Reportaje Idus de Marzo Revista Memoria Historia de Cerca 9

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Idus de marzo

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hechos extraordinarios como prólogo al fatídico día. Suetonio describe el hallazgo de una placa en la que se advierte de la muerte de un descendiente de Iulo, así como el trágico final de un pajarillo, un reyezuelo, que se adentró por las ventanas de la Curia portando una rama de laurel y allí fue picoteado por otras aves hasta morir. Plutarco, por su parte, hace alusión a un sacrificio requerido por el propio César en el que se abrieron las entrañas de un animal y se descubrió que carecía de corazón. Pero quizá la más famosa de las advertencias quiméricas sea la del arúspice Espurina, quien, tras un sacrificio, previno a César para que se cuidase de los idus de marzo. Parece ser que el dictador prestó especial atención a este augurio, pues ese día, antes de entrar al Senado, lo buscó y se jactó de que habiendo llegado la fecha nada había sucedido, a lo que el agorero respondió: 'Han llegado, sí, pero no han pasado'. No obstante, y a pesar de todos los auspicios, César salió de su casa junto al templo de Vesta a la hora quinta acompañado por Décimo Bruto Albino, quien insistentemente le había tranquilizado y con-

Busto en mármol de Cayo Julio César

n una noche despejada, de luna clara, un inusitado golpe de viento desencajó las puertas y ventanas de la domus publica. Cayo Julio César se despertó alterado y agotado, saliendo de un sueño en el que se había visto alzándose en vuelo junto a Júpiter. A su lado, Calpurnia mascullaba dormida la intranquilidad de otra pesadilla, presentía un mal venidero al verse desolada sujetando el cadáver de su esposo, muerto tras derrumbarse el techo de la casa sobre él. De este modo trágico se podría describir el amanecer de aquel 15 de abril del año 44 a.n.e., como ya lo hicieron Plutarco, Suetonio o, en un epítome teatral, el propio Shakespeare. Ese día fue el inicio del fin de la República romana; esa mañana del 709 anno urbis conditae, durante el consulado de Antonio y Dollabela, la sangre ensució la dignidad senatorial para dar paso a un nuevo orden que marcaría la posterior historia de Occidente. El mito ha prevalecido en los escritos que han tratado los hechos ocurridos en los idus de marzo, dejando de lado la realidad política y social que marcó el florecimiento de la conjura contra el tirano, para narrar el asesinato de un ‘dios’ a mano de unos cegados regicidas. Los cronistas relatan

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E L DÍA PASO A PASO Desde el inicio de la conjuración hasta la muerte de los asesinos, se desarrolló una trama secuencial que sirvió de argumento tanto a los clásicos como Suetonio o Plutarco, como al propio William Shakespeare

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vencido para asistir a la asamblea. Este senador, junto con Casio y Marco Bruto, había encabezado la trama de la conjura, una conspiración en cuya planificación primera se había previsto arrojar a César desde un puente en la celebración de los comicios en el Campo de Marte, y allí rematarle tras la caída; otra posibilidad era la de acuchillarle en la misma Vía Sacra o a la entrada al teatro, pero la reunión convocada para los idus de marzo cambió todos los planes y precipitó el desenlace. El origen del odio hacia el dictador por parte de los patricios romanos, entre los que se encontraban incluso adeptos al partido de César o algunos de sus oficiales en la Galia o durante la Guerra Civil, sin duda surge por las pretensiones monárquicas que éste ostentaba, su actitud hacia el Senado, su preparación para invadir Partia –tierra de la que se decía que sólo sería conquistada por un rey- o los hechos ocurridos durante las Lupercales, fiesta en la que los jóvenes patricios corrían desnudos por las calles fustigando a todos los que les salían a su encuentro, y que ese año había concluido encabezada por Marco Antonio portando una corona que ofreció a César; éste, al ver el poco entusiasmo del público, la rechazó y la A.M.

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DENARIOS DE PLATA arriba, con la efigie de Julio César, acuñado durante su dictadura, y abajo, conmemorativo de los idus de marzo, acuñado por los conspiradores tras el asesinato

Inicio de la conjura en la Lupercalia Calpurnia advierte a César tras un sueño Los conjurados cometen su crimen Antonio ante el cadáver de César Lectura pública del testamento Bruto se suicida y Antonio le rinde honores

brindó al Júpiter Capitolino, lo que acrecentó su fama de arrogante. El que con tanto tacto estudiaba la reacción del pueblo ante su posición se había convertido en el blanco del rencor de las clases privilegiadas de Roma, hasta el punto de planear su desaparición con el único fin de preservar la República, sin darse cuenta de que este régimen arrastraba desde mucho tiempo atrás una crisis que hacía inevitable su final. Con todo, los sesenta conjurados se reunieron esa mañana de marzo para ejecutar su propósito. Todo estaba orquestado en secreto para tener éxito; se habían propuesto unas claves que darían inicio al atentado. Sin embargo no se habían previsto las consecuencias. César recorrió el foro, pasando frente a la vieja Curia en obras, para trasladarse al Campo de Marte, al norte de la ciudad, y allí en la nueva Curia, edificada con la aportación económica de su antiguo yerno y después enemigo Cneo Pompeyo, reunirse con todos los senadores, quizá con la esperanza de salir de la asamblea portando la diadema de rey de todas las provincias. La conjura se había extendido como un rumor por todas las calles de la urbe, pero el confiado César siempre cerraba los oídos a los rumores de confabulaciones; ni siquiera leyó una

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EL ÚLTIMO SENADO DE CÉSAR obra de 1867 del pintor italiano Raffaele Giannetti. Abajo, grabado decimonónico representando un pasaje de la tragedia de Shakespeare Julio César, en la que el fantasma del dictador se aparece a Bruto

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nota que le hizo llegar Artemidoro de Cnido en la que le desvelaba toda la conspiración. El dictador entró en la sala solo. Antonio se había quedado fuera distraído por Bruto Albino, mientras en el interior se levantaba el telón de la trágica representación. Tulio Cimbro se abalanzó sobre César para suplicar el perdón para su hermano y la conmutación de su destierro, insistiendo hasta el punto de tirar de la toga del dictador. Ésa era la señal para desenvainar los puñales.

Casca fue el primero en hundir su hoja sobre la víctima, hiriéndole levemente y provocando la reacción del atacado, quien devolvió el golpe con tal acierto que hirió a Casca con su propio puñal en un brazo. Así repelió el ataque como una fiera cercada hasta que vio aparecer ante sí a Bruto portando un cuchillo. Entonces, abatido y tras pronunciar la famosa frase, 'tú también, hijo mío', el hombre más poderoso del mundo se cubrió el rostro con la toga y estiró su túnica para taparse y morir con dignidad, desangrán-

M ARCO J UNIO B RUTO Depositario de las famosas últimas palabras de Julio César ‘¿tú también, Bruto, hijo mio?’, este joven patricio nunca renegó de sus firmes convicciones políticas republicanas. Pese a que las fuentes hablan de la posibilidad de que fuera hijo natural del dictador y de Servilia Cepionis -quien fue amante de César durante largo tiempo-, la realidad es que ambos comenzaron su relación sentimental cuando Bruto tenía diez años de edad. Su carrera política empezó junto a su tío Catón de Útica cuando éste era gobernador de Chipre. Desde el principio sus intereses encontraron fiel reflejo en la facción más conservadora del Senado, los optimates, aliándose al antiguo enemigo de César, Pompeyo. Tras el desastre de Farsalia, el dictador le perdonó, nombrándole años despues pretor. Junto a su cuñado Cayo Casio Longino y otros senadores encabezó y culminó la conspiración de los idus de marzo

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Estas tablas del pintor italiano del Cinquecento Andriani, representan uno de los triunfos de César. Con estos desfiles conmemorativos los generales victoriosos mostraban ante todo el pueblo romano los trofeos de sus victorias. Pese a que en estos gloriosos momentos, el dictador nada sospechaba de cuál sería su final, lo cierto es que esta ostentación de poder fue una de las semillas que germinaron la conspiración

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GLORIA

INFOGRAFÍA MYRIAM ROUSSEAU

TIEMPOS

El asesinato de César, grabado de finales del siglo XVIII

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dose a los pies de la estatua de su rival político Pompeyo. Solamente un tercio de los conjurados se atrevieron a ensangrentar sus dagas; veintitrés puñaladas de las cuales

la mortal fue la segunda según afirmó Antistio, el médico que examinó el cadáver. Los asesinos, más atemorizados que antes de cometer su empresa, huyeron para refugiarse en el Capitolio y sólo bajaron de allí tras ser convencidos por el propio Antonio, quien en ese momento tomó la batuta para encargarse de dirigir los acontecimientos hacia su propio interés, consiguiendo un funeral digno para el dictador y poder realizar la lectura pública de

su testamento. El Senado aceptó sin sospechar las consecuencias que podían derivarse de la exposición de dicho texto, protegido hasta ese momento bajo la custodia de Vesta. Antonio, con la túnica de César ensangrentada en una mano y sus últimas voluntades en la otra, se dirigió hacia un pueblo completamente desconcertado por los acontecimientos. Shakespeare lo dramatizó de la siguiente manera: ‘¡Si tenéis lágrimas, disponeos ahora a ver-

M ARCO A NTONIO Unido en parentesco lejano al dictador, Antonio fue su más fiel lugarteniente y el mejor candidato a sucederle en la dirección política de Roma, permaneciendo como administrador de Italia durante la contienda contra los pompeyanos. Pese a los insistentes rumores de desavenencias entre César y él, siempre permaneció a su lado, siendo el encargado de tomar las riendas de la venganza tras la conspiración que acabó con la vida de César en los idus de marzo. Antonio se alió al heredero del dictador, Cayo Octavio, y juntos derrotaron en otra Guerra Civil a los conjurados que habían huido hacia el este. Tras un viaje a Oriente se convirtió en amante de la reina de Egipto, antigua concubina de César, Cleopatra VII, lo que despertó la desconfianza de su aliado Octavio por la fidelidad de Antonio hacia el triunvirato que ambos compartían con Lépido. Finalmente, tras la batalla naval de Accio, Antonio fue derrotado y Octavio se convirtió en el primer emperador de Roma, Caesar Augustus

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LA MUERTE DE CÉSAR obra de 1859 del pintor y escultor francés Jean-Léon Gérôme. Abajo, busto en mármol de Marco Antonio

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terlas! ¡Todos conocéis este manto! Recuerdo cuando César lo estrenó. Era una tarde de estío, en su tienda, el día que venció a los de Nervi. ¡Mirad, por aquí penetró el puñal de Casio! ¡Ved qué brecha abrió el implacable Casca! ¡Por esta otra le hirió su muy amado Bruto! Y al retirar su maldecido acero, observad cómo la sangre de César parece haberse lanzado en pos de él, como para asegurarse de si era o no Bruto el que tan inhumanamente abría la puerta. Porque Bruto, como sabéis, era el ángel de César. ¡Juzgad, oh dioses, con qué ternura le amaba César! ¡Ése fue el golpe más cruel de todos, pues cuando el noble César vio que él también le hería, la ingratitud, más potente que los brazos de los traidores, le anonadó completamente! Entonces estalló su poderoso corazón, y, cubriéndose el rostro con el manto, el gran César

cayó a los pies de la estatua de Pompeyo, que se inundó de sangre. ¡Oh, qué caída, compatriotas! En aquel momento, yo, y vosotros y todos caímos, y la traición sangrienta triunfó sobre nosotros. ¡Oh, ahora que lloráis y percibo sentir en vosotros la impresión de la piedad! ¡Esas lágrimas son generosas! ¡Almas compasivas! ¿Por qué lloráis, cuando aún no habéis visto más que la desgarrada vestidura de César? ¡Mirad aquí! ¡Aquí está él mismo, acribillado, como veis, por los traidores!’ En el testamento, aparte de nombrar heredero a su sobrino nieto Octavio, el futuro Augusto, César dejaba trescientos sestercios para cada uno de los ciudadanos necesitados, así como sus posesiones en el Trastevere para jardines públicos. La reacción del pueblo fue inmediata. Se improvisó una pira en medio del foro y se incineró el cuerpo del ahora amado y bondadoso líder, asesinado por unos ‘infames aristócratas’ a los que, en ese momento, no les quedó más salida que la huida, aunque pronto caerían bajo la espada de los cesarianos, muriendo también con ellos la vieja República. J.R.F.

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