Resumen Libro Inteligencia Emocional Daniel Goleman

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Resumen Libro: Iteligencia Emocional. Partes I y II IQ vs Inteligencia Emocional. Para comenzar, es necesario aclarar por qué la inteligencia académica poco tiene que ver con la inteligencia emocional. Actualmente, no se ha registrado ninguna conexión entre el coeficiente intelectual de una persona y su bienestar emocional a nivel estadístico. En otras palabras, un individuo que posea un IQ elevado puede ser un auténtico genio del sentimiento humano o un mono jugando a la ruleta rusa. Obviamente, esto no implica que el IQ sea una medida totalmente inservible. Quizás alguien que no obtenga buenas calificaciones en matemáticas no debería aspirar a ser físico cuántico o ingeniero de telecomunicaciones, pero seguramente sería capaz de ser un buen senador o hacer un millón de dólares si su manejo de las emociones es óptimo.

Un famoso estudio siguió la pista a 95 estudiantes de la universidad de Harvard desde el año 1940 durante su vida adulta. Adivina qué: aquellos que habían sacado mejores notas en la facultad no eran particularmente exitosos en comparación con los que no destacaron por encima de la media, ni tampoco más felices o más productivos. La evidencia científica testifica que la gente emocionalmente adepta – es decir, la que controla mejor sus propias pasiones  y es capaz de interpretar las de los demás para lograr una mejor interacción con ellos – se sitúan en una posición aventajada con respecto en cualquier área de su vida, ya sea una relación romántica, un cargo público o un examen de lengua y literatura. ¿Entiendes ahora su verdadera magnitud? En este aspecto, la teoría de las inteligencias múltiples de Howard Gardner juega un papel fundamental. Él piensa que no existe únicamente un tipo de inteligencia que determine por completo la realización vital, sino que hay un espectro de disciplinas tan dispares como la inteligencia lógico-matemática, la lingüística, la naturalista o la musical.

En este sentido, se podría ver la inteligencia emocional como la suma de la inteligencia interpersonal – que consiste en discernir y responder convenientemente al estado anímico, temperamento, deseos y sentimientos del prójimo – y la inteligencia intrapersonal – que consiste en ser dueño de las emociones de uno mismo-. En definitiva, intra – cómo nos relacionamos con nosotros mismos – e inter – cómo nos relacionamos con los demás -. Todo con un único objetivo: tomar las decisiones que maximicen nuestra calidad de vida. Y esta tarea no corresponde solamente a la lógica, puesto que, por sí sola, no puede elegir aspectos tan determinantes como qué actividad laboral desempeñar o con quién iniciar una relación afectiva.

¿Cuál es la definición de inteligencia emocional? La inteligencia se puede entender desde la acepción de intelliger, esto es, “seleccionar entre”. Cuando uno es inteligente significa que, entre todo lo posible escogerá lo más adecuado a la situación. Ergo, la inteligencia emocional implica que, entre todas las respuestas emocionales que se encuentran a disposición del individuo, elija la más apropiada para el estímulo externo en cuestión, es decir, la más adaptativa.

Funcionamiento del cerebro. La primera parte del libro contiene nuevos descubrimientos acerca de la arquitectura cerebral que dotan de una explicación elocuente a todos esos momentos donde nuestra racionalidad queda totalmente desconcertada y

sacudida por emociones adversas. Dicho de otro modo, hay veces en las que los sentimientos arrasan a la razón. Y es que todos nosotros estamos biológicamente programados para actuar en base a nuestras emociones. No obstante, la pregunta esencial es cómo lo estamos, y es aquí donde entran en juego factores como el entorno, la genética y la experiencia vital. Por ejemplo, la reacción común a nuestra especie cuando fallece un ser querido es el dolor, pero la manera en la que cada cultura tiene de expresar ese dolor es muy diferente. La teoría del cerebro triúnico de Paul McLean – también conocida como la teoría de los tres cerebros – sostiene que el órgano se divide en varias regiones con sus propias lógicas de funcionamiento que desempeñan funciones específicas. Sin embargo, la neurociencia y la biología evolutiva entiende hoy en día que no importan tanto las actividades concretas que realizan cada una de estas partes por sí solas, sino cómo están interconectadas para trabajar en conjunto y en tiempo real.

¿Y qué hace exactamente cada una de estas partes? – El sistema reptiliano es una parte del sistema nervioso que se limita a ejecutar códigos programados genéticamente cuando se dan las condiciones adecuadas. Se limita a controlar comportamientos simples e instintivos que garantizan la supervivencia básica: agresividad, dominación, territorialidad, miedo, etc. Como veis, son conductas predecibles que el ser humano tiene en común con animales vertebrados. – El sistema límbico es el responsable de la aparición de las emociones asociadas a cada una de las experiencias que se viven, esto es, la evasión (hacia sensaciones desagradables como el dolor) y la atracción (hacia sensaciones agradables como el placer). Por ejemplo, si una persona va al dentista por primera vez a que le extraigan un diente a la fuerza, el nexo entre dentista y dolor se guardará en el hipocampo. – El sistema cortical es el responsable del pensamiento avanzado, la razón, el habla, la planificación, la abstracción, la percepción y lo que en general consideramos como funciones superiores. Por ejemplo, se requeriría su uso para resolver una ecuación de segundo grado o escribir una redacción de la 2ª Guerra Mundial.

La cuestión es que uno no puede elegir libremente si, cómo y cuándo se utiliza la corteza prefrontal o el sistema límbico. Al percatarse de un estímulo externo, el cerebro activa en los primeros doscientos milisegundos tanto el cerebro reptiliano como el sistema límbico mediante una serie de neurotransmisores que dan lugar a la composición global de nuestra forma de procesar. A continuación, el sistema cortical se activa a los ochocientos milisegundos. Si el individuo tiene la capacidad para refrenar el chute emocional mediante una sustitución emocional más adecuada a la situación, logrará actuar en base a lo que desea de forma consciente; en caso contrario, si el sujeto no ha dado con la forma de activar la cognición para resolver el problema, la emoción se apodera de él para tomar decisiones. Ponte en la situación de que vas caminando tranquilamente por el metro y, de repente, se escucha un sonido estridente de lejos que parece ser una explosión. Lo primero que sientes de forma automática es miedo, duda e inseguridad. Tan sólo unos instantes después, la cognición dice: “no es una bomba, sino que la estación está en obras”, ocasionando un cambio en tu sensación inicial. Al pensar que es una máquina, se ha sustituido eficazmente el miedo por la tranquilidad o la curiosidad. Cuanto más intensa sea la emoción o menos entrenado esté el sujeto, más poder ejercerá ésta sobre nuestra mente, puesto que la parte emocional – tanto reptiliana como límbica – es susceptible de ser asaltada para dar una respuesta veloz e impulsiva antes de que la parte racional procese si dicha acción es en realidad buena o mala para nosotros.

Una persona tremendamente escéptica que encima haya pasado por un trauma relacionado con ruidos intensos tiene en su sistema límbico la asociación entre explosión  y peligro, de tal forma que su amígdala se activa con mucha más facilidad que la de cualquier otra persona para avisarle de que hay una amenaza y debe actuar de inmediato. Esta pobre criatura entraría en un ataque de pánico o, como poco, comenzaría a ponerse más nervioso de lo normal. Las emociones ya habrían tomado el mando de la nave. La mente racional y emocional de nuestro cerebro trabajan en tándem, porque se requiere su participación conjunta. Lo más peligroso de todo es que, una vez que la emoción ha tomado las riendas de la voluntad, el neocórtex justifica lo que el sistema reptiliano y límbico ya han elegido. Te lo expliqué cuando hablamos de las excusas. En caso contrario, el neocórtex transforma la antigua sensación por otra nueva, pero no la elimina de golpe como si de un trasto viejo se tratase: la reemplaza. A modo de resumen, recuerda la siguiente frase: “la emoción decide y la razón justifica”.

RASGOS DE LA INTELIGENCIA EMOCIONAL. La segunda parte del libro desarrolla en profundidad los componentes fundamentales de la inteligencia emocional según Peter Salovey: autoconciencia, automotivación, empatía, manejo emocional y manejo de relaciones. Para simplificar el modelo, vamos a agrupar estas cinco características en dos grupos: la autoconciencia, la automotivación y el manejo emocional irán dentro de la inteligencia intrapersonal, mientras que la empatía y el manejo de relaciones corresponderán a la inteligencia interpersonal. ¡Sigamos! 1. INTELIGENCIA INTRAPERSONAL Una de las razones por las que he agrupado la autoconciencia – en inglés conocida como self-awareness – y el manejo emocional es porque están estrechamente relacionados. De hecho, hay autores que agrupan estos dos conceptos en una sola palabra: metacognición. La metacognición es la facultad para identificar, reconocer, analizar y responder nuestros estados, preferencias, recursos, intuiciones y emociones. Mucha información de golpe, ¿verdad? Con que asimiles el concepto como la

capacidad para conocerse a uno mismo e interpretar las emociones para actuar correctamente es más que suficiente. Una muestra de respuesta metacognitiva podría ser algo similar a “no debería sentirme de esta manera”, o también “voy a pensar en cosas buenas para animarme”, mientras que una respuesta carente de autoconciencia en reacción a un evento especialmente demandante podría ser “uf… mejor no pensar en ello”. John Mayer describe este proceso como la toma de conciencia de nuestro estado anímico y de nuestros pensamientos acerca de ese estado anímico, es decir, la habilidad para pensar acerca de nuestros pensamientos y sentimientos. En el fondo, se trata de saber cómo eres para actuar maximizando tus niveles de satisfacción. Imagina por un momento que estás dentro de un avión intercontinental y la voz del piloto resuena por el intercomunicador: “damas y caballeros, nos aproximamos a un periodo de fuertes turbulencias. Por favor, abróchense los cinturones”.  Las sacudidas son las más feroces que has visto hasta la fecha, y se comienza a generar cierto ambiente de incertidumbre y pánico en la tripulación. La pregunta es: ¿qué harías? ¿Eres el tipo de persona que se refugia en su libro o continúa viendo una película con tal de evadirte de lo que sucede, o más bien optas por leer las precauciones ante casos de emergencia, observar los rostros del resto de pasajeros y escuchar atentamente el ruido del motor para ver si hay algo que parezca preocupante? Cuál de las dos respuestas nos resulta más natural es un signo de nuestra posición de atención preferida bajo picos de estrés elevado. Estas posturas focales ostentan consecuencias muy diferentes sobre cómo las personas experimentan sus propias reacciones emocionales.

– Por un lado, aquellos que sintonizan bajo presión podrían amplificar drásticamente la magnitud de sus propias reacciones. Si uno presta demasiada atención de hasta el más mínimo detalle de todo lo que sucede en el avión, entrará en un estado de ansiedad incesante producto de haber exagerado la respuesta emocional. – Por otro lado, aquellos que desconectan perciben menos carga emocional y, por lo tanto, minimizan el tamaño y la experiencia de su respuesta emocional. Pero claro, si uno no presta atención a las instrucciones del piloto porque escuchar una mala noticia no le resulta agradable, está perjudicando al resto de pasajeros al no seguir las normas. Evidentemente, tanto retroalimentar en exceso las emociones como no prestarlas atención en absoluto son dos escenarios extremos que queremos evitar. El punto de equilibro se sitúa entre los dos extremos: hacer caso a nuestras emociones para percatarse de su existencia y entender su naturaleza, reconducir dicha tendencia anímica mediante un buen manejo y actuar ofreciendo una respuesta adaptativa a la situación. Esto implica, como ya hemos visto, no amplificar la intensidad de una emoción, no elegir a qué emociones se presta atención y a cuáles no o, directamente, no anular por completo la capacidad para sentir emociones. Como dice Aristóteles: “la clave es utilizar las emociones en función de las circunstancias”. Fíjate que él no ha mencionado nada parecido a “tener x emociones”, “crear x emociones” o “eliminar x emociones”. ¿Y por qué no? Pues porque tú no puedes elegir lo que sientes, pero sí cómo interpretas, canalizas y reaccionas ante lo que sientes. Y la guinda del pastel sería predisponerse a sentir ciertas

emociones, aunque este don está reservado únicamente para los pros de la inteligencia emocional. De hecho, un buen gestor emocional sabe que, en realidad, el concepto de emociones positivas o negativas no tiene sentido teórico, ya que el problema reside en el control que el sujeto ejerce sobre las mismas, no en la propia naturaleza de la emoción. En otras palabras, no existen emociones negativas, sino emociones mal gestionadas. Tras reconocer y clasificar las emociones que ya estamos sintiendo, la clave es controlar esos impulsos viscerales que propician una respuesta demasiado precipitada y reactiva o que imposibilitan la actuación; reaccionar con determinación, templanza y sobriedad, así como no juzgar de antemano los hechos en base a lo que sentimos. ¿Y qué implica esto en términos prácticos? El tercer componente: automotivación.

¿Te imaginas ser capaz de utilizar tus emociones con objeto de conseguir la meta que deseas? Esta habilidad es crucial para lograr un alto rendimiento en tareas que exigen mucho empeño y sacrificio porque, ¿a dónde pretendemos ir sin entusiasmo, optimismo, resiliencia y perseverancia? Qué te voy a contar… Si fueras un jefe y tuvieras que contratar a dos personas con el mismo nivel intelectual y capacidades mentales, ¿a quién escogerías: a una persona que es capaz de motivarse para dar lo mejor de sí mismo en cada nuevo reto o a una persona que no? No voy a extenderme hablando de la motivación intrínseca y extrínseca porque es un tema que ya he tocado en mi vídeo acerca de la productividad. Ya sabes… Sin motivos no hay motivación. Lo que sí voy a mencionar es un rasgo en el que Daniel incide con frecuencia: el autocontrol – el control sobre uno mismo -, que se entiende como el manejo de los propios impulsos internos y la capacidad para posponer la gratificación a corto plazo. Una persona con motivos de peso que le permitan interiorizar que lo mejor llega después, y no antes o ahora, tiene las bases de la motivación asentadas. El ejemplo por excelencia es el denominado “Test del marshmallow”. Para realizar el experimento, se separó a un grupo reducido de niños de cuatro años en distintas habitaciones de color blanco, para que no hubiera distracciones en el entorno. Cada uno permanecería sentado delante de una mesa en la que había tan sólo un dulce y, a continuación, la persona encargada se dirigiría a

ellos diciendo: “si aguantas sin comerte el marshmallow, te daré otro cuando vuelva a la sala en diez minutos”. Lógicamente, algunos resistieron la tentación y otros se lo comieron. Pues bien, se descubrió más tarde que prácticamente todos los que fueron capaces de resistir su impetuosidad durante el tiempo que estuvieron solos obtenían calificaciones más altas, gozaban de una mejor salud y disponían de un mayor equilibrio emocional con respecto a los que no se pudieron contener ya en su vida adulta. Curioso, cuanto menos… Los niños que tenían los suficientes incentivos para no caer en la tentación, no cayeron. Los niños que no tenían los suficientes incentivos para no caer en la tentación, cayeron. Es todo cuestión de prioridades económicas, sociales y emocionales; una persona que controla sus impulsos instantáneos y efímeros es una persona con una EI muy alta. La automotivación también recoge otros aspectos que ya he explicado en otros vídeos, tales como el optimismo de Martin Seligman, que te ayudará a tomar una perspectiva potenciadora, o el flujo del trabajo – que puedes encontrar en el de la productividad -, para incrementar la adherencia al proceso. En definitiva, no tenemos tanta influencia a la hora de elegir qué emoción se presenta en un momento concreto. Sin embargo, sí poseemos el control acerca del tiempo que esa emoción va a perdurar en nosotros.

Existen diversas filosofías que presentan diferentes metodologías para lidiar con las emociones: – Unas veces, la mejor manera de gestionar una emoción es utilizándola. Por ejemplo, la furia puede convertir una mala experiencia en el mejor de los entrenamientos o la tristeza puede convertir un día malo en una canción memorable – Otras veces, la mejor manera de gestionar una emoción es contemplándola. Quedarse asombrado con un cuadro de Velázquez, tener curiosidad por si hay vida más allá de la Tierra o tener ganas de jugar al fútbol por la tarde… incluso cuando se trata de una sensación desagradable, como la vergüenza a hablar en público. Si sabes que son emociones temporales – es decir, como las nubes, vienen y van -, ¿por qué no las dejas fluir? Es lo que se conoce como estrategia budista. – Y otras veces, la mejora manera de gestionar una emoción es transformándola. Una vez el pasajero del avión ha identificado el miedo, podría haberlo sustituido por curiosidad centrándose en una actividad concreta o en entusiasmo por pensar qué le deparará al llegar a su destino. Es lo que se conoce como estrategia estoica. Se trata de saber cuándo hay que explotar las emociones conflictivas a nuestro favor, cuándo hay que transformarlas y cuándo hay que sentarse a contemplarlas. Eso es el manejo emocional. Además, una situación concreta puede tener más de una solución válida. Aquí no existen respuestas universales, así que sé creativo. 2. INTELIGENCIA INTERPERSONAL. Las dos características que he agrupado en la inteligencia interpersonal son la empatía y el manejo de las relaciones, y lo he hecho por el mismo motivo que antes: van codo con codo. De ahí la importancia de la metagonición: si uno no es capaz de identificar, entender y canalizar sus propias emociones, ¿cómo va a hacerlo con las de los demás? La definición más aceptada de empatía es saber ponerse en el lugar del otro para comprender lo que siente. Sin embargo, nosotros iremos un paso más allá: no se trata únicamente de leer las emociones de los demás de forma analítica y objetiva, sino de saber escuchar para entender por qué la otra persona siente lo que siente. Para ello, hemos de penetrar de lleno en el mundo de la otra persona en aras de colocarnos en su punto de vista con efectividad. Pero, ¡cuidado! La capacidad

para ponerse en los zapatos ajenos no quiere decir que tengamos que compartir sus opiniones ni que estemos de acuerdo con su manera de interpretar y vivir la realidad. Según Goleman, las competencias de la empatía son muy variadas: – Permanecer atento a las señales emocionales para suavizar su intensidad. – Desarrollar una escucha activa para fomentar una comunicación asertiva. – Reconocer las fortalezas y logros ajenos para mostrar admiración y humildad. – Respetar la diversidad eliminando los prejuicios, estereotipos y la intolerancia. Simultáneamente, la tarea de un buen intelectual emocional no termina en detectar la frecuencia exacta de las emociones ajenas, sino en ser capaz de reconducirlas al igual que lo hacemos con las nuestras, esto es, llevarlos hacia un campo emocional óptimo para los dos modificando el tono de la interacción. En cristiano: – Calmar a tu pareja con compasión si la discusión se está yendo de las manos. – Hablar a tu jefe con sinceridad si su trato hacia ti no es el que te gustaría. – Animar a tu hijo con ilusión si se siente impotente realizando un problema. En este sentido, uno de los errores más comunes en los matrimonios heterosexuales se produce en el momento en el que uno de los cónyuges comete un error y el otro emite un juicio de valor dirigido hacia la persona en lugar de resaltar qué acción concreta le ha molestado. Esto es un error base para mantener una buena relación de pareja. No es lo mismo decir “te da todo igual” que “me habría gustado que me apoyaras”. No es lo mismo decir “cállate la boca” que “me ha sentado mal que me hables así”. No es lo mismo decir “eres un inútil” que “me siento ignorado cuando no cumples tus promesas”.

En lugar de decir “es que eres un bocazas” o “tan sólo un estúpido haría eso”, ¿no sería mejor idea que optaras por un “no me he sentido cómodo cuando me hablaste de ese modo” o “no estoy de acuerdo con cómo hiciste las cosas”? Lo primero es un ataque personal que coarta toda empatía y asertividad, mientras que lo segundo es una actitud conciliadora para resolver un problema en conjunto.

Cada uno de nosotros somos, en buena medida, responsables de cómo encaminamos los sentimientos de los seres humanos con los que interactuamos, tanto a nivel positivo como negativo. Esto sucede porque las emociones se pueden compartir a través de las personas de muchas maneras diferentes, tanto implícita como explícitamente. ¿Y cómo es esto posible? Mediante el mecanismo del contagio emocional. En efecto, expresar una conducta asociada a una emoción concreta delante de un agente externo desencadena una transmisión de dicho comportamiento hacia él. Es decir, no sólo hablamos de emociones: se trata de una sincronización de las expresiones, vocalizaciones, posturas y movimientos entre miembros de la misma especie. Es una locura… ¡Casi cualquier cosa se contagia! Todo comienza con una sonrisa de oreja a oreja, una pronunciada mueca de rabia o un aflictivo llanto: basta con ver a alguien expresar una emoción o patrón conductual para que en nosotros se evoque, hasta cierto punto, ese mismo estado. Y digo hasta cierto punto porque, a pesar de que genéticamente todos los miembros de nuestra especie estamos preparados para ser partícipes de este contagio, hay personas que tienen mayor capacidad para transmitir emociones o de contagiarse por los demás. Claro, te estarás preguntando qué pasa cuando dos individuos portan sensaciones totalmente opuestas… ¿quién se lo contagia a quién? Pues el principio de la realidad dominante estipula que la persona con las creencias más fuertes y mayor intensidad emocional será la que impondrá su actitud, comportamiento y estado anímico a la otra persona. Sí, es una guerra: gana el que siente más y no está dispuesto a cambiar lo que siente. En definitiva: la clave de las relaciones interpersonales es ser capaz de leer a los demás trasladándose a su paradigma y buscar una solución que beneficie a

todos los miembros de la interacción mediante la comunicación verbal y no verbal. La inteligencia emocional es la suma de la inteligencia intrapersonal y la inteligencia interpersonal. Es una tarea compleja, delicada y apasionante, por lo que se requiere extrema paciencia y un sinfín de tropiezos que pondrán a prueba tus ganas de vivir. Pero recuerda: no hay mal que por bien no venga. Cada vez que sientas que no encajas en este mundo, te enfades con una persona a la que quieres o recaigas en un hábito perjudicial que te esclaviza, debes resarcirte mediante el aprendizaje para salir fortalecido de la experiencia. Es así como se construye una mente de hierro que opta por la vía de la inteligencia emocional. Y si te has quedado con ganas de más, tenemos varios resúmenes que seguramente te resultarán interesantes:   

«Meditaciones» del autor Marco Aurelio. «Inteligencia emocional» del autor Daniel Goleman. «El poder de los hábitos» del autor Charles Duhigg.

Puedes ver este Resumen de Libro en forma de vídeo: https://youtu.be/SLebdgQlX3k

Parte III El capítulo III del libro Inteligencia emocional de Daniel Goleman Inteligencia Emocional en su primera parte refiriéndose a La inteligencia emocional aplicada, según lo analizado en este relato podría referirse al valor de la pasión y la razón del mismo modo en que un ciego y un paralítico se podrían salvar si se encuentran perdidos en el bosque. Para lograrlo deben cooperar:  el paralítico debe montarse sobre las espaldas del ciego. La inteligencia emocional aplicada logra que esa potencia de primera mano que es la emoción, se canalice en forma positiva y asociada con el nivel racional, evitando que esa segunda mano, transforme los sentimientos en racionalizaciones. Como decía Pascal el corazón tiene razones que la razón no entiende. El texto también relata el significado de los ENEMIGOS ÍNTIMOS, llama poderosamente la atención lo que el autor relata sobre Lo que “ Sigmund Freud le dijo a su discípulo Erik Erikson que la capacidad de amar y de trabajar constituyen los indicadores que jalonan el logro de la plena madurez”, refiriéndose  a los matrimonios y el alto número de divorcios del mundo que actual convertiría a la madurez en una

etapa de la vida en peligro de extinción que requeriría, hoy más que nunca, del concurso de la inteligencia emocional. Para Goleman, si se tiene en cuenta los datos estadísticos relativos al número de divorcios, se puede comprobar comprobaremos cierta estabilidad, en el relato, se hace un cálculo de la probabilidad de que una pareja recién casada acabe divorciándose, dejando entre líneas que en muchos casos se ven obligados a reconocer que, en este sentido, se ha producido una peligrosa escalada. Cabe hacer una pregunta, si será esa persona que hemos decidido nos acompañe en la vida, nuestro enemigo íntimo. En los últimos años se ha llevado a cabo una serie de investigaciones que se ha ocupado de analizar con una precisión desconocida hasta la fecha los vínculos emocionales que mantienen los esposos y los problemas que pueden llegar a separarlos las técnicas y métodos que podrían aplicarse según el autor serian en primera parte tener en cuenta que EL FRACASO MATRIMONIAL solo parte de la incomprensión por ambas partes de hechos cotidianos que muchas veces creemos no tienen importanciaEl texto también indica que en las dos últimas décadas. Gottman ha rastreado los altibajos de más de doscientas parejas, algunas de ellas recién casadas y otras que llevaban unidas mucho tiempo. La precisión del análisis realizado por Gottman sobre el ecosistema matrimonial ha sido tal que, en uno de sus estudios, le permitió predecir con una exactitud del 94% Llevándolo a entender que las críticas destructivas son una incipiente señal de alarma que indica que el matrimonio se halla en peligro. En un matrimonio emocionalmente sano, tanto la esposa como el marido, se sienten lo suficientemente libres como para formular abiertamente sus quejas. Pero suele ocurrir que, en medio del fragor del enfado, las quejas se formulen de un modo destructivo, bajo la forma de un ataque en toda regla contra el carácter del cónyuge. Otro de los problemas que enfrentan las parejas, aunque no sea expresado, son los PENSAMIENTOS TOXICOS, que, en su mayoría, aunque no son expresados, debilitan ese deseo de amor y comprensión ya que las parejas siempre esperan más del otro. Son conversaciones paralelas, la verbal, mental las que según Aaron Beck. el creador de la terapia cognitiva, como ejemplo de los pensamientos que pueden emponzoñar una relación matrimonial.

Este tipo de pensamientos es muy poderoso y pone en marcha el sistema de alarma neurológico. El pensamiento de que uno es una víctima desencadena un secuestro emocional que activa la larga serie de ofensas que uno ha recibido del otro, olvidando simultáneamente todo lo positivo que haya aportado que no cuadre con la visión de que uno es una víctima inocente.

Según Goleman- Siempre se ha dicho que la mujer es el sexo débil pero el autor que estamos analizando, afirma que LOS HOMBRES son EL SEXO VULNERABLE, pues volviendo a las diferencias genéricas en la vida emocional que constituyen la espoleta oculta de las desavenencias matrimoniales, una investigación ha señalado la existencia de una diferencia básica en el valor que asignan los hombres y las mujeres. Por término medio, las mujeres afrontan con más facilidad que los hombres las molestias que conlleva una disputa matrimonial. Ésta es, al menos, la conclusión a la que ha llegado Robert Levenson, psicólogo de la Universidad de California, en Berkeley, tras un estudio basado en el testimonio de 151 parejas que llevan mucho tiempo casadas.