Tangled 4.5 - It's a Wonderful Tangled Christmas Carol

It's a Wonderful Tangled Christmas Carol Emma Chase Disclaimer La traducción de este documente fue realizada sin fines

Views 123 Downloads 0 File size 1MB

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD FILE

Recommend stories

Citation preview

It's a Wonderful Tangled Christmas Carol Emma Chase

Disclaimer La traducción de este documente fue realizada sin fines de lucro, hecha por fans para fans. Los personajes, las situaciones e información encontrada aquí son obra intelectual del autor. Si tienen la oportunidad no olviden comprar el libro, y si les gusto no duden en hacer una reseña y apoyar el trabajo del autor.

Créditos Moderadora: LuMadHatter

Traductoras: Lovestory LuMadHatter siga1986 July Herondale Carstairs

Revisión: LuMadHatter & Siga1986

Diseño: Michell♥

Contenido Sinopsis Capítulo 1

Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Sobre la autora

Sinopsis Después de que una turbulenta pelea con Kate acerca de sus hábitos de trabajo envía a Drew iracundo a la oficina en la víspera de Navidad, él se queda dormido en su escritorio. Allí, tres encantadores y mágicos espíritus de navidad lo visitan para enseñarle que cada momento es precioso y que nunca debería tomar a su familia por sentado. Pero cuando se despierta, ¿lo descartara simplemente como un sueño?

Capítulo 1 Decorad los pasillos con ramas de acebo, Fa la la la la, la la la la. Es la temporada para estar alegre, Fa la la la la, la la la la. Leyendas urbanas. Todos hemos oído hablar de ellas —comer pop rocks y soda hará que tu estómago explote; el turista al que le roban su riñón en una tierra lejana; cocodrilos en las alcantarillas. Para el momento en que llegas a la edad adulta, te das cuenta que son chorradas de mierda. Historias que pasan de generación en generación para asustar el infierno fuera de nosotros y mantenernos en el buen camino. Bueno... excepto la de los cocodrilos —he vivido en Nueva York toda mi vida y eso es totalmente posible. Pero los otros, sí, todos mentiras. En la última parte del siglo pasado, han surgido nuevas leyendas urbanas que la sociedad está del todo dispuesta a creer: estrellas de acción que mueren en sets de películas haciendo acrobacias; plantas de bosques tropicales que curan la obesidad; y Justin Bieber teniendo de verdad un par de bolas. En algún momento a finales de 1970, después de que la delincuencia en la ciudad comenzó a caer y Nueva York se convirtió más amigable turísticamente, otra leyenda urbana se inició —esa que anualmente lanza una jodida llave en el de otra manera suave funcionamiento de la máquina que es mi vida. Ese sería el mito de que Nueva York es un lugar excelente para ir de compras en Navidad. No sé qué idiota inicio el rumor, pero con mucho gusto voy a empujar mi pie arriba de su culo si alguna vez lo encuentro. Porque ahora, decenas de personas de Pensilvania, Nueva Jersey, Connecticut y del norte del estado obstruyen nuestros puentes, túneles y calles para el Black Friday1 en la víspera

1 Black Friday: Día que se inaugura la temporada de compras navideñas. Es el cuarto viernes del mes de noviembre, un día después del jueves de acción de gracias.

de Navidad, corriendo para asegurar las compras de vacaciones como ratas tras un pedazo de queso gourmet. Para conseguirle al pequeño Timmy un tren de FAO Schwarz y a la abuela un broche de Tiffany. Sin duda, has escuchado del Internet. Por supuesto, ellos saben que sería más fácil —y menos costoso— ordenar en línea y que entreguen los paquetes directamente a su puerta. Pero para ellos, no se trata de lo más fácil. Ir de compras en Navidad en la ciudad ahora es —díganlo conmigo— tradición. Quieren ver el gran árbol, las luces. Quieren estar de pie en una interminable línea para patinar en el Rockefeller Center y tomar una foto con el Santa de Macy's en Herald Square. Quieren ver a las jodidas Rockettes 2 y comer una cena familiar en un restaurante cuyo menú y precios han sido alterados. Pueden olvidarse de conseguir un taxi —todos están ocupados. E incluso caminar por la acera es un ejercicio frustrante, porque cada pocos pasos un turista, empujando-un-cochecito y cargando-bolsas-de-compras se detendrá hasta jodidamente parar justo en frente de ti para tomar una fotografía del edificio Empire State iluminado de rojo-y-verde. ¿Crees que sueno cabreado? Es muy perceptivo de ti. ¿El espíritu de la Navidad y yo? No somos amigos. Ebenezer Scrooge 3 tenía la idea correcta: ¡Bah, jodidas patrañas! El motivo de mi actual diatriba anti-festividades es porque estoy en una fila —la misma fila en la que he estado durante cuarenta y cinco minutos— tratando de comprar un regalo de último minuto para mi perfecta esposa. Por favor, toma mi dinero y sólo déjame malditamente irme. Cuando se trata de regalos, por lo general estoy muy por delante; las compras de última hora no son mi estilo. Pero caminando más allá de Saks Fifth Avenue, vi un par de tacones de cristal y seda de Valentino que se verían increíbles en Kate. Ella disfrutará usarlos, y sin duda yo voy a disfrutar viéndola en ellos —especialmente desnuda— así que es un ganar-ganar.

2 Las Rockettes: es una compañía de baile de precisión que actúa en el teatro Radio City Music Hall en Manhattan, en la ciudad de Nueva York. 3 Ebenezer Scrooge: Personaje de ―Cuento de Navidad‖

A excepción de la fila. No estoy acostumbrado a esperar en filas. Estoy acostumbrado a tener asesoramiento personal y vendedores por comisión compitiendo por mi atención con frases como: ―¿Puedo sostener eso por usted, señor Evans?‖ ―Tenemos ese en otros cuatro colores, señor Evans.‖ ―¿Desea que se lo envolvamos, Sr. Evans? Pero esta es la víspera de Navidad. Lo que significa que las tiendas no dan una mierda sobre la calidad de la experiencia de compra. Todo es cuestión de cantidad —conseguir el mayor número de compradores a través de sus puertas como sea posible antes de la hora de cierre. Lo que me lleva a mi siguiente punto: La mayoría de la gente en el mundo de hoy son jodidos idiotas. No te rías —puedes ser uno de los idiotas y simplemente no lo sabes. Pero es verdad. Di lo que quieras sobre la desigualdad de ingresos o la inferioridad del sistema de las escuelas públicas —la dura verdad es que la mayoría de la población simplemente no es inteligente. E incluso más apestan en su trabajo. No dan el culo de una rata en hacerlo bien o con longevidad; sólo están interesados en realizar el mínimo esfuerzo requerido para obtener un cheque. Y no hay mejor ejemplo de ello que el empleado temporal en vacaciones. Las empresas no los contratan debido a su habilidad o a lo que puedan contribuir con la fuerza de trabajo. Están contratados debido a que tienen un pulso. Órganos de repuesto, ataviados con conjuntos navideños, cuyo propósito principal es acorralar a los consumidores de la misma forma en que una valla enjaula ganado. Y son igual de útiles. La rubia veinteañera detrás de la registradora es uno de esos empleados. Puedes decirlo por la forma lenta, cautelosa que picotea las teclas y su expresión confusa si alguien —Dios lo prohíba— le pregunte donde puede encontrarse un elemento. Ella es la razón por la enferma cantidad de tiempo que he perdido esperando para comprar estos zapatos. La buena noticia es que estoy a punto de cruzar la línea de meta. Doy un paso adelante, con sólo un cliente más en frente de mí —una alta y regia señora mayor en una costosa capa roja y pendientes de perlas genuinas. Saco mi billetera para poder pagar lo más rápidamente posible y salir el infierno fuera de aquí.

Mirad el tronco ardiente ante nosotros, Fa la la la la la, la la la la. Tocad el arpa y juntaos al coro, Fa la la la la, la la la la Pero mi esperanza de un escape inminente es aplastado cuando la rubia temporal empaca la corbata de Burberry of London y le dice a la anciana: —Eso será ciento noventa y cinco dólares con treinta centavos. Pendientes de perlas se ve ofendida. —Eso no puede ser correcto. Esa corbata está en promoción por ciento cincuenta dólares, no uno ochenta. Una expresión de pánico inunda el rostro de la rubia. Ella golpea ligeramente un par de botones en la registradora y pasa el código de barras de la corbata por el haz de láser rojo. —Está por ciento ochenta. Más impuestos. Empujo una mano por mi cabello oscuro y escucho la predecible respuesta de la anciana. —¡Eso es publicidad engañosa! Me niego a pagar un centavo más de uno cincuenta. La desesperada empleada mira a su alrededor por ayuda, pero no encuentra ninguna. Así, justo como el brillante caballero en armadura que soy, salgo a su rescate. —¿Por qué no haces una anulación manual? Sus ojos me miran sin una pista. —¿Un qué? Hago un gesto a la registradora. —Es un computador, tiene que hacer lo que le digas que haga. Anular el precio y ponerlo en uno cincuenta. Ella traga saliva.

—Yo... no sé cómo hacer eso. Por supuesto que no. —Voy a tener que encontrar a mi gerente. No. De ninguna manera voy a permanecer aquí haciendo girar mis pulgares durante otros veinte malditos minutos. Y me niego a salir, ya demasiado de mi precioso tiempo está invertido en estos zapatos. A pesar de la frustración batiendo en mis entrañas, cambio mi atención a la mujer de capa roja y perlas y enciendo el encanto que, incluso con un anillo en mi dedo las mujeres de todas las edades siguen siendo incapaces de resistir. —¿Compras navideñas de última hora? Ella asiente con la cabeza. —Así es, para mi marido. —Tiene un gusto excelente. Soy un conocedor de corbatas, y esa es magnífica. Está funcionando, ella sonríe. —Gracias, joven. —Le diré algo, ¿qué tal si nos ahorramos algo de tiempo y yo hago frente a los treinta dólares adicionales para que usted pueda comprar esta corbata para su suertudo marido, ni un centavo más de ciento cincuenta dólares? Su frente se arruga. Ya está arrugada con la edad, pero ahora se arruga más. —No es por el costo, es el principio de la cuestión. Deben hacer frente al precio anunciado. —No podría estar más de acuerdo. Los principios son importantes, y por eso exactamente estoy haciendo mi oferta. Aquí está, la víspera de Navidad, y he estado demasiado ocupado para mostrar cualquier buena voluntad hacia un compañero hombre o mujer. Este gesto me hará sentir realmente el espíritu de la Navidad. Me estaría haciendo un favor, señorita. El ―señorita‖ fue el toque adecuado. Debido a que sus ojos brillan, y ella sonríe con gusto.

—Bueno, cuando lo pone de esa manera, ¿cómo puedo decir que no? Guiño un ojo. —Supongo que no se puede. Dejo treinta dólares en el mostrador y la anciana entrega su tarjeta negra. Mientras que la muy aliviada empleada coloca la caja de corbatas en una bolsa de compras con una cantidad ridícula de papel inútil, Aretes de perla mira mi mano izquierda. Luego saca una tarjeta de visita de su bolso, la desliza hacia mí, y susurra bajo: —Mi esposo y yo atendemos fiestas cada mes. Fiestas para... parejas… aventureras. Oh chico. —Ciertamente estaría haciéndome un favor si asiste. —Ella hace un guiño—. Me gustaría disfrutar plenamente de tenerlo. Piense en ello. Espero hasta que ella se aleja antes de que reír. Sólo sirve para demostrar que —no juzgues a un monstruo por su cubierta. Los salvajes vienen en todas las formas, tamaños... y edades. La empleada temporal me entrega mis preciados zapatos, y soy finalmente capaz de volver a casa con mi esposa y nuestro terriblemente maravilloso hijo. Seguidme en compás alegre, Fa la la, la la la, la la la. Mientras cuento sobre el tesoro de Navidad, Fa la la la la, la la la la *** Cierro la puerta de nuestro apartamento y tiro el correo en la mesa delantera del pasillo —en su mayoría tarjetas de último minuto de Navidad. Nada dice ―Fuiste una ocurrencia tardía‖ como conseguir una tarjeta de Navidad en Nochebuena. Cuelgo mi abrigo de lana negro y deslizo la bolsa de la compra con los nuevos zapatos de Kate debajo de la mesa, para ser envuelto después.

A diferencia de mí, Kate es buena acerca de esperar. Le gusta ser sorprendida, así que no tengo que poner un esfuerzo extra en ocultar sus regalos para evitar que a escondidas les eche un vistazo. Entro en la sala de estar —y me detengo en seco. Yo estaba pensando en ir a casa sólo por unos minutos, para dejarle saber a Kate que estaría en la oficina por el resto de la noche. Pero esos planes escapan por la ventana. Debido a que reclinada en una silla está un presente que supera el infierno fuera de todo lo que he visto en mi vida bajo un árbol. Mi esposa, Kate Brooks-Evans. Kate Brooks-Evans en ropa interior. Kate Brooks-Evans en lencería transparente con tema navideño. Sus piernas lisas están cruzadas en el tobillo, desnuda excepto por las botas negras y brillantes de tacón de punta que empiezan debajo de sus rodillas. Un camisón rojo puro, adornando con piel blanca y esponjosa, abarca unas diminutas bragas rojas —sostenidas conjuntamente por dos arcos de seda atados en sus caderas. Un cinturón negro brillante atavía su estómago plano, y más piel blanca embellece el escote straplee, atrayendo mi atención a sus pechos perfectos y sus rosados pezones presionando contra la tela de gasa. El delicioso cabello oscuro de Kate cae sobre sus hombros, y un lanoso sombrero con rojo y blanco de Santa descansa en la parte de encima de su cabeza. Ella sonríe con picardía. —Bienvenido a casa, Santa —Señora Noel —Sonrió—, ha cambiado. —Ya era hora de un cambio de imagen. Empiezo a desabrocharme la camisa. —¿Quieres sentarte en mi regazo... o mi cara... y contarme si has sido una buena chica este año? Kate se ríe. Luego mete sus piernas debajo de ella, se eleva a cuatro patas, y se arrastra por el sofá hacia mí.

Es tan condenadamente sexy que mi polla se endurece con tanta fuerza que podrías colgar un adorno. —Bueno, he tratado de ser amable, pero cada vez que te miro, la traviesa solo se hace cargo. Kate se muerde el labio —porque sabe que me vuelve loco— y observa todos mis movimientos mientras lanzo mi camisa en el suelo. Sus ojos acarician mis brazos, pecho y abdominales, y luego se centran en mis dedos mientras poco a poco desabrocho mis jeans y bajo la cremallera. Me encojo de hombros. —Siempre he pensado que ―amable‖ está jodidamente sobrevalorado. Con mi típica falta de timidez, empujo mis pantalones abajo y salgo de ellos. Mi polla se levanta con orgullo, a la altura de los ojos de Kate, luchando por su atención. Pero antes de que me toque, me acuerdo de James —nuestro niño de cinco años. —¿Dónde está el malvado elfo, por cierto? —Lo dejé con tu hermana. Está decorando galletas de jengibre con Mackenzie y Thomas. —¿Y mordiendo sus cabezas? —Claro. He aquí un hecho interesante: cómo se come un hombre de pan de jengibre dice mucho sobre su personalidad. Los cabeza-primero son ambiciosos, independientes y magnéticos. Los pies-primero son más artísticos, creativos, y los que comienzan con las manos son amables y cuidadosos. Las mismas reglas se aplican a los conejitos de pascua de chocolate. ¿Tal vez te estás preguntando cómo llegué a conocer esta información? Lo busqué. Debido a que James es un comedor de cabeza-primero. Y Kate y yo estábamos… vacilantes... por todos los conejitos de chocolate sin cabeza por ahí en la Pascua pasada.

Pero —la buena noticia— él no es un asesino en serie en fabricación, sólo tiene el mismo impulso, destinado-a-ser-un-éxito temperamento como sus padres. Durante mi investigación, también descubrí que los sociópatas y CEO’s comparten muchos rasgos de carácter, pero hablaremos de eso en otro momento. Hay otros asuntos más cruciales en mano. ―Por lo tanto, ¿tenemos todo el apartamento para nosotros? ―Pregunto. Kate se lame los labios felizmente. ―Sí. Mi polla se vuelve aún más dura, pensando en las posibilidades. ―¿Eso significa que podemos follar en la sala de estar? ¿El pasillo? ¿La cocina? Una isla central tiene la altura perfecta para comer cómodamente a una mujer mientras ella se sienta en el mostrador. ¿Coincidencia? Creo que no. Algo así te hace repensar el significado de ―comer en la cocina‖, ¿no es así? Kate responde: ―Sí. Sí. Y sin duda sí. He echado de menos el sexo en la cocina. He echado de menos inclinarla sobre el brazo del sofá y follarla por detrás. Oh ―y dormir desnudos. No he dormido desnudo por un año y medio. No desde que mi hijo se metió en la cama en medio de la noche y me preguntó por qué no llevaba pijamas. Decirle la verdad ―que es liberador y hace que sea más conveniente para follar a su madre― estaba fuera de cuestión. Así que termine diciendo que se me olvidó. Él pensó que era divertido. Y he dormido en bóxers casi todas las noches desde entonces.

Cuando las personas dicen que tener hijos cambia las cosas; no están jodiendo. Pero todos los pensamientos de nuestro hijo volaron fuera de mi cabeza cuando Kate envuelve mi polla en su cálida y húmeda boca. Mi cabeza cae hacia atrás, saboreando la sensación de su lengua acariciándome. Pero después de unos segundos, tengo que mirar y disfrutar de la vista sensual de la cabeza de Kate subiendo y bajando, haciendo lo que hace muy bien. Mi mano roza su espalda. Levanto la simple tela roja, exponiendo su culo firme, apenas cubierto por las bragas de seda de color rojo. Mi estómago se contrae en caliente placer mientras me chupa más fuerte. Tiro de las cintas rojas atadas en sus caderas y las bragas caen. Luego amaso la carne suave de su culo antes de deslizar mis dedos entre sus piernas abiertas ―en su cálido coño. Ella ya está resbaladiza para mí; sus músculos se contraen alrededor de mis dedos mientras yo los bombeo lentamente. Pongo mis caderas hacia atrás y me deslizo fuera de la impresionante boca de Kate. Acuno su cara con mis manos y la acerco para encontrarse con mis labios. Nos besamos juguetonamente, mis dientes raspando a lo largo de su mandíbula a su cuello, lamiendo y chupando, ambos gimiendo. Envuelvo un brazo alrededor de su cintura y la levanto a sus pies, arrastrándonos al sofá. Sin decir una palabra, Kate asume mi posición favorita ―doblada por la cintura, su vientre cubriendo el brazo del sofá, los pies separados, su delicioso culo alto y esperando. Sus manos descansan contra los cojines y mi mano se apoya en su hombro. Mi otra mano agarra mi polla y hace dos pases en broma a través de la apertura de su dulce coño. Ella se retuerce contra mí, llega con su mano, y empuja detrás de mi muslo ―tratando de maniobrar donde necesita que este. Siempre tan impaciente. Aunque nuestra vida sexual es increíblemente frecuente, no podemos ser tan… vocales… como una vez lo fuimos. No con un niño en la casa. Así que tengo la intención de tomar ventaja de esta oportunidad de escuchar la voz de Kate en toda su belleza hedonista desesperada. La cubro ―mi pecho al ras con su espalda― empujando su pelo sedoso con mi nariz, y llevando mis labios a su oreja. ―¿Quieres que te folle, bebé?

―Mmm ―gime ella―. Siiii. Muerdo el lóbulo de su oreja. ―Dime. ―Fóllame ―susurra. Sí. Ella va a tener que hacerlo mejor que eso. Me enderezo, sonriendo, y me burlo de ella de nuevo con la cabeza de mi polla. ―Lo siento, no conseguí oírlo completamente. Sus caderas se retuercen con frustración, y ella grita: ―¡Quiero que me folles, Drew! Casi. ―Dios, ahora... hazlo… Por favor. Mierda... Hermosa. Empujo dentro de ella con un gemido y su espalda se arquea. Apoyo la mano en su cadera, sosteniéndola en su lugar mientras voy hacia atrás. Luego empujo dentro largo y lento y profundo. ―Sí ―dice ansiosamente en voz alta―. Justo de esa manera. Miro hacia abajo, donde me muevo dentro y fuera de ella ―desapareciendo en su hermoso y bienvenido cuerpo. Es una visión que nunca pasa de moda. ―Cristo, te sientes bien, Kate. Siempre tan malditamente bien. Es cierto. Y no tiene nada que ver con el hecho de que Kate es el único coño en el he estado dentro sin una goma. Es ella. La vida que hemos hecho juntos ―la forma en que encaja conmigo en todos los sentidos― su deseo, su humor, su mente. Su alma. Solía pensar que eso de las almas gemelas era una mierda. La idea que aparte de los miles de millones de personas en la Tierra, sólo hay una con la que se supone que debes estar. Esa a la que le perteneces. Sonaba como un

cuento de hadas, una película para chicas estúpida, o una novela romántica terrible que mi hermana leería. Pero ahora… Ahora creo que hay algo de ello. Tal vez no para todos ―pero sin duda para nosotros. Porque simplemente no puedo imaginar tener este profundo amor intenso, que raya con la obsesión ―de la buena― con nadie, excepto con ella. Es una locura. Como… un milagro. El ritmo de mis caderas se acelera, porque se siente jodidamente increíble no hacerlo. Y Kate se impulsa contra mí, encontrándose conmigo empuje a empuje y gemido a gemido. Pero luego encuentro la fuerza para agarrar su cintura con ambas manos. Y detener nuestros movimientos. Me retiro y Kate gruñe: ―No te detengas. Le doy la vuelta, ahueco su culo, y la presiono contra mí con un apretón. Ella está de pie sobre sus dedos de los pies dejando besos calientes a través de mi garganta. ―Te quiero arriba ―explico con una sonrisa―. Quiero que me montes. Kate menea sus cejas. ―Así puedes ver mis ―campanas‖ tintinear. Me río. ―Exactamente. Ella empuja mis hombros, tirándome en el sofá. Me siento pesadamente y ella no pierde el tiempo en subir a bordo. Me disparo en ella ―más profundo desde este ángulo― y gracias una vez más a Dios por el agarre maravillosamente fuerte del coño de Kate. Cierra los ojos y se impulsa contra mí. Tiro del camisón de tirantes, liberando sus pechos, y ellos se agitan mientras gira sus caderas en tentadores círculos. Los acaricio con mi mano, tan suaves y llenos. Kate jadea cuando pellizco sus pezones ya fruncidos. Y gime cuando sustituyo mis dedos con mis

labios. Succionando con avidez, froto mi lengua contra el pico puntiagudo, saboreando el exquisito sabor de su piel. Kate se eleva y cae sobre mí más rápido ―más fuerte. Cuando capto su pezón entre los dientes, ella sostiene la parte posterior de mi cabeza ―presionándome contra ella― tirando de mi pelo. Gimo alrededor de su carne y lamo su pecho. Y entonces Kate se pone rígida, y el sonido de ella gritando mi nombre hace eco alrededor de la habitación mientras sus paredes internas se cierran. Mis dedos se clavan en sus caderas mientras empujo una vez, dos veces más, entonces estoy latiendo dentro de ella, gruñendo y maldiciendo contra su pecho. Por unos momentos nos quedamos allí ―recuperando nuestra respiración. Hasta que Kate se inclina hacia atrás y suavemente cepilla el pelo negro de mi frente. ―¿Fuiste sorprendido? ―Muy agradablemente, sí. Su sonrisa es alegre. ―Bien. Es agradable finalmente darte un presente que ya no supieras que venía. Le beso los suaves labios. Luego miro por el pasillo hacia la cocina. ―Hablando de venir... *** Más tarde, después de algún tiempo de encimera de calidad, Kate y yo yacemos con el culo desnudo en el diván, bajo una suave manta roja ―recuperándonos. Reviso mi reloj. Mierda. Me tengo que ir, aunque una gran parte de mí ―la gran parte inferior― no quiere nada más que quedarse justo en este lugar con mi esposa. Pero beso la frente de Kate y me obligo a ponerme de pie. Agarro mi camisa descartada del suelo, deslizando mis brazos en ella. Kate descansa sobre sus codos. ―¿Qué estás haciendo?

No puedo encontrar mi ropa interior, así que me deslizo en mis jeans sin ellos ―siendo siempre tan cuidadoso con la cremallera. ―Voy a ir a la oficina por un par de horas. ―Pero… ―tartamudea Kate―…pero es la víspera de Navidad. ―Lo sé. Pero Media Solutions esta finalmente listo para sentar cabeza con Hawai. Vamos a tener una videoconferencia a las nueve de nuestra hora. Eso sólo me da tres horas de preparación. Media Solutions es un conglomerado que he estado cortejando durante semanas, y finalmente los tengo justo donde los quiero en un acuerdo que va a revolucionar los medios de comunicación social. Piensen en Twitter, reality shows, y YouTube combinados ―publicaciones transmitidas desde y en tu televisión, la estrella de tu propio canal. Los narcisistas tecnos se inclinarán como si fuera la segunda venida de Steve Jobs. Le doy Kate un guiño. ―Sin embargo, tu seducción navideña sin duda vale la pena el tiempo de trabajo perdido. Ese traje de señora Claus va directamente a la parte superior de la pila de banco azotador. Ella parpadea y se sienta con la espalda recta. La manta se cae, dejando al descubierto un pecho cremoso... y de repente tres horas parece como un montón de tiempo extra. Puedo hacerlo con dos. ―No estoy preocupada acerca de tu tiempo de trabajo perdido, Drew. ¿Por qué estás trabajando siquiera? ―Su enunciación es afilada, de la manera en que le hablas a una persona grande que es dura de oído―. Es la víspera de Navidad. Kate Brooks-Evans es muchas cosas, una amorosa esposa, una madre increíble, una brillante mujer de negocios. Es esa última la que me tenía esperando que ella entendiera mi razón de ser. ―Si no hago esto esta noche, pierdo el trato. ―Entonces deberías haberles dicho que es su pérdida, no la tuya.

―¿Y crees que eso es lo que habrías hecho si estuvieras en mi posición? ―Por supuesto. Abotono mi camisa. Y digo mierda. ―Es fácil de decirlo cuando el acuerdo no está en realidad en tu escritorio, Kate. Ella no confirma ni niega mi observación, lo que significa que estoy en el dinero justo. Ella está de pie y envuelta con la manta cómodamente alrededor de su cuerpo. Kate ocultando sus bienes de mi apreciativa mirada nunca es una buena señal. ―Se supone que debemos estar en lo de tu hermana en una hora para la cena. Nos están esperando. Su boca se frunce, sus mejillas se ponen rojas, y hay un fuego en sus ojos que…bien…eso me da una erección renovada. Siempre lo ha hecho, siempre lo hará. A mi polla le gusta discutir. Demándenla. ―Ve sin mí. Puedes ir a representar. Bebe rompope con mi madre, pretende escuchar a mi viejo hablar de las fiestas pasadas. Su voz se eleva. ―¡No quiero ir a representar! ¡Quiero pasar la noche con mi marido! Hay un tiempo para trabajar y un tiempo para la familia, y esta noche se supone que es acerca de la familia. ―¡Es acerca de la familia! ―contrarresto, mi voz elevándose un poco más―. En las próximas horas voy a hacer un montonal de dinero para nuestra familia. Ella niega con la cabeza. ―Oh por favor. Esto no tiene nada que ver con el dinero, Drew. No para ti ―Entonces un nuevo pensamiento se produce en ella―. Y ¿qué pasa con los regalos de James? Durante semanas hemos resuelto dejar sus grandes regalos juntos, la bicicleta, el trampolín... Maldición. Me había olvidado de ellos.

―Voy a ver si Matthew puede acercarse más adelante y ayudarte. Hasta que lo haga, después de que James este dormido, empieza a hacerlo por tu cuenta. ―Si hubiese sabido que iba a estar sola, habría ido a casa a ver a mi madre. Doy un paso más cerca. ―Ante todo, esta es tu casa. En segundo lugar, hemos hablado de esto, no estoy arrastrando a James a Bumfuck, Ohio, por la Navidad. ¡Estaríamos más tiempo en la cola de seguridad del aeropuerto que lo que estaríamos en lo de tu madre! ―Pasamos la Navidad pasada con tu lado… ―Y si tu lado quisiera vernos tanto, ella pudo haber acarreado su culo a Nueva York. Es una persona, nosotros tres le ganamos a su uno. Reglas de la mayoría, cariño. ―A la mierda con tu momento!

―cariño‖. ¡Estoy tan enojada contigo en este

Pongo los ojos en blanco. ―Y los dos sabemos que lo superarás. La boca de Kate se ensancha en un jadeo. Y una bota negra viene a toda velocidad a mi cabeza. Ella tiene la puntería de una de las principales ligas más cercanas, pero en los últimos años me he convertido en un esquivador maestro. Aplastada. Otra lámpara muerde el polvo. ―¡Eres un idiota! ―Un hecho del que eras consciente desde antes de casarte conmigo. ―Me encojo de hombros―. No hay devolución. Kate gruñe. Tan caliente.

Luego se va hecha una furia por el pasillo a nuestra habitación y cierra la puerta detrás de ella, haciendo sonar los marcos de cuadros en las paredes. Y dicen que los hombres son los violentos. Suspiro. No tengo tiempo para lidiar con esto ahora mismo. No me mires así ―no estoy tratando de ser un capullo. Amo a Kate; No me gusta que este enojada. Pero denme un descanso ―es un día. ¿Por qué ella ―por qué las mujeres en todas partes― tienen que hacer una gran escena de mierda por un día? Me pongo mis zapatos, y luego camino por el pasillo, pegando mis manos en el marco de la puerta del dormitorio. Y hablo a través de ella. ―Bueno… así, me voy. Espero. Escucho. Nada. ―¿Así que así es como vas a hacer esto? ¿Sin hablarme? Muy agradable, Kate, muy maduro. Todavía nada. Lo admito ―su hombro frío me molesta. No es suficiente para cambiar mis planes, pero lo suficiente para que intente hablarle fuera del frio enojo una vez más. ―¿Ni siquiera vas a darme un beso de despedida? ¿Que si me empujan delante de un tren subterráneo por una persona sin hogar trastornada? Podría ocurrir. Y si lo hace, vas a sentirte horrible. Eso hace el truco. La puerta del dormitorio se abre de golpe. Kate se queda ahí, con una mano en la cadera y una sonrisa dulce azucarada en su rostro. ―Y ambos sabemos que lo superaré. Luego cierra la puerta en mis narices.

Capítulo 2 Aunque no creo que tenga ningún conocimiento de primera mano real, afuera está más frío que la teta de una bruja. El viento corta a través de las calles de la ciudad y el cielo es de un gris sombrío, haciendo alusión a una tormenta de nieve acercándose. En la esquina, a una cuadra de mi edificio, un desaliñado hombre en capas, de lamentable ropa grita sobre el apocalipsis ―el fin de los días― y cómo todos tenemos que convertir nuestras vidas antes de que se acabe el tiempo. No es un hecho poco frecuente; tipos como él hacen nido en la ciudad. Pero hoy parece extrañamente... presentido. Abro la puerta del edificio y soy saludado por Sam, un guardia de seguridad de unos veinte años que normalmente dirige el turno de noche. ―Feliz Navidad, Sr. Evans. ―Lo mismo para ti, Sam. ―Él desliza mi credencial de identificación y pregunto―. ¿Te pusieron en la víspera de Navidad? Se encoge de hombros. ―Me ofrecí. Difícil discutir con tiempo y medio. Además les da a los muchachos con familia tiempo para pasar en casa. La culpa se asoma en mí como la primavera de un sofá desgastado. Pero lo ignoro. ―¿No tienes ninguna familia? ―Todavía no. Mi novia y yo vamos a ir mañana a la casa de mi madre para la cena. Ella está en Yonkers. Deslizo mi placa en el bolsillo y saco uno de cincuenta. ―Voy a estar aquí hasta bastante tarde esta noche. En caso de que no te encuentre en la salida, ten una feliz fiesta.

Nos damos la mano y le deslizo los cincuenta. Porque me suscribo a la línea de pensamiento de mi padre: un empleado que se siente apreciado ―y bien compensado―es un empleado productivo. Y si quiero que alguien sea productivo, es el hombre responsable de mantener la seguridad del edificio. Él sonríe con gratitud. ―Muchas gracias, señor Evans. Asiento con la cabeza y me dirijo hacia el ascensor hasta el piso cuarenta. Las oficinas están a oscuras, la única luz que proviene del árbol de Navidad de gran tamaño en la esquina y la menorá iluminada eléctrica en la mesa junto a él. Todo el piso está tranquilo y quieto. Ni una criatura se mueve, ni siquiera un ratón. Enciendo las luces en mi oficina y me siento en mi escritorio para trabajar. Mientras mi laptop se enciende, miro al teléfono. Y considero llamar a Kate. No me gusta cuando está enojada conmigo. Se siente... incorrecto. Descentrado. Y es una distracción. Esta noche tengo que estar centrado ―en lo mejor de mi juego. No agarro el teléfono. Debido a que llamarla para decir lo siento, pero que me voy a quedar en la puta oficina de todos modos, no va a ir bien. Además, ella nunca ha sido capaz de permanecer enojada conmigo por mucho tiempo. Para el momento en que llegue a casa, apuesto a que lo habrá superado, justo como lo dije. *** Una hora más tarde, estoy mirando a la pantalla del ordenador, revisando la propuesta que voy a lanzarle a Media Solutions. Bostezo profundamente y mi visión se torna borrosa. El abrasador re bautismo de nuestra sala de estar y cocina me debe de haber cansado más de lo que pensaba. Estiro mis brazos y hago sonar mi cuello, tratando de despertarme. Pero después de cinco minutos, mientras leía el párrafo diecisiete, mis párpados se vuelven pesados. Hasta que se inclinan y se cierran.

*** Me despierto de un salto en mi escritorio ―desorientado y un poco en pánico. La forma en que mi abuelo solía roncar en su sillón reclinable, antes de sacudirse y afirmar que sólo estaba ―descansando mis ojos‖. Echando un vistazo a mi reloj, me siento aliviado de ver que sólo han pasado unos minutos desde que me quedé dormido. ―Despierta de una puta vez, Evans. No hay tiempo para una siesta. Me dirijo a la sala de conferencias y me hago una taza de café. Me tomo la bebida caliente de los dioses y vuelvo a mi oficina. Y allí, sentada en mi sofá de gamuza ―el mismo sofá de gamuza que jugó un papel tan prominente en mis primeras fantasías de Kate Brooks― está una mujer. ¿La ven a ella también? Ella es de extraordinaria hermosa. Una nariz respingona, labios carnosos, ojos verdes brillantes, y pómulos aristocráticos. Su cabello es rubio miel y largo con una ligera curvatura. Lleva un conservador vestido blanco, chaqueta y zapatos de tacón ―algo que Kate llevaría a la oficina. Un collar de perlas adorna su largo cuello y hace juego con sus pendientes decorando sus lóbulos. ―Hola ―me saluda con voz cálida. Mis ojos se mueven de ella a la puerta. Seguridad siempre llama antes de dejar subir a un cliente. ―Hola ―devuelvo―. ¿Puedo... ayudarte? ―En realidad, estoy aquí para ayudarte, Drew. Eh. Ella sabe mi nombre. ¿Se ha arrastrado desde el mar de mis antiguas ligues de una sola noche? No sería la primera vez que alguien me rastrea en mi lugar de trabajo. Pero conmigo montando al carro de la monogamia estos últimos ocho años, no ha sucedido durante mucho tiempo. ―¿Nos conocemos de algún lugar anterior? ―Le pregunto, pero realmente me refiero a ¿Hemos follado antes en alguna parte?

Ella se ríe, aunque no sé por qué. Es un sonido agradable, seductor. ―Siempre tan inteligente. Te he estado observando durante mucho tiempo, Drew. Nunca dejas de entretener. Pongo mi café sobre el escritorio y la encaro de frente. ―¿Me has estado vigilando durante mucho tiempo? Sí, porque no hay nada raro en eso. ―Bueno, es mi trabajo vigilarte. Soy tu ángel de la guarda, después de todo. Hay un montón locos alrededor de la ciudad de Nueva York. Y no me refiero sólo a los obvios vagabundos murmurando alrededor de Penn Station o la vaquera desnuda en Times Square. Paseadores de perros profesionales, ciclistas, y la mayoría de los empleados del departamento de saneamiento tienen varios tornillos malditamente flojos, también. Tienen que tener cuidado con las personas dementes. Lograr que se pongan nerviosos no es una buena idea. Así que sólo asiento y trato de mantener la calma. ―Interesante. No te ves como un ángel. ―¿Cómo te imaginas que debo lucir? ―Alas, halo, cegadora luz celestial. Ella hace un guiño. ―Sólo llevo el halo en eventos formales. En cuanto a mis alas... Todavía estoy trabajando en ganármelas. Chasqueo los dedos. ―Eso suena familiar. Para ganar tus alas, tienes que, como, detenerme de asesinarme, ¿verdad? Sus ojos de jade se vuelven redondos con sorpresa. ―Oh, nada tan drástico como eso. Si las cosas se ponen así de desesperadas no estaría haciendo un muy buen trabajo. Estoy aquí porque estás empezando por el camino equivocado, Drew. Tenemos que cortar tu comportamiento de raíz; llevarte de vuelta a donde debes estar.

Con una sonrisa, me siento en mi silla y ruedo más cerca del teléfono. Su cabeza se inclina hacia un lado, con respecto a mí. ―No crees nada de lo que te estoy diciendo, ¿verdad? ―Lo siento, pero no, no lo hago. Ella está imperturbable. ―Está bien. Nadie lo cree en un principio. Probablemente se estén preguntando por qué no me estoy yendo corriendo de aquí. Soy un fantástico juez del carácter, y en este caso, no siento la vibra de psicópata. De hecho, a pesar de las palabras que salen de su boca, ella parece completamente inofensiva. Así que continúo el juego. ―Por el amor del argumento, vamos a suspender la realidad por un segundo y decir que tú eres mi ángel de la guarda. Creo que debo despedirte. Has hecho un trabajo de mierda. ¿Dónde estabas cuando pensaba que Kate estaba engañándome, y saqué esa estúpida artimaña con la stripper? Ese habría sido un buen momento para aparecer, darme patadas en la espinilla, y decir, ―Oye idiota, no es lo que piensas‖. Ella asiente con simpatía. ―Fue difícil verte pasar por eso. Pero no podía intervenir. Era una lección que sólo podías aprender viviéndolo. Kate, también. ―¿Pero ahora estás aquí? ―Eso es correcto. ―¿Porque estoy a punto de cometer algún pecado grave? ―Porque ya lo hiciste. Pongo mis codos en la silla, cierro mis manos, y descanso mis dedos contra mis labios. ―Tienes tus alas cruzadas, dulzura. No he hecho nada. Trabajo duro todos los días para ser un buen padre y un devoto esposo considerado. Ella levanta una ceja dudosa, recordándome a Kate.

―¿Considerado? ¿En serio? ¿Estabas siendo considerado cuando viniste a trabajar en la víspera de Navidad, a pesar de que Kate te pidió que no lo hicieras? Ruedo los ojos. ―Esto es una cosa de una sola vez. No es gran cosa. ―Nunca es una gran cosa, Drew. Hasta que lo es. ¿Crees que el Gran Cañón fue creado en un día? No. Sucedió de a poco, un pequeño grano de tierra a la vez. Esta noche es como empieza. Entonces te estás perdiendo cumpleaños, partidos de baloncesto, aniversarios, sencillos momentos de tranquilidad pero cruciales. Quieres decir que vas hacer las paces con ellos más tarde, pero el más tarde nunca llega. Levanto mi mano. ―Espera, eso es... eso no va a pasar. Nunca haría eso. ―¿Al igual que nunca dejarías a Kate juntar los regalos de tu hijo sola en la víspera de Navidad? Al centro. Ella tenía un punto. Un completamente imposible, poco realista punto que me hace sentir como una mierda de perro de todos modos. ―El primer paso cuesta abajo es el más difícil, Drew. Después de eso… deslizarse es sencillo. Tomando a nuestros seres queridos como trabajos asumidos de la misma manera. Me quedo mirándola por un momento. Y ella se ve tan sincera, casi me lo creo… Hasta que llego a mis putos sentidos. Me echo a reír. ―¿ Kate te metió en esto? ¿Eres una amiga de Dee-Dee? ¿Una actriz? Suspira. ―Esta noche, serás visitado por tres espíritus. ―Vaya, un cuarteto. ¿Todas van a lucir de la misma manera que tú?

Eso la hace reír. ―No. Cojo el teléfono de mi escritorio. ―Si bien esto ha sido memorable y totalmente extraño, tengo trabajo que hacer. ―Van a venir por ti uno por uno, los espíritus de la Navidad pasada, presente y futura, para mostrarte lo que nunca volverás a olvidar. ―Ya que es la víspera de Navidad y todo, parece justo advertirte, estoy llamando a seguridad. ―Buena suerte, Drew. Fue un placer conocerte, al fin. Miro hacia el teléfono y marco en la extensión de la mesa de seguridad, y luego miro de nuevo hacia el sofá. Pero ―lo adivinaste― ella se ha ido. ¿Qué. Mierda? Me levanto y miro fuera la puerta. Sin rastro. ―¿Puedo ayudarle, señor Evans? ―pregunta Sam a través del receptor. ―Has visto... ―Me aclaro la garganta―. ¿Has dejado subir a alguien hasta nuestro piso esta noche? ¿Una mujer? ―No señor. Ha estado tranquilo por aquí. Sabía que él iba a decir eso. ―Bueno, si alguien se pasa, asegúrate de llamar antes de dejarlos subir. ¿Está bien, Sam? ―Claro que sí, señor Evans. Dejo el teléfono en su soporte y me quedo de pie allí, con el ceño fruncido. ¿Qué demonios fue eso? Mi teléfono celular suena con un correo electrónico entrante. Es el principal abogado de Media Solutions, confirmando nuestra conferencia en... maldita sea, en dos horas.

Me sacudo fuera los incómodos y misteriosos sentimientos que quedan de la pequeña visita de la mujer loca, y me siento en mi escritorio para centrarme en lo que es realmente importante. Lo que vine a hacer ―lo que molesto a mi esposa hacer. Cerrar este importante acuerdo de mierda.

Capítulo 3 Aquí es donde la mierda se pone rara. Más rara. Diez minutos más tarde, mientras estoy detallando la proyección del margen de beneficio en mi propuesta, escucho una risa desde el pasillo. Una risita femenina y familiar. Y un segundo después, mi sobrina Mackenzie viene corriendo a través de la puerta de mi oficina. Ella tiene doce años ahora, con la estructura de su madre ―alta y esbelta. Su cabello rubio está recogido en una larga cola de caballo, y lleva un vestido abrigado rojo con botones de perlas, polainas negras y botas negras planas. No tengo ni puta idea de cómo llegó aquí o por qué, pero puedes apostar tu culo que voy a averiguarlo. Ella habla en un teléfono celular cubierto en brillantes. ―Diles que si no tenemos los números mañana, sus bolas van a estar sentadas en una caja de cristal en mi escritorio, maldita sea. Es seguro decir que todo el asunto del frasco de las malas palabras no funcionó como mi hermana había esperado. ―¿Mackenzie? Ella termina su llamada y se deja caer en la silla frente a mi escritorio. ―Hola, tío de Drew. ―¿Has venido aquí por ti misma? ¿Saben tus padres dónde te encuentras? ¿Qué estás haciendo aquí? ―Oh, vamos, ya sabes por qué estoy aquí. ―Travesura baila en sus grandes ojos verdes. Lo cual es malditamente raro, porque los ojos de Mackenzie son azules.

No tengo tiempo para comentar, porque en una ráfaga de tela roja, ella está de pie sosteniendo su mano hacia mí. ―Vámonos. Tenemos lugares a los que ir, gente que ver. El tiempo es dinero. Tomo su mano y salimos de mi oficina, por el pasillo hasta la puerta del despacho cerrado de mi padre. Mackenzie abre la puerta y atravesamos el umbral. Y siento el color drenarse de mi cara. Debido a que esta no es la oficina de mi padre. Ni siquiera de cerca. Me tropiezo hacia atrás, haciendo contacto con la pared de la sala amarilla. ―¿Qué demonios. . . ―Susurro. Confundido. Un poco horrorizado. ―No te ves tan bien, tío Drew ―comenta Mackenzie. Perder tu mente hará eso por ti. Giro en un círculo, tomando los sofás de color beige y un centro de entretenimiento de roble que alberga una televisión que definitivamente no es una pantalla plana. Milagro en la calle 34 está encendido, y el aire huele a galletas recién horneadas. Un modesto árbol de Navidad decorado permanece en la esquina y flores de pascua de color rojo oscuro se encuentran dispersas entre varias fotos familiares enmarcadas en los estantes. Fotos de la familia de mis padres, mi hermana y yo, hasta que estoy cerca de cinco años de edad. Y entonces finalmente me doy cuenta de que mierda está pasando. ―Esto es un sueño ―le digo, con una voz que no puedo decidir si se trata de una pregunta o una declaración―. Me quedé dormido en mi escritorio y estoy soñando en este momento. Gracioso. Por lo general, mis sueños son de variedad más X-rated. Involucrando a Kate y a mí en múltiples escenarios tipo-porno. A veces soy un emperador romano y ella es mi esclava-sin-toga que me da de comer las uvas y felizmente abastece cada uno de mis caprichos. A veces soy Han Solo y ella es la princesa Leia, follando nuestro camino a través de la galaxia. Otras veces ella es la poderosa y ambiciosa mujer de negocios, que aterriza un cliente

importante conmigo, entonces follamos en la mesa de conferencias hasta que ninguno de nosotros puede caminar. Oh, espera ―esto último sucedió realmente. El punto es, de entre todos los sueños que recuerdo haber tenido, mi dulce sobrina seguro como el infierno no ha aparecido en ninguno de ellos. Y ni uno solo se llevó a cabo en este lugar ―un apartamento en el que apenas recuerdo vivir. Mackenzie se encoge de hombros. ―Si eso impide que me preguntes algo, lo vamos a llamar un sueño. ¿Sabes dónde estamos? ―Este es el apartamento en el que vivíamos cuando yo era un niño, antes de mudarnos a la parte alta. ―Está bien. ¿Sabes por qué estamos aquí? Trato muy duro. ―Um... el sushi que comí para el almuerzo era malo y las toxinas se han extendido a mi cerebro, ¿causando algunas extrañas alucinaciones de mierda? Riendo, Mackenzie me arrastra hacia adelante. ―Vamos. Entramos en la cocina. Sentado en una pequeña mesa redonda está la versión preadolescente de mi hermana, Alexandra. Alrededor de este tiempo, ella aún no se había convertido en su apodo, ―La Perra‖, pero los primeros signos estaban allí. Estaba masticando chicle y hojeando una revista Tiger Beat con los New Kids on the Block en la portada. Y su cabello Jesucristo, debe de haber utilizado toda una lata de spray para el cabello, ya que su flequillo forma un puf en la parte superior de su cabeza, rígido e innaturalmente alto. Sentado a su lado, luciendo pulcro en una camiseta manga larga de Regreso al futuro, estoy yo. Yo, con cinco años. Estoy un poco pequeño para mi edad; la aceleración del crecimiento no llegará durante algunos años. Pero con mi espeso cabello negro cepillado a un lado, mis profundos ojos azules que brillan con exuberancia juvenil, soy nada menos que jodidamente adorable.

Hay un plato de galletas en el centro de la mesa, con las virutas de chocolate aun calientes y pegajosas. Galletas hechas en casa por mi mamá. Son indescriptiblemente impresionantes. Pero cuando el joven Drew se estira para coger una, Alexandra golpea su mano. ―No más galletas, Drew. Vas a darte dolor de estómago. ―Pero son tan buenas ―me quejo. Y le doy los ojos de cachorro―. ¿Solo una más? ¿Por favor? Al principio la expresión de Lexi es severa. Pero bajo el poder de ternura del joven Drew, se derrite―. Bueno. Una más. ¿Sientes el presagio aquí? Él sonríe su agradecimiento y habla con la boca llena de galleta. ―Eres la mejor hermana nunca, Lexi. Ella revuelve su cabello. Riendo le digo a Mackenzie: ―¿Cómo de irresistible estoy? Ni siquiera tengo que trabajar en ello. Mackenzie se ríe. ―Eras muy lindo. Mira, esta parte es importante. Mi madre entra en la cocina, piel lisa, rubia y hermosa, a pesar del atroz suéter con un árbol de navidad es deportiva. En su mano sostiene un teléfono inalámbrico. Un pesado y cuadrado teléfono inalámbrico. Con una antena. ―Drew, ¿adivina quién está al teléfono? ―Pregunta. ―¿Es papá? ―Pregunta esperanzadoramente. ―No, querido, ¡es Santa Claus! Se tomó el tiempo de su apretada agenda de Navidad sólo para hablar contigo. ―Le da un toquecito en la nariz al Dre de cinco años. Él vuela de la silla, tumbándola detrás de él. Lexi, que para entonces tenía edad suficiente para saber la verdad, sonríe ante su emoción. El joven Drew lleva el teléfono a su oreja.

―¿Hola? ―¡Ho ho Ho! ¡Feliz Navidad! Y todo vuelve a mí. Como una puerta que se abre a un cuarto oscuro, finalmente dejando que la luz entre ―recuerdo esto. ―¿Cómo sé que este es el verdadero Santa? ―Mi yo de cinco años, pregunta con escepticismo. Porque incluso cuando siendo un niño, era jodidamente agudo. Mi padre responde en un bramido, disfrazado con una voz profunda: ―Bueno, tengo la lista de Navidad que enviaste aquí en mi mano. El joven Drew sostiene el teléfono en su hombro y se va a la sala de estar. Mackenzie y yo le seguimos. ―Bueno, vamos a escucharlo. Papá se aclara la garganta. ―Una bicicleta BMX, el nuevo sistema de Sega, figuras de acción GI Joe, un walkman. Así es, un walkman. Debido estos son los años ochenta, niños. ―¡Santa mierda, realmente eres tú! ―Grita el Drew de cinco años. ―Realmente sí. Ahora dime, joven, ¿has sido un buen chico este año? Su rostro se arruga en su intento de ser honesto. ―Lo intento. Es difícil ser bueno. Papá se ríe. ―¿Haces lo que tu madre te dice? Él asiente con la cabeza. ―Sí señor. ―¿Y escuchas a tu hermana? Frunce el ceño. ―Lexi es mandona.

―Sí, es mandona. Pero es tu hermana mayor, Drew, ella quiere lo mejor para ti. Siempre debes escucharla. De mala gana, él asiente con la cabeza. ―Sí señor. ―Bueno, joven ―exclama mi padre―. ¡Estoy organizando todo en mi trineo para la gran noche! Debería estar en tu casa mañana, en la víspera de Navidad, con un montón de regalos para ti. El Drew de cinco años mira por encima de su hombro, asegurándose de que la costa está clara. Luego habla vacilante en el teléfono. ―Oye, Santa, ¿puedo hacerte una pregunta? ―Puedes preguntarme cualquier cosa, Drew. ―¿Estaría bien añadir algo a mi lista? Oigo preocupación en la voz del anciano cuando él responde: ―¿Agregar algo? No estoy seguro de que pod… ―O, podría intercambiar. Puedes mantener mis otros regalos, creo que realmente sólo quiero una cosa. ―¿Qué quieres, Drew? ―Quiero que traigas a mi papá a casa para Navidad. Hay silencio en el otro extremo del teléfono. Mi yo más joven explica: ―Tenía que ir lejos por el trabajo, y mamá dice que no cree que vaya a estar en casa el día de Nochebuena. Y... ella está triste por ello. Todos lo estamos. No es tan divertido. Lo echo de menos. ―Suspira―. Por lo tanto, si puedes asegurarte de que esté en casa mañana, puedes mantener las otras cosas. Sonrío. Porque sé lo que vendrá después. Espéralo. ―Bien… quizás no todas las otras cosas ―modifica―. Todavía podrías dejar la Sega. Pero te puedes quedar con todos los regalos de Lexi, a ella no le importará.

La voz de Santa se vuelve áspera por la emoción y convicción cuando promete: ―Tu padre estará en casa para la víspera de Navidad, Drew. Lo prometo. El joven Drew sonríe con tanto entusiasmo. Deleite. Inocencia. Me hace pensar en mi hijo. El sonido de su risa. La calidez de su abrazo. La forma en que rebota en la cama, incluso cuando Kate le dice que no, y él salta a mis brazos, con un abandono total. La fe y la confianza completa. Porque sabe que lo atraparé. Que nunca le dejaría caer. Que nunca lo dejaría de lado. ―Gracias, Santa ―susurra mi yo pequeño con insistencia. Mackenzie levanta la vista a mis ojos. ―¿Acaso Abuelo llego a casa a tiempo? Mi voz adquiere un tono distante, porque me acuerdo de lo que pasó al día siguiente ―recuerdo exactamente cómo me sentía. ―Fuimos a los Fisher’s para la cena de Nochebuena. Todos estábamos allí, yo, Matthew, Steven. A los siete años, tu padre ya estaba siguiendo a tu mamá alrededor, con ganas de pasar un rato con ella. Yo seguía mirando la puerta. Esperando que mi padre entrara. Con esperanza. Una sonrisa viene a mis labios. ―Y entonces él lo hizo. Riendo, con fuerza y más grande que la vida. Corrí hacia él, incluso antes de que abrazara a mi madre, me recogió y me dio la vuelta. Me llevaba en su hombro como el maldito Tiny Tim. Y se sentía... mágico. Al igual que la verdadera magia de Navidad. Y yo estaba tan... orgulloso de mi mismo. Porque pensé que mi deseo lo trajo a casa. Parpadeo, sacándome de mi ensoñación. Y bajo la mirada a Mackenzie. ―De todas las navidades que disfrute como un niño... aquella... esa fue la mejor. ―¿Pero lo olvidaste? Eso es lo que pasa, ¿no? Uno crece, y la maravilla de las vacaciones se desvanece. Se convierte más en una carga, los lugares para ir, el tráfico, los

regalos que tienen que ser encontrados y comprados. Y te olvidas de las pequeñas cosas, los momentos simples que se supone que hacen un día habitual algo más. ―Sí. Supongo que lo hice. Es sólo cuando levanto la vista del rostro de Mackenzie que me doy cuenta de que no estamos en ese pequeño apartamento más. Estamos de vuelta en mi oficina. Mi cabeza nada en algo parecido al vértigo. Me dejo caer en el sofá de gamuza hasta que pasa. Echo un vistazo a mi reloj, y es la misma hora antes de que Mackenzie entrara por la puerta. Todavía dos horas antes de mi conferencia. ―¿Sabes por qué he mostrado este recuerdo en especial esta noche?― me pregunta Mackenzie. Resoplo. ―¿Para demostrar que soy obviamente más como mi padre de lo que nunca note? Ella niega con la cabeza. ―No. Te mostré esto porque los momentos importantes. Puede que no los recuerdes, pero todavía desempeñaron un papel en quien creciste para ser. Y cómo te sentías acerca de la Navidad, tu papá, y en cierto modo, de ti mismo. Son las pequeñas cosas, todos sumados, que nos hacen ser lo que somos. Así que ahora que te acuerdas, ¿qué vas a hacer, tío de Drew? Me froto la parte de atrás de mi cuello. ―Voy a... Voy a encontrar una manera de hacer las paces con James después de Navidad. Tal vez lo lleve a un partido de baloncesto después de algún tiempo de calidad. Solo nosotros dos. Mackenzie suspira. Y parece decepcionada. Es similar a cómo Kate me mira cuando ella llega a casa del salón y no estoy emocionado por el hecho de que se recorta todo un cuarto de pulgada. Como... estoy pasando algo por alto. ―Bueno ―se lamenta―. Es hora de que me vaya.

A pesar de que todavía estoy seguro de que esto es un sueño, no estoy tomando ningún riesgo. ―Aguanta, cariño. No puedes irte todavía. Pasa el rato aquí conmigo y yo te llevare a casa cuando termine. Se sienta en el sofá. ―Está bien, tío de Drew. Lo que digas. Me dirijo de nuevo alrededor de mi escritorio, me siento, y reoriento toda mi atención en mi presentación.

Capítulo 4 Mackenzie juega silenciosamente con su teléfono mientras yo trabajo. Ella es madura y considerada como eso. Luego de media hora, miro al sofá para agradecerle, y veo que malditamente se ha ido. Me pongo rápidamente de pie. —¿Mackenzie? Cuando no escucho ninguna respuesta, salgo corriendo a la puerta. Abalanzándome sobre ella para abrirla, grito: —Mack… De hecho, dije su nombre completo, pero no pudiste escucharlo. Porque el fuerte sonido de ―Angels We Have Heard on High‖ ahogó mi voz. Y si eso no era lo suficientemente alto, el eco de campanas tintineando en la parte de atrás, el zumbido de una docena de elfos robóticos, renos y hombres de jengibre sin cabeza se esparcían alrededor –y no olvidemos el crujido y silbido de la nieve cayendo. Sí, nieve de verdad, dentro de mi maldito edificio de oficinas. El piso principal afuera de las oficinas fue transformado en un país de las maravillas de invierno. Me quedo de pie allí. Estupefacto. Luego, mi hermana Alexandra se acerca, doblando por la esquina. Lleva puestas ropas elegantes de fiesta –un vestido strapless rojo de satén, tacones negros, su cabello recogido alto en su cabeza, con una tiara de perlas alrededor de sus rizos rubios. Inspecciona la habitación. —Dios, soy buena. Me cruzo de brazos y me apoyo contra un escritorio cubierto de nieve. —Te pasaste un poco, ¿no crees?

Alexandra eleva sus hombros. —Si no puedes pasarte en Navidad, ¿en dónde puedes hacerlo? Luego, me contempla con sus ojos verde claro. Y deduzco: —No estás aquí para recoger a tu hija, ¿no es así? —No, mi hija está sana y salva. ¿Por qué piensas que estoy aquí, hermanito? —Empiezo a pensar que cada miembro de mi familia ha sido secuestrado por alienígenas de ojos verdes empecinados en impedirme que haga mi maldito trabajo. Niega con su cabeza. —Incluso tus teorías sobre alienígenas son egocéntricas. Me alejo del escritorio. —De acuerdo, vámonos. Mientras más pronto hagamos esto, más rápido podré volver a mi escritorio. —Y no puedo evitar hablar sin sarcasmo—. Muéstrame tu revelación, fantasma de Navidad. Enséñame el error de mi camino. Alexandra frunce el ceño. Y revisa su manicura. —Ahora no estoy de humor. Aprieto mis dientes. —Alexandra… —No me gusta que me apuren, Drew. Tienes que invertir en tu tiempo, oler el bosque sagrado, tener la experiencia completa. No soy una cualquiera a la que le agradeces por un favorcito. Mi cara se contrae. —Ciertamente, espero que no lo seas. Eso sería malditamente extraño. —¡Los cielos han intervenido en tu favor! —Estrella su pie en el suelo—. Para ayudarte. Un poco de gratitud sería bueno.

Me toco la nariz, respiro profundamente, y trato de mantener la calma. Porque la maldita perra está, obviamente, de un humor tormentoso, como un gato jugando con un ratón antes de devorárselo. Intentar salir de debajo de sus garras sólo prolongará todo esto. Mi mejor opción es rendirme. Jugar al muerto. Someterme. —Me disculpo por ser aguafiestas, Alexandra. Gracias por tomarte tiempo esta noche para educarme. Soy realmente afortunado de tener una hermana y ángel celestial como tú que se preocupa tanto por mi bienestar emocional. Su cabeza se mueve de lado a lado, sopesando mi sinceridad. —¿Te gustan las decoraciones? —me pregunta, petulante. Sonrío. —Las decoraciones son hermosas. La expresión de Alexandra cambia a una más amigable. —¿Y la música? —Una de mis canciones favoritas, un clásico. Emite un pequeño gruñido. —Trabajé realmente duro en la nieve. La sumisión no es mi fuerte. —¡Al diablo con ella, Lex! Levanta sus manos. —Okay, okay —Se endereza y toma mis manos—. Ven conmigo. Juntos, caminamos a la oficina de Steven. Instintivamente, cierro mis ojos al tiempo que pasamos la puerta de entrada. Luego, los abro. —Esto es… esto es tu apartamento —afirmo. El apartamento de mi hermana tiene los típicos muebles majestuosos de una carísima y exclusiva vivienda de Nueva York. Vistas panorámicas, techos altos, molduras de madera oscura bien detalladas, pisos prístinos y brillantes de mármol. Pero también hay calidez –sofás cómodos, almohadones coloridos,

dibujos de los niños enmarcados en cuadros– todo eso lo hace también un hogar de familia confortable. —Brillante observación, como siempre —responde. —¿Cuándo es esto? Los ojos de Alexandra se vuelven compasivos. —Esta noche. En este mismo momento. Estas son las memorias de las que no formarás parte. Entramos en la habitación familiar, donde todas las caras familiares están congregadas. Está mi padre, con un traje negro y corbata roja, con un sombrero ridículo de Santa en su cabeza, hablando con Frank Fisher – el amigo de toda la vida de mi padre y también su socio de negocios – en el mueble bar. Le sirve jugo de manzana en un vaso para Mackenzie, que está sentada en una banqueta entre los dos hombres. Una pequeña sonrisa aparece en mis labios cuando miro a mi mamá –que luce un par de décadas mayor que su anterior reencarnación, pero igual de hermosa– esta vez en un vestido rojo sencillo y zapatos negros. Está conversando con mi hermana en el sofá. En un extremo de la habitación, está mi cuñado, Steven, con sus ojos celestes brillando con orgullo detrás de sus anteojos de marco negro mientras se agacha para escuchar lo que su hijo, Thomas, le está diciendo. Están parados frente a la mesa de ping pong –nuestro último pasatiempo adquirido en familia. Están preparándose para jugar contra mi mejor amigo, Matthew Fisher y su hijo de cinco años, Michael, que están parados al otro lado de la mesa, luciendo un poco como si fueran hermanos gemelos con su cabello corto castaño y camisas verdes con botones. Adyacente a la mesa, hay un sofá de dos piezas, donde la esposa de Matthew y la mejor amiga de Kate, Delores ―Dee Dee‖ Warren, está sentada, vistiendo una falda corta de cuero rojo, un ceñido suéter blanco con rayas, y brillantes aros colgantes de Santa Claus. Al lado de Dee, está Kate, y no puedo quitar mis ojos de ella. Un elegante vestido negro de mangas largas la abraza en todos los lugares correctos, su oscuro cabello largo cae sobre sus hombros en ondas, y verdes tacones altos de punta abierta encierran sus pies. Los aros de diamantes de tres quilates que le di para nuestro segundo aniversario, brillan en sus orejas.

Es perfecta. Y tan preciosa. Siento mi pecho llenarse de orgullo y deseo cada vez que la miro. Es la reunión familiar perfecta. Hojas perennes y moños agregan el estilo navideño al ambiente, música de Navidad suena alegremente de fondo, y docenas de platillos deliciosos descansan en la mesa de buffet, esperando a ser destapados. Es una versión moderna de una imagen de idílica de Norman Rockwell –toda la habitación está plena de risa y conversación alegre. Todos están contentos de estar allí, todos la están pasando bien. Todos, excepto mi hijo James. Está inusualmente silencioso, sentado en una silla reclinable al lado del sofá de dos piezas. Sus ojos marrón oscuro alternan entre la partida de ping pong y la puerta de la entrada principal. Steven, quien siempre está en sintonía con cómo se sienten los demás, le da un pequeño codazo a James. —¿Qué dices, amigo? ¿Quieres estar en nuestro equipo con Thomas y conmigo? Podríamos acepar otro hombre. Mi hijo de cinco años le sonríe genuinamente y mira las dos raquetas de ping pong en su mano. —No te preocupes, tío Steven. Voy a esperar a mi papá. Estaré en su equipo. Y eso me hace sentir dos centavos menos que una mierda. Porque no tiene la menor idea que no tengo ninguna intención de presentarme. Las palabras de James inmediatamente captan la atención de Kate, y se acuclilla frente a él. —Cariño, ¿recuerdas que te dije que papi tenía que trabajar esta noche? No quería hacerlo, pero no tuvo opción. No creo que venga a jugar ping pong. James le sonríe tranquilamente. —Sí, lo recuerdo. Pero vendrá después de que termine de trabajar. Sé que lo hará. Llegará a tiempo.

Los ojos de Kate se nublan de preocupación, porque no quiere decepcionar a nuestro pequeño niño. No en la noche de Navidad. Y seguro como el infierno que no quiere que su padre sea el motivo. —¿Puedo jugar contigo? —pregunta—. Juego bien al ping pong. James se ríe nerviosamente. —Gracias, mami, pero quiero esperar a papi. Kate intenta de nuevo. —¿Y si no puede venir, cariño? James la mira calmadamente, confiadamente, porque cree cada palabra que dice. —Papi me dijo que ―no poder‖ no es una palabra de verdad. Que cualquier cosa que alguien quiere hacer con muchas ganas, lo puede hacer. Dijo que ―no poder‖ significa que no lo harán, o que simplemente no tienes ganas. Por eso sé que vendrá. Porque es noche de Navidad, y no hay ningún otro lugar en donde papi quiera estar que no sea aquí, con nosotros. Así que vendrá. Un dolor lleno de culpa golpea mi pecho, y lo cubro con mi mano. Creo que malditamente lloraré. —Ouch —dice el espíritu de mi hermana, detrás de mí—. Eso debe doler. Y tú pensabas que la culpa de madre era mala. Niego con mi cabeza. —Soy un completo idiota. ¿Cómo puedo ser tan imbécil y no saberlo? La Alexandra navideña muestra lástima por mí. Me da golpecitos en el hombro. —No eres tan malo. Sólo eres un poco absorbente contigo mismo a veces. No ves las cosas desde la perspectiva de otros y cómo tus acciones pueden llegar a afectarlos. De vuelta en el apartamento, Kate quita los mechones de cabello de James que se le cayeron sobre la frente. —Eres el niño más inteligente y dulce de todos, ¿lo sabes?

Él sonríe. —Sí, eres muy afortunada. Mi esposa ríe. Luego, lo besa en la frente y regresa al sofá de dos cuerpos, al lado de su mejor amiga. Echa una mirada preocupada al hall, hacia la puerta principal, y hay un tono de furia en su tono cuando le susurra a Delores: —Si James sale lastimado esta noche por culpa de Drew, él y yo tendremos un gran problema. Delores asiente. Pero luego me doy cuenta de que quizá la Navidad sí es mágica, porque ella me defiende. O algo parecido. —No te rindas, Katie. La mierda quizá saque su cabeza de su trasero lo suficiente como para darse cuenta de dónde debería estar. Lo logró antes cuando pensé que no lo haría. Así que… mantén la fe, quién sabe qué puede suceder. Kate da un sorbo a su vino, luciendo claramente incómoda. Luego, los participantes del partido de ping pong gritan cuando Michael arroja la pelota a su tío y obtiene el punto ganador. Su padre choca los cinco con él y lo abraza. —Buen juego, señor —lo felicita Steven. —Buena tirada —dice mi hijo con sinceridad. Luego, suspira. Y vuelve a mirar la puerta principal. Aunque sé que no puede oírme, me empiezo a acercar a él para explicarle lo crucial e importante que es la llamada en conferencia de esta noche. De modo que entienda. Pero incluso en mi cabeza, la justificación suena falsa. De todos modos, tampoco tengo la oportunidad de explicarle nada. La mano de mi hermana sobre mi hombro me detiene. —Ven. Todavía tenemos otra parada que hacer. —¿Para que pueda sentirme peor que ahora? —Formo sarcásticamente una V de victoria con mis dos dedos—. Hurra. Toma mi mano y con reticencia la sigo afuera de la puerta principal.

*** Y de pronto aparecemos en mi apartamento. Hay un fuego prendido en la chimenea en el living pero las luces están bajas. Y está silencioso –el único sonido es la voz cantando de Kate flotando suavemente en el hall desde la habitación de James. Hace eso algunas veces –le canta para que duerma. En este momento, está haciendo una interpretación fantástica de ―Have Yourself a Merry Little Christmas‖. La imagino pasando sus dedos por su suave cabello mientras sus ojos se vuelven pesados. Luego, cuando finalmente se duerma, le dará un beso en la frente y olerá su dulce aroma de niño en su piel. —Esto es más tarde esta noche —me informa mi hermana—. Mientras tú estás en la oficina en tu reunión a través de video conferencia. Unos segundos después, la canción termina y Kate sale caminando por el hall. Su cabello está recogido y viste un camisón de seda verde que acentúa las manchitas verdes de sus ojos. Con medias blancas, porque los pisos de madera son malditamente fríos en invierno. En sus manos, Kate sostiene una botella de vino y un vaso. Lo descorcha en la mesa de café y se sirve una medida doble en el vaso. Después, abre el closet del hall y mete su cabeza dentro. Mientras hurga dentro, sacando bates de béisbol y chaquetas de ski que astutamente utilizo para esconder los regalos, la parte trasera de su camisón comienza a subirse, y el ―Ho ho ho‖ escrito en el trasero de sus bragas asoma fuera. Inclino mi cabeza para tener una mejor visión de las deliciosas vistas. La adicción es una enfermedad. Pero hay momentos –como este– que se transforma en algo agradable. No puedo evitarlo, y si soy honesto, no quiero hacerlo. Alexandra me frunce el ceño. —Concéntrate, por favor. Me aclaro la garganta y asiento. Eventualmente, Kate logra desenterrar dos cajas más largas que ella. Los abre, coloca todas las piezas prolijamente, acomodándolas a su lado. Toma un

sorbo de su vino, abre el manual de instrucciones, y se da a sí misma un discurso motivacional. —Si Drew quiere trabajar, puede hacerlo. Tengo esto resuelto. ¿Qué tan difícil puede ser? Tendríamos que hacer una pausa en este momento y pensar sobre esa afirmación. ¿Cuán difícil puede ser realmente poner juntas todas las piezas del juguete de un niño? Experiencias pasadas me dicen que puede ser malditamente difícil. Si tienes hijos, sabes exactamente de lo que estoy hablando. No lo entiendo. Instrucciones gráficas, pasos simples explicados en forma clara - ¿eso es mucha mierda que pedir? Y no dejes que empiece a hablar sobre el embalaje. Soy consciente de que los robos son un perjuicio para los negocios, ¿pero es necesario envolver cada maldito componente en plástico, alambre y cinta industrial? Las únicas personas que desalientan esto son los padres tratando de armar los juguetes. Me pregunto quién es el que hace las llamadas en las compañías de juguetes. Quién es el que decide qué piezas van unidas y con qué potencia. Quienquiera que sea, estoy seguro que sufrió burlas en la escuela. O quizá era pobre y nunca pudo jugar con juguetes cuando era niño. De modo que ahora, todos los días, toma su enferma y retorcida venganza haciendo lo más difícil posible para cualquiera poner juntas las piezas de algo que debería ser un condenado pastel. Me siento mejor ahora, habiendo sacado eso de mi pecho. Gracias. Así que, volviendo a Kate: después de quince minutos de haber empezado, logra sacar las tres piezas de la caja de la bicicleta de James. Levanta la hoja de instrucciones y la mira de ambos lados. Luego, la pone boca abajo e intenta leerla dando vuelta la cabeza. —¿Me estás jodiendo? —le grita al papel, arrojándolo al suelo. Luego, les habla amenazadoramente a las piezas de la bicicleta mientras intenta colocarlas juntas forzadamente—. Sólo entra en tu lugar, maldita sea. Cuando eso no funciona, toma un respiro y da un sorbo a su vino. Se saca los mechones de cabello que se le escaparon del rodete de su cara. Luego, recoge una vara azul de metal.

—Eres el componente A. debes ser insertado en el agujero del componente B. trabaja conmigo, por favor. Y ahora, vuelve a maldecir. Me pongo en cuclillas a su lado. —Parece que la vara A está demasiado bien dotada para el agujero de B. quizá necesite un poco de lubricante. Si pudiera oírme, Kate se reiría entre dientes. Y me miraría como si fuera el hombre más listo del mundo. Pero no puede. De modo que continúa apretando los dientes y luchando con las varas metálicas. Hasta que su mano se resbala. Y su dedo queda agarrado entre dos piezas de acero. Con una maldición, Kate suelta las piezas de la bicicleta y sacude su mano, tratando de calmar el dolor. Luego, se pone el dedo en la boca. Es algo que yo hubiera hecho si estuviera aquí. Chupar su dedo hasta que se sintiera mejor. Luego, le habría colocado una curita o algo de hielo. Una vez que su dedo es probablemente un pequeño latido, Kate se frota la frente. Se ve cansada. Y triste. Y por primera vez esta noche, desearía haber elegido distinto. No es sólo porque me siento culpable – de hecho, así me siento. Pero si pudiera regresar, estaría con ella en este momento. Y sería malditamente más placentero para ambos. Kate recoge su vaso de vino, con sus ojos en el líquido rojo, luego lo sostiene tristemente. —Feliz Navidad, Kate. Y eso acaba conmigo. No quiero seguir viendo esto. No quiero saber que mis acciones han herido los sentimientos de las dos personas que más me importan.

Porque soy un hombre. Y para molestia de las mujeres en todas partes – los hombres son hacedores. No sólo escuchamos sus balbuceos sobre sus problemas; les decimos cómo resolverlos. Y nunca entendemos porque se molestan por eso. Porqué quieren que sólo seamos un ―buen oyente‖. ¿Cuál es el maldito punto de quejarse si no piensan hacer nada al respecto? Así que volveré a mi oficina y llevaré mi trasero a casa para ayudar a Kate a armar el regalo de James. Y luego, despertaré a mi hijo y le pediré disculpas. Que jugaré al ping pong con él cada maldito día si eso lo hace feliz. Me pongo de pie y miro a los ojos de mi hermana mayor. Como si pudiera leer mi mente, me dice: —Okay, volvamos. Alexandra me toma de la mano y caminamos hacia los ascensores fuera de mi apartamento. Entramos y las puertas se cierran detrás de nosotros. Cuando se vuelven a abrir, estamos en el piso de mi oficina. Y toda la decoración –la música, la nieve– ya no está. Afuera de la puerta cerrada de mi oficina, miro a mi hermana. —Gracias, Alexandra. En serio. Sonríe. —¿Sabes lo que es la vida, Drew? —¿Una broma cósmica? Resopla. —No, la vida es una memoria. Seguro, disfrutamos los momentos cuando suceden, pero para muchos, el tiempo pasa demasiado rápido como para verdaderamente apreciar esos momentos cuando suceden. Es sólo después, cuando recordamos esos momentos, que se convierten en algo apreciado para nosotros. Una buena vida es aquella donde los buenos momentos sobrepasan a los malos. Me froto la parte de atrás del cuello. —Es suena algo deprimente.

—No tiene que serlo. —Niega con su cabeza suavemente—. Nunca pierdas la oportunidad de crear una bella memoria, Drew. Luego, me da un beso en la mejilla y desaparece.

Capítulo 5 Después de que Alexandra se va, espero. Mi ángel guardián me dijo que tres espíritus me visitarían, y tengo el presentimiento de que no me despertaré de este sueño hasta que la soltera número tres tenga su turno. Cuando nada pasa, trato de ayudar a que las cosas sucedan. —¿Hola? ¿Hay alguien aquí? Tú ganas. Me siento malditamente culpable. Voy a cancelar mi conferencia e irme a casa. ¿Contento? La única respuesta que recibo es silencio. Doy una última mirada alrededor, luego abro la puerta de mi oficina y doy un paso adentro. Quedo enceguecido por luces rojas y verdes brillantes. Una fuerte melodía de ―Jingle Bells‖ en versión de guitarra eléctrica perfora mis tímpanos, mientras una neblina blanca no me deja ver claramente la habitación. De atrás de mi escritorio sale una creatura gigante cuyo rostro está oculto por una capa de satén rojo con capucha. De pronto, las luces se apagan y la música deja de sonar. No diría que estoy asustado pero… sí intimidado. —¿Eres… eres el espíritu de la Navidad? No espero una respuesta. En la película, el más temible espíritu nunca habla. Si se quita la capucha, supongo que tendrá un agujero negro donde tendría que estar su rostro – quizá una cabeza de esqueleto. Respiro hondo al ver unas manos con uñas rojas largas que toman la capucha para revelar el contenido debajo de la capa. ¿Acaso pensé que esto era un sueño? No, es una pesadilla.

Porque parada frente a mí, sonriendo malvadamente, está nada más y nada menos que Delores Warren, el siempre presente dolor en mi trasero. —Esa soy yo —proclama—. El más grande y malvado espíritu de Navidad que jamás existió. Me cubro la cara con una mano para proteger mi visión. —¿Puedes colocarte de nuevo la capucha? Me mira con furia. —Ja ja, idiota. No haría bromas si fuera tú, considerando lo que has arruinado. De nuevo. Me cruzo de brazos. —Supongo que eso significa que me llevarás al futuro. Me mostraras mi tumba y cómo nadie le interesa que esté muerto debido a mis actitudes egoístas. Se estruja la nariz y sacude la cabeza. —Eso era cosa de Ebenezer, él siempre fue un emo-bastardo. —Toca el broche de perlas en el cuello de su capa, mientras me pregunta: —¿Alguna vez te preguntaste cómo habría sido tu vida si tú y Kate nunca se hubieran conocido? —No realmente. Nunca fui bueno en filosofía. Es una pérdida de tiempo, en lo que a mí concierne. Además, Kate y yo SÍ nos conocimos, así que los hubiera, podría y demás no se aplican. —Bueno, yo sí me lo pregunté —dice ella—. Siempre sospeché que Katie habría estado mejor sin ti. Así que no iremos al futuro. Te mostraré esta noche cómo habría sido todo si Kate nunca hubiese venido a Nueva York y no hubiera sucumbido a tus encantos. ¿Eso es algo que quieres ver? Porque yo no estoy interesado. Porque… ¿qué pasa si Delores tiene razón y Kate estuviera mejor sin mí? Eso rompería mi maldito corazón como ninguna otra cosa lo haría.

Niego con mi cabeza. —No, gracias. No participaré de esto. Sus ojos verdes brillan. Casi amenazadores. —Por suerte para mí, no tienes otra elección que aceptar. Con eso dicho, se gira hacia mí, con la capa roja inflándose alrededor nuestro. Siento su mano sobre mi brazo y todo el mundo se sacude –ca – luego todo se detiene por completo, como si fuera el final de un viaje en montaña rusa. Miro alrededor. Estamos en el hall de afuera del departamento de mi hermana. La puerta está abierta y una versión de mí mismo está parada en la puerta, despidiéndose de su familia que está adentro. Parece un poco más avejentado – pero aun así un tipo realmente apuesto. —¿Este soy yo en la cena de Navidad? —pregunto. —Sin una esposa e hijo que ocupen tu tiempo, fuiste capaz de tener la conferencia con Hawái más temprano. —Luego, Delores señala a mi otro yo—. Mira los pies de cuervo que tienes. Debido a que no sentaste cabeza con Kate, hay unos cuantos años más de fiesta bajo tú cinturón y en tus ojos. Pero, lamento decirlo, ninguna te ha echado de su cama todavía. Sacudo mi mano, callando su molesto comentario, para poder escuchar la conversación en la puerta. —¿Seguro que no quieres pasar la noche aquí? —pregunta Alexandra—. Podrías despertarte con nosotros y abrir los regalos. No hay nada que se sienta como una verdadera Navidad si no hay niños despertándose a la madrugada a abrir regalos. El Drew sin Kate abraza a Mackenzie y Thomas, luego besa a Alexandra en la mejilla. —Suena tentador, pero estoy bien. Su madre chasquea la lengua en desacuerdo. —Odio la idea de ti estando la noche entera solo. Steven se ríe entre dientes y choca el puño con Drew.

Su madre rueda lo ojos. —Es víspera de Navidad, no seas vulgar. Drew estrecha la mano de su padre. —Nos vemos mañana. Después de eso, se va. Pero no vuelve a su casa. Camina unas cuadras hasta llegar al sitio donde se han dado más encuentros sexuales que en un baño público en la parada de una autopista. Al bar de un hotel. Mientras se para en la entrada, echando un vistazo a las opciones disponibles, yo hago lo mismo. Si bien ha pasado un cierto tiempo para mí, buscar las opciones fáciles es como montar una bicicleta – una habilidad que nunca olvidas. Nuestros ojos se posan en una pelirroja de unos 40 años de excelentes formas, sentada sola en una mesa de la esquina. Drew ordena dos bebidas al cantinero – un Jack y una Coca para él, y lo que sea que la dama esté tomando. Luego hace su movida. —¿Te importa si te acompaño? —pregunta con una sonrisa en sus labios. Después que sus ojos lo desnudan sin ninguna vergüenza, asiente. —Por favor. Coloca una bebida enfrente de ella y ésta le agradece. Él asume que ella está hospedada en el hotel porque de hecho no vive en Nueva York. Así que pregunta: —¿Estás visitando la ciudad por negocios o placer? Ella da un sorbo a su trago y lame sus labios provocativamente. —Originalmente, negocios. Trabajo en negocios inmobiliarios. Pero parece que ahora seré multifunción. Drew le guiña un ojo.

—Soy una excelente compañía para tareas multifunción. Tengo la habilidad de prestar atención a varias áreas diferentes al mismo tiempo. Me encantaría mostrarte ese talento alguna vez. La pelirroja sonríe ampliamente. Luego dice: —Muérdago. —¿Disculpa? Apunta arriba de ellos. —Mi habitación de hotel tiene sábanas con un muérdago impreso en ellas, en honor de la temporada de Navidad. ¿Cómo te sentirías besándome debajo de ellas? Drew ríe entre dientes. —Creo que esa es una tradición de Navidad que siempre debe ser respetada. Terminan sus bebidas y luego se ponen de pie. Siempre tan caballero, Drew hace señas con su mano. —Después de ti. Y juntos se dirigen arriba. *** El dormitorio de la pelirroja es de hecho una suite. Delores y yo nos sentamos en el sofá en el área compartida mientras la otra versión de mí y la pelirroja están ocupados en el cuarto. Por lo que puedo escuchar – que es mucho – la pelirroja es bastante flexible. —Uh… Demonios. —Oh… Oh… Oh… —Mierda… ¡Sí! —Oh… ¡Sí! —Eso es… Sí… Más… ¡Hazme tu perra!

—Jesús… Y así continúa. Por una hora. Luego, dos. Desde el sofá, estoy mirando el techo. Y pienso en pintar de nuevo la oficina de mi casa. Delores me fulmina con la mirada. —Estás disfrutando esto, ¿no es así? Entrecierro los ojos mientras considero su pregunta. —No tanto como pensé que lo haría. Quiero decir, no soy realmente yo, así que no tengo nada por lo que sentirme culpable. Pero aun así… Escuchar otra versión de mí gozando como el infierno con cualquier otra mujer que no sea Kate se siente… raro. De un modo perturbador. Para nada excitante. Luego de un grito alto y un fuerte gruñido, la habitación queda en silencio. Hasta que… —Mmm… —Oh… —Uh… Uh… Uh… Delores levanta sus manos. —Esto es malditamente ridículo. Me encojo de hombros sin remordimiento. —Picasso tuvo su arcilla. Rembrandt tuvo sus pinceles. Yo tengo mi polla. Todo verdadero artista tiene su herramienta favorita. Y no puedes irrumpir en el arte fino. —Sí… Sí… Sí… —Oh… Demonios… Ella rueda sus ojos. —Voy a adelantar esto rápido.

—Gracias a Dios. ¿Por qué no pensaste eso antes? La sigo por la puerta de la habitación de hotel. Y entramos en el living de mi apartamento. Mi antiguo apartamento, antes de que Kate y yo viviéramos juntos. El último bastión de soltero – negro, de acero inoxidable, con juguetes para niños grandes, ¿recuerdas? Estamos parados en el living mientras el Drew sin Kate entra por la puerta principal con su camisa a medio abotonar, silbando una canción de Navidad. Toma una ducha rápida, luego, vestido sólo con bóxer, se sirve un bol con cereales. Se sienta en el sofá, pone sus pies sobre la mesa de café, y empieza a pasar los canales en la televisión. Con la boca llena de cereales, sonríe. —Un Cuento de Navidad. Genial. Y se dispone a ver la película. —No entiendo —digo. —Porque eres un idiota —contesta Delores, inexpresivamente. —En lugar de insultarme, ¿me puedes explicar qué se supone que tengo que sacar de todo esto? Pensé que el punto de mostrarme mi vida sin Kate era ver cuán miserable sería sin ella. Gesticulo en dirección a mi otro yo en el sofá. —Él está bien. Adora su vida. ¿Cuál es la lección? Conteniendo la impaciencia, Dee explica: —Por supuesto que adora su vida. Ser un hombre intenso con las zorras era una de tus cosas favoritas. Siempre disfrutaste de tu trabajo, de tu vida antes de Kate. Pero si no puedes ver la lección que hay en todo esto que te estoy mostrando, entonces no estás mirando en profundidad, Drew. Paso una mano frustrada por mi cabello y miro de nuevo. Mi otro yo sonríe a la televisión y coloca su bol vacío sobre la mesa. Luego, echo una mirada al apartamento. La limpieza prístina, los muebles monótonos, las piezas de arte abstractas en la pared. Y por primera vez se siente… frío. Desinflado. Vacío.

Pienso en mi apartamento con Kate y James –nuestro hogar. Es luminoso, vibrante y desordenado en el mejor maldito sentido. Hay marcas de lápices en las paredes que muestran cómo James ha crecido y algunos rasguños en los pisos de madera. Hay souvenirs de vacaciones y fotografías de nuestra boda y de cada momento significativo de la vida de James. Hay juguetes y papeles de trabajo, camperas y zapatos. No está desordenado, pero hay vida en todo el lugar. Lleno. Ocupado. —Él es feliz —me doy cuenta— porque no tiene idea de lo que se está perdiendo. Delores asiente. —Eso es verdad. No sabe lo que se está perdiendo. Un escalofrío me recorre entero. Porque fácilmente este hombre podría haber sido yo. Podría haber sido todo tan diferente y yo no me habría dado cuenta. —Quiero volver —digo firmemente—. Ahora mismo. Quiero ver a Kate y James. Llévame de vuelta, Dee. Me echa una mirada compasiva para nada familiar en ella. —Ya casi, Drew. Sólo una parada más. Enlaza su brazo con el mío y desaparecemos. *** Estamos de pie en una oficina en la esquina de un impresionante piso de una torre de la ciudad. Granito color beige y vidrio pulido resaltan el escritorio, mientras que unos sofás blancos están enfrentados con una mesa de vidrio en medio de ellos. Antes de que pueda preguntarle a Delores dónde estamos, la puerta se abre y Katherine Brooks entra dando zancadas. Su cabello está atado en un moño bajo; sólo lleva un toque de maquillaje, una inmaculada pollera blanca y negra con una chaqueta a juego, y tacones altos. Ella es deslumbrante, perfectamente profesional, endurece pollas y sexy, todo en un solo pequeño empaque. Con pasos largos y confiables, se dirige al escritorio mientras habla por unos auriculares con micrófono.

—Lo siento, esa no es una condición que estemos dispuestos a ceder. Tómelo o déjelo. Miro a Delores. —¿Esto es… todavía es víspera de Navidad? Sus labios se fruncen con curiosidad. —Sí, lo es. Señalo con mi dedo. —¡Ajá! Sabía que tenía razón, Kate trabajaría en la víspera de Navidad si el zapato estuviese en el otro pie. No puedo esperar a decirle que sabía que tenía razón. Nuevamente, los ojos de Dee ruedan. —¿Esa es la primera cosa que quieres aclarar? Me encojo de hombros. —Tenía razón. Es un tema importante. —Estamos en Chicago. —¿Por qué Chicago? —Porque en esta realidad, este es el lugar donde Kate y Billy se mudaron después de que Kate obtuvo su Master en Negocios —hace una pausa —. Y después de que se casaron. Mi cabeza gira rápidamente hacia ella. —¿Qué? ¿Ella está casada con ese ser despreciable? ¿Me estás jodiendo? Para aquellos que necesitan un poco de historia, acá va: Billy ―Ser Despreciable‖ Warren es el primo de Delores y el amor de secundaria de Kate. Estaban comprometidos cuando nos conocimos. Poco tiempo después, ella se transformó en su ex prometida, despejando el camino para que ella y yo disfrutáramos de un estupendo fin de semana follando. Ese sigue siendo uno de los mejores fines de semana que tuve en mi vida. Y fue precisamente durante ese fin de semana que caí en la cuenta de que estaba endemoniadamente enamorado de Kate Brooks.

Como Kate y Billy habían crecido juntos, tenían mucha historia juntos, se mantuvieron como amigos cercanos –para mi desgracia– después de que rompieron, después de que ella y yo empezamos a salir y después de que nos casamos. Todo lo cual explica por qué siento frustración, disgusto, celos, rabia. Elige una emoción negativa y seguramente la estoy sintiendo en este momento. —¿Por qué haría ella esto? —pregunto, molesto. Dee levanta un hombro casualmente. —Porque estaban comprometidos. Porque pensaron que se amaban… lo suficiente. Porque estaban cómodos el uno con el otro. Y también porque ella nunca te conoció, de modo que no sabe lo que es sentir pasión y amor genuinos. —No puedo creer que ella se casó con él. —De nuevo, mi mano cubre mi corazón. Porque duele. —Si te hace sentir mejor, se divorciaron. Me espabilo rápidamente. —Deberías haber empezado por ahí. Me hace sentir inmensamente malditamente mejor, por cierto. Luego de un fuerte suspiro, sisea: —Idiota. —Luego explica: —Billy y Kate estuvieron juntos por tres años, luego terminaron. Él se fue a Los Ángeles y ella se metió de lleno en su trabajo como nunca antes lo había hecho. Dejaron de hablarse por completo. Cuando un matrimonio se echa a perder, siempre deja un sabor amargo. Mi atención regresa a Kate mientras habla por el micrófono de nuevo. —Deja de meterte con mis pelotas, Saul. Tú y yo sabemos que los días de gloria de tu división de tecnología están detrás de ti. Tomo asiento en el rígido sofá y la observo. Podría mirar a Kate todo el día y nunca aburrirme, ¿pero verla trabajar? ¿Verla haciendo una de las cosas que más ama? Es fascinante. Una verdadera belleza.

Apoya sus manos en el escritorio, tamborileando su dedo del pie en el piso. —Te estás convirtiendo rápidamente en un pequeño pez dentro de un océano inmenso. Antes de que lo pienses, un gran tiburón se acercará y te masticará en pequeños pedazos. Pero si actúas con inteligencia, firmas conmigo y dejas que maneje este asunto por ti, seré tu propio arpón personal. Y juntos nos daremos un banquete con sopa fina de tiburón. ¿Qué es lo que hará, señor Anderson? Jesucristo todopoderoso. Saul Anderson. Hay una explosión desde el pasado. El primer cliente con el que Kate y yo intentamos cerrar un acuerdo por primera vez. El que básicamente la acosó sexualmente, y al que mandé a la mierda. Y ahora Kate lo tiene en sus cuerdas. Aunque esto sea una extraña y maldita realidad alterna, estoy malditamente orgulloso de ella. No escucho la respuesta de Anderson, aunque tampoco lo necesito. El adorable movimiento de mano, junto al baile de caderas de alegría que hace alrededor de su escritorio, lo dice todo. Aunque está sonriendo ampliamente, trata de componer su voz. —Eso suena perfecto. Haré que le envíen los papeles. Excelente. Sí, a usted también, creo que este será un año nuevo muy feliz. Termina la llamada y su baile se transforma en saltos mientras ríe. Y me río con ella. Toma el teléfono y marca otro número. —Hola Christopher. Sí, feliz navidad a ti también. Suena como si estuvieras teniendo una gran fiesta ahí. Hace una pausa mientras Christopher responde. Pregunto a Dee seriamente: —¿Quién es Christopher?

—Relájate, Hulk. Es su jefe. Nada más. De hecho, tiene menos que cero de vida social. Considero su respuesta por un momento. —¿No tiene citas? ¿Ningún novio? ¿Ni ligues de una noche, ni algún amigo sin ataduras con el que follar? Delores niega con la cabeza. —Kate nunca fue una chica de una sola noche. Después de Billy, dejó de lado las relaciones totalmente. Demasiado esfuerzo, poca recompensa. Sonrío. Dee interroga: —Eso te pone feliz, ¿no es así? No puedo mentir. —Sí, es verdad. Me arroja una almohada a la cabeza. La voz de Kate vuelve mis ojos a ella. —Sólo quería hacerte saber que acabo de firmar con Saul Anderson. ¡Así es! Una muy feliz navidad ciertamente. Christopher responde, y una mirada de pura alegría y orgullo atraviesa su cara. —Estoy emocionada de recibir el puesto de vicepresidente. Sí. Absolutamente, puedes contar conmigo, Chris. OK, lo haré. Que tengas una hermosa velada también. Cuelga y empieza a bailar de vuelta. Sus pechos se mueven al mismo tiempo que sus caderas, y lo único que haría este show mejor serían palomitas de maíz. Bueno… y que su ropa cayera espontáneamente. Kate toma el teléfono y le cuenta a su madre todo acerca de su ascenso laboral. Sólo hablan por unos minutos – Kate le promete ir pronto a casa para visitarla. Luego, cuelga.

Saca una botella de champagne de su mini-refrigerador y se sirve un vaso. Luego, se quita los zapatos y camina a la ventana, contemplando las luces de la ciudad. Me pongo de pie para que nada obstruya mi visión. Mientras Kate está parada ahí, su expresión de alegría lentamente empieza a desaparecer. Se hace… triste… se llena de deseo. Desolada. Pienso en todas las diferentes caras de Kate que he visto. Apasionada, caliente y cachonda, dulce y tierna, tonta y sabelotodo… cuidadosa, madre amorosa. Es una esposa perfecta. Y es una madre maravillosa. Pero aquí, ahora, ella no obtuvo ninguna de esas cosas. Y eso es malditamente incorrecto. Kate mira su vaso de champagne y susurra: —Feliz Navidad, Kate. Y bebe un trago. —¿Oye, Dee? —¿Sí? —¿Recuerdas cuando te dije que estaba feliz que Kate no estuviera involucrada con nadie? —Sí. —Ya no estoy feliz con esa idea. Delores se acerca y toma mi brazo. —Entonces, es hora de volver. *** Estamos de regreso en mi oficina –mi verdadera oficina. El portarretrato familiar de Kate, James y yo en el escritorio demuestra que esta es mi realidad– donde Kate y yo nos conocimos, enamoramos, engendramos un hijo y nos casamos.

Y suspiro de maldito alivio. Estoy en mi escritorio, con Delores sentada con las piernas cruzadas en una silla frente a mí. —Estabas pensando en almas gemelas antes, ¿recuerdas? La verdad es que las almas gemelas son reales, las dos mitades de una misma moneda. Pueden vivir sin la otra parte y tener existencias exitosas y conformes. Pero nunca serán tan perfectamente felices como deberían ser, y de hecho lo serían, si encuentran la otra mitad. Así es como son tú y Kate. Sonrío. —Eso suena bien para mí. —Froto la mano en mi cara—. Quiero ir a casa, Dee. Quiero abrazar a mi hijo y besar a mí esposa y sólo… estar con ellos. Quiero mirar atrás y recordar pasar esta maravillosa noche con ellos. Delores sonríe y parece orgullosa de mí. —Primero, tienes que despertarte, Drew. Y chasquea los dedos.

Capítulo 6 Me sacudo violentamente despierto en mi escritorio, clavando la espinilla en el cajón en el proceso. —¡Maldita sea! Froto mi pierna y compruebo el tiempo. Siete y media. Aunque se siente mucho más tiempo, sólo una hora y media ha pasado desde que llegué a la oficina. Todavía tengo tiempo. Redacto un correo electrónico breve, cancelando mi conferencia con Media Solutions y adjuntando un PDF de mi propuesta. Les digo, de un modo que suena profesional, que pueden tomarlo o dejarlo, y si lo dejan, es su pérdida. Entonces agarro mis cosas y corro a toda velocidad a través de la ciudad. Camino por la puerta del apartamento de mi hermana veinte minutos más tarde, sacudiendo copos de nieve de mis hombros de la tormenta que acaba de comenzar. Me dirijo derecho a la habitación familiar y veo a todos allí, justo como sabía que estarían. Un pequeño borrón de cabello oscuro corre hacia mí. —¡Papi! Riendo, recojo y abrazo a James hasta que chilla. Se inclina hacia atrás y me regala una sonrisa impecable. —Sabía que vendrías. Un bulto obstruye mi garganta. Lo empujo para decirle: —Y estoy tan feliz de que lo supieras. Te amo, amigo. Más que cualquier otra cosa en el mundo entero. Él se ríe.

—Lo sé. Lo mantengo en mis brazos mientras Alexandra viene a saludarme. —Es casi la hora. —Siento llegar tarde. —Y la abrazo sólo un poco más de lo habitual—. No creo que te haya dicho últimamente, pero eres la mejor hermana nunca, Lexi. Ella agita mi cabello. —¿Qué tan dulce estás? Desde el otro lado de la habitación, Mackenzie levanta su vasito de sidra de manzana. —Me alegro de que hayas podido venir, tío Drew. —¡Me alegro de estar aquí, cariño! Tú y yo tenemos que hablar, te lo debo. Te lo explicaré más tarde. Mi hermana insiste: —¡Nada de ponis, o animales de granja de ningún tipo! Y el cuarto entero se ríe. Paso a Delores y sacudo la mierda fuera de ella con un beso en la mejilla. —Feliz Navidad, Dee. Me mira como si hubiese perdido la cabeza. —¿Estas borracho? Me río. —Algo así se siente. Entonces veo a Kate. Y cada fibra de mi ser tararea con devoción y alivio. Ella me mira con recelo. Rígidamente. Todavía molesta. Pongo James en sus pies. —¿Quiere patear los trasero del tío Matthew y el tío Steven en Ping-Pong? —¡Por supuesto!

Señalo con la cabeza hacia la mesa. —Ve. Voy a hablar con tu mamá un segundo. Me acerco a Kate, la guío a un rincón de la sala y fuera del alcance del oído de los otros. —¿Acaso la reunión terminó temprano? —pregunta en voz acerada. Realmente no puedo culparla. —Cancelé la reunión. Sus grandes esperanzados.

y

hermosos

ojos

marrones

lucen

sorprendidos.

Y

—¿Por qué? —Porque estar aquí con ustedes es más importante que cualquier acuerdo. Nunca debería haber programado trabajo en Nochebuena. Nunca debería haber dejado el apartamento cuando estabas molesta por eso. No lo volveré a hacer. Lo siento. Kate mira en mis ojos, leyendo mi sinceridad. Entonces sonríe. Con tanto amor, que hace temblar mis rodillas. —Te perdono. La tiro hacia mí y beso profundamente. Con ternura. Acariciando su mejilla con mi pulgar. Entonces Kate me mira a la cara. —¿Estás bien? Pareces diferente. —Tuve un sueño muy jodido. Te diré más tarde. —Entonces pienso en otra cosa—. Oye, ¿qué piensas de ir a Bumfuck, Ohio, para la víspera de Año Nuevo? Ella sonríe aún más brillante. —Me encantaría eso. Le guiño un ojo. —Yo igual.

*** Más tarde, después de que metemos a James en la cama y él esta inconsciente, Kate y yo pasamos dos horas armando una bicicleta azul brillante y un trampolín de niño de ocho pies de ancho que se colocará en el comedor formal. Al menos esa habitación finalmente tendrá un maldito propósito. Cuando hemos terminado, justo después de la medianoche, nos sentamos en el sofá y contemplamos los frutos de nuestro trabajo. Las luces parpadeantes del árbol reflejan mágicamente frente a los grandes lazos rojos y el papel de regalo de reno verde. Detrás del árbol, fuera del gran ventanal, delicados copos de nieve caen desde el cielo oscuro —es una imagen sacada de un maldito retrato de fiesta Hallmark. Los ojos de Kate se posan en mí. Con adoración. —Hacemos un buen equipo. Le froto el hombro. —Realmente lo hacemos. Es algo que nunca voy a olvidar de nuevo. Me levanto y me dirijo a la cocina. Cuando vuelvo, hay dos copas y una botella de Chateau Petrus 2002 en mis manos. Descorcho la botella, dejándolo respira por menos tiempo de lo que debería, y vierto una copa generosa para cada uno. Kate toma el vino con una sonrisa, y yo levanto mi copa. —Feliz Navidad, Kate. Ella da un golpecito a mi copa. —Feliz Navidad, Drew. Bebemos, entonces me inclino por un beso con sabor a vino. Delicioso. A continuación, me pongo de pie y pongo el equipo de música. El sonido de Michael Bublé cantando ―Have Yourself a Merry Little Christmas‖ llena la

habitación, no lo suficientemente alto como para despertar a James. Tomo su copa y la coloco sobre la mesa. Entonces extiendo mi mano a mi increíble esposa. —¿Puedo tener este baile, señora Evans? Su cálida mano se desliza dentro de la mina. —No hay nada que prefiera hacer, señor Evans. —Entonces, porque Kate es la perfecta mujer, añade: —Bueno, tal vez hay una cosa, pero estoy segura que vamos a llegar a eso más adelante. Me río profundamente. Mis brazos se envuelven alrededor de ella, abrazándola contra mí, con la cabeza apoyada en mi pecho. Y a la luz del árbol de Navidad, nos mecemos al tiempo con la música. ¿Era sólo un sueño? ¿Honestamente? Ni puta idea. Pero estoy agradecido de que ocurriera. Debido a que incluso alguien tan brillante como yo necesita un recordatorio de vez en cuando acerca de lo que es realmente importante. Los momentos que importan. Y las personas que no podemos y no queremos imaginar viviendo sin ellos. Mientras bailo con el amor de mi vida en la víspera de Navidad, juro que oigo el timbre bajo de una campana. Y si crees lo que dice la leyenda, entonces, en alguna parte, un ángel ha conseguido sus alas.

FIN

Sobre la autora Durante el día, Emma Chase es una devota esposa y madre de dos hijos que vive en una pequeña ciudad rural en Nueva Jersey. Por la noche, está en una cruzada en su teclado, trabajando por horas para traer a la vida sus coloridos personajes y sus payasadas sin fin. Tiene una relación de amor/odio con la cafeína. Emma es una ávida lectora. Antes de que nacieran sus hijos, era conocida por consumir libros enteros en un solo día. Escribir siempre ha sido una pasión constante y con la publicación de su primera novela, la capacidad de decir que ahora es un autor no es nada menos que un sueño hecho realidad.

¡Visítanos!