Texto El Maestro Ignorante Final

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Miguel Angel Zilvetty Torrico SERIE LECTURAS OBLIGATORIAS Esta Publicación hace uso de imágenes que permiten reconstituir e interpretar gráficamente nuestra realidad. CONTACTOS Y PEDIDOS: Celular: 71504000 Email: [email protected] El Maestro Ignorante: Cinco lecciones sobre emancipación intelectual, de Jacques Ranciere, LAERTES Resumen Depósito Banco Unión:

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Diseño y diagramación: Grupo Editorial EDUCA Recopilado por: Miguel Angel Zilvetty Torrico Impreso en Bolivia

Acerca del autor del libro Jacques Rancière (Argelia, 1940) Doctor en Filosofía. Profesor Emérito de Estética y Política de la Universidad de París VIII (Vincennes-Saint Denis), departamento de Filosofía. Ex director de programa en el Collège International de Philosophie (París). Es autor, entre otras obras, de La Nuit des Prolétaires, Le Philosophe et ses pauvres, La mésentente. Politiqueet philosophie.

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Miguel Angel Zilvetty Torrico Presentación La excusa de contar la historia de Jacotot, un pintoresco personaje de la revolución francesa que protagonizó por aquellos años la aventura intelectual de enseñar una asignatura a alumnos que no hablaban su idioma, usando un texto que él mismo no comprendía, sirve a Ranciere de puntapié inicial para discutir una serie de principios pedagógicos y de la educación escolar en general, de gran actualidad. No hay ignorante, decía, Jacotot, que no sepa una infinidad de cosas, y toda enseñanza debe fundarse en este saber, en esta capacidad en acto. Instruir puede entonces significar dos cosas exactamente opuestas: confirmar una incapacidad en el acto mismo que pretende reducirla, o a la inversa, forzar una capacidad que se ignora o se niega, a reconocerse y a desarrollar todas las consecuencias de este reconocimiento. El primer acto se llama embrutecimiento, el segundo, emancipación. La crítica a los modos tradicionales de enseñar, y a la llamada "lógica del explicador", conduce a una vuelta de tuerca sobre los discursos progresistas inspirados, por ejemplo, en la sociología de Bourdieu, que "pone en el centro de la desigualdad escolar la violencia simbólica impuesta por todas las reglas tácitas del juego cultural que aseguran la reproducción de los "herederos" y la autoeliminación de los niños de las clases populares. Pero arriba a dos consecuencias contradictorias: por un lado propone la reducción de la desigualdad al hacer explícitas las reglas del juego y la racionalización de las formas de aprendizaje; por el otro, anuncia de manera implícita la vanidad de toda reforma que hace de esta violencia simbólica un proceso que reproduce indefinidamente sus condiciones de posibilidad. Los reformadores gubernamentales no se esfuerzan en ver esta debilidad propia de toda pedagogía progresista: de la sociología de Bourdieu dedujeron un programa que apuntaba a reducir las desigualdades de la escuela reduciendo la gran cultura legítima y haciéndola más accesible, más adaptada a la sociabilidad de los niños de las capas más desfavorecidas. Este sociologismo reducido por desgracia sólo afirmaba con más fuerza el presupuesto del progresismo que ordena a aquél que sabe ponerse "al alcance" de los desiguales y confirma así la desigualdad en nombre de una igualdad por venir." El maestro ignorante se explaya en cuestiones didácticas. Un libro en manos del alumno, dice, está compuesto por un conjunto de razonamientos destinados a hacer que éste comprenda una materia. Pero entonces aparece el maestro, que toma la palabra para explicar el libro. Construye un conjunto de razonamientos para explicar el conjunto de razonamientos que constituye el libro. Pero ¿por qué el libro necesita de tal ayuda? En lugar de pagar a un explicador ¿el padre de familia no podría simplemente darle el libro a su hijo y que el niño comprenda directamente los razonamientos del libro? Y si no los comprende ¿porqué comprendería mejor los razonamientos que le explicarán los que no comprendió? ¿Son de otra naturaleza? Y en ese caso, ¿no habría que explicarle también la manera de entenderlos? De esta manera, la lógica de la explicación conlleva el principio de regresión al infinito. La reduplicación de razones no tiene razón para detenerse jamás. Lo que detiene la

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Miguel Angel Zilvetty Torrico regresión y le da su base al sistema es simplemente el hecho de que el explicador es el único juez del punto en que la explicación misma ha sido explicada. Desde la perspectiva opuesta, la de filosofía de Jacotot, y la lectura de Ranciere, el libro es la "fuga bloquedada". No se sabe qué camino trazará el alumno, pero se sabe de dónde no saldrá: del ejercicio de la libertad. Se sabe además que el maestro sólo tendrá derecho a permanecer en la puerta. El alumno deberá ver todo por sí mismo. Comparar incesanetemente y siempre responder a una triple pregunta ¿qué ver? ¿qué piensas? ¿qué haces? Invertir la lógica del sistema explicador Jacotot logró invertir la lógica del sistema explicador. La explicación no es necesaria para remediar la incapacidad de comprender, por el contrario, justamente esa incapacidad es la ficción estructurante de la concepción explicadora del mundo. Es el explicador quien necesita del incapaz, y no a la inversa. Es él quien constituye al incapaz como tal. Explicarle algo a alguien es, en primer lugar, demostrarle que no puede comprenderlo por si mismo. Antes de ser el acto del pedagogo, la explicación es el mito de la pedagogía, la parábola de un mundo dividido en espíritus sabios y espíritus ignorantes, maduros e inmaduros, capaces e incapaces, inteligentes o estúpidos. El truco característico del explicador consiste en ese doble gesto inaugural: por un lado decreta el comienzo absoluto: en éste momento y sólo ahora comenzará el acto de aprender, por el otro arroja un velo de ignorancia sobre todas las cosas a aprender, que él mismo se encarga de levantar. Hasta que él llegó, el hombrecito se movía a ciegas, tanteaba. Ahora, aprenderá. En el acto de enseñar y aprender hay dos voluntades y dos inteligencias. Se llamará embrutecimiento a su coincidencia. En la situación experimental creada por Jacotot, el alumno se vinculaba con una voluntad, la de Jacotot, y con una inteligencia, la del libro, por completo distintas. Se llamará emancipación a la diferencia conocida y mantenida entre estas dos relaciones. Al acto de una inteligencia que no obedece más que a sí misma, aún cuando la voluntad obedece a otra voluntad. El acto de aprender podía producirse según cuatro determinaciones, combinadas de diversa manera: mediante un maestro emancipador o uno embrutecedor, mediante un maestro sabio o uno ignorante. La última proposición era la más dura de tolerar, pues se puede asumir que un sabio deba prescindir de explicar su ciencia, pero ¿cómo admitir que un ignorante pueda ser causa de conocimiento para otro ignorante? Las cosas estaban claras: no era un método para instruir al pueblo, era una buena noticia para anunciar a los pobres: podían todo aquello que puede un hombre, sólo bastaba con anunciarla. Jacotot decidió consagrarse a esto, proclamó que se puede enseñar lo que se ignora y que un padre de familia pobre e ignorante puede, si está emancipado, encargarse de la educación de sus hijos sin el auxilio de ningún maestro explicador. Para ello, se debe aprender cualquier cosa y relacionar todo el resto con ella según este principio: todos los hombres tienen la misma inteligencia.

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Miguel Angel Zilvetty Torrico

“EL MAESTRO IGNORANTE” Cinco lecciones sobre la emancipación intelectual, de Jacques Ranciere, LAERTES PRIMER RESUMEN DEL TEXTO En el Prefacio a esta edición el autor se pregunta por el sentido de introducir al lector hispano de este tercer milenio, en la historia de Joseph Jacotot, pedagogo francés que comienza su obra transgresora hacia 1.830. Fundamentando su actualización, se refiere a la disonancia o desacuerdo que produjo en la pedagogía y en la política educativa en ese momento. Ese desacuerdo seguiría vigente aún y por eso se prefirió olvidar su mensaje (reprimirlo)para continuar edificando escuelas, programas y pedagogías. Ranciere nos propone volver a escucharlo”para que el acto d enseñar no pierda nunca del todo la conciencia de las paradojas que le dan sentido”. El contexto en que despliega su teoría y práctica Jacotot es la Francia de la Contrarrevolución. Él había militado en las filas revolucionarias desde 1.789, por lo cual debió exiliarse en los Países Bajos durante la restauración monárquica. En la época que Jacotot comienza su obra de “enseñanza universal”, era perentorio poner fin a los desórdenes revolucionarios y al fervor igualitario. Era necesario constituir un orden nuevo, evitando las reiteradas crisis e instaurar el paradigma del progreso, sin el cual las sociedades se disuelven. Estos cambios fueron programados desde el área de los gobernantes y la elite de poder hacia los gobernados y sociedad.

A partir de entonces, Ranciere considera a la institución pedagógica como lugar material y simbólico donde se ejerce la autoridad “de los que saben” y la sumisión “de los que ignoran”. .Estos últimos serán gradualmente conducidos al saber mediante programas progresivamente diseñados. Una minoría de los así instruidos se constituirían posteriormente en “maestros”. Francia requería terminar con la experiencia revolucionaria instaurando un “orden razonable”. Para ello la instrucción era la consigna disciplinadora central. Para los destinados al gobierno y la formación de elites, una mayor instrucción. Otra, necesaria y suficiente para los “hombres del pueblo” que podían constatar así la distancia que los separaba e integrarse pacíficamente al dominio de las Ciencias y el Gobierno. ¿Qué papel juega aquí el educador?. Era y sigue siendo hoy, el agente práctico (ejecutor) y a la vez, paradigma filosófico transmisor del conocimiento a los alumnos (no iluminados). No existe para Ranciere demasiada diferencia entre pedagogías conservadoras o progresistas. Ambas otorgan a la enseñanza la tarea de reducir la desigualdad, dentro de lo posible. La paradoja que Jacotot puso en

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Miguel Angel Zilvetty Torrico descubierto sería ésta: ”la distancia que escuela y sociedad pedagogizada intentan reducir es aquella de la cual viven y no cesan de reproducir”. Para Jacotot- Ranciere la igualdad no es un resultado a alcanzar sino una premisa de la cual partir: La inteligencia humana es básicamente igual. Y habría dos maneras opuestas de encaminarlas, dos significados contrarios de INSTRUIR: 1) Confirmar la incapacidad del otro, al querer reducirla. A esto Jacotot llamó atontamiento. 2) Inversamente, ”forzar” una capacidad que se desconoce o se niega. A esto lo llamó emancipación. En el momento que Ranciere escribe “El maestro ignorante” se debaten en su país dos políticas educativas: El partido socialista en el poder se inclinaba por la sociología progresista de Pierre Bordieu principalmente, para quien la desigualdad escolar arraigaba en la violencia simbólica impuesta por la cultura dominante tácitamente, para perpetuar a sus herederos y producir la autoeliminación del sistema de los niños de las clases populares. Partiendo de esta concepción elaboraron un programa que pretendía reducir las desigualdades reduciendo los contenidos legítimos de la cultura, destinada a los niños mas desfavorecidos, los hijos de inmigrantes. La ideología republicana denunció este proceder como “métodos adaptados a los pobres” que hunden a los dominados aún más en la situación de tales. Los “republicanos” promovían la igualdad mediante la distribución universal del saber, suponiendo neutralidad en los conocimientos. Una y otra posición conceden a la escuela el poder imaginario de la igualdad social En tiempos de Jacotot se reconocían las desigualdades y la división de clases. Hoy “nuestras sociedades están lejos de esa franqueza ..Se representan como sociedades homogéneas en las que el ritmo vivo y común de la multiplicación de las mercancías y de los intercambios ha nivelado las divisiones de clases”. Nos hallamos en la era de la “sobrepedagogización”, donde se asigna a las instituciones educativas la tarea fantasmática de reducir las desigualdades consideradas como residuales. ¿Cuál sería el fin último de esta asignación? Según Ranciere es la de construir la imagen de una sociedad-escuela en la que el gobierno es la autoridad de los mejores de la clase. Jacotot deja una lección pesimista: el axioma igualitario no tiene efectos sobre el orden social. Internémonos un poco en las cinco lecciones del viejo maestro. Hombre de vida aventurera fue militar al servicio de la Revolución, profesores de disciplinas tan diversas como retóricas y matemáticas y, a su pesar, designado diputado en 1.815. Al reinstalarse la dinastía borbónica solicita asilo en Holanda, cuyo rey le otorga un puesto de profesor a medio sueldo. Sus estudiantes ignoraban el francés tanto como el maestro el holandés. Era necesario hallar un objeto-lazo común que estimulara el

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Miguel Angel Zilvetty Torrico interés que parecía existir entre él y ellos. Este fue el “Telémaco” de Fenelon, en su edición bilingüe holandés-francés. Su consigna fue que aprendieran el texto con ayuda de la traducción. Luego repitieron una y otra vez lo aprendido. Descubrió con

sorpresa que los estudiantes pudieron leer y relatar como lectores franceses.. Luego pudieron escribir sobre el tema, sin explicación alguna de su parte. Eran escritores, no escolares repetidores. Se preguntó: si el niño aprende la lengua materna sin necesidad de un instructor escuchando, hablando, equivocándose, corrigiéndose en constante y voluntariosa búsqueda ¿porqué luego necesitaría un instructor? Se respondió que no es el niño o el joven quien lo requiere sino el profesor quien lo instituye como incapaz de comprender por sí mismo. La explicación es el gran mito pedagógico que divide a las inteligencias en dos: superiores e inferiores. Para Jacotot este es el principio del atontamiento. El que es “explicado” aprenderá que no puede comprender si no se le explica. “Se puede aprender solo pensó... por la tensión del propio deseo o por las dificultades de la situación”. Enunció dos premisas:1) Que la inteligencia humana es básicamente igual. 2) Que se puede ser maestro en aquello que se ignora. Para probar esta premisa incursionó en disciplinas que ignoraba totalmente como piano y pintura. Con respecto a la primer premisa la puso a prueba con sujetos de diversas edades, género y condición social, obteniendo respuestas que superaban sus propias expectativas. Consideró a su sistema como emancipador ya que buscaba que todo hombre del pueblo pudiera ser consciente de su capacidad intelectual y decidir por sí mimo qué uso darle. También supuso que, dado que se puede transmitir lo que se ignora, un humilde e “ignorante” padre de familia, podía educar a sus hijos sin maestro explicador. ”Hay que aprender alguna cosa y relacionar con ella todo el resto” siguiendo el axioma de que todos los humanos tienen igual inteligencia. El aprendiz debe verlo todo por sí mismo, comparar sin cesar y es función del maestro emancipador verificar que está en la búsqueda, a partir de una triple pregunta: ¿Qué ves?. ¿Qué piensas? ¿Qué haces?. Maestro es quien mantiene al que busca en su rumbo. Para ello es necesario considerarse uno mismo emancipado, reconocerse como “viajero del espíritu”, semejante a los demás viajeros. Jacotot invierte la premisa de Descartes “Pienso, luego existo”, por “Soy hombre, luego pienso” .No establece diferencias entre la obra del artesano, el obrero, el científico o la retórica de las elites. Luego plantea una paradoja: en momentos que la fisiología positivista comenzaba a demostrar diferencias entre los cerebros humanos, deduciendo de ello cuestiones como que a mayor peso mayor inteligencia, sería

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Miguel Angel Zilvetty Torrico consecuente que los cerebros superiores dominaran a los inferiores sin necesidad de leyes, asambleas ni gobiernos. Tampoco se necesitarían escuelas o academias en el orden intelectual. Dominarían por simple superioridad, como en el caso de la fuerza. física. Sin embargo los “superiores” se justifican como tales por su espíritu y además creen en el alma inmortal, inherente a todo ser humano. Ësta permite reconocer entre el Bien y el Mal, la conciencia y el deber, etc. Entonces, en ese sentido todos seríamos iguales No interesa a Jacotot indagar en si una mayor o menor inteligencia es efecto de la naturaleza o de la sociedad. “Allí donde cesa la necesidad, la inteligencia descansa, salvo que una voz más fuerte se haga oir mostrándole que puede seguir buscando, como lo ha hecho hasta ese momento”. El hacer es más importante que el saber, no interesan los tropiezos en el camino.. Los pasos del aprendizaje de la “enseñanza universal serían: repetición, invención, traducción incesante. Ello produciría una sociedad de emancipados, de artistas. El artista necesita la igualdad, como el “explicador” la desigualdad. Se afirma que “no hay sociedad posible. Solamente existe la sociedad que es”. Y esta se basa en el menosprecio La pereza en sí misma es el acto de un espíritu que subestima su propia potencia. Y el menosprecio de sí es también menosprecio de los otros. El modo de la retórica, propio de las asambleas legislativas, que toman como referencia tanto Bentham como Jacotot, es el de anular la voluntad de los otros, destruir a otras voluntades para hacer prevalecer la propia, impidiendo a otra inteligencia el ponerse activa. ¿Qué es lo que permite al intelectual despreciar la inteligencia del obrero sino el menosprecio de éste hacia el campesino, del campesino hacia su mujer y así sucesivamente, hasta el infinito? Como no existe ninguna razón natural para la dominación es que se crean los convenios, las constituciones. ...El pueblo está alienado a su jefe exactamente igual como éste a su pueblo. Se imaginariza un pueblo de hombres pero sólo existen los ciudadanos, que alienaron su razón a la ficción igualitaria. Y existen pensadores “a sueldo” para racionalizar el orden existente. No hay política de la verdad. “La rebelión de la plebe en la colina romana de Aventino, 494 a.C. es el principio del conocimiento de sí de los plebeyos, que hace de ellos y de los proletarios de hoy, hombres capaces de hacer todo lo que puede el hombre”. Las enseñanzas de Jacotot continúan en Francia, en 1830.Despierta interés en liberales y progresistas, profesores, hombres del gobierno. Industriales y empresarios que pretendieron adoptar su filosofía, en franca ruptura con el Viejo.Se extendió a otros países como Alemania y Rusia.

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Miguel Angel Zilvetty Torrico Es un momento de transición entre dos paradigmas: la de los rangos por herencia está por sucumbir a la de la capacidad como decisora de los mismos. La enseñanza emancipadora se extiende entre los progresistas, salvo que le cambian la denominación y no existen en los centros donde se propaga “maestros ignorantes”. En distintas ciudades de Francia aparecen émulos del Fundador, como solían llamarlo sus discípulos, que usufructúan su nombre con fines de lucro..Lo que había que impedir a toda costa era que los pobres pudieran reconocer sus capacidades. Y lo mejor para evitarlo era abrir escuelas, en todas partes, para que a partir de la instrucción, tuvieran la medida de su incapacidad. Hasta entonces la Universidad y su Bachillerato no controlaban más que el acceso a algunas profesiones. Las carreras sociales estaban abiertas a quienes se habían formado a su manera, no era necesario haber cursado el bachillerato para ser politécnico.....Pero, con el sistema de explicaciones perfeccionadas, se instauraron asimismo los exámenes perfeccionados. Con los exámenes se censuraría cada vez más la libertad de aprender de una forma distinta a la explicativa y graduada. La tarea de hacer una sociedad igual con hombres desiguales es la de reducir indefinidamente la desigualdad. Para ello es precisa la pedagogización íntegra de la sociedad, es decir, la infantilización de los individuos que la componen. La panecástica no pretendía decir la “verdad” ni predicaba ninguna moral. “Busquen la verdad y no la encontrarán, llamen a su puerta y no les abrirá, pero esta investigación les será útil para aprender a hacer”. Jacques Jacotot falleció el 7 de agosto de 1.840. En su epitafio, los discípulos hicieron inscribir el credo de la emancipación intelectual: “Creo que Dios creó el alma humana capaz de instruirse sola y sin maestro”. Algunos meses más tarde, la inscripción fue profanada. El Fundador lo predijo “La enseñanza universal no crecerá, .sin embargo, no morirá.

¿Qué nos quiere transmitir Ranciere con este texto? ¿Cuál es el metatexto?. En una entrevista (12) el autor menciona el descubrimiento de Jacotot cuando escribía “La nuit des proletaires”. Allí aparece el niño obrero que es conducido por sus padres a través del camino que él mismo iba trazando hacia la emancipación intelectual. Ranciere escribe “El maestro ignorante” en el momento y circunstancias mencionadas en su Prefacio. Él se opone tanto a republicanos como a progresistas, ya que ambos toman al conocimiento como causa y al a igualdad social como efecto.. Tanto en tiempos de Jacotot como en la Francia de los 80 y en el mundo y etapa actual, considera que hay que invertir el orden. El sujeto, cada uno de nosotros, debe suponerse capaz, autónomo, emancipado, suprimiendo las diferencias supuestas. Al preguntársele por coincidencias con la posición socrática, declara a ésta como

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Miguel Angel Zilvetty Torrico “embrutecedora” por excelencia, dado que Sócrates sabía dónde quería llegar con sus preguntas, logrando que sus discípulos descubrieran la incoherencia de sus argumentos. Sócrates era el maestro sabio que los guiaba por el buen camino. Es preciso, en cambio, que el maestro no guíe más, que se declare ignorante. No transmite ningún saber sino que permanece atento a la búsqueda de éste por sus estudiantes. Respecto a la relación entre Jacotot y Descartes, Ranciere- Jacotot consideran que ser y pensamiento configuran una unidad, como los psicólogos que se referencian en el materialismo histórico del siglo XX, Wallon y Vigotsky, aunque a diferencia de ellos, parecen suponer al sujeto separado de su medio. La ideología dominante - dice más adelante también pre-supone la igualdad de las inteligencias. Para ello cita a Aristóteles: ”El esclavo comprende el lenguaje pero no lo posee” .Su uso y comprensión es funcional a que cumpla órdenes. Ranciere- Jacotot proponen transformar esta situación; que se rompa la dialéctica amo- esclavo, a través de la autoafirmación del supuesto inferior. No descarta que haya maestros pero pone como condición que no expliquen, que se limiten a transferir su voluntad de saber a otras voluntades. Le preguntan entonces por su relación con el psicoanálisis, a lo cual responde que tendría en común con el psicoanálisis lacaniano que ambos (analista y maestro) asumen el lugar del “no saber”. El maestro puede ignorar el tema o la disciplina, como Jacotot el holandés o la pintura mas lo fundamental es la ignorancia de la desigualdad. Supone Ranciere que esto reestructuraría las relaciones humanas, acabaría con el ”No sé, “No puedo” del menosprecio hacia sí mismo y “Ustedes no pueden, no saben “ del menosprecio hacia los otros. Para mediar en esta relación entre voluntades en vías de emancipación, está el dispositivo: un libro, un calendario, una plegaria, una herramienta.. Ante su posición frente a las diversidades culturales, responde no poder dar una respuesta simple, ya que la emancipación siempre es singular y sólo para aquel que piensa que existe una igualdad fundamental. Rechaza concepciones que resaltan la superioridad de cualquier tipo de una cultura sobre otra. Por ejemplo las palabras de un aborigen mbyá “no necesitamos papel porque tenemos la memoria”.

Respecto a su posición respecto a la pedagogía de Paulo Freire, no hay puntos en común. A Jacotot no le interesa la “concientización”, no busca elevar a los pobres en tanto colectividad. Su respuesta se inscribe en el anarquismo ya que sostiene que la igualdad no puede institucionalizarse. Freire y Jacotot comparten la idea de la emancipación intelectual al interior de cada individuo pero se diferencian en que Freire tenía un método, un conjunto de medios para instruir a los pobres en tanto clase. Jacotot se opone a ello.

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Miguel Angel Zilvetty Torrico La actualidad que Ranciere otorga a “El maestro ignorante” es que hoy, más que nunca, las diferencias entre individuos que son supuestas como socialmente iguales, se basan en la oposición “primeros de la clase” y “atrasados”. Incluso el gobierno de los mundialmente poderosos se explica por su mayor saber y comprensión. Lo más significativo de las instituciones escolares es que simbolizan globalmente el orden mundial. Otras opiniones que vierte en esta entrevista son:. “La democracia es el ejercicio del poder de los incompetentes. Existe una analogía entre emancipación intelectual y práctica política, como ruptura del funcionamiento de la desigualdad. Mas no hay para ello institución posible”. Podemos a nuestra vez, preguntar, como hace Lilian do Valle:¿ En nombre de qué se buscaría emancipar?. O también en el mío propio ¿Qué sentido – si es que es posibletendría la emancipación individual?¿Cómo emancipar al sujeto / a los sujetos que son nuestros niños y jóvenes educandos que en su absoluta mayoría sólo desean ir a la institución escolar para ser contenidos, alojados, jugar con otros, y en muchos casos para nutrirse no de conocimientos sino de alimentos materiales que sus hogares no les pueden proveer? O ¿Cómo evitar / transformar la posición del joven estudiante que concurre al instituto de educación superior o a la universidad para graduarse cumplimentando una serie de condiciones, entre ellas la aceptación del conocimiento fragmentado y graduado, los exámenes, los trabajos prácticos, el sistema de puntajes, etc, etc. etc. en sujetos deseosos de emancipación?. ¿No habría para ello que generar otras transformaciones en la acción y la conciencia colectiva?

SEGUNDO RESUMEN DEL TEXTO Dedicación de un estudio de las prácticas que los obreros llevaban adelante para la educación de sus hijos. Una de las preocupaciones que guiaban entonces su trabajo era encontrar caminos que pudieran vincular la emancipación intelectual con la emancipación social. Este trabajo de exploración lo llevó a toparse con un personaje singular de la historia de la educación francesa: Joseph Jacotot. La figura de este antimaestro decimonónico y sus extravagantes métodos de enseñanza pasaron a ser presencias recurrentes, a veces explícitas y otras no, en las inquietudes políticas de Rancière y en diversos pasajes de su producción teórica. Coincidentemente con el período de estas investigaciones, tuvo lugar, en Francia, la llegada de los socialistas al gobierno y junto a las primeras medidas adoptadas en referencia a la educación se desató una polémica política y teórica alrededor de la significación y la finalidad de la escuela actual. Confrontaban allí las concepciones progresistas de cuño sociológico, inspiradas en la obra de Pierre Bourdieu, con el pensamiento tradicional “republicano”. Unos, señalaba la necesidad de adaptar los saberes y las prácticas educativas a la realidad de los sectores más desfavorecidos, otros, promovían la difusión indiferenciada del saber cómo forma de instrucción

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Miguel Angel Zilvetty Torrico igualitaria. Pese a la oposición, para Rancière, unos y otros se instalaban en un mismo terreno común: vinculaban la transmisión del saber con la conquista de la igualdad. Sobre este punto van a girar gran parte de los planteos posteriores de nuestro autor. La preocupación de Rancière por la educación popular y las referencias a Jacotot, tangenciales o directas, continuaron en El filósofo y sus pobres (Le philosophe et ses pauvres, París, Fayard, 1983) y en su participación en el volumen colectivo Los salvajes en la ciudad: Autoemancipación del pueblo e instrucción de los proletarios en el siglo XIX (Les sauvages dans la cité: Autoémancipation du peuple et instruction des prolétaires au XIXième siècle, Seyssel, Champ Vallon, 1985). Pero es en El maestro ignorante: Cinco lecciones sobre la emancipación intelectual (Le maître ignorant: Cinq leçons sur l’émancipation intellectuelle, París, Fayard, 1987) –que aquí reseñamos– donde Rancière construye y despliega su propio Jacotot, transformándolo en un intempestivo portavoz de sus ideas. Este cuidadoso trabajo de apropiación política ha permitido a Rancière convertir una peculiar cuestión pedagógica de principios del siglo XIX en una problematización política de vital actualidad. El camino que siguió Rancière al desarrollar la cuestión del significado social de la emancipación intelectual lo llevó a concentrar su atención en un tema político fundamental: la igualdad. Educación, política y filosofía tejen entonces la trama compleja de este libro altisonante y provocador. En las páginas que siguen intentaré mostrar cómo Rancière logra conmover los cimientos de las interpretaciones que hacen de la igualdad el punto de llegada de las políticas supuestamente emancipadoras y en qué medida queda abierta la cuestión de cómo llevar adelante una política igualitaria. En el cruce de la educación institucionalizada y la acción política progresista se ha afirmado que la educación tendría como una de sus tareas fundamentales intentar paliar o mitigar las contradicciones de clase (o de género, de raza, de religión, u otras) propias de nuestras sociedades. La prédica liberal ha insistido con que la escuela debería funcionar como reguladora de las desigualdades sociales, garantizando mecanismos o estrategias que converjan hacia la igualdad de oportunidades. Los ideales fundacionales de la Ilustración, que con diversos matices llegan hasta nuestro presente, colocaban a la adquisición de conocimientos como la llave maestra para la consecución de la libertad del hombre. Correspondería a la instrucción pública extender tal beneficio a todos, sin diferencias de origen. Estas diversas consideraciones comparten el supuesto de que la institución educativa tendría la responsabilidad política de hacer algo por igualar lo que se presentaría, de hecho, como desigual. El maestro ignorante se desarrolla en un doble registro, en dos recorridos paralelos que se entrecruzan y realimentan. En el primero, el relato se construye sobre la figura de Joseph Jacotot y su experiencia personal de enseñanza en los albores del siglo XIX, profundamente convulsionada por una serie de circunstancias azarosas que motivaron un cambio tajante en su mirada sobre la educación tradicional. El segundo, se despliega a partir de la

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Miguel Angel Zilvetty Torrico apropiación política que hace Rancière de aquella experiencia, en una suerte de contrapunto constante. En este doble movimiento, el libro va sobreimprimiendo a la descripción de una cuestión básicamente pedagógica la construcción de un problema eminentemente político, verdadero núcleo propositivo de la obra. No deja de sorprender cómo El maestro ignorante, ya desde las primeras páginas, dirige un ataque demoledor sobre un recurso clásico y señero de toda educación: la explicación. De manera abrupta, vemos que la explicación pasa de ser aquella herramienta privilegiada con la que los maestros, desinteresadamente, han intentado llevar a sus alumnos hacia el conocimiento y la cultura, a convertirse en un arma sutil de imposición y dominación. Una serie de circunstancias puntuales de su experiencia concreta de enseñar le hicieron comprender a Jacotot que la “explicación” (es decir, la conducción de los alumnos, por etapas, desde la ignorancia hacia el saber), contrariamente a lo que sostenía la pedagogía –y él mismo pensaba hasta entonces–, no era el vehículo preclaro e imprescindible del magisterio; que era posible construir otra relación entre maestros y alumnos que la tradicional vertical, organizada a partir del que supuestamente sabe y el que no. Esta conmoción originada en la práctica misma pasó a ser el punto de quiebre de toda una concepción de la enseñanza y transformó la vida de Jacotot en un esforzado intento por desplegar hasta sus últimas consecuencias la novedad que había vislumbrado. Rancière se detiene cuidadosamente en este proceso y desarrolla, a su vez, en toda su magnitud, las consecuencias políticas que este quiebre supone. En la interpretación Jacotot-Rancière, la explicación cumple una tarea fundamentalmente regulativa. En la medida en que divide el mundo en dos, separando a los que saben de los que no –los que “explican” de los que escuchan y “aprenden”–, instaura una segmentación que es mucho más significativa que una mera distinción de dominios de saberes. Toda la enseñanza clásica se apoya en esta idea supuestamente neutral de la explicación-transmisión, cuya matriz sostiene, a grandes rasgos, que hay algo (un conocimiento, una destreza) que alguien tiene –el maestro– y se lo transmite, por medio de una explicación, a alguien que no lo tiene, el alumno. El que no sabe irá aprendiendo de a poco y con el tiempo adquirirá los saberes de que carecía. Pero el reconocimiento de esta distinción entre los que saben y los que no, que es inherente a la existencia misma de cualquier magisterio, no sólo define la relación que cada uno tiene con los conocimientos sino que, y esto es lo más importante, demarca una serie de estamentos. En efecto, tomar conciencia de la segmentación que produce el dominio de ciertos saberes hace que cada uno internalice el lugar que ocupa y vea que la posibilidad de ascender viene ligada a la subordinación –en principio, intelectual– a un explicador. Por cierto, si uno pudiera hacerlo por sí mismo no sería necesario el maestro. Para Jacotot, la institución educativa tiene como función reproducir esta distinción jerárquica porque de ella justamente vive, es su condición de posibilidad. El maestro administra, en nombre del estado, un segmento de poder. Él controla la distancia que hay

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Miguel Angel Zilvetty Torrico entre lo que se debe enseñar y lo aprendido, entre lo enseñable y la comprensión de lo enseñado. Constituye la supervisión y garantía de la eficiencia de la transmisión. El que explica algo y luego controla la fidelidad de lo “aprendido” es para Jacotot un “embrutecedor”, alguien que no emancipa sino que ubica al otro en un mundo de rangos, consolidado y natural. En última instancia, termina instalándose, a partir de la supuesta posesión y capacidad de utilización de los saberes, una lógica de superiores e inferiores. Para Rancière, esta matriz jerárquica termina siendo la estructura básica con la que se comprende la sociedad. La experiencia inédita vivida por Jacotot le hizo constatar que es posible aprender sin un maestro explicador, que si alguien quiere aprender puede ser capaz de disponer las relaciones con el otro de una manera original y propia. Aprender sin un maestro explicador no quiere decir, sin embargo, que se prescinda de todo maestro. Pero ¿qué quiere decir que pueda no haber un explicador y que de todos modos se pueda aprender de un maestro? ¿Qué enseña un maestro que emancipa, a diferencia de otro que explica y, por lo tanto, embrutece? ¿En qué consiste este magisterio diferente? Por lo pronto, para Jacotot es preciso separar las dos funciones que la práctica del maestro explicador une: la del conocedor o especialista en un saber y la del que enseña. ¿Qué podría significar entonces enseñar otra cosa que un saber, ser algo distinto del conocedor que transmite su dominio? No se tratará de enseñar el propio saber (en rigor, ni siquiera hay que tenerlo: esa es, justamente, la escandalosa posibilidad del maestro “ignorante”) sino de hacer explícito que el otro es capaz de aprender lo que quiera. Lo que se enseña cuando se emancipa es a usar la propia inteligencia. La función del maestro será plantear al alumno un desafío del que no pueda salir más que por sí mismo. Es interrogar como un igual y no como un conocedor, que ya sabe todas las respuestas. El que enseña emancipando sabe que él también está aprendiendo y las respuestas del otro son nuevas preguntas para él. La palabra circula entre todos y no en una sola dirección. Algunos textos clásicos, verdaderas herramientas-motor del “método” Jacotot, permitían decir a cada uno lo que pensaba y no eran en absoluto un fin en sí mismos.. Permitían que cada uno hable, no como maestro o alumno, sino como hombre o mujer. Es decir, no como aquel que es examinado en vista de una evaluación sino como aquel de quien interesa lo que pueda decir. No se trata de explicar lo que los científicos, los artistas o los filósofos dicen o hacen, sino de ser, en alguna forma, científicos, artistas o filósofos. ¿Cuál es la lectura política que puede hacerse de esta transformación educativa de Jacotot, quien no se cansaba de repetir que no tenía nada (ningún “contenido” en especial) que enseñar a sus alumnos? La posibilidad de emancipación en el enseñar está ligada, para Jacotot, a la potencialidad de un triple cuestionamiento, que es un llamado libertario dirigido a la inteligencia, y un imperativo radical, dirigido a la voluntad. El maestro no debe dejar de preguntar: “y tú... ¿qué ves?, ¿qué piensas?, ¿qué harías?”. Las respuestas, entonces, dejarán de ser un secreto que atesora el maestro

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Miguel Angel Zilvetty Torrico para transformarse en una conquista, de cada alumno, sobre los saberes, sobre el mundo y sobre sí mismo. El único imperativo que el maestro debe sostener con tenacidad frente a un alumno es “¡tú puedes!”. Partiendo de esta consigna, que potencia las posibilidades de cada uno, junto a los tres interrogantes mencionados, es posible desplazar la cuestión educativa hacia la política y evaluar sus consecuencias. En efecto, alguien que no se somete a un orden jerárquico, construido a partir de desigualdades de inteligencia u otra referencia, alguien que no se ve como inferior sino que reconoce y valora su propia capacidad, y se sostiene en su tenacidad, podrá emanciparse. Un obrero (o un campesino, un artesano o cualquiera) se emancipará intelectualmente “si piensa en lo que él es y en lo que hace dentro del orden social” (p. 59). Podríamos decir que, en un sentido estricto, recién entonces será un sujeto, alguien que se conoce a sí mismo como viajero intelectual, como alguien que piensa y puede actuar en consecuencia. Como alguien que se interroga y que puede interrogar a los que supuestamente saben y, sobre todo, a los que supuestamente saben y además gobiernan. En términos de Jacotot: “Toda la práctica de la enseñanza universal se resume en la pregunta: ¿y tú, qué piensas? Todo su poder radica en la conciencia de emancipación que ella actualiza en el maestro y suscita en el alumno.” (p. 63) Si no se trata de transmitir conocimientos, entonces, ¿cualquiera podría ser un maestro emancipador? Efectivamente, siempre y cuando haga propios el triple cuestionamiento y el “tú puedes”. Esta condición de sostener la enseñanza y la emancipación en una singularidad –la construcción del camino propio– tiene una derivación peculiar: la imposibilidad de institucionalizar un “método Jacotot”. Esta consecuencia es catastrófica para quienes, por ejemplo, imaginan que la liberación de los hombres y las mujeres puede ser conducida por una política de estado, por “progresista” que ella sea. No es difícil entrever una veta anarquista en la médula del planteo político-pedagógico que Rancière realza de Jacotot: enseñar y aprender es un vínculo directo entre los individuos (sin mediaciones), la imposibilidad de institucionalización, la relación conflictiva con el estado, etc. A Jacotot le pasó lo mismo que a todo revolucionario triunfador. Luego de los éxitos iniciales, comprueba que si es verdaderamente consecuente con sus principios revolucionarios, en el mismo momento en que comienza a institucionalizar su revolución triunfante comienza también a liquidarla. Pero no es tan interesante la eventual perspectiva de desescolarización que podría derivarse del planteo general de Jacotot –ya que la intención de Rancière es más política que pedagógica– como la posibilidad de pensar, a partir de aquél, una política de nuevo cuño. En efecto, el movimiento que fuerza Rancière en la experiencia pedagógica de Jacotot, por un lado, deja al descubierto una de las paradojas de la institución educativa (y, más específicamente, del estado): qué es lo que impone o debe imponer (o sea, hasta dónde obliga) en nombre de la libertad. Lleva al centro de la escena los límites del ejercicio de la autoridad y la necesidad de sujeción (a la lógica de estado, a través de la escuela) frente

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Miguel Angel Zilvetty Torrico a la constitución de sujetos (o seres libres). Por otro lado, se nos advierte que no hay quien nos debe decir cómo son las cosas y qué es lo que habría que hacer; sólo se nos insiste en que somos capaces de pensar y hacer. La incapacidad de llegar a algo por uno mismo, en tanto ficción estructurante que se debía suponer para fundamentar la explicación, es la misma incapacidad que se debe suponer para hacer una política de delegación. En nombre de una incapacidad técnica u operativa (desconocimiento / imposibilidad de ejercer por uno mismo las decisiones) se justifica la necesidad de mediadores: los tecnócratas economicistas, los políticos “profesionales”, etc. La paradoja del maestro emancipador es que emancipa sin constituirse ni en líder ni en guía, lo hace sólo apostando a que cada uno puede hacerlo. Se podría ir más lejos aún. La explicación no sería sólo el arma embrutecedora que emplean los pedagogos ingenuamente, sino la estructuración misma del orden social: la explicación dominante es la que “explica” –manifiesta o implícitamente– el porqué de la distribución de los rangos existentes y la necesidad de su sostenimiento para el beneficio común. Las distancias que la escuela (y el estado) pretende reducir son aquello de lo que vive y le da sentido, y en consecuencia, no deja de reproducir. En última instancia, se garantiza la integración del lazo social a partir de la integración pacífica de la masa, guiada por las élites instruidas. La tremenda osadía o pretensión de insinuar que se puede “enseñar lo que se ignora”, mucho más que manifestar un absurdo didáctico, tiene una intencionalidad filosófica y política crucial. Expresa la potencia del pensamiento y la posibilidad que tienen todos de construir lo nuevo. Ahora bien, nada de esto sería posible sin el supuesto constituyente de que todos somos iguales, que, en Rancière, presenta una radicalidad inédita. Pero ¿qué quiere decir y qué alcances tiene dicha afirmación? A diferencia de los análisis usuales de la cuestión igualitaria en la que la igualdad termina siempre siendo un objetivo a conquistar, Rancière parte de, o postula, la igualdad, para luego extraer de esa apuesta todas las consecuencias que sea posible derivar. La igualdad no será entonces algo que está al final del camino, como una lejana meta a la que hay que llegar y respecto de la cual sólo importa discutir y evaluar los métodos para alcanzarla. Para Rancière, la igualdad es una afirmación sin más fundamentación que la decisión de hacerla y la voluntad de ser consecuentes con ella. En esta línea, ubicar la igualdad al comienzo define un punto de inicio para todas las acciones humanas y un pensamiento verdaderamente liberadores. En Jacotot, el tema de la igualdad está focalizado en la igualdad de las inteligencias. La emancipación intelectual de los individuos no tiene otro objeto que permitir “verificar” o poner en acto dicha igualdad. Rancière hace pie en esta idea, se sirve de ella, y la extiende a un plano general. En este movimiento podemos ver cómo el desplazamiento de lo pedagógico a lo político toma forma, una vez más. La decisión de partir de la igualdad, aunque no fundada, tiene sin embargo una serie de comentarios o ilustraciones que acercan una suerte de justificación. En efecto, Rancière se

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Miguel Angel Zilvetty Torrico detiene en discutir la trivial constatación empírica de que lo que hay es la desigualdad. De hecho, por todos lados no se vería más que desigualdad de inteligencias, o desigualdad a secas. Qué más natural que comprobar la evidencia, lo que cualquiera podría corroborar: que hay inteligentes y brutos, capaces e incapaces, espíritus abiertos y cerebros obtusos. Unos pasan mejor los exámenes que otros; unos progresan, otros repiten, ya sean alumnos del mismo origen social, cultural, etc., o diferente. Unos saben, otros no. Unos pueden, otros no. Pero ¿qué se puede extraer en nombre de la política o en favor de la justicia verificando que todos somos diferentes? ¿Acaso no se podría afirmar también –dice Rancière– que es evidente la “igualdad” del amo y el siervo o del dominador y el dominado, en la medida en “que es evidente” que los segundos deben “comprender” las órdenes de los primeros, para obedecerlas? ¿No se trata de la misma inteligencia la que los hace situarse en la misma estructura de dominación? Para Rancière, quien quiere proceder a partir de la desigualdad debe presuponer la igualdad y en esto apoya la decisión que guía el libro. Ahora bien, esta suerte de “justificación” de la necesidad de presuposición de la igualdad tiene algunas dificultades. Detengámonos brevemente en ella. Rancière intenta “justificar” de dos modos diferentes el recurso a sostener la igualdad de las inteligencias. Por un lado, hace referencia a la igualdad supuesta en el acto de quien dice algo y otro comprende (es la igualdad necesaria que habría que reconocer para que la desigualdad funcione). En realidad, lo que estaría haciendo es derivar o sustentar la igualdad en algo común y previo. Este planteo no podría conducir, en última instancia, a otro lugar que a aquellas posiciones que sostienen la existencia de una “esencialidad” compartida en el habla, reconocen un a priori del lenguaje, o bien consideran inevitable participar de las condiciones de toda comunicación o, incluso, afirman lo natural de compartir el don de la palabra. En esta línea, desembocar en un neoesencialismo, en la teoría de la acción comunicativa de Habermas o en algunos planteos Agamben o Derrida es sólo cuestión de gimnasia teórica. El segundo modo, que es el más potente, no es, en sentido estricto, una justificación sino más bien un ejercicio de intento de actualización de la igualdad. Por ejemplo, afirmando que el punto de partida de cualquier “aprendizaje” no será nunca lo que el “ignorante” (en el sentido trivial de quien no detenta un conocimiento determinado) ignora sino lo que el “ignorante” sabe (y, por cierto, suele saber muchas cosas). De todos modos, la riqueza de la posición de Rancière no se muestra en el primer intento de justificación, que es débil y poco consecuente con el resto de sus planteos, sino que se exhibe con mayor vigor en el segundo, donde la clave es sostener que el planteo igualitario es una decisión primaria que tiene la fuerza de un axioma y, en consecuencia, hace superfluo cualquier intento de prueba o demostración. Ahora bien, afirmar el postulado igualitario será, por cierto, una decisión política. La educación y la política no pueden partir de la desigualdad y tratar de anularla con acciones correctivas –educativas o políticas–, que procuren hacer iguales de los desiguales. Quien parte de una desigualdad que

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Miguel Angel Zilvetty Torrico entiende de hecho, evidentemente la admite. Esto significa que reconoce que o bien hay desiguales a él (inferiores) y él aspira igualarlos (haciendo lo posible por “ascender” a los inferiores), o bien hay desiguales a él (superiores) que él debe esforzarse en igualar, pero con la ayuda de los superiores (ya que de no ser así, evidentemente no serían sus superiores y podría bastarse a sí mismo). En cualquiera de los dos casos, lo que domina –y es eje de la lectura política que hace El maestro ignorante–, es el menosprecio, ya sea del otro o de uno mismo. Es querer fundar todo intento de acción en la impotencia, en la debilidad o en lo peor de cada uno. Tampoco se trataría, por cierto, de intentar realizar una comprobación científica empírica de la desigualdad de las inteligencias (que en el fondo no será más que una petición de principio, ya que lo que se encontrará es la desigualdad que se presupuso), o de intentar constatar que esto sea siquiera posible (jamás se podría llegar a otra cosa que constatar que todos somos diferentes), o, peor aún, de intentar cuantificar cuán diferentes somos. Pero, ¿qué podría significar “probar” que dos inteligencias son iguales, o diferentes en tal número? En definitiva, la inteligencia se puede reconocer por sus efectos y la exploración de los efectos de un postulado igualitario es, para Rancière, mucho más significativo que partir de una evidente desigualdad. Lo que interesa a Rancière es descubrir la potencialidad de todo hombre o mujer cuando se considera igual a los demás y considera a todos los hombres iguales a él. La voluntad será la vuelta sobre sí del ser que razona, que se reconoce con capacidad para pensar y actuar. El reconocimiento de la igualdad horizontaliza las relaciones de poder y ubica el protagonismo en cada uno de nosotros. Es una manera de establecer relaciones entre los humanos en las que a todos sin excepción se les reconoce la posibilidad de la palabra. Lo que embrutece a una persona no es su falta de instrucción sino la creencia en la inferioridad de su inteligencia, y lo que embrutece a los “inferiores” embrutece, al mismo tiempo, a los “superiores”. Lo verdaderamente emancipador no será entonces el recorrido o el camino hacia el logro de una igualdad (que, en definitiva nunca se concreta), sino el reconocimiento del principio. La igualdad no se da ni se reivindica, ella se practica, nos enseña Rancière. Y Jacotot nos muestra que el más “ignorante” sabe también muchas cosas y en eso debe fundarse toda enseñanza. Instruir será entonces: o embrutecer –es decir, confirmar una incapacidad, pretendiendo reducir la distancia al no saber– o emancipar, esto es, forzar una capacidad que se ignora o niega que se tiene para extraer de ello todas las consecuencias. El siglo que acaba de concluir ha visto cómo ha ido cambiando la valoración política y social del lugar y la función que corresponde a maestros y profesores. Se ha pasado de enaltecerlos, desde su papel casi santo de misioneros educativos o liberadores sociales, a denunciarlos como poco menos que instrumentos perversos de la reproducción social e ideológica del capital. Con mucha agudeza, Rancière pone el centro de atención en otro lugar y descoloca aquella contraposición. En este cambio de perspectiva, los maestros (y todos los hombres y las mujeres en general) no liberarán o

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Miguel Angel Zilvetty Torrico someterán por su sola función en el diseño institucional de un estado, sino que lo harán a partir de sus decisiones en cuanto a la relación que establecen con los demás. La acción emancipadora será consecuencia de sostenerse en el postulado de la igualdad entre los seres humanos, y, a partir de esta decisión, se abrirá un mundo de posibilidades inéditas en la que la posesión de saberes no será el fundamento velado de las jerarquizaciones. Éste es el mensaje que El maestro ignorante nos da. Pero también abre las puertas a otros desafíos. A su manera, el libro de Rancière rompe, en un sentido general, con la noción de “víctima” (del sistema, de las condiciones de producción y reproducción, de la pobreza estructural, de la globalización, etc.), ya que la supuesta víctima es alguien que piensa y decide, y no un mero cuerpo que debe ser alimentado o un ignorante que debe ser educado. La combinación conceptual reconocimiento de la desigualdad en el origen - víctima no puede llevar mucho más lejos que a la caridad, al sentimiento piadoso de la beneficencia. Y esto es así porque no se considera al otro un igual sino un inferior que debe ser ayudado. Por el contrario, el otro es para Rancière alguien que piensa y en el diálogo igualitario de las inteligencias es que puede ponerse de manifiesto que un “ignorante” puede llegar a ser un emancipador y un sabio, un embrutecedor. Podemos sacar una conclusión quizás para muchos sorprendente: la igualdad no depende de lo social (ni es siquiera el resultado de una acción justa), sino de una decisión y de ser coherente con ella. Pero no es todo. El maestro ignorante deja vislumbrar también una idea singular: la igualdad está excluida del funcionamiento normal de todo orden social, pero es, a su vez, su justificación y objetivo (se la pone afuera, y es, en última instancia, inalcanzable). El contrapunto en la educación es también significativo: siempre hay algo que callar para que la educación sea posible. Jacotot constituyó una disrupción, un ruido molesto en el buen orden del estado de cosas imperante, imposible de ser oído desde la normalidad. El desafío que asume Rancière es ser consecuente con la radicalidad de aquella novedad, en principio pedagógica, para comenzar a recorrer caminos políticos originales. El maestro ignorante pone en el centro de la atención la tensión que soporta la educación como reproducción de lo que hay y la posibilidad de aparición de lo nuevo. En última instancia, tematiza qué significa que haya, en un sentido estricto, “sujetos” de la educación, o mejor, “sujetos” de su educación. Pero también, y quizás sobre todo, que haya sujetos políticos.

BIBLIOGRAFIA Ranciere, Jacques.(2007) El maestro ignorante. Cinco lecciones sobre la emancipación intelectual, Argentina-Buenos Aires: Libros del Zorzal

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