Un Embrujo de 5 Siglos

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A Maria Soledad, Maria Sofia, Gonzalo, Felipe, Maria Paz y Jose Ignacio.

INDICE

UNA MUJER DELGADITA ............. ........ ............................

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ETELVINA TRABAJA CONTENTA ...... .. ........................ .. ... 17 EL CUENTO DE ETELVINA ...... .... ..................................... 25

-La princes a bruja. Primera parte .................................... 26 LA PRIMERA SALIDA ......................................................... 31

-La princesa bruja. Segunda parte .............................. .... 35 ROBERTO, EL ARTESANO ................................................. 40 MELIBERTO Y MELIBERTO .. :............................................ 47

-La princes a bruja. Tercera parte .................................... 49 LLEGA LA ABUELA ............................................................ 55

-La princes a bruja. Cuarta parte .. .. .................................. 59 ETELVINA ES SORPRENDIDA ........................................... 67

-La princes a bruja. Quinta parte .... .. ............ ................... 73 iHADA 0 BRUJA? ...................... ............ ............. ..... ... ........ 79

POR ULTIMA VEZ, EL CUENTO ....................................... 84 -La princes a bruja. Sexta parte ........................................ 85 iBUSQUEN A ETELVINA! ................. ... ... ............................ 94 MAS SORPRESAS .............. ............ ................................... .. 100 VIAJE AL SIOLO

:xv .......... ................................................ 108

UN ALMUERZO CON SOBRESALTOS .............. ........ ........ 115

UNA MUJER DELGADITA

ETELVINA Y MELIBERTO ..................... ..... ..... ...... .............. 123 FRANCISCO, PAJE DE ETELVINA .... ..... ... ....... .......... ......... 130 SORPRESA Y ADIOS .......... ... ... ... ... ... .... ......... ... ....... ....... ..... 137 EL REGRESO .......... .... ......... ..... ..... ....... ........ .................. ... .... 144

La autora y su obra .... ............................................. 149

II

Etelvina abrio los ojos. En forma instintiva extendio una mana para detener el vuelo de su amplia falda de seda gris .. . y algo duro pincho sus dedos. Un grito de sorpresa escapo de su garganta: jestaba en 10 alto de una palmera! Cerro nuevamente los ojos. No hace mucho, descendia los trescientos escalones de su hogar con el maletin de viaje, acompaiiada de su madre. Y claro ... ahi, a su lado, estaba la valija con estampados de lunas, soles y dragones. Sin intentar moverse, en medio de ese ruido desconocido y molesto, y con una inquietud muy parecida a la angustia, trato de serenarse. Hasta ella llegaron sonidos de voces, risas fuertes y gritos de niiios; sintio el sol en su cabeza y las ramas entre sus manos. Escucho los latidos de su corazon, cada vez mas ligeros, como tambores en sus oidos; recordo 10 terrible que habia sucedido en su hogar y, aferrada a su maletin, lloro. Ya no Ie cabia duda: se iniciaba su castigo. Estaba en el siglo XX. Dejo pasar unos minutos hasta sentir que su cuerpo y SU mente volvian a la normalidad. Poco a poco intento adoptar una posicion mas comoda arriba de ese colchon de hojas puntiagudas, y movio sus pies en busca de un buen apoyo.

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ANA MAlliA GOIRALDES

UN EMBRUJO DE CINCO SIGLOS

Hasta que, acurrucada entre el ramaje duro, tom6 fu erzas para mirar hacia abajo. Sus ojos pequenos y tristones se movieron de aHa para ad. AlIa, unos aparatos se desplazaban a toda velocidad por una calzada brillante; ad paseaban algunas personas entre arboles y flores; alla, unas casas pequenas en comparaci6n con su hogar; por ad, otras inmensas, repletas de ventanas; por alla, unos ninos jugaban con el agua de una pileta. Casi sonri6. Ellugar era hermoso, colorido de flores y sombreado de arboles. Un hombre caminaba mientras leia y una anciana Ie conversaba a un perro. iY eso era todo? iNada mas Ie ofred a el siglo XX? iNada mas, aparte, claro esta, de esa sensaci6n horrible que Ie apretaba la garganta? Solt6 una lagrima y s610 la apreci6 un gorri6n que pas6 aleteando cerca de su cabeza. Ay, Etefvina, debes mirar bien a fa gente: de ellas depende tujelicidad injortunio en ef castigo, recuerdalo ... Y volvi6 a mirar. Dos perros se perseguian y dos ninos de la pileta los imitaron. La pileta la tenia casi hipnotizada: jque chorro tan potente lanzaba hacia 10 alto! Pero un chorro de agua no era suficiente para hacerla feliz. iEs qu no habia ninguna familia en ese lugar? iNinguna senora d rostro gentil y confiable ante quien presentarse, diciendo: "Bu na manana: iseria usted tan gentil de ayudarme en mi infortunio, para no verme obligada a vagar en esta ciudad descono ida y en este siglo que me es ajeno?" -jOh, Grande entre los Enorm s, cr 0 que fuiste demasiado severo! -gimi6 aferrada a una rama de bordes punzantes. Justo en esos ' instantes, cuando iba a comenzar a Horar fuerte porque se Ie vi no a la memoria el amado rostro del que casi fue su novio, y sentia que estaba absolutamente sola en el mundo, tan sola que mas valia dejarse secar aHa arriba al sol, Hegaron a la plaza una mujer y sus tres nin~s. Desde la

palmera Etelvina la vio. Arrastraba un cochecito. Un par de piernas se agitaban desde unas sabanas celeste~~ Apena~!a senora tom6 asiento en el banco de madera el nmo y la nma salieron corriendo. Ellanz6 una pelota por el aire, y ella la trat6 de recoger. Esa era una familia. Etelvina se acomod6 de nuevo. La esperanza la hizo suspirar entrecortado, y sus ojos se prepararon para no perder ni un detalle. "Elige bien, Etelvina; debe ser buena, muy buena ... " Pareda buena. Tenia modales alegres, como si aun Ie quedara mucha infancia en el coraz6n. Veia correr a sus hijos y aplaudia, luego tocaba un tal6n del bebe y .le lanzaba un beso. Le gustaron sus mejillas redondas y ceps arqueadas como si estuviera siempre preguntando. Si, era la indicada. Sobre todo, pens6 Etelvina, porque una mujer que espera en

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ANA MARIA GUlRALDES

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un banco de madera, a todo sol, en lugar de estar tendida junto a un placido pantano tomando jugo de granadas, tiene que ser una mujer buena. Abajo, la mujer de ojos risuenos hada cosquillas a los pies de Sebastian. Arriba, la mujer de ojos tristes se ponia de pie. Apret6 bien firme su maletin y mir6 hacia el frente. Entonces pareci6 que en la plaza todos los colores se hubieran molido y una rafaga luminosa sali6 dis parada hacia ella. Fosforecieron en torno a su cuerpo y una gran mancha azul la rode6. Ella levant6 los brazos y comenz6 a deslizarse por el tronco de la palmera, lenta como una gota . De pronto el nino dej6 de dade botes a su pelota, y la envi6 con un gran puntapie hacia la calle. Etelvina toc6 tierra, y via que un vehiculo se acercaba, veloz. La mana del maletin se extendi6 hacia un manch6n de flores amarillas, y algo zumb6 junto al nino que via a la p Iota dar un giro justo cuando una de las ruedas del auto la iba a aplastar ... Suavecita rod6 hasta las sandalias d la JOY n que esperaba con sonrisa inocente. -Vaya, vaya ... jsuerte pura! -dijo Et lvina. EI nifi.o se acerc6 a recoger su pelota con una mirada de asombro. -jDio una vuelta en el airel --com nt6. -Yo creo que fue un golpe de vi nto caracoleado -replic6 ella. En esos momentos se acercaron la s nora, la nina y el cochecito con el par de pies pataleando. -iES tu familia? -su sonrisa esta vez dej6 ver el hueco en la enda por la falt~ de un diente. -Si: mi mama, Claudia y Sebastian. -iY ttl? -Francisco. iY tu? -Etelvina ... -mir6 a la senora, hizo una venia, y la salud6-: Buena manana tenga usted.

Elena, inc6moda ante esa joven delgada y de cabellos lacios que la miraba fijo, intent6 una semisonrisa, y se qued6 parada con la sensaci6n de que debia esperar algo. -Buena manana -respondi6 entonces, pero se sinti6 algo ridicula porque ella no hablaba as!. En esos instantes Claudia, con una voz limpia parecida a la de su madre, apunt6la palmera y guinando los ojos para protegerse del sol, pidi6: -Ensename a volar igual que tu, iquieres? EI sobresalto de Etelvina no 10 not6 nadie. Elena tom6 la rna no de Francisco, como para volver a su banco, pero sinti6 que algo Ie impedia moverse. Mas bien, no queria moverse. No podia dejar de mirar a la joven de ojos pequenos y tan tristes. Y de pronto Etelvina sinti6 una inspiraci6n. -Necesito trabajo para tener un hogar. Elena escuch6 la voz. Ese acento especial que pronunciaba todas las letras sin saltarse ninguna, recorri6 su mente y descendi6 hasta el centro de su pecho. Sinti6 que "necesito trabajo" significaba "estoy sola y tengo miedo". Tambien sinti6 que significaba, por encima de todo, "la necesito". Y, mas aun ... jsi, mas aun! comprendi6 de pronto y de golpe que era exactamente la persona ideal para tener en su casa. Lo que tantas veces Ie habia dicho su marido. Lo que justo esa manana habian conversado. -iLe gustan los ninos? -se encontr6 preguntando. Etelvina movi6 la cabeza de arriba hacia abajo con energia. -Me gusta porque sabe volar y porque Ie estan saliendo los dientes igual que a Sebastian -dijo Claudia. Y Ie tom6 la mano, libre del maletin. Etelvina, colorada, coloc6 la lengua en el hueco de la enda. -iY tu? iQue opinas? iTe gustaria que fuera a cas a con nosotros? -pregunt6 Elena a Francisco.

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La mirada seria y reflexiva del nino asust6 a la joven recien llegada. Sin embargo, eI s610 se encogi6 de hombros y no despeg6 su vista del maletin con estampados de lunas, soles y dragones. -iQUe guardas alIi? -Adminiculos sin importancia -respondi6 ella. Aun la senora no de cia "vamos". Etelvina ya no escuchaba el ruido molesto de los vehiculos, ni las conversaciones de los demas. S610 estaba pendiente de los labios de esa senora de cara redonda y cejas arqueadas. Pero el mundo volvi6 a sonar y su coraz6n a latir cuando, con tono pausado, dijo: -Esta bien: vamos a casa, Etelvina. EI trecho que demoraron en caminar hacia el hogar de su nueva familia 10 recorrieron conversando. Les divertia escucharla, con su hablar atolondrado, como si se arrepintiera a mitad de camino de 10 que iba a decir e iniciara una nueva frase que tambien dejaba inconclusa. Su voz aguda a veces terminaba en una risa y usaba palabras curiosas que no siempre comprendian. Asi supieron qu venia llegando, pero no supo explicar de d6nde, y qu vivia muy lejos, muy lejos, y que a 10 mejor su hogar ya no xistia; cuando Ie preguntaron por segunda vez que 11 vaba en el maletin, respondi6 que era 10 unico que habia alcanzado a guardar antes del viaje, y cuando quisieron sab r de que viaje se trataba, ella respondi6 que del mismo viaje que les habia contado hacia unos momentos. -jEs que todavia no te entendemos nada! -exclam6 Francisco. -jNi yo tam poco! -ri6 ella, con la lengua en el hueco de la encia. Habla llegado. Estaban ante una casa blanca de dos pisos. La alegria de una enorme enredadera la cubria entera de hojas . De cada ventana colgaba un balc6n; de cada balc6n

varios maceteros, y de los maceteros nacian tallos pequenos y verdes que despuntaban en coloridos y formas. Se sinti6 transportada hacia el interior por la debil fuerza de Claudia. -iD6nde dormira? -pregunt6 su vocecita chillona. -En el dormitorio que da hacia el patio. Espero que te guste, Etelvina. No es muy grande, pero ... -hablaba con su tonG placido. Etelvina a1canz6 aver unos sill ones , una escalera, una especie de cocina, y entraron a un dormitorio cuadrado. Elena descorri6 unas cortinas transparentes, para que la joven viera los arbustos que sombreaban a medias el pedazo de patio; luego se inclin6 para estirar el cubrecama con puntitos de todos colores y borrar la marca de unos zapatos con tierra. -Los ninos a veces juegan aqul. .. Ahora es el dormitorio de Etelvina, ide acuerdo? -advirti6. Etelvina aspir6 con fuerza y su pecho delgado se elev6. Ahora tenia una familia y una casa. Oh, no como su casa, pero que importancia tenia eso ahora. Tendria que aprender muchas cosas, ayudar en 10 que se Ie pidiera. Oh, y ella estaba acostumbrada a mandar. Pero no estaba sola. Oh, sl, estaba sola. -Gracias, senora Elena -dijo con los pequenos ojos arrasados. -jPero no llores, nina! -exclam6 ella, preocupada. -Es la felicidad pura -respondi6 Etelvina, apretando sus manos con fuerza. -Bueno, dejenla sola para que se acostumbre. Despues nos llamas -dijo Elena, tomando de la mana a sus hijos y mirando al pequeno que dormia feliz en su coche con un dedo en la boca. Claudia Ie sonri6 y su cara redonda se achic6 aun mas. Francisco Ie hizo un gesto va go con una mano, y salieron.

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Desde adentro los escucho cuchichear mlentras se alejaban. Tambien oyo el llanto de Sebastian al despertar y los pas os al subir la escalera hacia el segundo piso. De pie ante su nuevo dormitorio, Etelvina respir~ hondo, hondo. Camino tres pasos hasta enfrentarse cor. un espejo que colgaba de la pared; apoyo sus manos en una comoda de madera oscura y palitos torneados, igual a la cama, y susurro a su imagen: -Etelvina: olvida que acabas de llegar del siglo XV. Olvida que el Grande entre los Enormes te envio al castigo por amar a un mortal. Olvida a Meliberto. Olvida que eres una bruja, y trata de ser feliz . Pero mientras contemplaba un hermoso florero transparente que dejaba ver los tallos de unas flores y 10 cambiaba de lugar sobre la comoda, se dio cuenta de que era muy dificil olvidar tantas cosas al mismo tiempo. Y, como a veces Ie sucedia, Ie cambio de un momento a otro el humor. -Bueno -suspir6--. De Meliberto, por 10 menos, no me pienso olvidar. Asi es que, entonando a media voz una cancion que hablaba de melocotones y laudes trovadores, grito con su voz aflautada: -iNinos! iEstoy lista para conocer vuestro hermoso hogar! Eduardo, en esos momentos,entraba a la casa. Y miro con sorpresa a su mujer que corda con Sebastian en brazos a explicarselo todo.

ETELVINA TRABA]A CONTENTA

o Ie fue tan dificil acostumbrarse al siglo xx. Si ella era N capaz de entender que algo pudiera aparecer y desapa-

recer para luego hacerse visible, menos misterio significaba apretar un boton e iluminar la casa de noche, apretar otros para que una maquina sacara brillo al piso y otra batiera huevos. Lo que si la descontrolo un poco fue el televisor. Fue su primer error, y 10 cometio el mismo dia de su llegada. -iY eso? -pregunto a Claudia. -iY eso que? -iQue es? -iLa tele, pues, Etelvina! -rio la nina. Y la encendio. Cuando la horrorizada joven via a un hombre mirarla fijamente en la pantalla, sus labios se movieron: el hombre se desarticulo en un prisma de colores. La imagen quedo estatica, como un calidoscopio muerto. -iQue hiciste! -Francisco estaba palido. -iEtelvina es maga! -aplaudio Claudia. Reacciono: -Se malogro la caja, iverdad? -iEstaba buena! -insistio Francisco. -iEsta buena! -respondio ella. De nuevo el hombre hablaba en la pantalla. Desde ese dia habia cuidado sus movimientos. Y todos en la casa la consideraban algo estrafalaria, pero nada mas.

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El que mas estrafalaria la consideraba era Eduardo. Siempre Ie hacia preguntas, s6lo por el gusto de verla reaccionar. Y eso a Etelvina la ponia en aprietos yevitaba las respuestas con risitas 0 silencios. Definitivamente preferia a Elena. No porque el usara barba y bigotes 0 fuera tan alto y con mirada seria y sonriera poco, sino porque a veces 10 escuchaba discutir con su mujer, siempre tan pacifica, que jamas 10 contradecia. Esa tarde, cuando Etelvina regaba el jardin, fascinada de ver brotar agua de algo tan parecido a una serpiente sin vida, escuch6 sus voces. -Si ya tienes quien te ayude en la casa, deberias pensar en preocuparte un poco de ti misma --dijo Eduardo en tono serio. Elena, su voz placida, respondi6: -Me gusta estar aquL -iNo querias estudiar pintura? -insisti6 el. -Estudie pintura -replic6 ella, alegre . -No terminaste pintura. Nos casamos, irecuerdas? -reca1c6 Eduardo con ese tonito que crispaba a Etelvina. Desde el jardin supo que su protectora hacia ese gesto caracteristico y pacifico de suspirar con las cejas bien elevadas y mirar hacia otro lado. Y tambien supo que Eduardo movia la cabeza como diciendo "no hay caso". Por eso, sin importarle que se anegara todo, dej6 la manguera sobre unos rosales y apareci6 en la sala: -Perd6n, don Eduardo, pero quiero decirle algo. Eduardo levant6 la cabeza de su libro y Elena dej6 de hermanar ca1cetines. -Di 10 que tengas que decir -respondi6 el algo seco. Etelvina respir6 hondo hasta que su pecho se elev6 en unos centimetros y apret6 una mano contra la otra. -Si la senora Elenita quiere reiniciar su pintura yo estaria en condicion~s de velar por la casa. Pero s6lo si ella

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quiere. Porque es terrible que a una la obliguen a hacer 10 que no quiere. Yo 10 digo por experiencia propia -se estaba poniendo cada vez mas nerviosa y elevaba el tono de la voz-, y 10 sufro en mi castigo ... La expresi6n molesta de Eduardo se transform6 en asombro: -tCastigo? tQuien te castig6? Ya habia hablado de mas. Trat6 de explicar: -Digo que es un castigo hacer 10 que no se quiere . Y yo hago 10 que no quiero. Es decir, me castigaron y ... -tQuien te castig6? -insisti6 Eduardo, de nuevo molesto. -Aqui no ... en mi cast. .. en mi casa. Pero hace tiempo -trenzaba los dedos, y trat6 de pedir ayuda con los ojos a Elena que no entendia nada. Hizo un intento de escapar hacia el jardin, pero Eduardo ya estaba curioso. -Espera, Etelvina: tAlguien te castigaba en tu casa? -su tono era el del abogado joven que encuentra un caso para defender. -jOh, no! -se horroriz6 ella. jQue mal estaban interpretando todo!-. Mi madre es una rei ... mi madre es s610 severa con sus subd .. .mi madre es severa pero justa ... jAdemas fue el Max ... ! Ademas fue otra persona la que me cast...pero fue justo! jNo, no fue justo! Desesperada, dio media vuelta y se encerr6 en la cocina. Ay, Etelvina, callate. Elena se puso de pie, quiso seguirla, y Eduardo la detuvo con un gesto: -tTodo el ti~mpo es igual esa pobre nina? tSe descontrola tanto delante de .los ninos? tSabes bien de d6nde viene, como me dijiste? ~sus preguntas revelaban mas preocupaci6n que dureza. Elena, sin perder su calma y con una sonrisa suave, respondi6: -Es la mujer mas buena que he conocido. Despreocu-

pate. S610 es algo nerviosa. Y ill aumentas su nerviosismo con tus preguntas. -jYo! --exclam6 eJ, molesto de nuevo. Y volvi6 a su libro con el ceno fruncido igual al que a veces lucia Francisco.

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Elena entr6 a la cocina. Etelvina estaba ante el chorro de agua, mojandose las manos. Mir6 a su protectora: -Yo s610 queria ayudarla y no me result6 -hizo saltar agua y agreg6--: me encanta eso de abrir una manillita y que salga agua pura. Elena iba a preguntar otra cosa, pero tuvo que decir: -Es que Eduardo no te entiende, Etelvina. "De d6nde vienes, realmente? . -De mi casa. -Si, pero td6nde estaba tu casa? -En ... hace tiempo .. . en Espana: tQue vamos a preparar de com ida? -jYa 10 se que en Espana!, pero tY ahora? -movi6 la cabeza. Y, como de costumbre, no quiso seguir preguntando. Ya se habia dado cuenta 10 especial de esa joven mujer que tenia en su casa. A veces adoptaba una personalidad tan segura de si misma que no Ie importaba pedirle que Ie preparara una taza de te, y otras, humilde y sumisa, la seguia por la casa con los ojos tristes. Como cuando miraba un punto indefinido en el aire y suspiraba por algo que nadie entendia. Era un desastre para cocinar, y sin embargo hacia unos aseos perfectos, a puertas cerradas, con ruidos simultaneos de aspiradoras y traperos. -Hagamos una tortilla de papas para la comida --dijo al fin la senora, y se inclin6 para levantar con esfuerzo un canasto de mimbre. -Puaf. .. nunca me gustaron, ni siquiera con guarrapi110s -refunfun6 Etelvina.

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-iNO? Pues, aqu1 se come de to do -repuso Elena. -Yo siempre Ie digo al cocinero que haga salsa de chinchipati ... ---coment6 Etelvina, y se ca1l6. -iCocinero? --qued6 con una papa en la mano. -jYo Ie voy a preparar la salsa de chinchipati! jDejeme! jVaya usted a pensar en sus clases de pintura ... porque seguira con sus clases, iverdad? -Etelvina hablaba en voz alta pero lenta, entre feliz y asustada. -iTe sientes bien? -Si como ... como salsa de chinchipati ... todos nos sentiremos bien. Hasta el seriote de don Eduardo jperd6n! -y ri6 . Elena ni se dio cuenta cuando estaba riendo con Etelvina a carcajadas. Sali6 de la cocina, y se instal6 junto a su marido que esperaba algun comentario sobre 10 que hab1a sucedido alIa adentro. Pero Elena se limit6 a seguir ordenando calcetines, hasta que eI pregunt6: -iQue opinara mi mama, cuando llegue? iEntendera algo de ella? Su mujer 10 mir6, con los ojos bien abiertos, y sofoc6 otra risa. Mientras tanto, en su habitaci6n, Etelvina abria su malet1n con estampados de lunas, soles y dragones. Apareci6 un sombrerito de seda negra con un alfiler de plata. Apenada, se 10 puso. Pareda una muneca endeble vestida de fiesta. Ay, brujita, no te apenes ahora. De inmediato la rode6 una leve luz azul. Sus labios se movie ron apenas para decir, con las manos extendidas:

La luz se concentr6 en las manos. Y de pronto sostuvo una caja de la que se escapaba el exquisito aroma de algo dorado y meloso. Guard6 el sombrero luego de limpiarlo de polvo inexistente. Abri6 la puerta y entr6 directamente a la cocina. "iHabra copas de cristal en esta casa?" -se pregunt6, rebuscando en los armarios-. En 10 alto del mueble de la loza encontr6 una docena de copas de alto pie y de un cristal bastante fino, segun su mirada experta. Dispuso cinco sobre el mes6n, abri61a caja y dej6 caer dentro de cada una un largo chorro de esa pasta satinada y de color castano. Un aroma desconocido llen6 el comedor. Eduardo oli6, interesado. -jUsted olfatea igual que el Grande entre los Enormes! -exclam6 Etelvina caminando hacia la mesa con su comida. -iQue quien? -Que nadie ... -se asust6-. Es ... el personaje de un cuento para ninos .. . La familia entera sabore6 la extrana salsa. Nadie pudo descubrir de que se trataba, pero sent1an que les alegraba hasta las unas. -La felicito -clijo Eduardo. -Lo hice mas que nada por la senora y los ninos -respondi6 ella. -jEtel! -susurr6 Elena. -Pero, ya que a usted Ie gust6 ... la pr6xima vez 10 hare por usted tambien -sonri6 con timidez. Eduardo, desconcertado, dobl6 su servilleta. -Etel, iverdad que tu sabes contar cuentos? -clijo de pronto Claudia. -S1, mi doncellita. Y esta noche les voy a contar uno -clijo Etelvina, tratando de apilar los vasos sin quebrar ninguno. -Ojala que sean como los de la abuela -murmur6 Francisco-. Me gustan los misterios.

Almendras peladas por mano de bruja salsa de dorados chinchipatis chinchipatis dorados en fuego de drag6n conviertanse en salsa jY san se acab6!

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Entonces, como recordando algo muy importante, Eduardo palme6 su frente y anunci6: -jSe me olvidaba, ninos: la abuela avis6 su llegada para el pr6ximo mes! Los gritos de felicidad de Francisco y Claudia llenaron por unos instantes el comedor. Etelvina asustada mir6 a Elena. ' , -No te preocupes: es muy buena --dijo ella. "Espero -se dijo Etelvina-. Cada dia es mas diflcil controlar mi lengua. Hablando 10 menos posible mi vida resultara mucho mas facil" . Pero, iquien podria asegurarle que seria mas feliz?

EL CUENTO DE ETELVINA

1 anochecer, cuando Elena y Eduardo conversaban en voz baja en el jardin para aprovechar el frescor de esa A hora y hacer planes para el futuro, Etelvina se reuni6 con los ninos en el dormitorio de Claudia. Estaban con sus pijamas puestos y relan en voz baja para no despertar a Sebastian que dormia en la pieza vecina. -jHolaL --dijo alegremente-. iNo tienen sueno todavia? -No, y yo te estaba esperando para el cuento -respondi6 Claudia, sonriente como una margarita . -iY tu , Francisco? iQuieres que te cuente un cuento? -pregunt6 Etelvina. El nino se encogi6 de hombros. -Es un cuento de princesas y reinas -asegur6 ella. -A mi esos cuentos no me interesan. Me gustan de misterio, ya te dije - respondi6 el, indiferente. -Pero si tu te quedas, mi cuento resultara mucho mas bonito, porque estare rodeada de los ninos que mas quiero en el mundo -su tonG fue algo triste. Francisco no respondi6. Pero tom6 asiento junto a su hermana. Etelvina, radiante, se acomod6. Antes de mirar el techo para elegir palabras bonitas y comenzar su cuento, advirti6: -No me intermmpan, porque se me corta el hilo de la historia, y me ponen nerviosa. -iC6mo se llama el cuento? -pregunt6 Claudia.

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. -ElL. creo que se llama Castigo de bruja. No, mejor, fa pnncesa bruja. No me gustan los castigos.

LA PRINCESA BRU]A PRlMERA PARTE

Hac~ mucho, mucho tiempo, tanto tiempo que recien se termmaba el siglo XV, vivia en Espana una reina. Tenia los cabell os mas negros que sombra de invierno, ojos tan negros como pozo sin fondo y usaba un vestido y sombrero negros como mermelada de zarzamoras. Era muy severa, y poseia poderes magicos como todos los que alli vivian. Se llamaba Arevalo y era la reina de las biujas.

Su hija (mica, la princes a Malvina, la admiraba y deseaba llegar a ser algun dia como ella. El padre de Malvina, el rey Morr6n, habia muerto cuando ella tenia apenas cinco anos. Recordaba, eso si, a un brujo simpatico, con su corona caida sobre una oreja, quien la hacia saltar sobre sus rodillas y Ie contaba historias fantasticas sobre caballos voladores y dragones tristes. Era un brujo que no gustaba de la magia y trataba de vivir tranquilo, sin escuchar las continuas 6rdenes de su esposa para que gobernara como un rey hecho y derecho 0 para que dejara de poner caras graciosas a las visitas 0 al Maximo Brujo cuando los iba a visitar. Pero 10 que nunca perdon6 Arevalo a su Morr6n fue que hubiera muerto de esa manera tan estupida: por hacerse el chistoso ante sus subditos y cabalgar con los ojos cerrados a lomo de un drag6n enano, choc6 contra un arbol y se qued6 ahi, inm6vil y con una sonrisa. Por eso trat6 de hacer de su (mica hija una princesa 10 mas seria posii?le, para que algun dia la sucediera en

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el trono y rigiera al resto de los brujos con justicia, pero tambien con severidad. El castillo negro donde vivian estaba en el medio de un campo, alejado de todo, y a veces les llegaban noticias de 10 que sucedia en el mundo de los humanos, como guerras y enfermedades. Ese mundo de los mortales, al que los brujos no ingresaban porque las leyes se 10 prohibian, se encontraba muy lejos. Y como los brujos vivian unos de otros algo distantes, estaban, se puede decir, aislados . . Malvina creci6 muy sola. Tenia como mascota a un enorme sapo llamado Celso, y el la acompanaba en sus paseos por la orilla del pantano, cuyas aguas tranquilas como sopa de pollo gustaba contemplar por las tardes. Porque la princesa, desde que cumpli6 catorce anos, se habia conveltido en una nina romantica. Siempre imaginaba que algun dia, desde la otra orilla, un brujo varonil Ie enviaria un mensaje de amor con sus pupilas. No era muy linda Malvina. Pero su rostro era tranquilo, con ojos pequenos y brillantes y nariz puntiaguda. Su gracia consistia en su forma de conversar, rapida y atolondrada, y en sus risas algo estruendosas cuando se equivocaba. La gente del castillo la queria mucho, justamente por su caracter parecido al del rey Morr6n: a veces triste y a veces alegre. Nunca igual. Una tarde, cuando la princesita hada una semana que habia cumplido dieciseis anos, la reina Arevalo apareci6 en el dormitorio. Tras ella avanzaba una brujita de altos p6mulos y ojos rasgados y oblicuos. - jPrima Marisapo! -grit6 feliz Malvina. Marisapo la salud6 con una sonrisa tiesa, y se dej6 caer en la cama. -Ah, que viaje molesto -suspir6.

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-Envie por tu prima, porque debo partir a presidir la convencion anual de brujos. Te he nota do silenciosa estos ultimos dias. Marisapo te alegrani ---dijo la reina con una voz sin inflexiones. -iTe vas? -se apeno la princesa. -Ahora mismo. Acomodo su pequeno sombrero negro de seda con alfileres de plata y se irguio en toda SLl majestuosidad. -EI Grande entre los Enormes vendra conmigo a mi regreso: desea inspeccionar el castillo. Te ruego que tengas todo en orden y a los mozos prestos a ayudar. -Si, mama -obedecio Malvina. Marisapo seguia displicente de espaldas en la cama. Sus oj os verdes e intensos vagaban por el techo. -Acompanenme ---dijo Arevalo, casi sin despegar los labios al hablar. Bajaron interminables escaleras, presididas de la reina que se deslizaba con suavidad. Y luego, de pie ante la puerta de ebano, las primas la vieron alejarse en su carro de niebla arrastrado por ocho dragones ataviados de plata. Esa misma tarde Malvina llevo a Marisapo a dar una vuelta por el pantano. -iConoces a algun muchacho? -pregunto la prima. Observaba con indiferencia la extensa planicie donde unos grandes cerros cortaban la Hnea del horizonte. -Casi a ninguno -respondio la princes a bruja, a punto de decir "a ninguno en realidad". - Te debes aburrir horrores -observo ella. Sus ojos seguian deambulando. De pronto los entrecerro y quedaron convertidos en dos ranuras v~rdes.

UN EMBRUJO DE CINCO SIGLOS

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-Alguien viene hacia el pantano -murmuro, inmovil. -iQuien? -Malvina la imito. Enfoco bien y sus ojos dieron lugar ados puntos brill antes y oscuros. -Ohhh ... , ohhh ... -exclamaba Marisapo. -SL.. ohhh ... -imito su prima-. Me gustan sus ojos ... Son tan distintos ... , ohhhh. Siguieron en muda contemplacion por un rato . Hasta que las ranuras verdes y los puntos brill antes se fueron agrandando a medida que la figura de un muchacho tomaba forma y se detenia, al fin, a la otra orilla del pantano. El miro hacia elias. Primero a Malvina. Luego a Marisapo. Ya Malvina. El pantano largo y angosto estaba en silencio. Los sapos buceaban y solo sus patas aparedan de cuando en cuando . .

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LA PRIMERA SALIDA

ANA MARlA COlRALDES

Y des de ambas riberas una mirada flot6 sobre las aguas quietas. -jY ahora tengo que irme a dormir! -anunci6 Etelvina. -jEtel, era tan entretenido! -refunfun6 Claudia, como saliendo de un sueno. -iY es de puro amor tu cuento? -pregunt6 Francisco, no muy convencido. -Arnor, peleas. iY quien sabe si hay misterio tambien? -respondi6 ella con una sonrisa algo temblorosa. Arrop6 a la nina que ya cerraba sus ojos, y tom61a mano de Francisco para llevarlo a su dormitorio. -Ya estoy grande: me se ir solo -dijo el, inc6modo. -Yo tambien soy grande, y me gustaria mucho que alguien se preocupara por mi -repuso Etelvina. Lo dej6 en el pasillo, y volvi6 su rostro. Francisco alcanz6 a darse cuenta de que la habia hecho sufrir. Cabizbajo, se fue a su cama.

a voz de Elena mezc1ada con chjllidos de Sebastian despert6 a los ninos. -jEs que no me gusta salir! -jPero si te vas a entretener! jVeraS que lindo es el supermercado! -jMe mareo con el gentio! -iNO dices que viviste en Espana? jAlla hay mas gente todavia! . -jPero yo casi no veia gente! 0 sea ... veia, pero no as!. .. -No seas porfiada. Francisco y Claudia se asomaron desde la baranda de la escalera, despeinados y en pijamas. -jEsperanos, mama, queremos ir! -grit6 el nino. -jLes doy diez minutos! -exc1am6, alegre, Elena. Pero, en medio de una rabieta de Sebastian que mostraba sus encias hinchadas ·y la brujita que triz6 dos tazas en el lavaplatos, pas6 media hora antes que todos estuvieran instalados en el auto. Etelvina, muy tiesa en el asiento de atras, luch6 por mantener la calma. No podia decir que jamas se habia subido a ese tipo de vehiculos: los habia aprendido a odiar por el ruido y la velocidad, tan distintos a los carros de niebla de su gente. No podia preguntar que era un supermercado, ni c6mo se las arreglaria Elena para no incrustarse de frente contra los otros autos que se Ie venian encima. Los frenazos

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ANA MARlA GUlRALDES

la lanzaban adelante y, cada vez que partla, el cuerpo delgado rebotaba, y Claudia lanzaba risas estrue~dosas . . Cuando al fin, descendieron, Elena Ie entrego un camto para ir depo~itando las compras. Etelvina abrio bien los ojos para no cometer errores. Suspiro fuerte cuando leyo en un tarro de conservas "Importado de Espana". -tQue te pasa? --dijo Elena, concienzuda ante los tomates. -tusted sabe algo del mundo, senora Elenita? -pregunto, con el tarro aferrado al pecho. -Bueno, algo se, pero.. . . . -Hableme de Espana, en el siglo XV ... a fmales del slg10 XV -musito, segura de que los ninos no la escuchaban .. Elena la quedo mirando. Lanzo una risita, y se puso sena. Rio de nuevo, confusa. Y -No me pongas en aprietos, Etel, tque .qu~~res sa?er? t por que de ese siglo? -tomo el ca~ro, Y SlgU10 cammando mientras Sebastian, instalado en el aS1ento, manoteaba tratando de alcanzar todo 10 que vela. Etelvina no respondio. Resignada, Elena puso cara de concentracion. . -A ver. .. A fines del siglo XV, en Espana se termmaba con la expulsion de los moros... . -Asunto sabido --dijo la brup. -Bueno, bueno, entonces ... 10 mas importante ~s ;tue la reina Isabel I de Castilla Ie da 1a posibilid~d. a Cnstob~l Colon para que se embarque y. descubra ~enca ... No se, tendria que v