Vulnerabilidad Social

DESARROLLO HUMANO Y PROBLEMAS PSICOSOCIALES VULNERABILIDAD SOCIAL Ps. Joseline Acuña Fernández Abril - 2010 Ps. Jose

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DESARROLLO HUMANO Y PROBLEMAS PSICOSOCIALES

VULNERABILIDAD SOCIAL

Ps. Joseline Acuña Fernández Abril - 2010

Ps. Joseline Acuña Fernández

VULNERABILIDAD SOCIAL

I. VULNERABILIDAD SOCIAL

En el uso corriente, el vocablo vulnerabilidad denota riesgo, fragilidad, indefensión o daño y según la Real Academia de la Lengua Española es “la probabilidad de ser dañado o herido”. Sin embargo, para las ciencias sociales la condición de vulnerabilidad incluye la posibilidad de controlar los efectos de la materialización del riesgo, comprendiéndose tanto la exposición a un riesgo como la capacidad de cada unidad de referencia (comunidad, hogar, persona u otra) para enfrentarlo, ya sea mediante una respuesta surgida de ellas mismas o merced a un apoyo externo. Esta relación puede extenderse para hacer explícita la posibilidad de una adaptación activa al riesgo que vaya más allá de la simple aceptación, que equivale a la resignación. Para incluir esta especificación, en la incapacidad de respuesta se distingue entre la ineptitud para enfrentar los riesgos y la inhabilidad para adaptarse activamente a sus consecuencias:

En términos generales, por vulnerabilidad social se entiende el riesgo o probabilidad de que un individuo, un hogar o una comunidad pueda ser lesionada o dañada a raíz de cambios en las condiciones del contexto en que se ubica o en virtud de sus propias limitaciones. En términos cuantitativos, la vulnerabilidad es la dimensión inversa de la capacidad de absorción o adaptación que tienen las personas, familias o comunidades ante los efectos adversos de los shocks de distinta índole posibles de ocurrir. Pero además, “la idea de vulnerabilidad se refiere a un estado de los actores (comunidad, hogar, persona) que varía en relación inversa a su capacidad para controlar las fuerzas que modelan su propio destino, o para contrarrestar sus efectos sobre el bienestar” (Kaztman, 2000). La vulnerabilidad social de personas, hogares, grupos, comunidades o sectores de población se expresa ya sea como fragilidad e indefensión ante cambios en el entorno o en su propio seno; como desamparo ante el Estado, si sus instituciones no están organizadas para fortalecer ni proteger sistemáticamente a los ciudadanos; como ineptitud interna para, en cada caso concreto, aprovechar las oportunidades disponibles, actuales o potenciales; como inseguridad permanente que paraliza, incapacita y desmotiva la posibilidad de pensar estrategias y actuar a futuro para lograr mejores niveles de bienestar. Se distingue también entre nuevas y viejas vulnerabilidades sociales. Las formas “nuevas” de vulnerabilidad se asocian con cambios demográficos y de la familia; transformaciones de la estructura del empleo y del funcionamiento del mercado de trabajo; coexistencia entre la pobreza “dura” y persistente y una “nueva pobreza” en gestación; debilitamiento de la protección ofrecida por el Estado (C. Filgueira, 1998).

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La noción de vulnerabilidad social: definición: La noción de vulnerabilidad social es una herramienta analítica de los fenómenos producidos por la exclusión social y la marginalidad económica que pretende superar la tajante dicotomización resultante de las mediciones de la pobreza por carencias (de ingresos, consumo o satisfactores básicos) que desestiman el acercamiento a los procesos que las generan (o a los que permiten superarla), así como a las condiciones oscilantes entre la pobreza y la no pobreza. Con la noción de vulnerabilidad social se realiza la convergencia, a escala de individuos, hogares y comunidades, en tiempos y espacios determinados, de los factores externos e internos que determinan los riesgos y los daños, permitiendo una visión multidimensional y multicausal de los diversos fenómenos sociales vinculados a la exclusión y la pobreza. El enfoque de vulnerabilidad social es una opción alternativa, aunque en construcción, a las políticas del combate a la pobreza. No se trata ya de una simple categorización de la sociedad sino que un incursionar en las raíces de la condición vulnerable con el fin de promover políticas públicas que contribuyan a minimizar los riesgos y mitigar los daños. La vulnerabilidad social alude a carencias de recursos (activos) o a su desactualización, como consecuencia de los avances tecnológicos. Las acciones sociales o las intervenciones públicas diseñadas con el fin de fortalecer esos activos deberían ser útiles para el desarrollo de estrategias de movilidad social, para salir de la pobreza, y no sólo para enfrentar crisis económicas. Por otra parte, se entiende que la mera acumulación de activos es insuficiente para una inserción social satisfactoria o para asegurar el autocontrol de las trayectorias vitales de las unidades de referencia; también, que se necesita disponer de una estrategia para hacer de ellos un uso razonable y de oportunidades estructurales que favorezcan su despliegue.

Vulnerabilidad 

Factores de Riesgo (-) 

según equilibrio (+) (- )

Daño psicosocial



Factores Protectores (+) 

Inhiben el daño

Vulnerabilidad: Es la relación de equilibrio y desbalance entre los factores o mecanismos protectores y de riesgo, que deja a la persona en una situación de fragilidad que la hace más propensa a desarrollar conductas de riesgo o problemáticas psicosociales, como por ejemplo consumo de drogas. Así, es necesario hablar de “factores de riesgo” y “factores de protección”. 3

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Factores de riesgo y protección abarcan características psicológicas, sociales, familiares y de conducta, son múltiples e interactuantes y no son extremos de un continuo, de forma que la ausencia de un factor de riesgo no se puede considerar como factor de protección. A mayor concentración de factores, mayor será el riesgo o la protección. Algunos factores tienen una influencia constante durante el desarrollo (Ej.: relaciones familiares), y otros se agudizan en una etapa concreta (Ej.: vulnerabilidad a la presión de grupo). El concepto “factor de riesgo” proviene de la epidemiología médica, y es, en esencia, “un atributo y/o característica individual, condición situacional y/o contexto ambiental que incrementa la probabilidad del uso y/o abuso de drogas (inicio), o una transición en el nivel de implicación en las mismas (mantenimiento)”. El concepto “factor de riesgo”, es probabilística, no determinista. Es decir, el que un individuo muestre determinados factores de riesgo no significa que necesariamente vaya a desarrollar conductas problemáticas. “Factor de protección” es el atributo o característica individual, condición situacional y/o contexto ambiental que inhibe, reduce o atenúa la probabilidad del uso y/o abuso de drogas o la transición en el nivel de implicación en las mismas. La “Probabilidad” de que se produzca un problema social dependerá de la presencia e interrelación de los factores de riesgo y de protección.

Vulnerabilidad = exposición a riesgos + incapacidad de respuesta

Vulnerabilidad = exposición a riesgos + incapacidad para enfrentarlos + inhabilidad para adaptarse activamente. 1

Los componentes subjetivos de la vulnerabilidad

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La sociedad moderna se caracteriza por numerosas y crecientes señales de inseguridad, incertidumbre y desprotección que se manifiestan en las esferas macro y microeconómicas, ambiental, social y cultural.



La vulnerabilidad social se ha convertido en el signo del mundo contemporáneo, en especial en nuestra América Latina, donde a los persistentes problemas de antigua data se han sumado otros vinculados a los actuales patrones de desarrollo.



Tales riesgos se relacionan estrechamente con algunos rasgos centrales de la globalización de corte neoliberal, los cambios institucionales comprendidos en lo que se ha dado en llamar la modernización del Estado, la revolución tecnológica y el choque en todos los campos entre los patrones de relación tradicionales y los emergentes.

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Componentes de la noción de vulnerabilidad social 

El naciente enfoque de la vulnerabilidad social se integra en tres componentes centrales: los activos, las estrategias de uso de los activos y el conjunto de oportunidades que ofrecen el mercado, el Estado y la Sociedad Civil a los individuos, hogares y comunidades. En este marco, la vulnerabilidad remite al análisis de la relación dialéctica entre entorno y determinadas características de la unidad de análisis (el “interno”) que la califican como vulnerable en función de los riesgos a los que están expuestos.



En este sentido, la exposición a los impactos y riesgos que provienen del entorno se combina con las características internas básicas de los individuos, hogares, grupos o comunidades que enfrentan (a la vez que generan) cambios en su contexto de referencia.



La noción de “vulnerable” se refiere a la exposición a algún tipo de riesgo que proviene de la relación entre la unidad de referencia y su entorno, relación que define las condiciones de vulnerabilidad.



El entorno ofrece un conjunto de oportunidades que se vincula directamente a niveles de bienestar a los que los individuos pueden acceder en un territorio y tiempo determinado.



La noción de conjunto de oportunidades se entiende principalmente como la posibilidad de acceso a las esferas de promoción humana y/o protección social de los ciudadanos creadas por el Estado y el acceso a los mercados de bienes y servicios para realizar intercambios y transacciones, con la posibilidad de acceder a empleo, protección social y a derechos de ciudadanía que permitan a individuos, hogares y comunidades alcanzar un nivel de bienestar por lo menos no descendente.



Los activos, conjuntamente con las estrategias, condicionan la capacidad de respuesta que tendrán los individuos, hogares y comunidades. Al hacer referencia a la capacidad de respuesta ante cambios o choques externos, el abordaje analítico centrado en la vulnerabilidad enfatiza en la cantidad, calidad y diversidad de los tipos de recursos internos o activos (físicos, financieros, humanos y sociales) que pueden movilizarse para enfrentar la variación del entorno.

Las dimensiones de la vulnerabilidad social La diversidad y amplitud de situaciones que pueden generar vulnerabilidad son casi infinitas pero la proyección de las políticas públicas que se diseñe para amortiguarlas dependerá del tipo de definición utilizado. La noción de vulnerabilidad refiere a múltiples ámbitos analíticos y áreas posibles de intervención de acuerdo a los fenómenos a que esté asociada, pero la definición de individuos, hogares y comunidades vulnerables caracteriza aquellos con mayores desventajas en la disponibilidad de activos como los más expuestos al riesgo.

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La diversidad de fuentes y tipos de riesgos tienen expresión territorial, secuencia temporal y características de reproducción social, que producen desafíos complejos para el diseño de políticas sociales. La complejidad de la noción de vulnerabilidad se expresa en diferentes niveles de análisis y en las dimensiones del desarrollo de las condiciones de vida social a las que se refiere (económica, política, cultural, ambiental). Estas distinciones entre unidades de análisis y dimensiones de la vulnerabilidad son realizadas sólo con fines analíticos, dado que en la práctica se presentan conjuntamente. En última instancia las diferentes dimensiones y unidades de análisis son útiles en la medida en que permiten observar los distintos tipos de impactos de las políticas públicas. La noción de vulnerabilidad puede ser entendida como un proceso que se relaciona en estos diversos niveles de análisis y que puede existir una sinergia negativa entre sus distintas dimensiones en la medida que puede llevar a incrementos de los niveles de vulnerabilidad a partir de una situación de vulnerabilidad inicial, produciendo un “circulo vicioso de la vulnerabilidad” entre las distintas unidades de análisis y las diversas dimensiones de la misma. Las promesas del enfoque se orientan a ofrecer un instrumental analítico que combine dinámicamente los niveles micro (comportamiento de individuos y hogares), meso (organizaciones e instituciones) y macro (estructura social y patrones de desarrollo) para explicar de mejor forma la reproducción de los sistemas de desigualdad y desventajas sociales. TIPOLOGÍA DE LA VULNERABILIDAD En este escenario signado por la incertidumbre laboral, la inestabilidad de la familia y el debilitamiento de las estructuras comunitarias, las transformaciones que acompañan el proceso de globalización producen una multiplicación y complejización de los frentes de batalla de la política social. En lo que sigue, se sintetiza la particular combinación de vulnerabilidades y activos de algunos segmentos sociales. Para cada uno de ellos, las instituciones de la sociedad civil, el Estado y/o el mercado pueden generar estructuras de oportunidades que faciliten la movilización de los activos de los hogares, o que les provean activos para reducir su vulnerabilidad, mejorar sus niveles de vida o permitirles el acceso a estructuras de oportunidades más cercanas a los nuevos caminos de movilidad e integración. Los vulnerables a la marginalidad En el extremo inferior de la escala social se encuentra una masa importante de población que virtualmente ha desistido de invertir en los esfuerzos que demanda la incorporación y el 6

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tránsito por las vías institucionales de mejoramiento del nivel de vida. Se trata de personas y hogares que encuentran dificultades para satisfacer sus necesidades básicas. Malas condiciones habitacionales, insuficientes activos en recursos humanos dentro de las familias, alimentación escasa y de poca calidad, alta permeabilidad a los vicios sociales, precario control y atención de la salud y una baja autoestima son algunos de los factores que se conjugan para reducir sus expectativas de buena calidad de vida. Al dictado de la inmediatez de sus necesidades, los escasos activos de esos hogares se organizan para responder a la sobrevivencia cotidiana. Si bien los apremios que experimentan dejan objetivamente poco espacio para la acumulación de los activos que permitirían reducir esa vulnerabilidad, las iniciativas de asistencia externa, específicamente diseñadas para apoyar a estos grupos, también chocan con la consolidación de ciertos contenidos mentales: una visión desesperanzada, la ausencia de imágenes que asocien esfuerzos con logros y el convencimiento que con los activos que poseen no hay beneficios en la integración a la sociedad. Este es el mundo de la mendicidad, de la delincuencia asociada a la sobrevivencia, de los niños de la calle, de la prostitución, el alcoholismo y las drogas, pero también de trabajadores en ocupaciones de baja estabilidad e inserción precaria en el mercado. Desde el punto de vista de las políticas, las estructuras de oportunidades que importan son aquellas que permiten establecer o restablecer la autoestima, la confianza en las propias capacidades, una mínima esperanza en el progreso y, sobre esa base, el fortalecimiento de las instituciones primordiales y el vínculo con las instituciones de la sociedad. Los asistentes sociales, que en general ofician de intermediarios entre estos hogares y los programas sociales formales, suelen ser testigos frustrados del costo y las dificultades envueltas en estas tareas de rescate, especialmente en los casos en los que, como en los guetos urbanos, se ha generado el aislamiento necesario para que germine y cristalice una subcultura marginal con códigos adversos a los de la sociedad global. Se habla en estos casos de marginalidad, exclusión, pobreza dura, estructural o crónica. Sólo con estructuras de intermediación que logren construir un vínculo efectivo con las instituciones del trabajo y del conocimiento es dable esperar de estos segmentos sociales una respuesta positiva a los estímulos que crea el crecimiento económico o a la convocatoria de reformas educativas con una fuerte impronta de equidad. Y sólo será posible la construcción de ese vínculo si la población que sufre tales carencias logra internalizar y consolidar la creencia que los esfuerzos canalizados a través de vías legítimas mejorarán efectivamente sus condiciones de vida. En ese sentido, esa creencia puede ser considerada como otro de los recursos que conforman, junto con la salud y la educación, los activos de capital humano de la población.

Los vulnerables a la pobreza Otro segmento social con características y problemáticas propias está compuesto por personas que, aunque por distintas razones generan ingresos relativamente bajos, mantienen

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su participación y confianza en las instituciones del trabajo como medio para mejorar su situación de bienestar, así como en las instituciones del conocimiento, como vía para materializar las aspiraciones de movilidad e integración para sus hijos. Si bien las características de su portafolio de activos y sus "enganches" en la estructura de la sociedad tradicional les permite aprovechar la ampliación de algunas oportunidades en los ámbitos del mercado, del Estado y de las instituciones de la sociedad civil, y mejorar con ello sus condiciones de vida, sus edades y responsabilidades familiares les impiden incorporar los "códigos de la modernidad", cuyo manejo es requerido para transitar por los nuevos canales de movilidad e integración social. Tal insuficiencia los hace particularmente vulnerables a los cambios en las oportunidades del mercado laboral inducidos por las innovaciones tecnológicas y la mayor competitividad, así como al repliegue de los programas estatales en servicios básicos. En ese sentido, las personas en esta categoría "deambulan por los bordes del modelo intentando conservar una precaria pertenencia y, con ello, evitar el desmoronamiento de sus horizontes de futuro". La mayoría de ellos se ubica alrededor de la línea de pobreza, pero la categoría también comprende segmentos importantes de clase baja integrada, clase media baja y algunos de clase media. Como a través de sus grupos de referencia incorporan las metas de consumo asociadas a los estilos de vida de los sectores modernizados de la sociedad, este segmento está constantemente expuesto a una ampliación de espacios de frustración. Las principales políticas para este grupo son aquellas dirigidas a bloquear las rutas a la pobreza y a la exclusión de la sociedad, que llevan a generar estructuras de oportunidades que faciliten la acumulación de activos (por ejemplo, en las áreas de vivienda, de créditos para microempresas, o de ampliación de la cobertura de seguridad social). Pero siendo insuficientes los ingresos de este segmento para garantizar una inserción satisfactoria en la sociedad moderna, su seguridad será altamente dependiente del respaldo que otorgue el Estado a la preservación de derechos ciudadanos vinculados al bienestar, de modo que un eventual repliegue de éste frente al mercado, o un optimismo ingenuo en la capacidad de la sociedad civil, pueden agudizar su vulnerabilidad a la pobreza y a la exclusión. Los vulnerables a la exclusión de la modernidad Un tercer segmento está constituido por los jóvenes que "están en carrera", esto es, por aquellos que tienen la posibilidad de adquirir los activos que los habilitan para aprovechar los nuevos canales de movilidad e integración. Dado que la calidad del conocimiento y el capital social son atributos centrales para el acceso a esos canales, las políticas que buscan proteger la situación de estos grupos deben prestar especial atención a las consecuencias de los procesos de deterioro de la unidad familiar y de segmentación de las estructuras educativas, evitando que afecten negativamente la estructura de oportunidades de movilidad e integración en la sociedad moderna. En general, estas oportunidades deben ser diseñadas de modo de contrarrestar eficazmente los efectos de las múltiples fuerzas que actúan hoy día sobre distintos estratos sociales para

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desalentar la inversión educativa Por otra parte, y aún reconociendo el carácter todavía embrionario de las respuestas a la gran interrogante sobre la modalidad que podrían asumir los nuevos patrones de integración social, es conveniente que la preocupación por la generación de espacios de integración (que compensen las falencias que actualmente presentan en ese aspecto los ámbitos del trabajo y del consumo), se constituya en principio orientador del diseño de oportunidades para los jóvenes abiertos a la modernidad.

II.

VULNERABILIDAD Y POBREZA

Tanto por sus consecuencias sobre la vida de las personas y el funcionamiento de las sociedades como por su magnitud y persistencia, la pobreza sigue ocupando el centro de la cuestión social en los países de América Latina. A partir de allí, en paralelo a los avances metodológicos que revelaban la heterogeneidad de situaciones de pobreza, se impuso la revisión del marco conceptual utilizado para la orientación de acciones que pretendan atacar los problemas que de ella derivan. La necesidad de revisar el instrumental conceptual también surge con claridad cuando se constata que a pesar de más de dos décadas de aplicación de programas específicos de combate a la pobreza en la región, el fenómeno persiste. La medición de la pobreza por carencias (de ingresos, consumo o satisfacción de necesidades básicas), su tajante dicotomización de la población, no permite un acercamiento cabal a los procesos que la generan o permiten superarla, así como a las condiciones oscilantes entre la pobreza y la no pobreza. Las definiciones basadas en la satisfacción de las necesidades básicas o la línea de pobreza, identifican una categoría de personas unidas por el atributo común de carecer de ciertos recursos o bienes. Este corte no permite decir nada respecto del tipo de comportamiento o las formas de organización social. Los intentos por asociar esta definición con rasgos estructurales o culturales ha mostrado sus limitaciones porque los pobres no corresponden ni a un grupo ocupacional específico, ni a una minoría étnica, ni a una fase del ciclo de vida, ni tienen especificidad territorial, por mencionar algunas. El desdibujamiento de los límites entre los grupos es un problema mayor a la hora de proponer políticas de focalización, puesto que se trata de grupos móviles, con límites dinámicos. El problema de que los pobres constituyan una categoría nominal pero no un grupo especial motivó la búsqueda de un diagnóstico más dinámico de la condición de pobreza. Esta demanda provino principalmente del campo de las políticas sociales, interesadas ahora en reducir o contribuir a superar las situaciones de pobreza. Tales diagnósticos hicieron una relectura del concepto de heterogeneidad señalando que no todo es carencia, y que los pobres poseerían recursos susceptibles de movilizar. De aquí la importancia de vincular la condición de pobreza con la estructura de oportunidades para la movilización de esos recursos.

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Uno puede definir pobreza sólo desde el punto de vista económico o desde las encuestas que usa el INE. Sin embargo, hay otras definiciones que involucran los factores psicológicos: "Un síndrome situacional en el que se asocian el infraconsumo, la desnutrición, las precarias condiciones de vivienda, los bajos niveles educacionales, las malas condiciones sanitarias, una inserción inestable en el aparato productivo o dentro de los estratos primitivos del mismo, actitudes de desaliento y anomia, poca participación en los mecanismos de integración social y quizás la adscripción a una escala particular de valores". Convencionalmente, la pobreza se ha definido como una situación de carencia de ingresos: una persona sería pobre cuando los ingresos que percibe no le permiten alcanzar un nivel de consumo dado por una canasta básica (canasta familiar) de alimentos, bienes y servicios mínimos. Guissi distingue dos tipos de pobreza: 1.

Pobreza absoluta: en sí misma, independientemente de que las personas afectadas tengan o no conciencia de ella, sufran o no su malestar. No pueden satisfacer las necesidades básicas para el desarrollo y conservación de la vida: nutrición, vivienda, salud, vestuario, educación y ocupación.

Sería la imposibilidad de satisfacer las necesidades básicas para el desarrollo y conservación de la vida: nutrición, salud, vivienda, vestuario, educación, ocupación, etc. La pobreza absoluta es pobreza en si, independiente de que las personas afectadas tengan conciencia de ella, sufran o no malestar.

2.

Pobreza relativa: no es pobreza en sí misma, sino sólo en comparación con otros y con el nivel de aspiraciones. Por consiguiente, está en pobreza relativa aquél que se considera y/o es considerado pobre en relación a otro.

Pobreza relativa no es pobreza en sí, sino en comparación con otros y con el nivel de aspiraciones. Todos podemos ser pobres relativos en la medida en que nos comparamos con otros. No es una categoría excluyente de la pobreza absoluta.

En nuestra cultura, las desventajas materiales son asociadas a limitaciones psicológicas (intelectuales, emocionales y volitivas) y a limitaciones morales, como si resultara de aquellos.

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Cultura del merecimiento, donde en un “mundo justo” los que son felices tanto como los que sufren, es porque se lo merecen. Entonces, lo pobres lo serían porque “lo merecen”, es decir, porque son deficientes psicológicamente y/o moralmente. Una segunda generalización es que si los pobres tienen características particulares es porque “son así”. a. Compensación b. Agresividad c. Resignación: Consiste en aprender a vivir en una situación de frustración crónica, de modo que se trata de una reacción tardía, no primaria. Se asocia en las clases populares al fatalismo, al sentimiento de impotencia, a la pasividad, al vivir el aquí y ahora. Desesperanza aprendida (Seligman, 1980): se diminuye la motivación para conseguir lo que se necesita, emocionalmente se cae en un estado depresivo y cognitivamente se pierde la capacidad para diagnosticar las causas de la frustración y así buscar posibles soluciones. La desesperanza aprendida implica un sentimiento de impotencia; se vive en un presente inmediato, con una reducida capacidad para aplazar las realizaciones, deseos o para planear el futuro. A las personas se les cierra el tiempo circularmente sobre el presente psicológico, le es imposible prever hacia el futuro, y se siente determinada por el destino. Estos efectos se deben a la situación de precariedad económica y no a una predisposición psicológica; por otro lado, la resignación no es la única respuesta de las personas que viven en el mundo de la pobreza. Dentro del grupo que denominamos pobres, existen subgrupos en los cuales los niveles de satisfacción y frustración de necesidades materiales son heterogéneos y su homogeneidad es tal solamente vista desde afuera.

Investigaciones con familias pobres y con problemas psicosociales graves durante el período de crecimiento de los hijos (como padres dependientes de sustancias psicoativas, enfermedades mentales u otros problemas de salud) señalan como un porcentaje de hijos de estas familias no muestran carencias en el plano biológico o psicosocial, sino que por el contrario, tienen una adecuada calidad de vida. Se trata de potenciar la resiliencia presente en cada familia (sus recursos). Con procesos capaces de fortalecerla para soportar las crisis o estados prolongados de estrés. Toda familia tiene la capacidad potencial de actuar con resiliencia.

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VULNERABILIDAD SOCIAL

Características Familiares: Familias uniparentales, generalmente la madre a cargo de los hijos, y estructuras multigeneracionales, en las que conviven 3 o 4 generaciones. sistema conformado por la abuela-madre, con una estructura matriarcal y con un alejamiento o debilitamiento de las figuras masculinas; también el abandono de las figuras parentales y el cuidado de los hijos por otros miembros de la familia. Límites más difusos, y muchos roles y tareas sean realizados por abuelos, hermanos, tíos o allegados al grupo familiar El centrarse en las necesidades de supervivencia desfocaliza de los aspectos emocionales y de vinculación. varones ingresen al mundo del trabajo más tempranamente, con escasa preparación y calificación laboral, con ingresos insuficientes. se mantienen familias extendidas, “allegados” a parientes lejanos o que migren a otros lugares en búsqueda de mejores posibilidades laborales. Las mujeres suelen comenzar su “vida familiar” con un embarazo temprano (con abandono de estudios e ingreso precoz al trabajo), con una abuela que cría al nuevo miembro y/o una convivencia con su pareja en casa de alguno de los padres. Crianza a cargo de la abuela, permanente o hasta que la madre pueda hacerse cargo. Esta a veces se casa, pero no con el padre biológico del niño. Tarea evolutiva: transferir la autoridad de la abuela a la madre, cuando esta retoma este rol, puede generar resistencia en los hijos (percibida más como una hermana mayor que debía obedecer a la abuela). O dificultades para aceptar la relación de pareja. Período de formación de pareja muy breve o no existe crianza prolongada período escolar más breve ciclo de vida familiar muestra diferencias que constituyen adaptaciones para resolver de la mejor forma posible las condiciones de vida, las situaciones de estrés y poder así continuar el proceso de vida. En este sentido, parece ser que una estructura más extendida constituye una mejor red social para que las personas puedan desarrollarse (funcionalidad de la familia extendida).

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III. VULNERABILIDAD Y POBREZA

Tanto por sus consecuencias sobre la vida de las personas y el funcionamiento de las sociedades como por su magnitud y persistencia, la pobreza sigue ocupando el centro de la cuestión social en los países de América Latina. A partir de allí, en paralelo a los avances metodológicos que revelaban la heterogeneidad de situaciones de pobreza, se impuso la revisión del marco conceptual utilizado para la orientación de acciones que pretendan atacar los problemas que de ella derivan. La necesidad de revisar el instrumental conceptual también surge con claridad cuando se constata que a pesar de más de dos décadas de aplicación de programas específicos de combate a la pobreza en la región, el fenómeno persiste. La medición de la pobreza por carencias (de ingresos, consumo o satisfacción de necesidades básicas), su tajante dicotomización de la población, no permite un acercamiento cabal a los procesos que la generan o permiten superarla, así como a las condiciones oscilantes entre la pobreza y la no pobreza. Las definiciones basadas en la satisfacción de las necesidades básicas o la línea de pobreza, identifican una categoría de personas unidas por el atributo común de carecer de ciertos recursos o bienes. Este corte no permite decir nada respecto del tipo de comportamiento o las formas de organización social. Los intentos por asociar esta definición con rasgos estructurales o culturales ha mostrado sus limitaciones porque los pobres no corresponden ni a un grupo ocupacional específico, ni a una minoría étnica, ni a una fase del ciclo de vida, ni tienen especificidad territorial, por mencionar algunas. El desdibujamiento de los límites entre los grupos es un problema mayor a la hora de proponer políticas de focalización, puesto que se trata de grupos móviles, con límites dinámicos. El problema de que los pobres constituyan una categoría nominal pero no un grupo especial motivó la búsqueda de un diagnóstico más dinámico de la condición de pobreza. Esta demanda provino principalmente del campo de las políticas sociales, interesadas ahora en reducir o contribuir a superar las situaciones de pobreza. Tales diagnósticos hicieron una relectura del concepto de heterogeneidad señalando que no todo es carencia, y que los pobres poseerían recursos susceptibles de movilizar. De aquí la importancia de vincular la condición de pobreza con la estructura de oportunidades para la movilización de esos recursos.

Convencionalmente, la pobreza se ha definido como una situación de carencia de ingresos: una persona sería pobre cuando los ingresos que percibe no le permiten alcanzar un nivel de consumo dado por una canasta básica (canasta familiar) de alimentos, bienes y servicios mínimos.

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Se entiende por pobreza absoluta a la imposibilidad de satisfacer las necesidades básicas para el desarrollo y conservación de la vida: nutrición, salud, vivienda, vestuario, educación, ocupación, etc. La pobreza absoluta es pobreza en si, independiente de que las personas afectadas tengan conciencia de ella, sufran o no malestar.

Por otro lado, la pobreza relativa no es pobreza en sí, sino en comparación con otros y con el nivel de aspiraciones. Todos podemos ser pobres relativos en la medida en que nos comparamos con otros. No es una categoría excluyente de la pobreza absoluta. Psicológicamente hablando, es posible que una persona sufra o se frustre más por su pobreza relativa. Por ejemplo, no tener radio o televisión. En nuestra cultura, las desventajas materiales son asociadas a limitaciones psicológicas (intelectuales, emocionales y volitivas) y a limitaciones morales, como si resultara de aquellos. Cultura del merecimiento, donde en un “mundo justo” los que son felices tanto como los que sufren, es porque se lo merecen. Entonces, lo pobres lo serían porque “lo merecen”, es decir, porque son deficientes psicológicamente y/o moralmente. Una segunda generalización es que si los pobres tienen características particulares es porque “son así”.

a. Compensación b. Agresividad c. Resignación: Consiste en aprender a vivir en una situación de frustración crónica, de modo que se trata de una reacción tardía, no primaria. Se asocia en las clases populares al fatalismo, al sentimiento de impotencia, a la pasividad, al vivir el aquí y ahora. Desesperanza aprendida (Seligman, 1980): se diminuye la motivación para conseguir lo que se necesita, emocionalmente se cae en un estado depresivo y cognitivamente se pierde la capacidad para diagnosticar las causas de la frustración y así buscar posibles soluciones. La desesperanza aprendida implica un sentimiento de impotencia; se vive en un presente inmediato, con una reducida capacidad para aplazar las realizaciones, deseos o para planear el futuro. A las personas se les cierra el tiempo circularmente sobre el presente psicológico, le es imposible prever hacia el futuro, y se siente determinada por el destino.

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Estos efectos se deben a la situación de precariedad económica y no a una predisposición psicológica; por otro lado, la resignación no es la única respuesta de las personas que viven en el mundo de la pobreza. Dentro del grupo que denominamos pobres, existen subgrupos en los cuales los niveles de satisfacción y frustración de necesidades materiales son heterogéneos y su homogeneidad es tal solamente vista desde afuera.

Investigaciones con familias pobres y con problemas psicosociales graves durante el período de crecimiento de los hijos (como padres dependientes de sustancias psicoativas, enfermedades mentales u otros problemas de salud) señalan como un porcentaje de hijos de estas familias no muestran carencias en el plano biológico o psicosocial, sino que por el contrario, tienen una adecuada calidad de vida. Se trata de potenciar la resiliencia presente en cada familia (sus recursos). Con procesos capaces de fortalecerla para soportar las crisis o estados prolongados de estrés. Toda familia tiene la capacidad potencial de actuar con resiliencia.

Características Familiares: familias uniparentales, generalmente la madre a cargo de los hijos, y estructuras multigeneracionales, en las que conviven 3 o 4 generaciones. sistema conformado por la abuela-madre, con una estructura matriarcal y con un alejamiento o debilitamiento de las figuras masculinas; también el abandono de las figuras parentales y el cuidado de los hijos por otros miembros de la familia. Límites más difusos, y muchos roles y tareas sean realizados por abuelos, hermanos, tíos o allegados al grupo familiar El centrarse en las necesidades de supervivencia desfocaliza de los aspectos emocionales y de vinculación. varones ingresen al mundo del trabajo más tempranamente, con escasa preparación y calificación laboral, con ingresos insuficientes. se mantienen familias extendidas, “allegados” a parientes lejanos o que migren a otros lugares en búsqueda de mejores posibilidades laborales. Las mujeres suelen comenzar su “vida familiar” con un embarazo temprano (con abandono de estudios e ingreso precoz al trabajo), con una abuela que cría al nuevo miembro y/o una convivencia con su pareja en casa de alguno de los padres.

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Crianza a cargo de la abuela, permanente o hasta que la madre pueda hacerse cargo. Esta a veces se casa, pero no con el padre biológico del niño. Tarea evolutiva: transferir la autoridad de la abuela a la madre, cuando esta retoma este rol, puede generar resistencia en los hijos (percibida más como una hermana mayor que debía obedecer a la abuela). O dificultades para aceptar la relación de pareja. Período de formación de pareja muy breve o no existe crianza prolongada período escolar más breve ciclo de vida familiar muestra diferencias que constituyen adaptaciones para resolver de la mejor forma posible las condiciones de vida, las situaciones de estrés y poder así continuar el proceso de vida. En este sentido, parece ser que una estructura más extendida constituye una mejor red social para que las personas puedan desarrollarse (funcionalidad de la familia extendida).

III.

LAS ARTICULACIONES VULNERABILIDAD SOCIAL

ENTRE

POBREZA,

EXCLUSIÓN

Y

La relación entre pobreza y exclusión ha merecido atención a lo largo de toda la década pasada, en tanto, la noción de vulnerabilidad recién comenzó a tomar cuerpo en el segundo quinquenio de los años noventa. Partiendo de algunos trabajos de R. Kaztman, una alternativa es identificar seis grupos estables en cuanto tipología ideal que vincula pobreza y exclusión. De este modo, se definen dos polos dicotómicos: por un lado, los integrados plenos y por otro los excluidos pobres. Dentro de estos últimos pueden ensayarse diversas distinciones, por ejemplo: 1) por tipo de composición de los activos que disponen los hogares; 2) por las estrategias de uso de los activos y 3) por los que reciben o no asistencia del Estado. En esta última distinción interesan algunos aspectos claves que se desprenden del enfoque de la vulnerabilidad. En primer lugar, el rol de las políticas públicas en el fortalecimiento o diversificación de los activos físicos, financieros, humanos y sociales de los excluidos pobres, que es el de mayores desventajas sociales. En segundo lugar, el escenario que contribuye a generar el sector público para el acceso al conjunto de oportunidades que brinda la sociedad, en particular mediante las políticas de regulación de los mercados, distribución del ingreso y en los incentivos económicos. En este sentido, el origen de la vulnerabilidad es la contracara de los activos, es decir, de los pasivos que poseen diversos grupos de población. Los pasivos contribuyen a aumentar los riesgos, exponiendo en mayor medida a los hogares que los poseen. De este modo, pueden identificarse políticas públicas que afectan los activos y pasivos, las que pueden contribuir a reducir o no la pobreza, y favorece o no la integración.

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Otros dos grupos estables son mixtos: los integrados pobres y los excluidos no pobres. Estos dos grupos estables tienen alguna relación con la vulnerabilidad en la medida en que están afectados por bajos ingresos y por exclusión de redes sociales y de mercados básicos, por ejemplo, del mercado de trabajo, financiero y de seguros. En el cuadro 1 se ilustran los primeros cuatro grupos estables, a partir de los cuales se identifican los dos restantes. Cuadro 1. Interrelaciones entre pobreza y exclusión. Situación Integrados

Excluidos

No pobre

Integrado pleno

Excluido no pobre

Pobre

Integrado pobre

Excluido total

Los otros dos grupos serían áreas de traslape de los casilleros con desventajas del cuadro 1 (integrado pobre / excluido no pobre y excluido no pobre / excluido total). Surgen como un área que define riesgos diferenciados a partir de las características de los activos que poseen individuos y hogares. Otra forma .complementaria a la anterior. de explorar las vinculaciones entre los tres enfoques es utilizando el gráfico 1 y el cuadro 2, que intentan captar de forma gráfica y simplificada la diversidad de situaciones que se pueden presentar entre pobreza, exclusión y vulnerabilidad. Se parte de la identificación de dos esferas, una de las cuales es la esfera de la integración y la otra es la esfera de la exclusión, en la que se puede observar un continuo que va desde integración alta o total (área I) hasta la exclusión alta o total (área VII). La esfera de la integración puede caracterizarse predominantemente por la inserción laboral en el sector formal, acceso a redes de protección social, alta y diversificada dotación de activos, derechos plenos de ciudadanía e ingresos que permiten cubrir necesidades materiales y no materiales. Estas características se van degradando en la medida que se aproximan a la esfera de la exclusión. La esfera de la exclusión se caracteriza de forma principal por inserción laboral con precariedad y en el sector informal; bajo, parcial o nulo acceso a las redes de seguridad social tanto públicas como privadas; acceso parcial o segmentado a los derechos de ciudadanía; baja y poca diversificación en la dotación de activos y por ingresos insuficientes para cubrir las necesidades materiales y no materiales de vida. La integración media (área II) se diferencia de la integración alta por disponer de menores ingresos y en la cantidad y calidad de activos. Son no pobres, tienen empleo principalmente en el sector formal, acceso a protección social, y muestran un promedio alto de años de estudios y cuentan con derechos plenos de ciudadanía. La integración débil (área III) es la que está atravesada por la línea de pobreza y su nivel de vulnerabilidad a las variaciones en las condiciones de vida es más alto que en los grupos de integración alta o media. La pérdida de ingresos los ubica en el grupo siguiente (como integrado pobre). En el caso de complementarse las variaciones negativas de ingresos con procesos de exclusión pasarían a formar parte de la esfera de la exclusión; por ejemplo, un asalariado del sector formal que 17

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pasa a tener seguro de desempleo pero con ingresos por debajo de la línea de pobreza estaría mostrando el paso de la integración débil (área III) al área mixta de integrado pobre (área IVa). En términos del cuadro 1, las áreas I, II y III corresponden a los integrados plenos. Alrededor de la línea de pobreza (área IV) se solapan las esferas de integración y exclusión, se encuentran aquí grupos de integrados pobres y excluido no pobre, definidos de forma similar a los del cuadro 1. Esta área se subdivide en 1) los integrados pobres (área IV a.), que están ubicados en la esfera de la integración pero por bajo la línea de pobreza; 2) los excluidos no pobres (IV b), que se ubican en la esfera de los excluidos pero son no pobres por ingresos. Las áreas V, VI y VI que se detallan a continuación corresponden, aunque con diferentes intensidades, a los excluidos totales del cuadro 1. El área V define la exclusión débil, que al igual que las otras dos áreas presentan necesidades básicas insatisfechas y se ubican por debajo de la línea de pobreza. Se diferencia de las dos siguientes por que presentan mejor dotación y potencialidad en sus activos y, también, por procesos de exclusión menos severos. La exclusión media (área VI) se asocia, en términos generales, con ciudadanía de baja intensidad y están bordeando la línea de indigencia. La exclusión alta o total (área VII) se asimila a la indigencia y con formas extremas de exclusión de derechos de ciudadanía, lo que también se conoce como núcleo duro de la pobreza. El gráfico 1 permite observar que las áreas difusas definidas en el cuadro 1 como vulnerable reciente se podrían asociar a las áreas IVa, IVb y V, en tanto que los vulnerables permanentes o estructurales se asociarían a las áreas VI y VII. Si bien esta es una primera aproximación, la intención es mostrar que exploraciones de este tipo, al igual que otras que han surgido en los últimos años, permiten distinguir distintos tipos de políticas que contribuyen a complementar y superar los enfoques que actualmente se están utilizando para problemas dinámicos y multidimensionales como la pobreza, la exclusión y la vulnerabilidad social. Esto es relevante en la medida que puede observarse la fuerte dependencia que tienen los marcos conceptuales, la caracterización de los problemas y los criterios de medición con el diseño y aplicación de políticas sociales. Fortalecer los puntos de contacto al mismo tiempo que se desarrollan analíticamente los diversos enfoques es una tarea que compleja que recién empieza para las políticas públicas del siglo XXI. Sustratos de la vulnerabilidad social Gráfico 1 La esfera de la integración se caracteriza por la inserción laboral en el sector formal, acceso a redes de protección social (pública y/o privadas), alta y diversificada dotación de activos, derechos plenos de ciudadanía e ingresos que permiten cubrir necesidades materiales y no materiales. Estas características se van degradando en la medida que se aproximan a la esfera de la exclusión.

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La esfera de la exclusión se caracteriza por la inserción laboral precaria y en el sector informal; bajo, parcial o nulo a las redes de seguridad social; acceso parcial o segmentado a los derechos de ciudadanía; baja y poca diversificación en la dotación de activos e ingresos insuficientes para cubrir necesidades. Alrededor de la línea de pobreza se solapan las dos esferas: integrados pobres y excluídos no pobres, donde se combinan grados variables (y alternantes) de pobreza y condiciones de débil y frágil integración a las instituciones formales de la sociedad. Gráfico 1: Esferas de integración y exclusión. ADOLESCENCIA Y VULNERABILIDAD

Surge interesante detenerse en la vulnerabilidad de este grupo etareo específico, dada su gran importancia en el quehacer de todo profesional del área psicosocial.

Características de la Adolescencia El ciclo de vida transcurre a través de distintos estadios o etapas cronológicas: la Infancia temprana, El segundo año, Niñez Temprana, Niñez posterior o Segunda Infancia, Adolescencia, Adulto joven y Vejez. Cada edad y cada etapa de la vida tiene sus propias y particulares necesidades, así la Vida Juvenil o Adolescencia, corresponde a un grupo étareo singular, con sus códigos culturales y desafíos psicosociales específicos, ya no es tan sólo una etapa previa a la adultez, sino que presenta peculiares características y necesidades, ha creado su propio mundo y sus propios códigos. Los psicólogos del desarrollo definen la adolescencia como el periodo evolutivo comprendido entre el final de la infancia, que suele situarse en la pubertad, (en torno a los 12 años), y el comienzo de la edad adulta (en torno a los 20 años). Es pues un periodo de transición en el que se ha dejado de ser un niño pero todavía no se es un adulto, y en el que se experimentan cambios muy importantes y un alto nivel e incertidumbre, entre ellos se señala:

Área Biológica Comienza con el periodo llamado Pubescencia, cuando maduran las funciones reproductivas, los órganos sexuales, y aparecen las características sexuales secundarias (aumento de los senos, las caderas y aparición de vello púbico y axilar en las niñas; cambios de la voz y aparición de vello púbico, axilar, facial y corporal en los niños). El periodo siguiente es el de la Pubertad, que se inicia cuando el individuo es sexualmente

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maduro (12 en las mujeres y 14 en los hombres aproximadamente) (Papalia & Wendkos, 1990). La primera Menstruación indica la madurez sexual de las niñas, esto puede ser asumido con diferentes actitudes y vivencias (miedo, malestar, alegría, etc.), básicamente a partir de la preparación que haya tenido por parte de los adultos. En el caso de los niños, por la aparición de esperma en la orina y por las poluciones nocturnas (sueño húmedo) (Sarafino & Armstrong, 1988; Papalia & Wendkos, 1990. En el caso de las niñas, los cambios físicos y el crecimiento corporal de esta etapa puede comenzar dos años antes que los varones (Sarafino & Armstrong, 1988). El desarrollo y crecimiento corporal se torna muy relevante en esta etapa, en la medida que los adolescentes se consideran atractivos, van a desarrollar una mayor confianza en sí mismos, situación que se mantiene muchas veces hasta la edad adulta. Según Papalia y Wendkos (1990), los jóvenes que maduraban más tarde tenían tendencia a tener sentimientos de inadecuación, a considerarse rechazados y dominados, a ser dependientes, a rebelarse más contra sus padres, y a pensar en peores términos acerca de sí mismos. Quienes maduraban temprano, mostraban autoconfianza, independencia y habilidad para desempeñar papeles adultos en las relaciones interpersonales. No es el cuerpo biológico o el genético lo preocupante, sino la cercanía o distancia al ideal de belleza valorizado por los demás. Interesa saber como aprecian su cuerpo los del otro sexo, cómo lo ven. Así comienza una meticulosa observación de cada detalle corpóreo, cuidando a su vez la manera de hablar, de caminar, de vestir, de peinarse, etc. (Roa, 1980).

Área Social La tarea más importante de un adolescente es la búsqueda de su identidad, resolver la cuestión “¿quién soy en realidad?”. Aunque esta búsqueda no termina en la adolescencia, sino que continúa a lo largo de toda la vida, es en dicha fase donde adquiere mayor relevancia (Mussen, 1986; Papalia & Wendkos, 1987). Los repentinos cambios temporales desconciertan a los jóvenes y les hacen preguntarse qué personas han sido hasta ahora y en quienes se están convirtiendo. Suelen vivir simultáneamente en el mundo de los niños y el de los adultos (Mussen, 1986). Tienen una serie de demandas nuevas que comienzan a plantearse: elección de pareja, independencia de la familia, elección vocacional, etc. Siempre están en peligro de sentirse confusos (Papalia & Wendkos, 1987). En el comienzo de esta etapa, los jóvenes muestran una fase de oposición o negativismo, en que pueden mostrarse displicentes, algo hoscos, guardando de mantener sus propios puntos de vista respecto a problemas y conductas prácticas. Esta situación puede tener alguna

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complicación si se prolonga hasta edades más avanzadas, o sí se extremiza hasta el absurdo (Roa, 1980). Comienza progresivamente a centrarse en las propias vivencias, asumiendo cierto egocentrismo, que los hace pensar que los demás viven preocupados de lo que ellos piensan o hacen. Además, su creencia de que son únicos, los lleva muchas veces a pensar que no estarían sujetos a las reglas que gobiernan el resto del mundo, y que las cosas que le ocurren a los demás no les van a pasar a ellos (ej. Embarazo, chocar a alta velocidad, etc. ). Según Elkind (1967, en Papalia & Wendkos, 1990) este egocentrismo disminuiría cerca de los 15 a 16 años, en la medida que el joven diferencia sus necesidades y preocupaciones, de las de los demás. Las relaciones con sus progenitores pueden ser bastante difíciles en esta etapa, el deseo de independizarse de ellos y a su vez tomar conciencia de la dependencia que tienen, les genera un importante conflicto (Papalia & Wendkos, 1990, Roa, 1980). A su vez, los padres suelen tener actitudes ambivalentes hacia la creciente madurez y alejamiento del adolescente. Es difícil admitir que sus hijos tienen vida propia (Sarafino $ Armstrong, 1988). Suelen cambiar de opinión de un día a otro, contradiciendo, muchas veces, a sus padres o hermanos. (Roa, 1980). Se interesan por las relaciones interpersonales especialmente con un grupo de pares o amigos, que pueden ser el centro de su proceso de identificación. Los jóvenes tienden a hacer lo que el grupo hace. Si las relaciones con sus padres se han deteriorado en esta etapa, el grupo de amigos suele ser una salida. Este grupo les permite compartir sus sentimientos complejos, sus conflictos y secretos sin temor a los malos entendimientos o el rechazo (Mussen, 1986) Las aventuras, hazañas, actos temerarios y desenfadados, y hasta vicios como el fumar e ingerir alcohol, se realizan no rara vez con el objeto de mostrar seguridad o una imagen erótica seductora. Es sustantivo en la adolescencia, la preocupación por la varonilidad o por la femineidad y por no ser tomados como niños (Roa, 1980). El enamorarse también puede ser considerado un acto de búsqueda de la identidad, a través de una relación con otra persona uno va mostrando su identidad, la ve reflejada en la persona amada y a la vez se va conociendo a sí mismo (Papalia & Wendkos, 1990). En relación con el atractivo hacia personas del otro sexo, aparece la preocupación por la moda, uno de cuyos objetivos es mejorar la presencia del cuerpo, ocultando defectos, mostrando virtudes, pero que busca además, un diferenciarse de la moda que usan los niños y los adultos, mostrando en el modo de arreglarse y de vestirse, una personalidad propia y autónoma (Roa, 1980). Área Cognitiva

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La madurez cognitiva es la capacidad para pensar en forma abstracta. Según Piaget se alcanzaría entre los 11 y 20 años. Esta situación implica que los jóvenes de esta edad no sólo pueden centrarse en el pensar de una situación concreta, sino que también pueden imaginar una variedad infinita de posibilidades, hipotetizar, plantearse un problema, etc.(Papalia & Wendkos, 1987) El pensamiento se tornaría entonces paulatinamente abstracto y reflexivo, es el inicio del pensamiento hipotético-deductivo. A pesar de las habilidades de los adolescentes para conceptualizar ideas y tener un enfoque científico al observar un fenómeno, su pensamiento aún no es completamente adulto en cuanto a su naturaleza debido a su prolongado egocentrismo. (Papalia & Wendkos, 1990). Al parecer no todas las personas llegan a esta etapa llamada de operaciones formales, se necesita para ello tener un cierto nivel de apoyo cultural y de educación (Papalia, 1972; Clayton y Oberton, 1973; en Papalia & Wendkos, 1987). Área Moral El desarrollo de la moralidad se encuentra íntimamente ligado al desarrollo cognitivo que el niño ha alcanzado. Es decir, para alcanzar un desarrollo moral maduro, es necesario haber llegado a un nivel de razonamiento que permita asumir una situación desde diferentes puntos de vista, lo que llamamos pensamiento formal o abstracto (Papalia & Wendkos, 1990). Durante la adolescencia se espera que el joven pueda desarrollar una moralidad convencional (comienzo de los principios morales autoaceptados). Reconoce la posibilidad de conflicto entre dos normas socialmente aceptadas y trata de decidir entre ellas. El control del comportamiento es interno, tanto en la observación de las normas, como en el razonamiento sobre lo que es correcto e incorrecto (Papalia & Wendkos, 1990).. La mayor parte de los adolescentes se encuentran en la etapa convencional del desarrollo moral, y muchas veces algunos jóvenes y adultos no han superado la fase pre-convencional. En todo caso, de ponerse en el papel de personas con diferentes orientaciones morales, les permite reorganizar, reformular y avanzar en el razonamiento moral (Papalia & Wendkos, 1990). Corresponderían a esta edad: Moralidad de contrato (de los derechos individuales y de la ley aceptada democráticamente. Deseo de la mayoría y bienestar de la sociedad), y Moralidad de los principios éticos universales (lo que la persona cree correcto). En el caso de las adolescentes mujeres, Gilligan (en Papalia & Wendkos, 1990), plantea que la moralidad estaría definida como la capacidad de ponerse en el punto de vista del otro, y como la inclinación a sacrificarse para asegurar el bienestar del otro. Sintetizando, de los cambios experimentados por los y las adolescentes, algunos importantísimo para su desarrollo posterior corresponderían a: Paso del pensamiento “concreto” al pensamiento “formal”

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En general, el pensamiento formal implica un considerable aumento de la flexibilidad y distanciamiento de la realidad inmediata. A partir de los 12/13 años empieza a desarrollar la capacidad de situarse desde diferentes perspectivas ante una misma situación o problema, lo cual le permitirá, entre otras cosas, descubrir inconsistencias en los argumentos de los adultos y tendrá la capacidad cognitiva de generar sus propios contraargumentos. Es decir, comienza a ser capaz de revisar creencias que durante la niñez asumió de modo acrítico. El “egocentrismo”, que les lleva a sentir inmunidad frente a los riesgos que le pueden acarrear cierto tipo de conductas, infraestimando las probabilidades de sufrir daños derivados de conductas problemáticas. Esta distorsión cognitiva podría estar en la base de las graves conductas de riesgo en que se implican algunos adolescentes con cierta frecuencia, creyendo que las consecuencias más probables de dichas conductas no pueden sucederles a ellos porque son especiales. Este egocentrismo va disminuyendo a partir de los 15/16 años, en la medida que las operaciones formales quedan establecidas y se da un reconocimiento de las diferencias existentes entre sus propias preocupaciones y las de los demás. En la adolescencia, la curiosidad por experimentar nuevas e intensas vivencias, Esta “búsqueda de sensaciones”, unida a una orientación temporal centrada en el presente, aumentan las posibilidades de implicación en situaciones de riesgo o conductas antisociales, ya que la gratificación inmediata tiene más peso que las consecuencias a largo plazo de las acciones realizadas. La inestabilidad emocional es también un elemento a tener en cuenta en el camino a la madures del adolescente. En este periodo deberá ir generando estrategias adecuadas de afrontamiento del malestar emocional (Ej.: control de la ira, disminución de la ansiedad relacionada con la interacción social, etc...).

La tarea evolutiva crítica de la adolescencia es la construcción de una identidad propia y diferenciada, pero esto no se suele conseguir antes de los 18/19 años. La crisis de identidad puede producir una serie de respuestas que reflejan cierto desequilibrio temporal, que cuando se prolongan en exceso, resultan inadecuadas. El adolescente tiene una gran necesidad de reconocimiento y aceptación para formarse un concepto positivo de sí mismo. En la construcción de la identidad el grupo de iguales juega un papel especialmente determinante, si tenemos en cuenta la disminución del peso específico de los padres y adultos en general como modelos de identificación. En este contexto, el joven desarrolla las habilidades sociales y las competencias personales básicas para el desarrollo del papel de adulto (Ej.: cooperar, negociar, competir, defenderse, crear normas, cuestionar, etc...). El grupo de iguales tiene un importante papel en la adaptación socio-emocional, en la medida en que el adolescente se sienta integrado o rechazado.

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Surgimiento de la “moral autónoma”; las normas son fruto de las relaciones de reciprocidad y cooperación, y no de la imposición de los adultos. Del proceso evolutivo, destacan tres aspectos: Además de ser transitorio, se trata de una etapa especialmente dinámica y cambiante, en un marco social e histórico concreto. “… en este proceso se suceden etapas, acontecimientos y circunstancias, algunas de las cuales serán enriquecedoras y estabilizadoras, y otras problemáticas” Cada adolescente vive esta etapa de una manera particular y subjetiva, en un contexto de espacios y comunidades humanas que producen diferentes maneras de ser adolescente. Los adolescentes expresan sus conflictos normalmente en términos sociales. Es decir, la vivencia individual de conflicto suele normalmente expresarse de un modo social.

Concretamente, el proceso de la adolescencia tiene algunas características, que lo hacen un período de especial vulnerabilidad. Las más relevantes serían: Necesidad de reafirmación La formación de una identidad propia es una de las tareas evolutivas más críticas de la adolescencia, por ello se puede observar una tendencia a preocuparse en exceso por su imagen y a como son percibidos por los demás. Sin duda, muchas de las conductas en las cuales el adolescente se involucrará estarán asociadas a esta imagen. Los adolescentes necesitan reafirmar su identidad y para ello han de compartir ritos específicos. En la actualidad, estos ritos se relacionan, por ejemplo, a algunas actividades nocturnas de fin de semana, entre ellas el consumo de alcohol y otras drogas utilizadas como objetos/sustancias iniciáticas generadoras de vínculos sociales. Necesidad de transgresión A los adolescentes actuales no se les ha dejado el espacio para la transgresión. Los padres de los adolescentes actuales, a fuerza de querer ser liberales, han perdido la capacidad de indignación con sus hijos quedándose estos, sin muñeco contra el que tirar sus dardos. “Se trata de una generación de padres que ha venido predicando la idea de libertad como el valor supremo, como la idea central del ambiente cultural, del orden de los valores… y ahora no encuentra ningún otro valor que justifique las limitaciones de ésta”. De este modo parece ser que el espacio de transgresión para los adolescentes, se reduce a ciertos temas como por ejemplo, las relaciones sexuales o bien, el consumo de drogas vinculado habitualmente a sus espacios de tiempos libres. Contravienen el orden social establecido, viviendo cada acto (o paso al acto) como una provocación frente al mundo adulto y sus normas.

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Necesidad de conformidad intra-grupal La necesidad de estar en grupo responde a necesidades educativas, sociales y psicológicas individuales. En efecto, los grupos son un medio de intercambio de diferentes informaciones que cada uno puede haber recogido en situaciones familiares, personales, actividades de ocio o intereses individuales. Además, el grupo permite al adolescente sentirse integrado en la sociedad y más particularmente a la clase de edad que caracteriza esta sociedad. Desde el punto de vista psicológico o intra-psíquico individual, el adolescente puede también re-elaborar lo que se denomina el Ideal del yo, constituyéndose así, el grupo, en un medio de acceso a lo que se sueña adquirir, conquistar o ser. El grupo de iguales pasa a ser un elemento de referencia fundamental, sirviendo como refugio del mundo adulto en el que pueden explorarse una gran cantidad de papeles. No extraña, por consiguiente, que la experimentación precoz con el tabaco, alcohol y otras drogas tenga lugar dentro del grupo de iguales. Por otra parte, el grupo de iguales puede constituir un factor de riesgo importantísimo en esta etapa, representando una caja de resonancia o un amplificador potentísimo de conductas inadecuadas, siendo muy difícil para el joven resistir la presión. Sin embargo, conviene apuntar que la vulnerabilidad a la presión de grupo, viene modulada en gran medida por los recursos personales del o la joven, tales como la autoestima, asertividad, habilidades sociales, etc. Con relación al grupo de pares varones, el riesgo principal está relacionado con los tipos de comportamiento y socialización fomentados por él. El grupo de pares varones es el lugar donde los chicos “prueban y ensayan los papeles de macho” y es este mismo grupo que hace vida en la calle y juzga qué actos y comportamientos pueden considerarse “viriles”. Sin embargo, las versiones de virilidad que a veces fomenta el grupo de pares varones pueden ser homofóbico, cruel en sus actitudes hacia las mujeres, y apoyar la violencia como forma de demostrar la propia hombría y resolver los conflictos. Sensación de invulnerabilidad Existen tres condiciones que se incrementan a esta edad: el egocentrismo, la omnipotencia y la búsqueda de nuevas sensaciones derivada de su orientación a la novedad y a la independencia. Los adolescentes tienden a pensar que sus experiencias son tan únicas e irrepetibles que nadie las ha vivido anteriormente, ni sería capaz de entenderlas. Se sienten envueltos en una “coraza” personal que les protege mágicamente de todos los peligros. Pletóricos de salud y vitalidad, no tienen en consideración las advertencias en torno a conductas de riesgo. Por lo tanto la conclusión más frecuente que ellos hacen frente a los mensajes atemorizantes y a la vez atemorizados del mundo adulto es: “yo controlo”. El rechazo a la vida del adulto La creciente necesidad de autonomía que experimenta el adolescente, le lleva a rechazar la protección de los adultos y a enfrentar conductas de riesgo que pueden representar una

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importante amenaza para su desarrollo posterior. En este punto es necesario tener en cuenta la socialización de género, sobre todo en los varones en quienes los comportamientos están poco orientados a acercarse a los adultos y pedir ayuda. En Alemania, Los estudios de muchachos de 14 a 16 años pusieron de manifiesto que en épocas de conflicto, el 36% prefería estar sólo y el 11% decía que no necesitaba consuelo; el 50% de los chicos recurría a su madre y menos del 2% recurría a su padre. Susceptibilidad frente a las presiones del entorno Los adolescentes pueden ser particularmente sensibles a las campañas de publicidad diseñadas para asociar el consumo de drogas, como por ejemplo el alcohol, con una determinada imagen. “Temas relacionados con la identidad y la imagen pública, la curiosidad y las ganas de experimentar sensaciones nuevas… pueden aumentar de forma sustancial la susceptibilidad general frente a la publicidad y otras influencias sociales que promueven el uso de sustancias”. En el logro del entendimiento global de esta etapa, es fundamental plantearse la siguiente pregunta: ¿Cuáles son las características socioculturales de nuestra sociedad actual en que se están socializando los adolescentes? Para dar una respuesta, es necesario consideran algunos valores y actitudes vitales que están definiendo, según numerosas investigaciones, a cierta parte de la adolescencia y que podrían ser posibles explicaciones de los comportamientos descontrolados en ciertas ocasiones, sobre todo en ratos de ocio. Tendencia al hedonismo y bajo nivel de tolerancia a la frustración. Una de las características de la sociedad postmoderna es su temor al aburrimiento. Actualmente, los adolescentes tienden a reproducir un modelo cultural ligado al placer permanente. Esto adquiere sentido en las palabras de J. A. Marina (2000), “La diversión en nuestro mundo se ha convertido no sólo en una necesidad individual sino también en una necesidad social. El no divertirse implica una carencia personal con la consiguiente pérdida de la autoestima. El hedonismo se hace cada vez más persistente, poniéndose en manos de la pura experiencia de la diversión, un estado de ánimo que les abstrae del mundo real y de sus complicaciones”. La facilidad para aburrirse y la incapacidad para soportar el aburrimiento caracterizan a ciertas personalidades de adolescentes que buscan compulsivamente excitación y placer inmediato. Esta característica personal puesta en un contexto facilitador de lo hedónico, está a la base de numerosas primeras experiencias, entre ellas el consumo de drogas. La recompensa inmediata sin anteponer un esfuerzo proporcional y recíproco, se potencia en una sociedad con baja tolerancia a la frustración, de ahí la búsqueda compulsiva, apresurada e inmediata de la satisfacción y la diversión durante los fines de semana. “La susceptibilidad al aburrimiento y la incapacidad de soportar la monotonía, junto a la sed de experiencias, unido a una impulsividad creciente muy extendida en los jóvenes

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actuales conduce a que muchos de ellos se conviertan en buscadores de emociones, que ansían la estimulación continua y la desinhibición, cobijándose para ello en largos periplos nocturnos “de marcha”, unido a unos ritos en los cuales el alcohol y el consumo de todo tipo de drogas recreativas son una manera fácil de conseguir todo esto que se busca”.

Perspectiva de futuro negativas La incertidumbre y la falta de horizontes claros, hacen que este proceso que debe culminar en la construcción de un plan de vida que tenga coherencia y sentido, sea visto amenazante, con altos montos de angustia y un elevado escepticismo. Esto plantea la utilización de recursos alternativos que prometen “felicidad” a corto plazo, seguridad y olvido momentáneo de los problemas. El presentismo Una sociedad que plantea el vivir el aquí y el ahora, hace que muchos individuos insertos en ella sean marcados por este modo de funcionamiento. A los jóvenes, el futuro se les presenta incierto y no sintiéndose motivados por los estudios y ante un panorama laboral poco optimista, optan por vivir el día (Arbex, 2004) Jessor (1992) define “conducta de riesgo” como cualquier conducta que puede comprometer el desarrollo psico-social del adolescente. Además, desarrolla un modelo teórico conceptualizando el riesgo psicosocial de los adolescentes a través de la influencia que diversas variables tienen sobre su conducta. En este modelo explica el desarrollo de diferentes conductas consideradas como problemáticas durante la adolescencia (consumo de drogas, la delincuencia, actividades sexuales prematuras o arriesgadas...) reconociendo que diferentes tipos de conducta desviada responden a los mismos determinantes. Esta teoría fue la que acuñó el término “conducta problema” para definir diversos comportamientos de los adolescentes que son objeto de reprobación por la sociedad convencional, y que pueden ser explicados por los mismos factores de riesgo. Se trata de un modelo explicativo que a diferencia de otros, considera la interacción persona-contexto como imprescindible, recogiendo múltiples factores o variables que pueden intervenir en el desarrollo de las conductas. Jessor considera unos factores de riesgo y protección, unas conductas de riesgo y unos resultados de riesgo. Jessor ( 1991) En este modelo teórico se destaca la instrumentalidad o funcionalidad de la conducta de riesgo, y para comprenderla surge necesario considerar tanto los costes como los beneficios que supone, ya que el adolescente suele implicarse en estos comportamientos con el fin de alcanzar importantes metas para su desarrollo. ( Ej.: el consumo de alcohol o drogas puede ser utilizado por el adolescente para ser aceptado por el grupo de iguales, afrontar la ansiedad, rechazar las normas, autoafirmarse frente a los padres, etc...).

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CONDUCTA Factores de BIOLÓGICOS Riesgo y Protección

MEDIO SOCIAL

MEDIO PERCIBIDO

PERSONALIDAD

CONDUCTAS DE RIESGO / ESTILO DE VIDA DEL ADOLESCENTE Conductas de Riesgo Conductas Problema Conducta relativa a la Salud Conducta Escolar

RESULTADOS DEL COMPROMISO SALUD / VIDA Resultados De Riesgo

Salud

Roles Sociales Desarrollo Personal

Preparación para la Vida

El concepto de alto riesgo se refiere a una particular constelación de factores que determinan que ciertos niños se encuentren en un estado de mayor desprotección o vulnerabilidad a sufrir trastornos en su desarrollo; los cuales pueden manifestarse luego en forma de conductas socialmente desadaptadas, fracaso escolar, consumo de drogas, promiscuidad sexual, etc. RESILIENCIA En Metalurgia, se refiere a la capacidad de los metales de resistir un impacto y recuperar su estructura. En Oesteología (disciplina médica), la capacidad de los huesos de crecer en el sentido correcto después de una fractura (Romero, 1998). En Física, la elasticidad de un material, su tendencia a oponerse a la rotura por choque; traducido literalmente del inglés significa entereza (Walsh, 1998).

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En las Ciencias Sociales, la capacidad humana de hacer frente a las adversidades de la vida, superarlas y salir de ellas fortalecido o incluso transformado (Grotberg, 1996; en Romero, 1998). La capacidad de soportar las crisis y adversidades y recobrarse (Walsh, 1998). Mientras que una crisis o un estado persistente de estrés puede derrumbar a un individuo, familia o grupo social más amplio, otros emergen de ellos fortalecidos y con mayores recursos. El tema de la resiliencia surge de observaciones de algunos niños que, expuestos a condiciones de vida altamente estresantes logran sobreponerse constructivamente, mientras otros terminan siendo adultos dañados. A partir de esas observaciones, nace el estudio de factores protectores y de riesgo que favorecen o perjudican el desarrollo de la resiliencia. Los estudios de los factores de protección que fortalecen los recursos de los niños y les permiten desarrollar su resiliencia estuvieron orientados inicialmente hacia la comprensión de la manera en que algunos hijos de padres perturbados mentalmente o provenientes de familias disfuncionales eran capaces de superar sus tempranas experiencias de abuso o negligencia y llevar una vida fructífera, y también hacia el estudio de las cualidades de adultos sanos que mostraban resiliencia individual pese a haber crecido en familias alcohólicas disfuncionales y a frecuentes experiencias de maltrato. Otros se orientaron a la investigación del riesgo y la resiliencia de los individuos que padecen situaciones sociales devastadoras, como la pobreza y la violencia comunitaria, y cuyas vidas familiares se complicaban por el abuso de drogas, la enfermedad mental, el delito y la violencia. Muchas de estas personas, a pesar de encontrarse insertos en esos contextos sociales, se volvieron adultos competentes demostrando capacidad resiliente. Otros estudios, como los sobre el estrés y conductas de superación que propusieron el concepto de “fortaleza”, y los referidos a los situaciones de guerra, han aportado a la conceptualización de la resiliencia. Características: Esta capacidad se prueba en situaciones de estrés severo y prolongado (guerra, catástrofes naturales, pérdidas afectivas, enfermedad, maltrato, tortura, abuso, cesantía, extrema pobreza), en condiciones biopsicosociales y culturales que generan mayor vulnerabilidad (o resistencia). Es una capacidad dinámica: No es permanente ni absoluta, sino que cambia dependiendo de las condiciones específicas en que ocurre la crisis (personalidad, estado de salud, etapa del ciclo vital, factores protectores o de riesgo del contexto específico). Esto hace que un mismo acontecimiento (estímulo) pueda afectar diferencialmente a una misma persona o grupo, dados los factores protectores o de riesgo que operan en ese momento. Se puede estar más que ser resiliente.

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La resiliencia surge de la interacción entre factores personales y sociales, y se manifiesta de una manera específica en cada individuo; es un resultado único que surge como consecuencia de las diferencias individuales en el procesamiento interno del ambiente. La promoción de la resiliencia individual implica el enlace con una resiliencia comunitaria dentro de un ecosistema. No solo la persona enfrenta situaciones de dificultad extrema, sino que una localidad, región y país necesitan resistir de manera resiliente embates y catástrofes, situaciones de deprivación y carencias. En este contexto aparece el concepto de comunidad saludable y el de resiliencia comunitaria en la obtención de la equidad social, en la superación de la pobreza y la obtención de una mejor calidad de vida para todos los ciudadanos. La resiliencia parte de la base que todo ser humano tiene un potencial de recursos manifiestos y/o latentes para vivir y desarrollarse, aún en condiciones adversas (optimismo antropológico subyacente a la orientación humanista). Además, supone que el hombre, aún estando en circunstancias tremendamente precarias y restringidas, tiene un grado de libertad para elegir y hacerse responsable de sí mismo y parcialmente responsable por los otros y el entorno (autonomía e interdependencia).[Frankl, Maslow, Rogers, Mahr, etc.]. La resliencia supuso un cambio de foco, del daño al desafío: Esta mirada se centra en aquellos aspectos que dan cuenta de los recursos personales y ambientales de que dispone el niño, la familia y la comunidad cuando debe enfrentar crisis agudas y prolongadas. No se enfoca en los daños, carencias y precariedades. La resiliencia se forja a través de la adversidad, no a pesar de ésta. En un estudio sobre familias sólidas (Stinnet y otros, 1981, 1985; en Walsh, 1998) se encontró que el 75 % de ellas, en momentos de crisis, habían atravesado circunstancias positivas en medio de su dolor y desesperación, y creían que algo bueno había surgido de todo eso (como que sus relaciones recíprocas se tornaron más cariñosas y preciadas que antes; “gracias a Dios tuvimos un hijo drogadicto”). El desarrollo del concepto de resiliencia ha pasado de centrarse en la resiliencia del individuo, a menudo como sobreviviente de una familia disfuncional, y fortalecida por la influencia decisiva de las relaciones y del apoyo social, hacia un concepto de resiliencia relacional, desplazando el foco de los rasgos individuales hacia los procesos interactivos que se dan en un contexto ecológico y evolutivo. Esto es, los procesos que fomentan la resiliencia relacional como unidad funcional (objeto de estudio). Desde una perspectiva sistémica familiar, el enfoque centrado en la resiliencia procura identificar y apuntalar ciertos procesos interactivos que permiten a las familias soportar los desafíos y recobrarse. El concepto de resiliencia genera dos ideas contrapuestas: la aprehensión que el objetivo termine siendo una mera adaptación funcional a los desequilibrios del modelo económico cultural; por otro lado, abre la posibilidad de que los individuos, grupos y comunidades manifiesten ese potencial latente que permite la superación de situaciones límite. Mirado

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sistémicamente (relaciones e interdependencia), el ser humano, la familia o los grupos sociales y los fenómenos sociales constituyen elementos de circuitos de interacción. El concepto de resiliencia genera dos ideas contrapuestas que, desde una perspectiva sistémica, pueden conciliarse en tanto los fenómenos sociales y las comunidades que los producen interactúan reciprocamente: el privilegiar una mera adaptación funcional a los desequilibrios del modelo económico cultural. la posibilidad de que los individuos, grupos y comunidades manifiesten ese potencial latente que permite la superación de situaciones límite.

Resiliencia individual: Walsh (1998) resume algunos hallazgos respecto de tres ámbitos interrelacionados que influyen en la resiliencia individual: Rasgos individuales: Temperamento despreocupado y alegre y un alto grado de inteligencia contribuían a forjar resiliencia, aunque no eran esenciales. Estas cualidades suelen provocar en los demás reacciones positivas y facilitan la adquisición de la capacidad para resolver problemas y de estrategias de superación. A su vez, estos individuos tienen una gran autoestima, caracterizada por un sentido realista de la esperanza y del autocontrol. La autoestima y la creencia en la propia eficacia torna más probable la superación de las dificultades, en tanto que el sentimiento de impotencia aumenta la probabilidad de que un suceso adverso lleve a otra. Las personas fuertes poseen tres rasgos generales: creen que son capaces de controlar los sucesos de su experiencia o de gravitar en ellos; se sienten profundamente involucradas o comprometidas con lo que hacen; ven el cambio como un desafío apasionante que los puede conducir a un mayor desarrollo. Convicciones de poder soportar las penurias sustentadas en fuentes morales y espirituales de coraje (valentía). Confianza en que es posible superar la adversidad. Inclinación optimista, que permite apelar a cualquier excusa para tener esperanza y fe en que pueden recobrarse, y movilizar activamente todos los pensamientos y recursos capaces de contribuir a dicha recuperación.

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Ilusiones positivas, es decir, a quienes asumen selectivamente posturas positivas frente a situaciones amenazadoras tiende a irles mejor que a las que se aferran a la realidad en toda su dureza, en tanto tales creencias les permiten conservar la esperanza ante una situación sombría. Capacidad sanadora de las emociones positivas, como la risa y el buen humor. Optimismo aprendido (versus impotencia aprendida), o el convencimiento de que las propias acciones y esfuerzos son fructíferos para resolver problemas, a partir de experiencias de dominio (saber que la propia capacidad de respuesta importa) Recursos familiares que fomentan la resiliencia individual (aporte de la familia): Centrándose en el clima emocional que se vive en la familia, se ha señalado la importancia del cariño, el afecto, el apoyo emocional y la existencia de una estructura de límites claros y razonables. Si los padres no pueden brindar este clima, pueden cumplir la misma función otras relaciones con otros miembros de la familia (abuelos, hermanos mayores, otros parientes cercanos). Apoyo social: El apoyo a la resiliencia familiar también puede venir de amigos, vecinos, maestros, instructores particulares, sacerdotes, etc. A menudo, en familias perturbadas, los niños resilientes establecen vínculos con otros adultos positivos. También la vinculación con individuos o grupos que enfrentan dificultades similares favorece su resiliencia individual. Romero (1998) sistematiza áreas de desarrollo de la resiliencia en niños y niñas (individual): Autoestima y Autoconcepto: El desarrollo de un buen autoconcepto y una autoestima adecuada implica el desarrollo de la capacidad resiliente, puesto que un autoconcepto y autoestima de este tipo se asocian a motivación de logro, sentimiento de autosuficiencia, actividad dirigida a la resolución de problemas, menor tendencia a la evitación de problemas y al fatalismo en el enfrentamiento de situaciones difíciles, sentimientos de ser querible, valioso y capaz, capacidad de proximidad afectiva, relativa independencia del juicio externo, etc. Vínculo afectivo: Sin una o más experiencias de vinculación significativa para el niño, es imposible desarrollar resiliencia. En la infancia temprana el factor protector más fuerte es la existencia y disponibilidad de una relación de cuidado cálido y estable en el tiempo (madre u otra figura adulta sustituta). De esta relación, el niño adquiere la capacidad de experimentar confianza, fe y la constancia objetal necesaria para nutrirse de la imagen interna de la madre o de la figura sustituta cuando esta no está. Esta relación suficientemente buena, a su vez inserta en una realidad familiar que puede ser un refugio que proporciona calor y estímulo, conforman un “lugar de pertenencia” que da seguridad y bienestar, al que se puede echar mano toda la vida en forma concreta o simbólica. Tener la

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experiencia profunda y nutriente de la vinculación afectiva parece ser la base para desarrollar una autoestima positiva, el humor y la creatividad, ser capaz de desarrollar un sentido de pertenencia en el contexto de las redes sociales (capacidad de vinculación) y de abrirse al sentido de trascendencia de la propia vida. Humor y creatividad: Ambos factores constituyen recursos para enfrentar y superar situaciones adversas. El potencial creativo y el humor del niño puede ser estimulados o restringidos por las relaciones que este establece con los adultos significativos y con las instituciones de su entorno (familia, educación, etc.). La creatividad se relaciona con la curiosidad, la sensibilidad, la tolerancia a la ambigüedad, la autoconfianza y la búsqueda de soluciones desde sí, la apertura y flexibilidad frente a soluciones, la observación sin juicio previo, el deseo de probar después del fracaso, volar con la fantasía e imaginación, jugar sin prescripciones y con espontaneidad, la originalidad de lo insólito y la capacidad de nuevas perspectivas ante un problema. La capacidad de reírse de si mismo y de las circunstancias permite enfrentar circunstancias de gran precariedad, puesto que el humor juega con lo insólito, lo ridículo y absurdo, puede ser irreverente y crítico de una forma socialmente aceptable, suaviza las asperezas, aminora el dolor, alude a situaciones que de otra forma costaría más elaborar y puede producir el placer de disparatar, desafiando las limitaciones de la razón para hacer frente a las situaciones coercitivas. Red social y de pertenencia: La red social es un grupo de personas, miembros de la familia, vecinos, amigos y otras personas, capaces de aportar ayuda y un apoyo tan reales como duraderos a un individuo o familia. Cuando esta red existe y está disponible, se crean las condiciones para el desarrollo de la resiliencia, en términos de favorecer un sentido de pertenencia y la integración e inserción social. Ideología personal y voluntad de sentido: El trascender las circunstancias adversas y darle un sentido esencial a la experiencia de dolor y sufrimiento constituye un factor que potencia la resiliencia de niños, jóvenes y adultos. Todos tienen una necesidad natural de encontrarle sentido a las experiencias, ligados estos a la fe, escala de valores, amor hacia otro, etc. . Resiliencia Relacional - Familiar: Se ha avanzado hacia una concepción sistémica de la resiliencia por dos tipos de hallazgos: La significación que tienen las relaciones personales estrechas para cultivar la resiliencia individual (hasta el surgimiento de rasgos individuales genéticamente determinados se da en un contexto relacional). La necesidad de adoptar una visión ecológica y evolutiva para dar cuenta de los procesos de mediación en el contexto social a lo largo del tiempo. Así, se considera a la familia, el grupo de pares, la escuela, el lugar de trabajo o los sistemas sociales más amplios como nichos contextuales para la competencia social. Por otro lado, los mecanismos de

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adaptación y superación no son un conjunto de rasgos o atributos fijos, sino procesos que se extienden en el tiempo y son determinados por múltiples factores. La resiliencia relacional abarca numerosos y variados procesos recursivos a lo largo del tiempo, desde el modo en que una familia se prepara ante una crisis hasta las disociaciones causadas por sus secuelas inmediatas y adaptaciones mediatas. Procesos muy eficaces para abordar ciertos desafíos pueden no servir para otros. La resiliencia relacional incluye los esquemas organizativos, los procesos de comunicación y de resolución de problemas, los recursos comunitarios y la reafirmación de los sistemas de creencias. Tiene especial importancia una coherencia narrativa que ayude a los miembros de la familia a conferir sentido a sus experiencias de crisis y genere colaboración, eficacia y confianza en la superación de los retos que sufre la familia. Elementos básicos de la resiliencia familiar: Procesos relacionales e interactivos tales como la cohesión, la flexibilidad, la comunicación franca, la capacidad para la resolución de problemas y la reafirmación del sistema de creencias. Se puede sostener que determinado sistema de creencias (por ejemplo, una visión confiada, esperanzada y potenciadora) y los procesos narrativos que le dan sentido a las experiencias favorecerán la resiliencia familiar mientras que otros no lo harán. Un conjunto de creencias y narrativas compartidas, que fomenten sentimientos de coherencia, colaboración, eficacia y confianza, son esenciales para la superación y dominio de los problemas. Las creencias comunes conforman y refuerzan las pautas de interacción, determinando el modo en que la familia enfoca una nueva situación y responde a ella. Comprobaciones: Un suceso crítico puede catalizar un gran número de cambios en el sistema de creencias de una familia, con repercusiones en su reorganización inmediata y su adaptación a largo plazo. Por otro lado, estas percepciones familiares sobre el evento estresante se suman a las experiencias previas en el sistema multigeneracional, forjando el sentido que la familia asigna al desafío y a sus pautas de reacción. Los valores espirituales y el legado cultural confieren un sentido y propósito que trasciende a la unidad familiar. La forma en que la familia da sentido a la situación crítica es esencial en lo que atañe a la resiliencia familiar. También es pertinente a la resiliencia familiar la existencia de recursos comunitarios y el hecho de que la familia se disponga a utilizarlos, ya que a través de ellos puede obtener seguridad económica, asistencia práctica, apoyo social y un sentimiento básico de conexión con las redes de parentesco y amistad, así como con los grupos religiosos afines y otros. Si

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se carece de una reacción comunitaria ante las penurias de la familia, ésta puede disociarse, por más que haya en su seno capacidad para la resiliencia. Cambio de paradigma desde la familia como una entidad perjudicada hacia una entidad desafiada, que reafirma su capacidad de autorreparación. En cada individuo, familia y ambiente social más amplio operan numerosos procesos recursivos en curso, cuya interacción decide si la vulnerabilidad cederá paso a la resiliencia y a una vida provechosa, o si se intensificará y desembocará en la disfunción y la desesperación. El marco de la resiliencia familiar es útil para evaluar el funcionamiento de la familia tomando en cuenta su estructura, sus demandas psicosociales, sus recursos y limitaciones. Los procesos necesarios para un funcionamiento eficaz pueden variar en distintos marcos socioculturales y ante distintos desafíos evolutivos. Este marco de la resiliencia presenta la ventaja de poder examinar el funcionamiento familiar en contexto y vincular los procesos con los desafíos. No se trata de definir un modelo de familia resiliente, sino de indagar en la resiliencia presente en cada familia, delimitando ciertos procesos claves que son capaces de fortalecer al grupo familiar para soportar las crisis o estados prolongados de estrés. Toda familia tiene la capacidad potencial de actuar con resiliencia. Por otro lado, hay muchas maneras de hacerlo. Todas la s familias tienen problemas, lo que las distingue es lo que hacen con ellos. La resiliencia constituye una herramienta conceptual que apunta a examinar la fortaleza, que visualiza las potencialidades de la familia, que estimula la colaboración entre sus miembros, que renueva o genera nuevas competencia, apoyo mutuo y confianza en su capacidad de superar las adversidades. Al mismo tiempo, va más allá de la resolución de los problemas actuales, actuando preventivamente al ganar resiliencia para abordar otros probables problemas futuros.

Resiliencia Comunitaria: Los pilares de la resiliencia comunitaria son, por ejemplo, la vida cultural, la democracia activa y la autoestima colectiva (Suarez Ojeda, 1996; en Romero, 1998). A fin de logra que las familias manejen mejor las situaciones estresantes, conviene que los esfuerzos en favor del cambio no solo incluyan a la familia, sino además a las redes de apoyo y a sistemas más amplios, con el objeto de estimular vínculos comunitarios que la mayoría de las familias han perdido (grupos de autoayuda, grupos multifamiliares, etc.). Al tomar contacto con otras familias que afrontan problemas similares se gana resiliencia, y cada familia puede aprender de otras.

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