Primeras Paginas Polvos Magicos

Traducción de Elena Alemany PortadillasYFinalesFeb2012.indd 5 22/12/11 10:58 Título original: Hex Appeal © 2008, Lin

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Traducción de Elena Alemany

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Título original: Hex Appeal © 2008, Linda Wisdom © Traducción: Elena Alemany © De esta edición: 2012, Santillana Ediciones Generales, S.L. Torrelaguna, 60. 28043 Madrid (España) Teléfono 91 744 90 60 www.puntodelectura.com

ISBN: 978-84-663-2556-1 Depósito legal: B-1.380-2012 Impreso en España – Printed in Spain

© Imagen de cubierta: Getty Images Diseño de cubierta: María Pérez-Aguilera

Primera edición: febrero 2012

Impreso por

 odos los derechos reservados. Esta publicación T no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.

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—Pagarás por ello, Nick Gregory. Lo juro. Sufrirás y pedirás clemencia a gritos; clemencia que yo te negaré —los labios abiertos de Jazz viajaron por la clavícula de Nick. Pasó la punta de la lengua por las líneas de su cuello tenso mientras sus dedos bailoteaban hacia sus abdominales siguiendo el vello hasta más abajo. —¡Clemencia! —musitó Nick cuando los dedos de ella agarraron su miembro erecto. Estaba tumbado desnudo sobre su cama, con las piernas ligeramente abiertas para dejar sitio para el muslo desnudo de Jazz. —Pero si acabamos de empezar, querido —ronroneó, mordisqueando el lóbulo de la oreja sólo con la fuerza justa para hacerle saltar y después suavizó el mordisco con la lengua—. Tienes que quedarte tumbado muy quieto mientras me despacho contigo. —Siéntete libre para hacer lo que quieras; ya me tocará a mí —bajó la voz hasta convertirla en un gruñido ronco que prometía cosas que ella supo que cumpliría. Su cuerpo se estremeció al pensar en ello. Pero por ahora era su turno y quería sacarle el máximo partido. Se inclinó hacia atrás y admiró la vista. Pura belleza masculina se extendía ante ella. Nick se había mantenido 9

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en una excelente forma física, y como miembro de los inmortales, su cuerpo bien cuidado nunca se deterioraría. Enredó sus dedos en el vello de color castaño claro del pecho. Sabía que a muchas mujeres les gustan los torsos sin pelo, pero ella prefería que hubiera un poco en esa zona siempre que el hombre no pareciera necesitar una buena depilación. No, Nick estaba bien. Resistiendo a la tentación bajó la cabeza para mordisquear un pezón marrón oscuro que se alzaba en medio del pelo. Intensificó un poco el mordisco, cosa que arrancó un gruñido de los labios de él. —Hum —se rió, dividiendo su atención entre los dos pezones, alternando leves mordisqueos con lametones suaves. Le lanzó una mirada debajo de sus pestañas—. ¿Por qué no un anillo en los pezones?, a muchos vampiros les gusta llevarlos en plan joya vistosa. Nick torció el gesto. —No es mi estilo. Me hace pensar que sería muy fácil engancharlo a una cadena y convertirme en un esclavo. —Humm —se rió y musitó mientras recorría con los labios el camino hasta su ombligo—. La imagen que eso despierta... —Parece que tú ya has despertado algo bastante —sus ojos la siguieron mientras formaba un cuenco con sus manos alrededor de su polla tirante, y apretaba lentamente desde la raíz a la punta con un ritmo que al combinarse con el movimiento suave de la otra mano sobre el miembro le hizo apretar los dientes. —Exijo que me deis lo que merezco. Porque lo digo yo, ¡maldita sea! Terminó su propia versión del ritual de los cinco besos en una oleada de risa gutural justo antes de levantar 10

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el cuerpo por encima de él y colocarse sobre Nick con toda comodidad. Abrió las caderas y dobló sus largas piernas junto a las de él. —¿Qué? ¿No hay caricias estimulantes? —la agarró por las caderas, aunque ella no necesitaba ayuda para encontrar el ritmo. Lo llevaba escrito en la sangre desde hacía siglos. Se inclinó hacia delante y frotó los labios de él con los suyos, cosquilleando la comisura de los labios y jugueteó con la punta de sus colmillos, separándose con rapidez antes de que pudieran perforar su piel tierna. —Tuvimos caricias en el cine —dijo echándole aire dentro de la boca— y en el coche de camino a casa cuando te desabroché los vaqueros y…—hizo una pausa estratégica para conseguir mayor efecto—, y ha llegado el momento del plato fuerte, chico colmillo —hizo movimientos circulares mientras tensaba los músculos del abdomen para masajearle con los músculos internos. Nick dobló repentinamente las piernas, lanzándola sobre su espalda cómodamente. —Tienes mucha razón, señora mía, pero yo seré el maestro de ceremonias de este acto —bajó la cabeza, y le dio un beso profundo. El olor de la excitación se volvió más intenso en el dormitorio. Se echó hacia atrás hasta que la polla abandonó el cuerpo de ella. Mientras Jazz se lamentaba gimoteando su pérdida, él empujó hacia delante, llenándola de nuevo. Con cada envite profundo, ella se arqueaba uniéndose con él como un igual. Jazz miró hacia arriba, sonriendo ante la intensidad oscura de los rasgos de él. Su sonrisa se desdibujó un poco cuando vio que la excitación se convertía en otra cosa, en el momento en 11

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que su expresión se afiló y sus ojos adquirieron un rojo intenso. El gruñido que ascendió por su garganta se transformó en un siseo salvaje. Antes de que pudiera reaccionar, los colmillos crecieron y él acercó la cabeza. El dolor la atravesó mientras sus colmillos perforaban la sensible piel de su garganta. «¿Por qué no le enferma mi sangre? ¡Todo el mundo sabe que la sangre de una bruja enferma e incluso puede matar a un vampiro!» Quería gritar, defenderse, pero sus miembros pesados no obedecían sus órdenes. Las luces bailaban frente a sus ojos y temió que en lugar de que su sangre matase a Nick, él la matase a ella. Los ojos de Jazz se abrieron de golpe mientras se incorporaba en la cama, con la mano apretada contra el lado del cuello donde aún notaba el dolor. Nick estaba dormido junto a ella. El miedo, el recuerdo de un dolor agudo y la simple y llana furia luchaban en su interior. Miró hacia abajo, hacia la fuente de todo aquello, y aflojó su enfado y su puño. —Eres un hijo de mala madre —lanzó a sus abdominales desnudos un golpe directo que podría haberle roto la mano sin que se hubiera dado cuenta—. ¡Me has mordido! —¿Qué? ¿Cómo? —Nick se zafó de sus puños voladores y se cayó de la cama. Cogió la colcha y la miró como si estuviera seguro de que ella había perdido la cabeza—. ¿Qué demonios te ocurre? —¡Me has mordido! —bajó de la cama por el otro lado y empezó a caminar rápidamente por la habitación 12

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con la mano puesta en el cuello. El dolor y la rabia producían destellos rojos y morados que volaban a su alrededor. —¿Mordido? —la confusión se mezcló con el mero fastidio de que le hubieran despertado con un puñetazo en la tripa—. Estaba dormido, maldita sea —se puso de pie de un tirón y se quedó ahí con su desnudez gloriosa. Por una vez, la fría mirada de Jazz le advirtió de que no estaba admirando la vista. Miró la mano de ella que cubría el cuello, pero no vio signos de sangre o de agresión alguna en la piel. Rechazaba la idea de haber tomado sangre de ella sin su permiso, estuviera dormido o no. En todo el tiempo que habían sido amantes ni siquiera le había dado un chupetón amoroso. También se fijó atentamente en la mano libre de ella. Lo último que quería era que le lanzara un embrujo contra la parte favorita de su cuerpo—. ¡Maldita sea, yo no te he mordido! Con una mano ocupada en aplicar presión con fuerza sobre el cuello le resultó difícil subirse el pantalón con la única mano que le quedaba libre. —Casi me arrancas de cuajo la maldita garganta —gruñó, sintiendo aún el dolor en la carne. Nick se agachó un poco, con las manos hacia fuera. —¿Puedes dejar de repetir la dichosa frase? Ella parpadeó para absorber las lágrimas que amenazaban con desbordarse. —Vete. —¿Cómo? —pese a su súper oído supo que no podía haber oído lo que acababa de decir. Ella respiró profundamente, como si tratara de tragarse las lágrimas, o el terror absoluto que sentía. 13

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—¡He dicho que te vayas! —empezó a dar vueltas por la habitación, manteniéndose fuera de su alcance, agarró sus vaqueros y su camiseta y se los lanzó. La ropa rebotó contra su pecho y cayó al suelo—.Vete y no vuelvas nunca a acercarte a mí —evitó mirarle mientras recogía su propia ropa—, porque si lo haces yo te clavaré una estaca. ¡No me puedo creer que me mordieras! —las lágrimas y la furia eran una mala combinación. Nick movió la mandíbula con cólera. Puede que una bruja de origen celta tenga un genio legendario, pero también lo tenía un vampiro con sangre de cosaco. —Éste es mi cuarto y mi piso. Jazz interrumpió su gesto de subirse el top de algodón por encima de la cabeza. Miró el edredón de color azul marino y crema con motivos ondulantes que había en el suelo, las sábanas azules que también estaban desperdigadas por todas partes y los muebles completamente del estilo de un vampiro centenario. Ninguno de los colores austeros que dominaban sus propias habitaciones. Terminó de ponerse el top y luego cogió su bolso de cuero. —¡Fluff!, ¡Puff!, ¿dónde estáis? ¡Más os vale no haberos ido del apartamento! —gritó al darse cuenta de que faltaban dos prendas. Las pantuflas errantes aparecieron de golpe en la habitación y fueron corriendo hasta sus pies. Al sentir el torbellino en el aire y descubrir la causa, los esponjosos predadores gruñeron y rechinaron sus dientes como cuchillas frente a Nick, mostrando con claridad que le consideraban el enemigo en esta batalla. Jazz metió con rapidez la ropa interior, el top del día anterior y un cepillo en su bolso de piel y lo colgó del hombro. 14

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—Si Rex ve a esos comedores de hombres, os prohibirá a ti y a ellos ir por el paseo marítimo para siempre —le advirtió Nick, metiéndose en sus vaqueros de un salto mientras la seguía hasta la puerta. Al oír mencionar al jefe del paseo marítimo que gobernaba su reino con puño de acero, sorbió. —No es mi jefe —le miró—, ni tú tampoco. —Jazz, ¿qué demonios está ocurriendo aquí? ¡Cómo puedes decir que te chupé la sangre cuando no hay señal alguna de que lo hiciera! ¡Maldita sea, enséñame dónde te mordí! —Nick la seguía de cerca mientras ella subía corriendo las escaleras hasta la planta principal del edificio. Los pasos enormes la llevaron por el hall hasta las dobles puertas de cristal. A Nick no le preocupaba la luz de primeras horas de la mañana. Su avanzada edad como vampiro y el cristal tintado de las puertas le protegían del sol. Estaba confuso y bastante ofendido por la acusación. Pero estaba claro que Jazz no pensaba quedarse para hablar de ello. Se pasó cuidadosamente la palma por el vientre. De haber sido un hombre mortal, seguramente ahora tendría unas cuantas costillas rotas. La pesada puerta de cristal casi le golpeó en la cara cuando ella la abrió de un palmetazo para después salir corriendo sin mirar atrás. Él dejó la puerta abierta el tiempo suficiente para gritar tras ella. —¿Y por qué no puedes pegar como una chica? Se quedó mirando la figura que se alejaba y se dio cuenta de que aquél no era uno de sus mejores momentos.

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A Jazz le alivió ver que era lo bastante temprano para que al parecer no hubiera nadie merodeando por el paseo. Con las zapatillas consideradas non gratas en la zona de carnaval tenía que asegurarse de que no la viera el responsable del paseo, que hacía que los ogros parecieran gatitos a su lado. —¿Cómo demonios se te ocurre traerlas aquí? Jazz se quedó paralizada. —Cinco pasos —musitó, mirando el aparcamiento que estaba tan cerca y sin embargo tan lejos—, sólo cinco puñeteros pasos —se giró—. Bueno, hay que ver cuánto hemos madrugado hoy, ¿verdad? —dijo con su voz más animada de bruja—. ¿Cómo estás, Rex? Rex (nadie supo nunca su apellido) era el sueño de un director de cine de terror, siempre que éste quisiera alguien que pareciera un matón de pesadilla. Con sus dos metros y un cuerpo cuadrado tan fuerte como un tanque, el hombre parecía un boxeador profesional retirado. La nariz partida, las orejas en forma de coliflor y la boca algo torcida hacia la izquierda, unidas a los brazos como troncos de árbol y la postura de un luchador veterano dejaban claro que no era un humano común. Parecía como si una exhalación profunda pudiera romper su camisa de cuadros escoceses en plan Increíble Hulk. De pie, estoicamente frente a ella, le miró los pies. Fluff y Puff le miraron brevemente y chillaron de miedo. —Cobardes —musitó ella. —Te dije que si alguna vez te pillaba trayendo a esos dos malditos despojos al paseo te prohibiría el paso de por vida —gritó—, toda tu vida. —No están haciendo nada —arguyó. Había tenido una mala noche y no había tomado aún café, así que por el 16

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momento se estaba sintiendo bastante picajosa—. También ellos tienen derechos. —No, aquí no —señaló bruscamente con un dedo en forma de salchicha en dirección a un cartel junto al paseo—. Prohibidas las mascotas en el paseo, y además, se les prohibió el paso por aquí el año pasado. Jazz ocultó su mueca al oír los sonidos de ultraje de las pantuflas al ser consideradas mascotas. —Eso ya es un insulto. Rex se inclinó hacia delante, y echó una bocanada de aire que atufaba por una acusada falta de Listerine —Un insulto es el menor de sus problemas. Esos mordedores peludos estaban sueltos por el paseo haciendo lo único que saben hacer. Tengo que echarlos en una trituradora de madera. Ella decidió apartarse de la cara de él. Sus sentidos de la vieja escuela no podían soportarlo más. El asqueroso aliento ya era bastante repugnante, pero el olor de su cuerpo resultaba realmente insoportable. Iba a necesitar inhalar lejía para sacarse el hedor de la nariz. —Son mágicas. No puedes tocarlas y lo sabes —orgullosos sonidos de Fluff y Puff respaldaron su altiva reclamación. Frunció el ceño. —No estés tan segura de eso. Ha desaparecido un empleado de la feria y esas malditas pantuflas han sido vistas cerca. Jazz sintió cómo el frío atravesaba sus huesos. —Imposible. Ya has intentado acusarles de eso otras veces y no funcionó. Además, contrariamente a la leyenda, no se han comido a un humano en siglos. 17

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Rex acercó su cabeza a la de ella, obligándole a echarse para atrás. —Esta vez no hay acusación; sólo un hecho. Estas cosas la han vuelto a pifiar porque Willie ha desaparecido. —¿Les estás acusando de haberse comido a Willie? Dame un respiro, Rex. No le tocarían ni aunque estuviera bañado en mostaza. No quieren nada con la sangre de los cambiantes y no me importa lo que digas. La sangre de los hombres comadreja es la peor —personalmente pensaba que el operario de la noria era la viva estampa de su antepasado. Los rasgos afilados de Willie reproducían los del animal en el que se convertía una vez al mes—. Así que tendrás que buscar en otra parte el cabeza de turco, porque no pienso consentir que les acuses de algo que los dos sabemos que no han hecho. En ese preciso instante, Fluff empezó a toser y a estirar el cuello hasta que soltó una tos más fuerte. Un botón negro ancho le salió de la boca. Como se suele decir, la oportunidad lo es todo. Jazz y Rex miraron el logo del paseo estampado en el botón. Jazz sintió una punzada en el estómago que no tenía nada que ver con una digestión pesada. Aunque la cosa tenía mala pinta, no pensaba echarse atrás. —Siempre anda recogiendo cosas —dijo con rapidez. Rex se agachó y tocó suavemente el botón con su índice parecido al de un toro —Es de Willie. Jazz no podía contradecir esa afirmación, ya que Rex podía percibir con facilidad cualquier esencia que perteneciera a criaturas que trabajaban para él, fueran o no miembros de su clan. Se puso de pie y señaló la zapatilla con el dedo. 18

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—¡Se ha comido a Willie! —Ya te he dicho que no —arguyó ella—. Te lo he dicho. No les gustan los cambiantes. Su cara de rasgos muy marcados se transformó en algo aún más vil. —Se vienen conmigo. —No puedes tocarlas —dijo ella, haciendo caso omiso a los gruñiditos desesperados de sus zapatillas—. Son mías por derecho. Las rescaté del castillo de Dyfynnog. —Y se han comido a un ser vivo —insistió Rex—; eso me da derecho a llevármelas en custodia. No eres la única con amigas brujas, guapita, así que no me vengas con esa mierda de que sólo porque rescataste a estas mierdecitas peludas puedes protegerlas. ¿Guapita? ¿A qué venía ahora que los hombres volvieran a sus maneras machistas? —Han estado toda la noche conmigo —ignoró su voz interior de gárgola que le recordaba que las zapatillas habían entrado en la habitación cuando las llamó. —Hay que llevarlas ante el Alto Consejo Arcano y destruirlas por sus acciones. Jazz sintió que le fallaba el equilibrio cuando Fluff y Puff casi saltaron en sus pies de pura agitación ante las palabras de Rex. —No van a ninguna parte hasta que haya una prueba grabada en piedra de que se comieron a Willie —dijo con una valentía que realmente no sentía. El Alto Consejo Arcano no era su sitio favorito y ella tampoco era la bruja favorita de aquella institución. De hecho tenía cien años de libertad condicional. 19

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—Tengo uno de los zapatos de Willie con su sangre y trozos de piel. Además, tengo esto —alzó el botón. —Eso no significa que sea la sangre de él o la piel de ellas. Tengo derecho a investigar la cuestión —sintió el agujero que estaba cavando para sí misma. Si las zapatillas se habían comido a Willie, ¡iba a lanzarlas al triturador de madera ella misma! Había tenido bastantes problemas con el Alto Consejo Arcano para encima añadir a las zapatillas. Jazz hizo una pausa. —Sabes que tengo derecho a pedir protección para ellas hasta que se descubra la verdad —insistió. —Está bien —dijo a regañadientes—. Tienes dos semanas. —El tiempo habitual son treinta días. —Dos semanas y da gracias. Todo lo que vas a descubrir es que tus cosas se comieron a Willie. Y asegúrate de que no van a ninguna parte —se dio la vuelta y se fue. La mano de Jazz empezó a alzarse, con los dedos estirados. —Podrías… —se calló de forma abrupta—. Oh, no, no vais a ser la razón de que me aumenten el tiempo de prohibición —echó un vistazo rápido a Fluff y Puff, que habían estado riendo y tirando frambuesas a Rex, que se retiraba—. Buena la habéis hecho —les riñó—. Esperad a que lleguemos a casa. Hizo caso omiso a su continuo farfullar mientras se acercaba al aparcamiento. En aquel momento, todo lo que le importaba era que iba a dormir unas cuantas horas y que su destino le brindaría un café, y con suerte, hasta una magdalena. 20

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Jazz tuvo que barrer con la mirada el aparcamiento vacío durante diez minutos para darse cuenta de que había venido a pie y no en coche. El miedo y la rabia aún se mezclaban en su interior y el cuello le dolía como un demonio, por más que no tuviera ninguna herida ni pudiera encontrar ningún rastro de sangre. Dado que tuvo la sensación de que Nick le abría literalmente la garganta debería poder ver algo. Y el cuello no debería dolerle si él no le hubiera hecho nada en la zona. ¿Y Nick, por qué no se había puesto enfermo al chuparle la sangre? Al menos debería haber tenido un infernal ardor de estómago, ya que la sangre de las brujas resulta venenosa para un vampiro. —No tiene sentido —su murmullo se quedó flotando en el aire, suscitando preguntas para las que no tenía contestación. Como necesitaba pensar tranquilamente volvió a casa por un camino largo, y se paró en un Starbucks de 24 horas para comprarse un café moca blanco mientras ignoraba los ruegos de Fluff y Puff de que les cogiera un rollo de canela. Sabía que en virtud de los cargos que Rex quería atribuir a las zapatillas podía pedir que se las dieran en custodia. Pero eso no significaba que no tuviera un montón de dudas sobre la repentina desaparición de Willie. Los empleados de feria, cambiantes, tendían a vagar más que los empleados mortales. Para tener éxito supo que debía empezar a buscar al hombre comadreja antes de que éste terminara varios Estados más allá. Sorbió el líquido caliente, saboreando el rico sabor del chocolate mezclándose con la cafeína mientras dejaba atrás escaparates de tiendas que cerrarían en un par de 21

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horas. No le importaba, no estaba de humor para parar a charlar, ni siquiera para comprar. —¿Por qué tiene Nick que estropear las cosas cuando todo estaba yendo tan bien? —musitó, y le dio otro trago a su bebida en lugar de sentarse y rendirse a las lágrimas. Desde que habían vencido a Clive Reeves unos meses atrás, Jazz y Nick recuperaron lo que habían interrumpido treinta años atrás, pero con una diferencia importante. Esta vez hacían el amor más a menudo que discutían. Hasta habían tenido verdaderas conversaciones. Algunas de ellas terminaban con estallidos verbales, pero no consideraba que tales ocasiones fueran enfrentamientos, sino más bien diferencia de opiniones. Jazz aún estaba convencida de que el Protectorado quería que Nick volviera a sus filas, especialmente tras la muerte de Flavius. A Nick le había afectado mucho la muerte de su sire y amigo íntimo. Jazz le dio tiempo para llorar la muerte del vampiro pero se negó a darle demasiado tiempo. No cuando había una posibilidad de que el Protectorado quisiera usar el sentimiento de culpabilidad de Nick para convencerle de que prosiguiera la tarea de Flavius. Siempre había tenido la sensación de que el grupo, formado siglos atrás para gobernar la raza de los vampiros, utilizaba el fuerte sentido del bien y el mal de Nick para hacer avanzar su propia causa. Que le usarían hasta que no quedara más que una cáscara vacía. Como un antiguo oficial noble romano, Flavius había prosperado en el medio. El papel humano de Nick como soldado eslavo significaba que estaba bien capacitado como investigador para el Protectorado, pero Jazz odiaba que trabajara para ellos. Odiaba la forma en que lo utilizaban. 22

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Quería creerle cuando le dijo que había dejado el Protectorado pero después se le escapó que le habían contratado para descubrir quién estaba destruyendo a los vampiros. Ella lo veía como su oportunidad de tentarle para que volviera al redil. Le resultó difícil creer su argumento de que sólo aceptó el encargo por el enorme anticipo que ofrecían y que en cuanto le pagaran, una vez que a Clive Reeves le asesinaron sus víctimas y su mansión explotó, se iría. Jazz revisó el contestador a escondidas y sin remordimientos. Como sospechaba, el Protectorado le seguía llamando para hacerle ofertas. Se preguntaba qué ocurriría cuando, como la Mafia, le hicieran una oferta que no pudiera rechazar. Para asegurarse de que eso no pudiera ocurrir, borró los mensajes antes de que él los pudiera oír. Sólo deseaba que nunca supiera lo que había hecho. Nick era muy celoso de su privacidad. Mientras se dirigía a casa le asaltó una idea. Su teléfono móvil no había sonado ni una sola vez desde que salió del edificio. —Vampiro cabezota —tiró su vaso vacío en una papelera cercana y bajó la calle arrastrando los pies. —Bruja cabezota —musitó Nick, mientras metía una bolsa de 0 negativo en el microondas y la calentaba—, ¿qué le hace pensar que pondría en riesgo mi estómago, por no decir mi vida, tomando su maldita sangre venenosa? —en cuanto el microondas pitó abrió la puerta y sacó la bolsa de plástico. Conocía a algunos colegas que bebían directamente de la bolsa, pero él prefería ser más civilizado. Tenía unas 23

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cuantas botellas de cerveza en su botellero favorito, un pequeño truco para mantener su vida dentro de la normalidad, dentro de lo que los criterios humanos de normalidad establecen. Mientras alzaba la botella de Schlitz llena de sangre hasta sus labios, un recuerdo atravesó su mente. Flavius riendo ante la botella de Heineken que Nick usó una noche mientras que su sire eligió una copa de cristal de baccarat. El corazón que ya no latía se le encogió un poco en el pecho. Antes, podían pasar años entre las ocasiones en que él y Flavius se veían, pero Nick sabía siempre que el vampiro de más edad estaba en algún lugar del mundo, disponible por teléfono o e-mail. Si Nick le necesitaba, estaba ahí. Después un hombre loco usó magia diabólica para convertir al poderoso vampiro en una sombra y fueron precisos los esfuerzos coordinados de Nick, Jazz e incluso Irma para enviar a Flavius a la tierra de las sombras donde los vampiros iban cuando acababan sus vidas. Nick había conocido a muchos vampiros, pero Flavius era más que eso. Era su sire; su hermano. Pero ahora Nick estaba solo. Mientras bajaba la botella, sus ojos se detuvieron en una fotografía pegada a la nevera por un imán con forma de galleta de la fortuna: Jazz sentada en un listón de madera en el muelle del paseo marítimo, el sol del atardecer, un brillante estallido de naranja y amarillo detrás de ella, tan deslumbrante como su sonrisa. Unos pantalones vaqueros mostraban unas piernas que parecían interminables mientras que su top corto de cuadros blancos y turquesa con encajes era femenino y seductor. El pelo lo llevaba 24

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recogido en una coleta alta de pelo revuelto con las puntas meciéndose en la brisa del océano. Nadie que mirara la foto pensaría que tenía más de setecientos años y que tenía más poder mágico en sus yemas que muchos en todo su cuerpo. Nadie, ni siquiera Flavius, le hacía sentir a Nick tan bien y tan vivo como Jazz. Pero aparte de buen sexo, ¿qué le daba a ella?, ¿qué le hacía sentir? Tras todos estos años, ¿tenían realmente lo que hace falta tener en una pareja, sobre todo cuando esa pareja estaba formada por una bruja y un vampiro? Tragó rápidamente el resto de la sangre, que se estaba quedando fría con rapidez. No tenía apetito, pero tras la noche anterior necesitaba alimentarse. Y necesitaba descanso. Volvió a la cama, a las sábanas que olían al perfume de Jazz. Se quitó rápidamente los pantalones y trepó a la cama, y se apretó contra la almohada que ella había utilizado. El esfuerzo del día no había sido grande, pero últimamente no había descansado mucho, así que los párpados se le cerraron con rapidez. —Quizá sueñe —murmuró mientras su cuerpo se cerraba a las horas de luz. —Estáis en un apuro gordo —informó Jazz a Fluff y Puff, mientras las ponía en su chaise longue y después se dirigió a su armario. Caminó dando pasos pesados hasta la parte de atrás y puso la mano contra el muro trasero—. Mis secretos queridos están aquí. Te pido que los abras así 25

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y que los abras para mí —el muro tembló bajo su mano y se deslizó hacia un lado en silencio. Una pálida luz borboteaba dentro iluminando el interior, que acogía instrumentos mágicos que Jazz usaba raramente y un artículo que nunca pensó que tendría que usar. Se detuvo en la entrada, tomó aire despacio para calmar su pulso desbocado. Caminó hasta un rincón oscuro débilmente iluminado por el brillo que salía de una jaula bien proporcionada. La magia que cubría los barrotes impregnó su piel mientras la levantaba y la sacaba de la habitación. La pared se cerró silenciosamente. La charla de Fluff y Puff paró cuando le vieron llevar la jaula hacia la habitación y ponerla sobre la cama. Jazz ignoró sus gritos de alarma mientras murmuraba las palabras para abrir la puerta de la jaula. —No tengo elección. ¿Os dais cuenta de lo que pasaría si no puedo demostrar vuestra inocencia? Rex puede ir ante el Alto Consejo Arcano y pedir que acaben con vosotros. Y no me quedará otra opción que entregaros a ellos —cuando cogió a las zapatillas que luchaban denodadamente, chispas airadas volaron por la habitación mientras se resistían a que ella diera un solo paso. Jazz apretó los dientes contra el dolor mágico que atravesaba sus brazos. No engañaba a Rex cuando le dijo que estaban protegidas. Era cierto que Fluff y Puff tenían un escudo mágico y las zapatillas estaban recurriendo a este poder en este momento. Supo que tendría un dolor de cabeza monumental esa tarde—. Qué pena, han sido malos los nenes. No me dejo vencer ahora, los nenes tienen que ir a la mazmorra. Porque yo lo digo, ¡maldita sea! —los metió a empujones en la jaula y cerró con rapidez el candado de la puerta 26

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antes de que pudieran escapar. Chispas de las rabietas de las zapatillas saltaron en el aire de la habitación hasta volverlo sofocante—. Parad. ¿Creéis que lo hago por gusto? —tragó la angustia que sentía—. Sé que Dyfynnog empleó esta jaula para teneros prisioneros, pero tengo que manteneros a salvo. ¿O preferís que os lleve ante el Alto Consejo Arcano como quiere Rex? Tomó su silencio repentino como un signo de asentimiento. Los ojos negros le lanzaban acusaciones mientras se movía por la habitación. Al fin, Jazz se fue al baño para no tener que oír sus murmullos airados. Tenía la impresión de que su reclusión no iba a ser agradable para ninguno de los tres. —¿Por qué no hay ninguna marca? —Jazz se inclinó hacia el lavabo gracioso, profundo y de color rosa que se duplicaba como su bañera para mirar en el espejo ovalado. Todo lo que vio fue un cuello sin herida alguna. Sabía que un vampiro puede lamer una mordedura y sanarla al instante, pero ella se había apartado de golpe de Nick, así que al menos una cicatriz, aunque no fuera una herida grande, debería verse todavía. Apoyó las puntas de los dedos en el cuello y sintió la suavidad y lisura de la piel, pero eso era todo. Sus ojos verde musgo se agrandaron pensando en el dolor que sintió en aquel momento, pero no consiguió encontrar las respuestas que buscaba. Se incorporó y fue corriendo hasta la bañera, cerró el grifo antes de que el agua se desbordara. Había decidido que estaría bien un buen baño caliente. El silencio desde la habitación era ensordecedor. Estaba segura de que Fluff 27

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y Puff estaban haciendo pucheros, ya que nadie los hacía tan bien como ellos, salvo la propia Jazz, claro. Le tocaba a ella defenderles de un crimen que estaba segura que no habían cometido, pero temía que al final la castigasen a ella. Las zapatillas eran rencorosas y sabían muy bien cómo hacer que alguien lo pasara mal. Tomó nota mentalmente de que tenía que poner buenos vigilantes en su armario. —Elegir, elegir —miró su gran selección de geles de baño y cremas corporales, la mayoría de las cuales olían a repostería. Como quería confort, eligió un gel de baño con esencia de chocolate caliente cremoso y separó un body milk con el mismo olor y un polvo brillante de purpurina que le recordaba a las nubes. Cuando actuaba completamente como una bruja llevaba un aroma más denso y picante. Cuando no era así se limitaba a lo que ella llamaba «cosas divertidas». Los numerosos tarros y botes de su cuarto de baño eran testimonio de su adicción a los buenos olores. Los patos de goma alineados en los laterales de la bañera tenían la cabeza levantada observando cómo vigilaba que su baño estuviera listo. Cuando Blair dio a Jazz una colección de patos de goma el verano anterior, Jazz no esperaba que los patos se dedicaran prácticamente a invadir la bañera a la mínima oportunidad. Muchas noches entraba en el baño y encontraba la bañera llena de agua y dentro los patos interpretando su propia versión de Acorazados. —Venga, muchachos, portaos bien —les riñó con suavidad cuando un pato de goma con gafas oscuras de Joe Cool emitía un agudo silbido de lobo antes de saltar 28

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desde la repisa de la bañera al agua templada. Los demás le siguieron hasta la espuma y graznaron de placer mientras se mecían arriba y abajo en las olas salvajes. Jazz puso su reproductor de CD, se metió en el agua humeante, activó los chorros de burbujas, y se apoyó contra la curva del extremo que se ajustaba perfectamente a su cuello. Cerró los ojos y trató de ignorar el mundo exterior mientras los sonidos de Mujer celta flotaban por la habitación y los patos de goma empezaban a subir atropelladamente al reborde del baño y se tiraban por turnos al agua. Se hundió más profundamente en el agua y dejó que los chorros masajearan su cuerpo desde los pies a los hombros. Pronto se vio sumida en un ligero sueño. De repente sintió un toque muy leve acariciándole los pies. Sonrió y apartó los pies de su atormentador del sueño, sin intentar realmente escapar. No recordaba que los patos jugaran a este juego, pero lo cierto es que les encantaba jugar, así que ella se divertiría con ellos. Entonces sintió un atisbo de yemas avanzar por sus tobillos y luego subir por las pantorrillas. Esta vez no se pudo zafar ni tampoco quiso. Al contrario, separó las piernas un poco en un gesto de invitación bastante evidente. Su sonrisa se transformó en un ligero ceño cuando los dedos del fantasma apretaron la parte interna de sus muslos y más arriba. Cuando más se acercaban al centro de su cuerpo más frío se volvía el contacto, incluso en medio del agua caliente, hasta que empezó a sentir como si agujas de hielo pincharan su piel y el dolor se extendió por su cuerpo. La sensación de que algo raro estaba invadiendo su ensoñación le devolvió la consciencia y se sacudió. El agua salpicó por el costado cuando se incorporó bruscamente en el baño 29

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mirando alrededor de la habitación, pero nada parecía fuera de sitio. Estaba sola en el cuarto. Incluso en medio del agua caliente tenía frío. La música aún sonaba y el rumor de los gruñidos quejosos de Fluff y Puff añadían un ruido de fondo. Giró la cabeza y vio a los patos posados en el borde. Todos tenían un cierto aire de alarma en sus caras anaranjadas y sus picos se movían en una angustia silenciosa. Se inclinó hacia un lado de la bañera y miró a través de la puerta abierta del baño y pudo ver que las puertas dobles de su dormitorio estaban cerradas. Pero eso no detuvo la sensación de que la atmósfera de las habitaciones había cambiado drásticamente y no a mejor. Jazz salió rápidamente de la bañera y levantó el tapón. Se puso una toalla encima y se secó con rapidez la piel. Normalmente se hubiera tomado su tiempo y se habría puesto crema y sus polvos brillantes, pero esta vez quería salir de ahí cuanto antes. Una vez estuvo confortablemente cubierta en su bata, fue al baúl para coger salvia y empezó a quemarla en cuencos distribuidos por el baño y el dormitorio. Tenía que limpiar el aire y purificar las habitaciones. No tenía ni idea de qué la había despertado tan bruscamente pero sabía una cosa: fueran de quien fueran aquellos dedos que la habían acariciado íntimamente no eran ni remotamente humanos. Incluso después de haber llenado de humo las habitaciones, Jazz siguió sintiendo una punzada de aprensión mientras se vestía con unos pantalones de felpa verde claro 30

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de cordones con un forro de bordado de fresas como decoración y bolsillo atrás y una capucha a juego. Pequeñas fresas adornaban sus chanclas. Mantuvo su maquillaje al mínimo. Se aplicó un poco de sombra de ojos ciruela y máscara negra para resaltar sus ojos verdes y colorete rosa con brillo que hacía juego con el lápiz de labios. Hoy quería que el color estimulara su ánimo maltrecho. Dejó atrás a un par de zapatillas enfadadas al salir de la habitación. —¡Guau, mírate! —Krebs, también conocido como Jonathan Shaw III, la saludó cuando entró lentamente en la cocina y sacó una botella de agua con gas con sabor a limón—. ¿Hoy no hay bruja mala de las que dan miedo? Pensó en los pantalones negros de cuero y la blusa de seda negra que estuvo a punto de ponerse en un intento de sentirse la gran bruja terrorífica tras un baño que no terminó siendo relajante. —Quizá me ponga más en plan bruja de las afueras —trató de imaginarse a sí misma llevando en un SUV o un coche familiar a los niños a entrenar para los partidos de la liga escolar. Se estremeció ante la mera idea. Abrió la botella y se tomó la mitad de su contenido de un trago—. ¿Quieres que te lleve a la costa? ¿Paramos a cenar en algún sitio? «Finge que todo es normal aunque no lo sea.» Krebs miró su aspecto pulido y animado y después su propia camiseta desteñida hasta un tono de huesos viejos y sus pantalones de pijama azul marino y marrón. Su pelo castaño oscuro se amontonaba en mechones desordenados picudos. No es que fuera un activista antiestética sino que todavía no se había lavado. —Hum. Ni siquiera es la hora de comer. 31

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—Podríamos salir a comer en lugar de a cenar. Estoy libre —propuso con una alegría que no sentía realmente— o incluso ir hasta Santa Bárbara, ver las vistas y después cenar. Vamos. Hace un día fantástico; disfrutémoslo. «Deja que huya de mi baño embrujado y mis zapatillas cabreadas por un rato.» —Esto, ehhh, creo que no. Gracias de todas formas —de repente su taza de café se volvió muy interesante—. Además, creo que esa fantasma tuya me mete mano cuando voy contigo. Jazz bufó mientras bebía el agua y después se atragantó. —Irma es una dama y no haría eso —ni por todos los demonios iba a admitir que había visto a la fantasma irascible escribir en braille en el bonito cuerpo masculino de Krebs la última vez que salieron en coche. Supuso que aunque él no pudiera ver a Irma, podía sentir que se estaba tomando libertades con él. ¡Fantasma mala, muy mala! —Y eso no es todo —bajó la voz—, esto sólo ha ocurrido los últimos meses, pero a veces, cuando he estado en el garaje, juraría que algo trataba de copular con mi pierna. Retuvo la risa histérica que pugnaba por salir. No le había mencionado aún el perro y no tenía ninguna gana de hacerlo. Sabía que Krebs era alérgico a los perros. Afortunadamente los perros fantasma no le daban alergia. —Vamos, Krebs —gimió—. Hace mucho que no salimos a divertirnos. Siguió dando vueltas a su café aunque sabía que lo tomaba solo y que por tanto no necesitaba revolverlo. —Tengo trabajo —musitó. 32

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—Mucho trabajo y nada de juego hace a Krebsie un chico sin citas —sacó sus llaves del cuadro cerca de la puerta trasera—. Vale, pero te vas a perder un fantástico marisco, estupenda conversación y una chispeante noche con moi —le lanzó un beso y desapareció por la puerta. Los tonos duros de Humphrey Bogart mezclados con llantos sonoros la saludaron cuando activó la puerta del garaje y vio cómo se abría hacia fuera. Casablanca. Suspiró al entrar en el garaje. Irma se echó hacia atrás en la butaca reclinable acolchada que Jazz le había conseguido, con un pañuelo de encaje colgando de una mano mientras se enjugaba los ojos. Miraba la televisión, y pronunciaba con los labios las palabras finales. —Vale, Rick y Louis se convertirán en los mejores amigos. ¿Qué tal una vuelta en coche? —se pasó las llaves de una mano a la otra. Irma se cubrió la nariz con el pañuelo e hizo un ruido como de bocina. Nada de delicadeza en su caso. —Acaba de dejar que ella se vaya —dijo Irma hipando. Jazz ignoró el hecho de que ella lloró litros y litros cuando vio por primera vez la película en el Teatro Rialto en 1942. —Eso es la guerra para ti. ¿Sabes lo que te digo?, vayamos a la costa. Eso te animará —subió al coche y encendió el motor; un momento después, Irma estaba en el asiento del copiloto—. Y compremos una cena. —Tú cenarás —gruñó Irma, mientras guardaba su pañuelo en el bolsillo de su vestido. Su vestido azul marino parecía tan recién planchado como cuando se lo pusieron para que yaciera con él. Nunca le había perdonado a su marido mentiroso y adúltero el que le hubiera 33

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elegido aquel atuendo tan poco favorecedor como ropa para la eternidad—. Yo me limitaré a sentarme en el coche como esas chicas hawaianas que la gente pone en el salpicadero. —Tú con la parte de arriba de un bikini y una falda de hierba es algo que realmente no me gustaría ver. Además, puedes bajar del coche ahora mismo. Busca un palo y tiráselo al perro para que lo coja —miró al peludo gigante que estaba tendido junto al asiento de Irma—. Necesita mucho ejercicio. —¿De qué me sirve poder salir del coche si no puedo entrar contigo? —discutió Irma. —Oh, no, después de la que montaste en Taco Bell —Jazz se estremeció al recordarlo. —No fue culpa mía que los cazafantasmas estuvieran allí comiendo —resopló—, ni que uno de ellos me detectara. Jazz sabía que no era culpa suya, pero eso no hacía menos doloroso el recuerdo de la locura de aquel momento o los clientes aterrorizados saliendo a toda prisa del restaurante cuando el cazador de fantasmas telepático saltó con su cámara. —Escucha, aparcaré en un sitio donde tengas una vista magnífica de la playa —prometió mientras pulsaba el mando de las puertas y después regresaba al sendero—, así, si cambias de opinión, puedes caminar por la playa y disfrutar con la puesta de sol. Cuando alcanzó la calle oyó el débil sonido metálico del organillo del tiovivo procedente del paseo. Ignoró 34

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a propósito el encanto del paseo central y giró en sentido contrario. Mientras conducía hacia la autopista del Pacífico juraría haber sentido un ligero toque por el interior de la pierna. El contacto era incómodo, ya que sabía que no tenía nada que ver con el perro. —Júrame que funcionará —una voz baja retumbaba contra las paredes de piedra de la cámara. —Mi trabajo nunca falla. —Bien, porque si falla, nunca saldrás de esta habitación —el interlocutor abrió la gran puerta de acero y salió del cuarto. La persona que se había quedado atrás volvió a su tarea. La temblorosa luz de la vela resaltó el texto antiguo grabado en el pergamino que yacía sobre la antigua mesa de roble. Las palabras, escritas en un lenguaje arcano olvidado hace tiempo por muchos en el mundo mágico, estaban grabadas con la sangre de sus enemigos, de igual forma que el pergamino estaba elaborado con la piel de sus adversarios. Dedos largos rematados por uñas igualmente largas tan barnizadas que su brillo era capaz de reflejar las líneas del texto iluminadas por la luz de las velas. Una voz baja y gutural repitió el embrujo una y otra vez, pero lo que aumentaba el poder de las palabras era el dibujo situado junto al texto. Un dibujo de Jazz Tremaine que era tan realista, tan exquisitamente realista, que daba la sensación de que podría haberse salido del papel. Cada pulgada de cuerpo desnudo retratado en el dibujo era absolutamente perfecto. 35

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