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Psicología de la risa ¿Cuáles son los mecanismos cerebrales que posibilitan distintas reacciones ante un chiste o jueg

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Psicología de la

risa

¿Cuáles son los mecanismos cerebrales que posibilitan distintas reacciones ante un chiste o juego de palabras? RICHARD WISEMAN

Versión abreviada de un capíciencia de la vida cotidiana”, por Richard Wiseman. Temas de hoy, 2008.

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BRIAN FISCHBACHER

tulo de “Rarología: La curiosa

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y luego calificar cuán divertidos encontraban los chistes, seleccionados aleatoriamente del archivo. De cumplirse lo previsto, en el transcurso de un año dispondríamos de una ingente colección de chistes y evaluaciones procedentes de todo el mundo. Procederíamos luego al análisis científico de qué era lo que hacía reír a los diversos grupos de personas y qué chiste movía a la sonrisa general. Aprobado por el BAAS, el LaughLab inició su camino. El lanzamiento de la página web fue un éxito. En las primeras horas inmediatas a su presentación, se cosecharon más de 500 chistes y 10.000 valoraciones. Los participantes debían evaluar cada chiste en una escala de cinco puntos que iba de “no muy gracioso” a “muy gracioso”. Para simplificar nuestro análisis, reunimos las valoraciones “4” y “5” bajo el encabezamiento “Sí, es un chiste muy cómico”. Al final de la primera semana examinamos los envíos. Una parte sustancial del material, bastante deficiente, recibió valoraciones mediocres. Ni siquiera los mejores chistes lograron el aplauso del 50 por ciento de los participantes. Entre el 25 y el 35 por ciento encontraron graciosos los siguientes chistes, que se auparon a los primeros lugares de la lista: Una profesora está de mal humor y quiere descargarlo en su clase. Con tono destemplado, les dice: “¡todos los que crean que son tontos, que se levanten!” Después de unos segundos se levanta sólo un niño, muy despacio. La profesora, dirigiéndose a él, afirma: “Así que crees que eres tonto”. “No...”, le responde el niño, “pero no puedo soportar que usted sea la única que está de pie”. ¿Ha oído usted hablar del hombre que estaba orgulloso porque había completado un puzzle en media hora? Al fin y al cabo en la caja decía “de 5 a 6 años”. Los chistes que están en las mejores posiciones comparten un rasgo: provocan en el lector un sentimiento de superioridad. No observamos en principio que las personas rían con frecuencia cuando se sienten superiores a los demás. Pero no es difícil encontrar pruebas de tal hipótesis. En la Edad Media se buscaban enanos y jorobados para muchos divertimentos. En la época victoriana se reían de los pacientes de los asilos psiquiátricos y de los hombres deformes de los “gabinetes de monstruos”.

© iSTOCKPHOTO / LEO BLANCHETTE

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n los años setenta del siglo XX hubo, en el contexto de la serie cómica de los Monty Python Flying Circus, un episodio que giraba en torno a la idea de encontrar el chiste más divertido del mundo. La escena se retrotraía a los años cuarenta: Ernest Scribbler [“Ernesto escritorzuelo”] concibe el chiste, lo escribe y muere inmediatamente de risa. El chiste se prueba tan divertido que mata en el acto a todo el que lo lee. El asunto llega al mando del ejército británico, que reconoce en él una potencial arma letal; se confía a un equipo de varias personas traducir el chiste al alemán. Cada uno de los miembros del grupo traduce sólo una palabra, para evitar su efecto dañino. Luego, se les lee en voz alta el chiste a los soldados alemanes, que, atenazados por la risa, no pueden luchar. Al final del episodio, se intercala la escena de una sesión especial de la Convención de Ginebra, en la que los delegados deciden proscribir la guerra de chistes. Experimenté en mi propia carne un ejemplo de cómo la vida a veces imita al arte. En junio de 2001 recibí una solicitud de información de la Asociación Británica para el Avance de la Ciencia (BAAS). La venerable sociedad científica se proponía organizar un proyecto que pudiese ser el centro de un festival científico nacional. Duraría un año entero y debía ser un experimento ambicioso que atrajese la atención del público. En el caso de que yo estuviese interesado en ello y en planear algo, ¿qué problema querría investigar? Tras haber desechado algunas ideas, vi casualmente una repetición del episodio de Monty Python con Ernest Scribbler. Así me vino la idea de buscar el chiste más gracioso del mundo. Cada vez que traía el tema a la conversación, despertaba debate. Unos me preguntaban si podía haber realmente algo así como el chiste más gracioso del mundo. Otros creían imposible someter el humor a un análisis científico. Y casi todos eran lo suficientemente amables como para contarme sus chistes preferidos. Expuse a la BAAS mi proyecto: de alcance internacional y operado a través de Internet, se titularía LaughLab (“laboratorio de la risa”). Abriría una página en la Red que constase de dos partes. En una, el público iría introduciendo su chiste preferido, que se grababa en un archivo. En la otra sección, los visitantes podían responder a algunas preguntas sencillas sobre su persona (sexo, edad y nacionalidad)

Según Freud los chistes son una válvula psicológica de seguridad: impiden que la presión de lo reprimido sea demasiado grande; son un modo de manejar todo lo que nos causa un sentimiento de angustia.

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© FOTOLIA / DMITRI MIKITENKO © iSTOCKPHOTO / SHARON MEREDITH

Resolvemos la contradicción generada por el desenlace del chiste y la sorpresa asociada con ello nos hace reír. En el equipo del LaughLab nos proponemos averiguar los mecanismos cerebrales subyacentes.

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La teoría de la superioridad explica también por qué a veces se ponen en ridículo a grupos enteros. Los ingleses suelen hacer chanza de los irlandeses, los estadounidenses se ríen de los polacos, los canadienses de los habitantes de Terranova, los franceses de los belgas y los alemanes de los originarios de Frisia oriental. En todos los casos la cuestión es que un grupo se quiere sentir mejor a costa de otro. En 1997, Gregory Maio, de la Universidad de Cardiff de Gales y sus colegas, investigaron cómo repercuten las bromas que juegan con la superioridad en la percepción de las personas que sirven de blanco. El estudio se desarrolló en Canadá; ocupaba el centro el grupo al que los canadienses acostumbran representar como tontos: los habitantes de Terranova (los “Newfies”, en su argot). Antes del experimento se dividió de modo aleatorio a los voluntarios en dos grupos. Los pertenecientes a cada grupo debían contar una serie de chistes en una grabadora, supuestamente porque se quería averiguar qué propiedades hacían sonar a una voz cómica o seria. Los probandos de un grupo leían en voz alta chistes no referidos a los Newfies; los del otro grupo lo hacían con chistes clásicos de Newfies (por ejemplo con el conocido retruécano: “Un amigo mío ha oído que cada minuto una mujer trae al mundo un niño. El opina que ella debería hacer un alto”). Después, todos los probandos debían poner por escrito sus opiniones sobre las características de los habitantes de Terranova. Quienes habían leído antes los chistes de Newfies, clasificaron a los habitantes de Terranova, con mayor frecuencia, como torpes, bobos, cortos de mente. No así los otros. Igualmente, y de modo alarmante, hay trabajos de investigación según los cuales los chistes que apelan a un sentimiento de superioridad repercuten en la autoimagen de las personas. Jens Förster, de la Universidad Internacional de Bremen, examinó la inteligencia de ochenta mujeres con diferentes colores de pelo. La mitad de ellas debía leer en voz alta chistes en los que las rubias parecían tontas; a continuación, se las sometió a todas a un test de inteligencia. Las mujeres rubias que poco antes habían leído los chistes, obtenían en el test un CI significativamente inferior al de sus compañeras rubias del grupo control. Los chistes influyen, a buen seguro, en la autoconfianza y en la actitud, lo que significa que crean un mundo en el que los tópicos de los chistes se hacen realidad.

En el LaughLab comprobamos que la teoría de la superioridad se encuentra revestida del antiguo ropaje de la lucha de sexos. El 25 por ciento de las mujeres encontraron divertido este chiste, frente al 10 por ciento de los varones: Un hombre casado se subió a una báscula de feria que, al pesarle, le predecía también el futuro, y echó una moneda: “Escucha”, le dijo a su mujer mientras le enseñaba la cartulina blanca: “Aquí dice que soy enérgico, inteligente, creativo y sobre todo un hombre increíble”. “Sí”, asintió su mujer, “y tampoco acertó tu peso”. Por qué los hombres y las mujeres evalúan de modo tan distinto este chiste parece obvio: el blanco es un hombre, y por eso a las mujeres les encanta. Pero ésa no es la única interpretación posible. Cabría también pensar que las mujeres, por principio, encuentran los chistes más divertidos que los hombres. En un estudio se investigó a lo largo de un año 1200 ejemplos aislados de risa en conversaciones cotidianas. Como se comprobó, el 71 por ciento de las mujeres se ríen cuando un hombre cuenta un chiste, pero sólo el 39 por ciento de los hombres se ríen cuando es la mujer la que cuenta el chiste. Se ha comprobado que los hombres cuentan muchos más chistes que las mujeres. En un estudio ya clásico, más de 200 estudiantes tenían que poner por escrito todos los chistes que hubieran oído a lo largo de una semana, junto con el sexo de la persona que lo contaba. En conjunto, el grupo recopiló más de 604 chistes, el 60 por ciento de los cuales procedía de varones. Según la opinión de algunos expertos, tales diferencias obedecerían a que las mujeres evitan los chistes que contienen alusiones sexuales o que tratan de comportamientos agresivos. Otros buscan las causas de las diferencias en la interrelación entre risa, chiste y posición social. Las personas de mayor rango cuentan, por lo regular, más chistes que los que ocupan una posición jerárquica inferior. Las mujeres, tradicionalmente, están en un peldaño social inferior a los hombres y quizá por eso han aprendido a reír los chistes más que a contarlos ellas mismas. Curiosamente, la relación entre posición y contar chistes tiene una excepción en la autorridiculización: las personas que pertenecen a las categorías sociales inferiores

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Un hombre va al hospital para una revisión. Después de una semana de pruebas, el médico se le acerca y le dice: “Tengo una noticia buena y otra mala”. “¿Cuál es la mala?”, pregunta el hombre: “Me temo que tiene usted una enfermedad rara e incurable”. “Dios, mío, es terrible”, confiesa el paciente. “Y, ¿cuál es la buena?” “Bien”, responde el médico, “le vamos a poner su nombre”. Algunos de los chistes enviados nos permitieron someter a prueba la teoría de Freud. Las personas mayores, por lo regular, se preocupan mucho por las consecuencias del envejecimiento. ¿Encontrarían tan graciosos, como los jóvenes, los chistes sobre la pérdida de memoria y cosas semejantes? Freud afirmaría que sí; pero, ¿lo confirmarían también nuestros datos? Hurgamos en nuestro archivo y escogimos algunos chistes que giraban en torno al problema del envejecimiento, entre ellos el siguiente: Una pareja de ancianos ha sido invitada a comer en casa de otra pareja. Después de comer, las dos mujeres se levantan y van a la cocina. Los maridos siguen charlando. Uno dice: “Ayer por la noche estuvimos en un nuevo restaurante que era realmente extraordinario. Te lo recomiendo”. Y le pregun-

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Los jóvenes no le ven la gracia al chiste. En promedio, sólo un veinte por ciento de los menores de treinta años lo consideraron divertido; en el grupo de los mayores de sesenta años, un cincuenta por ciento creían que era cómico. Con otras palabras, nos reímos de aspectos de nuestra vida que encontramos especialmente intimidatorios. Hace un par de años, Graham Ritchie y Kim Binsted desarrollaron un programa capacitado para inventar chistes. Nos interesaba saber si el ordenador podía contar chistes más divertidos que las personas; introdujimos, pues, en LaughLab algunos de los mejores chistes escritos por la computadora. En su mayoría, recibieron la peor calificación de todos los chistes contenidos en el archivo. Un chiste de ordenador, sin embargo, conoció un éxito sorprendente, dejando atrás a 250 chistes enviados por personas. “What kind of murderer has fibre? A cereal killer” (“¿Qué clase de asesino tiene fibra? Un asesino en serie” [cereal se pronuncia en inglés igual que serial]) Es un ejemplo de una forma común de chistes: el juego de palabras. Según la teoría admitida, encontramos graciosos esos chistes por su relación con la noción de absurdo. Nos reímos de cosas que nos sorprenden porque parecen fuera de lugar. Y nos divierten ciertas salidas porque rompen con la expectativa. En muchos chistes hay también un desequilibrio entre los antecedentes y el desenlace del chiste. Sea por caso:

© iSTOCKPHOTO / SHARON DOMINICK

ta el otro: “¿Cómo se llamaba el restaurante?” El primero piensa un rato y pregunta a su vez: “¿Cómo se llama esa flor que a veces se le da a una mujer cuando se está enamorado de ella? Ya sabes... es roja y tiene pinchos”. “¿Te refieres a una rosa?” “Sí, eso”, responde el otro. Entonces va en dirección a la cocina y grita: “Rosa, ¿cómo se llamaba el restaurante en el que estuvimos ayer?”.

Las personas que combaten su estrés con el humor tienen un sistema inmunitario más sano; sufren un 40 por ciento menos de infartos de miocardio o apoplejías, tienen menos dolores en los tratamientos dentales y viven cuatro años y medio más.

Two fishes in a tank. One turns to the other and says: “Do you know how to drive this?” (Dos peces en un tanque. Uno se dirige al otro y le dice: “¿Sabes conducir esto?”)

© iSTOCKPHOTO / ROYCE DEGRIE

hacen sátira de sí mismos en los chistes con mucha mayor frecuencia. También a Freud le fascinaba el humor y escribió en 1905 El chiste y su relación con el inconsciente. En el modelo freudiano de la mente, toda persona tiene pensamientos sexuales y agresivos, pero la sociedad no nos permite vivir plenamente tales anhelos. Por eso se esconden en lo profundo del inconsciente y sólo salen a la luz cuando nos equivocamos al hablar (los famosos actos fallidos freudianos) o en el sueño y en determinadas formas del psicoanálisis. Según Freud, los chistes constituyen una válvula de seguridad psicológica: impiden la desmesura de la presión de lo reprimido; son un modo de manejar todo lo que nos causa un sentimiento de angustia. Aunque el propio Freud se consideraba científico, no podemos contrastar muchas de sus ideas. A pesar de todo nos contaron muchos chistes que fueron enviados al LaughLab para su análisis. La mayoría de los chistes aludían al estrés en un matrimonio sin amor, la potencia sexual y, naturalmente, la muerte.

La primera frase evoca la imagen de peces en un acuario. Pero el desenlace nos sorprende: ¿por qué tienen que conducirlo los peces? En

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BIBLIOGRAFIA COMPLEMENTARIA H U M O R I N N EGRO A N D WHITE SUBCULTURES — A STUDY OF JOKES AMONG UNIVERSITY STUDENTS. M.

Middleton y J. Moland en American Sociological Review, vol. 24, págs. 6169; 1959. HUMOR AND IMMUNE SYSTEM FUNCTIONING. H. Lef-

court, K. Davidson-Katz y K. Kueneman en International Journal of Humor Research, vol. 3, págs. 305-321; 1990. TELLING JOKES THAT DISPAR AGE SOCIAL GROUPS — EFFECTS ON THE JOKE TELLER’S STEREOTYPES. G. R.

Maio, J. M. Olson y J. Bush en Journal of Applied and Social Psychology, vol. 27, n.o 22, págs. 1986-2000; 1997. COMPUTATIONAL RULES FOR

el siguiente instante nos viene a la memoria que la palabra “tanque” en inglés tiene dos significados y que los peces, en realidad, se encuentran en un carro de combate. Resolvemos la contradicción generada por el desenlace y la súbita sorpresa asociada con ello nos hace reír. Los miembros del equipo del LaughLab queríamos descubrir qué ocurría en el cerebro. Me dirigí a Adrian Owen, neurocientífico de Cambridge, en demanda de ayuda. Adrian se asoció con el profesor Steve Williams del Instituto de Psiquiatría. Mediante la técnica de la resonancia magnética funcional (fMRI) se aprestaron a investigar qué acontecía en el cerebro humano cuando las personas se reían de algunos de los mejores chistes de nuestro proyecto. Y se puso de manifiesto que el hemisferio cerebral izquierdo es la parte dominante cuando estructuramos el contexto inicial de la historia (“Dos peces en un tanque”); en cambio, un área pequeña del hemisferio derecho proporciona las capacidades creativas requeridas para el reconocimiento de que la situación descrita se puede ver de un modo completamente distinto y frecuentemente bajo una perspectiva surrealista: (“Uno se dirige al otro y le dice: ¿Sabes conducir esto?”) Nuestros resultados se muestran coherentes con otras investigaciones que expresan que las personas cuyo hemisferio cerebral derecho está dañado no entienden los chistes ni reconocen los aspectos cómicos de la vida. Prestemos atención al comienzo del siguiente chiste y consideremos cuál de los tres desenlaces es el correcto:

PUNNING RIDDLES. K. Bins-

ted y G. Ritchie en International Journal of Humor Research, vol. 10 n. o 1, págs. 25-76; 1997.

En un lugar muy animado un hombre se acerca a una mujer y le pregunta: “Disculpe, ¿ha visto usted por alguna parte a un policía?” “Lo siento”, dice la mujer, “hace mucho que no veo ninguno”.

LAUGHTER — A SCIENTIFIC INVESTIGATION . R. Provi-

Posibles desenlaces:

ne. Viking; Nueva York, 2000. DOES RELIGION AFFECT HUMOR CREATION? A EXPERIMENTAL STUDY. V. Saroglou

“Genial, pues déme ahora mismo su reloj y su collar”. Sí, de acuerdo, pero, ¿sabe usted?, hace media hora que estoy buscando uno. El béisbol es mi deporte favorito.

y J. M. Jaspard en Mental Health, Religion, and Culture, vol. 4, págs. 33-46; 2001.

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Por supuesto que el desenlace correcto es el primero. El segundo tiene cierto sentido, pero no es gracioso. Y el tercero no es ni sensato ni divertido.

Las personas con el hemisferio cerebral derecho dañado eligen el tercer desenlace con más frecuencia que los dotados de un cerebro sano. Los sujetos en cuestión sí saben que el chiste tiene que tener un final sorprendente, pero no reconocen que se puede interpretar de modo sensato sólo uno de los desenlaces. Los nuevos resultados de las investigaciones hablan de una relación entre la risa, la superación del estrés y el bienestar. De este modo, las personas que contrarrestan el estrés con el humor tienen un sistema inmunitario sano; sufren un 40 por ciento menos de infartos de miocardio o apoplejías, tienen menos dolores en los tratamientos dentales y viven cuatro años y medio más. Como puso de relieve un ensayo realizado en 1990, la contemplación de un vídeo de Bill Cosby aumenta la producción de la inmunoglobulina A en la saliva, una sustancia que contribuye decisivamente a evitar las infecciones de las vías respiratorias. Las consecuencias corporales de la risa también han sido investigadas en muchos otros trabajos. Michael Miller y sus colegas de la Universidad de Maryland se dedicaron en 2005 a la relación entre la actitud de encontrar el mundo gracioso y las paredes internas de los vasos sanguíneos. Cuando los vasos se dilatan, el organismo está mejor irrigado y la circulación es más estable. Los probandos vieron escenas de películas que provocaban angustia (como la primera media hora de Salvar al soldado Ryan) o que hacían reír al espectador (como la escena del orgasmo de Cuando Harry encontró a Sally). Con el estrés desencadenado por las películas el riego sanguíneo de los probandos disminuyó en torno a un 35 por ciento; al ver las escenas graciosas, por el contrario, se incrementó un 22 por ciento. Sobre la base de estos resultados, los científicos recomiendan que toda persona debería reír diariamente al menos 15 minutos. A la vista de la ventaja corporal y psíquica de la risa, no es sorprendente que algunos científicos se hayan ocupado de las diferencias entre las personas a ese respecto. De Vassilis Saroglou, de la Universidad Católica de Lovaina, provienen algunos trabajos interesantes en esta área. Según la convicción de Saroglou se da una incompatibilidad natural entre el fundamentalismo religioso y el humor. Producir y valorar el humor requiere un sentimiento de lo ingenioso, un amor por la contradicción y una gran capacidad para soportar

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dividió a los voluntarios en tres grupos. Dos de ellos recibieron imágenes de películas distintas: uno, tomas graciosas de un programa francés de humor y el otro, grabaciones de orientación religiosa, entre ellas un documental sobre las peregrinaciones a Lourdes, escenas de “Jesús de Montreal” y un debate entre un periodista y un monje en torno a los valores espirituales. El tercer grupo no vio ninguna película; constituía el grupo control. A continuación, los probandos tuvieron que llevar a cabo la misma tarea que antes y decir algo cómico. En conjunto, los voluntarios que habían visto películas divertidas, mostraron más del doble de reacciones cómicas que el grupo control; los que habían contemplado escenas religiosas quedaron en tercer lugar. Los resultados permiten concluir que las impresiones religiosas impiden mitigar las consecuencias molestas de la monotonía diaria. Al final de nuestro proyecto LaughLab coleccionamos 40.000 chistes que habían sido evaluados por más de 350.000 personas de 70 países. Estudiamos a fondo el archivo. Y elegimos nuestro número uno. Este chiste fue calificado como gracioso al menos por el 55 por ciento de los participantes:

© iSTOCKPHOTO

la inseguridad. El humor comprende también la mezcla de elementos que no concuerdan, amenaza la autoridad y contiene alusiones sexuales explícitas. Pertenece a la risa, además, la pérdida del autocontrol y la autodisciplina. Todos estos elementos, para Saroglou, son precisamente antítesis del fundamentalismo religioso, cuyos partidarios, como ha mostrado la investigación, valoran las actividades serias más que los juegos, la seguridad más que la inseguridad, el sentido más que lo absurdo, el autodominio más que la impulsividad y la autoridad más que el caos. Impaciente por confirmar empíricamente su hipótesis, Saroglou hizo un experimento bastante insólito. En una parte de su estudio hizo rellenar un cuestionario a los voluntarios, en el cual debía averiguarse el grado de su fundamentalismo religioso. Tenían que indicar en qué medida estaban de acuerdo con ciertas ideas; por ejemplo: la de que una teoría determinada contiene verdades fundamentales, que las fuerzas del mal actuaban contra estas verdades o que se las debía someter con ayuda de determinadas normas firmes. En otro experimento, a los participantes se les mostraban 24 imágenes con diferentes situaciones cotidianas frustrantes y debían detallar en cada caso cómo reaccionarían. A continuación, el encargado del experimento evaluaba cuánto humor ponían los voluntarios en las respuestas. Una de las escenas mostraba, por ejemplo, cómo alguien tropezaba y caía al suelo ante los ojos de dos conocidos. Uno le preguntaba: “¿Te has hecho daño?” Aunque una respuesta simple a esta pregunta sería “No, estoy bien”, la contestación “No lo sé, aún no he llegado abajo del todo” sería una reacción con mayor carga de humor. Tal como había previsto, Saroglou encontró una estrecha relación entre el fundamentalismo religioso y el humor. Los fundamentalistas dan, sin excepciones, respuestas mucho más serias que los otros. Como casi siempre, cuando se ha confirmado en la investigación una relación entre unos cuantos factores, se hace difícil distinguir causa y efecto. Quizás un escaso sentido del humor desemboque en posturas fundamentalistas. Pero tal vez sea correcta también la hipótesis de Saroglou y una postura fundamentalista impide que se vean los aspectos divertidos de la vida. Para discernir entre estas dos posibilidades Saroglou planeó un segundo estudio. Esta vez

BIBLIOGRAFIA COMPLEMENTARIA SENSE OF HUMOR AND RELIGION: AN A PRIORI INCOMPATABILITY? V. Saroglou en

International Journal of Humor Research, vol. 15, págs. 191-214; 2002. RELIGIOUSNESS, RELIGIOUS F U N DA M EN TA L I S M , A N D

Dos cazadores van por el bosque; de repente, uno cae redondo. Parece que no respira y sus ojos están vidriosos. El otro saca su móvil y llama a urgencias: “Mi amigo está muerto”, jadea, “¿qué debo hacer?” “Cálmese”, dice el hombre al otro extremo de la línea. “Primero debemos saber si realmente está muerto.” Silencio. Luego, el hombre escucha un disparo. El otro tipo agarra de nuevo el teléfono y dice: “De acuerdo, ¿y ahora qué?”.

QUEST AS PREDICTORS OF HUMOR CREATION. V. Sa-

roglou en International Journal for the Psychology of Religion, vol. 12, págs. 177-188; 2002. RISKY AND CAREFUL PROCESSING UNDER STEREOTYPE THREAT — HOW REGULATORY FOCUS CAN ENHANCE

Después de un año, la búsqueda del chiste más divertido de mundo llegó a su fin. ¿Lo habíamos encontrado realmente? De hecho no creo que lo haya. Si de nuestra exploración del humor podemos sacar una lección es ésta: cada persona encuentra divertida una cosa diferente. Las mujeres se ríen de los chistes en los que los hombres parecen bobos. Las personas mayores se ríen de los chistes en los que se trata de la pérdida de memoria y las perturbaciones auditivas. Los que no tienen poder se ríen de los que lo tienen. Ningún chiste hace reír a todos por igual. Nuestro cerebro no funciona de manera simple.

AND DETERIORATE PERFORMANCE WHEN SELF STEREOTYPES ARE ACTIVE. J. Förs-

ter y B. Seibt en Journal of Personality and Social Psychology, vol. 87, págs. 38-56; 2004. HUMOR. H. M. Lefcourt en

Handbook of Positive Psychology, dirigido por C. R. von Snyder y S. J. López, págs. 619 - 631. Oxford University Press; Oxford,

Richard Wiseman es profesor de psicología en la Universidad de Hertfordshire en Hatfield.

2005.

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