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Resumen del capítulo "La sociedad colonial:raza, etnicidad , clase y género" de Ana PrestaDescripción completa

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Presta, Ana. “La sociedad colonial: raza, etnicidad, clase y género. Siglos XVI y XVII”. Los conquistadores traían consigo un bagaje cultural e ideales que imprimieron en la colonia. El hecho de estar en un terreno nuevo les dio la posibilidad de acceder a un status social que nunca estuvo a su alcance salvo ahora como elite conquistadora. La nueva tierra era un nuevo comienzo en sus vidas. Antecedente histórico: 1492 toma de Granada, fin de la Reconquista. Los conquistadores tomaban por medio de las armas lo que no tenían por cuna. Al avenir la colonia se renovaron con más fuerzas las antiguas formas de estratificación y discriminación sociales. Distinción por raza: español vs indio. Luego se complejizan las diferencias entre conquistadores y conquistados. De dónde venían los conquistadores. Sociedad ibérica. Existían tres estamentos: nobles, clero y gente común. Gozaban de privilegios de rango como exenciones tributarias y de derechos jurídicos. Oficios y educación también marcaban diferencias. La sociedad ibérica no era ni racial ni étnicamente homogénea. Limpieza de sangre. El status de un individuo quedaba condicionado por la demostración fehaciente de no poseer traza de sangre de moros o judíos. A fines del siglo XVI, la sociedad colonial se parecía cada vez más a la peninsular. ESPAÑOLES La participación exitosa en la conquista ofreció a algunos la posibilidad de trascender social y económicamente al recibir una encomienda de indios. La encomienda se convirtió a lo largo del siglo XVI en la fuente de adquisición de recursos humanos y naturales. Asimismo, la encomienda logró satisfacer las aspiraciones señoriales de los conquistadores, quienes se convirtieron en señores de vasallos, debiendo servicio militar a su rey y ejerciendo, al mismo tiempo, responsabilidades políticas. Las mercedes de encomienda se concedían por dos vidas (la del primer titular y la de su legítimo sucesor). La minería nació con los inicios de la colonia y al calor de la encomienda. Se destacaron Porco y Potosí, esta última por su gran producción de plata. Potosí movilizaba recursos y producción de Quito, Lima, Cuzco, Charcas, Tucumán y el Río de la Plata. Cualquiera fuera su ocupación, los peninsulares buscaban acrecentar o perpetuar el status adquirido en el pasado reciente. Para ello era menester acceder al mejor matrimonio y en el caso de la primera elite colonial, las uniones demostraron que la elección de cónyuges se formalizaba entre paisanos, entre primos cruzados y parientes para evitar la dispersión del patrimonio o entre miembros de familias ya vinculadas por emprendimientos económicos. Para asegurar que los bienes adquiridos permanecieran en el linaje, la elite eligió la figura del mayorazgo. Aunque la ley castellana otorgaba a los nacidos de legítimo matrimonio iguales derechos de herencia, muchas familias se ampararon en los espacios que dejaba la ley y favorecieron a uno de ellos, a quien donaban, generalmente, las partes de libre disposición

y mejora con que podían aumentar la cuota obligatoria o legítima que correspondía a todo heredero. El status superior se cerraba en torno a altos funcionarios virreinales y del clero. La corte virreinal y las sedes de las Audiencias vieron proliferar entre sus habitantes a hombres de leyes. Consejeros, secretarios, oidores, procuradores, fiscales, abogados, oficiales de la Real Hacienda, rápidamente se vincularon con la elite de beneméritos y propietarios por lazos matrimoniales. Para coronar el status ganado en la colonia y hacer público el reconocimiento de la corona, los que habían devenido en acaudalados propietarios o sobresalido en la burocracia intentaron conseguir un hábito en las órdenes militares castellanas. Los altos dignatarios religiosos arribaron con los conquistadores y conforme a los espacios de ejercicio abiertos por los centros urbanos, obispos y arzobispos se hicieron cargo de la dirección de las provincias eclesiásticas, residiendo en las ciudades capitales en catedrales y basílicas que mostraban el esplendor de las economías regionales. Capillas, púlpitos, retablos, lámparas y ornamentos llevaban la impronta de la elite que contribuía con su dinero, al igual que los indios con su trabajo, a la fundación y construcción de los grandes templos. Precisamente, las iglesias de las órdenes religiosas (dominicos, franciscanos, agustinos y mercedarios) sirvieron a la construcción de capillas y mausoleos pagados por las familias encumbradas para que sus patriarcas y sucesores fueran enterrados en espacios privados que recordaran al público la categoría de sus linajes. Desde el advenimiento de la primera generación de criollos, los peninsulares motivaron la vocación religiosa de alguno de sus hijos. En tal caso, preferían su ingreso en el clero secular a los rigores de la militancia y el celo religiosos de las órdenes. Con el correr del primer siglo de dominio colonial, las migraciones se hicieron frecuentes y los espacios de poder más estrechos. El status económico más las vinculaciones familiares, la educación y la ocupación comenzaron a marcar la distinción entre los peninsulares. De manera tal que se hicieron visibles en el grupo español las diferencias de clase. Los criollos acumularon propiedades rurales e invirtieron en la minería, y los que alcanzaron educación superior se encaramaron en la administración colonial, aunque en puestos intermedios, hasta mediados del siglo XVIII. A pesar de llevar sangre española y de disfrutar de bienestar económico, la elite criolla sufrió una discriminación étnica que le impedía acceder a las posiciones de poder. Mujeres. La primera generación de conquistadores se caracterizó por su licenciosidad sexual. De ello surgió la primera generación de mestizas. Considerada como función femenina primordial, la maternidad estaba atada a un mandato social, cultural e ideológico cuyo resultado era la subordinación femenina al mundo masculino. El pilar de esa subordinación era la institución familiar; su emergente, el matrimonio. En torno al patriarcalismo reinante, el matrimonio constituía el rito de pasaje tras el

cual una mujer pasaba de la tutela de su padre a la del marido. El matrimonio debía efectuarse entre iguales o pares que garantizaran una descendencia legítima que conjugara la salvaguarda de los principios cristianos y de la sociedad estamental. Las viudas e hijas de encomenderos debían casarse para cumplir con las obligaciones militares inherentes a la vecindad y para continuar ejerciendo el señorío de los sujetos, aunque a través de su marido. Las peninsulares y criollas esposas e hijas de artesanos, pequeños propietarios y dependientes vieron transcurrir su vida trabajando junto a sus esposos y en las tareas del hogar. A su subordinación de género se añadían las diferencias de clase, estando más expuestas a las raíces socioeconómicas y culturales de la desigualdad.

INDIOS La etnicidad constituyó un elemento adicional de la estratificación social y, en ciertos casos, fue preexistente a la presencia española. Cuando Francisco Pizarro y su hueste llegaron al norte peruano, se enfrentaron a una sociedad estratificada y presa de sus propios conflictos intra e interétnicos: la guerra de sucesión incaica. De la conmoción interna sacaron provecho los españoles, quienes desde su ingreso a la tierra cosecharon aliados y enemigos. Al comienzo de la conquista del Perú, los familiares de los soberanos incas gozaron de status especial. La cercanía a los miembros de los grupos de poder cuzqueños favoreció, por ejemplo, la conquista del sur andino y el hallazgo de yacimientos y tesoros. Excluyendo del panorama a los familiares del Inka u los grupos aliados, lo primero que hicieron los españoles con los conquistados fue someterlos a prestaciones de trabajo, contribuciones en especie y dinero, que más tarde los funcionarios reales fijaron el forma más equitativa, como monto tributario que sería percibido en moneda por los particulares o la corona. Aunque sin respetar las territorialidades y organizaciones étnicas, los indígenas fueron divididos en encomiendas primero y luego en jurisdicciones administrativas para facilitar a los funcionarios el cobro de las tasas. Sucesivas tasas y retasas fueron impuestas y subsiguientes y artificiales modificaciones entraron en vigor al dividirse a los indígenas tributarios en originarios, forasteros o yanaconas, conforme fuera su condición de propietarios atados a los ayllus, labradores en tierras ajenas o dependientes de los españoles y adscriptos a sus tierras. La cobranza del tributo tuvo su correlato en la creación de las reducciones o pueblos de indios, centros de segregación. Las exenciones tributarias alcanzaban a los señores étnicos y su unidad doméstica, dado que los curacas (caciques) fueron la bisagra de relación entre conquistadores y conquistados, cuya autoridad sobrevivió al Estado inca que acababa de sucumbir. Las respuestas de los naturales a la alienación provocada por la colonización no se hicieron esperar. Las migraciones fueron una salida a la opresión

humana y tributaria que pesaba sobre los indios de comunidad. Solos o con sus familias, muchos decidieron escapar de sus propios ayllus para afincarse en tierras ajenas como trabajadores estacionales y engrosar la masa de forasteros, agregados y yanaconas. Otros prefirieron las ciudades y el aprendizaje de oficios artesanales para abrazar un destino de individuación y pérdida paulatina de sus bases culturales. Los más sirvieron a los españoles por casa y comida. Por otro lado, los indígenas hicieron uso de sus derechos jurídicos y peticionaron ante los tribunales a través de los protectores de naturales, sus autoridades étnicas o procuradores. La india del ayllu se desdobló en una multiplicidad de tareas que iban desde la maternidad a la siembra, la guarda del ganado y la confección de tejido, la cosecha y la conservación de granos y tubérculos. Como hábiles comerciantes, algunas lograron acumular ganancias que acostumbraron a prestar a interés dentro del mismo círculo indígena y urbano. ESCLAVOS La esclavitud, aceptada en la península Ibérica, llegó a América con la conquista. Por entonces, los africanos conservaban un status superior al de los indios en la medida en la que habían llegado como sirvientes de los conquistadores. Algunos negros eran libres y asimilados culturalmente a los europeos, aunque conservaban el estigma del color, fiel reflejo de sus ancestros. Ello no impidió que fueran utilizados para vejar y agraviar a los indios. Cuando la legislación protegió a los indígenas de realizar determinados trabajos para evitar su desaparición, fue el turno de los esclavos, quienes fueron importados para trabajar en las haciendas azucareras, viñas, olivares y en la recolección de perlas. En las dotes y testamentería de la elite femenina siempre aparecen esclavos de servicio doméstico. Los esclavos fueron hábiles en el aprendizaje de artes y oficios. CASTAS A pesar de los intentos segregacionistas, el mestizaje entre españoles, indios y negros fue amplio y sostenido. En el diseño social original, los tres grupos debían vivir separados. Fueron los propios conquistadores, sin embargo, los iniciadores de una sexualidad abierta. Asimilados al status y cultura de sus padres, la primera generación de mestizos acumuló los privilegios de sus progenitores conquistadores. Sin embargo, hubo roles a los que los mestizos no pudieron acceder por provenir, precisamente, de uniones no legítimas. Legalmente, si no mediaba un testamento que los beneficiara, los mestizos solo tenían derecho a la décima parte de los bienes paternos. Por tales inhibiciones y prohibiciones, quedaron vacantes no sólo numerosas encomiendas de la etapa inicial sino fortunas enteras, que iban a parar a los parientes peninsulares. Con el tiempo, los mestizos sobrevivieron de los trabajos manuales, el comercio minorista y la supervisión directa sobre el trabajo de los indios.

La sociedad colonial, como toda sociedad de órdenes, fue una construcción jurídica e ideológica asentada en las diferencias raciales y étnicas que comenzaron por sostener el status social de los individuos. Ello redundó en un sistema jerárquico organizador de las relaciones sociales, en las que las variables de raza, etnicidad, clase y género interactuaron para determinar el lugar de cada cual en la estructura social, ofreciendo por vía del éxito económico, el oficio u ocupación o el matrimonio la posibilidad de alterar el status inicial.