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Democracia y participación en Atenas. Sinclair Capítulo 2 Privilegios y oportunidades del ciudadano 2.1. Actitudes del ateniense ante el derecho de ciudadanía En lo sucesivo, serían ciudadanos atenienses aquellos que descendieran de varones atenienses que figuraran registrados en los demos clisténicos a finales del siglo VI, y seria responsabilidad de los demos el guardar un registro de sus ciudadanos. En el 451/50, la Asamblea ateniense aceptó la propuesta de Pericles de exigir ascendencia ateniense no sólo por línea paterna, sino también por parte de madre como base para gozar de la condición de ciudadano. Puede que el ateniense se sintiera obligado a competir con el aluvión de extranjeros, y sobre que se mostrara poco dispuesto a compartir en plano de igualdad las oportunidades que Atenas a la sazón ofrecía. Los atenienses iban adquiriendo cada vez más una conciencia de identidad ateniense. Sean cuales fuesen las causas que llevaron a esta ley restrictiva, los hijos de madres extranjeras no serían considerados atenienses. Los atenienses se vieron obligados a flexibilizar estas actitudes tan exclusivistas debido a la grave escasez de hombres en los últimos años de la Guerra del Peloponeso. Atenas permitió entonces la posibilidad legal de contraer matrimonio con eubeos. En el 403/2, con la restauración de la democracia, volvió a entrar en vigor la ley sobre la ciudadanía idea por Pericles. A mediados del siglo IV todavía la concesión de la ciudadanía siendo un privilegio celosamente guardado. En cambio, las personas que habían prestado servicios relevantes a Atenas o aquellos con quien los atenienses deseaban tener amistad pudieron verse recompensadas con la ciudadanía, y esto se aplicó ordinariamente no sólo a los individuos, sino también a sus descendientes. Sim embargo, en general la ciudadanía no re concedía a la ligera en la época que estudiamos. De hecho, debido al relajamiento en aplicar la ley de Pericles durante la segunda mitad de la Guerra del Peloponeso, los atenienses introdujeron el requisito de que una concesión de ciudadanía aprobada en una reunión de la Asamblea tendría que ser confirmada en la siguiente, a la que deberían asistir seis mil ciudadanos. Atenas concedió también algunas veces la ciudadanía a aquellos cuyo apoyo a Atenas les había llevado a abandonar la ciudad donde habían nacido (ej.: plateenses, samios). Se dice que los atenienses concedieron con mayor flexibilidad el derecho de ciudadanía durante dos graves crisis militares. En resumen, durante la época clásica la actitud ateniense hacia la ciudadanía fue de carácter exclusivista, aunque la lealtad o los servicios prestados a Atenas pudieran recompensarse con la concesión de la ciudadanía. Sin embargo, la mayor parte de los beneficios que llevaba aparejados esta concesión solamente pudieron ejercerse en el Ática, y por lo menos algunos de aquellos a los que se les concedió no llegaron a ejercerla nunca. Lo que distingue esta actitud ateniense de la actitud de Filipo II de Macedonia o de la de los romanos, es el hecho de que no hay pruebas que

puedan dar pie a pensar que tras la conquista, los atenienses consideraran seriamente como norma incorporar como ciudadanos a aquellos pueblos sobre los que ejercían el poder político. 2.2. Ciudadanos, metecos y esclavos. Alrededor del año 430, era imposible distinguir en Atenas a unos ciudadanos de un esclavo (o de un meteco) ni por su atuendo ni por su comportamiento. La situación económica y social de Atenas favorecía un control menos rígido de los esclavos, quienes trabajaban al lado de hombres libres en una gama de actividades que abarcaba desde pequeñas empresas manufactureras hasta la construcción de templos. Esto matizado, por el hecho de que un esclavo estaba casi completamente sujeto a la voluntad de su sueño. Este podía tratar a sus esclavos como a cualquier cosa de su propiedad, y podía disponer de ellos para venderlos, alquilarlos y entregarlos como herencia o como regalo. Un ateniense podía golpear o maltratar a sus esclavos y un amo que mataba a un esclavo parece ser que no tenía más obligación que someterse al acto ritual de la purificación. Un esclavo no podía actuar por sí mismo legalmente, y una acción judicial en su nombre sólo podía ser iniciada por su dueño. A un esclavo se le podía permitir tener dinero u otros bienes, pero legalmente todo ello seguía siendo propiedad de su amo. Los esclavos domésticos vivían mucho mejor que los que trabajaban en las minas de plata de Laurión. Pero en esencia, a los esclavos les faltaba los que los ciudadanos más apreciaban: la libertad. Muy diferente era la situación de los extranjeros libres. Estos eran libres los propios atenienses se ufanaban de su actitud acogedora y hospitalaria hacia los extranjeros. Al extranjero que cambiaba su residencia y se asentaba en Atenas se le instaba a hacerse meteco o residente extranjero. El estatus de meteco era algo así como un control de los extranjeros que residían en el Ática. Este estatus les proporcionaba algunas ventajas jurídicas en comparación con los extranjeros no residentes: les concedía el privilegio de poder acudir en algunos casos al tribunal del polemarco. Asesinar con premeditación a un extranjero conllevaba un castigo menor que asesinar a un ciudadano, y se actuaba de la misma manera en el caso del meteco que en el del extranjero no residente. Desde el punto de vista social, los metecos podían relacionarse con bastante facilidad con los ciudadanos. Para el meteco, el gran atractivo de Atenas residía en las oportunidades económicas que ésta les ofrecía. Sin embargo sufrían en dos aspectos fundamentales una clara desventaja en relación con los ciudadanos. En primer lugar no se permitía que fueran propietarios de tierras o de una casa en el Ática. Esto hizo que tuvieran que depender de ciudadanos propietarios, pero paradójicamente les llevó a concentrar sus energías en la manufactura, las finanzas y el comercio, actividades que podían ser muy rentables. En segundo lugar, mientras que el ciudadano no pagaba impuestos regulares en razón de sus ganancias o su capital, los metecos pagaban un impuesto individual anual de doce drameas. Las ganancias del esclavo pertenecían a su amo, el meteco era libre de disponer de lo suyo como se le antojase. Los metecos más acaudalados se encargaban de algunas de las liturgias o servicios públicos que realizaban tradicionalmente los ciudadanos más ricos, pero nunca se ocuparon de la trierarquía, que implicaba el mando de un trirreme. Asimismo, los metecos más ricos, lo mismo que los ciudadanos ricos, se veían obligados a pagar el impuesto sobre la propiedad (aisphora), una tasa que se recaudaba de vez en cuando según las necesidades financieras. Al ser hombres libres eran también responsables de otras obligaciones exigidas a los ciudadanos, en concreto de mantener la seguridad

de Atenas. Para los metecos más pobres servir en la flota representaba una de las ventajas reales de vivir en la polis ateniense. Los beneficios derivados de vivir en la polis ateniense disminuyeron con la perdida de prosperidad que siguió a la derrota de Atenas en la Guerra del Peloponeso. Respecto a la esfera de la economía, los ciudadanos estaban exentos de cualquier impuesto directo regular y tenían derecho a poseer una tierra en propiedad. En cuanto a la esfera jurídica, sólo los ciudadanos varones adultos disfrutaban de capacidad plena. Las mujeres y los menores de edad, por ejemplo, no podían hacer testamento. Las mujeres permanecían bajo tutela toda su vida bajo la tutela del padre, del marido o de otro turo varón. Un deudor del Estado (y sus herederos) sufría la total perdida de los derechos de ciudadanía hasta que él pagara la deuda. Era solo el ciudadano quien podía actuar como acusador en la mayoría de los “procesos públicos” por delitos como la malversación de dinero público. Era en la esfera política donde se reconocía mejor al ciudadano. Una vez que el ciudadano había alcanzado los 18 años se inscribía en el registro de su demo, en la práctica, a partir de los 20 años el varón ateniense podía asistir a todas las reuniones de la Ecclesia o Asamblea, participaren los debates y finalmente votar. Cuando cumplía los 30, disponía aun de más posibilidades: el derecho a presentarse a la elección para el Consejo de los Quinientos, o para los distintos cargos del estado, como el de estratego, y el derecho a ser miembro de los jurados. En el periodo intermedio (20 a 30 años) tenía la oportunidad de adquirir experiencias y conocimientos políticos dentro de la limitación que suponía el que el colectivo de ciudadanos entre 20 y 29 años era el más expuesto a ser alistado para el servicio militar. Los árbitros públicos se nombraban entre quienes cumplían 60años. Al seleccionar a los embajadores para una misión al extranjero la Asamblea decidió ocasionalmente que debían tener cincuenta años o más. Existían algunas limitaciones de edad que se aplicaban a quienes aspiraban a dirigir Atenas mediante el desempeño de cargos públicos en la polis. Estas limitaciones se derivaban sobre todo del hecho de que el servicio militar habría de recaer mayoritariamente en varones entre los 20 y 30 años. Estas restricciones no eran muy graves, ni afectaban seriamente a la igualdad de derechos a la hora de ejercer un cargo público. Tampoco la pobreza era un obstáculo para una participación activa. El político debía ser capaz de aprovechar lo que quizás era la característica más notable de la democracia ateniense: el derecho a hablar de todo con libertad. Para los más conservadores, era este derecho de libremente en general, así como el derecho a hablar que tenía cualquier ciudadano en la Asamblea (isegoria), el principal motivo de inquietud. Aunque cualquiera podía presentarse para hablar, existían ciertas convenciones y usos. Por ejemplo, en asuntos que tuvieran que ver con la seguridad militar, los estrategos habían de ser los primeros en hacer uso de la palabra. En circunstancias normales debía haberse discutido previamente en la Boulé, que generalmente solía hacer algunas recomendaciones. Pero a los ciudadanos en general se les coartaba bastante las ganas de hablar a la Asamblea. Se requería cierta experiencia y habilidad para hacer uso de la palabra con provecho en aquellas grandes concentraciones, pero también necesario cierto conocimiento de los temas que se debatían. La Asambleas, especialmente en el siglo IV, no admitía consejo sin examinarlo, ni toleraba a mentecanos e incompetentes. En el siglo VI la vida pública ateniense había girado en torno a las facciones aristocráticas, y en la primera mitad del siglo V miembros de las familias aristocráticas

dirigentes continuaron desempeñando papeles de jefatura. En el trascurso de los cien años siguientes el carácter de la vida pública ateniense cambió de forma radical gracias al desarrollo de las tendencias democráticas y también debido a la influencia de circunstancias exteriores.