Viaje Jiraya

16/02/14 I Escribo estas líneas en medio de un viaje; un largo viaje, una búsqueda, que espero llegue algún día a su fi

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16/02/14

I Escribo estas líneas en medio de un viaje; un largo viaje, una búsqueda, que espero llegue algún día a su fin. Esta no es mi historia, sino de aquel ser que me he propuesto encontrar. Aún no sé quién es, solo sé que me es necesario llegar a él, para poder cumplir mi misión en esta vida. No sé su nombre, no sé su edad, no sé dónde está; solo sé que debo llegar a él. ¿Quién soy?, quizás nadie importante en este mundo vacío y pasajero. Aun así, tengo un objetivo que cumplir. De mí no hay mucho que decir, puesto que como ya dije, esta no es mi historia. No soy un héroe, ni creo que llegue a serlo, no tengo un gran pasado, y cargo a cuestas con muchos errores, guerras, llantos, y muertes. El mundo es una cosa rara, vaga, que diverge constantemente en emociones que poco tienen que ver con el amor y la bondad. Durante años, todos ayudamos a construir un mundo lleno de odio, lleno de rencor, donde priman la venganza y el poder. Luchamos eternamente por alcanzar nuestras metas de una manera desconsiderada, sin hermandad, sin amor, y sin verdaderas intenciones de unir a todos en busca de un sueño común. ¿Quién soy? Quizás solo soy un viajero sin rumbo; después de todo, eso es lo que estoy haciendo en estos momentos, viajar recorriendo el mundo. No me queda mucho en la vida. La mayoría de mis amigos murieron uno tras otro en la guerra, justo frente a mis ojos. No recuerdo nada sobre mis padres, o algún otro familiar. Se podría decir que siempre he estado solo, sin embargo…

II Como en todo viaje debo enfrentar conflictos cada cierto tiempo. Uno que otro enemigo que desea acabar conmigo, alguna emboscada, y muchas otras cosas; después de todo, estamos en guerra desde hace años.

Deseo verdaderamente encontrar a aquel joven que se me ha encomendado encontrar y enseñar. Precisamente esa es mi misión; encontrar a ese niño, y convertirme en su maestro. Es más, recuerdo como si fuera ayer aquel día en que el Gran Sabio me llamó ante él, para entregarme la profecía que estaría destinada a cambiar al mundo. Acababa de terminar mi entrenamiento, al fin ya era un adulto, un guerrero de excelencia, un hombre listo para enfrentarme al mundo. Entonces el Gran Sabio me llamó. Poco a poco fue explicándome lo que había soñado. Me dijo que el mundo estaba inmerso en el odio y en la desesperación, a punto del declive, a punto de caer por completo. Sin embargo, en cierto momento, alguien aparecería en la Tierra, con el destino de cambiarla, alguien que podría traer paz, o destrucción al mundo. Un joven que sería capaz de luchar contra todo lo que nos ha enfermado durante años, un joven que algún día sería capaz de cargar con todo el odio y el rencor existentes, y conducirnos a un mundo nuevo, donde por fin todos podamos entendernos mutuamente. Aun así, aquel joven revolucionario necesitaría de alguien que lo guiara en tal camino, puesto que de lo contrario, puede que el que estaba destinado a ser el salvador, se convirtiera en una masa de odio y rencor, y trajera la destrucción definitiva el mundo. Aquel que debía guiar al joven, y enseñarle todo lo que fuera necesario para que llevara a cabo su destino, era yo. El Gran Sabio dijo que debía recorrer el planeta en su búsqueda, hasta que diese con él, y me convirtiera en su maestro. Debía ser yo, quien guiara al salvador.

III Hago una parada en cada pueblo que visito, para poder relajarme, y pensar en qué es lo que me espera por delante. Es inevitable, las calamidades de la guerra han llegado a cada rincón de este país. En cada lugar al que llego, deseo encontrar esperanza en las personas; que sean capaces de sonreír sin ocultar los dolores de la catástrofe tras sus ojos; sin embargo, no ha sido posible. Todos a quienes he visto en este país, tienen en común la tristeza que llevan dentro. A veces pienso que tal vez, solo tal vez, es a través de ese dolor que nos sea posible entendernos algún día. Quizás si todos pudiéramos a través de ese dolor,

comprendernos unos a otros, quizás podríamos en algún momento unirnos en busca de un solo ideal, de un mundo donde no nos gobierne el odio, sino el amor. Si tan solo las personas pudieran comprender el dolor del otro, y compartirlo, tal vez entre todos podríamos cargarlo, y avanzar juntos hacia un nuevo mundo.

IV Me duele profundamente todo lo que veo. La desesperanza, el odio, la venganza, el rencor. Personas que han aprendido a cultivar el odio en sus corazones durante años, alimentándose de él para poder seguir adelante. Personas que planean durante años cómo llevar a cabo una venganza, que asesinan, que viven con remordimientos a cuestas. Personas que son consumidas por la envidia, por el dolor de haber perdido a quienes amaban. Me duele profundamente todo lo que saca lo peor de un ser humano, que lo corrompe y lo arroja a una vida de sufrimiento y soledad. Sin embargo debo seguir mi viaje, no puedo dejar que mi corazón y mi voluntad se desalienten por los horrores de la guerra. Debo encontrar a mi discípulo, es la única forma en que puedo contribuir a que todo esto acabe. Mañana emprenderé el viaje hacia el País de las Tormentas, es mejor que descanse hoy, puesto que nuevos horizontes me esperan.

V Hace aproximadamente dos semanas que no escribo nada. El viaje hacia el País de las Tormentas ha resultado mucho más difícil de lo que esperé. Justo en la frontera me esperaba una emboscada de la Aldea de la Hierba; querían asesinarme por haber destruido su aldea hace algunos meses peleando por el ejército de mi nación, antes de que decidiera retirarme de la guerra. La vida de los hombres como yo es complicada, y el orden del mundo lo es aún más. Durante años he pensado en cómo acabar con el odio que nos gobierna. Si tu enemigo mata a tus amigos, entonces lo odiarás, y los tuyos lo odiarán. Por el contrario, si matas a tus enemigos, entonces ellos te odiarán y buscarán vengarse de ti; y si lo

logran, luego tus amigos buscarán venganza, y así cada vez se irá ensanchando más la cadena de odio. Tal vez solo deba dejar que el tiempo pase mientras continúo mi búsqueda, y la respuesta llegará de pronto. En tres días más llegaré al País de las Tormentas, quizás allí pueda encontrar una nueva inspiración.

VI He estado pensando que quizás pueda convertirme en escritor. De verdad me gustaría mucho; incluso quizás algún día pueda llegar a publicar una de mis novelas, y así tal vez logre cambiar el corazón de muchos. Los días en el País de las Tormentas avanzan sin mayores inconvenientes. Los horrores de la guerra no han sido tan profundos en la aldea donde me encuentro, y la gente es bastante amable. El tiempo transcurre entre el juego, unos cuantos tragos, la siesta, y las noches de inspiración para escribir. Me pregunto qué estará haciendo justo ahora aquel niño al que debo encontrar. Quizás si la guerra ha calado hondo en su corazón, o si aún es tan joven que no es capaz de comprender las circunstancias. Con respecto a mi otra búsqueda, la de encontrar alguna solución a la cadena de odio, aún es infructuosa. Comienzo a pensar que quizás nunca llegue a descubrirlo; puede ser que yo no sea el indicado para obtener la respuesta. Es inevitable recordar la primera vez que vine a este lugar. Fue hace muchos años, antes de la actual guerra. Nos enviaron aquí junto a mis amigos para investigar una posible invasión a nuestro país. Éramos tres en ese entonces. Nos conocíamos desde pequeños. Uragiri, mi mejor amigo, y Heiwa, la mujer que siempre he amado, pero que nunca me ha correspondido. En aquellos días había terminado hace poco una de las grandes guerras (precisamente la que sería la predecesora de la actual). Fuimos testigos de los desastres y la crudeza de los resultados en el País de las Tormentas. Dedicamos meses por nuestra voluntad a trabajar por la reconstrucción de un país que había sido arrasado incluso por ataques de nuestra propia nación. Nos estremecía el dolor de las pérdidas. Tantos heridos, tantos huérfanos, tantos caídos. Puede que fuera en aquel entonces que Uragiri comenzó a acumular odio en su corazón; recién ahora lo vengo comprendiendo.

Exactamente dos años luego de nuestra visita al País de las Tormentas, Uragiri se marchó, consumido por el rencor y el odio. Juró que jamás volvería, y que algún día destruiría la aldea, culpándola de todos los desastres de los que fue testigo en los diferentes países. Queriendo detenerlo, luché contra él, tratando de hacerlo cambiar de opinión, intentando disipar el odio de su corazón; sin embargo, mi amigo ya no era el mismo. Estaba frente a un hombre dispuesto a dejarlo todo con tal de conseguir su venganza. Me dijo que yomno era su amigo, es más, maldijo a todos los habitantes de la aldea, y se arrepintió de todas las cosas que vivió junto a nosotros; era completamente distinto al niño que una vez conocí. Uragiri siempre fue mejor que yo en todo, era el genio de la clase, me superaba en cada técnica de combate; en el fondo creo que siempre quise parecerme a él, y que él me reconociera, así que me esforzaba todos los días por superarlo. A pesar de todo eso, siempre lo consideré mi mejor amigo. Creí que las cosas habían cambiado y que ahora estaba a la par con él, pero no fue así. No fui capaz de detenerlo, él me venció, y dijo que todo lo que habíamos vivido, incluso nuestra amistad, ya no significaba nada para él. Hoy pienso que quizás si yo hubiese sido más fuerte, podría haber evitado que se fuera. Quizás, si tan solo hubiese podido ver lo que sucedía dentro de su corazón, tal vez entonces hubiera podido intervenir a tiempo. Pero cuando lo noté ya era tarde, y no pude hacer nada. Supongo que no tengo derecho a llamarme su amigo, después de todo un verdadero amigo no se comporta como yo lo hice. Hoy me pesa como nunca algo me ha pesado en toda mi vida. Si tan solo hubiese comprendido su dolor, y haberlo compartido con él; quizás así no se habría sentido tan solo, y no habría dejado todo atrás. 17/02/14

VII Pienso en lo profundo, que en determinado momento de la vida todos debiésemos realizar un viaje. Y no hablo del viaje físico, ni de recorrer el mundo, sino algo más allá. Piensa conmigo un momento, en todo lo que conllevas en tu vida, en tu interior. Hay un mundo que recorrer en tu alma, que nunca terminarás de conocer. Hay un viaje interior, en búsqueda de lo que quieres lograr en la vida. Muchas veces pasamos años tratando de encontrar respuestas en cosas ajenas, en las labores diarias; sin embargo, todo lo que buscamos está en nuestro interior.

Aun así, no debemos confundir esta búsqueda íntima con la soledad. La soledad nos vuelve hoscos, nos llena de miedo, y el miedo genera odio y rencores. Quizás la tarea más importante que debemos enfrentar es descubrir cómo liberar nuestros corazones de ese odio que existe en todos nosotros. Hace muchos años, un niño fue sellado con un demonio dentro, para evitar la destrucción de su aldea; generándole el rechazo y el odio de todo el pueblo. El mismo niño, cuya madre había muerto en el parto, y cuyo padre, jefe de su aldea, solo lo miraba como un arma militar, frente a la desesperación de las miradas rencorosas, se acercó a la mujer que lo crió y le dijo “no me sale sangre, pero tengo una herida en el pecho, que me duele mucho”. La mujer, tomó una navaja y se hirió superficialmente, lo miró con ternura y le dijo: “hay heridas que duelen mucho más que los cortes. Son las heridas del corazón; que a diferencia de esta que tengo aquí, no sanarán fácilmente. Sin embargo, hay algo con lo que podemos sanar esas heridas…con amor”.

VIII ¿Por qué hoy nos cuesta tanto mirar al otro con amor? ¿Por qué odiamos tanto, si somos todos hermanos? A veces el dolor es tan fuerte, que provoca un gran cambio en nuestro interior. El dolor genera miedo, y el miedo genera odio. El odio genera venganza, y la venganza genera más odio ¿Por qué causamos dolor? ¿Por qué nos cuesta tanto entender el dolor de otro? ¿Por qué nos volvemos egoístas, ciegos, solitarios, y rencorosos? ¿¡Por qué miramos al otro con recelo!? ¿Es realmente imposible mostrarnos tal como somos?, ¿ver lo que realmente hay en nuestro interior?, ¿es que acaso es imposible entendernos mutuamente? ¿Podemos realmente buscar la paz? ¿Podemos soñar con que algún día nos unamos verdaderamente? Quisiera tener todas las respuestas que necesito. Me duele profundamente el odio; lo padezco en cada paso, en cada mirada que doy. Desearía de alguna forma poder cambiar todo eso, todo lo que causa sufrimiento. ¿Cuál es la misión de un maestro en esta vida? ¿Cómo saber qué es lo verdaderamente importante? No quiero fallar. Tengo una tarea tan vital como es guiar a quien está destinado a cambiar el mundo. No puedo equivocarme… Quizás el deseo profundo de cambiar todo, pueda guiarme para hacer lo correcto. Debo creer en mí, no hay duda. Hay algo en lo profundo que me llama a seguir adelante. Sin duda me queda

mucho por hacer. Él está esperando en algún lugar; debo creer en él…debo creer en mí.

IX Últimamente he estado pensando mucho en Heiwa. No puedo evitarlo, ella siempre ha ocupado gran parte de mis pensamientos. Aunque no lo quiera, siempre he estado ligado a ella, quizás si porque la amo, o porque el destino ha querido que nos encontremos en numerosas oportunidades. Cada vez que pienso en ella, me es inevitable recordar su dolor. Hace muchos años atrás, Heiwa tuvo un hermano menor, al que amaba con todo su corazón. El chico siempre soñó con convertirse en jefe de la aldea, para así poder traer paz a las naciones, y acabar con las guerras y el sufrimiento de todos. En este mundo hostil, los niños son incluidos en las guerras como parte de los ejércitos. Aún recuerdo el día en que luego de una misión en el País de las Montañas, junto a Heiwa regresamos a la aldea. Llovía y el día se tornaba cada vez más negro, casi anochecía. En medio de la guerra nuestra aldea había sufrido un terrible ataque, que tenía a las familias alojadas en refugios. Así mismo, muchos estaban fuera, luchando en el frente. Una vez que entramos al cuartel, nos esperaba Uragiri, sentado a media luz con los ojos perdidos. Heiwa se inquietó, y corrió a donde estaba. Uragiri era el jefe del batallón en el que fue incluido su hermano menor para ir a combatir. Al vernos entrar, se levantó, y tan solo pudo mirarla con tristeza en los ojos, y una mirada doliente. Bajó la vista hacia el suelo, y movió la cabeza como respondiendo a la pregunta que solo con miradas Heiwa le había hecho. Su hermano pequeño, había caído en la guerra, junto a muchos otros niños. Recuerdo que lloró amargamente, sin entender lo que pasaba. La abracé, intentando contener la agitación de su desconsuelo. La mirada de Uragiri estaba clavada en el sector izquierdo del piso de la habitación, como queriendo evitar ser testigo de tanto dolor. Nadie dijo nada. Tan solo podíamos oír la lluvia golpeando con violencia los charcos que se habían hecho, y el llanto arrasador de Heiwa en un inquietante ambiente fúnebre. Solo pude abrazarla, mirando hacia un costado. No fui capaz de mirarla a los ojos. No puede compartir todo el sufrimiento que ella estaba sintiendo. Yo no podía entender por qué la vida daba giros tan repentinamente crueles. Por qué de pronto todo

lo que una persona amaba, le era arrebatado violentamente, sin explicación alguna. Por qué el odio del mundo cobraba una tras otra vidas inocentes que aún no podían comprender del todo las circunstancias de lo que vivían. Quise desaparecer y huir de todo y de todos. Quise abandonarlo todo en una resignación profunda ante lo que parecía no tener fin. Era inexplicable el dolor de ver sufrir sin consuelo a la persona que yo más quería. Me pesaba el hecho de no poder hacer nada para cambiarlo. Cómo solucionar algo que no tiene vuelta atrás. Cómo revertir las consecuencias del odio en el mundo, de la desesperación. Cómo recobrar una vida inocente que fue sacrificada en función de un círculo de rencores sin intenciones de acabar. Mientras yo me torturaba en la desesperación de mis pensamientos, Uragiri permanecía inmóvil, consumido en una mirada sin retorno de un viaje emprendido al círculo de las tristezas que aquejan el alma sin misericordia. Quizás se sentía culpable, por no haber podido proteger al hermano pequeño de su amiga, o tan solo le dolía el hecho de tantas muertes inocentes. Supongo que el odio en su corazón cada vez iba aumentando con esos pensamientos. No recuerdo qué fue lo que pasó después, solo puedo recordar que cada vez empecé a sentirme peor. Con el pasar de los días aquella guerra llegó a su fin. Me contaron que en una de las últimas misiones de batalla, Heiwa había perdido en sus brazos al hombre que amaba. No se sabía mucho de ella desde entonces. Ni siquiera yo sabía de su paradero. Unos cuantos meses después, luego de que Uragiri ya había partido, decidí dejar la aldea yo también, y embarcarme en un viaje por el mundo, el primero de los muchos que iba a realizar durante mi vida. Me sentía tan confundido que necesitaba buscar algo que me hiciera recobrar el interés por esta vida. Había dejado de lado la profecía del Gran Sabio, tan solo quería encontrar una razón que me demostrara que había algo en este mundo lleno de odio que aún valiera la pena. Los acontecimientos de la última guerra eran mi carga más pesada; el dolor de Heiwa, ante el cual yo no podía hacer nada; el abandono de Uragiri; las muertes de mis amigos; mi soledad. Poco a poco quise ir renegando de todos los lazos que me hacían mantener la esperanza. Creí que si era capaz de eliminar todo lo que algún día me dio fuerzas para creer, entonces podría dejar ir todo el dolor que me aquejaba, y así podría al fin estar en paz. Un viaje como el que entonces estaba realizando no tuvo nada que valga la pena relatar. Nunca sentí tanta desesperación como durante esos dos años en los que recorrí el mundo. Buscaba constantemente alguna forma de dejar ir todo el sufrimiento con el que cargaba. Mi expresión no esbozaba más que una decepción total de todo en lo que alguna vez creí. No sé bien cuántos países visité, o en cuántas posadas descansé, ni cuántas noches no pude dormir porque mi mente se llenaba de imágenes que me despedazaban cada vez más el corazón: Uragiri yéndose frente a mis ojos, sin que pudiera levantarme para detenerlo; la desesperación de Heiwa, la muerte de su

hermano menor; la gente que cayó en batalla. No sé bien cuántos pensamientos daban vueltas en mi cabeza por aquellos días. No es algo que me guste mucho recordar…

X Los días pasan y pasan mientras emprendo camino hacia el País de las Cascadas. Anoche cuando no podía conciliar el sueño, un recuerdo llegó a mi mente, un recuerdo poco claro, pero que apareció rápidamente, como una revelación. En los tiempos en que fui estudiante en la aldea, alguna vez mi antiguo maestro me habló de algo llamado la Voluntad de Fuego. Los ancianos de la aldea siempre hablaban de la Voluntad de Fuego como el pilar que había sostenido nuestra nación a lo largo del tiempo. No es fácil de entender para un niño, puesto que nadie tenía una explicación clara de qué es lo que ésta significaba en verdad. Aquel día mi maestro me dijo que si yo poseía dicha voluntad, podría hacer que nuestra aldea se llenara de paz e integridad, y podría proteger a nuestra gente con el corazón. Sin embargo, cuando pienso en algo que haya podido sostener a la aldea desde sus inicios, nada bueno se me viene a la mente. Mal que mal, siempre hemos estado involucrados en guerras, arrasando naciones, defendiéndonos de ataques; nunca hemos conocido la verdadera paz. Quisiera entender qué es lo que el viejo quiso decir en ese entonces; qué es esa tal “Voluntad de Fuego” de la que hablaba. Los errores de nuestra aldea le arrebataron a Heiwa lo que más amaba en la vida, y oscurecieron por completo el corazón de Uragiri; y terminaron por consumir mi alma en la desesperación y la decepción. Los días pasan, y a pesar de que este es mi sexto viaje, aún no he podido encontrar a alguien cuya mirada me dé esperanzas de que todo pueda cambiar. Hace exactamente un año, tres meses, y siete días que dejé la aldea para emprender definitivamente la búsqueda de aquel niño revolucionario. A veces quisiera volver para ver a Heiwa, para saber qué ha pasado durante esta guerra, para saber si mi gente aún sigue siendo la misma gente alegre que conocí, o si han caído en la tristeza y la resignación. Quisiera poder ver a los niños de la aldea, para sentir que una generación llena de vida tomará en sus manos el futuro, y nos sacará de todo el mal que nos envuelve.

A pesar de eso, lo que debo hacer es encontrar al joven que será mi estudiante; después de todo, debo guiarlo para que sea él quien encabece a toda esta nueva generación, y nos conduzca a todos a un mundo sin odio. Debo seguir adelante, y no detenerme jamás, ese es mi camino en la vida, jamás retractarme de mis palabras, y seguir adelante siempre.

XI Ayer por la tarde entré en el País de las Cascadas. Por primera vez en mucho tiempo sonreí; las personas de la Aldea entre los Valles me dijeron que la guerra había acabado, y que las grandes naciones estaban en busca de un acuerdo de paz. Quizás este sea el momento para un nuevo comienzo, donde empecemos a dejar atrás el pasado, donde miremos al otro como igual, y comprendamos su dolor. Dolor…qué difícil es enfrentar un enemigo tan fuerte como lo es dolor. ¿Cómo sanar las heridas que llevamos dentro? ¿Cómo hacer que el amor sane dolencias profundas que se han arrastrado durante años? Rencores que se han engrosado con cada vivencia fatídica en medio de guerras interminables, en medio del odio creciente de años trágicos. 18/02/14 Me doy cuenta que aquella alegría que creí sentir no sirvió de mucho. Heme aquí, aún lamentándome por las tragedias. Quizás en el fondo estoy convencido de que no podremos avanzar hasta que de verdad cada ser humano del planeta cambie su interior. No bastan armisticios, ni acuerdos diplomáticos. Solo cuando podamos dejar ir el odio, puede que empecemos a entendernos los unos a los otros. Debo seguir…jamás retractarme de mis palabras; ese es mi camino en la vida…

XII Mi búsqueda me lleva por estos días a la Nación de las Islas. Hoy por la mañana tomé este pequeño bote y dejé el puerto. Serán seis días navegando. La gente del puerto lucía algo nostálgica. Quizás añoraban tiempos pasados, o futuros tal vez, quién sabe. Recuerdo las palabras de un hombre que yacía junto a una taberna, con la mirada perdida en algún punto desconocido; repetía una y otra vez: “¡ya

llegará!”. Puede ser que en sus últimos alientos, tan solo pudiera pensar en que algo debía llegar, algo que seguramente ha esperado durante mucho tiempo. En una esquina, un poeta recitaba sus escritos; recuerdo uno… “El mundo, distante, próximo, silente. Las luces y lo desconocido; tantas cosas, los días cayendo, y se alzan los destellos; las memorias. Hojas de papel descolgando historias. ¿Qué es? Y no es nada, es lo que queda y nada más; ausencia en todos lados, y compañía eterna, quizás la del ayer. No cargaste con todo, solo con lo más fácil; ahora nos queda todo por delante, o por pasado, todo puede ser, o quizás no…” Me pareció percibir en su temple un resabio de resignación, de un desánimo quizás propio de estos tiempos. Un amor moribundo y la dejación de la soledad, o un desgano de la decepción de los nuevos tiempos que tanto han tardado en llegar. Me pregunto, si aún estará en el puerto recitando sus pensares. Cerca del mediodía una botella apareció flotando junto a mi bote, con una carta dentro. En un intento que casi me cuesta una zambullida, tomé la botella, quité el corcho que la tapaba, y saqué la carta para leerla. El papel enmohecido, la tinta insegura, quién sabe cuánto tiempo llevaba en el mar. “¿Y ahora?, curioso, simple, mirando el acontecer, pensando lo inútil, esperando el presente. La atractiva soledad, ¿la propia? La tuya, la mía, la de los dos. El instante eterno que se precipita hacia el horizonte buscando aves para divagar por el cielo. El momento exacto, preciso, y ahora el río abre sus brazos y se separa. El toque insensible de lo incierto y lo misterioso; ¿qué pasó? Dejémoslo así, en paz. La soledad de todos y de nadie más; las hojas que no caen, que obscurecen, que cambian, que vuelven a la vida. La vida, solo eso, la vida. El mar de pensamientos extraños; las aves y las ideas, los caminos del pensamiento, la lluvia, no del cielo, sino la tuya, la mía, la de los dos. Déjala, que llegue el nuevo cielo, tal vez hoy, tal vez mañana, o tal vez…ayer.” Me pareció una carta de amor. Me tumbé en el bote, con los brazos sobre la cabeza y la pierna derecha flectada sobre la rodilla izquierda, contemplando el cielo en su azul profundo. En esa misma posición dediqué un par de horas a pensar en el contexto de aquella carta. Algo me hizo creer que la había escrito un hombre, quizás un joven cuya soledad tomó los estribos de la pluma. Parecía adolorido por el abandono de su amada, quién sabe. El amor, aun siendo la fuerza más vital de la existencia, puede trastornarse hasta horizontes inimaginables, creando odio y soledad. A veces no queremos aceptar las circunstancias de la vida, y olvidamos por completo cuál es la principal característica del amor: la libertad. Quizás el joven no pudo entender el que su amada no le correspondiera; quizás olvidó que él amó por ser libre, y que en esa misma libertad, la muchacha no sintió lo mismo. Si tan solo pudiésemos por un instante comprender al otro, para entender su libertad, su dolor; para aprender que no podemos

obligar a las libertades del alma a sentir ni a corresponder. Después de todo, eso es parte de amar; es amar la libertad del otro, y ser libres también. Me levanté, enrollé la carta nuevamente, la introduje en la botella, la tapé con el corcho, y la arrojé de vuelta al mar. Con los brazos sobre el borde del bote, vi unos instantes como seguía su curso entre las aguas hasta que la perdí de vista. Me pareció sentir que el amor del joven escritor se disipaba entre las olas, dispersándose en la inmensidad. Sería bueno que también lo hiciera su soledad; que escurriera entre el mar, y se evaporara algún día, para que pudiera encontrar la paz. Quisiera poder volver a ver a Heiwa; después de todo, ya ha pasado mucho tiempo…

XIII Llevo dos días navegando en el mar. Es curioso, pero siento que a medida que avanzan las páginas de mi relato, mi prosa va mejorando cada vez más