Renato Ortiz: Espacio y territorialidad

Renato Ortiz: Espacio y territorialidad La idea de territorio asociada e identificada con los límites de su materialidad

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Renato Ortiz: Espacio y territorialidad La idea de territorio asociada e identificada con los límites de su materialidad está presente hoy en día. El vínculo entre fenómeno social y medio espacial permanece. A su vez, el geógrafo debe hacerse un inventario de los hechos y después buscarlos en el mapa. Así, cada lugar, establecimiento o comunidad posee una individualidad, una cualidad que le es propia, que es su exacta localización. Los estudios etnográficos contienen siempre un mapa: su función es la de localizar los habitantes extraños, distantes de nosotros, en sus lugares “exactos”. Este es el primer elemento de aproximación, entonces geógrafos y antropólogos compartirían la idea de que las culturas se arraigan en un medio físico determinado. A la unidad ecológica, o sea, las relaciones de los seres vivos entre sí y con el medio que habitan, se le contrapone la diversidad de los pueblos, por tanto que cada uno posee sus costumbres, sus creencias, sus vestimentas, su modo de vida, su idiosincrasia. Comprensión de qué es el espacio, se asocia al territorio nacional. Con el advenimiento de la automatización, estando en un lugar nos conectamos con lo que pasa en el “afuera”, como que se perdió la centralidad, de forma que la deslocalización de la producción es hoy una realidad. Se vive un proceso de desterritorialización, de las personas, del territorio, etc. Las distancias se acortaron tanto que ya no tiene sentido decir que existen, es más, las fronteras ya fueron ultrapasadas, se borraron las fronteras, todo a causa de las tecnologías. Al aferrarse uno al Estado-nación como es ese lugar con fronteras definidas, población fija, y su gobierno, se ocultan los mecanismos de la globalización, como que no la dejan ingresar si uno se aferra al Estado-nación, obstinándose con la centralidad del trabajo, la cual ya fue ultrapasada. “Espacio”, la categoría es ocupada de diferentes maneras. Espacio y tiempo son categorías que preceden a las ideologías y las concepciones del mundo, y varían con las sociedades a las cuales corresponden. Cada pueblo tendría de esta forma, su “forma primitiva”. Pero los cambios en la sociedad consolidaron un “patrón civilizatorio particular” que es el de la modernidad-mundo, en el cual uno de sus peculiaridades es la desterritorialización. Lo que generaría una “territorialidad desarraigada” (creo). ¿Qué es un espacio global? Sassen lo define como la ciudad global. Da el ejemplo de Nueva York, Tokio y Londres, las cuales son ciudades globalizadas, grandes centros urbanos ubicados en distintas partes del globo que son muy importantes con alta cantidad de tecnologías. La ciudad global es un núcleo articulador del capitalismo mundial. Igual, ninguna de esas ciudades puede ser comprendida dentro de sus fronteras, no hay centralidad. Internamente abarcan el área metropolitana de sus países, externamente constituyen una red, un conjunto dinámico donde las actividades que faltan en Londres se complementan en Tokio por ejemplo. Hay una fragmentación de la producción, una deslocalización del trabajo. Braudel o Wallerstein, en cuanto a esto, planteaban que toda economía-mundo se organiza a partir de un centro, pero Sassen al demostrar ese universo interactivo muestra que ya no es posible esa centralidad.

La globalización se sustenta sobre una base sólida que es el capitalismo. De modo que una ciudad sólo es global cuando se encuentra articulada, de forma dinámica, al sistema capitalista mundial. Ejemplo: Buenos Aires, San Pablo, Seúl, estos en nivel regional. Igualmente, sólo algunos espacios merecen el calificativo de “global”, otros están excluidos. Sassen, al considerar a la ciudad como un lugar de producción, intercambio y comercialización, prácticamente se termina entendiendo a la globalidad en términos solamente económicos. Para Ortiz no es así, espacio y tiempo son categorías sociales pertenecientes a un determinado tipo de civilización, y por más que tengan estrecha relación con la materialidad del mundo capitalista no se las puede identificar con esa dimensión. Considera más correcto decir que el sustrato económico y tecnológico del capitalismo es la condición necesaria para la consolidación del proceso de globalización. Pero sí admite que el movimiento de desterritorialización se aplica a las ciudades, en el modo que las define Sassen, a la producción automovilística, pero también a la creación de lugares particulares, a las identidades planetarias y a una memoria “internacional-popular”. Ortiz realiza la distinción entre “globalización” y “mundialización” por cuanto que globalización aplica al terreno económico y tecnológico, y en la esfera de la cultura se habla de mundialización de la cultura, no de globalización. La modernidad-mundo no es unívoca, en ella se insertan otras espacialidades. La mundialización de la cultura participa de esta forma de un universo transglósico constituido y atravesado por diversas fuerzas (nacionales, regionales y locales). Lo “local” es un espacio restringido, bien delimitado, donde se desenvuelve la vida de un grupo o conjunto de personas. Local y cotidiano surgen como términos intercambiables. Lo “local” se toma como auténtico. Lo “local” participa de otra cualidad: la diversidad. Lo local se opone a los “nacional” y lo “global” pero sólo como abstracción, visto cualitativamente es una unidad cohesionada. Entonces es más correcto hablar de lugares, donde cada lugar es una entidad particular, una discontinuidad espacial. Cambiando de nivel la cosa cambia. Lo “nacional” presupone un espacio más amplio. También su territorio está físicamente determinado, sus límites son fijos y su extensión es más dilatada. La nación transita el camino de la turbulencia histórica por cuanto que se modela de acuerdo con los intereses de sus instituciones, sus luchas, su visión del pasado, su política de construcción del presente. Es un proceso largo que presupone la ocupación de un área geográfica y la invención de una conciencia colectiva compartida por sus ciudadanos. En relación con lo “local”, lo “nacional” se impone por unicidad. Existe “UNA” cultura nacional. Lo nacional engloba a los “lugares”, contrastando con su diversidad. En relación con lo “global”, cambia la perspectiva nuevamente. Ya no es tanto la unicidad de la Nación lo que cuenta, sino su distinción. Dado que hay muchas naciones, cada una está marcada por

especificidades, por diferencias. Así, lo “nacional” asume cualidades de lo “local”. Diversidad y autenticidad se vuelven características propias de la nación. Así, al hablar de “local”, “nacional” y “global”, se muestra un ordenamiento entre niveles espaciales diferenciados, lo que lleva a pensar la relación entre ellos. Lo local se relaciona con lo nacional, lo nacional resiste o se somete a lo global… La globalización aquí es entendida no como un movimiento de una sociedad global, sino como resultado de un conjunto de interacciones. Los dualismos “nacional”/”local”, “global”/”nacional”, “global”/”local”, se presentan como unidades antitéticas. Éstas se realizarían en el espacio de sus fronteras, ya que tienen dos capacidades: a) definir su propia centralidad, b) contraponerse a lo que es externo. Otra manera, en vez de pensar en unidades antitéticas, es pensar en términos de inclusión. Así, lo “global” incluye lo “nacional”, que, a su vez, incluye lo “local”. Igual no le cierra porque se estaría planteando lo global como un megaconjunto que estaría envolviendo a conjuntos más simples. La propuesta de Ortiz ante esto, es considerar el espacio como un conjunto de planos atravesados por procesos sociales diferenciados, entonces se dejan de lados los pares opuestos o la idea de inclusión. Existen, entonces, tres dimensiones: 

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La primera, en la que se manifiestan las implicaciones de las historias particulares de cada localidad. Hay una desconexión, como donde permanecen nacionalidades distintas, como los catalanes en España. La segunda, historias nacionales, que atraviesan los planos locales y los redefinen a su manera. Hay un espacio común dentro de las fronteras delimitadas. La tercera es la de la mundialización, proceso que atraviesa los planos nacionales y locales, cruzando historias diferenciadas. La civilización de la modernidad-mundo tiene la tendencia hacia la conjunción y la disyunción de espacios. Esto se vuelve a dos direcciones, lo singular y la diversidad.

Ortiz estaría sugiriendo que la mundialización de la cultura y entonces del espacio, debería ser definida en términos de transversalidad. Tanto lo nacional como lo mundial sólo existen en la medida en que son vivencias. Al principio, hizo falta un esfuerzo histórico para que la conciencia colectiva, en el comienzo restringida a una ideología de Estado, se transformara en cultura. Los hombres tuvieron que aprender a interiorizar la necesidad de pensarse como miembros de sólo un país. En cuanto a la mundialización de la cultura, para tornarse cultura, debe materializarse como cotidianidad. La modernidad-mundo sólo se realiza cuando se “localiza”, y confiere sentido al comportamiento y la conducta de los individuos. Lo primero que implica la idea de transversalidad de Ortiz está en la constitución de “territorialidades” desvinculadas del medio físico. El modo de vida de varios grupos sociales es hoy medianamente desterritorializado. Por ejemplo, se plantea que los comportamientos en cuanto al consumo y la

organización de la vida muestran analogía con Tokio, Paris, Nueva York, etc. Los mensajes, los símbolos, o sea, la cultura, circulan libremente en redes desconectadas de este o aquel lugar gracias a las tecnologías. Toda desterritorialización siempre va acompañada de una re-territorialización. La desterritorialización tiene la virtud de apartar el espacio del medio físico que lo aprisionaba, la re-territorialización lo actualiza como dimensión social. Lo “localiza”. La modernidad-mundo no se reduce a la modernización, sino que acompaña el movimiento de “modernización” de las sociedades. Entonces lo nacional y lo local están penetrados por la mundialización. Ortiz define el lugar como un espacio transglósico, en el cual se entrecruzan diferentes espacialidades. La idea de transversalidad permite repensar algunas cuestiones, como el tema de la centralidad y el arraigo. Las “grandes civilizaciones” se extienden por un territorio amplio, pero, en sus intersticios se insertan culturas diversas. No obstante, su centralidad se encuentra claramente definida. La modernidad es una civilización, que hace de la desterritorialización su principio. La modernidad es des-centrada y privilegia la deslocalización de las relaciones sociales. La característica de la modernidad es la movilidad, lo que pone en cuestión el tema del arraigo sobre las identidades culturales. Dice Ortiz que toda raíz requiere un territorio para fijarse, el arraigo es fruto de la existencia de una cultura cuyo territorio está cartografiado. En el mundo de hoy, este postulado ya no satisface. Los individuos tienen referencias, pero no raíces que los fijen físicamente al centro. La movilidad es una exigencia de un X tipo de civilización. Así, las sociedades contemporáneas viven una territorialidad desarraigada. El desarraigo es una expresión de esta época, expresión de otro territorio. Modernidad-mundo e identidad Identidad cultural: organización social, reglas de parentesco, mecanismos de intercambio, rituales religiosos y la vida material. Cada cultura representa un patrón, un todo coherente cuyo resultado se realiza en la acción de los hombres. Se comportan de acuerdo con el carácter estructural de la personalidad de determinada cultura, o sea, un conjunto de normas aprendidas a través de la cultura. Socializados desde la infancia dentro de un determinado contexto, los integrantes de esa cultura interiorizarían los elementos constitutivos del núcleo central de su sociedad. El carácter se aplica a niveles distintos, primero en el individuo, pero luego se torna identidad colectiva. El carácter étnico de un grupo pasa entonces a ser concebido como la cultura compartida por sus miembros. Ortiz destaca para esto tres nociones: integración, territorialidad y centralidad.

Para los antropólogos, la cultura es un todo integrado, una totalidad en la que se encuentran orgánicamente articuladas diferentes dimensiones de la vida social. La cultura está marcada también, por su función integradora, que conforma a los individuos según las exigencias de la sociedad. Sin embargo, la capacidad de inclusión se delimita a un territorio físico. En el interior de su territorialidad, toda cultura es una, indivisa; se distingue de todas las otras y se define por una “centralidad” particular. Es como que la cultura posee un núcleo. El núcleo puede estar sujeto a cambios que son lentos y graduales. Es como que elementos antiguos son abandonados y elementos nuevos son desarrollados. Hay aquí un cierto grado de integración, el cual se va a producir a través de cualquier proceso de modificación cultural. Inevitablemente, los antropólogos saben que existen tipos diferentes de formaciones sociales: sociedades tribales, ciudades-Estado, imperios. Como cada cultura es una, singular, se considera que cada sociedad nacional es un todo integrado, cuya base material es el Estado-Nación. El mundo se constituye entonces, en una pléyade de culturas nacionales, cada cual con su idiosincrasia. Volviendo a la integración, territorialidad, centralidad, la cultura y la nación, sería una civilización centrada en sí misma. Expresaría un carácter nacional. La identidad es concebida como un “ser”, algo que “es”, con un corto preciso y que puede ser observada, determinada. Por eso, la identidad necesita de un centro a partir del cual se irradie su territorio, o sea, su validez. La identidad, según una definición de Ortiz, es una especie de construcción simbólica, una construcción cultural e ideológica. De esta forma no tiene mucho sentido la búsqueda de “una” identidad, es más correcto pensarla a partir de su interacción con otras identidades. La nación, sería un nuevo tipo de organización social que representa la totalidad que trasciende a los individuos, los grupos y las clases sociales. Esto como novedad histórica, como diría Hobsbawm, ya que antes la nación, contraponiéndola con la definición anterior, para Mauss es una sociedad material y moralmente integrada a un poder central establece y permanente, con fronteras determinadas y una relativa unidad moral, mental y cultural de los habitantes. La Nación se realiza históricamente a través de la modernidad, la dilución de las fronteras es un tema intrínseco de la modernidad, con ésta, las relaciones sociales ya no se aferran más al contexto local de interacción. Todo sucede como si en las sociedades pasadas espacio y tiempo estuvieran contenidas por el entorno físico. La modernidad rompe con esta continuidad, desplazando las relaciones sociales a un territorio más amplio. De esta forma el espacio se encuentra dilatado. La idea de Nación implica que los individuos dejen de considerar sus regiones como base territorial de sus acciones. La Nación desencaja a los ciudadanos de sus particularidades, de sus provincianismos, y las integra como parte de una misma sociedad. La parte se integra al todo.

El espacio local se desterritorializa, y adquiere otro significado. El principio fundamental de la modernidad es la individualidad, lo que significa que se rompen los vínculos estamentales, dejan al individuo libre para circular según su voluntad. El advenimiento de la “sociedad” rompe con los lazos de solidaridad y afectividad. La nación pretende recuperarlos a todos los ciudadanos y hablar de una “comunidad nacional”. Ortiz plantea que es irrealizable frente a la transformación radical de la sociedad. La modernidad, al mismo tiempo que se encarna en la Nación, trae con ella los gérmenes de su propia negación. El resultado es un doble movimiento: desterritorialización de los hombres y se re-territorialización en el ámbito de otra dimensión. De esta manera, la identidad nacional exige permanente reconstrucción. La nación define un espacio geográfico en cuyo interior se realizan las aspiraciones políticas y los proyectos personales. Así, el Estado-nación también es una instancia de producción de sentido. Frente a la globalización, como expansión de la modernidad-mundo, el Estado-nación pierde su posición privilegiada de productora de sentido. La realidad del mundo hoy es que el TODO está hecho trizas; el centro es amenazado por la desunión, pero no significa que las sociedades se descompongan, tampoco que los Estado-Nación se diluyan. Significa que el contexto cambió, el espacio se transforma y que la modernidad-mundo impulsa un movimiento de desterritorialización hacia afuera de las fronteras nacionales, y acelera las condiciones de movilidad y desencaje. A partir de la globalización, la propia noción de espacio se transforma. El núcleo de cada cultura, o sea el referente para la construcción de la identidad, pierde centralidad. La modernidad-mundo pone a disposición de las colectividades un conjunto de referentes. Cada grupo social, en la elaboración de sus identidades colectivas, se apropiará de ellos de manera diferenciada.