Rebeliones Amazonicas Peru

Fernando Torote:  Fernando Torote fue un curaca asháninka (Selva Central del Perú) que fue bautizado por los misionero

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Fernando Torote: 

Fernando Torote fue un curaca asháninka (Selva Central del Perú) que fue bautizado por los misioneros franciscanos en 1723. La ceremonia fue realizada frente a tres mil nativos asháninkas. Sin embargo, al año siguiente encabezó una emboscada que dio muerte a varios misioneros y nativos convertidos. El ataque de Fernando Torote fue una demostración del rechazo de los nativos a las imposiciones de los franciscanos hacia los recién convertidos de las inmediaciones de los ríos Ene y Perené: vida controlada en reducciones, trabajos obligatorios, castigos físicos, ofrendas, monogamia, etcétera. A comienzos de 1724, Fernando Torote planeó la emboscada. Invitó a los franciscanos para bautizar a más indígenas de sus comarcas. Una delegación encabezada por el cura Fernando Lamadrid Burgos (e integrada por otros tres sacerdotes, catorce ayudantes españoles y veinte indígenas cristianos) se embarcó en dos canoas y siete balsas en el río Tambo. Cuando iban navegando dos días fueron atacados con una lluvia de flechas lanzadas por los hombres de Torote. Murieron los cuatros clérigos y casi todos los ayudantes. Fernando Torote nunca fue capturado. Años más tarde (en 1737) su hijo Ignacio Torote lideró nuevos ataques contra las misiones franciscanas de la Selva Central. FUENTE: http://respuestas-cortas.blogspot.pe/2016/09/quien-fuefernando-torote.html



Durante este siglo (XVIII) se produjeron sucesivos levantamientos acaudillados por los "curacas" contra las vejaciones de funcionarios virreinales, especialmente de los corregidores. Anular los abusos en el cobro del tributo y el trabajo forzado en las minas fueron las demandas más generalizadas de estos movimientos de carácter antifiscal. Para empezar, el curaca campa Fernando Torote, aliado con los piros y mochobos, se levantó contra los misioneros franciscanos, pues la prédica de estos frailes y su presencia entre los hombres de su etnia perturbaban el ejercicio de su poder. El jefe campa sorprendió y dio muerte a un grupo de religiosos de San Francisco a orillas del río Tambo, en mayo de 1724. FUENTE: https://es.scribd.com/document/93767906/VIRREINATODEL-PERU

Ignacio Torote: 

Ignacio Torote, hijo del mencionado Fernando y cacique de Catalipango, continuó con las intenciones agresivas de su padre. Destruyó en 1737 dos misiones franciscanas establecidas en su jurisdicción cacical, una en Catalipango y la otra en Sonomoro, además de asesinar a varios miembros de la orden seráfica. El Perú era gobernado entonces por el marqués de Villagarcía, quien nombró para encabezar unas tropas de castigo a los capitanes Pedro Milla y Benito Troncoso, gobernadores de las fronteras de Tarma y Jauja, respectivamente. Pero el líder indígena fue más astuto porque, a pesar de todas las medidas estratégicas como la construcción de un fuerte en Sonomoro, supo escabullirse en medio de la selva sin dejar rastro alguno. El levantamiento de Ignacio Torote es un antecedente importante de la insurrección de Juan Santos Atahualpa.

FUENTE: PERU 

https://es.scribd.com/document/93767906/VIRREINATO-DEL-

Ignacio Torote, curaca de Catalipango, empieza una especie de resistencia en el año 1737. Él estaba decidido a sacudir la forma de vida impuesta por los franciscanos y retornar a su anterior estado, suprimiendo de paso las Doctrinas y a sus sacerdotes. Con este fin convocó de manera sigilosa a sus parientes y a sus partidarios, aleccionándolos para el momento más oportuno. La ocasión propicia surgió cuando los principales religiosos decidieron reunirse en Sonomoro, con el propósito de llegar a un acuerdo sobre una próxima “entrada” en la jurisdicción de los Conibos. De inmediato, el curaca Torote congregó a su gente, pequeño grupo compuesto de indígenas, unos cristianos, otros infieles, armados con arcos, flechas y macanas. Antes de emprender la marcha sobre Sonomoro, temiendo que desde Catalipango pudieran enviar oportuno aviso a los religiosos de ese pueblo, el Curaca alzado ordenó matar a un negro, algunos muchachos de ambos sexos y a un Donado; a la vez que robaba y profanaba la iglesia, hizo lo mismo con el convento y concluyó por entregarlos al fuego. Terminados aquellos desmanes salió de Catalipango, con rumbo hacia Sonomoro, llegando a su objetivo durante el mediodía del 20 de marzo de 1737, mientras los indígenas fieles estaban atareados en el trabajo de las chacras. Torote penetró solo y desarmado. Para no infundir sospechas dejó a su gente en acecho, en un monte de las cercanías. El taimado jefe llegó al convento y recibió con mucha humildad la bendición de los frailes. Su verdadera intención era indagar acerca de la capacidad defensiva de aquellas sus presuntas víctimas. Y, seguro ya de que estaban desprevenidos y desarmados los misioneros y sus acompañantes, retornó velozmente por sus hombres. Al irrumpir sobre Sonomoro dio muerte inmediata a los franciscanos ya los neófitos, hiriéndolos primero con sus flechas y rematándolos luego mediante golpes de macana. El saqueo del convento coronó la hazaña, apoderándose de las codiciadas herramientas, reunidas para una futura entrada; ejecutó igual acción contra la iglesia, no atreviéndose a incendiarla –como en Catalipango- por temor de que el humo delatase a los asaltantes y pudieran se víctimas del ataque de los indios fieles. Cargados con tan rico botín, el curaca Ignacio Torote y sus hombres se retiraron sin sufrir la más leve molestia. Al salir de Sonomoro los victoriosos alzados, un muchacho, testigo oculto de aquellos sucesos, huyó a llevar la noticia hasta el pueblo de Comas, cuyo doctrinero reunió a las gentes del pueblo y marcha de inmediato en auxilio de los misioneros. Torote y sus partidarios habían quedado merodeando en las inmediaciones, pero, al ver llegar gentes armadas y temerosos de una sanción severísima, se retiraron a Catalipango, y no considerándose aún seguros, incendiaron el pueblo y se dirigieron más adentro, al pueblo de Jesús María, mejor ubicado para huir en cualquier momento de peligro al interior de la selva. Se sabe que allí por donde pasaba, predicaba el total exterminio de los religiosos como único medio de dominar de manera definitiva aquella región, y oponerse en forma eficaz y duradera a posibles intentos de imponerles la religión cristiana. Las noticias sobre las violencias y astucias del curaca rebelde llegaban hasta la capital del Virreinato, produciendo consternación en los fidelísimos habitantes de la ciudad de los Reyes. El virrey don Juan Antonio de Mendoza, Marqués de Villagarcía, y los Oidores y otros altos

dignatarios eclesiásticos decidieron contener y castigar tan increíbles desacatos. Sendos Gobernadores fueron nombrados para las fronteras de Tarma y Jauja, recayendo las designaciones en don Pedro Milla y Don Benito Troncoso respectivamente. El virrey facilitó dinero de las Cajas reales y los religiosos recogieron abundantes limosnas de las provincias de Lima, Tarma, Jauja y Huamanga. Con estos y otros recursos extraordinarios compraron víveres y armas, y enviaron soldados. Sin embargo, a pesar del celo desplegado, la expedición estuvo lista sólo siete meses después del ataque del curaca Torote contra Sonomoro. Por entonces, este y sus partidarios, no juzgándose seguros, pasaron de Jesús María a tierras de los salvajes Simirinches; una parte marchó mucho más allá, hasta la jurisdicción de los conibos ,cuyo curaca, partidario de los misioneros, conociendo los desacatos de aquellos fugitivos capturó a un pequeño grupo. Poco tiempo después de tan inusitados sucesos en la región del río Pangoa, salía de Tarma el gobernador Milla y avanzaba con sus gentes hasta el pueblo de Metraro, sobre la margen izquierda del Perené, y como no encontrarse apoyo y, sí, muchísimos obstáculos, decidió retirarse casi de inmediato. Mientras el sector meridional, los neófitos de Sonomoro, encabezados por su fiel curaca Bartolomé Quintinari, ayudaron a perseguir y apresar a los cómplices de Torote, sin poder alcanzar al curaca rebelde porque, desconfiando este de parientes y partidarios, se internó en lo más espeso de la selva. A fines de octubre del año 1737, el gobernador Troncoso salía de Ocopa, llevando tropas, algunos oficiales y a un pequeño grupo de misioneros. Al llegar a Comas alistó gente voluntaria. Y como recibiese insistentes pedidos de ayuda desde Sonomoro, apresuró su marcha para entrar allí en los primeros días de noviembre. Iniciadas de inmediato las averiguaciones judiciales, llegóse a la desoladora conclusión de que la mayor parte de los habitantes de esa región estaban comprometidos en los desmanes del alzado curaca Torote. Por convenir en aquella ocasión al servicio del Rey, se castigó de manera benigna a una minoría de cabecillas. Algo análogo ocurrió en Calitalipango donde, como el pueblo estaba destruido, se improvisaron algunas viviendas. Luego salió una expedición contra el pueblo de Jesús María. Con la eficaz ayuda del negro Antonio Gatica se pudo apreciar a familiares y cómplices de Torote, a quiénes se aplicaron castigos que iban desde la pena de azotes hasta la condena a muerte. Terminadas las represalias iniciales, el gobernador Troncoso mandó levantar un fuerte, para mayor seguridad de los misioneros y de sus neófitos. Era un reducto construido con enormes maderos, defendido por cuatro pequeñas piezas de artillería, un reducido grupo de soldados y un oficial, quienes disponían de municiones y víveres suficientes para un posible asedio. Mientras se efectuaban dichos aprestos, los frailes lograron atraer a muchos indígenas que estaban huidos en los montes por temor a nuevas represalias. Entre los curacas que dieron públicas muestras de adhesión a las autoridades civiles y a los misioneros franciscanos, estaba el curaca conibo Siabar. Este ofreció sus servicios al rey… pidió el bautismo y, más tarde, llegó a enviar a su hijo mayor hacia la costa para que fuese "a ver las ciudades de los viracochas". El hijo del curaca fiel pasó a Lima, donde conoció al virrey Marqués de Villagarcía, retornando a su lugar de origen suficientemente adoctrinado por los eclesiásticos que lo acompañaron.

Después de haber dejado establecido el fuerte de Sonomoro a principios de 1738, el gobernador Troncoso salió al valle de Jauja con una parte de sus hombres. Meses más tarde llegaba un grupo de sacerdotes de España. Y a mediados de 1739, llevando a una parte de los nuevos religiosos, Troncoso efectuó una segunda entrada, tomando nuevo contacto con el curaca Siabar y renovándose las expresiones de amistad. Sin embargo, a pesar de la buena voluntad del curaca aliado, fue imposible capturar al curaca rebelde pues Torote se había retirado a lo más alejado de la selva. Por entonces, como brotara una súbita epidemia y, por otro lado, los misioneros no entregaran a los indios la cantidad de herramientas que pedían, hubo intentos de rebelión que no llegaron hasta el terreno de la violencia gracias a la autoridad que sobre ellos tenía el curaca Siabar. Los años posteriores fueron de penetración lenta pero eficaz, asegurándose mejores tiempos para la tarea de los misioneros y los avances benéficos de su admirable tarea civilizadora. FUENTE: Rebeliones Indígenas – Daniel Valcárcel Juan Santos Atahualpa 