Stevenson Robert Louis - Oraciones de Vailima

BIBLIOTECA DOCTOR LIVINGSTONE PRIMERA EDICIÓN EN REy LEAR, FEBRERO de 2011 Título original: Vailima Letters, 1895 & A

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PRIMERA EDICIÓN EN REy LEAR, FEBRERO de 2011 Título original: Vailima Letters, 1895 & A Christmas Serrnon, 1888 Edita: REY LEAR, S.L. www.reylear.es © De la traducción, prólogo y notas: Santiago R. Santerbás, 1986,2011 Derechos exclusivos de esta edición en lengua española © REY LEAR, S.L. Alberto Alcocer, 46 -.lo B 2HOI6 Madrid !lustración de cubierta: Las enviadas de oro (1889), de Paul Gauguin ISBN: 978-84-92403-55-4 Depósito Legal: P-36/2011 Diseño y edición técnica: Jesús Egido Corrección de pruebas: Pepa Rebollo Producción: REy LEAR Impreso en la Unión Europea / Printed in E.U. ORACIONES DE VAILIMA & SERMÓN DE NAVIDAD Robert Louis Stevenson Prólogo, traducción y notas de Santiago R. Santerbás

BIBLIOTECA DOCTORLIVINGSTONE 2014

2 • ORACIONES DE VAILIMA & SERMÓN DE NAVIDAD

BREVIARIOS DE REY LEAR [36]

ORACIONES DE VAILIMA & SERMÓN DE NAVIDAD

La casa de Stevenson en Vailima

BIBLIOTECA DOCTOR LIVINGSTONE Robert Louis Stevenson • 3

4 • ORACIONES DE VAILIMA & SERMÓN DE NAVIDAD

ÍNDICE PROLOGO

7

ORACIONES DE VAILIMA Introducción a las oraciones por Mrs. Stevenson Para pedir prosperidad Para pedir gracia Por la mañana Por la noche Otra por la noche En tiempo de lluvia Otra en tiempo de lluvia Antes de una separación temporal Por los amigos Por la familia Oración del domingo Por nuestras culpas Para pedir el olvido de nosotros mismos Por la renovación de la alegría

11 13 17 18 19 20 21 22 23 24 25 26 27 28 29 30

SERMON DE NAV1DAD 31 Nota preliminar al «Sermón de Navidad» 33 Sermón de Navidad 35

Robert Louis Stevenson • 5

6 • ORACIONES DE VAILIMA & SERMÓN DE NAVIDAD

PRÓLOGO

ALGUNA VEZ ME HE PREGUNTADO por qué, hace

ya bastantes años, un descreído como yo tuvo la ocu­r rencia —debilidad o capricho— de traducir al cas­tellano, sin contrato editorial ni compensación pe­cuniaria, unas breves páginas de Robert Louis Stevenson tituladas, precisamente, Oraciones de Vailima y Sermón de Navidad: unas plegarias piado­samente conservadas y, luego, editadas por Fanny Osbourne, viuda del escritor, y una especie de ho­milía vagamente navideña publicada a fines de 1888 en la revista norteamericana Scribner’sMagazine. Se trataba, como puede advertirse, de dos géneros lite­rarios poco adecuados al talante de un agnóstico. Pues bien, siempre que me he formulado esa pregunta he llegado a la conclusión de que, si tra­duje ambos textos sin reservas mentales ni rechazo ideológico alguno, fue debido no sólo al placer que siempre me había procurado la lectura del escritor escocés, sino además a la evidencia de que las ora­ciones y el sermón no constituían, como suele ser habitual en estos casos, solapados especímenes de proselitismo confesional. Aunque educado durante su niñez en los rígi­dos principios de la iglesia reformada de Escocia, con el paso del tiempo y bajo la sucesiva influencia de culturas y pautas religiosas foráneas, el fervor infan­til de Stevenson fue derivando paulatinamente ha­cia un sistema ético basado en la honestidad perso­nal y la tolerancia. Incrédulo a la postre, respetó, aunque no las compartiera, toda Robert Louis Stevenson • 7

clase de creencias ajenas siempre y cuando éstas no atentaran contra la dignidad y la libertad humanas. En su fuero interno prevaleció siempre la moralidad práctica sobre la or­todoxia teórica; o, si se prefiere, la caridad sobre la fe. En la vida de Robert Louis Stevenson hay un episodio, no excesivamente conocido ni divulgado, que ilustra con nitidez su —llamémosla así— acti­tud religiosa. Afinales del siglo XIX, cuando el escri­tor llegó a los mares del sur para acabar asentándose en Samoa, existía una feroz rivalidad entre las misio­nes católicas y protestantes que ejercían su actividad evangelizadora en las islas del Pacífico, cuyos nativos eran víctimas de diversas enfermedades endémicas prácticamente incurables. Stevenson visitó Molokai, la isla en que eran confinados los leprosos del archi­piélago de Haway, donde recientemente había muerto a causa de la lepra el misionero católico bel­ga Jozef de Veuster, más conocido como padre Da­mián. Informado de su obra, de algunos episodios de su vida y de las circunstancias de su muerte, el es­critor no dudó en admirar sinceramente al desdi­chado sacerdote. Pocas semanas después, quedó sor­prendido al leer en un periódico una carta de un pastor presbiteriano de Honolulu en la que menos­preciaba la labor del padre Damián, lo tildaba de ig­norante, zafio, imprudente, sucio y fanático, e in­cluso le atribuía cierta proclividad al consumo de bebidas alcohólicas y a los contactos sexuales con le­prosas. El firmante de la carta se apellidaba —curio­sa y terrible coincidencia— Hyde, como el siniestro heterónimo del doctor Jekyll. Es probable que no fueran totalmente infundadas las acusaciones verti­das por el reverendo Hyde: lo cierto es que el padre Damián, fallecido en 1889, hubo de esperar hasta 1995 para ser beatificado por el papa Wojtyla, tan afi­cionado a elevar nuevos santos a los altares, y hasta 2009 para ser canonizado por el actual pontífice. En cualquier caso, Stevenson, que había visto con sus propios ojos 8 • ORACIONES DE VAILIMA & SERMÓN DE NAVIDAD

la tremenda realidad de Molokai, se en­colerizó y salió en defensa del misionero belga. Es­cribió una Carta abierta al reverendo Dr. Hyde de Ho­nolulu, que publicó primero en Sidney, en forma de folleto, y más tarde en el Scots Observer de Edimbur­g o; adviértase que no quiso percibir cantidad alguna por su trabajo. Aun sin negar la posible realidad de los defectos y vicios del padre Damián, Stevenson consideraba que su actuación en Molokai había sido indudable­mente heroica. El heroísmo del hombre que vivió y murió con los leprosos, amándolos hasta excesos que gentes gazmoñas podían juzgar reprobables, estaba por encima de los credos y las convenciones sociales. Seguramente hubo otros héroes, no muchos, para Stevenson; pero —como indica Jenni Calder en su perspicaz biografía del escritor— «el padre Damián fue quizás el único que pudo ser medido honesta y en­teramente de acuerdo con lo que el propio Louis ha­bía aprendido acerca de la vida y la humanidad. Años antes no hubiera descubierto que el heroísmo podía encontrarse en una leprosería mejor que en un cam­po de batalla. Incluso si los peores rumores concer­nientes a Damián eran ciertos, aún podía ser visto co­mo un hombre de dimensiones heroicas». (RLS / A Life Study, Hamish Hamilton, Londres, 1980). Si acaso me he extendido demasiado narrando la peripecia de Molokai y del padre Damián ha sido porque, a mi entender, define con claridad la postu­ra de Robert Louis Stevenson ante la moral y los dog­mas religiosos. Nuestro escritor estaba convencido de que, sabio o ignorante, limpio o sucio, virtuoso o disoluto, el misionero belga merecía ser defendido de los ataques de un clérigo inquisitorial. Entre otras muchas razones, porque las fronteras que separan el bien del mal son muy sutiles, casi imperceptibles: có­mo no iba a saberlo el creador de un personaje tan equívoco como Long John Silver, uno de los cana­llas más fascinantes de la literatura inglesa. Robert Louis Stevenson • 9

Las oraciones pronunciadas por Stevenson en el amplio vestíbulo de su casa de Vailima no eran ni por asomo fervorines para mojigatos; fueron senci­llas declaraciones aconfesionales, igualmente váli­das para un cristiano, un sintoísta, un pagano poli­nesio o, si se me apura, un buen ateo. No pretendían fijar los límites ortodoxos de la divinidad, como el credo de Nicea, sino expresar ciertos deseos prima­rios del ser humano y manifestar su gratitud y su alegría por el simple hecho de vivir. Venían, pues, a ratificar prácticamente una de las reglas enunciadas en el Sermón de Navidad, «La cordialidad y la ale­g ría deben preceder a cualquier norma ética: son obligaciones incondicionales». Es muy significativo que —como relata Mrs. Stevenson— el rezo de tales plegarias se compagi­nara con la lectura de un fragmento de la Biblia sa­moana y el canto en lengua nativa de antiguos him­nos salvajes y belicosos, «cuyo ritmo contrastaba con las palabras apostólicas». Estoy seguro de que las entrañables y algo caóticas ceremonias noctur­nas presididas por un Tusitala cercano a su acaba­miento no hubieran agradado al reverendo Hyde. S. R. SANTERBÁS

10 • ORACIONES DE VAILIMA & SERMÓN DE NAVIDAD

ORACIONES DE VAILIMA

Robert Louis Stevenson • 11

12 • ORACIONES DE VAILIMA & SERMÓN DE NAVIDAD

INTRODUCCIÓN A LAS ORACIONES por MRs. STEVENSON

EN CADA HOGAR DE SAMOA el día termina con la

oración y el canto de himnos. La omisión de este sagrado deber supondría, no sólo una carencia de formación religiosa en la casa del jefe de la aldea, si­no también un insolente desaire a todo lo que es res­petable en la vida social samoana. Para muchos, sin duda, el servicio religioso de la noche no es sino una obligación que debe cumplirse. El niño que reza su plegaria en las rodillas de su madre no puede tener una idea real del significado de las palabras que tan placenteramente balbucea; sin embargo, irá a su ca­mita con un sentimiento de protección celestial del que carecería si hubiese olvidado su oración. Por lo general, el samoano no es más que un niño grande en muchos aspectos, y su cabeza no reposaría tran­quila sobre la almohada de lana si no hubiese par­ticipado, incluso distraídamente, en las oraciones nocturnas. Para mi marido, la oración, la súplica di­recta, constituía una necesidad. Cuando era feliz, se sentía impulsado a dar gracias por esa inmerecida alegría; cuando estaba apenado o sufría algún do­lor, a pedir fuerzas para soportar lo que hubiere de soportarse. Vailima se encuentra a unas tres millas, cues­ta arriba, de Apia, y a más de la mitad de esa dis­tancia de la aldea más cercana1. 1 La gran casona de Vailima en que viviera sus últimos años Roben Louis Stevenson fue construida en 1891, al pie del monte Vaea, en la isla de Upo­lu (Samoa Occidental). Actualmente sirve de residencia al gobernador del territorio. Robert Louis Stevenson • 13

Era un largo tre­cho para que un hombre cansado lo recorriera cada tarde con el solo propósito de unirse al cul­to familiar; la vereda a través de la maleza, además de oscura, estaba poblada, en la imaginación de los samoanos, de horrores sobrenaturales. Por eso, tan pronto como nuestra vida doméstica hubo ad­quirido la regularidad de la rutina y los límites de la vida familiar samoana comenzaron a confun­dirse cada vez más estrechamente con los nues­tros, Tusitala2 sintió la necesidad de incluir en nuestras devociones vespertinas a los nativos que trabajaban para nosotros. Supongo que, en toda Samoa, éramos la única familia de raza blanca, a excepción de las de los misioneros, en la que con­cluía sencillamente la jornada con esta costumbre hogareña y patriarcal. No sólo se satisfacían los es­crúpulos religiosos de los nativos, sino que ade­más, aunque eso no lo hubiéramos previsto, nues­tra propia respetabilidad —e incidentalmente la de nuestros empleados— quedaba asegurada, y el prestigio de Tusitala, decuplicado. Después de terminar el trabajo y la cena, se hacía sonar el «pu», o caracola de guerra, en la ga­lería delantera y en la posterior, a fin de que pu­diera ser oído por todos. No creo que se nos ocu­r riera que había cierta incongruencia en el hecho de emplear una caracola de guerra para la pacífi­ca invitación a la plegaria. En respuesta a sus lla­madas, los miembros de la familia ocupaban su lugar habitual en un extremo del amplio vestíbu­lo, mientras los nativos —hombres, mujeres y niños— penetraban por todas las puertas, que per­manecían abiertas, llevando algunos linternas si la noche era oscura y moviéndose todos pausadamente, y se acuclillaban en el suelo, con ese de­coro propio de los samoanos, formando un amplio semicírculo bajo una gran lámpara que colgaba del techo. 2 Tusitala (en samoano, «el que cuenta historias») ... nombre que los nativos de Upolu adjudicaton a R. L. Stevenson. Procede de los vocablos «tusi», con­tar, escribir, y «tala», historia, relato.

14 • ORACIONES DE VAILIMA & SERMÓN DE NAVIDAD

Mi hijo3 comenzaba el servicio leyendo un capítulo de la Biblia samoana; conti­nuaba Tusitala con una oración en inglés, a veces improvisada, pero más a menudo procedente de las anotaciones de este librito, haciendo interpo­laciones o cambios según las circunstancias de ca­da día. Venía después el canto de uno o más him­nos en lengua nativa y la recitación a coro del padrenuestro, también en samoano. Muchos de tales himnos estaban basados en canciones anti­guas, salvajes y belicosas, cuyo ritmo contrastaba con las palabras apostólicas. De cuando en cuando, una banda pasajera de guerreros hostiles, con las caras tiznadas de ne­g ro, nos acechaba a través de las ventanas abier­tas, y en esas ocasiones nos veíamos obligados a hacer una pausa hasta que aquel ruido monótono, extrañamente agresivo, hubiera cesado; sin embargo, ningún samoano, ni —confío— per­sona de raza blanca deponía su reverente actitud. Recuerdo que, en cierta ocasión, una mirada de sorprendida melancolía cruzó el semblante de Tusitala cuando mi hijo, infringiendo la costum­bre de leer el capítulo siguiente al del día anterior, pasó hacia atrás las páginas de la Biblia para encontrar un versículo violentamente denunciato­rio y claramente aplicable a los dictadores ex­tranjeros de la perturbada Samoa. En otra ocasión, el propio jefe de la aldea llevó el servicio religioso a un abrupto desenlace. Aquella noche, la oración se me antojó insulsamente breve y for­malista. Cuando el canto hubo terminado, el je­fe se levantó bruscamente y abandonó la habita­ción. Corrí tras él, temiendo que hubiera sufrido alguna indisposición repentina. «¿Te sucede al­go?», pregunté. «Lo que me sucede», fue su res­ puesta, «es que aún no soy capaz de decir “per­dónanos nuestras deudas así como nosotros per­donamos a nuestros deudores”». 3 Samuel Lloyd Osbourne, nacido en 1868, era hijo de Samuel Osbourne y Fanny Vandegrift, la cual, después de divorciarse, contrajo matrimonio en 1880 con R. L. Stevcnson. Robert Louis Stevenson • 15

He de referirme con lógica amargura a la úl­tima oración que mi marido pronunció en vida. Muchos han supuesto que, en las frases de esta plegaria, daba a entender que tenía alguna premonición de su cercana muerte. Estoy segura de que no tenía tal premonición. Fui yo quien anun­ció a toda la familia que sentía la inminencia de un desastre que se aproximaba cada vez más y más. Cualquier escocés comprenderá que mi de­claración fue recibida con absoluta seriedad. No era posible, pensábamos, que el peligro amena­zara a los habitantes de la casa; sin embargo, Mr. Graham Balfour4, primo de mi marido, muy ín­timo y querido de todos nosotros, se hallaba au­sente, realizando una peligrosa travesía. Nuestros temores seguían el rumbo de los distintos barcos, más o menos incapaces de mantenerse a flote, a bordo de los cuales navegaba, de isla en isla, has­ta el atolón donde el rey exiliado, Mataafa5 esta­ba por aquel entonces en prisión. En la última oración de mi marido6, la noche anterior a su propia muerte, pedía que se nos concediera fuerza para soportar la pérdida de aquel amigo querido, si es que tal infortunio había de sobrevenirnos. FANNY OSBOURNE

4 SirThomas Graham Balfour (1858-1929): pedagogo, primo por línea ma­terna de R. L. Stevenson y autor de la primera biografía oficial de éste (The Life 01Robert Louis Stevenson. London, 1901). 5 Mataafa, soberano legítimo de Samoa, era apoyado débilmente por los go­biernos inglés y norteamericano y, acaloradamen te, por Robert Louis Ste­venson. Su rival, Malietoa, contaba con el respaldo de las poderosas compa­ñías mercantiles alemanas asentadas en las islas. En julio de 1893 se rompieron abiertamente las hostilidades entre ambas facciones. Mataafa fue derrotado y exiliado a la isla de Levuka, en el archipiélago de Fidji. R. L. Ste­venson criticaría la política colonial de Samoa en A Footnote to History( 1892 ), libro que fue recibido con lógica frialdad en Gran Bretaña. 6 De las palabras de Mrs. Stevenson parece deducirse que la última oración de su marido fue la titulada “Por los amigos» . Sin embargo, Graham Balfour, en su biografía de Robert Louis Stevenson, considera como última la titula­da “Oración del domingo».

16 • ORACIONES DE VAILIMA & SERMÓN DE NAVIDAD

PARA PEDIR PROSPERIDAD

SEÑOR,

CONTEMPLA nuestra familia aquí reuni­da. Te damos gracias por este lugar en que vivimos; por el amor que nos une; por la paz que nos has concedido en este día; por la confianza con que es­peramos el de mañana; por la salud, el trabajo, el alimento y los cielos luminosos que deleitan nuestras vidas; por los amigos que tenemos en todas las partes de la tierra y por los que nos ayudan amiga­blemente en esta isla remota. Permite que reine la paz en nuestra pequeña comunidad. Expulsa a la envidia que se agazapa en todos los corazones. Da­nos gracia y fuerza para ser indulgentes y perseve­rar en la indulgencia. Haz que nosotros, pecado­res, sepamos aceptar y perdonar a los que pecan. Ya que somos olvidadizos, ayúdanos a soportar con buen temple el olvido de los demás. Danos va­lor y alegría y una mente tranquila. Protege nues­tros amigos y ablanda el corazón de nuestros ene­migos. Bendice, si es posible, nuestros inocentes empeños; y si no lo es, concédenos fortaleza para enfrentarnos a lo que haya de acaecer, para que se­amos valerosos ante el peligro, firmes en la tribu­lación, templados en la ira y en todos los cambios de fortuna y, hasta que lleguemos a las puertas de la muerte, leales y afectuosos unos con otros. Co­mo la arcilla al alfarero, como el molino al viento, como el niño a su padre, suplicamos, por el amor de Cristo, tu ayuda y tu compasión.

Robert Louis Stevenson • 17

PARA PEDIR GRACIA

PERMITE QUE LOS AQUÍ REUNIDOS ante Ti po­damos liberarnos del miedo a las vicisitudes y del miedo a la muerte, podamos recorrer el sendero de nuestra vida sin deshonor para nosotros ni da­ño para los demás y, cuando nos llegue la hora, podamos morir en paz. Líbranos del temor y del halago; de las esperanzas mezquinas y de los pla­ceres vulgares. Apiádate de las imperfecciones de cada uno; no le permitas descorazonarse; asiste al que tropieza en su camino y concede, al fin, re­poso al fatigado.

18 • ORACIONES DE VAILIMA & SERMÓN DE NAVIDAD

POR LA MAÑANA

VUELVE UN NUEVO DÍA, Y nos trae su pequeña serie de

irritantes quehaceres y obligaciones. Ayúdanos a actuar como hombres; ayúdanos a cumplir nuestra tarea con rostros amables y ri­sueños; haz que la alegría reine en el trabajo. Per­mite que, en este día, vayamos jubilosamente a nuestros asuntos; llévanos, fatigados, contentos y sin deshonor, a reposar en nuestros lechos, y otór­g anos, al fin de la jornada, el don del sueño.

Robert Louis Stevenson • 19

POR LA NOCHE

COMPARECEMOS ANTE TI, Señor, en acción de gracias al fin de la jornada.

A nuestros seres queridos que se hallan en las partes más remotas de la tierra, a los que co­mienzan sus tareas cotidianas cuando nosotros las hemos terminado y a quienes ahora contemplan el sol en lo alto del cielo, bendícelos, ayú­dalos, consuélalos y hazlos prosperar. Nuestra guardia se releva, las labores del día han concluido y la hora nos lleva al descanso. En tus manos dejamos nuestros cuerpos dor­midos, nuestros corazones insensibles y nues­tras puertas abiertas. Haz que despertemos con una sonrisa y que vayamos sonrientes a nuestro trabajo. Así como el sol renace por el oriente, haz que nuestra paciencia se renueve con la au­rora; así como el sol ilumina el mundo, haz que nuestra benevolencia haga brillar la casa en que vivimos.

20 • ORACIONES DE VAILIMA & SERMÓN DE NAVIDAD

OTRA POR LA NOCHE

RECIBE, SEÑOR, nuestras súplicas por esta casa, por esta familia y por este país. Protege al inocen­te; refrena al codicioso y al perverso; lleva nuestras tribulaciones a puerto seguro.

Vierte tu mirada protectora sobre nosotros y sobre los seres queridos que están ausentes. Ayú­danos y ayúdalos; prolonga en paz y con honra nuestros días. Danos salud, alimento, tiempo des­pejado y corazón alegre. Si tramamos el mal, frus­tra nuestros propósitos; si buscamos el bien, apo­ya nuestros esfuerzos. Indúcenos a olvidar las ofensas y a recordar los favores que nos hacen. Permite que nos acostemos sin temor y que despertemos y nos levantemos con alborozo. Por el Amor de Aquel con cuyas palabras ahora termi­namos.

Robert Louis Stevenson • 21

EN TIEMPO DE LLUVIA

TE DAMOS GRACIAS, Señor, por el tiempo apaci­ble de estos

últimos días y por el rostro esplendo­roso de tu sol. Te damos gracias por las buenas no­ticias recibidas. Te damos gracias por los placeres de que hemos disfrutado y por los que hemos si­do capaces de proporcionar. Y ahora, cuando las nubes se acumulan y la lluvia amenaza al bosque y a nuestra casa, haz que no nos sintamos abati­dos; que no olvidemos el sabor de los pasados fa­vores y placeres; antes bien que, como la voz del pájaro que canta bajo la lluvia, nuestra memoria conserve la gratitud en la hora de las tinieblas. Si hubiéremos de enfrentarnos a alguna tarea peno­sa, fortalécenos con el don del coraje; si hemos de realizar algún acto de misericordia, enséñanos a cumplirlo con ternura y paciencia.

22 • ORACIONES DE VAILIMA & SERMÓN DE NAVIDAD

OTRA EN TIEMPO DE LLUVIA

ENVÍAS, SEÑOR, la lluvia sobre los innumerables árboles del bosque y les das de beber en exceso. Junto a los pocos puñados de hombres que vivimos en esta isla, ¡cuantas miriadas y miriadas de árboles vigorosos! Enséñanos la lección de los árboles. El mar que nos rodea, acrecentado por esta lluvia, rebosa de toda clase de peces; enséñanos, Señor, a comprender el significado de esos peces. Haz que nos veamos como en realidad somos: una de las incontables especies de tu creación. Cuando perdamos la esperanza, haznos recordar que los árboles y los peces también te complacen y te sirven.

Robert Louis Stevenson • 23

ANTES DE UNA SEPARACIÓN TEMPORAL

HOY

VAMOS a separarnos: algunos de nosotros irán a solazarse; algunos, a adorarte; otros, a cum­plir sus obligaciones. Acompáñanos, guía y ángel nuestro; mantén ante nosotros, en los diferentes caminos que sigamos, la señal de nuestra humil­de invocación, aun teniendo por cierto que sea muy poco lo mejor que podamos alcanzar. Ayú­danos en eso, hacedor nuestro, dispensador de to­do cuanto acontece ... A quienes trabajamos a cie­g as en tus vastos designios, permítenos ser en la medida de nuestras posibilidades fieles a nosotros mismos y a los seres que amamos.

24 • ORACIONES DE VAILIMA & SERMÓN DE NAVIDAD

POR LOS AMIGOS

IMPLORAMOS tu benevolencia para con los seres queridos

que se hallan ausentes. Protege su vida y aumenta su honra, y haz que sigamos siendo dig­nos de su afecto. Por el amor de Cristo, no permi­tas que se avergüencen de nosotros, ni nosotros, de ellos. Concédenoslo y danos valor para soportar con firmeza los males menores y para aceptar la muerte, las privaciones y los desengaños como si fueran briznas de paja en la corriente de la vida.

Robert Louis Stevenson • 25

POR LA FAMILIA

AUXÍLIANOS, si es tu voluntad, en nuestros asuntos. Ten

compasión de esta tierra y de este pueblo inocente. Ayuda a quienes en este día lu­chan desilusionados contra sus propias flaque­zas. Bendice a nuestra familia, bendice el bosque que rodea nuestra casa, bendice a los isleños que nos ayudan. Tú, que has creado para nosotros es­te lugar de tranquilidad y esperanza, acepta e in­flama nuestro agradecimiento; ayúdanos a pa­g ar, en justa reciprocidad, la deuda por los inmerecidos beneficios y favores que nos has dis­pensado, de tal modo que, cuando toque a su fin el cuidado de nuestros bienes, cuando las venta­nas comiencen a llenarse de oscuridad, cuando los lazos de la familia vayan a desatarse, no exis­ta en nuestros adioses la amargura del remordi­mIento. Ayúdanos a rememorar el largo camino por el que nos has traído hasta aquí; los largos días que nos has proporcionado, no en atención a nuestros merecimientos, sino a nuestros deseos; el abismo y el fango, la negrura de la desesperación, el horror de los extravíos de los que hemos sido rescatados. Por los pecados que nos perdonaste o nos impe­diste cometer, por nuestra vergüenza que no di­vulgaste, te bendecimos, Señor, y te damos gracias. Ayúdanos siempre, una y otra vez. Así como dis­pones todo lo que ha de suceder, refuerza nuestra fragilidad para que, día a día, comparezcamos an­te Ti con este canto de gratitud y, al fin, nos sepa­remos con honor. En su debilidad y en su temor, los barcos que navegan por tus mares así te supli­can, así te alaban. Amén. 26 • ORACIONES DE VAILIMA & SERMÓN DE NAVIDAD

ORACIÓN DEL DOMINGO

TE SUPLICAMOS, Señor, que contemples con piedad a las

gentes de muy diversos países y fa­milias reunidas bajo la paz de este techo: débiles hombres y mujeres que subsisten al amparo de tu benevolencia. Sé aún más paciente; tolera un poco más nuestros fallidos propósitos de hacer el bien, nuestros vanos esfuerzos contra el mal; so­pórtanos todavía más y (si es posible) ayúdanos a obrar mejor. Bendícenos con tus extraordina­rias mercedes; y, si llega un día en que nos vea­mos privados de ellas, danos fuerza para que, a pesar de la aflicción, nos portemos como hom­bres. Acompáñanos siempre: a nuestros amigos y a nosotros mismos. Permanece junto a cada uno de nosotros hasta el momento del descanso; si alguien está en vela, dulcifica las horas tene­brosas de su vigilia; y, cuando nazca el día, vuelve a nosotros, pues Tú eres nuestro sol y nuestro consuelo, y despiértanos con rostros y corazones matutinos, impacientes por trabajar, deseosos de ser felices en la medida en que nos corresponda serlo; y, si el día ha de estar regido por el dolor, fortalécenos para soportarlo. Te damos gracias, Señor, y te alabamos; y con las palabras de Aquel a quien está consagra­do este día, terminamos nuestra ofrenda.

Robert Louis Stevenson • 27

POR NUESTRAS CULPAS

ILUMÍNANOS, SEÑOR, para ver la viga que hay en nuestro

ojo y ciéganos para que no veamos la brizna de paja en el ojo de nuestro hermano. Per­mite que palpemos con nuestras manos el daño que causamos; engrandécelo y hazlo brillar co­mo un sol ante nosotros; haz que sea nuestro úni­co alimento y nuestra única bebida. Ciéganos a las ofensas de los seres que amamos; expúlsalas de nuestra memoria y apártalas para siempre de nuestros labios. Que todos los que nos hallamos ante Ti seamos pesados y medidos con la falsa ba­lanza del amor, aunque a tus ojos y en cualquier circunstancia seamos casi todos culpables. Ayú­danos al mismo tiempo con el don del valor, de manera que ninguno de nosotros se descorazone cuando se vea postrado, lamentándose entre las ruinas de su dicha o de su integridad; tócanos desde tu altar con el fuego sagrado, para que po­damos levantarnos e ir a reconstruir nuestra ciu­dad. En el nombre y al modo de Aquel con cu­yas palabras terminamos esta oración.

28 • ORACIONES DE VAILIMA & SERMÓN DE NAVIDAD

PARA PEDIR EL OLVIDO DE NOSOTROS MISMOS

SEÑOR,

LOS MORADORES de tu tierra, tus cria­turas desheredadas vienen a Ti con sus deseos in­coherentes y sus lamentaciones: criaturas somos, criaturas seremos hasta que la madre tierra se ali­mente de nuestros huesos. Acéptanos, corrígenos, guíanos, pues somos para Ti culpables e inocentes. Enjuga nuestras lágrimas vanas, borra nuestros vanos resentimientos, socorre nuestros aún más vanos esfuerzos. Si hubiere aquí alguien enfurruñado como un niño, ocúpate de él e ilu­mínalo. Vierte sobre él la claridad del día, para que se vea a sí mismo y se avergüence. Guíalo hasta el cielo, Señor, por el único camino celes­tial: el olvido de sí mismo. Y que se haga la luz sobre quienes lo rodean, a fin de que ellos lo ayu­den y no siembren su camino de obstáculos.

Robert Louis Stevenson • 29

POR LA RENOVACIÓN DE LA ALEGRÍA

SI SOMOS MALOS, Señor, ayúdanos a darnos cuenta de ello

y a enmendarnos. Si somos bue­nos, ayúdanos a ser mejores. Así como envías el sol y la lluvia, envía una mirada paciente sobre tus siervos; contémplalos, fertiliza su absoluta aridez, despiértalos, reanímalos; recrea en noso­tros el espíritu de servicio, el espíritu de paz. Re­nueva en nosotros el sentido de la alegría.

30 • ORACIONES DE VAILIMA & SERMÓN DE NAVIDAD

SERMÓN DE NAVIDAD

Robert Louis Stevenson • 31

32 • ORACIONES DE VAILIMA & SERMÓN DE NAVIDAD

NOTA PRELIMINAR

A MEDIADOS DE 1887, Sam McClure, editor norteamericano

de origen escocés, ofreció a Ro­bert Louis Stevenson la respetable suma de 10.000 dólares al año por una colaboración semanal en la revista World, de Nueva York. No debía de agra­dar a Stevenson el estilo grandilocuente y conser­vador de dicha publicación, porque, renunciando a tan sustanciosos emolumentos, prefirió aceptar una oferta mucho más humilde: 3.500 dólares anuales por una colaboración regular en el sema­nario Scribner’s Magazine, también neoyorquino, que el editor Charles Scribner acababa de fundar. Robert Louis Stevenson hallábase entonces, por consejo del doctor Edward L. Trudeau y bajo sus cuidados profesionales, en Saranac Lake, pe­queña población situada en las estribaciones de los montes Adirondack, cerca de la frontera cana­diense. Había comenzado a escribir una de sus obras mayores, The Master of Ballantrae, y la co­laboración periódica en el Scribner’s Magazine le procuraría no sólo un considerable alivio econó­ mico, sino además la tranquilidad de espíritu ne­cesaria para llevar adelante la novela proyectada. En una carta dirigida a su amigo William Archer, comentaría jocosamente: «Ahora soy un asalaria­do. Ahora soy un burgués: voy a escribir un artí­culo semanal para el Scribner’s en unas condicio­nes de pago que me hacen avergonzarme y recelar de mi dolor de muelas. Si esto continúa, voy a pa­recerme a un millonario». Robert Louis Stevenson • 33

Los ensayos que Stevenson publicara en las páginas del Scribner’s Magazine se encuentran, se­gún Jenni Calder, «entre sus escritos más provo­cativos». Refiriéndose al titulado Pulvis et Umbra, el propio Stevenson admitiría francamente que estaba «pronunciando sermones». El tono belico­so y al mismo tiempo sombrío de la mayor parte de estos ensayos no debería, sin embargo, sor­prender a los lectores habituales de R. L. Stevenson. Procede directamente de su particular con­cepto del hombre: un ser maravilloso, capaz tan­to de luchar por lo que cree justo como de prota­g onizar una «tragedia de errores y extravíos». Ese irreconciliable dualismo del ser humano, ya ejem­plarizado en The Strange Case of Dr. Jekyll and Mr. Hide, volvería a plantearse en la gran novela que fue contemporánea de este sermón navideño: The Master of Ballantrae. En junio de 1888, Robert Louis Stevenson, acompañado de su esposa y de su hijastro, zarpó de San Francisco, a bordo del yate Casco, rumbo a los mares del sur. A Christmas Sermon fue publicado en el último número de ese año del Scribner’s Magazine. Stevenson debió de escribirlo en alta mar, o en algún fondeadero del Pacífico, cuando aún no era Tusitala, «el que cuenta historias», sino simple­mente un escocés enfermo que navegaba, sin sa­berlo, hacia su última morada terrenal. S. R.S.

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SERMÓN DE NAVIDAD

CUANDO SE PUBLIQUEN estos párrafos , habré es­tado en 1

contacto con ustedes a lo largo de doce me­ses; y parecería lógico que me despidiese de una ma­nera formal y adecuada a estas fechas. No abunda la elocuencia en las despedidas, y las palabras que se pronuncian en el lecho de muerte no suelen acertar con el tono requerido por la ocasión. El rey Carlos II, ingenioso y escéptico, hombre cuya vida fue una prolongada lección de incredulidad humana, ca­marada amigable, monarca intrigante..., rememo­ró y compendió todo su ingenio y escepticismo, superando incluso su habitual sentido del humor, en la célebre frase: «Me temo, señores, que estoy tar­dando demasiado en morirme»2.

1 A Christmas Sermon fue publicado en el último número del año 1888 del semanario Scribner’s Magazine, de Nueva York (Cf Nota preliminar). 2 La frase «I am afraid, gentlemen, I am an unconscionable time a-dying», atribuida tradicionalmente al rey Carlos II de Inglaterra (1630-1685), fue re­cogida con carácter «oficial» por Thomas B. Macaulay (1800-1859) en su célebre History of England Vol. 1, cap. 4). Robert Louis Stevenson • 35

I

ALGUJEN

QUE TARDA demasiado en morir: he aquí la descripción (me temo, señores) de su vi­da y de la mía. La arena del reloj se ha termina­do, las horas han sido «contadas y adjudicadas», y los días pasan; y, cuando el último de éstos nos salga al encuentro, habremos gozado de una lar­ga agonía, ¿y qué más? Permanecer vivos es cosa importante si alcanzamos sin deshonor ese mo­mento de la separación; y, sin duda alguna, haber vivido plenamente es (en expresión castren­se) haber servido. Tácito nos relata cómo se amotinaron los veteranos en las llanuras de Ger­mania, cómo se agolparon en torno a Germáni­co reclamando la vuelta al hogar; y cómo, asien­do la mano de su general, estos veteranos, ausentes de su patria y agotados por el servicio militar, pasaron los dedos de aquél por sus encías desdentadas3. Sunt lacrimae rerum: ése fue el más elocuente de los cánticos de Simeón4. Cuando un hombre ha vivido hasta alcanzar una vejez hones­ta, lleva sobre sí la marca del servicio. Puede que nunca se le haya visto en la brecha a la cabeza de un ejército; pero al menos habrá perdido sus dientes en el campo de la lucha por el sustento. 3 «Et quidam, prensa manu eius per speciem exosculandi, inseruerunt digi­tos, ut vacua dentibus ora contingeret”. (Tácito, Annales, 1. 34.) 4 Sospecho que la cita de R. L. Stevenson es errónea: la expresión «sunt lacrimae rerum» no procede del fragmento del Evangelio de San Lucas (2. 29­-32) conocido como «Canto de Simeón» y empleado desde el siglo IV en la li­turgia cristiana, sino de Virgilio (Eneida, Lib . 1. 462).

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En aquella época o en la nuestra, el idealis­mo de las personas decentes ha sido siempre de noble índole. A tales personas nunca les parece que han servido bastante; y sienten una admira­ble impaciencia por ejercer sus facultades. Sería quizá más humilde por nuestra parte que sim­plemente estuviéramos agradecidos por no ser peores que ellas. No sólo son nuestros enemigos, esos personajes indecisos, los que no saben qué hacer; tampoco lo sabemos nosotros; de ahí bro­ta ese rayo de esperanza de que acaso obremos mejor de lo que pensamos: de que abrirse paso a través de azarosos negocios conservando las ma­nos razonablemente limpias, haber interpretado un papel masculino o femenino con cierta pro­piedad, haber resistido las tentaciones del malig­no y, finalmente, continuar resistiéndolas, signi­fica para el pobre soldado humano haber obrado rectamente. Pretender ver algún fruto de nuestro comportamiento no es más que un modo tras­cendental de exigir una recompensa; y lo que consideramos autodesprecio no es sino una mal disimulada ansia de contraprestación. Y, por otra parte, si exigimos tanto de noso­tros mismos, ¿no habremos de exigir mucho de los demás? Si no juzgamos benévolamente nuestros propios defectos, ¿no es de temer que seamos in­cluso más severos con los defectos ajenos? Y aquel que, recordando su propia vida, descubre que ésta no ha sido más que una dilatada agonía, ¿no caerá en la tentación de suponer que su prójimo anhela fervientemente ser ahorcado? Es posible que casi todos aquellos que reflexionan constantemente sobre su conducta se excedan en sus cavilaciones; es cierto que todos nosotros pensamos demasiado en el pecado. No seremos condenados por haber obrado erróneamente, sino por no haber obrado con rectitud; Cristo nunca quiso saber nada de una moral negativa: harás, fue siempre su palabra, su­primiendo así el no harás. Centrar nuestra idea de moral en los actos prohibidos Robert Louis Stevenson • 37

es profanar la ima­ginación e introducir en los juicios que nos mere­cen nuestros semejantes un cierto factor de arbi­trariedad. Si algo nos parece mal, no nos demoraremos en analizarlo; o meditaremos sobre ello con un placer morboso. Y, si no podemos ale­jarlo de nuestra mente..., una de dos: o nuestras creencias son erróneas y debemos remodelarlas más indulgentemente; o bien, si nuestra moral es correcta, somos criminales lunáticos y, por tanto, deberíamos ser privados de libertad. Una caracte­rística de las mentes dañinas y contradictorias es su pasión por inmiscuirse en los asuntos ajenos: el Zorro sin rabo5 pertenecía a esa clase de seres, pe­ro tenía (si podemos confiar en sus biógrafos) una especie de anticuada cortesía hoy en desuso. Un hombre puede tener un defecto, una debilidad que lo incapacite para cumplir las obligaciones de su vi­da, que deteriore su carácter, que ponga en peligro su entereza o que revele su crueldad. Estas circunstancias han de ser dominadas; nunca consentidas hasta el punto de que acaparen nuestros pensa­mientos. Las verdaderas obligaciones siempre nos esperan en el lugar opuesto a aquel en que nos en­contramos y deben ser cumplidas con todo el áni­mo tan pronto despejemos la cubierta de obstácu­los. Para que un hombre pueda ser amable y honesto, es posible que necesite llegar a abstenerse de todo; permitidle, en tal caso, que obre así y, al día siguiente, dejadle que olvide esa circunstancia. Intentar ser amable y honrado es algo que ocupará todos sus pensamientos; un deseo insatisfecho nunca es un buen consejero; cuanto más mortifi­que su apetito, peor será como hombre; y necesita­rá una gran cantidad de optimismo para juzgar su propia vida y una gran dosis de humildad para juz­gar a los demás. 5 R. L. Stevenson alude a la fábula del viejo zorro que, habiendo logrado es­capar de un cepo a costa de perder la cola, intenta convencer a los miembros de una asamblea zorruna de que éstos deben amputarse voluntariamente las suyas, alegando la inutilidad de dicho apéndice. R. L. Stevenson pudo ha­ber leído alguna traducción de Esopo o, más probablemente, Le Renard ayant la queue coupée, de La Fontaine (Fables, Lib. v. v).

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También podrá argüirse que la insatisfacción respecto a nuestra conducta proviene en cierta medida del pesimismo. Exigimos misiones más elevadas porque no sabemos apreciar la altura de las que nos han sido encomendadas. Intentar ser amable y honrado parece una tarea demasiado vulgar e intrascendente a los hombres de nuestro heroico calibre; preferiríamos consagrarnos a algo temerario, arduo y decisivo; preferiríamos crear un cisma o aniquilar una herejía, amputarnos una mano o mortificar una pasión. Pero la tarea que nos aguarda, que es la de sobrellevar nuestra pro­pia existencia, es más bien de una sutileza mi­croscópica, y el único heroísmo que se nos exige consiste en tener paciencia. En la vida no hay que cortar nudos gordianos; hay que desatarlos con una sonrisa en los labios. Ser honrado, ser amable... , ganar poco y gas­tar un poco menos, conseguir que nuestra pre­sencia haga generalmente más feliz a nuestra fa­milia, saber renunciar a algo cuando sea necesario y no amargarse por ello, tener pocos amigos, pero leales —y, sobre todo, con esa misma e inflexi­ble condición, ser amigos de nosotros mismos—: he aquí una tarea digna de la fortaleza y de la sen­sibilidad de todo hombre. Se puede tener un alma ambiciosa que pida más; se puede tener un espíri­tu confiado que busque una empresa en la que triunfar. Hay, por supuesto, un elemento en el des­tino humano que ni la misma ceguera puede ne­gar: es imposible pretender triunfar en todo lo que nos propongamos hacer; el fracaso es una porción de nuestro destino. Así sucede en cada oficio y en cada trabajo; así sucede, sobre todo, en ese arte pre­cario de vivir correctamente. He aquí un grato pen­samiento para el fin de este año, o para el fin de la vida: sólo se cumplen las ilusiones engañosas, y no hay necesidad de desesperación para el que ya está desesperado.

Robert Louis Stevenson • 39

II

PERO LA NAVIDAD no es sólo el hito que marca el final

de un año y que nos mueve a recapacitar so­bre nosotros mismos; también es una época que, en todos sus aspectos, tanto domésticos como religiosos, nos sugiere ideas alegres. Un hombre insatisfecho con su comportamiento es un hombre propenso a la tristeza. Y, en medio del invierno, cuando su vida pasa por los peores momentos y las sillas vacías le traen el recuerdo de los seres que ama, no estaría de más que se le forzara a adoptar la costumbre de sonreír. Las nobles decepciones, las nobles abnegaciones no deben ser admiradas, ni aun siquiera disculpadas, si proporcionan amargura. Una cosa es entrar lisiado en el reino de los cielos; otra, mutilarse uno mismo y quedarse sin entrar. Y el reino de los cielos es el de las gentes pueriles, el de quienes están dispuestos a agradar, el de quienes saben amar y procurar satisfacción a los demás. Hay hombres poderosos por su influencia, luchadores, constructores y jueces que, pese a haber vivido mucho y trabajado de firme, han sabido conservar esa admirable cualidad; si nosotros la hubiéramos perdido por culpa de nuestros intereses rastreros y nuestras mezquinas ambiciones, nos sentiríamos perpetuamenle avergonzados. La cordialidad y la alegría deben pre­ceder a cualquier norma ética: son obligaciones incondicionales. Y es lamentable que hombres honrados carezcan de una y de otra. Fue precisa­mente con un hombre de rígida moralidad, el fa­riseo del Evangelio, con quien 40 • ORACIONES DE VAILIMA & SERMÓN DE NAVIDAD

Cristo no quiso ser emparejado. Si tus ideas morales te hacen ser adusto, ten por seguro que son erróneas. No di­g o: «Renuncia a ellas», porque pueden ser todo lo que tengas; pero ocúltalas como si fueran un vi­cio, no sea que dañen las vidas de gentes mejores y más sencillas. Una extraña tentación acosa al hombre: estar pendiente de los placeres, aun cuando no los com­parta: asestar contra ellos todas sus ideas morales. Este mismo año, una dama (¡singular iconoclas­ta!) predicaba una cruzada contra las muñecas6; y los pintorescos sermones contra la lujuria son muy característicos de esta época. Me atrevo a llamar insinceros a tales moralistas. En lo tocante a cualquier exceso o perversión de un apetito natural, su lira resuena por sí misma con ufanas denuncias; pero, respecto a todas las manifestaciones verdaderamcnte diabólicas —la envidia, la malignidad, la sórdided, la mentira, el silencio mezquino, la verdad injuriosa, la murmuración, la despreciable tiranía, el insidioso emponzoñamiento de la vida familiar—, sus normas de actuación son absolutamente distintas. Tales manifestaciones son censurables, admitirán, pero no totalmente censurables; no habrá ardor en sus ataques, ni caldeará sus sermones una recóndita complacencia; será para las cosas no censurables en sí mismas, para las que reserven lo más selecto de su indignación. Un hombre puede na­turalmente rechazar cualquier parentesco moral con el reverendo Monsieur Zola7 o 6 “No he podido hallar el nombre de la dama que predicara en 1888 una «cru­zada» contra las muñecas. Esta clase de campañas proliferó durante la épo­ca victoriana. En 1871, precisamente un tal (o una tal) E. Stevenson escri­bía, refiriéndose al lujo de las muñecas francesas: «Creo que es disparatado tener unas muñecas tan finas. El otro día estuve viendo a una niña, y me trajo su muñeca para que la viera. Su mamá había enviado a buscarla a París, y costaba veinticinco chelines». (El dato procede de Constance Eileen King, Dolls and Doll’s Houses, Ed. Hamlyn, London, 1977). 7 El «reverendo Monsieur Zola» es, naturalmente, el escritor francés Emile Zola (18401902). Al parecer, influyeron de manera decisiva en R.L. Stevenson los prejuicios de Henry James contra Zola (Cf. Janet Adam Smith, Henry James and Robert Louis Stevenson, Rupert Hart-Davis, London, 1948). Robert Louis Stevenson • 41

con la vieja arpía de las muñecas, pues ambos son casos toscos y patentes. Y, sin embargo, en cada uno de nosotros late un elemento análogo. La visión de un placer que no podemos compartir o, más aún, que nunca compartiremos, nos produce un desasosiego especial. Esto puede suceder porque somos envidiosos, o porque estamos tristes, o porque —siendo tan refinados— nos disgustan el alboroto y el retozo; o porque —siendo tan filosóficos— tenemos un sen­timiento desmesurado de la gravedad de la vida: al fin y al cabo, a medida que envejecemos, todos cae­mos en la tentación de censurar los placeres de nuestros prójimos. Las gentes, hoy en día, se sien­ten inclinadas a vencer las tentaciones; ésta es pre­cisamente una tentación que debe ser vencida. Se sienten inclinadas a la abnegación; he aquí una in­clinación que nunca será demasiado perentoria­mente rechazada. Está muy difundida entre las gentes honestas la idea de que deberían mejorar la conducta de sus semejantes. Sólo estoy obligado a mejorar la conducta de una persona: yo mismo. Sin embargo, expresaría mucho más claramente mis obligaciones para con mi prójimo diciendo que tengo que hacerlo feliz —si puedo—.

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III

LA

BONDAD Y LA FELICIDAD, según los moralistas hipócritas, guardan entre sí una relación de cau­sa a efecto. No hay nada que esté menos proba­do o que sea menos probable: nuestra felicidad no está jamás en nuestras manos; heredamos nuestro temperamento; soportamos bofetadas de amigos y enemigos; podemos estar tan for­mados como para percibir con inusitada sutile­za un agravio o un desprecio, y ser tan suspica­ces como para estar inopinadamente expuestos a aquéllos; podemos tener unos nervios muy sen­sibles al dolor, y sufrir por culpa de una penosa enfermedad. La virtud no nos ayudará, pues no sirve para esos fines. La virtud ni aun siquiera tie­ne en sí misma su propia recompensa, excepto para los ególatras y —casi lo había dicho— para los insociables. Ningún hombre puede apaci­guar a su conciencia; y si lo que pretende es in­sensibilizarla, más le valdrá dejarla perecer por desuso. Porque evitar las sanciones de la ley y la subsiguiente capitis diminutio8 del ostracismo so­cial es una cuestión de habilidad —de astucia, si se prefiere— y no de virtud. A lo largo de su vida, el hombre no debe, pues, esperar la felicidad; sólo, cuando ésta surja, apro­vecharse gozosamente de ella. El hombre está de servicio en este mundo; no sabe cómo ni por qué, y no necesita saberlo; no sabe a qué precio, y no 8 En el original: capitis diminutio, Debería ser: c. deminutio. Robert Louis Stevenson • 43

de­be preguntarlo. De un modo u otro, aunque igno­re qué es la bondad, debe intentar ser bueno; de un modo u otro, aunque no pueda decir en qué con­siste, tiene que intentar proporcionar la felicidad a los demás. Y sin duda se encontrará con harta frecuencia ante un dilema. ¿Hasta qué punto tiene que hacer feliz a su prójimo? ¿Hasta qué extremo ha de mantener risueño ese rostro tan propenso a entenebrecerse, tan reacio a iluminarse de nuevo? y, por otra parte, ¿en qué medida tiene que ser el guardián de su hermano y el profeta de su propia moralidad? ¿Hasta qué punto ha de sentirse ofen­dido por la maldad? Lo grave es que disponemos de pocas pautas de comportamiento, pues las palabras de Crislo sobre estos temas son difíciles de conciliar entre sí y (la mayoría de ellas) difíciles de aceptar. Sin embargo, su auténtica doctrina parece ser esta: en cuanto a nuestros propios bienes y personas, deberíamos estar dispuestos a tolerar y perdonar to­do: es nuestra mejilla la que debemos ofrecer; nuestro traje, el que hemos de dar al individuo que ha robado nuestra capa. No obstante, quizá nos conviniera ser un poco más audaces cuando vemos abofetear un rostro ajeno. Admitir que otros sean agraviados y mantener una actitud pasiva es algo inconcebible y, seguramente, indeseable. La venganza, dice Bacon, es una especie de justicia salvaje9, una sentencia dictada en última instancia por un juez demente; tratándose de nuestras propias querellas, no podemos ver nada con objetividad. Permítasenos ser, sin embargo, más intrépidos en las querellas de nuestro prójimo. La felicidad de una persona es tan sagrada como la de cualquier otra; si no podemos defender a ambas, defendamos a una sola con ánimo re­suelto. Sólo en la medida en que actuemos así, tendremos algún derecho a

9 «Revenge is a kind of wild justice, which the more man’s nature runs to, the more ought law to weed it out» (Francis Bacon, Essays, 4: «Of Revenge»).

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intervenir: la defensa de A es el único fundamento de nuestra acción contra B. Pero B tiene casi tanto derecho a irse al infierno como nosotros a ir a la gloria; y ninguno sabe qué derecho tiene. Lo cierto es que todas esas intervenciones y denuncias y todos esos belicosos cambalaches con verdades morales a medias, aunque a veces sean necesarios, aunque a menudo sean divertidos, pertenecen, sin embargo, a una categoría inferior de obligaciones. El mal humor, la envidia y la ven­ganza hallan aquí un arsenal de máscaras piado­sas; éste es el terreno en el que actúan los anhelos contradictorios. Con un poco más de paciencia y un poco menos de mal humor podría encontrarse un sistema más prudente y amable para resol­ver casi todos los problemas; porque ese nudo que, en nuestra vida privada, cortamos con una acalorada y violenta escena, o, en los asuntos pú­blicos, mediante algún acto denunciatorio contra los que nos complace denominar vicios de nues­tro prójimo, podría empero haber sido desatado por una mano benevolente.

Robert Louis Stevenson • 45

IV

VOLVER la mirada hacia el año que termina y ver cuán poco

nos hemos esforzado y por qué pe­queños motivos; y cómo, a menudo, hemos obra­do cobardemente, echándonos atrás, o temera­riamente, precipitándonos a actuar con imprudencia; y cómo todos los días y a lo largo de cada uno de ellos hemos infringido las leyes de la amabilidad...: puede parecernos una parado­ja, pero encontramos un cierto alivio en la amar­gura de esos descubrimientos. La vida no ha sido hecha para satisfacer la vanidad del hombre. La mayoría de las veces el hombre va cabizbajo a sus asuntos, y siempre como una criatura ciega. Lleno, como está, el mundo de gratificaciones y pla­ceres —hasta el punto de que ver la aurora o la salida de la luna, o toparse con un amigo, u oír la llamada para comer cuando se está hambriento, puede colmar a un hombre de sorprendente go­zo—, no ha de ser, con todo, para él, un lugar per­manente de residencia. Los amigos le fallan, la sa­lud se le malogra, la fatiga lo asedia: año tras año debe hojear el arduo y variable testimonio de su propia debilidad y de su propia estupidez. Es al­g o así como un entrañable proceso de renuncia­ción. Cuando le llegue la hora de irse para siem­pre, es necesario que le queden pocas ilusiones acerca de sí mismo. Aquí yace un hombre que tu­vo buenas intenciones, se esforzó poco y fracasó mu­cho: seguramente éste puede ser su epitafio, y no tiene por qué avergonzarse de él. Tampoco habrá de preocuparle que se le intime a darse por 46 • ORACIONES DE VAILIMA & SERMÓN DE NAVIDAD

vencido en el campo de batalla: sería un derrotado, ay, si fuera un San Pablo o un Marco Aurelio; y, mientras hubiera una pizca de belicosidad en su espíritu, no se sentiría deshonrado. Pero la fe que lo sostuvo a lo largo de una vida de perpetua ce­guera y constantes desengaños, le evitará incluso ser requerido para esa última formalidad de entregar sus armas. Hacedlo caminar con su viejo esqueleto: ahí, lejos de esta tierra gloriosa coloreada por el sol, lejos de la luz del día, del polvo y del éxtasis, ¡ahí va otro Intachable Fracaso! De un reciente libro de versos10 en el que abundan los poemas hermosos y viriles, he escogido este ejemplo significativo: expresa mejor de lo que yo pueda lo que pienso. Sean éstas mis palabras de despedida: Una tardía alondra en el cielo tranquilo gorjea; y del poniente, donde el sol, concluida su tarea diaria,

10 William Ernest Henly, A Book of Verses (D. Nutt. London, 1888). W. E. Henley (18491903), amigo de R. L. Stevenson desde su temprana juventud, colaboró con éste en varias obras teatrales (Deacon Brodie, Admiral Guinea y Macaire) que no llegaron a alcanzar gran repercusión. El poema transcrito por R. L.Stevenson se titula •• Margarita Sorori, y el texto original es como sigue: A late lark twitters from the kiet skies; / And from the west, / Where the sun, his day’s work ended, / Lingers as in content, / There falls on the old, grey city / An influence luminous and serene, /A shining peace. / Thes smoke ascends In a rosy-and-golden haze. The spires / Shine, and are changed. In the valley / Shadowrise. The lark sings on. The sun, / Closing his benediction, /Sinks, and the darkening air / Thrills with a sense of the triumphing night-/ Night, with her train of stars / And her great gift of sleep. / So be my passing! / My task accomplished and the long day done, / My wages taken, and in my heart / Some late lark singing, / Let me be gathered to the quiet west, / The sundown splendid and serene, / Death. Robert Louis Stevenson • 47

se demora gozoso, cae sobre la ciudad, vieja y grisácea, un aura luminosa y serena, una radiante paz. El humo asciende en bruma rosa y oro. Sus espirales destellan y varían. En el valle se alzan las sombras. Aún canta la alondra. Dada su bendición, el sol se hunde, y el aire oscurecido tiembla al sentir el triunfo de la noche: la noche, con su séquito de estrellas y su gran don del sueño. ¡Sea así mi partida! Cumplido mi trabajo al fin de la jornada, cobrado mi salario y cantando en mi pecho una alondra tardía, permitid que me acoja al ocaso tranquilo, el crepúsculo espléndido y sereno, la Muerte.

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Esta primera edición en REY LEAR de ORACIONES DE VAILIMA & SERMÓN DE NAVIDAD se acabó de imprimir en el invierno de 2011

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