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VACACIONES L. Giussepe

La lluvia, el café y un buen libro hacen una gran combinación. Eso me había enseñado Ella aquella mañana de tormenta fuera cuando me visitó por última vez. El fútbol me había vuelto un arrogante, lo admito. No cabía en mí la modestia y eso lo hacía ver cuando me sentía y gritaba que era el mejor jugador del equipo. Aunque me molestase que el entrenador no me diera la capitanía del equipo, yo me lo cobraba haciendo sentir al equipo como si fuese uno sin alma cada que fingía lesiones nada más para verlos en esa situación desde la tribuna. Era un idiota. Y aun así un idiota como yo logró enamorar a, quizá, la mejor mujer de la escuela y de la vida. No fue la capitana porrista del equipo. Tampoco era la más sexy del colegio. Era una RATA DE BIBLIOTECA. Comenzó como una apuesta con mis amigos (idiotas todos), continuó con su capacidad de tocar la guitarra y terminó atrapándome su inteligencia. Ahora quizá llegue el momento de arrepentirme del porqué era yo así. ¿Por qué jamás le pedí al menos una sinopsis de los tantos libros que leía en la biblioteca? Era muy inteligente y yo muy estúpido. Pero con todo eso… lo nuestro funcionaba. Según ella; disfrutaba escucharme hablar del fútbol, estrategia y sus reglas. No interesaría mencionar nombres ni tampoco las tantas cosas que pasamos y el tiempo que compartimos. Quiero hacer esto un poco corto.

Amaba el fútbol y la quería a ella en cierta medida. Esas eran las dos cosas importantes en mi vida; pero después del incidente del tejado, amo el fútbol, adoro la lectura y la extraño mucho. Eran finales del año escolar, habíamos ganado (en otro tiempo diría GANÉ) el campeonato de fútbol inter-escuelas de la ciudad. La mañana siguiente al último partido y post-celebración, el entrenador nos dio sus felicitaciones, ultimas disposiciones del año, metas para el siguiente, mantenerse entrenado durante las vacaciones y una última tarea. Debido a la antigüedad de nuestras instalaciones en la escuela. El tejado del depósito de libros había quedado dañado. Requería cierto mantenimiento y no ocurrió mayor idea que: fueran los del equipo de Fútbol quienes dieran una mano, considerando el buen estado físico que tenían. Me dispuse a quejarme como mis compañeros de equipo. El problema fue que el entrenador mencionó que la Representante del Club de la Lectura… ELLA… pidió encarecidamente ese favor. No había hecho nada por Ella en la mitad del año, más que llevarla al cine un par de veces y la otra gran mayoría de ocasiones… a un partido de Fútbol. Creo que era el momento adecuado para ser un poco… solo un poco… menos idiota. El día de la jornada, los del Club de la Lectura ayudaban limpiando algunos lugares del depósito y los del Equipo se ocupaban del tejado. Los momentos en que los grandes lectores subían al tejado eran escasos, más que solo para echar un ojo o preguntar por el estado de nuestra sed. Diligenciaba algunas tareas, me sentía el capitán de ESTE equipo y fue cuando… no lo sé… fue extraño y no lo recuerdo muy bien. Escuché algunos pasos en el tejado, observé al cielo y sentí caer. Creo que ahí fue cuando me desmayé.

Desperté incomodo en una camilla. Lo primero para un deportista es moverse y pues, sentí dura la pierna. Abrí mis ojos y esperé que todo esto fuese una pesadilla. Tenía un enorme yeso en la pierna derecha. Soy zurdo, pero necesitaba de las dos para jugar bien. En mi corta estancia en el hospital me visitaron muchas personas (increíblemente considerando lo idiota que era). Ella vino un par de veces. No importase quien visitará, estaba muy molesto y no se me pasaba con nada. No quise culpar a la gente, pero no sabía si hacer responsable a mi novia o al entrenador. Volví a casa con la recomendación del doctor que me mantuviese en reposo la mayoría del tiempo. Ella me visito el primer día en casa. -

¿Cómo te sientes hoy? – dijo ella. Aparte de la pierna y el no poder jugar… me siento aburrido – repliqué. Que te parecería leer un poco… quizá ayude con ese aburrimiento y además... ¡Sabes… y lo sabes bien! ¡Eso no es lo mío!

Tomó su bolso y sacó un libro. -

-

Me importas demasiado. No soy muy buena alentando a la gente. Si fuera así estaría con las porristas como te gustaría talvez… Yo sólo… traigo un poco de mí para ti… Puedes dejarlo ahí – Apunte al velador – Trataré de dormir.

Le di la espalda, oí que dejo el libro donde le dije, escuché su conocido susurro al oído diciéndome Te Quiero y finalmente salió del cuarto. Cuando desperté mi pierna seguía enyesada, señal de que todo esto no era una pesadilla.

Observé el libro. Un Capitán de 15 años – Julio Verne decía la tapa. Dentro del libro había una nota. “Espero te guste, fue uno de mis primeros libros.” Y en la parte trasera de la nota rezaba. “PD: Puedes quedártelo si te gusta.” “PD2: Te quiero.” Le di una oportunidad al libro. Comencé a leer unas páginas y no me detuve solo hasta ya muy tarde, dando una pausa para cenar. Dado que no soy un lector devorador de libros, me tomo un par de días acabarlo. Terminé el libro y fue justo cuando Ella me visito otra vez. La recibí con un gran saludo, le di un beso y le agradecí por el libro. Me había gustado mucho. Me disculpe por lo cascarrabias que había sido aquel primer día. No quería ser inoportuno con mi petición, pero ella me leyó la mente. Sacó de su bolso otra colección de libros de Julio Verne y otros autores. Dijo que seguramente me durarían en lo que se terminaran las vacaciones y hasta eso la pierna ya habría sanado también. -

Una colección… Wow… ¿Esperaste a que me gustara uno para traerme la colección entera? – dije tomándolos todos. No exactamente. Mi plan era traértelos uno por uno – sus ojos estaban medio vacíos. ¿Qué pasó entonces? Pasaré las vacaciones en casa de mi abuela, así que no podré venir a verte todos los días. Pero te aseguro que volveré para el final de las vacaciones y seguro me dirás cuales te gustaron. – Guiñó el ojo.

-

Muchas gracias.

Se quedó unos minutos para escucharme leer un par de páginas de los nuevos libros. Luego se despidió y se fue. Esas vacaciones leí todos esos libros. Todos me gustaron. De la Tierra a la Luna, Veinte Mil Leguas De Viaje Submarino, Los Viajes de Gulliver, Mi planta de Naranja Lima, etc. Leía Rebelión en la Granja cuando mi pierna sanó. Durante el día jugaba al fútbol para recuperar la forma física y durante la noche leía un poco. Mi cuerpo se recuperó rápidamente. El accidente de la pierna parecía que jamás hubiese ocurrido. Pero hasta entonces Ella no me visitaba aún. Tuve un par de partidos de práctica con el equipo antes de volver a la escuela. Los jugué como nunca. Después del segundo partido, el entrenador me dijo que este año sería yo quien capitaneara el equipo. Estaba muy feliz, esa misma noche acabé con Rebelión en la Granja y ya sólo me faltaba un último libro de la colección que me habían dejado… La Naranja Mecánica. Vaya título para un libro. Ya faltaban unos pocos días para el regreso a clase y Ella tampoco me visitaba aún. La extrañé mucho aquellos días. La mañana siguiente fue especial. Los días lluviosos no me gustaban mucho. Bueno, esa mañana amaneció lloviendo. Intenté leer, pero sentía que me faltaba algo. Oí que tocaron mi puerta y aprobé que entraran. Yo estaba viendo la ventana. -

Mira quien vino a verte – Dijo mi madre.

Cuando volteé, salté de la cama en un instante y corrí a abrazar a esa persona. Ella volvió. Me sonrió y la besé. No tuve reparos de hacerlo frente a mi madre. No hubo mucha conversación más que opiniones sobre los libros. Hablamos sobre mi pierna y su rápida recuperación. De mis nuevas buenas noticias. Le pregunté un poco de su estancia en la casa de

su Abuela. Me regaló un par de libros más y me dijo que podía quedarme con la vieja colección. Paso a despedirse no sin antes dejarme el mejor consejo para los días lluviosos. -

Lluvia más ventana… no soy matemática, pero si a eso le sumas un café y un libro. Seguro que lo disfrutas – Se detuvo un rato – No soy muy buena para las despedidas para ser sincera.

Le sonreí y volví a ver la ventana. Luego salió del cuarto sin que yo lo notará por mi gran distracción en lo que era esa primera vista de adición un poco más profunda: Ventana + Lluvia. Oí a mi madre reír y luego cerrarse la puerta. Ella me saludó con la mano desde fuera y luego se subió a un taxi. Me hubiese gustado acompañarle hasta ese vehículo aquel día. El resumen de lo que paso después es muy sencillo. Volví a la escuela y no la vi. Fui a ver su casa y no encontré a nadie. Fue en una conversación con una de sus amigas que supe que se había cambiado de escuela y que aquel día de lluvia había venido a despedirse de todos sus amigos. Experimente una tristeza grande. No era un hombre muy sentimental, no obstante, aquello me afectó por varias semanas. En ese tiempo no pude leer, no me sentía con ganas de hacerlo. Tuvieron que pasar varias semanas para que finalmente entendiera que algunas personas llegan para cambiarte la vida sin que tú lo notes. Y es cuando aprecias ese gran cambio que esas personas ya no están. Espero algún día volver a verla y agradecerle por todo aquello que cambió en mí. Dejé de ser un idiota. No era más un arrogante. En mi equipo consideraba que todos éramos igual de importantes. Todo cambió en mí esas últimas vacaciones.

Cuando me sentí mejor, volví a la lectura. Y aunque por algunas noches me pregunté por qué no me había dado la noticia que no la vería más, poco a poco le encontré sentido a sus últimas palabras. Cuando hojeaba una página más de El Conde de Montecristo, encontré una nota como la que venía en su primer libro. Esta decía: “Espero encuentres esta nota lo más antes posible y entiendas que no he sido nunca buena con las despedidas. Mis padres se divorciaron e iré con mi madre a vivir a Europa. Espero te vaya muy bien en la vida y también volverte a encontrar algún día. Gracias por las lecciones de Fútbol” Experimenté una completa tristeza. Tal vez para aquella mañana lluviosa aún estaba en proceso de cambio para poder preguntarle un poco más de su vida, de sus problemas, de su sentir general. O solamente quizá estaba tan contento para conmigo que olvidé esos detalles. También pienso que pudo ser al revés… ella notó que estaba muy feliz para venir a mí con noticias así. De todas maneras y en cualquier de los casos, ella sabía que yo no preguntaría sobre eso. Ahí ya estaba la respuesta. Ella lo había previsto. La prueba era que la nota ya estaba en el libro incluso antes de cruzar la puerta de mi cuarto. Somos muchas veces tan obstinados con nuestros temas que olvidamos los de otros que están ahí siempre para nosotros. Sean triunfos, fracasos o problemas. Es común que vayamos con otra persona a compartirlos. Los triunfos incitan que el otro se alegre y celebre con nosotros. Los fracasos, por otro lado; son situaciones en las que esperamos que la otra persona llegue, nos dé una mano y levante del fondo con palabras de aliento. Los problemas son hechos mucho más distintos. Tratamos de buscar apoyo, desahogo y que nos ayuden a cargar un poco nuestros líos a la vez. Está en nosotros el considerar que en ese momento y dependiendo de la persona… quizá… solamente

quizá… Él o ella puede estar cargando algo más pesado que nosotros. Recordé que en muchos pasajes de los libros que dejó, los personajes casi siempre enseñaban que los arrepentimientos no tienen lugar en ningún caso. Y tenían razón. Solo quedaba seguir con la vida y asumir todo lo pasado como lecciones. Lloré un poco… o mucho. La verdad no lo recuerdo, lo importante es que salieron lágrimas de alguien que se consideraba insensible. Cuando me calmé un poco, reflexioné sobre lo que había sido todo aquello. Finalmente, no le encontré lugar a los arrepentimientos como mandaban las grandes historias. En lugar de eso encontré en mí un bello sentimiento de sentirme dichoso por haber sido hallado y amado por alguien como ella. Leí una última vez su nota. Para sorpresa mía había algo escrito en la parte de atrás al igual que en el primer libro que me regaló. Sonreí al leer que era lo que contenía, pero sin verlo venir… lloré una vez más. “PD. Te Quiero” “PD2. Si pudiera regresar en el tiempo… Sí… Te volvería a empujar de ese tejado”

FIN