Puedo Ser Otro... y Feliz

Mateo Andrés, S.J. Puedo ser otro …y feliz ©1999 Ediciones MSC Amigo del hogar IMPRESO EN REPUBLICA DOMINICANA Editado

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Mateo Andrés, S.J.

Puedo ser otro …y feliz

©1999 Ediciones MSC Amigo del hogar IMPRESO EN REPUBLICA DOMINICANA Editado por Gobi

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ÍNDICE Primera parte: Raíces de la personalidad 1. Desarrollo humano: marco antropológico El hombre se hace El hombre, responsable de su hacerse Factores del hacerse humano Grupos

2. El evolucionar humano: tiempo de acumulación Problema Acumulación Experiencia y actitud en la acumulación Actitudes y vida humana concreta Grupos

3. Autoimagen como actitud radical La autoimagen ¿Qué es la autoimagen? ¿Cómo se forma la autoimagen? ¿Y cómo actúa en la vida concreta? Conclusiones Grupos

4. ¿Quién soy yo verdaderamente? El hombre, ser y conciencia Funciones de la conciencia Sacudiendo nuestro marasmo intelectual Algunas reflexiones Ejercicio en grupo La pregunta clave

Segunda parte: Exploración de la personalidad 5. La personalidad en panorama Conciencia y realización: Excursus El pordiosero millonario El deudor que se suicidó

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El águila gallina El príncipe rana Sigue la descripción de la esfera de la personalidad El problema humano por antonomasia

6. Los sentimientos Introducción Definición Sentimientos y personalidad Valor moral de los sentimientos Manejo de los sentimientos Grupos

7. Sentimientos de inferioridad ¿Qué son los sentimientos de inferioridad? Causas y estadísticas Algunas observaciones Desarrollo de esos sentimientos Reacción de sujeto Mecanismos de defensa La racionalización El pensamiento Autista Conclusión

8. Sentimientos de timidez Introducción Una escena ¿Qué es ser tímido? ¿Puede un tímido volverse seguro de sí? Grupos Ejercicios grupales

9. Sentimientos de preocupación y prisa Introducción La personalidad acelerada Personalidad tipo A Daños de las prisas Controlar la prisa del hombre Grupos

10. Sentimientos y personalidad Posturas vitales y sentimientos Yo Bien – Tu Bien

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Yo Mal – Tu Bien Yo Bien – Tu Mal y Yo Mal – Tu Mal Yo Bien – Tu Mal Resumen Grupos

11. El sentimiento favorito Introducción El sentimiento favorito Recursos de confirmación Distorsión de la realidad Manipulación de los otros Imaginación de motivos Juegos y daños: el triángulo de Karpman Grupos

12. Conductas expansivas y defensivas Conductas defensivas y expansivas Conductas defensivas Grupos Algunas conductas defensivas típicas El jactancioso y el criticón El criticón Un caso vivo: Reflexión sobre el caso de Juan y Amelia Grupos (para reflexión) El auto-justificativo y el autocompasivo El autocompasivo El irritable y el súper dócil El súper dócil Visión y panorámica Grupos (para reflexionar juntos o solos) Ejercicio Necesidades neuróticas y conductas defensivas Necesidad de afecto y aprobación Necesidad de un compañero Necesidad de restringir la propia vida dentro de estrechos limites Necesidad de poder Necesidad de saber Necesidad de explotar a los demás Necesidad de reconocimiento y de prestigio social Necesidad de hacer cosas grandes Necesidad de autosuficiencia e independencia Necesidad de perfección Resumen

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Grupos (para reflexión personal o grupal)

13. Exploración directa de la personalidad La comparación La fotografía Los secretos El propio panegírico Testamento imaginario Impulsos contradictorios Reacción a la alabanza

Tercera parte: Control de la personalidad 14. Enfrentando el problema: auto-amor y egoísmo El Yo-Mal, un hábito emocional Auto-amor y egoísmo Humildad y orgullo Auto-amor, egoísmo y amor a los demás Auto-aceptación El amor de sí en perspectiva cristiana Grupos

15. Auto-amor es… creer en sí mismo Auto-amor es creer en sí mismo Valor absoluto Valor único Valor distinto Valor insustituible Dos reflexiones profundas Seguimos en nuestra reflexión Grupos

16. Auto-amor es… actuar desde sí mismo El proceso auto-negador ¿Hay esperanza para este hombre? (Reflexión) La conversión psicológica Grupos Ejercicio grupal

17. Auto-amor es… cortar la excesiva intra-crítica Intra-crítica excesiva

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Origen de este habito La estructura del hombre La educación condicional ¿Acaso soy yo, Señor? Ejercicio de la silla El hombre cuya enfermedad era la intra-crítica Grupos

18. Auto-amor es… sanar los recuerdos dolorosos Sanación de recuerdos dolorosos Importancia de esta sanación El que de veras quiere curarse Enfrentando nuestras resistencias Proceso de sanación de los recuerdos Condiciones de sanación Grupos

19. Auto-amor es… hacerse capaz de afirmarse Primera premisa Segunda premisa Conclusión del silogismo La primera tarea del hombre Puntos para una declaración de autoestima Declaración de autoestima Grupos

20. Auto-amor es… resultado del amor recibido Un círculo vicioso ¿Cómo escapar a ese círculo? El espejo del niño Amor incondicional Amor y persona Bécquer y Unamuno Algunos experimentos Rosenthal y sus ratas Experimentos con estudiantes Experimento a largo plazo del Dr. Skeel ¿Estamos quizá lejos del evangelio? El amor incondicional de Dios Nuestra respuesta al amor incondicional de Dios Amor de Dios y crecimiento humano Conclusión Una experiencia de V. Frankl

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Grupos

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PRÓLOGO Hay quienes buscan tema porque quieren escribir un libro; y hay quienes escriben un libro porque se lo impera el tema. Hay temas que surgen súbitos en el corazón o mente del autor y los hay que son poso y zumo de muchas experiencias y reflexiones. Este libro se debe al tema y doy fe que el tema es poso y zumo y en modo alguno relámpago fugaz. El Prof. Mateo Andrés (66 años) estruja en este libro su vida entera. Nos entrega en el su existencia hecha sabiduría y compasión; años y años de experiencia propia y ajena, de análisis propios y de estudio concienzudo, de docencia y consejería ininterrumpida... Un libro así es necesariamente profundo y valioso. Pero no solamente es esto sino que el libro del Prof. Mateo nos enseña a encontrar la felicidad y gozo a través de una re-estructuración fundamental y correcta de la personalidad. Frecuentemente el ser humano cristaliza en falso y vive, después, infelizmente, víctima de sí mismo... Y aunque el mal no sea tan radical, nunca faltan ejes cristalizados fuera de lugar, que nos punzan y lastiman. Este libro, fino y serio, desentraña el mal y ofrece solución. En el ser humano estuvo el error y en el ser humano está el remedio. No es cuestión, sin embargo, de magia sino de auto-esclarecimiento y decisión. Pasma en el Prof. Mateo su aguda sagacidad en desanudar marañas y su asimilación y selectividad de teorías y sistemas psicológicos. Explícitamente no es un libro erudito pero presupone una erudición vastísima. Aunque limpio de bibliografía respaldante, pudiera calzar cada una de sus principales afirmaciones con muchas obras y autores aureolados. No le interesa, sin embargo, esto al Prof. Mateo. Y aquí está otro valor significativo del libro. Es para ponerlo en práctica y no para disfrutar leyéndolo.

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Yo, sin embargo, lo he leído con satisfacción y gozo creciente. Desde la fe cristiana, para ahorrarle escrúpulos al autor, que es jesuita, quiero proclamar que es un libro profundamente evangélico y muy ignaciano. San Ignacio de Loyola creó también con los ejercicios un reconocido sistema psicológico de reestructuración de la personalidad y nos dejó en su contemplación para alcanzar amor una visión optimista de cuanto nos rodea y de nosotros mismos, que fundamenta sólidamente todo lo que en este libro se dice. Ojalá que sean muchísimos los que se beneficien de este regalo de la mente fuerte y corazón generoso del Prof. Mateo Andrés. Fco. José Arnaiz S.J.

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DEDICATORIA Y AGRADECIMIENTO

Dedico este libro a mí querido hermano Melquíades: él, con su insistencia, repetida por años, ha conseguido lo que me parecía imposible: que me animara a su publicación. Agradezco al Prof. Fausto Mejía su constante colaboración en la redacción de estas páginas que, en buena parte, son también suyas.

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INTRODUCCIÓN El hombre sufre muchísimo... A nivel físico-fisiológico: "ay, este terrible dolor de cabeza"... A nivel social: "a mí nadie me quiere"... A nivel emocional: "me siento tan solo, tan triste y derrotado"... A nivel de trabajo: "no estoy haciendo nada que valga la pena; ni creo siquiera que yo sirva para nada"... Dejo a mis lectores que pongan ellos sus propios ejemplos... Ante este hecho dolorosísimo, una pregunta se impone: ¿Es necesidad de la naturaleza humana o, hablando en cristiano, voluntad clara de Dios, tanto sufrimiento? Mi respuesta humilde, pero firme: creo que no. Creo que más del 90% de nuestros sufrimientos, y el porcentaje es de autores muy serios, lo producimos nosotros; y lo producimos precisamente porque funcionamos mal. ¿Entonces? Hay dos modos de situarse frente a ese sufrimiento inhumano: la paciencia y la profilaxis. Hasta ahora hemos valorado y tratado de desarrollar la paciencia, sobre el supuesto implícito que tales sufrimientos eran inevitables. Hoy tenemos muchos datos, humanos y religiosos, que nos llaman en la dirección de una profilaxis responsable. Entre estos dos modos de situarse ante el dolor humano, no creo que un cristiano, cuando es posible la profilaxis, pueda optar por la paciencia. Sobre un ejemplo, que tomo del libro de los Hnos. Linn, "Sanando las heridas de la vida": sí sufres de úlcera, la paciencia es mucho. Pero si eres tú quien con tu tensión produces la úlcera, mucho mejor que la paciencia es aprender a vivir relajado. Aprender a vivir relajado es más humano y más cristiano que tener paciencia.

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Tal es el sentido de este pequeño curso: busca enseñar a evitar el sufrimiento inútil. Si el lector se lanza a leerlo y practicarlo, el curso tiene sus prácticas que deben ser hechas, espero que al final experimente una gran disminución en sus sufrimientos absurdos. Y espero algo maravilloso: que, introducidos por el libro, como sin darse cuenta, al final, puedan entender personalmente, aquella palabra del Señor a sus discípulos, después de lavarles los pies: "Sabiendo esto, serán dichosos si lo cumplen" (Jn. 13, 17). También el Señor se preocupa de que seamos dichosos; pero la condición es cumplir ciertas condiciones que, quizá, pueden resumirse en esta palabra: "hombre, funciona en hombre, funciona en cristiano, y serás mucho más feliz". Mateo Andrés, S.I.

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PANORAMA DEL CURSO

El curso consta de tres partes: La primera estudia, a nivel más bien teórico, el proceso de desarrollo de la persona humana; más en concreto, la formación de los hábitos de pensar y sentir acerca de uno mismo, que son la raíz de nuestros gozos y sufrimiento. La segunda, haciendo un esfuerzo de aproximación al individuo concreto, intenta descubrir cuál es en cada uno ese bloque de hábitos emocionales. Finalmente la tercera sobre el supuesto de haber descubierto esa raíz oculta, que siendo típica de cada uno es con todo común a todos, intenta enfrentarla directamente y sanarla.

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PRIMERA PARTE

Estudia el desarrollo de la persona; y halla que el secreto último, la raíz oculta de su obrar, está en la autoimagen, o conjunto de hábitos de pensar y sentir que ha ido formando la persona concreta acerca de sí misma. Damos una visión teórica, sencillísima, de ese desarrollo hasta acabar en la autoimagen. Y estudiamos brevemente la estructura y función de esa autoimagen en el desarrollo del hombre.

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Capítulo 1 Desarrollo humano: marco antropológico Quiero señalar en este capítulo las líneas maestras del desarrollo humano. A mi juicio son estas tres: 1. El hombre no es, se hace; 2. Se hace en libertad, o sea, en responsabilidad; 3. Y se hace dentro de un marco de posibilidades, ofrecidas por la herencia y actualizadas por la educación. Desarrollará brevemente estos tres puntos.

El hombre se hace Solemos hablar del hombre en términos de cosas; y así decimos que el hombre es... cerrado o abierto; seguro o inseguro... Pero esa terminología estática puede inducirnos a error. Efectivamente, el hombre nunca es ya algo acabado; está siempre en proceso de realización de eso mismo que dice que es. No es ya cerrado, sino que está cerrándose; no es ya inseguro, sino que está desarrollando su inseguridad. E igualmente, no es ya abierto, sino que se comporta o vive de modo que se está abriendo; no es ya seguro, sino que, mediante su conducta, en proceso sin fin, está afirmándose cada día. La vida humana pues se nos da como lucha por la autorrealización; si se quiere, como esfuerzo continuo hacia el Sí Mismo verdadero; o bien, como dejación y abandono de ese Sí Mismo ideal. He aquí una pequeña figura que nos puede iluminar.

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H

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La figura expresa gráficamente mi pensamiento. En cada hombre hay un yo pleno, acabado, ideal, H grande. Vivir es caminar hacia él. Si bien, en la seguridad humilde de que nunca llegaremos a él; nunca lograremos su realización total. El punto de partida, o h pequeña en la figura, es el hombre de cada momento, el homo viador. Y es que, en cada momento de la vida, el hombre es un comienzo, siempre libre y dispuesto para comenzar. El tiempo de esta lucha por la actualización es lo que llamamos tiempo humano. Y viene a ser como la acumulación progresiva de actos, que van componiendo y conformando la personalidad evolutiva. De modo que, en un cierto sentido, podemos decir que el hombre es tiempo: en cada momento dado, el hombre es lo que se ha hecho, a partir de la herencia. Es su pasado. Pero no como algo acabado y muerto, sino como nuevo y creciente botón de posibilidades hacia el futuro. El hombre es a un mismo tiempo realización ya hecha (pasado) y apertura a nuevas realizaciones (futuro). Es fin y comienzo continuos. Para mí esta concepción temporal de la vida humana es fuertemente dinamizadora. El hombre se hace; se está continuamente haciendo; sólo existe haciéndose. Cada presente es una llamada continua; nunca nada está decidido y acabado; todo está en continuo fieri. Podemos decir que el hombre es continua vocación de sí mismo; dormido allá en el fondo, el yo ideal llama continuamente, despierta, inquieta, atrae...; de modo que el yo real nunca puede descansar en nada logrado. Con San Agustín, los cristianos creemos que en el fondo de ese Sí Mismo está Dios; "intimior íntimo meo", más dentro de mí que yo mismo; de modo que este hombre, eterno buscador de más, es también, y esencialmente, vocación divina. Vista desde el hombre, esta continua ansia de más, es búsqueda del Sí Mismo humano; vista desde la fe, esa inquietud de buscar algo más, la búsqueda de lo Absoluto. Una última consideración, atendiendo a la vida concreta humana. En esta lucha de auto-humanización hallamos gente exitosa y gente fracasada; gente satisfecha y gente insatisfecha. ¿A qué puede deberse esta diferencia? Desde luego, en esta concepción del hombre-tiempo, el presente humano es vivido siempre como incompleto, inacabado, parcial; por tanto, a nivel emocional, es vivido como insatisfactorio. Pero notemos: esa insatisfacción puede

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corresponder y medirse por esta estructura del hombre-que-se-hace; en tal caso, inducirá a más acción, pero sin caer en tentación ni amargura. En cambio, cuando esa insatisfacción no corresponde ni se mide a esta estructura del hombre-tiempo, sino más bien a una educación negativa, entonces tenemos lo que me gustaría llamar insatisfacción neurótica. Esta insatisfacción, consecuencia y expresión del YO-MAL, que describe el análisis transaccional, no sólo estimula el desarrollo humano, sino que lo disminuye y aún detiene. Conviene pues, desde ahora, distinguir dos clases de insatisfacción humana, la sana y la neurótica. AI presente, inacabado e incompleto, del devenir humano, corresponde necesariamente una cierta insatisfacción. Es ley de la conciencia humana. Esa insatisfacción nace de la misma conciencia de nuestra limitación, y es sana y estimulante. Pero si la insatisfacción corresponde a una educación autodevaluante, entonces tenemos que decir que la insatisfacción es neurótica; y lejos de estimular el desarrollo, más bien lo estanca y paraliza.

El hombre, responsable de su hacerse Doy por supuesto aquí que el hombre es libre. Con una libertad muy condicionada, sin duda, pero realmente libre. C. Rogers, en polémica con B.F. Skinner, trata de aclarar esta tesis, para los que quieran ahondar en ella. (C. Rogers, Persona a Persona, Tema: Aprendiendo a ser libre, pp. 47 ss. Amorrotu Editores. B.A.). En nuestra visión dinámica del hombre, ¿qué significa ser libre? Creo que sobre un ejemplo, un tanto extraño, resultará más pedagógica mi explicación. Imaginemos una bala que, recién disparada, recorre su camino hacia su víctima. En ese ir avanzando y acercándose a su término, que es la trayectoria, la bala no es responsable. Lo será, a lo sumo, el que la disparó. Pero hagamos una serie viva de suposiciones que, de ser ciertas, convertirían a la bala en verdaderamente responsable. Ante todo, dividamos el trayecto de la bala en momentos numerados, 1, 2, 3, 4, 5, 6...; imaginemos ahora que detenemos la bala en un momento dado, por ejemplo en el 5. Así detenida, demos a la bala conciencia de sí misma, de modo que sepa responder a preguntas como ¿quién eres?, ¿qué quieres?, ¿A dónde vas?... En este momento, por hipótesis, la bala es ya autoconsciente, pero no tiene dominio de sí. Avancemos ese paso. Demos a la bala ese autodominio que le falta: hagámosla dueña de su moverse. ¿Caemos en la cuenta de lo que ha sucedido?

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A partir de ese momento 5, dotada como ha sido de autoconciencia y autodominio, la bala tiene muchas y diversas posibilidades; fundamentalmente estas dos: puede seguir adelante o detenerse; seguir adelante en una dirección o en otra... La bala ahora tiene primero que elegir la posibilidad que prefiere y sólo entonces puede pasar a realizarla. Pero entonces responsable de su trayectoria ya no es el que la disparó, sino la bala misma; responsable de su trayectoria y de los efectos y consecuencias que se sigan. Insistiendo en el ejemplo, podemos decir: en el momento 5, momento estelar de la bala, le nacen a ésta, repentina e inesperadamente, miles y miles de posibilidades: puede seguir adelante y matar; puede cambiar de dirección y perderse en el aire; puede tomar la dirección de tierra y hundirse en ella, etc., etc. Entre esas posibilidades, la bala tiene que elegir una, con tal necesidad que incluso el no elegir es ya haber elegido; de modo que lo que suceda, bueno o dañoso, ahora tiene que ser achacado a la bala misma. Ella es la autora de ese suceso. Si ese suceso es real y no mero posible, ello se debe a la bala; si ese suceso existe en el mundo real, es desde la bala y por la bala; de modo que la bala es la responsable. ¿Podemos aplicar el ejemplo al caso del hombre? La vida humana es como el trayecto vital del hombre; éste empezó su recorrido "disparado" por otro, pero luego, alcanzada la mayoría de edad, con autoconciencia y autodominio, ¿no es ya el mismo hombre el que dirige su vida? Sin duda podemos afirmar que, si no siempre, al menos en muchos momentos, el hombre puede detenerse en su trayectoria; detenerse y reflexionar sobre su vida y su destino. En esos momentos de reflexión, también al hombre le nacen miles y miles de posibilidades nuevas. Entre esas posibilidades tiene que elegir una antes de poder pasar a realizarla. Elegida esa posibilidad y realizada, el resultado pasa a formar parte del hombre. De modo que el hombre es responsable de sí mismo. Resumiendo. Lo que en la bala era hipótesis, en el hombre es realidad. He aquí los pasos: 1. Autoconsciente y dueño de sí, el hombre 2. Puede detenerse en su vida; es decir, puede reflexionar sobre su trayectoria y destino; y de hecho, en algún grado, lo hace.

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3. Al detenerse, y en el grado en que lo hace, el hombre empieza a descubrir muchas y diversas posibilidades, antes desconocidas. El agresivo, por ejemplo, en el grado en que reflexiona sobre su proceder, encuentra que puede valorar las situaciones frustratorias de muchas otras maneras distintas; por consiguiente, en la misma medida de su reflexión, encuentra que hay opciones más valiosas y satisfactorias que su repetitivo irritarse. 4. Entonces, animado por su reflexión, opta por esas soluciones más satisfactorias; y poco a poco, con tesón y paciencia, las va poniendo en práctica. El resultado de esta lucha, continuada durante toda la vida, es la progresiva realización de sí mismo, del Sí Mismo verdadero, que yace oculto en el fondo de su ser, del Sí Mismo querido por Dios. El hombre pues, en cuanto autoconsciente y libre, es responsable de sí mismo; desde luego, primero responsable de sus actos y, a través de los actos, responsable en cierta medida de su mismo ser.

Factores del hacerse humano Puesto que este curso quiere ser una introducción al trabajo de cada uno sobre sí mismo, conviene que señalemos bien los límites de nuestro poder y responsabilidad. Nos preguntamos pues ¿de qué depende el crecimiento humano? Tres son los factores que señalan los psicólogos: herencia, ambiente o educación y respuesta personal. La herencia ofrece el marco de posibilidades que, a lo largo de su vida, dispondrá una persona determinada. La herencia dice lo-quepuede-ser este hombre concreto. La educación actualiza parte de esa herencia, nunca toda; así, de todo lo que en el hombre es posible, será real sólo esa mínima parte, la porción actualizada por la educación. El papel de la respuesta personal es menos estudiado en los tratados de Psicología, pero no es menor su importancia. Al llegar el hombre concreto a un cierto grado de reflexión, él mismo se convierte en maestro de sí mismo, como veíamos en el número anterior; él puede guiar ese proceso educativo, que es su vida. De ese modo, la educación que empezó siendo hetero-educación o programación ajena puede acabar siendo autoeducación o programación propia.

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Merece la pena, dado nuestro objetivo, insistir en el aspecto complementario de estos tres factores. Sin la herencia, como factor primero o posibilidad, es evidente que no puede darse ninguna realización. Pero sin la educación, la herencia quedará siempre en mera posibilidad vacía. Trabajando con las dos, o tomando en cuenta a las dos, la respuesta personal trabaja en sólido, avanza sobre seguro. Más en concreto. Los rasgos que dependen de la herencia, son hereditarios y no resultan cambiables, los que dependen de la educación, al ser aprendidos, resultan también cambiables. La respuesta personal tiene en éstos su campo abonado. Se halla aquí, sin duda, un gran mensaje de esperanza de la Psicología actual. Con respecto a los rasgos aprendidos, el "yo soy así" debe sustituirse por el "yo aprendí a ser así"; de modo que, si quiero de veras, puedo desaprender esa conducta y aprender otra nueva. En la misma línea, siguen los psicólogos: la frase tan frecuente "yo no puedo" debe ser sustituida por la más responsable "yo no quiero"; y la de "yo no sé" por la de "yo puedo aprender". El hombre que empieza a hacerse consciente de esos cambios, empieza a vivir en responsabilidad respecto a él mismo. En nuestro modo de ver la vida humana, ahí, y sólo ahí, está el verdadero hombre. Toma en cuenta la herencia y la programación ajena, pero se hace responsable de sí mismo y elige su propio camino. Una aportación final. Nos aseguran los psicólogos que el hombre común realiza apenas el 10 por ciento de sus posibilidades o herencia. Esto significa que en el hombre común llega a ser real apenas una décima parte de su riqueza hereditaria. ¿No es esto una gran desgracia humana? Supongamos que tienes una capacidad de 100, por ejemplo, en capacidad de sonreír, de ser feliz, de hacer felices a los demás, de cantar, de pintar, etc., etc. Según esa apreciación de los expertos, de esa capacidad realizas apenas un 10 por ciento. ¿Y el otro 90 por ciento? Realmente hemos de aceptar que la humanidad está apenas en los primeros estadios de su evolución. ¿No podríamos hacer algo?

Panorama En nuestra vida vemos que el hombre se hace...; que hace su propia felicidad o su propia desgracia; y nos preguntamos: ¿podemos intervenir en ese hacerse?, ¿intervenir, sobre todo disminuyendo el sufrimiento y aumentando el gozo? Nuestra respuesta es Sí. Podemos y debemos. Antes, desde luego, importa descubrir el modo. Y es lo que intenta nuestro curso. Desde que el hombre es

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hombre vive en esa seguridad de que puede disminuir su sufrimiento y aumentar su gozo; a lo largo de la historia filósofos, poetas y santos no han hecho otra cosa que abrirnos caminos. La psicología actual ha avanzado mucho en esta línea. Por eso la tomamos hoy como guía. Concretamente, en esta lección introductoria, nos fijamos en el marco antropológico de ese hacerse humano; y recalcamos especialmente que el hombre, condicionado sin duda por la herencia y el ambiente, dispone siempre al menos de un mínimo de libertad que puede usar en su propio mejoramiento. Reflexiona sobre tu responsabilidad concreta: está ahí, como hemos visto, el secreto de un cambio de vida.

Grupo 1. ¿Sientes la impresión de recurrir en exceso a frases evasivas como "yo soy así"; "yo no puedo"; "yo no sé"...? 2. ¿Adviertes que con ello abandonas tu responsabilidad y te dejas a un sentimiento vago de fatalidad y de "no hay nada que hacer"..., que te paraliza y anula? 3. Intenta sustituir esas frases de arriba, poco responsables, por las más responsables de 1) "puedo hacerme otro" en vez de "soy así"; 2) "no quiero" en vez de "no puedo"; 3) "puedo aprender" en vez de "no sé"... ¿Cómo te hace sentir el intento?

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Capítulo 2 El evolucionar humano: tiempo de acumulación Problema El hombre evoluciona; es decir, responde a las situaciones que se le van presentando en la vida; y responde de un modo distinto, típico de cada persona, precisamente en su momento de evolución. Si, con el Existencialismo, decimos que ser hombre es situarse en el mundo, cada hombre se sitúa de un modo único; cada hombre interpreta y valora el mundo a su manera y crea así su propio mundo. Tomemos por ejemplo un suspenso en matemáticas. De distinta manera lo interpreta y valora un hijo y su padre, un alumno y su profesor, un alumno de ciencias y uno de letras, etc. En el modo de situarse frente al suspenso se retrata cada persona, revela su punto de evolución. Pues bien, ¿cómo se produce esa evolución? ¿Cómo va cambiando el hombre de modo que reaccione precisamente de esa manera y no de otra? Pretendo en esta lección iluminar ese "ir adelante" del hombre concreto, característico de cada hombre.

Acumulación A mi ver, el concepto-clave para entender ese proceso es el concepto de acumulación. La acumulación tiene una importancia enorme en el desarrollo humano. El tiempo de la vida, que vamos a llamar tiempo de acumulación, es muy distinto del tiempo del reloj. Este cuenta, por ejemplo, los momentos —tic, tac, tic, tac—, pero no los acumula. El momento primero suena y pasa, sin dejar nada de él para enriquecer al siguiente. Y así cada presente es siempre él solo; no importa que huyan precedido millones de momentos o sea el primero de una serie. Podamos llamar a este tiempo, en cierto modo inútil, tiempo de sucesión. Se caracteriza por

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la sucesión de presentes, todos iguales, donde el advenimiento de uno implica la desaparición total del otro. Los presentes se suceden unos a otros; y el tiempo va así a perderse en la nada. El tiempo de sucesión es, por tanto, tiempo de muerte; tiempo de hacer nada o caída en la nada, en el no-ser. En cambio, el tiempo de la vida es muy distinto: acumula los presentes; el suceso presente, al pasar, no desaparece totalmente sino que deja su valor (o desvalor) al siguiente, y sigue en él ejerciendo su influjo. Se caracteriza este tiempo por la acumulación progresiva de presentes, cada vez más cargados, de modo que el presente que llega asume la carga de los anteriores y se la entrega al siguiente. Aquí el pasado no pasa; queda en el presente, como huésped oculto, pero eficaz. Un ejemplo nos aclarará este punto. Dos gemelos, al parecer idénticos en todo. En su casa tienen un ábaco, ese instrumento-juego, de bolitas coloreadas, movibles, que nuestros abuelos usaban para enseñar a sumar y restar. Uno de los gemelos, Luis, goza jugando a correr las ruedecitas de colores. La madre, feliz con el juego de su hijo, le colma de caricias. Esas caricias revaloran en Luis su deseo de jugar e insiste en su juego, cada día más entregado. Con frecuencia la madre comenta: este hijo va a ser un gran matemático, un Einstein. Reforzado con todas estas experiencias de hogar, el niño va a la escuela. La maestra lo saca a jugar con el ábaco y el niño se desenvuelve felizmente. Encantada la maestra, llama a la madre del niño y le comenta las habilidades de su hijo. Estos comentarios llegan al niño y refuerzan su seguridad en el área de las sumas y restas... Pregunto ahora: ¿cómo se desenvolverá ese niño en el campo de las matemáticas? Lo más probable es que triunfe plenamente; lleva acumulados muchos éxitos que le disponen para más éxitos. La comulación positiva explica aquí el éxito del niño. Pasemos ahora al otro gemelo, Juan. Sintiendo que no puede competir con su hermano en el juego del ábaco, opta por retirarse y seguir otros juegos. La madre, desilusionada, le cae arriba, y el niño se aleja más del juego del ábaco y de todo lo que suene a números. En su día entra en la misma escuela que su hermano; y cuando le pide la maestra salir al ábaco, el niño fracasa rotundamente; la maestra no quiere darse por vencida, menos sabiendo que Juan es hermano de Luis, y sigue insistiendo; los fracasos se acumulan. La maestra pondera con la mamá de los niños cuán distinto e inferior es Juan, respecto a Luis; el comentario llega a oídos de Juan y más se auto-derrota por dentro: "él no sirve para matemáticas”… Preguntó también aquí: cuando Juan tenga que enfrentarse a sus estudios de matemáticas ¿cómo reaccionará? ¿Cuál será el resultado? En virtud de los fracasos acumulados, lo más probable es que fracase. No que no sirva para matemáticas,

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sino que, en virtud de lo acumulado, se ha hecho la idea de que no sirve para matemáticas. Y ahora vive el presente, el libro de matemáticas, como un imposible. El tiempo de la vida es pues tiempo de acumulación; el hombre vive el presente desde el pasado que, en realidad, aunque le llamamos pasado, sigue ocultamente presente y actuante en el presente. Decimos pues que la acumulación es el concepto-clave para entender el evolucionar humano. Es como el hilo de Ariadna, que nos guía a través del laberinto intrincado del desarrollo del hombre.

Experiencia y actitud en la acumulación Los conceptos de experiencia y actitud completan el instrumental necesario para entender el devenir del hombre. Entiendo por experiencia un acontecimiento, personalmente vivido, en que el hombre entra en contacto con el mundo. La experiencia humana consta de dos dimensiones, una objetiva, o suceso mismo, y otra subjetiva, o valoración que el hombre hace de ese mismo suceso. Lo más importante de una experiencia es esta valoración personal; es la que hace que una experiencia sea positiva y ayude al crecimiento de la persona; o negativa, y detenga ese crecimiento. Dos hermanitas van a la escuela, pobremente vestidas; la una vive esa situación tranquilamente y sin importarle nada; la otra la vive sintiendo que sus compañeritos la miran, la juzgan y desprecian... El suceso exterior es idéntico para ambas, pero la experiencia es muy distinta. En consecuencia, lo que se acumule será también muy distinto. Actitud es la organización estable de esos procesos experienciales. O sea, las experiencias se van acumulando y formando una organización que afecta al sujeto, haciéndole que actúe (piense, juzgue, quiera, sienta...) de una manera determinada, correspondiente a esa organización. Actitud pues es el pasado humano, condicionando el presente, tiñéndolo de su propio color y, en consecuencia, subjetivándolo. Los psicólogos sociales, que son los que más han estudiado el tema de las actitudes, distinguen tres elementos principales en cada actitud: cognoscitivo, emocional y tendencial. Y es que, efectivamente, la actitud dirige el conocimiento, condiciona las emociones y mueve los impulsos. Se ve claramente en el político: inclinado a un partido, ve los sucesos en la luz de su tendencia; valora y siente esos sucesos con ese calor emocional; se siente motivado a trabajar en esa misma línea. Cosa parecida sucede al creyente religioso (católico, protestante, judío...), al partidario de un equipo deportivo, etc., etc.

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Mediante las actitudes, observan los grandes psicólogos, el individuo crea su propio sistema de vida, de ver, sentir, querer... las cosas; y dentro de ese sistema vive seguro, como en una fortaleza inexpugnable. ¿Quién hará ver al tímido que el público no es amenazante...; al celoso que su esposa (o) es fiel...; al suspicaz que el comerciante no miente...? Las actitudes vienen a ser como el corazón de la propia vida: cada uno vive al ritmo de sus actitudes; ve, siente, quiere las cosas, siguiendo sus actitudes. Me gusta especialmente la definición de actitud que da un viejo autor, A. Tornos, en sus apuntes inéditos de Antropología Filosófica: actitud, dice Tornos, es la vivencia simbólica del presente. Y lo explica él mismo: en virtud de hábitos rememorativos y expectativos, el hombre vive el presente, acordándose de las experiencias pasadas o anticipando las futuras. De ese modo, el hombre vive ese presente como símbolo de aquellas experiencias. No vive en un mundo objetivo, incoloro, inodoro e insípido, sino en un mundo subjetivo, fuertemente significativo, capaz de simbolizar determinados pasados o futuros. "Este" perro no es para él un perro cualquiera, sino símbolo de aquel perro que lo mordió un día y que podría volverlo a morder.

Actitudes y vida humana concreta El siguiente cuadro nos ilumina sobre el papel de la actitud en el concreto reaccionar de una persona a una situación determinada. I

II

III

IV

Situación real

Proceso inconsciente

Percepción

Reacción

“Objetiva” Incolora Insípida

Elaboración inconsciente de esa situación.

Percepción del I, pero personalizada…

Reacción correspondiente, ya externa, ya interna

BREVE EXPLICACIÓN DE CUATRO La situación real, No. I, es objetiva, común a todos. Es por tanto incolora, inodora e insípida. "Color", "olor" y "sabor" personales los va a lograr, precisamente, en virtud del influjo inconsciente de la actitud. El ratón, por ejemplo, es un animal, podemos decir que objetivamente inofensivo; cuando tú ves en él algo que te asusta y hace temblar, es que desde tu persona, has puesto en él ese "terror"; tal terror es obra inconsciente de tu actitud hacia los ratones.

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Las actitudes pues elaboran, No. II, el contenido objetivo de la realidad y, sin advertirlo el sujeto, dan a la realidad un valor determinado. Consecuencia de esa elaboración inconsciente, salta en la conciencia la percepción, No. III, que es, sí, la realidad pero transformada previamente y adaptada al sujeto por la actitud. En la percepción el hombre no ve lo-que-es, realidad objetiva, sino lo que el mismo subjetivamente ha elaborado. Finalmente, a la percepción se sigue una conducta correspondiente; si percibes que el ratón es algo peligroso, darás un brinco de susto o pondrás otra conducta parecida; si estimas que ese tumor es maligno, correrás asustado al médico; si sientes que el otro no te aprecia, producirás hacia él una conducta de disgusto, irritación, alejamiento... la que corresponda en ti a ese sentimientopercepción de que el otro "no me aprecia". Vemos así como la conducta cierra el ciclo de la percepción; y lo cierra precisamente reforzando la actitud que está en su origen. Así si percibo que tú no me aprecias, me alejaré de ti y, alejándome, haré que efectivamente no puedas apreciarme. El ciclo de la percepción negativa se convierte así en el llamado "ciclo diabólico" Por estos pasos: 1. Lo que siento-percibo; 2. Eso es lo que hago; de modo que 3. Aún siendo falso eso que percibo, al hacerlo, acabo conviniéndolo en verdadero. Valga este ejemplo. La esposa que cree que su esposo ya no la ama, actuará como si él no la amase, y de ese modo hará efectivamente que el esposo no pueda amarla. ¡Cuánta luz aporta esta visión a nuestra vida concreta! Lo veremos más adelante. Pero ya desde ahora entrevemos que el enemigo mayor de la felicidad suele ser uno mismo: si crees que no se te debe la felicidad (el éxito, la amistad, la salud...) actuarás en consecuencia y acabarás cerrándote todos los caminos. Resumiendo el capítulo. El niño empieza su vida como puro potencial hereditario, no marcado por ninguna otra señal, "tanquam tabula rasa", como tablero sin escribir. Las experiencias empiezan a marcarlo o escribirlo; luego esas mismas experiencias, organizadas en actitudes, no sólo ya le marcan sino que lo dirigen; es decir, orientan su potencial hereditario en una u otra dirección; le hacen vivir (ver, sentir, querer.-) dentro de un marco determinado. Los psicólogos creen

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que esta enmarcación en realidad lo que suele hacer es meter ese potencial hereditario, inmenso de suyo, dentro de una "camisa de fuerza"; de modo que el hombre concreto actualiza apenas un 10 por ciento de sus potencialidades hereditarias. Pero este enmarcamiento empobrecedor no tiene que ser tal, no tiene por qué disminuir el campo de realizaciones humanas. El hombre podría ser 90 por ciento más actualizado de lo que realmente es. El curso quiere abrirnos a esos horizontes de grandeza y alegría humanas.

Grupo 1. Piensa en una reacción tuya, por ejemplo hablar en público te da miedo... Viéndote en el cuadro de la p. 28, te hayas en el No. IV. De ese número pasa al III, que también es consciente ¿cómo percibes de hecho el público? De ese III, intenta pasar al II que, siendo inconsciente, no te es directamente conocido. ¿Cuál puede ser mi II, dado ese III y ese IV? Finalmente, pasa al No. I, la situación objetiva, que tú has cargado, sin advertirlo, de ese "miedo"... y trata de verla como es... 2. Intentado este primer análisis, vete a compartir de él con un amigo. Compartir puede ser, en estos casos, lo más decisivo para avanzar en el autoconocimiento... Atrévete pues.

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Capítulo 3 La autoimagen como actitud radical Cuando observamos de cerca al hombre concreto, vemos que las actitudes se envuelven y engloban unas en otras, las menos extensas en las más extensas, hasta llegar a una actitud básica, originante y unificante de todas, que llamamos autoimagen. La autoimagen viene a ser en el hombre como la actitud más general y decisiva, la actitud radical o básica. Por tanto, lo que en el capítulo anterior hemos dicho de las actitudes, tenemos que repetirlo aquí, y son más razón, de la autoimagen. Efectivamente, la autoimagen es la actitud básica por antonomasia; es el cristal último a través del cual vemos todas las cosas de la vida; y muy especialmente las personas; es la carga emocional de fondo que, inconscientemente, volcamos sobre todo lo que nos rodea, dándole un determinado valor. La autoimagen es, realmente, el último y más secreto misterio del hombre; la clave de interpretación de su vida. En la exposición de este capítulo sobre la autoimagen seguiré al gran autor Maxwell Maltz, el psicólogo más notable de la autoimagen. Maxwell Maltz se inició a la vida profesional como cirujano plástico. En ese campo se hizo pronto mundialmente famoso y ganó mucho dinero. Metido de lleno en los problemas reales de la gente, y finísimo observador, Maltz notó pronto una cosa, aparentemente extraña: algunas personas, al cambiar de rostro, mediante la operación, cambiaban también de modo de sentir y actuar; pero otras seguían igual y aún peor. ¿Por qué? Esas personas, descubrió Maltz, tenían otra herida o deformación mucho más honda y difícil de curar que la deformación del rostro exterior, la herida de su autoimagen negativa. Y esa era la deformación de que tenían que operarse. Pero ¿cómo? Tanto impresionó a Maltz este descubrimiento que decidió abandonar la cirugía plástica, tan rentable para él, y dedicarse a la psicología. Fruto de esta nueva dedicación ha sido una serie de libros sobre la autoimagen, o rostro interior de la persona, que están ayudando muchísimo a la gente que sufre de duda de sí.

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La autoimagen Para Maltz (sigo su libro Psicocibernética, Cap. 2), el descubrimiento de la autoimagen es el descubrimiento más importante de la psicología en el siglo XX. Y no parece que exagere. De hecho, mejorar la persona es mejorar su autoimagen, de donde brotarán, como de raíz nueva, sentimientos y conductas mejores, más satisfactorias y realistas.

¿Qué es la autoimagen? Es el conjunto de lo que el hombre siente, piensa, quiere, espera, teme... acerca de sí mismo. "Es un sistema de valoración de uno mismo, donde el elemento que no encaja, no es admitido". Es un sistema o conjunto bien estructurado de valoraciones acerca de uno mismo; cada valoración es pieza de ese sistema o cuerpo vivo; cada valoración encaja en las otras, hasta formar un sistema o cuerpo. Y las valoraciones que no encajan, quedan excluidas. Pensemos en el fracasado en matemáticas. ¡Qué difícil que entre en su autoimagen una experiencia de triunfo! Las experiencias de fracaso engarzan entre sí y se dan vida unas a otras, de modo que es casi imposible aceptar una experiencia de éxito. Igual sucede en el que se siente feo, marginado, inútil... Todos estos sufrientes tienen un poder maravilloso de ver y hasta de imaginar lo que va en la línea de su sufrimiento, pero son ciegos para las experiencias contrarias.

¿Cómo se forma la autoimagen? Se forma, dice Maltz, a partir de las experiencias vividas en el hogar, especialmente con las personas significativas, o sea, aquellas de las que vienen premios y castigos. Las experiencias del hogar —de éxito, fracaso, humillación, acogida, rechazo...— todas pasan a la autoimagen. Partiendo de las experiencias hogareñas de los primeros años, el niño va formando su imagen de sí mismo; lo que le comunican, sea de palabra, sea sobre todo con las conductas, acerca de él mismo, el niño se lo cree sin crítica ninguna; lo que le comunican que es, eso es lo que sin duda es. Pues bien, el conjunto de esas creencias eso es la autoimagen.

¿Y cómo actúa en la vida concreta? La autoimagen, sigue Maltz, no actúa directamente sino a través del cerebro; que funciona, señala Maltz, como un servomecanismo. La palabra y concepto de servomecanismo es una metáfora cibernética. Alude al cohete auto-dirigido que,

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dotado de unos "órganos sensores" va recibiendo, sobre la marcha, las órdenes correspondientes y actuando conforme a esas órdenes, hasta alcanzar el objetivo. Aplicado a nuestro caso: la autoimagen proporciona al cerebro, que viene a ser nuestro servomecanismo, los datos de lo que queremos, podemos, tememos, esperamos...; y el cerebro, sobre la marcha, los va realizando poco a poco, inadvertida o casi inadvertidamente. De este modo la vida humana viene a ser como la realización progresiva de la autoimagen. Más concretamente, la autoimagen hace que nos desempeñemos en la vida real tal como creemos que somos, en nuestra autoimagen. De tal modo que acabamos experimentando eso mismo que creemos de nosotros, hasta sentir que eso, la autoimagen, es la verdad indiscutible de nosotros. He aquí algunos ejemplos. El vendedor que cree que no sirve para el oficio, ¿cómo trabaja? Sin duda, de tal manera, indolente, miedosa, insegura, que efectivamente se anula y acaba no sirviendo. Acaba así experimentando su propia autoimagen y convenciéndose que esa es la verdad indiscutible de él mismo. Y se dice internamente, con una palabra inacabable, que nunca cesa de susurrar: "sí, yo soy eso: un inútil, un incapaz, un nadie". El cantante que cree que la gente va a reírse de él; la chica que se siente fea; la esposa insegura de su papel... todas estas personas, sin advertirlo siquiera, actúan siguiendo su autoimagen y acaban haciendo verdadero aquello mismo que temen. La autoimagen es pues como una premisa, base o fundamento, sobre los que se construye automáticamente la personalidad e incluso las mismas circunstancias exteriores. Es el guión de vida del análisis transaccional. Es la zapata o base del edificio de la personalidad. En su desarrollo es esencial ese juego circular, apuntado arriba: 1. La autoimagen produce en el sujeto unos sentimientos determinados; 2. Estos dirigen las conductas; 3. Las conductas manipulan a los otros, que acabarán devolviéndonos aquel tipo de reacciones que confirman nuestra autoimagen. 4. El resultado es la confirmación y reforzamiento de la autoimagen; y por consiguiente, el deterioro progresivo de la personalidad.

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Conclusiones Maltz saca una sola, pero importantísima: si quieres vivir realmente, si quieres ser tú, el tú auténtico que yace oculto en el fondo de ti mismo, no el tú falso que espeja tu autoimagen, el camino es uno solo: transformar tu autoimagen, alcanzar una autoimagen realista, descubrir que tú eres un valor humano, digno y respetable; o con las palabras, tan conocidas de Leo Buscaglia: aprender a vivir jubilosamente, justipreciarte y tener conciencia de tu propia dignidad. Y más concretamente, ¿qué significa poseer una autoimagen positiva? Según Maltz una autoimagen positiva importa muchas cosas, pero sobre todo estas cinco: 1. 2. 3. 4.

Encontrarse aceptable para sí mismo; Poseer una autoestima grande, imbatible, dice Maltz; Poseer un ser íntimo en que poder creer y descansar; Poseer un yo del que no tengas que avergonzarte; un yo libre para expresarse creadoramente, sin tener que ocultarte; 5. Finalmente, apunta realísticamente Maltz, un yo que corresponda a la realidad, ya que has de vivir en un mundo real; un yo que conozca sus puntos flacos, pero también, y sobre todo, sus cualidades y valores. En resumen: "cuando su autoimagen está intacta y es segura, usted se siente bien; cuando se halla amenazada, usted se siente inseguro y ansioso".

Grupo Comentar esta frase de la Eneida: "possunt quia posse videntur": "Pueden porque creen poder". Sería bueno hacerlo sobre alguna experiencia personal.

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Capítulo 4 ¿Quién soy verdaderamente? Nos interesa en este momento, antes de entrar en el análisis de nosotros mismos, situarnos personalmente en la línea de la autoimagen: ¿Qué piensas tú de ti mismo?, ¿Quién eres tú para ti? Pero, como dijimos más arriba, al hablar del hombre, hay siempre el peligro de perdernos en palabras. Para evitar, en cuanto es posible, ese peligro, quiero insistir en el significado real, vital, de las palabras actitud y autoimagen. Aprendemos acumulando experiencias. Por ejemplo, me mordió un perro. Curada la mordida, esa experiencia no desaparece, queda grabada en la cinta del cerebro. Cuando llegan otras experiencias, idénticas o parecidas, se van organizando con la primera y formando con ella una como red psicológica, cuya dinámica podría expresarse así: "los perros son peligrosos; evita los perros". Todo ese "saber" es la misma vida, la misma persona, que almacena el pasado para orientarse en el futuro; es por tanto un... saber; un... querer; un... sentir,..; un... recordar; un... anticipar... Es, en una palabra, una actitud. En realidad, y más allá de los nombres, es como una decisión vital, anterior a toda decisión consciente y que lleva, como pre-decididas, multitud de otras pequeñas decisiones diarias. Se ve bien en el caso del mordido del perro: la experiencia puede haber sucedido hace muchísimos años, pero su influjo es actual. Si el sujeto tiene que ir donde hay perros, si se le acerca un perro o simplemente lo oye ladrar... su reacción actual está ya tomada: "peligro, protégete". Pues bien, la autoimagen es esa pre-decisión vital básica, acerca de la propia vida. "Me toca estar enferma", decía de sí una señora hipocondríaca; y se las arreglaba para atraer todas las enfermedades. Hasta que descubrió su actitud absurda, la enfrentó, y hoy es una mujer sana y alegre. La autoimagen pues, como actitud básica, no es algo distinto de la persona; es la misma persona, "amasada" podríamos decir, en experiencias de aceptación o de rechazo, de gozo o de desilusión, de felicidad o de infelicidad, de salud o de enfermedad...

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Ahora entendemos mejor la importancia de esta pregunta inicial: ¿qué piensas de ti mismo? El curso quiere, poco a poco, ir respondiendo a esa pregunta. Pero ahora, en este momento de nuestro desarrollo, lo que buscamos es plantearnos de veras, existencialmente, no académica o librescamente, la pregunta: ¿soy yo realmente el que creo ser?

El hombre, ser y conciencia El hombre es el ser más extraño de la creación. No sólo es como los otros seres del mundo, sino que sabe que es y sabe quién es; o sea, es autoconsciente. La pregunta sobre él mismo sólo tiene sentido dirigida al hombre. Porque sólo el hombre es-sabiéndose; sólo el hombre puede responder. De modo que el saber-se es parte, e importantísima, del ser total del hombre. El hombre en quien su es estuviese enfermo, estaría simplemente enfermo; pero igualmente, el hombre en quien estuviese enfermo su saberse, también estaría enfermo. Porque el hombre es ser y saberse; ambas dimensiones, formando el ser total del hombre.

Funciones de la conciencia La conciencia humana cumple tres funciones principales: saberse, valorarse o evaluarse y así, hacerse feliz o desgraciado... En virtud de su conciencia, el hombre sabe quién es; valora o desvalora eso que es (y que hace), y en consecuencia, goza o sufre. El gozo y el dolor del hombre están, sin duda, en su conciencia. De ahí la importancia de este estudio. Pero, de nuevo, el peligro de las palabras gastadas. ¿Caemos en la cuenta, efectivamente, del papel de la conciencia en nuestra vida? Vemos y decimos que somos autoconscientes; damos por supuesto que ello tiene que ser así; pero ¿medimos el significado existencia! de esas palabras?

Sacudiendo nuestro marasmo intelectual Esto es lo que pretendo en este momento: sacudir nuestro marasmo intelectual; estimularlo a pensar de veras. Nos son, de hecho, tan normales y rutinarios la conciencia y su funcionamiento que podemos repetir y repetir palabras, sin advertir apenas a lo que estamos diciendo. Trataré pues de superar esa rutina mental, mediante un ejemplo vivo en que participemos nosotros mismos. Imaginemos tres hermosos pinos en la cumbre de una montaña.

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Nosotros, excursionistas echados a su sombra, los miramos despacio. Vemos su esbeltez, su verdor casi negro, su figura de lanza hacia un cielo azul. Cfr. la figura adjunta.

Ahora aplicamos nuestro oído: oímos el rumor del viento en sus copas, un pájaro que canta en la punta lejana y temblorosa Olemos la resina aromática. Sentimos el frescor del sitio... En este momento, Dios te llama a ti y te dice: "mira, fíjate bien en los pinos I y III; les voy a dar conciencia de sí y van a saber que son pinos y qué clase de pinos". Tú te fijas atentamente, casi tenso: hay un estremecimiento en ambos pinos y tú adviertes que les ha acontecido ese fenómeno extrañísimo de "saberse". Enseguida te pones a dialogar con ellos. Realmente es algo único: los pinos saben responder acerca de ellos mismos, su vida, sus ideales, sus planes, su cansancio... El pino II por su parte, y como contraste, sigue mero pino inconsciente, igual que antes. Te vuelve a mirar el Señor y segunda vez te habla: "fíjate vienen uno y otro pino. El pino I tiene conciencia positiva: sabe que es y goza de ser el que es; es feliz de ser pino y ser tal pino. En cambio, el pino III tiene conciencia negativa: sabe, sí, que es, pero no es feliz de ser pino y ser tal pino; quisiera ser otra cosa. Como el pino I, debería tener conciencia gozosa de sí, porque la razón o finalidad de una conciencia es precisamente el gozo del que la tiene; pero, en este caso, algo ha pasado, algo que nunca debería haber pasado, que no fue querido ni planificado por mí, y el pino III no tiene conciencia positiva. ¿No te ayudaría reflexionar sobre esos dos pinos?".

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Algunas reflexiones Los tres pinos son externamente iguales. El pino I y III, por hipótesis, disfrutan ese don asombroso que consiste en ser conscientes de sí. El pino II realiza su ser oscuramente: no goza ni sufre; no sabe que es. La conciencia de los pinos I y III es sin duda un gran don para ellos, pero los pinos no se aprovechan de ella de igual modo. En el pino I la conciencia es fuente de gozo y de fuerza; en el III, fuente de malestar y disgusto. No avancemos más por ahora; quedémonos en el hecho desnudo: la conciencia que para uno es fuente de gozo y energía, para otro, en circunstancias externas iguales, es fuente de sufrimiento y paralización. ¿No es bien extraño esto? El gozo o sufrimiento es algo que está dentro, no fuera; algo que está en la valoración que hace la conciencia, no en las cosas mismas. Las cosas son, por esencia, inocentes. Un verdadero cambio, si algún día el pino III opta por él, no se hallará en cambiar lo exterior, sino en cambiar el funcionamiento erróneo de la conciencia. El pino III tiene que descubrir que es él mismo el autor de sus males; y que es dentro de él donde tiene que buscar el remedio. ¡Maravillosa intuición! El día que la lograse sería para el pino III tan importante como el día de su nacimiento; y es que, efectivamente, tal intuición equivaldría a un nuevo nacimiento.

Ejercicio en grupo Creo que un modo fuerte de hacer vivir todo esto, sería una composición literaria con el tema: "Un día en la vida de los pinos I y III". Hacerla.

La pregunta clave ¿No soy yo acaso, ese pino III? Y si lo soy, ¿en qué grado? Recién nacido el niño es, a nivel de conciencia, pura interrogación. Concretamente, dicen los psicólogos, el niño se pregunta estas tres cosas: 1) ¿quién soy yo?, 2) ¿qué se espera de mí?, 3) ¿quiénes son los otros para mí? A medida que el niño crece, va recibiendo de las personas significativas datos y más datos (generalmente sin que lo adviertan ni el niño ni los padres), que responden poco a poco a estas tres preguntas. El niño aprende que es valioso o sin valor; que se espera mucho de él o que lo mejor que puede hacer es retirarse; que los otros son personas que merecen confianza o al contrario. Hacia los cinco años,

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el niño tiene ya una respuesta bastante completa a esas tres preguntas y empieza a vivir desde ella. Y viviéndola, refuerza esa respuesta y acaba haciéndola verdadera. Hoy, digamos a los 14, 20, 30... años, el hombre tiene ya aquella respuesta vivida y reconfirmada millones de veces. De manera que no puede dudar de que él sea realmente eso que cree que es, para lo que ha sido programado. Pero ahí es a donde va nuestro análisis. Esa respuesta, recibida de las personas significativas, nos ha sido dada casi siempre inconsciente e irresponsablemente; esas personas nos la daban sin advertir a la importancia de lo que nos estaban dando; más aún, sin pensar antes despacio si tal respuesta era objetiva o no. Tal respuesta de palabras o gestos (éstos sobre todo) representaba, en un momento dado, no tanto lo que esas personas pensaban realmente de nosotros, sino su reacción emocional de gusto o disgusto a nuestras conductas infantiles. Entonces es razonable y oportuna la pregunta: ¿será objetiva, realista, fiable... esa respuesta? Hoy yo vivo de ella y, viviéndola, la confirmo. Pero ¿estoy seguro que encierra una imagen válida de mí mismo? Incluso ¿no será esa imagen, precisamente en cuanto falsa, la fuente de mis sufrimientos? Queda pues esta conclusión: el hombre que quiera cambiar, tiene que hacerse sinceramente esta pregunta: ¿soy yo realmente el que creo ser? ¿Soy yo el que, siendo niño, me comunicaron que era? Entonces yo recibí esa comunicación sin resistencia crítica, ciegamente; pero hoy soy mayor y tengo derecho y deber de preguntarme por la verdad de esa "fe". Especialmente, habida cuenta de la importancia que esa fe tiene en mi vida. Me pregunto pues: ¿soy yo realmente el que creo, el que siempre he creído ser?

1. El ser humano  Conciencia

2. El recién nacido

Ser

 ¿?

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3. Hasta los cinco años •Yo soy así... •De mi se espera... •Los otros son...

4. De los cinco años en adelante •Pues yo soy así... •Actuaré en consecuentcia...

Ser 5. El que hace el curso

6. El que intenta cambiar

•¿Será verdad lo del 3?

•Yo mismo haré mi nueva autoimagen

El significado de las gráficas es el siguiente: La 1 representa al hombre, compuesto de ser y conciencia; la 2, al niño recién nacido, que, a ese nivel de autoimagen, es pura interrogación sobre sí mismo; concretamente, estas tres preguntas: ¿quién soy yo?, ¿qué se espera de mí?, ¿quiénes son los otros para mí?; la 3 representa al niño hasta los 5 años: en ese tiempo el niño va recibiendo de los mayores información respecto a esas tres preguntas; y asimila esa información ciegamente; la 4 representa al hombre común, que vive su vida de acuerdo con su autoimagen infantil, como si ésta fuera infalible; en la 5 al hombre se pregunta críticamente por su autoimagen: ¿es que yo soy realmente eso que me han dicho?; finalmente la 6 nos presenta al hombre que, programado hasta este momento por otros, intenta valientemente autoprogramarse, y empieza a vivir y a experimentar con la nueva verdad o imagen de sí mismo. Un ejemplo: Una tarde, camino de la escuela, bajaba por la Av. Lincoln hacia el mar. Al cruzar la Independencia, el semáforo se puso rojo y me detuve. Enfrente, en la acera del Hospital Robert Reid, donde suelen deambular madres pobres con sus hijitos enfermos, había una mujer joven, con su niño de unos 2 a 3 años. El niño parece que quería algo y halaba de la falda a la mamá; ésta, molesta, se retiró unos pasos; allá fue el niño y siguió con sus jalones; más molesta, la mamá le riñó y volvió a retirarse. Tercera vez insistió el niño, la madre le dio un fuerte empujón y le derribó en tierra.

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Se puso luz verde y yo seguí mi camino; pero ahora pensando en la escena vivida. ¿Qué respuesta debió obtener este niño a sus tres preguntas existenciales? Sin duda algo parecido a esto: Yo soy... uno que estorba... De mí lo único que puede esperarse es que me retire... Los otros para mí, ¿cómo no?, son gente en la que no se puede confiar; gente de quien no es posible fiarse. Si la mamá es así, ¿qué no serán los demás? Armado con estas respuestas el niño, de 5 años en adelante, repite y repite las conductas defensivas correspondientes: no atreverse a tomar ninguna iniciativa; retirarse cuando se espera algo de él; y desconfiar de los otros. Concretamente, supongamos que un grupo de amigos (el chico es ya de 20 años) le invita a formar un equipo de beisbol. Lo obvio será que no se fíe de los invitadores...; que sintiéndose estorbo, dude de su capacidad deportiva y finalmente que se retire. Reacciones parecidas las repite una y otra vez, hasta que los amigos dejan ya de invitarlo. Entonces se persuade que, efectivamente, él es un estorbo y nadie le quiere; que lo mejor que puede hacer es retirarse; y que los otros, por más que aparezca otra cosa, son siempre gente desconfiable. Supongamos ahora que, hombre ya de 40 años, ese chico hiciera este curso. Se preguntaría si realmente él es ese "hombre que estorba", ese "hombre que lo único que puede hacer es retirarse", ese "hombre que no debe fiarse de nadie". En sus primeros años eso es lo que aprendió de sí mismo; pero ¿es eso lo que realmente es? Finalmente, continuando la reflexión iniciada en el curso, podría empezar a cambiar su autoimagen, acabando por descubrir y vivir que él, lejos de ser ese estorbo creído durante tantos años, en realidad es un hombre completo, imperfecto sin duda, pero valioso, digno, único, insustituible.

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SEGUNDA PARTE

Explorando la autoimagen... Dada la importancia de las actitudes, y especialmente de la autoimagen como actitud básica y fundamental en nuestra vida humana, explorar (si es posible y en cuanto lo sea) ese nivel existencial es, sin duda, una de las tareas más humanizantes. Es por lo mismo una de las tareas más cristianas... A ello, a la exploración de las actitudes y especialmente de la autoimagen, dedicaremos esta segunda parte de nuestro trabajo.

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Capítulo 5 La personalidad en panorama Entiendo por personalidad, en este momento, el modo típico de pensar, sentir y obrar... de una persona determinada. Con otras palabras, el conjunto de patrones o hábitos conductuales, ya internos como pensar, sentir, desear..., ya externos como hablar, hacer cosas, etc., que caracteriza a una persona. Es evidente que esas conductas típicas se nos dan a diversos niveles; el tímido, por ejemplo, exhibe actos de timidez, actitudes de timidez y finalmente una estructura fundamental o actitud básica de timidez. Yendo de fuera adentro, podemos distinguir estos tres niveles: 1. Conductas externas, 2. Sentimientos, 3. Actitudes originarias y más concretamente actitud básica o autoimagen. ¿En qué relación están estos tres niveles? Cuando la persona entra en acción ¿qué papel juegan esos tres niveles? Es claro que no habrá un entender la personalidad, sin entender el juego de esos tres niveles. Voy a tratar de explicar con un gráfico el juego relacional de esos tres niveles. Cfr. la figura anterior. La esfera céntrica, con su numeración I y II, representa al hombre, compuesto de ser y conciencia. Ese ser único de la creación que no sólo es sino que se sabe; que no sólo es fuerza, como cualquier otro ser vivo, sino conciencia de esa fuerza; y no sólo conciencia sino también, en cierta medida, dominio de esa fuerza. Pues bien, en esa esfera, el nivel I representa la dotación hereditaria; el conjunto de potencialidades recibidas de los padres a través de los genes. Esas potencialidades entran en acción y se actualizan al contacto con el medio, pero no lo hacen sino a través de la conciencia o mediando la conciencia. El nivel II representa la conciencia, y más concretamente la autoconciencia: lo que el hombre piensa, siente, cree, espera... de sí mismo, del haz de

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potencialidades, No. 1, que es él. Esa conciencia de sí regula la actividad del I; de modo que no puede haber hombre grande si su autoconciencia es pequeña o deficitaria. Los dos aspectos del hombre, ser y conciencia, se inter-penetran y complementan para la realización del hombre. Más en concreto, la autoconciencia cumple estos papeles respecto al haz de potencialidades, que es el 1: 1. Primero, espeja al J, y así lo conciencia; es decir, lo posee y hace suyo intencionalmente; 2. En el mismo grado, lo valora; o sea, lo aprecia y encarece o lo de-precia y rebaja; 3. De ese modo, lo goza o lo sufre; 4. Finalmente, lo dirige y pone en acción. Cuando la conciencia aprecia su ser, se gozará en actualizarlo en todas sus posibilidades; cuando lo deprecia, no hallará razones para ponerlo en marcha y lo dejará enmohecerse en un rincón. De este modo, la autoconciencia viene a dar la medida de realización de un hombre concreto. Es lo que habíamos visto ya, al exponer el tema de autoimagen. Insistamos una vez más: la conciencia es parte fundamental del hombre. El hombre sano debe tener sanos ambos aspectos o vertientes de su ser, el organismo y la conciencia. Pero para estar enfermo, bastará que esté enfermo uno solo de ellos. Si está enfermo su organismo, el hombre está enfermo; pero si es la conciencia la que está enferma, el hombre está igualmente enfermo. Un ejemplo. Si, en razón de un tumor me duele la cabeza, mi conciencia lo reflejará y sufriré; pero si es mi conciencia la que se angustia "creyendo" que hay un tumor, lo más probable es que acabe creándolo. Es el viejo dicho: el que cree, crea. Creer es crear.

Conciencia y realización: Excursus Quiero insistir en este tema y exponer algunos relatos-cuento que, como ejemplos vivos, nos van a servir en nuestro análisis. La conciencia humana nunca logra espejar o hacer consciente todo lo que encierra el I o potencial hereditario. Así parte de ese potencial es inconsciente: no es poseído, gozado ni actualizado por el hombre. Sabemos de hecho que el hombre realiza apenas una mínima parte de su potencial, quizá una décima parte o menos. Lo que significa que el hombre real es apenas una sombra de sí mismo. Como

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lloraba ya el viejo poeta griego Píndaro, el hombre no es más que "el sueño de una sombra". En esta luz, nos resultan claros algunos relatos-cuento, a los que aludiré con frecuencia en nuestro curso, por lo que quiero exponerlos aquí. Son estos el pordiosero millonario, el deudor que se suicidó, el águila gallina y el príncipe rana.

El pordiosero millonario Una mañana apareció muerto, en el soportal de una iglesia, un pobre mendigo. Levantaron el cadáver y, cuando lo fueron a amortajar, descubrieron que en el forro de su vieja pelliza guardaba muchos miles de dólares, suficientes, sin duda, para llevar una vida holgada... ¿Por qué, entonces, vivió y murió como pordiosero? Una cosa es cierta, en el relato: el pordiosero era en realidad millonario. ¿No es éste el caso de miles de personas de nuestro mundo mendigo? Viven como miserables, porque se creen miserables; pero en realidad son millonarios. Dios les ha hecho "millonarios", pero ellos nunca se atrevieron, ni nadie les enseñó, a creerlo ni a vivirlo. A. Maslow habla, a este respecto, del complejo de Jonas: de los hombres que, llamados como Jonás, a una misión grande y hermosa, se retiran y huyen simplemente porque temen la grandeza.

El deudor que se suicidó Éste era un viejo campesino, feliz un tiempo en sus campos, pero últimamente abrumado de deudas. La cosecha, en que tenía su esperanza, falló casi totalmente; y los acreedores, cada vez más exigentes e inmisericordes, le caían arriba una y otra vez. El pobre viejo no supo resistir tanta presión y se suicidó. Pero, y aquí entra lo inesperado, cuando fueron a enterrarlo, hallaron en su habitación un tesoro escondido, suficiente y sobrante para pagar todas sus deudas. Pero el pobre campesino, olvidado sin duda de su riqueza oculta, se había suicidado. Reflexionamos también aquí: ¿quién es ese deudor desesperado sino el hombre que, ignorante de su grandeza oculta, vive y muere bajo la presión de sus sentimientos de inferioridad, de miedo, de inadecuación, etc., etc.? El mundo del dolor —los que estamos en contacto con la gente lo sabemos de experiencia—, está lleno de personas que... dudan de sí; que... nunca se atreven; que... ignorantes de los inmensos recursos de que disponen, se dejan sencillamente aplastar por la vida. Dicen que la vida es cruel, pero nunca se les ha ocurrido pensar que, en su

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interior, hay recursos de éxito y felicidad que ellos mantienen inútiles porque los ignoran.

El águila gallina Un labrador salió a su campo, recogió un huevo de águila y se lo puso a incubar a una gallina echada. La gallina sacó sus propios pollitos y sacó también al pequeño aguilucho. Este, como si fuera un pollo más, aprendió a seguir a la madre, a escarbar la tierra y a protegerse bajo las alas de la gallina. Por su comportamiento nadie diría que era un águila, se comportaba como una gallina más. Un día llegó de visita a casa del labrador un viejo amigo que entendía de aves. Pero "ése, le dijo a su amigo, fijándose en el aguilucho, es un águila". "Lo sé, le respondió el labrador, yo mismo traje el huevo del monte y se lo puse a la gallina". El visitante siguió: "me comprometo, con tu permiso, a transformarle en águila". El labrador asintió. Y el ornitólogo empezó su trabajo... Fueron muchos y largos los intentos; y el águila volvía una y otra vez a sus viejos hábitos de gallina, volvía al corral. Por fin un día, el ornitólogo subió con ella a una montaña y la mantuvo allí, lejos de las gallinas y con una alimentación especial. Después, incitándola con gestos y voces, la echó a volar. El águila voló, voló y se perdió en el cielo infinito. Había recuperado su ser de águila. Me gustaría hacer a mis alumnos las siguientes preguntas, y que las respondieran por escrito: 1. ¿Quién es el águila del cuento? 2. ¿Cómo se trasformó en gallina? 3. Describa los movimientos de esa ave que, siendo águila, se comporta como gallina. ¿Puede estar contenta? 4. ¿Quién y cómo la re-educó para águila? 5. El cuento ¿le dice a usted algo personal?

El príncipe rana Este era un príncipe, verdadero hijo de rey, destinado él mismo a reinar. Pero una bruja envidiosa lo hechizó y lo convirtió en rana. Y allí estaba el príncipe, ignorante de su alcurnia, convertido en rana y viviendo en una laguna. Por dicha, en el hechizo había una condición: que volvería a ser príncipe si tenía la suerte de hallar una princesa que lo besase... Afortunadamente, una tarde inesperada apareció la princesa milagrosa; lo besó; y la rana se transformó en príncipe radiante y maravilloso. Se casaron y... fueron felices.

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Me gustaría que mis alumnos comentaran, por escrito, el cuento del prínciperana. Hay ciertos puntos que pueden hacer pensar: 1. No basta nacer príncipe, uno tiene que ser educado como príncipe; 2. La educación errónea —envidia, celo, sobre-exigencias, dureza…— puede hasta "cambiar" el ser del hombre; 3. Pero, frente al hechizo de la bruja envidiosa, está el beso de la princesa que "redime" y salva. Dios nos creó príncipes...; el egoísmo de los hombres nos convirtió en ranas...; el amor sacrificado de Cristo nos devolvió a nuestro estado originario... Finalmente, todo esto ¿te dice a ti algo sobre tu vida? ¿Crees que ilumina algún punto oscuro que te está haciendo sufrir? Concluyo este excursus sobre conciencia y autorrealización humana: si el hombre se conociera como es, en su grandeza real, ¿sería el hombre tristón que conocemos? o ¿el hombre insocial..., ineficiente..., perezoso... o tenso que tanto nos hace sufrir? Yo más bien creo que ese hombre, que conociese y reconociese la grandeza de su ser, sería fundamentalmente feliz..., realizaría maravillas en la línea de un mundo mejor..., y llenaría el plan de Dios en la tierra. Pero, por alguna razón difícil de precisar, el hombre, ignorante u olvidado de su grandeza, ha aprendido a sentirse mal, "pordiosero", "deudor", "gallina", "rana"... ¿No está ahí la causa de casi todos los sufrimientos humanos? Nuestro curso trabaja sobre ese supuesto.

Sigue la descripción de la esfera de la personalidad El nivel III (cfr. la figura), contiene los sentimientos concretos que el hombre siente en cada situación: triste, solo, marginado, inútil, culpable...; o bien, gozoso, importante, útil, lleno de vida... Este nivel contiene también los pensamientos de la persona, pero, por el momento, no abordo ese tema. El nivel III es ya consciente; pero sólo para el individuo que lo sufre o goza. Lo que llamamos felicidad, dicha, plenitud... o bien desdicha, sufrimiento, vacío... están a ese nivel. Creo que ahora resultará claro que en este nivel se expresa, como en una palabra insobornable, el nivel II. Lo que uno cree que es, eso es lo que, en última instancia, acaba sintiendo.

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Finalmente el nivel IV contiene las conductas exteriores que pone el hombre a vista de los demás; de modo que aquí el hombre es conocido; y así resulta simpático o antipático; eficiente o ineficiente. Estas conductas exteriores, por extrañas que aparezcan, son siempre el resultado del nivel II, a través del III. De manera que "por sus frutos los conocerán". Queda pues esta serie bellísima y hondísima de afirmaciones: a nivel I y II, el hombre es; a nivel III el hombre es feliz o desgraciado; a nivel IV el hombre es simpático o antipático, eficiente o ineficiente. Espero que, a lo largo del curso, lo vayamos viendo más claramente.

El problema humano por antonomasia En el nivel I, somos príncipes, hijos de Dios, personas de valor absoluto; pero lejos de sentir en el nivel II eso que somos en el I, lejos de gozarlo y ponerlo a producir, en los niveles III y IV, los hombres no creemos en nuestra propia grandeza, dada por Dios sin duda, no absurdo auto-don; y así no nos sentimos felices y no ponemos nuestras potencialidades a producir. Sentimos en rana; y, en consecuencia, vivimos en rana. He ahí el problema humano por antonomasia. Con otras palabras, el YO MAL no está en el ser originario, sino en el sentir del hombre; y como lo venimos sintiendo así desde niños, damos por supuesto que el YO MAL está en el ser mismo heredado, y que no hay remedio. ¡ERROR Y DAÑO GRAVÍSIMOS! El MAL es un problema de sentir, más que de ser; un problema aprendido, no innato; en consecuencia, un problema solucionable, no imposible. La autoconciencia es la que tiene que ser trasformada, a ese nivel profundo. La conciencia está hecha, para reflejar, acoger, empatar, aceptar, contar con, apoyar, disfrutar, poner en acción... ese haz de potencialidades únicas, que es cada uno, desde los padres y desde Dios. En razón de una educación errada, al menos en una gran parte, el hombre, en vez de aprender a descubrir su valor, aprende a descalificarse. Pero los resultados los estamos viendo y palpando. Sin embargo, como en el caso del ornitólogo, ¿no es tiempo de empezar?

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Capítulo 6 Los sentimientos Introducción El nivel II (cfr. figura del Cap. anterior), en buena parte inconsciente, es detectable indirectamente, como en un espejo, en los sentimientos, nivel III, y en las conductas, nivel IV. En los capítulos siguientes, vamos a trabajar en esta dirección de detección indirecta de nuestra personalidad. La personalidad se expresa en las conductas, visibles a los demás; se expresa también en los sentimientos, visibles sólo a uno mismo. Si a partir de lo que hacemos nos conocen los demás; nosotros nos conocemos mejor a partir de lo que sentimos. Por otra parte, los sentimientos son la razón más fuerte de las conductas. El hombre, que sin duda, según la vieja definición, es un ser racional, es sobre todo un ser emocional. Los sentimientos tienen en él, en su vivir, gozar y sufrir, una importancia insospechada; pero apenas se nos ha instruido en el control de los sentimientos; y así, desgraciadamente, si somos repetidores a nivel de conductas, lo somos, mucho más, a nivel de sentimientos. Con el daño inmenso que esta repetitividad conlleva. Conocemos por ejemplo al perpetuo malhumorado, que va irradiando amargura por doquier; desde niño malhumorado, malhumorado en su juventud y malhumorado hasta su muerte. ¿No hay remedio para este caso? Conocemos igualmente al perpetuo tristón…; al perpetuo solitario... ¿Qué hacer en estos casos? Merece la pena trabajar este problema de los sentimientos.

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Los sentimientos No nos es posible dar una definición de sentimiento, pero podemos, mediante ejemplos vivos, llevar al estudioso hacia la cosa misma. Decimos que sentimiento es una reacción o respuesta interna, espontánea y típica del individuo a una situación dada. Una reacción interna; es decir, que tiene lugar dentro del individuo y que sólo el individuo la ve, aunque es verdad que se trasluce también al exterior. Es una reacción espontánea e inmediata: brota del fondo emocional automáticamente, no en virtud de una reflexión. Es una reacción típica de cada uno; tan típica y exclusiva que el sentimiento revela la personalidad mucho más que cualquier otro recurso o procedimiento. Sobre ejemplos se hace captable esta descripción. Ante una cucaracha, por ejemplo, una persona reacciona asustándose tremendamente, otra en cambio apenas se deja afectar. ¿Cómo así? Es el fenómeno del sentimiento, tan distinto y personal, que estamos describiendo. Ese fenómeno es interno; acontece en el interior de la persona, de modo que sólo ella es consciente de su existencia, su calidad y su fuerza, etc.; es espontáneo; no procede de una reflexión previa, sino que salta automáticamente del fondo emocional. Por lo mismo no es directamente controlable; ni tampoco imputable o culpable moralmente. Finalmente, el sentimiento es típico de la persona y exclusivo de ella; un como sello de personalidad; por lo mismo revelador genuino de esa misma personalidad más que ningún otro recurso o palabra. Hasta el punto que puede aceptarse la afirmación: si quieres saber, sin peligro de equivocarte, quién eres realmente, mira lo que sientes; en los sentimientos se revela tu ser oculto: lo que eres al nivel II, se revela en lo que sientes, nivel III. El mismo análisis podemos hacer sobre otros ejemplos, como "me llama el Superior y yo…"; "no me nombran en la lista de invitados y yo…" etc., etc. (Que los alumnos intenten su análisis de estos ejemplos, u otros que ellos elijan. Este intento ayuda mucho a entender y personalizar el tema. Si se tratase de meros lectores, también sería aconsejable que hicieran lo mismo: ¡analizar ellos mismos sus casos!).

Sentimientos y personalidad Ya que tratamos los sentimientos como espejo de la personalidad, conviene que insistamos en este punto. Los sentimientos son una palabra insobornable de mi personalidad; dicen quién soy mucho más honda y auténticamente que cualquier descripción que yo mismo intente. En efecto, si quieres saber quién eres,

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y todos los hombres después del socrático "conócete a ti mismo" andamos detrás de esa sabiduría, lo mejor que podemos hacer es detenernos y ver lo que sentimos "aquí y ahora". Porque no es tanto lo que dices de ti, cuanto lo que sientes aquí y ahora, lo que revela quién eres realmente. Si te pregunto por ejemplo si eres celosa, puedes responderme tranquilamente que no. Pero ¿qué sientes cuando ves a tu esposo con otra mujer? El sentimiento revela tu fondo emocional mucho mejor que miles de palabras. Más aún, éstas pueden mentir y aún mentirte, los sentimientos nunca mienten. Palabras y pensamientos pueden ser sobornados, los sentimientos nunca. De ahí la importancia de escuchar los sentimientos. Normalmente pasamos de los sentimientos a la acción sin detenernos en éstos: sin tomar conciencia de ellos ni tratar de evaluarlos. En consecuencia, en vez de dominar nosotros los sentimientos, somos dominados por ellos; en vez de ir haciéndonos dueños, nos vamos convirtiendo en esclavos. ¿No nos es bien conocido a todos el hombre esclavo de sus sentimientos; el hombre que, arrastrado de sus sentimientos, hace cosas inconfesables y luego llora, inútilmente, sobre lo que ha hecho? Con un gráfico trataré de dar luz a este punto:

El triángulo representa a la persona. Cuando una situación afecta a esa persona, por ejemplo, la cucaracha de arriba, lo primero que salta de la persona, la primera reacción es el sentimiento, ángulo 1. Si ese sentimiento no es advertido ni evaluado, él mismo desatará, automáticamente, la acción; una acción no racional, sino puramente emocional. Una acción de la que, normalmente, pasado un tiempo, tenemos que arrepentimos, No. 1-4.

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Pero si ese sentimiento es concientizado y evaluado, No. 1, 2 y 3, entonces la acción que se seguirá no será una acción automática… irreflexiva, llorable poco después, sino una acción reflexionada, sopesada, dirigida por la razón al bien de la persona total. Vista desde el manejo de los sentimientos, tenemos pues dos tipos de persona: la persona tipo "situación-sentimiento-acción automática", y la persona tipo "situación-sentimiento-concienciación-evaluación del sentimiento-acción reflexionada". La primera es la persona repetitiva; para quien vivir es repetir una y otra vez los mismos errores y así empeorarse; la segunda es la persona reflexiva y serena; para quien vivir es reflexionar-evaluar, y, en consecuencia, progresar y mejorar. Algunos ejemplos. Conozco personas que se dejan aplastar emocionalmente por ciertas situaciones; por ejemplo, hay una persona que no me habla y yo me paralizo. Pueden pasar años y años en esa reacción; más aún, el pasar del tiempo no sólo no mejora el modo de reaccionar sino que lo empeora. ¿Podríamos decir una palabra de esperanza a esa persona derrotada? Creo que sí. Miremos de nuevo a la figura de la lección. Si esa persona opta por reconocer su sentimiento y aceptarlo —las dos cosas, reconocerlo y aceptarlo; o lo que es igual, aceptarse a sí misma con él— está dando los primeros pasos, y muy importantes, para su curación o mejoramiento. Si ahora añade a ese reconocimiento-aceptación del sentimiento, una sincera evaluación del mismo sentimiento, una evaluación en la luz de los principios humanos, que todos aceptamos, como por ejemplo "soy persona, valor absoluto, único, distinto... como él", apenas queda duda que bien pronto empezará a sentir de sí, frente a esa persona que no le habla, unos sentimientos más positivos y animadores. Más en concreto, dada la importancia del caso: si esa persona se dice a sí mismo, en forma de intra-diálogo: "ante el silencio hostil de X, estoy como aplastada, no me permito vivir"; si se lo dice y repite una y otra vez, hasta irlo aceptando como real, más aún, hasta aceptarse a sí misma con ello, el sentimiento negativo va perdiendo mordiente, va suavizándose y cesa de aplastar a la persona. Si poco a poco puede ir añadiendo algo de evaluación del sentimiento, en la luz de los principios humano-cristianos, como por ejemplo, "aunque me dejo aplastar, soy tan persona como él; y mi valor o derecho a vivir y ser, no dependen de él…" lo más probable es que pronto empezará a sentir notable mejoría.

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De hecho, la persona tipo "situación-sentimiento-acción automática" lo único que hace, repitiendo y repitiendo su reacción, es crear un hábito emocional fuertísimo; y, en consecuencia, empeorar. En cambio, la persona tipo "situaciónsentimiento-concienciación-evaluación-acción reflexiva" no permite que se creen o refuercen los hábitos negativos y crea, en cambio, hábitos positivos de satisfacción y bienestar.

Valor moral de los sentimientos Los sentimientos, contra la opinión popular, no son ni buenos ni malos moralmente. Son fuerzas al servicio de la persona. Bien utilizadas, la harán cada día más libre; mal utilizadas o, simplemente, no utilizadas, la esclavizarán cada día más. En el triángulo de arriba se ve clara esta dimensión pre-moral de los sentimientos: los sentimientos están en el No. 1, antes de toda conciencia, No. 2, y toda evaluación, No. 3. No pueden pues tener bondad ni malicia morales. Estos valores les advienen, precisamente, de la entrega libre de la persona, que tiene lugar en los No. 2 y 3 del proceso. De nuevo, un ejemplo que nos lo aclare: un señor se enamora de su secretaria... (No. 1). Si no toma conciencia de ese sentimiento ni lo evalúa, lo más probable es que actúe de acuerdo con él y acabe haciendo lo que, quizá, no quería de veras. Pero supongamos que dicho señor toma conciencia de su enamoramiento, que se lo puede decir a sí mismo sin despreciarse ni inculparse; incluso, que se lo puede decir a otros, si lo cree razonable. El sentimiento irá entrando insensiblemente en un marco de razón y humanidad. Esto, este efecto de eliminación de fascinación, preparará al señor para razonar su caso. Si ahora, efectivamente, evalúa su enamoramiento, viendo lo que significa para él y su familia, para su esposa e hijos, para su paz y felicidad y la del hogar, probablemente estará preparado para cortar. Tal corte no significa que el enamoramiento desaparezca inmediatamente, desde luego; el enamoramiento puede seguir existiendo y presionando e incluso exigir del hombre una lucha más estudiada, pero nunca ya le hará ningún daño moral. Bien al contrario, tal enamoramiento, así manejado, podría ser, y lo será de hecho, principio de un mejoramiento moral de la persona. Nos preguntamos pues ahora: si los sentimientos no tienen categoría moral, si no hacen al hombre bueno ni malo, ¿cuál es su función en el desarrollo del hombre? Parece que la única función de los sentimientos es impulsar a la acción humana, densa, eficaz, gozosa... Efectivamente, sin los sentimientos, la acción humana aparece como vacía, pobre, ineficaz, fría... Fíjate en ti estudiando: cuando lo haces sin gusto, apenas logras concentrarte ni aprender.

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Estudiar sin gusto es casi no estudiar. Pero ¿no sucede lo mismo con todas las actividades humanas? Orar en estado de sequedad... estar con una persona no simpática... velar una noche sin estar motivado... Sin los sentimientos, el hombre es incapaz de obrar bien. De modo que, de acuerdo con muchos psicólogos, "lo efectivo es lo afectivo". Lo que efectivamente hace que el hombre se embarque en la tarea de sí mismo es una emotividad sana, positiva, gozosa.

Manejo de los sentimientos En algún modo está ya dicho en lo que antecede. Pero conviene dejarlo bien claro. El ideal para manejar los sentimientos, y a través de ellos toda nuestra vida, es dar estos tres pasos: 1) Advertirlos Si no adviertes a tus sentimientos, no los podrás controlar, y ellos te controlarán a ti. Si estoy malhumorado, y no lo advierto, con esa advertencia densa, clara, responsable, de que hablábamos arriba; si estoy malhumorado y no lo advierto, acabaré dando respuestas bruscas, hirientes, injustas; los otros, sintiéndose maltratados, reaccionarán mal y se molestarán..., lo que, de rechazo, me herirá a mí y me malhumorará más... Igual si estoy triste y, sin advertirlo, me dejo llevar de mi tristeza: me retiraré de la gente; retirándome haré que la gente se aleje de mí; y el alejamiento de los otros me pondrá más triste. El que no advierte sus sentimientos negativos se condena a reforzarlos y reforzarlos hasta que acaban dominándolo totalmente. 2) Evaluarlos Es el aspecto complementario de la advertencia. El sentimiento es como un huésped intruso. En el grado precisamente en que puede pasar desapercibido, tiene libertad para moverse a su antojo y hacer lo que quiera. Puede hacer mucho daño. Pero una vez reconocido como huésped, y huésped indeseable, su libertad de movimientos queda restringida. Con la advertencia y evaluación viene el control de los sentimientos. Y es éste el único camino o método de control.

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3) Compartirlos El que reconoce sus sentimientos y puede compartirlos es que se acepta con esos sentimientos, se ama como es y es capaz de dejarse ver como es. Pero precisamente, dejándose ver como es, será amado como es; y él mismo, sintiéndose amado como es, tendrá ese nuevo estímulo, maravilloso, para aceptarse a sí mismo. Cuando la muchacha que no se siente amable, puede tomar conciencia de su sentimiento y compartirlo con su novio, al sentirse aceptada y amada ahora como realmente es, puesto que ha podido comunicar su sentimiento, ella misma va aceptándose y sintiéndose amable. Compartir es pues condición del verdadero crecimiento personal. Así como callar un secreto, por miedo a que, descubriéndolo, seamos rechazados, es quedar fijado en ese sentimiento infantil, y volver así imposible todo crecimiento. Un segundo resultado, maravilloso, del compartir será, a su tiempo, la creación de una comunidad auténtica. Sin compartir, no hay ni puede haber comunidad. Hoy sabemos que no hay otra salida: o compartir los sentimientos o fracasar en la convivencia. ¡Cuántos matrimonios rotos, precisamente por el mutismo emocional!

Grupo 1. Dos puntos de la lección que te hayan llamado la atención y quisieras compartir con tu grupo. 2. ¿No te gustaría objetar o clarificar algún punto concreto?

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Capítulo 7 Sentimientos de inferioridad Imaginemos al niño en el hogar. A medida que va creciendo, bien porque no brilla como sus hermanos ni tiene los éxitos que ellos tienen, bien porque es reñido y maltratado excesivamente, el niño va acumulando sentimiento como YO NO, YO MAL, YO INFERIOR... Son los sentimientos de inferioridad. En razón de tales sentimientos, el niño va separándose emocionalmente, desde luego sin advertirlo, de sí mismo. Si le preguntas si está contento consigo, dice que no; si le enfrentas a una iniciativa infantil, no suele atreverse. Fomenta, siempre sin advertirlo, sueños y deseos de ser, no ya él (que no sirve) sino otro; de ser, no ya así como es (que es "malo") sino de otro modo mejor... Resultado de este auto-rechazo progresivo es el no poderse entregar, gozoso ni esperanzado, a la tarea primera de todo hombre, la de hacerse a sí mismo. Es claro: este niño sufre de sentimientos de inferioridad; no cree en sí, no cuenta consigo, no se fía de sí, no se entrega. Y consecuencia de esa autoinhibición, se cumple en él la ley de la fe: el que cree, crea; pero el que no cree fracasa. Comenzamos pues nuestro estudio concreto de la persona por los sentimientos de inferioridad.

¿Qué son los sentimientos de inferioridad? Con Allport, de quien tomo las principales ideas de este capítulo, entiendo por sentimientos de inferioridad "una tensión fuerte y persistente, que procede de una actitud emocional algo morbosa, frente a las deficiencias en dotación personal, que siente el sujeto". Todos tenemos experiencias de fracaso: lo que hemos logrado queda corto respecto a lo que planeábamos…; nuestra habilidad, en determinada área, se revela inferior a las expectativas que acariciábamos… ¿Qué hacer en tales casos?

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Normalmente redoblamos los esfuerzos o bien cambiamos de objetivos y, en todo caso, dejamos de preocuparnos. Pero cuando los fracasos se repiten una y otra vez y afectan la imagen de uno mismo, no pueden dejarse de lado; permanecen en estado latente y reaparecen con frecuencia en la memoria. En tales casos suele agravarse el sentimiento de insuficiencia y el hombre empieza a sufrir de inferioridad. Con otras palabras, dada la importancia humana de estos sentimientos: En el proceso de autodesarrollo, que es la vida humana, el hombre, siendo conciencia de sí mismo, necesita hacerse acompañar de dos sentimientos fundamentales: autoestima y seguridad. El hombre que, mientras hace algo, se siente descontento e inseguro de sí, es claro que no puede entregarse a eso mismo que hace. La medida de intensidad de una vida viene dada por la medida de autoestima y seguridad de que goza el sujeto. Obviamente estos dos sentimientos nacen de la acción exitosa y crecen a la medida de los éxitos. Pues bien, cuando los fracasos son más que los éxitos, esos sentimientos disminuyen e incluso, en casos extremos, son sustituidos por sus contrarios, auto-disgusto e inseguridad, insatisfacción y duda de sí mismo. Es el sentimiento de inferioridad. En tal caso, el yo vive su existencia como poco valiosa, como indigna, inútil o mala. Vive, sí, consigo; pero en razón de esa conciencia negativa de sí, vive a disgusto; quisiera ser más…, ser otro…, ser distinto… Vive consigo, pero negándose, disminuyéndose, rebajándose. Enfermo a nivel de conciencia, acabará enfermándose al nivel del ser. ¿Puede haber desgracia más grande? Recordemos el ejemplo de los pinos en el capítulo cuarto.

Causas y estadísticas Muchas y variadísimas son las causas que pueden suscitar estos sentimientos; desde luego, todas del tipo "fracaso". Allport señala las siguientes: 1. Debilidad física… 2. Aspecto desagradable de la persona; color de la piel… 3. Sexualidad, impotencia… 4. Papel social insatisfactorio, en razón de la pobreza... la educación escasa... torpeza en el trato... vocabulario pobre... deficiente inteligencia… 5. Experiencias de poco valer... de culpa... de indignidad…

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Los sentimientos correspondientes a estas experiencias negativas crecen, obviamente, en la medida en que se multiplican los fracasos, hasta llegar a hacer desgraciado a un hombre. ¿Son muchos los que sufren de estos sentimientos? Creo que la mayoría de las personas hemos experimentado, en uno u otro momento, en uno y otro grado, estos sentimientos dolorosos. Una investigación entre estudiantes universitarios arroja que las personas libres de estos sentimientos apenas llegan a un 12 por ciento. He aquí el cuadro, bien iluminador por cierto: Tipo de sentimiento Físico Social Intelectual Moral Ninguno

Hombres 39% 52% 29% 16% 12%

Mujeres 50% 57% 61% 15% 10%

Algunas observaciones 1. La proporción es mayor entre mujeres que entre hombres; 2. No es preciso que la deficiencia sea real, basta que sea imaginaria para que surja el sentimiento negativo. Las chicas encuestadas eran listas, bonitas…; no obstante sufrían de gordas, feas…; 3. A veces ser segundo, por ejemplo en deportes, belleza, estudios... basta para suscitar esos sentimientos. 4. Finalmente, vale la pena advertir que en la adolescencia suelen agudizarse esos sentimientos: ser gordo, sufrir de acné..., en esa edad, suelen ser causas suficientes para sufrir de inferioridad.

Desarrollo de esos sentimientos El sentimiento de inferioridad, anotan los psicólogos, va pasando insensiblemente del "no puedo ahí" al "no puedo"; del "no soy ahí" al "no soy" sencillamente; del "fallé ahí" al "soy malo". O sea, el sentimiento de inferioridad pasa de una experiencia concreta insatisfactoria a una devaluación universal de la persona. De un "esto y ahora", a un "todo y siempre". Los que así sufren de duda de sí mismos tienden a compararse con los otros; en la comparación acaban por verse inferiores que el método es por esencia

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mentiroso; y viéndose inferiores, refuerzan su sentimiento hasta el punto de inundar toda la persona. La comparación es uno de los recursos más dañosos del que se siente inferior; se comparan ya con un Sí Mismo ideal, ante el cual se ven inferiores y caen en el perfeccionismo exagerado, ya con los otros, a quienes ven siempre mejor dotados, y, ciegos a sus propias cualidades, caen en un desánimo paralizador. Lo opuesto a la comparación sería la auto-aceptación; pero es lo que no acierta a hacer el que sufre de inferioridad; siguiendo sus hábitos inveterados, el hombre que se siente inferior acentúa, en vez de la aceptación tranquila y serena de sí mismo, el rechazo o desagrado de sí; acentúa, sin duda sin advertirlo, la distancia entre lo que es y lo que debería ser; entre lo que es y lo que querría ser; entre lo que es él y lo que son y han logrado los otros. De modo que el sentimiento de inferioridad sigue creciendo y empapando la persona.

Reacción del sujeto ¿Qué suele hacer el que sufre de inferioridad? Normalmente, dice Allport, se compensa. O sea, actúa de modo que mitigue esos sentimientos dolorosísimos. Distingamos dos clases de compensaciones: directa y sustitutiva. Hay compensación directa cuando el paciente lucha contra el origen real del sentimiento, hasta eliminarlo. Cuando en esta lucha se logra no sólo eliminar la fuente de sufrimiento sino convertirla en manantial de satisfacción, tenemos lo que podemos llamar sobrecompensación. El hombre de tal manera ha sabido enfrentar la deficiencia inicial que la ha convertido en arranque de una nueva y más satisfactoria vida. Así Demóstenes, tartamudo, logra hacerse el mejor orador de Atenas; así Húber Matos, prisionero, logra hacer de su prisión, fragua de su recia personalidad… Conocemos cientos de casos de estas reacciones positivas… (Que los alumnos, o el lector traigan uno de su cosecha). En todos estos casos, la victoria final es el gran don que el hombre, dueño de optar por sí o contra sí, se da a sí mismo. O como se dice en cristiano: la vida es el don de Dios al hombre; la vida honrada y valiente es el don del hombre a Dios. ¿Dónde hay un ser más grande que el que trasforma la derrota en victoria?

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Hay compensación sustitutiva, cuando el paciente incapaz de eliminar el origen de su deficiencia, busca satisfacerse por otro lado. Así el jorobado logra meterse en palacio y allí, dominando al rey, domina todo el país; así la chica pobre, estudiando hasta altas horas de la noche, alcanza los primeros puestos; así el marginado social, escalando puestos y puestos, llega a presidente de su partido o de la república... ¿Pero sienten estos hombres verdadera satisfacción? Aunque son verdaderos triunfadores, desde muchos aspectos, pero, allá en su fondo emocional, siguen con la herida, nunca curada realmente. Y así siguen insatisfechos. Es notable este recurso sustitutivo: los éxitos, en todos esos campos, lejos de solucionar el problema, sanando la herida, producen el sentimiento contrario: esfuerzos agotadores, angustiantes... total ¿para qué? La persona sigue insatisfecha, vacía, amargada. Los esfuerzos es como si se echasen en saco roto; el resultado es siempre la persona vacía. Pero la gente no cae en la cuenta del engaño oculto en la compensación sustitutiva y sigue con ella una y otra vez. Merece pues la pena que señalemos algunos de los recursos falsos a que apela esta compensación. Allport apunta los tres siguientes: 1. Mecanismos de defensa, 2. Racionalización 3. Pensamiento autista.

Mecanismo de defensa Son conductas dirigidas a la liberación del yo herido. Los fracasos hieren al yo, envolviéndolo en sentimientos de duda de sí e inseguridad, y resultan tan desagradables esos sentimientos que la persona, incapaz de soportarlos, dedica su energía no ya a vivir su vida sino a librarse de esos sentimientos. A las conductas que, así motivada, inicia una persona llamamos mecanismos de defensa. Es obvio que el paciente de inferioridad, estando tan transido de esos sentimientos anti-yo, recurrirá ampliamente a mecanismos de defensa. Pero es claro también que, mientras lo haga de esa manera compensatoria, sin tomar en cuenta, aceptar y enfrentar el origen de esos sentimientos, no avanzará en el automejoramiento.

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Un pequeño ejemplo nos puede iluminar: conozco a un comerciante que, a base de estos esfuerzos compensatorios, —él nació y se crió muy pobre, cosa que nunca ha enfrentado— ha logrado un gran capital. Hoy es millonario. Muy admirado y respetado de los otros, pero él, allá en su fondo íntimo, se siente insatisfecho y amargado. Y lo que es peor vuelca esa amargura sobre sus hijos y esposa, con lo cual hace desgraciados a sus seres queridos y él mismo, de retorno, se siente desgraciado. Los mecanismos de defensa, al trabajar fuera del campo donde está el problema, no llevan a ninguna solución.

Racionalización Es ya, ella misma, un mecanismo de defensa. Y consiste en un esfuerzo que el sujeto hace por engañarse a sí mismo, desde luego sin advertirlo. El hombre débil dice: "estoy harto de oír hablar de atletas"... O bien, "lo que importa es el cerebro, no el músculo". Pero, allá en su interior lo que él valora, lo que realmente echa de menos, por cuya falta se siente humillado, es la fuerza física. Adler insiste en este recurso de la racionalización, que él llama reubicación, y la describe como un instalarse, "ubicarse", en una postura liberadora de esos sentimientos de inferioridad. Tres modos de reubicación describe Adler: 1. La actitud crítica, que se goza de los defectos ajenos, disminuye el esfuerzo propio y se vuelve cínico hacia todo valor; 2. La actitud antisocial, que se manifiesta en las conductas antisociales, revolucionarias y criminales; y finalmente, 3. La evasión por enfermedad que, como lo indica el nombre, se da cuando el comerciante en bancarrota, por ejemplo, opta por caer enfermo; o sea, cuando mediante el recurso de la enfermedad, evadimos reconocer nuestro fracaso. En el caso de la racionalización, los ejemplos son más iluminadores que la teoría. El hombre de rostro cadavérico se consuela pensando que se parece a Dante...; el incapaz de salir de su pobreza, cacarea los medios dudosos del compañero que se hizo rico…; el expulsado de un club, ventea los escándalos de los directivos.

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El pensamiento autista Es el tercer recurso de compensación sustitutiva que toca Allport. Consiste en compensarse imaginariamente y buscar gozar en imaginación lo que le es negado en la realidad. Así el niño que no sabe defenderse se retira a su habitación y allí… sueña que es maestro y azota a los niños malos; que es millonario y puede repartir ampliamente con sus amigos; que es famoso y vienen a consultarlo de naciones lejanas. El pensamiento autista va desde un soñar despierto inocuo, hasta estados esquizoides, limítrofes con la verdadera esquizofrenia, donde el individuo vive, casi enteramente, en su mundo imaginario. Es evidente también que el pensamiento autista no toma conciencia ni enfrenta la causa del mal; y por consiguiente; pasados los momentos idílicos del autismo, vendrán de nuevo los sentimientos dolorosos de inferioridad.

Conclusión Una cosa queda clara, creo yo. Los sentimientos de inferioridad llenen siempre su causa... Esa causa tiene que ser concienciada, enfrentada y aceptada. Sólo así podrá ser curada. En esa línea de curación, o mejor auto-curación, los sentimientos pueden ser de gran ayuda. Si nada negativo sintiésemos a nivel III, (recuerden la figura del cap. V), nada buscaríamos a nivel II. Pero si sentimos esos sentimientos dolorosos, ellos mismos pueden ser para nosotros voz que nos llama a buscarnos y guía que nos orienta a la meta. Los sentimientos de inferioridad no son pues nuestros enemigos; no causan nuestra infelicidad sino nos la descubren; desde su dolor nos llaman a buscamos, a aceptarnos y así a curarnos. ¡Los sentimientos de inferioridad quieren llevarnos a nosotros mismos! Al verdadero Cada Uno, oculto en la mente de Dios y sembrado en semilla en nuestra propia naturaleza personal.

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Capítulo 8 Sentimientos de timidez Introducción La timidez (miedo, inseguridad, duda de sí, temor al juicio ajeno..., sentimientos todos que ahora englobo en este capítulo) es uno de los sentimientos más comunes y universales. A juicio de autores respetables, Harold Sherman (en su precioso libro Como Perder sus Miedos y Encontrar la Llave de la Felicidad), el 99 por ciento de la humanidad sufre de timidez. Mi experiencia apoya ese porcentaje. Por otra parte, la timidez revela más claramente que ningún otro sentimiento la inadecuación de la conciencia humana: el tímido no está a la altura de sí; Dios le ha hecho grande, pero él se siente pequeño. El tímido lo es, precisamente, porque no se conoce ni se acepta como realmente es. La timidez hace que el hombre, inseguro y dudoso de sí, se retire, se inhiba y disminuya; y así deje de realizar el 90 por ciento de sus posibilidades. ¿Puede pensarse en daño mayor? Estudiemos pues este tema tan humano.

Una escena En el inicio de mis cursos de Análisis Transaccional pido a la gente que, puesto que hemos de formar grupo y compartir entre nosotros, empiecen ya desde el principio por presentarse, diciendo su nombre y, si quieren, la razón de haber venido al curso. Me presento yo el primero. Luego me callo y espero a que continúen los demás. Se sigue un silencio embarazoso: la gente se mira uno a otro; me miran a mí, pero nadie empieza. Finalmente, después de un rato hay uno que se lanza. Dice dos palabras, se sienta y vuelve el silencio... ¡Cuánta inseguridad, cuánto miedo! Los hombres todos somos iguales; todos somos personas, con el valor las deficiencias que eso implica. Unos tenemos defectos en la voz, otros en la figura, otros en la historia... y no obstante esos defectos, todos somos fundamentalmente

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amables, dignos, valiosos. Sin embargo, ¡cuánto miedo a quedar mal y ser rechazados! Si ahora nos fijamos en las maneras de reaccionar a esa situación común, presentarse, vemos que las diferencias son muchísimas, pero común el miedo y la inseguridad. Unos se levantan, dicen su nombre como entre dientes, y como si les quemase estar de pie ante otros, se sientan enseguida; otros, que ya han sido mencionados por algún pariente o conocido que se ha presentado antes, aprovechan para levantarse y asentir, sin decir una sola palabra; hay los que pueden levantarse y pronunciar su nombre con toda claridad; e incluso, los que pueden detenerse diciendo bastante de los motivos por que vienen al curso. Algunos hasta bromean. Y unos pocos, ni aunque durase la sesión 10 horas, se atreverían, creo yo, a levantarse; tal es su inseguridad. Reflexionemos: la vida, ¿no es para la mayor parte de nosotros una permanente escena de presentación? Siempre nos parece estar ante los otros; siempre sintiéndonos vistos; siempre cumpliendo un papel, en el escenario de la vida. Y nunca, o casi nunca, libres por dentro para ser nosotros mismos. ¿Por qué? ¿No podríamos enfrentar una situación tan dolorosa y deshumanizadora?

¿Qué es ser tímido? Philip G. Zimbardo, el autor que más me gusta en este tema, reconoce la dificultad de describir en detalle, a la persona tímida. El tímido se caracteriza por: Un cierto miedo a la gente: temor a acercarse al otro, desconfianza, precaución, inhibición ante los demás... 1. Ese miedo disminuye la personalidad; hace que el hombre actúe no conforme a sus dinamismos o exigencias interiores sino conforme a las expectativas ajenas... 2. Pero esa disminución" de personalidad se manifiesta, a veces, de maneras contradictorias; así hay el tímido que, llevado de su miedo, opta por retirarse; y el tímido que, impulsado por el mismo miedo, elige meterse en todo... 3. En todo caso, lo típico del tímido es que no es él, no actúa desde él y para él sino desde los otros y para los otros. El tímido es una personalidad tan insegura de sí que deja que su centro o yo se traslade a los otros. El tímido, lejos de afirmar y destacar su yo, sus sentimientos ideas, planes, deseos… como un valor único, prefiere perderse entre la gente y ser uno de tantos. Mero número, no ya persona determinada, con nombre y apellido y dotado de cualidades específicas.

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La timidez, en cuanto sentimiento interior, se manifiesta de muchas maneras, a través de signos ya fisiológicos ya psicológicos. Entre los signos fisiológicos, que descubren al tímido, cabe señalar el retirarse, tan frecuente; la taquicardia, ponerse colorado, sudar, en exceso, encogimiento de estómago, etc. Entre los signos psicológicos, la inseguridad ante los otros, avergonzarse de algo, compararse con los otros y sentirse, respecto a ellos, diferente, raro y aun extravagante… Para podar, con cierta objetividad, encasillar los diversos tipos de tímido, y no forzarlos fuera de su sitio, Zimbardo sugiere un continuo psicológico, bastante amplio, que va desde los sentimientos ocasionales de torpeza e indecisión hasta los episodios traumáticos de ansiedad que desorganizan totalmente la vida de una persona. He aquí un gráfico que nos puede ayudar a este encasillamiento:

Timidez máxima Timidez mínima •Sentimientos leves de timidez.

•Terro-pánico hasta perder el control de sí totalmente.

¿Y cuáles son los principales efectos de la timidez? Ante todo, y el muy útil reconocerlo, la timidez puede tener efectos positivos como volverse sencillo y así resultar simpático. Es algo inesperado, (sobre todo para el mismo tímido que no sabe más que quejarse de su modo de ser), pero real: Hay situaciones y grados en que la timidez es una gracia. Pero destacan sobre todo los efectos negativos, podemos enumerar los siguientes: 1. La timidez hace difícil acercarse a una persona, especialmente desconocida; por lo mismo hace difícil entablar amistades y disfrutar de experiencias potencialmente satisfactorias;

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2. La timidez impide hablar en favor de los propios derechos, exponer y defender las propias ideas, abrirse a los demás y compartir; 3. La timidez limita o rebaja las evaluaciones positivas de los otros respecto a nuestras cualidades y logros. Es normal en el tímido, cuando es alabado, rechazar la alabanza o siquiera disminuirla, rebajarla… crea excesiva preocupación por uno mismo: "me están mirando"; 4. La timidez hace pensar en forma poco clara y así hacer difícil avanzar en el análisis de los propios problemas; 5. Finalmente, la timidez suele ir ligada a otros sentimientos negativos, como depresión, tristeza, soledad...

¿Puede un tímido sentirse seguro de sí? Hecho el análisis anterior, que nos enfrenta con ese modo, tan doloroso y deshumanizante, de vivir que es el ser tímido, ahora se impone la pregunta: ¿puedo cambiar yo? ¿Puedo liberarme de mi timidez y hacerme seguro y sereno? Notemos bien que no se trata de un cambio exterior, a nivel de conductas, sino interno y total, a nivel de apreciación de sí mismo. ¿Puedo yo llegar a valorarme como una persona completa, valiosa en sí misma, y capaz de autoapoyo, al margen de como pueda ser valorada y apoyada por los demás? ¿Puedo yo convertirme en la persona segura que, psicológicamente, pueda sentirse origen y fin de su propia actividad? Nuestra respuesta es que sí. Zimbardo dedica todo su libro, bellísimo, a ese objetivo: animar a los tímidos, darles recursos de autoexploración y enseñarles caminos de autocontrol. Dedica un capítulo entero a “Entenderse a sí mismo", con recursos ingeniosos de autoexploración; y dos capítulos más, densísimos, a los métodos de autocontrol. El secreto, cree Zimbardo, es aumentar la autoestima y desarrollar las propias habilidades, de modo que se acumulen éxitos; la autoestima conduce a los éxitos; los éxitos aumentan la autoestima. He ahí el camino de superación del tímido. En esta misma línea de la autoestima, yo quiero añadir algo. Se trata de una serie de reflexiones filosófico-religiosas que justifican, apoyan y refuerzan el movimiento de autoestima que es, por creación, todo hombre. Volvamos pues a la pregunta, ¿Puedo yo, que tanto dudo de mí y me siento tan tímido, afirmarme tranquilamente por dentro y estar en pie ante otros, en plano de igualdad emocional?

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Como lo hice ya arriba, nuestra respuesta es un sí sincero y esperanzado. Veamos por qué. Notemos, ante todo, que ser persona es sostenerse a sí mismo; sostenerse no física sino emocionalmente. Pero sostenerse es estar tan seguro de sí que pueda uno afirmarse y decir con verdad YO. En efecto, el hombre es un YO, y pronunciar con verdad la palabra YO, es hacerse responsable de uno mismo, declararse capaz de pararse serenamente ante los demás y defender sus derechos, ante todo su mismo YO. Vemos este punto más claro, retornando a la función de la conciencia, que ya tratamos anteriormente. El hombre no solo es, se sabe. Es el único ser de la creación que goza de este privilegio. El hombre es y se sabe; y sabiéndose, se afirma. El camino humano, que se inicia en el ser recién creado del hombre, se consuma o acaba en la autoafirmación, referida a Dios creador. La autoafirmación es DE este modo parte esencial del hombre. El hombre que duda de sí, se queda a medio camino de sí mismo; podemos decir que, en buena parte, no llega realmente a ser; no se realiza como hombre completo. El que duda de sí, de su valor, capacidad, dignidad o derecho, es como si se estuviese negando. En efecto, la timidez tiene mucho de negación inconsciente de uno mismo; y al mismo tiempo mucho de negación implícita de Dios. No cree en Dios de veras el que no se atreve a creer en él mismo. La timidez pues empezará a curarse en el grado y al ritmo en que el hombre se afirme consciente y responsablemente en la fe. Con otras palabras: ser hombre de veras es afirmarse de veras. Y afirmarse de veras es hacerse atrevido y audaz. Vemos así que la audacia forma parte del hombre auténtico, del hombre querido por Dios. Pero ¿quién, sino Dios, nos da, junto con el hecho mismo de la creación, esa seguridad indestructible y esa valentía? Si efectivamente soy, se dice el hombre que cree, soy desde Dios. Y si soy desde Dios, soy valor absoluto, misión absoluta, persona en el sentido más hondo de esta palabra. Dudar ahora de mí es dudar de Dios. En un momento tenso de su vida apostólica, Pablo tiene que enfrentarse a los Corintios; ha tenido que cambiar de plan y los Corintios se lo reprochan. Pablo les escribe: "el motivo de nuestro orgullo es el testimonio de nuestra conciencia". Y líneas más adelante: "Dios es el que nos confirma" (2 Cor. 1, 12 y 21).

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Pablo apoya su valentía en Dios, en su fe y en la seguridad de su misión. Sabe lo que ha hecho y se afirma delante de sus detractores: "estoy tranquilo de lo que he hecho. Obrando conforme a mi conciencia, he obrado según Dios. Eso es todo". Digamos pues que el camino hacia la audacia verdadera es la fe en Dios. Al tímido no le falta nada externo; es él el que se falta a sí mismo; no teme o tiembla ante los otros porque le faltan cualidades, sino porque se falta a sí mismo. El arco de autovaloración y autoconfianza, que deja abierto Dios en el momento de la creación, para que, responsablemente, vaya cerrándolo el hombre a lo largo de su vida, en el tímido sigue siempre inacabado y abierto. El tímido se dice continuamente, en un intra-diálogo destrozador: "no sé, no lo haré bien, quedaré mal ante los otros..." y sigue sin cerrar el círculo. Pero ser hombre es ser llamado a ir cerrando ese arco de autoestima, iniciado por Dios en el acto creador. Ser hombre es irse diciendo a cada momento, a lo largo de la vida, esta palabra salvadora: "sí, efectivamente soy yo, valor único, distinto insustituible; persona completa, llamada a realizarse. Por tanto, es bueno que yo sea, es bueno que me manifieste y me realice. Acepto pues ser yo y me comprometo en realizarme. Como respuesta a ti, Señor. Amén". Supuestas estas reflexiones, una palabra sobre el modo de asimilarlas. Lo primero, y ante todo: 1. Tomar conciencia de nuestros miedos. Los miedos están en el nivel III y dicen algo del nivel II. ¿Qué dicen mis miedos de mí mismo?; ¿me dicen algo de lo que me falta como hombre? 2. Aceptar esos miedos; o mejor, aceptarme a mí mismo con ellos. Ni yo ni nadie tiene que ser "perfecto" para ser amable. Más aún, ser hombre es ser limitado y el que no sabe aceptarse limitado, se condena, irremediablemente, a vivir separado emocionalmente de sí mismo. 3. Finalmente ver que, no siendo razonable ni querida por Dios esa división emocional, la mera concienciación irá poco a poco curándola. Los sentimientos no son razonables, pero a la larga, tratados con cariño, acaban sometiéndose a la razón. Se trata pues de un proceso, lento, largo, de concienciación, aceptación de uno mismo, pero que produce siempre mejoría seria. Cuando ese proceso se realiza en forma de oración, es decir, en diálogo confiado y humilde con Dios, mayor suele ser su eficacia.

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Grupo Antes de señalar el modo de trabajo, unas ideas aclaratorias sobre el hábito, tan enraizado, de etiquetar ya a los otros ya a UNO mismo. Llamo etiquetas a los conceptos generales, sin duda muy útiles para la comunicación, pero que, al mismo tiempo, simplifican, y con frecuencia falsifican, las experiencias a que aluden. Así decimos de uno que es español, divorciado, comunista, etc. Las etiquetas previenen a los demás para que traten al aludido de acuerdo con la etiqueta. En tal sentido las etiquetas ayudan a que se haga verdad lo que no era más que palabra. Digo de X que es poco fiel; los otros le tratan sobre ese supuesto y acaban haciéndolo infiel. Tal es la fuerza, tanto positiva como negativa, de las etiquetas. Zimbardo cuenta el caso de un profesor de psicología que intento experimentar en sí mismo la fuerza de las etiquetas: se hizo recluir en un hospital mental como loco, y ya dentro, empezó a actuar tan normal y cuerdo como él, en realidad, era. Con esa conducta, esperó a ver cuánto tiempo sería necesario para que lo reconocieran como normal, él que había ingresado como loco. Nunca llegó ese momento. Y fue necesaria la intervención de amigos y abogados para poder salir. Hay hetero-etiquetas, las que ponemos a los otros, y auto-etiquetas, las que nos ponemos a nosotros mismos. Así decimos: yo estoy... inseguro, perezoso, corto, etc. El resultado es que, también en este caso, nos disponemos para hacer verdadera la etiqueta, con el consiguiente daño, si la etiqueta es negativa. Puesto esa explicación, ahora el ejercicio.

Ejercicios grupales 1. Haga una lista de los 10 rasgos que a su juicio mejor lo describan tanto positivos como negativos. 2. Clasifique esa lista en orden de importancia de más a menos: de los adjetivos que mejor lo describen a los que menos. 3. Ahora encasille los rasgos en uno de estos tres grupos: positivos (feliz, inteligente, exitoso...), negativos (triste, corto, gordo...) y neutros (estudiante, 24 años de edad, madrileño...) Comparta con el grupo, en la luz de la fuerza de las etiquetas. ¿Quizá es usted mismo el que se está haciendo daño?

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Capítulo 9 Sentimientos de preocupación y prisa Introducción La prisa, —preocupación, desasosiego, ansiedad, inquietud, tensión...— roban al hombre el presente real y lo tensan hacia un futuro irreal, que sólo existe en la imaginación. De este modo las prisas disminuyen al hombre, igual que lo hace el miedo, y le impiden crecer. El hombre acelerado nunca llegara. Y es que, en la prisa, como en el miedo, se revela el hombre tipo YO MAL que, para curarse busca cosas cuando lo que le falta es él mismo. En ese YO MAL el hombre niega su presente, único sitio donde podría empezar a ser él, y se tensa hacia un futuro que, de nuevo al hacerse presente, va a ser negado una y otra vez, en sucesión o cadena sin fin. De modo que el precio, costosísimo, de las prisas es la propia felicidad; y el resultado, un ponerse cada día peor. Esto supuesto, ¿no vale bien la pena detenerse por algunos momentos y ahondar en este problema tan humano?

La persona acelerada Es una persona desasosegada e inquieta, que parece que siempre está en ascuas, tensa continuamente hacia otra y otra y otra cosa, la persona incapaz de estar en lo que está; de gozar de lo que hace; de vivir el presente en paz y entrega. Esta disposición interna de la persona acelerada se manifiesta de muchas maneras: precaución, ansiedad, inquietud, prisas, tención, estar como "volado", subir las escaleras de tres en tres, correr de un sitio a otro sin apenas poner atención a las personas, correr, correr... en busca de un futuro "maravilloso", que ni siquiera sabemos qué es; en busca de un algo objetivo, que resolvería todos los problemas... Pero la felicidad es siempre cuestión subjetiva y personal; y corriendo, lo único que hacemos es huir de ella.

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La persona acelerada, a mi juicio, es como si sufriese de la enfermedad del MAS; no le falta nada objetivo, lo único que le falta es saberse detener y disfrutar. La persona acelerada sabe mucho de trabajar, pero muy poco de gozar. Vive siempre insatisfecha de lo que tiene, incapaz de disfrutarlo. Entonces cree que lo que le falta es otra cosa, corre en su busca y se encuentra siempre con el mismo problema: incapaz de disfrutar esa nueva adquisición, tiene que lanzarse a otra y otra... Busca más, más, más., y ni sospecha de su error. Tiene cien, busca mil; tiene ya un Volvo, busca un yate; tiene una casa en Guayacanes, busca otra en Jarabacoa. Incapaz de disfrutar de lo que tiene, vive afanada buscando lo que le falta… Así da lo mismo que tenga mucho o poco, porque su enfermedad consiste, precisamente, en que no sabe disfrutar de lo que tiene. Es el eterno Tántalo de la leyenda; rodeado siempre de comida y bebida, pero incapaz de tomar nada; y así hambriento y sediento siempre. La actual psicología engloba todos estos sentimientos en lo que llama Personalidad Tipo A o Tipo prisa.

Personalidad Tipo A Los hermanos Linn, en su libro “Sanando las heridas de la vida”, describen la personalidad Tipo A con los siguientes rasgos: 1. La persona Tipo A vive en presión constante. Sea cualquiera la actividad en que se ocupa, escribir, comer, dormir... esta persona se siente siempre como presionada, angustiada, tensa... Yo, dice Linn de sí mismo, exponiendo su propia experiencia al escribir un libro, "cuando no logro redactar sino una o dos páginas, me tenso y quiero obligarme, irracionalmente, a escribir cuatro o cinco". 2. Al darse un rato libre, la persona Tipo A tiende a sentirse culpable: a media mañana me entra sueño y me tiendo en la cama; pero no puedo durar más de unos pocos minutos; sintiéndome culpable me tengo que levantar. En el trabajo esta persona mira continuamente al reloj; al doblar la esquina no se fija en el semáforo y cruza en rojo y arremete con el grupo de gente que espera en la otra esquina. Si hay que hacer filas, esta persona no tiene paciencia y adelanta a sus mejores amigos; se molesta con el que va adelante; le parece que no se mueve, que tarda demasiado.

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Es característica la conducta de esta persona, por quinto ejemplo en los restaurantes "self service" de EUA: quiere coger el primer puesto de la fila; echa chispas contra el que va delante, que se detiene en exceso; se sirve corriendo; y cuando, al fin, se sienta a comer, cambia la conversación hacia lo que le interesa; y cuando esto no funciona, se esfuerza porque el otro acabe rápido (lo que está contando), le corta, le completa para hacerle avanzar... Comer, comenta Linn, de quien tomo todos estos ejemplos, se convierte así en un alimentar la actividad competitiva, un interesarse sólo por los logros y un atizar nuestra hostilidad y amargura general. Acabada la comida, así de tensa, la persona regresa al trabajo, pero ahí, de nuevo, está en ascuas por terminar, se desoja mirando el reloj y, siguiendo con el cuerpo en el trabajo, con el alma está ya muy lejos, sin saber siquiera dónde. 3. La persona Tipo A disfruta, quizá, al terminar el trabajo, pero no sabe disfrutar mientras lo está realizando. Es como un viajero que, incapaz de disfrutar de los panoramas intermedios, está todo y sólo pendiente del término. Y cuando por fin termina su viaje, el término se convierte de nuevo en principio y así una y otra vez. La persona Tipo A se condena a no disfrutar nunca. 4. Cuatro sentimientos fuertes suelen acompañar a esta persona Tipo A: ansiedad, enojo, temor y culpa. Las prisas están pues en relación con estos cuatro sentimientos; son expresión inconsciente de ellos. El hombre Tipo A no se ama como es; está inseguro de sí y se siente mal consigo. Entonces busca fuera el remedio, pero no lo halla ni puede hallarlo. Porque es dentro de él donde está el verdadero mal. Y no hallándolo fuera, porque no está ni dentro porque ahí no lo busca, el hombre acelerado se pone cada día peor y peor; es decir, se vuelve cada día más tenso y enojado, más temeroso y culpable. Volvamos a la figura del Capítulo V. El problema del hombre acelerado se manifiesta a nivel III, con esos cuatro sentimientos mencionados, ansiedad, enojo, temor y culpa; se manifiesta más aún, a nivel IV, con las conductas febricitantes, que hemos descrito arriba; pero está en el nivel II, en la conciencia de descontento e insatisfacción que ha ido desarrollando a lo largo de la vida, especialmente en sus años de infancia. Y evidentemente, a ese nivel, como diremos enseguida, habrá que buscar la cura de la prisa.

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Daños de las prisas Nos conviene reflexionar sobre este punto, ya que todos, en uno u otro grado, sufrimos de aceleración. ¿Cuál es el daño unido a ese modo de vivir? 1. Ante todo, el hombre prisa nunca está en lo que está; así no hace bien lo que hace; no se entrega ni goza de ello; en consecuencia, no suele rendir ni resultar eficiente, a pesar de su moverse incesante. El hombre-prisa haría bien en preguntarse con frecuencia: tanto esfuerzo, ¿para qué? 2. El hombre prisa es un hombre dividido. Dividido en el corazón de sí mismo, ya que no reconoce ni acepta lo que es; y dividido también en su tarea, ya que, en tal situación interior, ni sabe ni puede entregarse a lo que hace. Es por tanto un hombre insatisfecho. 3. El hombre prisa niega el presente que, hablando temporalmente, es la única realidad; ya que pasado y futuro existen sólo como "ampliaciones psicológicas" del presente. Niega el presente en nombre de un futuro que, a su vez, será negado cuando se haga presente; y así se queda siempre con las manos vacías. El YO MAL interior "maléfica" toda la realidad, es decir, proyecta su disgusto en la realidad, que le rodea, y en el mismo grado, la descalifica, la desvalora, hasta cierto punto, la anula. 4. El hombre prisa busca sólo resultados, nunca procesos. Pero en la realidad lo único que parece existir son los procesos: la vida humana está hecha de procesos y ella misma es proceso. En un viaje puedo gozar del sitio a donde voy y también del viaje mismo; en una carrera universitaria, del título final y también del estudiar mismo. La cocinera pasa muchas horas cocinando y apenas media comiendo. Si no aprende a gozar de su trabajo, ¿qué diremos de ella? Pero la cocinera es como... una palabra de toda la vida humana. O convertimos en gozo el aquí y ahora, o simplemente nos condenamos a vivir desgraciados. 5. Una última reflexión. Muchas enfermedades, hoy lo sabemos con toda seguridad, son psicosomáticas y tienen que ver con las prisas. Los médicos explican esa relación del modo siguiente: Cuando una persona se halla, inesperadamente, ante una situación amenazante, por ejemplo un ladrón en la noche, una serpiente en el bosque, el

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organismo responde a esa situación con la llamada "reacción de alarma". Tal reacción nos prepara, de repente, para el combate o la huida. Esa reacción tiene sus síntomas o señales características. Son los siguientes: la adrenalina fluye en el torrente sanguíneo y hace que el corazón palpite con violencia; el organismo suspende las actividades que no son esenciales al caso; y desvía la sangre hacia los músculos y el cerebro; la respiración se vuelve superficial; los músculos se tensan, especialmente los de la región lumbar, cuello y hombros; el bazo produce glóbulos rojos para aumentar el suministro de oxígeno; el hígado libera vitaminas y alimentos, que almacena en forma de sacarosa... A partir de estos síntomas, dicen los médicos, se explica el origen de una enfermedad psicosomática: los sentimientos fuertes ponen en movimiento al organismo, y éste reacciona enfermándose. Enfermedades del corazón, asma, catarros, incluso el cáncer... hoy se sabe que tienen mucho que ver con las emociones negativas. He ahí algunos de los daños que arrastra el hombre prisa. Ahora avanzamos hacia lo que llamaríamos solución. ¿Puede curarse el hombre prisa?

Hacia el control del hombre prisa El hombre prisa es el hombre que, insatisfecho en el fondo de sí mismo, al nivel II, busca fuera lo que le falta dentro: le falta en realidad autoestima y cree dársela haciendo cosas. Pero el camino, lo hemos visto, no lleva a término, y el hombre se pone peor. ¿Qué hacer? Dos cosas parece que necesita el hombre-prisa, que aspire a curarse: 1º descubrir y aceptar sus prisas como tales prisas, es decir, como una palabra de su deficiencia emocional, como intentos erróneos de solución; 2º sanar esa deficiencia precisamente allí donde se encuentra, a nivel emocional de auto-aceptación, y no dejarse arrastrar del engaño, hecho hábito, de que la solución está en las cosas. En la tercera parte insistiremos en estos puntos; entre tanto, ahora, una brevísima explicación.

1. Descubrir sus prisas: Esto, tomar conciencia, es siempre lo primero. Ningún otro paso resultará eficaz a menos que haya precedido éste. Pero descubrir sus prisas, amándose en ellas y con ellas. Es importantísima esta modalidad amorosa, aplicada al conocimiento. Cuando la toma de conciencia va unida a acusación, queja,

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descontento, rechazo de sí..., lejos de aportar luz, aporta amargura, tensión, sentimiento de culpa; y empeora la situación de la persona. En el caso de la persona humana, el autoconocimiento separado del auto-amor, resulta siempre dañoso. Las prisas indican una deficiencia: te buscas donde no te hayas; pero indican también una gran cualidad humana: te buscas de veras, quieres encontrarte a ti mismo; eres sincero y responsable.

2. Sanar la deficiencia allí donde está El hombre-prisa debe reflexionar, sin cansarse, en esta verdad: no son cosas las que me faltan sino yo mismo. Y, mientras yo no me estime e identifique emocionalmente conmigo, ninguna cosa o logro exterior me sanará. Lo que el hombre-prisa necesita, lo tiene ya y lo es: El mismo. Descúbrete y aprende a ser feliz contigo. Dios te hace capaz de ello.

Ejercicios grupales La enfermedad del MÁS, la inquietud por el futuro… parecen deficiencias típicas del hombre tipo YO MAL; algo extraordinariamente difundido. De ahí que pensadores, ascetas, filósofos y psicólogos hayan reflexionado sobre ello. Esas reflexiones, condensadas en frases breves y densas, nos ayudan a pensar nosotros; nos obligan, si las pensamos de veras, a reflexionar nosotros. Por eso, mi intención ahora es hacer una lista, mínima sin duda, de estos pensamientos. Leyéndola, ustedes pueden reflexionar o recordar la frase de algún otro autor, que un día les hizo pensar. Ese es su trabajo personal-grupal: añadir a los pensamientos aquí enlistados, dos pensamientos más, ya propios ya leídos, y enriquecer así este acervo de reflexiones. He aquí mi lista: 1. Basta a cada día su propia carga. Mt. 6,33. 2. Necio, esta misma noche morirás. Y lo que has amontonado ¿de quién será? Le. 12,20. 3. Tu salvación está en tener calma; tu fuerza en confiar y mantenerte tranquilo. (El profeta Isaías al rey de Judá, asustado ante las amenazas del rey de Asiría, Is. 30, 15).

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4. Sólo es real el aquí y el ahora; si en ellos no eres feliz, nunca lo serás. 5. No hay camino hacia la felicidad; la felicidad es el camino, La única manera de felicidad no es luchar por algo futuro, sino serlo ya en el presente. Sólo se es feliz aquí y ahora. 6. Cuando te inquietas por el futuro, pierdes el presente que es lo único real. 7. ¿Prisas? = Hacer más cosas en menos tiempo. ¿Paz? = Disfrutar de lo que estoy haciendo. Son dos modos de enfrentar el tiempo, ¿cuál te parece más provechoso? 8. "Age quod agis": haz lo que haces, entrégate a lo que estás haciendo. 9. Pensar en lo que fue: añoranza inútil. Pensar en lo que será: impaciencia vana. 10. De día siéntate en una silla; como un saco; de noche tírate en la cama; como una piedra. 11. Si comes, abre la boca; si duermes, cierra los ojos. Nada más... (Teoría y Técnica de la Terapia Guestáltica, pp. 66-74). 12. Quien tiene tiempo ahora, pero espera a que lleguen tiempos mejores, pierde el tiempo. 13. Hombre completo es el que aprovecha el instante. (Goethe)

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Capítulo 10 Sentimientos y personalidad Hasta ahora hemos estado trabajando sobre la hipótesis que los sentimientos, nivel III, revelan la personalidad, nivel II; y que, explorando esos mismos sentimientos, podemos llegar a la personalidad inconsciente o fondo emocional. Trataremos ahora de aclarar esta hipótesis acudiendo al Análisis Transaccional.

Posturas vitales y sentimientos Repito algunas ideas que ya sabemos del tema de las actitudes. Aprendemos acumulando experiencias. Si me ha mordido un perro, esa experiencia queda archivada en mi cerebro; nuevas experiencias en la misma o parecida línea, que vayan llegando a mi vida, se organizan con la primera en una como red o tejido psicológico, cuya dinámica podría sonar así: "ojo a los perros; son peligrosos". Esa acumulación, como vimos hablando de las actitudes, es la vida misma de la persona, en cuanto aprende a enfrentarse a los perros. Es un como pre-saber…, un pre-querer…, un pre-sentir…, que nos pre-dispone a vivir situaciones parecidas. Tal acumulación es una verdadera decisión vital, anterior a toda decisión reflexiva, pero real y eficacísima. Su importancia en el vivir humano nos es ya bien conocida, por los capítulos anteriores, pero ayuda repetirla y repasarla. Podría expresarse así: Mi presente subjetivo, lo que yo ahora pienso, quiero, siento, sufro, gozo…, no se explica tanto a partir del presente objetivo, el perro actual o estímulo, cuando a partir de ese fondo emocional acumulado. El ejemplo de una fábrica nos puede ayudar a entenderlo mejor. En el proceso de la fabricación industrial distinguimos la materia prima, la materia elaborada y la fábrica misma, que hace la transformación de una en otra. Pues bien, podemos decir que los estímulos, en el caso el perro actual, no pasan de ser algo así como materia prima; materia elaborada sería, siguiendo el ejemplo, lo que de hecho, aquí y ahora, pensamos,

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sentimos, sufrimos…; pero el factor decisivo, el que transforma el estímulo en sentimiento, la fábrica en una palabra, es el fondo emocional acumulado. Pues bien, y damos ahora un paso más, las experiencias pueden quedar restringidas a determinadas áreas de la vida, el área corporal, —feo, bonito— el área social, —simpático, antipático— el área intelectual, —torpe, listo—; o pueden penetrar y afectar toda la persona. Tenemos en este caso una decisión vital mucho más importante que en los casos anteriores. A esta pre-decisión vital que afecta a la persona entera, llamo ahora postura vital. Veámoslo más en concreto. Pensemos en el niño pequeño, que vive en su hogar. Mensajes como éstos: "quítate, estorbo", "déjame en paz", "¿te callarás de una vez?", especialmente si son repetidos muchas veces y por distintas personas, dejan en el niño, respecto a los otros, y aun a sí mismo, una predisposición parecida a la del niño mordido del perro: ¡ojo a los otros, son peligrosos! Hay en este niño una predisposición vital, fuerte casi como la misma persona que es él, a. retirarse, a protegerse: "los otros no son de fiar, tú mismo no estás nunca seguro". A esa decisión, tomada inconscientemente en la infancia pero" que está viva y eficaz, en el momento presente; a ese pre-pensar, pre-querer, pre-sentir... llamo ahora postura vital. Fue tomada hace muchos años, pero sigue ejerciendo su influjo en el momento presente. De ahí su importancia en el desarrollo de la persona. El Análisis Transaccional describe cuatro tipos de posturas vitales: Yo Bien-tú Bien; Yo Mal-tú Bien; Yo Bien-tú Mal y Yo Mal— tú Mal. Vea el gráfico.

1. Yo bien

2. Yo bien

Tú bien

Tú mal

3. Yo mal

4. Yo mal

Tú bien

Tú mal

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Yo bien – Tú bien Es la postura ideal, la postura humana por antonomasia: "todo está bien. Al menos todo puede estar bien; y todo acabará estando bien". Es también La postura del cristiano: "Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros?... ¿Quién nos separará del amor de Cristo? (Rom. 8,31 s.) Mirándome a mí, siento que tengo tan ricas experiencias en mi haber que no puedo menos de aceptarme, estar contento de mí y contar conmigo mirando a los otros, tengo también experiencias tan bellas que no puedo menos de aceptarlos, contar con ellos y amarlos. Mi postura vital, esa decisión básica, anterior a toda decisión reflexiva, es entonces sumamente positiva: "merece la pena que yo sea; merece la pena que tú también seas; merece la pena que los dos seamos juntos". En esa pre-decisión emocional, resultado de mi experiencia vital, estoy seguro que el que yo sea es bueno para ti, y el que tú seas, es bueno para mí. Entonces, vivamos, convivamos, trabajemos, disfrutemos. El hombre que se acerca a esta postura —vivirla plenamente en esta vida es imposible—, ha ido aprendiendo que, como persona, él es un valor absoluto, único, distinto, insustituible; como dijimos más arriba, verdadero príncipe. Limitado e imperfecto, sin duda, pero no obstante todos sus errores y faltas, don verdadero de Dios, semilla de Dios, y por eso mismo ansioso de realizarse para los demás. Igualmente los otros, no obstante sus limitaciones, ellos también son don de Dios, dignos de realizar sus limitaciones, ellos también son don de Dios, dignos de realizar su individualidad única, distinta e insustituible. Todo eso dice el YO BIEN TU BIEN. Puesta esa estructura emocional básica, ¿cuáles serán los sentimientos más frecuentes en que este hombre se verá envuelto? Sin duda, sentimientos positivos, gozosos, activos; sentimientos de aceptación de sí y de los otros, de apertura y colaboración. Y como tanto él como los otros adolecen de limitaciones, sentimientos de acercamiento, comprensión y perdón. El hombre tipo YO BIEN-TU BIEN es el hombre plenamente vivo: vive él, deja vivir a los demás; recibe ayuda y la da. Un sueño maravilloso. ¿Utopía acaso? Los primeros cristianos parece que acertaron a vivir en esa atmósfera de aceptación y colaboración mutuas (Hechos, 4, 32, s.).

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Yo bien – Tú bien De las cuatro posturas vitales, sólo la primera YO BIEN — TU BIEN, es sana, correcta y razonable; en consecuencia, sólo ella debería ser. Pero la realidad planea siempre muy por debajo del ideal. Y las otras posturas, aunque no son sanas, correctas ni razonables, son efectivamente, y hay que contar con ellas. Cuanto a la segunda postura YO MAL — TU BIEN, que ahora toca, su origen parece ser el siguiente: En el principio el niño empieza su vida libre de todo sentimiento negativo; en este sentido podemos decir que empieza su vida en la postura YO BIEN — TU BIEN. El niño recién nacido es príncipe, se siente príncipe y actúa en príncipe. El niño recién nacido sigue, inocente, su propia naturaleza. No ha aprendido a sentir mal ni de sí ni de los otros. Pero empieza a vivir, mejor, a convivir. El niño tiene, ante todo, las experiencias, repetidas miles de veces, de su inadecuación física: él es pequeño, sus padres grandes. Él no sabe, no puede, no tiene —no sabe dónde buscar protección, no puede satisfacer sus necesidades, no tiene un... "caramelo"—; sus padres, en cambio, sí saben, pueden y tienen lo que a él le falta. A estas experiencias de minoridad física, común a todos los niños, se añaden bien pronto, desde luego en muy diversos grados, experiencias de malos tratos. En tales casos, el niño nunca siente que la deficiencia está en sus padres; el niño acepta ciegamente que está en él. Aprende así a sentirse mal, YO MAL — ELLOS (los padres) BIEN. ¿Cuáles son los sentimientos congruentes con este fondo emocional? Ante todo, sentimientos de insatisfacción respecto a él mismo: ¿quién soy yo, ni qué puede esperarse de mí, siendo tan poca cosa? El niño tipo YO MAL — TU BIEN dudará de sí, contra la esencia del yo humano que, como dijimos más arriba, es autoafirmación y coraje; sentirá miedo, vergüenza; no se atreverá a casi nada; valorará, sin darse cuenta lo ajeno y despreciará lo propio; acabará finalmente traicionando su individualidad y queriendo ser como los otros. Vemos también en este caso, la relación íntima entre postura vital, autovaloración a nivel II, y sentimientos. Estos no son sino la expresión natural de ese nivel emocional primero, formado por acumulación de experiencias a lo largo de la infancia.

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Yo bien – Tú mal y Yo mal – Tú mal Trataré estas dos posturas casi por arriba, sin apenas detenerme. La razón es que, tales posturas, cuando realmente se encuentran en sus grados críticos, son más bien patológicas; y deberían ser tratadas clínicamente. Un estudio de la personalidad normal parece que debe dejarlas fuera. Diré no obstante unas palabras.

Yo bien – Tú mal Esta postura vital esta como amasada de amargura y resentimiento. Él niño ha ido acumulando tantas experiencias de rechazo, tan dolorosas e hirientes, tan injustas y crueles, que ha llegado a sentir, oscuramente, allá en el fondo de su alma, que el MAL tiene que estar en los otros, en esa gente terrible y malvada que a él así le han hecho sufrir. Por consiguiente, aunque él sufre muchísimo, la culpa es de los otros; por eso puede de sí mismo decir: YO BIEN. A nivel de terminología esa postura se enuncia YO BIEN — TU MAL, manteniendo así el ritmo lógico de las cuatro posturas; pero en este caso, las palabras son falaces. El YO BIEN significa aquí algo parecido a esto: "Yo sufro mucho, muchísimo; pero la culpa es de ustedes y me lo pagarán". Debajo de ese YO BIEN, hay pues muchísima amargura y resentimiento; y, respetando la terminología, es así como debemos entenderla. ¿Qué sentimientos pueden corresponder a una postura tal? Sin duda rabia, irritación, agresividad, venganza, odio... Pero conviene que puntualicemos: cuando nos sentimos invadidos de esos sentimientos, en un momento dado, por alguna razón especial y luego se nos pasan, nos estamos en la postura tercera. Pero cuando vivimos en ellos permanentemente, como en una atmósfera envenenada, cuando con nada parece que salimos de esos sentimientos de amargura y resentimiento, venganza y odio, entonces el caso puede ser serio; y haríamos bien anticipándonos a lo que podría suceder. Una visita al psiquiatra sería, en este caso, la conducta prudente. El proceso de acumulación, generado por esta postura, parece el siguiente: yo mal, los otros mal, todo mal. Es la persona que, a lo largo de la vida, no ha visto ni experimentado otra cosa que rechazo, error, mal trato, desilusión, frustraciones amontonadas unas encima de otras... De modo que cree sacar esta conclusión desalentadora: "no hay en ninguna parte el bien por el que merezca la pena mover un dedo. La persona es un amasijo de acciones incongruentes; la historia un

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montón de sucesos absurdos. Nada merece la pena. No existe el bien, ni la alegría ni la esperanza. ¿Para qué vivir? Nada tiene sentido ni valor". A esta postura corresponderán, obviamente, sentimientos de vacío, soledad, desgana de vivir, tristeza hondísima, angustia existencial, deseos de suicidio. Pero conviene, también aquí, hacer las mismas precisiones que arriba: a cualquiera nos pueden advenir estos sentimientos de vez en cuando, incluso fuertísimos. Si son transitorios, no tenemos de qué alarmarnos. Pero cuando esos sentimientos se agarran a la persona y la dominan, con pequeñas variantes, casi toda su vida, entonces conviene ser prudentes: una visita al psiquiatra puede ser el principio de una curación.

En resumen Las posturas vitales se forman en la infancia, antes de toda decisión posterior adulta. Son pues ellas mismas inconscientes. En nuestro gráfico de la personalidad, vienen a identificarse con la autoconciencia o nivel II. Psíquicamente no son una realidad nueva, son la misma persona que, ayudada de su experiencia infantil, pre-sabe, pre-siente, pre-quiere, pre-teme, etc. lo que, en el momento presente, va de acuerdo con su pasado. De modo que las posturas vitales funcionan al modo de una fábrica: transformar la materia prima o estímulos de la vida en materia elaborada, en sentimientos, deseos, miedos... que confirman la postura vital. A pesar de su agarre emocional, y su carácter de inconscientes, las posturas vitales pueden ser descubiertas y controladas. Tal es la verdadera tarea de la libertad. La psicología actual nos enseña cómo avanzar en esa línea y nos da esperanza de éxito. Nuestro curso busca fomentar ambos objetivos.

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Grupos Podemos trabajar con este gráfico:

Estímulo o situación objetiva

Entra

Sale

1ra + 2da – 3ra – 4ta –

Gozo, Paz, Esperanza Sufrimiento Sufrimiento Sufrimiento

Posturas vitales

Explicación 1. El estímulo o situación objetiva entra en el hombre, pero a través de su postura vital, donde será transformado, de modo que entra (columna de la izquierda) como materia prima, y sale (columna de la derecha) como materia elaborada, como sentimiento de gozo o de dolor. 2. Las posturas vitales están señaladas con los signos + y –, según que su función sea positivar o negativar el estímulo. El signo + significa que la transformación será positiva; y el – que negativa. 3. El resultado será el reforzamiento de la postura vital, en una circularidad repetitiva. Sobre el gráfico se entienden las preguntas para el trabajo de grupos: a) Mira tus gozos y sufrimientos... detente en ellos... mide su cantidad y calidad... Partiendo de ellos, ¿qué posturas crees que trabajan (imagen de la fábrica) en ti? b) El cuadro general ¿Te dice algo de ti mismo? ¿Qué?

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Capítulo 11 El sentimiento favorito Introducción A lo largo del curso venimos aludiendo a la dinámica del sentimiento: el hombre nunca es ya algo hecho: —tímido, retraído, irritable— sino que se está haciendo eso mismo que siente: —tímido, retraído, irritable—. ¿Cómo acontece ese hacerse emocional y, a través de él, la misma persona? De otro modo: en el desarrollo de la personalidad, los sentimientos juegan un papel decisivo. Como insisten los psicólogos: "lo afectivo es lo efectivo". Sin advertirlo, el niño actúa según lo que siente, y actuando así, acaba siéndolo en realidad. De ese modo se confirma en su sentir de sí mismo, "eso soy yo", y sigue el proceso; es decir, sigue sintiendo y actuando en esa línea determinada, hasta la muerte. Más personal: a poco que reflexiones, verás que hay ciertos sentimientos que presiden toda tu vida; que se repiten en casi todos los momentos importantes de tu vida. De esos sentimientos suelen seguirse unas determinadas conductas, también repetitivas, que acaban confirmando y reconfirmando tus sentimientos. De modo que tales sentimientos y conductas son como un sello de tu personalidad. A través de ellos te revelas. ¿Serías capaz ahora mismo de identificarlos? Quédate con la inquietud, y ahora sigamos nuestro curso. ¿Cómo se han formado y confirmado esos sentimientos y conductas?

El sentimiento favorito El niño nace con capacidad para todos los sentimientos humanos; y al principio de su vida expresa espontáneamente todo lo que siente: llora, grita, se mueve, orina... sin ninguna inhibición. En esos días el niño es todavía, de veras, él mismo. Pero bien pronto advierte que algunas de sus conductas no gustan a los padres, y el niño entonces, situado entre sus impulsos por un lado y por otro las

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exigencias de los padres, acaba por plegarse a éstas, que para él son más importantes. El niño aprende autocontrol. De ese modo, la espontaneidad inicial va cediendo el paso al control dirigido; así el niño mimoso aprende a ser rígido, el niño egoísta a sentirse culpable, el glotón a contenerse en la comida. ¿Cómo se produce esa adaptación emocional? Digamos si vale la frase: a golpes de experiencia. Efectivamente el niño que oye continuamente "serás la vergüenza de la familia", aprende a sentirse culpable; el que una y otra vez es referido, cuando falta, a un padre castigador, aprende a sentirse miedoso; el que es rechazado casi siempre como inútil, perezoso, egoísta, grosero, etc., aprende al menos este sentimiento: "yo no sirvo, no soy gran cosa, de mí nada valioso puede esperarse". Pues bien, siguiendo este ritmo dinámico, el niño, capaz por naturaleza de experimentar y expresar cualquier sentimiento humano, acaba adaptándose a uno, el que con más frecuencia experimentó en su infancia. Ese será su sentimiento favorito. Cuando sea mayor, aun sin advertirlo, tenderá a repetir ese sentimiento; sólo se sentirá él mismo en el grado en que se re-sienta ese sentimiento típico. Y repitiéndolo, acabará sintiendo que ahí está su verdad, que eso es lo que él es verdaderamente. El proceso parece el siguiente: en razón de las experiencias hogareñas, el niño va formando su autoimagen; formada esa autoimagen, el niño da por supuesto lo que él debe sentir, pensar, hacer; y efectivamente siente, piensa y hace eso... hasta que llega a persuadirse de que él es eso, el descrito en su autoimagen; por tanto, que esa es su verdad, su verdadero modo de ser, la explicación última de todo su obrar, y el secreto de su vida… Algunos ejemplos que nos ayuden: El niño que siente que no sirve para matemáticas, ¿qué hará? Porque su hacer "debe" corresponder a su creer. Entonces, o bien no estudiará, o bien lo hará de tal modo que realmente no aprenderá y quedará suspendido; de esa manera se reafirmará que realmente no sirve para matemáticas. Y el niño que se cree antipático ¿qué hará? Actuará, inadvertidamente desde luego, de modo que caiga mal a los demás; por ejemplo, se retirará de los juegos, no participará en grupos, se volverá hosco...; y claro está, con tal conducta, acabará

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cayendo antipático, se confirmará en su sentimiento favorito, en su autoimagen profunda. El niño que un día, cantando, sintió que se burlaron de él, ahora no querrá cantar; se empeñará en que no sabe hacerlo y, con su fe negativa, rigidiza efectivamente sus cuerdas bucales, de modo que canta mal. También aquí se produce el proceso: sentimiento, acción, más sentimiento. Un el sentimiento favorito hay un dinamismo repetidor, auto-realizador: tal sentimiento, si no es cuidadosamente vigilado, acabará por cumplirse, con el daño correspondiente. Pero ¿nos ha enseñado alguien a vigilar esos sentimientos? De ahí la importancia del estudio en que estamos metidos.

Recursos de confirmación Decimos que el sentimiento favorito lleva a la acción y ésta retorna al sujeto confirmando su sentimiento. ¿Cómo se las arregla el niño, —y la persona mayor también— para repetir y confirmar su sentimiento favorito? Tres recursos principales describen los psicólogos: 1. Distorsión de la realidad, 2. Manipulación de los otros, 3. Imaginación de motivos.

Distorsión de la realidad Llevado de la necesidad psicológica de obrar conforme a lo que cree de sí, el niño, habituado ya al sentimiento favorito, se las arregla, normalmente falsificando la realidad y mirándola sólo desde su marco de referencia, para convencerse que, efectivamente, la cosa es como él la siente. El niño que cree que la mamá prefiere a su hermanito, se las ingenia para asegurarse de su creencia. Que ésta sea objetivamente falsa importa bien poco para él; él está seguro que la mamá prefiere a su hermano y actúa en consecuencia. Pero ese niño... ¿no somos todos los hombres? Porque todos nos empeñamos en ver las cosas de acuerdo con nuestro marco de referencia. Y se necesita un hombre muy maduro para que tome en serio el hecho de que a los humanos nos gusta más engallarnos y seguir tranquilos, que enfrentarnos a la verdad dolorosa y vernos forzados a cambiar.

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Dos grandes autores, Aaron Beck y David Burns, han elaborado una lista de lo que ellos llaman ideas erróneas, comunes a todo el género humano. Las ideas erróneas son patrones de pensamiento destructivo, a que, ordinariamente, recurre el hombre distorsionador de la realidad. Beck dice: mientras hacemos algo, conversar con un amigo, esperar en una fila, divertirnos…, allá en el fondo de nuestro sentir, paralelos a los pensamientos conscientes, fluyen otros pensamientos, casi inadvertidos, automáticos, muy poco lógicos pero bastante específicos, como "yo nunca triunfaré", "no valgo tanto como X", "soy malo", "soy un ogro", etc. Esos pensamientos paralelos son nuestra intrapalabra silenciosa que, casi ininterrumpidamente, uno se dice a sí mismo, el contenido inconsciente de nuestra autoimagen. Pues bien, esos pensamientos que suelen ser falsos, son los responsables, dice Beck, de nuestros estados emocionales, aquí y ahora. Más en concreto, "su estado de ánimo, en este instante, es consecuencia de los pensamientos paralelos que tiene ahora". Volviendo a nuestra figura de la personalidad, lección V, podemos decir: lo que inadvertidamente crees saber de ti a nivel II, tu autoconciencia, eso es lo que explica tus sentimientos aquí y ahora. De ahí la importancia del objetivo de nuestro curso: ¿qué pienso yo de mí, allá en el fondo de mí mismo? ¿Quién soy yo para mí? En resumen, habituado a su autoimagen, el hombre prefiere engañarse y sentirse lógico consigo mismo, aunque sufra mucho, a descubrir que no es el que creía. Como si al descubrir la mentira de su vida, se perdiera a sí mismo. También aquí, y muy especialmente, vale la frase evangélica: "el que ama su vida, la perderá", "el que no se decide a dejarse a sí mismo, nunca se encontrará". Habituado desde niño a su SI Mismo específico, el hombre se agarra a esa autoimagen, y por nada quiere soltarla. Para mantenerla, falsificará cuanto sea necesario la realidad de dentro y de fuera... Pero ¿no tenemos ya suficientes razones para dudar de ese "yo infantil" y abrirnos a un yo adulto y razonable? Es el segundo recurso para satisfacer el dinamismo de repetición del sentimiento favorito: nosotros mismos, con una conducta inconscientemente estudiada, forzamos a los otros a reconfirmar nuestro sentimiento, y así los manipulamos.

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Pondré, para iluminar este punto un caso personal. Hace años dirigía yo el Instituto de María Reina, para la formación de Religiosas. No encontrando profesores disponibles, tuve que coger yo mismo dos horas seguidas. En la función de profesor, siempre me he sentido bien. Pero a nivel de persona, no ya como profesor, me he sentido siempre mal. Con pensamientos paralelos, recuérdese a Beck y Burns, como éstos: "yo no soy simpático, no caigo bien a la gente, no sé de qué hablar". Pues bien, supuestos esos pensamientos paralelos, mi oculto deseo, y fuertísimo, era que en el receso, entre clase y clase, viniesen a conversar conmigo algunas hermanas. Pero, apenas acabada la primera clase, y sin avisar nada, me iba a sentar lejos, en unos bancos que estaban al extremo del corredor. Y allí, durante el cuarto de hora, esperaba, casi angustiosamente, la venida de alguna hermana. Ninguna venía. Y así, pasado el receso, a la segunda clase de nuevo, triste por dentro, sintiéndome un fracasado. Llegó el final del curso y yo hice una pequeña evaluación, con estas dos preguntas: ¿Qué te ha gustado del curso? ¿Qué te ha disgustado? Y aquí llegó lo inesperado que, para mí, fue como un relámpago de luz. Todas decían estar contentas del curso, pero más de la mitad puntualizaron que les había disgustado el hecho de que el profesor, durante el receso entre clase y clase, se retiraba, como si evitase hablar con las hermanas. En ese momento vi mi caso claro. Y me ha servido para toda la vida: lo que yo más quería, a saber, que algunas hermanas fueran a conversar conmigo, eso precisamente es lo que yo, con mi conducta huidiza, hacía imposible. Con mi conducta pues, y muy a pesar de mi deseo de fondo, impedía que las hermanas se me acercasen; sin darme cuenta, y queriendo lo contrario, las había manipulado para que no se acercasen. Con ello yo me había confirmado en mi sentimiento favorito: "no soy simpático; no caigo bien a la gente. Fíjate: ni siquiera las hermanas, que me aprecian como profesor, se acercan a mí". Conozco una esposa cuya queja más seria contra su esposo es que éste llegaba siempre tarde. Hablé con los dos un día. Dijo el esposo: recién casados, yo me sentía atraído de la casa y volvía corriendo, apenas acabado el trabajo. Pero algo pasó, dirigiéndose a la esposa, yo no lo sé, y tú empezaste a ponerme cara fea. El atractivo que sentía por la casa fue disminuyendo y empecé a llegar tarde. Cuanto más tarde llegaba, peor cara me ponía; y más tarde tenía que volver.

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¿No es clara en este caso la manipulación por parte de la esposa? Esta sentía que no era muy amable, que su esposo no podía estar "loquito" por ella; y efectivamente, con su cara, logró que su esposo se alejase. Así ella se confirmó en su viejo sentimiento: "a mí nadie me puede querer de veras".

Imaginación de motivos La imaginación de motivos o intenciones es el tercer recurso a que, en su tendencia repetitiva, acude el hombre de sentimiento favorito. Imagina que el otro tiene tales intenciones, precisamente las que a él le mueven a re-sentir su sentimiento favorito, y ya estamos en el juego demoledor. La persona "fea" (que sufre de ese sentimiento), si acepta ir a una fiesta, imagina que los otros la miran, que se burlan de ella, que hablan de ella... Se ha metido en el engranaje de la máquina que la va a triturar: sobre esa imaginación, y tanto cuanto ella quiera, (porque, desgraciadamente en estos casos, es uno mismo el que busca su propio dolor), volverá a sentir su sentimiento, y a reforzarlo y a ponerse peor. Igual el celoso que imagina intenciones en su consorte; salir con él o ella es meterse en la máquina de su propio destrozo. Conozco a un esposo que sufre de celos agudos. Cualquier cosa que haga su esposa, en relación a otro hombre, allí está él para hacer la interpretación destructora. Si la esposa mira a un hombre…, si le habla…, si lo mienta..., ello significa que está enamorada de él, que le busca, que anda en juegos con él. ¿Resultado? Un matrimonio que podía ser ultra feliz, dadas todas las otras circunstancias de sus vidas, destrozado por los celos. Destrozada la esposa, los hijos, él mismo. Y todo ello, consecuencia de un sentimiento favorito, no descubierto ni cortado a tiempo. La imaginación de motivos e intenciones es un recurso evasivo y huidizo, como pocos. En efecto, ¿quién ni cómo podrá cambiar tu opinión de una seguridad imaginaria, hecha por ti mismo? Si tú aseguras que tu esposa ha mirado al vecino con intención de engañarte; una vez que eres tú, quien desde ti mismo, desde tu sentimiento favorito, has puesto en ella esa intención; y no sólo la has puesto sino que sigues dispuesto a mantenerla, ¿qué puede hacerse para sacarte del error? Nada ni nadie sin duda te podrá sacar, ya que eres tú el que te has metido en el error y quieres mantenerte en él. Nada ni nadie.

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Pero sí el dolor, aprovechado mediante la reflexión De ahí la Importancia de la reflexión sobre la propia vida; la reflexión que parte del propio dolor y, en su progreso, se apoya en él. ¿No es éste el objetivo de nuestro curso?

1. 2. 3. 4.

Queda el siguiente esquema dinámico: Sentimiento favorito, iniciado en la infancia… Conductas en que ese sentimiento se expresa y refuerza… Manipulación, inconsciente, de las conductas ajenas; o mejor, manipulación de los otros, que reaccionarán en la línea buscada y así Reforzamiento del sentimiento favorito; y consiguiente proceso de deterioro de la personalidad.

Dada la unidad cuerpo-mente, lo que sientes en la mente, n. 1; se expresará en el cuerpo, n. 2; esa expresión afectará a los otros, precisamente en la línea del sentimiento favorito, y les inducirá a reaccionar en esa línea, n. 3; Resultado final: reforzamiento de tu sentimiento favorito; y consiguiente empeoramiento de tu personalidad, n. 4; tenemos aquí otra razón de nuestra afirmación tan repetida: el hombre no es, se hace. La vida es un proceso de auto-realización. El que no avanza hacia sí mismo, se aleja de sí mismo. Los sufrimientos o satisfacciones son los testigos menos sobornables de ese proceso. ¿Sufres mucho? Entonces es que te estás alejando de ti mismo. Escucha tu dolor. Si no, ese dolor seguirá aumentando y llegará un momento en que ya no puedas más. Hemos descrito la vida de un hombre afectado del sentimiento favorito YO-MAL, YO-NO, YO-POCA COSA. Su ritmo de desarrollo es el siguiente: puesto que se cree "poca cosa", actúa como "poca cosa"; actuando como "poca cosa", los otros le tratan como "poca cosa", lo que acaba asegurándole de que efectivamente es "POCA COSA". Si ese ritmo no corta, ¿dónde deberá terminar?

Juegos y daños: El triángulo de Karpman Antes de cerrar esta lección, quiero hacer un breve repaso sobre un esquema de trabajo iluminador: el triángulo de Karpman. Decimos que el hombre, cada hombre, tiene su sentimiento favorito. Lo que ese sentimiento encierra, de contenido emocional concentrable en palabras, recuérdese los pensamientos paralelos de Beck, eso parece que es lo más suyo, lo más propio, que tiene el hombre. En consecuencia, tenderá a repetirlo. Irritación, culpabilidad, inadecuación, nulidad… esos suelen ser los contenidos del sentimiento favorito y eso es lo que repetimos.

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Para lograr esa repetición, el hombre acude a diversos recursos tales como distorsionar la realidad, manipular a los otros, imaginar intenciones. Realmente, y hay que decirlo con toda energía, se trata de una verdadera perversión humana, en la misma línea que la drogadicción, el alcoholismo, etc. A esos recursos, utilizados para resentir el sentimiento favorito, los llamamos juegos psicológicos. El juego consiste en buscar una persona que me procure ese sentimiento. En hallándola, ya está. Empieza el juego, cuyo resultado debe ser para los dos —pues juegan los dos, tanto el que empieza como el que accede—, repetir y resentir su respectivo sentimiento favorito, aunque ello implique sentirse peor.

El triángulo de Karpman Éste gran psicólogo explica el proceso del juego mediante el triángulo que lleve su nombre. Vea la figura.

P significa perseguidor, y su sentimiento favorito es la irritación. V significa víctima y su sentimiento favorito es el resentimiento. S significa salvador y su sentimiento favorito es la culpabilidad. Los tres sentimientos, sin embargo, coinciden o son uno en el sentimiento común de auto-rechazo, disgusto de sí, inadecuación que he llamado sentimiento YO-NO. Al entrar en el juego, el que inicia lo hace representando uno de esos tres papeles: Perseguidor (irritación), Víctima (resentimiento) o Salvador (culpabilidad). Si el otro, con quien busca jugar, cae en la trampa y entra, el juego está en marcha. Los jugadores, desde luego inconscientemente, pasarán de un papel a otro, reforzarán sus sentimientos respectivos y saldrán del juego empeorados. Un mínimo ejemplo que ilumine a los lectores no familiarizados con estos temas. Una persona irritable (Perseguidor) vivenciará digamos un portazo, una TV a todo volumen, un grito estridente... Como un ataque a su yo ultrasensible. Y 88

estallará (¡estamos tan acostumbrados a verlo!) en palabras hirientes contra el otro. Sin advertirlo, desde su sentimiento favorito de Perseguidor, ha empezado el juego. ¿Caerá el otro en la trampa y reaccionará de acuerdo a lo que el primero busca y espera? Todo depende de cómo se sienta. Si también él sufre de otro sentimiento favorito como auto-rechazo y resentimiento (Víctima), lo más probable es que se deje envolver en el juego y reaccione al ataque del primero a su manera típica de Víctima, es decir, retirándose o callando o echándose a llorar o quejándose de que no le dejan vivir...; lo que significa que, inadvertidamente desde luego, recoge la invitación del primero y entra en el juego. Un paso más: supongamos que hay allí un tercero cuyo sentimiento favorito es la culpabilidad, esa impresión compulsiva de que, si no actúa, obra mal (Salvador). Dominado por ese sentimiento, sentirá automáticamente la necesidad de defender ya al uno ya al otro y entrará como tercer jugador, justificando al primero que, a pesar de su permanente malhumor "en este caso tiene muy buenas razones de enfadarse" o defendiendo al segundo que, "el pobre, no halla sitio ni para vivir". El juego está ya en marcha, ya entre los dos primeros ya entre los tres. Y seguirá una u otra dirección, según los casos. De pronto, el Perseguidor se convierte en Víctima, éste en Perseguidor o Salvador, según el desarrollo del juego. Pero el resultado final es siempre el mismo y siempre doloroso: cada uno de los jugadores se reforzará en su sentimiento respectivo: el Perseguidor se volverá más irritable, el Víctima más resentido y el Salvador más culpable... ¿Merece la pena tal modo de conducta absurda y destructiva? ¿No es mucho más razonable tomar conciencia del juego y decidirse a cortar? ¡Oh, qué lección tan maravillosa para muchos esposos, que se pasan la vida jugando estos juegos destructivos! No olvide el lector que estoy describiendo conductas neuróticas, repetitivas, no conductas sanas. Defender el propio derecho, cuando es razonable; sentirse herido y quejarse de un maltrato injusto; hacerse cargo de la defensa de un inocente marginado… son situaciones que se dan muchas veces en la vida real. Pero yo aquí estoy describiendo solamente al tipo neurótico, que repite y repite las mismas conductas destructivas y, en consecuencia, no hace más que empeorar las cosas.

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Por el momento no quiero ahondar en este punto. Pero sí quiero hacer algunas observaciones oportunas en nuestro caso. La primera toca a todos y reza así: los juegos psicológicos son inconscientes. Pasamos en ellos gran parte de la vida, pero aun así tenemos que aceptar que son inconscientes. La segunda va dirigida especialmente a los hombres religiosos, en sentido de hombres entregados a Dios. Y dice lo siguiente: para superar este problema de los juegos psicológicos no basta meditar en Cristo; precisamente porque son inconscientes. El amor de Cristo puede ayudar, sin duda; pero el trabajo curativo tiene que ser llevado por otra vía. De otro modo: para ir de veras a Cristo tenemos que desnudarnos antes de toda mentira y sólo entonces nos entregaremos a él en verdad. La tercera está dirigida también a todos, igual que la primera. El único camino de superación de los juegos psicológicos es descubrirlos; hacernos conscientes de ellos. Pero advirtiendo bien, como ya antes lo hemos hecho que el conocimiento que cura no es el meramente conceptual o libresco sino el conocimiento existencial-integral, el que engloba al mismo tiempo conocimiento, aceptación y amor.

Grupos Intentar entender en la propia vida los tres recursos de repetición del sentimiento favorito que hemos descrito: distorsión de la realidad, manipulación de los otros, imaginación de intenciones. Asomarse al triángulo de Karpman y empezar a sospechar de mis propios juegos psicológicos: ¿Qué sentimiento de esos tres, —irritación, resentimiento, culpabilidad— domina más en ti? ¿Qué conductas sueles practicar?

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Capítulo 12 Conductas expansivas y defensivas Recordemos del capítulo V la dinámica de la personalidad: el hombre es ser y conciencia (niveles I y II de la figura); a partir de ahí, o sea, según el tipo de autoconciencia que él se haya formado de sí mismo, surgirán los sentimientos que más comúnmente sentirá y repetirá (nivel III); a partir de los sentimientos brotarán unas conductas determinadas (nivel IV). De modo que, anticipadamente, podemos ir del nivel II al III y al IV; y retrospectivamente regresar del IV al III y del III al II. En los capítulos anteriores hemos seguido el camino del III al II. O sea, hemos intentado la exploración de la personalidad secreta, nivel II, a partir de los sentimientos; ahora intentamos el mismo camino, sólo que partiendo de las conductas. Efectivamente, las conductas revelan también y refuerzan las personalidades iniciales. Igual que lo hacen los sentimientos. Las conductas no son unidades aisladas, sino elementos vivos de ese fieri, o hacerse continuo que es la vida concreta de cada uno.

Conductas defensivas y expansivas El hombre de autoimagen negativa, se siente mal consigo mismo. Eso significa que, a nivel de lo que hace, —cante, pinte, coma o haga oración— se rebaja; es decir, no queda contento de lo que hace. Y a nivel de lo que es, se degrada, se deprecia, se tiene como de segunda categoría o casta inferior. Tampoco a ese nivel existencial, y esto tiene ya una importancia vital, el hombre está contento de sí. En consecuencia, este hombre existe como un dolor viviente. Pero nadie puede vivir así, con ese dolor visceral. Entonces se las ingenia para evadirse de él, recurre a conductas extrañas, aunque el remedio sea peor que la enfermedad. De ahí los mecanismos de defensa o conductas defensivas.

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Conductas defensivas Son conductas dirigidas a evitar ese dolor existencial, metido en el corazón mismo del ser, y a proteger así al yo herido, inseguro y miedoso. Lo característico de tales conductas defensivas es, precisamente, esa motivación egocéntrica. Lo explicaré con ejemplos: El hombre sano que estudia, lo hace para aprender; el hombre sano que baila, lo hace para divertirse; el que come, para alimentarse; el que visita a un amigo, para fomentar la amistad... En cambio, el hombre de autoimagen negativa hace también cualquiera de esas cosas, pero las hace para proteger o defender su yo herido. Así, si estudia, lo hará para ponerse por arriba del otro o por otra motivación egocéntrica; si baila, lo hará para aparentar ante los demás u otra motivación parecida; si visita a un amigo, lo hará para evitar un rechazo... Las motivaciones pueden ser, y lo son de hecho, muchas y variadísimas, pero siempre egocéntricas, siempre girando en torno al yo herido, que busca salir de su dolor existencial. Eso es lo característico en el comportamiento del hombre tipo YO-MAL. De otro modo. Toda acción lleva en sí una motivación intrínseca a ella misma; busca realizar el bien o valor, inscrito en ella. El hombre que actúa según esa dinámica objetiva, anhela expansionarse, realizar sus potencialidades ocultas, actualizar unos u otros valores, mejorar el mundo. Su obrar es, por consiguiente, ontocéntrico; centrado en valores objetivos, distintos e independientes de su pequeño yo, como pueden ser el servicio a los otros, la virtud humana, la justicia social, etc. Pero el hombre de autoimagen negativa, aunque externamente parezca hacer las mismas cosas, por dentro es muy distinto; no busca los valores objetivos, que caen fuera de él, sino proteger ese yo que, no acogiéndose él a sí mismo, resulta vulnerable, sufre de inseguridad y vive como entre peligros; o bien necesita exhibirse ante los demás e incluso ante sí mismo. De este modo las conductas del hombre tipo YO-MAL o neurótico, allá en no sé qué fondo emocional, son siempre egocéntricas; no buscan los valores objetivos, —ni siquiera se interesan en ellos—, sino la liberación de ese auto-tormento que supone la autoimagen negativa. Repito una vez más: La experiencia sana busca realizar el bien, naturalmente inscrito en ella; por ejemplo el estudiante busca aprender, por el valor mismo de aprender. La experiencia neurótica aparentemente busca también el valor objetivo; pero es sólo aparentemente. En realidad busca defender el yo inseguro y

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temeroso. Las motivaciones reales del hombre defensivo puede ser innumerables, pero todas girando en torno a su yo. De hecho hay una relación estrechísima entre inseguridad y conductas defensivas. Un yo inseguro y dudoso de sí apenas tiene, si puede tener, conductas expansivas. Incluso llegará, inconscientemente, a construir verdaderos tinglados defensivos, muy difíciles de desenmascarar... (K. Horney, El autoanálisis, Cap. 2). En consecuencia este hombre defensivo no avanzará, o apenas, en el mejoramiento espiritual de sí mismo. Sin advertirlo, repetirá una y mil veces las mismas conductas defensivas, los mismos errores básicos. En cambio, el hombre seguro de sí, el que se acepta con alegría de ser él mismo, ni siquiera necesita conductas defensivas. ¿De qué tendrían que defenderse, compulsivamente, un yo que se siente valioso y seguro? Este hombre está tranquilo dentro de sí mismo y en cada situación, atento a los datos objetivos, puede seguir los movimientos de su impulso creador. Puede ser, y de hecho lo es, espontáneo, libre, sereno. Puede ser él mismo.

Grupos (para reflexión) Una acción humana, la que sea, puede hacerse o bien expansivamente, buscando el valor objetivo, o bien defensivamente, buscando la protección del yo amenazado. Verlo en concreto: estudiar, orar, obedecer, guardar silencio en una reunión... pueden hacerse siguiendo una de esas dos direcciones: objetiva o subjetiva. ¿Qué tipo de yo supone un obrar expansivo? Describa, en breves líneas, la personalidad expansiva... ¿Qué tipo de yo supone un obrar defensivo? Haga, brevemente, una descripción de ese tipo de persona... ¿Cuáles, a juicio suyo, son los resultados de ambas conduelan?

Algunas conductas defensivas típicas Defensivo es el hombre que, transido de duda acerca de su valer e incapaz de resistir ese dolor existencial, se ve compulsivamente arrastrado a protegerse. Y efectivamente, vive protegiéndose, vive a la defensiva. Y como cuenta con toda una vida para organizar su defensa, ya que trae desde niño esa impulsividad

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defensiva, este hombre acaba levantando verdaderos complejos defensivos, auténticos laberintos donde el no iniciado se pierde. Expondré algunos casos claros:

El jactancioso y el criticón Son dos modos extremos de conducta defensiva, pero que nacen de la misma raíz, el auto-rechazo o auto-descontento existencial. Descontentos ambos en el corazón de su ser, cada uno ha desarrollado un tipo de defensa frente a ese sentimiento de fondo. El jactancioso ha aprendido a exhibir sus propios méritos y opacar sus defectos; el criticón, partiendo del mismo dolor existencial, ha aprendido una conducta opuesta; rebajar y aun negar los méritos ajenos y destacar sus errores. Veámoslo un poco más de cerca. El jactancioso vive exhibiendo sus propios méritos, anteponiéndose siempre a los otros, creyéndose indispensable. Inseguro de su propio valer, allá en el fondo de sí mismo, busca mediante la auto-alabanza y la fanfarronería, el reconocimiento y admiración que le falta. El jactancioso anhela secretamente convencer de sus propios méritos a los otros, pero sobre todo a sí mismo. Porque precisamente es ahí donde le duele: duda de sí mismo. Es eso lo que le falta: la auto-aceptación gozosa a nivel de conciencia de sí mismo. Con esas conductas jactanciosas, el jactancioso suele herir a los demás, con los que convive. Estos, molestos, reaccionan, cayéndole arriba, queriéndole poner en su sitio, pero en vano. El jactancioso necesita, compulsivamente, presentar su lista de méritos y no cejará; es su vida, falsamente entendida sin duda, pero su vida misma la que necesita esa conducta de autobombo. Sobre el supuesto largamente vivido de que el amor es condicional, el jactancioso exhibe sus méritos, creyendo que con ellos le vendrá el amor anhelado. Pero lo único que le viene es un rechazo creciente de los demás. Lo que, a su vez, le induce a él a nuevas fanfarronerías. Un círculo vicioso.

1. 2. 3. 4. 5.

El siguiente esquema nos aclara este modo de conducta: Interior descalificado: "no soy gran cosa". Necesidad profunda de calificación, Sentimiento oscuro que ésta, la calificación, viene sólo de los méritos. Exhibición compulsiva de méritos. Resultado: se pone cada vez peor.

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El criticón Por su parte sigue un patrón de conductas bien distinto. Insatisfecho de sí, igual que el jactancioso, aprende a adaptarse a esa situación dolorosa, ocurriendo a la crítica ajena. ¿Hay recurso más fácil? Es poca cosa, es verdad, pero, mira, los otros no son mucho más". En consecuencia el criticón se habitúa a ver defectos en todo y en todos. El mecanismo es claro: es dentro de sí mismo donde no haya valor, pero esto es tan doloroso reconocerlo que, inadvertidamente, lo proyecta en los demás. El criticón goza viendo los defectos ajenos, porque esa visión le alivia de su propio sin valor.

Un caso vivo: Reflexión de Juan y Amelia Supongamos, la cosa no es imposible, que se casasen un jactancioso y un criticón. ¿Cómo les iría? He aquí un caso real. Juan y Amelia sufrían ambos de autoimagen negativa, en razón de su crianza. Juan había aprendido a enfrentar ese dolor interno del YO-MAL emprendiendo grandes negocios y codeándose con gente grande: salir con esas personalidades en reportajes, noticias, fotografías; y luego comentarlo con amigos y conocidos, esa era su mayor satisfacción. Por su parte Amelia había aprendido, para defenderse del mismo dolor, a rebajar a los otros, destacar sus defectos y ponerlos en la picota. Con palabras, sonrisas, gestos... rebajaba a los otros con quienes convivía, y eso le hacía sentirse bien; al dirigir los ojos críticos, hacia los otros, los apartaba, inadvertidamente, de ella misma, huía de su disgusto interior y se sentía superior. Cada uno pues, Juan y Amelia, buscaba defenderse de su YO-MAL, con un hábito distinto: el uno exhibiendo sus méritos e ignorando sus fracasos; la otra, destacando los defectos ajenos (lo que le ayudaba a ignorar los propios) y opacando los méritos. Se enamoraron y se casaron. Error gravísimo sin duda, pero esa fue la realidad. ¿Qué tuvo que suceder bien pronto? Juan volvía a casa cacareando sus éxitos, que obviamente a Amelia la hacían sentirse mal. Así se fue cargando el ambiente matrimonial. Al poco tiempo, y para defenderse, Amelia empezó a utilizar sus recursos favoritos, la crítica y el rebajamiento ajeno. Empezó a minusvalorar los triunfos de Juan. Este, herido en lo más vivo, reaccionaba intentando mayores triunfos, amistades más altas, empresas más sonoras. En vano todo. Amelia seguía, y más empecinada, en su hábito de rebajar a

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su esposo. La rencilla llegó hasta los hijos: cuando Juan les daba un consejo, que ellos parecían aceptar, Amelia lo desautorizaba. ¿Resultado de este proceso? Tuvieron que separarse... Juan desarrolló una psicosis en que se portaba y hablaba como un megalómano irrealista. Por su parte, Amelia cayó en depresiones cada vez mayores y finalmente en el alcohol. De ese modo, inconscientes de sus hábitos defensivos, destrozaron su matrimonio y... su propia felicidad personal.

Explicación Hay gente que se siente bien con sólo ver inferior al otro: a un niño pequeño le hace feliz ver a otro más pequeño que él. El que sufre de YO-MAL es como ese niño pequeño, siente un gozo especial en ver al otro inferior. Sin duda, su yo inseguro saca algún placer de esa experiencia. Hay presos que, dentro de la misma cárcel y encerrados también ellos, tienen su gran satisfacción en ser guardianes o vigilantes de otros presos "inferiores"; en los centros psiquiátricos sucede algo parecido: los locos con cargo se sienten por arriba de los otros locos. Ser o sentirse superior es algo que halaga al pequeño yo humano, que allá dentro siempre duda de sí. En esta luz se entienden muy bien el sentimiento y conducta contrarios. El hombre tipo YO-MAL, que halla a alguien superior, se siente mal e, inconscientemente, tenderá a rebajarlo. Negar la superioridad ajena es, en cierta medida, aliviarse de la pequeñez propia. Es el caso de Amelia, y el de tantos otros casos parecidos. En el matrimonio donde uno de ellos es borracho suele cumplirse esta ley. Es notable: cuando explico este punto en mis cursos, las esposas, cuyos esposos tienen este problema, suelen abrir unos ojos extrañadísimos y no quieren creerlo. ¿Es posible que yo, que sufro tanto con las borracheras de mi esposo, allá en no sé qué fondo ignorado, esté colaborando a esas mismas borracheras? Pero la ley está ahí: el "inocente" saca su satisfacción de verse superior al otro, e inconscientemente trata de mantener al "culpable" en su defecto. Es uno de los innumerables juegos de la convivencia ES NECESARIO aprender a convivir, renunciando de veras, a satisfacción de verse superior.

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Grupos (para reflexión) Son tan importantes estas lecciones que merece la pena detenernos a reflexionar. Interrumpimos así nuestra lectura del libro exterior para leer dentro de nosotros mismos. Creo que fue Ortega y Gasset el que dijo que "un buen libro es aquel que te obliga a cerrarlo, dejar de leer y empezar a reflexionar". Pensemos pues: 1. Casi todos los hombres tenemos algo de este juego "a ser superior"... ¡Es tan humano! 2. Mírate en tu trato con tus amigos, tus condiscípulos, tus compañeros de juego... ¿no juegas tú también a ser superior? Dentro del matrimonio este juego, aunque pasa demasiado desapercibido, tiene enorme importancia. ¿Te ilumina a ti en algún punto de tu convivencia matrimonial? 3. Finalmente, los resultados de tus juegos ¿se están pareciendo quizá a lo que sucedió a Juan y Amelia?

El auto-justificativo y el autocompasivo. Son otros dos modos de conducta típicamente defensivos. El autojustificativo, inseguro de su propio valor, pone la solución en realizar cosas, en tener éxitos, en quedar bien. Cuando estas realizaciones dejan algo que desear, porque no alcanzan la meta o salen mal, el auto-justificativo se excusa inmediatamente, explica la falta, echa la culpa a otros. El no falló. Admitir que fue él el que se equivocó, que fue él el que cometió el error, imposible; una "empresa" excesiva para un hombre inseguro de sí; sería confirmarse en su propio no-valor. El auto-justificativo pues no sabe ceder en una disputa, perder un juego, reconocer que tiene Información falsa, que procedió irreflexivamente, etc. Su valor estriba en los éxitos, él al menos así lo cree; y esos fallos acabarían destruyendo los pocos vestigios de autoestima que le quedan.

El autocompasivo. Ha aprendido a ir por otro camino. Prefiere, desde luego inadvertidamente, pintar una imagen de sí tan lamentable que los otros se retraigan de criticarlo e incluso empiecen a compadecerle. ¿Quién va a ensañarse con un Job aplastado y ulceroso?

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1. 2. 3. 4.

El esquema defensivo es el siguiente: Sentimiento de auto-desprecio, Miedo terrible a ser descubierto y despreciado por otros, Recursos de defensa: —en el primero, justificarse de todo posible error o fallo; en el segundo, auto-denigrarse para evitar el ataque ajeno. Resultado en uno y otro: ponerse peor.

El súper irritable y el súper dócil Son también tipos contrapuestos. La persona YO-MAL odia su propia nulidad "creída", no real; esto significa que vive en continua guerra interior, sorda, consigo mismo. Envuelto en ese intra-malhumor permanente, tan difícil de sobrellevar, el súper irritable recurre a descargarse con los otros, a explotar en berrinches, a gritar. El malhumor que siente contra sí mismo, lo proyecta contra los demás; la rabia que siente contra sí mismo, lo proyecta contra los demás; la rabia que siente contra sí mismo, la descarga sobre los demás; éstos, a su vez, se sentirán maltratados y, obviamente, ripostarán con lo que el súper irritable tendrá razones abundantes para seguir irritándose... en cadena sin fin. ¿Puede haber absurdo mayor?

El súper dócil Está en la misma línea, sólo que en el otro extremo. Inseguro de sí, este hombre se vuelve cumplidor, servicial, amabilísimo. Aprendió de niño que tal conducta conlleva su propia recompensa, —una alabanza, un beso, un abrazo…— y espera de ese modo verse aceptado. Este hombre cumple, pero no por el valor objetivo del cumplimiento sino por la necesidad oculta de aceptación. Es claramente una conducta defensiva. Tal conducta le sirve además a este hombre inseguro para protegerse contra las críticas. Ansioso ante el peligro de verse rechazado, este hombre esconde su no-valor (creído) detrás de la fachada del cumplimiento. Y así entra también en el círculo vicioso de la conducta defensiva. Sintiéndose mal, allá dentro, cumple para sentirse bien; pero esta motivación le hace sentirse peor; y sigue el proceso auto-destructor. ¿Hasta cuándo realmente…?

Visión panorámica Cada hombre, por nacimiento, tiene un valor único e incondicional. Es "imago Dei", imagen o retrato de Dios. Y siendo Dios infinito, cada hombre es distinto; de

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modo que entre todos, siendo muchísimos en número, reflejan la riqueza inagotable del Original. Ahora bien, ese valor único, de cada uno, no llega a ser reconocido por el niño sino en cuanto lo halla reflejado en los ojos de los demás, especialmente de los padres y personas significativas. Según esto, ¿qué sucederá cuando el niño ha sido amado sólo o principalmente de modo condicional? Ese niño caerá en el error de que su valer está fuera de él, en las obras, cualidades, éxitos exteriores... Entonces, en un esfuerzo cada vez mayor, intentará esa clase de obras, pero como tal esfuerzo equivale a echar cosas en saco roto, repitiéndose los fracasos, crecerán el conflicto interior, el temor, la frustración…; y por último el desprecio de uno mismo. Llegados aquí, gastaremos el resto de la vida, en huir de ese dolor, por medio de las conductas defensivas.

Grupos (para reflexión en grupo o solos) ¿Qué sucede a una persona que se desvalora a ese nivel II o de conciencia Fontal? Se sentirá mal, sufrirá, no ya con un dolor transitorio, más o menos superficial, sino con un dolor existencial. Cuando esa persona dice YO, en realidad no dice YO, ya que no se sostiene emocionalmente a sí mismo; cuando esa persona oye TÚ, tampoco se siente un TÚ verdadero, igual a los otros… Pon ahora a esta persona conviviendo con otros… haciendo algo… incluso quedándose sola… tendrá las conductas defensivas que hemos descrito u otras parecidas. Esta persona debe darse cuenta de su situación emocional y empezar a amarse; empezar a aprender lo que nadie, nunca, le ha enseñado: que él es persona completa. Para eso este ejercicio difícil. Mira a ver si te atreves.

Ejercicio 1. Date permiso para ser persona, sujeto de derechos y deberes... 2. Date permiso para ser tú mismo: único, distinto, insustituible; como das permiso a los otros para que sean ellos.

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3. Y ahora ve con otro amigo y acéptate, diciendo en alta voz: Yo soy yo, soy único, sujeto de derechos y deberes… El amigo te responde: sí, tú eres persona, sujeto de derechos y deberes, único… 4. Enseguida, tu amigo hace lo mismo que tú, en el número anterior, y tú le acompañas respondiéndole. 5. Finalmente, los dos se quedan hablando sobre las impresiones tenidas durante el ejercicio.

Necesidades neuróticas y conductas defensivas En un libro muy sugerente y realista, autoanálisis, la Dra. Karem Horney pone diez necesidades, que ella califica de neuróticas, precisamente porque caracterizan al individuo tipo YO-MAL. Desde esas necesidades se entienden mejor las conductas defensivas. De ahí que las estudiemos brevemente en este momento. La persona tipo YO-MAL, o sea, de autoconciencia negativa, ansiosa y descontenta en el fondo de ella misma, crea inadvertidamente, como compensación a su falta de autoestima y seguridad, una serie de necesidades compulsivas. Exteriormente parecen necesidades humanas normales, que se encuentran y actúan en todo hombre sano, pero en realidad son neuróticas, falsas o ilusorias, nacidas de su situación emocional YO-MAL. Se caracterizan, contrario a las necesidades normales, por su falta de libertad, espontaneidad y sentido humano verdadero. "Su" valor, dice Horney, es solamente subjetivo, y radica en el hecho de que contienen una promesa más o menos desesperada de seguridad y de una solución de todos los problemas". Tales necesidades neuróticas, falsas, dan lugar a conductas igualmente neuróticas, falsas, en el sentido de que nunca dan lo que prometen y siempre dejan vacío al individuo que las practica: son las que nosotros hemos llamado conductas defensivas. He aquí pues la lista de estas diez necesidades neuróticas, tal como la trae Horney. Para ser entendidas, dentro del marco de referencia de nuestro curso, convendrá que las veamos primero como originadas en falta de autoestima y seguridad fundamental, y segundo, como origen de conductas defensivas.

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Necesidad de afecto y aprobación Carente de autoestima y seguridad, la persona desarrolla una necesidad compulsiva de afecto y aprobación; una necesidad indiscriminada de agradar a los demás; de ese modo, necesidad de vivir a la altura de las expectativas de los otros, poniendo su centro de gravedad en ellos y no en sí mismo, en sus deseos y opiniones y no en las propias. Característico de esta persona es el miedo de no hacerse valer ante los otros, un terror oscuro al rechazo ajeno. Obviamente, ¿cuáles serán las conductas de una persona así? Conductas defensivas de esclavización a los demás.

Necesidad de un compañero El centro de gravedad radica en el "compañero". El habrá de llenar todas las esperanzas de la vida y asumir la responsabilidad del bien y del mal. En consecuencia esta persona se pegará al compañero casi como la lapa: desprenderse es morir. Los sentimientos más comunes en estas personas son el temor al abandono, el miedo a estar solo. Se sienten tan inseguras en el fondo de su ser que necesitan, compulsivamente, la asistencia emocional del otro. En consecuencia, en su conducta, lo subordinarán todo a esta necesidad de nunca perder al amigo.

Necesidad de restringir la propia vida de estrechos límites Insegura de sí, en el corazón mismo de su ser (nivel II), esta persona tenderá a ser poco exigente, a contentarse fácilmente con lo que sea (sin pedir ni esperar algo que a ella "no le corresponde"). Sus ambiciones y deseos de cosas materiales son mínimos. Huye de llamar la atención y prefiere ocupar un segundo plano. Subestima su potencial de cualidades y acepta, erróneamente, que tal subestimación es verdadera modestia o humildad... El impulso a ahorrar más bien que a gastar; el temor a formular exigencias; el miedo a afirmarse o afirmar los propios deseos expansivos... son también rasgos de este tipo de personas. ¿Cuáles serán las conductas defensivas, típicas de esta necesidad de "pasar desapercibido"? Es evidente: echarse para atrás, callarse, nunca exigir nada, muestras de contentamiento humilde con cualquier cosa, etc.

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Necesidad de poder Esta persona, como compensación a su inseguridad interior, desarrolla el ansia de dominar a los demás. Mientras estén dominados, éstos nunca representarán una amenaza para la persona, que es lo que en el fondo teme esa persona. Así pues esta persona utiliza, manipula, emplea a los demás, sin ningún respeto a su individualidad, dignidad, sentimientos; lo único que le interesa es dominarlos y así tenerlos siempre bajo sus órdenes. Las conductas a que tienden estas personas son claras: dominar, aplastar, mantener seguras las situaciones...; y todo llevado compulsivamente de esa necesidad de protegerse mediante el recurso del poder.

Necesidad de saber No es una simple variable de la necesidad de poder. El que, como salida a su malestar interior, recurre al saber, suele desarrollar una fe exagerada en la omnipotencia de la inteligencia y la razón; suele negar o despreciar las emociones; asigna un valor extremo a la presciencia y a la predicción... Fomenta sentimientos de superioridad sobre los demás, apoyados precisamente en su saber superior; ignora las dimensiones no racionales de la persona; las limitaciones de la razón, la incongruencia y estupidez de muchas conductas humanas. Tenemos aquí al hombre "razonable", al menos que él así se lo cree. ¿Y quién le podrá persuadir nunca de que está equivocado? El único, verdadero, humanismo es el suyo: el de la razón autosuficiente.

Necesidad de explotar a los demás Los demás son valorados, en este caso, según que puedan o no ser explotados o utilizados. Móviles de explotación pueden ser: el dinero (el regateo, dice Horney, llega a extremos de pasión), las ideas, la sexualidad, los sentimientos... Esta persona se enorgullece de su habilidad en la explotación; y teme exageradamente ser explotada y, por tanto, ser tenida por estúpida. Ahí está la raíz oculta de esta necesidad: el miedo a ser tenido por estúpido, esa dimensión de inseguridad oculta en lo más íntimo de su ser. Las conductas a que esta necesidad dará lugar son manifiestas. Y no requieren explicitación.

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Necesidad de reconocimiento y prestigio social Esta persona tiende a valorar todas sus cosas: objetos, dinero, personas allegadas, cualidades propias, actividades y sentimientos... de acuerdo con su valor de prestigio. Vale lo que da prestigio ante los demás. Lo que no, no tiene valor alguno… Esta persona, inadvertidamente, recurrirá a conductas que produzcan admiración, envidia, aclamación pública, etc. Por ahí irá sin duda su defensa. Y su gran temor, al de desprestigiarse y perder nombre, ya sea en razón de circunstancias exteriores, ya en razón de otros factores más internos y personales. Así esta persona temerá angustiosamente contraer una enfermedad humillante, volverse loco…

Necesidad de hacer cosas grandes Este hombre necesita superar a los demás, no tanto por lo que es, cuanto por lo que hace. Necesita hacer más que los demás: ser mejor deportista, mejor estudiante, mejor industrial, mejor, mejor... Sintiéndose allá dentro inferior, se compensa recurriendo a éxitos exteriores, de tipo comparativo: "más que..." El miedo correspondiente es el miedo a fracasar y quedar por debajo. Buscar hacer cosas grandes es, sin duda, de hombres grandes. Pero intentar cosas grandes sólo como oculta compensación de mi miedo a quedar mal, no sólo es de hombres pequeños, sino de hombres fracasados. Esta pequeñez caracteriza a la necesidad defensiva de hacer cosas grandes.

Necesidad de autosuficiencia e independencia Necesitar la ayuda ajena es reconocer que se es débil, pequeño, inseguro, pobre... La persona neuróticamente autosuficiente no puede aceptar semejante humillación; ella no necesita la ayuda de nadie, no cede a influencia alguna, no se ata a nadie ni a nada... que implicaría esclavización, subordinación, enajenamiento... Esta persona recurrirá al alejamiento como principal fuente de seguridad. Pero lo hará, no buscando su paz y tranquilidad internas, sino llevadas de su temor a necesitar a los demás, a vincularse en exceso y así perder su precaria seguridad.

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Necesidad de perfección La persona, cogida por esta necesidad, no puede admitir un error en su vida. Necesita siempre verse perfecta, intacta, inmaculada... Admitir un error equivaldría a aceptar conscientemente la duda de sí misma que lleva en su interior. Así ella es siempre la persona ultra perfecta, imprevia a todo fallo suyo y a toda crítica ajena. Atrapada en un fallo, esta persona lo primero tratará de excusarse; si no lo logra, acusará a los otros; y si tampoco esto resulta, se enfadará o se deprimirá, según los casos. Lo que no puede es aceptar simplemente que ha fallado.

Resumen La persona, carente a nivel II de autoestima y seguridad, desarrollará defensivamente una u otra necesidad neurótica; o bien, una combinación original de algunas o todas estas necesidades, recién descritas. Esa necesidad, no siendo natural, sino creada con una finalidad defensiva, será neurótica. De ese conjunto de necesidades neuróticas, se seguirán compulsivamente, unas u otras conductas defensivas. De modo que el hombre que desee de veras conocerse, puede seguir este camino de rastreo: 1. Toma de conciencia de sus conductas defensivas; 2. Relacionamiento de esas conductas con su respectiva necesidad neurótica; 3. Descubrimiento, en esa necesidad como en un espejo, de la falta básica de autoestima y seguridad.

Grupos (para reflexión en grupo o solos) 1. Escoge la necesidad neurótica que más creas que te toca., (repasa la lista). 2. Esa necesidad, tal como tú la sientes, formúlala de dos o tres modos diferentes, de tal manera que estés seguro de haber vencido la tiranía de las palabras. Y luego, exponía al grupo. 3. Oye la formulación de su caso que hacen también tus compañeros, tratando de entrar en su "estructura emocional". 4. Compartan, acabada la exposición, los sentimientos que han experimentado durante el ejercicio.

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Capítulo 13 Exploración directa de la personalidad A lo largo del curso hemos venido trabajando en lo que he llamado exploración indirecta de la personalidad: a través de los sentimientos primero y después a través de las conductas hemos intentado descifrar el secreto, bien guardado, de nuestro ser oculto: ¿Quién eres tú para ti mismo? ¿Qué sientes de ti mismo? El procedimiento nos ha resultado, —creo yo— bastante fácil, iluminador y seguro; pero sin duda, muy largo y diluido. ¿No habrá otro recurso, más corto y concentrado, y por lo mismo más directo y efectivo, que evite el peligro de perderse en las muchas palabras? Hay el que podemos llamar método directo. Evidentemente no es ni puede ser estrictamente inmediato e intuitivo, ya que esa intuición directa del alma humana es imposible, pero sí es más incisivo y directo que el que hasta ahora hemos seguido. El intentar ser directo (sobre la persona humana que sigue, en última instancia, libre y dueña de sí), tiene el peligro de provocar en el sujeto cerrazón defensiva en vez de apertura confiada; y así el peligro de inducir a la irresponsabilidad cómoda, que evade el problema, o a la mentira agradable, que halaga con luces falsas. Reconociendo el peligro, me atrevo no obstante, a sugerir algunos ejercicios de exploración más directa e inmediata. Quiero hacerlo, teniendo en cuenta la diversidad de los hombres. Sabemos muy bien que lo que a uno choca y cierra a otro le hace bien y le abre. ¿No es mejor, entonces, ofrecer diversas oportunidades y dejar a los participantes la libertad de elección? Daré pues, en esta lección, algunos pocos ejercicios de exploración directa. Queda a cada lector o alumno usarlos o no; ser de veras honesto consigo o inadvertidamente dejarse engañar; ser valiente y decidido o ceder al miedo y echarse atrás.

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La comparación El hombre inseguro tipo YO-MAL vive comparándose. Cuando en la comparación se halla superior al otro, mejor cuando cree hallarse superior, encuentra en esa experiencia una sensación de alivio, desde luego ilusorio y fugaz, a su YO-MAL. Pero siendo el alivio falso, la comparación necesita continuar. Y es que, realmente, este hombre que ignora su valor absoluto, necesita verse "más que los otros" para poderse aceptar y así sobrevivir. ¿Te comparas? Aquí tienes 10 preguntas; respóndelas honradamente y tendrás una buena imagen de ti mismo. O, al menos podrás avanzar en esa línea del autoconocimiento. 1. ¿Deseas con frecuencia parecerte a alguien que luce más fuerte... más rico... más atractivo... que tú? 2. ¿Quieres siempre ver los resultados de las pruebas que otros han hecho junto contigo? 3. ¿Sueles utilizar palabras como "normal", "promedio"… para describirte a ti mismo? 4. ¿Dices que no puedes hacer cosas sólo porque otros no las hacen? 5. ¿Te esfuerzas por ser como los demás precisamente para ponerte en la masa? 6. ¿Acostumbras a decir a otros; pero por qué no puedes ser como los demás? 7. ¿Sueles sentirte celoso de los logros ajenos? 8. ¿Te marcas objetivos personales, tuyos, basándote precisamente en lo que han conseguido otros? 9. ¿Te sueles poner nuevas metas precisamente cuando ves lo que han logrado los otros? 10. ¿Tienes que ver antes lo que se han puesto los otros para decidirte sobre qué vestido llevar? (tomado, libremente, de Dyer Pulling your own Strings).

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A juicio del autor de esta lista, Dyer, basta un solo Sí para poder concluir que eres víctima del compararte defensivo; o sea, que no aciertas a decidir tu valer personal si no es comparándote. Un problema personal, sin duda, digno de ser tomado en cuenta.

La fotografía A partir de los 7 años, más o menos, el hombre suele recurrir a "poses" ante la máquina fotográfica; o sea, inseguro de su propio ser y valer, intenta dejar a los demás una "imagen" aceptable de mismo. De ahí las "poses". ¿Qué te sucede a ti cuando estas ante la cámara?

Los secretos Muchos hemos venido guardando secretos por años y años: hay cosas íntimas que nunca nos hemos atrevido a decir a nadie. ¿Qué crees que significa ese temor? ¿Entenderías tú ésta frase: un secreto tal es uno de los grandes enemigos del hombre? Entendámonos, por si acaso: entiendo por secreto aquí aquella experiencia íntima que no he podido ni puedo decir a nadie, porque siento que decirlo me anularía. No se trata pues de un silencio razonablemente elegido, sino de uno compulsivo, superior a mis fuerzas y que me aplasta. De hecho, ¡cuántos hombres, víctimas de sus secretos! ¿Eres tú uno de éstos?

El propio panegírico Este ejercicio es bien difícil, pero muy eficaz cuando puede hacerse de veras. Es así. Imagina que has muerto y que tu cadáver está ahí, rodeado de gente amiga. Antes de levantarlo, camino del cementerio, tú mismo vas a hacer tu propio panegírico; o sea, un breve discurso, alabando las cosas que estimes alabables en tu vida, pero callando totalmente las negativas. Hazlo por escrito: cinco minutos. Luego, cada uno, ante un grupo pequeño, lee lo que ha escrito. Cuenta Robertiello, de quien tomo el ejercicio, que cuando él intentó hacerlo, varios del grupo huyeron antes que les llegase su turno. Puede resultar un ejercicio amenazante. ¿Te atreverías a hacerlo?

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Testamento imaginario Imagina que entras en ese momento único: ante la muerte inminente vas a legar tus cosas a los tuyos, familiares y amigos ¿Qué cualidades personales te gustaría dejar a tus amigos? ¿Cuáles querrías enterrar contigo?, ¿Qué cualidades personales consideras don de los otros a ti? ¿Qué imagen querrías dejar de ti mismo? Después de responder, por escrito, a estas preguntas, haz tu propio epitafio, con el que querrías ser recordado...

Impulsos contradictorios La persona, compelida a conductas neuróticas, quiere y no quiere. Por ejemplo, el tímido quiere salir en público y no quiere; quiere revelar un secreto, pero tiene miedo y no quiere; quiere perdonar a un enemigo, pero se le hace muy duro y no quiere... El recurso en este caso, cuando se quiere adelantar la autoexploración, sería el siguiente: 1. Ser, como lo es el personaje de un teatro, la parte que no quiere; 2. Ser la parte que quiere; 3. Dialogar ambas partes hasta llevar el diálogo a un término razonable. (El mejor recurso, para este diálogo, es el de la silla vacía: el personaje se sienta en una silla, y pone frente a él, otra silla vacía, donde imaginariamente se siente el interlocutor. Como el hablante eres siempre tú, y sólo tú, cuando cambias de personaje cambias de silla y así prosigues el diálogo hasta el final).

Reacción a la alabanza Tú eres como una intra-palabra (palabra que tú te hablas a ti mismo) con frecuencia mixta; o sea, que te dices cosas contradictorias; por ejemplo, "estoy estudiando lo que puedo", "pierdo mucho tiempo"... Pues bien, yo te digo una alabanza, y tú reaccionas observando en qué sentido puedes tú decir esa misma cosa y en qué sentido no puedes. Si yo te digo "eres un buen amigo", tu intrapalabra lo aceptará y lo rechazará. ¿En qué sentido lo aceptas y en cuál lo rechazas?

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Otras alabanzas para el ejercicio: 1. Eres muy inteligente…; 2. Eres muy simpático…; 3. Seguro que vas a triunfar en la vida…; 4. Seguro que vas a superar ese problema de tu enfermedad… Una manera de dar vida a este ejercicio es hacerlo en grupo. Así. Uno dice a otro una alabanza sincera y el otro observa su reacción ambivalente. Luego la comenta en público.

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TERCERA PARTE

Panorama de nuestro curso: Hasta ahora sabemos lo siguiente: todo sufrimiento parece apuntar a una autoimagen negativa, como a su origen y raíz últimos. De modo que la autoimagen es como la fábrica de nuestros sufrimientos. Conocemos ya la metáfora: las situaciones son como la materia prima de la vida; las reacciones de cada persona, la materia elaborada; concretamente, los gozos o sufrimientos dé cada uno. Pero la fábrica, donde las situaciones se transforman en gozo o dolor, es la propia imagen. Como ha insistido fuertemente Rollo May, toda situación humana puede ser vista de dos maneras: o bien positivamente, de modo que estimule al hombre y le ayude a crecer; o bien negativamente, de modo que le paralice y acabe anulándolo. La autoimagen es la secreta razón, la explicación última de las diferencias en el modo de ver una situación. Debemos concluir pues que mejorar al hombre es mejorar su autoimagen… Pero ¿cómo? Es la respuesta que intentamos en esta tercera parte de nuestro curso.

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Capítulo 14 Enfrentando el problema: auto-amor y egoísmo El YO MAL, un ámbito emocional Sabemos que el YO-MAL es la raíz de nuestros sufrimientos. Pero el YO-MAL es un hábito de pensar y sentir acerca de uno mismo. El niño, asimilando acríticamente lo que los otros pensaban y sentían de él, aprendió en el hogar a pensar y sentir acerca de sí mismo. Sin advertirlo hizo un hábito de esos modos de pensar; y después en la vida fue repitiendo y reforzando ese hábito, como si estuviese (ese modo de pensar acerca de él mismo) fuera toda duda. La autoimagen es pues un hábito aprendido; pero eso es una gran noticia sin duda. Porque significa que así como un día fue aprendido, y luego largamente reforzado, así también puede ser des-aprendido, abandonado y sustituido por otro. Esta es pues la gran noticia: el que se ha habituado a sentir mal de sí, puede aprender a sentir bien. El aprendizaje tuvo lugar sin crítica y sin percatarse del daño que ello implicaba; el des-aprendizaje y la sustitución del hábito debe tener lugar sobre un análisis racional y de fe. El niño que acríticamente aprendió a depreciarse, puede y debe, hombre ya adulto y responsable, aprender a a-preciarse y amarse. El hombre adulto, el hombre cristiano, puede y debe aprender a amarse. La fórmula, a primera impresión, puede resultar chocante; pero en ella está el secreto de un verdadero cambio. Es el camino que queremos recorrer en esta tercera parte.

Empecemos por las fórmulas En la comunicación de un pensamiento, y sobre todo de una motivación, las fórmulas tienen una importancia decisiva. El que empieza resistiendo a una fórmula suele acabar rechazando contenido.

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Mi fórmula He aquí cómo me gustaría a mí expresar lo que entiendo por hombre completo, por persona humana desarrollada y madura. Es la persona que: 1. Se ama a sí misma 2. Que se identifica emocionalmente consigo 3. Que es buen amigo de sí mismo. Iremos viendo poco a poco el significado riquísimo de cada una de esas fórmulas.

La fórmula de Leo Buscaglia En sus libros, tan conocidos y apreciados entre nosotros, Leo Buscaglia combina estas tres expresiones: hombre completo es el que es capaz de vivir jubilosamente; sabe justi-preciarse; y toma conciencia de la propia dignidad.

Los cuatro pasos de J. Powell Según este extraordinario psicólogo, a quien yo debo, y lo quiero reconocer, mis mejores ideas sobre la persona humana, un mejoramiento auténtico de la personalidad conlleva estos cuatro pasos: 1. Amor de sí verdadero y profundo 2. Auto-aceptación auténtica y genuina 3. Autoestima y autoconfianza verdaderas, todo lo cual deberá expresarse, serenamente, en una 4. Auto-celebración valiente... He ahí tres maneras de expresar una misma cosa; ninguna fórmula satisface plenamente, pero entre todas pueden sugerir..., ayudar... acercar... a la realidad humana, maravillosa, que queremos entender. Vivir, para el hombre, significa amarse así mismo, o apenas significa nada. Vivir = amarse... ¿Puede afirmarse cosa más audaz? Las fórmulas chocan de frente con nuestra tradicional manera de sentir acerca de la humildad y de la modestia, especialmente de la humildad y modestia cristianas. En efecto ¿cómo es posible que un hombre viva auto-celebrándose? ¿No se tratará de un loco, un megalómano, un orgulloso necio y autosuficiente? Y desde un punto de vista cristiano ¿puede encajar en la

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categoría de humilde un hombre que se auto-celebra de todo corazón? Conviene pues que estudiemos este punto chocante.

Auto-amor y egoísmo ¿En qué relación están egoísmo y amor auténtico de sí? ¿Son acaso la misma cosa o, sonando igual a nivel de palabras, en realidad son dos fenómenos distintos y aun opuestos? Egoísmo es... (Y trato de hacer una sencilla descripción): 1. Pensar sólo en sí mismo, 2. Y por tanto girar sólo en torno a sí mismo, 3. Preocupado sólo de sí mismo. La persona que así actúa decimos que es egoísta. Pero ¿es así como existe y actúa el que tiene autoimagen positiva, el que se ama a sí mismo? El hombre que, dotado de autoimagen positiva, se ama de veras a sí mismo, existe, o bien vive su vida, seguro de sí mismo, confiando en sí mismo y contento de sí y amándose como es. Y precisamente por eso, en virtud de esa intra-riqueza, puede pensar en los demás, preocuparse por ellos, girar en torno a ellos. Lo contrario pasa al que sufre de autoimagen negativa: allá dentro se siente tan inseguro de sí, vive tan amenazado e inquieto, que no puede pensar en otra cosa que en defenderse, no puede pensar sino en él mismo. Más en concreto ¿en qué piensas cuando te duele la cabeza? Sin duda en tu dolor de cabeza; tu dolor te tiene totalmente ocupado; tanto más ocupado cuanto más fuerte es el dolor; de modo que no puedes pensar en otras personas, y te ves como forzado a estar pensando sólo en ti, centrado en tu dolor. A medida que crece el dolor, crece la auto-centración y, en la misma medida, la incapacidad de amar a los demás, abrirse a ellos, pensar en sus cosas... Pues bien, si eso sucede con un simple dolor de cabeza, ¿qué no sucederá cuando lo que duele es uno mismo? Porque es verdad que el que sufre de autoimagen negativa, tiene "dolor de sí mismo". El egoísmo está pues en los antípodas del verdadero amor de uno mismo o auto-amor. Sólo puede "salir de sí" y amar a los otros el que, seguro y gozoso de sí mismo, ama y valora lo que es, se ama a sí mismo. Añadamos nuevas perspectivas.

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Humildad y orgullo Una de las objeciones que surgen cuando se habla del amor a sí mismo es la del orgullo. El hombre que se ama a sí mismo, ¿no será un orgulloso? ¿En qué relación se hallan auto-amor y humildad? Decimos que es orgulloso el que se cree más que los demás; que, por tanto, puede despreciarlos o prescindir de ellos. Unida a esa autosuficiencia frente a los hombres, otra nueva autosuficiencia frente a Dios: creer que sus méritos son obra suya. Pero ¿qué sucede con el que se ama, seguro y gozoso de sí mismo? Intentemos ver a ese hombre por dentro. Hallaremos algunos de los siguientes rasgos vivos: 1. Ese hombre goza de su ser, único, distinto e insustituible; 2. En consecuencia, se siente seguro, amable y amado, y por lo mismo alegre; 3. Si ese hombre es verdadero creyente, acepta y vive que ese don —que es él mismo y de que se siente feliz— es obra de Dios, de modo que su alegría se trueca en gratitud. Son pues estos tres grandes rasgos: aprecio de sí, seguridad y confianza en sí, alegría de sí y por tanto gratitud a Dios. ¿Dónde está ahí la autosuficiencia, ya frente a los hombres ya frente a Dios? El hombre de autoimagen positiva vive alegre de sí mismo; vive agradecido a Dios y a los demás; vive abierto a los otros y deseoso de poner su ser al servicio ajeno. Tres rasgos distinguen al hombre de autoimagen positiva: primero, alegría; la conciencia de su valor se hace en él alegría. Segundo, gratitud: ese don de que tan feliz se siente es don de Dios, don personal a él mismo. Tercero, ser servicial: ese don sólo entregándolo, poniéndolo al servicio de los otros, alcanza su sentido final. Al revés el hombre de conciencia negativa: primero, no está alegre ni puede estarlo, pues carece de la conciencia de su don; segundo, no está agradecido, porque ¿de qué puede estar agradecido, él que no es ni tiene cosa de valor?; tercero, no es servicial, porque ¿tiene algo valioso que pueda poner al servicio de otros? Este hombre no es humilde sino pusilánime; no está agradecido sino amargado; no se abre a los otros sino se cierra sobre sí mismo defensivamente.

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Auto-amor, egoísmo y amor a los demás Insisto sobre lo mismo. auto-amor es…: 1. Confiar en sí mismo 2. Apoyarse emocionalmente y acompañarse, 3. Descansar en sí mismo, mirando ya a lo que eres, ya a lo que haces. Puesto que estos análisis resultan tanto más evidentes cuanto más concretos, tomemos la fórmula "auto-amor es acompañarse". Cuando hago algo, haciéndolo, puedo decir que soy dos: el que hace la cosa y el que, viéndola, la aprueba o desaprueba. Es evidente que el hombre sólo llega a ser plenamente cuando se acompaña; cuando no sólo hace la cosa sino que la aprueba; cuando las dos partes de su ser (ser y conciencia) se unen en la realización de la cosa. De otro modo. El hombre es persona, es YO humano. Ser Yo significa tomar conciencia de eso mismo que soy y afirmarlo. O sea, valorarlo, quererlo, sostenerlo, hacerse responsable de ello. Supongamos que has hecho algo, y otro te pregunta quién lo hizo. Para responder plenamente que has sido tú, es preciso no sólo que sepas que has sido tú (nivel intelectual), sino que aceptes y asumas que has sido tú (nivel emocional). Sólo cuando se juntan y suman estas dos conciencias, el hombre es verdaderamente, porque sólo entonces es UNO. Comparemos ahora el egoísmo. El egoísmo es... estar inquieto por sí, dudar de sí y, por tanto, verse impelido a mirar por sí. Este hombre vive ego-centrado, centrado en el yo, y ello porque no se acompaña, no se apoya, no confía en sí, no puede decir a plenitud YO. En dos rasgos se manifiesta especialmente esta debilidad: en las críticas y en las alabanzas. A este hombre, estando así de inseguro por dentro, cualquier crítica le hunde; está tan falto de auto-apoyo que necesita absolutamente el apoyo ajeno... En las alabanzas: este hombre no puede recibir una alabanza sincera. Sintiéndose allá dentro indigno, le parece que la alabanza es falsa, peligrosa, amenazadora; y la recibe tan negativamente que acaba cortándola. Digamos en una palabra: auto-amor es identificación emocional de sí consigo y, por tanto, con la obra de Dios en uno. Es por consiguiente, alegría profunda. Egoísmo es separación emocional de sí, sentimiento oscuro de amenaza y consiguiente necesidad de autodefensa. En la misma medida, negación implícita de la obra de Dios en uno.

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En conclusión: el auto-amor no es sólo lícito, correcto, vivificante; es la condición de toda felicidad (hacia uno mismo), de toda generosidad (hacia los demás) y de todo servicio verdadero (hacia el mundo). El secreto de una vida sana, eficiente y feliz es que el hombre descubra y viva, contra sus hábitos emocionales negativos, que puede y debe convertirse en amigo de sí mismo.

Auto-aceptación En vez de la palabra "amor de sí" tan cargada de resistencia y confusión, usaré ahora la palabra auto-aceptación. Viene a decir lo mismo y tiene la ventaja de que está más limpia. Pues bien, tal auto-aceptación es la condición básica de una vida humana sana. Guardini expresa así este punto: "En la raíz de todo está el hecho de aceptarme a mí mismo. Tengo que estar conforme con ser lo que soy; conforme con tener las cualidades que tengo; conforme con mantenerme en los límites que se han impuesto. Esta aceptación, hecha de sinceridad y valentía, constituye el fundamento de toda la existencia" (Guardini, La aceptación de sí mismo). La moderna psicología va en la misma línea. El psiquiatra alemán, G. Groeger resume así este pensamiento: "no existe un amor propio innato en el hombre. Por naturaleza nadie se ama a sí mismo. El amor propio o se adquiere o no se adquiere. El que no lo adquiere suficientemente, es incapaz de amar a los demás. Y por lo tanto, incapaz de amar a Dios" (En W. Trobish, Iniciación al amor). El mismo W. Trobish sintetiza así su pensamiento: "El amor propio dice "me amo"; o sea, me valoro, creo en mí, puedo darme a los demás. En cambio el egoísmo dice: "amo mi yo pequeño e inseguro, ese yo que sintiéndose por dentro poca cosa, tiene que protegerse y defenderse de los demás y del mundo; de modo que no le queda posibilidad de pensar en los demás".

El amor de si en perspectiva cristiana En parte este punto está ya tocado, pero conviene insistir. "Amarás al prójimo como a ti mismo" sintetizan, para El Señor, toda la ley y los profetas. No dice: amarás al prójimo en vez de a ti mismo sino como a ti mismo. Lejos de excluir el auto-amor como dañoso, lo supone e incluso lo modela: amarás al prójimo como a ti mismo.

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Hasta ahora no parecía necesario insistir en este amor a sí mismo; se creía que éste era excesivo, precisamente porque no se distinguía entre auto-amor y egoísmo. Pero hoy, cuando la Psicología Profunda ha descubierto que el hombre puede "odiarse" a sí mismo, la cosa ha cambiado. Es razonable y cristiano insistir en este auto-amor. ¿Qué es pues amarse a sí mismo? Podemos responder partiendo de lo que significa amar a los demás. Ama al otro el que lo reconoce, lo respeta, lo toma en cuenta y lo sirve. Según esto, decimos que se ama a sí mismo: 1. El que reconoce sus propias cualidades, 2. Toma conciencia de su propio valor y 3. Reconoce su propia dignidad; de modo que esos tres reconocimientos le lleven primero a la alegría interior, de ser el que es; segundo, a la gratitud a Dios, de quien tiene ese don; y tercero, a poner esas cualidades al servicio de los demás. Algunos ejemplos nos pueden iluminar en concreto. Reconoces que eres inteligente, ¿qué sucede en ti? Lo primero te alegras de serlo; luego, agradeces de veras a Dios ese don, y lo agradeces en el grado en que lo crees. Por eso tantas veces nuestra "gratitud" a Dios es meramente verbal, vacía. Finalmente, cultiva esa inteligencia para ponerla al servicio ajeno. Alegría, servicial y gratitud van juntas siempre. La suma de ellas constituye a mi juicio la humildad cristiana. Un segundo ejemplo. Doy a dos niños un billete de $100, a cada uno el suyo. Pero el niño A no cree que el billete pueda ser verdadero; al contrario piensa que es falso. ¿Puede sentir alguna alegría, alguna gratitud, algún deseo serio de poner el billete al servicio de alguien?... El que no cree en su propio don, ahí mismo se cierra a la vida. De ahí la importancia de la autoimagen, como hemos venido viendo en el curso. Queda pues la siguiente gradación existencial: el hombre puede aceptarse o rechazarse; apreciarse o de-preciarse. Si se acepta, es como el niño que cree en su billete; si no se acepta es como el niño que piensa que su billete es falso. Por tanto:  Auto-aceptación = alegría  Alegría = gratitud  Gratitud = apertura a los otros y capacidad de servir.  Auto-rechazo = tristeza

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 Tristeza = cerrado en sí mismo, autodefensa  Cerrado = egocentrismo, y aun egoísmo, si llega a ser responsable. Esto supuesto, ¿no merece la pena trabajar en cambiar nuestros hábitos emocionales, nuestra autoimagen?

Grupos Comentar, por escrito, catas dos afirmaciones: 1. Yo soy... algo muy grande, una verdadera maravilla de Dios, que hasta a mí mismo me asustaría...; 2. Yo soy... un don de Dios, a quien debo estar muy agradecido. Comentar ambas frases; empieza por la primera y mira si experimentas una cierta resistencia o miedo... Pasa luego a la segunda, donde al hacer entrar explícitamente a Dios-Dador, es muy posible que la resistencia desaparezca... ¿A qué se deberá esa diferencia? Otro modo de hacer grupo: comentar con los miembros las ideas de esta lección. ¿Las aceptas todas? ¿Rechazas alguna? ¿Puntualizarías más alguna de las afirmaciones?

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Capítulo 15 Auto-amor es… creer en sí mismo Una vez que hemos visto la necesidad e importancia del amor a uno mismo, tocaré en los siguientes capítulos algunos de los rasgos de ese auto-amor. El autoamor, decimos, cree en sí mismo, actúa desde sí mismo... Son rasgos que se implican unos a otros, que se repiten unos en otros; aun así, considero razonable tratarlos por separado, ya que de ese modo nos abrirán caminos concretos de autocontrol.

Auto-amor es creer en sí mismo Como persona el hombre es valor absoluto, único, distinto e insustituible; esa parte es su ser y le es dada de Dios; él tiene que añadir su contraparte: creer en el don de Dios y ponerlo a rendir. La vida es el don de Dios al hombre; la vida honrada, justa, creyente es el don del hombre a Dios. Decimos que hay hombre completo, cuando al don de Dios se añade el don del hombre mismo: su autoconciencia positiva.

Valor absoluto El hombre es valor absoluto. Y como tal, excluye toda comparación. Valgo porque soy obra de Dios; no porque soy más o tengo más o hago más que los otros. Mi valor no me viene de mis obras sino que es anterior a ellas y las hace posibles. Pues bien, supuesto “se valor absoluto, don de Dios, corresponde a cada hombre reconocer ese valor, reconocerse a sí mismo. La vocación humana se acaba cuando el hombre se afirma a sí mismo: "yo soy yo y merezco ser, no en mis méritos sino en Su don; por tanto, está bien que yo sea, que yo sea yo. Consciente que soy obra de Dios, quiero reconocer, agradecer y actuar su obra en mí". Con otras palabras: más allá de la aprobación ajena, más allá incluso de la auto-aprobación falsa, que se forma llenando un ideal utópico, yo valgo porque soy persona. Dios me da ese valor y me corresponde hacerme responsable y reconocerlo.

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Valor único Ese valor absoluto que soy yo, sólo se da en mí, sólo lo soy yo. Nadie lo ha sido antes de mí; nadie lo será después. Es a mí solo a quien corresponde serlo; es decir, reconocerlo y actuarlo. Quiero pues ser el que soy; quiero ser yo mismo. Y así ser fiel a Dios en mí.

Valor distinto Por ser único, el hombre es necesariamente distinto de todos los otros; no tiene que parecerse o imitar a nadie; su verdadera vocación es ser él mismo, realizar sus propias potencialidades. Este hombre distinto puede decirse a sí mismo algo como esto: "si Dios hubiera querido un mundo sin mí, o con un yo diverso del que soy, lo habría hecho. Por tanto, así como soy, con mis cualidades y con mis defectos, así soy un valor para Dios y así quiero serlo para mí. No quiero ser otro, porque sólo siendo fiel a mí mismo lo soy a Dios".

Valor insustituible Mi tarea es mía y sólo yo la puedo hacer. De hecho, si no la hago, para siempre quedará sin hacer. "Desde hoy hasta el fin de los tiempos, nadie verá al mundo con mis ojos... Me propongo pues aprovechar al máximo mi oportunidad" (Leo Buscaglia).

Dos reflexiones profundas Una es de URS Von Balthasar. Este gran teólogo, conocedor asombroso del pensamiento actual, expone así su pensamiento: Tras él ser, débil y esfumadizo, que es el hombre, se oculta “una voluntad” que afirma y confirma a la criatura, a mí y a ti, tal como somos. A los ojos de Dios este yo y este tú son valiosos, amables, dignos. Esto significa para nosotros dos cosas: primera, que la criatura tiene que sentirse feliz de ser ella misma y dar gracias a Dios por su existencia; segunda, puesto que el pequeño yo humano se sabe afirmado y amado por un YO eterno, tiene que afirmarse él a sí mismo, como aquel a quien Dios dice tú, en unas relaciones absolutamente personales, inconfundibles con las relaciones de cualquier otra persona amiga. El Dios único me llama con un nombre único irrepetible, que no puede darse dos veces".

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La otra reflexión es de Martín Buber, el genial pensador judío que ha ahondado quizá como nadie en el ser del hombre. Dice Buber: "Cada uno de los hombres representa algo nuevo, algo que nunca antes existió, algo original y único. Es deber de cada uno reconocer que él, con sus rasgos particulares, es único en el mundo, que nunca antes ha habido otro como él, porque si hubiera habido otro igual, no habría sido necesario que él existiera. Cada hombre particular es algo nuevo en el mundo y es llamado precisamente a cumplir esa misión única. La tarea prevista de cada hombre es la actualización de ese carácter único, de sus potencialidades, nunca antes dadas; y no la repetición de algo que ya otro, incluso genio, haya realizado". El secreto del hombre concreto es descubrir ese valor único, creer en él y realizarlo. Los padres nos suelen educar para ser como otros; una sola educación es auténtica, la que educa para ser uno mismo.

Seguimos en nuestra reflexión Una pregunta se impone al acabar estas "meditaciones" antropológicas. ¿Por qué, siendo el reconocimiento del propio valer tan esencial para un sano vivir humano, por qué falla el hombre en ponerlo? Y también al contrario: ¿por qué, cómo puede suceder que en lugar de ese reconocimiento-salud, haya aprendido el hombre a poner la negación emocional de su ser y por tanto de sí mismo? Al perder ese reconocimiento de la obra de Dios en cada uno, hemos perdido la alegría de vivir y ser felices, la simpatía de convivir y hacer felices, la eficiencia de trabajar y hacer un mundo mejor. Nos preguntamos doloridos ¿cómo es posible tamaño fallo humano? Realmente es una pregunta que asusta: ¿por qué, cómo ha sido posible, cómo se inició y se mantiene semejante catástrofe? A partir de lo expuesto en el curso, la respuesta parece ser una sola: lejos de enseñar a nuestros niños ese reconocimiento de su propio valer, potencia, dignidad…, les enseñamos lo contrario; les enseñamos a ignorar sus valores, a dudar de sí y a echarse atrás. Otra pregunta se impone también en estos momentos: ¿cómo volver a la alegría de ser nosotros mismos, de reconocer nuestro valor original y divino y de comprometemos en su actualización? Estos últimos capítulos de nuestro curso tratan de responder a esta pregunta. El hombre, decimos, tiene que aprender

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nuevos hábitos de pensar y sentir acerca de sí mismo, el hombre tiene que redescubrirse obra de Dios y amarse como tal.

Grupos Debemos ya desde ahora iniciarnos en esos nuevos hábitos de pensar y sentir acerca de nosotros mismos; vencer toda pereza y comenzar ya. ¿Cómo? He aquí algunos tópicos que recogen nuestras ideas y pueden ayudarnos a la asimilación. Cada hombre puede decirse: 1. Soy único, distinto, insustituible... 2. Soy valioso, no por ser más que... sino por ser único. Soy valioso no por ser perfecto sino por ser persona, obra de Dios… 3. A nadie tengo que parecerme…; a nadie tengo que superar…; respecto a nadie soy ni superior ni inferior… 4. Otros pueden hacer… decir… lo que quieran: no me quitarán mi valor ni mi paz. 5. Yo mismo puedo sentir, hacer, decir... lo que sea: tampoco eso me quitará la paz, el valor de mi ser creado por Dios.

1. 2. 3. 4.

Ahora el ejercicio de asimilación: Con picos... tu propia letra, en una página nueva, escribe esos tópicos Luego, vete con un compañero, lee en voz alta, pausada, esas afirmaciones y siente que él te escucha, accede y te acompaña. A continuación, el compañero, que también lleva su página escrita, hace lo mismo delante de ti; tú le escuchas, asientes con él y le acompañas. Finalmente comparten a nivel de sentimientos.

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Capítulo 16 Auto-amor es… actuar desde sí mismo ¿Qué significa actuar desde sí mismo? Decimos que el auto-amor implica ese modo de actuar. ¿Qué significa pues ese actuar desde sí mismo? Intentaré responder a la pregunta sobre ejemplos, que es el tipo de explicación que más me gusta. Si como, porque tengo hambre, actúo desde mí mismo; si como, porque otro me invita y no me atrevo a decirle que no, actúo desde el otro. Si teniendo hambre dejo de comer y ayuno porque se lo he ofrecido a Cristo, actúo desde mí mismo; si dejo de comer y ayuno por miedo al "qué dirán", actúo desde los otros. Actúa desde sí el que, tomándose en cuenta a sí mismo, halla dentro su propia motivación, actúa desde los otros el que, desvalorándose a sí mismo, tiene que ir a buscar la motivación de su obrar fuera. Actuar desde sí supone valorizarse a sí mismo, valorar la propia experiencia e historia y obrar desde ellas. Actuar desde los otros, como quiera que ello sea, supone haberse abandonado a sí mismo como poca cosa; supone despreciarse como persona-centro de acción, rebajar la propia experiencia e historia y sustituirla por la experiencia e historia de los otros. El que actúa desde los otros, en el mismo grado que lo hace desde los otros, se está negando a sí mismo ¿Cómo es posible semejante traición a sí mismo? Este fenómeno, extraño e inhumano, es resultado de un largo proceso de desvalorización de sí mismo y valorización de los otros, de negación de sí y afirmación de los otros. ¿Cómo se ha producido ese proceso auto-negador?

Seguimos en nuestra reflexión La Psicología moderna está estudiando seriamente este proceso. Los grandes libros de Carl Rogers y Abraham Maslow abundan en esta temática. Intentaré resumir los pensamientos de ambos autores.

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El niño empieza su vida centrado en sí mismo; es decir, vive su vida desde sí mismo: desde sus propias exigencias, gustos y deseos. En un momento dado, el niño hace lo que su organismo le pide; y lo hace enteramente; es decir, sin hiatos o fisuras psicológicas, sin inhibiciones ni miedos perturbadores. En esta etapa el niño es uno consigo mismo y actúa desde sí mismo. Mientras dura este modo de actuar, teniéndose como centro a sí mismo, no ha empezado en el niño el proceso de auto-depreciación. El niño, identificado emocionalmente consigo y sin la menor duda sobre sí mismo, actúa desde sí. Pero pronto el niño descubre la importancia de la aprobación ajena, especialmente de las personas significativas; y a medida que va creciendo en edad, esa aprobación es para él más y más importante. El Análisis Transaccional llama a esta necesidad "hambre de aprobación". El niño necesita aprobación igual que necesita comida. El niño pues busca la aprobación ajena. Pero ese buscar significa para el niño empezar a depender de los otros; tener que tomar en cuenta, incluso muchas veces contra sus propias voces interiores, los gustos, criterios, valoraciones... de los otros. En los primeros meses de su vida, dependía todo y sólo de su propio organismo; ahí estaba el centro energético de su valorar y obrar. Ahora empieza a depender también de los otros; lo que los otros quieren, valoran, piden es para el niño tan importante, en razón de la aprobación, como lo que pide, quiere y valora él mismo. Alabanzas y críticas son desde este momento valores tan decisivos como sus mismas necesidades orgánicas. Empieza el proceso, insoslayable, de abandono de sí mismo como centro único de valoración, y consiguiente toma en cuenta de los otros. El niño ya no puede seguir valorando sus acciones sólo desde él mismo; en virtud de la necesidad de aprobación, el niño tiene que admitir allá dentro a los otros. Este proceso de socialización, de descubrimiento y toma en cuenta del otro, es en sí mismo maravilloso; necesario para el desarrollo sano y realista del niño. Pero supongamos que, junto con esa apreciación de los otros, aconteciese en el niño una depreciación de sí mismo, incluso hasta anularse a sí mismo como centro de actividad, entonces el proceso de socialización sería realmente "suicida". El niño se iría poco a poco anulando hasta llegar a su propia "muerte" psicológica, a su "suicidio". De otro modo: si en la mente del niño llegan los otros a ser importantes y dominadores que ante ellos, su pequeño Yo infantil es como si no fuese; sus deseos, pensamientos, sentimientos, miedos... como si no fuesen reales ni tuviesen

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valor, entonces el niño se ha anulado, no vive él ni vive desde sí, viven los otros en él; su yo personal ha muerto y ha sido sustituido por el yo de los otros. ¿Puede producirse tal sustitución del yo por los otros? Vayamos por pasos. El niño que hala del pelo a su hermanita y recibe por ello desaprobación, aprende que eso —el halar del pelo a la hermanita— aunque a su organismo juguetón le gusta, es algo que no está bien y debe abandonarlo... Si recibe parecida desaprobación respecto a otras conductas suyas, aprende otra lección de autocontrol y crecimiento… Pero supongamos que las críticas le caen sobre casi todas sus conductas, y le caen de todas partes, padres, maestros, hermanos…, y le caen una y mil veces, repetidas y repetidas cientos de veces... en ese caso ¿qué puede aprender el niño? Aprenderá, sin duda, que ninguna de sus conductas son correctas, que él mismo por dentro no es de fiar, que su centro de valoración es inseguro; en fin, que mejor, ya que él no es ni vale gran cosa, se entrega y se deja a los demás. Si todavía las críticas arreciasen y le hiciesen sentir cada vez peor y peor, el niño llegaría a dudar de sí mismo como persona; no ya de sus conductas, sino de su misma persona, de su mismo valor personal. El proceso de auto-anulación se habría consumado. Frente a los otros, él no es nada, no es nadie.

¿Hay esperanza para este hombre? Supongamos ahora que ese hombre, emocionalmente, anulado, descubre y corta ese proceso de auto-negación. Descubre y corta ese proceso porque entra en un ambiente familiar nuevo; o porque ha entrado en un curso de terapia; o porque él mismo, reflexionando sobre sí, descubre su valor de persona auténtica, "uno de tantos"... En este caso puede re-encontrar aquella identificación emocional de sí consigo, que vivió en su infancia; aquella unidad gozosa, aquel vivir desde sí mismo de sus primeros años. Pero ahora en una situación interior mucho más rica y consciente, mucho más personal y libre que en su infancia. Ahora esta identificación emocional es, no mero don de la naturaleza, sino conquista de uno mismo, victoria conseguida después de largas y dolorosas luchas. Este hombre ahora, asimilados los verdaderos valores humanos —ni yo solo ni los otros solos, sino yo con los otros— volverá a vivir y actuar desde sí mismo, no

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según el egoísmo infantil antiguo sino conforme al humanismo pleno, hecho de razón y fe, de un individuo maduro. Se trata, en este caso, de una verdadera "conversión psicológica" e incluso religiosa y aun espiritual. ¿Podríamos describir esta "conversión"? C. Rogers cree poder describirla así.

La “conversión” psicológica Según C. Rogers esta "conversión" consistiría en todos estos movimientos internos combinados: 1. Un sentirse valor absoluto, igual que cualquier otro, "uno de tantos", un hombre completo que puede fiarse de sí… 2. Por tanto, un confiar en sí, en sus impulsos, deseos, móviles, ideas, sentimientos... 3. Un abrirse a la propia experiencia sobre el supuesto de que su experiencia, — la suya: lo que él quiere, siente, teme, experimenta, goza, sufre… —es tan valiosa como la de cualquier otro… 4. Un sentir que los defectos (sometidos a las críticas ajenas) no sacaban su valor de persona, siendo limitado, es defectuoso, pero no por eso deja de ser verdadero y auténtico hombre. Inadvertidamente y bajo el impacto de las muchas críticas, el niño se fue abandonando a sí mismo, hasta dejarse casi totalmente. El hombre "convertido", el adulto maduro, se reencuentra y puede empezar de nuevo a ser él mismo, a actuar desde sí mismo.

Grupos Sobre una experiencia personal, rememorada con ocasión de la lectura de C. Rogers, sugiero un ejercicio que puede ayudar mucho.

Mi experiencia de niño Recuerdo aquellos domingos del seminario menor, yo un muchacho de 14 años. Asistimos a la bendición con el Santísimo, cantábamos el Láudate y bajábamos al estudio general a oír las notas de aquella semana.

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Yo bajaba totalmente dependiente de la nota; o sea, completamente dependiente del juicio ajeno, de lo que los profesores e inspectores expresasen de mí en sus calificaciones. Bajaba tan vacío de mí, que no hacía ningún acto de pensar yo mismo, de valorarme yo mismo. Me dejaba entero al juicio ajeno; tenía "matada" toda mi pequeña personalidad, había abandonado totalmente mi capacidad de personalizar mi vida. (Llamo personalizar la vida al poder, propio de todo hombre, de pensar, sentir, valorar y responsabilizarse de sus propias conductas, independientemente de lo que los otros puedan pensar, sentir y valorar respecto a esas mismas acciones). Si en las notas me "condenaban", yo me entregaba a la condena, no obstante que tuviese motivos para justificarme. No había aprendido a ejercitar ese poder de "ser yo". Yo era "ellos", totalmente esclavo. ¡Cuánto daño me han hecho los hábitos de esclavización que en aquella época aprendí, repetí y reforcé! Gracias a Dios aprendí más tarde que ser hombre es personalizar la propia vida. Y en eso he seguido, aunque el viejo hábito me impulsa una y otra vez a depender de los demás. Tal es la experiencia de auto-anulación que yo viví en mi adolescencia.

Ejercicios grupales 1. Toma conciencia de ti mismo: ¿te dejas y cedes tu centro de valoración a los otros? ¿Recuerdas alguna época de especial despersonalización? 2. Si es así, empieza a hacerte centro de tus propios pensamientos, sentimientos, valoraciones: empieza a ser persona. 3. Concretamente, frente a alguien ante el cual pierda, en parte o casi totalmente, mi carácter de centro, afirmarme, valorarme, hacerme centro de nuevo... 4. Hacer este ejercicio con un amigo: él ficticiamente me valora y yo, recuperado internamente mi autodominio, respondo: "ese es tu punto de vista, ya lo veo; pero yo pienso de otro modo...".

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Capítulo 17 Auto-amor es… cortar la excesiva intra-crítica La crítica es un hábito que a todos nos es bien conocido. Suele dirigirse a los otros, a lo que hacen, dicen o son... La crítica se convierte en intra-critica cuando se dirige a uno mismo, cuando es uno el que se critica a sí mismo. Normalmente suele hacerse mediante el propio pensamiento. Es pues un hábito de pensar negativamente acerca de uno mismo. Su daño es casi palpable para nosotros a la altura de nuestro curso. Efectivamente, cuando es otro el que me critica, me queda siempre el recurso de defenderme, como vimos en el capítulo anterior. Pero cuando soy yo mismo el que me juzgo y me condeno ¿qué recurso me queda sino dejarme aplastar y morir? Merece pues la pena que reflexionemos sobre ese hábito, tan destructivo, de la intra-critica. Llamo intra-critica a la palabra interior que, en razón de la autoconciencia, cada uno se habla a sí mismo y que contiene especialmente queja, descontento, culpa, rabia..., en apariencia quizá contra los otros, pero en el fondo contra uno mismo. Aclaremos este concepto. Entiendo por crítica el arte de juzgar la bondad, verdad o belleza de una realización o actuación humana. El crítico juzga un hecho en la luz de un valor; y lo hace diciendo si el hecho realiza de veras ese valor y cuánto. De este modo la crítica puede convertirse, y de hecho muchas veces se convierte, en fuente de progreso. Se critica para progresar. Pero ¿qué nos da la experiencia? Con mucha frecuencia las críticas, lejos de ayudar a una acción mejor y más responsable, lo que hacen es todo lo contrario: desanimar, desilusionar, amargar... al criticado. ¿Por qué? ¿Cuáles son esas críticas? Ante todo las críticas negativas que sólo ven defectos. Es curioso: para que una obra sea defectuosa, primero tiene que ser y eso es ya algo positivo. Pero los

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hombres, descontentos allá en el fondo de nosotros mismos, proyectamos ese descontento fuera y no vemos más que defectos. En segundo lugar, son también dañosas las críticas excesivas, porque aspiran a someter la espontaneidad a la razón. Pero el hombre no es sólo razón, es también emoción, es impulso, es coraje. Y medirlo sólo por la razón es recortarlo. ¿Qué significa, según esto, intra-crítica excesiva? Intra-crítica excesiva es el hábito, que tenemos muchos hombres, de juzgarnos y condenarnos a nosotros mismos. Lo veremos bien pronto sobre ejemplos. Es el hábito de llevarnos al tribunal de nuestro propio pensamiento y allí, sin oportunidad de defensa, condenarnos sin más y dar por terminada la sesión, sin advertir el daño tremendo que nos hacemos.

Origen de este hábito Muchas causas se conjugan para hacer al intra-crítico exagerado. Yo me fijaré solamente en tres: la misma estructura del hombre, la educación condicional y la habituación.

La estructura del hombre Dotado de razón, el hombre ve lo concreto en la luz de lo abstracto; lo que es en la luz de lo que debería ser; la realidad en la luz del ideal. Ve por ejemplo este hombre en la luz del hombre; este acto de servicio en la luz del servicio puro, etc. De otro modo: hecho a imagen de Dios, el hombre es eterno buscador de más, nunca satisfecho con lo logrado; peregrino incansable de lo eterno e infinito. "Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti".' La grandeza del hombre es, sin duda, una de las causas de su espíritu siempre crítico.

La educación condicional Es otra de las causas de ese movimiento hipercrítico que caracteriza al hombre. Por su grandeza de origen, el hombre está ya llamado a una perfección mayor que todo logro concreto; es ya por eso mismo crítico de su propia obra. Por añadidura, unos padres, conscientes ellos e insatisfechos de sus propios fracasos, lanzan a sus hijos hacia metas que ellos mismos nunca pudieron alcanzar; esperan de ellos que sean... genios, héroes, estrellas; ponen el secreto en la consecución de esos logros imposibles. Y ahí tenemos a esos pobres hijos como flechas caídas mitad de camino y sin embargo urgidos internamente de esas ansias que les

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inculcaron sus padres. Hombres doblemente infelices. Fracasados ellos e infieles respecto a las expectativas de sus padres. Los padres que así educan a sus hijos para metas inalcanzables, lo único que hacen es preparar hombres descontentos y amargados, hombres hipercríticos.

La educación condicional Criticados desde niños por padres, maestros y sacerdotes, todos ellos personas significativas, nos hemos habituado a ese modo de vivir que llamamos crítica; y nos parece que no somos honrados ni auténticos si no nos criticamos continuamente. El criticarnos es como parte de nuestra vida. Paradójicamente: tenemos que hacernos sentir mal, para sentirnos bien. Tenemos que juzgarnos y condenarnos para estar seguros que somos de veras honrados. Una cosa creo yo hoy: si hubiéramos sido educados hacia la auto-aceptación, más bien que hacia la intra-crítica, habríamos aprendido ese hábito de la autoalabanza que hoy nos resulta tan difícil, y lo practicaríamos con la misma seguridad con que practicamos la crítica. ¿Con menos éxito y satisfacción humanos? Yo creo que no. De hecho, el resultado de esta educación hipercrítica es el hombre negativo, amargado y descontentadizo; el hombre que, ante todo, pone el ojo a lo que falta; el hombre que a sí mismo se ve siempre lejos, fracasado, triste; el hombre del sufrimiento.

¿Acaso soy yo, Señor? Descubrir si sufrimos de ese hábito de intra-crítica sería para cada uno de nosotros uno de los descubrimientos más importantes de nuestra vida. Intentémoslo. Como ayuda sugiero un ejercicio sencillísimo que leí en J. Powell.

Ejercicio de la silla Imagina una silla vacía; imagínala con todo detalle, cuantos más mejor: sitio… forma… color… Ahora un gran amigo tuyo, a quien conoces y estimas de veras, va a sentarse en ella. Míralo bien: por fuera... por dentro... ¿Le admiras o le críticas? Haz lo mismo con un segundo amigo: imagínalo sentado en la silla... ¿Le admiras o le críticas?

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Ahora eres tú el que te sientas en la silla. Recorre los mismos tópicos: trabajo, amistad, oración, fidelidad... ¿Qué sientes hacia ti mismo: admiración o crítica dura? Powell descubrió, mediante este ejercicio, que él era terriblemente crítico de sí mismo; descubrió que era incapaz de ver y valorar sus propios logros; que no se podía ver en videotape ni oír en sus discos; descubrió que con mucha frecuencia vivía en su interior intra-diálogos como éstos: "¿por qué hiciste eso?"... "¿Por qué lo hiciste así?"... "Aquello otro pudiste hacerlo mucho mejor"... etc. Con su terrible intra-crítica él mismo se las arreglaba para seguir sufriendo y aumentar el descontento interior.

El hombre cuya enfermedad era la intra-crítica El mismo Powell copia la siguiente carta recibida de uno de los miembros de sus cursos: "Su curso estaba orientado a personas emocionalmente estables, que buscaban crecer. Yo realmente me colé. Siempre he sido un caso: hospitalizaciones frecuentes, intentos de suicidios, continuo tratamiento psiquiátrico... Sin embargo, al acabar la experiencia, yo sabía que estaba curado, que mis sufrimientos habían acabado. Un mes después, por mutuo consentimiento, terminé con mi psiquiatra. Y no he vuelto a necesitar ayuda durante todo el año". "La intuición que cambió mi vida fue ésta: siempre me miraba con ojos de juez, continuamente reprochándome por mis faltas, descontento de mi modo de aparecer, triste por lo que hacía y por lo que dejaba de hacer... Llevaba diario cuidadoso de todos mis errores. Me estaba viendo siempre a través del cristal de un crítico inmisericorde. En el tribunal de mi mente, el juez siempre me hallaba culpable". "Vi que mi actitud hacia mí mismo era claramente destructiva. La primera vez que tuve esa intuición me sentí triste. Pero por fin pude extender hacia mí la compasión que había sentido siempre hacia los otros. No acepté chapotear en el pantano de la autocompasión; al contrario, me prometí convertirme, para el futuro, en el mejor amigo de mí mismo; atender a mis cualidades más que a mis defectos; tomar en cuenta mi belleza más que mi fealdad, mis buenas acciones más que mis errores...".

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"No le escribí inmediatamente por miedo que todo fuera una ilusión, que se desvanecería al poco tiempo. Ahora que ya ha pasado un año, quiero compartir con Ud. esta alegría: efectivamente estoy curado. Me siento libre y feliz, finalmente, gracias a Dios". En la carta se trata realmente de un hombre cuya enfermedad era la intracrítica excesiva; nada objetivo le faltaba a ese hombre; lo único que le faltaba era su propia aceptación, hacerse capaz de mirarse a sí mismo con el mismo cariño y comprensión con que miraba a los demás. En un curso ese hombre tuvo la suerte de descubrir su defecto, el exceso de intra-crítica. Acertó a cortarlo y empezó a ser otro hombre. ¿Te ilumina a ti el caso?

Grupos 1. Toma conciencia de un día tuyo, desde que te levantas hasta que te acuestas. Cierra los ojos y recorre uno por uno los momentos de tu día, especialmente el trabajo, la convivencia, la vida espiritual y el juego... ¿Qué crees que prevalece en ti: la aceptación de ti mismo o la crítica? 2. Recuerda ahora un día en tu hogar: ¿cómo te hacían sentir tus padres, aceptado o criticado? ¿Quizá repite un día tuyo de hoy lo que fue un día tuyo en tu infancia? 3. Concretamente observa el momento en que más insatisfecho te hayas quedado: ¿hallas en él deficiencias reales o intra-crítica? 4. Comparte tus hallazgos con tus amigos de grupo.

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Capítulo 18 Auto-amor es… sanar los recuerdos dolorosos Piensa en una persona aplastada de un recuerdo fuertemente doloroso: no puede aceptarse a sí misma. Así los recuerdos dolorosos separan al hombre de sí mismo y hacen que no se pueda acoger de veras. En razón de una experiencia dolorosa, no sanada, el hombre vive en el presente descontento de sí, humillado, emocionalmente herido; incapaz de entrar por esta vía del auto-amor, que estamos descubriendo. De ahí la importancia de sanar los recuerdos dolorosos.

Sanación de recuerdos dolorosos Hoy se habla mucho de sanación de recuerdos dolorosos o curación de heridas emocionales. En la vida espiritual se le reconoce una importancia decisiva; en el proceso de maduración psicológica es condición de crecimiento. Sin esa sanación el hombre corre peligro de quedar "fijado" en una etapa infantil. ¿Qué entendemos por sanación de recuerdos dolorosos? La teoría en este caso es sencilla y clara; lo difícil y oscuro es su práctica o realización. Sanar un recuerdo doloroso es volver a vivir imaginariamente, en todo su realismo pasado, esa experiencia que un día me destruyó y hoy se mantiene en la memoria y en la afectividad destruyéndome. Volverla a vivir, no meramente recordarla. Pero volverla a vivir en diálogo amoroso y confiado con el Señor, de modo que superando la vieja valoración dolorosa, transformemos aquella experiencia rechazable en elemento positivo, al menos aceptable, de nuestra vida. En esta sanación buscamos trasformar el dolor pasado en gozo presente; la rabia en aceptación; el odio en amor. De modo que la persona que antes se sentía indigna, en razón de ese recuerdo, ahora se pueda aceptar y amar a sí misma. El recurso en la sanación religiosa es la oración y la fe. ¿Y si uno no tiene fe, quedará condenado a no poderse sanar? Creo humildemente que no. La reflexión personal sincera, que se adhiere a la realidad, puede descubrir horizontes nuevos y avanzar también en esa línea de la sanación. En diálogo nuevo consigo mismo el

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hombre honrado puede dar otra valoración a los viejos sucesos y así transformarlos y sanarlos. Notemos bien lo que pretendemos en la sanación de un recuerdo: convertir un recuerdo que nos humilla, que nos destroza o enrabia, en una como experiencia positiva, aprovechable y aun gozosa. ¿Puede haber metamorfosis más admirable? ¿O no se trata sino de un sueño de primavera, de una utopía loca? La experiencia humana nos dice que se trata de una realidad maravillosa que acontece cada día. Es asombroso el poder del alma humana para transformar los sucesos de la vida. Víctor Frankl y sus historias de los campos de concentración; Húber Matos y su resistencia a las presiones castristas... y tantos otros, en cárceles, clínicas y hospitales e incluso en la vida cotidiana, nos hablan del poder sanador de la mente humana, especialmente cuando cree y cuanto cree. La fe añade un nuevo elemento, sacado del poder-amor del Padre: "a los que aman a Dios todo se les transforma en bien"… (Rom. 8,28). El viejo San Agustín se admiraba ya de este poder del espíritu creyente. "¿Todo, pero todo puede transformarse en bien para los que aman a Dios? Todo, todo; incluso el pecado, el error más grande que puede cometer un hombre". Se trata sin duda del poder de la Redención, repetido ahora en la vida de los redimidos: "feliz culpa que mereció tan gran redentor"; feliz dolor que en la fábrica maravillosa del alma creyente se convierte en gozo perdurable. Cuando el sufrimiento nos hace crecer, el sufrimiento se convierte en nuestro amigo, y le debemos auténtica gratitud. Tal es el caso de los recuerdos dolorosos, sanados. Tal el objetivo de nuestra lección.

Importancia de esta sanación Está en buena parte dicho ya, pero conviene insistir. Solemos pensar ingenuamente que el pasado ha pasado y que lo mejor que podemos hacer con él es olvidarlo. Hoy nadie duda que esto es una cosa que el pasado; de modo que pasado doloroso, si no ha sido previamente curado, es igual a presente doloroso. Hoy sabemos bien que el pasado humano, lejos de haber pasado, queda en el hombre constituyendo su sustancia, haciendo su presente y, por tanto, dirigiendo su vida.

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¿Qué es, por ejemplo, el saber sino el pasado acumulado en forma de experiencia vital? Las experiencias del Dr. Penfield muestran que perdura incluso el pasado emocional tal como se lo vivió emocionalmente y que puede revivirse, no sólo recordarse, en el presente con toda su carga afectiva (HARRIS, Yo estoy bien, tú estás bien, cap. I). De ahí la importancia de sanar los recuerdos. Quien no ha logrado esta sanación, lo único que hace en el presente es, no tanto vivir el presente con su novedad típica, sino repetir el pasado.

El que de veras quiere curarse Supuesta esa importancia, incluso emocional, del pasado, es obvio que queramos curarnos. Pero hemos de ser realistas. Tal intento es difícil. El que de veras quiera curarse de sus recuerdos dolorosos, tiene que empezar por enfrentar valientemente su pasado. Atrévete a hacer una lista de tus pasados dolorosos, especialmente de infancia y adolescencia. ¿Te da miedo sólo pensarlo? Sí, es bien difícil ese enfrentamiento. Esos pasados están unidos en la conciencia a sentimientos de vergüenza, rabia, odio… y por el momento no es posible hacer una separación. De modo que recordar, en este caso, es sufrir y sufrir mucho. Pero vale la pena: no hay otro camino de liberación y purificación.

Enfrentando nuestra resistencias Recordar un pasado doloroso es difícil; revivirlo es mucho más. Nuestro ser entero se resiste a ese enfrentamiento. Y nos preguntamos: ¿merece la pena el dolor de volver a vivir experiencias que un día nos fueron tan dolorosas? Sin embargo, la respuesta no es dudosa: sí, merece la pena. Y merece la pena porque tal enfrentamiento es la condición de sanación. Si quiero verme libre de ese "íncubo" emocional, no hay otra salida. En efecto, una experiencia no hiere por lo que es, sino por la valoración que le damos. Pues bien, valorada negativamente en nuestra infancia, cuando nos aconteció la cosa, mientras no la enfrentemos de nuevo, pero ahora con la razón y la fe, seguiremos valorándola del mismo modo infantil y seguiremos sufriendo. Dado el impacto emocional que entonces nos produjo, quedamos "fijados" en ello,

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y, aunque avanzamos en edad, no avanzamos en madurez emotiva; y seguimos repitiendo los mismos sentimientos. El niño, el adolescente… hicieron esa valoración emocional, que tanto nos hace sufrir; pero ¿es razonable esa valoración? ¿Es razonable sobre todo a los ojos de un adulto? El gran psicólogo norteamericano Rollo May afirma categóricamente, y la experiencia cotidiana lo confirma, que cualquier suceso (no sólo los que comúnmente se consideran favorables) puede ser visto o valorado de dos maneras, una positiva que ayuda a crecer y desarrollarse, y otra negativa que retarda o retiene el crecimiento. La cárcel que para uno es desgracia, para otro es principio de vida nueva. Un gran amigo mío, que un día obtuvo el gran premio de la lotería, me confesó años después que esa fue una de las desgracias más grandes de su vida. Cuando éramos niños, una reprensión del papá pudo equivaler a una "condena a muerte", pero ¿hoy, vista con ojos adultos, es correcta esa valoración? El que quiere entrar por el camino de la auto-aceptación no tiene otra alternativa: tiene que enfrentar sus recuerdos dolorosos. No hay otro recurso para aceptarse a sí mismo.

Proceso de sanación de los recuerdos Nos conviene caer en la cuenta que la sanación es un proceso largo y difícil; que exige paciencia y perseverancia. Y mucha ayuda ajena. Los hermanos Linn (de quien tomo las principales ideas de este capítulo, en su libro “Sanando las Heridas de la Vida”) se aprovechan de los estudios de la Dra. Kübler Ross, sobre la muerte y los moribundos, para explicar ese proceso de sanación de recuerdos. Según esta Doctora la aceptación serena de la muerte, en los enfermos incurables, pasa por cinco etapas que ella describe como negación, enojo, regateo, depresión y aceptación. La aceptación de la muerte es un proceso largo y difícil; dejado y retomado una y mil veces, pero que, cumplidas ciertas condiciones, suele acabar siempre bien. Según Kübler Ross, ante una noticia dolorosa, por ejemplo de la muerte próxima, lo primero es negarla: "eso no puede ser". Primera etapa. Cuando parece que no se puede negar, que la realidad se impone con su fuerza, se comienza a

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echar la culpa a otros, o a uno mismo, y nos irritamos. Segunda etapa. Llegado aquí, pero viendo que el enojo o irritación no cura nada, empezamos a transigir, buscamos otros modos de salir de la situación dolorosa: caemos en la etapa de las condiciones: "quizá si hago esto, si dejo de fumar, si me convierto..." se soluciona el problema. Es la tercera etapa, del regateo. En la medida que esas condiciones resultan recursos imaginarios, inútiles, caemos en la depresión, cuarta etapa. Finalmente entramos poco a poco, y en este último paso la ayuda ajena tiene una importancia grandísima, en la aceptación serena y tranquila: "la cosa es como es y sólo aceptándola soy honrado conmigo, fiel a Dios y razonable, porque sólo entonces sufriré menos". El moribundo se reconcilia consigo mismo, con la situación, con Dios y entra en una paz nueva. Es la quinta y última etapa, según estos bellos estudios de Kübler-Ross. Pues bien, dicen los hermanos Linn, la aceptación de un recuerdo doloroso se parece mucho a la aceptación de la muerte. Puede ser y efectivamente a veces lo es, tan doloroso, tan difícil, tan angustiante... como la misma muerte. En consecuencia pasa (el proceso de sanación) por las mismas cinco etapas. Para más claridad las repetiré, aplicadas al caso de un recuerdo doloroso. Ante todo, frente a un recuerdo doloroso que nos asalta de repente, lo primero que hacemos es rechazarlo: "imposible, eso nunca nos ha sucedido". Primera etapa, de represión y negación. Pero la realidad está ahí y no puede ser negada. Entonces nos rebelamos contra los "culpables" de que aquello hubiera podido suceder; y entramos así en la etapa del enojo. Nos entregamos a pensamientos de rabia y venganza. Pero la realidad sigue ahí implacable; la rabia y la irritación no mejoran nada la situación; los sentimientos de angustia, miedo, ira, culpa... siguen ahí haciendo su obra. ¿No podríamos hacer algo para liberarnos de ellos, aunque, desde luego, sin aceptar que son nuestros y pertenecen a nuestra vida? Entramos así en la etapa del regateo. Como el dolor sigue, crece y crece la reflexión interior. Poco a poco nos vamos persuadiendo que por vía de evasión o huida, nada logramos. Entonces, como el dolor es superior a nuestra capacidad de resistencia, nos dejamos a la depresión y tristeza.

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Cuarta etapa. Finalmente, la etapa de la depresión es vivida como inútil y aún muy dañina y nos abrimos, muy poco a poco, a una perspectiva nueva, en que la experiencia empieza a ser aceptada, a ser vista como parte de la propia vida, incluso como algo positivo. Es la quinta y última etapa. El recuerdo doloroso, que tanta resistencia ofrecía, es aceptado y vivido, primero como tolerable, luego como aceptable, finalmente como aprovechable y bueno. El proceso ha terminado. El hombre, antes abrumado, ahora se siente libre, nuevo, capaz de aceptarse y vivir contento consigo, y como consecuencia, capaz de entregarse al servicio de los demás. Una cosa conviene advertir antes de cerrar este punto: las etapas son meras aproximaciones conceptuales, no descripciones estrictas. ¿Cómo podrían ser descripciones exactas, tratándose de un proceso tan complejo? Pero ayudan a entender la lucha interior del que, enfrentado a un recuerdo doloroso, se debate entre el sí y el no de la aceptación, hasta que finalmente halla su paz. Las etapas con frecuencia se mezclan, se confunden, se adelantan o retrasan...; pero siguen iluminando esa lucha, y nos ayudan a acompañar al que en ella se debate. Una cosa me llama fuertemente la atención: ¿puede compararse la aceptación de un recuerdo doloroso con la aceptación de la muerte? Sin duda que sí. Y conviene que insistamos en ello, para no caer en la ligereza, sobre todo si se trata de otros, de minimizar la lucha. Pero también nosotros debemos aprender a ser comprensivos con nosotros mismos.

Condiciones de sanación El proceso de sanación de un recuerdo, como el de la aceptación de la muerte, es largo y difícil. Exige paciencia y constancia ¿Se ha descubierto algún procedimiento de ayuda a ese proceso? En su estudio de los moribundos, Kübler Ross descubrió estas dos condiciones: 1. Que el enfermo se sienta aceptado, incondicionalmente, o sea, tal como es, por alguna persona significativa de su hospital, digamos el médico, una enfermera, etc.; 2. Que pueda compartir sus sentimientos con esa persona y se sienta escuchada de ella.

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Resulta fácil entender la eficacia sanadora de ambas condiciones, en el caso del moribundo. Sintiéndose solo, ante un trance difícil, el moribundo experimenta la fuerza de la compañía y del amigo y acumula valor y fuerza. Algo parecido sucede, sin duda, en el caso del que sufre de un recuerdo doloroso. En esa área, en que lo sufre, el hombre se siente solo, indigno, culpable, miedoso. Una persona que le acepte incondicionalmente y le escuche de veras, aliviará su inseguridad e indignidad, mitigará su miedo y le ayudará a liberarse de sus sentimientos de culpa. Tal es el sentido del trabajo en grupos, que tanto fomentamos en este curso. Y, sobre todo, para el creyente, tal es el sentido de Cristo el Señor. Si algo es primero en nuestra fe es el amor incondicional de Cristo: el cristiano sabe y vive que no son sus méritos los que le hacen amable o digno ante Cristo, pero tampoco son sus deméritos o errores o faltas los que le retiran ese valor. El cristiano es amado antes de todo mérito y después de todo demérito; por encima y más allá de sus obras buenas o malas. Cristo es también, para el paciente de sentimientos de vergüenza, culpa, miedo, angustia... el escuchador incansable. Y con una variante, respecto a los oyentes humanos, admirable: el Señor sabe, antes que se los cuentes, todos tus problemas; los sabe y te acepta con ellos. De modo que, al compartir con Él, no buscas que él te entienda y comprenda sino que te entiendas y comprendas tú. El objetivo principal de compartir nuestros sentimientos con Cristo no es informar a otro, sino confirmarnos a nosotros; vencer la tendencia a la represión, aceptarnos como somos.

Grupos 1. Haz la lista de tus recuerdos dolorosos y compártela con tus compañeros de grupo. Dense tiempo ampliamente. 2. Compartan ahora, acabada la lectura, cómo se han sentido mientras leían sus respectivas historias.

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Capítulo 19 Auto-amor es… hacerse capaz de afirmarse Lo que quiero decir en este capítulo puede encerrarse en una especie de silogismo: 1. Ser hombre es identificarse emocionalmente consigo; 2. Pero esa identificación emocional no viene automáticamente con la naturaleza, sino que tiene que ser aprendida y ejercitada; 3. Luego, conclusión: el educador deberá enseñar esa identifican emocional al niño; y el niño deberá ejercitarla él mismo. Comentaré brevemente las dos premisas del silogismo; para quedarme en la conclusión, que es el tema de esta lección.

Primera premisa Ser hombre es identificarse emocionalmente consigo. O sea, sentirse bien de sí, aceptarse, valorarse, confiar en sí. Siendo cuerpo y mente, ser y conciencia, el hombre llega a ser completo y existir plenamente sólo cuando se aprecia y acoge, cuando está satisfecho de sí y confía en sí. Como hemos insistido, este descansar en sí nada tiene que ver con la autosuficiencia orgullosa; el hombre "completo" descansa en sí, pero en cuanto obra de Dios; es decir que descansa en Dios. Al aceptarse a sí, acepta el don de Dios, o sea, acepta a Dios en El. Por extraño que parezca ésta es nuestra afirmación antropológica más importante: una cierta satisfacción de fondo pertenece a la esencia misma del hombre. Un hombre descontento de sí es, en cierto modo, una contradicción; un absurdo dolorosísimo, que los hombres han hecho y seguimos haciendo posible gracias a un falso enfoque de nuestro ser.

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Segunda premisa Esa identificación emocional de sí consigo, característica del hombre real, querido por Dios, no nace junto con el hombre; tiene que ser hecha; o lo que equivale, tiene que ser enseñada por el educador, aprendida y ejercitada por el alumno; y así, vivida e incorporada a su ser. De modo que el ser del hombre que por un lado es obra de Dios, a través de los padres, por otro lado es obra de él mismo. El hombre completo tiene que ser creación, al mismo tiempo aunque no al mismo nivel, de Dios y de cada uno. Al revés de las otras cosas de la naturaleza, y concretamente de los animales, el hombre es obra de sí mismo.

Conclusión del silogismo Parece seguirse de lo dicho: si el hombre tiene que aprender a "amarse" (ahora entendemos sin alarma esa palabra peligrosa), y esa es su primer área de crecimiento, fundamental y básica para todas las demás, entonces es obvio que la primera tarea de un educador es enseñar al niño a amarse; y la primera tarea del niño es ejercitar ese mismo auto-amor. Desarrollaré ahora, con cierta amplitud, este último punto: La primera tarea del niño, y si no la cumple de niño, del adulto, es ejercitar la propia hombría, afirmarse a sí mismo.

La primera tarea del hombre Ser hombre, dijimos arriba, es optar por sí mismo; afirmarse, no sólo a nivel de realidad sino afirmarse a nivel de autoconciencia. Y así ser plenamente. El tigre es tigre sin necesidad de afirmarse; porque no tiene autoconciencia. Pero el hombre no es así. El hombre necesita afirmarse; y sólo en la autoafirmación alcanza su plena medida humana. Con otras palabras que ahora nos interesan especialmente: el hombre es hombre sólo en la opción, libre y responsable, por sí mismo. Pero aquí surge una dificultad especial: la opción humana nunca es mero resultado de la suma de los motivos; además de razones, y allí donde éstas ya no motivan, la opción humana exige audacia; y sólo en y por la audacia se consuma. Lo explicaré sobre un ejemplo.

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Si yo opto por el sacerdocio, mi opción, en el grado en que es razonable, se apoya en motivos válidos; pero no se explica entera POR ESOS motivos. Hay un momento de interrogantes; ese es precisamente el momento en que entra la audacia. Por ejemplo, a esta altura de tu carrera (hablo a seminaristas mayores), y después de mucho orar y consultar, tú estás humildemente seguro de que DIOS te llama al sacerdocio. La parte intelectual o racional de tu opción está cumplida. Pero no quita que surjan en tu corazón multitud de interrogantes que tu razón no sabe ni puede responder... "¿Y si, pasados unos años, me canso?"...; "¿y si me surge otra opción que me llene más?"...; "¿Y si no resisto la presión del celibato?... No hay respuesta intelectual para todas esas, y muchas más, dificultades reales. ¿Entonces…? Ahí entra la audacia. No ciertamente una audacia loca; pero sí una audacia verdadera, apoyada en la prudencia. Sin esa dosis de audacia no sería posible tu opción sacerdotal, ni ninguna otra. Igual o parecido análisis podemos hacer en el caso de uno que va a casarse… "¿Y si luego me resulta infiel?"…; "¿y si se muere pronto?"…; "¿y si tiene un accidente y queda paralítico?"… Tampoco esta opción por el matrimonio puede darse sin audacia. La opción humana es un "compuesto" maravilloso de razón y audacia; de seguridad y atrevimiento; de sumas matemáticas y de dados de la suerte. Pues bien, la opción por nosotros mismos, cada uno por sí, es también fruto de la razón y de la audacia. Es razonable esa OPCION, no imprudente ni loca; porque se apoya en motivos válidos, ya de razón ya de fe. Pero tampoco en este caso concreto de la opción por nosotros mismos, recubre la razón todo el mecanismo que entra en juego. Y también aquí se precisa la audacia. En efecto, es muy razonable identificarse con uno mismo, pero al mismo tiempo nos da miedo. En definitiva, identificarnos con nosotros mismos es restringirnos a nosotros mismos y abandonar todo lo demás... "¿Y si fallo?"...; "¿y si no acierto a responder utilizando mis posibilidades?"...; "¿no es de locos renunciar a poyarse en otros cuando no se está seguro de sostenerse a sí mismo?"... Nos da miedo restringirnos o limitarnos a nosotros mismos, cuando vemos, más allá de nosotros, horizontes y horizontes de posibilidad.

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El hombre es insaciable; quisiera ser él mismo y ser, al mismo tiempo, el otro y el otro y... todos. Al hombre, infinito en posibilidades se le hace muy cuesta arriba, restringirse, reducirse a sí mismo Y así, aparentemente, disminuirse. Pero, lo sabemos ya: no hay otra alternativa. El que no se identifica emocionalmente consigo, se condena a un sufrimiento inacabable, y por añadidura, se vuelve ineficaz y nulo. En palabras del gran psicólogo Jung: "La aceptación del yo es la esencia del problema moral... Cristo dice: el que alimenta a un hambriento, me alimenta a mí. Pero ¿quién más hambriento que tú mismo? AMATE A TI COMO A CRISTO. La neurosis es la división interior, la situación de estar en guerra consigo mismo. Todo lo que agudiza esta división, empeora al paciente. Todo lo que la mitigue, tiende a curarlo". (C. Jung, El hombre moderno en busca de su alma).

En resumen Cuesta optar por uno mismo; es dolorosa esa "reducción" aparente para el hombre in-finito. Pero es inevitable. Sólo es posible ser algo, ser yo, renunciando a todo lo otro. Si en algún caso, en este es verdadero el adagio: "lo mejor es enemigo de lo bueno". Sólo identificándome emocionalmente conmigo llego a ser el que soy, el yo oculto en la mente de Dios.

Dos puntos finales Los dos apartados que siguen, primero, puntos para una declaración de autoestima y segundo, un ejemplo concreto de declaración, quieren dar pautas de trabajo en la línea de la auto-aceptación. El primero razona esa declaración y la justifica; el segundo da un ejemplo concreto. Ambos cumplen a un tiempo el razonar, para el hombre razonable y el animar para el hombre audaz.

Puntos para una declaración del autoestima 1. Posibilidad trágica Como hombre, soy autoconsciente y auto-evaluante. Esto significa que puedo acogerme y puedo rechazarme, ser mi amigo y mi enemigo… Enfrento esa alternativa, DECIDIENDO acogerme y ser mi amigo.

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2. Fundamentos para esa decisión Decido acogerme, porque sé muy bien que, al hacerlo así: 1) Vivo la verdad de Dios que me hace valor absoluto; 2) Vivo la verdad del hombre que ignora grados en la hombría, en el valor o dignidad de ser hombre; 3) Cumplo la tarea primera de todo hombre que es, ser él mismo aceptándose, y así, hecho uno consigo, hacerse capaz de realizarse.

3. Objeción Sé muy bien que, humano al fin, soy limitado y deficiente; sé también que estoy expuesto al juicio ajeno. Pero no mis deficiencias (que desde ahora reconozco y acepto) ni el juicio ajeno pueden anular, ni siquiera disminuir, el valor y dignidad originales que me corresponden como a persona humana, creada por Dios.

4. Coraje de ser Por tanto, por fidelidad a Dios y a mí mismo, DECIDO: 1) Valorar lo que soy; 2) Adherirme a mí mismo emocionalmente y así identificarme conmigo; 3) Ser feliz siendo el que soy... Y lo DECIDO ASI, porque bien veo que la audacia hacia sí mismo es una virtud absolutamente necesaria para ser hombre verdadero.

5. Aplicación concreta Aceptarme como soy significa sin duda, y ahora quiero hacerme consciente de ello: 1) Valorar mi cuerpo y sus diversas funciones corporales, confiando en él, en su fuerza y sanidad. 2) Valorar mis ideas, que me atreveré a decir siempre que lo crea oportuno. 3) Valorar mis planes e iniciativas que expondré abiertamente cuando vea que lo pide la colaboración. 4) Valorar mis sentimientos que aprenderé a descubrir honestamente, seguro que, comunicándome así, facilito la convivencia gozosa, que es lo más importante de la vida.

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6. Conclusión 1) 2) 3) 4)

Ahora pues me atrevo a decir: Yo soy yo: amo ese ser que soy, lo afirmo y cuento con él. Yo creo en mí mismo; o lo que es igual, creo en la obra de Dios en mí. De modo que, consciente de mí mismo como ÚNICO y DISTINTO, creo en lo que soy; estimo lo que soy, pongo en acción lo que soy. Quiero, valgo, puedo... ¡Estoy dispuesto!

Declaración del autoestima Si la margarita da gloria a Dios, siendo margarita y no queriendo ser otra flor, yo que soy mucho más que margarita, quiero ser feliz, siendo la que soy. Consciente de que muchas veces me he rechazado (me atrevo a decir brutalmente) siendo yo misma el peor enemigo que he tenido, sintiendo todo esto: DECIDO LUCHAR PARA ACEPTARME tal como soy, ser feliz con la realidad de mis imperfecciones. Por la fe, creo ser un DON de Dios. Al tener conciencia de este DON brota en mí la alegría y gratitud hacia Él, que me ha dado ese DON. Cuánto me ha consolado el pensar que ni mis deficiencias (que son muchas y que estoy tratando de aceptarlas), ni el juicio ajeno, este juicio que tanto ha pesado sobre mí hasta ahora, no pueden disminuir el valor y dignidad que me corresponden como a persona humana creada por Dios. Sabiendo que cada vez que me rechazo, estoy rechazando la obra de la Creación. Quiero valorar la capacidad de amar que Dios ha puesto dentro de mí. Quiero valorar mis ideas que valen tanto como las de los demás. Tengo mucho que dar, y lo que yo doy vale tanto. Quiero tener fe en mí misma. Quiero transformar mi autoimagen (porque veo que es falsa) para poder transformar mi vida.

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MERECE LA PENA DE QUE YO EXISTA, lo sé, lo acepto y lo confirmo, diciéndomelo: ES BUENO QUE YO SEA YO. Estoy empezando a estar, contenta de ser yo y no otra, no quiero ser otra distinta de mí misma. QUIERO SER LA QUE SOY: LA QUE DIOS AMA. Señor te doy gracias porque me siento un DON tuyo, me has creado. Esto me hace sentirme alegre y al mismo tiempo agradecida a TI por este DON. Gracias por todo lo que hay en mí. AMO LO QUE SOY, no lo que debería ser. Gracias por todo lo que me has dado, gracias por estar aquí compartiendo mis sentimientos con los del grupo, a quienes acepto como son, y amo con el mismo amor que yo me amo.

Grupos 1. Haz tu propia declaración de autoestima. 2. Léela en el grupo: cada uno la suya. 3. Guárdenla para repetirla, ya como punto de reflexión ya como punto de oración, cuantas veces sientan que les aprovecha.

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Capítulo 20 Auto-amor es… resultado del amor recibido Un círculo vicioso Auto-amor, lo sabemos de sobra, es la condición de todo crecimiento humano. Sólo el hombre que se ama, o sea, que cuenta consigo y confía en sí; sólo el hombre que se siente único y distinto y, como tal, absolutamente importante, sólo ese hombre puede obrar expansivamente y así desarrollarse y crecer. El hombre que no se ama, o sea, el hombre que va por la vida inseguro de sí y dudoso de su valor, el hombre que se considera "poca cosa" o de segunda categoría…; ese hombre no puede hacer otra cosa que pre-ocuparse de sí mismo, de ese yo amenazado y débil, a quien de cualquier lado puede venirle la sorpresa. Ese hombre no puede sino mirar por sí mismo y actuar defensivamente; con otras palabras, lo que ese hombre haga, sea lo que sea, desde orar a Dios en la capilla hasta servir a los pobres de un barrio, no tendrá, en el fondo, otra motivación que defender su yo inseguro y protegerlo del rechazo ajeno. Pero una motivación, así de egocéntrica, retorna a la persona en forma de autodescuento y auto-desprecio; con lo que crece su malestar interior y la necesidad de seguir obrando defensivamente.

¿Cómo escapar a ese círculo? ¿Qué necesita este hombre para salir de su círculo vicioso? Hoy los grandes psicólogos interpersonales, A. Maslow, C. Rogers, H. S. Sullivan... dan una respuesta que va enteramente en la línea del Evangelio. Lo que el hombre necesita es ser y sentirse amado incondicionalmente; o sea, sentirse amado por sí mismo, en atención a su persona, y no precisamente a sus realizaciones.

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El espejo del niño Como ya lo hemos visto ampliamente, el hombre, autoconsciente, necesita descubrir su propio valor e identificarse emocionalmente consigo; necesita ser y afirmarse; descubrirse y afirmarse como valor único y distinto. Otra pregunta se impone pues de nuevo: ¿por dónde y cómo va el niño a descubrir su propio valor? Y la respuesta es hoy indubitable: el niño no se descubre sino mirándose en los otros. La madre, el padre, las personas importantes… son el espejo donde el niño se ve. Si ahí, en ese rostro ajeno, se ve importante valioso, querido por sí mismo, el niño descubre su valor único y aprende a valorarse; es decir, aprende a amarse a sí mismo. Pero si el espejo ajeno, todos esos rostros para él significativos, le muestran un yo pequeño e insatisfactorio, un yo poco valioso y aun nulo o malo, el niño aprenderá a descubrirse como "no valor", como "poca cosa"... y así a estar descontento de sí y no amarse. Reflexiona C. Rogers a lo largo de sus libros: el niño que ha tenido la suerte de nacer y crecer en un hogar donde se sienta querido incondicionalmente, crecerá seguro de sí mismo, capaz de contar consigo y amarse como es. Es como el perro que ha sido tratado con ese cariño: cuando llega el amo, se acerca moviendo la cola, haciendo gestos de felicidad, comunicando con toda su conducta externa cuan seguro está de su amo, de sí mismo y de todos. Yo mismo tengo un pastor alemán en mi patio; algunas veces he querido castigarlo para enseñarle a no saltar encima a la gente, pero él lo entiende como una caricia más. Pero piensen en los padres que quieren a sus hijos condicionalmente; porque sacan buenas notas, porque son grandes deportistas, etc. En realidad no es a sus hijos a quienes quieren, sino las realizaciones de sus hijos. Querrían a sus hijos si éstos fueran "más listos", "más deportistas"… Los querrían si fueran "otra persona", la persona idealizada que ellos, los padres, llevan en su mente, para satisfacción oculta de sus propias necesidades insatisfechas y que aspiran a satisfacerlas en y por sus hijos. Es evidente: niño que oye continuamente, en comunicación verbal o meramente no-verbal: "te querría si hicieras esto... si lograras aquello..." acaba sintiendo que él, en su persona real, en sí mismo, no es amado ni amable. La amabilidad le tiene que venir de fuera, tiene que ser merecida por su conducta. Tal niño jamás aprenderá a identificarse consigo emocionalmente, jamás aprenderá a amarse tal como es.

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Insistiré brevemente en este punto del amor incondicional, dada su importancia humana y cristiana.

Amor incondicional ¿Qué se entiende por amor incondicional? Es el amor dirigido a la persona misma, en su carácter de única, distinta e insustituible; no el aprecio de las realizaciones de esa persona, por brillantes que sean, sino el aprecio de ella misma y precisamente en cuanto tal persona, en cuanto valor absoluto en sí misma. Sobre ejemplos: la madre que ama incondicionalmente a su hijo, lo ama si estudia y triunfa en clase, pero no por esos logros, sino por él mismo. De modo que si no tiene éxito en los estudios, le ama, y así se lo hace saber, igualmente. El amor incondicional valora a la persona más allá de sus obras y logros. El miedo que surge, y que hace difícil el amor incondicional, viene expresado, a mi juicio, en esta objeción que me han hecho miles de veces. "Padre, ¿y un amor tal no hará que mi hijo se descuide y fracase?". "Padre, tengo que exigirle, tengo que caerle arriba; si no, no hace nada". Evidentemente, no estoy resaltando sólo el valor del amor incondicional y negando el valor de la disciplina. Creo que el carro de una auténtica educación camina siempre sobre dos ruedas: amor y disciplina; disciplina y amor. Lo importante es saber juntar ambas cosas, de modo que el niño se sienta amado incondicionalmente. De nuevo, no hay que renunciar a una en favor exclusivo de la otra sino saber unir las dos. Creo también poder afirmar que la junta de esas dos cosas sólo la sabe hacer el corazón de una madre, de un padre, de un maestro... que ellos mismos han alcanzado esta madurez del auto-amor. Es decir, que ellos mismos no necesitan defenderse de nada, porque se sienten, allá en el fondo de ellos mismos, seguros, tranquilos, pacíficos, serenados, contentos... El hombre inseguro él mismo, que se rige por las reglas, nunca acertará. La primera condición del buen educador, madre, padre, maestro... es ser él mismo persona madura, serena auto-aceptada. Esta persona no necesita reglas; su regla es su propio corazón, lo que en el momento le dicta su propia “sabiduría vital”.

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Amor y persona Pero es preciso insistir en una cosa: la fuerza secreta que despierta a una persona es siempre el amor. El hombre que se siente así incondicionalmente amado, puede ser él; puede explorar sus ocultas posibilidades y actualizarlas; puede atreverse a ser él mismo.

Bécquer y Unamuno Quiero explicar este punto sobre la conocida rima de Bécquer: Del salón en el ángulo oscuro, de su dueño tal vez olvidada, silenciosa, cubierta de polvo, veíase el arpa. ¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas, como el pájaro duerme en las ramas, esperando la mano de nieve, que sepa arrancarlas! ¡Ay!, pensé: cuántas veces el genio así duerme en el fondo del alma^ y una voz, como Lázaro, espera que le diga: levántate y anda!

En cada alma humana, como en las cuerdas silenciosas del arpa, duermen innumerables posibilidades; duermen genios ocultos. Pero ¿quién "despertará" a ese hombre dormido; quién hará sonar esa nota callada; quién resucitará a ese Lázaro muerto?... La respuesta a esas preguntas es siempre la misma: EL AMOR, el amor incondicional. Los educadores hacen infinitamente más sobre sus alumnos, amándoles de veras que criticándoles. A un alma dormida sólo la despierta el amor. Sólo el amor hace que el otro sea; y sea, no una copia o reflejo de mí mismo, sino él, él mismo, en su realidad única, distinta e insustituible. En un momento de intuición genial, Unamuno insiste en esta idea de la necesidad del amigo para ser uno mismo. Nos dice en algunas consideraciones sobre la literatura hispanoamericana:

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Cada nuevo amigo que ganamos en la carrera de la vida nos perfecciona y enriquece, no tanto por lo que él nos da, cuanto por lo que de nosotros mismos nos ayuda a descubrir. En efecto, hay en cada uno de nosotros cabos sueltos espirituales, rincones del alma, escondrijos y recovecos de la conciencia, que yacen inactivos e inertes; y acaso nos morimos sin que se nos descubran a nosotros mismos, precisamente a falta de una persona que, comulgando con espíritu con nosotros, nos los revele. Todos llevamos ideas y sentimientos potenciales que sólo pasarán de la potencia al acto, si llega el que nos los despierte. Cada cual lleva en sí un Lázaro que necesita de un Cristo que lo resucite. Y ¡ay de los pobres Lázaros que acaban su carrera bajo el sol, sin haber topado con el Cristo que les diga: levántate...! Unamuno sabía muy bien que esta ayuda del amigo es necesaria para el escritor; pero quizá no sospechaba lo que ahora estamos diciendo: que el hombre verdadero, el hombre completo, no nace sino al calor de un amor acompañante. No sólo para convertirse en escritor; para hacerse hombre se necesita el amigo, en quien, como en un espejo, te veas a ti mismo, te descubras y te ames.

Algunos experimentos Importa tanto que concibamos la convivencia como una fuerza recíproca más bien que como un mero espacio vital compartido, que quiero insistir en este tema trayendo algunos de los experimentos que se han hecho famosos. No creo que ninguna teoría hable tan claro sobre la fuerza del amor como estos experimentos.

Rasenthal y sus ratas Rosenthal, un gran psicólogo social de la Universidad de Harvard, estructuró el siguiente experimento con ratas. A dos grupos de estudiantes, I y II, repartió igual número de ratas con el encargo que las enseñasen a recorrer un laberinto. Los estudiantes del grupo I habían recibido, las siguientes instrucciones: sus ratas, en anteriores experimentos, se han demostrado extraordinariamente inteligentes. Lo más probable es que aprendan enseguida el recorrido del laberinto. Con ello Uds. han acabado su tarea; pasan a recibir su paga y se retiran. Los del grupo II, en cambio, habían recibido estas otras instrucciones: en anteriores experimentos sus ratas se han demostrado extraordinariamente torpes. Lo más probable es que pase

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el tiempo de trabajo y no logren enseñarles el recorrido. Si así sucediere, no es defecto de Uds. Terminado el tiempo, pasen a recoger su paga y se retiran. ¿Dónde se oculta el secreto del experimento? Las ratas de ambos grupos eran iguales; ninguna de ellas había sido sometida previamente a experimento; sin embargo las del grupo I aprendieron a recorrer el laberinto y las del grupo II, no. ¿Dónde buscar la explicación de resultados tan opuestos? Ciertamente no en las ratas, todas ellas iguales. La única explicación aceptable hay que buscarla en el estado de ánimo distinto, artificialmente creado, de los miembros de uno y otro grupo. El grupo I confiaba en sus ratas y, por alguna vía oculta, transmitió esa confianza a las ratas, de modo que éstas aprendieron rápidamente. El grupo II, en cambio, desconfiaba de sus ratas y esa desconfianza produjo igualmente su efecto negativo: las ratas no aprendieron a recorrer el laberinto.

Experimento con estudiantes Tanto llamó la atención este experimento con ratas que el mismo Rosenthal, deseoso de saber si las conclusiones podrían aplicarse a estudiantes, ideó un experimento especial para el caso. Rosenthal eligió el mejor equipo de evaluación escolar, un equipo de toda solvencia, y con él hizo la evaluación de inteligencia (coeficiente intelectual) de un grupo de estudiantes que, acabados sus estudios en un colegio, pasarían para el próximo año, a otro colegio, donde nadie los conocía. En el nuevo colegio los alumnos fueron distribuidos en clases de 30. Y a sus profesores se les dijo que, de esos 30 alumnos, 5 (y se les individualizó con nombre y apellido) eran superdotados. De los otros 25 no se les dijo nada. De este modo, casi como en el caso de las ratas, se indujo en los profesores una estima-confianza muy alta respecto a los 5 alumnos "superdotados". En realidad, esos 5 alumnos no habían sido elegidos en razón de una inteligencia privilegiada, sino escogidos al azar. Pero los profesores, apoyados en los datos que creían tener del equipo evaluador, trataron a sus 5 superdotados, durante todo el curso, con una especial atención y estima. ¿Resultado? Pasó el año escolar, y al final, el mismo equipo evaluador volvió a repetir el test de inteligencia. Los resultados fueron asombrosos: los alumnos comunes, el grupo de los 25 no señalados, arrojaron el mismo nivel intelectual del año anterior

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Pero los 5 alumnos especiales dieron hacia arriba unos millos inesperados, entre 7 y 25 puntos por encima del curso pálido. Es decir que algunos, alumnos ordinarios, al acabar la experiencia se habían convertido en alumnos realmente superdotados. ¿Explicación? De nuevo no parece hallarse otra que la relación de confianza-estima, prolongada a lo largo de todo el curso, que los datos ficticios habían creado en los profesores respecto a esos alumnos. Una relación de confianza hace crecer el rendimiento, desde luego de los alumnos, así tratados por sus profesores; pero, más en general, de todo hombre que halle "ese amigo fiel". El experimento plantea preguntas bien serias: ¿eso que llamamos inteligencia no es acaso sino amor-estima, acumulados en los alumnos... en los hijos... en los subordinados...? Y la falta de talento o cortedad mental ¿no será carencia de amor? Y llevando las preguntas a nivel más amplio, trascendiendo el área de la inteligencia, ¿la misma capacidad de hacerse hombre completo no depende del amor? Hombre amado = hombre sano; hombre carente de amor = hombre enfermo. Una conclusión aparece con evidencia extraordinaria: el hombre es el resultado del amor. Niño amado incondicionalmente = hombre sano, hombre eficiente, hombre satisfecho y feliz. Niño no amado lo suficiente o amado condicionalmente = hombre inseguro, hombre quejoso, hombre que se ahoga en un vaso de agua.

Experimento a largo plazo del Dr. Skeel Hay una prueba contundente de la fuerza del amor en la conformación de la persona humana. Fue llevada a cabo, a lo largo de 20 años, por el Dr. Skeel. En un orfanato donde se atendía a los niños huérfanos rutinariamente, este gran psicólogo decidió introducir una variante, precisamente para investigar la fuerza del amor. Separó dos grupos de 12 niños cada uno. El grupo I quedó todo el tiempo recluido en el hospicio, desde luego con todas las atenciones propias de la institución. Los niños del grupo II, además de las atenciones de la institución, eran llevados diariamente a otra institución cercana, de adolescentes retrasados, donde cada niño era cuidado y atendido individualmente por una de esas jóvenes.

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La única variable en el experimento fue pues el trato personal, diario, que los niños de este grupo II recibían de una jovencita retrasada. Lo que llamó poderosamente la atención de los entendidos fue el resultado. Al cabo de 20 años de seguimiento de estos dos grupos, el Dr. Skeel descubrió lo siguiente: Los niños del grupo I, que no tuvieron amor personal, para ese tiempo de 20 años, o bien habían muerto o bien se hallaban recluidos en instituciones para enfermos mentales. En cambio los niños del grupo II, que diariamente habían tenido el cariño personal de una jovencita retrasada, todos vivían, todos tenían trabajo bien remunerado, la mayoría contaba con título universitario y todos estaban felizmente casados, con un solo divorcio entre ellos. Algo sorprendente sin duda. Pero ¡obra del amor! Y no de un amor ultra instruido sino de un amor espontáneo de una adolescente retrasada que ella misma hallaba su felicidad en cuidar de "su" niño.

Dos consecuencias Si, como sabemos, es el amor y sólo el amor la fuerza que hace sano al hombre, que le hace auto-aceptado dentro de sí mismo, simpático hacia los demás y eficiente en el trabajo, entonces no pueden evadirse estas dos consecuencias: 1. Lo más grande que un hombre puede hacer por otro es amarlo de veras; el don más valioso que puedes dar al otro es un amor sincero, abierto, claro hacia él. 2. Lo más grande que el hombre puede hacer por sí mismo es dejarse amar, recibir el amor que le den y asimilarlo y así crecer en auto-amor.

¿Estamos quizás lejos del evangelio? Las dos consecuencias anteriores están basadas en los datos de la Psicología Interpersonal. Pero ¿qué nos dice el Evangelio? Tomemos como al azar, de las innumerables enseñanzas sobre el amor, algunas claras e incisivas. Le preguntan al Señor cuál es el mandamiento más importante de la ley y Él responde: "amarás al Señor... y al prójimo como a ti mismo". Y acaba: "De estos dos mandamientos penden toda la ley y los Profetas" (Mt. 22, 34-40).

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"Os doy, dice a sus apóstoles, en la despedida de la última Cena, un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros como yo os he amado... En eso conocerá la gente que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros" (Jn. 13, 34-35). En su maravillosa carta sobre el amor, Juan se pregunta ¿cuál es la esencia del amor cristiano? "¿En qué consiste el amor?", se pregunta; y él mismo se responde: "No en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero". Y saca enseguida la consecuencia: "Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros" (1 Jn. 4, 10-11). Si la esencia del amor cristiano consiste en adelantarse y dar al otro lo que tú querrías que él te diese (Mt. 7, 12), se sigue el amor a los enemigos. Dice el Señor: "pues yo os digo: amad a vuestros enemigos, y rogad por los que os persiguen". Si le preguntamos el porqué de disposición tan estremecedora, Él nos responde lo que ya sabemos: "así seréis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos y caer su lluvia sobre justos e injustos". En efecto, el verdadero amor no nace de las necesidades del amante, sino del amado. Es como si dijera: ama, no porque tú lo necesitas, sino porque lo necesita él; de modo que atrévete a amar incluso al que te cae mal, al enemigo. Y de hecho, si amáis solo a los que os aman, ¿qué mérito tendréis? ¿No hacen eso también los paganos? A vosotros se os pide más; se os pide ser —intentar ser poco a poco— como vuestro Padre Celestial (Mt. 5, 43-48). De todos es bien conocido el himno al amor de San Pablo, (1 Cor. 13) Para San Pablo nada vale, nada hace bien, nada extiende el reino de Cristo si falta el amor. A continuación señala los rasgos del amor cristiano: es paciente y servicial... no envidia... no lleva cuentas del mal... todo espera, todo lo soporta...; y acaba exhortando al amor que, terminada esta vida, será la esencia misma de la vida eterna.

El amor incondicional de Dios Tenemos tan escasa experiencia de sentirnos amados incondicionalmente que el concepto de amor incondicional casi se nos escapa y no lo entendemos. Por eso, quiero insistir en ello. El amor incondicional es, en sí mismo, la fuerza más grande del desarrollo humano. Como decía Leo Buscaglia: bastaría que nos sintiéramos amados incondicionalmente de una sola persona para estar sanos y bien desarrollados.

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En teoría los cristianos sabemos muy bien que Dios nos ama incondicionalmente; pero parece como si lo supiéramos sólo en teoría. Si esa fe no nos transforma, es que existencialmente no creemos en ella. Creemos sólo de labios afuera. Si nos preguntasen de repente ¿qué piensas tú de Dios, estará contento de ti? Creo que la mayor parte responderíamos que no. Porque pensamos, aun sin advertirlo, en nuestro modo de amar, no en el modo divino; pensamos en nosotros, en nuestras deficiencias o suficiencias, como si fueran ellas la razón del amor de Dios, y no en su infinita Magnanimidad. Más en concreto: Dios no nos ama porque somos buenos nosotros, sino porque es bueno Él. La razón última de su amor no está en nosotros sino en Él; de modo que ni nuestra "justicia" nos hace dignos de Dios, ni nuestra "injusticia" indignos. Porque el punto de referencia nunca está en nosotros sino en Él. Dios nos amó primero: antes de todo posible merecimiento de parte nuestra. Como afirma Sto. Tomás: "el amor divino se distingue del humano en que infunde y crea la bondad en las cosas". El hombre ama al que, a su juicio, lo merece; y así supone la bondad del amado. Dios en cambio, ama creadoramente; y así pone la bondad de la persona amada. En el amor del hombre se entremezclan siempre intenciones ulteriores: "tal amistad o amor puede proporcionarme notables ventajas". Dios nos ama sin intenciones ulteriores; el término de su amor, el término total y último, es nuestra misma persona, nuestra felicidad, nuestro ser; Dios busca siempre y sólo que lleguemos a ser nosotros mismos. El hombre ama dentro de un marco de referencia que podríamos llamar la ley del eco: "si tú me amas, yo te corresponderé". Dios nos ama más allá de nuestras obras y por encima de ellas: hace salir su sol sobre buenos y malos y caer su lluvia sobre justos e injustos. Se ve la fuerza de esta visión del amor divino en un ejemplo: si te preguntasen por la razón de un saludo especialmente cariñoso a una persona y tú respondieses: "La saludo con tanto cariño, porque me cae mal", el preguntante se quedaría admirado, atónito, incapaz de entenderte. Tal es el amor incondicional de Dios. Finalmente, el hombre, necesitado de correspondencia, en razón de su debilidad, llega a cansarse de amar: "llevo ya 10 años tratando de hacerle feliz,

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pero... no he conseguido nada; así que lo voy a dejar". Dios nunca se cansa; nunca pierde la ilusión-esperanza respecto a cada uno de nosotros. Incluso, a unos momentos de la muerte, el Ladrón oye: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”.

Nuestra respuesta al amor incondicional de Dios Debería ser triple: 1. Recibir ese amor es decir, creer en él de veras. 2. Asimilar ese amor; es decir, alimentar el sentimiento de dignidad, fuerza, seguridad, confianza... que en tal amor se hallan implicados. 3. Actuar ese amor; es decir, actuar el don de Dios, único, distinto, insustituible, que es cada uno; actuarlo en servicio de los demás.

Amor de Dios y crecimiento humano Vemos por lo dicho que ninguna fuerza hay tan desarrollante como el amor de Dios. Precisamente en razón de su incondicionalidad. El que, superando sus miedos e inseguridades, cree y se entrega a ese amor, infaliblemente se transformará en un hombre nuevo. Abundan los ejemplos de la Sagrada Escritura y de la historia de los Santos. Creyendo en el amor de Dios, Moisés se transforma de indeciso en decidido. (Ex. 3 y 4). Creyendo en ese amor, Gedeón se transforma de auto-derrotado en guerrero invencible. (Jueces, 6 y 7). Bajo el influjo de ese amor creído, Isaías se cambia de pesimista en optimista (Is. 49, 1-6); y Jeremías, de niño apenas balbuciente se convierte en un orador que hace temblar al rey (Jer. 1,4-19)

Conclusión Auto-amor es el amor ajeno recibido y asimilado por el hombre; amor es el auto-amor que, gozoso y seguro de sí, se pone al servicio de los demás. El que busque crecer en auto-amor, que se deje amar; el que busque crecer en amor, que crezca en amor a sí mismo; o sea, en auto-amor.

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En este proceso la fe cristiana tiene un papel decisivo: quien llega a creer en el amor incondicional de Dios, él mismo se ama y valora; y quien así se ama y valora, inevitablemente se pone al servicio de los demás.

Una experiencia de V. Frankl El gran psiquiatra, Víctor Frankl, prisionero en un campo de concentración nazi, cuenta la siguiente experiencia: ...una mañana trágica. Los presos eran conducidos en pelotón a los campos de trabajos forzados. El viento cortaba el aliento y los presos caminaban en silencio. De repente a Frankl le asaltó el pensamiento de su esposa; no un pensamiento frío sino una como visión imaginaria de su figura, su sonrisa, su rostro y hasta el tono de su voz. A Frankl el alma se le llenó de dulzura y olvidó las circunstancias horribles de su caso. En ese momento, nos dice él: "Un pensamiento me traspasó: por primera vez en mi vida vi la verdad tan cantada por los poetas y proclamada por los pensadores como la última sabiduría; la verdad que el amor es la última y más elevada meta a que puede aspirar el hombre. Entonces comprendí el significado de ese gran secreto que poesía, reflexión y fe han querido revelarnos: LA SALVACIÓN DEL HOMBRE VIENE CON EL AMOR Y POR EL AMOR. Entendí entonces cómo un hombre, aun privado de todo en este mundo, puede, contemplando a su amada, entrever, siquiera por un momento, un atisbo de la gloria. En situación de total desposeimiento, cuando el hombre no puede expresarse en acción alguna positiva, cuando su única salida es enfrentar honradamente el sufrimiento, aun en ese caso el hombre puede alcanzar la plenitud a través de la contemplación de la persona amada. Por primera vez en mi vida fui capaz de entender el significado de estas palabras: "los ángeles se pierden en la contemplación perpetua de la gloria infinita".

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Grupos Nota: el amor, de que aquí estamos hablando, conlleva dos cosas: un acoger y valorar al otro en su realidad personal única, elemento interior, y un manifestar ese acogimiento en signos exteriores, elemento exterior. En terminología del Análisis Transaccional llamamos a ese conjunto "caricias". "Caricia" es todo signo con que manifestamos al otro que lo tomamos en cuenta. Las caricias son pues el alimento de la persona, algo así como la comida es el alimento del cuerpo. Esto supuesto, nos hacemos las siguientes preguntas: 1. ¿Das tú caricias suficientes a aquellos con quienes convives? ¿O te inhibes cuando se trata de expresar un sentimiento de admiración, estima, aprecio... a otros? ¿Tomas en cuenta los triunfos ajenos y los celebras? 2. ¿Recibes tú caricias con libertad espiritual? Cuando alguien te alaba, ¿cómo sueles sentirte: libre internamente o como paralizado? 3. Al final del libro esto sabemos con certeza: sólo hay un camino para hacerse hombre completo: recibir amor si quieres crecer tú mismo; dar amor si aspiras a ayudar al crecimiento de los demás. ¿Estás de acuerdo con estas ideas?

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