Taste and Other Tales

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Centro de Estudios GARVAYO

“TASTE AND OTHER TALES”

GUSTO Estábamos seis de nosotros en la cena esa noche en casa de Mike Schofield en Londres: Mike y su esposa e hija, mi esposa y yo, y un hombre llamado Richard Pratt. Richard Pratt era famoso por su amor a la comida y el vino. Era el presidente de una pequeña sociedad conocida como Gastronomía, y cada mes él mandaba de forma privada a sus miembros información sobre comida y vinos. Organizaba cenas donde se servían maravillosos platos y vinos raros. Rechazaba fumar por miedo a dañar su habilidad al gusto, y cuando hablaban de un vino, él tenía una forma extraña de describirlo como si fuera un ser humano. “Un vino sensible,” él diría, “algo tímido pero bastante sensible.” O “un vino bien humorado, amable y contento – tal vez ligeramente rudo, pero aún así afable.” Yo había estado cenando en casa de Mike antes dos veces cuando Richard Pratt estaba allí, y en cada ocasión Mike y su esposa habían cocinado una comida muy especial por su famosa grastronomía. Y esta, claramente, no iba a ser una excepción. Las rosas amarillas en la mesa, la cantidad de plata brillante, tres copas de vino para cada persona y, sobre todo, el delicado olor a carne horneada desde la cocina traía un fuerte deseo de una inmediata satisfacción de mi hambre. Cuando nos sentamos, recordé que en ambas últimas visitas de Richard Pratt Mike había jugado a una pequeña apuesta con él sobre el vino tinto. Él le había preguntado el nombre del vino y averiguar su edad. Pratt había contestado que eso no sería demasiado difícil si era de los mejores años. Entonces Mike le había batido un caso del mismo vino que él no podría hacerlo. Pratt había aceptado, y había ganado las dos veces. Esta noche tenía la seguridad de que se jugaría otra vez al pequeño juego, puesto que Mike estaba bastante preparado a perder la apuesta para probar que su vino era lo suficientemente bueno para ser reconocido, y Pratt aparentaba tener placer en mostrar su conocimiento. La comida empezó con un plato de pescado, frito en mantequilla, y para eso había un vino Mosel. Mike se levantó y se sirvió él mismo, y cuando se sentó otra vez, puede ver que observaba a Richard Pratt. Él había dejado la botella delante de mi así que podía leer el nombre. Decía “Geierslay Ohligsberg 1945.” Lo dejó y me susurró que Geierslay era una pequeña ciudad de la zona de Mosel, casi desconocida fuera de Alemania. Él dijo que el vino que estábamos bebiendo era algo raro, y que se producía tan poca cantidad de ese vino que era casi imposible para un extraño conseguirlo. Él había visitado Geierslay personalmente el verano anterior para obtener una cuantas botellas que le habían permitido tener. “Dudo que cualquier otra persona del país lo tenga en este momento,” dijo él. Yo lo vi mirando otra vez a Richard Pratt. “La gran cosa del Mosel,” continuó levantado la voz, “es que es el perfecto vino para servir antes del vino tinto. Mucha gente sirve un vino blanco del Rin en su lugar, pero eso es porque no conocen ninguno mejor.” Mike Schofield era un hombre que se había hecho rico muy rápidamente y ahora también quería ser considerado como alguien que entendía y disfrutaba de las buenas cosas de la vida. “Un vino agradable ¿no crees?” añadió. Aún estaba observando a Richard Pratt. Puede verlo echando un rápido vistazo a la mesa cada vez que él inclinaba su cabeza para coger un bocado de pescado. Casi podía notarlo a él esperando el momento en el que Pratt se bebiera su primer sorbo , la mirada a su copa con una sonrisa de placer, tal vez incluso de sorpresa, y entonces habría una discusión y Mike le diría lo del pueblo de Geierslay. Pero Richard Pratt no probó su vino. Él estaba demasiado metido en su conversación con la hija de 18 años de Mike, Louise. Él estaba medio girado hacia ella, sonriéndole, hablándole, lo que yo era capaz de oir, alguna historia sobre una comida en un restaurante en París. Mientras él hablaba, él se acercaba cada vez más a ella, y la pobre chica se alejaba tanto como podía de él, sonriendo educadamente y sin mirarle a su cara y en su lugar al botón de arriba de su chaqueta. Terminamos nuestro pescado, y la sirvienta se acercó y nos retiró los platos. Cuando se acercó a Pratt, ella vio que aún no había tocado su comida, así que esperó, y Pratt la vio. Él rápidamente empezó a comer, poniendo los trozos de pescado en su boca con rápidos movimientos de su tenedor. Después, cuando hubo terminado, cogió su copa, y en dos cortos tragos se echó el vino por su garganta y rápidamente se volvió para continuar su conversación con Louise Schofield.

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Centro de Estudios GARVAYO Mike lo vio todo. Yo era consciente de él sentado allí, muy quieto, observando a su invitado. Su redonda, y feliz cara parecía desatarse un poco, pero se controló y no dijo nada. Pronto la sirvienta volvió con el segundo plato. Era un gran combinado de carne al horno. Ella lo puso en la mesa delante de Mike, que se puso de pie y lo cortó muy finamente, poniendo los trozos suavemente en el plato a ella para llevárselo a los invitados. Cuando todo el mundo estaba servido, dejó el cuchillo y se colocó con ambas manos a la cabecera de la mesa. “Ahora,” dijo él, hablándonos a todos nosotros pero mirando a Richard Pratt. “Ahora a por el vino tinto. Debo ir y cogerlo, si me perdonan.” “¿Cogerlo?” dije, “¿dónde está?” “En mi despacho, ya abierto; está oxigenándose.” “¿Por qué en el despacho?” “Es el mejor lugar de la casa para un vino para que coja la temperatura de la habitación. Richard me ayudó a elegirlo la última vez que estuvo aquí.” Al oir su nombre, Richard se volvió. “Ese está bien, ¿no?” dijo Mike. “Sí” contestó Pratt seriamente. “Ese está bien.” “Encima del mueble verde de mi despacho,” dijo Mike. “Ese es el lugar que elegimos. Un buen lugar de la habitación e incluso la temperatura. Perdonadme ahora, ¿vale? Mientras lo cojo.” La idea de otro vino con el que jugar lo había ilusionado, y salió corriendo por la puerta. Volvió un minuto más tarde más despacio, andando suavemente, cogiendo con ambas manos una cesta para vino en la cual una botella oscura de vino estaba tumbada con el nombre fuera de la vista, mirando hacia abajo. “Ahora,” gritó conforme se acercaba a la mesa. “¿Qué hay de este, Richard? Nunca lo nombraste.” Richard Pratt se volvió despacio y miró a Mike, entonces sus ojos fueron hacia la botella en su pequeña cesta. Él sacó su húmedo labio más abajo, de repente orgulloso y feo. “Nunca lo conseguirás,” dijo Mike. “No en 100 años.” “¿Un tinto?” dijo Richard Pratt, bastante brusco. “Por supuesto,” “Supongo, entonces, que ¿no se produce mucha cantidad de ese vino? “Tal vez sí, Richard. Y tal vez no.” “Pero ¿es de un buen año? ¿Uno de los grandes años?” “Sí, puedo prometerte eso.” “Entonces no debería ser demasiado difícil,” dijo Richard Pratt, hablando despacio, pareciendo extremadamente aburrido. Pero para mi había algo extraño en su forma de hablar; en sus ojos había una sombra de algo malo, y esto me dio una débil sensación de incomodidad cuando lo observé. “Este es realmente bastante difícil,” dijo Mike. “No te forzaré a apostar sobre él.” “¿Sí? ¿Y por qué no?” “Porque es difícil.” “Eso es más que un insulto para mi, lo sabes.” “Mi querido caballero,” dijo Mike. “haré una apuesta sobre él con placer, si eso es lo que deseas.” “No debería ser demasiado duro nombrarlo.” “¿Quieres decir que quieres apostar?” “Estoy perfectamente listo para apostar,” dijo Richard Pratt. “De acuerdo, entonces, apostaremos como de costumbre. Un caja del mismo vino.” “No creo que sea capaz de nombrarlo, ¿no?” “Como un problema de hecho, y con respeto, yo no,” dijo Mike. Él estaba tratando de permanecer educado, pero Pratt estaba hacindo pequeños intentos para esconder su baja opinión en todos los negocios. Extrañamente, aunque su siguiente pregunta parecía tener un cierto interés. “¿Te gustaría aumentar la apuesta?” “No, Richard. Una caja es suficiente.” “¿Te gustaría apostar 50 cajas?” “Eso sería una tontería.”

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Centro de Estudios GARVAYO Mike se quedó muy quieto detrás de su silla en la cabecera de la mesa, cogiendo cuidadosamente la botella en su cesta. Había una blancura sobre su nariz ahora y su boca estaba cerrada tirantemente. Pratt estaba echado hacia atrás en su silla, mirando a Mike. Sus ojos estaban a medio cerrar, y una pequeña sonrisa aparecía en las comisuras de sus labios. Y de nuevo, vi, o pensé que veía, algo muy malo sobre la cara del hombre. “¿Así que no quieres aumentar la apuesta?” “En lo que a mí me preocupa, no me importa,” dijo Mike. “Me apostaré cualquier cosa que quieras.” Las tres mujeres y yo nos sentamos callados, observando a los dos hombres. La esposa de Mike se estaba enfadando; yo notaba que en cualquier momento ella iba a interrumpir. Nuestra comida puesta delante de nosotros en nuestros platos, tranquilamente humeaba. “¿Así que te apuestas conmigo cualquiera cosa que yo quiera?” “Eso es lo que te dije. Me apostaré contigo cualquier cosa que quieras.” “¿Incluso 10.000 libras?” “Sí, si es así como lo quieres,” Mike estaba más confundido ahora. Él sabía bastante bien que él podía hacer frente a cualquier cantidad que Pratt dijera. “Así que dices que ¿yo puedo determinar la apuesta?” preguntó Pratt otra vez. “Eso es lo que dije.” Hubo una pausa mientras Pratt observaba despacio alrededor de la mesa, primero a mi, después a las 3 mujeres, en cada turno. Él parecía estar recordándonos que éramos testigos de la oferta. “Mike,” dijo Mrs Schofield, “Mike, ¿por qué no dejamos esta tontería y comemos. Se está enfriando.” “Pero, no es una tontería,” le dijo Pratt calmadamente. “Estamos haciendo una pequeña apuesta.” Me di cuenta que la sirvienta que estaba en la parte de atrás del salón, con una fuente de verduras, deseando saber si se acercaba con ellas o no. “Bien, entonces,” dijo Pratt. “Te diré lo que quiero apostar contigo.” “Dime, entonces,” dijo Mike. “No me importa lo que sea. Lo apostaré.” De nuevo la pequeña sonrisa movió las comisuras de los labios de Pratt, y entonces, bastante despacio, mirando a Mike todo el rato, él dijo, “quiero apostarte la mano de tu hija en matrimonio.” Louise Schofield dio un salto. “Hey,” gritó ella. “No. Eso no es gracioso. Mira aquí, Papá, eso no es nada gracioso.” “No, querida,” dijo su madre, “Tan solo están bromeando.” “Yo no estoy bromeando,” dijo Richard Pratt. “Es estúpido, “ dijo Mike. Una vez más, él no controlaba la situación. “Dijiste que apostarías cualquier cosa que yo quisiera.” “Quería decir dinero.” “No dijiste dinero.” “Eso es lo que quería decir.” “Entonces es una tontería que no lo dijeras. Pero si quieres volver a tu oferta, eso está bastante de acuerdo conmigo.” “No es una cuestión de rechazar mi ofertar, viejo caballero. No es una apuesta apropiada porque tú no tienes una hija que ofrecerme en el caso de que piernas. Y si tú la tuvieras, no quería casarme con ella.” “Estoy agradecido por eso, querido,” dijo su esposa. “Ofrecerá cualquier cosa que quieras,” anunció Pratt. “Mi casa, por ejemplo. ¿qué te parece mi casa?” “¿Cuál de ellas?” preguntó Mike, bromeando ahora. “La del campo.” “¿Por qué no la otra también?” “De acuerdo, entonces. Si tú lo deseas. Ambas casas.” En ese punto vi a Mike hacer una pausa. Dio un paso hacia delante y puso la botella y su cesta suavemente en la mesa. Su hija, también, lo había visto hacer una pausa. “Ahora, papá,” gritó ella. “No seas tonto. También es demasiado estúpido las palabras. Rechazo ser apostada de esta forma.” “Bastante de acuerdo, querida,” dijo su madre. “Déjalo inmediatamente, Mike, y siéntate y come.”

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Centro de Estudios GARVAYO Mike la ignoró. Él miró a su hija y sonrió, una sonrisa paternal, y protectora. Pero en sus ojos, de repente, brilló una suave luz de victoria. “sabes,” dijo él, sonriendo mientras que hablaba, “tú sabes, Louise, nosotros debemos pensar en esto un poco.” “No, déjalo papá. Incluso rechazo a oirte. ¿por qué? Nunca jamás he oído nada tan loco en toda mi vida.” “No, seriamente, mi querida. Tan solo espera un momento y oye lo qué tengo que decirte.” “Pero no quiero oírlo.” “Louise por favor. Richard, aquí, nos ha ofrecido una seria apuesta. Él es el que quiere hacerla, no yo. Y si él pierde, él tendré que desprenderse de una gran cantidad de propiedades. Ahora espera un minuto, mi querida, no interrumpas. El punto es este. Él no puede ganar.” “Él da la sensación de que puede.” “Ahora escúchame, porque yo sé de lo que estoy hablando. El tinto que tengo aquí es de una pequeña zona productora de vino que está rodeada de muchas otras zonas pequeñas que producen diferentes variedades de vino. Nunca lo conseguirá. Es imposible.” “No puedes estar seguro de eso,” dijo su hija. “Te estoy diciendo que puedo. Aunque me lo digo a mi mismo, yo entiendo un poco sobre el negocio del vino, lo sabes. Cielos, chica, soy tu padre y no pienses que te haría hacer algo –¿hacer algo que no quisieras hacer? Estoy tratando de hacer algo de dinero.” “Mike,” dijo su esposa. “Déjalo ahora, Mike, por favor.” Otra vez, él la ignoró. “Si aceptas esta apuesta,” le dijo él a su hija, “ en diez minutos, serás la propietarias de dos grandes casas.” “Pero, yo no quiero dos casas grandes, papá.” “Entonces véndelas. Véndeselas a él inmediatamente. Yo te lo arreglaré todo. Y después, tan solo piensa en eso, mi querida, serás rica. Serás independiente para el resto de tu vida.” “Oh, papá. No me gusta eso. Creo que es una tontería.” “Yo también,” dijo la madre. “Tú deberías estar avergonzado de ti mismo, Michael, incluso por sugerir tal cosa. Tu propia hija, también.” Mike no la miró. “Cógelo,” dijo él enfadadamente, mirando duramente a la chica. “Acéptalo rápidamente. Te prometo que no perderás.” “Pero no me gusta, papá.” “Vamos chica, acéptala.” Mike estaba empujando a su hija. Se estaba inclinando hacia ella, y pegándose a ella con dos brillantes y determinantes ojos, y no era fácil para su hija rechazarlo. “¿Pero qué si pierdo?” “Te sigo diciendo, que no puedes perder.” “Oh, papá, ¿debo?” “estoy haciéndote una fortuna. Así que vamos ahora. ¿qué dices, Louise? ¿De acuerdo?” por última vez, ella hizo una pausa. Entonces ella hizo un movimiento sin ayuda con los hombros y dijo, “Oh, de acuerdo, entonces. Tan solo por tanto como juras que no hay peligro de perder.” “Bien,” gritó Mike. “Eso está bien. Entonces es una apuesta.” “Sí,” dijo Richard Pratt. “Eso está bien. Entonces es una apuesta.” Inmediatamente, Mike cogió el vino y anduvo excitado alrededor de la mesa, llenando las copas de todo el mundo. Ahora todo el mundo estaba observando a Richar Pratt, observando su cara mientras cogía despacio su copa con su mano derecha y lo acercaba a su nariz. El hombre tenía alrededor de 50 años y no tenía una cara agradable. De alguna forma, todo era boca – boca y labios- los labios llenos y húmedos de un gastrónomo profesional. El labio de abajo se descolgaba por el centro, un labio permanentemente abierto para el gusto. Como el agujero de una cerradura, yo pensé, observándolo, su boca es como un gran agujero de una cerradura húmedo. Tranquilamente se llevó la copa a su nariz. La punta de su nariz entró en la copa y se movió por la superficie del vino. Movió el vino suavemente alrededor de la copa para olerlo mejor. Él cerró sus ojos, y la totalidad de la mitad superior de su cuerpo, la cabeza y el cuello y el pecho, parecían llegar a ser una gran máquina sensitiva del olor. Mike, yo noté, estaba echado hacia atrás en su silla, intentando aparentar estar tranquilo, pero estaba observando cada momento. Mrs Schofield, la esposa, sentada derecha al otro lado de la mesa, mirando justo hacia delante, su cara tirante con

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Centro de Estudios GARVAYO desaprobación. La hija, Louise, había movido su silla un poco y hacia un lado, dando la cara al gastrónomo, y ella, como su padre, estaba observando de cerca. Durante al menos un minuto, el proceso de olida continuó; entonces, sin abrir sus ojos o sin mover su cabeza, Pratt acercó el vaso a su boca y bebió casi la mitad del vino. Él hizo una pausa, su boca llena, obteniendo el primer sabor. Y ahora, sin tragar, se metió entre sus labios un poco de aire que se mezcló en su boca con el vino y pasó hacia abajo dentro de sus pulmones. Él mantuvo su respiración, lo soltó por su nariz, y finalmente empezó a mover el vino alrededor debajo de su lengua. Fue un espectáculo impresionante. “Um,” dijo él, bajando la copa, moviendo una lengua rosa por sus labios. “Um – sí. Un pequeño vino muy interesante – gentil y gracioso. Podemos empezar diciendo lo que no es. Me perdonarás por hacer esto cuidadosamente, pero hay mucho que perder. Solería tal vez pedir algo de oportunidad, pero esta vez debo moverme cuidadosamente.” Él miró a Mike y sonrió, unos labios delgados, sonrisa de labios húmedos. Mike no le devolvió la sonrisa. “Primero entonces ¿de qué área de Bordeaux es este vino? Eso no es muy difícil de averiguar. Está bastante lejos de ser de St Emilion o Graves. Es obvio un Médoc. No hay duda sobre eso. Ahora de qué parte de Médoc viene? Eso no debería ser demasiado difícil de decidir. ¿Margaux? No no puede ser un Margaux. ¿Pauillac? Tampoco puede ser un Pauillac. Es demasiado suave para ser un Pauillac. No, es un vino muy suave. Sin error alguno esto es un St Julien.” Él se echó hacia atrás en su silla y puso sus dedos juntos. Me di cuenta yo mismo que esperaba con bastante ansiedad que él siguiera. La chica, Louise, se estaba encendiendo un cigarro. Pratt oyó el chasquido del encendedor y se volvió hacia ella, de repente muy enfadado. “Por favor,” dijo. “Por favor no hagas eso. Es un hábito terrible, fumar en la mesa.” Ella lo miró, despacio y discrepando, teniendo todavía el encendedor encendido en la otra mano. Ella apagó el encendedor, pero continuó manteniendo el cigarro apagado en sus dedos. “Lo siento, mi cariño,” dijo Pratt, “pero no soporto fumar en la mesa.” Ella no lo miró de nuevo. “Ahora, déjame ver - ¿por dónde íbamos?,” dijo él. “Ah, sí. Este vino es de Bordeaux, de St Julien, en la zona de Médoc. Tan lejos, tan bueno. Pero ahora vamos a la parte más difícil – el nombre del productor. Por St Julien hay demasiados, y como nuestro anfitrión remarcó correctamente, a menudo no hay mucha diferencia entre el vino de uno y el vino de otro. Pero veamos.” Él cogió su copa y bebió otro pequeño sorbo. “Sí,” dijo él, chupando sus labios, “yo tenía razón. Ahora estoy seguro de ello. Es de un buen año – de un gran año, de hecho. Eso es mejor. Ahora nos estamos acercando. ¿Quiénes son los productores de la zona de St Julien?” Él hizo otra pausa. Cogió su copa. Después vi su lengua salir, rosa y estrecha , y su punta dentro del vino. Una horrible vista. Cuando bajó su copa, sus ojos permanecieron cerrados. Solo se movían sus labios, frotándose el uno con el otro como dos piezas de goma húmeda. “Ahí está otra vez,” gritó él. “Algo en medio del paladar. Sí, por supuesto. Ahora lo tengo. El vino es de los alrededores de Beychevella. Ahora lo recuerdo. La zona de Beychevelle, y el río y el pequeño puerto. ¿Podría ser realmente un Beychevelle? No, no creo eso. No eso. Pero es de una zona muy cercana. ¿Talbot? ¿Podría ser un Talbot? Sí, podría. Espera un momento.” Él bebió un poco más de vino, y por el rabillo de mi ojo, vi a Mike Schofield y como se estaba separando cada vez más lejos de la mesa, su boca tirante abierta, sus pequeños ojos pegados en Richard Pratt. “No, yo estaba equivocado. No es un Talbot. Un Talbot se mueve hacia ti un poco más deprisa que este; la fruta está más cerca de la superficie. Si es un ´34, lo cual lo creo, entonces no podría ser un Talbot, pero – pero está tan cercano a ambos, tan cerca, que debe ser de algún lugar cercano intermedio. Ahora, ¿cuál podría ser?” Él estaba en silencio, y nosotros esperamos, observando su cara. Todo el mundo, incluso la esposa de Mike, estaba ahora observándolo. Oí a la sirvienta poner en la mesa los platos de la verdura detrás de mi, suavemente, para no romper el silencio. “Lo tengo. Sí, creo que lo tengo,” dijo él.

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Centro de Estudios GARVAYO Por última vez, bebió algo de vino. Entonces, con la copa aún cerca de su boca, se volvió hacia Mike y sonrió, una tranquila y sedosa sonrisa, y dijo, “Tú sabes que es esto. Este es el nombre Château Branaire-Ducru.” Mike se sentó tieso, sin moverse. “Y el año, 1934.” Todos nosotros miramos a Mike, esperando que él volviera la botella en la cesta. “¿Es esa tu última contestación?” dijo Mike. “Sí, eso creo.” “Bien, ¿es o no es?” “Sí.” “Otra vez, ¿cuál es el nombre?” “Château Branaire-Ducru. Una pequeña y bonita granja. Una encantadora vieja casa. La conozco bastante bien. No puedo creer porqué no la reconocí inmediatamente.” “Vamos, papá,” dijo la chica. “Vuelve la botella y déjanos mirar. Quiero mis dos casas.” “Un momento,” dijo Mike. “Esperad un momento.” Estaba sentado muy callado, y su cara se estaba poniendo pálida, mientras que todas las fuerzas estaban desapareciendo de él tranquilamente. “Michael,” dijo su mujer agudamente desde el otro lado de la mesa. “¿Qué ocurre?” “Quédate al margen de esto, Margaret, por favor.” Richard Pratt miraba a Mike, sonriendo con su boca, sus pequeños ojos y brillantes. Mike no estaba mirando a nadie. “Daddy,” gritó su hija. “No querrás decir que él lo ha averiguado” “Ahora, deja de preocuparte, querida,” dijo Mike. “No hay nada por lo que preocuparse.” Creo que eso lo iba a alejar más de su familia que cualquier otra cosa que se volvió Mike hacia Richard Pratt y dijo, “Creo que sería mejor para ti y para mí ir a la habitación de al lado y tener una pequeña conversación.” “No quiero una pequeña conversación,” dijo Pratt. “Todo lo que quiero es ver el nombre en la botella.” Él sabía que ahora él era el ganador y yo podía ver que él estaba preparado para ser profundamente sucio si había algún problema. “¿A qué estás esperando?” le dijo a Mike. “Vamos dale la vuelta.” Entonces ocurrió esto: la sirvienta, de figura pequeña y estirada con su uniforme blanco y negro, estaba junto a Richard Pratt, con algo en su mano. “Creo que esto es tuyo, señor,” dijo ella. Pratt miró, vio las gafas que ella le sostenía y durante un momento él hizo una pausa. “Tal vez, no lo sé.” “Sí, señor son tuyas.” La sirvienta era una señora mayor – más cerca de los 70 que de los 60 – una empleada de confianza de la familia desde hacia años. Ella puso las gafas en la mesa junto a él. Sin agradecérselo a ella, Pratt las cogió y las metió en el bolsillo de arriba de la chaqueta. Pero la sirvienta no se fue. Ella permaneció de pie junto a Richard Pratt, y había algo fuera de lo común en su modo y en la manera que estaba allí, pequeña, quieta y derecha, que me vi observándola con repentina ansiedad. Su vieja y gris cara tenía una mirada fría y determinativa. “Las dejaste en el despacho de Mr Schofield,” dijo ella. Su voz no era natural, deliberadamente educada. “Encima del mueble verde del despacho, señor, cuando se te ocurrió ir allí solo antes de cenar.” Se llevó unos momentos para el entender el completa significado de sus palabras, y en el silencio que siguió yo vi a Mike levantarse despacio de su silla, y el color aparecía en su cara, y sus ojos se abrían totalmente, y la redondez de su boca – y una peligrosa blancura empezaba a desparramarse sobre su nariz. “Ahora, Michael,” dijo su esposa. “Mantente calmado ahora, Michael, cariño.” UN BAÑO En la mañana del 3ª día, el mar estaba calmado. Incluso la mayoría de los pasajeros delicados – aquellos que no habían estado en los alrededores del barco desde que se salió –

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Centro de Estudios GARVAYO salieron de sus camarotes e hicieron un paseo tranquilo hacia la cubierta y se sentaron allí, de cara al sol pálido de enero. Había estado bastante embravecido los dos primeros días, y de repente se calma, y la sensación de comodidad que vino con ello, hizo parecer a la totalidad del barco mucho más amistoso. En el momento que llegó la noche, los pasajeros, con 12 horas de un buen clima por detrás, estaban empezando a sentirse más enojados. Esa noche a las 8, el comedor principal estaba lleno con gente comiendo y bebiendo con su apariencia de seguridad en si mismos de marineros experimentados. La comida aún no estaba a la mitad cuando los pasajeros se dieron cuenta, por el suave movimiento de sus cuerpos en los asientos, que el gran barco realmente empezaba a moverse otra vez. Al principio era muy suave, despacio, moviéndose perezosamente a un lado y luego al otro, pero era lo suficiente para causar un suave pero inmediata pérdida del buen humor en la sala. Unos cuantos pasajeros levantaron su mirada de la comida, esperando, escuchar el siguiente movimiento, sonriendo nerviosamente, con una pequeña mirada de miedo en sus ojos. Algunos estaban completamente calmados; otros estaban totalmente encantados con ellos y hacían bromas sobre la comida y el clima para así molestar a los pocos que empezaban a sufrir. El movimiento del barco entonces empezó a ser cada vez más violento, y solamente 5 o 6 minutos después de que el primer movimiento se hubiera notado, el barco estaba navegando fuertemente de un lado para otro. Al final, un verdadero mal movimiento vino, y Mr William Botibol, sentado en el mostrador de caja, vio su plato de pescado deslizarse de repente de debajo de su tenedor. Todo el mundo ahora, estaba cogiendo sus platos y copas. Mrs Renshaw, sentada a la derecha del cajero, dio un pequeño grito y se subió en el brazo de un caballero. “Va a ser un noche desapacible,” dijo el cajero, mirando a Mrs Renshaw. “Creo que viene una tormenta que nos dará una noche muy desapacible.” Tan solo había la sugerencia más débil de placer en la manera que lo dijo. La mayoría de los pasajeros continuaron con sus comidas. Un pequeño número, incluida Mrs Renshaw, llegó a sus pies con cuidado y les hizo el camino entre las mesas y hasta las puertas, intentando esconder la urgencia con la que se iban. “Bien,” dijo el cajero, “Allí va ella.” Él miró a su alrededor con aprobación a los pasajeros que quedaban que estaban sentados tranquilamente, mostrando sus caras abiertamente ese orgullo que los viajeros parecen tener en ser reconocidos como buenos marineros. Cuando la comida terminó y se sirvió el café, Mr Botibol, que había estado serio fuera de lo normal y sobre todo desde que empezara el movimiento, de repente se puso de pie y se llevó su taza de café al lugar vacío junto a Mrs Renshaw, al lado del cajero. Él se sentó en la silla de ella, entonces inmediatamente se echó hacia delante y empezó a susurrar urgentemente al oído del cajero. “Perdóneme,” dijo él, “pero ¿podría decirme una cosa?” El cajero, pequeño, gordo y rojo, se inclinó para escuchar. “¿Cuál es el problema, Mr Botibol?” “Lo que yo quiero saber es esto.” La cara del hombre estaba ansiosa y el cajero lo observaba. “Lo que yo quiero saber es: ¿habrá hecho ya el capitán sus averiguaciones del recorrido del día – ya sabes, para la competición? Yo quiero decir, ¿lo habrá hecho antes de que empezara a ponerse tan embravecido como esto?” el cajero bajó su voz, como uno cuando contesta a un susurro. “Pensaría eso – sí.” “¿Cuánto tiempo hace que cree que lo hizo?” “En algún momento esta tarde. Suele hacerlo por la tarde.” “¿Sobre qué hora?” “Oh, no lo sé. Sobre las 4 creo.” “Ahora dime otra cosa. ¿Cómo decide el capitán qué número será? ¿Le lleva muchos problemas eso?” El cajero miró la ansiosa cara de Mr Botibol y sonrió, sabiendo bastante bien lo que el hombre estaba intentando averiguar. “Bien, verás, el capitán tiene una pequeña reunión con el segundo oficial, y ellos estudian el tiempo y otras muchas cosas, y entonces ellos hacen su averiguación.” Mr Botibol pensó esta pregunta durante un momento. Después él dijo, “¿Crees que el capitán sabía que iba a haber mal tiempo hoy?”

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Centro de Estudios GARVAYO “No podría decírtelo,” contestó el cajero. Él miraba a los pequeños y negros ojos del otro hombre, viendo dos simples pequeños puntos de nerviosismo bailando en el centro. “No podría decirte, Mr Botibol, no lo sabría.” “Si esto se pone peor, sería mejor comprar algunos de los números más bajos. ¿Qué crees?” el susurró era más urgente, ahora con más ansiedad. “Tal vez,” dijo el cajero. “Dudo de si el capitán consideraba una noche realmente desapacible. Estaba bastante calmado esta tarde cuando él hizo sus averiguaciones.” Los otros de la mesa se habían callado e intentaban oír lo que decía el cajero. “Ahora, supón que se te permitiera comprar un número, ¿cuál elegirías hoy?” preguntó Mr Botibol. “No sé cuál es la serie todavía,” contestó pacientemente el cajero. “Ellos no anuncian la serie hasta que la subasta empiece después de la cena. Y realmente no soy muy bueno en eso, en cualquier caso. Tan solo soy el cajero.” En ese punto, Mr Botibol se puso de pie. “Perdóneme todo el mundo,” dijo él, y se alejó con cuidado entre las otras mesas. Dos veces tuvo que cogerse del respaldo de una silla para permanecer de pie contra los movimientos del barco. Cuando subió a la cubierta, notó la gran fuerza del viento. Se cogió a la barandilla y se mantuvo derecho con ambas manos, y estuvo allí mirando hacia la oscuridad del mar donde las grandes olas estaban subiendo altas. “Bastante malo fuera, ¿verdad?” dijo un camarero, mientras que él volvía dentro de nuevo. Mr Botibol estaba peinándose con un pequeño peine rojo. “¿Crees que hemos ralentizado del todo a causa del clima?” preguntó él. “Oh, sí señor. Nos hemos ralentizado una gran cantidad desde que empezó esto. Tienes que ir más despacio en tiempos como estos o estarás tirando a los pasajeros por todo el barco.” Abajo en la sala de fumadores ya estaba llegando la gente para la subasta. Se estaban agrupando educadamente alrededor de varias mesas, los hombres un poco tiesos con sus trajes de noche, un poco rosa junto a su frialdad, las mujeres de blanco. Mr Botibol cogió una silla cercana a la mesa del subastador. Él cruzó sus piernas, dobló sus brazos, y se colocó en su asiento con la apariencia de un hombre que ha hecho una importante decisión y rechaza tener miedo. El ganador, se decía a si mismo, probablemente conseguiría alrededor de $7.000. Eso era casi exactamente el dinero total de la subasta habia tenido durante los últimos dos días, vendiendo los números en alrededor de 300 o 400 cada uno. Como era un barco británico la subasta sería en libras, pero a él le gustaba hacer sus planes en dólares, pues estaba más familiarizados con ellos. $7000 era suficiente dinero. Sí, ciertamente lo era. Él le pediria a ellos que le pagaran en billetes de 100 dólares y los sacaría del barco dentro del bolsillo de su chaqueta. No hay problema. Se compraría un coche nuevo inmediatamente. Lo recogería en el camino desde el barco y lo llevaría a casa tan solo por el placer de ver la cara de Ethel cuando ella saliera por la puerta delantera y lo viera. ¿No sería maravilloso, ver la cara de Ethel cuando él llegara con el coche a la puerta? Hola, Ethel, querida, diría él. Te acabo de comprar un pequeño regalo. Lo vi en el escaparate cuando pasé, así que pensé en ti, cómo siempre lo quisiste. ¿Te gusta querida? ¿Te gusta el color? Y después él observaría su cara. Él subastador estaba de pie detrás de la mesa, ahora. “Señoras y caballeros,” gritó. “El capitán ha averiguado el recorrido del día, terminando mañana a medio día, a 830 kilómetros. Como es normal, cogeremos diez números a cada lado de ese para establecer la serie. Eso significa de 820 a 840. y por supuesto para aquellos que piensen la verdadera línea aún está bastante alejada, habrá campos altos y bajos vendidos separados también. Ahora, sacaremos el primer número del sombrero... aquí tenemos... 827? La sala se quedó en silencio. La gente inmóvil en sus sillas, todos los ojos observando al subastador. Había una cierta tensión en el aire, y cuando las ofertas se hicieron más altas, la tensión creció. Esto no era un juego o una broma; podías estar seguro de eso por la forma en que un hombre miraría a otro que ha hecho una oferta más alta – tal vez sonriendo, pero solamente con los labios, mientras los ojos permanecían brillantes y completamente fríos. El número 827 se vendió por 110 libras. Los siguientes 3º o 4º números se vendieron por alrededor de la misma cantidad. El barco se movía fuertemente. Los pasajeros se cogían a los brazos de sus asientos, prestando toda su atención a la subasta.

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Centro de Estudios GARVAYO “Campo bajo,” gritó el subastador. “El número siguiente es un campo bajo.” Mr Botibol se sentó muy derecho y tenso. Esperaría, había decidido, hasta que los otros hubieran terminado de gritar sus ofertas, entonces él haría su última oferta. Él había pensado que debería haber al menos 500 dólares en su cuenta en el banco en casa, probablemente casi 600 dólares. Eso era aproximadamente 200 libras – alrededor de 200. Este número no costaría más de eso. “Como todos saben,” decía el subastador, “el campo bajo cubre todos los números por debajo del número más pequeño de la serie – en esta caso todos los números por debajo de 820. Así que si piensan que el barco va a cubrir menos de 820 kilómetros en el periodo de 24 horas terminando a medio día de mañana, sería mejor que compraran este número. ¿Cuál es su oferta?” subió a 130 libras. Los otros de al lado de Mr Botibol parecían haber notado que el tiempo estaba alborotado. 140... 50... hay se paró. El subastador esperó, su martillo se subió. “Va a 150...” “60,” dijo Mr Botibol, y todas las caras de la sala se volvieron y lo miraron. “70” “80,” dijo Mr Botibol. “90,” “200,” gritó Mr Botibol. Él no iba a parar ahora – no por nadie. Hubo una pausa. “¿Alguna otra oferta, por favor? Va a 200 libras...” Quédate sentado, se dijo a si mismo. Sentado completamente quieto y sin levantar la mirada. Es desafortunado levantar la mirada. Contén tu respiración. Nadie va a ofrecer más si contienes tu respiración. “Va a 200 libras...” Mr Botibol contuvo su respiración. “Va... va... adjudicado” El hombre golpeó con su martillo en la mesa. Mr Botibol rellenó un cheque y lo entregó al subastador, después se sentó en su silla a esperar a que terminara. Él no quería irse a la cama antes de saber cuánto dinero había para ganar. Ellos lo contaron después de vender el último número y llegó hasta 2.100 libras. Eso era alrededor de 6.000 dólares. Podría comprarse el coche y quedaría algo de dinero, también. Con su agradable pensamiento, se fue, feliz y excitado a su cama. Cuando Mr Botibol se despertó a la mañana siguiente se quedó quieto tumbado durante varios minutos con sus ojos cerrados, escuchando el ruido del viento, esperando el movimiento del viento. No había sonido de viento y el barco no estaba moviéndose. Él saltó y miró por la ventana. El mar – Oh, Cielos – el mar estaba tan liso como el cristal, y el gran barco se movía por él rápido, obviamente recuperando el tiempo perdido durante la noche. Mr Botibol se volvió y se sentó tranquilamente al final de la cama. Ahora no tenía esperanzas. Uno de los números más altos iba a ganar después de esto. “Oh, Cielos,” dijo en voz alta. “¿Qué haré?” ¿Qué, por ejemplo, diría Ethel? Simplemente no era posible decirle a ella que él se habia gastado la mayoría de sus dos años de ahorros en un número en un sorteo en un barco. No era posible mantener el problema en secreto. Para hacer esto él tendría que contarle que dejara de rellenar cheques. Y ¿qué hay de los pagos mensuales de la televisión? Ya podía ver el enfado de su mujer en sus ojos, el azul convirtiéndose en gris, y los ojos agrandándose, como siempre ocurría cuando había enfado en ellos. “Oh, cielos, ¿qué haré?” no pretendía parecer que él tuviera la menor oportunidad ahora – no a menos que el barco empezara a disminuir. Fue en ese momento cuando le llegó una idea, y saltó de su cama, extremadamente excitado, corrió hacia la ventana y miró otra vez. Bien, pensó, ¿por qué no? El mar estaba en calma y él no tendría dificultad en nadar hasta que ellos lo recogieran. Tenia el sentimiento de que alguien antes había hecho algo así, pero eso no le impedia a él hacerlo otra vez. El barco tendría que parar y bajar un bote, y el bote tendría que volver tal vez un kilómetro para recogerlo, y después volvería al barco. Eso se llevaría alrededor de una hora. Una hora era aproximadamente 48 kilómetros. El retraso reduciría el recorrido del día alrededor de 48 kilómetros. Eso haría. “Campo bajo,” sería seguro lo que ganara – justo el tiempo en el que se asegurara que alguien lo viera caerse por un lado; pero eso sería fácil de arreglar. Y sería mejor que llevara ropa clara, algo fácil con lo que nadar. Ropa de deporte, así sería. Se vestiría como si fuera a jugar a la cubierta de tenis – tan solo una

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Centro de Estudios GARVAYO camisa y unos pantalones cortos y zapatillas de deporte. ¿Qué hora era? 9.15. Cuanto más temprano, mejor. Tendría que hacerlo pronto, porque el tiempo límite era medio día. Mr Botibol estaba a la vez asustado y excitado cuando subió a la cubierta con la ropa de deporte. Miró a su alrededor nervioso. Tan solo había otra persona a la vista, una mujer vieja y gorda. Estaba echada en la barandilla mirando el mar. Llevaba un abrigo grueso, y el cuello la envolvía, así que Mr Botibol no podía ver su cara. Se quedó quieto, examinándolo con cuidado desde la distancia. Sí, se dijo a si mismo, ella probablemente lo haría. Ella probablemente pediría ayuda tan rápido como cualquiera. Pero espera un minuto, tómate tu tiempo, William Botibol. Recuerda lo que te dijiste a ti mismo hace unos minutos en tu habitación cuando te estabas cambiando. La idea de saltar desde el barco al océano a cientos de kilómetros de la tierra más cercana había hecho en Mr Botibol – siempre un hombre cuidadoso – algo no normal. Aún no estaba satisfecho que la mujer de delante de él estuviera segura de pedir ayuda cuando él saltara. En su opinión había dos posibles razones de por qué tal vez no lo haria ella. Primero, tal vez tuviera mal oído y mala vista. No era demasiado agradable, pero por otro lado tal vez fuera así, y por qué dar la oportunidad? Todo lo que él tenía que hacer era comprobarlo hablando con ella un momento. Segundo, la mujer tal vez fuera la propietaria de uno de los números más altos del sorteo; si era así, ella tendría una gran razón financiera para no desear parar el barco. Mr Botibol recordó que se había matado a gente por mucho menos de 6.000 dólares. Ocurría todos los días en los periódicos. Así que ¿por qué no tener esta oportunidad tampoco? Primero él debía comprobarlo, y estar seguro de sus hechos. Él debía averiguarlo con una pequeña y educada conversación. Después si la mujer parecía estar agradecida, un amable ser humano, la cosa era fácil y podría saltar del barco sin preocupación. Mr Botibol anduvo hacia la mujer y se colocó a su lado, echado sobre la barandilla. “Hola,” dijo él agradablemente. Ella se volvió y le sonrió, con una sonrisa sorprendentemente amorosa, casi como una sonrisa amorosa, aunque la cara por si misma era muy natural. “Hola,” le contestó a él. Y eso, se dijo a si mismo Mr Botibol, contestando la primera pregunta. Su oido y su vista son buenos. “Dime,” dijo él, “¿qué piensa de la subasta de anoche?” “¿Subasta?” preguntó ella. “¿Qué subasta? “Ya sabes, esa cosa tonta que hacen después de la cena. Venden números que deben ser iguales al recorrido diario del barco. Tan solo quería saber lo que piensa sobre ello.” Ella movió su cabeza, y sonrió otra vez, una sonrisa agradable y dulce. “soy muy perezosa,” dijo ella, “siempre me voy a la cama temprano. Ceno en la cama. Es tan descansado cenar en la cama.” Mr Botibol le sonrió a ella y empezó a alejarse. “Debo irme y hacer ejercicio ahora,” dijo él. “Nunca me pierdo mis ejercicios de la mañana. Fue agradable conocerte.” Él dio unos cuantos pasos más y la mujer lo dejó irse sin mirarlo. Ahora todo estaba en orden. La mar estaba calmado, estaba vestido muy ligero para nadar, había casi una certeza de que no había peces caníbales en esta parte del atlántico, y estaba esta mujer encantadora y amable para pedir ayuda. Tan solo estaba la pregunta de si el barco se retrasaría lo suficiente para ayudarle a él a ganar. Casi ciertamente que sí. Mr Botibol se movió despacio hacia la posición de unos 18 metros alejado de la mujer. Ahora no lo estaba mirando. Todo lo mejor. Él no quería que ella lo viera saltar del barco. En el momento que nadie lo viera, él sería capaz de decir después de todo, que él había resbalado y se había caído por accidente. Miró a un lado del barco. Era una gran caída. Tal vez él se hiriera con facilidad si él chocaba contra el agua en plano. Él debía saltar derecho y entrar en el agua con los pies primero. Parecía fría, profunda y gris y esto le hizo dudar con miedo y tan solo mirarlo. Pero era ahora o nunca. Sé un hombre, William Botibol, sé un hombre. De acuerdo entonces... ahora... Él trepó a la ancha barandilla de madera y se quedó allí durante tres minutos balanceándose, entonces saltó y tan lejos como pudo, y al mismo tiempo gritó “ayuda.” “Socorro, socorro,” gritó mientras caía. Entonces golpeó contra el agua y se quedó debajo del agua. Cuando sono el primer grito de ayuda, la mujer que estaba echada en la barandilla dio un pequeño salto de sorpresa. Miró a su alrededor rápidamente y vio – navegando pasó por ella por el aire – ese pequeño hombre vestido con pantalones cortos blancos, gritando mientras que se iba. Durante un momento pareció como si ella no estuviera bastante segura que debía hacer: lanzar un salvavidas, correr y buscar ayuda o simplemente

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Centro de Estudios GARVAYO volverse y gritar. Ella dio un paso atrás desde la barandilla y por un poco tiempo ella se quedó allí quieta, tensa e indecidida. Entonces, casi inmediatamente pareció relajarse, y ella se alejó lejos de la barandilla, mirando el agua. Pronto una pequeña cosa negra redonda apareció en el agua, un abrazo apareció por encima, moviéndose una y dos veces, y una pequeña voz lejana se oía diciendo algo que era difícil de entender. La mujer se echó todavía más lejos sobre la barandilla, intentando mantener a la vista el pequeño punto negro, pero pronto, muy pronto, estaba tan lejos que ella no podía estar segura de que estuviera allí. Después de un rato, otra mujer salió a la cubierta. Era delgada y huesuda y llevaba gafas. Vio a la primera mujer y anduvo hacia ella. “Aquí estás,” dijo ella. La mujer gorda se volvió y la miró, pero no dijo nada. “Te he estado buscando,” continuó la huesuda. “Buscándote por todo el barco.” “Es muy extraño” dijo la mujer gorda, “Un hombre saltó del barco ahora mismo, con su ropa puesta.” “Tonterías.” “Oh, sí, dijo que quería hacer algo de ejercicio, y saltó y no se quitó la ropa.” “Sería mejor que bajaras,” dijo la mujer huesuda. Su boca de repente se puso firme, la totalidad de su cara estaba atenta, y habló algo menos amable que antes. “Y no vuelvas a venir a la cubierta sola otra vez. Ya sé que quieres decir que me estabas esperando.” “Sí, Maggie,” contestó la mujer gorda, y sonrió otra vez, una sonrisa de confianza y amable, y se cruzó las manos y se permitió alejarse de la cubierta. “Un hombre tan agradable,” dijo ella. “él me saludó.” Mrs Bixby y el abrigo del Coronel Mr y Mrs Bixby vivían en un pequeño apartamento en algún lugar de la ciudad de Nueva York. Mr Bixby era un dentista, que ganaba una gran suma de dinero. Mrs Bixby era una mujer grande y activa, con una boca húmeda. Una vez al mes, siempre los viernes por la tarde, Mrs Bixby cogería un tren en la estación de Pennsylvania y viajaba a Baltimore para visitar a un vieja tía. Ella pasaría la noche con la tía y volvería a la ciudad de Nueva York al día siguiente, con tiempo suficiente para prepararle la cena a su marido. Mr Bixby aceptó este compromiso, con buena naturalidad. Él sabía que tía Maude vivía en Baltimore, y que su esposa era muy cariñosa con la mujer mayor, y ciertamente sería irrazonable rechazar que ellos disfrutaran de una reunión mensual. “Pero jamás debes esperar de mi que también vaya,” le habia dicho Mr Bixby desde un principio. “Por supuesto que no, querido,” le habia contestado Mrs Bixby. “Después de todo, ella no es tu tía. Es mía.” Conforme pasaba el tiempo, pensó, la tía era solamente una excusa conveniente para Mrs Bixby. El verdadero propósito de sus viajes era visitar a un caballero conocido conocido como el Coronel, y ella pasaba la mayor parte de su tiempo en Baltimor en su compañía. El Coronel era muy rico. Vivía en una bonita casa en lo alto de la ciudad. No tenía esposa ni familia, solamente unos cuantos criados leales, y en la ausencia de Mrs Bixby él se entretenía montando a caballo y cazando. Año tras año, su agradable relación entre Mrs Bixby y el Coronel continuó sin ningún problema. Ellos se reunían raramente – 12 veces al año no es mucho cuando lo piensas – que había muy poco o ningún cambio en el creciente aburrimiento de uno y otro. Lo contrario era verdad: la gran espera entre las reuniones los hizo cariñosos, y cada ocasión de separación llegó a ser una reunión excitante. Pasaron 8 años. Fue justo antes de Navidad, y Mrs Bixby estaba en la estación de Baltimore, esperando el tren que la llevara de vuelta a Nueva York. Esta particular visita que acababa de terminar había sido más agradable de lo corriente, y Mrs Bixby se sentía feliz. Pero entonces la compañía del corones siempre le hacía sentirse feliz estos días. El hombre tenía una forma de hacerle sentir que ella era una mujer bastante especial. Qué diferente del marido dentista de casa, el cual solamente tenía éxito en hacerle sentir a ella que estaba sufriendo un continuo dolor de diente, alguien que esperaba en la sala de espera, en silencio entre las revistas.

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Centro de Estudios GARVAYO “El Coronel me pidió que te diera esto,” dijo una voz al lado de ella. Ella se volvió y vio a Wilkins, uno de los sirvientes del Coronel, un hombre bajo con piel gris. Él puso una caja plana y grande en sus brazos. “Cielos´,” gritó ella. “Qué caja más grande. ¿Qué es Wilkins? ¿Había un mensaje? ¿me envió un mensaje?” “Ningún mensaje,” dijo el sirviente, y se fue. Tan pronto como ella estuvo en el tren, Mrs Bixby llevó la caja al baño de señoras y cerró la puerta. Qué excitante era. Un regalo de Navidad del Coronel. Ella empezó a desatar la cuerda. “Apuesto que es un vestido,” pensó ella. “Tal vez sean dos vestidos. O tal vez sea un montón de ropa interior bonita. No miraré. Lo notaré e intentaré averiguar qué es. También intentaré averiguar el color, y exactamente cómo es. También cuánto vale.” Ella cerró sus ojos y tranquilamente levantó la tapadera. Después con cuidado ella puso una mano dentro de la caja. Había papel encima, podía notarlo y oírlo. También había un sobre o tarjeta de algún tipo. Ella ignoraba eso y empezó a sentir lo debajo del papel, sus ojos lo alcanzaron delicadamente. “Por Dios,” gritó repentinamente. “No puede ser verdad.” Ella abrió los ojos del todo y vio el abrigo. Después ella lo cogió y lo sacó de la caja. La gorda piel hizo un sonido maravilloso contra el papel y cuando lo levantó y lo vio sosteniendo su total largura, era tan bonito que le quitó la respiración. Ella nunca había visto visón como este antes. Era visón, ¿no? Sí, por supuesto que lo era. Pero qué color más bonito. La piel era casi un puro negro. Al principio, ella pensaba que era negro; pero cuando lo acercó más a la ventana, ella vio que tenía un toque de azul también, un profundo y rico azul. Pero ¿qué podría haber costado? Ella apenas pensaba a acertar. ¿Cuatro, cinco o seis mil dólares? Posiblemente más. Ella no podía quitar sus ojos de él. No por eso podría ella esperar a probárselo. Rápidamente se quitó su propio abrigo rojo. Ahora estaba respirando rápido, ella no podía mantenerla, y sus ojos estaban muy abiertos. Pero, oh Señor, el tacto de la piel. El fantástico abrigo negro parecía resbalarse sobre ella casi por si mismo, como una segunda piel. Era el extraño sentimiento. Ella se miró en el espejo. Era maravilloso. Su entera personalidad había cambiado de repente. Ella parecía maravillosa, guapa, rica y sexi, todo al mismo tiempo. Y el sentido de poder que le daba a ella. Con este abrigo ella podría entrar en cualquier lugar que quisiera y la gente correría a su alrededor como conejos. La totalidad de la cosa era demasiado maravillosa para las palabras. Mrs Bixby cogió el sobre que aún estaba en la caja. Ella lo abrió y sacó la carta del Coronel: Una vez te oí decir que eras una apasionada del visón así que te regalo esto. Me han dicho que es bueno. Por favor acéptalo con mis mejores y sinceros deseos como un regalo. Por mis propias y personales razones yo no te veré más. Adiós y buena suerte. Bien. Imagina eso. Justo cuando ella estaba sintiéndose tan feliz. No más Coronel. Qué golpe más terrible. Ella lo perdiría. Suavemente, Mrs Bixby empezó a estrujar la suave y negra piel del abrigo. Ella había perdido una cosa pero ganado otra. Ella sonrió y dobló la carta, intentando romperla y tirarla por la ventana. Pero mientras que la doblaba, ella se dio cuenta de que había escrito algo en el otro lado: Tan solo dile a ellos que tu generosa y agradable tía te lo dio por Navidad. La sonrisa de la cara de Mrs Bixby desapareció repentinamente. “El hombre debe estar loco,” gritó ella. “Tía Maude no tiene tanto dinero. Ella posiblemente no podría darme esto.” Pero si la tía Maude no me lo dio, entonces ¿quién fue? Oh, Dios. Con la excitación de encontrar el abrigo y probárselo, ella había ignorado completamente este importante detalle. En unas cuantas horas ella estaría en Nueva York. Diez minutos después de esto, ella estaría en casa, y su marido estaría allí para saludarla; e incluso un hombre como Cyril, que vive en el oscuro mundo de los dientes picados y empastes y tratamientos de las raices, empezaría a preguntar si su mujer de repente entrara en casa un fin de semana llevando puesto 6.000 dólares en un abrigo de visón.

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Centro de Estudios GARVAYO “Sabes lo que pienso,” se dijo a si misma. “Creo que el Coronel ha hecho esto a propósito tan solo para volverme loca. Él sabía perfectamente bien que tía Maude no tenía suficiente dinero para comprar esto. Él sabía que yo no sería capaz de guardarlo,” se dijo a si misma. Pero la idea de la despedida de ella ahora era más que la que Mrs Bixby pudiera soportar. “Tengo que tener este abrigo,” dijo ella. “Tengo que tener este abrigo.” Muy bien, querida. Tendrás el abrigo. Pero no te preocupes. Siéntate quieta y mantente calmada y empieza a pensar. Eres una chica lista, ¿no? Lo has burlado antes. El hombre nunca ha sido capaz de ver más allá que el final de sus propios instrumentos. Así que siéntate completamente quieta y piensa. Hay mucho tiempo. Dos horas y media más tarde, Mrs Bixby salió del tren en la estación de Pennsylvania y caminó deprisa por las calles. Ella llevaba puesto su viejo abrigo rojo otra vez ahora y llevaba la caja en sus brazos. Ella señaló un taxi. “Conductor,” dijo ella, “¿conoces una casa de empeño que aún esté abierto por estos alrededores?” El hombre de detrás del volante miró hacia atrás a ella, asombrado. “Hay muchísimas por esta zona,” contestó él. “Para en la primera que veas, entonces, ¿vale?” ella se subió en el taxi y se alejó. Pronto el taxi paró en una tienda de empeños. “Espérame por favor,” dijo Mrs Bixby al conductor, y ella salió del taxi y entró en la tienda. “¿Sí?” dijo el dueño desde un lugar oscuro en la parte de atrás de la tienda. “Oh, buenas noches,” dijo Mrs Bixby. Ella empezó a desatar la cuerda de alrededor de la caja. “¿No es tonto de mi parte? He perdido mi bolso, y como es sábado, todos los bancos están cerrados hasta el lunes y yo simplemente quiero conseguir algo de dinero para el fin de semana. Este es un abrigo bastante caro, pero yo no estoy pidiendo mucho. Tan solo quiero tomar prestado lo suficiente para que me ayude hasta el lunes.” El hombre esperó y no dijo nada. Pero cuando ella sacó el visón y dejó la gorda y bonita piel caer sobre el mostrador, él se acercó para verla. Él la cogió y la puso delante de él. “Solamente si yo tuviera un reloj o un anillo,” dijo Mrs Bixby, “ se lo daría en su lugar. Pero no llevo nada conmigo excepto este abrigo.” Ella extendió sus brazos para que él lo viera. “Parece nuevo,” dijo el hombre, estrujando la suave piel. “Oh, sí, lo es. Pero como dije, tan solo quiero tomar prestado el suficiente dinero para que me ayude hasta el lunes. ¿qué le parece 50 dólares?” “Le prestaré 50 dólares.” “Vale cien veces más que eso, pero sé que tendrá cuidado de él hasta que yo vuelva.” El hombre fue hacia un cajón y sacó un ticket y lo puso sobre el mostrador. El ticket tenía una línea de pequeños agujeros por la mitad así que podía convertirse en dos, y ambas mitades eran exactamente iguales. “¿Nombre?” preguntó él. “Deje eso fuera. Y la dirección.” Ella vio al hombre parar, y ella vio el bolígrafo esperando sobre la línea punteada. “No tienes que poner el nombre y la dirección, ¿verdad?” el hombre negó con la cabeza y el bolígrafo se movió hacia abajo a la línea siguiente. “Tan solo es porque preferiría que no,” dijo Mrs Bixby. “Es puramente personal.” “Sería mejor que no perdiera el ticket, entonces.” “No lo perderé.” “¿Se da cuenta de que cualquiera que consiga el ticket puede venir y reclamar el abrigo?” “Sí, sé eso.” “¿Qué quiere que ponga como descripción?” “Tampoco ninguna descripción, gracias. No es necesario. Tan solo pon la cantidad que tomo prestada.” El bolígrafo se paró otra vez, esperando sobre la línea de puntos junto a la palabra “Descripción”.

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Centro de Estudios GARVAYO “Creo que deberías poner una descripción. La descripción es siempre una ayuda si quieres vender el ticket. Nunca sabes, si tal vez quieras venderlo en algún momento.” “No quiero venderlo.” “Tal vez tengas que hacerlo. Mucha gente lo hace.” “Mira,” dijo Mrs Bixby. “No soy pobre, si eso es lo que quieres decir. Simplemente perdí mi bolso. ¿No entiendes?” “Es tu abrigo,” dijo el hombre. En este punto, un pensamiento desagradable le vino a Mrs Bixby. “dime algo. si no tengo una descripción en el ticket, ¿cómo puedo estar segura de que me devolverás el abrigo y no otra cosa cuando vuelva?” “Está en el libro.” “Pero todo lo que yo tengo es un número. Así que, realmente, podrías entregarme una vieja cosa si tu quisieras, ¿no es eso así?” “¿Quieres una descripción o no?” preguntó el hombre. “No,” dijo ella, “confío en ti.” El hombre escribió 50 dólares, en frente de la palabra “valor” en ambas partes del ticket, entonces él lo partió en dos por la mitad y le dio una mitad a Mrs Bixby. Después él le dio a ella 5 billetes de diez dólares. “El interés es del 3% mensual,” dijo él. “De acuerdo. Gracias. Tendrás cuidado de eso, ¿no?” el hombre no dijo nada. Mrs Bixby se volvio y salió de la tienda a la calle donde el taxi estaba esperando. Diez minutos más tarde, ella estaba en casa. “Querido,” dijo ella cuando se inclinaba y besaba a su marido. “¿Me echaste de menos?” Cyril Bixby dejó el periódico de la noche y miró el reloj de su muñeca. “Son las doce y seis minutos pasados de la media,” dijo él. “llegas un poco tarde, ¿no?” “Lo sé. Esos horribles trenes. Tía Maude te manda su amor como de costumbre. Necesito una bebida. ¿y tú?” Su marido dobló el periódico con esmero y fue hacia el mueble de las bebidas. Su esposa se quedó en el centro de la habitación, observándolo cuidadosamente, deseando saber cuánto tiempo debería esperar. Él estaba de espaldas a ella ahora, inclinado hacia delante midiendo la bebida. Él estaba levantado su cara más cerca del medidor y mirándolo como si fuera la boca de un paciente. “Mira lo que he comprado para medir las bebidas,” dijo él, sosteniendo un vaso medidor. “puedo conseguir hasta la gota más cercana con esto.” “Querido, qué listo.” Realmente debo intentar hacerle cambiar su forma de vestir, se dijo a si misma. Sus trajes son demasiados simples. Hubo un tiempo cuando ella pensaba que eran maravillosos, esas chaquetas pasadas de moda y pantalones de rayas, pero ahora simplemente parecían simples. Tú tenías que tener un tipo especial de cara para ponerte cosas como esas, y Cyril no la tenía. Era un hecho que en la consulta él siempre saludaba a pacientes femeninas con su bata blanca desabrochada así que podían ver su ropa; de alguna forma extraña esto significaba dar la idea de que él era un poco el hombre de las mujeres. Pero Mrs Bixby lo sabía bastante bien. No significaba nada. “Gracias, querido,” dijo ella, cogiendo la bebida y sentándose en un sillón con su bolso sobre sus rodillas. “¿Qué hiciste anoche?.” “Me quedé en la oficina e hice algo de trabajo. Actualicé mis cuentas.” “Ahora, realmente, Cyril es hora de que le dejes a otras personas que hagan tu papeleo por ti. Eres demasiado importante para ese tipo de cosas.” “Prefiero hacerlo todo por mi mismo.” “Lo sé, querido, y creo que es maravilloso. Pero no quiero que te gastes demasiado. ¿Por qué no hace la mujer de Pulteney las cuentas? Eso es parte de su trabajo ¿no?” “Ella lo hace. Pero primero yo tengo que decidir los precios. Ella no sabe quién es rico o no.” “La bebida está perfecta,” dijo Mrs Bixby, dejando su baso sobre la mesa. “Bastante perfecta.” Ella abrió su bolso como si buscara algo. “Oh, mira,” gritó ella, viendo el ticket. “Olvidé ensañarte esto. Lo encontré en el asiento del taxi. Tiene un número, y creí que debía tener algo valioso, así que lo guardé.” Ella le alargó el pequeño trozo de papel a su marido, quien lo cogió en sus dedos y empezó a examinarlo de cerca, como si fuera un problema dental. “¿Sabes qué es esto?” dijo él despacio.

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Centro de Estudios GARVAYO “No, querido.” “Es un ticket de un empeño.” “¿Un qué?” “Un ticket de una casa de empeños. Aquí está el nombre y la dirección de la tienda.” “Un querido, estoy decepcionada. Esperaba que tal vez fuera un ticket para una carrera de caballo o algo.” “No hay razón para estar decepcionada,” dijo Cyril Bixby. “El hecho es que esto podría ser bastante entretenido.” “¿Por qué podría ser entretenido, querido?” Él empezó a explicarle a ella exactamente como funcionaba el ticket de un empeño y particularmente que cualquiera que poseyera el ticket podría reclamar lo que fuera. Ella escuchó pacientemente hasta que terminó. “Tú crees que es algo valioso?” preguntó ella. “Creo que es valioso averiguar qué es. Ves esta figura de 50 dólares que hay escrito aquí? ¿Sabes qué significa?” “No querido, ¿qué significa?” “Significa que la cosa en cuestión es casi cierto que es algo bastante valioso.” “quieres decir que será algo de 50 dólares?” “Más como 500.” “500.” “¿No entiendes?” dijo él. “Un prestamista nunca te da más del 10% del valor real.” “cielos. Nunca supe eso.” “Hay muchas cosas que no sabes, querida. Ahora escúchame. Como no hay ni nombre ni dirección del propietario...” “Pero seguramente haya algo que diga a quién pertenece.” “No. La gente lo hace a menudo. No quieren que nadie sepa que han estado en un prestamista. Se avergüenzan de ello.” “Entonces ¿crees que podemos conseguirlo?” “Por supuesto que sí. Ahora es nuestro ticket.” “Querrás decir mi ticket,” dijo Mrs Bixby firmemente. “Yo lo encontré.” “Mi querida chica, ¿qué ocurre? Lo importante es que ahora nosotros estamos en posición de ir y reclamar a cualquier ahora por tan solo 50 dólares. ¿qué piensas?” “Oh, qué gracia,” dijo ella. “Creo que es muy excitante, especialmente porque no sabemos qué es. Podría ser cualquier cosa ¿no? Cyril.” “Ciertamente podría ser, aunque casi parece ser un anillo o un reloj.” “Pero ¿no sería maravilloso si fuera algo realmente valioso?” “Aún no podemos saber qué es, querida. Tal solo tenemos que esperar y ver.” “Creo que es maravilloso. Dame el ticket y yo iré rápidamente el lunes por la mañana temprano y lo averiguaré.” “Creo que sería mejor que lo hiciera yo.” “Oh, no. Déjame hacerlo a mí,” “No creo. Lo recogeré de camino al trabajo.” “Pero es mi ticket. Por favor déjame a mí, Cyril. ¿Por qué tienes tú todo lo divertido?” “Tú no conoces a estos prestamistas, mi querida. Podrías ser timada.” “No seré estafada, honestamente, no. Dame el ticket, por favor.” “También tienes que tener 50 dólares,” dijo él sonriendo. “tienes que pagar 50 dólares en caja antes de que te lo den.” “Tengo eso,” dijo ella. “Creo.” “Preferiría que no lo tuvieras tú, si no te importa.” “Pero, Cyril, yo lo encontré. Cualquier cosa que sea, es mía, ¿no?” “Por supuesto que es tuyo, querida. No hay necesidad de molestarse por ello.” “No. Tan solo estoy excitada, eso es todo.” “Supongo que no has pensado que tal vez sea algo particularmente masculino. No solamente las mujeres van a los prestamistas.” “En ese caso, te lo daré por Navidad,” dijo Mrs Bixby generosamente. “Con cariño. Pero si es una cosa de mujer, lo quiero para mí. ¿estamos de acuerdo?” “Eso suena muy bien. ¿Por qué no vienes conmigo a recogerlo?” Mrs Bixby estaba apunto de decir que sí, pero se paró justo a tiempo. Ella no tenía el deseo de ser saludada como una vieja cliente por el prestamista en presencia de su marido. “No. No creo que vaya. Será mucho más excitante si me quedo aquí y espero. Oh, espero que no sea algo que nosotros no queramos.”

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Centro de Estudios GARVAYO “Aquí tienes un punto,” dijo él. “Si yo no creo que su valor sea de 50 dólares, no lo cogeré.” “Pero dijiste que sería de un valor de 500.” “Estoy bastante seguro. No te preocupes.” “Oh, Cyril. Apenas puedo esperar. ¿no es excitante?” “Es gracioso,” dijo él, dejando el ticket en el bolsillo de su chaqueta. “No hay duda sobre eso.” El lunes por la mañana llegó al final, y después de desayunar Mrs Bixby siguió a su marido a la puerta y le ayudó con su abrigo. “No trabajes demasiado, querido,” dijo ella. “¿En casa a las 6?” “Eso espero.” “¿Vas a tener tiempo de ir al prestamista?” preguntó ella. “Por Dios, lo olvidé. Cogeré un taxi e iré ahora. De camino.” “¿No has perdido el ticket, verdad?” “No creo,” dijo él, notándolo en el bolsillo de su chaqueta. “No, aquí está.” “Y tienes suficiente dinero.” “Sí.” “Querido,” dijo ella, acercándose a él y atirantando su corbata, la cual estaba perfecta. “Si parece ser algo bonito, algo que tú creas que me gustaría, ¿me llamarás tan pronto como llegues a la oficina?” “Si quieres que lo haga, sí.” “Ya ves, creo que será algo para ti, Cyril, me gustaría mucho más que fuera para ti que para mí.” “Eso es muy generoso por tu parte, querida. Ahora debo darme prisa.” Alrededor de una hora más tarde, cuando el teléfono sonó, Mrs Bixby cruzó la habitación tan rápido que tuvo el teléfono antes de que terminara el primer timbre. “Lo tengo,” dijo él. “Lo tienes. Oh, Cyril, ¿qué era? ¿era algo bueno?” “Bueno,” gritó él. “Es maravilloso. Espera a verlo. Te desmayarás.” “Querido ¿qué es? Dímelo rápidamente.” “Eres una chica afortunada, eso es lo que eres.” “Entonces ¿es para mí?” “Por supuesto que es para ti, aunque no puedo entender cómo el prestamista solamente pagó 50 dólares por ello. Alguien loco.” “Cyril, dímelo. No puedo resistir.” “Te volverás loca cuando lo veas.” “¿Qué es?” “Intenta averiguarlo.” Mrs Bixby hizo una pausa. Ten cuidado, se dijo ella a si misma. Ten cuidado ahora. “Un anillo con un diamante,” dijo ella. “Fallo.” “¿Qué es entonces?” “Te ayudaré. Es algo que puedes ponerte.” “¿Algo que puedo ponerme? ¿Quieres decir un sombrero?” “No no es un sombrero,” dijo él, riéndose. “Cyril, ¿por qué no me lo dices?” “Porque quiero que sea una sorpresa. Lo llevaré a casa esta noche.” “No,” gritó ella. “Voy a ir ahora mismo para allá.” “Preferiría que no lo hicieras.” “No seas tonto, querido. ¿Por qué no debería ir?” “Porque estoy demasiado ocupado. Ya llevo media hora de retraso.” “Entonces iré a la hora de comer, ¿de acuerdo?” “No tengo ahora para comer. Oh, bien, ven a las 1.30, mientras que me tomo un sándwich. Adiós.” A las 1.30 exactamente, Mrs Bixby llegó al lugar de trabajo de Mr Bixby y llamó al timbre. Su marido, con su bata blanca de dentista, abrió la puerta. “Oh, Cyril, estoy tan excitada.” “Debería de estarlo. Eres una chica afortunada, ¿sabías eso?” él la dejó pasar por el pasillo y dentro de su habitación. “Vete y almuerza, Miss Pulteney,” le dijo él a su secretaria, que estaba ocupada quitando los instrumentos de en medio. “Puedes terminar cuando vuelvas.” Él esperó hasta

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Centro de Estudios GARVAYO que la chica se había ido, entonces él anduvo hacia un armario que él usaba para colgar su ropa y se quedó enfrente de él, señalando con el dedo. “Está ahí dentro,” dijo él. “Ahora – cierra los ojos.” Mrs Bixby hizo lo que le dijo. Entonces ella cogió aire y lo mantuvo, y en el silencio que le siguió, ella pudo oírlo abriendo la puerta del armario, y hubo un sonido suave mientras que él sacaba algo entre las otras cosas colgadas. “De acuerdo, puedes mirar.” “No quiero hacerlo,” dijo ella riendo. “Vamos, echa un vistazo.” Ella abrió un ojo, justo lo necesario para darle un tono oscuro de misterio al hombre que estaba allí con su bata blanca cogiendo algo en el aire. “Visón. Verdadero visón,” dijo él. Con el mágico sonido de la palabra ella abrió sus ojos rápidamente, y al mismo tiempo ella realmente empezó a echarse hacia delante para coger el abrigo en sus brazos. Pero no habia abrigo. Tan solo había un estúpido trozo de piel lo que cogió de los brazos de su marido. “Tan solo míralo,” dijo él, moviéndolo delante de la cara de ella. Mrs Bixby se puso la mano en la boca y se echó hacia atrás. Yo a gritar, se dijo ella a si misma. Lo sé. Voy a gritar. “¿Qué ocurre querida? ¿No te gusta?” él dejó de mover la piel y se quedó mirándola, esperando que dijera algo. “por qué sí,” dijo ella despacio. “Yo... yo.. creo, es maravilloso... realmente maravilloso.” “Te ha cortado la respiración durante un momento, ¿no?” “Sí.” “Muy buena calidad,” dijo él. “También un color maravilloso. ¿Sabes cuánto costaría en una tienda? 200 o 300 dólares por lo menos.” “No lo dudo.” Había dos pieles, dos pieles estrechas que parecían sucias con sus cabezas y una pequeña pata. Una de ellas tenía el final en la boca de la otra, mordiéndola. “Aquí,” dijo él, “pruébatelo.” Él se inclinó y se lo puso alrededor de su cuello, después se echó un paso hacia atrás para admirarlo. “Es perfecto. Realmente te queda bien. No todo el mundo tiene un visón, querida.” “No.” “Es mejor que lo dejes en casa cuando vayas a comprar o todos creeránque somos ricos y empezarán a cobrarnos más.” “Intentaré recordarlo, Cyril.” “Siento que no debas esperar algo más por Navidad. 50 dólares era más de lo que yo iba a gastarme.” Él se fue y fue al lavabo y empezó a lavarse sus manos. “Ve y cómprate algo agradable para comer, querida. Me gustaría ir contigo, pero tengo a un hombre mayor Gorman en la sala de espera. Hay un problema con su diente postizo.” Mrs Bixby se fue hacia la puerta. Voy a matar a ese prestamista, se dijo ella a si misma. Ahora mismo voy a ir allí a la tienda y le voy a tirar este trozo de piel sucia a la cara, y si él rechaza devolverme mi abrigo lo voy a matar. “¿Te dije que voy a llegar tarde a casa esta noche?” dijo Cyril Bixby, aún lavándose las manos. “Probablemente al menos serán las 8.30 si las cosas siguen como hasta el momento. Tal vez sean las 9.” “Sí, de acuerdo. Adiós.” Mrs Bixby se fue, golpeando la puerta la cerrarla. En ese momento, Miss Pulteney, la secretaria, salió al pasillo de camino a almorzar. “¿NO es un día maravilloso?” dijo Miss Pulteney mientras que andaba, soltando una sonrisa. Ella andaba de una forma orgullosa y segura, y parecía una reina, justo exactamente como una reina con su maravilloso abrigo de visón negro que el Coronel le había dado a Mrs Bixby. El camino al cielo Toda su vida, Mr Foster había tenido demasiado miedo a perder el tren, un avión, un barco o incluso el comienzo de una obra que su miedo era casi una enfermedad. En otros

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Centro de Estudios GARVAYO aspectos, ella no era una mujer nerviosa particularmente, pero tan solo la idea de retrasarse en ocasiones como estas la llevarían a un terrible estado. Como resultado, un pequeño músculo en el extremo de su ojo izquierdo empezaría a temblar. No era mucho, pero esa molesta cosa era eso que el problema rechazaba a desaparecer hasta una hora o así después de que el tren o avión – cualquier cosa que fuera – había sido cogida. Es realmente extraño como en ciertas personas un simple miedo sobre algo como coger un tren puede producir una seria ansiedad. Al menos media hora antes de que fuera hora de dejar la casa para ir a la estación, Mrs Foster estaría lista para irse, y entonces, mientras que ella era incapaz de sentarse, ella se movería de una a otra habitación hasta que su marido, que debía haber sabido sobre su estado, finalmente se unía a ella y sugería con una fría y seca voz que tal vez sería mejor que se fueran, ¿o no?. Mr Foster tal vez ha tendido el derecho a estar molesto por la tonta enfermedad de su esposa, pero él no podría haber tenido la excusa para incrementar su ansiedad por hacerla esperar innecesariamente. No, por supuesto, ciertamente eso es lo que él hacía, pero en cualquier momento que iban a cualquier sitio, su puntualidad no era exacta – tan solo 1 o 2 minutos más tarde, ya entiendes – y su manera tan calmada que era difícil duro creer que él no estaba causando a propósito un dolor en su infeliz mujer. Él debería haber sabido que ella nunca quería llamarlo y decirle que se diera prisa. Él la había entrenado a ella muy bien para eso. Él también debería haber sabido que si él estaba preparado para esperar tan solo un poco más que lo sabido, él podría hacerla casi una loca. En una o dos especiales ocasiones en los últimos años de su vida matrimonial, parecía casi como si él hubiera deseado perder el tren, simplemente para incrementar el sufrimiento de su pobre mujer. Si el marido era culpable, lo que hacía su comportamiento doblemente irracionable era el hecho de que, con la excepción de esta pequeña debilidad, Mrs Foster era, y siempre había sido, una buena y amada esposa. Durante alrededor de 30 años, ella lo había servido lealmente y bien. No había duda sobre esto. Incluso ella lo sabía, y aunque ella había rechazo durante años a dejarse a si misma a creer que Mr Foster jamás conscientemente la heriría, habia habido ocasiones recientemente cuando ella había llegado a pensarlo. Mr Eugene Foster, que casi tenía 70 años, vivía con su esposa con un casa en la sexta planta en New York City, en la calle East 62, y tenía 4 sirvientes. Era un lugar oscuro e infeliz, y poca gente venía a visitarlos. Pero en esta particular mañana de enero, la casa había tenido vida y había una gran cantidad de movimiento. Un sirviente estaba dejando pilas de sábanas sucias en cada habitación, mientras otro estaba cubriendo los muebles con ellas. El mayordomo estaba bajando maletas y poniéndolas en la entrada. El cocinero venía desde la cocina para tener unas palabras con el mayordomo, y Mrs Foster por si misma, con un abrigo de piel pasado de moda y un sombrero negro, iba de una habitación a otra y pretendiendo organizar estas operaciones. Realmente, no estaba pensando en nada excepto en el hecho de que iba a perder el avión si su marido no salía de su despacho pronto y se preparaba. “¿Qué hora es, Walker?” le preguntó al mayordomo cuando lo pasaba. “Las 9 y 10, señora.” “Y ¿ha venido el coche?” “Sí, señora, está esperando. Justo ahora voy a colocar el equipaje.” “Se tarda una hora en llegar al aeropuerto,” dijo ella. “Mi avión sale a las 11. Tengo que estar allí media hora antes para facturar. Llegaré tarde. Tan solo sé que voy a llegar tarde.” “Creo que tienes mucho tiempo, señora,” dijo el mayordomo amablemente. “Yo advertí a Mr Foster que debías iros a 9.15. Aún quedan otros 5 minutos.” “Sí, Walker, lo sé. Pero mete el equipaje rápido, por favor.” Ella empezó a andar de un lado para otro de la entrada, y en cualquier momento que venía el mayordomo, le preguntaba la hora. Esto, siguió diciéndose a si misma, era el avión que ella no debía perder. Le habia llevado meses persuadir a su marido que la dejara ir. Si ella lo perdía, él tal vez decidiera que ella debería olvidarlo todo. Y el problema era que él estaba decidido a ir al aeropuerto con ella para despedirla. “Por Dios,” dijo ella en voz alta. “Voy a perderlo. Lo sé, sé que voy a perderlo.” El pequeño músculo junto a su ojo izquierdo estaba ahora temblando violentamente. Los ojos estaban cerca de llorar. “¿Qué hora es, Walker?” “Y 18 minutos, señora.” “Ahora realmente lo perderé,” gritó ella. “Oh, desearía que él viniera.”

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Centro de Estudios GARVAYO Este era un importante viaje para Mrs Foster. Ella iba a ir sola a Paris a visitar a su hija, su única hija, que estaba casada con un francés. A Mrs Foster no le gustaba mucho el francés, pero estaba orgullosa de su hija, y más que eso, ella había desarrollado un gran deseo de ver a sus 3 nietos. Ella solamente los conocía por las muchas fotos que había recibido y que ella guardaba por toda la casa. Eran guapos, estos niños. Ella los quería, y cada vez que llegaba una nueva foto, ella la cogía y se sentaba con ella a examinarla durante mucho tiempo, examinándola con cariño y buscando en las pequeñas caras señales de esa vieja satisfacción de la sangre que significa tanto. Y ahora, recientemente, ella cada vez sentía más que realmente no deseaba terminar sus días en un lugar donde ella no pudiera estar cerca de estos niños, y dejarlos visitarla, y llevarlos a pasear, y comprarles regalos, y verlos crecer. Ella sabía, por supuesto, que esto no estaba bien y de una forma desleal tener pensamientos como esos mientras que su marido estaba aún vivo. También sabía que aunque él no llevaba negocios, nunca él estaría de acuerdo en dejar Nueva York y vivir en París. Era extremadamente sorprendente que él jamás hubiera estado de acuerdo en dejarla volar allí sola durante 6 semanas para visitarlos. Pero, oh, cómo deseaba ella podiera vivir allí siempre, y estar cerca de ellos. “Walker, ¿qué hora es?” “Y 22 minutos, señora.” Mientras que él hablaba, una puerta se abrió y Mr Foster entró en la entrada. Se quedó de pie durante un momento, observando cuidadosamente a su esposa, y ella lo miró a él – a este pequeño pero atractivo viejo hombre con una larga barba. “Bien,” dijo él. “supongo que tal vez sería mejor que nos fuéramos pronto si quieres coger ese avión.” “Sí, querido, todo está listo. El coche está esperando.” “Eso está bien,” dijo él. Con su cabeza hacia un lado, él la observaba de cerca. “Aquí está Walker con tu abrigo, querido. Póntelo,” dijo ella. “Estaré contigo en un momento,” dijo él. “Tan solo voy a lavarme las manos.” Ella lo esperó, y el alto mayordomo se quedó detrás de ella, cogiendo el abrigo y el sombrero. “Walker, ¿lo perderé?” “No, señora,” contestó el mayordomo. “Creo que lo cogerás a tiempo.” Después Mr Foster apareció de nuevo, y el mayordomo le ayudó a ponerse su abrigo. Mrs Foster corrió fuera y se subió al coche. Su marido vino detrás de ella, pero él bajaba los escalones despacio, parándose a medio camino para mirar al cielo y respirar el frío aire de la mañana. “Hay un poco de niebla,” dijo él mientras que se sentaba junto a ella. “y siempre está peor allí en el aeropuerto. No me sorprendería si el vuelo no puede despegar.” “No digas eso, querido – por favor.” Ellos no hablaron de nuevo hasta que el coche había cruzado el río a Long Island. “Lo arreglé todo con los sirvientes,” dijo Mr Foster. “Hoy todos se van. Les di la mitad del sueldo para seis semanas y le dije a Walker que le escribiré a él cuando queramos que vuelvan.” “Sí,” dijo ella. “Me lo dijo.” “Iré al club esta noche. Será un cambio bonito, estar en el club.” “Sí, querido. Te escribiré.” “Iré a la casa ocasionalmente para ver que todo está bien y recoger el correo.” “Pero ¿no crees realmente que Walker debería estar allí todo el tiempo para cuidar de todo?” preguntó ella nerviosa. “Tonterías. Es bastante innecesario. Y tendría que pagarle el salario completo.” “Oh, sí, por supuesto.” “Lo que es más, nunca sabes lo que la gente hace cuando se les deja sola en una casa, “ anunció Mr Foster, y con eso él sacó un cigarro y lo encendió con un encendedor de oro. Ella estaba sentada quieta en el coche, con sus manos cogidas juntas tirantes. “¿Me escribirás?” preguntó ella. “Ya veré,” dijo él. “Pero lo dudo. Sabes que no me gusta escribir cartas a menos que haya algo en particular que contar.” “Sí, querido, lo sé. Así que no te preocupes.” Ellos condujeron, y mientras se acercaban a la tierra plana donde el aeropuerto fue construido, la niebla empezaba a espesarse y el coche tuvo que reducir. “Oh, querido,” gritó Mrs Foster. “Estoy segura que voy a perderlo. ¿Qué hora es?”

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Centro de Estudios GARVAYO “Deja de preocuparte,” dijo el viejo hombre. “No importa. Ellos nunca vuelan con este tipo de clima. No sé por qué saliste.” Ella no podría estar segura, pero le parecía que de pronto hubo una nueva nota en su voz, y ella se volvió para mirarlo. Era difícil darse cuenta de cualquier cambio en su expresión debajo de todo ese pelo. “Por supuesto,” siguió él, “si por cualquier cambio se va, entonces estoy de acuerdo contigo – ciertamente lo perderás ahora. ¿Por qué no te haces a la idea?” ella se volvió y miró por la ventana la niebla. Parecía hacerse más espesa la niebla conforme avanzaban por la carretera, y ahora ella solamente podía ver el principio de la carretera. Ella sabía que los ojos de su marido estaban aún en ella. Ella lo miró otra vez, y esta vez una ola de terror pasó por ella cuando ella se dio cuenta de que sus ojos estaban pegados en un pequeño sitio en la esquina de su ojo donde ella podía notar el músculo temblar. “¿Lo harás?” dijo él. “Haré ¿qué?” “Estar segura de que lo perderás ahora si se va. No podemos conducir más deprisa con esta niebla.” Él no le habló más a ella después de eso. El coche siguió conduciendo despacio. El conductor tenía una luz amarilla dirigida directamente a la carretera, y esto le ayudaba a seguir. Otras luces, algunas blancas y otras amarillas, seguían saliendo de la niebla hacia ellos, y había un brillo especial que lo seguía de cerca por detrás muy de cerca. De repente el conductor paró el coche. “Allí,” gritó Mr Foster. “Estamos clavados. Lo sabía.” “No, señor,” dijo el conductor volviéndose. “Este es el aeropuerto.” Sin una palabra, Mrs Foster salió y corrió por la entrada principal al edificio. Había una multitud de gente dentro, la mayoría pasajeros infelices de pie alrededor de la caja de tickets. Ella pasó por medio y le habló a la cajera. “Sí,” dijo él. “Tu vuelo ha sido retrasado. Pero por favor no se aleje. Estamos esperando que este tiempo se aclare en cualquier momento.” Ella volvió con su marido, que aún estaba sentado en el coche, y le dijo a él las noticias. “Pero no esperes querido,” dijo ella. “No tiene sentido.” “No lo haré. Tan pronto como el conductor me pueda llevar de vuelta. ¿Puede llevarme de vuelta, conductor?” “Eso creo,” dijo el hombre. “¿Está fuera el equipaje?” “Sí, señor.” “Adiós, querido,” dijo Mrs Foster, inclinándose hacia el coche y dándole a su marido un pequeño beso en la piel rugosa gris de su mejilla. “Adiós,” contestó él. “Ten un buen viaje.” El coche se alejó, y Mrs Foster se quedó sola. El resto del día fue como un mal sueño. Ella se sentó hora tras hora en un asiento cercano al mostrador de vuelo, y cada 30 minutos o así ella se levantaba y le preguntaba a la cajera si la situación había cambiado. Ella siempre recibía la misma contestación – que debía seguir esperando, porque la niebla tal vez desapareciera en cualquier momento. No fue hasta después de las 6 de la tarde cuando se anunció que el vuelo había sido retrasado hasta las 11 de la mañana siguiente. Mrs Foster no sabía qué hacer cuando ella oyó esta noticia. Ella se quedó sentada en su asiento durante al menos otra media hora, deseando saber, en poco tiempo, donde debía pasar la noche. Ella odiaba abandonar el aeropuerto. Ella no quería ver a su marido. A ella le asustaba que de una forma u otra él, al final, intentaría prevenirla para ir a Francia. A ella le hubiera gustado quedarse donde estaba, sentada toda la noche. Eso sería lo más seguro. Pero ya estaba muy cansada, pero no tardó mucho tiempo en darse cuenta que esto era una cosa tonta para una mujer mayor. Así que al final fue a un teléfono y llamó a la casa. Su marido, que estaba a punto de irse al club, contestó. Ella le dijo las noticias, y preguntó si estaban o no aún los sirvientes. “Se han ido todos,” dijo él. “En ese caso, querido, reservaré alguna habitación en algún sitio para la noche. Y no te preocupes por nada.” “Eso es una tontería,” dijo él. “tienes una gran casa aquí. Úsala.” “Pero querido está vacía.”

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Centro de Estudios GARVAYO “Entonces me quedaré contigo.” “No hay comida en la casa. No hay nada.” “Entonces come antes de venir. No seas una mujer estúpida. Con todo lo que haces parece que quieres hacer un problema.” “Sí. Lo siento. Me tomaré un sándwich aquí, y después iré a casa.” Fuera, la niebla se había aclarado un poco, pero aún habia mucha, despacio en un taxi se fue, y no llegó a la casa de la calle 62 hasta bastante tarde. Su marido salió de su despacho cuando él la oyó entrar. “Bien,” dijo él quedándose en la puerta, “¿qué tal París?” “Nos vamos a las 11 de la mañana,” contestó ella, “es definitivo.” “Querrás decir si se quita la niebla.” “Ahora se está aclarando. Está haciendo viento.” “Pareces cansada. Debes haber tenido un día muy angustiado.” “No fue muy cómodo. Creo que iré directa a la cama.” “He pedido un coche para mañana,” dijo él. “A las 9.” “Oh, gracias querido. Y ciertamente espero que no vayas a meterte en el problema de ir conmigo para ver como me voy.” “No. No creo que lo haga. Pero no hay razón para que no me dejes en el club de camino.” Ella lo miró, y en ese momento, él pareció estar bastante lejos de ella. De repente él era pequeño y estaba tan lejos que ella no podía estar segura de lo que él estaba haciendo, o en qué estaba pensado, o incluso qué era. “El club está en el centro de la ciudad. No de camino al aeropuerto.” “Pero tendrás mucho tiempo, mi querida. ¿No quieres dejarme en el club?” “Sí, por supuesto.” “Eso está bien. Entonces te veré por la mañana a las 9.” Ella subió a su habitación de la segunda planta, y ella estaba tan cansada que se quedó dormida enseguida después de tumbarse. A la mañana siguiente, Mrs Foster se levantó temprano, y sobre las 8.30 ella estaba abajo y lista para irse. Por después de las 9, su marido apareció. “¿Hiciste café?” preguntó él. “No querido. Pensé que tomarías un desayuno más agradable en el club. El coche está aquí. Está esperando. Estoy lista para irme.” Ellos estaban en la entrada – parecía que se reunían en la entrada estos últimos días. “¿Tu equipaje?” “Está en el aeropuerto.” “Ah, sí,” dijo él. “Por supuesto. Y si me vas a llevar primero al club, supongo que sería mejor irnos pronto, ¿no?” “Sí, por favor.” “Tan solo voy a coger un paquete de cigarrillos. Estaré contigo en un momento. Entra en el coche.” Ella se volvió y salió donde estaba el conductor, y él abrió la puerta del coche para ella. “¿Qué hora es?” le preguntó ella. “Alrededor de las 9.15” Mr Foster salió 5 minutos más tarde, y mirándolo conforme bajaba los escalones despacio, ella notó que sus piernas eran como las patas de una cabra con esos pantalones anchos que llevaba. Como el día anterior, él se paró a medio camino de los escalones para oler el aire y examinar el cielo. El tiempo no estaba aún bastante claro, pero habia un poco de sol forzándose su camino a través de la niebla. “Tal vez tengas suerte esta vez,” dijo él mientras que se sentaba junto a ella en el coche. “De prisa, por favor,” le dijo ella al conductor. “Por favor arranca el coche. Llego tarde.” “Un momento,” dijo Mr Foster de repente. “Espera un momento, conductor.” “¿Qué es querido?” Ella lo vio registrándose los bolsillos de su abrigo. “Tengo un pequeño regalo que quiero que le lleves a Ellen,” dijo él. “Ahora ¿Dónde está? Estoy seguro de que lo tenía en mi mano cuando venía.” “Nuca te he visto llevar nada. ¿Qué tipo de regalo?”

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Centro de Estudios GARVAYO “Una pequeña caja envuelta en papel blanco. Se me olvidó dártelo ayer. No quiero olvidar dártelo hoy.” “Una pequeña caja. Nunca vi ninguna pequeña caja.” Su marido continuó buscándose en los bolsillos de su abrigo. Después se desabrochó el abrigo y miró alrededor de su chaqueta. “Debo haberlo dejado en mi dormitorio. Será un momento.” “Oh, por favor,” dijo ella. “No tenemos tiempo. Por favor déjalo. Puedes enviárselo. Solo será uno de esos peines en cualquier caso. Siempre le estás dando peines.” “Y ¿qué ocurre con los peines, pregunto?” dijo él enfadado porque ella hubiera perdido su temperamento por una vez. “Nada querido. Estoy segura. Pero...” “Quédate aquí,” continuó él. “Voy a cogerlo.” “Rápido querido, por favor.” Ella se quedó quieta sentada esperando. “Conductor, ¿qué hora es?” El hombre miró su reloj, “casi las 9.30.” “¿Podemos llegar en una hora al aeropuerto?” “Más o menos.” En este momento, Mrs Foster de repente vio la esquina de algo blanco en el asiento en el lado donde había estado sentado su marido. Ella lo cogió y sacó una pequeña caja envuelta en papel arrugado, y en ese momento ella no podía ayudar a darse cuenta que esta clavado allí muy firmemente y hondo, como si con la ayuda de la mano tiraba. “Aquí está,” gritó ella. “Lo he encontrado. Y ahora se qeudará allí, buscándolo. Conductor, rápidamente – corre dentro y llámalo para que baje, por favor.” Al conductor no le apetecía mucho pero se salió del coche y subió los escalones de la puerta delantera. Después se dio la vuelta y volvió. “La puerta está cerrada,” dijo “¿Tiene llave?” “Sí – espera un minuto,” ella empezó a buscar en su bolso. Su pequeña cara era tensa e intranquila. “Aquí está. No – iré yo misma. Será más rápido. Sé donde estará él.” Ella salió deprisa del coche y subió las escaleras hacia la puerta, metió la llave en la cerradura, y estaba apunto de girarla – y entonces paró. Su cara se elevó, y ella se quedó completamente quieta. Ella esperó – 5, 6, 7, 8, 9,10 segundos. Desde donde ella estaba, parecía como si estuviera escuchando un sonido que ella había oído antes de dentro de un lugar de la casa. Sí – bastante claro que ella estaba escuchando. Ella parecía que realmente estaba acercando sus orejas cada vez más a la puerta. Ahora estaba justo contra la puerta, y durante otros cuantos segundos ella se quedó en esa posición, con la cabeza en algo, con la oreja en la puerta, con la llave en la mano, para entrar pero sin entrar, intentando en su lugar, o así lo parecía, oir estos ruidos que venían de algún lugar profundo dentro de la casa. Entonces, de repente, ella volvió otra vez a la vida. Ella sacó la llave de la cerradura y bajó corriendo las escaleras. “Es demasiado tarde,” le dijo al conductor. “NO puedo esperarlo, simplemente no puedo. Perderá el avión. De prisa, ahora, conductor, al aeropuerto.” El conductor, si hubiera estado observándola de cerca, tal vez hubiera notado que se cara se había puesto blanca y que su expresión había cambiado de repente. No había más que una mirada tierna y tonta. Una extraña dureza se había asentado en sus facciones. La pequeña boca era ahora tirante y fina, los ojos brillantes, y la voz, cuando ella habló, llevaba una nueva nota de decisión. “De prisa, conductor.” “¿No va tu marido contigo?” preguntó el hombre, sorprendido. “Ciertamente no. Tan solo iba a dejarlo en el club. No te quedes ahí sentado hablando. Vayámonos. Tengo que coger un avión para París.” El hombre condujo rápido durante todo el camino, y ella cogería su avión. Pronto ella estaba subida en el Atlantic, sentada cómoda en su asiento, escuchando el ruido de los motores, volando hacia París al fin. La nueva confianza aún estaba en ella. Ella se sentía extremadamente fuerte y, de una forma fuerte, maravillosa. Ella se había quedado un poco sin respiración con todo esto, pero esto era más chocante que lo que jamás había hecho, y mientras que el avión se alejaba cada vez más de Nueva York y la calle 62 East, un gran sentido de calma empezó a asentarse en ella. En el momento que llegó a París, ella era tan fuerte, fría y calmada como podía desear.

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Centro de Estudios GARVAYO Se encontró con sus nietos, y eran más guapos que en las fotos. Todos los días los llevaba a pasear, les daba pasteles, y les compraba regalos, y le contaba historias. Una vez a la semana, los martes, ella escribía una carta a su marido – una carta bonita y larga – llena de noticias que siempre terminaban con las palabras “Ahora asegúrate de tomar tus comidas regularmente, querido, aunque esto es algo de lo que tengo miedo que tal vez no lo estés haciendo cuando no estoy contigo.” Cuando pasaron las 6 semanas, todo el mundo estaba triste de que ella tuviera que volver a América, con su marido. Todo el mundo, excepto ella. Sorprendentemente, a ella parecía no importarle tanto como uno quizá hubiera esperado, y cuando ella los besó a todos en la despedida, hubo algo en su manera y en las cosas que dijo que pareció dejar abierta la posibilidad de volver en no un futuro muy lejano. Pero, como buena esposa que era, no se quedó más tiempo del planeado. Exactamente seis semanas después de que llegara, mandó un mensaje a su marido y cogió el avión de vuelta a Nueva York. A la llegada al aeropuerto de Nueva York, Mrs Foster estaba interesada en encontrar que no había un coche para recogerla. Es posible que ella tal vez hubiera estado un poco molesta. Pero estaba extremadamente calmada y no le dio mucho dinero al hombre que la ayudó con su equipaje al taxi. Nueva York era más frío que París, y había montañas de nieve sucias en las calles. El taxi paró delante de la casa de la calle 62, y Mrs Foster persuadió al conductor a que le llevara las dos maletas a lo alto de las escaleras. Después le pagó y llamó al timbre. Ella esperó, pero no hubo respuesta. Tan solo para asegurarse, ella lo intentó otra vez, y podía oír el timbre sonar lejos en la cocina, en la parte trasera de la casa. Pero no venía nadie. Así que sacó la llave y abrió la puerta. La primera cosa que vio cuando entró fue un montón de correo en el suelo, donde habían caido después de ser echadas por el buzón. El lugar estaba oscuro y frío. Una sábana aún cubría el gran reloj. Habia un gran olor en el aire que nunca antes había olido. Ella anduvo rápidamente por la entrada y desapareció por un momento en la esquina a la izquierda, en la parte trasera. Habia algo de propósito en esta acción. Cuando volvió unos segundos más tarde, hubo una mirada de satisfacción en su cara. Ella hizo una pausa en el centro de la entrada, como si deseara saber qué hacer. Entonces, de repente, ella se volvió y fue hacia el despacho de su marido. En el escritorio encontró su agenda, y después de estar buscando en él durante unos minutos ella cogió el teléfono y marcó un número. “Hola,” dijo ella. “Escuche – este es el número 9, de al calle 62 East... sí, está bien. ¿Podría enviar a alguien tan pronto como sea posible? Sí, parece ser que se ha parado entre el 2º y el 3º piso. Al menos, creo... Oh, es muy amable por su parte. Mis piernas no están demasiado bien para subir muchas escaleras. Muchas gracias. Adiós. Ella dejó el teléfono y se sentó en el escritorio de su marido, pacientemente esperando al hombre que llegaría pronto para arreglar el ascensor. La pierna de cordero La habitación estaba templada y limpia, las cortinas estaban cerradas, las dos lámparas de mesa estaban encendidas – la suya y la de al lado de la silla vacía de enfrente. En la mesa de detrás de ella había dos vasos altos, algunas botellas y un cubo de hielo. Mary Maloney estaba esperando a su marido que viniera a casa de su trabajo. Una y otra vez ella levantaba la mirada para ver el reloj, pero sin ansiedad: simplemente quería agradarse a sí misma con la idea de que cada minuto que pasaba se acercaba la hora de que viniera su marido. Había una tranquila y cálida sonrisa en ella, y en todo lo que hacía. La postura de su cabeza mientras que se inclinaba a su costura era extrañamente tranquila. Su piel tenía una maravillosa claridad, aunque tan solo quedaban 3 meses antes de que su hijo naciera. Su boca era suave y sus ojos, con la nueva mirada de calma, parecían más grandes y oscuros que antes. Cuando el reloj daba las 5 menos 10, ella empezó a escuchar, y unos momentos más tarde, a la hora usual, oyó las ruedas del coche en el camino, la puerta del coche cerrándose, las pisadas pasando por la ventana, la llave en la cerradura. Se levantó y fue hacia él para besarlo cuando entrara. “Hola, querido,” dijo ella. “Hola,” contestó.

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Centro de Estudios GARVAYO Ella cogió su abrigo y lo colgó en el armario de la entrada. Después preparó las copas, una fuerte para él y una suave para ella; y pronto cuando ella estaba de vuelta en su silla con la costura, y él estaba en la de enfrente, cogiendo su vaso alto con ambas manos, y moviéndola elegantemente de forma que el hielo chocaba musicalmente contra los lados. Para ella, este fue siempre un momento maravilloso del día. Ella sabía que él no quería hablar mucho hasta que se terminaba su primera copa, y ella era feliz por sentarse tranquilamente; disfrutando de su compañía después de largas horas sola en la casa. A ella le encantaba sentir la presencia de este hombre y la calidad masculina que venía de él cuando estaban juntos a solas. Ella lo amaba por la forma en la que él se sentaba en la silla, por la forma en la que entraba por la puerta, o se movía despacio por la habitación. Le encantaba la mirada distante de sus ojos cuando descansaban en ella, la silueta graciosa de su boca, y especialmente la forma en que permanecia en silencio por su cansancio, sentado quieto hasta que el alcohol se llevara parte. “¿Cansado, querido?” “Sí. Estoy cansado.” Y mientras que él hablaba, hizo una cosa inusual. Levantó el vaso y lo vació de un solo sorbo aunque aún estaba a la mitad. Ella realmente no estaba observándolo, pero ella sabía lo que él había hecho porque oyó el hielo caer contra el fondo el vaso vacio cuando él bajó su brazo. Él hizo una pausa un momento, se inclinó hacia delante en su silla, después se levantó y fue despacio a servirse otra copa. “Yo te la pondré,” dijo ella, saltando. “Siéntate,” Cuando él volvió, ella se dio cuenta que la nueva copa estaba muy fuerte. Ella lo observó cuando empezó a beber. “Creo que es una vergüenza,” dijo ella, “que cuando un policía tiene tanta experiencia como tú tienes, le hagan caminar a pie todo el día.” Él no contestó, así que ella agachó su cabeza otra vez y siguió con su costura; pero cada vez que él levantaba su copa a sus labios, ella oía el hielo contra los lados del vaso. “Querido, ¿quieres que te traiga queso? No he preparado cena porque es jueves.” “No.” “Si estás demasiado cansado para salir a cenar, aún no es demasiado tarde. Hay un montón de carne y otras cosas en el congelador, y te lo puedo traer sin que te muevas de tu silla.” Sus ojos esperaron una respuesta, una sonrisa, o pequeño movimiento de su cabeza, pero no hizo ninguna señal. “Bien. Primero te traeré algo de queso y pan.” “No quiero,” dijo él. Ella se movió ansiosamente en su silla, sus grandes ojos aún observaban su cara. “Pero debes cenar. Fácilmente puedo hacerla aquí. Me gustaría hacerla. Podemos tomar cordero. O algo. cualquier cosa que quieras. Todo está en el congelador.” “Olvídalo.” “Pero, querido debes comer. Lo haré, y después puedes tomártelo o no, como quieras.” Ella se puso de pie y puso su costura en la mesa junto a la lámpara. “Siéntate,” dijo él. “Tan solo durante un minuto, siéntate.” No fue hasta entonces cuando ella empezó a tener miedo. “vamos, siéntate.” Ella se bajó despacio a su silla, observándolo todo el tiempo con esos grandes y confundidos ojos. Él se había terminado la 2ª copa y estaba mirando el vaso. “Escucha,” dijo él, “tengo algo que contarte.” “¿Qué es querido? ¿qué ocurre?” él se habia quedado completamente quieto, y seguía con la cabeza agachada de forma que la luz de la lámpara de su lado pasaba a través de la parte alta de su cara, dejando su barbilla y la boca en la sombra. Ella se dio cuenta de que habia un pequeño músculo moviéndose en la esquina de su ojo izquierdo. “Esto va a ser un poco chocante para ti, tengo miedo,” dijo él. “pero he pensado en ello de buena forma y he decidido que la única cosa a hacer es contártelo inmediatamente. Espero que no me culpes demasiado.” Y él le hablo a ella. No le llevó mucho tiempo, 4 o 5 minutos como mucho, y ella se sentó muy quieta pensando en ello, observándolo con sorpresa mientras que él se alejaba cada vez más de ella con cada palabra.

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Centro de Estudios GARVAYO “Así que eso es,” añadió él. “Y ahora es una mala época para contártelo, pero simplemente no habia otra forma. Por supuesto que te daré dinero y veré que estás cuidada. Pero no es necesario que haya problemas. Eso espero, en cualquier caso. No será muy bueno para mi trabajo.” Su primera reacción fue no creer nada de ello. Ella pensó que tal vez incluso él no había hablado, que ella misma se había imaginado todo. Tal vez, si ella siguiera con su vida normal y actuara como si ella no hubiera escuchado, después más tarde, cuando ella se despertara otra vez, tal vez encontrara que nada de eso había ocurrido. “Iré a por la cena,” trató de susurrar, y esta vez él no la paró. Cuando ella cruzó la habitación, no pudo notar sus pies tocando el suelo. No podia notar nada – excepto una ligera angustia. Ella lo hizo todo sin pensar. Fue abajo al congelador, metió la mano y cogió lo primero que se encontró. Lo sacó, y lo miró. Estaba envuelto en papel, así que quito el papel y lo miró otra vez. Una pierna de cordero De acuerdo, entonces, tomarían pierna de cordero para cenar. Lo subió, cogiendo el delgado hueso por su extremo con ambas manos, y cuando pasaba por el cuarto de estar, lo vió junto a la ventana de espaldas a ella, y ella se paró. “Ya te lo he dicho, ¿no?,” dijo él, oyéndola a ella, pero sin volverse. “No prepares cena para mí. Voy a salir.” En ese punto, Mary M simplemente anduvo detrás de él y sin ninguna pausa ella levantó la gran pata congelada de cordero en alto en el aire y lo bajó tan fuerte como ella pudo a la parte trasera de la cabeza de él. Tal vez lo hiciera tan bien el haberle pegado como con una barra. Ella se echó hacia atrás, esperando, y la extraña cosa era que él permaneció allí durante al menos 4 o 5 segundos. Después cayó al suelo. La violencia del golpe, el ruido, el volcarse la pequeña mesa, le ayudaron a ella a recobrarse del shock. Ella salió despacio, sintiendo frío y sorprendida, y se quedó durante unos minutos, mirando el cuerpo, quieta con la pieza de carne cogida con ambas manos. De acuerdo, se dijo a si misma. Así que lo he matado. Era extraño, ahora, lo claro que lo veía su mente todo. Ella empezó a pensar muy rápido. Como mujer de policía, ella sabía cual sería el castigo. Eso estaba bien. Eso no la hacía diferente. De hecho, sería un alivio. Por otro lado, ¿qué pasaba con el niño? ¿cuál sería la ley para asesinos con hijos sin nacer? ¿Los mataban a ambos – madre e hijo? O ¿esperaban hasta el décimo mes? ¿qué hacían? Mary M no lo sabía. Y ella ciertamente no estaba preparada para que se le diera una oportunidad. Ella llevó la carne a la cocina, la metió en el horno, lo encendió, y puso la fuente en le horno. Después se lavó las manos y subió a su habitación. Se sentó delante del espejo, se arregló la cara e intentó sonreir. La sonrisa parecía bastante extraña. Ella lo intentó otra vez. “Hola, Sam,” dijo ella brillantemente, fuerte. La voz también sonaba extraña. “Quiero patatas, por favor, Sam. Sí y tal vez una lata de habichuelas.” Eso estaba mejor. Tanto la voz como la sonrisa sonaban mejor ahora. Lo practicó varias veces más. Después bajó, cogió su abrigo, y salió por la puerta de atrás, hacia el jardín, y a la calle. Aún no eran las 6 y las luces estaban aún encendidas en la tienda de la esquina. “Hola, Sam,” dijo contenta, sonriéndole al hombre de detrás del mostrador. “Buenas noches, Mrs Maloney. ¿Cómo estás?” “Quiero patatas, por favor, Sam. Sí, y creo que una lata de habichuelas.” El hombre se dio la vuelta y las cogió de detrás de él de la estantería las habichuelas. “Patrick ha decidido que está cansado y no quiere cenar fuera esta noche,” le dijo ella. “Solemos salir los jueves, ya sabes, y ahora no tengo ninguna verdura en casa.” “¿y carne, Mrs Maloney?” “No, tengo carne, gracias – tengo una pata de cordero, del congelador. No me gusta mucho guisar cosas congeladas, Sam, pero no tengo elección esta vez. ¿Crees que estará bien?” “Personalmente,” dijo el tendero, “no creo que haya ninguna diferencia. ¿quieres estas patatas de aquí, Mrs Maloney?” “Oh, sí. Están bien. Dos libras de estas, por favor.”

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Centro de Estudios GARVAYO “¿Algo más?” el tendero puso su cabeza a un lado, mirándola agradablemente. ¿Y después? ¿qué le vas a preparar después?” “Bien - ¿qué sugerirías, Sam?” El hombre echó un rápido vistazo en la tienda. “¿Qué te parece un gran trozo de pastel de crema? Sé que le gusta eso.” “Perfecto. Le encanta.” Y cuando estuvo envuelto y habia pagado, ella puso su brillante sonrisa y dijo, “Gracias, Sam, buenas noches.” “Buenas noches, Mrs Maloney. Y gracias.” Y ahora, se dijo a sí misma mientras que corría de vuelta a casa con su marido y él estaba esperando su cena. Ella debe cocinarlo bien y que sepa tan bien como sea posible, porque el pobre hombre estaba cansado; y si, cuando ella entrara a la casa, ella encontraba algo inusual o terrible, entonces naturalmente seria un golpe y ella se volvería loca. Por supuesto, que ella no esperaba encontrar nada especial. Ella tan solo iba a casa con la verdura el jueves por la noche para guisar la cena para su marido. De esa forma se lo dijo a sí misma. Hacerlo todo bien y natural. Dejar las cosas naturales y no habrá necesidad de actuar para nada. De todas formas, cuando entró en la cocina por la puerta trasera, ella estaba cantando un pequeña melodía para sí y sonriendo. “Patrick,” dijo. “¿Cómo estás?” ella puso los paquetes sobre la mesa y fue al cuarto de estar; y cuando lo vio allí tumbado en el suelo con sus piernas dobladas y un brazo doblado hacia atrás debajo de su cuerpo, fue realmente algo más que un shock. Todo el amor por él vino a ella, y ella corrió hacia él, se arrodilló junto a él, y empezó a llorar fuerte. Era fácil. No era necesario ninguna actuación. Unos minutos más tarde se levantó y fue al teléfono. Sabía el número de la comisaría, cuando el hombre al otro lado del telefono contestó, ella le gritó, “rápido, venga rápido. Patrick ha muerto.” “¿Quién habla?” “Mrs Maloney. Mrs Patrick Maloney.” “¿Quieres decir que Patrick Maloney está muerto?” “Eso creo,” dijo ella. “Está tumbado en el suelo y creo que está muerto.” “Iremos inmediatamente,” dijo el hombre. El coche vino muy rápido, y cuado ella abrió la puerta de delante, dos policías entraron. Ella los conocía – conocía casi a todos los hombres de la comisaria – y cayó derecha a los brazos de Jack Noonan, llorando incontrolablemente. Él la puso gentilmente en una silla, después fue a unirse con el otro policía, que se llamaba O´Malley. O´Malley estaba arrodillado junto al cuerpo. “¿Está muerto?” “Temo que sí. ¿Qué ocurrió?” en pocas palabras ella contó su historia de ir a la tienda de la esquina, y a su regreso, lo encontró en el suelo. Mientras que ella hablaba, llorando y hablando, Noonan descubrió sangre seca en la cabeza del hombre muerto. Se la enseñó a O´Malley que se levantó inmediatamente y corrió al teléfono. Pronto empezaron a llegar otros hombres. Primero vino un médico, después dos policías más, uno que conocía por el nombre. Más tarde, un policía fotógrafo llegó e hizo fotos, y un hombre que sabía de huellas. Habia un gran tráfico de susurros junto al cuerpo muerto, y los policías seguián preguntándole a ella muchas preguntas. Pero siempre la trataron amablemente. Ella contó su historia otra vez, esta vez justo desde el principio. Dijo que Patrick habia entrado, ella estaba cosiendo, y él estaba demasiado cansado para salir a cenar. Ella les dijo como habia puesto la carne en el horno – ahora está allí, cocinándose – y como se había escapado a la tienda de la esquina a por verdura y como a su vuelta lo había encontrado tirando en el suelo. “¿A qué tienda?” preguntó uno de los policías. Ella se lo dijo, y él se volvió y susurró algo a otro policía que rápidamente salió a la calle. En 15 minutos estaba de vuelta con una hoja de notas, y hubo más susurros, y a través de su llanto oyó unas pocas de las frases susurradas: “... actuó bastante normal... muy contenta... quería darle una buena cena... habichuelas... pastel de crema... imposible que ella...” Después de un rato, el fotógrafo y el médico se fueron y los otros dos hombres vinieron y se llevaron el cuerpo. Entonces el hombre de las huellas se fue. Los otros se

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Centro de Estudios GARVAYO quedaron. Fueron extremadamente agradables con ella. Jack Noonan le preguntó si ella prefería ir a algún otro sitio, tal vez a casa de su hermana. No. No sentía que pudiera moverse más de una yarda en ese momento. ¿Le importaría a ellos si ella tan solo se quedaba hasta que se encontrara mejor? Ella no se encontraba demasiado bien en ese momento, realmente no. Así que la dejaron allí mientras que registraban la casa. Ocasionalmente uno de los hombres le hizo otra pregunta. Algunas veces Jack Noonan le hablaba educadamente cuando pasaba a su lado. Su marido, le dijo él, ha sido asesinado por un golpe en la parte de atrás de la cabeza. El golpe ha sido con un instrumento pesado, casi una gran pieza de metal. Estaban buscando el arma. El asesino tal vez se lo haya llevado con él, pero tal vez lo haya tirado o escondido en algún sitio de la casa o cerca. “Esta es la vieja historia,” dijo. “Consigues el arma, y tienes al asesino.” Más tarde uno de ellos subió y se sentó a su lado. ¿sabía ella, preguntó, de algo de la casa que pudiera haber sido usado como arma? ¿Echaría un vistazo a su alrededor para ver si algo faltaba – una herramienta pesada, por ejemplo. Ella dijo que tal vez hubiera algo así en el garaje. El registro siguió. Ella sabía que habia otros policías en el jardín alrededor de la casa. Podía oir sus pisadas en el camino de fuera. Empezaba a hacerse tarde – eran casi las 9. los cuatro hombres que registraban la habitación parecían empezar a estar cansados, y un poco molestos. “Jack,” dijo ella, la siguiente vez que Jack N pasó por su lado, “¿Te importaría darme una copa?” “Por supuesto. ¿alguna de estas?” “Sí, por favor. Pero una pequeña. Tal vez me haga sentir mejor.” Él le acercó el vaso. “¿Por qué no te tomas una?” dijo ella. “Debes estar extremadamente cansado. Por favor hazlo. Has sido muy bueno conmigo.” “Bien,” contestó él. “No está permitido, pero debo tomar algo que me mantenga despierto.” Uno a uno, entraron los otros hombres y ella los convenció para que también se tomaran una copa. Ellos se quedaron alrededor en una situación bastante molesta con su copa en la mano. Estaban incómodos con su presencia e intentaron decirle a ella cosas alegres. Jack N entró en la cocina, salió rápidamente y dijo, “Mira, Mrs Maloney, ¿sabes que tu horno aún está encendido, y que la carne aún está dentro?” “Oh,” dijo ella. “Sería mejor que lo apagara yo.” “¿Lo harás, Jack? Muchas gracias.” Cuando Jack N volvió por 2ª vez, ella lo miró con sus grandes, oscuros y llorosos ojos. “Jack,” dijo ella. “¿Sí?” “¿Harías algo por mí – tú y los otros?” “Podemos intentarlo, Mrs Maloney.” “Bien. Todos vosotros estais aquí, todos buenos amigos de Patrick y estáis ayudando a coger al hombre que lo mató. Debéis tener hambre ya porque ya hace rato que ha pasado vuestra hora de la cena, y sé que Patrick nunca me perdonaría si os dejo quedaros en la casa sin ofreceros algo para comer. ¿Por qué no os coméis el cordero del horno? Ya estaré cocinada.” “Ni soñando,” dijo Noonan. “Por favor,” rogó ella. “por favor. Personalmente no podría comérmela. Pero está bien para vosotros. Después podéis seguir otra vez con vuestro trabajo.” Ellos estaban bastante hambrientos, y al final fueron convencidos para ir a la cocina. La mujer se quedó donde estaba y los escuchó abriendo la puerta. Podía oirlos hablar unos con otros, y sus voces eran fuertes porque sus bocas estaban llenas de carne. “Toma algo más, Charlie.” “No. Sería mejor no acabarlo.” “Ella quiere que lo acabemos. Ella dijo eso. Ella no se lo comerá.” “De acuerdo, entonces. Dame más.” “Es una gran barra la que debe haber usado el asesino para golpear al pobre Patrick,” decía uno de ellos. “El médico dice que la parte trasera de su cabeza fue rota en trozos como con un pesado martillo.” “Por eso el arma debería ser fácil de encontrar.”

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Centro de Estudios GARVAYO “Exactamente lo que yo digo.” “quien lo hiciera, no va a llevarse un arma así con él más tiempo que el necesario.” “Personalmente, creo que el arma está en algún sitio de la casa.” “Probablemente esté debajo de nuestras narices. ¿qué piensas, Jack?” y en la otra habitación, Mary Maloney empezó a reirse.

NACER Y SUERTE “Todo es normal,” decía el médico, “Tan solo túmbate y relájate.” Su voz estaba lejos en la distancia y él parecía estar gritándole a ella. “Tienes un hijo.” “¿Qué?” “Tiene un hijo. Entiendes eso, ¿no? Un gran hijo. ¿Lo oíste llorar?” “¿Esté bien, doctor?” “Por supuesto, que está bien.” “Por favor déjame verlo.” “Lo verás en un momento.” “¿Estás seguro que está bien?” “Bastante seguro.” “¿Aún está llorando?” “Intenta descansar. No hay nada por lo que preocuparse.” “¿Por qué ha dejado de llorar? ¿Qué ha ocurrido?” “No te excites, por favor, todo es normal.” “Quiero verlo. Por favor déjame verlo.” “Querida señora,” dijo el médico, cogiendo su mano, “tienes un niño fuerte y saludable. ¿No me crees cuando te digo eso?” “¿Qué está esa mujer de allí haciéndole?” “A tu bebé se le está poniendo guapo para que lo veas,” dijo el médico. “Lo estamos lavando, eso es todo. Debes permitirnos un momento para eso.” “Quieres decir que está bien.” “Te lo aseguro. Ahora túmbate y relájate. Cierra los ojos. Vamos, cierra los ojos. Eso está bien, eso está mejor. Buena chica...” “he rezado para que viva, doctor.” “Por supuesto que vivirá. ¿De qué hablas?” “Los otros no vivieron.” “¿Qué?” “Ninguno de mis otros hijos vivieron, doctor.” El médico se quedó junto a la cama mirándo la pálida y cansada cara de la joven mujer. Nunca la había visto antes de hoy. Ella y su marido eran personas nuevas en la ciudad. La esposa camarera, que había venido a ayudar, le dijo a él que el marido trabajaba en la casa local de hospedaje en la frontera, y que ambos habían llegado de repente al pequeño hotel 3 meses antes. El marido siempre estaba borracho, habia dicho la esposa camarera, pero la joven mujer era amable y religiosa. Y ella estaba muy triste. Nunca sonreía. En las pocas semanas que había estado allí, la esposa camarera nunca la había visto sonreir. También se dice que este era el 3º matrimonio para el marido, la 1ª mujer había muerto y la otra lo había dejado por bastantes razones desagradables. Eso es lo que se dice. El médico se inclinó y levantó la sábana un poco sobre el pecho de la paciente. “No tienes nada por lo que preocuparte,” dijo gentilmente. “Este es un bebé perfectamente normal.” “Eso es exactamente lo que me dijeron sobre los otros. Pero los perdí a todos. En los últimos 18 meses he perdido a tres de mis hijos, así es que no debes culparme por tener ansiedad.” “¿3?” “Este es el 4º... en 4 años. No creo que sepas lo que significa, doctor, perderlos a todos, a los tres, despacio, de forma separada, uno tras otro. Puedo ver la cara de Gustavo ahora tan clara como si él estuviera tumbado allí junto a mí en la cama. Gustavo era un chico encantador, doctor, pero siempre estaba enfermo. Es terrible cuando siempre están enfermos, no hay nada que puedas hacer para ayudarlos.” “Lo sé.”

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Centro de Estudios GARVAYO La mujer abrió los ojos, miró al médico durante unos segundos, y después los cerró otra vez. “Mi pequeña niña se llamaba Ida. Murió unos días antes de Navidad. De eso hace tan solo 4 meses. Desearía que pudiera haber visto a Ida, doctor.” “Ahora tienes otro.” “Pero Ida era tan guapa.” “Sí. Lo sé.” “¿Cómo puedes saberlo?” dijo ella. “Estoy seguro de que era una chica preciosa. Pero este otro también lo es.” El médico se alejó de la cama y anduvo hacia la ventana y se quedó allí mirando fuera. Era una mañana de abril húmeda y gris, y por las calles él podía ver grandes gotas de lluvia cayendo sobre los tejados rojos de las casas. “Ida tenía dos años, doctor... y era tan guapa que nunca era capaz de apartar mi ojos de ella cuando la vestía por la mañana hasta que ella estaba a salvo en la cama por la noche. Solía vivir con miedo por algo que le ocurriera a esa niña. Gustavo se había ido y mi pequeño Otto también se habia ido y ella era la única que me quedaba. Algunas veces solía levantarme por la noche y andar en silencio hasta ella y acercar mi oreja a su boca tan solo para asegurarm que respiraba.” “Intenta descansar,” dijo el médico, volviendo a la cama. “Por favor, intenta descansar.” La cara de la mujer estaba blanca y sin sangre, y habia un color gris azulado alrededor de su nariz y la boca. “Cuando ella murió... yo ya estaba esperando otro bebé cuando esto ocurrió, doctor. Este ya llevaba 4 meses en su camino cuando ella murió. No lo quiero, grité en el funeral. No lo tendré. He enterrado a suficientes niños. Y mi marido... caminaba entre los invitados con un gran vaso de cerveza en su mano... y se volvió rápidamente y dijo: “tengo noticias para ti, Klara, buenas noticias.” ¿Puede imaginar eso, doctor? Acabamos de enterrar a nuestro 3º hijo y él está allí con un vaso de cerveza en su mano y contándome que tenía buenas noticias. “Hoy se me ha dado un nuevo puesto en Braunau,” dijo él, “así que empieza a hacer las maletas inmediatamente. Será un nuevo comienzo para ti, Klara,” dice él. “Es un sitio nuevo y puedes tener nuevos médicos...” “Por favor no hables más.” “Tú eres el nuevo médico, ¿no? Doctor.” “Es verdad.” “Y aquí estamos en Braunau.” “Sí.” “Tengo miedo, doctor.” “Intenta no tener miedo.” “Ahora qué oportunidad puede tener el cuarto.” “Debes de dejar de pensar en eso.” “No puedo. Tengo la certeza de que hay algo en nuestra sangre que provoca que nuestros hijos mueran de esta forma. Debe haberlo.” “Eso es una tontería.” “¿Sabes lo que dijo mi marido cuando nació Otto? Entró en la habitación y miró a la cama donde Otto estaba tumbado y dijo, “¿Por qué todos mis hijos tienen que ser pequeños y débiles?”” “Estoy seguro de que no dijo eso.” “Puso su cabeza justo encima de la de Otto como si estuviera examinando a un insecto y dijo, “todo lo que digo es, por qué no pueden ser mejores ejemplos de un ser humano. Eso es todo lo que estoy diciendo.” Y tres días después de eso, Otto murió. Y después Gustavo. Y después Ida murió. Todos ellos, doctor... y de repente toda la casa estaba vacía.” “No pienses ahora en eso.” “¿Es este tan pequeño?” “Él es un chico normal.” “¿Pero pequeño?” “Es un poco pequeño, tal vez. Pero los más pequeños son a menudo mucho más fuertes y grandes. Tan solo imagina, Mrs Hitler, en esta época el año que viene, él casi estará aprendiendo a andar. ¿no es eso un buen pensamiento?” Ella no contestó a esto. “Y dos años a partir de ahora probablemente está hablando todo el tiempo y volviéndote loca con sus preguntas. ¿Has decidido ya el nombre?”

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Centro de Estudios GARVAYO “¿Un nombre?” “Sí.” “No lo sé. No estoy segura. Creo que mi marido dijo que si era un niño, le íbamos a llamr Adolfo.” “Excelente.” “Oh, no,” dijo ella, levantando su cabeza de pronto de la cama. “Esa es la misma pregunta que me hicieron cuando Otto nació. Él necesita un nombre inmediatamente. Eso significa que va a morir.” “Ahora,” dijo el médico, cogiéndola gentilmente por los hombros. “Estás bastante equivocada. Te prometo que estás equivocada. Simplemente estaba haciendo una pregunta, eso es todo. Me encanta hablar sobre los nombres. Creo que Adolfo es un nombre fino. Es uno de mis favoritos. Y mira – ahí viene.” La mujer del camarero, con el bebé, venía por la habitación hacia la cama. “Aquí está la pequeña belleza,” dijo ella sonriendo. “¿Te gustaría cogerlo? ¿Lo pongo junto a ti?” “¿Está bien tapado?” preguntó el médico. “Hace extremadamente frío aquí.” “Ciertamente está bien tapado.” El bebé estaba bien tapado con ropa blanca de lana y solamente su pequeña cabeza rosada fuera. La mujer del camarero lo puso gentilmente sobre la cama junto a la madre. “Aquí tienes,” dijo ella. “Ahora puedes tumbarte y mirarlo tanto como quieras.” “Creo que te gustará,” dijo el médico sonriendo. “Es un pequeño bebé saludable.” “Tiene las manos más bonitas, con esos delicados y largos dedos,” dijo la mujer del camarero. La madre no se movió. Incluso no movió la cabeza para mirar. “Vamos. No te morderá,” dijo la mujer del camarero. “Me da miedo mirar. No quiero creer que tengo otro bebé y que esté bien.” “No seas estúpida.” Despacio, la madre volvió su cabeza y miró la pequeña y tranquila cara de lo que estaba tumbado junto a ella. “¿Es este mi bebé?” “Por supuesto.” “Oh... pero es guapo.” El médico se alejó y fue hacia la mesa y empezó a poner cosas en su maletín. La madre tumbada en la cama, observando al niño y sonriendo y tocándolo y haciendo pequeños ruidos de placer. “Hola Adolfo,” susurró ella. “Sshh,” dijo la mujer del camarero. “Escucha. Creo que viene tu marido.” El médico anduvo hacia la puerta y la abrió y miró al pasillo. “Mr Hitler.” “Sí.” “Entra, por favor.” Un hombre bajo con un uniforme verde oscuro pasó suavemente a la habitación y miró a su alrededor. “Déjeme darle la mano,” dijo el médico. “Tienes un hijo.” El hombre olía fuertemente a cerveza. “¿Un hijo?” “Sí.” “¿Cómo está?” “Está bien. Tu mujer también.” “Bien.” El padre se volvió y fue hacia la cama donde su esposa estaba tumbada. “Bien, Klara,” dijo sonriendo, “´¿Cómo fue todo?” él se inclinó para mirar el bebé. Después se inclinó cada vez más hasta que su cara estaba muy cerca de la cabeza del bebé. La esposa tumbada junto a él, lo miró con una mirada de miedo. “Tiene los pulmones más maravillosos,” anunció la mujer del camarero. “Deberías haberlo oído llorar justo después de venir al mundo.” “Pero por Dios, Klara...” “¿Qué pasa querido?” “Este es incluso más pequeño de lo que era Otto.” El médico se acercó. “No hay nada mal con ese chico,” dijo el médico. Despacio, el marido se levantó y se apartó de la cama y miró al médico. Parecía confundido y asustado. “No es una buena mentira, Doctor,” dijo él. “sé lo que significa. Va a ocurrir lo mismo otra vez.” “Ahora, escúchame.” Dijo el médico. “Pero ¿sabes lo que le ocurrió a los otros, Doctor?”

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Centro de Estudios GARVAYO “Debes olvidarte de los otros, Mr Hitler. Dale a este una oportunidad.” “Mi querido señor, acaba de nacer.” “Incluso así...” “Eso es suficiente,” dijo el médico afiladamente. La madre estaba ahora llorando. Su cuerpo estaba temblando. El médico anduvo hacia el marido y puso su mano en su hombro. “Sé bueno con ella. Por favor. Es muy importante.” Entonces cogió fuertemente al marido por el hombro y empezó a empujarlo a la cabecera de la cama. Al final, el marido se inclinó y besó a su esposa ligeramente en la mejilla. “De acuerdo, Klara,” dijo él. “Ahora deja de llorar.” “He rezado tanto que él vivirá, Alois.” “Sí.” “Todos los días durante meses he ido a la iglesia y he rogado de rodillas que a este se le permitirá vivir.” “Sí, Klara, lo sé.” “3 niños muertos eso es todo lo que entiendo, ¿no te das cuenta de eso?” “Por supuesto.” “Él debe vivir, Alois. Debe, debe... oh, Dios, protégelo ahora...”

“The end”

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