Satisfaccion

Satisfacción garantizada Wishes Descargo: Esto es un relato muy corto que se podría considerar uberXena. O puede que no.

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Satisfacción garantizada Wishes Descargo: Esto es un relato muy corto que se podría considerar uberXena. O puede que no. Ocurre en un futuro cercano y contiene cierta dosis de subtexto. [email protected] Título original: Satisfaction Guaranteed. Copyright de la traducción: Atalía (c) 2010

1

Shane Mathews encargó su alma gemela un típico día gris de Vancouver, Columbia Británica. Sentada en un cubículo azul y amarillo que se parecía más que nada a la sala de exploraciones de su ginecólogo, sin mesa y sin estribos, se concentró en un ordenador manual y usó un estilo para escribir sobre la sensible pantalla. ¿Estatura? 1,82 metros. ¿Edad? 32. ¿Sexo? Como había poco espacio para escribir “no recientemente”, escogió “M” de entre las siete u ocho posibilidades. ¿Pelo? Sí. Negro. ¿Ojos? Dos. Azules. Asombrosamente azules, según le habían dicho, aunque, como con el sexo, no recientemente.

Las preguntas se fueron haciendo más complejas, y Shane se dio cuenta de que estaba haciendo una prueba psicológica, diseñada de modo que resultara demasiado sofisticada para poder engañar, aunque hubiera tenido tal intención. Normalmente, habría tenido tal intención, sólo por enfrentarse al ingenio de los que habían diseñado la prueba. Esta vez, sin embargo, contestó con sinceridad, pues sabía que su futura felicidad podía depender de la exactitud del perfil resultante. Después de la prueba venían más preguntas, parecidas a las del cuestionario inicial, pero no referidas a Shane, sino a alguien que, que ella supiera, no existía. ¿Estatura? 1,67 metros. ¿Edad? Unos 25. ¿Sexo? M. ¿Pelo? Rubio o rojo. Rojo arrubiado. Rubio rojizo. Escribió, borró, escribió, siguió adelante, pulsó “retroceder”. Rojo ticiano, escribió. Debía tener el pelo rojo ticiano. ¿Ojos? Verdes con ciertos tipos de luz. Azules con otros. El ordenador reflexionó y sugirió: color avellana. Shane pensó y optó por verdes. En la pantalla apareció el contorno de una cara. Redonda. Shane la hizo más ovalada. Pelo. Se lo puso largo y suelto y luego lo acortó un poco. Ojos, nariz, boca, todos simétricos, pero Shane hizo que cada elemento fuese un poco excéntrico. Las pequeñas arrugas en los rabillos de los ojos denotaban experiencia, pero un amago apenas de redondez en las mejillas indicaba inocencia. Shane terminó y contempló a su amada generada por ordenador, el rostro que había estado poblando sus sueños. Un golpecito en la puerta. —Adelante. Una cabeza calva y un rostro con gafas asomaron por la puerta.

—¿Ha terminado? Shane se echó a reír al oír el titubeo, que no venía a cuento en un lugar donde no se usaban batas de papel. —Sí, he acabado. Todo lo que tengo en la cabeza está ahora en su pequeño ordenador. Entró un hombre bajito, distinto, pensó, del que la había dejado en la habitación con las instrucciones y la máquina. Arrimó una silla y se sentó de cara a ella. —Soy Bell —dijo. Shane le ofreció el ordenador y el estilo, y él los cogió, pero los dejó a un lado—. Sus respuestas ya están registradas, ya se han analizado. Es un proceso instantáneo, ¿sabe? Shane no lo sabía, pero lo había supuesto. —Doctor Bell... —Doctor Bell no. Señor Bell o simplemente Bell. —Señor Bell, ya me estoy preguntando si he cometido un error. —Ah, nuestro sistema tiene en cuenta las equivocaciones, puesto que tiene una valoración estándar de 0 para los errores. No se preocupe. Su perfil y el perfil de la persona que busca... el resultado será perfecto. —Me pregunto si he... si no me habré precipitado, por así decir. Al fin y al cabo, no soy vieja, y he estado muy metida en mis clases, y luego en empezar mi carrera profesional. En ganar dinero. A lo mejor es prematuro dar un paso tan radical como éste. Bell se recostó en la silla y le clavó una mirada miope. Shane se preguntó por qué no se arreglaba ese problema. —No hay alguien para todo el mundo —dijo.

Shane parpadeó. —¿Cómo? —La gente se pasa la vida entera buscando a esa persona perfecta o sufriendo porque se ha conformado con otra. Todo por culpa de ese mito de que todo el mundo puede encontrar a su media naranja. Pero no es cierto. Teniendo en cuenta la actual población mundial y todas las preferencias y permutaciones del deseo, es una imposibilidad estadística. —Asintió con la cabeza para recalcar lo que decía. —¿Incluso en mi caso? —preguntó Shane. —Sobre todo en su caso. Usted tiene una idea tan rígida de la persona a la que puede amar, tiene unos requerimientos tan específicos, que las probabilidades de que esta persona exista en la tierra al mismo tiempo que usted son... astronómicas. Y las probabilidades de que usted y ella se conozcan, por mucho que una de las dos o incluso ambas estén buscando, son... imposibles. —Está diciendo que el servicio que ofrecen ustedes es lo único que me queda. — Como los negocios eran algo que entendía mucho mejor que las estadísticas, a Shane no le extrañó. La seria expresión de Bell se transformó en un ceño. —Existe una dificultad. —¿Que soy demasiado específica en lo que pido? —supuso Shane. —Eso no presenta tanta dificultad, aunque sí que puede influir en los plazos. — Bell dio la impresión de estar calculando algo, luego sacudió la cabeza y volvió al tema original—. La dificultad estriba en su propio carácter. El análisis de su perfil indica que es posible que no pueda aceptar nuestro proceso como medio para satisfacer su deseo más íntimo.

—No lo entiendo. No habría venido aquí, no estaría dispuesta a entregar tal cantidad de dinero, si no lo quisiera de verdad. —Lo quiere de verdad, y cree poder aceptar que su amada haya sido literalmente creada para usted, pero su perfil y su historial demuestran que no es así. Usted es, al fin y al cabo, lo que antes se llamaba una mujer que se ha hecho a sí misma. Shane lo comprendió. —Me gusta hacer las cosas por mí misma. A mi modo. A mi ritmo. Bell asintió. —Aunque los artificiales que creamos son humanos en todos los sentidos, cada uno de ellos está diseñado de manera que no haya otro resultado posible más que un amor total y absoluto por el cliente. Usted, que siempre reacciona ante un desafío, que está siempre dispuesta a aceptar y aprovechar cada momento según se presenta, ¿cómo aceptará el “resultado cantado” cuando se le entregue lo que su corazón desea? —Menuda prueba psicológica la de esa maquinita. —Shane miró la cajita negra como si contuviera más respuestas. Por fin, contestó—: Ustedes ocúpense de crear “lo que mi corazón desea”. Yo me ocuparé del resto. ¿Tres meses? ¿No es eso lo que anuncian? —Trabajamos por recomendación, no con publicidad —le recordó Bell—. Aunque el servicio que ofrecemos no es ilegal, los gobiernos del mundo no lo fomentan, ni siquiera el de Canadá. —Hizo una pausa, para pensar un momento—. En su caso, serán cuatro meses. Por la precisión de los detalles. Y la perfección.

2

Casi cuatro meses después, Shane estaba sentada en la misma habitación, o una parecida. Bell, o alguien como él, entró. Se sentó ante ella como lo había hecho antes.

—¿Señor Bell? —preguntó. —Sí. —Pedí verlo a usted cuando llamé, pero me dijeron que viniera aquí. No comprendo por qué es necesario. —Shane no estaba acostumbrada a hacer cosas que le parecían innecesarias. —¿Quiere cancelar su contrato? —Bell hizo la pregunta como si fuese la primera vez que ocurría una cosa así. —Sí. Su servicio ha resultado... superfluo. —Shane sonrió, expresión que cada día le costaba menos—. O sus estadísticas estaban equivocadas, o yo me las he arreglado para ponerlas en entredicho. —Explíquese, por favor. —Bell no le devolvió la sonrisa. —Hace un mes, una joven acudió a mi compañía, solicitando ayuda para una inversión. Aunque yo ya rara vez trato directamente con los clientes, preguntó por mí, y, como estaba un poco aburrida, acepté verla. —Los ojos de Shane parecían clavados en algo, no en Bell, sino en una joven a quien habían hecho pasar a su despacho—. Era una chica absolutamente preciosa, la persona más dulce y bondadosa que he conocido en mi vida. Resultó que tenía poco que invertir, unos pocos miles de la herencia de sus padres... es huérfana... pero me hice cargo personalmente de sus finanzas. Como es lógico, esto exigía encuentros frecuentes, diarios en realidad, muchas veces a la hora de comer o cenar. —Bell habría pensado que Shane suspiraba, si se podía decir que una mujer tan formidable fuese propensa a suspirar. —¿Y? —Anoche le pedí que fuese mi compañera para toda la vida, que comparta todo lo bueno que tengo y me aguante mientras intento superar lo que tengo de egoísta y mala. Bell esperó.

El tono habitualmente monocorde de Shane sonó maravillado de repente. —Aceptó como si el deseo de toda una vida que se estaba haciendo realidad fuese el suyo. —Shane pareció emerger de la noche anterior. Clavó en Bell una mirada a caballo entre la expectación y la intimidación. Lo que él respondiera a su siguiente pregunta decidiría de qué lado se acabaría por inclinar la mirada—. Así que, ¿qué hago aquí? —Hay algunos asuntos legales —declaró Bell. Sacó un ordenador manual, el que había usado ella antes, o uno parecido. Se lo entregó para que pudiera ver la pantalla—. Como ya hemos superado los treinta primeros días del contrato, no se le puede devolver la suma que ha entregado —dijo—. Ha hecho usted un pago completo por una artificial que no va a recibir. Tras leer lo que ponía en la pantalla, que decía prácticamente lo mismo, Shane cogió el estilo y empezó a firmar. Dudó. —¿Qué le pasará a la artificial? Bell dijo con tono tajante: —Si usted no la desea, eso deja de ser asunto suyo. Shane asintió y firmó. Había salido de la oficina y tal vez del edificio, volando hacia su alma gemela, para cuando Bell abrió otra pantalla en el ordenador. En la parte superior ponía FACTURA. Debajo había una lista de detalles sobre el producto y un precio marcado como “Pago completo”. Debajo de eso, Bell escribió pulcramente: “Artificial entregada sin incidentes. Cliente totalmente satisfecha al cabo de 30 días”.

FIN