Politica de La Diferencia

INDICE 1. Introducción 2. La diferencia como principio 2.1. ¿Qué es la diferencia? 2.2. Fundamentos de la diferencia 2.

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1. Introducción 2. La diferencia como principio 2.1. ¿Qué es la diferencia? 2.2. Fundamentos de la diferencia 2.3. La diferencia de interacción 2.4. El otro como diferente 3. Encuentros y desencuentros 3.1. Los encuentros 3.2. Los desencuentros 3.3. La resistencia 3.4. El reconocimiento 4. Construcciones identitarias 4.1. Nuestra identidad 4.2. La identidad del otro 4.3. Desarrollo de la identidad 4.4. Cambios identitarios 5. Principios de la interculturalidad 5.1. La interculturalidad 5.2. Diferencias del encuentro 5.3. Conflictos identitarios 5.4. Diálogo y consenso 6. Conclusiones Bibliografía

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LA POLÍTICA DE LA DIFERENCIA Pedro Mamani Choque 1.

Introducción

En los últimos años, el camino y horizonte histórico del ser humano, ha comenzado a experimentar un nuevo cambio, en cierta forma se puede decir que ha despertado a un nuevo amanecer, aspecto que irremediablemente ha provocado un tremendo terremoto, confundiéndolo y sumergiéndolo en un verdadero caos existencial y en un sin sentido. Es así que el ser humano ha comenzado a recorrer distintos caminos, dirigiendo sus pasos, tras las huellas de un pasado que no logró responder a sus inquietudes y perspectivas, como si de pronto habría perdido todo horizonte en su vida La pérdida del horizonte, de alguna manera ha sido fruto de la acelerada construcción de un mundo cada vez más modernizante, en la que el ser humano se ha ido encerrando paulatinamente, olvidándose de los principios fundamentales de convivencia social y el respeto a las libertades humanas. En este sentido, el proceso modernizante, se ha encargado de individualizar la vida, en la que cada ser humano, ha comenzado a construir el mundo desde sus propios y únicos parámetros de ser y existir; consecuentemente, el ser humano ya las estructuras sociales han ido omitiendo el derecho a ser diferentes, ese derecho que permite a que cada ser humano, en el lugar que se encuentre pueda construir su propia forma de ser y de convivir con los demás. Las diferencias de ser y vivir de los seres humanos, posibilita comprender que todos están encaminados a establecer encuentros y desencuentros interculturales, que la relación de intercomunicación se efectúa desde el reconocimiento de la diferencia, del

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respeto y diálogo en reciprocidad. Los encuentros y desencuentros entre los seres humanos, ayuda a comprender que no estamos solos en el mundo, sino que al igual que nosotros, existen otros seres, que transitan y construyen su propio existir. La política de la diferencia, en la relación de los encuentros y desencuentros interculturales, se constituye al mismo tiempo en un principio que permite la construcción y reconstrucción de la identidad del ser humano, como también de las distintas naciones y nacionalidades. Siendo así que la identidad es fundamento para que cada ser humano se constituya en sí mismo, se reconozca a sí mismo y desde sí mismo; pero también se convierte en fuente de reconocimiento del desarrollo y construcción de las identidades de los demás. El reconocimiento y fortalecimiento de la identidad, no implica el establecimiento inmediato de una convivencia social armónica, no necesariamente tiene como resultado un encuentro en equidad y el buen entendimiento social; parta que se pueda construir un espacio de convivencia, se tiene que recorrer un largo camino, en la que cada ser humano procure comprender que desde las diferencias identitarias se busque nuevas estrategias de entendimiento social. La continua búsqueda de buen vivir, de alguna manera ha despertado en el ser humano, la necesidad de proponer nuevas alternativas, entre las diversas propuestas, se ha inclinado a desarrollar el tema de la “interculturalidad”, como una nueva forma de convivencia social y cultural.

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2. La diferencia como principio Cada ser humano, en el lugar en el que se encuentra y al medio social al que pertenezca, de alguna manera va construyendo su propia forma de ser y de existir; es en este sentido que la diferencia se puede comprender como principio del encuentro entre los seres humanos, procurando reconocer los fundamentos vitales que, de una u otra manera logren explicar, la construcción particular de cada ser humano, como un ser diferente, desde donde logre manifestarse y expresarse de acuerdo a sus propios parámetros. Al mismo tiempo, la política de la diferencia, se constituye en un principio de afirmación del ser, de consolidarse como sujeto diferente, a través del cual puede expresarse y comunicarse con los demás, compartiendo sus sentimientos y sus perspectivas de ser, en cuanto a su participación. La diferencia como principio de ser, se encamina al mismo tiempo, hacia un encuentro con el otro, o los otros, que también son diferentes en sí mismos, siendo que desde esas diferencias, se pretende establecerse vínculos de integración comunicativa, que en cierta forma permiten convivir y construir espacios sociales equilibrados. El encuentro con el otro ser diferente, que se presenta e interpela, y cuestiona nuestra existencia, se convierte en un ser que desequilibra nuestro cotidiano vivir, que interroga y desafía a nuestra identidad, como también nuestras relaciones sociales y culturales. El encuentro con el otro o con los otros, se convierte en un desafío para la construcción identitaria, puesto que de alguna forma permite el descubrimiento, de que el ser humano no está sólo en el mundo, sino que al igual que él, existen otros seres, que de alguna forma se enfrentan a ese reto. El otro, juega un rol muy

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importante en el encuentro, ya que, interfiere en el desarrollo de la identidad y permite que vaya fortaleciéndose y reafirmándose en la diferencia. El encuentro y la diferencia, son los caminos que permiten establecer las relaciones interculturales, siendo que el proceso de interrelacionamiento y diálogo en la diferencia, se encaminan hacia una convivencia entre las diferentes culturas, grupos o personas. 2.1. ¿Qué es la diferencia? El ser humano es en sí mismo, un ser lleno de misterios, conflictos y complejidades, que en cierta forma se hace difícil poder comprenderlo e incursionar en una reflexión sobre el verdadero sentido de su ser; siendo que cada ser humano es distinto y único en sí mismo, y como también es distinto frente a los demás. El derecho y la necesidad de la diferencia, en los procesos de encuentros y desencuentros identitarios, conllevan en sí misma una relación de respeto y diálogo en la que cada ser humano tiene el derecho a expresarse desde sí mismo y como también, la necesidad de conocer que existen otros seres que gozan de esos mismos derechos y que de alguna manera, en esta interrelación, se pone en juego la capacidad humana de la convivencia, del compartir recíprocamente y sobre todo el de poder construir y establecer una relación de complementariedad. En realidad, ningún ser humano se halla completamente aislado. Siempre y en todo lugar es miembro de una familia, mantiene relaciones con otros hombres, forma círculos [...]. El hombre vive en sociedad y esa sociedad formada por hombre como él constituye su contorno vivo, esto es, su ambiente social. (FINGERMANN 1968: 1)

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La interrelación con el otro, con aquel que comparte su vida, y que se antepone en su camino, le permite comprender al ser humano, que no está solo y aislado en el mundo, sino que, al igual que él, existen otros seres distintos, que buscan interrelacionarse y construir su entorno vital. “Las relaciones entre Sujetos, por lo tanto, no son relaciones sociales corrientes: se basan en un principio de relación que no es la pertinencia a la misma cultura y la misma sociedad, sino es esfuerzo común por constituirse como sujetos.” (TOURAINE 1998: 89) Es en sí misma una interrelación continua entre seres distintos, que tienen la posibilidad de construir un espacio de convivencia y por consecuencia, el poder de construirse a sí mismos. La madre de la identidad es la diferencia, observar en otro su forma y oponerla a la propia; se trata de un fenómeno en el que surge la imagen de lo distinto, de lo ajeno –y no necesariamente por consecuencia inmediata- la idea del sí mismo, la aparición del que observa, ese desconocido que nos habita y se manifiesta como una sombra con vocación de luz. (GALINDO 1999: 205) El desarrollo de la propia identidad, por lo general va construyéndose junto a la identidad del otro y en este proceso la diferencia va adquiriendo un contexto de reafirmación entre lo propio y lo ajeno, que conlleva una interacción comunicativa. “Lo propio y lo diverso, afirmación de los singular y globalización mundial, ¿existen como dicotomías?¿cuánto poder y violencia se ejerce para dominar y cuánto silencio y resistencia es posible para convivir entre diferentes en condiciones nada armónicas y asimétricas?¿es posible la comunicación entre culturas?”.(ALEM 2000: 54) No cabe duda que existe una gran diferencia entre los seres humanos, y precisamente esta diferencia implica un reto al que todos los seres existentes en este mundo debemos enfrentar. Las ideas cambian, como también las construcciones sociales, y en tal sentido, uno de los fenómenos sociales, en las que se ha ido incursionando en estos últimos años, es el proceso de reivindicación identitaria; es decir el de reconocerse como seres

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diferentes y en consecuencia el derecho a ser reconocidos desde sus propias diferencias socio-culturales y existenciales. Insistentemente se ha comenzado a pregonar que no todos los seres humanos somos iguales, puesto que no todos actuamos o pensamos de la misma manera; en este sentido, es que no se puede seguir manteniendo unos parámetros homogéneos, que de alguna manera han logrado encerrarnos y medirnos desde unos modelos y presupuestos de igualdad. Toda sociedad posee un cierto repertorio de identidades que forman parte del “conocimiento objetivo” de sus miembros. Es sabido, como algo que se da por descontado, que existen hombres y mujeres que esos hombres y mujeres poseen tales y cuales rasgos psicológicos y que tendrán tales y cuales reacciones psicológicas en circunstancias determinadas. (BERGER :358) Así como toda sociedad tiene una propia identidad, una forma distinta de ser frente a los demás, también se puede reconocer que cada ser humano posee una identidad particular y distinta a la de los otros seres humanos. Si la identidad de una persona es distinta a las de los otros, cómo podría pensarse en la igualdad, ni siquiera se puede pensar que un hijo es igual a su padre, aunque generalmente se escucha, “es igualito a su padre”, metafóricamente es válido pero en realidad el hijo es muy distinto a su padre, como es distinto el padre con relación a su hijo. Muchas veces las diferencias provocan conflictos, es así que un papá reniega y dice “porqué no eres igual que yo”, eso es imposible, puesto que el hijo tiene una experiencia muy distinta de la realidad, como también va construyendo sus propias proyecciones de ser y existir. La política de la diferencia brota orgánicamente de la política de la dignidad universal por medio de uno de esos giros con los que desde tiempos atrás estamos familiarizados, y en ellos una nueva interpretación de la condición social humana imprime un significado radicalmente nuevo para un principio viejo. (TAYLOR 2001: 62)

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Muy a pesar de que todas las sociedades o grupos culturales son diferentes, de alguna manera las estructuras sociales imperantes, han encaminado y sostenido la idea de preservar unos modelos dominantes y de poder, desde donde se ha pretendido establecer modelos de ser y de actuar, siendo que, quienes no logran acercarse o igualarse, son considerados peligrosos y condenados como seres extraños, contrarios, enemigos,

que atentan contra aquellos modelos establecidos. Este afán de

homogeneizar los patrones culturales e identitarios, son sin duda los deseos de poder y conquista, esa búsqueda de imponer lo propio frente a lo ajeno, que de alguna manera se convierte en el horizonte del ser y del existir en las diferentes sociedades y grupos culturales. Las diferencias del ser y del existir, se constituyen a partir de experiencias concretas en la vida, desde la percepción y proyección propias que los seres humanos tienen, en relación a su entorno social, desde aquellas cosmovisiones particulares, que en cierta forma representan la integridad de su ser, en relación con los demás. En esa línea la cosmovisión designa la perspectiva más general que posee toda cultura. En cambio, los paradigmas o modelos representan visiones distintas de la realidad o niveles de complejidad, creados, transmitidos y modificados por los miembros integrantes de las comunidades en función de los nuevos descubrimientos y exigencias, que se van concretando en el cambio o intercambio de unos modelos por otros. (VALLESCAR 2000: 8) En sí misma, la política de la diferencia persigue legitimar y defender las relaciones diferenciales del ser humano, el reconocimiento de las identidades sociales, en el contexto de una sociedad cosmopolita, con mayor comunicación entre las diferencias; es también una de sus pretensiones, el de promover a los grupos particulares, capaces de poder negociar entre los distintos sectores de la sociedad, tales como el de las mujeres, los negros, los homosexuales, los impedidos o discapacitados, y como

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también el de las minorías culturales, y otros, que se encaminan a defender sus propios intereses y construcciones particulares. Pero cada una arranca de sus propias dinámicas y va “recreandose” y “modificandos-se” en función de sus propios marcos de regeneración y reproducción. Por eso poseen procesos que les permiten “mantener-se” diferentes y singulares, aunque al mismo tiempo, pueden establecer relaciones y vínculos con otras culturas. (VALLESCAR 2000: 70) El reconocimiento de las políticas de la diferencia, se ha ido convirtiendo en una necesidad fundamental, mas que en un movimiento social caprichoso, puesto que cada ser humano o grupo social, de alguna forma va construyendo sus propias estructuras identitarias y como también de pertenencia, necesidad que demanda al mismo tiempo un deseo de ser reconocidos desde sus propias diferencias. El ser diferente como estructura de cada ser humano, de cada grupo cultural y de cada estructura social, se convierte en un proceso de autodefinición y de consolidación del desarrollo identitario. La identidad de una persona, o de un grupo, va definiéndose de acuerdo a sus principios de vida, correspondiendo al mismo tiempo a la realidad en la que viven, como también el proyecto que se van construyendo para sí mismos. La importancia del reconocimiento es hoy universalmente reconocida en una u otra forma. En un plano intimo, todos estamos conscientes de cómo la identidad puede ser bien o mal formada en el curso de nuestras relaciones con los otros significantes. En el plano social, contamos con una política ininterrumpida de reconocimiento igualitario. Ambos planos se forman a partir del creciente ideal de autenticidad, y el reconocimiento desempeña un papel esencial con la cultura que surgió en torno a este ideal. (TAYLOR 2001: 57-58) Desde el contexto de la política de la diferencia, es que ya no se puede cometer los mismos errores que se cometían en el pasado y que aún se siguen cometiendo en

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nombre de la homogeneización modernizantes, sino mas bien, el de asegurar y fortalecer la supervivencia de un tipo de orden político, que pueda alojar la diversidad y diferenciación de cada ser en particular, sea cual sea la forma que pueda tener. Eso supone, o bien un mundo en el que se cancelaron las relaciones de poder egocéntrico, o que cualquier intento de limitar las gamas de diferencias válidas e intrínsecamente representativas, por otra parte decir sí a las diferencias de género, raza, etnicidad o cultural, que son considerados como valores absolutos, entonces es razonable pensar que algunos de ellos podrían concebir la permeabilidad de sus fronteras como una amenaza existencial.

2.2. Fundamentos de la diferencia El derecho a la diferencia, como principio de construcción social y cultural, tiene sus fundamentos en la determinación de valorizar la dignidad del ser humano y como también de los grupos sociales. En este sentido lo que se pretende es construir espacios de convivencia y de comunicación entre los seres humanos, donde se haga prevalecer el valor del ser en cuanto ser. Contra este concepto del honor tenemos el moderno concepto la dignidad, que hoy se emplea en un sentido universalista e igualitario cuando hablamos de la inherente “dignidad de los seres humanos” o de la dignidad del ciudadano. La premisa subyacente es que todos las comparten. (TAYLOR 2001: 46) La dignidad del ser humano, se establece precisamente en la libertad de constituirse como un ser diferente y único en sí mismo: pero también se fundamenta en el reconocimiento, de que existen otros seres que buscan gozar de la misma libertad. “Es probablemente que cada individuo, cada grupo y cada comunidad aprecien o vivan los conflictos de manera diferente. La complejidad de cada nivel será responsable de

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esta diferenciación”. (PINXTEN 2002: Internet) En este sentido es que el derecho a la diferencia se deberá fundamentar desde la experiencia particular de cada ser humano, de cada grupo o cultura, de la realidad social y del medio natural en el que se encuentran. El establecimiento de los fundamentos de la diferencia, alcanza su significación e importancia, en cuanto persiguen alcanzar una justicia social, una relación de equidad y consecuentemente el derecho a una convivencia fraterna. Constituir la diferencia no es sinónimo de fragmentación o separación de unos y otros, sino más bien el de lograr un equilibrio entre todos, y sobre todo implementar el derecho a la libertad humana. Mantener una diferencia no es mantener una marginalidad económica ni la explotación de que son víctimas los grupos étnicos. Tampoco la discriminación social. Hay países en que desapareció la explotación, pero no los grupos étnicos. Mantener la diferencia es mantener una identidad, una continuidad histórica, una cara de la humanidad. Esto no les impide luchar contra las injusticias sociales, contra la explotación, ni aliarse con otros grupos explotados. Por lo contrario, es la conciencia de esta identidad histórica lo que más moviliza a un pueblo, lo que lo lleva a organizarse para su liberación. (COLOMBRES s.f: 84) La dignidad identitaria, como principio de la libertad del ser humano, se constituye en el fundamento esencial del derecho a la diferencia, en la que el ser humano pueda ser capaz de ser y de existir desde si mismo y para si mismo. Ser en si y ser para si, como expresión verdadera de cada ser humano, en relación a su entorno y como también en su relación con los demás. El ser diferente como fundamento identitario, muchas veces se convierte en principio de confrontación, de desencuentros y conflictos entre los seres humanos, puesto que unos quieren hacer prevalecer sus diferencias, para justificar sus errores o deseos individualistas, provocando un enfrentamiento con los otros. Es así que la pretensión de sobreponer sus diferencias, se convertirá en una tensión con la diferencia de los

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otros, en la que se procurará hacer prevalecer lo propio y desconocer al otro, situación que tendrá como resultado el conflicto social. Esta diversidad plantea una serie de cuestiones importantes y potencialmente decisivas. Así, minorías y mayorías se enfrentan cada vez más respecto de temas como los derechos lingüísticos, la autonomía regional, la representación política, el currículum educativo, las reivindicaciones territoriales, la política de inmigración y naturalización e incluso acerca de símbolos nacionales, como la elección del himno nacional, y las festividades oficiales. (KYMLICA : 13) El predominio y la imposición de la diferencia entre los individuos o grupos sociales, tiene repercusiones en la fundamentación identitaria, en la que el etnocentrismo se apodera de los seres humanos y conlleva hacia una búsqueda de dominación y sometimiento entre cada uno. En este sentido el derecho a la diferencia se transforma en un instrumento del desencuentro social, donde se pierde todo sentido de reciprocidad y dialogo entre los seres humanos, decayendo en espacios de luchas y enfrentamientos humanos, perdiéndose de esta manera la dignidad del ser humano y la libertad de expresión. Las diferencias de tratamiento a estas y otras acciones dan origen a la discriminación, explotación y la injusticia. A la vez, se constituye en gérmenes de la extrema pobreza y consiguientemente conduce a la violencia natural y necesariamente promueve la reorganización de los explotados por su defensa, iniciando en principio una lucha pacifica por la subsistencia; políticamente no se aceptan los discursos ideológicos de la derecha ni de la izquierda, llegan al clímax de la desconfianza: “Cuando hay hambre el pueblo se levanta no hay ejército que aguante”, son dichos populares y como resultado dan lugar a distintos principios de indianidad. Primeramente la “neopolítica” partidaria y si esto no es posible se produce la violencia. (MAMANI 1992: 233-234) Los desórdenes provocados por la mala interpretación del derecho a la diferencia, irremediablemente caen en desequilibrios sociales, conflictos culturales y fracturas de

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entendimiento. Razón por la cual se considera que el fundamento de la diferencia, se basa en buscar y alcanzar la dignidad del ser humano, puesto que el otro como diferente existe y seguirá existiendo, muy a pesar de que se lo quiera ignorar o desconocer. El ser diferente no significa estar o vivir de manera aislado y atrapado en uno mismo, sino que significa aprender a convivir con el otro que está delante de nosotros, que nos cuestiona y nos hace despertar al mundo. El otro es un ser semejante a nosotros mismos, no procurando definirlo como a un ser igual, sino diferente, pero semejante a nosotros en todas las dimensiones de la existencia, que continuamente se antepone en nuestro caminar, nos mira a los ojos y de alguna manera interpela nuestra existencia. El otro se impone por sí mismo, irrumpe en mi existencia. El otro no existe por que yo me haya puesto a pensar y a demostrar su existencia. Antes de cualquier iluminación por mi parte y de cualquier argumento que se me haya ocurrido, él está allí, cara a cara, como libertad inaferrable y exigente. (GEVAERT 1997: 47) Es así que el fundamento de la diferencia se irá construyendo en relación a una interacción con el otro que posibilite la identificación del ser y del existir como instrumento de búsqueda de la dignidad del ser humano, y de su ser diferente. 2.3. Las diferencias de interacción. El ser humano, por los diferentes problemas sociales y estructurales; poco a poco se ha ido encerrando en unos espacios reducidos e individuales, su cotidiano vivir le ha impulsado hacia una soledad; este aislamiento le ha dificultado en su ser interior, a encontrar los caminos que le permitan superar ese solipsismo y recuperar el encuentro con el mundo y con el prójimo, con aquellos que normalmente convive. “El mundo del “ser ahí” es un “mundo del con”. El “ser en” es “ser con” otros. El “ser en sí” intramundado de estos es “ser ahí con”.” (HEIDEGGER 1971: 135) La dificultad de

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encontrar una solución, estaría poniendo a prueba toda la estructura de la fenomenología, desde que el tema de la intersubjetividad resulta central para ella como legitimación de la posibilidad de los otros “yos” y de la comunicación entre ellos. El ser con los demás y para los demás pertenece al núcleo mismo de la existencia humano. Esto no se refiere solamente al hecho – por otra parte indiscutible - de que el mundo lleva por todas partes las huellas de otros seres humanos, ni al puro hecho de que existen “semejantes” con los que nos toca compartir el mismo espacio terreno. El ser con los demás, en su significado más profundo y genuino, significa que el hombre no está nunca sólo. (GEVAERT 1997: 46) El descubrimiento y reconocimiento de que el ser humano es un ser con los demás, es un fundamento que testifica que el ser no está sólo, sino que comparte su espacio con otros, que en sí mismo guardan sus diferencias y se reconocen como tal. En este sentido, la presencia del otro, conlleva hacia una interrelación de convivencia, de encuentro y sobre todo de diálogo intercomunicativo; precisamente en este proceso de interacción se marcan las diferencias, puesto que el otro no es igual a nosotros y en sí mismo no tiene por que serlo, puesto que el otro es idéntico a sí mismo y que desde su particularidad y diferencia va al encuentro con el otro para lograr una interacción. La vinculación interpersonal perfecta comprende, pues, tres distritos niveles creenciales: La concreencia genérica que entre hombre y hombre establece la relación de projimidad, la concreeencia diádica propia de la relación de amistad y la concreencia trascendente o social que otorga la pertenencia a una misma confesión religiosa. (LAIN 1968: 324) Las diferencias de interacción, entonces, se suceden desde las relaciones de seres diferentes, que sin embargo se encaminan hacia un encuentro y diálogo intersubjetivo. Es así que el ser humano no actúa de la misma manera en todo tiempo,

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ni en todo espacio y como tampoco existe igualdad entre los distintos seres, cada uno actúa desde su propia experiencia y desde sus propias necesidades de vida. 2.4. El otro como diferente. En la relación de los encuentros, es necesario enfatizar que el ser humano, no solamente se encuentra consigo mismo, acción que sucede continuamente, sin embargo el encuentro es fundamentalmente con otro ser, pudiendo ser de su misma especie o como también de diferente especie. En este encuentro con el otro, la diferencia juega un papel muy importante, puesto que permite reconocer que el ser humano no es un ser homogéneo con otros seres, sino que por el contrario es distinto en sí mismo y con los demás. El hombre vive en el mundo; su autorrealización está referido a su mundo. Sólo se realiza “a sí mismo” cuando lo hace en “su otro”. Ahora bien “lo otro” del hombre es primariamente el “otro”: el semejante que nos sale al encuentro como un ser espiritual-personal de idéntica especie y valor, nos habla, se nos abre y nos incita a creer, confiar, querer y amar. Sólo en la relación personal el hombre llega a su pleno desarrollo. (CORETH 1978: 219) El otro, como ser en sí mismo, es también un ser que busca el encuentro, que es el camino para fortalecer y encontrar espacios de interacción y comunicación. Es un ser que va construyendo su propio espacio; que se desarrolla y transforma continuamente; adquiere una significación desde sí mismo, sin la necesidad de encontrar respuestas en otros, sino que indaga en su ser interior, para ser único e irrepetible. El ser humano, muchas veces idealiza su propio ser, procurando enfocar y estructurar el mundo desde su experiencia individual; siendo así que cae en el error de absolutizarse a sí mismo y consecuentemente imponer en los otros lo propio y lo particular. Lo propio no es lo único, puesto que existen otros que se interponen en el

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camino, que cuestionan y desequilibran lo propio, convirtiéndose en un ser que rompe el egoísmo para enfrentarse al mundo. En un primer análisis, la relación de projimidad se nos muestra como una creencia en el menester del otro, capaz de suscitar en quien la siente una obra para el remedio de ese menester; y, recíprocamente, como una creencia en la benevolencia del prójimo, directamente provocada por la ayuda de él recibida y determinante de una respuesta a un tiempo agradecida y favorecedora. (LAIN 1968: 318) La presencia del otro, en todo sentido es una existencia necesaria, que a pesar de todo está ahí, junto a nosotros, que recorre los mismos caminos y que en cualquier momento se nos presenta delante de nosotros, como una sombra inesperada, que se interpone en nuestro caminar. Pero la presencia del otro, de una o de otra manera, adquiere importancia para nuestras vidas, porque desde él, se puede comprender que no estamos solos en el mundo, que existen otros seres, que en cierta forma fortalecen nuestro ser en sí. En la posición del Otro mundano hace fenomenología genética para dar cuenta de la constitución del sentido de ser del Otro por la efectuación de las operaciones trascendentales. Cuando intenta la fundamentación reflexivo – filosófica del Otro trascendental (para hacerlo ya debe haberlo constituido como tal) hace fenomenología estática, está resolviendo una pregunta técnica del filósofo por la estructura de repetición como condición de posibilidad del reconocimiento recíproco, de la recíproca presencia del ego y el Otro trascendental en el campo intencional de mi conciencia. (IRIBARNE 1987: 23) Finalmente, el Otro como ser diferente, no sólo es una presencia ajena al ser en sí mismo, sino que se constituye en ser esencial del reconocimiento de nuestra existencia, que nos encontramos en un camino de la diversidad, y que en esta diversidad procuramos el encuentro intercultural.

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1.3. Encuentros y desencuentros. La realidad del ser humano, es que desde siempre y a lo largo de toda su historia, ha venido tejiendo un sentimiento de integración y convivencia con todos aquellos seres que se le han ido presentando a lo largo de su camino, que se han interpuesto frente a sí mismo, y en fin con todo aquello que se encuentra en su entorno vital. Es así que continuamente el ser humano, de una u otra manera se ha ido encaminando hacia los procesos de encuentros con los demás; y en estos encuentros, por lo general ha tratado de mostrarse, demostrar sus diferencias y particularidades de ser y existir, en relación a los otros con los que se encuentra; en cierta forma son aquellas diferencias que le identifican como un ser en sí mismo, marcando de esta manera la apropiación de lo propio y confrontándolo con lo ajeno, ya sean éstos animales, vegetales, minerales, divinos y otros, que en cierta forma no son iguales a él, sino diferentes y complejos. El Yo es idéntico hasta en sus alteraciones, aún en otro sentido. En efecto, el yo que piensa se escucha pensar o se espanta de sus profundidades y, para sí, es otro. Descubre así la famosa ingenuidad de su pensamiento que piensa “ante sí”, como se marcha “ante sí”. El se escucha pensar y se sorprende dogmático, extraño para sí. Pero el Yo es el Mismo ante esta alteridad, se confunde consigo, incapaz de apostasía frente a ese “sí” sorprendente. (LEVINAS 1977: 60) La búsqueda de una respuesta al conflicto relacional del ser humano, se ha convertido en una tarea interminable, puesto que, cuanto más se pretende comprenderlo o comprender su diversidad, es cuanto más nos alejamos, de una respuesta, que realmente pueda satisfacer a sí mismo. El ser humano construye, destruye, y reconstruye su entorno vital, consecuentemente, este entorno se va transformando en una situación compleja, que cuanto más se pretende acercarse, más se aleja de ella. 3.1. Los encuentros

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Las relaciones de encuentro, adquiere en sí mismo diversas connotaciones, esto va de a cuerdo a las formas en que se suceden estos encuentros; sin embargo es importante enfatizar que todo encuentro se produce entre sujetos diferentes, en la que cada uno se presenta con sus propias características de ser y de existir; que de cierta manera las identifican y las diferencian al mismo tiempo. Muy a pesar del pensar y el reconocer las diferencias, el encuentro entre los seres humanos, entre grupos de diferentes culturas, se considera que es una relación innegable, puesto que el ser humano, es un ser eminentemente social, capaz de interrelacionar con los demás para poder sobrevivir. Cada encuentro, cada relación, hacen de sí, un acontecimiento fascinante: tiempo de espera, tiempo de maduración, tiempo de descanso y de repente... ¡brota! ¡no es casualidad!, causa desconcierto por lo inesperado y por la constatación de que cada día se está generando algo misterioso y presente. Ahí está la posibilidad de la interculturalidad. No es necesario predecir que capacidades o competencias hay que desarrollar, no es imprescindible el pensamiento formal, lo único que necesitamos es tener disponibilidad para el encuentro y lo extraordinario. (ALEM 2000: 57). El ser humano, es un ser en relación con los demás, puesto que no puede o podría vivir en soledad, necesita del otro para poder constituirse en un ser en sí mismo y para construir su entorno social. La necesidad del otro, le permite al ser humano, ir en busca del otro, no espera que el otro le busque, sino, se lanza a dar el primer paso para el encuentro; es esa actitud de ir en busca del encuentro, lo que en la cosmovisión andina se la conoce como “Tinku”, que significa un encuentro entre diferentes, dos grupos distintos, que desde sus diferencias pretenden establecer una unidad.

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Se puede interpretar el tinku a distintos niveles: como un rito de fertilidad, como reafirmación de la estructura política de la sociedad, como una reafirmación de los derechos del individuo y del grupo a la tierra, etc. Pero aquí quiero subrayar la connotación simbólica sexual de cada mitad. En muchos relatos se identifica la comida y la cópula o también la lucha y la cópula. Desde este punto de vista la confrontación de las dos mitades puede considerarse como una expresión del símbolo sexual, discutido anteriormente. (PLATT : 18) La confrontación de las dos mitades, establece el encuentro entre diferentes, en la interpretación de Tristan Platt, la relación del encuentro entre diferentes, lo enfoca desde una interpretación sexual, puesto que la relación sexual se la efectúa entre dos seres opuestos que se complementan, en la que las dos mitades se unen para formar una sola unidad, plenificando de esta manera al ser humano en todas sus dimensiones. El tinku, como fundamento del encuentro entre diferentes, se constituye en un acto ritual, en la que seres distintos, que van por un mismo camino se encuentran en un espacio que les permite entablar diálogo, intercambio recíproco y solidario. El encuentro en este sentido, deberá significar un despojarse de lo propio, para dar oportunidad al otro, para que pueda reconocerlo; pero también significa una actitud de escucha y de aceptación al otro diferente, comprendiendo que el otro es semejante a uno mismo, que tiene las mismas posibilidades de encuentro y de intercambio. En el encuentro con el otro, esto es, con el tú, cada uno está también en disposición de comprender el significado genuino del yo, que tiene indiscutiblemente un lugar en la filosofía del hombre. Los interrogantes fundamentales de la existencia se refieren efectivamente al sentido de mi existencia personal y de todo cuanto le pertenece. (GEVAERT 1997: 64) El encuentro e interrelación entre distintos seres y culturas, significa al mismo tiempo, la relación de seres diferentes, que por su naturalidad cohabitan un mismo

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espacio, que por sentido de sobrevivencia, necesitan convivir y sobre todo de reciprocar saberes y conocimientos para complementarse. 3.2. Los desencuentros Muy a pesar de que el ser humano, continuamente a procurado establecer momentos de encuentro y de interrelacionamiento solidario, simultáneamente ha ido provocando espacios de desencuentros, de conflictos y de fragmentaciones; todo esto debido a su egoidad y etnocentrismo, con la pretensión de establecer las diferencias con los otros seres, y al mismo tiempo destacando lo propio como superior y como también la búsqueda del dominio y poder. Las relaciones interétnicas estables presuponen una estructura de interacción semejante: por un lado; existe un conjunto de preceptos que regulan las situaciones de contacto y que permiten una articulación en algunos dominios de la actividad y, por otro, un conjunto de sanciones que prohíben la interacción interétnica en otros sectores, aislando así ciertos segmentos de la cultura de posibles confrontaciones o modificaciones. (BARTH 1976:28) Los desencuentros, generalmente se producen o surgen

desde una relación de

desentendimiento, desde el instante en el que no se quiere reconocer al otro como ser semejante, más por el contrario se le ve como a un rival, un ser que se opone a nuestros planes y deseos egoístas. También se va construyendo desde una actitud de negación y de enfrentamiento; es así que en este sentido, ya no se logra buscar el intercambio social, más por el contrario lo que se busca es que el otro o los otros se integren

y asimilen a lo propio; siendo que, al no producirse este proceso de

integración mutua, de complementariedad entre los que se encuentran, se suscitan los conflictos, las guerras y los sometimientos, persiguiendo conquistar al otro por la fuerza, la violencia, el avasallamiento y de esta manera dominarlo en sí mismo.

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El individualismo no consigue crear una comunidad propiamente dicha. Priva a la comunidad de lo que en ella hay de sustantivo, y priva a la persona de su valor. Pues al aislar la persona, la arruina; además, por el principio según el cual el bien particular es el supremo, se destruyen el valor y el fin propios de los demás y con ello, también de la persona. (FELLERMEIER 1962: 35) Los sentimientos de egoidad, de poder

y soberanía sobre los demás,

significativamente se constituye en el proceso para que suceda el desencuentro, la fragmentación y la imposibilidad de los encuentros interculturales. “En el intento de dejar brotar y retomar, crecen los miedos de perder el control, de sentirse aislado, de ya no seguir imponiendo criterios de valoración y conducta”. (ALEM 2000: 54) Precisamente el temor de no poder encontrar esos espacios de poder o empoderamiento, de alguna manera se constituyen en los principios de los desencuentros, provocando en cierta forma los conflictos intersociales e interculturales. Los desencuentros, en sí mismo, son actos que tienen su origen en los distintos encuentros, que de alguna manera va resultando del proceso de reconocimiento de las diferencias, situación que se considera como algo natural, puesto que en los encuentros, no necesariamente habrá una relación de equilibrio, de diálogo, de convivencia y complementariedad inmediata. La relación de desencuentro, en cierta forma es ese sentimiento de temor y desconfianza hacia lo desconocido, que de una u otra forma significarán cambios y transformaciones entre aquellos seres que logran o realizan el encuentro. La idea de fondo que recorre sus páginas, es que todo intento por comprender auténticamente una realidad cultural distinta a la nuestra de origen, tiene que ver con posibles cambios o la sustitución de cosmovisiones y modelos previamente mantenidos. Y esto por lo general, no es fácil. (VALLESCAR 2000: 8)

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El temor al cambio, se convierte para el ser humano en un mecanismo de desencuentro, al no querer aceptar la relación diferencial del otro, el de no querer aceptar que lo propio no es lo único, sino que de alguna forma existen otros que también son diferentes en sí mismos y que en el encuentro con los otros le invita a un proceso de transformación y precisamente es ese temor que se convierte en el fundamento de los desencuentros. 3.3. La resistencia. El ser humano a lo largo de su historia y con mayor insistencia en la actualidad, por los distintos problemas sociales, culturales y estructurales experimentados, tales como los de la colonización, en la que se sufrió procesos de despojos de sus tierras y territorios, el atropello a su identidad cultural y otros, se ha visto en la necesidad de ir encerrándose progresivamente en unos espacios reducidos e individuales; el cotidiano vivir le ha ido impulsando hacia una soledad, que en cierta forma no le ha permitido encontrar en su ser interior, los caminos que le permitan superar ese solipsismo y de poder recuperar el mundo, el de poder interaccionar con los otros, para encaminarse hacia una convivencia social y comunitaria. El contexto social en que nos movemos cada día es complejo: estratos sociales, culturas, regiones contradictoriamente estructuradas, lugares en los que nos reconocemos afirmándonos en la diferencia que es una manera de vivir buscando complementarnos en el encuentro con la riqueza que tiene cada persona, grupo, cultura, para recrearse permanentemente ante cualquier situación sobrepasando los moldes preestablecidos: ¡juego interminable de renovación!. Estableciendo maneras de comunicarnos vamos encontrando sentido de vida. En ningún momento se reivindica la diferencia para justificar la exclusión o la guerra. (ALEM 2000: 17) Significativamente nos encontramos en un mundo complicado, lleno de diferencias y fragmentaciones, en la que se hace difícil poder establecer un sistema social

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equilibrado, puesto que la situación en la que vivimos los seres humanos, es aún todavía complicada, por los deseos competitivos de dominación y exclusión. La búsqueda del poder y control social, se ha convertido en una barrera intransgredible para la convivencia social, más aún ha significado y significa un instrumento de resistencia al encuentro entre unas culturas y otras, provocando de esta manera los desencuentros sociales. La resistencia al encuentro es en sí misma, un mecanismo de autoprotección que, utilizan los distintos grupos cuando se sienten amenazados por los demás, cuado está en peligro su estructura identitaria. Cada sociedad o grupo cultural, de una u otra forma, resguarda y protege su estructura de ser y de existir, recurriendo muchas veces al desencuentro, como mecanismo de resistencia y control cultural. El ser humano, como también las distintas culturas, tienen la tendencia a preservar su ser identitario, procurando mantenerse en sí mismos, con la intención de reconocerse como diferentes, y únicos en este cosmos. La preservación de la identidad es también consecuencia del cambio o transformación cultural, puesto que los cambios, por lo general conllevan nuevos comienzos; es así que el ser humano se resiste a todo cambio, prefiriendo mantenerse en la quietud y en lo cotidiano. Esta experiencia del desgarramiento personal, de la pérdida de identidad a la que nos resistimos dando tanta importancia a la autoestima, el autodesarrollo – a la autonomía, en una palabra -, nos impulsa en primer lugar a tratar, no de superar las contradicciones sociales, sino de aliviar el sufrimiento del individuo desagarrado, dado que este no puede ya apelar a un dios Creador, una naturaleza autoorganizada o una sociedad racional. (TOURAINE 1997: 64) Los conflictos sociales en las que el ser humano se encuentra, en cierta forma se constituye en situaciones de temor y resistencia al encuentro con los otros, porque significa un ataque al proceso identitario del mismo. La resistencia es al mismo

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tiempo, el deseo de autonomía social, en la que se hace prevalecer lo propio, para no encontrase con algo o alguien distinto, ese distinto que le desafía y le invita al cambio.

3.4. El reconocimiento El encuentro y las políticas de la diferencia, en cierto sentido conlleva una gran diversidad de conflictos, como también ciertas exigencias que comprometen a los individuos o grupos a asumir acciones que posibiliten y viabilicen la interrelación de unos y otros. Una de la tareas fundamentales para el proceso de encuentro entre diferentes, es la del reconocimiento, de saber que no estamos solos en el mundo, que no somos seres aislados, sino que existen otros seres diferentes, que persiguen sus propios horizontes y fines. Es posible considerar al ser humano como especie y a la par un sujeto individual concreto. Así estamos frente a un planteamiento de carácter diferencial. Y parece ser en principio la idea que subyace a la reflexión sobre la identidad y la diferencia. De no ser por algunos planteamientos pretendidamente universalizantes, que desconocen el tipo de interacciones que se dan entre un nivel biológico, ambiental y sociocultural donde radica el origen de algunas de sus diferencias. Ese planteamiento es a la vez la única manera para intentar comprender al hombre como ser viviente. Por otro lado, la misma experiencia del hombre y los distintos grupos, nos descubre que se ha dado constantemente inscrita en y a través de una pluralidad de culturas y subculturas, interconectadas de modo diferencial. (VALLESCAR 2000: 26-27) La acción del reconocimiento implica descubrir al otro como ser único y diferente, que se nos presenta y que tiene una experiencia propia del entorno real y natural. El reconocimiento del otro, implica al mismo tiempo descubrirnos a nosotros mismos, develarnos frente al otro, es en sí mismo el “ser para” y el “ser con” el otro.

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El descubrir, redescubrir y descubrirse es una tarea que cada ser humano está llamado a poner en práctica, es tomar conciencia que la vida en sociedad, en comunitariedad, no se construye de manera aislada, egoísta e individualista; es en este sentido que el encuentro y la vivencia comunitaria, es posible desde la interacción con el otro y los otros, en cierta forma es aunar esfuerzos con los demás. El proceso de interacción, de encuentro y reconocimiento de las diferencias, se constituye en cierta forma en los fundamentos de la identidad de cada ser, es así que cada ser humano es al mismo tiempo reconocido desde su dimensión identitaria; el otro desde sus diferencias permite descubrirnos como sujetos idénticos; el otro desde sus diferencias permite descubrirnos como sujetos idénticos a nosotros mismos, sin el otro, prácticamente todo intento social sería inútil. No lograremos vivir juntos más que si reconocemos que nuestra tarea común consiste en combinar acción instrumental e identidad cultural, por lo tanto si cada uno de nosotros se construye como Sujeto y nos damos, leyes, instituciones y formas de organización social cuya meta principal sea proteger nuestra demanda de vivir como Sujetos de nuestra propia existencia. (TOURAINE 1998: 165) La tarea del reconocimiento en el encuentro entre diferentes no se limita a saber y aceptar la existencia del otro, porque no sería un encuentro; es así que el reconocimiento significa una cierta convivencia, una común unión entre distintos seres, es el entrar en diálogo, en reciprocidad complementaria. El reconocimiento es una verdadera comunicación, un intercambio de saberes, aprender del otro para fortalecer nuestra misma existencia. La relación con el otro no es solo para estar en el mundo, como establecimiento de dos seres distintos sin ninguna interacción, mas por el contrario el otro es motivador para la convivencia, es así que el reconocimiento significa una acción común, anteponiendo ante todo el ser diferenciador. La acción convivencial del uno con el

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otro, pone en marcha el proceso de comunicación, de diálogo y entretenimiento, interaccionar las distintas formas de ser y existir, que conduzcan a una coparticipación, construcción y reconstrucción social - cultural, respetando en todo sentido la relación diferencial de cada uno. La comunicación implica el reconocimiento del Otro, de la diversidad, de la pluralidad, es decir, del derecho de cada uno a combinar a su manera instrumentalidad e identidad, razón y cultura, y por consiguiente a contribuir a la recomposición de una sociedad disociada y heredera de la separación impuesta por la protomodernización occidental entre la razón y la naturaleza o la afectividad. (TOURAINE: 1998:150).

La comunicación con el otro, en cierta forma se constituye en el instrumento facilitador del encuentro, que al mismo tiempo implica una cierta renuncia del sí mismo, como también apertura hacia el otro, no para dejar de ser, sino para fortalecer la propia identidad. El otro es el elemento esencial para la construcción de un verdadero encuentro entre diferentes. 4. Construcciones identitarias Entre los encuentros, desencuentros y diferencias, de los distintos seres existentes en este mundo, casi siempre ha surgido la preocupación y la búsqueda de una respuesta, a la pregunta sobre el ser en sí, sobre el fundamento existencial de cada sujeto en particular. El ser en sí y sobre todo el ser humano, frecuentemente se cuestiona y conflictúa sobre su participación y sentido en este mundo, aquello que guía e ilumina la razón de su existencia y sobre todo a su ser en sí mismo; en este sentido, es que se preocupa por conocerse y hacerse conocer por los demás, desde su propia realidad, desde su propia forma de ser y en cierta forma desde su propia identidad. La identidad es la respuesta a la pregunta : ¿Quién soy yo? En este sentido, todo hombre tiene en la necesidad de identidad una de sus

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necesidades básicas y una luz de su existencia. Así también toda cultura, pueblo o país. Cada país de América Latina y ella entera se pregunta y se responde, conscientemente o no; cada país y América Latina tienen una imagen de sí mismos, buena o mala, verdadera o falsa. (GISSI 1982: 53) Conocerse y reconocerse, una de las preocupaciones de cada ser existente, ¿quién soy yo?, una de las constantes interrogantes de cada ser humano, la idea de situarse, de estar y existir, que de alguna manera es la tendencia a identificarse así mismo, saber quién es y porqué está en este mundo, qué es lo que le hace importante desde su propio ser, qué razón y necesidad tiene su existencia; cuestionantes que se convierten en una búsqueda del ser y del existir. Es ante todo el motor que le encamina a construir su ser y su identidad, aquello que la hace diferente a los demás seres existentes de este mundo. Un viejo principio dice que todo ser es idéntico así mismo, y por lo tanto diferente a los otros. Así, entre los millones de millones de hombres que pueblan el mundo, no encontraremos dos exactamente iguales. A lo sumo podremos encontrar semejantes, elementos que comparten, y este territorio de lo compartido por los distintos grupos de individuos es lo que nos interesa cuando hablamos de identidad porque lo que no se asemeja entre sí en cierta forma se opone. (COLOMBRES S.F.; 63). El sentido de ser y estar del ser humano, se fundamenta en cierta forma en la unicidad y diferencia, no es posible pensar en aquellos contextos homogeneizantes, donde la pretensión es tratar de demostrar la igualdad del ser; no existe la premisa de que dos seres construyen una misma identidad de ser, puesto que cada uno vive y experimenta la vida de diferente manera y como también se proyecta desde esa experiencia particular. Es así que la construcción identitaria, se construye en una experiencia única y peculiar de cada ser, correspondiendo de esta manera que cada sujeto construye y reconstruye su propia identidad de acuerdo a las circunstancia y experiencias vividas.

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El énfasis que se otroga a la identidad como un proceso de construcción en sin duda a que la identidad no es estática, sino dinámica, un mismo ser puede ir reconstruyendo continuamente su estructura identitaria de acuerdo a su propio desarrollo. “Todos sabemos que las identidades cambian, nacen y desaparecen, y las elites (políticas) pueden influir en este proceso de forma crucial”. (PINXTEN 2002: internet). El cambio identitario, en cierta forma es una característica y un derecho del ser humano, en ella hace prevalecer su derecho de ser y existir; reconociendo al mismo tiempo que los cambios, transformaciones y la construcción identitaria, recibe influencias de varios factores, como ser el social, geográfico, migraciones, desarrollo y otros. Por último, la identidad es una construcción social que se realiza en el de marcos sociales que determinan la posición de los actores y, por lo mismo, orientan sus representaciones. Por lo tanto, ni está totalmente determinada por supuestos factores objetivos, como pretenden las concepciones objetivistas de la identidad, ni depende de la pura subjetividad de los agentes sociales, como sostienen las concepciones subjetivistas. (GIMÉNEZ :9) Las construcciones identitarias se construyen de esta manera en procesos continuos, en la que el ser en si mismo va situándose en contextos diferentes de estar y de existir, provocando los cambios y transformaciones de identidad. Siendo así que no existe en un mismo ser una única identidad, sino un continuo proceso de ser y estar, sin que ello signifique que cada ser modifique su identidad a su capricho, sino que responde de alguna a los encuentros y desencuentros sociales y culturales. 4.1. Nuestra Identidad. Cada ser humano, desde el momento en que es concebido, va construyendo y desarrollando su propia identidad, es decir, aquella característica que lo hace distinto y único en sí mismo, como frente a los demás. “Así, la fórmula más adecuada del principio de identidad, A es A, nos dice sólo que todo A es el mismo, sino, más bien,

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que cada A mismo es consigo mismo lo mismo. En la mismidad yace la relación del “con”, esto es, una mediación, una vinculación, una síntesis; la unión es una unidad”. (HEIDEGGER 1990: 63). Es así que reconociendo el sentido de la identidad, se puede decir con mayor certeza, que los seres humanos no son iguales entre unos y otros, pero en cierta forma tienen características semejantes, pero de ninguna manera iguales, siendo que desde esta premisa, se puede comprender y conocer que cada ser humano es único e irrepetible en sí mismo. La mutua pertenencia de hombre y ser a modo de provocación alternante, nos muestra sorprendentemente cerca, que la misma manera que el hombre es dado en propiedad al ser, el ser, por su parte, ha sido atribuido en propiedad al hombre. (HEIDEGGER 1990:85) La identidad de cada ser humano, se construye en el fundamento de su ser y de su existir, es aquello que desde todo punto de vista le hace diferente frente a los demás, que en cierta forma, el ser mismo y desde sí mismo la ha ido cultivando día a día, es una lucha constante con la vida y en relación con los demás. “La identidad, entonces, solo puede ser entendida mediante la dinámica de este proceso de construcción y reconstrucción que implica tanto la pérdida de algunos referentes socio-culturales como la incorporación de otros”. (RODRÍGUEZ 1988: 22). Siendo así, que la identidad solo se puede entender en torno al proceso de construcción y reconstrucción continua del ser humano, que en cierta forma implica apertura y renuncia de su ser en sí, tomando en cuenta la relación de convivencia con los demás. Muy a pesar de que la construcción de la identidad es prácticamente personal o individual, sin embargo, en todo este proceso se hace determinante la relación con los demás. “Algunos hablan de maneras de “criar”, otros hablamos de “cultivar” y de “conversar”... Lo que se busca es su parte y estar en la vida desde las circunstancias y situaciones que asumimos compartir. La convivencia nos ayuda a ser parte de cada persona, grupo; cultura”. (ALEM 2000: 22) Desde todo punto de vista, la identidad se va construyendo, no en forma aislada o separada de los demás, sino en relación con

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los demás, en ese proceso de interacción, de comunicación, de convivencia, que al mismo tiempo significa un compartir el desarrollo de nuestra propia identidad y como también el desarrollo de la identidad de los demás, permitiendo de esta manera una construcción social y cultural. Si pensamos la mutua pertenencia al modo habitual, es sentido de la pertenencia, como ya indica la acentuación de la palabra, se determina por lo mutuo, esto es, por su unidad. En este caso “pertenencia” significa tanto como ser asignado y clasificado en el orden de una dimensión mutua, integrado en la unidad de una multiplicidad, dispuesto para la unidad del sistema, mediado a través del centro unificador de una síntesis determinadora. La filosofía presenta esta mutua pertenecía como nexus y conexio, como en el enlace necesario de uno con el otro. (HEIDEGGER 1990:71) La construcción de la identidad, que de una u otra manera se produce en relación con los demás, marca sin duda el desarrollo de la diferencia, en el que todo ser humano se construye en sí mismo, determinando el carácter personal, como también las manifestaciones particulares en relación a su convivencia social y cultural. “La identificación es conocida en el psicoanálisis como la manifestación más temprana de un enlace afectivo a otra persona, y desempeña un importante papel en la prehistoria del complejo de Edipo” (FREUD 1974: 42) La identidad, es propia de cada ser humano, es aquel patrimonio fundamental que le permite ser en cuanto ser, que ante todo se convierte en un estado de pertenencia individual, sin dejar de lado la importancia de la relación comunitaria con los demás. La construcción de nuestra identidad, es en sí misma, la base y el cimiento de nuestro ser, aquello que hace que seamos nosotros mismos, que de alguna manera nos permite expresarnos y reconocernos como sujetos distintos y únicos en medio de todo este cosmos en el que vivimos. 4.2. La identidad del otro

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La identidad del ser humano, es entendida como un proceso de construcción y cambio permanente, y siendo que se considera como una construcción individual y personal; ya en el anterior apartado se ha reconocido que, la identidad se desarrolla fundamentalmente en relación e interacción con el otro, desde el otro y en el otro. “Lo absolutamente Otro, es el Otro. No se ennumera conmigo. La colectividad en la que digo “tú” o “nosotros” no es un plural de “yo”. Yo, tú, no son aquí individuos de un concepto común. Ni la posesión, ni la unidad del número, ni la unidad del concepto, me incorpora al Otro.” (LEVINAS 1977: 63) El otro no es ciertamente un accidente, un ente que aparece y desaparece por simple casualidad; el otro es ante todo un ser individual, que busca y persigue la construcción de su propia identidad. El discurso, por el hecho mismo de mantener la distancia entre yo y el Otro, la separación radical que impide la reconstitución de la totalidad, y a la que se aspira en al trascendencia, no pude renunciar al egoísmo de su existencia; pero el hecho mismo de encontrarse en un discurso, consiste en reconocer al Otro un derecho sobre ese egoísmo y así, en justificarse. La apología en al que el Yo a la vez se afirma y se inclina ante lo trascendente, está en la esencia del discurso. (LEVINAS 1977: 63-64) En todo sentido el otro se constituye en fundamento para la construcción del ser, pero no sólo es el fundamento sino es en sí mismo fundamento para su propia construcción, esencialmente es un ser en sí mismo capaz de construirse y desarrollar su propia identidad. En la construcción identitaria el otro es aquel ser que se muestra, se devela, se interrelaciona y se encuentra con los demás, permitiendo de esta manera el reconocimiento y complementación entre los distintos seres existentes. En Sócrates el Otro se consagra como el auténtico recurso, el interlocutor para el diálogo: afirmación vivida de la presencia del Otro. El ser-con explorando el ser. De ahí en adelante siempre el nosotros de una u otra manera, contado o de contado por el filosofar. (IRIBARNE 1987: 9)

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En la media que el otro va reafirmando su identidad, el ser va afirmando la suya, en una constante interrelación dialógica, de encuentro entre seres, capaces de construir un mundo comunicativo, de convivencia y de respeto. La construcción identitaria del otro de ninguna manera es el reflejo de uno mismo, sino que su identidad es única e irrepetible, tan distinta y propia que refleja a sí mismo. En relación al proceso constructivo de la identidad, es importante considerar la relación de alteridad, en la que se considera una experiencia de convivencia, de compartir y desafiar la vida. En este sentido que la alteridad juegan un papel importante, porque de todas maneras permite descubrir que no estamos solos en el mundo, que existe otro, aquel ser que se antepone en nuestro caminar, que cuestiona nuestro existir, que demanda un proceso dialógico y un estado de entendimiento, y que sobre todo abre la posibilidad del encuentro identitario. En la posición del Otro mundano hace fenomenología genérica para dar cuenta de la constitución del sentido de ser del otro por la actuación de las operaciones trascendentales. Cuando intenta la fundamentación reflexivo-filosófica del Otro trascendental (para hacerlo ya debe haberlo constituido como tal) hace fenomenología estática, está resolviendo una pregunta técnica del filósofo por la estructura de repetición como condición de posibilidad del reconocimiento recíproco de la recíproca presencia del ego y el Otro trascendental en el campo intencional de mi conciencia. (IRIBARNE 1987:63) La identidad del otro en tal sentido es una relación fenomenológica del existir, del sentido del ser y del estar, ese alter ego que se presenta delante de nosotros, que nos imparte y en cierta forma desequilibra nuestro cotidiano ser. El otro y el nosotros, son construcciones interrelacionales que en cierta forma se constituyen en caminos de la presencia identitaria, que significa el encuentro entre diferentes. 4.3. Desarrollo de la identidad

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La identidad no es un elemento estático en el ser humano, no es algo que se nos ha legado por herencia cultural ni biológica, sino es una característica que se va desarrollando continuamente en el ser en sí; un desarrollo que fundamentalmente sucede en cada ser humano de distinta manera, pero este desarrollo va relacionado al proceso de interacción de unos y otros. Cuando nos referimos al desarrollo, nos estamos refiriendo a ese proceso continuo de cambios y transformaciones que se suceden en los diferentes seres existentes; en sí, se puede decir que es una construcción del ser en cuanto ser, la capacidad de reconocerse y darse a conocer desde su propia forma de ser consigo mismo y con los demás. No sólo vivimos en relación con otros individuos humanos, sino también en el conjunto de una comunidad; no sólo estamos en la relación del yo-tú, sino también en la relación yo-nosotros; con otras palabras, vivimos en la relación personal y también social. La relación nosotros supone la relación tú; es el tú el que proporciona el nosotros. Por otra parte, también es cierto el proceso inverso, creándose las relaciones personales yo-tú a través de la comunidad del nosotros, en cuanto que el nosotros posibilita el tú. Existe aquí un condicionamiento y mediación mutuos. Lo cual evidencia que ambos aspectos forman una unidad necesaria. (CORETH 1978: 226) La interrelación con los otros, en cierta forma incide para que la identidad vaya desarrollándose, puesto que si el ser se mantendría aislado o separado del entorno social, qué difícil sería poder desarrollarse; es por eso que la interrelación del yo-tú se considera de suma importancia en la construcción identitaria. “Ya Hegel trata la temática de identidad al analizar cómo la sociedad asegura su agregación a pesar de las diferencias y desigualdades. Interpreta que la identidad en el interior del Estado minimiza las diferencias y contribuye con el proyecto de consolidación de la sociedad.”(TAMANGO 1988: 49) El constructo social en cierta forma viabiliza el desarrollo de las identidades, acentuando las diferencias de los seres humano y que al mismo tiempo estas diferencias dan los cimientos de la estructura social.

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En cuanto referente de la identidad colectiva, configura un sistema socio-espacial de pertenencia, en relación simultánea a la dinámica del parentesco y al territorio poblado por el mismo (sub)-grupo étnico, pudiendo llegar a ocupar un área relativamente extensa, con algunos centenares de familias distribuidos en varias comunidades y agrupadas inclusivamente en niveles organizativos crecientemente englobantes. (IZKO 1991: 96) En cierta forma el contexto de comunitariedad, de relación social, permite el desarrollo de la identidad del ser, como también la identidad colectiva, encaminado sobre todo al sentido de pertenencia, de acogida y de identificación hacia el mismo grupo o sociedad comunitaria, en este contexto el ser humano va desarrollando sus identidades en torno a la relación comunitaria, a ese encuentro intercultural. “Los procesos de identidades son, en nuestra perspectiva, maneras diferentes de resolver ciertos problemas. Éstos son, indudablemente, universales, de todo y de todos los tiempo, pero la manera de resolverlos y las soluciones esgrimidas difieren según el individuo, el grupo o la comunidad.” (PINXTEN 2002: Internet) Es así que el desarrollo de la identidad es un continuo proceso, que va transformándose de acuerdo a las diferentes experiencias de vida de cada individuo o como también del grupo.

4.4. Cambios identitarios Al enfatizar que la identidad es un continuo proceso de desarrollo, implícitamente se ha reconocido que la identidad cambia progresivamente; en este sentido es que se puede reconocer que no existe una identidad única y estática; difícilmente se podría decir que el ser humano nace con una identidad y muere con la misma, esa afirmación sería un error, puesto que la identidad cambia continuamente, de acuerdo al tiempo y al espacio en el que se encuentra el ser. En gran parte, los sistemas sociales difieren en el grado en que la identidad étnica, como un status imperativo, restringe a la persona

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en la variedad de status y de funciones que puede asumir. Donde los valores distintivos relacionados con la identidad étnica son pertinentes sólo para ciertos tipos de actividad, la organización social basada en éstos estará limitada de manera similar. (BARTH 1976: 22) Los cambios identitarios son el producto de las interrelaciones y movimientos sociales, así como un grupo o una persona va desarrollándose y construyendo nuevos principio de vida, en la medida en que sus valores van reorientándose, así también su construcción identitaria sufre alteraciones, adecuándose siempre a los nuevos sistemas de vida. El ser humano, por su capacidad racional, continuamente va reconstruyendo sus formas de vida, descubre y perfecciona sus instrumentos, cambia sus necesidades y sobre todo cambian sus proyectos de vida; en tal sentido es casi irremediable que también vaya cambiando su identidad. Muchas veces los seres humanos somos reacios al cambio, por lo general buscamos la pasividad y la inercia, es por eso que frecuentemente se ha buscado un modelo al cual seguir, para no conflictuarnos en los retos que se nos presenta el cambio, pero también se ha dado la tentación de imponer modelos identitarios, esto con el fin de conquista y dominio. Cuando hablamos de “identidad”, normalmente nos perdemos en “purismos” e imágenes ideales a las que deseamos alcanzar o cuando menos parecernos. Son “modelos” occidentales de héroes, mártires, artistas...creados a lo largo de la historia; guardan mucho poder y saben mantener el control social desde pretensiones personales construidas para ejercer dominio. A partir de esas imágenes se han ido conformando identidades , y quienes no tenemos a quién (es) parecernos o por quién (es) sacrificarnos somos “las ovejas negras”, estamos excluidas por no responder a esos modelos de identidad. (ALEM 2000: 20) En cierto sentido los modelos identitarios, dificultan el desarrollo y cambio de la propia identidad, estableciéndose como parámetros hacia los cuales debemos seguir o

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alcanzar, sin tener la posibilidad de construir nuestra propia identidad; en este contexto los modelos son modelos impuestos o importados, que por lo general no responden a nuestras necesidades y realidades culturales. Pero el desarrollo de la identidad, nos exige vivir experiencias de cambios, de construir y reconstruir nuestro ser en sí, que desde la dinámica de la vida y el descubrir nuevos horizontes, se constituyen retos para que nuestra identidad vaya cambiando. 5. Principios de la Interculturalidad. Desde el principio de interacción y desarrollo de los seres existen en este cosmos, de los encuentros y desencuentros entre diferentes, y sobre todo el sentimiento de reconocer las diferencias de unos y de otros, se convierte en una necesidad de intercambiar y fortalecer los sistemas de reciprocidad complementarias; incursionando a todo ser humano a buscar aquellos procesos de socialización y convivencia con otros seres que de ninguna manera son iguales a él. La búsqueda del encuentro con el otro, se convierte de esta manera en una prioridad fundamental, puesto que, a través de esa interrelación, el ser humano podrá encontrar espacios de diálogo, de reconocimiento, de afianzar su presencia en el mundo, siendo que sin ella, la existencia del ser carecería de sentido, sumiéndose en un silencio y en el olvido. El proceso de acción y desarrollo de la interculturalidad, parte desde el ser humano, que encuentra su realización personal en relación y presencia del otro, en este sentido el ser persigue un proceso de “interrelacionamiento”, el estar “con”, “por” y “para” el otro, como un instante de identificarse y ser identificado. Este encuentro con el otro se constituye de alguna manera en un espacio de convivencia, de co-existencialidad y sobre todo de intercomunicación y desarrollo de la interculturalidad, como estructura y principio de socialización entre diferentes.

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El propósito y el fin del proceso de interrelacionamiento, hoy en día se lo conoce como “Interculturalidad”, es decir un encuentro entre diferentes culturas, personas, sociedades y naciones; sin que este encuentro tenga un propósito de homogeneizar desde unos parámetros antropocéntricos o egocéntricos, sino más bien, por el contrario el plasmarlo en un diálogo de equidad, es decir, reconociendo las diferencias culturales de cada grupo y de cada ser humano. 5.1. La Interculturalidad. Significativamente, la interculturalidad tiene un sentido de convivencia, es decir un encuentro para compartir una vida desde la diferencia y en la diferencia, procurando establecer una relación recíproca y de armonía, estableciendo un espacio de intercomunicación y complementación. “Los encuentros, al comenzar, son tensos y están cargados de prejuicios, mediados casi siempre por relaciones de poder explícitas o implícitas”. (ALEM 2000: 17) La primera intención del ser humano es buscar el control y dominio de los otros, anteponiendo sobre todo sus estructuras culturales, es decir que en el mismo encuentro hace prevalecer lo suyo; sin embargo para construir un encuentro intercultural se debe tomar en cuenta y asumir una actitud de interrelación en equidad, reconociendo sobre todo las diferencias culturales de los otros. En rigor, existe ya alguna forma de interculturalidad siempre que se desarrolle alguna relación entre personas o grupos humanos de una cultura con referencia a otros grupos culturales, a sus miembros o a sus rasgos y productos culturales. Esta relación es negativa cuando conduce a anular o reducir al grupo distinto, sea por eliminación física (como en conflictos recientes del Viejo Mundo), o por una asimilación forzosa a la cultura dominante (como ha ocurrido más entre nosotros). Pero la interculturalidad que aquí procuramos es la otra, la positiva. (ALBO 2001: 4) El propósito de la interculturalidad, como fundamento de la interacción entre diferentes, de diálogo y de encuentro de las diversas culturas, es reconocido y entendido como una praxis de reciprocidad y complementariedad solidaria, entre

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aquellos grupos o culturas que buscan y desean lograr una relación intercultural. Significativamente, la interculturalidad se debe comprender como un proceso de reconocimiento entre sujetos y culturas distintas, con una actitud de apertura, renuncia y respeto al otro diferente. “La interculturalidad no apunta pues a la incorporación del otro en lo propio, ya sea en sentido religioso, moral o estético. Busca más bien la transfiguración de lo propio y de lo ajeno con base en la interacción a la creación de un espacio común compartido determinado por la convivencia”. (FORNET-BETANCOURT 2001:47) Es así que el sentido de la interculturalidad no significa un proceso de incorporación del otro a lo propio, sino que es la búsqueda de la convivencia y complementariedad entre ambos. La interculturalidad se constituye en un proceso de diálogo, de respeto, de interacción, de un compartir entre las distintas culturas; es así misma un espacio de comunitariedad, procurando establecer una vivencia en equidad. Es también importante remarcar que no es un espacio tiempo delimitado, acabado, sino más bien es un continuo ciclo de la vida en construcción, en la que el ser humano vive construyendo nuevas formas de vivir en armonía y recreación. Entonces, interculturalidad para nosotros, quiere decir, contarstar/ dialogar, entre los distintos modos de “saber hacer”, los conocimientos y la sabiduría de los diversos pueblos en condiciones de equidad, respetando los derechos constituidos y la cultura. Es decir, compartir, complementar, intercambiar y reciprocar saberes y valores de los pueblos, a través de procesos, de t’inqhus periódicos y continuos, respetando la identidad y dignidad de los pueblos. Por tanto, no es integrar, ni seguir el proceso social de mestización, que en el fondo es la hibridación de la cultura y la identidad de los pueblos, bajo las supuestas fuerzas de la globalización, los sistemas liberales del mercado y del capitalismo. (YAMPARA 2001: 27-28) En todo sentido es que la relación de interculturalidad, significará una actitud de renuncia y aceptación desde la diferencia del otro, siendo así que es un interaccionar y reciprocar mutuamente en condiciones equitativas, sin pretender una

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sobreposición y dominación a los otros: “La interculturalidad se refiere sobre todo a las actividades y relaciones de las personas o grupo cultural, a sus miembros o a sus rasgos y productos culturales”. (ALBO 1999: 82) Prácticamente se constituye en un encuentro entre diferentes, en la que cada uno posee sus propias características y formas de ser, y en medio de todo, abrir una actitud de aceptación y respeto a la diferencia del otro, estableciendo de esta manera una relación de alteridad y diálogo en equidad. La interculturalidad como camino de encuentro, de diálogo entre diferentes ha recorrido y ha sido utilizado de diversas maneras, son diferentes concepciones sociales y culturales, como también desde diversas cosmovisiones; concepciones que han sido construidas de acuerdo a necesidades e intereses subjetivas de quienes lo han ido definiendo, es así que existen un sin fin de aplicaciones. En este sentido se ve oportuno recurrir a las concepciones y definiciones de algunos autores, que de una u otra manera han reflexionado y tratado el tema de la interculturalidad; siendo así que a continuación transcribiremos algunas citas textuales: 

El principio de reciprocidad, en cambio, es de índole cualitativa y de su puesta en escena brotan los valores humanos; busca la satisfacción de la necesidad del otro, por el bien común, entendido no como la suma de bienes individuales (la colectividad) sino como el comunitario, ese tercer incluido e indivisible que no es reducible a la suma de las partes y que no puede ser propiedad de nadie. Una estructura de reciprocidad prohíbe el nacimiento de toda privatización; impide la acumulación y la explotación; su identidad incluye la diferencia del otro. (MEDINA 2001: 31)



El segundo paso, mas importante intercultural, consiste en tomar realmente en serio las partes y valores de lo y los distinto (s) para ir constituyendo todo un conjunto, un tejido común en que todos nos conozcamos y enriquezcamos con los otros. (ALBO 2001: 4)  Tercero, es nueva la “filosofía intercultural” porque es puesta en práctica de una actitud hermenéutica que parte del supuesto de que la finitud humana, tanto a nivel individual como cultural, impone renunciar a la tendencia, tan propia de toda cultura, de absolutizar o de sacralizar lo

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propio; fomentando por el contrario el hábito de intercambiar y de contrastar. (FORNET-BETANCOURT 2001: 30) La comunidad, el espacio en el que se dan las relaciones de vida, de afirmación, de enfrentamiento, de interculturalidad y de regeneración junto a parientes y desconocidos, es una manera de asumirse en colectivo y de reconocerse en singularidad. Aquí recobramos la vida en cotidiano, en presente, en incompletitud y esperanza. (ALEM 2000: 66) La interculturalidad es la interacción, en tiempo-espacio definidos, distintos pero complementarios, del principio occidental; patrialcal, logocéntrico, newtoniano, cartesiano, y el principio amerindio, matrístico, semiocéntrico, animista, holista. Los tiempos, espacios apropiados para el despliegue del paradigma amerindio son los espacios conviviales y cualitativos. Los tiempos-espacios apropiados para el despliegue del paradigma occidental son los espacios racionales y cualitativos. Entendiendo por espacios conviviales a los espacios de la esfera vernácula en los que los actores se conocen personalmente. Entendiendo por espacios racionales los espacios de la esfera mercantil y estatal; por tanto, los espacios impersonales. (MEDINA 2001: 5) Entonces, interculturalidad para nosotros, quiere decir, concertar/dialogar, entre los distintos modos de “saber hacer”, los conocimientos y la sabiduría de los diversos pueblos en condiciones de equidad, respetando los derechos constituidos y la cultura; es decir, compartir, complementar, intercambiar y reciprocar saberes y valores de los pueblos, a través de procesos de t’inqhus periódicos y continuos, respetando la identidad y dignidad de los pueblos. Por tanto, no es integrar, ni seguir el proceso social de la mestización, que en el fondo es la hibridación de la cultura y la identidad de los pueblos, bajo la supuesta fuerza de la globalización, los sistemas liberales del mercado y del capitalismo. (YAMPARA 2001: 2728) El diálogo intercultural tiene a este nivel, el carácter de un proyecto ético guiado por el valor de la acogida del otro en tanto que la realidad con la que se quiere compartir un futuro que no está determinado únicamente por mi manera de comprender y de querer la vida. (FORNET-BETANCOURT 2001: 207). Por eso, en este momento, la interculturalidad se presenta amenazadora para unos y prometedora para otros. La mayoría, que habita aquel entorno cósmico para cuya manipulación se intenta utilizar el término interculturalidad, vive todos los días con esperanza, tensión, riesgo, desafíos, juego y fiesta; también lo de siempre: las raíces que nos une a la tierra, que nos une entre idénticos; unión que nos dá la fuerza y la imaginación para ser solidario entre nosotros y con los diferentes, frente a los signos de la destrucción y el desprecio. (ALEM 2000: 30-31)

5.2. Diferencias del encuentro:

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La interculturalidad en los procesos de encuentros entre distintas culturas, si bien persigue un diálogo en equidad y complementación, no siempre es posible establecer un encuentro de semejanzas entre las culturas; ante todo existe una diferencia clara entre cada una de las mismas, ya sea por su naturaleza o por la construcción social. Las diferencias culturales se anteponen al momento del encuentro, aspecto que dificulta el diálogo y la interrelación intercultural. En esa línea la cosmovisión designa la perspectiva más general que posee toda cultura. En cambio, los paradigmas o modelos representan visiones distintas de la realidad o niveles de complejidad, creados, transmitidos y modificados por los mismos integrantes de las comunidades en función de los nuevos descubrimientos y exigencias, que se van concretando en el cambio o intercambio de unos modelos por otros. (VALLESCAR 2000:8) Toda cultura posee su propia cosmovisión de la realidad, como también tiene sus propias perspectivas de alcanzarlas, en este sentido es que el encuentro intercultural será diferenciado, puesto que no necesariamente presentan las mismas expectativas en el encuentro, sino diferenciado. Sin embargo, muy a pesar de las razones propias de cada cultura, se considera que en el encuentro intervienen otros factores que de alguna manera marcan las diferencias. El desarrollo socio histórico, se constituye en uno de los factores principales, siendo que el proceso de colonización y dominación, se convierte en un elemento diferenciador y distanciador, estableciendo prejuicios de los dominantes y los dominados. Un primer factor tiene que ver con la vieja fractura derivada de la naturaleza de la imposición occidental; destruyendo conocimientos y valores, desplazando su milenaria relación con la tierra, extirpando sus prácticas religiosas y saqueando sus templos. (BARRENECHEA 1996: 14)

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La relación de imposición y dominio, en si mismo son motivos de diferenciación del encuentro, considerándose que de hecho, la relación de dominantes y dominados no logran ser en equidad, sino de subordinación y obediencia. El proceso de centralización y monopolización de los poderes se constituyen también en factores diferenciadores del encuentro, puesto que significativamente se crea un espacio de preferencia y de relegamiento entre los dominantes y los dominados, desatendiéndose las oportunidades de desarrollo de unos, para fortalecer a unos cuantos y en cierta forma el encuentro no es equitativo, y el diálogo se convierte en un puro discurso proponiéndose un proceso integrador y asimilador. Un segundo factor es el centralismo que se lamenta de la herencia colonial antes reseñada y crece y se recrea en la dinámica del desarrollo desigual del capitalismo, del abandono del eje vertebrador andino, de la relaciones de transversalidad con ese eje costero dominante, de la naturaleza de un estado lejano y ausente de los espacios más pobres y rurales, de los patrones de desarrollo que parten del desconocimiento de nuestra extraordinaria diversidad ecológicageográfica y cultural. (BARRENECHEA 1996: 15) La concentración de los estados de poder en las ciudades o espacios urbanos, se constituye en otro elemento del encuentro diferenciado, puesto que al centrear su atención en pequeños espacios preferenciales, automáticamente desatiende los otros, tales como las rurales o barrios periurbanos. Pero no solo la centralización del desarrollo es factor diferenciador de los distintos encuentros, sino también, como complemento está lo que concierne al uso y abuso del poder, a la que todos persiguen y se preocupan por alcanzar ese deseo. El poder muchas veces y quizá por lo general enceguece a las personas, convirtiéndolas en seres egoístas, que al obtenerlo se olvidan de sus principios y propuestas, enmarcándose en sus propios intereses, provocando de esta manera la marginación y omisión de los demás sectores; más por el contrario despierta en otros esos mismos deseos, resultando en cierta forma una continua lucha.

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El tercer factor clave para entender estos procesos es el relativo al poder. Ocurre que vivimos, desde los años 60, un proceso inacabado pero irreversible de desplazamiento o de simple eliminación de los viejos poderes regionales y locales, y de articulación lenta, y aún no clara en sus perfiles y características, de los nuevos grupos de poder en estos espacios. (BARRENECHEA 1996: 16) La búsqueda del poder se convierte en sí mismo en un instrumento fragmentador, de competencias y luchas, en las que unos y otros corren para alcanzarlo; consecuentemente el encuentro carece de sentido y se convierte en un desencuentro diferenciador entre todos. La conquista del poder, en la que se pretende centralizar y hacer prevalecer la herencia colonial, donde existen opresores y oprimidos, dominados y dominadores, que por lo general se ha encargado de abrir y engrandecer las brechas sociales de pobres y ricos, que ciertamente pone en claro las diferencias socioculturales, dificultan el encuentro de unos y otros. La pobreza se ha convertido en diferenciador de los encuentros, puesto que en esta situación no existirá un diálogo en equidad entre pobre y un rico. Sin duda las relaciones serán de mando y obediencia, de control y sumisión, del más y del menos. Un cuarto factor de importancia para entender los procesos que nos ocupan es el relativo a la caracterización del fenómeno de la pobreza. Su compleja trama se expresa en múltiples dimensiones que se retro- alimentan en un círculo vicioso tanto urbano como rural. (BARRENECHEA 1996: 19) La pobreza como parámetro de los encuentros, es sin duda diferenciador, porque demuestra la desigualdad social y económica, mucho más se remarca al producirse los procesos migratorios, en la que los que vienen del campo son discriminados en las ciudades, considerándolos ignorantes y aptos para los servicios manuales. “El quinto factor lo constituyen los procesos migratorios, que no son buenos o malos en sí

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mismo, sino en tanto expresan causas y efectos concretos de determinada naturaleza”. (BARRENECHEA 1996:20) En este contextos las diferencias del encuentro son claras, y de mayor magnitud, puesto que las condiciones socioculturales quedan marcadas en todas las dimensiones, sobresaltando en todo caso los niveles de desarrollo y tendencias culturales de cada uno. Una última tendencia de importancia estratégica para modificar nuestras concepciones sectoriales sobre la relación entre el campo y la ciudad es el relativo a las visiones del desarrollo y los proyectos específicos que la expresan (BARRENECHEA 1996: 25). Sin duda las diferencias del encuentro serán distintas, de acuerdo a la realidad de los que se encuentran, no todos persiguen los mismos objetivos, como tampoco tienen las mismas necesidades. 5.3. Conflictos identitarios: La construcción de una relación intercultural, de encuentros entre diferentes, de ninguna manera se constituye en una estructura mágica y misteriosa, en sí mismo significa todo un proceso de vivencia y conflicto; prácticamente es un reto que todos los seres humanos deberán enfrentarlo si es que quieren alcanzarlo. Es así que el encuentro entre diferentes, en cierta forma es un proceso largo y sistematizado, en la que se pone en conflicto las relaciones identitarias y culturales de diversos seres que buscan el diálogo. El problema de la identidad étnica se hace cada vez más complejo y de una solución muy difícil, por no decirlo casi imposible. Poder decir quién es indio o quién se considera indio bajo una concepción universal trae consigo siempre alguna omisión forzosa. (GARCIA 1996: 202)

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La identidad como espacio de reconocimiento y presencia, no siempre es homogéneo, no todos se reconocen así mismo, se identifican con algo con facilidad, muchas veces la inseguridad y las necesidades o deseos se vuelven en elementos de conflictos interculturales, es también obstáculo, el idealizar o sobrevalorar la propia cultura, en la que se llega a desconocer, desvalorizar o ignorar la cultura de los otros, procurando sobreponer lo propio, en muchos casos imponer como único y válido frente a los demás. Hemos idealizado algunas culturas y satanizado otras. Ser originario fue entendido como símbolo de pureza e impenetrabilidad y mestizo algo así como indeseable... Esas maneras de mirar e interpretar las relaciones desde dualidades irreconciliables, desde parámetros de negación, nos hacen daño. (ALEM 2000: 67) Centralizarse en un solo modelo identitario, provoca conflictos en el encuentro, puesto que desde todo punto de vista, se procurará medir desde esos parámetros ideales las relaciones interculturales, desconociendo y negando las diferencias, más al contrario se procurará homogeneizar el encuentro. En cierta forma este modelo globalizante, creará dificultades en la relación identitaria de uno mismo, como también en la interrelación con los otros, puesto que buscará hacer prevalecer ese modelo dominante de identidad, entorpeciendo las diferencias culturales e identitarias. Al analizar las relaciones de encuentro, se puede reconocer que el conflicto no radica en los modelos, sino en los efectos que provocan, como también en las actitudes de las personas, que en cierta forma se dejan absorber y dominar con esos modelos; es precisamente la acción identitaria de las personas que en cierta forma se encubren con modelos identitarios dominantes, lo que provoca el conflicto, asumiendo una actitud de dependencia y dominación.

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Sin embargo, en un contexto decreciente Interdependencia como el contemporáneo, esta forma de reproducción de la identidad étnica puede tener un precio, relacionado de manera precisa con la “vulnerabilidad” de los márgenes. (IZKO 1991:107) La idealización de un modelo identitario no solo crea conflictos, sino también dependencia, en la que el sujeto no solo es absorbido por dicho modelo sino que no es capaz de construir su propia identidad, en sí es una actitud conflictiva que dificulta el encuentro intercultural. 5.4. Diálogo y Consenso: Al reconocer la relación de la interculturalidad, se ha enfatizado que es un encuentro de diálogo en equidad, una continua búsqueda de complementariedad y en cierta forma es así; pero el encuentro requiere necesariamente de un diálogo, de un intercambio entre los que se encuentran. El diálogo entre diferentes significará ante todo, un proceso de comunicación, de buscar y encontrar las formas de dialogar, que sin duda no será construido de una cosmovisión diferente, de entender las cosas desde su propia realidad, de priorizar y valorar de acuerdo a sus necesidades y propósitos, en este sentido el diálogo es diferenciado. El diálogo es sin duda la forma más humana de establecer un proceso de interacción entre los distintos seres existentes, puesto que a través de ella, es posible una convivencia y entendimiento, mediante el cual se logra conocer al otro y sobre todo darnos a conocer a los demás. El diálogo es la expresión de uno mismo, mediante el cual uno puede mostrarse e identificarse frente a los demás. El lenguaje es ante todo la expresión de uno mismo, puesto que mediante la palabra uno puede manifestar sus sentimientos y sus pensamientos, es decir darse a conocer tal cual es y qué es lo que busca en su vida, a través de la palabra se pueden construir y destruir la existencia, como también se puede encontrar estrategias de

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sobrevivencia. Es así que el diálogo, a través del lenguajes, es posible encontrar los caminos de la construcción social y cultural. Expresarse mediante la palabra, verbal o escrita, es utilizar este tipo concreto del lenguaje para exteriorizar lo que se siente y lo que se piensa. No quiere esto decir que sea la palabra el único instrumento de expresión, pero para nuestro efecto hemos de referirnos siempre al lenguaje como su único vehículo normal y como el más universal que existe, sobre todo después que los avances tecnológicos nos han traído los medios de interrelación con las masas, como son la radio y la televisión. (TORRENTE s.f.:7) Desde el contexto comunicativo, el diálogo se constituye en uno de los medios más eficaces para los encuentros interculturales, puesto que a través de él, de intercomunicación y el entendimiento es posible. En este sentido el ser humano deberá recurrir al diálogo, no sólo para intercomunicarse, sino también para lograr un consenso en y desde las diferencias culturales, posibilitando de esta manera una cierta convivencia entre las distintas culturas El lenguaje es el medio a través del cual descubrimos, interpretamos y organizamos nuestra realidad. Esto es, el lenguaje nos permite construir nuestra realidad. De esta manera encontramos significado en el mundo. Y es que mediante el lenguaje tenemos acceso a los demás componentes de la cultura y logramos una identificación con los otros miembros de nuestro grupo social. (AMADIO Y D’EMILIO 1993: 21) Diálogo y encuentro, desde sí mismo y con los demás, una forma de convivencia del ser humano, a través del cual logra construir una sociedad equilibrada, de comunicación y convivencia. A través del diálogo el ser humano puede consensuar sus diferencias y establecer una realidad intercultural. 6. Conclusiones

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La política de la diferencia, una premisa con la que se inició una nueva reflexión social, hacer un alto en el laberinto en el que se encuentra el ser humano, dejar de correr en los caminos de la continua modernización que de ninguna manera ha favorecido a la convivencia social, más por el contrario, poco a poco ha provocado un sentimiento egocéntrico, en la que cada ser humano va procurando encerrarse y aislarse en un mundo solitario. La competencia y los conflictos sociales se han convertido en caminos para la fragmentación, de enfrentamiento y sobre todo de dominación; es así que el ser humano se ha olvidado que en el mundo existen otros seres que co-habitan junto a él, pero no solo se ha olvidado sino que se ha enceguecido en su ambición de poder, persiguiendo y pretendiendo controlar todo cuanto existe en el mundo. El ser humano se ha convertido en un “ser para sí mismo”, dejando a un lado la relación del “ser con”, esa parte importante que le hace humano, que justifica su racionalidad, el de poder convivir con los demás. Todo ese proceso de individualización y de dominación social, irremediablemente ha tenido como resultado, un verdadero caos, para finalmente llegar a una pérdida del horizonte, una confusión total en el sentido del vivir; ya no se puede creer ni confiar en nada ni en nadie, porque en cierta forma, los paradigmas de vida tradicionales y conocidos hasta ahora han caído de su pedestal, puesto que ya no pueden responder a las nuevas realidades sociales. El desorden social, es sin duda fruto de la ineficacia de los modelos tradicionales, en este sentido no es de extrañar que se esté viviendo una confrontación humana, social y cultural. Ha surgido un nuevo reto, un desafío que invita a volver a pensar en nosotros mismos, en las nuevas necesidades y realidades humanas, es tiempo de hacer a un lado los modelos de vida colonial y pensar en nuevas estrategias de convivencia entre

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seres y culturas diferentes, que nos permita comprender que todos tiene el derecho a ser diferente y desde esa diferencia aprender a vivir juntos.

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