Preceptos de Oro Del Himalaya

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Nuestros días transcurren inevitablemente entre la ansiedad y la agitación por que al fin ll egue el momento tan esperado del reencuentro y la búsqueda de serenidad a través de la meditación y la oración. Y entonces al ver el péndulo en el que inalterablemente se balancea nuestra alma, Él nos e stá llevando a comprender cuáles son los mecanismos del deseo, para poder objetivarlos l aky así arrebatarle al deseo y a la ansiedad el gobierno de nuestra vida. En estos días el frío comienza a blandir su espada y nos obliga a retirarnos a un recinto má s interno, en todo sentido. Es tiempo propicio para la observación de sí y el trabajo interno , buscando el calor de las ideas que aplacarán el frío del alma. Una y otra vez, la Magna Doctrina nos presenta las mismas ideas que siempre parecen ren ovadas al encararse desde diferentes contextos, pero que en esencia son las mismas. Este conjunto de ideas deben, por supuesto, llevarse a la práctica para que resulten efectivas. E s importante que no dejemos de aplicar el conocimiento y que no nos frustremos por los i ntentos fallidos. No debemos olvidar que con cada intento se robustecen los gérmenes d e santidad, que algún día darán su fruto. No importa si caemos una y otra vez, lo importa nte es seguir intentando, una y otra vez, con la certeza de que cuando llegue la hora, todo s esos intentos finalmente florecerán. Todo lo que este material de estudio transmite debe, entonces, llevarse a la práctica, y de be hacerse a voluntad. No debemos tener dudas al respecto: si tenemos fe, lo vamos a log rar.

I. DESTRUIR EL CUERPO DE DESEOS Los Preceptos de Oro del Himalaya resumen el camino del discípulo que quiere llegar a Dio s en tres tareas fundamentales: 1. Destruir el cuerpo lunar. 2. Expurgar el cuerpo mental. 3. Purificar el corazón.

El cuerpo lunar es el kama rupa, el cuerpo de deseos gestado por la misma acción kármica , el cuerpo de deseos mundanos, aquello que nos apega al mundo y sus placeres. En relación a la destrucción del cuerpo de deseos, sabemos que los sabios de la Antigüeda d han llamado a este mundo “la mansión del dolor” y el motivo de ello es simplemente la existencia del deseo. Sidharta Gautama transformado en Buda esbozó luego de su ilumina ción las cuatro nobles verdades que confirman esta idea:

1. Todo en la vida es dolor y sufrimiento 2. El deseo origina el sufrimiento 3. Existe la posibilidad de eliminar el deseo 4. Siguiendo el óctuple sendero (recta fe, recto pensar, recto hablar, recto obrar, recto modo de vivir, recto esfuerzo, recta atención, recta concentración)

El maestro nos dice que debemos entender que el sufrimiento que produce el deseo siem pre es directamente proporcional al ímpetu del deseo mismo. Los Preceptos de Oro del Hi malaya dicen que en el campo de la instrucción probatoria el alma encuentra las flores de vida… pero debajo de cada flor hay enroscada una serpiente. El mundo ofrece un campo d e flores, los objetos de los deseos, pero debajo de cada uno, está la serpiente acechando. Porque cada deseo originará indefectiblemente un sufrimiento. Hay un sólo deseo que no produce sufrimiento, que es el deseo ardiente de Dios. Porque todo aquel cuyo deseo es Dios, tarde o temprano lo va a cumplir. Ese deseo nunca es frust rado. Por eso los sufis proclaman el deseo ardiente de unirse en Dios y con Dios.

Los sufis dicen “Vivir muriendo”, y los hindúes indican “mata el deseo”… y en definitiva, es tán hablando de lo mismo. Se trata de morir a los velos oscuros o más claros, no importa, pero que igualmente lo apartan a uno de la contemplación del alma universal, de Alaya, d e Dios. “Vivir muriendo” es descubrir los mecanismos que utiliza el deseo, que pierden fuerza sólo con objetivarlos. Es la auténtica despotencialización de las proyecciones. Y así el deseo pi erde fuerza y poder sobre nuestra alma.

Si cuando está tiranizando un deseo, nos detenemos a observar y objetivar el mecanismo que se pone en marcha, nos vamos a sorprender mucho de la habilidad del ego para pone r en funcionamiento este sistema tan complejo, que resulta un arte al servicio del ego: se abre ante nosotros una huella mnémica, se enciende la pasión, surge luego posiblemente un recuerdo idealizado de otra experiencia relacionada con ese deseo que lo aviva aún má s, actúa también la percepción selectiva, que se vale de los traumas de infancia para filtrar los recuerdos y recrear las sensaciones que más estimulan el deseo, se activa entonces la i maginación tiñéndolo todo, y se aviva más y más ese deseo… son todos procesos mentales , mecanismos.

Si uno lo permite, la mente tiene la habilidad de, a partir de una pizca de idealización form ular un deseo inmenso. Y cuando uno ve y objetiva que no es así, que no es real, que es to do un mecanismo mental, ese deseo pierde fuerza. Para entender cómo debemos objetivar el recuerdo idealizado de un deseo, damos el sigui ente ejemplo: ¿por qué uno recuerda la sensación de enamoramiento y busca estar enamo rado, olvidando los sufrimientos que inevitablemente vienen después? El sufrimiento se gesta en el mismo momento de la formulación del deseo. Una vez que se gestó el deseo, si no se satisface, se sufre. Si se satisface, tarde o temprano también se sufre, porque no ofrece el deseo en sí ni en su satisfacción la plenitud del alm a. Por eso, nos recuerda el maestro que debajo de cada flor de los jardines de recreo de lo s sentidos, hay una serpiente enroscada. Tenemos clasificado el mundo por lo que nos es placentero y lo que no. Sin embargo, la ex periencia nos indica que no todo lo placentero es bueno y que lo malo no es necesariamen te malo.

Por eso, es sabio aquel que no busca excesivamente el placer ni intenta esquivar todo el ti empo el dolor. La copa se llena, ¿debe importarnos si con agrio o dulce? ¡Sigue bebiendo! Ó

… imperturbable por permutaciones, las malas que siguen a las buenas; posee tu jarro con los rizos de tu amado; pronto toda la escena se esfumará sin remedio.

Nos dice el maestro que hay un punto interno, propio de las almas maduras, en el que uno comprende que si Dios nos concediera todo lo que deseamos, moriríamos pronto.

Cada uno debe objetivar concretamente su kama rupa, su cuerpo de deseos, haciendo un a lista de los deseos que pulsan en el interior, y seguramente se sorprenderán cuando vea n que el listado no ocupa más de una carilla. Una vez que tengan objetivado su kama rupa, deben estar atentos y observar su mecanis mo: primero la tensión cuando se gesta el deseo. Luego la tensión que genera la frustració n de ese deseo. Deben observar si cuando aparece el deseo uno permite que la mente vaya demasiado lej os en ese sentido, si aparecen recuerdos de experiencias anteriores y si los dejan ser. Cuál es son las emociones y las pasiones involucradas, los fundamentos compensatorios que se activan... eso les dará una idea certera de la estructura de su cuerpo de deseos.

Objetivar el cuerpo de deseos es el primer paso para destruir los procesos mentales. El des eo, como mecanismo de la mente, destruye el momento Real: uno no puede vivir el ahora por estar deseando. Lo importante es mantenerse despierto, objetivar el propio cuerpo de deseos y llegar a ve

r la serpiente enroscada en cada deseo. Después, aplicando la sabiduría de discriminación, uno puede llegar a ver qué es lo que est á detrás de cada cosa que desea: (Cuando por intenso deseo en el samsara yerro, que el re splandeciente camino de luz de la sabiduría de discriminación me proteja y me guíe, me ay ude a atravesar el peligroso sendero del bardo y me lleve al estado de Buda perfecto). Esta sabiduría búdica va más allá de simplemente diferenciar lo que está bien de lo que es tá mal; discriminar es leer el símbolo. La lectura del símbolo que nos permite la sabiduría d e discriminación nos puede hacer ver que detrás de cada deseo está en realidad la búsque da de Dios. El maestro nos recuerda que es imprescindible comenzar ya a objetivar el cuerpo de dese os y reformular el anhelo de Dios, corregirse a cada paso, para evitar ser picado por la serp iente. Y nos insta a observarnos para darnos cuenta de que el procedimiento mental en la formul ación del deseo verdaderamente es un arte al servicio del ego, un arte muy complejo: hay imaginación, idealización, ornamentación, exageración, selección… es un mecanismo com plejo y debemos descubrir todos los componentes de esta complejidad. Antes de entrar al templo de Delfos se leía: “Conócete a ti mismo y conocerás el universo” … conocer el mecanismo del deseo es muy grande, es conocer las nobles verdades del Bud a, el origen de todos nuestros sufrimientos, algo muy elevado.

II. EXPURGAR EL CUERPO MENTAL Dijimos antes que la tarea se circunscribe a destruir el cuerpo lunar, expurgar el cuerpo m ental y purificar el corazón. Debemos expurgar el cuerpo mental de toda la influencia de la mente inferior con su senti do ilusorio de “yo soy” (la personalidad, el ego y sus condicionamientos); expurgarlo para que sólo queden las ideas evolutivas y eliminar todos los condicionamientos, los traumas, todo lo que gesta deseos y que se interpone entre la luz de Dios y nosotros… Para ayudarnos a comprender la tarea, el maestro nos recordó qué es el cuerpo mental: Tenemos un cuerpo mental inferior o manas inferior y un cuerpo mental superior o manas superior. Vida tras vida cuando el yo reencarna se recrea el cuaternario inferior, conforma

do por el centro instintivo (que incluye al sexual), el centro motriz, el emocional y el intele ctual; todo eso se refleja en el manas inferior. Es ahí donde se conforma la personalidad. El manas inferior es una serie de contenidos for tuitos, originados en los traumas y sus compensaciones, en las experiencias de vida y en s us condicionamientos. Por su parte, el individuum es el mismo vida tras vida, lo que cambia es la personalidad. P or el dolor y los desaciertos, vida tras vida, el individuum va cobrando experiencia y, al mo rir, tiene que extraer el extracto púrpura de su vida, que queda grabado en su átomo simi ente. Lo único que se lleva el manas superior, que la muerte no puede arrebatar, es lo que hem os comprendido legítimamente. Y si no se lleva nada es el principio de recurrencia, hasta q ue el alma comprenda que todo es una ilusión. Expurgar el cuerpo mental es paralizar la acción del manas inferior, todo lo que conforma l a sensación de “yo”, de ego.

Permanentemente las sensaciones que tenemos están cambiando en un devenir caótico d e sentimientos, pensamientos, sensaciones, imágenes... es un hilo que no se interrumpe j amás. Tenemos traumas, compensaciones, condicionamientos que crean la ilusión de con tinuidad, que es el sustento del ego. Pero la existencia no puede estar en nada de eso cam biante. La sensación de existencia es única, eterna e inamovible, no se modifica nunca y n o puede estar en nada de eso cambiante. El individuum está más cerca de la existencia verdadera que la personalidad, que es existe ncia cambiante y transitoria. En cada vida se crea una personalidad diferente, en cambio e l individuum es el mismo siempre.

Siempre la personalidad va a ser un velo del individuum, del hombre eterno. A medida qu e uno se interioriza más se va dando cuenta de que el sí mismo no es más que Sí Mismo de Dios. Encontrar lo eterno, lo impersonal en sí mismo, es encontrar a Dios. “Mira en tu pro pio interior: eres Budha”.

Es por ello que debemos expurgar el cuerpo mental de la parálisis que implica la mente inf erior y que vela al Sí Mismo. La mente inferior está hecha de los traumas y sus compensac iones, las pulsiones que buscan satisfacer el ego, presentarlo y defenderlo. “Busca erradicar lo transitorio y efímero para vivir en lo eterno”... Todo es fugaz, no hay un pensamiento, una sensación, una emoción, una situación que se mantenga. ¿Qué es esa f ugacidad? ¿A eso le llamo yo, como algo estable? Todo eso es ilusorio. Mi sensación de permanecer es diferente, viene de otro sitio. “Yo soy” no es lo que yo creo que soy. El ego definido como ego es una falsa idea de sí mis mo. La sensación de existir está más atrás, y es víctima del yo inferior. Tenemos que llegar a darnos cuenta por qué tiraniza tanto el ego, desperdiciando el poder de Alaya, de Dios. En primer lugar, es preciso descubrir el ego, la mentira, el engaño, la ilusión. Por otro lado, objetivar por qué estamos tan convencidos de que el ego tiene existencia, p or qué le damos tanta importancia al ego, a la ilusión de ser yo, que no es más que una ilu sión. Toda la idea que uno tiene de sí mismo, todo lo que a uno le da un sentido de identid ad, es ilusorio. Es preciso descubrir cómo se conforma esa entidad. Expurgar el cuerpo mental es discriminar la ilusión de ser un ego aislado de lo Verdadero, es dilucidar qué se llevará el manas superior si morimos ahora, qué comprendimos genuin amente que la muerte no puede arrebatarnos, y con qué reencarnaremos.

LOS SIDDHIS INFERIORES Los Preceptos de Oro del Himalaya inician con la frase: las presentes instrucciones son para aquellos que ignoran los peligros de los siddhis inferiores. Los siddhis inferiores son parte de la mente inferior, son las energías psíquicas y mentales groseras, que conllevan el peligro de cortar el hilo con el Atman gestando un terrible kar ma. Llevado su uso a un extremo conforma la degeneración y cristalización de los magos n egros, como los dag dugpas, los destructores de sus propias almas. Se trata, por ejemplo, del mal ejercicio del poder sobre el otro en cualquiera de sus forma s: la seducción para fines egoicos de reafirmación, la manipulación de las emociones del ot ro haciéndole creer que uno lo ama, la superioridad intelectual que se utiliza para aplastar

al otro, los vínculos en los que uno ejerce dominio sobre el otro como en el caso de la sim biosis, el ejercicio de poder autoritario y violento en todas sus formas generando temor pa ra poder subyugar al otro, la utilización de compensaciones de poder político, económico, profesional, etcétera. Generalmente uno ignora los peligros de estos siddhis; si supiera cómo su vida está atrapa da en ellos, buscaría sin duda erradicarlos. Porque el peligro de los siddhis inferiores es qu e mientras nos dominen no tenemos posibilidad alguna de conexión con el orador silencio so, con Dios. Si uno no entiende el peligro de estos siddhis, pierde la posibilidad en esta encarnación y g enera un karma tremendo para su próxima existencia. ¿Acaso vamos a rifar una vida por regodearnos en el ejercicio de los siddhis inferiores? Las mujeres con la seducción, una persona que ejerce un poder afectivo envolvente, que n o es amor verdadero, los pseudo maestros espirituales que pretenden ejercer una falsa su premacía espiritual… Todos son siddhis inferiores. Y muchos pierden su vida en esto. Debemos saber de los peligros de los siddhis inferiores, debemos darnos cuenta de que la satisfacción que le da al alma el ejercicio de ellos es una satisfacción grotesca, que no incr ementa el amor verdadero ni la fe. No incrementa a nadie ni a nada, más que la ilusión del propio ego. Los magos negros son un ejemplo de quienes llevan esto a su máxima expresión, al punto de destruir su propia alma: tienen algo de conocimiento, pero incompleto, imperfecto, des naturalizado, y lo que saben lo utilizan mal, para su beneficio y beneficio del mal. Esto es un ejemplo extremo de la mal comprensión de las ideas, y uno no puede compren der bien una idea si no está absolutamente receptivo y si no está puro. El maestro advierte al respecto que el malicioso, el envidioso no está puro, entonces no ti ene posibilidades de atrapar bien el conocimiento. Son los que tiñen las ideas acorde a su conveniencia, las atrapan mal y las utilizan mal. Y desconocen los peligros de actuar de est e modo. La única finalidad de quien ejerce los siddhis inferiores es la satisfacción de sus intereses e goicos, compensar sus temores, obtener cierta confianza, protegerse del miedo a la existe ncia… por eso surge la simbiosis o el subyugar al otro para tenerlo como esclavo de sus pr opios placeres (afectivos, sexuales, etc). La seducción femenina, la seducción afectiva de s upuesta contención, el poder del intelecto, la mente aplastante, las simbiosis eróticas… so n todos ejemplos del ejercicio de los siddhis inferiores.

Lo que sucede es que uno se da cuenta del peligro de los siddhis inferiores cuando empiez a a buscar genuinamente a Dios, no antes. Entonces, cuando se da cuenta, sobreviene la s ensación de haber desperdiciado toda una vida empleando estas energías mentales inferi ores tan grotescas. Es imprescindible y urgente incrementar la fe, ir rumbo a Dios. Y ahí se ve la necesidad de erradicar los siddhis inferiores.

Expurgar el cuerpo mental significa liberar al individuum del yugo y la esclavitud de su ma nas inferior… de las pulsiones que lo mantienen a uno siempre ansioso, deseando, buscan do satisfacer el ego, proyectando, compensando sus deficiencias. A eso hay que renunciar, a lo transitorio y efímero, personal. Debemos luchar contra eso y crear siddhis superiores para la próxima encarnación. Son ta mbién poderes, pero espirituales superiores que devienen al que se entrega a Dios plena mente. Ningún hombre de conocimiento busca poderes pero más se acerca a Dios, más án geles están a su disposición. En cambio, no puede tener siddhis superiores un mago negro.

El ser social está separado de las potencialidades de su inconciente, de su Ser Cósmico. Ha blar con los ángeles oraculares es utilizar una potencialidad del inconciente, lo mismo cua ndo se iluminan ideas. Todo eso no está en el ser social, está en el Ser Cósmico. Pero por buscarlos como un fin en sí mismo, no alcanza uno estos siddhis superiores, ento nces uno tendría que mentir y fingir que los tiene, como hacen los destructores de sus alm as, los magos negros. El que se entrega a Dios plenamente tendrá todos sus poderes super iores para servirlo. Uno obtiene siddhis superiores en la medida en que se acerca a Dios. Una forma concreta de expurgar el cuerpo mental es preguntarse: ¿qué quiero que mi indi viduum se lleve de esta vida y qué debo descartar por completo (de traumas de infancia, v icios y pecados en adelante)? ¿Qué me gustaría que el viento se lleve? Ahí uno entiende bien qué es expurgar el cuerpo mental.

III. PULIR EL ESPEJO DEL CORAZÓN

Dijimos que Los Preceptos de Oro del Himalaya instan al adepto a destruir su cuerpo de de seos, expurgar su cuerpo mental, y purificar su corazón, que no es otra cosa que pulir el es pejo del corazón, como dicen los sufis.

La intuición empieza a desplegarse cuando se limpia el espejo del corazón. La visión interior depende de que el corazón esté purificado.

El mandala (Sri Yantra) expresa simbólicamente en los cuatro cuadrantes de s u periferia todos los venenos psíquicos, las tendencias inconcientes que const ituyen los velos que impiden la visión de la luz. En su movimiento centrípeto, hacia el interior, expresa simbólicamente la transmutación de los venenos po r las sabidurías búdicas. Esas sabidurías, a su vez, son refracciones de la Sabid uría Suprema del Buda que ocupa el centro mandálico.

Hemos gestado velos que se interponen entre el ego y Dios. Las emociones n egativas, los pensamientos equivocados, la imaginación condicionada por los traumas de infancia, etc., se interponen con la luz del Alaya. La luz del Alaya s on las sabidurías búdicas, cada uno de los cuadrantes emanados del centro d el mandala. En general, preferimos la luz fumosa de los estados oscuros y las tendencias inconcientes, a la elección de la sabiduría pura.

Para acceder a la luz del interior es necesaria la purificación del corazón.

Los velos comienzan a hacerse transparentes cuando se comienzan a observa r los mecanismos, y luego de la observación se pasa al control.

En el proceso de conversión trabajamos sobre los velos, los venenos psíquicos. El trabajo e s en círculos, se realiza en el movimiento circular del tiempo que se torna espiralado en la eternidad. Por la necesidad de explicar los fenómenos acorde a las capacidades receptivas de la mente sensorial, necesitamos bajar las ideas a un plano lineal, donde pareciera que e

l proceso se da en pasos lineales. Porque lo sensorial percibe el tiempo en forma lineal. Pe ro cuando uno percibe el círculo del tiempo, se da cuenta que los diferentes puntos que a ntes parecían lineales, son en realidad todos puntos en la circunferencia de un círculo, el ti empo se curva y todo se repite en un eterno retorno, y en el movimiento de la eternidad, se espirala.

Esta comprensión de la dimensión espiralada de la eternidad es necesaria par a comprender el intento. No importa que caigamos una y otra vez; en cada in tento se robustecen los gérmenes de santidad, de tal manera que cuando lleg ue la hora, ellos sin duda florecerán.

A medida que se va puliendo el espejo del corazón y se van haciendo transpa rentes los velos, va surgiendo la luz de la intuición, que es la que nos va guian do en el camino.

Llega un momento en la vida de todo ser humano en que uno se propone el c amino. Se inicia torpemente, porque uno está todavía en la periferia del man dala.

Una vez que llega el momento de la decisión, después de iniciado el camino, sólo hay que transitar “siete cortas encarnaciones”, tal como dicen Los Prece ptos de Oro del Himalaya.

Sin embargo, algunas escuelas que poseen los medios hábiles, el camino del l adino, tienen los métodos para que en una sola encarnación un hombre pued a iniciarse.

Comienza el camino por el arrepentimiento y sigue con la conversión, y result

a particularmente significativo que los sufis tengan una sola palabra que reún e arrepentimiento y conversión en un solo significado: tawbat. Porque en ver dad, uno y otro son inseparables. Si hay genuino arrepentimiento, hay conve rsión.

El arrepentimiento comienza, como dice el I Ching, estimulado por las conmo ciones y los impedimentos, preguntándose a sí mismo... ¿hay algo en mi inter ior que ofenda la Voluntad de Dios...?

Así comienza el proceso de pulir el espejo del corazón, y se llegará a un grado de unión con Dios, acorde al punto en el espiral en que uno se encuentre. No importa en realidad a qué grado de unión uno llegó, lo importante es lograr un grado. El resplandor de Dios brillará en la medida en que uno pula el espejo de su co razón. La brisa de la luz del interior va eliminando poco a poco el polvo del es pejo del corazón, el polvo de las emociones negativas. Así lo expresó el poeta sufi: La ruta que debes recorrer tú mismo se encuentra en pulir el espejo de tu corazón. Todas las sabidurías son en realidad una sola refractada, todas actúan íntima mente entre sí. Ninguna emoción negativa viene de afuera, la lectura del sím bolo es un acto divino, luminoso, de la Sabiduría de discriminación, que a su v ez permite ver en el otro un espejo, y permite reconocer los móviles en nosot ros mismos. Los toltecas decían: “nadie le puede hacer nada a un guerrero”.

La voluntad para trabajar internamente la da la luz. Entonces: cuanto más luz

haya, más voluntad habrá. Nunca la voluntad se puede ejercer con fuerza bru ta, porque todos los intentos se quebrarán rápidamente. Pero si el intento de viene de la luz, ya no se quiebra.

En el centro del Sri Yantra están las triangulaciones, cada vez que uno concilia los opuestos en su interior cierra un triángulo hacia el punto bindú del mand ala. Cada vez que el Espíritu Santo, el tercero superior, concilia las propias co ntradicciones nos acercamos al Uno, a Dios.

Purificar el corazón o, como le llaman los sufis, “pulir el espejo del corazón” es limpiar el c orazón de emociones negativas. Para emprender esta tarea, es necesario que recordemos que hay tres tipos de emociones negativas y por lo tanto tres métodos eficaces para controlarlas. La primera clasificación de emociones negativas corresponde a aquellas que con solo un e sfuerzo por no identificarse pueden ser controladas. Son emociones negativas mecánicas y suceden permanentemente en la identificación cotidiana. En el segundo grupo encontramos emociones negativas que ya están más enraizadas, por que tienen el sustento de pensamientos equivocados. Ante una emoción de esta índole, h ay que hacer un esfuerzo muy particular para comprender el pensamiento correcto en cad a caso, para romper la base del pensamiento equivocado que es lo que justifica y sustenta la emoción. El maestro trabaja sobre eso rompiendo la estructura de pensamientos equivo cados del discípulo hasta que el discípulo por sí mismo se da cuenta y la descarta. El trauma hace que uno vaya gestando una base de pensamientos equivocados, que son lo s que sustentan y justifican las emociones negativas. Pero si uno destruye esa base equivo cada, esclareciendo sus pensamientos, ya la emoción negativa no tiene sustento ni justific ación, se cae por sí misma.

La tercera clasificación de emociones negativas engloba a las peores, son las que se van en tretejiendo vida tras vida, que provienen de samskaras y vasanas (residuos psíquicos de ot ras vidas), y conllevan una oscuridad terrible. Es cuando un estímulo cualquiera genera una hipersensibilidad tal, que no bastan razones

intelectuales que expliquen que la emoción está equivocada. Son emociones muy arraigadas, muy profundas. Y esto requiere de otra estratagema: el Recuerdo de sí, que no es otra cosa que el recuerd o de Dios, es elevarse a la fe de Dios… solo abrazar a Dios y encontrar en él la raíz y susten to del alma puede hacer que uno se libere de una emoción de esta índole. En este caso, la misma emoción negativa es la que lo lleva a uno a hacer el esfuerzo para r ealizar el esfuerzo del Recuerdo de sí. Ante una emoción de esta escala debemos recordar esta posibilidad, la de usar la propia emoción como un trampolín para hacer el esfuerzo de l Recuerdo de sí. Si se logra, el cambio en la persona se hace muy notable, porque sucede algo muy grande en el interior de quien logra retrotraerse en el mismo momento en que s ucede una emoción negativa tan profunda. Por ejemplo, cuando uno sabe que está presa de una emoción de esta índole, que está en demoniado y a punto de estallar, puede recurrir al esfuerzo del Recuerdo de sí, que lo llev ará a destruir la base equivocada que sustenta y justifica la emoción. Si uno no conoce el método, se entrega y dice “no puedo con esto, esta situación me sobrepasa”, en vez de re cordarse. Pero un hombre de conocimiento funciona diferente, hace el esfuerzo de recordarse. El Re cuerdo de sí requiere un esfuerzo y conlleva la revalorización del trabajo, de la enseñanza, del maestro… todo eso es parte del Recuerdo de sí. Si utilizan este método y logran dominar estas emociones haciendo el esfuerzo de recorda rse, el resto es todo mucho más fácil. Para quien llega a dominar este tipo de emociones n egativas, lo demás es todo sencillo.

El espejo del corazón que no está pulido es un velo que impide que uno vea el resplandor de Dios. Enraizándose en Dios se puede limpiar este tercer género de emociones negativas , que son las que cuando viene el estímulo uno reacciona exageradamente, por más que te nga la razón esclarecida al respecto. Es la auténtica fórmula de la espera de los sufis: ador ar a Dios “como si lo vieses, ya que “si bien no lo ves, Él te ve”. Esta es la vía para evadir es te tipo de emociones abrazando a Dios con toda la fe. Son las exasperaciones exageradas del ego, un agravio con el hombre o con la mujer muy profundo, miedos profundamente arraigados… Este tercer tipo de emociones negativas se reconocen por encontrar dónde uno tiene la hi

persensibilidad, qué lo irrita a uno exageradamente… siempre cuando uno se va de escala en su reacción, está en presencia de emociones de este tercer género. Dominarlas requiere de almas ya maduras en el camino hacia Dios. Únicamente el que bus ca legítimamente a Dios puede bregar con esto y comenzar a pulir el espejo del corazón. D e lo contrario, el hombre nace y muere con la misma oscuridad, reencarna y la oscuridad s e acrecienta vida tras vida.

Todo esto significa que pulir el espejo del corazón es un camino para el cual nos podemos valer de tres métodos concretos: la no identificación para evadir las emociones negativas mecánicas, cambiar el sistema de pensamiento equivocado esclareciendo la razón para lib erarse del segundo tipo de emociones, y profundizar la fe y abrazar a Dios mediante el Rec uerdo de Sí para limpiarse de las emociones negativas más profundas.

IV. EL EJERCICIO DEL DHARANA Habiendo observado los complejos mecanismos de la mente al servicio del ego: movimien tos ilusorios de deseos, el ejercicio tan peligroso de los siddhis inferiores, pensamientos y emociones equivocados y nocivos, concluimos en que es de vital importancia la firmeza de la mente para dominar todos estos movimientos. Dharana es la disciplina de la mente. Cuando la mente comienza a vagar, se transforma en campo de recreo de los sentidos. Los sabios jamás se detienen en estos jardines a aspirar el perfume embriagador de sus flores , porque saben que debajo de cada una hay una serpiente enroscada. Para no dejar vagar la mente, es fundamental mantener la concentración. Dharana es concentración. La concentración lo hace a uno resistir los vientos del deseo: vi enen vientos grandes y uno como el junco, se sacude pero no se quiebra. Cualquiera que pretenda evolucionar en el camino del conocimiento del Yo tiene que ente rarse de la naturaleza del Dharana: la intensa y perfecta concentración de la mente en alg ún objeto interno, acompañada por la completa abstracción de cualquier cosa pertenecien te al mundo exterior. Si la mente vaga y no la podemos disciplinar, no tenemos posibilidades en el camino del co nocimiento.

Por ejemplo, uno puede hacer mil cosas en su día, pero sin lograr la impecabilidad en ning una de ellas. No se trata de hacer cosas, sino de hacer todo impecablemente. La impecabil idad en el quehacer cotidiano, tanto como en el entrenamiento o en el estudio, proviene d el Dharana. La impecabilidad implica concentración. Entonces, tenemos que ingeniarnos la forma de que la mente esté fija y no saltando como un mono de rama en rama, debemos ocuparnos aquí y ahora de lo que estamos haciendo, sea lo que fuere que estemos haciendo. Es ahí cuando la vida se transforma en una prácti ca del Dharana. Debemos ejercitar la concentración y disciplinar la mente en todo lo que esté a nuestro alc ance: estudio, tareas cotidianas, limpieza de la casa, entrenamiento, lectura, cualquier exp resión artística, etc… no dejar vagar la mente en ningún momento, ya que las posibilidade s que un hombre tiene de crecer y evolucionar pasan por disciplinar la mente. Debemos disciplinar la mente porque más allá de los movimientos cambiantes de la ment e, está la contemplación de la nada. La meditación es un reflejo de lo que es nuestra vida. En la meditación suceden pensamie ntos, emociones, huellas de la memoria, sensaciones, imágenes, fantasías, recuerdos ideal izados, percepciones selectivas… todo se sucede en forma caótica. Son todos procesos de l a mente, movimientos de la mente, que en este mismo momento están pero no nos damo s cuenta. Todo el tiempo se suceden esos movimientos en forma caótica, dispersa y desor denada, pero cuando cerramos los ojos en la meditación e intentamos concentrarnos, se h acen más patentes, porque tomamos conciencia de ellos. Durante la meditación debemos ejercitar el Dharana concentrando nuestra atención en un punto, el tantien, símbolo de la doctrina del Chung yung, igualmente alejado de los extre mos. Esta es una analogía perfecta de la vida, donde también es necesario encontrar un punto “ igualmente alejado de los extremos” mediante el ejercicio del Dharana… no es una idea in abstracto: uno tiene que descubrir concretamente cuáles son los extremos en su vida y cu ál sería ese centro: “el centro en medio de las condiciones”. El Chung yung es la contemplación del centro, es la sabiduría de ecuanimidad en acción: ig ualmente alejado de los extremos. Es la conciliante en medio de los opuestos en los que s e debate nuestra vida cuando estamos mecánicos. En el cuerpo, lo sabemos, ese punto central es el tantien. Por eso en la meditación ejercita mos la contemplación del centro, como símbolo de todos los extremos pujantes en el inter

ior, centro de las energías espirituales y terrenas. Debemos entender la contemplación del centro de la siguiente manera: imaginemos que t odos los opuestos quemantes en nuestro interior giran en la circunferencia de un círculo a gran velocidad formando una rueda, es la rueda de la vida. Si esos opuestos se dan altern adamente en nosotros, y el tiempo es circular, todo gira permanentemente en la gran rue da de la vida. La contemplación del centro nos permite darnos cuenta cuándo estamos sie ndo arrastrados por esta rueda. El centro, el tantien, pasa a ser el eje en el que se centra e sta rueda, y en él debemos concentrarnos. La ecuanimidad es la capacidad de conservar el centro, de mantenernos en ese eje central para no ser arrastrados. En el mandala (Sri Yantra), todos los triángulos del interior van hacia el centro, el punto bi ndú, hacia el eje. El eje de la rueda de la vida es el centro, el Chung Yung, y los triángulos d e las Sabidurías del sí mismo llevan al eje de la rueda, entonces el centro sería siempre el t ercero superior, la conciliante de todos estos opuestos quemantes en el interior. Por ello nos dice el maestro que es muy importante la práctica cotidiana de la meditación para progresar en la búsqueda de ese centro en el interior mediante el ejercicio del Dhara na, la concentración. En medio de las condiciones mundanas, uno debe volver a recuperar el centro cada vez qu e sabe que lo perdió. Así como en la meditación, una y otra vez, hacemos un suave esfuerz o por volver la concentración al tantien cada vez que nos damos cuenta de que la atención se disparó hacia cualquier sitio, en la vida debemos buscar la concentración para encontra r ese centro, igualmente alejado de los extremos: “El centro en medio de las condiciones”. Es sumamente importante que nos demos cuenta de que no existe diferencia entre lo que uno hace en la meditación y lo que hace en la vida. Y no debemos tener imaginación de sí al respecto: uno es en sus meditaciones como es en la vida. Sincronicidad, alineamiento, paisajes interno y externo… Hay mil formas para explicar lo m ismo: se trata de uno y su bardo. No existe la posibilidad de que uno llegue en sus meditac iones a cimas elevadísimas y que en su vida se pierda en el bullicio mundanal, disperso en mil distracciones. El maestro nos dice: piensen cómo son sus meditaciones y digan si en la meditación no suc ede en su mente lo mismo que en la vida cotidiana, no hay nada que se detenga: una suces ión de pensamientos, imágenes, fantasías, ideas inconexas… y a eso le llaman “yo”. Pero cuando intentan hacer un esfuerzo consciente para ir más allá, contemplar la nada… ya experimentan algo diferente, la comisura de los labios se vuelve hacia arriba, parece el f

undamento de la sonrisa interior. Parece la nada… Y nos aconseja: al meditar deben ver todo lo que perturba la práctica, observar el barullo d e su mente, para luego intentar ir un poco más allá y cuando, aunque sea por unos instant es, alcancen ese punto más elevado, digan “aunque no lo vea, él me ve. Somos uno…”. Por que no importa si no ven nada, al reconocer en uno mismo esa nada, en algún momento se llega a Dios.

Por otra parte, la vida es igual que la meditación y se llega en la vida a lo mismo que uno ll ega en la meditación, no puede ser diferente una cosa de la otra. Lo que yo haga allá afuera fortalece mis meditaciones, el fruto de mis obras tendrá frutos también en mi meditación. De la misma forma que los progresos que logre en mis meditac iones tendrán su correlato en mi vida. Para lograr verdaderos avances en el conocimiento del yo, en la observación de los compl ejos mecanismos del ego, en el control de mis emociones y en la destrucción de mi cuerpo de deseos, es imprescindible que entendamos la naturaleza del Dharana, la concentración , y que la ejercitemos a través de la práctica de la meditación. Pero debemos entender que esto implica tanto la meditación pasiva como la meditación e n movimiento. Es decir, debemos hacer extensible la meditación a todo lo que hacemos e n la vida cotidiana. La meditación es el medio por el cual nos llevamos del mundo sensorial al mundo de la Realidad. Y para ello nos valemos de la concentración.

Estas ideas conforman un método concreto que nos ayudan a comprender cada vez más p or dónde pasa el trabajo inevitable para el alma que desea evolucionar. Todo esto nos ace rca más a la meta, porque como dijo el sufi: El camino de ti hasta el Amigo no está lejos, ponte en marcha por él.

Tenemos el método, tenemos los conocimientos, debemos abocarnos a ellos con alma y vi da, y tener fe. Es preciso tener una nueva fuente de motivación que nos dará la fuerza de Voluntad necesaria para realizarlo: Dios.

El alma madura ya no quiere errar más por la rueda de la vida, comprende la fantasía de la s ilusiones mundanas y quiere huir de ellas. Cuando Maha Maya, la ilusionista, empieza a desplegar su gran truco, el alma madura sabe que por más lindo que sea lo que nos muest ra el resplandor de la joya de Mara, el Gran Engañador, que no está ahí la verdadera felici dad. Ya sabe que no está ahí lo que busca y no quiere perder más tiempo. Sólo quiere est ar cerca de Dios. Los ángeles llegaron a la salvación por el Conocimiento; los animales por su ignorancia. Los hombres están en medio de ambos.