Significado de La Historia

SIGNIFICADO DE LA HISTORIA Eric C. Rust C.B.P., 1969 I. ¿QUE CONSTITUYE HISTORIA?......................................

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SIGNIFICADO DE LA HISTORIA Eric C. Rust C.B.P., 1969

I. ¿QUE CONSTITUYE HISTORIA?................................................................................1 II. ENTENDIMIENTO HISTORICO - SU ESTRUCTURA ...................................................2 III. METAHISTORIA: ENTENDIENDO LA HISTORIA COMO UNA TOTALIDAD...................6 IV. SPENGLER Y LA DECLINACION DEL MUNDO OCCIDENTAL.....................................8 V. DETERMINISMO ECONOMICO Y LA ESPERANZA MARXISTA...................................10 VI. AUGUSTO COMTE: EL PROFETA DEL SECULARISMO............................................14 VII. TOYNBEE Y EL SINCRETISMO RELIGIOSO – LA HISTORIA PROGRESA HACIA UNA META ESPIRITUAL............................................................................................. 16 VIII. TEILHARD Y EL PUNTO OMEGA .........................................................................18 IX. CRISTO – EL CENTRO Y LA META DE LA HISTORIA ..............................................19 1. La revelación divina en la encarnación ...........................................................20 2. La participación divina en la historia................................................................21 3. Enajenamiento humano y redención................................................................22

I.

¿QUE CONSTITUYE HISTORIA?

Un estudio de la historia requiere, antes que nada, una definición pertinente y especializada. La historia está íntimamente relacionada con nuestra experiencia del tiempo, con el inevitable movimiento del presente al pasado, con la memoria con que el individuo y la raza humana abarcan ese pasado, y con el desafío que el futuro implica con sus posibilidades y alternativas que aún no han sido llevadas a cabo. En la época actual, con el advenimiento de las ideas evolucionarias relacionadas con las ciencias naturales, desde la cosmología hasta la biología y antropología, nos estamos dando cuenta que la naturaleza también posee características históricas y está ligada al proceso del tiempo. La historia evolucionaria indica que hay aspectos en el pasado de la naturaleza que no se repetirán jamás en nuestro planeta. Categorías estáticas e ideas como la de la inmovilidad de las especies han sido descartadas y sustituidas por otras que nos dan una apreciación más dinámica de la naturaleza. Esta también consiste de un proceso; se mueve en relación al tiempo. Es por eso que en el libro History of the World, por H. G. Wells, puede comenzar con la historia evolucionaria del progreso de la naturaleza en el cosmos y luego limitar la

discusión al movimiento evolucionario del globo terrestre. Sin embargo la historia en sí es un estudio de la raza humana. Su interés primordial es el hombre. A la vez, es importante mencionar que la historia se interesa en el hombre como un ser social y en su relación a sus prójimos y a su medio. El individuo es indispensable en la historia pues la historia humana es el resultado de las decisiones del hombre. Sin embargo, la historia no es una biografía, es decir, la vida de un individuo. El hombre es importante desde el punto de vista histórico solamente cuando sus decisiones y vida afectan los grupos que a él se relacionan. Por lo tanto, la historia se concentra en el pasado de grupos sociales humanos y en sus relaciones mutuas y con individuos importantes que en formas específicas han tenido influencia sobre la vida de esos grupos. La historia se preocupa de los valores aceptados por esos grupos, y de los propósitos que ellos han diseñado. Esos valores incluyen más que imperativos morales y convicciones religiosas; también incluyen preocupaciones materiales y económicas. La vida histórica del hombre está conectada íntimamente con su relación al fondo espiritual de su universo, sus dioses, su sentido de obligación moral y su entendimiento de responsabilidad a sus prójimos, y su lealtad a su grupo. El hombre es influenciado también por las fuerzas naturales y materiales que son activas en sí mismas y en su medio, en sus apetitos físicos, sus deseos naturales, y sus necesidades materiales. Por lo tanto el hombre histórico está ligado a sus prójimos, a su ambiente natural y al estado espiritual de su mundo. Su vida cultural y sus valores son el resultado de la acción recíproca de esas relaciones. La historia se interesa ampliamente en tales expresiones culturales de la vida de grupos humanos. Un aspecto importante de los estudios históricos es la relación íntima de las estructuras de cualquier sociedad con sus valores culturales. Hay una conflagración constante entre los grupos de la sociedad y sus valores culturales. La confrontación y cambio son inevitables. Muestran que la raza humana está compuesta de grupos en tensión, en conflicto y en cooperación. Por lo común las causas de las tensiones se hallan en los ideales por los que esos grupos históricos viven, las preocupaciones que dominan sus vidas, y las ideas que forman las bases de sus culturas. Es indispensable recordar que a la vez que la historia no se ocupa de biografía individual sino con el individuo en su envolvimiento social e histórico, tampoco se ocupa de hechos aislados. Acontecimientos del pasado son históricos e importantes para ser estudiados solamente porque están relacionados a otros acontecimientos. En efecto, hechos históricos pueden ser grupos de hechos, más que acontecimientos particulares como guerras y acciones de gobiernos, que han llegado a ser importantes históricamente por su conexión mutua. Ningún objeto de estudio histórico puede ser comprendido sin tomar en cuenta toda relación con el ambiente histórico que pudo haber sido medio de influencia en él.

II. ENTENDIMIENTO HISTORICO - SU ESTRUCTURA La cuestión de la estructura del conocimiento histórico es cardinal porque la historia trata del pasado. ¿Cómo podemos obtener conocimiento genuino de lo que no es para nosotros

contemporáneo? Todo lo que tenemos a nuestro alcance son datos que han sido preservados. Al investigar acontecimientos pasados, tendremos a nuestro alcance informes oficiales, descripciones de testigos de tales acontecimientos y artículos de esa era, lo que aún queda de literatura y arquitectura y formas de arte. También es posible que contemos con esfuerzos literarios tales como crónicas e historias. A la vez nosotros hemos tratado de escribir la historia del período referido y de describir los hechos peculiares que nos conciernen. Todos esos materiales deben ser examinados en nuestro esfuerzo para entender lo que pasó y su significado. Tomemos nota de lo dicho anteriormente. Hay dos maneras de obtener conocimiento histórico. La primera, usada por las ciencias naturales, tiene que ver solamente con aspectos externos de conducta histórica, lo que puede ser clasificado a través de observación sensible. La segunda tiene en cuenta el aspecto interno de conducta humana, que incluye pensamientos, intenciones, ideas y motivos -que sostienen la actividad histórica. Historiadores que aceptan una filosofía naturalista utilizan el primer método. En el siglo XIX este método llevó a la búsqueda de leyes dirigiendo la conducta histórica como si la historia fuese, tal como la naturaleza, sujeta a regularidad. Actualmente se ha reconocido que debido a la variedad de los datos históricos, tratar de usar ese método es como desear tocar un espejismo. Hay ciertas leyes que gobiernan las ciencias naturales; éstas no se pueden aplicar a los estudios históricos. No es posible encontrar con facilidad regularidades universales que se relacionen a datos históricos. En ciertas ocasiones encontramos leyes cuyos resultados se aplican en una forma limitada y que aún así poseen excepciones a la regla. Tales leyes pueden adaptarse a un período cultural o pueden ser generalizaciones no aplicables en todos los casos pero poseen valor suficiente para hacerlas útiles en la interpretación histórica o en predicción profética. Un ejemplo de esta generalización es que naciones o civilizaciones que siembran vientos frecuentemente cosechan tempestades. Por lo tanto, historiadores modernos con tendencias naturalistas consideran a la historia como una ciencia aplicada colocándola en la misma categoría que ingeniería. De la misma forma que las leyes de física y química se aplican a la ingeniería, igualmente en historia aplicamos las leyes de las ciencias psicológica y social para explicar fenómenos históricos. El problema enfrentado en la actualidad es que las leyes científicas no se consideran ya más como algo final sino como algo que describe las regularidades de fenómenos naturales. Por esto, los historiadores de este tipo se consideran positivistas, buscando y describiendo las regularidades de la historia que la psicología y sociología describen claramente. Además, hay otra dificultad. La historia posee, en contraste con la naturaleza, elementos imposibles de ser vaticinados. La libertad y decisiones del hombre rompen las regularidades. El hombre no es un fenómeno determinista. En la historia ocurren eventos inusitados y la conducta histórica frecuentemente se enfrenta con descripciones extraordinarias. Para entender la historia debemos observar, en el hombre, las fuentes de actividad histórica en los pensamientos e intenciones gobernando tal conducta. Por esta razón examinamos el segundo método. Cerca de dos siglos alrededor, Juan Bautista Vico (1668-1744), el filósofo italiano, indicó que la diferencia entre el hombre y los procesos naturales se ve en la timidez humana, en su capacidad de examinar sus motivos íntimos y en su libre albedrío. En una época cuando las ciencias naturales eran

analizadas de una forma completamente determinista en relación al proceso natural, sujetas a leyes que nunca podrían romperse, Vico propuso que la historia fuese considerada como la «nueva ciencia». En la historia, el historiador tendría que preocuparse con los aspectos nuevos y sin repetición que surgen del espíritu humano, pensamiento meditativo, libertad moral, y visión espiritual, de su capacidad para decidir libremente y para cambiar el orden de hechos establecidos. El énfasis de Vico ha sido expresado con fervor a través de los dos siglos pasados. Jorge Federico Hegel (1770-1831) consideró a la historia como un proceso racional donde cada movimiento histórico se debía explicar como un proceso lógico dentro de la historia. Como observaremos más adelante, él pensó que la historia y la naturaleza eran similares – formas por medio de las cuales el espíritu universal o la razón absoluta cumplía sus deseos. También él propuso que la historia es la expresión de la lógica de ese absoluto y que los desarrollos históricos deben expresar cierta astucia de razón. La historia es completamente racional, una marcha progresiva de ideas lógicas. Personajes históricos son simplementepeonesdeajedrez,elementosquecalificanelprogreso del espíritu racional. En la filosofía de Hegel, la clave de la historia se halla al nivel de ideas racionales y su dialéctica. Después de Hegel, pensadores como B. Croce (1866-1952) y R. G. Collingwood (1889-1943) han recalcado también ese aspecto racional. Croce enseñó que el pasado posee carácter real sólo cuando vuelve a vivir en alguna mente activa y pensadora. Por lo tanto para entender historia es necesario proyectarse en eventos pasados, tanto como los datos nos permiten, y meditar de nuevo en los pensamientos que movieron a los actores humanos en tales eventos. Collingwood adoptó una posición similar a la de Croce. Para Collingwood la historia no era solamente una descripción del pasado; concebía que era necesario ponerse detrás de hechos pasados y analizar otra vez los pensamientos de aquellos que participaron en ellos. El énfasis en ideas no es suficiente. Sentimientos y motivos no son siempre racionales. La naturaleza psicológica del hombre es más complicada que lo que sistemas lógicos creen. Es por eso que Wilhelm Dilthey (1833-1911) piensa que es necesario que nos proyectemos en el pasado de tal forma que tratemos de vivirlo otra vez en nuestra vida en cada aspecto. El distingue de esta manera entre conocimiento histórico que aplica a entender el aspecto interno de la historia y el conocimiento científico que permanece en la superficie y se puede observar. Se puede ver con claridad que este método de conocimiento histórico requiere más que lo propuesto por historiadores con filosofías positivistas y naturalistas. Aceptando el método de Dilthey y adoptando su caracterización del método como «entendimiento», debemos examinar lo que implica. Primeramente se debe tener una idea aproximada de los datos a nuestro alcance y la estructura real del evento histórico debe ser vista en forma clara. Aun aquí han de permanecer interpretaciones y criterios de importancia. El segundo paso nos debe llevar a entender de alguna forma el modo de vida, las relaciones sociales y valores culturales de la gente de esa época. Para esto podemos usar literatura de la época, artefactos, crónicas sociales, registros judiciales, escrituras religiosas, y maneras de actuar de la gente que han sido preservados. En el tercer paso se necesita utilizar un entendimiento astuto de la naturaleza humana y mucha imaginación si es que deseamos proyectarnos y vivir de nuevo el pasado con todas sus características – tensiones humanas internas, amores y odios. El último ingrediente necesario para ser un gran historiador es discernimiento intuitivo por medio del cual pueda emprender un diseño de la totalidad histórica que se está investigando. Tal discernimiento permitirá hacer esa totalidad clara y significativa a la luz de lo que sabemos de la situación actual y del hombre. Este

discernimiento se extiende sobre la imaginación ordinaria y posee la calidad de una revelación que procede más allá de nosotros. Un método como el descrito no inquiere solamente cómo han ocurrido los hechos en el pasado. También, a través de él, el historiador desea saber por qué han ocurrido para comprenderlos de la misma manera que en el presente deseamos entender la conducta de hombres contemporáneos. Por ejemplo, no es suficiente saber que César cruzó el río Bubicón y cuáles fueron los resultados de su expedición. Debemos penetrar en sus pensamientos y entender sus motivos. Una simple descripción de la guerra civil en los Estados Unidos no es suficiente. Las intenciones íntimas, y los pensamientos y sentimientos de Abraham Lincoln, Roberto E. Lee, Ulises S. Grant y otros héroes nos permiten revivir la historia. Además, de tal entendimiento podemos cosechar discernimiento para el presente y ayuda para la formación del futuro histórico. Es evidente que esta forma de conocimiento histórico tiene ciertos aspectos de relativismo. El elemento subjetivo de interpretación imaginativa y de juicio intuitivo señala que la historia está siendo examinada desde nuestro punto de vista. Como ya hemos visto, esto siempre será así en la historia. Todo conocimiento histórico es personal y no puede ser completamente objetivo. Si preguntamos cómo debemos medir la verdad de una interpretación de un evento histórico, tendremos que recurrir a la calidad y coherencia de la explicación presentada. Es decir que al medir consideramos cómo cierto evento se entiende mejor y cómo el entendimiento que tenemos de él acuerda con el entendimiento de otros eventos relacionados a él. Este método se llama histórico-crítico y se relaciona íntimamente con la manera en que en tiempos modernos se estudia la Biblia. Reconociendo nuestra Biblia como una colección de documentos históricos escritos durante un período de más de un milenio de historia hebrea y cristiana, hombres eruditos han tratado de conocer el valor histórico de esos documentos para penetrar lo más cerca posible a los eventos originales y para entender con más claridad la mente y sentimientos de aquellos personajes en el drama de revelación divina. Debemos reconocer que el material bíblico se presenta siempre desde el punto de vista de la fe. Sin embargo, tal fe está sujeta a desarrollo en sus énfasis y por lo tanto los hechos históricos se verán con diferentes matices a medida que pasa el tiempo. El relato posterior (Exodo 14:22) del cruce de los hebreos del «mar de Junkos» 1 hace hincapié en la actividad divina e indica cómo las aguas se separaron como paredes entre las cuales los israelitas marcharon hacia la libertad. El relato anterior (Exodo 14:21) muestra a Dios causando un viento que mueve las aguas bajas y así abre un camino de escape. El relato posterior enfatiza la actividad divina. En el Nuevo Testamento podemos observar cómo la descripción del Señor Jesús es ampliada con detalles cuando la iglesia primitiva avanza en su misión universal. Para observar estos detalles sólo nos es suficiente leer los Evangelios según Juan y Marcos para apreciar esto. Cuando el método histórico-crítico es usado por estudiantes eruditos de la Biblia que son devotos al libro, es posible lograr una mejor comprensión de la Biblia. 1

Nota del traductor: En el original hebreo se le llama «mar de Junkos», mas en la traducción del griego del Antiguo Testamento y en el Nuevo Testamento (Hechos 7:36, Hebreos 11:29) se le llama mar Rojo.

Un aspecto particular del uso de este método es nuestro deseo de entender la psicología y cosmología de los hebreos descritas en el Antiguo Testamento a la luz de civilizaciones contemporáneas y de los documentos bíblicos. Esto nos permite entender qué pensaban los hebreos de la tierra, el cielo, y los astros celestes y cómo se entendían ellos mismos y sus procesos mentales. Un uso imaginativo de tal conocimiento da mejor y nueva luz a la interpretación de pasajes bíblicos como Génesis capítulos 1-11, Salmo 104, y otros pasajes que tratan del alma, el corazón, y el espíritu del hombre.

III. METAHISTORIA: ENTENDIENDO LA HISTORIA COMO UNA TOTALIDAD Hay gran diferencia si es que deseamos entender un aspecto particular de historia o la historia en su totalidad. Si buscamos el significado a la historia en su totalidad nos encontramos en medio de una investigación llamada «metahistoria». «Metahistoria» coloca a toda la historia en un designio vasto y la arregla en una totalidad que posee significado. Esta actividad desea llegar así a una filosofía constructiva de historia. Corno toda filosofía, da por sentado que lo que uno cree tiene gran importancia en el proceso histórico. Todo pensamiento tiene que empezar con datos que han sido elegidos de acuerdo con lo que el pensador cree que es más importante en su experiencia. Antes de ejercitar su razonamiento lógico y su pensamiento reflectivo, el pensador posee una perspectiva filosófica a la cual es leal, una hipótesis de fe ligando su criterio con su experiencia previa. Todo conocimiento, en este sentido de la palabra, es conocimiento personal. Está orientado por nuestro punto de vista y prejuicio de lo que creemos es lo más significativo en nuestra experiencia del universo. Esta hipótesis de fe se aplica a cada fase de conocimiento y por supuesto a nuestro entendimiento de la historia universal. El hombre posee tres puntos de contacto en su experiencia histórica. Se relaciona primero con la naturaleza y por lo tanto su historia posee magnitudes materiales y económicas. Apetitos naturales tales como las fuerzas de sangre, raza, y sexo, y las influencias del ambiente natural influyen su vida histórica. En segundo lugar el hombre se relaciona con su prójimo como un ser social. En este aspecto valores morales son importantes y el impacto de temores y esperanzas humanos constituye un elemento importante en la historia. La tercera afinidad del hombre es su relación a un ser superior, a una presencia trascendente. El hombre como ser religioso posee relaciones con este ser superior y se da cuenta de que hay un poder más alto que él y sus prójimos que actúa en su vida histórica. Estas tres afinidades son las bases de puntos de vista filosóficos usados para entender la vida histórica. Primeramente, el hombre puede creer que las fuerzas o factores dominantes en la historia son naturales – sangre, sexo, y otros apetitos del instinto humano o evolución o necesidades económicas. En general, esa interpretación de historia se denomina «naturalista». El modelo o analogía usado para entender la historia se toma, en este punto de vista, de la naturaleza. Otra forma en la cual los historiadores filosóficos interpretan la historia es desde el punto de vista humano. Para éstos el hombre produce historia con su pensamiento reflectivo, su habilidad científica, su pericia tecnológica, y su capacidad de organización social. En este caso el modelo interpretativo es el hombre mismo y

generalmente tal punto de vista se denomina «humanismo». La tercera forma en que la historia se puede interpretar es a través de una posición religiosa. Se considera que el elemento divino es de alguna forma la fuerza dominante en la historia. En esta interpretación el entendimiento cristiano de la experiencia religiosa ha sido el más importante, y el entendimiento cristiano de Dios ha sido el modelo para interpretar la historia. Pensadores que han empezado con este modelo se han desviado con frecuencia de la posición cristiana de que el universo y la historia manifiestan la presencia de un Dios personal cuyo poder creativo y voluntad personal sostienen al proceso cósmico. Después de apartarse estos filósofos han llegado a proponer puntos de vista más idealistas y abstractos. Hegel pensó que la historia era un proceso sucesivo de dialéctica y reemplazó la deidad personal con un espíritu racional absoluto. Vamos a examinar en las páginas siguientes pensadores que aceptaron esos tres puntos de vista. En la categoría naturalista se incluyen a Oswaldo Spengler (1880-1936) y Carlos Marx (1818- 1883) ; en la humanista, pensadores como Augusto Comte (1798-1857) ; en la religiosa, historiadores como Arnoldo Toynbee (1889-). Consideremos brevemente a un pensador cristiano contemporáneo –Teilhard de Chardin (1881-1955). En nuestra exposición final trataremos de otros teólogos importantes – Pablo Tillich (1886-1965), Reinhold Neibuhr (1892-1971), y muchos otros. Antes de explicar con detalles es necesario examinar el tema del tiempo histórico. Al buscar modelos para expresar el tiempo histórico, los pensadores han adoptado dos formas geométricas básicas – el círculo y la línea recta. Los griegos apreciaron la esfera de experiencia sensitiva y consecuentemente la naturaleza y la historia para ellos se hallaban en un estado indeciso, formándose. La realidad se encontraba al nivel racional y era una esfera ideal trascendiendo el orden sensitivo aunque se manifestaba en distintas formas. Por lo tanto la historia no progresaba y no tenía significado esencial. Se repetía en una sucesión en la que nada se cumplía pero en la cual, después de cada ciclo, la vida histórica del hombre se repetía. El modelo usado por los griegos para entender el tiempo histórico se basaba en la sucesión cíclica de la naturaleza con sus cuatro estaciones, moviéndose desde la renovación de la primavera a la decadencia del invierno. La historia era para ellos una rueda de fortuna, y todo lo que el estudio de historia llevaba a cabo era mostrarle al hombre que estudiaba dónde, en tal proceso cíclico, se encontraba su propia generación histórica. Para salirse de tal proceso de repetición el hombre debería de ocuparse en la contemplación racional. Debería pensar en las formas racionales ideales y así volver con su razón inmortal a la razón universal que mantenía funcionando al universo. Esta razón era la única realidad. Platón la definía como la esfera de ideas enfocada en la idea sublime de lo bueno. Aristóteles indicaba que esa razón era el «Movedor Inmutable», un dios que atraía en su curso cíclico progresivo toda la esfera de hombres y objetos mientras que él permanecía inmutable por los eventos humanos y procesos naturales que él movía. Los proponentes de la tradición hebreo-cristiana interpretaron los hechos históricos desde otro punto de vista. Observaron al universo como una realidad creada por Dios. Cristo se hizo hombre y participó en la historia del universo. Esta tradición considera a la historia como algo significante para Dios. Es un medio por el cual él propuso cumplir sus propósitos. Los profetas hebreos creían que la historia era la escena de actividad divina y que progresaba hacia una consumación. Los hebreos fueron los primeros historiadores que

no sólo escribieron sobre el pasado sino que también lo interpretaron teniendo un sentido de dirección. Ellos interpretaron el pasado como un movimiento, desde la creación del hombre y su alejamiento pecaminoso de Dios, hasta el cumplimiento final cuando la soberanía divina sobre su creación sería establecida y su Mesías reinaría sobre su pueblo restituido. Los historiadores cristianos han interpretado el cumplimiento parcial de este fin de la historia en la vida, muerte y resurrección de Jesús de Nazareth. En el Señor encarnado y resucitado ellos han descubierto claramente el significado y dirección del proceso histórico. Para ellos la historia progresa hacia un fin glorioso que se ha observado parcialmente en la vida, muerte, y resurrección de su Señor. En la consumación de la historia el Cristo entregará el reino al Padre y Dios será todo en todos. El objeto del futuro del hombre es Dios quien está activo en el presente y dirige el proceso histórico en juicio y misericordia. Por lo tanto, el modelo hebreo-cristiano para interpretar el tiempo histórico es una línea recta. Algunos pensadores cristianos han combinado a menudo el modelo de la línea recta con el modelo del círculo. El círculo representa el movimiento del juicio divino en culturas y civilizaciones mientras que la línea recta representa el movimiento progresivo de historia hacia la consumación divina. Los pensadores que ya hemos clasificado usan también los modelos de tiempo histórico. Filósofos que aceptan el punto de vista naturalista usan el modelo cíclico, aunque Marx prefirió el linear. Los humanistas prefieren el concepto de desarrollo linear, al igual que pensadores cristianos. Sin embargo, comenzando con San Agustín, los filósofos cristianos han usado la combinación del modelo linear con el cíclico.

IV. SPENGLER Y LA DECLINACION DEL MUNDO OCCIDENTAL El pensador alemán Spengler (1880-1936) adoptó una filosofía de historia naturalista y fatalista debido a que en la época en que él vivió, experimentó la desolación de la primera guerra mundial. En general demostró un conocimiento amplio de historia universal pero a veces la pervirtió para encajarla en su punto de vista preconcebido. El enumeró la serie de culturas en el curso del proceso histórico y las analizó desde su punto de vista peculiar. Como un naturalista convencido, él sostuvo que toda la historia es el resultado de fuerzas instintivas inherentes en el proceso natural. Los apetitos naturales del hombre que son compartidos con la naturaleza determinan la historia. Los instintos de sangre, raza y sexo, las fuerzas que pertenecían a lo que Freud clasificó como la líbido, fueron considerados por Spengler como los que determinan la historia. Naturalmente tal hipótesis de fe lo llevó a adoptar al organismo como un modelo básico de interpretación de la historia. Cada cultura histórica fue identificada por él con un organismo. Por lo tanto él describió la historia como el crecimiento y disminución de muchas formas orgánicas. Cada cultura era distinta y no tenía relación con otras culturas. Este estado de separación de los organismos culturales implica que Spengler pervirtió la historia al separar las culturas históricas y al ignorar las influencias evidentes que tenían las unas sobre las otras. El sostenía que cada cultura, como un organismo, experimenta su

propio ciclo de vida – nacimiento, madurez, vejez, y muerte y es reemplazada por otras. De acuerdo a esta interpretación, el modelo orgánico acepta un punto de vista cíclico del tiempo histórico. Con tal perspectiva no hay lugar para el pensamiento reflectivo y el libre albedrío. Profetas, filósofos, hombres de ciencia y videntes religiosos tienen escasa o ninguna influencia sobre la historia. El movimiento del proceso histórico es moldeado por los esfuerzos de hombres que se identifican con las fuerzas naturales inherentes en su cultura. Ellos permiten que esas energías naturales les influyan para determinar cursos de acción y para cumplirlos en acontecimientos creadores de la historia. Para Spengler pensadores y hombres de ciencia son exangües y solamente ordenan y clasifican lo que ha ocurrido. La historia es moldeada por «hombres de destino», aquellos que expresan en sus acciones instintiva e inconscientemente las fuerzas vitales de su propio organismo cultural. Lo que es de suprema importancia es el sentimiento instintivo a través del cual las energías biológicas de una cultura, la sangre y la raza se expresan, y no los ideales, ideas y la razón humana. Hombres que anhelan mejorar al mundo – sacerdotes y filósofos – estudian la vida con gran intensidad pero no tienen una jota de influencia. Nadie les presta atención, según Spengler. Puesto que cada cultura es considerada como un organismo, experimenta un ciclo fijo de vida desde su comienzo hasta su extinción. Empieza en un barbarismo primitivo y progresa hacia una estructura política y económica siendo acompañada por las fases culturales de artes y ciencias. Al alcanzar madurez, estas estructuras y valores culturales se osifican y se hacen formales. El aspecto creador de la cultura retrocede y solamente los huesos secos de la civilización quedan como residuo al llegar la senectud. El proceso continúa con un período de decadencia y descomposición en el cual se observan la vulgaridad y un espíritu netamente comercial. Es importante ver la diferencia que Spengler otorga a la cultura al ser comparada con civilización. Cultura es una entidad dinámica y creadora que produce valores y estructuras y que al envejecer se separa de la estructura fosilizada de la civilización. Cada cultura posee su Zeitgeist o espíritu cultural que se manifiesta en sus valores y expresiones culturales. De esta manera cada cultura posee sus cualidades características y organización. Este Zeitgeist es la energía interna de fuerzas naturales que permiten dar a luz a la cultura. En la interpretación de historia ofrecida por Spengler observamos que el proceso histórico no posee unidad; hay una variedad de organismos culturales que maduran y fenecen. No hay un propósito perenne o significado total. Además, la falta de unidad se acrecienta debido a que Spengler separa completamente las culturas y elimina influencias mutuas. Esta separación no coincide con la evidencia actual de la historia. Los casos siguientes ilustran claramente las influencias culturales mutuas: la influencia de Babilonia sobre el antiguo Oriente incluyendo a los hebreos; el intercambio entre Grecia y Roma; la síntesis de valores culturales obtenida por la civilización de Alejandro Magno quien tomó formas de Grecia y las asimiló con las de Babilonia y Persia; el impacto de la cultura medieval occidental sobre el Occidente moderno; y el intercambio del Occidente con la cultura indostánica de India. Además, la unificación rápida y el achicamiento del mundo debido al progreso técnico, nos recuerdan que ahora más que nunca las diversas culturas contemporáneas poseen influencia y dirigen al mundo hacia una posible futura cultura universal.

La posición naturalista adoptada por Spengler presenta todavía más serias dificultades. El factor humano es ignorado. En su sistema los pensamientos, ideas, libertad y decisiones del hombre no son considerados. La historia es el resultado del Zeitgeist que es peculiar a la cultura y que expresa las energías internas de la naturaleza, sangre, raza, sexo, etcétera. La necesidad biológica y el determinismo natural conducen el progreso de la historia y el hombre histórico es solamente una expresión individual de ellos llevado por la corriente de la cultura en la cual el destino natural lo ha colocado. Aquel hombre que se identifica con la corriente inconscientemente o por medio de sus instintos es bienaventurado y como resultado llega a ser un «hombre de destino». Este análisis es falso de acuerdo a las evidencias históricas. Los profetas y videntes religiosos, los filósofos y pensadores han moldeado la historia y han dirigido en muchas oportunidades a aquellos que Spengler llama «hombres de destino». Sólo basta pensar en personalidades como San Agustín y San Francisco de Asís, Lutero y Calvino, Newton y Darwin, Einstein y Franklin, Jefferson y Paine, y muchos otros que con sus ideas y creencias formaron e influyeron sus culturas. Si es cierto que Cromwell fue un hombre de destino, ¿qué hubiera hecho sin las ideas que Calvino formuló? Si Jorge Washington fue un hombre de destino, ¿qué efecto hubieran tenido sus esfuerzos sin la ayuda de Jefferson y Franklin? Y así podríamos agregar otros ejemplos. El Renacimiento y la Reforma, la revolución estadounidense y la guerra civil inglesa demuestran que la posición de Spengler es falsa. Y si algo más moderno se requiere, podemos citar el caso de Carlos Marx y la revolución rusa. Es importante mencionar una nota positiva en el punto de vista Spengleriano. Ciertos aspectos de su filosofía de historia se pueden observar en el proceso histórico. Mencionamos tres: el énfasis del movimiento de las ruedas de las culturas, su modelo en el cual culturas maduran y luego decaen, y su insistencia que al final del proceso histórico valores creadores han sido reemplazados por vulgaridad y un espíritu netamente comercial. A la vez, grandes teólogos como Agustín y grandes historiadores como Toynbee han observado esas realidades históricas. Mas ellos las han interpretado como el proceso de juicio en la historia en que la decadencia de una cultura implica la actividad del Dios que Spengler prefirió ignorar.

V.

DETERMINISMO ECONOMICO Y LA ESPERANZA MARXISTA

Una figura profética hizo su entrada en la arena de la humanidad a mediados del siglo pasado. Este era un judío alemán que estudió en Inglaterra y que debido a sus limitaciones pecuniarias usó la biblioteca del Museo Británico como sede de instrucción. Su influencia se ha hecho sentir en el siglo XX de tal manera que la mitad de la población mundial está subyugada bajo formas de gobierno basadas en sus ideas y la otra parte siente profundamente el impacto que esas ideas han dado a movimientos revolucionarios y agresivos. La filosofía de historia marxista forma una parte básica de las ideas económicas y sociales que el comunismo moderno defiende. Notemos las influencias que moldearon la vida y el pensamiento de Carlos Marx; esto es necesario si deseamos entender su filosofía. Como judío él no pudo desarraigarse de su herencia. Los ataques proféticos en contra de la injusticia, la noción de juicio en la historia,

el uso del modelo linear para interpretar la historia dirigido hacia el cumplimiento glorioso de la edad mesiánica – todos estos aspectos de influencia hebrea dejaron una marca indeleble en su pensamiento. Como veremos, él también interpretó la historia como un movimiento linear culminando en un futuro glorioso y dedicó su vida a proclamar ideas en contra de la injusticia y desigualdad que el capitalismo de laissez faire había esparcido en el mundo. Lamentablemente Marx abandonó su herencia judía al no creer en un poder divino trascendente. En este aspecto se observa sobre él la influencia de Feuerbach quien, siendo un Hegeliano izquierdista, empezó como un humanista y terminó su vida como un materialista. Feuerbach creía que la religión era ilusoria. El hombre en sus frustraciones ha proyectado su ser ideal sobre el fondo del universo y ha creado una deidad imaginaria quien puede ser y hacer lo que el hombre no es ni puede hacer. De tal manera, al adorar a Dios, el hombre adora en realidad su ego ideal. Por medio de la religión el hombre desea escapar de sus frustraciones presentes. Estos conceptos de Feuerbach guiaron a Marx a declarar que la religión es «el opio del pueblo». Este punto de vista fue ampliado con motivo de la actitud de indiferencia demostrada por la Iglesia Luterana de Alemania y la Iglesia Anglicana hacia problemas sociales. Estas iglesias se preocuparon, durante la época en que Marx las observó, en ofrecer una esperanza para el más allá de la muerte en lugar de enfrentar las necesidades sociales del pueblo causadas por la revolución industrial. En su crítica de religión en general Marx no tuvo noción de que había grupos de cristianos como los quákeros, los de la secta de Clapham, y los socialistas cristianos guiados por F. D. Maurice, quienes poseían un interés genuino en reformar la sociedad y en rectificar la injusticia social y privación económica. Su perspectiva lo guió a menoscabar la religión como un factor importante en el remedio de injusticia social. El la definió como una ilusión, y al final de su vida llegó a defender un ateísmo materialista. Marx estableció su perspectiva materialista debido a su entendimiento de lo que es espiritual; él lo considero ilusorio. A la vez notamos la influencia de pensadores como Feuerbach sobre su punto de vista. Otra influencia importante sobre su pensamiento fue la de Hegel. De Hegel Marx copió el modelo de interpretación de la historia. Como ya hemos observado, Hegel fue un gran defensor del idealismo y del espíritu absoluto. La historia es un proceso racional en el cual el espíritu absoluto cumple sus propósitos. La historia progresa en una forma racional por medio de polos opuestos (tesis y antítesis) que son reconciliados en la síntesis. Por lo tanto toda idea manifestada en la historia provee otra opuesta. El resultado que hace progresar a la historia es la síntesis de esas dos ideas, expresada en la historia con una forma nueva. Esa dialéctica de tesis-antítesis-síntesis fue utilizada por Marx quien la bajó del pedestal de la razón y le dio una base puramente material. Para él la historia se mueve por medio de la continua contienda y disputa en la cual los ricos y pobres pelean como parte de fuerzas económicas opuestas. Esta oposición produce una nueva síntesis de grupos económicos que erigen fuerzas opuestas para que el proceso histórico continúe en forma dialéctica. Para Marx la historia es un proceso de materialismo dialéctico concebido en términos de apetitos económicos y bienes materiales. La estructura de la historia está formada exclusivamente de valores materiales. Notemos a continuación la interpretación que Marx dio de la historia universal. Fiel a su herencia judía, él imaginó un crecimiento linear comenzando en un paraíso primitivo y

culminando en una utopía comunista. El proceso histórico comenzó dentro del movimiento de evolución natural en una edad primitiva de oro, algo como un paraíso comunista rudimentario en el que los hombres compartían los frutos de la caza y de otras tareas que habían aprendido. Este paraíso se fragmentó cuando ciertos hombres empezaron a especializarse en las tareas en que tenían más pericia dejando que otros en su grupo llenaran sus otras necesidades. Por ejemplo: los cazadores cazaban, los cocineros preparaban la comida, los curtidores preparaban la ropa, los fabricantes de armas moldeaban las lanzas y las piedras de hondas, y así sucesivamente. Después de un tiempo la demanda de estas especializaciones llegó a tal punto que la sociedad se dividió entre ricos y pobres. De esta manera fue iniciada la sociedad capitalista primitiva. En esta interpretación de historia el relato hebreo del jardín del Edén y la expulsión del hombre al desierto son reemplazados por el mito de un paraíso comunista y la expulsión al desierto de la contienda y disputa capitalista. La oposición entre los que tienen y los que no tienen posesiones reemplaza al pecado y a la separación de Dios. La dialéctica de determinismo económico comienza a desarrollarse. Fuerzas opuestas se elevan en sucesión. Las síntesis se transforman en nuevas tesis y erigen fuerzas económicas opuestas. Patricios y plebeyos, barones y siervos, mercaderes y jornaleros, capitalistas y trabajadores – el progreso de la historia continúa en forma inevitable a medida que la dialéctica materialista se despliega. La guerra entre el reino de Dios y el reino del mal ya no existe. Tener y no compartir se considera como pecado. La lucha se concentra entre el capitalista avaro y el trabajador oprimido. A manera que la dialéctica de la historia progresa, las crisis son más frecuentes, los pobres se rebelan con más vigor en contra de los ricos. Finalmente, por medio de una revolución sangrienta, la utopía comunista es introducida cuando los ricos son vencidos. La palabra «crisis» viene del griego e implica juicio, y la utopía es la época mesiánica reducida puramente al nivel económico. Marx contempló el proceso total como algo inevitable. Su punto de vista de la historia fue el del determinismo económico. El libre albedrío del hombre no fue considerado y valores ideales tales como la justicia poseyeron para él orígenes económicos. El grito de justicia era clamado por los pobres deseando derribar a los ricos. La importancia de la justicia es económica. Llama a compartir las riquezas materiales del mundo. La religión es la forma por la cual los ricos mantienen en sujeción a los pobres y en la cual los pobres buscan un escape de su esclavitud económica. Al ofrecer al hombre una recompensa cuando muere, la religión distrae la atención de sus problemas económicos. Es un narcótico para el pueblo, una droga que promete compensación en el cielo por las deficiencias de la tierra. Adormece las susceptibilidades humanas e impide al hombre meditar en su miserable suerte. Por lo tanto todos los valores espirituales y morales se basan en las necesidades económicas del hombre. El hombre está limitado por las fuerzas económicas de su sociedad y su libertad se ejerce cuando él se coloca a la disposición de esas fuerzas que sólo moldean la historia. Cuando joven, Marx era más humanista; pero, al formar su sistema, el determinismo prevaleció. La historia se compone de fuerzas materiales y el hombre es su esclavo. La marcha progresiva hacia la revolución es algo inevitable aunque él concibió que los esfuerzos revolucionarios de los trabajadores podían acelerar la llegada del triunfo. De esa manera él mantuvo una preocupación humanista y nunca descartó la libertad del espíritu humano. Es importante notar que pensadores como Garaudy y Ernesto Bloch, siguiendo las

ideas del Marx joven, han deseado restablecer una forma de humanismo marxista y de expresar cierta cualidad de trascendencia en el espíritu humano. La libertad humana se reafirma continuamente en la historia y los valores humanos no pueden ser destruidos. Mucho de esto se pone de evidencia en el comunismo proveniente de Checoslovaquia, Rumania, y Yugoeslavia; en los esfuerzos de pensadores rusos que desean expresar de alguna forma las más profundas cualidades del espíritu humano; y en el diálogo en el cual cristianos y marxistas están participando. La manera en que Marx criticó a la religión tiene cierta justificación. Muchas veces la iglesia ha estado tan preocupada con el cielo que se ha olvidado de la injusticia social de la tierra. Se puede notar a través de la historia que el hombre ha usado a la religión como un mecanismo que le permite olvidarse de dificultades del presente. También la religión ha sido un instrumento para mantener feliz con su suerte a la gente que vive oprimida. Recordemos que la forma musical que se llama «espiritual» entre los negros tuvo su origen en una situación histórica donde la religión era el único medio de escape del esclavo. Los negros cantaban que al llegar al cielo podrían calzarse y caminar libremente pues en su existencia dolorosa no lo podían hacer sobre la tierra. También es evidente que sacerdotes y predicadores han sido callados por los ricos y usados para llamar la atención a las bendiciones del cielo en vez de los problemas sociales. Las injusticias del mundo han sido cubiertas con frecuencia con el énfasis en la salvación personal. Sin embargo, Marx no observó otros aspectos históricos en los cuales líderes religiosos han peleado en contra de la opresión, la tiranía, y la injusticia en el nombre de Cristo llevando a cabo esfuerzos de reforma social. Podemos mencionar a Francisco de Asís y sus discípulos; los anabautistas del siglo XVI; Owen Winstanley y los «Diggers» de Inglaterra en la época de Cromwell; Isabel Fry y la reforma de condiciones en las prisiones; Wilberforce de Inglaterra, Woolman de los Estados Unidos y Guillermo Knibb de Jamaica en sus esfuerzos por abolir la esclavitud; F. D. Maurice y Carlos Kingsley y los socialistas cristianos de Inglaterra en el siglo pasado; la manera en que las iglesias evangélicas libres ayudaron en la organización de sindicatos de trabajadores; la influencia del Concilio Mundial de Iglesias en nuestros días al clamar por paz y al emitir juicio sobre las ambiciones imperialistas. Es notable que el corriente diálogo entre marxistas y cristianos se lleva a cabo debido a que ciertos marxistas-humanistas se han dado cuenta que la fe cristiana posee antídotos activos para curar los males de este mundo y para efectuar justicia social. El énfasis marxista dando gran importancia a los factores económicos en la historia es válido con ciertas aclaraciones. Es importante reconocer que aunque nuestros ideales espirituales y creencias religiosas no están determinados por fuerzas económicas, muchas veces están restringidos por ellas. La visión de un artista no está determinada por el medio por el cual la expresa – óleo, acuarela, aguafuerte, mármol, arcilla, etcétera. Sin embargo, está limitada en su expresión por el medio usado. La actualización de la visión en una forma de arte concreta depende mucho del medio elegido. De la misma manera, nuestros ideales e instituciones religiosas han sido influenciados o restringidos por las estructuras económicas y sociales en el medio de las cuales han surgido. El énfasis bautista en la autonomía de la congregación local, por ejemplo, demuestra el individualismo económico de la época en que aquél originó. Los bautistas y asimismo los congregacionalistas

provinieron de grupos en los cuales se ejercía un tenaz individualismo económico. Los modelos usados por teólogos para explicar la reconciliación efectuada por la muerte de Cristo demuestran a veces las fuerzas económicas de la época cuando fueron propuestos. El gobierno eclesiástico de la Iglesia Católica Romana representa una reliquia del feudalismo medieval. Podríamos agregar muchos otros ejemplos. Sin embargo, estas restricciones no le niegan al hombre su libre albedrío ni tampoco anulan sus valores espirituales, sus imperativos morales, sus intuiciones religiosas, y sus convicciones acerca de la realidad de la Presencia Trascendente. Marx no pudo explicar la razón por la cual una dialéctica económica puede erigir de pronto una sociedad sin clases. Los mismos motivos que quebraron la armonía del paraíso comunista primitivo existen en el presente. La única solución posible es una forma de totalitarismo en el cual el hombre halla igualdad económica sin libertad. Esto estaría de acuerdo con el determinismo marxista, pero no explica la detención del proceso. En este aspecto Marx tomó inconscientemente de su herencia judía el énfasis escatológico. Pero si es que no hay un Dios que dirige el proceso y cumple su propósito, la esperanza marxista no puede ser ratificada. En el diálogo actual, la nueva preocupación con la trascendencia humana tal vez guíe a una nueva preocupación acerca de una presencia divina trascendente y a la vez inmanente. En ciertas ocasiones Marx y Engels concibieron la posibilidad de que un espíritu inmanente estaba guiando el proceso histórico.

VI. AUGUSTO COMTE: EL PROFETA DEL SECULARISMO Si es cierto que Marx fue el profeta del comunismo en el siglo pasado, otro pensador fue el profeta del secularismo. Augusto Comte (1798-1857) fue tan profundamente impresionado por el éxito de las ciencias naturales de su época (¡cuánto más estaría impresionado si viviera hoy en día!) que propuso una interpretación de historia que tenía como objeto una sociedad dominada por el método científico. Las fuerzas económicas de Marx son reemplazadas con el orden científico de Comte. Aún así el determinismo marxista da lugar en el sistema de Comte a un énfasis humanista genuino, una preocupación con la libertad creadora del hombre, especialmente en el nivel científico. Al igual que Marx, Comte usa el modelo linear para interpretar el proceso histórico. El concibe a la historia progresando hacia la meta del humanismo científico. De la misma forma que en el sistema marxista, nos encontramos con un movimiento escatológico sin ningún punto trascendente de referencia para darle por último significado. Si la historia no tiene base en un principio que existe trascendentemente y que a la vez es inmanente en el proceso, como el cristiano entiende a Dios, es muy difícil explicar la razón por qué el proceso no continúa. Realmente, sin una presencia inmanente que dirige el proceso, se hace difícil entender cómo puede tener dirección. Comte buscó un escape de este dilema debido a su orientación humanista. El hombre dirige el proceso, no cualquiera, mas el hombre de ciencias. En la historia, de acuerdo a Comte, hay tres fases que se sobreextienden algo entre sí pero que se pueden diferenciar claramente. La primera fase del desarrollo histórico se llama la niñez e incluye los aspectos religiosos y teológicos. En esta fase el hombre ejercita su imaginación para responder a las

preguntas más esenciales de la vida. El hombre se ha preocupado por averiguar acerca del origen y el objeto del universo. Para hallar respuestas ha habido quienes formularon mitos acerca de la creación y consumación del universo y evocaron imágenes religiosas de una presencia o presencias trascendentes que sostienen al universo. Ceremonias relacionadas con esos mitos fueron creadas y el hombre ha adorado a Dios o dioses como la primera y última causa de su universo. En la segunda fase la imaginación ha sido desplazada por el pensamiento reflectivo y los mitos y símbolos del individuo religioso fueron reemplazados por los conceptos y categorías de la metafísica. A esta fase se le llama juventud histórica. Aun aquí el hombre tiene cuestiones acerca de causas primeras y finales, y acerca del origen y objeto de su universo. Pero ahora las responde con términos filosóficos abstractos. Las dos primeras fases, que se sobreextienden la una sobre la otra, dan lugar a la tercera –la edad del positivismo científico. Esta es la fase de hombradía. El método de las ciencias naturales domina este período de la historia – ¡y aún lo hace ciento cincuenta años después de Comte! El hombre no formula más mitos ni especula sobre seres que no están al alcance de su experiencia sensoria. Ahora se concentra en el mundo que puede observar con sus sentidos. Por lo tanto ya no pregunta más acerca de causas primeras y finales que tal observación no puede contestar. Al contrario, se preocupa de elementos de su mundo que pueden ser probados por experimentos científicos y de los que su mundo le puede dar una contestación directa. En las fases previas el hombre, por medio de su imaginación y pensamiento especulador, deseó penetrar en el aposento de lo que no se puede observar a través de la ciencia y de la experiencia sensoria. En la tercera fase el misterio es puesto de lado. Magia y religión deben dar lugar a controles y predicciones científicos. El hombre no puede ya tratar de controlar su mundo por medio de manipuleo oculto o persuasión religiosa de algún poder misterioso e invisible apartado de la esfera de experiencia sensoria. La religión y la filosofía deben ser reemplazadas. La era de la ciencia ha arribado y la ciencia se debe aplicar al hombre en investigaciones psicológicas y sociológicas; Comte fue el creador de la sociología moderna. Deseó erigir una jerarquía de ciencias a través de las que todo aspecto de existencia puede ser predicho y controlado. ¡Gloria al hombre en las alturas pues él es el creador del universo! El hombre moldea la historia. El unifica a las ciencias hasta encontrar una ley científica omnisciente que le da la clave para dirigir el proceso. A la vez el individuo debe reconocer las limitaciones de su conocimiento y no preguntar lo que él no puede contestar legítimamente. El hombre ha madurado. En la era futura se despojará de sus ropajes religiosos y metafísicos y buscará cómo controlar su propio destino. Comte llamó a su sistema científico, «positivismo». La inferencia del término es que el hombre moderno debe enfrentar al mundo en forma descriptiva y no especulativa. La ciencia describe las regularidades de la vida en todos los niveles pero no debe explicarla en términos de causas primeras y finales, en términos de orígenes y objetivos trascendentales que no se pueden observar por medio de los sentidos. Aunque Comte se gozó en la madurez del hombre y considero que la religión no podía ser ya más aceptable, él trató de expresar cierto aspecto religioso. Al final de su vida deseó fundar una religión de la humanidad, en la que desarrolló una forma humanista de adoración similar a los ritos católicos. También declaró que el liderazgo y sacerdocio espiritual debe ser guiado por hombres de ciencias y

deseó hacer la adoración del hombre el punto cardinal de la sociedad científica que se erigiría. En varias formas Comte fue el profeta del secularismo moderno. Hoy en día se habla mucho acerca del hombre que ha llegado a la madurez. Las perspectivas teológicas del alemán Bonhoeffer (1906-1945) muestran la influencia de las ideas de Comte. El movimiento contemporáneo del cristiano secular, que rechaza su forma religiosa, demuestra una situación que Comte había contemplado. Sin embargo, él que rechazó la religión como la niñez del hombre sintió la necesidad de iniciar una nueva religión en la era de la madurez del hombre, la era del hombre científico. Esto también es algo profético. Mucho de lo que Comte profetizó acerca del progreso de la ciencia es parte de nuestra era. La ciencia, en su propio nivel, trata de asuntos que antes le pertenecían sólo a la religión. A la vez, el instinto religioso del hombre todavía existe aunque los éxitos científicos lo hayan desplazado. Tal vez un restablecimiento de nuestra religión cristiana será posible en el futuro tomando formas mucho más semejantes a las formas del mundo en que vivimos.

VII. TOYNBEE Y EL SINCRETISMO RELIGIOSO – LA HISTORIA PROGRESA HACIA UNA META ESPIRITUAL Las palabras de este título expresan el punto de vista esencial de Arnoldo J. Toynbee (1889-), el gran metahistoriador contemporáneo. Su conocimiento enciclopédico de la historia ha sido firmemente combinado con convicciones y discernimiento religiosos. Algunos de sus colegas lo acusan de que en ciertas ocasiones él ha colocado a la historia en ciertos de sus moldes preconcebidos y así ha deformado al pasado. Sin embargo, su obra, Study of History, en doce volúmenes, es un monumento a una vida dedicada a estudios históricos y a la búsqueda de una unidad que pueda abarcar todo el significado del proceso histórico. En este estudio amplio de historia universal, Toynbee trata a veintiuna civilizaciones o culturas de las cuales existen datos históricos. Todas estas civilizaciones fueron o son esfuerzos humanos para construir estructuras perennes de vida común, y sólo siete han permanecido. De estas siete, la civilización occidental es la dominante. En su estudio de estas civilizaciones, Toynbee adopta el modelo cíclico de interpretación histórica. Pero en contraste a Spengler, él observa que en su relación mutua las civilizaciones contribuyen al avance de la historia. Por lo tanto él combina el modelo cíclico con el linear. Su analogía favorita de la historia es la de un carruaje ligero que avanza hacia la meta sobre las ruedas giratorias de las civilizaciones. La meta del movimiento total se halla en la experiencia religiosa del hombre. Toynbee ha declarado que la religión «es el asunto importante de la raza humana». Por lo tanto él halla la clave del significado de la historia en la conciencia religiosa. Para llegar a tal conclusión ha concentrado su interés en los mitos que son evidentes universalmente en esa conciencia. En las estructuras míticas Toynbee halla un tema de batalla que recurre entre dos personalidades sobrehumanas – el Señor y la serpiente en el jardín del Edén, etcétera. Este tema se ilustra especialmente en el taoísmo chino con sus dos principios de Yin y de Yang que ilustran la transición de la paz a la guerra. De esta manera él interpreta en la historia un

modelo de desafío y reacción en el cual el poder creador de Dios continúa a través de la transición dinámica de paz a guerra en sociedades históricas. La analogía que Toynbee utiliza es circular. El movimiento cultural procede del nacimiento, a través de la madurez a la decadencia. La clave no es lo que Spengler llamó crecimiento orgánico; es la reacción creadora de la humanidad al desafío de su medio en la naturaleza y en otros grupos culturales. En la primera fase, la reacción del hombre al desafío es algo creador. En esta reacción Toynbee pareciera optar por una chispa divina en el hombre, como si Dios estuviera presente en el proceso. Evidentemente, él interpreta que hay una dimensión providencial por la que el hombre eleva su civilización con ayuda divina. Después de haber llegado a controlar su ambiente y al llegar al dominio de su destino, el hombre es tentado repentinamente a deificar lo pasajero y a ignorar lo que posee carácter eterno. Algo inherentemente defectuoso en la naturaleza humana toma control y su civilización se precipita cuesta abajo a la disolución. El hombre se enfrenta por su propia elección con un proceso de juicio divino y la ruina de civilizaciones es la manifestación histórica que la paga del pecado es la muerte. Toynbee hace notar que la decadencia no se debe a una fuerza externa. Por lo contrario, el hombre civilizado en la cima de su cultura posee el control de su ambiente. Pero es irónico observar que este control acrecienta a la vez que su civilización comienza a decaer. En su avance una civilización se encuentra con fuerzas hostiles externas, cosa que no ocurre en su decadencia. La clave de la tragedia es división y discordia en medio de la sociedad civilizada. Discordia interna tiende a disminuir la capacidad de la gente a decidir por su cuenta. Si fuerzas hostiles intervienen lo hacen cuando la discordia interna ha debilitado las energías de la civilización. En esta ocasión el Dios que ha obrado el poder creador en la cultura floreciente se transforma en el Dios que obra justicia y que abandona la cultura para que las fuerzas destructoras la terminen. Se ve, por lo tanto, que Toynbee da un lugar preponderante al elemento de juicio divino en la historia. Sin embargo, sobre las ruedas giratorias de las culturas el reino de Dios avanza hacia la consumación. El camino está siendo preparado para una fe universal. La religión se eleva hacia nuevas alturas y la salvación se transforma en una posibilidad real para los hombres. Toynbee posee una perspectiva limitada de la consumación social de la historia. Las ruedas giratorias de civilización permiten que el hombre tenga a su alcance más gracia e iluminación. La historia tiene como meta a una religión cuya salvación está más al alcance del hombre. Los esfuerzos creadores de las estructuras de la civilización no han hecho un impacto duradero. En sus obras iniciales Toynbee interpretó al cristianismo como la religión final, mareando la cúspide de la experiencia religiosa del hombre. En obras posteriores sus ideas han sido modificadas. Su visión incluye una religión verdaderamente universal y un reino verdaderamente espiritual que será establecido bajo la dirección divina. El hombre armonizará con Dios y su búsqueda religiosa llegará a una culminación mística y universal. En este clímax se han de hallar elementos de todas las grandes religiones. El cristianismo, islamismo, budismo, e hinduismo cooperarán para hallar el destino histórico final del hombre.

Al analizar la interpretación histórica de Toynbee se puede observar, si uno deja de lado sus especulaciones religiosas, que el historiador considera que la religión es la clave de la historia. Ea su interpretación del desarrollo y decadencia de civilizaciones en términos de juicio divino él sigue la interpretación de San Agustín. En este aspecto su contribución al entendimiento cristiano de la historia es valiosa. El ciclo naturalístico del destino ha sido reemplazado con actividad divina. Aún así, no se ve en su interpretación la nota histórica de la encarnación de Cristo. Este asunto se considera a continuación.

VIII. TEILHARD Y EL PUNTO OMEGA Otro pensador contemporáneo poseyendo una profesión cristiana profunda y una visión excelente del proceso universal fue el teólogo y antropólogo jesuita, Teilhard de Chardin (1881-1955). Persuadido por sus esfuerzos científicos, Teilhard fue un evolucionista convencido y usó a la evolución como el modelo clave para entender el proceso natural y el movimiento de la historia. Aquí solamente hacemos un breve comentario de su teoría de evolución natural. Después del desarrollo creador de la tierra, el antropólogo observa el desarrollo alrededor de la tierra de la «bioesfera», o la piel de vida, y la «nooesfera», o la piel de la mente. En su manera característica, él describe el proceso creador por el cual estas fases se llevan a cabo. El describe la fase inicial, que es la materia, como organizándose en forma compleja hasta alcanzar el estado de saturación. En este estado la materia se pliega y la dimensión interna de energía se hace más activa. En seguida la vida biológica con sus aspectos internos y externos dirige el proceso. La «bioesfera» también alcanza una compleja organización mientras que el .proceso de interioridad se concentra en el cerebro con la unificación del sistema nervioso. A continuación en el área desde la garganta de Odulvai en Tanzania hasta la isla de Java se lleva a cabo la sobresaturación; el proceso cerebral alcanza el punto de ebullición, y el hombre aparece. Teilhard llama «hominización» al desarrollo del hombre e indica que desde este punto el proceso de la evolución está consciente de sí mismo. El hombre tiene una parte importante en guiar el proceso en forma recta. El debe reconocer la meta del proceso y ayudar a obtenerla debido a que él es parte del proceso. La historia y los procesos naturales forman un movimiento unido en los conceptos de Teilhard. La historia posee un sentido de dirección hacia la meta que él llama Punto Omega. Es importante ver que el hombre se desarrolla con capacidad de controlar a la naturaleza con su ciencia y también de relacionarse a sus prójimos con amor. El piensa que la evolución continúa en la historia al nivel de la mente o personalidad.. Habrá aún otra fase en el futuro cuando el individuo avance hacia la personalidad real en medio de algo grande, lo sobrepersonal. Las tensiones en la estructura social están influenciando al hombre hacia lo sobrepersonal. Algunas de esas presiones son el crecimiento inusitado de la población mundial, los avances tecnológicos en el área de comunicaciones, y las nuevas ciencias sociales con la repercusión que tienen en la vida del hombre. Si el individuo adopta el camino del amor él puede vencer y usar bien esas tensiones. Teilhard toma en cuenta que hay otra posibilidad – el retrocedimiento del hombre hacia el totalitarismo. Sin embargo, la trayectoria del proceso le hace pensar que se dirige hacia el Punto Omega que debe ser amoroso y amable y que aunque se concibe como una meta futura, debe ser también una

realidad presente y debe elevarse sobre el proceso histórico. Teilhard cree que el Punto Omega debe sobrepujar al proceso histórico. Si estuviera dentro del proceso corre el peligro de ser destruido cuando la Segunda Ley de Termodinámica cumple su función en el universo físico. Teilhard identifica al Punto Omega con Dios y al así hacerlo nos guía a su interpretación cristiana del movimiento histórico. El Punto Omega ya se ha hecho carne en el proceso en Jesucristo. Por medio de su presencia el poder del amor de Dios se ha hecho notar en la historia. El hombre ha sido guiado por ese amor hacia el Punto Omega. El proceso de «Cristoficación» se está llevando a cabo. Cristo incorpora al hombre en su propia humanidad representativa y la encarnación continúa en el tiempo histórico en su cuerpo místico, la iglesia. Por lo tanto, la iglesia es un microcosmo del macrocosmo, una muestra de lo que será lo sobrepersonal. Al estar unido a Cristo y a sus prójimos por medio del amor, el hombre se transforma en algo superior a una persona, no algo inferior. De esta manera la meta sobrepersonal de la historia no significa la pérdida de personalidad sino el descubrimiento del ser personal verdadero en la comunión de amor donde el individualismo aislada es abandonado. A medida que Cristo guía al hombre hacia esa meta, la historia pasará por nuevas crisis. Por último el punto de saturación ha de llegar y una interioridad radical proyectará a la estructura social compleja sobre el nuevo estado de ser. Entonces la estructura física del universo asumirá forma transfigurada, libre de la ley de la entropía, y la humanidad se unirá a Cristo de manera que él será el todo en todos. El objetivo del proceso es por lo tanto la Parousia, el advenimiento del Cristo, quien incorporará a todos los hombres en sí mismo en amor, como él en la historia unió una vida humana histórica en su propio ser personal. Teilhard en sus conceptos nos dirige a temas como la centralidad de la encarnación, la importancia de la iglesia y el significado de la esperanza cristiana (escatología) en el entendimiento cristiano de la historia. El es demasiado optimista acerca del hombre y no toma en cuenta seriamente la beligerancia que el hombre manifiesta hacia sus prójimos. El ignora también la magnitud demoníaca en la sociedad histórica y menciona livianamente el aspecto del juicio divino en la historia. Pero a pesar de su optimismo, él nos desafía a preocuparnos por asuntos de este mundo y nos recuerda que el propósito de Dios se llevará a cabo en la historia. El propósito divino se preocupa de las estructuras sociales del hombre y de la vida común al igual ‘que de la redención individual. De este último tema nos ocupamos en seguida.

IX. CRISTO – EL CENTRO Y LA META DE LA HISTORIA Toynbee declara que la sensibilidad religiosa del hombre es la clave del significado de la historia. Teilhard halla la clave en la encarnación del Cristo y la fe cristiana. Deseamos comenzar con esta suposición e interpretar la historia «desde su punto medio», como lo expresa Paul Tillich. Es importante recordar que nuestra fe cristiana está íntimamente relacionada con la historia. De la misma manera que las creencias de los hebreos fueron comunicadas, el cristianismo se transmite a través de la historia y provee igualmente, significado para la historia. La fe cristiana afirma que el propósito de Dios se cumple en la historia y que se nos ha revelado a través de la historia. La fe del pueblo hebreo incluyó una

confesión histórica de los hechos portentosos de Dios en la historia comenzando con Moisés y la liberación de Egipto en el «mar de Junkos». La fe de la comunidad cristiana incluye la narración de la fe en Jesucristo, el hijo de Dios quien nació, vivió, sufrió, murió y resucitó en la historia por nosotros y nuestra salvación. Jesucristo es el punto de partida de la fe, el centro de revelación divina.

1. La revelación divina en la encarnación La actualidad histórica de Jesucristo, su vida, muerte y resurrección, se verifica en los Evangelios sinópticos, el Evangelio según Juan, los Hechos de los Apóstoles, y otros libros del Nuevo Testamento. La historia describe a un hombre histórico. El vivió como nosotros y sufrió una muerte terrible, mucho más terrible que la mayoría de los hombres sufren. La historia declara sus obras de amor y misericordia, sus enseñanzas y sus curaciones. Por supuesto esta descripción fue hecha por discípulos y apóstoles quienes declararon que él fue más que un mero hombre. Es muy difícil en estudios bíblicos entender completamente los motivos de aquellos testigos que han descrito los hechos históricos. La búsqueda del «Jesús histórico», si ese título infiere un entendimiento acerca de Jesús, aparte de la profesión de fe de su iglesia, ha sido una tarea análoga al desear tocar un espejismo. Tenemos que enfrentarnos como siempre con la interpretación. Hechos históricos por sí no pueden separarse fácilmente de su interpretación. Aún así, al leer los Evangelios cuidadosamente se puede observar claramente que los contemporáneos de Jesús y sus discípulos, a pesar de estar sumamente impresionados con el carácter de su humanidad, no entendieron su verdadera importancia. El demostró ser un maestro enviado de Dios. Pedro le reconoció como Mesías pero con un tono de incertidumbre y fue reprendido por Jesús quien hizo hincapié en sus sufrimientos y muerte. Por último fue su resurrección que les trajo a estos discípulos azorados, inciertos y desesperanzados un nuevo y más profundo entendimiento de la naturaleza de Jesús. El fue proclamado como poderoso Hijo de Dios debido a su resurrección de los muertos. Tomás, dudando y a la vez con esperanza clamó: «mi Señor y mi Dios». Lo que ocurrió en la resurrección constituye un problema perenne para historiadores. Su autenticidad histórica ha sido dudada. Sin embargo, no se puede explicar la existencia de la iglesia, sus himnos y ritual, sus credos, y especialmente el testimonio vigoroso y poderoso de los primeros discípulos aparte de la resurrección. El hecho de que los testimonios de los Evangelios no concuerdan en algunos detalles confirma, en lugar de negar, la realidad histórica de la resurrección. Es evidente que las crónicas de esta experiencia inusitada no fueron fraguadas. La resurrección, siendo la cúspide de la vida y muerte, trajo a colación una revelación que evocó una profesión de fe. El Señor viviente y resucitado comisionó a sus discípulos, quienes salieron a estremecer al mundo y a la vez a escribir historia en su nombre. Ellos declararon, de la misma manera que los cristianos lo hacen en la actualidad, que la vida de Jesús no fue ordinaria; fue una vida ligada íntima y personalmente a la vida de Dios. Este fue un hombre y más que un hombre. Hubo en él tal deidad que indicó que en lo profundo de su experiencia humana, su vida estaba unida de una forma peculiar con el Dios vivo. Además, él estuvo tan entregado a Dios que su vida terrenal fue transparente a la presencia

divina. De una forma única el hombre se enfrentó con Dios. Su amor fue el amor de Dios. Su preocupación por el hombre fue la de Dios. Su poder redentor, libertando a los hombres de la esclavitud y quitando el sentimiento de alienación, fue el poder de Dios. El significado y propósito que él brindó al hombre fueron los que Dios deseaba para ellos. El reveló a Dios al hombre y permitió que el hombre se viera tal como es y como puede llegar a ser. El mostró que Dios está ligado íntimamente con la historia. El manifestó la naturaleza del hombre histórico. El ofreció la redención de la esclavitud y abrió los ojos de los hombres al futuro que Dios tiene para sus hijos.

2. La participación divina en la historia Las profecías de sus compatriotas tuvieron influencia sobre Jesús. En su vida histórica convergieron las revelaciones de los profetas hebreos. En sus enseñanzas y personalidad, al igual que en las de los profetas, se nos expresa a un Dios preocupado por la historia humana, en juicio y en misericordia. La historia constituye el escenario en el cual Dios moldea a un pueblo para sí y en el cual desea compartir su vida con sus criaturas. El núcleo de la revelación divina en nuestro Señor muestra a un Dios personal que es en esencia amor. El testimonio bíblico afirma que Dios es amor y que su relación con sus criaturas es personal. Los profetas hebreos afirmaron con certeza que la historia es el escenario del juicio de Dios sobre el hombre en rebelión. Si los hombres y las civilizaciones ignoran el propósito amoroso y las demandas de Dios, si es que sus vidas son guiadas aparte de los planes divinos, tarde o temprano han de pagar las consecuencias. La ira de Dios es la otra cara de su amor. El es un Dios justo mas también es un salvador. En su juicio él abandona al hombre en sus pecados pero aún así lo ama. Cuando sus demandas no reciben atención, los hombres deben ser disciplinados aunque continúen siendo sus hijos. Por medio del juicio él obra la redención. El juicio divino se observa en la estructura de la historia. El hombre rebelde permite que ciertas fuerzas sociales y económicas se desaten y que se transformen por último en algo tan demoníaco que caen sobre él en juicio. El hombre deifica su propio ser, sus avances científicos, sus ambiciones imperialistas y su posición racial; él erige ídolos que reemplazan al Dios vivo. Luego, él se halla envuelto en disputas, desacuerdos, imperialismos rivalizantes, tensiones raciales, competencia económica y guerra. En un sentido real Dios abandona al hombre al pecado de su corazón. Este aspecto fue expresado en el naturalismo de Spengler y en el análisis histórico de Toynbee. La deificación de lo pasajero y lo efímero trae como consecuencia en las ruedas giratorias de la civilización el desastre final. Nuestro Señor enseñó tales cosas en su ministerio terrenal. Aún así la última palabra de Dios es amor. Este amor se observa magistralmente en la cruz. Como un padre terrenal aplica la disciplina a su hijo y sufre al hacerlo, asimismo el Dios de la historia se identifica con sus criaturas aun al juzgarlas. Alrededor de la cruz convergieron todas las fuerzas que constituyen la historia – sociales, raciales, imperialistas y religiosas. Allí se pueden ver el imperialismo romano, el nacionalisrno judío, los poderes gobernantes, la gente sujeta y rebelde, el fanatismo religioso, los hombres justos en su propia estimación, todo esto representando el microcosmo del macrocosmo de la historia.

Sin embargo también podemos observar en la cruz a Dios trayendo el juicio de toda la historia a un punto focal en la vida de Jesús y elevándolo en su propia vida en forma redentora. En nuestras aflicciones él fue afligido. Vemos a Dios en una forma paradójica compartiendo en nuestro juicio y soportándolo en amor en forma triunfal por medio de la victoria de la resurrección. De esta manera nos enfrentamos a un Dios sufriente que actúa por detrás y por adentro de la historia, y quien por medio de su sufrimiento puede reconciliar al hombre. Su poder es el poder del constreñimiento, y su amor liberta al hombre y soporta su alienación. En su poder y amor este Dios abandona a los hombres a las fuerzas que ellos inician en la historia y sufre con ellos en el juicio. En su poder y amor este Dios soporta el sufrimiento para que el hombre pueda ser libertado y llegue a ser su hijo. La omnipotencia de Dios es el poder de un amor persuasivo y redentor. Es un amor que en su restricción rodea al hombre con su presencia persuasiva. Está de acuerdo con nuestra libertad pues espera que respondamos aún cuando nos proporciona dirección para demandas morales y juicio como límites de nuestra actividad. Por lo tanto la cruz y la resurrección proporcionan el modelo de la historia. Esto quiere decir que toda la historia posee significado para Dios. Nuestras acciones hacia nuestros prójimos le tocan como si fueran hechas a él. Cualquier cosa efectuada por el hombre que posea significado eterno en el transcurso de la historia Dios lo recibe en su propio plan y lo hace parte del cumplimiento de sus propósitos. A medida que ese propósito se lleva a cabo, en distintos lugares y circunstancias, aunque sea en forma incompleta, el amor de Dios encuentra satisfacción.

3. Enajenamiento humano y redención En la vida encarnada de Jesús podemos observar al hombre tal cual Dios deseó que fuera. En la cruz el hombre histórico ha sido condenado y se muestra tal cual es. El es una criatura rebelada en contra de Dios, clavando al Hijo de Dios a una cruz vergonzosa; es un hombre desviado del camino verdadero. En la resurrección, el hombre se ve tal como puede llegar a ser, una criatura librada de la esclavitud de su pecado y vida demoníaca, reconciliada a Dios y redimida de su alienación. Por lo tanto la revelación histórica en Jesús recobra el discernimiento de los modelos dinámicos hallados en los tres primeros capítulos de Génesis. Vemos al hombre creado a la semejanza de Dios y a la vez alienado consigo mismo, vagando por el desierto de la historia humana y esperando la palabra reconciliadora de Dios quien le ofrece perdón y misericordia. En su distanciamiento, el hombre, desde el comienzo de su vida histórica, se ha colocado a sí mismo y a sus estructuras sociales en el lugar del Dios vivo. En lugar de relacionarse a la Presencia invisible y trascendente, se ha relacionado con lo visible y lo palpable. El se ha deificado a sí mismo, a sus gobernantes, a su poder nacional, a sus estructuras económicas y a su pericia tecnológica. Principalmente, el pecado es alienación de Dios, y el pecado histórico es el egoísmo individual y colectivo, la «omnipotencia divina» del hombre. Pero el juicio histórico se demuestra en el hecho de que ese pecado crece y se transforma en algo demoníaco. Cuando nos deificamos y deificamos a nuestra vida, nuestras

estructuras sociales, nuestros avances científicos, nuestros modelos económicos, descubrimos que hemos sido transformados en esclavos encadenados. En lugar de subyugar estas fuerzas, ellas nos han esclavizado. Así nuestras relaciones históricas se han pervertido debido a discordias y rivalidades. El hombre histórico, desviado de su verdadera senda, se halla bajo el dominio de fuerzas que no puede controlar. Procura enfrentarlas con su poder limitado y descubre que ellas cambian de forma pero sus problemas permanecen. La historia se transforma en, un desierto. A pesar de todo la historia es también el escenario de la redención. El amor de Dios que fue demostrado en la historia en una manera crucial y suprema en la encarnación, aún posee energía. Cuando el hombre histórico responde al amor divino demostrado en el Cristo, es liberado de su esclavitud y reconciliado de su alienación. Esta alienación lo ha separado no sólo de Dios sino también de sus prójimos pues el hombre es un ser completo cuando ejercita relaciones sociales. El puede ahora vivir en relaciones de amor. En la redención Cristo se identifica con el hombre histórico. El hombre toma el modelo de muerte y resurrección al entregarse por medio de la fe a Dios. El es resucitado para vivir en una nueva relación con sus prójimos debido a su reconciliación con Dios. El centro de la nueva vida del hombre histórico redimido es la comunión de la iglesia, el pueblo de Dios en la historia, la extensión de la encarnación de Cristo. Nos transformamos en el cuerpo de Cristo, la extensión de su presencia redentora en la historia, la comunidad de su Espíritu. A la vez, no nos podemos separar de] mundo secular pues como seres históricos estamos íntimamente relacionados a él. La redención es vida eterna aquí, ahora, la vida del estado divino en este estado histórico. Por lo tanto vivir en Cristo, haber sido librados por él, significa vivir en una nueva relación con nuestros prójimos. La redención nunca puede ser individual, tiene que ser social. Cristo no sólo cambia a los individuos; también los cambia en sus relaciones sociales. De acuerdo a la interpretación de Teilhard, vivimos en un mundo incompleto. Debemos cooperar con Dios para cumplir su propósito por medio de nuestra ciencia, nuestros esfuerzos políticos, y nuestras estructuras económicas. Ese propósito está íntimamente relacionado con nuestra vida histórica, nuestra vida compartida con otros. Nuestro Señor se preocupó por el bienestar físico y espiritual del hombre. No puede haber redención individual sin la acompañante preocupación social. La esperanza cristiana en Cristo es histórica y universal. Toda la historia se dirige hacia la meta cuando todas las cosas convergerán en él. Nuestros valores culturales y avances creativos a todo nivel, nuestra vida común y redes de relaciones tienen significado para Dios y serán redimidas al final con todas las criaturas a quienes él ha libertado para cooperar con él y a quienes él les ha proporcionado algo de su propio poder creador. Vivimos en tensión entre lo que es y lo que será. Estamos seguros que Dios es nuestro futuro debido a que él ha resucitado a su Cristo de los muertos. Por lo tanto más allá de este estado físico esperamos ver a un universo transformado y a una humanidad transfigurada en las que el Cristo juntará todas las cosas en sí mismo. La imaginación reemplaza la actualidad histórica y sólo podemos emplear modelos como los de la segunda venida de Cristo (Parousia). En este aspecto tal vez la perspectiva de Teilhard nos puede ayudar. Lo que es de suma importancia es saber que la historia en el presente posee un lugar importante en los planes de Dios.