Una grulla alza el vuelo: Yo he sido ese viento purificador..

Una grulla alza el vuelo Por D.G. Laderoute La desesperación colgaba de un ejército derrotado como una nube de humo. Do

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Una grulla alza el vuelo Por D.G. Laderoute

La desesperación colgaba de un ejército derrotado como una nube de humo. Doji Hotaru podía sentirla, tan espesa y agria como el humo real que contaminaba el aire del campamento militar del Clan de la Grulla, que salía de una miríada de fogatas para cocinar, herrerías y hogueras de vigilancia. Llevaba horas atravesándolo, con su séquito de guardias y oficiales de estado mayor a remolque. Horas durante las que se había ido parando para hablar con los hoscos escuadrones de soldados que contemplaban esas mismas hogueras con rostros duros y distantes mientras revivían revivía la pequeña parte que les había tocado en la derrota de aquel día contra el Clan del León. Cada una de las veces que se había detenido había tratado de ser un soplo de inspiración para disipar aquel manto de desesperación. Había hablado a los soldados Grulla del orgullo de sus ancestros, de su importancia para el clan, de que la derrota era solo algo temporal, un crisol que purificaría al ejército y lo haría más fuerte, todo ello puntuado por las citas apropiadas del Libro de Sun Tao. Y cada vez, cuando se marchaba, los soldados parecían al menos un poco más alegres, la neblina de desesperación que los rodeaba se disipaba un poco. Yo he sido ese viento purificador... ¿O no? Hotaru y su séquito se acercaron al siguiente grupo de soldados, uno de los últimos. O al menos uno de los últimos si no contaba a los escuadrones de guerreros adustos y algo escuálidos agrupados a lo lejos, en torno a un grupo de hogueras alejadas del campamento principal. Y ella no los contaba. Eran una partida de guerra de rōnin, uno de los muchos grupos contratados por el ejército Grulla como mercenarios. Hotaru apenas les dedicó una mirada. Perros sin honor... y sin duda bandidos, cuando no les pagaban para luchar. No necesitan otra inspiración que el oro Grulla... Oro Grulla. Cada día había menos. Sin duda, no el suficiente como para desperdiciarlo en toscos mercenarios. Pero el ejército del Clan de la Grulla, que ya para empezar era pequeño comparado con los de los demás Grandes Clanes, había sufrido tantas pérdidas durante sus batallas en torno a Toshi Ranbo que contratar mercenarios había sido la única solución. Y eso requería oro. La escultura, titulada Una grulla alza el vuelo, estaba embalada para su entrega a los mercaderes del Concilio Comercial Daidoji que la estaban esperando. La estatua había estado expuesta en el mismo lugar en Kyūden Doji desde que tenía memoria, en el recodo de un pasillo. Alguien, no podía recordar quién, le había dicho que había sido tallada por uno de los mejores escultores Grulla en la época en la que el Clan del Unicornio volvió a Rokugán… así que hace unos trescientos años. 11

Y ahora había desaparecido, vendida como consecuencia de su decreto, para pagar a los mercenarios... Pero el arrepentimiento era un pecado. Lo que importaba era su clan. Su pueblo y sus súbditos no podían comer arte, pero si con ello ayudaba al clan a defender las fértiles Llanuras Osari, vendería hasta la última obra maestra si fuera necesario. ¿Y qué diría Satsume al respecto? Hotaru aceleró el paso, evitando a los rōnin silueteados contra su hoguera y dirigiéndose hacia su puesto de mando. Por el camino, ella y su personal pasaron por una tienda de campaña médica rodeada de soldados caídos en camillas. El cántico de un solitario shugenja salía del interior, pero las oraciones no eran suficientes para ahogar los gemidos que se elevaban de muchas de las camillas. Y con todo, ¿no era el sonido del sufrimiento una bendición, cuando la alternativa era el silencio eterno? No tenía forma de saberlo. La hierba alrededor de la entrada de la tienda de campaña había quedado aplastada y embarrada. ¿Qué parte del barro era agua y qué parte era sangre? Podía detenerse, hablar con los heridos... El arrepentimiento es un pecado... ...y simplemente siguió adelante. El viento purificador se había agotado, y aún le quedaba mucho por hacer. La comitiva de Hotaru se dispersó al acercarse a su puesto de mando, un grupo de tiendas de campaña en un lugar elevado cerca del centro del campamento. Entró sola en su tienda de mando y se detuvo. Ya había un hombre aguardándola. Daidoji Netsu: el general que hoy había perdido la batalla para los Grulla. Hotaru se quitó la chaqueta haori que había llevado para protegerse del frío de la noche y dejó que sus ojos se habituaran al resplandor de las linternas, suaves y pálidas, pero aun así muy brillantes en comparación con la oscuridad del exterior. Daidoji Netsu se arrodilló ante ella, de espaldas a la mesa de mapas en la que se veían las posiciones de las tropas Grulla y León alrededor de Toshi Ranbo. Cuando sus ojos finalmente se encontraron, Netsu se inclinó hacia delante y plantó la frente sobre las tablas de cedro del suelo de la tienda. —Levantaos, Netsu-san —dijo Hotaru—, y decidme qué es lo que ha salido tan mal hoy. Netsu se enderezó, pero permaneció arrodillado. No llevaba armadura, sólo un kimono azul y gris, y había colocado su daishō en el suelo a su izquierda, listo para desenvainarlo en defensa de su señora. Hotaru se fijó en un trozo de papel plegado bajo el wakizashi. —He comprometido nuestras reservas demasiado pronto, Doji-ue —dijo Netsu—. Por este motivo, cuando apareció la fuerza de flanqueo León y nuestro flanco derecho comenzó a flaquear, no tenía nada con lo que reforzarlo. 22

Hotaru miró fijamente a la mesa de mapas. Su descripción de la situación estratégica general en torno a Toshi Ranbo hacía que la batalla perdida, que sólo estaba representada por un puñado de las muchas fichas de madera que representaban las disposiciones de las tropas León y Grulla, pareciese algo trivial. Pero al vencer aquel día, el Clan del León había forzado a los Grulla a retirarse de una aldea conocida como Tres Árboles. Sin lugar a dudas, los León ya habían conquistado y fortificado la aldea, cortando con ello otro de los caminos que conducían a Toshi Ranbo. Eso dejaba a los Grulla en una posición precaria: sólo quedaba una carretera, que llevaba al palacio de su familia vasalla Tsume, Kyūden Kyotei, en el Valle de Kintani, desde la que abastecer a la guarnición que aún defendía Toshi Ranbo. Con la mirada aún sobre la mesa de mapas, Hotaru preguntó, —¿Por qué utilizasteis las reservas cuando lo hicisteis, Daidoji-san? —Percibí una debilidad en la formación central León —dijo Netsu— y traté de aprovecharla. —Hotaru oyó al Daidoji cambiar de postura tras ella—. Fracasé. Y ese fracaso es el motivo por el que he preparado esto, Doji-ue. Hotaru se dio la vuelta y se encontró a Netsu sosteniendo el papel que había colocado bajo su wakizashi. —Es mi poema fúnebre, mi señora. Por supuesto, llevaré a cabo los tres cortes para expiar mi fracaso de hoy. Hotaru aceptó el papel pero no lo desplegó. En lugar de ello, se volvió hacia la mesa de mapas y dejó que su mirada deambulara por ella. Netsu permaneció arrodillado, esperando a que ella aceptase su ofrecimiento de cometer seppuku. El instante de silencio se alargó bastante, roto sólo por los sonidos lejanos e inquietos de un ejército acampado. Patrimonio Grulla... empleado para financiar la supervivencia del clan. ¿No hemos gastado ya suficiente? Hotaru puso el poema fúnebre, aún doblado, en el lugar que marcaba Tres Árboles en la mesa de mapas. El arrepentimiento es un pecado. —No —dijo ella, volviéndose hacia Netsu—. No permitiré que hagáis los tres cortes —el rostro de Netsu empezó a tensarse con asombro, pero Hotaru levantó la mano—. No es porque me niegue a que recuperéis vuestro honor, Netsu-san. Todo lo contrario, de hecho. Quiero que restauréis vuestro honor llevando a nuestro ejército a la victoria en su próxima batalla. —Mi señora... —Empleasteis la reserva porque visteis la oportunidad de romper las líneas León, ¿correcto? —Sí, mi señora. —Así que buscabais la oportunidad de ganar la batalla. Y como consecuencia de ello, no pudisteis evitar que la perdiéramos, ¿verdad? 33

—...Supongo que es cierto, Doji-ue. —¿Y acaso no dijo el propio Akodo-no-Kami en Liderazgo, su obra principal, que “defender es simplemente ser optimista, mientras que atacar es ser victorioso”? —Lo hizo, mi señora. —Prefiero tener un general al mando de nuestro ejército que desee la victoria de forma agresiva, Daidoji-san, que uno que simplemente se esfuerce para no perder. —Entiendo, Doji-ue. Pero eso no altera el hecho de que os fallé, que fallé a nuestro clan... —Un fracaso que espero que recordéis, y no repitáis, Daidoji-san. Netsu miró a Hotaru durante un instante, y luego se inclinó. —No soy digno de la confianza que depositáis en mí, mi señora. Me esforzaré por ganármela. —De eso, no tengo duda alguna —miró a la mesa de mapas, al papel colocado en Tres Árboles—. Mientras tanto, dejaré vuestro poema fúnebre donde está. Os lo devolveré después de vuestra victoria en nuestra próxima batalla contra el León. Y si sois derrotado de nuevo, leeré vuestro poema, y ejecutaréis los tres cortes, Daidoji-san. Eso no lo dijo, porque no era necesario. Ambos sabían que el seppuku de Netsu había sido suspendido, no cancelado. El Daidoji abrió la boca para decir algo más, pero una repentina conmoción en el exterior le detuvo. Se oyeron voces, una exclamación repentina, y luego una figura envuelta en una pesada capa entró en la tienda de campaña. Netsu se lanzó de inmediato hacia su katana, pero se detuvo cuando la figura echó hacia atrás su capucha. Hotaru... simplemente se le quedó mirando. El hombre de pie en la entrada sonrió. —Saludos, hermana —dijo Doji Kuwanan—, veo que no me esperabas. —Kuwanan —sonrió Hotaru ampliamente tras despedir a Netsu— ...¡estás vivo! Kuwanan resopló. —A menos que creas que soy un shiryō que ha venido a atormentarte eso parece, hermana. La sonrisa de Hotaru se encogió un poco al percibir la dureza de las palabras de su hermano. Fantasmas... ¿Le acechaba ahora el fantasma de Satsume, saboteando sus esfuerzos por guiar al clan en estos tiempos difíciles? Estúpida, se regañó a sí misma. Está muerto y enterrado. —Todo lo que sabíamos —se las arregló a decir en lugar de eso— es que habías desaparecido después de una escaramuza en Shirei Mura. No se encontró un cadáver, pero sin más pistas, tuvimos que pensar lo peor. —Fui hecho prisionero por un grupo de rōnin. Afortunadamente, pude escapar de ellos. Me dirigí a Kyūden Kakita, donde descubrí que estabas aquí. Hotaru miró la mesa de mapas. Hecho prisionero por un grupo de rōnin. No muy diferentes a los que ahora luchaban contratados por el ejército Grulla. ¿Podrían ser...? Apartó esa idea y miró de nuevo a Kuwanan. —Bueno, agradezco a las Fortunas tu regreso, 44 hermano. Me alegra mucho volver a verte.

Kuwanan se quitó su capa de viaje de paja, la colocó sobre un taburete de campaña, y luego se calentó las manos sobre un brasero lleno de resplandecientes ascuas. Mientras lo hacía, su mirada recorrió la mesa de mapas. —Nuestra situación no parece prometedora —dijo por fin, y luego frunció el ceño ante el papel doblado colocado en el mapa sobre Tres Árboles—. ¿Qué es eso? —El poema fúnebre de Daidoji Netsu-san —explicó Hotaru—. Se ofreció a realizar los tres cortes, para expiar nuestra derrota de hoy ante los León. —Ya veo. ¿Y cuándo sucederá? Sería apropiado asistir. —No ocurrirá. No acepté su seppuku. Kuwanan miró de reojo a Hotaru. —¿Por qué no? —Es un general hábil y un recurso para nuestro clan. Por lo tanto, le encargué que se hiciera con la victoria en nuestra próxima batalla, como una mejor manera de expiar la derrota en ésta. —Aunque fue derrotado hoy. —Sí, pero… —¡Pero nada! —soltó Kuwanan—. Llevó a nuestro ejército a la derrota, dejando nuestra posición estratégica... —hizo un gesto con la mano a la mesa de mapas— ...no sólo débil, sino prácticamente insostenible. Tenemos soldados, súbditos, incluso rehenes en la balanza. Kakita Asami… —se detuvo, y recuperó la compostura antes de continuar—. Y a pesar de lo que está en juego, ¿éste es el hombre al que volverás a poner al frente de nuestras fuerzas? —Kuwanan lanzó un vistazo airado al poema fúnebre durante un momento, y luego se encaró de nuevo con Hotaru— Deberías haber aceptado, haber dado por hecho, que realizara los tres cortes, hermana. Eso es lo que exige el Bushidō. Hotaru se obligó a no encogerse ante la dura mirada de su hermano. No tenía ni idea de lo que se exigía de ella. —El Bushidō exigía que hiciera el ofrecimiento, hermano. Y lo hizo. Es mi elección como campeona aceptarlo o no. Kuwanan echó la mirada hacia el papel doblado y asintió. —Así es —miró a Hotaru—. Es sólo que resulta lamentable que tiendas a hacer tales... compromisos. ¿Qué sabes tú de compromisos, hermano, cuando nunca has sido realmente puesto a prueba? Se hizo el silencio durante un instante, perturbado solamente por el suave chasquido de un rescoldo en el brasero. No podía dejar pasar aquel insulto. —¿Compromisos? Kuwanan, con la mirada aún puesta en el papel, suspiró lentamente. —Tus decisiones no tienen sentido para mí, hermana. Pones al mando de nuestro ejército a un general fracasado, cuando una derrota más probablemente signifique la pérdida de Toshi Ranbo —se giró y la miró fijamente a los ojos—. Y no haces nada sobre la muerte de nuestro padre. —Los magistrados Esmeralda... —Lo están investigando, sí. Eso me dijeron en Kyūden Kakita. ¿Y qué han averiguado?

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—Aún no habían hecho un informe cuando me marché de Otosan Uchi. —Así que nada, entonces. ¡Doji Satsume muere, las semanas se convierten en meses, pero no hay interrogatorios, ni arrestos, ni cargos contra nadie! Hotaru apretó los puños a un costado. —Para que haya sospechosos, hermano, debe haber habido un asesinato. Pero los magistrados Esmeralda han dictaminado que la muerte fue por causas naturales. —¿Entonces Satsume no fue asesinado? —¿No estás escuchando? He dicho… —¡No estás haciendo ningún esfuerzo para descubrir la verdad por ti misma! —la interrumpió Kuwanan, paseándose por la tienda de campaña. —Tienes la obligación de que se haga justicia con él, con nuestra familia y con nuestro clan. De determinar quién mató a nuestro padre, y vengarse de ellos —se detuvo, hizo una pausa y agregó—. Eso es ciertamente lo que nuestro honorable padre hubiera esperado de ti... y es lo que habría hecho en tu lugar. ¡Cómo te atreves! Tú, que nunca has pasado por lo que yo he tenido que soportar.... Hotaru se dio cuenta de que estaba apretando los dientes de nuevo. Relajó deliberadamente la mandíbula. —Pero no es nuestro padre quien se enfrenta a estas decisiones. Soy yo. Kuwanan se giró hacia ella. —Eso es lo único que está claro aquí. Tú estás tomando estas decisiones. Ciertamente no son las que padre hubiera tomado. Porque yo no soy él, y no tengo ningún deseo de serlo. Pero era evidente que Kuwanan no lo entendería. No la había aceptado en lugar de su padre. Y tal vez nunca lo haría. En vez de eso, simplemente dijo, —Todo lo que sabemos es que nuestro padre murió, Kuwanan. Es posible que las Fortunas decretaran que era su hora de volver a la Rueda Kármica. Los magistrados Esmeralda... —¡No son el Clan de la Grulla! ¡No son nuestra familia! —Kuwanan se acercó a Hotaru, con la expresión aún dura, pero con mirada suplicante—. ¿No lo ves, hermana? El honor exige que nosotros... que tú descubras la verdad sobre su muerte, sea la que sea. Y si fue asesinado, entonces debes hacer justicia por su muerte. Hotaru miró a la mesa de mapas, pero no quería ver su terrible mensaje, así que se volvió hacia el brasero. Todo te parece tan sencillo porque no ibas a ser el campeón de nuestro clan. Padre no esperaba de ti lo que esperaba de mí. Nunca le fallaste, porque tus éxitos no importaban. ¿Cómo puedes no verlo? Su silencio hizo fruncir el ceño a Kuwanan. —Tal vez simplemente no deseas investigar la muerte de Satsume, Hotaru. Tal vez no te importa la verdad... o sencillamente no quieres descubrirla. Esta vez Hotaru apretó los puños además de la mandíbula. Se giró hacia la mirada ardiente de su hermano, con las uñas clavadas en las palmas de las manos. —¿Cómo puedes decir tal cosa? —Porque, hermana, no creo que lamentes mucho la muerte de Satsume. Todavía lo culpas 66

por el suicidio de nuestra madre... —Y si lo hago —soltó Hotaru— es porque él la impulsó a hacerlo. Pero incluso si eso es cierto, ¡cómo te atreves a sugerir que dejaría que eso nublara mi juicio o evitaría mi deber por ello! —Y aun así, no haces nada. Hotaru tomó aliento profundamente... y exhaló de nuevo. Esta conversación se estaba dirigiendo a lugares de los que tal vez no pudiera regresar. Se obligó a bajar el tono. —Los magistrados Esmeralda, como tú mismo has reconocido, llevan semanas investigándolo. No han encontrado nada que sugiera que Satsume haya sido asesinado. ¿Crees que están mintiendo, o que simplemente son unos incompetentes? —Lo que creo —replicó Kuwanan— es que te contentas con dejar el asunto en manos de otros, sin importar su honestidad o su capacidad —se detuvo, frunciendo los labios con la mirada aún puesta en su hermana. Finalmente, dijo—. Los Escorpión tienen mucho que ganar con la muerte de nuestro padre. He oído que Bayushi Aramoro fue uno de los contendientes finales del Campeonato Esmeralda. Puede que haya sido Akodo Toturi el que acabase ganando el título, pero eso no cambia el hecho de que la pérdida de nuestro clan no puede sino ser la ganancia del Escorpión... la ganancia de Bayushi Kachiko. Hotaru se movió hacia la mesa de mapas; el tablero militar desapareció de la vista. Que Kuwanan insinuara que Kachiko estaba implicada de alguna manera en la muerte de Satsume era tan censurable que quería golpearlo… “...algunos sugieren que su muerte no fue natural ni accidental…”. Eso había dicho Shizue poco después de que Hotaru llegase a la Capital Imperial, “...y que ahora el Campeonato Esmeralda está disponible para aquellos que puedan codiciarlo”. Hotaru continuó planteándose que Shosuro Hametsu, el hermano de Kachiko, era un maestro en el uso de venenos. Y luego estaban sus propias palabras, al hablar aquel mismo día con Shizue: “...cada día que pasa, el control Escorpión sobre la Corte Imperial se hace más fuerte…” Kuwanan se puso a su lado. —Hermana... escúchame. Creo que nosotros… tú, yo y muchos otros, estamos siendo manipulados. Alguien nos considera poco más que marionetas que mover a su antojo —se acercó más a Hotaru—. La muerte de Satsume....mi captura a manos de rōnin... el Campeonato Esmeralda... todo es una obra de teatro, escrita con el pincel y la tinta de algún dramaturgo invisible. Ese dramaturgo podría ser la Consejera Imperial —levantó una mano mientras ella abría la boca—. Y puede que no. Pero debemos estar seguros. Y no soy el único que cree que esto es posible. Hotaru miró a su hermano. El repentino resplandor de indignación e ira se había desvanecido, pero seguía queriendo que simplemente.... se callase. —¿Qué pruebas tiene de esto? —preguntó. —¿Pruebas? —Kuwanan se encogió de hombros—. Por el momento, no tengo ninguna. Pero 77

eso no significa que no existan, o que esa manipulación no sea real. —Cualquier cosa puede ser verdad, si es suficiente con decir que lo es. —Dije que no tengo pruebas por el momento, hermana. Simplemente necesito encontrarlas —se acercó de nuevo—. Déjame hacerlo, Hotaru. Déjame encontrar las pruebas. Permíteme desentrañar esta conspiración y llevar a sus autores ante la justicia. Hotaru miró una vez más a la mesa de mapas. Había crecido con Una grulla alza el vuelo, siempre en el mismo lugar, como una presencia sólida y constante. Una vez estuvo a punto de romper la escultura mientras perseguía a Kuwanan por el pasillo cuando eran sólo unos niños. Había tropezado y golpeado la escultura y ésta se había tambaleado hacia su destrucción, pero Kuwanan logró salvarla, tras lo que se quedaron mirándose fijamente con los ojos desorbitados ante el desastre que había estado a punto de ocurrir. Y ahora había desaparecido. Aquel oscuro rincón de palacio estaba vacío. La mesa de mapas se desdibujó. Hotaru parpadeó hasta que volvió a ver claramente aquella sombría visión de las fortunas Grulla. El arrepentimiento es un pecado. El poema fúnebre de Daidoji Netsu atrajo su atención. Había rechazado su seppuku porque los Grulla le necesitaban. El clan había gastado demasiada de su menguante riqueza... demasiada de su herencia y de sus reliquias... demasiadas de sus vidas. No podía permitirse más. Igual que había hecho con Netsu, se volvió hacia Kuwanan y le dijo. —No, te necesitamos aquí, Kuwanan. Necesito que ayudes a estabilizar nuestra situación estratégica y luego comiences a preparar una contraofensiva para consolidar y asegurar nuestro control sobre Toshi Ranbo. Kuwanan miró fijamente a su hermana durante un momento. Igual que cuando eran niños, Hotaru podía ver como su mirada se endurecía con testarudo desafío. Si se le hubiese exigido lo mismo que a ella, Satsume se habría asegurado de que aquella rebeldía hubiese sido sólo algo del chico, y no parte del hombre. Pero no lo había hecho, así que... Kuwanan sacudió la cabeza. No... por favor, Kuwanan-kun, no hagas esto... —Quieres que haga cosas que son meramente necesarias, hermana —cogió su capa de paja y se la puso sobre los hombros—. Pero debo hacer lo correcto. Lamento que no puedas entenderlo. Podía detenerlo. Ponerlo bajo vigilancia. Pero no lo hizo. Conocía bien los arranques de mal genio de su hermano. Eran como los chubascos que caían a menudo sobre Kyūden Doji desde el océano... intensos, pero breves. Puede que se resista a sus órdenes, pero al final, Doji Kuwanan se sentiría obligado por el deber, igual que ella. Kuwanan desapareció por la puerta de la tienda de campaña y se adentró en la noche. Que descubra la verdad que tanto anhela. Sé que no fue Kachiko. Kachiko ya había elegido a Hotaru antes que a su clan. No habría matado al padre de Hotaru… a menos que pensase que era lo que ella quería. 88

¿Lo era? ¿Era feliz ahora? No, imposible. Debo de estar agotada para siquiera planteármelo. No, ahora solo había una mayor presión para que tuviera un heredero con Kuzunobu. La alianza de su clan con el Clan del Zorro dependía de ello, una alianza que podría albergar el secreto para restaurar la armonía elemental en sus tierras. Pero, ¿qué importaría la sucesión si no hay nada que heredar? No haría como Satsume, no dejaría a su heredero un clan en ruinas. Nuestros sacrificios no habrán sido en vano. A lo lejos, unos truenos cayeron sobre las llanuras. Y no me arrepentiré.

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