Trabajo Dios Al Encuentro Del Hombre

INTRODUCCIÓN Para que el hombre pueda entrar en intimidad con Dios, éste ha querido revelarse al hombre y darle la grac

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INTRODUCCIÓN

Para que el hombre pueda entrar en intimidad con Dios, éste ha querido revelarse al hombre y darle la gracia de poder acoger esa revelación en la fe. Dios sale al encuentro del hombre revelándose. Esta revelación se transmite pura e íntegra a lo largo de la historia en la Sagrada Tradición y en la Sagrada Escritura. La revelación de Dios es, por tanto, el objeto del capítulo segundo de la primera parte y primera sección del Catecismo de la Iglesia Católica. Está estructurado dicho capítulo en tres secciones que responden a los temas de la revelación, la transmisión de la revelación y la Sagrada Escritura en estrecho contacto con la Constitución conciliar sobre la Revelación, Dei Verbum.

Gracias a la luz natural de la razón humana, partiendo de las criaturas, el hombre puede conocer a Dios con certeza. A través de las diversas religiones naturales el hombre busca a Dios. Sin embargo, este camino es duro y largo, y por ello Dios, por una decisión enteramente libre, decidió salir al encuentro del hombre comunicándole su propio Misterio y su plan de salvación. De esta forma quiso hacer a los hombres capaces de responderle, de conocerle y de amarle más allá de lo que podríamos por nuestras propias fuerzas.

Revelar significa “desvelar”, manifestar algo que está oculto. Dios fue comunicándose poco a poco con obras y palabras, preparando a los hombres para acoger la plenitud de la revelación que nos fue dada con Jesucristo

El Doctrina de la Iglesia Católica propone la revelación divina de modo que se evita un doble escollo: evitar, en primer lugar, separar la revelación de la salvación, de la comunicación de la verdad divina. Y al mismo tiempo se evita verter toda la realidad de Dios en su actuar salvífico, en lo que podríamos llamar el aspecto económico. El misterio de Dios es misterio salvador, que afecta a todo el hombre – no sólo a su inteligencia – y le invita a penetrar en él, a entregarse a la voluntad amorosa de Dios; y por ser revelado, el misterio no se ilumina hasta el punto de desaparecer como tal misterio, sino que permanece misterio hasta esa Parte de la teología que estudia el destino último del ser humano y el universo.

I.

DIOS AL ENCUENTRO DEL HOMBRE

Mediante la razón natural, el hombre puede conocer a Dios con certeza a partir de sus obras. Pero existe otro orden de conocimiento que el hombre no puede de ningún modo alcanzar por sus propias fuerzas, el de la Revelación divina1. Por una decisión enteramente libre, Dios se revela y se da al hombre.

Lo hace revelando su misterio, su designio benevolente que estableció desde la eternidad en Cristo en favor de todos los hombres. Revela plenamente su designio enviando a su Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo, y al Espíritu Santo.

1.1.

LA REVELACIÓN DE DIOS

"Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad, mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina". Dios, que "habita una luz inaccesible" (1 Tm 6,16) quiere comunicar su propia vida divina a los hombres libremente creados por él, para hacer de ellos, en su Hijo único, hijos adoptivos2. Al revelarse a sí mismo, Dios quiere hacer a los hombres capaces de responderle, de conocerle y de amarle más allá de lo que ellos serían capaces por sus propias fuerzas. El designio divino de la revelación se realiza a la vez "mediante acciones y palabras", íntimamente ligadas entre sí y que se esclarecen mutuamente. Este designio comporta una "pedagogía divina" particular: Dios se comunica gradualmente al hombre, lo prepara por etapas para acoger la Revelación sobrenatural que hace de sí mismo y que culminará en la Persona y la misión del Verbo encarnado, Jesucristo.

1 2

Concilio del Vaticano I: DS 3015 Ef 1,4-5

El hecho de la revelación es concebido como una auto-comunicación de Dios, que sale del silencio de su misterio para darse a conocer e invitar a los hombres a entrar en comunión con Él. La revelación de Dios es un acto de amor libre y gratuito que no desea ninguna otra cosa sino el bien de la persona amada; un amor tan grande que ama, aun sabiendo que no recibirá nada a cambio. La revelación puede entenderse también, de forma derivada, como un complejo de verdades que son cognoscibles sólo a la luz de un conocimiento sobrenatural, y, en tanto en cuanto, el hombre acepta la autoridad de Dios, que no puede engañar ni engañarse. La revelación no puede, en consecuencia, someterse al rígido control de la razón, aunque, de todos modos, la razón esté en grado de acogerla por medio de los signos por los que Dios se da a conocer. Dios no se impone, se propone mediante acciones y palabras, íntimamente ligadas entre sí y que se esclarecen mutuamente. Lo cual permite a la razón dar un consentimiento libre y voluntario a lo que Dios muestra de sí mismo y de su designio de amor. Aunque, para su aceptación plena, cada individuo deba dar un salto basado en la confianza y en la seguridad que Dios mismo, en cuanto revelador, inspira a la criatura.

1.1.1.LAS ETAPAS DE LA REVELACIÓN La vuelta a la terminología propia de los santos padres, pone de nuevo de actualidad la cuestión de las etapas de la revelación. Dios se da a conocer de una vez por todas y revela todo lo que es Él. Pero el hombre conoce gradualmente y va penetrando, según sus capacidades, en la realidad que les es dada a conocer poco a poco, procesualmente. Únicamente en la eternidad, libres ya de la sujeción al espacio y al tiempo, nuestra forma de conocer será distinta. Mientras tanto, habrá de ser gradual y progresiva. Por eso, la revelación necesariamente ha de someterse a un proceso histórico. De ahí que la economía de la revelación y la economía de la salvación esencialmente coincidan y se desarrollen a la par en el estado actual de las cosas. Se trata, ni más ni menos, que del principio de la condescendencia divina: Dios se pone a caminar al paso del hombre, para que los hombres puedan llegar a caminar al

paso de Dios. Este caminar de Dios al paso del hombre es el que nos hace hablar de etapas e hitos en el proceso de la revelación. En la tradición de la Iglesia existían distintas formas de señalar cada una de las etapas de la Revelación. San Pablo y, siguiéndole a él, san Agustín hablaban de tres: Antes de la Ley, bajo la ley y bajo la gracia: «Cierto que ya antes de la ley había pecado en el mundo; ahora bien, el pecado no se imputa al no haber ley. Y, sin embargo, la muerte reinó sobre todos desde Adán hasta Moisés, incluso sobre los que no habían pecado con una trasgresión semejante a la de Adán, que es figura del que había de venir. Pero no hay comparación entre el delito y el don. Porque si por el delito de uno todos murieron, mucho más la gracia de Dios, hecha don gratuito en otro hombre, Jesucristo, sobreabundó para todos» (Rom 5,13-15). Otros marcaban las etapas fijándose en las respectivas acciones de cada una de las personas de la Trinidad: La creación (Padre), la redención (el Hijo) y la espera escatológica (del Espíritu Santo). La teología del post-Vaticano II ha preferido, en cambio, recuperar los datos bíblicos y ésa es la senda que ha propuesto en la Doctrina. a) La revelación a través de la naturaleza. El Catecismo o la Doctrina de la Iglesia recorren en este punto la senda ya trazada por la Dei Verbum3. La constitución Dei Verbum es uno de los 16 documentos y una de las dos constituciones dogmáticas resultantes del Concilio Vaticano II donde, según el mismo documento, se expone "la doctrina genuina sobre la divina revelación y sobre su transmisión para que todo el mundo, oyendo, crea el anuncio de la salvación; creyendo, espere, y esperando, ame". De entre los documentos emanados del Concilio Vaticano II, la constitución llamada Dei Verbum es una de las que gozan de mayor rango normativo en la Iglesia católica. La expresión latina Dei Verbum significa Palabra de Dios, y fue

3

Divina Revelación. Word Reference. Buscador Google.

tomada -como es costumbre en los documentos católicos de importancia- de las palabras iniciales del documento. Dei Verbum fue promulgada por el Papa Pablo VI en noviembre de 1965 y aprobada por la asamblea de obispos con 2344 votos a favor y 6 votos en contra. La generación de este documento catalizó muchos de los cambios en la orientación del mismo Concilio, y dio lugar a una etapa nueva en la historia de la Iglesia en cuanto a la forma de estudiar, interpretar, reflexionar y vivir los contenidos de las Sagradas Escrituras. La creación se pone como el escenario necesario para que se desarrolle la historia de la salvación y también como la primera palabra que Dios pronuncia para ser conocido y reconocido por los hombres. Cita expresamente el número 3 de la Dei Verbum y hace referencia igualmente a la cuestión del estado original de la humanidad, revestida de una gracia y de una justicia resplandeciente. Se trata de una forma de revelación que ni siquiera el pecado de los hombres pudo interrumpir. Y, además, que Dios no ha dejado de preocuparse por los hombres y de alentarles mediante la promesa de la salvación. Cualquier hombre de buena voluntad que busque a Dios y persevere en las buenas obras, sea de la nación que sea, encontrará la salvación. Porque Dios se deja encontrar, está presente y da testimonio de sí mismo en sus obras, y ha abierto de este modo el camino de la salvación sobrenatural a todos los hombres. Se nos dice que «el primer hombre fue no solamente creado bueno, sino también constituido en la amistad con su creador y en armonía consigo mismo y con la creación en torno a él; amistad y armonía tales que no serán superadas más que por la gloria de la nueva creación en Cristo». Aspectos que son de una gran importancia para los tiempos actuales, pues la sensibilidad ecológica ha puesto de manifiesto la necesidad de un reencuentro del hombre consigo mismo y con su entorno natural. Lo cual resulta muy interesante, pues también permite que el hombre, además de abrirse a dimensiones trascendentes, se descubra igualmente responsable de sí mismo y de la creación. Ello le permite aceptar más fácilmente el plan de Dios, que creó a los hombres y les encomendó el cuidado y el

perfeccionamiento de la tierra, y les hizo responsables del orden y de las leyes que rigen su desarrollo y evolución. Sólo desde la comunión con el Creador es posible entender esta tarea del hombre. Sin ella, más que guardián del orden natural, el hombre se entiende dueño absoluto y dominador de cuanto le rodea. Mientras que, a la luz de su razón natural, el hombre descubre que la naturaleza tiene un fin que ha de ser respetado. Y, al reconocer tal fin, puede racionalmente renunciar a caer en la tentación de la manipulación arbitraria. Una manipulación que, por otra parte, termina siempre volviéndose en contra del hombre, como anuncia el relato del Génesis tras el pecado de nuestros primeros padres. El hombre se sitúa así ante la creación con un espíritu más bien contemplativo y no tanto utilitario, lo cual se traduce en fascinación. Una fascinación que viene provocada, por una parte, por la admiración de la grandeza del cosmos y su infinitud, mientras que los individuos se sienten muy pequeños y limitados, indignos del honor del que fueron revestidos, al ser puestos como cabeza de todo lo cread. Y fascinación que, por otra parte, nace asimismo de la autoconciencia que posee el hombre de poder ir más allá de lo que ve y descubre a su alrededor, pues su inteligencia no se contenta con conocer lo evidente, quiere dar con sus causas y explicar las leyes que rigen los fenómenos que observa y que le afectan. Este sentimiento le lleva a auto-comprenderse como imagen y semejanza de Dios, reflejo de su ser y de su bondad, y también de su sabiduría. Pero la tentación de comprenderse desde sí mismo y al margen del misterio de comunión con Dios, su creador, trajo (y trae) consigo el pecado más radical de los hombres. Y, como consecuencia, una cadena de desgracias que llegan al colmo de una perversidad creciente y generalizada. Tanto es así, que se hace necesario que Dios intervenga para reiniciar la historia y darle un nuevo comienzo a la obra de la creación (Gén 6,5-6: «Al ver el Señor que crecía en la tierra la maldad del hombre y que todos sus proyectos tendían siempre al mal, se arrepintió de haber creado al hombre en la tierra»).

b) La alianza con Noé. Las aguas del diluvio van a purificar al hombre y a la tierra. Se trata de un renacer en toda regla, que da lugar a una nueva alianza entre Dios y los hombres (Gén 8). Por eso, el Catecismo y la Doctrina da tanta importancia a la Alianza con Noé. Dios pacta de nuevo con todos los seres vivos y se compromete a no destruir nunca más la tierra, e invita a los hombres a que realicen y pongan por obra el plan previsto por Él desde el momento de la creación del mundo. «Dios bendijo a Noé y a sus hijos diciendo: — Creced y multiplicaos y llenad la tierra. Todos los animales de la tierra os temerán y respetarán... Todo lo que tiene vida y se mueve en la tierra os servirá de alimento, lo mismo que los vegetales... Vosotros creced, multiplicaos, llenad la tierra y dominadla... Voy a establecer mi alianza con vosotros, con vuestros descendientes y con todos los seres vivos que os han acompañado.» (Gén 9,1-9). El Catecismo dice que «tras el diluvio, la alianza con Noé expresa el principio de la Economía divina con las naciones, es decir, con los hombres agrupados “según sus países, cada uno según su lengua, y según sus clanes”». Y, a continuación, se hace una lectura muy interesante de los relatos bíblicos que unen el diluvio con la torre de Babel: «Este orden a la vez cósmico, social y religioso de la pluralidad de naciones (se alude a una parte del discurso de san Pablo en el areópago de Atenas. Hchs 17,26-27: Dios creó de un solo hombre todo el linaje humano para que habitara en toda la tierra, fijando a cada pueblo las épocas y los límites de su territorio, con el fin de que buscaran a Dios, por si, escudriñando a tientas, lo podían encontrar. En realidad no está lejos de cada uno de nosotros) confiado por la providencia divina a la custodia de los ángeles (se alude a Dt 4,19: Cuando levantes tus ojos al cielo y veas el sol, la luna, las estrellas y todos los astros del firmamento, no te dejes seducir por ellos ni te postres ante ellos para rendirles culto, porque el Señor tu Dios se los ha asignado como dioses a todos los pueblos que hay bajo los cielos. Y también la versión griega de Dt 32, 8: Los hijos de Dios [o de los dioses] son los ángeles, miembros de la corte celestial, custodios de las naciones. Pero Yahveh se ha reservado personalmente a Israel, su pueblo elegido), está destinado a limitar el orgullo de una humanidad caída

que, unánime en su perversidad (se alude a Sab 10,5: Y cuando fueron confundidas las naciones por su maldad, ella conoció al justo Abrahán, lo guardó irreprochable ante Dios, y lo sostuvo firme a pesar del amor hacia su hijo), quisiera hacer por sí misma su unidad a la manera de Babel (se alude a Gén 11,4-6: Dijeron: — Vamos a hacer ladrillos y a cocerlos al fuego. Emplearon ladrillos en lugar de piedras y alquitrán en lugar de argamasa; y dijeron: — Vamos a edificar una ciudad y una torre cuya cúspide llegue hasta el cielo; así nos haremos famosos y no nos dispersaremos sobre la faz de la tierra. Pero el Señor bajó para ver la ciudad y la torre que los hombres estaban edificando, y se dijo: — Todos forman un solo pueblo y hablan una misma lengua; y éste es sólo el principio de sus empresas; nada de lo que se propongan les resultará imposible). Pero a causa del pecado (se alude Rom 1,18-25: [...] es la consecuencia de haber cambiado la verdad de Dios por la mentira, y de haber adorado y dado culto a la criatura en lugar de al creador, que es bendito por siempre. Amén.), el politeísmo, así como la idolatría de la nación y de su jefe, son una amenaza constante de vuelta al paganismo para esta economía aún no definitiva». Y, a continuación, concluye: «La Alianza con Noé permanece en vigor mientras dura el tiempo de las naciones (se alude a Lucas 21,24: Caerán al filo de la espada e irán cautivos a todas las naciones, y Jerusalén será pisoteada por los paganos, hasta que llegue el tiempo señalado), hasta la proclamación universal del Evangelio. La Biblia venera algunas grandes figuras de las «naciones», como «Abel el justo», el rey-sacerdote Melquisedec (cfr. Gén 14,18), figura de Cristo (se alude a Heb 7,3: Se presenta sin padre, ni madre, ni antepasados; no se conoce el comienzo ni el fin de su vida, y así, a semejanza del Hijo de Dios, es sacerdote para siempre), o de los justos «Noé, Daniel y Job» (Ez 14,14). De esta manera, la Escritura expresa qué altura de santidad pueden alcanzar los que viven según la alianza de Noé en la espera de que Cristo “reúna en uno a todos los hijos de Dios dispersos” (Jn 11,52)».

c) La elección de Abraham Y Los Patriarcas. La alianza establecida desde el principio de la creación y refrendada después del diluvio con Noé, indican que Dios sigue teniendo abierta la puerta y que aguarda pacientemente la vuelta del hombre, de todo hombre, sea de la nación que sea, que lo busque con sincero corazón. Más, su bondad, es tan grande que no se ha limitado a esperar a que lo encuentre, aunque sea a tientas, quien lo quiera buscar. Dios decidió salir a nuestro encuentro reuniendo a la humanidad dispersa. Para eso llamó a uno solo, a Abrahán, anciano y casado con una mujer estéril, para hacer de él un gran pueblo y bendecir en él a todas las naciones. Para reunir a la humanidad dispersa, Dios elige a Abraham llamándolo "fuera de su tierra, de su patria y de su casa" (Gn 12,1), para hacer de él "Abraham", es decir, "el padre de una multitud de naciones" (Gn 17,5): "En ti serán benditas todas las naciones de la tierra" (Gn 12,3; cf. Ga 3,8). El pueblo nacido de Abraham será el depositario de la promesa hecha a los patriarcas, el pueblo de la elección (Rom 11,28), llamado a preparar la reunión un día de todos los hijos de Dios en la unidad de loa Iglesia (Jn 11,52; 10,16); ese pueblo será la raíz en la que serán injertados los paganos hechos creyentes (Rom 11,17-18.24). Esta convocación de todos los pueblos de la tierra en un solo, en Abrahán, es figura e imagen de la convocación que Dios realizará por medio de Cristo, el buen pastor, en su Iglesia santa. Un pueblo del que formarán parte tanto los hijos de Abraham según la carne, como los paganos, que se convertirán en hijos de Abrahán por la fe en Jesús, Señor y Mesías. Ya que, como dirá san Pablo, la salvación no viene de la carne, sino por la fe, que es lo que convirtió a Abrahán en padre de los creyentes que vendrían después. Precisamente por la fe serán recordados Abraham, los patriarcas, los profetas y otros personajes del Antiguo Testamento a los que todas las tradiciones litúrgicas de la Iglesia veneran como santos.

d) La formación del pueblo de Israel. El origen histórico del pueblo de Israel se hace coincidir con la historia del Éxodo. El Israel salvado por Dios de la esclavitud de Egipto, receptor de la Alianza y conducido hasta la tierra prometida, es el pueblo que el Señor se escogió como propiedad personal suya entre todos los pueblos de la tierra, y que está llamado a ser en el conjunto de las naciones, un reino de sacerdotal y una nación santa (Ex 19,5-6). Ellos son el pueblo que lleva el nombre del Señor, a quienes Dios habló primero y los hermanos mayores en la fe de Abrahán. Después de la etapa de los patriarcas, Dios constituyó a Israel como su pueblo salvándolo de la esclavitud de Egipto. Estableció con él la alianza del Sinaí y le dio por medio de Moisés su Ley, para que lo reconociese y le sirviera como al único Dios vivo y verdadero, Padre providente y juez justo, y para que esperase al Salvador prometido. Israel es el pueblo sacerdotal de Dios (Ex 19,6), el que "lleva el Nombre del Señor" (Dt 28,10). Es el pueblo de aquellos "a quienes Dios habló primero", el pueblo de los "hermanos mayores" en la fe de Abraham. Por los profetas, Dios forma a su pueblo en la esperanza de la salvación, en la espera de una Alianza nueva y eterna destinada a todos los hombres (Is 2,2-4).

Gracias a este pueblo, Dios iba preparando la Alianza definitiva, destinada a todos los hombres, tal y como señalaron los profetas. En esa Nueva Alianza, la Ley que ya no estaría grabada en piedra, sino en los corazones y traería una salvación definitiva, una redención radical: la purificación de todas las infidelidades y de la que iban a participar todas las naciones. Una salvación que comenzaría curiosamente por los más pobres, los humildes, los sencillos de corazón, y de la que son testimonio precisamente las mujeres: Sara, Rebeca, Raquel, Miriam, Débora, Ana, Judit y Ester. Todas ellas, figuras de la que habría de llegar como aurora de los nuevos y definitivos tiempos, la Virgen María.

e) Para concluir hablando de Cristo Jesús como mediador y plenitud de toda la revelación y subrayando que Dios nos lo ha dicho ya todo cuando nos ha enviado a su Hijo, y que no cabe esperar, por tanto, ninguna otra revelación.

La historia de la salvación, y con ella la revelación de Dios, llegan a su plenitud, cuando el Verbo de Dios se hace carne. En ese momento Dios pronuncia su palabra última y definitiva. Jesús es la Palabra única, perfecta e insuperable del Padre, no habrá otra palabra más que ésta. En Cristo Dios ha hecho una alianza plena y definitiva con el hombre. Es plenitud de aquella que está inscrita en la creación, pero, al mismo tiempo, es una superación inimaginable de ella. Dios se ha hecho hombre para siempre y la humanidad ha quedado divinizada y elevada muy por encima de su condición creatural. Pues ha sido hecha heredera y coheredera con Cristo, glorificada y exaltada a la derecha del Padre y sentada en su reino de gloria. Desde entonces, cuando los ángeles alaban y bendicen a Dios, también lo hacen con la humanidad que el Verbo ha tomado para sí. Esto es algo que nunca acabaremos de comprender. Tan grande es este misterio, que, aunque digamos con razón que la revelación está cerrada y que ya no podemos esperar ninguna novedad, sin embargo, la fe cristiana debe ir comprendiendo gradualmente todo su contenido en el trascurso de los siglos. Por eso, hablamos de una fe que crece con el pasar de los tiempos y de las etapas de la historia, pues la razón humana, con ayuda de la gracia, va penetrando, expresando y explicitando con mayor profundidad lo que nos ha sido revelado en Cristo. De ahí que se diga que la fe es siempre la misma, pero también que el depósito de la fe crece y se desarrolla con el sucederse de las generaciones de cristianos. Termina el Catecismo este capítulo hablándonos de cómo han de acogerse las llamadas revelaciones privadas, algunas de las cuales han sido reconocidas por la autoridad de la Iglesia. Éstas no forman parte del depósito de la fe y ni siquiera se puede decir que sirvan para mejorar o completar la revelación y mucho menos que puedan superarla o corregirla. Tan sólo ayudan a vivirla más plenamente en cada época de la historia. Dichas revelaciones privadas siempre han de ser entendidas bajo la guía del Magisterio de la Iglesia y dentro del sentir común de los fieles. Aquél por el cual los creyentes en Cristo, en virtud de la acción interior del Espíritu Santo, saben discernir y

acoger lo que en estas revelaciones constituye una llamada auténtica de Cristo o de sus santos a la Iglesia. Los profetas anuncian una redención radical del pueblo de Dios, la purificación de todas sus infidelidades (Ez 36), una salvación que incluirá a todas las naciones (Is 49,56; 53,11). Serán sobre todo los pobres y los humildes del Señor (So 2,3) quienes mantendrán esta esperanza. Las mujeres santas como Sara, Rebeca, Raquel, Miriam, Débora, Ana, Judit y Ester conservaron viva la esperanza de la salvación de Israel. De ellas la figura más pura es María (Lc 1,38).

II. 2.1.

CRISTO JESÚS, "MEDIADOR Y PLENITUD DE TODA LA REVELACIÓN" Dios Ha Dicho Todo En Su Verbo

"De una manera fragmentaria y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por su Hijo" (Hb 1,1-2). Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es la Palabra única, perfecta e insuperable del Padre. En Él lo dice todo, no habrá otra palabra más que ésta. S. Juan de la Cruz, después de otros muchos, lo expresa de manera luminosa, comentando Hb 1,12: Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene más que hablar; porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado en el todo, dándonos al Todo, que es su Hijo. Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra alguna cosa o novedad 4.

2.2.

No Habrá Otra Revelación

"La economía cristiana, como alianza nueva y definitiva, nunca cesará y no hay que esperar ya ninguna revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo". Sin embargo, aunque la Revelación esté acabada, no está completamente explicitada; corresponderá a la fe cristiana comprender gradualmente todo su contenido en el transcurso de los siglos. A lo largo de los siglos ha habido revelaciones llamadas "privadas", algunas de las cuales han sido reconocidas por la autoridad de la Iglesia. Estas, sin embargo, no pertenecen al depósito de la fe. Su función no es la de "mejorar" o "completar" la Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivirla más plenamente en una cierta época de la historia. Guiado por el Magisterio de la Iglesia, el sentir de los fieles (sensus

4

San Juan de la Cruz, Subida al monte Carmelo 2,22,3-5: Biblioteca Mística Carmelitana, v. 11 (Burgos 1929), p. 184.)

fidelium) sabe discernir y acoger lo que en estas revelaciones constituye una llamada auténtica de Cristo o de sus santos a la Iglesia. La fe cristiana no puede aceptar "revelaciones" que pretenden superar o corregir la Revelación de la que Cristo es la plenitud. Es el caso de ciertas Religiones no cristianas y también de ciertas sectas recientes que se fundan en semejantes "revelaciones".

2.3.

LA TRANSMISIÓN DE LA REVELACIÓN DIVINA

Dios "quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1 Tim 2,4), es decir, al conocimiento de Cristo Jesús (Jn 14,6). Es preciso, pues, que Cristo sea anunciado a todos los pueblos y a todos los hombres y que así la Revelación llegue hasta los confines del mundo: Dios quiso que lo que había revelado para salvación de todos los pueblos se conservara por siempre íntegro y fuera transmitido a todas las edades. 2.3.1.LA TRADICIÓN APOSTÓLICA "Cristo nuestro Señor, plenitud de la revelación, mandó a los Apóstoles predicar a todos los hombres el Evangelio como fuente de toda verdad salvadora y de toda norma de conducta, comunicándoles así los bienes divinos: el Evangelio prometido por los profetas, que el mismo cumplió y promulgó con su boca". La predicación apostólica... La transmisión del evangelio, según el mandato del Señor, se hizo de dos maneras: 

oralmente: "los apóstoles, con su predicación, sus ejemplos, sus instituciones, transmitieron de palabra lo que habían aprendido de las obras y palabras de Cristo y lo que el Espíritu Santo les enseñó";



por escrito: "los mismos apóstoles y otros de su generación pusieron por escrito el mensaje de la salvación inspirados por el Espíritu Santo".

…continuada en la sucesión apostólica "Para que este Evangelio se conservara siempre vivo y entero en la Iglesia, los apóstoles nombraron como sucesores a los obispos, 'dejándoles su cargo en el magisterio'". En efecto, "la predicación apostólica, expresada de un modo especial en los libros sagrados, se ha de conservar por transmisión continua hasta el fin de los tiempos". Esta transmisión viva, llevada a cabo en el Espíritu Santo es llamada la Tradición en cuanto distinta de la Sagrada Escritura, aunque estrechamente ligada a ella. Por ella, "la Iglesia con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a todas las edades lo que es y lo que cree". "Las palabras de los Santos Padres atestiguan la presencia viva de esta Tradición, cuyas riquezas van pasando a loa práctica y a la vida de la Iglesia que cree y ora". Así, la comunicación que el Padre ha hecho de sí mismo por su Verbo en el Espíritu Santo sigue presente y activa en la Iglesia: "Dios, que habló en otros tiempos, sigue conversando siempre con la Esposa de su Hijo amado; así el Espíritu Santo, por quien la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia, y por ella en el mundo entero, va introduciendo a los fieles en la verdad plena y hace que habite en ellos intensamente la palabra de Cristo".

III.

LA RELACIÓN ENTRE LA TRADICIÓN Y LA SAGRADA ESCRITURA

La Tradición y la Sagrada Escritura "están íntimamente unidas y compenetradas. Porque surgiendo ambas de la misma fuente, se funden en cierto modo y tienden a un mismo fin". Una y otra hacen presente y fecundo en la Iglesia el misterio de Cristo que ha prometido estar con los suyos "para siempre hasta el fin del mundo" (Mt 28,20). "La Sagrada Escritura es la palabra de Dios, en cuanto escrita por inspiración del Espíritu Santo". "La Tradición recibe la palabra de Dios, encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los apóstoles, y la transmite íntegra a los sucesores; para que ellos, iluminados por el Espíritu de la verdad, la conserven, la expongan y la difundan fielmente en su predicación" De ahí resulta que la Iglesia, a la cual está confiada la transmisión y la interpretación de la Revelación "no saca exclusivamente de la Escritura la certeza de todo lo revelado. Y así se han de recibir y respetar con el mismo espíritu de devoción".

3.1.

LA REVELACION ATRAVES DE LA SAGRADA ESCRITURA

3.1.1.CRISTO, PALABRA ÚNICA DE LA SAGRADA ESCRITURA En la condescendencia de su bondad, Dios, para revelarse a los hombres, les habla en palabras humanas: "La palabra de Dios, expresada en lenguas humanas, se hace semejante al lenguaje humano, como la Palabra del eterno Padre asumiendo nuestra débil condición humana, se hizo semejante a los hombres ". A través de todas las palabras de la Sagrada Escritura, Dios dice sólo una palabra, su Verbo único, en quien él se dice en plenitud (Hb 1,1-3): Recordad que es una misma Palabra de Dios la que se extiende en todas las escrituras, que es un mismo Verbo que resuena en la boca de todos los escritores

sagrados, el que, siendo al comienzo Dios junto a Dios, no necesita sílabas porque no está sometido al tiempo5. Por esta razón, la Iglesia ha venerado siempre las divinas Escrituras como venera también el Cuerpo del Señor. No cesa de presentar a los fieles el Pan de vida que se distribuye en la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo. En la Sagrada Escritura, la Iglesia encuentra sin cesar su alimento y su fuerza, porque en ella, no recibe solamente una palabra humana, sino lo que es realmente: la Palabra de Dios (1 Ts 2,13). En los libros sagrados, el Padre que está en el cielo sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos. 3.1.2.INSPIRACIÓN Y VERDAD DE LA SAGRADA ESCRITURA Dios es el autor de la Sagrada Escritura. Las verdades reveladas por Dios, que se contienen y manifiestan en la Sagrada Escritura, se consignaron por inspiración del Espíritu Santo. La santa Madre Iglesia, fiel a la base de los apóstoles, reconoce que todos los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, con todas sus partes, son sagrados y canónicos, en cuanto que, escritos por inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor, y como tales han sido confiados a la Iglesia. Dios ha inspirado a los autores humanos de los libros sagrados. En la composición de los libros sagrados, Dios se valió de hombres elegidos, que usaban de todas sus facultades y talentos; de este modo obrando Dios en ellos y por ellos, como verdaderos autores, pusieron por escrito todo y sólo lo que Dios quería. Los libros inspirados enseñan la verdad. Como todo lo que afirman los hagiógrafos, o autores inspirados, lo afirma el Espíritu Santo, se sigue que los libros sagrados enseñan sólidamente, fielmente y sin error la verdad que Dios hizo consignar en dichos libros para salvación nuestra.

5

S. Agustín, Psal. 103,4,1

Sin embargo, la fe cristiana no es una "religión del Libro". El cristianismo es la religión de la "Palabra" de Dios, "no de un verbo escrito y mudo, sino del Verbo encarnado y vivo"6. Para que las Escrituras no queden en letra muerta, es preciso que Cristo, Palabra eterna del Dios vivo, por el Espíritu Santo, nos abra el espíritu a la inteligencia de las mismas (Lc 24,45).

6

S. Bernardo, hom. miss. 4,11

IV. 

CONCLUSIONES

Por amor, Dios se ha revelado y se ha entregado al hombre. De este modo da una respuesta definitiva y sobreabundante a las cuestiones que el hombre se plantea sobre el sentido y la finalidad de su vida.



Dios se ha revelado al hombre comunicándole gradualmente su propio Misterio mediante obras y palabras.



Dios selló con Noé una alianza eterna entre Él y todos los seres vivientes. Esta alianza durará tanto como dure el mundo.



Dios eligió a Abraham y selló una alianza con él y su descendencia. De él formó a su pueblo, al que reveló su ley por medio de Moisés. Lo preparó por los profetas para acoger la salvación destinada a toda la humanidad.



Dios se ha revelado plenamente enviando a su propio Hijo, en quien ha establecido su alianza para siempre. El Hijo es la Palabra definitiva del Padre, de manera que no habrá ya otra Revelación después de Él.



Cristo confió a los apóstoles, estos lo transmitieron por su predicación y por escrito, bajo la inspiración del Espíritu Santo, a todas las generaciones hasta el retorno glorioso de Cristo.



La Tradición y la Sagrada Escritura constituyen el depósito sagrado de la palabra de Dios, en el cual, como en un espejo, la Iglesia peregrinante contempla a Dios, fuente de todas sus riquezas.



Toda la Escritura divina es un libro y este libro es Cristo, porque toda la Escritura divina habla de Cristo, y toda la Escritura divina se cumple en Cristo.



La sagrada Escritura contiene la palabra de Dios y, en cuanto inspirada, es realmente palabra de Dios.



Dios es el Autor de la Sagrada Escritura porque inspira a sus autores humanos: actúa en ellos y por ellos. Da así la seguridad de que sus escritos enseñan sin error la verdad salvífica.

V. 

BIBLIOGRAFÍA Souto Coelho, J. La Doctrina Social De La Iglesia, Fundamento Y Estímulo De Nuestra Acción. Edit. Manos Unidas. 2010



CONSEJO PONTIFICIO “JUSTICIA Y PAZ”: Compendio de la Doctrina social de la Iglesia. Biblioteca de Autores Cristianos y Editorial Planeta. Madrid, 2005.



Catecismo de la Iglesia Católica (CIC), 1992.



Orientaciones para el estudio y la enseñanza de la Doctrina Social de la Iglesia. Orientaciones, 1989.



http://www.sepapbcn.org/archivos/VOL2CAT01.pdf



https://www.google.com.pe/#q=dios+al+encuentro+del+hombre



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