The Scarlet Letter

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SALEM, MI CIUDAD, es un lugar tranquilo, y no llegan demasiados barcos al puerto, aunque en el último siglo, antes de la guerra con Bretaña, el puerto con frecuencia estaba lleno. Ahora los barcos van costa abajo al gran puerto de Boston o New Cork, y la hierba crece en las calles alrededor de los viejos edificios del puerto en Salem. Durante unos años, cuando era un joven hombre, trabajé en las oficinas del puerto de Salem. La mayoría del tiempo, había poco trabajo que hacer, y un día en 1849 miraba a través de una vieja caja de madera en una de las salas sin uso y polvorientas del edificio. Estaba llena de papeles de los olvidados y grandes barcos, pero entonces algo rojo captó mi atención. Lo saqué y vi que era un pedazo de material rojo, en el sobre de una carta de unos 10 centímetros de largo. Era una letra mayúscula. Era una maravillosa pieza de trabajo manual, con moldes de hilo de oro alrededor de la letra, pero el material estaba ahora desgastado y delgado con el paso del tiempo. Era una cosa extraña de buscar. ¿Qué podría significar? ¿Sería parte de un vestido largo de moda de una señora de hace años? Tal vez una señal para mostrar que quien lo llevaba puesto era una persona famosa, o alguien de buena familia o de gran importancia? Lo cogí con mis manos, deseoso, y me parecía que la letra escarlata tenía un significado profundo, que no podía entender. Entonces me puse la letra sobre mi pecho y – no debes dudar de mis palabras – experimente de extraño sentimiento de calor. De repente la letra pareció no ser de un material rojo, excepto de un metal rojo caliente. Yo temblé, y dejé la letra caer sobre el suelo. Después vi que había un viejo paquete de periódicos junto al lugar de la letra en la caja. Abrí el paquete con cuidado y empecé a leer. Había bastantes periódicos, explicando la historia de la letra escarlata, y contenían muchos detalles de la vida y las experiencias de una mujer llamada Hester Prynne. Habia muerto hacía tiempo, en algún momento de los 1690, pero mucha gente en el estado de Massachussets de esa época sabían su nombre y su historia. Y esta es la historia de Hester Prynne que te cuento ahora. Es una historia de los primeros años de Boston, después de que la Ciudad de los Padres hubieran construido con sus propias manos los primeros edificios de madera – las casas, las iglesias… y la cárcel.

1. LA VERGÜENZA DE HESTER PRYNNE Esa mañana de junio, a mediados de los años del siglo 17, la cárcel en Boston era todavía un edificio nuevo. Pero ya parecía viejo, y era un lugar oscuro y feo, rodeado de hierba salvaje. La única belleza era un rosal salvaje que crecía junto a la puerta, y su luminosidad, dulce olor de las flores parecían sonreír amablemente a los pobres prisioneros que entraban en el lugar, y a esos que salían para morir. Una multitud de personas esperaban en la cerca de la cárcel. Todos los hombres tenían barba, y vestían ropa de tristes colores y grandes sombreros grises. También había mujeres, en la multitud, y todos los ojos observaban la pesada puerta de madera de la prisión. No había perdón en sus caras, y las mujeres parecían tener un especial interés en lo que iba a pasar. Eran mujeres del campo, y el brillante sol de la mañana daba sobre los fuertes hombros y las anchas faldas, y alrededor de las rojas caras. Muchos de ellos habían nacido en Inglaterra, y habían cruzado el mar 20 años antes, con las primeras familias que vinieron para construir la ciudad de Boston en Nueva Inglaterra. Trajeron las costumbres y la religión de la vieja Inglaterra con ellos – y también las fuertes voces y fuertes opiniones de las mujeres inglesas de esa época. “Sería mejor,” dijo una mujer de gesto duro de unos 50, “si nosotras mujeres buenas, sensibles y de la iglesia pudiéramos juzgar a esta Hester Prynne. Y ¿Le daríamos el mismo castigo débil que los magistrados le dan?” “La gente dice,” dijo otra mujer, “que Mr Dimmesdale, su sacerdote, está profundamente triste por la vergüenza que esta mujer ha traído a su iglesia.” “Los magistrados son demasiado misericordiosos,” dijo una 3ª mujer. “Deberían grabar con fuego la letra en su frente con un hierro caliente, y no ponerla delante de su vestido.” “Debería morir,” gritó otra mujer. “Ella ha traído la vergüenza a todos nosotros. Aquí viene.” La puerta de la cárcel se abrió y, como una sombra negra salió a la luz del sol, el oficial de la cárcel apareció. Él puso su mano derecha en el hombro de una mujer y tiró de ella hacia atrás, pero ella lo empujó y anduvo hacia el aire libre. Había un chico en sus brazos – un bebé de 3 meses – que cerró sus ojos y apartó su cara del sol brillante.

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La cara de la mujer de repente se sonrojó bajo las miradas de la multitud, pero sonrió prudentemente y miró alrededor a sus vecinos y la gente de su ciudad. Sobre la delantera de su vestido, en una tela fina roja y rodeada con un dibujo de hilo de oro, estaba la letra A. La joven mujer era alta y delgada. Tenía el pelo largo y negro que brillaba con la luz del sol, y una bonita cara con unos profundos ojos negros. Andaba como una señora, y aquellos que creían que aparecería triste y avergonzada se sorprendieron de cómo su belleza brillaba sobre su desgracia. Pero lo que todo el mundo miraba era la letra escarlata, cosida tan fantásticamente en su vestido. “Ella es muy buena con la costura,” dijo una de las mujeres. “Pero que manera de mostrarlo. Es una miserable para llevar esa letra como castigo, no como algo por lo que estar orgullosa.” El oficial dio un paso hacia atrás y la gente se movió hacia atrás para permitirle a la mujer caminar a través de la multitud. No estaba lejos el mercado de la cárcel, donde, al final del oeste, en frente de la primera iglesia de Boston, estaba el patíbulo. Aquí, los criminales encontraban su muerte delante de que los ojos de la gente de la ciudad, pero la plataforma del patíbulo también se usaba como lugar de la vergüenza, donde esos que habían hecho algo mal frente a los ojos de Dios, se les hacía quedarse de pie y mostrar sus caras avergonzadas al mundo. Hester Prynne aceptó su castigo valientemente. Ella subió las escaleras de madera hasta la plataforma, y volvió la cara hacia la mirada de la multitud. Miles de ojos se fijaron en ella, mirando la letra escarlata de su pecho. La gente hoy tal vez se rían de una mirada así, pero en aquellos primeros años de New England, los sentimientos religiosos eran muy fuertes, y la vergüenza del pecado de Hester Prynne fue sentida profundamente por jóvenes y viejos de toda la ciudad. Mientras que ella estaba allí, sintiendo todas las miradas sobre ella, ella sentía que quería gritar y lanzarse desde la plataforma, o lo que es más volverse loca. Imágenes del pasado iban y venían dentro de su cabeza: imágenes de su ciudad en la Vieja Inglaterra, de sus padres muertos – la cara de su padre con su blanca barba, la mirada de su madre por amor. Y su propia cara – la cara de una chica en un oscuro espejo donde a menudo se había mirado. Y entonces la cara de un hombre mayor, delgado, de cara pálida, con la seria mirada de quienes pasan la mayoría del tiempo estudiando libros. Un hombre cuyos ojos parecían ver dentro del alma del humano cuando su propietario quisiera, y cuyo hombro izquierdo era un poco más alto que su derecho. Después venían imágenes de las altas casas grises y grandes iglesias de la ciudad de Ámsterdam, donde una nueva vida había empezado para ella con su hombre mayor. Y entonces, de repente, estaba de vuelta en la plaza del mercado, de pie en la plataforma del patíbulo. ¿Podría ser verdad? Ella tenía en brazos al niño pegado a su pecho y gritaba. Ella miró la letra escarlata, la tocó con su dedo para asegurarse de que el niño y la vergüenza eran reales. Sí – estas cosas eran reales – todo lo demás había desaparecido. Después de un rato la mujer se dio cuenta de dos figuras en la cabecera de la multitud. Un indio estaba allí, y junto a él un hombre blanco, bajo y de mirada inteligente, y con ropa que mostraban que había estaba viajando por lugares salvajes. Y aunque se había arreglado su ropa para esconderlo, era claro para Hester Prynne que uno de los hombros del hombre era más alto que el otro. De nuevo, ella estrujó al niño contra su pecho tan violentamente que él gritó de dolor. Pero la madre pareció no oirlo. El hombre de la cabecera de la multitud había estado observando de cerca a Hester Prynner durante un rato antes de que ella lo viera. Al principio, su cara había sido oscura y enfadada – pero sólo por un momento, después se calmó de nuevo. Pronto él vio a Hester observando, y supo que ella lo había reconocido. “Perdone,” le dijo él a un hombre cerca de él. “¿Quién es esa mujer, y por qué está ahí en el patíbulo público?” “Debes ser un extranjero aquí, amigo,” dijo el hombre, mirando al que preguntaba y su compañía indio, “ o sabrías de la malvada señorita Prynne. Ella ha traído una gran vergüenza sobre la iglesia de Mr Dimmesdale.” “Es verdad,” dijo el extranjero. “Soy nuevo aquí. He tenido muchos accidentes en tierra y en el mar, y nunca he sido un prisionero de los hombres salvajes del sur. Este indio me ha ayudado a conseguir la libertad. Por favor cuéntame qué trajo a Hester Prynne al patíbulo.” “Era la esposa de un hombre inglés que vivía en Ámsterdam,” dijo el ciudadano. “Él decidió venir a Massachussets, y mandó primero a su mujer mientras que él tenía problemas Centro de Estudios GARVAYO

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en los negocios que tenía que resolver antes de poder irse. Durante los 2 años que la mujer ha vivido aquí en Boston, no ha habido noticias de Master Prynne; y su joven esposa, ya ves…” “Ah, ya entiendo,” dijo el extranjero, con una fría sonrisa. “¿Y quién es el padre del niño que tiene en brazos?” “Eso es aún un misterio,” dijo el otro hombre. “Hester Prynne se niega a decir su nombre.” “Su marido debería venir y encontrar al hombre,” dijo el extranjero, con otra sonrisa. “Sí, él debería hacerlo si estuviera vivo,” contestó el ciudadano. “Nuestros magistrados, ya ves, decidieron ser compasivos. Ella es obviamente culpable de adulterio, y el castigo común de adulterio es la muerte. Pero la señorita Prynne es joven y guapa, y su marido probablemente esté en el fondo del mar. Así que, en su compasión, los magistrados le han ordenado quedarse de pie en el patíbulo durante 3 horas, y llevar la letra escarlata A de adulterio para el resto de su vida.” “Un castigo sensible,” dijo el extranjero. “Ello advertirá a otras contra este pecado. Sin embargo, está mal que el padre de su hijo, que también está en pecado, no esté de pie a su lado en el patíbulo. Pero se le conocerá. Se le conocerá.” El extranjero le agradeció al ciudadano, susurrándole unas cuantas palabras a su acompañante indio, y después se fueron a través de la multitud. Durante esta conversación, Hester Prynne había estado observando al extranjero – y estaba agradecida de tener la observación de la multitud entre ella y él. Era mejor estar así, que tener que reunirse con él a solas, ella temía el momento de ese encuentro bastante. Perdida en estos pensamientos, al principio no oyó la voz detrás de ella. “Escúchame, Hester Prynne,” dijo la voz otra vez. Era la voz del famoso John Wilson, el sacerdote más viejo de Boston, y un hombre amable. Él estuvo con los otros sacerdotes y oficiales de la ciudad en un balcón fuera de la casa de acogida, que estaba bastante cerca del patíbulo. “Le he pedido a mi joven amigo,” – Mr Wilson puso una mano en el hombro del joven y pálido cura junto a él – que te pregunte una vez más el nombre del hombre que trajo sobre ti esta terrible vergüenza. Mr Dimmesdale ha sido tu sarcerdote, y es el mejor hombre para hacerlo. Cuéntale a la mujer, Mr Dimmesdale. Es importante para su alma, y para ti, que cuidas de su alma. Persuádela para que cuente la verdad.” El joven cura tenía unos grandes y tristes ojos marrones, y unos labios que temblaban cuando hablaba. Parecía tímido y sensible, y su cara tenía una expresión de temor y medio asustado. Pero cuando hablaba, sus simples palabras y dulce voz iban derechas a los corazones de las personas y con frecuencia traía lágrimas a sus ojos. Dio un paso hacia delante en el balcón y miró hacia abajo a la mujer debajo de él. “Hester Prynne,” dijo él, “si crees que esto te traerá paz a tu alma, y te acercará más al camino hacia el cielo, di el nombre del hombre. No te calles porque lo sientas por él. Créeme, Hester, aunque él tenga que bajar desde un lugar alto y quedarse junto a ti en la plataforma del patíbulo, es mejor hacer eso que esconder a un corazón culpable durante toda su vida. El Cielo te ha seguido a una vergüenza pública, y la oportunidad de ganar una batalla abierta con el demonio dentro tuya y la tristeza exterior. ¿Rechazas darle a él la misma oportunidad – que él deba tener demasiado miedo a llevárselo?” Hester agitó su cabeza, su cara estaba ahora tan pálida como la del joven sacerdote. “No diré su nombre,” dijo ella. “Mi niña debe encontrar un padre en el cielo. Ella nunca conocerá a uno en la tierra.” Otra vez se le pidió, y otra vez rechazó. Entonces el sacerdote mayor la habló a la multitud sobre el demonio en el mundo, y sobre el pecado que conllevó la marca de la letra escarlata. Durante una hora o más habló, pero Hester Prynne se mantuvo en su sitio en la plataforma de la vergüenza. Cuando las horas del castigo hubieron acabado, fue llevada de vuelta a la cárcel. Y se susurró por aquellos que habían estado observándola que la letra escarlata lanzó una luz terrible y tenebrosa hacia la oscuridad dentro de las puertas de la prisión.

2. EL SECRETO DE ROGER CHILLINGWORTH

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De vuelta dentro de la cárcel, Hester Prynne se puso extrañamente miedosa y nerviosa. El oficial de la prisión, Master Brackett, la observó cuidadosamente, temeroso de que ella hiciera algo violento, o a ella misma o a la niña. Durante la noche, incapaz de tranquilizarla, y preocupado por la niña que lloraba sin parar, Brackett decidió traerle a un médico. Se lo describió a Hester como alguien que había aprendido mucho sobre medicina natural de los indios. Pero el hombre que siguió a Brackett dentro de la prisión era el hombre que Hester había visto en un lado de la multitud antes, el hombre que ella había observado con miedo. Su nombre, el que le dijo a ella, era Roger Chillingworth. Brackett trajo al hombre dentro, y se quedó observando sorprendido a Helen tan inmóvil como la muerte. La niña, sin embargo, continuaba llorando. “Por favor, déjanos a solas,” dijo Chilligworth al oficial de la cárcel, “y pronto tendrás paz en tu casa.” Él había entrado en la sala calmadamente, llevando una pequeña bolsa, y permaneció calmado después de que Brackett les hubiera dejado. Primero fue hacia la niña y la observó con cuidado. Entonces él abrió su bolsa, sacó algunos polvos, y los puso en una taza con agua. “Aquí, mujer,” dijo él. “La niña es tuya, no mía. Dale esto.” Hester no se movió, y cuando ella habló, su voz era un susurro. “No le des tu venganza a una inocente niña.” “Tonta mujer,” contestó él, medio frío medio amable. “Si esta pobre y desgraciada bebé fuera mía – mía lo mismo que tuya – le daría la misma medicina.” Hester se quedó indecisa, así que él cogió a la niña y le dio la medicina él mismo. Casi de inmediato se calló, y después de un momento cayó dormida tranquilamente. Chillingworth preparó otra bebida de medicina y le dio la taza a Hester. “Bébetelo,” dijo él. “Puede que no calme tu problemática alma, pero tal vez te calme.” Ella la cogió suavemente, pero sus ojos estaban llenos de dudas sobre las razones para ayudarla. Después miró a su hija dormida. “He pensado en la muerte,” dijo ella. “La he deseado, e incluso la he pedido, pero si la muerte está en la taza, entonces te pregunto para pensarlo antes de beberla.” “No necesitas tener miedo,” contestó él tranquilamente. “Si quisiera venganza, entonces ¿qué más podría pedir que dejarte vivir – y sufrir, bajo la sombra de esta vergüenza?” Mientras que hablaba, puso su dedo en la letra escarlata, que de repente pareció arder sobre el pecho de Hester. Ella se bebió la medicina rápidamente, después se sentó en la cama donde estaba durmiendo la niña. Observó, temblando cuando el hombre al que había mal interpretado cogió una silla y se sentó junto a ella. “Hester,” dijo él, “has sido débil, pero yo he sido estúpido. Mírame, soy viejo y feo. Fui feo desde el momento que nací. ¿Pero tú? Eras joven y guapa, llena de vida. ¿Cómo podría haberme imaginado, el día que me casé contigo, que jamás me querrías? ¿Cómo podría un hombre de los libros y de la enseñanza ser tan estúpido?” “Nunca sentí o pretendí ningún amor por ti,” dijo Hester. “Verdad,” contestó él. “Pero yo esperaba hacer que me quisieras.” “Te he juzgado equivocadamente,” susurró Hester. “Nos hemos juzgado mal el uno al otro,” dijo él. “No estoy buscando revancha, Hester. Desearía no hacerte daño. Pero hay un hombre con vida que nos ha juzgado mal a los dos. ¿Quién es?” “No me preguntes a mí,” gritó ella, mirándolo directamente. “Nunca sabrás su nombre.” Su sonrisa era oscura y segura. “Créeme, Hester,” dijo él, “lo conoceré. Aunque no lleve una letra de la vergüenza en su ropa, como tú, lo leeré en su corazón. Lo veré en sus ojos. Lo observaré temblando, y sentiré temblar con él. Pero no tengas miedo, no le haré daño, o dañar su posición en la ciudad si es un hombre importante aquí. No debo informar a la ley. No, dejarlo vivir. Dejarlo fingir ser un hombre honesto. El cielo lo castigará por mí. Pero lo conoceré.” “Dices que no le harás daño,” dijo Hester, confundida y miedosa, “pero tus palabras me asustan.” “Te pido una cosa – tú que eras mi esposa,” dijo él. “Has mantenido tu amor en secreto, ahora mantén el mio. No le digas a nadie que alguna vez me llamaste marido. Nadie en esta tierra me conoce. Pero aquí, en esta salvaje edad de la tierra, me quedare, porque tú y tu, Hester Prynne, me pertenecéis. Amor u odio, correcto o equivocado, mi casa está donde tú estás y donde está él. Pero guarda mi secreto.” Centro de Estudios GARVAYO

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“¿Por qué quieres eso?” dijo Hester, de repente asustada por el acuerdo secreto, aunque no sabía por qué. “¿Por qué no decir abiertamente quien eres, y dejarme de una vez?” “Tal vez porque no quiero oir a la gente hablar sobre su marido que pierde a su mujer por otro hombre,” dijo él. “Dejémosles pensar que tu marido ya está muerto. Finge no conocerme. No le cuentes nuestro secreto a nadie, y al que menos de todos, a tu amante. No falles en esto, Hester. Recuerda, su buen nombre, su posición, su vida estará en mis manos.” “Guardaré tu secreto, como he mantenido el suyo,” dijo Hester. “Y ahora, señorita Prynne, “ dijo el hombre llamado Roger Chillingworth, “Te dejaré a solas con tu hija y la letra escarlata,” él sonrió, tranquilo. Hester se quedó mirándolo fijamente, miedosa de la expresión de sus ojos. “¿Por qué me sonríes?” preguntó ella. “¿Me has atado a un compromiso que destruirá mi alma?” “No tu alma,” contestó, con otra sonrisa. “No, no la tuya.”

3. UNA NIÑA HUÉRFANA DE PADRE El periodo de Hester Prynne en la cárcel llegaba a su final, pero ella no se movió de la ciudad. El padre de su hija vivía aquí, y aquí se quedaría ella; aunque ella guardaba este pensamiento de culpable escondida en su corazón. La razón que ella misma se daba para quedarse era esta: “Yo pequé aquí, y sufriré mi castigo terrenal aquí.” Había un pequeño cortijo justo a las afueras de la ciudad, mirando hacia el mar cerca de las colinas de bosque del oeste, y Hester y su hija fueron a vivir a esta solitaria pequeña casa. Ellas no tenían amigos, pero Hester pronto encontró que podía ganar suficiente dinero para comprar comida y ropa para ella y su hija. Era buena con la aguja, y la letra escarlata que llevaba en su pecho era un claro ejemplo de su trabajo que todo el mundo podía ver. Pronto, la bonita costura de Hester, con sus dibujos en hilo dorado y plateado, se pusieron de moda entre los ricos y la gente importante de la ciudad. Su trabajo de costura se veía en las camisas del Gobernador, en los finos vestidos de las señoras, en los abrigos de los pequeños bebés y sombreros, y en los trajes de enterramiento de los muertos. Hester tenía empleo tantas horas como ella quisiera trabajar. Solía cualquier momento que le quedaba para hacer ropa para la gente pobre de la ciudad, aunque no se lo agradecían. Y en efecto, no encontraba amabilidad por ningún sitio. Los puritanos de esa época eran jueces duros, y una mujer que hubiese pecado como Hester había pecado era siempre una ajena. Cada palabra, cada mirada, cada frialdad, acusando silencio le recordaban su vergüenza y la solitaria miseria de su vida. Incluso los niños corrían detrás de ella, gritando horribles palabras. Ella vivía muy sencilla. Sus propios vestidos eran de ropa oscura y tristes colores, con la letra escarlata brillando en su pecho. La ropa de su niña eran lo contrario – de tejidos de colores ricos y profundos, con bonitos dibujos cosidos en hilo dorado. El nombre de su hija era Pearl. Era una niña bonita, pero una niña de muchos humores – una minuto feliz, luminosa y amorosa, al minuto siguiente oscura y enfadada. Una niña del pecado, no tenía derecho a jugar con los niños de las buenas familias y, como su madre, ella estaba ajena. De una forma extraña Pearl parecía entender esto, y con frecuencia gritaba y le tiraba piedras a los otros niños. A Hester le preocupaba la locura de su hija e intentaba con fuerza corregirla, pero sin mucho éxito. Algunas veces, sus únicas horas de paz y tranquilidad eran cuando Pearl estaba durmiendo. Un día, cuando Pearl tenía 3 años, Hester fue a la casa del Gobernador Bellingham. Llevaba una fina camisa que ella había bordado, pero también quería hablar con el gobernador en persona. Ella había oído que muchos Puritanos de la ciudad querían quitarle a Pearl. Decían que esto sería mejor para la niña educarse en una casa más cristiana que la de Hester Prynne. Así que era una preocupada Hester la que iba a la casa del gobernador esa mañana. Ella había vestido a su hija con un bonito vestido rojo, añadiendo belleza a la natural de la niña, y mientras Pearl bailaba junto a su madre, tuvo un extraño efecto. El niña del vestido rojo parecía la letra escarlata en otro tamaño; la letra escarlata con vida y movimiento. La puerta de la casa del gobernador fue abierta por un sirviente. “¿Está el gobernador?” preguntó Hester. “Sí,” contestó el sirviente. “Pero hay gente con él en este momento. No puede verlo ahora.” “Esperaré,” dijo Hester, y pasó a la entrada. Centro de Estudios GARVAYO

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La entrada era ancha con techo alto, y había fuertes sillas a lo largo de cada lado y una gran mesa en el centro. Al final de la entrada había una gran puerta de cristal, que daba al jardín. Hester podía ver rosales y manzanos, y Pearl inmediatamente empezó a llorar por una rosa roja. “Shh! Cállate, niña,” dijo su madre. “Mira, el gobernador viene por el camino del jardín, con 3 caballeros más.” El gobernador Bellingham, con su barba gris, pasaba por delante. Detrás de él venía John Wilson, el viejo cura, cuya barba era tan blanca como la nieve; y detrás de él estaba Arthur Dimesdale, con Roger Chillingworth. La salud del joven cura había sido mala desde hacia algún tiempo, y Roger Chillingworth, bien conocido en la ciudad por sus conocimientos de medicina, ambos eran ahora amigos y médico de él. El gobernador empujó la puerta para abrirla – y se encontró mirando a Pearl, mientras Hester se quedó en la sombra de una cortina medio escondida. “¿Qué tenemos aquí?” dijo el gobernador Bellingham, sorprendido al ver a la pequeña figura escarlata delante de él. “Sí, ¿Qué es este pequeño pájaro?” dijo el viejo Mr Wilson. “¿quién eres niña?” “Mi nombre es Pearl,” contestó la pequeña niña. “¿Pearl?” preguntó el viejo cura. “Pero ¿dónde está tu madre? Ah, la veo ahora.” Él se volvió al gobernador y susurró, “Esta es la niña de la que hablábamos, y mira, aquí está la infeliz mujer, Hester Prynne, su madre.” “¿Es eso verdad?” gritó el gobernador. “Ella viene en buen momento. Discutiremos el problema ahora.” Atravesó la puerta hacia la entrada, seguido por estos 3 invitados. “Hester Prynne, nos hemos estado haciendo muchas preguntas sobre ti, recientemente. ¿Eres la persona correcta para enseñarle a esta niña los caminos de Dios, y asegurarle un lugar en el cielo a su alma? Tú, una mujer que ha pecado. ¿No será mejor para ella si la apartamos de ti, y enseñarle las verdades del cielo y la tierra? ¿Qué puedes hacer tú por ella?” “Le puedo enseñar a mi pequeña Pearl lo que he aprendido de esto,” contestó Hester Prynne, poniendo su dedo en la letra escarlata. “Todos los días, me enseña una lección que le paso a mi niña. Ella será mejor y una persona más respetada que jamás lo fui yo.” Bellingham se volvió hacia el viejo cura. “Mr Wilson, mira lo que sabe la niña,” dijo él. El viejo cura se sentó en una de las pesadas sillas e intentó atraer a Pearl hacia él, pero ella escapó por la puerta abierta y se quedó en el escalón de fuera, mirando como un rico y coloreado pájaro listo para volar. “Pearl,” dijo Mr Wilson, con una mirada seria en su cara. “Escúchame niña. ¿Puedes decirme quién te hizo?” Ahora Pearl sabía la respuesta muy bien, porque Hester le había contado lo de Dios muchas veces, y le había explicado esas cosas que todos los niños deberían saber. Pero Pearl se puso los dedos en su boca y no hablaría. “Debes contestar bien a la pregunta de Dr Wilson,” dijo su madre. “Por favor, Pearl dile lo que sabes.” “Mi madre me recogió de un rosal salvaje que crece fuera en la puerta de la cárcel,” dijo Pearl Roger Chillingworth sonrió y le susurró algo en el oído al joven cura. “Esto es terrible,” gritó el gobernador. “La niña tiene 3 años, y no sabe quién la hizo. No creo, caballero, que necesitemos preguntarle nada más.” Hester tiró de Pearl hacia ella y le cogió la mano. “Dios dame la niña,” gritó ella. “Ella es mi felicidad, mi dolor. Tú debes llevártela. Primero moriré.” “Mi pobre mujer,” repitió Hester, su voz alta y miedosa. “No la dejaré irse,” Ella se volvió hacia Mr Dimmesdale. “Habla por mí,” gritó ella. “Tú eras mi sacerdote, y tú conoces mejor que yo a estos hombres. Sabes que estás en mi corazón, y que fuerte se siente una mujer cuando no tiene nada excepto su niña y la letra escarlata.” El joven sacerdote dio un paso hacia delante, su cara blanca y nerviosa, y con dolor en sus grandes ojos oscuros. “Hay verdad en lo que ella dice,” empezó él. Su voz era dulce y amable, pero parecía sonar a través de la pared como una campana. “Dios le dio la niña, ¿y no es parte y cuenta de Dios por esta pobre, mujer pecadora? Con la niña a su lado, todos los días, se le recordará su gran pecado, su vergüenza, y el dolor y la tristeza de ella ¿siempre estará con ella. Pero Dios le ha dado a ella un trabajo que hacer, que mantendrá su alma viva y la salvará de pecar más. Ella debe querer y cuidar a la niña, y enseñarle los caminos de Dios, conocer bien al demonio, lo correcto e incorrecto. Y con el gran agradecimiento de Dios, si lleva a la niña al cielo, entonces la niña también traerá a la madre allí. No, no, deberíamos dejar a la madre y la niña juntas, y dejemos a los deseos de Dios que haga su trabajo salvando el alma de su madre.” Centro de Estudios GARVAYO

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“Hablas, mi amigo, con una extraña pasión,” dijo el viejo Roger Chillingworth, sonriéndole. “Y mi joven amigo habla sabiamente,” dijo Mr Wilson. “¿Qué piensa, Gobernador? ¿Habla bien para la pobre mujer?” “Sí”, contestó el gobernador Bellingham. “Él argumenta sensibilidad, y así dejaremos las cosas como están. Master Dimmesdale, deberías ser responsable para asegurarte que la niña reciba la correcta enseñanza, y que ella vaya al colegio cuando tenga la edad suficiente para hacerlo.” El joven cura se puso de pie al lado del grupo, su cara medio escondida por la pesada cortina de la ventana. Pearl, esa pequeña juguetona y salvaje cosa, se movía suavemente hacia él, cogió su mano, y la puso gentilmente contra su pecho. Su madre observaba sorprendida. “¿Es esta mi Pearl?” pensó ella, aunque ella sabía que había amor en el corazón de la niña. Y Mr Dimmesdale miró alrededor, puso una mano en la cabeza de Pearl, vaciló durante un momento, después la besó en la frente. Pequeña Pearl se rió y medio corriendo, medio bailando corriendo colina abajo. “Una niña extraña,” dijo el viejo Roger Chillingworth. “Es fácil ver que es hija de su madre. Pero ¿podría un hombre listo adivinar, por la naturaleza de la niña y de la forma en que se comporta, el nombre de su padre?” “Es mejor rezar por una contestación a esa pregunta, que intentar adivinarlo,” dijo Mr Wilson. “Mejor aún dejarlo como un misterio, para que así todo hombre bondadoso y bueno pueda enseñarle la amabilidad de un padre por una pobre niña sin padre.” Hester Prynne y su hija dejaron entonces la casa. Cuando bajaban las escaleras, se abrió una ventana y apareció una cabeza. Era la hermana del gobernador Bellingham, Mistress Hibbins, gritando para invitar a Hester a una fiesta con el Demonio esa noche en el bosque. Alguna gente decía que Mistress Hibbins estaba algo más que loca; otros decían que verdaderamente era amiga del demonio. Loca, amiga del demonio, o todo, nadie lo sabe, pero unos años más tarde fue juzgada por ser bruja y asesinada en el patíbulo. “No, gracias,” le contestó Hester, con una sonrisa. “Si ellos alguna vez apartaran a Pearl de mi lado, iría contigo y pondría mi nombre en el libro del diablo, incluso con sangre. Pero la pequeña Pearl aún está conmigo, así que debo estar en casa y cuidar de ella.”

4. UN HOMBRE ENVIADO POR EL DIABLO Durante 3 años el hombre llamado Roger Chillingworth se había hecho su casa en la ciudad. Solo Hester Prynne sabía el secreto de su vida pasada, que él había dejado atrás, pero él mantenía cerrado al silencio de ella y se sentía bastante a salvo. Sus planes habían cambiado. Había noticias, acuerdos más oscuros que hacer, cosas secretas que hacer con su tiempo. Había estudiado medicina y para otra gente sabía suficiente para aceptarlo y darle la bienvenida como médico. Los hombres de la medicina eran difíciles de encontrar en Nueva Inglaterra en esa época. Poco después de su llegada, se hizo amigo de Mr Dimmesdale, e hizo del joven hombre su guía religioso. Fue en esta época, sin embargo, cuando la salud del joven cura empezó a fallar. Crecía delgado y pálido, su voz, aunque aún era rica y dulce, ahora había tristeza y cansancio en ella. Y algunas veces, cuando se asustaba por algo, se ponía la mano sobre el corazón, y sus ojos se llenaban de dolor. El joven cura era bastante respetado en la ciudad, la gente pensaba que era un hombre desinteresado y profundamente religioso. A ellos les preocupaba que sus largas horas de estudio y duro trabajo por la iglesia estuvieran dañando su salud, así que se pusieron contentos cuando Roger Chillingworth se hizo amigo del joven hombre y también se ofreció a ser su médico. “Dios ha enviado a este hombre para ayudar a nuestro sacerdote,” decían. Pero Mr Dimmesdale no los escucharía a sus amigos, y caballerosamente alejaba todos sus consejos. “No necesito la medicina,” decía. Pero ¿cómo podría decir eso cuando cada semana su cara estaba cada vez más pálida y flaca; su voz temblaba más que antes, y poner sus manos sobre su corazón llegó a ser un hábito? ¿estaba cansado de su trabajo? ¿deseaba morir? Los sacerdotes mayores le hacían estas preguntas, y le recordaban que rechazar la ayuda médica – tal vez enviada por Dios – era pecado. Mr Dimmesdale escuchó en silencio, y finalmente prometió admitir los consejos del médico. “Aunque si Dios lo deseara,” decía, “ estaría feliz por dejar mi trabajo atrás, mis preocupaciones y mis pecados serían enterrados en mi tumba.” Centro de Estudios GARVAYO

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**** Así que así fue como el misterioso Roger Chi… llegó a ser el médico consejero de Mr Arthur Dimmesdale. Los dos hombres, uno joven y otro viejo, empezaron a pasar mucho tiempo juntos, paseando junto al mar o por el bosque, recogiendo a menudo plantas para usarlas para hacer medicinas. Chillingworth observaba y escuchaba a su paciente, haciendo preguntas con cuidado, ahondando cada vez más en los pensamientos y sentimientos del otro hombre. Hablaban sobre cosas públicas y privadas, sobre la salud y la religión; incluso de problemas personales. Pero sin secretos, sin embargo mucho más sospechaba Chillingworth que había uno, que jamás saldría entre sus discusiones. Después de un tiempo, a la sugerencia de Roger Chi… , los amigos de Mr Dimmesdale acordaron que los dos hombres vivieran en la misma casa. Creían que era el mejor acuerdo y el más sensible, al menos hasta que Mr Dimmesdale decidiera casarse con la joven y apropiada mujer. ( aunque por algunas razones, que ellos no entendían, el joven hombre rechaza incluso el pensar en el matrimonio). Ahora el buen médico podían mantener incluso más de cerca el observar la salud de su joven amigo. La casa estaba junto al cementerio de la ciudad, y Mr Dimmesdale tenía un piso en frente del edificio, donde podía pasar las mañanas soleadas y donde había muchas habitaciones para todos sus libros. En habitaciones al otro lado de la casa, Roger Chil… arreglaba sus papeles, y las cosas especiales necesarias para hacer medicinas. Sin embargo, no todas las personas de la ciudad estaban contentas. Mucha gente sospechaba que el misterioso doctor no era todo lo que pretendía ser. Un hombre viejo, que había venido de Londres hacía más de 30 años, estaba seguro de que Chillingworth había vivido en esa ciudad, usando otro nombre. Otros hablaban del cambio del hombre desde que él se había venido a vivir a la ciudad. Al principio, su expresión había sido calmada, a pesar de ser la cara de un hombre que había pasado su tiempo estudiando. Ahora, había algo feo, y demoníaco en su cara. Alguna gente incluso creía que Chillingworth había sido enviado por el demonio y estaba detrás del alma del joven sacerdote. Todo el mundo, sin embargo, era consciente de que Mr Dimmesdale sería el ganador de la batalla. Conforme pasaban los meses y los años, el cambio en Roger Chi… se hacía cada vez más grande. Él había empezado con la tranquilidad de un juez, deseando conocer solamente la verdad. Pero mientras que seguía, la necesidad de saber arden como la fiebre, y de ahondar en el alma del cura, como un hombre en busca de oro. Y pobre Mr Dimmesdale, enfermo del corazón, también asustado por llamar a cualquier hombre su amigo, ni podría reconocer al enemigo. Un dia, él estaba en la habitación de Chillingworth, mirando por la ventana el cementerio, mientras que el hombre mayor estaba arreglando algunas plantas que había recogido. “¿Dónde cogiste las plantas de hojas oscuras?” le preguntó el cura a Chillingworth. “Del campo del cementerio,” contestó el otro hombre. “las encontré creciendo en una tumba sin lápida, o algo que me dijera el nombre del hombre muerto. Tal vez esas oscuras plantas salieron de un corazón que escondiera un terrible secreto, uno que fuera enterrado con él.” “Tal vez el pobre hombre quería contarla, pero no pudo,” dijo Mr Dimmesdale. Estuvo en silencio por un momento, después siguió, “Dime, doctor, está mi salud algo mejor desde que empezaste a cuidar de este pobre, y debil cuerpo?” Antes de que Chillingworth pudiera contestar, escucharon el grito de un joven niño. El ruido venía del cementerio, y el cura miró fuera desde la ventana abierta y vio a Hester Prynne y la pequeña Pearl andando por le sendero. pearl parecía tan guapa como durante el día, pero se estaba comportando mal. Saltaba de tumba en tumba, bailando finalmente en una de las tumbas más grandes hasta que su madre la llamó. “Pearl, para ya. Compórtate,” gritó Hester Prynne. La niña se cayó, pero solamente para coger las flores violetas de una gran planta. Cogió un ramo, y amarradas sus tallos a la letra escarlata del vestido de su madre. Hester no se las quitó. Roger Chi… se había unido a Mr Dimmesdale en la ventana. “Esta chica no tiene respeto por los demás,” dijo, “ni idea de lo que es correcto o no. La vi el otro día tirándole agua al gobernador. ¿qué es, en nombre del cielo? ¿Una niña del demonio? ¿No tiene amabilidad?” “No lo sé,” contestó Mr Dimmesdale, tranquilamente. La niña probablemente oyó sus voces. Levantó la mirada, se rió, entonces tiró una de las flores violetas a Mr Dimmesdale. Y cuando el joven cura se echó hacia atrás con un pequeño grito, ella estuvo encantada y se rió incluso más fuerte. Centro de Estudios GARVAYO

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Hester Prynne también levantó la mirada en ese momento, y estas 4 personas empezaron a mirarse las unas a las otras en silencio hasta que la niña rió otra vez, y gritó: “Aléjate mamá, o este estúpido hombre de arriba te cogerá. Ya ha cogido al sacerdote. Pero no atrapará a la pequeña Pearl” Y empujó a la madre, y bailó entre las tumbas. “Ahí va una mujer,” dijo Roger Chi…, después de una pausa, “que no puede esconder su vergüenza. Está allí, para que todos la veamos. Pero ¿es Hester P. más o menos, pobre que la gente que mantiene su pecados escondidos?” “No tengo respuesta para ella,” dijo Mr Dimmesdale, de cara pálida. “Había una mirada de dolor en su cara que me hiere al verla, pero creo que debe ser mejor para los pecadores ser libres para enseñar su dolor, mientras que esta pobre mujer Hester lo hace, que cubrirlo en sus corazones.” Hubo otra pausa, después el doctor dijo, “me preguntaste hace un rato mi opinión sobre tu salud.” “sí,” dijo Mr Dimmesdale. “Habla libremente. No tengas miedo en decirme la verdad, si son malas o buenas noticias.” “Tu enfermedad es extraña,” dijo Chillingworth, volviendo a sus plantas. “la encuentro difícil de entender. Déjame preguntarte, como amigo lo mismo que como médico, ¿me lo has contado todo¿ ¿hay algo que no me hayas contado y que pueda ayudarme a encontrar la verdadera razón para tu enfermedad?” “¿Cómo puedes preguntar?” contestó el cura. “Sería estúpido llamar a un médico y después esconder la herida.” Roger Chi… miró duramente la cara del otro hombre. “Sí, pero la herida o el demonio que podemos ver es a menudo solamente la mitad del problema,” dijo él. “Algunas veces es la enfermedad del alma de un hombre que es la razón de su enfermo cuerpo. Y entonces, ¿cómo puede un doctor ayudar a su paciente a mejorar a menos que su paciente le cuente qué está ocurriendo en su alma?” “No, no a ti,” gritó Mr Dimmesdale, sus ojos de repente salvajes y brillantes. “Solamente Dios puede salvar a un hombre cuya enfermedad es una enfermedad del alma. Déjalo que haga conmigo lo que quiera. Pero ¿a quién vas a involucrar en tu propio problema? ¿quién eres tú para estar entre el sufridor y su Dios?” Y él salió corriendo de la habitación. Roger Chi… sonrió para sí mismo. “Nada está perdido. Seremos amigos de nuevo. Pero mira como su pasión lo mantiene. Él ha hecho algo salvaje antes, este angelical Mr Dimmesdale, con la pasión calurosa de su corazón.” No demasiado más tarde, como se esperaba, el joven sacerdote volvió y se disculpó. Él le pidió a su amigo que continuara cuidando de él, y el doctor estuvo de acuerdo en hacerlo. **** Unos cuantos días después de esto, Mr Dimmesdale se queda dormido en su silla, mientras que lee en su estudio. Más tarde, Roger Chi… entra en la habitación y ve que el otro hombre está durmiendo. Camina hacia delante, y tira de la camisa abierta del cura. Después de una pequeña pausa, él se vuelve, pero con que mirada tan salvaje de deseo y horror

5. UNA NOCHE EN EL PATÍBULO Después del descubrimiento, el plan de Roger Ch. cambió ligeramente. Aunque aparentaba calma y amabilidad, sin pasión, dentro de él una profunda, crueldad ardía despacio, un deseo endiablado para llevar a cabo una terrible venganza sobre su enemigo. La tristeza culpable del cura era un arma en sus agradecidas manos. Todos los días jugaba, como un gato con un ratón, con el miedo y la vergüenza escondidos en el alma del joven hombre. Pero por fuera, era un tranquilo amigo, amable y sonriente. Arthur Dimmesdale era capaz de sentir algo demoniaco observándolo, pero no sabía que era. Parecía dudoso y con Centro de Estudios GARVAYO

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miedo – a veces incluso con miedo – a la figura del viejo doctor; después él mismo se castigaría por estos pensamientos desagradables. Y todo este problema negro de su alma lo había hecho más famoso y popular que jamás pudiera ser un sacerdote. Para la gente en su iglesia, él parecía estar cerca de Dios, y un hombre lleno de amabilidad y entendedor del dolor y sufrimiento de los otros. Más de una vez, Mr Dimmesdale se preparó para hablarle a su gente sobre el secreto negro de su alma. Más de una vez se quedó delante de ellos en la iglesia, cogiendo una profunda respiración y les dijo… ¿qué? Él le dijo que era el peor de los pecadores, odioso, deshonesto, oscuro, y una cosa endiablada a la vista de Dios. Pero ¿lo entendían? No. Ellos escuchaban, y después se decian los unos a los otros lo afortunados que eran de tener un hombre así como sacerdote. Solamente un hombre fuerte y bueno, decían, podía hablar tan abiertamente sobre sus debilidades. Arthur D. no podía encontrar tranquilidad en su corazón. No podía dormir por la noche, pero se miraría fijamente en el espejo, horas y horas. A menudo, cuando se miraba, su propia cara era reemplazada por las caras acusadoras de los otros – amigos muertos de hace mucho tiempo, su padre con barba blanca, su madre. Y lo peor de todo, Hester Prynne, paseando con la pequeña Peral y señalando con su dedo primero a la letra escarlata de su pecho, y después al propio pecho del cura. Un sueño de una noche de verano, 7 años desde el momento en el que Hester se quedó ante la vergüenza pública en el patíbulo, el sacerdote se levantó de su silla. Una idea le había venido. “Debería haber un momento de tranquilidad,” se decía a si mismo, y suavemente bajaba las escaleras y entraba en la noche. Caminaba en silencio a través de las oscuras calles al lugar de las 1ª horas de vergüenza pública de Hester Prynne – el patíbulo. El sacerdote subía los escalones a la plataforma. Era media noche, y la noche dormía. Las nubes cubrían el cielo, y Mr Dimmesdale podía estar allí hasta por la mañana sin miedo al descubrimiento. ¿Por qué, entonces, estaba él allí? ¿Qué le había hecho venir? ¿Culpable? ¿Vergüenza? No lo sabía. Pero un sentimiento de gran horror le atravesó el cuerpo, y dio un terrible grito, que ovacionaba a través de la noche, de una casa a otra y a las colinas de la ciudad. “Está hecho,” susurró el sacerdote, cubriendo su cara con sus manos. “Toda la ciudad se despertará y me encontrará aquí.” Pero la gente de la ciudad no se despertó, o si lo hicieron, imaginaron que el grito era algo que venía de sus sueños. Cuando él no oyó el sonido de pies corriendo hacia él, el joven sacerdote descubrió sus ojos y miró alrededor. En una ventana en casa del gobernador, que no estaba muy lejos, vio al gobernador, con su camisola blanca de noche, con una luz en su mano. “Parece un fantasma,” pensó Mr Dimmesdale. Y después de un momento, la luz desapareció de la ventana. El sacerdote se calmó. Entonces se dio cuenta de otra luz, que venía hacia él por la calle. Mientras se acercaba, vio que la persona que la llevaba era el viejo sacerdote, Mr Wilson. “Él ha estado rezando junto a la cama de un hombre muerto,” pensó Mr Dimmesdale. Y así era. El viejo sacerdote iba de camino a su casa desde la cama del muerto Mr Winthrop, que acababa de morir. Cuando Mr Winthrop pasó por el patíbulo, Mr Dimmesdale encontró difícil no hablar… “Buenas noches, Padre. Por favor sube y paso una agradable hora conmigo.” Cielos. ¿Había hablado realmente Mr Dimmesdale? Por un momento creyó que estas palabras habían pasado de sus labios, pero tan solo lo había imaginado. Mr Wilson pasó, mirando al frente, sin volverse ni una sola vez hacia la plataforma. “Debo estar demasiado frío para moverme,” pensó Mr Dimmesdale. “Incluso no seré capaz de bajar los escalones.” Dibujos locos pasaban ante sus ojos. “Alguien me encontrará aquí por la mañana temprano, y correrá a llamar a las puertas. Todo el mundo saldrá con sus pijamas – el gobernador Bellingham, con sus rizos deshechos, su hermana, loca Mistress Hibbins, mirando con sus salvajes ojos, y también el buen padre Wilson, cansado después de pasar la mitad de la noche junto a la cama de un muerto. Si, todo el mundo vendrá corriendo. Y ¿a quién verán? Verán a su sacerdote, medio congelado para morirse, cubierto de vergüenza, y allí donde una vez estuvo Hester Prynne. Ahora empezó a reirse, fuerte y salvajemente, incapaz de parar. Entonces oyó una sonrisa contestando – la sonrisa de un niño – y su corazón dio un salto. Era la pequeña Pearl. “Pearl. Hester Prynne, ¿estás ahí?” “Sí, soy yo,” contestó Hester P. ella parecía sorprendida. “soy yo, y mi pequeña Pearl.” Centro de Estudios GARVAYO

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“¿De dónde vienes, Hester?” preguntó él. “Del muerto de Mr Winthrop,” dijo ella. “He tomado medida de la ropa de su funeral, y ahora voy a casa.” “Sube aquí, Hester, tú y tu pequeña Peral,” dijo el sacerdote. “Ya habeis estado antes aquí, pero yo no estaba con vosotras. Sube ahora, y los tres estaremos juntos.” Hester silenciosamente subió los escalones y se quedó en la plataforma, cogiendo a Pearl de la mano. El sacerdote encontró y cogió la otra mano de la niña, e inmediatamente notó un sentimiento fuerte de calidez en su corazón, llenándolo de una nueva vida. Peral miró al sacerdote. “¿Estarás con mamá y conmigo mañana aquí, Mr Dimmesdale?” susurró ella. “No, mi pequeña Peral,” contestó el sacerdote. El momento de apasionados sentimientos había pasado. Ya, él estaba temblando, y todo su miedo a la vergüenza pública había vuelto. “Un día estaré contigo y con tu madre pero no mañana.” “¿Cuándo?” preguntó Peral. “¿Qué día?” ella intentó apartar su mano de la del sacerdote. “El día del gran juicio,” susurró él. “Entonces, y allí, tu madre y yo debemos estar juntos. Pero no antes de eso; no a la luz del día de este mundo.” Antes de que él hubiera terminado de hablar, apareció una luz, lejos y profunda en el cielo de la noche. Casi era provocada por un meteorito, e iluminó la totalidad de la calle como la luz del día. Y allí estaba el cura, con su mano en el corazón; y Hester Prynne, con su letra escarlata en su pecho; y la pequeña Peral entre los dos, mirando al cura con una tranquila sonrisa. Ella señaló la calle, pero él puso ambas manos cruzadas en su pecho y miró al cielo. Sin embargo, él sabía que la pequeña Peral con su dedo señalaba a un hombre que estaba cerca del patíbulo – Roger Chillingworth. ¿También lo vio a él? O, ¿con la extraña e irreal luz, solamente vio la endiablada sonrisa, el odio detrás de sus ojos, y creía que veía al mismo Diablo? El meteorito desapareció tan de repente como apareció. Mr Dimmesdale, ahora temblado de horror, dijo, “¿Quién es ese hombre, Hester? ¿Lo conoces? Lo odio, Hester.” Ella se acordó de su promesa, y estuvo en silencio. “¿Quién es?” gritó Mr Dimmesdale. “¿No puedes hacer nada por mí? Le tengo miedo a ese hombre.” “Te puedo decir quien es,” dijo la pequeña Peral. “Rápido, niña,” dijo el cura. “Susúrramelo.” Pero la niña susurró palabras invendibles en el oído del cura, y se rió. “¿Por qué estás jugando conmigo?” dijo el sacerdote. “No me prometiste cogerme la mano, y la de mi madre, aquí mañana,” contestó la niña. El doctor estaba ahora junto a la plataforma. “Mr Dimmesdale,” dijo él. “¿Has estado andando en tus sueños? Ven, mi querido amigo, déjame llevarte a casa.” “¿Cómo sabías que estaba aquí?” preguntó el sacerdote, miedosamente. “No lo sabía,” dijo Chillingworth. “He estado con Mr Winthrop, haciendo lo menos que se puede hacer por un hombre muerto. Ahora voy a casa. Ven conmigo, por favor, o no estarás lo suficientemente bien mañana para hacer tu trabajo. No deberías estudiar tanto, buen señor.” “Iré a casa contigo,” dijo Mr Dimmesdale, vencido. Y como alguien despertando de un horrible sueño, él siguió al doctor de vuelta a su casa.

6. HESTER CONOCE AL ENEMIGO Esa reunión con Mr Dimmesdale en el patíbulo preocupó bastante a Heter Prynne. Vio la miseria y la debilidad del sacerdote, y lo cerca que estaba de la locura; ella oyó el terror en su voz cuando él le pedía ayuda. Y ella decidió que él tenía el derecho a toda la ayuda que ella pudiera darle a él. Su posición en la ciudad era ahora bastante diferente. En los 7 años desde que Peral nació, Hester había llevado la letra escarlata pacientemente y había hecho un gran trabajo. La gente no la odiaría más; incluso alguien la respetaría. “Ella está siempre lista a dar lo que puede a la gente pobre,” decían, “aunque recoge pocos agradecimientos por la comida que ella les lleva, o la ropa que les hace.” Y en el momento que una casa era oscurecida por problemas, Hester estaba allí con palabras tranquilizadoras y agradables, y el ofrecimiento de ayuda. Para cuando el sol salía de Centro de Estudios GARVAYO

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nuevo, ella se iba sin mirar atrás o sin esperar las agradecidas gracias de aquellos que habían tenido problemas. Y después de todo, cuando ella los veía en la calle, ella no levantaba su cabeza para hablarles pero ponía su dedo en la letra escarlata de la vergüenza, y pasaba. Incluso con su calma, sin embargo, a menudo había habido bastante soledad y sufrimiento. Esto la había hecho a ella fuerte y ahora ella se sentía capaz de hacer frente al hombre que una vez había herido a su marido. Estaba claro para Hester que este hombre era el enemigo secreto del cura, jugando el papel de amigo y ayudante, y tranquilo pero seguro conducía al cura a la locura. En resumen, ella decidió hablar con Roger Chillingworth, y hacer lo que ella pudiera para parar su endiablada y cruel revancha. Ella no tenía que esperar más. Una tarde, mientras que paseaba con Peral por la calle, vio al vio doctor con una cesta en una mano y un palo en la otra. Él estaba recogiendo plantas. “Baja al agua y juega mientras que hablo con este caballero,” le dijo Hester a su hija. La niña voló como un pájaro, sus blancos y pequeños pies hacían huellas en la húmeda arena en la orilla del agua. Su madre anduvo hacia Roger Chillingworth. “Me gustaría hablar contigo,” dijo ella. “Ah, Mistress Hester,” contestó él. “Escucho buenas noticias de tu buen trabajo de todo el mundo con el que hablo. Solamente ayer un magistrado me contó que los trabajadores de la ciudad discutían si la letra escarlata debería ahora ser quitada de tu pecho. “Deberías hacerlo ahora mismo,” le dije yo.” “No es de un magistrado quitar esta letra,” contestó Hester calmada. Cuando – si alguna vez – me gane el derecho a que se quite, se caerá sin la ayuda de nadie.” “Llévala, entonces, si quieres,” dijo Chillingworth. “Es una fina pieza de costura y está bien en tu pecho.” Mientras que hablaban, Hester lo había estado observando cuidadosamente y estaba llena de deseo de saber el cambio en él. No fue por más tiempo el hombre tranquilo e inteligente que ella recordaba; ahora había una mirada de búsqueda cruel en sus ojos, y una fria media sonrisa iba y venía de su cara. 7 años consiguiendo tener diversión de una cruel revancha había dejado la marca del Demonio en él. “Su alma parecía estar ardiendo,” pensaba Hester. “Quiero hablarte de Mr Dimmesdale,” dijo ella. “¿Qué pasa con él?” gritó Roger Ch. “Habla abiertamente, y contestaré.” “Cuando hablamos la última vez, hace 7 años,” dijo Hester, “me hiciste prometer no contarle a nadie que una vez vivimos como marido y mujer. Estuve de acuerdo en estar en silencio porque, como dijiste entonces, su posición y su vida no estaban en tus manos. Pero ahora veo que estuve equivocada al mantenerme en silencio. Desde ese día, has estado junto a él, durmiendo y andando. Registras sus pensamientos y sucorazón, y todos los días le causas una muerte en vida. Y soy yo quien ha permitido que ocurra esto.” “¿Qué más puedes hacer tú?” preguntó Chillingworth. “Una palabra mía, y este hombre será echado de su iglesia a la cárcel – y de aquí, al patíbulo.” “Tal vez eso fuera mejor,” dijo Hester. “¿Aún no has tenido tu revancha? ¿Aún él no ha sufrido lo suficiente por sus pecados?” “No,” contestó el doctor. “¿Te acuerdas de mí, Hester, como yo era hace 9 años? Pensabas que yo era frío, tal vez, pero ¿no era amable y verdadero y un buen amigo con los otros?” “Sí. Todo eso y más,” dijo Hester. “¿Y qué soy ahora?” preguntó él, y su cara mostró el diablo que era ahora. “Un demonio. Y ¿quién me hizo esto?” “Fui yo,” dijo Hester temblando. “Yo, mucho más que él. Así que ¿por qué no me castigas a mí?” “Tú tienes la letra escarlata,” dijo él. “Eso fue suficiente revancha para mí.” Él puso su dedo en ella con una sonrisa. “Ahora, ¿qué quieres decir sobre ese hombre?” “Debo contarle la verdad sobre ti,” dijo Hester. “Debe saber quién eres, y por qué le estás haciendo esto. Cuál será el resultado, no lo sé. Qúe quieres hacer con él. Pero no hay nada bueno para él, ni para mí, ni para ti, ni para la pequeña Peral. No hay un sendero que nos guíe a ninguno de nosotros fuera de esta miseria.” Roger Ch. miró a la mujer alta y orgullosa que estaba delante de él, y oyó el dolor en su voz. ¿Recordaba entonces él el amor que una vez él había sentido por ella? “Lo siento por ti,” dijo él. “Eras una buena persona, y necesitabas un amor mejor que el mío.” “Y lo siento por ti,” dijo Hester, “y por el odio que ha cambiado a un agradecido hombre en un diablo. Trata de ser otra vez un humano. Perdona, y deja el juicio para Dios.” Centro de Estudios GARVAYO

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“Eso no es posible,” contestó el viejo hombre. “Tú plantaste el diablo, y ahora sus negras flores han salido. No podemos cambiar el camino de las cosas.” Se dio la vuelta y se fue, y una sombra oscura parecía seguirlo por el suelo. Hester se quedó mirándolo. “Odio al hombre,” se dijo a si misma. “Como desearía no haberme casado nunca con él.” Ella se dio la vuelta para buscar a su hija. “Peral. ¿Dónde estás?” La niña había estado ocupada mientras que su madre había estado hablando. Primero había jugado en la orilla del mar, después había hecho barcos con pequeños trozos de madera. Entonces, vio a algunos pájaros comiendo en la orilla, ella había cogido algunas piedras y las había lanzado hasta que un pequeño pájaro gris se había ido con un ala rota. Por último juego, Peral recogió hierba y la usó para hacer la letra A en su pecho. “¿Me preguntará mamá qué significa?” ella se preguntó. Entonces ella oyó a su madre llamándola, y moviéndose tan ligera como uno de los pequeños pájaros del mar, ella apareció junto a Hester y señalando con su dedo hacia la letra A de su pecho. “Mi pequeña Peral. La letra verde no significa nada en el pecho de una niña. Pero ¿sabes por qué la lleva tu madre?” “Oh, sí. Es por la misma razón por la que el cura pone su mano sobre su corazón.” “y ¿qué razón es esa?” preguntó Hester. “No lo sé,” contestó Peral. “Mamá, ¿qué significa esa letra escarlata? ¿Por qué la llevas en tu pecho? Y ¿por qué el cura pone su mano en su pecho?” Hester miró a los negros ojos de su hija. ¿Qué debería de decir? ¿la verdad? No. Si ese era el precio del entendimiento de una niña, ella no podía pagarlo. “Hay muchas cosas en este mundo sobre las que no debe hablar una niña. ¿Qué se yo del corazón del cura? Y lo de la letra escarlata, la llevo por su hilo dorado.” Era la 1ª vez que Hester había mentido sobre la letra, y la niña no paraba de hacerle las mismas preguntas. 2 o 3 veces de camino a casa, varias veces en la cena, y otra vez a la mañana siguiente, Peral preguntó, “Mamá, ¿qué significa la letra escarlata? Y ¿por qué mantiene el cura su mano sobre su corazón?” “Para,” dijo Hester, con una afilada voz que ella jamás la había tenido. “Para o te encerraré en el oscuro armario.”

7. UN PASEO POR EL BOSQUE Durante varios días, Hester Prynne esperó una oportunidad para hablar privadamente con Mr Dimmesdale. Ella no iría a su casa porque tenía miedo de encontrarse con Roger Ch. Entonces ella escuchó que el cura había ido a visitar a su familia algo lejos y que volvería la siguiente tarde, por el bosque. “Ven Peral,” dijo ella al día siguiente. “Vamos a ir a pasear por el bosque.” Los árboles eran altos y cerca unos de los otros, y el sendero entre ellos era oscuro y estrecho debajo de un cielo gris. “Mamá. Los rayos del sol no te quieren. Huye y se esconde porque tiene miedo a algo de tu pecho. Pero no huirá de mi, porque aún no tengo nada sobre mi pecho.” “Y nunca lo llevarás espero,” dijo Hester. “Ahora, corre y coge los rayos de sol.” Peral corrió, y Hester sonrió cuando vio que su hija había encontrado un círculo de rayos entre los árboles. Pero cuando Hester se acercó, Peral dijo, “Se irá ahora.” Hester sonrió. “Mira, puedo sacar mi mano y cogerlo.” Pero cuando ella puso su mano dentro del círculo, los rayos desaparecieron. Siguieron andando. Entonces Hester vio a alguien viniendo y dijo, “Ve y juega junto al río, niña, y déjame hablar con este caballero que viene.” “¿Quién es?” “¿No puedes verlo? Es el sacerdote” “Y tiene su mano sobre el corazón,” dijo Peral. “Vete ahora, niña, pero no te alejes del río.” Cuando Peral se había ido, Hester esperó debajo de los árboles. El cura caminaba despacio, pero casi se había pasado para antes de que Hester pudiera encontrar su voz. “Arhur Dimmesdale,” dijo ella, tranquila al principio, después más alto. “Arthur Dimmesdale.” “¿Quién habla?” dijo él, volviéndose rápidamente. Él vio una sombra debajo de los árboles, y después vio la letra escarlata. “Hester, eres tú.” “Soy yo.”

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Él tocó su mano, y su toque fue tan frio como la muerte. Se pusieron a la sombra de los árboles y se sentaron en una rama caída. Al principio hablaron del tiempo, el cielo gris, la tormenta que se acercaba, pero entonces el cura miró a Hester a los ojos. “¿Has encontrado la tranquilidad?” dijo él. Ella sonrió tristemente, y bajó la mirada a su pecho. “¿Y tú?” preguntó ella. “Nada excepto sufrimiento,” contestó él. “¿pero qué más podía esperar? Tú llevas tu letra escarlata al aire, en tu pecho, Hester. El mío arde en secreto. Es bueno, después de estos 7 años, hablar con alguien que sabe la verdad. Si tuviera un amigo – o incluso un enemigo – a quien yo pudiera hablar abiertamente todos los días, entonces tal vez me salvaría. Pero ahora todo son mentiras, todo vacio, todo muerto.” Hester Prynne lo miró a la cara. “Tienes la amiga que deseas, alguien con quien llorar tus pecados. Me tienes a mí, tu pareja en pecado. Y tienes un enemigo, y vives con él en la misma casa.” El cura se puso de pie y puso su mano sobre su corazón. “¿Qué estás diciendo? Un enemigo,” gritó. “¿En la misma casa? ¿qué quieres decir?” “Oh, Arthur. Perdóname. Perdóname en todo excepto en una cosa, te he sido verdadera. Pero yo estuve de acuerdo en mantener un secreto. Lo hice para salvar tu posición, Arthur, tu trabajo como sacerdote, aquí en la ciudad. Pero no puedo guardar el secreto. Te lo debo decir. El doctor – el viejo hombre que le llaman Roger Ch. – fue mi marido.” El cura la miró fijamente durante un momento – una mirada oscura y violenta. Entonces se arrodilló y enterró su cara en sus manos. “¿Por qué no lo averigüé?” dijo él en silencio. “O tal vez lo hice. El miedo en mi corazón cuando lo vi por 1ª vez, y cuando lo veo ahora… ¿por qué no lo entendía? Oh, Hester Prynne, no sabes el horror y la vergüenza que me traen estas noticias. Él ha estado riéndose en secreto de mi herido y culpable corazón. Mujer, no puedo perdonarte por esto.” “Me perdonarás,” dijo Hester. “Deja a Dios que me castigue. Deberías perdonarme tú.” Ella se arrodilló junto a él, abrazándolo, y poniendo su cabeza sobre su pecho, sin darse cuenta que la cabeza estaba sobre la letra escarlata. Ella no podía permitirle que la odiara. “Desde hace 7 años, todo el mundo me ha ofendido y odiado,” pensó ella. “Pero 1º moriría si hombre infeliz, débil, infeliz y sin pecado también me odia.” “¿Me perdonarás, Arthur?” repitió ella, una y otra vez. “No me odies. Perdóname por favor.” “Te perdono, Hester,” contestó al final el cura. Su voz era triste, pero sin enfado. “Dios debe perdonarnos a los dos. No somos los peores pecadores del mundo. La revancha del viejo hombre ha sido más oscura que nuestro pecado, Hester.” “Sí. Nos queríamos el uno al otro, nos lo decíamos el uno al otro. ¿Lo has olvidado?” “Shh, Hester,” dijo Arthur levantándose del suelo. “No lo he olvidado.” Se sentaron en una rama de árbol, cogiéndose las manos. A su alrededor, los árboles eran oscuros, y las ramas se movían ruidosamente con el viento. “¿Qué hará ahora Roger Ch. ahora?” preguntó el cura. ¿Seguirá manteniendo nuestro secreto?” “Él tienen un secreto natural, y creo que lo hará,” dijo Hester. “Pero no tendrá dudas en encontrar otra forma de hacer su revancha.” “Y yo, ¿cómo puedo vivir en la misma casa, respirando el mismo aire con este enemigo?” dijo Mr Dimmesdale, con su mano cubriendo el corazón. “Piensa por mí, Hester. Tú eres fuerte. Dime qué hacer.” “No debes quedarte con este endiablado hombre,” dijo Hester. “Pero ¿dónde puedo ir? No puedo esconderme de Dios,” dijo él. “Dios te lo agradecerá,” contestó Hester, “si eres lo suficientemente fuerte de sacar ventaja de ello.” “Sé fuerte por mí,” contestó él. “Aconséjame qué hago.” “Entonces ¿es el mundo tan pequeño?” dijo Hester, mirándole a los ojos. “¿No hay nada más allá de esta pequeña ciudad? Aléjate unas cuantas millas de aquí, y las hojas amarillas no te enseñarán el pecado de los blancos pies de un hombre. Allí puedes ser libre. Un corto viaje te apartará de un mundo donde llevas sufriendo, a un mundo donde serás tranquilamente feliz. Allí está el mar. Te trajo aquí, y si eliges, te puede volver otra vez. Tal vez a Londres, o a Alemania, o Francia, o a la agradable Italia. Allí estarás más allá de Roger Ch.” “No puedo hacerlo,” contestó el cura. “No puedo irme y dejar mi trabajo. Aunque mi propia alma está perdida, debo hacer lo que pueda por las otras almas humanas con mi cariño.” “Después de 7 años de sufrimiento, debes dejarlo todo atrás,” dijo Hester, con pasión en su voz. “Empieza otra vez, hay felicidad a la que unirse, hay bueno por hacer. Cambia esta Centro de Estudios GARVAYO

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falsa vida por una verdadera. Enseña, escribe. Trabaja entra los Indios. Haz algo, excepto mentir y morir. ¿Por qué esperar otro día más en ese lugar? Vete ahora.” “Oh, Hester,” gritó Arthur Dimmesdale. “No soy lo suficientemente fuerte, no suficiente valiente, para meterme en el ancho, extraño y difícil mundo en solitario.” Tristemente, desesperanzadamente, él repitió la palabra. “Solo, Hester.” “No deber irte solo,” contestó ella, con su voz en un profundo susurro.

8. ESPERANZA PARA EL FUTURO Arthur miró a Hester, con esperanza, alegría y miedo en su cara. En su corazón, él también había pensado esto, pero solamente Hester había sido valiente para hacerlo palabras. De repente, supo que él quería una mejor vida de la que ella había descrito; y también sabía que no podría vivir sin ella. “Dios, ¿me perdonarás?” pensaba él. “Lo harás,” dijo Hester, tranquilamente, mientras él la miraba. Y así fue decidido. De inmediato, un extraño sentimiento de felicidad le vino; algo que él pensaba estaba muerto en él. “Oh, Hester, Dios ha sido agradecido,” gritó él. “Esto ya es mejor vida. ¿Por qué no lo encontramos antes?” “No miremos atrás,” contestó ella. “El pasado ha terminado. Mira,” y ella quitó la letra de su pecho y la tiró entre los árboles. Ella respiró profundamente. “No me dí cuenta de lo pesada que era hasta que me liberé de ella,” pensó ella. Lo siguiente, se quitó el sombrero, y su pelo cayó sobre sus hombros, oscuro y brillante, suavizando su cara. Ella sonrió, y sus ojos estaban brillantes. De repente, era joven y guapa otra vez, y llena de felicidad. Otro pensamiento le llegó a su cabeza y ella lo miró y le sonrió. “Debes aprender a conocer a Peral,” dijo ella. “Nuestra pequeña Peral. Ya la has visto – sí, lo sé – pero ahora la verás con su fresca mirada. Ella es extraña y difícil de entender, pero la querrás, y aconséjame qué hacer con ella.” “¿Crees que la niña se alegrará al conocerme?” le preguntó el cura, preocupado. “No le suelo gustar a los niños, e incluso he tenido miedo de la pequeña Peral.” La niña oyó la voz de su madre. Ella había estado cogiendo flores y se las había puesto en su pelo y en su vestido, pero ahora venía tranquila entre los árboles, al otro lado del pequeño río. Muy despacio – porque ella vio al sacerdote. Ellos la observaron acercándose. “Qué belleza más extraña parece con las flores en su pelo,” dijo Hester. “Es una niña maravillosa. Pero sé de quien es esa frente que tiene.” “Es una terrible cosa para decirla, pero a menudo he tenido miedo que alguien encontrara algún parecido mío en su cara, y lo supieran,” dijo Mr Dimmesdale. “Pero se parece mucho más a ti.” “No la dejes decir nada raro,” dijo Hester. “No te pongas demasiado nervioso, o demasiado cariñoso. No lo entenderá. Pero te querrá con el tiempo.” Peral se habia parado al otro lado del agua y miraba a Hester y al cura. “Ven, querida niña,” la llamó Hester. “qué lenta eres. Aquí hay un amigo mío, que pronto también lo será tuyo. Tendrás un cariño doble, a partir de hoy. Ahora corre.” Peral no se movió. Primero miró a su madre, con una mirada brillante y salvaje, después al cura. Entonces sacó la mano y señaló al pecho de su madre. “Eres una chica rara,” dijo Hester. “¿por qué no vienes? Deprisa, o me enfadaré contigo.” La niña empezó a gritar, señalando aún con su dedo acusando al pecho de su madre. “Sé lo que está ocurriendo,” le dijo Hester al cura. “Ella de menos algo que siempre ha visto en mí.” “Si puedes tranquilizarla, hazlo,” dijo Mr Dimmesdale. Hester, con su pálida cara de nuevo, se volvió a la niña. “Peral, mira junto a tus pies. Ahí. Al otro lado del río.” La niña miró a su alrededor y vio la letra escarlata tirada a la orilla del río. “Tráemela,” dijo Hester. “Ven y tráela” contestó Peral. “La niña tiene razón por lo de la letra, por supuesto,” le dijo Hester al cura. “Debo llevarla durante unos días más, hasta que nos hayamos ido. El bosque no puede esconderla, pero el mar la hundirá.”

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Ella se adelantó y cogió la letra escarlata, poniéndola de nuevo en su pecho. Entonces, se recogió otra vez el pelo, y se puso su sombrero. Una sombra gris pareció caer sobre ella cuando hizo estas cosas. Le dio la mano a Peral. “¿Reconoces ahora a tu madre, niña? ¿Vendrás ahora conmigo?” “Ahora sí,” contestó la niña, y saltó el agua. “Ahora eres mi madre, y yo tu pequeña Peral,” elegantemente ella cogió la mano de su madre y la besó. Después también besó la letra escarlata. “Eso no fue amable,” dijo Hester. “Debes mostrarme algo de cariño, y no hacer una broma de ello.” “¿Por qué está sentado el cura allí?” “Está esperando para saludarte,” dijo Hester. “Te quiere, mi pequeña Peral, y también quiere a tu madre. Vamos. ¿Tú no lo querrás?” “¿Nos quiere él a nosotras?” dijo Peral, mirando de cerca la cara de su madre. “¿Volverá con nosotras, mano a mano, los tres juntos a la ciudad?” “Ahora no. Pero pronto andará con nosotras de la mano. Tendremos un hogar en la ciudad, y te sentarás en sus rodillas y te enseñará muchas cosas, y te querrá. Tú le querrás ¿verdad?” “Y ¿tendrá siempre su mano sobre su corazón?” “Tonta. ¿Qué clase de pregunta es esa? Ven, y sé agradable con él.” Pero Peral hizo un gesto feo y trató separarse de su madre. Y cuando Mr Dimmesdale la besó cariñosamente en la frente, corrió hacia el río y se lavó la cara una y otra vez, hasta que había desaparecido el beso. Después observó en silencio mientras su madre y el cura hablaban, haciendo planes para su nueva vida. El plan fue hecho pronto. Se decidió entre ellos que el Viejo Mundo, con sus multitudes y ciudades le ofreceria a ellos una mejor oportunidad de vivir tranquilos y con privacidad. Y afortunadamente, Hester sabía de un barco que acababa de llegar de España y pronto se iría de nuevo a Bristol, en Inglaterra. “Conozco al capitán,” dijo ella, “y en secreto puedo arreglar para nosotros irnos con él a Inglaterra.” “¿Cuándo parte el barco?” preguntó Mr Dimmesdale. “Probablemente en 4 días,” contestó Hester. Cuando él volvió deprisa a la ciudad, dejando a Hester y Peral volver a su cortijo, Mr Dimmesdale pensó en el plan. 4 días es el tiempo justo. En 3 días tengo que dar mi sermón de elección, y será la forma más adecuada de terminar mi época de cura aquí. Al menos ellos no serán capaces de decir que me fui sin hacer mi trabajo hasta el final. Se ponía cada vez más nervioso conforme volvía a la ciudad. Con estas noticias, todo parecía diferente, incluso la gente que se encontraba o a la que pasaba por las calles. Quería decirselo a ellos. “No soy el hombre que creéis que soy. Lo dejé atrás en el bosque.” Entonces pasó a Mistress Hibbins, la hermana del gobernador, quien, solía pararlo para hablar con él. “Así que Mr Dimmesdale, has estado paseando por el bosque. Debes decírmelo la próxima vez. Iré contigo, y podemos reunirnos con nuestro director.” Y pasó junto a él, dándole al cura una pequeña sonrisa secreta. “¿Por qué me habla de esta forma?” pensó nerviosamente. ¿Ve ella las marcas oscuras del diablo en mi alma?” Estuvo encantado de llegar a la casa, y subió deprisa las escaleras a su estudio. Aquí estaban sus libros, la ventana, la chimenea. Aquí, él había escrito y estudiado y rezado. Allí en la mesa, con su pluma al lado, estaba a medio terminar el sermón de elección, que había dejado atrás hacía dos dias. Ahora, lo veían todo diferente, a través de los ojos de otro hombre – un hombre deseoso, que había vuelto del bosque. En ese momento, llamaron a la puerta. “Adelante.” Gritó Mr Dimmesdale, deseando saber si entraría un diablo. Entonces el viejo Roger Ch entró, y el cura se puso de pie, incapaz de hablar, con su mano en el corazón. “Bienvenido a casa señor,” dijo el doctor sonriendo. ¿Qué tal tu paseo por el bosque? Estás pálido. Creo que necesitarás mi ayuda si vas a ser capaz de dar tu sermón de elección en uno o 2 días. ¿No crees eso?” “No – no del todo. El largo paseo al fresco aire libre ha sido bueno para mí, después de pasar tanto tiempo en mi estudio. Gracias, pero no creo que necesite más tu medicina, mi amable doctor.” ¿Sabía Roger Ch., deseaba saber el cura, que él se habia reunido y hablado con Hester Prynne? ¿sabía en los ojos del cura que él era ahora un enemigo odiado? Tal vez, las amigables amigas del doctor a su paciente habían doblado ahora su significado. Centro de Estudios GARVAYO

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“Pero, mi querido señor, debes hacer cualquier cosa que podamos para ponerte bien y fuerte,” dijo Chillingworth. “La gente espera grandes cosas de ti, y tú tienes miedo de que en un año te hayas ido.” “Sí, ido a otro mundo,” contestó el cura, tristemente. “Y tal vez Dios lo haga mejor, porque no espero estar con mi gente durante otro año, pero gracias, señor, no necesito ahora tu medicina.” “Estoy encantado de oír eso,” dijo Chillingworth. “Gracias de corazón. Solamente puedo pagarte tu amabilidad con mis oraciones.” “Las oraciones de un buen hombre son como el oro,” contestó Roger, mientras salía de la habitación. Después de que se hubiera ido, Mr Dimmesdale tiró su sermón de elección a medio escribir y se sentó para empezarlo de nuevo. Todo lo que escribió durante esa noche – y las palabras parecían venir de Dios.

9. LA ESCAPADA

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