SIN FE NO HAY NADA

SIN FE NO HAY NADA TEXTO: HEBREOS 11:1-12. “ La fe puede ser sucintamente definida como una creencia ilógica en que lo i

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SIN FE NO HAY NADA TEXTO: HEBREOS 11:1-12. “ La fe puede ser sucintamente definida como una creencia ilógica en que lo improbable sucederá.” Henry-Louis Mencken (1880-1956) Periodista y escritor estadounidense. Si nos detenemos un momento a pensar en el papel que la fe juega en nuestra sociedad, nos daríamos cuenta de que con el paso de la historia, ésta se ha burocratizado y se ha mecanizado hasta límites impensables. Creer en alguien o en algo cada día que pasa es más y más difícil. ¿Creer en las instituciones? ¿Creer en la política y en sus políticos? ¿Depositar nuestra confianza en hombres y mujeres que tarde o temprano nos van a defraudar? ¿Esperar que la palabra dada sea cumplida a rajatabla? Sí, vivimos en tiempos en los que solo vale aquello que podemos ver, palpar y concretar con nuestros sentidos. La mentira y el engaño se han establecido con total comodidad e impunidad en el salón de nuestras mentes, que ya no nos fiamos de nada ni de nadie. Sin embargo, no caigamos en el error de meter a todos en el mismo saco como sabiamente dijo el político y pensador indio Mahatma Gandhi: “No debemos perder la fe en la humanidad que es como el océano: no se ensucia porque algunas de sus gotas estén sucias” o como castizamente se suele decir “por un perro que maté me llamaron Mataperros.” Ateniéndonos a la conceptualización de la fe que nos brinda Hebreos, ésta no halla casa ni morada en este mundo materialista y desconfiado. Si esto es así en el ámbito de lo empírico, de lo sensible y de lo aprehensible, ¿qué podremos aducir en cuanto a lo metafísico y espiritual? El aval de lo que esperamos que suceda se ha convertido en una utopía incluso en nuestro medio eclesial. Desvirtuamos la fe que nos fue dada por los siervos de Dios trocándola por objetos, hechos y cosas que podemos asir y ver. La utilizamos como la excusa macabra más plausible cuando alguien no recibe su petición (“No tienes suficiente fe”). Comerciamos con ella como si se tratase de algo que puede venderse al peso o como si fuese parte integrante de nuestra búsqueda de lo material. Y mientras esperamos, desesperamos por causa de los charlatanes y engañabobos que la exhiben como de su propiedad. Miguel de Unamuno, filósofo y escritor español apuntaba con gran tino acerca de estas prácticas: “¿Racionalizar la fe?. Quise hacerme dueño y no esclavo de ella, y así llegué a la esclavitud en vez de llegar a la libertad en Cristo.” Aún teniendo presente este tipo de conductas y desviaciones, quiero seguir creyendo. Es más, necesito seguir creyendo. Sobre todo porque no estoy depositando mi confianza en pamemas y disloques de hombres, sino en la certeza de realidades que con el paso de los años se han ido plasmando en mi vida. Sin fe, sería nada. Sin creer que Dios existe y sin creer que tengo un Padre que me habla cada día, sería un miserable por siquiera estudiar teología. La misma fe que ayudó a los que nos precedieron en la lucha inmisericorde con el mundo y su cosificación de lo invisible, hoy también corre a mi auxilio. Por fe puedo llegar a recibir el visto bueno de Dios y así invitar a mi corazón al Espíritu Santo que no puedo ver, pero que no deja de dar testimonio de sí mismo (v. 2). Gracias a esta fe puedo comprender y asumir las incógnitas y los misterios que circundan este mundo (v. 3). Gracias a esta fe he de vivir sabiendo que Dios es tan poderoso y tan grande que yo mismo soy el producto de Su fantástica inventiva y de Su magnánima imaginación. “La fe comienza donde termina el orgullo”, decía Félecité de Lamennais, escritor religioso francés. Gracias a esta fe puedo entender que hay mucho más a mi alrededor de lo que puedo divisar, que hay ángeles y demonios que luchan denodadamente en otros planos que yo no soy capaz de contemplar, y que soy solo un grano de arena en una vasta duna del desierto cósmico.

Gracias a esta fe que solo Dios deposita en los corazones como uno de los dones más maravillosos y transformadores, sé qué es lo que más le agrada al Señor sin temor a equivocarme (v. 4,5). Gracias a esta fe, puedo apropiarme del ejemplo de vida de tantos y tantos siervos de Dios que he podido conocer en mi breve existencia. Ecos lejanos y próximos se entremezclan como una canción coral que me permite seguir la estela de la melodía de almas que se entregaron por completo al Señor. Son hombres y mujeres de talla que me siguen demostrando fehacientemente lo cierto y lo verdadero que resulta poner nuestra fe en Dios. Gracias a esta fe puedo comenzar cada día una nueva búsqueda de Dios y de Su voluntad soberana. Gracias a esta fe siento que Dios se acerca a mí, recompensándome con Sus misericordias y fidelidades (v. 6). El recuento de los beneficios que me ha brindado la fe en Cristo es interminable. Por esta fe no hago oídos sordos a la voz de Dios, ni la tomo a la ligera, ni la dejo en el olvido. Aunque quisiera ver terminado el tapiz de mi vida, solo me es dado apreciar un matiz del mismo a la vez. Aunque me parece que el horizonte de la meta de mi existencia se aleja constantemente, la fe me arrulla como se arrulla a un bebé, para no querer crecer de golpe, sino hacerlo a su tiempo y en Sus tiempos. Cosas que nos parecerán imposibles, increíbles e incomprensibles para nuestra limitada psique, habrán de ser realizadas sin dubitaciones, sin preguntas y sin rechistar (v. 7). Veremos la perplejidad en muchos rostros y recibiremos burlonas críticas a lo que hacemos en el nombre de Dios. Muchos confundirán mi fe con locura y mi confianza con fanatismo, pero quién habrá de dar cuentas de esta fe un día, seré yo y nadie más que yo. Gracias a esta fe podré ser testimonio a los demás, a mi familia, a mis amigos, a este mundo deslavazado y corrompido. Será evidente a los ojos de todo el mundo que hay una diferencia. La fe sin obras es muerta, y si yo no ejerzo esta fe, soy un zombi encorsetado por legalismos y justificaciones egoístas. “¿Es una fe sincera la fe que no actúa?”, se preguntaba Jean-Baptiste Racine, poeta trágico francés. Si no ando como creo, no avanzaré. Si no vivimos nuestra fe, la muerte asfixiante por causa del pecado será el único pago a nuestra negligencia. Creer que somos redimidos y que el mundo es redimible es un acto de fe inmenso, sublime y titánico. Sin embargo, para esto fuimos llamados y para esto hemos de vivir por fe. La esperanza es compañera inseparable de la fe (vv. 8-10). La fe es la culminación de un edificio diseñado y establecido por Dios, cuyos cimientos, profundamente excavados en la Roca que es Cristo. Esperamos porque creemos y creemos porque esperamos. La expectativa que llena nuestros corazones de gozo se refuerza en el hormigón de una fe inquebrantable. Sabiendo que esperar no es precisamente uno de los puntos fuertes de nuestro ánimo, lo hacemos para ver cumplidas Sus promesas sin faltar alguna de ellas (vv. 11,12). La fidelidad que Dios confiere a cada una de Sus Palabras es el sello definitivo de Su veracidad absoluta. Creo porque sé quién es Dios. Tal vez dude de las promesas y de los propósitos humanos, pero nunca podré vacilar ante la inmutable voluntad divina. La fe en definitiva, es primordial para todo aquel que desee hallar a Dios, y por ende, a aquel que anhele la vida eterna. Abel, Enoc, Noé, Abraham, Isaac, Jacob, Sara fueron exponentes claros y clarividentes de la fe que Dios regala a quién la pide. Los resultados saltaron a la vista tal como hoy también lo hacen. Nietzsche, filósofo alemán aseveró que “tener fe significa no querer saber la verdad.” No sé realmente que era para él la verdad, pero lo que si sé es que la verdad solamente es alcanzable desde la fe en Dios. Concuerdo más con Victor Hugo, novelista francés y autor de “Los Miserables” al decir: “Una fe: he aquí lo más necesario al hombre. Desgraciado el que no cree en nada.” Matizo: creer en Dios es lo más necesario para cualquier ser humano, y desventurado será el que encara su vida con incredulidad manifiesta. “No me avergüenzo de anunciar esta buena noticia, que es fuerza salvadora de Dios para todo

creyente, tanto si es judío como si no lo es. Por ella, en efecto, se nos revela esa fuerza salvadora de Dios mediante una fe en constante crecimiento. Así lo dice la Escritura: Aquel a quien Dios restablece en Su amistad por medio de la fe, alcanzará la vida.” Romanos 1:16,17 BLP.