SACERDOCIO BAUTISMAL

SACERDOCIO BAUTISMAL Y SACERDOTAL El tema de la Alabanza y la Adoración es uno de los más importantes de todos los temas

Views 150 Downloads 3 File size 255KB

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD FILE

Recommend stories

Citation preview

SACERDOCIO BAUTISMAL Y SACERDOTAL El tema de la Alabanza y la Adoración es uno de los más importantes de todos los temas bíblicos. También es uno de los más descuidados. El ser negligente en practicar la pura alabanza y adoración espiritual, es como pasar por alto un aspecto vital de nuestro sumo llamamiento en Cristo. En años recientes, Dios ha estado restaurando este ministerio a Su pueblo. Una característica integral de la gran renovación espiritual que está surcando (barriendo) el mundo, es la restauración de la alabanza y adoración a la Iglesia, tal como fue profetizado por Joel (Jl 2,21, 23, 26). Es a los líderes de la Iglesia en las naciones de Asia, África y América Latina, que este estudio es dedicado. Mi oración más sincera, es que estas verdades ayuden a inspirar y motivar a muchos de mis lectores para que lleguen a ser verdaderos alabadores y adoradores de Dios. Esto es lo que el Padre está buscando, "Adoradores que adoren en espíritu y en verdad" (Jn 4,23). El Nuevo Sacerdocio Introducción Bajo el Antiguo Testamento, Dios ordenó un sacerdocio que sirviera para representar (actuar como un intermediario) a Su pueblo delante de Él. Su ministerio envolvía un complicado sistema de ritos y ceremonias. Estas ceremonias simbolizaban realidades espirituales por venir. Eran sombras de aquellas cosas, pero no constituían la sustancia (He 8,5; 10,1). El ministerio sacerdotal de Cristo cumplió cada tipo implícito en el sacerdocio del Antiguo Testamento. Él cumplió todos sus simbolismos. Él es el cumplimiento de todos sus tipos. El sacerdocio levítico fue reemplazado por un nuevo sacerdocio (He 7,11-14). Bajo los términos del Nuevo Pacto, cada creyente funge como un sacerdote de Dios. Nosotros no ofrecemos sacrificios de animales como lo hacían los sacerdotes en el Antiguo Pacto. Hemos sido llamados a ser un "sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo" (1 P 2,5). Uno de los sacrificios espirituales que ofrecemos es la alabanza. "Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de

alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre" (He 13,15). El término griego para "ofrecer" es "anafero", que significa llevar, levantar, conceder. Es la palabra utilizada en Éxodo 24,5 (en la versión griega llamada la Septuaginta o Versión de los Setenta), donde ellos "...ofrecieron holocaustos y becerros como sacrificios de paz a Jehová". A. ASPECTOS DEL SACERDOCIO EN EL ANTIGUO TESTAMENTO La terminología (palabra) "sacerdote", es asociada con aquéllos que se "acercan" a Dios. Podrá notar este privilegio del sacerdocio mencionado en Éxodo 19,22; Deuteronomio 21,5 y Ezequiel 44,15. La palabra sacerdote, a menudo se refiere a los hijos de Aarón, pero también tiene una aplicación mucho más amplia. La terminología anterior es aplicada también a Melquisedec (Gn 14,18), a Jetro (Ex 3,1) y a los sacerdotes mencionados en Éxodo 19,2224, quienes ejercieron ministerios sacerdotales antes de que los levitas fueran escogidos como la tribu del sacerdocio. 1. Tres Atributos De Los Sacerdotes Del Antiguo Testamento En Números 16,5, vemos tres cosas que se relacionan con el sacerdocio del Antiguo Testamento, "...mañana mostrará Jehová quién es suyo, y quién es santo y hará que se acerque a Él; al que Él escogiere...". a. Apartado Para YHWH "...quien es suyo" b. Santo "...y quien es santo" c. Ordenados Para Allegarse A Dios "...hará que se acerque a Él" 2. Tres Atributos Descritos a. Posición. El primero de éstos, describe la posición del sacerdote, Ha sido santificado; apartado del mundo para Dios. b. Condición. El segundo, describe su condición, Es santo, consagrado a Jehová. Todo vaso ofrecido a Dios, era santificado para Su uso (Lv 27,28). c. Ministerio Y Función De Los Sacerdotes En La Comunidad. El tercero, describe su ministerio y función, acercarse a Dios. Esto se refiere a cada función que el sacerdote ejecutaba. Puesto que el sacerdocio intercedía por el pueblo ante Dios, su función también

representa los elementos esenciales sobre los que se basaba toda la comunidad del pacto. Estos eran, 1) Una Compañía llamada y separada; 2) Una Nación Santa, un pueblo especial [particular] 3) Un Reino de Sacerdotes para Dios (Ex 19,4-6). 3. El Papel Del Pueblo Del Nuevo Pacto El Nuevo Testamento describe también el papel que Dios ha deseado para Su pueblo del Nuevo Pacto. a. Somos La Ecclesia, la compañía de los llamados, llamados del "Egipto de pecado" y del reino de Satanás; y separados para El Reino de Dios y Su amado Hijo (Col 1,13). b. Tenemos Que Ser Un Pueblo Santo. La santidad es esencial para el compañerismo y la comunión con Dios. "Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor" (He 12,14). c. Debemos Allegarnos a Dios y ofrecerle sacrificios espirituales, "…sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo" (1 P 2,5). "…ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios…" (He 13,15). B. ASPECTOS ADICIONALES DEL SACERDOCIO DEL ANTIGUO TESTAMENTO 1. Filiación Dios escogió a los hijos de Aarón para que fueran sacerdotes (Ex 6,1620; Nm 3,6-10). Aarón fue el primer sumo sacerdote. 2. Ordenación Los hijos de Aarón fueron ordenados al sacerdocio por Moisés. Nosotros también somos ordenados para ser sacerdotes de Dios por medio de Jesucristo (Ap 5,10). 3. Integridad O Perfección "Ninguno que tenga algún defecto, se acercará para ofrecer las ofrendas encendidas para YHWH…" (Lv 21,17-21). 4. Limpieza A los sacerdotes se les requería que se lavaran las manos y los pies antes de que entraran al Lugar Santísimo (Ex 30,17-21; 40,30-32).

5. Vestiduras Lea Éxodo 28,40-43. Cuando los sacerdotes ministraban en el santuario, se les requería que vistieran las indumentarias sacerdotales. "Se vestirá la túnica santa de lino, y sobre su cuerpo tendrá calzoncillos de lino, y se ceñirá el cinto de lino, y con la mitra de lino se cubrirá. Son las santas vestiduras; con ellas se ha de vestir después de lavar su cuerpo con agua" (Lv 16,4). Las vestiduras consistían de cuatro prendas o piezas, a. La Túnica, era tejida en una sola pieza, sin costura. b. Calzoncillos, eran de lino. c. El Cinto, una prenda multicolor con los mismos cuatro colores que colgaban del velo delante del Lugar Santísimo. d. La Capa, era una redecilla de lino (capa). Tenemos vestiduras espirituales para nuestro ministerio sacerdotal. "Asimismo vestiré de salvación a sus sacerdotes…" (Sal 132,16). Jesús nos dice, "…yo te aconsejo que de mí compres… vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez…" (Ap 3,18). 6. Unción El candidato para el sacerdocio era conducido hasta la puerta del Tabernáculo. a. Lavado, Su cuerpo era lavado con agua. "Acerquémonos… purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura" (He 10,22). b. Vestido, Se le vestía con las ropas oficiales o sacerdotales. "… pero quedaos… hasta que seáis investidos [del griego = enduo] de poder desde lo alto" (Lc 24,49). c. Ungido, Era ungido con aceite (símbolo del Espíritu Santo) (Ex 30,30). "…y el que nos ungió… el cual también nos ha sellado, y nos ha dado las arras del Espíritu en nuestros corazones…" (2 Co 1,21, 22).

7. (En

Ministerio Sacerdotal el Tabernáculo, para

(1

P el

2,9). Señor).

a. En La Corte O Patio, Mantener el fuego ardiendo constantemente en el altar del sacrificio (Lv 6,9, 13). Limpiar las cenizas del altar (Lv 6,10, 11). Ofrecer los sacrificios de la mañana y la tarde (Ex 29,38-44). Bendecir al pueblo después del sacrificio diario (Lv 9,22; Nm 6,2327). Ofrecer los sacrificios en el altar. Tocar las trompetas de plata o el cuerno del jubileo. b. En El Lugar Santísimo, Quemar incienso en el altar de oro por la mañana y por la tarde. Limpiar y encender las lámparas cada atardecer. Colocar el pan de la proposición sobre la mesa de los panes de la proposición cada sábado. Este es un bosquejo breve de las funciones sacerdotales, el cual, sirve para guiarnos en la comprensión de nuestras funciones como un "Reino de Sacerdotes" para nuestro Dios. C. EL PUEBLO DEL NUEVO PACTO TIENE QUE SER TAMBIÉN... 1. Hijos de Dios Somos la familia de Dios (Ef 3,15), y descendientes de nuestro Sumo Sacerdote Jesucristo (He 2,11, 13). Solamente los hijos de Dios verdaderamente regenerados, tienen acceso al sacerdocio real. El espíritu humano puede ser "vivificado" para Dios a través del nuevo nacimiento. Hasta que esto no tome lugar en nuestras vidas, estaremos totalmente incapacitados para ofrecerle una adoración genuina "que el Padre busca" (Jn 4,23, 24). La adoración espiritual verdadera, es el resultado de la presencia del Espíritu de Dios en las vidas que le adoran a través de sus espíritus redimidos y vivificados. 2. Sacerdotes Ordenados Para Nuestro Dios "…yo os elegí a vosotros… y os he puesto [ordenado]" (Jn 15,16). Como hijos de Dios, somos "…linaje escogido, real sacerdocio, nación santa" (1

P 2,9). Cristo nos ha hecho "para nuestro Dios reyes y sacerdotes" (Ap 5,10). 3. Perfectos Somos perfectos [(íntegros) del griego = pleeroo, que significa perfecto o íntegro] en Cristo (Col 2,10), y de esa manera, calificados para adorar. Las imperfecciones y manchas físicas bosquejadas en Levítico 21,17-21 son simbólicas para nosotros. En el sentido simbólico hay una aplicación para los adoradores de hoy. Son esas imperfecciones espirituales, de las cuales las físicas son un tipo o sombra, las que pueden impedir nuestra adoración. Dios desea las alabanzas que procedan de un pueblo PERFECTO [ÍNTEGRO] y santo. Nuestra vida cristiana debe ser consistente con la que profesamos en nuestra adoración a Dios. No podemos alabar a Dios y con la misma boca maldecir al hombre. Estas cosas jamás deberán ocurrir (Stg 3,911). 4. Purificados [limpiados] a. Un Ejemplo Del Antiguo Testamento, Antes de que subieran a Betel para edificar un altar a Dios para adorarle, Jacob ordenó a su familia, "…Quitad los dioses ajenos que hay entre vosotros, y limpiaos, y mudad vuestros vestidos" (Gn 35,2). Moisés también insistió en que Israel se santificara, purificara y lavara sus vestiduras (Ex 19,10) en preparación para la manifestación de Jehová Dios en el tercer día. Dios insistió en que los sacerdotes lavaran sus manos y pies en el lavadero, antes de entrar a ejecutar su ministerio en el Tabernáculo (Ex 30,18-21; 40,12-16). Nosotros también hemos sido "lavados" (1 Co 6,11) "...en el lavamiento del agua por la palabra" (Ef 5,26), "...por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo" (Tit 3,5). Nadab y Abiú murieron delante de Jehová Dios por no cumplir los requisitos que Él había ordenado para los sacerdotes que habrían de ministrarle en el Tabernáculo (Lv 20,1-3). Dios había dicho, "Yo seré santificado en los que vengan a mí y seré glorificado delante de todo el pueblo". Necesitamos ser diligentes ante esta advertencia. El acercarse a la presencia de un Dios Santo, no es algo que debe tomarse a la ligera. La

ejecución de las funciones de un sacerdote bajo el Pacto Antiguo era un gran privilegio. Hoy, tales funciones no son de menos importancia. De hecho, es un privilegio aún mayor en nuestros días. Los términos de nuestro Pacto son muy superiores a los del Antiguo. Es de suma importancia evitar ser negligentes en nuestra preparación para la adoración. El ministerio sacerdotal de muchas congregaciones se ha interrumpido porque, así como Nadab y Abiú, no fueron cuidadosos en cumplir con los requisitos que Dios había establecido para los adoradores. b. Resultados, Consideremos ahora los cinco resultados recibidos cuando somos purificados por la Sangre, la Palabra y el Espíritu, 1) Una Conciencia Limpia [pura] (He 10,22). Nuestro allegamiento a Dios ya no está asociado con el rito de rociarnos a nosotros mismos con la sangre de animales. El sacrificio de Cristo ha cumplido todo lo que eso tipificaba. Ahora somos rociados con la sangre de Cristo. Cuando recibimos Su poder por la fe, nuestros corazones son "purificados de mala conciencia y lavados los cuerpos con agua pura" (He 10,22). Esta es la única manera de poder allegarnos a Dios en plena seguridad de fe. 2) Manos Limpias (Sal 24,3, 4). "¿Quién… estará en su lugar santo? El limpio de manos…". "Allegaos a Dios, y él se allegará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos…" (Stg 4,8). Aquí tenemos el equivalente de los requisitos del Antiguo Pacto en el Nuevo Pacto, el lavatorio de manos antes de ministrar delante de Dios. Esto significa que debemos ser limpios a fin de poder ministrar o servir a Dios y al prójimo. Es vital que dediquemos nuestras manos al trabajo y evitar utilizarlas para robar y hacer otras acciones pervertidas. 3) Un Corazón Puro (Sal 24,3, 4). "¿Quién subirá al monte de Jehová?...el limpio de manos y puro de corazón...". Un corazón puro indica motivos rectos. ¿Por qué estamos alabando a Dios? ¿Son nuestros motivos rectos o tenemos motivos secretos? "Acercaos a Dios y él se acercará a vosotros… y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones" (Stg 4,8). En este versículo, la frase doble ánimo está asociada con un corazón impuro.

Una persona de doble ánimo es aquella cuya mente (corazón, afectos) está puesta en dos cosas al mismo tiempo y, por tal razón, no puede ser una adoradora sincera. Nunca debemos intentar adorar, a menos que nuestra mente esté puesta completamente en el Señor. El ofrecer alabanzas mientras nuestros pensamientos residen sobre otras cosas, es un insulto temerario a la Persona y Carácter de Dios. 4) Un Corazón Y Un Espíritu Humilde (Sal 51,17). "Los sacrificios de Dios, son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios". El "espíritu quebrantado" al cual David hace referencia, no es un quebrantamiento de alguien cuyo corazón esté triste o deprimido. El espíritu quebrantado se refiere a un espíritu que ha sido "quebrantado" por la influencia o tratos divinos. Usted no puede montar un caballo hasta que lo "dome". Cuando está domado, el caballo se somete a la voluntad del dueño. Entonces, podrá ser guiado y montado; el jinete no será lanzado fuera del lomo de un caballo que ha sido domado. Un espíritu quebrantado se refiere a uno que ha aprendido la disciplina y se rinde al Señorío de Cristo. Un corazón contrito, es uno arrepentido y humilde. Esto describe la condición del corazón de David después que pasó por la experiencia de los juicios de Dios debido a su pecado de adulterio con Betsabé. 5) Reverencia Y Temor Santo [piadoso] (Sal 89,7). "Dios temible en la gran congregación de los santos, y formidable sobre todos cuantos están alrededor de Él". 5. Vestiduras Tocante a vestiduras, no necesitamos usar indumentarias especiales como los sacerdotes del Antiguo Pacto, sin embargo, espiritualmente, hay un significado muy real en la idea de que debemos estar "vestidos" de la santidad divina. a. Vestidos De La Salvación. En el Salmo 132,16, Dios dice que Él "...viste de salvación a sus sacerdotes...". Las vestiduras de lino que usaban los sacerdotes eran, 1) Para Cubrir La Desnudez Del Cuerpo. "Para que ninguna carne se gloríe en su presencia".

2) Para Ser Libres De La Maldición Y La Autosuficiencia. Dios estipuló el lino en lugar de la lana, pues el lino evita la transpiración, pero no así la lana; la transpiración es un símbolo de la maldición y de la autosuficiencia (Gn 3,19). Además, el lino se puede limpiar totalmente, pero la lana no. b. Vestidos De Humildad. En 1 Pedro 5,5, somos exhortados a "vestirnos de humildad; porque Dios resiste a los soberbios..." el orgullo o arrogancia carnal no tiene lugar en la presencia de Dios. c. Vestidos De Justicia. "…una gran multitud… que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en sus manos" (Ap 7,9). Se nos dice en Apocalipsis 19,8 que el lino fino (túnicas blancas) es la justificación de los santos. d. Vestidos De Poder. En Lucas 24,49, Jesús ordenó a los discípulos esperar en Jerusalén hasta que fueran dotados (vestidos) del poder de lo alto. Al igual que los antiguos sacerdotes eran ungidos con aceite (óleo) antes de iniciar sus ministerios, también nosotros tenemos que vestirnos con el poder del Espíritu, a fin de cumplir con nuestras funciones sacerdotales debidamente. Jesús mismo no inició Su ministerio hasta que fue vestido del poder del Espíritu en el Jordán (Mt 3,16). 6. Ministros De Dios Para Servir Como Sacerdotes Del Nuevo Pacto. a. A Nosotros Mismos "Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional" (Ro 12,1). La presentación de todo nuestro ser a Dios, significa ser Suyos a plenitud y eternamente. Entonces, podemos bendecir y glorificar al Señor con todo nuestro ser interno (Sal 103,1). Somos seres compuestos de tres partes, espíritu, alma y cuerpo. "Y todo vuestro ser, [1] espíritu, [2] alma y [3] cuerpo, sea guardado irreprensible…" (1 Ts 5,23). David nos instruye, "Bendice, alma mía a Jehová… bendiga todo mi ser su santo nombre…" (Sal 103,1). 1) Espíritu. "Y mí espíritu se regocija en Dios mi Salvador" (Lc 1,47).

2) Alma. "Bendice, alma mía, a Jehová…" (Sal 103,1). 3) Cuerpo. "…todos [cuerpos] bendigan su santo nombre…" (Sal 145,21). b. El Sacrificio De Alabanzas (He 13,15, 16). El término "sacrificio de alabanza" sugiere que no siempre es fácil o conveniente hacer esto. Tenemos que alabar a Dios en todo tiempo, y no sólo cuando sea fácil hacerlo. Nuestro sacrificio de alabanza es el "fruto de nuestros labios", alabanza que sea verbal (articulada), pronunciada audiblemente. c. Demostraciones De Alabanzas. "…para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable" (1 P 2,9). d. Nuestros Cánticos De Salmos, Himnos Y Canciones Espirituales. Una manera de mantener la vida llena del Espíritu, es cantando. Tres clases de cantos ministran al Señor, Salmos, himnos y canciones espirituales. Estos últimos, son cánticos espontáneos conferidos por el Espíritu que hablan a nuestra necesidad y ministran a la necesidad que tiene Dios de ser amado, adorado y loado (Ef 5,19; Col 3,16). e. Nuestras Riquezas [bienes]. "Honra a Jehová con tus bienes, y con las primicias de todos tus frutos; y serán llenos tus graneros con abundancia, y tus lagares rebosarán de mosto" (Prov 3,9, 10). Bajo el Antiguo Pacto, Dios requería que cuando los sacerdotes vinieran delante de Él, nunca fueran con las "manos vacías". Siempre deberían traer una ofrenda (1 Cr 16,29; Ex 23,15; 34,20; Dt 16,16, 17). Nunca debemos ir ante Él con las manos vacías. Debemos acercarnos a Su trono con alabanzas, adoración y acción de gracias, expresándole nuestra alabanza con cantos llenos de regocijo y con nuestra sustancia.

Primera tesis

En la Iglesia, todo ministerio jerárquico está vinculado a la institución de los Apóstoles. Tal ministerio, querido por Cristo, es esencial para la Iglesia; por su intermedio es como el acto salvador del

Señor se hace sacramental e históricamente presente a todas las generaciones.

Segunda tesis

En la Nueva Alianza no hay más sacerdocio que el de Cristo. Este sacerdocio es cumplimiento y superación de todos los sacerdocios antiguos. En la Iglesia todos los fieles son llamados a participar de él. El ministerio jerárquico es necesario para la edificación del Cuerpo de Cristo, que es donde se realiza esta vocación.

Tercera tesis

Solamente Cristo realizó el sacrificio perfecto en la ofrenda de sí mismo a la voluntad del Padre. Por tanto, el ministerio episcopal y presbiteral es sacerdotal en cuanto que hace presente el servicio de Cristo en la proclamación eficaz del mensaje evangélico, en la reunión y dirección de la comunidad cristiana, en la remisión de los pecados y en la celebración eucarística en la que se actualiza, de manera singular, el único sacrificio de Cristo.

Cuarta tesis

El cristiano llamado al ministerio sacerdotal no recibe por la ordenación una función puramente exterior, sino más bien una participación original del sacerdocio de Cristo, en virtud de la cual él representa a Cristo a la cabeza de la comunidad y como de cara a ella. Así, pues, el ministerio es una manera específica de vivir el servicio cristiano dentro de la Iglesia. Esta especificidad aparece más claramente en la función de presidir la Eucaristía, presidencia necesaria para la plena realidad del culto cristiano. La proclamación de la Palabra y la carga pastoral se orientan hacia la Eucaristía que consagra toda la existencia cristiana en el mundo.

Quinta tesis

Si bien se reconoce un cierto período de maduración de las estructuras eclesiales, no se puede oponer una constitución puramente carismática de las Iglesias Paulinas a la constitución ministerial de otras Iglesias. En cuanto a la Iglesia primitiva, no hay oposición, sino más bien complementariedad, entre la libertad del Espíritu en la concesión de sus dones y la existencia de una estructura ministerial.

Sexta tesis

El ministerio de la Nueva Alianza tiene una dimensión colegial según modalidades análogas, sea que se trate de los Obispos en torno al Papa en la Iglesia universal, o de los sacerdotes en torno a su Obispo en la Iglesia local.

El sacerdote

Es un hombre tomado de entre los mismos hombres para el servicio de la comunidad y que, por el Sacramento del Orden Sacerdotal, queda constituido Sacerdote a imagen de Cristo, Pastor y Cabeza de la Iglesia. Por esto puede actuar en el nombre y en la persona de Cristo.

Encontramos en Marcos 3, 13-19. En este texto Jesús elige de forma solemne, "designó" a Doce de entre sus discípulos para que fueran sus compañeros y para enviarlos a predicar con poder de expulsar los demonios. Así se crea, se constituye el grupo de los Doce, decisivo en el cristianismo. Tras la muerte de Judas, los apóstoles eligen a Matías como sustituto. Hechos 1,15-26. Luego Jesús instituyó el sacerdocio en la última cena y les dió el poder de perdonar pecados el día de la resurrección.

El sacerdocio es una llamada de Cristo a vivir una relación con Él sirviendo a su pueblo. No contento con dejar a su pueblo con la simple memoria de su amor redentor, Cristo elige a algunos de sus seguidores (los apóstoles) para continuar su trabajo en la Tierra hasta el final de los tiempos. El sacerdocio es una extensión de esto y por tanto la continuación de la labor de Cristo en el mundo de hoy.

Aunque toda la Iglesia es un pueblo sacerdotal, compartiendo el sacerdocio de Cristo por medio de sus sacrificios diarios, oraciones y divulgación del Evangelio, Dios llama a personas específicas para que sirvan en su nombre en medio de la comunidad. Estas personas son los sacerdotes. El sacerdocio es una llamada. Cristo pide a algunos hombres el sacrificio de sus vidas para que le sigan como sus más íntimos compañeros.

Desde toda la eternidad, algunos hombres han sido llamados al sacerdocio. Es una llamada inscrita en su naturaleza y, por eso mismo, es una llamada que llenará sus vidas por completo.

Así pues, el sacerdocio no es simplemente una ocupación entre otras muchas. Es una forma de vida a través de la cual Dios invita a un hombre a entrar en una relación más profunda con Él.

El sacerdocio es un sacramento. Los sacramentos son signos visibles a través de los cuales la gracia de Dios se experimenta en el mundo. El Sacramento del Sacerdocio (conocido como Sacramento del

Orden) es la manera visible a través de la cual Cristo continúa su misión en el mundo de hoy. "[El sacerdote] ofrece su humanidad a Cristo, para que Cristo pueda utilizarle como instrumento de salvación, haciéndole como si fuera otro Cristo" Papa Juan Pablo II

El Orden es el sacramento por el que algunos de entre los fieles quedan constituidos ministros sagrados, al ser marcados con un carácter indeleble, y así son consagrados y destinados a apacentar el pueblo de Dios según el grado de cada uno, desempeñando en la persona de Cristo Cabeza las funciones de enseñar, santificar y regir.

Jesucristo es el verdadero y supremo Sacerdote de la Nueva Ley, pue sólo Él nos reconcilió con Dios por medio de su Sangre derramada en la Cruz (Hebreos 8,1; 9,15). Sin embargo, quiso Jesús que algunos hombres, escogidos por Él, participaran de la dignidad sacerdotal de modo que llevaran los frutos de la Redención a todos los demás. Con ese fin instituyó el sacerdocio de la Nueva Alianza (Lucas 22,19). A su vez los Apóstoles, inspirados por Dios, sabían que el encargo de Jesús no acabaría con ellos, y por eso transmitían el ministerio mediante el sacramento del Orden, que administraban por la imposición de las manos y la oración (Hechos 14,23-24). De este modo comunicaban a otros hombres el poder de regir, santificar y enseñar que ellos habían recibido directamente del Señor.

Es dogma de fe explícitamente definido que el sacramento del Orden sacerdotal es uno de los siete sacramentos de la Nueva Ley instituidos por Nuestro Señor Jesucristo.

Los protestantes niegan este sacramento: para ellos no hay distinción entre los sacerdotes y los laicos; todos los fieles son sacerdotes, y para ejercitar el ministerio sólo requieren un nombramiento o delegación de la comunidad.

a) Consta expresamente en la Sagrada Escritura que Cristo hizo de los Apóstoles una elección especial: "Subió a un monte y llamando a los que quiso, vinieron a Él, y designó a doce para que le acompañaran y para enviarlos a predicar" (Marcos 3,13-15); "No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros" (Juan 15,16).

b) Al elegirlos les confió una misión y les dio unos poderes particulares; en concreto:

--Poder de perdonar los pecados: " A quienes ustedes perdonen los pecados les quedarán perdonados; y a quienes no se los perdonen les quedarán sin perdonar" (Juan 20,23; Mateo 16,19; 18,18).

--Poder de administrar los demás sacramentos y de predicar la Palabra de Dios: "Vayan, pues, a las gentes de todas las naciones y háganlas mis discípulos, bautícenlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; y enséñenles a obedecer todo cuanto les he mandado a ustedes" (Mateo 28,19-20); "Como mi Padre me envió, así yo los envío a ustedes" (Juan 20,21).

--Poder sobre el Cuerpo real de Cristo, para renovar incruentamente el sacrificio de la Cruz, hasta el fin de los siglos (Lucas 22,19; 1 Cor 11,23-25). Este es el principal poder que reciben los presbíteros, pues el sacerdocio se ordena primariamente al sacrificio.

c) Estos poderes fueron dados por el Señor a sus Apóstoles con una finalidad: continuar su misión redentora hasta el fin de los siglos (Mateo 28,20; Juan 17,18). Esta finalidad sería inalcanzable si los poderes terminaran con la muerte de los Apóstoles, y por eso Cristo les mandó que los transmitieran, y así lo entendieron y practicaron desde el principio:

"Impusieron las manos sobre algunos, elegidos específicamente" (Hechos 6,6; 13,13).

Constituyeron presbíteros y obispos para gobernar las Iglesias locales (Hechos 14,23; 20,28), para administrar los sacramentos (1 Corintios 4,1), para fomentar las buenas costumbres y vigilar la recta doctrina (1 Tesaloniscenses 3,2).

Este sacramento se llama Orden sagrado porque consiste en grados ordenados, jerárquicamente subordinados entre sí, de los que resulta la jerarquía eclesiástica.

La materia del sacramento del Orden es la imposición de las manos y la forma es la oración consecratoria que los libros litúrgicos prescriben para cada grado.

En la ordenación de presbíteros son las palabras de la oración que el obispo dice después de que el ordenado ha recibido la imposición de las manos. Las esenciales son: "Te pedimos, Padre Todoporoderoso, que confieras a estos siervos tuyos la dignidad del presbiterado; renueva en sus corazones el Espíritu de santidad; reciban de Tí el sacerdocio de segundo grado y sean, con su conducta, ejemplo de vida" (Ritual de Ordenación de Presbíteros).

Por la ordenación sagrada el sacerdote es constituido ministro de Dios y dispensador de los tesoros divinos (1 Cor 4,1). Con este sacramento recibe una serie de efectos sobrnaturales que le ayudan a cumplir su misión, siendo los principales: a) el carácter indeleble, distinto al del Bautismo y al de la Confirmación, que constituye al sujeto en sacerdote para siempre (Hebreos 5,5-6).

En el caso de los tres sacramentos que lo imprimen, el carácter es una cierta capacitación para el culto, que en el sacramento del orden constituye la más plena participación en el sacerdocio de Cristo:

--Lleva a su plenitud el sacerdotal. --Perfecciona el poder sacerdotal. --Corona la capacidad de ejercer fácilmente ese poder sacerdotal que el fiel ya tiene por el Bautismo y la Confirmación.

El carácter realiza todo eso a través de una configuración del que se ordena con Cristo, Cabeza del Cuerpo Místico, que le faculta para participar de un modo muy especial en su sacerdocio y en su triple función. Por eso el sacerdote se convierte en:

a) Ministro autorizado de la Palabra de Dios.

b) Ministro de los sacramentos.

c) Ministro del pueblo de Dios.

El sacramento del Orden aumenta la gracia santificante; otorga, además, la gracia sacramental; es decir, la ayuda sobrenatural necesaria para poder ejercer debidamente las funciones correspondientes al grado recibido.

El ministerio eclesiástico, instituido por Dios, está ejercido en diversos órdenes que ya desde antiguo reciben los nombres de obispos, presbíteros y diáconos.

EL EPISCOPADO:

Entre los diversos ministerios que existen en la Iglesia, ocupa el primer lugar el ministerio de los obispos que, a través de una sucesión que se remonta hasta el principio, son los transmisores de la semilla apostólica.

En orden a la consagración de la Eucaristía su potestad no excede a la de los presbíteros, pero sí la excede en:

--Conferir el sacramento del Orden. --Terminar el ciclo de la sacramento de la Confirmación.

inciación

cristiana

confiriendo

el

--Se reserva, de ordinario, la consagración de los santos óleos. --El derecho a predicar en cualquier lugar. --El ser colocados al frente de las diócesis o Iglesias locales y gobernarlas con potestad ordinaria, bajo la autoridad del Romano Pontífice; pero tiene al mismo tiempo con todos sus hermanos en el episcopado colegialmente, la solicitud de todas las Iglesias. --Le corresponde en su diócesis, dictar normas sobre el seminario, sobre la predicación, sobre la Liturgia, etc.

Además, son los obispos quienes conceden a los presbíteros cualquier poder de régimen que puedan tener sobre los demás fieles, y el encargo de predicar la Palabra Divina.

EL PRESBITERADO

Los Presbíteros, aunque no tienen la plenitud del sacerdocio y dependen de los obispos en el ejercicio de su potestad, tienen el poder de:

--Consagrar el Cuerpo y la Sangre de Cristo; --Perdonar los pecados; --Ayudar a los fieles con las obras y la doctrina; --Administrar aquellos otros necesariamente el orden episcopal.

sacramentos

que

no

requieran

EL DIACONADO

El Diácono asiste al sacerdote en determinados oficios; por ejemplo:

--En las funciones litúrgicas, en conformidad con los respectivos libros; --Administrando el Bautismo solemne; --Reservando y distribuyendo la Eucaristía, llevando el Viático a los moribundos y dando la bendición con el Santísimo; --Asistir al Matrimonio donde no haya sacerdote.

El diaconado que fue y sigue siendo un esclaón al presbiterado, es también ahora un grado permanente y propio de la jerarquía.

Es ministro de la ordenación sagrada en todos sus grados, el Obispo consagrado. Para la validez basta que el Obispo tenga la intención requerida y observe el rito externo de la ordenación, aunque sea hereje, cismático, simoníaco, o se halle excomulgado. Sólo el varón bautizado recibe válidamente la ordenación.

Las obligaciones de los clérigos son : el celibato sacerdotal, santidad de vida, obediencia al Ordinario (al Papa y Obispo), uso del traje eclesiástico.

Vivimos un momento histórico de gran búsqueda de respuestas ¿Cuál es el sentido de mi vida? ¿Dónde voy a encontrar la felicidad que deseo? Todo nuestro ser grita y ansía respuestas, un propósito y, si somos honestos con nosotros mismos, amor.

Dios no nos ha dejado solos. Ha escuchado nuestros gritos pidiendo amor, misericordia, justicia, belleza, bondad y verdad. Y Él nos ha amado tanto que se ha hecho hombre y habita entre nosotros. Ha enviado a su Hijo, Jesucristo, como respuesta a las ansias de la humanidad.

Cristo instituyó el sacerdocio para que no estuviéramos solos. Es el sacerdote quien hace presente al mismo Cristo en la Eucaristía a través de la ofrenda diaria de la Santa Misa. Es el sacerdote quien acerca a los hombres y mujeres a Dios. El mundo necesita sacerdotes, porque, en definitiva, el mundo necesita a Cristo.

El sacerdote, en tu parroquia, puede remontar su ordenación, a través de los apóstoles, hasta Jesús. Desde los primeros tiempos de la Iglesia, los apóstoles ordenaron sucesores. A través de esa cadena de mandato no quebrada, viene el sacerdocio.

El mismo Cristo eligió a los apóstoles y les hizo partícipes en su misión y en su autoridad

“Como el Padre me ha enviado, así os envío yo” (Jn 20,21 RSV) “El que os escucha, a mí me escuha…” (Lc 10,16 RSV)

Lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo, y lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo” (Mt 18,18 RSV) “A quien le perdonéis los pecados, les quedan perdonados, a quienes se los retengáis, les serán retenidos” (Jn 20,23 RSV) “[Bautizándolos] en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19)

Hoy, Él no ha olvidado su rebaño, sino que lo guarda bajo su constante protección, a través de sus sacerdotes.

En el Nuevo Testamento, según la enseñanza católica, los obispos y sacerdotes son los únicos autorizados para ejercer el sacerdocio; los primeros lo ejercen a plenitud (summus sacerdos s. primi ordinis), mientras que los presbíteros son simples sacerdotes (simplex sacerdos s. secundi ordinis). El diácono, por otra parte, es un simple asistente del sacerdote, sin ninguna facultad sacerdotal. Omitiendo todo tratamiento especial del obispo y del diácono, limitaremos nuestra atención principalmente al presbiterado, puesto que ahora el término, "preste" sin calificación, se interpreta como presbítero.

A. La Divina Institución del Sacerdocio

Según el concepto protestante, no había en la Iglesia cristiana primitiva distinción especial entre los laicos y el clero; no había diferencia jerárquica entre las distintas órdenes (obispo, sacerdote, diácono), no se reconocía al papa ni a los obispos como poseedores del más alto poder de jurisdicción sobre la Iglesia Universal ni sobre sus diversas divisiones territoriales. Por el contrario, la constitución de la Iglesia, en sus comienzos, fue democrática, por virtud de lo cual, las Iglesias locales eligieron sus propios jefes y ministros y les impartieron su inherente autoridad espiritual, tal como en la república moderna el "pueblo soberano" confiere a su presidente electo y a sus funcionarios la autoridad administrativa. La base más profunda de esta trasmisión de poder debe buscarse en la idea cristiana primitiva del sacerdocio universal, que excluye el reconocimiento de un sacerdocio especial. Cristo es el único sumo sacerdote del Nuevo Testamento así como su

cruenta muerte en la cruz es el único sacrificio de la cristiandad. Si todos los cristianos, sin excepción, son sacerdotes por virtud de su bautismo, un sacerdocio oficial, obtenido por ordenación especial, es tan inadmisible como el Sacrificio Católico de la Misa. No el sacrificio material de la Eucaristía, que consiste en el ofrecimiento de dones (reales), sino sólo el sacrificio puramente espiritual de la oración, armoniza con el espíritu de la cristiandad. No queda más remedio que admitir que la gradual corrupción del cristianismo comenzó muy temprano (a fines del siglo primero), puesto que no se puede negar que Clemente de Roma (Ep. Cor., xliv, 4), en las Enseñanzas de los Doce Apóstoles (Didache, xiv), y Tertuliano (De bapt., xvii; "De præsc. hær.", xli; "De exhort. cast.", vii) reconocen un sacerdocio oficial con el Sacrificio objetivo de la Misa. La corrupción se difundió rápidamente por todo el oriente y el occidente y continuó sin freno durante la Edad Media, hasta que, por fin, la Reforma pudo restaurar el cristianismo a su pureza original. "Revivió la idea del sacerdocio universal; se consideraba consecuencia necesaria de la misma naturaleza del cristianismo. . . . Puesto que toda la idea del sacrificio fue desechada, se eliminó todo riesgo de reversión a las creencias que una vez de derivaron de ella" ("Realency cl. für prot. Theol.", XVI, Leipzig, 1905, p. 50).

A estos conceptos se puede responder, de forma breve, lo siguiente: los teólogos católicos no niegan que "la doble jerarquía de orden y jurisdicción" se haya desarrollado gradualmente a partir del germen ya existente en la Iglesia primitiva, al mismo tiempo que se reconocía con mayor claridad, a medida que avanzaba el tiempo, el primado del papa en Roma y, sobre todo, la diferenciación entre los simples sacerdotes y los obispos (ver JERARQUÍA). Sin embargo, el aspecto de si al comienzo existía o no en la Iglesia un sacerdocio especial es algo totalmente distinto. Si es cierto que "la aceptación de la idea del sacrificio llevó a la idea del sacerdocio eclesiástico" (loc. cit., p. 48), y si el sacerdocio y el sacrificio son términos recíprocos, entonces la prueba del origen divino del sacerdocio católico debe considerarse establecida, una vez demostrado que el Sacrificio Eucarístico de la Misa surgió simultáneamente con los comienzos y la esencia de la cristiandad. Para probar lo anterior se puede recurrir al Antiguo Testamento, cuando el Profeta Isaías prevé el ingreso de los paganos al reino mesiánico y hace un llamado a los sacerdotes de los infieles (es decir, a los no judíos), una característica especial de la Iglesia (Is., lxvi, 21): "Y de entre éstos escogeré yo para hacerlos sacerdotes y levitas, dice el Señor". Ahora bien, este sacerdocio no judío (cristiano) en la futura Iglesia mesiánica presupone un sacrificio permanente, en otros términos, un "sacrificio sin mancha"que, "desde donde sale el sol hasta el ocaso", debe ser ofrecido al Señor de los ejércitos entre los gentiles

(Mal., i, 11). El sacrificio de pan y vino ofrecido por Melquisedec (cf. Gen., xiv, 18 sqq.), prototipo de Cristo (cf. Ps. cix, 4; Heb., v, 5 sq.; vii, 1 sqq.), se refiere también, en sentido profético, no sólo a la Última Cena sino a su repetición perpetua en conmemoración del Sacrificio de la Cruz (Ver MISA). Con razón, el Concilio de Trento enfatiza, por lo tanto, la íntima relación entre el Sacrificio de la Misa y el sacerdocio (Sess. XXIII, cap. i, in Denzinger, "Enchiridion", 10th ed., 957): "El Sacrificio y el sacerdocio son tan inseparables, por voluntad divina, que se encuentran unidos en todas las leyes. Dado que, por consiguiente, la Iglesia católica ha recibido por institución del Señor, en el Nuevo Testamento, el sacrificio santo y visible de la Eucaristía, hay que admitir que en la Iglesia hay un sacerdocio nuevo, visible y externo en el que se ha convertido el antiguo sacerdocio". Es evidente que esta lógica no admite respuesta. Por lo tanto, es aún más extraordinario que Harnack haya querido buscar el origen de la constitución jerárquica de la Iglesia no en Palestina sino en la Roma pagana. Escribe, refiriéndose a la Iglesia católica: "Continúa gobernando siempre a sus pueblos, sus papas ejercen dominio sobre ella como Trajano y Marco Aurelio. A Rómulo y Remo los sucedieron Pedro y Pablo; a los procónsules los sucedieron los arzobispos y los obispos. Las fuerzas correspondientes a las legiones son los ejércitos de sacerdotes y monjes; los sucesores de los guardias imperiales son los jesuitas. Hasta en sus más mínimos detalles, inclusive en su organización jurídica, para no mencionar sus vestiduras, se puede rastrear la influencia continua del antiguo imperio y de sus instituciones"("Das Wesen d. Christentums", Leipzig, 1902, p. 157). Con la mejor buena voluntad, en esta descripción se puede reconocer apenas una muestra del ingenio del autor, puesto que una investigación histórica de las instituciones citadas llevaría indudablemente a fuentes, orígenes y motivos totalmente distintos de las condiciones análogas del Imperio Romano.

Sin embargo, el Sacrificio de la Misa muestra solamente una cara del sacerdocio; la otra cara se revela en su facultad de perdonar los pecados, puesto que el ejercicio de esta facultad sacerdotal es tan necesario como su facultad de consagrar y ofrecer el Sacrificio. Al igual que la facultad general de atar y desatar (cf. Mat., xvi, 19; xviii, 18), la facultad de perdonar y retener los pecados fue solemnemente conferida por Cristo a la Iglesia (cf. Juan, xx, 21 sqq.). por consiguiente, el sacerdocio católico tiene el derecho indiscutible de rastrear su origen también, en este respecto, al Divino Fundador de la Iglesia. Ambos aspectos del sacerdocio fueron destacados por el Concilio de Trento (loc. cit., n. 961): "Si alguien dijere que en el Nuevo Testamento no hay sacerdocio visible y externo ni poder alguno de consagrar y ofrecer el Cuerpo y la Sangre del Señor, y de perdonar o retener los pecados, sino

simplemente el ejercicio de un ministerio escueto para predicar el Evangelio, sea anatema". Lejos de ser una "usurpación injustificable de los poderes divinos", el sacerdocio constituye una base tan esencial del cristianismo que su remoción llevaría a la destrucción de todo el edificio. Un cristianismo sin sacerdocio no puede ser la Iglesia de Cristo. Esta convicción se fortalece al considerar la imposibilidad psicológica de la suposición protestante que sostiene que a partir del final del siglo primero, el cristianismo toleró, sin luchas ni protestas, la usurpación sin precedentes de los sacerdotes quienes, sin credenciales ni testimonio, se arrogaron, de un momento a otro, los poderes divinos en relación con la Eucaristía y, con la fuerza de una apelación ficticia a Cristo, pusieron sobre los pecadores bautizados la carga onerosa de la penitencia pública como condición indispensable para el perdón de los pecados.

En cuanto al "sacerdocio universal" en el cual basa el protestantismo su negación del sacerdocio especial, puede decirse que los católicos creen también en un sacerdocio universal; éste, sin embargo, no excluye, ni mucho menos, un sacerdocio especial, sino que presupone su existencia, dado que los dos están relacionados tanto en lo general como en lo particular, lo abstracto y lo concreto, en lo figurativo y en lo real. El cristiano corriente no pude ser un sacerdote en el sentido estricto de la palabra, puesto que no puede ofrecer un sacrificio real sino sólo el sacrificio figurativo de la oración. Por esta razón, el desarrollo dogmático histórico no siguió ni pudo haber seguido el curso que habría seguido si se hubieran enfrentado en la Iglesia primitiva dos corrientes de pensamiento opuestas (es decir, el sacerdocio universal versus el sacerdocio especial) disputándose la supremacía hasta que una de las dos hubiera sido vencida. La historia del dogma señala, por el contrario, que ambos conceptos avanzaron de manera armónica a través de los siglos y nunca han desaparecido del pensamiento católico. De hecho, el concepto profundo y hermoso del sacerdocio universal puede rastrearse a partir de Justino Martir (Dial. cum Tryph., cxvi), Ireneo, (Adv. hær., IV, viii, 3), y Origenes ("De orat.", xxviii, 9; "In Levit.", hom. ix, 1), hasta Agustín (De civit. Dei, XX, x) y León Magno (Sermo, iv, 1), y luego a Santo Tomás (Summa, III, Q. lxxxii, a. 1) y el Catecismo Romano. Sin embargo, todos estos autores reconocieron, junto con el Sacrificio de la Misa, el sacerdocio especial en la Iglesia. El origen del sacerdocio universal se remonta, como se sabe, a San Pedro, quien declara a los fieles, en su carácter de cristianos, como "sacerdocio santo, llamado a ofrecer víctimas espirituales" y "pueblo elegido, sacerdocio real" (I Pedro, ii, 5, 9). *** Sin embargo, el mismo texto indica que el Apóstol se refería únicamente a un sacerdocio figurado, puesto que las "víctimas espirituales" eran oraciones y el término "real" (regale, basileion) sólo pudo haber tenido un significado

metamórfico para los cristianos. Los gnósticos, los montanistas y los cataristas, quienes, en sus ataques contra el sacerdocio especial han aplicado mal la metáfora, fueron tan ilógicos como los reformistas, puesto que los dos conceptos, sacerdocio real y sacerdocio figurado, son muy compatibles. Teniendo en cuenta lo anterior, es evidente que sólo el clero católico tiene derecho a ser designado "sacerdocio", puesto que sólo sus sacerdotes tienen un sacrificio verdadero y real que ofrecer: la Santa Misa. Por consiguiente, los anglicanos, que rechazan el Sacrificio de la Misa, caen en la inconsistencia al referirse a su clero como compuesto de "sacerdotes". Los predicadores en Alemania, con mucha lógica y cierta indignación, rechazan este título.

B. La Posición Jerárquica del Presbiterado

Descrita en pocas palabras, la relación del sacerdote con el obispo y el diácono es la de una persona intermedia que, desde el punto de vista jerárquico, está subordinado al obispo y es superior al diácono (cf. Concilio de Trento, Sess. XXVI, can. vi). Mientras que la preeminencia del obispo sobre el sacerdote radica básicamente en su facultad de impartir el sacramento del Orden Sagrado, la del sacerdote sobre el diácono se basa en su facultad de consagrar e impartir la absolución (cf. Concilio de Trento, loc. cit., cap. iv; can. i y vii). La independencia del diaconado aparece en una época más temprana y de forma más clara, en fuentes más antiguas que las del sacerdocio, debido, principalmente, a la prolongada y constante fluctuación en el significado de los títulos de obispo y presbítero que, hasta mediados del siglo II, fueron intercambiables y sinónimos. Es probable que hubiera, de hecho, una razón para esta imprecisión, debido a que la distinción jerárquica entre el obispo y el sacerdote parece haberse desarrollado en forma gradual. Epifanio (Adv. hær., lxxv, 5) explicó esta incertidumbre al suponer que los sacerdotes se nombraban en algunos lugares donde no había obispo, mientras que en otras partes, donde no había candidatos al sacerdocio, las personas aceptaban tener un obispo que, sin embargo, no podía ejercer sin la ayuda de un diácono. El Cardenal Franzelin ("De eccles. Christi", 2nd ed., Roma, 1907, thes. xvi) da buenas bases para el concepto que sostiene que en la Biblia los obispos se mencionan con el nombre de presbíteros, mientras que los simples sacerdotes no reciben nunca el nombre de obispo. Sin embargo, el problema está muy lejos de resolverse, dado que en la Iglesia primitiva aún no se tenían nombres determinados para las distintas órdenes; estos debían deducirse del contexto según las funciones características desempeñadas. La adopción del uso de los griegos paganos, que tenían sus episkopoi y

presbyteroi, no resuelve este interrogante, como lo ha demostrado Ziebarth ("Das griechische Vereinswesen", Leipzig, 1896) en respuesta a Hatch y Harnack. Cualquier intento por aclarar este aspecto deberá tener en cuenta los distintos usos en los diferentes países (por ejemplo, en Palestina, en Asia Menor). En algunos lugares, los "presbíteros" pueden haber sido verdaderos obispos y en otros sacerdotes en el verdadero sentido de la palabra, mientras que en otras partes pueden haber sido simples funcionarios administrativos o ancianos meritorios elegidos para representar a la iglesia local en sus relaciones externas (ver JERARQUÍA DE LAS PRIMERAS ÉPOCAS DE LA IGLESIA).

Al igual que los escritos apostólicos, el "Didache", Hermas, Clemente de Roma, e Ireneo suelen utilizar indistintamente los términos "obispo" y "sacerdote". De hecho, saber si el presbiterado se desarrolló de manera gradual como una rama del episcopado, lo que, por naturaleza, es más probable, y más fácil de entender, teniendo en cuenta las necesidades de la Iglesia en expansión, o si, por otra parte, el episcopado tuvo su origen en la elevación del presbiterado a un rango más alto (Lightfoot), algo más difícil de admitir, ha sido un punto de controversia. Por otra parte, ya a principios del siglo II, Ignacio de Antioquía (Ep. ad Magnes., vi y passim) destaca con gran claridad la distinción jerárquica entre los obispos, los sacerdotes y los diáconos monárquicos. Enfatiza esta tríada como esencial para el establecimiento de la Iglesia: "Sin estos [tres] no podría llamarse Iglesia" (Ad Trall., iii). No obstante, según la ley de la continuidad histórica, esta diferenciación entre las órdenes tiene que haber existido en forma sustancial y embrionaria durante el siglo I; y, de hecho, San Pablo ( (I Tim., v, 17, 19) menciona a los "presbíteros" que estaban subordinados al obispo real, Timoteo. Sin embargo, no hay ambigüedad entre los autores latinos. Tertuliano (De bapt., xvii) se refiere al obispo como al "sumo sacerdote" bajo cuyo mando están los "presbíteros y los diáconos"; y Cipriano (Ep. lxi, 3) habla de los "presbyteri cum episcopo sacerdotali honore conjuncti", es decir, los sacerdotes unidos por la dignidad sacerdotal con el obispo (ver OBISPO).

Aproximadamente en el año 360, mucho tiempo después de terminado el desarrollo de las órdenes, Aërius de Pontus se atrevió por primera vez a obliterar la distinción entre las órdenes sacerdotal y episcopal y a considerarlas a un mismo nivel en cuanto a sus facultades. Por esto fue contado entre los herejes por Epifanio (Adv. hær., lxxv, 3). El testimonio de San Jerónimo (muerto en el año 420), a quien los escoceses presbiterianos citan a nombre de la constitución presbiteriana

de la Iglesia, presenta algunas dificultades, cuando parece aseverar la plena igualdad entre sacerdotes y obispos. Es cierto que Jerónimo se esforzó por elevar la dignidad del sacerdocio a costa de la dignidad del episcopado y por atribuir la superioridad del obispo "a una costumbre eclesiástica más que a un reglamento Divino" (En Tit., i, 5: "Episcopi noverint se magis consuetudine quam dispositionis dominicæ veritate presbyteris esse majores"). Deseaba una constitución más democrática en la que los sacerdotes, hasta entonces injustamente despreciados, tuvieran participación y urgió la corrección del abuso, diseminado a partir del siglo III, por el que los archidiáconos, como "la mano derecha" de los obispos, controlaban toda la administración diocesana (Ep. cxliv ad Evangel.). Queda en evidencia el hecho de que Jerónimo no está en contra de los rangos jerárquicos (potestas ordinis) de los obispos sino de sus facultades de gobierno (potestas jurisdictionis)-y esto no tanto en principio, sino únicamente para insistir que los diáconos debían ser retirados de esa posición que habían usurpado y que los sacerdotes debían asumir ese cargo oficial al que tenían derecho por su mayor rango. El grado hasta el que Jerónimo llegaba a ser prácticamente un seguidor de Aërius como precursor del presbiterianismo, queda claro con su importante admisión de que únicamente los obispo, y no los sacerdotes, tienen la facultad de administrar el sacramento del orden (loc. cit. en P.L., XXII, 1193: "Quid enim facit--excepta ordinatione-episcopus quod presbyter non faciat?"). Al admitir este hecho, Jerónimo establece su ortodoxia.

C. El Carácter Sacramental del Presbiterado

El Concilio de Trento decretó (Sess. XXIII, can. iii, en Denzinger, n. 963): "Si alguno dijere que el orden o la sagrada ordenación no es real y verdaderamente un sacramento instituido por Cristo Nuestro Señor. . .sea anatema". Aunque el sínodo definió únicamente la existencia del Sacramento del Orden Sagrado, sin decidir si todos los demás órdenes, o sólo algunos, corresponden a esta definición, se admite que la ordenación sacerdotal posee, aún con mayor certeza que las ordenaciones episcopal y diaconal, la dignidad de un sacramento (cf. Benedicto XIV, "De syn. dioces.", VIII, ix, 2). Los tres aspectos esenciales de un sacramento: los signos externos, la gracia interior y el haber sido instituida por Cristo, son todas condiciones presentes en la ordenación sacerdotal.

En cuanto a los signos externos, ha habido una prolongada controversia entre los teólogos, por muchos años, en cuanto a la materia y la forma, no sólo de la ordenación sacerdotal sino del sacramento del Orden Sagrado en general. ?Debe considerarse como materia esencial del sacramento solamente la imposición de las manos (Bonaventure, Morin, y la mayoría de los teólogos modernos) o la presentación de los instrumentos (Gregorio de Valencia, los tomistas), o deben considerarse estos dos hechos como materia del sacramento en conjunto (Bellarmine, De Lugo, Billot etc)?. En cuanto a la ordenación sacerdotal en sí misma, que es la que aquí nos interesa, la diferencia de conceptos se explica por el hecho de que, además de las tres imposiciones de las manos, el rito incluye la entrega que se hace al candidato el cáliz lleno de vino y la patena con la hostia. En relación con esto último, Eugenio IV dice expresamente en su "Decretum pro Armenis" (1439; en Denzinger, n. 701): "El sacerdocio se confiere mediante la entrega del cáliz con el vino y la patena con el pan". Sin embargo, dado que en la Biblia (Hechos, xiii, 3; xiv, 22; I Tim., iv, 14; v, 22; II Tim., i, 6), en toda la literatura patrística y en todo el oriente sólo se encuentra la imposición de las manos, mientras que aún en occidente la presentación de los vasos sagrados no se remonta más allá del siglo X, hay que admitir, por fuerza, desde el punto de vista teórico, que esta última ceremonia no es esencial, como la solemne unción de las manos del sacerdote que, evidentemente, ha sido tomada prestada del antiguo testamento y pasó del rito gálico al romano (cf. "Statuta ecclesiæ antiquæ" en P.L., LVI, 879 sqq.). En defensa de la unción, el Concilio de Trento condenó a quienes la declaraban "despreciable y perniciosa" (Sess. XXXIII, can. v). En lo que se refiere a la forma sacramental, podría aceptarse como probable que la oración que acompaña la segunda extensión de las manos (cheirotonia) es la forma esencial, aunque no se descarta que las palabras pronunciadas por el obispo durante la tercera imposición de las manos (cheirothesia): "Recibid el Espíritu Santo, a quienes les perdonéis los pecados les serán perdonados, etc", constituya una forma parcial. La primera imposición de las manos por el obispo (y los sacerdotes) no puede considerarse como forma, dado que se realiza en silencio, aunque también puede tener importancia esencial si se tiene en cuenta que la segunda extensión de las manos es sólo la continuación moral de la primera vez que se toca la cabeza del ordinandus (cf. Gregorio IX, "Decret.", I, tit. xvi, cap. III). Las más antiguas fórmulas, por ejemplo el "Euchologium" de Serapio de Thmuis (cf. Funk, "Didascalia", II, Tübingen, 1905, 189), las "Constituciones Pseudo-Apostólicas" (Funk, loc. cit., I, 520), el recientemente descubierto "Testamento del Señor"(ed. Rahmani, Mainz, 1899, p. 68), y los Cánones de Hipólito (ed. Achelis, Leipzig, 1891, p. 61)-contienen sólo una imposición de manos con una corta oración que acompaña este acto. En el siglo XI, el rito mozárabe es bastante sencillo (cf. "Monum. liturg.", V, Paris, 1904, pp. 54 sq.), mientras que, por el contrario, el rito armenio de la Edad Media

es de una gran complejidad (cf. Conybeare-Maclean, "Rituale Armenorum", Oxford, 1905, pp. 231 sqq.). En el rito griego bizantino, el obispo, luego de trazar tres signos de la cruz, coloca su mano derecha sobre la cabeza del ordinandus, mientras reza una oración y luego, mientras ora en secreto, sostiene la mano extendida sobre el candidato e invoca sobre él los siete dones del Espíritu Santo (cf. Goar, "Euchol. Græc.", Paris, 1647, pp. 292 sqq.). Para otras fórmulas de ordenación ver Denzinger, "Ritus Orientalium", II (Würzburg, 1864); Manser en Buchberger, "Kirchliches Handlexikon", s.v. Priesterweihe.

Como sacramento de vivos, el sacramento del Sagrado Orden presupone la posesión de la gracia santificante y confiere, por lo tanto, además del derecho a las gracias actuales de la función sacerdotal, un incremento de la gracia santificante (cf. "Decret. pro Armenis" en Denzinger, n. 701). Sin embargo, en todos los casos, ya sea que el candidato se encuentre o no en estado de gracia santificante, el sacramento imprime en el alma una marca espiritual indeleble (cf. Concilio de Trento, Sess. VII, can. ix, en Denzinger, n. 852), es decir, el carácter sacerdotal al que van permanentemente ligadas las facultades de consagrar y absolver, aunque esta última bajo reserva de que, para la administración válida del sacramento de la Penitencia, se requiere también la jurisdicción (ver CARÁCTER). Dado que el carácter sacerdotal, al igual que el que confieren los Sacramentos del Bautismo y la Confirmación, es indeleble, el Sacramento del Orden no puede repetirse nunca y es totalmente imposible volver al estado laical (cf. Concilio de Trento, Sess. XXIII, can. iv, en Denzinger, n. 964). Que el Orden Sacerdotal fue instituido por Cristo queda comprobado no sólo por la institución Divina del sacerdocio (ver la sección A de este artículo), sino también por el testimonio de las Sagradas Escrituras y de la Tradición que declaran, de manera unánime que los Apóstoles transmitieron sus facultades a sus sucesores, quienes, a su vez, las transmitieron a la siguiente generación (cf. I Tim., v, 22). Puesto que los dones carismáticos de los "apóstoles y profetas" mencionados en la "Didache" no tenían nada que ver con el sacerdocio como tal, estos misioneros itinerantes necesitaban aún la imposición de las manos a fin de quedar facultados para desempeñar las funciones específicas del sacerdocio (ver CARISMAS) .

Para la recepción válida del Sacramento del Orden, es necesario que el ministro sea un obispo y que quien lo recibe sea bautizado y del sexo masculino. El primer requisito se basa en la prerrogativa episcopal de la ordenación y el segundo en la convicción de que el Bautismo abre

la puerta para la recepción de todos los demás sacramentos y de que a las mujeres les está definitivamente vedado el servicio del altar (cf. Epiphanius, "De hær.", lxxix, 2). San Pablo es defensor acérrimo del sacerdocio exclusivamente masculino (cf. I Cor., xiv, 34). En lo que se refiere a este aspecto, hay una diferencia esencial entre la cristiandad y el paganismo ya que este último reconoce tanto a las sacerdotisas como a los sacerdotes; por ejemplo, las hieródulas de la Antigua Grecia y las vírgenes vestales de Roma, las bayaderas de la India, las wu de China y las mujeres bonzo de Japón. La Iglesia primitiva condenaba como un absurdo el sacerdocio femenino de los montanistas y los coliridianos y no consideró nunca la institución apostólica de las diaconesas como una rama del Orden Sagrado. Para la recepción lícita de la ordenación sacerdotal, el derecho canónico exige: estar libre de cualquier irregularidad, tener veinticuatro años cumplidos, la recepción de los órdenes anteriores (incluyendo el diaconado), la observación de los intersticios regulares y la posesión de un título al momento de la ordenación.

Además de los requisitos para la recepción válida y legal del sacerdocio, surge un interrogante en cuanto a los méritos del candidato. Según el derecho canónico antiguo, este aspecto se dirimía mediante tres balotas (scrutinia); ahora se decide por examen y certificación oficiales. Uno de los medios más importantes de obtener candidatos meritorios al sacerdocio es una cuidadosa inquisición relacionada con las vocaciones. Los intrusos en el santuario siempre han sido motivo de grandes males para la Iglesia y de escándalo para el pueblo. Por esta razón el Papa Pío X, con mucho mayor rigor que el de las reglamentaciones eclesiásticas previas, insiste en la exclusión de todos los candidatos que no muestren la mayor promesa de una vida conspicua en cuanto a firmeza de fe y rectitud moral. En este aspecto, habrá que enfatizar al máximo la importancia y la necesidad de colegios y seminarios eclesiásticos para la capacitación del clero.

D. Las Facultades Oficiales del Sacerdote

Como ya se ha dicho, las facultades oficiales del sacerdote están estrechamente relacionadas con el carácter sacramental, impreso indeleblemente en su alma. Junto con este carácter se confiere no sólo la facultad de celebrar al Sacrificio de la Misa y la facultad (virtual) de perdonar los pecados, sino también la autoridad para administrar la

unción de los enfermos y, como ministro regular, el solemne bautismo. Sólo por virtud de una facultad extraordinaria, recibida del Papa, puede un sacerdote administrar el Sacramento de la Confirmación. Si bien el conferir los tres órdenes sacramentales del episcopado, el presbiterado y el diaconado corresponden exclusivamente al obispo, el Papa puede delegar a un sacerdote la administración de los cuatro órdenes menores, e inclusive del subdiaconado. Sin embargo, según el derecho canónico actual, el permiso papal conferido a los abades de los monasterios está limitado a conferir la tonsura y los cuatro órdenes menores a sus monjes (cf. Concilio de Trento, Sess. XXIII de Ref., cap. x). En cuanto al privilegio de conferir el diaconado, que según dicen fue otorgado por Inocencio VIII en 1489 a los abades cistercienses, ver Gasparri, "De sacr. ordin.", II (Paris, 1893), n. 798, y Pohle, "Dogmatik", III (4th ed., Paderborn, 1910), pp. 587 sqq. Pertenece también a las funciones sacerdotales la facultad de administrar las bendiciones eclesiásticas y sacramentales, en general, en la medida en que no estén reservadas al papa o a los obispos. Al predicar la Palabra de Dios, el sacerdote participa en la función docente de la Iglesia, aunque siempre como subordinado del obispo y únicamente dentro del ámbito del deber que le haya sido asignado por éste como pastor, cura, etc. Por último, el sacerdote puede participar en la tarea pastoral, en la medida en que el obispo se la encomiende, con una función eclesiástica definida que abarca una jurisdicción más o menos extensa, indispensable sobre todo, para la absolución válida de los pecados de los penitentes. Algunos privilegios honorarios externos como por ejemplo, aquellos conferidos a los sacerdotes cardenales, prelados, conciliares eclesiásticos, etc., no incrementan la dignidad intrínseca del sacerdocio.

LA CONTRIBUCIÓN CIVILIZACIÓN

DEL

SACERDOCIO

CATÓLICO

A

LA

Pasando a otro plano, más allá de las bendiciones supernaturales de las que se beneficia la humanidad, como resultado de las oraciones del sacerdocio, de la celebración del Santo Sacrificio y de la administración de los sacramentos, nos limitaremos aquí a la civilización secular que, a través del sacerdocio católico, se ha difundido a todas las naciones y ha hecho florecer plenamente la religión, la moralidad, la ciencia, el arte y la industria. Si la religión, en términos generales, es la madre de todas las culturas, hay que reconocer que el cristianismo es la fuente, la medida y el semillero de toda verdadera civilización. La

Iglesia, la más antigua y más exitosa maestra de la humanidad, ha desempeñado en cada siglo un servicio pionero en todos los sectores de la cultura. A través de sus entidades, los sacerdotes y en especial, los miembros de las órdenes religiosas, han guiado a los fieles hacia la luz de la moralidad y la educación cristianas ?qué hubiera sido de los países de las costas mediterráneas durante la época de la migración de las naciones (a partir del año 375), si los papas, los obispos y el clero no hubieran apaciguado a las hordas germánicas convirtiéndolas del arrianismo al catolicismo y sacándolas del orden hacia el que había evolucionado el barbarismo? Lo que Irlanda le debe a San Patricio, se lo debe Inglaterra a San Agustín, quien, enviado por el Papa Gregorio Magno, trajo no sólo el Evangelio, sino un nivel más alto de moralidad y cultura. Mientras brillaba así, intensamente, la luz de la cristiandad en toda su plenitud en Irlanda y Gran Bretaña, parte de Alemania estaba todavía sumida en la oscuridad del paganismo. Bandas de misioneros de la Isla de los Santos trajeron entonces al continente el mensaje de la salvación y establecieron nuevos centros de cultura. El gran trabajo de Carlomagno de unificar todas las tribus germanas en un imperio fue sólo el fruto gloriosos de la semilla plantada por San Bonifacio de Certon (muerto en el año 755) en tierra alemana y regada con sangre de mártires. La Iglesia de la Edad Media, ahora en el poder, continuó propagando el Evangelio en tierras paganas a través de sus sacerdotes. Fueron los misioneros quienes trajeron a Europa las primeras noticias de la existencia de China. En el año 1246, tres franciscanos, comisionados por el Papa, asistieron a una audiencia ante el emperador de los mongoles; en el año1306, se construyó la primera Iglesia cristiana en Pekín. Desde el Volga hasta el Desierto de Gobi, los franciscanos y dominicos cubrieron el territorio con sus centros de misiones. En el siglo XVI, el celo de las órdenes más antiguas se vio igualado por el de los jesuitas, a uno de cuyos miembros, San Francisco Javier, debe asignársele un lugar de honor; sus logros en las Reducciones de Paraguay son tan innegables como los enormes servicios prestados en los Estados Unidos. En lo que respecta a las colonias francesas en América, el historiador estadounidense Bancroft señala que no se fundó ninguna cuidad importante, ni se exploró ningún río, ni se circunnavegó ningún cabo sin un jesuita como guía. Aún si las declaraciones sesgadas de Bucle fueran ciertas, en relación con el hecho de que la cultura no es el resultado de la religión sino viceversa, podríamos señalar el trabajo de los misioneros católicos que se esfuerzan por hacer que los salvajes de tierras paganas alcancen un nivel más alto de moralidad y civilización y trasformarlos así en cristianos decentes.

A la saga de la religión viene su compañera inseparable, la moralidad; la combinación de estas dos formas es requisito previo

indispensable para la continuidad y vitalidad de toda la civilización de más alto nivel. La decadencia de la cultura ha sido siempre preconizada por un reino de incredulidad e inmoralidad; la Caída del Imperio Romano y la Revolución Francesa son ejemplos fehacientes. Lo que logró la Iglesia en el curso de los siglos para elevar la norma de moralidad en el sentido más amplio de la palabra, mediante la inculcación del Decálogo, el pilar de la sociedad humana, con la promulgación del mandamiento del amor a Dios y al prójimo, con la predicación de la pureza en la vida célibe, marital y familiar, en su batalla contra la superstición y las costumbres malignas, a través de la práctica de los tres consejos de pobreza, obediencia y pureza perfecta voluntarias, al presentar la "imitación de Cristo" como el ideal de la perfección cristiana, se puede comprobar sin lugar a dudas en los registros de los últimos veinte siglos. La historia de la Iglesia es a la vez la historia de su actividad caritativa ejercida a través del sacerdocio. Es cierto que ha habido oleadas de degeneración e inmoralidad que han llegado, en ocasiones, hasta la cátedra papal y han resultado en una corrupción generalizada de los pueblos y en la apostasía de la Iglesia. La heroica lucha de Gregorio VII (muerto en 1085) contra la simonía y la incontinencia del clero es muestra palpable de como restauró la sal de la tierra que se había tornado sosa y le devolvió su antigua fuerza y su antiguo sabor.

Las clases más desgraciadas y oprimidas de la humanidad son los esclavos, los pobres y los enfermos. Nada contrasta tanto con las ideas de la personalidad humana y la libertad cristiana como la esclavitud de las tierras paganas. En un comienzo, los esfuerzos de la Iglesia se orientaron a librar a la esclavitud de su característica más repulsiva enfatizando la igualdad y la libertad de todos los hijos de Dios (cf. I Cor., vii, 21 sqq.; Filem., 16 sqq.), luego se encaminaron a mejorar, en la medida de lo posible, la situación de los esclavos y, por último, se centraron en lograr la abolición de este yugo infame. La lentitud del movimiento orientado a abolir la esclavitud, cuyo triunfo final sobre los traficantes de esclavos africanos se logró gracias a una cruzada del cardenal Lavigerie (muerto en 1892), se debió la necesidad de tener en cuenta los derechos económicos de los amos y el bienestar personal de los esclavos mismos, puesto que la proclamación abierta de "Los Derechos del Hombre" habría dejado en las calles a millones de esclavos indefensos y sin medios de supervivencia. La emancipación implicaba la obligación de ocuparse de las necesidades corporales de los libertos y, siempre que se llevó a cabo el experimento, fue el clero el que se hizo cargo de esta obligación. Congregaciones especiales como las de los trinitarios y los mercedarios, se dedicaron exclusivamente a la liberación y rescate de los prisioneros y esclavos en tierras paganas, sobre todo en territorio mahometano. Fue la compasión cristiana por los indios débiles

y decadentes lo que sugirió al monje español De las Casas la desafortunada idea de importar los fornidos negros de África para que trabajaran en las minas americanas. El noble monje nunca sospechó que su idea pudiera dar lugar al escandaloso tráfico de esclavos negros, como lo atestigua la historia de los tres siglos siguientes En lo que se refiere a remediar las necesidades de los pobres y enfermos, un solo sacerdote, San Vicente de Paul (muerto en 1660), logró más en todos los aspectos de esta labor que muchas ciudades y estados en conjunto. No cabe analizar aquí los servicios del clero en general, en lo que se refiere al ejercicio de la caridad (ver CARIDAD Y CARIDADES). Sin embargo, se puede anotar que la famosa Escuela de Salerno, la primera y más famosa, y por muchos siglos la única, facultad de medicina de Europa, fue fundada por los benedictinos quienes trabajaban en parte como médicos y en parte en la formación de médicos debidamente capacitados para ejercer en todo el continente europeo. Entre los más recientes pioneros en el campo de la caridad y el trabajo social cabe mencionar al "apóstol de la templanza", el padre irlandés Theobald Matthew y al sacerdote alemán Kolping, conocido como el "Padre de los viajeros" (Gesellenvater),.

Estrechamente relacionada con lo moralmente bueno está la idea de lo verdadero y lo bello, el objeto de la ciencia y del arte. El clero católico ha demostrado ser, en todo momento, patrono de la ciencia y de las artes, en parte por sus propios logros en estos campos y en parte por el aliento y apoyo del trabajo de terceros. El que la teología como ciencia encontrara su sitio entre el clero era algo de esperarse; sin embargo, durante la Edad Media todo el ámbito de la educación estuvo controlado de forma tan exclusiva por el sacerdocio, que la diferenciación eclesiástica entre clericus (clérigo) y laicus (lego) se convirtió en la diferenciación social entre las personas educadas y las ignorantes. De no haber sido por los monjes y los clérigos, se hubiera perdido la literatura clásica antigua. Un filósofo e historiador medieval sostiene: "Es extraño que, después de la caída de la erudición romana, los anales de un pueblo tan inculto como eran los ingleses, se hayan trasmitido a la posteridad al igual que los de otras naciones europeas, de forma tan completa y con tan poca mezcla de falsedad y fábula. Esta ventaja se debe en su totalidad al clero de la Iglesia de Roma que, basado en su autoridad y en su conocimiento superior, preservó la preciosa literatura de la antigüedad de la extinción total" (Hume, "Hist. de Inglaterra", cap. xxiii, Ricardo III). Entre los historiadores ingleses, Gildas el Sabio, el Venerable Beda, y Lingard conforman un ilustre triunvirato. La idea del progreso científico, utilizada inicialmente por Vincent of Lerins en relación con la teología y transferida luego a las

otras ciencias, es de origen puramente católico. El lema moderno de "La educación para todos", fue pronunciado por primera vez por Inocencio III. Antes de la fundación de las primeras universidades, que también deben su existencia a los papas, funcionaban ya famosas escuelas catedralicias y otras instituciones científicas que se ocupaban de propagar el conocimiento secular. El padre de la educación pública en Alemania es Rhabanus Maurus. Entre los antiguos centros de civilización cabe mencionar, entre los de primer rango, los de Canterbury, la isla de Iona, Malmesbury y York en Gran Bretaña; los de Paris, Orléans, Corbie, Cluny, Chartres, Toul, y Bec en Francia; los de Fulda, Reichenau, St. Gall, y Corvey en Alemania. El que, durante la Edad Media, el clero estuviera encargado del funcionamiento de estas universidades es por demás sorprendente: en 1340, la Universidad de Oxford tenía no menos de 30.000 estudiantes y, en 1538, cuando, según Lutero, las universidades alemanas estaban casi desiertas, unos 20.000 estudiantes se fueron a Paris.

También, en los lugares donde había escuelas primarias, éstas eran dirigidas por sacerdotes. Carlomagno ya había expedido el capitulario "Presbyteri per villas et vicos scholas habeant et cum summa charitate parvulos doceant", esto es, "Los sacerdotes tendrán escuelas en pueblos y aldeas y enseñarán a los niños con suma dedicación". El arte de la impresión fue recibido por toda la Iglesia, desde el menor de los clérigos hasta el papa como "arte sacro". Casi toda la producción de libros durante el siglo XV se orientó a satisfacer el gusto del clero por la lectura, lo que impulsó el desarrollo del comercio del libro. La queja de Erasmo era: "Los vendedores de libros sostienen que antes de la Reforma podían vender 3000 volúmenes en menos tiempo del que ahora les toma vender 600" (ver Döllinger, "Die Reformation, ihre innere Entwickelung u. ihre Wirkungen", I, Ratisbon, 1851, p. 348. El Humanismo Temprano, fomentado ampliamente por los papas Nicolás V y León X, contaba entre sus entusiastas seguidores con muchos clérigos católicos como Petrarca y Erasmo; la Escuela Humanista Tardía, muy influida por el paganismo, no encontró respaldo entre el clero católico sino, en gran medida, una fuerte y generalizada oposición. Los más prominentes escritores españoles del siglo XVII fueron sacerdotes: Cervantes, Lope de Vega, Calderon, etc. En Oxford en es siglo XIII, los franciscanos adquirieron fama por su destreza en las ciencias naturales y el arzobispo Grosseteste gozó de gran influencia. Fray Roger Bacon (muerto en 1249), fue famoso por sus conocimientos científicos, al igual que Gerbert of Rheims y, después de él, el Papa Silvestre II, Alberto Magno, Raymond Lully, y Vincent of Beauvais. Copernico, canónigo de Thorn, es el fundador de la astronomía moderna, campo en el cual, aún hoy, en especial los jesuitas (p.ej. Scheiner, Clavius, Secchi, Perry), han

hecho importantes contribuciones. A Fray Mauro de Venecia (muerto en 1459) le debemos la primera carta (o mapa) geográfica. El jesuita español Hervas y Panduro (muerto en 1809), es el padre de la filología comparativa; el carmelita Paolino di san Bartolomeo, fue el autor de la primera gramática sánscrita (Roma, 1790). Las bases de la crítica histórica provienen de las obras y los estudios del Cardenal Baronius (muerto en 1607), los monjes de San Maur, y los bolandistas. Un estudio de la historia del arte revelaría un número proporcionalmente mayor de apóstoles de las bellas artes entre el clero católico de todos los siglos. Desde las pinturas de las catacumbas hasta los frescos de Fray Angélico y de ahí a la escuela de Beuron, encontramos múltiples sacerdotes no tanto artistas, propiamente dichos, sino mecenas de las artes. El clero ha contribuido en gran medida a justificar lo que el célebre escultor Canova le escribiera a Napoleón I: "El arte tiene una deuda infinitamente con la religión, pero con ninguna tanto como con la religión católica".

El fundamento de la cultura superior es la cultura material o económica que, a pesar de la técnica y la maquinaria modernas, radica en último término en el trabajo humano. Sin la energía del trabajador, que consiste en la fuerza y la voluntad de realizar el trabajo, ninguna cultura puede prosperar. No obstante, el sacerdocio católico, más que cualquier otro estamento, ha alabado de palabra y comprobado con obras el valor y la bondad del trabajo que requieren las labores como la agricultura, la minería y la artesanía. La maldición y el desdeño que el paganismo vertió sobre el trabajo manual fueron eliminados por el cristianismo. Inclusive Aristóteles (Polit., III, iii) llegó a anatematizar el trabajo manual como "filisteo" y las ocupaciones más humildes como "indignas de un hombre libre". ?A quiénes, si no a los monjes católicos, se les debe, principalmente en Europa, la tala de los bosques primitivos, los planes de drenaje e irrigación, el cultivo de nuevas frutas y cosechas, la construcción de caminos y puentes? En Europa oriental, los basilianos, en Europa occidental, los benedictinos y más tarde los cistercienses y los trapistas, trabajaron en el cultivo de la tierra y erradicaron las fiebres de múltiples distritos tornándolos habitables. La minería y la fundición deben igualmente su desarrollo y, hasta cierto punto su origen, al agudo sentido económico de los monasterios. Para dar una base científica a toda la vida económica de las naciones, los primeros obispos y sacerdotes católicos establecieron las bases de la ciencia de la economía nacional: entre ellos, Duns Scotus (muerto en 1308), Nicholas Oresme, obispo de Lisieux (muerto en 1382), San Antonio de Florencia (muerto en 1459), y Gabriel Biel (muerto en 1495). La Iglesia y el clero se han esforzado, por lo tanto, en desarrollar, en todas las esferas y en todos los siglos, el programa que León XIII declarara como el ideal de la Iglesia Católica, en su famosa encíclica "Immortale Dei" del 1? de

noviembre de 1885: "Imo inertiæ desidiæque inimica [Ecclesia] magnopere vult, ut hominum ingenia uberes ferant exercitatione et cultura fructus". Su "alejamiento del mundo", que con tanta frecuencia se les reprocha, o su "hostilidad hacia la civilización" a la que con tanta frecuencia los ignorantes ha hecho eco, nunca han impedido a la Iglesia ni a su clero cumplir su llamado como entidad civilizadora de primer orden, y refutar así todas las calumnias con la lógica de los hechos.