no puede, en ningún caso, ser lo que decimos que es verdadero o falso. Pues nunca decimos ‘El significado (o sentido) de esta oración (o de es­ tas palabras) es verdadero’; lo que decimos es lo que el juez o el ju­ rado dice, es decir, que ‘Las palabras tomadas en este sentido, o si les asignamos tal y cual significado, o interpretadas o entendidas así, son verdaderas’. cj De las palabras y de las oraciones se dice realmente que son verdaderas, de las primeras con frecuencia, de las últimas raramente.

■' Un parecido es verdadero n la vida, pero no verdadero de ella. Una palahiv-ñgura puede ser verdadera, preeisamente porque no es una figura. ■■ Predicados aplicables también a ‘argumentos’, de los que igualmente no deci­ mos que .son verdaderos, sino, por ejern|.>lo, válidos.

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Las palabras tal como son discutidas por filólogos, o por lexicógra-í fos, gramáticos, lingüistas, fonetistas, impresores, críticos (csti-| lísticos o textuales), etc., no son verdaderas o falsas; son formadas! incorrectamente, o ambiguas, o defectuosas, o intraducibies, o im-f pronunciables, o mal pronunciadas, o arcaicas, o corruptas o cosas por el estilo^ Las oraciones en contextos similares son elípticas, o; compuestas, o aliterativas o agramaticalcs. Podemos, sin embargo, * decir gcnuinamente ‘Sus palabras finales eran muy verdaderas’ o ‘La tercera oración de la página 5 de su discurso es totalmente falsa’; pero aquí ‘palabras’ y ‘oración’ se refieren, como es mostrado por los demostrativos (pronombres posesivos, verbos temporales, des­ cripciones definidas, etcétera), que las acompañan constantemente en esta usanza, a las palabras o a la oración en cuanto usadas por una determinada persona en una determinada ocasión. Es decir, se re­ fieren (como lo hace ‘Muchas palabras verdaderas dichas en broma’) a enunciados. Un enunciado se hace, y el hacerlo es un evento histórico, la emi­ sión por parte de un determinado hablante o escritor de determinadas palabras (una oración) a una audiencia con referencia a una situa­ ción, evento o lo que sea históricos*. Una oración está hecha de palabras, un enunciado se hace con palabras. Una oración es no castellana o no buen castellano, un enunciado no está en castellano o no en buen castellano. Los enun­ ciados se hacen, las palabras o las oraciones se usan. Hablamos de mi enunciado, pero de la oración castellana (si una oración es mía, yo la acuñe, pero yo no acuño enunciados). La misma oración se usa al hacer diferentes enunciados (yo digo ‘Es mío’, tú dices ‘Es mío’); puede también usarse en dos ocasiones o por dos personas para ha­ cer el mismo enunciado, pero para esto la emisión debe hacerse con

* Peircc marcó un inicio al señalar que hay dos (o tres) sentidos diferentes de la palabra ‘palabra’, y pergueñó una técnica (‘coniar’ palabras) ]xua decidir qué es un ‘.sentido diferente’. Pero sus dos sentidos no están bien definidos, y hay muchos más - -el sentido ‘vocablo’, el sentido del filólogo en que ‘gramática’ es la misma palabra que 'glamour', el sentido crítico textual en que el ‘el’ de 1. 254 ha sido escrito dos vece.s, etc. . Con todas sus 66 divis'iones de los signos, Peircc no distingue, creo yo, en­ tre una oración y un enunciado. ‘ ‘Histórico’ tío significa, por cierto, que no podamos hablar de enunciados futu­ ros o posibles, un ‘determinado’ hablante no necesita ser algún hablante definido. ‘Emisión’ no necesita ser una emisión pública - la audiencia puede ser el hablante mismo.

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referencia a la misma situación o evento E Hablamos de ‘el enunciado de que E’, pero de ‘la oración «S»’, no de ‘la oración de que S’ Cuando digo que un enunciado es lo que es verdadero, no tengo deseo alguno de aferrarme a una palabra. ‘Aserción’, por ejemplo, serviría tan bien en la mayoría de los contextos, aunque quizá sea li­ geramente más amplia. Ambas palabras comparten la debilidad de ser un tanto solemnes (mucho más de lo que lo son las más genera­ les, ‘lo que dijiste’ o ‘tus palabras’) —aunque quizá seamos general­ mente un poco solemnes cuando discutimos la verdad de algo— . Pero ambas tienen el mérito de referirse claramente al uso histórico de una oración por un emisor, y de no .ser por tanto exactamente equivalentes a oración. Pues es un error de moda el tomar como pri­ maria ‘(La oración) ‘S’ es verdadera (en el lenguaje castellano)’. Aquí la adición de las palabras ‘en el lenguaje castellano’ sirve para enfatizar el que ‘oración’ no se está usando como equivalente a ‘enunciado’, de modo que precisamente no es lo que puede ser ver­ dadero ó falso (y, además, ‘verdadera en el lenguaje castellano’ es un solecismo, presumiblemente mal modelado, y con deplorable efecto, sobre expresiones como ‘verdadera en geometría’). ¿Cuándo es un enunciado verdadero? La tentación es responder (al menos si nos limitamos a enunciados ‘directos’): ‘Cuando corres­ ponde a los hechos’. Y como trozo de castellano normal difícilmente puede esto ser incorrecto. En realidad, debo confesar que no creo realmente que sea incorrecto en absoluto: la teoría de la verdad es una serie de perogrulladas. No obstante, puede al menos ser desorientador.

’ ‘El mismo’ no significa siempre lo mismo. De hecho no tiene un significado de la manera en que una palabra ‘ordinaria’ como ‘rojo’ o ‘caballo’ tiene un significado: es un (el típico) recurso para establecer y distinguir los significados de las palabras or­ dinarias. Como ‘real’ es parte de nuestro aparato en palabras para fijar y ajustar la se­ mántica de palabras. * Las comilla.s muestran que las palabras, aunque emitidas (al escribir), no han de ser consideradas como un enunciado del emisor. Esto cubre dos casos posibles, i) en que lo qtie ha de discutirse es la oración, ii) en que lo que ha de discutirse es un enun­ ciado hecho en ocasión distinta de las palabras ‘citadas’. Sólo en el caso i) es correcto decir simplemente que la señal está haciendo las veces del tipo (e incluso aquí es to­ talmente incorrecto decir que ‘El gato está sobre la alfombra’ es el nombre de una ora­ ción castellana - -aunque posiblemente «El Gato está .sobre la Alíoinbra» podría ser el título de una novela, o un toro podría ser conocido como Calla est in malta-- ). Sólo en el caso ii) hay algo verdadero o falso, a saber, (no la cita sino) el enunciado hecho en las palabras citadas.

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Para que haya la comunicación del tipo que alcanzamos con lenguaje debe haber un stock de símbolos de algún tipo que tía comunicador (‘el hablante’) pueda producir ‘a.voluntad’ y que uQ comunicado (‘la audiencia’) pueda observar; a éstos se les puedp llamar las ‘palabras’ aunque, naturalmente, no necesitan ser mu^ parecidos a lo que normalmente llamaríamos palabras —podríaiji ser banderas de señales, etc.— . Debe haber también algo distinta de las palabras, para cuya comunicación se usan las palabras —a esto se le puede llamar el ‘mundo’—, No hay razón por la que eli mundo no debiera incluir las palabras en todo sentido, excepto el| sentido del enunciado efectivo mismo, que en cualquier ocasión! particular se está haciendo sobre el mundo. Además, el mundol debe exhibir (debemos observar) semejanzas y desemejanzas (noí podría haber las unas sin las otras) —si todo fuese o absoluta­ mente indiferenciable de todo lo demás o completamente dife- | rente a todo lo demás, no habría nada que decir— . Y, finalmente j (para los propósitos actuales, naturalmente, hay otras condiciones j que deben satisfacerse también), debe haber dos conjuntos de convenciones; Convenciones descriptivas que correlacionan las palabras (=oraciones) con los tipos de situación, cosa, evento, etc., que se encuen­ tran en el mundo. Convenciones demostrativas que correlacionan las palabras (=enunciados) con las situaciones, etc., históricas que se encuentran en el mundo'’. Un enunciado se dice que es verdadero cuando el estado de cosas histórico con el que está correlacionado por las convenciones demos­ trativas (aquel al que ‘se refiere’) es de un tipo'” con el que la ora-

’ Ambo,s conjunlo.s de convenciones pueden incluirse junios bajo el rólulo ‘se­ mántica’. Pero difieren anipliameníe. ‘Ls de un tipo con el que ‘significa’ e.s suficientemente parecido a los estados de cosas estándar con los que’. Así, para que un enunciado sea verdadero un estado de cosas debe ser parecido a oíros determinados, lo cual es una relación natural, pero también suficientcmeme parecido para merecer la misma ‘de.scripción’, lo cual ya no es una relación puramente natural. Decir ‘Esto es rojo’ no es lo mismo que decir ‘Esto es como aquellos’, ni siquiera que decir ‘F,sto es como aquellos que fueron llamados rojos’. El que las cosas son semejantes, o incluso ‘exactamente’ semejantes, yo puedo verlo literalmente, pero el que son las mismas yo no puedo verlo liícralinente —el lla­ marlas el mismo color involucra una convención adicional a la elección convencional del nombre que se da al color del que se dice que son—.

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ción usada al hacerlo está correlacionada por las convenciones des­ criptivas". 3a. Surgen dificultades del uso de la palabra ‘hechos’ para las situaciones, eventos, etc., históricos, y en general para el mundo. Pues ‘hecho’ se usa regularmente en conjunción con ‘que’ en las ora­ ciones ‘El hecho es que E’ o ‘Es un hecho que E’ y en la expresión 'el hecho de que E’, todas las cuales implican que sería verdadero decir que E". Esto puede llevarnos a suponer que i) ‘hecho’ es sólo una expresión alternativa a ‘enunciado verda­ dero’. Advertimos que cuando un detective dice ‘Fijémonos en los hechos’ no se arrastra por la alfombra, sino que procede a emitir una cadena de enunciados; hablamos incluso de ‘enunciar los hechos’; ii) para todo enunciado verdadero existe ‘uno’ y su propio he-

" El problema está en que las oracionc.s contienen palabras o reeursos verbales que sirven tanto a los propósitos descriptivos como a los demostrativos (por no mencionar otros propósitos), frecuentemente a ambos a la vez. En filosofía confun­ dimos lo descriptivo con lo demostrativo (teoría de los universales) o lo demostra­ tivo con lo descriptivo (teoría de las mónadas). Una oración en cuanto nonnalmente diferenciada de una mera iralabra o expresión se caracteriza por contener un mínimo de recursos verbales demostrativos (la ‘referencia al tiempo' de Aristóteles); pero muchas convenciones demostrativas son no verbales (señalar, etc.), y usándolas po­ demos hacer un enunciado con una sola palabra que no es una ‘oración’. Así, len­ guajes como el de señales (de tráfico, etc.) usan medios muy diferenciados para sus elementos descriptivos y demostrativos (la señal en el poste, la localización del poste). Y por muchos recursos demostrativos verbales que empleemos como auxilia­ res, debe siempre haber un origen no verbal para estas coordenadas, lo cual es la clave de la emisión del enunciado. Uso las siguientes abreviaturas: E para el galo está sobre la alfombra. EV paia es verdad que el galo está sobre la alfombra. ecq para el enunciado de que. Tomo ceqE como mi ejemplo en lo sucesivo y no, pongamos por caso, ecq .tullo César era calvo o eeq todos los mtdos son estériles, porque estos últimos son capaces en sus diferentes formas de hacerlos pasar por alto la distinción entre oración y enun­ ciado; tenemos, aparentemente, en el primor caso una oración su.sccptiblc de ser usada para referirse a sólo una situación histórica, en el otro un enunciado sin referencia a al menos (o a cualquier particular) una. Si el espacio lo permitiese otros tipos de enunciado (cxistencial, general, hipoté­ tico, etc.) deberían ser examinados; éstos plantean problemas más de significado que de verdad, aunque siento incomodidad con respecto a los liipotélicos.

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cho precisamente correspondiente —para todo gorro la cabeza en que ajusta— . Es i) lo que lleva a algunos de los errores de las teorías formalis­ tas o de la ‘coherencia’; ii) a algunos de las teorías de la ‘correspon­ dencia’. O suponemos que no hay nada, excepto el propio enunciado verdadero, nada a lo que él corresponda, o en otro caso poblamos el mundo de Doppelganger lingüísticos (y lo superpoblamos luju­ riantemente —todo pedazo de hecho ‘positivo’ veteado por una con­ centración masiva de hechos ‘negativos’, todo magro hecho deta­ llado enriquecido con generosos hechos generales, etc.—). Cuando un enunciado es verdadero, hay, por cierto, un estado de cosas que lo hace verdadero y que es tato mundo distinto del enun­ ciado verdadero sobre él; pero igualmente por cierto, sólo podemos describir este estado de cosas con palabras (ya sean las mismas o, con suerte, distintas). Sólo puedo describir la situación en que es verdadero decir que estoy sintiendo mareo diciendo que es una en la que estoy sintiendo marco (o experimentando sensaciones de náu­ seas) sin embargo, entre el enunciar, por muy verdaderamente que sea, que estoy sintiendo mareo y el sentir mareo hay un gran abismo permanente'''. ‘Hecho que’ es una expresión pensada para usar en situaciones en que la distinción entre un enunciado verdadero y el estado de co­ sas acerca del cual es una verdad se olvida; como frecuentemente sucede con ventaja en la vida ordinaria, aunque rara vez en filosofía - -ante todo al discutir la verdad, donde es precisamente nuestro co­ metido separar las palabras del mundo y distanciarlas de él— . El preguntar ‘¿Es el hecho de que E el enunciado verdadeio de que E o aquello de ío que es verdadero?’ puede que alumbre respuestas ab­ surdas. Tomemos una analogía; aunque podemos preguntar sensata­ mente ‘¿Montamos la palabra «elefante» o el animal?’, y asimismo sensatamente ‘¿Escribimos la palabra o el animal.^ , es un sinsentido preguntar ‘¿Definimos la palabra o el animal? Pues definii un ele­ fante (suponiendo que alguna vez hagamos esto) es una descripción

si esto es lo cjuc se quiso decir con ‘«Llueve» es vcrdncicra si y sólo si llueve , hasta ahí todo de acuerdo. ^ Cuesta dos hacer una verdad. De aquí (obviamente) que no pueda haber ningún criterio de verdad en el sentido de algún rasgo dctectable en el enunciado mismo que revele si es verdadero o falso. De aquí, también, que un enunciado no pueda sin ab­ surdo referirse a sí mismo.

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resumida de una operación que involucra tanto la palabra como el animal (¿fijamos la imagen o el acorazado?); y así hablar de ‘el he­ cho de que’ es una forma resumida de hablar de una situación que in­ volucra tanto las palabras como el mundo 3b. ‘Corresponde’ también da lugar a problemas, porque común­ mente se le da un significado demasiado re.stringido o demasiado co­ lorista, o uno que en este contexto no puede soportar. El único punto esencial es éste: que la correlación entre las palabras ( =oraciones) y el tipo de situación, evento, etc., que ha de ser tal que cuando se hace un enunciado con estas palabras con referencia a una situación .histórica de este tipo el enunciado es entonces verdadero, es absoluta y pura­ mente convencional. Somos absolutamente libres de elegir cualquier símbolo para describir cualquier tipo de situación, en la medida en que se trata meramente de ser verdadero. En un pequeño lenguaje de un solo palo eeq nueces podría ser verdadero en exactamente las mismas circunstaneias que el enunciado en castellano de que los Liberales Na­ cionales son la opción del pueblo No hay ninguna necesidad en ab­ soluto de que las palabras usadas al hacer un enunciado verdadero ‘re­ flejen en forma alguna, por muy indirecta que sea, cualquier rasgo que sea de la situación o evento; un enunciado no necesita más, a fin de .ser verdadero, reproducir la ‘multiplicidad’, digamos, o la ‘e.structura’ o ‘forma’ de la realidad, que una palabra necesita ser onomatopéyiea o una eseritura pictográfica. Suponer que lo necesita, es caer una vez más en el error de leer en el mundo los rasgos del lenguaje. Cuanto más rudimentario es un lenguaje, más tenderá, muy a menudo, a tener una ‘simple’ palabra para un tipo de situación alta­ mente ‘complejo’; esto tiene desventajas tales como que el lenguaje se vuelve dificultoso de aprender y es incapaz de tratar con situacio­ nes que son no estándar, imprevistas, para las cuales puede que no haya justamente ninguna palabra. Cuando vamos a ultramar equipa­ dos sólo con un libro de frases, puede que consumamos largas horas aprendiendo de memoria

E.s veidad que R y R.s un hecho que 1/ son aplicables cu las mismas circuiislancias; gorro ajusta cuando hay una cabeza en la que ajusta. Otras palabras pueden cumplir el mismo rol que ‘hecho’; dccirno.s, por ejemplo, ‘I.a situación es que E’. Podríamos usar ‘nueces’ incluso como una palabra en código; pero un código, como una transformación del lenguaje, se dislinguc de un lenguaje, v una palabra en código despachada no es (llamada)‘verdadera’.

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tl ío r ía s d e la v i ;r d a d en e l s ig l o x x

Kasi-enkontraa-moohair-day limpiay thaa, Mee-voloontad estaa-torthecda (rota), etc., etc,, aunque encarados con la situación en que hemos llegado a, ‘Yes, very welF nos encontramos totalmente incapaces de decirlo así. Las características de un lenguaje más desarrollado (articulación, morfología, sintaxis, abstracciones, etc.) no hacen sus enunciados más capaces de ser algo más verdaderos, los hacen más adaptables, más aprendióles, más exhaustivos, más precisos, etc.; y estos fines pueden sin duda proseguirse haciendo que el lenguaje (mención he­ cha de la naturaleza del medio) ‘refleje’ de formas convencionales rasgos descubiertos en el mundo. Aun cuando un lenguaje ‘refleja’ tales rasgos muy de cerca (¿y lo hace alguna vez?), la verdad de los enunciados sigue siendo un asunto, como lo era con los lenguajes más rudimentarios; que depende de que las palabras usadas sean las convencionalmcnte elegidas para situacio­ nes del tipo al que pertenece la referida. Una figura, una copia, una ré­ plica, una fotografía —-éstas nunca son verdaderas en la medida en que son reproducciones, producidas por medios naturales o mecánicos—; una reproducción puede ser cuidadosa o fiel (verdadera al original) como lo puede ser un disco de gramófono o una transci'ipción, pero no verdadera (de) como un registro de actas lo puede ser. Del mismo modo un signo (natural) de algo puede ser infalible o infiable, pero sólo un signo (artificial) para algo ” puede ser correcto o incorrecto Hay muchos casos intermedios entre un relato verdadero y una figura fiel, tal como aquí se contrastan de un modo un tanto forzado, y es del estudio de éstos (un largo asunto) del que podemos obtener la visión más clara del contraste. Por ejemplo, mapas; éstos pueden llamarse figuras, aunque son figuras extremamente convencionalizadas. Si un mapa puede ser claro o detallado o desorientador, como un enunciado, ¿por qué no puede ser verdadero o exagerado? ¿Cómo di­ fieren los ‘símbolos’ usados en la factura de mapas de los usados en la factura de enunciados? Por otro lado, si un mosaico no es un mapa, ¿por qué no lo es? ¿Y cuándo un mapa se convierte en un dia­ grama? Estas son las preguntas realmente iluminadoras.

'■ Sólü con violencia al castellano podemos señalar la distinción dcl inglés entre ‘a (natural) sign p/'soniething’ y ‘an (artificial) sign/ó/- something', (A\ del T.) '* Derkeley confundo estos dos, No habrá libros en los riacluiclos fluyentes hasta el inicio de la hidroseinántica.

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4.

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Algunos han dicho que:

Decir que una aserción es verdadera no es hacer en absoluto ninguna aserción ulterior. En todas las oraciones de la forma ‘p es verdadera’, la expresión ‘es verdadera’ es lógicamente superflua. Decir que una proposición es verdadera es justamente aseverarla, y decir que es falsa es justamente aseverar su contradictoria. Pero erróneamente, EcqE (excepto en casos paradójicos de ma­ nufactura forzada y dudosa) se refiere al mundo o a cualquier parte de él, excluyendo a ecqE, i.e. a sí mismo 'L EeqE’V se refiere al mundo o a cualquier parte de él, incluyendo a ecqE, aunque una vez más excluyéndose a sí mismo, i.e. a ccqEV. Es decir, ecqEV se re­ fiere a algo a lo que ceqE no puede referirse. EeqEV no incluye, ciertamente, ningún enunciado referente al mundo con exclusión de ecqE que no esté ya incluido en ceqE - es más, parece dudoso que incluya el enunciado sobre el mundo con exclusión de ceqtí que se hace cuando enunciamos que E—. (Si enuncio que eeqE es verda­ dero, ¿deberíamos realmente aceptar que he enunciado que E? Sólo ‘por implicación’-".) Pero todo e.sto no viene en modo alguno a mos­ trar que ceqEV no sea un enunciado diferente de eeqE. Si el señor Q escribe en la tabla de avisos ‘El señor W es un ladrón’, entonces se celebra una vista para decidir si el enunciado hecho público por el señor Q de que el señor VV es un ladrón es un libelo: resultado ‘El enunciado del señor Q era verdadero (en sustancia y de hecho)’. Como consecuencia se celebra una segunda vista, para decidir si el señor W es un ladrón, en la que el enunciado del señor Q ya no está bajo consideración: veredicto ‘El señor W es un ladrón’. Es una ar­ dua tarea celebrar una segunda vista; ¿por qué se hace si el veredicto es el mismo que el resultado previo?-'. Un cmiiiciado puede rcfcrir.se a 'si mismo’ en el semido, por ejemplo, de la ora­ ción usada o la emisión emitida al hacerlo (‘enunciado’ no está e.xenla de toda ambi­ güedad). Pero resulta una paradoja si un enunciado pretende referirse a sí mismo en un sentido más fuerte, ]trctcndc, es decir, enunciar que el mismo es verdadero, o enun­ ciar a qué se refiere el mismo ( ‘l-.ste enunciado es .sobre Catón'). ” Y 'jior implicación’ eeqEV asevera algo sobre el hacer un enunciado que ceqE ciertamente no a.scvcra. -' Esto no es totalmente Justo: hay muchas razones legales y personales para cele­ brar dos vistas lo cual, sin embargo, no afecta al punto de que el asunto tratado no es el mismo- --.

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TF,ORlAS DE I.A VERDAD [ÍN EL SIGLO XX

Lo que se siente es que la evidencia considerada para llegar a un veredicto es la misma que la considerada para llegar al otro. Esto no es estrictamente correcto. Es casi más correcto que siempre que ceqE es verdadero entonces ceqEV es también verdadero y conversa­ mente, y que siempre que eeqE es falso eeqEV es también falso y conversamente Y se defiende el que las palabras ‘es verdadero’ son lógicamente superfluas porque se cree que generalmente si cua­ lesquiera dos enunciados son siempre verdaderos juntos y siempre falsos juntos entonces deben significar lo mismo. Ahora bien, puede dudarse de que éste sea un punto de vista sensato; pero incluso si lo es, ¿por qué no habria de tallar en el caso de una expresión tan ob­ viamente ‘peculiar’ como ‘es verdadero’? En filosofía surgen noto­ riamente errores de pensar que lo que vale para palabras ‘ordinarias’ como ‘rojo’ o ‘gruñe’ debe también valer para palabras extraordina­ rias como ‘real’ o ‘existe’. Pero el que ‘verdadero’ es precisamente otra palabra así de extraordinaria es obvio” . Hay algo peculiar en el ‘hecho’ que es descrito por ceqEV, algo que puede hacernos titubear en cuanto a llamarlo un ‘hecho’; a sa­ ber, que la relación entre eeqE y el mundo que eeqEV afirma que se da es una relación puramente convencional (una que ‘el pensar hace así’). Pues somos conscientes de que esta relación es una que podría­ mos alterar a voluntad, mientras que gustamos de restringir la pala­ bra ‘hecho’ a los hechos firmes, hechos que son naturales e inaltera­ bles, o en cualquier caso no alterables a voluntad. Así, para tomar un caso análogo, puede que no nos guste llamar un hecho al que la pala­ bra elefante significa lo que significa, aunque podemos ser induci­ dos a llamarlo un hecho (blando) —y aunque, naturalmente, no sen­ timos ningún titubeo en cuanto a llamar un hecho al que los hablantes castellanos contemporáneos usen la palabra como la usan. Un punto importante en torno a esta opinión es que confunde la falsedad con la negación; pues, según ella, es la misma cosa decir ‘El no está en casa’ que decir ‘Es falso que él esté en casa’. (Pero ¿que pasa si nadie ha dicho que el está en casa? ¿Qué pasa si él yace muerto en el piso de arriba?) Muchísimos filósofos sostienen, cuando están preocupados por explicar la negación, que una negación es jus-

No enteramente conecto, porque eeqEV .sólo está en su lugar cuando eeqE se concibe como hecho y ha sido verificado. ” Unum, verum, óonu/tt —-las viejas favoritas merecen su celebridad- -. Hay algo extraño en cada tina de ellas. La teología teorética es tina forma de onomatolatría.

TEORÍAS DE LA CORRESPONDENCIA

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lamente una afirmación de segundo orden (al efecto de que una de­ terminada afirmación de primer orden es falsa), aunque, cuando es­ tán preocupados por explicar la falsedad, sostienen que aseverar que un enunciado es falso es justamente aseverar su negación (contradic­ torio). Es imposible ocuparse de una cuestión tan fiindamcntal aquí^f Permítaseme afirmar lo siguiente meramente. Afirmación y negación están exactamente a un nivel, en el sentido de que no puede existir ningún lenguaje que no contenga convenciones para ambos y que ambos se refieren al mundo de manera igualmente directa, no a enunciados sobre el mundo; mientras que puede muy bien existir un lenguaje sin ningún recurso que haga las veces de ‘verdadero y ‘falso’. Cualquier teoría satisfactoria de la verdad debe ser capaz de habérselas igualmente con la falsedad pero sólo puede sostenerse que ‘es falsa’, es lógicamente superflua cometiendo esta confusión fundamental.

Los siguientes dos eonjunlo.s de axiomas lógicos son, como Aristóteles (aunque no sus sucesores) los hace, enteramente distintos; a)

Ningún enunciado puede ser a la vez verdadero y falso. Ningún enunciado puede ser ni verdadero ni falso. h) De dos enunciados contradictorios; Ambos no pueden ser verdaderos. Ambos no pueden ser falsos.

H1 segundo conjunto exige una definición de contradictorios, y se une usualmcnte con un postulado inconsciente de que para todo enunciado hay uno y sólo otro enun­ ciado tal que el par .son contradictorios. Es dudoso hasta qué punto cualquiei lenguaje contenga o deba contener contiadictorios, sean como fueren definidos, tales que satis­ fagan tanto este postulado como el conjunto de axiomas b). Las llamadas ‘paradojas lógicas’ (dificilmente una clase genuina) que conciernen a ‘verdadero’ y ‘falso’ no deben reducirse a casos de contiadicción, del mismo modo que ‘E pero yo no lo creo’ no lo es, Un enunciado al efecto de que es 61 mismo verda­ dero es a lodo punto tan absurdo como uno al efecto de que es él mismo falso. Hay otros tipos de oración que pecan contra las condiciones íundamcntales de toda comu­ nicación de formas distintas de la forma en que ‘Esto es rojo y no es rojo’ peca -p o r ejemplo, ‘Esto (yo) no existe (existo)’, o igualmente absurda ‘Esto existe (yo existo)’. Hay más de un pecado mortal; y no está el camino para la salvación en una jerarquía. Ser falso es (no, por cierto, corresponder a un no hecho, sino) corresponder in­ correctamente a un hecho. Algunos no han visto cómo, entonces, dado que el enun­ ciado que os falso no describe el hecho al que corresponde incorrectamente (sino que lo describe incorrectamente), sabemos con qué hecho compararlo; esto se debió a que concibieron todas las convenciones lingüísticas como descriptivas - pero son las con­ venciones demostrativas las que lijan cual es la situación a la que el enunciado se re­ fiere Ningún enunciado puede enunciar a qué .se refiere él mismo.

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t e o r ía s d e la v e r d a d

F,N El. SIGLO XX

5. Hay otra forma de llegar a ver que la expresión ‘es verda­ dera’ no es lógicamente superfina, y de apreciar qué tipo de enun­ ciado es decir que un determinado enunciado es verdadero. Hay mu­ chos otros adjetivos que están en la misma clase que ‘verdadero’ y ‘falso’, que tratan, es decir, de las relaciones entre las palabras (en cuanto emitidas con referencia a una situación histórica) y el mundo, y que, sin embargo, nadie despacharía como lógicamente superíluas. Decimos, por ejemplo, que un determinado enunciado es exagerado, o vago o árido, una descripción un tanto tosca o desorientadora, o no muy buena, un relato más bien general o demasiado conciso. En ca­ sos como éstos es inútil insistir en decidir en términos simples si el tnunciado es vcidadero o falso . ¿Es verdadero o falso que Belfast está al noite de Londres.^ ¿Que la galaxia es de la forma de un huevo frito? ¿Que Beethoven era un alcohólico? ¿Que Wellington ganó la batalla de Waterloo.^ Hay diversos grados y dimensiones de éxito al hacei enunciados: los enunciados se ajustan a los hechos siempre más o menos laxamente, de diferentes formas en diferentes ocasio­ nes para diferentes intentos y propósitos. Lo que puede que alcance icsultados máximos en una prueba general de conocimiento puede que en otras circunstancias obtenga un simple aprobado. E incluso el más apto de los lenguajes puede que no ‘funcione’ en una situación anormal o que no logre habérselas, o habérselas de un modo razona­ blemente simple, con descubrimientos novedosos; ¿es verdadero o falso que el perro ronda la vaca?“ . ¿Qué pasa, además, con la amplia clase de casos en que un enunciado no es tanto falso (o verdadero) como fueia de lugar, inadecuado (‘ Iodos los indicios de pan’ dicho cuando el pan está ante nosotro.s)? Nos obsesionamos con la ‘verdad’ cuando discutimos enuncia­ dos, del mismo modo que nos obsesionamos con la ‘libertad’ cuando discutimos la conducta. Mientras pensamos que lo que siempre y so-

Aquí hay mucho .sentido en las teorías de la verdad como 'colicretici;t‘ (y pragmalislas). a pesar de qtic no logran apreciar el trillado pero cettlrttl punto do que Ta verdad es un asttttio de la relación entre palabras y inttndo, y a pesar do su obstinado (jlekhschahnni’ de loda.s las variedades de fallo eiuittcialivo bajo el solo rótulo de ‘parcialmente verdadero' (en adclatitc iticorreclameiite igualado con ‘jiartc de la ver­ dad’). Los teóricos de la ‘corrcspottdeitcia’ también a menudo hablait como alguien que sostuviese que todo majia es exacto o inexacto; que la exactitud es utia sencTlla y la única virlttd de ttti mapa; que toda provincia no (tttede tener más que un tntipá exacto; que ittt mapa a escala tnayor o tnostraiido diferctitcs rasgos debe .ser uti tnapa de una provincia diferente; etc.

TEORÍAS DE LA CORRESPONDENCIA

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lamente tiene que decidirse es si una determinada acción fue hecha libremente, no logramos avanzar; pero tan pronto nos volvemos en cambio a los demás numerosos adverbios usados en la misma cone­ xión (‘accidentalmente’, ‘involuntariamente’, ‘inadvertidamente’, etc.), las cosas se vuelven más fáciles, y llegamos a ver que no se re­ quiere ninguna inferencia concluyente de la forma ‘Ergo, fue hecho libremente (o no libremente)’. Al igual que la libertad, la verdad es un mínimum neto o un ideal ilusorio (la verdad, toda la vcidad y nada más que la verdad sobre, pongamos por caso, la batalla de Waterloo o la Primavera). 6. No solamente es seco suponer que un enunciado en su totali­ dad pretende ser ‘verdadero’, sino que puede además ponerse en duda el que todo ‘enunciado’ pretenda ser verdadero. El principio de Lógica de que ‘Toda proposición debe ser verdadera o falsa’ ha ope­ rado demasiado como la forma más simple, más persuasiva y más extendida de la falacia descriptiva. Bajo su influencia los filósofos han intcrpi-etado forzadamente todas las ‘proposiciones’ sobi'e el mo­ delo del enunciado de que una determinada cosa es roja, tal como es heeho cuando la cosa en cuestión está actualmente a observación. Recientemente lia llegado a comprenderse que muchas emisiones que han sido tomadas por enunciados (mei-ameiite porque no deben clasificarse, sobre la base de su iorma gi'amatical, como órdenes, preguntas, etc.) no son de hecho descriptivas, ni susceptibles de ser verdaderas o falsas. ¿Cuándo un enunciado no es un enuncrado? Cuando es una fórmula de un cálculo; cuando es una emisión zatoria-*’; cuando es un juicio de valor; cuando es una definición; cuando es parTe de una obr'a de ficción —hay muchas r'espuestas su­ geridas de este tipo—. No es sencillamente el cometido de tales emi­ siones el ‘corr-esponder a los hechos’ (e incluso los enunciados genuinos tienen otros cometidos además del de corr-esponder de este modo). Es una cuestión de decisión hasta qué punto continuaríamos lla­ mando ‘enunciados’ a tales máscaras, y cuan ampliamente estaría­ mos dispuestos a extender los usos de ‘verdadci'o’ y ‘falso en dife­ rentes sentidos’. Mi pi'opia sensación es que es mejor-, uiia vez que una máscara ha sido desenmascarada, no llamarla un enunciado y no decir que es ver dadera o falsa. En la vida ordinaria no llamaríamos

Peiformatoiy uUenmee. (N. deí T.)

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l'UORÍAS DE LA VERDAD EN EL SK5LO XX

en absoluto enunciados a la mayoría de ellas, aunque los filósofos y los gramáticos puedan tener que llegar a hacerlo (o mejor, las han amontonado a todas Juntas bajo el termino artificial ‘proposición’). Diferenciamos entre ‘Dijiste que prometías’ y ‘Enunciaste que pro­ metías’; el primero puede significar que dijiste ‘Yo prometo’, mien­ tras que el último debe significar que dijiste ‘Yo prometo’; el último, en que decimos que ‘enunciaste’, es algo que es verdadero o falso, mientras que para el primero, que no es verdadero o falso, usamos el verbo más amplio ‘decir’. Similarmente, hay una diferencia entre ‘Dices que éste es (llamas a éste) un buen cuadro’ y ‘Enuncias que éste es un buen cuadro’. Además, fue sólo en la medida en que la na­ turaleza real de las fórmulas aritméticas, pongamos por caso, o de los axiomas geométricos permaneció no reconocida, y se pensó que proporcionaban información sobre el mundo, como fue razonable llamarlos ‘verdaderos’ (y quizá incluso ‘enunciados’, aunque ¿siem­ pre fueron llamados así?); pero, una vez que su naturaleza ha sido re­ conocida, ya no nos sentimos tentados a llamarlos ‘verdaderos’ o a discutir sobre su verdad o falsedad. En los casos hasta ahora considerados el modelo ‘Esto es rojo’ falla porque los ‘enunciados’ asimilados a él no son en absoluto de una naturaleza que corresponda a los hechos —las palabras no son palabras descriptivas, etcétera—. Pero hay también otro tipo de caso en que las palabras son palabras descriptivas y la ‘proposición’ tiene en cierto modo que corresponder a los hechos, pero no precisamente del modo en que ‘Esto es rojo’, y enunciados similares diseñados para ser verdaderos tienen que hacerlo. En la condición humana, para el uso en la cual está diseñado el lenguaje, podemos desear hablar de estados de cosas que no han sido observados o no están actualmente bajo observación (el futuro, por ejemplo). Y aunque podemos enunciar algo ‘como un hecho’ (cuyo enunciado será entonces verdadero o falso ^“) no necesitamos hacerlo así; necesitamos sólo decir ‘El gato puede que esté sobre la alfom­ bra’. Esta emisión es totalmente diferente de ecqE —no es en abso­ luto un enunciado (no es verdadera o falsa; es compatible con ‘El gato puede que no esté sobre la alfombra’—. Del mismo modo, la si­ tuación en que discutimos si y enunciamos que ecqE es verdadero es diferente de la situación en que discutimos si es probable que E. Eeq

Aunque no es todavía adecuado llamarlo uno u otro por la misma razón, no se puede mentir o decir la verdad sobre cí futuro.

'l'F.ORÍAS DE LA CORRESPONDENCIA

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es probable que E está fuera de lugar, es inadecuado, en la situación en que podemos hacer ceqEV, y, creo yo, conversamente. No es nuestro cometido aquí discutir la probabilidad; pero vale la pena ob­ servar que las expresiones ‘Es verdad que’ y ‘Es probable que’ están en la misma línea de cometido^'' y son en esa medida incompatibles. 7. En un reciente artículo en Analysis el señor Strawson ha pro­ puesto una coneepción de la verdad que estará claro que yo no acepto. Él rechaza la explicación ‘semántica’ de la verdad sobre la base perfectamente correcta de que la expresión ‘es verdadera’ no se usa al hablar de oraciones, reforzando esto con una hipótesis inge­ niosa respecto a cómo puede tener significado llegar a confundirse con la verdad; pero esto no basta para mostrar lo que él quiere —que ‘es verdadero’ no se usa para hablar de (o que ‘verdad no es una pro­ piedad de’) nada—. Pues se usa al hablar de enunciados (que en su artículo él no distingue claramente de oraciones). Además, él re­ fuerza la concepción de la ‘supcrlluidad lógica’ hasta tal punto que admite que decir que EV no es hacer ninguna ulterior aserción en ab­ soluto, más allá de la aserción de que E; pero él está en desacuerdo con ella en la medida en que cree que decir que EV es hacer algo más que justamente aseverar que E - -es concretamente confirmar o garantizar (o algo por el estilo) la aserción, hecha o tomada como ya hecha, de que E— . Estará claro que y por qué no acepto la primera parte de esto; pero ¿qué pasa con la segunda parte? Estoy de acuerdo en que decir que EV ‘es’ muy a menudo, y según la todopoderosa ocasión lingüistica, confirmar eeqE o garantizarlo o cosas parecidas; pero esto no puede demostrar que decir que EV no sea también y al mismo tiempo hacer una aserción sobre eeqE. Decir que te creo ‘es’, según la ocasión, aceptar tu enunciado; pero es también hacer una aserción, que no es hecha por la emisión estrictamente ejecutoria ‘Acepto tu enunciado’. Es común el que enunciados perfectamente ordinarios tengan un ‘aspecto’ realizatorio, decir que eres un cor­ nudo puede ser insultarte, pero es también y al mismo tiempo hacer un enunciado que es verdadero o falso. El señor Strawson, además, parece confinarse al caso en que yo digo ‘Tu enunciado es verda­ dero’ o algo semejante —pero ¿qué pasa con el caso en que tú enun­ cias que E y yo no digo nada, sino que ‘miro a ver’ si tu enunciado

Compárense las extrañas conductas de ‘fue’ y ‘será’ cuando .se unen a ‘verda­ dero’ y ‘probable’.

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TEORÍAS DU LA VERDAD EN EL SIGLO XX

es verdadero?—. No veo cómo este caso crítico, análogo al cual nada ocurre en el caso de las emisiones ejeeutorias, podría hacerse responder al tratamiento del señor Strawson. Un punto final: si se admite (si) que la relación, un tanto abu­ rrida, aunque insatisfactoria, entre palabras y mundo que ha sido dis­ cutida aquí ocurre genuinamentc, ¿por qué la expresión ‘es verda­ dero’ no habría de ser nuestro modo de describirla? Y si no lo es, ¿qué otra cosa es?

ADAM SCHAFF ¿QUÉ ENTENDEMOS POR «VERDAD»? (1971)

E dición

original ;

— «Was verstehen wir unter ‘Warheit’?» en Theorie der Wahrheit. Versuch einer marxistischen Amlyse, Europa VerJag, Viena, 2.“ ed. revisada, 1971,pp. 11-28. E dición castellana ; Inédito. Reproducimos cl texto con autorización expresa del autor. T raducción : N. O tros

traducidcv -

Smilg.

ensayos del auior sobre el mismo tema ;

— «De los problemas de la teoría mavxista de la verdad», 1951 (hay traducción castellana, según consta en Perspectivas del socialismo moderno. Sistema, Madrid, 1988, p. 425). — «Sobre la verdad absoluta y la relativa», Mysl Wspókzesna, 1951. — «Sobre la verdad objetiva en la sociología), 43 (1966). ~ «Relación cognoscitiva, proceso de conocimiento y verdad», DiartOM, 1970. — Historia y verdad^ Grijalbo, México, 1974 (ed. alemana, Geschichle iind Wahrheit, 1973; la edición original en lengua polaca es de 1970). — La teoría de la verdad en el materialismo y en el idealismo, trad. R. Sciarreta, Lautaro, Buenos Anes, 1964 (citado por S. Rábade, Teoría del conocimiento, Akal, 1995, p. 133). — «Problemas de la teoría del conocimiento», en El marxismo a f i ­ nal de siglo, Ariel, Barcelona, 1994, pp. 111 -120. B ibliografía

complementaria ;

— K. H. Schwabe, G. Terton y K. Wagner, Zur marxistisch-leninistischen Wahrheitstheorie, Berlín, 1974. [243]

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TI-.ORÍAS DR LA VERDAD EN

El. SIGLO XX

■D. B. Myers, «Marx’s concept of Truth», Canadian Journal of ' PhiIosophy,\9n.Jr . : , M. Horkheimer, «Zum Probiem der Wahiheit»^ Ze/tocAn/? für Sózicilforschung, IV/3, (1935); pp.‘321-364 (rcimp., A:«7«¿'/íe Theorie. Studienausgabe, Fischer, Frankftu't a. M,, 1968; reed 1977 pp. 228-276). -’ O bservaciones: Traducido a partir de ja 2.“ edición revisada y am­ pliada por el autor. La edición original alemana es Zu einigen Fragen der marxisHschen Theorie der Wahrheil, Dietz Verlag, Berlín, 1954. La primera edicióiTdel teXto en lengua polaca es de 1951.

Cualquier si.stema filosófico y cualquier teoría científica aspiran al conocimiento de la verdad o tienen muchas pretensiones de repre­ sentar dicho conocimiento. En caso contrario, ese sistema filosófico perdería el derecho a la existencia y se negaría a sí mismo. No existe ninguna gran escuela filosófica que no se refiera, en alguna de sus posiciones, a un problema tan esencial como el de la veidad. Pero la historia de la filosofia nos enseña que los problemas más discutidos y complicados son precisamente los que se tocan con mayor frecuencia y los que han ocupado el pensamiento de los seres humanos durante más tiempo. Hay problemas cuya consideración ha sido tradicional. La hi.storia de la filosoña muestra que precisamente esos problemas son los más intrincados, debido a la multiplicidad de concepciones y terminologías diferentes —por no hablar de las dife­ rencias fundamentales entre las concepciones aludidas- -. Esto se aclara por completo cuando consideramos la posición de la filosoña como ideología y tenemos en cuenta su vinculación a una clase. En los grandes problemas centrales, sobresalen con la mayor nitidez la dependencia clasista y la parcialidad de la filosoña, decidiendo indi­ rectamente el carácter del sistema. Puesto que la historia de la filoso­ ña refleja la lucha de clases y de partidos, nos muestra al modo de un caleidoscopio la emergencia de concepciones siempre nuevas, permitiendo al mismo tiempo una separación tajante entre los acan­ tonamientos de los contendientes. La exposición de la teoría de la verdad del materialismo dialéc­ tico requiere una clara toma de po.stura frente a otras concepciones. Sin embargo, esa polémica exige de antemano que se precisen los conceptos en disputa; pues, de otro modo, se cierne el peligro de caer en un formalismo vacío y en consecuencia en discusiones inaca-

I

í t e o r ía s d e la c o r r e spo n d e n c ia

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bables, como lo atestigua la historia de muchas disputas filosóficas. Aún más, tratándose —como ya hemos mencionado— de una dis­ puta antigua y muy prolongada en la que la desigualdad de los pun­ tos de vista corre pareja con la diferencia terminológica que se oculta con frecuencia bajo ropajes lingüísticos que suenan igual. La necesidad de tal depuración introductoria del campo de bata­ lla se puede inferir de cualquier ejemplo sacado de la bibliografía es­ pecífica más reciente. Dichos ejemplos ponen a menudo de mani­ fiesto una confusión en las operaciones con conceptos que, en principio, parecen excluir la posibilidad de comprensión mutua y de solución racional del problema. Comenzaremos nuestras exposiciones con el análisis del signifi­ cado de conceptos fundamentales que nos servirán en el curso poste­ rior del trabajo. En la filosofía polaca, se suele denominar en general este método de trabajo «análisis semántico». Tomaremos postura ante él. En la filosofía polaca no marxista de nuestra época existen ten­ dencias que conciben el postulado del análisis semántico como pina­ mente técnico, esto es, como un postulado sobre la precisión y el perfeccionamiento de los conceptos que usamos. (Así es como lo en­ tiende, por ejemplo, T. Kotarbinski). Si el postulado del análisis se­ mántico realmente se redujera sólo a eso, el marxismo podría adhe­ rirse a él por completo pues en su aplicación vería un medio para el perfeccionamiento de sus rellexiones y también para el progreso de la ciencia. Pero lo que se ha llamado análisis semántico, en tanto que método de investigación que se ha implantado en la filosofía con­ temporánea y sobre todo en el neopositivismo como principal pro­ tector del análisis semántico, no reduce su significación ni al perfec­ cionamiento y precisión de los conceptos con los que se cncuentia ni, sobre todo, a un análisis de su significado. 'leñemos que recordar que el «análisis semántico», tal y como se usa en la actualidad y a pesar de todo lo que se asegure, está inseparablemente unido a la to­ talidad del sistema del neopositivismo, especialmente a su teoría del análisis lógico del lenguaje. No podemos olvidar que el denominado análisis .semántico apunta, tanto en la teoría como en la práctica, hacia la tendencia de la filosofía burguesa contemporánea de querer sustituir toda filoso­ fía. Por eso, el marxismo tiene que distanciarse clara y expresamente de un análisis semántico concebido de esta manera, aun cuando acepte sin reservas el postulado de la precisión y del análisis piofundo del significado de los conceptos. Se podría concluir que todo

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TliÜRiAS DE l.A VERDAD F'N 1;L SIGLO XX

este asunto está tan claro, ante todo desde la posición inarxista, cjue no merece la pena detenerse mucho en él. Si a pesar de eso le hemos dedicado tanto espacio, se debe a que en Polonia se define como «análisis semántico» cualquier uso del análisis del significado de los conceptos. Esto conduce a difuminar las diferencias fundamentales entre las orientaciones filosóficas que, sin embargo, no justifica la diferenciación meramente externa entre sus métodos de investiga­ ción. El marxismo no sólo no está interesado en que se difuminen estas diferencias sino que, al contrario, se esfuerza por resaltarlas y clarií icarias en función de sus objetivos y sus conflictos. De aquí se dciiva la necesidad de del inir con precisiótn el análisis semántico y la relación en la que nos encontramos con él. Tras esta obsci-vación introductoria, regresaremos ahora a nuestra pregunta originaria: ¿Qué entendemos por «verdad»? Entendemos por «verdad» un «juicio verdadero» o una proposi­ ción «verdadera», esto es, un juicio o una proposición que se corres­ ponden con la realidad objetiva. Una proposición correcta es, pues, el enunciado de un juicio verdadero. Por el momento, dejaremos de lado la cuestión de qué entendemos por un «juicio» al que le co1 responde la caracicrística de la verdad. Cuando hablamos sobre la «verdad», no hablamos de algún «ser conceptual» ideal, sino de pro­ posiciones y juicios que son verdaderos. Así pues, por verdad enten­ demos —según expondremos en el transcurso de nuestras delibera­ ciones la cualidad de un juicio que se basa en la correspondencia del pensamiento con la realidad objetiva. La posición contraria, se­ gún la cual las verdades exislen como entidades independientes (en el sentido realista de la palabra, como por ejemplo, cuando decimos que Jano existe), sólo la pueden defender los idealistas de tinte platónico. Una concepción de este tipo hace su aparición en la filosofía del si­ glo XX con Husscrl y Russell. Ellos conectan la teoría de los «juicios en sentido lógico» tomada de Bolzano con las «entidades ideales» en el sentido de Platón. Estableciendo que la «verdad» es un «juicio verdadero» o una «proposición verdadera», no sólo subrayamos la parte negativa —que la verdad no es un objeto, un estado o un suceso— sino también la parte positiva de que la verdad es un concepto abstracto cuyo corre­ lato objetivo es una determinada propiedad dcl juicio (y por deriva­ ción, una propiedad de la proposición). Comenzando por Aristóteles, establecemos junto con los más grandes pensadores de la historia de la filosofía, que la verdad es una propiedad de los juicios. Detengámonos un momento en esta última afirmación. ¿Es la

TEORÍAS DE l.A CORRIÍSPONDENCIA

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verdad de hecho una propiedad sólo de los juicios (y derivadamente, de las proposiciones)? ¿No se puede hablar análogamente de la yel­ dad de las cosas, de los conceptos, de los estados? ¿No somos vícti­ mas de una visión tradicional, de una tradición arraigada o, como di­ ría Bacon de «las ilusiones del teatro»? Si acudimos al lenguaje diario podría parecer a primera vista que habla en contra de nuestra teoría. Con frecuencia decimos de alguien que es una verdadera persona o un verdadero amigo, decimos que algo es verdadero oro o verdadero marfil, que alguien tiene la expe­ riencia de un amor verdadero o de un verdadero dolor, que algo es un verdadero invento. Parece, por tanto, que de esta manera decimos algo sobre la verdad o falsedad de estas cosas, conceptos, estados y que, por eso, no sólo los juicios son verdaderos. Pero en realidad, toda la argumentación basada en el lenguaje co­ tidiano induce al error. Aristóteles ya señaló que en todos estos casos nos servimos del término «verdadero» en sentido figurado. Análoga­ mente, hablamos en sentido figurado de un «entorno sano», aunque la salud es una propiedad dcl cuerpo; hablamos de una «organiza­ ción inteligente», aunque la inteligencia es una cualidad del entendi­ miento y no de la organización. Así pues, cuando usamos el adjetivo «verdadero» en sentido figurado, tomamos prestado el sentido de este término de la cosa a la que califica - -de la propiedad específica de los juicios— . Basta con analiz.ar con mayor profundidad las expresiones del lenguaje diario que hemos mencionado para no cedei a su aparente po(Ter de convicción. La realidad objetiva no es ni verdadera ni falsa, simplemente es, existe. Los objetos dcl mundo exterior seies hu­ manos, animales, casas, mesas— existen y no tiene ningún .sentido aplicarles los adjetivos verdadero o falso. De modo paiecido, tam­ poco se pueden aplicar con su significado estricto a rcpiesentaciones, vivencias o conceptos, según trataremos aun en este capítulo. En todos los ejemplos que hemos mencionado, caliiicamos icálmente determinados juicios como verdaderos o falsos; poi ejemplo, el jui­ cio de que un objeto está hecho de oro o de marfil o el de que las ac­ ciones de una persona cualquiera dan testimonio de su amistad por otra. .Aristóteles ya era plenamente consciente de esto. Como vere­ mos más adelante, esta cuestión es de gran importancia pata la teoría materialista de la verdad. Como somos de la opinión de que la verdad sólo puede corres­ ponder única y exclusivamente al juicio (y a las ptoposiciones que lo expresan), en las reflexiones que vienen a continuación adjudícale-

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nios esta propiedad exclusivamente a los enunciados, es decir, a los juicios cuya finalidad consiste en la descripción de la realidad o de una parte de la realidad desde algún punto de vista'. • La posición de que la verdad, en el significado más estricto de la palabra, corresponde exclusivamente a los Juicios, requiere una clari­ ficación adicional. De este modo evitamos los malentendidos que podrian resultar de la aparente restricción de la problemática de la teo­ ría del reflejo en una problemática de los Juicios. Desde la posición de la teoría del conocimiento marxista-leninista, no cabe ninguna duda de que la verdad es única y exclusiva­ mente la característica del reflejo subjetivo de la realidad objetiva en la conciencia humana. Entendemos el concepto «reflejo» en el sen­ tido más estricto, esto es, como un conocimiento que refleja la reali­ dad. En principio, el «reflejo de la realidad objetiva en el entendi­ miento humano» es un concepto amplio que abarca otras formas de

' .'\sí pues, climinamo.s conscicntcmcnle las expicsioncs que po.seen la forma gra­ matical ele una proposición enunciativa, como los juicios estéticos y morales; y tam­ bién eliminamos aquellas expresiones que .se diferencian de las proposiciones enun­ ciativas por su forma gramatical, como las normas morales. Este discutido y complicado problcjiia no puede ni debe resolverse, por así decirlo, al mai'gcn de otras cuestiones. Aquí sólo queremos mostrar brevemente nuestra posición en este asunto. En consonancia con la posición que hemos adoptado, la verdad le corresponde a los Juicios que reneJan fielmente la realidad. Así, para |)odcr hablar sobre la verdad, tenemos que habérnoslas con un juicio que enuncie algo sobre la realidad. Por el con­ trario, en el caso de los otros juicios mencionados hablamos de compatibilidad o de no compatibilidad con un sistema de valores admitido (valores estéticos, morales u otros). Aquí existe una conexión con la realidad, pero indirecta mediante el sistema de valores dado; este sistema está ligado a la realidad de una Forma complicada y es su «reflejo», en un .sentido específico de esta palabra. No se debe eliminar la diferencia de estas dos relaciones entre detenninados juicios y la realidad, calil'icando simplcincntc los juicios como verdaderos o falsos y haciendo surgir la convicción equivo­ cada de que con estos enunciados tenemos que ver con juicios .sobre la realidad como ocurre en los juicios del tipo «esta casa tiene dos pisos». Esto aparece aún más claramente en el caso de las normas. Las normas poseen una forma distinta de la de las proposiciones enunciativas y no enuncian nada sobre la realidad, sino que contienen prescripciones sobre lo que debería ocurrir. Por eso no pueden ser calificadas como verdaderas o falsas, pues esta calificación sólo tiene .sen­ tido en rclereneia a juicios que enuncian algo acerca de la realidad. En el caso de los juicios normativo.s, es totalmente cuestionable si las proposiciones que los expresan pueden ser deducidas como proposiciones enunciativas. Ciertamente no es posible si se trata de una deducibilidad lógico-formal. En mi opinión existe una dedueibilidad en sentido genético, pero que no justifica en modo alguno que se eliminen las diferencias entre los respectivos tipos de juicios y proposiciones, calificando las normas como verdaderas o falsas con algún significado especial de estas palabras.

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la conciencia además del ámbito del entendimiento, como sentimien­ tos, vivencias estéticas y otros similares. Es cierto que estas formas están vinculadas a fenómenos del intelecto, sin embargo no remiten a él; pero en cada una de ellas encontramos un reflejo del mundo ob­ jetivo. Visto desde el materialismo dialéctico, ésta es la única posi­ ción posible; pues cuando reconocemos la existencia objetiva de la realidad y la relación entre el sujeto y el objeto como fundamento de la conciencia humana, entonces tenemos que ver en cada una de es­ tas formas de conciencia su correspondencia objetiva, es decir, he­ mos de ver en esta o aquella forma el reflejo de la realidad objetiva. A pesar de esto, no caracterizamos todas estas formas reflexivas como verdaderas o falsas sino que, tanto en el lenguaje cotidiano como en la terminología científica, las valoramos como agradables o desagradables, satisfactorias o insatisfactorias. Reservarnos expresa­ mente la valoración mediante los adjetivos «verdadero» o «falso» para el ámbito del entendimiento, sin negar por el momento que la relación reflexiva —aunque de forma diferente y específica para cada uno de los casos mencionados— no existe sólo en el ámbito del entendimiento sino también en las restantes áreas. Pero el problema que acabamos de mencionar no se elimina mediante la limitación del análisis al ámbito del conocimiento in­ telectual, pues está incluido en su marco. De lo que se trata es de si reservamos la apreciación de la verdad al intelecto, es decir, si reflejamos el reflejo de la realidad objetiva en el intelecto humano bajo la forma de conocimiento, de pensamiento cognosccnte, sólo a los juicios o si debemos extenderlo a los conceptos, representa­ ciones y sentimientos. Esta cuestión está relacionada con la calificación de los concep­ tos o representaciones como verdaderos o falsos que hacen los clási­ cos del marxismo. La dificultad que conlleva es sólo aparente: el análisis de los textos muestra que, cuando hablaban de ello, los clási­ cos entendían los conceptos o representaciones en un sentido amplio, es decir, como ideas cognoscitivas a las que adjudicaban la verdad en los casos en que se correspondían con la realidad objetiva. En estos casos no se trata de conceptos o representaciones en el sentido pro­ pio de estas palabras, sino en un sentido amplio en el que el juicio coincide con la idea cognoscitiva. Con este significado sí pueden ser verdaderas o falsas. Además, los clásicos hablan de la corrección de las representaciones, de las percepciones sensoriales en el sentido de su relación subjetiva; esto es, en el sentido de que permiten la formu­ lación de un juicio verdadero.

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Ilustraremos esta concepción de la corrección de las representa­ ciones y los conceptos con algunos ejemplos tomados de los escritos de los clasicos: En el momento cii el que utilizamos estas cosas para uso personal, se­ gún las propiedades que percibimos en ellas, en ese mismo moincnio’souietemos nuestras percepciones sensoriales a una prueba infalible acerca de su corrección o incorrección. Si estas percepciones eran incorrectas nuestro juicio sobre la utilidad de esa cosa tendrá que ser incorrecto y nuestro miento de usarla habrá de fraca.sar, Pero si alcanzamos nuestro ob­ jetivo, encontramos que la cosa corresponde a nuestra representación de ella, que sirve para lo qne la usábamos y esta es una prueba positiva de que dentro de estos límites, nuestras percepciones de la cosa y de sus pro­ piedades eoneuerdan con la realidad existente fuera de nosotros f

El uso del término «correcto» en Engels, en conexión con las percepciones sensoriales se ajusta por completo al marco de la inter­ pretación que se ha ofrecido más arriba. Lenin expresa rotundamente una idea parecida; [...] las cosas cxisleti fuera de nosotros. Nuestras percepciones y reprc.scnUiciones son reproducciones de ellas. Mediante la praxis, estas reproduc­ ciones son objeto de una prueba que distinguirá las correctas de las inco­ rrectas

En otro lugar Lenin escribe: Es patente que aquí están mezcladas dos cuestiones: 1. ¿Existe una ver­ dad objetiva? Es decir, ¿puede darse un contenido en las representaciones humanas que sea independiente dcl .sujeto, que iio dependa ni de los hom­ bres m de la Inimanidad?'’

No cabe duda de que aquí las representaciones son idénticas a las ideas cognoscitivas. Como ya hemos dicho anteriormente con clari­ dad, defendemos la tesis de que la verdad es una propiedad de los JUICIOS. Sin embargo, ahora vamos a someter a prueba los argumen­ tos de los defensores de la tesis contraria, tesis que afirma que la

l-iiedrich EngeLs, «Die EiUwickkmg des Soziali.smus voti der Utopic zur Wissensdiaftn, en Karl Marx y Eriedrich Engels, AusgewáMte Sd.rí/ien in zwei Rümkn, Dictz Veiiag, Berlín, 1953, vol. II, p. 90. ’ '■■■f Lcnni, und EmpMokrílizismm. Kritisdw Bemerkimgen iiher eme reaklioiuirc Philosopliie, Dicfz Verlag, Berlín. 1952 p. 99 ■ “ 0¡>. ciL, p. 111.

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verdad también sería una propiedad de las percepciones sensoriales, de las representaciones y de los conceptos. Los representantes de esta postura argumentan del siguiente modo: Si se afirma que la verdad es una propiedad de los juicios y al mismo tiempo se proclama que es una propiedad del conocimiento (esto es precisamente lo que hace nuestro trabajo) no se puede afir­ mar que no es una propiedad de las partes constitutivas de cada co­ nocimiento y, por tanto, también del juicio ■- de las representaciones y conceptos— . El problema exige un comentario adicional con independencia de esta argumentación que yo tengo por falsa —pues no ocurre que una propiedad del todo tenga que ser también propiedad de las partes—. Según mi opinión, respecto a las percepciones sensoriales y re­ presentaciones la cuestión es muy sencilla. Simplemente no es ver­ dad que existan percepciones sensoriales y representaciones aisladas —independientes— a partir de las cuales —como si fueran ladri­ llos— se construye el acto del conocimiento. Más bien es al contra­ rio: las percepciones sensoriales y las representaciones, en tanto que unidades de conocimiento aisladas, son el fruto de una abstracción que culminaría en el acto total del conocimiento. Precisamente por eso, la percepción y la representación aisladas dcl acto de juzgar que está inseparablemente unido a ellas, son un producto de la fantasía (con la excepción de ios estados de .semisueño, anestesia y otros si­ milares en los que la función cognoscitiva transcurre de forma anor­ mal, por lo que podemos excluirlos de nuestro campo de acción). Así pues, es correcto decir que una percepción sensorial y una represen­ tación se corresponden o no se corresponden con la realidad (se puede usar otra terminología con este mismo fin) y reservar el tér­ mino «verdadero» para el juicio respectivo (la impresión que produ­ cen dos bolas al tocarlas con los dedos cruzados no se corresponde con la realidad y el juicio procedente de ella sería falso si no corri­ giésemos esa impresión mediante una percepción visual). Introducir aquí el término «verdadero» o «falso» sólo significaría que usamos esos términos de forma ambigua, lo que acarrearía consecuencias fa­ tales si no nos diéramos cuenta de ello. Pero si tenemos clara esa am­ bigüedad ¿por qué complicarnos la vida por no introducir una termi­ nología especial? Sin duda, el problema de los conceptos es más complicado y sirve también frente a todos los ataques de los adversarios de la teo­ ría que reconocen que la verdad es una propiedad de los juicios. Los conceptos —así lo dicen— tienen un contenido complejo, pues de

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hecho son la «cristalización» de muchos juicios (dicho en un sentido no transfcrible: el contenido de los conceptos se puede expresar con la ayuda de muchos juicios). Así pues, si la verdad ¡es una propiedad de los juicios ¿por qué no ha de ser también una propiedad de forma­ ciones superiores que se componen de muchos juicios? No cabe duda alguna de que en esta concepción la verdad es tanto una propiedad de los juicios como de los conceptos, entendién­ dolos como «haces» de juicios, como «expresión recopiladora» de juicios o como se quiera describir. Pero ¿de qué estamos hablando aquí? Hablamos del aspecto genético de los conceptos, de que los conceptos a partir de los cuales se construyen supuestamente los jui­ cios —como a partir de elementos— son, de hecho, una estructura construida genéticamente a partir de juicios. ¿Entendemos realmente esto por «concepto»? ¿Concebimos la palabra «concepto» siempre de esta manera? ¡Claro que no! Es suficiente con recordar el primer argumento de los adversarios (que contradice abiertamente al que se acaba de intro­ ducir) para darse cuenta de la diferencia entre estas concepciones y significados. Según el primer aigumento, el concepto es una parte constitutiva del juicio y, en virtud de ello, una propiedad del juicio como un todo también le corresponde al concepto como parte. De he­ cho, en la Lógica el concepto aparece como parte constitutiva, como elemento del juicio, porque la Lógica (al menos algunas de sus con­ cepciones) no se interesa por el aspecto semántico de las expresiones con las que opera en su cálculo. En este caso, tampoco se puede ha­ blar de la verdad del concepto. Basta con preguntar por el significado del nombre o por el contenido dcl concepto, es decir, basta con «des­ cifrar» una «abreviatura» de cómo es el concepto para que se muestre que estamos tratando con toda una serie (con frecuencia muy com­ pleja) de juicios. Pero entonces la cuestión se convierte en trivial: na­ turalmente la verdad es la propiedad de un conjunto de juicios, si es que es propiedad de cada uno de ellos por separado. Así pues, cuando hablamos de conceptos, siempre hay que preci­ sar en qué sentido lo hacemos: en sentido lógico-formal o en sentido genético. Dependiendo de cuál de los dos se trate se puede o no se puede hablar de la verdad o no-verdad de los conceptos. Cuando formulamos la afirmación de que la verdad es una pro­ piedad de los juicios, no explicamos suficientemente lo que hemos de entender por «juicio». Pero esto no es sencillo ya que surgen pro­ blemas sobre la cosmovisión universal relacionados con aquél, según confirma la historia dcl problema.

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En Psicología entendemos por «juicio» una vivencia psíquica de­ terminada —el acto judicativo de que algo es de esta manera o de esta otra—. Por ejemplo, vemos unos objetos cualesquiera, de los cuales dos son blancos y otros dos negros y juzgamos (experimenta­ mos el acto judicativo) de que hay cuatro objetos, puesto que 2+2=4. En este sentido es en el que hablamos de juicios en el significado psicológico de esta palabra. Pero surge la cuestión de si la verdad caracteriza únicamente a los juicios en sentido psicológico. El juicio «dos y dos son cuatro» ¿no seria verdadero incluso cuando nadie lo experimentara como acto judicativo? Algunos filósofos, sobre todo entre los lógicos ma­ temáticos, han sostenido consideraciones semejantes sobre la con­ cepción de los denominados juicios lógicos, que eran algún tipo de entidades ideales en el espíritu del idealismo platónico. A tales «jui­ cios lógicos» ha de corresponderles verdad, con independencia de que alguien realmente los experimente o no. El iniciador de e.sta con­ cepción fue Bernhard Bolzano y sus ideas fueron recogidas, por una parte por lógicos como Frege y Russell y por otra, por fcnomenólogos como Husserl. Como es sabido, esta concepción está emparen­ tada con el idealismo objetivo de tinte platónico. Tal posición con­ duce —como se indicó antes— a una concepción idealista objetiva que afirma que la verdad sería una especie de atributo de ciertas esencias reales independientes y de los juicios lógicos, como el^ olor pertenece a la flor (Russell) —y conduce también a la concepción de la «verdad en sí» que es independiente del acto del pensamiento y que se basa en sí misma (Husserl)— . Antes de pasar a responder a esta cuestión, nos remitiremos críti­ camente a cierto intento de responderla de forma nominalista. T. Kotarbinski, que aplicó el criterio dcl reismo al problema que nos inte­ resa, propone en sus «Elementos»’ üna solución basada en la idea de que la verdad no es la característica de los juicios concebidos de forma psicológica o lógica, sino que lo es de las proposiciones. No existe ninguna cosa que sea un juicio lógico —piensa Kotarbinski— por consiguiente no existen tales juicios, no pudiendo poseer tam­ poco cualidades como la verdad o la falsedad. Tampoco existe nada semejante a un juicio en sentido psicológico. Todo esto hay .que en-

®T. Kotafbinski, Elemeníy teorii poznania, logiki foniwlnej i metochhi’ü nauk (Elementos ele teoría del conocimiento, de lógica formal y de metodología científica), Lcmberg, 1929.

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tenderlo a la manera de una locución sustitutiva. Por ejemplo, deci­ mos «el juicio de Juan es verdadero», pero de hecho queremos ex­ presar «Juan juzga verdaderamente»; por tanto, la afirmación de la verdad de este juicio es posible en un significado sustitutivo. Por el contrario, hay proposiciones (escritas o enunciados orales) que pue­ den ser verdaderas o falsas en el significado literal de la palabra. El autor se inclina claramente por la posición de que no se debe­ ría hablar de la verdad tic los juicios, sino de la verdad de las propo­ siciones. ¿Proporciona esto alguna solución al problema de los jui­ cios? De ninguna manera. En liltimo extremo, obtenemos como resultado un desplazamiento terminológico de esta cuestión. Pero, desplazar la cuestión no significa ni eliminarla ni responderla. Los intérpretes nominalistas de este problema olvidan por com­ pleto que no se puede separar la proposición del juicio. La proposi­ ción, en tanto que objeto material —por ejemplo, como cierto orden de líneas de tinta— no es en sí ni verdadera ni falsa. Las líneas de tinta no pueden poseer la propiedad de ser verdaderas o falsas, exac­ tamente igual que los seres humanos, los animales, las piedras o cual­ quier otro objeto material que tampoco puede tenerla. La función me­ diadora de la proposición y su papel en el proceso del pensamiento no se derivan de que sea un objeto material, sino de que es einmciado de un pensamiento determinado. En la teoría de la verdad sólo nos inte­ resa la proposición en tanto es enunciado de algún juicio. A las «proposiciones» materiales (por ejemplo, un letrero) se les atribuye corrección a causa de su conexión con proposiciones consi­ deradas como creaciones lingüísticas, cuya separación dcl proceso del pensamiento es una consecuencia de la abstracción. Tal abstrac­ ción puede ser útil para determinados fines de la investigación pero, si la convertimos en principio, conduce a una separación metafísica entre las dos partes de un proceso unitario de conocimiento. En reali­ dad, el proceso dcl pensamiento y el del lenguaje están inseparable­ mente unidos en el pensamiento conceptual. Aristóteles afirmó que una proposición era un juicio que enunciaba una verdad o una no verdad. De este modo resaltó claramente la conexión inseparable en­ tre estas proposiciones (es decir, proposiciones que poseen valor ló­ gico) y los juicios. El error fundamental del método nominalista en el denominado análisis semántico que opera con proposiciones, es la suposición de que el complejo problema dcl proceso del pensa­ miento se podría eliminar del análisis mediante una limitación cons­ ciente a formas lingüísticas. Pero son cosas diferentes afirmar que se limita a formas lingüísticas (proposiciones) y realizar tal limitación

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del análisis. De hecho esto tiene que ver con el error fundamental que se deriva de no comprender lo que el marxismo denomina uni­ dad dialéctica entre el pensar y el hablar. El pensamiento conceptual (juicio) sin lenguaje (proposiciones) carece de sentido tanto como un proceso lingiiistico (proposiciones) sin pensamiento (juicios). Y de aqui se obtiene claramente la desesperanza de la supuesta renuncia del análisis semántico respecto a las cuestiones básicas por medio de la afirmación de que, en lo sucesivo, sólo se ocupará de proposicio­ nes o de formas lingüísticas en general. De aquí se concluye también que la supuesta limitación a un análisis de las proposiciones no res­ ponde en absoluto a la importante cuestión de la relación entre los «juicios lógicos» y los juicios en sentido psicológico, ni al problema de cuáles de ellos han de calificarse como verdaderos o falsos. Cuando decimos que la verdad es una propiedad de las proposicio­ nes, estamos expresando con ello —por lo dicho anteriormente— que de hecho es una propiedad de los juicios. Pero ¿de qué juicios? Kotarbinski está en la posición correcta cuando dice que cuando hablamos de la verdad de la proposición, usamos el calificativo «ver­ dadero» de modo que está determinado por su papel en la relación con los juicios y las ideas. De todo ello se podría inferir que el autor se inclina por la posición de que el enlace de las proposiciones con los juicios significa su enlace con los juicios en sentido psicológico. Sin embargo, surge la cuestión de si la proposición «dos por dos son cuatro» sigue siendo correcta aunque, en realidad, nadie experimente el juicio que en ella se expresa. El problema de los juicios lógicos aparece aquí bajo la forma de un problema acerca de los contenidos proposicionalcs. Los partidarios del método dcl análisis semántico dicen también que los juicios lógicos son lo mismo que los conteni­ dos de la proposición. Pero, de este modo el problema vuelve a plan­ tearse en toda su extensión, aunque con otro ropaje terminológico. Aquí tampoco puede ayudar aquella escapatoria externa como es la afirmación en nombre del reismo de que no existe ninguna cosa que pueda ser un contenido preposicional. Los partidarios de la interpre­ tación nominalista tienen que decidirse entre aceptar la absurda teo­ ría de la separación y aislamiento de la forma lingüística respecto a la forma de pensamiento (con lo que sus concepciones pierden cual­ quier valor científico), o tienen que reconocer que las artimañas ter­ minológicas nominalistas no eliminan el problema. Después de ha­ ber constatado el carácter insatisfactorio del intento nominalista por responder a esta cuestión, podemos continuar su análisis en el espí­ ritu de la filosofía marxista.

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Decidir el problema de los juicios en sentido psicológico no le crea serias dificultades a la filosofía y psicología marxistas en lo que concierne a las cuestiones que nos interesan aquí. En este sentido, un juicio es una ¡dea a la que subyace la convicción de que una cosa su­ cede de una determinada manera. De un proceso de pensamiento de este estilo decimos con pleno sentido que es verdadero o falso, en­ tendiendo —según explicaremos con más precisión en adelante— que concuerda con la realidad objetiva (alguien piensa con convic­ ción que algo es de esta manera o de esa otra y es de esa manera o de la otra) o que no concuerda con ella. En consecuencia, los juicios en sentido psicológico se caracterizan por tener la propiedad de ser ver­ daderos o falsos. Como se sabe, cuando decimos que la unidad del mundo se basa en su materialidad, en el mundo existen sólo la mate­ ria, sus propiedades y funciones, se trata de una manera de hablar abreviada (en el sentido literal de la palabra). Teniendo esto en cuenta, entenderemos claramente que, de hecho, hablamos de seres humanos que juzgan con verdad o falsedad cuando decimos de un juicio que es verdadero o falso. En este sentido estamos de acuerdo con el reismo cuando afirma que no existen juicios en sentido psico­ lógico si es que la existencia de tal juicio ha de ser objetiva, como por ejemplo la de una mesa o la de un árbol. Por el contrario, cuando el reismo intenta realizar alguna diferenciación entre la caracteriza­ ción correcta de los juicios y la de las proposiciones sobre la base de que el juicio no es un objeto mientras que la proposición sí lo es, en­ tonces hay que decir que eso es una empresa fallida. Con esa dife­ renciación se desdibuja el hecho principal de que la verdad no co­ rresponde nunca a las proposiciones en tanto que cosas (letreros, por ejemplo), sino a los juicios-proposición. La unidad inseparable entre el pensar y el hablar tira por tierra la construcción del nominalismo reista. ¿Qué ocurre con los «juicios lógicos» o «contenidos proposicionalcs» a los que les corresponde la verdad según Russell, Husserl, Meinong, Marty y otros? No cabe ninguna duda de que la concepción de los «juicios lógi­ cos», es decir la concepción de cualquier juicio «en sí» y de cual­ quier «contenido preposicional» que no son pensados pero, con todo, existen realmente de algún modo, es un renacimiento del idea­ lismo platónico. No hay duda de que, a la luz del materialismo dia­ léctico, no hay ningún lugar para tales «formas ideales de ser», como son los «juicios lógicos» o los «contenidos proposicionales». Hay que adherirse a la opinión de que se trata de una hipóstasis, es

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decir, del error muy corriente en la historia de la filosofía de consi­ derar los conceptos separados como formas reales de ser puesto que su expresión verbal permite una construcción de proposiciones su­ jeto-predicado de la misma forma que en el caso de los enunciados sobre objetos. Pero esto no significa que contestemos la pregunta con la sola afirmación de que no existen «juicios lógicos». De hecho, tampoco existen objetos materiales que puedan representar a esos mismos jui­ cios, pero aún queda la cuestión de si los juicios verdaderos (y las proposiciones respectivas) poseen verdad aun cuando nadie los expe­ rimente. Precisamente aquí se manifiesta toda la limitación del no­ minalismo y no sólo del medieval, sino también del que es contem­ poráneo nuestro. Duro en la crítica al realismo conceptual, se torna débil cuando se trata de una solución positiva del problema. El nomi­ nalismo practica también la negación del problema allí donde no lo puede resolver. Pero como es sabido, el problema no resuelto retorna pertinaz bajo esta u otra forma, a pesar de todas las afirmaciones de que ya fue eliminado hace mucho tiempo. Permaneciendo en los límites fijados, intentemos resolver el pro­ blema de los «juicios lógicos». La concepción de que tales juicios o contenidos proposicionales son formas reales de ser tiene su raíz en la experiencia de que los juicios y las proposiciones se repiten con frecuencia y aparecen en una situación determinada con diferentes individuos y en tiempos distintos. La concepción idealista absolutiza el elemento que les es común y lo convierte en una esencia ideal. El materialismo dialéctico combate decididamente la existencia de tales esencias, la existencia de cualquier tipo de «juicios» y «contenidos proposicionales» no pensados por nadie. Sin embargo, no niega que se puedan repetir. Únicamente los interpreta, sin recurrir ni al idea­ lismo ni a la mística. Esta posición se deriva consecuentemente de la teoría del conocimiento marxista. El proceso del conocimiento pre­ supone la existencia del sujeto que conoce y del objeto a conocer. El conocimiento es el reflejo subjetivo en el entendimiento de quien co­ noce de la realidad que existe objetivamente. La verdad (esto es, el juicio verdadero) es el reflejo fiel al menos dentro de ciertos límites, la verdad es un juicio adecuado a la realidad. Si en el año 1970 París es la capital de Francia y nosotros experimentamos el juicio'(o lo ex­ presamos, o lo escribimos en la forma de una proposición) de que en el año 1970 París es la capital de Francia, entonces el juicio es verda­ dero. Pero un juicio tal lo experimenta aquel que ha de juzgar sobfe ello con conocimiento objetivo. ¿Qué es lo común a todos estos jui­

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cios? Poseer la misma relación con la realidad objetiva. Aquí desapa­ rece inmediatamente el «juicio lógico» místico de la interpretación idealista y tenemos el fenómeno simple y comprensible de la posibi­ lidad de repetir el reflejo de la realidad objetiva en un tiempo distinto y en intelectos diferentes, así como el fenómeno de la comunidad de relación objetiva con esta realidad. Del mismo modo, desde este tras­ fondo se hacen comprensibles los misteriosos «contenidos proposicionales». El momento de la presencia material de lo escrito, es de­ cir, su existencia material también a lo largo del tiempo en el que nadie lo lee ni, consecuentemente, lo comprende, complica esta cuestión sólo de modo aparente, 'foda dificultad desaparece inmedia­ tamente al darnos cuenta de que la proposición, en tanto que cosa material (por ejemplo, como líneas de tinta ordenadas) es diferente a la proposición como forma del conocimiento, como «proposiciónjuicio»; pues el proceso del pensamiento y el del lenguaje están enla­ zados en una unidad inseparable. Entonces queda claro también que aquella supuesta existencia de los «contenidos proposicionales» como formas de ser autónomas e independientes del único proceso real del conocimiento, es un reflejo del hecho idealistamentc defor­ mado, basado en la posibilidad de repetir ciertas vivencias de cono­ cimiento. No existen los «juicios lógicos» ni los «contenidos prepo­ sicionales» como seres reales; lo que hay es únicamente la posibilidad de que se repitan los reflejos de la realidad. El idealismo deforma la imagen del conocimiento que se basa realmente en los re­ flejos individuales de una y la misma realidad objetiva en las cabezas de los seres humanos individuales - y, por eso, tiene que buscar ayuda en el realismo conceptual. El materialismo consecuente re­ suelve este problema mediante un análisis del proceso del conoci­ miento y rechaza toda mística de las formas ideales de ser. Pero, aunque rechace la concepción de los «juicios lógicos», su manera de proceder es diferente de la del nominalismo. Éste niega el conjunto del problema sólo con las palabras, llevándolo a una vía muerta, mientras que el materialismo dialéctico resuelve objetivamente el problema rechazando la concepción idealista. Ahora bien, cuando decimos que la veidad es una propiedad de las proposiciones o de los juicios impugnamos decididamente tanto el intento idealista de interpretar los juicios como entidades ideales, como también el intento nominalista de separar los juicios de las proposiciones y viceversa. De ese modo hacemos referencia a que tenemos siempre presente la unidad pensamiento-lenguaje con la ob.servación de que remarcamos este o aquel aspecto de esta unidad se-

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gún hablemos de juicios o de proposiciones. Verdad o falsedad ca­ racterizan cierto tipo de reflejos subjetivos de la realidad objetiva, el tipo de reflejos específicamente intelectuales. Éstos se expresan en formas de pensamiento-lenguaje. En este sentido decimos que la ver­ dad es una propiedad de los juicios o de las proposiciones que se de­ rivan de ellos. Puesto que hemos aclarado la cuestión de qué fenómenos deben caracterizarse como verdaderos o falsos, podemos pasar a una consi­ deración más detallada —en esta etapa de nuestras reflexiones— del núcleo del problema, a la cuestión de en qué consiste la propiedad de los juicios que hemos caracterizado como verdad o no verdad. El problema de la verdad no sólo se encuentra en el primer plano de las reflexiones filosóficas ab.stractas. En la vida cotidiana trope­ zamos con el a cada paso y también lo encontramos en el ámbito de las ciencias especializadas. Ciertamente aquí se presenta en una forma algo diferente, pues no se establece ninguna definición de la verdad. Se investiga la verdad de los juicios individuales mediante un examen práctico (en el sentido de la praxis de la vida diaria y del experimento científico). El examen es el conjunto de todas las activi­ dades encaminadas a la solución del problema de si los juicios (pro­ posiciones) dados son verdaderos o no verdaderos. Por tanto, presu­ pone algún conocimiento acerca del carácter de la verdad. Obviamente este conocimiento no se expresa en una fórmula clara y unívoca, sino que hemos obtenido este conocimiento o intuición a partir de la prác­ tica cotidiana y casi siempre lo suponemos tácitamente. Por eso, este material es tanto más importante para nuestras investigaciones. De he­ cho es la base de las generalizaciones filosóficas, aunque seamos completamente inconscientes de ello. Por eso debemos esforzarnos en descifrar estos datos mudos que constituyen la base de la actividad examinadora y concentrarnos en comprender el significado de la «verdad» y la «falsedad» contenido en ellos. Vemos ante nosotros un jarrón de flores y admiramos sus bellas formas y colores. De pronto, alguien dice: «Esas flores artificiales están realmente bien hechas.» Sorprendidos decimos: «¿De verdad son flores artificiales? Tengo que convencerme.» ¿Qué hacemos para convencernos de la verdad del juicio de quien ha hablado? Las ole­ mos. Así se demuestra que las flores no tienen ningún olor. Acto se­ guido las cogemos con la mano y se nota que los pétalos están he­ chos de terciopelo. Entonces decimos: «Es verdad, tienes razón, son flores artificiales.» Otro ejemplo, algo distinto, de la vida cotidiana. Alguien nos

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muestra un trozo de tela y pregunta si es lana o algodón. Observa­ mos la tela, la tocamos, pero no podemos responder la pregunta. De­ cimos: «puede ser lana; ¡vamos a hacer una prueba! Un hilo de algo­ dón arde por completo, un hilo de lana hace brasa y produce olor a quemado. Enseguida veremos de qué clase de tela se trata». Sacamos algunas hebras, las encendemos y comprobamos que tienen las pro­ piedades características de la lana cuando arde. Entonces decimos: «tenía yo razón, es verdad que esto es lana». Si observamos la tarea de un investigador que verifica empírica­ mente la verdad de cualquier afirmación, podemos constatar que no se diferencia en absoluto de los ejemplos que hemos tomado de la vida cotidiana, en lo que al tipo de tarea se refiere. Por su carácter, se parece más al método de examen del segundo ejemplo: ambos méto­ dos son indirectos. Naturalmente, son más complicados y más preci­ sos. Los representantes de diferentes escuelas filosóficas reconocen el hecho de que el método científico y el de la vida cotidiana son si­ milares. Verificamos la verdad de la afirmación de que un objeto es de oro, exponiéndolo a la acción de un ácido; examinamos la verdad de la afirmación de que el tifus es una enfermedad infecciosa, infec­ tando un organismo sano con bacilos del tifus, etc. Actuamos de modo parecido en un proceso judicial en el que examinamos las declaraciones de las partes y de los testigos. Nos convencemos de la verdad de la declaración de los testigos acerca de que un objeto dado fue escondido en un determinado lugar, si lo encontramos en ese lugar. Basándonos en las letras de cambio equi­ valentes a una cantidad y firmadas por el deudor, nos convencemos de la verdad de la afirmación que hacen los acreedores acerca de que el deudor se había comprometido a pagarles determinada suma. Naturalmente, aquí son posibles las más diversas complicaciones, pero el tipo de actividad verificadora es el mismo que en los casos anteriores. Ahora podemos pasar a ciertas generalizaciones que facilitarán nuestra búsqueda del significado de la «verdad». En todos los casos mencionados nos hemos eneontrado con dos tipos de examen: el di­ recto y el indirecto. El examen directo se basa en la comparación de nuestros juicios con la realidad recurriendo al testimonio de la per­ cepción sensorial. El examen indirecto también se apoya en este tes­ timonio pero con la diferencia de que, considerando que por algún motivo no es posible el examen directo, deducimos a partir del juicio a examinar otros juicios que sí pueden ser examinados directamente y realizamos el examen en ellos. En ambos casos el examen se basa

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en la convicción mediante percepción sensorial de que ocurre en la realidad lo que enuncia el juicio. Decimos que un juicio es verda­ dero, tanto en la praxis diaria como en la investigación científica, cuando este Juicio concuerda con la realidad; en caso contrario ha­ blamos de la falsedad del juicio. El conjunto de la praxis de nuestra vida —incluyendo la praxis de la investigación científica- - muestra una posición materialista espontánea completamente independiente de la opinión filosófica que declare el individuo. El modo de rcllcxión idealista hace sitio al materialismo espontáneo tan pronto como nos introducimos en el ámbito de la praxis, en el de las acciones de la vida cotidiana y en el de las ciencias. De aquí el dualismo de la posición idealista de los científicos de la naturaleza que euando se entregan a una cuestión científica concreta, caminan sobre el suelo del materialismo espontáneo. A veces lo hacen sin darse cuenta, a veces en contra de sus solemnes afirmaciones idealistas. El principio materialista consiste en «captar la realidad tal cual es», sin ningún aditamento de especulación idealista. Ateniéndose a este principio, el materialismo dialéctico desarrolla la teoría del reflejo y sobre esa base resuelve el problema de la «verdad». El materialismo dialéctico asume y desarrolla la definición aristotélica clásica de la «verdad» como propiedad de los juicios que nos proporcionan un re­ flejo fiel de la realidad objetivamente existente. Esta concepción de la «verdad» nos conduce al punto de disputa más importante entre el materialismo y el idealismo en el terreno de la teoría de la verdad, esto es, a la cuestión del carácter objetivo de la verdad.

III.

TEORÍAS PRO-ORACIONALES

I

l-i i.

I

1 FRANK P. RAMSEY LA NATURALEZA DE LA VERDAD (1927)

E dición

original :

— «The nature of truth», en On trulh. Original manuscript materials ■ (1927-1929) from Ramsey Collection al the University of PittSr:. hurgh, N. Rescher y U. Majer (eds.), Dordrecht, Boston, Londres, Kluwer Academic Publishcrs, 1991, pp. 6-20. castellana : Inédito. Reproducimos el texto —traducido— con autorización expresa de la empresa editora original.

E dición

T raducción : M. J. Frápolli.

ÜTRO.S ENSAYOS DEL AUTOR SOBRE EL MISMO TEMA:

— «Truth and probability» (1926) en The Fomdations of Malhematics, Paterson (Nueva Jersey), Littlefiel4 Adams and Co., 1960, . pp. 156-198 [reeditado en D. H. Mellor (ed.), F. R Ramsey. Philoso/j/iíca/Ea/iera, Cambridge Univ. Press, 1990, pp. 52-94]. t — «Faets and Propositions», Proceedings of the Arisiotelian Society,, ‘ suppl. vol. Vil (1927), pp. 153-170 (recopilado en The Foúndations of Mathematics, Paterson (Nueva Jersey), Littlefield, Adams and * Co., 1960, pp. 138-155 [reeditado en D. H. Mellor (ed.), E P Ram­ sey. Philosophical Papéis, Cambridge Univ. Press, 199.0, PP- 34-5,1; reedición parcial en G. Pitcher (ed.), Truth, Nueva Jersey,-, 1964,

..B ibliografía; C0M P L E M E N T A R iA u ;y :v ® ^ ís f f^ ||Í |^ p i^ ^ H :! |¿ ^ ^ ®

— U. Majer, «Ramsey’s theory óf truth and the truth of theories: a , vi synthesis of Pragmatism and Intuilionisni in Ramsey’s last Philo„ , sophy», Theoria, 57/3 (1991), pp. 162-195. *’ • — P. Horwich, Truth, Blackw'ell, Oxford, 1990, . ‘tr, : ' ^ 4 -'^ ^ L.^^Mackie, «Simple truth», Phil. Quarterly, 20 (1970), pp. 321-333. 12651

266

I HORÍAS DE LA VERDAD EN EL SIGI.O XX

O bservaciones: L os editores del m anuscrito han incluido en el texto, entre corchetes «[ ]», aquellas partes del manuscrito que aparecen ta­ chadas y han añadido, entre ángulos «< >», algunas palabras conjetu­ radas por ellos.

1.

¿QUÉ e s LA VERDAD?

¿Qué es la verdad? ¿Qué carácter es el que adscribimos a una opinión o a un enunciado cuando lo llamamos «verdadero»? Ésta es nuestra primera cuestión, pero antes de intentar contestarla, reflexio­ nemos por un momento sobre lo que significa. Porque debemos dis­ tinguir una cuestión, «¿que es la verclacl'l», de la cuestión bastante diferente «¿qué es veniadem'l». Si un hombre preguntara qué era verdadero, el tipo de respuesta que podría esperar sería o bien una enumeración tan completa como fuera posible de todas las verdades, Le., una enciclopedia, si no un test o criterio de verdad, un método por el cual pudiera [di.scernir] una verdad de una falsedad. Pero pol­ lo que estamos preguntando no es ninguna de estas cosas, sino algo mucho más modesto; no esperamos aprender un medio infalible de distinguir verdad de falsedad sino simplemente saber qué es lo que esta palabra «verdadero» significa. Es una palabra que todos enten­ demos, pero si tratamos de explicarla, podemos fácilmente vernos envueltos, como muestra la historia de la filosofía, en un laberinto de confusión Una fuente de tal confusión debe eliminarse directamente; junto con el significado primario en el que la aplicamos a enunciados u opi­ niones, la palabra verdadero puede también usarse en una cantidad de sentidos derivados y metafóricos cuya discusión no es parte de nuestro problema. No intentaremos elucidar proferencias o.scuras como «La belleza es verdad, verdad belleza» [Beaitty i.s truth, tmth heauty], y nos limitaremos al simple .sentido de todos los días en el cual es verda­ dero que Carlos I fue decapitado y que la tierra es redonda. Lo primero que tenemos que considerar es a qué clase de cosas los epítetos ‘verdadero’ y ‘falso’ se aplican primariamente, puesto

' Lo dificil del problema puede juzgarse a partir del hecho de que en los años 1904-25 el Sr. Berirand Russell ha adoptado sucesivamente cinco soluciones diferen­ tes de él.

TF.ORÍAS RRO-ORACIONALES

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que hay tres clases que pueden ser sugeridas. Porque usamos ‘verda­ dero’ y ‘falso’ tanto para estados mentales % tales como creencias, juicios, opiniones o conjeturas; como también para enunciados u oraciones indicativas; y en tercer lugar, de acuerdo con algunos filó­ sofos, aplicamos estos términos a ‘proposiciones’, que son los obje­ tos de juicio y el significado de las oraciones, pero ellos mismos ni juicios ni oraciones. De acuerdo con los filósofos que creen en ellas, son estas propo­ siciones las que son verdaderas o falsas en el sentido más fundamen­ tal, siendo una creencia llamada verdadera o falsa por una extensión de significado según que lo que se crea sea una proposición verda­ dera o falsa. Pero en tanto que la existencia de tales cosas como estas proposiciones es generalmente (y, en mi opinión, correctamente) puesta en duda, parece mejor no empezar con ellas sino con los esta­ dos mentales de los que ellas son los supuc.stos objetos, y discutir los términos verdadero y falso en su aplicación a estos estados mentales, sin comprometernos a nosotros mismos antes de lo necesaiio con ninguna hipótesis dudosa sobre la naturaleza de sus objetos. La tercera clase que consiste en enunciados u oraciones indicati­ vas no es un rival serio, porque es evidente que la verdad y la false­ dad de enunciados depende de su significado, de lo que la gente quiere decir mediante ellos, los pensamientos y las opiniones que se pretende que ellos transmitan. E incluso si, como algunos dicen, los juicios no son más que oraciones proferidas para uno mismo, la veidad de tales oraciones no será todavía más primitiva que, sino sim­ plemente idéntica a, la de los juicios. Nuestra tarea es pues dilucidar los términos verdadero y falso como se aplican a estados mentales y como estados típicos que nos conciernen podemos tomar por el momento a las creencias. Ahora bien, sea o no filosóficamente correcto decir que tienen proposicio­ nes como sus objetos, las creencias sin duda tienen una caracteiistica que me atrevo a llamar referencia proposiciortal. üna creencia es ne­ cesariamente una creencia de que alguna cosa u otra es así-y así por ejemplo que la tierra es plana; y es este aspecto suyo, su sei «que la tierra es plana» lo que propongo llamar su referencia proposicio-

= Uso «estado» como el (érmiiio más amplio posible, no deseando expresar nin­ guna opinión como la naturaleza de las creencias, etc. ’ O. por supuesto, de que algo no es así y así, o de que si algo es así y así, algo no es de tal y cual modo, y así sucesivamente cu todas las posibles formas.

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TliOKIAS DE LA VERDAD EN EL SICiLO XX

nal. Tan importante es este carácter de la referencia proposicional que estamos dispensados a olvidar que una creencia tenga ningunos otros aspectos de caracteres en absoluto, y que cuando dos hombres ambos creen que la tierra es plana decimos que tienen la misma creen­ cia, aunque puedan creerlo en diferentes momentos por diferentes ra­ zones y con diferentes grados de convicción y usar diferentes len­ guajes o sistemas de ideas; si las referencias proposicionales son las mismas, si son ambos «creencias de que» la misma cosa, habitual­ mente ignoramos todas las otras diferencias entre ellas y las llama­ mos la misma creencia. Es usual en lógica expresar este parecido entre las creencias de dos hombres no diciendo como he hecho que tienen la misma re­ ferencia proposicional, sino llamándolas creencias en la misma pro­ posición; decir esto no es, sin embargo, negar la existencia del carác­ ter de la referencia proposicional, sino meramente adelantar una cierta concepción de cómo este carácter deberia de analizarse. Por­ que nadie puede negar que hablando de una creencia como una creencia de que la tierra es plana le estamos adscribiendo algún ca­ rácter, y aunque es natural pensar que este carácter consiste en una relación con una proposición; todavia, puesto que esta concepción ha sido disputada, empezaremos nuestra investigación a partir de lo que es indudablemente real, que no es la proposición sino el carácter de la referencia proposicional. Tendremos que discutir este análisis más tarde, pero para nuestros propósitos inmediatos podemos aceptarlo sin análisis como algo con lo que estamos todos familiarizados. La referencia proposicional no está, por supuesto, confinada a las creencias; mi conocimiento de que la tierra es redonda, mi opi­ nión de que el libre mercado es superior a la protección, cualquier forma de pensar, saber, o tener la impresión de que tiene una referen­ cia proposicional, y sólo tales estados de la mente pueden ser verda­ deros o falsos. Meramente pensar en Napoleón no puede ser verda­ dero o falso, a menos que sea pensar que fue o hizo tal y cual cosa; porque si la referencia no es proposicional, porque si no es el tipo de referencia que necesita una oración para ser expresada, no puede ha­ ber ni verdad ni falsedad. Por otra parte, no todos los estados que tie­ nen referencia proposicional son o verdaderos o falsos; puedo espe­ rar que haga bueno mañana, preguntarme si hará bueno mañana, y finalmente creer que hará bueno mañana. Estos tres estados tienen la misma referencia proposicional pero sólo la creencia puede ser lla­ mada verdadera o falsa. No llamamos a lo que queremos, deseamos o nos preguntamos verdadero, no porque no tenga refeiencia propo-

TEORÍAS PRO-ORACTONAI-ES

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sicional, sino porque le falta lo que puede llamarse un carácter afir­ mativo o asertivo, el elemento que está presente en pensar que, pero ausente en preguntarse si. En ausencia de algún grado de este carác­ ter nunca usamos las palabras verdadero o falso, aunque el grado sólo necesita ser el mínimo y podemos hablar de una asunción como verdadera, incluso si sólo se hace para descubrir sus consecuencias. Para estados con el carácter opuesto de negación no usamos natural­ mente las palabras verdadero o falso, aunque podemos llamarlos co­ rrectos o incorrectos según que las creencias con la misma referencia proposicional fueran falsas o verdaderas. Los estados mentales, [pues], que nos interesan, a saber, aquéllos con referencia proposicional y algún grado de carácter afirmativo, no tienen desafortunadamente ningún nombre común en el lenguaje corriente. No hay ningún término aplicable a todo el rango desde la mera conjetura al conocimiento cierto, y propongo hacer frente a esta deficiencia'' usando los términos creencia y juicio como sinóni­ mos para cubrir el rango completo de estados [mentales] en cuestión [aunque esto implica una gran extensión de sus significados corrien­ tes] y no con sus significados corrientes más estrechos. Es, entonces, en consideración a las creencias o juicios cuando preguntamos por el significado de la verdad y falsedad, y parece aconsejable empezar explicando que éstos no son sólo términos va­ gos que indican aprecio o culpa de algún tipo, sino que tienen un sig­ nificado bastante definido. Hay varios aspectos en tos cuales una creencia puede ser considerada como buena o mala; puede ser verda­ dera o falsa, puede ser mantenida con un' mayor o menor grado de confianza, por buenas o malas razones, en aislamiento o como parte de un sistema coherente de pensamiento, y para que cualquier discu­ sión clara sea posible es esencial mantener estas formas de mérito distintas unas de otras, y no confundirlas usando la palabra «verda­ dero» de una manera vaga primero por uno y después por otro. Este es un punto en el cual el habla cotidiana es más correcta que la de

■' [Debe quizá señalarse que el difunto Profesor Cook Wilson manUivo que estos estados metilaics no pertenecen de hecho...] Debería, sin einbargo. .señalarse que de acuerdo con una teoría esto no es en realidad una deficiencia en absoluto, puesto que los estados en cuestión no tienen nada importante en común. Conocimiento y opinión tienen referencia proposicional en sentidos bastante diferentes y no son especies de un genero común. Este punto de vista, defendido con la mayor claridad por J. Cook Wil­ son (pero también implicado por otros, c.g., Editiund lítisserl) se explica y se consi­ dera más abajo.

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TüORlAS Di; LA VItRDAD HN EL SIGLO XX

los filósofos; por tomar un ejemplo del Sr, Russell, alguien que piensa que el nombre del actual Primer Ministro empieza por B pen­ saría eso con verdad, incluso si derivara su opinión de la idea equivo­ cada de que el Primer Ministro era Lord Birkcnhcad; y está claro que al llamar a una creencia verdadera, ni queremos decir ni implicamos que está bien fundada ni que es comprehensiva y que si estas cuali­ dades se contunden con la verdad como hace, por ejemplo, Bosanquet ' cualquier discusión provechosa del tema se convierte en impo­ sible. El tipo de mérito en una creencia a la que nos referimos llamándola verdadera puede verse íácilmente que es algo que de­ pende sólo de su referencia proposicional'’; si la creencia de un hom­ bre de que la tierra es redonda es verdadera, así lo es la creencia de cualquier otro de c|iie la tierra es redonda, a pesar de la poca razón que él pueda tener para pensar eso. Tras estos preliminares debemos llegar al punto; ¿cuál es el sig­ nificado de ‘verdadero’? Me parece que realmente la respuesta es perfectamente obvia, que cualquiera puede ver lo que es y que la diticultad sólo aparece cuando intentamos decir lo que es, porque es algo para cuya expresión el lenguaje común está mal adaptado. Supongamos que un hombre cree que la tierra es redonda; enton­ ces su creencia es verdadera porque la tierra es redonda; o generali­ zando esto, si él cree que A es B su creencia será verdadera si /t es 5 y falsa en caso contrario.

Bemard Bosanciuel, ¿oiífc, 2.“ ed., vol. II (Oxford, 1911), pp. 282 ss. Poj- supue.sto él ve la distinción pero deliberadamente la borra, argumentando que un enfo­ que de la verdad que permita que un enuneiado mal ftmdtido .sea verdadero, no puede .sel COI recto. Su ejemplo del hombre que hace un enunciado verdadero ci eycndo que es fal.so, revela una confu.sión inclu.so mayor. Pregunta por qué tal enuneiado c.s una mentira, y contesta a eso diciendo que «era contrario al sistema de sti conocimiento determinado por su experiencia completa en el momento.» Aceptando esto, se seguiría como mucho que la coherencia con el sistema de los eonoeimicnlos del hombre es una marca no de verdial (porque ex hypotliesi tal enunciado habría sido falso) sino de buena fe\ ¡y esto se trae como un argumento a l'avor de una teoría de la verdad como coherencia! '■ l;l Pi ofesor Moorc ha sugerido [«Fact.s aiul Propositions», Proceedingx o f ibe Arixioleliaii Soeiely, Suppicmcntary Volume VII (1927), pp, 171-206; véase p. 178] que la misma entidad puede ser tanto una creencia de que (digamos) la tierra es re­ donda y una creencia de algo más; en este caso tendrá dos referencias proposicionales y podiia ser verdadeia respecto de una y lalsa respecto de la otra. Ésta no es en mí opinión una posibilidad real, pero todo en el presente capítulo podría ser fácilmente alteiado paia peimitirla, aunque la comjtlieación del lenguaje que piodría resultar me parece que sobrepasa con mucho la posible ganancia en precisión.

TBOKÍAS PRO-ORACIONALES

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Está, creo, claro que en esta última oración hemos explicado el significado de la verdad, y que la única dificultad está en formular esta explicación como una definición en sentido estricto. Si intenta­ mos hacerlo, el obstáculo que encontramos es que no podemos des­ cribir todas las creencias como creencias de que A es B puesto que la referencia preposicional de una creencia puede tener cualquier nú­ mero de formas diferentes más complicadas. Un hombre puede estar creyendo que todos los A no son B, o que si todos los A son B, enton­ ces o todos los C son D o algunos E son F, o algo todavía más com­ plicado. No podemos de hecho asignar ningún límite al número de formas que podrían ocurrir, y que deben, por tanto, ser comprchendidas en una definición de verdad; así que si intentamos hacer una de­ finición que las cubra todas tendrá que continuar para siempre, puesto que debemos decir que una creencia es verdadera, si supo­ niendo que es una creencia de que A es B, A es B, o si suponiendo que es una creencia de que A no es B, A no es B, o si .suponiendo que es una creencia de que o ^ es Z? o C es /7, o /í es B o C es D, y así su­ cesivamente acl injinitum. Para evitar esta infinitud debemos considerar la forma general de una referencia proposicional de la cual todas esas formas .sean espe­ cies; podemos simbolizar cualquier creencia como una creencia de que p, donde es una variable de oración en el mismo sentido en que M’ y ‘B' son variables de palabras o expresiones (o términos tal como se llaman en lógica). Podemos decir entonces que una creencia es verdadera si es una creencia de que.;;, y p \ Esta definición suena extraña porque no nos damos cuenta a primera vista de que ‘p ’ es una variable de oración y por eso debe considerarse que contiene un verbo; «y p» suena absurdo porque parece que no tiene verbo y esta­ mos preparados para añadir tal verbo «es verdadero» que, por su­ puesto, convertiría a nuestra definición en absurda, aparentemente rcintroduciendo lo que tenía que ser definido. Pero p contiene icál­ menle un verbo; por ejemplo, podría ser «A es B» y en este caso ter­ minaríamos «y A es B» que como una cuestión de gramática común puede estar sólo perfectamente. Exactamente el mismo punto aparece cuando tomamos, no el símbolo 'p \ sino el pronombre relativo que lo reemplaza en el len­ guaje corriente. Tomemos por ejemplo «lo que él creía era verda-

^ En el sinibolismo dcl Sr. Russell B es verdadera que/) & /). DF.

:(3y>). B es una ciccncia de

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THORÍAS Dli LA VHRDAD RN F.L SICil.O XX

dero». Aquí lo que él creía era, por supuesto, algo expresado por una oración que contiene un verbo. Pero cuando lo representarnos por el pronombre ‘lo’, el verbo que realmente está contenido en el ‘lo’ tiene, como una cuestión del lenguaje, que ser de nuevo eomplementado por «era verdadero». Si, sin embargo, particularizamos la forma de la creencia en cuestión toda la necesidad de las palabras «era ver­ dadero» desaparece como antes y podemos decir «las cosas que él creía que estaban conectadas por una cierta relación estaban, de he­ cho®, conectadas por esta relación». Como afirmamos haber definido la verdad debemos ser capaces de sustituir nuestra definición por la palabra ‘verdadero’ donde­ quiera que ocurra. Pero la dificultad que hemos mencionado vuelve e.sto imposible en el lenguaje corriente que trata lo que realmente de­ beríamos Wamíw i^m-oraciones como si fueran pro-nombres. Las úni­ cas pro-oraciones admitidas en el lenguaje corriente son ‘sí’ y ‘no’, que consideramos que expresan ellas mismas un sentido completo, mientras ‘eso’ y ‘lo’ incluso cuando funcionan como abreviaturas de oraciones siempre requieren ser complementadas con un verbo: este verbo es a menudo «es verdadero» y esta peculiaridad del lenguaje da lugar a problemas artificiales como el de la naturaleza de la ver­ dad, que desaparecen de una vez cuando se expresan en simbolismo lógico, en el que podemos verter «lo que él creía es verdadero» por «si p era lo que él creía,/»>. Hasta aquí nos hemos ocupado sólo de la verdad; ¿qué pasa con la falsedad? La respuesta de nuevo es expresable de una forma sim­ ple en simbolismo lógico, pero difícil de expresar en el lenguaje co­ rriente. No sólo hay la misma dificultad que hay con la verdad sino una dificultad adicional debida a la ausencia en el lenguaje corriente de una expresión simple y uniforme para la negación. En simbolismo lógico, para cualquier símbolo proposicional p (que corresponda a una oración), formamos el contradictorio -p (o ~p en Principia Mathemaíica); pero en castellano no tenemos habitualmcntc ninguna forma similar de darle la vuelta al sentido de una oración sin un cir­ cunloquio considerable. No podemos hacerlo poniendo meramente un «no» excepto en los casos más simples; así «El Rey de Francia no es inteligente» es ambiguo, pero en su interpretación más natural*

* l'.ii una oración como ésta «de hecho» sirve simplemente para mostrar que la oivlio obHqua introducida por «él creía» ha llegado ahora al final. No significa una nueva noción que tenga que .ser analizada, sino simplemente una partícula conectora.

f

THORÍAS PRO-ORACIONAHES

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significa «Hay un Rey de Francia pero no es inteligente» y eso no es lo que conseguimos simplemente negando «El Rey de Francia es inteligente»; y en oraciones más complicadas tales como «si él viene, ella vendrá con él» sólo podemos negar o con un método es­ pecial para la forma particular de la proposición, como «si él viene, ella no necesariainenle vendrá con él» o por el método general de prefijar «No es verdadero que -», «es falso que -» o «No es el caso que -», donde [de nuevo] parece como si dos nuevas ideas, ‘verdad’ y ‘falsedad’, estuvieran involucradas, pero en realidad estamos apli­ cando simplemente un camino indirecto para aplicar no a la oración como un todo. En consecuencia nuestra definición de falsedad (creer falsamente es creer p, cuando -p) es doblemente difícil de poner en palabras; pero argumentar que es circular, porque define la falsedad en térmi­ nos de la operación de negación que no puede siempre ser traducida en el lenguaje sin usar la palabra «falso», sería simplemente una confusión. «Falso» se usa en el lenguaje corriente de dos maneras; primero como parte de una forma de expresar negación, correlativa­ mente al uso de «verdadero» como una adición puramente estilística (como cuando «es verdadero que la tierra es redonda» no significa más que que la tierra es redonda); y en segundo lugar como equiva­ lente a no verdadero, aplicado a creencias u otros estados de la mente que tienen referencias proposicionales o derivadamente a ora­ ciones u otros símbolos que expresan aquellos estados de la mente. El uso que estamos tratando de definir es el segundo, no el primero, que en la guisa del símbolo -p estamos dando por supuesto y propo­ nemos discutir más adelante bajo el epígrafe de negación’. Nuestra definición de que una creencia es verdadera si es una «creencia de que p» y p, pero falsa si es una «creencia de que p» y -p es, debe subrayarse, sustancialmente la de Aristóteles, quien conside­ rando sólo dos formas «A es» y «A no es» declaró que «Decir de lo que es, que no es, o de lo que es, que es, es falso, mientras que decir de lo que es que es, y de lo que no es que no es, es verdadero» Aunque todavía no hemos usado la palabra ‘correspondencia’, la nuestra será probablemente llamada una Teoría de la Verdad como Correspondencia. Porque si A es B, podemos hablar de acuerdo con

“ Véase más abajo. ucdc pensar tanto que las oln'as de Sliakespeare fueron escritas por Bacon y que la opinión de otra persona de que Shakespeare las escribió podría ser perfectamente verdadera «para el». («The Mcaníng of Truth», p. 274.) Acerca de la idea de que lo que es verdadero para una persona puede no serlo para otra véase más abajo. V6a.se Kritik der reinen Venuinfl, «Dic transzcndenlalc Logik». Einlcitung til (A57-B82); «Die alte und berühmle Frage... IVas isf Wahrhciñ Die Namenerkiarting der Walirhcit. dass sie namiich die Obcreiirstinimung der Hrkcnntnis niit ¡bren Gegenstande sei, vvird hier gesclienki und vorausgesetzt; man verlangl aber zu vvissen, welchos das allgemeinc und siebere Kriterhim der Wabriieit einer jedem Erkenntnis sei». La razón por la que no puede haber tal criterio es que todo objeto es distinguible y por tanto tiene algo verdadero de él que no es verdadero de ningún otro objeto. Por tanto no puede haber garantia de verdad sin tener en cuenta al objeto en cuestión.

1

t e o r ía s

I’RO-ORACIONAI.ES

277

razón diciendo que la idea de tal criterio de verdad es absurda, y que para los hombres discutir tal cuestión es tan estúpido como ordeñar una cabra macho mientras que otro sostiene un cedazo para recoger la leche. Y en segundo lugar incluso cuando estamos de acuerdo en que el problema es definir la verdad en el sentido de explicar su signifi­ cado, este problema puede exhibir dos complexiones bastante distin­ tas, de acuerdo con el tipo de definición con el que.estemos dispues­ tos a contentarnos. Nuestra definición es una en términos de referencia proposicional, que tomamos por un termino ya entendido. Pero puede mantenerse que esta noción de referencia proposicional está ella misma necesitada de análisis y definición, y que una defini­ ción de verdad en términos de una noción tan obscura representa un progreso muy pequeño, si alguno. Si una creencia se identifica como lo que el Sr. Jones estaba pensando a las diez en punto de la mañana, y preguntamos qué significa llamar a la creencia así identificada una creencia verdadera, para aplicar la única respuesta que hemos obte­ nido hasta aquí necesitamos saber de qué la creencia del Sr. Jones era una «creencia de»; por ejemplo, decimos que si era una creencia de que la tierra es plana, entonces era verdadera si la tierra es plana. Pero para muchos esto puede parecer meramente escamotear la parle más dura y más interesante del problema, que es descubrir cómo y en qué sentido estas imágenes o ideas en la mente del Sr. Jones a las diez en punto constituyen o expresan una «creencia de que la tierra es plana». La verdad, se dirá, consiste en una relación entre ideas y realidad, y el uso sin análisis de la expresión referencia proposicional simplemente ocitlta y escamotea todos los problemas reales que esta relación involucra. Esta carga debe admitirse que es justa, y un enfoque de la verdad que acepte la noción de referencia proposicional sin análisis no es posible que pueda considerarse completo. Porque todas las muchas dificultades conectadas con esta noción están realmente involucradas en la verdad que depende de ella; si, por ejemplo, «referencia propo­ sicional» tiene significados bastante diferentes en relación a diferen­ tes tipos de creencia (como mucha gente piensa) entonces una ambi­ güedad similar está latente también en ‘verdad’, y está claro que no tendremos nuestra idea de verdad realmente clara hasta que este y otros problemas similares estén resueltos. Pero aunque la reducción de la verdad a la referencia proposicio­ nal es una pequeña parte y con mucho la más fácil de su análisis, no es una que, por lo tanto, podamos permitirnos pasar por alto. [No

278

riiORIAS DE LA VIÍRDAD EN EL SRiLO XX

sólo es esencial darse cuenta de que la verdad y la referencia proposicional no son nociones independientes que requieran análisis sepa­ rado, y que es la verdad la que depende de y debe ser definida via re­ ferencia no referencia vía la verdad] 'f Porque no sólo es esencial en cualquier caso darse cuenta de que el problema se divide de esta ma­ nera en dos partes'-, la reducción de la verdad a la referencia y el análisis de la referencia misma, y tener claro qué parte del problema tiene en cada momento que ser abordada, pero para muchos propósi­ tos es sólo la parte primera y más fácil de la solución la que se re­ quiere; a menudo estamos interesados no en creencias o Juicios como ocurrencias en momentos particulares en mentes de hombres particulares, por ejemplo, la creencia o Juicio «todos los hombres son mortales»; en tal caso la única definición de verdad que pode­ mos posiblemente necesitar es una en términos de referencia prepo­ sicional, que se presupone en la noción misma r/c/Juicio «todos los hombres son mortales»; porque cuando hablamos d d Juicio «todos los hombres son mortales» con lo que estamos realmente tratando es con cualquier Juicio particular en cualquier ocasión par­ ticular que tenga esta referencia proposicional, que es un Juicio «de que todos los hombres son mortales». Así, aunque las dificultades psicológicas involucradas en esta noción de referencia deben enca­ rarse en cualquier tratamiento completo de la vci'dad, está bien em­ pezar con una definición que es suficiente para muchísimos propósi­ tos y sólo depende de las consideraciones más simples.

“ [l-ísto podría quizá ncgar.se si la i'clcrencia fuera algo cscncialmenle diferenle en los casos de creencias vcrdarleras y falsas; e.g., si la forma precisa en que la creencia de un hombre hoy de que hará hunicdad mañana fuera una creencia «de que hará hu­ medad mañana» dependiera de cómo resultara l•ealmclUc ser el tiempo mañana. Pero esto es absurdo pojque nos permitiría fijar el tieinpo por adelantado simplemente con­ siderando la natuialeza de las expectativas del profeta y viendo si tenían referencia verdadera o referencia falsa.j Se podría posiblemente cuc.stionar si esta división del problema es correcta, no porque la verdad de una creencia no depende obviamente de su referencia, de lo que se cree, sino porque la referencia podría ser esencialmente diferente en los dos ca­ sos de verdad y falsedad, de tal modo que hubiera realmente dos ideas ]-)rimitivas, la referencia verdadera y la referencia falsa, que tendrían que ser analizadas por sepa­ rado. En e.ste caso, sin embargo, podríamos decir si una creencia de que /( es ¡i era verdadera o falsa, sin mirar a A simplemente viendo si la manci-a en que la creencia era una «creencia de que A es B» era la de la referencia verdadera o la de la referencia falsa, e infei'ir con certeza que mañana han'a bueno del hecho tic que alguien creyera de una manera particular, la manera tle la referencia falsa, que haría humedad. Véase más abajo.

IKOUÍAS PRO-ORACIONALES

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Y cualquiera que pudiera ser la definición completa, debe con­ servar la conexión evidente entre verdad y referencia, que una creen­ cia de «que py> es verdadera si y sólo p. Podemos burlarnos de esto como de un formalismo trivial, pero puesto que no podemos contradecirlo sin caer en el absurdo, proporciona un mínimo examen de cualesquiera investigaciones más profundas que deben encajar con esta trivialidad obvia.

PETER F. STRAWSON VERDAD (1950)

E dición

original :

— «Truth», Proceedings of the Aristotelian Society, sup. vol. XXIV (1950). — G. Pitcher (ed.), Tru/h, Prcntice-Hall, Nueva Jersey, 1964, pp. 32-53. — Logico-Linginstic Papen, Methuen, Londres, 1971. E dición

castellana :

— «Verdad», en Ensayos lógico-lingüísticos, Tecnos, Madrid, 1983, pp. 216-42. Reproducimos el texto de esta edición con autoriza­ ción expresa de la empresa editora. T raducción : A. O tros

García Suárez y L. M. Valdés.

ensayos del autor sobre ei. mismo tema :

— «Tinth», Analysis, IX/ 6 (1949), pp. 83-97. — «A problem about Tinlh», en G. Pitcher (ed.), Truth, Nueva Jer­ sey, 1964, pp. 68-84 (reimpreso en Logico-linguistic Papers, Lon­ dres, 1971; ed. cast.: «Un problema sobre la verdad», en Ensayos lógico-lingüísticos, Madrid, 1983, pp. 243-264). — «Ti'uth: a Reconsideration of Austin’s Views», Philosophical Quarterly 15 (1965), pp. 289-301 (reimpreso en Logico-linguistic Papers, Londres, 1971; ed. cast.: «Verdad: reconsideración de los puntos de vista de Austin», en Ensayos lógico-lingüísticos, Ma­ drid, 1983, pp. 265-282). — «Meaning and Truth», Oxford, 1969 [reimpreso en Logicolingüistic Papers, Londres; 1971; ed. cast.: «Significado y verdad», en Ensayos lógico-lingüísticos, Madrid, 1983, pp. 194-215/reimpresa la traducción castellana en L. M. Valdés (ed.), La búsqueda del significado, Tecnos, Madrid, 1991, pp. 335-353]. 1281]

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B uíliografía

TIÍORÍAS DK [,A v e r d a d E,N El, SIOl.O XX

complementaria :

— G, Ezorsky, «The perfonnative theory of Truthí», en P. Edwards (ed.), Encyclopeclia of Philosophv, vol. VI, Macmillan, Nueva York, 1967. — P. Geach, «Ascriptivism», Philosophical Review, 69 ('1960') pp. 221-25. R. Harre, «ís truc», Aitstrúlasiun Jounia! of Philosophy 35 (1957), pp. 119-124. ‘

ni Sr. Austin nos ofrece una versión purificada de la teoría de la veidad como coirespondcncia '. Por una parte, el renuncia al error dcl semántico consistente en suponer que «verdadero» es un predi­ cado de oraciones; por otra el error de suponer que la relación de co­ rrespondencia es otra que la puramente convencional, el error que modela la palabra sobre el mundo o el mundo sobre la palabra. Su piopia teoría consiste, aproximadamente, en que decir que un enun­ ciado es verdadero es decir que un determinado episodio de habla está relacionado de una determinada manera convencional con algo dcl mundo que es exclusivo de él mismo. Pero ni la explicación que el Sr. Austin da de los dos términos de la relación que confiere ver­ dad ni su explicación de la relación misma me parecen satisfactorias. La teoría de la correspondencia requiere, no purificación, sino elimi­ nación. 1. hiniiicuidos. Es, desde luego, indiscutible el que nosotros usamos varias expresiones substantivas como sujetos gramaticales de «verdadero». Se trata, comúnmente, de frases nominales como «Lo que él dijo», o «Su enunciado»; o de pronombres o frases nominales, con una cláusula «que» completiva, por ejemplo, «... que p» y «El enunciado de que p». Austin propone que deberíamos usar «enun­ ciado» de modo que sirva de manera general para expresiones tales como éstas. No tengo ninguna objeción. Esto nos capacitará para de­ cir, de una manera filosóficamente no comprometedora, que, al usar «veidadeio» estamos hablando sobre enunciados. Mediante «decir esto de una manera no comprometedora» me refiero a decirlo de una manera que no nos comprometa con ningún punto de vista sobre la

' En ¡-‘mceeilinfix ofihe Arísmtelum Sodely. Supp. Volume, 1950.

t e o r í a s p r o - o r a c i o n a i .e s

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naturaleza de los enunciados de los que hablamos así; que no nos comprometa, por ejemplo, con el punto de vista de que los enuncia­ dos, sobre los que hablamos así son eventos históricos. Las palabras «aserción y «enunciado» tienen una paralela y con­ veniente duplicidad de sentido. «Mi enunciado» puede ser o lo que digo o mi decirlo. Mi decir algo es, ciertamente, un episodio. Lo que digo no lo es. Es lo último, no lo primero, lo que declaramos que es verdadero. (Decir la verdad no es una manera de hablar: es decir algo verdadero.) Cuando decimos «Su enunciado fue recibido con un estruendoso aplauso» o «Su vehemente aserción fue seguida de un silencio sobrecogedor», estamos ciertamente refiriéndonos a, carac­ terizando, un evento histórico, y colocándolo en el contexto de otios. Si digo que el mismo enunciado fue primero susurrado por Juan y después voceado por Pedro, emitido primero en francés y lepetido después en castellano, estoy haciendo claramente observaciones his­ tóricas sobre ocasiones de emisión; pero la propia palabra «enun­ ciado» se ha sacudido la referencia a cualquier episodio particular de habla. Los episodios de que estoy hablando son los susurros, voces, emisiones y repeticiones. El enunciado no es algo que figure en to­ dos esos episodios. Ni tampoco estoy hablando indirectamente sobie esos episodios, o sobre cualquier episodio en absoluto, cuando digo que el enunciado es verdadero, como algo opuesto a decir que el enunciado se hacía, de esas diversas maneras. (Dccii de un enun­ ciado que es verdadero no está relacionado con decir de un episodio de habla que era verdadero, como decir de un enunciado que era su­ surrado está relacionado con decir de un episodio de habla que era un susurro.) Es inútil preguntar sobre qué cosa o evento estoy ha­ blando (además del tema del enunciado) al declarar que un enun­ ciado es verdadero; pues no hay tal cosa o evento. 1 .a palabra «enun­ ciado» y la frase «Lo que él dijo», al igual que la conjunción «que» seguida de tina cláusula nominal, son dispositivos convenientes, substantivos gramaticalmente, que empleamos en determinadas oca­ siones, para determinados propósitos, principalmente (pero no sola­ mente) en aquellas ocasiones en que usamos la palabra «verdadero». Más adelante intentaré elucidar qué ocasiones son ésas. Suponer que siempre que usamos un substantivo singular estamos usándolo, o de­ beríamos estarlo, para hacer referencia a algo es un error antiguo, pero no respetable ya por más tiempo. Más plausible que la tesis de que al declarar que un enunciado es verdadero estoy hablando sobre un episodio de habla, es la tesis de que para que yo declare que un enunciado es verdadero, tiene que

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habei ocuiiido, dentro de mi conocimiento, al menos un episodio consistente en hacer esc enunciado. Esto es en gran parte correcto, aunque (como Austin vio) no enteramente. La ocasión para que yo declare que un enunciado es verdadero puede no ser la de que al­ guien haya hecho un enunciado, sino la de que esté contemplando la posibilidad de que alguien lo haga. Por ejemplo, al discutir los méri­ tos del Estado Benefactoi, podría deciri «Es verdad que el estado sa­ nitario general de la comunidad ha mejorado (que p), pero esto se debe solamente al avance de la ciencia médica». No es necesario que alguien tenga que haber dicho que p para que esto sea una observa­ ción perfectamente apropiada. Al hacerla, no estoy hablando sobre un episodio de habla efectivo o posible. Estoy aseverando que p, de una determinada manera, con un determinado propósito. Estoy con­ cediendo anticipadamente, con vistas a neutralizarla, una posible objeción. Me miticipo a que alguien haga el enunciado de que p ha­ ciéndolo yo mismo, con algunas adiciones. Es de importancia funda­ mental el distinguir el hecho de que el uso de «verdadero» mire siempie, hacia delante o hacia atrás, al hecho efectivo o contem­ plado, de que alguien haga un enunciado, de la teoría que se usa para caracterizar tales episodios (efectivos o posible.s). No es fácil explicar el sentido no episódico y no comprometedor de «enunciado» en el que «enunciado» = «lo que se dice que es ver­ dadero o falso». Pero, a riesgo de resultar tedioso, proseguiré con el tema. Pues, si Austin está en lo cierto al sugerir que predicamos bási­ camente «verdadero» de episodios de habla, entonces sería posible «reducir» las aserciones en las que decimos de un enunciado, en el sentido no episódico, que es verdadero, a aserciones en las que pre­ dicamos vcidad de episodios. Austin señala que la misma oración puede usarse para hacer diferentes enunciados. Él estaría, sin duda, de acuerdo en que diferentes oraciones pueden usarse para hacer el mismo enunciado. No estoy pensando solamente en lenguajes dife­ rentes o expresiones sinónimas del mismo lenguaje, sino también en ocasiones tales como aquellas en que tú dices de Juan «Él está en­ fermo», yo digo a Juan «Tú estás enfermo», y Juan dice «Estoy enfcimo». En todos los casos hacemos «el mismo enunciado» usando no sólo oraciones diferentes, sino también oraciones con significa­ dos diferentes; y éste es el sentido de «enunciado» que necesitamos discutii, puesto que es, prima facie de los enunciados en este sentido de los que decimos que son verdaderos o falsos (por ejemplo, «Lo que todos ellos dijeron, a saber, que .Tuan estaba enfermo, era com­ pletamente verdadero»). Podríamos decir: la gente hace el mismo

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enunciado cuando las palabras que usa en las situaciones en que las usa son tales que, o bien toda ella debe (lógicamente) estar haciendo un enunciado verdadero, o toda ella debe (lógicamente) estar ha­ ciendo un enunciado falso. Pero esto es usar «verdadero» en la eluci­ dación de «mismo enunciado». O podríamos decir del caso presente, ■luán, tú y yo estamos haciendo los tres el mismo enunciado puesto que, al usar las palabras que usamos en la situación que las usamos, estamos aplicando todos la misma descripción a la misma persona en un momento determinado de su historia; cualquiera que aplicase esta descripción a esta persona (etc.), estaría haciendo este enunciado. El Sr. Austin podría entonces querer analizar (A) «El enunciado de que Juan estaba enfermo era verdadero» de una manera semejante a la si­ guiente: «Si alguien ha emitido, o fuese a emitir, palabras tales que, en la situación en que se emiten, está aplicando a una persona la misma descripción que yo aplico a esa persona cuando emito ahoia las palabras ‘Juan estaba enfermo’, entonces el episodio de habla re­ sultante era, o sería, verdadero». Parece claro, sin embargo, que sola­ mente el deseo de encontrar un primer término mctafisicamente irieprochable para la relación de correspondencia podría inducir a alguien a aceptar este análisis de (A) como una hipótesis general ela­ borada. Sería una sugerencia plausible solamente si los sujetos gra­ maticales de «verdadero» fuesen comúnmente expresiones que se re­ fieren a episodios de habla particulares, fechables de maneia singularizadora. Pero el hecho simple y obvio es que las expresiones que aparecen como tales sujetos gramaticales («Lo que ellos dije­ ron», «...que p», y así sucesivamente) jamás representan, en esos contextos, tales episodiosL Lo que ellos dijeron no tiene fecha, aun­ que las diversas ocasiones en que se dijo son fechables. El enunciado de que p no es un evento, aunque tuvo que hacerse por vez primera y tuvo que hacerse sabiéndolo yo si he de hablar de su veidad y false­ dad. Si suscribo un punto de vista de Platón, atribuyéndoselo erróne­ amente a lord Russell («El punto de vista de Russell de que p es completamente verdadero»), y se me corrige, no he descubieito que estaba hablando de un evento separado por siglos del que imaginaba que estaba hablando. (Una vez corregido, puedo decir; «Bien,

^ Y los casos en que podría mostrarse más plausiblemente que tales frases desem­ peñan el papel de referirse a un episodio son precisamente aquellos que se someterían más fácilmente a otro tratamiento, a saber, aquellos casos en los que un hablante co­ rrobora. confirma o garantiza lo que otro acaba de decir (cf. la sección IV ¡nfra).

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THORÍAS

d i ; l a v h r d a d f, n e l s i g l o

XX

quienquiera que lo haya dicho es verdad») Mi juicio histórico impli­ cado es fídso; eso es todo. II. Hechos. ¿Qué sucede con el segundo término de la rela­ ción de correspondencia? El Sr. Austin utiliza para él las siguientes palabras o frases; «cosa», «evento», «situación», «estado de cosas», «característica» y «hecho». Todas éstas son palabras que deberían manejarse con cuidado. Creo que el Sr. Austin, debido a que no logra distinguir suficientemente entre ellas, ( 1 ) fomenta la asimilación de hechos a cosas o (lo que es aproximadamente lo mismo) de enunciar a hacer referencia; (2 ) tergiversa el uso de «verdadero»; y (3 ) obscu­ rece otro problema más fundamental. En la sección 3 de su artículo, el Sr. Austin dice, o sugiere, que todo enunciar incluye a la vez hacer referencia («mosti'ación») y caracteiizar («de.sciipción»), E,s cuestionable el que todos los enuncia­ dos incluyan ambas cosas ^ aunque es cierto que algunos las inclu­ yen. Las oraciones siguientes, por ejemplo, podrían usarse todas ellas para hacer esos enunciados, esto es, enunciados tales que, al hacetlos, se realizan a la vez las funciones refercncial y descriptiva, siendo aproximadamente (aunque no exclusivamente) asignable la icalización de las dos funciones a partes diferentes de las oraciones en tanto que emitidas: El gato tiene la sarna.

El loro habla mucho.

Su acompañante era un hombre de constitución mediana, correc­ tamente afeitado, bien vestido y con acento del norte. Al usar tales oraciones para hacer enunciados, nos referimos a una cosa o persona (objeto) para, a continuación, caracterizarlo (lo mostramos para describirlo). Una referencia puede ser correcta o incoiiectd. Una descripción puede ajustarse, o no lograr ajustarse, a la persona o cosa a la que se aplicaL Cuando hacemos referencia co­ rrectamente, hay ciertamente una relación convcncionalmentc esta-

Cfr, la sección V iiiira. La tesis de que todos los enunciados incluyen a la vez de­ mostración y descripción es, dicho de mancia a|>roximada, la tesis de que todos los enunciados son, o incluyen, enunciados de sujeto-predicado (sin excluir a los enuncia­ dos iclacionales). Cfi. la fiase «Id es descrito como...» Lo que llena el hueco no es una oración (expresión que podría usarse normalmente para hacer un enunciado) sino una frase que podría aparecer como parte de una expresión usada de esta manera.

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blecida entre las palabras, usadas de esa manera, y la cosa a la que nos referimos. Cuando describimos correctamente, hay ciertamente una relación convencionalmente e.stablccida entre las palabras que usamos al describir y el tipo de cosa o persona que dcsciibimos. Esas relaciones, como el Sr. Austin subraya, son diferentes. Una ex­ presión usada refercncialmente tiene un papel lógico diferente del de una expresión usada descriptivamente. Están relacionadas de distinta manera con el objeto. Y enunciar es diferente de hacer referencia y de describir pues es (en tales casos) ambas cosas a la vez. El enun­ ciado (algún enunciado) es refercncia-cunj-descripción. Para evitar expresiones engorrosas hablaré de aquí en adelante de paites de enunciados (la parte referencial y la parte desciiptiva), sin embaigo, las partes de enunciados no han de tenerse por equivalentes a partes de oraciones (o partes de episodios de habla) en mayor medida que los enunciados han de tenerse por equivalentes a oraciones (o episo­ dios de habla). Aquello (persona, cosa, etc.) a que se refiere la parte reterencial del enunciado, y a lo que se ajiusta o no logra ajustarse la parte des­ criptiva del enunciado, es aquello sobre lo que es el enunciado. Es evidente que no hay nada más en el mundo que esté relacionado con el enunciado mismo de alguna manera adicional que sea propia de él mismo o bien de las diferentes maneras de las que esas partes di­ ferentes del enunciado están relacionadas con aquello sobie lo que es el enunciado. Y es evidente que la exigencia de que tiene que ha­ ber un tal relatiim es lógicamente absurda; un error-tipo lógica­ mente fundamental. Pero la exigencia de que haya algo en el mundo que hace al enunciado verdadero (frase del Sr. Austin), o a lo que el enunciado corresponde cuando es verdadero, es precisamente esta exigencia. Y la teoría que responde decir que un enunciado es ver­ dadero es decir que un episodio de habla está relacionado conven­ cionalmente de una manera determinada con tal relatum reproduce el error-tipo incorporado en esta exigencia. Pues, mientras que cier­ tamente decimos que un enunciado corresponde a (se ajusta a, es apoyado por, está de acuerdo con) los hechos, como una variante de decir que es verdadero, jamás decimos que un enunciado corres­ ponde a la cosa, persona, etc., sobre la que es. Lo que «hace que el enunciado» de que el gato tiene sarna sea «verdadeio», no es el gato, sino la condición del gato, esto es, el hecho de que el gato dene sarna. El único candidato plausible para el puesto de aquello que (en el mundo) hace verdadero el enunciado es el hecho que é.ste enuncia; pero el hecho que el enunciado enuncia no es algo del

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mundo’. No es un objeto; ni es tan siquiera (como algunos han su­ puesto) un objeto complejo consistente en uno o más elementos par­ ticulares (constituyentes, partes) y un elemento universal (constitu­ yente, paite). Yo puedo (quizás) pasarte, o encerrar en un círculo, o cronometrar con un reloj las cosas o incidentes a las que se hace re­ ferencia cuando se hace un enunciado. Los enunciados son sobre ta­ les objetos; pero enuncian hechos. El señor Austin parece ignorar la completa difeiencia de tipo entre, por ejemplo, «hecho» y «cosa»; habla como si «hecho» fuera justamente una palabra muy general (con algunas características desorientadoras, desgraciadamente) para «evento», «cosa», etc., en lugar de ser (como lo es) completa­ mente dileiente de estas últimas y, con todo, el único candidato po­ sible para el deseado correlato no-lingüístico de «enunciado». Di­ cho de manera aproximada: la cosa, persona, etc., a que se hace referencia es el correlato material de la parte referencial del enun­ ciado, la cualidad o propiedad que se dice que el referente «posee» es el correlato pseudomaterial de su parte descriptiva, y el hecho al que «coi responde» el enunciado es el correlato pseudomaterial del enunciado como un todo. Estos puntos se reflejan, desde luego, en la conducta de la pala­ bra «hecho» en el lenguaje ordinario; conducta que el señor Austin advicitc, pero respecto a la cual no es lo suficientemente cauto. «He­ cho», al igual que «verdadero», «enuncia» y «enunciado», está easado con cláusulas «que» y no hay nada sacrilego en esta unión. Los hechos son conocidos, enunciados, aprendidos, olvidados, pasados pot alto, comentados, comunicados u observados. (Cada uno de esos verbos puede estar seguido de una cláusula «que» o de una cláusula «el hecho de que».) Los hechos son lo que los enunciados (cuando son verdaderos) enuncian; no son aquello sobre lo que son los enun­ ciados. A diferencia de ios acontecimientos que oeurren sobre la faz del globo, los hechos no se presencian ni se oyen ni se ven, no se

’ Esto no es, de.sde luego, negar t|iie exista en d mundo aquello .sobre lo que es un enunciado de este tipo (aquello de lo que es vcrdadci'o o l'also), a lo que se hace relereneia y se describe y a lo que la descripción se ajusta (si el enunciado es verdadero) o no logra ajustarse (si es falso). Esta verdad de pcrogrullo es una introducción inade­ cuada a la larca de elucidar, no nuestro uso de «verdadero», sino cierta manera gene­ ral de usar el lenguaje, un determinado tipo de discurso, a saber, el tipo de discurso consistente en enunciar hechos. Lo que confunde la cuestión planteada sobre el uso de la palabra «verdadero» es, precisamente, su embrollo con este problema mucho más fundamental y difícil. [Cf (2) de esta sección.]

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rompen ni se trastocan, no se interrumpen ni se prolongan, no se les da un puntapié, no se destruyen, no se les enmienda ni tampoco me­ ten ruido. El Sr. Austin toma nota de la expresión «el hecho de que», nos advierte que puede tentarnos a identificai hechos con enuncia­ dos verdaderos y explica su existencia diciendo que, para ciertos propósitos de la vida ordinaria, no hacemos caso de, o consideramos irrelevante, la distinción entre decir algo verdadero y la cosa o episo­ dio del que estamos hablando. Sería efectivamente erróneo - pero no por las razones del Sr. Austin— identificar «hecho» con «enun­ ciado verdadero»; pues esas expresiones tienen papeles diferentes en nuestro lenguaje, corno puede verse mediante el experimento con­ sistente en tratar de intercambiarlas en contexto. Sin embargo, sus papeles —o los de expresiones relacionadas— se solapan. No hay ningún matiz, excepto de estilo, entre «Esto es verdadero» y «Esto es un hecho»; ni entre «¿Es verdadero que...?» y «¿Es un hecho quc...?»L Pero las razones del Sr. Austin para objetar la identifica­ ción parecen erróneas, como también lo parece su explicación de la usanza que (dice él) nos tienta a hacerlo. Puesto que piensa en los enunciados como algo que está en el mundo (un episodio de habla) y en los hechos como algo más que está en el mundo (aquello a lo que «corresponde» o «sobre lo que es» el enunciado), concibe la distin­ ción como de importancia decisiva en filosofía, aunque (sorpren­ dentemente) su.sceptiblc de no ser tomada en cuenta para propósitos ordinarios. Pero no puedo concebir ninguna ocasión en la que podría posiblemente mantener que estaba «no tomando en cuenta o consi­ derando como irrelevante» la distinción entre, digamos, el que mi mujer me estaba dando a luz gemelos (a medianoche) y el que yo diga (diez minutos más tarde) que mi mujer me había dado a luz gemelos. Según la tesis del Sr. Austin, sin embargo, mi anunciar «El hecho es que mi mujer me ha dado a luz gemelos» sería justa­ mente tal ocasión. En otra parte de su artículo, el Sr. Austin expresa el hecho de que no hay limite teórico a lo que podría decirse con verdad sobre las co-*

* Pienso que, en general, la diferencia entre ellas consiste en que mientras el uso de «verdadero», como ya se ha reconocido, dirige sus miradas, hacia detrás o hacia delante, al hecho efectivo o previsto de que alguien haga un enunciado, el uso de «he­ cho» no hace generalmente esto, aunque puede hacerlo algunas veces. Ciertamente no lo hace en, por ejemplo, la frase «El hecho es que...», que sirve más bien para prepa­ rarnos para lo inesperado c inoportuno.

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sas del mundo, mientras que hay límites prácticos muy definidos a lo que los seres humanos efectivamente pueden decir y dicen sobre ellas, mediante la observación de que los enunciados «se ajustan siempre a los hechos más o menos laxamente, de diversas maneras para propósitos diferentes». Pero ¿que podría ajustarse más perfecta­ mente al hecho de que está lloviendo que el enunciado de que está lloviendo? Desde luego, los enunciados y los hechos se ajustan. Se dii ía que están hechos los unos para los otros. Si se fuerza a los enunciados a salir del mundo, se fuerza también a los hechos a salir de él; pero el mundo no sería, de ninguna manera, más pobre. (No se fuerza a salir dcl mundo también a aquello sobre lo que los enuncia­ dos son; para este menester se necesitaría un género diferente de pa­ lanca.) Un síntoma de la inquietud que el Sr. Austin siente respecto a los hechos es su preferencia por las expresiones «situación» y «estado de cosas», exptesiones cuyo carácter y función son un poco menos transparentes que los de «hecho». Son candidatos más plausibles para ser incluidos en el mundo. Pues mientras que es verdad que si­ tuaciones y estados de cosas no son vistos ni oídos (más que lo son los hechos), sino que más bien son resumidos o captados de un vis­ tazo (frases que recalcan la conexión con enunciado y cláusula «que», lespcctivamente), es también verdad que hay un sentido de «sobre» en el que hablamos sobre, describimos, situaciones y esta­ dos de cosas. Decimos, por ejemplo, «La situación internacional es giavc» o «Este estado de cosas se arrastró desde la muerte del rey hasta la disolución del Parlamento». En e! mismo sentido de «so­ bre», hablamos sobre hechos, como cuando decimos «Estoy alar­ mado poi el hecho de que los gastos de alimentación hayan subido un 50 por 100 en el último año». Pero mientras que «hecho» está li­ gado en estos usos a una cláusula «que» (o conectado no menos ob­ viamente con «enunciado», como cuando «tomamos nota de los he­ chos» o transmitimos a alguien los hechos en una hoja de papel), «situación» y «estado de cosas» se mantienen por sí mismos; de los estados de cosas se dice que tienen un comienzo y un final, y así su­ cesivamente. Sin embargo, las situaciones y los estados de cosas de los que se habla así (al igual que los hechos de que se habla así) son abstracciones que un lógico, si no un gramático, debe ser capaz de examinar completamente. Estar alarmado por un hecho no es algo semejante a estar asustado por una sombra. Es estar alarmado por­ que... Uno de los dispositivos más económicos y recurrentes del len­ guaje es el uso de expresiones substantivas para abreviar, resumir y

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conectar. Una vez que he hecho una serie de enunciados descriptivos, puedo conectar comprensivamente con ellos el resto de mi discurso mediante el uso de expresiones tales como «e.sta situación» o «este es­ tado de cosas»; precisamente como, una vez que he presentado lo que consideraba como un conjunto de razones para una determinada con­ clusión, me permito tomar aliento diciendo «Puesto que estas cosas son así, entonces...», en lugar de hacer que la conjunción preceda a toda la historieta. Una situación o estado de cosas es, dicho aproxima­ damente, un conjunto de hechos, no un conjunto de cosas. Un punto que es necesario mencionar a la vista del uso que el Sr. Austin hace de esas expresiones (en las secciones 3a y 3b de su ar­ tículo) es que cuando «hablamos sobre» situaciones (como algo opLicsto a cosas y personas) la situación sobre la que hablamos no es, como él parece pensar que lo es, identificada correctamente con el he­ cho que enunciamos (con «lo que hace verdadero al enunciado»). Si una situación es el «tema» de nuestro enunciado, entonces «lo que hace verdadero al enunciado», no es la situación, sino el hecho de que la si­ tuación tiene el carácter que se asevera que tiene. Pienso que gran parte de la capacidad persuasiva de la frase «hablar sobre situaciones» se de­ riva de ese uso de la palabra que acabo ahora mismo de comentar. Pero, si una situación se trata como «tema» de un enunciado, entonces no servirá como el termino no lingüístico de la «relación de corresponden­ cia», que el Sr. Austin anda buscando; y, si se trata como téimino no lingüístico de esta relación, no servirá como tema del enunciado. Alguien podría decir ahora: «Sin duda, ‘situación , estado de cosas’ y ‘ hechos’ están relacionados de esta manera con las cláusu­ las ‘que’ y las oraciones asertivas; pueden servir, de determinadas maneras y para determinados propósitos, como dobletes indefinidos para expresiones específicas de esos tipos diversos. Así se relaciona también ‘cosa’ con algunos nombres; ‘evento’ con algunos verbos, nombres y oraciones; ‘cualidad’ con algunos adjetivos, lelación con algunos nombres, verbos y adjetivos. ¿Por qué manifestar este prejuicio a favor de cosas y eventos como si fuesen las únicas paites deí mundo o de su historia? ¿Por qué no también situaciones y he­ chos?» La respuesta a esto (implícita en lo precedente) es doble. 1) l,a primera parte de la respuesta’ es que todo el encanto que ■ Lo cual podría cxprc.sar.se más brevemente diciendo que, si leemos «mundo» (una palabra tristemente corrompida) como «ciclos y tierra», hablar de hechos, situa­ ciones y estados de cosas, como «incluidos en» o «partes de», el mundo es, obvia­ mente metafórico. F.l mundo es la totalidad de las cosas, no de los hechos.

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proporciona el hablar de situaciones, estados de cosas o hechos como incluidos en, o partes de, el mundo, consiste en pensar en ellos como cosas y grupos de cosas; que la tentación de hablar de situacio­ nes, etc., en el estilo apropiado para hablar de cosas y eventos es, una vez que se da este primer paso, arrolladora. El Sr. Austin no es capaz de resistirla. Resbala significativamente en la palabra «rasgo» (nari­ ces y colinas son rasgos de rostros y paisajes) como sustituto de «he­ chos». Dice que la razón por la que fotografías y mapas no son «ver­ daderos» de la manera en que los enunciados son verdaderos es que la relación de un mapa o de una fotografía con aquello de lo que es mapa o fotografía no es completamente (en el primer caso) y no es en absoluto (en el segundo) una relación convencional. Pero no es ésta la razón única, o la fundamental. (La relación entre el primer ministro de Inglaterra y la frase «el primer ministro de Inglaterra» es convencional; pero no tiene sentido decir que alguien que está usando la frase fuera de contexto está diciendo algo verdadero o falso.) La razón fundamental (para los presentes propósitos) consiste en que «ser un mapa de» o «ser una fotografía de» son relaciones cu­ yos reíala no iotográíicos y no cartográficos, respectivamente son, digamos, entidades personales o geográficas. El problema de las teo­ rías de la verdad como correspondencia no es primariamente la ten­ dencia a substituir relaciones no convencionales, por lo que es real­ mente una relación completamente convencional. Lo que da origen al problema es la representación desorientadora de «correspondencia entre enunciado y hecho» como una relación, de cualquier género, entre eventos, cosas o grupos de cosas. Los teóricos de la correspon­ dencia piensan que un enunciado «describe aquello que lo hace ver­ dadero» (hecho, situación, estado de cosas) de la manera en que un predicado descriptivo puede usarse para describir, o una expresión refcrencial para hacer referencia a, una cosa*.

* Supongamos que en un tablero de ajedrez están coloeadas las piezas, que se e.slá Jugando una partida. Y supotigamo.s que alguien da, en palabras, tin enunciado e.xhaustivo de la po.sición de las piezas. La objeción del Sr. Austin (o tina de sus objecio­ nes) a las teorías primitivas do la correspondencia consistiría en que estas representan la relación entre la descripción y el tablero con las piezas encima de manera semejante a, digamos, la relación entre un diagrama de un problema de ajedrez de un periódico y un tablero cott las piezas correspondientemente dispuestas. Él dice, más bien, que la relación es puramente convencional. Mi objeción va más allá. Se trata de qtic no hay ninguna cosa o evento llamado «enunciado» (aunque hay el hacer el enunciado) y no hay ninguna cosa o evento llamado «hecho» o «situación» (aunque hay el tablero de

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2) La segunda objeción al tratamiento que el Sr. Austin hace de hechos, situaciones, estados de cosas, como «partes del mundo» que nosotros declaramos que están en una determinada relación con un enunciado cuando declaramos verdadero al enunciado, es más pro­ funda que la anterior, pero en ella radica, en cierto sentido, su impor­ tancia. El Sr. Austin dice, o implica, correctamente (sección 3) que para alguno de los propósitos para los que usamos el lenguaje debe haber convenciones que correlacionen las palabras de nuestro len­ guaje con lo que se encuentra en el mundo. No todos los propósitos lingüí.sticos para los que vale esta necesidad son, sin embargo, idén­ ticos. Las órdenes, asi como la información, se comunican convencionalmcnte. Supongamos que «naranja» significa siempre lo que queremos decir mediante «Tráeme una naranja», y «esa naranja» sig­ nifica siempre lo que queremos decir mediante «Tráeme esa na­ ranja», y, en general, que nuestro lenguaje contuviese solamente ora­ ciones imperativas de alguna manera semejante. No habría menor necesidad de una relación convencional entre la palabra y el mundo. Ni tampoco sería menos lo que se hallase en el mundo. Pero esas pseudoentidades que hacen verdaderos a los enunciados no figura­ rían entre los correlatos no lingüísticos. No se las encontraría (no se las han encontrado jamás, y jamás han figurado entre los correlatos no lingüísticos). El punto es que la palabra «hecho» (y las palabras pertenecientes al «conjunto-de-heeho.s» como «situación» y «estado de cosas» tienen, al igual que las mismas palabras «enunciado» y «verdadero», un cierto tipo de discurso (el informativo) relacionante palabra-mundo empotrado dentro de ellas. La ocurrencia en el dis­ curso ordinario de las palabras «hecho», «enunciado», «verdadero» señala la ocurrencia de este tipo de discurso; del mismo modo que la ocurrencia de las palabras «orden», «obedecida» señala la ocurren­ cia de otro género de comunicación convencional (el imperativo). Si ajedrez con las piezas encima de cl) que esté uno respecto de otro en una relación, ni tan siquiera una relación puramente convencional, como cl diagrama del periódico lo está con el tablero-y-las-piezas. Por encima de los hechos (situación, estado de cosas) no se puede, como por encima del tablero-y-las-piezas, derramar café, ni pueden ser volcados por manos poco cuidado.sas. El que el Sr. .Aastin necesite tales eventos y co­ sas para su teoría es la causa de que considere cl hacer el enunciado conVo cl enun­ ciado y aquello sobre lo que es cl enunciado como cl hecho que enuncia. Los eventos .se pueden fechar y las cosas pueden localizarse. Pero los hechos que los enunciados (cuando son verdaderos) enuncian no pueden ni lechal se ni locali­ zarse. (Ni tampoco pueden ser fechados ni localizados los enunciados, aunque sí el hacerlos.) ¿Están incluidos en cl mundo?

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nuestra tarea fuese elueidar la naturaleza de este primer tipo de diseurso, sería inútil intentar hacerlo en términos de las palabras «he­ cho», «enunciado», «verdadero», puesto que estas palabras contie­ nen el problema, pero no su solución. Por la misma razón, sería igualmente inútil intentar elucidar cualquiera de esas palabras (en tanto en cuanto la elucidación de esa palabra fuese la elucidación de este problema) en términos de las otras. Y es efectivamente muy ex­ traño que la gente haya procedido tan a menudo diciendo: «Bien, te­ nemos suficientemente claro lo que es un enunciado, ¿no es cierto? Planteemos ahora la cuestión adicional, a saber; ¿en qué consiste que un enunciado sea verdadero?» Esto es lo mismo que decir: «Bien, te­ nemos claro lo que es una orden: ahora bien, ¿en qué consiste que una orden sea obedecida.^ ¡Cómo si se pudiesen separar enunciados y órdenes del objeto por el que se hacen o dan! Supóngase que tuviésemos en nuestro lenguaje la palabra «ejecu­ ción» con el significado de «acción consistente en dar cumplimiento a una orden», Y supóngase que alguien plantease la cuestión filosó­ fica: ¿Qué es obediencia? ¿En qué consiste que una orden sea obe­ decida? Un filósofo podría presentar la respuesta siguiente; «Obe­ diencia es una relación convencional entre una orden y una ejecución. Se obedece una orden cuando ésta corresponde a una eje­ cución». Esta es la Teoría de la Obediencia como Correspondencia. Tiene, quizás, un poco menos de valor como intento de elucidar la natura­ leza de un tipo de comunicación, que el que la Teoría de la Verdad como Correspondencia tiene como intento de elucidar la del otro. En ambos casos, las palabras que aparecen en la solución llevan incor­ porado el problema. Y, desde luego, c,sta intima relación entre «enun­ ciado» y «hecho» (que se comprende cuando se ve que ambas pala­ bras llevan incorporado este problema) explica por qué cuando tratamos de explicar verdad según el modelo de nombrar o clasificar, o cualquier otro género de relación convencional o no convencional entre una cosa y otra, nos encontramos siempre con que hemos atcII izado en «hecho», «situación», «estado de cosas», como términos no lingüísticos de la relación. Pero ¿por qué habria de verse el problema de la Verdad (el pro­ blema sobre el uso de «verdadero») como el problema de elucidar el tipo de discurso que enuncia hechos? La respuesta es que no debería ser así; pero que la Teoría de la Correspondencia sólo puede ser compicndida completamente a fondo cuando se la contempla como un intento estéril de atacar este segundo problema. Desde luego, un

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filósofo interesado en el segundo problema, interesado en elucidar un determinado tipo general de discurso, tiene que estar de espaldas al lenguaje y hablar sobre las diferentes maneras en que las emisio­ nes se relacionan con el mundo (aunque tiene que llegar más allá de la «correspondencia de enunciado y hecho» si lo que dice ha de sei fructifcro). Pero - pai'a recurrir a algo que he dicho anteriormente— la aparición en el discurso ordinario de las palabras «verdadero», «hecho», etcétera, señala, sin comentarla, la aparición de cierta ma­ nera de usar el lenguaje. Cuando usamos esas palabras en la vida or­ dinaria, estamos hablando dentro, y no sobre, una cierta trama de discurso; no estamos hablando precisamente del modo en que las emisiones se relacionan, o pueden relacionarse convencionalmente, con el mundo. Estamos hablando sobre personas o cosas, pero de una manera en que no podríamos hablar sobre ellas si no se cumplie­ sen condiciones de determinados géneros. El problema que plantea el uso de «verdadero» consiste en ver cómo encaja esta palabra den­ tro de la trama de discurso. El camino más seguro hacia la re.spucsta errónea es confundir este problema con la pregunta: ¿Qué tipo de discurso es’? 111. Correspomlencia convencional. Resulta claro a partir del parágrafo anterior lo que pienso que es erróneo respecto a la explica­ ción que el Sr. Austin proporciona de la relación misma, como opuesta a sus términos. En la sección 4 de su articulo dice que, cuando declaramos que un enunciado es verdadero, la relación entre el enunciado y el mundo que nuestra declaración «asevera que se da» es «una relación puramente convencional» y «una [relación] que podríamos alterar a voluntad». Esta observación revela la confusión fundamental, de la que el Sr. Austin es culpable, entre: a) las condiciones semánticas que deben satisfacerse para que el enunciado de que determinado enunciado es verdadero sea, él mismo, verdadero, y /;) lo que se asevera cuando se enuncia que determinado enun­ ciado es verdadero. ’ Un error paralelo sería pensar que en nuestro uso ordinario (como opuc.sto al uso de un filósofo) de la palabra «cualidad» estábamos hablando sobro usos de palabras por parte de la gente; sobre la base (correcta en .si misma) de que e.sta palabra no ten­ dría ningún uso a no ser por la ocurrencia de una determinada manera general de usar las palabras.

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Supóngase que A hace un enunciado y B declara que el enun­ ciado de A es verdadero. Entonces para que e! enunciado de B sea veidadeio es necesario, desde luego, que las palabras usadas por A al hacer el enunciado estén en una determinada relación convencional (semántica) con el mundo; y que las «reglas lingüísticas» subyacen­ tes a esta relación sean las reglas observadas tanto por A como por B. Debe obseivarse que estas condiciones (con la excepción de la condición sobre la observancia por parte de B de las reglas lingüísti­ cas) son igualmente condiciones necesarias de que A haya hecho un enunciado verdadero al usar las palabras que usó. No es más ni me­ nos absuido sugerir que B, al hacer su enunciado, asevera que esas condiciones semántieas se cumplen, que lo es el sugerir que A, al ha­ cer su enunciado, asevera que esas condiciones semánticas se cum­ plen (esto es, que jamás podemos usar palabras sin mencionarlas). Si el Sr. Austin está en lo cierto al sugerir que decir que un enunciado es verdadero es decir que «el estado de cosas histórico (esto es, para el Sr. Austin, el episodio de hacerlo) con el que está correlacionado mediante las convenciones demostrativas (aquel a que ‘se refiere’) es de un tipo con el que la oración usada al hacer el enunciado está co­ rrelacionada mediante las convenciones descriptivas», entonces (como se mucstia claramente cuando dice que la relación que aseve­ ramos que se da es una «relación puramente convencional» que «podiía alterarse a voluntad») a! declarar que un enunciado es verda­ dero, estamos; ü) hablando sobie los significados de las palabras usadas por el hablante cuyo acto de realizar el enunciado es la ocasión para nuestio uso de «verdadero» (es decir, estamos aprovechando la ocasión para dar reglas semánticas), o bien h) diciendo que el hablante ha usado correctamente las pala­ bras que usó. Es patentemente falso que estemos haciendo una de estas dos co­ sas. Cieitamente, usamos la palabra «verdadero» cuando las condi­ ciones semánticas descritas por Austin "> se cumplen; pero no enun-

En que, debido a su uso de las palabras «enunciado», «hecho», «situación» et­ cétera, es una forma desorientadora. La explicación citada de las condiciones de un enunciado veraz es bastante más apropiada como explicación de las condiciones de i'clercncia dc.seriptiva correcta. Supongamos que digo en una habitación con un pájaro

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ciamos, al usar la palabra, que se cumplen. (Y ésta es, dicho sea de pasada, la respuesta a la pregunta con que el Sr. Austin concluye su artículo.) El daño está hecho (confundidos los dos problemas distin­ guidos al inicio de la sección anterior) al plantear la pregunta de ¿Cuándo usamos la palabra «verdadero»? en lugar de ¿Cómo usa­ mos la palabra «verdadero»? Alguien dice: «Es verdad que los gobiernos franceses raramente duran más de unos pocos meses, pero el sistema electoral es el res­ ponsable de esto». ¿Es alterable el hecho que esa persona enuncia en la primera parte de su oración cambiando las convenciones del len­ guaje? No lo es. IV. Usos de cláusulas «que»; y de «enunciado», «verdadero», «hecho», «exagerado», etc. (a) May muchas maneras de hacer una aserción sobre una cosa, X, además del mero uso de la oración-modelo «X es Y». Muchas de esas maneras incluyen el uso de cláusulas «que». Poi ejemplo. Cuántas veces tengo que decirte l loy he aprendido Es sorprendente El hecho es Se me acaba de recordar el hecho de Es indiscutible Está establecido fuera de duda

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en una jaula: «Liste loro e.s muy liablatlor». Entonces mi uso de la expresión referen­ cia! («este loro»), con la que comienza mi oración, es correcta cuando el objeto-ins­ tancia (pájaro) con la que mi expresión-instancia (evento) está correlacionada me­ diante las convenciones de demostración es de un genero con el que la cxprosion-tipo está correlacionada mediante las convenciones de descripción. Tenemos aquí un evento, una cosa y una relación convencional (mediada por un tipo) entre ellos. Si a guien me corrige diciéndome «Eso no es un loro sino una cacatóa», esa persona puede estar corrigiendo un error lingüistico o un error factico por mi parte. (La cuestión de lo que está haciendo es la cuestión de si yo me habría aferrado a mi observación des­ pués de una observación más atenta del pájaro.) Solamente en el primer caso ella esdá declarando que no se cumple una determinada condición semántica. En el segundo caso está hablando sobre el pájaro. Ella asevera que es una cacatúa y no iiti loro. E.sto lo podría haber hecho hubiese yo hablado o no. Ella me corrige también; esto no lo podría haber hecho si yo no hubiera hablado.

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Todas éstas son maneras de aseverar, en contextos y cireiinstancias muy diferentes, que X es Y Algunas de ellas incluven también aserciones autobiográficas, y otras no. En el sentido gramatical ya concedido, todas ellas son «sobre» hechos o enunciados. Ninguna de ellas es, en ningún otro sentido, sobre alguna de estas dos cosas aunque algunas de ellas lleven aparejadas implicaciones sobre el ha­ cer enunciados. (b) 1 lay muchas circunstancias diferentes en las que la oraciónmodelo simple «X es Y» puede usarse para hacer cosas que no sean meramente enunciar (aunque todas ellas incluyan enunciar) que X es Y. A emitir las palabras de este modelo simple podemos estar ani­ mando, reprobando o aconsejando a alguien; haciéndole un recorda­ torio a alguien respondiendo o replicando a alguien; negando lo que alguien ha dicho; confirmando, garantizando, corroborando, concor­ dando con, admitiendo, lo que alguien ha dicho. El qué cosas de és­ tas estemos haciendo (si es que estamos haciendo alguna) depende de las circunstancias en que aseveramos que X es Y, usando esta oracion-modelo simple. (c) En muchos de los casos en que estamos haciendo algo ade­ mas de enunciar meramente que X es Y disponemos, para su uso en contextos adecuados, de ciertos recursos de abreviación que nos ca­ pacitan para enunciar que X es Y (para hacer nuestra negación, res­ puesta, admisión o lo que sea) sin usar la oración-modelo «X es Y» De este modo, si alguien nos pregunta «¿Es X Y?», podemos enun­ ciar (a modo de replica) que X es Y diciendo «Sí». Si alguien dice podemos enunciar (a modo de negación) que X no es Y diciendo «No lo es» o diciendo «Eso no es verdadero»; o podemos enunciar (a modo de corroboración, acuerdo, garantía, etc.) que X es Y diciendo «Efectivamente lo es» o «Eso es verdadero». En todos e.stos casos (de réplica, negación y acuerdo) el contexto de nuestra emisión, asi como las palabras que usamos, deben tenerse en cuenta SI pretendemos que quede claro lo que estamos aseverando, a saber; que X es (o no es) Y. Me parece evidente que en estos casos «verda­ dero» y «no verdadero» (raramente usamos «falso») están funcio­ nando como dispositivos de abreviación para enunciados de la

rocina pretcrir.se decir que en alguiio.s de estos casos se estaba aseverando sola­ mente por impliciacion que X es Y; aunque me parece más probable que en todo.s estos casos diríamos del hablante, no «lo que él dijo que implicaba que X es Y» sino «él dijo que X era Y».

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misma clase general que los otros que se han citado. Y parece tam­ bién evidente que la única diferencia entre esos dispositivos que po­ dría tentarnos a decir que mientras que decimos de algunos («Si». «Efectivamente lo es», «No lo es») que, al usarlos, estallamos ha­ blando sobre X, diríamos de otros («Esto es verdadero», «Esto no es verdadero») que, al usarlos, estábamos hablando sobre algo comple­ tamente diferente, a saber; la emisión que constituía la ocasión para el uso de estos dispositivos, la constituye sus diferencias respecto a sus estructuras gramaticales, esto es, el hecho de que «verdadero» aparece como predicado gramatical' a (Obviamente no es un predi­ cado de X.) Si la tesis del Sr. Austin de que al usar la palabra «veidadero» hacemos una aserción sobre un enunciado no fuese más que la tesis de que la palabra «verdadero» aparece como un predicado gra­ matical con palabras y frases tales como «Eso», «Lo que el dijo», «Su enunciado» como sujetos gramaticales, entonces, desde luego, sería indiscutible. Es evidente, sin embargo, que quiere decir mas que esto, y ya he presentado mis objeciones a ese más que el quiere c ic c ii*

(d) Resultará claro que, al igual que el Sr. Austin, rechazo la te­ sis de que la frase «es verdadero» es lógicamente superfina, junta­ mente con la tesis de que decir que una proposición es verdadera es iustamente aseverarla y decir que es falsa es justamente aseverar su contradictoria. «Verdadero» y «no verdadero» tienen tarcas piopias CHIC cumplir, algunas de las cuales, pero én modo alguno todas, he caracterizado anteriormente. Al usarlas no estamos justamente ase­ verando que X es Y o que X no es Y. Estamos aseverando esto de una manera en la que no podríamos liacerlo a menos que ciertas con­ diciones se cumpliesen; podemos estar también garantizando, ne­ gando, confirmando, etc. Resultará claro también que el rechazo de esas dos tesis no entraña la aceptación de la tesis del Sr. Austin de que al usar «verdadero» estamos haciendo una aserción sobre un enunciado. Tampoco entraña esto el rechazo de la tesis que el Sr. Austin (en la sección 4 de su artículo) empareja con estas dos, a sa­ ber- la tesis de que decir que una aserción es verdadera no es hacer

Compárese también el hábito inglés de hacer un enunciado seguido de una peti­ ción interrogativa de acuerdo en formas tales como «i.vn «doesn t hc»K etecterd con los giros alemanes c italianos correspondientes. «Nieht wahr. » «non e iwo. > [y castellaifos, «,'no es verdad?», ^no?, «¿no es cierto?» (T )l No hay seguratueme nin­ guna ditcrcncia significativa entre las frases que no emplean la palabra «verdadeio» >■ aqttcllas que la empican: todas ellas piden el acticrdo de la misma manera.

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t ií o k í a s d e l a v e r d a d e n

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ninguna aseición adicional en absoluto. Ksta tesis vale para muchos usos, pero exige modificación para otros. (e) Las ocasiones para usar «verdadero» 'mencionadas hast aquí en esta sección no son evidentemente las únicas ocasiones para su uso. Hay, por ejemplo, el empleo generalmente eoneesivo de «Es verdadero que p...», que es difícil de ver cómo el Sr. Aiistin sería ca­ paz de acomodarlo. Todas esas ocasiones tienen, sin embargo, una cieita inmediatez contextúa! que está obviamente ausente cuando emitimos oiaciones tales como «Lo que dijo .luán ayer es completa­ mente verdadero» y «Lo que La Roeheíbucauld dijo sobre la amistad es verdadero». Aquí el contexto de nuestra emisión no nos identifica el enunciado sobre el que estamos hablando (en el sentido filosófica­ mente no comprometedor en el que estamos «hablando sobre enun­ ciados» cuando usamos la palabra «verdadero»), y de este modo usa­ mos una frase descriptiva para llevar a cabo la tarca. Pero la frase desciiptiva no identifica un evento; aunque el enunciado que hacemos lleva aparejada la implicación (en algún sentido de «implicación») de que ocurrió un evento consistente en que .luán hizo ayer (o La Rochefoucauld lo hizo alguna vez) el enunciado de que p (esto es, el enun­ ciado que nosotros declaramos que es verdadero). Ciertamente noso­ tros no estamos diciendo a nuestro auditorio que el evento ocurrió - -poi ejemplo, que .luán hizo el enunciado de que p— puesto que ( I) no enunciamos, ni mediante cita ni de otra manera, qué era lo que Juan dijo ayer, y (2) nuestra emisión alcanza su propósito principal (el de hacer, por vía de confirmación o aprobación, el enunciado de que p) solamente si nuestro auditorio ya sabe que Juan hizo ayer el enun­ ciado de que p. La función abreviadora de «verdadero» en casos como éstos se torna más clara si los comparamos con lo que decimos en el caso donde (I) queremos aseverar que p; (2) queremos indicar (o exhibir nuestro conocimiento de que) oeurrió un evento eonsistente en que Juan hizo ayer el enunciado de que p; (3) creemos que nuestro auditorio ignora o se ha olvidado del hecho de que Juan dijo ayer que p. Entonces usamos la fórmula «Como Juan dijo ayer, p», o «Es ver­ dadero, como Juan dijo ayer, que p». o «Lo que Juan dijo ayei- a sa­ ber: que p, es verdadero». (Desde luego, las palabras representadas por la letra p, que nosotros usamos, pueden ser —algunas veces, si hemos de usar el mismo enunciado, tienen que ser- - diferentes de las palabias que Juan usó.) Algunas veces para desconcertar o probar a nuestro auditorio usamos, en los casos en que se cumple la tercera de estes condiciones, la fórmula apropiada para su no cumplimiento, a saber: «Lo que Juan dijo ayer es verdadero».

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(f) En una crítica ele mi punto de vista sobre la verdad presen­ tada en Analvsis'\ y presumiblemente en apoyo de su propia tesis de que «verdadero» se usa para aseverar que se da una determinada re­ lación entre un episodio de habla y algo del mundo que es exclusivo de ese episodio, el Sr. Austin hace la observación siguiente en la sec­ ción 7 de su artículo. Dice él: «El Sr. Strawson parece confinarse al caso en que digo ‘Tu enunciado es verdadero’, o algo similar, pe^ro ;qué sucede con el caso en que tú enuncias que E y yo no digo nada, sino que miro a ver si tu enunciado es verdadero?» El meollo de la objeción es, supongo, que puesto que yo no digo nada, no puedo es­ tar haciendo ningún uso realizatorio de «verdadero»; pero, con todo, puedo ver que tu enunciado es verdadero. El ejemplo, sin embargo, me parece que tiene una fuerza precisamente contraria a la que el Sr Austin intenta que tenga. Desde luego, «verdadero» tiene un pape diferente en «X ve que el enunciado de Y es verdadero» del pape que tiene en «El enunciado de Y es verdadero». ¿Cual es este papel. Austin dice en mi presencia «Hay un gato sobre la alfombra», y yo miro a ver si hay un gato sobre la alfombra. Alguien (Z) informa: «Strawson vio que el enunciado de Austin era verdadcio». ¿De qué está informando? Está informando de que yo he visto un gato sobre la alfombra; pero está informando de esto de una manera de la que no podría informar excepto en determinadas circunstancias, a saber; en las circunstancias consistentes en que Austin dijo en mi presencia que había un gato sobre la alfombra. La observación de Z lleva también aparejada la implicación de que Austin hizo un enunciado, pero no puede considerarse que está informando de esto por implicación, puesto que cumple su propósito principal solamente si el auditoiio co­ noce ya de antemano que Austin hizo un enunciado y qué enunciado hizo; y la implicación (que puede considerarse como un informe im­ plicado) es que yo oí y comprendí lo que Austin dijo'f La persona que mira a ver si el enunciado de que hay un gato encima de la alfombra es verdadero, no ve ni más ni menos que la persona que mira a ver si hay un gato sobre la alfombra o la persona que mira a ver si efectivamente hay un gato encima de la alfombra. Pero la escenografía del primer caso y del tercero puede ser diferente de la del segundo.

'•> Vol. IX,n."6(1949).

. Si yo informo «Veo que el enunciado de Austin es verdadero», esto es .simpletneme un informe eorroboralivo de primera mano de que hay un gato sobre la allombra, heclio de una manera en la que no podría hacerse excepto en esas circunstancias.

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Este ejemplo, sin embargo, es valioso. Recalca la importancia del concepto de la «ocasión» en que hacemos uso del dispositivo asertivo que es el tema de este simposio (la palabra «verdadero»); y minimiza (cosa que yo estaba inclinado a recalcar en exceso) el ca­ rácter realizatorio de nuestros usos de ella. (g) El Sr. Austin subraya las diferencias entre negación y false­ dad; correctamente, en tanto que, hacerlo así, es subrayar la diferen­ cia (de ocasión y contexto) entre aseverar que X no es Y y negar la aserción de que X es Y. También exagera la diferencia; pues, si he captado el objeto de su ejemplo, él sugiere que hay casos en los que «X no es Y» es inapropiado para una situación en la cual, si alguien enunció que X era Y, sería correcto decir que el enunciado de que X era Y era falso. Estos casos son aquellos en que la cuestión de si X es o no es Y no se plantea (donde las condiciones para su plantea­ miento no se cumplen). Son igualmente casos, me parece, en los que la cuestión de la verdad o la falsedad del enunciado de que X es Y no se plantea. (h) Se requiere una puntualización de mi tesis general de que al usar «verdadero» y «no verdadero» no estamos hablando de un epi­ sodio de habla, a fin de tomar en consideración aquellos casos en que nuestro interés no reside primariamente en lo que el hablante asevera, sino en el hecho de que el hablante lo asevera, en, por así decirlo, el hecho de que él haya dicho la verdad más bien que en el hecho del que informó, al hacerlo así. (Podemos, desde luego, estar interesados en ambas cosas; o nuestro interés en la veracidad evi­ dente de una persona en una ocasión puede deberse a nuestro interés en el grado de su fiabilidad en otras.) Pero este caso no reclama ningún análisis especial ni presenta ventaja alguna para ningún teórico de la verdad, pues usar «verda­ dero» de esta manera es simplemente caracterizar un determinado evento como algo que consiste en que alguien haga un enunciado verdadero. El problema del análisis permanece. (i) El Sr. Austin dice que habremos de encontrar más fácil el cla­ rificar «verdadero» si consideramos otros adjetivos «de la misma clase», tales como «exagerado», «vago», «aproximado», «desorien­ tador», «general», «demasiado conciso». No pienso que esas pala­ bras sean completamente de la misma clase que «verdadero» y «falso». En cualquier lenguaje en el que puedan hacerse enunciados, debe ser posible hacer enunciados verdaderos y falsos. Pero los enunciados pueden sufrir ciertos defectos adicionales que el Sr. Aus­ tin menciona solamente cuando el lenguaje ha alcanzado una deter­

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minada riqueza. Imaginémonos uno de los lenguajes rudimentarios del Sr. Austin con «palabras simples» para «situaciones complejas» de géneros totalmente diferentes. Se podrían hacer enunciados ver­ daderos o falsos; pero no enunciados que fueran exagerados, superconcisos, demasiado generales o más bien aproximados. E incluso, dado un lenguaje tan rico como se quiera, mientras que todos los enunciados que se hiciesen en él podrían ser verdaderos o falsos, no todos los enunciados podrían ser exagerados. ¿Cuándo podemos de­ cir que el enunciado de que p es exagerado? Una de las condiciones es ésta: que, si la oración O,, se usa para hacer el enunciado de que p, haya de haber alguna oración O, (que podría usarse para hacer el enunciado de que q) tal que O, y O, están relacionadas de algún modo como «Allí había 200 personas» está relacionada con «Allí ha­ bía 100 personas». (A la observación «Nos casamos ayer» no puedes esperar que se te replique, excepto a modo de chiste; «Estás exage­ rando».) Así pues, la creencia del Sr. Austin de que la palabra «exage­ rado» representa una relación entre un enunciado y algo del mundo exclusivo de ese enunciado sería, cuando menos, una supersimpliticación, incluso si no fuese objetable de otras maneras. Pero si que lo es. Las dificultades que plantean enunciados y hechos son recurren­ tes y también las dificultades que plantea su relación. El Sr. Austin no desearía decir que la relación entre un enunciado exagerado y el mundo era semejante a la existente entre un guante y una mano de­ masiado pequeña para él. Él diría que la relación era convencional. Pero el hecho de que el enunciado de que p sea exagerado no es, en ningún sentido, un hecho convencional. (Lo es, quizás, el hecho de que hubiera 1.200 personas y no 2.000.) Si una persona dice: «Allí había por lo menos 2.000 personas», se puede replicar: A) «No, allí no había tantas (muchas más)»; o se puede replicar: B) «Eso es una exageración (subestimación)». A) y B) dicen lo mismo. Examinemos la situación más de cerca. Al decir A) no se está meramente aseve­ rando que allí había menos de 2 . 0 0 0 personas; se está corrigiendo también al primer hablante, y corrigiéndolo de una determinada ma­ nera general, corrección que no se podría haber hecho si él no hu­ biese hablado como lo hizo, aunque se podría haber aseverado mera­ mente que allí había menos de 2 . 0 0 0 personas sin que él hubiese hablado. Obsérvese también que lo que se asevera mediante el uso f[e A) -q u e allí había menos de 2.000 personas— no puede enten­ derse sin tomar en consideración la observación original que fue la ocasión para la réplica A). A) tiene a la vez características contextúa­

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les asertivas y realizatorias. B) tiene las mismas características y lleva a cabo la misma tarea que A), pero más concisamente y con mayor dependencia del contexto. No todas las palabras que Austin considera que verosímilmente han de ayudarnos a clarificar «verdadero» pertenecen a la misma clase. «Exagerado» es, entre las que él menciona, la más relevante para su tesis; pero ya se ha visto que da lugar a mi tratamiento. Ser «superconciso» y «demasiado general» no son maneras de ser «no completamente verdadero». Ambas se relacionan obviamente con los propósitos específicos de realizaciones específicas de enunciados; con los deseos insatisfechos de auditorios específicos. Ninguna alte­ ración en las cosas del mundo ni ninguna repetición mágica del curso de los acontecimientos podrían meter en cintura a los enuncia­ dos condenados de este modo, de la manera en que podría meterse en cintura una «estimación exagerada» de la altura de un edificio mediante crecimiento inorgánico. El que el enunciado (de que p) sea verdadero o falso es asunto del modo en que las cosas son (de si p); el que un enunciado sea exagerado (si la cuestión se plantea, lo cual depende del tipo de enunciado y de las posibilidades del lenguaje) es asunto del modo en que las cosas son (por ejemplo, de si allí había o no menos de 2.000 personas). Pero el que un enunciado sea superconciso O demasiado general depende de lo que el hablante quiera saber. El mundo no exige que se le describa con un grado de detalle más bien que con otro. V. El alcance de «enunciado», «verdadero», «falso» y «hecho». Las órdenes y preguntas no pretenden ser obviamente enunciados de hecho; no son verdaderas o falsas. En la sección 6 de su artículo el Sr. Auslin nos recuerda que hay muchas expresiones que no son ni imperativas ni interrogativas por lo que i'especta a su forma, que em­ pleamos para propósitos distintos de los de informar o pronosticar. A partir de nuestro empleo de esas expresiones recomienda que recha­ cemos (sospecha que en la práctica lo rechazamos en gran medida) la apelación «enunciar hechos», las palabras «verdadero» y «falso». Incluso en la esfera del lenguaje, los filósofos no son legisladores; ” «Conciso» se usa quizás con menos freeuencia respecto de lo que una persona dice que de la manera en que lo dice (por ejemplo, «dicho concisamenle», «concisa­ mente expresado», «una formulación concisa»). A puede utilizar 500 palabras para decir lo que B dice con 200. Entonces diré que la rormulación de B era más concisa que la de A, queriendo decir simpleinentc que B usó menos palabras.

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sin embargo, no tengo ningún deseo de desafiar la restricción, en al­ gunos contextos filosóficos, de las palabras «enunciado», «verda­ dero», «falso», a lo que yo mismo he llamado anteriormente el tipo de discurso «emmeiador de hecho». Lo que me preocupa más es el propio análisis incipiente que el Sr. Austin hace de este tipo de discurso. Este análisis me parece que es de tales características que lo fuerzan a llevar la restricción más allá de lo que desea o intenta. Y hay aquí dos puntos que, aunque co­ nectados, necesitan distinguirse. En primer lugar hay dificultades que hacen impracticable la teoría rclacional de la verdad como tal; en segundo lugar está la persistencia de estas dificultades de una forma diferente cuando esta «teoría de la verdad» se revela como un análisis más bien incipiente del uso del lenguaje consistente en hacer enunciados. Así pues, en primer lugar, hechos del tipo el-gato-cstá-encimade-la-alfombra son la especie favorecida para los partidarios del punto de vista del tipo que el Sr. Austin mantiene. Pues aquí tenemos una cosa (un pedazo de realidad) sentada encima de otra; podemos (si estamos dispue.stos a cometer los errores comentados en la sec­ ción II anterior) considerarlas a las dos juntas si queremos, como si formasen una sola pieza, y llamarla hecho o estado de cosas. Puede parecer entonces relativamente plausible que el decir que el enun­ ciado (que yo te hago) de que el gato está encima de la alfombra es verdadero, es decir que el estado de cosas tridimensional, con que está correlacionado mediante las convenciones demostrativas el epi­ sodio consistente en que yo haga el enunciado, es de un tipo con el que la oración que uso está correlacionada mediante convenciones descriptivas. Sin embargo, se sabe desde hace tiempo que otras espe­ cies de hecho presentan una dificultad mayor; el hecho de que, por ejemplo, el gato no está encima de la alfombra, o el hecho de que hay gatos blancos, o de que los galos persiguen ratones, o de que si le das a mi gato un huevo lo romperá y comerá su contenido. Consi­ deremos el más simple de estos casos, aquel que incluye la negación. ¿Con qué tipo de estado de cosas (pedazo de la realidad) está corre­ lacionada mediante convenciones de descripción la oración «El galo no está encima de la alfombra»? ¿Con una alfombra simplicilerl ¿Con un perro encima de una alfombra? ¿Con un gato subido a un árbol? La rectificación del punto de vista del Sr. Austin, que podría­ mos estar tentados a hacer para los enunciados negativos (esto es, «E es verdadero» = «El estado de cosas con el que E está correlacionado mediante las convenciones demostrativas no es del tipo con el que

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TEORIAS DE LA VERDAD EN El. SIGLO XX

está correlacionada mediante las convenciones descriptivas la forma afirmativa de E»), destruye la simplicidad de la historieta creando la necesidad de un sentido diferente de «verdadero» cuando discutimos enunciados negativos. Y es peor aún lo que sigue. No todos los enun­ ciados emplean convenciones de demostración. Los enunciados existencialcs no las emplean, ni tampoco (ni tan siquiera relativamente) los enunciados de generalidad irrestricta. ¿Hemos de negar que estos son enunciados o hemos de crear un sentido adicional de «verda­ dero»? ¿Y en que se ha convertido el correlato no lingüístico, el pe­ dazo de realidad? ¿Es, en el caso de los enunciados existenciales o generales, el mundo entero? ¿O es, en el caso de los enunciados existenciales negativos, una no presencia ubicua? Como objeciones a la teoria de la verdad como correspondencia éstos son puntos familiares; sin embargo, presentarlos como tales es conceder demasiado a la teoría. Lo que los hace interesantes es su poder de revelar cómo tal teoría, junto con sus defectos intrínsecos, incorpora una concepción demasiado estrecha del uso del lenguaje consistente en enunciar hechos. 1.a descripción que el Sr. Austin hace de las condiciones bajo las cuales un enunciado es verdadero, considerado como un aiuálisis dcl uso consistente en enunciar he­ chos, se aplica solamente a enunciados afirmativos de sujeto predi­ cado, esto es, enunciados tales que, al hacerlos, nos referimos a una o más cosas o grupos de cosas localizados, a un evento o conjunto de eventos, y los caracterizamos de alguna manera positiva (identifica­ mos el objeto u objetos y les pegamos la etiqueta). No se aplica a enunciados negativos, generales y existenciales, ni, francamente, a los enunciados hipotéticos y disyuntivos. Estoy de acuerdo en que cualquier lenguaje capaz del uso enunciador de hechos debe tener al­ gunos dispositivos para realizar la función a la que el Sr. Austin di­ rige exclusivamente su atención, y en que otros tipos de enunciados de hecho solamente pueden comprenderse en relación con este tipo. Pero los otros tipos son otros tipos. Por ejemplo, la palabra «no» puede considerarse provechosamente como un género de cristaliza­ ción de algo implícito en lodo uso de lenguaje descriptivo (puesto que ningún predicado tendría fuerza descriptiva si fuese compatible con cualquier cosa). Pero de esto no se sigue que la negación (esto es, la exclusión explícita de alguna característica) es un genero de afirmación, que los enunciados negativos .so discutan con propiedad en el lenguaje apropiado para los enunciados afirmativos. O conside­ remos el caso de los enunciados existenciales. Aquí es necesario dis­ tinguir dos géneros de mostración o referencia. Está, en primer lugar.

THORÍAS l>RO-ORACl()NALES

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el género en virtud del cual capacitamos a nuestro oyente para que identifique la cosa, persona, evento o conjunto de éstos que de al­ guna manera vamos a caracterizar a continuación. Está, en segundo lugar, el género mediante el cual indicamos simplemente una locali­ zación. El primero («Tabby tiene la sarna») responde a la pregunta «¿De quién (de cuál, de qué) estás hablando?» La segunda («Hay un gato allí») responde a la pregunta «¿Dónde?» Es claro que ninguna de las partes de un enunciado existencial realiza la primera función; con todo, la explicación de Austin de la refcrcncia-c7 ím-descripción es apropiada para la referencia de este género más bien que para la dcl otro. Es claro también que un buen número de enunciados existcncialcs no responden a la pregunta «¿Dónde?», aunque pueden auto­ rizar su investigación. La diferencia entre los diversos tipos de enun­ ciados y sus relaciones mutuas es asunto que exige una descripción cuidadosa. No se gana nada mezclándolos todos bajo una descrip­ ción apropiada solamente para un tipo, incluso si es dcl tipo básico. VI. Conclusión. Mi objeción central a la tesis del Sr. Austin es ésta. Él describe las condiciones que deben darse si hemos de de­ clarar que un enunciado es correctamente verdadero. Su descripción detallada de esas condiciones es, con reservas, correcta dentro de sus límites, aunque demasiado estrecha en varios aspectos. El error cen­ tral consiste en suponer que al usar la palabra «verdadero» estamos aseverando que tales condiciones se dan. Que esto es un error lo muestra el examen detallado de la conducta de palabras tales como «enunciado», «hecho», etc., de la misma palabra «verdadero», y me­ diante el examen de distintos tipos de enunciado. Esto revela tam­ bién las maneras en que «verdadero» funciona de hecho como un dispositivo de aserción. Lo que confunde sobremanera la cuestión es el fracaso en distinguir entre la tarea de elucidar la naturaleza de cierto tipo de comunicación (la empíricamente informativa) del pro­ blema del funcionamiento efectivo de la palabra «verdadero» dentro de esc tipo de comunicación.

CHRISTOPHER J. W. WILLIAMS LA TEORÍA l’RO-ORAOÜNAL DE LA VERDAD (1992) E dición original :

Inódito.

— Título original: «The Prosentcnlial Thcory ofTriith», 1992. E dición castellana : Inédito. Reproducimos el texto —traducido— con autorización expresa del autor. T raducción : M. J. O tros

Frápolli.

ensayos del autor sobre el mismo tema :

— «What does ‘x is truc’ say about x?», Aiialysis, 29 (1969), pp. 113-124. — «Truth: a composite rcjoindeo), Analysis, 32 (1971/72), pp. 57-64. — «Truth, or Bristol revisitcd», ProceecUngs o f the Arislotelian Society, sup. vol. 47 (1973), pp. 121-133. — «Predicating Truth», Mind, 84 (1975), pp. 270-272. — What is Tmth?, Cambridge Uniyersity Press, Londres, 1976. — «Truc tomorrow, ncver true today», The Philosophical Qiiarterlv, 28(1978), pp. 285-299. — Being, Identity and Truth, Clarendon Press, Oxford, 1992. B ibliografía

complementaria :

—’ D. Grover, A proseniential theoty of Truth, Princeton University Press, 1992. — Ch. Sayward, «True propositions. A reply to C. J. F. Williams», Analysis, 32 (1971-2), pp. 101-3. — M. J. Frápolli, «Lógica y Ontología: verdad, existencia e identidad como ftmciones de segundo nivel». Revista de Filosojia, 7/11 (1994), pp. 265-74. O bservaciones: Este artículo es el texto inédito de una conferencia pronunciada por C. F. J. Williams en la Universidad Jagiellonia de Cracovia el 30 de abril de 1992. El artículo ha sido ligeramente modi­ ficado en la primavera de 1995. [309]

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THORÍAS DK LA VHRDAD LN EL SKSLO XX

Llegar a Polonia y empezar inmediatamente a criticar a Tarski parece de muy mala educación. Pero me temo que e? lo que voy a hacer. La Teoría Semántica de la Verdad de Tarski' ha tenido un des­ graciado efecto en el estudio de este concepto. Hay una cierta per­ versión en su enfoque que ha distorsionado la mayoría de los inten­ tos posteriores de descubrir la verdad acerca de la verdad. Tarski toma como su objetivo la definición de «verdadero» en proposiciones como «‘La nieve es blanca’ es verdadero», o sus equi­ valentes formales. Podemos empezar útilmente un examen de las proposiciones como esta recordando la así llamada «Teoría de la Re­ dundancia de la Verdad» de Ram.scy: «Es verdad que la nieve es blanca» no .significa ni más ni menos que «La nieve es blanca»l El significado de «La nieve es blanca» no se altera en lo más mínimo al colocar las palabras «Es verdadero que» delante de ella. Ramsey, de hecho, tenía más cosas que decir acerca de la verdad, pero por decir e.sto es por lo que fundamentalmente se le recuerda. Pero la redun­ dancia de «Es verdadero que» necesita alguna explicación. William Kncale, en unas pocas páginas escondidas en su monu­ mental obra The Development o f Logic \ introdujo las ideas de una «designación» de una proposición y de una «expresión» de una pro­ posición. Si «La nieve es blanca» está escrita al principio de la pá­ gina 423 de Logic and Metamathemutics de Tarski, me puedo referir a ella con las palabras «la proposición al principio de la página 423 de Logic and Metamalhematics de Tarski». Si Jorge acaba de proferir las palabras «La nieve es blanca», me puedo referir a esta proposi­ ción con las palabras «lo que Jorge dijo». Si digo «No es probable que se niegue que la nieve es blanca», la proposición de la que estoy diciendo que probablemente pocos negarán es indicada por mí me­ diante las palabras «que la nieve es blanca». Finalmente, puedo indi­ car esta proposición colocando comillas alrededor de las palabras «l.a nieve es blanca» mismas. Todas estas maneras de hablar consti­ tuyen, en la terminología de Kneale, «dcsignacione.s» de la proposi­ ción. Las palabras mismas, «l.a nieve es blanca», junto con «Snieg

' A. Tarski, «The Conce])t of Trulh ¡n Formalized L.angiiages», en Logic, Seiiuinlics andMekiimthemalics, CAavenúon Prcaa, Oxíovd, 1956. ^ 1'. P. Ramsey, «l'acts and Propositions», en The Foumla/ions o f Malhemulics. Tolowa, Nueva .Icrsey: Littlcfield, Adams and Co., 1965. ’ William y Marllia Kncale, The Developmeni o f Logic, Clarendon Press Oxford, 1962, pp. 584-6.

TEORÍAS PRO-0 R AC: IONA l.HS

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jcst bialy», «Der Schnec ist weiss», «La ncigc est blanclic», etc. constituyen «expresiones» de ella. Si digo «Lo que Jorge dijo es verdadero», y lo que Jorge dijo es que la nieve es blanca, es como si hubiera dicho yo mismo «La nieve es blanca». Al decir que lo que Jorge dijo es verdadero me he com­ prometido yo mismo con exactamente lo que el mismo Jorge afirmó. He convertido, como si dijéramos, la designación de la proposición, a saber, «lo que Jorge dijo» en una expresión de la misma proposi­ ción. E.sto es para lo que están las palabras «es verdadero»: .son me­ canismos para convertir la designación de una proposición en una expresión de esa proposición. La palabra «que» y las comillas son mecanismos cuyo propósito es precisamente el opuesto de éste, a saber, convertir una expresión de una proposición en una designación de una proposición. Si se consi­ dera «es verdadero» y «que» como operadores, uno puede verse como el converso del otro. Están relacionados como «el doble de» está rela­ cionado con «la mitad de». Es fácil ver lo que ocurre si se los aplica sucesivamente a una hilera de palabras. No nos sorprendemos si pen­ samos en un número, digamos el siete, le añadimos la expresión «el doble de», y al resultado, «el doble de siete», le añadimos la expresión «la mitad de» .sólo para encontrar que lo que tenemos al final de e.sto, «la mitad del doble de siete», era aquello en lo que al principio pensa­ mos, a saber, el siete. No deberíamos tampoco sorprendernos si, cuando usarnos la palabra «que» para convertir «la nieve es blanca» en su propia designación, «que la nieve es blanca», y añadimos a conti­ nuación las palabras «es verdadero», terminamos con algo que no vale más que la oración con la que empezamos: «Que la nieve es blanca es verdadero» no dice nada más que «La nieve es blanca». Sería ridiculo mirar .sólo a expresiones como «la mitad del doble de siete» y quejarse de que las palabras «la mitad de» eran estricta­ mente redundantes, que nunca permitian designar un número que no se pudiera designar perfectamente bien omitiéndolas. Claramente, la utilidad de la expresión «la mitad de» deriva de su uso en contextos no-redundantes como «la mitad de dieciséis» donde nos lleva de un número a otro. De manera similar, el uso de «es verdadero» es evi­ dente, no en contextos donde se combina con «que» o con comillas, sino en combinación con designaciones de proposiciones como «lo que Jorge dijo», que no contienen ellas misma una expresión de la proposición designada. E.1 paradigma de una proposición que con­ tiene la palabra «verdadero» debería ser, no «La nieve es blanca» de Tarski, sino «Lo que Jorge dijo es verdadero».

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TBOKIAS DB I.A VERDAD BN KL SKiLO XX

«Lo que Jorge dijo» es, en la terminología de Russell, una des­ cripción definida f Es comparable a expresiones como «Lo que Magda cocinó». De acuerdo con Russell, si yo dijera «Lo que Magda cocinó estaba delicioso» estaría diciendo lo mismo que si hubiera di­ cho «Magda cocinó algo y eso estaba delicioso». (Para ahorrar com­ plicaciones innecesarias supondré que Magda cocinó una sola cosa. Esta presuposición está, en el análisis de Russell, formalmente im­ plicada por «Lo que Magda cocinó estaba delicioso».) Supongamos que Macek había capturado una carpa y que esto fue lo que Magda cocinó. En este caso podemos considerar las proposiciones «Magda cocinó algo y eso estaba delicioso» y «Lo que Magda cocinó estaba delicioso» como generalizaciones existenciales de «Magda cocinó la carpa de Macek y la carpa de Macek estaba deliciosa». Exactamente así «Lo que Jorge dijo es verdadero» puede ser considerado como una generalización existencial de «Jorge dijo que la nieve es blanca y la nieve es blanca». La relación lógica entre «Jorge dijo que la nieve es blanca y la nieve es blanca» y «Lo que Jorge dijo es verdadero» es obviamente la misma que aquélla entre «Magda cocinó la carpa de Macek y la carpa de Macek estaba deliciosa» y «Lo que Magda co­ cinó estaba delicioso». ¿Cómo debe entenderse una generalización existencial? Clara­ mente el aparato de los cuantificadores y las variables está concebido para arrojar luz sobre esta cuestión. Con su ayuda podemos exhibir el mecanismo por el cual una proposición como «Magda cocinó algo y esto estaba delicioso» se deriva de una proposición como «Magda cocinó la carpa de Macek y la carpa de Macek estaba deliciosa». Tratemos, por conveniencia, «la carpa de Macek» como un nombre —a las carpas muertas no se les dan usualmente nombres propios genuinos—. Podemos entonces decir que la versión formal de la ge­ neralización existencial, «3x (Magda cocinó x y x estaba deli­ cioso)», se obtiene al sustituir el nombre «la carpa de Macek» por la variable nominal «x» en cada una de sus ocurrencias en «Magda co­ cinó la carpa de Macek y la carpa de Macek estaba deliciosa», y des­ pués prefijando «3x» al resultado de esta sustitución. ¿Cómo obtendríamos el equivalente formal de nuestra generali­ zación existencial, «Lo que Jorge dijo era verdadero»? Por analogía con el procedimiento previo, podríamos intentar sustituir una varia­ ble proposicional, «p», por la proposición «La nieve es blanca» en

‘ Bertraiid Russell, «On Denoting», Mind, 19Ü5.

TEORÍAS PRO-ORACIONALES

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cada una de sus ocurrencias en «Jorge dijo que la nieve es blanca y la nieve es blanca» y prefijando «3p» al resultado de esta sustitu­ ción. Así obtenemos «3/; (Jorge dijo que p y p)». La palabra «verda­ dero» se ha perdido en el proceso. Si de lo que estamos detrás es de una definición de verdad, esta «evaporación» de la verdad es alta­ mente deseable. Tanto Quine como Geach han puesto énfasis en muchas ocasio­ nes en el paralelismo entre las variables ligadas de la lógica cuantificacional y los pronombres de los lenguajes naturales^ Así, «eso» en «Magda cocinó algo y eso estaba delicioso» corresponde a la se­ gunda variable ligada en su equivalente formal «3x (Magda cocinó x y X estaba delicioso)». Si tuviéramos que introducir variables para ocupar las posiciones accesibles a los adverbios o a las expresiones adverbiales que indican lugar, como «aqui» o «en Varsovia» o «en el extranjero», podríamos construir generalizaciones existenciales for­ males de proposiciones como «Tomás está dando clase en Marrue­ cos y hace mucho calor en Marruecos». Usemos «/»» como una va­ riable de este tipo. Estamos entonces en condiciones de ofrecer «3 wí (Tomás está dando clase en m y hace mucho calor en /«)» como el equivalente formal de «Tomás está dando clase en cierto lugar y hace mucho calor allí». En esta oración del lenguaje natural «allí» se relaciona con «en Marruecos» como «eso» se relaciona en nuestro otro ejemplo con «la carpa de Macek». Si es apropiado llamar a «eso» y, por extensión, a la variable nominal «a», pronombres, es igualmente apropiado llamar a «allí» y a la variable adverbial «m» proadverbios. Los lenguajes naturales como el castellano y, no me cabe la menor duda, el polaco tienen ya proadverbios funcionando. Los lenguajes naturales no tienen palabras que correspondan a la va­ riable proposicional «/;», cuyo uso he explicado y que ocurre más de una vez en el análogo formal de «Lo que Jorge dijo es verdadero», a saber, «3/? (Jorge dijo que p y ;;)». Si tuvieran, sería apropiado lla­ marlas «prooraciones»; y así es precisamente como fueron llamadas por el filósofo que más hizo para desarrollar la teoría de la verdad que estoy tratando de explicar, Arthur Prior. (La primera vez que Prior usó el término «prooración» fue en su artículo de la Encyclopaedia o f Philosophy editado por Paul Edwards, suh voce «Corres-

’ W. V Quine, Malhemalical l.ogic, llarper Torchbooks, Nueva York, 1962, § 12; P. T. Cjcach, Refercnce and Genendity, Conicll Univcrsily Press, Nueva York, 3." edi­ ción, 1980, § 68.

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TEORIAS DE LA VERDAD EN EL SIGLO XX

pondence 'I lieory orT^utl^»^ Fue, creo, Dorothy Grover y sus cole­ gas quienes primero dieron el nombre de «Teoría Prooracional de la Verdad» a la teoría de Ramsey-Priorl) ¿Es realmente el caso de que en los lenguajes naturales faltan prooraciones? Supongamos que digo «Lo que Jorge dijo fue negado por Elizabeth». Esto puede ser parafraseado en el mismo estilo russelliano por «Jorge dijo algo y Elizabeth lo negó». La versión formal de esto sería «3/j (Jorge dijo que p y Elizabeth negó que /;)». Aquí parece que «lo» en castellano está haciendo el mismo trabajo que la última «/;» en la versión formal. Si la variable proposicional tiene que ser tomada como una prooración, ¿por qué no la palabra caste­ llana que está jugando el mismo papel en la proposición? Podemos en efecto decir que «algo», al menos, está capacitada para ocupar en oraciones posiciones diferentes de aquellas apropia­ das a los nombres. Si digo «Major es algo y Thatcher no lo era», una instanciación existencial verosímil de esto es «Major es solidario y Thatcher no lo era»; y aquí la posición ocupada por «algo» es ocupada por un adjetivo «solidario», una expresión predicativa. Aquí «algo» no es tanto un pronombre como un pi'oadjctivo. Pero «algo» no puede ocupar cualquier posición abierta a adjetivos; ni puede la habili­ dad de «algo» y «eso» reemplazar a las variables ligadas en « 3 /? (Jorge dijo que p y Elizabeth negó que/;)». «Jorge dijo algo y eso» es una oración incompleta. La palabra «y» exige ser seguida por algo en forma proposicional: «eso» no puede servir por sí mismo como un conyunto. Esto es por lo que en castellano tenemos que añadir las pa­ labras «es verdadero» a «eso» para completar la oración. Es aquí «es verdadero» lo que convierte a «eso» en una prooración. Otra forma de decir «Jorge dijo algo y Elizabeth lo negó» es de­ cir «Jorge dijo algo y eso fue negado por Elizabeth». Todas estas oraciones pueden verse como equivalentes del más formal « 3 / j (Jorge dijo que p y Elizabeth negó que p)». De manera similar, «Lo que Jorge dijo era verdadero» puede verse como el equivalente en lenguaje natural de «3/? (Jorge dijo que p y /.>)». Pero aquí no tene­ mos una versión de lenguaje natural que use las palabras «algo» y «eso». «Jorge dijo algo y eso» es, como hemos visto, incompleta. En

‘ P. IMwards (cd.), The Encychpaedia o f Philosophy, Collicr Macinillaii Publishers, Nueva York y Londres, 1967, vol. 2, p. 229, ’ Dorotliy Grover, .loseph L. Camp, Jr., y Noel D. Beinap, .Ir., en su artículo «A Prosenlenlial Theory of'Triith», PhiloxophicaiS/iidies, vol. 27, 1975.

t e o r ía s p r o - o r a c io n a l e s

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«Jorge dijo algo y eso fue negado por Elizabeth» el trabajo de sin nada más después de «y» en «3/; (Jorge dijo que p y p)y> de lo que lo es dejar a «eso» solo después de «y» en «Jorge dijo algo y eso» *. La variable ligada, por sí misma, no puede, en esta concep­ ción, constituir uno de los conyuntos de una oración conjuntiva abierta. Sólo podemos entender «3/; (Jorge dijo que p y p)» si la contemplamos como una elipsis de «3/; (Jorge dijo que/; y es verdad

* CT. Kneale, toe. cil.

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THORÍAS DFÍ I.A VriRDAO HK UL SIGLO XX

que/;)». Si esto es así, la afirmación de la teoría prooracioiial de ha­ ber dado un análisis o definición de «verdadero» no está justificada: el supuesto análisis comete el error de circuhis in definiendo. f.a misma queja la hacen aquellos que piensan que es necesario ofrecer lo que se llama una interpretación «sustitucional» de la cuantificación con variables proposicionales y otras variables no-nomina­ les’. Estos filósofos piensan que la única manera en la que una ora­ ción como «3/; (Jorge dijo que p y p)y> puede entenderse es interpretándola como la afirmación de que alguna proposición ver­ dadera puede obtenerse sustituyendo una proposición simple por am­ bas ocurrencias de «/;» en «Jorge dijo que p y p». Si esto fuera asi, el (inali.sans propuesto no sería inteligible a menos que entendiésemos ya el anaUsandum. Ninguna de estas versiones de la carga de circularidad pueden, creo, sostenerse. Es posible entender la práctica de ligar variables proposicionales con cuantificadores sin apelar al concepto de verdad pieviamente entendido. Claramente, no todo uso de «algún» puede entenderse mediante la regla «sustitucional». «Una proposición de la forma ‘Para algún H (...H...)’ es verdadero si, y sólo si, alguna proposicón vcidadera puede encontrarse al sustituir una constante o constantes del tipo apropiado por la variable o variables en la matriz de la pioposición cuantificada». Aquí el circiihis in definiendo es in­ ducido por la ocurrencia de la palabra «algún» en la regla que pre­ tende dai su definición. Algún uso de «algún» debe tomarse como primitivo. Cieo que de hecho una palabra como «alguien» se aprende cuando a uno se le entrena en el reconocimiento de inferencias co­ rrectas. Uno aprende que de «Eduardo viene a cenar» se puede infe­ rir «Alguien viene a cenar». Uno aprende a reconocer «Si Julia viene a cenar, alguien viene a cenar» como lógicamente necesario. No es entonces difícil adquirir el uso, digamos, de «de algún modo» por analogía. Exactamente igual que uno reconoce la validez de una in­ ferencia que resulta de sustituir «alguien» por un nombre, así uno re­ conoce la validez de una inferencia que resulta de la sustitución de

Cf. Siisan Ilaack, Philosophy q f Logic.'/, Cambridge Universify Prc.ss, Cam­ bridge, capítulo VII; Paul Ilorwieh, Truth. Basil Blackwdl, Oxford, I9V0, capítulo 1. Para una explicación de la interpretación «suslilucional» de la cuantificación, cf. W. V. Quine, «lixistence and Quantification», en Ontologicai Relativitv aml Other E.s.??:iSí¿x;;;% * r «De la esencia de la verdad», en Cuadernos de Filosofía^'. (Buenos Aires), 11 .“ 1 (1948). 'G;-'TV' «De la esencia de la verdad», en Heidegger. De, la analítica on^tológica a la dimensión dialéctica, Juárez, Buenos Aires, 1970; «De la esencia de la verdad», en Ser, verdad y fundamento, ', Monte Ávila, Caracas, 1968, pp. 59-83. ’ ' ; i ' ’ > «De la esencia de la verdad», en ¿Qué es metafísica? y otros ensayos. Siglo Veinte, Buenos Aires, 1974, pp. 109-131. Re- ■ producimos el texto de esta edición con autorización expresa de la empresa editora. . i.,

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el mismo tema ;

' 1- ■' > (Wérifl^^ 16), recogido en Vorírage u n d , du^rtVze, Neske, Pfliilingen, (ed. uast. «Alefheia», en Con/er-,:.;;.; rendas y artícuíos', Ed.. del Serbal, Barcelona, 1994, pp. 225-246, [399]

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t e o r ía s

Dli I.,A VERDAD F.N EL SIGI.O XX

«Der Urspning des Kunstwerkes», Holzwege (1950), Reclam, Stuttgart, 1960, pp. 7-68 (reed., Klostermann, Francfort, 1984; cd. cast.: «El origen de la obra de arte», en Caminos de bosque, Alianza, Madrid, 1995, pp. 11-747; hay edición castellana anterior de la obra completa bajo el título Sendas perdidas, 1960). Logik. Die Frage nach der Wahrheit, Gesamtausgabe, Bd. 21, Klostermann, Francfort, 1976. B ibliografía

co .m plementaria :

♦■

— E. Tugendhat, Heideggers Idee von Wahrheit, en O. Poggelcr (ed.), Heidegger. Perspektiven zur Deultmg seines Werkes, Colonia-Berlín, 1969. — C. F. Gethmann, «Zu Heideggers Wahrheitsbegriff», Kantstudien, 65/2(1974), pp. 186-200. -— E. Richter (Hrsg.), Die Frage nach der Wahrheit, Klostermann, Francfort, 1997. texto de Vom Wesen der Wahrheit fue redactado inicialmente en 1930, aunque se publicara por primera vez en 1943. En la presente edición se recoge la versión castellana de E. García Belsunce.

O bservaciones: El

Se trata de la esencia de la verdad. La pregunta por la esencia de la verdad no se preocupa de si la verdad es en cada caso una verdad de la experiencia práctica de la vida o de un cálculo económico, la verdad de una reflexión técnica o de la perspicacia política, en particular, una verdad de la investigación científica o de una creación artística, o aún la verdad de una meditación pensante o de una fe en un culto. La pre­ gunta esencial aparta la vista de todo eso y mira hacia lo único que ca­ racteriza toda «verdad» en general en cuanto verdad. ¿Pero, con la pregunta por la esencia, no nos extraviamos en el va­ cío de lo general, que deja sin aliento a todo pensar? ¿El extravío de ese preguntar no pone en claro lo inconsistente {Hádenlos) de toda fi­ losofía? Un pensamiento radical vuelto hacia lo real {Wirklich) debe insistir en establecer, en primer término y sin rodeos, la verdad real, que nos da hoy medida y base contra la confusión de las opiniones y los cálculos. Frente a la indigencia real, ¿qué importa la pregunta «abstracta» por la esencia de la verdad, que prescinde de todo lo real? ¿No es la pregunta esencial lo más inesencial y lo menos compromete­ dor que se puede preguntar en general?

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Nadie eludirá la evidente certeza de estas objeciones. Nadie puede menospreciar superficialmente la apremiante gravedad de es­ tas objeciones. ¿Pero quien se expresa en estas objeciones? B1 «sano» entendimiento humano. Insiste en la exigencia de la utilidad aprcnsible y se encoleriza contra el saber acerca de la esencia del ente, saber esencial que se llama desde hace mucho «filosofía». El entendimiento humano común tiene su propia necesidad; afirma su derecho con la única arma que le corresponde. Ésta es la apelación a la «evidencia» de sus pretensiones y objeciones. La filosofía no puede refutar nunca el entendimiento común, porque éste es sordo a su lenguaje. Ni siquiera debe querer refutarlo, porque el entendi­ miento común es ciego para lo que ella pone ante la mirada esencial. Además, nosotros mismos permanecemos en la inteligibilidad del entendimiento común, en cuanto nos creemos seguros en aque­ llas «verdades» de la experiencia de la vida y de la acción, de la in­ vestigación, la creación y la fe. Nosotros mismos tomamos parte en esa sublevación de lo «evidente» contra toda exigencia de lo digno de ser puesto en cuestión {Fragwurding). Por eso, cuando hay que preguntar por la verdad se reclama la respuesta a la pregunta: ¿dónde estamos hoy? Se quiere saber qué nos pasa hoy. Se clama por la meta que ha de fijarse al hombre en y para su historia. Se quiere la «verdad» real. Por consiguiente, ¡la ver­ dad! Al clamar por la «verdad» real ya se sabrá, pues, lo que significa la verdad en general. ¿O es que esto se sabe sólo «sensitivamente» y «en general»? ¿Pero este «saber» aproximativo y esta indiferencia no son, al contrario, más indigentes que el simple no conocer la esencia de la verdad? EL CONCEPTO CORRIENTE DE VERDAD ¿Qué se entiende habitualmcnte por «verdad»? E.sta palabra «verdad», elevada y al mismo tiempo desgastada y casi hueca, alude a aquello que hace verdadero lo verdadero. ¿Qué es algo verdadero? Decimos por ej.: «es una verdadera alegría colaborar en el,éxito de esta tarea». Pensamos; es una alegría pura, real {wirklich). l .o verda­ dero es lo real. De acuerdo con esto hablamos de oro verdadero a di­ ferencia del falso. El oro falso no es realmente lo que parece. Es sólo una «apariencia» y por tanto irreal {unwirklich). Lo irreal es tenido como lo contrario de lo real. Pero el oro aparente es también algo

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real. Por este motivo diremos más claramente que el oro real es el oro auténtico. «Real» es uno y otro, el oro auténtico no menos que el circulante inautentico. Lo verdadero dcl oro auténtico no puede que­ dar garantizado ya por su realidad. Retorna la pregunta; ¿qué signi­ fica aqui auténtico y verdadero? Autentico oro es aquel real, cuya rea­ lidad coincide con aquello que siempre y de antemano mentamos «propiamente» con oro. A la inversa decimos cuando sospechamos que un oro es falso: «Aquí a l p no concuerda». Al contrario, de lo que es «como corresponde», decimos que concuerda. La cosa concuerda. Sin embargo, no sólo a una alegría real, al oro auténtico y a todo ente de esa especie, los llamamos verdaderos, sino que llamamos verdadero o falso, también y ante todo, a nuestros enunciados sobre el ente, que puede ser, el mismo, según su especie, auténtico o inau­ téntico, y en su realidad así o de otra manera. Un enunciado es ver­ dadero cuando lo que mienta y dice coincide con la cosa sobre la que enuncia. También en este caso decimos: concuerda. Pero ahora no concuerda la cosa, sino la proposición. Lo verdadero, sea una cosa verdadera o una proposición verdadera, es aquello que concuerda, lo concordante (SUmmende). Ser verdadera y verdad significan concordar y, por cierto, de un doble modo: por un lado la concordancia {Einstimmigkeit) de una cosa con lo que se presume acerca de ella y por otro la coincidencia (Ühereinstimmiing) de lo mentado en el enunciado con la cosa. Este doble carácter del concordar pone de manifiesto la tradicional delimitación de la veidad; ventas est adaequatio reí et intellectus. Esto puede significar: verdad es la adecuación de la cosa al conoci­ miento. Pero también puede decir: verdad es la adecuación dcl cono­ cimiento a la cosa. Por cierto, la citada delimitación esencial se suele expresar casi siempre en la fórmula: ventas est adaequatio intellectiis ad rem. Sin embargo, la verdad comprendida así, la verdad de la proposición, sólo es posible sobre el fundamento de la verdad de la cosa {Sachwahrheit), de la adaequatio rei ad intellectum. Ambos conceptos de la esencia de la veritas mientan siempre un atenerse a... y piensan de ese modo la verdad como conformidad (Richíigkeit). Sin embargo, una no es la mera conversión de la otra. Más bien, intellectus y res se piensan en cada caso diferentemente. Para reco­ nocer esto debemos referir la fórmula corriente del concepto común de verdad a su origen inmediato (medieval). La veritas como adae­ quatio rei ad intellectum no alude todavía al pensamiento trascen­ dental de Kant, muy posterior, que fue posible sólo sobre el funda­ mento de la subjetividad de la esencia humana, según el cual «los

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olijctos se ordenan de acuerdo a nuestro pensamiento», sino que nludc a la fe teológica cristiana según la cual las cosas en su quid sit y su an sií sólo son en cuanto que, como creadas {etis creatum), co­ rresponden a la idea previa pensada en el intellectus divinus, es der'ir, en el espíritu de Dios, y de ese modo son ordenadas a la idea, ndeciiadas, y en ese sentido «verdaderas». El intellectus hiimanus es lambién un ens creatum. Como facultad conferida por Dios al hom­ bre, debe satisfacer su idea. Pero el entendimiento es ordenado a la idea sólo en el caso que cumpla en sus proposiciones la adecuación de lo pensado a la cosa, que por su parte debe ser conforme a la idea. I.a posibilidad de la verdad del conocimiento humano, si todo ente os «creado», se fundamenta en que la cosa y la proposición están or­ denadas a la idea en igual forma y, por eso, surgidas de la unidad del plan divino de creación, se ajustan una a otra. La veritas como adae­ quatio rei (creandae) ad intellectum da la garantía para la veritas como adaequatio intellectus (humani) ad rem (creatam). Veritas mienta, en esencia, siempre la convenientia, el convenir de los entes entre sí como una criatura con el creador, un concordar según la de­ terminación del orden de la creación. Pero este orden, separado de la idea de creación, también puede representarse, en general e indeter­ minadamente, como orden del mundo. En lugar dcl orden de la crea­ ción pensado teológicamente avanza la planificación de todos los objetos por la razón universal, que se da a sí misma la ley y por eso reclama también la inmediata inteligibilidad de su manera de proce­ der (aquello que se tiene por «lógico») : El hecho de que la esencia de la verdad proposicional consista en la conformidad del enunciado no requiere ya una fundamentación especial. Aun cuando se hacen esfuerzos para explicar, con notable infructuosidad, cómo debe esta­ blecerse esa conformidad, ya está ella presupuesta como la esencia de la verdad. Así, la verdad de la cosa (Sachwahrheit) significa siempre la concordancia de la cosa fáctica (vorhanden) con su con­ cepto esencial «racional». Nace entonces la apariencia de que esta determinación de la esencia de la verdad sería independiente de la interpretación de la esencia del ser de todo ente, que incluye siempre una interpretación correspondiente de la esencia del hombre como soporte y realizador del intellectus. Así, la fórmula de la esencia de la verdad (veritas e.st adaequatio intellectus et rei) obtiene enseguida su validez general evidente para cualquiera. Bajo el imperio de la autocomprensibilidad — apenas tomada en cuenta en sus fundamentos esenciales— de este concepto de verdad, se acepta como igualmente autocomprcnsible que la verdad tiene un contrario, y que hay la no-

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verdad. La no-verdad de la proposición (no conformidad) es la no-i concordancia del enunciado con la cosa. La no-verdad de la cosa i (inaiitcnticidad) significa el desacuerdo del ente con su esencia. La! no-verdad se puede comprender en cada caso como un no-concordar. Esto cae fuera de la esencia de la verdad. Por eso, la no-verdad, como lo opuesto de la verdad, puede dejarse de lado cuando lo que importa es la esencia pura de la verdad. ¿Se requiere todavía, en general, un especial descubrimiento de la esencia de la verdad? ¿No está la esencia pura de la verdad repre­ sentada ya suficientemente en este concepto comúnmente válido, no destruido por ninguna teoría y resguardado por su autocomprensibilidad? Si además tomamos esta retroferencia de la verdad de la pro­ posición a la verdad de la cosa, tal conro se muestra en primer tér­ mino, como una explicación teológica, y si mantenemos por completo pura de toda intromisión de la teología la delimitación filo­ sófica y limitamos el concepto de verdad a la verdad de la proposi­ ción, entonces alcanzamos una antigua tradición del pensar, aunque no la más antigua, según la cual la verdad es la coincidencia (homoiosis) de un enunciado {lagos) con una cosa (pragma). ¿Qué queda de un enunciado que sea digno de ponerse en cuestión, supo­ niendo que sabemos lo que significa coincidencia de un enunciado con la cosa? ¿Lo sabemos? II.

LA POSIBILIDAD INTRÍNSECA DE LA COINCIDENCIA

Hablamos de coincidencia con distintos significados. Decimos por ejemplo ante la presencia de dos monedas de cinco marcos sobre la mesa: coinciden recíprocamente. Ambas se corresponden en la unidad de su aspecto. Por eso tienen éste en común, y por eso son iguales en ese respecto. Además, hablamos de coincidencia cuando decimos, por ejemplo, de una de las monedas presentes de cinco marcos; esta moneda es redonda. En este caso, el enunciado coincide con la cosa. Ahora la relación no existe entre cosa y cosa, sino entre un enunciado y una cosa. ¿En qué han de coincidir la cosa y el enun­ ciado cuando los términos relacionados son abiertamente distintos en su aspecto? La moneda es de metal. El enunciado no es, como tal, material. La moneda es redonda. El enunciado no tiene, como tal, la forma de lo espacial. Con la moneda se puede comprar algo. El enunciado acerca de ella nunca es un medio de pago. Pero a pesar de toda la desigualdad entre ambos, el enunciado mencionado coincide

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como verdadero con la moneda. Y este acuerdo debe ser una adecua­ ción, según el concepto corriente de verdad. ¿Cómo puede adecuarse a la moneda el enunciado completamente desigual? Debería converlinsc en moneda y de ese modo renunciar por completo a sí mismo. Id enunciado nunca logra esto. En el momento que eso ocurriera, el enunciado, como enunciado, ya no podría coincidir con la cosa. En la adecuación, el enunciado debe seguir siendo, incluso llegar a ser, lo que es. ¿En qué consiste su esencia absolutamente distinta de cualquier cosa? ¿Cómo el enunciado justamente por una persistencia en su esencia, puede adecuarse a lo otro, a la cosa? Adecuación no puede significar en este caso una igualación ma­ terial {dinghaft) entre cosas iguales. La esencia de la adecuación se determina, más bien, por el modo de aquella relación que impera en­ tre el enunciado y la cosa. En tanto esta «relación» queda indetermi­ nada y no fundamentada en su esencia, toda disputa sobre la posibili­ dad e imposibilidad, sobre c! modo y el grado de la adecuación, cae en el vacío. El enunciado sobre la moneda «se» relaciona a esta cosa, en tanto la rc-presenta {vorxtellt), y dice de lo re-presentado {vorgestellet) cómo está ordenado (bestellt) con él según el sentido conduc­ tor. El enunciado que representa dice su dicho de la cosa represen­ tada, cómo es ésta en cuanto tal. El «así-corno» concierne al re-presentar y a su representado. Re-presentar significa, con exclu­ sión de todos los prejuicios «psicológicos» y de «teoría de la conciencia», el dejar contraponerse la cosa en cuanto objeto. Lo con­ trapuesto {Entgegenstehendé), en cuanto puesto así, debe medir lo [que está] enfrente abierto, y sin embargo permanecer en sí como cosa y mostrarse como constante (Standing). Este aparecer de la cosa en la mediación de ese enfrente (entgegen), se cumple dentro de lo abierto, cuya apertura no fue creada por el representar, sino sólo referida y asumida como ámbito de relación. La relación del enun­ ciado representante a la cosa es el cumplimiento de aquella referen­ cia que originariamente, y siempre, se pone en vibración como com­ portamiento. Pero todo comportamiento se caracteriza por el hecho de que, estando en lo abierto, se atiene a lo patente como tal. Sólo lo patente en sentido riguroso se experimentó en los primeros tiempos del pensamiento occidental como la «presencia» y se lo llamó desde hace mucho, «el ente». El comportamiento está abierto al ente. Toda relación que está abierta es comportamiento. El estado de apertura del hombre es siempre distinto, según la especie del ente y el modo de comporta­ miento. Todo trabajo y ejecución, toda acción y cálculo está y se

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mantiene en lo abierto de un ámbito, dentro del cual el ente, en lo que es y cómo es, se pone propiamente y se vuelve expresadle. A esto se llega sólo cuando el ente mismo se vuelve rcprcscntable en el enunciado rc-presentante, de modo tal que éste se somete a la or­ den de decir el ente así-corno es. En la medida en que el enunciado si­ gue esa orden, se rige por el ente. Ese decir que se ordena de ese modo, es conforme (verdadero). Lo dicho así, es lo conforme (verdadero). El enunciado apoya su conformidad en esc estar abierto del com­ portamiento; pues sólo así puede lo abierto llegar a ser el patrón para la adecuación que re-presenta. El comportamiento constantemente abierto, debe dejarse dirigir por esta medida. Esto significa que debe aceptar para todo representar un previo don de la medida patrón. Esto pertenece a la apertura del comportamiento. Pero si sólo por esta apertura del comportamiento es posible la conformidad (verdad) del enunciado, entonces aquello que en primer término posibilita la exactitud debe ser considerado, con derecho más originario, como la esencia de la verdad. Así cae la atribución habitual y exclusiva de la verdad al enunciado, como único lugar esencial. La verdad no afinca originariamente en la proposición. Pero al mismo tiempo se plantea la cuestión por el fundamento de la posibilidad intrínseca del com­ portamiento abierto, que se da previamente una medida patrón, única posibilidad que presta la apariencia de que la conformidad de la pro­ posición lleva a cabo la esencia de la verdad. III.

EL FUNDAMENTO DE LA POSIBILITACIÓN DE UNA CONFORMIDAD

¿De dónde obtiene el enunciado representante la indicación de regirse por el objeto y acordarse según la conformidad? ¿Por qué ese acordar concuerda con la esencia de la verdad? ¿Cómo puede ocurrir algo como la realización del don previo de una dirección y la orde­ nación en una concordancia? Sólo si este don previo ya se ha libe­ rado en lo abierto para lo patente que impera desde allí, y que liga todo representar. El liberarse para una dirección que liga, sólo es po­ sible como .ser libre para lo patente de lo abierto. Ese ser libre señala la esencia hasta ahora incomprendida de la libertad. La apertura del comportamiento como posibilitación interna de la exactitud se funda en la libertad. La esencia de la verdad es la libertad. ¿Pero esta proposición sobre la esencia de la conformidad, no pone en el lugar de un autocomprensiblc otro? Para poder realizar

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lina acción, y en consecuencia también la acción del enunciado que lopresenta, y aún la acción del asentir o disentir a una «verdad», el que actúa debe ser, en efecto, libre. Esta proposición no significa que al cumplimiento de un enunciado, a su participación y apropiación, pertenezca una acción sin coacción, sino que la proposición dice que la libertad es la esencia de la verdad misma. «Esencia» se entiende aqui como el fundamento de la posibilidad intrínseca de aquello que en primer término y en general se acepta como conocido. En el con­ cepto de libertad, no pensamos, sin embargo, la verdad y menos su esencia. La proposición: la esencia de la verdad (conformidad del enunciado) es la libertad, debe sorprender. Poner la esencia de la verdad en la libertad ¿no significa dejar la verdad al criterio del arbitrio del hombre? ¿Se puede socavar más profundamente la verdad que al abandonarla al antojo de este «junco vacilante»? Lo que ya se impuso al sano juicio durante la anterior explicación, se revela ahora con más claridad: la verdad se reduce a la subjetividad del sujeto humano. Aunque este sujeto alcanzara una objetividad, ésta seguiría siendo humana junto con la subjetividad, y a disposición dcl hombre. Por cierto, se imputa al hombre la falsedad y la disimulación, la mentira y el engaño, la ilusión y la apariencia, todas las formas de la ito-verdad. Pero la no-verdad es incluso lo opuesto a la verdad, por eso, en cuanto es lo in-esencial (Unwesen) hay razón para mantenerlo lejos del ámbito de la pregunta acerca de la pura esencia de la verdad. Este origen humano de la no-verdad confirma, aunque sea sólo por oposi­ ción, que la esencia de la verdad «en sí» impera «más allá» del hombre. Ella vale para la metafísica como imperecedera y eterna, como lo que no puede construirse sobre la fugacidad y fragilidad de la esencia del hombre. ¿Cómo entonces la esencia de la verdad puede encontrar en la libertad del hombre su consistencia {Bestanci) y su fundamento? La resistencia frente a la proposición «la esencia de la verdad es la libertad» se apoya en prejuicios, los más tenaces son: la libertad es una propiedad de] hombre; la esencia de la libertad no requiere, ni soporta, ningún cuestionamiento ulterior; todos saben lo que es el hombre.

IV.

LA ESENCIA DE LA LIBERTAD

La referencia a la conexión esencial entre la verdad como confor­ midad y la libertad sacude estos prejuicios, supuesto, por cierto, que estamos preparados para una transformación del pensar. La medita­

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ción acerca de la conexión esencial entre verdad y libertad nos lleva a proseguir la cuestión por la esencia del hombre en un respecto que nos garantiza la experiencia de un oculto fundamento esencia] del hombre (el Dasein), de tal modo que nos traslada de antemano al ámbito originariamente esenciante {wesmd) de la verdad. Desde él se ve también que la libertad es el fundamento de la posibilidad in­ trínseca de la conformidad sólo en tanto ella recibe su propia esencia de la esencia más originaria de la única verdad esencial. La libertad ha sido determinada en primer término como libertad para que se manilieste en lo tibierto. ¿Cómo hay que pensar esta esencia de la li­ bertad? Lo manifiesto a lo que se adecúa un enunciado representante (en cuanto conforme) es el ente, abierto siempre en un comporta­ miento que se mantiene abierto {ojrensUidig). La libertad para lo que se manifiesta en lo abierto, deja al respectivo ente ser el ente que es. La libertad se descubre ahora como el dejar ser al ente. Habitual­ mente hablamos de dejar {Seinlassen), cuando, por ejemplo, desisti­ mos de una empresa planeada. «Dejamos algo» significa que no lo tocamos y no tenemos nada más que ver con ello. Dejar algo tiene aquí el sentido negativo de abstenerse de algo, de renunciar a algo de indiferencia e incluso sumisión. La palabra, aquí necesaria, dejar-ser {Sein-lassen) al ente no alude, sin embargo, ni a la sumisión ni a la indiferencia, sino a lo conti-ario. Dejar {Sein-lassen) es comprometerse {sich einlassen) con el ente. No hay que entender esto, por cierto, como mero manejar, resguardar, cuidar y planificar el ente, respectivamente buscado o encontrado. Dejar — al ente, como el ente que es— significa com­ prometerse en lo abierto y su apertura, en la que habita todo ente, que la lleva, en cierto modo, consigo. Lo abierto fue concebido por el pensamiento occidental en sus comienzos como ta alezéa lo deso­ culto. Cuando traducimos aletheia por «dcsocultamiento» en vez de «verdad», esta traducción no sólo es más literal, sino que contiene la indicaeión de transformar y retrotraer con el pensamiento el con­ cepto habitual de verdad, en el sentido de conformidad del enun­ ciado, en y hacia aquel [concepto] aún incomprensible, de des-velar {Entborgenheií) y dcs-velamiento {Entbergung) del ente. El compro­ meterse en el desvelar del ente, no se pierde en éste, sino que se des­ pliega para un retroceso ante el ente, para que éste se manifieste en lo que es y cómo es, y la adecuación representante lo tome como pa­ trón de medida. En cuanto dejar-ser, se expone al ente como tal y transfiere todo comportamiento hacia lo abierto. El dejar-ser, es de­ cir, la libertad, es en sí ex-ponente, ex-sistente. La esencia de la li-

7 t e o r ía s h e r m e n é u t ic a s d e i .a v e r d a d

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bcrlíKÍ, mirada desde la esencia de la verdad, se muestra como la ex­ posición en el desvelar del ente. La libertad no es solamente lo que el entendimiento común pone en circulación bajo tal nombre: el antojo que a veces se suscita para presionar la elección hacia este o aquel lado. La libertad no es la li­ cencia para poder hacer o no hacer. Pero la libertad tampoco es solo la disposición para algo exigido y necesario (y así, en cierto modo, un ente). La libertad antes que lodo esto (que la libertad «negativa» y «positiva») es el compromiso {Eingelassenheit), con el desvela­ miento del ente como tal. El mismo desvelar se resguarda en el com­ prometerse ex-sistente, por el cual la apertura de lo abierto, es decii, el «ahí» («Da») es lo que es. En el Da-sein se conserva para el hombre el fundamento esencial, tanto tiempo infundado, desde el cual es capaz de ex-sistir. «Existencia» no significa aquí existentia en el sen­ tido del sobrevenir {Vorkommen) y del Dasein (presencia fáctica) de un ente. Pero «existencia» tampoco significa «cxistencial» {existenziell) [plano óntico], el esfuerzo moral del hombre en pos de su mismidad construido sobre una concepción anímico-corporal. La ex-sistcncia dcl hombre histórico, aun sin ser comprendida y sin necesitar siquiera una fundamentación esencial, comienza en el momento en que el primer pensador, al preguntarse por el dcsocultamiento (Unverhorgenheit) dcl ente, plantea la pregunta qué es el ente. En esta pregunta se experimenta por primera vez el desocultamiento. El ser en su totalidad se descubre como physis, «naturaleza»; que no mienta todavía un ámbito particular del ente como tal en su totalidad, y en realidad en el sentido de lo que surge como presente (aufgehenclen Anwesens). Sólo cuando el ente mismo es ex professo elevado y resguardado en su dcsocultamiento, sólo cuando se comprende este resguardar desde la pregunta por el ente como tal, comienza la histo­ ria (Geschichte). El desocultamiento inicial dcl ente en su totalidad, la pregunta por el ente como tal, y el comienzo de la historia occi­ dental, son lo mismo y simultáneos en un «tiempo», que abre incon­ mensurablemente para cualquier medida, lo abierto. Pero si el Da-sein ex-sistente —en cuanto dejar ser al ente— li­ bera al hombre para su «libertad», en tanto le da a elegir en general una posibilidad (un ente) y le encomienda algo necesario (un ente), entonces el arbitrio del hombre no dispone de la libertad. El hombre no «posee» la libertad como propiedad, sino que ocurre, en máximo grado, lo inverso; la libertad, el Da-sein ex-sistente y des-velador po­ see ai hombre, y esto en forma tan originaria que únicamente ella confiere a una humanidad esa referencia —que caracteriza y funda­

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menta toda historia— a un ente en su totalidad como tal. Sólo el] hombie ex-sistente es histórico. La «naturaleza» no tiene historia. La libertad entendida como dejar-ser al ente, oumple y realiza la esencia de la verdad en el sentido del desvelamiento del ente. j La verdad no es una nota de la proposición adecuada, que sej enuncia de un «objeto» por un «sujeto» humano y que luego «vale» en alguna parte (no se sabe en qué ámbito); la verdad es el desvela­ miento del ente por el cual cobra presencia {west) una apertura. En lo así abierto, se expone todo comportamiento humano y su actitud. Por eso, el hombre es en el modo de la ex-sistcncia. Puesto que todo comportamiento humano está abierto a su ma­ nera y se ejercita en aquello con lo que está en relación, el comporta­ miento del dejar-seres decir, la libertad, debe haberle otorgado aque­ lla dote que es la indicación intrínseca para la adecuación entre el representar y el respectivo ente. Que el hombre ex-sista significa ahoia, la historia de las posibilidades esenciales de una humanidad histórica le está resguardada en el desvelamiento del ente en su tota­ lidad. Las raras y simples decisiones de la historia surgen del modo en que cobra presencia (west) la esencia originaria de la verdad. Porque la veidad es en esencia libertad, por eso el hombre histó­ rico, por el dejar ser al ente, puede también no dejar ser al ente lo que es y cómo es. Entonces el ente se encubre y se altera. La apariencia cobia poder. Por ella sale a luz la no-esencia de la verdad. Puesto que la libei tad ex-sistente como esencia de la verdad no es una propiedad del hombre, sino que el bombe ex-siste sólo como poseído por esta verdad y así llega a ser capaz de historia. Por eso, tampoco la no-esen­ cia de la verdad puede nacer posteriormente de la mera incapacidad y de la indolencia del hombre. La no-verdad debe venir más bien de la esencia de la verdad. Sólo porque verdad y no-verdad no son en esen­ cia indiferentes, sino que se corresponden, una proposición verdadera puede entrar en rigurosa oposición con la correspondiente proposición no-verdadera. L,a pregunta por la esencia de la verdad sólo alcanza por eso el ámbito originario de lo que se pregunta (Erfragte), cuando en la previa mirada a la esencia plena de la verdad, se incluye también en el desencubi imiento de la esencia, la no-verdad. La explicación de la noesencia de la verdad no es para llenar supletoriamente un vacío, sino que es el paso decisivo para una suficiente posición de la pregunta por la esencia de la verdad. ¿Pero cómo captaremos lo no-esencial en la esencia de la verdad? Si la esencia de la verdad no se agota en la con­ formidad del enunciado, entonces tampoco la no-verdad puede ser equiparada con la no conformidad del juicio.

t e o r ía s h e r m e n é u t ic a s d e l a

Vl'.RDAD

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V. LA ESENCIA DELA VERDA D La escuda de la verdad se descubre como libertad. Esta es el exsistente y desvelador dejar-ser al ente. Iodo comportamiento abierto Ilota en el dejar-ser al ente, y se pone siempre en relación con este o aquel ente. Como compromiso con el desvelamiento del ente en su letalidad, la libertad como tal ha concertado ya todo comportamiento con el ente en su totalidad. La disposición (temple de ánimo) no se puede captar nunca como «vivencia» o «sentimiento», porque de ese modo se la priva de su esencia y se la explica desde instancias tales (como la «vida» y el «alma») que incluso sólo pueden confirmar la apariencia de un derecho esencial, en tanto llevan en sí la alteración y la falsificación de la disposición. Una disposición, es decir una ex­ posición ex-sistente en el ente en su totalidad, sólo puede set «vivenciada» y «sentida», porque el «hombre que vivencia, sin vislumbrar la esencia del temple de ánimo, está comprometido siempre en una disposición desveladora del ente en su totalidad. Todo compoitamiento del hombre histórico, se lo subraye o no, se lo compicnda o no, está en disposieión, y por este temple de ánimo se eleva al ente en su totalidad. La revelación del ente en su totalidad no coincide con la suma del ente de hecho conocido. Al contrario, allí donde el ente es poco conocido para el hombre y es apenas y toscamente re­ conocido por la ciencia, la revelación del ente en su totalidad puede imperar más esencialmente que allí donde lo conocido y siempre cognoscible ha llegado a ser inabarcable, y no es capaz de resistir la acometida del conocer, mientras que la dominación téc­ nica de las cosas toma una actitud ilimitada. Justamente en el achatamiento de ese conocer, y nada más que conocer, se lebaja la reve­ lación del ente a la aparente nada de lo que no es siquiera indiferente, sino sólo olvido. El concordante dejar-ser al ente, penetra a través de todo com­ portamiento abierto que en él flota, y le precede. El comportamiento del hombre está completamente acordado por la revelación del ente en su totalidad. Este «en su totalidad», visto desde el ámbito del cálculo y el quehacer cotidianos, aparece como incalculable e inapiehensible. No se deja captar nunca desde el ente que se manifiesta en cada caso, aunque pertenezca ésta a la naturaleza o a la historia. Si bien es lo que acuerda constantemente todo, permanece indeterminado, in­ determinable, y la mayoría de las veces coincide entonces con lo más corriente y lo menos pensado. Sin embargo, lo que acuerda no es nada, sino una ocultación {Verbergung) del ente en su totalidad. Jus­

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tamente en tanto el dejar deja ser al ente, con el que está en relación,! en un comportamiento individual, y con ello lo des-vela {entbirgt),\ se oculta el ente en su totalidad. El dejar ser es en sí, simultáneamente, ocultar. En la libertad ex-sistente del Da-sein acaece la ocul­ tación del ente en su totalidad, es el ocultamiento. VI.

LA NO-VERDAD COMO OCULTACIÓN

El ocultamiento niega a la aletheia el desvelar y no lo tolera aún como stéresis (privación), sino que le conserva lo más propio como propiedad. El ocultamiento, pues, pensado desde la verdad como desvelamiento, es el no-desvelamiento y de ese modo, la no-verdad auténtica y más propia a la esencia de la verdad. El ocultamiento del ente en su totalidad nunca se implanta posteriormente como conse­ cuencia del conocimiento del ente, que es siempre fragmentario. El ocultamiento del ente en su totalidad, la auténtica no-verdad, es más antigua que cualquier revelación de e.ste o aquel ente. Es más antigua aún que el mismo dejar-ser que desvelando mantiene ya lo oculto y se relaciona con la ocultación. ¿Qué resguarda el dejar-ser en esta referencia a la ocultación? Nada menos que la ocultación de lo oculto en su totalidad, del ente como tal, es decir, el misterio {Geheimnis). No un misterio particula­ rizado sobre esto o aquello, sino sólo lo uno, el hecho de que en ge­ neral el misterio (la ocultación de lo oculto) como tal, gobierna el Da-sein del hombre. En el dejar-ser al ente en su totalidad, que desvela y simultánea­ mente oculta, ocurre que la ocultación parece como lo oculto en pri­ mer término. El Da-sein, en tanto ex-siste, resguarda el primero y más amplio no-desvelamiento {Un-entborgenheit), la auténtica noverdad. 1.a auténtica no-esencia de la verdad es el misterio. No-esen­ cia no significa todavía en este caso caída a la esencia en el sentido de lo universal (koinón génos), de su possibilitas (Ennóglichung) y su fundamento. No-esencia es la esencia que, en ese sentido, hace presente previamente {vor-wesendé). «No esencia» indica en primer término y casi siempre la desfiguración de aquella esencia ya caída. Sin embargo, en todas estas significaciones, la no-esencia sigue siendo, a su modo, esencial a la esencia y nunca llegará a ser inesen­ cial en el sentido de lo indiferente. Pero hablar así de la no-esencia y la no-verdad va demasiado directamente contra la opinión corriente y se lo toma como traer de aquí para allá paradojas rebuscadas.

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l’uesto que es difícil apartar esta apariencia, hay que renunciar a este discurso, que es paradójico sólo para la opinión corriente. Para el i|uc sabe, el «no» de la no-esencia inicial de la verdad, indica, como iiu-verda'd, el ámbito aún no experimentado de la verdad del ser (no sólo del ente). La libertad, en cuanto dejar-ser del ente, es en si la relación re­ sucita (entschlossene), es decir, la que no se cierra. En esta lelación se funda todo comportamiento y de ella recibe la orientación hacia el ente y su desvelamiento. Pero esta relación con la ocultación se oculta ella misma, en cuanto deja que prepondere el olvido del misterio, y desaparece en éste. El hombre, en su comportamiento, se relaciona constantemente con el ente, pero se conforma casi siempre con este o aquel ente y su respectiva revelación. El hombre se atiene a lo corriente y a lo dominable, aun allí donde se trata de lo primero y lo último. Y cuando se propone ampliar la revelación del ente en los más diversos ámbitos de su acción, transformarla, reapropiársela y asegurarla, toma sin embargo las directivas, del círculo de sus intenciones y sus necesida­ des corrientes. Afincarse en lo corriente es, en sí, el no dejar que impere la ocul­ tación de lo oculto. Por cierto, hay también en lo corriente enigmas, oscuridades, indecisiones, dudas. Pero estas preguntas, seguras de sí mismas, son sólo pasajes y lugares intermedios para el tránsito en lo corriente y por eso no son esenciales. Allí donde el ocultamiento del ente en su totalidad se admite de paso, sólo como un límite que a ve­ ces se anuncia, la ocultación, en cuanto acontecimiento fundamental, se hunde en el olvido. , , ■j Pero el misterio olvidado del Dasein no es alejado por el olvido, sino que el olvido presta una presencia propia a la aparente desapari­ ción de lo olvidado. En la medida en que el secreto se rehúsa en el olvido y para el olvido deja estar al hombre histórico en lo corriente junto a sus he­ churas {Gemachten). Dejada así, una humanidad completa su «mundo» a partir de sus necesidades y propósitos más recientes y lo llena con sus proyectos y planes. De éstos toma el hombre su me­ dida, olvidando el ente en su totalidad. Persiste en ellos y se procura de continuo nuevas medidas, sin meditar en el fundamento mismo de este «tomar como medida», ni en la esencia de lo que da la medida. A pesar del progreso hacia nuevas medidas y metas, se equivoca el hombre en cuanto a la autenticidad esencial de sus medidas. Cuanto más exclusivamente se toma a sí mismo en cuanto sujeto.

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como medida para todo ente, más equivoca la medida. Este olvido temerario de la humanidad perdura en la seguridad de sí mismo, por medio de lo corriente que es accesible en cada caso. Este perdurar tiene su apoyo, incognoscible para él mismo, en la relación; como tal, el Dasein no sólo ex-siste, sino que simultáneamente in-siste, es decir, persiste aferrándose a aquello que ofrece, como por sí y en sí, el ente abierto. Ex-sistente, el Da-sein es in-sistcntc. Aún en la existencia in­ sistente impera el misterio, pero como esencia de la verdad que ha llegado a ser olvidada y de ese modo «incscncial». VIL

LA NO-VERDAD COMO ERROR

Al insistir, el hombre se vuelve a la viabilidad cada vez más pró­ xima del ente. Pero insiste sólo como ya-existente, en cuanto toma como patrón de medida el ente como tal. En su tomar como medida, la humanidad se ha apartado del misterio. Aquel vuelco insistente hacia lo corriente y este alejamiento ex-sistente del misterio, se copcrtencccn. Son una y la misma cosa. Ese volcarse y alejarse son consecuencias de un característico volverse de aquí para allá del Da­ sein. Ese trajinar del hombre que lo aleja del misterio hacia lo co­ rriente, va de una cosa habitual a una más próxima y pasa de largo junto al misterio, es el errar. El hombre erra. El hombre no va primero al error. Sólo va al error, porque, ex-sistente, in-siste y así está ya en el error. El error, a través del cual va el hombre, no es algo que corre, en cierto modo, junto al hombre como una fosa en la que a veces cae; el error perte­ nece a la constitución interna del Dasein, en la que está encajado el hombre histórico. El error es el espacio de aquel volverse, en el cual la cx-sistencia insistente, volviéndose una y otra vez, se olvida y equivoca la medida. La ocultación del ente oculto en su totalidad, impera en el desvelamiento del respectivo ente, que como olvido de la ocultación se convierte en error. El error es la esencial anti-esencia (Gegenwesen) respecto de la esencia inicial de la verdad. El error es el sitio abierto y el funda­ mento de lo erróneo (Irrtiim). Lo erróneo no es una falta aislada, sino el reino (el señorío) de la historia, donde se enlazan intrincados, todos los modos del errar. 'lodo comportamiento, de acuerdo con su apertura y su referen­ cia al ente en su totalidad, tiene su modo de errar. Lo erróneo se ex-

!

t e o r ía s

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licndc desde el más corriente desacierto, equivocación y mal cálculo liasla los desvíos y extravíos en las actitudes y decisiones esenciales. 1 o que habitualmente y según las enseñanzas de la filosofía se co­ noce como lo erróneo, la no conformidad del juicio y la falsedad del conocimiento, es sólo uno de los modos de errar, y el más superfi­ cial. El error en el que ha de andar una humanidad histórica para que MI marcha sea errada encuadra esencialmente con la apertura del Da,scin. El error domina por entero al hombre, en tanto lo hace errar (Innirt). El error, en cuanto hace errar, crea también al mismo liempo la posibilidad, que el hombre puede sacar de su ex-sistcncia, lie no dejarse llevar al error, en cuanto experimenta el error mismo y no se asusta ante el misterio del Da-sein. Puesto que la in-sistente ex-sistencia del hombre se mueve en el eri-or, y puesto que el error, en cuanto que hace errar (Beirning), pre­ siona siempre de alguna manera y por esta opresión (Bedrangms) domina al misterio, y en realidad como misterio olvidado, por eso, el liombre en la ex-sistcncia de su Dasein, está sometido a la vez al im­ perio del misterio y a la opresión del error. Por uno y otro se halla en la penuria de la coacción [Not der Nótingung). La plena esencia de la verdad, que incluye a su no-esencia más propia, mantiene al Da­ sein en la penuria por este permanente volverse de aquí para allá. El Dasein es ese volver (Wendung) a la penuria. El desvelamiento de la necesidad [vuelta a la penuria], y a causa de ello, el posible traslado a lo inevitable, surgen del Dasein del hombre y sólo de él. El desvelamiento del ente como tal es en sí, simultáneamente, la ocultación del ente en su totalidad. En la simultaneidad del desvela­ miento y de la ocultación impera el error. La ocultación de lo oculto y el error pertenecen a la esencia inicial de la verdad. La libertad, en­ tendida desde la cx-sistencia in-sistente del Dasein es la esencia de la verdad (en el sentido de la conformidad del re-presentar) sólo porque la libertad misma nace de la esencia inicial de la verdad, del imperio del misterio en el error. El dejar-ser al ente se cumple en el compor­ tamiento siempre abierto. El dejar-ser al ente como tal en totalidad, sólo acontece con legitimidad esencial cuando a veces se lo acoge en su esencia inicial. Entonces, la abierta decisión {Ent-schlossenheit) hacia el misterio está en camino al error como tal. Entonces, la pre­ gunta por la esencia de la verdad se pregunta más originariamente. Entonces, se descubre el fundamento dcl entrelazamiento de la esen­ cia de la verdad con la verdad de la esencia. La mirada al misterio, desde el error, es el preguntar, en el sentido de la única pregunta: ¿Qué es el ente como tal en su totalidad? Este preguntar piensa la

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pregunta poi el ser del ente, pregunta que esencialmente lleva a err«j y por eso no ha sido aún dominada en su multivocidad. El pensar d i ser, del que nace inicialmente tal preguntar, se comprende desde Pía? tón como «Filosofía» y recibe más tarde el nombre de «metafísica»^ VIH.

LA PREGUNTA POR LA VERDAD Y LA FILOSOFÍA

La liberación del hombre —que fundamenta la historia— para Itu ex-sistencia, llega a la palabra en el pensar del ser, ésta no es sólo It^ «expresión» de una opinión, sino que es ya la asegurada articulación! de la verdad del ente en su totalidad. No importa cuántos tienen oidoi para esta palabra. Lo C|uc decide sobre el lugar del hombre en la his­ toria es quiénes son aquellos que pueden oir. Sin embargo, en el mismo momento histórico que llenó el comienzo de la filosofía, em­ pieza también el dominio expreso del entendimiento común (la So­ fística). Este se apoya en la incuestionabilidad del ente manifiesto e interpieta todo preguntai pensante como un ataque al sano entendimiento humano y su desdichada irritabilidad. Pero la estimación del sano entendimiento, justificado en su ám­ bito, acerca de lo que es la filosofía, no toca la esencia de ésta que sólo se puede determinar desde la referencia a la verdad originaria del ente como tal en su totalidad. Pero, puesto que la esencia plena de la verdad incluye la no-esencia e impera ante todo como oculta­ ción, la filosofía, como cuestionamiento de esta verdad, está en sí di­ vidida. Su pensar es la serenidad de lo apacible {Milde), que no se rehúsa al ocultamiento del ente en su totalidad. Su pensar es sobre todo la abierta decisión (Eníschlossenheií) de rigor, que no rompe la ocultación, pero obliga a su esencia intacta a abrirse al comprender y de esc modo a su propia verdad. En el apacible rigor y en la rigurosa apacibilidad de su dejar-ser al ente como tal en su totalidad, llega la filosofía a un preguntar que no se atiene únicamente al ente, pero tampoco puede soportar nin­ guna imposición exterior. Kant entrevió esta indigencia íntima del pensar, pues dijo de la filosofía: «Vemos aquí a la filosofía en un punto de vista desgraciado, que debe ser firme, sin que, sin embargo se apoye en nada ni penda de nada en el cielo ni sobre la tierra. Aquí ha de mostrai su puieza como guardadora de sus leyes, no como he­ raldo de las que le insinúe algún sentido impreso o no sé qué natura­ leza tutora...» {Grundlegung der Meíaphysik der Sitien, AA, IV 425).

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Con esta interpretación esencial de la filosofía, Kant, cuya obia inirodiice el último giro de la metafísica occidental, mira hacia un ámbito que él, de acuerdo con su posición metafísica fundamentada cii la subjetividad, sólo pudo comprender desde ella, y la debió com­ prender como custodia de sus propias leyes. Esta mirada esencial en el destino de la filosofía es, sin embargo, suficientemente amplia para rechazar toda servidumbre de su pensamiento, cuya forma más inerme se esconde en el subterfugio que acuerda valor a la filosofía iHuno una «expresión» de la «cultura» (Spcngler) o como adoi no de una humanidad creadora. Si la filosofía cumple su esencia, inicialmente decidida, como «autocustodia de sus leyes», o si ella misma no es sostenida y determinada a ese custodiar por la verdad de aque­ llo por lo cual sus leyes son siempre leyes, es algo que se decide desde la iniciación, en la que la esencia originaria de la verdad llega a ser esencial para el preguntar pensante. El ensayo presentado aquí lleva la pregunta por la esencia de la verdad más allá del recinto de la habitual delimitación del concepto usual de esencia, y ayuda a meditar acerca de si la pregunta por la esencia de la verdad no debe ser al mismo tiempo y en primer tér­ mino la pregunta por la verdad de la esencia. En el concepto de «esencia», la filosofía piensa el ser. La retroferencia de la posibili­ dad interna de la conformidad de un enunciado a la libertad exsi.stente del dejar-ser, como su «fundamento», y del mismo modo la previa remisión al comienzo esencial de este fundamento en la ocul­ tación y el error, quisieran señalar que.la esencia de la verdad no es el vacío «general» de una universalidad «abstracta» sino lo único que se oculta, de la historia irrepetible del desvelamiento del «sen­ tido» de aquello que llamamos el ser, y que desde hace mucho sólo estamos habituados a meditar como el ente en su totalidad.

IX.

NOTA

La pregunta por la esencia de la verdad surge de la pregunta poi la verdad de la esencia. Aquella pregunta entiende esencia en el sen­ tido de la quidditas (Washeit) o de la realitas (Sachheit) pero en­ tiende la verdad como un carácter dcl conocimiento. 1.a pregunta por la verdad de la esencia entiende «esencia» verbalmentc, y permane­ ciendo aún dentro del representar de la metafísica, piensa en esta pa­ labra Ser iSeyn) como la diferencia imperante entre ser y ente. Ver­ dad significa un cobijar que despeja {lichtendes Bergen), como rasgo

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fundamental del Ser. La pregunta por la esencia de la verdad enciiájH^ tra su respuesta en la proposición: la esencia de la verdad es la vlrdad de la esencia. Luego de la explicación, se ve con facilidad quoílii proposición no invierte simplemente una combinación de palabr|ii para provocar la apariencia de una paradoja. El sujeto de la proposlción, en caso de que haya que usar todavía esta fatal categoría gra­ matical, es la verdad de la esencia. i El cobijar que despeja es; esto significa que deja que cobre prei sencia (we.s-en) la coincidencia entre conocimiento y ente. La propo> sición no es dialéctica. No es en general una proposición en el senl tido de un enunciado. La respuesta a la pregunta por la esencia de 1| verdad es el relato (Sage) de una vuelta (Kehre) dentro de la historia del ser. Puesto que a él le corresponde el cobijar que despeja, el Seij aparece inicialmente a la luz de una sustracción ocultadora. El nom-íj bre de este despejarniento (Lichlung) es aletheia. j Ya en su proyecto original, la conferencia «De la esencia de lal verdad» debía completarse con una segunda acerca «De la verdad de la esencia». Ésta fracasó por razones que ahora están indicadas en la carta «sobre el humanismo». | La pregunta decisiva {Ser y tiempo, 1927) por el sentido es decir, { por el ámbito del proyecto, es decir, por la patencia, es decir por la j verdad del ser y no sólo del ente, sigue intencionalmentc sin desarro-: liarse. El pensamiento se mantiene, según la apariencia, en la vía de ^ la metafísica y sin embargo en sus pasos decisivos, que llevan desde la verdad como conformidad hacia la libertad ex-sistente y de ésta hacia la verdad como ocultación y error, realiza una transformación de la metafísica. El pensar intentado en la conferencia se cumple en la experiencia esencial de que sólo a partir del Da-sein, en el que el hombre puede ingresar, se prepara para el hombre histói ico una pro­ ximidad a la verdad del ser. No sólo se abandona toda especie de an­ tropología y toda subjetividad del hombre como sujeto, como en Ser y Tiempo, y se persigue la verdad del ser como fundamento de un cambio de posición histórica fundamental, sino que el curso mismo de la conferencia, se dispone a pensar desde otro fundamento (el del Da-sein). Los sucesivos pasos del preguntar son en sí el camino de un pensar que, en vez de ofrecer representaciones y conceptos, se ex­ perimenta y se prueba como transformación de la referencia al ser.

KARL JASPERS DE LA VERDAD (1947)

E dición

original :

— A) Von der Wahrheit, Piper, Munich, 1947 (2.” ed,, 1958), pp. . : 453-463. — B) Über das Tragische, Piper, Múnich, 1952, 63 pp. (reedición parcial de la obra anterior, pp. 915-961). ^ — C) Die Sprache, Piper, Múnich, 1964 (reedición parcial de la obra anterior, pp. 395-449). E dición castellana : Inédito. Reproducimos el texto - traducido— con autorización expresa de su heredero. T raducción : N. O tros

Sniilg.

ensayos del autor sobre el mismo tem a :

— «La verdad como comunicabilidad», en Razón y existencia (trad. H. Kahnemann), Nova, Buenos Aires, 1959, pp. 71-101 (ed. orig., Vernunft and Exisíenz, J. W. Wolters, Groníngen, 1935). «Wahrheit» en Nietzsche, W. de Gruyter, Berlín, 1936, pp. 170234 (cd. cast., «La verdad», en Nietzsche, trad. E. Estiú, Sudame­ ricana, Buenos Aires, 1963, pp, 257-339). a; — «La verdad» en Filosofía de la existencia (trad, L. Rodríguez), Aguilar, Madrid, 1958 (reedición en Élaneta-Agostini, Barcelona, 1985, pp. 43-84) (ed. orig., Existenzphilosophie, W. de Gruyter, Berlín, 1937; 2." ed., 1956). — «Wahrheit, Freiheit und Fríede», Borsenblatí f deut. Buchhandel, Frankfurt a.M., 14/79 (1958), pp. 1318-1322 [ed. cast., «Verdad, Libertad y Paz», La Torre, Puerto Rico, 26 (1959), pp. 55-70]. — «Wahrheit und Wissenschaft», National-Zeittíng, Basilca„ n.° 302, 3.7.1960 (ed. cast., «La verdad y1á Ciencia»,.77M/n/)oW/,' Flamburgo, 3/11(1962), 4-11. ; .«/■■ ‘L . . — Der philosophische Glaube angesichts der Offetibarmg, Piper, Múnich, 1962 (ed. cast.. La fe filosófica ante la revelación, Cre­ dos, Madrid, 1968, pp. 137 ss.). [4191

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T r - ;O R Í A S

DU LAVfíRDAD líN

E L

S I G L O

XX

Wahrheit und Lehen, Europaischer Buchklub, StuUgart, 1965 (rccop. de artículos). Wahrheit und Bewahnmg, Piper, Munich, 1983. B ibliografía

complementaria :

— X. Tilliette, Karl Jaspers, Théorie de la véríté, Aubier, París, 1959. — M. Mounier, «Existence el vérité», en ¡ntroduction aux existentialismes, Denoel, París, 1947; edición en Oeuvres, Seuil, París, 1962, vol. III, pp. 157-164 (ed. casL, «Existencia y verdad», en ¡níroducción a los existencialismos, Guadarrama, Madrid, 1967, pp. 179-194). — J.-P. Sartre, Veriíé eí existence, Gallimard, París, 1989 (ed. cast.. Verdady existencia, Paidós, Barcelona, 1996). Existe traducción castellana parcial de la obra De la verdad (Von der Wahrheit), bajo el título Esencia y formas de lo trá­ gico (trad. N. Silvetti Paz), Sur, Buenos Aires, 1960. Esta obra corres­ ponde a la edición parcial citada anteriormente titulada Über das Tragische. También existe una edición conjunta de Üher das Tragische y Die Sprache, en castellano titulada Lo trágico. El lenguaje (trad. J. L. del Barco), Agora, Málaga, 1995. Esta edición no recoge las páginas aquí seleccionadas. O bservaciones:

Verdad: La palabra tiene un encanto incomparable. Parece pro­ meternos lo que realmente nos importa. La vulneración de la verdad envenena aquello que se consigue al precio de esa vulneración. Pone el germen de la destrucción en todo lo que se basa sobre tal vulneración, lo convierte en culpable y triste. En el fondo, la no-verdad se agita sin descanso. Pero la misma verdad reporta penas. «Quien aumenta el saber, aumenta el dolor». ¡Qué abismo separa al ser humano de todos los demás seres sólo porque él sabe que ha de morir! La no-verdad y la verdad, ambas parecen intranquilizarme. Pero la verdad puede —sólo por ser verdad, independientemente del contenido— satisfacerme profundamente: existe la verdad. La verdad estimula: donde quiera que la conciba, de.spierta en mí el impulso de perseguirla sin cesar. La verdad proporciona apoyo: aquí hay algo indestructible, unido al ser.

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La verdad da confianza: «Si el mundo se está ahogando, debe salvarse por la proclamación de la verdad» (Mong Dsi). Pero la cuestión es qué es la verdad no la verdad determinada en cada caso, sino la verdad como tal— para fascinarnos poderosa­ mente. Las discusiones que nos preceden nos impiden que esta cues­ tión encuentre una respuesta eómoda, fútil y prematura. En primer lugar, clarificamos los modos del aprehender: la ver­ dad entera sólo está allí donde estén presentes todos los modos del aprehender. Pero, como nunca se completa una unidad definitiva de todos los modos, la verdad nunca existe en el tiempo de forma com­ pleta y absoluta. En segundo lugar, consideramos los limites a los que está ligado el conocer, en tanto que pensamiento: para nosotros sólo existe la verdad bajo las condiciones del pensar. Mediante tales clarificaciones llevamos a nuestra conciencia al extremo en el que, liberados de toda fijación supersticiosa en la ver­ dad, la buscamos en el fondo de todo. Conocemos el deslizamiento hacia la vacía intelectualidad de lo correcto, hacia la gradual patetización moral, hacia la tosca inmediatez de los sentimientos no acre­ ditados, hacia todos los modos del tener definitivo de la verdad. Pero cuando ya no poseemos palpablemente la verdad total y absoluta, en­ tonces el propio movimiento de búsqueda es tal vez la verdad en el tiempo; entonces, vivir agonizando en la pregunta es la más pro­ funda verdad; y la plenitud del ser verdadero es el paso que corres­ ponde y no la duración en el tiempo; es como la mirada fugitiva de los ojos en los que está todo. Tenemos que empezar de nuevo por el principio para captar el ser verdadero en toda la extensión a que nos sea posible acceder. Aquí nuestra tarea no cosiste en mostrar la verdad en su realidad plena: la ló­ gica filosófica clarifica la verdad en los modos del ser verdadero y en su movimiento, no la representa como verdad con contenido. 1. POR QUE PREGUNTAMOS POR EL SENTIDO DEL SER VERDADERO Existe la verdad: lo pensamos así, como si fuera obvio. Escucha­ mos y afirmamos verdades sobre cosas, sucesos, realidades que son incuestionables para nosotros. Quizás tengamos incluso confianza en que la verdad triunfará en el mundo. Pero estamos perplejos. Poco se puede advertir acerca de una presencia segura de lo verdadero:

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Las opiniones usuales se manifiestan en la mayoría de los casos como expresión de la necesidad, pero no de la verdad sino de iiil apoyo: se prefiere con mucho algo firme para liberarse de seguir pensando, del esfuerzo y del peligro de seguir pensando continua­ mente. i; Lo que se dice es, la mayoría de las veces, inexacto y sobre todo^ en su claridad aparente es la expresión de ocultos intereses de exis­ tencia. Entre los seres humanos hay tan poca confianza en lo verdaderó) que, en lo público, no se puede prescindir del abogado para hacer prevalecer una verdad en el mundo. La pretensión de verdad se con­ vierte en un medio de lucha también de lo no verdadero. Existe hti maleza de lo irresoluble y la lucha mediante el engaño y el poder,! Parece que son las casualidades quienes deciden que se imponga laverdad, no el ser verdadero como tal. Y al final llega para todo lo in­ sospechado, ante lo cual sucumbe. Estos ejemplos de carencia de verdad en situaciones sociológicas' y psicológicas no ponen en peligro al ser verdadero como tal, peroj sólo cuando éste existe intangible en sí mismo y se puede separar de; su realización ya sea acertada o fracasada. Sin embargo, aún la exis-!' tcncia de un ser verdadero en sí puede ser dudosa: ; a) Un ser verdadero, como validez separada de la realidad,! tiene que parecer imaginario. Esa misma separación lo convierte en; no-verdadero. La separación entre la verdad en sí y su realización e n ! situaciones delimitadas tiene pleno sentido para verdades finitas y; particulares, cuando se separa entre el conocimiento y su aplicación ! técnica. Pero tal separación puede admitirse para realizaciones espe-í cíficas de la verdad en determinadas estructuras, pero en modo al- ( gimo para la verdad en su conjunto. h) Experimentamos la imposibilidad de un acuerdo sobre lo '; verdadero —a pesar de la voluntad despiadada de claridad y de abierta disponibilidad— precisamente ahí donde el contenido de esta ; verdad nos resulta tan esencial que todo parece estar en él, porque él 1 es el fundamento de nuestra fe. Aquí es posible una incompatibilidad ; de afirmaciones que parece mostrar desde diferentes orígenes la vida y la fe. Esto nos obliga a dudar del ser verdadero, en el sentido ordi- !; nario de un ser existente en sí. Lo verdadero, que es de lo que se j trata, podría escapar según su naturaleza a la univocidad y unanimi- I dad del enunciado.

t e o r ía s h e r m e n é u t ic a s d e l a v e r d a d

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Si el estado de cosas fundamental de nuestra captación de la ver­ dad en el mundo está condicionado psicológica y sociológicamente o lo está por la carencia de una verdad en sí única y omniabarcante; si esto ocurre de forma que lo mantenido como absolutamente verdadei'o queda marcado como falso - -tanto interpersonalmcnte como ante la consideración de un individuo - de tal modo que no se pre­ senta una solución definitiva a pesar de que las personas creen po­ seer la verdad, entonces a) La verdad de la que no se ha dudado y que domina fácticaincnte la vida se muestra a los otros como falsa. En nuestro mundo occidental escuchamos el entrecruzamiento de afirmaciones con orí­ genes esencialmente distintos y el ruido ensordecedor que atraviesa los siglos con sus explosiones en fenómenos de masas. b) Yo mismo experimento mi error. Ahí donde estaba fir­ memente convencido, puede desvelárseme la equivocación. Donde creía saber con evidencia, puede mostrárseme la falta. La rectitud re­ conoce la contingencia de la seguridad individual. Desde el punto de vista de esta realidad, continuamente surge de nuevo la duda [Skepsis]. Hay una inclinación a la vieja frase: no existe la verdad; y añade: si existiera una verdad, no podríamos co­ nocerla; y si la conociéramos, no podríamos comunicarla. La verdad no se funda sobre sí misma, se deriva de alguna otra cosa (como de situaciones sociológicas, técnicas de trabajo, razas, de la predisposi­ ción y condición personal, de los fines de la existencia, etc.) sólo bajo cuya condición la verdad es verdad. Así el ir y venir atraviesa la historia del pensamiento: desde la afirmación de la verdad absoluta a la duda acerca de todo ser verda­ dero. Junto a ambos va caminando el uso sofista de la verdad apa­ rente con sus presuposiciones de que no hay nada cierto, nada se puede demostrar: dependiendo de las circunstancias se pone en fun­ cionamiento como medio de lucha la apariencia de la verdad en vez de la verdad que no existe. El fundamento último es: es así porque yo lo quiero. Mi voluntad es la verdad. La pregunta por el ser verdadero es una de las cuestiones vertigi­ nosas del filosofar y su proyección oscurece el brillo fascinante de la verdad. Pero, de todos modos, se ha perdido toda la cómoda univoci­ dad de la verdad. La simple separación entre auténtico e inauténtico, entre correcto e incorrecto, la manera de diferenciarlo todo en blanco y negro es en sí misma una radical no-verdad. Ya ha acabado esa oh-

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viedad inicial con la que se afirmaron verdades de forma indudable. La simple presunción de la existencia de verdades y la confianza ón ellas no es veracidad, sino pasividad evasiva: «la verdad prevale­ cerá», «con el tiempo, lo correcto tiene que vencer»; siempre que éti estas frases, «verdad» y «correcto» se refieran a algo sabido por las personas. La pregunta ¿que es la verdad? no surge de una duda cansada, sino de la búsqueda apasionada. Frente a la confusión proponemos una y otra vez la tesis de que tiene que existir un reino establecido de la verdad válida, puesto que se muestra patentemente en las ciencias. De hecho, encontramos co­ nocimientos de ciencias particulares que (concebidas de manera real­ mente científica dentro del conjunto total de las denominadas cien'cias), tienen la característica de la comprensibilidad concluyente y por eso, también producen el efecto del acuerdo fáctico respecto a sus resultados por parte de cualquier intelecto humano que los com­ prenda, Pero la cuestión es si la verdad, tan esencial para nosotros, no CO7 niienza precisamente allí donde cesa lo científicamente concluyente,-; si el ser y la verdad posible no imperan más allá de lo que puede; abarcar la verdad, de lo inmutablemente válido. Chocamos con el lí-i mitc en el que nuestra existencia y la existencia de otro, aunque am­ bas estén orientadas hacia la verdad y la realidad (tomada como único ser universalmente válido), no la reconocen conjuntamente como lo mismo sino que, o llegan a la lucha en la que deciden la fuerza y la astucia, o en la situación de empate frente a la otra exis­ tencia, contraponen afirmaciones contra afirmaciones que no se en­ cuentran y que meramente se repiten. Pero, llegar a estar seguro en estas experiencias sin disimulo de sí mismo ni del ser debe permitir aclarar la verdad en la lógica filosó­ fica.

II.

INTENTOS DE DETERMINAR EL SENTIDO DEL SER VERDADERO

En cuanto queremos enunciarlo, el sentido de la verdad es plural. Fácilmente nos inclinamos a limitarlo (por ejemplo, a la correc­ ción de los juicios en el enunciado) o a yuxtaponer una simple plura­ lidad (por ejemplo, verdad del saber, verdad de las sensaciones, ver­ dad del querer).

I'EORÍAS HERMENÉUTICAS ÜL LA VERDAD

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Pero lo que importa es: a) Buscar el único ser verdadero en la pluralidad de sentidos de lii verdad. h) Encontrar el ser verdadero en toda la amplitud, aun antes de la Ibrma racional. (Esto es, encontrarlo en aquello que también en la Ibrma racional aún sigue siendo lo que hay que fundamentar y lo que |imporciona contenido; aunque para nosotros la verdad encuentre también en el juicio su forma revclable, comunicable y fijable, ella i'.s lo abarcante previo a todo juicio, lo que es apuntado en el juicio, pero no superado.) c) Concebir el ser verdadero como carácter fundamental uni­ versal de todo ser para nosotros: de modo que no hay nada sobre lo ipie no se pueda preguntar cómo es verdadero o falso. d) Ver que toda determinación del ser verdadero, lo aisla, lo li­ mita a una manera de lo envolvente, lo destaca frente a lo otro (el ser verdadero sólo se puede circundar en universalidades indeterminailtis, pero entonces desaparece en la indeterminación - -por eso, sólo se puede alcanzar, si acaso, atravesando todos las maneras dcl sen­ tido de la verdad la lógica filosófica es este camino, en el que se debe ver hasta dónde se llega). Intentaremos circundar provisionalmente el sentido abarcante del ser verdadero:

1. La verdad como validez de enunciados. La característic más sencilla del ser verdadero ocurre en referencia al juicio. El jui­ cio es la forma racional de la verdad en su ser pensada. Toda verdad está en juicios, en tanto que sólo los juicios son proposiciones que pueden ser verdaderas o falsas. De hecho, la forma del pensamiento y también la forma de la alternativa entre verdadero y falso es aque­ lla a través de la cual todo lo que es verdadero accede a una claridad plena para nosotros; claridad en la que tiene que entrar para llegar a ser lo que realmente puede ser. En este sentido universal, la verdad es la validez de los enunciados, l o que se afirma en los enunciados se llama juicio. La verdad consiste en juicios correctos. Los juicios tienen validez intemporal. La verdad, que en este sentido es universalmente válida, está fuera dcl tiempo o, si es pensada en el tiempo, es verdadera en cualquier tiempo. Pero, aunque los juicios sean la forma universal del saber y de la comunicación de la verdad, sólo son un indicador para el ser verda-

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clero, no el propio ser verdadero. Los juicios se refieren a su objeto) Según su contenido, la verdad no está en el sentido dcl juicio sino eni aquello a lo que éste se dirige. El juicio da a conocer la verdad, pero no es la verdad por sí mismo. La universalidad del juzgar es indiscu* tibie, es ciertamente indispensable, pero insuficiente para caracteri4 zar al ser verdadero. ! 2. La verdad como revelarse. La verdad misma es la capaci-í dad de revelarse de lo otro que viene a nuestro encuentro. La verdadí se manifiesta al revelarse. La verdad es el ser mismo en su haberse' revelado (la palabra verdad en griego, alétheia, significa literalmente! desocultamiento). j La verdad se estructura según las maneras de revelarse y éstas se ^ fundamentan en las maneras según las cuales el ser puede revelarse. ¡ a) El revelarse acontece en el hacerse presente., ya sea en la vi- ¡' vencía, en la intuición, en el pensamiento o en la ejecución dcl pen- | sar como tal. Todas las maneras de lo envolvente se manifiestan en ; un aquí y ahora. ; b) Se me revela lo otro o yo me revelo a mí mismo. La verdad ' es, en primer lugar, el revelarse de lo otro que se me muestra y que a la vez permanece opaco; ese revelarse no lo transforma, sino que sólo transforma su aparecer para nosotros. En segundo lugar, la ver­ dad es el ser que sólo llega a ser lo que puede ser al revelarse, el .ser sí mismo que, al mismo tiempo, sólo es un realizarse de este ser. c) El revelarse de \oi fenómenos aún no es el revelarse del fun­ damento. El revelarse de los fenómenos alcanza su posible cumpli­ miento; el revelarse dcl fundamento sucede, ciertamente, por los fe­ nómenos, pero por sí mismo permanece como envolvente y por eso infinito e incumpliblc. El firme mantenimiento de esta diferencia es condición de la profundidad de nuestra conciencia del ser. El reve­ larse del ser en su fundamento no sucede porque algo especial en el mundo —un fenómeno— se constituya en fundamento dcl mundo o porque el ser se piense por analogía con ese algo especial. Por tanto, la verdad dcl propio revelarse dcl ser comparte con el ser mismo este carácter: no alcanza una auténtica revelación en el cumplimiento ob­ jetivo, concreto y concluyente, sino sólo en el abrirse camino de cualquier revelación que se ha hecho presente por completo. 3. La verdad como ser Cuando intentamos pensar el ser como idéntico al ser verdadero, al .saber y al ser sabido, se hace per­ ceptible lo absolutamente universal del ser verdadero. Lo que nosotros diferenciamos está unido en el fundamento dcl ser verdadero. Es verdad que sólo diferenciando podemos hablar del

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limclameiito del ser, pero en la perspectiva del fundamento podemos hacer que lo diferenciado se vuelva a unir y se haga uno. Al diferenciar, el ser verdadero se hace múltiple: el ser tiene el carácter de ser verdadero quizás como la vida, en tanto su existencia se conforma a su esencia, corresponde a su arquetipo y aún más: en lauto en la alternancia de vida a vida se manifiesta lo que realmente es. - -El saber se llama verdadero cuando es la realización del saber recto, del pensar correcto en oposición al falso. —El ser sabido es la verdad pensada como lo otro, como lo que es opuesto y por lo que iin conocimiento se encuentra con el ser, en oposición al presunto ser sabido que es falso, al que no corresponde ningún ser. En la unidad del fundamento —para nosotros inconcebible— está todo el ser en uno, el ser verdadero, el saber y el ser sabido. El ser que no fuera ser sabido, no sería propiamente: si él mismo no fuera saber, ¿qué otra cosa sería en tanto que sabido, sino una apal iencia para el que sabe? Ser verdadero es lo propio dcl ser porque, a la vez, es saber y ser sabido. La verdad no es un ser especial en el mundo, no es una manera determinada de ser, sino lo abarcante dcl ser mismo. Desde la tradición del pensamiento filosófico nos hablan formu­ laciones peculiares que, para una mirada superficial, son vacías, tri­ viales o absurdas, pero que alcanzan la universalidad dcl ser verda­ dero mediante el vínculo en el único fundamento del ser. Utilizan algunas de las categorías más universales, en su indeterminación de­ jan quizás indiferente, pero en una meditación detenida muestran una profundidad extraordinaria. El ser existe sólo como ser verdadero, el saber y el ser sabido del ser pertenecen al ser mismo: omne cns est verum. En tanto que ser sabido, el ser tiene el carácter de un tener que ser. Sólo el ser uno puede ser idéntico. Lo que se revela, se revela como uno. En la medida en que este revelarse lo hace como uno, en esa medida es ser para nosotros. Lo que no es uno, igualdad consigo mismo, identidad, no es ser en absoluto: omne ens est umm. Ser verdadero significa además merecer ser. Lo que es, debe ser: omne cns est honian. Esta conexión entre lo verdadero, uno y bueno en el ser significa una ampliación del sentido del ser verdadero a la que nada se sus­ trae. 1 .a verdad es lo absolutamente envolvente. 4. Los modos de la verdad como modos de la concordancia. En el fundamento del ser nuestro pensamiento pierde toda firmeza. Donde algo es comprensible para nosotros, está dividido. Para noso­

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tros, la verdad en su sentido abarcante tiene precisamente el carácter fundamental de expresar una división radical: toda verdad tiene en común que allá donde existe, ha de ser posiblé en cualquier sentido una no-verdad. Esta no-verdad puede aparecer como falsedad, en­ gaño, error, mentira, como deserción, defección, como lo malo. Frente a la no-verdad, se puede concebir la verdad como concordan­ cia. La verdad no es un ser estable, indiviso, sino que a partir de una posible división, recupera la concordancia consigo mismo y, por cierto, de tal modo que la no-concordancia es posible como falsedad, mientras que la concordancia es la verdad. Existen muchos modos de concordancia. Son ejemplos de formula­ ciones antiguas los siguientes: la verdad del conocimiento es la concor­ dancia del conocimiento con su objeto; la verdad de una cosa es la concordancia de esa cosa con su arquetipo ideal (un amigo verdadero, un verdadero Estado, un perro de verdad); la verdad de la voluntad es la concordancia de la acción querida en un instante con la auténtica vo­ luntad, o dicho de otro modo: la concordancia de la acción volitiva con la ley moral; la verdad del juicio es la concordancia del sentido del jui­ cio con el objeto (estado de cosas), o dicho de otra manera: la concor­ dancia del sujeto con el predicado mediante la correlación entre ambos, o la concordancia de un juicio con otros juicios sin contradicción; la verdad de la percepción de los sentidos consiste en la concordancia de la percepción con la capacidad objetiva de percibir. Así pues, no es posible asegurar la concordancia de una sola ma­ nera. La verdad es tan múltiple como los modos de esta concordancia o como los modos de aquello entre lo que tiene lugar la eoncordancia. Las principales diferencias entre los modos de la concordancia signifi­ carán también diferenciaciones en la esencia de la verdad. En todas partes encontramos la verdad a partir del error. Allí donde concibamos claramente la verdad, nos damos cuenta a la vez de los posibles errores. La búsqueda de la verdad se puede compren­ der negativamente como un deshacer errores y positivamente como la captación del ser. Para nosotros, ambas cosas están unidas. La ver­ dad no sucede por sí sola; no existe como la seguridad inconsciente de la ingenuidad, sino que sólo llega a ser por la superación decisiva de los errores aclarados. Es consciente y real sólo como convenci­ miento expreso de la concordancia consigo misma. La explicación de la verdad coincide, por tanto, con la explica­ ción del posible error. La verdad es la concordancia de aquello que no concuerda en el error. Para nosotros, la concordancia es un carác­ ter formal fundamental de todo ser verdadero.

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Que para nosotros no haya verdad sin concordancia significa un límite en el sentido del ser verdadero. El ser verdadero envuelve a lodo ser, pero en tanto que coneordancia es el modo del ser para nosotros, no el ser en sí. Que tengamos que buscar la verdad cuando buscamos el ser y que el ser tenga el carácter de abrirse a nosotros en el ser verdadero, significa la inclusión de nuestra capa­ cidad de participación en el ser. No podemos pensar o imaginar objelivamcnle nada que sea el propio ser, ya estemos fuera o en el liindamento del ser verdadero. Pero en el pensamiento formal po­ demos Iransceníier y darnos cuenta del límite: la verdad que ya no lucra concordancia en ningún modo, sino que fuese ella misma sin posibilidad de error; esto es, la verdad que para nosotros ya no licne el carácter de verdad, sino que es anterior a toda verdad y es más que ésta, eso es la divinidad. 5. El ser verdadero como origen y meta. Para nosotros la ver­ dad es buscar y alcanzar lo verdadero en formas siempre finitas. Pero no podemos adherirnos a ninguna forma que sea todavía finita, aislada, que sea sólo un modo, que sea todavía refereneia a otra cosa. Nuestra voluntad de verdad no está satisfecha con ninguna verilad. Tiene la seguridad de que procede de un fundamento y se dirige hacia una meta, desde los que no nos satisface ninguna forma del ser verdadero que encontremos en el camino. Ea verdad, en tanto que búsqueda, también es para nosotros un elaborarse a partir de una no-verdad rea! y posible (a partir de ilu­ sión, apariencia, a partir del tiempo y desde el primer plano). La vo­ luntad de verdad es la voluntad de aleanzar la liberación desde la opresión y la bruma, desde el temor y la miseria y la maldad, hacién­ dolo a través de todo saber, a través de todo pensar (que, al no tenciun fin último, sería distracción sin sentido ni valor): voluntad de en­ contrarse con el ser que nos redime. Pero esta verdad del propio ser nunca nos es accesible inmedia­ tamente en el tiempo. Sin embargo, el fin último del ser verdadero ilumina retrospectivamente todos los modos en los que se nos hace presente; aun la última, mera e indiferente rectitud tiene desde su evidencia, un destello del propio ser verdadero, fundamento y meta de nuestra búsqueda de la verdad. Aun cuando esc fin último al que llamamos propiamente ver­ dad sin tenerla nunca clara ante nosotros, no se alcanza jamás en el tiempo, sin embargo nos puede conducir e iluminar en el pre­ sente, atribuyendo importancia y manteniendo coherente nuestra búsqueda.

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t e o r í a s d e i .a v e r d a d e n e l s i g l o

XX

Como el propio ser verdadero es también la auténtica realidad. La idea de este sei verdadero ultimo y envolvente significa quei a) Él juzga todas las falsas anticipaciones de la redención, to­ das las liberaciones aparentes y las rechaza como prisión seductora de un bienestar irreflexivo. h) Nosotros preferimos cualquier sufrimiento a una locura feliz en la que la verdad sólo se nos hiciera presente como apariencia. Preferimos la honradez franca con sus consecuencias, a un dichoso estado de seguridad adquirido y conservado sólo gracias a encubri­ mientos. La idea del ser verdadero, originario e infinito proporciona la fuerza para soportar la intranquilidad de la búsqueda.

HANS-GEORG GADAMER QUÉ ES LA VERDAD? (1957)

E dición

original ;

— «Was ist Wahrheit?», Zeitwende, 28 (1957), pp. 226-237. — «Was ist Wahrheit?», Kleine Schriften, I, J.^en/R«w 3, 177.

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THORIAS Dli LA VLRDAD EN Et. SIGLO XX

la validez de los enunciados empíricos; separándose radicalmente de| los principios wittgcnsteinianos, mostró que incluso los enunciadosl particulares tienen el carácter de hipótesis con relación a los enun­ ciados protocolares: aquéllos no pueden ser verificados por éstos de forma definitiva; únicamente pueden ser confirmados en mayor oí menor medida. Además, no hay ninguna regla precisa que estipule' qué grado mínimo de confirmación es necesario para adoptar un ’ cierto enunciado. En último término, la adopción o el rechazo de un enunciado depende de una decisión. En la versión más reciente de la teoría de Carnap y Neurath, los enunciados protocolares son desprovistos de forma aún más radical de su carácter básico, pues pierden la condición de irrefutables que se les atribuyó originariamente. Incluso los enunciados protocolares resultan ser hipótesis con respecto a otros enunciados del sistema global. De este modo, es una decisión la que nos lleva a adoptar o re­ chazar un enunciado protocolar dado. Así pues, me parece que ya no es posible señalar ninguna dife­ rencia esencial entre los enunciados protocolares y los demás. El doctor Neurath propone restringir el uso de la expresión «enunciados protocolares» a un grupo de enunciados con una cierta forma; en concreto, aquéllos en los cuales aparece el nombre de quien realiza la observación acompañado del resultado de ésta. Con ello persigue subrayar el carácter empírico de la ciencia, cuyos tests más concienzudos se apoyan prineipalmente en enunciados observacionales. El profesor Carnap, por su parte, insiste en que (1) no todos los tests se apoyan sobre tales enunciados observacionales; también en que (2 ) la validez de los enunciados observacionales del tipo descrito por el doctor Neurath puede someterse a prueba mediante su reduc­ ción a otros enunciados, incluso enunciados diferentes en su forma. Por último (3), señala que la determinación de las características for­ males de los enunciados protocolares es una cuestión de convención, no una cuestión de hecho. Para ilustrar esta opinión bosqueja tres convenciones diferentes, cada una de las cuales podría utilizarse igualmente a la hora de caracterizar formalmente una clase de enun­ ciados protocolares. Una de estas convenciones ha sido sugerida por el doctor Popper; consiste en admitir que enunciados con cualquier forma puedan figurar como enunciados protocolares. El profesor Carnap opina que la convención propuesta por Popper es la más apropiada y más simple de las tres que somete a consideración. Y ciertamente me parece que esta convención cuadra perfectamente

T/

TEORIAS COIIRRF.NClALES

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con las posiciones generales de Carnap y Neurath sobre la verifica­ ción y la verdad. De este modo, el concepto de enunciados protocolares puede ha­ berse convertido finalmente en un concepto superfino. Pero ha sido, cuando menos, un concepto auxiliar de enorme importancia, y su relativización o su abandono completo no supondría más que el último paso de un desarrollo teórico de amplias proporciones. Consideremos para terminar qué consecuencias tiene esta evolu­ ción para el problema de los hechos atómicos, que ocupa un lugar muy importante en la teoría de Wittgenstein. Una vez que expresamos correctamente aquellos problemas que han de resolverse en el modo formal de discurso, percibimos que la doble pregunta acerca de qué son los hechos atómicos y qué los enunciados atómicos resulta ser una sola pregunta, formulada pri­ mero en el modo material y luego en el modo formal. En este punto sólo quedaba un problema por resolver, esto es, averiguar cuál es la estructura de los hechos atómicos o, en la ver­ sión de Carnap, averiguar cuál es la forma lógica de los enunciados protocolares. En un primer momento (p. cj., en Unily o f Science) este problema se consideró una cuestión de hecho. Más adelante, sin embargo, los argumentos de Carnap condujeron a la conclusión de que la forma de los enunciados protocolares no es algo que se averi­ güe sino algo que se determina por convención. Esta lúcida idea eli­ mina de la teoría de la verificación y la verdad de los positivistas lógi­ cos un vestigio de absolutismo que se debe a tendencias mctafisicas y que ningún análisis sintáctico correcto de la ciencia puede justificar.

I

NÍCHOLAS RESCHER VERDAD COMO COHERENCIA IDEAL (1985)

E dición

original : ',

,

.A

"

«Truth as Ideal Coherence»j Review oj Metaphysicsy M (1985), ,, „ pp. 795-806. , ..i*...'.?; . ....'.■r.'.ÍV ' -7^ Forhiden Know¡edge,7R.úáé[, PoTáTQc\A, 1987, cap. 2, pp. '17-2!^.:, ; E dición castellana : Inédito. Reproducimos el texto -traducido-—-* con autorización expresa de la empresa editora original. , \ , T raducción : .1. Rodríguez Alcázar. O tros ensayos

del autor sobre el mismo tema :

- ,; "

j

The Coherence Theory ofTruth, Clarendon Press, Oxford; I973.' r . Le- «Scientifíc Truth and the Arbitrament of Praxis», Ñous, -W A.. -"-■(1980), pp. 59-74. ^ ^ ‘' S ' í ' ¿ Y í B ibliografía' complementaria *::

^ S. D. Palmer, «Blanshard, Rescher and the coherence Theory oí \ Truth»,'/í/eu/ís//c>S idealmente coherente idealmente coherente => verdadero

La noción de «coherencia ideal» que manejamos aquí debe en­ tenderse como una coherencia óptima (c) con una base de datos per­ fecta {B). Si hacemos uso de todas estas abreviaturas, los dos'princi­ pios a debate pueden ser formulados como sigue: (I) (II)

‘£ ’ es verdadero —> ‘í ’ c S ‘£ ’ c ‘í ’’ es verdadero

TEORIAS DE LA VERDAD EN EL SIGLO XX

500

Adviértase que cuando el criterio específico de verdad como co­ herencia reemplaza a nuestro criterio genérico anterior, C, entonces resulta que, por hipótesis, ‘E’ c B equivale a C(E/i(E)). Así pues, es­ tos dos principios no hacen sino formular de modo diferente el re­ quisito de continuidad. Para que podamos considerar adecuada la teoría coherentista, por tanto, la validación de estos dos principios tendrá que basarse en la naturaleza misma de la «coherencia óptima (c) con una base de datos perfecta (^)». Así que con objeto de probar esos dos principios ten­ dremos que examinar con mayor detenimiento las principales ideas pertinentes al caso, a saber, los conceptos de «coherencia óptima» y «base de datos perfecta». Consideremos brevemente, en primer lugar, la noción de cohe­ rencia óptima. ¿En qué consiste eso de «ser coherente de forma óp­ tima con una base de datos»? ¿A qué compromete «‘í"’ c 5»? La res­ puesta viene dada por las dos condiciones siguientes; ‘f ’ representa a un miembro de una cierta familia de alternati­ vas exhaustivas y mutuamente excluyentes; {E^, E^, E^,..., E J. 2 . *£” es en este caso más fácilmente co-sistematizable con B que ninguna de sus alternativas, juntas o por separado. (Ad­ viértase que esto significa específicamente que es más fácilmente co-sistematizablc con B que ‘n o -í’). 1.

Para satisfacer esta segunda condición necesitamos un conjunto preciso de principios concretos de sistematización cognoscitiva que determine una conexión sistemática de acuerdo con la cual ‘£" sea más fácilmente co-sistematizable con B que ninguna otra (combina­ ción) de las alternativas disponibles. Pero no necesitamos en este momento tratar esta custión con más detallef Ocupémonos ahora de la noción de «base de datos perfecta». Para ser perfecta ha de poseer dos características: ser completa (o comprehensiva) y ser adecuada (o definitiva). Explicamos estas ca­ racterísticas a continuación: 1.

Completiid: para que consideremos a D una base de datos per­ fecta, debe ser los suficientemente completa y comprehensiva

’ Para un desarrollo más detallado de estas ideas, cfr. mis libros The Coherence. Theory o/Tnith y Cognitive Sy.'Hematization, IJlackwcll, Oxford, 1979.

1

TEORIAS COI1ERENCIAI.es

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como para que, dada cualquier tesis perteneciente al do­ minio de la discusión de que se trate, bien la misma tesis E o su negación, ‘no-£", sea coherente de manera óptima con D\ Si perf (D), entonces: para todos y cada uno de los enunciados ‘£ ’ dcl dominio pertinente, es el caso que o bien ‘£ ’ c D o bien ‘no-£’ c D. 2.

Adecuación: el reconocimiento de D como una base de datos perfecta equivale a atribuirle la capacidad de delimitar lo c]ue es real. Así pues, nos estamos comprometiendo con que:

Si perf (D), entonces: si ‘£” c D, entonces R{E). La completad exige capacidad para decidir; la adecuación re­ quiere facticidad. Estas condiciones son inherentes a la noción misma de «perfección» de una base de datos. De todo lo anterior no se sigue, por supuesto, que algún día po­ damos hallar una base de datos perfecta en el sentido señalado. Se­ mejante cosa es, sin duda, imposible. La idea misma de una base de datos semejante constituye una idealización y lo dicho más arriba debe entenderse en sentido puramente hipotético: “Si existiera al­ guna base de datos perfecta, ésta debería poseer ipso fa d o ciertas ca­ racterísticas.” Estamos manejando, en efecto, ciertos postulados o requisitos que nos permiten fijar el significado o la definición de esta noción de «base de datos perfecta»; dicho de otro modo, opera­ mos con ciertas estipulaciones que explicitan ese ideal de una ba.se de datos perfecta (en el contexto de una «coherencia óptima»). Comencemos demostrando que una base de datos perfecta es efectivamente única desde el punto de vista de la eoherencia óptima. Para ello, supongamos que tanto como B^ responden a la caracte­ rización de una «base de datos perfecta». Vamos a demostrar que: Para todo enunciado ‘£ ’, si *£’ c B^, entonces ‘£" c A esta conclusión se llega mediante el siguiente argumento: (1) (2) (3) (4)

Supongamos que: c Supongamos que no es el caso que: ‘£ ’ c B^. De (2) se sigue que ‘no-£’ c B^ (por Completad). De (3) se sigue que £(no-£) (por Adecuación).

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TF.ORÍAS DE LA VERDAD EN EL SIGLO XX

(5) Pero de (1) se sigue R(E) (por Adecuación). (6 ) Ya que, por Tercio Excluso, (4) y (5) son contradictorias en­ tre sí, podemos negar el supuesto (2 ), con lo que tenemos que: ‘£ ’c5^. Q.E.D. Naturalmente, la proposición recíproca se demuestra igualmente utilizando el mismo curso de razonamiento. De modo que, por lo que respecta a la «coherencia óptima», hay efectivamente, como má­ ximo, una base de datos perfecta. Sigamos refiriéndonos a ella como B. Por definición, pues, B es la (única) base de datos perfecta. Como ya hemos señalado, concebimos una ba.se de datos semejante como una idealización y no pretendemos que sea efectivamente realizable. De los dos requisitos estipulados, completiid y adecuación, se si­ gue de forma inmediata que B debe satisfacer las condiciones expre­ sadas en los principios siguientes: (Pl)

Por el requisito de Adecuación, si es en verdad óptima­ mente coherente con B, entonces debe darse realmente el siguiente estado de cosas: R(E)

(P2)

Por el requisito de Completud, si 7f’ no es óptimamente coherente con la base de datos perfecta (B), entonces se si­ gue que ‘no-£” será óptimamente coherente con la base de datos perfecta B. Dicho con ayuda de nuestros símbolos; - ( '£ ’ c y?) -> ‘no-£’ c B

Los principios (Pl) y (P2) nos proporcionan la base a partir de la cual demostrar nuestras dos tesis principales, (í) y (IT). Estos dos principios son todo lo que tenemos; deben, pues, bastarnos (supo­ niendo que consigamos completar nuestra tarea).

‘ Aquí parece haber una errata en el texto original, Literalmente dice: «[...] if ‘.S’ coheres optimally with tlie perfeeted data base (B), then it follows Ihat ‘not-5’ will be optimally colierent with the perfeeted data ba.se ¿f.» Pero esta última afirmación evi­ dentemente no se sigue del principio de Completud y no se corresponde, además, con la formulación simbólica que aparece inmediatamente a continuación. De ahí que haya añadido la palabra «no» para restablecer lo que parece ser el sentido de la frase (N.delT.)

te o r ía s c o h e r e n c ia l e s

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Antes, sin embargo, merece la pena añadir un breve comentario acerca de la idea de «realidad» que aparece reflejada en nuestra expre­ sión «R(E))>. Lo que aquí aparece es una afirmación de facticidaci de «adecuación a los hechos» (adaequaíio ad rem): afirmar «R(E)» equi­ vale a sostener que el estado de cosas E forma parte del mundo real, que la realidad existente se caracteriza, en parte, por ese estado de co­ sas. [Por tanto, afirmar ««(£)» equivale de hecho a sostener que E es un «.beslehender Sachverhalt», un estado de cosas real, en la termino­ logía del Tractatiis Logico-Philosophicus de Ludwig Wittgenstein]. Lo que se sostiene con «R{E)» es una tesis oniológica: se afirma que las cosas son así de hecho, lo sepa alguien o no, lo crea alguien o no. Y este rasgo de R, su carácter definitivo desde un punto de vista ontológico, significa que la «ley del tercio excluso» debe expresarse mediante el siguiente principio de tertium non datiir. (LTE) -'R{E) syss R(no-E) La realidad tiene que «decidirse» ante la dicotomía R{E) / /?(noE). Esta condición es axiomáticamente inherente al significado mismo de «realidad». Sobre esta base, pasemos ahora a demostrar los principios (I) y (II). La demostración requerida resulta ahora muy fácil. Dado que la verdad está sujeta (por definición, se podría decir) al viejo principio de concordancia con los hechos {adaequaíio ad rem), (A) ‘E’ es verdadero

/?(A’)

tenemos entonces que del principio (Pl) se deduce de forma inme­ diata que; ‘E' c j5

‘£” es verdadero

Queda así probada la tesis (II), con lo que ya hemos completado la mitad de nuestra misión. Con objeto de obtener la tesis (I), recurramos ahora al principio (Pl), para el caso especial del estado de cosas no-£: (1)

-^R{no-E) ^ ^{‘no-E" c B)

Por la Ley de Tercio Excluso; (LTE) R{E) ^ -'R{no-E)

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TEORÍAS DE LA VERDAD EN EL SIGLO XX

tenemos que de ( 1 ) se sigue; (2)

R{E)

c B)

Ahora, teniendo en cuenta (P2), de esto se sigue que R{E) Y, dado (A), llegamos a que ‘£” es verdadero

'E' c B

Queda así demostrada la tesis (I), con lo cual hemos completado nuestra misión. De la equivalencia resultante entre la verdad como adecuación y la coherencia ideal se sigue que una concepción adecuacionista de la na­ turaleza de la verdad no ofrece obstáculos insuperables para el coherentismo. El vínculo entre verdad y coherencia (idealizada) se funda­ menta en los principios generales relevantes para la cuestión, de manera que el criterio coherentista satisface el crucial requisito de continuidad, que constituye una exigencia a cumplir por cualquier criterio de verdad viable. De este modo, pues, se satisface el requi­ sito de continuidad. Así que podemos escribir un nihil obstat sobre la propuesta de construir la verdad en términos de coherencia ideali­ zada, al menos por lo que toca a su admisibilidad teórica. 111

Queda por mostrar, sin embargo, que el defensor del coherentismo es capaz de cumplir con el «viejo principio de concordancia con los he­ chos o adaeqitaüo cid rem» (es decir, la tesis (A) de más arriba). Des­ pués de todo, aquél no se propone definir la verdad en estos términos, lo que significa que la satisfacción del principio mencionado no es para él una mera obviedad (como lo es para el adecuacionista). Así pues, he­ mos de mostrar que es posible derivar esta misma tesis a partir de prin­ cipios coherentistas, teniendo presente que esos principios no se redu­ cen a (Pl) y (P2), sino que incluyen también el axioma (o definición) que se obtiene cuando combinamos las tesis (I) y (II): (C) ‘f ’ es verdadero o ‘£ ’ c 5

n

te o r ía s c o h eren cta lfs

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Si tenemos presente este axioma, habremos de concluir que de (Pl) se sigue que ‘£” es verdadero -> R{E) Para obtener la otra dirección del bicondicional, considérese el prin­ cipio (Pl) en el caso especial del estado de cosas no-E: -'R{no-E)

- ( ‘no-£” c B)

De aquí deducimos, por la Ley del Tercio Excluso (LTE), que R{E)

--'('no-E' c B)

Por (P2), esto implica lo siguiente: R{E)

Ci-r c B)

Lo cual, por (C), implica que R(E) -> ‘E” es verdadero Combinadas esta proposición y su recíproca, ya demostrada más arriba, obtenemos (A).Q.E.D. Se sigue de lo anterior que una concepción coherentista de la naturaleza de la verdad tiene entre sus consecuencias implícitas (en el caso idealizado) la identificación de «la verdad (genuina)» con la adecuación a los hechos (es decir, con cómo son realmente las cosas en el mundo). El coherentista, por tanto, no tiene por qué re­ nunciar a la adecuación. Si bien el coherentista define la verdad en términos de coherencia ideal, continúa aceptando el principio de adecuación (A), en tanto que recoge un rasgo esencial de la verdad. El coherentista está, por tanto, en tan buenas condiciones como cualquier otro para reconocer que el principio (A) caracteriza la esencia de la verdad. Recordemos que el principio (A) resume aquella concepción de la naturaleza de la verdad que entiende ésta como correspondencia con o adecuación a los hechos: (A) ‘E ’ es verdadero

E(¿’)

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Por Otra parte, el principio (C) formula la concepción coherentista, que entiende la naturaleza de la verdad como coherencia ideal; (C) 'E' es verdadero ‘¿” c D Tengamos ahora presente que en el apartado II hemos demostrado que; De {(LTR), (Pl), (P2), (A)} se sigue (C) Por otra parte, la argumentación al inicio del apartado 111 ha demos­ trado que; De {(LTE), (Pl), (P2), (C)} se sigue (A) Uniendo estas dos conclusiones, llegamos a la siguiente; De {(LTE), (Pl), (P2)} se sigue [(A) o (C)] Dada la interpretación de la noción de «coherencia ideal» que se pone de manifiesto en los principios Pl y P2 (o, de forma equiva­ lente, en los requisitos de Completud y Adecuación), resulta que el adecuacionismo y el coherentismo son efectivamente armonizados. Los criterios coherentistas para la verdad están al alcance del adecuacionista, del mismo modo que la concepción adecuacionista de la naturaleza de la verdad está al alcance del coherentista. Partiendo de ciertos presupuestos plausibles, las dos posiciones pueden armoni­ zarse y considerarse, sin más, equivalentes. Queda, pues, resuelto el problema principal que se planteaba en el apartado I. Las consideraciones presentes sugieren que el criterio coherentista que entiende la verdad como sistematización óptima vale como criterio veritativo, en tanto que satisface el requisito de continuidad. La verdad genuina puede caracterizarse esencialmente en términos de coherencia idealizada', la verdad supuesta puede identificarse criteriológicamentc en términos de coherencia mani­ fiesta. De este modo, la continuidad queda asegurada. Y es importante que sea así. La insistencia de Rrand Blanshard en el requisito de continuidad es completamente pertinente. En efecto, lo que él viene a reclamar es lo siguiente; “Si ustedes están proponiendo seriamente que adoptemos la coherencia con «los datos» como criterio de verdad, entonces deberán ser capa-

L

f

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CCS de mostrar que esa propuesta está respaldada por algún tipo de vínculo esencial entre la verdad y la coherencia.” En sus pro­ pias palabras: Si aceptamos como prueba la coherencia, entonces debemos aplicarla en todos los casos. Por tanto, debemos utilizarla también para comprobar la propuesta de que la verdad sea algo distinto a la coherencia. Pero si ha­ cemos tal cosa, descubriremos que debemos rechazar tal propuesta porque nos lleva a caer en la incoherencia’.

Este punto tiene toda la razón. Una definición o interpretación de la verdad que no cumpliera el requisito mencionado pondría de mani­ fiesto, poroso mismo, su propia invalidez. Al mostrar que el criterio coherentista de verdad es capaz de cumplir el requisito de continuidad, las consideraciones presentes permiten dejar de lado una de las principales reservas con respecto a la aceptabilidad del coherentismo. IV Nos queda por tratar un problema importante. Dado que «la ver­ dad genuina» sólo está garantizada por la coherencia ideal (esto es, por la coherencia óptima con una base de datos perfecta que no po­ seemos, y no con aquella otra algo menos que óptima a la que efecti­ vamente podemos acceder), no tenemos seguridad incondicional acerca de la corrección efectiva de nuestras investigaciones, guiadas por el objetivo de la coherencia; tampoco tenemos una garantía sin reservas de que esas investigaciones nos proporcionen «la verdad ge­ nuina» que perseguimos cuando nos ocupamos de investigaciones empíricas. Más bien al contrario: la historia de la ciencia muestra que es necesario ajustar, corregir y reemplazar constantemente nues­ tros «descubrimientos», respaldados por el coherentismo científico, acerca del comportamiento de las cosas en el mundo. No podemos decir que nuestras indagaciones inductivas, cimentadas en la cohe­ rencia, nos proporcionen la verdad genuina (definitiva); tan sólo que nos proveen de la mejor aproximación a la verdad que somos capa­ ces de lograr dadas las circunstancias.

’ Brand Blanshard, The Nature ofThoughl, 2 voLs, Alien & Unwin, Londres, 1939, vol. 2, pp. 267-6S.

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TEORIAS DR LA VERDAD RN EL SIGLO XX

El conocimiento definitivo (en oposición al conocimiento «mera­ mente hipotético») es el resultado de una investigación perfecta. Únicamente ahí, en el nivel idealizado de la ciencia perfecta, podría­ mos confiar en asegurarnos aquella verdad geniiina sobre el mundo que, como dice la expresión tradicional, «se correspondiera con la realidad». El conocimiento fáctico, al nivel de generalidad y preci­ sión propios de la teorización científica, recuerda la búsqueda de un circulo perfecto. Por mucho que lo intentamos, no acabamos de con­ seguirlo. Lo hacemos lo mejor que podemos, y al resultado lo llama­ mos conocimiento, igual que llamamos círculo al «círculo» que he­ mos dibujado cuidadosamente en la pizarra. Pero en el fondo, por así decirlo, nos damos cuenta de que lo que en la actualidad llamamos conocimiento científico tiene más o menos lo mismo de conoci­ miento genuino (perfecto) que eso que dibujamos sobre la pizarra y llamamos «círculo» tiene de círculo auténtico (perfecto). Nuestro «conocimiento» en tales casos no es más que nuestra mejor aproxi­ mación a la verdad de las cosas. Ya que no podemos ocupar el punto de vista del ojo de Dios, sólo tenemos acceso a los hechos del mundo a través de una investigación (potencialmente errada) de la realidad. Todo lo que podemos hacer (y debe bastarnos, pues cierta­ mente es todo lo que podemos hacer) es realizar lo mejor posible nuestro trabajo, el arte cognoscitivo de intentar discernir cuál es la respuesta «correcta» a nuestras preguntas científicas. En la vida real, siempre por debajo de lo ideal, la verdad su­ puesta queda ciertamente separada de la verdad indubitable por una brecha evidencial. Pero, dada una critcriología adecuada de la ver­ dad, esta brecha se cierra en eircunstancias ideales. El requisito de continuidad refleja el hecho de que la investigación persigue la ver­ dad, el que la empresa científica tiene como objetivo y aspiración fi­ nal alcanzar la verdad genuina. El hecho de que lo que consigamos en nuestra práctica del coherentismo científico no sea esa verdad genuina, sino únicamente nuestra mejor aproximación a ella, relleja la circunstancia de que de­ bemos afanarnos en la búsqueda del conocimiento rodeados de las ásperas realidades y complejidades de un mundo imperfecto. Hemos de ser conscientes siempre de la brecha entre lo real y lo ideal; tam­ bién cuando debatimos la verdad de nuestras tesis científicas.

LORENZ B. PUNTEE PROBLEMAS Y TAREAS DE UNA TEORÍA BXPL ICATIVO-DEFINICIONAL DE LA VERDAD (1987)

E dición original:

— «Problemc und Aufgaben einer explikativ-definitionalen Theorie der Wahrheit» en D e r W ahrheitshegrijf, Wiss. Buchgesellschaft, Darmstadt, 1987, pp. 1-33. E dición castellana: Inédito. Reproducimos el texto —traducido— con autorización expresa de la empresa editora original. T raducción: J. A. Nicolás. O tros

ensayos del autor sobre el mismo tema :

— «Einleitung», en W ahrheitstheorien in d e r n eueren P h ilo so p h te, Wiss. Buchgesellschaft, Darmstadt, 1978, pp. Berlín — G rm d la g e n ein er T h e o n e d e r W ahrheit, W. de Gruyter, Berim, — «Theorie der Wahrheit. Thesen zur ^larang der Grundlagen», Eth ik u n d S o z ia ¡ w is s e n s c h a fte n ,2 /3 il9 9 2 ),p p .l2 2 > -\3 5 .

— S r S ; Kring, B »U .ner,

"^"6 ? S

Munich, 1 , • ^ cast., «Verdad», Krings-Baumgartner-Wild C onceptos d a m en ta les d e F ilo so fía , Barcelona, Herder, 1979, vol. III,

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Buoh,,„n,=h.ft.

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, (509)

510

teorías

üli LA VLRDAD RN EL StGLO XX

Konsensustheorie, Wahrheitsbeeriff und ’ W^rheitsknterium», Etik u. Sozialwisse^chaften, (Í990)!■

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SokiaMssenschc^

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und Aufgaben einer Klárung der Uundlaeen

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üoppelstatus der ‘Proposition’ and Sozmlwmenschajten, Zil (1992), '

pp. 195-196 " ’

~ A uS m íí^dpí^T h " Philosophie; Klárung dcr Grundiagen und (1992)^pp5l9ll98^^‘’” ^'^’ "■ ^^^^^^^i^senschaften, 3/2 B ibliografía

complementaria ;

' ^

~ W Bccker, «Probleme^ einer Theorie derWahrheit» Ethik v Vo 2^w m em chaften, 3/2 (1992), pp.. 179-185. " ’ “■ In. Seebohm, «Variable, Objckte, Mengen von Universen und maximale Konsistenz in formalisierten Sprachen» Ethik ü So z,a¡mssenschafte», 312 (1992), pp, 186-195: ^ L ? G98 '^^^>, Nene Hefte J u r Philosophié, : 2/3 (1912), ppAU-\23.^^ ± ■ ' E dición castellana : Inédito. Reproducimos el texto —tradúcído— con autorización expresa del autor. " T raducción : J. A. Nicolás. O tros

ensayos del autor sobre el mismo tema :

— «Artikulation und Pradikation», en M. Dascal, D. Gerhardus, K. Lorenz, G. Meggle (Hrsg.), Sprachphilosophie, 2. Bd., W, de Gruyter, Berlín-Nueva York, 1996, esp. pp. 117-8. — «Spiel in der Sprache», en en M. Dascal, D. Gerhardus, K, Lo-, " renz, G.’Meggle (Hrsg.), Sprachphilosophie, 2. Bd., W. de Gruy­ ter, Berlín-Nueva York, 1996, esp. pp. Í383-7. — «Sprachphilosophie», en Althaus, Hehne, Wiegand (Hrsg.),( Lexikon der Gerrnanisiischen Lingüistik: Max Niemeyér Verlag,'Tu- . bi’nga, 2. Aufl., 1980, esp. pp. 12-15.;. í , -’ ] , E’nzjWopaíííe Philosophié ímd Jñssenschaftsthéorie, B.; I. W. Verlag, Mannhehn/Viena/Zúricli, vól. IV, (en prensa). — «Wahr/das Wahre», Enzyklopddie Philosophié m d Wissenschaftstheorie, B. I. W. Vérlag, MannheinWienayZurich, vol. IV (en prensa). BrouoGRAFlA

complementaria :

— W. Karnlah/P. Lorenzen, Logische Propddeutik. Vorschule des 'ver-. nünftígén Redens, 3.“ ed., Stuttgart, 1996 (esp. cap. IV: «WahrhéiT und Wirklichkeit», pp. 117-128; y cap. VI. 2: «Nicht empirische Wahrheit»).''‘l;''C

, ■

-I

[5291

530

TliORlAS DK LA VERDAD EN EL SIGLO XX

W. Kamiah, «Dcr moderne Wahrhéitsbegriff», en K. Ochier/R. Schacífer (cds.), Einsichten. Gerhcml Kríiger ziini 60. GehursUig, Francfort, 1962, pp. 107-130. ‘ P. Lorenzen, «Bemerkungen über cinc Móglichkeit der Definierbarkeit von Wañrheit» Zeitschrift fiir allegemeine Wissemchaftsíheorie, 2(1971), pp. 63-5.

«Decir de lo que es, que no es, o de lo que no es, que es, es falso; por el contrario, decir de lo cjue es, que es, y de lo que no es, que no es, es verdadero»'. lista famosa definición de «verdadero» y «falso» dada por Aristóteles en conexión con Platón (para la fundamentación del principio de tercero excluido: de uno debe ser o bien afirmado o bien negado un otro) se ha convertido en la fuente de la llamada teo­ ría de la verdad como correspondencia, de la adaecuatio intellectm el rei escolástica, así como de las teorías del conocimiento como re­ flejo en sus diferentes matices; incluso la siguiente equivalencia (melalingüística) de la definición semántica de verdad para lenguajes for­ males de 'farski «A es verdadero es equivalente a A» (A £ w x A), en donde «A» nombra la expresión del objeto lingüístico, que expresa la traducción en el metalenguaje «A», puede ser considerada como una versión lingüístico-formal de la teoría de la correspondencia^, si no se interpreta como puramente sintáctica, como por ejemplo en Carn ap\ sino que se la toma en relación a los significados de expresio­ nes lingüísticas usadas. Desde Platón hasta Marx y en la Filosofía analítica de nuestro si­ glo, tanto en representantes del empirismo lógico (p.e., el primer Wittgcnstcin), como en representantes del fenomenalismo lingüí.stico (p.e., Austin), vale esta teoría de la verdad como corrc.spondcncia en su autocomprensión o en la comprensión de sus intérpretes como la única explicación adecuada del concepto de verdad. Junto a ella las

' Aristóleles, Met. IV, 7, 101 Ib 26 ss. El principio de tercero excluido necesario para expresiorie.s elementales ha de distinguir.se cuidadosamente del principio afir­ mado de Icrtiiim non daliir A V - ■A, general para expre.sioncs lógica.s compuestas. ^ En rercrcncia expresa al pasaje citado de Aristóteles de.sarrolla Tarski el en­ sayo hoy chásico «E,l concepto de verdad en los lenguajes formalizados», Slncliti Philosopliicd, I (1936), pp. 261-405. ’ Cfr. sobre todo R. Carnap, Meuning und Nace.ssHy, Chicago, 2.“ ed„ 1956; supl. A: «Knipiricistii, Seinanlics and Onlology», pp. 205-221.

TEORIAS INTERSUBJETIVISTAS DE LA VERDAD

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concepciones heterodoxas han tenido dificil hasta hoy probar la per­ tinencia de sus objeciones y propuestas alternativas, especialmente cuando con ello exigen al mismo tiempo emprender una nueva inter­ pretación, o mejor, reconstrucción racional de la teoría de la corres­ pondencia. Entre ellas figuran la teoría de la redundancia y la teoría contextual de Ramsey, Ayer y Strawson-* *•que la modifica: afirmar la verdad de una expresión es la afirmación de una expresión equiva­ lente o indicación complementaria para otras acciones lingüísticas dependientes del contexto, como una ratificación o confirmación, pero nunca afirmación independiente en el metanivel en el que se cumplen las condiciones de verdad de la afirmación básica; también la interpretación sintáctica ya mencionada de Carnap, de la definición semántica de verdad y sus consecuencias quedan cerca de la teoría de la redundancia. Se debe llamar la atención aquí sobre las diversas concepciones de los representantes de la teoría coherencial, especialmente en el empirismo lógico, p.e., Neurath (pero también ya antes en los suce­ sores de Hcgcl); en su forma estricta, hacen valer como criterio de verdad, naturalmente relativo a la elección de las expresiones funda­ mentales, la conservación de la libertad de contradicción sintáctica de un sistema de expresiones ya reconocidas al añadir una nueva ex­ presión Á Finalmente, toda una serie de conceptos pragmáticos de verdad compiten por el honor de ser reconocidos como la alternativa mejor fundada al concepto semántico de verdad, como yo ahora quisiera expresar resumidamente para el concepto de verdad en las diversas teorías de la correspondencia. Para Charles S. Pcirce^' lo que decide sobre la verdad es la aproximación mediante el progreso científico al consenso realizado por todos los investigadores en relación a una ex­ presión. Por el contrario, William James explica la eficacia o utilidad de una expresión si es reconocida, como su v e r d a d y esta tesis no

" Cfr. E. R Ramsey, Fads and Proposilion.s, en The joundalions o f Malhcmalia\ Londrc.s, UXt), pp. 1.38-155: .A. .1. Ayer, Langiiage. Tnilh and Logic, Londres, 2.“ ed., 1946, cap, 5; I’. F. Straw.son, «Trulh», impreso en G. Pileher (cd.), Tniih, Bitglcwood Cliffs, 1964, pp. 32-53. * Cfr. O. Neurath, «Radikaler Physikalismus und ‘wirkiiclie Well’», Erkenninis, 4 (1934), pp. 346-362. •• Cfr. Ch. S. Pcirce, Colleeled Pet^ers, C. Harlshornc y P. Weiss (cds.), Cambridge./Mass., 1931-35, 5.407 .ss. " Cfr. \V James, Pragnialism, Londres-Nueva York, 1907, pp. 257 ss.

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TF.ORÍAS DR LA VRRUAD EN EL SIGLO XX

está de nuevo muy alejada de la concepción presente ya en la antigua sofística, en la que la vigencia de la expresión mediante medios retó­ ricos puede ser causada por su reconocimiento arbitrario: verdadero es eficaz y con ello se convierte en práctico, pero ya no seguro y por consiguiente sin pretensión teórica. Con la perdida del mundo independiente del lenguaje, mundo de objetos y hechos concebido sin lenguaje y constitutivo para el concepto semántico de verdad en las teorías de la correspondencia, se pierde aparentemente la instancia de control para los conceptos heterodoxos de verdad. Tampoco una teoría sobre el desarrollo fu­ turo de la ciencia, o sobre lo útil para el hombre, etc., puede jugar el papel de instancia de control, ya que su construcción misma de­ pende de la presencia de un concepto adecuado de verdad. Utilizar algunos enunciados protocolarios de las ciencias empíricas como base para el criterio de la libertad de contradicción, como hace Neurath, no es ninguna solución, porque la definición de la verdad se remite a los procedimientos de las ciencias empíricas ya no criti­ cables ex hypothesi. Estamos ante un dilema: el concepto semántico de verdad no pa­ rece satisfacerse sin relaciones adecuadas entre expresiones lingüísti­ cas y partes del mundo por principio libres de lenguaje, aunque cada decir del mundo es patentemente autocontradictorio. Una interpreta­ ción realista de la teoría de la correspondencia no tiene ninguna po­ sibilidad a pesar de todas las opiniones de sus defensores. Por el con­ trario, las propuestas alternativas parecen no poder escapar o del ámbito del lenguaje (en las teorías de la redundancia, contextúales y coherentistas) o quedan en manos de decisiones que afirman arbitra­ riamente una expresión (en las teorías pragmáticas). O bien faltan los criterios de verdad, o bien no son controlables. Esta situación debería desconcertar y levantar la sospecha de que por un lado, ya los defensores originarios de la teoría de la corres­ pondencia no han sostenido seriamente una doctrina-realista-de-losdos-rcinos, aquí el lenguaje ahí el mundo, sino que intentaron inter­ pretar más adecuadamente el carácter de signo de las expresiones lingüísticas, como sucede en las interpretaciones habituales; y por otro lado, las diversas teorías alternativas, como afirma R. M. Martin* en defensa del concepto semántico de verdad, no presentan

* R. M. Martin, «Truth and its lllicit Surrogate.s, Nene Ilefte f. Philoxophie, 2/3 (1972), pp. 95-1)0.

TEORIAS INTRRSüBJliTIVISTAS DE LA VERDAD

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equivalencias inadmisibles, sino que resaltan aspectos de una intro­ ducción adecuada del concepto de verdad, que en una especial inter­ pretación realista de la teoría de la correspondencia o no están consi­ deradas del todo o bien sólo parcialmente, y quizás entonces de manera desfigurada. Esto se puede aclarar aún más mediante la con­ traposición de «verdadero» y «eficaz» en el sentido de un concepto semántico y de un concepto pragmátiep de verdad. El concepto semántico de vprdad (pculta del contexto la situación de habla, en el que se afirma la expresión problemática, y en especial el hablante y el oyente, cuyo papel se considera como irrelevante para la definición de «verdadero». Para quien la importancia está en la verdad, debe ya de antemano, antes de ser enjuiciada la expresión de su verdad, haber determinado con precisión qué quiere entender por «verdad». Pero esta determinación debe expresar, so pena de ser acusado de arbitrariedad, la referencia a objetos de expresiones, jus­ tamente la diferencia que se traduce en el lenguaje ordinario me­ diante el giro de que esta expresión corresponde a los hechos, aqué­ lla, por el contrario, no. Tampoco se considera la pregunta por si estos «hechos» son reales y deben de ser aceptados o influenciados, o si incluso según la expresión ya han sido inlluenciados, ni mucho menos se toma en cuenta la pregunta de si todos estos hechos e.stán en el mismo nivel. Se comparan solamente las siguientes afirmacio­ nes: «La nieve es blanca», «El trabajo no deshonra», «Rojo es un co­ lor», «Llueve», «I,os planos no paralelos tienen un corte común». El interés detrás del concepto semántico de verdad en expresar o anotar solamente expresiones verdaderas, es un interés teorético, al que básicamente no le importa el papel que juegan además o juga­ rían las expresiones verdaderas. Sin duda hay que reducir ya aquí, en cuanto que el expresar o subrayar una expresión enjuiciada como verdadera ya nos podría llevar más allá del interés teorético, quiere informar, podríamos decir, o más precavidamente:Jiace posible in­ formar; autosuficiente en sentido estricto sería, sólo cuando no se forma ninguna relación con otras personas y la verdad constatada en privado no tiene posibilidad ni control de su eficacia pública. Muy distinto se presenta el ámbito del concepto pragmático de verdad. Aquí se recurre desde un principio a la situación de habla, hablante y oyente, escritor y lector, para la determinación de la ver­ dad: los procedimientos aplicados o aplicables por las personas par­ ticipantes para la constatación de la verdad de una expresión son equiparados con el concepto de verdad. Esto puede ser concebido como un proceso cuasi histórico como en la teoría del consenso de

I:

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Tl'ORIAS DI' I.A VRRDAD 1;N lil. SIGl.O XX

Peirce, o incluso aparecer como principio de verificación en el pri­ mer empirismo lógico, en conexión con el dictiim de Wittgenstein: «Para poder decir ‘p’ es verdadero (o falso), debo haber determinado bajo que condiciones yo llamo ‘p’ verdadero y con ello determino el sentido de la proposición»’. Una determinación del concepto de ver­ dad sin la inclusión dcl procedimiento para determinar la verdad de expresiones problemáticas, queda vacia, porque su aplicabilidad es puesta en cuestión. La conexión de los objetos con las expresiones se reHeja sólo en este procedimiento de determinación de la verdad y no Juega ningún papel independiente. Pero dichos procedimientos se presentan como indicaciones expresas de la relación de las expresio­ nes con las personas que las emplean. En el concepto pragmático de verdad está presente un interés práctico —de ahí el nombre—, a saber, querer lograr la conformidad en el reconocimiento de expre­ siones; la mera constatación de la verdad de las expresiones sin la seguridad de su potencial reconocimiento universal carece de conse­ cuencias, y por tanto, de interés. Las dos posiciones, si se las caracteriza de este modo, muestran una notable distorsión de las propiedades señaladas anteriormente en el dilema. No es el concepto semántico de verdad, sino el concepto pragmático, el que utiliza un criterio no arbitrario para la verdad, me­ diante el recurso a veces oculto a un consenso universal. Si este con­ senso no es incluido en el concepto de verdad, entonces la determi­ nación de la verdad queda como una cosa privada del que en cada caso afirma una proposición, ya que el mundo de los hechos, presen­ tándose como criterio único y libre básicamente del lenguaje, sólo mediante postulado puede presentarse como mundo común para to­ dos. Sin embargo, parece crear nuevas dificultades, hacer valer la conformidad como criterio eficaz de verdad, ya que la conformidad misma debe poder ser sometida al enjuiciamiento de la adecuación con la realidad. Por lo tanto, parece que cuando hay un consenso, debe garantizar la verdad de la expresión en cuestión, todavía bajo condiciones, cuya cumplimentación por su parte no puede ser orien­ tada de nuevo hacia un consenso. Justamente en este lugar es habitual introducir la racionalidad dcl hablante y dcl oyente, y contraponer una conformidad meramente fáclica, y por tanto insuficiente, a un consenso racional. Esta racio-

’ L. WiUgenstein, Tmetatus lof'ico-philoxophiciis, Londres, 1922; t'rancforl, 1960; Madrid, 1973,4.063.

ÍTI

TI-ORÍAS INTl'RSUBJliTIVISTAS Dli LA VERDAD

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nalidaci es explicitada, por ejemplo por Kamlah y Lo r e n z e n p o r un lado, como independencia de emociones y tradiciones — la explica­ ción sigue ella misma una tradición superada en el uso dcl len­ guaje—, y por otro lado, como apertura frente a los objetos comenta­ dos y recíprocamente apertura para las personas, es decir, como podría decirse brevemente, como competencia y .sinceridad. Habermas " ha señalado convincentemente que competencia y sinceridad sólo pueden evidenciarse por su parte en el dominio de las reglas de acción, pero un enjuiciamiento de acciones por su equidad depende de nuevo sólo de un consenso fáctico. «No podemos enjuiciar la co­ rrección de una acción externamente, debemos asegurarnos de ella como participantes en una interacción o bien, si el consenso acos­ tumbrado se rompe, intentar proporcionar una comprensión discur­ siva entre los mismos participantes»'h Sólo se puede deshacer, según Habermas, el círculo latente en el concepto de un consenso racional mediante la anticipación de una situación ideal de habla, esto es, la suposición de que una norma de la eomiinidad todavía por caracteri­ zar es reconocida ya en cada consenso fáctico, y por ello fundamenta junto con dicho consenso también la exigencia de un consenso racio­ nal. Asi, la situación ideal de habla es determinada respecto al habla mediante una distribución simétrica para todos los posibles partici­ pantes de las oportunidades para elegir y actualizar acciones lingüís­ ticas, un Principio de inwiriancia, que entonces asegura que ningún consenso depende de cpden de los posibles participantes elige y ac­ tualiza las correspondientes acciones lingüísticas — petición de ex­ plicaciones, por ejemplo, propuestas alteimativas, etc.—. También podemos llamarlo Principio de igualdad de habla, cuyo reconocimiento debe ser supuesto igualmente válido por los demás si en la situación de habla se trata de la crítica de expresiones o ex­ presamente de imperativos (máximas). Pero la situación ideal de habla es caracterizada también por Habermas, en relación con el contexto de la acción, no meramente lin­ güística, ya actualizada: la igualdad de habla sola no basta para po-

W. tCamlalvP. Lorenzen, Logische PmpiUleuIik. Vorschuie des veinüitfüf’Cit Redens. Mannhcim, 1967, pp. 118 ss. " Cfr. aquí y en lo que .sigue, J. Habermas, «Vorbereitenclc Bemerkungen zu ciner Theoi'ie der koniniunikativen Kompetenz», en .1. Habcrmas,'N. Liihniann, Theorie der GeseU.schaft oder Sozialtechnologie?, Suhrkamp, Francfort, 1971, pp. 101-141, esp. pp. 129 ss. Art. cít., p. 134.

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TEORIAS DE LA VERDAD EN EL SIGLO XX

der hablar de la racionalidad de un consenso ya logrado; hay que asegurar también que el asentimiento de los hablantes no es sólo si­ mulado o subrepticio, que su inclusión en el resto deh conjunto de la acción pertenece por lo tanto a la autodeterminación de cada ha­ blante. Con este Principio de autonomía, utilizado para la caracteri­ zación de la situación ideal, se expresa que las acciones lingüísticas son reconocidas realmente como acciones, porque sólo así constitu­ yen una praxis de la comunicación, y podría confirmarse su propia autenticidad en el conjunto de la acción a la que pertenecen. Como acciones son acciones lingüísticas, ahora distinguibles de aconteci­ mientos naturales, que en ciertas condiciones, incluso pueden ser in­ tencionalmente provocadas - por ejemplo, bajo incitaciones o pro­ cedimientos especiales de la publicidad— . Podemos hablar aquí también de Principio de libertad de acción, que debe ser reconocido, antes de poder denominar a un consenso fáctico como consenso, y no debe valer como explicación aceptada de uno particular. Ahora ya es claro que el término ‘consenso’ o su sinónimo ‘acuerdo’ no es una expresión descriptiva, con la que se pueda repre­ sentar una conducta especial entre hombres, sino que su aplicación adecuada en una situación de habla presupone ya el reconocimiento general al menos de los dos principios de igualdad de habla y de li­ bertad de acción. Ahora es más que dudoso que el consenso entre personas como fundamento de un concepto adecuado de verdad con­ duzca a una aporía similar a la de la correspondencia entre habla y mundo. Pan insostenible es la ficción de un mundo independiente del lenguaje, como el reconocimiento de principios más allá de un con­ senso todavía por introducir con ello. Tampoco puede romperse me­ tódicamente la reducción recíproca de «racional» a «consenso» y vi­ ceversa, mediante la anticipación de la situación ideal de habla, caracterizada por Habermas acertadamente como apariencia consti­ tutiva La oposición entre concepto semántico de verdad y concepto pragmático ha llevado a la introducción de propuestas unilateral­ mente constituidas para los términos «correspondencia» y «con­ senso» aplicados o al menos aplicables en cada caso; en el marco de estas propuestas sólo podrían ser tenidas en cuenta incompletamente las justificadas objeciones del contrario. Para esto se pueden compa­ rar pasajes, de Austin para una teoría de la correspondencia y de

Art. cit., p. 141.

TEORÍAS INTERSUBJETIVISTAS DFi LA VERDAD

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Shwayder para una teoría consensual, que en su algo desamparada afirmación son igualmente instructivos. «Cuando un enunciado es verdadero, hay, por cierto, un estado de cosas que lo hace verdadero y que es toto mundo, distinto del enunciado verdadero sobre él; pero igualmente por eierto, sólo pode­ mos describir este estado de cosas con palabras... Sólo puedo descri­ bir la situación en que es verdadero decir que estoy sintiendo mareo diciendo que es una en la que estoy sintiendo mareo... Sin embargo, entre el enunciar, por muy verdaderamente que sea, que estoy sin­ tiendo mareo y el sentir mareo hay un gran abismo permanente. Cuesta dos hacer una verdad. De aquí (obviamente) no que pueda haber ningún criterio de verdad en el sentido de algún rasgo detectable en el enunciado mismo que revele si es verdadero o falso. De aquí, también, que un enunciado no pueda sin absurdo referirse a sí mismo» 'f «Lo que es a la vez más esencial y más asombroso del lenguaje es que habla por sí mismo. Viéndome hacer lo que quiera que yo esté haciendo, p.e., disparando a la parte superior de un blanco, usted puede no saber qué estoy haciendo yo. Pero si usted me oye decir algo, usted estará allí, y entonces llegará a saber lo que yo quiero de­ cir. Mi elección de palabras está calculada para decirle a usted lo que yo quiero hacer con esas palabras. Ellas hablan por sí mi.smas» 'L En Austin la insistencia en la diferencia entre el aspecto metalingüístico y el objetual-lingüístico de una expresión, en Shwayder la acentuación de la autorreferencia siempre presente del habla. Ambos llaman la atención sobre propiedades que evidentemente conoce cada hablante y de las cuales hace uso, pero sin explicar propia­ mente; es decir, sin reconstruir cómo se llega a esto. Tal intento de reconstrucción, que quiero ahora esbozar y para el cual he elegido el título «Concepto dialógico de verdad», debe dar un sentido racional tanto a la teoría de la verdad como correspondencia, como a la teoría consensual, en su intento de confirmar y enlazar aspectos teóricocognoscitivos y filosófico-morales. Con esto se trata de de.stacar desde el comienzo explícitamente la doble relación en la que está

'' J. l.. Austin, «Truth», en J. O. Ursom,/G. J. Warnock (eds,), Pkihsophical Pa­ péis, Oxford, 2.“ cd., 1970, pp. 123 ss. (ed. cast., J. L, Austin, Ensayos filosóficos, trad. A. García Suúrez, Alianza, Madrid, 1989, p. 124). 1). S. Shwayder, The .Slivlifcatión o f Behaviour, Londres, 1965, pp. 287 ss. (en inglés en el original alemán).

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TliORÍAS DE LA VERDAD I'N EL SIGLO XX

cada conversación, la relación con los objetos sobre los que se habla, y la 1 elación con las personas con las que se habla, así como articular su conexión, Y tampoco es sorprendente que surja de un impulso sis­ temático y decisivo de las reflexiones metódicas de Platón, precisa­ mente porque allí se encuentra la aparente definición teorética de la verdad como correspondencia, con la que he empezado, en inme­ diata vecindad con las reflexiones respecto al consenso. En el CnitUo se introduce el habla, la acción lingüística del nom­ brar (dvopái;eiv) y del expresar (^éyeiv), con un doble objetivo; por un lado, servir a la comprensión recíproca (5 t 6 áaKeiv xt dXXtjpor otro, a la diferenciación de los objetos (ÓtaKpívsiv xó. T c p d y p a x a ) y la determinación de la expresión verdadera me­ diante el giro «expresar los objetos como son» (xáóvxa Xéyetv c6 í; é'oxiv) — en la que se puede reconocer sin dificultad también una paite de la concepción aristotélica posterior—, lleva en una cuida­ dosa interpretación casi por sí misma a la tesis de que la validez de una expresión sobre un objeto, es decir, de expresiones elementales, depende en lo esencial sólo de la comparación dcl uso del predicador tiente al objeto en la expresión con su previa inlroducción externa a una cxpiesión para la diferenciación de objetos. Pero e.sta introduc­ ción - -así debe entenderse el fin de la comprensión mutua— se puede reconstruir solamente en una situación de enseñar y aprender para los hablantes. Con esto ya tenemos la base sistemática sufi­ ciente para introducir el concepto dialógico de verdad. Partimos '* de que nos encontramos hablando y actuando básica­ mente en situaciones de uso de! habla, sin que las situaciones de in­ troducción del habla, correspondientes fácticamente a la infancia y adolescencia, sean conocidas por los participantes. Por lo tanto, para lecon.struir un consenso fáctico o un disenso en la situación de uso dcl habla mediante un procedimiento paso a paso y convertir en am­ bos casos en un consenso racional (cvcntualmente primero en un metanivel), es necesaria, primero, una reconstrucción de las situaciones

"■ Cralilu. 387b-388b. Cralilo, 385b, cli. Sofi.ski, 263b, así como la detallada discusión en K. Lorcn/.''.l. iVIittelsIralj. «On Rational Philosophy of Laiiguagc: Tlic Programme in Plato’.s CmlihiK leconsidered», Mind, 76 (1967), pp. 1-20. ’ Cfr. para lo siguiente también la con.strncción sislemática de K. l.orenz, Ele­ mente den Sprndikrilik. bine Aílcrnalive zmn Doginatisnnis und Skeplizhinux in der Anulylischen Ehihsophie, Francfort del M., 1970, 2,“ parte {Elementos de crilica del lenguaje. Una allenuiliva al dogmatismo r a! escepticismo en la filosofía analítica).

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de introducción del habla para cada fragmento lingüístico del habla en la situación de uso del habla. Estas situaciones de introducción del habla son proporcionadas, en el caso más simple que es el de los predicados, como situaciones de enseñanza y aprendizaje, en la des­ cripción naturalmente simplificada, para la articulación lingüística de esquemas de acción. Con esto por un lado, se establece con segu­ ridad que el esquema de acción de la enseñanza y del aprendizaje obedece ya en el concepto al principio de autonomía y al principio de invariancia —una enseñanza eficaz se distingue de aprender y en.señar con éxito en tiuc el aprendiz, es en otro lugar también ense­ ñante para «la misma» distinción- y por otro lado, es también se­ guro que el conocimiento y la sinceridad no son todavía problemáticas: al comienzo de un saber sobre objetos y sobre los en­ señantes o aprendices respectivamente no hay ninguna dilerenciación entre el conocimiento y el error y entre la sinceridad y el en­ gaño. El problema de la validez de las expresiones así como para las máximas no existe todavía. La praxis primaria dialógicamente construida, en las situaciones de introducción del habla nunca dada, sino siempre poi leconstruii, es una acción mediada de enseñar y aprender, acción implícitamente lingüística, la base primaria reducible a las situaciones de uso del ha­ bla, a saber, allí donde es formulada la pregunta por lo que es, y por lo que debe ser. Mediante las situaciones de enseñanza y aprendizaje de la praxis primaria se garantiza la comprensibilidad de los concep­ tos, los predicados, es decir, una comprensión básica común de su sentido, como se puede decir ahora en relación con el uso tradicional del lenguaje. Sólo hay un problema, el paso de la situación de uso dcl habla a la construcción de la situación de introducción dcl habla, que hace transparente su éxito y fracaso, para los elementos lingüís­ ticos del habla utilizada en la praxis científica y también en la coti­ diana. La objeción fundamental muestra en este lugar que tal recons­ trucción de la introducción del habla sólo se puede conseguir porque el consenso racional del uso del habla final es ya previo y no puede ser elaborado mediante ella. Esta dificultad parece tan insupeiable porque completamente libre de objeción - -primeramente sólo fin­ gida— la representación de la reconstrucción de las situaciones de introducción del habla no se alcanza sin el uso del habla ya conse­ guido y se considera irrealizable transmitir según su intención las discutibles reconstrucciones sin la ayuda de la representación lin­ güística. El punto clave de esta argumentación es naturalmente la in-

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significante traída por mí de manera lo menos significativa positile— determinación adverbial «fiel a la intención» en la que está in­ cluido enteramente el problema de la validez, que queda por expli­ car. Pero no es absolutamente necesario —-como ya 'he intentado mostrar detalladamente en otro l u g a r c a r g a r la introducción de acciones lingüísticas elementales, p.e., la predicación, la denomina­ ción, la regulación, etc. mediante situaciones simplificadas de ense­ ñanza y aprendizaje, con condiciones añadidas, que son formulables primeramente en un nivel de praxis lingüística y de acción más desa­ rrollado. Así es insignificante la consideración de malentendidos no excluibles en el aprender y enseñar de una distinción insignificante sin nuevos medios lingüísticos ya presentes (se piensa en el pro­ blema de la introducción de las palabras de los colores, mientras no estén aún a disposición diferencias categoriales básicas, como color y forma), porque sólo es formulable bajo el presupuesto de una anti­ cipación de diversas continuaciones de la distinción introducida en común mediante ejemplos y contracjemplos. Pero son productos lin­ güísticos más elevados, que exigen postulados ya en la base, lo que sería metódicamente absurdo. Por el contrario, se puede exigir con razón de las situaciones de introducción dcl habla volver de nuevo a las situaciones de uso del habla, de las cuales habíamos partido, por­ que la exigencia de posibilitar una orientación del hombre en el mundo y entre sus semejantes, produce el problema de la validez, es­ pecialmente el problema de la verdad de las expresiones. El punto de partida para el próximo paso ahora necesario es la propiedad de las situaciones de uso de habla, de ser diferentes bási­ camente de posibles situaciones de introducción de sus componentes predicativos. En esto consiste el resultado específico dcl habla hu­ mana, la única que puede hacer presentes situaciones mediante palabias, en las que no tiene lugar el dudoso habla. Hay un uso indepen­ diente de las situaciones de introducción posible en las expresiones lingüísticas, un uso de distinciones ya sabidas sobre objetos repre­ sentados meramente lingüísticos, mediante nominadores, que tam­ bién, si ellos se encuentran ya en la situación de uso del habla, en­ tonces no podrían ser contados para la situación de introducción. Y esta capacidad de distinción entre introducción y uso consti­ tuye —fama f e r t ~ la grandeza y la miseria dcl hombre, ya que la independencia de la situación en cada caso presente, en la que al-

” Art. cil., esp, pp. 167 ss.

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guien actúa y habla es posible gracias al habla. Con esto la posibili­ dad de consenso sobre tiempos y espacios se convierte al mismo tiempo en la fuente para la confianza que desapaiece en la seguridad de los modos de acción y especialmente de habla sólo transmitidas, a saber, porque impulsa la duda en la ejempliticabilidad de muchas di­ ferencias tradicionales lingüísticamente articuladas, y porque enseña a esbozar nuevas alternativas para situaciones hasta ahora lingüísti­ camente articuladas. El consenso no problematizable en la praxis primaria sobre la aiticulación lingüística de las relaciones con el mundo — el núcleo ra­ cional de la correspondencia entre lenguaje y mundo se encuentra aquí solo en el nivel de las expresiones predicativas y ya no puede ser articulado en el plano de las expresiones que todavía no existen en la praxis primaria— se convierte en una mera exigencia en la pra­ xis secundaria por reconstruir dialógicamcnte mediante situaciones de enseñanza y de aprendizaje, a saber, la situación de uso del habla. Eintre el habla y la acción debe ser introducida una conexión contro­ lable, más allá del mero comprender el sentido de las palabras, que apai’ezca como fundamentahilidad dcl habla. En el caso de las expre­ siones —caracterizadas en la praxis secundaria mediante un procedi­ miento de afirmación y discusión recíprocas, en una palabra, de ar­ gumentación— no .se trata ya en la elaboración de la conexión mencionada de una mera comprensión del sentido de las palabras, sino del reconocimiento de la validez de las expresiones. En todo caso, con este procedimiento de la argumentación introducido y tam­ bién simplificado en las situaciones de enseñanza y aprendizaje de expresiones se diferencia el uso de expresiones para la afirmación de su uso, p.e., en cuentos y se asegura su validez independiente de las circunstancias de la expresión. Este comienzo del .segundo paso es al mismo tiempo una piedra para la fundamentación de una teoría de la praxis primaria, porque aquí se presentan por primera vez expresio­ nes cuya validez es asegurada dialógicamente mediante una praxis secundaria. Para los fundamentos de la teoría euentan (I.°) las limita­ ciones de la praxis primaria, p.e., mediante la caracterización de ciertas expresiones lingüísticas como partículas lógicas —esto se consigue mediante deíinicione.s—, o mediante el establecimiento re­ cíproco de las diferencias encontradas —esto .se consigue mediante regulaciones o determinaciones conceptualc.s— ; de este modo los di­ versos elementos lingüísticos de la praxis primaria .son ordenados para nuevos objetivos. (2 .°) una complicada justificación, en su deta­ lle, de la praxis secundaria de las reglas de comportamiento para ar-

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n! í

gumentar sobre expresiones, lo que acontece en el transcurso de un diálogo según reglas estrictas y conduce a la introducción, espe­ cialmente para expresiones unidas por partículas lógicas, de un concepto de verdad con contenidos, a saber, como gánabilidad en un diálogo de la expresión correspondiente; y ( 3 .“) una limitación de la praxis secundaria, p.e., mediante la caracterización de ciertas estrategias en este diálogo como lógicas, y con ello la introducción de la verdad lógica de las expresiones como caso especial de su verdad con contenido. Se concluye con esto la construcción de esta teoría, esto es, la fundamentación de expresiones soóre el diálogo. Y en este lugar po­ sibilita por primera vez el cálculo de la teoría de una vuelta a una praxis, naturalmente en un nivel más alto, que desgraciadamente en la lógica moderna, en forma de cálculo lógico, ha sido denominada ya como fundamento de la lógica-®. Un desarrollo de este esbozo de una construcción dialógica de la lógica mostraría más claramente que de este modo se conserva una conexión de las determinaciones prácticas y teóricas, que dejaría sin razón de ser la antigua disputa sobre el primado de teoría y praxis. .Más bien esta construcción permite ver hasta los detalles técnicos de la lógica formal como intento de una solución de la exigencia plató­ nica de un saber e intelección con ayuda de una StaXeKtiicq téxvrj, que no es otra cosa que la actualización de la más alta actividad filo­ sófica, dcl Aóyov StSóvai (dar razón). El no calificar nada como saber o inteligencia sin indicación de los fundamentos, llega a ser un hilo conductor, especialmente para la pregunta por la verdad, cuya formulación moderna, la que restituye literalmente la formulación platónica, se encuentra en la concepción leibniziana del principiuin reddendae rationis (principio de que se ha de dar razón).

Cfr. sobre esto la parle dcl ensayo inforniali\o más exacto de K. Lorenz, «Dialog.spiele ais semantischc Grundiage von Logikkalkülen» («Juegos de diálogo como fiindaineiito semántico de los cálculos lógicos»), I, II, en Ardí. f. inciili. Logik ii. Oruiul/agenl, 11(1968), pp, .S2-55, 7.3-100, y «Rules versus Theorems. Approach for -Mediation betvveen Inluiíionistic andTwo-Valncd Logic» (aún no publicado).

JÜRGEN HABERMAS TEORÍAS DE LA VERDAD (1973)

EüiCfóN oríginal :

— «Wahrheitstheorien», en H. Fahrenbach (Hrsg.), Wirkiichkeit und Tíe/feAvo/í, Neske, Pfullingen, 1973, pp. 211-265. — Vorsludien und Erganzimgen ziir Theoríe des kommunikativen Handelns, Suhrkamp, Francfort del M., 1984, pp. 127-183. E dicfón

castellana ;

— «Teorías de la verdad», en J. Habermas, Teoría de la acción comu­ nicativa: complementos y estudios previos. Cátedra, Madrid, 1989, pp. 113-158. Reproducimos el texto de esta edición con au­ torización expresa de la empresa editora. T raducción ; M. O tros

Jiménez.

ensayos del autor sobre el mismo tema ;

— «Objektivitát und Wahrheit», en Erkenntnis und Interesse, Suhr­ kamp, Francfort, 1968, pp. 382-417 (ed. cast. «Objetividad y ver­ dad», en Conocimiento e interés, Taiirus, Madrid, 1982, pp. 310337). — «La crítica nihilista del conocimiento en Nietzschc», epílogo en f. Nietzsche: Erkennlnistheoreiische Schriften, Suhrkamp, Francfort, 1968, pp. 237 ss, (ed. cast., en Cuadernos Teorema, n.° 13, Valen­ cia, 1976; también en Sobre Nietzsche y otros eusuyoí, Tecnos, Madrid, 1982, pp. 31-61 (recogido asimismo en la edición caste­ llana de La lógica de las ciencias sociales, pero bajo el título «So­ bre la teoría del conocimiento de Nietzsche», Tecnos, Madrid, 1988, pp. 423-41). — «El cai'ácter veritativo de las cuestiones prácticas», en Problemas de legitimación del capitalismo tardío, Amorrortu, Buenos Aires, 4.“ reimp., 1991, pp. 124-34 (ed. orig., Legitimationsprobleme im Spatkapitalismus, Francfort, 1973). [543]

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■«Wahrheit und Gesellschafl», eii Vorstudien und Ergánztmgen Theorie des kommunikativen Handelns, Suhrkamp, Francfort,/' 1984 (redacción original de 1970-71 )j pp. 1,04-126 (ed. cast.'U «Verdad y sociedad» en Teoría de la acción comunicativa: complementos y estudios previos. Cátedra, Madrid, 1989, pp. 94-11 1 ); % «Vorbereitende Beinerkungen zu einer Theorie der kommunikati- | | ven Kompetenz», Theorie der Gésellschaft oder Sozialtechnolo-.M gie. Was leistet die Systemforschung?, Suhrkamp, Francfort, 1971, '1 pp. 101-41. I «Bedeutung und Wahrheit», en Faktizitát und Gplíung, Suhrkamp, Francfort, 1992, 24-32 (ed. cast., Facticidady validez, Trotta, Madrid (en prensa). ' < ■ B ibliografía

complementaria :

- >

ÍC. H. Ilting, «Geltung ais Konsens», Mué Hefte fíir Philosophie, 10 (1976), 20-50. — H. Keuth, «Erkenntnis oder Entscheidung? Die Konsenstheorie der Wahrheit und der Richtigkeit von J. Habermas», Zeitschriftfür allgemein Wissenschafts-theorie, 1 0 (1979), pp. 375-393. —- H. Scheit, Wahrheit, Diskurs, Demokratie. Sludien zur ‘Kojisensustheorie der Wahrheit’, K. Alber, Múnich, 1987.

I.

TRES CUESTIONES PRELIMINARES

Antes de entrar en las teorías de la verdad, especialmente en dos de ellas, a saber: la teoría de la verdad como correspondencia y la teoría consensual de la verdad, voy a aclarar algunas cuestiones previas. 1 Primero; ¿de qué podemos decir que es verdadero o falso? Los \candidatos más prometedores son las oraciones {Satze), las emisioyies (Áusserungen) y los enunciados (Aussagen). Escasas perspecti­ vas de éxito son las que ofrece la tentativa de escoger una determi­ nada clase de oraciones como aquello a lo que podemos atribuir verdad o falsedad'. Pues oraciones de distintas lenguas o diversas

' Esto, como e,s obvio, no puede considerarse una caracterización suficiente de la teoría sem. F. Strawson, «Truth» en O. Pitcher (ed.), Tniih, Englewoods Cliffs, 1964, pp. 32-53. •' Straw.son, ¡oc. cit., p. 33.

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THORÍAS

d e l a v e r d a d e n e l s ig l o

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falsos, como podemos decir, tienen un contenido proposicional; pero cuando hago iin enunciado, afirmo un estado de cosas existente, es decir un hecho. Un enunciado recibe fuerza asertóriea por su inser­ ción en un acto de habla, por la circunstancia, pues, de que alguien pueda afirmar ese enunciado. Searle ha llamado la atención acerca de que el mismo contenido proposicional puede aparecer en actos de habla diversos, como son los mandatos, las preguntas, las promesas y las afirmaciones, pero sólo en los actos de habla eonstatativos (afir­ maciones) puede un contenido proposicional aparecer en forma de una proposición*. Nuestra primera pregunta podemos pues respon­ derla en los siguientes términos: verdad es una pretensión de validez que vinculamos a los enunciados al afirmarlos. Las afirmaciones pertenecen a la clase de actos de habla eonstatativos. Al afirmar algo, entablo la pretensión de que el enunciado que afirmo es verda­ dero. Esta pretensión puedo entablarla con razón o entablarla sin ra­ zón. Las afirmaciones no pueden ser veidaderas o falsas, están justi­ ficadas o no están justificadas. En la ejecución de actos de habla eonstatativos se expresa lo que queremos decir con «verdad de los enunciados»; de ahí que esos actos de habla no puedan ellos mismos ser verdaderos. Verdad significa aquí el sentido del empleo de enun­ ciados en aíirmaciones. El .sentido de la verdad puede, por tanto, aclararse con referencia a la pragmática de una determinada clase de actos de habla. Acerca de qué es una pretcnsión de validez podemos aclararnos recurriendo al modelo de una pretensión o demanda Jurídica. Una pietensión puede entablar.se, es decir, hacerse valer, puede discutirse o defenderse, puede rechazarse o reconocerse. Las pretensiones que son reconocidas cobran fuerza Jurídica. La circunstancia de que las pretcnsiones de validez encuentren efectivamente reconocimiento, puede tener muchas razones (o causas). Pero en la medida en que «de la cosa misma» pueda deducirse una razón suficiente para el re­ conocimiento de una pretensión de validez, decimos que ésta es re­ conocida porque, y exclusivamente porque, está Ju.stificada (o les paI rece Justificada a aquellos que la reconocen). Una pretensión está Justificada sólo y en la medida en que pueda sostenerse; pues la vali-

j

‘ J. R. Searle, «Aiistiii on Loculionary and lllocutionary ,\cts», en The Philosophical Review, 1. LXXVIl (1068), n, 4; dcl mismo aiUor, Speech Ads, Cambridge, 1969 (ed, casi.,/k’íav ífe/(«/;/«, Cátedra, Madrid, 1986).

TKORtAS INTURSUBJHTIVISTAS OB LA VERDAD

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dez justificada de una pretensión garantiza la fiabilidad con que pue-.í den cumplirse las expectativas resultantes de una determinada pre­ tensión. La segunda cuestión previa que quiero aclarar ha sido planteada \ por la teoría de la verdad como redundancia. Si es verdad que en to- ) das las oraciones de la forma «p es verdadera» la expresión «es ver­ dadera» es lógicamente superílua, entonces no es menester una teo­ ría de la verdad. Austin se atiene, a mi entender con razón a la diferencia que se da entre la afirmación de un enunciado (verdadero) y la constatación metalingüística de que la pretensión de validez afirmada para ese enunciado es una pretensión entablada con razón. Esta segunda afirmación contiene un enunciado que no se refiere a un hecho, sino a un enunciado sobre un hecho. Sin embargo, la teo­ ría de la verdad como redundancia puede apelar a una observación correcta’; «que «p» es verdadera», no añade nada a la afirmación «p». Pues al afirmar «p», presento o entablo para «p» una pretensión de verdad: en ello radica el sentido pragmático de las afirmaciones. La mencionada diferencia, una diferencia que la teoría de la verdad como redundancia pasa por alto, sólo se obtiene cuando la preten­ sión de validez de las afirmaciones, ingenuamente entablada, queda puesta en cuestión. Una pretensión de validez .sobre cuya justifica­ ción pueden hacerse aíirmaciones controvertidas, sólo puede temalizarse en constataciones mctalingiiísticas dcl tipo «p es verdadera/no es verdadera». La expresión «constatación metalingüística» no debe sugerir, sin embargo, una relación de deducción lógica entre afirma­ ciones que pertenecen a distintos ámbitos de comunicación. Una re­ lación deductiva se da entre la oración “ la afirmación «que p» está justificada” y la oración «p» es verdadera». Entre afirmaciones de este nivel y la afirmación directamente hecha de «p» no se da, en cambio, una relación deductiva, sino aquella relación reflexiva que tiene lugar cuando se confirma explícitamente un plexo o relación de justificación. La pretensión de validez implícitamente contenida en las afirmaciones hechas ingenuamente, se torna explícita en consta­ taciones y aseveraciones mctalingüísticas, en las que pasa a ser ob­ jeto de confirmación o negación.

’ F. R Ramsey, «Eacls and Propositions». en The Tbmialions ofMcithenuilics. Lon­ dres y Nueva York, 193F Reimpreso en parle en Pitcher, hc.cií.. pp. 16 ss. (cd. casi, en Revista de filosofía, en prensa). Cfr. también G. Fregc, «Über Sinn imd BedeuUmg». en Kleinc Schrinen, Goliiiga.

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Ti;ORIAS DE I.A VERDAD EN EL SIGLO XX

El sentido de esta peculiar relación puede aclararse, en términos generales, atendiendo a la relación entre discursos y ac­ ciones. Bajo la rúbrica «acción» introduzco el ámbito de comuni­ cación en el que tácitamente reconocemos y presuponemos las pretensiones de validez implicadas en las emisiones o manifesta­ ciones (y, por tanto, también en las afirmaciones), para intercam­ biar informaciones (es decir, experiencias relativas a la acción). Bajo la rúbrica «discurso» introduzco la forma de comunicación caracterizada por la argumentación, en la que se tornan tema las pretensiones de validez que se han vuelto problemáticas y se examina si son legítimas o no. Para iniciar un discurso tenemos en cierto modo que salir de los contextos de acción y experien­ cia; en los discur.sos no intercambiamos informaciones, sino ar­ gumentos que sirven para razonar (o rechazar) pretensiones de . j validez problematizadas. Los discursos exigen, en primer lugar, ^ u n a suspensión de las coacciones de la acción, que ha de condu­ cir a que pueda quedar neutralizada cualquier otra motivación que no sea la de una disponibilidad cooperativa a entenderse (y a establecer una separación entre cuestiones de validez y cuestio­ nes de génesis). En segundo lugar, exigen una virtualización de las pretensiones de validez, que habría de conducir a dejar en suspenso la cuestión de la existencia de objetos de la experiencia (cosas, sucesos, personas, manifestaciones) y a poder considerar tanto los hechos como las normas desde el punto de vista de su posible existencia o legitimidad (es decir, a poderlas tratar en ac­ titud hipotética). La diferenciación estructural entre ámbito de acción y discurso, es, por lo demás, el reverso de la vinculación de la estructura de la motivación a la estructura de la comunica­ ción, que es característica de la etapa sociocultural de la evolu­ ción: los discursos son en este aspecto desconexiones a posteriori y temporales de ambas estructuras. Esta forma de comunicación liberada de la presión de la experiencia y de las coacciones de la acción posibilita, en situaciones de interacción perturbada, restablecer un entendimiento sobre pretensiones de validez que se han vuelto problemáticas (las alternativas son, o bien el paso al comportamiento estratégico, o la ruptura de la co­ municación). Nuestra segunda pregunta, podemos responderla, por tanto, de la siguiente forma; en los plexos de acción comunicativa sería re­ dundante una explicitación de la pretensión de validez entablada ^con las afirmaciones; pero tal explicitación es ineludible en los dis­

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cursos, pues éstos tematizan el derecho que asiste a tales preteiisio-l nes de validez*. L,a tercera cuestión previa, que nos conduce ya al tema propia-1 mente dicho, se refiere a un supuesto básico de la teoría de la verdad \ como correspondencia. ¿Cómo se relacionan los hechos que afirma- | mos, con los objetos de nuestra experiencia? Strawson ha vuelto a \. sacar a relucir en su discusión con Austin’ la diferencia entre hechost/ y objetos de la experiencia o sucesos tratada ya por R a m s e y y la ha sometido a una ulterior aclaración recurriendo a la diferencia en­ tre descripción y denotación (o referencia). Aquello que justificada­ mente podemos afirmar lo llamamos un hecho. Un hecho es aquello que hace verdadero a un enunciado; de ahí que digamos que los enunciados reflejan, describen, expresan, etc,, hechos. En cambio, las cosas y sucesos, las personas y sus manifestaciones, es decir, los objetos de la experiencia son aquello acerca de lo que hacemos afir­ maciones o de lo que enunciamos algo; aquello que afirmamos de los objetos, es un hecho cuando tal afirmación está justificada. Los hechos tienen, pues, un status distinto que los objetos. «Hechos son lo que las afirmaciones, cuando son verdaderas, afirman; no son aquello sobre lo que las afirmaciones versan. A diferencia de las co­ sas y sucesos en la faz del globo, no son presenciados u oídos o vis­ tos...» ". Con los objetos hago experiencias, los hechos los afirmo; no puedo experimentar hechos ni afirmar objetos (o experiencias con

* E;.sta circimstuncia explica también la diferencia entre verdad/falsedad y afirniación/ncgación. Empleamos dentro de un enunciado predicativo la negación para ex­ presar que un determinado predicado no convietie a un objeto. La negación determina un estado de cosas, no el enunciado con que niego un estado de co.sas. Este enunciado puede a su vez ser no verdadero. La no verdad de un enunciado no es la negación de un enunciado; no puede negarse un enunciado, sino su valor de verdad. Pero cuando niego el valor de verdad de tin enunciado hago una afirmación discursiva; afirmo que el enunciado p es falso. De ello hay que distinguir a su vez la negación que se refiere a la ejecución del acto de habla mismo: c.s claro que «no afirmo que» no equivale a «afirmo que p no es verdadero». ^ En G. Pitcher, loe. cit., pp. 35-43, cfr. P. E Strawson, hutividiKik, Londres, 1959, cap. 6 (ed. cast., Individuos, Tatirii.s, Madrid, 1989). Puede haber distintas descripciones coextensivas del mismo suceso, que no sean sinónimas, por ejemplo, «la muerte de César» y «el asesinato de César»; pero el he­ cho de que César fuera asesinado sólo podemos reproducirlo mediante el mismo enunciado; enunciados coextensivos que no sean sinónimos no pueden expresar el mismo hecho. Cfr. sobre ello P. üochet, Esquisse d'iine Tliéorie nominaliste de la ¡m>posilion, París, 1972, pp. 92 ss. " Pitcher, loe. cit.,p. 38.

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1'KORÍAS Di; LA VI-RDAD LN I-I, SICiLO XX

los objetos). Al afirmar un hecho me puedo basar en experiencia y icfciirme a objetos. Y si los objetos de nuestra experiencia son algo I en el mundo, entonces no podemos decir igualmente de los hechos vque sean «algo en el mundo». Pero es precisamente esta afirmación o una afirmación equivalente la que lia de hacer la teoría de la ver­ dad como COI respondencia.' los enunciados verdaderos deben «co­ rresponder» a hechos, expresión que sólo puede tener sentido si los correlatos de los enunciados representan algo real al modo corno lo son los objetos de nuestra experiencia, es decir, son «algo en el mundo». Si distinguimos de la forma indicada entre hechos y obje­ tos de la experiencia, tenemos que asentir a lo que dice Strawson; «Las cosas, personas, etc., a que nos referimos, son el correlato material de la parte rcferencial de la afirmación; la cualidad o pro­ piedad que el referente decimos que «posee» (es decir, el correlato de la determinación predicativa) es el correlato pseudo material de su parte descriptiva; y el hecho al que la afirmación «corresponde» es el correlato pseudomaterial de la afirmación tomada en con­ junto» Los hechos sólo son en apariencia correlatos objetivos de los enunciados, si el sentido de «objetivo» (material, que dice Strawson) no puede definirse, sino aclarando qué es eso de objetos ■ de la experiencia. l'/Sta objeción contra la teoría de la verdad como corespondencia nos remite a la objeción lógica que ya hizo Peirce contra el carácter autocontradictorio de esa teoría 'h Si al termino «realidad» no pode­ mos darle ningún otro sentido que el que vinculamos con los enun­ ciados sobre hechos, y entendemos el mundo como suma de todos los hechos, entonces la relación de correspondencia entre enunciados y realidad sólo podría determinarse a su vez mediante enunciados. La teoría de la verdad como correspondencia trata en vano de rom­ per el ámbito de la lógica del lenguaje, que es el único lugar donde cabe aclarar la pretcnsión de validez de los actos de habla, j I Y, sin embargo, esa teoría descansa en una observación correcta. • Si los enunciados «reflejan» hechos y no se limitan simplemente a fingirlos o a inventarlos, entonces tales «hechos» tienen que estar dados de alguna manera; y precisamente esta es la propiedad que po­ seen los objetos «reales», es decir, los objetos de la experiencia, los

Ibíd.. p. 37. '■ Clr. la iiiti'odLiccióii de K. O. .Apcl a .su ctlición de Cli. S. Peirce, Schrí/ten t. I Fraiicíbii, 1968.

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TEORÍAS [NTERSUBJF.TIVISTAS DF. LA VERDAD

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cuales «son algo en el mundo». Los enunciados han de ajustarse a los hechos y no los hechos a los enunciados. Esta dificultad desaparece si tenemos presente que los «hechos» sólo advienen al lenguaje en el ámbito de comunicación que es el discurso, es decir cuando, y sólo cuando, queda problematizada la pretensión de validez que los enunciados llevan aneja. En los contex­ tos de acción nos informamos o nos transmitimos informaciones so­ bre objetos de la experiencia. Ciertamente que el contenido de la in­ formación se apoya en hechos, pero sólo cuando la información se pone en duda y pasa a discutirse acerca del contenido de esa afirma­ ción desde el punto de vista de la posibilidad de que algo sea el caso, pero pudiera también no serlo, hablamos de «hechos», que (a lo me­ nos) un ponente afirma y que (a lo menos) un oponente pone en duda 'L Que un semáforo esté en amarillo o que una manzana sea amarilla es, en el contexto del tráfico automovilístico o en el mer­ cado de fruta, una información (la comunicación de una experiencia referida a la acción); se puede también decir que éstos son hechos, pero lo decimos, es decir, empezamos a hablar de hechos, cuando tras un accidente automovilistico hay que aclarar el estado de cosas consistente en si aquel semáforo en un determinado momento estaba en amarillo, o, al experimentar unos cultivos, hay que aclarar el es­ tado de cosas de si aquella manzana ya estaba amarilla en un deter­ minado punto del tiempo. En estos casos estamos ante afirmaciones de la misma forma gramatical, pero esas afirmaciones significan co­ sas distintas en ambos ámbitos de comunicación. En el contexto de acción la afirmación tiene el papel de una información acerca de una experiencia con objetos, en el discurso cumple la función de un enunciado con pretensión de validez problematizada. L,1 mismo acto de habla expresa, en el primer caso, una experiencia, que puede ser objetiva o simplemente subjetiva, en el segundo, un pensamiento {Gedanke) que es verdadero o falso. En los contextos de acción puedo equivocarme en mis experiencias con los objetos, en los dis­ cursos tengo o no tengo razón en lo tocante a la pretcnsión de vali­ dez que afirmo para mi enunciado. Los hechos son deducidos de los estados de cosas; y por estados de cosas entendemos el contenido proposicional de afirmaciones cuyo contenido veritativo ha sido problematizado. Cuando decimos que los hechos son estados de cosas existentes, a lo que nos estamos

F.l pensamiento hipotético puede considerarse entonces como discurso interior.

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T}'ORÍAS DE LA VERDAD EN EL SIGLO XX

refiriendo no es a la existencia de objetos, sino a la verdad de propo­ siciones, si bien estamos también suponiendo la existencia de obje­ tos identificables de los que predicamos algo. El sentido de «hecho» o «estado de cosas» no puede aclararse sin hacer referencia a di.scursos en los que examinamos la pretensión de validez de las afirmacio­ nes, dejada en suspenso (Geclanken en el sentido de Frege). Pensa­ mientos sobre objetos de la experiencia no son lo mismo que experiencias o percepciones de objetos. Ciertamente que en el contexto de una argumentación también puede apelarse a experiencias. Pero la apelación metódica a la expe­ riencia, por ejemplo, en un experimento, depende por su parte de in­ terpretaciones, que sólo pueden acreditar su validez en un discurso. Las experiencias apoyan la pretensión de validez de los enunciados; a tal pretensión solemos atenernos mientras no se presenten expe­ riencias disonantes. Pero «desempeñarse» sólo puede una pretensión de verdad mediante argumentos. Una pretcnsión basada en la expe­ riencia no es en modo alguno todavía una pretensión fundada. El resultado de estas consideraciones preliminares podemos re­ sumirlo en tres tesis, que necesitan un ulterior desarrollo'L Primera tesis. Llamamos verdad a la pretensión de validez que vinculamos con los actos de habla constatativos. Un enunciado es verdadero cuando está justificada la pretensión de validez de los ac­ tos de habla con los que, haciendo uso de oraciones, afirmamos ese enunciado. Segunda tesis. Cuestiones de verdad sólo se plantean cuando quedan problematizadas las pretensiones de validez ingenuamente supuestas en los contextos de acción. En los discursos, en los que se someten a examen pretensiones de validez, hipotéticas, no son, pues, redundantes las emisiones o manifestaciones acerca de la verdad de los enunciados. Tercera tesis. En los contextos de acción las afirmaciones infor­ man acerca de objetos de la experiencia, en los discursos se someten

’* La teoría consensual de la verdad cs(>. Aquí se muestra que la teoría semántica de la verdad de Tarski representa exacta­ mente la posición contraria a la teoría fcnomcnológíco-transcendcntal de la evidencia prelingiií.stica de Husserl.

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jes naturales como lenguajes aplicables pragmáticamente, por ejem­ plo los significados de términos indexicales. Pero, no sólo éstos, sino también los significados de predicados que han de introducirse ejemplarmente de manera siluacional. Brevemente: la teoría de la verdad de Tarski no puede alcanzar, por principio, los fenómenos dados del mundo real. Con otras palabras: en el esquema definitorio de su «convention ■p»!> —X es verdadero sólo si p, o también «p» es verdadero sólo en el caso de que p— Tarski intenta reconstruir lo esencial de la teoría de la correspondencia de Aristóteles —-en especial en la versión que he citado (Met. 1011 b 26 s.)— . Mediante la segunda p —la p sin co­ millas— Tarski remite, al mundo real, desde la luz del significado de un enunciado del «lenguaje objeto». Pero al mismo tiempo, mediante su explicación recursiva del significado de los enunciados de un sis­ tema semántico, pretende evitar las implicaciones ontológico-metafisicas o epistemológicas de su teoría. La teoría debe ser melqfisicamente neutral, como también debe ser neutral en referencia al problema de la verificación (o falsación), como el piopio Tarski subraya El precio de esta restricción abstractiva en el sentido de una se­ mántica lógica estriba de nuevo en que, mediante la teoría, no se al­ canzan los fenómenos del mundo real; lo cual indica, como el propio Tarski confirma, que la teoría no posee ninguna relevancia criteriológica para la teoría del conocimiento. En tanto que teoría de la ver­ dad, tiene en cuenta únicamente una, prc-condición semántica necesa­ ria del concepto de decihilidad lógica, a saber, la de la transferencia veritativa en un sistema semántieo de enunciados, a diferencia del mero concepto lógico-sintáctico de implicación. Pero esta complementación de la sintaxis lógica mediante la .semántica lógica no ga­ rantiza de ninguna manera que se pueda aplicar al mundo real el sis­ tema construido semánticamente —por ejemplo, como reconstrucción de un lenguaje científico—. Para asegurar la aplicahilidad al mundo real es necesario presu­ poner que todo el sistema semántico —junto con la correspondiente definición (recursiva) de sus enunciados verdaderos— pueda ser in­ terpretado pragmáticamente. Pero e.sto sólo se puede realizar con la avuda de un lenguaje natural, como el usado por los científicos, poi

-> Cfr. Tarski (1971), pp. 452 ss.; (1972), pp, 60 s. " Cfr. Tarski (1972), p. 87,

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ejemplo. El lenguaje natural, que también contiene signos inciexicales y predicados que se pueden introducir ejemplarmente, es el íillimo meíalenguaje pragmático en referencia a toda la jerarquía abs­ tracta de sistemas semánticos. De aquí que sea falso, en mi opinión, suponer como hacen Tarski y Carnap que la definición lógico-semántica de la verdad propor­ cione un fundamento o prc-condición suficientes para la explicación del significado de la verdad, de tal modo que, bajo esta presuposi­ ción, las mismas ciencias cmpiricas pudieran resolver el problema de la verificación (o el de la falsación). Yo postularía más bien, que la solución del problema de la verificación —o el de la confirmación, o el de la falsación— presupone una explicación del significado de la verdad que está referida de antemano al lenguaje natural, en tanto que último metalcnguajc pragmático, y con cuya ayuda tiene que in­ terpretarse cualquier lenguaje semántico construido y tiene que ser aplicado al mundo de los fenómenos actualmente dado. Pero si este análisis es correcto, se sigue que todos los problemas acerca de la interpretación lingüística del mundo que se han indicado y que están relacionados con la percepción primordial de los fenómenos dados —por ejemplo, los problemas de la indeterminación y de la polivocidad de los significados lingüísticos— tienen que reaparecer en la in­ terpretación pragmática de un sistema semántico. Dicho brevemente: aún sigue existiendo un vacío entre la teoría fenomenológica de la evidencia de Husscrl, que no considera en absoluto la pre-interpretación lingüística de los fenómenos y la teo­ ría semántico-abstracta de la verdad de Tarski que no considera la problemática de la interpretación pragmática de los lenguajes arti­ ficiales. Ninguna de e.stas dos concepciones opuestas tiene en cuenta los problemas de la interpretación lingüística de los fenómienos dados que hacen los co-sujetos humanos de la comunicación y, en este sen­ tido, no considera la dimensión intersuhjetiva del conocimiento ver­ dadero como el conocimiento públicamente válido. En la concepción husserliana del cumplimiento de las intenciones noeniáticas sólo se considera el lado «solipsista-transccndcntal» de la relación sujetoobjeto en el conocimiento verdadero, sin reflexionar sobre la media­ ción de este conocimiento por el significado intersubjetivamente vá­ lido de los signos lingüísticos. Por otra parte, en la concepción de Tarski sólo se tienen en cuenta los significados prefijados de un sis­ tema lingüístico y su referencia a los posibles designata del sistema abstracto, mientras que ha de ser presupuesta tácitamente la posibili­

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dad de aplicación del sistema semántico mediante el acuerdo comu­ nicativo y mediante la identificación de los clenotata reales". En este lugar surge claramente la cuestión de qué tipo de teoría de la verdad puede cerrar el vacío entre la evidencia de la percepción de los fenómenos dados y la explicación abstracta y lógico-semán­ tica de la verdad, tal como se supone en un sistema coherente de transferencia veritativa. ¿No debería cumplir esta función la denomi­ nada teoría coherencia! de la verdad? Desde su primera aparición en la modernidad, con l.eibniz y so­ bre todo con Hegel, siempre .se ha vinculado con ella la distinción de la interpretación conceptual y, por tanto, lingüística de todos los fe­ nómenos posibles del conocimiento teórico. 4.

MÉRITOS Y CARENCIAS DE LA TEORÍA COHERENCIAL DE LA VERDAD; EL CASO DE HEGEL

Hegel valoró ya «el lenguaje» como «lo más verdadero», en comparación con la «certeza sensible», a la que llama «lo no-verda­ dero». En este sentido, en el capítulo introductorio de la Fenomeno­ logía del espíritu''^, mostró que los términos indexicales del lenguaje que representan nuestra «certeza sensible» —palabras como «esto», «aquí» y «ahora»— no poseen ningún significado referencial ni nin­ guna relevancia para la verdad de nuestra representación del mundo cuando se aíslan, es decir, cuando se conciben separados del signifi­ cado universal de las palabras-concepto del lenguaje: el «esto», el «aquí» o el «ahora» (tal y como Hegel caricaturiza la hipóstasis de la certeza sensible, no pueden representar en modo alguno ningún ob­ jeto determinado del conocimiento). Sin embargo, mediante estos ejemplos Hegel quiso dar a enten­ der que sólo las palabras-concepto de nuestro lenguaje, gracias a su

" Con la ayuda de los «¡denlificadores» (por ejemplo, signos indexicales) Charles W. Morris introdujo la dirercncia entre desiguala, como objetos de referencia supuestos de un sistema semántico abstracto y denótala reales, como objetos de referencia del uso lingüistico pragtTiático-cognifivo; cfr. Charles W. Morris, Zeichen. Sprache imd Verlialten, Schwann, Dusseldorf, 197,3, reed. en Ullslein Materialien, FrancforCBerlín/Vicna, 1981. '■ Cfr. O. W. K Hegel, Die Phdnomcnologie des Geistes, Meiner, Leipzig, 1949, pp, 79 ss.: cfr. también M. Ketlncr, Hegets «sinnliclie Gewissheil»: diskursanatytiscfier Kommentar, Eranddrt/Nueva York, Campus, 1990.

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coherencia (la «comunidad» y el «entrelazamienlo de las ideas» de Platón) representan la verdad de nuestra representación lingüística del mundo. No ve o no tiene en cuenta que los términos indexicales, por sus significados referidos a situaciones, contribuyen de forma específica c indispensable a la mediación y representación de nues­ tro conocimiento —a saber, cuando aparecen como partes constituti­ vas específicas ác juicios de percepción, por ejemplo, de protocolos experimentales— En estos casos, los términos indexicales, al dirigir nuestra atención hacia los fenómenos dados —por cierto, de manera aún conceptualmente determinada—, suministran precisamente el tipo de evidencia que es necesario en ciencias empíricas, en la me­ dida en que son diferentes del tipo de ciencia filosófico-conceptual que, tanto Megel como antes Platón, favorecieron como fuente de la verdad coherencial. Dicho con otras palabras: en el contexto de los juicios de percep­ ción, es decir, en referencia a las cualidades del ser-así, los términos indexicales proporcionan precisamente el tipo de conocimiento («percepción») que hace posible que diferenciemos entre el mundo real de la experiencia y todos los mundos meramente posibles que pudieran satisfacer las condiciones criícrialcs de la coherencia. En mi opinión, hay que hacer notar que la necesidad de diferenciar entre el mundo rea! y los posibles mundos ficticios, reconociendo de esa manera a la teoría de la verdad como evidencia como rival de la teo­ ría coherencial, no haya sido lomada en serio por los representantes de la teoría de la coherencia —desde Lcibniz, pasando por Hegcl y Neurath, hasta Rcscher y Puntel Pero debe entenderse, que mis observaciones críticas a la teoría de la verdad como coherencia no sugieren un retorno a la teoría fenomenológíca de la evidencia ni (en la línea de la crítica de Feuerbach a Hegel) otorgan prioridad a la intuición prelingüística frente al concepto. Quisiera afirmar, más bien, que con su apelación a la ver­ dad del lenguaje, Hegel no ha entendido .suficientemente la función semiótica de los términos indexicales, así como la verdad de la inter­ pretación lingüística del mundo que depende de esa función. Me pa­ rece que la clave para diferenciar entre juicios de percepción y meros enunciados afirmativos estriba precisamente en que los primeros, mediante la función de los signos indexicales, están en condiciones

Cfr. B. Punid, Wahrbeilstheorien in éter Neueren Phtlosophie, Wiss, Biichgcsdlsdiaft, OannatadU 1978, caps. 5 y 6.

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TEORÍAS INTERSUIÍ-ILTIVISTAS DE LA VEROAU

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de integrar nuevas informaciones empíricas en la interpretación lingüistico-conceptual del mundo. Están en la situación de ampliar, pol­ lo menos, el significado intensional y por su mediación, también el significado extensional de las palabras-concepto; por ejemplo, la ampliación del significado de la palabra-concepto «cisne» mediante la constatación: «Eso que hay allí enfrente (bajo el sauce) es un cisne negro» 'f Fue Charles S. Peirce quien en su Semiótica diferenció entre tres tipos de signos (tanto lingüísticos como extralingüísticos), a saber, «iconos», «índices» y «símbolos» y coordinó estos tres tipos distintos con tres categorías fundamentales de la «Fenomenología» y de la «Lógica semiótica», que son «primeridad», «segundidad» y «terceridad». De este modo, Peirce se encontró en situación de hacer compren­ sible la armonía y la síntesis entre la evidencia «fenomenológíca» o «phaneroscópica» y la coherencia conceptual en la interpretación lingüística del mundo. Para él no era epistemológicamente irrelevantc la evidencia prelingüístico-conceptual del ser-así cualitativo de los fenómenos dados, como lo era para Hegel o los semanticistas del siglo XX (por ejemplo, Carnap o Popper); pero esa evidencia tam­ poco era ya un fundamento suficiente de la verdad del conocimiento, como ocurría con Husserl. Según Peirce, la evidencia fcnomenológica proporciona sólo —por supuesto— un ingrediente necesario de la verdad en el plano de la primeridad (es decir, en el de las cualida­ des del ser-así exentas de relación) en conexión con el de la segundi­ dad (es decir, el plano de la relación entre Yo y No-yo o entre sujeto del conocimiento y mundo exterior, en la percepción actual). Ambos planos están incluidos —en virtud de la función sígnica de los ico­ nos y de los índices— en las conclusiones abductivas que son ya la base de la percepción. Pero sólo se llega al conocimiento verdadero o falso en el plano de la terceridad, es decir, en el plano de la inter­ pretación lingüístico-conceptual de la percepción mediante símbo­ los, interpretación que completa las conclusiones abductivas en el sentido de los juicios de percepción. Naturalmente, debido a la interpretación lingüístico-conceptual de las percepciones, nuestra valoración discursiva de la .verdad o fal­ sedad de los juicios de percepción tiene que depender también de la coherencia (o no coherencia) de los juicios con la totalidad de nucs-

Cfr. lo.s trabajos citados en la nota 5.

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tro saber experiencial adecuadamente confirmado. Pero esto no quiere decir (precisamente) —en el sentido de una teoría absolutizacla de la verdad como coherencia— que la verdad o falsedad de los juicios de percepción resida sólo en su coherencia con cualquier sistema posible de enunciados proposicionales. Más bien, la selección del sistema que será candidato a la cohe­ rencia postulada entre proposiciones (o teorías completas), habrá de quedar restringida por la posibilidad de una justificación (corrobora­ ción) de su pretensión perceptiva por medio de la autoridad de la evi­ dencia de los juicios de percepción'-'. Así, la relación entre la evidencia de la percepción y la coheren­ cia conceptual o proposicional se muestra como una relación entre criterios de verdad que se oponen y se complementan, que han de equilibrarse mutuamente una y otra vez y que han de ser llevados a un eqiiihhrio reflexivo (rejlective equilihrium) provisional. Pero, se­ gún Peircc, esto ocurre gracias al proceso de entendimiento a largo plazo y de formación del consenso en la (ilimitada) «comunidad de los investigadores». Esta sintesis de la formación del consenso no puede concebirse de tal modo que pudiera deducirse el consenso a partir de los criterios de evidencia - y de coherencia— . El consenso al que se aspira no puede ser concebido él mismo como un criterio de verdad adicional. (En todo caso, un consenso fáctico de todos los científicos, fijado desde la perspectiva externa de un observador, po­ dría ser valorado por la sociedad —por ejemplo, por los políticos— como un criterio de verdad débil —en el sentido de la estima aristo­ télica por aquello que «todos, la mayoría o los sabios» tienen por verdadero—.) La síntesis de la formación del consenso debería com­ prenderse, más bien, como un resultado libremente obtenido a partir de todos los tipos de procesos de razonamiento {deducción, induc­ ción y abducción) y a partir de los procesos de interpretación de sig­ nos ligados a aquellos y que conducen a argumentos plausibles en la comunidad de discurso.

” Según me parece, el liecho de la mullía dependencia entre coherencia y evi­ dencia empírica lo presuponen, tanto Leibniz como N. Resclicr, claramente inspi­ rado en aquél, como una obviedad y lo encubren en beneficio de la relevancia ex­ clusivamente critcrioiógica de la coherencia. CFr. N. Rescher, Leibniz, Blackwell, Oxford, 1979; del mismo autor, The Coherence Theorv ofTruth, Clarcndon Press, Oxford, 1973.

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INTERPRETACIÓN DE LOS CRITERIOS DE VERDAD EN EL SENTIDO DE LA IDEA REGULADORA DE LA TEORÍA CONSENSUAL DE LA VERDAD DE PEIRCE Las reflexiones anteriores dan ya a entender que una teoría consensua! de la verdad de carácter semiótico-transcendental (lo cual significa también, de carácter pmgnuüico-lrunscendental) que siga la inspiración de Peirce debería estar en situación de hacer valer, con una finalidad sintética, todos los criterios de verdad destacados pol­ las modernas teorías postmetafisicas de la verdad: evidencia fenome­ nal, conclinbilidad inferencial y coherencia proposicional-conceptiial de la interpretación lingüistica de! mundo

1. Desde un punto de vista semiótico(-transccndental) se aclar que la teoría de la interpretación de los signos de Peirce se refiere a lo que, desde C. Morris 'y se ha denominado dimensión «pragmá­ tica» de la función de los signos o semiosis. Hay que presuponer ya siempre esta dimensión pragmátiea en el sentido de la trilateralidad de la función o relación sígnica, para poder hacer uso del instrumen­ tal moderno para la construcción sintáctica y semántica de lenguajes formalizados. La trilateralidad de la semiosis postulada por Peirce indica que la teoría semiótico-transcendental, a diferencia de la se­ mántica formal, no hace abstracción de la posición y la función del intérprete de los signos —o, dicho en la terminología tradieional, no hace abstracción ni del sujeto del conocimiento mediado por signos, ni de sus pretensiones de verdad--. Pero, a diferencia de la filosofía transcendental tradicional, la teoría peirceana muestra que la función del intérprete de los signos, como la del sujeto del conocimiento, es­ tán integradas a priori en la función correspondiente de una comuni­ dad de interpretación y de formación del consenso acerca de las pre­ tensiones de verdad. Pues el conocimiento mediado por signos depende a priori de un proceso de interpretación de los signos me­ diante «intérpretes» que es, en principio, indefinido. Con todo —de1 »

"■ Para lo que sigue, cfr. K. O. Apel, Der Denkweg von Charles Sunders Peirce. Eine Einfiihriing iii den amerikanischen Pragiiiatismus, Suhrkamp, Francfort del M., 1975, asi como los trabajos citados en la ñola 5. Cfr. C. W. Morris: PbumUnions ofihe Theorv o f Sigin-, Univ. of Chicago Press, C:bicago.TII., 1938 (ed. casi., Fimdamenlos de ¡a leoria de lo.i Paidós. Barce­ lona, 1985).

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bido a la tri lateral idad de la función sígnica— este proceso de inter­ pretación está referido en todo momento a «lo cognoscible real», en tanto que objeto transcendental de referencia y a lá comunidad transcendental de interpretación, y esto hay que reivindicarlo desde el punto de vista peirceano frente a J. Dcrrida 'I En el plano de esta transformación semicUico-transcendental de la Lógica transcendental de Kant, la idea reguladora del consenso último de la comunidad ili­ mitada de interpretación asume, por así decirlo, la función de la «síntesis de la apercepción», en tanto que «punto más elevado» de la «deducción transcendental» de los principios del conocimiento. Con la única diferencia de que, como principios [Prinzipien], no hay que suponer —como en Kant - los «principios» [Griindscitze], en el sen­ tido de «juicios sintéticos a priori», sino las tres formas de proceder en el razonamiento —deducción, inducción y abducción— vincula­ das in the long run con la interpretación de los signos. Estos proce­ dimientos de razonamiento, junto con la interpretación de los signos cjua interpretación de «iconos», «índices» y «símbolos», están en la base de todos \qv, juicios proposicionales —también y precisamente, \os juicios de percepción— y, por otra parte están en la base de los «principios» [Grundscilze] del conocimiento científico — llamados por Kant «juicios sintéticos a priori»- . De todo esto se obtiene, se­ gún Peirce, e\ falibilismo de todo conocimiento de experiencia (in­ cluido el de los «principios» [Grundsciíze]). Otros dos rasgos esenciales de la teoría peirccana de la verdad como consenso están enlazados con la transformación semióticotransccndcntal de la función tradicional dcl objeto del conocimiento. 2. La «Lógica semiótica de la investigación» de Peirce, que para él es parte de la «ciencia normativa», se diferencia de la con­ cepción de la pragmática empírica o formal de Morris y de Carnap por la circunstancia de que aquélla no sólo proporciona la base para una descripción del uso lingüístico, sino además una .serie de ideas reguladoras (en e! sentido de Kant) para el modo de proceder de los procesos de razonamiento —en parte— sintéticos y la interpretación correspondiente de los signos. Según Peirce, aquí se trata do postula-

'* CTr. Líniberlo Ecco, «Semiosi ílliinilata e deriva. Pragniaticismo e praginaüsmo», en A. Bonfaiitini c A, Martone (eds.): Peirce in Italia, Liguori, Nápoles 1993 pp. 169-190.

” Cfr. C. W. Morris (1938) (v. nota 17) y R. Carnap, «On some concepta of pragmatics», en Philíhs. Stiuiies, VI, pp. 85-91.

t e o r ía s

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dos normativamente relevantes que regulan la dirección de la forma­ ción a largo plazo del consenso sobre los «interpretes lógicos» de los signos: la dirección, en el sentido de la idea de la iiltimate opinión de una comunidad ilimitada de investigadores que trabajan bajo condi­ ciones ideales, comunidad que representaría (pensado «contrafácticamenle») la verdad acerca de lo real. Esta concepción peirceana de la semiótica como una lógica nor­ mativa de la inve.stigación, en la que se explica la verdad mediante la idea reguladora del consenso último acerca de los posibles criterios de verdad, se corresponde con el carácter orientado normativamente dcl «pragmaticismo» peirceano, que se tunda en la «máxima prag­ mática» de la clarificación dcl significado Desde mi perspectiva, esta teoría del significado que hay que entender de forma pragmá­ tico-transcendental, se diferencia también de manera notable de otras teorías sobre el uso de los signos también llamadas pragmáti­ cas (incluyendo la del Wittgenstein tardío). Como teoría normativa, metodológicamente relevante, la teoría de Peirce no le insinúa al científico que se pregunta por el significado de un concepto, que se pregunte por el uso lingüístico habitual en el marco de las formas de vida existentes —lo cual sería de poca ayuda en el caso de conceptos diticiles— ; más bien, le proporciona un hilo conductor para realizar experimentos mentales mediante los que pueden descubrirse relacio­ nes contrafácticas del tipo si-entonces entre las acciones u operacio­ nes posibles y las experiencias que cabe esperar. De este modo, incluso puede hacerse patente progresivamente el trasfondo de mundo de la vida que hay en nuestra comprensión del mundo y que se presupone ya siempre de forma inconsciente en la comprensión de! uso lingüístico habitual —como ha mostrado espe­ cialmente .1. Searle^'— alcanzando de esc modo una comprensión más profunda dcl significado de los conceptos. Esto se puede acla­ rar, por ejemplo, con la «teoría especial de la relatividad» de Einstein. En el sentido de la «máxima pragmática» de Peirce, esta teoría puede ser entendida como un ingenioso experimento mental que res­ ponde a la pregunta por el auténtico significado de la expresión «dos sucesos son simultáneos», cuando intentamos encontrar cómo deter­ minar con mediciones la simultaneidad de los acontecimientos. De

“ Cfr. Charles S. Peirce, Cotlected Faper.s-, ed. por Cli. Harlslliome y P. Weiss, Harvard Univ. Prc.ss, Cambridgc.'Mass., 1931-35, vol. V, § 388-407. Cfr. .1. Searlc, Inietiiionalily, Cambridge tJniv. Press, 1983, capitulo 5.

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manera parecida, ,1. Rawls intenta encontrar lo que significa «justi­ cia» cuando intentamos imaginarnos cuál sería el orden social de máxima libertad y (también) máxima limitación del riesgo para sí mismos que todos los seres humanos considerarían como racional­ mente aceptable, presuponiendo que nadie posee un saber especial sobre su posición en el orden social que va a elegir. Se entiende que el consenso idea) y ti!linio de una comunidad ilimilada de investigadores, mediante cuya anticipación contrafáctica define Peirce la idea de la verdad, no va a poder realizarse nunca en el espacio y en el tiempo, como factum empírico. No debe ser presentado como factum ni siquiera eríticamente pues, tanto según Kant como según Pcii'ce, eso contradice a priori la concep­ ción de una «idea reguladora». Tampoco es una idea «metafísica» o «utópica» —como hoy se supone de diversas maneras-’- sino la alter­ nativa crítica a la hipóstasis platónica de las ideas transcendentales — tal como está pi-evisto en la dialéctica transcendental de Kant^’— . Pero la idea reguladora del consenso último no es por ello menos relevante criteriológicamenle —a diferencia de la concepción ontológica de la correspondencia como adaequalio—. Esta relevancia se basa, a mi juicio, en las siguientes implicaciones normativas de la idea de consenso; 1. Quienquiera que, en una argumentación seria, formule una afirmación y reclame de ese modo una pretensión de verdad, presu­ pone nolens volens la capacidad intersubjetiva e ilimitada para el consenso sobre la afirmación formulada. Esta presuposición funda­ mental es completamente compatible con la versión débil c ineludi­ ble de la teoría de la verdad como correspondencia que, por su parte, no posee ninguna relevancia ci'iteriológica. Esta presuposición tam­ poco puede ser contestada de manera interesante por los adversarios de la teoría de la verdad como consenso —por ejemplo, Lyotard o N. Rescher-'— sin autocontradicción performativa.

CTi'., por ejemplo. A. Wclliiicr, Endspide: die unvcrsolmticltc Moderna. Suhrkamp, Fnincíbri clel M., IW3, pp. 161 .ss. (ecl. caü\., Fimdes de partida. Cátedra, Ma­ drid, 1W7). “ Cí'r. D. Kovekcr, Grenzen dar ter.sldndif;iinp;. Kant and du.s «Rcgulalive Prinzip» in Wis.tenschaji and Fhiki.wphie, Kranctoricr Di.s.scrtation, 1993. ” Cfr. J. F. Lyotard, l.a Condilion Pu.tlinoderne. París 1979 (ed. casi.. La condi­ ción po.wioderna. Cátedra, Madrid, 1989), y N. Rcscher, Plaralism, ÁgaiiLst lite Deinandfor Cansensas, Oxford, 1993.

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teo r ía s in tersu r jh tiv ista s de la v erd a d

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2. En tanto que idea reguladora, la exigencia del consenso de­ manda que se busquen todos los criterios posibles de verdad (que to­ mados individualmente nunca son suficientes) y que se ponderen mutuamente, para alcanzar de ese modo un consenso fáclico pero, por s u p u e s t o , y por ello provisional, sobre la base del discurso argumentativo de la comunidad real de los investigadores. Esta con­ cepción es compatible con la versión débil de una teoría realista de la correspondencia, asi como con las versiones débiles de las teorías de la evidencia y de la coherencia, pero no con las versiones tuertes y absolutas de esas teorías de la verdad. 3. La idea reguladora de la búsqueda del consenso último exijo, jun­ tamente con la demanda de la formación íáctiea del consenso basada en los critci ios de verdad que se descubran, que se cuestione todo consenso fáctico de una comunidad finita y real de investigadores mediante contraargumentos derivados de la consideración de nuevos criterios de verdad y de la formación de los juegos lingüísticos que los acompañan (también en el sentido de nuevos «paradigmas»). Esta investigación está dirigida por la búsqueda del consenso ideal último, por cuanto ha de mantener practica­ ble el camino hacia esc fin. I lasta aquí es completamente compatible con la exigencia de crítica permanente y con la de búsqueda de alternativas y no lo es, por el contrario, con la propagación de la discrepancia y \&for­ mación de la difetencia por ellas mismas. He aqui, hasta donde yo lo puedo ver, el límite con lo que se ha llamado postmodernismo. La teoría de la verdad como consenso que se acaba de explicar en su relevancia criteriológica, puede considerarse como un ejemplo paia la aplicación de la «máxima pragmática» de la clarificación del signi­ ficado de Ch. S. Peirce. Pues, como idea reguladora, remite a los pro­ cedimientos mediante los cuales se puede observar la búsqueda de la verdad en la praxis de los científicos y remite también a los posibles resultados que, en este caso, cabe esperar en el futuro. Hasta aquí, en la teoría semiótico-transcendental y pragmática de la verdad como consenso hay una referencia a aquello que ayuda a la comunidad de los investigadores a seguir en la praxis y que es para ella útil o satis­ factorio {satisfactory). Pero esta referencia a la praxis no debe confun­ dirse con los efectos satisfactorios o útiles que pudiera tener la creen­ cia en ciertas opiniones para la vida de una persona o de un grupo de seres humanos. (Esta última aplicación de la «máxima pragmática» al concepto de verdad quiso cedérsela Peirce a los kidnappers^^ de la idea

XMHoppeí-= secuestrador, eii inglés en el original.

(N. d e l T )

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del «pragmaticismo»^'’. El último de ellos es, en nuestros días, Richard Rorty que —^siguiendo las huellas de W. James^— definiría el predi­ cado «es verdad» mediante el predicado «is good to helieve»^".) Para Pcirce, el contexto normativo adecuado para la aplicación de la «máxima pragmática» de la clarificación del significado al concepto de verdad no está constituido por el horizonte finito y la perspectiva subjetiva de una vida humana con sus necesidades e in­ tereses vitales^*, sino que está constituido por el horizonte potencial­ mente infinito del discurso argumentativo de la comunidad ilimitada de los investigadores. Según Peirce, los miembros de esta comunidad están sometidos incluso a la exigencia moral de subordinar todos los intereses priva­ dos o de grupo (en el sentido de un self-surrencier) al interés, que nunca se puede realizar fácticamcntc, de la búsqueda del consenso último^’. Me parece que, por lo menos, esta explicación del sentido de la verdad se corresponde completamente con la referencia metó­ dica a la praxis de la ciencia teórica; en el caso de la formación del consenso acerca de lo normativamente correcto en la ética y en la política se hacen patentes problemas adicionales debido a la circuns­ tancia de que aquí no se puede dejar de tomar en consideración el horizonte finito de las necesidades e intereses vitales de los afecta­ dos, así como las soluciones que se exigen a problemas apremiantes. Lo cual no significa, desde luego, que la idea reguladora del con­ senso universal sea irrelevantc en estos casos.

“ Cfr. C. S. Peirce, CoU. Papéis, vol. V, § 414 y 432. ■’ Ls gooci to believe = es bueno creer, en inglés en el original. (N. del T.) ” Cfr. C. S. Peirce, Cotí. Papers, vol. V, § 589: «Detached Ideas of Vitally ImportantTopics», y vol. I, § 636. ” Cfr. C. S. Peirce, Cott. Papers, vol. V, § 354 ss.

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BIBLIOGRAFIA La bibliogralla sobre la verdad y en particular sobre teorías de la verdad es prácticatnente imposible de recopilar de modo exhaustivo; por otro lado, la propia extensión del listado lo convertiría en muy poco útil. No obstante, los editores ponen a disposi­ ción de c'iuienes estén interesados en ello, una base bibliográfica que contiene unos 600 títulos aproximadamente. En el presente libro se ha incluido una breve bibliogra­ fía complementaria específica al comienzo de cada uno de los ensayos seleccionados. En esta «Bibliografia», de carácter general, se reseñan solamente algunos títulos en los que se hacen recopilaciones, colectivos, números monográficos de revistas y estu­ dios panorámicos sobre el tema. -Z , M.: «La verdad». Diálogo Filoxófico, 6.H8 (1990), pp. 355-391. P. (lirsg.): Aiialylischc Phihsophie cler Prkenitliiis, A. Hain Vcriag, Francfort dclM .,2.‘'cd., 1992. CoRRlíAS, C.: El problema de la verdad, Biblos, Buenos Aires, 1990. n.wm, M.: Correspoiídence and Discpiolalion. An Essay oii llie naliire oj Triilli, Ox­ ford Univ. Prc.ss, 1994. Ethik uml Sozialwissenschaften, 1/3 (1990) (número monográfico). Elldk umi Sozialwisseiis-cbafteii, 3/2 (1992) (número monográfico). E vans, G„ y MaxtwELi,, .1. (eds.): Trulli and Meaning: Essays in Semantics, Clarendon Press, Oxford, 1976. F r a n z e n , W.: üie liedeutnng von 'wahr'nnd 7Fo/m/ieíV, Alber Verlag, Friburgo, 1982. ÜADAMt;R, H. G. (cd.)’. Vérllé et Historicilé/Trulh and llistoricily, M. Nijhoff, La Haya, 1972. llttCKMAKN, II. D.; Was isl Wahrhell? Eine sysienuitisch-kritische ünler.sucinmg philosopliiscber Wahrheilsmodtdle, C. Winter Universitatsverlag. Meidelbcrg, 1981. HoRWir:u, P. (ed.): Theorie.s o/Truth, Dartmouth, 1994. .louNSOK, L. E.: Eocusing on Truth, Routledgc, Londres/Nueva York, 1982. K i r k i i a m , R.: Tlieories ofTrulli, Camhúágc, Mass., 1992. La vérilé, Actes du XIP™ Congres de societés de philosophie, Nauwclaert,s, Lovaina/París, 1965. La vérité, Bcauchcsne, Paris, 1983 (colectivo). Lepartage déla vérité, L’IIarmattan, París, 1991. M a r i i n , R, L. (cd.): Triilh and the Liar Paradox, Clarendon Prc.ss, Oxíord.íNueva York, 1984. MCDONALD, M. (ed.): Philosophy andAnalysis, B\ackwc\\, Oxford, 1954. MolU'R, J.: Wahrhcit ais Prohlem. Traditionen. Tlieorien, Aporien, Múnich-Friburgo, 1971. PiTCiiLR, G. (cd.): Tniih. Prenlice-Hall, Nueva Jersey, 1964. Pl.atI'S, M. (ed.): Reference. Trulh and Realily, Londres/Boston. 1980. Á

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