Teresa de Lisieux. Biografia

Colección Karmel 31 © 1997 by Editorial Monte Carmelo Paseo del Empecinado, 1; Apdo. 19 – 09080 – Burgos Tfno.: 947

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Colección Karmel

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© 1997 by Editorial Monte Carmelo

Paseo del Empecinado, 1; Apdo. 19 – 09080 – Burgos Tfno.: 947 25 60 61; Fax: 947 25 60 62 http://www.montecarmelo.com [email protected] Impreso en España. Printed in Spain ISBN: 978 – 84 – 7239 – 372 – 1 Depósito Legal: BU – 359– 1997 Impresión y Encuadernación: “Monte Carmelo” – Burgos

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionada puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y s. del Código Penal).

ENTRADA A Teresa Martin se le ha atribuido ya la condición de genio. Lo que no cabe duda es que las genialidades se dan en su persona y en su palabra, en gestos y acciones. Y tanto en vida como en gloria las sorpresas saltan en su entorno. A veces en el enunciado inesperado de una noticia y no pocas veces en la novedad imbricada de la noticia misma. La breve existencia de Teresa del Niño Jesús está cuajada de incidencias de una niña de casa bien que místicamente se trueca en hija y esposa del Gran Rey. La historia se prolonga apasionante después de su muerte transformándose para ella en «huracán de gloria». Ofrecemos en estas páginas un manojo de florecillas, extraídas unas de los recuerdos de Teresa Martin en el tiempo, y surgidas otras después de que, franqueando una puerta, «entró en la vida» para vivir sin fin. Ojalá que estas narraciones del hilo conductor de Teresa de Lisieux lleven a los ánimos luz y solaz. Ismael Bengoechea de Santa Teresita, O C D

SIGLAS Las siglas más comunes empleadas en este libro, son:

A

Manuscrito A dedicado a la Madre Inés (1895).



B



C



Cta Cartas, según la numeración de la edición Cerf1992.



Manuscrito B dedicado a María del Sdo. Corazón (1896). Manuscrito C dedicado a la Madre María de Gonzaga (1897).

UC Ultimas Conversaciones.

Las citas normalmente se refieren a la edición centenaria de Cerf- 1992. La traducción española más frecuentemente usada, aunque no única, es la de Ed. Monte Carmelo, Burgos, 1996.

I

RELATOS DE LA VIDA

LA NIÑA QUE DESEÓ LA MUERTE A SU MADRE No se alarmen. Ese desear la muerte fue por un exceso de cariño. Esa niña era María Francisca Teresa Martin. Esa madre era aquella madre incomparable «más digna del cielo que de la tierra» (Carta 261, a Belliére, 26, 7, 1897). Celia María Guérin de Martin (1831-1877), hija de una familia profundamente religiosa, quiso consagrarse al Señor entre las Hijas de San Vicente de Paúl. Pero Dios la orientó hacia el matrimonio. Una tarde del 3 de abril de 1858, dos jóvenes se encontraron en el puente San Leonardo de Alençon. Son Celia Guérin y Luis Estanislao Martin. Al cruzarse en el paso, se miran, se sonríen y se quieren. Casi de súbito comprenden que están hechos el uno para el otro. El joven Luis es también un excelente cristiano, algo reservado pero muy bien apuesto. También él subió al Gran San Bernardo en los Alpes creyéndose llamado por Dios. Pero Dios lo condujo al valle, porque tenía sobre él otros designios. A los tres meses de aquel encuentro sobre el puente, el 13 de julio de 1858, aquellos dos jóvenes se casaron en la bella iglesia de Nuestra Señora de Alençon.

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Tuvieron nueve hijos. A todas las hijas antepondrían el nombre de «María»; a todos los hijos, el de «José». Les sobrevivieron cinco hijas como cinco soles: María, Paulina, Leonia, Celina y Teresa. Formaron un cálido hogar donde reinaba el cariño, la alegría y la unión mezclados con dolores y gozos como en toda familia humana. Y el trabajo: Luis al frente de una relojería-joyería; Celia en bordado y encaje de punto de Alençon. Más tarde se escribirá la «Historia de una Familia», la de esta familia singular. Pero antes se escribió la «Historia de un alma», la historia que revolucionó al mundo, porque fue la revelación de la hija más ilustre de este hogar: SANTA TERESITA DEL NIÑO JESUS. Pues bien, esta Teresita habla con inmensa ternura de su madre y nos descubre en su «Historia» la manera tan peculiar que tenía para demostrar su afecto infantil a su mamá: «Mis primeros recuerdos están impregnados de las más tiernas sonrisas y caricias. Pero si Dios puso mucho amor a mi lado, también lo puso en mi corazón, creándolo cariñoso y sensible. Y así, quería mucho a papá y a mamá, y les demostraba de mil maneras mi cariño, pues era muy efusiva... Sólo que los medios que empleaba a veces eran raros, como lo demuestra este pasaje de una carta de mamá: “La niña es un verdadero diablillo, que viene a acariciarme deseándome la muerte: ‘¡Cómo me gustaría que te murieras, mamaíta!’. La riñen, y me dice: ‘¡Pero si es para que vayas al cielo! ¿No dices que tenemos que morirnos para ir

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allá?’. Y cuando está con estos arrebatos de amor, desea también la muerte a su padre”» (M A 4v). Muy prematuramente voló al cielo Celia Guérin: el 28 de agosto de 1877. Tenía 46 años y Teresita cuatro años y siete meses. Teresita se acordará de su madre sin nostalgia en su primera comunión, pensando que si con Jesús estaba el cielo y su madre estaba en el cielo con ella estaba también su madre al comulgar. En la Patria esperó Celia a su esposo hasta que éste la reencontró el 29 de julio de 1894. Quedaron en la tierra sus hijas, todas ellas consagradas a Dios. Los restos de los dos esposos reposan ahora en la colina de Lisieux tras la gran basílica levantada allí en honor de su hija menor, Santa Teresita. Allí esperan el día en que ellos mismos, declarados ya «Venerables» por la Iglesia, tengan altar propio en esa basílica cuando se proceda a su beatificación y canonización, para cuya ceremonia estos padres ya tienen superado el requisito principal, que es la proclamación de la heroicidad de sus virtudes (26, 3, 1994). SI HUBIERA NACIDO DOS DIAS ANTES... La primera comunión representa un hito en la vida espiritual de Teresita Martin. Muy pequeña aún, sabía mucho acerca de este Sacramento. Por lo que veía recibir a los mayores, por el estudio del catecismo y porque

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seguía con gran atención y envidia las lecciones que daban a su hermana Celina cuando ésta se estaba preparando para recibir por vez primera a Jesús en la Eucaristía. En cuanto a conocimiento y a deseos de recibir al Señor, Teresita ya estaba dispuesta para comulgar a los siete años. Pero hubo de esperar hasta los once años. En esto no le favoreció la suerte, porque si hubiera nacido dos días antes hubiese podido comulgar un año antes. Un Sínodo diocesano de Bayeux había dispuesto que los niños podrían hacer la Primera Comunión durante el año en que cumplieran los 11 años. Teresita nació el 2 de enero de 1873, hacía pues los 11 años en 1884. Si hubiera nacido dos días antes, por ejemplo, el 31 de diciembre de 1872, hubiera podido anticipar la comunión en un año, es decir, al 1883. En cambio, Teresa comulgó el 8 de mayo de 1884. Tal vez por esto, Teresita abogará más tarde para que los niños puedan comulgar cuanto antes y que a los adultos se les permita comulgar con más frecuencia. Las dos cosas se conseguirán con Pío X, el Papa que tanto admiraba a Teresita y que introdujo la causa de su beatificación. A Pío X se le reconoce como «el Papa de la Eucaristía». Este Romano Pontífice quedó profundamente impresionado al leer la «Historia de un alma» y comprobar la coincidencia de pensamientos y sentimientos que se daban entre él y esta carmelita, hija de Francia.

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UN REINO POR UNA SONRISA La voz «sonrisa» y «sonreír» aparece 122 veces en los escritos de Teresa de Lisieux. Sintomático signo de la Santa de la perenne sonrisa. En la familia Martin veneraban una preciosa imagen de María a la que llamaban la «Virgen de la Sonrisa». De esta imagen fue muy devota la madre, a la que, según se decía, había hablado en dos ocasiones. Teresita siempre la veneró en su hogar y luego la tuvo en el Carmelo y contemplándola en la enfermería del convento murió, y ahora sigue sonriendo sobre la tumba de la Santita en la capilla del Carmelo de Lisieux. Todavía más. Esta Virgen está ligada a un momento cumbre en la vida de Teresa. A sus diez años y meses cayó enferma de misteriosa enfermedad con temblores y alucinaciones a lo que se unía una crisis de espíritu con la angustia de los escrúpulos. El mal se agravaba por días, se llegó a temer por su vida (con el espectro en el horizonte de la muerte prematura de los cuatro hermanitos que volaron). Redoblan las oraciones, encargan misas por su curación, acuden a la intercesión de María. Teresita describe aquellos momentos: «Se necesitaba un milagro, y fue Nuestra Señora de las Victorias quien lo hizo. Un domingo (durante el novenario de misas), María salió al jardín, dejándome con Leonia, que estaba leyendo al lado de la ventana.

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Al cabo de unos minutos, me puse a llamar muy bajito: “Mamá... mamá”. Leonia, acostumbrada a oírme llamar siempre así, no hizo caso. Aquello duró un largo rato. Entonces llamé más fuerte, y, por fin, volvió María. La vi perfectamente entrar, pero no podía decir que la reconociera, y seguí llamando, cada vez más fuerte: “Mamá...”. Sufría mucho con aquella lucha violenta e inexplicable, y María sufría quizás todavía más que yo. Tras intentar inútilmente hacerme ver que estaba allí a mi lado, se puso de rodillas junto a mi cama con Leonia y Celina. Luego, volviéndose hacia la Santísima Virgen e invocándola con el fervor de una madre que pide la vida de su hija, María alcanzó lo que deseaba. También la pobre Teresita, al no encontrar ninguna ayuda en la tierra, se había vuelto hacia su Madre del cielo, suplicándole con toda su alma que tuviese por fin piedad de ella...

De repente, la Santísima Virgen me pareció hermosa, tan hermosa, que yo nunca había visto nada tan bello. Su rostro respiraba una bondad y una ternura inefables. Pero lo que me caló hasta el fondo del alma fue la “encantadora sonrisa de la Santísima Virgen”. En aquel momento, todas mis penas se disiparon. Dos gruesas lágrimas brotaron de mis párpados y se deslizaron silenciosamente por mis mejillas, pero eran lágrimas de pura alegría... ¡La Santísima Virgen, pensé, me ha sonreído! ¡Qué

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feliz soy...! Sí, pero no se lo diré nunca a nadie, porque entonces desaparecería mi felicidad. Bajé los ojos sin esfuerzo y vi a María que me miraba con amor. Se la veía emocionada, y parecía sospechar la merced que la Santísima Virgen me había concedido... Precisamente a ella y a sus súplicas fervientes debía yo la gracia de la sonrisa de la Reina de los cielos. Al ver mi mirada fija en la Santísima Virgen, pensó: “¡Teresa está curada!”. Sí, la florecita iba a renacer a la vida. El rayo luminoso que la había reanimado no iba ya a interrumpir sus favores. No actuó de golpe, sino que lentamente, suavemente fue levantando a su flor y la fortaleció de tal suerte, que cinco años más tarde abría sus pétalos en la montaña del Carmelo.

Como he dicho, María había adivinado que la Santísima Virgen me había concedido alguna gracia secreta. Así que, cuando me quedé a solas con ella, me preguntó qué había visto. No pude resistirme a sus tiernas e insistentes preguntas; y sorprendida de ver que mi secreto había sido descubierto sin que yo lo revelara, se lo confié enteramente a mi querida María...» (A 30-30v). Todo esto aconteció el 13 de mayo de 1883. Lo que ha quedado grabado en la retina, en la memoria y en el corazón de Teresita ha sido la «sonrisa» de María. A esa sonrisa apela siempre que recuerda esta gracia.

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No habla ella de aparición ni visión ni revelación; solamente de la «gracia de la sonrisa». Así al evocar su consagración a la Virgen el día de su primera comunión: «Creo que la Santísima Virgen debió de mirar a su florecita y sonreírle. ¿No la había curado ella con su “visible sonrisa”?» (A 35v). Y en París, ante la Virgen de las Victorias: «La Santísima Virgen me hizo sentir que había sido realmente ella quien me “había sonreído” y curado» (A 56v). La Virgen de la Sonrisa se trocó en la Sonrisa de la Virgen para Teresa. Sonrisa que luego se volcó en su alma haciendo de ella a su vez sonrisa de Dios para la Iglesia, para el Carmelo y para la humanidad.

«MI PRIMER HIJO» Ese «primer hijo» de Teresa Martin fue Enrique Pranzini. Se trataba de un hombre de 31 años que había degollado a dos mujeres y a una niña para robar, el 17 de marzo de 1887 en París. Fue condenado a muerte y guillotinado el 31 de agosto de ese mismo año. Pranzini al parecer rechazaba al sacerdote y todo auxilio de carácter religioso, según la prensa que leía Teresita. Al enterarse de la noticia de su proceso y condena, Teresa, que contaba 14 años de edad, se propuso adoptarlo como hijo ante Dios para alcanzar de su misericordia la salvación eterna de este pecador. Es conmovedor el relato de la propia Teresa:

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«Oí hablar de un gran criminal que acababa de ser condenado a muerte por unos crímenes horribles. Todo hacía pensar que moriría impenitente. Yo quise evitar a toda costa que cayese en el infierno, y para conseguirlo empleé todos los medios imaginables. Sabiendo que por mí misma no podía nada, ofrecí a Dios todos los méritos infinitos de Nuestro Señor y los tesoros de la santa Iglesia, y por último, le pedí a Celina que encargase una Misa por mis intenciones, no atreviéndome a encargarla yo misma por miedo a verme obligada a confesar que era por Pranzini, el gran criminal. Tampoco quería decírselo a Celina, pero me hizo tan tiernas y tan apremiantes preguntas, que acabé por confiarle mi secreto. Lejos de burlarse de mí, me pidió que la dejara ayudarme a convertir a mi pecador. Yo acepté, agradecida, pues hubiese querido que todas las criaturas se unieran a mí para implorar gracia para el culpable. En el fondo de mi corazón yo tenía la plena seguridad de que nuestros deseos serían escuchados. Pero para animarme a seguir rezando por los pecadores, le dije a Dios que estaba completamente segura de que perdonaría al pobre infeliz de Pranzini, y que lo creería aunque no se confesase ni diese muestra alguna de arrepentimiento, tanta confianza tenía en la misericordia infinita de Jesús; pero que, simplemente para mi consuelo, le pedía tan sólo “una señal” de arrepentimiento.

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Mi oración fue escuchada al pie de la letra. A pesar de que papá nos había prohibido leer periódicos, no creí desobedecerle leyendo los pasajes que hablaban de Pranzini. Al día siguiente de su ejecución, cayó en mis manos el periódico “La Croix”. Lo abrí apresuradamente, ¿y qué fue lo que vi? Las lágrimas traicionaron mi emoción y tuve que esconderme... Pranzini no se había confesado, había subido al cadalso, y se disponía a meter la cabeza en el lúgubre agujero, cuando de repente, tocado por una súbita inspiración, se volvió, cogió el crucifijo que le presentaba el sacerdote ¡y besó por tres veces sus llagas sagradas! Después su alma voló a recibir la sentencia misericordiosa de Aquel que dijo que habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por los noventa y nueve que no necesitan convertirse... Había obtenido “la señal” pedida, y esta señal era la fiel reproducción de las gracias que Jesús me había concedido para inclinarme a rezar por los pecadores... ¿No se había despertado en mi corazón la sed de almas precisamente ante las llagas de Jesús, al ver gotear su sangre divina? Yo quería darles a beber esa sangre inmaculada que los purificaría de sus manchas, ¡y los labios de “mi primer hijo” fueron a posarse precisamente sobre esas llagas sagradas...! ¡Qué respuesta de inefable dulzura!» (A 45v-46v). La pequeña orante lloró de emoción ante la respuesta del cielo a su ruego. Este episodio marcó la trayectoria

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espiritual de su alma. La sed de salvar almas no hizo más que comenzar. Su confianza en Dios será ilimitada, porque la misericordia del Señor es infinita. Seguirá por ese camino que ya no encontrará meta final más que a las puertas de la eternidad. Seguirá pidiendo por la conversión y salvación de los pecadores, aunque sin exigir ni esperar más señales de ser escuchada por la clemencia de su Padre Dios. No hacen falta. En cuanto a «su hijo» Pranzini, no lo olvidó Teresa. Siempre que le era posible encargaba misas en sufragio de su alma.

Pranzini. Mascarilla de cera conservada en el museo de la Prefectura de policía de París

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HIJA DE MARIA, «A PESAR DE TODO» El acento de esta noticia radica en ese inciso: «a pesar de todo». No fue del todo sencillo para Teresita Martin hacerse «hija de María». Ya antes, el día de su primera comunión, Teresita se había consagrado a la Virgen, el 8 de mayo de 1884. Fue en el pensionado de las Benedictinas de Lisieux, la Abadía de Nuestra Señora del Prado. En esa misma Abadía tuvo lugar la ceremonia de su adscripción en la Asociación de Hijas de María. Pero antes Teresa había salido de aquel pensionado por problemas de convivencia con las compañeras a las que fue agregada, mayores de edad que ella, y por ciertas dificultades e incomprensiones que allí encontró. Teresa prosiguió sus estudios con clases particulares en su casa. Ella misma nos refiere lo que le costó dar el paso en aquellas circunstancias y lo hizo solamente por la Virgen María: «Poco tiempo después de mi primera comunión, la banda de aspirante a las Hijas de María sustituyó a la de los Santos Angeles, pero abandoné la Abadía sin haber sido recibida en esta congregación de la Santísima Virgen. Como salí antes de terminar los estudios, no se me permitía entrar en ella como antigua alumna. Confieso que ese privilegio no me atraía demasiado; pero pensando que todas mis hermanas habían sido “hijas de María”, no quería ser menos hija que ellas de mi

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Madre del cielo, y fui muy humildemente (a pesar de lo mucho que me costaba) a pedir permiso para ingresar en la congregación de la Santísima Virgen, en la Abadía. La primera profesora no quiso negármelo, pero me puso como condición que tenía que venir al colegio dos días a la semana, por la tarde, para demostrar que era digna de ser admitida. Este permiso, lejos de agradarme, me costó enormemente. Yo no tenía, como las demás alumnas, una profesora amiga con quien poder ir a pasar varias horas. Así es que me conformaba con ir a saludar a la profesora, y luego trabajaba en silencio hasta que terminaba la clase de labores. Nadie se fıjaba en mí. Por eso, subía a la tribuna de la capilla y me estaba allí delante del Santísimo hasta que papá venía a buscarme. Este era mi único consuelo. ¿No era, acaso, Jesús mi único amigo? No sabía hablar con nadie más que con Él. Las conversaciones con las criaturas, incluso las conversaciones piadosas, me cansaban el alma. Sentía que vale más hablar con Dios que hablar de Dios, ¡pues se suele mezclar tanto amor propio en las conversaciones espirituales...! ¡Sólo por la Santísima Virgen iba a la Abadía...!» (A 40v-41). Teresa fue admitida como aspirante en la asociación de Hijas de María el 2 de febrero de 1886. El 31 de mayo de 1887 fue recibida plenamente como Hija de María. Desde entonces, a su firma añadió la sigla «e m» (enfant de Marie), hija de María.

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Significó mucho en su vida esta su condición de hija de la Virgen. Lo fue más cabalmente ingresando después en la Orden de la Virgen donde profesó como hija predilecta de la Reina y Hermosura del Carmelo (8, 9, 1890).

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«DESEAR CON TODO DESEO» Teresa Martin «deseó con todo deseo» (San Juan de la Cruz, 2 «Subida» 4, 6) cuanto anheló en la vida y logró satisfacer plenamente todas sus ansias. Teresa llegó a la convicción de que sus deseos provenían de Dios y por eso los acogió con ardor. De aquí sacó una conclusión: si Dios es el autor de los deseos, Dios no inspira deseos imposibles; luego todos esos deseos son realizables, porque Dios, su inspirador, es todopoderoso. Por eso mismo Teresita no fue corta en desear. Y veía cumplidos uno a uno sus deseos: la conversión de Pranzini, el ingreso en el Carmen a los 15 años, la nieve en su toma de hábito, su nombre de religión, la entrada de Celina en su monasterio, etc. Sobre todo, deseó ser santa, una gran santa, y ahí la tenemos, antes de introducirse su causa, proclamada por Pío X como «la santa más grande de los tiempos modernos». Teresa expresó en cascada sus deseos y peticiones en momentos clave de su existencia. Así en el billete que llevaba junto a su corazón en su profesión religiosa (8, 9, 1890) pedía todo esto: = «No cometer la más ligera falta voluntaria - que las criaturas no sean nada para ella y que Jesús lo sea todo - que nada turbe su paz - el amor sin límites, el amor infinito - morir mártir, con martirio del corazón o del cuerpo, o mejor, con los dos - cumplir sus votos en toda

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perfección - no ser carga para la comunidad - verse pisada y olvidada como un granito de arena - llegar al puesto que Jesús ha preparado para ella - salvar muchas almas - que ni una sola alma se condene hoy - que sean salvadas todas las almas del purgatorio». No fue menos ambiciosa en el Acto de Ofrenda al Amor Misericordioso (9, 6, 1895). Aquí suben los quilates de los anhelos de su alma. Decía así: «Oh mi Dios, Trinidad bienaventurada, deseo amaros y haceros amar. Deseo: trabajar para la glorificación de la Iglesia salvando las almas - cumplir perfectamente vuestra voluntad - ser santa, deseo que seáis vos mismo mi santidad - al no poder comulgar cuantas veces deseo, permaneced en mí como en el tabernáculo sin que os alejéis nunca de vuestra pequeña hostia - que me quitéis la libertad de ofenderos - deseo parecerme a Vos en el cielo y ver brillar sobre mi cuerpo glorificado los sagrados estigmas de vuestra Pasión - trabajar solamente por vuestro amor - revestirme de vuestra propia Justicia - no deseo otro trono ni otra corona que la posesión de Vos mismo por Amor - llegar a ser mártir de vuestro Amor - Deseo renovar esta Ofrenda un número infinito de veces a cada latido de mi corazón - Estoy segura de que oiréis mis deseos, mis inmensos deseos».

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LA SANTA DE LOS DESEOS La voz «deseo» y «desear» tiene 464 frecuencias en las «Concordancias» de los escritos de Teresa del Niño Jesús. Eso sin contar las muchas palabras equivalentes de los anhelos de su alma. Fue la mujer de los muchos y grandes deseos, hasta el punto de afirmar que no podría presentar a Dios nada más que deseos (Carta 218, al H° Simeón, 27, 1, 1897). Sabe bien que ese Dios se contenta con nuestros sinceros deseos, deseos que Dios mismo se ocupa de realizarlos. Teresa tuvo deseos inauditos, hasta infinitos, que Dios colmó cumplida y sublimemente, mejor de lo que ella misma hubiera podido imaginar. Expresó esos anhelos en una página sublime que sólo se leen en las historias de los santos:

«Oh Jesús, ser tu esposa, ser carmelita, ser madre de almas..., parece que debiera bastarme; sin embargo, siento en mí otras vocaciones: siento la vocación de guerrero, de sacerdote, de apóstol, de doctor, de mártir. Quisiera iluminar a las almas como los profetas, como los doctores; tengo la vocación de ser apóstol... De recorrer la tierra, predicar tu nombre y plantar en suelo infiel tu gloriosa cruz; pero no me bastaría una sola misión, yo quisiera anunciar a la vez el Evangelio en las cinco partes del mundo y hasta las islas más remotas; quisiera ser misionera, no sólo durante unos años, sino haberlo sido desde la creación del mundo hasta la consumación de los siglos.

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A la vez, quisiera ser mártir; pero para satisfacerme desearía pasar todos los martirios: ser azotada y crucificada, despellejada como San Bartolomé, sumergida en aceite hirviente como San Juan, entregar mi cuello a la espada como santa Inés y Santa Cecilia, pronunciar el nombre de Jesús entre las llamas como Juana de Arco... En fin, si quisiera escribir todos mis deseos, habría que abrir el Libro de la Vida, donde están registradas las acciones de todos los santos, que quisiera haberlas realizado todas por ti...» (B 3). Vocaciones de Teresa que hemos visto cumplidas al pie de la letra no sólo por la vía misteriosa del amor sino también por espléndidas realidades de las que somos testigos cualificados, porque: Teresa es «apóstol» de una legión de almas pequeñas que practican la experiencia de la infancia espiritual; es «misionera» del mundo como patrona de todos los misioneros y misioneras de la Iglesia Católica; es «mártir» con martirio del dolor físico y del dolor interior del alma hasta haberse podido escribir «La Pasión de Teresa de Lisieux» (Guy Gaucher). También estampó Teresa esta audaz profecía que envuelve un sorprendente deseo: «Se me ocurrió pensar que había nacido para la gloria» (A 32). He aquí que después de su muerte estamos viendo caer sobre ella lo que un Papa calificó de «un huracán de gloria».

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¿DESEOS INFINITOS O DESEOS INMENSOS? No es lo mismo «infinito» que «inmenso». El mar es inmenso, pero no es infinito. Esta diferencia de sentidos tuvo su incidencia en Teresa de Lisieux. Ella usó con profusión el término «infinito». Aparece 74 veces en sus escritos. Lo insertó en el acto de Ofrenda como víctima al Amor Mise- ricordioso que de sí misma hizo el 9 de junio de 1895. En el texto de esa Ofrenda redactado por ella se decía: «Estoy segura de que escucharéis mis deseos. Lo sé ¡Dios mio! Cuanto más queréis dar, tanto más hacéis desear. Siento en mi corazón «deseos infinitos» y os pido con confianza que vengáis a tomar posesión de mi alma» (Obras completas, ed. Monte Carmelo, 1996, p. 738) Por tratarse de un acto importante en su vida espiritual, Teresa quiso que un teólogo examinara el texto de su Ofrenda. La madre Inés lo entregó con este objeto al padre Armando Lemmonier, de los misioneros de la Liberación, el cual a su vez lo sometió al criterio de su superior (y homónimo). Éste no encontró nada contrario a la fe, pero indicó que se cambiara la expresión «deseos infinitos» por «deseos inmensos», porque el hombre, limitado como es, no puede realizar nada de carácter infinito, porque infinito sólo es Dios. Teresa obedeció y con esa enmienda quedó la redacción definitiva de la Ofrenda como mundialmente se conoce.

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Sin embargo, se ha reconocido que Teresita tenía razón y su texto primitivo era teológicamente correcto, porque ella no restringía a Dios a la medida del hombre sino que ajustaba al hombre a la medida de Dios. Hay expresiones similares en Santo Tomás de Aquino y en Santa Catalina de Siena. Teresa atribuye a Dios sus deseos y son obra de Dios como inspirados por Él y como tal infinitos. Y el objeto de esos deseos es también Dios, infinito por esencia. En el Acto de la Ofrenda ella habla asimismo de «tesoros infinitos» y en otros escritos Teresa recurre a los «méritos infinitos» de Jesús, que son nuestros. Los deseos de Teresita son eco de los deseos indudablemente infinitos del corazón de Dios. Los santos ven más y van más allá que los teólogos. Al final, los santos aciertan, y no solamente hablan del infinito, sino que lo desean y finalmente lo alcanzan y lo consiguen y se apoderan de él.

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TERESITA MARTIN, A PUNTO DE SER EXCOMULGADA

Seguramente que a más de uno causará asombro este epígrafe con sus ribetes de escándalo. Sin embargo, responde a un hecho real que nos ha sido transmitido por la propia Teresa de Lisieux. Relatando la Santita la conocida peregrinación a Roma en 1887, narra el curioso incidente que dio lugar a una pintoresca situación. Dice así Teresa:

«Yo no puedo comprender todavía porqué las mujeres en Italia están tan expuestas a todo género de excomuniones: a cada paso se nos advertía: «¡No entréis ahí... No paséis de allá, que seréis excomulgadas!» Ah ¡cómo son despreciadas las pobres mujeres!... Sin embargo, hay más mujeres que hombres que amen a Dios y durante la Pasión de Nuestro Señor las mujeres fueron más valientes que los apóstoles, pues desafiaron los insultos de los soldados y se atrevieron a enjugar la Faz adorable de Jesús... Por esto sin duda permite Él que el desprecio sea su herencia sobre la tierra, porque Él la escogió para Sí mismo... En el cielo demostrará El que sus pensamientos no son los pensamientos de los hombres, porque entonces los últimos serán los primeros... Más de una vez durante el viaje yo no tuve paciencia para esperar al cielo para ser la primera...

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Un día que visitábamos un convento de Carmelitas, no contenta yo de seguir a los peregrinos por las galerías externas, me metí en los claustros interiores...; de pronto vi a un viejo carmelita que de lejos me hacía señal de que me alejara; pero en lugar de salir me acerqué a él y mostrándole los cuadros del claustro le manifesté por señas que eran muy bonitos. Al reparar en las trenzas que caían sobre mis espaldas y en mi aire juvenil debió comprender que se trataba de una niña, me sonrió con bondad y se alejó convencido de que no tenía ante sí un enemigo; si yo hubiera podido hablarle en italiano, le hubiese dicho que era una futura carmelita, pero esto fue imposible por culpa de los edificadores de la torre de Babel» (A 66v).

El relato es verdaderamente encantador y nos confirma en el carácter jovial de Teresita, que se conducía siempre con la libertad de una niña pequeña «a quien todo se le consiente», hasta franquear una clausura papal. Es regocijante el inesperado encuentro con el anciano carmelita, símbolo del Carmelo que sonreía a la futura «Patrona de las Misiones». A su vez, la carmelita en ciernes se sintió tan dulcemente atraída por la sonrisa del buen religioso que, lejos de atemorizarse por sus ademanes de alejarla, hubiera deseado entablar con él un animado diálogo, que, de haberse efectuado, hubiera quizás pasado también a las páginas de la «Historia de un Alma». Todo se frustró por la mala partida que nos jugaron los constructores de Senaar.

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No incurrió en excomunión Teresa Martin gracias a su ignorancia de esta pena eclesiástica inherente a la violación de la clausura religiosa. Por lo demás, ¿no hubiera sido realmente irónico que la Florecilla del Carmelo hubiera sido excomulgada por haber traspasado fuera de lugar y tiempo un claustro carmelitano? Que la Santidad de León XIII no la autorizó para tanto en su célebre audiencia.

¿Dónde tuvo lugar este lance? No lo dice la santa. Pudo ser en alguna de las ciudades italianas que visitó: Génova, Milán, Florencia, Nápoles, Roma. Parece lo más probable que sucediese en la Ciudad Eterna, y en tal supuesto pudo muy bien haber sido en Santa María de la Victoria, donde se admira la famosa Transverberación teresiana de Bernini. Esta es la hipótesis que ha prevalecido y así en 1962 se colocó en ese convento de carmelitas descalzos de Roma una lápida en recuerdo de este episodio. Curiosamente en este convento carmelitano romano estuvo radicada la Postulación General de la Orden que llevó con tanto éxito la causa de la beatificación y canonización de Teresa del Niño Jesús.

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SIEMPRE NOVICIA, SIN VOZ NI VOTO No fue exactamente así, porque Teresa del Niño Jesús concluyó regularmente su año de novicia y profesó el 8 de septiembre de 1890. Lo que ocurrió fue que Teresita no salió de la parte del convento destinado a noviciado ni obtuvo la categoría de capitular en las deliberaciones de la comunidad por su condición de casi supernumeraria en razón de ser tres hermanas carnales en el mismo convento, que más adelante fueron cuatro, además de otra prima carnal. Cuatro hermanas Martin eran mucho Martin para una comunidad tan reducida como son por constitución las carmelitas descalzas. Por este motivo sor Teresa no tenía voz ni voto en los capítulos conventuales. El no salir del noviciado obedecía más a que las prioras le encomendaron el cuidado y la formación de las nuevas novicias y ella misma así lo deseaba. Fue una providencia, porque de esta suerte la que no era más que «el pincelito» de la Madre Priora lograría hacer una obra maestra de sus discípulas espirituales. Fueron las primeras en entrar en su legión de almas pequeñas para amar y hacer amar al Amor. «Una novicia, maestra de novicias», la llama Guy Gaucher. En la corrección de culpas, Teresa confesaba las suyas con las demás novicias y se retiraba con ellas. Esta situación de cuasi-novicia perpetua cuadraba bien al espíritu de Teresita, que escogía para sí el último puesto

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en la seguridad de que nadie se lo discutiría y pedía a Jesús ser en este mundo «como un granito de arena» que nadie tiene reparo en pisotear y ningunear. Sin embargo, las monjas más perspicaces e inteligentes no dejaron de reconocer las cualidades superiores de talento y discreción de la hermana Teresa. La misma Madre María de Gonzaga la consideraba capaz de ser priora de la Casa... si no fuera por la presencia de sus hermanas en el mismo monasterio.

LOS «SÍES» DE TERESA DEL NIÑO JESUS La palabra «sí» tiene 171 frecuencias especialmente registradas en las «Concordancias» de Teresita, aunque entre palabra y palabra los «síes» se suceden sin interrupción. Ella siempre dijo sí a su Dios («desde la edad de tres años») y lo dijo también a los hombres siempre que su petición no fuera contra la palabra empeñada al Señor. Hay algunos «síes» particularmente significativos en el vocabulario teresiano-lexoviense que conviene subrayar aquí. El «sí» de la Virgen salvó al mundo. Los «síes» de Teresa son como un beso de la tierra al cielo. Como su «sí» para entrar en el Carmelo. Qué hermoso «sí» dirigido a su padre, que es al mismo tiempo una profecía: «Sí, yo siempre seré tu reine-

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cita y trataré de labrar tu gloria haciéndome una gran santa» (Carta 52, mayo 1888).

«Pronto, sí, pronto contemplaremos ese rostro desconocido y amado que nos fascina con sus lágrimas» (Carta 120, a Celina, 23, 9, 1890). «Mi alma sigue en el túnel, pero es muy feliz allí; sí, feliz de no tener ningún consuelo» (Carta 115, a Inés, 4, 9, 1890).

«Sí, Celina querida, sólo el sufrimiento puede engendrar almas para Jesús» (Cta 129, 23, 7, 1891).

«¡La ciencia del amor! Sí, estas palabras resuenan dulcemente en los oídos de mi alma! No deseo otra ciencia» (Cta 196, a María, 13, 9, 1896). «Sí, he encontrado mi sitio en la Iglesia, mi sitio es el Amor» (B 3v).

«Sí, Amado mío, así es como se consumirá mi vida... Sí, lo sé muy bien: esa lluvia perfumada, esos pétalos frágiles y sin valor alguno, esos cánticos de amor del más pequeño de los corazones te fascinarán. Sí, esas naderías te gustarán y harán sonreír a la Iglesia triunfante, que recogerá mis flores deshojadas por amor y las pasará por tus divinas manos, Jesús» (B 4v). «Sí, ya sé que también los santos hicieron locuras por ti» (B 5v).

«Sí, siento que Jesús quiere darnos gratuitamente su cielo» (Cta 243, a María, 17, 9, 1896).

«Sí, todas mis esperanzas se verán colmadas» (Cta 230, a Inés, 28, 5, 1897).

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«Sí, basta con humillarse, con soportar serenamente las propias imperfecciones. ¡He ahí la verdadera santidad¡» (Cta 243, a Celina, 7, 6, 1897). NIEVE PARA UNA NOVIA Se cuenta de un sultán árabe de Córdoba que para satisfacer el capricho de su amada, que deseaba contemplar un campo de nieve, mandó plantar almendros en Sierra Morena. Cuando los almendros florecieron llevó a su esposa para que contemplase Sierra Morena tapizada en flor de almendro, que hacía el efecto de la blanca nieve. Dios envió a Teresita la nieve-nieve sin camuflaje alguno cuando ella quiso. Teresa, hija de Normandía, era amiga del cándido elemento, y con la confianza con que se dirigía a Dios, ese Dios que escucha los deseos de sus hijos «aunque no siempre sean espirituales ni de perfección» (como ella decía), acarició el deseo de que la tierra se vistiera de blanco como ella misma lo haría el día de su toma de hábito de carmelita. Así sucedió aquel 10 de enero de 1889 en Lisieux. Dejemos que ella misma nos narre «el pequeño milagro»: «No sé si te he hablado ya de mi amor a la nieve. ¿De dónde me venía esta afición a la nieve? Tal vez de que, siendo yo una florecita invernal, el primer ropaje con que mis ojos de niña

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vieron adornada la naturaleza debió ser su manto blanco... Lo cierto es que siempre había deseado que, el día de mi toma de hábito, la naturaleza estuviera vestida de blanco, como yo. La víspera de ese hermoso día, yo miraba tristemente el cielo plomizo, del que de vez en cuando se desprendía una lluvia fina; pero la temperatura era tan suave, que ya no esperaba que nevase. A la mañana siguiente, el cielo no había cambiado. Sin embargo, la fiesta resultó maravillosa, y la flor más bella, la más preciosa de todas, fue mi rey querido. Nunca había estado tan guapo y tan digno. Fue la admiración de todo el mundo... Después de abrazar por última vez a mi rey querido, volví a entrar en la clausura. Lo primero que vi fue a “mi Niño Jesús color rosa” sonriéndome en medio de flores y de luces. Inmediatamente después mi mirada se posó sobre los copos de nieve... ¡El patio estaba blanco, como yo! ¡Qué delicadeza la de Jesús! En atención a los deseos de su prometida, le regalaba nieve... ¡Nieve! ¿Qué mortal, por poderoso que sea, puede hacer caer nieve del cielo para hechizar a su amada? Tal vez la gente del mundo se hizo esta pregunta; lo cierto es que la nieve de mi toma de hábito les pareció un pequeño milagro y que toda la ciudad se extrañó. Les pareció rara mi afición por la nieve. ¡Tanto mejor! Eso hizo resaltar aún más la incomprensible condescendencia del Esposo de las vírgenes... de ese Dios que siente un cariño

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especial por los lirios blancos como la NIEVE!» (A 72-72v). ANUNCIO DE BODA REAL Las invitaciones de boda siguen haciéndose en lujosos tarjetones con letras de oro y anillos grabados en relieve resaltando los títulos de grandeza de los padres y de los contrayentes. Teresa Martin no quiso ser menos que ninguna mujer en esa coyuntura y sacó a relucir en esa ocasión los singulares títulos nobiliarios de los padres del novio y de la novia. Ella misma ideó y redactó los términos del anuncio del extraordinario enlace del contrayente, JESUS, y de la consorte, TERESA. El acontecimiento tendría lugar en la capilla del Carmelo de Lisieux el día 8 de septiembre de 1890, que coincidía con su Profesión como carmelita descalza. He aquí ese maravilloso anuncio de esta boda real: – «TARJETA DE INVITACION A LAS BODAS DE SOR TERESA DEL NIÑO JESUS DE LA SANTA FAZ. – El Dios Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, Dueño soberano del mundo, y la Gloriosísima Virgen María, Reina de la Corte celestial, tienen a bien participaros el Enlace matrimonial de su Augusto Hijo Jesús, Rey de reyes y Señor de señores, con la señorita Teresa Martin,

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ahora Señora y Princesa de los reinos aportados en dote por su divino esposo, a saber: la Infancia de Jesús y su Pasión, siendo sus títulos de nobleza: del Niño Jesús y de la Santa Faz. – El señor Luis Martin, Propietario y Señor de los Señoríos del Sufrimiento y de la Humillación, y la señora de Martin, Princesa y Dama de Honor de la Corte celestial, tienen a bien participaros el Enlace matrimonial de su hija Teresa, con Jesús, el Verbo de Dios, segunda Persona de la adorable Trinidad, que, por obra del Espíritu Santo, se hizo Hombre e Hijo de la Virgen María, la Reina de los cielos. No habiendo podido invitaros a la bendición nupcial que les fue otorgada en la montaña del Carmelo, el 8 de septiembre de 1890 (a la que sólo fue admitida la Corte Celestial), se os suplica que asistáis a la Tornaboda, que tendrá lugar mañana, Día de la Eternidad, día en que Jesús, el Hijo de Dios, vendrá sobre las Nubes del Cielo en el esplendor de su Majestad, para juzgar a vivos y muertos. Dado que la hora es incierta, os invitamos a estar preparados y velar» (A 77v).

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TERESA DE LISIEUX, UNA CARMELITA DEL CARMELO Teresa del Niño Jesús se reconoció siempre a sí misma como simplemente «carmelita». No se aplicó ningún aditamento ni clasificación de «calzada» ni de «descalza». Aunque parezca sorprendente, Teresa de Lisieux nunca se identificó por escrito como «carmelita descalza» ni se firmó como tal. Diríase que no tuvo conciencia clara de tal descalcez para su circunstancia como religiosa. Ella se sentía, se decía y se conducía como carmelita, sin más. Tampoco el convento de Lisieux se denominaba como monasterio de carmelitas descalzas, sino escuetamente y siempre y por todos: «le Carmel», el Carmelo. No pasaba de ahí. Lo mismo a las monjas: «Les carmélites», las carmelitas.. Por otra parte, la hermana Teresa una sola vez se refiere en sus escritos a la «Regla del Carmelo» y lo hace mal, pues atribuye a la regla carmelitana una norma que no le corresponde: «La regla del Carmelo no permite escribir ni recibir cartas durante el tiempo de Adviento» (Cta 213, a Belliére, 26.12.1896). Tampoco apela mucho a las Constituciones, si bien lo hace con estima y veneración: «nuestras santas constituciones» (C 21). En su vocabulario son raras las referencias típicas carmelitanas: Virgen del Carmen (cinco veces); Escapulario, una sola vez; tradiciones antiguas de la Orden, nada; los

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santos de la Orden brillan por su ausencia: Angelo, Alberto, Andrés Corsino, Simón Stock, Mantuano, etc. (por contra, evoca hasta 14 santos no carmelitas); por excepción aparecen los nombres bíblicos de Elías (cinco veces) y Eliseo (dos veces), pero sin la connotación carmelitana referida a estos profetas, excepto en una ocasión. Sus evocaciones históricas carmelitanas quedarían reducidas a Santa Magdalena de Pazzi y la Venerable Ana de Jesús, aparte de los Santos Padres Teresa y Juan de la Cruz. No comparecen en su nomenclátor voces tan familiares como Monte Carmelo, Avila, Duruelo, Alba de Tormes ni figuras como los PP. Gracián, Doria, Tomás de Jesús, ni siquiera el casi contemporáneo Agustín del Santísimo Sacramento (Hermán Cohen). La voz «Carmelo» tiene 232 frecuencias en sus escritos (referidas en general a la Orden, al convento, a la capilla o iglesia, etc.) La palabra «carmelita» está mencionada 60 veces. Otra laguna carmelitana notable en Teresa del Niño Jesús es la ausencia total de los religiosos carmelitas descalzos en su vida. No conoció ni trató a ninguno de ellos, a pesar de que había casi 200 en su tiempo en Francia. En el Carmelo de Lisieux llamaban para predicarles en las fiestas de la Orden y para darles los ejercicios espirituales a sacerdotes seculares, y a religiosos jesuitas, dominicos, franciscanos, capuchinos, premostratenses, etc; nunca carmelitas. Ni para las fiestas del tercer centenario de la muerte de San Juan de la Cruz (1891) asomó ningún carmelita descalzo por Lisieux.

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Con este ambiente heredado se comprende que aún después de transcurrido un siglo desde la muerte de Santa Teresita no se haya hecho sentir la fundación en Lisieux de un convento de padres carmelitas descalzos, habiendo sido ellos los pioneros de la difusión del culto y devoción a la Santita en todo el mundo. Sin embargo, ni Teresa ni el Carmelo de Lisieux tienen responsabilidad directa sobre esta llamativa ausencia de la Orden de los carmelitas descalzos en su circunstancia histórica, porque esa actitud respondía a la postura adoptada por las carmelitas descalzas desde los tiempos primitivos de sus fundaciones en Francia (1604). Hubo para ellas un régimen jurídico especial que las eximía de la jurisdicción de la Orden y las sujetaba a los obispos. En ese clima se impuso principalmente la fuerte personalidad de don Pedro de Bérulle. Bajo la férrea influencia beruliana el Carmelo francés adoptó una característica «sui generis». Por ser contrarias a ese procedimiento de desentendimiento de los Padres de la Orden, las principales fundadoras que fueron de España, Ana de Jesús y Ana de San Bartolomé, se alejaron de Francia y se fueron a establecer el Carmelo teresiano en las tierras hispanas de Flandes. En Francia prevaleció la impronta beruliana. Fenómeno que acusa bien el Carmelo de Lisieux, oriundo del muy beruliano monasterio de Poitiers. Esta coyuntura histórica explica esas lagunas carmelitano-descalzas que hemos detectado. Así se comprende también que en el proceso de beatificación de Teresa del Niño Jesús no figure ningún carmelita descalzo como testigo, excepto uno, el padre

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Elías de la Madre de Dios, que no conoció a la sierva de Dios y que únicamente aparece para afirmar la fama de santidad de que gozaba Teresita después de su muerte en todo el mundo. No obstante todo eso, las carmelitas de Francia procuraron ser fieles al espíritu y a las tradiciones de las «Madres antiguas de España» (de lo que es buen testimonio el llamado «Papel de Exacción» que conservan en todos los carmelos galos). Por eso podemos señalar algunas características propias de las carmelitas descalzas en el Carmelo de Lisieux y que están presentes en la hermana Teresa. Por ejemplo, el nombre de religión que sustituye al patronímico: TERESA DEL NIÑO JESUS DE LA SANTA FAZ. El espíritu de oración, de silencio, de mortificación y de soledad, así como el carácter eminentemente mariano de la vocación carmelitana junto con el celo apostólico por la salvación de las almas y el amor a la Iglesia y la solicitud espiritual por los sacerdotes. También se puede apuntar como buena herencia recogida de las fuentes la devoción al Niño Jesús y al patriarca San José, tan presentes en Teresita. Sobre toda otra consideración está la realidad de su pertenencia por vocación y profesión a la familia del Carmen Descalzo como verdadera carmelita descalza, hija fidelísima y amadísima de Teresa de Jesús y Juan de la Cruz. La historia, la vida y el ejemplo de estos sus Santos Padres fueron para Teresita norma de su vocación carmelitana y los escritos de estos Santos Doctores de la Orden la condujeron por la vía de la oración y de

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la contemplación a la unión con Dios en transformación de amor. A esto hay que agregar que el Carmelo de Lisieux, por medio de la Madre Inés en estrecha relación con el carmelita descalzo Padre María Eugenio del Niño Jesús, colaboró intensamente por la unión de los Carmelos de Francia con la Orden. Primero, aceptando en 1926 las Constituciones acomodadas por la Orden al Derecho Canónico de 1917. Después de la renovación conciliar, el Carmelo de Santa Teresita se ha unido a los monasterios que han adoptado las Constituciones de 1991 y Lisieux es cabeza de una de las Federaciones de Carmelitas Descalzas en Francia. Por otra parte, los carmelitas descalzos han estado presentes y activos en la glorificación de Teresa de Lisieux: la Orden a través de la Postulación General llevó con gran éxito adelante la causa de la beatificación y canonización de Teresa del Niño Jesús; largas hileras de carmelitas descalzos con sus capas blancas llevaron en triunfo el cuadro de Teresita por las naves de la basílica de San Pedro; sobre sus hombros portaron la arqueta de sus reliquias; en todas sus iglesias y oratorios pusieron su imagen y altar fomentando su culto y devoción; promovieron sus patronatos y establecieron la Pía Unión y la bendición de las rosas; editaron y reeditaron y tradujeron la «Historia de un alma» en incontables lenguas y dialectos; carmelitas descalzos fueron también quienes llevaron a cabo la impresión junto con la edición facsímil de los Manuscritos autógrafos teresiano-lexovienses, etc.

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Como colofón del cordial hermanamiento de la Orden con el Carmelo de Lisieux los anales del Carmen Descalzo registrarán con letras de oro la celebración en Lisieux en el año jubilar teresiano de 1997 del Capítulo General de los Carmelitas Descalzos. El hito histórico está indeleblemente marcado: en la apoteosis de gloria mundial de Teresa de Lisieux, en primera línea están los religiosos descalzos de la Orden del Carmen. Queda así bien vindicada la esencia y vivencia carmelitanas de Teresa del Niño Jesús, porque el Carmelo es uno, el Carmelo es grande, el Carmelo es santo. Y por encima de todo, el Carmelo es de María, el Carmelo es de Dios.

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LAS ONCE FIRMAS DE TERESITA Nos han llegado todas las formas distintas de firmar que tuvo Teresita a lo largo de su existencia.

En cada firma añadía unas siglas que conviene descifrar para su adecuada significación, ya que denotan la importancia que ella daba a las diversas situaciones en que en cada época se encontraba. Nada es indiferente en Teresa de Lisieux. Hasta once variantes hallamos en su rúbrica personal. Estas son las modalidades que Teresa del Niño Jesús emplea en su manera de escriturarse. Thérése - 1877 Thérése Martin - 1882 Thérésita - 1884 Thérése - 1885 enf des Sts Anges Thérése, e.m. - 1887 Thérése - 1888 de l’Enfant-Jésus Thérése de l’E-J - 1888 p. c. ind. Thérése de l’E-J - 1888 post. carm. ind.

Teresa Teresa Martin Teresita Teresa hija de los Santos Angeles Teresa, hija de María Teresa del Niño Jesús Teresa del Niño Jesús postulante carmelita indigna Teresa del Niño Jesús postulante carmelita indigna

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Thérése de l’E-J - 1889 Teresa del Niño Jesús nov. carm. ind. novicia carmelita indigna Thérése de l’E-J - 1891 Teresa del Niño Jesús de la Ste. Face de la Santa Faz rel. carm. ind. religiosa carmelita indigna

LOS DIAS DE GRACIA DEL SEÑOR Los santos usan un lenguaje que nos parece de germanía, pues dan a las palabras un sentido misterioso y hasta contrario al que suena literalmente para la generalidad de los mortales. De esto son maestros Santa Teresa y San Juan de la Cruz: llamando aquélla «mercedes» a las persecuciones y pidiendo éste para sí «la gloria del padecer». A Santa Teresita también se le pegó este léxico a lo divino. Tenía hecha lista de las singulares gracias que había recibido de Dios, y allí, entre el bautismo, la comunión y la profesión religiosa, señala unas fechas que podrían tacharse de cruces y que para ella son gracias, como la muerte de su madre, el internado de su papá en la Casa de Salud (manicomio) y la muerte de su padre. Esta es la lista de los «Días de gracia del Señor» para Teresita:

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Días de las gracias que el Señor concedió a su pequeña esposa Teresa del Niño Jesús de la Santa Faz Nacimiento Bautismo Santa muerte de mi madre Curación milagrosa de Nra. Sra. de las Victorias Primera comunión Confirmación Día especialísimo de gracias Audiencia con S. Sant. León XIII Entrada en el Carmelo Toma de hábito Profesión Toma de velo Nuestra gran riqueza Santa muerte de mi padre Ofrenda de mí misma al Amor Misericordioso Unión apostólica

2 enero 1873 4 enero 1873 28 de agosto 1877 mayo 1883 8 mayo 1884 14 junio 1884 25 diciembre 1886 20 noviembre 1887 9 abril 1888 10 enero 1889 8 septiembre 1890 24 septiembre 1890 12 febrero 1889 29 julio 1894 9 junio 1895 28 junio 1896

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CINCO ERAN LAS HIJAS DE LUIS, Y LAS CINCO CONSAGRADAS A DIOS Luis Estanislao Martin era un cristiano a fondo. Le llamaban «San Martín» con razón. Católico ferviente, buen cumplidor de los deberes religiosos, no abría su relojería en domingos y fiestas, aún con notable perjuicio económico. Unido en matrimonio a una mujer maravillosa, Celia Guérin, engendró nueve hijos, de los que sobrevivieron cinco hijas. Muerta tempranamente su mujer (1877), Luis Martin sólo vivió para sus hijas. Eran su «Diamante» María, Paulina «la Perla fina», Leonia «la Buena», Celina «la Intrépida» y «su Reinecita» Teresa. Formadas religiosamente en un hogar ejemplar, todas ellas, una en pos de otra, se consagraron a Dios en la vida religiosa. El padre, en lugar de oponerse a la llamada divina, favoreció la libre elección de cada una y daba gracias al Señor por el honor que le hacía al escoger para sí como esposas muy queridas a sus cinco hijas: Paulina, María, Teresa y Celina, carmelitas; Leonía, visitandina. (Celina pospuso su entrada en el Carmelo hasta después de atender a su padre en su enfermedad y muerte). El bueno de Luis ofreció así a Dios lo mejor que tenía y también se ofreció a sí mismo. Lo revela Teresita en cuanto a sí misma: «Antes de mi entrada en el Carmelo, nuestro incomparable padre decía al entregarme a Dios: «Quisiera tener algo mejor que ofrecer a Dios...». Jesús ha escuchado su oración: ese algo era ¡él mismo!» (En alusión a su humillante enfermedad) (Cta 91, a María, mayo 1891).

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«NUESTRA GRAN RIQUEZA» En el argot místico de los santos encontramos los vocablos trastocados en su verdadera acepción. Teresita habla con su hermana Inés de la prueba tan grande que supuso para todas ellas la humillación de su padre al ingresar éste en el asilo del Salvador en Caen (manicomio) a causa de la lamentable situación a que llegó, hasta constituir un peligro para las personas que le atendían. El dolor de sus hijas fue indecible en este trance y el corazón de Teresita, su reinecita, se partía de pena. Ella había pedido al Señor sufrir mucho en este mundo, pero cuando llegó a este punto creyó que ya no podía sufrir más. Sin embargo, Teresa señaló esa fecha –12 de febrero de 1889– como uno de los días de gracia del Señor y a los cinco años que duró la enfermedad de papá los calificó como «nuestra gran riqueza» que no cambiaría por todos los éxtasis y revelaciones de los santos. Teresita describió con trazos conmovedores la gran prueba de aquel padre y la congoja de sus hijas: «Había llegado la hora de que un servidor tan fıel recibiera el premio de sus trabajos. Y era justo que su salario fuera parecido al que Dios dio al Rey del cielo, a su Hijo único. Papá acababa de hacer a Dios ofrenda de un altar y él fue la víctima escogida para ser inmolada en él con el Cordero sin mancha.

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Tú ya conoces nuestras amarguras del mes de junio –y sobre todo, las del día 24– del año 1888. Esos recuerdos han quedado demasiado grabados en el fondo de nuestros corazones para que haga falta escribirlos. ¡Cuánto sufrimos! Y aquello no era más que el principio de nuestra tribulación» (A 71v-72). –«Recuerdo que en el mes de junio de 1888, cuando empezaron nuestras primeras angustias, yo decía: “Sufro mucho, pero creo que puedo soportar todavía mayores sufrimientos”. No sospechaba entonces los que Dios me tenía reservados. No sabía que el 12 de febrero, un mes después de mi toma de hábito, nuestro padre querido bebería el más amargo, el más humillante de todos los cálices. ¡No, ese día ya no dije que podía sufrir todavía más¡ Las palabras no pueden expresar nuestras angustias; por eso, no intentaré describirlas. Algún día, en el cielo, nos gustará hablar de nuestras gloriosas tribulaciones; ¿no nos alegramos ya ahora de haberlas sufrido? Sí, los tres años del martirio de papá me parecen los más preciosos, los más fructíferos de toda nuestra vida. No los cambiaría por todos los éxtasis y revelaciones de los santos. Mi corazón rebosa de gratitud al pensar en ese tesoro que debe de despertar una santa envidia en los ángeles de la corte celestial». (A 72v-73). Con fina intuición Teresa tituló el lindo poema dedicado a su padre como la «Plegaria de la hija de un santo». Es una deliciosa evocación de los días felices trans-

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curridos en su dulce compañía e intimidad. Concluye con una delicada alusión a su misterioso final: «Recuerda que la mano del Santo Padre en Roma, sobre tu noble frente se posó; mas no pudiste comprender entonces el oscuro misterio doloroso que aquel sello divino en ti imprimía... Ahora tus hijas te alzan su plegaria, y bendicen tu cruz y tu dolor amargo. En tu frente gloriosa nueve rayos de cielo se iluminan, ¡nueve lirios en flor!» (PN-Poesía 8)

Luis Martin, el padre de Teresa

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LE BIRLAN LA SIDRA A veces el heroísmo no consiste en grandes y portentosas obras llevadas a cabo, sino en soportar calladamente las pequeñas y rutinarias molestias de la vida y de la convivencia. El terrible cotidiano. Un mosquito puede acabar con la pasividad de un elefante. La comunidad carmelitana de Lisieux era pobre y en su pobreza les ponían a las monjas en el refectorio una jarrita de sidra, elaborada por ellas, en los días de fiesta para la comida. Pero ocurría que la compañera de al lado de Teresa tomaba distraídamente la jarrita que pertenecía a ésta y se la bebía. Teresa no decía nada ni hacía ver la falta de la bebida a la servidora para no poner en evidencia la poca delicadeza de la compañera. La cosa es que, Teresa, muerta de sed ofrecía un día y muchos días ese pequeño sacrificio, que no era pequeño más que para su mucho espíritu de mortificación. Mortificación no buscada, pero sí aceptada cuando se presenta. UN GRAN CONCIERTO, PERO NO CELESTIAL Hay manías o soniquetes o tics en algunas personas que nos resultan especialmente molestos. Esto ocurría a Teresita durante la oración de comunidad. Había una monja que no hacía más que manipular,

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al parecer con su gran rosario de correa, haciendo un ruido molesto con tanto volver y revolver de arriba abajo con las cuentas, la cadena, el crucifijo y dale con el artilugio pendular. A Teresita se le iba la hora de oración ejercitando la paciencia y ofreciendo a Dios aquel concierto monótono que haría estallar de rabia a cualquiera que no fuera un santo. Nos lo cuenta una santa: «Durante mucho tiempo, en la oración de la tarde, yo me colocaba delante de una hermana que tenía una curiosa manía, y pienso que también muchas luces interiores, pues rara vez se servía de algún libro. Verá cómo me di cuenta. En cuanto llegaba esta hermana, se ponía a hacer un extraño ruido, parecido al que se haría frotando dos conchas una con otra. Sólo yo lo notaba, pues tengo un oído extremadamente fino (demasiadas veces). Imposible decirle, Madre, cómo me molestaba aquel ruidito. Sentía unas ganas enormes de volver la cabeza y mirar a la culpable, que seguramente no se daba cuenta de su manía. Era la única forma de hacérselo ver. Pero en el fondo del corazón sentía que era mejor sufrir aquello por amor de Dios y no hacer sufrir a la hermana. Así que seguía quieta y trataba de unirme a Dios y de olvidar el ruidito... Todo inútil. Me sentía bañada de sudor, y me veía forzada a hacer sencillamente una oración de sufrimiento. Pero a la vez que sufría, buscaba la manera de hacerlo sin irritarme, sino con alegría y paz, al

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menos allá en lo íntimo del alma. Trataba de amar aquel ruidito tan desagradable; en vez de procurar no oírlo (lo cual era imposible), centraba toda mi atención en escucharlo bien, como si se tratara de un concierto maravilloso, y pasaba toda la oración (que no era precisamente de quietud) ofreciendo aquel concierto a Jesús». (C 30-30v). «REZO MUY MAL EL ROSARIO» ¡Qué consolador resulta comprobar que también los santos tienen defectos! Que es lo mismo que descubrir que son humanos. Menos mal que siquiera en eso nos podemos parecer a los santos y ellos a nosotros: en los defectos. En la revista «Cistercium» apareció en 1988 un largo artículo sobre «los defectos del Hermano Rafael». Concluía aquel estudio diciendo: «¡Quién tuviera los defectos del Hermano Rafael a cambio de tener también sus perfecciones!» Hoy lo veneramos en los altares. También Santa Teresita tenía sus defectos. Ella es la primera en reconocerlos y sólo por ella los sabemos. De muy niña era testaruda, era ambiciosa, todo lo quería para sí; «Yo lo escojo todo» era su decisión. De monja, se dormía en la oración. Y le costaba mucho rezar el santo rosario. Es curioso lo que ocurrió con esto del rosario. Teresita se refirió a esta dificultad suya en la historia manuscrita de sus recuerdos, pero la Madre Inés supri-

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mió todo ese párrafo en la «Historia de un alma», pensando sin duda que tal confesión podría desedificar a los lectores. Al publicarse en 1956 los Manuscritos autógrafos de la Santita conocimos exactamente lo que ella había escrito a este respecto. Y lo que escribió Teresa del Niño Jesús sobre el rezo del santo rosario es lo siguiente: –«Me da vergüenza decirlo, pero confieso que el rezo del rosario, a solas, me cuesta más que ponerme un instrumento de penitencia. Reconozco que lo rezo muy mal. En vano me esfuerzo por meditar los misterios del rosario; no consigo fijar la atención. Durante mucho tiempo estuve desolada ante esta falta de devoción, que me sorprendía, pues amando tanto a la Santísima Virgen, me debiera resultar fácil rezar en su honor oraciones que tanto le agradan. Al presente me desconsuelo menos, pues pienso que la Reina de los cielos, siendo mi Madre, ha de ver mi buena voluntad y contentarse con ella. La Santísima Virgen me demuestra claramente no estar enfadada conmigo, pues nunca deja de protegerme inmediatamente que la invoco. Si me sobreviene una inquietud cualquiera, un apuro, en seguida recurro a ella, y siempre se hace cargo de mis intereses como la más tierna de las madres» (C 25-26). Disentimos del silencio impuesto por tanto tiempo al texto teresiano en este punto. La actitud de Teresa nos

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parece más real y veraz, sin menoscabo de su amor hondo y filial a la Virgen María. A su favor está la autenticidad y la humildad, lo que no hace más que aumentar quilates a su ternura por la Madre del cielo. A la falta de atención suple con creces la sinceridad. No hay nada tan edificante como la verdad. La mejor defensa de Teresa en esta cuestión y en otras es leer lo que ella escribió y como ella lo escribió. Pese a todo, Teresita rezaba todos los días el santo rosario y existe una fotografía suya con el rosario en la mano sacada por Celina en 1896. ¿QUÉ HACER CUANDO SE DUERME EN LA ORACION? Otro defecto de Teresa de Lisieux que nos la acerca a nosotros: dormirse en la oración. Dormir a la hora de orar nos viene de antiguo, desde los apóstoles en el huerto de Getsemaní. Teresita también se duerme de vez en cuando en la oración. Pero no se inquieta ni se escrupuliza por ello. Es un fallo de la naturaleza más que de la voluntad. Pero Teresa encuentra un bonito recurso para congraciarse con su buen Dios: los padres gozan viendo dormir a sus hijos, les siguen queriendo cuando duermen y porque duermen. También Dios Padre mirará con amor a su hija Teresa cuando la vea dormirse en la oración porque no puede más. También entonces sigue siendo su hija y la ama. Además sabe que en cuanto depende de ella ya le

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tiene repetido con la esposa de los Cantares: «Yo duermo, pero mi corazón vela» (Cant. 5,2). Este es su testimonio: –«Debería entristecerme por dormirme (¡después de siete años!) en la oración y durante la acción de gracias. Pues bien, no me entristezco. Pienso que los niños agradan tanto a sus padres mientras duermen como cuando están despiertos; pienso que los médicos, para hacer las operaciones duermen a los enfermos. En una palabra, pienso que «el Señor conoce nuestra masa, se acuerda de que no somos más que polvo» (A 75v-76). ¿QUIÉN SERIA CAPAZ DE INVENTAR A LA VIRGEN? Teresa de Lisieux es genial en gestos y frases. Cuando se trata de la Virgen María es todavía más ocurrente y sorprendente. Poniéndose a contemplar todo lo que es y lo que representa la Virgen: en sí misma, respecto a nosotros y especialmente en relación con Dios, en que se juntan naturaleza, gracia, milagro, omnipotencia y misterio..., Teresa asombrada ante tanta maravilla, después de mirar largamente la estatua de María, exclamó: «¿Quién habría podido inventar a la Santísima Virgen?» (UC 31, 8, 10).

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«SOMOS MAS AFORTUNADOS QUE MARIA» Las palabras de Teresita, como sus deseos, son audaces. Los niños son atrevidos. Por eso ella quiso permanecer siempre niña, para poder usufructuar los privilegios reservados a los pequeños. Los niños hacen locuras y piden cosas imposibles. La Virgen María fue una de las locuras de Teresita. Consideremos ahora una de esas hipérboles amorosas expresada por Teresa del Niño Jesús respecto a Nuestra Señora. De tanto contemplar y de tanto querer a la Virgen, Teresa llegó a esta desconcertante conclusión: «Nosotros somos más afortunados y más felices que la Virgen María porque somos más ricos que Ella». Y esto ¿cómo? Porque nosotros tenemos una cosa que la Virgen no tiene: es decir, que tenemos una Virgen Santísima a quien amar, pero Ella no tiene a otra Virgen Santísima a quien querer. Y Teresa remacha su hallazgo con una salida triunfal que habrá hecho sonreír a la Madre de tal hija: «Esto es una dulzura de más para nosotros y una dulzura de menos para Ella». Nos han llegado tres testimonios de esta «paradoja» teresiano-lexoviense espaciados en tiempo y personas, con leves matices: una carta a Celina del 19 de octubre de 1892 y dos conversaciones consignadas por la Madre Inés el 11 y el 21 de agosto de 1897. Se ve que era una idea dulcemente obsesiva en el corazón de Teresa y uno de los más tiernos requiebros que la tierra ha dirigido a la Madre del cielo.

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Quien es capaz de amar y sentir así demuestra una super-sensibilidad y un super-amor que sólo puede darse a nivel de super-hombres. En el fondo, es mejor para María ser lo que es. Porque si es cierto que tal Madre no tiene otra madre como ella misma, también es verdad que María tiene todas las compensaciones y todas las dulzuras incomparables con inigualable ventaja sobre nosotros al tener por hijo a su Hijo, a Jesús, el Verbo de Dios, el Hijo de Dios. «SI YO FUERA LA REINA DEL CIELO...» Santa Teresita, que amó intensamente, supo expresarse también maravillosamente. Sus frases de amor son frases felices. Quizá la más sublime fuera aquella que repitió por tres veces en su lecho de muerte: «¡No me arrepiento de haberme entregado al Amor!». Pero tal vez ninguna palabra gane en ternura y gracia a las que Teresa dedicó a la Virgen María: «La Virgen tiene más de Madre que de Reina». Desde luego entre todas las expresiones de esta Flor de la Virgen acaso la más original sea la siguiente: –«¡Oh María, si yo fuera la Reina del cielo y tú fueses Teresa, quisiera ser Teresa a fin de que tú fueses la Reina del cielo!». Esta frase no la escribió Teresa de Lisieux en la «Historia de un alma» ni en sus Cartas ni en «Ultimas Conversaciones». Esas tiernas palabras, ungidas de amor a María, las escribió Teresita el día 8 de septiem-

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bre de 1897, fiesta de la Virgen, al dorso de una estampa de Nuestra Señora de las Victorias. En esa misma estampa había pegado ella, y la conservaba, la florecilla que su padre le diera como símbolo de su existencia. Es interesante observar que tanto el último autógrafo (éste) como la última poesía de Teresita están dirigidos a la Santísima Virgen. Es como el más dulce testamento de su alma, que actualmente se conserva como un tesoro en un precioso relicario del Carmelo de Lisieux. ¿Quién amó tanto a la Virgen que se le ocurriera decir lo que estampó Teresa del Niño Jesús: «¡Oh María, si yo fuese la Reina del cielo y tú fueses Teresa, quisiera ser Teresa para que tú fueses la Reina del cielo!». CUANDO JESUS DUERME No sólo duerme Teresa, aunque sea en la oración, cuando tiene sueño atrasado, sino que también duerme Jesús en la barquilla de su alma. Lo ha probado la santa carmelita. A Jesús le gusta dormirse, como en la barca de los apóstoles, y sigue durmiendo aunque arrecie el temporal. Teresita sabe mucho de eso. Pero Teresa le deja dormir, no le despierta espantada, como en el lago de Tiberíades. Comprende que hay que dejar descansar al buen Dios. Ya hay mucha gente que no le deja reposar. Teresita le ofrece su corazón y su amor para que repose y sueñe y goce en él. Tiene expresiones geniales sobre el particular:

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–«Jesús dormía, como siempre, en mi navecilla. ¡Qué pena! Tengo la impresión de que las almas pocas veces le dejan dormir tranquilamente dentro de ellas. Jesús está ya tan cansado de ser él quien corra con los gastos y de pagar por adelantado, que se apresura a aprovecharse del descanso que yo le ofrezco. No se despertará, seguramente, hasta mi gran retiro de la eternidad; pero esto, en lugar de afligirme, me produce una enorme alegría» (A 75) –«Si Jesús quiere dormir, ¿por qué se lo voy yo a impedir? Yo ya soy muy dichosa con que no se moleste por mí; tratándome así, me demuestra que no soy para él una extraña, pues te aseguro que él no hace el menor gasto por darme conversación» (Cta 74, a M. Inés, 6, 1, 1889). –«Jesús está allí dormido, como antaño en la barca de los pescadores de Galilea. El duerme...y Celina no lo ve porque la noche ha caído sobre la navecilla... Celina no oye la voz de Jesús. El viento sopla y ella lo oye soplar, ve las tinieblas... y Jesús sigue durmiendo. Sin embargo, si se despertara sólo un momento, sólo tendría que «ordenar al viento y al mar, y vendría la calma», y la noche sería más clara que el día. Celina vería la mirada divina de Jesús, y su alma quedaría consolada... Pero entonces Jesús ya no dormiría ¡y está tan CANSADO! Sus pies divinos están cansados de buscar a los pecadores, y en la navecilla de Celina Jesús descansa tan a gusto...» (Cta 144, a Celina, 23, 7, 1893).

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–«He pintado al divino Niño de manera que represente cómo se comporta conmigo. En efecto, él casi siempre está dormido. El Jesús de la pobre Teresa no la acaricia como acariciaba a su Santísima Madre. Eso es completamente natural, ¡pues la hija es tan indigna de la Madre! Sin embargo, los ojitos cerrados de Jesús hablan mucho a mi alma, y, ya que él no me acaricia, yo trato de agradarle. Yo sé muy bien que su corazón está siempre en vela, y que en la patria de los cielos se dignará abrir sus divinos ojos» (Cta 160, a María Vallée, 3, 4, 1894). –«Muchos sirven a Jesús cuando los consuela, pero pocos se avienen a hacer compañía a Jesús cuando duerme sobre las olas o cuando sufre en el huerto de la agonía. ¿Quién, pues, querrá servir a Jesús por él mismo? ¡Lo haremos nosotras!» (Cta 165, a Celina, 7, 7, 1894). UNA PROFECIA AL REVÉS Ciertamente que María Martin no se acreditó de gran profetisa cuando vaticinó a su pequeña hermana Teresita que Dios la mimaría siempre como a su hijita muy querida y que no la llevaría por el camino del sufrimiento. Es decir, le auguró que su existencia sería un plácido pasear entre aromas y flores. Se equivocó de medio a medio la buena de María. El cariño maternal más que fraternal la traicionó.

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Si hay una constante en la vida de Teresa de Lisieux es la presencia perenne de la cruz en su realísimo y cruel sentido. Ella misma se lo dirá más tarde: «En este mundo, mi consuelo es no tener consuelo» (B 1). «Recuerdo que una vez me habló del sufrimiento, diciéndome que probablemente yo no transitaría por ese camino, sino que Dios me llevaría siempre como a una niña» (A 36).

Pero prosigue Teresita revelando su verdadera vocación a este respecto oteando en el horizonte el auténtico itinerario que recorrería a lo largo de su existencia: « Al día siguiente, después de comulgar, me volvieron a la memoria las palabras de María. Yo sentí nacer en mi corazón un gran deseo de sufrir, y, al mismo tiempo, la íntima convicción de que Jesús me tenía reservado un gran número de cruces. Y me sentí inundada de tan grandes consuelos, que los considero como una de las mayores gracias de mi vida. El sufrimiento se convirtió en mi sueño dorado. Tenía un hechizo que me fascinaba, aun sin acabar de conocerlo. Hasta entonces, había sufrido sin amar el sufrimiento; a partir de ese día, sentí por él un verdadero amor» (A 36-36v).

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COMPARTIENDO EL PAN DE LA AMARGURA Tres momentos cumbres se dan en la vida espiritual de Teresa del Niño Jesús: su «conversión» en la Navidad de 1886; su Ofrenda como víctima al Amor Misericordioso (9, 6, 1895) y su gran prueba de la fe en la última etapa de su vida (5, 4, 1896-30, 9, 1897). De estas tres experiencias, la más intensa, más fuerte y más persistente fue la gran prueba de la fe, que le duró desde la Pascua de 96 hasta su muerte al cabo del septiembre del 97. Teresita se había ofrecido como víctima para pedir y orar por los pecadores y por los ateos, y aceptó las pruebas de Dios a fin de que el Señor iluminara a tantos incrédulos y anticlericales de su tiempo. Dios acogió el ofrecimiento de su sierva y le hizo experimentar en sí misma la atroz noche oscura de la fe, tan oscura que sólo tenía tinieblas en torno a sí. Tentaciones contra la fe que la llevan a hacer más actos de fe que en toda su vida y a escribir el Credo con su sangre y grabar con un punzón su amor a Cristo en la puerta de su celda. Se ha esfumado de su horizonte aquella antigua visión del cielo azul que ni es cielo ni es azul, que sólo deja vislumbrar tras de las nubes la sombra tenebrosa de la «NADA». Así compartió a la mesa con sus hermanos pecadores el pan de la amargura. Para ella la noche de la fe traspasó todos los límites para trocarse en la noche de la nada. Llegó a experimentar el vacío del ateísmo, llegó a explicarse la realidad del suicidio, tuvo miedo incluso de blasfemar.

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Son estremecedoras las palabras de Teresa a propósito de esta prueba de la fe: «Yo gozaba entonces de una fe tan viva y tan clara, que el pensamiento del cielo constituía toda mi felicidad. No me cabía en la cabeza que hubiera incrédulos que no tuviesen fe. Me parecía que hablaban por hablar cuando negaban la existencia del cielo, de ese hermoso cielo donde el mismo Dios querrá ser su eterna recompensa. Permitió que mi alma se viese invadida por las más densas tinieblas, y que el pensamiento del cielo, tan dulce para mí, sólo fuese en adelante motivo de lucha y de tormento. Esta prueba no debía durar sólo unos días, o unas semanas: no se extinguirá hasta la hora marcada por Dios..., y esa hora no ha sonado todavía. Quisiera poder expresar lo que siento, pero ¡ay!, creo que es imposible. Es preciso haber peregrinado por este negro túnel para comprender su oscuridad. Las tinieblas no supieron comprender que este Rey divino era la luz del mundo... Pero tu hija, Señor, ha comprendido tu divina luz y te pide perdón para sus hermanos. Acepta comer el pan del dolor todo el tiempo que tú quieras, y no quiere levantarse de esta mesa repleta de amargura, donde comen los pobres pecadores hasta que llegue el día que tú tienes señalado. ¿Y no podrá también decir en nombre de ellos, en nombre de sus hermanos: Ten compasión de nosotros, Señor, porque somos pecadores...? ¡Haz, Señor, que volvamos justificados! Que todos los que no viven iluminados por la antorcha luminosa de la fe la vean, por fin, brillar.

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¡Oh, Jesús! si es necesario que un alma que te ama purifique la mesa que ellos han manchado, yo acepto comer sola en ella el pan de la tribulación hasta que tengas a bien introducirme en tu reino luminoso. La única gracia que te pido es la de no ofenderte jamás. De pronto, las tinieblas que me rodean se hacen más densas, penetran en mi alma y la envuelven de tal suerte, que me es imposible descubrir en ella la imagen tan dulce de mi patria. ¡Todo ha desaparecido! Cuando quiero que mi corazón, cansado por las tinieblas que lo rodean, descanse con el recuerdo del país luminoso por el que suspira, se redoblan mis tormentos. Me parece que las tinieblas, adoptando la voz de los pecadores, me dicen burlándose de mí: «Sueñas con la luz, con una patria aromada con los más suaves perfumes; sueñas con la posesión eterna del Creador de todas esas maravillas; crees que un día saldrás de las nieblas que te rodean. ¡Adelante, adelante! Alégrate de la muerte, que te dará, no lo que tú esperas, sino una noche más profunda todavía, la noche de la nada». Madre querida, la imagen que he querido darle de las tinieblas que oscurecen mi alma es tan imperfecta como un boceto comparado con el modelo. Sin embargo, no quiero escribir más, por temor a blasfemar. Hasta tengo miedo de haber dicho demasiado. Quizás le parezca que estoy exagerando mi prueba. En efecto, si usted juzga por los sentimien-

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tos que expreso en las humildes poesías que he compuesto durante este año, debo de parecerle un alma llena de consuelos, para quien casi se ha rasgado ya el velo de la fe. Y sin embargo, no es ya un velo para mí, es un muro que se alza hasta los cielos y que cubre el firmamento estrellado. Cuando canto la felicidad del cielo y la eterna posesión de Dios, no experimento la menor alegría, pues canto simplemente lo que «quiero creer» (C 5-7v). «Sólo me queda el Amor», dirá más tarde Teresita. Le queda lo principal, porque se puede creer sin amar, pero no se puede amar sin creer. Así que en ese su amor inderogable se encerraba un enorme caudal de fe. No se ama la nada, se ama siempre a alguien; en su caso, ese Alguien era Jesús, era Dios.

CÓMO ENGAÑAR A UNA SANTA No sólo a la santa, sino a media Francia engañó Diana Vaughan con su ruidosa conversión al catolicismo el 13 de junio de 1895. La hermana Teresa leyó las «Memorias» de la exluciferina, y, como todo el mundo, quedó impresionada por su presunta conversión. Alude a ella en el manuscrito B dirigido a su hermana María y le dedicó un pasaje en una de sus «Recreaciones»: «El Triunfo de la Humildad».

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Se trataba de una mítica figura, «Hija querida» de Lucifer desposada por éste con el demonio Asmodeo en 1889. Divulgada la noticia, los católicos de París rezan por su liberación y conversión por mediación de la Venerable Juana de Arco. Queda liberada la Vaughan y el 13 de junio de 1895 se confirma su extraordinaria conversión. Ya convertida se dedica a la lucha contra la masonería y escribe las «Memorias de una paladista». Por su parte, Teresa del Niño Jesús, por indicación de la Madre Inés, escribe una carta a Diana Vaughan y le envía su fotografía representando a Juana de Arco en la prisión. La srta Vaughan agradeció a la carmelita ese cuadro simbólico. Pero pronto se desveló toda la mascarada. ¡Diana Vaughan nunca existió! En realidad era el barbudo señor León Taxil, que se inventó y divulgó toda esta tramoya urdida y montada por él para engañar a la buena gente. Lo descubrió él mismo en una conferencia de prensa dada en París el 19 de abril de 1897. Por un milagro el falso Diana-Taxil no fue linchado allí mismo por el numeroso e indignado público. Durante aquella sesión el embaucador Taxil proyectó una gran fotografía que representaba a Juana de Arco en prisión, que en realidad era la foto de la carmelita Teresa del Niño Jesús, que ésta le había enviado. La consternación del Carmelo de Lisieux ante la noticia fue enorme. Teresa acusó el golpe. Borró cuanto había escrito en torno a esta «conversión» y aprendió con esta humillación cómo es verdaderamente «El Triunfo de la Humildad».

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Dos meses después de esta revelación de lo que es capaz de tramar el demonio para engañar a las almas, Teresita escribirá la página más sobrecogedora sobre la PRUEBA DE LA FE (9 de junio de 1897).

Léo Taxil

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HISTORIA DE LADRONES - EL DIVINO LADRÓN A Teresita le gustaba jugar a ladrones sobre todo con Dios. Un ladrón fue su primer hijo espiritual: Pranzini. Ella le robó el alma a última hora y él robó el cielo con la complicidad de esta niña normanda. Teresita le fue fiel y le acompañó con su oración y sufragios durante toda su vida. Encargaba misas por él, diciendo que le harían buena falta. Teresa trasladó su atracción por los ladrones al ladrón mayor, ladrón de almas, ladrón de corazones, el Divino Ladrón. Él mismo se definió como tal: «El Hijo del Hombre vendrá como el ladrón cuando menos se piensa» (Mt 24, 43-44). Teresita no teme al Divino Ladrón ni huye de él; por el contrario, quiere que la robe y que la lleve consigo hasta el reino de los cielos. Ella se regodea con las trazas que tiene el Dueño, Ladrón y Señor de su alma: –«Se dice en el Evangelio que Dios vendrá como un ladrón. A mí vendrá a robarme con gran delicadeza. ¡Cómo me gustaría ayudar al Ladrón!» (UC 9, 6, 1) «No tengo miedo al Ladrón. Lo veo a lo lejos y me guardo bien de gritar: ¡Al ladrón! Al contrario, lo llamo diciéndole: ¡Por aquí, por aquí!» (UC 9, 6, 4). –«Cuando hablo del Ladrón, no me refiero al Niño Jesús, me refiero al Dios «grande» « (UC 13, 6).

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«LA VIRGEN NO ES LADRONA» Dicho así, suena un poco irreverente. Sin embargo, así se expresó Teresita. Se refería a las artes del ladrón a lo divino, como es Jesús, el Divino Ladrón de las almas. Jesús como es Dios puede llevarse consigo cuanto quiere y a los que quiere. La Virgen no puede arrebatar a nadie, no es dueña de nuestros destinos. Por eso no nos puede robar como su Hijo. Pero va aprendiendo sus mañas y poco a poco se va adueñando también de nosotros y nos va disponiendo para que su Hijo nos lleve con Ella a la gloria. Mirando la estampa de la Virgen Madre que estaba prendida en la cortina al fondo de su lecho, dijo Teresa: –«La Santísima Virgen no es ladrona de nacimiento..., pero desde que tuvo a su Hijo él le enseñó el oficio...». Tras una pausa, añadió: «Sin embargo, el Niño Jesús es aún demasiado pequeño para tener esas ideas... En el regazo de su Madre no piensa en robar... Aunque sí, ya piensa en ello, ¡y saben muy bien que vendrá a robarme!» (C 10, 7, 10). MISIONERA SIN MISION Teresita quiere ser misionera. Es un deseo profundo que tiene metido en lo más hondo del corazón. Quiere salvar almas. Quiere ser apóstol, quiere predicar el

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Evangelio, en todas partes a la vez y no por unos años sino desde la creación del mundo hasta el fin de los tiempos. Sabe que esos deseos ardientes misioneros vienen de Dios y sabe que si son de Dios son verdaderos y que se han de cumplir colmadamente. No sabe cómo, pero está convencida de que sí. Aunque en toda su vida no haya pisado ninguna tierra de misión ni haya predicado el evangelio a las gentes ni una sola vez. Los deseos de Teresa del Niño Jesús se han cumplido plenamente: Santa Teresita, por petición plebiscitaria y por decisión pontificia, es la Patrona universal de todas las misiones del mundo y de todos los misioneros y misioneras de la Iglesia Católica (1927). De todos los deseos de los santos ¿ha habido alguno que se haya cumplido más colmada y más ostentosamente que éste? MÁRTIR SIN MARTIRIO Teresita quiere ser mártir. Pero no sólo con un martirio sino con todos los martirios. Quiere ser: azotada y crucificada, despellejada como San Bartolomé, arrojada al aceite hirviente como San Juan, entregar el cuello a la espada como Santa Cecilia y Santa Inés, pronunciar el nombre de Jesús entre las llamas como Juana de Arco (B 3). Pero Teresa no murió mártir. No importa, como si lo fuera. Tuvo la voluntad del martirio, tuvo el sufrimiento

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del cuerpo y del alma, tuvo el amor del que da la vida por su amigo. San Juan de la Cruz responde por Teresa de Lisieux: –«Está una alma con grandes deseos de ser mártir. Acaecerá que Dios le responda diciendo: “Tú serás mártir”, y le dé interiormente gran consuelo y confianza de que lo ha de ser. Y, con todo, acaecerá que no muera mártir, y será la promesa verdadera. Porque se cumplirá y podrá cumplir según lo principal y esencial de ella, que será dándole el amor y premio de mártir esencialmente; y así le da verdaderamente al alma lo que ella formalmente deseaba y lo que él la prometió» (2 «Subida» 19, 13).

EL ULTIMO HIJO Teresa de Lisieux no conoció a ningún religioso carmelita, a pesar de que en su tiempo había casi doscientos carmelitas descalzos en Francia. El único de quien oyó hablar fue del famoso y desgraciado Padre Jacinto Loyson de la Inmaculada Concepción (1827-1912). Antes había sido sulpiciano y después dominico para recalar en carmelita descalzo. En 1869 abandonó la Iglesia Católica y fundó una nueva religión. Teresita, enterada de sus errores y extravíos, se propuso en unión con Celina orar y sacrificarse por el retorno a la fe y la conversión de este «hijo de la Virgen».

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Fue el objeto permanente de su oración como carmelita. Por él ofreció su última comunión de enferma, el 19 de agosto de 1897, festividad entonces de San Jacinto. Esperó contra toda esperanza: «Llegará un día en que Jesús le abrirá los ojos. No nos cansemos de orar» (Cta 129, a Celina, 23,7, 1891). Pranzini fue su primer hijo con una gran señal; Jacinto fue su último hijo. Había pasado el tiempo de los signos. Sin embargo, no faltó del todo la señal. M Inés envió a Loyson la «Historia de un alma» y Jacinto murió besando el crucifijo que siempre le había acompañado y diciendo: «¡Oh, mi buen Jesús!» (9, 2, 1912).

Padre Jacinto Loyson

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NUMEROS CANTAN Las palabras escritas por Teresa de Lisieux están todas recogidas y registradas por ordenador y anotadas una por una. Contamos con la Concordancia General de sus escritos y están contabilizadas todas las frecuencias: «LES MOTS DE SAINTE THERESE DE L’ENFANTJESUS» Concordance générale - Cerf,1996. No carece de interés apuntar las presencias de algunas palabras en su vocabulario con el porcentaje de las frecuencias señaladas en este registro = Alegría, 311; Amar-Amor, 1.460

Camino, 108; Carmelita-Carmelo, 292; Cielo, 709; confianza-confiar, 127; Consolar-Consuelo, 237; Corazón, 963 Dar, 698; Demonio, 30; Desear-Deseo, 464; Dios, 1192; Dolor, 485

Flor-flores, 316; Gloria-glorioso, 224; Gracia, 265; Jesús, 1.616 María (la Virgen), 380; Mártir-martirio, 124; Misericordia, 76 Misión-misionera, 98; Pequeño, 1.981; Querer, 877

Saber, 738; Sonrisa, 122; Ver, 922; Verdad-verdadero, 305 Vida-vivir, 565; Voluntad, 111.

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LA MONJA QUE FUE JUEVES Si Gilberto Chesterton (1874-1936) escribió la novela «El hombre que fue Jueves», se podría trazar también una biografía de Teresa de Lisieux marcada por ese día central de la semana.

Porque Teresa del Niño Jesús nació en jueves (2-11873) y murió asímismo en jueves (1897). En jueves igualmente hizo su primera comunión (8-5-1884) y en jueves también fue su última comunión (19-8-1897), comunión ésta que ofreció por su «último hijo» (Jacinto Loyson); pero es que también ocurrió en jueves la conversión de su «primer hijo» (Pranzini), que fue ejecutado ese día (1-9-1887) después de haber dado tres besos al crucifijo respondiendo a la señal pedida al cielo por Teresa.

La niña del jueves, la monja del jueves, la santa del jueves. ¡Qué curioso!: Una «vida», de cuna a tumba, en jueves; doble «Comunión», primera y última, en jueves; una «Misión» en la tierra: salvar almas, el primer hijo (Pranzini) y el último hijo (Jacinto), en jueves. ¿Pura casualidad? Hay casualidades más coincidentes que la misma intencionalidad. Hay quien lo llama providencia.

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LA ULTIMA PALABRA Es sugestivo advertir que los tres libros de la «Divina Comedia» de Dante terminan todos ellos con la misma palabra: «stelle», estrellas. ¿Lo hizo así intencionadamente el Alighieri? De todas formas, es revelador de la subconsciencia de un poeta. Algo semejante sucede con los tres Manuscritos autógrafos de Teresa del Niño Jesús: A B C. Los tres concluyen con la misma palabra: «AMOR». En este caso, no intencionado desde luego (pues hay largo tiempo de separación, de situación y de destinación entre unos y otros textos). Sí es sintomático en cambio, porque de la abundancia del corazón habla la boca y escribe la pluma, y AMOR es lo que respira y transpira y transmina la mano, la mente y el corazón de Teresa de Lisieux. Hasta la última palabra de sus labios sobre la tierra al exhalar su último suspiro fue una palabra de amor: «¡No me arrepiento de haberme entregado al Amor! ...¡Dios mío,os amo!» (UC 30, 9,1897).

II

RELATOS DE LA GLORIA

CUATRO VIDAS VERDADERAS DE TERESA DE LISIEUX En la polifacética figura de Teresa Martin se pueden distinguir y se han resaltado varias y contrapuestas vidas, todas ellas verdaderas según el punto de mira en que la sitúe el biógrafo de turno. Sin mucho esfuerzo mental se podrían clasificar hasta cuatro biografías auténticas suyas: 1) Una vida de color de rosa; 2) Una vida clavada en la cruz; 3) Vida de una pequeña florecilla; 4) Vida de la santa más grande. Según el ángulo desde donde se la observe, surge la imagen justa de esta mujer que pasó por este mundo a la par con la sonrisa en los labios y con la cruz en las manos; y por otro lado, mostrándose muy pequeña ante las gentes siendo en verdad bien grande a los ojos de Dios. Una vida color de rosa Fue su existencia como la historia primaveral de una florecilla, como un cuento de hadas, que pasó por la tierra entre regalos y flores, como la reinecita del hogar, hija de una familia burguesa donde nada faltaba para su dicha, mimada por su padre, adorada por sus hermanas, rodeada de juguetes, adornada de vestidos, halagada con fiestas y paseos, con viajes y excursiones por

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Francia e Italia, recibida en el Carmelo con los brazos abiertos conviviendo en el convento con sus hermanas carnales, viendo todos sus deseos cumplidos, componiendo poesías, representando papeles de heroínas para las recreaciones, mirada como un juguete del Niño Jesús, que muere feliz en éxtasis de amor prometiendo enviar una lluvia de rosas y siendo acogida después en el cielo y en la tierra con un huracán de gloria. Todo esto es verdad. Teresita, todo un idilio, toda una vida de color de rosa Una vida clavada en la cruz He aquí otra cara de la existencia de Teresa de Lisieux, tan verdadera o más que la estampa anterior. Una vida clavada en la cruz: queda huérfana de madre a los cuatro años y medio; muy niña padece la doble enfermedad de nervios y de escrúpulos; pasa por el desgarro de la separación de sus hermanas mayores que le hacían las veces de madre; es incomprendida y sufre en el pensionado de la Abadía; quiere ser carmelita a los 15 años, y se le oponen su tío, el superior del Carmelo, el Vicario general, el obispo y hasta el Papa a cuyos pies implora esa gracia entre lágrimas; por fin logra entrar en el Carmelo, pero no sin hacer trizas su corazón al separarse de su idolatrado padre, su Rey; en el convento encuentra «la cruz a secas, que es linda cosa»; la presencia de sus hermanas se trueca en sacrificio permanente; queda en calidad de novicia perpetua sin voz ni voto en los capítulos conventuales; se encuentra con problemas

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interiores y sin director espiritual; sobreviene pronto el martirio corporal: tuberculosis, hemoptisis, pulmones deshechos, cavidades, fiebres, sudores, vómitos, dolores intestinales, hinchazón, angustias, aniquilamiento progresivo, sin fuerzas para proferir sin descansar dos palabras seguidas, sin poder santiguarse, sin poder comulgar por los vómitos, sufrimientos indecibles, la agonía, la muerte a los 24 años... A esto se añade el martirio del alma: el dolor y la humillación de la enfermedad de su padre internado en la Casa de Salud mental; la gran prueba de la fe, en que, ofrecida como víctima por los pecadores e incrédulos, pasa por la noche tenebrosa de la NADA, al borde del ateísmo, a punto de blasfemia, comprendiendo el suicidio de los desesperados, manteniendo encendida la llama de la fe a fuerza de escribir el «Credo» con su sangre y a golpe de puro amor: «Quiero creer...Sólo me queda el amor... Dios mío, os amo...» . Teresita, una vida clavada en la cruz. Teresita, la más pequeña El encarnecimiento del diminutivo en su persona está enraizado en su vocabulario, aunque en francés no existe el diminutivo, que se sustituye con el adjetivo «petit», pequeño, que en las Concordancias teresianas aparece con 1.981 frecuencias, pero con la advertencia de que no se incluyen en esa numeración todas las frases que la Santa emplea con esta palabra por su misma excesiva copiosidad.

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Todo es pequeño en torno a Teresita: Madrecita, papaíto, hermanita, reinecita, caminito, pelotita, corderillo, pajarito, angelito, pincelito, almita, navecilla, juguetito, florecilla, granito, doctorcito, santita, Jesusito, etc, etc. Lo pequeño es el rasgo esencial del vocabulario teresiano-lexoviense respondiendo a su espiritualidad de la Infancia espiritual: Legión de almas pequeñas, donde la pequeñez es la medida de la posible superación. Lo expresó gráficamente la propia Santita por antonomasia: «Jesús, si por un imposible, encontraras un alma más débil y más pequeña que la mía, te complacerías en colmarla de gracias todavía mayores que a mí» (B 5v). Teresita, la más pequeña. Todo es real, todo es verdad. Teresa la más grande Por contraste, en Teresa de Lisieux todo es grande. Sus pensamientos y sus deseos son inmensos, hasta infinitos, mal que le pese a algún teólogo. Teresita presiente que ha nacido para la gloria. Confía en llegar a ser una gran santa y no se contenta para sí con menos que con la santidad del mismo Dios. Lo «grande» y la «grandeza» tienen 600 frecuencias en sus escritos. Teresa saca a relucir sus títulos sobrenaturales de nobleza como Hija de la Divina Majestad y Esposa del Rey Divino para su boda real. Dibuja su propio escudo de armas.

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Con ser ella tan niña, se ha podido decir que Teresa se caracteriza más por lo grande que por lo pequeño. Se la ha considerado como gigante en espiritualidad y en genialidad. Maravilla que siendo la «Santita» por excelencia, se la coteje y compare, sin embargo, con las figuras más gigantescas de la historia, como Pablo, Agustín, Francisco, Bernardo, Tomás de Aquino, Ignacio de Loyola, Juan Bosco, Colón, Napoleón... Fue un Papa, Pío X, quien la definió para la posteridad como «la Santa más grande de los tiempos modernos». ¿Hay alguien de quien se hayan dicho cosas más grandes? Teresita, la más grande. También es verdad. Cuatro facetas, cuatro vidas; cuatro motivos para el asombro.

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QUE VENGA SOR AMADA E1 3 de agosto de 1910 se abrió el proceso ordinario para la causa de beatificación de sor Teresa del Niño Jesús, carmelita descalza del monasterio de Lisieux. Declaran 44 testigos. Después que se manifestaron los testigos presentados por la Postulación, el presidente del tribunal preguntó a la M. Inés si había alguna religiosa más de aquel tiempo que hubiera conocido a la sierva de Dios. Contestó M. Inés que había una, pero que apenas tendría nada que declarar porque no trató mucho a sor Teresa ni intimó con ella, y que por eso no la habían incluído en el elenco de las testigos de la comunidad: se llama sor Amada de Jesús (18511930). Dijo el presidente: Que venga sor Amada. Preguntada ésta por su relación con Teresa del Niño Jesús, contestó: Que ella apenas la conoció cómo era en realidad aunque convivió con ella en el convento todo su tiempo. Que comprendía que Dios se sirvió de ella para probar y purificar a la hermana Teresa. Que ella se había enterado ahora, al leer la «Historia de un alma», de cómo era verdaderamente. El hecho de no haberla tratado más íntimamente obedecía a que ella (sor Amada) era contraria a la entrada de tantas hermanas Martin en esta comunidad. Por eso apenas tuvo relación especial ni confianza con ellas. Preguntada por el presidente sobre su opinión acerca de Teresita, al margen de su oposición a la entrada de las

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Martin en su convento, contestó sor Amada: «Yo en la hermana Teresa jamás vi ninguna imperfección. Era un alma muy santa. La vi practicar muchas virtudes, en especial, la humildad, la caridad, la dulzura...Pienso que podía haber sido una buena priora...» Este testimonio de sor Amada, poco simpatizante de las hermanas Martin, vale por una canonización personal; más convincente que el de sus hermanas de carne y sangre. Amada de Jesús declaró como testigo de oficio el 17 de marzo de 1911, en el Proceso Ordinario, sesión 68, fol. 1113r-1118 - En el Proceso Apostólico, el 8 de febrero de 1916, sesión 55, pp. 1043-1051. LOS MANUSCRITOS A SALVO En la causa de Santa Teresita, en que se procedió con extremado rigor, se tomó una medida que fue caso singular en la historia de las canonizaciones. Preguntada por el presidente la M. Inés acerca de los escritos de sor Teresa, aquélla, para facilitar la labor del tribunal, presentó la última edición de la «Historia de un alma» advirtiendo que en uso de las facultades que le otorgó su hermana había introducido algunas variantes en el texto. El tribunal exigió presentar ante la mesa los manuscritos autógrafos de Teresa del Niño Jesús. No contento el tribunal con examinar esos textos originales ordenó que se copiaran íntegramente y se

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incorporaran literalmente al cuerpo del proceso canónico de la causa de la sierva de Dios. Por esta providencia del alto tribunal eclesiástico, los Manuscritos auténticos de Teresita quedaron insertos en el Proceso canónico. Como de estos procesos se hicieron a su vez tres copias oficiales, resulta que los Manuscritos de Teresa se habrían salvado aún en el caso de incendio en el Carmelo de Lisieux durante los bombardeos de la segunda guerra mundial europea, porque quedarían a resguardo por estas copias que se conservaban en Roma y en Bayeux. Caso insólito en los procesos de los santos y a la par providencial. Obsérvese que dichas copias de los manuscritos se hicieron por amanuenses de oficio, cuya labor fue después cotejada y contrastada por otra comisión también oficial.

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LA ULTIMA «DESCANONIZABLE» Un día de 1973, año centenario del nacimiento de Teresa Martin, un religioso franciscano muy devoto de la Santita vino alarmado en Sevilla a darme la noticia de que la prensa de aquellos días comunicaba que la Iglesia iba a «descanonizar» a Santa Teresita del Niño Jesús, porque se había descubierto que las hermanas de la santa habían engañado al tribunal eclesiástico en el proceso de su beatificación. En efecto, cierta prensa europea de aquel tiempo aireó la noticia de esa presunta manipulación y de la posible descanonización de Teresa de Lisieux. Se señalaron en este sentido los periodistas Adriana Zarri, Carlos Falconi y Oswaldo Pagani. Pronto se pudo deshacer semejante patraña, porque se pudo demostrar con los documentos y con los textos del proceso de beatificación de Teresita: uno de los más estrictos y rigurosos que se hayan realizado por la Congregación de Ritos. Se publicaron esos textos originales, se comprobó la seriedad, rigor y exactitud de las declaraciones contrastadas por testigos oculares de la máxima solvencia. No se excluyó ninguna posible objeción a la causa, se discutió minuciosamente sobre sus virtudes puestas a prueba de las observaciones de los opositores de oficio; se examinaron sus escritos autógrafos, no los impresos, y se insertaron copiándolos estos originales dentro del mismo proceso canónico.

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La mayor garantía de verdad y de exigencia de la verdad no estaba en los periodistas que lanzaron la voz de alarma arbitrariamente, sino en la exigencia y autenticidad con que se actuó por parte de la Iglesia en su momento y hora. Como remate de este episodio queda la constatación de que la Iglesia nunca «descanoniza» a quien ha elevado al honor de los altares después de un proceso llevado a cabo en toda regla. Y que si en un caso hipotético se diera ese supuesto, la última «descanonizable» sería Santa Teresita (después del mismo San Francisco de Asís, decía yo al alarmado franciscano Sixto Santa), porque el proceso de la beatificación de Teresa fue el más inflexible e inexorable de todos los procesos canónicos hasta ahora llevados a término. Los Procesos de Santa Teresa del Niño Jesús, cuyos originales se conservan en el obispado de Bayeux, ocupan cuatro tomos de 28x20 cms. y suman 1.603 folios. Los autos impresos forman dos volúmenes con un total de 1.338 páginas. – «Si dovranno sottoporre a revisione i processi di beatificazione e di cananizzazione di Santa Teresa di Gesú Bambino e del Volto Santo? - A. P. Frutaz, Roma, 1974, Postulazione Generale O C D - 25 p.

Los Papas Pío X, Benedicto XV y Pío XII por la glorificación de Santa Teresa del Niño Jesús

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EL ABOGADO DEL DIABLO EN LA CAUSA DE SANTA TERESA DEL NIÑO JESUS El Proceso de la causa de beatificación de un siervo de Dios es un expediente al revés de lo que se lleva en los juzgados civiles. En éstos se trata de juzgar a delincuentes probando sus delitos: se comienza con presunción de inocencia para terminar en declaración de culpabilidad.

En las causas de los santos no se comienza con presunción de santidad para nadie, más bien se empieza con sospecha de lo contrario. Lo que hay que probar no es que no hubo delito alguno sino que hubo virtudes, no una sino muchas, y éstas en grado heróico. Tampoco bastan uno o dos testigos, sino muchos y éstos de toda garantía, y además serán después contrastadas y discutidas todas y cada una de sus declaraciones.

Para ello se nombra un fiscal, el cual tiene por oficio defender la causa de la fe no la causa del candidato a los altares. Es el Promotor de la Fe, mal llamado «Abogado del Diablo»; es más bien el Abogado de la Iglesia. No va contra nadie; sólo intenta probar la verdad y la autenticidad de los hechos y dichos en cuestión. La Iglesia no necesita santos, los tiene a millares; pero sí exige que los que han de ser declarados como tales lo sean de verdad, no de quincalla ni de contrabando. Se puede canonizar sin milagros, pero no se puede

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elevar a nadie a los altares sin virtudes; virtudes bien probadas y contrastadas y además practicadas hasta el heroísmo. Por eso en los Procesos, después de las declaraciones de los testigos viene la discusión sobre las virtudes. Se nombran teólogos acusadores censores que por oficio y obligación presentan las objeciones que luego el Promotor de la Fe recoge y hace un informe según se desprenda de las mismas. Hasta que no se aclaren todos los puntos oscuros, la Causa no sigue adelante. Porque el Promotor no se conforma con una primera respuesta a sus observaciones sino que insiste y replica por lo menos hasta tres veces sobre cada reparo. En la Causa de Santa Teresita, la Discusión sobre las virtudes ocupa un grueso volumen de 341 páginas. Según este procedimiento, la Iglesia se adelantó a toda posible incriminación en el asunto: planteó el problema, aceptó toda imputación, deliberó sobre las razones, sopesó los motivos, aclaró las dudas, superó las dificultades, hizo el juicio y emitió el veredicto justo, inapelable. Presentamos en forma muy resumida este aspecto de la Causa en el Proceso para la beatificación de Teresita, para que se vea cómo se procedió a su tiempo con toda seriedad sin prisas ni pausas a pesar de que existía el clamor general de un público impaciente que demandaba la glorificación de la «Santita».

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Si en la tarde de la vida, Dios examina a sus escogidos en el amor; en la tarde de un Proceso canónico el Promotor examina a los presuntos santos con más rigor que amor. Orden de las discusiones 1914 - 2 de abril = El Promotor de la Fe, Mons. Alejandro Verde, presenta sus objeciones contra la Introducción de la Causa. - 18 de abril - Le replica el abogado defensor

- 3 de junio - La Congregación de Ritos decide la introducción de la Causa. 1918 - 23 de octubre - El Promotor de la Fe, Mons. Angelo Mariani, presenta sus dificultades contra la validez del procedimiento en los procesos. - Contestación de la defensa de la Causa.

1920 - 18 de febrero - El Promotor presenta las primeras objeciones contra la heroicidad de las virtudes en la Causa. 15 de marzo - Primera respuesta de la defensa.

4 de agosto - El Promotor presenta las segundas objeciones. 1 de octubre - Segunda respuesta de la defensa.

1921 - 19 de febrero - Tercera objeción del Promotor de la Fe

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15 de marzo - Tercera respuesta de la defensa. 14 de agosto - Benedicto XV promulga el decreto sobre la heroicidad de las virtudes de Teresa del Niño Jesús. Un procedimiento similar se siguió acerca de los tres milagros propuestos para la beatificación de Teresa (en vez de los dos requeridos por el Derecho canónico). Hubo tres series de objeciones del Promotor de la Fe y tres respuestas de la defensa (entre los años 1921 a 1923). Objeciones presentadas contra la causa de Teresa de Lisieux Los censores contra la Causa de beatificación de Teresita no se quedaron cortos en sus alegaciones y críticas y cumplieron bien con su oficio de «abogados del diablo». Recogieron y lanzaron contra el pleito todo un aluvión de dificultades, obstáculos y acusaciones. Cargos que cada vez se hacían más apretados y compactos. Véase aquí una selección de algunos de esos reparos y censuras. Que en vida Teresa Martin no tenía fama de santa. Que acudió poca gente a su entierro. Que toda la fama de santidad le vino por la publicación de la «Historia de un alma» y de la propaganda que se hizo de ese libro. Que los principales testigos de la Causa eran hermanas carnales de la beatificanda.

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Que Teresa fue una niña mimada toda su vida en su familia y en el convento. Que en su vida no hay nada extraordinario: ni visiones, ni revelaciones, ni milagros. Que las monjas se preguntaban qué se podría decir de ella cuando muriera, Que en su «Caminito» no se habla de mortificaciones ni de penitencias, como en las vidas de los santos. Que en todo caso, se podría decir que practicó algunas virtudes, pero que no se puede decir que lo hiciera en grado heróico. Que no le costaban las virtudes, porque en ella parecían naturales. Que en sus escritos hay cosas pueriles: como, cuando era sacristana, reflejarse en el cáliz y en la patena para que luego quedara ella bañada en la Sangre del Señor; como pensar que si le daban media forma en la comunión el Señor no estaba contento con ella; tomar como milagro que nevase el día de su toma de hábito en pleno enero en Lisieux. Que no tenía director espiritual, sino que decía que su único Director era Jesús. Que no le gustaba recitar las bellas oraciones de los devocionarios. Que pedía al Señor cosas poco seguras, como que le quitase la libertad de poder ofenderle; que permaneciese en ella como en el tabernáculo; que en el cielo se le imprimiesen las llagas de Cristo en su cuerpo glorificado.

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Que no denotaba tener gran humildad al asegurar que sería una gran santa: al pretender que nadie amase a Dios más que ella; al anunciar que después de su muerte haría caer una lluvia de rosas sobre la tierra. Que no le era difícil ser santa cuando todo le salía a pedir de boca. Que una vez censuró en público una actuación de la Madre Gonzaga. Que tenía una exagerada confianza en la misericordia de Dios. Que en su última enfermedad estuvo mes y medio sin comulgar. Que su sino parecía un contrasentido: tan poco reconocida y alabada en vida y tan exaltada después de su muerte. Que no se debe atribuir su glorificación a un plan de Dios, porque no se pueden discernir los planes de Dios en un proceso jurídico y canónico. Respuesta de la defensa La Defensa no fue menos contundente y cerrada con las argumentaciones de la réplica. Con gran acopio de testimonios y razones trituró todos y cada uno de los reproches y denuncias de la Acusación. Para no agobiar al lector con la minuciosa relación de las explicaciones y demostraciones indicaremos sumariamente los motivos fundamentales del alegato en pro de la Causa de Teresa del Niño Jesús. Véanse algunas de las líneas de la Defensa:

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– La santidad de Teresa Martin se descubrió después de su muerte porque estaba allí, escondida antes pero real; no se inventó ni se fabricó después. De hecho, todos los que la conocieron coinciden en reconocer sus muchas virtudes. La Madre Gonzaga dijo de ella en vida: «Teresa es la mejor de mis mejores. Es perfecta en todo». El capellán de la comunidad, Mns. Youf, aseguró: «Si se conociera bien a Teresa, sería la gloria del Carmelo». La monja que menos intimó con ella, sor Amada, declaró: «Nunca vi en ella ninguna imperfección». – El libro de la «Historia de un alma» fue una revelación para el mundo, pero es una realidad sencilla y sincera de una vida verdadera, que por su misma naturalidad y autenticidad impactó. Infunde confianza por su verdad a toda prueba. Produce en las almas un bien inmenso. Se impuso por sus efectos saludables. Por los frutos se conoce el buen árbol. – Las hermanas carnales eran testigos necesarios y obligatorios para declarar en el Proceso, porque eran las que mejor la conocían. Pero no fueron los únicos testigos cualificados, sino las menos; porque muchos más fueron los otros declarantes y no menos positivos en favor de la santidad de Teresa. – Los testigos que la conocieron y convivieron con ella confirman y ratifican cuanto Teresa escribió en la «Historia de un alma». – El Carmelo de Lisieux no impuso nada, sino que los acontecimientos del exterior lo desbordaron y no pudieron negarse a lo que la gente quería, pedía y exi-

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gía. Jerarquía, clero y pueblo, era un plebiscito por la «Santita». Se llegó a decir que «sólo en el infierno no se quiere a Teresita». – Es explicable que acudiera poca gente a su entierro (que tampoco fue tan poca) tratándose de una religiosa que había vivido apartada del mundo en la clausura de un convento. – Que practicó virtudes sencillas, que no exigía en su camino grandes penitencias, que inculcaba una gran confianza y abandono en Dios, es característica de una espiritualidad que se ha considerado como muy conforme y oportuna para nuestros tiempos, la cual además se funda en la infancia evangélica y en la misericordia infinita del buen Dios. – En Teresa se cumple la consigna de la verdadera santidad que sabe practicar lo ordinario extraordinariamente bien. – Por su parte, Teresita procuró tratar y consultar con sacerdotes y religiosos y quiso tener director espiritual, pero no le fue posible, no estuvo en su mano; el mismo Dios lo suplió con sus luces, como se ha comprobado por los hechos. – Que tuviera grandes deseos de ser santa y audacias para con Dios eran expresiones y manifestaciones de su inmenso filial amor. Repetía que todo es gracia, incluso algunas pequeñas cosas sin trascendencia, como la nieve en su toma de hábito. – Cuando censuró una actuación de la M. Gonzaga, Teresa tenía toda la razón del mundo, como lo han reconocido las religiosas contemporáneas.

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– Teresa se definió certeramente a sí misma cuando dijo: «Yo no soy una santa, yo sólo soy un alma pequeña a la que Dios ha colmado de Gracias» («Animadversiones», 4°, 42). – Sabía que su misión de salvar almas Dios la realizaría a través de lo que él había querido que escribiese. Sin embargo, no estaba nada pagada de su «Historia». Dijo al entregarla: «Aunque la queméis ante mis ojos sin haberla leído, no sufriré por ello» («Animadversiones» 5°, 10). – «Daba gloria a Dios por todas sus gracias y la mayor de ellas la de haberla hecho comprender su pequeñez y su impotencia para todo bien» («Animadversiones», 3°, 69). Todos reconocen que la humildad fue su virtud fundamental; que no es pequeña santidad.

¿FALTA ALGUNA PALABRA EN LAS «CONCORDANCIAS» DE TERESA DE LISIEUX? En 1996 se ha publicado un gran volumen que registra alfabéticamente las palabras empleadas por Teresa del Niño Jesús en sus escritos: «Les Mots. Concordante générale» - Ediciones Cerf, París, 959 pp., 27 x 22 cms. Es un servicio impagable hecho a los estudios teresiano-lexovienses esta obra admirable realizada por ordenador y computadora y presentada con inteligente esmero.

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Es posible que alguien a primera vista se sorprenda de no encontrar una determinada palabra en este repertorio, palabra que por otra parte se sabe que empleó la Santita en alguno de sus escritos, por ejemplo, la voz «Escapulario». Para estos casos vale la advertencia preliminar de que en este catálogo no se incluyen los vocablos que Teresa escribió una sola vez, como es el caso de «Escapulario», que solamente aparece en la carta 166, del 16 de julio de 1894 de su epistolario a Celina Maudelonde. Esta norma no sirve para la lista de «Ultimas Conversaciones», ya que aquí se registran voces que figuran una sola vez. Sin embargo, la palabra «Escapulario» sí está recogida en este vocabulario teresiano, pero es, como las demás voces de única citación, en el Indice final de materias, que se halla al término de la obra, página 956. UN PASTOR PROTESTANTE EN LA CASA DONDE NACIÓ SANTA TERESITA Teresita prometió que después de su muerte haría caer sobre la tierra una lluvia de rosas. Una de esas rosas cayó en 1911 sobre el corazón de un hombre racionalista, el ministro presbiteriano Mr. Alejandro Grant, pastor de la Iglesia Libre de Escocia. Cayó en sus manos la «Historia de un alma». Primero la devoró en inglés, luego la saboreó en francés y, finalmente, venciendo argumentos racionalistas en su lucha interior de espíritu, pidió ser acogido en la Iglesia

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Católica. Había llegado a esta conclusión: «No puede ser mentira una vida de tanta belleza y santidad como la de Teresa de Lisieux». Al bautizarse como católico el 21 de abril de 1911 adoptó el nombre de Francisco María Teresa. No contento con esto, el 21 de mayo del mismo año, el antiguo ministro presbiteriano salió de Escocia para Francia con su mujer para hacerse cargo de la casa donde nació Santa Teresita en Alençon. Allí vivió hasta su muerte, acaecida en 1917, y su abnegada esposa guardó el lugar sagrado, hoy día objeto de muchas peregrinaciones, donde se ha levantado una capilla (1925) para conveniencia de los devotos de la Santita. «El camino seguro de Santa Teresita de Lisieux», B. Williamson, Barcelona, p. 122-125.

¿POR QUÉ LAS HERMANAS DE SANTA TERESITA NO ASISTIERON A SU BEATIFICACION? Al aproximarse la fecha de la beatificación de Teresa del Niño Jesús se pensó en la posibilidad de que sus hermanas carnales, religiosas de clausura, asistieran a la fiesta de esa ceremonia en Roma (29, 4, 1923). Partidario de esa asistencia era el vice-postulador de la Causa, señor Roger de Teil, e hizo alguna gestión en tal sentido.

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Pero las hermanas de Teresita expresaron su deseo de permanecer en su clausura en tal ocasión. La Madre Inés, en carta de 1921 al cardenal Vito, resumía los motivos de su renuncia y la de sus hermanas: a) Sería para nosotras un gran honor, pero nos asusta esa perspectiva, que nos supondría un real sacrificio no poder compartir esa gracia con toda la comunidad; b) Además, separadas del mundo desde hace tanto tiempo, nos resultaría difícil su contacto y sería muy penoso tener que atender a tantas inevitables presentaciones de la gente; c) Sobre esto, la hermana mayor, María, que padece mucho de reúma tendría serias dificultades para realizar tan largo y complicado viaje, y sin ella no nos atreveríamos a acudir. Por todo ello, preferimos gozar en el Carmelo el puro sabor de esta gloria. Esto no obstante, consideraríamos un deber ese proyecto si el Santo Padre expresara formalmente el deseo de que asistiéramos a tal acto. El Papa respetó la voluntad de las hermanas de Santa Teresita. En compensación de esta ausencia, asistieron a la beatificación dos hermanas carmelitas externas del Carmelo de Lisieux. UN PAPA FUE BAUTIZADO EL DIA EN QUE MURIÓ SANTA TERESITA Ese Papa fue Pablo VI. En efecto, Juan Bautista Montini, nacido el 26 de septiembre, fue bautizado el 30 de septiembre de 1897, el mismo día en que murió en el Carmelo de Lisieux Teresa del Niño Jesús.

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Pablo VI fue elegido Vicario de Cristo en 1963 y murió el 6 de agosto de 1978. Es maravillosa la histórica relación de Teresa de Lisieux con los Papas de su tiempo, de antes y de después de su muerte: LEON XIII (1878-1904), el Papa de la existencia terrena de la Santa, a quien quedó vinculada por la célebre audiencia en la que Teresa Martin le pidió la gracia de hacerse carmelita a los 15 años (20, 11, 1887); PIO X (19041914), el Papa que introdujo la causa de beatificación de Teresa considerándola oportuna y urgente para bien de la Iglesia; BENEDICTO XV (1914-1922), que aprobó el decreto de la heroicidad de las virtudes de Teresa proclamándola «Venerable»; PIO XI (1922-1939), el Papa que beatificó y canonizó a Teresa del Niño Jesús y la proclamó Patrona de las Misiones (1923, 1925 y 1927); PIO XII (1939.1958), como cardenal Pacelli inauguró la gran basílica de la Santita en Lisieux (1937) y como Papa la proclamó Patrona de Francia (1944); JUAN XXIII (1958-1963), siendo Nuncio Apostólico en Francia acudió varias veces a Lisieux para venerar a la Santa y presidir varias solemnidades en su honor y después de Papa mantuvo cordiales relaciones con el Carmelo de la Santita; PABLO VI (1963-1978), fue el Papa del I Centenario del nacimiento de Santa Teresita, a cuyo signo estuvo él mismo personalmente ligado; JUAN PABLO I (1978), el Papa fugaz que siendo cardenal Albini dedicó una vigorosa y bella semblanza a Santa Teresa en su libro «Ilustrísimos Señores»; JUAN PABLO II (1978- ), el primer Papa que acudió como peregrino a Lisieux y se postró ante la tumba de la Santita (1980) y es el Papa del primer Centenario de su muerte (1997).

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Pablo VI erigió en basílica el santuario de Santa Teresita en El Cairo (Egipto, (1972) y en varias alocuciones a los peregrinos habló con gran estima y veneración sobre la santa de Lisieux, en concreto el 26, 8, 1970 y el 25, 10, 1972, cuando les exhortaba a que como la Santita amaran y vivieran en el corazón de la Iglesia. Paro hay dos documentos suyos de singular significación en torno a Teresa del Niño Jesús. Uno es la carta «En cette année» del 2 de enero de 1973, fecha centenaria del nacimiento de Teresa Martin, dirigida al obispo de Bayeux-Lisieux. Es un texto precioso y luminoso donde presenta a Teresa como un reclamo para lo esencial y orienta su consigna a la hora presente y al futuro de la Iglesia y del mundo. Espera de su ejemplo e intercesión grandes gracias para nuestro tiempo y exhorta a los laicos, religiosos, sacerdotes y jóvenes a seguir el mensaje de confianza, generosidad, dinamismo y realismo en el amor de aquella que «no se arrepintió de haberse entregado al Amor». Concluía Pablo VI diciendo que «lo que más necesita hoy la Iglesia es la santidad». El otro rasgo teresiano-lexoviense de Pablo VI es el de haber incorporado con honor a Santa Teresita en la exhortación apostólica «Gaudete in Domino» ( AAS 67 (1975) 306307) dedicada a comentar el signo de la alegría cristiana. En ese texto papal se menciona a los santos Agustín, Bernardo, Domingo, Ignacio de Loyola, Juan de la Cruz, Teresa de Avila, Francisco de Sales, Juan Bosco y Teresa de Lisieux. Pero a la Santita consagra el Papa una especial atención y reproduce varias

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frases suyas tomadas del Manuscrito B dirigido por Teresa a su hermana María, que son éstas: - «A veces al pajarillo no le parece que pueda existir otra cosa que las nubes que lo rodean. Esa es la hora de la alegría perfecta... ¡Qué dicha para él seguir allí, a pesar de todo, mirando fijamente a la luz invisible que se oculta a su fe!» (B 5).

LEON XIII DEVUELVE LA VISITA A TERESA MARTIN Teresa Martin realizó con su padre y Celina un viaje por Francia e Italia que duró 28 días (4, 11-2,12, 1887). Para ella el aliciente principal de esa excursión era el poder conseguir del Papa el permiso para entrar en el Carmelo a los quince años de edad. La peregrinación francesa fue recibida en audiencia por el Papa León XIII el 20 de noviembre de 1887. Teresita tuvo la valentía de ponerse a hablar con Su Santidad, cosa que estaba terminantemente prohibida. Ella misma nos refiere el episodio: «Un momento después estaba yo a los pies del Santo Padre. Después de besarle la sandalia, me presentó la mano; pero yo en lugar de besársela, junté las mías y elevando hacia su rostro mis ojos bañados en lágrimas, exclamé: “¡Santísimo Padre, tengo que pediros una gracia muy grande...”!

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Entonces el Sumo Pontífice inclinó hacia mí su cabeza, de manera que mi rostro casi tocaba el suyo, y vi sus ojos negros y profundos que se fijaban en mí y parecían penetrarme hasta el fondo del alma. “¡Santísimo Padre, en honor de vuestras bodas de oro, permitidme entrar en el Carmelo a los 15 años...!” Sin duda, la emoción hacía temblar mi voz. Por lo que el Santo Padre, volviéndose hacia el Sr. Révérony, que me miraba asombrado y disgustado, le dijo: “No comprendo bien”.–“Santísimo Padre (respondió el Vicario General), se trata de una niña que desea entrar en el Carmelo a los 15 años; pero los superiores están, en estos momentos, estudiando la cuestión”. –“Bueno, hija mía, respondió el Santo Padre mirándome bondadosamente, haz lo que te digan los superiores”. Entonces, apoyando mis manos en sus rodillas, hice un último intento y le dije con voz suplicante: “Sí, Santísimo Padre. Pero si Usted dijese que sí, todo el mundo estaría de acuerdo”. Me miró fijamente y pronunció estas palabras, recalcando cada sílaba: –“Vamos...vamos... Entrarás si Dios lo quiere” (Y su acento tenía un no sé qué de tan penetrante y convincente, que aún me parece estar oyéndole). Animada por la bondad del Santo Padre, quise seguir hablando, pero los dos guardias nobles me

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tocaron cortésmente, para que me levantase, y viendo que con eso no bastaba, me cogieron por los brazos y el Sr. Révérony les ayudó a levantarme, pues seguía con las manos juntas apoyadas en las rodillas del Santo Padre, y tuvieron que arrancarme de sus pies a viva fuerza» (A 62v- 63v). Entonces se llevó Teresita una desilusión al ver que el Santo Padre no accedía inmediata y autorizadamente a sus deseos. Pero como la historia da tantas vueltas, he aquí que al cabo de 93 años, el día 2 de junio de 1980, no va Teresa al Papa, sino que el Papa viene a Teresa; es decir, León XIII en la persona de su sucesor Juan Pablo II devuelve la visita a Teresa Martin, acudiendo a venerarla como santa en el Carmelo de Lisieux. ¡Quién lo diría! Sorpresas del tiempo y de la historia: Teresa que va en 1887 de Lisieux a Roma para arrodillarse ante el Papa y el Papa que viene de Roma a Lisieux para arrodillarse ante Teresa, trocada ya en «la Santa más grande de los tiempos modernos». La misma escena del Vaticano, pero al revés. Entonces arrancaron a Teresita a viva fuerza de los pies del Papa; ahora el Papa viene por su propia voluntad a arrojarse a los pies de Teresita. El Papa que la canonizó, Pío XI, dijo que Lisieux había enviado a Roma a la señorita Teresa Martin y que Roma la devolvió a Lisieux transformada en SANTA TERESA DEL NIÑO JESUS.

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TRES GRANDES «CONVERTIDOS» EN LA NAVIDAD DE 1886 Teresita dio gran importancia a la transformación que se operó en su alma y espíritu en la noche de la Navidad del 24 al 25 de diciembre de 1886, que ella llamó la hora de su «conversión» y gracia de gracias. Una conversión psicológica, que la hizo fuerte ante la realidad de la vida para las pruebas que le habían de sobrevenir a lo largo de los nuevos años. Se impuso a su hipersensiblidad de niña mimada. «Aquella noche de luz comenzó el tercer período de mi vida, el más hermoso de todos, el más lleno de gracias del cielo. La obra que yo no había podido realizar en diez años Jesús la consumó en un instante, conformándose con mi buena voluntad, que nunca me había faltado» (A 45v). Es sorprendente que ese mismo día (25, 12, 1886) se señalaran otras dos experiencias espirituales que habían de tener gran resonancia en la historia contemporánea de Francia y de la Iglesia: la conversión de Paul Claudel y la primera Navidad cristiana de Carlos de De Foucauld. Dos figuras excepcionales: uno, como poeta y literato cristiano; y el otro como fundador de los «Hermanos de Jesús» y alma de una bella espiritualidad nazaretana y evangélica. Claudel se refiere a esa su aproximación teresiana en su «Diario» y en dos de sus poemas y De Foucauld se empareja con Teresa de Lisieux por una santidad humilde, pobre y evangélica como la de ella.

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PAPINI SE ENCONTRÓ CON TERESA DE LISIEUX EN LAS CALLES DE FLORENCIA El gran escritor florentino y célebre convertido Giovanni Papini quedó sorprendido al descubrir que en su infancia había tenido el privilegio de encontrarse con Teresa Martin, la futura Santa Teresita del Niño Jesús. Viola, la hija de Papini, publicó el siguiente relato de su padre: –«Una mañana del otoño de 1888, en la calle Colonna de Florencia, me detuve ante el escaparate de una librería con intención de comprar unos sellos para mi pequeña colección. Entonces oí detrás de mí voces extranjeras. Me volví: eran un señor y una señora acompañados por una jovencita que estaban preguntando a un viandante algo a lo que éste no sabía responder. Me acerqué con el atrevimiento propio de los niños y sentí que la chica repetía un nombre muy florentino: “Santa María Magdalena de Pazzi”. Entendí enseguida lo que querían y me ofrecí para acompañarles hasta la iglesia de Santa Magdalena de Pazzi, allí cerca, en calle Pinti. Lugar bien conocido por mí. Los tres forasteros se fiaron de mí y me siguieron. Yo miraba a hurtadillas a la jovencita que parecía más impaciente por llegar a la iglesia. Tendría 14 o 15 años; mostraba un rostro relleno, redondo, ilumi-

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nado por unos ojos dulces, ardientes, profundos, que me hicieron tal impresión que hube de bajar los míos. A los pocos pasos llegamos al portal exterior de la iglesia y les señalé con la mano indicándoles que habíamos llegado. El padre y la señora a la par dijeron varias veces: “Merci, merci”. La jovencita no dijo nada, pero, quizá por gratitud, me dirigió una sonrisa tan linda que turbó mi corazón de chiquillo tímido. Luego los tres entraron en el atrio pleno de sol y de flores». Santa Teresita relata en la «Historia de un alma» esa visita a Santa Magdalena de Pazzi de Florencia (A 66). En la reseña de Papini hay algunos descuidos fácilmente comprensibles al cabo del tiempo transcurrido, cuando él apenas tenía siete años: el suceso ocurrió en 1887, no en 1888; el padre de Teresa tenía entonces 65 años, Celina (a la que Papini tomaba por señora), 19 años; Teresita, por su parte, 15 años. Años más tarde de estos acontecimientos, un sacerdote amigo de Papini le dio a leer la «Historia de un alma» y cuando éste leyó lo que Teresita dice de su visita a Florencia, sorprendido en un principio, recordó aquella escena de su infancia y llegó a persuadirse de que, efectivamente, aquella mañana de otoño quien le sonrió tan dulce y suavemente era la futura Santa Teresita del Niño Jesús. «Los retratos de la jovencita coincidían con lo que yo conservaba en mi recuerdo no borrado por los años. El encuentro con aquellos tres extranjeros quedó impreso vivamente en mi memoria, la tenaz memoria de un niño».

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Más tarde, Papini, ya convertido a Cristo, comprendió que aquella sonrisa de la Santa al niño florentino fue una de las señales que recibió en su vida en su lento caminar hacia la puerta de la Gracia. «L’Osservatore Romano», 26, 3, 1969, p. 5.

¿QUÉ HACE ESE OBISPO EN LA CATEDRAL DE LISIEUX? Ese obispo es nada menos que el célebre Pedro Cauchon, obispo de Lisieux (1432-1442). Tristemente famoso, Cauchon, amigo de Inglaterra, fue el principal causante de la muerte de Juana de Arco en la hoguera. El presidió en el palacio arzobispal de Rouen el tribunal que juzgó y condenó a la Doncella de Donrémy al suplicio de las llamas. Fue el el 30 de mayo de 1439. Pedro Cauchon, arrepentido al parecer de su culpa, erigió una capilla en la catedral de Lisieux. Allí fue enterrado y allí se ha descubierto recientemente su sarcófago. Ahora resulta que en la misma iglesia catedralicia de San Pedro de Lisieux, donde Teresita asistía con su padre a los oficios religiosos, se encuentran unidas tres figuras históricas relacionadas entre sí por bien distintos signos: la tumba del prelado que condenó injustamente a la salvadora de Francia, la imagen de Juana de Arco que ahora es venerada aquí como Santa, y la capilla de Santa Teresita, gran devota y émula espiritual de la

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Doncella de Orleans. El juez injusto que condenó, la mártir que padeció y la santa que la exaltó. Hoy la nación gala olvida a Cauchon y honra a Santa Juana de Arco y a Santa Teresa del Niño Jesús como Patronas de Francia. ¡LA COSA COMENZÓ EN... ZARAGOZA! Alguien sugirió que, a imitación de algunos casos de la antigüedad, se declarase santa a toda la familia de los Martin-Guérin y santos canonizados a cada uno de sus componentes: los padres y sus cinco hijas. Por de pronto, está escrita la «Historia de una familia» y su testimonio no deja de ser edificante, aunque no sea más que por haberse consagrado a Dios todos sus miembros: los padres en el mundo y las hijas en el convento. Además, por los frutos conoceréis el árbol. Los frutos del matrimonio Luis-Celia no han podido ser más beneficiosos para la Iglesia y para la humanidad. El reconocimiento comenzó por los padres. Unos padres «más dignos del cielo que de la tierra», como dirá Teresita Martin. «Me bastaba ver rezar a mi padre para comprender cómo oran los santos», escribirá su «reinecita». Como Teresa de Avila a los suyos, Teresa de Lisieux canonizó en vida a sus progenitores. Después de todo,

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no es de maravillar que los hijos enaltezcan a sus padres y los consideren incluso como santos por los muchos desvelos y buenos ejemplos que de ellos recibieron. Pero en el caso de Luis Estanislao Martin y Celia Guérin no han sido sólo sus hijas, sino mucha gente y la misma Iglesia quien los tiene por muy buenos cristianos y hasta dignos de ser elevados a los altares. Se ha pensado en serio en su efectiva canonización, que ya se vislumbra no sólo como posible y probable, sino que se ve, a no tardar mucho, como inminente gozosa realidad. Lo curioso es recordar que el largo proceso formal de la beatificación de los padres de Santa Teresita comenzó hace cincuenta años precisamente en Zaragoza. Se celebraba en la capital de Aragón el Homenaje Nacional de España a la Santita en el Cincuentenario de su muerte durante los días del 22 al 26 de octubre de 1947. Aquel Congreso teresiano-lexoviense de Zaragoza aprobó por aclamación unánime esta conclusión: «Se acuerda elevar una Súplica a Su Santidad el Papa, formada por los MM. RR. PP. Provinciales y sus Delegados en la Junta Organizadora de este Homenaje, pidiendo se incoe el Proceso de Beatificación de los Padres de Santa Teresita: Luis José Estanislao Martin Boureau y Celia Guérin Macé». En cumplimiento de esta conclusión proclamada el 26 de octubre de 1947 en la clausura del Congreso, se dio curso al acuerdo remitiendo la petición formal de la citada Beatificación al Postulador General de la Orden en Roma.

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Este histórico documento iba firmado por los seis Padres Provinciales Carmelitas Descalzos de España en aquella época: PP. Pedro Tomás, de Castilla; Domingo, de Andalucía; José, de Cataluña; Julián, de Valencia; Amalio, de Navarra; y Aurelio, de Burgos. La noticia de este acuerdo del Carmelo español causó gran impresión en el Carmelo de Lisieux. Fui yo uno de los que se lo dieron a conocer, pues soy uno de los supervivientes de aquel Congreso de Zaragoza en el que presenté una ponencia. La Madre Inés me escribió el 27 de febrero de 1948 manifestándome la emoción que le había producido la gozosa noticia, agradecía el gesto de España y me rogaba ampliara la noticia sobre estos dos puntos: 1) Si el acuerdo del Congreso aquel de Zaragoza de pedir al Papa la beatificación de sus padres se había cursado ya a Roma; 2) En tal supuesto, si la Santa Sede había dado alguna respuesta. Contesté a la M. Inés que, efectivamente, la Petición se había presentado oficialmente al Santo Padre, y que, lógicamente, la Santa Sede no se había pronunciado todavía, porque ningún negocio va más despacio que el del apostólico palacio y porque Roma sigue siendo la «Ciudad Eterna». Diez años después de la iniciativa de Zaragoza, es decir, en 1957, el obispo de Bayeux-Lisieux incoó la causa e introdujo el Proceso Ordinario informativo para la beatificación de los señores Martin-Guérin. Proceso que ha durado hasta el 26 de marzo de 1994, en que el Papa Juan Pablo II proclamó la heroicidad de las virtudes de Luis Martin y Celia Guérin, reconociéndolos como Venerables.

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Es de advertir que la Iglesia ha instruido por separado cada una de las causas de los esposos Luis y Celia, ya que se había de probar la santidad de cada uno de ellos individualmente. Por eso se han emitido sendos decretos acerca de sus virtudes heroicas respectivas. En cambio, la ceremonia de la glorificación será conjunta de ambos cónyuges a la par. El proceso ha concluído; ahora sólo falta la aprobación de algún milagro para que el Santo Padre los eleve al honor de los altares, proclamándolos Beatos de la Santa Iglesia Católica. El Papa puede y alguna vez suele dispensar del requisito jurídico del milagro para proceder a la beatificación. Por otra parte, ¿qué mayor milagro que haber dado a la Iglesia y al mundo una hija como la adorable TERESA DEL NIÑO JESUS, la Santa más grande de los tiempos modernos, Patrona de las Misiones y Patrona de Francia?

DE CÓMO NO SE DEBE ESCRIBIR Hubo en 1966 un escritor que se atrevió a publicar que «de los escritos autobiográficos se desprende la lección de cómo no se debe escribir: como Teresita» (E, Herrero, «El Carmen», 1966, p. 230). A esto habría que replicar: cómo es que siendo así, los escritos de Teresita están editados y reeditados en centenares de ediciones y están traducidos casi a 60

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idiomas y dialectos de todo el mundo, con muchos millones de lectores y de admiradores de unos escritos que a lo largo de un siglo no hacen más que aumentar y multiplicarse. Es de suponer que el señor que profirió esa frase sería él mismo un gran escritor, que escribió como hay que escribir, pero ¿sabe alguién quién es y qué escribió y dónde? ¡Ya quisiera él haber escrito como Teresita y haber alcanzado el palmarés editorial de la autora de la «Historia de un alma», «best-seller» durante todo un siglo XX. Lo único que cabe comentar aquí es alterar los términos del exabrupto y decir: «De cómo no se debe escribir: como E. Herrero». LOS MÁS HERMOSOS MANUSCRITOS Y DIARIOS INTIMOS DE FRANCIA Acaba de publicarse por la Bibiblioteca Nacional de París una obra monumental sobre los más hermosos manuscritos y diarios íntimos en lengua francesa: «Les plus beaux manuscrits et journaux intimes de la langue française» - Robert Laffon Editeur, Paris, 1995. En esta obra se dedican a cada autor cuatro páginas que recogen respectivamente: relato biográfico, retrato, manuscrito autógrafo y transcripción del mismo. Figuran en el elenco 70 personajes célebres; entre ellos: Abelardo, Pascal, Guyon, Constant, Chateaubriand,

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Stendhal, Victor Hugo, Berlioz, Sainte- Beuve, George Sand, Proudhon, Beaudelaire, Flaubert, Amiel, Goncourt, Renan, Daudet, Renard, Loti, Marie Curie, Paul Claudel, Gide, Valéry, Mauriac, Cocteau, Marcel, Malroux, Simone de Beauvoir, Camas, etc. Entre esta galería de inmortales figura con todos los honores TERESA DE LISIEUX; único personaje canonizado en esa lista (págs. 268-271). En confirmación de este dato, queda reavalado el veredicto francés con el testimonio del español Victoriano Larrañaga, SJ, el cual, después de haber hecho un recuento detallado de las 80 obras más notables que integran la literatura autobiográfica universal, desde San Pablo a García Morente, destaca CUATRO SOLAMENTE como las joyas, las obras maestras de ese género, que son: las «Confesiones» de San Agustín, la «Vida» de Teresa de Avila, la «Autobiografía» de San Ignacio de Loyola y la «Historia de un alma» de Santa Teresita. («Obras de San Ignacio de Loyola» - Victoriano Larrañaga, SJ - BAC, 1947, t. l, p. 17). DE AMIEL A ANA FRANK PASANDO POR TERESA DE LISIEUX A título de ampliación informativa permítasenos una leve divagación acerca de los diarios íntimos de Henri Frédérich Amiel (1821-1881), Ana Frank (1929- 1944) y Teresa de Lisieux (1873-1897).

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Los tres convergen en algo y difieren en mucho en relación con sus respectivos Diarios. Una coincidencia común es que ninguno de los tres vieron publicadas en vida sus memorias y los tres fueron objeto de alteraciones entre sus autógrafos y los textos de las primeras ediciones impresas. Después se dan peculiaridades significativas entre sí. Amiel vivió para su propio diario. Le dedicó 40 años de su existencia, con más de 16.000 páginas en su versión original. Al año siguiente de su muerte vieron la luz algunos fragmentos de esas páginas, que se trocaron en éxito editorial. Ana Frank y Teresa coinciden en que son jóvenes las dos y en que compusieron sus diarios en los dos últimos años de sus vidas respectivas. También el diario de Ana causó impacto mundial. La «Historia de un alma» difiere de Amiel y Frank no sólo por el tema esencialmente religioso de su contenido sino por el mantenido éxito editorial sin parangón posible entre esos y otros Diarios. No un año ni una década, sino que «el pequeño cuaderno de Teresa ha sido el «best-seller» de todo el siglo XX» (J. Guitton, 1. c. 9). Desde los 2.000 ejemplares de la primera edición en 1898 hasta el año centenario de 1997 son centenares de ediciones de la «Historia de un alma», con millones de ejemplares distribuidos y traducida a 60 lenguas y dialectos de todo el mundo. Triunfo editorial que no mengua con los años sino que constantemente va en aumento y superación al transcurrir de los tiempos.

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ENTRE SAN FRANCISCO JAVIER Y TEILHARD DE CHARDIN Cuando el 14 de diciembre de 1927, el Papa Pío XI proclamó a Santa Teresita (junto con San Francisco Javier) Patrona principal de todos los misioneros, hombres y mujeres, y de las misiones en todo el mundo, toda la Iglesia comprendió la profunda lección de fe sobrenatural que encerraba ese gesto del gran Papa de las Misiones. La obra de la salvación de las gentes es más obra de Dios que obra de los hombres; de ahí el apremio evangélico para orar al Señor de la mies para que envíe obreros a su mies. Pío XI vio la necesidad imperiosa que existe de oración y de amor para la gran tarea de la propagación de la fe. Ahí radica la razón profunda, la oportunidad y la actualidad del patronato de un alma contemplativa y de ardiente celo apostólico como es Santa Teresa del Niño Jesús. Todo el mundo católico aplaudió aquel gesto del Vicario de Cristo y muy especialmente los misioneros y las gentes de misión, porque fueron precisamente ellos los que con más ahinco habían solicitado del Papa esta proclamación misional en favor de la Santa que prometió «pasar su cielo haciendo bien a la tierra». Pero en nuestros tiempos posconciliares hubo quien intentó corregir la plana al Papa Ratti so pretexto de los nuevos aires del Vaticano Segundo. Muchos desmanes se cometieron en ciertos terrenos a ese propósito, como

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cuando por achaques de la renovación litúrgica se desmantelaron templos y se despojaron catedrales y se enajenaron alegremente valiosas obras de arte... Pues bien, un osado intérprete de los nuevos modos se permitió sugerir que se debía licenciar a Teresita como patrona de las misiones y poner a otro en su lugar, por ejemplo, a Teilhard de Chardin. Véase esa propuesta del genial renovador: –«San Francisco Javier, ¿no estará pidiendo una compañera de afanes, que se parezca más a él y, sobre todo, que represente mejor la misionación en la época de hoy, por ejemplo, un Teilhard de Chardin, de un Abate Pierre o cuando menos de un Charles de Foucauld?» . - (Ernesto Herrero, «El Carmen», Pamplona, 1966, p. 232). Esto se dijo con la excusa de ser una exigencia del Concilio Vaticano II, cuando se ha podido afirmar que el Vaticano II ha sido el concilio de Teresa de Lisieux, y que, aunque no entró ni como «auditora» en el aula conciliar, sin embargo todos los decretos conciliares llevan aire y espíritu de Teresa del Niño Jesús, cosa que no se ha escrito acerca del mismo San Francisco Javier. («Santa Teresa del Niño Jesús y la Iglesia del Vaticano II» - T. Lombard, en «Vie Thérésienne», 1970, jul. 135-151). Por otra parte, la presencia de Teresita hoy en las misiones es tan viva y actual y quizá aún más percibida que la del gran Apóstol de las Indias. El santo misionero no necesita hacer ningún recambio a su vera. Sigue vigente el ejemplo dado con su elección a la Iglesia por Pío XI, que sabía y entendía de misiones bastante más que el flamante intérprete de nuevo cuño.

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DE «CAMINO» A «CAMINITO» La voz «camino», de ascendencia evangélica, como vía experiencial para el encuentro con Dios ha hecho fortuna en la nomenclatura espiritual. Desde el clásico «Camino de Perfección» de Santa Teresa de Jesús ha habido otros «caminos» hasta llegar al «Camino» por excelencia del beato Josemaría Escrivá, sin detenernos al «hacer camino» de los neocatecumenales Así llegamos al «Caminito» de Santa Teresita, bautizado como «Camino de la infancia espiritual». A este respecto cabe hacer unas observaciones La primera es que Teresa nunca empleó la expresión «camino de infancia espiritual». La dijo tardíamente (hacia el 1907) la madre Inés de Jesús y luego la acuñó el papa Benedicto XV en el discurso de la declaración de la heroicidad de las virtudes de Teresa del Niño Jesús (18, 4, 1921) Por otra parte, Teresita sí conoció y usó copiosamente la voz «camino», especialmente como «camino de amor» (A 83) en oposición a «camino de temor» (A 80). La palabra «caminito» aparece redoblada una sola vez en los escritos teresiano-lexovienses: «petite voie»: «Quiero buscar la forma de ir al cielo por un «caminito» muy recto y muy corto, por un «caminito» totalmente nuevo» (C 2v). Aunque la voz concreta aparece rara vez, el espíritu de la infancia espiritual, inspirado en el evangelio, es

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evidente y transparente en Teresita. Se funda esencialmente en la actitud de confianza en la misericordia de Dios y de abandono en su Amor Misericordioso. Sin embargo, ese apego al diminutivo y a la aparente entrega a la indolencia puede dar lugar a interpretaciones equívocas y la ha dado de hecho como refleja el siguiente párrafo de un Aristarco moderno: –«El «Caminito de la infancia espiritual» rezuma tal artificialismo pueril, que resulta un contrasigno dentro de la espiritualidad conciliar. A la «Historia de un alma» le cabe el triste privilegio, sin pretenderlo su autora, de haber fomentado en las últimas décadas el individualismo y narcisismo en la piedad, hipertrofiando el Yo perfeccionista, con mengua del espíritu comunitario y de la pobreza de espíritu» ( E. Herrero, 1. c., 231). Puestos a desbarrar, se puede llegar adonde tal vez no se pensaba. Pero interpretar de ese modo el hecho reflejo de la espiritualidad de Santa Teresa de Lisieux es demostrar una supina ignorancia de lo que fue y de lo que significa para Teresa ese espíritu de su vida y de su doctrina y que ha servido de pauta y luz casi a todos los santos del siglo XX, que ciertamente no se distinguieron por el «individualismo y el narcisismo de su piedad». Ya anticipó la respuesta a esa tergiversación el Papa Pío XI cuando advirtió que ese «Caminito» de Teresa, de infantil no tiene más que el nombre. Por el contrario, se caracteriza por su reciedumbre que exige constantemente «renuncia y vencimiento».

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El mensaje de Teresa reposa en una doble vertiente: la «pequeñez» de Teresa y de las criaturas, y la «grandeza» de la incomensurable misericordia de Dios. Hay que asumir a la par los dos polos de esa ecuación: «pequeñez y grandeza», que es lo que resume su propia experiencia vital, en la que Teresa demostró una enorme energía en medio de la más extrema debilidad (R. Laurentin, «Thérése de Lisieux», 120-123). CARTA DE SANTA TERESA A SANTA TERESITA Tanto Teresa de Avila como Teresa de Lisieux fueron asiduas escritoras de cartas. Su respectivo epistolario será quizá la parte más rica y voluminosa de sus escritos. Haciendo un guiño al tiempo se nos antojó una lógica correspondencia entre madre e hija, de Teresa a Teresita, a través del Correo del Cielo, cartas que podrían llevar sellos postales con su propia efigie, ya que las dos Santas cuentan con sellos de correo con su propia figura. He aquí una de esas cartas de la Santa Madre a su Santa Hija: –«La gracia del Espíritu Santo sea con vuestra caridad, hija mía. Mucho me he holgado de las nuevas que me traen de allá abajo la tierra, donde tantos regocijos se hacen por los mortales en ocasión de cumplirse los cien años de

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vida. ¡Cómo pasa el tiempo, válame Dios! Que yo siempre pensé que vos érais aquella mi Teresita de los quince años, cuando entrasteis en el monasterio de Lisieux. ¡Oh, cien años la mi Teresica! Pues, ¿cuántos terné yo ahora? En fin, ¡loado sea Dios, que cuantos más años de vida más tiempo habremos alabado y amado a Su Majestad!

Bien veo, hija mía, las fiestas que os hacen allá abajo tantos perlados y teólogos y el mesmo Papa, que según tengo entendido ha escrito una carta muy cabal en vuestro honor. Cierto que entre tanta barahunda de honores no podía faltar mi norabuena como madre que soy vuestra.

Lleváis mi nombre y ansí os considero muy doblemente mía; que siempre que os nombran se me acuerda mi sobrina Teresita, hija de mi hermano Laurencio. Por pareceros más a mí lleváis también mi sobrenombre, pues yo soy de Jesús y vos del Niño Jesús, que son una mesma persona divina. Devota fui yo en extremo del Jesús infantico.

Pues bien, hija mía, yo la certifico que entre tantas mercedes que de confino me ha hecho el Señor una de las muy grandes es el de habérmeos dado por hija. A osadas que en aquella jornada del día de San Bartolomé en Avila no pensara yo que con el tiempo había de darme el Señor una hija como vos, que es más de lo que yo podía esperar, que habéis sido tan buena monja de Nuestra Señora que el mesmo Vicario de Roma os llamó “la santa más grande de los tiempos modernos”.

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Con las cosas que he visto ha hecho Dios con estas pobrecillas descalzas ya no me espantan sus grandezas, que es harto amigo de hacer maravillas con sus siervas. Cuando pienso cómo Jesús os robó el corazón y cómo este Aguila divina os colmó de su gracia hasta el punto que con vuestro nombre y doctrina se inundó de luz y amor toda la tierra, viéndoos tan glorificada y querida de todos y, sobre todo, viendo el mucho amor que disteis a Dios, se me ensancha el corazón y doy por bien empleados todos los trabajos y toda la batería del demonio en estas fundaciones. Sí, que no ha sido nonada corto en sus larguezas mi Dios. Advierto claro que el Señor ha cumplido mis deseos de que en viendo tan grandes siervas suyas en estos monesterios y tan ganosas de perfección, no tenían fuerza mis faltas. Cuánto me huelgo de que tantas hijas mías, como vos, mi francesita, habéis servido a Dios mejor que yo. Y ahora, en esta ocasión de tanta gloria para vos en el Carmelo, en la Iglesia y en todo el mundo, puedo, mi hija, decir lo que el santo Simeón, pues he visto en la Orden de la Virgen más de lo que podía desear esta pobre pecadorcilla. ¡Cómo hace Dios las cosas tan maravillosas muy mucho más de cuanto pueden alcanzar nuestros pensamientos! Vos sabéis la inclinación que me dio el Señor de desear la salvación de las almas y cómo me pornía a pasar mil muertes para remedio de un alma de las muchas que vía perder, y velay cómo ese mesmo deseo encendió Su

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Majestad en el alma de mi hija tan fuertemente que la Iglesia os nombró Patrona de las Misiones. Y mirá por dónde os estáis vos como Patrona cabe a mi Padre Francisco Javier, el mesmo a cuya vera estaba yo cuando el papa Gregorio XV nos canonizó a entrambos. Y como son infinitas las trazas de este mesmo Dios, que no pone tasa en sus dones, para que nada falte a mi hija en su contentamiento, he aquí que el Vicario de Cristo la hace Patrona de Francia. En esto vos, hija mía, habéis sido más afortunada que yo, que no merecí que mis buenos españoles acabaran de entenderse para que fuese de firme su Patrona de España. En discuento, hízome Su Santidad Paulo VI Doctora de la Iglesia. Yo espero que pronto lo seréis vos, que hartas luces os dio el Espíritu Santo para iluminar a las almas. Pero vos y yo sabemos que estas cosas son vanidad de allá abajo y que ni por esto ni por nada hay acá contienda. Lo único que aquí importa es quién ama más de veras a nuestro divino Esposo, que en esto no quisiera yo que nenguna me llevase ventaja, a no ser la Virgen Nuestra Señora. En gracia me ha caído, mi hija, que por vuestro centenario varias naciones han hecho unas estampillas que llaman sellos de correos con vuestro retrato para las cartas. ¡Oh! ¡Yo que escribí tantas cartas entonces, cuánto me holgara de poner en los sobrescritos ese retratico de la mi Teresita! En fin, termino, que no pensé alargarme tanto, mas no quisiera acabar, porque no acabo de decir todo lo que quiero a mi hija de mis entrañas y lo alegrísima que

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estoy de verla tan querida de todos y tan requeteamada del buen Dios. Pero no quiero cerrar esta carta sin recordaros aquella coplilla que escribí para una hermana de San José: –¡Oh, dichosa zagala, que ya se ha dado a un tal Zagal, que reina y ha de reinar! Mis encomiendas a todas mis hijas de Francia, en especial a las de mi monasterio de Lisieux. Dios os me guarde eternamente, mi hija, ya que os ha hecho tan santa como yo se lo supliqué muy de veras. Es hoy día de San Jerónimo. De vuestra caridad indigna sierva Teresa de Jesús, i.c.d.» (Por la transcripción: Ismael Bengoechea de Santa Teresita).

TERESA DE FRANCIA HA LOGRADO LO QUE NO HA CONSEGUIDO TERESA DE ESPAÑA Nadie discute la primacía de Teresa la Grande de Avila sobre Teresita la Pequeña de Lisieux. Según la apreciación general la Madre supera con creces a la Hija como mujer, como fundadora, como

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escritora, como doctora de la Iglesia. ¿También como santa? Sólo Dios lo sabe. Se las ha caracterizado como el águila y la paloma. Sin embargo, la carmelita de Francia le va bien a la zaga a su Santa Madre de España y en cuanto a honores y reconocimientos públicos quizá haya superado la hija a la Madre. En tres aspectos le lleva ventaja: 1) En el otorgamiento de un Patronato universal en la Iglesia, como ser Patrona de todas las misiones y misioneros del mundo (1927); 2) En la gran basílica monumental que se yergue en lo alto de la ciudad de Lisieux (1937); 3) En el Patronato canónico sobre su nación, declarada por Pío XII y reconocida sin oposición como Patrona de Francia (1944). Título, que a Santa Teresa de Avila se escamoteó en España en los varios intentos promovidos en tal sentido en los siglos XVII y XIX.

El Carmelo y la Basílica de Sta. Teresita de Lisieux ➝

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SANTOS Y SANTAS EN LA ÓRBITA DE SANTA TERESITA Puede afirmarse, sin mucha concesión al error, que todos los santos y santas del siglo XX son en alguna manera tributarios de la espiritualidad de Santa Teresa del Niño Jesús o que al menos sintieron por ella y su doctrina devoción y simpatía. Damos una lista de los más puestos en luz en esta perspectiva teresiano-lexoviense, incluyendo en el repertorio algunos que todavía están en vías del proceso de canonización: —Beato Rafael Arnáiz, trapense (1911-1938).

San Rafael Kalinowski de San José, carmelita descalzo (1835-1907). Beata Genoveva Torres, fundadora de las Angélicas (1870- 1956).

Beata Isabel de la Trinidad, carmelita descalza (1880-1906). San Maximiliano Kolbe, franciscano conventual (1894-1941).

Beata Edith Stein, carmelita descalza, (18911942). Santa Teresa de los Andes, carmelita descalza (19001920). Beato Daniel Brothier, de la Obra de los Huérfanos Aprendices de Auteil (1876-1936).

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Beatas Mártires de Guadalajara carmelitas descalzas († 1936). Venerable Margarita López de Maturana, mercedaria misionera (1884-1934).

Venerable Juan Vicente de Jesús María, carmelita descalzo (1862-1943). Venerable María Teresa González-Quevedo, carmelita de la Caridad (1930-1950).

Venerable María Maravillas de Jesús, carmelita descalza (1891-1974). P. M-J Lagrange, dominico (1876-1936).

María-Eugenio del Niño Jesús, carmelita descalzo, fundador de «Notre-Dame de Vie», (18941967). P J-M Poppe, sacerdote secular (1890-1927).

Rafael Cardenal Carlos Rossi, carmelita descalzo (1876-1948). Conchita Barrecheguren, seglar, (1905-1927).

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LA «ENVIADA DE DIOS» DE LOS MUSULMANES Teresa de Lisieux es más que una santa de la Iglesia Católica. Ha adquirido una dimensión humana universal. Sus escritos y su influencia han llegado a esferas planetarias, como se ha dicho. Su nombre y la fascinación de su persona se hacen presentes en China, Japón, Rusia, etc. En el aspecto religioso se la considera como figura ecuménica muy relevante con signos de aceptación en los más variados credos. En Rusia y entre los cristianos ortodoxos orientales Santa Teresita es la única santa católica, junto con San Francisco de Asís, que es conocida y venerada como santa popular común con Occidente. El carmelita descalzo, padre Arcángel Rodríguez que durante decenas de años ha residido en la capital de Egipto, nos ofrece una interesante relación de la presencia de Teresa de Lisieux en el Cairo, el corazón del Islam. En el año 1926, llegaron los Carmelitas al barrio de Choubrah en el Cairo. Erigieron una Capilla en honor de Santa Teresita, que luego se ha convertido en un Santuario-Basílica y que es lugar de peregrinación. Pues los musulmanes egipcios de todo el país se acercan todos los días en número siempre creciente a visitar a la Santita, a quien consideran «LA ENVIADA DE DIOS».

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Según las crónicas del Santuario, la segunda gracia que concedió la Santita en su «Lluvia de Rosas» fue precisamente a un musulmán, quien no tardó en publicar su curación, según él, gracias a la Santita. La noticia corrió como la pólvora y se hizo eco en todos los niveles de la sociedad musulmana egipcia, desde las más altas instancias civiles hasta el pobre musulmán que mendiga por las calles. Teresita habla al musulmán, concede gracias al musulmán, se preocupa de sus asuntos y éste acude a Ella, en todas las circunstancias de su vida. Se puede hablar verdaderamente de una auténtica veneración, por no decir devoción. Los 70 años que nos separan del lejano 1926, el Santuario de Santa Teresita ha sido objeto de peregrinación de millares y millares de musulmanes, por no decir millones, que han acudido y acuden a la «ENVIADA DE DIOS» en busca de consuelo, alivio, curación, paz y amor. Estos sentimientos de veneración a la Santita se han cristalizado en los millares de «exvotos» de agradecimiento que adornan las paredes de la Basílica y cuyos nombres son auténticos testimonios de la veneración de los musulmanes hacia Teresita. No solamente esto. Gracias a la ayuda de los musulmanes devotos de Teresita se ha podido realizar la construcción de la Basílica y posteriormente recubrirla de «mosaicos» en las paredes, representando diversas verdades del cristianismo o escenas de la vida de Teresita. Más tarde, cuando en 1976 se pensó crear una Obra Social los musulmanes ayudaron con sus aportaciones

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económicas e hicieron realidad un deseo manifestado por un gran contemplativo del siglo XX, el P. María Eugenio del Niño Jesús, quien en sus varias visitas al Cairo, como Responsable General de la Orden de los Carmelitas, quería una Obra Social en ayuda de los necesitados, contigua al Santuario. Es el actual Hospital de Beneficencia de Santa Teresita, sito al lado del Santuario, que recibe en sus Consultas externas, una media de 12.000 pacientes mensuales. Pero no únicamente el Cairo goza de la bendición de Santa Teresita en favor de los musulmanes. Desde 1974, en un barrio popular y pobre, completamente musulmán, Teresita ha inaugurado otra sede en Alejandría. El Ambulatorio que comenzó a funcionar en 1977 se convirtió ampliado y renovado en un Hospital moderno de Beneficencia, más una Escuela Materna, la Alfabetización, Bordados, etc. Son un testimonio del espíritu misionero de Teresita, abierto a todos los humanos, sin distinción de raza, religión, lengua, clase social. Todos son criaturas de Dios, todos son hijos de Dios. El nombre de Teresita, «LA ENVIADA DE DIOS» es un imán que atrae irresistiblemente al alma musulmana, sentimental, profundamente religiosa. Teresita les habla el idioma del amor, en clave de amor, y el musulmán la comprende. Por eso acude a Ella. Teresita se abre camino por doquier: ministerios, empresas, talleres, fábricas, oficinas, en gran parte regentadas por musulmanes, ponen a disposición sus servicios para ayudar a los proyectos humanitarios de Teresita, que luego los mismos musulmanes se benefi-

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cian de ellos, frecuentándolos y considerándolos como una bendición de Allah. Teresita en Egipto es la Santa que da testimonio de la existencia del sobrenatural, de la hermandad entre los pueblos, del amor que une a todos los humanos bajo la mirada bondadosa de Dios. Las gracias o «delicadezas» que los musulmanes reciben de Santa Teresita abarcan todos los órdenes o aspectos: espirituales, temporales, corporales... El musulmán en su veneración a la Santita y en su fe sencilla y sincera, acude a Teresita en todas las circunstancias de su existencia, convencido de que Ella tendrá respuesta a cualquier problema o asunto que le pueda preocupar. Como bien decía una autoridad musulmana: «En Santa Teresita de Choubrah se realiza la unidad nacional de todos los egipcios». LO QUE HAN DICHO SOBRE TERESA DE LISIEUX De tanto desear que los demás se ocupen de uno y le nombren y le recuerden y le citen se ha llegado al absurdo de admitir: «Que hablen de mí, aunque sea mal». Sobre Teresa de Lisieux sabemos que nadie habla mal personalmente. En cambio, son legión los que han hablado no sólo bien sino muy bien y hasta con desorbitada alabanza. Ofrecemos aquí una mínima antología de frases elogiosas, que las seleccionamos y epigrafiamos:

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unas, por el autor que la dice; otras, por lo que dice; y otras, en fin, por las comparaciones que establece. – Un genio = «Teresita no es un talento, es mucho más, es un genio, al estilo de Leonardo de Vinci, Pascal, Napoleón y San Francisco de Asís» - Jean Guitton, en «Foi Vivante», Bruselas, dic. 1972, p. 9. – «Charles Foucauld y Teresita coinciden en la santidad humilde y pobre extraída de la fuente evangélica» - R. Laurentin, Thérése de Lisieux», Beauchesne, 1972, p. 34. – Con Dante: «Para Henri Bergson, Teresita era como la Beatriz de Dante en la «Divina Comedia». - Laurentin, l.c.37. – Con San Pablo: «El punto de contacto entre Teresita y Pablo de Tarso es que su teología procede de su misma existencia» - Laurentin,1. c. 17. – «La providencia ha querido suscitar para nuestro mundo moderno un nuevo San Pablo en la persona de Santa Teresa del Niño Jesús».- Francisco Retoré en Thérése, Docteur de l ‘Amour, 1990 ed. Carmel, Lisieux. – Con Tomás de Aquino: «Teresa y Tomás de Aquino. Esta águila y esta paloma coinciden en lo esencial de la teología: la relación vital del hombre con Dios» - A. Combes, «Theresianna», Roma, 1970, 163-164. – Con la Esperanza: «Péguy, Bernanos, Claudel se encuentran plenamente en la luz de Lisieux y de la esperanza que allí ha alumbrado. - C De Meester. Dinamique de la confiance, Cerf, 1969, 29.

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– Con la Reforma conciliar: «Teresa de Lisieux, con Francisco de Asís y Antonio de Padua, es uno de los valores más consistentes e inderogables de la reforma conciliar y aún de una reforma más profunda todavía» - Regis Beer en Trois saints..., «Les Annales», febr. 1972, 8-11. – Dios vive: «Si para Nietzsche «Dios ha muerto», para Teresa es poco decir que Dios vive, Dios es la vida» - Daniel Rops, Une sainte parmi nous, Paris, 1937. – En el siglo atómico: «El faro que Dios ha alumbrado en el umbral del siglo atómico se llama Teresa de Lisieux» - Yves Congar, Pour une Eglise servante et pauvre - Cerf, 1963, 123. – Intuición cósmica: «La intuición cósmica de Teresita ha sido explicitada por Teilhard» - Henri Derouet, en «Vie Thérésienne», en. 1973, 13. – Edith Stein: «La única impresión que he tenido de Teresa del Niño Jesús es que me encontraba ante una vida humana, única y totalmente atravesada por el amor de Dios. No conozco nada más grande, y un poco de eso quisiera yo, tanto como fuera posible, transportar a mi vida y a la vida de los que me rodean» - Edith Stein, en Jean Guitton, «El Genio...», p. 66. – Virgen María: «Teresa de Lisieux poseía, en un grado raro entre los santos, un parecido de naturaleza con la Virgen, tal como la conocemos a través de San Lucas. Si buscamos en Teresa del Niño Jesús una vía mariana, no la encontraremos; si buscamos en ella la vida

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mariana, la encontraremos sin dificultad» - J Guitton, «El genio...» 90. – Mística: «Santa Teresa de Lisieux aparece en la Iglesia como el prototipo de la más alta mística, bajo las apariencias más ordinarias». - M Philipon, Los dones del Espíritu Santo en Santa Teresa de Lisieux. Balmes, Barcelona, 1966, 30-31. – Heroísmo: «Santa Teresita encarna en la Iglesia el heroísmo de lo pequeño» - M. Philipon,1. c., 49. – Sabiduría: «¿Debemos maravillarnos de que la Iglesia haya reconocido en Teresa de Lisieux el don de la sabiduría en un grado excepcional? ¿No es por excelencia la santa del amor?» - M. Philipon, p. 170-171. – Revolución: «Teresa del Niño Jesús ha operado una de las más grandiosas revoluciones que el Espíritu Santo haya desatado en la evolución de la humanidad, Revolución silenciosa y escondida, cuyos frutos son incontables». Andrés Combes, Introduction, 1946, p. 146. – Escala planetaria: «Hay que esperar hasta Teresa del Niño Jesús para volver a encontrarnos con un movimiento espiritual a escala planetaria, cuya amplitud iguala las dimensiones del Evangelio» - P. Moliné Ibid., 261. – Von Balthasar - «La teología de las mujeres no ha sido nunca tomada en serio ni integrada en la corporación. Después del mensaje de Lisieux, habría que pensar ya en ello en la actual reconstrucción de la dogmática» - Urs von Balthasar, 261. – Ecumenismo: «Los únicos santos occidentales posteriores al cisma que venera el pueblo cristiano de Rusia

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son Francisco de Asís y Teresita». – Oliver Clement, en J. Guitton, 1. c. 263. – Evangelio: « Junto al Evangelio, las «Confesiones» de San Agustín, la «Imitación de Cristo» y los volúmenes de los mejores apologistas, hay que poner el libro de la «Historia de un alma». - Cardenal Salotti, Panegírico, Roma, 1925, Obras XV. – Esperanza: «Teresa es la santa de la esperanza. Para nuestro tiempo, la virtud más importante y la más necesaria». - G. Cardenal Dannels, en «Teresa de Lisieux», 1996, 5-6. – Dios-Padre: «Escuchando a Teresa del Niño Jesús, la paternidad de Dios no se convierte sólo en misterio de fe, sino que llega a ser experiencia de vida que nunca acaba» - Cardenal Anastasio Ballestrero, 283. – Amor: «Si toda su corta existencia ha sido un canto al amor, en su etapa final su vida se convierte en un derroche total de amor». - Antonio Olea, Creer amando, 204. – Moderna: «Teresa de Lisieux es infinitamente más moderna que nadie». - Antonio Olea, l.c. 266. – Entre los grandes: «En el futuro, Teresita quedará en la Iglesia y en el mundo como una de las figuras más grandes, algo así, como un Francisco de Asís, como un Bernardo, como una Teresa de Avila, como un Don Bosco...». - Conrad de Meester, Las manos vacías, Burgos, 1977, 10. – «Lo que más sorprende es que quienes más a fondo han estudiado a esta pequeña santa, la Santita, la han comparado con los más grandes hombres: Pablo de

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Tarso, Tomás de Aquino, Lutero, Ignacio de Loyola, Juan de la Cruz, Nietzche, Bergson, Bernanos, Péguy, Van Gogh... - R. Laurentin, Mythes et réalité, 16. – Doctora del Amor: «Ante la urgencia de una nueva evangelización, Teresa de Lisieux ofrece el ejemplo de una doctrina, manifestada a través de sus experiencias personales, que la convierten en una auténtica «doctora del amor». - Cardenal Narcís Jubany, en Carisma de Teresa de Lisieux (Angel de les Gavarres), Barcelona, 1993, 16. – La más popular: «Santa Teresa del Niño Jesús ha pulverizado todos los récords hagiográficos; su imagen es la más popular del mundo». - R. Laurentin, Mythes et réalité, 8-9. – Ofrenda:» Su acto de ofrenda es el acto esencial de su vida». - P Maria-Eugenio del Niño Jesús, NotreDame de Vie, 1932, 37. – «El acto de Ofrenda de Teresa es una de las revoluciones más conmovedoras y grandiosas que el Espíritu Santo haya provocado en la evolución espiritual de la humanidad». - Andrés Combes, «Introducción a la espiritualidad de Santa Teresita», 1948, p. 184. Hasta la exageración A todas las ponderaciones que se han hecho de la persona y del mensaje de Teresa del Niño Jesús quizá supere la del ruso ortodoxo no católico Marejstrowski, que suena a hipérbole. Encomio que por inaudito nin-

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gún carmelita por pudor de familia se hubiera atrevido a proferir. Es el siguiente: – «Si en la conflagración universal yo tuviera que salvar cuatro nombres para la historia, yo escogería a estos cuatro genios del cristianismo: Pablo de Tarso, Agustín de Hipona, Francisco de Asís y TERESA DE LISIEUX». Elogio incluído por Albin Michel en «De Jesús a nosotros» y citado por J Guitton, «El genio...», 13. «QUÉ GRAN HOMBRE, TERESA DEL NIÑO JESUS» Si hubo una persona que conoció y estudió a fondo a sor Teresa del Niño Jesús, fue el Papa Pío XI, el Romano Pontífice que la beatificó, la canonizó, la proclamó Patrona de las Misiones y la nombró Estrella de su Pontificado. Un Papa, por otra parte, enérgico - la «Fides intrepida» del mote histórico -, a quien no llenaba del todo que se calificara demasiado su doctrina de «infancia espiritual» y de «caminito», porque todo eso, de «infantil» no tenía más que el nombre. Tampoco el diminutivo de «Santita» definía exactamente la vigorosa personalidad de Teresa. Pío XI dio el más audaz y el más exacto retrato humano y espiritual de Teresa de Lisieux cuando exclamó refiriéndose a ella: «¡QUÉ GRAN HOMBRE, TERESA DEL NIÑO JESUS! Su espíritu es pura renuncia y vencimiento». - En «La petite Sainte Thérése...», Varios, Paris, 1950, p. 525.

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Ante esta epopeya papal de Teresa no sorprende que Pío XII propusiera como modelo de la Guardia Noble Pontificia a Santa Teresita - «Discursos», 1946, (19, 6, 1939) p.475. Más adelante, otro Papa efímero, Juan Pablo I, todavía sólo cardenal, hizo una semblanza de vigoroso trazo de Teresa y su «Historia de un alma»: « por la fuerza de voluntad, la valentía y decisión que se desprenden de ella. Una vez elegido el camino de entrega total a Dios, nada pudo cortarte el paso: ni la enfermedad, ni las contradicciones externas, ni las tinieblas interiores». - Albino Luciani, «Ilustrísimos señores», BAC, 1978, p. 178.

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SIETE VIDAS CON HISTORIA ¡Qué familia, la familia de Teresa Martin! Fueron siete miembros supervivientes: los padres, Luis y Celia Martin; las hijas: María, Paulina (Inés), Leonia, Celina (Genoveva) y Teresa. De todos y de cada uno de estos familiares están escritas las «Vidas», con biografías individualizadas, y además una obra en conjunto de todos ellos, titulada: «HISTORIA DE UNA FAMILIA». Primero apareció, en 1898, tímidamente la «Historia de un alma» en edición cuasi-doméstica de 2.000 ejemplares. Todo ha sido consecuencia de esa publicación y de su protagonista, que fue ni más ni menos que Santa Teresita del Niño Jesús. Hoy esa «Historia de un alma» está traducida a 60 lenguas y dialectos, se cuentan por centenares sus ediciones y por millones sus lectores. Pero en la gloria de Teresa va toda la saga de los Martin. Damos a continuación la lista de las «Vidas» publicadas de los familiares directos de Santa Teresita. Aunque están redactadas en francés (algunas traducidas también a otras lenguas) castellanizamos aquí sus titulares para general comprensión: El padre de Santa Teresita - Carmelo de Lisieux, 1954 Luis Martin - Robert Cadéot, Val, Paris, 1985

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Zelia Martin - L. André-Delastre, Lyon, 1951 La madre de Santa Teresita - Carmelo de Lisieux, 1954 Zelia Martin - Val- Robert Cadéot, 1990 María Martin - P. Esteban Mª Pial, Lisieux, 1967 Inés de Jesús - Carmelo de Lisieux, 1953 Inés de Jesús - Jean Vinatier, Cerf, 1993 Leonia Martin - Carmelo de Lisieux, 1966 Leonia Martin - Marie Baudouin-Croix, Cerf, 1989 Celina Martin - P. Piat - Lisieux, 1953 y 1964 - HISTORIA DE UNA FAMILIA - P. Pial, - Lisieux, 1946. Traducida a varios idiomas, entre ellos el español.

Las cinco carmelitas de la familia MartinGuérin

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TERESITA EN SELLOS DE CORREO Santa Teresa del Niño Jesús ha ingresado con honor en los dominios de la filatelia universal. Nueve naciones han emitido sellos de correo en su memoria. La ocasión principal de estas emisiones postales fue la conmemoración en 1973 del primer centenario de su nacimiento en Alençon (Francia). En total hacen quince sellos diferentes de diez series distintas correspondientes a nueve países. He aquí la sucinta relación de estos efectos postales oficiales teresiano-lexovienses (todos con la efigie de la Santa)= 1) - «Brasil» - Sello único - Brasil- 73, de 2,00, amarillo- marrón (1973) 2) - «Camerún» - Dos sellos de 45 y 100 fr., policromados (1973) 3) - «Dahomey» - Dos sellos de 40 y 100 fr., policromados (1973) 4) - «Francia» - En 1960, sello de 0’15 fr., azul y negro (estatua y basílica) - En 1973, un sello de 1’00 fr. (efigie e iglesia de Alençon) 5) - «Gabon» - Dos sellos de 30 y 40 fr., policromados (1973) 6) - «Mónaco» - Un sello de 40 fr., marrón y azul (1973) 7) - «Polinesia» - Sello aéreo de 85 fr., policromado (1973) 8) - «República Centro-francesa» - Sello aéreo de 500 fr., azul y verde (1973) 9) - «Vaticano» - Tres sellos: 25 liras (casa natal), 55 l. (efigie de la santa), 220 l. (basílica de Lisieux) (1973)

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¡TAMBIEN DOCTORA DE LA IGLESIA! «¿Qué religión es ésta del Carmen, cuyo nombre es ya poesía, y que engendra poetas?», se preguntaba María Zambrano en 1939. Remedando a la eximia escritora yo preguntaría a mi vez: ¿Qué tiene el Carmelo, que además de alumbrar santos produce también Doctores de la Iglesia? Ahí los tenéis a pares: Teresa de Jesús y Juan de la Cruz. Ninguna otra Orden religiosa cuenta con ningún doctor de la Iglesia en España. Y en España misma, de sólo tres Doctores de la Iglesia, dos son precisamente carmelitas. Y la historia no se para aquí: ya vamos por el tercer doctorado carmelitano para toda la Iglesia. Llega ya el de Santa Teresa del Niño Jesús. La Santa de Lisieux reune todas las condiciones requeridas para la declaración oficial de ese doctorado. Veamos: En primer lugar, la santidad reconocida. No solamente Teresita está canonizada, sino que fue canonizada, caso único en la historia de la hagiografía, en olor de multitudes, y con la expresa afirmación de un Papa que la proclamó como «la santa más grande de los tiempos modernos». En segundo lugar, doctrina eminente. Tampoco se puede dudar de esta faceta teresiano-lexoviense: su doctrina ha sido asumida por la Iglesia con múltiples reco-

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nocimientos y de variadas formas: ha influido fuertemente en la espiritualidad actual, está presente en significativos aspectos del concilio Vaticano II; sus escritos se han difundido por todo el mundo y han sido traducidos a innumerables idiomas; son alimento espiritual de una legión de almas, y han suscitado incontables vocaciones a la vida consagrada. Pío XI llamó a la Santa de Lisieux «Palabra de Dios para el mundo de hoy». Las comparaciones no son ni gratas ni oportunas en tantas ocasiones. Sería fácil, y hasta inoportuna concesión comparar los escritos de una doctora de la Iglesia –Santa Catalina de Siena– y Santa Teresa de Lisieux. Pero no conduce a nada. Los santos no tienen celos entre sí. Son siempre dones generosos de Dios a la Iglesia. Ciertamente será un gesto hermoso de la Iglesia que declare esto. O sea, en el caso de Teresa de Lisieux, su declaración como «doctora» de la Iglesia. Sería la ratificación oficial, y para gozo de cuantos se han beneficiado de su doctrina, de que es Dios quien la ha enviado para adoctrinar a tantas almas como han leído sus escritos y los han de leer en adelante. Muchos son quienes lo han previsto y deseado. Desde hace unos años numerosas Conferencias Episcopales, más de treinta en todo el mundo, comenzando por la de Francia, han pedido a Roma que se procediera a esa deseada y oportuna proclamación. Este deseo y esta aspiración tenía precedentes estimulantes. Y esa realidad estuvo a punto de producirse. Fue durante los años 1932-1933, durante el pontificado de Pío XI. En aquel momento un jesuita, entusiasta de

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la Santa quiso promover esa causa y por su cuenta organizó una encuesta a nivel mundial, y recogió los votos y postulados del espiscopado. Fueron muy numerosos los obispos que secundaron la iniciativa, al igual que numerosas instituciones en favor de ese título para la Santa Carmelita. Era, sin duda prematuro. Los tiempos no habían madurado ni superado determinados prejuicios y prevenciones. Era su condición de mujer. Pero los tiempos han ido empujando la historia y ésta ha madurado tantas cosas. Desde el concilio Vaticano II, durante el cual la presencia de su doctrina y de su memoria fueron privilegiadas para tantísimos miembros del concilio, como lo eran para tantos estudiosos y teólogos antes y después. Es la autora cuyos escritos comparecen más veces en el Catecismo de la Iglesia Católica, y en el más reciente Sínodo de los Obispos sobre la Vida Consagrada y su documento oficial (28.3.1996). De hecho, desde hace muchos años, hay una especie de consenso popular, el voto de las gentes, sobre el doctorado de la Santa de Lisieux. Lo expresaba ya en 1947 el dominico P. Philipon: «El Carmelo ha dado a la Iglesia, no dos, sino tres Doctores de primera magnitud: Teresa de Jesús, Juan de la Cruz y Teresa del Niño Jesús». La hora, por fin, de que la Iglesia lo proclame, ha sonado. Los preparativos oficiales, siempre discretos, ponderados y meticulosos, han batido otra vez un récord: Iniciados en el mes de febrero de este mismo año, estaban listos en mayo; y la decisión tomada, con todos los votos favorables. Juan Pablo II, que fue el alto ins-

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pirador de la iniciativa, buscó también un momento solemne para anunciar la gran noticia. Fue en el encuentro con los jóvenes en la X Asamblea Mundial de la Juventud, en París, el día 24 de agosto pasado. Pero no en el momento de la homilía de la misa, sino en el anuncio de la Próxima asamblea, y antes de despedirse del millón y medio de jóvenes que le acompañaban, como si fuera el mejor regalo del encuentro: Proclamará en el solemne marco de la Basílica del Vaticano a Santa Teresa de Lisieux doctora de la Iglesia Universal.

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CUMPLIENDO UNA PENITENCIA En diciembre de 1996, recién inaugurado el año centenario de la muerte de Santa Teresa del Niño Jesús, los carmelitas descalzos de Andalucía realizamos en dos tandas los Ejercicios espirituales anuales en el Cerro de los SS. Corazones de San Juan de Aznalfarache (Sevilla). Dirigió mi tanda el Padre Antonio Olea, carmelita descalzo, prior del santuario del Carmen de Larrea en Vizcaya. El Padre Olea es un profundo conocedor de la vida y del mensaje de Teresa de Lisieux, del libro «Creer amando». Uno de los momentos fuertes de esos ejercicios fue el del acto penitencial dirigido por el propio director de los mismos. Varios ejercitantes se confesaron con el Padre Olea, yo entre ellos. Naturalmente que al sacramento de la penitencia no se va a manifestar las virtudes sino a confesar los pecados. Si no hay pecados no hay sacramento por falta de materia. Los santos se confesaban muy a menudo y siempre confesaban pecados no perfecciones. Yo también confesé mis pecados. Obviamente no los voy a descubrir aquí y ahora, pero sí voy a revelar la penitencia que me echó el confesor, porque es la penitencia más extraña y original que yo haya recibido en mi vida y que pudiera imaginar. No me mandó rezar nada ni hacer ninguna mortificación, sino que me dijo escuetamente esto: «Ismael, puesto que tú eres escritor

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de oficio, te pongo como penitencia que durante este año centenario de Santa Teresita escribas algo bonito sobre la Santita». –«Pero, Padre Antonio –le repliqué yo– eso no es una penitencia, eso es un placer». Pero el confesor se mantuvo en su veredicto y me dio la absolución. Quizá pensaría en sus adentros de buen vasco zumbón: «No te preocupes, que la penitencia la cumplirán los lectores que lean lo que tú vas a escribir». Estas «GENIALIDADES Y SORPRESAS» de Teresita yo las he escrito en cumplimiento de aquel mandato sacramental. Yo ya he cumplido con mi deber de buen penitente. Cumple tú ahora, amigo lector, leyéndolas, con tu parte de penitencia, que alcanzarás buen mérito. Hagámoslo ambos por amor a la Santita. Este pintoresco episodio me ha hecho recordar la letra de aquella canción por malagueñas que oí cierta vez a un buen amigo malagueño, que decía: –Me confesé con un fraile de la Ribera, de la Ribera... Me echó de penitencia que te quisiera, que te quisiera.. Y yo te quise, y yo te quise... porque la penitencia ¡debe cumplirse!

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INDICE Entrada ......................................................................... 5 Siglas ............................................................................ 6 I RELATOS DE LA VIDA La niña que deseó la muerte a su madre ..................... 9 Si hubiera nacido dos días antes… .............................. 11 Un reino por una sonrisa ............................................. 15 «Mi primer hijo» .......................................................... 18 Hija de María, «a pesar de todo» ................................ 22 «Desear con todo deseo» ............................................. 27 La Santa de los deseos ................................................. 29 ¿Deseos infinitos o deseos inmensos? ......................... 31 Teresa Martin, a punto de ser excomulgada ................ 33 Siempre novicia, sin voz ni voto ................................. 36 Los «síes» de Teresa del Niño Jesús ........................... 37 Nieve para una novia ................................................... 39 Anuncio de boda real ................................................... 41 Teresa de Lisieux, una carmelita del Carmelo ............ 43 Las once firmas de Teresita ......................................... 51 Los días de gracia del Señor ........................................ 52 Cinco eran las hijas de Luis, y las cinco consagradas a Dios ........................................................................... 54 «Nuestra gran riqueza» ................................................ 55

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Le birlan la sidra .......................................................... 58 Un gran concierto, pero no celestial ............................ 58 «Rezo muy mal el rosario» .......................................... 60 ¿Qué hacer cuando se duerme en la oración? ............. 62 ¿Quién sería capaz de inventar a la Virgen? ............... 63 «Somos más afortunados que María» ......................... 64 «Si yo fuera la reina del cielo…» ................................ 65 Cuando Jesús duerme .................................................. 66 Una profecía al revés ................................................... 68 Compartiendo el pan de la amargura ........................... 70 Cómo engañar a una santa ........................................... 75 Historia de ladrones - El divino ladrón ....................... 78 «La Virgen no es ladrona» ........................................... 79 Misionera sin misión ................................................... 79 Mártir sin martirio ....................................................... 80 El último hijo ............................................................... 81 Números cantan ........................................................... 83 La monja que fue jueves .............................................. 84 La última palabra ......................................................... 87 II RELATOS DE LA GLORIA Cuatro vidas verdaderas de Teresa de Lisieux ............ 91 Que venga sor Amada .................................................. 96 Los manuscritos a salvo ............................................... 97 La última «descanonizable» ........................................ 101 El abogado del diablo en la causa de Santa Teresa del Niño Jesús .................................................................... 105 ¿Falta alguna palabra en las «Concordancias» de Teresa de Lisieux? ....................................................... 113

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Un pastor protestante en la casa donde nació Santa Teresita ......................................................................... 114 ¿Por qué las hermanas de Santa Teresita no asistieron a su beatificación? ....................................................... 115 Un papa fue bautizado el día en que murió Santa Teresita ......................................................................... 116 León XIII devuelve la visita a Teresa Martin .............. 119 Tres grandes «convertidos» en la Navidad de 1886 .... 122 Papini se encontró con Teresa de Lisieux en las calles de Florencia ................................................................. 125 ¿Qué hace ese obispo en la catedral de Lisieux? ........ 127 ¡La cosa comenzó en… Zaragoza! .............................. 128 De cómo no se debe escribir ....................................... 131 Los más hermosos manuscritos y diarios íntimos de Francia ......................................................................... 132 De Amiel a Ana Frank, pasando por Teresa de Lisieux ......................................................................... 133 Entre San Francisco Javier y Teilhard de Chardin ...... 135 De «camino» a «caminito» .......................................... 137 Carta de Santa Teresa a Santa Teresita ........................ 139 Teresa de Francia ha logrado lo que no ha conseguido Teresa de España .................................................... 143 Santos y santas en la órbita de Santa Teresita ............. 147 La «enviada de Dios» de los musulmanes .................. 149 Lo que han dicho sobre Teresa de Lisieux .................. 153 «Qué gran hombre, Teresa del Niño Jesús» ................ 158 Siete vidas con historia ................................................ 160 Teresita en sellos de correo .......................................... 162 ¡También doctora de la Iglesia! ................................... 165 Cumpliendo una penitencia ......................................... 169