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TUCUMÁN EL PAISAJE Y LA HISTORIA R ec op ila c ió n de escr ito s de JUAN B. TERÁN Noviembre de 2010 1 INDICE O t

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TUCUMÁN EL PAISAJE Y LA HISTORIA

R ec op ila c ió n de escr ito s de

JUAN B. TERÁN

Noviembre de 2010

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INDICE

O toño pr im a vera l.

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El tarco e n flor

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C ie lo pr im a vera l

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Tuc u m á n

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M e m or ias de 1816

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Tucumán 1810 – 1910

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Fr uto s in flor

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H istor ia Pr ivile gia da

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OTOÑO PRIMAVERAL * Tucumán 1935

I

La primavera tucumana es demasiado tumultuosa. La sequedad de septiembre la aplaza, las lluvias de enero y febrero la desbordan. Cuando han pasado sus borrascas repentinas, sus soles africanos, la agitación histérica de su atmósfera electrizada, es decir, al despuntar abril, la naturaleza alcanza un encanto reposado. Es una adolescencia que se ha alejado del vértigo de la pubertad. El c ielo es benigno y limpio. Los árboles exhiben sus frutos en su extrema madurez y algunos siguen f loreciendo. Libres de trepadoras y de lianas, acusan filosamente sus troncos sobre el horizonte rosado. Tienen la gracia majestuosa de columnatas, de arcos, de pórticos. Pasado el sopor de marzo, podéis extraviaros por las sendas y boscajes que bordean la montaña tucumana, en la línea sinuosa de su falda, con el paso alivianado por el abanico de la brisa. Puede ser en la Yerba Buena o en la Rinconada, paisaje de égloga, que Groussac evocaba viajando por Estados Unidos, después de treinta años de haber pasado en ella un día; pueden ser las lomas de la Reducción o de Yacuchina, Monte Rico o Sarmientos. Al pie de los collados, con que la montaña se avecina al valle, las vertientes de agua virgen embriagan el ambiente con su tarareo de caminante sin apuro y su espejuelo sin azogue. En las pendientes y cañadas la verdasca que criaron los soles y las lluvias se desinf la y comienza a marchitarse. Como florecidos de sorpresa aparecen arbustos y yerbas que ocultó la vegetación adventicia. Abr il ha obrado como un jardinero del bosque.

*

Publicado en el diario “La Prensa” el 30 de jun io de 1935.

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Ahora podemos ver la tola blanca, con su manojo de miosotis, las campanillas violetas regadas a la orilla de los caminos, los corales menudos el tasí que se anuncia a la distancia con su perfume, las santalucías con la belleza instantánea de sus lentejuelas azules que cabrillean en las sombras y en las frescuras. La savia se esmera en las últimas flores y retoca la madurez de los frutos, advertida de la dureza de la semilla de que a llegado su fin. Sabiendo que ya no creará, se aplica a embellecer lo que ha creado. La nueva generación de pájaros que voltean cerca de los nidos, sobre las piedras del arroyo y las ramas bajas de los árboles, le confirma la melancolía de su hora. El pasaje se baña en una dulzura virginal y pensativa, suspensa en la transparencia sin límites del aire. Evoca la placidez nostálgica del fondo de los cuadros del Perugino. Tiene el encanto de una melodía de Bellini, de música alegre con refrán triste. ¿Por qué he sentido tan hondamente la seducción de abril? ¿Acaso por que corea mi propio otoño? Esa mezcla de otoño y pr imavera, la primavera corregida que es el otoño tucumano, tuvo siempre para mí, aún en plena juventud, un encanto peregrino, de necesidad de mesura, de clar idad helénica, de naturaleza embebida de inteligenc ia.

II

¡Con cuánta viveza evocó a este otoño tucumano una primavera de Roma! Me pareció aquel abr il romano igual al nuestro, como si pertenecieran a la misma primavera. Era la misma luz dorada, la misma alegría solemne, la diafanidad de la campaña tucumana en el tibio otoño. Todas las mañanas de ese mes de abril pasado en Roma un niño c iego venía a tocar motivos de música regional en su violín, al pie de mi ventana, junto a los restos del muro aureliano, por entre cuyos portillos mostraba el monte Pincio su “belvedere” y la fronda de sus jardines.

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Los aires del pobre violín, fieles a la vocación de toda música, despertaban el enjambre siempre alerta de los recuerdos en el alma del viajero. Y de entre ellos voló como el más ágil el recuerdo del solar amado y distante. ¿ Cómo una primavera pudo hacer pensar en un otoño ? Es que hay algo otoñal en la pr imavera esplendorosa de Roma: el ambiente de las ruinas por entre las cuales, florecen los almendros, la melancolía de los largos crepúsculos, el ligero calofrío de la primera brisa nocturna. Esa advertencia de muerte que son las columnas truncas, los torsos yacentes, los despojos de palacios, en medio de la aventurera de los vástagos nuevos que se alargan por entre las piedras dadas vuelta y los mármoles mutilados, son una corrección otoñal a la explos ión de la savia de la primavera. Así como un abril romano me recordó el terruño, el abril tucumano evocará siempre en mí los rincones ensilvecidos del Palatino con sus arbustos en flor, la gracia verdegueante de las rampas abiertas del Janículo, las terrazas y los muros coronados de rosas del barrio Ludovis i, la perspectiva interminable de la Via Appia jalonada por los pinos parasol, que se dibujan sobre las colinas del Lacio. En Tucumán como en Roma, apenas ascendemos unos pasos, aparece el perfil azul de una montaña. Como la imagen de la amada f iel está en el fondo de todos nuestros pensamientos, la de la montaña está siempre en el marco de todos sus paisajes.

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EL TARCO EN FLOR * ( de un cuaderno antiguo)

Antes que cualquier otro afán prefiero, Como una moza casquivana y bohemia, hilar la seda de su manto lila para lucir con él en primavera. Se cuaja todo entero de amatistas, Que hora tras hora sin cesar voltea, como por si por sus ramas circulara un surtidor de la preciosa perla. Es que lo agita un corazón de fuente, incontenible en la efusión de su agua, que se ha teñido de color del cielo de tanto reflejar lo entre montañas. Las nubes siguen la lección del árbol y abren las venas sus henchidos odres, con hilos de cristal la lluvia enhebra una cortina que difuma el monte. Hallado el fondo a su color violeta, garboso inscribe su silueta el tarco, como un brocado, en el inquieto biombo que urde la lluvia entre montaña y llano. Sol de noviembre. Vago con mi amada Por el bosque. Los tarcos son figuras de novias campesinas que han ceñido con azucenas sus guedejas brunas. Bajo el hechizo del violín del bosque quieren cantar cual si tuvieran alma pero su canto es un nevar de flores, lluvia deshecha, si mi amada pasa.

JUAN

*

B.

TERÁN

Publicación del diario “La Prensa” del 10 de marzo de 1929.

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CIELO PRIMAVERAL * Honda y serena su triunfante luz Renace el cielo; mariposa blanca Que el sol trasluce como el leve azul Que ungiera al mundo en su primer mañana. Dentro las almas el silenc ia vibra, Grave silenc io en la campiña vaga: La paz azul con el silencio ritma Como dos sombras que enlazadas pasan. Al alma mía que vecina vela Y al valle, al árbol, al camino, al cerco Amor los une cual jamás poeta Logró fingir en su amoroso ensueño. No amor ardiente por mis venas fluye, Ni mueve el brazo tentador un talle: Es transparente la pasión que surge Hediendo el aire cual volar de un ave. El limpio acuario que los cielos pintan Mengua por puntos su fulgor interno Si el sol inic ia el declinar del día Tras la montaña pregustando el sueño. Cuan espirante su pupila cierra, Sus ojos alza la inquietud humana, Y otra mirada por respuesta llega: Br illa una estrella cintilante y casta

JUAN B. T ERÁN

*

Suplement o del diario “La Nación” del 9 de sept iembre de 1921

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TUCUMÁN *

Tucumán fue el nombre que cubría en la época de la conquista la extensa porción de tierra argentina, y quizá el único sobreviviente del remoto tiempo. Hoy es el nombre de la más pequeña de sus provincias, convertida por el destino en el mayorazgo del viejo Tucumán, el heredero único del rancio blasón. Ya los conquistadores singularizaron la pequeña tierra que comprende el actual Tucumán por su fertilidad, sus bosques y su belleza. Decía uno de ellos que conocerla pagaba bien la pena de los seis meses de navegación y de travesía desde España por Portobelo y el Perú.1 Si es verdad que nuestro país ha sido formado por la confluencia de tres corrientes colonizadoras –la del Perú, la de Chile y la del Atlántico,- ha sido la del Perú, es decir la tucumanense, el foco matriz de la c ivilizac ión argentina or iginar ia, porque después de haber dominado el norte y el centro avanzó hasta el Río de la Plata: Garay, el fundador de la de Buenos Aires definitiva, procedía de ella. Tucumán es, pues, un nombre impregnado de pasado, con gracia de predestinac ión. Encierra o despierta tal número de elementos históricos y geográficos del país que ha alcanzado el sentido de una expresión simbólica, poética de la nac ión, como es Sevilla de España o Florencia de Italia. Si el viejo Tucumán abarcaba la mitad de la actual Argentina y la provinc ia de Tucumán es la más pequeña de sus divis iones geográficas, el Tucumán que *

Revist a “ATLÁNTIDA”-Número extraordinario de la República Argent ina-Buenos Aires Oct ubre 1937 - Año 20 - n° 849 - Direct or: F. Ort iga Anckermann 1 Esto se decía cuando la ciudad de San Miguel de Tucumán, que era su nombre, est aba asent ada a doce leguas al sur de su act ual sit uación sit io en el depart amento de Monteros, en un lugar llamado la Florida. Ha sido adquirido por el Gobierno de la Provincia, junt o con las t ierras que se prolongan hast a la cumbre del cerro, para formar un parque y reserva forest al. En est e asiento San Miguel vivió 120 años. Sus rest os mat eriales son escasos, pero se puede reconst ruir fácilment e las líneas de edif icación de sus iglesias: la de los jesuit as, de los franciscanos, la capilla de San Simón y San Judas. En los pat ios de los convent os había algunos años grandes naranjales. La plant a de la aldea se conservaba rodeada de alt os laureles. Su vida t iene un cronist a animado y dramát ico en el Padre Jesuit a Nico lás Techo.

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Sarmiento llamó el “Jardín de la República” y mucho antes el inglés Andrews “de país delicioso”, es más pequeño aún.1 En la zona boscosa de la falda de la montaña que se desarrolla en un largo de veinte leguas, desde la Yerba Buena hacia el sur, hasta el Río Chico. Es como un propileo, los primeros y anchos peldaños de la escala inmensa que sube a las cumbres, donde la raza indígena situaba un Olimpo de dioses vengativos y de dioses protectores. Esta zona boscosa, que la montaña abriga, se halla atravesada a cada paso por ríos y arroyos que descienden de las altas hondonadas – los ríos Lules, Colorado, Faimallá, Arenillas, Mandolo, Pueblo Viejo, Seco, Gastona, Medina, Río Chico, - cuyas aguas recoge, como un canal colector, el Río Salí. Entre breves praderas húmedas se desarrollan lomas altas, recuestos abruptos, graciosos collados, que son como los diversos ensayos en que se ejercita la falda antes de alzar sus cumbres. En esta tierra accidentada están la fertilidad y la belleza de Tucumán, los lugares se llaman Yerba Buena, San Pablo, Reducción, Monte Grande, Sauce Huascho, Caspinchango, Yacuchina, La Flor ida, Iltico, Monte Rico, Los Sarmientos, Naschi. En la “región del Parque” que llaman los geógrafos, donde no hiela, las lluvias son copiosas en verano, la tierra humífera y profunda, donde crecen como testimonio de su condic ión tropical, la afata del monte, el laurel, el lapacho, donde las lianas tejen entre los árboles una red sin princ ipio ni fin, las trepadoras se adhieren a los troncos como finas culebrillas cuajadas de gemas y las parásitas (epifitas en realidad) asentadas en las horquetas decoran el bosque con sus grandes claveles. La diversidad estupenda de las especies –diversidad de fuste, forma, color- hace la magia del bosque tucumano. No tiene la simetría y la medida clásicas. Versallesco o de la obra maestra de los paisajistas. El laurel lustro y quebradizo alterna con el cevil, recio y enhiesto, de cabellera juvenil, por grande que sea su vejez, la fronda azulada del orcocevil, con el aceitunado del cedro, el verde negro del naranjo silvestre con el pálido del precioso nogal, el tronco del mato, que es una 1

Fue el cap it án inglés José Andrews el aut or del dict ado, en su libro de “Viajes”, t an pint oresco y not icioso. Fue a ese libro que se debió casi sin duda, la inspiración de un poema en verso escrit o en Londres por Bridge Adams (Junior Reaiv ivus) “A t ale of Tucumán”, donde se exalt a la belleza de la región y se aprovecha sus cost umbres para t ejer una t rama románt ica. .

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columna de jaspe, con el hidrópico del zapallo-caspi, el ramo que no abre nunca por completo sus hojas como si huyera de la madurez, con el laurel colorado de hojas de esmalte, pequeños reverberos durante el día y forman en las noches estrelladas un fanal. Y entre todos, el horcomolle garrido lanza al aire su altísimo tronco como un mástil que sostiene la tela del paisaje. Bajo los grandes árboles viven el arrayán o mirto de finísimo tronco y de fronda traslúcida, la tala blanca de ramazón profusa, cubierta con su manto de pequeñas y fragantes flores blancas. Más humildes aún, los helechos, las hierbas odoríferas, la fuschia de flores granates, la santa lucía de flores azules salpican la espesura, que en la “sala de honor” del bosque tiende, como tapiz mullido, el musgo lustroso y húmedo. El bosque tropical ha comenzado al naciente de la montaña, como una sustitución de especies vegetales , se pasa de la tusca, del churqui, de la tala, al tarco, al laurel, al lapacho, pero después de haber cubierto la falda, termina bruscamente. Cuando el caminante ha descubierto al aliso sabe que se halla a los 1200 metros sobre el nivel del mar y que en adelante la vegetación arbórea desaparecerá. Cuando se ha sentido el hechizo del bosque tropical se comprende el ans ia por volver a él – que sentía Humboldt, en medio de los placeres y honores de los salones de Ber lín – se comprende la emoción de Sarmiento cuando describe el Tucumán y que perseguía a Groussac en Estados Unidos cuando cuarenta años después de haber vis itado la Yerba Buena Tucumana revivía su impresión de juventud. . La estampa impasible del bosque oculta un drama varias veces milenar io, cuyos protagonistas son los vientos y las lluvias. Los vientos vienen del Norte y del Sur, las lluvias del Sur. Del Norte sopla diar iamente el viento contra alis io que barre la montaña a la altura de 1200 metros, poniendo límite, como un río invis ible, al gran bosque. En la noche, que es la hora de este viento seco y duro, huracanado a veces, limpia de tal modo el aire que la línea de las cimas parece trazada con punta de diamante sobre el tierno cristal del c ielo, que palpita como un acuario. Viene también del norte, durante el verano, la tremenda tormenta eléctrica que sobrecoge los ánimos,

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acompañada de chaparrones, violentos y breves.1 Del Sur viene el viento tónico del Atlántico, que inunda de frescura el ambiente, precediendo el tropel de nubes veloces, urgidas por descargar su pesados odres. Es el que trae las tormentas de diciembre y enero, proporcionadas a la sed que han dado a la tierra seis meses de sequía, de junio a noviembre. En febrero y marzo se convierten en largos temporales, durante los cuales, hundida en niebla y llovizna, la selva tiene la oscura y misteriosa palpitación de entraña. Está alumbrando una nueva generación. La vegetación aparece y crece vertiginosamente. Como dice una vieja tradición lugareña, se oye en la noche el murmullo de las hojas

al crecer. Los

vástagos repentinos se entrecruzan y llenan todos los vacíos de las quebradas. El pasajero encuentra un día obstruyendo las sendas, lianas y faramalla que no existían el día anterior. Se oyen todas las voces del agua, de la lluvia de las nubes, de la lluvia de las ramas que la han almacenado en sus hojas, del br inco de las vertientes, de la carrera de los arroyos, por entre troncos caídos y piedras, hacia los grandes cauces de la llanura donde ruedan como torrentes. En esos días largos de niebla y de lluvia fina se vive en otro país, en otro clima. Se ha estado durante seis meses bajo los dardos de un sol des lumbrante, de una naturaleza exaltada y agresiva. Los colores y las formas han sido ahora devorados por la niebla. Los nervios, los sentidos reposan, el espíritu puede vivir para sí mismo. El montañés pasará días y días en su choza, amparada por un grupo de árboles, bajo los cuales se han refugiado sus animales domésticos. También descansa entre ellos el aipa. El aipa es la canoa que surca el mar de la selva. Como los pequeños y sutiles birremes con que los habitantes del archipiélago griego las sorteaban las sirtes y peñones de su mar, el aipa es una invención del montañés, para cruzar el bosque entre troncos y sobre abismos. Son dos pequeñas ruedas rústicas, unidas por un grueso eje que transportan grandes troncos de árboles, principal producto de la industria del 1

Est a diversidad de acción meteórica del Nort e y del Sud est á inscript a en la montaña: las vert ientes sept entrional y meridional de las mismas lomas, en efect o, t ienen opuesto aspecto. En la primera la capa fért il es escasa, y la roca aflora a t rechos, los árboles más pequeños y más escasos. En la vert iente Sud se encuent ra árboles opulent os, grutas húmedas y rincones llenos de helechos. Est e hecho físico parece reflejar la diversa influencia que t uvieron en su hist oria las corrient es sociales del Norte y del Sud.

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montañés. Si abandonamos esta faja angosta que bordea y protege la montaña y nos dirigimos en cualquier dirección, las condiciones físicas cambian increíblemente. Si ascendemos hacia las cumbres, la vegetación se vuelve mezquina y rastrera, el manto fértil desaparece y asoma la roca viva, el clima es frío, a veces polar, el viento bate sin descanso, y parece que una corta distancia separa al viajero de las nieves perpetuas que coronan la cumbre. Si en cambio, nos alejamos hacia el nac iente o sur, la tierra es arenosa, el c lima ardiente y seco, la lluvia escasa. Y acercándonos a las fronteras con Santiago y Catamarca, nos damos con tierra de secano, desértica, donde viven los tristes jumes, cachiyuyos y catos, entre blancos salitrales, que reverberan el sol como un espejo ustorio en los días de verano. En la síntesis geográfica de Tucumán, la montaña es el elemento primordial. Si el Egipto era un don del Nilo, Tucumán es un don del Aconquija. ¿Por qué? Porque ella tiene y condensa los vapores que vienen del Atlántico, originando sus ríos y arroyos. Esos vapores han atravesado la Pampa y las provincias centrales donde no han encontrado barreras a su paso y donde la alta temperatura los ha elevado aún más, hasta que tropiezan con las montañas de Tucumán que los enfrían y convierten en lluvia. Es así que Tucumán forma un oasis, rodeado por Santiago, al nac iente y sur, donde las nubes han pasado sin detenerse, y por Catamarca, al poniente, donde no han alcanzado a llegar. En el propio Tucumán, la montaña de Burruyacú, adelantándose hacia el naciente, hace la esterilidad de Trancas, que queda a su espalda. El hecho es más notable cuanto que, según la curiosa observación del sabio tucumano Lillo, Tucumán se encuentra en la latitud que en los dos hemisferios corresponde a los grandes desiertos. Es, pues, un oasis producido por la montaña. Pero siendo la montaña la madre de Tucumán, tiene en su historia un papel paradójico. Ha s ido en efecto el mayor obstáculo para que el hombre se aproveche de su suelo y su riqueza. Para abatir sus árboles, encauzar sus arroyos, impedir la devastación de los torrentes,

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necesitaba el hombre una inversión de fuerza y una acumulación de recursos de que carecía. Es una historia dramática y, en realidad, reciente, la conquista de la tierra feraz de las faldas. Comenzó tímidamente hace un siglo, y avanzó lentamente por pequeñas fracciones de tierra, con labrantías de huerta, en los pequeños espacios que el empeño abría en la maraña del bosque, dejando en pie los grandes árboles, cuya madera blanda y de escasa utilidad no ofrecía compensación al esfuerzo. Cada año se ensanchaba el lienzo de tierra labrada y junto con él los hijos heredaban la tarea de nuevos desmontes. Como testigos de la penosa tarea quedaban, interrumpiendo los surcos de la caña de azúcar o entre los caballones de la labranza doméstica las grandes raíces de un laurel, entrelazadas como serpientes en su nido. Esa conquista de la falda no ha terminado, y está ahora detenida porque ha dado más de lo que el país consume, y será necesario esperar hasta que se encuentren nuevos destinos a su feracidad. No nos sorprendamos entonces del amor escaso del hombre de la tierra tropical por el árbol, pues no ha olvidado que ha sido a sus ojos un terrible enemigo. . La conquista de Tucumán por las armas se hizo por el Poniente desde el Norte. Los conquistadores entraron por los altos valles andinos septentrionales, oteando desde las cumbres al indio temido, que habitaba en las vertientes orientales del Aconquija y los llanos que atraviesan los ríos Salí, Dulce y Salado. Descendieron cautelosamente. Asentaron fundaciones, cuyo papel fue el de fortines, asaltados sin tregua por los indios. Fundaron y refundaron ciudades que llamaron Barco y Cañete, las que una vez, al menos, se levantaron en el mismo emplazamiento que tuvo en 1565 la de San Miguel de Tucumán – muy próximo a la actual c iudad de Monteros –y donde pervivió durante 120 años, hasta que fue trasladada al sitio donde hoy se encuentra la ciudad de San Miguel de Tucumán. En cambio, su conquista económica, inconclusa aún, vino por el Naciente desde el Sur, es decir, del río de la Plata, por un movimiento inverso al que hizo su conquista guerrera. Su destino histórico ha sido elaborado por la unión de las dos inf luencias, la del Norte - del Perú y del Pacífico -, - y la del Sur – de Buenos aires y del Atlántico. Su papel ha s ido de intermediar io entre ambas, lugar del encuentro y conciliac ión de

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dos formaciones sociales diversas, en cierto modo beligerantes: su posición geográfica le dio el destino de puerto terrestre forzoso en la comunicación entre los pueblos del Pacífico y los del río de la Plata1 . Por él debían pasar necesariamente las mercaderías de ultramar, llegadas al Perú por Portobelo, en viaje a Buenos Aires. En Tucumán se trasladaban de las acémilas que las habían transportado por las montañas y las mesetas de lo que se llamó después el alto Perú, a las carretas en que debían continuar la marcha por las llanuras hasta las orillas del gran río. La carreta tucumana fue una expresión y una obra de ese papel de puerto terrestre. Paso obligado por la mercaderías lo fue después para las ideas que de retorno enviaría Buenos Aires al Pacífico. Frontera entre la tierra fangosa y la tierra llana, fue también frontera entre las razas indígenas, y separó poblaciones de diverso carácter. Esta función, desempeñada por siglos, de estación de contacto y de empalme de tierras, razas y caracteres sociales que representaban dos grandes formaciones diversas, nos explica cómo un pequeño pueblo mediterráneo alcanzase personalidad continental. Más tarde se la vio concretada en dos hechos, que reciben de esa larga gestación anterior su sentido verdadero: la batalla de Belgrano que detuvo para s iempre al ejército español y la Declaración de Independencia de las Provincias Unidas. Ambos fueron hechos de trascendencia americana. El congreso de la independenc ia se reunió en Tucumán porque era un terreno neutral para los celos mutuos que alentaban las diversas regiones del país, entre las que se contaban las del Alto Perú. Buenos Aires temía a las provincias y éstas temían a Buenos Aires. Las deliberaciones del Congreso se desenvolvieron entre los reclamos airados que disimulaban mal esos celos. Córdoba y Salta, desde muy cerca, Artigas y los caudillos desde más lejos en nombre de los mismos sentimientos, aunque con

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Est a definición hist órica fue expresada en el discurso de fundación de la Un iversidad de Tucumán, traducida en el emblema que para ella dibujó, a mi pedido, el art ist a At ilio Terragni: la Universidad est á represent ada por un t emplet e alzado en una eminencia equidist ant e entre el Pacífico y el At lánt ico. Usado en las p ublicaciones de la Universidad, veo que dejado de serlo en los últ imos años.

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diversa amalgama, conspiraron contra el espíritu nacional, que tuvo su cuna en Tucumán. Ésta fue durante ocho años el cuartel general del ejército de la independencia eso la impregnó de vocación por la causa naciente de la nac ionalidad. Fue la menos federal de las provinc ias 1. Se unió a la causa que Rivadavia sostuvo y sufrió por contener su vida efímera. Fue el baluarte contra Quiroga y dos veces su victima. Estuvo sola con Paz en su lucha con los caudillos. Buscó con Marco Avellaneda dar alcance nacional a la guerra contra Rosas, haciendo la coalic ión del Norte. Las grandes luchas que fraguaron la unidad del país no se debían sino se sellaban en tierra de Tucumán. Solamente después de la batalla de la Ciudadela, en 1831, podía considerarse vencida la revoluc ión de Lavalle de 1828. Solamente después de Famaillá, en 1841, pudo tenerse Rosas por vencedor y amo de la República. Antes de Pavón estuvo con Mitre. Para gobernar por primera vez la Nac ión unif icada, Mitre se asoció a un Tucumano, Marcos Paz. Fue un tucumano, en época de pasiones bravías quién completó la unif icación del país, imponiendo como Capital política a su Capital histórica. Avellaneda traducía en ese acto una inspiración secular de su tierra que había sido el puente de dos civilizac iones durante la colonia, que había alzado la causa de la fraternidad por encima de los antagonismos provinciales, y albergada en su seno propicio, la cuna de la nación. Así comprendemos el sentido de f igura poética que dice que Tucumán tiene la forma de un corazón y ocupa su puesto en la imagen de nuestro país.

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La “menos federal”, a pesar de la ridiculizada Rep ública de Tucumán. El análisis del hecho demuest ra que ha sido int erpretado con precipit ación y equivocadament e por lo mismo. Ahora puede saberse a ciencia ciert a que no t uvo ninguna int ención separat ist a después que don Ernest o H. Celesia encontró y publicó la famosa Rep ública. Hay un signo pequeño pero sugest ivo corroborant e: el escudo de Tucumán junt o con el de Buenos Aires y San Juan es casi exact ament e el escudo de la Nación. En cambio el de las rest antes provincias acusan un sent ido regional o part icular. Flechas en el de Sant a Fe, torre en el de Córdoba, llamas en el de San Juan, una est rella en el de Salt a , et c

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MEMORIAS DE 1816 *

Los recuerdos más antiguos de Felipe López datan de 1816. Tenía a la sazón 10 años. Vivía a cuadra y media de la plaza princ ipal, en la calle del Rey (llamada hoy calle Congreso), a cortos pasos de la casa habitación de Doña Francisca Bazán de Laguna, donde se celebraron sesiones del Congreso de la Independencia, y en la cuadra siguiente a la casa de don Bernabé Aráoz, gobernador intendente de Tucumán. Había nacido en la campaña tucumana, en la estancia de sus padres, situada sobre la frontera con Salta. Pasaba allí largas estadas, acortadas sensiblemente desde el año de la revolución. Habíase vuelto demasiado agitada la época desde entonces y la estancia estaba muy a la vera del camino de las expedic iones militares que iban al Alto Perú y muy a la mano para las contribuciones de caballada y reses que eran el nervio de la guerra. Concurría a la escuela del convento de San Francisco. Recordaba bien los palmetazos con que el maestro le adiestraba la mano para escribir y ayudaban también para aprender a leer. La revolución no tuvo, dada su edad, más repercusión que la escasez de viajes a la estancia. No podía situar bien en su memoria la batalla de Belgrano; pero ya tenía, llegado a los 10 años, la idea de que algo extraordinar io había ocurrido en el mundo. En la mesa de familia había oído a su padre protestar contra el padre José Domingo Sala, de la orden de los Mercedarios, que sin rebozo hablaba de que la revoluc ión contra España era un acto impío y aseguraba que aquello pasaría y volvería pronto el país a entrar bajo su gobierno. También los jóvenes mayores que él, cuando pasaban por la esquina de su casa, *

Publicado en el diario “La Prensa” el 8 de Julio de 1928.

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frente a la pulpería del “gallego” José Barcía, burlábanse con muecas y reían del susto que estaba pasando por temor a los criollos. Había ocurrido un incidente burlesco, que se recordó durante muchos años. Invocando el descubrimiento de una conspiración, había sido conducido un grupo de españoles junto al río, que corría entonces a cuatro cuadras de la plaza pr inc ipal, y habíase desarrollado un simulacro de fusilamiento. La sangrienta broma fue conducida hasta el momento de disparar los trabucos, cargados con pólvora solamente. Añade la tradic ión que uno de ellos cayó, efectivamente derribado por el disparo. Lo que consta documentadamente es que, con ocasión de la sucesión del comerciante español don Manuel Reboredo, que había dispuesto por testamento dejar parte de sus bienes a parientes residentes en España, se formó proceso a instancia de don Cayetano Aráoz. Este sostenía que los españoles no eran adictos al “nuevo sistema”, hacían farsa de la revolución y no podían, por tanto, llevar a España lo ganado en América. Para el niño de nuestro relato, la vida había comenzado en 1816. Ese año fue de vivas impresiones,

no solamente para él, que despertaba a la

adolescencia, sino para todas las generaciones jóvenes. Las fiestas de la instalac ión del Congreso nacional el dom ingo 24 y lunes 25 de marzo de 1816, fueron inolvidables para los 4.000 habitantes que contaba la ciudad. La presencia de los diputados venidos de todo el país y la solemnidad de las ceremonias, dábanles un aire de alegría y agitación que contagiaba a pr inc ipales, artesanos, y esclavos, y removían la vida conventual de las familias. Don Bernabé Aráoz, jefe de la provincia, dir igió y preparó la ceremonia. Las fiestas duraron varios días, y se iluminó la ciudad como nunca lo había sido. Por la mañana hubo disparos de fusilería. Reunidos los diputados se dirigieron, acompañados del Cabildo y congregaciones religiosas, por entre las milic ias formadas en dos alas, a la igles ia de San Francisco, que era la mejor fábrica de la c iudad, no obstante su única nave y su anémica torrecilla, y fue antiguo convento de jesuitas hasta la expuls ión. Allí se celebró el Tedeum y pronunció una oración el doctor Manuel Antonio Acevedo, diputado por

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Catamarca. A su paso hubo músicas, vítores y aclamaciones. Vueltos a la sala de sesiones, se celebró la primera de ellas, designando presidente y secretarios. El pueblo había seguido la comitiva y se agolpaba delante de las puertas y ventanas de la casa de la señora de Laguna, donde el Congreso celebraba su sesión. Su ancho patio estaba atestado de gente principal, destacándose don Bernabé Aráoz con su silueta pequeña y fina, su alta frente, abierta y serena. No eran pura retórica, pues, las palabras del “Redactor” cuando habla de las “grandes emociones de alegría” que el pueblo de Tucumán experimentó el 25 de marzo de 1816. Nunca había ocurrido, en tan breve plazo como va de abril a julio de 1816, un sucesión tan grande de hechos ruidosos. Era solo de diputados y dir igentes la ans iedad y preocupación que causaban el estado desastroso de la campaña del Alto Perú y las discordias provinciales que impedían la llegada de diputados. A poco de instalarse el Congreso, la ciudad debía presenciar el ajusticiamiento de once desertores del ejército. El lugar destinado para la ejecución era un baldío vec ino al Cabildo. El Congreso resolvió perdonar a los reos y delegó a Pueyrredón, para que ejecutara su resolución. Todo ello fue obra de Belgrano. El cuadro de tiradores estaba formado, los reos marchaban al suplic io, cuando el diputado Pueyrredón, en presencia de la tropa, anunciaba el perdón de los traidores, en nombre de la patria. El solemne acto “que hará época en los fastos de la humanidad”, según las palabras del “Redactor”, fue presenciado a corta distancia por el pueblo agolpado en la plaza desde antes de las ocho de la mañana, hora fijada para la ejecución. Felipe no presenció el espectáculo. pero eran tan vivos los relatos que le hacía el esclavo de la casa , quien no había perdido detalle, y estaba de tal manera llena la aldea de emoción y curiosidad, que se hallaba, más impresionado aún que si lo hubiera visto.

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¡ Cuántas veces no volvería a su memoria este recuerdo cuando veía, años después, que las pasiones políticas arrastraron hasta ese mismo sitio a vencidos en las luchas civiles, para no ser perdonados!. El sentimiento de que había nacido realmente un nuevo país, se traducía en miles de pequeñas manifestaciones: las materiales, eran las convincentes para su espíritu de niño. Se había generalizado el uso de la bandera y se combinaban los colores azul y blanco en divisas, trajes, juguetes, en cuya invención apuraban el ingenio de las mujeres. Aparecía en los jóvenes una nueva dignidad, un orgullo: el de pertenecer a país libre. Los hijos de españoles no escapaban a ese sentimiento. No era propio para fomentarlo, sin embargo, el recelo, a veces la hostilidad, que rodeaba a los españoles, muchos de los cuales se pronunciaban a favor de la causa de la patria de adopción (el padre de Alberdi, don Salvador, tomó carta de ciudadanía). Además, el Congreso, en el mes de mayo, impuso un empréstito forzoso de 20.000 pesos a los españoles quiénes se contaban los comerciantes más pudientes de la ciudad. Merece recordarse que existía en Tucumán un grupo de ingleses, de los prisioneros internados en 1806, que había hechos sus hogares en Tucumán. Formaban un pequeño grupo activo, de opinión favorable a la revoluc ión: Davis, Lery, Rausay. Tenían ya hijos y, pasando el tiempo, uno de ellos sería íntimo de López. La conmemoración del 25 de mayo de 1816 fue muy deslucida, pues llovía ese día, por lo que fue transferida para el día siguiente. Los oficios religiosos y procesión fueron singularmente solemnes. Casi toda la diputac ión concurrió a la iglesia de San Francisco. A ninguno de éstos espectáculos faltó el joven López, pero el que debía quedar impreso más fuertemente en su espíritu, fue el de las fiestas de julio. El tiempo las favoreció para que resultaran brillantes y populares. Fueron días de pureza de cielo y serenidad luminosa de la atmósfera como aquellos que hicieron escribir a un viajero del s iglo XVII venido de España por el Perú y llegado después

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de seis meses de moleduras y penurias a Tucumán. “La delic ia de este temple me paga la fatiga del viaje” La impresión que la naturaleza tucumana dejó a fray Cayetano Rodríguez está traducida en los versos que escribía vuelto a Buenos Aires, al prosecretario del Congreso, su amigo José Agustín Molina:

Pero, ¿a qué recuerdo instantes Que mi hado infeliz no fija? ¡Oh! Solitario Aconquija, Grata habitación de amantes ¡Oh! Feliz Febo que doras tan apacibles verdores. ¡Oh! días de mis amores, Qué dulces fueron tus horas.

Las fiestas de la declaración y jura de la independencia llenaron varios días. La iluminación de la plaza y las calles fue todo lo profusa que permitía la producción local de velas y candiles. Los oficios religiosos pomposos y solemnes, atraían la atención de os congresales, entre quienes se contaba tan grande número de sacerdotes y frailes, solic itados constantemente por la cátedra y las funciones eclesiásticas. Algunos de ellos como Darragueira, Paso y Serrano, se hospedaban en hogares tucumanos y todos animaban salas y tertulias. El presbítero y poeta José Agustín Molina estimulaba las reuniones y conversaciones literar ias para agasajar a su viejo amigo de la Universidad de Córdoba fray Cayetano Rodríguez. Dejó esta actividad social recuerdos que luego se convirtieron en leyendas, con el transcurso de las generaciones, irisadas con reflejos poéticos y romancescos. El hecho saliente de esas crónicas es el baile celebrado el 10 de julio en casa del gobernador don Bernabé Aráoz, que ha comentado con maestría habitual don Paul Groussac.

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Las familias, exceptuadas algunas de españoles, ha llegado al sarao, a pesar de la claridad de la noche, para salvar el rompecabezas de las altas veredas, precedidas por candiles que llevan los niños esclavos. Como en las fiestas religiosas del día antes, son el centro de la reunión, Pueyrredón, Belgrano y Don Bernabé. Dan la nota de galantería los altoperuano Serrano y Malabia. Todos graves y dignos, con sus altos cuellos y gorgueras, sus pantalones cortos y sus fraques pulidos aunque no flamantes. Felipe López entró un poco a hurtadillas por detrás de su familia, cuyas niñas daban aquella noche a las fiestas algunas de sus notas más bellas , y se quedó ahí alternando entre restos de mistelas y golosinas y el huroneo de “minuet” y “cotillón”, por algún resquicio de la concurrencia apretada a las puertas del patio principal. Así pudo ver “alegre y dorada como un rayo de sol” a su pr imita Lucía Aráoz, niña todavía, que llevaba un traje con los colores de la patria. Pudo certificar al día siguiente, en la sobremesa familiar, los comentarios sobre su belleza, de lustre virginal, - blanca, de grandes ojos claros que le había valido el apodo de “la rubia de la patria”. No se hallaba entre los concurrentes aquella noche quien habría de ser seis años después su esposo: Javier López. No bastó su belleza para asegurar su felic idad. Prenda de paz entre dos facciones, su seducción resultó ser necesaria a “la razón de Estado”. Un día, en efecto, mientras jugaba en la huerta de su casa, la de su padre don Diego Aráoz, fue llamada a sala para, ser presentada a su futuro esposo y hasta entonces rival de su padre. Siguió a López en sus andanzas guerreras por Santiago, por Catamarca y Salta. Lo acompañó en cuarteles y campamentos y nueve años después, en 1831, emigró a Bolivia, cuando Quiroga entraba en Tucumán. Volvió bajo la tiranía de Heredia, y si haber visto a su esposo durante meses, supo un día de enero de 1836 que debía ser fusilado al día siguiente. Se conservan las líneas de despedida que le escribió el día de su ejecución. Le dice:

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“Los caprichos de la muerte a mi destino me conducen al patíbulo a las 10 de hoy, después de unas cuantas horas de estar en capilla. Muero sin otro pesar que dejar a mis hijos y a la compañera más fina que se conozca”. Después de 54 años de viudedad, murió en 1890. Su apodo, inventado por la admiración a su belleza y el mimo de la sociedad resultó un horóscopo: la rubia fue en verdad “de la patria”. Estaba en la fiesta, retraído, sombrío, el doctor José Serapión de Arteaga, a quien no veían con buenos ojos los congresales por su conducta como diputado electo al Congreso. Renunció desde la barra, con descomedimiento, su mandato ante algunas objeciones hechas a su elección. ¿Que verían los diputados en la mirada de Arteaga para resistirse a admitirlo al honor de firmar con ellos el acta de la independencia? La verdad era que después fue durante veinte años consejero áulico de tiranos, director del rosismo de Tucumán hasta la caída del déspota. Gozó de predicamento ante el gobernador Aráoz por su habilidad de rábula, por su letras jurídicas. Seis meses más va a permanecer el Congreso en Tucumán. Sus graves inquietudes eran mitigadas por tertulias y charlas en las salas principales –las de Gramajo, de Posse, de Silva- , por los paseos a pie hasta la Ciudadela de Belgrano o las excursiones a caballo hasta la Yerba Buena, al pie del Cerro, a visitar el bosque de naranjos. Felipe López frecuentaba la casa de su tío, el cura Molina, obispo más tarde, quien solía emplear lo con misivas y regalos a sus colegas, al provisor de Córdoba, que se encontró por entonces en Tucumán, y sobre todo a fray Cayetano, hospedado en el convento de San Francisco, o a su tío el jesuita don Diego León Villafañe, cuyas acritudes de carácter ponían a prueba la paciencia y bondad del sobrino. Y alguna vez acompañó a Molina y a fray Cayetano en sus lentas caminatas durante el mediodía hacia el campamento de Belgrano, a través de quintas y la “plaza de las carretas”. Mientras ellos se extraviaban en evocaciones clás icas y en devaneos poéticos, el niño quería ver de cerca todas las novedades europeas que se decía haber traído Belgrano y princ ipalmente la “volanta inglesa”, que era por entonces la “maravilla” de los comentarios.

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Y tuvo suerte, porque vio entonces por primera ves, al general Belgrano, Se encontraron al paso. Manejaba él mismo su volanta y lo acompañaba el general Cruz. Se detuvo para saludar a Molina y Rodríguez. Pudo observarlo Felipe atentamente. Tenía el rostro blanco mate, los ojos claros y graves, la palabra lenta. Vestía una levita de paño azul con alamares negros y una gorra redonda, también de paño. Oyó que dirigiéndose a Rodríguez y Molina, les dijo: “Me ha escrito el General San Martín, aprobando en todo lo que ha hecho el Congreso”. Aquí terminan los recuerdos de Felipe López, relativos al año de la independenc ia.

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Haber vivido la primera juventud en los años de la revoluc ión, haber recibido las sugestiones que se desprendían de las vidas de los grandes hombres que la concibieron y ejecutaron, fue una fuerza moral inmensa para la generación nacida con el siglo. Fueron breves esos años; pero la ilus ión y la ambición que ellos engendraron, les permitió desafiar las tres décadas de la anarquía y del despotismo, con la certidumbre de que los ideales de la juventud triunfarían al fin. Los hombres no somos hijos solamente de nuestros padres, sino también de las ideas y de los ejemplos entre los cuales hemos despertado a la vida del espíritu.

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TUCUMÁN 1810 – 1910 * La Revolución

Llevaba más de un siglo de existencia la benemérita ciudad de San Miguel de Tucumán en su nuevo asiento. Hacían en efecto, ciento treinta años a los postres de una discusión curialesca, el cabildo dec idió la traslac ión de la c iudad desde el lugar donde la establec iera Diego de Villaroel. Temores a inundaciones, mala templanza del clima y del agua, según las actas, la impus ieron. Se hallaba edif icada a una legua al sur de la villa de Monteros, y doce al mismo rumbo del lugar donde hoy florece. Buscaban en realidad, la vera del camino del Perú, que unía más directamente el norte con Santiago y Córdoba, la gran arteria interprovincial y aún internacional, cumpliendo una de la leyes más generales de las condensaciones urbanas y de las emigraciones de los hombres y que persiguen las fáciles comunicaciones como “las plantas la luz”. Hacía ciento treinta años, y la ciudad había progresado escasamente. En la época de su fundación, Córdoba, Santiago y Salta eran poblac iones de un siglo más o menos, y tenían, según Azcárate de Biscay 1 , la primera de 500 a 600 familias, la segunda trescientos habitantes capaces de llevar armas, y la última 500 en las mismas condiciones. Venida, pues, la última, era sin duda un crecimiento lento el de la ciudad que c iento treinta años después sólo tenía 3000 habitantes. *

Publicado en el diar io “La Nación” del 25 de mayo de 1910. La mayor part e del present e escrito, t ambién fue publicado como int egrant e de la obra “Tucumán y el Nort e Argent ino”. 1 Revist a de Buenos Aires, 7°, 13.

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Vivía oscuramente, aldea mediterránea en la que la existencia física como moral transcurre sin accidentes, en la quietud poética de los patios tranquilos y musgosos y de las huertas silvestres, o en el vago sahumerio de tierra seca de los cuartos bajos y macizos, en cuyos muros una alacena deja escapar un olor a dulces almizc lados. La situación de puerto terrestre, última estación de los caminos llanos que vienen del litoral, y paso obligado para la imper iosa comunicación con la metrópoli, Tucumán fue el país de los arrieros1, y de las carretas. Ese azar topográfico ha favorecido sus destinos hasta el presente. Sus habitantes comprendían por la abundancia de sus productos indígenas, por la riqueza de sus bosques, que pisaban un suelo fértil pero carecían de capacidad para aprovecharlo. En ese estado de aldea lejana e indolente por la propia facilidad de la vida, la sorprendió el año 10. Un buen día del mes de junio de aquel año, los cabildantes que se apasionaban sobre el ceremonial de la próxima fiesta religiosa, leyeron una comunicación de la junta revoluc ionaria de Buenos Aires y ofic ios de su Cabildo, que no aciertan a comprender bien. Al f in, Tucumán depende de la intendencia de Salta, se dicen, y en un cabildo abierto del 11 de aquel mes, protestando obediencia “al adorado monarca”, resuelven esperar el parecer del gobernador-intendente. En el intervalo, González de la Concha invita al Cabildo a reconocer la regencia de Cádiz en 17 del mismo mes. Con asistencia de cuarenta y ocho vecinos – españoles muchos, licenciados y frailes, comerciantes y funcionar ios – el 25 de junio un mes exacto después de Buenos Aires, Tucumán resolvió adherirse a la causa de la Junta. Ha discrepado el Dr. Nicolás Laguna: quería previamente que “la c iudad, villas y lugares de esta jur isdicción” se reúnan física, moral ó legalmente para que expresen su voto 2.

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Concolocorvo, “Lazarillo”, et c El Dr. Laguna fue un hombre de primera línea. Miembro de la asamblea del año 13, fue su president e y como tal, proclamó al direct or Alvear, al t omarle jurament o. (sesión del 10 de enero de 1815). Fue gobernador el año 24, organizador de la admin ist ración y de la just icia 2

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El acta no relata discusión, si la hubo 1 . Dos días después nombra diputado a la Junta Provisional Gubernativa al Dr. Manuel Felipe Molina, abogado de la Universidad de Córdoba. Pronto llegará la expedic ión del general Ocampo. Se ha anunciado desde Córdoba para que se apresten las dos compañías de alabarderos de cien hombres cada una que debe llegar de Tucumán. Pero no basta por cierto ésta contribución, que parece haber dado gustosamente ésta ciudad; son necesarios también los caudales. El 11 de septiembre de aquel año, en acuerdo abierto, se levantó la suscripción de donaciones voluntar ias para ayudar a la expedic ión libertadora: la suscripción debió continuarse en los días sucesivos, y el 17 de septiembre se entregó a Don Hipólito Vieytes la nómina de donantes: 2058 pesos siete reales, aparte de las contribuciones en especie, mulas, caballos, bueyes. En el mes de octubre, a principios, la c iudad estuvo de fiesta, en dos ocasiones, con corto intervalo de tiempo, para recibir pr imero al General Ocampo y a Castelli después. El Cabildo ha mandado por bando “que los habitantes y estantes salgan a recibir los, en compañía del ilustre Cabildo, presentándose en sus caballos decentes y adornados, barriéndose las calles e iluminándose los frentes de las casas durante tres noches”. El bando agregaba el móvil de estas medidas : “manifestar el regocijo y patriotismo que anima a cada uno de los habitantes de ésta ciudad en favor de la sagrada y justa causa de la capital de Buenos Aires.” Hoy se conoce el origen de éstas diplomacias del Cabildo. Las fiestas decretadas, sus detalles, hasta el texto del bando, fueron sugeridos por el diputado de Tucumán, el doctor Molina. Es necesario, decía desde Santiago, en viaje con Castelli, que ustedes muestren un verdadero entusiasmo por la acción de la Junta y arreglaba desde la distancia el ceremonial del recibimiento. ¿Era esto el gusto de la pompa del togado de Córdoba, meramente, ó la necesidad de estimular a los pueblos inter iores, no bien penetrados del alcance del movimiento?. Lo segundo, sin duda y probablemente era 1

D. Salvador de Alberdi, padre de Juan Baut ist a, en una solicit ud present ada al congreso de Tucumán, sobre rebaja de cuot a en un emprést it o, recuerda como t it uló a la consideración de aquel cuerpo, su int ervención en el cabildo del 25 de jun io en el que, dice, “contribuí con el mayor acierto y felicidad a la unión de est e pueblo con la capit al, votando después que dieron el suyo más de la mit ad, que no gust aban semejant e misión...., cuya opinión se siguió por el rest o de los vot ant es”. Ricardo Jaimes Freyre ha publicado en su int eresant e opúsculo, “Tucumán en 1810”, los mas import antes document os polít icos de ese año.

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ello, a su turno, una sugestión del propio Castelli. Los directores del movimiento comprendieron la necesidad de preparar los espíritus para las sorpresas que esperaban a la acción revoluc ionar ia pronunciada hasta este momento so color de defender los derechos del “señor Fernando VII”. Desde la primera hora se difundió la costumbre del regocijo público para celebrar los accidentes afortunados de la guerra, no los de la independenc ia solamente, sino también los de las luchas civiles. En adelante reemplazarán a las festividades religiosas de la colonia, procesiones en honor de los santos tutelares, recepciones del obispo, o más probablemente del provisor. Dos meses más y la ciudad celebraría con gran entusiasmo el primer triunfo de Suipacha. Ya no se habla de D. Fernando, sino que “Buenos Aires ha emprendido proyectos de grandes ideas” y las primeras acciones militares en las altiplanic ies peruanas han convertido mas que las proclamas y los bandos de los cabildos, que han comenzado la vorágine revolucionaria. Como ignoraban aquellos buenos hombres las irradiac iones de la acción inic ial, todos los tumbos de la vorágine que envolvería y devoraría a sus hijos y a sus nietos, trocando por el más turbulento destino la beata quietud de sus padres y abuelos en la perdida aldea colonial. La reacción debió ser rápida. En 2 de mayo de 1812 escribía Belgrano al gobierno: “En todas partes, al revés del entusiasmo que se observaba en mi pr imera expedic ión, no veo sino quejas, lamentos, frialdad, indiferencia, y diré mas, odio mortal, que casi estoy por asegurar que preferirían a Goyeneche”.... No había concluido el año 10 y la aldea hospedaba una fábrica de fusiles, para cuyo funcionamiento era necesario, como siempre, los donativos del vecindar io. Vendrán luego los años de la lucha heroica, de la confusión, de la anarquía, durante las cuales las unidades políticas y administrativas se borran en la absoluta comunidad de los esfuerzos hacia un único fin. ¿Qué hace Tucumán entonces? ¿Cuáles son las direcciones, cuáles los accidentes de su vida social?. Los mismos que los de Salta ó

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Córdoba o Mendoza. La historia de las provincias será por dos lustros la propia historia nacional: le pertenece casi por completo. Le pertenece la historia de su contribución tan honrosa al ejército libertador, su batalla dec isiva de septiembre del año 12, como le pertenece la vida de Belgrano, transcurrida bajo su cielo, en las horas tal vez más intensas de su acción militar y política, asegurando los destinos continentales de la revoluc ión el año 12, dir igiendo el pensamiento del congreso el año 16. Simple tenencia de Salta, gobernada por hombres buenos y patriotas. D. Clemente Zavaleta, D. Francisco Ugarte, que en realidad obedecía a los generales de tránsito para el Alto Perú, su actividad estaba absorbida por las exigencias de la guerra. Por decreto de 8 de octubre de 1814 del director Posadas es erigida en provincia, comprendiendo las jur isdicciones de Santiago y Catamarca. La escasa pero contenta vida colonial ha s ido interrumpida bruscamente. Se ha suspendido la exportación de ganado, de cueros, de cecina, de tejidos burdos, ya no se construyen carretas. Ahora la exportación será principalmente de hombres. La expedic ión de Ocampo condujo la primera 1 , después se ha perdido el número de orden: a la notic ia de Guacki, el escuadrón de Gervasio Robles, que iba a estrenar el frenesí bélico del teniente La Madr id; a la llegada de Belgrano en retirada desde Humahuaca, entregaba más de mil hombres montados, “la terrible caballería gaucha, que hacía su aparición en la escena revolucionaria”, dice Mitre 2. Antes, y sobre todo después del desastre de Sipe-Sipe, los sacrificios de valores y suministros que hizo Tucumán fueron enormes 3. Su gobernador Aráoz remitió a toda prisa al ejército 1300 mulas mansas, preparó otras 1000 en potreros, por si fueran necesarias, envió monturas, tejidos de lana, aparejos y cuanto podía dar la provincia en cosas de esta especie que pudieran servir a la retirada y a las penur ias de los fugitivos. Después del desastre nombrado, Belgrano para relevar a Rondeau (Julio de 1816), recibió el ejército en Trancas y volvió por años a su cara ciudadela. Paz ha llevado la caballería a Lules.

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En ést a iría según La Madrid, el heroico sargent o del Tambo Nuevo, Mariano Gómez La Madrid habla de que el cont ingent e que ent regó al go bernador Aráoz y demás vecinos que decidieron a Belgrano a permanecer en Tucumán y dar bat alla era de cerca de 2000 hombres decididos. 3 Es el juicio de don Vicent e López. 2

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Er igidas en provincias independientes, Tucumán, Catamarca y Santiago, como capital la primera, después de inter inato de don Hilar ión de la Quintana, ocupó la dirección política de la nueva provinc ia su pr imer gobernador titular don Bernabé Aráoz, por el término de tres años (noviembre 1814 – octubre 1917). Será por mucho tiempo mas el verdadero caudillo de Tucumán. Su fortuna, su jefatura de una antigua y prepotente familia, sus servicios desde el pr imer momento de la revoluc ión, que lo habían vinculado con los jefes militares de la República, su carácter ambicioso y manso a la vez, su condición de campesino feudal habíanle dado un ascendiente y un poder, sobre todo en las clases populares y rurales que nadie habríale disputado. Era además el jefe militar de mayor graduación en la provincia: coronel mayor desde marzo de 1815. El ejército está a la defensiva. Las incursiones realistas no inspiran graves cuidados. Belgrano no ha hecho más acción militar que desprender a La Madrid para aquella aventura paladinesca e inverosímil a Tarija con sus 300 húsares (marzo 1817). El gobernador Aráoz ha pedido ser entonces, en la calma de los años 16 y 17 con el congreso de huésped, un edil progresista. Establece el alambrado y el aseo públicos, un nuevo mercado y trae el agua por acequias hasta el centro de la ciudad – acontecimiento sensacional que ocasiona una calurosa felicitación del Cabildo en mayo de 1817. El jefe del estado es, sin duda, Belgrano1 , que tiene su cuartel y su tienda en las goteras de la ciudad. Aráoz ha sido su auxiliar decidido su amigo, como lo fuera de San Martín en el breve tiempo de su permanencia.

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Es durante ese período que Belgrano, fijado en Tucumán, con la salud en declinac ión, sin ceder un punto en materia de disciplina y rigor, cultiva relac iones con las gentes

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Belgrano, al abandonar Aráoz el gobierno, en presencia del Cabildo, hizo su elogio, haciendo not ar “los dist int ivos servicios que había dispensado al ejércit o, el empeño, act ividad y celo con que había sabido sost ener el orden, subordinación y respeto de las autoridades const it uidas en las más t rist es y apuradas circunst ancias de verse el país amenazado por ejércit os enemigos y por las int eriores oscilaciones”. Act as cabildo, 6 de oct ubre de 1817. 2 San Mart ín dice en carta de enero de 1816 - desde Men doza al diput ado Godoy: Cuant o celebro no haya sido exagerado el cuadro que le hice sobre el amable y virt uoso int endent e de ésa provincia (Aráoz): hay pocos americanos comparables a él. Apéndice M it re. Hist oria de San Mart ín; (primer tomo).

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de la ciudad.

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Algunos oficiales, Jerónimo Helguera y Francisco Pinto, entre otros,

forman sus familias bajo el patrocinio del general. Pero los hechos conspiraban de manera indudable contra la disciplina: la inacción del ejército, la proximidad del campamento con la ciudad, el desamparo en que la había dejado el gobierno de Buenos Aires. Todo esto ha instilado en la oficialidad especialmente el ánimo de la ambic ión, de la inquietud, que concluirá en la rebeldía y en el motín. Ha desprendido destacamentos a combatir las montoneras. Con uno de ellos ha ido Bustos, que mucho antes que Arequito había hablado a Belgrano en tono incompatible con su condición de militar subalterno. En Córdoba hervía el espíritu faccioso, y cuando por fin partió el grueso del ejército, la revolución, madura ya, no fue una sorpresa para nadie. Belgrano quedaba enfermo en Tucumán, con una corta tropa al mando del comandante Arévalo. Sucedida la revolución del 12 de noviembre del año 19, fue arrestado en su propia habitación por el jefe revolucionar io Abraham González. Presenció sin poder impedir lo la depos ic ión de Mota Botello y el encumbramiento de don Bernabé Aráoz; enfermo, desfallecido, se alejó de Tucumán con la vis ión entristecida por el desborde de pasiones nuevas y crueles que amenazaban la obra de la revoluc ión, que había absorbido su espíritu y lo mejor de su vida, y que tal vez consideraba perdida, ignorando que no era aquella sino un eclipse que bruñía el resplandor de mayo y su propia glor ia. La autonomía provincial – La crisis de su establecimiento

Después de los primeros años de lucha, pasada la época heroica de la revoluc ión, sucede una pausa que, a los postres de la contención y subordinación que aquella exigía, aparecen espontáneos instintos y propensiones largamente incubados.

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Lugones Rec. Hist . Pág 133.

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El éxito de la guerra había afanado a los pueblos, sobre todo a los que más directamente lo soportaron, y no encontraban justo que no fuera otro su resultado que un cambio de dominación. El gobierno central carecía de vigor, de eficacia, por razones profundas y claras: la misma ebullic ión de intereses y pasiones que la nueva vida había dejado libres, la multiplic idad de funciones de un gobierno improvisado, la heterogeneidad y la dispersión de los pueblos, la ausencia de un hombre genial que salvara por un “Hirt” personal el conflicto social. Surge entonces el caudillo, satanizado por algunos historiadores, y con él la “época nefanda de la anarquía”, como se acostumbra llamar al período en que se dispersa la autoridad, pero no desaparece, sino antes al contrario se fortif ica. El caudillo se ha impuesto por su contacto y por su popular idad con las clase plebeyas y rurales, por su brazo fuerte para mantener un orden primario que concluye por atraer a las clase conservadoras. Presenta más bien los caracteres de un régimen feudal la llamada anarquía. Tiene su mismo origen y su misma legitimidad histórica: ha nacido de la dis ipac ión de autoridad consecutiva de una transformación revoluc ionaria y por más odiosa que acapara nuestro cesarismo y que por inmensa que sea la condena que sobre ese periodo ha descargado la historia of icial, fue para los pueblos una defensa y una protección. El caudillo impidió una regresión al beduísmo y a la delincuencia libre. El historiador López atribuye a Tucumán la inic iac ión de lo que el llama la disoluc ión nacional. Según este maestro, el “hipócrita” Aráoz; el perdular io Mendizábal; el solapado Bustos y el ambicioso Paz, serían los responsables de la anarquía argentina. Por más pasión que inspire Carlyde, cuyo desdén por la causas sociales participa, no puede llegarse a tan simples conclusiones. Hemos señalado algunas de esas causas, Tucumán hospedaba a Belgrano desde hacía tres años, dedicado a trabajos de disciplina, sin desenvolver acción guerrera ninguna. Era la prueba tangible de que la revoluc ión había pasado, y que podía pensarse en preparar la organizac ión de la nueva sociedad.

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En ese estado el poder central se debilitaba y desprestigiaba día a día por el abandono de la causa nacional, y su absorción por móviles y planes puramente locales, hasta llegar a pensar en concentrar todos los recursos de la revolución donde quiera que se hallaran para defender a Buenos Aires de las montoneras del litoral.

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En las provinc ias de tiempo atrás habían comenzado a manifestarse tendencias hostiles hacia su metrópoli. En 12 de noviembre del año 19, durante el gobierno de Mota Botello, que había sucedido a Aráoz, un movimiento sedic ioso encabezado por los oficiales Abrahán González, Felipe Heredia y Manuel Cainzo, llevaba al gobierno por votación del cabildo a don Bernabé Aráoz. Este hecho es el punto inic ial de la autonomía política de la provincia.

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El motín de Arequito pocos días después y la “desobedienc ia de San Martín” han concluido con el s imulacro del poder central y el Cabildo de Buenos Aires declaraba, bajo la inspiración del partido localista, que las provincias debían darse por sí solas su gobierno y campar por sus propios de destinos hasta la reunión del congreso nacional. En adelante para algunos, la “historia nacional” es la crónica del Cabildo de Buenos Aires. Nace entonces la República Federal de Tucumán, obra de don Bernabé Aráoz, que ha suscitado invar iablemente el apóstrofe o la sátira, arrancados por las palabras más que sustentados por los hechos. No hay, en efecto, otro motivo que la pomposa advocación: “República Federal”, que dictara algún legista (José Mariano Serrano, José Serapión de Arteaga o Domingo García), sabedor del sentido genér ico del vocablo, en su acepción romana tan frecuente en las leyes y ordenanzas españolas que aplicarán por largo tiempo.

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Est a es una opinión insospechable. (Mit re Hist . de San Mart ín, t omo 20 pág 336). Est e plan bajo el punto de vist a polít ico y milit ar era una cobardía, en presencia de poco más de 1500 montoneros que amenazaban a Buenos Aires. Una imprevisión, ent regar todo el resto del país al enemigo, circunscribiéndose a un solo p unt o que “por él est aba defendido”; era una abdicación del poder abandonar a la anarquía t odo el t erritorio..... y una verdadera deserción de la causa de la revolución de guarnecer la front era del nort e.... 2 Ha llegado a ser lugar común en las grandes frases contra los caudillos. C. O. Bun ge (que hace sin embargo su defensa) en su libro juvenil “Federalismo Ar gent ino”, dice: “Aráoz, el caudillo t ucumano, llevó su brut alidad hast a arrancarlo del lecho en que agonizaba (Belgrano), para sujet arles los grillos que le sirvieron de do gma Pág. 53.Quién arrest ó a Belgrano fue el cap it án Abrahán González.

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Después de Cepeda y la disoluc ión del Congreso, el Cabildo de Tucumán llamó a lección de representantes, que con los de Santiago y Catamarca organizaran el gobierno de la provinc ia hasta la reunión del próximo congreso, dice el bando de convocatoria. Disgregado Santiago, que imitaba el movimiento de Tucumán – y era ésta una de las razones con que Ibarra lo justif icaba

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el congreso se inauguraba el 17 de mayo de

1820 con los diputados por Tucumán don José Serapión de Arteaga y Pedro Miguel Aráoz, y la de Catamarca don José Antonio Olmos de Aguilera y Pedro Acuña. Olmos había sido diputado de esa provincia en la Junta Provisional de Gobierno. El congreso creó la república federal de Tucumán, su presidente, y llegó a dictar la carta política cuyo texto no ha sido posible encontrar. 2 En noviembre 23 daba por terminada sus funciones constituyentes y se erigía en asamblea legis lativa. Todos los actos del presidente y del congreso indican que no pensaron jamás romper el vínculo de la nacionalidad. No llevaron sus planes ni un punto más allá de lo que hic iera Buenos Aires, por ejemplo, o su vecino Ibarra un poco más tarde. Importaba sin duda una desvinculac ión política y financiera, da afirmación de una independencia relativa de gobierno, que le permitía constituir lo por sí, pero la vocación por la unidad nacional no desapareció un solo momento. Entre otras obras, el congreso creó el Banco de Amonedación, que acuñó una moneda de ley tan baja, que caída en el mayor demérito, perturbó por varios años los cambios, provocando las más desesperadas medidas y las mayores angustias de ingenio en los estadistas de la época para conjurar las protestas y los daños producidos por la emigración de la moneda buena. Acompañó como secretario al Presidente Aráoz el doctor José Mariano Serrano, en cuyo nombramiento hacía la dec laración que para desempeñar el cargo se requería ser “profesor de derecho”. Antes y después de Serrano, la función ministerial reviste un carácter, mas que político, técnico, un cierto modo sacerdotal.

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Comun icaciones de Ibarra con Güemes. Copias archivo Provincial año 21. Fue dict ada en sept iembre del año 20.

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Los ministros serán los abogados y cuando éstos escasean, un gobierno advenido por un movimiento subversivo se asesora del ministro de gobierno depuesto y la revolución ha pasado para él como el trámite de un expediente, - contagiado un poco de la enfática “eternidad” de sus “principios de justicia”. En, la historia argentina, como siempre: harán: las teorías necesarias. Cada momento y cada caudillo tuvo la suya. La tendencia que los dominó, sin embargo fue la de contribuir a la consolidación de la unidad, porque, como sus antepasados los legistas de la Edad Media, obedecían a la sugestión del cesarismo del derecho romano. La actitud de Tucumán fue la de todos los demás pueblos. Parece, sin embargo, que pasada la confusión del año 20, no cooperará a hacer desaparecer las razones que obstaban a un restablecimiento inmediato del vínculo. Ello estaría probado por las dilaciones para el envío de los diputados a Córdoba y en la lentitud de ayudar a Güemes. En cuanto al congreso de Córdoba, no puede hacerse cargo exclusivo a Aráoz de no haber contribuido a él, desde que sabemos que el gobernador Martín Rodríguez, aconsejaba su suspensión y pensaba que el amor al bien dictaba a la provincias el camino a concentrarse, momentáneamente en si mismas.(Manif iesto de septiembre de 1821). En cuanto a su reyerta con Güemes hay demasiada aleac ión de pas iones pequeñas, como vamos a verlo. Fue Ibarra el causante de este pleito promovido a principios del año 21 con su reclamación ante el caudillo salteño de las hostilidades de Aráoz. Con ese motivo Güemes enrostraba a Aráoz amargamente su indiferencia en secundar los esfuerzos de Salta contra La Serna. Güemes aspiraba a asegurar los triunfos militares de San Martín con una acción concurrente por el Alto Perú. 1 Poco tiempo después, bajo la presión de Echair i, ayudante de Aráoz, tuvo lugar la elección de diputados al congreso que debía organizar la república, el 20 de marzo del año 20. Echauri había mandado a su destacamento “cargar los fusiles y poner los en pabellón frente de la asamblea electoral”. 1 Not a de Güemes y réplica de la suprema cort e de just icia. Archiv. Prov., 21 p. 28.

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Protestando contra el fraude y la coacción de Aráoz, la gente af incada y dir igente de Santiago se reúne, y con la declaración “de que no les ha quedado más que el último recurso que resta a los pueblos opr imidos” llama en su ayuda al comandante Juan Felipe Ibarra, constituyendo a la tenencia de Santiago “en uno de los territorios unidos a la Confederación del Río de la Plata, según el sistema provincial de los Estados Unidos de Norte América 1. Aráoz no se resignaba a la desmembración de la república, y trató de someter a los sediciosos. En el conflicto interviene Güemes, que había esperado vanamente que Aráoz engrosase el contingente que Alejandro Heredia llevaba a Salta, en su tránsito por Tucumán, después de Arequito. El gobierno de Tucumán afirmaba haber contribuido a la guerra que Güemes sostenía contra los realistas, y que la escasez de sus recursos no le permitías hacerlo en mayor escala. Heredia es mandado desde Salta por Güemes para deponer a Aráoz. Esta expedic ión no respondía a sentimientos irresponsables, como habían de ser para que Güemes fuera, como algún historiador pretende, caudillo de sustancia distinta de los demás. Para detener la invas ión de Heredia, Tucumán disputó al Presbítero José Agustín Molina, Clemente Zavaleta, Pedro Cayetano Rodríguez. Ya está nombrado don Cornelio Zelaya general en jefe de los ejércitos de la República. La diputación pacta con Heredia, un armisticio en las manos en los márgenes del Río Vipos el 3 de marzo de 1821. Heredia carecía de poderes para concluir y un acuerdo definitivo, y se limitó en comunicarlo a Güemes. El congreso desconoce el pacto de tregua, porque estaba compuesto por un representante sin poderes, y en atención a la invas ión que había sufrido la provincia, ordenó a Aráoz repeler lo. Se reúne apresuradamente un empréstito de 6000 pesos por los medios a que obligaba la eterna frialdad de los prestamistas.

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Hist . de Go b., t . 20 pág 364. Según Gro ussac el act a pert enece al francés Dauxion Lavaisse, que hizo de secret ario.

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Heredia ha avanzado sobre la c iudad e intima al coronel Zelaya que deponga toda la administración y presida libres elecciones de una nueva. Los jefes militares, Zelaya, López, Zelarayán y otros piden al pres idente un cabildo abierto para discutir la situación, y quizá para ceder a la intimación de Heredia, que permitiría dar carrera a las ambiciones que trabajan el ánimo del algunos ofic iales, como González y López, que reemplazarían luego a Aráoz. Este se ha negado: ocurren a la corte de justicia, que resiste la intimación, y declara estar dispuesta a disolverse antes que pasar por ella. La corte de justicia es una curiosa creación de la constitución tucumana del año 20, cuya pérdida tan sensible para la historia de las ideas de aquel año dec isivo, nos impide conocer exactamente, pero a estar a los documentos que nos ha dejado parece participar de un alto carácter, político a la vez, que judicial. Aconseja, y a veces representa al presidente, y en aquella ocasión respondió a la intimación de Heredia. “La guerra, con que se amenaza a la república, decía, no traerá mayores males que la deposición del presidente, porque la multitud le es muy adicta”. 1 La acción militar se desenvuelve en el Rincón de Marlopa, dos leguas al sur de la actual ciudad, en un lugar donde se ha jugado la suerte de la provincia veinte veces, y en alguna la del norte argentino. Se halla s ituado entre la confluenc ia del Manantial y el río Lules, con el río Salí, en el extremo de una amplia planic ie que desciende lentamente del norte, y donde las aguas perezosas de aquel arroyo se dispersan y forman bañados, que denuncian el álveo de un antiguo lago, que debió el río Salí colmar con sus crecientes y servirle de desagüe. El 3 de abril Heredia e Ibarra han sufrido una derrota completa y Aráoz se ha debido considerar afianzado en su poder. El militar triunfante en la acción del 3 de abril, Abrahán González, deponía sin esfuerzo el 23 de agosto de aquel mismo año al presidente Aráoz, de quien había s ido protegido y lugarteniente. La revoluc ión se hizo a nombre de sentimientos que parecían indicar que Aráoz había llevado efectivamente demasiado lejos su política separatista, pero que se está 1

Los document os originales se hallan en el Archivo Provincial.

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inc linado a tener por los pretextos necesarios para justif icar el movimiento, desde que no trajo un cambio sensible en la política. Deseaba González, en efecto hacer que Tucumán cooperase a la guerra del Alto Perú, y que eligiese sus diputados al congreso de Córdoba. Mas que estas razones animaron el movimiento la ambic ión de los jefes militares, el cansancio con la dictadura de Aráoz, que no había sabido o podido dar expansión y fuerza a su plan separatista, organizar y plasmar la nueva entidad prometida por su revolución. La depos ición de Aráoz era también la obra de las provincia vec inas, y en ellas es posible que tuvieran mayor sinceridad los móviles confesados del movimiento. Salta, Santiago y Catamarca habían convenido por un pacto formal la caída de Aráoz para activar la reunión del congreso nacional y la guerra con los realistas. González cumplió su promesa de hacer elegir diputados al congreso de Córdoba. Lo fueron don Miguel Díaz de la Peña y el presbítero Miguel Ignacio Juárez, de Tinogasta. No sabemos si el pr imero llegará al lugar del congreso, para éste se había disuelto a los pocos días del arribo del segundo.

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El gobierno de González no ha durado cinco meses. El año 22 es para Tucumán el año clás ico de la “anarquía” y de la cris is de su establecimiento autónomo. Se suceden las personas en el mando, pero no hay gobierno un solo día: D. José Víctor Posse un mes, don Diego Aráoz 22 días, don Clemente Zavaleta 30, don Diego nuevamente 4, don Pedro José Velarde un mes de interino, don Diego del 29 de marzo al 16 de junio, en que entra otra vez su rival don Bernabé. El 11 de mayo la ciudad ha sido entregada al saqueo por las tropas de Javier López. D. Bernabé ya no se titula presidente: la revoluc ión de González concluyó con la presidencia y el congreso. 2 En un documento público satir iza a ambas. El r idículo congreso, dice, se compone de tres personas: el doctor Arteaga, el cura Pedro Miguel Araóz y don José Antonio Olmos. El primero es “un ratero miserable”, el segundo un

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El sent imient o de la nacionalidad no se perdió ni un solo día; en la confusión desesperant e de aquel año era sincerament e una esperanza y un anhelo el congreso nacional. Es int eresante conocer algunas de las inst rucciones dadas a los diput ados elegidos para el congreso de Córdoba por el cabildo de Tucumán ;..... “3º No podrán ser los dip ut ados empleados del P.E...... 6º Procederán rápidament e al nombramient o de un Jefe Supremo de la provincia...... 8 º Promoverán la pront a marcha y auxilios para las fuerzas que consideren necesarias para la apert ura del Perú”. Pág. 225 Arch. Provincial año 21. Archivo, año 21 pág. 143.

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espíritu bondadoso, pero incapaz de resistir las sugestiones de su pariente don Bernabé, y el tercero es “una flauta que sólo suena soplada por Arteaga”. El doctor Arteaga tuvo una prolongada actuación, que caracteriza un invar iable “federalismo”; secretario del gobernador intendente Aráoz, en 1815, consejero del presidente Aráoz, consejero de Heredia, ministro de don Pablo Alemán en Jujuy, partidar io y director de la reacción rosista el año 41, presidió la instalac ión de la dictadura de Gutiérrez el 4 de octubre de ese año. En la ausencia de una autoridad real, son muchas entidades que simulan tener la: al ilustre Cabildo se ha agregado la representación provinc ial que se instala aquel año aciago. Las bandas armadas intiman sus caprichos desde sus campamentos volantes, al cabildo, que carece de fuerzas y de apoyo, y las parodias electorales se suceden. Todas encabezan la intimación con protestas de sentimientos de paz: “en medio de esta guerra civil que nos degrada y desacredita”, pero se vive en sedic ión permanente. D. Diego Aráoz es el más débil a el más sincero de los rivales que se disputaban el poder de las armas. El hecho constante en todo el país era el de la revuelta, y no hay por cierto nada de ilógico en ello: los pueblos comenzaban el aprendizaje electoral entregados a sus propias fuerzas. Ha vuelto, pues, don Bernabé al mando, esta vez menos efímero, de la provincia, despojado del título de presidente, que nada había agregado a sus poderes. Ha durado un año próximamente, que destinó el ex supremo presidente a atender los servicios municipales de la ciudad. D. Diego y D. Javier López, aliados esta vez, han impuesto en agosto del año 23 a don Bernabé, que ha huido a Salta. La alianza de aquellos caudillos se ha sellado con el enlace de López con Lucía Aráoz , hija de don Diego y desde entonces éste se ha resignado a ser el segundo de su yerno, su comandante de armas, concluyendo por eliminarse de la acción política. La acción de agosto, en que López triunfó sobre don Bernabé, dada en el Rincón de Marlopa fue sangrienta. Los principales pris ioneros fueron ejecutados y a don Bernabé refugiado en Salta, le esperaba igual suerte un año más tarde.

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La representación provinc ial inaugurada el año anter ior, incorporaba a la vida política un elemento de progreso. Reemplazaría luego la institución del Cabildo con facultades más amplias con origen más legítimo, con carácter más político. En estos primeros años llama la atención la autoridad efectiva que parece haber ejercido. D. Diego ha presidido la solemne inauguración de este año, y ha prestado juramento de fidelidad en sus manos, lo mismo que el comandante de las fuerzas, el cabildo, todas las autoridades y corporaciones. Una grave cuestión de gobierno se había presentado desde que el Banco de Amonedac ión había acuñado la moneda llamada federal, porque su gran demérito había perturbado profundamente los precios y encarecido la vida. Esa moneda había desalojado las otras. El Cabildo, comis iones especiales, la Representación estaban ocupados del asunto. Con citas clásicas demuestra el gobierno que la carestía de la vida es la causa más frecuente de las revoluciones y opta por una solución sencilla y que creyó concluyente: dispone bajo multa que sea recibida por su valor nominal. Antes de finalizar aquel año ha s ido colocado en el gobierno el doctor Nicolás Laguna. Desde agosto lo era efectivamente don Javier López, pero parecía dispuesto a abandonar la carrera política. Así lo aseguraba él, al menos, al renunciar la comandancia de armas. “Hacen dos años, decía en su renuncia, del día en que escuchando el triste clamor de un país agonizante, bárbaramente oprimido por un bárbaro visir, dejé el mostrador para empuñar la espada. 1 La actuación anterior, y sobre todo posterior, hacen dudar de la s inceridad de su renuncia. Es de pensar que con los prestigios adquir idos, triunfante esta vez sobre don Bernabé y sometido don Diego, militar ambicioso; le llegaba su hora. Pensaba, tal vez, retirarse momentáneamente de la escena para hacer sentir mejor la necesidad de su presencia, entregando el mando a un hombre de toga, ya que no debía

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Pág. 235 – t . 20 – Arch. Prov

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hacerse esperar las amenazas de don Bernabé, que contemplaba cuidadosamente desde Salta la oportunidad de una invasión. La s ituación de la provinc ia era ruinosa. La revuelta no había cesado un día desde hacía más de tres años. El estado carecía de todo recurso y al mismo tiempo sus funciones aumentaban sin cesar. Debía comenzar por organizar una fuerza militar. Hasta entonces se ha vivido entre bandas armadas que obedecen a sus jefes y que éstos pagan con contribuciones forzosas que son saqueos sin gran estrépito. El doctor Laguna se contrae a ordenar las rentas públicas. Dicta leyes de exportación, fijando el impuesto que han de soportar; establece el del papel sellado. La carestía de la vida, siempre creciente, le inspira la creación de una tasa de ganancia sobre el aforo de las mercaderías, el precio de las harinas y medidas prohibitivas de exportación del oro y de la plata.

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En febrero de año siguiente don Javier López obtiene lo que probablemente buscaba con su renuncia; ser reclamado como una necesidad suprema. La sala lo ordena “sin réplica ni suplica” concurra a recibirse del mando. Por reacción contra don Bernabé, sus sucesores alardean sentimientos nacionalistas, poniéndose en concordancia con los anhelos generales de las provinc ias, que han vuelto los ojos al teór ico estatuto del 17, y la constitución del 19, que Tucumán había festejado con la revolución de Abrahán González. Se resucitan las inic iativas liberales y teóricas: la “junta protectora de la libertad de imprenta”, bajo la misma inspiración declara obligatorias todas las funciones públicas, bajo pena de expatriac ión de un año y de deposic ión infamante por “mal ciudadano y sin espíritu público”. Se trata de finar el pasado: se ha abolido def initivamente la moneda federal y se reconocen como deuda pública todas las exacciones sufridas en especie o dinero, posteriores a la “disolución de la provinc ia”... La instalación del congreso federal no era, extraña a estas reparaciones. Tucumán había enviado ya sus diputados: Alejandro Heredia y Manuel Arroyo. 1

Pág. 251 y 281 id.

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La propia representación provincial interviene s in temores en los negocios públicos; resiste el enjuic iamiento de un diputado culpado de sedición por el gobernador y ha reconvenido a éste por su lenidad para castigar a un ofic ial s indicado como autor de una invasión a Santiago del Estero. Pocas legis laturas, en las condic iones de aquellas que hayan desenvuelto igual suma de energía útil, ha tenido la provinc ia. A aquélla correspondió el honor de f ijar por primera vez la más substancial de las facultades parlamentarias : la exclusividad del poder impositivo. 1 La sala se ha disuelto, sin embargo sin poder reunirse para discutir el arresto de uno de sus miembros: el doctor Pedro Miguel Aráoz. Se ha valido de ese procedimiento el gobernador para impedir que la sala frustre la pris ión con que castigaba una tentativa sediciosa que había sido descubierta y que encabezaba don José Helguera. Pero dos meses después se ha instalado una nueva legis latura, que como la anterior, ejerce funciones constituyentes, consagrando las prerrogativas de sus miembros y legis lando sobre la representación nac ional de la provinc ia. El antecedente del diputado doctor Aráoz motivó aquella sanción. Le tocó discutir y aprobar la pr imera ley contrato de la provincia y que es al mismo tiempo una de las primeras inic iativas oficiales de orden económico. Sabido es el entus iasmo de Rivadavia por las compañías mineras y cuan grandes esperanzas de prosperidad pública hicieron concebir en aquella época noticias exageradas sobre la geo argentina. Don José Andrews, en representación de la compañía de Londres, obtuvo la concesión de la explotación de los minerales de la provinc ia, comprometiéndose a entregar al fisco un porcentaje 2 de las ganancias. La discusión fue prolija revelando la misma carencia de liberalidad y de confianza que durante tan largos años han dificultado el acceso del capital extranjero. Durante este año del gobierno de López señalado por los progresos que sugería y amparaba el de Buenos Aires y el Congreso nacional, la provincia contribuía a la campaña que preparaba el general Arenales contra los restos realistas del Alto Perú.

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Exigió al mismo t iempo la condición de la f ianza para el ejercicio de funciones públicas. Fs. 116 - To. 31 - Arch. Prov.

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Documentos públicos acreditan la falsedad del cargo en que fundara pocos meses después su injustif icable revoluc ión el coronel La Madrid. Se había fijado la oblac ión de la provinc ia para la representación en el congreso en 30.000 habitantes; el contingente que en consecuencia le correspondía enviar para la guerra con el Brasil, igual al uno y tercio por ciento sobre la población, era de 400 soldados. En septiembre despachó 132 reclutas con el of icial Helguero

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y ofrecía para

noviembre el resto. Al mismo tiempo pide 6000 $ que no consta hubieran llegado. El estado de la hacienda pública era miserable y es una prueba de la solic itud de la provincia, aunque lo fuera también de un error evidente, común por lo demás, la autorización dada por la sala para reforzar el contingente con los malhechores aprehendidos. López había conformado su conducta y sus ideas con el gobierno central y las tendencias unitarias y bajo su inf lujo la provincia en 24 de noviembre de 1825, “después de oír a los principales vecinos”, se pronunció por el s istema de la unidad, “sacrificando la soberanía de que ha estado en absoluta posesión durante seis años”. 2 Esa declaración, que debe estudiarse con las análogas de las demás provincias al hacer la historia del pacto federativo, contiene dos restricciones: la provincia se reservaba dos facultades, la de establecer la religión del estado y la de mantener una legis latura provincial. Ese mismo año había sido fusilado en Trancas, el la línea fronteriza con Salta, el ex presidente de la República de Tucumán. Don Bernabé Aráoz, enviado por el general Arenales, que gobernaba aquella provincia, aplicando retroactivamente una sanción que lo ponía fuera de la ley.

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La tranquilidad que debió esperar López de este suceso no fue sin embargo duradera. Al f inalizar aquel año, el coronel La Madr id, encargado para recoger los contingentes

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Fs. 165 id id. Fs. 31 Arch. Prov. Pág 120 No ex ist e la document ación en el archivo.

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de las provincias para la guerra con Brasil, so color de las negativas de López a secundar su misión, lo depuso, haciéndose cargo provisionalmente del gobierno.

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El diputado Manuel Pérez, en sesión pública pidió se enjuic iara a La Madr id, al tiempo que el gobierno de Buenos aires lo llamaba para que explicara su conducta. Mientras corría el emplazamiento que le hacía el gobierno nacional, la sala concluyó en ratificarlos en el gobierno de la provincia. La sala había cambiado bruscamente de opinión y salvado a La Madr id de la severa sanción del gobierno nacional, que, sin duda merecía, reteniéndolo en el gobierno de la provincia. El motivo fue quizá el peligro de una nueva anarquía a que quedaría abocada, puesto que López, refugiado en Salta, amenazaba con la represalia, y si se ausentaba La Madrid en esas condiciones, la provincia volvería a ser presa de las sangrientas disensiones cuyo recuerdo se conservaba fresco. 2 Quince años después, volvía La Madrid a Tucumán con la misma ilus ión y la misma ambic ión de mando. El año 26 desertaba de la guerra con el extranjero y el año 40, en mis ión de Rosas, sostenido por la promesa de la gobernación de la provinc ia, a la que llegaría, como la primera vez, faltando a sus compromisos. La revolución de La Madr id pinta su temperamento impulsivo y voltar io, como su vanidad y ligereza. Depuso a López porque no enviaba el contingente para la guerra y, sin embargo, se limitaba a reemplazarlo en el mando. López había segundado solícitamente la misma política de que se consideraba paladín, pues ambos respondían a la reacción unitaria y más tarde lucharon juntos en La Tablada y eran vencidos en la ciudadela. Los sucesos posteriores tienen por eje a La Madr id y es su mejor fuente histórica las “Memorias” que él ha escrito. Tucumán se convierte en paladín de la causa del Congreso y su suelo es el teatro donde desarrolla Quiroga sus primeras grandes acciones militares. 1

A López le tocó enviar al colegio de Ciencias Morales, los primeros jóvenes becados de Tucumán. El primero fue Alberdi, después Fabián Ledesma, Ángel López, Prudencio Gramajo. Al designarse a Alberdi se dice que lo era por “su disposición para conseguir aprovechamient o en cualquier ciencia”. To. 30 Pág 151 Arch. Tuc. 2 En marzo renuncia La Madrid, pero la junt a no admit ió su renuncia. En mayo el minist ro Agüero (Julián Segundo), le reit era la orden de presentarse a dar cuent a de su conduct a. La Madrid est á ahora en franca rebelión. Su conduct a post erior lo reconcilió con Rivadav ia.

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Después de ocho meses de tareas administrativas, algunas de las cuales ejecuta con buen acuerdo y éxito 1 , La Madrid que ha tenido de ministro al doctor Juan Bautista Paz, primero hasta que es nombrado diputado nacional y después al médico doctor Manuel Berdía, sale a campaña para encontrarse con Quiroga en el campo de Tala, unas leguas más al sur de la frontera de Tucumán con Catamarca. El gobernador Gutiérrez, de ésta última provincia, ha huido de Quiroga y está asilado en Tucumán. Se discute la obediencia al congreso. Quiroga se ha levantado en su contra, movido por su instinto federal. La descripción de la batalla del Tala ha s ido hecha hasta el detalle por el jefe venc ido, La Madrid que ha salvado milagrosamente con vida. Quiroga e Ibarra intiman a la junta de representantes las condiciones del cese de la guerra, nombramiento de un nuevo gobernador, exclusión del gobernador Gutiérrez de Catamarca que ha acompañado a La Madr id en el Tala, desistimiento del pedido de refuerzos a Salta, donde Arenales organizaba fuerzas con auxilio y por orden de Rivadavia. No confían en ésta gestión y entran en Tucumán, donde permanecen algunos días y donde se alejan a la aproximac ión del coronel Francisco Bedoya, enviado por Arenales. 2 (5 de diciembre de 1826). Hasta julio del año siguiente ha vuelto a asumir el mando político de la provincia el Dr. Berdía. Todo ese tiempo la provinc ia está consagrada a prepararse para la lucha que nadie duda que habrá de renovarse. La Madr id esta vez cuenta ya con el apoyo de Buenos Aires, del que ha recibido instrucciones para alistar en el norte la defensa del congreso y de la presidencia. La expedic ión del coronel Bedoya a Santiago ha fracasado, pero Salta contribuirá a la campaña con el contingente de los colombianos de Matute, destinados a probar una brutalidad igual a su bravura. El 6 de julio del año 27 se midieron de nuevo La Madr id y Quiroga en el lugar del Rincón, a pocas leguas al sur de la ciudad de Tucumán. 1

Organ iza la just icia, las finanzas, la inst rucción pública.. La Madrid atribuye la ret irada a un reto escrit o que le enviara a Quiroga desde su lecho de enfermo en Trancas. So lo su valor igualaba su vanidad. 2

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La Madr id ésta vez como en el Tala antes y en la Ciudadela más tarde, perderá la batalla por un azar que no ha podido prever, tal es al menos su opinión, en sus Memorias, aunque ningún historiador ha de arriesgarse en subscribir la. La acción fue sangrienta y sus consecuencias terribles. Más de 500 cadáveres quedaron en el campo y las exacciones del vencedor desolaron la provincia. Impuso al gobierno una contribuc ión de 40.000 $, cuyo pago no fue por cierto demorado y que el erario provincial reembolsó a los prestamistas tardía y penosamente. Ibarra presentó también su cuenta, más prolija que la de Quiroga, puesto que ascendía a 27.300 $ pero su espada no le daba carácter ejecutivo a pesar de sus emplazamientos y de sus conminaciones que concluyeron por formar un expediente que desamparó para reanudar, ya desde Santiago, las mismas amenazas. Concluyó por convenir en un protocolo con el diputado por Tucumán, doctor de Arteaga, largo plazo para el pago. Con la batalla de Rincón, el partido del congreso ha perdido totalmente el interior y parte de la República. Tucumán tendrá el año 28 el gobierno de D. José Manuel Silva que será de organizac ión y habilitac ión y de paz, dentro de las condic iones que permitía la anarquía general. Pero los vencidos del Rincón han vuelto a Tucumán y Javier López srá de nuevo gobernador permitiendo así a ésta provinc ia colaborar en la reacción que traería Paz desde Buenos Aires y que debía coronarse tan honrosamente en la Tablada y Oncativo. Siendo gobernador López, en efecto, Tucumán concurrió al acuerdo de las nueve provincias que constituyeron el superior poder militar con que invistieron al general Paz, antecedente precioso y olvidado de la organización nacional. El artículo 9° de ese tratado contiene la dec laración de que las provinc ias contratantes “miran como causa común la constitución del estado y la organizac ión de la república”. El gobernador López con las milic ias tucumanas, formaron bajo el comando de aquél, el ala izquierda del ejército de Paz, quien encarece en el parte oficial de la batalla y en sus Memorias la acción eficaz y valiente del contingente tucumano.

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De regreso de su entrada estéril en La Rioja, en persecución de Quiroga, el gobernador López entregaba el mando de la provincia en el mes de febrero del año 31 a su sucesor, D. José Frías. Consolidación de la autonomía – Hegemonía tucumana – La guerra con Bolivia 1

La prisión del general Paz había desalentado extraordinariamente a los pueblos. La Madr id, en la desorganizac ión del ejército, nombrado jefe por el consejo de oficiales, en la forma pintoresca que refieren sus “Memorias”, se dir igía a Tucumán, provocando de paso la reunión de los gobernadores de Tucumán, Salta y Catamarca, en Monteros, lugar situado en la primera de ellas, a doce leguas al sur de su ciudad capital. Renuncia en seguida la jefatura del ejército, acreditando, según lo dice él garbosamente, su desinterés y patriotismo. El general Rudec indo Alvarado es nombrado en su reemplazo. Era el ofic ial de mayor graduación y gobernaba la provinc ia más rica y más extensa de la liga – razones que dio La Madrid para señalar lo al voto del consejo. “Por lo que respecta a Tucumán, dice haber agregado, habré quitado a López todo pretexto de recelos.” Tal vez tuviera también el temor de que llegara a ser lo de hecho (D. Javier) su enemigo capital, jefe militar de Tucumán, que al frente de las milic ias de cada provincia había comandado la izquierda de Paz en la Tablada y Altos de Córdoba. El entusiasmo de La Madr id en su retirada no podía reemplazar la escasez de sus recursos y su falta de condiciones de mando. Sus fuerzas se componían de mil quinientos hombres, siete plazas de artillería; “fuerzas bastantes, dice, en carta a su primo Miguel Díaz de la Peña, gobernador de Catamarca, para libertar al mundo de salteadores”.

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No sólo por ser la menos conocida, al punt o de ser casi ignorada, sino porque es la que t iene mayores fuent es inédit as, he concedido a ést a década (1830 – 1840); mayor ext ensión.

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En esa carta de 29 de mayo, agrega “Las provincias que quedan serán libres a pesar de todo el inf ierno junto, y creo que en último caso debemos ser primero bolivianos que pertenecer al vandalaje”. 1 No fue profeta en ésta, como en ninguna ocasión de su vida heroica; pocos meses más y las provincias que quedan enmudecerán por diez años. La retirada a Tucumán se ha hecho penosamente; es invierno y no encuentra pastos buenos y leña sino al llegar al río Medinas. Las penurias de dinero del general en jefe, que tiene su cuartel en Tucumán, son indecibles. En 5 de junio no tiene en la caja militar “ni un peso” y pide a la provinc ia en préstamo quinientos pesos. Días después ya en Tucumán, La Madrid no está mas holgado de recursos y recuerda que fue gobernador de la provincia, y pide que se le ajuste lo que se le debe. Gobernaba Tucumán desde fines de febrero de aquel año don José Frías, por terminación del mandato de don Javier López, jefe militar de la provinc ia desde aquella misma fecha. Desde el pr imer momento se preparó para la lucha con Quiroga, a quién no se daba por definitivamente perdido después de Oncativo. Impuso un impuesto de 10.000 pesos a los tres conventos de la ciudad, de mil a los clér igos y dos mil a los habitantes de la provincia. En mayo quedan convocados todos los vecinos no enrolados a concurrir al llamado del jefe de la plaza, que lo era el ya coronel Lorenzo Lugones . El estado del ejército era de desmoralización y anarquía. La disputa del mando entre La Madrid y el coronel Deheza trascendió a las filas, y la retirada sin ensayar el rescate del jefe pris ionero producía en el animo de of ic iales y tropas la impresión de una derrota. Agréguese a esto el licenciamiento de toda la tropa de Córdoba y las deserciones que redujeron al ejército de 6000 a 1500 según La Madrid, y a menos probablemente.2

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Archivo de Tucumán Sec. Adm. Tomo 38, pág 42. Memorias de Domin go Arriet a. Revist a Nacional - t .96 pág 62

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En el mes de julio, en los primeros días de permanencia del ejército en la ciudad de Tucumán, se descubrió un plan de sedición que muestra elocuentemente la indisc iplina y la anarquía que reinaban en él. Juzgados sus promotores y cómplices fueron sancionados los primeros a muerte y los segundos a grandes penas, conmutándose al fin la pena capital por confinamiento a las fronteras. Uno de los condenados el Capitán Domingo de Arrieta, ha relatado en sus”Memorias”

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los pormenores del proceso, que es un documento concluyente

sobre el estado de descomposición, de inseguridad, de debilidad de las tropas y de sus jefes. Así lo comprendía el general Alvarado que era un viejo soldado de la independencia, que había luchado al lado de Belgrano y formándose en su escuela. De ahí su empeño en concluir la paz. No podía ser un misterio para ninguno de los ofic iales superiores, salvo para La Madrid, que creía suficientes medios de triunfo su caballo y su sable. La pr imera tentativa de paz había fracasado a raíz de la pr isión de Paz, en la que fuera diputado del ejército el doctor Eusebio Agüero2 ministro del gobernador Frías en los primeros días de su gobierno, y a quién reemplazo luego el doctor Manuel Berdía. En mayo había Alvarado buscado un acuerdo con Santiago del Estero, comisionando cerca del gobernador Santiago de Palacio a don Manuel Alcorta. El cabildo abierto en el que se discutió en aquella c iudad la proposic ión de Alvarado, después de tres horas de vacilac iones, había llegado a la conclusión que no tenía nada que resolver sino pedir a don Juan Francisco Ibarra que se dignase no intervenir en los negocios de la provincia.

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Ya se ve lo que podía esperarse de la acción de quienes así trataban al único que podía oponerse a la paz: en carta privada escrita el mismo día del cabildo abierto, decía el comis ionado que el gobernador le pareció “tan ins ignif icante, que le obedece el que quiere y el que no es así se queda”.

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Loc. Cit . El doct or Agüero fue luego profesor en la universidad de Buenos Aires por largos años. No debió haber nada más inhospit alario que ést as t ierras, y aquellas épocas para est e hombre cult o y pacífico. 3 Arch. de Tuc., sec. Adm., año 1831 2

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El temor a las invas iones que se esperan en cualquier momento de Santiago o del lado de Catamarca aumenta el desconcierto de los ánimos. La provincia se halla en estado de asamblea. Los recursos escasean cada vez más. En agosto el gobernador ha sido autorizado en derramar un empréstito forzoso de 1500 pesos mensuales por el término de dos meses. Alvarado recibe ahora propuestas directas de López ( Estanis lao) para ajustar la paz. En agosto Pablo Latorre e Ibarra le anuncian que López los ha autorizado para tratar a su nombre. Las comunicaciones de López vuelven con fruición sobre el pronunciamiento del 1° de dic iembre de 1828, como a uno de los motivos favoritos de sus ideaciones políticas, guiado de su instinto que adivinaba que con ello hería en lo más sensible al partido centralista. Salta comis iona al mismo Alvarado, y Tucumán, después de la renuncia del doctor José Agustín Molina (miembro de la asamblea del año 13 y del congreso del 16) y don Manuel Pérez (convencional del 53) al doctor Javier Paz, que había sido ministro del general Javier López y presidente de la sala después. En 10 de septiembre Alvarado y La Torre (Ibarra siempre prefiere no aparecer) pactan 1 un armisticio por 16 días entre Tucumán, Salta, Catamarca y La Rioja y las demás que se hallan bajo la protección del ejército confederado. El armisticio no ha durado ni dos días, pues ha sido denunciado por López so pretexto que La Madr id ha comenzado por violar lo, atacando a La Rioja “no obstante haber el general Quiroga admitido generosamente el cese da las hostilidades. Alvarado refuta en el tono elevado y grave de la lealtad el cargo de Ibarra. Era falso que La Madrid hubiera avanzado un palmo después de haberse manifestado Quiroga dispuesto a tratar la paz. Al contrario había emprendido inmediatamente su retirada, y en el momento de la denuncia de la tregua se hallaba ya en Catamarca. “Pero si ins iste 2, dice Alvarado a Estanis lao López, en renovar las hostilidades y le obliga a tomar las armas que en su larga carrera sólo ha empleado contra los enemigos de la independencia del continente, le quedará al menos la satisfacción de

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Subscript o en el Barrialit o, sit uado en la frontera naciente de Tucumán. Archivo de la provincia. Año 31.

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no haber omitido pasos alguno con tendencia a la reconciliac ión general”. Concluye conminándolo con la responsabilidad de la sangre, “que caerá sobre el que provoca ésta nueva agresión”. No cabía duda acerca de la intenc iones de Quiroga e Ibarra. Con el retiro de La Madrid de La Rioja la situac ión del ejército nacional había empeorado. A haber quedado aquel jefe en La Rioja se habría desalojado la causa más activa de descomposición en las fuerzas que quedaban en Tucumán, que era el recelo de los jefes. López, Pedernera, Videla habrían comandado éstas, y la presencia de La Madr id en el poniente habría sido siempre un cuidado para Quiroga. Nunca como en ésta ocasión podría decirse que la divis ión hubiera aumentado el poder. A mediados de septiembre Alvarado se despide oficialmente del ejército y se retira a “Deja un número de valientes del ejército nacional y

la fuerte columna de los

tucumanos bajo la dirección del benemérito don Javier López, que tantas veces ha fijado el destino venturoso de ese suelo”.

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La conducta de Alvarado no tiene satisfacción. Sus deberes eran proporcionados a sus servicios y a sus prestigios, al honor que importaba la dirección que se le había confiado. “Carácter lleno de gravedad y modestia, valeroso en la obedienc ia, pero irresoluto en el mando superior”, dice Mitre. 2 El juic io se confirma plenamente. No era la escasez de recursos lo que arredró su espíritu, sino la desorganizac ión del ejército. La Madr id consideraba a Alvarado inclinado del lado de Javier López, y veía en todas partes la hostilidad y envidia de éste. El ejército carecía de cabeza: a La Madr id le faltaba serenidad y altura, y a Alvarado energía. No debió éste abandonar su puesto, porque no podía ocultársele que con su retiro se complicaba la situación. Tucumán era para él un puesto de honor, desde que ahí debía

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Arch. Prov., t . 38 – pág 219 Cap. 18 - Hist . Belg.

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librarse la acción militar, y porque defendiendo Tucumán defendía la entrada de Salta. Dos encuentros parciales con que se inic ia la campaña, habían sido favorables a las armas nacionalistas: en Miraflores La Madr id, de regreso de Catamarca, bate la vanguardia de Quiroga y Javier López en Río Hondo, sobre las fronteras santiagueñas, fuerzas de Ibarra. A fines de aquel mes la c iudad ha tomado el aspecto de una plaza s itiada; nadie puede entrar ni salir sin conocimiento y permiso de la autoridad: desde las ocho de la noche ha quedado prohibido andar a caballo. Alvarado, desde Salta da órdenes y consejos. Intima a La Madr id el regreso inmediato, pues sabe que Quiroga avanza por el nac iente. En respuesta a un pedido de auxilios, aconseja la contratación de un empréstito exterior, aunque lo cree imposible, prometiendo empeñarse en conseguirlo. Por otra parte está ocupado en poner 1000 hombres sobre las armas para defensa de la provincia. Ha pasado el mes de octubre lleno de zozobras, de esfuerzos desesperados por alistarse. Queda siempre de pié, frustrando todo el empeño, la falta de un jefe y cohesión en el ejército. El gobierno se debate en la miseria. El 2 de noviembre con Quiroga a pocas leguas, el gobernador hace intimar a los vecinos el abono de cuotas forzosas en el plazo de seis horas. Se está bajo el imper io de la ley marcial. Se han concluido las trincheras abiertas en todas direcciones a una cuadra de la plaza pr incipal. El mismo 2 de noviembre se publica el bando que obliga a armarse a los habitantes desde 12 a 50 años, y a los de edad mayor prestar servicios auxiliares. Las pulperías sólo se abren de 9 de la mañana a las 5 de la tarde. En adelante se iluminaran las calles exteriores de las trincheras desde el toque de queda. Las familias se concentran dentro de las trincheras y las más pudientes han emigrado ya hacia el norte. Son dos días de angustia y de f iebre, de temores más terribles que el peligro. Los oficiales que no se presenten dentro de las 24 horas serán castigados a discreción del ejército. La plaza está a las órdenes del coronel Daniel Ferreira.

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La Madr id después de Miraflores, sospecha la persecución de Quiroga y se apresura a unirse al segundo cuerpo del ejército que comanda López. Es el 4 de noviembre de 1831 y estamos en el mismo campo donde viéronse al frente españoles y argentinos el año 12. Quiroga ocupa aproximadamente, la pos ición de Tristán y La Madrid la de Belgrano. No puede describirse la acción porque no hubo batalla

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; peleó La Madr id como

siempre. Eso es todo. El ejército estaba vencido antes, mucho antes de presentarse en la c iudadela. Ninguno de los jefes, ni López, ni Pedernera, ni Castillo 2 cooperaron en la acción.

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Quiroga trata de pagarse cumplidamente los gastos de la guerra: no era fácil tarea en la pobreza de aquella población que soportaba varios años de requisas terribles y habían esquilmado los preparativos del último. 4 No podía pensarse en el numerario, pero había ropas, muebles que se venden en la plaza pública y vajilla basta pero maciza de plata, que puede transportarse. Después, naturalmente, caballos y vacunos. Ejecuta 33 of iciales en la misma ciudad para impresionar. Después se divierte: asusta para reírse, o se dedica a enlazar caballos en la plaza 5 ; a vender él mismo el producto de su saqueo. Los escrúpulos no pueden ser graves, pues ha comenzado por purgarse la conciencia abrogando el empréstito de 10.000 pesos impuesto a los conventos. Quiroga ha gobernado terriblemente. Al fin, la provinc ia “se había atraído voluntar iamente la guerra”. Han pasado dos meses desde el día de la acción; dic iembre ardiente, y enero lluvioso y ardiente. Cuéntase que fue el verano más benigno que se ha conocido en ésta provincia.

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El capit án Arriet a actor en la pelea, dice en sus Memorias: “El valor de La Madrid nos era demasiado conocido y experimentado; pero t ambién nos era su escasísima ciencia para dirigir por sí sólo una bat alla” Rev. Nac., t . 11, pág 100 2 Parece que en la ret irada de Córdoba hubo el plan en la oficialidad de poner a ést e a frente del ejércit o en reemplazo de La Madrid. 3 La Madrid relat a ext ensamente pormenores de la conduct a de est os jefes. 4 Quiroga prefirió la bolsa siempre menos magra de los vecinos. En enero se dio al edecán An drés Seguí pasaport es para 120 carretas que “pasan a Buenos Aires”. 5 Según La Madrid, Quiroga mismo enlazó los caballos que debían at arse a la guerra que condujo a la esposa de aquél.

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No quiere saber nada de decretos 1 de proclamas, de ofic ios. El general vencedor no ha dejado una sola línea en los archivos administrativos de la provincia. El investigador estaría tentado a tener por una siesta tucumana esta laguna de dos meses: noviembre 4 á enero 14. Pero queda un breve documento que revelaría los sacudimientos que cruzaron la siesta: la orden del 5 de enero que convoca al pueblo a elegir las autoridades de la provincia , con “excepción del ministro contador de hacienda”, que lo fuera de López, de La Madrid y que Quiroga respetaba ahora 2 don José M. Terán. Ciento noventa y seis ciudadanos concurren a las casas consistoriales y eligen gobernador por mayoría de ciento ochenta votos al doctor Alejandro Heredia. 3 Sabía el nuevo gobernador que no podía contar con días tranquilos, y al proclamar, a su asunción, a los tucumanos, sus palabras son de concordia. Ha aceptado el gobierno venciendo una natural repugnancia por los negocios públicos, Ofrece olvido de las cuestiones pasadas, pero defenderá la tranquilidad de la provincia, castigando inexorablemente a los que la alteren. En esta última parte puede asegurarse que cumplió sus promesas. No era un hombre vulgar. Doctor y militar, había estado en las guerras de la independencia, fue oficial de Belgrano4 y uno de los caudillos de la sublevac ión de Arequito5 . Asistió desde su banca de diputado por Tucumán, y después por Salta, en el Congreso del 26 al drama de la presidencia de Rivadavia. Hizo su aprendizaje de hombre de estado en las deliberaciones grandilocuentes del congreso, en el roce con sus hombres, aunque siguiera tendencias contrarias al del espíritu que dominaba en él. Formó con Mansilla y con Passo la comisión militar de aquella asamblea.

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“Proceda por sí, le dice su minist ro cont ador, respondiendo a una consult a, y abst éngase en lo sucesivo de consult as de esa nat uraleza” 2 Arch. Adm., t . 89, pág 27 3 Los ot ros fueron por Juan y Nico lás Laguna, por el coronel Ruiz Huido bro, Cabot , Silva y Aguilar. 4 En el parte de Sipe-Sipe, Rondeau cit a con elogio su conduct a. 5 Hay que decir en su honor que según Paz, Heredia fue de los que contribuyó a la sublevación con la mira de hacer la guerra en el Alt o Perú contra los realist as. T. 1° pág. 384. Regresó de Córdoba a Salt a con sus h úsares y cooperó con Güemes en la defensa del nort e.

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Era hombre ilustrado. Alberdi refiere en sus Memorias que las primeras nociones de latinidad las recibió de Heredia cuando éste se empeñaba y conseguía hacer reingresar a su joven comprovinciano en el colegio de ciencias morales. Era federal1 . Había recomendado a Alberdi ante Quiroga, para que fuera a Estados Unidos a estudiar su constitución. Sus ideas federalistas tienen un bautismo demasiado notorio en Arequito. Tucumán estaba gobernada a la sazón por López (Javier) unitar io – cuya felic itación al congreso por su feliz instalación oyó leer en la sesión del 27 de enero de 1825 – y no podía contar con intervenir por entonces en sus negocios públicos. Ya llegará su hora – y gobernará su provincia por más de seis años en una época memorable y obscura. Nos faltan las dos grandes fuentes de esa época: Paz y La Madrid. El primero estará prisionero, y el segundo vaga su miseria sin recato por el Pacífico. No contamos, pues, con el auxilio de los juic ios de aquél, y el mayor de las cándidas confesiones de éste. Todavía se habla en Tucumán de la tiranía de Heredia. Puede decirse que no ha sido fallada. El nombre y la acción de Heredia quedan confundidos con los de Ibarra, Estanislao y Manuel López – todos los corifeos de Rosas. Tiene, si embargo, su figura y su historia aparte. Era un espíritu comprensivo, pero sin claridad, y por eso su energía fue siempre irregular. Tenía gusto por las ideas y los discursos, amaba los salones, las fiestas, la pompa. 2 . No era extraño a las seducciones de la adulación y a los honores. No era un caudillo brutal, pero su encumbramiento rápido lo ensoberbeció y llegó al despotismo.

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Su federalismo era dist int o del de los caudillos. Su deseo primero era la sanción de una const it ución. Subscribió como diput ado de Salt a la const it ución del 27. 2 Su est ilo, en proclamas, decret os y hast a en cart as familiares, era alambicado. Parece que José Manuel Carreras de la conferencia con Bust os, después de Arequit o, llevó buena impresión de Heredia; “sin duda, dice Paz en sus Memorias, porque algunas expresiones alt isonant es y frases bombást icas que sabía emplear le hicieron concebir más esperanzas de él que de los ot ros”.

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Le faltaban condic iones morales – era “el indio Heredia”, de que protestaban las cartas privadas de la época- y eso explica con su dipsomanía final, su decadencia, su ruina, el olvido de su nombre. Llegó a ser el hombre más importante del norte, y fundó una hegemonía tucumana evidente. Hizo de su provinc ia y de su persona un centro vis ible de acción y atracción política. Un mes después de llegado al mando publica un bando anunciando el tratado con Santiago –lleno de conminaciones a la paz y al sosiego. Fue buscar y asegurar la tranquilidad un programa sincero de los caudillos federales : a haberlo cumplido han debido la indudable popular idad que gozaron en la burguesía de las provinc ias 1. Sabían que en ello encontrarían, a la vuelta de zozobras diarias y de saqueos y exacciones, sus mejores aliados. Persigue los vagabundos, garantiza la propiedad de la hacienda, castiga la fals ificación de la moneda, establece la carrera de postas, hace efectiva la penalidad de los delitos 2, funda escuelas primarias y una de música, dotándolas con partes de su sueldo.

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Los vencidos de la Ciudadela están en la línea fronteriza con Bolivia, oteando desde las cumbres los movimientos de Heredia, decididos al asalto. Javier López, José Güemes, Segundo Roca, entrarán cualquier día por Salta, o las fronteras de Catamarca. Llega un viajero del Norte por el valle de Choromoros y don Lorenzo Domínguez, el jefe de policía, hará en el acto la inquis ición: “- ¿Viene usted de Tupiza, de Mojos? - ¿Ha visto usted a don Javier López?”-. El pícaro gaucho resuelve a veces haberlo visto. Heredia sabe, sin embargo, mejor que el viajero donde está López, que hace, cuántos hombres puede reunir, si sus emisarios ha llegado a Cafayate a comprar mulas, simuladamente. Todo lo comunica puntualmente a Quiroga, que sigue siendo su amigo.

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Era un consejo de Quiroga en la comunicación de ést e a Heredia, I barra y Cornejo, de Salt a, desde Sant iago en vísperas de Barranca Yaco. 2 Son numerosos los procesos levant ados por sus comandant es de campaña, cuyas páginas son manant iales de aspect os conmovedores de aquella v ida príst ina y fuert e. 3 Arch. Adm., año 32, pág. 80.

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Desde 1841 al 40 la historia de Tucumán guarda una grande unidad – se desarrolla alrededor de esa cuestión, que podríamos llamar personal, que sus actores la proyectaran fuera de los límites de la provincia y llegan a complicarse en una guerra internacional. Heredia vivirá cuatro años con la sangrienta obsesión. Comienza en marzo del 32 por concertar la acción de las provinc ias para reclamar de Santa Cruz el confinamiento de López “ a los últimos ángulos de Bolivia”. El pedido se hace por intermedio de Rosas, quién reclama al Mar iscal sin recibir respuesta, al parecer. Pero no ignora que lo mejor es defenderse uno mismo –tiene destacamentos y espías en las fronteras. Hace proclamar la paz por sus comandantes y en los púlpitos. La verdad es que los proscriptos no quieren perder tiempo. Buscan el apoyo de Santa Cruz, y este ve que la acción de esos argentinos puede abrir la puerta más luminosa para sus sueños imperialistas: la Argentina, el Atlántico. La revoluc ión que triunfa en Salta en octubre de aquel año contra La Torre puede ser obra de los unitarios. ¿No será ese motín se dice, un nuevo punto de partida como el 10 de diciembre de 1828?. He ahí una idea f ija de los federales : 10 de dic iembre de 1828, y hacen sobre ella más de una frase lógica. López tiene bienes, y los confisca, pero como lo que se persigue es borrar su recuerdo, eso no basta. So pretexto de la insanidad de su asiento, traslada la villa de Monteros (el propósito no se realiza) al campo de los Romanos, uno de los bienes secuestrados. Aspira a fundar allí, este clásico discípulo de Quiroga, la villa Alejandría, como llamara Arcadia a su hermosa posesión al pie de las más altas sierras, donde gustaba hacer permanencias, que los negocios públicos urgentes interrumpían siempre, en las que alternaban placeres campestres, la meditación de sus planes, de su correspondencia trascendental 1, la rueda de edecanes y comandantes de campaña.

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Arch. Adm. T. 39, pág 335.

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Si Catamarca y Salta esperan sus órdenes, sabe a su turno que no debe desagradar a Estanis lao López y a Quiroga. A la invitac ión del pr imero a la incorporación a la Liga del litoral, de 4 de enero del 31, había contestado como constitucionalista: necesitaba el acuerdo de la Sala de representantes que luego debía reunirse. Luego se arrepiente, el diputado del 26 calla y hace saber que “ha consultado los departamentos y éstos unánimemente lo aceptan”. En cuanto a Quiroga ocurre solícitamente con los auxilios que le pide para la campaña del desierto, Tucumán, contribuye con especies y dinero 1. Su correspondencia con Quiroga es afectuosa. “Respecto a la carta, le dice en noviembre 29 del 32, que un gobernador quiere escribir al señor Rosas sobre que se interese sobre la formación de un cuerpo deliberante, digo que las provinc ias de Cuyo y Rioja y Catamarca, son de opinión “que no allegado el suspirado momento, pero sí de que se acerca” y debe estar persuadido que yo avisaré a usted en oportunidad así que “un asunto de tanta importancia” se presente a la república en estado favorable” 2. La tranquilidad se acentúa el año 33. Renacen el comercio, la ganadería, las finanzas suspirantes. La carretas que vuelven de Buenos Aires traen “efectos de Castilla” cada vez más abundantes, y algunos desconocidos. Bergeire, Méndez, Nicolás Avellaneda, Mañán, tienen tiendas, algunas vistosas. Son numerosas, alrededor de la plaza única, centros de reunión, cuando no ocasiones para propósitos amorosos. Hay un aire de abandono en la aldea: la nueva generación gustará por primera vez del amor romántico de las rejas. Sabían que ni Aráoz, ni López entrarían, aquella ni la subsiguiente noche. En los suburbios cubiertos de matorrales comienzan a refocilarse tal vez más de lo conveniente, en preludios de parranda, las vihuelas y las cholas.

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D. Ramón Gramajo fue port ador del n umerario, La caja fiscal pagó caballos, ponchos, cargas de arroz a Manuel Alberdi, Donat o Frías y ot ros. Arch. T. 41, pág. 49. 2 Original en el Arch. Adm. de Tucumán t omo 40 pág 486.

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También se ha animado otras salas, ni graves ni tiesas, aunque fuera de la de Monseñor Molina, congresal el 13 y el 16, las de don José Manuel Silva, la de doña Ángela Talavera de Vázquez. El gobernador es filarmónico y ha librado de derechos de importación a los instrumentos de música de uso particular. El año 33 fue de reparaciones e inic iativas administrativas: establec ió el censo de nacimientos y defunciones, organizó la justicia, fijo reglas y garantías de procedimientos

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ordenó la vida municipal, disponiendo, por consideraciones tan

fundamentales como la un proemio constitucional, el arreglo de las calles. Se está satisfecho del gobernador: las ganancias aumentan en el comercio, en las haciendas que no sufren razzias desde hace dos años, y ya es bastante. Además, no es cruel: ha negado a Ibarra con buenas palabras la entrega de Murga, de Aráoz, Alvarado y Sorroza, porque les había prometido asilo seguro bajo su gobierno. Consultado sobre el destino del general Paz por Estanislao López, su opinión es juic iosa, limitándose a recordar la autoridad que investía Paz. El año se va a cerrar con un digno coronamiento: la inauguración de la Sala de Representantes, a cuya elección ha convocado por un decreto de retórica pomposa y solemne. Sólo ha turbado la calma de su espíritu la reyerta de sus aliados salteños: Alemán y La Torre. Aquél, que ha sido encarcelado, busca el amparo de Heredia. Pero esto es pasajero, Además, la imagen de Javier López, propia para suscitarse en sueños, blanco, alto, impasible, ha dejado de turbarlo: en junio de aquel año habían partido a Bolivia su esposa e hijos. Una mañana de invierno, en efecto, se introdujo en casa del gobernador el cortesano ministro, contador de hacienda, a hora inacostumbrada, porque sabía el valor de la noticia que traía para S.E.; haber otorgado el día antes una patente de galera a Lucía López para Tupiza, donde López establecía una casa de comercio. ¡Ojalá prosperara ese negocio de Tupiza!.

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Por ejemplo, el requisit o de la orden escrit a para los arrestos. Arch. , t . 41, pág. 88.

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Con ello se debilita un temor, que luego desvanece Quiroga: de haber ido López al propio campamento del caudillo riojano a buscar su influenc ia o quizá la perdición de Heredia. 1 En aquella sala se sentaba un joven tucumano venido de Buenos Aires, doctorado en su universidad: Ángel López, que había sufrido un arresto de tres meses en el pontón Cacique, de orden de Rosas, por haber sostenido que el país no le convenía mantener ministros extranjeros.2 Era diputado por Trancas, donde lo hizo elegir su padre, don Santos López, probablemente.3 A pr inc ipios del año 34 la Sala se desgrana: renuncia Bergeire, Ugarte, Gregorio Paz (general de la nac ión, después), Agustín Molina, Simón Mendivil; pero había ya reelecto por primera vez a Heredia en 8 de enero.4 En junio, cuando nada lo hacía temer, una conspiración fue sofocada en el momento de estallar. La encabezaba Ángel López, Jerónimo Helguera, Pedro Garmendia. López había fugado a Salta y Helguera negó terminantemente su participación. Se desprende del sumario que fue López el organizador del plan, quien supo trabajar cautelosamente y ganar muchas voluntades. Había recorrido la campaña, induciendo personalmente al complot a hacendados importantes y comandantes lugareños. Su argumento era la tiranía de Heredia, que trataba mal a la gente, que era muy soberbio y despreciativo. 5 El sumario fue levantado rápido y ejecutivamente por el oficial José A. Yolis y los promotores condenados a muerte. Yolís era un hombre frío y cruel: servía para esos fines siniestros, cuya responsabilidad los tiranos desean dejar en la oscuridad. Fue ejecutor de don Bernabé

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Cart a original de Quiroga, Arch. De Tucumán, t omo 41, 17 de noviembre del 33. La not icia es vaga. Se halla en la Hist oria de la Enseñanza de J. M. Gut iérrez y en la de la universidad de Bidra y Piñeiro. 3 Se conserva el act a de elección en el Archivo de la Cámara de diput ados de la provincia 4 Sobre 17 vot os, t uvo 15: los otros dos puede asegurarse que fueron los de Ángel López y Pedro Garmendia. 5 El sumario, que es voluminoso, se conserva en el Archivo de la provincia. Daría valiosos element os para escribir a la manera de Taine, una crónica y un it inerario d viajero d la época. 2

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Aráoz por orden de López, según asegura.1 ; fue espía de Heredia cerca del mismo López, a quién s imulaba adhesión, y en esta ocasión cumplió admirablemente su cometido. Entre las páginas del sumario hay extraviado un breve papel de Yolis a Heredia. Le da cuenta que ha castigado a don Arcadio Talavera, que ha tentado violar la incomunicación de los reos, y en una post-data: mándeme papel y grillos. ¿Por qué la otra frase se ha adherido a la memoria?. Es que señala s intéticamente, como en un drama shakespeariano, las armas de la tiranía: el papel para cohonestar los grillos, los grillos para fundar la sentencia. 2 Lo demás se sabe: Alberdi 3 y Mar iano Fragueiro obtuvieron en el entusiasmo de un banquete aquel 9 de julio el perdón de los reos. Con Javier López y éste Ángel López, quedan completas las claves de ocho años de vida política tucumana: desde la misión fracasada de don Pedro F. Cavia a Bolivia para pedir la internación de López, la mis ión de Quiroga, que permitió Barranca Yaco, el protectorado de Heredia sobre el norte, la guerra con Bolivia, el f inal sangriento de su carrera y su vida. La misión de Quiroga a f ines de aquel año 34, fue motivada en efecto por la ruptura entre Heredia y La Torre, de Salta. ¿La causa? – La protección dispensada por éste a Ángel López y a su tío Manuel que invadieron Tucumán y llegaron hasta los suburbios de la ciudad capital. La Torre argüía de su parte que fue Heredia quién asoló a don Pablo Alemán, levantado en su contra. Pero el hecho era que Alemán no llevó la guerra a Salta, y en cambio eran evidentes las incursiones armadas de los López. En agosto la guerra se declaró contra Catamarca. Poco costó a los Heredia – viejos militares ambos- triunfar. D. Vicente Aramburu fue restablecido en el gobierno de aquella provinc ia. El tr iunfo seguirá favoreciendo sus miras de prepotencia: pocos meses después y Jujuy, levantado contra Salta para consumar un movimiento separatista, ayudado sin duda ninguna por Tucumán, derroca a La Torre; preso éste, con pretextos de 1

El general Paz lo afirma. Había hecho especialidad de est a función: para el proceso que debía formarse a La Torre a fines de aquel año fue solicit ado. Las balas anónimas de la noche del 29 lo reemplazaron “sin papel y sin grillos”. 3 Alberdi lo refiere ext ensament e en sus Memorias. 2

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movimientos revolucionar ios, que intentaran forzar su prisión, es muerto en su propia habitación. No es posible excusar a Heredia de responsabilidad en este bárbaro delito. 1 No se limita a alentar 2 a Jujuy, que a no ser su auxilio y amparo, no hubiérase atrevido a deponer un caudillo como La Torre, sino que “ofrecía su protección para realizar un movimiento contra ese imbécil tirano”. “Disponga todo cuanto concierna a este respecto, decía al comandante Celestino Balmaceda, en la inteligencia que todo será de mi aprobación, pues estoy resuelto a llevar este negocio al extremo caso de reparar el ultraje inferido a mi persona y a la digna provinc ia que mando”. 3 Agrega que su conducta “es un deber que le impone la reparación de agravios que le ha inferido el tal La Torre y que el derecho de represalia autoriza”. Las calurosas incitac iones a la concordia del gobernador Maza, no habían tenido, pues, resultado, pero estaba en viaje el comisionado Quiroga que venía a restablecer con su alta intervención la paz entre estos buenos amigos que le debían ambos, al gobierno de sus ínsulas. Quiroga salio de Buenos Aires el 19 de dic iembre cuando el conflicto estaba terminado por el triunfo de Fazio sobre La Torre, el 13 de aquél mismo mes, y llegaba a Pitambalá el día de la muerte de La Torre. Quiroga se ha detenido en Santiago: allí van Heredia

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y Moldes, ministro de

Fernández Cornejo, nuevo gobernador de Salta. En febrero del año 35, bajo el patrocinio de Quiroga, Ibarra, Heredia y Moldes pactan un tratado de arbitraje para sus diferencias, de perdón de indemnizaciones debidas o simplemente reclamadas 5.

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En carta de don José M. Barcena a don Felipe Heredia le habla de las aprobaciones y felicit aciones del go bernador de Tucumán por el movimient o separat ist a. Arch. Adm. Tucumán año 34. 2 Quiroga, sin saber la muert e de La Torre, en Sant iago había dicho: “Pint en el hecho como quieran: el no será otra cosa que un asesino horrendo” J. F. Quiroga, por David Peña , pág 374 La carta famosa de Rosas a Quiroga sobre la inoport unidad de la const it ución del país, at ribuye a Heredia la culpa del conflicto con Salt a 3 Arch. de la Provincia Tomo 42 pág. 455. Véase la comunicación de Felipe a Alejan dro Heredia desde Salt a, 31 de diciembre Id. Pág. 573 en el que anuncia la muert e de La Torre: es de una frialdad acusadora. 4 Heredia llevó consigo un médico para que at endiera a Quiroga. Cinco años después, muerto Heredia, se at revió a cobrar sus honorarios, porque “podía hacerlo sin peligro para su vida”. (Concurso de bienes de A. Heredia Arch. de la Prov.)

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Por el art.. 10 del tratado se facultaba a Tucumán para dirigirse a los demás de la república invitándolos para dir igirse a él, “si lo reputan interesante al bien nac ional, y se comprometen además a combatir toda idea de desmembración territorial de la república”. 1 El año 34 en la sala de representantes se había presentado por Marco Avellaneda un proyecto de constitución. Heredia lo objetó por unitar io: “copia de la constitución del año 19, decía aquél en su mensaje, demasiado teórico e inadecuado para un pequeño estado”. En consecuencia había remitido un proyecto que puede considerarse como de los primeros ensayos que se definirían en la constitución del año 53.2 La amenaza de las invas iones de los unitar ios proscriptos se presenta este año tan terrible como nunca. Los anuncios llegan de todas partes, precisos, cada vez más apremiantes. Pero Heredia sabe defenderse. Desde la Puna hasta Andalgalá por el poniente y por el norte en todo el valle están apostados sus “bomberos”. Día a día le llegan notic ias. No hay duda, la invas ión está preparada y Santa Cruz la inc ita y protege. 3 “Anoche pasaron en fuga los Balmaceda “, le dice el parte de Santa María; “van en dirección de Salta”. El ministro de Salta ha sabido que una fuerza ha entrado por la quebrada que lleva a los valles, pero que retrocedió. Es sin duda, López que ha s ido sentido, agrega. Pero las noticias son contradictorias, pues es falso que López haya regresado a Bolivia: probablemente está detenido por la nevada que debe haber inutilizado sus cabalgaduras. Entretanto es necesario que alguien comience por indemnizar tantas zozobras. Ahí está don Santos López, padre del doctor Ángel y su hermano Miguel. Se les condena 5

Est e trat ado ha si present ado como una prueba del empeño de Quiroga de organizar el país. Parece ello ev ident e pero hay que decir que, era una idea lat ent e, que los hombres de gobierno o simples caudillos repet ían. En enero 22 de 1834 se dict a una ley en Cat amarca mandando ordenar un código const it ucional. El art . 40 dice el expresado código concluirá con un art ículo que const e el pronunciamient o de la provincia a contribuir con su part e a la const it ución nacional, siendo ést a de cort e federalist a. 1 Se hablaba de un mov imient o de los un it arios para anexar el norte a Bolivia. 2 Arch. de la C.C. L.L. de Tucumán. El proyecto de Heredia ni el de Avellaneda no se encuent ran, sólo simples comun icaciones y el mensaje aludido. 3 Ent re los document os que p ublica don F. Cent eno en la “Revist a del Derecho” de Zeballos (año 1909) se hallan t odas las pruebas reunidas por Heredia para demost rar la int ervención de Sant a Cruz. Ello nos rebela la t area de señalarlas.

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a muerte. Pero el dinero es más útil que la muerte de estos dos pacíficos ciudadanos.: “ si ponen en el banquillo un buen precio de rescate quedan salvos”. La ciudad entera ha contribuido a pagarlo y los López van a mano de Ibarra para que sufran un destierro en el desierto del Salado. Las sierras del poniente son la llave de la defensa de Tucumán. Por ahí además tiene muchos amigos Javier López. Heredia las ocupa militarmente. El tratado que concluye con el gobernador Herrera de Catamarca, no es satisfactorio, aunque este se haya obligado a combatir a López, porque necesita tener bajo su mano las puertas de la montaña. Viene la lucha1, el triunfo de Heredia y por su sugestión, un día de septiembre de aquel año, un plebiscito en Andalgalá que dec ide su incorporación a la provincia de Tucumán. Se duda del gobernador de Salta, Fernández Cornejo2 . Había apresado al coronel Segundo Roca que andaba en compra de mulas en Cafayate y lo ha puesto luego en libertad porque no sabía sino “indic ios” de complic idad con López. López, efectivamente, ha estado de incógnito en los valles de Salta, comprometiendo voluntades y mulas, para entregarse en el mes de ......... Allí recibe avisos y tiene entrevistas. Santos de León le aconseja que se disfrace y pueda así penetrar a Tucumán: “allí lo esperan con ansia” ¿Disfrazarse? ¡Sería bueno el consejo para Ibarra! Balmaceda le hace la pintura de la república – la invasión salvadora: puede causar la reacción en todo el país. El momento es oportuno: Heredia, está absorbido por su pleito con Catamarca y Tucumán se desespera por librarse de “los indios Heredia”. Rosas ha mandado un buen consejo: “no crea usted en los reclamos diplomáticos; lo más importante es perseguir los en todas direcciones, escarmentando con rigor a los que lleguen a ser aprehendidos”. Está próxima la hora de aprovechar el consejo. 1

Salió con su fuerza de Tucumán el 1° de sept iembre y a los pocos días la campaña est aba concluida. El go bernador de Cat amarca será Juan N. Gómez, est á convenido con Ibarra. Luego pasará a Salt a, pues sabe que López anda por Cachi, sin que lo persigan. 2 Ibarra opina que se le debe int imar que deje el gobierno a menos que Heredia prefiera escribir a su t ío (lo era Fernández Cornejo, por la esposa de aquél Juanit a Cornejo), most rándole el mal que se puede at raer.

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La sala de representantes pone en sus manos facultades extraordinarias. Pocos días más y en Monte Grande a mediados de enero del año 36, López y sus ochenta hombres – tal era la invasión que había conmovido todo el norte- eran sorprendidos y hechos prisioneros. Venía en la expedic ión (¿de secretario de alma?) el doctor Ángel López. El 24 de aquél mes son condenados a muerte Javier y Ángel López “porque en ningún caso obtendrá la provincia de Tucumán sólida tranquilidad si estos caudillos existen en cualquier punto de la tierra” 1 Heredia reunió todos los antecedentes sobre éstas y las precedentes invas iones a efecto de demostrar la intervención de Santa Cruz, el auxilio y apoyo que les había prestado. Entretanto el movimiento en Jujuy, en combinación con López seguramente había sido más feliz, pues derrocó a Medina y reemplazó las inf luencias de Quintana y Fazio. Heredia con su hermano Felipe concluyeron con la reacción triunfante en Jujuy y con las tibiezas 2 de Salta en poco tiempo. Los unitarios tuvieron indudablemente el plan y la esperanza de buscar por el norte la destrucción del orden político que quedaba imperante en toda la república después del triunfo de Quiroga en la Ciudadela. Los López, Figueroa de Catamarca, Güemes y Puch de Salta, Quintana y Fazio de Jujuy no eran s ino los instrumentos de ese plan que dir igía quizá el general Alvarado, concertado por todos los emigrados en secreta inteligenc ia con los que habían quedado dentro de la república. ¿Tuvieron en algún momento el propósito de provocar la anexión del norte a Bolivia?. Rosas lo asegura reiteradamente en sus comunicaciones, y lo sostiene en su declaratoria de guerra a Bolivia el año s iguiente, inculpando a Santa Cruz atizar el plan.

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El proceso formado a los prisioneros de Mont e Grande se publica por don F. Centeno en la “Revist a de Derecho, Hist oria y Let ras”. En ella se encuent ra la declaración del coronel Segun do Roca, 2° jefe de la expedición que salvó por la mediación del min ist ro de Heredia, don Juan Baut ist a Paz, quien fue después –poco t iempo después- su suegro. La sala de RR había p uest o a López fuera de la ley. 2 En el proceso de Mont e Grande result a que el go bierno de Salt a apoyó a López fuera de la ley.

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En el tratado prohijado por Quiroga el año 35 entre Salta, Tucumán y Santiago (al que se adhir ió Catamarca), se convino combatir toda tentativa de desmembramiento de la república. Pero todo había fracasado. Heredia quedaba libre de temores y Jujuy y Salta en manos de sus adictos: su hermano Felipe era elegido gobernador de ésta última en abril de aquel año y en aquélla su viejo amigo y protegido don Pablo Alemán. Estos triunfos afirmaron el poder de Heredia que se extendía en todo el norte (comprendiendo a Catamarca) y que ahora se decora con el dictado de Protector de las provincias vecinas. Bajo la impresión de su triunfo, cuando va a comenzar el tercer período de gobierno, Heredia lee delante de la sala de representantes un mensaje en que refiere la acción de los cuatro años de sus primeras administraciones. Se siente dueño de su situación y encarece sin reserva todo el beneficio de su acción: ha cimentado la tranquilidad pública, a su amparo ha renacido el comercio, la agricultura, ha fomentado la fabricación de azúcar, el proveo de mulas, la destilac ión del aguardiente 1 , ha desaparecido la anarquía. La sala responde al mensaje de Heredia en términos extraordinariamente elogiosos. “La república ha visto a V. E. con asombro abrir con una mano canales de riqueza para la provinc ia, fomentar la instrucción pública, y escribir instituciones dignas de un pueblo libre, mientras que con la otra destruía a nuestros enemigos, aumentaba la glor ia del pueblo tucumano, contenía el torrente revolucionar io y hacía rodar las cien cabezas de la hidra”. “Convencido que la civilizac ión es el más firme apoyo de la libertad y el enemigo irreconciliable del despotismo V. E. Ha dir igido todos sus esfuerzos a fomentarla” 2. A Heredia lisonjeaba la buena opinión de los letrados y se picaba de ser a su turno atildado y elocuente. 3

No conocemos prueba document al. En las invest igaciones de Heredia se encuent ra un t est imonio, que afirma haber vist o una cart a de don Miguel Díaz de la Peña, ex gobernador de Cat amarca, emigrado, dicien do que después de la muert e “del mulat o Quiroga” es el caso de pensar en el proyecto de anexión a Bolivia, donde “hay paz y dinero”. Rosas en el manif iest o de la guerra atribuye a Sant a Cruz int eligencia con Lavalle. 1 Arch. Ad. Tuc., pág., 6, 571 2 El mensaje est á subscrit o por los diput ados J. F. Figueroa, M. M. de Avellaneda y M. D. Pizarro. Est á redact ado por el segundo. Original en el archivo de los C. C. de la provincia.

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Contribuyó a hacer la carrera de Alberdi, Avellaneda, Marco Paz, que fue su secretario en campaña y ministro de su hermano Felipe en Salta, Brígido Silva, Felipe Alberdi. Br igadier general por sanción solemne de la sala, protector de Salta, Catamarca y Jujuy, héroe de Chiflón 1 , su liviano numen de soldado mediocre y su vanidad doctoral se han inflado hasta la embriaguez. Se deja y se hace adular. Fomenta y frecuenta las fiestas. Por ahí, en los suburbios, con cholas, comandantes y “doctorcitos”, complica su gusto por músicas y “mistelas”, el protector y brigadier general. Y en septiembre una entrevista con Ibarra, en medio de agasajos, misa solemne, brindis trascendentales. ¡Para Ibarra!.... Los sucesos encaminaban a un conflicto armado con Bolivia: las reclamaciones de Rosas y Heredia, la pública imputación a Santa Cruz de haber prohijado las invasiones de López, Figueroa, etc; la polémica agria trabada entre la prensa de ambos países. La diplomacia chilena 2 intervino oportuna y hábilmente, decidiendo a Rosas a la alianza y a la guerra con el enemigo real de su país, el enemigo que había fingido al nuestro la suspicacia de Rosas, la soberbia de Heredia el despotismo de ambos. En dic iembre se han anunciado la aproximación de fuerzas sobre el límite argentino y apresurados preparativos bélicos de Santa Cruz. La correspondencia entre Rosas y Heredia es ésta vez tan frecuente como nunca; por ella se uniforman las ideas sobre la política a seguirse con Bolivia y se resuelve la guerra. Los preparativos han comenzado a fines del año 36 y en mayo del año siguiente se hace la declaratoria oficial 3 . Heredia, causante y director de aquel acto de política nacional, es nombrado jefe del ejército argentino.

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Era el lugar de su acción en la guerra cont ra Cat amarca. Así le llaman las comun icaciones oficiales. Aquel año 36 la sala ot orgó el brigadierato a Rosas y Est anislao López. El despacho fue redact ado por Avellaneda. 2 En enero del 37 fue reconocido el preparador del trat ado, doctor José Joaquín Pérez, después president e de Chile, en su caráct er de represent ante del país. 3 Reg. Of. Año 37.

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Durante más de un año que fue de sacrif icios de sangre y de recursos para Tucumán, Salta y Jujuy, en la frontera norte de la república, fragosa e inhospitalaria, se sucedieron las marchas y contramarchas, las guerrillas de partidas y de emboscada, que las proclamas del general en jefe y los partes de sus subalternos magnifican. Entretanto, autorizado por la sala de representantes al marchar a la guerra, ha confiado a su fiel ministro don Juan B. Paz, la gobernación de la provincia 1. Se vivirá por todo aquel tiempo exclusivamente para atender los pedidos y necesidades del ejército, de los que se substrae Ibarra, a quién no entusiasman los planes de grandeza de Heredia y prefiere gozar perezosamente de su feudo. Los auxilios que envía Rosas son escasos y tardíos. Las demás provincias – exceptuando tal vez San Luis, o Catamarca – no siente solidar idad nac ional “ni federal” en la contienda, no obstante que el “cholo” Santa Cruz es también salvaje y asqueroso unitario. Las hostilidades han comenzado bajo una estrella favorable para Heredia2 : un encuentro en Humahuaca 3, la tragedia de Negra Muerta. Una sequía extraordinaria destruía las cabalgaduras, los víveres eran cada vez más difíciles, los contingentes ofrecidos no llegaban. El ejército había comenzado a retroceder, según el general en jefe, para atraer al enemigo a terreno que no conocía bien y donde no encontraría recursos, pero probablemente en que fundaba a principios del año 38 la renuncia del comando: la falta de cooperación de las provincias a una guerra, “en que se defendía el honor nacional”. Rosas no admitió la renuncia – no podía admitir la. La guerra se desenvuelve lánguidamente, sin grandes acciones en ningún momento.4 La indisciplina, el desánimo de nuestro ejército fueron notables desde el pr imer día. La guerra fue absolutamente impopular 5 : no la justif icaba ningún ideal, ni profundo 1

Ést e nombra minist ro a don Juan Pablo Figueroa. Así le comun icó alborozado y el gobernador Paz lo circula a t odos los go biernos. 3 Los t rofeos fueron 20 fusiles, diez lanzas y una espada. 4 Puest o que no lo son Iruya, Cuyambayo y Mont enegro, en que fue vencido el general Gregorio Paz, ni lo es la de Sant a Bárbara, la ocupación de Tarija por ocho días por el mismo jefe. 5 En la correspondencia a Heredia de don Evarist o de Uriburu, gobernador de Salt a a la sazón y cooperador de la guerra, t an valiosa para est udiar ést a, encuent ro los siguient es párrafos: “Los pueblos desean la paz. Sabe ust ed que la guerra que hemos sost enido no ha sido muy popular y ent re los 2

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ni transitorio, ante el sentimiento colectivo. Aún para los cofrades de la federación, la guerra era, una empresa de la ambición de los Heredia.

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En abril, Santa Cruz dio por terminada la guerra en el sur. En septiembre Heredia ha regresado a Tucumán y la acción confiada a don Pablo Alemán es simplemente defensiva. 2 Heredia ha vuelto con el desencanto de sus esperanzas y de su orgullo abatidos 3. La política que desarrollaba Heredia no era “federal”, - sin dejar de ser fiel a Rosas toleraba las ideas contrarias. Aspiraba a la “fusión de los partidos” que el llamaba y que según Rosas fue una de las causas que lo perdieron 4. Así es que colaboraban en su gobierno unitarios conocidos : Zavalía, Avellaneda, Silva. El año 34 Avellaneda presentó a la sala de representantes un proyecto de constitución unitar ia. Heredia lo objetó por ser una glosa del año 27 “demasiado extensa y complicada”. No es, pues que Heredia ignore las ideas de los miembros de la sala, sino que por convicción o vanidad, quiere atraerlos, los coloca en los puestos directivos, de la administración, en la sala de representantes. Ellos a su turno celebran a Heredia: había conservado el orden y bajo su gobierno prosperaban el comercio y las haciendas. Había conseguido otorgar a la provinc ia un benefic io que no conoció durante muchísimos años.

milagros que hemos hecho est á el haber hecho cooperar a t odos, tal vez cont ra su volunt ad”. Le aconseja acept ar la proposición de paz hecha por Brown (cart a del 18 de mayo de 1838 ). 1 Loe enemigos lo comprenden así. La guerra no es a la Ar gent ina sino a los Heredia. Decían los jefes bolivianos. No es dif ícil que hayan t ent ado t ambién la fidelidad de algunos argent inos. Arch. De la Prov. T. 50, págs 265, 296, T. 52 pág. 338 2 El general Bro wn ha enviado a Napoleón Bonett i como parlament ario y Heredia lo ha ret enido Ant e el reclamo de aquél, est e cont est a que Bonett i ha venido a “tent ar la fidelidad a la pat ria” y just ifica la ret ención con una de Vat t el (copias fs. 287 T. 52 id) 3 Van don Evarist o de Uribur u a ver a Rosas, explicarle el est ado de la guerra y de la polít ica. Le propone a Rosas “lo que le ha dicho varias veces”, llevar la ofensiva para resarcirse de los gast os ¿Pensaba en la conquist a? Era el grit o de su orgullo y una sat isfacción con que aspiraba a just ificarse como responsable de la guerra. 4 En cart a de Rosas a Ibarra después de la muert e de Heredia, aquél juzgaba cruelment e su conducta en la guerra “de la que regresó perdiéndolo todo, sin respet ar ni aún el honor nacional y lo que es peor manchando la hist oria de los argent inos con un borrón que nunca merecieron.

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Su gobierno era personalista es cierto, a tal punto que habituados tan largo tiempo a su mando habían concluido sus subalternos por confundir el erario con el patrimonio del príncipe. 1 Era también arbitrario y despótico: una desobediencia en un momento de irritación o un capricho bajo la acción del alcohol, podía arrastrar a la azotaína o quizá al banquillo. Pero sabía ser culto y deferente con las gentes principales y esto del alcohol era sobre todo de los últimos tiempos. Su regreso a la frontera después de un año de ausencia, fue realizado en medio de la frialdad, cuando no de la protesta de las poblaciones que repudiaban la guerra que les drenaba hombres, ganados, después de haberles cerrado el tránsito a Bolivia que alimentaba su comercio. El fracaso de la campaña había aumentado su impopularidad. Apenas llegado comiénzase a escuchar raros rumores – de Salta especialmente que hay una oposición grande a su hermano, que los Heredias son los culpables de la guerra; que en Buenos Aires hay una revolución contra Rosas, encabezada por su propio hermano; que ya para enero no existirá el tirano. Pocos días después lee su mensaje ante la sala (14 de octubre). “Ya no hay odios de partidos, ni divis iones, ni anarquía” 2, dice Avellaneda, de pie desde la presidenc ia de la sala, en la arenga con que le responde, dice: “ Consagráis a la patria vuestra vida entera; así os granjeáis una inmensa popularidad; servíos de ella, señor, para conquistar otra popular idad más honrosa y la única duradera: la popularidad que da la historia”. “Quiera el cielo que siendo padre solícito, magistrado recto, soldado infatigable, pueda ella escribir vuestro nombre al lado de los bienhechores de la humanidad”. 3 Es reelecto por tercera vez 20 días después y asesinado en la semana siguiente (12 de noviembre). La caída del protector arrastra la de los protegidos: Felipe Heredia, reducido por la oposición, ha delegado el mando en Quiroga y Solá, el 16 del mismo mes y un movimiento popular depone a Alemán en Jujuy el 20.

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Véase su arreglo de cuent as con J. B. Bergeire en el concurso de bienes que se le formó a su muert e. 2 To. 52, Pág.251, Arch. Prov. 3 Obras de Alber di. T. 14 Cart as de Avellaneda. También respondió por escrito elogiosament e.

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Se ha atribuido el sacrific io de Heredia a una venganza personal1. Es posible, pero coincide con las agitaciones de Salta, con los rumores de revolución que le comunicaran a Heredia don Loreto Cabrera, desde aquella ciudad. Después los asesinos no han sido perseguidos 2 y al año y medio después fueron cubiertos por una amplia amnistía, considerando “que Heredia había impedido el pronunciamiento de la provincia contra Rosas. Hay algo más que el odio y la saña de un capitanejo en la muerte de Heredia. Agreguemos que muerto Heredia, sin gran conmoción, le ha sucedido el gobierno unitar io que preparó la coalic ión del norte contra Rosas. ¡Curioso espectáculo y dolorosa experiencia la historia tucumana de aquellos años! De un lado el gobernador federal que busca la “fusión de los partidos”, tolera las opiniones contrarias y atrae los unitarios. De otro lado el partido que llamaremos de Avellaneda, por el más joven de sus miembros, del que era verbo y decoración, que ensalza con ditirambos excesivos al “héroe de Chif lón y Monte Grande”y tolera su arbitrariedad porque ha fundado el orden y concluye quizá por temerle. Pero su juic io y sus conductas tienen reservas. Conociéndolo sensible al elogio buscaban adormecerlo y quién sabe atraerlo a planes. ulter iores.

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No puede dudarse, en efecto, que Avellaneda y Silva se hallaban comprometidos con los directores espirituales de la reacción liberal

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ya en aquella época.

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Varias veces se int ent ó, parece, el asesinado de Heredia. A f ines del 37, Clement e Usandivaras es perseguido como aut or de una t entat iva. A fines del 38 se encarcela a José Alejo Córdoba, sospechoso de igual int ento. Gabino Robles y Juan de Dios Paliza abrigan propósit os host iles (los mismos que lo asesinan ocho meses después) y han trat ado de hacer evadir a Córdoba. 2 “Corren por las calles y plazas de la ciudad , anunciando a grit os su delit o, mostrando sus espadas ensangrent adas “. Cart as de Rosas a Ibarra. 3 “.......lo hacen aparecer en el exterior a Heredia como desafect o al régimen federal”. (Cart a de Rosas a I barra. Zinny Hist . De Gob., T.. 2., pág 515. 4 En 20 de diciembre del 38, 38 días después del asesinat o, Piedrabuena escribía a So lá de Salt a inst ruyéndole de los sucesos del Uruguay. “La posición de Rosas es muy delicada. La muert e polít ica del carcelero est á decretada por el vot o general. Los sucesos se aproximan. El desenlace se aproxima a pasos de gigant e y los gobiernos del nort e no deben quedarse dormidos en los moment os más preciosos....” Arch. T. 53 pág., 404. Se hallaba en correspondencia con Alberdi que est aba ya empeñado en la cruzada con Echeverría.

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Esta política “fusionista de partidos”, como la llamaba Rosas, es sin duda lo que permitió que al día siguiente de la muerte se operara una revolución pacífica que llevó al gobierno y a la dirección política del norte al partido unitario. Seis días ha durado apenas la agitación sucesiva al asesinato. El general Paz, jefe estado mayor del ejército confederado, ha intentado alguna resistencia1 , pero los comandantes Valladares y Ferreira, dominada aquélla, han coincidido en don Bernabé Piedrabuena y la sala a elegido gobernador. 2 Muerto Heredia ha concluido la guerra, Tucumán licencia sus fuerzas dos meses antes que el general Velazco ofreciera a Salta y Jujuy la paz que éstas aceptaban, al tiempo que la victoria del Yungay de Bulnes ponía fin al imper io de Santa Cruz. Los hechos daban la razón a la sagacidad con que Rosas juzgaba los sucesos de Tucumán y la conducta de Heredia. Esa indulgenc ia excesiva (de Heredia), con los unitarios, decía, y esa idea de la fusión de los partidos, han sido las verdaderas causas de su desgracia. Al señor Heredia lo envanecían con estudiadas adulaciones..... Sé con documentos que el plan acordado es ese: halagar lo para después perderlo. 3 Es que a Heredia no podía aplicarse la psicología federal, - que tan cabalmente reflejaban Benavídez de San Juan, Gutiérrez de Tucumán, por ejemplo: hombres simples, de energía mansa, sin tolerancia pero sin crueldades inútiles, sin cultura pero sin suspicacias, con sentido práctico, generalmente campesinos que se improvisaban militares. Heredia, en cambio, era vanidoso4 y doctoral. Sabía demasiado latín

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y hacía demasiado discurso para ser un buen federal: le

faltaba ser “decente” y “honorable” para ser unitario, aunque tenía la gravedad y la ampulos idad necesarias. 1

En 9 de noviembre Heredia delegó el man do en Juan P. Figueroa, como minist ro subst it ut o por ausencia de Paz. El 12 se elige a Bergeire, tres días después a Valladares y el 20 a Piedrabuena: en una semana cuat ro gobernadores. 2 Loc. Cit . 3 El comandant e Balboa del t errit orio anexionado de Sant a María, t ambién lo int entó pero fue somet ido. El año 40 volverá con Oribe a su federalismo. 4 He aquí el encabezamient o en sus proclamas durant e la guerra: “Brigadier general de los ejércit os de la república, gobernador y capit án general de la provincia de Tucumán, protect or de las de Salt a, Jujuy y Cat amarca, y general en jefe del ejércit o argent ino confederado en operaciones contra el t irano Sant a Cruz.... 5 He señalado ya sus recuerdos clásicos: Arcadía, Alejandría. Su secret ario Figueroa, escribe desde “El Potrero de Corinto.........”

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Estaba, en fin, colocado fuera de su tiempo y de sus medios: fue por eso su carrera irregular y su destino incompleto. Políticamente, fue error fue “la condescendencia excesiva con los unitarios” que Rosas reprochaba. La exper iencia demuestra que en la acción la debilidad con los enemigos no suele tener por efecto ni el reconocimiento de éstos.

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A Heredia sucedía Piedrabuena miembro de la burguesía territorial y más antigua de la provincia. Representaba la reacción ar istocrática2, si pudiera dec irse, “decente” contra el “indio Heredia”. Se descubre fácilmente aquí el ritmo fundamental que rige las luchas civiles argentinas en el largo período en que los intereses sociales que creó la independenc ia desarrollaron sus primeras bullic iosas fermentaciones. Son los intereses que nadie, me parece, con más acierto y menos pretensión de filosofía trascendental y mayor autoridad –testigo presencial y sagaz,- ha puesto el general Paz en sus Memorias póstumas: la lucha de la parte más ilustrada contra la ignorante; la gente del campo contra la ciudad; la plebe contra la gente decente; las provincias contra la capital; las tendencias democráticas contra las aristocráticas y aun monárquicas que se dejaron traslucir. He ahí definidas las fuerzas ocultas de unitarios y federales. El historiador López no encuentra en los federales, en estos pobres caudillos que no supieron escribir, sino instintos ciegos en opos ición a las ideas de los centralistas, como si los actos y movimientos sociales que forman la trama histórica no fueran sino productos de instintos, de intereses y de pasiones que las ideas expresan y decoran solamente. Esos instintos, más fuertes que las ideas, prevalecieron por fin: han hecho la prosperidad económica y el equilibr io político del país.

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A no haber sentido sus

desmanes, su rudeza y su vulgar idad, debemos un poco de imparcialidad para juzgarlos, aunque a la distancia s iga previniéndonos en su contra –a nosotros los modernos, intelectualistas y urbanos- la grosería y la “fealdad” de aquellos gauchos. 1

Aunque condenado el asesinat o; los hombres que acompañaron a Heredia desde la sala y que hast a el día ant es, lo incensaban, hablaban ruidosament e después de su t iranía. (To. 54, pág. 70, Arch. Prov. 2 El primer act o del nuevo gobierno fue abrogar la ley de impuest o a las herencias. 3 El federalismo que por definición es más democrát ico que el un it arismo, puest o que aument a la facult ad elect oral del p ueblo y que conduce a la mayor adecuación de los medios a las fuent es de producción.

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La reacción liberal de 1840 – Celedonio Gutiérrez

Bajo este gobierno de Piedrabuena, Tucumán se incorpora a la campaña libertadora del año 40, constituyendo la liga del norte contra Rosas. Es una de las páginas más brillantes y dolorosas de su historia. ¿Estaba concertado el acuerdo con los jefes unitarios de Montevideo al subir Piedrabuena?. No hay prueba alguna. Estaban sin duda informados del curso de los sucesos de la Banda Oriental y en Entre Ríos: “si logramos uniformarnos con las cabezas de la gran empresa del Uruguay....., dice en 20 de dic iembre del 39, Piedrabuena a Solá de Salta, pero carecían de comunicación directa y no hubo hasta mucho después inteligenc ia entre el movimiento litoral y el del norte. El pronunciamiento de Tucumán contra Rosas acentúa el carácter y el origen de la campaña del 40: una cruzada juvenil, ardiente, imprevisora, loca. La preparó la universidad y la propaganda de universitarios se encarnó en el idealismo liberal de la juventud de entonces que se consideró llamada providencialmente a concluir con la tiranía. No se adecuaban los medios al f in. No se necesitaba ni preparación, ni prudencia ni plan. Bastaba el entusiasmo y la glor ia de la causa. Una f iebre, tanto más intensa, cuanto más joven era el cerebro que alimentaba la combustión, mantenía una vibración vis ionaria en que alternaban la gloria y el martirio delante de los ojos, y el corazón de los jóvenes. Desde Montevideo, Alberdi escribía a Brígido Silva, Salustiano Zavalía y Marco Avellaneda (febrero 28 de 1839). “Mis amigos, les dice: un inmenso papel en el gran drama de la revolución americana ha colocado la Providenc ia en nuestras manos. Los destinos de la patr ia están completamente consignados en los afanes de la juventud. No hay que encorvarse bajo el peso de la gran misión. Eran de nuestra edad los hombres que echaron a tierra en 1810 al viejo régimen español: la escuela politécnica hizo la revoluc ión de julio en la Francia en 1830. Comprendamos nuestra posición. Es inmensa. Es suprema. Los hechos, los elementos, los poderes todos están en

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nosotros. Jóvenes al frente de la política argentina en el norte, jóvenes al frente de la política oriental, jóvenes en todo y para todos. ¿Qué signif ica, pues, este hecho notable? Nosotros vamos a salvar la Repúblic a Argentina”. Se siente después de 72 años la conmoción de aquellas cabezas erguidas, alertas, leyendo en común, bajo la luz mezquina, en la sala de la aldea, la proclama f ilosófica, en la frase rígida y breve, a lo Montesquieu, que les llegaba de aquella tierra libre, del otro lado de Rosas. Tucumán se hallaba todavía con la amenaza de la guerra con Bolivia, no grave pero continua. Rosas que no había reconocido a los gobiernos de Tucumán y Salta, no contestó la consulta que se le hizo sobre las proposiciones de paz. He ahí un hecho que facilita el pronunciamiento, puesto que el encargado de las relac iones exteriores no atendía tan grave asunto como la paz internacional, y obligaba a las provincias a entenderse directamente. Quedaba, pues, justif icado el retiro de poderes a Rosas. El doctor Zavalía hizo su teoría jurídica: “El poder del gobierno de Buenos Aires no es un poder constitucional que esencialmente le corresponde: es una facultad accidentalmente conferida por las provincias en dispersión”. “Es sabido que el poderdante puede durante la gestión ejercer su personería, revocando o sin revocar el poder dado al apoderado. “Y por último la comisión jamás obstó el comitente para llenar la por sí misma.”1 Para proceder de acuerdo con el norte había siempre un inconveniente: ese Ibarra, cobarde, “vivo”, que no quiso antes la guerra, que no quiere ahora la paz. Era amigo de Solá, de Zavalía sobre todo, de Piedrabuena, del mismo Avellaneda. Tenían la esperanza y el interés de atraerlo. Ibarra ha sabido el texto de la carta del 20 de dic iembre del 38, de Piedrabuena a Solá, con letra de Zavalía. Zavalía ha salido de ministerio y como si el hecho aumentase el disgusto del cacique de Santiago, escríbele a Piedrabuena haciéndole recuerdos: “¿Cómo terminó Bernabé 1

“La liga del Nort e contra Rosas, por M. Solá (h), pág. 70.

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Aráoz? ¿cómo Alejandro Heredia? Piense en los males que pueden venirse a usted y a la provincia”. Concluido el peligro de Bolivia en todo el año 39, Tucumán y Salta, después Catamarca han conformado sus miras políticas. Ha habido lentitud, vacilaciones : Piedrabuena y Solá eran excelentes ciudadanos, estanciero el uno, comerciante el otro, pero sin las condiciones para dirigir la acción de la conspiración liberal del norte. Hay una observación de Ferrero que me ha perseguido durante el estudio de ésta época: los partidos aristocráticos, sucumben generalmente, porque en las crisis no saben elegir sus jefes. Además, Piedrabuena se hallaba ya gravemente afectado por la enfermedad que le causó la muerte en mayo del 41. El gobierno vivía en perpetua delegación: han gobernado por él Zavalía, después don José Lucas Zavaleta, espíritu práctico y claro, el manso doctor Colombres, su ministro menos efímero, más inadecuado que el titular para los momentos, después Avellaneda. Avellaneda ha trabajado indec iblemente. Ha inducido a unos, enardecido a otros, conquistado a muchos y arrastrado a todos. Cubas es su amigo y su partidario. En Tucumán y Salta hay indecis ión y flojedad. Ahora ya no trata de convencer sino imponer; él escribe y Piedrabuena firma. Conmina con la responsabilidad del fracaso y de la sangre que se verterá. Porque no hay que equivocarse: se juega la vida en la jornada. Ha llegado el año 40 cuando La Madr id viene en nombre de Rosas a reclamar las armas de Buenos Aires, entregadas para la guerra con Bolivia. Tal es el f in público de la misión: el verdadero destruir las s ituaciones hostiles de Tucumán y Salta1 . Esto precipita los sucesos. Ante la intimac ión de La Madr id y después de los trámites que no hay para qué repetir, la sala en 7 de abr il de aquel año niega las armas, retira las facultades a Rosas y declara la guerra a la tiranía. La Madr id se ha enternecido y el emisario de Rosas jura ante el pueblo c lamante de entus iasmo aquél mismo día,

1

Véase sus”Memorias” , 27 t omo 2º.

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“derramar la última gota de su sangre en la lucha contra el monstruo de Buenos Aires” y queda al frente de la acción militar del norte. En un mes más, Salta, Catamarca y después La Rioja, ganada al f in después de muchos temores, han seguido el pronunciamiento. En Jujuy gobiernan los enemigos. El 18 de abr il todo ha quedado arreglado: la elevación al gobierno de don Roque Avellaneda y el acuerdo con los demás de la liga. La ley de Tucumán declaraba que “la suma de los poderes es un escándalo a los ojos de América y del mundo, que aleja más y más la deseada época en que se escriba y sancione la constitución del pueblo argentino”. La sala había manifestado ya antes “que tenía a su deliberación un negocio que va a fijar los destinos de nuestra patria”. Cinco provincias argentinas han retado a muerte al tirano. Se han lanzado al duelo con infinitamente mayor arrebato y gallardía que meditación y destreza. El estado el norte era miserable: la guerra con Bolivia que ellas solas sostuvieron, había aniquilado sus recursos. No había un solo habitante de las provincias que no fuera acreedor del tesoro público. No quedaba en la campaña ni un caballo ni una vaca. La sala de representantes autoriza un empréstito. Cuatro días bastaron para probar que los prestamistas no serían habidos y en 24 de abril, se ha facultado al gobierno a exigir el monto del empréstito autorizado. Comenzaron ahora los sacrific ios increíbles de vidas, de dinero, de recursos. Las cartas vibrantes, los acuerdos hábiles, los racioc inios y las frases no serán bastantes para llevar adelante la conspiración. Ha llegado la hora de la acción. Avellaneda será también el brazo de la conspiración y seguirá siendo su numen. Forma las milic ias, reúne los recursos, mantiene la comunicación con los aliados, encorazona a los claudicantes que siente palidecer a su alrededor. 1

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Es muy curiosa la prueba present ada después de la entrada de Uribe, por la hermana de don Prudencio Gramajo para acredit ar que est e señor fue llevado a la fuerza a la sesión del pronunciamient o del 7 de abril y obligado a vot ar. To. 56, Pág 36, Arch. Tuc.

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“En este momento se decide para siempre los destinos de la República Argentina y necesitamos de grandes virtudes para salvarla” , decía la proclama de 4 de mayo firmada por Piedrabuena, escrita, sin duda, por Avellaneda, con la vis ión magnif icada de la obra en que había empeñado a su pueblo y a su generación. Las primeras requisas han dado un resultado mezquino. Hace saber sin embargo, que las milic ias están listas, urge a Salta para que incorpore su contingente para invadir Santiago y luego Córdoba. Tal era el plan originar io. Conseguida la ocupación de esas provincias, y estando Lavalle triunfante de Echagüe, como se creyó durante largo tiempo, la campaña estaba concluida y Rosas vencido. Consideraba que aquello sería rápido y concluyente. La Madr id comandaría las fuerzas del norte. Como diez años atrás en estas provincias iba a jugarse la última partida de la reacción liberal. La Madrid está a su frente. Serán otra vez los mismos errores, las mismas vanidades, las mismas fantasías, el mismo descalabro final, pero no las mismas venganzas porque esta vez están en manos de Oribe y de Maza. Faltó como aquella vez un centro, una cabeza fría y fuerte, un Paz en medio de éstos entusiasmos, decis iones gloriosas y frenéticas. Una última tentativa para atraer a Ibarra: su pariente don Agapito Zavalía es el intermediar io. Pero mientras el ministro Colombres y fray Manuel Pérez ocurrían a la entrevista concertada, Ibarra trataba de sobornar oficiales para que promovieran una revolución. El ofrecimiento se hacía al comandante de Burru-Yacu, el ex gobernador don José M. Valladares y el intermediar io don Solano Iramain. 1 Todo se hace apuradamente, desconcertadamente. Se instaba a Solá que trajera de Salta su contingente. Entretanto La Madr id que debía comandarlo no tenía listo el suyo. Por fin parte y una pr imera defección de 200 hombres encabezados por Celedonio Gutiérrez lo hace regresar. Ha faltado también Cubas a la cita. La Madr id ha salido otra vez pero ya no va a Córdoba sino a La Rioja a ponerse a las órdenes del gobernador Brizuela, nombrado director de la coalic ión porque ya se ha reunido un congreso de agentes de las provinc ias ligadas que se ha instalado en Tucumán en el mes de agosto. 1

El expedient e original se halla en el archivo provincial.

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Sintieron desde el pr imer momento la necesidad de un jefe supremo. ¿Quedaba ello resuelto con Br izuela?. Nadie lo creyó, acaso él mismo que comenzó por delegar la jefatura y que nunca salió de La Rioja. Br izuela delegó en Piedrabuena la jefatura, éste en Solá. La Madrid que en sus Memorias se llama también director, lo fue de hecho y no siempre. Solá, tan abnegado como incapaz de dir igir una campaña, ha invadido Santiago, lo ha ocupado sin un disparo, y ahora sale de sus confines en dirección a Córdoba, más vencido que después de una derrota. Ibarra se ha desvanecido, pero sin dejarle recursos ni un solo hombre. Todo esto pertenece a la historia nacional: la expedición de La Madr id a La Rioja, el regreso por Córdoba, su encuentro con Lavalle, después del desgraciado desencuentro en Romero. “ El 30 en Romero”; la cita de Lavalle a la que ninguno concurrió. Los errores se apresuran; el despacho de Videla al poniente, la marcha a La Rioja de Lavalle y de La Madrid a Tucumán. La Madr id hace por tercera vez el camino a Catamarca y Lavalle, después de la muerte de Brizuela ha regresado por las sierras del Poniente y se encuentra de nuevo en Catamarca, donde Lavalle pierde dos días para asistir a unos festejos. “¿Qué dirán del general Lavalle cuando sepan que ha perdido dos días para asistir a un baile?” decía él mismo. Ha pasado enero del año 41, que es la fecha en que Avellaneda ha realizado un sueño: ha estado con Lavalle y conversado con él extensamente: “la suerte de la república.... la sanción de la constitución.... la victoria segura y brillante... la insignif icancia de Quebracho Herrado”. En su primer arribo a la frontera catamarqueña, en retirada desde Córdoba, Lavalle ha estado enfermo y Avellaneda volado con en médico para asistirlo. Hacía tanto tiempo que Avellaneda andaba inquir iendo, ¿qué dice Lavalle? ¿cómo ve los sucesos Lavalle?. D. Benjamín Villafañe, secretario de La Madrid despachado desde Córdoba por Lavalle, con comisión para Salta, le había dicho: “es impresionable e imperioso”.

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Agrega en sus Memorias: Avellaneda era tan impresionable y tan imperioso como Lavalle. 1 ¡Que bien definen el temperamento de éste joven infortunado los dos adjetivos : impresionable, imperioso!. Simbolizaba el lir ismo ardiente de que se hallaba poseída la juventud intelectual que organizaba la Asociación de Mayo y que llamada actuar bajo la tiranía adquir ió un sentido trágico de la vida, que en la naturaleza ans iosa y apasionada es éste joven, versado en letras latinas y gustador instintivo de la bella forma, se volvía una vocación al apostolado y al martirio, fulgurado de un orgullo y una melancolía inf initos. 2 Ha tenido de huéspedes algunos “mayos” de los que han venido con Lavalle: Gutiérrez, Juan A. 3, hermano de don Juan María, Mateo Molina y otros. Las esperanzas no se perdieron nunca. Un encuentro parcial en el que triunfa se comunica y celebra ruidosamente. El triunfo de Patric io French sobre Celedonio Gutiérrez, con tropas de Ibarra sobre el río Medina, honroso para nuestra milic ias mandadas por Piedrabuena, Mendivil y Sorroza es el más importante: 400 contra 500 hombres el 2 de septiembre del 40,

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luego Crisóstomo Álvarez sobre tropas de Aldao en Pampa Redonda. En cambio Quebracho Herrado no tenía gran valor. Ya llegaría el grande y dec is ivo encuentro. Lavalle ha optado, al fin, por el norte y La Madrid ha ido a Angaco y Rodeo del Medio. En la decis ión de Lavalle, me parece ver la influencia y la atracción de Avellaneda. Lavalle ha congeniado con éste5. Lo elogia, repetidamente y hace tiempo

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Rev. Ar gent ina. Tomo 12, pág. 121. 2 “Yo t engo mis accesos misant rópicos y mis ret azos de romant icismo. La calma de los t ucumanos es como la calma de los enamorados: pereza en el cuerpo pero al mismo t iempo una sensibilidad exquisit a y mucha act ividad en el espírit u.” Cart a de Avellaneda a Alberdi. To. 14, Obras Póst umas. 3 Una cart a inédit a de ést e, románt ica y t ierna, al salir de Tucumán, mayo del 41: “así es el mundo : buscando la luz vive uno en las t inieblas; buscando la paz muere uno en la guerra; buscando la felicidad encuentra su desgracia.” “Nunca me olvidare de su amist ad de hermano.” Define la suerte que t ocó a ambos. T.. 56, pág. 85. Entre las fórmulas absolut as de concebir la hist oria, me parece más cercana de la verdad la de Taine que la de Carly le: “una serie de biografías”. De psicolo gías más bien. 4 Est a acción no se mencionó en ninguna p ublicación que sepamos. 5 El brillant e y orgulloso general, como había de sent ir apego por el otro “general sabien do”, como él le llamará.

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que Lavalle ha comenzado a seguir sus propias inc linac iones, satisfacer sus gustos, en la tristeza de su orgullo abatido. Ha interrumpido su marcha en Catamarca por bailar. “¿Qué tales son las muchachas de Tucumán?”, había preguntado meses atrás. 1 Va a Tucumán, Avellaneda está en la frontera norte batiendo montoneras de Ibarra. Aquél lo alcanza y cuando está de regreso, Oribe pisa ya la tierra tucumana. Está de delegado de Avellaneda D. Juan Martín Ferreira, aquél era delegado de La Madrid a su turno y éste de don Pedro de Garmendia, que era el sucesor de Piedrabuena (diciembre de 1840). Ferreira ha traicionado y licenc iado las milic ias 2 , como Otero de Salta había hecho entre tanto, simulando adhes ión a la Liga y dilatando y frustrando activamente en el hecho todos los esfuerzos3. Era obra de don Evaristo de Ur iburu, el amigo de Heredia, amigo de Rosas. Precipitadamente reúne Lavalle unas fuerzas, hace marchas y contramarchas para ganar tiempo y el 19 de septiembre ha sido Faimallá. Los testimonios más insospechables demuestran que no había ejército4 ; no había disciplina, ni orden, ni autoridad; que Oribe había triunfado hace tiempo. Disciplina en nuestros soldados, había dicho viniendo de Córdoba: ¡no! ¿Quieren matar? ¡Déjelos que maten! .... ¿Quieren robar? ¡Déjelos que roben! ¿Quieren...? ¡Déjelos que ...!5 Todo se había perdido como el año 31. Quiroga desde Tucumán ocupaba Salta. Oribe en Famaillá había concluido con la reacción unitar ia, hasta Humahuaca. La liga está destrozada y su organizador cumplió su juramento: “los bárbaros no dominarían a Tucumán sino después de haber pisoteado mi cadáver.6 Faltó cabeza y faltó ejército y esto por aquello.

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Rev. Nac. To. 12, pág 165. Exist e la prueba. 11 días desp ués de Faimallá escribe al gobernador Gut iérrez que Oribe colocó, anunciándole que “el salvaje Avellaneda había sido t omado y mañana espere su cabeza.” “Pronto quedarán escarment ados para siempre”. To. 55, pág. 180, Arch. Tucumán 3 Ot ero gozó después de la privanza del t irano y aseguraba a Or ibe que nunca había sido un it ario. Los minist ros habían sido igualment e numerosos: Avellaneda, que hizo gobernador a La Madrid, el mayor de Elía, Elías Bedoya, Zavalía y Silva, con el nombre de asesores de go bierno. 4 Memorias de Elías Rev. Nc. Y de Villafañe, cit ada. 5 Rev., Nac.,To. 12, Pág. 165. 6 Proclama de Avellaneda al regresar de Salt a en vísperas de Famaillá. 2

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La Madr id había probado ya no ser el hombre necesario1 . ¿Y Lavalle? Lavalle tenía más corazón de caudillo, como ha dicho Paz, y después de la retirada de Merlo, su ojo militar no podía inspirar entusiasmo. Faltó también unidad en la acción civil. Avellaneda no tenía edad ni madurez para se acatado. Al concluir su período Piedrabuena, la candidatura de Avellaneda para sucederlo no pudo triunfar. Le era necesario gobernar a nombre de Piedrabuena, de Garmendia. Después estaba la vanidad ingenua pero inf inita de La Madr id que quería ser también gobernador; atraído por esa ambición vino a Tucumán. Don Celedonio Gutiérrez gobernará Tucumán con facultades extraordinarias, que la Sala de Representantes legaliza en var ias ocasiones desde 1841, sin interrupción hasta unos días después de Caseros. Su inic iación en el gobierno está vinculada sucesos luctuosos: la ejecuciones capitales, las listas de proscripciones, la confiscación de bienes de los actores y adictos a la causa liberal. Esta política era sin duda obra de Oribe, pero la responsabilidad de aquél no puede excusarse porque lo subscribe y ejecutaba. Gruesos expedientes se conservan que registran el inventar io y secuestro de los bienes confiscados. Las breves y monótonas líneas curiales del inventario son un cuadro, por la precisión y simplic idad de la tragedia de aquél año. La comisión – Lorenzo Domínguez, Agapito Zavalía, Figueroa, etc – describen los bienes: “...... tantas cuadras de caña perdidas; un edificio, tres almonas, hormas para miel, tachos de cocimiento, etcétera, en ruinas”...... Y así todas. Todavía había que soportar las contribuciones forzosas. El ejército de Oribe en Metán y la divis ión de Garzón en Los Nogales, sobre la ciudad, necesitan cada día mayores provis iones. Ibarra aprovecha la ocasión. Propone que se le pague la contribución de guerra que se le debe y otros créditos, en que hay que creer bajo su palabra, con la venta de bienes de don Pedro Sáenz.

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¡Organización! Clama el general Alvarado desde Sucre. “ En la mala organización de la cabeza de La Madrid, puede ent rar quizá la ambición de una gloria exclusiva”. (La Liga del nort e, por Manuel So lá)

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Los embargos comprendieron toda la provincia, inc luso unas copas, una mesa y unos “poros” de plata, en su rancho de Burru-Yacu, de Alejando Ferreira, aquél “Alico” legendar io, husmeador de sendas e itinerarios que Lavalle y La Madr id despedían en cualquier punto hacia cualquier parte del país con despachos y mensajes, con la certidumbre de que llegarían. Pero muchas de estas expoliaciones quedaron en el papel. Gutiérrez fue un ejecutor sin crueldad. En las luchas enconadas y bravías la mujer teje un hilo invis ible de concordia y de ternura que deriva y mitiga el veneno de las pasiones. El mismo Oribe sintió su acción. Sus órdenes breves y trágicas se interrumpen bruscamente. “Tenga usted en cuenta que la esposa del doctor Zavalía y de don Ignacio Murga tiene bienes dotales. Hay que respetarlos”. Otra dama ha salvado victimas que están ya en el campamento de Metán y Garzón intercede a pedido de otro.1 Gutiérrez recibe y atiende los que les llegan de esposas de unitarios que le escriben en tono de confianza, y su hija doña Zoila Gutiérrez, muy bella y muy benigna, porque ha conocido desde niña también las persecuciones, es una mediación segura para el general, y después por su alianza con el doctor Colombres el médico poético de la conquista mayor de su política. Por ella Gutiérrez, el comandante gaucho de Canatine, atrae la numerosa familia Colombres, la más perjudicada por las confiscaciones, la vincula a su gobierno, que adquiere ciudadanía y arraigo urbano. Después de su gobierno, “rosista” por su adhesión incondic ional al tirano, fue de libertad relativa, de tolerancia y de prosperidad. 2 Tuvo sin duda una mano fuerte para asegurar la paz, renovando en esto el sistema y política de Heredia. Persiguió el malevaje y la delincuencia y organizó la policía. La lógica política hacía de su gobierno una restauración de la administración de Heredia. Puso en vigor todas sus leyes, declaró nulas todas las sanciones al asesinato de aquél y dispuso la persecución de sus victimarios. 1

T. 56 Arch. Prov., pág. 76, 277 y 278. Alberdi elogiaba en la prensa de Ch ile la t olerancia de Gut iérrez, que n i exigía el cint illo punzó ni el encabezamient o sacramental en los papeles. 2

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Había sido amigo de Heredia, su colaborador, y podía con sinceridad y con conciencia reanudar su sistema. Carecía de cultura y no sabía de discursos, pero era un hombre práctico, sagaz y de experienc ia.

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No se ha hecho un juic io definitivo sobre esta personalidad y quizá no se disponga de los elementos necesarios para hacerlo; pero ha de ser uno de ellos las condiciones especiales en que le fue dado comenzar su gobierno, bajo la presión de un general vencedor y sanguinario, a los postres de una lucha a muerte, en que ninguno de los combatientes ignoraba el final de la derrota. Dos años después el último ilusorio esfuerzo de la campaña liberal concluía en el propio Tucumán, bajo el brazo de Gutiérrez y de Nazario Benavides de San Juan, que tan oportunamente acudió en su auxilio. Engañado por falsas informaciones optimistas de los emigrados, Ángel Vicente Peñaloza (el Chacho) invadía la provinc ia desde Chile y era derrotado en el Manantial, al tiempo que Florentino Santos hacía desde Bolivia el camino de las incursiones de Javier López, que secundara diez años atrás, y encontraba una bárbara muerte en Salta. Gutiérrez tuvo la inic iativa del pr imer censo de poblac ión y edif icación de la provincia que se levantó y publicó. Resultaba por el tenor Tucumán en el año 1845 una población de 58.876 habitantes y 8036 casas. La paz durante el gobierno de Gutiérrez permitió trabajos de organizac ión institucional como el de la administración de justicia y la policía y otros de progreso económico como el de la exploración minera del Cerro Bayo, la construcción de la acequia llamada de la patria, tan importante para la agr icultura del departamento de la capital. La figura política de Gutiérrez está señalada para la memoria pública, por dos movimientos de su actuación: su exaltac ión bajo Oribe y el fusilamiento de Crisóstomo Álvarez al final de su gobierno.

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En cart a privada del minist ro Paz a Heredia le decía: “Gut iérrez, además de las virt udes que lo adornan, es hombre pensador y observador” T. 50, febrero 13, Arch. Prov.

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Álvarez, sobrino y subalterno de La Madr id en la campaña del 40, era tan paladín como su pariente y mentor.1 Invadió la provinc ia, según sus comunicaciones a Gutiérrez, en concierto con Urquiza. Fue vencido en el Manantial en 15 de febrero de 1852 y ejecutado. “Le aseguro, decía a Gutiérrez desde Tafí, diez días antes de la batalla, por mi honor, que degollaré todos los jefes y oficiales que tengo prisioneros y a cuantos se tomen en adelante”. Gutiérrez volvía contra él y cumplía su propia amenaza. Sostenía que era él y no Álvarez el que representaba la causa triunfante en Caseros. Para probarlo invocaba su pronunciamiento en contra de Rosas y el acatamiento que prestó a Urquiza desde el primer momento. Urquiza acogió la adhes ión de Gutiérrez y mantuvo siempre relaciones cordiales con el caudillo tucumano. En 14 de junio de aquel mismo año 52, en ausencia de Gutiérrez, la legis latura declaraba que aquél había sostenido la tiranía de Rosas hasta sus últimos momentos, en oposición al voto pública de la provinc ia y lo deponía del mando de la misma. Llegamos así al período contemporáneo, en el que han jugado papel princ ipal hombres y pasiones demasiado actuales. Pierde durante ella la historia provinc ial autonomía e interés. La fusión nacional ha borrado los colores locales: los personajes y los sucesos se incorporan al cuadro de conjunto de la vida general y pasan en segundo plano, sin acción propia y espontánea. Son en adelante las provinc ias de la constitución. Lo que ha ganado la nación han perdido las provinc ias. La unidad ha sido cimentada luego más eficazmente que por la constitución, por el ferrocarril. A este fenómeno se ha llamado por algunos “paso del federalismo al unitarismo”, sin reparar que es un movimiento natural y universal. Cómo desaparece el provinc ialismo dentro de las naciones, desaparece el nacionalismo dentro de la “comitas gentium”, y la crisis del uno es tan exacta como la cris is del otro. Ambos se transforman simplemente. 1

Don Benjamín Villafañe secretario de La Madrid y cronist a de la campaña, dice: “Crisóst omo Álvarez, en presencia del enemigo, se t ransfiguraba. Parecía rodeado de cierto prest igio sobrenat ural que fascinaba a los suyos. Al dar sus cargas, oíasele un alarido que recordaba el de los indios de la Pampa, alarido que repet ían los suyos y que se prolongaba haciendo salvaje y espant osa armonía con el ret umbamient o del suelo bajo el casco de sus caballos.”. Rev. Nac. Tomo 12 pág. 213. Como La Madrid, t ambién est uvo al servicio de Rosas y peleó por él heroicament e.

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La provincia de la Constitución

Gutiérrez siguió gobernando después de Caseros y suscribió el acuerdo de San Nicolás. Durante su ausencia un pronunciamiento popular que encabeza su propio delegado, Manuel Antonio Espinosa, declara caducos los poderes de Gutiérrez y funda un nuevo orden político que dirige él mismo. Diez años de anarquía, revoluciones y contrarrevoluciones, cuesta el establecimiento del gobierno regular. Gutiérrez vence y es vencido a su turno, hasta que el cura José M. Campos, triunfante en Los Laureles, puede terminar en paz el período legal de su gobierno. Estaba ya dictado el Estatuto constitucional concordado con la constitución del 531 , formulado por los doctores Salustiano Zavalía, Prudencio Gramajo y Uladis lao Frías. Después del 52 el cambio de régimen político trasciende en la vida más intima de la nación, porque no es meramente una revoluc ión política, sino también una revoluc ión económica. En aquella época desaparecen las aduanas interiores. Este mero hecho ha conmovido los pueblos de la república, no sólo porque ha suprimido barreras, sino también recelos y disputas.2 Ha destruido el grupo monopolista de comerciantes en cada ciudad, que formaban la clase aristocrática durante los 30 años de las luchas civiles. Ha suscitado nuevas direcciones industriales, despertando la actividad estancada en el quietismo de las prohibiciones. La revoluc ión más grande, es claro, la realiza la atracción que años después comienza a ejercer el país del hombre y del dinero europeos.3 Es una manifestación expresiva de la transformación, el crepúsculo en que entran los caudillos.

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Ant es se había dict ado ot ro bajo el gobierno de Espinosa que la reacción gubernist a había abrogado porque “era ext emporáneo, impract icable por sus propios autores y porque sin const it ución nacional debía precederle. ( Abril 1 º de 1853). 2 Las reyert as de Tucumán con Sant iago eran de origen aduanero. 3 La inmigración cont inuada y en gran escala comienza en año 59.

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En Tucumán, por ejemplo, los “generales” y guerreros han sido reemplazados por los “doctores”; después de Espinosa, el teniente y luego sucesor de Gutiérrez, vienen Uladis lao Frías, José Posse, Agustín de la Vega, Marcos Paz, Salustiano Zavalía y Benjamín Villafañe. El cura Campos prepotente en esta época, es un caudillo también, pero transformado por cierto liberalismo, y el coronel Rafo, soldado pundonoroso y firme magistrado, es la antítesis del caudillo, no obstante su carácter militar. En la época siguiente, el general Navarro, jefe del 4º cuerpo de ejército de la Confederación, traería con su invasión el año 61, resplandor de épocas pasadas, pero el curso de la historia argentina está ya encauzado y el carácter pacifico e evolutivo de la revolución se acentúa a despecho de los accidentes. 1 Los accidentes serán las revoluc iones cada vez menos sangrientas, como la de Octavio Luna, que derrotó el gobierno de don Wenceslao Posse, después de las tentativas en tiempos del doctor Vega y de don Marcos Paz hasta las más decisivas de 1887 y 1893. Coinc iden con ellas dos intervenciones nacionales, que con la de 1905, forman las únicas tres que ha tenido esta provincia, en los últimos cuarenta años, señalada por un carácter menos bélico en sus contiendas políticas, por razón sin duda de los intereses materiales arraigados en su suelo.

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Estos últimos cincuenta años han hecho la provinc ia actual. El trabajo, la r iqueza y la civilizac ión han salido a la campaña desde la ciudad, centro, cabeza y foco, como pinta Sarmiento al núcleo urbano perdido en la extensión desierta del país. Pero luego la campaña ha reflejado centuplicada la irradiac ión de la ciudad, y formado la nueva capital de la provincia. 3 El progreso económico de Tucumán tiene, en efecto, cincuenta años de historia. Quiroga encontró ya cañaverales en su primera invasión; Heredia legis ló sobre ellos; la confiscación del año 40 comprende muchas pequeñas plantaciones; el año 45 produce 3000 arrobas de azúcar4; en el año 50 funcionan 13 establec imientos, pero 1

La hist oria del año 61 no ha sido todavía escrit a. En Tucumán t uvo un incident e singular y dramát ico. 2 Véase discusión sobre int ervención a Tucumán. Discursos de M. Pizarro en el senado y Est rada en la Cámara de DD., 1887. 3 La observación pert enece al J. V. González. 4 D. Navarro Vio la, Recuerdos de Tucumán, Rev. Bs. As.

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fue después del 52 cuando su vuelo se ensancha y en los últimos 30 años cuando completa su transformación fundamental. Han llegado a ser más de 800 las fábricas, pequeñas todas, el año 77, y es después de la inauguración del ferrocarril de Córdoba que en la provincia, con la introducción de los perfeccionamientos mecánicos, se inicia la acción capitalista que tiende a aumentar las fuerzas de producción. Así es que el año 81 existen 20 fábricas menos que el 71, pero con una capacidad inmensamente superior. El año 75 estaban sembradas de caña 2000 hectáreas y hoy pasan de 60.000 Inmediatamente después del 52 también se funda la primera escuela secundaria. Buessard primero después Labougle y Pellisot, hasta el elogio de San Miguel, en el que Amadeo Jacques 1 ensayaba su acción educativa en nuestro país con don Aimable Baudry. El año 54 instalaba el general Mitre, con intención de hacerlo regional, para servir el norte, el colegio nacional de Tucumán, que regentearon don Benjamín Villafañe, idealista, ilustrado; don José Posse, genial e imperioso; don Sixto Terán, severo y disciplinado. Hállanse vinculados a la historia de la educación Alfredo Cosson, don J. Aymerich, y don Pablo Groussac, que hizo un largo novic iado de la madurez que conocemos y admiramos en la Escuela Normal de Tucumán. Ha tenido también la provincia un instituto superior de ciencias jurídicas y fundado por Avellaneda y su ministro Leguizamón. Fue provincial los tres últimos años. El año 81 lo suprimía el ministro Pizarro. Los veinte mil habitantes de la provinc ia a princ ipios del siglo, los 30.000 del año 25, los 57.000 del censo de Gutiérrez el año 45, los 83.000 del recuento de don Marcos Paz el año 58, los 108.000 del censo nacional del año 69 son los 380.000 que pueblan hoy la provincia, agitada por un movimiento industrial de colmena. Es uno de los tres mayores centros de atracción del país. Sus cosechas valen más de 50 millones de pesos.

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Don Marcos Paz que lo conoció siendo gobernador de Tucumán, cuando vicepresident e de la república lo llevara probablement e a Buenos Aires.

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Las labranzas trepan ya las faldas de las montañas y los canales de r iego suenan su canción monótona, y sin embargo siempre alegre y fresca en tierras antes resecas y yermas. Más de cinco millones de pesos gastan sus servicios públicos. Costea institutos de investigac iones agrícolas y científicas que alguien ha pensado federar con fines universitarios. Escuelas y villas y chimeneas diseminadas en toda su extensión señalan los esfuerzos felices de cincuenta años, fundados sobre la sangre y dolores de otros cincuenta. Pero las pasiones que los suscitaron y las modalidades que impr imieron no han pasado, no han podido borrarse del todo, en esta materia que nada olvida, que es el alma humana. De vez en cuando relampaguean como surgidos de un fondo disimulado apenas instantes, espontaneidades de aquellos primeros cincuenta años, que también tienen detrás otros cincuenta. Los seguimos viviendo todavía un poco, no obstante las escuelas, las chimeneas, las cosechas, las ciudades que han transformado hasta la fantasía el aspecto material de nuestro suelo y nuestro pueblo.

Juan B. Terán Enero – Marzo de 1910

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NOVELA DEL NORTE Marzo de 1921

N° 1

Contiene:

Fruto sin flor

Por el Dr. Juan. B. Terán

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Editorial

N U ES TR A P A LA B R A

La NOVELA DEL NORTE hace su aparición pletórica de entusiasmo y con la savia vivif icante del aplauso desinteresado de toda la prensa local. No le ha faltado tampoco las voces de aliento de los intelectuales tucumanos y sentimos por ello el augur io triunfal de nuestros propósitos, ennoblecidos por la fe inquebrantable de verlos cumplirse. Ya que nada nos oculta, al inic iarnos vigorosamente a la lucha, sin trepidac ión alguna, engalanamos orgullosamente nuestras páginas con la pluma repleta de belleza y de estilo del distinguido intelectual Dr. Juan B. Terán, escritor y maestro. Cruzada noble por las altas finalidades perseguidas, esperamos el tutelaje del comercio en todo momento para que, coadyuvador como ha sido de esta obra, mantenga su esfuerzo tonificante que fecundará para todos en realidades bellas. Resta ahora a los escritores interpretar nuestros anhelos y aportar su concurso patriótico y dec idido al programa que sintetizado a tres artículos, su cumplimiento será decisivo. 1°. Propiciar con estas novelas cortas al alcance de todos, la producción literaria de los escritores tucumanos, ya sean éstos consagrados o noveles. 2°. Dar cada tres meses al publicar nuestro ILUSTRADO SUPLEMENTO de 40 páginas formato mayor que la novela, participac ión utilitar ia a sociedades y comunidades benéficas por medio de inserción de avisos obtenidos por las mismas en dicho número. 3°.

Estimular el desarrollo cualitativo y cuantitativo de nuestros escritores y

aficionados con un premio anual de 250 $ como mínimo, a una obra que versando sobre un tema libre, obtenga, previo concurso literario, el concepto de mejor entre las presentadas, la que se publicará en un número denominado EXTRAORDINARIO de 80 páginas. La Dirección.

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FRUTO SIN FLOR

A Julio, mi hermano

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LA FAMILI A RAMÍREZ -------En la c iudad, en una casa céntrica, de aspecto lujoso, pero sin gracia – puerta central y cuatro balcones simétricos con un gran patio que se abre al cabo de un amplio zaguán de entrada – vivía don José Ramírez. Don José, su esposa y sus hijas departían aquella noche alrededor de la mesa, bajo los haces múltiples de luz de una flamante girándula. Acababa de hacerse la renovación de la casa y, a pesar de los lustres y empavonamientos, se percibía el origen un poco remoto del edif ic io remozado. El trabajo de adaptac ión del antiguo caserón al plano de reformas que durante muchos meses, años quizá, preparó, calculó y discutió el señor Ramírez, había sido penoso. Las puertas modernizadas tocaban casi la curva inic ial de la techumbre y los anchos muros quebraban el aire ligero de las obras recientes. El ancho patio ahora policromo y brillante de azulejos, clamaba por la enredadera y los c laveles proscriptos por la reforma que florecieron en el musgo poético de los ladrillos. Esta renovación y adornos fueron decididos como un homenaje a sus niñas que hacían descollante figuración social. Presidía la mesa, la madre. Fue la menos entusiasta con la transformación. Encerrada desde el día siguiente a su matrimonio, no había frecuentado ni sus más íntimas amistades de juventud. Se hallaba feliz en su encierro. Había limitado sus aspiraciones a dir igir las labores domésticas, cuidar sus hijos, cumplir estrictamente, pero sin efusión, sus deberes religiosos. No conocía otro esparcimiento que el comentario con su esposo, por la noche, de las impresiones, social o políticas del día. Los nuevos deberes de madre de niñas casaderas, pesaban demasiado después de veintic inco años de hábitos huraños.

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Don José, en cambio, veía llegar con fruición la hora de “hacer sociedad” después de muchos años de proscripción en su ingenio que formara su padre – un criollo de empresa, enérgico y comprensivo espíritu, cuyas inic iativas como agricultor e industrial se recordaban aún. El hijo recibió la fortuna hecha y se limitó a conservarla. Amable, expansivo, de carácter ligero, conversador infatigable, era un político impenitente, periodista a momentos. Eran “sus horas” las de las fiebres políticas, cuando la c iudad se enardecía como una colmena en la víspera de una elección de diputados nacionales de una renovación o de una crisis gubernamental. Cualesquiera que fueran las necesidades de su fábrica, él debía presidir los corrillos en los clubs o dirigir el comentario con una versión sensacional la hipótesis de un plan secreto o el consejo de una actitud de impaciencia s iempre, y cuya eficacia infalible demostraba matemáticamente. No era solemne y escueto, sin embargo. Tenía a su disposición, en las más apuradas circunstancias, un recuerdo o una anécdota de una oportunidad invar iablemente ideal. Ponía para ello a contribución forzosa los cuatro o cinco años de Buenos Aires que pasó allá en su juventud, sin destino conocido, en los buenos tiempos en que su padre creyó deber confiarlo a un hermano establecido en aquella ciudad. A su amparo había conocido hombres políticos provincianos, congresales todos. Una o dos visitas al presidente Avellaneda y otros tantos encuentros con el general Roca, habían bastado para formarle un variado repertorio de impresiones y anécdotas de esos dos personajes. Después de su regreso, habíase casado con Carmen Villafañe. Hacía ya 25 años. Habíase inclinado por ella sólo por razón de su belleza – de las primeras de su tiempo. De carácter duro, sin gracia, sin cultura, no podía dar encanto al hogar, pues que él exige una levadura de abnegación pero también de alegría. Después de tanto tiempo de decepción, primero y de conformidad, después, llegaba para el señor Ramírez el desquite. Estaba orgulloso de sus niñas. Eran, con la política, los objetos de sus únicas preocupaciones.

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El ingenio está bien atendido, decía. Lo administraba un joven francés, en quién había delegado las más amplias facultades, contento de verse libre de tan pesada carga. La noche aquella, transcurridos los comentarios de sus hijas sobre los amoríos del día, que la madre solía oír indiferente, más atenta a reprender los criados, el señor Ramírez, de acuerdo con su costumbre, leía los diarios, levantando la voz para acentual algún párrafo de crítica jacobina al gobierno, alguna noticia social. Jacinto Páez, dijo con aire de reproche, - dejando el diar io y haciendo caer los lentes – está empeñado en llamar la atención con sus ideas revolucionar ias y raras. Ha dado una conferencia anoche atacando la enseñanza religiosa. El aplauso de los diarios lo ha envanecido. Y adviértoles - interrumpió la mayor de las hijas – que no se le ve en ninguna parte. ¡Qué poco simpático es!: decían hoy en la reunión de las hijas de María que lleva mala vida. - Pobre madre – agregó la señora, - Seguramente ha sido blanda con él. Además María no ha pecado nunca por escrupulosa. Felizmente cuán distinto es nuestro Pedro. - Hace tiempo que deseo conversar con él – dijo después de una pausa el señor Ramírez. -Estoy seguro que moderaría sus entusiasmos juveniles por la utopías que sostiene. La segunda de las niñas, Carmen Ramírez, por quién se había dicho que Jacinto mostraba preferencia intentó una rectificación. - He estado hace pocos días con él en la kermesse y me ha parecido muy simpático. Estaba retirado en un rincón, y al ver que pasaba por ahí cerca, vino a saludarme. - Es seguro que te aburrió, hablándote de filosofías, porque vive siempre en la luna dijo la hermana mayor, Emilia. -No, conversamos de todo; me preguntó por ustedes, hablamos de música, de mis compositores favoritos, recordó de Buenos Aires cuando estaba yo en el Sacré Coeur y él en la Facultad. El señor Ramírez, que había vuelto a sus diar ios interrumpió el animado diálogo leyendo en voz alta:

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“Ayer ha llegado el joven Gastón Révecin, después de rendir brillantes exámenes en la Escuela Politécnica....” - ¿ A quién preferirías – dijo Carmen entonces – a Jacinto o Gastón Révecin? - ¿ Yo? Yo preferiría mil veces a Révecin – contestó enfáticamente Emilia. - Sin embargo, no sabes si Révecin será o no trabajador, inteligente, moral o religioso. - Ha estudiado en Paris, en la Escuela Politécnica, nada menos; tiene el ejemplo de su padre, que ha sido un hombre inteligente y trabajador y dicen que es muy serio y educado. Estoy segura de que Pedro opina como yo. Extraño a la conversación, el señor Ramírez recordó a su esposa que era necesario darle la bienvenida y felic itar al señor Révecin, sin reparar que su esposa hacía largo rato se había levantado sin interés por la discusión que consideraba banal, de sus hijas. - Y bueno, dijo para terminar Emilia, no tengo ganas de discutir. Si quieres salir esta noche a la Plaza prepárate que es muy tarde. La discusión entre hermanas, a pesar de sus diversos temperamentos no solía ser frecuente, porque Carmen prefería callar, sabiendo de antemano el f inal de la discusión. Emilia más alta, erguida, de rostro breve y algo duro, cabeza pequeña, frente recta, que cerraba el cabello con dos líneas convergentes en su centro, la nar iz y la boca también pequeñas, color sonrosado y ligeramente moreno, al que daban dos grandes ojos verdes una viva atracción a quién la viera sin oírla. Mas mórbida Carmen, de rostro ovalado, el busto ligeramente inc linado, de suave mirada y con un lustre virginal en el rostro que decoraba como un marco su claro cabello esponjado. Vestían aquella noche, Emilia un traje ajustado que aumentaba la esbeltez de su talle, y Carmen, uno suelto de velo celeste que realzaba la gracia de su cuerpo pequeño y fino. El señor Ramírez, después de escribir él mismo una tarjeta de saludo y felic itac ión para Gastón Révecin, fue al Club en busca de su tertulia habitual.

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La formaban un grupo de viejos amigos, y la sostenía el comentario político, la habladuría del momento y las anécdotas picantes, que cerraban un coro de risas ruidosas. El número obligado era la discusión sobre el estado de la caña y las perspectivas de la cosecha. Ramírez, algo retardado, fue recibido con una pregunta en coro: - Dígame usted Ramírez: ¿no es verdad que la caña está este año mucho mejor que el año pasado? - No, no – dijo otra voz – no es esa la cuestión. El señor Ramírez tomado de sorpresa dijo que era necesario distinguir. La caña degenera de año en año. - No he vuelto a ver, dijo los ejemplares extraordinarios que mi padre solía traer, hace 20 años, a veces, en las ancas de su caballo, para exhibir las en la ciudad con orgullo. - Recuerdo que una vez en el mes de febrero tuvimos caña con siete canutos maduros. Fue en año de la revoluc ión de los Posse..... Sí – subrayó después de una pausa, como si controlara la memoria – lo recuerdo porque tuve a los pocos días un altercado con el cura Campos en el atrio de la Matriz. - Pero es indudable, y eso discutíamos que este año tendremos una excelente cosecha, porque..... En ese momento pasaba por la calle un grupo de niñas, entre las que iban las de Ramírez. - Lo felic ito, amigo Ramírez – dijo una voz con cierta sorna. – Me han dicho que una de sus niñas se casa con Jacinto Páez. - No sé – replicó aquél – me dicen que es un muchacho raro: digno hijo de don Manuel. - He oído - agregó otro – que su conferencia de anoche ha sido revolucionar ia; que criticó duramente nuestras instituciones y habló del atraso en que vivimos. - Es la opinión unánime – dijo un tercero – que he oído hoy en el c lub, aunque mi hijo sostiene que no ha dicho absolutamente nada de lo que se le atribuye, porque se limitó a estudiar la enseñanza ofic ial laica como más conforme con las instituciones y

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nuestro carácter de país inmigratorio. Así explica Juan, mi hijo, pero, sin duda, por compañerismo, por no perjudicarlo, sobre todo entre las señoras. - Pedro – dijo el señor Ramírez, - que hubiera podido darme una opinión segura, no asistió, porque estaba en la campaña en gira política. Otro tertuliano informó que había oído decir que se trataba de un plagio a Onésimo Leguizamón. - Le dicen Castelar - añadió - entre sonrisas burlonas un señor enjuto y pálido, que hablaba raramente en las grandes ruedas y que prefería los diálogos reservados en los rincones semi - oscuros de la sala de conversación.

EL INGENIO

Don Pablo Révecin, padre de Gastón, había sido un francés llegado por el año 1869 próximamente en una de esas emigraciones intermitentes que la fama naciente del país, la noticia fabulosa de sus riquezas como causas permanentes y algunas crisis como causa ocasional despedían aldeas de Francia, Italia o España. Entregado al azar de sus peregrinaciones llegó a Tucumán, buscado a la sazón por la emigración francesa. Era hijo de labradores y el padre incitado constantemente por las cartas de su primo y de algunos amigos aventurados ya en América, decidió el viaje de su hijo, único varón, incapaz él mismo de seguir el camino del mar por que había pasado la edad en que sé es capaz del afán necesario para romper lazos fuertes que la costumbre forja. Llegó después de un largo viaje de cuarenta días como modesto pasajero de tercera, con un traje burdo de lana, su sombrero ancho de campesino y su cara cuadrada, sombreada por el bigote y la barba incipientes, coronada por el cabello invasor sobre la frente simétrica, pequeña.

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Ya en una ocasión esta amistad entró a punto de favorecer al señor Ramírez en una elección de diputado nac ional, pues don Pablo había exigido su elección como condición a su apoyo electoral a un gobierno... El día de la invitac ión rodeaban la mesa de don Pablo, éste, sus hijos, el señor Ramírez y sus hijas. Era un día cálido del mes de noviembre. Habían recorrido durante la mañana la fábr ica, sin el interés de la actividad plena de la cosecha que elaboraba los residuos almacenados, y el parque. Habían resuelto postergar para la tarde una excursión a caballo, cuya inic iativa pertenecía al señor Ramírez. Durante el almuerzo dir igió también la charla con su incontenible y comunicativo buen humor. Gastón, cuya adaptación a la soltura y el abandono de la vida del campo, lo hizo mirar con cierto desagrado aquella vis ita que interrumpía su vagabundeo diario por caminos, cercos, o por detrás de la hac ienda, se incorporó al poco andar al entusiasmo que contagiaba por unas horas a la mansión insonora de los Révecin, la alegre y expansiva charla del señor Ramírez. Gastón sentado al lado de Emilia Ramírez, no fue con ella lo obsecuente que ella esperaba, obligado a responder a cada momento a los elogios que le hacía el señor Ramírez, y el cuestionario a que directa o indirectamente le dir igía. Adolfo, en cambio, pudo hacerlo sin interrupción con Carmen, cuya reserva y discreción elegante, tenía para él atractivo predilecto. ¡ Cómo han cambiado los tiempos ! – dijo el señor Ramírez que conversaba con don Pablo, - levantando la voz con ánimo de hacer general la conversación, aquella franqueza y llaneza de mis tiempos, que también fueron los suyos, han desaparecido por completo. La sociabilidad no existe, los jóvenes no se ven, no se conocen otras reuniones que las tirantes de los bailes en los Clubs. Recuerdo lo frecuentes que eran las visitas y tertulias familiares en nuestra juventud. ¡ Que diferencia entre aquella travesía penosa, interminable, riesgosa, de continuos retrasos, llena de accidentes, y ésta que acababa de realizar su hijo, en un lujoso trasatlántico, con salón de baile y música, rápido y amable !

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Los primeros esfuerzos no fueron tan afortunados como hubiera deseado. Atraído por el misterio de las tierras encantadas de Amér ica, como los conquistadores, suponía vagamente que sus más ricos tesoros estarían en las regiones más secretas, y se internó en valles montañosos casi desiertos, como comprador de pieles para un compatriota, que tenía establecida una curtiduría, a cuyo amparo y protección venía confiado. Joven de 20 años, duro de carácter, una tanto rebelde, ambic ioso, pero ávido de fortuna ante todo, no le halagó el pr imer consejo y el pr imer ofrecimiento de su mentor: Don Martín Labaithe, que quiso vincular lo a su trabajo de estanciero y curtidor. Bien pronto habían disminuido las comunicaciones de don Martín, y confiado sus primeras relaciones en el país, de quienes se había informado sobre los negocios, las fortunas, los cultivos, resolvió hacerse agricultor. Nunca se supo a quién compró ni como pagó aquella zona de tierra cubierta en parte de esteros y en otra de bosque bravío, que tenía fama de haber servido de escondrijo hasta hacía poco a unos merodeadores del camino que cruzaba la provincia al Sud, situada, como estaba hacia la montaña, fuera de la región de la última habitación, en el pleno dominio de la soledad, de la maraña, y de la fiera. Allí se establec ió Pablo acompañado de un joven criollo a quién debía las informaciones que decidieron de su suerte. Aquella selva inquietante, poblada de leyendas, estuvo después de unos años despejada y limpia y abría una perspectiva inesperada y sonriente hacia la montaña que aparecía aproximada como por encanto en varias leguas. La extensa planic ie señalada por interminables alambrados, que podían seguirse hasta sus confines distantes con la mirada, merced al declive, limitaba a la vuelta de dos años los haces de surcos de caña de azúcar, que cobraron una lozanía extraordinar ia sobre el humus enriquecido por los despojos y la humedad seculares del bosque recién descuajado. La fertilidad de las tierras y la constancia ejemplar y dura de Don Pablo dieron abundante cosecha. La aplicación de métodos nuevos en el cultivo y los

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perfeccionamientos que introdujo en la elaboración, tan primitiva entonces aumentaron en poco tiempo los pingües rendimientos. Pero todo esto eran lejanos recuerdos, como el pobre edif ic io de la fábrica originar ia que apenas sobresale del terraplén recién construido de un ferrocarril o como la campana pendiente en una de sus extremos que no llama a nadie después de haber sido por años el reloj que reglaba desde la hora de trabajo o del sueño, citaba a los peones para perseguir al malhechor o un tigre merodeante. Hoy la chimenea interrumpe la vista desde leguas de distancia, y la fábrica se llena en los meses de cosecha, de millares de voces de obreros y de máquinas. Gastón fue recibido por su padre y su único hermano Adolfo con júbilo inexplicable. La pr imera noche de su llegada el padre y los hijos se entregaron largamente a las expansiones naturales al cabo de la larga ausencia, sentados en la galería alta que miraba a la montaña , del chalet sin estilo er igido el extremo del parque, frente a la usina. Gastón tenía la palabra. Sus relatos eran sentenciosos y enfáticos; recordó sin calor, sus exámenes en la Escuela Forestal, pero refirió, en cambio, con entusiasmo creciente, interrumpido por sus propias exc lamaciones, las carreras de caballos que había asistido, el Grand Prix en que estuvo a punto de ganar una suma considerable, una recepción en la legac ión argentina, el incidente con un ofic ial francés en un teatro que casi degeneró en un duelo y del que presenciara, como testigo, de un amigo paris iense, con un condiscípulo suyo en Auteil, quién sufrió un descalabro serio que lo postró dos meses en cama y los hizo perder una año en la Escuela. Recordó su gira por Italia y Alemania que su padre le había recomendado hacer antes de su regreso. - Mañana les mostraré el recuerdo que traigo del duelo; la espada de mi ahijado. Don Pablo s in gran convicción, recordaba la pérdida de tiempo que habían debido causarle esos incidentes; pero su obsesión se tartajeaba en exc lamaciones cuando Gastón replicaba con la necesidad de esa preparación social que daba ascendiente entre los jóvenes.

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-¡Oh; no yo nunca necesité de artes sociales : se triunfa con la acción y con la ciencia; si yo hubiera tenido escuela como tu! A poco de andar, Don Pablo se levantó. Iba a la fábrica, volvería en seguida. Solos ya, Gastón hizo la crónica de sus aventuras galantes. Había sido afortunado. - El hijo de Weiss, el banquero de papá, me hizo conocer muy bien Par is, sobre todo el Paris divertido. Elogió calurosamente su desenvoltura y su arte para llegar a las princesas de la moda. - El duelo que les había

referido fue, precisamente, de Weiss. El viaje por

Alemania fue espléndido. Lo hice con Josefina Welser que me sirvió de cicerone inteligentísima, conocedora de museos, de itinerarios, de ciudades. - Te aseguro que es una belleza y que está enamorada de mí. Y sin agregar más sacó de su cartera un retrato, y explicaba sus inexactitudes. - Me acompañó hasta el vapor, agregó. Me ha prometido venir a Buenos Aires a vis itarme. Espero pronto renovar las excursiones por el Rhin. Don Pablo había ido a la fábrica sin necesidad, pues su único propósito era contar a su administrador y al químico de la fábrica – su sociedad habitual – la hazaña de Gastón en Paris. -¡Qué bien hice en reconocer a estos muchachos, tenerlos a mi lado y educarlos!. Siempre recuerdo lo que hizo Emilio Lamoitte que, como ustedes saben, pagó a un infeliz peón para que reconociera como propios a sus tres hijos, haciéndolos casar, para colmo de la impudicia , con la madre. Lamoitte perdió su dinero en Monte Carlo y sus bienes han ido a parar a manos de aves negras, mientras sus hijos andan por ahí mendigando. Al regresar Don Pablo, la actitud de Adolfo ante las anécdotas de Gastón era de negligenc ia y fatiga, perdía su mirada en el horizonte en el que la montaña cortaba el cielo con una línea neta y luminosa. La llegada de Don Pablo rompió la escena agonizante. Momentos después podíase ver a padre e hijos bajos las luces del salón de billar que era también biblioteca. Estantes rellenos desordenadamente de libros y albums eran el adorno del salón.

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En las paredes retratos de militares franceses, cuadros de escenas napoleónicas y figuras contemporáneas que alternaban con dibujos espir ituales de Abel Guillaume, cuyo precio era el único comentario que solía hacer don Pablo, delante de sus huéspedes, con las manos enlazadas detrás, en actitud de crítico profesional, como en uno de los propios cuadros de Guillaume. En los estantes, Zola, en primer término, Loti, Pierre Louis, Gyp, libros industriales, láminas también un Michelet. Ya en sus cuartos, Adolfo sorprendido por los cambios que había ordenado Ivonne, para recibir al recién venido, y mientras hacía el elogio de su diligenc ia como goubernante, Gastón le interrumpió. - ¿ Dime quiénes eran esas muchachas que paseaban hoy por el jardín con el Administrador? - Son, respondióle, - familias de colonos que piden permiso para recoger flores. Que bonita una de ellas, dijo Gastón: Es muy parecida a Josefina, sin tener naturalmente su elegancia y su chic. - La has conocido antes, debe ser la hija de José Barcio. Declinaba el diálogo, pues las excitaciones del día habían rendido a Gastón y la noche tibia y mecedora de Octubre llamaba al sueño. A Adolfo, en cambio, el trabajo nervioso los avivaba en lugar de postrarlo y evocando los sucesos del día se puso instintivamente a meditar. Las más raras sugestiones subieron aquella noche de su corazón. Hombre ya se aclaraba un cúmulo de hechos y situaciones, cuyo alcance había pasado por él hasta entonces inapercibido. Encontraba que había un vacío en el fondo de sus vidas, tan aparentemente llenas de triunfo y de esplendidez. Ahí estaban la fábrica enorme y los cañaverales ilimitados, el chalet, el parque, el hervor de la colmena repleta y feliz durante las cosechas, obra toda ella de su padre, la carrera fácil y segura de los dos hermanos, pero tan fuerte construcción, sobre todo tan fuerte y grandiosa, le parecía aquella noche como un edific io vacilante. Ese vacío que él percibía como la les ión inconfundible para un médico, en un enfermo engañosamente sano obsesionaba su espíritu.

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El regreso del hermano hacía la vis ión más actual y más viva, y probablemente la había provocado. Era sin duda cruel descubrir el vicio de construcción del hogar casual que formaban, un accidente del trabajo de la fábrica, levantado un día cualquiera, sin intenc ión, sin emoción, sin ensueño, sin dolor. ¿ Quién había s ido su madre ? sería cualquiera talvez la madre, la hermana de un peón que yacería a esas horas en uno de los ranchos del ingenio. El contraste del recuerdo de su madre anónima y de su hermano que dormía profundamente a su lado, mecido por vis iones de grandeza y de placer, que no había pensado en ella quizás ni un solo momento en su vida, avivó su angustia. Ah ¡pero la madre no estaba ausente del todo! Tan distinto él de su madre y de su hermano, no podía sino la reproducción de aquella - físicamente lo era sin duda con su aspecto débil, sus miembros largos, sus rostro moreno dorado, sus grandes ojos melancólicos. Pero debía serlo también moralmente y esta deducción se impuso tan obstinadamente a su espíritu que se sintió como transfigurado bajo el peso de esta continuidad misteriosa de la sangre, que prolongaba en él una vida extinguida, y cuya ausencia lamentaba, entonces, en vano puesto que era él mismo la existencia que consideraba muerta y este pensamiento aflojó la tensión de su espíritu mitigándolo en un consolador enternecimiento. El conflicto interior se acendraba cada vez más. Como sonámbulo buscó la luz y el aire de la ventana abierta sobre el parque para calmar la fiebre de su meditación. .........................................................................................................................................

Los primeros días fueron de negligenc ia para Gastón: tenía demasiados cercanos sus recuerdos de Paris, para que pudiera distraerlo la vida monótona del ingenio. Después, de un día para otro, comenzó a ocuparse con gran entusiasmo, de las excursiones a caballo, de partidas de caza, por los cerros y por los montes. Primero, con Adolfo, después con peones que tomó para su servicio personal, se entregó calurosamente a esta diversión.

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A poco de andar estaba familiar izado con capataces y peones, con caminos, sendas y rincones de los campos. Su destreza en el manejo del caballo y su gusto por las habilidades de los peones, que celebraba ruidosamente, le crearon una atmósfera de simpatía y admiración entre ellos. - Ha visto Ud. Adolfo, díjole un día Ivonne, como ha cambiado Gastón? Da gusto ahora verlo como está de contento. - De veras. Como le dure, repitió Adolfo. - Pero no volverá a Francia? - Ya ha concluido sus estudios, dijo el hermano. Así él dice por lo menos. Además papá tiene que hacer su viaje de descanso. Nos quedaremos ahora los dos con Gastón para atender el ingenio. En respuesta al saludo del señor Ramírez, don Pablo Révec in, habíalo invitado a pasar con sus niñas un día en el ingenio. Estaba vinculado a Révec in, desde hacía años, ocasionalmente al pr incipio, por la política después. Mientras los partidos luchaban solos por las fuerzas y decidían de su triunfo el éxito de las luchas armadas don Pablo no podía ser factor apreciable para las facciones. Por su parte, quedaba muy satisfecho por el olvido en que vivía. Prefería una situación neutral que le permitiría ser amigo de todos los gobiernos y contar invariablemente con la ayuda de los comisarios, tan importante siempre. La evoluc ión política de los últimos años, obligó a los partidos a buscar a Don Pablo, que contaba con elementos electorales inmensos por la extensión de su industria y de sus labores agrícolas. Su intervención podría ser importantísima. No tuvo, en verdad ideales políticos, sino que se inclinaba por sus amigos personales, y lo eran los que solic itaban con más empeño su adhesión. El señor Ramírez había sido de los primeros en hacerlo, hacía ya bastante tiempo, y desde entonces conservaron una amistad ininterrumpida, en cuyo mantenimiento mostró siempre el primero particular solicitud.

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Ahora los jóvenes se dedican a discutir las más graves cuestiones, se pasan sus días alrededor de las mesas de las confiterías, o jugando noches enteras. Felizmente, Pedro se ha substraído a la corriente y comparte su tiempo entre su estudio de abogado y la Cámara. Como si as intiera don Pablo, hizo la comparación del trabajo de entonces y ahora: la conducta de los trabajadores, antes humildes y labor iosos, hoy rebeldes y holgazanes. Anunció entonces que cansado con tantos contratiempos, tenía el propósito de dejar la dirección de los negocios y hacer un largo viaje por Europa. - Gastón está ya recibido y puede reemplazarme. - Con Adolfo agregó Ramírez. - A Adolfo – dijo el padre – no le gustan los trabajos industriales; él es el “doctor”. Prefiere los libros. - Papá no me tiene en cuenta – dijo entonces el aludido en tono ligero de broma y de reclamo. Gastón – a quién obligaban las últimas palabras de su padre – habló entonces de los errores que encontraba en la manera de hacer los cultivos y la necesidad de modernizarlos. - No comprendo – agregaba – cómo no se no han ensayado cañas de Java, de Hawai, de la Flor ida, donde se obtienen rendimientos estupendos. Tampoco aprovechamos los grandes caudales de agua que disfrutamos para el riego. Gastón agotó, en aquella ocasión solemne para su amor propio, las escasas reflexiones precipitadas que hiciera durante sus estudios en Francia. Don Pablo, que no había tolerado en otro la presuntuosa improvisación de su hijo, sintió orgullo oyéndolo. Adolfo prefirió continuar su diálogo inesperadamente confidenc ial y cálido con Carmen. Era propio del temperamento de ambos la efusión en las raras oportunidades de la recíproca comprensión. Las fatigas del día, la fatiga nerviosa de la conversación y de los dis imulos, los había vuelto negligentes.

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De manera de que en medio de diálogos entrecortados, el paseo a caballo por la tarde tuvo escaso interés para los excursionistas. Contribuía a hacer el s ilencio, la sugestión natural del paisaje. Habían abandonado la planic ie monótona, cultivada y comenzaban a ascender las eminenc ias que inic iaban las montañas, sonrientes y melancolizadas por la luz declinante y las sombras de las altas montañas. A medida que ascendían, la perspectiva del llano se dilataba; lejanos campos se ofrecían a la vista, con los débiles y rectilíneos surcos en que apenas apuntaba el brote de la caña. La ciudad apareció también aquella tarde como una informe acumulación de ruinas blancas y rojas, que el sol envolvía como en una atmósfera sagrada de paz y de ensueño, en las que las torres de las igles ias eran como el s igno material de su alma, como la oración de la ciudad purificada por el misticismo del ocaso. Para Adolfo no era ese el sentido de la impresión. Aquella apar ienc ia de ruinas era para él el recinto caliginoso de las pasiones y de los intereses férvidos, de la lucha aniquilante de las ambic iones de la inquietud angustiosa, de la concupiscencia perseguidora de placeres como una fuente engañosa de olvido y de consuelo. Don José y Emilia no oían sino las voces de su corazón: la alegre simplic idad en el primero, la codicia alerta de un marido en lo segundo. Como siempre, Gastón refirió la impresión al recuerdo de aquella Josefina Welser que no conservaba ninguno e él. Débil, al f in, su sensibilidad caprichosa sintió aquella sugestión de la belleza imper iosa, y del temperamento ardiente y contenido de Emilia.

PEDRO RAMÍREZ

Después de aquella primera visita de Ramírez con sus niñas al ingenio de Révecin, en la ciudad, el comentario social se encarnizaba con lo que se creyó el compromiso repentino de Gastón con Emilia.

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Pedro Ramírez, el hijo mayor del señor Ramírez, llevaba a la casa los rumores que le llegaban de esos comentarios. La conducta de Gastón no era propia para fomentar: sus visitas a la ciudad habían sido escasas. Habían conversado en algunas fiestas o vístose a la distancia en los paseos tradic ionales de la plaza. Las amigas de Emilia la cumplimentaban diar iamente por los festejos de Gastón y hacían su elogio. La actitud de Emilia al responder era lo que daba más pábulo a la versión que la consideraba novia. No era la que escuchaba Emilia la opinión unánime de su pretendiente. Carmen sabía muy bien que no podía afirmarse que lo era. Las amigas, las madres, los jóvenes que las frecuentaban, convencidos de lo contrario, alababan en coro las condiciones de Gastón. Muchas de ellas envidiaban, en secreto, el éxito de Emilia, pero en las charlas familiares hacían la disección del candidato. La madres concentraban su parecer en esta frase: “ no permitiría yo que mi hija se casase con un joven del que no se conoce sino sus millones, hijo de un extranjero sin educación y sin religión”, ¡ Cómo han cambiado los tiempos

– exclamaban otras – cualquier extranjero

advenedizo es adulado ahora ! ¡ Mamita no hubiera consentido que ni lo m iráramos siquiera!. Los pretendientes de Emilia, sus amigos se limitaban a farsarse del aspecto de candidato, de sus costumbres: algunos contaban escenas inverosímiles de familiaridades con los peones, los mismos que en su presencia r ivalizaban en cortesías y habrían estado muy satisfechos de su protección. Con fruición del comentario casero, se supo repentinamente que la pretendida de Gastón era Carmen y hasta había formado serias pretensiones ante los padres. El hecho era exacto hasta cierto grado. Gastón había creído vencer a Adolfo, en su inclinación por Carmen, y esto bastó para interesarse en ella. La superior idad que el padre atribuía a su primogénito, había desenvuelto en él un germen de rivalidad con su hermano. Cuando comprendió que la preferencia de Adolfo no tendría la menor trascendencia, Gastón comenzó a abandonar la veleidad. Era la época anunciada para la partida del padre y de su viaje a Buenos Aires.

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Cuando el alejamiento de Gastón fue evidente y su viaje, sin anunc io, se realizó, la bromas de sus amigos se hicieron más frecuentes y tenaces. ¿Qué notic ias tienes de Gastón? – le preguntaban – “ Dicen que no se ha atrevido porque le teme a tu rechazo ”. Aunque no hubo un solo momento en que la familia pudo considerar a Gastón pretendiente ofic ial de Emilia, la opinión se hizo que si no lo era, debía llegar a serlo en una oportunidad próxima. La malignidad del comentario aseguraba que no pasaba una semana sin que la familia Ramírez con un pretexto u otro visitase las casa de los Révecin y que sus obsecuencias eran diarias, especialmente de parte de la madre de las jóvenes que interrumpía así su encierro de 25 años. Sugestionada por el rumor público, llegó la familia a aceptar tácitamente, a descontar como un hecho el compromiso de Emilia. Al desvanecerse las probabilidades con el silenc io prolongado de Gastón y su viaje inesperado a Buenos Aires, Pedro, el hermano de Emilia, fue el que experimentó la más viva contrariedad. Pedro había heredado las inc linac iones políticas de su padre. Contribuyeron, sin duda, a ello las sugestiones de su conversación favorita, a haber oído desde niño los comentarios más vivaces sobre las cuestiones políticas del país. Lector de discursos parlamentarios, solía el padre de sobremesa, declamar enfáticamente pasajes de Rawson, de Mitre, de Irigoyen, de Del Valle. En los días de entusiasmo volvía a sus recuerdos de treinta años atrás y completaba la sesión con algún pasaje de Avellaneda o Quintana, de los buenos tiempos de su residencia en Buenos Aires, durante los aseguraba con verdad, no haber faltado a la barra del Congreso. Lo confirmaba la seguridad con que ocurría a su colección de “Diar io de Cesiones” que era el lujo de su biblioteca, y encontraba el pasaje citado. A veces le bastaba ocurrir a su memoria para evocar las grandes frases. Gustaba repetir un exordio del doctor Manuel Pizarro..... “pretende la barra intimidar a mí que un día, a las puertas del Congreso y delante de quinientos rifleros armados, tuve voces de aliento para defender las prerrogativas del Congreso de mi patria!...”

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Pedro, deslumbrado, soñaba con renovar algún día esas grandes frases. Su despejo natural y la excitación que despertaron en su ánimo las ambiciones que su padre confiaba en su hijo mayor, parecieron darle una vivacidad, que los padres, en primer término, y la familia, después, celebraban a diar io. Desde sus primeros pasos demostró tener un aire de seguridad que lo distinguió entre los niños de su edad y en sus estudios. El padre, interesado en el éxito escolar de su hijo, frecuentaba la escuela, después el Colegio Nacional, buscaba los informes de sus profesores, concurría a los exámenes. El diar io, en que con intermitencias a veces de años enteros con las épocas de calma volvía

sobre su tema, favorito celebraba, al final de los exámenes el

aprovechamiento del joven Pedro Ramírez, -cuya precoz inteligencia hacía concebir las más halagüeñas esperanzas -. La elección de su carrera no fue un solo día motivo de duda: el padre pregustaba las satisfacciones que debía proporcionarle su hijo con sus triunfos en el foro y en la política. Sería abogado, hombre de ley y de palabra. La profesión de abogado, solía decir don José, permite intervenir en toda cuestión importante, en toda discusión pública, abre todos los caminos y especialmente la carrera política. Don José repetía un concepto de que está impregnada la sociedad argentina – herencia hispana, tal vez – que confunde el conocimiento con la voc inglería, las ideas son las palabras, la razón con el ergotismo, de que España tuvo el tipo en el rábula para quien lo importante en el pleito era la argumentación y no la prueba, según una profunda frase. Buenos Aires la atrajo ante todo por su aparato exterior, por su magnificencia, sus comodidades, sus diversiones y mujeres. Evocará siempre el recuerdo siempre el recuerdo de su deslumbramiento como el de una dulce e infinita embriaguez. Adoptó fácilmente los prejuic ios más brillantes y flotantes, del ambiente, que prendieron prósperamente en su espíritu.

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Comenzó por plegarse a las modas, prefiriendo sus exageraciones, aunque debió seguir las a cierta distancia, sobre todo en el primer tiempo por su modestia forzosa de estudiante. Su reserva innata de provinc iano lo retrajo, sin embargo, de los círculos demasiado alegres. Además los recuerdo parlamentarios del padre, sus recuerdos políticos tenían cierto ascetismo que debió preservarlo de una excesiva frivolidad. Fue un buen, talvez un excelente estudiante. Sabía sus códigos y el libro de su maestro con una exactitud admirable. No era afecto a los comentarios ni a los libros de consulta que solo sirven para perturbar el conocimiento claro de las ideas. Su teoría consistía en que el estudio detenido, profundo, orgánico de una cuestión debía ser hecho cuando la cuestión se presenta. Pero al lado de esta convicción tenía esta otra: que la posesión de algunas cuantas verdades simples y “la facilidad de palabras” - la terrible facilidad de palabra que es el encanto de los argentinos y el secreto de grandes prestigios - la conquista del mundo era una tarea sencilla.. Su condición de estudiante distinguido, primero, y de doctor después, bastó para que en su ciudad, tuviera fama y puesto de hombre de letras. Contribuyó sin duda, a consolidar esta situación la frecuencia con que provocaba una conversación inic iándola con algún pasaje de discurso parlamentario. Había leído además la “Historia” de don Vicente López, el “Hombre que se ríe”, de Hugo; las novelas históricas de Dumas, la “Belkiss”, de Eugenio Castro, repercusión a la boga decadentista y “Homones et Dieux”, de Saint Víctor, cuya traducción fue la mayor empresa de su francés. A pesar de la defic iencia de su instrumento por comprender la obra, durante mucho tiempo, esta lectura era ante sus propios ojos el titulo de su reputación de versado en letras. Habríase equivocado, sin embargo, en no atribuir a la lectura de Dumas la base de su reputación, pues le debía la soltura para tratar épocas y hombres históricos que, sobre todo, admiraban sus parientes y las damas. Pero su género era, sin duda la oratoria.

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Para las fiestas de beneficencia, para las conmemoraciones patrióticas, había sido constantemente requerida su palabra. Se conservaba como el mejor recuerdo de sus éxitos oratorios, su discurso inaugural de una kermese de caridad, que enterneció a todos los jóvenes. Si bien no era or iginal el tema – la comparación de la mujer con las f lores, - en cambio lo era la extensión y desarrollo que dio al símil, pues relac ionó detalladamente cada tipo de mujer con cada familia de f lores: desde el miosotis, el tulipán, hasta el girasol y la dalia. Era la caridad otro de sus lugares predilectos, pues le permitía evocar el cuadro de la orfandad, de la frialdad del tugurio, la desolación de las cunas vacías, de la clorosis de los niños pobres, de las lágrimas de las viudas, de la tumba anticipada de los ciegos; y luego el contraste del ángel de la caridad que abatía sus alas sobre el frío, la desolación y la tumba, para darles calor, consuelo y luz. La arenga patr iótica comprometía más intensamente su dote tribunicio: ya no entonces limitaba su voz o coartaba el ademán la sala de un teatro, pues tenía por delante el espacio y el aire abierto de una plaza pública. Después de esta forma de oratoria excitaba la inspiración épica que le permitía hacer el cuadro de los “heroísmos gigantescos de nuestros mayores” y consentía el juic io histórico sobre “los genios civiles de la revolución que previeron a través de las agitaciones el porvenir grandioso reservado a la nacionalidad argentina que se consagraron a labrarlo a despecho de las más crueles adversidades del destino”. El giro volvíase tétrico al tratar de “la noche de la anarquía” y encandecíase hasta el apóstrofe al condenar a Rosas, que había “anegado en sangre, desolación y duelo la pampa y el llano, la montaña y el valle”. Después de dos años, con tan envidiable renombre asegurado, era necesario, y así lo comprendió Ramírez, sustraerse a estos compromisos. “Debemos ser reemplazados por los jóvenes”, respondía a las nuevas solicitaciones. Coinc idió esta reserva con su ingreso a la vida política. El “Partido Constitucional” lo contó en sus filas, en efecto, al tiempo que era elegido diputado provincial. El Partido Constitucional tenía por jefe al gobernador de la provincia.

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Ramírez no creyó que su incorporación a la vida pública fuera asunto baladí y así que consideró de su deber señalarlo con un discurso en el comité al proclamarse su candidatura, en el que exponía sus convicciones y su programa político. La actividad política del país, decía en ese discurso, no despierta grandes entusiasmos porque muestra en todas partes señales evidentes de aplastamiento cívico y los gobiernos desarrollan su acción en medio de la pasividad de la opinión. Es esta la tr iste verdad; pero ello es precisamente una razón para que concurramos a la acción política los que nos sentimos con entusiasmo patriótico y con ideales cívicos, que hemos de mantener incólumes dentro de las pasiones bravías, de las ambiciones bastardas

que la vida pública despierta (grandes

aplausos) y enardece. Soy de aquellos que piensan que todo ciudadano debe el contingente de su esfuerzo, de su entusiasmo, de su consagración desinteresada a la vida cívica y que el abandono, la des idia de esta materia son una deserción y un crimen. (Estruendosos aplausos). Contad desde hoy en vuestras filas con un nuevo soldado, decidido y disciplinado, que irá detrás de la bandera del Partido Constitucional donde quiera que la lleven las peripecias y los azares de la lucha. La bandera del Partido Constitucional signif ica democracia y progreso dentro del orden: signif ica la práctica de la verdadera vida republicana; signif ica el triunfo de todas las ambiciones nobles y de todas las inic iativas dignas. (Aplausos). No he trepidado, pues, un instante en aceptar la proclamación de mi candidatura por ese partido que forma la mayoría indiscutible de la opinión y que secunda la política inteligente, progresista y liberal del señor gobernador de la provincia, para quien pido un viva entusiasta. - ¡ Viva el gobernador de la provincia ! - ¡ Vivaa !... Después de aquella noche, Carlos Ramírez comenzó a concurrir a la casa de gobierno.

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Comment [n1]:

EL VI AJE

Una tarde, anocheciendo ya, de regreso de sus excursiones diar ias Gastón, encontró a su padre sobre la galería alta del Chalet, quien daba a Adolfo los datos que acababa de entregarle el contador. - Estoy satisfecho, decía Don Pablo. Pienso comprar la maquinaria de que nos habló el Ingeniero días pasados, y hacer construir los aparatos que ha ideado nuestro jede de Fábrica. A mi me parece que signif icará una gran economía de vapor y de tiempo en el trabajo. Tu sabes que permitiría precipitar directa e inmediatamente la sacarosa del jugo. No se perderá un solo gramo. Será un invento sensacional. - Quiero comprarles, también, un viñedo en Francia, cerca de la propia aldea donde he nacido. Los Révec in, no deben desaparecer del pueblo donde han vivido durante siglos. Gastón que llegaba en ese momento se incorporó a la conversación, aplaudiendo los proyectos del padre, pero agregando: - Ha olvidado Ud. la empresa más importante. Debemos implantar un establecimiento ganadero. Nadie ha pensado hacerlo aquí en nuestra zona. Formaremos una raza adaptada al c lima y en igual tiempo tendremos un producto tres veces más valioso que el animal criollo. Agregaríamos luego la cremería, y daremos carne, leche y manteca a todo el Norte Argentino. Quizás lleguemos un buen día a exportar. - Pero la tierra aquí es muy cara, observó Adolfo, para criar hacienda, Gastón. ¿Cuánto cuesta el desmonte solamente? . Y si no desmontas, la hacienda se hace salvaje. - Tu no sabes, replicó Gastón, no tienes la idea del valor que puede alcanzar la hacienda refinada y su producto. Como están acostumbrados a la caña no piensan sino en ella. Con el silenc io de su hermano sintió enardecerse en fantasía. Los cálculos del negoc io subían fabulosamente; y parecían sus ojos ver, al lado del

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Ingenio y presididas también por la chimenea, las praderas cubiertas de vacas y los wagones conduciendo a los puertos por centenares de miles los quesos y los paquetes de manteca. Gastón se sentía obligado a concebir estos grandes proyectos por la pos ic ión que su padre le reservaba de reemplazante durante su ausencia. Esto no obstante, fue él quien lo acompañó hasta Buenos Aires a su padre. La secreta esperanza de encontrar a Josefina Welser fue la verdadera causa de su empeño por mostrar esta delicadeza filial. Apenas llegado a Buenos Aires y aun antes de su partida había ya agotado las referencias sobre esta Josefina Welser que no conservaba ningún recuerdo de él. Estas indagaciones lo aproximaron a la gente de teatros libres, al mundo flotante y cosmopolita que distingue a la gran capital de sus congéneres de América: desde rusas de cabellos rojos y cuerpos opulentos, judías negras, de nariz afilada, de grandes ojos fríos, pantagruélicas, cargadas de joyas, hasta españolas que descubren su gracia andaluza cuando han llegado a Buenos Aires, groseras y morenas, francesas elegantes y malic iosas, amén de las trashumantes sin raza y sin nombre, golondrinas de todo el año en nuestras tierras calientes. Ese ambiente brillante, embriagador y mortífero debía retener y esclavizar un temperamento como el de Gastón, sin ambiciones, sin dirección. La estadía de este reemplazante de su padre en Buenos Aires, fue larga, como que, guiado por falsas informaciones fue a parar a Mar del Plata por una temporada en que la ruleta le hizo olvidar de la Josefina que buscaba en vano. Absorbido así por esa pasión que reemplazaba otras, no vio los grandes y únicos espectáculos del balnear io, desde luego el mar y los cantiles que azotaban a ratos desiguales, como pasiones humanas, las olas y después el salón de juego donde hombres y mujeres de toda edad y toda procedencia afanosos y febriles, con la cabeza inc linada y el aire absorto, son el símbolo de la humanidad invar iable, de la persecución del placer que los modernos busca más ávidamente porque necesitan olvidar la turbación de sus corazones, que están llenos de duda, de tristeza y de cólera.

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LA POLÍTICA

Al día s iguiente de su regreso, Gastón recibió un anuncio de vis ita de Pedro Ramírez. En la tarde de ese mismo día entraba Ramírez al escritorio de los Révecin. Los breves minutos de espera bastaron a aquél para inspeccionar curiosamente el recinto. Pasados los cuales se inic ió el diálogo bajo las miradas de un gran óleo que figuraba a Don Pablo en traje de r igurosa etiqueta, que habría usado tan solo delante del pintor y en una postura de gran señor del Renacimiento. Como detuviera en él su mirada Ramírez en el momento de entrar Gastón, éste reparó; - Es la obra de un pintor francés, cuesta 20.000 francos. - Es, sin duda, una obra maestra, - prosiguió Ramírez - ¡Y cuanta falta nos hace su padre!– agregó sin pausa. Es en su ausencia, precisamente que molesto a usted, Gastón, y por encargo expreso del señor Gobernador. Como usted sabe, debemos elegir tres diputados al congreso y días después renovar la legis latura provincial. Nuestro partido ha designado ya sus candidatos y usted figura entre ellos como representante de su departamento. La opos ición está ilusionada con no se qué promesas que dice haberles hecho el ministro del interior; pero ignora que nosotros hemos designado nuestros candidatos de acuerdo con el Presidente. Nuestra fuerza es muy superior. Nos ayudará la North Sugar Company y la Compagnie Sucriere, que usted sabe tienen 15.000 votos. Los administradores de sus ingenios están a la disposición del gobernador. Ayer lo vis itaron Mr. Beller y Mr. Oxen, conociendo los preparativos. Quedaba Mr. Unfaith que, reacio al pr incipio, ha tenido que ocurrir a la Casa de Gobierno, reclamando el agua para sus cañas y aprovechó la oportunidad para ponerse al servicio del gobierno.

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La opos ición esta, pues, vencida. No les dará resultado sus trabajos solapados, que parecen reducidos a su distrito. Aunque usted no tome participac ión en política, conociendo sus ideas, no hemos vacilado... - Pero es claro; usted comprende que agregados a nuestros elementos los de Mr. Belier de la Compagnie ni s iquiera puede dudarse del triunfo. Usted ha calculado con exageración los votos de que dispone Mr. Belier. En cambio, nosotros podemos, si queremos, disponer de 20.000 votos. Están a mi disposic ión Pedro Gómez, Carlos Guardia, Julián Quintana, Luis Díaz, Silvestre Campero, Segundo González, Pablo Sandoval, Eliseo.... y la enumeración de nombres continuó como un vértigo, que embriagaba su vanidad, exaltada con el poder que veía en sus manos. Había enumerado, en efecto, los jefes electorales de los principales distritos de la provincia. - Si, mi quer ido doctor Ramírez – continuó almibarando el tono, - ha hecho bien el gobernador. Los Révecin somos sus amigos. - La elección será el próximo domingo Gastón. -¡Oh! Puede estar usted seguro de que tendremos 10 hombres para uno. Ramírez comunicó, sin pérdida de tiempo, a la Junta Electoral su completo buen éxito. Refirió la entrevista con alborozo mezclado de burla. - Pero, al fin –dijo-son 4.000 votos que se aseguran, puesto que además de la acción del comisario contamos ahora la promesa de Gastón. - Proponga – agregó después, solemnizando la voz – que los elementos de Révecin sean distribuidos en dos departamentos, siendo seguro que nuestro triunfo en uno, podemos trasladar dos mil votantes al otro lado del río. - El Dr. Ramírez – dijo un alto personaje provinciano, que pres idía la Junta en su carácter de candidato – debe proceder a realizar el programa que propone, a lo que asintió el aludido. El proceso electoral tomaba caracteres extraordinarios. Se aseguraba que la oposición concurría a las elecciones, pero aún no estaba decidida. En esos días el gobernador de la provincia había leído su mensaje, inaugurando la Legis latura. El se concretaba casi exclusivamente a declaraciones políticas.

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No puede decirse que estas declaraciones tan enérgicas y enfáticas animaron el partido de la , a cuyo frente se hallaba don Manuel Páez. Hasta entonces la vida de ese partido se limitaba a la resistencia latente al gobierno y a las críticas en su diar io. Páez era un hombre enérgico y suave, altivo y lleno de bonhomía a un tiempo, sin condiciones tribunic ias, pero popular, a pesar de ello, por su generosidad y su fortuna. Consideraba la intervención en política como un deber sagrado, aunque ella se limitara a conservar unido un grupo de amigos, con quiénes departía sobre asuntos políticos dominicalmente. El grupo sufría frecuentes alteraciones : unos iban, otros venían y en ambos casos Paéz mantenía una inalterable serenidad, sin transportes de indignac ión, y de entusiasmo en ambos casos, pues al día siguiente los idos volverían tal vez. Así vinieron los entusiasmos, el diseminarse de todos los políticos por la campaña, la propaganda tesonera en todos los tonos, desde la ironía hasta el denuesto. Y la resolución de unos cuantos cundió como una hoguera. Se les creyó reducidos y apáticos, y en pocos días congregaron partidarios en las ciudades, en los campos, en los comités, en los meeting, en las barras de las Cámaras. La contienda sería decisiva; iba a resolverse primeramente la representación del Congreso, quince días después la renovación de la Legis latura. Un día el optimismo que difundieron las declaraciones del presidente de la República y las equivalentes del gobernador, aunque si fe en la espontaneidad de éstos, al f in de la charla dominical, don Manuel Páez y sus amigos decidieron concurrir a las elecciones.

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Haciendo a un lado diferencias personales, don Manuel Páez, acompañado de tres amigos más, habló así al gobernador en su despacho: - El Partido Liberal que presido ha resuelto concurrir a las luchas electorales próximas, confiado en las promesas del señor gobernador. He triunfado, - agregó – de los amigos que afirmaban que S. E. se halla demasiado solidar izado con los candidatos ya proclamados por el Partido Constitucional, para que le fuera posible permanecer indiferente al temor de su derrota. Pero ante las solemnes declaraciones de V. E., iremos a las elecciones. - Han hecho ustedes bien y no se arrepentirán. Es mi resolución inquebrantable – gustaba de este objetivo – mantener la prescindenc ia más absoluta. Af irmo a ustedes con toda sinceridad y prometo bajo mi palabra de honor, que no tendrán ninguna reclamación honrada que hacer por intervención ni del gobierno ni de sus agentes. Poco después comentaba con Ramírez y sus ministros la entrevista inesperada. El gobernador refería detalles. - Este Páez es incorregible, de una ingenuidad y de un lir ismo! Cree que puede decirle otra cosa que la que le he dicho. Ramírez que celebraba ruidosamente la aguda observación, dijo que era necesario poner manos a la obra. - Qué acertado hemos estado – añadió – en comprometer a Révecin. Después de esto quién sabe si hubiéramos contado con él. Pero lo hice en previsión de que pudiera suceder lo que ha sucedido. - Usted recordará, señor gobernador, que yo le anunc ié que los liberales preparaban esta sorpresa. Pero ahora no hay que perder tiempo. Hoy mismo salgo a la campaña. - Pero antes de nada – dijo volviéndose hacia el joven m inistro que tenía a su lado – necesito que me haga extender recomendaciones para algunos comisarios. Y luego sonriendo: - Señor Gobernador: haré uso discreto de ellos, no comprometeré en lo más mínimo sus declaraciones. - Así lo espero – repuso el aludido. En

las

vísperas

próximas

recorrió

los

distritos

electorales.

Llevaba

recomendaciones expresas del Ministro para los jefes políticos de la campaña, con quienes convino el plan que debía desenvolverse en las elecciones.

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- Los tiempos han cambiado – les decía – No es posible usar la violenc ia de los viejos tiempos. Hemos progresado bastante para manchar al gobierno con procedimientos anacrónicos. Como no todos le inspiraron igual confianza, obtuvo del ministro el traslado de algunos para asegurar la participac ión que de ellos se necesitaba. Después de este procedimiento preliminar, les confió con la más absoluta reserva un ardid que había escogitado. Era bien sencillo. La nueva ley establecía una hora fija para inic iar el acto electoral: las ocho de la mañana, momento en que debía iniciarse en presencia de la autoridad polic ial. La oposic ión dom inaba en realidad, le pertenecía indiscutiblemente la mayoría, y era prueba de ello que la casi totalidad de los escrutadores eran de sus filas. No le quedaba al partido de Ramírez nunca mas de 3 de entre los 8 escrutadores. Pues bien; el ardid consistía en hacer que esos 3 escrutadores que hacían quórum, acompañados de la autoridad polic ial, constituyeran el comicio a las 7 de la mañana, una hora antes de la legal. ¿ Qué bastaba para ello ? Simplemente adelantar el reloj. En efecto: a esa hora los tres escrutadores y el comisario inic iaban las elecciones. A las 8 concurría la mayoría de los escrutadores y se encontraría con el comic io organizado y ellos retrazados en una hora. Así Ramírez quedaba dueño del campo, pues eran sus parciales los árbitros de la elección. En eso rematarían los entusiasmos frenéticos de quince días que habían revelado la .

EL ENCAN TO

Adolfo, entretanto, habíase ido a la montaña, huyendo de los calores de enero. Comprendía que los trabajos del ingenio no padecerían por su ausencia ni por la de Gastón. Estaba el mayordomo y bastaba.

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Los panoramas de la montaña añadido a su temple apacible le deleitaron. Encontró en ello verdadero placer. Solo le perturbaba, en el hotelito donde debió alojarse, la forzosa comunidad con su abigarrada clientela. La s ituación del modesto albergue era propia para interesar y retener a Adolfo: miraba hacia el oriente, dominando una basta planic ie, sonreída con todos los matices del verde; desde el diluido de las dehesas, el profundo de la alfalfa, el verdinegro de los bosques, el marino de las cañas, y como amelgando los campos los caminos pedregosos de ríos y riachos que corren paralelos hacia el padre Salí. En el mar verde se destacan solamente los bosquecillos como barcos, y los amontonamientos blancos de los caseríos. Pero no era esto lo que mas atrajo su atención y en los que mas reposaba su espíritu, sino la montaña, por la que hacía diariamente sus lentas excursiones a pié. Sin bosque, sin río y alegría, grave como su corazón, la montaña tenía un particular encanto para Adolfo quien le destinaba la mayor parte de sus horas, aunque el encuentro forzoso con los compañeros del hotel y la charla consiguiente lo obligaba a disminuir las día a día. La gente flotante del hotel, hombres casi todos, estaba afanada y absorbida por la política, que la próxima contienda electoral había avivado extraordinariamente. Por las tardes y la noche, alentados por la temperatura templada y el holgar de las vacaciones, los corros tenían nuevos y más excitantes pábulos cada día para sus comentarios. Cos escasa relaciones, sin un conocimiento completo de la c lave política y de las distancias personales, la interpretación de los pronósticos, de los juic ios, que oía resultaba difícil para Adolfo: pero en cambio la vehemencia que los interlocutores ponían en sus charlas, le permitieron descubrir aberraciones notorias que la pas ión oculta. Si embargo en sus horas y en su presencia, algunos determinaban un cambio de conversación, aunque raramente, sabiéndolo extraño a la política. - Ya saben Uds. lo que hizo Gastón Révecin anoche? – oyó una tarde en un corrillo del Hotel, - Pues, nada, se le ocurrió que lo mejor para asegurar la elección y

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demostrar imparcialidad of icial era asaltar la Comisaría y hacer un telegrama al gobernador comunicándole lo sucedido. La amistad del oso de La Fontaine, - Bueno, yo no veo que pueda hallarse en ello complic idad del gobernador. - Ya veras lo que dice “El Diar io” y el telegrama que hará la oposición al Presidente. En otro lugar pontif icaba un joven que imponía la atención para el acatamiento con que era escuchado: Pedro Pérez. Alto y moreno, mas bien cetrino, de miembros enjutos y largos y movimientos ágiles, que con sus rasgos breves y cabeza pequeña é inc linada, adquiría un aspecto ligero de palmípedo que completaba la forma de su mano sonrosada y abierta y su habilidad f lexiva. Para tener la impresión moral que da todo aspecto era necesario acercársele y escucharle. Su palabra era rápida y el aire adusto. La frente huyente quitábale la luz pero dábale fuerza y la impresión era acentuada por sus pequeños ojos de color indefinido bajo el cristal de los lentes. Miraba en la dirección de la frente brevemente oblicuada, con dureza, opacamente, y prefería hacerlo por fuera de los cristales, como si quis iera aumentar su brillo por ese artificio. Se detenía a cada paso y su frase era siempre afirmativa y enérgica, llenada en los intervalos por un gangueo y una ligera tosecilla. - Ese García ha sido siempre un trompeta. Mañana será arreglado por Mr. Oxen. Pasado mañana estará de rodillas otra vez delante de mí. Son las consecuencias de la vacilac ión del ministro. Si hubiera hecho lo que he dicho hasta el cansancio: “ apr iete los torniquetes ”, otra cosa sería. Un buen día sin anuncio de su presencia, mientras escuchaba una agria discusión entre dos políticos alrededor de la mesa del hotelito, sintió un llamado por la espalda que le hacía Pedro Ramírez. - No se ocupe Ud. de escuchar esos neurasténicos le dijo. Ya le contaré sus historias : son el doctor Echeverry y Debenedetti. Sin interrupción agregó: le sorprenderá a Ud. verme aquí. He venido trayendo mi familia pero regresaré hoy mismo porque no nos es posible descuidar un minuto la campaña. Nos vamos jugando. La gente de su ingenio está toda con nosotros. Como

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Ud. sabe Gastón la puso a nuestra disposición. Escríbale anunciándole que triunfaremos. Se acercó en ese momento a Ramírez un joven desprendido de otro grupo e interrumpiéndole le díjole: - Acaba de recomendarnos Pedro Pérez la lectura de “El Nacional” de ayer. Hay, dice, un artículo contra Manuel Páez, en el que es tratado como era necesario. Según Pedro es aplastante. - Aquí lo tienen, se oyó al mismo Pérez que entregaba la hoja que Ramírez leyó en voz alta: < La opos ición tiene su vocero y su encarnación en el redactor anónimo y vergonzante que colabora en “El Diar io”, vertiendo metódicamente su veneno y desde donde pretende poner en la picota a personalidades que han impuesto respeto a la misma opinión nacional. < Sus pujos de puritanismo no le impiden someterse a la protección degradante de un diar io manchado de viles bajezas e incapaz de lanzar vir ilmente sus diatribas con la cara descubierta, amparada en la sombra y en el anónimo, se venga de un hermafroditismo y de su hipocresía clavando en reputaciones reconocidas el estilete cobarde y emponzoñado. < Pero ya está próxima la hora de justicia para tamaña infamia; mañana comenzaremos la publicac ión de los datos concretos de las hazañas de su vida privada, que hemos silenc iado hasta hoy por respeto a la sociedad en que vivimos. > - ¿Por qué me parece, me dijo con sorna, el noticiero como único comentario, que el suelto es de Pedro?. - Adolfo que había escuchado el diálogo y la lectura sin decir palabra, y que, caso excepcional, conocía a Manuel Páez uno de sus escasos amigos en la ciudad, dijo: - Ignoro la opinión política de Páez, pero lo conozco desde hace ocho años, y puedo asegurar que es por lo menos más noble persona que el autor de ese suelto infame. El tono enérgico y un tanto altanero con que habló Adolfo sorprendió al autor de la información y al mismo Ramírez, que lo oía así por primera vez. .........................................................................................................................................

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La noticia de la llegada de los Ramírez transformó a Adolfo. Se prometió agradables entrevistas con Carmen que se apresuró a inic iar aquella misma tarde. Sus vis itas a la casa de los Ramírez y su asiduidad con Carmen fueron durante unos días el motivo de los comentarios de la villa. La complacencia del padre era vis ible, aunque tuviera manifestaciones no siempre gratas para Adolfo, pues para darle prueba de ella reteníalo en largas sobremesas cuando el alegre balcón del chalet sobre la angosta y profunda quebrada que lo bordea, lo llamaba a una encantadora charla con Carmen. En ese balcón pasó Adolfo horas de plática frágil pero inolvidable con Carmen. Quedaran por siempre como un recuerdo embriagador de su vida. Lo es sobretodo el de una noche singular en que las estrellas más profundas y vibrátiles que nunca, como pececillos luminosos en un acuario, recamaban de ensueño el silenc io de la montaña. - Cuantas veces, recordó Carmen, hemos discutido sobre el matrimonio y le he hablado de mi insufic iencia para hacer feliz a una joven, de mi incapacidad para la vida práctica, de mi situación social..... Ud. sabe lo que dicen las gentes para molestarme.... pero hoy, Moña comprendo que todo eso es falso o si verdadero, impotente para quitarme el derecho de ser feliz, de amar la. Una voz sube del corazón y me dice: ama, no temas. Y usted Moña, es mi amor, me siento con derecho a usted, con un derecho sagrado que viene de arriba. Y con audacia inf inita en la medrosa mesura de Adolfo puso en

su mano

temblorosa en la mano de Carmen, apoyada en la balaustrada sobre la profunda quebrada, misteriosa de rumores y de sombra en la noche estrellada. Luego la as ió fuertemente, después de una pausa anhelante y de frente, ambos, Adolfo contempló con orgullo de triunfo el rostro de Carmen, cuya dulce belleza, con la mirada baja, transfiguraba en beatitud la luz de las estrellas y la emoción de la calurosa declaración.

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Y así, palpitantes, presos del encanto, transcurrió un instante en un hondo silenc io, durante el como trasfundidas, parecían sus almas, livianas y sutiles, elevarse hacia las estrellas. Aquella noche de regreso, en su pequeño cuarto del hotel s intió asfixiarse y preso de una fiebre que le martillaba las sienes necesitó abrir su ventana. Venían hacia él imágenes

vaporosas que renovaban la escena con Carmen, magnificada, y el

azoramiento que las visiones le causaban enardecíale el corazón, exasperada su fantasía y un monólogo entrecortado aguijoneaba su f iebre. El contacto de la mano satinada y mórbida de Carmen parecía continuar estremeciéndolo y se dibujaba de nuevo, antes, sus ojos aluc inados, el rostro inolvidable de horas antes nimbado por la atmósfera luminosa que penetraba por la ventana. Pensaba no en el porvenir, no en la unión, no en proyectos sencillos y sonrientes de paz y ventura doméstica. Era simplemente una emoción, pero dominadora y obsediante: eran sus visiones las de la novia, las de sus manos, sobretodo la de sus ojos y su luz tan penetrante como dulce. La semana siguiente fue de permanente encanto para Adolfo. En las tardes, las cabalgatas por las lomas, en las noches, las pláticas en el jardín que rodea la Villa de los Ramírez, levantada sobre la roca, en lo alto de la quebrada sombría y húmeda, de la que subía un rumor de agua, de insectos, de follajes que mecían los leves vientos ascendentes del llano. Nunca había experimentado por tan largo tiempo tamaño deleite, Era un arrobamiento que le dis imulaba su constante y en enfermiza inquietud, como si le hubiera ocultado el tiempo, y la pensatez hasta física de la vida.

DESPUÉS DE LAS ELECCIONES

La proximidad de las elecciones había señalado por una extrema violenc ia de la propaganda, por un ir y venir ans ioso y agitado de los agentes electorales, por un enriquec imiento del vocabulario de dicterios de los diar ios. Cada día un nuevo mote para los adversarios. Los liberales llaman los tapiceros porque según decía un diar io,

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para favorecer a un amigo político se había llenado de alfombras hasta las cuadras de las cárceles y los constitucionales eran los ventrílocuos porque hablaban por el estómago que esperaban llenar para callar. Las especies infamantes eran lanzadas por las calles y penetraban en los hogares y adquirían sentidos nuevos en los labios de las mujeres. Ellas tomaban parte activa en la campaña verbal. Un grupo político denominado el de los príncipes consortes porque se sostenía que su valor era debido a sus esposas, a quiénes se atribuía la inspiración política y la fuerza electoral de que disponían. La política se ofreció a la actividad impaciente e inestable de Gastón como un deporte apasionante, sobre todo porque era nuevo. Adolfo permaneció extraño e indiferente a los trajines de Gastón que no se daba reposo en ir de un punto al otro, concurriendo a trabajos preparatorios, a conciertos con caudillejos oscuros, a la conquista empeñosa de votos mediante promesas de ventajas en la compra de caña, habilitaciones para nuevas plantaciones. Otras veces eran reyertas provocadas por sus apuestas arrogantes por el triunfo de su partido. Por eso debió sonar como una bomba en el escenario pequeño, revoltoso y afiebrado de la ciudad una notic ia que Manuel Páez acababa de lanzar en los comités. Don Pablo Révecin había ordenado desde Paris que sus elementos electorales votaran por la oposición. En prueba de ello exhibía un telegrama. Había alcanzado a Gastón en medio de sus giras un telegrama del agente comercial de su padre en Buenos Aires, en el que le anunciaba igual disposic ión. Sin perder minuto, se hallaba en ese momento en Simoca, reunió a sus amigos políticos del lugar y les anunció sin inmutarse el cambio repentino y los justificó, las razones eran de su propia cosecha, con una calurosa peroración alrededor de una mesa en la confitería del lugar. - Este cambio, dijo, estaba impuesto porque no era posible que nos solidar izáramos con las impos iciones del Gobernador que no tiene más voluntad ni más aspiraciones que las de Pedro Pérez, que no tiene en cuenta a los hombres de la campaña, sino para usarlos como instrumento de sus ambiciones y de sus parientes. Un coro, al principio medroso y cada momento más acentuado y enérgico, ratificaba sus palabras.

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Instantáneamente anunció la nueva a sus amigos, y con más bríos que antes, como aguijoneado por el cambio, continuó en viaje de propaganda electoral más airosamente que antes. El cambio repentino de Gastón con todas sus consecuencias de acritud de la crítica a su conducta, produjo desde luego el enfriamiento de las relac iones con los Ramírez. Pedro fracasado en sus ambiciones fue el más violento enemigo de Gastón, el que llevó más lejos sus burlas y dicterios contra su veleidad. El diar io Gubernista extremó los comentarios, llamando a Gastón “maniquí”, “infatuado sin concienc ia”. Para Adolfo esto signif icó una viva contrariedad. Aunque reconociese que la conducta de su hermano justif icaba la amargura de los juic ios, se sintió herido por el desprecio y la mofa de que se hacía objeto a su hermano. No podía volver a ver a los Ramírez, para quienes la derrota electoral de Pedro era una adversidad que le había llegado al corazón. Así se rompía en sus comienzos el frágil encanto. Pero no quedaría en las palabras duras el desquite que los políticos gobernantes y vencidos tomaron. A los pocos días, en efecto, el diar io del gobierno hacía público un escándalo, propio, decía, “de la vida feudal que imperaba en algunos ingenios”. En uno de ellos, agregaba, un de sus dueños abusaba en forma cruel e intolerable de su tiranía, extorsionaba a sus colonos y obreros, llegando a cometer contra el propio honor de sus familias todos los atentados. El encono de esta derrota embravecía este desquite. Luego refería el último caso de “ tiranía federal” : una joven había sido arrebatada del lado de sus padres y estaba desde hacía días secuestrada en la casa del “patrón”. El bullic io y el escándalo causados por la notic ia fueron inmensos. Había nombres propios, fechas, datos, detalle de todo género que daba al líbelo el aire de realidad. Esa aparienc ia de realidad encerraba, sin embargo un hecho falso y un comentario maligno.

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Transcurrieron desde ese día dos semanas de agitación, de inc identes personales que se sumaban al proceso principal que s iguió desarrollándose y agitándose por horas y días, alimentado por la crónica hirviente del diario acusador. La política había pasado a segundo plano en la atenc ión pública. Los propios partidarios de Gastón eran simples espectadores de su proceso. Al caer la tarde llegaba al chalet y trepaba jadeante hasta el mirador, un mensajero con la edic ión del día del incansable pasquín. Después de un tímido llamado recibía Gastón de manos del mensajero la quemante hoja con la misma azorada pregunta: - Que dice hoy de nuevo.....? No has hablado al comisario..... El impetuoso luchador de días antes estaba desconocido. A pesar de su dolor y de su rabia había quien sufría más que él, Adolfo, que habitando en la misma casa, no veía a Gastón aunque seguía entre amargura y filosofías, todas las inc idencias de esta campaña. Sabía él mejor que nadie que había sido armada por la pas ión política y el despecho, pero también era cierto que envenenaba sus vidas y creábales un ambiente social de descrédito y de vergüenza. También Adolfo recibió una de aquellas tardes un mensajero misterioso. Llevábale una carta. La firmaba Carmen Ramírez. < Sé, le decía, lo que Ud. sufre. Su sufrimiento es una injusticia. < Llevo días trabajando para que ella cese; hoy puedo decirle que he logrado mi objeto. La campaña contra ustedes, contra Gastón ha concluido. He cumplido mi deseo de evitar dolor y mi deber de amiga>. Adolfo llevó la noticia a Gastón, a quién vio llorar por primera vez. El cuarto que durante quince días fue una celta subterránea se transformó inmediatamente para Gastón. El horizonte que se dominaba desde la alta ventana cobró en ese momento en que comenzaban a reverberar fugazmente en el agua de los pantanos y de acequias las últimas luces del sol, un aspecto de vida y de poesía que trasuntaba sobre el panorama el renacimiento que sentía germinar en su espíritu.

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Como compensando la depresión profunda que acababa de superar, surgió ante sus ojos, acariciadora la silueta de Emilia Ramírez, aunque sabía que los recientes sucesos, la derrota de Pedro, la campaña del diar io, habíanlo puesto muy lejos de sus ojos y de su corazón.

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Una semana después los diar ios anunciaban haberse concertado para realizarse en breve el enlace de la señorita Emilia Ramírez con el ingeniero Gastón Révecin >

Juan B. Terán Tucumán 191.....

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HISTORIA PRIVILEGIADA 1 Le ocurre a veces al historiador lo que al geólogo o al paleontólogo. Sin necesidad de sondajes o perforaciones, en medio de la tierra arable, un hoyo, una fisura, una erosión les muestran terrenos tan antiguos o más antiguos que el hombre. Son unas cuantas pulgadas, a veces, las que separan el as iento del hombre de las cavernas del ras de nuestras habitaciones. Un azar semejante permite al historiador reconocer el pasado, sin necesidad de pesquisas prolijas al través de viejos papeles. El tufo del pasado nos envuelve de repente, como emanaciones de azufre en un jardín, desprendidas por oscuras combinaciones químicas de las capas profundas que nos recuerdan los ingredientes con que las flores más finas componen su belleza y su perfume. En los países nuevos el fenómeno es más frecuente porque la estratificación histórica no se ha consolidado como para impedir el paso de estos desprendimientos. Quizá pudiéramos decir que un olfato puro percibe cómo de las superficies sube una continua emanac ión del pasado. A las veces, como a la luz de un relámpago, creemos ver la entraña misma de donde venimos. Me fue dado presenciar hace pocos años en una provinc ia argentina del interior un movimiento campesino que fue una lección inolvidable y una vis ión redivida de la montonera de hace un siglo. Es una forma de experimentación, el procedimiento que los teóricos declaran imposible en historia: la reproducción del fenómeno que se desea estudiar. Era una montonera degenerada, sin duda, como a esos frutos a los que han faltado unos grados de calor o unos milímetros de lluvia para llegar a la proporción y el sabor perfectos. Mostró cómo la montonera provenía de la falta de autoridad y la razón de ser 1

Especial para el diar io “La Prensa” del 4 de abril de 1933.

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profunda del gobierno. Pero sobre todo reproducía el proceso de la anarquía. En la ausencia de autoridad, la montonera brota espontáneamente, como la maleza en un vivero abandonado. De todo rancho sale un pos ible caudillo. Unidos unos cuantos vecinos forman ya una banda. Tales bandas han surgido a un mismo tiempo en toda la comarca. Y cada una lanza su primera proclama en el mismo estilo: corta un alambrado, carnea una vaca, atropella un vecino sospechoso de frialdad. Las autoridades lugareñas son los aliados secretos de las bandas. Los grupos se amuchan y generalizan. Ahora viven sobre el caballo y de noche descansan al lado de un vivaque en un refugio del monte. Ya hay campamentos. Hacen de leña los postes de los alambrados, insulto inolvidable al beduinísmo, musa de la estirpe. Ha llegado la hora del desquite y el alma de los abuelos venc idos resucita retozona en el alma de los nietos. Verse en muchedumbre excita y engríe los ánimos. La tensión se ha puesto heroica. La sombra de la montonera ondula sobre las caravanas y les contagia un aura estremecida. El historiador comprende cómo el aliento de un Quiroga o de un Chacho o de un Varela soplando sobre esas brasas avivadas podría crear una nueva gesta de la “anarquía argentina”. Las bandas se concentraron un buen día para entrar a la capital de la Provinc ia, so color de reclamar mejoras económicas, bajo el amparo del gobierno provinc ial. Y entonces un pintor a lo della Valle –el de la “Vuelta del malón” – pudo tener el modelo para otro cuadro parejo: “La montonera en la ciudad”. Las más abigarradas cabalgaduras y arreos de montar y vestir, evocaban los tropeles montoneros: con ponchos blancos, rojos o pardos, con “ushutas” o con botas, descalzos también, atados los lazos a los tientos, las crenchas lacias desbordadas de los sombreros en unos, muchos ceñidas las cabezas con pañuelos. Animaban los rostros cetrinos la misma rebeldía sin palabras, pero preñada de intención, brillaban en los ojos los instintos desnudos y alertas que arrastraron a la montonera hace un siglo a invadir, entre alaridos, las aldeas temblando de terror, que los caudillos destinaban a botín de sus mesnadas. Hay otra forma de observación pr ivilegiada pos ible en los países nuevos. Procede

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de la rapidez de la transformación social. El mismo hombre que viajó en carreta del interior a Buenos Aires apercibido para el asalto de indios ha podido viajar en automóvil, conociendo en el intervalo la galera y el ferrocarril. Como “el hijo doctor” sucede inmediatamente al padre ignaro llegado inmigrante, la sociedad quema también las etapas. En tierras del Noroeste argentino me ha sido dado ver en mi niñez resabios patentes de matriarcado y endogamia, la familia gobernada por la madre y la unión ilimitada entre consanguíneos. He visto aparecer la exogamia y la familia c ivilizada. He visto el trueque como forma única de comercio y la apar ición de la moneda, la propiedad privada sucediendo a la comunidad de tierras y pastos. Es posible al historiador situarse aún hoy en observatorios que descubren aspectos del siglo XVI, es decir, asistir a episodios de la conquista española. El doctor A. Métraux, quien ha permanecido durante meses entre tribus del altiplano y del Chaco bolivianos, refiere rasgos que reproducen el drama de la conquista. Están vivos la explotación del indio por el blanco, enviciado por la impunidad de su parasitismo, la desaparición de las industrias domésticas por la introducción de la manufactura europea, el terror del indio ante las armas del blanco, la celebración secreta y medrosa de los r itos religiosos de las tribus. Están entre ellos, como hace tres siglos, las órdenes mis ioneras. Es la única acción de paz del blanco en medio de la desenfrenada codicia con que acorralan y esquilman a los indios, el proveedor, el colono, el “pioneer” – como se llama a veces a usurpadores intérlopes - que en el corazón de Amér ica, agregan hoy una nueva página, a la crónica de los piratas y filibusteros que asociaban las costas de sus mares en los siglos XVI y XVII. Entre el material que el doctor Metraux ha recogido para formar el museo etnográfico de la Universidad de Tucumán hay una pieza de gran valor simbólico: “ushutas” construidas con las gomas abandonadas por los automóviles que atraviesan los caminos de Bolivia. Ese pequeño indumento expresaba un rasgo original de la historia de Amér ica: la supresión de etapas. El mismo fenómeno esencial se disfraza de mil maneras: es la confusión de las lenguas, el entremezclamiento de feriados, la unión heteróclita de las razas, el codeo del rancho y el rascacielos en sus ciudades. La

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“ushuta” de goma era los siglos XVI y XX dándose la mano por encima de tres siglos. Pero no es necesario ir tan lejos. Un ojo avizado en estas miradas del pasado, no requiere gran concentración para ver esbozarse, en nuestros días a nuestro lado, bajo modernísimos trajes estilo inglés o francés, al hijo del conquistador cruel y pendenciero, del aventurero jugador, del traficante contrabandista del s iglo XVIII, del montonero del siglo XIX, del secuaz de Rosas. Y entonces a contraluz, el historiador ve al inmenso valor pedagógico de su obra al mostrar el esfuerzo heroico y lento que ha s ido necesario, para reducir el alma ancestral, domar los instintos, enriquecer la vida con móviles y responsabilidad. Su corazón se preña de angustia cuando algún embate va a poner a prueba la solidez moral de la sociedad porque sabe que en su seno tascan el freno las pasiones y los instintos. La función de la cultura tiene una imagen aproximada en la f ijac ión de las almas. Setas de tamarix, ringleras de pinos, álamos, abetos ponen barreras al movimiento incesante de las arenas viajeras. Ya se acumulan en un día o en una noche para realizar, siempre en columna silenc iosa, su invasión. Pero el plantador sabe que debe estar alerta, porque al amparo de su descuido o su abandono el cendal sutil de la arena voladora, que la más leve brisa conduce y, acumula – implacable como un instinto – concluirá por soterrar los árboles fijadores y la duna reestablecerá su imperio.

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