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Primera parte - We gotta go and never stop going till we get there. - Where we going, man? - I don't know, but we gotta

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Primera parte - We gotta go and never stop going till we get there. - Where we going, man? - I don't know, but we gotta go. Jack Kerouac "On the Road" - Would you tell me, please, which way I ought to go from here? - That depends a good deal on where you want to get to -said the Cat. - I don't much care where -said Alice - Then it doesn't matter which way you go -said the Cat. - So long as I get somewhere - Alice added, as an explanation. - Oh, you're sure to do that -said the Cat-, if you only walk long enough. Lewis Carrol "Alice's Adventures in Wonderland" "Tú no tienes la culpa, mi amor Que el mundo sea tan feo Tú no tienes la culpa, mi amor De tanto tiroteo. Vas por la calle llorando Lágrimas de oro. Vas por la calle brotando Lágrimas de oro." Manu Chao "Clandestino" PRÓLOGO NOTA DE MILENA Quito, 24 de octubre de 1999 Hoy se cumplen cinco años. Cinco años de lo uno; de lo que abrió esta historia, y casi cuatro del suceso que la cerró para siempre. Porque nosotros todos- creímos que habíamos tomado una autopista a la Luna, cuando no era más que un callejón sin salida. Entonces quizá era lógico. A los veinte años todavía no se hacen cosas. Se sueña nomás. Hoy, cinco años después del final de estas viñetas, no importa qué rumbo ha tomado mi vida, pues finalmente es ya sin ti, sin ellos... Hace cinco años, escondí estas páginas por cobardía. Ahora las saco y me atrevo a ponerlas a la luz, aunque por el paso del tiempo se verán como a través del espejo... Unas figuran tal y como me las entregaron; otras, tal como las escribí yo misma hace cinco años. Luego del final de estos escritos, nada volvió a ser lo mismo. Mi inocencia se perdió y acepto mi condena. No he vuelto a verme con ninguno de los que participaron en esta historia. A unos la muerte me los quitó, a otros ... Pero no hace falta explicar nada. Para eso están estos papeles. En realidad, todos se fueron quedando en las diferentes estaciones en las que nos dejó el tren, y algunos terminamos en la de Chimbacalle, de donde ya no sale ningún tren. Y nos quedamos sentados. Esperando. Esperando a que pasara algo; pero lo único que nos pasó fue el tiempo. De manera que aquí está. Todo.

Y que sea lo que la vida quiera CINCO AÑOS ANTES MILENA MIRA Esta mañana murió Raúl. Se mató en la carretera. En el fondo, a nadie le extrañó lo ocurrido. Todos lo veíamos venir. Se iba a matar de cualquier manera porque él era así, jugaba con la muerte; pero el hecho de palparlo, sin posibilidad de volver atrás, lo hace más duro e inaceptable. Raúl Significó tanto en mi vida. Esta tarde, al volver de su funeral, he sentido frío. He llegado al final de una etapa. Me siento vacía y me hace falta. Uno más que se aleja para no volver. Estoy cansada. Tengo la sensación de que mi cuerpo ya no está capacitado para rendir al cien por ciento. Luego de tantos años de haber vivido envueltos en una nube de fantasía, de haber tomado por el carril de la velocidad vertiginosa Creo que al estar acercándonos a los treinta años, todos nos hemos ido desquiciando. La mente es un torbellino de recuerdos y el presente es una constante decepción. Bueno, eso no lo pensaba ayer. Es ahora, cuando el pasado ha venido a golpear a mi puerta, que siento un remezón que me aturde. Dejar de pensar Dejar de sufrir Dejar de vivir. Sí, esta tarde he visto a todos: a Roberto Sánchez, alias El Galgo, en una época mi mejor amigo y luego, quizá por una bruma, mi amante. A Gabriel, mi querido Castor, que tanto soñó con ser el manager de Raúl, con lanzarle a la fama. Creía que los cuadros de Raúl serían un éxito en el extranjero. Soñaba con tal fuerza que llegó a convencernos, pero cada vez que tenía una cita con algún posible comprador o dueño de una galería, fallaba porque se encontraba demasiado chuchaqui por la farra del día anterior o, peor, porque todavía estaba ebrio. Volví a ver a Armando, el gran Sinatra. Sus gafas disimulaban su ojo chueco y su boca estaba más deforme que nunca por la mueca de dolor. Su guapísimo primo Juan Camilo estaba también con ellos. Entre los dos siempre han conformado la pareja más sui géneris de la ciudad. Casi al final llegó Electra, pálida y con la cara tiesa. Parece que ella presenció la muerte. Raúl se había farreado con ella y juntos habían decidido ir a encontrar el amanecer en alguna montaña perdida. Electra Tan llena de talentos y a la que todos auguraban éxito, quedó reducida a una eterna raya de cocaína. Me acerqué a abrazarla. La pobre ya no tenía voz para llorar. Detrás, casi en la puerta, se encontraban, entre otros panas, el Arlequín y Rodrigo, mi ex marido. Siempre le miro con cariño a pesar del dolor, de los sueños marchitos, de la culpa y del rencor. También divisé a Serge, sus cuarenta años se sentían por primera vez . A la salida nos abrazamos todos los que en algún momento formamos parte del Círculo y luego nos separamos con frialdad; cada uno con premura por llegar a tiempo a sus múltiples ocupaciones o para evitar que el nudo en la garganta abriera sus compuertas y dejara libre curso al llanto. El Círculo, la banda... aquella que juró ser siempre diferente a los demás e hizo un pacto de nunca separarse. Si alguien nos hubiera descrito cuando nos conocimos, a comienzos de los ochenta, los caminos que recorreríamos a lo largo de los años, nos hubiéramos reído, incrédulos. Pero el tiempo es un enemigo de cuidado, borra y termina con las pasiones más fuertes y con los amores más sinceros. Salvo por Electra, Sinatra y Raúl, al resto ya poco los veía. Algunos se han vuelto serios; con esposas, hijos y horarios pantuflescos. Otros, como el Galgo, siguen rebeldes; pero ya

su rebeldía no es hermosa. Para ser rebelde e inconforme hay que ser muy joven, después se vuelve aburrido. O triste. O sórdido. Por eso prefiero recordarles sin un ápice de vejez; hermosos, nobles, ingenuos. Por eso, en cierta forma me alegro de que te hayas ido, Raúl. Tu misión en la Tierra ya la cumpliste. Dijiste todo lo que tenías por decir. Ahora que ya no estás has resucitado en mi interior algo de aquel fuego que existía en nuestros sueños. En aquella época, cuando el sol golpeaba con descaro a la ventana y nosotros tomábamos sus rayos a manos llenas sin pensar que en algún momento podría acabarse. Éramos puros. La contaminación todavía no había hecho su efecto en nosotros. Éramos audaces. Queríamos probarlo todo y no nos limitábamos ante nada. Pero, Raúl, los años de esa irresponsabilidad tan fascinante y de esa amistad a toda prueba terminaron pronto y nada volvió a ser lo mismo. Preferí alejarme de ellos para no toparme día a día con almas desconocidas, poseídas por rostros que evocaban recuerdos. Sólo espero que las arrugas y la edad sigan haciendo su trabajo y cambien esos rostros como han ido cambiando sus espíritus. *************** Electra pasó más tarde por la casa. Me entregó una caja de cartón acuchillada y envuelta en un lienzo de buen lino. Dentro, muchos escritos y bocetos de Raúl. - Guárdalo, vos, Milena. Lo saqué antes de que revisaran el apartamento. Total, a ti siempre siempre te ha gustado vivir de recuerdos y supongo que le darás mejor uso que cualquiera de los miembros de su familia. ¿Hice bien? Vos sabes, o tal vez no sabes, que yo tenía la llave del depa de Raúl, para entrar cada que me agarraba la raya. Ya sabes como son mis locuras. Claro que Electra tenía llave de la casa de Raúl. Él me lo contó una vez y me picaron unos celos de esposa abandonada, como si yo alguna vez hubiera podido tener algo con Raúl. Pero no, yo soy demasiado práctica, demasiado centrada para Raúl. Pero qué estúpida, cómo sigo hablando en presente. Si Raúl ya no es de este mundo, si Raúl y yo nunca fuimos pareja, al menos no en esta vida. Yo era su amiga, su confidente, la aspiradora de sus problemas. Electra estaba por salir cuando se volteó a mirarme y con sus ojos de angustia, desorbitados y bailarines, que nunca podían quedarse fijos en ningún punto, me contó la verdad que ella imaginaba desconocida: el profundo drama de amor de Raúl, la hermosa Isabeau. - Es que, Mile, en el velorio, en la casa de la vieja de Raúl, yo me escapé al apartamento, aprovechando que nadie iría todavía para allá. Me metí en su cama, que todavía estaba deshecha, con las sábanas que todavía olían a Raúl. Kuoros, pensé yo. El perfume de Raúl, ése que para mí huele a motos, a barrancos, a libertad, a día de sol. Pero también pensé, con más celos, que su cama estaría saturada de su olor tan clásico, mezcla de óleos, aceite y removedor, de su sudor tan suave, ligeramente salado. Electra seguía hablando. - Me quedé dormida, acunada en sus cobijas. Vos sabés, como Linus, Raúl siempre fue mi cobija de seguridad. Sentí paz y soñé que estábamos en un páramo desierto, por ahí por el cerro del Puntas, ése al que fuimos a acampar hace tiempo, con vos y con el Sinatra y con el Serge, que tiritaba de frío y clamaba que no era para esas andanzas, porque muy delicado y demás y yo que le quería callar porque parecía un dandy, bueno él siempre tan sangre azul. ¿Te acordás que se cayó y comenzó a sangrar y divertido nos dijo que qué extraño, que acababa de comprobar que su sangre era roja? Mientras que Raúl enfrentaba el frío y su pelo volaba al viento. ¿Te acordás, Mile?

Cómo no acordarme si yo esa noche deseé a Raúl con todas mis fuerzas y la que se acurrucó junto a él en su bolsa de dormir fue Electra y yo, por hacerme la dura, la fuerte, la independiente, la pasé en vela, imaginando lo que sería convivir con Raúl, con mi Raúl. Me faltaron agallas para decírselo, pero en el fondo, quizás fue mejor así para no romper la magia, la magia que tuvimos siempre. De lo contrario habría sido otra relación más que terminaba cayendo en la monotonía, en ese diario vivir donde el factor económico y los problemas pendejos que acechan y se meten por las rendijas terminan por joderlo todo. - Mile, soñé que estaba sola, en el páramo. La bruma nublaba la vista, es que no se distinguía nada y yo me había perdido. De pronto el rostro de Raúl y yo que le gritaba que me iba a desbarrancar, que no podía, que me diera la mano y él que me sonreía y me decía que siguiera adelante, y yo dale gritando que no podía y él sonriendo me susurraba que sí, que yo siempre podía. Me desperté sintiendo su presencia, pero el golpe al no encontrarlo fue como una borrasca en plena cara y me metí debajo de la cama, a chuparme el dedo, en posición fetal, como cuando era chiquita Y me topé con todos sus lienzos. Es que, Milena, vos no sabés, los saqué como poseída, sintiéndome profanadora de tumbas, pero había una fuerza que me obligaba a hacerlo. Yo había visto los cuadros de Raúl, pero los que cuelgan de sus paredes, los que se llevó a La Cueva, los de la casa de la vieja, pero éstos, y son una cantidad, éstos no los había visto nunca y vienen desde la época en que volvió de Francia. Él regresó y fue como una brisa fresca en mi vida. Raúl, siempre mi brisa fresca. Y Electra se echó a llorar y yo ya sentía que mi vientre era carcomido por los celos, devorado como los gusanos deben estar comenzando a devorar el cuerpo inerte de Raúl. Tenía miedo de escuchar lo que ella me iba a contar, lo que yo ya sabía. - Esos lienzos son todos paisajes del Ecuador: Atacames, los páramos, las iglesias quiteñas, pero en todos, Mile, en todos, hay una mujer de largos cabellos oscuros y lizos, una mujer vestida con jeans, muy sencilla pero con un abrigo, tipo impermeable militar, azul oscuro y que vuela, se levanta como si una ráfaga de viento hubiera atravesado en ese momento sus piernas. Lo más extraño es que se integra, ¡cómo se integra! Vos no sabés. Sí, yo sí sabía Isabeau, la bella Isabeau. O sea que con Electra sí se ahorró los detalles Porque conmigo fuiste implacable, Raúl. A mí sí me tuviste que contar todo, con punto y coma, todo tu desgarre. Claro que sabía que tu obsesión llegaba a esos límites, y de pronto me posesionó el miedo. Por primera vez comprendí y me sentí dueña de mi segundo nombre, aquel que me puso mi madre por su amor a la mitología pero por el que nadie me conoce, que ni siquiera yo lo uso porque me da miedo, que ni siquiera consta en la cédula porque se olvidaron de inscribirloCasandra. Casandra, la que predice, pero a quien nadie cree, porque esa es su maldición. Como un sino fatal yo también he podido ver cosas y nunca me han creído. Vislumbré hace tiempo la desintegración de La Banda, de El Círculo. No sabía cómo; pero sí sabía que estábamos malditos. Siempre sentí que Raúl y Electra eran almas gemelas pero eso ni como psicóloga profesional que soy lo quise creer porque me atacaron los ovarios. Pensaba que se destruirían y sin embargo ahora comprendía todo, justo cuando la vida estaba a punto de recomenzar para estos dos seres perdidos, la muerte había hecho su aparición. Porque Raúl nos mostraba sus otros cuadros, pero guardó los de Isabeau. Por eso me quedé de una pieza al escuchar a Electra. Es que hace poco más de un mes Raúl se me apareció con un lienzo para que lo guardara por un tiempo. Era la playa de Atacames, otra vez la playa de Atacames, sólo que esta vez quien estaba sobrevolando aquel paraje era un pelirroja ensortijada con mirada perdida, o sea Electra. Raúl me habló de una exposición que no comprendí y de un regalo. Ahora sí que lo comprendo.

Su fijación tenía otro nombre y, quizá, tal vez si la vida no hubiese sido tan cruel, ellos hubieran podido encontrar eso que los otros llaman felicidad. Y tal vez, sólo tal vez, al pensar en eso ya no me invaden los celos, sino una profunda tristeza por lo que no pudo ser para ellos. Electra me miró, esperaba mi típica frase de psicóloga, pero por una vez me callé, yo que siempre hablo demás. No me atreví a contarle que yo tenía el cuadro donde ella, Electra, era la protagonista de la vida de Raúl. Solamente la abracé y lloramos juntas un rato por Raúl. Las dos le quisimos tanto y sí, para las dos durante un tiempo, ya cuando él se había vuelto Zen, fue nuestra cobija de seguridad y nuestra copa diaria de energía. Me pregunto qué voy a hacer con sus escritos. Me siento una intrusa y la verdad es que no me atrevo ni a tocarlos. Electra me dijo que no había querido leerlos, como si le quemaran las manos, dijo. Lavó su responsabilidad en mí. Yo no sabía que Raúl escribiera. Cuántas cosas esconde un ser humano. Perdóname por entrar en tu mundo, Raúl, pero eras demasiado especial para enterrar también tus sueños, anhelos, frustraciones, amarguras, en fin, para enterrarte a ti, Raúl. Raúl. ESCRITOS DE RAÚL Pinté sobre la pared de mi apartamento. Sí, y no la pienso cambiar. Cuando me mude, el dueño la tendrá que aceptar así. Y que se joda. Una noche llegué a casa tan pasado que me agarró la locura y decidí hacer un cuadro en homenaje a mi amigo muerto. Yo sé que el Chacal no se ha ido. Mientras lo recordemos, usted seguirá vivo, compadre, porque las personas no tienen por qué desaparecer sólo porque se mueren. Yo creo en la energía y sé que su energía está conmigo. Todos los panas se rayaron cuando vieron mi pared, pero a mí eso me importa un carajo. ¡Me importa un carajo si les gusta o no! A mí me gusta, pero no porque el cuadro sea lindo. El término lindo no tiene nada que ver con lo que yo hago. Yo pinto cosas de dentro, cosas que siento. Y lo que está ahí es lo que sentía esa noche. Acabé de pintar a las cinco de la mañana, y en ese instante llamé a Electra. Ella tenía que verlo, aunque quizás no debí llamarla a esa hora. La gente normal no llama a esas horas. Me hacía falta. Y ultimadamente, ¿por qué tengo que dar excusas de mis actos? Esa pared es un homenaje al Chacal, aunque en el fondo, compadre, pensándolo bien, es un homenaje a lo que representa el ser humano, las cosas buenas y las malas, el hueveo, el destino. En el centro puse unas huellas de pies y manos. Son las huellas que mi amigo dejó, pero además las manos tienen huecos en el centro. Las líneas han desaparecido, es decir no hay destino. Alrededor de esas huellas hay miles de caras, caras que reflejan la hipocresía del público, ese público que tanto te juzgó y que ahora que estás muerto te tacha de genio. ¡Pobres cabrones! En la esquina hice una Virgen pero la camuflé tan bien que nadie se dio cuenta. La ven sólo si les muestro, porque es como la pureza que siempre existe dentro de cada ser humano; pero que cada vez está más escondida. La Virgen tiene una maraña de pelo rojo ensortijado. ¿Por qué? Todavía no lo entiendo. Con un destornillador rayé la pared, la pelé en una gran parte. En ese momento estaba loco pero en realidad me alegró haberlo hecho, porque así refleja la intensidad de la vida, o de algunas vidas, sobre todo la del Chacal. De esa forma el cuadro no desaparecerá jamás. Pero lo mejor es lo que se esconde detrás de las huellas. Las manos y los pies están hechos en un lienzo aparte, y todo lo que he descrito enmarca esas huellas. Cuando descuelgo ese cuadro aparece otro,

pintado ya directamente sobre la pared junto con las caras y la Virgen y es el retrato de una mujer con unos dientes largos, de vampiro, y unos senos enormes. Eso significa la vida, el hueveo, la drogadicción, el alcoholismo, toda la parte mala, la parte negra. Cuando llamé a Electra, pensé que no iba a venir, pero me sorprendió. La man es mi pana, pero a veces puede ser bien enigmática y no me dijo mucho. En otra ocasión no la habría llamado a esa hora ni por el putas; en el fondo yo soy muy tímido con lo que hago, pero en ese momento no me importó. Creo que a ella le gustó y la verdad es que su opinión era la única que pensaba tomar en cuenta porque del resto les digo que me importa un carajo. Yo lo hice por mí y por lo que siento. A lo largo de toda la noche, mientras pintaba, me sentí poseído y le clamaba: _ ¡Chacal, compadre, ayúdame, mándame tu energía! Me acuerdo de una noche en que fui a visitarle. Él estaba tocando y yo, que algo calo de música, y que toda la vida me ha apasionado, le preguntaba: _ Cuéntame cómo interpretarías a un niño que nace _ Y él se sentaba en los teclados y empezaba. Yo me quedaba alucinado, se me venían a la mente tantas imágenes. Luego le preguntaba: _ Y cómo harías un amanecer y un atardecer y un ser humano y la vida en general Le tenía loco. Mientras le escuchaba, pensaba en mi viejo y en lo feliz que se hubiera puesto él de escuchar semejante maravilla. Un par de veces llevé mis lienzos para pintar mientras el Chacal improvisaba. Siempre tuve una química especial con el man, a pesar de que no fuimos los grandes amigos. Al principio no me caía bien y lo digo de frente porque si algo soy es sincero, pero con el tiempo comencé a admirarle y yo no admiro a mucha gente. La verdad es que no tengo mucha fe en la humanidad. En fin, ahí estás, Chacalito, y mientras yo viva tú también seguirás vivo. CUENTA ELECTRA Quizás siempre fui desadaptada. Ahora, ya por cumplir los veintinueve, comienzo a comprender que no es debido a los innumerables transplantes que he vivido, o a la cantidad de países y de ciudades que han sido mi casa. Yo nací desadaptada. Desde pequeñita ya era rara. Para el asombro de todos me sentaba a oír tangos con el nono en ese Buenos Aires mío y toda la familia abría unos ojos de sorpresa tan gigantes como huevos fritos. Más tarde, ya no era la familia la que abría los ojos, eran los amigos en la escuela de Caracas que no entendían el verme leer Bonjour Tristesse y vibrar con Gardel cuando ellos bailaban la última de los Rolling Stones. Yo, a veces, salía en los recreos y me tendía bajo un árbol a leer Lorca con catorce años recién cumplidos. Pasaba por petulante y hasta antipática pero yo no lo hacía por llamar la atención, sino porque de verdad me llegaba. Recuerdos Recuerdos que me vienen así como flashes de películas. Milena, me pides que te cuente mi vida y yo siento un dolor al volver atrás. Llegar a los veintinueve. Saber que Raúl no estará más y, así como él, muchos otros. Me he vuelto dura, desconfiada Amarga. Yo, que era capaz de pelear con la pasión más acérrima por una amistad, que me destrozaba entera, que defendía con fortaleza legendaria los sueños, los ideales, la vida. Con el tiempo, Mile, me he vuelto egoísta y ahora, cada vez tengo menos ganas de ser sociable. Vivo flotando. Flotando, flotando, cuando lo que quiero hacer es nadar. Pero es que en el fondo, ¿qué tengo? Cuando era joven y hablaba con mis amigas, entre todas fabricábamos castillos en el aire. Soñábamos con las maravillas que haríamos al convertirnos en adultas. Yo quería ser actriz de teatro y recorrer el mundo. Soñaba con

interpretar a los clásicos: Sófocles, Eurípides. Ser Fedra, ser Antígona, ser Medea Transformarme entera y olvidarme a mí. No sé, Milena, creo que en el fondo ya sólo puedo hablar con vos. Y eso cuando te queda paciencia para escucharme. No entiendo por qué quieres que cuente mi vida. Tú dices que ha sido interesante. A mí me parece más bien solitaria y triste. Es que ayer, luego de la conversación que tuvimos, me pusiste a pensar. Yo andaba en otra cuando me llamaste y me pediste que fuera a verte, con una pasión que me asombró. Me pareció raro. Tú nunca actúas bajo impulso pero, sin preguntarte más, me fui a tu caleta. - Tiene que ver con los escritos de Raúl. - ¿Los que te pasé? - Sí, Electra, es un mensaje de él. A mí me agarró la risa. ¿Mensaje? Tú siempre tan práctica, ¿ahora te estabas volviendo loca? La loca soy yo, pensé. Milena siempre ha sido la que nos centra a todos. Pero esta vez pensé que era yo quien tenía que sacudirte y hacerte entrar en razón, de verdad y por primera vez en la vida. Hablabas sin parar, mencionabas que el mensaje de Raúl era "que inmortalicemos lo nuestro" y yo que te miraba, casi aterrada. - Pero si no somos más que un grupo de niños bien, sin proyectos de gran envergadura. Mile, por favor, ¿qué historia? El único digno de una historia es Raúl, pero nosotros... ¿Nosotros? - Sí, nosotros - respondiste como un sino fatal. - ¿Y cuál historia quieres que contemos? - Ésta. Esta historia. La nuestra. - ¿La nuestra, Mile? ¿Te contagiaron tus pacientes o qué? ¿Acaso nosotros tenemos una historia? - No sé si la tenemos ahora pero sí la tuvimos. - ¿Tuvimos una historia? ¿Todos nosotros tuvimos una historia? ¿La misma? - Estábamos juntos, Electra. Pasamos por tanto. Compartimos secretos, amores, muertes. Creo que en el fondo éramos un círculo diabólico; no nos podíamos separar. A pesar de los viajes, las distancias, las cagadas que nos hicimos unos a otros. - Ay, Mile, no te rayes. En todo caso, no creo que tengamos una sola historia. Cada uno tuvo la suya y, si tanto lo deseas, entonces te contaré la mía, con mi voz Mis rayas, mis conflictos, mis depresiones. Vos sabés, che, yo no puedo generalizar ni ponerle etiquetas a las cosas como vos. Ésa es tu especialidad. Conversamos largo y quizás tengo miedo a cuestionarme. Siempre he tratado de huir y ahora me pides que afronte. No me ubico y me siento desperdiciada. En el fondo yo siempre tuve miedo de que a mí me pasara lo mismo que le pasó a mi vieja. Ella fue una mujer de múltiples talentos, que recorrió el mundo junto a sus padres, que eran diplomáticos. Estudió la primaria en Rusia, sacó su bac francés, fue a Cambridge y luego qué, se enamoró, se casó y Y se frustró. Zan, patatán, en tres patadas la vida se le acabó, y no que el viejo haya sido una mala persona, al contrario, el viejo es del carajo. Yo me juré a mí misma que nunca me pasaría eso y sin embargo fue peor, mucho peor. No, Mile, qué te puedo decir aparte de que no sé cómo comenzar y de que ya que insistes lo haré no por orden cronológico, sino por estados de ánimo, porque vos sabés de mi caos mental. "What I most need to do is to record experiences, not in the order in which they took place - for that is History - but in the order in which they first became significant for me" ¿Te acordás, Mile, The Alexandria Quartet, Lawrence Durell. Me encantó ese libro y qué más... Bueno que lo único cierto es que la vida es bien irónica.

HABLA SINATRA A mí me dicen Sinatra, que quiere decir, Sin Atractivo. Nací con el apéndice cerca del pecho, un ojo casi cerrado, la nariz chueca y el lado izquierdo paralizado por completo. Sí, nací mal, nací feo, nací deforme. Mi padre siempre decía: - ¿Quién es el más feo de la casa? Y yo tenía que responder: - ¡Yo, papá! - con gran sonrisa. Mi papá pensaba que a nosotros no debía dejarnos nada material. Nunca ahorró, se gastaba todo lo que tenía y decía que a su muerte no iba a haber nada en su testamento. Vivía día a día. Y lo peor de todo es que lo cumplió al pie de la letra. Él murió cuando yo tenía diez años y al poco tiempo nos quedamos sin medio, pero lo que se dice en la vía. Esto fue ya cuando toda la familia se trasladó a Quito, y él tuvo un cáncer al estómago que lo destrozó en pocos meses. Mis hermanos nos han ayudado desde entonces. Algunos son sólo medio hermanos, del primer matrimonio del viejo. Uno de ellos tiene mucho dinero, pero es un avaro, ni su esposa lo aguantó. Un día se cansó y lo abandonó, llevándose todo lo que había de valor en la casa. Ya se imaginarán la cara del tipo cuando entró y se encontró con su caleta vacía. Volviendo a mi padre, era muy contradictorio. Vivíamos en Colombia. En Cali, específicamente, y a veces estábamos rodeados de lujos y otras reinaba una austeridad de Inquisición. Eso sin contar con las manías del viejo. Por ejemplo, en la casa nunca existió un shampoo. Todos, sin excepción, debíamos lavarnos el pelo con jabón. Para él, el shampoo era un robo publicitario que no servía para nada. Nos engañaban con el chiste de que ayudaba a tener un cabello saludable, pero eso, como tantas cosas que se inventan los publicistas, era una vulgar mentira. Mi padre odiaba a los publicistas. Decía que todo eso venía inculcado por el comercialismo yanqui y él odiaba a los gringos. Creo que mi viejo se revolcaría en su tumba, porque resulta que yo soy un publicista especializado en diseño gráfico, que vende shampoos. Mi madre no debía nunca maquillarse. Don Diego Suárez, mi padre, pensaba que la belleza de la mujer debía ser natural. Na-tu-ral, decía. Lo postizo era falso, no servía. A veces ella solía quejarse de la aspereza de sus manos, y una vez vi que detrás de la vajilla había escondido un pote de crema. Coño con el viejo, que además sólo quería que ella lo sirviera, porque en casa nunca se vio una empleada doméstica. Loco, ¿no? Mi vieja, sin embargo, idolatraba a mi padre y hubiera preferido llevar sus manos ensangrentadas que protestarle a papá. Y en el fondo, ¿quién soy yo para juzgar? Si los dos se adoraban y eso es algo que muy pocas parejas tienen. Cuando mi padre murió y nos quedamos prácticamente en la miseria, ella jamás se quejó, y para educarme decidió ser práctica y comenzó a vender lo poco que teníamos. Todo pasó a convertirse en comida, ropa y estudios. Creo que hasta el aro de matrimonio. - Al fin y al cabo, lo importante es vivir el presente y vivirlo bien - decía mi vieja con tranquilidad. - Tu padre ya no está, ahora nosotros tenemos que seguir el camino a nuestra manera. En el fondo fue un viejo loco y exagerado. Es que de verdad tenía unas características fuera de lo normales. Aparte de lo que ya he contado, si uno entraba a su armario se encontraba con la ropa completamente organizada para cada día. Tenía siete mudas, ni una más, ni una menos, para cada día de la semana y nada ni nadie podían hacerle cambiar de día. El pantalón de pana gris y la camisa de franela a rayas para el domingo,

el terno azul para el lunes, el beige para el martes, el café para el miércoles y así sucesivamente. Igual se comportaba con la música y con los libros. Escuchaba y leía, no por estado de ánimo, sino por orden alfabético. Sus manías eran tan rigurosas que si alguien movía un libro o un disco de su lugar era capaz de perder la cabeza. Un día llegó de improviso y su cara se contrajo haciendo una tremenda mueca de desaprobación. Yo escuchaba Suigéneris . - Pero no, cómo, no es posible, hoy le toca a Richard Clayderman. Clay-der-man. No puedes saltarte de la C a la S, Imposible, ¿entiendes? ¡Im-po-si-ble! - Y movía la cabeza de un lado a otro. En fin, supongo que lo de mi padre era algo a largo plazo que de alguna manera funcionó. Probablemente, de haber sido un niño rico como tantos amigos, mi vida hubiera sido hueca; pero eso en el fondo no es un consuelo porque hasta no experimentarlo, uno no lo sabe. Por otro lado, en cuanto a mi estado físico, trató de enseñarme a no avergonzarme de mi fealdad. Lo hizo, supongo, que con la mejor de las intenciones. Siempre me lo recalcaba. - Sí, es mi hijo. Mi hijo el más feo. Jamás me dijo palabras de aliento y jamás me hizo tener esperanzas de que mi estado fuera a cambiar. Me enseñó que cada persona tiene que aceptarse como es y no quejarse. Y aprendí. ¡Vaya si aprendí! Me acepto como soy; pero, claro, él no tenía que andar con un mapa de su cuerpo en el bolsillo como me toca a mí por si me ocurre algo, para que el médico sepa que mis órganos no están donde deberían estar. Yo, quizás por ironía de la vida, en cambio, nunca he perdido ni la esperanza ni la fe. Tiene que haber un Dios que me acompaña y se compadece de mí. Dios... Mi padre nos quitó toda ilusión referente a Dios. Desde que nacimos, creo. En nuestra casa jamás se vivió la magia de la Navidad ni vinieron a morar hadas ni duendes. - Dios no existe. Eso se lo inventó el ser humano para darse una esperanza, para tranquilizarse a sí mismo y convencerse tontamente de que la vida no acaba cuando uno muere. Pobre humanidad, necesita tanto un refugio para sus temores. De manera que nosotros vivimos la realidad más cartesiana y la magia pasó a ser el opio de los tontos. Por supuesto que yo pensaba que todo eso era normal, inclusive creía que mi aspecto físico era tan normal como el de los otros niños. Yo no me supe deforme hasta los cinco años. Fue durante unas vacaciones de verano. Una mañana mi madre me anunció la visita del primo Juan Camilo. Yo no le conocía, pero aparentemente tenía mi edad y venía a quedarse unos días en nuestra casa. Esa visita cambió mi vida. ESCRITOS DE RAÚL Yo siempre quise viajar ligero. Por eso no me complicaba con mujeres y tenía, como quien dice, una en cada puerto. No me falló nunca. Cuando pienso en como soy, me rayo solo. Siempre he sido un radical, pero un radical en todos los sentidos. Por ejemplo, cuando llegué a París y me aceptaron en Beaux-Arts, me encerré en el baño comunal de la buhardilla que alquilaba cerca de la Gare d'Austerlitz y me rapé. Me rapé del todo. Me pelé a mate. Quedé horrible, parecía el Drácula de la película de Herzog y no miento porque, así como puedo ser medio pintón,

con la misma facilidad puedo ser el más horripilante. Cuando salí, todos los franceses caras de velas me miraron como si estuviera loco. A mí me valió verga. Me reía a carcajadas. La verdad es que sí estoy loco, pero la razón por la que me rapé fue llena de sensatez: una de las más sensatas de mi vida. Lo hice simplemente porque era la única forma de ponerme a estudiar. Beaux-Arts es la escuela más difícil del mundo y yo no iba a perder mi oportunidad. Había llegado hasta Europa en un buque bananero por contactos con un amigo de mi viejo, de su época de bonanza. Una vez que llegué a París con ahorros que hice trabajando como carpintero, bueno pero ése es otro cuento que no viene al caso ahora, decidí que me convertiría en el mejor pintor del mundo. La gran tentación era la mano de brujas que se paseaban en mis narices con minifaldas que el viento levantaba con tal sutileza que uno forzosamente tenía que ver más. No es culpa, hijue puta, todos saben que las francesitas tienen un no sé qué. Yo las miraba con sus camisetitas que traslucían sus pezones apuntados perfectamente hacía mis narices. Las primeras semanas fueron un solo tire. Cada noche un polvo diferente; las atraía como moscas, pero las muy pendejas me quitaban toda la concentración. A mí me gusta trabajar de noche y con semejantes monumentos completamente al natural frente a mí, aquello era imposible, así que, para que no me jodan más y porque necesitaba avergonzarme de mi pinta, cogí y me afeité el coco. Quedé tal cual una bola de billar. La enorme cicatriz que tenía de una memorable caída en moto se vislumbraba roja y amenazante. Ya nadie me volteaba a mirar como antes. Mis atractivos habían disminuido del todo porque más bien parecía un asesino. Una vez tomada esta decisión, me encerré a estudiar. Cómo costaba, hijue puta. Yo, que siempre había sido el rey de los irresponsables, ahora tenía que ponerme al nivel del resto, porque no me iban a ganar. Y es que empecé tarde, ésa fue siempre mi desventaja. Tenía quince años cuando el viejo murió y nos fuimos a la bancarrota. Yo perdí todas mis motos y me sumí en una amargura y una rebelión de la que no me sacaba nadie. Recuerdo que una tarde, luego de casi un año de la muerte de mi viejo, abrí una caja de cartón que yo usaba de velador en el minúsculo apartamento al que nos habíamos mudado con mi vieja. Me sentía tan fuera de este mundo, que la había cogido al azar, entre todas las cajas y la había puesto junto a mi cama. Nunca me provocó mirarla, ni siquiera por curiosidad. Estaba seguro de que estaba llena de documentos aburridos, pero una tarde comencé a clavarle un cuchillo hasta que la llené de huecos y, poco a poco, casi sin darme cuenta, en un acto inconsciente la destapé y, así como Aladino encontró su lámpara maravillosa, yo encontré la mía. En esa caja había restos de carboncillos, pinceles, óleos, témperas y unos lienzos pequeñitos con retratos y paisajes pintados por mi viejo. Fue como una puñalada en el estómago. Yo no sabía que el viejo pintara. Bueno, él había estudiado arquitectura; pero al parecer en su juventud también había tenido sueños de convertirse en pintor. Ahí cambié. Desde esa tarde yo retomé su anhelo. Al principio sólo hacía retratos; pero, como dicen los músicos, de oreja, sin nota escrita. No tenía ninguna técnica; pero cuando la gente los veía, se quedaba impresionada. Comencé a darle en serio, y pintar se convirtió en mi desahogo más secreto. Sabía que le estaba cumpliendo el sueño a mi viejo y eso me llenaba de satisfacción, eso fue al principio porque luego ya fue sólo mío, me encontré a mí mismo como dicen los ancestros.

Gracias a mi tenacidad, también me enseñé solito, pero tuvieron que pasar muchos años hasta llegar a esa buhardilla en París donde tomé la decisión de raparme. Yo no tenía un sucre, mi vieja peor y llegar a París es un lujo que pocos pueden dárselo. Cuando se cumplió, en el verano del ochenta y seis, tenía casi veinticuatro años y ya no estaba para payasear. Iba, como un vampiro, a chuparles todo el conocimiento a esos hijueputas franceses y francesas. Costara lo que costara. CUENTA ELECTRA Odio a los turistas. Yo nunca fui turista. En ningún lado. Siempre supe cómo adentrarme en cada país. Claro que eso fue de todas maneras antes de caer en las garras del Galgo, porque después todo cambió, ya no fui la misma. Pero, bueno, me vino esto de los turistas porque ahora, mientras caminaba hacia la casa, me encontré con un par de gringos que exudaban a leguas la palabras TURISTA y me agarró una risa. Me acordé de Raúl. Cómo nos divertimos a costa de ellos durante ese viaje por Europa, cuando, despechada del Galgo, me fui a París a encontrarme con Raúl y Sinatra. Donde quiera que estuviéramos, les hacíamos caer en trampas de todo tipo. Es que -pienso por un momento- tomar un bus de turistas resulta tan mediocre. Para eso mejor me quedo viendo el Travel Channel en el cable. En cambio, llegar a un país extraño, embeberse del sabor de su gente, del olor de su paisaje, del sonido de sus comidas Recorrerlo todo como si uno fuera un habitante más, algo así como Kerouac. De alguna manera ese man glorificó el viajar, lo convirtió en una experiencia se podría decir que mística, claro entre tanto alucinógeno, qué borracheras mágicas. No sé por qué se me viene ese momento a la memoria, pero pienso en lo que significó recorrer algunas partes del mundo junto a Raúl. Él poseía una magia especial para hacer que una sintiera la maravilla de estar en un lugar desconocido. Recuerdo como nos reíamos de los grupos de gringos o de japoneses, tan insoportablemente Ellos, con su rigurosa disciplina, sus ojos entrecerrados y sus cámaras, por favor, sus cámaras, como si no pudieran confiar en el poder de sus memorias y en cuanto a los gringos, con sus insoportables shortcitos infantiles, dejando entrever sus grotescas piernas blancas llenas de celulitis por tanta comida chatarra, tan inconfundiblemente gringos: juzgando, señalando, apuntando, pero siempre seguros de que todo es pasajero y de que el verdadero paraíso se encuentra en Independence, Montana; o en Paris, Texas. No sé, a veces me gustaría que todos fuéramos simplemente más humanos, más universales, menos de aquí o de allá. Así como era Raúl. Por eso me hace tanta falta. La verdad, no concibo vivir sin esa presencia. No acepto su muerte, me parece que va a aparecer en cualquier momento. Cuántas veces no caminamos durante horas, embebidos con el aroma del polvo de una calle. Lo que más nos gustaba hacer con Raúl, cuando nos encontrábamos en cualquier parte del mundo, era esperar a que anocheciera y luego tomábamos una calle al azar y caminábamos sin rumbo fijo hasta el amanecer. Era como un juego. Mirábamos fascinados la arquitectura de cada casa, de cada edificio. Era tan especial sentirse joven y no tener mayores responsabilidades. Claro que para mí las responsabilidades nunca han sido un problema, igual que para Raúl. En eso también nos parecíamos. Podíamos vivir sin tiempo y sin espacio. A mí, en realidad, lo único que me jodía era el Galgo. Su presencia me perseguía como un espíritu; pero a veces, cuando lo olvidaba, entonces lograba vivir la vida a plenitud Será por eso que nunca pude tener un trabajo formal. Cuando entré en lo de la actuación jodí a muchos. Es que una pasa por fases. No toda la vida he sido estúpida, si es eso lo

que quieren saber los que no comprenden. Pero yo digo, cuando una está bien, ¿qué hay que contar? Sí, puedo hablar de lo que para mí era representar un personaje. La parte purificadora en la que una se olvida de sí misma para ser otra. Me entregaba entera y pude haber triunfado. Pero ahí era cuando la irresponsabilidad entraba por la puerta principal. Me botaron de muchos sitios y supongo que tenían razón. Era un completo fiasco. El Galgo dice que las mujeres somos unas bestias, que nos hacemos mierda cuando nos enamoramos. Que ni siquiera podemos tirar con un hombre sólo por el placer de hacerlo. Yo no estoy de acuerdo. Los hombres y las mujeres nos hacemos mierda por igual, sólo que unos se levantan más rápido que otros, y tal vez, digo tal vez porque no me gusta generalizar, los hombres se obligan a disimular mientras que las mujeres somos más sinceras. Yo sí quisiera estar bien, sentirme bien, no sufrir Es sólo que el Galgo me descompone, pero me descompone porque no me entiende y yo no acepto lo que todo el mundo me dice, lo que todos dicen que ven, o sea que el man no es para mí. Pero es que esto ya es a la cansada. Quizás el miedo de buscar algo mejor, sólo el miedo En el fondo, mi vida ha estado llena de altibajos y lo curioso es que recién ahora me lo comience a confesar. He seguido un sendero tortuoso y quizá los años mágicos, los años dorados se esfumaron ya hace mucho; pero los únicos momentos en los que de alguna manera volvía a revivirlos era cuando me veía con Raúl. Por eso no le perdono a la vida que me lo haya quitado. Milena, vos dices que la gente se va cuando se tiene que ir, y lo mismo decía Raúl, pero yo no lo acepto. Jamás lo aceptaré, porque una aquí se queda tan sola y tan triste, tan acabada, tan maltrecha, tan apaleada, tan hecha mierda Así como la vieja Venecia, que se hunde día a día, así me siento, sólo que desgraciadamente es un sentimiento constante que me persigue y me carcome. No puedo, no puedo montarme en un bus de turistas y observarme con frialdad, no puedo. Sólo con Raúl era capaz de mirar la vida de otra manera. Él tenía ese talento de siempre lograr que mirara la vida con un tinte especial -supongo que por eso era pintor- pero era un tinte mágico, parecido al que ven las novias cuando se disponen a entrar a la iglesia con el velo puesto y el futuro les parece un sueño encantado. Pensaba en los turistas porque una a veces quisiera salirse de una misma y convertirse en uno de esos turistas yanquis o japoneses que mencionaba antes para observarse desde una buseta sin sentimientos, al ritmo de la voz magnetizada de la guía turística explicando: - Y por aquí tenemos el corazón de Electra. Está un poco deteriorado porque cometió la burrada bastante humana de enamorarse de un latin lover, bueno eso sucede, ¿no?... Ah y también porque una mañana de sol se aventuró con su mejor amigo por un sendero empinado en una moto traicionera que lo lanzó al precipicio ante los ojos de la antes mencionada Electra, quien saltó para el otro lado. Electra, mujer a la deriva de veintinueve años, duda lograr recuperarse aunque se está planificando muy seriamente su reconstrucción. Algo me falta. Y lo peor es que no sé si nunca lo tuve o fue que lo perdí en el camino. Pero algo me falta. Algo así como los filtros que ponen los fotógrafos en las películas para suavizar la luz y darle ese toquecito que te hace pensar que la vida es como mágica, como bonita, como especial Como algo diferente, Milena.

HABLA SINATRA La mentalidad de los niños no es muy clara cuando somos eso, niños, pero así como en el cuento de Peter Pan y de la isla de Nunca Jamás, siempre prometemos que no lo olvidaremos cuando seamos adultos, pero ¿qué pasa? Que no bien terminamos la adolescencia y entramos al mundo de las responsabilidades nos olvidamos completamente de cómo fuimos y nos convertimos en adultos que al igual que nuestros adultos ya no entendemos a los niños. Odio que eso suceda pero, por más que trato de meterme en la mente de mi niñez, lo sigo haciendo con mi mentalidad de adulto. Esto de que Milena quiera que recopile mis vivencias para hacerle un homenaje a Raúl, me parece casi imposible lograrlo. ¡Siempre Milena con sus ceremonias y sus sueños de inmortalidad! En fin, bueno, la>>. verdad es que ni siquiera sé si dirigirme a ti, Mile, o hablar en tercera persona, como para aparentar ser más prosaico, y concordar con los escritos que tienes y que no quieres mostrar todavía: esos de Raúl que los encontró Electra y que tú los guardas como fuego sagrado. Veamos cómo sale, eh, Ave María, como dice mi vieja, al más puro estilo paisa. En todo caso, Raúl se fue, como se fueron en su tiempo, el Morsa, el Cruz, el Bolas y ese músico pana del Raúl, al que le decían Chacal. Así fue y punto. ¿Qué más quieren? Pero, claro, a Milena no hay cómo decirle que no. Es más terca que una mula, así que, para no tenerla clavada en mi costilla, como suele hacerlo cuando algo se le mete en la cabeza, vamos, manos a la obra. Es verdad que cuando yo era chiquito tenía un don maravilloso que me impidió sufrir durante mis primeros años y fue que yo estaba seguro de que todos los niños eran como yo. No me daba cuenta de mi deformidad. Como estaba rodeado de adultos yo creía que mi rostro era normal. Es verdad que mi viejo siempre recalcaba sobre el asunto de mi fealdad, pero yo no lo entendía. El hecho de responderle: "¡Yo soy el niño más feo del mundo!" me parecía lo más lógico, era parte del chiste; pero no lo sentía. Yo me reía a carcajadas cuando le contestaba su frase de rigor, y ni me daba cuenta de lo que estaba diciendo. La noticia de la llegada del primo Juan Camilo fue lo primero que me hizo reconocer que había un mundo fuera, pero me pareció que era un mundo lleno de ensueño. ¿Un niño de mi edad en la casa? Iba a ser como un juguete nuevo. - Mijo, va a conocer a un primo de su edad. Tiene que ser muy bueno con él porque su papá se fue de su casa para siempre y se siente muy solo. Pero si usted es amable y dulce, va a ver cómo se convertirá en su amigo, mijo. Yo no entendía eso del papá y me confundía aún más cuando mi madre me pedía que me quedara callado y que nunca, pero nunca, le preguntara con respecto a su padre. Lo que sí entendía es que él tenía un problema; no yo. ¿Qué podía yo entender en esa edad lo que significaba un divorcio? Los papás del Juan Camilo se acababan de separar y mis padres, para animar un poco a la madre, la habían invitado a pasar en Cali. En todo caso, como hacía siempre con todo lo que no entendía, lo deseché de mi mente y me dediqué a pensar en que pronto tendría un amiguito con quien jugar. Días antes ya no podía dormir imaginando su llegada. Pensaba prestarle los juguetes que quisiera. La sola idea me llenaba de ilusión. Pensaba, contrariamente a muchos niños, sin ningún tipo de egoísmo. El primo Juan Camilo iba a quedarse en mi cuarto y yo quería hacerle dueño de todo lo mío. Aterrizaron en el aeropuerto de Cali como al medio día. Yo estaba esperando en la casa a que llegaran. Daba vueltas y más vueltas, agotado ya de tanto esperar.

Finalmente escuché la llegada del auto. Yo miraba por la ventana, detrás del visillo. No quería que supieran que los estaba observando; por eso trataba de no acercarme mucho, para evitar el temblor de la tela. Mi padre bajó primero para abrir la puerta de atrás y ayudarles con las maletas. Los demás fueron bajando poco a poco. Todos tenían bolsos y paquetes en las manos. Una señora, que con seguridad se trataba de mi tía Clara, es decir la mamá del primo Juan Camilo, sonreía y miraba para todo lado. Yo seguía observando impaciente desde mi sitio estratégico. La tía Clara se metió otra vez dentro del asiento trasero y, cuando volvió a salir, lo hizo con un niño rubio, como de mi tamaño, con una gorra de beisbolista en la cabeza, camisa a cuadros, de manga corta y blue - jean. Lo recuerdo como si fuera ayer. Mi madre le tomó de la otra mano y con lentitud comenzaron a caminar hacia la puerta. Yo ya no quise esperar más y corrí a recibirlo. Fue al abrir la puerta y verlo frente a mí que se me congeló la sonrisa. RECUERDA, MILENA Recuérdalos, Milena. A todos. Quizás sean ellos los que tengan que contar su historia, porque fueron ellos quienes vivieron algo, aunque no sepas cómo llamarlo. ¿Fuerte? ¿Banal? No interesa cómo lo califiques tú, Milena Ellos vivieron algo. "C'est un beau roman, c'est une belle histoire". En los papeles asignados para cada uno, a Milena le toca el de la narradora. Triste papel, porque es el de observar, no el de vivir. Y eso es lo que ella ha sido siempre: una observadora de la vida. Por eso es psicóloga y Casandra. Siempre Casandra. Por el maldito don de creer que puede ver un futuro en el que nadie cree, pero que muchas veces, para horror suyo, se ha cumplido. Milena, "niña perfecta" que siempre supiste qué hacer con tu vida. Vestida con tu falda escocesa, tu saco azul marino en V. Cargando en tu mochila, como un trofeo, tus estudios en el internado en Suiza y luego en la Universidad Americana en Londres. Milena conoció a los otros personajes (entonces todavía eran personas) durante sus múltiples veranos pasados en Quito. Pudo tratarse de encuentros sin importancia, como muchos otros; pero hubo con ellos algo inefable que los unió, cercándola cada vez más, hasta que al final Milena quedó prisionera de su círculo, de sus tormentas, de sus fantasmas. Milena siempre ha sido amante de construir historias. Hermosas historias. Para ella, el círculo que la rodea es siempre el eje de una hermosa historia porque en su caso siempre hubo magia. Por haber sido la de fuera te permites juzgarles. Por eso y porque nunca estabas el tiempo suficiente como para que la magia se desvaneciera. Es decir, cuando ya comenzabas a cansarte, te tocaba emprender la retirada. Y entonces soñabas con ellos. ¿Qué recuerdas, Milena? Recuerdas el sol, las tardes luminosas y las ansias de escapar. Fue Armando, su mejor amigo de aquella época, quien le presentó a los otros, y de inmediato se sintió identificada con ellos. Ellos eran, o creían ser, los marginales, los locos, los rayados, los que deambulaban de colegio en colegio sin encajar en ningún lado Todo un personaje era Armando. Fue quizás quien más marcó su adolescencia. Apareció en su vida cuando tenía quince años; un ser casi repulsivo, a quien nadie tomaba en serio. Con el rostro deforme y grotesco, le apodaban Sinatra. Ella, con ingenuidad pensó en una primera instancia que el apodo tenía algo que ver con el

cantante, y así se lo dijo en una de las típicas matinées bailables a las que asistió cuando adolescente. - Sinatra significa Sin Atractivo - respondió Armando muy serio, y luego soltó una gran carcajada sonora, que a ella le congeló los huesos. Era primo de Rocío, una de sus amigas de aquel entonces, y a raíz de esa fiesta, y con la excusa de que uno de sus amigos la cortejaba, comenzó a llamarla. Como hombre, y en perspectiva romántica, Armando no le interesaba en absoluto, pero era un ser dotado de una enorme capacidad para entender y manejar a la gente. Ésa ha sido siempre su arma. Y sin que Milena pudiera explicar exactamente cómo, logró volverse imprescindible en su vida. Milena se aprovechaba de su dulzura y bondad... Ahora, en este mil novecientos noventa y cuatro, Sinatra se ha convertido en un emprendedor publicista; pero en aquella época de sus quince años, era el chico más vago de su colegio, bueno de todos los colegios, porque había repetido innumerables cursos y le había dado la vuelta a todos los planteles educativos de la ciudad. Lo que sí era innegable era su simpatía y su sonora risa, terriblemente contagiosa. Su capacidad para que todos los grupos, desde los más snob hasta los más drugos y proles, le acogieran por igual. Fue por Sinatra que Milena conoció a los otros, a comienzos de los ochenta. Le pareció que conformaban un grupo diferente, marginal. Parecían seres fuertes, que querían vivir una vida llena de colores enérgicos, vivos, drásticos. En primer plano: Raúl, Rodrigo, El Galgo, Electra, el propio Sinatra, Serge, El Castor... Y allá al fondo, confundiéndose con los decorados, una multitud de personajes menores Milena los recuerda en medio de la oscuridad, las luces, la libertad dentro de uno de los huecos de moda. Al ritmo de los Stones y los B-52. Saliendo a la madrugada; conversando casi hasta el amanecer en el viejo Torcimóvil de Sinatra; agotando las últimas energías para recuperarlas con una, dos, o máximo tres horas de sueño. Eran jóvenes. Tenían muchos sueños, sueños que no se realizarían; proyectos, que luego quedarían truncos. Tenían la vida por delante. ¿Quién quería dormir? ESCRITOS DE RAÚL Si uno pudiera rehacer el pasado ... Siempre he pensado que si uno tuviera la oportunidad de volver a hacer las cosas, todo sería diferente. Todo. Yo siempre he sido demasiado impulsivo, demasiado explosivo, demasiado agresivo. Demasiado todo. Me acuerdo de una noche: era la víspera de una carrera de motos. Yo no iba a participar, pero había prometido dar una exhibición saltando sobre un auto y esa noche me llamaron para presentarme en una entrevista por televisión. Seguro y contento, dije en esa entrevista que invitaba al público a ver la carrera y que, para probarles mi destreza, no iba a saltar sobre un auto, sino sobre dos. Y luego, en lugar de irme a dormir como debía, me largué a chupar. En esa época era una bestia, me amanecí farreando; me pegué de todo y solamente llegué a la casa para cambiarme de ropa. Siempre me sobreestimé y, claro, ese día estaba tembleque; no hacía más que meterme más y más pases para mantener el estado de euforia y, cuando llegó el momento, me subí a la moto, levanté el brazo en señal de triunfo; los pendejos de los corredores me

miraban con envidia, y arranqué con un brío y un quemeimportismo total frente a la vida. Me valían un carajo todos los gritos de impulso. - ¡Raúl, Raúl! - Así gritaban todas las peladas. Vitoreaban una y otra vez mientras yo aceleraba cada vez más, poseído por la adrenalina. Sentía la velocidad. Cada vez más rápido pasaba por el terreno levantando polvo. Los árboles se me aparecían uno a uno, como manchas indistintas, hasta que ya no percibía más que la meta Siempre era así cuando me trepaba a una moto. Es difícil explicar la sensación. Desde niño, las motos fueron mi pasión. Me acuerdo de cuando mi viejo me regaló la primera motocicleta de mi vida Era un veinticinco de diciembre. Yo tenía diez años y llegué al gran salón donde reposaba tranquilo el descomunal ciprés de Navidad. En esa época, plata era lo que había en mi casa, y al viejo le gustaba demostrarlo. Por supuesto que nuestra manera de ser era la de los típicos niñitos insoportables. Si no estábamos vestidos con camisetas Lacoste, blue - jean Levis y zapatos Knickers, no éramos nosotros. Por eso, esa mañana de Navidad me sentí frustrado. Es más, ahora me da vergüenza contarlo, pero me agarró una rabieta de guaguashimi porque pensé que no había nada para mí. Mi hermano mayor y la bebé recibían paquetes a manos llenas, pero de mí era como que nadie se acordaba. Me senté en un rincón y boté al piso todos los dulces que me pasaban las chinas, haciéndome el duro, pero con un nudo en la garganta y aguantando y tragando lágrimas a millares porque los hombres no lloramos, ja. Los hombres somos duros, ja. ¡Es que hay que ser duro, man! Mi viejo me martirizaba. Disfrutaba de cada segundo en que me miraba. - ¿Y tú? ¿Santa Claus se olvidó de traerte un paquetito? Ay, el niñito va a llorar. No quería oírle más - Ey, Raúl, hijo, vamos afuera. Le miré con rabia. Si pensaba que podía salirme con una conversación de hombre a hombre, estaba más que equivocado; pero le seguí, más porque ya no aguantaba el ambiente dentro de la casa, que por otra cosa. Lo único que quería era mi regalo. Total, ellos tenían la culpa por haberme criado así de mimado. A refunfuñones le seguí hasta el garaje y entonces, puta, la sorpresa. En una esquina estaba esa belleza de dos llantas, una Yamaha YZ: el sueño del cross. La miré incrédulo y, cuando por fin comprendí que era para mí, comencé a reír a carcajadas y, sin poder evitarlo, lloré. Puta, qué vergüenza, delante del viejo. Él no decía nada, solamente reía divertido. Ése fue el comienzo, las motos, ja... Pero me creía muy mucho y durante mi espectacular exhibición, la de los dos autos, pasó lo que tenía que pasar, hice el papelón y me pegué el tortazo de la vida. Yo sabía que estaba preparado para saltar un obstáculo así de grande; pero no me dio la gana de hacer las cosas bien. Creí que sólo necesitaba huevos y esos los tenía de sobra, pero me olvidé que también hace falta disciplina. Me rompí un par de costillas y fui a parar directo al hospital. En el fondo, todos se esperaban ese desenlace, era otra locura del bestia del Raúl; pero para mí fue un golpe que lo recuerdo hasta ahora. Y así como esa estupidez, muchas otras. Por eso, cuando me pongo a pensar, me da como una gana endiablada de repetir el pasado. Hijueputa, es que la vida no viene con manual. CUENTA ELECTRA

Yo sabía que el amor destruye a las mujeres; lo había visto ocurrir una y otra vez, y prometí que eso no me pasaría a mí. Y sin embargo caí y me humillé como una maldita perra callejera que, a gritos, se pone panza arriba para que la rasquen siquiera por compasión. ¿Cómo pudo pasarme esto a mí? Destruiste mi vida, Galgo de mierda, y sin embargo todavía dependo de ti. No entiendo cuándo se dio la vuelta la tortilla, porque vos, maldito hijo de puta, me buscaste a mí. Vos eras quien se desesperaba para que yo te concediera aunque fuera una sonrisa. Vos el que se humillaba hasta el fondo, che. Te hiciste pedazos por mí, lloraste, suplicaste, caíste de rodillas. Y yo que me reía, me reía con maldad, y decidí utilizarte como juguete barato. Qué divertido era hacerte sufrir, che. Tenerte a mis órdenes, sentirme libre por no sentir nada por vos. ¿En qué momento cambió? ¿Cuándo comencé a convertirme en la ruina que soy ahora? Porque luego, la que corrió, la que se arrastró, la que se humilló hasta el cansancio para conseguir que vos estuvieras conmigo, fui yo. La misma Electra. Y vos que te enervabas, que me rechazabas, que me mirabas con indiferencia, que no respondías más a mis llamadas. Y yo que lloraba sin parar, que me encerraba en mi desesperación y que me aislaba de las oportunidades que me ofrecía la vida; que rechacé todo, escupiendo al cielo, pero clamando solamente por una mirada. Una pendeja mirada tuya. Me siento como una muñeca de trapo a la que se pone en mil posiciones, como Coppelia, el ballet que tanto me gustaba. A la que le pueden torcer los miembros sin piedad, como si no tuviera corazón. Así era yo con mi Aldonza, mi muñeca roja de pollera parchada y pelos encrespados púrpuras. Hermosa muñeca a la que arrastraba por todo lado; sobre la que descargaba mi rabia sin límites cuando mamá me regañaba. Te tomaba en mis brazos cuando quería, te abandonaba en cualquier oscuro rincón cuando se presentaba algo más divertido; te traicionaba sin dolor con las flamantes y hermosas Barbies de blonda cabellera que me regalaban en las Navidades o en los cumpleaños. Tu lugar pasaba a ser el segundo, el tercero, el cuarto o, peor aun, te mandaba al fondo, fondo, fondo del baúl de los juguetes. Y luego de un tiempo, cuando me cansaba de todas, te volvía a sacar. Curioso, Galgo. Es lo que vos hacés conmigo ahora. Ya ni siquiera te reclamo por tus traiciones. Me he convertido en mi vieja Aldonza. Me tomás Me dejás Me tomás Porque, ¿sabés qué, Galgo? Cuando vos llamas, el cielo se abre y. Y ya no sé Ya no sé ni por qué ni hasta cuándo Pero se abre, Galgo de mierda. Todavía se abre el hijueputa cielo. Sólo espero que no me dejes demasiado tiempo en el fondo, fondo, fondo del baúl. HABLA SINATRA Me encerré en mi habitación en completo estado de shock. Creo que causé una conmoción familiar porque tenía a todos golpeando en mi puerta; pero yo, por primera vez en mi vida, puse el seguro y no abrí hasta que mi padre rompió la cerradura y entró a sacudirme. A pesar del dolor y del miedo, yo ni pío. Me quedé mudo durante días. Por supuesto que el primo Juan Camilo ya no durmió conmigo. Lo acomodaron en otra habitación. Sentía, a lo largo de los días, su mirada de reojo pero no se me acercaba, y yo trataba de evitarlo a toda costa. Ver el rostro del primo Juan Camilo me había obligado a ver el mío. Ahora descubría quién era yo. Fue por él que me di cuenta que yo era diferente. Podíamos ser igual de rubios los dos, pero mi rostro era una máscara mal hecha. En cambio el primo Juan Camilo era perfecto

y no sólo perfecto, era angelical. Sus ojos, dos bolas azules iguales en color a los míos, pero en su puesto, con total movilidad y picardía mientras que mi ojo izquierdo estaba completamente muerto. Su nariz, pequeñita, respingada, nada que ver con la mía larga y chueca. Y sus labios; sus labios eran lindos, de un color rosa pálido, dulces al sonreír. ¡Qué diferentes a la mueca, de mi boca cuando quiero expresar algo, hasta felicidad! Era la primera vez que me pasaba. No podía dejar de comparar su rostro con el mío. En aquel entonces lo hacía con ingenuidad. No sentía rencor, como pensaron los adultos. Es ahora que me ataca la amargura. Pero en ese momento sólo miraba a mi primo con asombro y, aunque mi padre me había enseñado que los ángeles no existían, el primo Juan Camilo me pareció una prueba de todo lo contrario. El silencio me mantuvo a salvo en mi refugio de observación. En esa época no estaban de moda los psiquiatras así que nadie me llevó a ninguno y, pasados los primeros instantes de asombro ante mi reacción, siguieron como si no hubiera pasado nada. Me abandonaron a mi aire mientras yo seguía observando todo lo que ocurría de lejos. No sé cuántos días pasaron. En el mundo de los niños el tiempo transcurre muy lentamente. Una mañana me levanté y corrí hasta el final del jardín para evitar cualquier encuentro. Me trepé a un árbol y me dediqué a observar la vida desde lo alto, asumiendo con una madurez de hombre que mi destino sería diferente. No lo había entendido; pero algo en mi interior me advertía que mi sol sería gélido. Quizás meditaba en eso, y tan obsesionado estaba que no caí en cuenta de que me observaban. Al mirar hacia abajo me encontré con su silueta rubia Me miraba sonriente, con una mezcla de provocación y de picardía. - Tengo una catapulta, ¿quieres que te preste? Aquella aparición, brusca y repentina, rompió todos mis esquemas. Comencé a desleírme por aquel objeto rudo y simple. La mentalidad de los niños es así, lo miraba con codicia. Y allí terminó el silencio. - ¿Para qué sirve? - Para cazar pájaros, para qué más, me la fabriqué yo mismo. Vamos - me dijo como si nada, y salió corriendo. Bajé del árbol y le seguí. Nos turnábamos en nuestros truncos intentos de cacería y así comenzó una amistad que duraría para siempre. Una amistad sin espejos. ESCRITOS DE RAÚL Definitivamente era un hecho que yo era el niñito más insoportable de toda la faz de la tierra, pero también creo que en mí se aplicó a la perfección la ley de ojo por ojo, diente por diente, porque así como me dieron, me quitaron. Cuando pienso en mi infancia, me parece que el niño aquel que se creía el rey del mundo era otra persona. Poco o nada tengo ahora en común con esa criatura que no se cansaba de tener más y más motos o, que si no viajaba a Miami cada verano, era capaz de romper todas las estatuas Capo de Monte que tenía mi vieja. Lo hice una vez, cuando nos habían ofrecido un viaje en tren por toda la Costa Este de los Estados Unidos. Yo tenía doce años y poco antes de finalizar el primer curso me notificaron que me había tirado el año. Sí me importó, pero me hice el duro. Igual, lo que me dolía era separarme de mis amigos. Era lo único. Los estudios en ese entonces me valían verga. Sin embargo me dejaron sin el viaje. Mi padre decidió que todos se iban menos yo. Al principio no le creí, agarré la moto y me perdí toda la tarde; pero luego, con el pasar de los días, la actitud del viejo no cambió y llegado el día, me dejaron en la casa con mis tíos.

No estoy orgulloso de lo que hice, pero mi rencor era mucho más fuerte. Minutos antes de que llegaran del aeropuerto de vuelta del bendito paseo, llegué a la casa en la moto y me cargué el cristal, luego agarré todas las estatuas de la casa y las hice añicos. Dejé la casa hecho una ruina y me largué. No volví a la casa, me quedé acampando por ahí y después, cuando el hambre y la necesidad de abrigo comenzaron a invadir mi cuerpo, me fui a pedir asilo donde unos panas mayores. Tardaron unos días en encontrarme. Primero pensaron que se trató de un acto de delincuencia y, lo peor, que a mí me habían raptado. Se negaban a creer que yo era el autor de los destrozos, pero luego, ante las insistencias del guardia y de una de las chinas, que había observado todo aterrorizada, tuvieron que admitir que tenían un vándalo por hijo. Cuando mi viejo dio conmigo me metió una cueriza que hasta ahora me queda una pequeña cicatriz de la hebilla. Pero eso a mí no me metió miedo. Lo único que me asustó fue su amenaza de mandarme a una academia militar para que aprendiera por la fuerza. Con el tiempo se dejó de mencionar el asunto y aunque todos aparentaron olvidarlo, yo no pude hacerlo y la verdad es que a veces me atormenta. En realidad, si escribo esto es para desahogarme; pero yo odio recordar esa parte de mi vida. Me da vergüenza. Lo único que consiguió el dinero con nosotros fue malcriarnos. No sé qué haría yo con mis hijos si fuera multimillonario, aunque eso está muy lejos de suceder. ¿Plata yo? Ya no creo que la vuelva a tener. Supongo que el viejo hizo lo mejor que pudo con nosotros; el problema era simplemente que yo siempre he sido demasiado anárquico. Nunca le tuve miedo a nada; para mí la vida era sin dios ni ley. Nací con todo a mi favor: dinero, pinta, personalidad, fuerza, en fin... pero a la vuelta de la esquina las cosas cambian y quizá no haya nada más humillante en la vida que no estar preparado para esos cambios. Cuando mi padre se arruinó, lo que a mí me salvó fue mi fuerza de carácter pero, en el fondo, durante muchos años, estuve lleno de rencor y de amargura. Miraba con envidia a los que sí tenían y por supuesto llevaban un ritmo de vida de total prepotencia, sin darse cuenta de la suerte que poseían. Cambié de vida, me junté con militantes de izquierda, "militantes" entre comillas, muchos de ellos se han vendido de la peor manera. Pero ése es otro cuento. Con lo excesivo que soy, me metí a fondo en la pelea. A la cárcel fui a parar un par de veces. Por supuesto que me descargaba contra todos los oligarcas. Todos eran una mierda. En el intento por cambiar el mundo, le jodí a un pana. Eso es lo más duro, y de esa experiencia salió el viaje a París. No podía quedarme en Quito. Y la razón era una cagada bien simple. Teníamos un "operativo de entrenamiento" para una guerrilla supuesta, que total no se produjo nunca. Yo debía verme a las doce de la noche con el compa en la estación del tren de Chimbacalle. Tenía que darle una contraseña y regresar a mi caleta. Eso era todo. Sólo se trataba de comprobar la disciplina, la puntualidad y esas cosas. Y yo llegué tarde. Otra vez. Tres horas tarde. Como para la muerte de mi padre. La que llegó a tiempo fue la policía, que se cargó contra el man. Solamente por las sospechas de ver a un tipo parado hasta las dos de la mañana frente a una estación de tren vacía. Cuando se le acercaron, para pedirle papeles, el pana se puso nervioso, sacó la miserable chispa .22 que cargaba, y los chapas abrieron fuego con toda la artillería. Lo hirieron. Felizmente nada irreversible. Y se lo llevaron a la cana. El juez le dio cuatro años. Y yo me fui. Como un miserable hijo de puta, yo me fui. El era inocente y se jodió. Yo era culpable y me libré. Barrabás.

CUENTA ELECTRA ¿Te acordás de cuando eras chiquito, Galgo? ¿Te acordás de cuando llorabas en silencio porque te habían mandado de interno y tenías miedo? Eras tan indefenso; pero con el orgullo endemoniado. Mirabas a tu madre y a tu viejo con tus pupilas negras de fuego, pero sin permitirte ni una palabra. Galgo pequeñito e indefenso, Galgo al que quiero abrazar. Porque eso está dentro de ti, hondo, fuerte. Vos me lo contaste ese día, luego de que hicimos el amor por primera vez. Fue lindo, Galgo. Ese día yo te di mi virginidad, con todo y miedo y angustia, y vos, a cambio, me regalaste un puñado de fragilidad. Una visión del Galgo de dentro. Te imagino como una criaturita, hermoso; tu mismo rostro, pero asustado. Y yo que pienso que a los niños no se les debe espantar. Se les debe nutrir con cariño, pero a vos te curtieron demasiado, mi amor. A la fuerza te hicieron recio, duro. Y por eso ahora eres como eres; obsesionado en demostrar que nada te hiere, que eres de hierro, súper hombre, invencible a toda prueba. Supongo entonces, Galgo, que no es tu culpa, quizás no es que me quieras herir, sino que simplemente no conoces otra manera de ser. Y sin embargo tus momentos de ternura son tan hermosos que me aguanto mil maltratos gustosa. No sólo eso, soy capaz de cambiar diez años de mi vida por un gesto de ternura. De pronto, cuando te me quedas mirando, los dos desnudos, y vos con tu mano recorres mi torso escuálido y torneas mi cintura al compás de las gotas de lluvia de las tardes octubrinas de Quito. Yo lo veo, capto que vos te me quedás mirando, percibo el destello de amor que brilla en tus pupilas y ¿sabés lo que quisiera hacer? Quisiera ser capaz de poder guardar ese instante en una botellita para que perdure siempre. Siempre, siempre. Pero, claro, eso es mucho pedir, eso es imposible para mí. Yo debí haberte hecho mucho daño en otra vida porque ahora te estás desquitando. Tu amor, yo lo recibo a cuentagotas, cuando vos buenamente me lo querés dar, cuando en esos pequeñitos instantes mágicos, te quitás la coraza y me mostrás esa faceta, esa dulzura, esa fragilidad que tanto amo. ¿Cómo hiciste, Galgo, para encender toda esa fogata de amor que tengo dentro? Yo era la famosa, la Gran Electra y ahora, ¿qué soy? ¿Sabés que soy, Galgo? Una pulguita que te ronda. ¿Sabés qué quisiera, Galgo? Quisiera que recordaras un poquito esos sentimientos de cuando eras chiquito, de cuando tenías miedo. ¿Por qué esa obsesión de hacerte el duro? O es que la vida simplemente te trató tan mal que ya no tienes sentimientos, te los curtieron. No entiendo. O quizás la culpable soy yo, porque caí tan bajo que me siento una inmunda basura. Soy peor que un trapo sucio que ya no se quiere, no se respeta, que se queda a un lado a merced de los pisotones. ¿Qué hacer con mis sentimientos? Ni siquiera sé escribir, y sólo puedo repetir un lugar común. Te amo y te odio. Y si te odio es porque en el fondo vos acabaste conmigo, con mis capacidades, con lo que yo podía ser. Pero no, no quiero pensar así, quiero volver a recrear el azul que teníamos cuando pensábamos que éramos la pareja más feliz que existía sobre la faz de la tierra. Galgo, volvamos a esos días hermosos. Galgo, chiquito, regresa a mí, yo voy a borrar todo el daño que te hicieron, yo me voy a dedicar a quererte, vas a ver. Galgo... Chiquito HABLA SINATRA

La niñez es un recuerdo doloroso. Mi mente ha tratado de borrarla, no con mucho éxito pues a veces me asaltan las pesadillas, pero yo, a pesar de todo, no soy pesimista. Tal vez lo mío se deba a una ley kármica, como dice la Milena, ella que últimamente anda dedicada a todas esas andanzas esotéricas. Ya hasta parece bruja con sus faldas hasta los tobillos y su larguísimo pelo color uva, agarrado siempre en una cola que le cae como un chorro de agua. Como tú eres la que me ordenas bucear en los lugares más recónditos de mi vida, digamos que trato de reírme de mí mismo. - Al fin y al cabo es sólo fachada - me dices tú. Y, sí, pienso que al fin y al cabo no es tan grave. Sin embargo, con toda la imparcialidad del caso lo que sí admito es que los años que siguieron a la visita del primo Juan Camilo fueron crueles. Para que les sea más claro, si vieron la película "El Hombre Elefante" o "Máscara", entenderán lo que les digo. Ahora comprendo por qué mi familia nunca tuvo empleadas domésticas. En parte porque nunca teníamos plata; pero ahora, visto en perspectiva, sé que a mí trataron de aislarme. No fui al colegio sino hasta que ya no les quedó a mis viejos más remedio. Trataron de protegerme. Cuando el primo Juan Camilo se marchó, yo volví a mi soledad; pero era tan confiado e ingenuo que estaba seguro de que, así como había conseguido la amistad del primo Juan Camilo, lo mismo me iba a pasar en el colegio. Pero no fue como lo soñé. Si los adultos no entienden ciertas cosas, menos aun los niños, que me huían aterrados o se burlaban a pierna suelta. Terminaba buscando el amparo de la profesora para que les explicara que el Armandito no era malo; que sólo era feo el pobrecito. Me ponía una coraza y trataba de llevarla con humor. Me ponía mosca para ser el primero en burlarme de mí mismo. Si yo me atacaba primero, dolía menos. No recibía el golpe con tanta fuerza. Si lo hacía yo, ya lo hacía con un cierto tino. Era como lanzarse al agua, es muy diferente si uno lo hace con decisión a que si eres empujado de golpe y porrazo. Mejor no hablar de la niñez. Yo tengo como un lapsus mental de las partes duras de esa etapa de mi vida; he logrado que se me borre el cassette de gran parte de la infancia. Tenía un método que todavía lo uso, se llama el Método de las Escaleras. Consiste en colocar tres escaleras muy altas, una sobre la otra y así sucesivamente ya que además son estirables en caso de necesidad. Lo que hago es treparme hasta llegar tan alto donde ningún ser humano puede tocarme, y entonces me volteo y miro la vida desde otra perspectiva. Cuando uno está arriba, las cosas ya no se perfilan tan dramáticas como cuando uno está en medio de la crisis. Dicen que es muy sabio siempre tomar distancia y de alguna manera lo he logrado. Tú siempre me has preguntado cómo resistía tanta burla, tanta amargura. Pues te confieso que uno resiste todo, aunque no lo creas, Milena. Parece insostenible; pero cuando te toca vivir, simplemente lo vives. Como dice Willy Colón: "Tom, tom, tómbola, la vida es una tómbola" Y ajá. Segunda parte RECUERDA, MILENA

Verano del ochenta y dos... Verano del ochenta y tres... Verano del ochenta y cuatro... Verano del ochenta y cinco... Verano del ochenta y seis... Verano del ochenta y siete, ochenta y ocho, ochenta y nueve... Veranos Quito Año tras año. A Milena, en su juventud, le encanta el descomplique quiteño. La casa abierta a lo Zolá. Odia las agendas, las citas hechas con tres meses de anticipación con sus amigas europeas y a las que deliberadamente falta para sentar un precedente. Hacerlas ir para que la esperen, para que desordenen un poco la vida. Porque le hace falta poder llegar de improviso, armar el relajo, no estar regida por horarios ni horas, ni fechas, ni nada. En el futuro, ella cambiará mucho. Se volverá prusiana al máximo, obligando a que todos la llamen y le hagan citas, que sean puntuales. Y perderá el control cuando existan atrasos. Tendrá muchos problemas acoplándose en la ciudad de la impuntualidad. Pobres Electra, Raúl y Sinatra. Qué iban a entender ellos de esas manías. Latinoamericana en Europa; europea cuando estaba de vuelta, el problema de Milena fue que luego de tantos años vividos fuera del país ya no supo finalmente de dónde era. Perdió sus raíces latinas sin volverse europea. Como uno más de los muchos que se van, ella también se desconectó y la desubicación, ahora, la persigue como una sombra. A Milena, desde niña, la hicieron fuerte, dura, independiente. Su padre la abandonó de pequeña. Casi no lo recuerda. O no quiere recordarlo. Era un extranjero de algún país vecino, ya no importa de cual. Él se fue sin pena ni gloria y no dejó en ella raíces paternas. Al padre no amerita recordarlo, ¿verdad, Milena? Una no extraña lo que no conoce, de manera que para Milena el concepto mismo de padre es algo de lo que ni siquiera puede hablar, pues no sabe lo que es. Lo que sí sabe es que no se debe esperar nada de nadie. Que todo lo logra una a punto de trabajo, de disciplina, de estudio. Y que no hay mejor orgullo que lo que se consigue con el propio esfuerzo. La madre de Milena, en cambio, es de gran apellido. El abolengo viene de antiguo. Por allí tienen unos retratos al óleo y un diseño con forma de árbol. La mamá ha hecho todos los esfuerzos para que Milena recuerde todos los nombres, y Milena ha hecho todos los esfuerzos por olvidarlos todos. Ninguna de las dos ha tenido éxito. La madre de Milena es una mujer fuerte que crió a su hija única con decisión y la hizo autosuficiente, libre y con aspiraciones. No la dejó en paz hasta que tuviera una carrera concluida. Milena aprendió a ser práctica desde niña. Las dos piensan que eso es bueno. Es de las pocas cosas en que están de completo acuerdo. Su madre luchó duro para que ella estudiara en el exterior, para que se formara, y Milena lo aceptó como algo normal, lógico. No en gringolandia, en Europa, que es un continente con historia, decía la madre. Con sabor, pensaba Milena. Una vez logrado este objetivo, la madre la dejó vivir en paz. No aprobó su matrimonio con Rodrigo, pero finalmente optó por no meterse, porque sólo viviendo aprende una las lecciones de la vida, ¿verdad, mamá? Para Milena, sin embargo, la poesía le provenía de esta ciudad pequeñita en medio de los Andes, de este ombligo del mundo al que ella volvía los veranos y de la sensación que sentía cuando el avión estaba próximo a aterrizar en su ciudad. Cuantas veces no miró por la ventana mientras el avión descendía a ritmo de vals. Esta ciudad en medio de las montañas. Con este paisaje de pesebre navideño. Con esta luminosidad que cerraba su garganta al volver a su tierra. Qué importaba que solamente fueran dos meses. A los diecisiete, a los dieciocho, a los diecinueve, a los veinte, la vida transcurre de otra manera. El ochenta y tres El ochenta y cuatro El ochenta y cinco

ESCRITOS DE RAÚL Lo último que se me ocurrió fue que mi viejo estaba pasando por problemas económicos. Nosotros seguíamos viviendo nuestra vida de millonarios como si nada. Creo que yo tenía más de tres motos. Ya ni me acuerdo de la cantidad. Mi hermano tenía por ahí otro tanto y mi vieja tenía tan llenos sus armarios con pieles y galas que finalmente convirtió dos dormitorios enteros en roperos. No nos faltaba nada: ni el último juguete, ni el último de lo último. Todo resplandecía, todo brillaba. Cuando se es niño y se está podrido en plata, uno puede tener cualquier capricho. No digo que esto sea bueno o malo. Es. En el enorme caserón había espacio para todo. Mi viejo, supongo que ya sin saber qué comprar con tanta guita, coleccionaba autos y mi vieja, a su vez, coleccionaba joyas. Es divertido mencionarlo. Por supuesto que las recepciones en palacio eran de escándalo. Teníamos y había que mostrar que teníamos. Corría el año setenta y ocho. En esa época yo me llevaba con el Juan Camilo y el Sinatra. Nos conocimos una tarde haciendo monopatín en el parque de La Carolina y luego, como el viejo del Juan Camilo estaba metido en lo de las motos, nos encontrábamos en todas las carreras. El Juan Camilo vivía, con su vieja y sus hermanos, en un mini departamento por la América, creo que era del tamaño de mi sala. Era bien noble, nunca le noté envidioso por lo que yo tenía. El man una vez me contó que su vieja era alcohólica y todos sabíamos que, aunque el viejo era del putas y nos acompañaba a todos los enduros y carreras, también se daba el caso de que nos dejara plantados simplemente porque se había farreado la noche anterior, y creo que lo mismo sucedía con sus colaboraciones económicas hacia la casa de su ex esposa. A veces tenía A veces no. Por eso a los manes les encantaba venir a mi casa y nos íbamos a desahogar en las motos. El Sinatra, no sé, supongo que no me envidiaba, pero se pasaba haciendo alarde del fortunón que había tenido mientras vivía su viejo y que en Cali eran por poco y la familia más millonaria. Nunca le creí. Peor viendo como el Sinatra vivía con su vieja en una casa más chica que el apartamento del Juan Camilo, toda descascarada, por ahí por San Carlos. El pobre, quería competir de alguna manera y la mitomanía le ayudaba. Se leía todas las revistas para estar informado de lo último en todo: ropa, autos, equipos de sonido, en fin, dárselas de muy, muy. Pero para los adultos la vida siempre es diferente a como la vemos los niños y hasta los adolescentes. Ahora se les ha dado por decir que los niños perciben todo, que hay que tener mucho cuidado con lo que se dice o se hace; pero yo no pienso así. Los niños no se dan cuenta de nada si uno no quiere. Mi caso, por ejemplo. Yo ya tenía casi quince años y ni por aquí que el viejo tenía tantos problemas. Tanto despilfarro terminó destruyéndolo y pienso que es por eso que ahora el dinero me produce asco. Curiosamente, mientras yo juraba que la vida me sonreía, la muerte merodeaba dentro de nuestra casa. Era un sábado No sé, no me acuerdo qué sucedió ese día para que yo no me fuera de enduro. Más bien me quedé durmiendo hasta tarde. El viejo había salido temprano y yo me encontraba al otro lado de la casa cuando él llegó. No le vi entrar. Sólo escuché su auto, pero yo preferí seguir en lo mío, y lo mío era lavar las motos. Me habré demorado una hora más, no sé. Estaba embebido pensando estrategias para la próxima carrera, seguro de que esta vez sí ganaría. A lo lejos miré cómo se encaminaba la Verito, mi hermana menor, hacia la casa. Entró por la cocina, ella también había pasado entretenida toda la mañana en su casa en el árbol y seguro entraba para el almuerzo.

A mí me encantaba la Verito; era igualita a mí, sólo que en mujer. Completamente marimacho. Odiaba los vestidos que le ponía mi vieja: llenos de arandelas, crinolinas, enaguas y niditos de abeja. Los destrozaba para que no se los volvieran a poner, pero mi vieja era terca y, cada vez que destrozaba uno, ella volvía con cinco más. Juntas convivían en una lucha titánica. La Verito tenía entonces seis años. Me enterneció verla entrar sola a buscar su comida. Mi vieja, me acuerdo de eso clarito, había salido toda emperifollada a un almuerzo de señoronas chismosas y me imaginé a mi Verito almorzando en el enorme comedor de la cocina, sola entre las chinas. Yo no era de los que se enternecían fácil, más bien era el típico hecho el duro; pero, como nadie me veía, dejé brotar mis sentimientos y decidí ir a acompañarla. Con calma cerré la manguera y estaba por llegar a la puerta cuando la Verito me pasó enfrente y me esquivó corriendo como un caballo desbocado. No se detuvo a pesar de que yo la llamé asombrado. Sólo gritaba como una loca. Pensé que se había bronqueado con las chinas, así que desde mi metro ochenta y seis entré y las miré con ojos rabiosos, pero ellas se alzaron de hombros y una que otra bajó los ojos asustada, jurándome que no sabían qué pasaba. Salí entonces otra vez a carrera y alcancé a la Verito antes que llegara al árbol. Que el papi estaba morado y no respondía; su voz entrecortada, los ojos enloquecidos del susto, el aliento rápido, nervioso. Me pareció tan absurdo que simplemente no le creí y, para calmarla, le pedí que viniera conmigo al cuarto del viejo. Para que comprobara que nada de eso era cierto. La cargué y corrí, haciéndola saltar para sacar de ella una sonrisa, pero no escuchaba ni pío. La pobre tenía el pánico atorado en la garganta. Las chinas nos siguieron sin poder aguantar su deseo inconmensurable de vivir un buen chisme que cortara en algo la monotonía. Fue al entrar que se me congeló el cuerpo. - ¡Jesucito, está muerto! - gritó una de las chinas. Eso me hizo reaccionar. En la casa, a más de las empleadas sólo estábamos la Verito y yo. - ¡No está muerto, no sea pendeja y llámele al doctor! Todas gritaban, la Verito ya no decía nada. Cayó en un mutismo total y lo único que trataba era de deshacerse de mí para correr a su árbol. Me di cuenta entonces del horror que estaba presenciando y, desesperado, abandoné al viejo y corrí, llevando a la Verito en mis brazos hasta el árbol. Dejé que la Juana, nuestra empleada de años, se encargara de localizar al doctor, a mi vieja, a mi hermano, en fin, a todos. Yo solamente abrazaba a la Verito y la mecía en un desesperado intento por tranquilizarla, presenciando todo lo demás como quien mira una película. Y así fue hasta que definitivamente, por la llegada del ataúd, comprendí que era verdad; que el viejo se había ido. Con el pasar de los días se apoderó de mí una culpabilidad que no me ha abandonado hasta ahora. Quizá el viejo aún no estaba muerto cuando lo vi, y tal vez yo hubiera podido agarrar una moto y traer un doctor más rápido; pero en ese momento lo único que entraba en mi mente era lo que pasaba en el interior de la Verito. Es horrible pensar que probablemente el viejo también me necesitó pero yo no me pude multiplicar y le tocó morirse solito. ¡No tenía que morirse solito! ¿Para qué chucha le sirvieron los millones entonces? Aunque, claro, soy un bruto, porque para entonces ya no le quedaba un puto sucre. CUENTA ELECTRA

¡Qué equivocada estaba con mis buenos sentimientos! Pero es que soy tan ingenua, tan estúpida, tan crédula. Tú, miserable, eres el ser más bajo de la tierra. No mereces a nadie. Eres el peor de los Atilas y yo tan tonta, la típica boluda mujer enamorada. Pero si yo valgo. Raúl no se cansaba de repetírmelo. Él siempre vio algo en mí que yo nunca pude creer del todo. Ya sin ti, nada tiene sentido, Raúl. Qué puedo decir, sino que los años pasan y la historia sigue igual. Nada ha cambiado desde la primera vez en que yo estaba feliz de quererte, entregada por completo mientras vos estabas loco de entusiasmo, saltando en la cama con otra. Pero por supuesto que siempre pienso que esta vez va a ser diferente, no sé, porque la muerte de Raúl nos había hecho reflexionar mucho a todos. Porque los años nos pasan. Porque quizás era lo lógico entrar a sentar cabeza. A nuestra edad muchos tienen ya sus hijos en el colegio y no siguen pensando en travesuras de adolescentes. Tan tonta yo, creyendo que podía alegrarte con mi presencia. Se cumplían dos semanas de la muerte de Raúl. Yo estaba tan confundida, y con un vacío en el cuerpo que ya no soportaba. Habíamos hablado con Milena por teléfono y ella, ingenuamente, me había preguntado por tu gripe, y yo sin entender, al principio, sentí que mi estómago ardía porque vos ni siquiera habías llamado. Claro, yo pensando que seguías en Galápagos con los turistas y de pronto esa frase de Milena y el susto que se pegó cuando se dio cuenta de que la había embarrado a lo largo y a lo ancho porque yo no sabía nada. Me da hasta risa, che, pensar como quisiste arreglarlo, Mile, y lo peor fue que me convenciste con el cuento. Ella pensó, o al menos eso dijo, que a lo mejor llegaste tan enfermo que te fuiste directo a la cama; que de seguro estabas con fiebre y que por eso no me llamabas; que ella se había enterado de tu enfermedad porque Sinatra de chiripa había llamado a la casa a preguntar cuándo llegabas de Galápagos, y la Carmela le había respondido que habías llegado ya, pero que estabas enfermo. Y yo, entonces, por supuesto que volví a caer y, preocupada por vos, hijueputa, decidí volar a verte porque de seguro que me necesitabas. ¡La cara de la vieja Carmela cuando me vio en la puerta! Lívida se puso y no quería dejarme entrar. Y yo, que tengo la cabeza dura y hasta ahora no aprendo, pensando que era debido a que te encontrabas mal, mal; que algún bicho raro te había picado, en fin, qué sé yo. Y dale a insistirle y a recordarle que se trataba de mí y que no me importaba contagiarme, sintiendo, al contrario, que me merecía contagiarme pues ese era el pago por haber pensado mal de vos, cabrón de mierda, al no recibir una llamada y prometiéndome a mí misma que me callaría todos los reclamos que había pensado hacerte. - Pero, Carmela, no se preocupe, yo sé que usted nunca me quiso del todo pero al fin y al cabo el Galgo y yo tarde o temprano terminaremos casados, así que déjeme pasar que quiero sorprenderlo. Pero ella trataba de ganarme los pasos y, con una rapidez que ya no era propia de sus años, se adelantaba por los escalones. - Es que está dormido, señorita Electra, haga el favor de esperar en la sala y yo le aviso me clamaba más que pedía la Carmela. Y yo que la miraba decidida: que no, que quien iba a despertarlo era yo, pero a besos porque si el pobre estaba tan enfermo necesitaba muchos besitos, pero que igual se estuviera tranquila porque no es que le iba a caer a besos, eso vendría después, lo que quería era entrar calladita para no asustarlo, y que ella bajara nomás con tranquilidad a seguir con sus quehaceres, pues ya la llamaría yo si la necesitábamos y yo, feliz la muy estúpida, me encaminé por el corredor agradeciendo con toda mi alma que tus padres estuviesen trabajando para que no se metieran y me permitieran cuidarte a mí solita, con todo mi amor que era lo que te iba a curar.

Vi que la Carmela, ya sin poder evitar nada, simplemente se tapó la boca y cerró los ojos. La bestia de la Electra pensó que era de pura moralidad a pesar de que ya éramos unos vejestorios; pero ella, desde que éramos peladitos, se consumía cuando nos encerrábamos en el cuarto del Galgo y no dejaba de recriminarme y de aconsejarme que una muchachita decente no hace eso. Pobre vieja. Tan recatada y tan machista. Adoraba a su niño Robertito y siempre le alcahueteaba todas sus diabluras. Pero no estaba para pensar en la Carmela. No, Electra estaba para consentir a su novio, así que rápidamente me acerqué a la puerta, de puntillas para no despertarte, y con mucho cuidado me acerqué a la cerradura. No te reclamaría que no me hayas avisado que ya habías vuelto a Quito. No sería la típica mujer cansona y llorosa. Simplemente me sentaría en silencio y acariciaría tu frente afiebrada y, cuando despertaras del sopor del sueño, te besaría con mucha suavidad. Me necesitabas y no te defraudaría. Lentamente abrí el cerrojo y con la apertura de la puerta se me trizaron las ilusiones. Dios, ella se contorsionaba, se levantaba, gemía, pedía más, abría las piernas descaradamente mientras te lengüeteaba entero y tú, por supuesto que no estabas dormido, sonreías dichoso mientras ella, desnuda, te cabalgaba. ¡Maldita puta gringa! ¡Maldito, vos, cerdo asqueroso! Que respirabas cada vez con más pasión mientras el sudor te cubría la frente. Y la Carmela junto a mí y su alarido contenido en su mueca horrorosa. Y yo mirando, mirando. ¡Mirando! Y vos y esa puerca desconocida, pálida como todas las gringas, pero puta como todas ellas, deleitándose en tu cuerpo, comiéndote, devorándote. Y yo con el corazón ya al otro lado, furibundo, desbocado, galopante, herido, sangrante. Galgo maldito, cómo disfrutabas, gozabas tu lujuria, dejabas que te galopen, que te laman, que te chupen, que te soben entero, maldito, maldito, malparido Y yo, maldita yo, tonta yo, estúpida yo Me dolía mi clítoris. Me dolía mi vagina. Me dolía todo mi ser de mujer. HABLA SINATRA Odio tener que hablar de mi relación contigo sabiendo que lo vas a leer, pero ya que toca ser sinceros, digamos que cuando te conocí, sentí que tenía que hacerme tu amigo. De todo el grupo de mi prima Rocío, tú eras la más tímida, Milena, y sin embargo me parecías la más interesante. Las otras eran las típicas chismosas aburridas. Tú no, a pesar de que hacías unos esfuerzos sobrehumanos por parecerte a ellas. Me contabas luego que era porque necesitabas encajar, que tu timidez te hacía perderte lo mejor de la juventud, así que digamos que entiendo. También entiendo la forma que tenías de desquitarte conmigo. Con el resto simplemente no te atrevías, así que aprovechabas de la confianza y me tratabas como te daba la gana. Sé que eso te daba seguridad. No he olvidado nada, aunque nunca lo menciono. Claro, ahora estarás contando las cosas a tu manera. Bueno, a pesar de la amistad, a pesar del cariño, a pesar de todo, me heriste muy profundamente y tú lo sabes, aunque sé que nunca nos vamos a pelear porque simplemente no podemos. Sinceramente creo que estamos atados de por vida, pero a veces me gustaría que reconocieras mi absoluta bondad, porque, a pesar de que todos me decían que era un tonto, lo único cierto era que los dos nos necesitábamos. No voy a negar que a mí me encantaba andar contigo. Cuando tú, como siempre, por buscar apoyo, para esconder tu timidez, para no llegar sola a las fiestas, recurrías a mí, yo acepto me jactaba. Inclusive, aunque tú nunca lo supiste, impedí que muchos amigos que a ti te gustaban se te

acercaran, y luego me hacía el loco y te hacía tener falsas esperanzas, contándote cosas que no habían sucedido ni sucederían jamás. A todos les di a entender que en uno u otro momento salí contigo y, si no me lo creyeron, por lo menos les quedó la duda. Ahora, quizás cuando lo leas, te rías y ya no te importe. Al fin y al cabo hemos madurado, pero hace diez años me habrías matado. Tú que creíste que siempre me usaste y ahora resulta que a mi manera yo también te utilicé. No creo que hice algo tan espantoso. Todos hablan de más y de ti hablaron algunos, sólo por citar un ejemplo: Serge. Tú misma me contaste molesta un día, que luego de tu divorcio se dedicó a contar a todo el mundo que salía contigo para camuflar su homosexualidad. Ustedes andaban juntos a todo lado y, como a ti no te interesaba ninguna relación en ese momento, él se sentía completamente seguro. Sí, acepto también lo otro: el sufrimiento, la desesperación cuando por alguna razón te enojabas y dejabas pasar muchos días antes de hablarme. Yo creía volverme loco, sentía que no podía dejar pasar más días y desesperado iba a verte, con mi natural simpatía, la típica de que uno no es guapo pero es buena gente. La ventaja era que tu vieja me confiaba cien por ciento y yo logré que los permisos te los dieran siempre y cuando fuera para salir conmigo. Los mejores momentos eran cuando tú estabas deprimida y yo corría a levantarte los ánimos. Salíamos en el Torcimóvil como todos apodaban mi viejo Torino años setenta y te dejaba desahogarte. Porque si en algo me especialicé fue en calmarte y darte ánimos. Los peores momentos, en cambio, eran cuando te resultaba un novio y querías botarme por la borda. Hubo instantes cuando verdaderamente llegué a perder la calma; me asusté de que nuestra amistad se pudiera destrozar y te decía, te gritaba, te recordaba que gracias a mí eras quien eras y tú te me reías en la cara. Estabas completamente segura de mi amistad y, para qué voy a negarlo, me tenías pisado el poncho. Recuerdo cuando me contaste casi llorando que te mandaban a estudiar a Suiza y que tu madre contaba con tenerte diez años en el extranjero. Yo me quise morir. Sentí que se me acababa el mundo, y sin embargo logré encontrar la forma de tragarme mi sufrimiento y hacerte pasar de lo mejor los últimos meses. De verdad que, aparte de todo lo malo que tú pudiste haberme hecho, cuando me liberé de este maldito enamoramiento que todos conocían pero que yo no quería aceptar, me quedó un gran cariño por ti. No voy a negar que me has decepcionado muchísimo, que siempre te imaginé perfecta, invulnerable, capaz de mantener tu vida siempre bajo control y que el verte cometer estupidez tras estupidez a lo largo de todos estos años, hizo que muchas veces me hartara y no quisiera saber más de ti. De alguna manera yo siempre te consideré una mujer especial y te creía cuando a los dieciséis años me decías que tú querías estudiar hasta el doctorado en la universidad y que jamás, pero jamás llegarías a arruinarte por un hombre. Yo te escuchaba alucinado y sentía que tú eras alguien superior; pero resultó que a la vuelta de la esquina botaste todo y te arruinaste por un hombre y peor aun, por Rodrigo, que al fin y al cabo, no era la gran cosa. Sí, es mi pana, pero nunca entendí por qué te fuiste a enamorar tanto de él. Sinceramente creo que caíste bajo. Pero hemos compartido demasiado como para separarnos, aunque en el fondo creo que si tú te lo hubieras propuesto, habrías podido llegar mucho más lejos. Lástima, como decía Raúl, la vida no viene con manual y a ti la realidad te sorprendió duro. Tanto que te criaron en cuna de cristal para que ésta a la final se rompa y termines viviendo como el resto de seres humanos: tropezando y tropezando.

Yo sé que para nadie es fácil, Milena, pero dentro de mis fantasías siempre estuvo que tú ibas a ser mi heroína, por eso la decepción. Quizás me faltó entender que tú también eras humana. Que, a pesar de todo, eras humana. MILENA MIRA Dos semanas han pasado de la muerte de Raúl. Ya he comenzado a escribir sobre él... Sobre él, sobre mí, sobre todos. He comenzado a leer sus escritos, uno por uno, con calma. Me sobrecoge entrar así, impúdicamente, en su intimidad: con descaro. Conocer sus inseguridades, sus miedos, sus sueños, sin que sea él quien me los cuente. Pienso en nuestras vidas. Pero, en el fondo, ¿qué es una vida? Nadie elige ni el tiempo ni el lugar para ella. Cada uno recibe lo que le toca. Yo me aferré a ellos porque fueron mi país, mis raíces. No porque los escogiera, sino porque simplemente me tocó. Me tocaron. Era la gente con la que me veía cuando tenía vacaciones. Y cuando una está lejos, al menos ése fue mi caso, tiene la tendencia a idealizar la tierra de una. Total, allá -en Europa- estaba lo obligado, eran las tenaces amanecidas estudiando para aprobar los exámenes, la competencia que desconoce toda amistad verdadera. Allá se medía mi decisión de ser alguien en la vida. Allá combatía la soledad. Pero no sé por qué razón, mi país era mi sueño. Yo ansiaba volver. Así como esta obsesión que tengo por la mitología, no concebía un destino final para mí que no fuera en mi Ecuador, así: pequeñito y perdido en el mapa. Quizás por eso cuento esta historia. Porque mis dos meses de verano eran primordiales para vivir los diez restantes. Con lo que no contaba era con lo que ocurre cuando una regresa de veras y ya no se es ni de aquí ni de allá. Quizá eso ya estaba inscrito en mí desde el principio, pues sólo así puedo explicar por qué. ¿Por qué una joven con ideales, con sueños, con ansias de superación, y quizá con un poco de inteligencia y una pizca de belleza escogió a este grupo de marginales como amigos? Algunos totalmente autodestructivos como Electra o Raúl. Otros casi gangsters como el Galgo. No estoy segura; pero quizá se debió a que, para mí, ellos eran lo único que tenía un sello de permanencia. Todo lo restante tenía plazos o lugares para iniciarse y para concluir. Un sello al entrar a un país y otro cuando salía. Una fecha para el comienzo de un curso y otra fecha para el examen final. En Quito no. Al final -y era de las poquísimas cosas de las que estaba segura- yo tendría que volver. Como un llamado o un destino ineluctable, pero tendría que volver. Alguna vez. Quizá dentro de muchos años, o décadas, pero alguna vez. Y esa vez sería para siempre. Es posible que ése fuera el atractivo del grupo y el magnetismo que me impedía escapar de su círculo: ellos eran de verdad.. Ciertos. Tangibles. Inmutables Y no sólo uno por uno, sino también como conjunto. Sin broncas, o con peleas que se solucionaban rápidamente, porque nadie quería romper el vínculo que nos mantenía pegados unos con otros, o unos contra otros, dependiendo unos de otros y en el fondo, quizás, odiándonos o despreciándonos los unos a los otros. Como un círculo maléfico. Como el portón del infierno específico que nos estuvo destinado. Dante nos hubiera comprendido. Tal vez incluso nos habría perdonado. O Simone de Beauvoir. Ella sí; Sartre no. El sólo era juez. Del resto O de sí mismo, porque lo único que me hace perdonarlo es que Sartre siempre se miró desde fuera, como otro, como parte de Los Otros. En silencio. A puerta cerrada.

Tal vez intensidad sea la palabra que mejor los define y enmarca. Sólo que ninguno de nosotros la llamaría así, sino que se apelaría a ese barbarismo que igual quiere decir muy bueno que muy malo; muy apremiante que muy relajante Tenaz. Eran tenaces. Cada uno de ellos, a su manera, llevaba la pasión en la sangre y en lo que se metieran, lo que fuese, lo harían a fondo. El mismo Castor, a pesar de tanto embale, quería sacar adelante cualquier manifestación artística que valiera la pena. Soñaba con ser un manager de calibre internacional. Lo daba por hecho. Contaba los detalles. A la hora de soñar no nos medíamos. Todo sería posible, a condición de desearlo de verdad. Quizás ya no era la época de la revolución, una palabra que había caído en desuso y descrédito; pero algo quedaba en nosotros que hacía que nos buscáramos para andar en manada como las comunidades hippies. Puede haber sido la inseguridad de enfrentar la edad adulta. Ahora noto que los jóvenes de estos tiempos, diez años después de la historia de estas páginas, son mucho más individualistas. Quizá lo dije bien. Es la "historia de estas páginas" y no "las páginas de la historia", porque nunca nos unió una causa ni una maldición común o una persecución a todos No nos elegimos, aunque teníamos ritos iniciáticos y estrictas pruebas de admisión. Sólo ocurrió que nos encontramos. Y que nos miramos. Y que nos reconocimos como parte de algo que no nos correspondía definir. ¿Contar una historia sobre nosotros? Miro como Electra y Sinatra trabajan desconcertados en estos escritos que les he pedido. Todavía desconozco lo que cuentan, pero veo que no lo entienden del todo y que me miran con el signo de interrogación dibujado en sus rostros. Y es que todos estábamos convencidos que era el de al lado quien llevaba la brújula. Lo que no sabíamos es que la de ninguno funcionaba, de modo que norte, norte, nunca tuvimos, más allá de la obsesión de no envejecer, porque pensábamos que con los años se perdían los sueños. De algo servirá contar essta historia Aunque sólo sea para encontrarnos. Ya es hora de que lo logremos. Los que sobrevivimos CUENTA ELECTRA Sí, me metí como una loca. Hijueputa Galgo. Destrocé el cuarto, levanté la cobija que cubría las nalgas pestilentes de la walkiria. Encontré unas tijeras y logré cortarle algunos mechones aunque lo que quería era sacarle los ojos. El Galgo alcanzó a ponerse unos calzoncillos y me agarró. - ¡Loca, loca! ¡Qué te pasa! ¡Espera! - Chaise, chaise, Is she crazy!? - gritaba la otra. - ¡La loca es ella. Yo lo que soy es una pobre cojuda! - gritaba yo mirando a todos con ojos asesinos. Para mi tranquilidad, la europea, porque a la final ni gringa era, agarró sus cuatro trapos apestosos que les sirve a todas éstas para catalogarse de "verdes" y se largó a carrera, lanzando unos gritos incomprensibles, supongo que insultándome por haberla impedido relajarse tan cómodamente en el cuerpo de mi Galgo. Una vez que esta cretina se largó, yo me puse a romper todo lo que encontraba a mi alrededor, hasta que el Galgo me agarró y me comenzó a sacudir para que me calmara. La Carmela, de chismosa, miraba todo aterrada, pero ni por un instante quería perderse la telenovela, a pesar de los gritos del Galgo para que se largara. Que perdone nomás, que no es mi culpa, que verá que la señorita hace de su voluntad, ay, señor Robertito, yo nada tengo que ver en esto. Pero al Galgo ya no le importaba lo que le decía.

Yo me senté en un rincón y me agarré las piernas. Bajé la cabeza y dejé caer por completo mi pelo para cubrir mi rostro. Me eché a llorar con toda la amargura de la que era capaz. No tenía fuerzas para más arranques. Ya otras veces me había traicionado, pero verlo con mis propios ojos como que lo hacía más real y sobretodo la desesperación al saber que el sentimiento que una tiene no lo tiene el otro. Por más esfuerzo que una haga, cuando se ama de verdad sí que se está jodida porque no le podés obligar al otro a que te ame de la misma manera. Pasada la tormenta vino una especie de calmada marea. El Galgo trató de abrazarme, pero yo me hice a un lado varias veces hasta que finalmente me apoyé en su pecho sólo para tomar fuerzas porque apenas miré su rostro acerqué mi mano y le aruñé hasta sacarle sangre. El alarido me devolvió la euforia. Por lo menos podía hacerle daño de alguna manera, aunque fuera por muy cortito tiempo; pero causarle algún tipo de dolor me apaciguaba. - ¡Loca de mierda! Yo corrí hasta el baño y, poseída por una fuerza que no puedo encontrarla ahora, tomé su gillette. La sangre corrió llenando mis manos de rojo, y yo con eso ya no quise saber más y me dejé ir. Lo que siguió fueron los clamores de la Carmela trayendo vendas ante el llanto, los gritos desesperados del Galgo y las bofetadas que me pegaba él para que volviera en mí. - Ay, me muero, Jesucito santo, se nos va a morir. La niña Electra se nos va a morir. Por mi culpa y por la suya que es tan mujeriego. Para que aprenda, porque yo que le tapo todo porque le crié desde chiquito, y para ser sincera que a mí nunca me gustó esta niña Electra porque siempre fue muy desvergonzada y venía y se encerraba con usted en el cuarto, y qué cree ¿que yo no me daba cuenta? Pero una mujer de bien tiene que saber hacerse de hacer respetar pero más que sea así, usted tampoco tiene derecho de hacerle sufrir tanto porque al fin y al cabo yo también soy mujer. - ¡Callate y ayuda, so cojuda! Entre los dos me vendaron y limpiaron el desorden. La vieja del Galgo debía estar ya por llegar así que medio inconsciente me sacaron y metieron en la camioneta. Ahí terminé de adormecerme; no sé cuánto tiempo anduvimos dando vueltas, pero cuando desperté ya había anochecido. Abrí los ojos. El Galgo no se dio cuenta. Lo miré, estaba enloquecido de pavor. Se golpeaba la cabeza contra el volante una y mil veces, y por eso no sintió que yo había despertado. Dejé que se desesperara un rato. Volví a cerrar los ojos y me mecí dentro de una sensación dulce que me arrullaba. De alguna manera esta vez le tocaba a él sufrir. Mantuve mis ojos cerrados, tanto por la debilidad que sentía como por el intenso deseo de prolongar lo más posible este placer. Entonces sucedió. Comenzó a llorar desesperado. - No te mueras, chiquita, "RX, Modelito Deportivo". Soy un miserable, no te merezco. Te he hecho tanto daño. Chiquita, vamos, mi Modelito Deportivo, no me dejes. Te quiero, esa estúpida no significa nada, una gringa más, ni siquiera sé bien su nombre. No me dejes, reina, ¿sabes? Si despiertas seré otro. Nunca más, Modelito Deportivo, nunca más. Yo tampoco pude más. Dejé correr mis lágrimas, que comenzaron a brotar a borbotones. Lentamente tomé su mano y entonces sucedió. Me miró lleno de lágrimas y me tomó entre sus brazos, desesperado. Nos abrazamos por horas y lloramos hasta el cansancio. Me pidió perdón hasta que ya no le salían palabras. Me preguntó veinte veces cómo me sentía, me prometió veinte veces que no me traicionaría más y luego me dijo. - ¡Qué carajo, por último casémonos, si todavía me quieres y me aceptas. Hemos estado tanto tiempo juntos, no sé por qué sigo buscando en otro lado.

Yo asentí. Me dejé mecer. De alguna manera no vislumbraba un futuro sin el Galgo aunque tampoco era feliz ya con él. Me resigné. Ya lo mejor para mí se había marchado y lo mejor para mí había comenzado a ser Raúl. Si Raúl pudo ser mi salvación, el Galgo era mi condena. Así nada más: como un barquito arrastrado por la corriente. HABLA SINATRA Cuando entré a la Escuela Internacional, Milena ya estaba en Suiza. Ella me escribía cartas, me hablaba de los punks y, bueno, de alguna manera, aunque Quito es muy chiquitito, en los ochenta también llegó a Quito la moda punk. Yo extrañaba a Milena con una fuerza que oprimía; pero mi carácter no es depresivo y a los pocos meses ya estaba lleno de amigos. Y más bien lo que hice, para mantener vivo su recuerdo, fue hacer cosas de las que yo pensé que ella se pondría orgullosa. La moda punk me daba dos opciones maravillosas: la primera, pasar a ser radicalmente un marginal, y la segunda, utilizar mi aspecto natural de una manera inteligente. De modo que con esta decisión a cuestas me conseguí un manual: "Diez maneras de llegar a ser un punk sin esforzarse mucho". Una vez aprendida de memoria la filosofía no futurista, y sobretodo el aspecto físico, me conseguí toda la parafernalia necesaria para convertirme en el Primer Punk del Ecuador. Fue un shock, inclusive para mí mismo, cuando me rasuré los costados de la cabeza y el resultado fue una banana que me llegaba casi hasta la nariz. A ese copete postmoderno le trastorné agua oxigenada, así que terminó completamente descolorido y parado gracias al gran retorno de la brillantina. Me colgué una pluma en la oreja y me conseguí unas botas con una punta larga, larga, larga. A eso se sumó una chaqueta de cuero de la fuerza aérea norteamericana que había sido propiedad de mi padre en los cincuenta. Y de la noche a la mañana pasé a ser una persona con un atractivo y un toque de originalidad fuera de serie. Por esa época, y siempre en memoria de mi amiga Milena, a quien imaginaba en las mismas andanzas pero al otro lado del océano, conocí a un grupo de franceses que querían quedar como los vanguardistas del paseo y que para ellos, el llevarse conmigo los ponía completamente a tono con lo que querían mostrar. Para mí fue una época envuelta en una nube de magia. Primero porque había sobrevivido sin Milena, lo que ya consideraba un imposible y segundo porque por primera vez en mi vida me sentía realizado por mí mismo, sin tener que envidiar el aspecto físico de otra persona. Ahora yo era yo. El Pri-mer Punk del E-cua-dor. Esta etapa me sirve hasta ahora como terapia cuando me agarra la neura y me pongo pendejo por la depre. Todos suelen decir que la juventud es la mejor época de la vida, y yo también puedo decir lo mismo. Nadie me hizo a un lado sino que, al contrario, me fui nutriendo de seguridad para el futuro. Para todas las peladas rebeldes y tiradas a modernas, andar conmigo se convertía en un atractivo que llegó a envidiar hasta el mismísimo primo Juan Camilo en persona. Debo decir que en esa época, pero después de mi ejemplo, mucha gente escogió ser punk, new wave o new romantic por moda. Muy pocos por filosofía. Yo, en cambio, lo hice por conveniencia. La verdad es que me gustaría que ahora ese estilo siguiera en la onda, como en esa época; pero como todo circula, supongo que esa etapa ya cumplió su cometido. El sendero torcido de mi vida por unos meses dejó de dirigir mis pasos. ESCRITOS DE RAÚL

Mi viejo murió de un infarto. Fue por la tensión. Las deudas. Nadie lo supo, ni siquiera mi vieja y quizás ése fue el mérito o el peor error de mi padre, porque se lo guardó todo para él y por eso explotó. Dicen que es mejor siempre desahogarse, pero no es fácil y yo sí entiendo cómo el viejo se tragó todo. Yo también soy así. Nunca cuento nada, salvo en estos escritos, pero estos papeles los tengo súper escondidos y cualquier rato los quemo. Lo que sí es seguro es que van a desaparecer antes de mi muerte, porque de mí lo único que quiero dejar son mis pinturas, no mis debilidades. A veces quisiera aprender a desahogarme así como la Electra. Qué hijue puta, cómo se queja esa mujer. Habla... como buena argentina, bueno semi argentina, porque al fin y al cabo ella ha vivido en muchos lugares, pero en todo caso, habla hasta por los codos y llora y sufre y se angustia. Es un verdadero caso, yo, igual, la quiero en gajo. Bueno, la Milena tampoco se queda atrás. ¿Será porque son mujeres? Dicen que las mujeres son más abiertas y que les encanta contar sus problemas, al menos eso cuenta el man que escribió que los hombres son de Marte y las mujeres son de Venus. Yo no me lo leí, pero la Milena venía a hacerme el resumen completo. A explicarme que ahora, luego de varios años, comprendía su fracaso matrimonial y a mí me parece un poco risible, porque un fracaso no viene por una teoría de un libro. La Milena era aburrida cuando estaba casada, corría el riesgo de convertirse en la típica ama de casa. Ahora ha progresado un poco, digamos que el sufrimiento la ha salvado de la mediocridad. En todo caso, volviendo a lo de las mujeres, creo que son menos acomplejadas que nosotros. Los hombres, en cambio, siempre con la coraza puesta. Nunca podemos admitir cuándo estamos mal. Porque yo digo, por ejemplo, si el viejo se hubiera desahogado, capaz que no le daba el infarto. De pronto habiéndose confiado a mi vieja por lo menos, hubieran podido encontrar una solución. De seguro que había una. Para comenzar se pudo haber vendido la casa, los autos, qué sé yo, tanta maravilla que tenían. Pero no, nos vinimos a enterar de todo cuando ya no hubo nada que hacer. Resulta que el viejo había empezado a tener problemas un año antes de su muerte, pero pensando seguramente que todo se iba a arreglar, siguió gastando. A mí me compró una moto nueva; a mi vieja, otro auto. Viajamos durante un mes por Europa, quedándonos en los mejores hoteles. No sé, lo peor de todo es que sí lo entiendo. Su orgullo de hombre le impedía admitir la verdad. Al fin y al cabo, había levantado un imperio. Era el ejemplo y la envidia de muchos y de pronto, de la noche a la mañana, se le iba todo por la borda, algo así como el naufragio del Titánic. En un principio se las arregló para conseguir sin problemas préstamo tras préstamo. Todos le conocían, era un hombre respetable, de seguro pagaría. Cuál no sería la sorpresa de todos cuando comenzó a demorarse. Al comienzo le concedían más plazos; pero poco a poco comenzaron a caerle. Y, la de siempre, se creó un círculo viciado. Intereses que se capitalizan y no se pueden pagar y más intereses Lo de siempre. "Los negocios son los negocios, no hay que mezclar", "una cosa es la amistad y otra muy diferente los negocios" He oído esas mierdas miles de veces. Ése fue inclusive el lema del viejo. Nos lo repetía a toda hora y nosotros le callábamos, burlándonos. A mí ese lema me provoca náusea porque me parece imposible no mezclar. Lo que pasa es que entre la gente rica y dura, a la hora del té, el que está en problemas simplemente ya no pasa a la mesa. Bueno, claro que yo no soy un buen negociante, soy más de corazón o de tripas que es donde duele. Por más que trato, no puedo ser frío. Es tan difícil y estoy seguro de que, a pesar de la cabeza numérica que tenía mi viejo, no le fue fácil aceptar los desplantes de

sus socios. Quizás debió sacarle provecho a la lección, pero eso es muy fácil decirlo desde fuera. Pobre viejo, qué angustias tragarías. Cómo se habrá sentido durante sus últimos meses. ¿Por qué no hablaste, viejo, para ayudarte? Aunque yo sé que yo era un crío ridículo y miserable, pero no puedo evitar sentirme como me siento. Dicen que cuando alguien querido se muere, todos morimos un poco. Una parte de mí sí se fue contigo. Siempre te pienso, viejo. Quiero de alguna manera compensarte por tanto sufrimiento. Quiero demostrarte que nos criaste bien, que en nosotros dejaste semillas de triunfo y que algún día, aunque soy un poco lento para demostrártelo, trataré de ser tu orgullo. CUENTA ELECTRA Ha pasado un mes de la muerte de Raúl. Eso me lo recordó Milena, como para que me apresurara con mis escritos, porque yo, la verdad, nunca mido las cosas por el tiempo que pasa. Para mí lo único real es que mis tobillos me duelen cuando pienso en su ausencia. Condenada energía que no circula. El Galgo sigue manteniéndose en lo del casorio y yo ya he comenzado a prepararme. No estoy feliz, se diría más bien que estoy resignada. Lo primero, le escribí al viejo a Costa Rica. Mi madre llamó, apenas recibió la carta. - ¿Estás segura, nena? Mira que ese hombre casi te ha destruido. Y yo que no, que esta vez será diferente, y que más bien fuera preparando el modelito, aunque no se trataba de hacer la gran fiesta, más bien algo íntimo; pero que quería que me acompañaran porque les debía el amor y la paciencia, tanta paciencia y el sacrificio, pero que si todo marchaba bien, ya no sería más esta hija jodona que ahora tienen. Mi vieja insistió con cartas y llamadas en las que me clamaba que el matrimonio no era la solución, que lo pensara bien, que la luna de miel termina más pronto de lo que una imagina y que lo único importante es la amistad que se tiene entre la pareja; la complicidad, la confianza, la sinceridad y que ella nunca había sentido eso en nosotros, entre el Galgo y yo, que no quería pecar de metida, pero que lo que sí había percibido era un gran sufrimiento. No me canso de repetirle que esta vez es distinto. Que hemos vivido juntos más de una década y que quizás el dolor que nos hemos causado el uno al otro se deba a que hemos empezado demasiado jóvenes y eso no ha sido saludable desde ningún punto de vista, pues no pudimos crecer libremente. Ahora, en cambio, ya somos un par de viejos casi treintones y sabemos lo que hacemos. Quizás las mujeres somos definitivamente masoquistas y vivimos soñando con el día en que nos tocará entrar de blanco para perder nuestra libertad para siempre. El Galgo ha seguido en sus viajes por el Ecuador, haciendo de guía turística, y la idea es montarnos una pequeña empresa para proponer un turismo ecológico y de aventura, que es lo que más gusta ahora. La Milena me dice que el Galgo debería venderse como el Indiana Jones del Ecuador por lo guapo que es, y a mí me da una risa... Mi padre, a diferencia de mi madre, que tanto ha llamado y ha escrito, no dijo nada. Simplemente se me presentó hace un par de días. De buenas a primeras. Quería comprobarlo por él mismo. Habló con el Galgo y luego conmigo. Según él, está de acuerdo en que ya soy lo suficientemente mayor para tomar la decisión que quiera; pero que, como me ama tanto, tiene miedo de una ilusión más hecha pedazos. Piensa que en mi extrema sensibilidad eso puede terminar de destrozarme. La última noche que estuvo aquí conversamos hasta que amaneció. Me comentó cuántos sueños tuvo siempre para

mí y yo no pude contener mis lágrimas y, entre llantos, le pregunté si yo había sido su peor decepción. - No, hija, pero cómo dices eso - me respondió con su vozarrón, entrecortado por la emoción. - Tú eres mi orgullo, sólo que a veces los padres una rosa, que se llenen de alegrías, que nada malo les roce, y a la final las cosas nunca salen como uno quiere, ¿viste? Tú vas a ver cuando tengas nenes, el sufrimiento de ellos va a ser tu sufrimiento, más aun queremos que a los hijos no los tope ni el pétalo de con tu sensibilidad. Tú necesitas que te den mucho amor y espero que este tal Galgo lo haya comprendido. - Ay, papá, si apenas me estoy casando, no estoy como para pensar en nenes - le respondí, aunque mi interior se llenó de emoción al sólo imaginarlo y no pude evitar la piel de gallina. Claro por ahí apareció esa nube, de ese bebé que nunca llegó, de ese niño que se perdió en ese cuarto oscuro y horrible, una noche hace años. ¿Te acordás, Mile? Ha sido nuestro mayor secreto y yo todavía tengo pesadillas. Con el rayar del alba, el viejo se fue a preparar sus maletas y luego yo lo acompañé al aeropuerto. Me prometió regalarme una boda de ensueño y yo sentí que Raúl ya había ganado sus alas en el cielo y habían decidido convertirlo en mi ángel guardián. No podés dejarme del todo, Raúl. Ya sin ti el Galgo vuelve a ser mi obsesión. HABLA SINATRA El primer verano en que llegó Milena de Europa estaba convencido de que ya ella no ejercía ningún poder sobre mí. Pero qué puedo decir en mi defensa, la cagué al instante. Cuando ella volvió, me convertí nuevamente en su fiel cachorro y en consecuencia en la burla de todos los panas a quienes yo había asegurado que ya Milena no iba a hacer de mí lo que le diera la gana. Quizá la razón primordial era lo bien que la pasábamos juntos. Si ella se sentía diferente o a disgusto con alguna gente, conmigo las cosas continuaban igual. Nos seguíamos riendo de los mismos chistes, divirtiéndonos con las mismas cosas Si yo me había convertido en el primer punk del Ecuador, ella era doblemente punk, y a mí me hacía mucha gracia porque sin que ella se diera cuenta toda la gente la miraba y causaba un revuelo por dondequiera que iba. Milena, a pesar de todos mis traumas, odios y reclamos es y será una mujer supremamente sencilla. No lo digo para que te sobres cuando lo leas, Mile, sino porque es la verdad. Los excesivos halagos, a pesar de gustarle como a todas, nunca han sido causa de que se le suban los humos y, cuando ella llegó, con sus modas locas, no lo hizo por llamar la atención, sino porque para ella era natural. Me contaba de un slogan de la marca europea New Man que me parecía la genialidad más grande en creatividad: "La vie est trop courte pour s'habiller triste". "La vida es muy corta para vestirse con tristeza", y yo que, quizás sin darme cuenta, ya era un apasionado de la publicidad, lo encontraba sensacional. Aquí la gente tiende a ser como clásico rebaño y en mi época más todavía. Los atuendos eran muy similares. Nadie buscaba ser diferente. Más bien era como que se evitaba llamar la atención. Milena de alguna manera había llegado con ideas frescas y encajaba mucho más con mis amigos de la Escuela Internacional. Además, estaba llena de vida, la irradiaba por donde pasara. Me daba orgullo ver que todos mis amigos la admiraban y querían llevarse con ella. Y para mí era como enseñar un trofeo. Me sentía superior al ver cómo envidiaban mi amistad con Milena y yo a mi vez, con mi astucia acostumbrada, supe manejar muy bien la situación para que Milena no se me fuera de las manos. Estuve a punto de perderla por el maldito de Serge. No sé qué veía la Milena en ese marica, pero sentía una

fascinación hacia él que yo no entendía. Decía que era el tipo más alucinante, que estaba lleno de energía, que era maravilloso ver cómo manejaba su edad y seguía con la fortaleza de un quinceañero y yo qué sé cuantas pavadas. La única verdad es que Serge era un drogadicto empedernido, y ya viejo, porque era como diez años mayor que todos nosotros. Si eso era lo que le fascinaba a Milena, qué pocas aspiraciones, verdaderamente. Yo no hubiera querido que Milena pruebe ni siquiera mariguana, y sin embargo Serge se encargó de desnoriarla. Comprendí ese día es que tenía que cuidar mucho más de Milena y lo hice. Yo sé que te decías muy fuerte y muy inteligente; pero ahí está que a la final yo tuve la razón y la vida se encargó de comprobármelo. Sufriste bastante. Lo mismo fue con la Electra, aunque ella no me importaba tanto. Es que honestamente yo sí me jacto de conocer el sexo femenino como la palma de mi mano. Todas las gringas de la Escuela Internacional encontraban refugio en mí, y no era raro verme manejando el Mercedes Benz de la hija del embajador de la Cochinchina, que era mi gran amiga y que prefería que yo la sacara a dar vueltas recogiendo a todas las otras amigas, con lo cual provocaba la envidia del resto de panas. No entendían qué magia emanaba para tener un auto lleno de peladas y no se daban cuenta que lo único que valía era justamente lo que ellos ignoraban: paciencia y gracia para hacerlas reír, para divertirme con sus historias, para entenderlas en sus dramas de novios, acné y cabello seco. Pero al final siempre quedabas tú. Sólo tú, Mile, porque al fin y al cabo, nadie puede cuidar de todas las peladas del mundo. MILENA MIRA Milena no es una. Son varias. No somos una. Somos varias. Esa Milena que recuerda fui yo, ¿alguna vez? Ha corrido, como suele decirse en una frase común, 'tanta agua bajo los puentes' (aunque en este caso sería más preciso decir 'bajo los aviones'), que a ratos me parece imposible haber sido la misma, a pesar de haber amado sus amores y odiado sus odios. Me siento como aquellas muñequitas rusas, las matrioshkas, que caben unas dentro de otras, como protegiéndose; o como las canastillas de Otavalo, acurrucaditas unas en brazos de las otras. Hace poco, alguien me regaló un paquete de esas canastillas, como si fueran un retrato. De todas las Milenas. Porque Milena no es una, son varias. Somos varias. Quizás lo único que me ha salvado de llegar al fondo es que siempre he podido y he sabido cómo fragmentarme. Desde chica. Lo del verano era una cosa; lo de Europa, otra. He sido capaz de rodearme de pequeños mundos, construidos (o imaginados) más o menos a imagen y semejanza de quien fuera yo en ese particular momento, y en todos encajé a la perfección. El mundo de los estudios, el mundo de la farándula, el mundo de los intelectuales, el mundo de mis amigas conservadoras Salgo de uno y entro en otro, como quien toma un avión. Mi mayor defecto -o mi mejor virtud- es justamente ésa: que siempre estoy cambiando y nunca me quedo en ninguna situación más que de paso. Al principio pensaba que esto era debido a una inconstancia; pero luego acepté que mi subconsciente había adoptado esta forma de vida para tener una tabla de salvación. Tenía opciones, no me cerraba ninguna, y todo lo he vivido con intensidad.

Eso ha hecho que mi vida tuviera sentido. Así lo creo. Aunque tal vez mi vida no haya sido más que una sucesión de cobardías. Si las consecuencias de mis actos me perseguían corriendo tras de mí por los caminos, gritando mi nombre por las plazas, y exigiendo una continuación o una reparación, o por lo menos una disculpa y un recuerdo... Yo podía escaparme cambiando de mundo. Lo digo yo, esta Milena-que-mira, pero también lo digo en nombre de aquella Milenaque-recuerda. La idea para que este cuento de amigos funcione es que cada uno de nosotros sea lo más sincero posible. Ése es el desafío, ésa es la regla del juego, ése es también el miedo. Enfrentarnos a nosotros mismos, a nuestros demonios. No puedo saber hasta qué punto Electra o Sinatra estén cumpliendo con esta tarea de Rayos X. Al leer tus escritos, Raúl, me encuentro que no querías darlos a conocer; evidenciar tus debilidades y, sin embargo, a pesar de amarte como te amo, voy a publicar esos escritos. Te traiciono. Lo hago porque yo no creo que tengas debilidades como tú pensabas. Fuiste un tipo del carajo. Al leerte, te veo mucho mejor de lo que yo había imaginado. Porque tus vivencias nos enseñan a nosotros a seguir viviendo. "Dicen que cuando alguien querido se muere, todos morimos un poco". Así lo has escrito. Y tienes razón. Todos hemos muerto un poco ya sin ti. Electra se casa. Un escalofrío me recorre porque yo sé cuál era la verdadera pareja, la que hubiera podido evitar convertirse en la típica relación mediocre y terrenal donde la monotonía termina por joderlo todo. Eran ustedes dos: Electra y Raúl... Pero ¿cómo decírselo a ella si tú ya estás muerto? Sería una bellaquería, una hijueputada, como dirías tú. Esto es verdaderamente doloroso. Ni siquiera sé qué voy a hacer cuando termine de contar esta historia. Me he encerrado en mi estudio a vivir de y con tus recuerdos, y siento que esto llega a ser casi enfermizo. Si de joven vivía para el grupo de panas, ahora estoy dedicada a vivir de su recuerdo. Trabajo como autómata. Como, duermo pero vivir... lo que se llama vivir... sólo cuando escribo estas líneas. Soy Alicia a través del espejo, casi, casi una historia de la Cuarta Dimensión. Pero ni eso. Alicia encontró una realidad entera al otro lado del espejo. Yo no sé si puedo tener un espejo así, o si me serviría para algo. ¿Para reflejar qué? ¿Un laberinto? Pero eso no resolvería el enigma. No haría más que duplicarlo. Más dobles. Como todos. Tal vez sobre todo como yo. Doble O triple Siento que ni siquiera puede considerarse sola y única esta pretenciosa Milena-quemira, la que está segura de guardar en su interior no sólo a esa otra Milena-querecuerda, sino también a una niña perdida en el laberinto de una infancia, pero que encontró el hilo que podía darle la clave de toda la madeja, una Ariana ya casi extraviada en la memoria y que posee incluso a una sombra de la propia Electra. Aquí está la Milena que todos conocen. Alta, delgada, con el pelo color uva, siempre templado en una cola de caballo. Y los lentes, siempre los lentes que con el tiempo han comenzado a serme cada vez más necesarios. Serena y de apariencia tranquila. Vestida con faldas largas, negras y buzos de cuello alto; sin ansias de mostrarse porque en el fondo este vestido, este disfraz la camufla a la perfección. Una psicóloga no puede andar por la vida con las pintas de Electra. Eso perteneció también a otra etapa. En el fondo, estas trazas me cubren, me encubren toda esta fragmentación. Porque Milena no es una, son varias... Peor que eso No somos una. Somos varias.

Obligadas a compartir un cuerpo y un espacio, como los reflejos en espejos confrontados. ESCRITOS DE RAÚL El shock más grande fue cuando comenzaron a llevarse las cosas. Mi vieja, me saco el sombrero, no se desmoronó. Mantuvo la cabeza en alto y no nos dejó caer. Tuvimos que vender todo lo que nos dejaron los acreedores. Es tan humillante ver cómo te quitan lo tuyo Por poco y hasta el alma. Se fueron las motos, se fueron las obras de arte, se fueron la joyas, se fue la casa De la noche a la mañana el recuerdo parecía un hermoso cuento; pero ahora la realidad era tan diferente que a veces, inconscientemente, me refregaba los ojos para ver si no estaba soñando. No voy a negar la rebelión interna que llenó mi espíritu. Me volví amargo, agresivo, duro. Tenía quince años, era casi un niño y para colmo criado en una urna de cristal. Empecé a sentir bronca hacia el viejo. Me parecía que deliberadamente me había hecho daño. Casi todos los amigos, con excepción del Juan Camilo y del Sinatra, me miraban con compasión y algunos se burlaban, yo sabía que muchos me habían tenido envidia y ahora había llegado el momento del desquite. Al Raúl siempre le salía todo bien, ya era hora de que le pasara algo. Seguro que todo se debe a que se creía la mamá de Tarzán. Ésa era ahora su más secreta satisfacción. Ya no era su amenaza constante, el que mejores motos tenía, al que envidiaban porque cada vez tenía más juguetes. Yo fingía que no me importaba y andaba por ahí hecho el duro pero, hijue puta... ¡Cómo dolía! Me aislé. Terminé el curso a las malas, jalándome por completo en todas las materias y durante los tres meses de vacaciones me encerré conmigo mismo. Mi vieja tuvo a bien sacarme de ese podrido colegio materialista, lleno de plásticos; y gracias a un tío rico que nos ayudó, pude entrar a la Escuela Internacional donde cada uno podía ser como le daba la gana. La misma a la que entró el Sinatra y en la que el Juan Camilo ya estudiaba desde hacía algunos años. Yo siempre tuve una seguridad sin límites. Mi autoestima, durante mucho tiempo, fue inclusive excesiva, tanto que yo mismo he admitido lo insoportable que era. Creo que, de haber vivido mi viejo y de haber seguido las cosas como estaban, no hubiera valido la pena como ser humano, no hubiera aprendido nada y al contrario me hubiera hundido sin un norte en mi camino. Pero eso lo sé ahora. En esos momentos, lo único que hice fue odiar, odiar y odiar. Me llené de rencor. Miraba a todos los ex panas salir en sus motos y yo lo único que deseaba era que se cayeran, que tuvieran un accidente; que, aunque fuera por un segundo, sintieran un poquito lo que yo sentía. Qué diferentes eran las cosas ahora. Cómo podía cambiar la vida de un día para otro. No me justifico el haber cerrado tantas puertas, el haber gritado, insultado y maltratado a personas que quizás lo único que deseaban era mi bien, pero supongo que fue algo por lo que tenía que pasar hasta comprender. Toda esa rabia, todo ese dolor tenía que botarlo, de lo contrario iba a explotar yo. Ahora ya no tengo rabia, ya no tengo dolor. Sí, me gustaría contar con un poco más de guita a veces, como para tener una chévere moto o para poder gastar más en pinturas. Hay tantas cosas en las que tengo que medirme pero supongo que algún momento vendrá. Lo que nunca imaginé es que el loco Raúl se convertiría alguna vez en un ser con paciencia. Ahora la tengo. Aguanto, espero. Mantengo una filosofía mucho más Zen de

la vida. Al fin y al cabo todos tenemos problemas, unos más que otros, pero nadie se escapa del sufrimiento y si no, ahí está el caso del Sinatra. Estoy trabajando en un retrato del man. Tiene una luz especial porque, a pesar de su deformidad, él siempre demostró que todo era fresco, aunque supongo que por dentro se consumía. Al menos en la época de buscar peladas; porque bueno, ahora y con el pasar de los años, todos nos llenamos de defectos. Yo perdí el pelo y me engordé a lo bestia y así cada uno en mayor o menor grado. Hay que ver la vida como un buen enduro. Nunca sabes cuando va a llegar el hueco traicionero que te bote al fango. CUENTA ELECTRA Fui una niña bastante precoz. No es por jactarme ni nada, pero desde pequeñita percibía todo. Me acuerdo tan claro de una noche en que mis padres salieron. Vivíamos en aquel entonces en Buenos Aires. Tenía dos años. La gente dice que uno no recuerda las cosas a esa edad; pero yo sí, las recuerdo a la perfección. Mis padres iban a asistir a una función de teatro. Yo observaba fascinada cómo mi madre se arreglaba. Llevaba un moño altísimo, como se usaba en los sesenta. Se había enrollado todo su pelo en un tubo de papel higiénico. A mí me parecía muy gracioso, y juntas reíamos de la artimaña. Yo también quería que me hiciera un moño; pero a duras penas tenía cuatro pelos, así que me hizo un cachito con un elástico. Luego me senté a su lado y, boquiabierta, la miraba colocarse el maquillaje. - Pinte, pinte, quiero el pinte - le pedía yo también, hasta que logré que me pintara los labios. Las dos nos mirábamos en el espejo, y ella me decía que estaba muy linda. Yo me sentía una verdadera princesa. Pero la magia terminó de golpe al recibir la noticia de que ella iba a salir con el papi un momentito. Fue la primera vez que me sentí abandonada. Me puse a llorar angustiada, no quería que me dejaran sola. - No me dejés solita - le pedía. Yo siempre hablé muy claro, no como el resto de niños. Mis padres se asombraban de mi razonamiento tan adulto, pero así como lograba comprender lo que sucedía a mi alrededor, no concebía la idea de que mi madre me dejara ni siquiera un instante. Los primeros síntomas de dependencia estaban tan claros como el agua. Necesitaba de su presencia. Sólo me sentía segura si ella estaba cerca; pero, si me dejaba, era presa de verdaderos ataques de pánico. Me parecía que una catástrofe podía ocurrir en cualquier momento y, en lugar de calmarme, empeoraba la situación llorando a gritos y agarrándome de las faldas de mi madre con tal fuerza que se necesitaba más de un par de manos para retirarme. Era consciente de que aquello era peor, porque mientras más me rechazaba, más gritaba yo y, claro, para mi madre se volvía espantoso y terminaba por perder la paciencia. Sin embargo yo no podía controlarme ni calmarme. Cuando sucedía algo que no me gustaba, mi única obsesión era repetir el pasado para borrar todo lo que estaba ocurriendo, pero eso no era posible, por supuesto, a pesar de que hasta ahora, no lo acepto. Era mi mayor angustia que las acciones se hubiesen dado y que no hubiera nada que hacer para remediarlas. Por eso es que una tiene que tener tanto, tanto cuidado con lo que hace, y yo, para qué decir que no lo tengo, encima de todo y por eso, quizás, me arrepiento todo el tiempo. Mi madre salió aquella noche a pesar de que yo gritaba como cordero degollado. No iba a estar sola; una tía estaría conmigo; pero yo sentía que el corazón se quebraba al ver

marcharse a mi madre. Mi padre, por último, podía irse si quería. Al fin y al cabo ya estaba acostumbrada a verlo salir a trabajar a diario, pero a mi madre no. Ella no podía dejarme. Sin embargo se fueron. A mi manera de ver de ese entonces, no les importó lo que yo sentía, sólo me repetían que era una niña mala y egoísta. Ahora el Galgo me dice lo mismo. ¿Será que tiene alguna relación con la exagerada manera que tengo de aferrarme a él? Habría que preguntarte, Milena. La psicóloga sos vos. Esa noche, mi tía había invitado a su novio a que la hiciera compañía hasta el regreso de mis padres, y buscaba la manera más rápida de calmarme y que me fuera a dormir. Me trajeron el libro de animales, aquél que tenía esas láminas tan hermosas. Mi madre me las dejaba mirar todas las noches antes de dormirme y a mí me encantaba el ritual. Me conocía todos los nombres científicos de cada animal, pero esa noche, además del desconsuelo de sentirme abandonada, mi tía me quiso hacer la tonta y para dormirme pronto comenzó a tratar de saltarse las páginas. Al primer intento yo la miré con dureza: - ¿Dónde está platipus? Mi tía me miró horrorizada. - ¡Pero, qué decís, nena! ¿Cuál platipus? Aquí no hay ningún platipus. - ¡Que sí, que falta platipus! ¿Dónde está platipus? - Pero vos estás loca, dormite y ya - me repetía mi tía perdiendo la paciencia. Y otra vez vino el lloro y otra vez la reprimenda, y mi tía gritaba que ya no me soportaba, y el novio que se largó molesto, diciendo que la llamaría otro día, que no estaba para soportar a nenes llorones. Y ella que me gritaba que yo tenía la culpa y yo que me sentía abandonada, asustada. Sin embargo, yo sabía que ella me había mentido. Platipus sí estaba en mi libro. También he sabido todas las veces que me han traicionado. Siempre lo he percibido, aunque me hayan tratado de loca. Nunca han podido engañarme. Ni siquiera tú, Milena. Sé que te acostaste con el Galgo, Milena, pero mi regalo fue no decírtelo para que creas que sigues manteniendo tu imagen de mujer perfecta. No estoy loca, pero a veces es duro y feo, para qué recalcarlo. ¿Para qué..? HABLA SINATRA El primo Juan Camilo, a pesar de ser el súper pana que he mencionado y todo, de alguna manera también me hizo perradas. O sea, yo era el que tenía que prestarle el Torcimóvil cuando quería irse de acueste con las peladas. No importaba lo que yo tuviera esa noche, él siempre conseguía lo que se proponía. Otras veces me mandaba putas, para que me entretuvieran. Yo sé que el man lo que quería era mi bien, pero hay momentos en que uno no tiene así que digamos muchas ganas de tirar y tampoco podía decirle que no. El primo Juan Camilo mandaba. Lo peor era cuando se cansaba de la novia de turno y me la encargaba a mí para que la consolara, mientras él ya tenía clavado el ojo en alguna otra jeva. Se divertía conmigo. Me tomaba como su conejillo de indias. Él era el chévere, el bacán del pueblo y yo, pues era su mascota que de alguna manera nunca le reclamaba. A mí me gustaba andar con él, porque siempre tenía las mejores peladas. En consecuencia algo me tocaba a mí, aunque sea el triste estado de consolador oficial. El Juan Camilo nunca le fue fiel a ninguna. No podía serlo y creo que ni siquiera era su culpa; era demasiado guapo. La justicia divina le había concedido la perfección humana. No sé, a veces pienso que ésa fue la mayor jalada de Dios, si es que existe ese pana.

Yo no entiendo y sé que parezco disco rayado, pero toda la gente tiene defectos físicos. Unos nacen bajos, otros gordos, unos con narices ligeramente torcidas, otros con quijadas más grandes de lo normal, unas con tetas, otras sin tetas, unas con un traserote, otras tabla, pero a la final todos pasan. En cambio yo soy el chueco del Sinatra. Todos me vacilan y me dicen: - Mírame bien, mírame bien. Y yo sólo puedo sonreír de un lado por la parálisis lateral que me impide mirar y reír completo. Sinceramente yo creo que Dios deliraba cuando nos creó. ¿Será que el pendejo fuma mariguana? O de pronto se manda por ahí sus San Pedros. En ese caso quedaría claro el porqué hizo santo a San Pedrito. Claro que mi viejo se sacudiría entero y me gritaría: - ¡Dios no existe! ¡No seas estúpido! ¡Acepta tu fealdad! Pero qué va, yo si creo en Dios, quizá para tener con quién desquitarme; porque si no, ni modo. Alguien debe tener la culpa de haberme hecho como soy, a menos que, como dice Milena, tenga que ver con esas leyes kármicas y en mi vida pasada haya sido una persona muy mala. ¿Será posible? Sí, a veces me encierro y le reclamo, le mando a la puta madre, pero Dios no responde y prefiere dejarme a la merced de las burlas y de los chistes de mis amigotes. CUENTA ELECTRA Siempre he sido obsesiva. Quizá es mi peor defecto. Y lo he pagado. ¿Será que, como dicen todos, definitivamente estoy un poco cucú? Porque me agarran a veces unos ataques de nervios, unas angustias tan horribles que no puedo explicar. Sin que ni yo mismo comprendiera cómo, me convertí en un símbolo para muchos. Yo ni siquiera lo sabía, hasta que vos, Mile, me hiciste comprender la verdadera dimensión con que la gente me miraba y me decías llena de cariño: - Si tan sólo pudieras verte con los ojos que te vemos los otros No te das cuenta, Electra. No asumes tu capacidad. Pero a mí verdaderamente me producía mucha gracia. Eso de haber sido la Gran Electra, no me lo creí nunca. Es verdad que llegué a cantar en las discotecas y que recorrimos el país con el grupo de rock atrayendo gente. Es verdad que actuaba más o menos bien y que las críticas en su mayor parte me favorecían. Pero, no sé yo escuchaba que todos hablaban maravillas de mí, pero nunca perdí el sentido de la realidad y, es más, ese cuento que corrieron de que yo era fuerte, segura y valiente nunca fue verdadero. Aparte de esta niñez dependiente de mi madre, la adolescencia trajo en mí muchas crisis. Al poco tiempo de cumplir mis quince años, mis padres me anunciaron que nos marchábamos para el Ecuador. A lo largo de mi vida habíamos sido trasplantados muchas veces por el trabajo del viejo, un suizo calmado e imparcial (aunque un suizo tranquilo sea un pleonasmo, como decís vos, Mile) pero tenía alma latina para el amor. Era ejecutivo de una multinacional que lo colocaba en los sitios más diversos del mapa. Como a los catorce años volvimos a mi amado Buenos Aires, la ciudad natal de mi madre y de alguna manera la que habíamos catalogado como nuestro hogar, pues allá era a donde íbamos a pasar las vacaciones de Navidad y las de verano. Allá estaba toda la familia de mi vieja. Cuando supe que nos íbamos otra vez, sentí como que se hundía la tierra. No podían desarraigarme de esa manera y llevarme a un lugar donde no conocería a nadie.

Me agarró un susto atroz, y caí con fiebre durante varios días. Fue tal la crisis, que finalmente mis padres optaron por dejarme con mi abuela. Todavía recuerdo la cara de mi padre cuando se despidió de mí. Yo siempre había sido su predilecta, la nena de sus ojos. Lo que al principio me llenó de ilusión, no duró sino un par de días. Luego vino la desesperación, comencé a tener pesadillas. No lograba dormir. Me agarraban unas ganas de llorar incontrolables. Simplemente el vivir sin mis viejos se me hizo insoportable. Pero es que ahora comprendo. Claro, es tan simple pero no me había dado cuenta. Soy muy tonta, ¿viste, Milena? No lo había visto, me produce una gracia ahora comprenderlo, como si se me abrieran los ojos luego de una larga noche. Luego de haber sido completamente apegada a mi madre, mi primera obsesión masculina cuando llegué a la adolescencia, fue mi viejo. Hacíamos todo juntos. Se convirtió en mi mejor amigo. Yo no concebía estar sin él Y, sin embargo, no lo seguí ¿por qué no me fui? Qué sé yo, todavía me lo pregunto. De pronto me agarró pánico de embarcarme hacia lo desconocido. Pero fue un verdadero ataque, Milena. Enfrentar otro colegio, nueva gente, no sé, me paralizaba. Sin embargo, como el perro del hortelano, que ni come ni deja comer, yo, a mí misma, no me dejaba vivir en paz. La depresión me perseguía como alma en pena. Lloraba sin poder contenerme. Ya no tenía ánimos para andar con la jorga como antes y cuando llamaban mis padres tenía que alzar el volumen de la radio para que la Nona no me escuchara llorar. No lo soportaba y no estuve tranquila hasta que terminó el colegio y mi viejo vino a buscarme para que fuera a pasar las vacaciones con ellos en Quito. Sin pensar, alisté las maletas y me embarqué agarrada de su brazo fuerte, seguro. Lejos estaba yo de imaginar que en Quito empezaría una historia tan intensa.

HABLA SINATRA Recordando las perradas del primo Juan Camilo y de todo el grupo de panas, me encontraba una noche durmiendo la borrachera en el hotel de Punta Carnero. Todos habíamos sido invitados a la boda del hermano del Morsa, que se casaba con una guayaca de la high, y la familia decidió organizar una recepción botando la casa por la ventana. Nosotros fuimos bebiendo desde que salimos de Quito, y para la noche yo caí inconsciente, así que me perdí el salmón de Escandinavia, el caviar ruso, el champagne brut y todo lo demás a la crème brûlée, pas de gurée. El primo Juan Camilo, el Galgo, el Morsa, Rodrigo, el Ping - Pong, Julián y todos los demás me dejaron durmiendo en el cuarto y se largaron a farrear. Como a las dos de la mañana, se han metido todos a mi cuarto, dirigidos por supuesto por el primo Juan Camilo. Yo ni por enterado, porque lo único bueno que tiene mi naturaleza física es que duermo como un lirón y no me entero de nada. Es más, siempre se quejan de mis ronquidos, pero yo nunca dejo de tener sueños paradisíacos. Así que cuál no sería mi sorpresa al encontrarme en la mitad de la recepción, en calzoncillos y con ninguno de mis amigos cerca sino más bien con todo el murmullo de la gente, los gritos de las señoras que daban alaridos de terror y yo, que no acababa de despertarme bien y les miraba a todos sin darme cuenta si esto era parte de la más aterradora pesadilla de mi vida o qué.

Por supuesto que ninguno de los amigotes se vislumbraba cerca. Estos carevergas estaban desternillándose de la risa, escondidos tras los majestuosos cortinajes de terciopelo rojo. Apenas comencé a reaccionar, salí a carrera frente a los gritos y las toses de compromiso de los estirados caballeros. Como de costumbre, Sinatra era el patán. Claro, quién iba a imaginar ni siquiera que el angelical Juan Camilo tenía algo que ver en el asunto. Él pasó todo el resto de la noche enamorando y elogiando a todas las señoras que le lloraban asustadas de haber tenido que presenciar semejante horror. Y el primo Juan Camilo, zalamero como él solo, se desvivió en excusas en nombre de su primo, que si patán, que si indecente, que si exhibicionista, que si todo lo que quisieran, pero en el fondo buen chico, porque la culpa al fin y al cabo la tenía la borrachera, que por ser tan joven e inexperto me había desmandado en el champagne, sin darme cuenta ni comprender que siempre se debe tomar con moderación. Todo esto entre bailes y guiños de ojos a todas las hijas fisfirisnáis de las opulentas matronas que soñaban con que este joven tan maravilloso pueda llegar a ser algún día el marido de sus hijas y quién sabe si hasta de pronto amante ocasional de ellas mismas. Así que todas se peleaban por ganar su atención y, mientras tanto, el primo Juan Camilo se deleitaba con una y con otra de las semi-virginales jovencitas que no tenían ningún reparo en salir con él hasta la playa, fingiendo un mareo inexistente. Y el primo Juan Camilo, sacando partido para agarrar lo que más podía de cada una. Así que mientras yo corría prácticamente en pelota, amarrado un mantel a la cintura y soportando alaridos hasta de los mozos, el primo Juan Camilo se embolsicaba manoseos y besos y, quién sabe, tal vez hasta un polvito con alguna de las tan emperifolladas señoras que, aburridas de su palo seco de marido, querían gozar con este joven guapo y brillante. Yo que nunca me cabreo, esa vez sí que me enfurecí. Los hijueputas además me habían escondido la maleta. Así que, mientras el resto seguía en su farra, yo me largué, vestido con lo mejor del primo Juan Camilo. Ah porque tampoco le iba a dejar con sus galas para que eche pinta al día siguiente en Chipipe. Me trepé a un bus y llegué directamente a Quito. No fui a la casa, me largué para donde el Lucas y ahí me quedé tres días. Yo sabía que el baile del San Vito ya se había armado. Todos me buscaban desesperados. Creían que me había ahogado en el mar. El Lucas me tenía al tanto y me ayudaba de alguna manera a consolidar mi venganza. Sólo aparecí cuando mi vieja estaba ya al borde de la locura. Al resto les hubiera hecho sentir culpables por lo menos un par de semanas. RECUERDA, MILENA Milena nunca ha sido buena para hablar de sí misma. Prefiere escuchar. Por eso la quieren. Desde que los conoció, todos sintieron que podían tenerle confianza. Electra la llamaba a gritos cuando estaba a punto de suicidarse. Muchas mañanas Milena llegó a las terrazas de los penthouses de la González Suárez, donde Electra estaba amanecida con algún drugo de turno y tenía miedo. Sentía angustia y quería morir. Quería lanzarse al vacío. Qué importaba que en ese momento en el país se estuviera a punto de desatar una guerra civil porque hubiesen secuestrado a un presidente que no era digno de ese título, o que la inflación, la crisis o las nuevas elecciones. Milena olvidaba la historia de su tierra porque su amiga ya no podía con la vida. Eso era más importante - Ayúdame, Mile. Sálvame por favor.

Y Milena, asustada, la tomaba en sus brazos, sin comprender por qué la gente podía echarse a perder de esa manera por la puta droga. Cómo alguien como Electra: hermosa, inteligente, llena de talentos era capaz de dejarse caer. Así, Milena la recogía en cuchara y salían a recorrer la ciudad en taxi. A comprar el tranquilizante para calmar a su amiga. Luego la llevaba a su casa y la acunaba hasta que se dormía, tomándola entre sus brazos, acariciando su cabello encendido. - Milena, perdoname, che. Nunca más, nunca más voy a meterme un pase, te lo juro. Esto era al despertar por la tarde. Y Milena la miraba comprensiva. Juntas las dos en todo. Pero siempre era lo mismo. Pasaban dos, pasaban tres, pasaban cuatro días y Electra volvía a caer. O esa noche espantosa en un cuarto de última, donde esa vieja desdentada te practicó un aborto. Porque sentías que eras demasiado joven para ser madre. Porque creías que tu relación con el Galgo no iba para largo. Porque tenías miedo de que tu cuerpo estuviera demasiado drogado para tener un niño sano. Y tú, Milena, acompañándola hasta en eso. Ya no recuerdas, Electra, cuando te amanecías bailando en el "Fast" sólo tomando agua mineral. Linda, esbelta, inteligente, carismática, sociable. Parecías no tener defectos. Milena recuerda una vez que la vio actuar. El personaje no tenía nada que ver con la personalidad de la actriz. Era perfecto. Electra se transformaba entera. Y luego de tres días, Milena volvía a recogerla con cuchara porque Electra se había excedido con las drogas. ¿Cómo podía destruirse una mujer con tanto potencial? ¿Y por qué? ¿De qué le sirven todos los estudios a Milena si no puede ayudarla? Ella se sabe inferior a su amiga. Para Milena, lograr una buena nota en la universidad le significan horas de estudio, sacrificios, rechazos a fiestas y diversiones porque ella no podía permitirse una falla. Y de pronto aparece esta mujer: brillante, capaz de sacar las mejores notas en el colegio, con múltiples ofrecimientos para distintas carreras y lo arruina por frágil. Porque es tan autodestructiva que no puede sacar partido a su talento. Sientes envidia, Milena, y a veces la detestas. Hay días cuando no respondes a sus llamadas. Piensas que Electra no merece tu amistad, que es egoísta porque sólo vive para sus problemas, que nunca tiene tiempo para escucharte cuando quieres confiarle alguno de tus líos. Porque tú también tienes angustias, Milena, aunque a nadie le importe. Los años pasaron y finalmente Milena se graduó de psicóloga, Electra se quedó en el fango, pero Raúl a quien quiere es a Electra. Además de todo. ¿Pensaban acaso que Milena era de hierro? O es que a ti te faltó valentía, Milena, para gritar tus sentimientos. Porque también hay que armarse de coraje para pedir ayuda. Raúl también te utilizó. Milena estaba para escuchar sus dramas existenciales, y entonces era buscada, querida, halagada Otras veces podía no existir. Milena recuerda la ocasión cuando llegó a una exposición colectiva en Beaux Arts en París. En el pequeño catálogo estudiantil figuraba el nombre de Raúl, y ella quiso darle una sorpresa. Se vistió con sus mejores ropas y pasó largo rato decidiendo cuál perfume sería más del gusto de Raúl; pero, cuando llegó a la sala de exhibición, él ni siquiera notó su presencia. Había llegado en compañía de una mujer extraordinariamente hermosa, cubierta con un impermeable larguísimo. Era el centro de atracción de toda la sala, y Milena, arrinconada en una esquina, no podía quitarle los ojos de encima. Sólo mucho después supo que se llamaba Isabeau. Y sopló el viento. ¿De dónde, carajo, puede venir una ráfaga de viento en una sala de exposición en París? Pero así fue. O así lo recuerda Milena, y el resto de la vida ha

seguido mirando el impermeable de la maldita Isabeau levantándose y llevándose todas las miradas detrás de sus faldones. Así que ni siquiera buscó a Raúl. Ni le dijo nunca que había estado en su primera exposición. ¿Para qué? Total, ya sabía que Milena sólo servía para atenderlos cuando estaban mal. Así es la vida. Unos nacen para escuchar y otros para ser escuchados. Qué puede entender Electra de los problemas de los otros, ni qué decir del planeta, si no puede con ella misma. Qué puede entender Raúl si él estaba demasiado obsesionado con surgir. Sinatra, bueno, él siempre estuvo ahí. Yo sé que tú lo dabas por hecho, Milena. You took him for granted, como dicen los gringos. La pena es que una siempre quiere que la tome en cuenta el que ni siquiera se percata que rondas cerca. Para Milena hay dos categorías de personas: los seres mágicos y los normales. Los personajes mágicos, ¿recuerdas Milena? Electra y Raúl se pertenecían a esa categoría. También Serge, porque a pesar de ser diez años mayor lograba hacer de cualquier cosa, así sea la más simple, algo especial. Porque era excéntrico, porque brillaba. Milena no puede explicar por qué para ella son mágicos si para el resto del mundo son seres sin nada especial, más bien, bastante desastre. Finalmente eso no se explica. Son sus ángeles caídos que ya no encuentran el rumbo; pero no menos ángeles por eso. Milena endiosa con facilidad a las personas y luego, cuando se cansa, las bota, como si fueran juguetes. ¿No te da vergüenza, Milena? Tú, psicóloga, debes saber que todos eran seres humanos, con virtudes y defectos, con conflictos y esperanzas. ¿Por qué los enalteciste si finalmente no eran nada? Por eso ahora tus frustraciones, tus decepciones. ¿Qué culpa tenían ellos de no poder responderte como tú querías que lo hicieran? Me da la impresión de que para ti no eran más que cuerpos a los que tú dotabas de las personalidades que te gustaban. Aceptando lo que para ti funcionaba y desechando lo que no te gustaba como si fuera un plato de cocina que condimentabas a tu antojo. ESCRITOS DE RAÚL Las drogas... Las drogas han sido parte de mi vida. He sido tildado de drogadicto siempre. Yo nunca me he visto así, aunque quién sabe, uno siempre se ve de una manera diferente a como que te ven los otros. La primera vez que probé mariguana fue cuando tenía doce años. Estábamos con Rodrigo, el Galgo, el Juan Camilo y un grupo de panas de las motos en donde siempre entrenábamos. Teníamos una jorga de amigos mayores que nosotros y sabíamos que ellos se pegaban sus pitos. Claro, ellos eran los chéveres, los cools, los bacanes y nosotros les mirábamos como si fueran nuestros ídolos. Nosotros, en cambio, para ellos, éramos los guagüitos, los críos ridículos. Nos vacilaban de lo lindo y siempre nos utilizaban para hacernos bromas. Qué más nos tocaba que aguantar si queríamos estar a la altura. A esa edad, mostrar miedo era ser marica y la lucha surgía por demostrar quién era el más valiente. Por eso cuando esa tarde, luego de entrenar, el grupo de los mayores se nos acercó y uno de ellos se prendió una pito delante de nosotros, tocó respirar fuerte y mirarles de frente a pesar de que nos cagábamos de miedo. Ellos, por supuesto querían ver cómo reaccionábamos y nosotros, a como diera lugar, tratábamos de hacernos los frescos. De pronto nos pasaron el pito. - ¿No se van a atrever, verdad? Y reían a carcajadas. Cada vez nos rodeaban más y esperaban que alguno se pusiera a lloriquear del miedo para arruinarlo de por vida con su desprecio, ya que en sus manos estaba nuestra supervivencia dentro de su mundo.

- ¡El que no fuma es maricón! ¡El que no fuma es maricón! Cada vez gritaban con más fuerza y reían a carcajadas. Ellos estaban tronos y el foco de atención éramos nosotros. Nuestras miradas se cruzaban. Nosotros también nos creíamos los muy chéveres; pero eso era entre los pelados de nuestra edad. De todo el grupo, éramos los más precoces, los más adelantados, los que no le teníamos miedo a nada. Una vez, en sexto grado, nos escondimos en uno de los patios del colegio que tenía una pequeña montaña. "La montaña rusa" se llamaba y nos tiramos en el césped a fumar cigarrillos. Nos encontraron y como castigo nos expulsaron tres días y nos dejaron suspensos en matemáticas. Para nosotros, a pesar del susto inicial y del lío con los viejos, no fue un castigo. Nos convertimos en la gloria del colegio. Habíamos sido capaces de fumar cigarrillos dentro del plantel. Ahora el tabaco está muy venido a menos; pero en esa época era lo in, lo cool. Si uno no fumaba no estaba en nada. La mariguana era otro cuento. Ya harto de tanta burla, agarré el bareto y lo fumé. - ¡Bien, Raúl, eso es ser hombre! - gritaban los mayores. - Trágate el humo, trágate para que te haga efecto. El resto de panas me miraron nerviosos. A mí ya no me importaba nada. Que viniera lo que viniera. Me atenía a las consecuencias. El resto me siguió, aunque el Galgo temblaba y los ojos se le llenaron de lágrimas, mientras hacía esfuerzos por no orinarse del miedo. - Ay, el guagüito, va a llorar, vamos a llamarle a la mamita para que le consuele - le molestaban riendo a carcajadas. -¡Ya no jodan! - les grité, harto de tanto insulto. - Tranquilo, si sólo les estamos bautizando. Los verdaderos motociclistas tienen que estar preparados para todo - me contestaron. Supongo que nos agarró duro porque después de un rato nos reíamos a carcajadas y terminamos todos tendidos en el pasto, conversando en cámara lenta y comentando el paisaje tan brillante. Al Juan Camilo le agarró paranoia y todos se ensañaron con él, molestándole y persiguiéndole, mientras él corría desesperado. Después de eso, fuimos aceptados y pasamos a formar parte del clan de los mayores. Nosotros, por supuesto, al día siguiente nos sentíamos lo máximo. Queríamos ser respetados y, dentro del mundillo de mierda en el que vivíamos, ésa era la forma. Con el pasar de los días la mariguana comenzó a formar parte de nuestras vidas y luego vino el resto de drogas, ja. Ahora son parte de la vida diaria. Lo único que me mata es que los ignorantes armen tanto escándalo, cuando en otra época era totalmente legal. Y es que, si no dieran placer, si no fuera divertido, no lo haríamos. Tampoco somos masoquistas. CUENTA ELECTRA A los pocos días de haber llegado a Quito salí a montar bicicleta con la hija de uno de los empresarios que trabajaban con mi viejo. Estábamos dando vueltas por ahí cuando apareció un muchacho llamado Armando. Rocío, la chica con la que estaba montando bicicleta, resultó ser su prima y él se acercó a conversar. Ese Armando, el Sinatra, no tenía buena pinta. Incluso me causó impresión verlo. No en mal sentido, porque yo nunca he sido prejuiciosa; pero me dio como lástima mirar su cara un tanto deforme. Sin embargo, desde el principio, eso pasó a segundo plano, porque era muy divertido, tenía una risa tan contagiosa, que era imposible no sentirse bien a su lado.

Sentados en el parque, Rocío le preguntó por una chica llamada Milena y bastó el nombre para que Armando se largara a hablar de ella hasta el cansancio. Decía que estaba muy triste desde que ella se había marchado al internado en Suiza. Yo pensé que se trataba de su novia pero Rocío me comentó que era su mejor amiga, y él repetía sin parar que era una pelada alucinante. A mí me parecía muy gracioso este término de pelada, quería decir la piba o la mina... - ¿Es calva? - le pregunté ya sin poder contener la risa. Y el Armando comenzó a reírse. Se le movía la panza de lo fuerte que reía. A mí me parecía muy gracioso. - ¿Por qué la llamás pelada? - Y cuando me explicaron que así se les decía a las chicas aquí, nos reímos con más ganas. O sea que yo también era una pelada, y el Armando dale con las carcajadas hasta reventar. Luego de ese paseo, Armando consiguió mi número y comenzó a llamarme seguido. Se convirtió en mi amigo. No sé qué tenía; pero me hacía sentir tranquila. Salíamos en su Torcimóvil, como él llamaba a su auto, a dar vueltas, tomábamos helados. Con frecuencia nos quedábamos varados y tocaba llamar a algún mecánico amigo de Armando y siempre, siempre pasábamos la tarde en una sola risa. Él me decía que le llamara Sinatra, que todos sus amigos le decían así, pero a mí me tomó tiempo acostumbrarme a su mote. Yo prefería salir con Armando más que con Rocío. No sé, Rocío en el fondo me parecía como muy snob, muy hijita de papá. Quería parar cada segundo a arreglarse, y perdoname, pero si andás en bicicleta es obvio que terminás desarreglada. Sin embargo, cada cinco minutos me preguntaba si su pelo estaba bien, si no estaban muy rojas sus mejillas, en fin, terminaba siendo fastidiosa. Al principio me parecía hasta gracioso; pero luego, se cansaba una. En cambio Armando era un tipo la mar de simpático. Un día me llevó a conocer su nuevo colegio. Estaba nervioso porque iba a tener que hacer nuevos amigos, me dijo después de dejar unos resúmenes que le habían pedido. Me parecía gracioso oír que éste era su no sé qué cuantésimo colegio. Decía que había pasado por todos y que siempre tenía problemas en los estudios; pero que en esta Escuela Internacional, se habían dado cuenta de que tenía un problema de dislexia y que lo iban a ayudar. Yo no podía creer que él, que parecía ser el tipo más sociable del planeta, tuviera miedo de enfrentarse con nuevas personas. Entonces yo de qué me quejaba, si al fin y al cabo, todos parecían tener miedo y era normal sentirse así cuando una enfrentaba algo que fuera diferente. No sé cómo fue que yo comencé a pensar en quedarme, o sería que el destino ya estaba comenzando a jugar conmigo. Curiosamente mi viejo ya había planificado todo para que yo me quedara, como presintiendo lo que estaba por ocurrir y coincidentemente también había pensado en ponerme en el mismo colegio al que iría el gordito Armando. Yo le llamaba así, se me hacía más agradable que Sinatra, y no porque fuera gordo, era más bien flaco, sino porque, cuando reía, la panza se le movía de una forma graciosísima. Cuando le conté se puso feliz, me dijo que entonces todo iba a ser más fácil y yo hice que me jurara que no me dejaría sola ni un instante. Fue él quien me abrió las puertas. Yo estaba que me moría de nervios, pero el gordito Armando cumplió su palabra, me esperó a la salida de todas las clases que no teníamos juntos y en el recreo estuvo siempre conmigo. Es horrible estar en un nuevo colegio a la hora del recreo. Todos te miran como si fueras un bicho raro y una se siente tan, pero tan mal. Yo eso lo había vivido ya muchas veces.

Sin embargo esta vez fue diferente. Fue como el inicio de algo. Había muchísimos alumnos nuevos y venían, según Armando, con la fama de ser chicos problemas o que, como yo, estaban recién estrenando país. Sí, el cielo estaba azul, completamente azul esa mañana y el sol nos iluminaba a todos mientras nos presentábamos entre broma y broma. Así fue como conocí a Rodrigo, al primo de Armando que acababa de llegar de la playa y estaba súper bronceado, el guapísimo Juan Camilo. También conocí al Cruz, a Raúl, mi Raúl y a todos los que de una u otra manera llegamos a formar parte del círculo. Sólo que entonces pensábamos con mayúsculas: El Círculo. También estaba el Galgo. Me saludó con su sonrisa pícara; pero en ese momento pasó a ser uno más del grupo y no me causó ninguna impresión especial. HABLA SINATRA Una vez, luego de ahorrar fuerte y habiendo trabajado en las vacaciones y durante las tardes después del colegio, en la mecánica de un pana, me compré un automóvil. Era un Ford Torino año setenta reviejo y mal tenido. Lo compré unos meses antes de que Milena viajara a Suiza, es decir en el año ochenta y uno. Acababa de cumplir dieciocho años y me sentía ya todo un adulto. Claro que todavía me faltaban algunos años en el colegio por todos lo que había perdido. Mis panas también tenían autos, aunque en el caso de ellos eran regalos de sus papás. Este automóvil, en cambio, se convirtió en mi orgullo porque, a pesar de que estaba hecho pedazos, lo había adquirido con mi esfuerzo y eso valía mucho. En realidad, valía todo. El tipo que me lo vendió era un gringo fotógrafo que tenía un laboratorio para revelar blanco y negro. Era un hippie que había venido en los sesenta como muchos, en busca de las maravillosas drogas de Sudamérica sin saber por cuánto tiempo ni por dónde viajaría. Terminó instalándose en el Ecuador indefinidamente, alucinado con el San Pedro y la mística de los Andes, como él decía. Cuando me entregó la camioneta Station Wagon, ni siquiera se molestó en limpiarla. Tenía jijuemil vasos desechables de Coca - Cola, bolsas de restaurantes de comida chatarra y una cantidad de revistas, Playboys y Penthouses, reantiguas, que se convirtieron en la diversión de todos y en la educación sexual de mis amigas, que hacían lo que fuera para que las dejara mirar. En realidad comencé a cobrar por el uso de mi camioneta, tanto si querían las revistas como si deseaban tirar en el amplio espacio. Esto me permitía farrear los fines de semana ante el gesto de reproche de Milena que, en esa época, como era tan noria, no aprobaba para nada mi actitud. Claro que en ese entonces Milena se llevaba con el grupo de mi prima Rocío, con los que yo también andaba a veces. Todavía me acuerdo del día en que aparecí con mi flamante camioneta. Todos estallaron en una sola carcajada. - ¡Llegó el Torcimóvil! - gritó uno. Claro, no podía faltar el apodito. Eso ya era de rigor. Pero en el fondo, sin mí, la diversión no existía y llegué a la conclusión de que si yo fuera perfecto mis amigos no la pasarían tan bien; creo que vengo a ser el sello distintivo del grupo. Con el Torcimóvil en mi poder, me sentía mucho más fuerte e independiente. Y no sólo eso, sino que era todo un personaje silencioso que vivió los momentos más intensos de cada uno de nosotros. Casi todos perdimos la virginidad dentro de ese auto, ya que cuando alguno estaba de programa, como era tan grandote, se prestaba para la ocasión. También fue el confidente

silencioso que escuchó muchos secretos. Yo siempre he tendido a encariñarme con mis cosas, las trato como si tuvieran vida. A mí me gustaba hablar con ella (siempre traté a Torcimóvil en femenino). Me servía de desahogo cuando me sentía triste. No podía correr, como lo hacían todos mis amigos con sus carrazos, pero andaba y eso era lo importante. La llené de calcomanías de mis grupos favoritos. Tenía la lengua de los Rolling Stones, los distintivos de Pink Floyd, Led Zeppelin, Génesis, en fin. Ah, y en el vidrio de atrás le coloqué el sello cool de la época, uno que decía: "She's only rock and roll", que parecía ser el logo de la radio de moda en la Yoni. Años más tarde, la vendí, cuando por cosas del destino me embarqué rumbo a Londres. Sin embargo, la tarde en que lo hice, no puedo explicar, pero sentí que una parte de mi ser se iba con ella. Milena decía que se debía a que representaba toda una época, que era como no sé qué figura literaria que ella decía que se da cuando uno ve algo y ese algo le remonta a uno a una época pasada, no sé qué de unas galletas madeleines de Proust. Cuando ella se tira a intelectual yo no la entiendo mucho; pero sí entendí lo que ella me dijo. Torcimóvil fue el símbolo de nuestra juventud, y alguna rara vez en que la vi pasar por la calle con su nuevo dueño y vi que todavía tenía el sellito de "She's only rock and roll", se me vino toda mi vida a la memoria como un flashback y comprendí que, a pesar de todo lo que me he quejado, tuve una juventud del carajo. Creo que todos. Tercera parte MILENA MIRA Ahora, en el presente, con los días recordándola que su amigo ya no es de este mundo, Milena mira sus recuerdos. Recuerdos que nunca se hubieran desencadenado de no haber sido por la muerte de Raúl. Raúl fue un sueño, al que dotaba con lo que yo quería. Era un cuerpo al que yo le regalaba, como quien juega a ser Dios, los rasgos que deseaba que tuviera. En realidad, eso lo hice con todos; pero Raúl es el símbolo de todo el Círculo. No sé por qué. De no haber sido Raúl quien se iba, no creo que ni siquiera me hubiera interesado por contar esta historia. En mis sesiones obligadas de psicoanálisis en Nueva York, cuando fui a sacar el Masterado, tocaba varios puntos y en ese momento reconocía, como lo reconozco ahora, que no es el haberme llevado con ellos lo que marcó mi vida. No se puede ser tan extremista. Una se marca con y por muchas cosas. Lo de este grupo -lo de esta historia- es por Raúl. Pero, ¿qué fue este grupo en mi vida? En ocasiones ni siquiera me preocupó saberlo. Quizá en el fondo, en aquellos tiempos, no eran. Simplemente estaban. Luego fueron. Y ahora lo sé. El Círculo fue un refugio. Todos peleamos por olvidar lo malo que la vida conlleva. Siento que a todos nos aterraba enfrentarla; así, a lo crudo, con el miedo constante a una muerte que no se sabe cuándo llegará, a lo desconocido, a la enfermedad, al dolor. A veces, estar con ellos era mi mejor terapia. Siempre supimos sacar de nuestro interior el niño travieso; reírnos de nosotros mismos. Nunca tomamos la vida demasiado en serio. Llevábamos, sin darnos cuenta, una visión tántrica, muy sabia. Es lo que justamente recomiendo a mis pacientes. Que, por Dios, se rían. Que se rían de todo.

¿Y es que acaso somos demasiado perfectos para juzgar? Nadie es ni demasiado culto, ni demasiado inteligente. El más perfecto puede arruinarlo todo en un segundo, con una sola frase. Al final todos somos seres humanos con muchos defectos. Todos somos capaces de herir o de ser heridos; de destrozar o destrozarnos. Dicen por ahí que la gente de mi generación, y en especial este grupo de panas, no hemos hecho grandes cosas. No hemos combatido tigres, no hemos hecho la revolución, no hemos ido a la guerra. Es cierto; pero también es cierto que somos los frutos de un país que tampoco ha sido capaz de grandes logros, y la consecuencia de una generación anterior, que nos dejó incrédulos y sin muchas esperanzas. A lo sumo terriblemente individualistas. Todo aquí queda trunco. "Es que no hay cómo, ñaño". Y al final, ¿qué pasó? Cuando me enamoré de esta gente y decidí que eran personajes de leyenda, lo hice poseída por mi juventud y mi ingenuidad. Porque así como me ocurrió con Raúl, pasó con todos: no quise verlos como eran, sino como yo quería que fueran, dotándolos de los sueños que yo quería que tuvieran. Porque cuando me reunía con ellos sentía, aunque fuese levemente, que cada uno soñaba con ser algo. Y 'algo' es siempre cualquier cosa. Éramos la generación "Yuppie". Había que conquistar el mundo antes de cumplir los treinta. Rodrigo quería pavimentar todo el Ecuador. El Galgo quería ser el hombre más poderoso y millonario de Latinoamérica. A cualquier costo, sin escrúpulos. Raúl quería ser el mejor pintor de su generación. Electra no quería nada; pero cuántos talentos tenía. De verdad, pudo haber sido la mejor actriz, o la mejor cantante o como diría ella misma, qué sé yo, lo que hubiera querido. Y no fue nada. Lo digo ahora, ya en frío. Nadie logró mayores cosas, salvo seguir con vida, y eso sólo algunos; seguir luchando el día a día que a veces es tan horrible y difícil. Triste, ¿verdad? ¿Nos jodió la caída de tantos sueños? ¿Nos jodieron los excesos? ¿Nos jodió el que ya no existan reglas y que, aquí, el que 'triunfa' nunca sea el más honesto? Tal vez. No creo que haya una sola causa para tanto efecto. Y tampoco creo que esas causas hayan sido todas exteriores. Pero en el fondo, todas estas explicaciones no pasan de ser otra cobardía. Nos jodimos por nuestra propia culpa. Para qué vamos a echar culpas a otros. Eso siempre es lo más cómodo. Hubo una vez un grupo. Un grupo que en el fondo se jodió por el amor. Raúl no habló de sus pinturas y carajo que era bueno. Milena no da prioridad a sus años de estudios. Sinatra no contará sus sueños con la publicidad y Electra será la más sincera de todos nosotros. Hasta la Miss Kim se arruinará por el amor. Creí que había algo donde no había nada. Pero eso en realidad no importa ahora. Mientras lo creí, fue hermoso y eso es lo que vale. La belleza siempre vale. Aunque no sea más que un hermoso espejismo en el desierto. Un caracol o una concha que se quedan en la mano. Como recuerdo de un mar que ya no está. CUENTA ELECTRA Todas las tardes, después del colegio, pasaba por donde el Lucas. El man era del puts. Yo llegaba, me acomodaba y empezábamos a tolear. Más tarde caía Raúl. A veces venían Rodrigo, Sinatra, Juan Camilo, Serge. Serge, con sus diez años de más, era

nuestro pana. El Lucas también tenía como treinta años. Yo lo conocí gracias al Galgo, por supuesto. Siempre el Galgo. Al principio iba sólo de acolite, cuando el Galgo y el resto de panas querían cargarse. Pero luego, cuando yo también comencé a fumar y a probar el resto de la nube fantasiosa, como que agarré confianza. La caleta del Lucas quedaba cerca de la mía y aparentemente el man vivía un amor platónico conmigo, así que todo me salía regalado. Yo lo ayudaba a armar los paquetes, y siempre me quedaba mi comisión. Tenía dieciséis años cuando andaba en esa honda. Se puede decir que era una niñita. ¿Tenaz no? Sin embargo en esa época ni siquiera me parecía peligroso. A mí me gustaba ir donde el Lucas, sobre todo cuando quería escaparme del Galgo. No hay que olvidar que durante muchos meses quien tuvo control en la relación con el Galgo fui yo, y todo se hacía a mi manera. Y recuerdo, parece imposible ahora, lo sé, cuando me agarraba ese sentimiento como de pereza hacia el Galgo. Yo corría a la caleta del Lucas y empezábamos a sesionar. Ay, cómo me aceleraba de rico. Nada de paranoias, ni de temblequeras como luego, no. En ese entonces todas las sensaciones eran maravillosas. Ya en la mitad de la sesión, no respondíamos a nadie o a muy pocos que yo aprobaba. Solíamos reír, mirando el auto del Galgo que se daba las vueltas por todo el sector: de mi caleta a la del Lucas y así toda la tarde buscándonos. Ni idea tenía él de que estábamos juntos y peor de que nos estábamos escondiendo de él. Era tan divertido, con el acelerón bien puesto, que ni siquiera se perfilaba en la obsesión y la angustia que llenarían luego mi ser, cuando ya todo dejó de ser un juego para convertirse en pesadilla. El Lucas fue uno de los mejores amigos que yo tuve y me daba tanto cabreo cuando al grupito le daba por hablar despectivamente, como si se hubiera tratado de un simple y vulgar pusher. Para todos, ir donde el Lucas era vivir el peligro, crear un sentimiento de aventura, hacerse los machitos y no sé... Para mí que el Lucas vivía una soledad muy grande y, en el fondo, se sentía acompañado por nosotros porque a la final el pusher es importante para cargarte; pero nunca es parte de la jorga. El Lucas era buena onda, nos regalaba de todo. Una siempre salía con chicharras, quetes de base, de perica Nunca nos faltaba nada. Creo que éramos el grupo más pesado de Quito. Estos recuerdos pueden parecer sórdidos para la gente que no ha estado en el medio, pero en el fondo todo el mundo tiene un escape, no importa cuál, y para nosotros el escape era ése. Teníamos juventud y teníamos salud. Estábamos muy lejos de llegar a la degradación en la que caeríamos más tarde. Una vez más en la vida yo había conseguido poder. Po-der. Todo desde que había llegado a Quito me había salido fácil y esta vez tampoco fue diferente. Con el pasar de los meses todos se comenzaron a dar cuenta de que la preferida del Lucas era yo y comenzaron a ser mucho más amables de lo que ya eran conmigo. Sabían que de mí dependía muchas veces que el Lucas abriera la puerta. El Galgo también comenzó a calar la nota, pero no había nada que él pudiera hacer. A veces me amenazaba con dejarme, me armaba unas escenas de celos terribles; pero para mí no era grave, yo estaba segura de su amor por mí. No me importaba cuánto pateara su camioneta, ni cuánto gritara. Lo que más había logrado cultivar era mi autoestima. En consecuencia, lo que a mí me vacilaba primero siempre era lo que se hacía. No me detenía a pensar si el Galgo me correspondería, me llamaría o me buscaría. Era dueña de mi situación, y ese sentimiento me elevaba. El otro día estaba mirando una reproducción del cuadro de Frida Kahlo en donde tiene a su Diego, metido en la cabeza. Ese hijueputa de su Diego, que nunca fue de ella. Bueno, un amigo me decía que simplemente le parecía inconcebible, que la man era una masoquista, porque lo que debía haber hecho es molerle a palos. Yo sé que eso a

veces no se puede, una se vuelve esclava del amor y, claro, en teoría todo funciona pero y en la práctica ¿qué? ¡A ver! Yo sé lo que sentía Frida cuando pintó eso, yo lo sé, lo mismo me pasó a mí. HABLA SINATRA Cuando terminé el colegio, muchas cosas llegaron a su fin. Primero, el gran golpe, todo el grupo de panas extranjeros se marchó y, de una, toda mi apariencia punk pasó a ser eso, simplemente apariencia; pero ya no era divertida. La realidad comenzó a golpear en mi ventana con insistencia de una manera mucho más fría. Me levantaba por las mañanas y me quedaba mirando al vacío, pensando en todos mis amigos y cómo ellos tenían sus vidas organizadas gracias al dinero. Yo, estaba claro, había asistido a la Escuela Internacional gracias a un hermano que a regañadientes aceptó costearme la educación y de vez en cuando también con la ayuda del viejo del primo Juan Camilo, quien, bueno, iba a ser el salvador de mi vida, pero ése es un largo cuento que ya me tocará escupirlo en su momento. En todo caso mis pensamientos van en este instante para aquellos días, luego de la feliz graduación, dos años después que la mayoría de los panas. Yo tenía ya veinte años; pero hasta el momento no los había sentido. Ahora ya no tenía el amparo del colegio para seguir siendo un vago de mierda. Tenía que salir con algo. Milena debía llegar poco después de la graduación, pero ella estaba tan entusiasmada con su ridículo amor por Rodrigo que a mí ya no me paraba balón. Increíble, después de lo amigos que habíamos sido. Qué mierda, el estar en el colegio me había permitido sentirme seguro. Ya me conocían. Los chistes de "chueco", "torcido" y demás pendejadas eran parte de la rutina. Y ahora, la mayoría de panas o se habían ido a estudiar en el extranjero o trabajan o estaban en la universidad. Bueno, excepto Electra, que se había hundido completamente por el Galgo. Ya llevaba dos años de graduada y seguía en la mierda. Dizque actuaba, la vi en una obra. Sí era buena; pero, como siempre, perdida en sus conflictos, creo que la habían botado de la compañía o del grupo, no sé cómo lo llamaban. Yo, atrasado, atrasado, dos años más tarde que el resto, pero finalmente lo lograba. Si mi destino era hundirme en este hueco en medio de los Andes entonces sí que estaba jodido. Cada vez con mayor intensidad, las manos comenzaron a picarme. Tenía que hacer algo si no quería arruinarme. Una mañana me levanté decidido. No me quedaría en Quito, eso era seguro. Claro que dinero para largarme al otro lado del océano no tenía; pero decidí, que así fuera a otra ciudad dentro del mismo Ecuador, me alejaría. Agarré mis cuatro tereques y opté por Guayaquil city. Me rapé para no tener más la facha de cacatúa multicolor, y de la vida de punk sólo quedó el hueco en la oreja. Sin avisar a nadie, me largué, decidido a no regresar hasta que no tuviera las manos llenas de dinero. Con dinero la vida es mucho más fácil, de eso no cabe duda. Quizás la plata no traiga la felicidad, pero definitivamente la imita a la perfección. Caminando por el malecón, la tarde en que llegué, luego de no sé cuántas horas aguantándole a un borracho apestoso en el bus, me encontré con un letrero en un edificio de tercera. En el letrero decía que se necesitaban vendedores. ¿Para vender qué? No explicaban. Cuando entré, un gordo con una guayabera empapada de sudor y con un aroma a queso rancio, me comentó que la vaina era vender enciclopedias. Me dijo que con mi aspecto dudaba que pudiera engatusar a ningún cliente pero, que como no tenía nada que perder, igual iba a hacer la prueba conmigo. Yo le garanticé que mi labia valía

mucho más que mi pinta. El muy pendejo rió con desprecio, pero a la final me soltó el maletín. Cargando los suntuosos ejemplares de muestra con pasta imitación cuero color burdeos con filete dorado, comencé a recorrer las calles a primera hora del día siguiente lleno de esperanza. Quién sabe, ya me veía yo llamando luego de un par de meses a los panas que, asombrados por mi largo silencio y mi ausencia que a todos habría extrañado, se caerían de jeta cuando yo les comentara que ahora era el dueño de mi propio negocio de venta de enciclopedias. Y nadie entendería cómo lo había logrado luego de tantos años de vagancia en los colegios que recorrí durante mi adolescencia. No me importaba haber pasado la noche casi sin dormir, bebiéndome una tella de trópico en un hostal de mala muerte. Ahora el mundo era mío. Esperanza, nube. Nube azul, azul brillante, azul espumante, azul tormentoso, tormenta negra, nube negra y enlodada. No vendí ni una puta enciclopedia; porque la única que logré a regañadientes que me la compraran, me la devolvieron a los pocos días, con el comentario que dizque había sido comunista y yo ni idea. Seguro que era un chiste del viejo desde el más allá para que aprendiera a ganarme el pan con el sudor de mi frente. Así que como conclusión no gané ni un sucre, lo único que pasó fue que me hice acreedor urgente a un par de zapatos nuevos si quería volver a salir porque los míos habían quedado destrozados de tanto caminar. Gané también la mano de insultos y el descubrimiento de una faceta de mi personalidad que nunca la había conocido. No solamente era deforme, sino además insoportable. Ya nadie se divertía a mi costa. Al contrario, les parecía aburrido. Pensaba en el primo Juan Camilo que, por más estupideces que dijera, siempre captaba la atención del público atrayéndolos como un imán. Sentí que este nuevo descubrimiento de mi persona me pesaba más que todas las enciclopedias que había cargado. El sol me caía como un mazazo y me sentía más estúpido de no poder soportarlo como hombre, carajo. Nadie jamás me había dicho que la vida era fácil, de eso se había encargado mi viejo a la perfección, entonces, ¿por qué carajo me costaba tanto dar pasos con optimismo? Buscaba en mi interior una ilusión, una esperanza que me ayudara con cada día y lo único que encontraba era un peso profundo con un color negro que me llevaba hacia el fondo del abismo. Tenía veinte años y sentía que todas las puertas de mi vida se cerraban como bóvedas de bancos. ESCRITOS DE RAÚL Hablando de mujeres, llegamos a Isabeau, la francesita de Blois. Mierda, al final siempre llego a Isabeau Llevaba dos años viviendo en París y había logrado entrar a Beaux Arts. Me sentía invencible, como si luego de haber conquistado esa victoria, nada ni nadie podría conmigo. Alumno de Beaux Arts... Eso era lo más jodido del mundo y yo lo había logrado. Transcurría el mes de noviembre de mil novecientos ochenta y seis, cuando ella comenzó a desfilar por mi vida. Entró al museo de Orsay un día en que yo andaba estudiando a los impresionistas y ella me impresionó más que nadie. Al lado de esta hembra, todos valían verga Monet, Manet, Renoir Verga. Era una yeguota, tenía el pelo largo, liso, un cuerpazo, casi de mi tamaño. Llevaba un abrigo que casi se arrastraba, tipo militar y que volaba con el viento. Ni siquiera con el

viento, porque dentro del museo no soplaba ninguno. Ella misma era el viento. Como si llevara su propio aire. Estaba con algún turista gringo; pero ella era francesa. Se le notaba el acento al hablar en inglés. Yo no sé qué fue, pero me quedé loco y comencé a seguirla. Bueno eso no es anormal, conociendo mis arranques. Como maniático seguía tras ellos. La vi subir por la noche a un apartamento en la rue des Écoles. Yo no pude irme a dormir, así que decidí pasar la noche en blanco hasta que salió. La seguí todo el día. Esa noche entró a un antro pequeñito donde tocaban música jazz por ahí por el Caveau de la Huchette y resultó que cantaba, qué bonito que cantaba y yo que he sido un fanático del beep bop y todas esas ondas. No podía creer que ese ángel me hubiera caído del cielo. La abordé cuando terminó de cantar. Ella me miró coqueta. Sí, se había fijado en que yo la seguía (¿Y cómo no darse cuenta, mierda, si la había seguido casi 48 horas como si fuera su sombra?). Al principio le había dado un poco de temor; pero después se acostumbró. Quizá fuera por mi mirada. Como fuerte, pero triste, ¿verdad? Tu viens d'où? De l'Equateur? Tiens, voilà un macho latino. Y al comienzo se quería hacer la difícil, como todas, pero a los pocos días ya estábamos acostados en su deux pièces. Isabeau se convirtió en una adicción. No podíamos estar el uno sin el otro. Al mes ya había dejado mi buhardilla y me encontraba instalado en la rue des Écoles. Para qué voy a alargarme en lo que todos dicen del paraíso, de la pareja perfecta. Yo estaba seguro de que éramos el uno para el otro. Me acuerdo de una mañana cuando se estaba bañando. Yo me iba a meter a la ducha con ella y vi su marca en la cabeza. Me quedé loco, tenía la misma marca rojiza de nacimiento que yo tenía en mi cabeza y en el exacto mismo lugar. Parecía una firma de Dios para refrendar que nos pertenecíamos uno al otro. No es que no peleáramos. Éramos unas bestias cuando nos dábamos, pero así mismo, nos hacíamos de a buenas. Qué polvos que nos metíamos. Esa mujer era incansable. No había quién la parara. Podíamos pasar toda la noche tirando, y todavía nos quedaban ganas. Debo admitir que ella me sacó adelante porque luego de haber entrado a Beaux Arts y de comenzar a andar con Isabeau, me volví otra vez una bestia. Comencé a farrear, aprovechando de las noches en que esta man se iba a cantar. Y como yo toda la vida he sido un celoso, me dedicaba a beber para no agarrarme contra todos lo que se lanzaban a coquetear con la pelada y que pura idea que ella no les correspondía. Pero así como la man era una hijeputa, también tengo que admitir que cuando se proponía algo lo lograba. Decidió que yo tenía que volver a encarrilarme en mi pintura y lo logró. Me obligaba a que estudiara todos los días, a que practicara los trazos, la técnica hasta que se convirtió en una de las épocas más creativas de mi vida. Ella fue mi mejor modelo. La pinté en todas las posiciones y en todos los sitios. Como al año de salir juntos tenía el suficiente material para armar una exposición, y mi vieja, que es una luchadora acérrima, consiguió el auspicio para que yo viajara al Ecuador con pasaje y gastos para viáticos y, lo mejor, consiguió otro para Isabeau. Había ya pasado fuera del Ecuador casi tres años y, si no hubiera sido por mi exposición y por darle el gusto a mi vieja, no creo que hubiera pensado en regresar para nada, pero las cosas se dan cuando tienen que darse y la pelada y yo nos embarcamos rumbo a Quito.

Fue la luna de miel perfecta. Isabeau encantó a todos, incluyendo a mi vieja y a ella, a su vez, le encantó nuestra nieve tropical. Nunca había probado la perica, y a las pocas noches estaba alucinada y quería salir a farrear todas las noches. Yo no le negaba, para qué, al fin y al cabo eran vacaciones y con ella yo tenía una relación de igual a igual y eso me gustaba. No tenía que andarme escondiendo de las cosas que hacía como con las otras peladas, y eso era algo nuevo para mí. Además, me gustaba la envidia que comenzaba a provocar en mis panas. Todos querían una pelada así. Sólo nos peleamos una noche y fue por mi culpa, por darme de coqueto. Habíamos ido al Fast y comencé a conversar con todo el mundo dejándole a Isabeau de lado; pero como esta man era tenaz, ¿acaso que se dejó? La muy lanzada se puso a deambular sola por la discoteca hasta que, por supuesto, con lo guapa que era, le cayeron los buitres, el primero el Juan Camilo, por supuesto. Qué se iba a dejar ganar por mí, y casi lo consigue. Alcancé a meterme entre los dos y luego de una discusión cosa seria y vox pópuli, volvimos a encontrarnos los dos en medio de un polvazo que nos metimos en el baño del Fast donde, de la pura desesperación, le rompí los calzones y ella se quedó toda la noche sin ropa interior, coqueteándome como sólo ella sabía hacerlo, así que se me paró toda la noche. Yo creo que esa mujer me embrujó, porque definitivamente me tenía loco. Volvimos a Europa y a los estudios y, para mal de males, Isabeau comenzó a desesperarse sin la puta perica. Quería, como le habían ofrecido un par de panas en Quito, que le enviaran la bola; pero como ella no conocía lo plantillas que somos los quiteños, se llevó la peor de las decepciones y andaba cabreada todo el tiempo. Luego, Isabeau tuvo que dejarme un par de días, para ir a pasar con su viejo en el castillo de la familia, en Blois. Ése fue el error, porque yo no soy para que me dejen abandonado. Soy mujeriego y ésa es mi perdición. A los dos días de lo que Isabeau se marchó ya me estaban siguiendo las peladas y finalmente la cagué, no pude decirle que no a una holandesa de un metro noventa y la llevé a la cama. Estábamos que tirábamos como locos cuando la puerta se abrió de improviso. Era Isabeau, que quería darme una sorpresa y la de la sorpresa fue ella. Me gritó dos palabrotas y salió ipso facto. Yo me quedé frío. Isabeau tenía que llegar dos días más tarde. Sintiendo que el mundo me caía encima, me tapé con una sábana y salí detrás de ella. Alcancé a gritarle a la holandesa que se largara de inmediato. Ella me gritó otras dos palabrotas; pero como eran en holandés bien podían ser halagos enternecedores. Isabeau ya estaba en la calle, y yo, sin importarme el papelón que despertaba un tipo ridículo cubierto con una sábana, corría tras de ella por todo el boulevard de Saint Germain. Todos me miraban y reían. Isabeau flechada, yo corría detrás gritándole que la quería, que lo otro no había sido nada serio, que todos los hombres somos unos putos pero que, por favor, no me dejara porque para mí ella era lo más importante del mundo. La gente comenzó a aplaudir desde las aceras. Gritaba, lloraba, pero finalmente ella llegó a una estación de Metro y se perdió en el túnel, porque a mí no me permitieron entrar. Había corrido cuadras y cuadras en esas fachas y de regreso, sintiendo que ya el mundo no valía nada, pasó lo que tenía que pasar, me paró la policía y me llevaron por exhibicionista. Isabeau me sacó al día siguiente, pero tuvo su venganza al dejarme pasar la noche ahí en compañía de dos clochards con los que bebí toda la noche, llorando nuestras penas. Podrá parecer increíble, pero la relación no se acabó ahí. Isabeau me perdonó, como se dice. Y no sé si fue bueno, porque ya nada volvió a ser lo mismo. Empezaron las peleas, las desconfianzas, "la saloperie du facteur humain" como decía Jean-Paul Belmondo en una película. Algo en mi interior me decía que las cosas eran más tránsfugas aun.

Primero, la indiferencia de Isabeau se volvió algo latente, no le importaba lo que yo hacía, le valía un culo si yo pintaba o no. Ésa no era la manera de ser de ella. Al contrario, siempre le había importado mi arte. Ahora, sospechosamente seguido, me salía con el cuento de que tenía que ir a pasar con su familia en Blois. Un lunes volvió de Blois. Yo estaba dormido. Entró a empacar. Yo la dejé hacer y la miraba y la miraba, hasta que finalmente se dio cuenta de que no estaba dormido. - No es definitivo, sólo me voy por unos días a Blois. Es que tengo un contrato para cantar en un sitio. -¿En Blois?- le pregunté incrédulo. Hasta un ecuatoriano pendejo sabe que, si uno quiere cantar, mejor se queda en París y no en Blois, que es un pueblo de mierda. Tal vez, si me hubiera dicho Nueva York. Dejé que se marchara; pero me picó el bichito. Isabeau tenía un cajón con llave y nunca me había dejado ver lo que había en él. Tampoco me había interesado. Nos teníamos confianza; pero ahora la confianza había terminado. Cero. Como un loco agarré un cuchillo, abrí esa porquería de mueble y, claro, no me equivoqué, la muy pendeja me estaba traicionando. Las citas en Blois eran de todo menos familiares. Sin pensar, como cuando me agarra a mí la locura, me largué a alquilar un auto y por las mismas a Blois, con mirada asesina. Yo ya había estado en el castillo, así que metí el auto por ahí en medio de un bosque y me acerqué entre la maleza hasta quedar escondido tras un árbol frente a la casa. Era de noche, nadie me había visto, pero igual, así lo hubieran hecho, no hubiera importado. Tenía la adrenalina puesta y quien se me acercara era hombre muerto. Esperé y esperé con cara de loco y mirada asesina hasta que finalmente llegaron. La muy pendeja dentro de un Maseratti y con una minifalda de comérsela en ese minuto. Es que para colmo estaba tan buena, ajo, porque las mujeres son definitivamente unas culebras. Ella estaba fuera del auto ya, con su galán cara de fideo, el típico esqueleto francés. Se iban a besar cuando apareció "la saloperie du facteur humain" otra vez. Me les lancé como un ogro; lo más divertido fue el gritito de maricón del cojudo. - No te esperabas, ¿verdad? - le dije mirándola como un loco. La telenovela estaba a punto de empezar. CUENTA ELECTRA Durante unas vacaciones a la Argentina, las primeras luego de aquel año, mi papá me llevó al doctor de la familia para que me hiciera una revisión de rutina. Aquello fue el comienzo de la pesadilla. Descubrió no sé qué asunto raro en mi garganta, un pólipo de cuerdas vocales, para ser más exactos. Me hospitalizaron de inmediato para una operación. Fue al salir de ella y entrar a la sala de recuperación que la vieja e insegura Electra, ésa que yo pensé que había muerto en Quito, hizo su reaparición. Estaba segura de que tenía algo mortal y me agarró un pavor tan espantoso que no tenía ya control sobre mí misma. Apenas pude mantenerme en pie. Comencé a buscar la forma de escaparme. Recuerdo una mañana. Acababa de marcharse la enfermera, así que me levanté y corrí a ponerme el sobretodo encima de la bata de hospital. Luego me coloqué los zapatos tenis y salí. Me escapé, nadie se dio cuenta porque la bufanda me la coloqué alrededor de la cabeza. Corría el mes de agosto, invierno en la Argentina, me tapé bien y salí. Caminé sin rumbo y me senté en una banca anónima, de una calle anónima, de esta urbe anónima.

Lloraba (peor que eso: recobrado mi chamuyo porteño, yo yoraba) y no tenía ánimos para levantarme de ahí, a pesar del frío. No sé cuánto tiempo pasó ni cómo fue que mi padre me encontró. La verdad es que mi viejo siempre me ha encontrado. Llovía y yo miraba mis tobillos desnudos y enrojecidos por el frío. Qué más daba, igual me iba a morir, justo cuando había conseguido estar en control de mí misma, cuando todavía me esperaba un año completo de felicidad antes de graduarme de secundaria, cuando todo en mi vida parecía maravilloso, estable, lleno de amigos Pensaba en los panas, en cómo ellos me habían mirado siempre como si yo fuera especial, en mi incursión en las drogas sin haber pensado nunca que éstas podrían llegar a causarme nunca daño, en mi reinado sobre toda una ciudad, porque con esto de ser cantante me había convertido en una persona popular, que no lograba dar crédito a mis ojos. Y no sólo en la ciudad. Habíamos viajado a algunas partes del Ecuador y nosotros siempre éramos los mejores. No podía explicar por qué; pero, a pesar de los nervios de escena, una vez que arrancaba a cantar, el miedo desaparecía y yo era otra. Vibraba, bailaba el punk como una loca. Hacía chistes, lograba comunicarme con la audiencia Y ahora, de pronto, me iba a morir. No había cumplido los dieciocho años y me iba a morir. Seguramente era el castigo por haber disfrutado de mi vida. Ya era de esperarse que las cosas no podían seguir siendo maravillosas. En el fondo, siempre lo supe. Cuando mi viejo me encontró, no dijo nada. Él era así. Supongo que había pasado las de Caín buscándome por todo Buenos Aires y que, al verme, lo único que deseaba era sacudirme de las puras furias y para desquitarse de todo lo que le había hecho pasar; pero al contrario, se sentó y en silencio esperó. Yo dejé correr mi llanto, sintiendo como todo se venía abajo. Mi viejo, mi querido viejo, él siempre había tenido sueños muy altos para mí y ahora, cuando yo comenzaba a brillar, todo se partía en mil añicos. Ese día en Buenos Aires me hundí. Miraba a la gente caminar y los veía llenos de vida. Parejas que se abrazaban, niños con sus padres Yo no llegaría a vivir nada de eso y me agarró el pánico. Quería volver atrás en el tiempo, a aquellos días de salidas sin hora de regreso, de baile hasta el amanecer, de olor a tabaco y Chanel ( como solía cantar un amigo). A esos momentos íntimos, experimentando lo que era calentarle los huevos al Galgo, porque todavía no lo habíamos hecho del todo, yo seguía siendo técnicamente virgen; de mis perradas al pobre pelado que me quería tanto, de modelar, con todos aplaudiéndome por lo bien que lo estaba haciendo pero ahora estaba perdido. Dios, cómo odiaba mi perra suerte. El viejo me abrazaba con fuerza y yo seguía arrimada en su pecho sin querer levantarme, como si de esa manera lograra detener el tiempo. Lloraba sin poder controlarme y comencé a gritar, sabiendo que eso le hacía mal a mi garganta, pero al mismo tiempo, aceptando que necesitaba desahogarme. Lloraba, gritaba por todo lo que me estaba ocurriendo. Mi viejo me dejó seguir, no se interpuso para nada, ni me recordó mi enfermedad. Simplemente estuvo ahí hasta que yo terminé de desahogarme. Luego, cuando ya sintió que había botado suficiente, me habló. - Vamos. Ya vas a ver, nena. No pasa nada. Hay cura. Eres joven. Y fue benigno, chiquita. El tumor fue benigno. No sé por qué no quieres creerlo. ¡Mi viejo lindo! Has de haber estado muriéndote por dentro, abrazando a esta piba estúpida en la mitad de un parque en pleno invierno; pero qué sé yo de dónde sacaste fuerzas para sonreír. Sos lindo, ¿sabés? Lindo. Creo que nunca te lo he dicho; pero sos lindo, viejo. A tope. Hablamos hasta que cayó la noche y el frío terminó de congelarnos y de anestesiar mi corazón. Abrazada por mi padre, sentía que todo era una gran mentira y que nada malo

me podía ocurrir. Él estaba convencido de que saldríamos victoriosos y, escuchándolo hablar, sentí que visualizaba otra vez la vida a colores, pálidos todavía, pero no era ya ese horrible blanco y negro del que había sido presa estos últimos días. No era que no creyera que el tumor había sido benigno, pero quién me garantizaba a mí que no se iba a repetir. Volví al hospital y a los pocos días comenzamos el tratamiento. HABLA SINATRA Pensando que definitivamente estaba arruinado, y con el estómago que comenzaba a gruñirme mientras yo racionaba los pocos centavos que me quedaban, me encontré con un pariente, de pura casualidad. En ningún momento le mencioné mis apuros. Demasiado orgulloso para confiarle que muy probablemente ya no tendría dónde dormir esa noche, porque en la pilche pensión llena de cucarachas y moscardones, me habían confiscado mis pertenencias por no haberles podido pagar de las últimas cinco noches. Tampoco le dije que ya casi no tenía qué comer ni que había entrado en esto de las enciclopedias de donde me habían sacado a patadas por inepto. La hombría siempre está primero y es la típica, responder "bien" al "¿cómo estás?" cuando yo no conozco a nadie que esté cien por ciento bien. Nunca. Bueno, hay momentos mejores que otros; pero lo peor es cuando se está mal, mal como yo estaba en esa época y tener que responder "bien" por pura cobardía, por orgullo. Claro que también por pereza, porque Qué tal que a uno se le dé por responder "mal" y, lo primero, la carota de asombro de la otra persona y, segundo, la curiosidad morbosa, la gana de saber hasta el más mínimo detalle lo que le ocurre al otro. No, si esto de las relaciones sociales son cosita seria. En todo caso, el primo, de naturaleza simple y sin complicaciones, se puso contento de verme y yo, como para quedar bien, le dije que andaba de paso, que me había graduado hacía poco y que, si sabía de algún trabajo, yo estaría muy interesado porque tenía muchas ganas de vivir un tiempo en otro lado que no fuera Quito, pero con tranquilidad, nada de apuro, en fin, pintándole la vida mucho más fresca que un helado. En realidad, quería quitármelo de encima lo más pronto, pues me sentía tan, pero tan deprimido, que tenía miedo de terminar desahogándome ahí, en plena calle fisfirisnáis como si fuera un niño consentido. - ¿Tienes hambre? Vamos a comernos un ceviche - me dijo el pariente, y a mí el hambre me llamaba a gritos. - No, loco, ya almorcé. - Entonces acolita, que yo muero de hambre. Ésa sí que fue tortura, el loquito este que además macuco sí era, comía como oso y yo me moría. Por ahí, mordía un pan o dos, como para que no se notara tanto mi desesperación y conseguir, con esto, engañar a mi estómago y éste, que no entendía cómo yo no quería pedir ni una biela. Como para no quedar mal, terminé pidiendo una, sabiendo que ahí se iban los últimos sucres que me quedaban. El pariente era buena onda y todo, pero tenía fama de codo y, tal como me lo imaginé, a la hora de pagar no me invitó ni siquiera la biela. Fue muy claro en dividirnos la cuenta. Sin embargo ese almuerzo fue mi redención. - ¿Oye, tú no quisieras ir a trabajar en una camaronera? Pues, pensando en que me dijiste que de pronto te provocaría quedarte por aquí y trabajar en algo. Él era dueño de una camaronera que estaba comenzando y necesitaba de una persona de confianza que quisiera ir a instalarse y supervisar la nota.

¿Camaronera? Yo no tenía ni idea de lo que era una camaronera. Por esa época recién el boom estaba comenzando; pero por mi mente pasaron imágenes de islas con palmeras, peladas en bikini y yo estaba seguro de que mi vida iba a transcurrir en un deportivísimo jet ski, preguntando cómo iba todo y recibiendo una piña colada a mi bungalow, como recompensa por el duro día. A eso se sumaba que iba a recibir un sueldo bastante decente, que me permitiría ahorrar lo suficiente, ya que la alimentación y el alojamiento iban por parte de la camaronera. En definitiva, vi que la operación con la que tanto había soñado podía convertirse en una realidad cercana. En el fondo de mi ser ésa era la gran esperanza pues yo casi ya había topado fondo luego de la muerte del viejo del primo Juan Camilo, o sea de mi tío. Sí, ya explicaré más tarde ese asunto: es otro cuento. Ahora, ya sin él, yo sabía que si quería arreglarme la jeta (y en mi caso eso era literal), todo tenía que venir por mi cuenta, los genios esos que salían de las lámparas mágicas, se habían marchado para no volver. Recontra motivado, acepté. Seguimos conversando y el primo me dijo que mi trabajo consistiría en vigilar a los tractoristas para que abrieran bien los caminos. ¿Eso nomás? Con un trabajo así de fácil me la iba a pasar a lo grande. Esa misma tarde recibí un adelanto. Mi pecho se infló así como en las caricaturas y me fui a mi súper pensión: "El Edén de los Mil Amores", que así se llamaba esa porquería y que de edén no tenía un carajo. Cancelé mi deuda con aires de magnate. La dueña, la doña Lety, era una mujer rolliza, pero cuando digo rolliza digo Rolliza con mayúsculas. Era terrible, o sea los rollos de carne colorada le colgaban por todo lado; pero sobretodo del cuello. ¡Qué manera de tener carne suelta, esa mujer! Con toda su fuerza, me lanzó la maleta, echándome una sonrisa desdentada y una mirada burlona. Yo, con todo el deseo de impresionar, le boté un par de billetes rugosos en su brillante mostrador forrado de plástico rosa ribeteado con verde, y pedí un baño. Tenía que llegar bacán, limpiar esa suciedad de iras y depresión que había cargado estos últimos días y además estar chévere para Guayaquil, pues, estábamos en la ciudad in, donde la gente vale por lo que tiene y por lo que aparenta y esta vez sí que pensaba aparentar. Luego de salir de esa ducha de última, me unté todo el cuerpo con la nueva colonia Calvin Klein que había comprado gastándome un buen pedazo del sueldo que tuvo a bien adelantarme el pariente. Luego me metí dentro de las únicas bermudas que había traído, estilo militar como para aparentar la aventura. Seguro que iban a causar una buena impresión. Me chanté mi camisa hawaiana, que le daba un toque todavía más fuerte a mi look y por supuesto que medias no me puse. ¿Acaso quería demostrar que era el típico serrano? No, eso ni a balas, tenía unos zapatitos en t, de soguilla, algo mariconcitos para mi gusto, pero qué diablos, estábamos en la ciudad de los aniñados. Miré con decepción mis piernas, que parecían dos fideos pálidos; pero supuse que con un poco de ejercicio empezaría a echar músculos en ese cuerpo y me vi un mes después, lleno de color y robusto. Con esa imagen en mente, tomé mi maletín y le dije adiós lleno de euforia a mi doña Lety. La lancha -así dijo mi primo- debía pasar por mí en el estero Salado a las cuatro de la tarde. Para las cuatro y media todavía no había ni rastro del yate prometido. Sólo había una canoa larga y maltrecha, llena de plátanos y sobrecargada de un enorme tanque de diésel que poco menos y la hundía. Por curiosidad, ya cansado de esperar, me acerqué a preguntarle al tipo de la canoa, si no conocía al chofer de la camaronera del señor Ferragamo.

El cholo del manglar (o lo que quedaba de él) abrió unos ojos de sorpresa y me miró incrédulo. - No me diga que usted es No qué va, no puede ser Qué va, o sea más bien dicho debo estar soñando. Y yo, mirándole sin entender ni jota. - No entiendo - le dije, ingenuote. - ¿Se averió la lancha? Ya como hecho al dolor, me volvió a mirar inquisidoramente. - ¿Usted es el que se va a embarcar a camellar por allá? - Sí - le respondí, tratando de imponer autoridad. - Pero si no llega la lancha no veo cómo. La primera regla debería ser la puntualidad. El costeño me miró, luego se echó una carcajada tan sonora que me asustó y finalmente suspiró. - Vamos, pues, ojalá que no se le ensucien mucho sus shores y apúrele, que nos va a caer la noche y el viaje sí que es largo. Es que bobo es lo que soy, perdiendo mi tiempo y ahora sí a lo macho porque nos toca larguisísimo y de oscuridad. Yo lo miré y seguí sin entender. No podía ser que ésta fuera la lancha. - O sea que el yate se dañó - me salió un hilo de voz. Pero el man ya estaba encendiendo el motor y gritándome que me apurara, que por pendejos habíamos perdido toda la tarde y que ya no estaba para seguir en ésas. Bueno, pensé yo. Definitivamente el yate se dañó y como yo siempre traía la mala suerte, no era raro. Otra vez yo tenía que cargar con la mala honda, pero traté de echar buenos ánimos y pensé que éste era el comienzo de una nueva vida y que, poco a poco, porque las cosas tampoco se dan así de golpe, todo comenzaría a arreglarse. Con fuerza decisiva eché la maleta a la "lancha" y caí sentado en una tabla enclenque, donde la limpieza de mis bermudas se fue para la mierda y el aroma Calvin Klein, recibió la fuerte competencia del lodo contaminado del estero, todo esto armonizado por el pungente olor del tanque diésel. Cagué con la idea de impresionar a las peladas, iba a resultar imposible, los zapatos, por otro lado ya eran una gran mancha de grasa y con el agua que entraba cada vez con mayor fuerza, comenzaron a hacerse cacho. El ruido del motor era tan fuerte que cualquier tipo de pregunta resultaba impensable. Sólo cerraba los ojos con fuerza porque, como una maldición, el agua salobre me llegaba a plena cara. Sin parar ni un segundo, nos agarró la noche. Yo ya pensé que iba a terminar loco. Lo único que me mantenía en mis cinco sentidos era la completa seguridad de que se trataba de un error. No podía ser de otro modo. Al fin y al cabo, las camaroneras eran lo cool, lo in. Y si uno no talaba manglares en la década de los ochenta, no se estaba en nada. RECUERDA, MILENA El pasado para Milena es a veces brumoso, triste. Esto es por Rodrigo quien desencadena un cúmulo de sentimientos. Lo conoció y al principio era uno más del Círculo. Milena no le paraba muchas bolas pero fue la tenacidad de este hombre la que terminó por conquistarte. Rodrigo entonces comienza a ejercer, a los ojos de Milena, un magnetismo especial a pesar de no haber sido el más apuesto de todos. Mucho más apuestos eran Raúl y el Galgo. Rodrigo era más bien pequeño, de tez morena, pelo ensortijado y, para el momento en que lo conoció, inclusive con ciertas taras, consecuencia de su terrible accidente.

Cuando Rodrigo tenía quince años salió con su grupito de amigos de aquel entonces. Todos hijitos de papi, con carro propio, a divertirse por la carretera Panamericana Norte, que había sido reconstruida poco antes. Organizaron una competencia de aceleraciones y frenazos, a ver quién se atrevía a detenerse más cerca de un muro que cerraba un motel recién inaugurado. Todo muy cool, muy James Dean Pero, Rodrigo no pudo detenerse a tiempo. Quizás fue su afán competitivo, que siempre sería un rasgo suyo característico. Como quiera que fuese, su chevette, "el súper chevy", se estrelló contra el muro y, en un primer momento, el daño parecía exclusivamente mecánico, pues Rodrigo pudo salir por sí mismo del vehículo... Pero veinte pasos más allá, cayó inconsciente. No volvió en sí, sino muchos días después en un hospital de Estados Unidos. Los médicos habían dicho que sus posibilidades de supervivencia eran mínimas; pero que, si llegabas a salir con vida, no daban ninguna esperanza de que volvieras a ser normal. Sin embargo, tú me contabas después, que apenas recuperaste la conciencia y escuchaste la condena que te esperaba, te juraste a ti mismo recobrar tus facultades. Fue un trabajo de meses y luego de años. Primero, volver a caminar, adquirir movilidad en tus manos, hablar, en fin... Recuperar todo lo que hasta hace poco antes había sido natural en tu vida. Cuando Milena lo conoció, le quedaban algunas secuelas físicas, a pesar de que habían transcurrido cuatro años del accidente. Sobretodo cuando estabas nervioso. A Milena, por supuesto, no le atrae lo que va por el sendero de la normalidad, de manera que Rodrigo le parece fascinante. Él había vencido a la muerte y eso ya lo dice todo. Alguien con semejante fuerza interior estaba, con toda seguridad, destinado a grandes cosas. "So don't play with me 'cause you're playing with fire" Rodrigo fue tu raíz, tu verdadero vínculo con tu tierra. De esa manera se encontraron tus dos mundos. Por Rodrigo que se te metió en tu cabeza, a Europa entró el sol del Ecuador y el peso de los Andes. Milena siempre se había considerado una mujer fuerte, capaz de no dejarse vencer por asuntos genito-afectivos. Pero como en el amor no se manda, se enamoró perdidamente a los veintiún años. Que quizás fue porque en ese momento se encontraba frágil y dispuesta. Que Raúl, Sinatra y el Galgo, sus grandes amigos, no se encontraban en su tierra en ese momento, de modo que se sentía sola. Que con la idea de experimentar, se botó con todo. En realidad, razones hay muchas pero la verdad es que el amor siempre viene como un flechazo y punto. Así es como aprendiste a querer hasta que dolía la piel, a sentir, sin comprender como, que tu vida pasaba a segundo plano, pues la de él comenzaba a ocupar todos los espacios. Luego de los primeros meses de haber pasado juntos por la magia del principio, de haber pensado que eran la única pareja que se quería de esa manera y con tal fuerza, tanto a Rodrigo como a Milena les tocó regresar a la universidad. El uno en Estados Unidos, la otra en Inglaterra. A Milena le duele el corazón de una forma desconocida hasta entonces. No puede parar de llorar. Se da vueltas y vueltas aferrándose a las cobijas sin querer aceptar lo que le ocurre. Entonces, ¿era posible sentir tanto? En Londres, Milena comienza a llevar una relación apasionada con el cartero. Si había carta de Rodrigo, sonreía, si no, quería morir. Y los teléfonos... Dios mío. Se volvió algo enfermizo. Descubrieron que podían hablar gratis estafando al gobierno. La forma era que Rodrigo la llamara "por cobrar" a una cabina. No pensaron que funcionaría; pero resultó y Milena no dejó una sola cabina libre de complicidad en Londres.

Pero era espantoso. Para cuadrar horarios, sale a la medianoche, a la madrugada, en el frío, bajo la nieve. Nada importa, Milena. Te has vuelto dependiente y te odias a ti misma por esto. Te acuerdas, Milena, de una reunión donde conociste a una muchacha ecuatoriana que venía a quedarse un año en Londres. Esta niña acababa de recorrer Europa sola. Se la veía segura y tranquila. En Milena se desata un fastidio insoportable. En una conversación comentan sobre las relaciones. - ¿Dependes totalmente de él? - Sí - respondes, sintiéndote tonta. - Ja, el día en que se canse te ti, te cagaste. No entiendo por qué las mujeres siempre se estupidizan por los hombres. Yo no me arruinaría la vida por nadie. Esta mujer se convierte en el sinónimo de lo que más aspiras pero la odias. Y la odias porque representa todo lo que fuiste y ya no eres. Ella viajaba; ella pasaba aventuras; ella dormía con cuanto desconocido se le antojara. Ella brillaba mientras tú te hundías. Aeropuerto de Miami: 1993. Esa misma mujer se cruza contigo. No la reconoces. Es ella quien te ubica primero. Ahora vive en Tailandia, con un diplomático ecuatoriano que se ha convertido en su marido y una hija que no para de llorar. Carga una boya para sentarse por un problema de hemorroides crónico. Curiosa, le preguntas a qué se dedica, segura de que te va a soltar algún logro cum laude. Con una cierta tristeza, te responde que es ama de casa. En Tailandia la vida es sumamente difícil. ¿Quién iba a quedarse con la niña? ¿Verdad? Miras su minúsculo salvavidas de caucho. Lo encuentras significativo. La vida, o el marido, o algún otro le habían roto el trasero y el alma. Ahora ese trasero necesita un salvavidas. Pero todo eso será en 1993, y el relato de Milena se ha detenido doce años antes. Ahora está contando cuando se perdió por su querido Rodrigo... Te enternece esa imagen tuya de hace tiempo. Joven, soñadora, segura de que Rodrigo sería tu príncipe. Te puedes ver todavía; con tu abrigo verde, inmenso, afelpado como un oso; tu pelo cortado al mate; los zapatos de colores, modelo masculino, sin tacos y con cordones. Menuda. Encerrada en esa minúscula cabina roja con la sonrisa al cielo, como si aquel espacio fuera capaz de transportarte a su lado. Y luego el dolor, el dolor inconmensurable de colgar el auricular y salir de ese pequeño cuadrado mágico para caminar y perderte en la noche invernal. Un dolor más entre tantos otros, un anónimo más entre millones de esa enorme ciudad, donde tus lágrimas son unas lágrimas más, y nada importa. A ti también te rompieron el culo, Milena. Y fuiste tú misma. ESCRITOS DE RAÚL - Entonces, ¿yo no era el único, verdad? Me miraron como si fuera el típico latinoamericano subdesarrollado, el metèque, el petit nègre, alguien en quien no se puede confiar y al que hay que temer. Yo para ésas ya había enloquecido. Sin esperar más me acerqué a Isabeau y, mirándole directo a la jeta, le grité que no tenía derecho para haber armado tal escandalón de que yo le había traicionado y demás, cuando ahora resultaba que la man también andaba culeando de lo lindo. Ella trató de hacerse la alzada, como diciéndome que no era mi asunto, pero yo ni siquiera quise escucharla. Como un gorilón me lancé al fideo este que me miraba detrás de esos lentes de pose que en esa época, a mediados de los ochenta, se habían puesto tan

de moda entre los tirados a intelectuales, pero no tenían ni gota de aumento. Puro vidrio. Lo primero que hice fue quitárselos con todo cuidado y pisarles hasta hacerles añicos. Tan sólo se escuchó un respiro de espanto. Luego me acerqué y de un quiño le boté al suelo. Ahí sí ya vino el grito y entre todos los sirvientes, vecinos y curiosos que habían corrido al castillo de la familia de Marigny, lograron tumbarme; pero sólo fue luego de lanzar unos cuantos trompones, conquistar varios ojos morados y dejar a todos agotados, para que vean lo fuerte que puedo ser cuando me provocan. Qué puedo decir sino que esa misma noche fui a caer a la capacha con amenaza de deportación. El padre de Isabeau no quería volver a saber de mí. Esta cojuda, sin embargo, con el pasar de los días se ablandó, no de amor por mí, porque eso se encargó de explicármelo una y mil veces, aclarándome que había terminado por completo y que no quería nada, pero nada conmigo. Estos arrebatos tercer mundistas de loco amor lo único que habían conseguido era aterrarla por completo y yo ya no tenía opción. Es horrible cuando de pronto uno siente que todo lo que se amaba se termina y que el destino, o la vida o yo qué sé quién mierda, arranca con un ritmo completamente diferente donde ya no hay marcha atrás. Eso sentí cuando Isabeau me vino a ver a la cárcel para decirme que comprendiera de una vez y por todas que habíamos terminado. C'est fini repetía, como en una canción. Yo no quería, o no podía aceptarlo. Prefería pensar que se trataba de una pesadilla y que los dos íbamos a caer locamente uno en los brazos del otro hasta terminar haciendo el amor como en los viejos tiempos, arrancándonos la ropa con la boca. Pero algo en sus ojos me dijo que esta vez ni siquiera lo intentara. Ella, con europea frialdad, me explicó que había logrado convencer a su padre de retirar los cargos y que me daba quince días para vaciar el apartamento. Así de simple. Todo ese grande, impulsivo y apasionado amor se había acabado. A mí me sacaron de la cárcel y como un ente inanimado empaqué mis cosas y fui a dejarlas en el estudio de un pana donde me dejó tumbarme a dormir. Me sentía en una cloaca y, claro, caí en un estado de mierda. Lo único que hacía era beber, volverme loco y terminar botado de todos los lugares por insoportable. En muchos sitios ya me conocían y me cerraban las puertas cuando aparecía. Al ponerme a golpear como bestia, lo único que lograba era que me sacaran cargado y me dejaran tirado en la mitad de la calle. Casi todas las madrugadas terminaba sentado en la vereda del frente del deux pièces de Isabeau tratando de ver si distinguía alguna lucesita que me calentara el alma. Un par de veces la vi llegar con el cuatro ojos al que le había descalabrado la cara. Entraban riendo, alegres y despreocupados, y jamás cayeron en cuenta que yo estaba ahí, mirando obsesionado, completamente enloquecido carcomiéndome después la mente, imaginando cómo éstos estarían retozando, cómo el miserable cocoricó estaría degustando todos los placeres que habían sido míos. No podía con el dolor. No podía con la indignación. No podía con nada. Ya mi carrera comenzó a valerme verga. Tanto que me había jodido para ingresar a Beaux Arts y lo eché todo a la basura. Dejé de asistir así nomás, porque todas las mañanas estaba tan ebrio que ni siquiera me acordaba. Más tarde, cuando volví a Quito, tuve que echar el cuento de que las escuelas a mí ya no me servían, que estaba en contra de toda esa educación académica; que lo único que te enseña a ser artista es la vida misma, y créanme que sí lo siento así, pero muy dentro de mi ser, queda la espinita de que la verdad fue que dejé de asistir a Beaux Arts debido a Isabeau. Porque con ella a mí lado, si me hubiera tenido paciencia, si me hubiera aguantado unas cuantas infidelidades, que al fin y al cabo no significaban nada, yo habría terminado mi carrera de seguro.

Lo que pasa es que en el fondo esta francesita, como buena europea, era bien ambiciosa, y no quería pasarse su vida junto a un artista ecuatoriano underground y muerto de hambre. Prefería asegurarse su futuro con el fideo de mierda que le auguraba dinero, posición y seguramente mucho, pero mucho roce social. Qué mierda es la vida. Uno se deja tumbar tan fácilmente. No me acuerdo ni siquiera de cuántos meses deambulé por las calles de París como el más miserable clochard; ni me acuerdo la noche en que me gasté los últimos francos que me quedaban y me embarqué en un tren, convencido que iba hasta Hannover - Alemania, que era una ciudad cuyo nombre siempre me había gustado; pero me quedé dormido, de puro borracho, y cuando me desperté el tren ya había parado y tenía a un guardia junto a mí, que me miraba entre furioso y divertido. - Bitte söhn. Excuse me - le dije, medio pluto todavía; pero él me contestó algo incomprensible, aunque me señalaba el pasaje y entendí que me reclamaba el pasaporte. - Parlez vous Français? Do you speak English? ¿Hablas español, hijueputa? - pregunté; pero él volvió a su jerigonza y me señaló el rótulo que estaba colgado en la mitad del andén. "Warsaw"... CUENTA ELECTRA El tratamiento me volvió loca. No en el sentido físico, era más un problema psicológico, de miedo y angustia. En una ocasión me salí al filo de la ventana de mi cuarto de hospital y decidí que iba a saltar. Miraba hacia abajo, las piernas me temblaban. Me quedé como hipnotizada mirando al vacío. Una enfermera llegó y luego otra y luego otra y así hasta que el murmullo de angustia de toda esa gente me rozaba como un eco lejano. Sentía la desesperación que emanaba de cada una de ellas, pero no quería mirarlas. No paraban de hablarme, haciendo esfuerzos por mantenerse calmadas, aunque yo sabía que estaban a punto de estallar. De pronto me invadió una sensación de importancia. Me había sentido tan miserable estos últimos días que de pronto el hecho de ser el centro de atracción, así fuera por algo tan duro y desagradable como un suicidio, me devolvió a la vida. No recuerdo cómo lograron meterme. Hacía un frío del demonio. Comencé a congelarme. Supongo que debí desmayarme porque lo siguiente que recuerdo es la cama del hospital y el rostro acongojado de mis viejos. Creo que me inyectaron tanto calmante que dormí por días. Debía tomar unos medicamentos sumamente fuertes y hacer rehabilitación oral. Y aunque podía salir del hospital, no querían que regresara a Ecuador todavía. Mi vieja se quedó conmigo. Fueron más de tres meses. Las clases ya habían empezado. Cuando finalmente me dieron de alta, sentí que ya no era la misma. Quedé vulnerable, frágil, temerosa de la vida y de la muerte. Yo había querido darle la sorpresa a mi viejo y ahora ya no iba a ser posible. Unos meses antes de terminar el colegio había tenido un encuentro, con un músico en el Fast. Zacarías se llamaba y vivía en Nueva York. Estaba en Quito de paso y cuando me escuchó cantar en uno de los shows que montamos con Dharma, me preguntó si yo estaba interesada en grabar un disco con él. Necesitaba una cantante y mi voz por rara, por especial, aunque no tuviera un registro muy amplio, le gustaba. Trabajamos mucho. Cuando me fui, pareció molestarse. Pero finalmente aceptó aplazar las sesiones de grabación conmigo hasta septiembre, mes en el que yo debía volver. Eso nunca se dio debido a mi enfermedad. Supe que me buscó por todo lado y que llamó a la casa de la

Nona. Yo nunca le respondí. Qué podía decirle. Estaba enferma y no había nada que hacer. Ese disco, con una cantante latina que trajo de Nueva York se convirtió en un éxito . Yo perdí mi oportunidad. Sabía que mis cuerdas vocales ya no funcionarían de la misma manera. Tenía que cuidarlas mucho ahora y cantar ya no sería más que una ilusión pasada. El Galgo, en Quito, estaba volviéndose loco porque yo no regresaba. Me llamaba cada vez que podía, pensando que había decidido quedarme. Yo pasaba al teléfono y, poco a poco, esas llamadas comenzaron a convertirse en el alimento para mi alma. Fue ahí que comencé a depender de él. Era imposible no quererlo. Me escribía casi a diario. Me daba la fuerza para seguir, para rehabilitar mi voz Era el sustento cada vez que me sentía desfallecer. Como otro alféizar de otra ventana. Mi vieja me miraba con desesperación. Se negaba a admitir que tenía una depresiva patológica en potencia. Mi viejo vino un par de veces. Trataba a toda costa de que volviera a sonreír, pero yo me miraba al espejo y era como si viese mi cadáver anticipado ¡Diecisiete años de edad y con vestigios de cáncer ! - Pero lo removieron, y ahora estás bien, hija, vamos, sos joven, tenés la vida por delante, además fue benigno - decía mi viejo. Pero yo, en lugar de meterle ánimo a la vida, me acabé. Perdí el apetito. Bajé un montón libras. Me volví un esqueleto. Mis viejos me enviaron al psiquiatra y al psicólogo. El uno me recetaba calmantes y el otro me escuchaba contarle mi vida. Me sentía absurda. Todo era absurdo. Esto no podía ser pero era. - Animate, hija, luchá, por Dios - me clamaba mi madre. Por momentos yo la notaba cansada, harta de mí; pero yo estaba metida en lo mío, y no me importaba lo que al resto le pasara. Con el pasar de los días comencé a hacer hábito el sentarme frente a la ventana de la casa de la Nona. Miraba y recordaba, miraba y recordaba. Recordaba el año vivido, tan de película. No hacía más que recordarlos a todos, qué grupo más macanudo. Un amasijo, pero bacán. Y luego el Galgo. Cuántas veces me había burlado de él. Cuántas veces me había reído en su cara, pero él seguía ahí y lo único que había querido era amarme. Se convirtió en mi tabla de salvación y fue el único causante de mi recuperación. La ilusión de volver a verle me llenó de vida y salí adelante. Estaba aferrada a que por él saldría. Vos me amabas, Galgo, y yo comencé a amarte. Me aferré y me prometí a mí misma que de ahora en adelante todo sería en función de ti y que te pagaría uno por uno tu cariño y tu preocupación. Tal vez yo había sido demasiado descocada, ya era el momento de cambiar. Apenas tocara suelo ecuatoriano aceptaría hacer el amor con él. Me enamoré de ti Y me amuré a mí misma. Como un tango "Percanta que me amuraste en lo mejor de mi vida, dejándome el alma herida y espina en el corazón". Pero era yo misma. Me enamoré y me amuré yo misma. HABLA SINATRA

Pero no hubo tal error. El único error fue mi salvaje ignorancia. Cuando don Rufio apagó el motor, no se podía ver ni la palma de la mano. Llegamos al muelle. Yo estaba completamente amortiguado y no lograba ni siquiera pararme. Sentía un frío que me calaba los huesos y a los poquísimos instantes de llegar, los moscos comenzaron a hacer efecto. ¡Qué hijueputa! El guardia del sitio me saludó con cortesía pero aparte de eso no mostró ningún interés. - Quizás sea una buena idea que me lleve a mi casa - le dije, tratando de ser lo más cortés, aunque en el fondo lo único que deseaba era ahorcarle al imbécil este y al hijueputa de don Rufio. - ¿Cuál casa? - ¡La casa, mi bungalow, la maldita covacha donde me toca dormir! - le grité histérico. - Aquí no hay de eso - me respondió con la misma parsimonia. Sentí que el corazón me latía cada vez más aprisa. Esto era una broma de mal gusto o qué putas pasaba. Ellos, lo único que deseaban era dejar la lancha en el sitio y largarse a dormir; pero yo no tenía ni puta idea de lo que iba a pasar conmigo y cada vez estaba más cansado y asustado. Luego de unos instantes de quedarme sin habla logré articular otra frase, con voz de marica, porque ya no daba más. - ¿Y dónde voy a dormir? ¿Es que mi primo no les habló que yo venía? El guardia se alzó de hombros. Don Rufio me miró y aunque molesto respondió, en un dialecto que al principio me costó entender. - Es que por lo visto a usted no le han explicado cómo mismo son las cosa. Usted ¿qué creyó? ¿Que venía a quedarse así a un hotel todo lujo, como llaman eso, cinco estrellas, me parece? Pero aquí lo único que hay es manglares y más nada. Arrincónese nomás donde pueda. El cabrón de mi primo. Con razón quería encontrar un cojudo serrano como yo que se comiera el cuento del glamour de las camaroneras. Con razón él sólo venía a inspeccionar cada quince días, pero como necesitaba un gil, claro ése era yo. - ¿Saben qué? Mejor me devuelven nomás a Guayaquil, yo para estos cuentos no estoy. No me importaba jalarme otras seis horas de viaje pero esta vez sí que ya había pagado mi ingenuidad. Por la gran puta que me regresaba a vivir donde mi viejita, por lo menos ahí sí que tenía cama calientita y un buen plato de sopa. - ¿Qué? ¿No me oyeron? ¡Nos vamos de vuelta, don Rufio! - A estas hora no lo lleva nadie, don. Los pirata abundan. - ¿Los qué? - Pirata Los pirata de la ría, don. ¡Piratas! Creí que me estaban tomando el pelo. Pero el hombre hablaba en serio. Después pude saber -y comprobar- que toda la zona del Golfo está infestada de asaltantes en canoas. Y se largó riendo. Visto que eran ya más de las dos de la madrugada y que no había otra opción, respiré fuerte con el estómago para lograr contener mi pánico y comencé a reflexionar. Quizás era el ridículo del paseo; pero de algo me tenía que servir el haberme codeado con toda la banda de drugos más heavy de Quito. No me iba a dejar comer. Por primera vez creo que mi rostro ayudó. Quizás para los estándares de estos gorilas yo era un niño bonito y fisfirisnáis pero, de hecho, físicamente no era tan bonito y viendo mi desesperación, logré despertar la compasión del Margarito, el guardia, que lo único dulce que tenía era el nombre, por lo demás era un montubio grandote, de aspecto feroz y de mirada asesina.

- Descanse encima de los tanques, don. Mañana veremos - me dijo, señalándome los tanques de diésel y unas planchas de plywood. En el fondo, lo único que quería era llorar como un niño y correr donde mi vieja pero ése era cada vez un sueño más lejano. Me acosté pensando que no iba a poder dormir; pero debo haber estado tan cansado que ni los mosquitos que hicieron su agosto en mis piernas, brazos y cara, lograron sacarme del sueño profundo en el que caí hasta que el sol me dio de lleno en la cara. Al abrir los ojos, la realidad me golpeó de un machetazo. Donde yo estaba no había nada, pero nada es nada, era una puta isla virgen. Alguien le habló al jefe de los tractoristas de que yo iba a ser el supervisor general y no bien estuve en pie me llamó para que me comunicara por radio con mi primo. No sé por qué no le dije que quería volver. Tal vez porque yo mismo me sentía como un ignorante. Hablando con mi primo, él conversaba del asunto de la isla como si fuera lo más normal. - Estoy durmiendo a la intemperie - le dije. - Hay tantas cosas por hacer, primo, pero ya voy a organizar a que te armen una covachita. ¿Tú eres duro, verdad? - ¿Sí, por qué? - Porque allí sólo sobreviven los duros. Cambio y fuera. Los recontra duros, pensé yo. Mi trabajo consistió en mirar como un tonto. Mirar y mirar cómo hacían caminos y talaban manglares. Cómo se consumía combustible y se reparaban las motosierras. El sol golpeaba tan fuerte que a veces me parecía que estaba gritando su rebelión al ver cómo acabábamos con la naturaleza. La isla se deforestaba paso a paso. Sin embargo, y a pesar de todo, me quedé. Me quedé dos años y me gané el respeto de todos. Soporté aquel primitivismo y aquella soledad con una fuerza desconocida en mí. Supongo que quería conocer quién era yo realmente, ése al que todos apodaban Sinatra. Mejor que tus psicoanálisis, ¿eh, Mile? Porque hasta me pagaban por conocerme. De alguna manera cuando uno tiene veinte años piensa que se pueden alcanzar las estrellas. Uno es más tolerante y se adapta a todo. Mi vida en el golfo me curtió, me obligó a adentrarme en mi ser interior, a buscar mi riqueza y a crecer de una manera muy mía. Logré entender que el resto no me iba a dar nunca lo que yo esperaba. Tenía que encontrar la fuerza dentro de mí mismo y no vivir de la compasión de todos. Y quizás, en el fondo, también me quedé porque el aspecto físico era lo último que importaba en ese lugar. Mi cara nunca fue objeto de burla ni de chistes. A la final casi todos allí eran tan deformes como yo. Tan sólo había que ver los rostros de cada uno de los trabajadores. Parecíamos presidiarios. Estábamos ahí a la dura, trabajando de sol a sol para cada quince días salir a ver a las mujeres, a la familia o, en mi caso, quedarme con mi soledad porque luego del primer instante de pánico infantil, no quise volver a Quito por un buen tiempo. Estaba aprendiendo lo que significaba comer con hambre, dormir con sueño y mirarse al espejo sin cerrar los ojos. ESCRITOS DE RAÚL Yo ni puta idea de polaco; pero, cuando por tercera vez me iban a meter preso, logré convencerles, después de horas de llorarles mi drama con Isabeau. En el fondo me valía verga que me metieran otra vez preso. Yo no podía salir de mi dolor, así que me daba lo mismo la cárcel que un hotel cinco estrellas; pero como me preguntaron la razón de mi

procedimiento, yo me limité a responder, y es que para mí no valía sino la más mínima oportunidad para desahogar mi alma ante quien fuera. Y de pronto el policía, el chapa, el maldito flic, el cop de mierda se volvió humano. - Kurva - dijo. -Vliad. Yo no sabía hostia de polaco, pero el sentido estaba claro. Este hombre era telépata. - Eso es ¡Puta! - grité. Todo esto es por culpa de una puta. ¡Mi puta se llama Isabeau! De alguna manera, él también me entendía. - Kurva - gritó a su vez. - Elzbietta: Kurva! - Kurva - asentí yo. - Pota - dijo él. - Puta - le corregí. Aparecieron, no sé de dónde, una botella de vodka y otros dos policías que gritaban dos nombres más. Para las cinco de la mañana ya éramos amigos del alma - ¡Todas son una putas! - gritábamos. Ahí comenzaron mis viajes Pienso que recorrí el mundo en un perfecto estado etílico. Munich, Berlín, la bella Italia, toda España, Moscú, Leningrado, otra vez Varsovia, un hueco llamado Southampton, Cracovia, Marrakech, Casablanca, Fez, Lisboa, Kíev, Estocolmo, Bergen, Oslo, Helsinki Hasta en el antiguo campo de concentración de Auschwitz grité que Isabeau era una puta. Era como vivir envuelto en una nube maléfica. Bebía sin descanso. En cualquier sitio, cualquier banco, cualquier covacha o cualquier techo que quisiera cobijarme. No me importaba, siempre caía dormido de lo borracho que andaba. Era estúpida la capacidad de mi organismo para beber. Y así, borracho, me instalaba en cualquier plaza, en los Metros, o donde se me ocurriera para ofrecer mi arte. Pintaba retratos, caricaturas, lo que quisieran. Estaba a merced y disposición de los clientes, como cualquier ramera o mercenario. Y siempre, siempre, contando a todos mi historia, mi amor por la pendeja de Isabeau. La Kurva de Isabeau, la putain, la hooker, la putana, la shliuja, la vliadnitza Yo que siempre me había considerado un bacán, un que sí, que con mi obra no se juega, que lo mío era sagrado y que jamás me destinaría a lo comercial, ahí estaba, haciendo cualquier huevada que me pidieran. Todo lo que ganaba me gastaba en comer y en trago. Era lo único que me interesaba. No podía concebir la vida sin una gota de alcohol. A to do el mundo y en todos los idiomas, hasta en el de las señas, les contaba del drama con Isabeau y metido en mi propia fantasía etílica me sentía cual un caballero andante que va siempre cabalgando tras su dama. Claro que según el estado, ella era la mejor de las mujeres y el único culpable había sido yo, porque a la final todos los hombres somos unos mierdas; o, cuando me agarraban de otro ánimo, ella era la peor de las brujas, porque todas las mujeres son unas culebras a las que hay que pisarles duro para que no se vengan luego a hacer las alzadas y como yo había sido demasiado bueno, demasiado generoso, demasiado crédulo, demasiado pendejo, demasiado todo, ella había jugado conmigo, había hecho lo que se le había dado la gana. Al principio la gente se divertía con mis historias: era un latino apasionado y sobre todo las mujeres caían y yo siempre terminaba tirándome a cualquier elemento femenino que se cruzara por mi vida, de cucaracha para arriba. - Raúl is ready to fuck anything wearing a skirt, but a Scotsman - dijo un irlandés imbécil en un pub de Dublín. - It depends on who the Scotsman was - dije yo. - But I certainly wouldn't fuck a Greek soldier.

Pero luego de que yo seguía como disco rayado, insoportable, contando una y mil veces la misma pendejada, me botaban como costal de papas y no querían volver a oírme. Ahí era cuando yo me daba cuenta de que debía levantar mis cuatro tereques y emprender la retirada. Llegaba fresquito a otro pueblo, a otro país y, vuelve y juega, comenzaba otra vez la historia. Supongo que, como dice la Milena, en realidad lo que estaba haciendo era una gran terapia. Como una gran cagada después de un empacho. Ella, como psicóloga que es, dice que hay que botar, botar, hasta que finalmente uno se queda tan limpio que es factible volver a comenzar. Como vomitar para seguir chupando. No sé. En ese momento, a mí más bien me parecía que estaba encajonado y, siguiendo con lo de los caballeros andantes, sentía que algún monstruo de las cavernas me había tendido un terrible hechizo del que no lograba deshacerme. Porque era horrible la forma en que me perseguía la imagen de Isabeau. Yo sé que siempre he sido un excesivo; pero de alguna manera esto ya era demasiado, hasta para mí. En este estado de muerto viviente me encontraron Sinatra y Electra. Nos topamos en París y fue como el oasis en mediano del desierto. Para qué decir que todos estáb amos en las mismas. Cada uno por alguien diferente, pero hechos mierda al fin y al cabo. Así que para el caso era lo mismo. Pasamos un mes digamos que de joda total. Después se fueron Bueno, el Sinatra se fue solamente a recoger sus cosas en Londres y nos instalamos a vivir juntos aunque yo cada que podía agarraba mis cuatro tereques y me escapaba de mí mismo, supongo, o al menos eso es lo que trataba porque uno nunca se escapa de sí mismo. Luego de más de un año de deambular por la vida, así sin rumbo y cargando mi existencia en una mochila, decidí volver a Quito. No sé por qué lo hice. Ahora digo que por cojudo, porque no hay otra razón. Al fin y al cabo, qué soy yo, sino un pintor y un pintor en el Ecuador se muere de hambre. País de mierda donde la gente con plata no tiene ni puta idea de arte, y donde la poca gente que sí tiene idea no tiene ni medio. Claro que si uno es poeta, se puede decir que la luz, que el sol y la estrellas, dones incomparables majestuosos de nuestra gran nación, pero la verdad, verdad, es que el pintor en los países tercermundistas está jodido. Es que hasta la vida está estancada. Y peor, Quito, mi ciudad amada, el peso del Ande abruma y uno termina contagiándose por la enfermedad común, o sea el no poder ver más allá de la montaña. Allí termina el horizonte. A kilómetro y medio de la Plaza Grande. No sé El Chacal, el pana ese que se mató de puro aburrimiento, de verdadero hastío hacia esta puerca vida siempre me decía: - Cuidado con volver a Quito, porque el que vuelve jamás podrá salir otra vez. Es la maldición del Pichincha - y reía a carcajadas. Yo no le creía. - No digas huevadas, Chacalito, yo viajo ligero. A Quito vengo sólo cuando necesito raíces; pero de que me puedo ir cuando me da la gana, me puedo. Ja, no tenía ni idea. Aquí estoy re hundido, jodido de plata, con todos mis proyectos convertidos en un verdadero fracaso, o sea más bien dicho, una mierda. Desde esa vez que volví, no logré salir de nuevo. Claro, cuando el Sinatra regresó, sabía venir a verme y ya pegados los baretos me decía con el ojo chueco: - Allá puedes ver maravillas, pero en cambio aquí puedes construir y eso es más cagado, man. Les juro que al principio le creía su filosofía de librero barato, pero la verdad es que con el pasar de los años, hasta la inspiración se acaba y uno se hunde se hunde se hunde en un pozo sin fondo.

Me acuerdo de una Navidad, ya de vuelta en Quito. Era el héroe, me había atravesado el mundo, era el único que lo había hecho así a lo macho, sin guita y sólo de puro huevos. De pronto una noche, en alguna fiesta, el careverga de Rodrigo, el que había sido mi pana del alma, el loco, el irresponsable, el que siempre estaba listo para cualquier salvajada que se nos ocurriera, por más descabellada que fuera, este hijueputa serio y hecho el snob, me preguntó: -¿Y Beaux Arts? ¿No dizque eras el brillante alumno de Beaux Arts? - Sí, le dije, pero ya no. ¿Y qué? - Uf, qué decepción - me respondió y se alejó a seguir tomando su brandy. Pendejo de mierda, habíamos sido tan amigos, y ahora porque dizque se había graduado en la universidad en la ciudad de Washington, venía a hacerse el salsa. Ahora quería mostrarme que él se había regenerado. El perfecto yuppie, pues. No, es que no hay derecho. Uno aquí, sufriendo como animal, y sólo porque le ven grandote, tucote creen que uno no tiene su corazoncito, como dicen en las mierdas de telenovelas. Puta, claro que me dolió que me dijera eso; pero qué más iba a hacer. No le iba a admitir que cagué mi vida por una mujer. Porque la truli, truli es ésa. Para qué voy a decir que no. Mierda que la vida a uno siempre le coge desprevenido y sin manual. Cómo haría yo las cosas diferentes si pudiera volver a comenzar. Ahora es tan jodido salir de la mierda, llevo detrás mío, años de alcoholismo, drogas, mujeres. Mujeres con abortos, amigos en la cárcel y en la cárcel por mi culpa. A veces pienso que se me volvió piedra el corazón. Es que siempre las mujeres quieren a uno atraparle, en lugar de dejarnos volar tranquilos. Están jode que jode por una relación estable y finalmente cuando uno cae atrapado, ahí quedamos arruinados, como quedé yo con Isabeau. En fin la cosa es que tanto sueño con Europa, tantas ilusiones de grandeza, tanta ambición, para terminar otra vez donde empecé, en la Muy Ilustre ciudad de San Francisco de Quito, sin opciones mayores ya de progresar, vendiendo muy rara vez una obrita que generalmente es comprada por algún pana exitoso que viene a hacerme el favor o por algún familiar compadecido de mi pobreza. A veces me quedo dormido y sueño Sueño con que es el primer día de clases en Beaux Arts; que he aprobado el hijueputa examen de admisión; que el mismo profe levanta la vista de mi carpeta de dibujos y me mira a los ojos, y yo le siento que sí, que sí, que sí le han gustado mis garabatos; y yo me creo invencible, y el fin del mundo me parece al alcance de la mano Y me río Y corro por el BoulMich hasta la puerta de la Sorbona Y miro la cúpula Y suena la campana, como dicen que sonaba en mayo del 68 Y yo tengo lágrimas en los ojos porque el tiempo se ha dado vuelta y puedo volver a comenzar Pero regreso la vista y allí están Justo allí Justo en la reja del Cluny está Isabeau. Riéndose. Riéndose y culeando con el pana que se quedó esperándome en la estación de Chimbacalle CUENTA ELECTRA Volví a Quito. Estaba curada, pero en mi interior ya no era la misma. Todos los panas me buscaban, como antes, pero el Galgo comenzaba a ser algo importante aunque él no creía todavía. Constantemente buscaba formas que le aseguraran que yo ansiaba estar con él. Yo soy bien apasionada, qué quieren. De pronto, cuando me empecino por algo, es lo único que me importa y no puedo cambiar. Los panas, las fiestas y todo eso dejó de llamarme la atención. A veces, cuando sonaba el timbre y me venían a visitar, yo

mandaba a decir que no quería recibirles. Bueno, quizás no era lo correcto, pero me pudre cuando la gente no entiende que una no quiere recibirles porque al fin y al cabo, no se viene a este mundo para portarse bien con todos, sino para hacer lo que a una coño se le da la gana. Conclusión, me obsesioné con el Galgo. Se convirtió en mi norte. Descubrí el sexo y la dependencia a la carne. Mis viejos no vieron con buenos ojos esta relación. Al principio no se habían quejado porque sabían que quien manejaba el barco era yo, pero cuando se dieron cuenta de que la situación comenzaba a cambiar de rumbo, ya no les gustó para nada. Ellos me repetían constantemente que no desperdiciara así mis años de juventud, que la vida no se repite, que con los años me iba a arrepentir, pero claro, como si el corazón se controlara tan fácil Andá, yo no le podía decir a mi corazón de la noche a la mañana que no me enloqueciera con el Galgo. No era tan fácil. Porque una cosa es decir, pero otra es sentir y porque a pesar de que había estado tan cerca de la muerte, en el fondo cuando una es joven, se piensa que se está aquí para la eternidad y que nada de lo que una hace traerá consecuencias. Pero es como en el tango: en la cuenta del otario queda todo anotado. Yo no pensaba que estaba desperdiciando mi vida, ni me importaba no vivir el último año de secundaria como lo hacía todo el resto, es decir pensando en las fiestas y en todas esas ridiculeces. Yo sólo quería estar con el Galgo. Hablar con el Galgo. Salir con el Galgo. Hacer el amor con el Galgo Con el Galgo y con la droga, que fue lo segundo que empezó a ayudarme a seguir con el día a día. A mí qué me importaba que Sinatra me mirara decepcionado y me dijera cuando podía, que yo me estaba echando a perder, si para mí Sinatra, como todos los demás, eran unos pobres mediocres que no entendían mis dramas. Yo me sentía por sobre todos ellos y lo último que me importaba era que pensaran bien de mí. Lo que no me daba cuenta era que cuando algo no funcionaba, yo corría a la casa del Lucas a cargarme con lo que hubiera: baretos, perica, pistolas, maduros todo valía. Las tristezas crónicas ya no eran desconocidas para mí. Con el pretexto de la enfermedad comencé a faltar al colegio. Mi madre, con miedo a que me hundiera más y más, me daba carta abierta para otorgarme estas licencias y, como siempre había sido una alumna excelente en el colegio, no opinaba. Yo pasaba los días encerrada en mi habitación, me metía a la cama y dormía o lloraba todo el día. Los ojos se me hinchaban tanto que daba miedo. Había veces en que me sentía tan mal que no me bañaba, no me peinaba, no hacía nada por mejorarme y al día siguiente iba al colegio con la misma ropa. Los profesores comenzaron poco a poco a decepcionarse. No entendían. Habían esperado mucho de mí. Supuestamente yo era la gran promesa. The girl most likely to succeed. Al principio trataban de ser comprensivos; pero luego comenzaron a presionarme. Sin embargo, yo seguía con las mejores notas, de manera que tenían que callarse. Para mí, los estudios no eran un problema. Al contrario, me parecía fácil y aburrido. Les dejé fríos cuando al final del año me terminé graduando con los más altos honores. Tuve varias propuestas de universidades en diferentes sitios de Estados Unidos. Una beca para estudiar arte dramático, otra para inglés y otra para biología. La gente me miraba enloquecida y no entendían cómo podía ser apta para tantas y tan diferentes materias. Miraba la envidia de mi rival más acérrimo, el hijo del embajador: William Martin Fitzgerald, quien estudiaba como un loco y jamás lograba sacar una mejor nota que yo, a pesar de que yo no tocaba nunca un libro. Recuerdo que el pobre sufría

muchísimo pensando que iba a perder conmigo su título de valedictorian pero a mí eso no me importaba. Se lo decía a la Miss Kim, aunque ella tampoco entendía. ¿Y qué me importaba a mí en ese época? Todavía no lo sé. Era la eterna inconforme, porque ni siquiera cuando el Galgo estaba de lo mejor, yo me sentía contenta. A veces provocaba líos de puro aburrimiento. Dicen por ahí, que lo que una da lo recibe por triplicado y tal vez ahora estoy pagando por no haber aceptado todas estas oportunidades maravillosas; pero mi carácter siempre ha sido indomable. A mí, al principio no me asombraba ni me preocupaba el estar un día exageradamente eufórica y otro en depresión total. Ahora en cambio me asusta y pienso en que ése era el triste y oscuro preámbulo de lo que luego sería mi vida. HABLA SINATRA Sentado en el muelle de la camaronera, yo reflexionaba mucho. Pensaba en las cosas que habían sucedido, en lo injusto de mi destino. No es que quiera ser el típico llorón que no hace sino quejarse. No, no, eso no, pero por qué tengo que tener rayos de esperanza que se disuelven como hielos bajo el sol. Porque, a pesar de que yo le tuve mucha bronca a mi viejo por no dejar ni un centavo para mi operación y también a mis hermanos porque no les importó nunca nada de lo que a mí me pasaba, también pasé por momentos de grandes ilusiones y nunca, pero nunca se hicieron realidad. Siempre fui como hermano con el primo Juan Camilo. A él no le importaba mi físico y, cuando me vine a vivir en Quito, nos hicimos súper panas, pero panas de verdad. Ahora también seguimos siéndolo pero el tiempo y la madurez cambian ligeramente las cosas y las circunstancias. En todo caso fue gracias al tío Martín, el padre del Juan Camilo, que vislumbré la felicidad. Él era bien chévere, un tipazo, no parecía papá. Era más bien como uno de nosotros: farrista, animado, lleno de energía y por supuesto mujeriego a morir. Físicamente era igualito al primo Juan Camilo, sólo que veintidós años mayor. Más bien dicho, el primo Juan Camilo se dedicó a imitar a su papá, y hasta ahora es su obsesión más grande, y ¿la verdad? No creo que nunca le iguale; porque si el primo Juan Camilo tiene el carisma que tiene, su viejo tenía el triple. Para cuando nosotros éramos adolescentes, él se había vuelto a casar y tenía una motazo, una BMW del hijue madre. Salir con él era siempre una aventura. Por supuesto que para el primo Juan Camilo, su viejo era todo. Nos acolitaba con las peladas, le contábamos nuestras cosas, nos llevaba de enduro y así. Un día, mientras descansábamos en el páramo, luego de un enduro tenaz, me dijo así de buenas a primeras: - Cuando te gradúes yo te pago la operación. Yo no respondí. Jamás nadie había hablado de operación. En todo caso, de acuerdo al pensamiento de mi viejo, ese tema estaba vetado. Sabía que ahora que tenía dieciséis años las peladas me interesaban mucho más y yo en cambio, no le interesaba a ninguna. El primo Juan Camilo se puso a reír emocionado y me decía feliz: - Vas a quedar súper bien, viejo, sólo imagínate. Yo comencé también a reír, incrédulo, y tan poco seguro estaba de que eso iba a suceder que algunos días después, fui a la oficina del tío Martín y le pregunté de frente si era verdad lo que me había propuesto en el enduro. Él me miró fijo durante unos segundos, que a mí se me hicieron años, y luego se echó a reír a carcajadas. Yo no entendía, le miraba desconcertado. Pensé que estaba haciendo el

ridículo, por supuesto qué iba a ser verdad, siempre me habían enseñado a vivir como era como para ahora salir con el sueño de que mi físico podía cambiar. - ¿Quieres un whisky? - me preguntó. Y se acercó al minibar que tenía en su oficina, sirviendo de una dos vasos puros de etiqueta negra. - Gracias _ respondí tembleque. Me atoré por lo fuerte y sentí que mi garganta ardía. El tío Martín rió con mayor fuerza aun. Yo seguía inquieto. No me respondía. Seguro que no lo iba a cumplir. Qué ridículo había sido yo de venir, pensaba. Lo único que pedía en mi interior era que no me saliera otra vez con el cuento de que el hombre mientras más oso más hermoso, porque no tenía ni gota de ganas de escucharlo. Al fin y al cabo, el tío Martín se había pegado unas cuantas bielas el día ese del enduro; así que para qué seguir insistiendo si solamente había sido la emoción del momento. Siempre había escuchado que esa operación costaba demasiado y a él, con su rostro perfecto, qué podía importarle lo que yo pensara. Estaba de espaldas en su silla, mirando a Quito por la ventana de su décimo piso. Cuando se volvió hacia mí, me quedé de una pieza. El tío Martín sonreía, una mueca era más bien aquello, ni un diente. Ante mi estupor rió aún con más fuerza. - ¿Y pensabas que yo era perfecto? - me preguntó a carcajadas enseñándome, con su otra mano, su caja dental. - Para que veas que todos venimos al mundo con algo que falla, ni el más perfecto es perfecto - reflexionó mientras se volvía colocar su prótesis. Yo no respondí. No sabía qué decir; pero ahora sí que me convencí de que lo mío seguiría siendo un sueño. Seguro que me iba a sermonear para que aprendiera a no ser tan vanidoso. Ay, Dios, ya no quería escuchar más, sólo quería irme y cuanto más lejos mejor. Iba a levantarme y a despedirme; pero el tío Martín seguía hablando y no me daba la oportunidad, esta vez comentaba entusiasmado de su futuro proyecto. Quería preparar un auto para la Vuelta a la República y quería saber si el primo Juan Camilo y yo querríamos trabajar los fines de semana y algunas noches ayudándole. Yo asentí, aunque en ese momento lo único que me carcomía era la rabia por haberme dejado tomar del pelo. El tío Martín siguió conversando como si no tuviera ninguna prisa y, luego de mucho rato de darle vuelta a cómo iba a hacer para ganar la Vuelta a la República se me acercó y me miró muy de cerca a los ojos. Ese momento fue tan importante en mi vida que nunca, pero nunca lo podré olvidar. - Sinatra, carajo, ya te dije una vez. ¿Quieres que te lo firme? En mi familia, la palabra cuenta, por si no lo sabías. Y me miró como si estuviera a punto de echar chispas de cólera. Yo me pegué a la pared, deseando, con todas mis fuerzas, hacerme invisible. El tío Martín comenzó a caminar de un lado a otro de su oficina y, luego de otros segundos eternos, donde ya yo sentía que mi sistema nervioso se había descompuesto para siempre, comenzó otra vez a reír a carcajadas. - Sinatra, el día en que te gradúes, tomamos el primer avión que salga a gringolandia y te enderezamos esa cara torcida, ¿entendiste? Asentí, mientras las lágrimas resbalaban por mis mejillas sin que pudiera evitarlo. - Carajo, marica, los hombres no lloran, toma más whisky mejor. Y me pasó la botella, que esta vez la bebí sin parar para tratar de contener de alguna manera la emoción.

- Ya basta, que encima de lo que me va costar tu operación, me vas a dejar sin mi mejor etiqueta negra. Seguía riendo a carcajadas. Mientras yo corría al baño a vomitar. - ¿No dije? Voy a perder mi mejor licor. - Creo que le entro mejor a las bielas - balbuceé, mientras salía tambaleante. - Gracias, tío, nunca lo voy a olvidar. Y ésa fue mi esperanza. Me pasaba noches enteras sólo imaginándolo. Con el primo Juan Camilo conversábamos de lo que haríamos después de la operación. No quise que se enterara ningún pana. Ni siquiera Milena. Quería darles la sorpresa a todos. El sueño terminó seis meses antes de mi graduación. El tío Martín salió una mañana en su moto y no volvió más. Se mató en el páramo en medio de chaquiñanes y lodazales cuando la moto resbaló en un curva que daba al barranco. El tío Martín no pudo hacer nada. Cayó irremediablemente. Yo me enteré por la noche y lo único que se me ocurrió fue reírme ante mi perra suerte. Luego vino el llanto y los gritos y me di contra las paredes pero ya no había nada que hacer. Así es la vida, de pronto te sonríe, de pronto te acaba. Con la muerte del tío Martín se esfumó la esperanza. Dónde iba yo a encontrar otro ángel, yo que lo que más necesitaba era eso ya que los míos eran hijueputamente olvidadizos. Parte final MILENA MIRA Electra, Raúl y mi querido Sinatra: Les escribo ahora tratando de volver a sentir De volver a En fin, tratando de volver. Cuando tenía veinte años, en mis tardes solitarias de estudio, en medio de la legendaria neblina londinense, solía volar con mi mente y soñar con ustedes, recordarlos con cariño y con nostalgia. Pensar en lo locos que éramos, en lo juntos que andábamos. Cuántas tardes, los cuatro conversando, sentados, chupando bielas. Pensando en lo que sería de nosotros diez años más tarde. Y ahora estamos aquí. Estamos ahora. Ahora es diez años más tarde. Ha pasado el tiempo y, ¿qué resulta? Miedoso enfrentarlo: un muerto, una desquiciada obsesiva, un deforme bastante mediocre y una fiscala, jueza y verduga en todo el sentido peyorativo de esas palabras. Porque a eso me he reducido: a juzgarlos a ustedes como si yo fuera la última CocaCola del desierto. No me quiero para nada cuando hablo así; pero también es cierto que estoy pasando por una etapa de bajo aprecio hacia mí misma. Esto de tu muerte, Raúl, no termino de aceptarlo. Finalmente tú eras algo así como nuestro líquido vital, la energía que necesitábamos para seguir adelante. Pienso en la exposición que estamos organizándote con el Castor, este homenaje póstumo, que ni siquiera sabemos si te hubiera gustado, y me consumo día a día. Yo te quise mucho, no sé si como compañero, hermano, pareja o qué diablos, pero el saberte vivo, a mí me ayudaba. Veo qué poco me mencionas en tus escritos; pero supongo -o al menos eso lo digo para aliviarme- que se debe a que yo era ese especie de amiga silenciosa que siempre sabía escucharte. Cuántas noches me timbraste a la madrugada para desahogar tus angustias. Cuántas tardes, mientras yo atendía a mis pacientes, no viniste a recostarte en mi cama, a mirar la tele, a dormir, a armar el relajo en mi casa. Y yo siempre te dejaba llegar porque en

medio de mi existencia ordenada tú eras el elemento caótico que distraía e iluminaba mis días. A ti te gustaba llegar a mi nítido, blanco, organizado y seguro apartamento donde tú te sentías cobijado. Yo no podía ser tan loca como tú, tan apasionada, tan arrojada a la vida. Siempre me decías que había que vivir el presente como llegara, que no podías planificar nada, ni siquiera para el día siguiente, porque el hacer planes te asustaba. Yo, en cambio siempre tenía mi vida decidida. He sido una adicta a las agendas y desde que comenzaba el primer día de cada nuevo año, yo ya organizaba mis proyectos, mis vacaciones, mis fines de semana. Me llenaba de trabajo ordenado, de actividades; que las conferencias, que los aeróbicos, que al cine todos los lunes por la noche Todo estaba previsto de antemano. Electra y tú solían burlarse de mí, porque en mi casa nunca faltaba nada, porque siempre tenía provisiones. A veces los dos llegaban a pedirme hasta las más elementales necesidades de cada día, que azúcar, que una platita para alcanzar a terminar el mes, que arroz, que focos, que una botella de vino para festejar algo. Yo me ponía nerviosa cuando algo me faltaba, ustedes se ponían nerviosos cuando algo les sobraba. Qué diferentes éramos y sin embargo cómo nos complementábamos. Me gusta como escribes, Raúl Desvergonzado Audaz, con un toque irónico de humor negro hacia ti mismo. Yo, en cambio, me siento una cobarde porque no me atrevo a decirlo todo de frente. Me cuido en las palabras, en mis frustraciones, como si quisiera dorar la píldora con respecto a lo que soy en realidad, una persona con mucho negro en su interior, aunque todos digan que soy buena, ingenua y leal. Qué blandos y aburridos suenan estos cumplidos. En el fondo soy muy hipócrita. Ni tan buena, ni tan ingenua, ni tan leal, ya ves que me metí con tu Galgo, Electra, y no te dije nada. Me dejé llevar por una noche de copas y luego nació entre el Galgo y yo una pasión malsana, llevada por el placer de lo prohibido, por la aventura del peligro. Para rematar, después actuamos como si nunca hubiera pasado nada entre los dos, aunque te estaba jodiendo a ti, que eras mi mejor amiga. La vida nos ha llevado por caminos que no imaginamos y cada uno ahora está en franca decadencia. En el fondo, siento un inmenso deseo por largarme de todo este mundo de recuerdos, por comenzar otra vez de cero, como un lienzo en blanco. Llegar a un sitio donde no me conozca nadie, y nada me una a mis recuerdos. ¿Será posible escaparse de una misma? Porque es la memoria la que termina por arruinarnos, siempre. Siempre, siempre. CUENTA ELECTRA Luego de la graduación, mi encanto terminó de desvanecerse. Primero, que no me llevé el título de valedictorian. Lo ganó William Martin Fitzgerald. En realidad fue una hijueputada por parte del colegio. Yo me lo merecía mucho más que William Martin, pero me lo quitaron por faltas. Eso me lo dijo el rector. Fue su venganza porque yo siempre hice lo que se me dio la gana. ¡Estúpido! Se supone que en rendimiento académico uno premia al mejor estudiante no al que menos falta y aunque quizás, para ellos, yo ya no era el modelo de chica que fui antes, igual el punto no era ése. Ridículos, sólo porque una es humana, porque una a veces se deprime. En realidad se comían mierda de que para mí lo que enseñaban eran pavadas y no me costaba aprender.

Saqué "A" en todas las materias; pero lo que más les mató a todos los profesores fue que decidí no aceptar la oferta de ninguna de las universidades. Decidí tomarme un año sabático y disfrutar de la vida. No, no decidí eso. La verdad, pero que nunca se la he dicho a nadie, fue que me agarró una crisis de pánico y no fui capaz de aceptar esas oportunidades. Porque ni siquiera voy a culpar al Galgo. Ésa fue la excusa, la culpa fue mi miedo. A mi viejo casi lo mato con esta decisión. Todos querían que cambiara de opinión. No entendían, y yo misma no entiendo, cómo otros sí son capaces de aceptar esos desafíos. Mi viejo me decía que yo era muy joven, que no podía desperdiciar mi vida de esa manera, que yo podía trascender. Llegué a escuchar muchas cosas al respecto y yo, entre todo mi torbellino mental, me ofusqué. Qué diferente al día de nuestra graduación del colegio. Durante la mañana, en la ceremonia nos habíamos sentido importantes. Ya éramos adultos, entrábamos a formar parte de la sociedad. Por increíble que nos pareciera, lo habíamos logrado, y yo durante esos días había vuelto a ser normal y querida. Esa noche se realizó la fiesta de graduación en mi casa y como a las dos de la mañana nos invitaron a todos al Fast. Luego de bailar un buen rato, el Galgo se sentó y se puso a mirar fijo al vacío. Yo me senté a su lado. Como había recuperado en los últimos tiempos mi popularidad debido a un inesperado arranque de optimismo, todos querían bailar conmigo. Lo hice con desgano. Me preocupaba el Galgo y, mientras bailaba con uno u otro, clavaba mi mirada en él. Parecía un niño asustado. Finalmente dejé a Sinatra en la mitad de la pista y me le acerqué. Apenas lo hice, me agarró con fuerza de la mano. Lo miré preocupada y se me paralizó el rostro. Dos lágrimas resbalaban por sus mejillas. - ¿Galgo, estás bien? - Sí, fresca, no pasa nada. - Galgo, decime, ¿te ocurre algo? Me miraste con desesperación y me abrazaste duro, duro. Yo te correspondí. El Galgo angustiado, si lo hubiera contado, habrían pensado que estaba exagerando. Todos decían que yo era muy exagerada y quizás lo hago a veces, inconscientemente, pero esta vez fue tal como lo cuento y no se lo dije a nadie sino muchos años más tarde, a vos, Milena. Porque vos, de alguna manera, siempre tenés la respuesta correcta para todo. Eso sin contar que eres como una aspiradora, nos escuchás a todos y parece como si nunca tuvieras un problema. Pero esa noche te abracé, Galgo, y te tapé el rostro con mis manos para que no te viera nadie en ese estado. De lejos parecía como si nos hubiéramos estado besando intensamente, "cobrando" como lo llamábamos nosotros en nuestra jerga. - Tengo miedo, RX, Modelito Deportivo. Así me llamabas, recordás, siempre haciendo alusión a tu pasión por los autos, hasta conmigo. - Se acabó la seguridad, la tranquilidad. ¿Qué voy a hacer? ¿Qué pasa si no encajo en la vida? ¿Qué voy a hacer de mi futuro? Vaya, eso sí que era novedad. La miedosa, la insegura, la que siempre se llenaba de temores y enloquecía al Galgo con mi llanto era yo. No puedo decir que no comencé a disfrutar el momento. Mientras lo dejaba desahogarse sentía que era mío por completo, que me necesitaba. Yo le sonreía, le daba ánimos, le decía que estaba segura de que él lo lograría. - Vámonos a cualquier lado. No quiero estar con nadie más que contigo - me dijiste. Nos fuimos abrazados, cubiertos por la neblina quiteña y el frío del alba. Subimos al Panecillo y miramos el amanecer juntos, abrazados. Este amanecer lo guardé en mi

botellita de cristal, aquella que preserva todos los momentos hermosos para siempre. "If I could save time in a bottle, I'd save all the moments I spent with you..." Pero tú, a los pocos días me anunciaste que al final del verano te marchabas a Los Angeles. Pensé que me ibas a pedir que me fuera contigo; pero nunca lo hiciste. Lo único que me dijiste, como para suavizar el golpe, fue que aprovecháramos el poco tiempo que quedaba. Cuando una es joven, piensa que los meses son eternos, de manera que creí ingenuamente que la separación no llegaría. Además, qué podía hacer sino aceptar lo que vos me pedías. Los dados estaban lanzados, era eso o nada. HABLA SINATRA Por supuesto que el tío Martín no dejó nada por escrito con respecto al ofrecimiento que me había hecho. Él no pensaba morirse. Ni siquiera había hecho un testamento, menos iba a dejar especificado que había un monto para enderezarme. Todo fue a parar a la segunda esposa del tío Martín y, bueno, a los hijos. Pero eso al fin y al cabo no importa, lo único que cuenta es el puto destino. Porque ya sólo faltaban meses para que me operaran, Milena. Eso nunca te lo conté. Ahora ya lo sabes porque luego en cada farra a mí me salía el trauma. Yo quería darte la sorpresa, quería recibirte perfecto y que te cayeras de espalda al verme, pero total qué... No resultó y más bien la sorpresa me la diste tú cuando caíste enamorada de Rodrigo. Es que a mí, más bien deberían llamarme "el Casi", porque todo en mi vida ha sido un Casi. La gente piensa que yo soy duro, que no sufro. Pero yo pienso, para qué gasto energía contándole a todo el mundo lo que me ocurre si salta a la vista. Yo no me complico la vida como se complican otros. Tú misma, Milena o por ejemplo la Electra. Ella sí que tiene un caos completo dentro. Pobre man, o hasta el mismo Raúl, cuántos dilemas existenciales no tuvo. Yo en cambio, soy simple, lo mío es blanco o negro. Escuchaba los líos de la herencia. Todos se peleaban el centavo. La porquería de factor humano salía a relucir. Un día el primo Juan Camilo se asomó por mi caleta. Para él la vida sin su viejo ya no tenía sentido. Yo le entendía. - Se cagó, man. Lo mío, lo tuyo, es como si un huracán hubiera hecho volar todo por los aires. Yo lo consolaba. Eso era lo normal. Siempre había sabido ganarme la confianza de todos los panas y ellos depositaban en mí sus mayores conflictos. Cada uno, a su manera, supongo que tiene los sufrimientos que puede soportar. Pobre primo Juan Camilo, sin su viejo, sin su compañero de aventuras, su cómplice. Nos dedicamos a meter perica y a fumar bates casi a diario, como si la droga lograra de alguna manera hacernos olvidar todas las cagadas que te da la vida. Así que ésa es mi historia, la de mi casi operación, la que supuestamente me iba a dejar casi casi perfecto. En el fondo me largué a Guayaquil para olvidar aquello. Mi pariente no me pudo ofrecer un mejor regalo. Ayudando a que se construyera la camaronera y, pasados los sustos de los primeros días, la reclusión me sirvió para olvidarme de todos estos malos ratos. Lo mejor de todo era que no había un solo espejo así que, aunque parezca mentira, por un tiempo logré olvidarme de mi rostro. Lo único que perdí fue la complicidad que existía entre Milena y yo porque durante los dos años que me quedé en la camaronera la vi muy poco. Rodrigo aprovechó y ella, como era tan vulnerable, cayó. No volvimos a recobrar la antigua amistad sino muchos años después. Nos llamábamos a veces, y de alguna

manera dábamos por hecho que nuestra amistad era para siempre, pero desde que se convirtió en la novia de Rodrigo, algo se rompió entre nosotros. Ella estaba aferrada a ese amor. La veía perderse a sí misma cada vez que yo dejaba la camaronera y casualmente me la encontraba. Ella ya no quería compartir nada conmigo. Se sentía mal con su conciencia, supongo. Prefería no contarme con el pretexto de que yo no la entendía. Rehusaba contestar mis preguntas. Se enfadaba seguido. En el fondo sé que desquitaba su dolor conmigo. Pienso que pude haberla salvado, que si me empecinaba, ella no habría llegado a sufrir; pero en el fondo me deleitaba verla mal, así podía despreciarla con gusto. Si ella no quería estar conmigo, por lo menos que no fuera feliz. Ya estaba cansado de ser siempre el que ayuda. Por una vez necesitaba encerrarme y aprender a convivir conmigo mismo. A veces estar completamente solo, como yo lo estuve, te hace fuerte y duro. Mejor me iba acostumbrando a vivir sólo con mi compañía que era la única leal y segura con la que siempre iba a contar. Puesto aparte el hecho de que tenía que aceptarme como era. Ése era yo y el proceso para llegar a quererme no iba a ser fácil, pero me tocaba vivir la aventura. Por eso agradezco las noches cerradas donde me tocó darme de balazos contra los piratas. Sí esos piratas que yo creía que me inventaba el don Rufio para que no le jodiera más. Recuerdo las balas como en una película. Yo nunca he sido belicoso. Aparte de las pocas veces que dizque nos fuimos de cacería a la hacienda de Rodrigo, yo no sabía como se manejaba un arma. Pero aprendí. Sinatra disparando. Sinatra enfrentándose a unos piratas en el Golfo. Suena a Ripley. No lo cuento mucho porque hasta han de pensar que estoy exagerando. A la final cualquiera se imagina al Galgo o al Raúl en esas andanzas pero nunca al Sinatra, todo flaco y debilucho. Pero contar que me respetaban como jefe y que yo hasta organizaba las estrategias de ataque para salir en noche cerrada y avanzar hacia alta mar cuando nos llegaba el rumor de que los piratas andaban cerca, me da como vergüenza. Alguna vez, recuerdo haber comenzado a contar alguna aventura y las risas de todos los cojudos. Como si uno hubiera estado contando cualquier pendejada en lugar del peligro que corría el pellejo de uno. Al principio dormir se me hacía difícil, con la pistola bajo la almohada, por si me cogían desprevenido. Después ya era simplemente parte de la vida ESCRITOS DE RAÚL Tanto exceso me fue carcomiendo. Yo al principio no me daba cuenta pero luego los días se hicieron semanas y las semanas, meses y estaba tan atrapado que ya mi vida entera estaba regida por la puta perica. Me asusté una mañana, luego de cuatro días consecutivos de farra. De pronto me agarró el pánico y terminé encerrado en el clóset. Sentía que me perseguían por todo lado. Arrastrándome por el piso logré llegar al teléfono y llamé a la Mile. Ella estaba por casarse; pero, como siempre que la llamaba, se encontró tiempo para estar conmigo. Creo que ese día tenía una cita para organizar la recepción de su matrimonio; pero mandó todo al carajo y se vino. Me acompañó hasta que se me pasó la raya y finalmente caí con un par de "Atibanes". Cuando me desperté supe que esto tenía que cambiar, porque de lo contrario iba a recomenzar toda la mierda y lo más probable era que terminara muerto. Una mañana cogí mis cuatro cosas, mis pinturas y unos lienzos y tomé el primer bus a Atacames.

Excepto por la Mile, nadie supo que me fui. Necesitaba perderme un tiempo, solo, sin tener que rendir cuentas a nadie. Volver a encontrarme, si es que eso todavía era posible. Dejar Quito una vez más. Todavía no estaba listo para enfrentarte, ciudad maldita. En Atacames me topé con un pana, el famoso Pan con Bolo. Un negrazo que durante un tiempo fue guardaespaldas de ya no me acuerdo cual adineradísimo e importante político. Cuando éramos pelados y nos íbamos con el Rodrigo, el Sinatra y el Edi a la playa, siempre nos encontrábamos con el man para que nos vendiera la grifa y, de simple pusher, pasó a ser un pana del putas. Le decían Pan con Bolo porque todo el día andaba comiendo pan y chupando bolos. Tenía una sonrisa "kolinos" impecable y, cuando me vio, la sacó a relucir completita. - Ey, Raúl, ¿qué dice? Tanto tiempo sin verlo. ¿Cierto que andaba en la Yoni? - No, en Europa. Yo a la Yoni no le entro. - Qué bueno, yo tampoco. Tanto yanqui que hay por aquí y sólo vienen a dejar encinta a nuestras hembritas. Me reí por dentro. Los europeos son la misma vaina. Los hombres somos todos iguales, supongo. En fin, Pan con Bolo me brindó de su grifa y los colores volvieron a brillar. Con los días me fui desintoxicando de la otra mierda, y en cuanto al trago lo más fuerte que llegaba a tomar era una biela. Por lo demás, sólo con chafos que me conseguía mi pana Pan con Bolo, nada más. Y me puse a pintar. Por suerte eso es algo que nunca me ha abandonado, ni en mis peores momentos. Será por esto del exceso, pero yo puedo pintar sin parar. Eso es lo que siempre me salva. Me acuerdo de los dibujos hechos a la carrera, aquellos con los que sobrevivía en Europa a punta de plumilla y carboncillo. Encontré más Arte (así, con mayúsculas) que en todas las copias hechas en el Louvre que me habían obligado a repetir una y mil veces en Beaux Arts, dizque para ganar técnica. No eran más que retratos de señoras gordas, anhelantes de lucir como cuerazos; jóvenes que no querían aparecer con el acné que les rompía la cara; viejos que tal vez se aceptaban como eran - pero a los que yo cambiaba por mi cuenta, para que se vieran como habían sido - y hasta un turista gringo, que se me acercó en el Ponte Vecchio. Quería que lo pintara junto a una mujer cuya fotografía llevaba en la cartera. Esta mujer, me lo dijo, había muerto hacía poco. Ella era mucho más joven que él, o la foto era muy vieja, y nunca supe si había sido su mujer, o su hija, o qué mierda; pero la verdad es que me emocioné como perro en Luna llena. Y creo que hice mi mejor trabajo, como si mi verdadero talento consistiera en pintar fantasmas. Lo cierto es que el gringo tenía los ojos aguados cuando vio mi retrato de los dos. - Now I can return home me dijo. - Thank you. I've found what I came looking for. Es difícil estar solo con uno mismo. La gente lo rehuye porque te puedes volver loco. A mí la cabeza me daba vueltas y vueltas sin parar. A veces, ya sin poder aguantar, me echaba al agua y dentro de las olas me ponía a gritar hasta desahogarme. Isabeau se me presentaba en todas las formas, como esas sirenas malditas que hechizan a los marineros hasta ahogarles. No había día que no dejara de pensar en ella. Las noches en el cuartucho de mala muerte, donde me revoloteaban los murciélagos, yo lloraba sin parar. A la mierda con la vida, pensaba. No encontraba razones para sacar fuerzas. Isabeau había sido mi razón; pero sin ella ya no encontraba otra. Y no es que me faltaran peladas. Cuando quería subía una mulatita de película. Eso sin contar las europeas y las gringas que andaban turisteando.

Pasó el tiempo. Una mañana sentí que volvía a renacer en mí algo. Estaba viviendo de hacer retratos a los turistas en Atacames, pero tenía que enfrentarme con mis demonios y con mi soledad. Ya había sido suficiente de escapar. Esta vez estaba decidido a tomarme en serio, a mí y a mi arte. CUENTA ELECTRA Lo que más odio de mí misma es que soy una cobarde. Siempre me retracto de las decisiones que tomo. ¿Qué es el morir? Dejar de existir es tan trillado y yo cuantas veces lo he intentado. No he sentido este deseo de acabar con mi vida una vez. Han sido varias veces, desde la enfermedad en la Argentina. En ocasiones pienso, no sé, que si vivir es tan penoso, morir no puede ser ni la mitad de malo. Digo, porque si yo hago un recuento de mi vida, más de las tres cuartas me las he pasado llorando. Yo no soy una luchadora, así como vos, Mile, que a pesar de todas las depresiones que te agarran y de todo lo mal que te sientes, siempre te esforzás por salir adelante. Nadie entiende lo que yo siento, y me da pereza explicar, es sólo que topo fondo. La verdad es que no me interesa salir adelante porque siempre me pregunto salir adónde, si de todas maneras nos vamos a morir. A mí, en lo propio, qué me importa haber tenido inteligencia y dotes. La gente siempre esperaba que hiciera algo excepcional, y a mí me gusta lo simple. El pasar desapercibida; un rico chafo, una milanesa argentina. No sé, estar con el Galgo, haciendo lo nuestro. Todo lo demás son delirios que a mí ni fu ni fa. Pero yo no logro vivir no digo una vida completa, ni un día simple. A veces hasta le doy la razón al Galgo. Para él yo debo ser alguien demasiado absorbente. Quisiera ser a ratos una de sus múltiples zorras, que no piensan mucho. Tal vez debería obligarme a no pensar para que el Galgo me acepte, no sé. En mis delirios de perica, varias veces he estado colgada de las ventanas de los edificios donde me ha agarrado la mañana, a punto de lanzarme. Lo físico no me impacta. Cuando era chiquita, me rascaba tanto los picados de los moscos, que terminaba con heridas en extremo góricas. Ésa es la Electra horrorosa, la Electra que parece sacada de la mitología griega, donde todo acaba mal. Siempre que me miro en el espejo siento que estoy marcada por un destino negro y por eso prefiero no mirarme mucho. Siempre tengo miedo, siempre tengo frío. Lo peor para mi fue ese aborto que tuve que hacerme. La Mile estuvo conmigo. No me gusta recordarlo. Al Galgo no se lo conté nunca. Habíamos terminado cuando me supe encinta. Una de las tantas veces en que habíamos terminado. No me sentí capaz de convertirme en una madre soltera y no quise darle al crío una vida de infierno. Una madre cucú y un padre hijueputa. Siempre sentiré culpa porque una acarrea en su maleta de vida las responsabilidades de todo lo que se ha hecho. Yo no puedo con lo que he sido. Odio ser quien soy. Los psiquiatras, los psicólogos y un sin número de médicos naturistas han tirado la toalla conmigo. Supongo que todos sus esquemas se les rompen. Una nunca escoge de quién enamorarse. Quizá el Galgo no es para mí; pero y yo, ¿cómo putas le convenzo de eso a mi corazón? Es en lo único que he perseverado durante años. Es lo único que no he tirado por la borda. Por lo demás, el suicidio no me da miedo. Mi vida misma ha sido un infierno, qué puede haber de peor. No en el sentido de haber sufrido grandes catástrofes. Al contrario, la vida conmigo ha sido benévola. Es mi mente, es mi interior. Me asusta pensar que me pueda estar volviendo loca, así como Betty, la de 37.2. Si no me he matado, supongo

que es porque siempre ha habido alguien cerca que me ha salvado; porque la verdad no he hecho demasiado esfuerzo por seguir viviendo. A lo mejor fui muy frágil. Tal vez si hubiera sido una mujer más fuerte, dueña de su destino, capaz de realizar todo lo que el resto soñó que yo haría; pero que no lo logré por el puto miedo. Así como el rey Midas convertía en oro todo lo que tocaba, yo tiendo a convertirlo en excremento, en podredumbre. Tengo, o tenía, una infinita capacidad de destruirlo todo. Recuerdo una vez Me había metido en uno de los tantos talleres de teatro a los que asistí, y la directora, motivada por lo que ella llamaba mi talento decidió darme el papel de una de las criadas, en la obra de Genet. A los pocos días dejé de asistir. No pude aprenderme el texto. Para ser grande no hace falta sólo tener talento. También hay que estudiar. Todos escondemos demonios en nuestro interior. Unos más que otros, pero ¿qué es lo que hace que la humanidad se deteste tanto? A veces entiendo por qué las guerras, por qué las muertes. Hablamos de derechos humanos, cuando una de las religiones más fuertes, el tan santo y respetado catolicismo nos manda a todos los malportados al infierno. Es la violación más latente a toda justicia. Y no lo digo yo, lo escuché por ahí. Nos quejamos de que los dictadores maten a diestra y siniestra pero no nos damos cuenta de que en la religión, si no hacemos las cosas como nos ordenan, nos espera el fuego eterno. La dictadura militar, una pendejada al lado de eso. HABLA SINATRA Después de la camaronera, me puse a estudiar publicidad en Guayaquil. Y un año más tarde, me metí a un bananero y llegué a Europa. Con los ahorros de la camaronera y la guita que me dieron por el Torcimóvil, logré llegar a Londres. En realidad, con esa plata pude haberme enderezado la cara; pero por una vez me importó más estudiar, ser alguien. Yo que había sido el gran vago, ahora quería formarme. Europa, mi sueño. Suena hasta trillado. Me la había imaginado de una manera y la realidad fue otra. En unos puntos decepcionante. Tanto que hablan para descubrir que Londres era bastante ordinaria. Pero luego, cuando comencé a escudriñar, a buscar, a meterme a fondo Cada día descubría un mundo. No se lo contaba ni a Milena para hacerme el sofistiqué, el que nada le llamaba la atención. Pero hijueputa, tenía la bocota abierta. Nadie ni se mosqueó por mi cara. Me volví a dejar la cresta y era el punk perfecto. Flaco, largo y feo. Me hice de muchos amigos. No sé, siempre he tenido sangre liviana. Europa, mi mejor época Donde fui yo de verdad. Milena me recibió en su flat. La acompañé en sus últimos meses con Rodrigo, hasta que terminó con él. Mientras yo contemplaba maravillado esa Europa con la que tanto soñe, Milena pasó varios meses en la mierda y luego se pegó una escapada a la Yoni a visitar a los panas, de donde regresó completamente cambiada. Algo me decía que estaba saliendo con alguien; pero ella ni pío. Seguramente con alguno de los amigos del Galgo de los que tanto hablaba. De la noche a la mañana, para la Mile el Galgo era lo máximo, los amigos de él ni se diga y por supuesto todo en Estados Unidos era lo in. Europa, para ella, apestaba. De Rodrigo, nada. Pero eso también me parecía sospechoso, porque él llamó un par de veces y Milena ni se mosqueó, pero literalmente ni se mosqueó. Yo no entendía. ¿No es que había estado tan enamorada? Preferí callar y observarla. Pero si de algo estaba seguro era de que ninguna mujer regresa tan radiante como regresó Milena a menos que estuviera otra vez enamorada.

Lo que más me asombró fue que no quería ir a Quito a pasar su verano, menos aun acompañarme por Europa como yo tanto ansiaba. Planeaba regresar a la Yoni, dizque a aprender a volar y a bucear con profesores que iba a conseguir el Galgo. Me parecía que Milena se estaba convirtiendo en una ridícula. Bucear y volar... Ése nunca había sido su estilo. Era como si de la noche a la mañana hubiese decidido hacer uso de su libertad a como diera lugar. No hacía sino burlarse de todo lo que había sentido por Rodrigo. Se denigraba a si misma. Se trataba de estúpida, de tonta y a mí eso me daba una pena infinita. Era como si no se respetara lo suficiente. No se quería, no sé. Yo, por mi parte, seguía en la mierda por ella y, en el fondo, me comía cemento de verla contenta, radiante, bonita. Era más divertido para mí cuando recién terminó con Rodrigo y estaba tan deprimida que me necesitaba a toda hora. Sí, cada vez que ella estaba frágil venía a buscarme, y cada vez que se convertía en una persona fuerte me abandonaba y mis sentimientos no le importaban. No sé en el fondo si Milena era perversa y lo hacía a propósito, o si verdaderamente actuaba de forma inconsciente. A veces tenía ganas de matarla. Cuando volvió de Estados Unidos, la dejé actuar y la seguí en silencio. Pasadas las primeras semanas de felicidad y de brillo, comencé a notarla como angustiada. Ya no era la misma, aunque trataba por todos los medios de disimularlo. Yo no pedía que me contara nada. Y pude; pero decidí no hacerlo. A veces la encontraba sentada a la madrugada en la sala del flat. Ella decía que no podía dormir; pero yo sabía que algo la preocupaba y en el fondo me moría por saberlo, pero me aguantaba. Hubiera deseado simplemente dejar de quererte; pero no podía zafarme de ese sentimiento que día a día me destruía. Mejor que se marchara otra vez donde el Galgo. Yo ya no podía más con ella. Mejor largarme a recorrer Europa, a visitarle a mi pana Raúl; a verme con Electra, que había decidido unírsenos en el viaje. Curioso, Milena ni siquiera quiso ir a echarles una visita corta. Ella que siempre había querido tanto a Electra y que había mantenido un amor platónico hacia Raúl desde que lo conoció. Sí, me extrañaba que quisiera embarcarse con tanto apuro a Los Angeles. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué escondía? No lo supe sino después, y creo que fue mejor así. De haberlo sabido en ese momento, me hubiera destruido. Mejor irme de gira. Eso de andar cargando la vida únicamente en una mochila no tiene precio. Viajando ligero, como decía Raúl. En el fondo, los tres éramos unos despojos que nos acompañábamos y nos consolábamos mutuamente. Raúl cagado por la francesita esa, Isabeau creo que se llamaba. Electra, en cambio, acarreaba una verdadera cadena de condenado a muerte por su relación frustrada con el Galgo. Por esa época, ni se escribían, aunque de vez en cuando se preguntaba lo que estarían haciendo Milena y el Galgo en la Yoni. Con esa vaina de aficionarse a la aviación, de pronto ya hasta volaban jets supersónicos. Los tres nos conocíamos nuestras historias de memoria, así que ya hasta terminábamos burlándonos unos de otros. Claro el fruto de mi dolor era la futura piloto del jumbo, porque Milena no aspiraría a menos. Cuando nos faltaba la plata, Raúl se ponía a dibujar retratos a los turistas en los Metros de las grandes urbes. Electra cantaba en las plazas y yo bailaba de vallenatos a san juanitos, con mi cresta de punk londinense que otra vez estaba alta y rebosante. Dormíamos donde nos caía la noche y nos movilizábamos en tren, en bus o a dedo según como estuviese el factor económico. Conocimos gente al por mayor. Todos como nosotros, deambulando por la vida, poniendo un paréntesis en sus historias. Uno se abría con cualquier persona; en un tren, en la estación, en cualquier bar, donde fuera. No había fronteras, sólo sueños. Las peladas me cayeron en cantidades. Tiré como loco, sin historias, sin dramas, sin mañanas. Era la libertad total. De pronto uno se acurrucaba

con una man y terminaba haciendo el amor, bueno no haciendo el amor, no, eso no; echándose un buen polvo, nada más. Cuando volvimos a París, clamábamos por una ducha. Creo que no nos habíamos bañado en todo el mes, y el pelo de Electra estaba tan aceitoso y grasiento que verdaderamente parecía una clochard. Cargábamos encima nuestro, olores, historias, locuras. Nos habíamos desconectado de todo. Nos llegó a valer mierda todo. Es una sensación a la que recurro cuando me acecha la depre y llegan los días malos; porque a mí las semanas siempre me llegan en dosis. Tengo por regla general dos días recontra malos, dos buenos y el resto regulares. Los malos llegaron cuando Milena regresó de Quito. Sí yo sé que se había ido a la Yoni; pero después me llamó desde Quito. - Ya te contaré todo cuando llegue. La cagada - me anunció. Y claro que era la cagada, la muy pendeja había hecho todo al revés. Y eso que estaba recién llegada a Quito. Todavía no ocurría lo peor de todo. RECUERDA, MILENA Yo sé que no justificas tu aventura con el Galgo. Ocurrió de una manera inesperada y te aferraste a él. Quizás porque lo habías considerado tan amigo que pensaste que una amistad así de fuerte sólo podía mejorar con una relación de pareja. Quizás porque es verdad eso que dicen que no puede existir una verdadera amistad entre un hombre y una mujer, porque uno de los dos siempre termina por enamorarse del otro. No sé. En todo caso, está hecho. Si Milena pudiera volver atrás no sucedería. Por Electra, por ella, por Rodrigo. Porque a fin de cuentas, Milena volvió con Rodrigo y se casó con él. También por el Galgo porque por este desliz perdió una amistad muy hermosa. Ya nada volvió a ser lo mismo entre los dos. Milena se sentía herida. Él en realidad a quien amaba era a Electra, si es que el Galgo era capaz de amar. Milena nunca pudo decírselo a Electra. No sabe si ella lo supo alguna vez. ¿Qué le dice una a la mejor amiga en esos casos? Es horrible, es malsano. En el fondo es mejor que no se entere; porque lo único que se gana con hablar es joderle al otro. Es que si se pudiera evitar pero ya está hecho. Ya está hecho. Al poco tiempo de terminar con el Galgo, Milena volvió con Rodrigo. Sinatra nunca la perdonó. Ni lo primero ni lo segundo. Milena le da la razón. Ella sabe que volvió con Rodrigo porque se sentía sola, frágil y necesitaba amor. Porque no aceptaba la derrota de haber fracasado como pareja con el primer hombre al que quiso de verdad. Quería amarle, como si eso fuera algo que una se obliga. Pero para ella fue un desafío el demostrarse que sí podía. Eso, o tal vez que ya no quería buscar más, que le daba miedo el riesgo de estar sola. Porque da susto a veces estar con una misma. Más cómodo era tener a alguien a quien ya conocía. Defectos, virtudes, olores, manías... Se sentía tranquila, pues ya no se iba a sorprender. Quería establecerse con Rodrigo para evitar que su corazón siguiera dando brincos. Quería pensar en su profesión con tranquilidad, sabiendo que alguien estaba caminando junto a ella. Te estabas perdiendo la oportunidad de conocer lo desconocido, de vivir otra vez la aventura de la vida, Milena. No tuviste la fuerza de recomenzar de cero. No la tuve y sufrí mucho por eso. Porque, aunque una quiera, nunca se puede engañar al ser interior. Tarde o temprano se rebela. Milena, psicóloga, debías saberlo. Pero es que para ella siempre fue muy fácil la vida en teoría, pero en la práctica no llegó ni al jardín de infantes. Le falta tanto por aprender y en ese entonces ni se diga.

Sinatra tenía razón. Cómo podía admirarla con esas decisiones tan abruptas. No se enorgullece de esa etapa de su vida. Ahora, al escribirlo, lo acepta como una lección, como una prueba que tuvo que sufrir a cabalidad. Por lo menos se ha vuelto más fuerte para aceptar y reconocer sus errores. Lo duro, lo triste es el sufrimiento que acompaña la travesía y el daño que una causa a su alrededor. Aunque eso no sea más que una triste excusa. Hay que pensar antes de actuar. ¡Cuántas veces te lo dijo tu madre! Tonta, Milena. Impulsiva, Milena. Me das pena, Milena. CUENTA ELECTRA Y así seguía mi vida. Esto es luego de la graduación del colegio cuando el Galgo se fue a la Yoni. Me llamaba de vez en cuando, los meses pasaban y de pronto un día me llamó el Cruz que estaba administrando una discoteca y pensaba que a lo mejor yo podía ayudarle con el bar. Le dejé hablar; como si no fuera conmigo. No veía cómo podía hacerlo; pero en el fondo me sentía agradecida. Nadie, excepto el Raúl, que nunca dejaba de escribirme, me había llamado en mucho tiempo. Era como si hubiera desaparecido de la faz de la tierra. Claro, a la gente siempre le gusta estar con personas divertidas. Yo no hacía más que traer la depresión. Sabía que para todos era un desperdicio. La boba que se había hundido por un hombre, rechazando todas las oportunidades. La que se había echado al olvido, teniendo todas las cualidades estéticas para ser la mejor de las modelos, o la gran actriz que no podía memorizar textos. Pero ninguno, ninguno pensaba en cómo me sentía, en que de pronto yo había nacido con todos los atributos; pero que se habían olvidado de incluir, dentro de mí, una dosis de fuerza para aceptar el desafío. Es que no basta con tener el talento. También hay que tener las agallas. Pero no, para todos yo me había convertido en una ruina. Por eso me botaron también de los pocos talleres de teatro, que yo no abandoné por cobardía. Porque según ellos no tenía la responsabilidad de llegar a tiempo a las funciones. Y cómo llega una a tiempo, si está en la mierda. El Galgo estaba fuera ya demasiado tiempo, más de un año, yo ya no podía más. Y ahora, de la nada aparecía el Cruz. Le dije que lo pensaría, con la idea de que, por supuesto, luego me haría la loca. Pero él no me lo permitió. Me dijo que lo tomaba en ese momento o buscaba a otra persona y que me olvidara de él, que entendiera la mano que me estaba dando y que ya estaba bueno de rechazar todo lo que la vida me ofrecía. Se me chorreaban las lágrimas. Siempre con mi sensibilidad a cuestas, pero es que desde el fondo, fondo, le agradecía enormemente. Era la primera persona en mucho tiempo que creía en mí y que me daba un oportunidad. Al pobre de mi viejo casi le da un ataque. ¿Cómo, luego de tantas oportunidades aceptaba convertirme en una bar tender? Pero de no sé dónde saqué fuerzas y me mantuve firme. Al Cruz le debo el haber vuelto a la vida. La primera noche me temblaba todo; pero con el pasar de los días le fui perdiendo el susto y el tiempo comenzó a pasar más rápido. Sentía como que una ráfaga de luz estaba entrando por una pequeña hendija. Así, sin darme cuenta, una noche cerca de la Navidad, cuando estaba sirviendo y el local estaba completamente lleno, sentí una aroma familiar sobre mi cuello y, al darme la vuelta, el Galgo.

Por poco y boto la bandeja de los tragos, las rodillas me sonaban. De la emoción le entregué la bandeja a un cliente y me le boté al cuello. Lloraba y lloraba sin parar. El Galgo siempre se ha aparecido así en mi vida, sin aviso previo. De golpe, como llega el sol, como llega la noche, como llegan la vida o la muerte. - RX, Modelito Deportivo, ya cálmate - me dijo lleno de dulzura. - ¿Vienes a quedarte? - Por un tiempo, ya veremos qué pasa. Sólo por un tiempo, pensé, quizás unos pocos días de cielo. En ese momento lo único que quería era sentir su aliento sobre mí. Ya pensaría más tarde en el futuro. HABLA SINATRA Odio cuando piensan que uno es de palo. Yo para vos, Milena, sólo servía para consolarte, para acompañarte. No tenías el menor reparo en dejarme botado cuando a ti te sucedía algo mejor. Yo era siempre tu premio consuelo. Cuando no había nada, ahí estaba Sinatra. Cómo no me voy a comer verga. A uno le humillan y no puede hacer nada. Es así de claro, porque si la mente lo puede sentir, el corazón te impide rebelarte. En cambio, cuando estabas deprimida... Cuando la vida te apestaba y clamabas suicidio a gritos. Ahí sí me llamabas y, claro, poco te importaba en lo que yo anduviera en ese momento. Quizás hasta podía estar con una pelada. Me acuerdo de algunas ocasiones en las que eso sucedió. - Dile que la ves más tarde. Yo te necesito ahora - me ordenabas. Me pregunto que habría pasado si yo alguna vez hubiera tenido los huevos para decirte que no. A veces fantaseo con eso. Te imagino desesperada, como sueles ponerte, sin tener con quién desahogarte, con la boca enorme, abierta al ver que yo por primera vez en la vida no te hacía caso. Una vez te lo grité en la cara. Te dije que las cosas habían cambiado mientras estabas fuera y que esta vez ya no harías lo que quisieras conmigo. Tú acababas de llegar de Londres y me miraste a los ojos, soltando una carcajada. No me lo tomaste en serio. Te fuiste a vacilar con el resto de panas, y yo me quedé con el sabor agrio de las palabras recién dichas, carcomiéndome porque no podía cumplirlas. Pues, ¿sabes qué? Me alegro que te haya salido el tiro por la culata. Porque de alguna manera lo que más me mataba era que no sabías ser sencilla. Siempre te creíste mucho para nosotros. Pues bien, te dieron duro porque tú estabas acostumbrada a dejar, no a que te dejaran. Cuando te volví a ver, al final del verano en Europa, Electra ya se había marchado a Quito. Por suerte. No creo que la pobre hubiera resistido ni la primera noticia. A la segunda, bueno... Para mí fue lo que me faltaba para quedar K.O. Pero al fin y al cabo ésa era tu vida. Pero lo primero, o sea el meterte con tus panas... Nunca entendí como no te dio remordimiento con Electra. Tú, que te las dabas de tan moral. Ahí sí que me dejaste frío. Pero ese día, cuando apareciste en el apartamento, luego de tres meses de ausencia, y cuando yo ya ni sabía de dónde venías, porque tu ticket decía que de Washington, lo cual me produjo una punzada tenaz y una negación de mi mente por aceptar lo que ya me temía. - Vamos a tomar un café. Tengo mucho de que hablar - me dijiste. - Yo también, vamos - respondí, pensando que quien daría la sorpresa iba a ser yo, al contarte que tenía pensado mudarme a París; pero qué va, eso pasó totalmente a

segundo plano. Lo primero que me anunciaste fue tu estupidez con el Galgo. Yo movía la cabeza de un lado a otro, sin querer aceptarlo. - ¿Con el Galgo? ¿Pero cómo pudiste caer tan bajo? - Ya sé que la cagué; pero pensé que, como éramos tan amigos, las cosas iban a ser diferentes. Qué me iba a imaginar que una cosa es el man como amigo y otra el man como pelado. - Pero si lo hemos vivido con Electra. ¿De qué hablas, cojuda? Bajaste la cabeza. Te sentías mal; pero por lo menos ese deleite lo iba a tener yo. Esta vez sí que no me ibas a salir con el cuentito de que tú eras superior y los pelados eran los pendejos que no te entendían. No, esta vez quería que te atravesara la piel el hecho de que la única cojuda eras tú. - Pensé que conmigo iba a ser diferente - fue todo lo que me respondiste con un hilo de voz. - ¿Y por qué contigo? ¿Acaso te crees mejor que el resto? Me miraste asombrada ante mi agresión. - Sí, supongo que eso es lo que me creía - respondiste y te levantaste de la mesa, haciendo el ademán de marcharte. Yo te agarré el brazo con brutalidad, impidiéndotelo. Me miraste aun más sorprendida ante mi actitud. - ¡Qué te pasa, Sinatra, suéltame! - Aún no me has contado cuál es la segunda noticia. Esta vez vi un asomo de gozo perverso en tus labios con lo que estabas por decirme. Sabía que, así como yo te había hecho sentir tan poca cosa, esta vez era tu turno de desquitarte. - Volví con Rodrigo. Con estas palabras botaste unas monedas sobre la mesa, como para dejar bien claro que eras tú la de la guita. Que yo era el pobre muerto de hambre y que ya no querías saber más de mí. Te largaste, y yo me quedé comiendo mierda. Comencé a morder la taza con tanta fuerza que me partí un diente. Pendeja, Milena. Te estabas cavando tu propia tumba, y era de puro desquite, de pura venganza. Para no quedarte sola eras capaz de enterrarte viva. Al fin y al cabo me amargabas la vida; pero peor la ibas a pasar tú. De eso estaba seguro. ESCRITOS DE RAÚL En Atacames me dio por leer un librito de filosofía oriental que me dejó una gringa y, decidido a regenerarme, había comenzado a estudiar esa vaina. Sin querer, empecé a meditar y a hacer cuanto ejercicio oriental me cayera por las manos. Esto del Zen parecía ser mi salvación y seguro de que no sólo yo podía ser el beneficiario, decidí adoptar como alumnas, sin que ellas supieran que yo había decidido convertirme en su maestro, a mis queridas sufridoras, la Mile y la Electra. Me quedé en Atacames largo. Pinté todo el set de Isabeau. Isabeau en todos los lugares por donde yo había pasado. Isabeau con su impermeable militar, azul, que volaba aunque no hubiera viento, porque el viento era ella. Su pelo largo, liso, oscuro, casi negro. Su mirada fuerte. Fue una purificación. Ahora se me ha dado por pintar una mujer de pelos rojos, como la iba a decir como la Electra, pero no, ¿por qué pintaría yo a Electra?

La Electra era en cierta forma como yo: presa de sus excesos y de sus pasiones; pero con tanta inseguridad y tanta fragilidad que hundirla era tan fácil como tumbar un castillo de naipes. A ella la conocí antes que a la Mile, casi desde que llegó, y nos volvió locos a todos con su manera de ser tan efusiva, alegre y desparpajada. Su pelo rojizo, crespo y abundante, que lo meneaba con coquetería cuando se lanzó de cantante del grupo que formaron los panas. Su sola presencia era un show completo. Atraía multitudes. Me acuerdo de cuando quería comérmela a cualquier costo. Pensaba, como todos, que era una pelada que había viajado, que había vivido, que se la veía de lo más liberal, ¿cuál era el problema? Al fin y al cabo, todos queríamos comérnosla. Era rica y divertida. Además, caminaba por la calle y todos se regresaban a mirarla, pues su presencia era tan exuberante que nadie podía seguir derecho sin antes voltear la cabeza y abrir una boca llena de asombro. A la final nunca tuve nada físico con Electra, porque ella se fue a enamorar como loca del Galgo y se le arruinó la vida. Es increíble, ¿no? Porque yo digo, por una decisión mal tomada en un momento en que todavía es factible dar marcha atrás, se jode uno. Porque nunca se habrá imaginado la pobre man lo que le esperaba cuando decidió pegarse el primer polvo con el Galgo, y peor al principio, cuando era ella la que le jodía al man. Dicen que en la vida no hay castigos, sino consecuencias, y de todas las decisiones tomadas por Electra la man recibió una serie de consecuencias que la convirtieron en lo que es hoy. Es tan fácil jugar a ser Dios. Cómo me gustaría mover un par de dados para devolverle a Electra la posibilidad de ser grande, como ella se merecía. Creo que todas las cagadas que le sucedieron en la vida fueron por ignorancia. Como a todos nosotros, porque al fin y al cabo si todos naciéramos sabiendo, la situación sería muy diferente. Claro, por eso supongo que hay gente que conduce con una cierta intuición y las cosas como que les salen bien; pero a nosotros, a Electra y a mí, la intuición nunca nos llegó, y nos pasamos la vida embarrándola. Por eso me siento identificado con ella, porque así como ella se cagó por el Galgo, así mismo me pasó a mí con la huevona de Isabeau. Yo también arruiné mi futuro, mi universidad, todo, todo lo bueno y lo racional. Pero es que uno se enamora y pierde la racionalidad, y a veces pienso que para las mujeres es hasta peor, porque, al fin y al cabo, los hombres como que siempre nos arreglamos, nos desahogamos bebiendo, peleando, o hasta metiéndonos con putas; pero las mujeres aguantan como burras de carga y, cuando se casan o se establecen en una relación, les pica el bichito de la duda y se joden la existencia con estúpidos celos y pendejadas. Yo me quedé algunos meses en Atacames, así que me perdí el matrimonio de la Mile. La verdad, a pesar de quererla tanto como la quería, esto del matrimonio no me parecía importante. Sabía que ella no estaba haciendo lo correcto; pero esa aventura tenía que vivirla sola y, si le tocaba sufrir en el intento, eso le iba a ayudar a crecer. La Mile siempre había tratado de aparentar ser la niña perfecta, la centrada, la equilibrada, y tanto engaño la estaba carcomiendo por dentro. Ella todavía no se daba cuenta, pero saltaba a la vista. Desde que la conocí, Milena rehuyó hablar de sí misma y, cuando tenía un problema, se las arreglaba para lidiar con él sola. Nunca consultaba con nadie. A veces la detestaba, porque me parecía que se tiraba a ser autosuficiente; pero con el tiempo comprendí que Milena escondía una fragilidad y una inseguridad casi más fuertes que las de Electra. Era terrible ver cómo trataba de esconder su sufrimiento y su hastío por la vida. Llegué a enamorarme de ella, y a veces pensaba que quizás con ella sí hubiera podido olvidar de una vez y por todas a Isabeau; pero creo que hice bien en contenerme y en ofrecerle

sólo mi amistad, porque a la final la hubiera terminado destrozando. Yo soy muy mujeriego, muy bestia, y la Mile no se merecía eso. Pero tampoco se merecía al huevas del Rodrígoras, por muy enamorado que éste estuviera de ella. Necesitaba ser libre por un tiempo, desordenar su vida, hacer pendejadas. Por eso yo no me preocupaba cuando el Sinatra me venía con el cuento de que estaba farreando demasiado y podía llegar a perderse. ¿La Mile? Qué va, ella es demasiado pilas para eso, pero sí le sentaba bien vivir un poquito el lado negro de la vida. Dejar de ser por un tiempo la niñita bien que todo lo planificaba. Tenía pavor de divorciarse, sólo por el qué dirán, por acarrear una mala reputación. Pobre Mile, preocupándose por pendejadas. Entre farra y farra nació un cariño de hermanos. Yo hubiera sido capaz de defenderla con mi vida, y me sentí realizado cuando vi que en ella renacían las ganas de vivir. Sus ojos comenzaron a irradiar una chispa y una vitalidad contagiosas. Ahora lo único que le faltaba era decidirse a dejarle al pendejo de Rodrigo. Comenzar a aprender. No le fue fácil, y la decisión la tuvimos que ayudar a tomar entre Sinatra, Serge y yo. Un día en que la vi destrozada, luego de una memorable pelea con Rodrigo, fui con Sinatra a su casa, le empaqué sus cosas y nos fuimos por poco y arrastrándola, porque ella seguía dudando. Vivir cuando uno se dedica a pensar en salvar a otra persona es mucho más apasionante que cuando uno anda obsesionado por las pendejadas propias. Al ayudarla a ella sentía que me liberaba yo. Nos fuimos a vivir todos en una casita que Milena bautizó como La Cueva, y formamos un grupo tan hermético que la gente nos miraba con una cierta envidia. Para mí, la vida se convirtió en un aprovechar cada día como se presentaba. Para no morirme de hambre comencé a dar clases de dibujo y de pintura. Lo que nunca hubiera imaginado, aquella existencia tranquila de transmitir conocimientos me llenó y, poco a poco, comencé a sentir que Isabeau se convertía en un hermoso recuerdo. No que eso me quitó mi manera de ser tan salvaje, qué va. A veces me dan risa los escándalos y las peleas que armaba en las discotecas cuando me emborrachaba; pero supongo que esa esencia mía tan enraizada no iba tampoco a desaparecer de la noche a la mañana. Aunque la verdad, todo esto vale verga, porque yo igual me jodí por Isabeau. Todos somos seres humanos y unos mucho más sensibles que otros. Es como cuando estaba en la universidad y nos dieron una vez una charla sobre la sensibilidad femenina y la diferencia con la masculina, y me pareció algo cojudo, porque la verdad es que no hay etiquetas ni definiciones. Lo que se dice en teoría, nunca se cumple en la práctica y he conocido mujeres de hielo, así como hombres que se derriten como mantequilla. Yo sentí el hundimiento de Electra como si fuera el mío, porque lo que a mí me salvó fue mi fortaleza y mi terquedad de nunca dejarme vencer, pasara lo que pasara. Yo siempre he sido tuco, fuerte, descendiente de vikingos, supongo. Cuando me miro en el espejo pienso que, si es cierto esto de la reencarnación, mis rasgos físicos son los de aquellos hombres duros, aguerridos, que se lanzaban al mar por meses en las congeladas aguas de Escandinavia con Balder, con Freya. Pero en cambio Electra, mi pequeña Electra, siempre fue puro corazón, puro sentimiento. Lloraba con los perros callejeros y, cuando los encontraba heridos, se los llevaba a la casa. Sufría con la miseria humana y la suya propia se convirtió en su perdición. Se dejaba hundir, porque era como la flor del loto que crece en el fango y que cuando el lodo la topa, éste resbala sin mancharla. Para mí, Electra siempre fue mi flor de loto, que nunca perdió su pureza, y quizá por eso no logró salir adelante en este planeta de puro lodo, de injusticias, de miseria, de angustia y de dolor, pero no se manchó, no; ella preservó su belleza.

Mi Electra, mi hermosa Electra, se impregnaba de todo y, sin embargo, siempre preservó su inocencia. ¿Por qué estoy comenzando a pintarte, Electra? CUENTA ELECTRA De las amarguras y tristezas de mi vida hay algo que puedo decir que se presentó como el arco iris de mi existencia. Algo que no tuvo nada que ver con la vida acomodaticia del modelaje ni con la autodestrucción de la perica. Algo fuera de serie, que me sacó adelante cuando el Galgo se volvió a marchar. Algo que fue mío y mío sólo. Algo que de verdad me hizo sentir orgullosa por mucho tiempo, que me hizo olvidar inclusive mis frustraciones como actriz. Quién iba a decirlo. Yo nunca pensé en eso; pero mi viejo me dijo que me dejaba ser mesera del bar que administraba el Cruz siempre y cuando me dedicara a estudiar. Tanto jodió que una vez que el Galgo se marchó con el año nuevo y con mi corazón destrozado, le acepté más que nada para no tener que dilear con el problema. Ni siquiera sabía qué estudiar; pero, como para no tener que teorizar tanto ni escuchar pavadas de los últimos chismes literarios o históricos, (ya suficiente tenía con mi vida), decidí optar por Biología. Pensé que sería algo para entretener a mi viejo por un tiempo y que luego podría abandonarlo como todo lo que he desechado en mi vida, pero no. Tengo que admitir que fue como descubrir un oasis. Empecé a estudiar a los animales y comencé a identificarme con ellos. Era otro mundo. Ellos no juzgaban. Al contrario, tenían que pagar por todas las estupideces de la humanidad. Me fasciné por el Cuyabeno y estaba decidida a luchar para salvar esa reserva de paraíso que la mayoría de la gente ni siquiera le paraba balón. La verdad es que me apasioné tanto, que no faltaba ni un solo día a clase. Estudiaba sin descanso. Por fin una misión. Quería trabajar para salvar el medio ambiente. Me parecía tan triste verlo destruirse sin que a nadie pareciera importarle. Era de alguna manera como mi vida. Así me destruía yo, y nada se podía hacer para salvarme. La tala de manglares estaba en boga por aquella época. Todo el mundo quería construir camaroneras. Todo el mundo quería el billuzo. No hay que olvidar la influencia Reagan, estábamos culminando los ochenta. Terminé con el Galgo. No, no fue que terminé. Simplemente dejamos de escribirnos. Pasó el tiempo. Logré ubicarme por un tiempo. De verdad, la loca de la Electra logró centrarse, estudiar. En el verano me fui a Europa con el Sinatra y con el Raúl. Tuve amantes griegos, italianos, alemanes. Sé que el Galgo estaba en otra, en fin... No quiero hablar de eso. Una noche, dos años después que se marchó en esa triste Navidad, recibí una llamada. Sentí la voz conocida que me hizo brincar por dentro. Que le fuera a buscar en el aeropuerto al día siguiente. - ¿Cómo? ¿Y esa sorpresa? ¡Qué maravilla! Pero el Galgo no sonaba a maravilla. - RX, no tengo tiempo de hablar, sólo te pido que me esperes en el aeropuerto y ni una palabra a nadie de mi llegada. Ni siquiera a los panas, peor a mis viejos, o a los tuyos. Nada. - Pero, ¿cómo, Galgo? ¿Qué pasa? Explícame, por el amor de Dios. - Te veo mañana. Y así, dejándome con la peor de las incógnitas, me colgó.

Para qué decir que la Electra no pudo dormir. Tampoco fue a clases al día siguiente, y se pasó fumando y tomando café todo el puto día, hasta que llegó la hora de ir a esperar el avión de American Airlines. HABLA SINATRA Los últimos días con Milena en Londres fueron tensos. Yo me preparaba para irme a París. A veces me desesperaba para que todo volviera a ser como antes Los grandes amigos de toda la vida. Sin rencores, sin amarguras El incondicional Sinatra, moviéndole la cola, para ver si me tiraba una galleta Pero por una vez en la vida más pudo el orgullo y me contuve. Me contuve hasta que me embarqué en el bus que me llevaría a París. Mientras estuve visitando al Raúl, había quedado fascinado con esa ciudad y, si quería convertirme en un creativo digno de ese nombre, tenía que empaparme de todo ese savoir faire tan especial y único. Es que esa ciudad es hecha de pura publicidad. Jamás he visto comerciales tan bien realizados como los franceses. Yo me metía en los cines sólo para mirar y remirar los comerciales. ¡Qué jingles, qué fotografía, qué ideas! Ecuador era tan chimbo en ideas. Todo copiado, todo tonto, todo falto de creatividad. Mi ídolo era Jean Paul Goude y el increíble y tan cómico Etienne Chatillez, quien luego se convirtió en uno de mis cineastas preferidos. Londres valía mierda comparado con París. No sé como no fui de una a esa ciudad. Bueno, sí sé. Por Milena, por supuesto. Pero, en cambio, ahora París se convertiría en mi fórmula de escape. Si en alguna ciudad lograba olvidarla, sería en ésa. Me conseguí un trabajito de todo man en el Inca Maya, el restaurante ecuatoriano, y me dediqué a vivir esa ciudad tan fascinante mientras estudiaba publicidad. El segundo golpe sin embargo no tardó en llegar. Es que Milena definitivamente se había puesto como la misión de su vida el acabar conmigo. Fue una noche en que yo llegaba luego de una caminata por demás enriquecedora por la Rive Gauche. Venía con muchas ideas para mis clases, decidido a trabajar hasta la madrugada, cuando sonó el teléfono. La Mile, por supuesto, con su voz toda melosa que a mí me mataba. - Armanditoooo. Hola, ¿a que no sabes quéeeeeeeee? - No, Milena, no tengo ni la más remota idea, dime. - No, mi amor, ¡adivinaaaaaa! - No sé ni por donde empezar a adivinar; pero si quieres, a ver decidiste meterte a monja. - Nooooo, todo lo contrario. - ¿Como que lo contrario? - ¡Me casooooo! Sentí el pinchazo. Hijueputa, cómo dolió. Una puñalada no hubiera sido tan brutal. El peor castigo, que me hubiesen colgados de los pulgares, o clavado agujas entre las uñas. - ¿No me digas? ¿Y con quién será? No me lo imagino. - Ay, Sinatra, no seas pendejo, ni que yo anduviera con cualquiera Pero, ¿con quién crees que estás hablando? ¿O será que te confundiste y piensas que estás al teléfono con alguna de tus puti francesitas? - A ver, Mile, sabes que estoy vacilando. Dime, ¿quién es el afortunado que se va a llevar a la princesa al altar? - Ayyyyy, Sinatra, ¿quién más va a ser? ¡Rodrigoooo!

Claro, por supuesto, ¿quién más iba a ser? ¡Rodrigoooo! Pero es que esta man iba para candidata a campeona de retardados. Se había pasado sufriendo como una condenada, y ahora quería casarse con él. - Esta vez será diferente, Armandito. Vamos, dime que estás contento. Eres la primera persona a quien llamo y, además, quiero pedirte que seas mi testigo. Esta man era maestra en torturas, no había caso. Si la reencarnación existe, no me extrañaría que hubiera sido Hitler en la vida pasada. ¿Pero es que de verdad no se daba cuenta? - Guau, Milena, felicitaciones. - Armandito, mi amor, te caigo el próximo fin de semana para que me ayudes a buscar el vestido de novia. Quiero que estés conmigo en todos los preparativos. Al fin y al cabo hemos sido tan amigos. Pues sí, hemos sido tan amigos, pendeja, pero claro, yo no podía aspirar al premio mayor de tenerte. Se lo llevaba el cretino de Rodrigo. Dentro de mí te deseé la mayor infelicidad, pero me contuve y fingí. Te tenía demasiado cariño y lo que tú me pedías te lo daba. Si querías, pues, que te acompañara a mirar vestidos de novia, lo haría. Sería tu testigo, sería tu acompañante, sería que lo que tú quisieras que fuera para ti. Digamos que ése era mi regalo de bodas, ya que no tenía un franco para darte nada más. MILENA MIRA Confirmo por tu último escrito, Raúl, tu amor por Electra. A través de tus cuadros se devela tu ser interior. Me duele, sí, más aun leyendo lo que me corresponde. Que sí me amaste. Que no quisiste herirme. Tengo que aceptar que esta vez el cuerdo eres tú; pero, cuando pienso en ti me quedo con la sensación de que algo no se cumplió, que algo quedó a medias. No sé si hubiera sido prudente jugarme el todo por el todo y botarme a ti. Tal vez tú tengas razón y no lo hubiéramos logrado. Porque quizás la magia de mi sentimiento fue que éste nunca cayó en la monotonía de la convivencia. De Electra y Sinatra no sé nada. Dicen que siguen escribiendo. Yo, a veces, me canso de presionarles. Me llegará todo algún día y podremos dar forma a esta historia banal. Finalmente todos tenemos nuestros amigos, todos llevamos una vida bastante parecida. Nada hay nuevo bajo el sol. No contaré tampoco nada especial con esta historia. Simplemente preservaré momentos como quien toma fotos con la instamátic, "el instante Kodak." La ciudad va cambiando, Raúl. Poco a poco nos acercamos al fin del siglo. Como en El Aleph, Raúl, cuando ha muerto Beatriz y queda claro que los cambios en la ciudad serán los que marquen su ausencia. Así mi Quito será ya sin ti. La crisis que se nos vendrá encima será ya sin ti. Las catástrofes, los sueños, las erupciones de nuestros Andes amenazantes, los hijos, todo, hasta los viajes si es que alguno de nosotros vuelve a salir de aquí. Al revivir estos diez años, pienso en cómo el mundo para nosotros fue pequeño. Todos le dimos la vuelta. Nos fuimos y volvimos y, cuando volvimos, quedamos atrapados por este hueco. Suena impresionante la cantidad de viajes que cada uno de nosotros realizó. Unos con plata, otros sin ella. Unos first class, otros a dedo. Unos con aroma a cielo, otros con olores pestilentes en un bananero de tercera. Nos encontrábamos en los puntos más diversos del mapa. Me gusta eso. Nos las arreglamos para no limitarnos. Supongo que simplemente fuimos unos chicos rebeldes que quisimos ser diferentes. Nada más. Nada especial.

¿Viajábamos tal vez porque no sabíamos qué hacer con nuestras vidas? O tal vez porque a los veinte, todos sentíamos lo que comprobaríamos a los treinta, que en el Ecuador, no hay cómo. Todo queda trunco, todo se desbarata. Como si una energía incomprensible nos negara el progreso. Por eso es tan común decir: "Típico" cuando algo sale mal. Ya estamos acostumbrados a que todo falle. Lo contrario más bien nos asombra. Quizás no podíamos con nosotros mismos, y por eso saltábamos de un sitio del mapa a otro, como si nos estuviésemos buscando y no nos encontráramos. Pero no importa cuanto tiempo estuvimos juntos, las cosas que nos tocó compartirlas y las que emprendimos solos. Sin poder evitarlo, como si alguien desde arriba nos moviera las cuerdas, siempre regresábamos a nuestro círculo y por círculo entiendo también a nuestro Quito, del que ninguno pudo escapar, para bien y para mal. CUENTA ELECTRA El avión se demoró en llegar. Yo pensaba y pensaba. ¿Qué diablos estaba ocurriendo? No era usual. Tenía que ser algo putamente grave. Luego salió. Pálido. Ni siquiera me abrazó. Tenía unas ojeras que me decían que no había dormido en días. Y tan flaco. - ¿Dónde podemos ir? - A mi casa - le respondí. - ¿Y tus viejos? - Tienen una cena. Tranquilo, nos encerramos en mi cuarto y luego sales por la ventana, como siempre lo hacías. Me respondió con un medio gruñido y tomamos un taxi hasta mi casa. No lo había visto en dos años. Me sentía extraña. Me pidió que verificara que mis hermanas no estaban por los alrededores. Me pareció muy raro, pero ellas estaban ya en sus habitaciones y nosotros fuimos directo para la mía. - ¿Qué ocurre, chiquito, estás bien? El Galgo me miró largo rato. No decía nada. Yo sufría en silencio. Luego se llevó las manos a la cara y se quedó así por minutos de eternidad. Luego, bajito, casi sin que se le pudiera escuchar murmuró: - Me agarraron, RX. - ¿Te agarraron? ¿Pero en dónde, de qué hablas? ¡No entiendo! - Me agarraron y tuve que fugarme. - ¡Fugarte, te agarraron! Galgo, ¿qué putas hiciste? - Me agarraron traficando perica. Tuve que salir flechado. Me cogieron preso y a mi tía, la que vive allá, le tocó hipotecar la casa para pagar la fianza. Apenas salí, me embarqué en el primer vuelo. Mi viejo cree que llego mañana. Él es el único que sabe. Mi vieja, ni idea. Tú sabes, el viejo es un bacán. Siempre me cala; pero no quería enfrentarle así, tan de golpe, soy una decepción. Le dije que llegaba mañana pero es que necesitaba estar solo. Otra vez aquí. ¿Sabes que no podré volver a la Yoni por más de siete años? ¿Sabes que soy un fiasco total? Para mí, por feo que sonara, el mundo se me abría. Dos años durante los que pensé que lo había olvidado. Ni un carajo, seguía amándole como el primer día. Porque el amor es así. Es una enfermedad. Por más grave que fuera la situación del Galgo, eso significaba que ya no se iría más y que, como de costumbre, cada vez que tenía problemas se acercaría a mí. Dejaría de ser el Galgo mierda, el Galgo hijueputa, el que me hacía sufrir. Se volvería un niño

necesitado de cariño. Eso me hacía sentir bien. Qué más podía pedir, sino que el Galgo me necesitara. Yo sé que él no la estaba pasando de lo mejor. Sus problemas eran mucho más serios que los de cualquiera en ese momento; pero, por lo mismo, no podía mirar a nadie más. Me explicó algo que ni siquiera lo había imaginado, que para tener guita se había conectado con otros latinos y tenían montada toda una red para vender perica en la Yoni. Recordé la época en que el Castor y yo le enviábamos paquetitos. Pero siempre había sido de a poco, nada serio. No entendía. Él siempre había sido tan pilas. Durmió en mi casa. A escondidas de mis viejos, y por la madrugada saltamos por la ventana y tomamos un bus rumbo al Cotopaxi. Allí, mirando el páramo y con el frío de cobija, nos amamos y lloramos. De regreso a Quito no quiso que le acompañara a ver a su viejo. Le fue a buscar a la oficina y conversaron horas, supongo, porque esa noche no me llamó. Pero por lo menos ya estaba en Quito y la Biología y todo lo demás podía irse a ocupar cualquier puesto porque el primero, el más importante de todos era del Galgo. Desde el momento en que aterrizó el avión, yo sabía que mi vida quedaba relegada a un segundo plano. Así había sido antes. No veía por qué tenía que cambiar. Lo mío por el Galgo siempre había sido destructivo. No es que de la noche a la mañana se iba a convertir en algo positivo. Las cosas nunca cambian, y las personas tampoco. El Galgo superó su problema como siempre lo hacía. Él ha sido un optimista, jamás se ha hecho líos de nada, y con la misma sonrisa de siempre, a las pocas semanas, estaba de farra en farra, de pana en pana. Él tampoco cambió, ni siquiera con esto. HABLA SINATRA Y Milena se casó. Fueron días amargos; pero creo que me porté como el auténtico caballero. La acompañé en todo momento. La ayudé a planificar sus sueños. Fui su confidente y estuve con ella hasta en sus momentos de duda. No visualizaba el matrimonio, ni el hecho de que la estaba perdiendo. Mientras estuvo en París conmigo y luego, durante los días antes del gran evento, sentía que ella me necesitaba. Quizás en el fondo era hasta mejor que se casara con Rodrigo antes que con cualquier otro pendejo que me cerraría las puertas. Por lo menos, casada con él, sabía que íbamos a ser amigos siempre. No sé. Qué irónica es la vida. Uno se la pasa soñando y de pronto la realidad te golpea de una forma inesperada. De alguna manera el matrimonio de Milena nos estaba gritando que el tiempo pasa y que la juventud no es para siempre. Cómo hubiera querido que todo fuera como en "Friends", la serie gringa que veo ahora: Ahí, les pasa de todo, pero ellos siguen de panas. Primero está la amistad y luego todo lo demás. En cambio esta vez, con Milena, era diferente, era real. Ella era la primera en casarse; ella iba a sentar cabeza y seguro que luego vendrían los hijos y tanta vaina que nunca había sido acorde con nosotros. Me daba mucha nostalgia. No quería que el tiempo siguiera así con esa crueldad sin límites. Para mí, la vida había dependido de esa onda tan especial que vivíamos entre los amigos. Con el matrimonio de Milena comenzaba a sentirme huérfano. Poco a poco se marcharían todos y yo me quedaría solo porque, aunque era el que más soñaba con el amor, tenía este negro presentimiento de que no era eso lo que a mí me tocaría vivir en esta vida.

Solo en París, reflexionaba mucho y pensaba en todas estas vainas, con el sueño loco de que, llegado el momento, Milena se arrepentiría y vendría a esconderse de todo y de todos en París. Sí, ésa era mi fantasía. Llegaba el día del matrimonio. Se daba cuenta de que no estaba hecha para ser mujer del hogar. Agarraba sus cuatrocientos sesenta y cuatro tereques y llegaba a mi puerta en París. Yo me quedaba loco, mirándola sorprendido, sin entender lo que ocurría. - Hola, ¿me recibes? - preguntaba ella con su típica picardía coqueta. Y yo como mudo. - Pero ¿cómo? No entiendo. - Sini, me escapé y tengo que esconderme. Sólo tú me puedes ayudar. Al fin y al cabo hemos sido amigos toda la vida, ¿no? Y yo, cada vez más embobado. Y ella metiendo miles de maletas porque si algo es verdad es que nunca aprendió a viajar ligero. Luego llegaban Rodrigo, su familia y la familia de Milena. Ella, asustada, se metía bajo la cama y apenas yo lograba disuadirles, salíamos en quema rumbo a Grecia o algún lugar recontra remoto y nos echábamos a reír. - ¿Creías que me iban a pescar, Sini? Cómo se ve que no me conoces. Y así terminábamos en grandes carcajadas. Amigos para todas las travesuras. Y ése era mi sueño. Eso lo pensaba mientras duró la ceremonia, rogando que salieras a carrera, llegado el momento de la gran pregunta. Esperando la seña para seguirte y emprender la fuga. Pero dijiste que sí, que aceptabas. Y yo te dije: adiós, Milena, novia radiante. Estabas hermosa ese día. Tan hermosa que por poco hasta yo me creí el cuento de que te casabas para ser feliz. RECUERDA, MILENA Milena debe recordar y aclarar más sobre su relación con Rodrigo. Es como si a propósito trataras de pasarla por alto, Milena. En realidad te frustra revivir el final de la magia. Es posible que ni siquiera te atreverías a definirla, aunque también es posible que fuera para eso para lo que estudiaste Psicología: para saber qué demonios era eso especial que sentías y que, a falta de otro nombre, llamabas magia. Freud no la definió. Ni Adler. Ni siquiera Fromm, que fue el que estuvo más cerca. Para Jung, en cambio, La Magia era así, con mayúsculas: la zona secante del ego individual y el inconsciente colectivo; pero no era eso lo que tú buscabas. Era algo más simple y más general Los meses hermosos y los de dolor eran justificados mientras existía eso: la magia. Pero ésta terminó pronto, más pronto de lo que imaginaste y aquello te llenó de desconcierto. Milena se aferra para volver a encontrarla. No entiende a veces la sequedad de Rodrigo. Ella quiere que todo sea como al principio. Era usual ver pasar el jeep de Rodrigo con una Milena amargada, llorosa. Rodrigo no comprende estos estallidos; si para él todo estaba bien. Milena no puede explicarle con exactitud lo que falta en la relación. Solamente sabe que no puede pactar en nada menos de lo que ella soñó. Porque quien lo hace se hunde. De esto es las pocas cosas de las que está segura. Milena se volvió posesiva, celosa. Ella antes no era así. En realidad era muy simple, Rodrigo no la comprendía del todo. El silencio comenzó a vivir entre ellos y así, tras muchos meses de incomprensión mutua, terminaron.

Milena regresó con él, después de lo del Galgo. Ni siquiera sabe cómo debe llamar aquello: ¿aventura? ¿affaire? ¿sencillamente "error"? Que se quede así: "lo del Galgo" Cuando volvió con Rodrigo, ya Milena había logrado reencontrarse un poco. Digo un poco porque a Milena le faltaba comprender por qué es importante dar por terminadas para siempre ciertas cosas. Milena se empeñó en forjarse un destino y en tratar de que aquéllos a quienes quería actuaran como ella pensaba que debían hacerlo, pero eso no es posible. Nadie puede obligar al otro a actuar como no quiere hacerlo. O como no puede. Ya explicaste por qué te casaste con él. Lo que no ha explicado es lo que ocurrió después. Es decir luego de la Gran Boda (así, con mayúsculas). Tú no estabas preparada para vivir días rutinarios, monótonos. Habíamos sido maravillosos por carta, Rodrigo, pero ya el día a día era otra cosa. Volver a Quito. Adaptarte a lo que conlleva vivir en una ciudad pequeña. De pronto te encontraste sintiéndote hastiada. Te sumergiste en la televisión, te volviste adicta a las telenovelas y a la comida chatarra. Atrás quedaron los parasoles amarillos de un almuerzo de compromiso, la novia radiante, la bella luna de miel, la pantera rosa de hule que nos saludaba sobre la montura que habían dejado en la sala, detalle kitch o confirmación del olvido al que se someten las casas cuando la vida es rutinaria. Algo que se coloca en un momento y que todos olvidan retirarlo. Tu vida, Milena, se estancó. Te olvidaste de los estudios y ni siquiera pensaste en trabajar. ¿Qué te ocurría? No había tragedia No había traición No había maltrato Estabas aburrida. Ésa no era vida para ti. No le puedes culpar a Rodrigo. Tú habías querido admirarle; pero quizá nunca le conociste verdaderamente. O tal vez tu sueño era casarte con todo el grupo, con una suma de valores individuales, y por eso le escogiste a él, como un símbolo. Suena ridículo, y podría ser la base para un artículo en "Psychology Today": "La ecuatoriana Milena: de la envidia del pene a la familia morganática". Ya en Quito, Rodrigo se volvió muy dependiente de su familia. No era el hombre aguerrido, con sueños, con pasión. Aquél con el que tú anhelabas hacer cosas, cambiar el país. Sí, con él habías recorrido íntegra tu tierra y juntos habían elaborado infinidad de proyectos. Pero eso ya no iba más. Él se estableció muy pronto dentro del sistema. Tal vez porque es muy fácil hablar, soñar, pensar en voz alta, no así ejecutar. Lo mejor de nosotros fue la distancia, Rodrigo, mi Rodrigo. Porque al final lo que nos perdió fue la monotonía. Como al año de casados, Sinatra volvió temporalmente. Aunque está mal dicho. A Quito nunca se llega temporalmente. Se llega para siempre. Como a una tumba. Así había sido con Raúl, con Rodrigo, conmigo, en fin, con todos. Milena encuentra otra vez a su amigo refugio, su amigo taza de agua 'e panela para el ánimo. Con él, con Raúl y con Serge vuelve a sentir deseos de hacer algo más con su vida que enterarse de las últimas aventuras de Abigaíl, Señora y de Mi Amada Beatriz. Comienza a aceptar su error. Finalmente acepta que la única culpable de lo ocurrido es ella. Pensaba que con Rodrigo las cosas podían ser diferentes, pero tiene que cambiar de parecer. Él no quiere nada especial y no es su culpa. Él quiere una buena esposa, un hogar estable, hijos y horarios pantuflescos. Él la mira desconcertado cuando ella le grita su inconformidad. Es la perfecta Madame Bovary criolla, hastiada de todo, pero sin saber qué mismo quiere, ni siquiera un amante. Lo único que le queda claro es que ella no desea ser parte de la vida poltrona de mujeres que envejecen, se dejan engordar, se les cae la papada y se llenan de hijos. Pero criticar es muy fácil. Vivir es lo duro.

Son Raúl, Sinatra y Serge quienes deciden tomar el destino de Milena en sus manos. Luego de mirarla, escucharla y sacudirla para que no se deje llevar por la depresión, llegan una tarde, después de una de las tantas peleas memorables entre Milena y Rodrigo; arman su maleta y la llevan casi a rastras. Milena llora con desconsuelo. Milena tiene miedo. Milena, tú que siempre has sabido qué hacer con tu vida, ahora estás perdida. Y lo estarás durante muchos meses, años. No es fácil aceptar un fracaso o aprender la lección como diría Raúl. De esa etapa, recién salida de tu casa, abandonando a Rodrigo sin explicaciones, sabiendo que la culpable eras tú por haber querido más de lo que la vida podía darte, lo que recuerdas con cariño son los meses compartidos en La Cueva con Raúl, Sinatra, Serge y Electra. ESCRITOS DE RAÚL Encontré un aliciente especial cuando decidimos hacer "Laberintos", la revista. El Castor, pana de toda la vida, siempre jodía con que quería convertirse en mi manager. ¡Ah, el Castor! Un loco, un soñador sin límites; pero siempre hecho el práctico, el que sabía el business, man. Él en sí no era un artista. En sus buenos tiempos tocó el bajo; pero pronto comprendió que su creatividad no iba por ahí y, sin abandonar el arte, comenzó a pensar cómo podía sacarle partido. Se jalaba en mucho, si pienso que lo único que buscaba era lo comercial como si existiera una fórmula para eso. El Castor pensaba que sí; ésas eran nuestras eternas discusiones. Dentro de lo más profundo de mi ser, siempre quise ser el mejor. Yo soy Aries y los Aries somos apasionados y tercos. Quería demostrar los resultados de todo mi trabajo, pero sin caer nunca en lo comercial. Odio la gente que pinta con esos fines. Odio la gente que se vende. Son unas viles putas. Todo por la guita. A mí el billuso nunca me interesó. Me gustaría tener algo para darle a mi vieja, que de verdad se lo merece, pero de ahí, en cuanto a mí se refiere, sólo me gusta tener lo que me hace falta para vivir, el resto me parece una carga. Claro que en mi caso, desde que se murió mi viejo, nos comenzó a faltar y nos ha seguido faltando de ahí en adelante. A mí me mata verle a mi vieja sentada en la mesa del comedor haciendo y rehaciendo sus cálculos para el mes, tratando de darle una buena educación a la Verito, y yo aquí sin poder hacer nada porque mi profesión no produce un sucre. Eso sí me come mierda, mientras que Rodrígoras hace alarde de todo lo que tiene y todo lo que bota porque papi paga, y creo que a él nunca se le acabará la guita porque el viejo es una máquina de hacer billete. Bueno, quiero verle cuando el viejo se muera porque ahí tal vez se bote toda la herencia y se quede cagado; aunque la verdad él es un pobre hijueputa suertudo, él no es el que va a sufrir. Los que van a sufrir son los hijos que se quedarán comiendo mierda y tal vez por ahí nazca alguno que herede la genialidad del abuelo y todo comience de nuevo porque la vida es un círculo que jamás dejará de girar. En todo caso, el Castor me tenía hasta la reverga proponiéndome algo comercial, y tanto jodió, que comencé a echarle cabeza pero para hacer algo bueno y diferente. No sé cómo se me ocurrió lo de la revista. Seguramente porque siempre me comía mierda con las pendejadas que hacían, y tenía este sueño de hacer un proyecto con todos los panas, porque si no, para qué trabaja uno. Odio a la gente que rechaza trabajar con la gente que quiere porque piensa que los amigos están para divertirse solamente y que hay que saber diferenciar bien las dos cosas. Me parece un concepto cojudo. No hay nada más apasionante que el nacimiento de un proyecto entre gente que se entiende, así como las

bandas de rock de los setenta, que vivían juntos y pasaban por las mismas experiencias para crear, o los clanes teatrales que para el efecto es lo mismo. Yo, para la época en que comencé a hablar de la revista con el Castor, ya estaba mamado de crear en solitario. Soñaba con hacer algo en conjunto, donde todos pusieran su grano de arena, donde no existiera un jefe sino que todos colaboráramos en algo que fuera nuestro y donde cada uno pudiera decir lo que quisiera. Supongo que por eso la mejor idea fue una revista bien loca y diferente. Todos los comienzos son maravillosos y sobre todo los sueños; cuando uno se imagina cómo van a resultar las cosas. Ilusiones... Lucubraciones Cuantos debates porque cada uno creía haber descubierto el agua tibia. Yo me sentía satisfecho. Compartíamos la vivienda, así que discutíamos acerca del proyecto a todas las horas del día. Creo que me apasioné tanto que ya nadie me soportaba. Pero ese impulso fue el que a todos nos dio una razón para vivir; así despotricaran pensando que nada iba a funcionar, porque cuando nos sentábamos a crear, plaf, magia. No sé Yo, que siempre había sido un solitario, tan anti todo, de pronto estaba de capitán araña de este proyecto. No sonaba a mí, era como una fase especial en mi carácter, pero a la final nada es blanco y negro, y así también las personas pueden pasar por todo tipo de estados de ánimo. Venía de un down. Ahora me tocaba un up. CUENTA ELECTRA Y sí, por qué no hablar, ya que estamos desnudando el alma, de mi relación con los viejos del Galgo. Eso es todo un cuento. Una suele pensar de joven que se está con la persona que quiere, mas no con la familia y, sin embargo, con el pasar de los años, se comprueba que no es así. Ellos se pertenecían al Opus Dei, así que el fanatismo era un hecho. Desde que los conocí, me miraron feo. Que porque era extranjera. Que porque me vestía atrevida. Que porque detectaron un no sé qué que no les olía bien. Pensaban, los muy pendejos, que el Galgo, su Robertito, se merecía lo mejor de lo mejor. Una vez, al principio de la relación, la vieja nos encontró en el cuarto del man, besándonos, y nos miró glacial. Con el pretexto de que tenía jaqueca, le mandó al Galgo a traer una aspirina y, hasta que él regresara, se largó a darme el discurso de que si creía en Dios, de que cómo me habían educado mis viejos y sobretodo y lo más importante: - Niños, cuando están solos siempre hay peligro. No busquen tentaciones diabólicas. Una mujer tiene que llegar virgen al matrimonio. Una mujer tiene que hacerse respetar, no debe dejarse tocar ni por el pétalo de una rosa. Las fáciles, verás, mija, no llegan a nada. Son usadas para el momento, para diversión de los hombres, que son más débiles y no pueden aguantarse. Hay que saberles perdonar, pobrecitos, qué vamos a hacer, pero en la mujer está todo. La mujer es el pilar, y el hombre que sabe que una mujer ha sido manoseada por Raimundo y todo el mundo le usa como guitarra vieja que en todas las fiestas le tocan pero a la hora de la verdad, cuando hay que convertirlas en mujeres respetables, las dejan donde se merecen, en la calle. Porque un hombre para divertirse escoge una cosa, pero ya para casarse y para decidir con quién va a formar una familia, cambia. No, niña, no te dejes engañar pensando que si ahora te ofreces, mi Robertito luego va a pensar en algo serio contigo. Qué va, él escogerá una muchachita recatada, muy de su casa, inocente y honesta. Es que, mija, ve, no es por nada; pero una mujer tiene que hacerse desear, respetar, ya te digo.

Yo no sé cómo no me largué a reírme a carcajadas. Qué tal la vieja, con razón el Galgo era como era, pero si ella misma le había educado para que sea un machista, mujeriego, hijueputa. Cómo podía ser tan bruta o es que el Ecuador estaba en la prehistoria. Total, tanta perorata para que con los años, la hermanita del Galgo, la hijita linda, educada en colegio del Opus Dei, terminara siendo la peor zorra de Quito, y teniendo que casarse no cumplidos los dieciséis porque estaba encinta. Hipócritas de mierda. Así, hecha la respetable y todo, si le vieran al viejo, ese man sí que es el típico; pero el típico viejo verde. ¡Qué tenaz! Con el pasar de los años le encontraba en los peores antros acompañado de unas zorras, pero zorras de verdad, y él con la baba colgante, atrás de ellas, manoseándolas, y las muy pendejas dejándose mandar mano. Eso sí es asqueroso, ¿o no? Me imagino que la vieja nunca se enteró. A veces, cuando me agarraban los deseos de venganza me imaginaba que la vieja se contagiaba de SIDA por tanta andanza del marido y ella tan respetable se encerraba a morir, atormentada por la vergüenza. Yo no sé a cuál de los dos detesto más. Supongo que al viejo. El muy cretino me hizo una perrada tenaz. Una noche salimos con el Galgo a una discoteca en el Valle. Yo estaba bien cabreada con él, porque andaba coqueteando con una gringa puta. No parábamos de discutir. El Galgo, al principio, trataba de tomarlo fresco y me pedía que me tranquilizara y que nos pusiéramos a bailar; pero yo seguí cabreada y no le hablaba. Total, que a las finales el Galgo perdió la cabeza, me dejó ahí botada y se largó a la barra a chupar. Sola y comida cemento, me encontré con que en una esquina cobraban un viejo enternado y una pelada con unas uñas ni que garras, y el pelo teñido de rubio, rubio pero creo que con agua oxigenada. Sin querer, clavé la mirada. No sé qué me parecía de familiar. Cuando, de pronto, se me abrieron los ojos porque los dos nos quedamos viendo. Era el viejo del Galgo. El Galgo ni se había pillado. Seguía riéndose con sus amigotes, como bobo, hecho el chévere, cuando su viejo estaba a punto de comerse a una zorra en sus narices. Me reí para mis adentros. Pasados unos minutos, el muy cerdo se me acercó con gran sonrisa a ofrecerme un whisky. Se le notaba nervioso, pero estaba ya bien borracho. Divisó al Galgo y trató de hacerse el simpático conmigo, supongo que para que me quedara callada. Yo no soy de las que chismean nada, así que no tenía tanta necesidad de tratar de comprarme. En fin, así siguieron las cosas hasta que comencé a sentir algo suave y grasiento entre mis piernas. Yo no llevaba medias. Cuando bajé la mirada, se hizo el gil; pero yo ya comencé a calar lo que estaba pasando, así que la próxima vez que intentó mandarme mano le pegué tal chirlazo que el viejo se quedó frío. Para todas éstas el Galgo nos había visto, no la parte del chirlazo, eso no lo vio nunca y jamás me creyó. Se acercó como que nada, medio sorprendido de todas maneras de encontrar a su padre. - Viejo, ¿qué haces por aquí. - Nada, ando estresado con tanto trabajo y vine a pegarme un whiscacho antes de ir a la casa. - ¿Y escogiste este antro de mala muerte? - le preguntó burlón. - Bueno, tú sabes que yo no suelo salir mucho de noche. A tu madre no le gusta, y no conozco pues los sitios a los que uno debe ir. Alguien del trabajo me recomendó este hueco y ya ves: aquí estoy. Valga la oportunidad para que te invite un traguito así de padre a hijo. El Galgo le miró emocionado. A mí me dio asco. - Yo me quiero ir ya.

- No jodas, RX, estoy con mi viejo. - Quiero irme a la casa. - Pues no nos vamos a ir. Me levanté histérica, quería ir al baño. No podía ser cierto lo que estaba ocurriendo. Pero aún faltaba lo peor. - Ten cuidado con tu novia, se me insinuó feo. Ahora sí que estaba alucinando, al volver del baño escuché, sin que ellos se dieran cuenta. El viejo le estaba hablando porquerías de mí al Galgo. - ¿Qué? El Galgo le miraba asombrado. - Sí, con esa mini y sin medias, se abrió las piernas y trató de que le acariciara. Viejo de mierda. - Mejor le botamos a esa puta y nos vamos a chupar los dos. El Galgo sonreía, incrédulo pero débil, como siempre ha sido. Se levantó y le siguió al taita, siempre aparentando estar en control de la situación. Pagaron la cuenta y salieron. Afuera llovía. Yo corrí detrás de ellos; pero alcanzaron a subirse al auto y, aunque traté de detenerlos, el viejo me hizo una mala seña y arrancaron, los dos en el auto del Galgo. Me senté en la calle y me puse a llorar. Tenía miedo y rabia, y miedo y rabia, y miedo y miedo. No tenía ni siquiera plata para el taxi. Llegué a Quito como a las cinco de la mañana, gracias a una pareja que me recogió en medio de la autopista. HABLA SINATRA Por aquella época, es decir para cuando llegué para el matrimonio de mi querida Milena, el primo Juan Camilo metió la pata. - Puta, loco, nunca pensé que esto me iba a pasar a mí. A cualquiera menos a mí. Me da hasta vergüenza. Mientras conversábamos, nos agarraba risa nerviosa, sentíamos que era un absurdo; pero también se nos iban las lágrimas a los dos. Al fin y al cabo, el primo Juan Camilo era todo para mí y lo que le pasaba a él, también me afectaba. - ¿Cuánto te falta para terminar tu carrera? - Estoy por sacar el certificado, no mucho. ¿Por qué? - No sé, se me ocurre que podríamos poner un negocio juntos. Yo me encargo de la administración y tú de la parte creativa. Golpazo. Estábamos haciéndonos viejos. Hasta hacía unos meses nos hubiera valido verga cómo viviríamos. Pero Milena, Rodrigo y el primo Juan Camilo me estaban gritando en la cara que ya era hora "de sentar cabeza". Así que el man asumió su responsabilidad de padre y pocas semanas antes del matrimonio de Milena, se casó. Para colmo, Antonia, la flamante esposa de mi primo, me tomó ojeriza desde el principio. Supongo que vio peligrar su matrimonio con mi presencia. Siempre decía que yo venía a incitar a su marido para que hiciera cosas indebidas. Pero a la final el primo Juan Camilo apenas tenía veintidós años. Era muy tenaz que lo obligaran a sentar cabeza de esa manera. El día del matrimonio bebimos como animales. El primo Juan Camilo hizo su debut llegando a toda velocidad en el auto con todos los panas y bajándose en bermudas, con el terno a la mano y preguntando a todo pulmón:

- ¿Dónde me cambio? La gente emperifollada y demás nos miraba con la boca abierta. Bueno, alguna travesura había que hacer. Eso sin contar con que nos bebimos hasta el agua de los floreros y el primo Juan Camilo fue a su luna de miel en el peor de los estados. De todas maneras, hay algo que tengo que decir a su favor; nadie les daba ni un año para estar juntos, y ya van más de siete. Nadie se lo hubiera imaginado. Con todos los altibajos creo que están mejor que cualquier otra pareja. En cuanto a mí, regresé a París. No estaba seguro de querer volver a Quito. Me sentía mal con el primo Juan Camilo pues le tocó montarse el negocio solo. Pero la puta culpabilidad termina por joderle a uno y qué decir, que apenas conseguí mi certificado regresé para echarle una mano. RECUERDA, MILENA Era una construcción antigua, ubicada en el sector de La Floresta. La humedad carcomía las paredes y las tuberías estaban tan viejas y deterioradas que el agua casi, casi era un milagro. Pero fue una casa a la que nutrimos con amor y vitalidad. Raúl la vistió con sus cuadros; Sinatra pintó las paredes con su toque de diseñador gráfico avant garde; Serge la decoró con exquisito gusto, como buen miembro del otro bando. Milena trajo sus libros, sus muebles. Y Electra... Electra trajo sus dramas y sus telas multicolores. Era una obsesión; no puedes explicar por qué; pero cada vez que se peleaba con el Galgo, venía cargando metros y metros de telas cual los metros de lágrimas que le brotaban y con las que tapábamos los techos color café (como odiaba Milena el color café y todas las variedades del ocre) de la casita de La Floresta. Con el tiempo adquirió un look encantado. Entre cortinas, telas, cuadros y libros. A Milena le parece el cielo. No, no el cielo, es Nirvana. Como Alicia en el país de las maravillas. Por todo lado aromas exquisitos, provocados por los inciensos de Serge, las velas y bujías de distintas formas Y las telas de Electra, por supuesto. En realidad todo funcionaba si estaban en grupo. Pero si acaso Milena se queda sola, se siente desfallecer. En varias ocasiones tienen que arrancarle el auricular para que no llame a gritos a Rodrigo. - ¡Él no es para ti! ¿Pero qué quieres, tonta, volver a la mediocridad de antes? Entre Raúl, Serge y Sinatra se lo gritan constantemente. A ellos les debe el haber logrado mantenerse en su decisión. Tiene miedo por las noches y se refugia en cualquier cosa para no pensar. Serge la adopta y la lleva a sus parrandas, a las terapias de relajación muscular, al quiropráctico, a los restaurantes vegetarianos. Milena se deja llevar. En realidad todo le da lo mismo, pero lo único que tiene claro es que no quiere estar sola. Llevan ya más de tres meses en La Cueva cuando reciben la noticia de la muerte del Cruz. Si Milena no habló mucho de él antes fue porque de alguna manera siempre estuvo ahí. Era uno más. Alegre, acolitador, sin mayores conflictos. Se había ido a la playa y de regreso un camión embistió con tal fuerza el Mini Morris en el que venía que murió de contado. El Cruz era uno más de los que ya se habían marchado para siempre. Antes de él fue el Morsa, a quien lo atropelló un tren en Chile. Milena piensa ahora que el grupo tiene un sino fatal. Siempre ha estado acechando la muerte. Quizás el Morsa no había sido tan próximo a Milena; pero era parte del grupo. El Cruz sí, porque siempre fue el gran amigo de Rodrigo. Milena se acerca a Rodrigo en el entierro, pero él le hace a un lado. Te sientes humillada, Milena.

Milena se encierra todo la semana y sale sólo para una fiesta organizada por Serge en La Cueva. Porque Serge pensaba que eso era lo que al Cruz le hubiera gustado, "porque lo último que hubiera querido es vernos tristes". Milena se desahoga en alcohol esa noche. Lloras por el Cruz. No, no sólo por el Cruz, sino por tu malograda vida. Piensas que un divorcio es un fracaso y comprendes ahora por qué tu madre te pedía con tanta insistencia que lo pensaras bien. No es fácil haber jurado ante un altar que iba a ser para toda la vida, y botarlo todo año y medio después. 18 meses. 78 semanas. 547 días (con sus noches) Por eso quizás te metes con todo al proyecto de Raúl y a lo que sea que te saque del torbellino mental. El problema es que necesitas un norte propio y lo que estabas haciendo era pedírselo prestado a los otros. Las cosas no funcionan así, Milena. Una no puede vivir la vida de los otros, ni orientarse por los nortes de los otros. Tu camino para encontrar la dirección adecuada que se adapte a tus pasos está apenas ahora comenzando. Largo, largo será el sendero hasta que te puedas mirar en el espejo. Pero al momento, es decir a tus veinticinco años, estás perdida dentro de un oscuro laberinto. Y sin el hilo de Ariana. ESCRITOS DE RAÚL Bueno, total qué. Tantos meses de trabajo. Tanto sacrificio. Tantos sueños. Tantas noches en blanco elaborando el proyecto para que "Laberintos", nuestra gran revista, se vaya a la mismísima verga. Será porque definitivamente nuestra gente es demasiado conservadora o porque en este país todo está destinado al fracaso, pero el asunto es que no pasamos de los cuatro números, y ya tuvimos que cerrar porque al Castor se le acabó la guita y fue imposible conseguir auspicios. Para colmo decidimos tratar temas tan polémicos como la prostitución, la droga, el homosexualismo, acompañados de fotos por demás explícitas y sin medirnos en nuestras opiniones, creando una polémica sin límites. Yo sabía que la hipocresía en el Ecuador iba de rigor; pero nunca me imaginé que tanto. A raíz de su publicación me encontraba con gente que literalmente me lanzaba tomates. Asumieron que yo era la cabeza y mi pobre vieja recibía llamadas anónimas donde le suplicaban que quemara la revista y que me hiciera exorcismos porque estaba poseído por el demonio y con serios peligros de acabar en el fuego eterno. Los primeros opositores fueron los del Opus Dei. Ésa fue la fuerza que logró amedrentar al Castor aparte de lo económico. - No tenemos nada - me recriminaba cabreado. - Te dije que hicieras algo comercial, pero no, claro, tú tenías que empecinarte y convencerles a todos de que había que hacer arte, pero ¡el arte vale mierda si no se vende! ¿Me entiendes? - gritaba furibundo. Yo les había prometido a todos la luz al final del túnel, es decir, plata para los que querían plata; fama para los que les interesaba la fama; reconocimiento y respeto para los que eso buscaban y lo único que recibimos fue insultos, pues por lo visto éramos considerados la peor amenaza para la juventud. Puta, qué provinciano era nuestro país. Uno quisiera que estas cosas no afecten; pero desgraciadamente los fracasos conllevan muchas consecuencias y la primera fue nuestra desintegración. Sinatra, que soñaba con ser reconocido y respetado para que su deformidad pasara de una vez y por todas a segundo plano, cayó en una depresión espantosa, ni qué decir de Milena, quien pensaba que esto le iba a sacar de su trauma sentimental con Rodrigo y lo único que logró fue que se acrecentara la inseguridad y la falta de autoestima que tanto la habían

perjudicado a lo largo de su vida. De la noche a la mañana todos nos encontramos sin trabajo y, lo que es peor, gritándonos unos a otros y echándonos culpas donde no había. Por supuesto que el Castor se abrió de una y en cada borrachera reclamaba su sueño. En el fondo todos teníamos una frustración muy grande; pero creo que a conciencia y muy dentro de cada uno, sabíamos que el proyecto había valido la pena, tan sólo que nos habíamos adelantado un par de años a la mentalidad de nuestra gente. Hizo falta que nosotros nos lanzáramos primero para que luego otros hicieran cosas parecidas y ahora, ya bien entrados en los noventa, muchas cosas han cambiado. Inclusive, y me causa risa, aquéllos que tanto nos criticaron, ahora nos aplauden, pero ya nosotros no tenemos la fuerza para volver a hacerlo. A nosotros nos destruyeron y en el fondo todos nos quedamos con miedo de seguir riéndonos de la vida, de los escrúpulos y de todos los tapujos de verga de nuestra sociedad. Lástima... Todo hubiera podido ser tan diferente. CUENTA ELECTRA Esta parte es para vos, Milena. Porque sentiste un alejamiento de mi parte cuando ocurrió lo de Rodrigo y, aunque luego nos volvimos a unir, nunca te fui sincera en lo que pensaba. El Rodri se pertenecía a nuestro Círculo. Yo mantuve mi amistad con él. Él fue de los pocos que siguió preocupándose por mí y buscándome, cuando todos me abandonaron. Cuando venía de vacaciones nunca faltaba su visita y siempre nos escapábamos a pegarnos los chafos y a conversar de la vida. Éramos y seremos panas siempre. Sí, es verdad que cuando regresó de la Yoni, ya graduado, había cambiado bastante y se había convertido en el clásico yuppie; pero su esencia seguía siendo la misma y yo lo sentía. Nunca entendí como vos lo desperdiciaste todo, Mile. Todo lo que yo soñé con alcanzar con el Galgo algún día, vos lo tuviste y de la misma manera lo botaste a la basura como un niño mimado bota sus juguetes. Vos decías que querías probarte, que querías demostrarte a ti misma tu verdadero valor e identidad y eso en el fondo me producía un cabreo tan tenaz que a ratos me agarraban unas ganas incontenibles te caerte a patadas. Se supone que cada uno quiere lo que el otro tiene, y en mi caso eso era real. Cuando iba a visitarte a tu apartamento de recién casada, me carcomía la envidia. Tú me recibías y nos sentábamos a tomar café. Yo me despedía y tú me sonreías, dueña de la vida. Yo salía a recorrer las calles llorando, casi a gritos, por lo que no podía tener. Pero no deseé nunca que la relación de ustedes terminara. Para mí eran un modelo, un ideal de que las cosas podían salir bien o por lo menos de que a vos te podían funcionar. Siempre habías sido la autosuficiente, la segura, la que estaba en control de la situación y, de pronto, botaste todo por la borda. No lo pude creer una noche en que te agarraste a hablar y me dijiste que yo siempre había sido una especie de ejemplo para vos; que de alguna manera toda la vida habías tenido una gran admiración por mí. Por mí, que tantos relajos tenía en la cabeza y que no podía ni con uno solo de mis problemas. Te dejé hablar, pero me pareciste ridícula y tonta. En fin, supongo que cada quien con su raya y si la tuya era llegar a caer tan bajo como había caído yo, pues supongo que ése era tu problema. Pero de ahí a que abandonaras tu vida segura, estable y de amor por irte en busca de la aventura, eso sí que no lo pude entender jamás. Pero si yo fui tu testigo en el matrimonio y me hice un modelito perfecto, porque la ocasión era especial. Si yo observé como te llegó el vestido de París y te decía que parecías una princesita, que era una de esas historias como de cuento de hadas que mi vieja siempre me relataba antes

de dormirme. De alguna manera contaba con ustedes para tener en mi vida una raíz, una realidad y de pronto me anuncias que te largas de la casa y me rompes todos los esquemas. No podía verte de la misma manera, porque vi como Rodrigo lloraba lágrimas de sangre ya cuando se quedó solo. El Cruz y yo fuimos de los pocos que seguimos a su lado mientras se hundía con cada día que pasaba sin tenerte junto a él. Y luego, cuando pasó lo de Cruz, yo estaba segura de que ibas a recapacitar y que ibas a volver a lo tuyo; pero qué va, seguiste farreando con más fuerza, armaste una fiesta a los pocos días de que enterramos al Cruz y te sentí como de hielo. Vos, que siempre habías sido la amiga incondicional para todos. Justificado o no, te guardé ese rencor. Después ya como que pasó y traté de entenderte; pero en el fondo desprecié todo lo que hiciste. No me pareció justo y, te guste o no, te lo pongo ahora, vos verás lo que haces. Ya por lo menos cumplí con mi parte de sincerarme contigo. Espero que entiendas; te quiero igual, pero no estoy de acuerdo, aunque digas que ahora, cuando todo ha pasado, has logrado encontrarte a ti misma y estás tranquila. Cuánto hubiera dado porque lo mío con el Galgo sea lo que vos tuviste con Rodrigo. HABLA SINATRA Yo regresé al Ecuador luego de algunos meses. La intención no era quedarme, pero lo hice. Primero por ayudarle al primo Juan Camilo y segundo por Milena. O, siendo sinceros, primero por Milena; pero poniendo como excusa lo del primo Juan Camilo. La Mile me fue a recibir en el aeropuerto y me lanzó una fiesta sorpresa en su casa a todo dar, tan a todo dar que duró hasta las once de la mañana del día siguiente. La Mile trató de darme una gran impresión; pero yo la vi en la mismísima mierda. Su rostro me lo decía todo; el matrimonio no había sido para nada lo que ella había esperado y el resultado era que se estaba haciendo vieja antes de hora. Y algo nuevo: la sentí con un inusual miedo a la vida. No sabía qué hacer con sus días. No se sentía cómoda. Llevaba una desazón que en el fondo me partió el alma. A mí siempre me gustó admirar a Milena. Pero ahora no podía, porque lo único que ella quería hacer era dormir y ver telenovelas. No sentía ilusión por nada y eso me preocupaba. Por supuesto que volví a ser su confidente y, con el pasar de los días y de las semanas, ella comenzó a refugiar su angustia en la fiesta. Yo también vivía para los fines de semana, cuando nos amanecíamos farreando. Era mi forma de estar junto a ella. Me comía mierda cuando tenía algún almuerzo con su familia política y no podía estar con nosotros. Al final, creo que le hice más daño que bien. Pienso que no fui el gran amigo que tanto me he jactado de ser; porque Milena, al fin y al cabo fue, es y será muy vulnerable. Quizá, si yo me portaba recto y serio, hubiera logrado que mantenga su matrimonio. Lo único que ella estaba era aburrida, sedienta de más aventuras, pero nada muy serio. No sé, aunque la verdad me produce escalofríos pensar en una Milena seria, convertida en ama de casa y cuidando niños. Mi Milena estaba hecha para brillar, no para ser opacada por el típico destino de las mujeres. Es que nos pasan los años y la vida se va volviendo aburrida. Es tenaz, es triste, supongo que por eso nos salen arrugas y encanecemos. Ojalá uno pudiera vivir siempre con la euforia de los veinte años. En todo caso, trabajé duro para lograr la rebelión de Milena. En cada reunión no hacía más que convencerla de que tenía que separarse, de que su vida así se estaba hundiendo.

Tú me mirabas con los ojos desorbitados, asustada de tomar decisiones que para ti significaban muchísimo. - Eres un egoísta - me reclamabas con tristeza. - Para ti es muy fácil decir que me separe; pero la que tiene que vivir con esa decisión para el resto de su vida soy yo. Es fácil hablar; pero la farra se termina y los días de rutina vuelven a aparecer tarde o temprano. En el fondo, fondo, sí siento una ligera culpabilidad. Muy ligera porque lo vivido y lo gozado no te lo quita nadie y, cuando a Milena finalmente le surgieron las agallas y nos largamos de su casa, vivimos con tanta intensidad que creo que eso vale más que cien años de vida aburrida. Ella tiene una energía que contagia. Y a la vez, cuando se hunde, se hunde. Quisiera preservar todos sus momentos hermosos. Porque a la final, tantos sueños para terminar siendo un grupo decadente que no hace sino reunirse a hablar, ya que los proyectos que tratamos de realizar también fallaron. Solamente hay que recordar lo que ocurrió con "Laberintos" MILENA MIRA El sueño de "Laberintos" fue para Raúl más que un simple proyecto. Teníamos ya para aquel entonces unos veintiséis años como promedio. Raúl era el mayor; pero no tenía más de veintiocho. Era el momento de probarnos, de empezar a hacer cosas y la revista parecía ser el inicio de mucho. ¿Qué era "Laberintos"? Una suerte de "L'Egoïste", la caprichosa, sofisticada e intelectual (sin ser snob) revista francesa. Queríamos que tuviera de todo. Una revista que mostrara las cosas como son; pero que a la vez fuera atrevida, irreverente, joven, apasionada. Con artículos profundos, fuertes, sinceros. No admitiríamos la mediocridad. Entre todos creíamos lograrlo, a pesar de que ninguno de nosotros tenía gran experiencia en el asunto. Pero nos sentíamos capacitados. Teníamos la audacia de la juventud. Raúl confiaba en mí, en los cursos que yo había tomado; pero por supuesto que todos éramos novatos y eso se paga. Las cosas no salen bien de la noche a la mañana. No basta sólo con desearlo. No me arrepiento. Raúl se obsesionó para que, además, la revista fuera un modelo de estética. No quería medirse con la calidad del papel, ni con las ilustraciones. Él mismo dibujaba, fotografiaba, diseñaba, todo... Mientras, Sinatra diagramaba y organizaba todas sus locuras. Raúl siempre se peleaba con Sinatra. Decía que no se entregaba a fondo; pero es que Sinatra tenía también su negocio con Juan Camilo. Raúl llegaba a ser tan absorbente que cualquier cosa que hiciéramos que no tuviera que ver con la revista era sinónimo de traición. No admitía intrusos en la revista. Decía que éste era Nuestro Proyecto (así, con mayúsculas) y que nadie más lo entendería. Cuantas veces no peleó con el Castor por eso. El Castor, siempre con visión económica, buscaba asesoramiento por todos lados. Raúl no lo aceptaba. Decía que a este proyecto había que botarse con las tripas, no con sapiencia económica, estudios pragmáticos o dogmas preestablecidos. Era un sueño Y nuestros sueños se convirtieron en pesadillas. No, quizás ni eso. Por lo menos una pesadilla es algo fuerte, dramático. Nuestros sueños simplemente se desvanecieron, se disolvieron, se hicieron polvo en el viento.

Creo que el fracaso de la revista es paradigmático. El fracaso no fue más que la segunda instancia de la condena al encierro. A este encierro que terminó por destruirnos, ya que resultó que ni siquiera juntos podíamos nada. Y nada es nada. De nada. Ni el éxito profesional Ni el amor Nada. Y sin embargo, todo eso ahora pasa a segundo plano. Porque no importan las consecuencias, no importa si fracasamos o triunfamos. Importa el proceso. Recuerdo a Electra, pelando papas y opinando con pasión sobre la tala de manglares, mientras Sinatra diagramaba. Y a Serge preparando los Bloody Marys para relajarnos, al compás de un Raúl que trabajaba en las ilustraciones. Y todos discutiendo sobre lo que yo había escrito, y el Castor sumando una y otra vez y peleando el papel que Raúl exigía que fuese uno que llaman couché (no lo olvidaré nunca), y el Castor le metía las proformas por la cara Y luego todos recorriendo la ciudad, colocando afiches de la revista por doquier, dejándola en los puestos de venta. Era el hijo que todo El Círculo había gestado, y con un nombre que parecía representarnos Y quizá no sólo a nosotros "Laberintos". Como en una película que vi por aquella época. "St. Elmos Fire". No recuerdo quién conoció a quién primero, ni recuerdo quién se enamoró de quién primero. Eso ya no importa. Lo que cuenta es el recordarnos caminando, riendo, soñando bajo el rico sol quiteño, unidos por la energía que nos transmitíamos unos a otros. CUENTA ELECTRA Pendeja que era. Pendejos todos. El Galgo y yo. Juntos desde hace casi diez años. ¿Puede una mujer soportar tanto? Yo lo soporté. Hemos vivido juntos. Nos hemos separado. Él se ha ido. Yo me he ido. Nos hemos vuelto a juntar y otra vez separar. Cuántas veces no lo he botado para siempre y él ha regresado clamando mi perdón. Nunca he podido mantenerme en mi decisión de olvidarlo. Ése ha sido el resumen de nuestra existencia. En el intervalo, cuando hemos estado separados, yo me he involucrado en muchos proyectos. Que la Biología, que la actuación Siempre vuelvo a los talleres de teatro. A pesar de que me botan. A pesar de que los boto. He tratado de ser yo y lo he logrado. Me he vuelto a perder, y otra vez me he reencontrado. Si esperan un punto de viraje, se puede decir que lo mío ha sido un sube y baja, una montaña rusa. Padezco de una ciclotimia constante. No hay un punto de viraje. Siempre he estado mal. Y cuando no he estado mal es que he estado peor. Estoy mal en mi interior. Hasta hace dos generaciones, esto de la dependencia no se planteaba. Era lo usual que una mujer dependiera de su hombre. Es ahora que una lucha por ser libre. Y yo me até solita. Por frágil, supongo. Y lo peor fue que me até al Galgo, un ser sin muchos principios y sin nada de sensibilidad. Me da hasta vergüenza. No puedo ser feliz con él y tampoco sé serlo sin él. Me da miedo. Todos estas historias, quizás hasta medio bobas, que he escrito aquí; de una manera desordenada y absurda; siguiendo única y exclusivamente mi espíritu y mi estado de ánimo, no la cronología de estos eventos, porque creo que mi cerebro no da definitivamente para ser una persona analítica, menos aún lógica, ha hecho que mi escritura haya sido, se puede decir que del corazón Pero en todo caso a lo que iba era al pasar del tiempo.

Desde los dieciséis años, edad a la que llegué a Quito, hasta los veintinueve que tengo ahora, cuando falta poco para el cambio del milenio, un nombre ha sobresalido en mi vida siendo el eje de todos mis actos y es el del Galgo. Primero él me quería y yo me la pasaba bomba, me reía de su amor, era la reina del colegio y todo me sonreía. Luego me enfermé y después de la recuperación decidí entregarle todo mi amor. A lo largo de todo esto siempre el Galgo coqueto, siempre con mujeres y yo cada vez hecha más pasa. Flaca, arruinada, desesperada. Como en el tango Después la universidad, donde sentí que mi vida cobraba un nuevo sentido, sólo para terminar abandonando también los estudios de Biología. El Galgo con su trabajo de guía turística, yo acolitándole cuando las cosas funcionaban y me sentía más que orgullosa de sentirme incluida en su trabajo. Y así la vida llena de inestabilidades. Y el horror de la droga; porque es mentira lo que se piensa de joven, que una prueba un poco, pero que no es más que eso, un juego de pelados. Mentira, una se lo tiene que bancar para la vida entera, y con el tiempo deja de ser divertido. Se convierte en algo sórdido, repugnante, que lleva a las peores depresiones; al miedo, al horror verdadero. Y en medio de todo eso, Raúl, mi pana del alma, al que no permitiría que le tocaran ni con una ramita, el único ser humano que verdaderamente valió la pena y quizás por eso se fue tan joven. Y así la vida, llena de desalojos. Porque en el último tiempo el Galgo dejó de importarme. Empezaba a nacer dentro de mí una fuerza que no había tenido nunca. Una no habla de las cosas buenas. Me he dado cuenta que sólo menciono mis angustias, mis traumas, mis miedos, pero de verdad, desde hacía unos meses atrás, algo estaba pasando dentro de mí. No me atreví a confesármelo nunca, no me atrevo todavía, pero sé que Raúl tenía que ver con esta recuperación. El Galgo dejó de importarme. Me sentía rejuvenecida, una esperanza estaba naciendo Una esperanza que murió. No soporto estar sin Raúl. Debí morir con él en el accidente, pero es que para colmo me tocó a mí vivir y ver cómo le sacaban ya cadáver. Me acuerdo de nuestra última noche. Nos habíamos amanecido conversando. Nos contamos millones de cosas. Tenía una calma y una tranquilidad que me sorprendieron. Cuando rayó el alba, me propuso ir en su moto a mirar el amanecer desde la montaña. Se veía todo claro, hermoso, brillante. Pero algún camión descuidado y asesino había regado aceite en la carretera y la moto perdió el equilibrio. No hubo nada que hacer, salimos disparados. Cada cuál por su lado Raúl se fue al precipicio y murió de contado. Y yo quedé enloquecida en la cuneta, mirándolo todo. Me hace una falta espantosa. Me duelen los tobillos. Quién lo hubiera dicho, se muere alguien y a una le duelen los tobillos. Porque podría dolerme el corazón o el plexus solar pero no, son los tobillos. No sé, es raro. Claro que una vez en que fui a visitar a Raúl a raíz de una de mis memorables peleas con el Galgo y yo llorando sin parar le gritaba que me dolían los tobillos, él me miró con serenidad, me hizo quitarme los zapatos y comenzó a masajearme hacia afuera. - Es energía acumulada que no quiere salir dijo. Son todos tus bloqueos. Hay que ayudar a tu cuerpo a que la expulse porque si no, sigue atrapada y recorre en círculos tu cuerpo y al llegar a los tobillos es como una olla de presión a punto de explotar. Ahora el dolor me atormenta y masajeo yo misma mis tobillos como él me enseñó; pero no funciona.. Sin Raúl volví a depender del Galgo y sí, me voy a casar con él. Después de toda esta instrospección algo que me dice que ...

No, nada, yo siempre he querido casarme con el Galgo. HABLA SINATRA "Laberintos" Toda una historia. La revista fue algo que se le ocurrió a Raúl motivado por el Castor. A mi manera de ver fue una de las mejores revistas que se hicieron en el Ecuador; pero lo único que recibimos fueron críticas. Nos apodaron de todo. La gente no podía con la envidia y, a la final, nadie entendió el mensaje, pero es que yo pienso que la mentalidad ecuatoriana es muy sui géneris. En este país nunca se puede hacer nada porque la gente simplemente no te deja, y la cagada es la depresión en la que cae uno. Yo sí me jodí después de "Laberintos". Me jodí duro. No fue de inmediato, sino poco a poco, cuando recordaba nuestros momentos felices donde pensaba que nada ni nadie podría contra nosotros. Porque estábamos llenos de energía y de sueños y pensábamos que luego de la revista vendría una editorial y así sucesivamente; pero nos hundimos en el fango y lo peor fue que terminamos gritándonos y recriminándonos los unos a los otros. Estos golpes a uno le impiden volar. Cuesta mucho volver a levantarse y lo peor es que uno no se da cuenta hasta que le pasa. Porque por ejemplo yo tenía un tío que se fue a la quiebra y nunca más se volvió a recuperar. Andaba con la depresión a cuestas. Claro, cuando uno es pelado, no cala esas cosas, pero después es muy claro. Yo pienso que sí me volví a levantar; pero al fin y al cabo soy más joven y lo que sé es que me hice mucho más individualista. Dejé de tener fe por un buen tiempo; pero luego me levanté, supongo que así, a lo macho. Lo que me dio pena fue la desintegración del grupo y el cambio, porque cuando nos volvimos a encontrar, cada uno como que ya tenía su vida hecha. La gran mayoría casados y con hijos, tratando de llevar vidas organizadas. Otros muertos como el Cruz. Qué tenaz que fue la muerte del Cruz. Y la muerte del Bolas, qué, a ver, solo en una carretera de algún pueblo perdido de México, botado, abandonado. Encontraron el cadáver tres días después, creo. Fue buen pana nuestro pero así como él, se había muerto el Morsa antes, y luego el Chacal y otro y otro Sin embargo, no sería sino más tarde, con la muerte de Raúl, cuando me pondría a pensar seriamente en el verdadero significado de esa palabra. Nos habíamos creído invencibles y, qué resulta, que la vida es tan frágil que uno no sabe en qué momento le toca irse. Yo he sufrido mucho con mi deformidad y toda esa vaina, pero no he querido morirme ni de lejos. La vida puede ser difícil, dura, aterradora pero me parece mil veces preferible a la muerte. Nosotros resultamos siendo los títeres de ese más allá que no entendemos. Me pudre pensar que uno no es dueño de su destino, porque mentira el que dice que uno controla todo. Qué va. A uno siempre le salen pendejadas imprevistas, como por ejemplo mi obsesión por Milena. Es triste tener que llamar a putas para que vengan a acostarse conmigo porque las peladas que a mí me gustan no me quieren ni parar la hora. Yo sí me carcomo por dentro. Ahí está. Cuántos hombres hechos mierdas, que tienen a las peladas que se les ocurre sólo para hacerlas sufrir mientras que yo podría ser el mejor marido y no tengo a nadie. Resulta bien irónico, ¿no? Estoy seguro de que yo, con mejor cara y mejor pinta, me hubiera conseguido a la Mile, pero por supuesto que sí. Lo que pasa es que estamos condicionados para vivir de lo físico, es lo que nos enseña la puta publicidad de la que yo vivo. Mierda porque encima, ironía de las ironías, terminé trabajando para la mayor enemiga mía, una carrera que debería ser prohibida para que no siga condicionándonos.

No sé, el tiempo ha pasado. Parece que no hubieran transcurrido tantos años, pero sí. Uno se imagina que diez años es mucho tiempo y he aquí que todo ha pasado. Nuestra adolescencia terminó y ahora somos "los viejos", los que sabemos todo; pero a quienes los jóvenes no quieren oír. Supongo que ante eso no hay nada que hacer porque simplemente es ley de la vida. Lo peor es que ser viejo es aburrido. El cuerpo, poquito a poquito comienza a jugarte pequeñas pasadas y apenas estamos por entrar en la década de los treinta. Algunos sufren de la espalda, otros de los huesos, otros ya tienen dientes falsos y la gran mayoría están calvos y panzones. Qué cagada, aunque supongo que a mí me conviene porque mi fealdad, con el tiempo, va disimulándose. Lo único al huevo es que las energías dentro del corazón no cambian pero ya se ve pendejo seguir haciendo travesuras a nuestra edad. ÚLTIMO ESCRITO DE RAÚL El tiempo pasó. Cada uno tomó su camino, y luego ya casi no nos veíamos. La Mile se fue y regresó dos años después. Ahora dice que está mucho más centrada. Pienso que tiene razón. La he visto bien, como que todo lo que le sucedió le ayudó a crecer y ahora se siente más tranquila. Electra, en cambio... Electra... Cada vez me siento más cerca de ti. Algo mágico está surgiendo entre los dos. Lo sé, lo siento y voy a dejar que fluya con naturalidad. Voy a dejar que salga a la luz. Yo, con el pasar de los años, encontré mucha paz interior y me llené de proyectos y de sueños. Logré comprar una Honda XR 500 del ochenta y seis a crédito, y ella, "la bizcocha" como la llamo, me sirve para pisarme cuando necesito estar solo y volar. En cuanto a la droga, la dejé. Supongo que crecí; la adicción no fue algo que pudo conmigo. No como el Castor, que se casó con una pelada que jalaba igual que él y terminó en un centro de rehabilitación. Me da pena ahora cuando le veo. Ya no es para nada el mismo de antes y en cada reunión se le siente el pavor de volver a caer en la pesadilla. Pienso en todos los panas que se han marchado. El Bolas, por ejemplo. Yo me farreé tres días seguidos con el man antes de botarle en el aeropuerto rumbo a México. Tenía esta loca idea de bajar en moto por toda Latinoamérica. Quería que yo le acolitara; pero mi vida estaba trazada de otra manera. Nunca supe bien lo que pasó, pero terminó en una carretera anónima en la frontera de México con Guatemala. No le encontraron sino tres días después y al viejo le avisaron semanas más tarde. El cadáver llegó ya descompuesto, no sé al cuanto tiempo. Creo que somos un Círculo con un sino fatal. Sólo espero que los que ya no estén conmigo me manden su energía, a toda hora cuando me sienta que ya no puedo con las injusticias. Es irónico pensar que me he calmado, si yo era el más loco de todos. La vida es irónica, de eso no hay duda. Ya escribiré más adelante sobre todo lo que quiero hacer. Tengo muchos proyectos, y quién quita Tal vez un rato de esos volvamos a darle vida a "Laberintos." La gente ha cambiado mucho. Tal vez ahora las cosas sean diferentes. Y lo mejor: el haber encontrado mi verdadero camino. Amo a Electra. Sí, ahora lo puedo admitir. Terminé un cuadro donde ella es protagonista y se lo llevé a Milena para que lo tuviera escondido. Preparo toda una exposición donde Electra es el leitmotiv. De esa manera le declararé mi amor. Estoy feliz.

Tanto que le di la vuelta al mundo buscando a mi alma gemela para terminar encontrándola aquí a la vuelta de la esquina. Estuvo aguardando y no me había dado cuenta. No puedo esperar para seguir viviendo el resto de mi vida. CUENTA ELECTRA Y todo efectivamente terminó siendo una broma. No podía ser de otra manera, por supuesto, che, pero si es mi vida y a mí las cosas siempre me salen así. No sé por qué todo se me jode. Siento odio hacia mí misma. Me culpo, me detesto. Mile, me has pedido que te cuente mi historia para recopilar todo lo que de alguna manera nos formó como la única y sensacional: "Banda". Ja, parece un musical de Broadway. Yo pienso que somos un grupo de monstruos, monstruos en el sentido de diferentes y todos dentro de una obra de teatro que se llama vida y que en realidad es un sórdido laberinto. Será por eso que la revista de Raúl se llamó así. En el fondo, cada cual representamos un papel, y el mío me parece que es el más duro. Ésta es la última vez que escribo porque definitivamente he quedado convertida en un saco de huesos que se arrastra por la vida. ¿Qué pasó con todo el sueño que tuve del resto de mi vida con el Galgo? Suena a la más trillada telenovela. Pero en fin, por algo será que en Latinoamérica somos los capos del género. Yo, como una gran boba, planificando todo. Raúl me prevenía antes de su muerte que siempre pensara en mí, no de una manera egoísta, pero le aterraba que viviera siempre por otra persona. Raúl... Contigo a mi lado, todo pudo haber sido diferente. El Galgo, con todos sus trabajos en el Oriente y en las Galápagos, no venía tan seguido; pero yo, con la convicción de una fecha, no me alarmaba, me sentía tranquila y segura. Cuando de pronto lo comencé a sentir evasivo y esas antenitas que tenemos todas las mujeres para presentir cuando algo no anda bien, comenzaron a moverse en mi interior con fuerza. Ya, che, tranquila, me repetía, no es para tanto; otra vez estás con tus rayas, esta vez todo va a salir bien, no comencés de nuevo con tus bobadas. Los días pasaban. En una ocasión vino el Galgo y se mostró seco, distante. Yo me hice un nudo para no reclamarle, pero una noche me llamó. Quería que saliéramos a comer, porque tenía que hablar conmigo. Lo vi todo negro. No pude estar tranquila hasta que llegó a recogerme. El Galgo empezó con rodeos Ya me imaginaba que era algo serio; pero nunca sospeché que me iba a salir con esa trastada. Pero sí, casi me muero. El Galgo sí se casaba, sólo que no conmigo. No sé cómo el muy cretino había tenido tiempo para enredarse con una peladita, amiga de su hermana, que apenas tenía dieciocho años y la había dejado encinta. Su familia y la familia de él los obligaban a casarse. Me lo dijo mientras comíamos. No sé por qué los hombres nunca tienen el sentido de la oportunidad y de la discreción. Cómo escoger un restaurante, con todo el bullicio y el relajo para soltar noticias así. Supongo que se acobardan de estar solos y enfrentar el problema donde tiene que ser enfrentado. En fin, eso es lo de menos. Eso acabó de una vez y por todas con los diez años de relación tormentosa. Me levanté con la comida a medias y me fui. ¿Qué podía ya hacer? Pensé en Raúl, llamé a mi viejo y me embarqué en el primer vuelo a Costa Rica. Mi padre, como siempre, comprensivo, prometió venir a hacerse cargo de mis cosas y entregar el apartamento. Yo me anestesié con tranquilizantes. Ya no servían de nada ni

los gritos ni los histerismos, ni nada. Sinatra y Milena me socorrieron esa noche quedándose conmigo en el apartamento y llevándome al aeropuerto al día siguiente. Una etapa de mi vida había concluido, no sé qué me deparará la siguiente. La verdad es que no tengo muchas esperanzas. Lo he perdido todo; pero siento que ya el último garrotazo fue dado con tal fuerza que en mí no queda ni un pizca de ánimo para seguir viviendo en Ecuador. Dios, supongo que en esta nueva ciudad, con mi viejo, encontraremos una manera de darle para adelante, como dice él. Yo sólo quiero dormir. Echarme a dormir y que no me despierte nunca más esta realidad que me hiere en lo más profundo. Así que ahí queda mi triste historia, Mile, tú verás que haces con ella. Ah, mi padre acaba de llamar para decirme que a su oficina llegó un paquete muy grande donde figuras tú como remitente. Luego de echar estos papeles al correo, iré a buscarlo. HABLA SINATRA Milena se fue, eso me dolió como una muerte. Regresó luego de un año. Me asombró. Personalmente pensé que se iba a quedar por allá, seguro tenía todos los atributos para que algún extranjero cayera perdido por ella; pero parece que Quito fuera como el triángulo de las Bermudas. Te atrae de una manera inexplicable y todos terminamos regresando. ¿A qué? No sé, porque aquí, aparte de drogas (y bastante regulares) no hay nada que valga la pena. Yo sí tengo un despecho total por esta tierra. Es un lugar perdido en el mundo, que nadie conoce; pero el que llega se queda. Y se queda atrapado. Dicen que es una tierra tranquila, pero no conozco a nadie que se atreva a cruzarse La Carolina solo en la noche. Por todo lado hay niñas violadas, ancianas asesinadas, robos, desfalcos, violencia. La gente, ¿trabajar? Si para todo se inventa una excusa que nos da una vacación. Las fiestas, la familia, claro todo vale más que la superación. Yo sí tengo cabreo, de verdad. Son hipócritas. Todos traicionan, todos se van de putas pero nadie afronta. Y lo peor, la ignorancia. Se van a ver obras de arte que no entienden y deciden que es malo. Pobres idiotas, se nota que estoy molesto pero es que terminamos siendo una banana republic de lo peorcito. Eso sin pensar en la vaina ecológica, porque ahora con la edad yo también he seguido esa corriente y me come mierda ver como todo se puebla. Ya no queda ni un ápice de tierra verde. La gente es tan cojuda que se va a vivir al campo y se construyen verdaderas mansiones donde el césped pasa a ser como una miniatura, una decoración de Fisher Price. Todo es cemento, todos nos comemos a todos, es difícil ser optimista en un mundo como éste, ¿será que terminará cayéndonos una catástrofe? Supongo que nos la mereceríamos por tarados. A mí sí me pudre la miseria de este país. Me mata recorrer las calles y encontrar por todo lado niños, adolescentes, ancianos que cruzan calles pidiendo caridad y eso en la capital y en la zona norte, peor aún. El otro día se me apareció una negrita, ya adolescente. La reconocí por su cara lacrada. Hace como tres años le tomé unas fotos para un proyecto de "Laberintos" y esa noche se me apareció como un fantasma a pedirme caridad. Ésa es la vida, la gente aquí está acostumbrada a deambular entre miserias y por eso ya nos hemos hecho callo, no importa que un niño no tenga dónde pasar la noche, no importa nada. Así mismo fue la historia del grupo, un grupo decadente que tampoco logró mucho. Sin embargo, sueño con un reencuentro donde todos llegamos a este hermoso campo, a un

almuerzo suculento como de cuento, y los muertos vuelven y los vivos siguen vivos y nadie ha envejecido. Todos seguimos con la ilusión de los dieciocho años. Nos mandamos todas las drogas y todo el alcohol y nada nos hace daño. Sólo queremos joder, pasarla bien. Ay, Mile, el tiempo ahora está pasando demasiado rápido. Tengo ganas de sentarme a tomar un café contigo, de oler a tabaco y de que el mundo se detenga. Quedarnos soñando como lo hacíamos antes. Pensando que teníamos toda una vida por delante para hacer tantas, pero tantas cosas. Ahora ya no sé si alcancemos. La vida pasa de prisa, de prisa y hacen falta mil vidas para hacer todo lo que uno quiere hacer. Eso, y además el coraje; porque cuánto tiempo no he perdido de pura depresión, encerrado, metido en mi cama sin saber para dónde mismo agarrar, llenándome la sangre de alcohol, perdiendo días enteros de puro chuchaqui. Qué mierda, quisiera entender la vida. Quisiera un manual de instrucciones para saber por qué vinimos acá, por qué vivimos y por qué morimos. A quién le pregunto, si siempre me pasé esperando que alguno de los muertos regresara, pero nunca volvió ninguno a contarme lo que hay del otro lado. En todo caso, espero que ésta sólo sea una fase y que pronto me vuelvan a encontrar por ahí, dentro de cinco, seis años, con el nuevo siglo. Eufórico, optimista, lleno de energía, con ganas de vivir. Supongo que si me repito todos los días que voy a triunfar, tarde o temprano terminaré por hacerlo. No quisiera acabar como tantos viejos amargados. No, me gustaría terminar sabio, elogiado y respetado. ¿Será posible? MILENA MIRA Definitivamente el Ecuador no es un país para pájaros. Los meses pasaron y cada uno, luego del fracaso de la revista, se separó y ya no fuimos el mismo grupo unido de antes. Yo me fui a realizar un postgrado en los Estados Unidos, y eso me fortaleció como persona. Me volví fuerte e independiente. No tenía cómo levantar a todo el mundo, tenía que levantarme yo primero. Así que de lejos presencié el hundimiento de Electra y el de Serge, que cada vez se parecía más a Dorian Gray. Cumplió los cuarenta y siguió farreando con la misma fuerza, sólo que cada vez buscaba a niños más jovencitos para engatusarlos. Supongo que pronto querrá comenzar a farrear con nuestros hijos. Sin embargó, Raúl nunca planificó esa muerte. Es más, nunca imaginó que su cita con ella estaba tan cerca, eso lo compruebo ahora al leer sus cuadernos. Lo que pasa es que en el fondo pertenecimos a una generación perdida que quizás hace bien en marcharse pronto, para no seguir vislumbrando la podredumbre del fin de siglo. Los años para nosotros pasaron. Y en realidad este recuerdo de juventud no sería más que una memoria lejana de no haber sido impuesto por Raúl, quien me obligó a echar una miradita a esos años dorados. Yo me volví cada vez más seria y profesional y sólo cuando me juntaba con Electra, con Raúl, Sinatra y algún otro de nuestro grupito, dejaba que mi niño interior volviera a salir a la luz. No fuimos una generación con ideales como la de los años sesenta, donde las revoluciones de todo tipo eran la lucha diaria, lejos estamos también del rock n' roll de la postguerra y más aun de los tan afamados jóvenes brillantes. No, nosotros fuimos jóvenes en el pleno materialismo de los ochenta, en la era Reagan, que por supuesto se derrumbó completamente en los noventa. Si algún lema tuvimos, aunque muy remoto, fue el No Future de los punks, y eso... Dicen que todo fin de siglo es triste y decadente. Nosotros somos los jóvenes ancianos de esta era.

Estamos cansados. Acarreamos cien años más un milenio sobre nuestras espaldas; nada nos es nuevo, nada nos produce ilusión, nada queda por descubrir y, para colmo, ahora todo es podrido, todo hace daño, todo tiene consecuencias mortales. Las drogas, el sexo que ahora viene emplasticado, la leche, el café, el té, las computadoras, los celulares, todo, todo nos destruye, inclusive el aire que respiramos. Y los chicos de los noventa son la generación de las agüitas, aburridos, decrépitos y sin pasión. Porque los apasionados llevan consigo el sino de la muerte. Así se fue el Morsa, el Bolas, el Chacal, el Cruz y ahora lo de Raúl, que terminó de enraizar este pesimismo que siento hacia la vida. Quedaron los conformistas, los que poco a poco empezaron a ocupar puestos de oficina. Ése fue el caso del Colorado, del Castor, de Juan Camilo. Ahora son jóvenes empresarios, exitosos, sedentarios. Qué triste es caer en esto y cuánto esfuerzo tengo que hacer para no desquiciarme como Electra. ¿Me salvan mis sueños? ¿Mis recuerdos? ¿El haber sacado esta historia adelante? Estoy esperando los escritos que Electra quedó de enviarme de Costa Rica. Sinatra también dice haber terminado con lo suyo. No he leído nada de ellos; pero les seré fiel hasta en su punto y coma. Los inmortalizaré dentro de mis magras capacidades. ¿Esperando que sus esbozos de sueños trasciendan? Que la gente escuche cómo fuimos. Cómo nos sentimos en este pequeñísimo punto en el mapa que nadie conoce, al que muchos confunden con el Africa y del que es imposible salir, porque carcome y trunca nuestros sueños como la humedad selvática acaba con las construcciones. Al releer sus escritos me asusta pensar en dónde terminó el último, la hijueputa muerte te quitó toda posibilidad de ser feliz. Justo cuando habías encontrado tu camino, como tú bien lo dices. Raúl, por ti, porque ya no podemos jugar con fuego, porque ya no podemos ser jóvenes, inocentes, intensos. Quiero levantar mi copa por lo que soñamos. For the good old times! Porque pintaste el cielo, y eso permanecerá para siempre, Raúl. ¿Sabes? Eso no se muere. Que irónico decírtelo yo que tanto miedo le tenía a la pelona, como tú la llamabas. Tú jamás le tuviste miedo pero no querías que llegara todavía. Quisiera creer que estamos entrando en otra era; quiero creer que hay ángeles así como los de Wim Wenders. Quiero aferrarme a una esperanza. Mándamela, Raúl. Si hay un más allá deja que salga el arco iris de la esperanza. No me dejes seguir con este pesimismo, tú que siempre me sacaste de mis problemas y que hacías de cualquier evento, hasta del más trivial, la circunstancia más mágica porque a tu lado la vida nunca fue aburrida. ¿Te acuerdas? La cola más burocrática podía ser el momento más alegre; un simple café, una verdadera fiesta. Raúl, te extraño y la única forma de salir adelante es aferrándome a esa frase que siempre solías decirme: - Milena, naciste sola y morirás sola. El camino lo recorres tú. Y luego me sacudías y reías a carcajadas. Luz, ilusión, esperanza, la bonita cara de la vida, Raúl. EPÍLOGO HABLA SINATRA Juguemos a la verdad, Milena. Espejito, espejito mágico, dime la verdad. ¿Que hay detrás de ti, espejito? ¿Creíste que todo terminaría tan fácil? Electra siempre supo que tú te metiste con el Galgo, de eso ya

te estarás enterando por sus escritos. También vas conociendo lo que todos pensamos de ti. Es peligroso jugar con fuego, Milena. Que con la excusa de que habláramos de Raúl, pero todos te contamos lo nuestro. Porque no eres Dios, Milena, eres una más de nuestro Círculo Infernal. Pero esa última carta a Electra, donde le mencionabas el amor de Raúl por ella. Esa carta que se la mandaste a Costa Rica junto con el cuadro que él pintó de ella, donde se reflejaba todo su amor. ¿Para qué mierdas tenías que contárselo, si él ya está muerto? ¿Para que se terminara de destruir? Yo también supe lo de Raúl por Electra. Él me lo contó pocos días antes de su muerte. Estaba feliz. Se lo iba a decir con una exposición entera para ella, pero se lo impidió la muerte. Y si a él se lo cortó la muerte, ¿por qué tenías que jugar el papel divino? Curioso como sentí deseos de llamar a Electra hace un par de días. Quería saludarla. Su madre comenzó a llorar. Que su nena estaba en cuidados intensivos. Que se había tragado un frasco de tranquilizantes. Te llamé. Tú no respondiste. Te habías ido de paseo con un nuevo amor. Juntos todavía hubiéramos tenido esperanza. Compré un pasaje a crédito y me fui a San José. Electra ya no era de este mundo. Entrar a su cuarto y quedarme mudo, como cuando vi al primo Juan Camilo por primera vez. Me dejaste K.O., Milena. Una carta tuya en su velador y el cuadro, el famoso cuadro. ¿No pudiste quedártelo para ti? O pensaste que ella era como tú. Seré benévolo y asumiré que deseabas crearle una ilusión pero le quitaste la fuerza de vivir. Milena, a veces es mejor dejarnos vivir sin cuestionarnos. La introspección no es para todos. No es fácil adentrarse en el laberinto interior y luego enfrentarlo al espejo Nuestro infierno interior, el personal, el que todos vivimos. Pobre tonta, eso es lo que eres. Eres la culpable de la muerte de Electra, porque hay muchas maneras de matar. Electra nunca se creyó merecedora del amor de Raúl. Se odiaba tanto la pobre que no pensó que alguien tan especial como Raúl pudiera amarla. Ah, otra cosa. En la autopsia se reveló que Electra estaba encinta. Debió haber sido de Raúl, porque el Galgo sólo engendra podredumbre pero ni eso se lo permitió la vida. Pero tú tampoco lo lograrás, porque de ahora en adelante serás Yerma y no podrás engendrar nada. Electra se llevó tu fertilidad con su muerte. Porque yo te maldigo, Milena. Con ese jueguito de decirnos la verdad nos mataste a todos. Yo leí los escritos de Electra, ella leyó los míos. Hiciste que cada uno de nosotros realizara un trabajo de rayos X. ¿Y tú, Milena? ¿Quién eres tú? Empezamos con una muerte y ahora cerramos con otra. ¿Te culpas por haberle dicho que Raúl la amó? ¿Te culpas por haberte metido con el Galgo? ¿Te culpas por haberla obligado a reconocer su fragilidad, sus fracasos, su incapacidad de hacer nada al forzarla a escribir su vida? ¿Te culpas por haber jugado con todos nosotros? Tú pensabas que podíamos ser manejados por tus cuerdas, como si fuéramos muñecos. Ella te opaca ahora con su generosidad. Al callar, ella fue mucho más mujer que tú. "Líquida" como la describió ese amigo que tenemos, pero un ser humano y de verdad. Con este jueguito de enfrentar la verdad, nos perdimos todos. Con Electra había una esperanza, sin ella ya no hay nada. Está bien, ahora somos sólo los dos. Somos culpables y estamos vivos. Milena, te has quedado sola. Adiós, Milena, no te veré más.

"Milena no quiso herir a nadie". "Milena quiere ser buena". Pobre, Milena. Me das pena, Milena. Y tú que pensabas que esto se iba a cerrar bonito, poético. Eso no se puede, Milena. Somos un Círculo de Monstruos, Milena. Lo he conseguido. Puedo verte palidecer. Pensé en socorrerte. En realizar mi deseo más íntimo. En hacerme indispensable, en salvarte. Pero ahora he decidido que no, que no lo mereces, que no mereces ni siquiera eso. Me puedo imaginar tu cara cuando leas esta última carta. Enterarte por mí del suicidio de Electra. Me puedo imaginar tu rostro sin respuesta, una mueca agriando tu semblante. Es mi regalo, Milena. Con esto tendrás que vivir. Los dos deformes. Yo de nacimiento. Tú de corazón.