Sesion 5. Fenomenologia de la Aciòn Moral. Armando Mera

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FENOMENOLOGÍA DEL BIEN MORAL: UNA APROXIMACION DESDE LA ETICA PERSONALISTA. Por Armando Mera Rodas Hemos dicho que el objeto específico de la ética constituye la bondad o malicia de los actos humanos. Ahora la ética personalista intenta

esclarecernos al menos tres

preguntas fundamentales: ¿qué es el bien moral? ¿Cómo determinamos el bien moral? ¿Cómo se recorre ese camino del bien moral? Antes de adentrarnos a explicitar las respuestas a dichas preguntas, vamos a resaltar brevemente algunos rasgos de la ética personalista. La ética personalista se fundamenta en la persona y en su dinamismo, esto es en el actuar humano. Desde esta perspectiva, lo concibe a la persona como un ser estrictamente dinámico y, dentro de este dinamismo, un sector reservado a la estructura o acción moral. Distingue entre persona y acción pero sin separar, esto por cuanto la acción es la persona actuando. Por otro lado, la ética personalista concibe en la acción humana, tanto la dimensión interna como externa y, distinguiendo entre la acción humana referida al: “yo actúo” (soy causa de la acción) con el “algo sucede en mí”, (algo que pasa en mí pero sin el recurso de mi libertad) se adentra en la dimensión ontológica del hombre para explicitar las profundas consecuencias internas de la acción humana para el mismo sujeto que actúa. En esta línea nos muestra que cada vez que la persona actúa moralmente, avanza o retrocede interiormente según la naturaleza moral de la acción. En otras palabras, el hombre se humaniza o deshumaniza con sus acciones morales. Esto ocurre así porque, cuando hacemos acciones éticas, siempre se activa ese doble dinamismo: si yo hago algo bueno, me hago bueno. Si hago algo malo, me hago malo. Éticamente, el hombre se hace lo que hace. El acto moral es necesariamente libre. No podemos hacer el bien o e mal sino queremos. A su vez la libertad exige conocimiento. Pues si no hay conocimiento, tampoco hay libertad. De lo explicitado se infiere que, los elementos que configuran la estructura moral del hombre serían: el carácter personal de la moral, la obligatoriedad del bien o el deber moral, el carácter normativo, la normatividad con que se impone, la libertad, la consciencia y la responsabilidad que llevan consigo los actos morales.

Aclarado esto, para poder responder a la pregunta: ¿qué es el bien y qué el mal moral? Hay que relacionarlo con la acción: el bien es el perfeccionamiento integral de la persona y norma ética fundamental; en tanto el mal, constituye la deshumanización también integral de la persona humana. Queda claro entonces ¿por qué debo hacer el bien? Porque me constituyo moralmente como persona. ¿Por qué no debo hacer el mal? Porque me destruyo moralmente como persona. Esta es la clave personalista. A manera de conclusiones de lo explicado decimos: la realidad del bien y del mal constituye un hecho de experiencia, es una realidad que se da en la acción humana. La bondad consiste en el tipo de acciones que perfeccionan interiormente a la persona, en tanto, el mal consiste en el tipo de acción que deteriora interiormente a la persona. La norma moral es la toma de conciencia que determinada acción perfecciona o deteriora a la persona interiormente. A la pregunta ¿por qué una acción es buena o mala? Queda clara la respuesta: porque al hacerla me premia o me castiga interiormente. Respondida la primera pregunta, es hora de responder la segunda: ¿Cómo determinamos el bien o mal moral de una acción? Es decir, ¿cómo conseguimos saber si una acción concreta es buena o mala? La respuesta, antes del personalismo, se ha dado recurriendo a las fuentes clásicas de la moralidad, esto es recurriendo a tres elementos fundamentales de la moralidad como son: el objeto, el fin y circunstancias. Sin embargo, a la hora de analizarlos, estos elementos en sus definiciones o formulaciones, presentan algunas confusiones - al menos los dos primeros - como lo vamos a mostrar a continuación. El Catecismo de la Iglesia Católica, al referirse al objeto señala: “el objeto elegido es un bien hacia el cual tiende deliberadamente la voluntad. Es la materia de un acto humano”. En tanto, respecto al fin, declara: “frente al objeto, la intención se sitúa de lado del sujeto que actúa. La intención por estar ligada a la fuente voluntaria de la acción y por determinarla en razón del fin, es un elemento esencial en la calificación moral de la acción. El fin es el término primero de la intención y designa al objetivo buscado en la acción. Apunta al bien esperado de la acción emprendida” (C.I.C 1751- 1752). ¿Cuáles serían las dificultades o confusiones en esta propuesta? Primero: la voluntad aparece tanto en el objeto como en el fin. Por tanto no diferencia exactamente lo objetivo y lo subjetivo. Segundo: en lo relativo al fin, aparecen términos como: fin, objetivo, intención sin que se aclare su significado.

Tercero: la intención parece ser, en ocasiones un fin posterior a la acción cuando señala: “apunta al bien esperado en la acción emprendida” esto, es, hacemos una acción pero lo hacemos con una intención y en este sentido, la intención podría modificar y de hecho modifica la moralidad del acto. Por ejemplo, tendríamos las mismas razones para defender que una mala intención convierte en malo un acto bueno, o, por el contrario, una buena intención convierte en bueno un acto malo. Ello implicaría que la intención es en último caso quien define la bondad o malicia de la acción humana y esto sería relativismo moral. Para salvar esta dificultad, el mismo Catecismo precisa: “hay actos que por sí y en sí mismos, independientemente de las circunstancias y de las intenciones son siempre gravemente ilícitos por razón de su objeto: la blasfemia, el perjurio, el homicidio, el adulterio. Así, no está permitido hacer el mal para obtener un bien” (C.I.C 1576). Sin embargo, esto resulta

contradictorio con las consideraciones primeras, respecto a la

intención, debido a que, como se ha demostrado, objeto, fin y circunstancias son esenciales en la moralidad de la acción. La intención sería prescindible según este planteamiento. Este último problema podría resolverse si se advierte que el término intención se usa en dos sentidos diferentes: primero, lo que busco directamente en la acción que he realizado (robar por ejemplo) y, segundo, lo que puedo intentar conseguir, en un segundo momento, con la realización de esa acción (para darles a los pobres por ejemplo).

Por tanto, en la

formulación robar para dar a los pobres, solo la primera acción recaería en la ética (robar) y la segunda (dar a los pobres) ya no porque se refiere a la intención posterior, mas no a la acción presente. ¿Cuál es la propuesta o respuesta de la ética personalista sobre la pregunta ¿cómo determinar la bondad o malicia de la acción humanar? Para determinar o conocer la moralidad de la acción humana, de manera más precisa y menos confusa, la ética personalista nos sugiere abandonar la terminología del objeto, fin y circunstancias, por las confusiones insalvables que lleva consigo y, nos propone sustituirla por una propuesta nueva, más potente y simplificada. A saber: 1.

Que la moralidad de un acto humano lo definamos por una sola cosa: el

objeto intencional, que es lo que pretende la voluntad al realizar determinada acción. Esto es, lo que la persona pretende o quiere hacer libre y responsablemente cuando actúa. Pues si no quiero algo, no hay moralidad. El objeto intencional de este modo reúne a los dos elementos clásicos del objeto y el fin, pero unificados, porque de hecho, no se pueden separar.

Esta idea está recogida en la Veritatis Esplendor: “la moralidad del acto humano depende sobre todo y fundamentalmente del objeto elegido racionalmente y por voluntad deliberada” (n°78) El objeto intencional es siempre una acción, algo que quiero hacer, nunca una cosa. La moralidad se refiere a acciones concretas. Las cosas no tienen moralidad. Además, una cosa es la acción, otra es la repercusión. Por tanto, si no hay un acto consciente y voluntario, no hay acción moral. En la ética yo tomo una decisión. Decido ayudar, decido hablar la verdad, decido abortar, decido jurar, decido mentir, decido robar, etc. Esto difiere de las cosas que pasan en mí como: sentir, ver, oír, respirar, etc. En ausencia de mi libertad. 2.

Para determinar la bondad o malicia de la acción resulta fundamental

describir con precisión la acción y las circunstancias que está realizando la persona, el no hacerlo puede generar confusión. ¿Por qué esta exigencia de describir adecuadamente la acción? Porque hay dos acciones externamente parecidas y pueden tener diferente objeto intencional. Por ejemplo el homicidio voluntario (yo quiero matar a alguien) y el homicidio involuntario (yo mato a alguien sin quererlo). Estas dos acciones, desde el punto de vista moral son distintas, por el objeto intencional, aunque matar en sí mismo es malo. En conclusión diremos que: la moralidad de la acción humana se determina por el objeto intencional, es decir, qué busca la persona en esa acción concreta. Por ejemplo: cuando la persona coge algo que no le pertenece. Ahora bien, la bondad o malicia del objeto intencional, lo determina subjetivamente la conciencia moral; razón por la cual, tenemos necesidad de profundizar en ella. Siguiendo este propósito diferenciamos la conciencia moral de la autoconciencia. La primera establece la bondad o malicia del objeto intencional, en tanto la autoconciencia es un juicio de la razón teórica más no práctica. La conciencia moral es un juicio de valor sobre algo. La acción moral, por tanto, debe seguir el dictado de la conciencia: haz el bien y evita el mal”. De ahí que, realizo un acto cuando la conciencia lo juzga como bueno y no lo realizo cuando la conciencia lo juzga como malo. Así, en la elección de un acto, el hombre elige y se auto determina. Elegimos el objeto intencional y nos auto determinamos a lo que consideramos bueno aunque nos equivoquemos.

Por ejemplo, si yo realizo un acto que

considero malo, me hago malo particularmente en ese acto, es decir yo estoy queriendo libremente hacerme malo. Así pues, la conciencia es la guía subjetiva de la acción. Pero solo eso, guía subjetiva, porque yo puedo equivocarme.

Ser guía de la acción quiere decir que las personas tenemos que seguir nuestra conciencia porque ella nos establece lo que es bueno o lo que es malo y, si yo voy contra mi conciencia, voy contra mí mismo. Bajo este criterio, si una persona piensa que miente, pero en realidad está diciendo la verdad, obra mal y, al revés, si una persona piensa que dice la verdad, pero que en realidad miente, también obra mal. De esto se infiere que: la obligación de seguir la conciencia no tiene excepciones. Ya que me equivoque es distinto. ¿Pero qué ocurre si mi conciencia se equivoca o hierra, igual lo sigo? Es decir, pienso que algo es bueno y en realidad es malo o pienso que es malo y en realidad es bueno. Sobre esto debemos aclarar dos cuestiones: 1. Caben errores sobre el objeto intencional, no sobre su moralidad. Es decir, pienso que estoy haciendo una cosa y estoy haciendo otro ejemplo: el aborto involuntario. En este caso no hay un problema moral pero si unas consecuencias perjudiciales. Bajo este prisma, resulta fundamental no debemos errar en la determinación del objeto intencional. 2. Cabe errores sobre la moralidad del objeto intencional, es decir, no hay confusión de lo que va a hacer sino, si eso que se va hacer es bueno o malo. Dicho de otro modo, lo que se va hacer está claro, pero la persona está equivocada sobre la moralidad de esa acción. En este sentido se puede hablar de error culpable y de error inculpable. Se da error inculpable cuando la persona llega a ese juicio sin culpa por su parte (invenciblemente errónea) ejemplo: un terrorista, que desde niño lo han adoctrinado, nadie le ha dicho nada de otra manera, siempre le han dicho así y no conoce otra opción. Otro ejemplo sería cuando San Pablo perseguía a los cristianos. Él pensaba que estaba haciendo lo correcto. Luego más tarde, con la iluminación de Dios se da cuenta que era malo. Se da error culpable cuando la persona tiene un cierto grado de conciencia de que su juicio no es limpio. Es decir, la persona no ha puesto todos los medios para informarse. Aquí hay un cierto acto voluntario de seguir un camino aunque tenga incoherencias. ¿Puede saber la persona que su juicio moral no es correcto y por tanto, que no debería seguirlo? Puede intuirlo porque depende de decisiones queridas tales como: no informarse, no escuchar, no querer indagar, etc. Ejemplo de esto tenemos: la persona que realiza el aborto inconsciente pero que ha rechazado informaciones de amigos, consejos de personas honradas, que le podría persuadir a tener una orientación diferente de lo que ella pensaba. De lo dicho inferimos que, el juicio moral erróneo culpable no es subjetivamente igual que el juicio moral erróneo inculpable. En consecuencia, henos de seguir el juicio de nuestra conciencia pero formada para llegar a juicios morales correctos o lícitos. En

consecuencia, los juicios morales nos dice lo que nos conviene; razón por la cual, la formación de la conciencia es decisiva, por cuanto ésta determina el bien y, el bien es la clave para alcanzar la felicidad. Así, una conciencia formada es la que señala como bueno aquello que realmente lo es; a diferencia de la conciencia deformada que nos adentra en espejismos y por ende en el error y la ilicitud. Pero ¿Cómo se forma la conciencia? ¿Qué ocurre si no formo mi conciencia? Definitivamente es un deber nuestro formar nuestra conciencia por cuanto: si no formamos la conciencia, ésta se deforma. Ahora bien, para alcanzar una conciencia bien formada se requiere: a. Formación y conocimiento intelectual, esto es así porque la persona que carece de conocimiento por ignorancia puede establecer erróneamente como bueno acciones malas y viceversa. Aunque esto, como hemos visto, no conduce necesariamente a una acción mala pero en el fondo si perjudica. b. Poner mucho empeño en la realización del bien, esto porque los de autodeterminación de la persona modifican a la persona y con ello en cierta medida su capacidad de determinación del bien o del mal. Cuando uno actúa bien, queda más fortalecido para seguir haciendo el bien; pero si obra mal, también queda más predispuesto para seguir haciendo el mal. c. La realización del bien es costoso, razón por la cual, solo quien se esfuerza por vivir el bien y las virtudes puede lograr una conciencia verdadera aunque siempre con limitaciones. En suma podemos concluir, si la persona no forma su conciencia asumirá diversas actitudes ante el bien: atenuar la importancia del bien o del mal (conciencia laxa), realiza el mal sin remordimientos (conciencia endurecida), problematiza de manera enfermiza la realización del bien (conciencia escrupulosa), no define lo bueno o lo malo, problematiza mucho (conciencia rígida), confunde lo bueno con lo mejor (conciencia rigorista). Sin embargo y, a decir verdad, la ética no solo ha tenido la gran misión del esclarecimiento del bien y del mal moral, sino que, a lo largo de su historia, a la par ha tenido que ir enfrentando y esclareciendo los postulados del relativismo moral, cuya corriente se ha hecho más influyente en nuestros días. Con el fin de librarnos de su influencia, anotaremos a continuación algunos aspectos propios de sus planteamientos. El relativismo moral se presenta bajo dos formas: el radical y el moderado. Ambos inconsistentes éticamente. El primero, parte de un principio inconsistente de que todo es relativo. Bajo esta perspectiva defienden que los valores éticos también son relativos.

Por su parte, el relativismo moderado afirma que solo las grandes verdades fundamentales no son dignas de nuestro conocimiento, pero si, las verdades concretas y, en consecuencia valores particulares, culturales y sectoriales. Entre los argumentos que esgrimen a favor de su tesis destacan: la diversidad de juicios morales de los diferentes pueblos, los juicios éticos tienen implicaciones personales, ello implica que, el diálogo sobre cuestiones éticas, no siempre es simple ni honesto; la gran influencia social “el ideal común” que ejerce sobre la valoración moral que ejercemos. Ellos arriban a la siguiente conclusión: las normas morales son convicciones sociales y costumbres. Ante ello, estas tesis sugestivas, podemos argumentar: la bondad o malicia de una acción no depende de cuantas personas estén o no de acuerdo con ello, en todos estos diversos modos de pensar y actuar se presupone siempre el concepto de un valor objetivo o maldad moral. Es verdad que lo social influye, pero es la persona quién se auto determina. Que hay juicios morales que divergen sobre la esencia de las cosas y no sobre las acciones buenas o malas. No es verdad que toda la moral se reduzca a convicciones o costumbres. En la práctica sirve solo para algunos aspectos, pero no para otros. Pues muchas reglas escapan lo social. El bien y el mal son experiencias primarias y es muy difícil que alguien pueda negar su existencia. No existen ni pueden existir sociedades sin convicciones éticas ya que imposibilitarían la vida social. Nuestra sociedad, si bien, es relativista en algunos aspectos, sin embargo, en otros aspectos no lo es. Finalmente y a manera paradojal diremos: la globalización y el internet

están

conduciendo a una unificación de comportamiento y la conducta gracias a que hay unos valores morales compartidos, que constituyen como los presupuestos asumidos. Ahora bien, como epílogo del trabajo, nos formularemos la última pregunta: ¿por qué hacer el bien? A lo que podemos responder: directamente realizamos acciones buenas porque son buenas e indirectamente porque esperamos nos lleven a Dios. Es decir, realizamos el bien, porque como seres humanos racionales es lo que tenemos que hacer, tenemos el deber de hacer el bien y evitar el mal y actuar en concordancia con lo que somos. En suma, realizamos las acciones buenas por sí mismas, por su valor intrínseco y esperamos (a veces de un modo vago) que nos conduzcan hacia la felicidad. Hacemos el bien porque es bueno, pero lo bueno es aquello que nos perfecciona como personas. En consecuencia, el motor de nuestra actividad moral es nuestra perfección personal, nuestro crecimiento como personas. Ante esto surge otra pregunta: si debemos hacer el bien, ¿por qué muchas veces terminamos haciendo el mal que o queremos? Ante lo cual respondemos; terminamos

haciendo el mal que no queremos, por dos razones poco justificadas: por debilidad y por elección consciente. Sin embargo, esto deberíamos tenerlo muy claro: la persona por sus actos se auto determina. Ahora bien, si tomamos una decisión acorde a nuestra estructura personal, nos vamos integrando: armonizamos y potenciamos nuestra estructura personal; en cambio, si hacemos lo contrario nos desintegramos o distorsionamos, dificultamos la unidad y nos empobrecemos. Para que lo primero suceda, la persona ha de ejercer un liderazgo personal desde su dimensión propiamente espiritual sobre el organismo psicofísico.

En

consecuencia, el bien o el mal dejan huellas ontológicas en el ser humano. Por esta razón, tenemos que concretar el bien, día a día, mediante el fomento y praxis de las virtudes humanas y superando los vicios. De lo expuesto, va quedando claro que, el camino ético para el hombre tiene mucho que ver con: el cumplimiento del principio de principios “haz el bien y evita el mal”, la vivencia de las virtudes humanas, vida buena antes que buena vida, buscando lo mejor, que es el camino del bien y sacando lo mejor que hay en cada ser humano singular y concreto. Esto solo es posible desde las auténticas elecciones o autodeterminaciones del ser humano porque, cada persona decide su camino eligiendo las trayectorias que quiere recorrer, lo que implica una decisión que elimina otras. Quedaría incompleta la descripción del camino de lo mejor sino hiciéramos alusión al papel que juega el amor en este camino de la vida buena. El amor es capaz de potenciar todo aquello que realizamos, aunque sea sencillo, confiriéndole la riqueza de la plenitud. De este modo, la motivación humana (ética) más perfecta es el amor. Por esta razón, el gran aporte del personalismo es haber es haber formulado la norma de conducta ética: “la persona tiene una dignidad tal que la única actitud adecuada ante ella es el amor”.