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Los setenta y ocho grados de sabiduría del Rachel Pollack Los 78 grados de sabiduría del Tarot Arcanos Mayores EDIC

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Los setenta y ocho grados de sabiduría del

Rachel Pollack

Los 78 grados de sabiduría del Tarot

Arcanos Mayores

EDICIONES URANO

Título original: Seventy-Eight Degrees o f Wisdom. A Book o f Tarot. Part I: The Major Arcana Editor original: Uitgeverij-Antiquariaat, Schors, Holanda Traducción: Marta I. Guastavino

Reservados todos los derechos. Queda ri­ gurosamente prohibida, sin la autoriza­ ción escrita de los titulares del Copyright, bajos las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedi­ miento, incluidos la reprografía y el trata­ miento informático, así como la distribu­ ción de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

© 1980 by Rachel Pollack © 1980 by Uitgeverij W. N. Schors-Amsterdam, Holanda © 1987 by EDICIONES URANO, S. A. Enrique Granados, 113, pral. 1.a - 08008 Barcelona ISBN: 84-86344-38-7 (tomo I) ISBN: 84-86344-40-9 (obra completa) Depósito legal: B. 20.897-93 Fotocomposición: Buky Torres - Villarroel, 15 - 08011 Barcelona Impreso por Puresa, S. A. - Girona, 139 - 08203 Sabadell Printed in Spain

A Marilyn, la alumna de quien tanto aprendí. Y a Edie, el m ejor lector que conozco.

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Indice Introducción 1. 2. 3. 4. 5. 6.

La pauta de cuatro cartas La visión general Los triunfos iniciales: símbolos y arquetipos La secuencia mundana El viraje hacia adentro El gran viaje

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Introducción Los orígenes del Tarot Hacia mediados del siglo xv, no mucho después de que aparecieran en Europa las primeras referencias escritas a cualquier tipo de naipes, un artista llamado Bonifacio Bem­ bo pintó, para la familia Visconti de Milán, un mazo de car­ tas sin título ni número. Esas imágenes forman el mazo clá­ sico de un juego italiano conocido como Tarocchi: cuatro palos formados cada uno por catorce cartas, más veintidós cartas que muestran diferentes escenas y que más adelante fueron llamadas triomffi: en castellano, «triunfos». Ahora bien, muchas de estas veintidós imágenes pue­ den ser interpretadas simplemente como un catálogo de tipos sociales del medievo, tales como «el Papa» o «el Em­ perador» (para designarlas con los nombres que tuvieron luego), o bien como amonestaciones morales comunes por entonces, como «la Rueda de la Fortuna». Algunas repre­ sentan virtudes, como la «Tem planza» o la «Fortaleza». En otras se ven escenas religioso-mitológicas, como los muer­ tos que, al clamor de la trompeta, se levantan de la tumba para acudir al «Juicio Final». Hay incluso una carta que re­ presenta una herejía popular: la imagen de una papisa, que podemos describir como un chiste sobre la Iglesia, con una significación bastante más profunda de lo que general­

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mente alcanza el humor eclesiástico. Así y todo, podemos considerar a esta imagen herética como algo profunda­ mente arraigado en la cultura popular, y por ende obvio para alguien que se propusiera representar «tipos» medie­ vales. Hay, sin embargo, una figura que se destaca como bas­ tante extraña. Es un hombre joven, colgado cabeza abajo, por la pierna izquierda, de un simple marco de madera. Tiene las manos puestas detrás de la espalda con descuido, de manera que forman un triángulo con la cabeza en el án­ gulo inferior, y la pierna derecha está doblada detrás de la rodilla, de manera que la figura recuerda una cruz, o bien el número cuatro. El rostro parece relajado, e incluso se diría extático. Se pregunta uno de dónde sacó Bembo esta ima­ gen, que ciertamente no representa a un criminal colgado en la horca, como han supuesto después algunos artistas. La tradición cristiana consigna que san Pedro fue cruci­ ficado cabeza abajo, ex profeso para que no se pudiera decir que copiaba a su Señor. Sin embargo, en el Antiguo Edda se cuenta que el dios Odín estuvo nueve días con sus no­ ches colgado cabeza abajo del Arbol del Mundo, no como castigo sino con el fin de alcanzar la iluminación, el don de la profecía. Pero esta escena mitológica se deriva a su vez de la práctica concreta de los chamanes, hombres y mujeres médicos, en lugares tales como Siberia y América del Norte. En la iniciación y capacitación, a los candidatos al chama­ nismo se les dice a veces que se cuelguen cabeza abajo, precisamente como lo muestra el naipe de Bembo. Aparen­ temente, al invertir la posición del cuerpo se produce una especie de beneficio psicológico, de la misma manera que el hambre y el frío extremos pueden inducir resplandecien­ tes visiones. Los alquimistas — que, junto a las brujas, fue­ ron posiblemente los sobrevivientes de la tradición del cha­ manismo en Europa— se colgaban también de la misma manera, creyendo que de esa forma los elementos en el es­ perma vitales para la inmortalidad descenderían hacia los centros psíquicos situados en lo alto de la cabeza. Además, ya desde antes de que Occidente empezara a tomarse en

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serio el yoga, todo el mundo conocía la imagen del yogui cabeza abajo. ¿Quiso Bembo simplemente representar a un alqui­ mista? ¿Por qué no usó entonces la imagen, más común, del hombre barbudo revolviendo un caldero o mezclando diversas sustancias? La imagen, que en mazos posteriores se llamó el Colgado, y que más adelante hizo famosa T. S. Eliot en La tierra baldía, no se parece tanto a un alquimista como a un joven iniciado en alguna tradición secreta. ¿Sena el propio Bembo un iniciado? Así parece sugerirlo la forma especial de cruzar las piernas, un signo esotérico de las so­ ciedades secretas. Y si el artista incluyó una referencia a prácticas esotéricas, ¿no podría ser que las otras imágenes, aunque superficialmente parezcan un comentario sobre la sociedad, en realidad representen todo un cuerpo de cono­ cimientos ocultos? ¿Por qué, por ejemplo, el mazo original contenía veintidós cartas y no, digamos, veintiuna o veinti­ cinco, números que resultan más significativos por lo co­ mún en la cultura occidental? ¿Fue por casualidad, o sería que Bembo (o quizás otros a quienes Bembo se limitó a co­ piar) deseaba representar con disimulo los significados eso­ téricos relacionados con las veintidós letras del alfabeto he­ breo? Y sin embargo, si en alguna parte hay alguna prueba que relacione a Bembo o a la familia Visconti con un grupo ocultista, nadie la ha presentado para que sea examinada públicamente. Una rápida mirada a las asombrosas correspondencias entre el Tarot y el cuerpo de misticismo y conocimiento oculto de los judíos, llamado colectivamente la Cébala, de­ mostrará de qué manera los naipes de Bembo parecen casi exigir una interpretación esotérica, a pesar de la falta de pruebas en firme. La Cábala se explaya extensamente y de modo muy profundo sobre el simbolismo del alfabeto he­ breo. Las letras están relacionadas con las vías del Arbol de la Vida, y a cada una de ellas se le dan sus propios significa­ dos simbólicos. Ahora bien, el alfabeto hebreo contiene, como ya señalamos, veintidós letras, el mismo número que los triunfos del Tarocchi. La Cábala profundiza también en

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el significado de las cuatro letras del nombre impronuncia­ ble de Dios, YH V H , que representan los cuatro mundos de la creación, los cuatro elementos básicos de la ciencia m e­ dieval, las cuatro etapas de la existencia, los cuatro métodos de interpretar la Biblia, y así sucesivamente. Y en cada uno de los cuatro palos de Bembo hay cuatro cartas que repre­ sentan personajes cortesanos. Finalmente, la Cábala funciona con el número diez: los Diez Mandamientos y las diez sephiroth (estadios de la ema­ nación) en cada uno de los cuatro Arboles de la Vida. Y los cuatro palos contienen cartas numeradas del uno al diez. ¿Hemos de asombrarnos, entonces, de que los comentaris­ tas del Tarot hayan afirmado que el mazo se originó como una versión pictórica de la Cábala, sin sentido alguno para las masas, pero poderosísima para los elegidos? Y sin em ­ bargo, en todos los millares de páginas de la bibliografía ca­ balística no aparece ni una palabra siquiera sobre el Tarot. Los ocultistas han reclamado para las cartas fuentes se­ cretas, tales como una gran conferencia de cabalistas y otros maestros, realizada hacia 1300 en Marruecos, pero nadie ha presentado jamás pruebas históricas de que tal confe­ rencia haya tenido lugar. Y lo que es aún más irrecusable: hasta el siglo xix los propios comentaristas del Tarot tam­ poco mencionan la Cábala. Por último, naturalmente, la se­ cuencia de los nombres y de los números, tan vital para sus interpretaciones, vino después de las imágenes originales. Si aceptamos la idea de Cari Jung sobre los arquetipos espirituales básicos estructurados en la mente humana, quizá podamos decir que Bembo bebió inconscientemente en vertientes ocultas del conocimiento, lo que permitió que, más adelante, otras imaginaciones establecieran las relacio­ nes conscientes. Sin embargo, correspondencias tan exac­ tas y tan completas como los veintidós triunfos, las cuatro cartas «cortesanas» y las diez restantes que integran los cuatro palos, o la posición y el rostro extático del Colgado, parecían ser un esfuerzo excesivo incluso para una fuerza tan poderosa como el inconsciente colectivo. Durante años se consideró los Ta rocch i principal­

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mente como un juego y, en menor medida, como un re­ curso adivinatorio. Más adelante, en el siglo xvm, un ocultis­ ta llamado Antoine Court de Gebelin declaró que el Tarot (como los franceses llamaban al juego) era un vestigio del Libro de Tot, creado por el dios egipcio de la magia para transmitir a sus discípulos la totalidad del conocimiento. La idea de Court de Gebelin parece mucho más fantasiosa que verosímil, pero en el siglo xix otro francés, Alphonse Louis Constant, conocido como Eliphas Lévi, estableció el vínculo de las cartas con la Cábala, y desde entonces se ha profun­ dizado cada vez más en el Tarot, con el resultado de que en él se han ido hallando cada vez más significados y más sa­ biduría e incluso, mediante el estudio intenso y la medita­ ción, se ha encontrado la iluminación. En la actualidad vemos en el Tarot una especie de senda, una vía hacia el crecimiento personal mediante el conoci­ miento de nosotros mismos y de la vida. Para algunos, el origen del Tarot sigue siendo una cuestión de importancia vital; para otros, lo único que importa es que a lo largo de los años se han ido sumando a las cartas más y más signifi­ cados. Pues Bembo creó, de hecho, un arquetipo, ya sea cons­ cientemente o de manera profundamente instintiva. Más allá de cualquier posible sistema o explicación detallada, son las imágenes mismas, modificadas y elaboradas con el correr del tiempo por diferentes artistas, lo que nos fascina y se adueña de nosotros. Y de esa manera nos atraen al in­ terior de ese mundo misterioso, que en última instancia es imposible de explicar: sólo se puede vivenciarlo.

Las diferentes versiones del Tarot La mayor parte de los Tarots modernos difiere muy poco de aquellos mazos de naipes del siglo xv. Siguen conte­ niendo setenta y ocho cartas, divididas en los cuatro palos, Bastos o Varas, Copas, Espadas y Oros o Pentáculos, llama­ dos' en su conjunto los «Arcanos Menores», y los veintidós

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triunfos, conocidos como los «Arcanos Mayores» (la palabra «arcano» significa «conocimiento secreto»). Es verdad que algunas imágenes han cambiado considerablemente, pero las versiones se atienen, por lo general, al mismo concepto básico. Por ejemplo, hay varias versiones bastante diferen­ tes del Emperador, pero todas representan alguna idea de lo que es un Emperador. En general, los cambios han ten­ dido a hacer las representaciones más simbólicas y más místicas. Este libro usa como fuente principal el Tarot de Arthur Edward Waite, cuyo conocidísimo mazo Rider (por el nom­ bre del editor inglés) apareció en 1910. Waite fue criticado por haber modificado la versión aceptada de algunos de los triunfos. Por ejemplo, la imagen corriente del Sol muestra a dos niños tomados de la mano en un jardín. Waite la reem­ plazó por la de un niño que, montado a caballo, sale de un jardín. Los críticos sostuvieron que estaba alterando el sig­ nificado del naipe para adaptarlo a su visión personal: es muy probable, puesto que Waite creía más intensamente en sus propias ideas que en las de ningún otro. Pero muy pocos se detuvieron a considerar que la primera versión del Sol, la de Bembo, no se parece en modo alguno a la supuesta­ mente «tradicional», e incluso que parece aproximarse más a la de Waite: la imagen muestra un solo niño milagroso que vuela por el aire, sosteniendo un globo dentro del cual se ve la imagen de una ciudad. El cambio más notable que introdujeron Waite y Pamela Colman Smith, la artista que trabajó con él, fue incluir una escena en todas las cartas, incluso en los naipes numerados de los Arcanos Menores. Prácticamente todos los mazos an­ teriores, lo mismo que muchos posteriores, tienen simples dibujos geométricos para las cartas numeradas. Por ejem ­ plo, el diez de Espadas muestra diez espadas, dispuestas en un dibujo que se asemeja mucho al de su descendiente, el diez de picas. El mazo Rider es diferente. El diez de Espa­ das de Pamela Smith muestra un hombre que yace bajo una nube negra con la espalda y las piernas atravesadas por diez espadas.

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En realidad, no sabemos quién dibujó estas cartas. Es decir, no sabemos si las concibió (como sucedió indudable­ mente con los Arcanos Mayores) el propio Waite, o si sim­ plemente indicó a Smith las cualidades y las ideas que él quería expresar, y dejó que ella inventase las escenas. En el libro de Waite sobre el Tarot, The Pictorial Key to the Tarot [La clave pictórica del Tarot], casi no se usan realmente las imágenes. En algunos casos, como sucede con el seis de Es­ padas, la imagen sugiere mucho más significados de los que expresa Waite, en tanto que en otras, especialmente el dos de Espadas, la figura casi contradice el significado que él le atribuye. Independientemente de que haya sido Waite o Smith quien diseñó las imágenes, éstas ejercieron una poderosa influencia sobre los posteriores diseñadores de Tarots. En la mayoría de los mazos con escenas en todas las cartas hay una fuerte influencia de las imágenes del mazo Rider. Waite llamó a su baraja el «Tarot rectificado». Insistió en que sus imágenes «restablecían» los verdaderos significa­ dos de las cartas, y en su libro desdeñó las versiones de sus predecesores. Ahora bien, mucha gente entiende que lo de «rectificado» alude a la pertenencia de Waite a sociedades esotéricas que le dieron acceso a los secretos del Tarot «ori­ ginal». Lo más probable es que simplemente haya querido decir que sus imágenes daban a las cartas sus significados más profundos. Cuando alteró en forma tan drástica la car­ ta de los Enamorados, por ejemplo, lo hizo porque la anti­ gua imagen le parecía insignificante, y sentía que la suya, nueva, simbolizaba una verdad profunda. No es mi intención sugerir que las cartas de Waite sean simplemente una construcción intelectual, com o cuando algún erudito vuelve a ordenar un discurso de Hamlet de una manera que para él tiene más sentido. Waite era un místico, un ocultista y un estudioso de las prácticas mágicas y esotéricas. Su Tarot se basaba en una profunda vivencia personal de la iluminación, y si él creía que éste era el ver­ dadero, en tanto que los otros estaban equivocados, es por­ que representaba aquella vivencia.

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En cuanto a mí, he elegido como fuente el mazo Rider por dos razones. En primer lugar, porque muchas de sus in­ novaciones me parecen sumamente valiosas. La versión Waite-Smith del Loco me impresiona como más significa­ tiva que ninguna de las anteriores. En segundo lugar, me parece que el cambio revolucionario en los Arcanos M eno­ res nos libera de las fórmulas que durante tanto tiempo do­ minaron este segundo grupo de cartas. Antes, com o la imagen era muy poco sugerente, una vez que uno había leído y memorizado los significados establecidos para un naipe Menor, ya realmente no le podía añadir nada. En el mazo Rider podemos dejar que la imagen actúe en niveles subconscientes, y podemos también aplicarle nuestra pro­ pia experiencia. En pocas palabras, Pamela Smith nos ha dado algo para interpretar. Escribí antes que había escogido el mazo Rider como fuente «principal». La mayor parte de los libros sobre el Tarot usan solamente un mazo para las ilustraciones; se trata de una autolimitación derivada quizá del deseo de re­ presentar el «verdadero» Tarot. Al escoger un mazo en vez de otro, en realidad estamos declarando que uno de ellos es correcto y el otro falso. Tal declaración es muy impor­ tante para aquellos autores, como Aleister Crowley o Paul Foster Case, que consideran que el Tarot es un sistema sim­ bólico de conocimiento objetivo. Sin embargo, este libro ve en las cartas, más bien, un arquetipo de la experiencia, y a partir de esta visión ningún mazo es correcto ni falso, sino simplemente un complemento adicional del arquetipo. El Tarot es a la vez el total de todas las versiones diferentes a lo largo de los años, y una entidad aparte de cualquiera de ellas. En los casos en que una versión distinta de la de Waite permita profundizar en el significado de una carta especí­ fica, tendremos en cuenta ambas imágenes. En algunos casos — el Juicio, por ejemplo, o la Luna— , las diferencias son sutiles; en otros, como los Enamorados o el Loco, la di­ ferencia es tajante. Al considerar varias versiones de la misma experiencia intensificamos la percepción que de ella tenemos.

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La adivinación H oy la mayoría de las personas ven en el Tarot un medio de decir la buenaventura, o de «adivinación». Lo extraño es que sobre este aspecto de las cartas históricamente sabe­ mos menos que sobre ningún otro. A juzgar por las relativa­ mente escasas referencias históricas a la adivinación, por oposición al juego de azar, la práctica adivinatoria no llegó a difundirse hasta pasado algún tiempo de la introducción de las cartas. Posiblem ente los zíngaros o gitanos trop e­ zaron en sus viajes por Europa con el juego de Tarocchi y decidieron usar los naipes para decir la buenaventura. O bien el concepto fue desarrollado por individuos (las prime­ ras referencias escritas son interpretaciones individuales, aunque podrían haberse derivado de algún sistema ante­ rior, no escrito, pero difundido en el uso general) de quie­ nes lo tomaron, a su vez, los zíngaros. También se ha dicho que los propios gitanos trajeron las cartas de Egipto. De hecho es probable que los zíngaros provinieran de la India, y que llegaran a España más de cien años después de la in­ troducción del Tarot en Italia y en Francia. En la sección de consultas consideraremos con preci­ sión en qué consiste la adivinación, y cómo es posible que funcione una práctica tan sorprendente. A qu í podemos anotar simplemente que la gente puede decir la buenaven­ tura —y la dice— con cualquier cosa: las entrañas de los animales del matadero, las trayectorias de los pájaros en el cielo, las piedras de colores, arrojando monedas, con cual­ quier cosa. La práctica surge del simple deseo de saber por anticipado lo que va a suceder, y más sutilmente, de la ín­ tima convicción de que todo está relacionado, de que todo tiene significado y de que nada sucede por azar. La idea misma de aleatoriedad es, en realidad, muy m o­ derna. Se originó a partir del dogma de que la relación en­ tre causa y efecto es la única conexión válida entre dos acontecimientos. Los acontecimientos entre los cuales no se da esta unión lógica son aleatorios, es decir, no tienen sentido. Antes, sin embargo, la gente pensaba en función de

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«correspondencias». Los acontecimientos o pautas que se daban en un ámbito de la existencia se correspondían con pautas pertenecientes a otros ámbitos. La pauta del zodíaco se corresponde con la pauta de la vida de una persona. El dibujo que forman las hojas de té en el fondo de una taza corresponde al resultado de una batalla. Todo está relacio­ nado. La idea ha contado siempre con partidarios, y en ép o­ ca reciente incluso algunos hombres de ciencia, impresio­ nados por la forma en que los acontecimientos se suceden en serie (como una «racha de mala suerte»), han empezado a considerarla seriamente. Si podemos usar cualquier cosa para decir la buenaven­ tura, ¿por qué recurrir al Tarot? La respuesta es que cual­ quier sistema nos dirá algo; el valor de ese algo depende de la sabiduría intrínseca al sistema. Com o las imágenes del Tarot son, por sí mismas, portadoras de una profunda signi­ ficación, las pautas que forman en las consultas o lecturas pueden enseñarnos muchísimo sobre nosotros mismos, y sobre la vida en general. Lamentablemente, a lo largo del tiempo la mayor parte de los adivinos han hecho caso omi­ so de estos significados profundos, y han preferido las fór­ mulas simples («un hombre moreno que está dispuesto a ayudar al consultante»), que son fáciles de interpretar y que el cliente digiere rápidamente. Con frecuencia, los significados de las fórmulas son a la vez burdos y contradictorios, y no proporcionan indicios de cómo hay que escoger entre ellos. Esta situación es espe­ cialmente válida para los Arcanos Menores, que constitu­ yen la mayor parte del mazo. Hay muy pocas obras sobre el Tarot que traten a fondo este tema. La mayoría de los estu­ dios serios — los que se ocupan de los significados profun­ dos de los Arcanos Mayores— no mencionan siquiera los naipes Menores, o si lo hacen se limitan a darnos simple­ mente otro conjunto de fórmulas, a modo de renuente con­ cesión a los lectores que insisten en usar la baraja para decir la buenaventura. Incluso, como ya dijimos, el propio Waite da sus propias fórmulas a las notables imágenes que dibujó Pamela Smith.

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Además de ocuparse extensamente de los conceptos que las cartas encarnan, este libro ha de considerar tam­ bién, con detenimiento, la aplicación de dichos conceptos a la lectura del Tarot. Muchos autores, y especialmente Waite, han denigrado la adivinación, a la que consideran un uso bastardo de los naipes. Pero el uso adecuado de las lecturas puede estimular muchísimo nuestra captación intuitiva de los significados de las cartas. Una cosa es estudiar el simbo­ lismo de una carta determinada, y otra es ver esa misma carta en relación con las otras. Muchas veces he visto cómo una lectura específica permitía que emergieran significados importantes que de otra manera no habrían podido ver la luz. Las lecturas nos dan también una lección general, muy importante. De una manera que posiblemente ninguna ex­ plicación podrá igualar, demuestran que ninguna carta, nin­ guna manera de encarar la vida, es buena ni mala, a no ser en el contexto del momento. Finalmente, las consultas y las lecturas dan a cada per­ sona una probabilidad de renovar su propio sentimiento in­ tuitivo de las imágenes com o tales. T od o el simbolismo, todos los arquetipos, todas las explicaciones que ofrece este libro — o cualquier otro— no pueden hacer otra cosa que prepararte, lector o lectora, para que al mirar las imágenes puedas decir: — Esta carta me sugiere...

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La pauta de cuatro cartas La unidad y la dualidad A través de su larga historia, los Arcanos Mayores han sido objeto de múltiples interpretaciones. En la actualidad ten­ demos a considerar los triunfos como la expresión simbó­ lica de un proceso psicológico, que nos muestra a nosotros mismos a través de diferentes etapas de la existencia hasta alcanzar un estado de evolución plena; un estado que, por el momento, podem os describir como de unidad con el mundo que nos rodea, o quizá de liberación de debilidades, confusiones y miedos. El conjunto de Arcanos describe deta­ lladamente este proceso, pero para alcanzar cierta com­ prensión de él en cuanto totalidad necesitamos atender so­ lamente a cuatro cartas, cuatro arquetipos básicos, dispues­ tos en una pauta gráfica de evolución y de toma de con­ ciencia espiritual. Si tenemos nuestro propio mazo de cartas del Tarot Rider,* apartaremos el Loco, el Mago, la Suma Sacerdotisa y el Mundo, y dispondremos los cuatro naipes formando un rombo, como se ve en la página siguiente. Mirémoslos du* En otros m azos, especialm en te en los anteriores al d e W aite, el L o c o se presenta en form a m uy d iferen te a la qu e m ostram os aquí. El capítulo d e d ic a d o al sim bolism o del L o c o (página 3 9 ) se ocu p ará d e esta tradi­ ción alternativa.

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rante un rato. Veremos que, en tanto que el Loco y el Mundo muestran figuras jubilosas que danzan, el Mago y la Suma Sacerdotisa están completamente inmóviles, cada uno en su postura. Si ahora echamos un vistazo al resto de los A r­ canos Mayores, observaremos que todos los triunfos, salvo el 0 y el 21, están dibujados como si posaran para una foto­ grafía, y no, digamos, como un fotograma de una película. Se presentan como estados fijos de la existencia. Pero entre los dos bailarines hay una diferencia. Presu­ roso, el Loco avanza ricamente ataviado; la figura que ve­ mos en el Mundo está desnuda. El Loco mira en torno de sí, está a punto de entrar de un salto en el mundo inferior y

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proviene de algún país alto y distante; el Mundo, paradóji