Shir: Canto en El Umbral

mónic a g on tov n ik Shir (Canto en el umbral) 7 Poesía letra a letra Foto: Andrea Pinto Siabato, 2015. Mónica G

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mónic a g on tov n ik

Shir

(Canto en el umbral)

7

Poesía letra a letra

Foto: Andrea Pinto Siabato, 2015.

Mónica Gontovnik Barranquilla, 1953. De padres inmigrantes, procedentes de Ale-

mania y Lituania. Es artista y académica. Fundó y actuó con el Grupo Kore Danza-

Teatro, pionero de las artes escénicas en

Colombia. Desde el año 2005 ejerce como docente del Departamento de Humanidades de la Universidad del Norte.

Tiene un pregrado en Danza, una maestría en Arte y Psicología y un doctorado en Artes Interdisciplinarias. Su trabajo investigativo

ronda el tema del género y las artes, particularmente en Colombia.

Es columnista de opinión en El Heraldo. Ha

publicado seis libros de poemas, varios ensayos académicos y tiene una novela inédita.

mónic a g on tov n ik

Shir

(Canto en el umbral)

7

Poesía letra a letra

Poesía letra a letra, 7 Shir

(Canto en el umbral)

isbn: 978-958-59446-1-9 Primera edición de 700 ejemplares Impresa en Bogotá, en febrero de 2016 Diseño y diagramación: Óscar Pinto Siabatto Fotografía de la solapa: Andrea Pinto Siabato Fotografía de la portada: Gabriel Eisenband Gontovnik Revisión de artes: Catalina Sierra Revisión fonética: Lilly Misrachi y Sara Bajayo Edición: Luz Eugenia Sierra © Mónica Gontovnik [email protected]

© LETRA A LETRA de la realización de la obra

LETRA A LETRA www.letraaletra.co – [email protected] Carrera 3a No. 26b-43, piso 2 – La Macarena 110311 Bogotá - Colombia Teléfono: (57-1) 341 05 09 Impresión: Gente Nueva Hecho en Colombia – Printed in Colombia

Contenido

Shir o los cantos de la otredad

por Mercedes Ortega González-Rubio

Shir (Canto en el umbral) Adamá ››› 19 Amaró ››› 20 Asurim ››› 21 Baolamó ››› 23 Bejemlá ››› 24 Derej ››› 26 Eloheinu ››› 27 Gaber ››› 28 Hanosiim ››› 29 Kadish ››› 30 Lehadlik ››› 31 Makom ››› 32 Mezuzá ››› 33 Miljamá ››› 34 Neshiká ››› 35 Netilat ››› 37

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Nishmati ››› 38 Or ››› 40 Pokeaj ››› 41 Rajamin ››› 42 Sheol ››› 43 Veahavta ››› 44 Yizcor ››› 45

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Shir o los cantos a la otredad

La obra de Mónica Gontovnik (Barranquilla, 1953) constituye una de las más destacadas y originales de la poesía contemporánea del Caribe colombiano. Desde hace más de 30 años, su voz poética, siempre en construcción, expresa una necesidad de comunicación, de comunión con el otro. La hablante lírica directa y franca, al cuestionarse a sí misma e interpelar a su entorno, hace que volvamos sobre nosotros mismos, incomodándonos a veces, haciéndonos sentir a gusto a ratos, pero sin dejarnos permanecer indiferentes frente a lo que propone. En el poema «Razones» de su primer libro Ojos de ternera (Bogotá: Ediciones Alcaraván, 1979) lo enunciaba así: [...] porque qué sería yo sin una palabra comprometida atrapada por otro por otro por otro ojo: algo más allá de mí que

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se vuelve mi canto en tus aguas mi continuación mi evolución la cascada esa de vidas que nada y cae y desemboca y se calma y nace y nada y cae y En este diálogo que entabla el texto con sus lectoras y lectores, debemos posicionarnos frente a lo que vamos descubriendo, en un proceso fluido y dialéctico que no cesa. Surge la «palabra comprometida» como un desafío que lanza la hablante, obligándonos a emular su actitud beligerante y hacer que nuestros pensamientos y emociones broten en un torrente vivificante. Como mujer barranquillera, encontrarme con esta obra fue para mí, en los años noventa, en mi adolescencia, una sorpresa que se convirtió en alegría: descubrir la ciudad habitada por una escritora que se sabía diferente, que hablaba desde la otredad, que no aceptaba las normas heteropatriarcales de este Caribe poscolonial (aunque en ese momento no pudiera nombrarlo de esa forma). Su libro Objeto de deseo (Barranquilla: Ediciones Koré, 1991), ahora lo sé, desde un simbolismo revelador, me ayudó a ir edificando una subjetividad que se aceptaba múltiple, contradictoria, enérgica, deseante, pensante. Esa identidad alterna continúa negándosele a tantas mujeres aún hoy, en estos años de pequeños avances y grandes retrocesos en cuanto a la igualdad de género. La poesía de Mónica Gontovnik tiene el coraje de nombrar a los culpables y denunciar los atropellos que han sufrido los seres humanos por cualquier tipo de ‹ 6 ›

régimen opresor (masculinismo, racismo, elitismo u otro) y, al mismo tiempo, nunca asume la posición de víctima inerme; al contrario, es combativa, propone una acción, un movimiento positivo y vital. Ello se evidencia, por ejemplo, en «El buzo» (pág. 6) poema que expone una situación que sigue siendo la regla y no la excepción: Se refleja el mar en tus ojos. [...] Bajas al agua fría y profunda mientras sueñas que tus pulmones se convierten en agallas. [...] Los pájaros dentro del agua te hablan del silencio. Por eso, cuando yo abro mi boca, no ves sino burbujas. El musgo ha logrado suavizar mi piel de roca. Los guantes que usas para protegerte de los corales también te alejan de mi dulce sabor sumergido. [...] El resplandor y una brisa cálida, ciega, te devuelve a una superficie áspera. Allí todos ahogamos los gritos que los peces no logran emitir. La hablante lírica desenmascara al oyente lírico y denuncia que este la obliga a callar. Se revela la imposibilidad de diálogo con ese que no escucha, que no quiere probar nada nuevo pues está a gusto en esa zona de comodidad –el mar frío profundo–. En estas condiciones de desigualdad, no hay encuentro viable con el otro, el subalterno (Gayatri Spivak, ¿Puede hablar el subalterno?, 1985), que

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no puede transmitir su sabor. El poema finaliza con la revelación de la verdad: en esta situación de incomunicación finalmente todos perdemos y solo nos queda la rabia y la frustración. Luego de años, de estudios, de viajes, experiencias y feminismos, he vuelto a encontrar la obra de Gontovnik. La relación que entablo ahora con estos textos es diferente pero de igual manera provechosa y gozosa. Su poesía suscita cuestionamientos que siguen teniendo que ver con el lugar del otro. Esta alteridad representa al lector, pero, al mismo tiempo, a ella misma. Así que surge la pregunta: ¿Qué tienen sus escritos que decirles a las mujeres y hombres del siglo xxi colombiano y latinoamericano? La experiencia de vida de la autora la ha llevado a una particular forma de concebir al ser humano como corporeizado o incardinado (Rosi Braidotti, Feminismo, diferencia sexual y subjetividad nómade, 2004). Bailarina y coreógrafa, fundó en 1982 el grupo Koré DanzaTeatro, es también doctora en Estudios Interdisciplinarios en Arte de la Universidad de Ohio, su poesía habla siempre desde un saber que parte del cuerpo y que, por tanto, es cambiante. En su visión de mundo no hay jerarquías ni privilegios entre la mente y la carne; de hecho, no hay escisión alguna entre ellas sino una afirmación rotunda de que pensamos a través de nuestros sentidos y sentimos a través de nuestra mente, que no es otra cosa que nuestro espíritu. Mónica Gontovnik reaparece después de quince años con su séptima publicación, Shir (Bendiciones desde el umbral). El libro reúne las últimas producciones, algunas de ellas ya divulgadas en revistas. Su título propone un juego intertextual con la escritora mexicana Rosario Castellanos (1925-1974) y su poema «Meditación en el umbral»:

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No, no es la solución tirarse bajo un tren como la Ana de Tolstoi ni apurar el arsénico de Madame Bovary ni aguardar en los páramos de Ávila la visita del ángel con el venablo antes de liarse el manto a la cabeza y comenzar a actuar. [...] Debe haber otro modo que no se llame Safo ni Mesalina ni María Egipciaca ni Magdalena ni Clemencia Isaura. Otro modo de ser humano y libre. Otro modo de ser. Como vemos, la preocupación por la otredad continúa siendo una obsesión. Gontovnik, como artista integral, está desde siempre reescribiendo una y otra vez el mismo poema, dándole vueltas al mismo tema, acomodando palabras, imágenes e ideas que nunca logran transmitir la complejidad del pensamiento que no se detiene, que está en eterno movimiento dancístico: esta es la frustración y la dicha de todo poeta. Ahora bien, los creadores nos hablan desde un umbral: podríamos decir que el texto lírico es una llave que nos brindan para abrir una puerta, la que requerimos para ahondar en nuestra identidad. El umbral es un lugar intermedio o, si se quiere, un no lugar: se trata de un espacio de posibilidades, de experimentación y cambio. Al igual que Castellanos, Gontovnik nos invita a entrar,

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a averiguar qué hay detrás de la puerta, nos convida a intentar ser otras/otros más libres, aquí en este mundo, no en el más allá. El título del libro juega también con las relaciones que teje con otro tipo de textos o discursos: shir significa en hebreo oración o bendición; remite a la idea de rezo o plegaria, que se asocia con las de invocación o canto. Recordemos que la recopilación de cantos más conocida en nuestra cultura, herencia de la tradición judaica, es el Shir Hashirim o Cantar de los cantares. Así, el conjunto de poemas, al ser editados con este nombre, adquiere una nueva significación: la poesía surge como un ejercicio espiritual en el que la hablante lírica se comunica con lo sagrado, que paradójicamente a veces puede ser muy terrenal y cotidiano. Cada poema del libro ha sido bautizado con una palabra que remite a una bendición o plegaria de la tradición judía. Como en toda la poesía de Gontovnik, nos hallamos frente a textos que permiten una amplia interpretación. Cada frase insinúa analogías y contradicciones que se suceden dejando el gusto de un entendimiento profundo pero fugaz. Estas epifanías pueden llevar a quien lee a la anagnórisis, al reconocimiento de su propia identidad. El libro comienza con un poema que traza un vínculo con el principio u origen, pues lleva por título «Adama», que significa tierra en hebreo, palabra de la que deriva Adán, el primer hombre, hecho de arcilla, de polvo. La expresión hace referencia a la oración con la que bendecimos la comida, los frutos de la tierra, antes de ser consumidos. El texto juega con las palabras profeta/poeta y nos recuerda que en el vate –mediador entre lo humano y lo divino– se combina la idea de la adivinación y el canto. Así que desde la apertura, los versos se presentan como ambiguos y podría decirse que irónicos. Al comienzo parece que se elogiara a Moisés al decir ‹ 10 ›

que no es un profeta sino un poeta, alguien que «decide mantenerse en el exilio / morir en el desierto / quemarse con las palabras [...] / saberse elegido». Pero enseguida hay un cambio: se lo acusa de ser «confesor tirano maestro interlocutor / directo / de aquello que no puede ser dicho». Parece que la hablante lírica le reprochara a Moisés su silencio, su secreteo con la divinidad. Aparece entonces la figura de Miriam, la «hermana discreta», la verdadera profeta-poeta porque ella sí habla a través de su baile alegre: no puede ser tirana aquella que danza con los pies desnudos tocando el fuego «en la zarza» que nace del barro de Adán. Finalmente comprendemos que el poema da gracias por ella pues constituye el verdadero regalo de la tierra. Esta obertura deja sentado el tono binario del poemario, entre el comentario mordaz y el sensible homenaje, entre la rabiosa denuncia y la paz de la meditación: nuevamente el umbral, la frontera. En «Asurim», por ejemplo, la hablante lírica se mueve en una soledad que desea y odia: está en su casa, ordenada y pulcra, que poco a poco se convierte en prisión. Entonces es necesario llegar hasta esa entrada que es salida y atravesarla: Una camina suavemente por pisos limpios que exigen orden y suplica a los pies descalzos que den un paso más allá de la puerta.

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La decepción llega cuando se da cuenta de que esa ansiada libertad no es más que un engaño, porque del otro lado encontrará otro encierro: una vida repetitiva, un trabajo quizás, sin horizontes. La idea del afuera como locus terribilis vuelve en el poema «Berahta». La ciudad es descrita como violenta, en ella los carros aplastan a las palomas, que simbolizan las preguntas ansiosas hechas por la enunciante. Esa ciudad de «balas perdidas / entre las gargantas de los pequeños / que jugaban / en los antejardines / de su propia infancia» es un ejemplo del país poblado de «seres sin vuelo» y de «burlones halcones rapaces». Afortunadamente la hablante tiene su casa, un refugio que ha armado «a dentelladas». Ese «espacio libre» podría entenderse también como un umbral, un pasaje que le permite comunicarse con los otros, sin perder una identidad construida difícilmente, con cada batalla. Pero también hay textos esperanzadores, como «Lejadlik» o «Makom». El primero hace referencia al ritual del Sabbat –séptimo día de la semana, sagrado para la comunidad judía– de encender dos velas 18 minutos antes de la puesta del sol. Además de este significado, los versos hablan de la posibilidad de unión entre los seres humanos, de la solidaridad que se expresa a través del acto común de prender una luz y «tocar todas las otras manos», cantar «al unísono» y perpetuar «el mandato de la conciencia». Así, Gontovnik extiende el sentido restringido de una ceremonia que pertenece a una colectividad específica, volviéndolo comprensible para todos y, más que eso, necesario. Cuando el poema menciona, por ejemplo, a «las tierras que nunca nos pertenecen», comprendemos que se trata de la diáspora judía, pero también lo relacionamos con Colombia, que ostenta uno de los más altos índices de desplazamiento forzado a causa del conflicto armado y de la injusta posesión de bienes. ‹ 12 ›

Finalmente, conectamos asimismo esta imagen con la de cualquier ser humano marginado en busca de la «tierra prometida», de un lugar donde poder ser libre y desarrollarse en paz. El poema «Makom» presenta imágenes de la naturaleza y las estaciones que dan lugar a la emoción y a la reflexión, a la manera de un haikú. Pequeñas acciones como ver el atardecer, contar las ardillas o «ayudar a los pájaros a rearmar sus nidos», hacen de la hablante lírica, más que una observadora, una suerte de diosa o ninfa que anima el lugar que la circunda. Esta deidad presagia, sabe, tiene la certeza de que habrá un futuro para los seres humanos, que seguirán dejando «huellas / sobre la nieve». Pero de la misma manera, sabe que ella, como individuo, ya no estará allí mañana, que el paso por el mundo de cada uno de nosotros es efímero y frágil, como esa «rama [que] se quebrará» en el invierno. Este pensamiento no deja, sin embargo, miedo ni amargura, sino la serenidad de ser consciente del ciclo de la vida y la muerte. Shir deja pues a sus lectoras y lectores con la tranquilidad de saber que el camino ha sido bien recorrido: el de Mónica Gontovnik como poeta, y el nuestro como cómplices de esta aventura literaria. Pero la quietud, lejos de relacionarse con la inercia, viene acompañada de una fuerte motivación a la acción continua. Aguardaremos expectantes el próximo movimiento que daremos juntos, acompañados por sus palabras.

Mercedes Ortega González-Rubio

Barranquilla, noviembre de 2015

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Shir

(Canto en el umbral)

A Mihail Szutan, «Natish»

mi tío abuelo, poeta de Swencyan, Lituania,

muerto en 1937 con tan solo 33 años.

En junio 2014 encontré su tumba en el cementerio judío de Vilna:

su corta obra en Yiddish le llevó a ser honrado como un importante miembro

del Bund, el Partido Socialista Judío de Polonia, Lituania y Rusia.

Su cuerpo reposa en ese cementerio pues se le trasladó allí por deseo de los partisanos que lograron sobrevivir a la Segunda Guerra Mundial.

Sin embargo, los restos de sus padres, su mujer y su hija, quedaron en una fosa

común en el bosque, luego de la masacre contra ocho mil judíos de la zona en octubre de 1941.

• La tradición judía dice que uno debe hacer al menos cien bendiciones al día. Todo lo que encuentres en tu camino es susceptible de ser bendecido.

Yo bendigo la oportunidad de dedicarle este libro de poemas a Natish.

Adamá

Se equivocaron al nombrar a Moisés profeta poeta es quien decide mantenerse en el exilio morir en el desierto quemarse con las palabras sellar el número cuarenta maldecir la inconsciencia saberse elegido confesor tirano maestro interlocutor directo de aquello que no puede ser dicho. Miriam hermana discreta baila conoce por sus pies la alegría el cercano contacto con la tierra el fuego la zarza. Se bendicen los frutos de la tierra antes de comerlos: Boré perí ha adamá

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Amaró

La tormenta anuncia oscuridad pasajera. Flores emergen por la punta de las ramas. No ser barridas por el viento es su esperanza. Colores despejan nubes. Es la señal. Frágiles tallos sin caer efectúan un último ritual. Lluvia los convierte en pétalos en nuevo terreno, nueva mañana. Es agua rozando el silencio dibujando el viento.

Se dice una bendición al ver un arcoíris mientras se recuerda el pacto y la palabra: Baruj atá Hashem Eloheinu melej ha olam zojer habrit, ve neeman bivriló, ve kayam be ma amaró. ‹ 20 ›

Asurim

Una se sienta en la sala de su casa callada y observa un silencio que como música recorre los espacios y se desplaza libre como esperando un oído preparado que lo atrape. Una de pie respira la pregunta: ¿Cuánto sonaría mi corazón si estuviera hecho de madera y fungiera de umbral? Una camina suavemente por pisos limpios que exigen orden y suplica a los pies descalzos que den un paso mas allá de la puerta. Una se acuesta y desde la cama mullida y mira el cuadro perfecto:

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una tranca de hierro atravesando la puerta la entrada la salida

y observa la usurpación que trae una simple línea violenta negro grito sobre la madera: miente el orden miente el olor a limpio miente todo lo que promete que el día nos amanece con esa libertad de café con leche y pan y ojos listos a trabajar aunque se pierda de vista el horizonte una vez más.

Se bendice la liberación de las ataduras: Baruj atá Hashem Eloheinu melej ha olam matir asurim. ‹ 22 ›

Baolamó

Vino otra vez el colibrí. Alcancé a ver su vuelo que tomaba el junco sin permiso. Una sola ala se bañó apresurada dejando un color un sonido sordo en la retina de la mañana.

Así se bendice la belleza que aparece en el mundo: Baruj atá Hashem Eloheinu melej ha olam shekaja lo baolamó. ‹ 23 ›

Bejemlá

Unas preguntas se acercan con insistencia cada día a la misma hora a mi ventana. Cuestionan una ciudad donde las palomas en vez de volar a su alféizar preferido se detienen hipnotizadas en la mitad de la calle sordas sangran ante los pitos de automóviles que atónitos cada tantas cuadras aplastan en las calles a esos seres de dos frágiles patas. Atoran balas perdidas entre las gargantas de los pequeños que jugaban en los antejardines de su propia infancia. ‹ 24 ›

Envidian la libertad de los canarios que ejercen el hechizo de enseñarles acerca de la inutilidad de sus alas.

País de seres sin vuelo.

A mi ventana se asoman burlones halcones rapaces rasgando el viento danzando sin penetrar mi cuarto donde la cama me permite noche a noche sueños preciosamente solitarios.

Silencio.

Que no se riegue la voz entre las palomas grises y rojas de esta ciudad de arena. No pueden saber de este espacio libre que he armado a dentelladas.

Se bendice tener alma: Sheejezarta bi nishmatí bejemlá, rabá emunateja. ‹ 25 ›

Derej

Salgo del cementerio. En el camino (del piso) recojo una mariposa. Me cercioro de que está muerta. Coloco sus delicadas alas (aún pegadas a su cuerpo) dentro de un libro una prisión que me impedirá olvidar su belleza blanca (de bordes color caramelo). Migra lo que (por no poder nombrarlo) llamamos alma. Alimenta el cuerpo de nuestro amado la tierra que lo esperaba (porque no tenemos forma de encuadernarlo). Los gusanos que nos habitan solo entonces se animan a poblar las posibilidades que les tocaban. Se pide protección para el camino, para llegar a salvo a un destino: …vetatzilenu mikaf kol oiev veorev velistim vejaiot raot ba derej…

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Eloheinu

Dame una imagen, digo mientras me achico me hago bien pequeña para que te acerques. Suave y frágil polilla dices: el fuego me asusta. Baila conmigo en los vacíos que el calor no alcanza a quemar. Parpadea tus alas delicadas armas que cuentan canciones y huelen a heridas aún abiertas. Las polillas mantienen el poder del vuelo aunque el fuego las ciegue. El fuego solo puede esperar que termine todo mientras se consume. Prefieres entonces, ser aquel que vuela libremente hacia el peligro o aquella que siendo fuego no puede escapar su naturaleza?

Se bendice el no estar desnudos: Baruj atá Hashem Eloheinu melej haolam malbish arumim. ‹ 27 ›

Gaber

La posibilidad de no ser nunca sino una puerta que se abre se bate si hay viento se rompe y repara a sí misma en cada exhalación. Un constante emigrar en voces depositan humedad cálida y extraña en estos huesos. El espacio se hace vacío el camino en frente, clama.

Se bendice tener los pasos encaminados: Baruj atá Hashem Eloheinu melej haolam amejín mitzaadé gaber.

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Hanosiim

Paso por los rayos x el sándwich en la bolsa me irradia ahora que lo muerdo pensando el café lo lava todo y todo se convierte en el fondo lodo en la taza y el lecho de este riachuelo que ahora pesa aunque vuelo distraída por la lectura. Me aparto de todo del que me abre la cara la bolsa la bomba y solo puede ver mi fuerza reflejando salud inquebrantable. Árbol quieto soy pegada al fondo del riachuelo revueltas las raíces tocando el lodo el café aún el fondo. Todo sabiendo que tan solo es un nuevo ciclo que la quietud traerá la transparencia y que la claridad solo sirve para augurar nuevas tormentas. Se pide protección para los viajeros: Baruj atá Hashem, shomer hanosiim.

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Kadish

En el ambiente un perfume de rosas.

No es el tuyo.

Abro la nevera la guayaba lo inunda todo el agua sabe a fruta. Por la ventana abierta abajo veo tu pierna separada de tu cuerpo sin rostro allá en el fondo después de la claraboya antes del infinito beso que presagiaba la caída.

Kadish es el nombre del rezo para los muertos. Es una exaltación de la vida.

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Lehadlik

Espero prendo dos velas una sola luz luz para mis ojos luz para la noche luz que recuerde el rito que toque todas las otras manos todas las otras velas que cantan al unísono invocando el nombre la fuerza reconociendo el horizonte siempre vago las tierras que nunca nos pertenecen la oscuridad tranquila luz que repetimos cada siete días perpetuando el mandato a la conciencia.

El misticismo judío explica que el Shabat es el día que ilumina el mundo. Las velas que se prenden son una metáfora del alma humana: Baruj atá Hashem Eloheinu melej haolam asher kideshanu bemitzvotav vetzivanu lehadlik ner shel shabat.

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Makom

Esperar al sol para atestiguar que pasa otro día. Mirar cómo la luz brilla sobre un abrigo negro. Contar las ardillas tomando agua. Ayudar a los pájaros a rearmar sus nidos. Presagiar el silencio que viene para la noche. Saber que hay un mañana con quizás otra temperatura y la certeza de que otros pasos dejarán huellas sobre la nieve.

Acto seguido presentiré que una rama se quebrará

posándose frágil sobre esta banca

cuando ya yo no esté.

Se bendice el lugar donde ocurrió un milagro: Baruj atá Hashem Eloheinu melej ha olam shehasá li nes ba makom hazé.

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Mezuzá

Se muestra otra puerta dulzura se abre si digo su nombre tres veces como un rezo en la mañana antes del jugo de naranja mientras la ducha y al calzarme. Me llama la puerta toco su aldaba antigua como la corteza del árbol de donde proviene su figura fría como el metal que la resguarda. Cuando la abra ¿cómo sonará? ¿cómo se escuchará mi nombre?

Se bendicen y se protegen las puertas: Baruj atá Hashem Eloheinu melej ha olam asher kidishanu bemitzvotav vetzivanu likvoa mezuzá.

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Miljamá

La batalla de flores es mi memoria disfrazada de marimonda. Mis pies descalzos creen danzar sobre palmeras sin rostro que se mueven como la muerte esquiva usurpando las metáforas desplazando mis caderas desarmando con la luz de la vela ese sonido que detiene la respiración al borde del ruido que impide todo movimiento. La muerte también descalza guarda su guadaña mentirosa se escabulle entre la multitud permitiendo el goce que desde hace milenios ningún disfraz tapa. El canto es una sola línea que dura lo que la llama le permite. Fingimos no ver el punto final.

Miljamá en hebreo significa batalla. El Salmo 144:1 dice así: —El Eterno, mi roca, quien adiestra mis manos para la guerra, y mis dedos para la batalla. —Baruj Hashem suri ham lamed yadai lakrab jesbeotai la miljama.

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Neshiká

El ángel decidió pasar por su casa otra vez. Ella había salido a jugar cartas con sus amigas, todas jovencitas de setenta (por lo menos para ella que ya rebasaba los noventa.) Ella comía galletas en el club mientras el ángel se sentaba en la mesita cerca del televisor donde a esa hora se le antojó ver el programa en donde otros ángeles ayudan a más mortales. Para ella hoy tenía un solo mensaje: ya es suficiente. Klara se bajó del taxi acomodó el caminador para que le salieran bien los pasos ‹ 35 ›

sonriendo subió por el ascensor (donde casi veinte años atrás Karl después de la fiesta cayó ante el ataque de asma). Recordó los malos chistes de sus amigas. Habló con su hija por teléfono. Sacó tres galletitas de una servilleta arrugada. Se retiró los dientes y los puso en un vaso con agua. Dejó sus anillos sobre la mesa de noche. Le dijo gracias a la vida y a su ángel quien sin esperar que se durmiera (porque ya la había esperado demasiado y se había aburrido con tanta telenovela) le dio el beso que traía el mensaje. Una leyenda hebrea dice que cuando uno va a morir, viene un ángel y le da el beso de la muerte. El Rabino Tzaddok Hacohen, de Lublin, explica que este don sucede cuando a una persona se le revela la Shejiná y el alma simplemente abandona el cuerpo. Morir así implica una bendición. El beso de la muerte es esta acción que se llama Mitat Neshiká. ‹ 36 ›

Netilat

Fuiste un pequeño pequeño veneno que decidí tomar muy lenta lentamente. Mi cuerpo desnudo se ajusta a la noche entre sábanas sueños repetitivos que no adivinan nada. Solo tu rostro aparece a mi lado cada mañana. Le cuento de todo el odio que se repite cual plegaria protectora cada día para que no se empañen los espejos cuando me lavo las manos. Se lavan las manos al levantarse por las mañanas, antes de comer y al salir del cementerio: Baruj atá Hashem Eloheinu melej haolam, asher kideshanu bemitzvotav vetzivanu al netilat iadaim.

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Nishmati

Con el gallo anuncias que vuelves. Me levantas. Digo: gracias. Si hubo sueños lamento las pesadillas lloro la maldad saboreo lo amado atraso el periódico de la mañana. Y digo: gracias. Bendigo ser. Exprimo la naranja que disfruto tanto como el sol que colorea las colinas frente al balcón. Los pájaros acompañan al gallo. Las flores saludan a pesar del dolor ‹ 38 ›

a pesar de la alegría a pesar de que las usamos para acompañar a nuestros muertos y tantas bodas. Como la tierra como las hormigas como los pies descalzos como mi alma que saluda su cuerpo renovado como la brisa que moja mis pestañas, digo: gracias.

Este es el rezo que cada uno dice al levantarse cada mañana: Mode ani lefaneja melej jai vekaiam sheejezarta, bi nishmati, bejemlá, rabá emunateja. ‹ 39 ›

Or

El poema se fue. Permaneció inquieto en la entrevela confiado en que la mano buscaría una punta tinta carbón seña que permitiera su retorno. El eco se dibujó con signos que no inventé a sabiendas de la traición del acto la injuria que cerró mis ojos prefiriendo unas cobijas al frío de ayudarlo a permanecer sobre una nueva hoja blanca.

Se bendice la luz del amanecer y del crepúsculo: Baruj atá Hashem Eloheinu melej ha olam boré yom va laila. golel or mifnei jodesh mifnei or. ‹ 40 ›

Pokeaj

Mucho el ruido pocas las nueces ataca Shakespeare asómate más allá de páginas carcomiéndose en mohosas bibliotecas. Pústulas escondidas las nueces las palabras nos recuerdan que algo huele mal a pesar de los picós de los cuerpos sudorosos las sonrisas carnavaleras la resbalosa silicona que parchea con brea estos ojos.

Se bendice poder ver: Baruj atá Hashem Eloheinu melej ha olam pokeaj ivrim.

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Rajamin

Repleto de mi sangre el mosquito se apachurra el golpe devuelve en un instante catastrófico lo que a mi piel pertenece. Quién devuelve a la madre el sonido de la muerte la sangre de su hijo cuando la tierra se traga sedienta el sacrificio. Si los golpes tuvieran el poder de despertarnos. Si ese sonido rojo desparramándose por este suelo fuera un zumbido insoportable que pudiera anunciar la necesidad de detenernos antes de que sea demasiado tarde.

El Male Rajamim es el título de un rezo por la recordación de un muerto. Se pide por el descanso de su alma: El male rajamim shojen mromim, hamtzé menujá nejoná al kanfei ha shejiná. ‹ 42 ›

Sheol

Tu cabeza baja por el río. Olas suaves bordean las orejas Llevando tus ojos abiertos a la ribera de Lesbos. No estará allí la memoria ni mi voz porque camino bajo la sombra las piedras, el pasto, los sonidos del agua que se llevan el rostro amado. Poemas como este hablarán por mí en la isla de Sapho hasta cuando las mujeres de mi país se cansen de limpiar las algas enredadas en tanta pierna de hijos muertos. Orfeo, si las Ménades te comieron por pedazos antes de dejar intacta la boca que predice cantos ¿qué parte tuya seré capaz de mantener para el portarretrato que se me permite en el infierno?

En la Torah, Sheol es el sitio de la oscuridad a donde llegan las almas. Allí todos son sólo sombras separadas del mundo de los vivos y de Dios. En los griegos es el Hades y entre los babilonios es el Aralu. Entre los judíos es un sitio no de permanencia de las almas, sino de olvido.

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Veahavta

Me he convertido en ave cazadora nocturna que se asoma ojos amarillos quién soy luz que se escapa intersticios de la tarde sol bañándose despidiéndose del mar alarmando mis sentidos que se abren bendiciendo la oscuridad.

Esta es la bendición nocturna: Veahavta et Hashem Eloheja bejol levavejá uvjol nafsheja uvjol meodeja.

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Yizcor

No se te permite ser infeliz si has conocido cuatro abuelos vivos mientras crecían tus carnes bajo las gordas miradas femeninas que nunca pensaban dos veces si aún atraían a sus maridos. Eran cuatro abuelos con olor a papel gastado pegado a los baúles llenos de sellos atestiguando que sí existía un viejo continente como si algo pudiera ser más viejo que esta tierra repleta de fantasmas dorados soñando con conquistas fallidas. Mis dos abuelos olían a ladrillo y tela. Mis dos abuelas a cebolla y cabezas de gallina. Los dos abuelos sabían a sudor Caribe. Las dos abuelas a estatuas de sal. Los cuatro traían en los ojos un susto de guerra olvidando nombres y paisajes para siempre:

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Estrellas amarillas en cambio. Noches de cristales de vez en vez. Cantos de bosques gélidos

donde los huesos hambrientos de familiares perdidos se pudren lentamente anunciándose, silenciosamente, a través del mar.

Esta es una plegaria de recordación de los muertos, que se dice en días especiales del calendario judío. Yizcor es una manera de conectar a los vivos con sus muertos.

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Shir

(Canto en el umbral) de

Mónica Gontovnik es el número 7 de la colección de cuadernos

Poesía letra a letra

y se imprimió el 29 de febrero de 2016 en los talleres de Gente Nueva, por encargo de Letra a Letra . Para su composición se usó la familia tipográfica Adobe Caslon Pro.

Transfigurar el tiempo

Sobre la autora

Publicaciones de la autora

Nacida en Barranquilla (Colombia) en 1953, Mónica Gontovnik comienza a escribir poesía en 1968. Sus intereses abarcan también el teatro y la danza, la filosofía y el arte, en un afán de comunicación ambicioso y múltiple. Sus raíces son judías y sus textos iniciales hablan de un ansia de libertad apoyada en los elementos naturales y físicos, a los cuales será fiel a todo lo largo de su trayectoria: el mar y las flores, el sudor y la sangre. Y el secular dilema entre la vida y la palabra que la exprese. [...] Se habla y se confiesa. Mira, en la escritura, vivirse. Se suelta, en ocasiones, entre lo cotidiano y lo trascendente, y sabe que «ya no tengo lagrimas / me las secó él / de tantos besos», solo queYlatirada salivatemblando entregada Ojos de ternera La cicatriz ya no se(1979) recupera. miraré el relámpago en el ojo (1981) (1980) [...] Hay una confrontación entre quietud y avidez, entre contemplación y vacío. Caracol a la orilla del mar. Camaleón entre las venas, su cuerpo en un campo de tensiones, de conflictos ásperos y permanentes. No se puede eludirse a sí misma y el cerebro martilla incómodos pensamientos. Solo la fluidez de la escritura alivia, en algo, esos nudos. Sin embargo es la llegada del hijo, al llevarlo dentro nueve meses, la que transforma su agresiva rebeldía en un acto concreto de afirmación: «gordo como agua / y suave como arroz». La incomodidad física, las miserias de la biología son asumidas sin esguinces. Ya no se habla solo a sí misma. Se permite ir incorporando elementos del entorno zapote, arrozFlor con patacón de sí y asume Objeto piña, de deseo de aguacomo quien sale Pandora la porción(1991) de mundo que es suya,(1992) sin restricción alguna. Con sus dudas, parrandera temores e indecisiones. Con el hueco de su vacío pero con la solidez de (2002) su confianza. Quiere que algo se vuelva irrefutablemente presente. En torno a él edificará su morada: tumultuosa, abigarrada, en desorden, como un primer libro de poesía, pero también escueta, reflexiva, en un mutismo que se desborda en risa, como cualquier adolescente haciéndose mujer. [...] Expone al mundo una persona poética, pero a la vez se retrae y protege, en lo frágil de su sensibilidad, adicta al sol y al mar, a la soledad que emana de su cuerpo, embriagado de sí mismo en la danza. Transfigurar el tiempo Esa entrega febril, desatada, a un ritmo, que es a la vez profesión y (2008) disfrute, con todo lo que ello implica de conciencia física, en la gimnasia, en el yoga, en la energía elástica de los músculos, se transmite a sus

Sobre la autora

Transfigurar el tiempo Nacida en Barranquilla (Colombia) en 1953, Mónica Gontovnik comienza a escribir poesía en 1968. Sus intereses abarcan también el teatro y la danza, la filosofía y el arte, en un afán de comunicación ambicioso y múltiple. Sus raíces son judías y sus textos iniciales hablan de un ansia de libertad apoyada en los elementos naturales y físicos, a los cuales será fiel a todo lo largo de su trayectoria: el mar y las flores, el sudor y la sangre. Y el secular dilema entre la vida y la palabra que la exprese. [...] Se habla y se confiesa. Mira, en la escritura, vivirse. Se suelta, en ocasiones, entre lo cotidiano y lo trascendente, y sabe que «ya no tengo lagrimas / me las secó él / de tantos besos», solo que la saliva entregada ya no se recupera. [...] Hay una confrontación entre quietud y avidez, entre contemplación y vacío. Caracol a la orilla del mar. Camaleón entre las venas, su cuerpo en un campo de tensiones, de conflictos ásperos y permanentes. No se puede eludirse a sí misma y el cerebro martilla incómodos pensamientos. Solo la fluidez de la escritura alivia, en algo, esos nudos. Sin embargo es la llegada del hijo, al llevarlo dentro nueve meses, la que transforma su agresiva rebeldía en un acto concreto de afirmación: «gordo como agua / y suave como arroz». La incomodidad física, las miserias de la biología son asumidas sin esguinces. Ya no se habla solo a sí misma. Se permite ir incorporando elementos del entorno piña, zapote, arroz con patacón como quien sale de sí y asume la porción de mundo que es suya, sin restricción alguna. Con sus dudas, temores e indecisiones. Con el hueco de su vacío pero con la solidez de su confianza. Quiere que algo se vuelva irrefutablemente presente. En torno a él edificará su morada: tumultuosa, abigarrada, en desorden, como un primer libro de poesía, pero también escueta, reflexiva, en un mutismo que se desborda en risa, como cualquier adolescente haciéndose mujer. [...] Expone al mundo una persona poética, pero a la vez se retrae y protege, en lo frágil de su sensibilidad, adicta al sol y al mar, a la soledad que emana de su cuerpo, embriagado de sí mismo en la danza. Esa entrega febril, desatada, a un ritmo, que es a la vez profesión y disfrute, con todo lo que ello implica de conciencia física, en la gimnasia, en el yoga, en la energía elástica de los músculos, se transmite a sus

poemas. A las imágenes de sí misma, en la teatralización de sus posturas, y lo que ello implica de luces y sombras, de escondite y escenario, de ofrenda y entrega hasta el límite: ese descenso al miedo y a los terrores primitivos. A es génesis hecho de sangre y ruptura. [...] En el libro de Mónica Gontovnik, el tono se vuelve más enumerativo. Son largas secuencias verbales referidas a una clase de yoga, al Laboratorio de la Danza que por entonces fundó y donde la perpetua aprendiz ya impartía sus enseñanzas. La inmersión en sus perplejidades; en el reconocimiento, por los sentidos, de su cuerpo, a través del diálogo amoroso, en el esplendor del goce o la incandescencia del erotismo, la que la remitía a sus raíces: cuando su propia madre se tendió ante la marea del deseo. Los poemas resultan más secretos, encerrados en sí mismos, como si las anteriores utopías sociales hubiesen hallado en el arte, en la sabiduría oriental, en la conciencia de un feminismo ya asumido al fondo, sus posibilidades de realización. [...] Objeto del deseo (1991) es un libro orgánico, en un doble sentido. A través de diversos oficios y máscaras la autora visualiza a un hombre (o varios) en avatares que van de pintor a payaso, de héroe a terrorista, pero esas efigies que se congelan y evaden, con humor en ocasiones, resultan finalmente inaprensibles. Es un cuerpo que busca marcar con olor de mujer apasionada a esa proteica entelequia, escondida detrás de tantos camuflajes y que finalmente se convierte en Dios o fantasma; en convivencia de tres años, a la postre atrapada y arrojada a la basura. Mecanismo operante de una fabulación, los tópicos que marcan la figura masculina desde la perspectiva de la mujer son, en definitiva, formas vacías, recipientes de un sueño errante. Ladrón o contrabandista, del cual solo subsiste el poema que lo mitifica. Que le da una dimensión teatral y a veces legendaria de la cual bien pudo carecer en vida. El poeta es quien inventa el mundo. La base bien puede ser real pero lo que subsiste se llama poesía. [...] Mónica Gontovnik se ha apropiado así de un legado que hace suyo, en los libros y en los arroyos que desbordan y barren las calles de su ciudad. El poema ha crecido con ella y transfigura al tiempo a quien le da sentido. Juan Gustavo Cobo Borda

del prólogo al libro Transfigurar el tiempo (Barranquilla, U. del Norte, 2008)

Poesía agua que se agota si no agito su fuente / cada día como una plegaria usada para reconocer la palabra Mónica Gontovnik

isbn 978-958-59446-1-2

9

789585

944612