Victoria Sobre El Rencor

VICTORIA SOBRE EL RENCOR INTRODUCCIÓN: Al sentirnos ofendidos es muy peligroso guardar resentimiento, enojo, odio y dese

Views 73 Downloads 4 File size 47KB

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD FILE

Recommend stories

Citation preview

VICTORIA SOBRE EL RENCOR INTRODUCCIÓN: Al sentirnos ofendidos es muy peligroso guardar resentimiento, enojo, odio y deseos de venganza. Quizá logremos olvidar el incidente, pero el enojo jamás desaparece completamente y sus efectos perduran, causándonos trastornos y destrucción casi imperceptible. Lo cierto es que el rencor no debe tener cabida en la vida del creyente pues Cristo entregó su vida para que los que creyeran en Él fueran perdonados y liberados del poder del pecado. Como seguidores suyos se nos ha ordenado que sigamos su ejemplo (Ef 4.32) y al rehusarnos a obedecerlo, Satanás aprovecha la oportunidad para inducirnos a hacer lo que no es agradable delante de Dios.

DESARROLLO DEL SERMÓN: La acción de perdonar se define como abstenerse de vengar una ofensa recibida, sin deseos de guardar resentimiento ni rencor sino de renunciar al supuesto derecho de vengarse, sin importar lo que la otra persona haya cometido. Como contraste, tener rencor es rehusarse a ceder ante el resentimiento insistiendo en que el culpable pague por el daño que haya ocasionado. Perdonar puede ser difícil porque la creencia popular es que el culpable no debe escapar de ser castigado como lo merece. Sin embargo, al haber creído en Cristo como nuestro Salvador renunciamos a lo que creemos que es nuestro derecho de vengarnos por nuestra propia cuenta. En realidad, nuestra responsabilidad es perdonar y dar lugar a que el Señor se ocupe de lo demás.

CONSECUENCIAS DEL RENCOR Cuando Pedro preguntó al Señor que si su hermano pecara contra él, cuántas veces debería perdonarlo El Maestro le contestó: “Setenta veces siete” (Mt 18.21-22), con lo que quiso decir que nuestra disposición a perdonar debe ser ilimitada. Además, tarde o temprano descubriremos que si nos resistimos a perdonar a quien nos ofenda, como resultado experimentaremos muchas consecuencias lamentables, pues el rencor: Afecta nuestra vida de oración. No podemos tener una vida positiva de oración y a la vez albergar amargura u hostilidad en nuestro corazón. ■

Afecta nuestra adoración. Podemos seguir cantando: ¡Cuán grande es Él!, pero es hipocresía si lo hacemos con antipatía y hostilidad hacia alguna persona que nos haya ofendido. ■

Afecta nuestro testimonio. ¿Cómo podremos hablarle a alguien del perdón inagotable de nuestro Padre celestial y seguir manteniendo una actitud hostil para quien nos haya insultado? ■

Afecta nuestro propósito al ofrendar. En Mateo 5.23-24 el mismo Cristo nos dio la clave. Esto se aplica de manera especial si tenemos conflictos familiares sin resolver, pero la solución del Señor está expresada con toda claridad. ■

Impide nuestro crecimiento espiritual y afecta a quienes nos rodean. Si toleramos el pecado en nuestras vidas no creceremos “a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Ef 4.13) y afectaremos a quienes nos rodeen, particularmente a nuestros hijos. ■

Nos afecta físicamente. El rencor tiene un alto costo para nuestro cuerpo pues damos lugar a que suframos enfermedades de toda índole.(ejemplos). ■

VICTORIA SOBRE EL RENCOR. Para lograr la victoria sobre el rencor debemos: Reconocer que es un asunto serio. No es conveniente tomarlo a la ligera, ya que nos afecta como individuos y altera nuestra relación con Dios. ■

Asumir nuestra responsabilidad. Por una parte, no debemos ignorar nuestra obstinación por seguir manteniendo nuestra hostilidad sino enfocarnos para ver más allá de nuestro sufrimiento, por doloroso que haya sido. ■

Confesarlo a Dios con toda claridad. Expresárselo en voz alta, con firmeza y sin titubear, a fin de que siga resonando en nuestros oídos. ■

Reconocer que es una seria violación de la Palabra de Dios. Debemos verlo tal y como es en verdad: un acto de rebeldía en contra de Él y sus disposiciones. ■

Pedir perdón a Dios. Debemos reconocer nuestra desobediencia e implorar su perdón con toda sinceridad. ■

Pedir a Dios que nos ayude a perdonar. Solamente con la ayuda del Espíritu Santo podremos implorar y luego decidirnos a decirle: “Señor, sinceramente quiero renunciar a mi enojo, mi rencor, mi odio, e impulsado por tu poder, decir: ‘Todo lo puedo en Cristo que me fortalece’”. ■

Preguntar a Dios qué podemos hacer por la otra persona. Pidámosle que abra nuestros ojos a sus necesidades, lo cual podrá demandar que nos acerquemos a ella y se lo preguntemos. Sin embargo, antes de hacerlo, roguemos al Señor que dirija nuestros pasos y nuestras palabras. ■

Expresar nuestro perdón aunque la persona haya fallecido. Podemos colocar una silla frente a nosotros e imaginar que ella está sentada ahí y luego expresarle nuestro perdón. Dios escuchará nuestras palabras, verá los deseos de nuestro corazón, nos perdonará, limpiará y resolverá el asunto. ■

EVIDENCIAS DE HABER SIDO PERDONADOS

Tras haber perdonado completamente a otras personas: Ya no las veremos como hasta ese momento pues habremos dejado atrás toda enemistad. ■

Todo malo sentimiento será remplazado por nuevas actitudes para con ellos y en general con todo el mundo. ■

Estaremos dispuestos a aceptar a las otras personas tal como son, pues les veremos de manera completamente distinta. ■

Trataremos de entender por qué actuaron como lo hicieron, sin reprocharles por su conducta en el pasado, pues el Señor nos habrá liberado de ser esclavos del rencor. ■

CONCLUSIÓN: Si tratamos de ignorar que el pecado del rencor todavía nos tiene cautivos, nos será muy difícil abandonarlo. Sin embargo, el Señor Jesucristo vino para hacernos libres (Jn 8.36). No solo nos perdonó de todos nuestros pecados, sino que por mediación de su Espíritu también nos concederá la gracia y el vigor para dejar a un lado nuestras heridas y rencillas para confiar en Él. Al lograrlo seremos libres de esa emoción tan perjudicial y nuestras vidas se caracterizarán por el fruto del Espíritu en su plenitud: “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza”. Y no está de más recordar que “contra tales cosas no hay ley” (Gá 5.22-23).

ORACION Y MINISTRACION .