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Espiritualidad en el Enfermo. La Vida Espiritual Dios se ha revelado al hombre, lo que Él es y lo que ha hecho por cada uno de nosotros, desde la Creación del Universo hasta nuestros días. Ha manifestado su gran amor creador, redentor e iluminador, y es en esta donación de Dios donde se funda nuestra vida espiritual1, vida espiritual que es esa respuesta a Alguien (Dios) que nos interpela y funda nuestra respuesta, es decir, la fe. La relación entre Dios y el hombre es una relación “dialogal”, constante apertura del uno al otro. Apunta J. Alfaro: “Dios habla y se revela así mismo. Dios se da así mismo como garantía de verdad y de salvación”. El camino espiritual es el crecimiento y maduración de la vida divina en nosotros, es la realización de esta relación interpersonal entre Dios y el hombre. Este diálogo permite el desarrollo de la semilla divina puesta en el hombre por el acto redentor de Dios. El Bautismo constituye, precisamente, el momento de la inserción en el hombre del dinamismo de la vida divina como se ha revelado en el misterio pascual. Tarea del hombre es tomar conciencia de esta realidad y favorecer el dinamismo interior.

1. Fuentes de la vida espiritual2 o La Palabra de Dios: constituye la raíz primordial porque genera la fe. o La Sacramentalidad: en la Iglesia y en los sacramentos se da el encuentro con Cristo. o El testimonio: Sobre todo de los hombres y mujeres santos que han vivido y viven fielmente su condición de hijos de Dios. o El rostro del hermano: Como signo máximo de autenticidad, ya que el amor afectivo a Cristo se da en cada hermano. Estas fuentes nos tienen que llevar a vivir como Jesús vivió, como nos lo dice el Apóstol Pablo: “Tengan pues los mismos sentimientos que corresponden a quienes están unidos a Cristo Jesús.” (Flp 2,5) Donde según San Pablo lo que

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Por vida espiritual entendemos: “La vida según el Espíritu de Jesús. Es el seguimiento de Jesús, que supone un esfuerzo por vivir como Él vivió, haciendo nuestras sus actitudes y prosiguiendo su causa. Es el modo concreto de vivir nuestra condición de bautizados. Es la manera específica de vivir el Evangelio, en la Iglesia y desde la Iglesia, en un tiempo y lugar determinados”. VALADEZ FUENTES S. Espiritualidad Pastoral, ¿Cómo superar una pastoral “sin alma”?, Paulinas, 2005, p. 18. 2 Cfr. GALILEA S. El camino de la espiritualidad, Paulinas, Bogotá, 1990, p. 27.

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anima al discípulo de Cristo es la urgencia interior de que si Cristo ha muerto por todos, todos hemos muerto y debemos vivir para Cristo (Cfr. 2Cor 5,14-15).

2. Tres actitudes fundamentales La vida espiritual en el hombre seguidor de Cristo debe caracterizarse por tres actitudes fundamentales, que solemos llamar virtudes teologales, las cuales están conectadas entre sí en el quehacer y experiencia de gracia del hombre: Fe, esperanza y caridad. La tradición teológica afirma que la fe, esperanza y amor no son virtudes morales. Fe, esperanza y amor no son meramente efectos de la fuerza moral del hombre, sino más bien las fuerzas divinas que renuevan al hombre desde lo más íntimo de su ser. Por eso, el que sean virtudes teologales en contraposición a virtudes morales, quiere decir, que su objeto formal no es la moralidad del hombre sino la vuelta del hombre a Dios; que consisten en liberar al hombre de moverse por propia preocupación moral sobre sí, moviéndose por esa esperanza a la que la fe y ese Amor por el que se encuentra llamada la fe. o Fe: Frente a Dios que habla la actitud de confianza del hombre se convierte en fe. Una fe que es creer en Dios y creer a Dios. Es en este modo que el hombre es capaz de descubrirse en el plano de la obra de Dios en la historia de su vida. Por eso, podemos definir la fe como: Una apertura vital por parte del creyente o como justa actitud creyente. La actitud que lleva a creer en el Amor como fuente de todo. o Esperanza: La base de la confianza - fe será la esperanza en la promesa revelada por Dios, por medio de su Palabra. La fe se convierte, por tanto, en la respuesta a la búsqueda del sentido de la vida. La esperanza la podemos entender como la capacidad de fiarse, de creer y de amar. Es por tanto, la consecuencia lógica de la fe. Teniendo su fundamento en la certeza que Dios se manifiesta en la encarnación de su Hijo que se revela plenamente en la Pascua. El fiarse, base de la esperanza, implica una cierta donación de la persona como garantía de la seguridad para la otra. En el misterio pascual el hombre encuentra esta garantía en el amor oblativo del Hijo al Padre por nosotros. En el misterio pascual se desvela la plenitud de la vida y lleva a plenitud el amor de Dios a los hombres. o Amor: Desde la capacidad de amar el hombre descubre que es constantemente llamado por Dios que le ama antes. Caer en la cuenta de esto provoca en el hombre un desconcierto, es necesario abrirse a este amor que se recibe como don y perderse en él, es por este encuentro dialogante que el hombre es plenificado. 2

Por eso, el amor es el motor de toda la vida espiritual, tiene su fundamento en la autodonación amorosa con la cual Dios invita al hombre a aceptar su amistad, es una llamada a centrar en Dios aquello que está en lo más intimo de nuestra existencia. La actitud oblativa es lo que hace preciosa a los ojos de Dios la muerte de Cristo, su amor obediente que lo ha llevado a darse para que los hombres tengamos vida. (Cfr. Jn 10,10) El misterio pascual ha sido introducido en el cristiano por el Bautismo, por lo que la vida debe expresar la actitud oblativa de Cristo.

3. La Fe, Esperanza y Caridad en la experiencia del sufrimiento Fe, esperanza y caridad expresan la esencia de la realización de la vida espiritual. Están al centro de la vida de oración, sentido Transcendental o Fe: aceptar libremente la revelación, Dios se autocomunica, se da a sí mismo en su palabra, como garantía de verdad y salvación, que encuentra su culmen en la pasión y muerte. o Esperanza: su fundamento es Dios en la actitud eminentemente personal de la promesa. El primer significado de la promesa es una invitación personal a la confianza en medio del dolor, el sufrimiento y de la enfermedad. o Caridad: su fundamento es la actitud divina eminente personal por excelencia, la autodonación amorosa en la enfermedad, dolor y sufrimiento con la cual Dios invita al hombre a aceptar su amistad. La gracia hace que nos sintamos hijos de Dios, es una llamada interior a centrar en Dios lo más íntimo de nuestra existencia: el amor. El sufrimiento está siempre, en la vida espiritual, no hay crecimiento sin la experiencia de morir. Cristo ha indicado con claridad la angustia que comporta su seguimiento: “si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.” (Mt 16,24) Y esto porque toda la vida espiritual nace del misterio pascual. La originalidad de la vida del hombre de fe con Dios en el sufrimiento se ve en la “hora” de la pasión de Jesús. Allí su comunión con el Padre y la unión a su voluntad, asume una forma de tensión, parece una oposición entre su voluntad y la del Padre. Después es superada, por eso, se nos habla de una transformación que ha ocurrido en Cristo. Es el único lugar donde la comunión de Jesús con el Padre asume esta modalidad. Por último, la fe, esperanza y amor expresan la esencia del desarrollo de la vida espiritual que junto a la oración forman parte del camino ascético que ayudará ver desde la experiencia pascual el sufrimiento, la soledad y la enfermedad. El itinerario de la vida espiritual y la maduración de la misma es 3

sintonizar con lo más profundo del ser humano y detectar allí la auténtica voz de Dios en medio de muchas interpretaciones que pueden obstaculizar esta sintonía.

Espiritualidad en el momento de la enfermedad y del sufrimiento En las directrices para la Pastoral de la Salud en México no. 6 leemos que la enfermedad es un “mal existencial” pero ¿qué entender por “malestar existencial”? Se dice que la enfermedad es un malestar existencial porque la persona se encuentra frente a la fragilidad misma de la vida, además, porque esta experiencia hace que el ser humano: 1º Se siente traicionado por su cuerpo: Cuando llega la enfermedad la persona se siente en primer lugar traicionada por una parte de sí mismo, su cuerpo, ya que antes de la enfermedad le decía: levántate y se levantaba, come y comía, corre y corría, has esto y lo hacía, pero con la enfermedad le dice lo mismo y no responde, lo que lo lleva a sentirse muy mal. Pero la situación se complica cuando al no poder por sí mismo, necesita de los otros, llegando a experimentar la dependencia incluso para las cosas más pequeñas y básicas de su vida. 2º Se siente solo: El enfermo está en una nueva etapa de su vida donde ni él mismo entiende lo que pasa, por eso, el llegar a decir, te entiendo, no es lo más adecuado. Además muchas veces en cuanto empieza a externar lo que vive, es fácil que los demás lo callen diciéndole, no digas eso, pero qué dices, impidiendo que saque lo que siente y vive, aumentando la incomprensión y la soledad, porque no dejamos que externe, que hable, que diga lo que vive. 3º Abandonado por Dios: Ya que después de orar desde lo profundo de su corazón y lleno de sinceridad dirigiéndose a Dios para que los resultados salgan negativos, para que el diagnóstico no sea positivo, y los es, por eso, se siente que Dios no los ha escuchado, de qué sirvieron sus oraciones?, se cuestionan sobre su existencia llegándose a enojar con Él. 1. Una experiencia pascual El hombre de frente al dolor, a la enfermedad y el sufrimiento; tiene de frente la pasión y muchas veces, siente la muerte cercana, por lo que ante esta realidad la decisión misma está invitada a tener una estructura pascual, porque tiene un aspecto de muerte, de renuncia, cada decisión humana es pasar de una muerte para llegar a una libertad, para crecer en la madurez humana y 4

espiritual, para ir hacia la edad adulta de la fe en Cristo. Así, el hombre es progresivamente transformado desde el conjunto de las decisiones de su vida, también ésta es asumida con responsabilidad, o sea, con decisión libre y voluntaria. Se necesita un paso que debe atravesar el discípulo de Cristo, siguiendo su ejemplo, ya que la pascua de Cristo está constituida en el paso de una condición de esclavitud a la libertad de hijos de Dios, y nuestros sufrimientos deben ser insertados en Cristo (1Cor 5, 7) purificándonos de la levadura vieja, para ser masa nueva; porque nuestro cordero pascual, Cristo, ha sido inmolado. Se realiza a lo largo de nuestra vida terrena, en la realización del “misterio pascual”, o sea, del paso de una situación alegre o triste, a aquella sucesiva: es siempre un “morir” a una experiencia, a una circunstancia, a una fase, para “vivir” una realidad diferente. San Pablo expresa bien esta condición “exodal” del cristiano, (Fip 3, 12-14) no que lo tenga ya conseguido o que sea perfecto, sino que continua su carrera por si consigue alcanzarlo, habiendo sido el mismo alcanzado por Cristo Jesús. La oportunidad que es ofrecida a Pablo de alcanzar el premio, es confiada a su decisión, el hombre es un ser que se decide (Jasper) el misterio pascual de Cristo precede el acto libre del hombre, a él corresponde aceptarlo o rechazarlo, el acto de Cristo nuestra pascua, ha cambiado el sentido de aquellas situaciones haciéndolas todas oportunidad de vida, de salvación, de divinización, pero es responsabilidad del hombre acoger aquella transformación, hacerla operativa, eficaz. 2. La Gracia es una actitud fundamental del cristiano de frente al sufrimiento. Desde la gracia el ser humano ve la obra de Dios como “sinergia” hacia él de modo que éste acoja el diseño de Dios y colabore en su realización. Dios no ofrece esta gracia sobre el hombre sino que parte de lo más intimo de él para llevarlo a alcanzar sus máximas potencialidades. La experiencia de la gracia se expresa como el acontecimiento del amor salvífico y gratuito de Dios mediante categorías de relación y de encuentro, de alianza de gesto benévolo. En este sentido la gracia es algo que se experimenta. Esto debido a las categorías históricas personalistas que utiliza. Por eso, la naturaleza pasa a ser la categoría clave y orientadora de las demás. La gracia se define en relación con la naturaleza y no desde sí misma. La importancia del Espíritu Santo: en esta dinámica puesto que el Espíritu es el alma de los deseos y la esperanza del cristiano; Es él quien lo diviniza. Es él el artífice del diálogo del alma con Dios, diálogo de amor y confianza, de sabiduría y de inteligencia, que devuelve eficaz y sólida la voluntad del encuentro amoroso con Dios. (Tener en cuenta la referencia di Paolo VI en la 5

Octogésima adveniens 37: “El Espíritu del Señor, que anima al ser humano renovado en Cristo, trastorna de continuo los horizontes donde con frecuencia la inteligencia humana desea descansar, movida por el afán de seguridad, y las perspectivas últimas dentro de las cuales su dinamismo se encerraría de buena gana; una cierta energía invade totalmente a este ser, impulsándole a trascender todo sistema y toda ideología. En el corazón del mundo permanece el misterio de la humanidad, que se descubre hija de Dios en el curso de un proceso histórico y psicológico donde luchan y se alternan presiones y libertad, opresión del pecado y soplo del Espíritu.” 3. El camino espiritual aún en el dolor diviniza El objetivo del camino espiritual del cristiano es su divinización, debe convertirse en “hijo en el Hijo”. El sentido de la vida espiritual es ser regenerados en Dios, no sólo en los tiempos de aguas calmas, sino incluso en los tiempos de aguas turbias, también en las condiciones humillantes de vida y la muerte de manera aún más resolutiva, se vuelven lugares y oportunidad de transformación. En el cristiano es Cristo mismo que revive, junto con él y por él, su misterio de muerte y resurrección. Más el verdadero sentido de la “participación” del creyente a la vida de Cristo, comprende no solo el “co – sufrir”, el “co – morir”, el “co – resucitar” y el ser “coglorificado” junto a Cristo, sino que también se necesita la dimensión de su actitud de “obediencia humilde”, de confianza y abandono al Padre. Porque es precisamente una actitud parecida que confiere significado y valor al sufrimiento, como también a las otras condiciones existenciales que el discípulo vive “en – Cristo”. Cuando la condición dolorosa no puede ser removida y hay suficientes motivos para creer que es Dios que quiere asimilar el discípulo al Cristo sufriente, se debe “creer” que Jesús mismo vive y sufre “con la persona sufriente”, es más “en ella”: El hace suyo el padecer del otro. Esta experiencia de dolor viene en tal modo transformada en amor redentivo, para la persona que sufre, para la Iglesia, para la humanidad, objeto de amor del Padre. Es este el motivo que hace preciosa y significativa a la persona sufriente a los ojos de la Iglesia. Así el que sufre y por medio de su maduración espiritual sabe unir sus sufrimientos a los de Cristo, además, de hacer un bien a la Iglesia y a la humanidad, se hace un bien a él mismo, al hacerse semejante a Dios, al divinizarse. Para ello el ser humano debe:

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1º Tomar la actitud que el hombre asume frente a situaciones que se le presentan como ineludibles e inevitables desde la conciencia de los valores de la vida, es ser responsable; lo que equivale a decir “soy consciente soy responsable”. Esta toma de conciencia llevará al hombre a una apertura al mundo, la persona humana se comprende como un ser dirigido hacia un sentido, la apertura del hombre al significado de todo que le abre la trascendencia, la autotrascendencia se refiere al acto de que el hombre se olvida de sí para darse. 2º El hombre debe tomar conciencia de las actitudes activas y responsables frente a las condiciones de sufrimiento. A la pregunta ¿cómo hallamos nuestro sentido de vida en medio del sufrimiento? Víctor Frankl nos presenta tres grandes acercamientos. + El primero es a través de los valores experienciales, por ejemplo, a través de nuestro amor, podemos inducir a una persona amada a desarrollar un sentido en su vida, y así, lograr nuestro propio sentido. + La segunda forma de hallar nuestro sentido es a través de valores creativos, esto sería la idea existencial tradicional de proveerse a sí mismo con sentido al llevar a cabo los propios proyectos, o mejor dicho, a comprometerse con el proyecto de la propia vida. Incluye, evidentemente, la creatividad en el arte, música, escritura, invención y demás. + La tercera vía de descubrir el sentido es aquella de los valores actitudinales. Estos incluyen tales virtudes como la compasión, valentía y un buen sentido del humor, etc. Pero el ejemplo más famoso de Frankl es el logro del sentido a través del sufrimiento. El sufrimiento puede dar un paso adelante: con un sentido, ya que el sufrimiento puede soportarse con la dignidad. Frank también señaló que de forma poco frecuente se les brinda la oportunidad de sufrir con valentía a las personas enfermas gravemente, y así por tanto, mantener cierto grado de dignidad. ¡Anímate!, decimos, ¡Sé optimista! Están hechos para sentirse avergonzados de su dolor y su infelicidad. No obstante, al final, estos valores actitudinales, experienciales y creativos son meras manifestaciones superficiales de algo mucho más fundamental, el suprasentido. Aquí podemos percibir la faceta más religiosa de Frankl: el suprasentido es la idea de que, de hecho, existe un sentido último en la vida; sentido que no depende de otros, ni de nuestros proyectos o incluso de nuestra dignidad. Es una clara referencia a Dios y al sentido espiritual de la vida.

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Espiritualidad de San Pablo en medio del sufrimiento Reflexionando sobre las consecuencias de aquel “por nosotros” “ha muerto por nosotros”, “ha resucitado por nosotros”, la teología paulina ha descrito el significado con expresiones que designan la nueva condición del hombre redimido: la existencia del hombre en un “ser –en-Cristo”, “sufrir-con-EL”, “ser-sepultado-con EL”; un “ser-resucitado-con-El”; un “con-El–serglorificado”. Durante su vida el apóstol va elaborando su “evangelio” queriendo hablar de la “nueva criatura o creación” que ha nacido de la obra de Cristo, y lo hace a partir del dato central de su teología: la cruz, el misterio pascual de la muerte y resurrección de Cristo (cfr. 2 Cor. 5, 14-15). Es interesante descubrir como Pablo en su proceso apostólico y misionero encuentra algunas dificultades entre ellas la enfermedad (cfr. 2 Cor. 12, 7-10), donde Pablo expresa que se le a “dado un aguijón a su carne”, siendo la primera reacción de rechazo, tanto que en ella ve un impedimento para su ministerio. Habla con Dios en una oración incesante e intensa, una oración apasionada: quiere ser liberado para dedicarse plenamente a su servicio, a su acción apostólica, pero la respuesta lo desconcierta ya que no es liberado, sino iluminado, experiencia que lo empuja a confiarse completamente a Dios, descubriendo un nuevo sentido de aquella enfermedad; esta se ha convertido en una oportunidad para que Dios le comunique su “gracia”, o sea, para que se le comunique la benevolencia divina, el amor de Dios, y de algún modo, se identifique el diálogo de amor entre Dios y su apóstol. Además, esta ocasión hace que Pablo se formule un principio de eficacia espiritual y apostólica: “cuando soy débil es entonces que soy fuerte” porque “la fuerza” de Dios “se manifiesta plenamente en la debilidad”.--El encuentro con Cristo resucitado para el apóstol ha sido una experiencia verdaderamente desconcertante, que ha transformado radicalmente el sentido de su existencia (Cfr. Fil. 3,3-9). Dicho acontecimiento ha determinado en él el paso de una autocompasión centrada en sí mismo, a una nueva comprensión de sí centrada en la persona de Cristo. “Porque ninguno de nosotros vive para sí mismo, como tampoco muere nadie para sí mismo. Si vivimos, para el Señor vivimos, y si morimos, para el Señor morimos. Así que, ya vivamos, ya muramos, del Señor somos. Porque Cristo murió y volvió a la vida para eso, para ser Señor de muertos y vivos” (3º Rm 14, 7-9). Pablo llega a describir en términos sorprendentes lo que es al mismo tiempo su experiencia personal y la identidad de la existencia cristiana como tal: “ya no 8

vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gál. 2,20). Queriendo expresar que, junto a todo aquello que experimenta la vida, él experimenta también, otra vida, que es precisamente la vida de Cristo, donde Cristo, es el protagonista y el sujeto, pero que también, pertenece a Pablo. La Fe ha abierto en él un espacio de acogida, donde ahora está Cristo muerto y resucitado, o sea, Cristo que muere y resucita, Cristo que es preexistencia, capacidad de ser y vivir por, de sufrir y morir con él. En resumen, de amar como Cristo ha amado. Pablo acoge en su vida esta actitud proexistente de Cristo, tanto que su vida tiende a ser gradualmente trasformada. ¿Cuáles son las actitudes que el cristiano debe cultivar cuando se encuentra de frente a situaciones de sufrimiento siguiendo el ejemplo del apóstol? 1. Transformación interior: La cual es causada por su fe. Es la fe en Cristo muerto y resucitado por nosotros. Es una fortaleza interior, en una particular disposición de ánimo para afrontar las contrariedades. Es la esperanza cristiana, que permite superar el sentido de angustia que toma frente a los sufrimientos. Su origen está en el acto de autodonación de Cristo, el amor, el cual funda la certeza del creyente, y lo hace participar en su misma esperanza, convirtiéndose en firmeza. 2. La dialéctica de la existencia cristiana: Más que encontrar un significado el sufrimiento puede ser integrado sólo a través de una respuesta existencial. Una característica de la existencia cristiana es ser dialéctica: tejida entre tribulación y gloria, una gloria que viene no sólo a través de la tribulación, sino que está ya en esta. Pero la “gloria” está ya activa en el cristiano, y consiste en su filiación adoptiva, en el estado de libertad en cuyo acto de Cristo lo ha puesto, en la “redención del cuerpo” sustancialmente ya ocurrida en Cristo. El cristiano vive por eso en un clima de “espera” pero que es un clima de esperanza victoriosa, naciente de la certeza de un amor experimentado. 3. Distinción de los niveles de conciencia: Para evitar una concepción semimágica de la gracia, de la oración y de la intervención de Dios en nosotros, es necesario distinguir los planos de conciencia sobre los que obra la gracia, de aquellos determinados por la sensibilidad de la persona humana, que es el nivel precisamente psicológico. Tal distinción, explica cómo pueden coexistir estados de sufrimiento agudo o de verdadera angustia, con el estado de paz profunda, fruto de la gracia. Angustia y gracia, de hecho no están en el mismo plano. La angustia proviene de los mecanismos psíquicos, sobre los cuales razón y voluntad tienen un poder limitado e indirecto; y la gracia es fruto de la acción del Espíritu Santo. Así, la fe se coloca en un dominio que se podría llamar de “sobreconciencia”; fórmula con la que se quiere indicar que Dios no es percibido de manera directa y también su presencia trata las repercusiones benéficas y resanantes también en la 9

conciencia refleja, y por tanto verificables, siendo en esta esfera donde se afirma la Esperanza cristiana, a diferencia de las esperanzas particulares.

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