Plejanov - Obras Escogidas Tomo I

Versión castellana, PATRICIO CANTO líAQ UEL GOLIJOV - M . DALMACIO - S. 1YI3RENER G. PLEJANOV O B E A S ESCOGIDAS

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Versión castellana, PATRICIO CANTO líAQ UEL

GOLIJOV

-

M . DALMACIO -

S.

1YI3RENER

G. PLEJANOV O B E A S ESCOGIDAS TOMO I

éQlTO&ÍÁL

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Copyright by EDITORIAL QUETZAL, 1964 S eolio el depósito que marca la ley 1172$ Tocios los derechos reservados

IMPRESO E N LA ARGENTINA - PRINTED IN ARGENTINA

LA CONCEPCION MONISTA DE LA HISTORIA

Siguiendo el criterio de la edición soviética, envia­ mos al final las “ N otas” y “ ^Referencias" de este libro, figurando bajo la primera las correspondientes a Plé;ianov y bajo la segunda las correspondientes a la edición crítica soviética.

PREFACIO A LA SEGUNDA Y TERCERA EDICIONES RUSAS

Eli esta edición he procedido a enmendar tan sólo los “ lapsus" y las erratas que se habían deslizado en la primera edición. No me con­ sideré con el derecho a introducir ni la más mínima .modificación en mis argumentos, sencillamente por ser este libro mío una obra polémica. En obras de esta índole, introducir cualesquiera modificaciones en su contenido, equivale enfrentar al adversario con nuevas armas, y obli­ gándolo a él a seguir la brega, sirviéndose de las antiguas. Este es un procedimiento, en general, ilícito y, más aún, en nuestro caso, dado que el principal de mis adversarios, N. K. MijailovsM, ya no vive2. Los críticos a mis concepciones han afirmado que éstas, en pri­ mor lugar, son incorrectas de por s í; en segundo término, que son par­ ticularmente erróneas en su aplicación a Rusia, la que está destinada, según ellos, a seguir, en el terreno económico, su propia ruta original; en tercer lugar, alegan, que mis concepciones predisponen a sus partidiarios a la.pasividad y al “ quietismo” . Es muy poco probable que alguien se decida a repetir este reproche último en la actualidad. En lo que hace al segundo reproche, también ha sido refutado, palpa­ blemente, por todo el curso de la evolución, de la vida económica rusa de la íiltima década. En lo que se i'efiere al primer reproche, bastaría con trabar conocimiento, aunque más no sea que con la literatura etnológica de los últimos tiempos, para convencerse de la justeza de nuestra interpi-etación de la historia. Toda obra seria acerca de la “ cultura primitiva’’ se ve obligada, invariablemente, a recurrir a di­ cha interpretación cada vez que se trate de la conexión causal de los fenómenos de la vida social y espiritual de los pueblos “ salvajes” . A modo de empleo, señalaré la obra clásica de Yon den Stein, “ linter den Naturvollcerm Zentral-Brazüiens ” 3. Pero de por sí, se entiende que aquí no puedo extenderme sobre esta materia. A algunos de mis críticos doy una réplic-a en el artículo aquí in­ cluido “ Algunas palabras a nuestros adversarios”, que he publicado bajo un seudónimo, motivo por el cual, en dicho artículo he tenido que re­ ferirme a mi libro como si su autor fuese otra persona, cuyas con­ cepciones son también las mías4. Pero este artículo deja sin respuesta las críticas que el señor Kudrin me había formulado, en la revista

“ Russkoe Bogatstvo”, ya después de la aparición de mi mencionado artículo 5. Sobre este último señor, diré aquí dos palabras. Ai parecer, el argumento más serio que contra el materialismo histórico esgrime el señor Kudrin, es —según él— el hecho de que una y la misma religión, digamos ni budismo, es predicada, a veces, por pueblos situados a niveles sumamente diferentes de la evolución eco­ nómica. Pero este argumento sólo a primera vista, parece ser sólido. Las observaciones realizadas han mostrado que, en estos casos, “ una y la misma religión” cambia sustancialmenie su contenido de con­ formidad con el grado de desarrollo económico de los pueblos que la predican. También deseo replicar al señor Kudrin lo que sigue. Este señor ha encontrado un error en mi traducción del testo de Plutarco (véase la nota al pie N\° 199 del presente trabajo) y formula, a raíz de esa, falla, algunas observaciones sumamente sarcásticas6. Pero, en reali­ dad, en tal falla yo “ no tengo ni arte ni parte” . Estando de viaje durante la edición de mi libro, había enviado a Petersburgo los ori­ ginales, en los que la eita de Plutarco no figuraba, indicando tan sólo los párrafos de este autor que habría de transcribir. Una de las personas que había intervenido en la edición —y que probablemente habría egresado del mismo Uceo clásico en el que había estuchado el sabio señor Kudrin—, tradujo las citas por mí señaladas y . .. cometió el error marcado por el señor Kudrin. Ello, por supuesto, es digno de lamentarse. Pero también debe decirse que ésta fue la única laguna que pudieron probarme nuestros adversarios. A ellos también hay que proporcionarles alguna satisfacción moral. De modo, que por razones de ‘‘humanidad” , hasta estoy contento de esa laguna. N. Beltov7.

Capítulo Primero

EL MATERIALISMO FRANCES DEL SIGLO X V III “ Si encuentra actualmente —diee el señor Mijailovski8—■a un joven. . . que le manifiesta, incluso con un apresuramiento un tanto exagerado, que es “ materialista”, ello no denotará que lo sea en el sentido filosófico general de este término, como lo eran antiguamente entre nosotros los admiradores de Buchner y Moleschott. Muy fre­ cuentemente, su interlocutor no exteriorizará su más mínimo interés por el aspecto metafísico, ni por el científico del materialismo, e in­ cluso, las nociones que tiene acerca de ellos son sumamente vagas. Lo que este joven quiere expresar, es que se considera un adepto de la teoría del materialismo económico, y ello, también en un sentido particular, convencional... ” No sabemos qué clase de jóvenes ha encontrado el señor Mijailovski. Pero las palabras de éste pueden dar motivo para pensar que la doctrina de los representantes del “ materialismo económico” carezcan de toda conexión con el materialismo “ en el sentido filosófi­ co general” . ¿Será cierto esto? En realidad, el “ materialismo econó­ mico” ¿es tau estrecho y pobi*e de contenido como le parece al señor Mijailovski ? Una breve reseña de la historia de esta doctrina nos suminstrará la respuesta. ¿Qué debe entenderse por “ materialismo en el sentido filosófico general” ? El materialismo es algo directamente opuesto al idealismo. Este último tiende a explicar todos los fenómenos de la naturaleza, todas las peculiaridades de la materia, por unas u otras propiedades del espíritu. El materialismo procede justamente a la inversa. Trata de explicar los fenómenos síquicos por unas u otras propiedades de la materia, por esta u otra contextura del cuerpo humano, o, en general, del cuerpo animal. Todos los filósofos para quienes la materia es el factor primario, pertenecen al campo de los materialistas; en cambio, los que estiman que tal factor es el espíritu, son idealistas. Esto es todo lo que se puede decir acerca del materialismo, en general, acerca del “ materialismo en el sentido filosófico general” , puesto que el tiempo ha erigido sobre su tesis fundamental las más diversas superes-

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PI.E .JA X O V

trueturas, que han dotado al materialismo de una época, de una apa rienda completamente diferente, comparada con la del de otra época. El materialismo y el idealismo son las dos únicas corrientes más importantes del pensamiento filosófico. Cierto es que a la par con ellas casi siempre han existido otros sistemas dualistas, los cuales afir­ maban que la materia y el espíritu oran sustancias separadas e inde­ pendientes. M dualismo jamás ha podido dar una respuesta satisfac­ toria al problema de cómo estas dos sustancias separadas, que no te­ nían nada de común entre sí, podían influir la una sobre la otra. Esta es la razón por la cual los pensadores más consecuentes y más profun­ dos se inclinaban siempre al monismo, esto es, a explicar los fenómenos por xm principio fundamental único Malquiera (monos, en griego, quiere decir único). Todo idealista consecuente es monista, en igual grado que lo es todo materialista consecuente. En -este aspecto, no hay nin­ guna diferencia, por ejemplo, entre Berkeley y Holbach. El primero era un idealista consecuente, el segundo, un materialista no menos con­ secuente, pero uno y otro eran igualmente monistas; tanto el uno como el otro comprendían igualmente bien la falta de fundamento de la con­ cepción dualista del mundo, tal vez la más difundida hasta entonces. Durante la primera mitad de nuestro siglo imperaba en la filo­ sofía el monismo idealista; durante su segunda mitad, en la ciencia, —con la cual, por aquel entonces la filosofía se había fusionado total­ mente—, triunfó el monismo materialista, aunque no siempre, ni mu­ chísimo menos, dicho sea de paso, fue consecuente. ISTc tenemos ninguna necesidad de exponer aquí toda la historia del materialismo Para el objetivo que nos hemos propuesto bastará con analizar su desarrollo a partir de la segunda mitad del siglo pa­ sado. Pero, aun así, será importante para nosotros ne perder de vista una sola cosa principalmente. —por cierto, la más fundamental—. su orientación; esto es, el materialismo de Holbach, Helvecio y de los co­ rreligionarios de éstos. Los materialistas de esta tendencia habían librado una fervo­ rosa polémica contra los pensadores oficiales de esa época, los cua­ les, invocando a Descartes —a quien difícilmente habían comprendido como es debido—, aseveraban la existencia, en el hombre, de ciertas ideas innatas, o sea, ideas independientes con respecto a la experiencia. Los materialistas franceses, al impugnar este punto de vista, no hicieron, propiamente hablando, sino exponer la doctrina de Locke, que ya a fines de’ siglo XVII había demostrado que tales ideas innatas, fío exis­ ten (no Mínate principies), Pero los materialistas franceses, al ex­ poner la doctrina de este pensador inglés, la dotaron de una forma más consecuente, colocando los puntos sobre las íes y qué Locke no quiso tocar, coma buen liberal inglés bien educado que era. Los materialistas franceses eran, sensualistas intrépidos, consecuentes hasta el final; esto es, consideraban que todas las funciones síquicas del hombre no eran más que una variación de las sensaciones. Sería inútil verificar aquí hasta qué punto sus argumentos, en éste o en el otro caso, fueron

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H IS T O R IA

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satisfactorios desde el ángulo de miras de la ciencia de nuestra época. De por sí se entiende que los materialistas franceses no conocían mu­ chas cosas que en la actualidad las sabe cualquier escolar; basta re­ cordar los conceptos sobre química y física sustentados por Holbach, quien, sin embargo, conocía excelentemente las ciencias naturales de su tiempo. Pero los materialistas franceses contaban con el irrefuta­ ble e inconmutable mérito de haber razonado consecuentemente des­ de . Así, pues, la contradicción en la que se vieron enredados los filósofos del siglo X V III hubiera quedado re­ suelta y todo hombre imparcial hubiese reconocido que a Bazard le asiste 1?. razón al afirmar que la ciencia había dado un paso de avan­

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ce a través de los representantes de los criterios históricos modernos. Pero nosotros ya sabemos que la contradicción recién mencionada no es sino un caso particular de la contradicción fundamental de los criterios sociales del siglo X V III: 1) el hombre, con todos sus pen­ samientos y sentimientos, es el fruto del medio ambiente; 2 ) este úl­ timo es una criatura hecha por el hombre, el fruto de sus ‘'opiniones” . Los criterios históricos modernos, ¿ puede decirse que hubieran resuel­ to esta fundamental contradicción del materialismo francés? Veamos la idea que se habían formado los historiadores franceses de la época de la Restauración, acerca del origen del modo de vida civil, de las relaciones patrimoniales, cuyo estudio atento era, a su juicio, el único que podía ofrecernos la clave para la comprensión de los sucesos his­ tóricos. Las relaciones patrimoniales de los hombres entran en la esfera de sus relaciones jurídicas. La propiedad es, ante todo, una institu­ ción jurídica. Decir que la clave para comprender los fenómenos his­ tóricos hay que buscarla en las relaciones patrimoniales de los hom­ bres, equivale a decir que esta clave radica en las instituciones del de­ recho. Pero, ¿de dónde habían brotado estas instituciones1? Guizot dice, con entera razón, que las Constituciones políticas habían sido un efec­ to antes de haber llegado a ser una causa; que la sociedad las había creado primeramente, y ya después dicha sociedad comenzó a cam­ biar bajo su influjo. Pero, en lo que concierne a las relaciones patri­ moniales, ¿acaso no se puede decir exactamente lo mismo? Ellas, ¿aca­ so no habían sido, a su vez, un efecto antes de haber llegado a conver­ tirse en una causa? Antes de experimentar su decisiva influencia, ¿la sociedad, acaso no tuvo que crear estas relaciones patrimoniales? A estos interrogantes absolutamente razonables, Guizot da una respues­ ta, en alto grado insatisfactoria. Entre los pueblos que habían apare­ cido en la palestra histórica después de la caída clel Imperio Romano Occidental, el modo de vida civil se halla en una íntima conexión cau­ sal con la propiedad rural'36, la relación entre el hombre y la tierra de­ terminaba su posición social. A lo largo de toda la época del feudalismo, todas las instituciones sociales estaban, en última instancia, condicio­ nadas por las relaciones agrarias. En lo que hace a estas últimas, se­ gún dice el mismo autor, “ imeialmente, durante el primer tiempo des­ pués de la invasión de los bárbaros” , estaban determinadas por la po­ sición social de los terratenientes: “ la tierra adoptaba este o el otro carácter, según el grado en que su dueño era fuerte” 37. Pero, ¿qué es lo que determinaba, en tal caso, la posición social de los terratenientes? ¿Qué es lo que determinaba “ inicialmente, durante el primer tiempo después de la invasión de los barbaros” , el ma­ yor o menor grado de libertad, el mayor o menor poderío de los propietaríos rurales? ¿Habrán sido las anteriores relaciones políticas en­ tre los bárbaros-conquistadores? Pues, el mismo G-inzot ya nos ha dicho que las relaciones políticas son un efecto y no una causa. Para comprender el modo de vida político de los bárbaros durante la época

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inmediatamente anterior a la caída del Imperio Romano Occidental, deberíamos, según el consejo de nuestro autor, estudiar su condición civil, su régimen social, las relaciones de las diversas clases dentro de su medio ambiente, etc.; y este estudio nos llevaría otra vez al p-roblemama referente a que es lo que determinan las relaciones patrimonia­ les de los hombres, que es lo que crea las formas de propiedad existen­ tes dentro de la sociedad dada. Y, por supuesto, nada ganaríamos si, para explicar la posición de las diversas clases sociales, comenzásemos a referirnos a los relativos grados de su libertad y poderío. Ello no sería una respuesta, sino una repetición del problema en una forma nueva, con algunos pormenores. Es apenas verosímil que Guizot concibiera el problema relativo al origen de las relaciones patrimoniales en forma de problema científico, rigurosa y exactamente planteado; desentenderse de él, como ya hemos visto, le había sido completamente imposible, pero ya la confusión rei­ nante en las respuestas que a dicho problema diera, testimonia la fal­ ta de claridad de su formulación. E n lo que toca al desarrollo de las formas de la propiedad, este autor lo explicaba con vagas referencias a la naturaleza humana. No es de sorprenderse que este historiador, a quienes los eclécticos habían acusado de sustentar criterios excesiva­ mente metodizados, resultara ser él mismo un ecléctico considerable, por ejemplo, en sus obras de historia de la civilización38..Augustin Thierry, quien había considerado la lucha que libraban las diversas sectas religiosas y los diferentes partidos políticos partien­ do deJ criterio de los “ intereses materiales” de las diversas clases so­ ciales y que simpatizaba apasionadamente con la lucha del tercer es­ tado contra la aristocracia, había explicado el origen de estas clases y castas por la conquista. ‘‘ T-out cela date d fune conquéie, il y a une conquéte. lá dessous” (“ todo esto se remonta desde el tiempo de la con­ quista; todo descansa sobre la conquista” ), dice, refiriéndose a las relaciones de clase y de casta existentes entre los pueblos más moder­ nos, a los cuales se refiere exclusivamente en sus escritos. Este pen­ samiento lo desarrolla incansablemente, de diversas maneras, tanto en artículos, como también en sus posteriores obras científicas. Sin hablar ya de que la “ conquista” —acto político internacional— hace retroceder a Thierry al criterio del siglo X V III, el cual explicaba toda la vida social por la actividad del legislador, esto es, por la au­ toridad política, sino que todo hecho de conquista suscita inevitable­ mente el interrogante de ¿ por qué fueron las consecuencias éstas y no otras? Antes de la invasión de los bárbaros germanos, Galia ya había atravesado por la conquista romana. Las consecuencias de esta última fueron muy diferentes que las de la conquista germana. Las consecuencias de la conquista de China por los mongoles, se parecen muy poco a las consecuencias políticas de la conquista de Inglaterra por las normandos. ¿A qué se debe esta diferencia? Decir que estas diferencias están determinadas por las que existían en el régimen so­ cial de los diversos pueblos que habían chocando entre sí en distintas

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■épocas, equivale a no decir nada, ya que sigue siendo desconocido el ¿qué es lo que determina a este régimen social? Invocar con motivo de este problema cualesquiera conquistas anteriores, significa girar en un círculo vicioso. Por más enumeraciones que hagan de las conquis­ tas, llegarán, de todos modos y a fin de cuentas, a la conclusión ine­ ludible de que en la vida social de los pueblos, existe cierta incógnita, cierto factor desconocido, que no sólo está condicionado por la con­ quista, sino que, por el contrario, va condicionando las consecuencias de las conquistas, e incluso, y es probable, las conquistas mismas, cons­ tituyendo la causa fundamental de las colisiones internacionales. Thierry, en su “ Historia de la conquista de Inglaterra por los nor­ mandos” , señala, él mismo, basándose en el testimonio de antiguos mo­ numentos, los motivos que habían guiado a los anglosajones en su lu­ d ia encarnizada por la independencia, “ Debemos batallar, dice uno de sus duques, no importa lo grande que sea el peligro, porque aquí no se trata, no de reconocer a un nuevo señ o r... sino de otra cosa to­ talmente distinta. E l caudillo de los normandos ya había repartido nuestra?, tierras entre sus caballeros y entre su propia gente, que, en ■gran parte, ya se Ies habían reconocido, a cambio, vasallos suyos. Ellos querrán hacer uso de estas gratificaciones para el caso si el du­ que normando llegara a ser rey nuestro, el que se vería obligado a transferir en su autoridad nuestras tierras, nuestras mujeres e hijas. Todo ello ya se les había prometido de antemano. Querrán arruinarnos no solamente a nosotros, sino también a nuestros descendientes; que­ rrán despojarnos de la tierra de nuestros antepasados, etc.” . Gui­ llermo el Conquistador, por su parte, dice a sus satélites: “ Comba­ tid valerosamente, dadles muerte a todos; si obtenemos la victoria, to­ dos nos enriqueceremos. Lo que yo adquiero, lo adquirís todos voso­ tros, lo que yo conquisto, lo conquistáis vosotros; si yo tendré tierra, ¡a tendréis vosotros tam bién” 39. Aquí se ve con una claridad meri­ diana que la conquista, de por sí, no fue el objetivo, que “ debajo de ■ella17 descansaban ciertos intereses “ positivos” , esto es, intereses eco­ nómicos. Surge el interrogante, ¿qué es lo que dotó a estos intereses, de este aspecto que tenía por aquel entonces*? ¿cuál fue el motivo que, tanto nativos como conquistadores, manifestaran la propensión, preci­ samente, al feudalismo y no a cualquiera otra forma de propiedad T ural? E n es caso, la “ conquista” no constituye ninguna explicación. E n “ Histoire du íicrs état” 40, del mismo Thierry 41 y en todos sus ■esbozos de historia de las relaciones internas de Francia y de Ingla­ terra, disponemos de un cuadro bastante completo del movimiento his­ tórico de la burguesía. Basta con tomar conocimiento, aunque no sea ■más que de este cuadro, para ver hasta qué grado es insuficiente el criterio que sincroniza con la conquista, el origen y evolución de un régimen social dado: pues, esta evolución había marchado comple­ tamente a contramano de los intereses y deseos de la aristocracia feu­ d al, esto es; ' de los conquistadores y sus descendientes. Sin temor a exagerar, se puede decir que el propio Thierry se

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había preocupado de impugnar, mediante sus investigaciones histó­ ricas, su propio criterio con respecto al papel histórico de las con­ quistas 42. .En cuanto a Mignet, nos encontramos con parecida maraña. Habla acerca de la influencia que la propiedad rural ejerce sobre las formas políticas, Pero, ¿de qué depende, por qué evolucionan las formas de la propiedad agraria en una o en otra dirección? Esto Mig­ net lo ignora. Eta última instancia, las formas de la propiedad agraria coinciden, según él, con la conquista 43, Mignet siente que también en la historia de las colisiones inter­ nacionales no nos enfrentamos con conceptos abstractos, “ conquista­ dores” , “ conquistados", sino con hombres vivos, de carne y hueso, que disponen de determinados derechos y contraen ciertas relaciones sociales, pero en este punto, su análisis no avanza mucho-, “ Cuando dos pueblos, que habitan un solo suelo, se mezclan entre sí, dice, pier­ den sus lados flacos y se transfieren mutuamente sus lados fuertes” 44. Esta afirmación no cala muy hondo, y, además, carece comple­ tamente de claridad. Si se hubiesen visto enfrentados con el problema relativo al ori­ gen de las relaciones patrimoniales, cada uno de los mencionados his­ toriadores franceses de la época de la Restauración habría tratado, seguramente, salir del paso, al igual que Guizot, con referencias más o menos ingeniosas a la “ naturaleza humana B1 criterio acerca de la “ naturaleza hum ana” , como instancia suprema en la que se ventilan todos los “ casos casuísticos” en la es­ fera del derecho, de la moral, de la política y de la economía fue totalmente legado a los escritores del siglo XIX, por los enciclopedis­ tas del siglo próximo pasado. .Si el hombre, al llegar al mundo, no trae consigo ninguna reser­ va preparada ya de “ ideas prácticas” innatas; si la virtud es vene­ rada, no por ser algo innato de los hombres, sino por ser una cosa útil, como afirmara Loc-ke; si el principio de la utilidad social constitu­ ye la ley suprema, como dijera Helvecio; si el hombre es la medida de las cosas dondequiera que exista una cuestión de relaciones recí­ procas humanas, resulta absolutamente natural concluir que la natu­ raleza del hombre, es también el criterio que debemos aplicar cuando tenemos que juzgar de lo útil o de lo nocivo, acerca de lo razonable o irrazonable de las relaciones en cuestión. Partiendo desde este cri­ terio, los enciclopedistas del siglo X V III habían enjuiciado, tanto el régimen social vigente por aquel entonces, como asimismo, a las re­ formas que consideraron deseables. La naturaleza humana, constitu­ ye, para ellos, el principalísimo argumento en las disputas contra .sus adversarios. Hasta qué extremo consideraban grande el valor de este argumento, nos lo muestra excelentemente, por ejemplo, el si­ guiente razonamiento de Condorcet: “ Las ideas de justicia y de de­ recho se forman, invariablemente, de igual modo entre todos los se­ res dotados de la facultad de sentir y de adquirir ideas. Por esta ra-

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¡?;ón habrán de ser iguales” . Ciertamente sucede que los hombres las tergiversan (les altérent). “ Pero todo hombre que razona correctamen­ te, habrá de arribar, ineluctablemente, a determinadas ideas, tanto en la moral, como asimismo en la matemática. Estas ideas representan la deducción necesaria de la verdad incontrovertible de que los hom­ bres son seres que sienten y raciocinan” 46. E n realidad, los criterios sociales de los enciclopedistas franceses no fueron deducidos, por su­ puesto, de esta más que justa verdad, sino dictados por el medio am­ biente en que vivían. El “ hombre” , del cual ellos pensaban, se distin­ guía, no tan solo con la facultad de sentir y raciocinar : su “ naturaleza” reclamaba un determinado orden burgués (las obras de Holbach re­ sumen justamente estas reclamaciones que, posteriormente, fueron lle­ vadas a la práctica por la Asamblea Constituyente) ; fue esta “ natu­ raleza” la que preceptaba la libertad de comercio, la no-intervención del Estado en las relaciones patrimoniales de los ciudadanos (¡ laissez faire, laissez passer!) 4T, etc., etc. Los enciclopedistas miraban a la naturaleza humana a través del prisma de las necesidades y relaciones sociales en cuestión. Pero no sospechaban que es la historia quien ha­ bía colocado delante de sus ojos cierto prism a: se imaginaban que por sus bocas estaba hablando la mismísima “ naturaleza hum ana” , comprendida y apreciada, al fin, por los representantes iluminados de ]a humanidad. Is’o todos los escritores del siglo X V III tenían igual noción acerca de la naturaleza humana. A veces discrepaban muy vigorosamente en­ tre sí a raíz de este problema. Pero todos ellos, de igual modo, es­ taban convencidos de que sólo un criterio correcto con respecto a esta naturaleza puede ofrecer la clave para explicar los fenómenos sociales. Antes hemos dicho que muchos de los enciclopedistas franceses ya habían notado que el desarrollo ele la razón humana estaba sometido a ciertas leyes. Fue, ante todo, la historia de la literatura, la que les había infundí do el pensamiento acerca de la existencia de estas leyes: '“ ¿cuál es el pueblo —preguntaban—, que no haya sido antes poeta y recién después pensador?” 48. ¿Cómo se explica, pues, esta sucesivicad? Por las necesidades sociales que son también las que determinan, incluso, .el desarrollo del lenguaje, contestaban los Enciclopedistas. ‘ ‘ E>1 arte de hablar, como también todas las artes, es el fruto de las ne­ cesidades e intereses sociales” , había demostrado el abate Arnaud, en un discurso, que acabamos de mencionar en una nota al p ie 49. Las necesidades sociales cambian y por eso cambia también el curso del desarrollo de las “ artes” . Pero, ¿qué es lo que determina las nece­ sidades sociales? Estas últimas, las necesidades de los hombres que in­ tegran la sociedad, están condicionadas por la naturaleza humana; por consiguiente, es en esta última donde cabe buscar también la explica­ ción de éste, y no de otro curso, del desarrollo intelectual. La naturaleza humana, para poder desempeñar el papel de mó­ dulo supremo, tenía que haber sido considerada como algo dado de una

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vez para siempre, algo inimitable. Los enciclopedistas afectivamente así la habían considerado, como puede ver el lector por las palabras de Condoreet, que hemos citado anteriormente. Pero, si la naturaleza humana es inmutable, ¿cómo se puede explicar por ella el curso de desarrollo intelectual o social de la humanidad? ¿Cuál es el proceso de todo desarrollo? Una serie de cambios. Con ayuda de algo inmuta­ ble, de algo dado de una vez para siempre, ¿se pueden explicar ¡los cambios que forman el proceso de-•desarrollo ? Porque una cantidad constante permanece fija, ¿cambia por eso la cantidad variable? Los enciclopedistas se apercibieron que esto no es asi, y, para salvar los obstáculos, señalaban que la misma cantidad constante es variable den­ tro de ciertos límites. E l hombre atraviesa por diversas edades: in­ fancia, juventud, virilidad, etc. Durante estas diferentes edades, sus necesidades no son iguales: “ E n la infancia, el hombre vive por los sentimientos, la imaginación y la memoria; busca la sola recreación, tiene necesidad tan sólo de cantos y de cuentos. Después llega la edad de las pasiones; el alma requiere conmociones y emociones. Después se desarrolla la facultad de raciocinio, se desarrolla la razón que, a ?u vez, requiere ejercicios, actividad que se extiende a todo lo que es capaz de despertar la curiosidad". Así se desarrolla el hombre individual: estos tránsitos están con­ dicionados por su naturaleza; y precisamente, debido a que radican en su naturaleza, estos tránsitos se advierten también en el desarrollo espiritual de toda la humanidad; ellos, estos tránsitos, explican, el por qué los pueblos se inician con la poesía épica, pero terminan con la filosofía50. Es fácil ver que las “ explicaciones" de este género, sin haber ex­ plicado igualmente nada, habían dotado la descripción de! curso de desarrollo de la humanidad de cierta forma pintoresca (la similitud siempre acentúa con mayor resplandor las peculiaridades del objeto descripto). Es fácil ver también que, habiendo dado explicaciones de esta índole, los pensadores del siglo X V III habían girado en nuestro ya conocido círculo vicioso: el medio ambiente crea al hombre, éste crea el medio ambiente. E n realidad, por una parte resulta que el de­ sarrollo intelectual de la humanidad, o sea, dicho en otras palabras, el desarrollo de la naturaleza humana, es explicado por las necesida­ des sociales,, mientras que, por la otra, se deduce que el desarrollo de las necesidades sociales, es explicado por el desarrollo de la naturaleza humana. Esta contradicción, como vemos, no la habían eliminado tampoco los historiadores franceses de la época de la Restauración; con ellos, tan sólo había adoptado un nuevo aspecto.

Capítulo Tercero

LOS SO C IA L IST A S UTOPICOS Si la naturaleza humana es inmutable y si, conociendo sus pecu­ liaridades fundamentales, se pueden deducir de éstas, de manera ma­ temática, postulados auténticos, valederos en las esferas de la moral y de la ciencia social, tampoco sería difícil idear un régimen social que, correspondiendo plenamente a las demandas de la naturaleza hu­ mana, sería, precisamente por eso, un régimen social ideal. Ya los ma­ terialistas del siglo X V III se lanzan de buenas ganas a la investiga­ ción en el terreno de una legislación perfecta (législation parafaite). Estas investigaciones representan el elemento utópico en la literatura del enciclopedismo51. Los socialistas utópicos de la primera mitad del siglo X IX se entregan con toda su alma a estas investigaciones. Los socialistas utópicos de esa época siguen íntegramente los cri­ terios antropológicos de los materialistas franceses. Igual que estos últimos, consideran al hombre fruto del medio ambiente socials2, e igualmente que ellos, se encierran en un círculo vicioso, explicando las peculiaridades mutables del medio ambiente, por las inmutables de la 'naturaleza "humana. Todas las numerosas utopías de la primera mitad de nuestro si­ glo, no representan sino la tentativa de concebir una legislación per­ fecta, tomando la naturaleza humana como módulo supremo. Así, Fourier toma como punto de arranque el análisis de las pasiones hu­ manas; así R. Owen, en su “ Outline of the rational system of society” 53, parte de los i( principios fundamentales de la ciencia re­ lativa a la naturaleza hum ana” (“ first Principies of Human N ature”) y asevera que un “ Gobierno racional” debe ante todo “ definir la naturaleza hum ana” (ascertain what Human Nature is ) ; así; los saintsimonistas proclaman que su filosofía está cimentada sobre un nuevo concepto de la naturaleza humana (sur une nouvelle conception de la nature humaine) 5 4 ; así, los fourierristas dicen que la organización social ideada por su maestro, representa una serie de con­ clusiones irrefutables sobre las leyes inmutables de la. naturaleza hum ana55. . ' ' El criterio con respecto a la naturaleza humana, como el

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módulo supremo, no había impedido, por supuesto, a las diversas escuelas socialistas discrepar entre si, en la definición de las peculia­ ridades de dicha naturaleza humana. Por ejemplo, a juicio de los saintsinionistas, “ los planes de Owen contradicen las propensiones de la naturaleza humana, al extremo que la popularidad de que, al parecer, gozan en la actualidad {escrito en 1825), parece, a primera vista, algo inexplicable"36. E n el folleto polémico de Fourier, ‘‘Piéges ei charlaianisme des deuco sedes Saint Simón et Owen, qui prometíent Vassociation ef le progrés7’ 57, se pueden hallar no pocas respuestas ásperas acerca de que también la doctrina saintsimonista está en contradicción con todas las inclinaciones de la naturaleza humana. Ahora, al igual que en tiempos de Condorcet, resultaba que concordar en la definición de la naturaleza humana era mucho más difícil que definir ésta o la otra figura geométrica. Por cuanto los socialistas utópicos del siglo X IX seguían el criterio de naturaleza humana no hicieron sino repetir los equívocos de los pensadores del siglo X V III, pecado que, dicho sea de paso, había cometido toda su ciencia social coetánea 5S. Pero entre ellos se advierte la fuerte tendencia a escapar de los estrechos marcos de los conceptos abstractos y apoyarse sobre una base concreta. Más formida­ bles que otros en este aspecto son los trabajos de Saint Simón. Mientras que los enciclopedistas franceses consideraban frecuen­ temente a la historia de la humanidad, como a una serie de accidentes más o menos felices que se fueron form ando5!>, Saint Simón busca en la historia, ante todo, la vigencia de leyes. La ciencia relativa a la sociedad humana puede y debe llegar a ser _una ciencia tan rigurosa, como lo son las ciencias naturales. Debemos estudiar los hechos cíe la vida pasada de la humanidad, para descubrir en ellos las leyes que determinan su progreso. Solamente el que haya comprendido el pasado, es capaz de prever el futuro. Al plantear, así, el objetivo de la ciencia social, Saint Simón emprendió el estudio de la historia de la Europa Occidental a partir de la caída del Imperio Bomano. Hasta qué punto fueron nuevas y amplias sus concepciones, puede verse en el hecho de que su discípulo Thierry, pudo realizar casi toda una revolución en el análisis de la historia francesa, Saint Simón ora de opinión de que también Guizot había copiado de él sus con­ cepciones. Dejando de lado la cuestión insoluble referente a la propiedad teórica, haremos notar que Saint Simón pudo avanzar más en el camino de seguir los movimientos del desarrollo interno de las sociedades europeas, que los historiadores especializados, coetáneos a é]. Así, si tanto Thierry, como Mignet y Guizot señalaron las rela­ ciones patrimoniales como el fundamento de todo el régimen social, Saint Simón, el primero en dilucidar, y con extraordinaria claridad, es­ tas relaciones en Ja Europa moderna. Avanzó mucho más al formulax'se el interrogante: ¿A qué se debe que sean precisamente éstas, y no cualesquiera otras relaciones, las que desempeñen un papel tan im­ portante? La respuesta hay que buscarla, a su juicio, en las neeesida-

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des del desarrollo industrial: “ hasta el siglo XV el poder mundano se hallaba en manos de la nobleza, y ello fue útil, por cuanto los nobles fueron en esa época los industriales más capaces. Ellos dirigían las faenas agrícolas, y estas últimas fueron entonces el único género de oeapación industrial” 62. A la pregunta del por qué las necesidades de la industria tenían el valor más decisivo en la historia de la hu­ manidad, Saint Simón contestaba que ello se debía a que la producción constituye la finalidad de toda asociación social (le but de l ’organisation sociale, c’est la production). Atribuía este valor a la producción, debido a que identificaba lo útil con lo productivo ( l’utile - c’est la prod%vciion) 63, y proclamaba categóricamente que la poliUque... c ’est la Science de la production 64. Parecería que el desarrollo lógico de tales concepciones tenía que haber llevado a Saint Simón a la conclusión de que las leyes que rigen la producción, son también las que determinan, en última instancia, el desarrollo social; y el estudio de ellas debía ser la tarea del pensador que se esfuerza por prever el futuro. E n algunos lugares parece acercarse a esta idea, pero solamente en algunos lugares, y tan sólo acercándose. Para la producción hacen falta las herramientas de trabajo. Estas herramientas no las suministra la Naturaleza hechas; son inven­ tadas por el hombre. La invención, e incluso el simple empleo de una herramienta determinada, presupone en el productor cierto grado de desarrollo intelectual E l desarrollo de la “ industria” representa, por eso, el resultado incondicional del desarrollo intelectual de la humani­ dad. Parece aquí que la opinión, el pensamiento, la “ ilustración” (hm iéres), también gobierna sin contrapartida el mundo. Y, cuanto más ,se pone en claro el importante papel de la industria, tanto más se viene corroborando, al parecer, este criterio de los filósofos del siglo X V III. Saint Simón lo sigue aún más consecuentemente que los en­ ciclopedistas franceses, puesto que, al considerar resuelta la cuestión relativa a que las ideas tienen su origen en las sensaciones, tiene menos motivos para reflexionar sobre la influencia que el medio ambiente ejerce sobre el hombre. El desarrollo de los conocimientos .es, según él, el factor fundamental del movimiento histórico63. Se esfuerza por descubrir las leyes que rigen este desarrollo: así, establece la misma ley de las tres fases: teológica, metafísica y positiva, que, posteriormente Augusto Comte habría de presentar, con gran éxito, como su propio “ descubrimiento” 66. Pero también a estas leyes, Saint Simón las explica, en resumidas cuentas, por las peculiaridades de la naturaleza humana. “ La sociedad está integrada por individuos —dicc— motivo por el cual el desarrollo de la rv,zón social sólo puede ser una reproducción del desarrollo de la, razón individual en gran escala” . Partiendo de este postulado fundamental, Saint Simón estima que sus “ leyes” del desarrollo social están definitivamente dilucida­ das y probadas toda vez que logra encontrar, para su confirmación, una airosa analogía con el desarrollo del individuo. Asevera, por

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ejemplo, que el papel de la -autoridad en la vida social quedará con el tiempo reducido a la nada 67. La reducción paulatina, pero cons­ tante, de este papel, es una de las leyes de desarrollo de la humani­ dad, ?, Cómo prueba Saint Simón esta ley? E l argumento principal en su favor es la referencia al desarrollo individual de los hombres: en la escuela primaría, el niño está obligado á obedecer incondicional­ mente a los mayores; en la secundaria, el elemento de obediencia queda relegado poco a poco a segundo lugar para ceder definitivamen­ te el lugar a la acción independiente en la edad madura. Todos, no importa el criterio que tengan con respecto a la historia de la “ au­ toridad” , estarán ahora de acuerdo que aquí como en todas partes, la comparación no es ninguna prueba. E l desarrollo embriológico de todo individuo determinado (la ontogénesis) representa muchas analogías con la historia de la especie a que pertenece ese individuo: Ja ontogénesis ofrece muchas importantes indicaciones relativas a la filogénesis. Pero, ¿qué diríamos ahora respecto al biólogo que se le ocurriese afirmar, que es en la ontogénesis donde cabe buscar la última explicación de la filogénesis? La biología contemporánea pro­ cede justamente a la inversa: explica la historia embriológica del individuo, por la de la espacie-. El apelar a la naturaleza humana dotó de un aspecto completa­ mente original a todas las “ leyes” del desarrollo social, formuladas, tanto por el propio Saint Simón, como también por sus discípulos. Esa apelación los ha encerrado en un círculo vicioso. La historia de la humanidad se explica por su naturálem. Pero, ¿cómo llegaremos a conocer la naturaleza del hombre?: a través de la historia. Está claro que, girando en este círculo es imposible comprender la natura­ leza del hombre, ni su historia; sólo se pueden hacer éstas u otras referencias aisladas, más o menos profundas, acerca de ésta o la otra esfera de los fenómenos sociales. Saint Simón hizo algunas referen­ cias sutiles, a veees; verdaderamente geniales, pero su objetivo prin­ cipal —hallar una fírme base científica para la “ política”— quedó sin cumplirse. “ La ley suprema del progreso de la razón humana —dice Saint Simón— somete a todo, impera sobre todo; los hombres para ella no son sino instrum entos,.. Y, aun cuando esta fuerza (o sea, esta ley) parto de nosotros (dérivex de nous), nosotros podemos desembarazar­ nos tampoco de su influencia, o aún sometida a ella, como sería mo­ dificar a nuestro antojo la acción de la fuerza que obliga a la Tierra a girar en torno del Sol. Lo único que podemos hacer es subordinar­ nos conscientemente a dicha ley (a nuestra auténtica providencia), tomando conocimiento clel movimiento que ella nos prescribe, en lugar de someternos a ella ciegamente. De paso haremos notar que precisamente en ello habrá de radicar también el paso de avance que deberá dar a la conciencia filosófica de nuestro siglo” 6S. Así, pues, la humanidad se halla íntegramente subordinada a la ley de su propio desarrollo intelectual; ella no podría eludir su in­

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fluencia aunque lo deseara. Vamos a examinar más atentamente esta tesis y, para mayor claridad, tomaremos la ley de las tres fases. La hu­ manidad había atravesado del raciocinio teológico al metafísico, y de éste al positivismo. Esta ley había actuado con la fuerza de las leyes mecánicas. Es muy posible que ello sea así, pero se plantea el siguiente interrogante, ¿cómo entender el pensamiento de que la humanidad, aún deseándolo, no podría modificar la acción de esta ley? Quiere esto decir que, ¿la humanidad no hubiera podido evitar la metafísica, aún si hubiese tenido conciencia de la superioridad del raciocinio positivo, ya a fines del período teológico? Evidentemente, n o ; y si no hubiera podido evitarlo, no es menos evidente que existe cierta falta de claridad en la propia concepción de Saint Simón con respecto a la vigencia de leyes del desarrollo intelectual. ¿En qué consiste esa falta de claridad? ¿De dónde procede dicha falta de claridad? Ella consiste en la propia contraposición de la ley al deseo de modificar su acción, Una vez que semejante deseo aparece entre el gécero humano se transforma en un hecho para la historia del de­ sarrollo intelectual de la humanidad, y la ley debe acoger este hecho y no chocar contra él. En tanto que admitamos la posibilidad de tal colisión, sin haber dilucidado el propio concepto relativo a la ley, caeremos indefectiblemente en uno de los dos extremos: o abandonamos el criterio de vigencia de la ley y nos situamos en el de lo deseable. o dejamos totalmente fuera lo deseable —más exactamente dicho lo deseado por los hombres de una época determinada— de nuestro cam­ po de visión y, con ello, dotaremos la ley de cierto matiz místico, convirtiéndola en una especie de “ fatum ” . Precisamente, un “ hado” de esta clase es la “ ley” de Saint Simón y, en general, de los utópi­ cos, en la medida en que hablan de la vigencia de leyes, Advirtamos, a propósito que cuando los “ sociólogos subjetivos” rusos se arman en defensa de la “ personalidad” , de los “ ideales” y de las demás buenas cosas, bregan precisamente contra la doctrina utópica, confusa, incom­ pleta y, además inconsistente, relativa al “ curso natural de las cosas” Nuestros sociólogos, al parecer, jamás oyeron hablar de lo que consti­ tuye, la concepción científica moderna de la vigencia de leyes en el proceso histórico social. ¿De dónde procede la falta utópica de claridad en el concepto relativo a la vigencia de leyes? Esta confusión trae su origen en el defecto fundamental —que ya hemos señalado— de que adolece el punto de vista con respecto al desarrollo de la humanidad, sustentado por los utópicos, y que como ya lo sabemos, tampoco son los únicos, fina vez dada esta naturaleza, están dadas también las leyes que rigen el desarrollo histórico, está dada, como diría Hegel, an sich ya toda la historia. E l hombre puede intervenir tan poco en el curso de su desarrollo, como puede dejar de ser hombre. La ley de desarrollo aparece en forma de una Providencia. Este es el fatalismo histórico, aparecido como resultado de la

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doctrina que estima que los éxitos de los conocimientos —por con­ siguiente, de la actividad consciente del hombre— eran el resorte fun­ damental del movimiento histórico. Pero prosigamos. Si la clave para comprender la historia la suministrara la natu­ raleza del hombre, lo que reviste importancia, no es tanto el estudio de los hechos de la historia, sino la correcta comprensión, precisamen­ te, de esta naturaleza humana lo que importa para nosotros. Una vez en posesión de un certero criterio con respecto a dicha naturaleza del hombre, yó pierdo casi todo el interés por la vida social, tal como ella, es, para concentrar toda mi atención en 3a vida social, tal como ella debe ser de eoformidad con la naturaleza humana. El fatalismo en la historia no está reñido, en absoluto, con una actitud utópica frente a la realidad en la práctica. Todo lo contrario, la facilita al romper el hilo de la investigación científica. El fatalismo, en general, no raras veces, marcha memo a mano con el subjetivismo más extremista. El fa­ talismo, a cada paso, proclama su propio estado de ánimo, como ley irrevocable de la historia. Con respecto a los fatalistas vienen preci­ samente bien las palabras del poeta: Was sie den Geist der Geschichte nennen Jst nur der Herren heigner Geist 09. Los saintsimonistas aseveraban que la cuota del producto social que los explotadores obtienen del trabajo ajeno va reduciéndose pau­ latinamente. Tal reducción, según ellos, constituía una importantísi­ ma ley que presidía el desarrollo económico de la humanidad. Para probar esta afirmación, aducían la disminución gradual de ha tasa de interés y la de la renta del suelo. Si, en este caso, hubiesen aplicado los procedimientos de la investigación rigurosamente científicos, ha­ brían hallado las causas económicas del fenómeno que señalaban, y, para este fin, hubieran tenido que estudiar atentamente los procesos de la producción, de la reproducción y de la distribución de productos. Al haberlo hecho así, habrían visto, posiblemente, que la baja de la ta­ sa de interés y hasta de la renta del suelo, si ésta efectivamente se es­ taba operando, no probaba, ni muchísimo menos, la reducción de la cuo­ ta que pasaba a poder de los propietarios. Su “ ley” económica habría obtenido, entonces, por supuesto, una formulación completamente dis­ tinta. Pero no tenía interés en esto los saintsimonistas. La fe que ha­ bían depositado en la omnipotencia de leyes misteriosas, derivadas de la naturaleza humana, marcaba el rumbo a la labor de su pensamien­ to en una dirección totalmente diferente. La tendencia, hasta hoy pre­ dominante en la historia, no podrá sino acrecentarse en el futuro, de­ cían ; la constante disminución de la parte que les toca a los explotado­ res, acabará, necesariamente por desaparecer del todo, esto es, la desa­ parición de la propia clase de los explotadores. Frente a tal perspecti­ va, ahora mismo, decían, los .utópicos, habremos.de idear las nuevas for­ mas de una organización social en ía que no haya ya, en absoluto, nin­ gún lugar para los explotadores. Basándose en las otras peculiaridades

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de la naturaleza humana, proseguían afirmando los utópicos, se puede ver que dichas formas nuevas habrán de ser de esta o de otra índo­ le. .. El plan de la reorganización social se podría preparar muy rá­ pidamente: el pensamiento extraordinario de la vigencia de leyes de los fenómenos sociales, quedaba así reducido a unas cuantas recetas utópicas. . . Lo? utopistas de esa época consideraban que la tarea más impor­ tante del pensador radicaba en la preparación de similares recetas. Este o el otro postulado de la economía política no era, en sí, impor­ tante. La importancia era adquirida en virtud de las deducciones prác­ ticas que de dicho postulado se derivaban. J, B. Say entabla un deba­ te con Ricardo acerca de qué es lo que determina el v a l o r d e dambio de las mercancías. Es muy posible que éste sea un problema importan­ te desde el punto de vista de los entendidos en la materia. Pero más importante aún es, según los utopistas, saber qué es lo q u e d e b e deter­ minar el valor. Pero de esta cuestión, lamentablemente los entendidos ni piensan. Pensemos nosotros por ellos, se dicen los utopistas. La na­ turaleza humana —meditan— nos sugiere en forma inteligible, tal o cual cosa. Una vez que comencemos a prestar oído a su voz, veremos, con asombro, que la disputa, importante según el parecer de los espe­ cializados en la materia, no reviste, en el fondo, tanta importancia. Se puede estar de acuerdo con Say, puesto que de sus postulados se deri­ van deducciones, plenamente concordes con los requerimientos de la naturaleza humana. Pero también se puede concordar con Ricardo, por cuanto también sus afirmaciones, bien interpretadas y debidamen­ te complementadas, no pueden sino apuntar dichos requerimientos. Así, el pensamiento utópico con ese desparpajo intervenía en los deba­ tes científicos, cuya importancia seguía ignorante. Y fue así que hom­ bres cultos y bien dotados por la naturaleza, como por ejemplo $ n f(M i­ tin, resolvían las cuestiones litigiosas de la economía política de aquel entonces. E nfantin es el autor de no pocas investigaciones económicas y po­ lítica?, que si bien no pueden considerarse como un aporte serio a la ciencia, tampoco pueden dejarse de lado, como lo vienen haciendo has­ ta hoy día los historiadores de la economía política y del socialismo. Los trabajos económicos de Enfantin tienen valor como interesante fa­ se en la historia del desarrollo del pensamiento socialista. Pero cuál es la actitud de este autor frente a las disputas de los economistas, ilus­ tra suficientemente el siguiente ejemplo. Se sabe que Malthus había impugnado perseverante, y dicho sea a propósito, desacertadamente, la teoría de la renta de Ricardo. Enfantin piensa que la verdad está, propiamente hablando, de parte del primero y 110 del segundo. Pero tampoco refuta la teoría de este último, no lo con­ sidera necesario. A su juicio, todos “ los razonamientos sobre la natura­ leza de la renta en lo que se refiere al efectivo aumento o disminución de Ja cuota que el propietario despoja al trabajador” , deberían ser redu­ cidos a una sola cuestión: ¿cuál es la naturaleza de las relaciones que

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deben existir, en interés de la sociedad, entre el productor que se había distanciado de los negocios (así califica Enfantin a los terrate­ nientes), y el productor en actividad (esto es, el granjero)? Cuando lleguemos a conocer estas relaciones, será suficiente con dilucidar cuáles son los recursos que conducen a la instauración de dichas rela­ ciones. Además habrá que considerar también el estado actual de la sociedad más no por eso toda otra cuestión (fuera de la planteada anteriormente) sería de segundo orden y solamente entorpecerían esas combinaciones; ellas deben contribuir a poner en movimiento el uso de los medios antes mencionados 70. La tarea principalísima de la economía política, a la que Enfantin hubiera preferido dar el nombre de “ historia filosófica de la indus­ tria ’’, radica en instruir, tanto en lo que hace a las relaciones recíprocas entre los diversos sectores de los productores, como también referente a la actitud de toda la clase de los productores, frente a Jas demás clases sociales. Estas instrucciones deben cimentarse sobre el estudio del desarrollo histórico de la clase industrial, además que, como base de dicho estudio, debe servir “ al nuevo concepto con respecto al género humano” , es decir, dicho con otras palabras, el concepto «cerca de la naturaleza del hombre 71. La impugnación de Malthus, a la teoría de la renta de Kicardo, estaba íntimamente vinculada con la refutación de la muy conocida —como ahora suele decirse entre nosotros— teoría del valor basado en el trabajo. Enfantin, poco metido en el fondo del debate, se apresura a encontrarle solución mediante un utópico complemento (enmienda, como está de boga ahora decir entre nosotros) a la teoría de la renta de Ricardo: “ Si es que hemos entendido bien esta teoría —dice Enfantin— cabría añadirle, al parecer, que los trabajadores remu­ neran (esto es, pagan en forma de renta) a alguna gente por el descanso al que ésta está entregada, y por el derecho de hacer uso de los medios de producción” . También aquí Enfantin entiende por trabajadores, e incluso preferentemente, a los granjeros-empresarios. Lo que dice acerca dé la actitud de estos últimos frente a los propietarios rurales, es absolutamente justo. Pero, su “ enmienda” se reduce a expresar en forma más aspera el fenómeno que también Ricardo conocía excelen­ temente. Además, esta expresión áspera (Adam Smith se expresaba a veces más severamente), no sólo no resuelve la cuestión relativa al valor, ni la referente a la renta, sino que la desaloja totalmente del campo de visión de Enfantin. Pero, para él estas cuestiones tampoco existían; a él lo que le interesaba exclusivamente era la futura organi­ zación social; para él lo importante era convencer al lector de que la propiedad privada sobre los medios de producción no debía existir. E nfantin dice directamente que si no fuera por esta clase de cuestiones prácticas, todas las discusiones de los científicos acerca del valor, sería una simple disputa por palabras. Este es, por así decirlo, el método subjetivo en la economía política.

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Los utopistas jamás habían recomendado directamente este . Fijaos ahora en un fenómeno de carácter económico. ¿Cuál es el lógico final de la “ libre competencia” $ Cada empresario tiende a abatir a sus competidores a fin de quedar él, dueño único del mercado. Y no raras veces, por supuesto, sucede que algún Rothschild o algún Vanderbilt, logra llevar felizmente a la práctica esta tendencia. Pero ello está mostrando que la libre competencia desem­ boca en el monopolio, esto es, en su propio contrario. O mirad a qué conduce el llamado principio de la propiedad basado en el trabajo, que tanto ensalza nuestra literatura populista. A mí me pertenece sólo 3o que he creado con mi trabajo. Ello no puede ser más justo. Pero tampoco es menos equitativo cuando de una cosa que yo he creado, hago el uso que se me antoja: la utilizo para mí mismo o la permuto por otra cosa que, por algún motivo, deseo más. Exactamente justo es también, finalmente, el que yo de otra vez el uso que se me antoje a la cosa permutada, por serme más grato, mejor y más conveniente. Supongamos ahora que yo había vendido un producto de mi propio trabajo, y por el dinero obtenido he contratado a un trabajador asa­ lariado, o sea, he comprado la fuerza de trabajo ajena. Haciendo uso de esta mano de obra ajena, llego a ser el dueño de un valor que es consi­ derablemente superior al del que yo he gastado para comprarlo. Efeto, por un lado, es muy justo, puesto que todos habían. ya, reconocido que yo puedo hacer uso de una cosa permutada, según me sea mejor y más conveniente: pero, por el otro, esto es muy injusto, por cuanto

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estoy explotando el trabajo ajeno, negando, así, el principio que forma la base de mi concepto de justicia. La propiedad que yo be adquirido con mi trabajo personal, me produce una propiedad creada por el trabajo de otro. Summum jus summa injuria. Y es la propia, fuerza de las cosas, la que da luz a tal injuria en. la economía de casi cada artesano adinerado de casi cada agricultor floreciente 121. Así, pues, cada fenómeno, por lar acción de las mismas fuerzas que condicionan su existencia, tarde o temprano, pero ineludiblemente, se convierte en su propio contrario. Habíamos dicho que la filosofía idealista alemana contemplaba todos los fenómenos desde el ángulo de miras de su desarrollo y que ello equivale a verlos en forma dialéctica. Hay que hacer notar que los metafísicos se muestran capaces de tergiversar la propia doctrina relativa al desarrollo. Aseveran que ni en la naturaleza, ni en la his­ toria existen saltos. Guando hablan del nacimiento de cualquier fenómeno o institución social, presentan la cosa de modo como si ese fenómeno o institución fuese, en algún otro tiempo sitmamente pequeño, totalmente imperceptible y después ha ido creciendo paulatinamente. Cuando se trata de la destrucción del mismo fenómeno e institución, se presupone, por el contrario, su gradual disminución que va prolongándose hasta que se vuelve totalmente imperceptible en virtud de sus propias proporciones miscroscópicas. El desarrollo, ex­ plicado de este modo, igualmente no explica nada. Presupone la existencia de los mismos fenómenos a los que debe explicar, y sólo toma en consideración los cambios cuantitativos que en ellos se efec­ túan. El imperio del raciocinio metafísico había sido, en algún otro tiempo tan vigoroso en las ciencias naturales, que muchos naturalistas no habían podido imaginarse de otro modo el desarrollo, sino pre­ cisamente en forma de tal gradual aumento o disminución de las proporciones del fenómeno estudiado. Aun cuando, desde los tiem­ pos de Harvey se había reconocido que “ todo lo vivo se desarrolla a partir del huevo”, evidentemente, tal desarrollo a partir del huevo no estaba vinculado a ninguna imagen exacta. Y el descubrimiento del espermatozoario..sirvió de inmediato de motivo para dar a luz una teoría, según la cual, ya la célula espermática encerraba un animal plasmado, completamente desarrollado pero microscópicamente pe­ queño, de modo que todo su “ desarrollo” se reducía al crecimiento. Completamente así razonan ahora los ancianos juiciosos, y entre ellos muchos famosos sociólogos-evolucionistas europeos acerca del “ desa­ rrollo” , por ejemplo, de las instituciones políticas: la historia no da saltos; va piano. . . La filosofía idealista alemana se sublevó terminantemente con­ tra este desfigurado concepto relativo al desarrollo. Hegel lo había ridiculizado sarcásticamente, probando en forma irrefutable, que tan­ to en la naturaleza, como también en la sociedad humana, los saltos constituyen un factor tan necesario en el desarrollo, como los cambios cuantitativos graduales. “ Los cambios del ser —dice— no residen

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solamente en que una cantidad se transforma en. otra, sino también en que la calidad pasa a la cantidad y, por el contrario; cada uno de los tránsitos de este último género forma una solución de continuidad (ein Abbr echen des AllmahUchen), suministrando al fenómeno un nuevo aspecto, cualitativamente distinto del anterior. Así, el agua, al congelarse, no se vuelve sólida de modo gradual. .. sino de golpe; que, ya habiéndose enfriado hasta el punto de congelación, sigue siendo líquida, si sólo conserva un estado de quietud, pero que entonces basta la más leve sacudida para que se yuelva de golpe sólida... En el mundo de los fenómenos morales también tienen lugar los tránsitos de lo cuantitativo a lo cualitativo, o, dicho en otras palabras, las diferencias en las cualidades también se fundamentan en diferencias cuantitativas. Así. un poquito m-enos, un poquito más, forma la frontera donde la imprudencia deja de ser tal para convertirse en algo completamente distinto, en delito. . . Así, los Estados, teniendo las demás condiciones iguales, obtienen un carácter cualitativamente distinto tan sólo a consecuencia de las diferencias existentes en la cantidad. Las leyes dadas y la estructura del Estado dada, adquieren una significación completamente distinta al extenderse el territorio de dicho Estado o el aumento del número de sus ciu d ad an o s...’' 122. Los naturalistas contemporáneos saben excelentemente cómo los cambios de cantidad conducen frecuentemente a los de calidad. ¿Por qué una parte del espectro solar nos produce la sensación del rojo, otra, del verde, etc? La física replica que aquí todo reside en el nú­ mero dw oscilaciones de las partículas del éter. Se sabe que este número Ya cambiando para cada color espectral, aumentando desde el rojo hasta o! violeta. Eso no es todo. Ija tensión del calor en el espectro va en alimento a medida de su acercamiento a la zona exterior de la banda roja y llega al grado más alto a cierta distancia de ella por la salid-i del espectro. Pesulta que en el espectro existe una clase especial de rayos que ya no dan luz: y sólo calor. También en este caso, dice la física, que la calidad de las rayos cambia a consecuencia del cambio del número de oscilaciones de las partículas del éter. Pero aun esto no es todo. Los rayos solares producen cierto efecto químico, como lo muestra, por ejemplo, las materias que se destiñen al sol Los rayos violetas y los llamados ultra-violetas son los que se distinguen con la mayor fuerza química; estos rayos ya no nos producen sensación luminosa. La diferencia en la acción química de los rayos solares se explica, una Tez más, no por otra cosa sino por las diferencias existentes en las oscilaciones de las partículas del éter: la cantidad pasa a calidad. La química lo confirma también. El ozono tiene otras peculiarida­ des que el oxígeno común. ¿De dónde procede esta diferencia? La molécula del ozono tiene un número distinto de átomos que la del oxígeno ordinario. Tomemos tres compuestos de hidrocarburo: CH4 (gas palúdico), C2H8 (dimetilo) y C3H8 (metilo-etilo). Todos ellos están integrados siguiendo la fórmula de n átomos de oxígeno y ,2n -f- ¿

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átomos de hidrógeno. Si n es igual a 1 tenemos gas p alustre; sin n es igual a 2, tenemos dimetilo; si n es igual a 3, tenemos metilo-etilo. Asi, pues,' se van componiendo series enteras de cuya significación puede hablar cualquier químico, y todas estas series corroboran unánimente el postulado de los antiguos idealistas dialécticos: la cantidad pasa a calidad. Ahora ya estamos enterados de los principales signos distintivos del raciocinio dialéctico, pero el lector no se siente satisfecho. Pero, ¿dónde está, pues, la famosa tríada —pregunta— la tríada que en­ cierra, como sabe, toda la esencia de la dialéctica hegel iana? Perdone, lector, no hemos mencionado la tríada, por la sencilla razón de que ella no desempeña, ni muchísimo menos el papel que en líegel se le atribuye, por gente que no tienen noción de la filosofía de este gran pensador, que la habían estudiado, digamos por caso, por el “ manual de derecho penal” del señor Spasovich12s. Esta gente frívola, llena de santa simpleza, está convencida de que todos los argumentos del idealista alemán quedaron reducidos a referencias a la tríada; que cualquiera fuera la dificultad con que haya tropezado este anciano, la dejaba, con una sonrisa serena, para que otros se rompieran con ella sus pobres cabezas “ profanas” , y que él mismo construyó de inmediato un silogismo: todos los fenómenos se efectúan según una tría d a ; yo estoy frente a un fenómeno; por consiguiente, recurriré a la tría d a 12i. Esto es simplemente una -fruslería insensata, como se expresa uno de los personajes de Karonin, o charla desnaturalizada, si agrada más la expresión de Schedrin. E n ninguno de los 18 tomos de las obras de Hegel, la “ tríada” ni una sola vez desempeña el papel de argumento, y quien conozca, aunque sea algo, su doctrina filosófica, comprenderá que en m¡odo alguno podía haberlo desempeñado. P a ra Hegel, la tríada tiene el mismo valor que la tuvo ya para Fickte, cuya filosofía difiere sustancialmente de la hegeliana. Se entiende que sólo un ignorante rematado puede considerar como principal signo distintivo de un solo sistema filosófico a un indicio, peculiar, por lo menos, de dos sistemas completamente diferentes. T,amentamos mucho que la tríada nos haya desviado de nuestra exposición, pero, ya que hemos comenzado a hablar de ella, tenemos que terminar. Veamos, pues, qué clase de pájaro es. Todo fenómeno, habiéndose desarrollado hasta el final, se¡ con­ vierte en su propio contrario; pero, puesto que el nuevo, opuesto al primer fenómeno, a su vez también se transforma en su contrario, la tercera fase del desarrollo tiene una similitud formal con el primero. Por ahora dejemos la cuestión de que hasta qué punto tal curso del desarrollo corresponde a la realidad; admitamos que la gente se había equivocado habiendo creído que sí, que correspondía enteramente. Pero, de todos modos, está claro que la “ tría d a ” tan sólo se deriva de uno de los postulados de Hegel, pero que no le sirve, en absoluto, de tesis fundamental. Esta es una diferencia sumamente sustancial, por cuanto si la tríada figurase como proposición funda-

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mental, bajo su sombra hubiera podido buscar protección la gente que le im putan un papel tan importante, Pero dado que no figura como tal solamente ocultarse detrás de ella la gente que “ habían oído sonar campanas, pero no saben dónde”. De por sí se entiende que el estado de cosas no se hubiera modifi­ cado sustancialmente, si los dialécticos, sin ocultarse detrás de la “ tríad a” , ante el “ más mínimo peligro” , se escondieran “ bajo la sombra” del postulado que afirma que todo fenómeno se convierte en su propio contrario. Pero los dialécticos jamás habían procedido así, y no lo habían hecho debido a que el postulado señalado no agota, ni mucho menos, su concepción con respecto al desarrollo de los fenó­ menos. Los dialécticos, además, dicen, por ejemplo, que en el proceso del desarrollo, la cantidad pasa a la calidad, y ésta a aquélla. Por consiguiente, tienen que tomar en consideración, tanto el aspecto cua­ litativo, como cuantitativo del proceso; y ello presupone una actitud atenta frente a su curso real, efectivo; y esto significa que ellos no se dan por satisfechos con las deducciones abstractas de postulados abstractos, o, a lo menos, no deben contentarse con tales deducciones, si es que quieren permanecer leales a su propia concepción del mundo. “ E n cada página de sus obras, Hegel señalaba, constante e ince­ santemente, que la filosofía es idéntica con el -conjunto de lo empírico, que la filosofía no exige nada con tanta insistencia como el ahondar en las ciencias empíricas. . . Un m aterial práctico, sin un pensamiento, tan sólo tiene un valor relativo, mientras que el pensamiento sin el material práctico es una simple quim era... La filosofía es la con­ ciencia, a la que llegan las ciencias empíricas con respecto a sí mismas. E lla no puede ser otra cosa ’ ’ 123. He aquí el criterio que con respecto a la tarea de un investiga­ dor-pensador, había deducido Lasalle del estudio de la filosofía hegelian a; los filósofos deben ser especialistas entendidos en las ciencias a las que desean prestar ayuda, para adquirir la “ conciencia de sí mismas” . Parece ser que entre el estudio especial de una materia, y la charlatane­ ría irreflexiva para gloria de la “ tría d a ” , hay una gran distancia. Y que no nos digan que. Lasalle no fue un auténtico hegeliano, que pertenece a los “ izquierdistas” y que reprochaba enérgicamente a los “ derechis­ ta s ” el haberse éstos dedicado vínicamente a construcciones abstractas. Pues el hambre nos dice sin rodeos haber asimilado su opinión direc­ tamente de Hegel. Además, es posible que vayan a querer recusar el testimonio del autor de “ Sistema de derechos adquiridos” , igual que se rechaza en los tribunales los testimonios de familiares. No nos vamos a poner a discutir eso, ni a contradecir, solamente vamos a citar, como testigo, a un hombre completamente ajeno, el autor de “ Bosquejos del período de Gogol” . Rogamos prestar atención: el testigo hablará extensa, y como es habitual en él sensatamente. “ Somos tan poco adeptos de Hegel como lo somos de Descartes o de Aristóteles. Hoy Hegel ya pertenece a la historia, el tiempo actual

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tiene otra filosofía y ve bien los defectos del sistema liegeliano; pero haye que reconocer que los principios expuestos por Hegel, efectiva­ mente estaban muy próximos de la verdad, y algunos de sus aspectos habían sido expuestos, por este pensador, con un vigor verdaderamen­ te sorprendente. P e estas verdades, algunas constituyen el mérito per­ sonal. de Hegel, Las otras, aún cuando no son patrimonio exclusivo de su sistema, ya que lo son de toda la filosofía alemana a comenzar des­ de ICíint y Pichte, tienen la virtud de que nadie antes que él las había formulado con tanta nitidez y proferido con tanto vigor, como Hegel en su sistema. Señalaremos, ante todo, el principio más fructífero de todo pro­ greso, el que, tan expresiva y espléndidamente distingue a la filosofía alemana, en general, y, sobre todo, al sistema de Hegel, de los criterios hipócritas y pusilánimes que habían imperado en esa época (princi­ pios del siglo X IX ) entre franceses e ingleses: “ La vex-dad es el objetivo supremo del raciocinio, busquen la verdad, ya que en ella re­ side el bien ; no importa cual fuera la verdad, ella está mejor de todo Jo no verdadero; el primer deber de un pensador es no retroceder ante ningunos resultados; debe estar dispuesto a sacrificar sus más favoritas opiniones a la verdad. E l error es la fuente de toda perdición; la ver­ dad es el bien supremo y la fuente de todos los demás bienes” . P ara apreciar la excepcional importancia de esta demanda, común de toda la filosofía alemana, iniciada desde Kant, pero pronunciada con particu­ lar energía por Hegel, es menester recordar las extrañas y estrechas condiciones que habían limitado la verdad del pensador de otras escue­ las de aquel entonces; no se dispusieron a filosofar sino para “ justi­ ficar sus queridas convicciones” , esto es, no buscaban la verdad, sino un punto de apoyo para sus prejuicios; cada uno tomaba de la verdad sólo lo que le agradaba y rechazaba toda verdad que no le era agrada­ ble, habiendo reconocido descaradamente que un extravío agradable le parecía muchísimo mejor que una verdad imparcial. Esta manera de preocuparse, no por la verdad, sino para corroborar los prejuicios gratos, fue aprobado por los filósofos alemanes (sobre todo Hegel) “ raciocinio subjetivo” . (¡Por todos los Santos! g,No sería por eso que nuestros pensadores subjetivistas tildan a Hegel de escolástico? El au­ tor) . Un filosofar por placer personal, y no para la necesidad viva de la verdad. Hegel puso rudamente al desnudo este entrentenimiento hueco y nocivo (¡ Oíd ! ¡ Oíd !). Hegel, como medio preventivo necesario contra la tentación de rehusar la verdad, para complacer los deseos personales y filosofar por placer personal, y no para la necesidad viva de la verdad. Hegel puso rudamente al desnudo este entretenimiento hueco y nocivo (¡Oíd! ¡Oíd!). Hegel, como medio preventivo necesario contra la ten­ tación de rehusar la verdad, para complacer los deseos personales y los prejuicios, presentó el famoso “ método dialéctico del pensamien­ to ’ La esencia de este último radica en que el pensador no debe darse por satisfecho con cualquier deducción positiva, sino que ha de inqui­ rir si el objeto sobre el cual piensa, no posee cualidades y fuerzas opuestas a las que exhibe a primera vista. De este modo, el pensador

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se veía en la necesidad de pasar revista de todos los aspectos del obje­ to, y la verdad aparecía, como resultado de la lucha todas las clases posibles de opiniones opuestas. De esta manera, en lugar de los anteriores conceptos unilaterales, acerca del objeto, aparecía, poco a poco, una investigación plena, en todos los aspectos y se formaba una noción viva acerca de todas las cualidades efectivas del objeto. Explicar la realidad, se convirtió en el deber esencial del raciocinio filosófico. De aquí nace la extraordinaria atención que se presta a la realidad, de la cual antes no se pensaba mucho, deformándola descaradamente, para comodidad de los propios perjuicios unilaterales. (¡De te fobula waraiur!) 127. Así pues, la investigación concienzuda e infatigable ocupó el lugar de las anteriores interpretaciones capri­ chosas. Pero, en realidad, todo depende de las circunstancias, de las condiciones del lugar y del tiempo. Por esta razón Hegel reconocía que las anteriores frases comunes con las que se juzgaba acerca del bien y el mal, sin examinar las circunstancias y causas del nacimiento dei fenómeno dado, estas sentencias abstractas, comunes, no eran sa­ tisfactorias: cada objeto, cada fenómeno tiene su propio valor, y juzgar acerca de este último, debe hacerse por la consideración de las circunstancias entre las cuales dicho fenómeno existe; esta norma tuvo su expresión en la fórmula de “ no hay una verdad abstracta; la verdad es concreta” , esto es, se puede pronunciar un determinado juicio solamente acerca de un hecho concreto, después de haber examinado todas las circunstancias de los cuales este hecho depende 12S. Así tenemos que, por un lado, se nos dice que el rasgo distintivo de la filosofía hegeliana era la investigación más atenta de la realidad, la actitud más concienzuda frente a todo objeto; su estudio en me­ dio de sus condiciones de vida efectivas con todas las circunstancias del tiempo y del lugar que condicionan o acompañan su existencia. En este caso, la deposición de N. G. Chernishevsld es idéntica a la de F. La­ s-alie. Pero, por ei otro lado, se nos quiere hacer creer que esta filo­ sofía fue un escolasticismo hueco, toda el alma de la cual residía en el uso sofístico de la “ tría d a ” . La deposición del señor Mijailovski, en este caso, concuerda completamente con la del señor V. V. y de toda una legión de otros escritores rusos contemporáneos. ¿Cómo se explica esta discrepancia entre los testigos! Explíquesenla como les plazca, pero no olviden que Lasalle y el autor de “ Bosquejos del período de Gogol” , conocían la filosofía de la que hablaban, mientras que los señores Mi­ jailovski, Y. V. y consortes, seguramente no se tomaron el trabajo de estudiar, aunque no fuera, más que una sola obra cualquiera de Hegel. Y tomen en cuenta que al caracterizar el raciocinio dialéctico, el autor de los “ Bosquejos” , ni con una sola palabra había mencionado la tríada. ¿Cómo es posible que no haya visto al mismo elefante, que el señor Mijailovski y compañía, tan obstinada y solemnemente, presen­ tan con tanta ostentación a todos los papanatas? Una vez más: no ol­ viden que el autor de los “ Bosquejos del período de Gogol” conocía la filosofía de Hegel, mientras que el señor Mijailovski y compañía, no tienen de ella ni la más mínima noción.

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Puede ser que al lector le plazca que le recordemos algunos otros comentarios del autor de “ Bosquejos del período de Gogol” con res­ pecto a Hegel, Pueda ser que ¿nos señalara el famoso artículo ‘‘Crítica de los prejuicios filosóficos contra la agricultura comunal” % En este artículo se habla, precisamente de la tríada y, al parecer, es presentada como la principal manía del idealista alemán. Pero ello es solamente “ al p a r e c e r El autor, al discurrir sobre la historia de la propiedad, afirma que en la fase tercera, la superior, de su desarrollo, ella retorna a su punto de partida, o sea, que la propiedad privada del suelo y de los medios de producción, ceden el lugar a la social. Tal retorno —dice—, es una ley general que se manifiesta en todo proceso de desarrollo. Los argumentos del autor, en el caso dado, no son, efecti­ vamente, sino una referencia a la tríada. Y en ello reside su defecto sus­ tancial : son abstractos; el desarrollo de la propiedad es examinado al margen de su relación con las condiciones históricas concretas; por eso, también los argumentos del autor son ingeniosos, brillantes, pero no convincentes; sólo sorprenden, asombran, pero no convencen. Pero, ¿ es Hegel el que tiene la culpa de esta diferencia de la argumentación del autor de “ Crítica de los prejuicios filosóficos” ? Si el autor hubiera examinado el objeto precisamente tal como Hegel, según sus propias palabras, aconsejaba examinar todos los objetos, es decir, situándose sobre el suelo de 1a. realidad, ponderando todas las condicionas concre­ tas , todas las circunstancias del tiempo y del lugar, %creen que su ar­ gumentación hubiera sido abstracta? Parece que no; parece que en tal caso hubiera habido, precisamente, en el artículo la deficiencia que hemos señalado. Pero, en tal caso, ¿qué es lo que dio vida a esta defi­ ciencia? El hecho de que el autor del artículo “ Crítica de los prejuicios filosóficos contra la agricultura comunal” , al refutar los argumentos abstractos de sus adversarios, echó en olvido los buenos consejos de Hegel, resultó ser desleal al método del pensador a quien él había invo­ cado. Lamentamos qu© en una obra polémica haya cometido tal error. Pero una vez más, ¿tiene la culpa Hegel de que, en este caso, el autor de “ Crítica de los prejuicios filosóficos” no se haya mostrado capaz de hacer uso de su método? ¿Desde cuándo se valoran los sistemas filo­ sóficos, no por su contenido intrínseco, sino por los errores que suelen cometer las gentes que los invocan! Y una vez más, a pesar de la insistencia del autor de los menciodos artículos, invoca la tríada, pero tampoco allí la presenta- como la principal manía del método dialéctico; también a llí; la tríada es, para él, no un fundamento, sino tal vez algo así como un efecto irrefutable. El fundamento, el rasgo, distintivo principal de la dialéctica, lo señala en las siguientes palabras: “ E l cambio eterno de las formas, la reprobación perpetua de la forma, nacida por cierto contenido o tendencia, a consecuencia del acrecentamiento de dicha tendencia, del desarrollo superior.- d e dicho contenido. . . quien haya comprendido esta ley grandiosa, perpetua, universal, quien haya aprendido a em-

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pie arla a todo fenómeno ¡oh!, con qué serenidad calificará con pro­ babilidad de éxito lo que a otros les produce confusión, etc” 131. “ El cambio eterno de las formas, la reprobación perpetua de la forma, nacida por cierto contenido” . .. los dialécticos, efectivamente, consideran tal cambio, tal “ reprobación de las formas” , como una ley grandiosa, perpetua, universal. Esta convicción no la comparten, en la actualidad, con los dialécticos solamente los representantes de algunas ramas de la ciencia social, carentes de valor para m irar di­ rectamente la verdad de frente, y que se esfuerzan por mantener, aunque sea con ayuda de extravíos, sus queridos prejuicios. Con tanta más razón hemos de apreciar los méritos de los grandes idealistas alemanes, que ya desde los principios mismos del presente siglo repi­ tieran incesantemente, acerca del cambio eterno de las formas, de su perpetua reprobación, como resultado del acrecentamiento del conte­ nido que había dado vida a estas formas. Antes habíamos dejado un “ por ahora” sin examinar la cuestión «cerca de que si es exacto que todo fenómeno se convierte, como lo pen­ saban los idealistas dialécticos alemanes, en su propio contrario. Ahora, así lo esperamos, el lector habrá de concordar con nosotros que, esta cuestión, propiamente hablando, se puede dejar de examinar en ab­ soluto. Cuando empleen el método dialéctico al estudio de los fenómenos es menester que recuerden que las formas cambian eternamente como resultado “ del superior desarrollo de su contenido” , Este proceso de reprobación de las formas lo deben seguir observando en toda su ple­ nitud, si es que quieren agotar el objeto. Pero si la nueva forma habrá de ser opuesta a la vieja, esto lo mostrará la experiencia, y saberlo por anticipado no tiene, absolutamente, ninguna importancia. Es cierto que, precisamente, sobre la base de la experiencia histórica de la humanidad, todo jurista entendido en la materia dirá que toda institución jurídica, tarde o temprano, se convierte en su propio con­ trario: hoy esta institución facilita la satisfacción de ciertas nece­ sidades sociales; hoy es útil, necesaria, precisamente ante la vista de estas necesidades. Después comienza a ser cada vez peor y peor para satisfacer esas necesidades; finalmente se convierte en un estorbo para su satisfacción: de necesaria se convierte en perjudicial y entonces queda destruida. Tomen lo que quieran —la historia de la literatura o la de las especies-—, y, por doquier donde hay desarrollo verán idéntica dialéctica. Pero, de todos modos, si hubiera alguien que, queriendo penetrar en la esencia del proceso dialéctico, comenzará, precisamente, por ía verificación de la teoría de los contrarios de los fenómenos, que se encuentran situados unos al lado de otros en cada proceso dado de desarrollo, habría abordado la cuestión desde e] punto menos adecuado. En la elección del ángulo de miras para tal verificación, siempre hubiera tendo mucho de arbírario. Hay que abordar esta cuestión des­ do su costado objetivo, dicho en otras palabras, hay que adquirir cla­ ridad acerca de ¿qué es el cambio ineludible de las formas,

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condicionado por el desarrollo del contenido dado? Es el mismo pen­ samiento expresado con otras palabras. Pero al verificarlo, ya no queda lugar para lo arbitrario, dado que el punto de vista del inves­ tigador, está determinado por el carácter mismo de las formas y del contenido. Según palabras de Engels, el mérito de Hegel reside en baber sido el primero en abordar todos los fenómenos desde el ángulo de miras de su desarrollo, desde el punto de vista de su nacimiento y m u erte132. (íSi fue el primero en hacerlo es una cuestión que se presta a ser discutida —dice el señor Mijailovski—, pero, en todo caso, no fue el último, y las actuales teorías de desarrollo -—el evo­ lucionismo de Spencer, el darwinismo, las ideas de desarrollo' en la sicología, en la física, en la geología, etc.—, no tienen nada en común con el hegelianismo?J m . Si las ciencias naturales actuales vienen confirmando a cada paso la genial idea de Hegel relativa al tránsito de la cantidad a calidad, ¿se puede, acaso, decir, que ¿lia no tiene nada en común con el hegelianismo? Ciertamente, Hegel no fue el “ últim o” de los que hablaban de este tránsito, pero ello se debe, precisamente, a la misma causa, por la cual Darwin no fue el último de las personas que ha­ blaban de la variabilidad de las especies, ni Newton, el último de los newtonistas. ¿ Qué quiere que le haga ? ] Tal es ya el curso de desa­ rrollo del intelecto hum ano! Enuncien un pensamiento correcto y se­ guro qne no será el “ último” de los que lo defiendan; digan una estupidez, y aun cuando la gente se encariña con ella, corren, aún así, el riesgo de ser el “ últim o” de sus defensores y depositarios. Así, a nuestro modesto juicio, el señor Mijailovski corre el fuerte riesgo de ser el “ viltimo” partidiario del “ método subjetivo >en la sociología” . Hablando con franqueza, no vemos motivo para afligirnos de tal curso de desarrollo de la razón. Proponemos al señor Mijailovski según quien “ se presta a ser discutido” todo en el mundo y mucho más, que refute la siguiente tesis nuestra; por doquier donde aparece la idea de desarrollo, —“ en la sicología, en la física, en la geología, etc.”—, ésta, infaliblemente tiene micho “ de común con el hegelianismo” , esto es, en cada teoría de desarrollo moderna, se vienen repitiendo algunos postulados gene­ rales de Hegel. Decimos algunos y no todos, debido a que muchos de los evolucionistas contemporáneos, carentes de la adecuada formación filosófica, entienden la “ evolución” de un modo abstracto, unilateral. Ejemplo: los señores, mencionados anteriormente, que aseveran que ni la naturaleza, ni la historia hacen saltos. Esta gente sacaría mucho provecho al conocer la lógica de Hegel. Que nos refute el señor Mijai­ lovski, pero que no olvide que tampoco es posible refutarnos conocien­ do a Hegel tan sólo por el “ Manual de derecho penal” del señor Spasovich, ni siquiera por la “ Historia de la filosofía” de Lewis. Hay que tomarse el trabajo de estudiar al propio Hegel. .Al decir que las teorías contemporáneas de los evolucionistas siem­ pre tienen mucho “ de común con el hegelianismo” , no afirmamos con

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o]lo que los actuales evolucionistas hayan asimilado de Hegel sus criterios. Totalmente al contrario. Muy a menudo tienen de él una idea tan errónea como la del señor Mijailovsld. T si, pese a ello, sus teoríap aunque en parte —y precisamente allí donde muestran ser correcta— constituyen una nueva ilustración del “ hegelianismo” . Este hecho no hace sino acentuar el sorprendente vigor del pensamiento del idealista alemán: gente que jamás lo había leído, se ven obligadas, por la fuerza de los hechos, por el evidente sentido de la “ realidad” , a hablar como hablaba él. Un mayor triunfo para un filósofo no se puede ni idear, mientras sus lectores lo pasan por alto, la vida co­ rrobora sus criterios. Hasta ahora aún es difícil decir hasta qué punto los criterios de los idealistas alemanes habían ejercido la correspondiente influen­ cia sobre las ciencias naturales germanas. Aun cuando está fuera de toda duda de que durante la primera mitad del siglo actual, hasta los natu­ ralistas en Alemania se dedicaban a la filosofía en el curso de sus estu­ dios en las Universidades, y que, tales expertos en las ciencias biológicas, como Jo expresa Haeckel, estudiaron las teorías evolucionistas de algunos filósofos naturalistas. Pero la filosofía de la naturaleza fue el lado flaco del idealismo alemán. Su fuerza radicaba en las teorías relativas, a diversos aspectos del desarrollo histórico. Y en lo que hace a estas últimas, sería bueno que el señor Mijailovsld recuerde —si es que alguna vez lo supo— que fue precisamente de la escuela de Hegel, de donde salió tocia la brillante pléyade de pensadores e in­ vestigadores que dotaron de una forma completamente nueva, al es­ tudio df> la religión, de la estética, del derecho, de la economía política, de la filosofía, de la historia, etc. En todas estas “ disciplinas” , du­ rante algún período —el más fértil— no hubo un un solo participante descollante que no debiera a Hegel por su desarrollo y criterios nuevos referente a las materias científicas de su especialidad. ¿Piensa el se­ ñor Mijailovsld que también esto se “ presta a ser discutido” ? Si así lo cree, que haga la tentativa. El señor Mijailovsld, al hablar de Hegel, se esfuerza por hacerloen forma de hacerse entender por la gente no iniciada en los misterios “ de la caperuza de bufón filosófica de Yegor Fiedorovich ” , como, irreverentemente se expresaba Bielínski, habiendo levantado la bandera de la sublevación contra Hegel m . “ Para este fin ” , el señor Mijailovsld toma dos ejemplos del libro ele Engels “ Iierra En gen Dühríngis Umwálzung der Wissenschaft” 13l\ (¿Por qué no tomarlo del propio Hegel? Proceder así, sería más oportuno para un escritor “ versado en los mis­ terios” , etc.). “ Un grano de avena cae en condiciones favoi'ables: echa brotes y, con ello, se niega como tal, como grano; en su lugar aparece un tallo, que es la negación del grano; 3a planta se va desarrollando, da frutos, esto es, nuevos granos de avena, y cuando éstos maduran, el tallo perece: él, la negación del grano, se niega a sí mismo. Y después,

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este mismo proceso de la “ negación” y de la “ negación de la nega­ ción” se viene repitiendo una cantidad innumerable de veces (jsie!). La base de este proceso la forma la contradicción: el grano de avena es un grano y, ai mismo tiempo no lo es, puesto que siempre se baila en un estado de desarrollo efectivo o potencial” . El señor Mijailovski, por supuesto, opina que esto “ se presta a una discusión” . He aquí como, según él, se transforma esta posibilidad cautivante en una realidad, “ E l primer grado, el del grano, es la tesis, la proposición; el segundo, basta la formación de los nuevos granos, es la antítesis, la contraproposición : el tercer grado es la síntesis, o la reconciliación (el señor Mijailovski se ha propuesto escribir en forma popular, motivo por el cual, no deja las palabras griegas, sin explicarlas o tra ­ ducirlas) ; todo esto en conjunto forma una tríada, o tricotomía. Y este es el destino de todo lo vivo: nace, se desarrolla y da principio a su repetición, después de la cual, muere. Una inmensa cantidad de las manifestaciones singulares de este proceso surge inmediatamente en la memoria del lector, y la ley de Hegel resulta justificada a lo largo de todo el mundo orgánico (por ahora no vamos más adelante). Si echamos, ¡sin embargo, una mirada más de cerca a nuestro ejemplo, veremos la extrema superficialidad y arbitrariedad de nuestra síntesis. Hemos tomado un grano, un tallo, y otra vez un grano, más exacta­ mente, un grupo de granos. Pero, la planta, antes de dar el fruto, florece. Cuando hablamos de la avena o de otro cereal que tiene un valor económico, podemos tener en cuenta el grano sembrado, la paja y el grano recolectado, pero no hay ninguna razón para considerar agotada la vida de la planta con estos tres elementos. En la vida de la planta, el momento del florecimiento va acompañado de una extraor­ dinaria y singular tensión de fuerzas, y, puesto que la flor no brota en forma inmediata del grano, aun siguiendo la terminología de Hegel, obtenemos, no una tricotomía, sino, por lo menos, una tetracotomía, una división cuádruple: el tallo niega al grano, la flor al tallo, el fruto a la flor. La omisión del momento de florecimiento tiene además un valor importante también en otro aspecto, en el siguiente. En la épo­ ca de Hegel, posiblemente, era permitido también tomar el grano como punto de partida de la vida de la planta, y desde el punto de vista económico lo es permitido, tal vez, ahora también: el año económico se inicia con la siembra del grano. Pero, la vida de la planta no comienza desde el grano. Ahora nosotros lo sabemos muy bien que el grano es algo muy complejo por la estructura y constituye, él mismo, el producto de desarrollo de la célula, y las células, necesarias para la multipli­ cación, se forman, precisamente, en el momento del florecimiento. De esta manera en el ejemplo de la vida de la planta, tanto el punto de partida está tomado arbitraria e inexactamente, como también todo el proceso está encerrado, artificial y de nuevo arbitrariamente dentro de los marcos de una tricotom ía130. Conclusión: “ ha llegado el momento de dejar de creer que la avena brota según lo indica Hegel” 137.

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¡ Todo fluye, todo cambia! En nuestros tiempos, o sea, cuando el que escribe estas líneas se había dedicado, en sus años de estudiante, a 1as ciencias naturales, la arena brotaba “ según lo indica Hegel” , pero ahora, ‘‘nosotros lo sabemos muy bien” , que ello es una estupidez; ahora “ nous avons changé toui cela” 138. Pero, ¡vamos! ¿seguro que “ nosotros sabemos” bien, de lo que “ nosotros” estamos hablando? El señor Mijaiiovslci expone el ejemplo —copiado de Engels— del grano de avena completamente distinto de como lo expone el propio Engels. Este dice: “ el grano, como tal grano, se extingue, es negado, y en su lugar brota la planta, que nace de él o sea de la negación del grano, ¿Y cuál es la marcha normal de la vida de esta planta? La plantata crece, florece, se fecunda y produce, por último, nuevos granos de cebada 33í), y tan pronto como éstos maduran, muere la espiga, se niega a su vea. Y como fruto ele esta negación de la negación, nos encontra­ mos otra vez con el grano de cebada inicial, pero ya no en forma sim­ ple, sino en número diez, veinte, treinta veces m ayor” 140 y u l . P ara Engels, la negación del grano es toda la planta entera, en cuya marcha de la vida entran, entre otras cosas, tanto el florecimiento, como tam­ bién la fecundación. El señor Mijaiiovslci “ niega” la palabra planta, co­ locando en su lugar la palabra tallo. Este, como se sabe, es tan sólo una parte de la planta y, por supuesto, es negada por las otras de sus partes: omnis deierminiaiio est negaiio U2. Pero, precisamente por eso el señor Mijaiiovslci “ niega” también la expresión de Engels, sustituyéndola por la suya propia: el tallo niega al grano, vocifera, la flor al tallo, el fruto & la flor, aquí, c-uando menos, ¡hay una tetracotomía! Claro, señor Mijaiiovslci, pero todo ello demuestra tan sólo que, en la disputa con Engek, no ha retrocedido ni siquiera. .. ¿cómo decirlo lo más suave­ mente posible?, no ha retrocedido ni siquiera ante el “ elemento” . . . de la variación de las palabras de su adversario. Este procedimiento es un ta n to ... “ subjetivo” . Tina vez que el “ elemento” de la suplantación haya cumplido lo suyo, la odiosa tríada se derrumba como un castillo de naipes. Ha omitido usted el momento del florecimiento, reprocha el “ sociólogo ruso al soc-ialista alemán” , y la “ omisión del momento del florecimiento tiene un importante valor” . E l lector ha visto que el “ momento del florecimiento ” ha sido omitido, no por Engels, sino por el señor Mi­ jailovsld al exponer el pensamiento de aquél; el lector sabe también que a esta clase de “ omisiones” se atribuye, en la literatura, un valor importante aunque completamente negativo. También aquí, el señor Miiailovslci ha puesto en marcha un ‘' elemento’7 feo. Pero, ¿qué le vamos a hacer? la tríada está tan odiosa, la victoria, tan grata, y las “ gentes completamente no iniciadas en los misterios” de la conocida “ caperuza” , ¡tan crédula! Todos somos cándidos de nacimiento, Todos tenemos en mucho nuestro honor; Pero hay tropiezos, Que simplemente sin querer pecamos. . . u3.

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La flor es un órgano de la planta y, como tal órgano, niega tan poco a la planta, como la cabeza del señor Mijailovski niega a su señor dueño. Pero el “ fru to ” , o sea más exactamente, el hnevo fecundado es, efectivamente, la negación del organismo dado, en tanto que punto de partida de desarrollo de una nueva vida. Bngels también examina el curso de vida de la planta, desde el principio de su desarrollo a partir del huevo fecundado. El señor Mijailovski, con aú'e de experto erudito, hace notar: “ la vida de la planta no comienza desde el grano. Ahora nosotros sabemos umy bien” , etc., hablando brevemente, ahora sabemos que el huevo es fecundado durante el florecimiento. Emgels, por su­ puesto, lo conoce no peor que el señor Mijailovski. Pero, ¿qué es lo que eso está mostrando? Si al señor Mijailovski le place, sustituiremos el grano por huevo fecundado, pero ello no modifica el sentido del curso de vida de la planta, uo refuta la “ tría d a ” . La avena, de todos modos, seguirá creciendo “ según Hegel lo indica” . A propósito. Admitamos por un instante que el “ elemento del florecimiento” echa por tierra todos los argumentos de los hegelianos. ¿Cómo según el señor Mijailovski habrá de proceder con las plantas que carecen de flores? ¿Es que las dejará dependientes de la tríada? Ello será inútil, ya que, en este caso, la tríada contará con un inmenso número de súbditos. Pero, este interogante lo hacemos, tan sólo para esclarecernos so­ bre el pensamiento del señor Mijailovski. E n lo que nos concierne a nosotros, seguimos manteniendo la convicción de que él, de la tríada, no le será posible salvarse ni siquiera con “ la flo r” . ¿Acaso somos los únicos que así pensamos? He aquí, lo que dice, por ejemplo, el experto botánico P. Van-Tieghem: “ No importa cuál sea la forma de una planta, ni el grupo a que pertenezca en virtud de dicha forma, su cuerpo procede de otro cuerpo el cual ha existido antes y del cual se había separado. Ella, a su vez, separa de su masa, en un determinado tiempo, ciertas partes que se convierten en un punto de partida, en embriones de nuevos cuerpos, etc. E n una palabra, ella se reproduce igual como había nacido: por la disolución” 5-44. ¡Dignaos de ver! un venerable científico, miembro de Instituto, profesor en el Museo de Historia Natural, y razona, como un auténtico hegeliano: comienza por una disociación —dice— y de nuevo vuelve a ella ¡ Y ni una sola palabra del “ momento del florecimiento” ! Nosotros también enten­ demos cuán sumamente amargo habrá de ser esto para el señor Mijai­ lovski, pero nada podemos hacer: la verdad, como se sabe, está por encima de Platón. Admitamos una vez más que el “ elemento del florecimiento” in­ valida a la tríada. Entonces, “ siguiendo la terminología de Hegel, ob­ tenemos, no una tricotomía, sino cuando menos, una tetraeotomía, una división cuádruple ” . La “ terminología de Hegel77nos trae a la memoria la “ Enciclopedia” de éste. Abrimos su primera parte y de allí nos en­ teramos de que se dan muchos casos en que la tricotomía se convierte en una tetraeotomía y que, en general, la tricotomía impera, propia-

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-mente, tan sólo en la esfera del espíritu 14r\ Resulta que la avena crece “ según Hegel lo indica” , como nos lo asevera Van-Tieghera, pero Hegel piensa de la avena, según lo indica el señor Mijailovski, como nos lo garantiza la “ Enzyklopadie der philosophischen Wissenschaften im Grwndisse” UG. \ Un milagro, y nada más que un milagro! “ Ella lo manda a él. y el me lo remite a mí, y yo se lo despacho al cantinero P'etrusha ” . . . El otro ejemplo, copiado de Engels por el señor Mijailovski para la persuasión de los “ no iniciados” , se refiere a la doctrina de Rou­ sseau u \ “ En el estado natural y salvaje, los hombres eran iguales; y . .. Rousseau. . . tiene perfecta razón cuando aplica el criterio de la igual­ dad de los anim ales.., también a los hombres-bestias. Pero estos hom­ bres-bestias . . . llevaban a los demás animales la ventaja de ser seres sus­ ceptibles de perfeccionamiento, y aquí es donde reside la fuente de la desigualdad. Rousseau v e. . . en el nacimiento de la desigualdad, un progreso. Pero este progreso era antagónico” . “ Todos los progresos pos­ teriores . . . fueron otros tantos pasos dados aparentemente hacia la per­ fección del individuo humano, pero, en realidad, hacia la decadencia de la especie. . . La elaboración de los metales y la agricultura fueron las dos: artes, cuyo descubrimiento provocó esta gran revolución” . . . Para el poeta, el oro y la plata, para el filósofo, el hierro y el trigo, civi­ lizaron al hombre y arruinaron al género humano. Ciada nuevo avance de la civilización es, a la vez, un nuevo avance de la desigualdad y lle­ van. . . hasta un punto en que la desigualdad, agudizada hasta el má­ ximo , . . se trueca de nuevo en lo contrario de lo que es: ante el déspota, todos los hombres son iguales, pues todos quedan reducidos a cero. De este modo, la desigualdad se trueca de nuevo en igualdad. . . en la igualdad del contrato social” . Así transmite el señor Mijailovski el ejemplo citado por Engels. Como por sí mismo se entiende, para el señor Mijailovski, también esto “ se apresta a ser discutido” . “ Se podría formular algún, reparo, con motivo de la exposición de Engels. pero para nosotros es importante saber qué fue, precisamente en el tratado de Rousseau (“ Discours sur Vorigine et les fondements de V inégalité parmi les Jiommes” ) 149, lo que Engels aprecia. El 110 se refiere a la cuestión de que si Rousseau había comprendido correcta o incorrectamente el curso de la historia, a Engels sólo le interesa que Rousseau “ raciocina dialécticamente” : apercibe la contradicción en el contenido mismo del progreso y dispone su exposición de modo de poder ajustarla a la fórmula hegeliana de la negación y de la nega­ ción de la negación. Y, en efecto esto es posible, aun cuando Rousseau no conoció la fórmula dialéctica hegeliana” . Esta es tan sólo la primera ofensiva, de vanguardia, contra el ' ‘hegelianismo ’’ representada por Engels. A continuación sigue el ataque sur íouie lajigne 1B0. “ Rousseau, sin haber conocido a Hegel, piensa como éste lo indica, dialécticamente. ¿Por qué, precisamente, Rousseau, y 110 Voltaire, y

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iio el primer hombre de la calle? Porque todos los hombres, por su propia naturaleza, piensan dialécticamente. Sin embargo se ha esco­ gido precisamente a Rousseau, hombre que se había destacado fuerte­ mente de entre los coetáneos, no tanto por su talento —en este aspecto, muchos no eran inferior que él—, cuanto por su mentalidad misma y el carácter de su concepción del mundo. Un fenómeno tan excepcional, no debería —así parece— tomarse para verificar por medio de él una norma universal. Pero nosotros somos muy dueños. Rousseau es in­ teresante e importante, por haber sido «1 primero en mostrar, con suficiente agudeza, el carácter contradictorio de la civilización, y la contradicción constituye la condición infalible del proceso dialéctico. Sin embargo, es menester hacer notar que la contradicción, vista por Rousseau, no tiene nada en común con la contradicción en el sentido hegeliano de esta palabra. La contradicción hegeliana reside en que cada cosa, hallándose en un proceso constante de movimiento, de cam­ bio (y precisamente por un vía triple sucesivamente), en cada unidad d'el tiempo es ella, y, al mismo, no es ella. Si se dejan de lado los tres estadios obligatorios del desarrollo, la contradicción aquí es sim­ plemente una especie de forro de los cambios, del movimiento, del de­ sarrollo, Rousseau también habla acerca del proceso de los cambios. Pero no ve, ni muchísimo menos, la contradicción en el hecho- mismo de les cambios. Una parte considerable de sus reflexiones, tanto en Discours sur Vmtgalité 1E31> así como también en otras obras pueden resumirse así: el progreso intelectual ha sido acompañado por una regresión moral. Evidentemente, el raciocinio dialéctico no tiene, decidi­ damente nada que hacer aquí: aquí no hay ninguna “ negación de la negación” , sino solamente una mención de la existencia simultánea del bien y del mal, en el grupo dado de fenómenos, y toda similtud con el proceso dialéctico se apoya en la palabra contradicción. Ello, no obstante, es sólo un lado de la cuestión. Engles ve, además, en el razonamiento de Rousseau una nítida tricotomía: tras de la igualdad primitiva sigue su negación, la desigualdad, luego aparece la negación de la negación, la igualdad de todos, en los Estados despóticos orien­ tales, ante el khan, el sultán, el jeque. Este grado último de la desio'noldad es también el punto máximo que corona el circulo y nos hace retornar a nuestro punto de pariidam‘¿. Pero la historia no se detiene aquí, sigue dear rollan do nuevas desigualdades, etc. Las pala­ bras citadas son palabras auténticas de Rousseau, y es a ellas a las que quiere referirse, sobre todo, Engels, como testimonio evidente de que Rousseau piensa según Hegel lo indica” 153. Rousseau “ se había destacado fuertemente de entre los coetáneos” . Ello es cierto. ¿Por qué se había destacado? Por haber pensado . Unas cuántas páginas después: “ Al parecer, el paso del sistema clel parentesco femenino al del masculino, quedó señalado, en particular, por conflictos de carácter jurídic-o sobre la base del derecho de propiedad” (Página 141). Más adelante: “ La organización de la familia, en la que prevalece el derecho masculino, había sido provocada, me parece, por doquier, por la acción de una fuerza tanto simple, cuanto también espontánea.. . por la acción del derecho de propiedad” (Página 146). Ustedes saben, por supuesto, ¿el valor que en la historia de la familia primitiva asigna Mac-Lennan a la matanza de las criaturas del sexo femenino? Engels, como se sabe, manifiesta una actitud muy negativa ante las investigaciones de Mac-Lennan; pero tanto más in­ teresante para nosotros es, en el caso dado, conocer el criterio de este último con respecto a la causa que había dado lugar al infanticidio, el cual, supuestamente, ejerció una influencia tan decisiva sobre la his­ toria do la familia. “ Para las tribus, rodeadas de enemigos y, con el débil desarrollo de la técnica, que sólo a costa de grandes esfuerzos mantenían su exis­ tencia, los hijos constituyen una fuente de fuerza, tanto en el sentido de la protección, como en el de la obtención de alimentos; las hijas, una fuente de debilidad JJ 210. ¿Qué es lo .que provocó, a juicio de Mac-Lennan, la matanza de las criaturas del sexo femenino, por las tribus primitivas % L a insufi­ ciencia de medios de subsistencia, la debilidad de las fuerzas produc-

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■¿ivas, puesto que si estas tribus hubiesen tenido suficientes alimentos, probablemente, no habrían procedido a dar muerte a sus hijas ante el temor de que, con el tiempo los enemigos hubieran podido incursionar, y, tal vez, matarlas o tomarlas cautivas. Repetimos. Engels no comparte el criterio de Mac-Lennan con respecto a la historia de la familia, y a nosotros también nos parece sumamente insatisfactorio; pero para nosotros es importante aquí que también Mac-Lennan incurre en el mismo pecado que le están repro­ chando a Engels: también él busca en el estado de las fuerzas produc­ tivas, la clave de la historia de las relaciones familiares. ¿Hace falta proseguir con nuestros extractos, citar a Lippert, a Morgan? No vemos la necesidad de hacerlo. Quien los haya leído, sabe que, en este aspecto, son tan. pecadores como Mac-Lennan o Engels. Tampoco está excento del pecado Spencer, cuyos pensamientos socioló­ gicos no tienen nada de común con el “ materialismo económico” . Esta circunstancia última se puede utilizar, claro está, para fines polémicos, y d ecir: ahí está, *v e n ! Por consiguiente, se puede coincidir con Marx y Engels en esta o en la otra cuestión y \ no compartir su teoría histórica general! Claro que se puede. Pero la cuestión está en ver de parte de quien estará, en tal caso, la lógica. Prosigamos. El desarrollo de la familia está determinado por el desarrollo del derecho de propiedad, dice Giraud-Tailon, añadiendo que, en general, todos los éxitos de la civilización coinciden con cambios en el modo de vida económico de la humanidad. E l lector mismo, probablemente, habrá notado que Giran d-Tailon emplea una terminología absoluta­ mente inexacta: para él, el concepto “ derecho de propiedad” es como si se cubriera con el concepto “ modo de vida económico” . Pero, el derecho es, pues, el derecho, y la economía es la economía, y no conviene mezclar estos dos conceptos. &Cuál es el origen del derecho de propiedad dado ? Pueda ser que este derecho apareciera bajo el influjo de la economía de una sociedad dada (el derecho civil sirve siempre tan sólo de expresióji de las relaciones económicas, dice Lasalle), y pueda ser que el derecho de propiedad deba su origen a cualquiera otra causa completa­ mente distinta. Aquí hay que proseguir el análisis y no interrumpirlo precisamente en el momento que se vuelve particularmente profundo y vitalmente interesante. Ya hemos visto que los historiadores franceses de la época de la Restauración no habían hallado una respuesta satisfactoria al problema relativo al origen del derecho de propiedad. E l señor Kareiev, en su artículo “ El materialismo económico en la historia” , se refiere a la escuela histórica alemana del derecho. Tampoco a nosotros no nos desagrada recordar los criterios de esa escuela. He aquí lo que dice nuestro profesor acerca de dicha escuela: “ Cuando a principios del presente siglo apareció en Alemania la llamada “ escuela histórica del derecho” 211, escuela que comenzó a considerar el derecho, no como un sistema estático de normas jurídicas

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—tal cora o lo consideraran los juristas anteriores—, sino como algo dinámic-o. mutable y evolutivo, en esta escuela se puso de relieve una .fuei'ie tendencia a contraponer el psnsaminto histórico del derecho —coi»o la concepción única y exclusivamente justa-— a todos los demás pensamientos posibles en este terreno: el pensamiento histórico jamás admitía la existencia de verdades científicas, valederas para todas las épocas, es decir, 3o que en la ciencia moderna se entiende por leyes ge­ neralas. Y hasta negaban, directamente, estas leyes y, con ellas, tam­ bién 3a teoría general clel derecho, para resaltar la idea de la dependen­ cia del derecho con respecto a las condiciones locales; dependencia, por supuesto, existente siempre y por doquier, pero que 110 excluye principios que son comunes a todos los pueblos” 212. En estas pocas líneas hay numerosísimas... —¿cómo calificarlas?— digamos, por lo menos, inexactitudes, contra las cuales representantes partidiarios ele la escuela histórica del derecho protestarían también. Así, por ejemplo, dirían que cuando el señor Kareiev les atribuye la negación de “ lo que en la ciencia moderna se entiende por leyes gene­ rales” , o desfigura, premeditadamente, su criterio, o, del modo más indecoroso para un “ historiósofo” , se confunde en los conceptos, mez­ clando las “ leyes” que son de materia de historia del derecho, con las que determinan el desarrollo histórico de los pueblos. La escuela his­ tórica del derecho jamás pensaba negar la existencia de las leyes del orden últim o; precisamente se esforzaba por hallar tales leyes, aún cuando sus esfuerzos 110 se vieron coronados por el éxito. Pero, la causa misma de su. fracaso es extraordinariamente aleccionadora. Si el señor Kareiev se hubiera tomado el trabajo de reflexionar acerca de ella, ■ —¿quién sabe?— posiblemente hubiera conseguido esclarecerse, final­ mente, «obre “ la esencia del proceso histórico En el siglo X V III se propendía a explicar la historia del derecho, por k acción del “ legislador” . La escuela histórica se sublevó enér­ gicamente contra esta inclinación. Ya en 1814, Savigny formuló de est? modo el nuevo criterio: “ El conjunto de este criterio se reduce a lo siguiente: todo derecho tiene su origen lo que se llama —termino generalmente empleado, pero no del todo exacto— derecho consue­ tudinario, es decir, es generado primeramente, por el hábito y la creen­ cia del pueblo, y, después ya, por la jurisprudencia; de modo tal que por doquier es creado por fuerzas internas, cuya acción pasa desa­ percibida. pero no por el antojo del legislador” 213. Este criterio lo desarrolló, posteriormente, Savigny en su renom­ brado libro “ System des heutigen romiscken Rechts” 21i. El derecho positivo dice en este libro, vive en la conciencia general del pueblo, motivo por el cual podemos calificarlo también de derecho popular. .. Pero ello no debe entenderse, en modo alguno, en el sentido de que el derecho está creado por diversos miembros del pueblo según, su ca­ pricho . . . El derecho positivo lo crea el espíritu del pueblo, que vive y actúa en sus diversos miembros, razón por la cual, dicho derecho no

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es algo fortuito, sino, por necesidad, constituye el uno y mismo derecho en la conciencia de las diversas personas ” 2ir>. “ Si nos planteáramos —prosigue Savigny— la cuestión acerca del origen del Estado, tendríamos que esforzarnos en. igual medida para localizarlo en ]a necesidad suprema, en la acción de una fuerza que constituye de adentro hacia afuera, al igual que en el origen del derecho, en general; y lo decimos, no solamente cuanto a la ley en g en eral; sino también acerca de la forma particular que adopta el Estado en cada pueblo en particular” 210. El derecho brota, así, de un “ modo invisible” , como el idioma, y vive en la conciencia general del pueblo, no en. forma “ de normas abstractas, sino en forma de una representación viva de las institu­ ciones jurídicas en su conexión orgánica, de modo que, cuando hay ne­ cesidad, la norma abstracta se separa, en su forma lógica, de esta representación general, mediante cierto proceso artificial” , (durch ein en künstlichen Pro? ess) 2I7. Aquí nosotros no tenemos nada que ver con las tendencias prác­ ticas de la escuela histórica del derecho; en lo que hace, pues, a su teoría, ya basado en las palabras citadas de Savigny, podemos decir que representa: l.w) una reacción contra el criterio —difundido en el siglo XYIÍT— acerca de que el derecho es creado por el arbitrio de per­ sonas individuales {los “ legisladores” ) ; la tentativa de hallar una ex­ plicación científica de la historia del derecho, entender esta historia como un proceso necesario, y, por lo tanto, sujeto a leyes; 2 ‘O una tentativa de explicar este proceso, partiendo de un punto de vivía totalmente idealista: el “ espíritu del pueblo” la “ conciencia ■popular” , son la última instancia a la que apelaba la escuela histórica del derecho. Puchta expresa más acentuadamente aún el carácter idealista de los criterios de esta escuela. TC1 derecho primitivo, según Puchta, al igual que Savigny, es el derecho consuetudinario. Pero ¿cómo brota este último? Con frecuen­ cia se enuncia la opinión cpie este derecho es creado por la práctica de 3a vida cotidiana (TJebv.ng), pero ello sólo es un caso especial en una interpretación materialista del origen de los conceptos populares. “ F/l criterio contrario es justamente el correcto: la práctica de vida cotidiana sólo es el último factor, en ella sólo se expresa y se encarna el derecho que brota y que vive en la convicción de los hijos de un pueblo dado. El hábito influye sobre la convicción solamente en el sentido de que esta última, merced a aquél, se vuelve más consciente y más sólido 218. De modo, pues, que 3.a convicción de la gente acerca de esta u otra institución jurídica, se crea independientemente de la práctica de vida cotidiana, antes que el “ hábito” ¿De dónde, pues, procede esta convicción1? Ella procede de la profundidad del espíritu del

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pueblo. Una estructura determinada de esta convicción de un pueblo determinado, se explica por las peculiaridades del espíritu de dicho pueblo. Esto está muy oscuro, tan oscuro que ni huella de una ex­ plicación científica se encuentra aquí. Puchta mismo- lo está sintiendo, siente que el asunto está muy feo y se esfuerza por corregirlo con este razonamiento: “ E l derecho surge por una vía invisible. ¿Quién podría encargarse de seguir investigando las sendas que conducen al nacimiento de la convicción determinada, a su germinación, a su crecimiento, a su florecimiento, a su aparición? Los que se habían en­ cargado de hacerlo, partieron, en su mayor parte, de ideas equi­ vocadas 7?21s\ “ E n su mayor p a r te ... ” Quiere decir que hubo también inves­ tigadores cuyas ideas de partida fueron correctas. Y estos últimos, ¿a qué conclusiones arribaron con respecto a la génesis de los concep­ tos jurídicos del pueblo? E s de suponer que ello ha quedado en secreto para Puchta, ya que éste no rebasa los marcos de algunas re­ ferencias, sin valor, a las peculiaridades del espíritu del pueblo. Nada explica tampoco la observación, antes citada, de Savigny con respecto a que el derecho vive en la conciencia común del pueblo, pero no en forma de reglas abstractas, sino “ en forma de una idea viva ele las instituciones jurídicas y su conexión orgánica” . Y no es difícil comprender qué es, exactamente, lo que ha impulsado a Savigny a proporcionarnos esta información un tanto embrollada. Si hubiésemos supuesto que el derecho existe en la conciencia del pueblo “ en forma de reglas abstractas” , con ello, en primer término, hubiéramos- cho­ cado con la “ conciencia general” de los juristas, quienes saben muy "bien con cuánta dificultad concibe el pueblo estas reglas abstractas, y, en segundo término, nuestra teoría acerca del origen del derecho hu­ biera adoptado una fisonomía ya demasiado inverosímil. Hubiera resultado que, los componentes ele un pueblo determinado, antes de contraer cualquier relación práctica entre ellos, antes de adquirir cual­ quier experiencia de vida cotidiana, hubieran elaborado conceptos ju ­ rídicos definidos, y una vez munidos de éstos, al igual que vagabundos, con mendrugos de pan, se hubieran lanzado a la práctica de la vida coti­ diana, entrando así en la ru ta histórica. A esto, por supuesto, nadie le dará fe, por eso Savigny elimina las “ reglas abstractas” : el derecho existe en la conciencia del pueblo, no en forma de conceptos definidos; no representa una colección de cristales ya hechos, sino una solu­ ción más o menos saturada, de la cual, “ cuando hay necesidad de ello” , o sea, al tropezar con la práctica de vida cotidiana, se precipitan los cristales jurídicos debidos. Este método no carece de su parte de ingenio, pero, de por sí se entiende, que no nos acerca, en absoluto, a una interpretación científica de los fenómenos. Tomemos un ejemplo: (1) E ntre lo s. esquimales,, según palabras, de Rink,.. casi no hay propiedad regular; pero por cuanto se puede hablar de ella, enumera tres de sus formas:

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“ 1) propiedad perteneciente a una unión ele varias familias, por ejemplo, las viviendas de invierno. . . 2) propiedad perteneciente a una, o cuanto más, a tres familias emparentadas, por ejemplo, las tiendas de campana estivales y todos los objetos de uso doméstico, como lámparas, cubas, platos de madera, ollas de piedra, etc.; el bote o el “ um iak” que sirve para trasladar todos estos objetos juntamente con la tienda, los trineos con los p erros. . . y f malmente, la provisión alimenticia de invierno. . . 3? propiedad privada de personas individuales... la ropa, las armas y todo lo que el hombre mismo usa personalmente en sus que­ haceres. A estas cosas se les atribuye hasta cierto vínculo misterioso con su dueño, parecido al vínculo que existe entre el alma y el cuerpo. No es hábito dar prestadas estas cosas a cualquier otra persona” 320, Vamos a trata r de imaginarnos el origen de estas tres formas de propiedad, desde el ángulo de miras de la vieja escuela histórica del derecho. Puesto que, según palabras de Puchta, las convicciones anteceden a la práctica de vida cotidiana, y no brotan del suelo del hábito, es de presuponer que el proceso se había operado- del siguiente modo: antes de haber vivido en las casas invernales, antes de haberlas comen­ zado a construir, los esquimales habían llegado a la convicción de que una ves: que los establecieran pertenecerán a la unión de varias fa­ milias; exactamente igual se habían convencido nuestros salvajes que, una vea que establecieran las tiendas estivales e introdujeran en ella las cubas, platos de madera, botes, ollas, los trineos con los perros, todo ello tendría que integrar la propiedad de una sola familia, o, cuanto más, de tres familias emparentadas. Una convicción no menos firme tuvieron con respecto a que la ropa, las armas y herramientas debieran ser de propiedad personal, y que a estas cosas no correspon­ día darlas o prestarlas. A ello añadiremos que todas estas convicciones, probablemente, no existieran en forma de normas abstractas, sino en forma de una representación viva de instituciones jurídicas y su conexión orgánica, y que de esta solución de conceptos jurídicos, se consolidaran después, —¿‘ cuando apareciera la necesidad de ello ’7, o sea. a medida de encontrar las viviendas invernales, las tiendas esti­ vales, las cubas, los platos de madera, las ollas de piedra, los botes y los trineos y los perros — y así surgieran las normas del derecho con­ suetudinario esquimal, en su más o menos “ forma lógica” . Las peculiaridades, en cambio, de la mencionada dilución jurídica, fue­ ran determinadas por las particularidades misteriosas del espíritu esquimal. E sta no es, en absoluto, ninguna explicación científica-, este es un mero modo de hablar, un Redensarten221, como dijeran los alemanes. ICsta variedad del idealismo, sustentada por los adeptos de la es­ cuela histórica del derecho, resultó, en lo que hace a la explicación de los fenómenos sociales, aun memos coherente, que el idealismo muchísimo más profundo de Bchelling y Hegel.

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¿Cómo se había escapado la ciencia de este callejón sin salida en el que se había encerrado el idealismo? Oigámos a nno de las más formidables representantes de la jurisprudencia comparativa moderna, al señor M. Kovalevski. Después de dejar señalado que el modo social de vida de las tribus primitivas luce el sello del comunismo, el señor Kovalevsld (oígalo, señor Y, V., este también es un “ profesor") dice: ;razón humana. Es también partiendo desde este ideal, como orientaron su actividad práctica, la cual consistió, por su­ puesto, no en la prestación de servicios a la burguesía, sino en el de­ sarrollo de la conciencia de los mismos productores, quienes, con el tiempo, habrían de llegar a ser los dueños de sus productos. Marx y Engels no tenían porque “ preocuparse” en convertir Alemania en una Inglaterra, o, como suele decirse ahora entre nosotros, de entrar al servicio de la burguesía: ésta iba desarrollándose también sin los esfuerzos de aquéllos y no era posible paralizar dicho de­ sarrollo, o sea, no existían las fuerzas sociales capaces de hacerlo. Además estaría de más hacerlo, por cuanto las antiguas normas econó­ micas, en últimas instancias, no eran mejores que las burguesas, y en la década del 40 caducaron a tal extremo, que se volvieron nocivas para todos. Pero la imposibilidad de paralizar el desarrollo de la

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producción capitalista, aún no había privado a los pensadores de Ale­ mania, de la posibilidad de servir al bienestar (Ve su 'pueblo. La bur­ guesía cuenta con sus concomitantes ineludibles: son todos los que sirven, verdaderamente, a su bolsa de oro, en virtud de la necesidad económica. Cuanto más desarrollada se encuentra la conciencia de estos sirvientes forzados, tanto más fácil es su situación, tanto más vigorosa es la resistencia que ofrecen a los IColupaiev y los R asuvaiev de todos los países y de todas las naciones. Marx y Engels también se propusieron la tarea de desarrollar esta conciencia: de conformidad con el espíritu del materialismo dialéctico, desde el mismo principio se habían propuesto una tarea, completa y exclusivamente, idealista. La realidad económica sirve de criterio de un ideal. Así decían Marx y Engels, y. basándose en ello, se recelaba de ellos, acusándoles de cierto molchalinismo S2firt económico, de estar dispuestos a pisotear en el barro al económicamente débil y de hacerle también el caldo gordo al económicamente poderoso. La fuente de estas sospechas radicaba er¡ una interpretación metafísica de lo que Marx y Engels entendían bajo las palabras de realidad económica. Cuando un metafísico oye decir que un dirigente público debe apoyarse en la rea­ lidad, piensa que lo que le están aconsejando es hacer la paz con dicha realidad. Ignora que en toda realidad económica existen ele­ mentos opuestos, y que hacer la paz con la realidad, significaría ha­ cerla tan sólo con uno de sus elementos, con el que está imperando con el momento dado. Los dialécticos-materialistas señalaron y siguen señalando al otro elemento, al que es hostil a la realidad, al elemento en el que está madurando el futuro. Nosotros preguntamos, el apoyarse en este elemento, tomarlo como criterio de nuestros “ ideales” , ¿signi­ fica, acaso, entrar al servicio de los Kolupaiev y los Rasuvaiev? Pero si la realidad económica ha de ser el criterio del ideal, se entiende, entonces, que el criterio moral resulta insatisfactario, de­ bido, no a que los sentimientos morales de los hombres merezcan ser menospreciados o descuidados, sino porque estos sentimientos aún no nos señalan la ruta correcta hacia el servicio de los intereses de nues­ tros vecinos. No basta que un médico compadezca la situación de su enfermo; debe tomar en cuenta la realidad física del organismo, apoyarse en ella para combatirla. Si al médico se le ocurriera darse por satisfecho con la indignación moral contra la enfermedad, se ha­ bría hecho merecedor del mayor escarnio. En este sentido fue cómo Marx había ridiculizado la “ crítica moralizante” y la “ moral crítica>’ de sus adversarios. Y éstos creían que se estaba burlando de la “ moralidad” , “ La moral y la. voluntad humanas no tienen ningún valor para los hombres que carecen de la una y de la o tra ” , excla­ maba Heinzen352. Hace falta hacer notar, sin embargo, que si nuestros adversarios rusos de los materialistas “ económicos” en general, vienen repitiendo — sans le savoir 253— los argumentos de sus antecesores alemanes, los diversifican, de todos modos, un tanto con algunos detalles. Así, por

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ejemplo, los utopistas alemanes no se enzarzaban en prolongadas ca­ vilaciones acerca de “ la ley del desarrollo económico3’ de Alemania. E ntre nosotros, las especulaciones de este género adoptaron propor­ ciones verdaderamente aterradoras. E l lector lia de recordar que el señor V. Y., ya a principios mismos de la década del 70 prometió des­ cubrir la ley que preside el desarrollo económico de Busia 354. El señor V. V., cierto es, había comenzado, posteriormente, a manifestar temores a un ley así, pero mostrando él mismo, que los temores eran tan sólo de carácter temporario, hasta tanto la intelectualidad rusa descubriera una ley muy buena y muy conveniente. En general, pues, también el señor V. V. participa, de buenas ganas, en las interminables disputas acerca de si Elisia habrá de atravesar, o no, por la fase del capitalismo. Ya a partir de la década del 70, la doctrina de Marx había sido enredada en estas controversias. De cómo siguen estas disputas entre nosotros, lo muestra la palabra más reciente del señor S. Krivenko. Este autor, al objetar al señor P. Struve, aconseja a su adversario que profundice mejor el problema respecto a la “ necesidad absoluta y las buenas consecuencias del capitalismo” , “ Si el régimen capitalista representa una etapa fatal ineluctable de desarrollo por la cual tiene que atravesar toda sociedad humana, si ante esta necesidad histórica no queda más que agachar la cabeza, ¿se ha de recurrir a medidas que sólo puedan retardar -el adveni­ miento del orden capitalista, o, por el contrario, habría que trata r de facilitar el paso hacia dicho orden y extremar todos los esfuerzos para su más rápida llegada; esto es, bregar por el desarrollo de la industria capitalista y la capitalización de la industria artesana, el desarrollo del sector de campesinos ricos, la anulación de la comuna agraria, el despojo de la tierra a la población, y, en general, echar el excedente de los campesinos, de la aldea a la fábrica? ” 335 y B5. Los N.-on alemanes discurrieron de un modo tan abstracto, como nuestros actuales Buhl y Vohlgraf. Raciocinar de una manera abstracta, significa equivocarse, incluso en los casos en que se parte desde un principio completamente justo. ¿Sabe, lector, lo qué es la antifísica de D ’Alembert? D ’Alembert dijo que, sobre la base de las leyes físicas más indiscutibles hubiera podido probar la ineluctabilidad de fenóme­ nos absolutamente imposibles en la realidad. Basta solamente, al seguir 3a acción de cada ley dada olvidar por un tiempo que existen otras leyes que hacen variar la acción de la ley en cuestión. El resultado que se obtiene, seguramente, es completamente absurdo. D ’Alembert, para probar su afirmación presentó unos cuantos ejemplos verdadera­ mente brillantes, y se preparó, incluso, a escribir, cuando tuviera tiempo libre, toda una aniifísica, Los señores Vohlgraf y N.-on, ya no en broma, sino completamente en serio, están escribiendo una antíeconomía. E l procedimiento que emplean, es el siguiente. Toman una conocida ley económica irrefutable: señalan correctamente su tenden­ cia,\ después se olvidan que la realización de esta ley constituye tocio vn jproceso histórico, y presentan la cosa así como si 3a tendencia de la ley dada supuestamente ya se había realizado íntegra en el momento en que comenzaron a escribir sus investigaciones. Si, además, el Vohlgraf, el Buhl o el N.-on, de turno, amontona pilas de material es­ tadístico. aun cuando malamente digerido, y comienza, venga o no al caso, a citar a Marx, su “ esbozo” adoptará la forma de una investiga­ ción científica y convincente, hecha en el espíritu del autor de “ El Capital” . Pero esto es un engaño óptico, y nada más que esto. Que, Vohlgraf. por ejemplo, omitiese mucho en el análisis de la vida económica de la Alemania de su época, lo está demostrando el

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hecho indisputable de que 110 se cumpliera, en absoluto, su profecía con respecto a la “ desintegración del organismo social” de ese país. Y que el señor N.-on haya invocado, completamente en vano, el nom­ bre de Marx, igual que el señor I. Zhukovski haya recurrido, también en forma totalmente inútil, al cálculo integral, eso lo entenderá, sin dificultad, hasta el muy respetable S. N. Krivenko. Pese a la opinión de los señores que reprochan de unilateralidad a Marx, éste jamás examinó el movimiento económico de un país dado, al margen de su vínculo con las fuerzas sociales que, brotando de síi, suelo influyen. ellas mismas, sobre su ulterior rumbo (esto aún no está del todo claro para ustedes, señor S. N. Krivenko, pero, ¡ pacien­ cia!). Una vez que está dado un determinado estado económico, están dadas, con ello, las determinadas fuerzas sociales, cuya acción, nece­ sariamente, se reflejará sobre el ulterior desarrollo de esta situación (¿Le alcanzará 3a paciencia señor Krivenko? Así va un ejemplo pal­ pable). Está dada la economía de la Inglaterra de la época de la acu­ mulación capitalista originaria. Con ello se han dado las fuerzas sociales, que, entre otras cosas, ocupaban los asientos en el Parlamento inglés de entonces. La acción de estas fuerzas fue la condición necesaria del ulterior desarrollo de la situación económica dada, y el rumbo de su acción estaba condicionado por las peculiaridades de esta situación. Está dada la situación económica de la Inglaterra actual; con ello, están dadas sus fuerzas sociales actuales, cuya acción se reflejará en el futuro desarrollo económico de Inglaterra. Cuando Marx se ocupó de lo que a algunos les place en tildar de conjeturas, tomó en considera­ ción estas fuerzas sociales, y no imaginaba que su acción podía ser paralizada, a su antojo, por ésta u otra agrupación de personas, fuertes tan sólo por sus bellas intenciones. (“ Mit der Gründlichheit der geschitUchen Action wird der Umfang der Masse zuneimien, der en Action sie is t” ) 390. Los utopistas alemanes de la década del 40 discurrieron dé un modo distinto, Cuando se propusieron ciertas tareas, tenían presentes las p-enalidades de la situación económica de su país, olvidando de investigar las fuerzas sociales que brotaron de esta situación. La situa­ ción económica de nuestro pueblo es deplorable, había razonado el comentarista antes mencionado: por consiguiente, tenemos ante noso­ tros la tarea difícil, pero insoluble, de organizar la producción. Pero, estas mismas fuerzas sociales que brotaron del suelo de esta deplora­ ble situación económica, pío habrán de estorbar esta organización? Este interrogante no se lo hizo el benévolo comentarista. Él utopista jamás considera, en medida suficiente, las fuerzas sociales de su época, por la sencilla razón de que siempre, según expresión de Marx, se sitúa por encima de la sociedad. Por esta misma causa, y también según expresión del mismo Marx, todos los cálculos del utopista resultan ilohne W irth gemacht” 39x, y toda su “ crítica” no es sino una total ausencia de crítica; la incapacidad de ver, críticamente, la realidad que lo circunda.

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La organización de la producción en un país determinado sólo podría aparecer como resultado de la acción de las fuerzas sociales que vienen existiendo en dicho país. ¿Qué hace falta para la organización de la producción? Una actitud consciente por parte de los productores ante el proceso de la producción, tomado éste en toda su complejidad y en todo su conjunto. Allí donde tal actitud consciente aún no existe, la organización de la producción, como la tarea social más próxima, puede ser planteada Tínicamente por hombres que durante toda su vida siguen siendo utopistas incorrregibles, aun cuando pronunciaran miles de millones de veces el nombre de Marx con la mayor veneración. En su célebre libro, ¿ qué dice el señor N.-on acerca de la concencia de los productores? igualmente nada: confía en la conciencia de la “ so­ ciedad” . Si después de esto, se lo puede y se lo debe considerar como marxista auténtico, no vemos el motivo de que no se le pueda recono­ cer al señor Krivenko como el único hegeliano auténtico de nuestros tiempos, un hegeliano par excellenceS92. Pero ya es tiempo de terminar. %Qué resultados nos arroja nuestro procedimiento histórico comparativo? Si no nos equivocamos, son los siguientes: 1) lia convicción de Heinzen y de sus correligionarios acerca de que Marx, por sus propias concepciones, estaba condenado a la pa­ sividad en Alemania, resultó ser un absurdo. Igual absurdo resultará ser también la convicción del señor Mijailovski acerca de que los hom­ bres que actualmente sustentan entre nosotros las ideas de Marx, no pueden, supuestamente, beneficiar al pueblo ruso, sino, por el con­ trario, habrán de dañarlo. 2) Las opiniones de los Buhl y los Vohlgraf con respecto a la situación económica de Alemania de entonces, resultaron ser estrechas unilaterales y erróneas, en virtud de su carácter abstracto. Es de temer que la ulterior historia económica de Rusia habrá de revelar iguales defectos en las opiniones del señor N.-on. 3) Los hombres que en la Alemania de la década del 40 se habían propuesto como sus más próxima tarea, la organización de la producción, fueron utopistas. Igualmente son utopistas los hombres que hablan de la organización de la producción, en la Rusia actual. 4) La historia barrió con las ilusiones de los utopistas alemanes de la década del 40. Existen todas las razones para pensar que igual suerte habrán de correr también las ilusiones de nuestros utopistas rusos; el capitalismo dejó en ridículo a los primeros; con el corazón dolorido preveemos que habrá de dejar en ridículo también a los segundos. Pero, estas ilusiones, ¿no dieron, acaso, ninguna utilidad al pueblo alemán? En el aspecto económico, ninguno, o, si exigen una ex­ presión más exacta, casi ninguna. Todos esos bazares para la venta de los artículos elaborados por los artesanos, y todas esas tentativas de crear las asociaciones productivas, apenas aliviaron la situación de Tinos cuantos centenares de trabajadores alemanes. Pero contribuyeron

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al despertar de la conciencia de estos trabajadores trayéndoles, así, un gran provecho. Igual provecho, y ya por vía directa, y no indirecta, trajo la labor instructiva de los intelectuales alemanes: las escuelas, las salas populares de lectura, etc. Las consecuencias nocivas del desarrollo capitalista,, para el pueblo alemán, pudieron ser atenuadas o elimi­ nadas en cada época dada, sólo en la medida en que se desarrolló la conciencia de los trabajadores alemanes. Marx lo entendió mejor que los utopistas y, por eso, su actividad, resultó ser más provechosa para el pueblo alemán. Esto mismo, indudablemente, habrá de resultar también en Rusia. Sin ir más lejos, en la entrega de Octubre de 1894, de “ Kusskoe Bogatstvo5\ el señor S. N. Krivenko está “ solicitando” , como se dice ahora entre nosotros, la organización de la producción ru s a 398. Nada habrá de eliminar, a nadie habrá de hacer feliz el señor K ri­ venko, con estas “ solicitudes” . Sus “ diligencias” son torpes, desacer­ tadas, estériles; pero, si, pese a todas estas sus particularidades nega­ tivas, habrán de despertar la conciencia aunque no sea más que de uno solo trabajador, han de resultar útiles, y resultará, entonces, que el señor Krivenko vivió en el mundo, no solamente para cometer erro­ res lógicos, o para traducir, deslealmente, fragmentos de artículos que “ no le son simpáticos” . Luchar contra las nocivas consecuencias de nuestro capitalismo, también entre nosotros puede realizarse tan sólo en la medida en que la conciencia del trabajador vaya evolucionando. Y de estas nuestras palabras, los señores subjetivistas pueden ver que 110 somos., en absoluto, “ materialistas groseros” . Si somos “ estrechos” , lo somos solamente en un solo sentido: en que nos proponemos, ante todo, una tarea completamente idealista. Y, ahora, j hasta que nos volvamos a encontrar señores adversarios nuestros! De antemano ya estamos saboreando todos los grandes pla­ ceres que nos han de suministrar las objeciones de ustedes. Solamente señores, no lo pierdan de vista al señor Krivenko. Escribe, tal vez, no muy mal. Por lo menos, lo hace con sentimiento. Pei'o “ que tenga algún sentido lo que escribe ’\ eso sí ¡ que no lo logra!

A péndice 1

OTRA VEZ EL SEÑOR MIJAILOVSKI. OTRA VEZ LA. “ TRIADA ” 894 E n la entrega correspondiente al mes de Octubre de “ Rnsskoe Bogatstvo” , el señor Mijailovski, refutando al señor Struve, vuelve a formular algunos considerandos con respecto a la filosofía de Hegel y relativo al materialismo “ económico” 395. Según sus palabras, la concepción materialista de la historia y el materialismo económico no son una 7 la misma cosa. Los materialistas económicos lo deducen todo de la economía. “ Bien, pero si voy a bus­ car las raíces o los fundamentos, no solamente de las instituciones ju ­ rídicas y políticas, de las concepciones filosóficas y otras, de la sociedad ; sino también su estructura económica, en las peculiaridades raciales o tribales de sus miembros; en las proporciones de los diámetros, lon­ gitudinal y transversal, de sus cráneos; en el carácter del ángulo fa­ cial; en las proporciones y nimbo de las mandíbulas; en las propor­ ciones del tórax; en el vigor de los músculos; etc., o, por otra parte, en los factores netamente geográficos: en la situación insular de In­ glaterra. en el carácter estepario de una parte del Asia, en la na­ turaleza montañosa de Suiza, en el congelamiento de los ríos en .el norte, etc., ¿no sería esto, acaso, una interpretación materialista de la historia? Desde luego, el materialismo económico como teoría histórica, no es sino un caso particular de la concepción materialista de la h isto ria... ” 3ÍH!. Montesquíeu se mostró propenso a explicar el destino histórico de los pueblos “ por los factores meramente geográficos” . En cuanto defendía consecuentemente estos factores, fue, sin duda alguna, un materialista. E l materialismo dialéctico contemporáneo no ignora, como lo hemos visto, la influencia que el medio geográfico ejerce sobre la evolución de la sociedad. Lo que hace es dilucidar mejor la manera de cómo los factores geográficos, ejercen su influencia sobre el “ hom­ bre social” . Muestra que el medio geográfico asegura una mayor o menor posibilidad de desarrollo de sus fuerzas productivas impulsán­ dolas, así, más o menos enérgicamente, por la senda del progreso histórico.'Montesquíeu razonaba así: un determinado medio geográfico condiciona ciertas peculiaridades físicas y síquicas de los hombres, y estas peculiaridades traen aparejada la estructura social. E l materia-

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lismo dialéctico pone en ©'videncia que tai razonamiento no es del todo satisfactorio; el influjo del medio geográfico se manifiesta, ante todo y en gTado más fuerte, sobre el carácter de las relaciones sociales, que, a su vez, influyen, de un modo infinitamente más -vigoroso, sobre las concepciones de los hombres, sobre sus hábitos, y hasta sobre su desa­ rrollo físico, que, por ejemplo, el clima. La ciencia geográfica contem­ poránea (volveremos a recordar el libro de Mechnikov y su prólogo por Elíseo Reelus) está plenamente acorde, en este caso, con el mate­ rialismo dialéctico. Este último materialismo es, por supuesto, un caso particular de la concepción materialista de la historia. Y esto se explica más umversalmente que como lo pueden hacer los “ casos particulares” restantes. E l materialismo dialéctico es el desarrollo superior de la interpretación materialista. de la historia, Holbach afirmó que el destino histórico de los pueblos está, a veces, determinado, a lo largo de todo un siglo, por el movimiento de un átomo que había comenzado a hacer cabriolas en el cerebro de un hombre poderoso. Esta fue también una concepción materialista de la historia. Pero nacía pudo esta concepción ofrecer en el sentido de una explicación de los fenómenos históricos. El materialismo dialéc­ tico contemporáneo es incomparablemente más fértil en este aspeeto. Es, por supuesto, un caso particular de la concepción materialista de la historia, pero es, precisamente, el caso particular que —el único— corresponde al estado contemporáneo de la ciencia. La impo­ tencia del materialismo holbachiano se reveló con el retorno de sus partidarios al idealismo: “ las opiniones gobiernan el m undo” . El materialismo dialéctico desaloja, actualmente, al idealismo de sus últimas posiciones. Al señor Mijailovsld le parece que un materialista consecuente sería solamente aquel que comenzara a explicar todos los fenómenos con ayuda de la mecánica molecular. El materialismo dialéctico con­ temporáneo no puede hallar una explicación mecánica de la historia. E n ello, si quieren, radica su debilidad. Bero la biología contempo­ ránea, í, sabe, acaso, ofrecer una explicación mecánica del origen y desarrollo de las especies? —No- lo sabe—. Esta es su debilidad. El genio del que soñara Laplaee, sería, por supuesto, superior a esta debilidad. Pero nosotros, terminantemente, no sabemos cuando habrá de aparecer este genio, y nos damos por satisfechos con las explica­ ciones de los fenómenos que del mejor modo correspondan a la ciencia de nuestra época. Tal es nuestro “ caso particular” . El materialismo dialéctico afirma que no es la conciencia la que determina la existencia, sino, por el contrario, es la existencia la que determina la conciencia; que no es en la filosofía, sino en la economía de una determinada sociedad donde hay que buscar la clave para comprender su estado dado. El señor Mijailovski, a raíz de esta afir­ mación formula algunas acotaciones, una de las cuales reza así: . .E n la negativa a medias (¡ !) de la fórmula fundamental de los sociólogos materialistas estriba la protesta o la reacción, no contra

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la filosofía, en general, sino al parecer, contra la hegeliana. Es ella, precisamente, la autora ele “ la explicación de la existencia a partir de la conciencia... Los fundadores del materialismo económico son hegelianos, y, es por eso que, como tales, vienen aseverando insistente­ mente “ no a partir de la filosofía” , “ no a partir del conocimiento” por lo que no pueden y ni siquiera intentan, salir del círculo del pen­ samiento hegeliano” 397. Cuando acabamos de leer estas líneas, habíamos pensado- que, aquí, nuestro autor, imitando el ejemplo del señor Kareiev, se está arrimando a una “ síntesis” . Por supuesto, nos decíamos, la síntesis del señor Mijailovski será algo superior a la del señor Kareiev; pues, el señor Mijailovski no habrá de limitarse a repetir el pensamiento del diácono,, como en el relato “ E l incurable” de G. I. Uspenski393 de que “ ei espíritu es una parte especial” , y “ así como la materia tiene para su uso diversas especias, así también las tiene el espíritu” , pero, de todos modos, tampoco el señor Mijailovski se abstiene de una síntesis: Hegel es la tesis; el materialismo económico, la antítesis, y el eclecticismo de los subjetivistas rusos contemporáneos, la síntesis. ¿, Cómo no habrá de dejarse seducir por semejante “ tríada ” 1 Y comenzábamos enton­ ces a hacer memoria de cuál fue la verdadera actitud de la teoría histórica de Marx, ante la filosofía de Hegel. Ante todo, hemos “ notado” que no fue, Hegel, ni mucho menos, el que explicara el progreso histórico, por las concepciones de los hombres, ni por su filosofía. Fueron los materialistas franceses del siglo X V ilT , los que habían explicado la historia, por las concepciones, por las “ opiniones” de los hombres. Hegel puso en ridículo este género de explicaciones: desde luego —decía—, la razón gobierna en la histo­ ria, pero es ella también la que dirige el movimiento de los astros, y éstos, Éacaso tienen conciencia de su movimiento ? El desarrollo histórico de la humanidad es racional en el sentido de que está sujeto a la vigencia de leyes, pero la vigencia de leyes del progreso histórico aún no prueba, ni mucho menos, que su causa última hay que buscarla en las concepciones de los hombres, en sus opiniones; totalmente al con­ trario; esta vigencia de leyes muestra que los hombres hacen su his­ toria inconscientemente. No recordamos —proseguíamos— cuáles resultan, las; concepciones históricas de Hegel, según “ Lewis” ; pero de que no las estamos ter­ giversando, estará de acuerdo cualquiera quien haya leído la afamada obra de Hegel “ Phílosophie der Gcschichte’7;iCI9. Por lo tanto, al aseverar que no es la filosofía de los hombres la que determina su existencia social, los partidarios del materialismo “ económico” no impugnan, en absoluto, a Hegel; por lo tanto, en este aspecto, no le presentan ninguna antítesis. Y esto quiere decir que habrá de fallar la síntesis del señor Mijailovski, aun cuando nuestro autor no se limita a repetir el pensamiento del diácono, A juicio del señor Mijailovski, aseverar que la filosofía, o sea, las concepciones de los hombres, no explica su historia, se pudo haber

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hecho tan sólo en la Alemania de la década del 40, cuando aún no se vislumbraba la sublevación contra el sistema hegeliano. Ahora vemos que tal opinión se basa, en el mejor de los casos, solamente sobre “ Lewis” . Pero hasta qué punto “ Lewis” instruye mal al señor Mijailovski con respecto al curso del pensamiento filosófico en Alemania, lo muestra, además de lo mencionado anteriormente, también la siguiente circunstancia. Nuestro autor cita, entusiasmado, la conocida carta de Bielinski, en la que éste saluda a la “ caperuza de bufón filosófica” de H egel400. En esta carta, su autor, entre otras cosas, dice: “ El destino del sujeto, del individuo, de la personalidad, es más importante que los destinos de todo el mundo y de la felicidad del emperador chino (o sea, de la “ AMgemeinheit hegeliana) ” , El señor Mijailovski, con motivo de esta carta, formula muchas observaciones, pero lo que no “ anota” es que Bielinski enmaraña, completamente fuera de propósito, la Alglegemeinheit hegeliana. El señor Mijailovski, al parecer cree que esta última es lo mismo que el espíritu, la idea absoluta, pero la AUgemeinheit no constituye, para Hegel, siquiera un signo distin­ tivo principal de la idea absoluta. Ella no ocupa un lugar más res­ petable que, por ejemplo, la Besonderheit o la É m zelheit403. Por esta razón, no se entiende tampoco porque, precisamente, la Allgememheii lleva el título de emperador chino, y se hace merecedora, no al ejem­ plo de las otras de sus hermanas, de un saludo cortesmente burlesco. Ello puede parecer una menudencia que, en la actualidad no es digna de atención, pero esto no es a sí: la AUgemeinheit hegeliana, malamente comprendida, impide, hasta hoy día. por ejemplo, al señor Mijailovski, comprender la historia de la filosofía alemana, y lo impide hasta tal punto que ni siquiera “ Lewis” es capaz de acudir en su socorro para sacarlo del apuro E l culto de la Allgemeinheit, a juicio del señor Mijailovski, llevó a Hegel a la completa negación de los derechos de la personalidad. “ No hay ningún sistema filosófico —dice— como el de Hegel que haya mostrado tan aniquilador desprecio y (¿ ta n 1?) fría crueldad ante la individualidad (Pag. 55). Ello, tal vez, es cierto solamente según “ Lewis” . ¿Por qué había considerado Hegel la historia del. Oriente, como el peldaño primero, inferior, en la evolución de la humanidad? Porque en el Oriente no -estaba y hasta hoy día no está, desarrollada Ja personalidad. ¿Por qué Hegel, entusiasmado, dijo, refiriéndose a la Grecia antigua, que en su historia el hombre con­ temporáneo se siente, finalmente, como “ en su casa ” ?1 Porque en Grecia estaba desarrollada la personalidad (la “ bella personalidad” , “ s chañe Individúala a i7>). ¿ Por qué Hegel habló con tanto éxtasis de Sócrates? ¿Sería por que este fue, tal vez, el primero entre los historiadores de la filosofía que hizo justicia hasta a los sofistas? ¿Sería porque había menospreciado a la personalidad? El señor Mijailovski ha oído campanas, pero no sabe dónde. Hegel, no sólo no despreció la personalidad, sino que creó el culto

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a los héroes, íntegramente heredado posteriormente por Bruno Bauer. Para Hegel, los héroes eran un instrumento en manos del espíritu uni­ versal y, en este sentido, ellos mismos, no fueron libres. Bruno Bauer se sublevó contra el “ espíritu”, liberando, así, a los “ héroes”. Para él, los héroes del “ pensamiento crítico” son los verdaderos demiurgos de la historia, por oposición a la masa, que aún cuando excita casi hasta las lágrimas a los héroes, por su inepcia y torpeza, termina, de todos modos, marchando por la senda desbrozada por la conciencia heroica. La contraposición de los héroes a la masa” (a la “ m ultitud7') pasó de Bruno Bauer a sus ilegítimos hijos rusos, y ahora tenemos la sa­ tisfacción de contemplarla en los artículos del señor Mijailovski. Este echó en olvido su parentesco filosófico. Es algo que no merece encomio, De este modo hemos obtenido, inesperadamente, los elementos para una nueva “ síntesis” . El culto hegeliano a los héroes, que están al servicio del espíritu universal —la tesis; el culto baueriano de los héroes del “ pensamiento crítico” , dirigidos únicamente por su “ con­ ciencia”—, la antítesis; finalmente la teoría de Marx, que concilla ambos extremos, eliminando el espíritu universal y explicando el origen de la conciencia por la evolución clel medio ambiente, la síntesis. Nuestros adversarios, propensos a la “ síntesis” deben recordar que la teoría de Marx, no fue, ni mucho menos, la primera reacción directa contra Hegel. Esta primera reacción —superficial como re­ sultado de su nnilateralidad— fueron en Alemania las concepciones de Feuerbach y, sobre todo de Bruno Bauer, con quien, nuestros sub­ jetivistas, hace mucho que debían haberse considerado emparentados. No son pocas las otras necedades que el señor Mijailovski ha des­ comedido con respecto a Hegel y a Marx en su artículo dirigido contra el señor P. Struve, La falta ele espacio no nos permite enumerarlas aquí. Nos limitaremos a ofrecer a nuestros lectores la siguiente inte­ resante ta re a : Se conoce al señor Mijailovski; se sabe su pleno desconocimiento de Hegel; se sabe su completa incomprensión de Marx; se conoce su incontenible tendencia a discurrir sobre Hegel y sobre Marx y de las reía,dones mutuas entre ambos; surge la pregunta de $cuántos errores habrá de cometer aún el señor Mijailovski a causa de esta su tendencia? Pero es muy poco probable que alguien logre resolver esta tarea: es una ecuación con muchas incógnitas. Hay tan sólo un medio para sustituir por cantidades definidas las cantidades desconocidas: hay que leer precisamente, con atención los artículos del señor Mijailovski y anotar sus errores. Es una labor, ciertamente, ni agradable, ni fácil; errores habrán muchos, si es que el señor Mijailovski no renuncia a su mala costumbre de discurrir sobre filosofía, sin haber consultado previamente a hombres más entendidos que él, en la materia. No nos vamos a referir aquí a las acusaciones que el señor Mijai­ lovski lanza contra el señor P. Struve. Por lo que se refiere a estas

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acusaciones, el señor Mijailovski es, desde hoy en adelante, “ propiedad” del autor de “ Notas críticas acerca del problema del desarrollo eco­ nómico de R usia” , y nosotros no deseamos atentar contra la propiedad ajena. Además, el señor Struve, posiblemente, nos ha de disculpar si nos permitimos hacerle dos pequeñas “ observaciones” . E l señor Mijailovski se ha ofendido por haberlo “ arrumbado” el señor Struve con un signo de interrogación, fíe ha sentido injuriado a tal extremo que, sin haberse limitado a señalar las incorrecciones en el lenguaje del señor Struve, lo imputó de “ indígena” y hasta trajo a colación la anécdota de los dos alemanes, uno de los cuales dijo “ strig n n t” y el otro lo corrí gió afirmando que en ruso hay que decir “ strigovat” 402íl. ¿Qué es lo que dio motivo al señor Struve para alzar la mano armada con un signo de interrogación contra el señor Mijailovski? Sirvieron de motivo las siguientes palabras de este último: “ El actual orden económico en Europa había comenzado a formarse ya, cuando la ciencia que administra este grupo de fenó­ menos aún no existía” , etc. El signo de interrogación va acompañado a la palabra “ adm inistra” . El señor Mijailovski dice: “ En alemán esto, posiblemente, no sea correcto (¡qué m al: en alemán!), pero en ruso, le aseguro, señor Struve, ello no suscitará ningún problema en naclie y no hace falta ningún signo de interrogación” . El que estas líneas escribe lleva un apellido ruso puro y posee un alma tan rusa como el señor Mijailovski, y el crítico más ponzoñoso no se decidiría a tildarlo de alemán y, .sin embargo, la palabra “ adm inistra” suscita en él una duda. Y se pregunta: si se puede decir que la ciencia admi­ nistra cierto grupo de fenómenos, tras de esto, ¿por qué no sería posible nombrar las ciencias técnicas de Jefes de unidades especiales f l No sería posible decir, por ejemplo, que la maestría de contrastar está comandando las aleaciones? A nuestro juicio, esta sería una tor­ peza, esto dotaría a las maestrías de una forma demasiado militarista, exactamente igual como la palabra administra dota a la ciencia de una apariencia de burócrata. Por consiguiente, el señor Mijailovski, no está en lo justo. El señor P. Struve, tácitamente, empuñó el signo de in­ terrogación ; no se sabe como corregiría él esta expresión desacertada del señor Mijailovski. Admitamos que comenzaría a decir “ strignal” . Pero de que el señor Mijailovski haya dicho varias veces “ strignal” , es ya. lamentablemente, un hecho consumado. Y, al parecer ¡no es, ni mucho menos, Tin indígena! El señor Mijailovski, en su artículo armó un alboroto ridículo, con motivo de las siguientes palabras del señor Struve: “ no, reconozcamos nuestra falta de cultura y va}'amos a aprender del capitalismo” . El señor Mijailovski quiere presentar las cosas como si estas palabras significaran “ entreguemos al trabajador, como víctima, a manos del explotador” . Al señor P. Struve le será fácil mostrar los esfuerzos vanos del señor Mijailovski, y, además, es muy probable que ya ahora lo vea todo quien leyera atentamente las “ Notas críticas” . Pero, de todos modos, el señor Struve se había expresado muy incautamente,

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con lo que tentó a muchos simplotes y alegró a unos cuantos acróbatas. Adelante con la ciencia, m arch... diremos al señor S truve; y a los señores acróbatas les hacemos recordar que ya Bielinski, en los últimos años de su •vida, cuando hacía mucho que había dado el saludo de despedida a la “ Allgemeinheit!’ 403, en una de sus cartas enunció la idea de que el futuro cultural de Rusia lo habrá de asegurar solamente la burgtiesía 404. Por parte de Bielinski, esta fue también una muy torpe conminación. Pero, ¿qué es lo que había suscitado su torpeza? La noble pasión de un occidentalista. Igual pasión es, seguros estamos de ello, la que dio margen también a la inhabilidad del señor Struve. Armar un alboroto a raíz de este hecho, sólo se le puede per­ m itir a quien no puede impugnar, por ejemplo, los argumentos econó­ micos de este escritor. También el señor Krivenko se armó contra el señor P. Struve '10\ Aquél tiene su propia cuenta pendiente. Había traducido, incorrecta­ mente, un fragmento de un artículo alemán del señor P. Struve, y este se lo aprobó. El señor Krivenko se está justificando, trata de mostrar que la traducción es casi completamente fiel; pero su justifi­ cación es desacertada, sigue siendo, de todos modos, culpable por haber tergiversado las palabras de su adversario. Pero darle mucha beli­ gerancia al señor Krivenko tampoco hay por qué, ya que está fuera de toda duda su similitud con cierto pájaro, del cual se dice: ESI S irin 40ir>:' es un pájaro del paraíso, / Su voz en el canto es asaz vigoroso / Cuando canta para Dios alabar, / De sí mismo se suele olvidar. Cuando el señor Krivenko reprende a los “ discípulos” , se olvida de si mismo. ¿Por qué, pues, lo están acosando, señor Struve?

Apéndice I I

UNAS CUANTAS PALABRAS' A NUESTROS ADVERSARIOS 400 Durante los últimos tiempos ha vuelto a plantearse en. nuestra literatura la cuestión relativa a la senda que habrá de recorrer el desarrollo económico de Rusia. Acerca de esta cuestión se habla mucho y calurosamente, al -extremo de que hasta los hombres conocidos en la vida en comunidad con el nombre de juiciosos, se muestran turbados por el exceso de la supuesta vehemencia de las partes disputantes: para qué agitarse, para qué lanzar a los adversarios desafíos soberbios y re­ proches amargos, para qué burlarse de ellos, dice la gente juiciosa; es una cuestión que verdaderamente tiene una inmensa importancia para nuestro país, pero justamente, por eso requiere ser discutida con serenidad, ¿110 sería mejor, entonces, ponerse a examinar con sangre fría esta cuestión.? Como siempre sucedía y sigue sucediendo, la gente razonable está en lo justo y, al mismo tiempo, no lo está. Los escritores que pertenecen a dos campos diferentes, de los cuales cada uno —no importa lo que digan sus adversarios— aspira a defender, según el grado de com­ prensión. de fuerza y de posibilidades, los más importantes, los más vitales, intereses del pueblo, ¿qué motivo tienen para perturbarse y acalorarse? Al parecer, basta con plantear esta cuestión, para que, de inmediato, resolverla de una vez por todas, con ayuda de dos o tres sentencias, válidas para cualquier modelo de escrito, a saber: la tolerancia es una bellísima virtud; se sabe respetar la opinión ajena aún cuando discrepe radicalmente de la nuestra, etc. . . Todo ello es muy justo, y hace ya mucho que esto “ se había repetido al m undo” . Pero no por eso es menos justo también que la humanidad se acaloró, se acalora y seguirá acalorándose toda vez que se trató, se está tra ­ tando y se tratará de sus intereses esenciales. Tal es ya la naturaleza del hombre, diríamos nosotros, si no supiéramos con cuánta frecuencia y cuán fuertemente se ha abusado de esta expresión. Pero eso aún no es todo. Lo principal es que la humanidad no tiene ningún motivo para deplorar esta su “ naturaleza” . Ni un solo paso importante se dio en la historia sin la ayuda de la pasión que, multiplicando las fuerzas morales y refinando las capacidades intelectuales de los diri­ gentes, es, de por sí, una grandiosa fuerza de progreso. Oon sangre

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fría se suele discutir solamente los problemas sociales que 110 son im­ portantes, en absoluto, de por sí, o que aún no han llegado a ser problemas inmediatos de un país dado y de la época dada, motivo por el cual sólo despiertan el interés de un puñado de hombres pensadores de gabinete. Y una vez que este o u otro gran problema social se haya vuelto de actualidad, despierta de inmediato las grandes pasio­ nes, por más que los partidaiüos del comedimiento reclamaran serenidad. La cuestión relativa al desarrollo económico de nuestro país, es, precisamente, este gran problema social que no puede ser discutido ahora entre nosotros con moderación, por la sencilla ra&ón de que Se ha vuelto un problema que está en la orden del día. Esto no quiere decir, desde luego, que tan sólo ahora la economía adquirió el valor decisivo en nuestra evolución social. Esta importancia primordial la tuvo siempre y por doquier. Pero, entre nosotros, como en todas par­ tes, esta importancia no estaba en la conciencia de los hombres que se interesan por los asuntos sociales, razón por la cual, estos hombres concentraron la fuerza de su pasión en los problemas que afectan a la economía, solamente del modo más distante. Recordemos aunque no sea más que nuestra década del 40. Ahora es distinto. Ahora hasta los que se sublevan vehementemente contra La “ estrecha’' teoría histórica de Marx, tienen conciencia del valor básico y grande de la economía. Ahora todos los hombres que piensan, tienen conciencia de que todo nuestro porvenir se habrá de formar según como se resuelva la cuestión de nues­ tro desarrollo económico. De aquí que concentren en este problema toda la fuerza de su pasión, incluso los pensadores, en absoluto, “ estrechos” . Pero, si no nos es posible discutir ahora esta cuestión con mesura, podemos y debemos preocuparnos ahora por que haya ausencia de disolución, tanto en la definición de nuestros propios pensamientos, como también en nuestros procedimientos polémicos. Contra esta exi­ gencia, nada, decididamente, es posible replicar. Los hombres de Oc­ cidente saben muy bien que la pasión sei’ia excluye todo libertinaje. Entre nosotros, ciertamente, se suele suponer, a veces, que la pasión y la licencia, son hermanas carnales, pero ya es hora de que nosotros también vayamos civilizándonos. E n lo que hace a nuestro decoro literario, ya nos hemos civilizado, en apariencias, muy considerablemente, al extremo de que nuestro hombre “ de avanzada” , el señor Mijailovski les echa sermones a los alemanes (a Marx, a Engels, a Dühring), porque en sus polémicas se pueden hallar, supuestamente, cosas “ o del todo inútiles o que llegan hasta a tergiversar la materia y que repelen por su grosería” . El señor Mijailovski saca a relucir la observación de Borne de que los alemanes siempre “ fueron bruscos en la controversia” . “ Y yo me temo —añade— que. junto a otras influencias alemanas, se haya infiltrado entre nosotros esa tradicional ordinariez alemana, compli­ cando aún más nuestro propio salvajismo, y la polémica se convierte así en la réplica que el conde A. Tolstoy puso en boca de la princesa

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contra Potok B ogatyr: / ¡ Camastrón, imbécil, rastrero ignorante! / ¡Que te retuerces como el asta de un bisonte! / Lechón, becerro, puerco, etíope / ¡ Hijo de demonios, hocico m ugriento! / Si no íuera porque mi pudor de virgen / No me permite proferir palabras más fuertes / No es así, gorrón, descarado, / ¡ Como te habría insultado! ’ ’ 40T -y* 408

No es por primera vez que el señor Mijailovski hizo referencia aquí a la indecorosa princesa tolstoyana. Más de una vez ya había aconsejado a los escritores rusos que no la imitaran en sus controver­ sias. E l consejo, ni que decir, es excelente. Lástima que nuestro mismo autor no lo siguiera siempre. Asi, a uno de sus adversarios, como se sabe tildó de crío, a otro, de acróbata literario. Su controversia con el señor de 1a. Cerda, la adornó con la siguiente acotación: “ la palabra la cerda, de todos los idiomas europeos, sólo en el español tiene un significado definido y, que traducida al ruso, quiere decir puerca” . ¿Qué necesidad tuvo el autor de hacer esta acotación? Es bas­ tante difícil comprenderlo. “ Está muy bien, ¿no es cierto?” , preguntó al respecto el señor de la Cerda. E n efecto, está muy bien y totalmente al gusto de la princesa tolstoyana. Sólo que la princesa hubiera sido más franca, ya que cuando sentía ganas de insultar, profería “ lechón, becerro, puerco” , etc., sin recurrir a ningún idioma extranjero para lam ar al adversario una palabra grosera. Comparando al señor Mijailovski con la princesa tolstoyana, re­ sulta que aquella, despreciando a los “ etíopes” , a los “ hijos de demonios” , etc., se vale de los epítetos, valga la expresión, paquidérmicos. El señor Mijailovski dispone, tanto de “ puercas” , como de “ lechones” , además de lechones muy variados, hamletizados, verdes, etc, Ello en un tanto monótono, pero no por eso menos vigoroso. En general, si del léxico ultrajante de la princesa tolstoyana, pasamos a igual léxico de nuestro sociólogo subjetivo, nos encontraremos, por supuesto, con otro cuadro distinto de beldades vivas florecientes, pero estas bellezas, por su vigor y expresividad, no ceden, en absoluto, a las hermosuras polémicas de la despabilada princesa. JEsí modus m rebus 4Ü9, hablando en ruso, “ hay que saber dónde y cuándo term inar” , dice el señor Mijailovski. No puede haber nada más justo que esto, y no­ sotros, con todo el alma deploramos que nuestro venerable sociólogo lo olvide con tanta frecuencia,. E l señor Mijailovski podría, refirién­ dose a sí mismo, exclamar trágicam ente: / . . . Video méliora, probo que / Deteriora sequor! uo. Es de esperar, sin embargo, que con el correr del tiempo, también el señor Mijailovski vaya civilizándose, que sus buenas intenciones habrán de prevalecer “ sobre nuestro propio salvajismo” , y dejará, de lanzar a sus adversarios sus “ puercas” y “ lechones” . E l señor Mijai­ lovski mismo piensa correctamente que la raison finit toujours par avoir raison 4n. El público lector nuestro no aprueba ahora la controversia rigu-

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rosa. Pero, en su desaprobación, confunde lo riguroso con lo grosero, mientras que en realidad, están lejos de ser una y la misma cosa. Ya Pushkin había puesto en claro la diferencia que existe entre la rigu­ rosidad y la grosería: / Alguna injuria, por supuesto, es indecente. / No se puede escribir: ‘ ‘fulano de tal es un decrépito, / Un cabro con anteojos, un ruin difamador, / Malicioso e infam e” , porque esto marca­ rá un personaje. / Pero podrán publicar, por ejemplo, / Que “ el señor sectario ortodoxo parnasiano es / (en sus artículos) un orador de dis­ parates, / total mente indolente, perfectamente aburrido, / Bastante pe­ sado y hasta necio” . Aquí ya no hay un personaje, sino, simplemente un literato ‘n3. Si a ustedes se les ocurre, imitando el ejemplo de la princesa tolstoyana o del señor Mijailovski, motejar a sus adversarios de “ puerco” o de “ crío” , esto “ sería una personalidad”, pero si comenzaran a probar que tal o cual sectario ortodoxo sociológico o historiosóíico, o económico, en sus artículos, “ obras” o “ bosquejos” , es totalmente aburrido, pesado y hasta .. .insensato, “ aquí no hay una personalidad, pero simplemente un literato” esto sería una rigurosidad y no una grosería. Desde luego que podrán estar equivocados en sus juicios, y sus adversarios harían bien de poner al desnudo los errores de ustedes. Pero sólo podrán, con derecho, inculpar de una equivocación, pero no, ni mucho menos, de rigurosidad, ya que de estas mordacidades no puede prescindir el desarrollo de la literatura. Si a la literatura se le ocu­ rriera prescindir de ellas, inmediatamente se habría convertido, según expresión de Bielinski, en una reiteración lisonjera de lugares comunes, triviales, cosa que la pueden desear tan sólo sus enemigos. El juicio del señor Mijaiiovslci acerca de la tradicional ordinariez alemana y acerca de nuestro propio salvajismo, ha sido provocado por el “ interesante libro” del señor Beltov, “ Contribución al problema del desarrollo de la concepción monista de la historia” . E l señor Beltov es acusado por muchos de exceso de mordacidad. Así, por ejemplo, con ■ motivo de su libro, el comentarista de la revista “ Kusskaia Mysl” , decía: “ Sin compartir la unilateral, a nuestro juicio, teoría del mate­ rialismo económico, estaríamos dispuestos en intereses tanto de la ciencia, como de nuestra vida social, a saludar a los representantes de esta teoría, sí algunos de ellos (los señores Struve y Beltov) no hu­ biesen introducido en sus controversias rigurosidades excesivamente grandes, si no hubieran puesto en ridículo a los escritores, cuyas obras se han hecho merecedoras de respecto” 413. Esto se publicó en la misma revista que aún no hace mucho había tildado a los partidarios del materialismo “ económico” de “ imbéciles” , y afirmaba que el libro del señor P. Struve era el producto de una erudición indigesta y de completa incapacidad de raciocinio lógico. Esta revista no gusta de las mordacidades excesivas, motivo por el cual, como va el lector, se ha hecho eco de los partidarios del materialismo económico con gran apacibiiidad. Ahora ya está dispuesta —en los in­ tereses de la ciencia y de nuestra vida social— a saludar a los repre-

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sentantes de esta teoría. ¿Para qué saludarlos’? ¿H abrán hecho mucho esos “ Imbéciles” por la vida social? ¿Habrá ganado mucho la. ciencia de la erudición no digerida y de la completa inaptitud de pensamiento lógico? A nosotros nos parece que el temor al exceso de perspicacia llevó a esta revista demasiado lejos y la obliga a decir cosas, merced a las cuales los lectores pueden sospechar que ella misma tiene incapa­ cidad para digerir algo y cierta ineptitud de pensar lógicamente. El señor P. Struve no emplea ningunas mordacidades (no ha­ blamos ya de “ excesivamente grandes” ), y en cuanto al señor Beltov, éste las emplea, pero solamente del género, del cual Pushkin, segura­ mente, habría dicho que afectan únicamente a los literatos y, por tanto, es permitido echar mano de ellas. El comentarista de la re­ vista supone que las obras de los escritores, de los cuales el señor Beltov se está burlando, son dignas de respeto. Bien, y qué, ¿si está convencido de lo contrario! ¿Qué*? si las “ obras” de estos señores le parecen, tanto aburridas, pesadas, como también, completamente faltas de contenido, y hasta muy nocivas para la actualidad., cuando la vicia social que se está formando requiere nuevos esfuerzos de pensamiento de todos los que no contemplan al mundo, según expresión de Gogol “ hurgándose las narices” . Al comentarista de “ Kusskaia Mysl” , le parece, posiblemente, que estos escritores son verdaderas lumbreras, faros de salvamento. Bien, ¿y qué, si el señor Beltov los considera extinguidores y adormecedores*? El comentarista dirá que el señor Beltov está equivocado. Está en su derecho de decirlo, pero a ésta, su opinión, la habrá de probar, y no darse por satisfecho con sólo condenar sim­ plemente las “ rigurosidades excesivamente grandes” . ¿Qué opinión 1¿ merecen al comentarista, Grech y Bulgarin? Estamos seguros de que si la hubiera emitido cierta parte de nuestra prensa la habría encon­ trado excesivamente perspicaz. ¿Hubiera esto significado, acaso, que el señor comentarista de “ Russkaia Mysl” no tiene derecho a pronun­ ciar francamente su opinión con respecto a la actividad literaria de Grech y Bulgarin? Nosotros, por supuesto, no situamos en la misma fila con Grech y Bulgarin a los hombres con quienes .están disputando los señores P. Struve y N, Beltov. Pero, sí, preguntamos al comentarista de la revista, porqué los decoros literarios permiten pronunciar una opinión mordaz acerca de Grech y Bulgarin y prohíben proceder de igual modo en relación a los señores Mijailovski y Kareiev? El señor comentarista cree, al parecer, que 110 existe ninguna fiera más fuerte que el gato, y que. por esta razón, el gato se merece, a diferencia de otras fieras, un trato especialmente respetuoso. Pero ya de esto, se está permitido abrigar dudas. Nosotros, por ejemplo, creemos que un gato subjetivo, es una fiera no sólo no fuerte, sino incluso que se está degenerando muy considerablemente, y que, por tal motivo, no es merecedor de ningún respeto especial. Estamos dispuestos a discutir con el comentarista, pero, antes de iniciar la discusión, le solicitamos que se elucide, pero muy bien, la diferencia que, sin duda alguna, existe entre la mordacidad de un juicio, y la grosería de una expresión literaria. Los señores Struve y Beltov emitieron un juicio que a

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muellísimos les puede parecer riguroso. Pero, ¿se había permitido, acaso, alguno de ellos recurrir, en. defensa de sus opiniones, al género de injurias, a la que recurrió, más de una vez. en sus contiendas li­ terarias, el señor Mijailovsld, este auténtico Miles Gloriosus4131 de nuestra literatura de “ vanguardia’7? Ninguno de ellos se lo permitió, y el mismo comentarista de ía revista habrá de hacerles justicia, si es que desea profundizar con. respecto a la diferencia que acabamos de señalar, entre un juicio perspicaz y una expresión grosera. A propósito con respecto al comentarista de “ Kusskaia Mysl” . Dice: “ E l señor Beltov, a lo menos, sin grandes cumplidos, llena de acusaciones a tal o cual escritor que habla de Marx sin haber leído sus obras, o que condena la filosofía hegeliana, sin haberse informado de ella de un modo independiente, etc. Ello 110 le impide, desde luego, a él mismo cometer errores y, sobre todo, en los problemas esenciales. Y el señor Beltov, al hablar precisamente de Hegel, dice un perfecto disparate: S i las ciencias naturales contemporáneas —leemos en la página 8 6 del mencionado libro— a cada paso vienen corroborando el pensamiento de Hegel acerca de la transformación de la cantidad en calidad, ¿se puede decir entonces que ellas no tengan nada en común con el hegelianismo? Pero la desgracia, señor Beltov, está en que Hegel no había afirmado, sino probado lo opuesto: según Hegel, la calidad se transforma en cantidad’7. Si tuviéramos que caracterizar esta idea del señor comentarista con respecto a la filosofía de Hegel, nuestro juicio, seguramente le parecería excesivamente mordaz. Pero no sería nuestra la culpa. Podemos asegurar al señor comentarista que acerca de sus conocimientos filosóficos habían emitido juicios muy perspicaces todos los que leyeron su comentario y los que conocen, aunque no sea más que poco, la historia de la filosofía. Por supuesto que no se puede exigir a todo periodista que tenga una formación filosófica sería, pero, sí, se le puede exigir que no se permita juzgar de las cosas que desconoce. De lo contrario siempre habrá de responder muy “ mordazmente” la gente, entendida en la materia. En la primera parte de “ Enciclopedia” de Hegel, como un agre­ gado al párrafo 108, refiriéndose a la medida, dice: “ La calidad y la cantidad aún difieren entre sí y no sou completamente idénticas. Como resultado de ello, estas definiciones hasta cierto punto son indepen­ dientes la una con respecto a la otra, de modo que. por una parte, la cantidad puede modificarse, sin modificar la calidad objeto, pero, por la otra, su aumento o disminución, a las que el objeto está, primi­ tivamente, indiferente, tiene un límite, rebasando el cual, la calidad se modifica. Así, por ejemplo, las diversas temperaturas del agua, al principio no ejercen ninguna influencia sobre su estado líquido y de gotas, pero al ir aumentando o disminuyendo su temperatura, llega un punto en que el estado de concatenación se modifica cualitativamente, y el agua se convierte en vapor o en hielo. Al. principio parece como si el cambio de la cantidad no afectara la naturaleza sustancial del

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s palabras, su posesión estaba vinculada con el mayor o menor grado de dependencia, según la fuerza y libertad del terrateniente. L. c., p. 75. (Obra citada, p ág. 7 5 ). 3s> “ H isto ire de la oonquéte’ etc., Paris,, t. I, p. p. £96 et 3 0 0 ^3 'H istoria de la conquista” , etc., P arís, t. I, págs. 296 y 3 00). 40 ( “ H istoria del tercer esta d o ” ) . ^2 E s interesante que ya los saintsim onistas notaran este lado flaco de las concepciones históricas de Thierry. A sí, Bazard, en el artículo antes mencionado anota que la conquista, en realidad, había ejercido sobre el desarrollo de la sociedad europea, una influencia muchísimo menor de la que cree Thierry. “ Quien entienda la s leyes de evolución de la hum anidad, ha de ver que el papel de la conquista, es un papel com pletam ente subordinado". Pero, en este caso, Thierry estaba m ás cerca do la s concepciones de su anterior maestro Saint Simón, que Bazard: S ain t Simón considera la historia d e la Europa Occidental, a partir del siglo X V , desde el punto de vista del desarrollo de las relaciones económicas, m ientras que el régim en social del m edioevo, lo explica, sim plem ente, como un producto de la conquista. 43 V éase “ D e la fé o d a lité ” , p. 50. ( “ Acerca del feu dalism o” , pág. 5 0 ). ■£4 Véase “ B e la fóodaU té’ ’, p. $12. ( “ Acerca del feu d alism o” , pág. 212), 47 (D ejad que los acontecim ientos marchen por su propio cu rso). Cierta­ m ente, no siempre. A veces, los filósofos, en nombre de esta misma naturaleza, aconsejaban al “ legislador, suavizar la desigualdad patrim on ial” . E sta es una de las numerosas contradicciones de los enciclopedistas franceses. Pero esto, aquí no nos interesa. Lo que es im portante para nosotros es solam ente que esta abstracta “ n atu raleza del h om bre” , en cada caso, fuera un argumento en favor de las aspiraciones com pletam ente concretas de éstos o de los otros sectores sociales y , además, exclusivam ente de la sociedad 'burguesa. 48 G rm .m , ‘ ‘ Correspondanee litté r a ir e ” . ( “ Correspondencia lite ra ria ” ) de agosto de 1774. Grimm, al hacer este interrogante, no hace sino repetir el pen­ sam iento del abate Arnaud, quien lo desarrolló en na discurso pronunciado en la A cadem ia Francesa, so Sw zrd, loe. cü ., p. $88. (Suard, obra citada, pág. 38 3 ), 51 H elvecio, en su libro “ D e V K o n ie ” ( “ A cerca del H om bre” ) , tien e un detallado proyecto de una “ legislación p e r fe c ta ” . Sería interesante y aleccio­ nador, en alto grado, comparar esta utopía, con las de la prim era m itad del siglo X IX . Pero, lamentablem ente, n i los historiadores del socialism o, n i los de la filo so fía , hasta ahora, habían concebido el pensam iento de sem ejante con­ frontación. E n lo que hace, especialm ente, a' los historiadores de la filo so fía , éstos, dicho sea de paso, han tratado a H elvecio del modo más im propio. H asta el sereno y mesurado Lange, no tiene para él otra caracterización que la del “ superficial H elv ecio ” . E l idealista absoluto, H egel, m uestra una actitu d más correcta a n te el m aterialista absoluto, H elvecio. 52 “ Sí, el hombre es lo que de él hace la om nipotente sociedad, o la todo­ poderosa educación, tomada esta palabra últim a en su sentido m ás am plio, ea decir, entendiendo, por ella, no tan sólo la educación escolar, o libresca, sino también la que nos dan los hombres y la s «osas, los acontecim ientos y las circuns­ tancias, una educación, cuyo in flu jo comenzamos a sentirlo ya en la cuna y que no se paraliza n i por un in sta n te” . ( C dbet, “ V oyage en I ca ríe1’) , ( “ V iaje a Ic a r ia ” ) , edición de 1848, pág. 402. 83 ( “ Esbozo de un sistem a social racion al” ). 54 Véase “ L e P rodu cteu r’ i. I , P a ris, 1835, In trodu ction, ( “ E l Produc­ t o r ” , t. I , P arís, 1825, Introducción). 55 w systém e in d u striel '* P aris, HÍD'CCGXXI, préface, p. p. V l - Y I I ) . (" A cerca del sistem a in d u strial" , París, MDCCCXXI, prefacio, págs. V I -V I I). L a ley de las tres fases tuvo ta l im portancia para S ain t Simón, que estaba pronto a explicar por esta ley, los fenómenos netam ente políticos, por ejem plo, el imperio de los " le g a lista s y m eta físieo s" durante la revolución francesa. P ara F lin t no habría sido d ifícil ‘ ‘ descubrir'' esto, si hubiese leído con atención las obras de Saint Simón. Pero, lamentablem ente, es m uchísim o m ás fá cil escribir la h is­ to ria cien tífica del pensam iento humano, que estudiar el curso real de su desarrollo. " E ste pensam iento fue tomado posteriorm ente y desfigurado por Proudhon, quien construyó sobre él su teoría de la anarquía. es ( i L ’org a n isateu r!> ( " E l organizador” ) , pág. 119, tomo IV de las obras de S ain t Simón, que form a el tomo X X de las obras com pletas de Saint Simón y E n fan tin . 69 (L o que ellos llam an el espíritu de la historia, / E s tan sólo el espíritu propio de esos señores), 70 E’n el artículo ' ‘ Considérations sur la baisse progresive du loyer des objets m obiliers e t in m ob iliers", “ P roducteur ’ t. I, p. 564 ("C onsideraciones acerca de la b aja progresiva del arriendo por bienes m uebles e inm uebles” , " E l P rod uctor" , t. I, pág. 564). 71 Véase, sobre todo, el artículo "C onsidérations sur les progrés de l'ecoB.oinie poli ti que ■ ’ ', " P rodu cteu r ” , t. IV . ("C onsideraciones acerca de los pro­ gresos de la economía p olítica ” , " E l P rod uctor" , t. I V ). 74 Obras de N . K. M ijailovski, tomo I I , segunda edición, S. Petersburgo, 1888, págs. 239-240. 76 " N u estro s rum bos” , S. Petersburgo, 1893, pág. 138. 77 L . cít., págs. 9, 13, 140 y muchas otras. 78 Idem . págs. 143 y siguientes. 80 Los enciclopedistas del siglo X V I I I tam bién se contradecían com pleta­ mente, aún cuando sus contradicciones se m anifiestaran en otro aspecto, Apoyaban la no intervención del Estado y, sin embargo, exigían, de vez en cuando, del legislador, una reglam entación m inuciosa. Los enciclopedistas tampoco tenían cla­ ridad acerca del vínculo de la " p o lít ic a ” (a la que consideraban como cm tsa) , con la economía (a la que estim aban como un efe c to ). 82 (Id ea s f ij a s ) . 8-í (L a razón, en últim as cuentas, habrá de triu n fa r). 85 ' ‘ Dans m i tem ps plus on m oins long ü f a u t, disen t les sages, que iou tes les p o ssib ilité s se réalisen t: porpu oi d íse sp erer du bonheur fu tu r de l ’humaniié? ( " E n un futuro m ás o menos lejano — dicen lo s sabios— , todas las posibilidades han de realizarse, ¿por qué, entonces, desesperar de la fu tu ra felicidad de la hum anidad?' ’). 87 Obras de N . K , M ijailovski, t. I I , segunda edición, págs. 102-103. ¡>2 Ni'kolai-on, Esbozos de nuestra economía social desde la Reforma, San Petersburgo, 1893, págs. 322-323. 94 Ni'kolai-on, Esbozos de nuestra econom ía social desde la Reforma, San Petersburgo, 1893, pág. 343.

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96 De conformidad con ello, tam bién los planes prácticos del señor N.-on representan una repetición casi literal de las “ reivindicaciones” que, desde hace mucho y a y, por supuesto, com pletam ente estéril, presentaron nuestros utópicos* p o p u listas, por ejem plo, en la persona del señor P ugavin. “ E n cam bio, a los o b jetivos y tareas fin a les de la actividad social y del Estado (como ven, aquí no se olvida, ni la sociedad, n i el E s ta d o ), en el terreno de la econom ía fabril, deben servir, por una parte, el rescate, en favor del E stado, de todos los instru­ m entos de trabajo, y su concesión ai pueblo en usufructo provisorio, por un arriendo; por otra parte, la instauración de una organización ta l de condiciones de produceción (el señor P ugavin quiere decir sim plem ente, la producción, pero, según el hábito de todos los escritores rusos, encabezados por el señor M ijailovski, em plea la expresión “ condiciones de producción” , sin comprender lo que esto s ig n ific a ), cuya base la form arían la s necesidades del pueblo y del E stado, y no los intereses del mercado, de la ven ta y de la com petencia, como ocurre bajo la organización m ercantil cap italista de la s fuerzas económicas del p a ís ” (V , $. P u g a vin , E l artesano en la Exposición, Moscú, 1882, pág, 15). Que el lector -compare este pasaje con el que hemos citado antes del libro del señor N.-on. 08 T. I, p. 140. ( “ E l P rod uctor” , t. I , pág. 140). 90 A cerca do esta organización, véase en “ G lobe” loo de 1831-1832, donde h ay una exposición detallada, con reform as preparatorias y transitorias. 100* '' Unsere Nationallconomen streb en m it alien K r tifien D eutschland a u f ■die S tu fe der In du strie zu beben, von welcher herab England j e t z t die andern L a n d er nooh beherseht. E n glan d is t ih r Id e a l. G ew iss: E ngtm ui sie rt sieh gern schon a n ; JSngland hat seine B esitzu n gen in alien W eltth eilen , es w eiss sem en B in flu ss aller O rten gelten d su machen, es hat die reich te H an dels — und K r ie g s flo tte , es w eiss bei alien H an d elstralc t a i en die Geg enlcún ira lient en im m er Jiinters L ic h t m fiihren, es hat die speh u lativsten K a u fle u te , d ie bedeu ten dsten K a p ita liste m , die erfin du n gsreich sten K d p fe , die p ra e h iig sten Eisenbahnen, die (jrosüartigsten M aschinenanlagen; gew iss, E nglan d is t, -von dieser B eüe b eiracM et, ein glücicliches L and, aber —• eslasst sieh auch ein anderer G esichtspunht bei é e r Schatzung E nglands gew innen m .d u n ter diesem m ochte doch ivohl das GMcTs desselben von seinem üngliiclc bedeu ten d iiberw ogen w erden. E n glan d is t .rntch das L and, in welchem das E lend a u f die lio d is te S p its e g eirieben is t, in welchem jiih rlich S u n d e rtd n oíon sch H ungers sterben , in welchem die Á rb e ite r m F ü nfaigtausenden su arbeiten verw eigern, da sie trotó a ll’ih rer Miihe -und eLiden n ich t so viel verdienen, dass sie n otltdiir f t i gleben Iconnen. JSngland is t das L and, in welchem d ie W oh lth atigh eit durch di$ A rm m ste u e r zm n üusseriichen G esets g em ach t w erden m usste. S eh t doch ih r, N a tio n a l okonomen, in den F abrihen Me w ankenden, gebiiclcten und verwachsenen G est alien, seh t die hleiehen, áb gehárm ten schw inüsüchtigen G esiehter, seht a ll ’das g e istig e und das leibliehe E lend, und ih r w o llt D eutschland nooh m einem zw site n E n glan d machen? E n glan d Iconnte nur durch Ungliich und Jam m er z% dem Sóhenpunlct der In d u strie gelangen, a u f dem es j e t z t ste h t, und D eu tschlan d Icomúe nur durch d ie se lb m O pfer ühnliche R esu ltá is erreichen, d. h. errreiclien, dass die Jieiehen noch reicher und d ie A rm en noeh drm er w e rd e n ” . “ T riersehe Z e itu n g ” , 4 M ai, 1848, reimpreso «n el primer tomo de revista, publicada bajo la redacción de M. H ess, bajo el títu lo de “ D er G esettsokaftsspiegel, D ie gesellsch afilich e Z ustdn de der cim lsierten W e l t ” , 13and I, Isertolvn und JSlberfeld, 1 8 4 6 .( “ N uestros econom istas tienden, con todas la s fuerzas, a elevar a A lem ania al nivel del desarrollo industrial, desde el cual Inglaterra im pera ahora sobre los demás países. In glaterra es su ideal. Claro está: In glaterra se siente m uy satisfech a de sí misma. Inglaterra tien e sus posesiones en todas partes del mundo, sabe afirm ar por doquier su in flu en cia, es dueña de la m ás rica flo ta m ercante y de guerra, sabe como in filtra r sus agentes en la ftoneextaeión de lo s tratados comerciales 3 es poseedora de los comerciantes m ás diestros, de los m ás grandes capitalistas, de la s cabezas con m ás inventivas, de los m ás suntuosos ferrocarriles, de los equipos técnicos m ás perfeccionados. D esde luego, si se ha de considerar a Inglaterra, desde este punto de vista, es un país feliz, pero existe también otro ángulo de m iras, desde -el cual, la felicidad de ese país, tal vez, en m edida considerable, queda eclipsada

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por su desventura. Inglaterra es, al mismo tiem po, el p aís, en el que la miseria ha alcanzado su lím ite máximo, en el que, anualmente, como es notorio, centenares de personas perecen de hambre, en el que los obreros, por decenas de miles son despedidos del trabajo, puesto que y pese a todo su trabajo y sufrim ientos, no llegan a ganar lo suficiente para asegurarse una existencia de las m ás modes­ tas. Inglaterra es un país en el que la beneficencia, en form a de una contribución en favor de los pobres, hubo que convenir en una ley form alizada. F íjen se, pues, econom istas, en las figu ras vagabundas, encorvadas, retuertas, fíjen se en sus ros­ tros pálidos, tristes, tuberculosos, fíjen se en toda esta, pobreza, espiritual y corpo­ ral y digan, ¿es que quieren, después de todo, hacer de Alem ania una segunda Inglaterra? Sólo a través de ia calam idad y la. desventura, pudo In glaterra llegar al actual florecim iento de la industria, y solam ente por medio de igu ales sacrificios, podría Alem ania alcanzar análogos resultados. Dicho en otras palabras, alcanzar que los ricos sean más ricos y que los pobres se vuelvan m ás pobres de lo que so n ” . ( ‘ ‘ Gaceta de Tri'er” , del 4 de mayo de 1 8 4 6 ) ... 101 “ S o ü te es den Consiítutionellen. gelin gen , -—d ijo B échner— die d&wtsche Bigeerungen m ctürsen und eine allgem eine M onarclúe oder Bepublilc einzuflühren, so bekormnen w ir hier einen G eldaristohratism us, w ie in FreinlcreieJi, un Ueber solí es bleíbcn, m e es je ta s ¿ si” . Véase Georg Büchners sam m tliohe WerJce, ed it. bajo la redacción de Frunzo se, 8. 123, ( “ Si ios constitueionalistas lograran derrocar los Gobiernos germ ánicos e instaurar una m onarquía general o una República, tendría­ m os una aristocracia del dinero, igu al que en F rancia, y es m ejor que las cosas sigan como hasta ahora” . Véase G eorg Büehner, Obras com pletas, ed. bajo la re­ dacción de Franzose, pág. 122). 102 (del aborrecible interés de lo s m ercaderes), ios ( “ del pueblo de A lb ió n ” io s). 104 (' ‘ Opiniones filosóficas, literarias y económ icas” ), lou ( ‘ 'E l P roductor” ). 107 ‘ ' C onsidérations sicr les sciences e t les sa v a n ts” , en el primer tomo d¡e “ P roducteur” . ( “ Consideraciones sobre las ciencias j los sab ios” , en el primer tomo de “ E l P roductor” , págs, 355-356). io s Idem., pág. 304. ioo “ L iteratura y V id a ” , “ Russkaia M y sl” . ( “ Pensam iento ru so” ) , 1891, libro IV , pág. 195, n o Obras de N . K . M ijailovski, t. IV , segunda edición, págs. 265-266. n x Idem ., págs. 186-187. 112 Idem., pág. 1S5. H3 Adem ás, las expresiones m ism as de “ método o b je tiv o ” , “ método subje­ t iv o ” representan una inmensa confusión, cuando m enos, term inológica. “ L e vra i sens du systém e de la n a tu re ” , é L on dres 1774, p. 15. ('“ E l verdadero sentido del sistem a de la n atu raleza” , Londres, 1774, p ág. 1 5 ). l i s “ D e l ’H om m e” , Oeuvres com pletes de H elvetiu s, P a ris, 1818, t. I I , p. 130, ( “ Acerca del H om bre” , Obras com pletas de H elvecio, P arís, 1818, t. I I , pág. 120). l i s E n la tem pestad de la acción, en la s olas de la vida / Yo asciendo / Yo desciendo. . . / La muerte y el nacim iento / una mar eterna; / L a vida y el m o­ vim iento / en la eterna v asted ad . . . ¡ A sí en el telar de lo s tiem pos perecederos / Un manto vivo tejo a los Dioses. n o (L a ju sticia suprema es la máxima in ju stic ia ). 121 A l señor M ijailovski le parece inconcebible este imperio eterno y om ni­ presente de la dialéctica; todo cam bia, con excepción de las leyes del movimiento dialéctico, dice con un escepticismo m alicioso. Sí, esto es precisam ente así, contes­ tam os nosotros, si quiere impugnar esta opinión, habrá de recordar que tendrá que refutar el punto de vista fundam ental de las ciencias naturales contemporáneas. P ara convencerse de ello, le baste con recordar las palabras de P layfair, que Lyell había tomado como ep argífe para su afam ada obra “ P rin cipies o f G eology” : “ Á m id th e revolutions o f th e globe, th e econom y o f N a tu re 1tas been un iform and her law s are th e only th in gs th a t have re sistid th e general m ovem en t. The rivera a n d th e róeles, th e seas and th e con tin en ts have be en changed in all th eir p a rts ; b u t th e law s which dvrect the se changes, and th e rules to which th ey are sublaw s

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which d irect these canges, and the ru les to which th ey are su ject, have rem ained in va ria b ly the s a m e ( “ Los P rincipios de la G eología” : “ E n tanto que el globo terráqueo soportó las m odificaciones, la estructura de la naturaleza permaneció uniform e, y sus leyes fueron las únicas en resistir el m ovimiento general. Los ríos y la s rocas, los mares y los continentes cambiaron en todas sus partes; m ás las leyes que presiden estos cambios y las normas a que éstos están subordinados, con­ tinuaron, invariablemente, unas y las m ism a s" ). 122 ‘ 'W issen sch a ft der L ogilc” . ( “ Ciencia de la L ó g ica ’ '), prim era edición, parte I, libro I, p ágs. 313-314. 123 “ Soñando en abrazar la p rofesión de abogado — relata el señor M ijai­ lovski—• con fervor, aun cuando sin seguir ningún orden, me había dedicado a la lectura de diversas obras jurídicas. E ntre ellas, figuraba el Manual de Derecho P enal del señor Spasovicb. En esta obra hay un sucinto resumen de los diversos sistem as filo só ficos en su relaeión con la crim inalidad. Me he quedado sorprendido, sobre todo, por la afam ada triada de H egel, en virtud de la cual, la pena va lle ­ gando a ser, de modo tan gracioso, la reconciliación de la contradicción existen te entre el derecho y el delito. Y a se sabe lo seductivo que es esta fórm ula trinómica de H egel en sus más variadas ap licacion es. . . no es de extrañarse que me cautivara en el Manual del señor Spasovich. N o es de asombrarse que posteriorm ente sintiera atracción, tanto de H egel, como de muchos o t r o s ... ( “ Busskaia M y s l'’, 1891, libro I I I , sec. II , pág. 188). Lástim a, mucha lástim a, que el señor M ijailovsld no señalara las proporciones en que había dado satisfacción a ésta su atracción “ d/e H e g e l" . A juzgar por todo lo que se ve, no había avanzado muy lejos en este aspecto. 124 E l señor M ijailovski asevera que el finad o N . Sieber, al probar, en sus discusiones con él, lo inevitable del capitalism o en Busia, ' ‘ empleó toda clase posible de argum entos, pero al menor peligro se escudaba al amparo del irrevocable e inape­ lable desarrollo dialéctico trinóm ico’ ( “ Busskaia M y sl" , 1892, libro V I, sec. I I , pág. 196). También asegura que toda la profecía de Marx — como él se expresa— con respecto al desenlace del desarrollo cap italista, se apoya tan sólo en la “ tría­ d a ” . E n lo que concierne a Marx, hablarem os m ás adelante, pero en cuanto a Sieber se refiere, haremos constar que nosotros tuvim os la oportunidad, m ás de una vez, de conversar con el finado, y ni una sola vez hemos oído de él referencias al “ desarrollo d ialéctico’ Más de una vez él mismo declaró desconocer comple­ tam ente el valor de H egel en el desarrollo de la economía m ás moderna. Claro está, sobre los muertos se puede descargar todo, y, por eso, el testim onio del señor M i­ ja ilovsk i es irrefutable. 120 V éase su “ S yste m der crworlíenen JRechte” , zioeite A u flage, L eip zig , 1880, Vorrede, S. 8 . X I I -X I 1 I . ( “ Sistem a de los derechos adquiridos” , segunda edición, Leipzig, 1880, P refacio, págs. X I I - X I I I ) . 127 (D e ti están difundiendo fá b u la s). 128 Chernishevsld: “ Esbozos del período gogoliano de la literatura ru sa” . San Petersburgo, 1892, págs. 258-259. E n una acotación especial, el autor de los “ E sb o zo s” , aclara excelentem ente, qué es, propiam ente, lo que denota este examen do todas las circunstancias de las cuales depende un fenóm eno dado. Citamos aquí tam bién ésta, su acotación. “ Por ejem plo: una lluvia, ¿es un bien, o un mal? E sta pregunta es abstracta; es im posible contestarla de una manera definida, a veces una lluvia reporta utilidad, a veces, aun cuando más raramente, ella causa un daño; hay que hacer la pregunta en form a m ás determ inada: Después de haber finalizado la siembra del trigo, en el curso de cinco horas ha llovido fuertem ente, esta lluvia, ¿fue ú til para el trigo? Sólo aquí, la respuesta es clara y tien e sentido: “ esta lluvia fu e muy ú t il” . “ Pero en el mismo verano, cuando llegó el momento de la recolección del trigo, toda una semana llueve torrencialm ente, gesta lluvia es ú til para el trig o ? ” Tam bién aquí cabe una respuesta clara y ju sta: “ N o, esta llu­ via fu e d añ ina” . Exactam ente igu al se resuelven todas las cuestiones en la filo so fía hegeliana. “ L a guerra, ¿es perniciosa o b en éfica ? ” . E n general no es posible con­ testar a esta pregunta de una manera term inante: es m enester saber de qué guerra se está tratando; todo depende de las circunstancias del tiempo y del lugar. Para los pueblos salvajes, el daño de la guerra es m enos sensible, siendo más palpable

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su utilidad; para los pueblos cultos, la guerra suele ocasionar menos utilidad y más daño. .Pero, por ejem plo, la guerra de 1812 fue una guerra de salvación, para el pueblo ru so ; la b atalla de Maratón 129 fue el suceso m ás benéfico en la historia de la humanidad. Tal es el sentido que tiene el axiom a “ no existe ninguna verdad abstracta; la verdad es siempre con creta" ; el concepto acerca de un objeto es con­ creto cuando éste está representado con todas sus cualidades y peculiaridades y en las condicones en las cuales existe, y no abstraído de estas condicones y de sus particularidades vivas (como suele representarlo el pensam iento abstracto, cuyo juicio, por este m otivo, carece de sentido para la vida real) " 130. 133 “ Busskoie B o g a tstv o " , 1894, libro 2, sec. I I , pág. 150. 135 ( “ L a subversión de la ciencia por el señor Eugenio D üh rin g' ’). 136, “ Busskoie B o g a tstv o " , libro citado, sec. I I , pág. 154-157. 138 (nosotros hemos cambiado todo esto ). 133 Exactam ente hablando, E ngels se refiere a un grano de cebada, y no de avena, pero ello, desde luego, no es esencial. 140 Federico Engels, A nti-P üliring, págs. 126-127, Ed. H em isferio, Buenos Aires, 1956. 142 (toda determinación, es a la par una negación). 144 “ T ra ité de B o ta n iq u e' ’ p ar Fh. Van~Lieghem, ~-me édition, prem iére p&ríie, P a ris, 1891, p. 84. ( “ Tratado de B o tá n ica ” , por F. Van-Tieghem , segunda edi­ ción, P arís, 1891, pág. 24). 145 1' Entsylclopadie' ’, E rster T«il, párrafo S30, Z u sa tz ^ 8 ( “ E nciclopedia” , Primera parte, párrafo 230, A d ieión ). 146 ( “ Enciclopedia de ciencias filosóficas en un esbozo su scin to " ). iw ( “ Discurso acerca del origen y los fundam entos de la desigualdad entre los h o m b res" ). iso (a lo largo de toda la lín ea ). 151 ( “ Discurso acerca de la d esig u a ld a d " ). isa Todos estos extractos están tomados del ya mencionado cuaderno de 1' Busskoie Bogatstvo ’ 154 ( “ Discurso acerca de la d esig u a ld a d " ). 155 P ara los dudosos existe todavía el siguiente pasaje m ás: “ J ’ai assigne ce prem ier degré de la décadence- desmoeurs a% prem ier viom ent de la culture des lettres dans tous les pays du m o n ée” . L e ttr e & M. ¡‘abité B aynal, Oeuvres de Rousseau, P a ris, 1820, t. I V , p. éS, ( “ Y o había atribuido este primer grado de la decadencia de las costumbres al primer momento de desarrollo de la ciencia en todos los países del m undo". Carta al señor A bate Baynal. Obras de Bousseau, P arís, 1S20, t. IV , pág. 4 3 ). 156 V éase el comienzo de la segunda parte de “ Discours sur 1 ’in é g a lité " . ( “ Discurso acerca de la d esig u a ld a d " ), 153 “ Fterm Eugen D ühring ’s ü m w alsun g, etc," , 8, A u fl. S. 184. ( “ AntiDühring, pág. 133, Ed. H em isferio, Bs. A ires, 1956). 160 Idem ., págs. 2-2-24 162 Que nuestro lector nos perdone por la cita que transcribim os de la “ B ella E le n a " . H ace poco hemos vuelto a leer el artículo del señor M ijailovsld, “ E l darwm ism o y la pequeña opereta áe O ffen b aeh " , y aún estam os bajo la fuerte im pre­ sión que nos ha producido. 163 (en sí y para sí). 168 (la razón, en últim as cuentas, siempre resulta tener la razón). 1T4 ( “ Fundam entos de la teoría cien tífica com p leta" , Leipzig, 1794), 175 “ D er S tre it der K ritilc m it E ireh e tm d S ta a t ” , von E d g a r B auer, Bern, 1 8 4 Í, S. 184. ( E d g a rd Bauer, “ L a controversia de la crítiea con la Ig lesia y el E sta d o " , Berna, 1844, pág. 184). 176 L. c., S. 185 (Obra citada, pág. 185). i?s> Es lo mismo que la idea absoluta. 180 E l lector no habrá olvidado la expresión deH egel antes m encionada, de que el búho de Minerva emprende su vuelo tan sólo de noche. 181 Bruno Barrer, hermano mayor del antes mencionado Edgar Bauer, autor

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-de la, en su tiempo, célebre “ K r itik der evangelisehen Gesohiohte der 8ynoptiTcer’ ( “ Crítica de la historia evangélica de los sin óp ticos” ) . 182 “ 'Die heilige F am ilie oder Kribilc d er ¡crtíisohen IcritiJc, Ge gen Brm io B auer und C on sorten ” von F . E n gels und K . M arx. Frarilcfurt a. M-ain- 1845, S . 126-188. ( “ La sagrada fam ilia, o Crítica de la crítica crítica. Contra Bruno Bauer y Con­ sortes ” , por F . 'Engels y C. Marat, F ran lífu rt sobre el M am e, 1845, págs. 126-128). E ste libro representa una recopilación de artículos de E n gels y Marx dirigidos con­ tra las diversas opiniones de la “ crítica critica ” . E l p a sa je citado está tomado do un artículo de M arx *84, contra Bruno Bauer. También, es de Marx el p asaje cita ­ do en el capítulo anterior ( Carlos M arx-Federico E n gels, “ L a Sagrada F am ilia, y otros escrito s" , págs. 151-152 y 122-124, Ed. Grijalbo, México, 1958). (3ST, del T .). 18 -t Carlos M arx-Federico Engels, “ L a S agrada F am ilia, pág. 177. (Editorial Grijalbo, México, 1958. (N. del T .). , 183a La ciudad rusa de Suzdal ten ía fam a por su producción de iconos. Los iconos se producían allí en gran escala, a precios bajos, pero eran copias tosca­ m ente im presas y carentes, en absoluto, de todo arte. L a acepción de “ suzdaliano” llegó a convertirse, en Rusia, en sinónimo de obra de chapucería. (K , del T .). 187 “ So íhoroughly is the use o f tools th e exclusive a ítrib n te o f m an, th a t ihe diseovery o f a single a riific ia lly shaped f lm t in th e d r if t or cme'breücia, is deem ed p r o f enougk th a t man has be en t h e r e “ P reh istoria Maní” , i y D aniel W üson, val. I, p . 151-153, London, 1876. ( “ E l empleo de herram ientas es, por do­ quier, una peculiaridad tan exclusivista del hombre, que el descubrimiento, en los aluviones o en los boquetes de las cavernas, aunque no fuera más que una piedra artificialm en te labrada, se considera prueba su ficien te de que allí había vivido un hom bre” . “ E l hombre p reh istórico’ ', por D an iel W ilson, t. I, págs. 151-152, Londres, 1876). 18 S “ L ohn arbeit und K a p ita l” . ( “ Trabajo asalariado y C apital” , por Carlos M arx 180 , en C. Marx y F . Engels, Obras escogidas, pág. 54, Ed. Ca;r tago, Bs. A i­ res, 1&57. (N . d d T .). ioo Idem . 103 . 102 “ L a descendanae de Vhomme, e t c .” , P aris, 1881, p. 51. ( “ E l origen del hombre, e tc .” , P arís, 1881, pág. 51). 103 En el conocido libro de von M artius referente a los prim itivos pobladores del B rasil ios, se pueden hallar algunos ejem plos interesantes que muestran la im­ portancia de que las peculiaridades, — al parecer m ás iasig n ifica tiv a s, que las loca­ lidades— tienen en el desarrollo de los contactos m utuos entre sus moradores. ios Además, en lo que hace al mar, es preciso hacer constar que éste no siempre aproxima a los hombres. Eatzel. (' ‘ A ntropo-G eo graph ie ’ 7, S tu ttg a r t, 188$, p . 9 3 ” ) . ( “ A n trop o-geografía” , S tu ttgart, 1882, pág. 9 2 ), hace notar con razón que en una cierta fa se de desarrolllo, 'el mar constituye una frontera absolu ta, esto es, hace im posible cualquier contacto entre los pueblos que separa. P or su parte, los contactos, cuya posibilidad está, originariam ente, condicionada, de modo exclu­ sivo, por las peculiaridades del medio geográfico, im prime su sello sobre la fisonom ía de las tribus prim itivas. Los insulares se distinguen vigorosam ente de los mora­ dores continentales. “ D ie B evólber ungen der Inseln sind in einigen F allen vóllig án d ete ais die des nachsi gelegnen F estlan des Oder der n a ch stm grossern I n s é lj aber auch wo sie ursprünglich derselben Tíasse oder V óücergruppe angehoken, sind sie im m er w e it con derselben versclúeden ; u n d zw a r Icann man hinzuseízen, in der Jiegel w e iter ais die ents-prechenden fesílan disch en A bzw eigu n gen dieser B asse oder Gruppe untexeinander” . (R a tse l, 1 c., S. 9 6 ). ( “ Los pueblos que habitan las islas, en diversos casos, se distinguen com pletam ente de lo s del continente más próximo o de la isla mayor m ás próxima.; e incluso allí donde, originariam ente, pertenecie­ ran a la mism a raza o grupo de pueblos, difieren, de todos modos y siempre muy pronunciadam ente, de dicha raza. Añadam os que, eomo norma, se distinguen m ás los unos de los otros, que las correspondientes ram ificaciones de esta raza o grupo que viven en el con tinente” . (Ratmel, obra citada, p ág, 96)< Aquí se repite la misma ley que rige en la form ación de la s especies y variedades de animales. 196 M arx, “ D as K a p ita l” , D r itte A u fla g e, 8 . 5%4-586197, (M arx, “ E l Ca­ p it a l” , 3." edición, págs. 524-526). (P á g . 409', Ed- Cartago, B s. Aires, 1956). E n la

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n ota sil pió de p ágin a (pág. 409 de Eá. C artago), M ax añade: “ U na de las bases m ateriales en que descansaba el poder del estado indio sobre los pequeños organis­ mos de producción incoherentes y desperdigados, era el régim en del suministro de aguas. Los dominadores m ahom etanos de la In d ia supieron ver esto m ejor que sus sucesores in gleses ’ \ Confrontam os con la opinión de Marx citada en el texto, la •opinión de una investigación m ás reciente: ‘ ‘ XJnter dem , wasclie lebende N a tu r dem Menschen an Gaben b ie te t, i s t niaht der B eicktm n s (sobre el golpe de E stad o). aso ‘ ‘ Deutsch-Fra-nzosisclie JalirM ichar” , P arís, 1844, artículo: l t Zur Icrüilc der 'RegeUchen P echtsphilosophie, E in leitu n g, p. 8~3-261. ( “ Anuales franco-aleman e s” , P arís, 1844, artículo: “ E n torno a la crítica de la filo so fía del derecho, de H egel. Introducción, pág. 8 2 ). (En “ La sagrada fa m ilia y otros escritos" , por (Jarlos M arx-Federico E n gels, Ed. Grijalbo, págs. 12-13, M éxico, 195$). 262 “ PM losopM e d e l ’a r t ” , á&uxiéme édition . P arís, 1872, p. p .- 13-17. ( “ F i­ losofía del a r te ” , ed. 2.a, P arís, 1872, págs. 13-17). 203 ‘PM losopM e de V a rt dan s les P a y s-B a s” , P aris, 1869, p. 96. ( “ F ilo so fía del arte en los Países B a j o s ” , P arís, 1869, pág. SG). 2M “ N ous subissons l ’influence du m üieu p o litiq u e ou historique, nous su'b issons l ’ínfhience du ■milie-u social, nous subissons aussi l ’influence du m üieu p h ysique. M as il ne fa u t pas oublier que si nous la subissons, nous pouvons pou rían t aussi lui resister et vous savez dans doute q u ’ü y en a de m em orables e z e m p le s ... S i ro u s subissons 1/in flm n ce du m üieu, un pou voir que nous avo-Ks aussi, c ’est de ne p- « nous laisser fa ire, ou pou r dire encare quelque chose de plus, o 'e st de con­ form ar, c ’est (V adapter le m üieu lui-meme á nos propres conven/m ees” . (F . Brune­ tiére, L ’évólution de la critqu e depvAs la renaissance j'usqu’á nos jo n rs■ P arís, 1890, p . p. 860-% 6í). ( “ Nosotros estam os stijetos a la in flu en cia del medio político o his­ tórico, estam os sujetos, asim ism o, a la in flu en cia del medio am biente físico. Pero no ha de olvidarse que, si estam os sujetos a ella, podemos, al mismo tiempo, opo­ nérnosla, y ustedes, por supuesto, conocen memorables ejem plos de e l l o ... S i esta­ m os sujetos al in flu jo del medio ambiente, poseemos tam bién la facultad de no su jetam os a él. más aún, podemos conformar, adaptar el medio mismo a nuestras necesidades;. { F. Brunetiére. ( ' Evolución de la crítica desde el Renacim iento hasta nuestros d ía s” , P arís, 1890, págs. 260-2(31). 26S “ Z u r K r itiis der pdliiisch en OeJconomie” , S. 10, Anmerlting. ( “ Crítica de la eeonomía p o lítica ” , págs. 25-26, N o ta al pie, Ed. F uturo, B s. A ires, 1945 (N . del T .). 209 (E l presente párrafo fig u r a solam ente en la prim era edición). - 70 ( “ la prudencia se ha vuelto insensatez, la bondad, m alicia” ) . 271 L. e. pp. 262-263. (Obra citada, págs. 262-263). 272 (por excelen cia). 274 (conocim ientos). 275 (tercer estam ento).

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( a lo la r g o de tocia la lín e a ) ,

278 E n Alem ania, la lucha entre las opiniones literarias, como se sabe, se libró con muchísima mayor energía, pero allí, la lucha p olítica no había atraído la atención de los innovadores. 270 (la contradicción es la que hace avanzar), 280 Podría parecer que, ¿qué relación con la lucha de clases puede tener la historia del arte, por ejem plo, digam os, la arquitectura? Sin em bargo, tam bién ella está íntim am ente vinculada con esta lucha. Véase E d . Corroier, L ’architecture goth iqu e (L a arquitectura g ó tica ), sobre todo, la cuarta parte: “ L ’arcM tecture c iv ile ” . ( “ L a arquitectura c iv il” ) , 2 8 1 “ H in íro d u it dans le m onde d es idées e l des sen tim en ts, des ty p e s %ouvea u x ” . ( “ L ’a rt a% -point de vae sociologiqu e’ P a ris, 1889, p. S I ) . ( “ E l in ­ troduce en el mundo de las ideas y de los sentim ientos, los nuevos tip o s ” . ( “ E l arte, desde el punto de vista sociológico” , P arís, 1889, pág. 3 1 ), 282 Dicho sea de paso, es solam ente en el sentido form al que existe aquí el doble carácter de la influencia. Toda reserva de conocim ientos dada, había sido acopiada, precisam ente debido a que las necesidades sociales incitaron a los hom­ bres a su acumulación, orientaron su atención haeia el correspondiente rumbo. 283 Y h asta qué grado, las propensiones estéticas y los juicios estéticos de to­ da d a se dada, dependen, de su situación económica, lo sabía ya el autor de “ L as relaciones estéticas entre el arte y la realid ad ” . Lo bello es la vida, — deeía— y aclaraba su pensam iento con las siguientes consideraciones: “ L a vida buena, la «vida, tal como ella debe ser», para el pueblo simple, es­ trib a en comer opíparamente, vivir en una buena morada, dormir exuberantem ente; pero, al mismo tierfipo, el labrador, en su concepción de la «vida» siem pre engloba tam bién al concepto dei trab ajo; no se puede vivir sin trabajar, sería una vida tediosa. Resultado de la vid a en abundancia, trabajando rudamente, sin. llegar, no obstante, a la extenuación, es que el joven labriego o la muchacha aldeana tengan un color extraordinariam ente fresco en el rostro y rosadas las m ejillas, condición prim era de la belleza de acuerdo con los conceptos del pueblo sim ple. S i trabaja mucho teniendo una vigorosa contextura, la muchacha aldeana será suficientem ente maciza, ésta tam bién es una condición indispensable de una beldad aldeana; la «bella mujer etérea», mundana, le parece al aldeano, decididam ente, «poco agracia­ da», lo produce incluso una impresión desagradable, puesto que está habituado a considerar la «flaqueza», como consecuencia de un estado enferm izo o de un «amargo» pasar, Pero el trabajo no deja engordar: si la muchacha cam pesina es obesa, es una especie de enfermedad; es un signo de una configuración «floja»,' y el pueblo estim a un defecto la gran corpulencia; la beldad aldeana no puede tener pequeñas manos y pies, puesto que trab aja mucho, y de estos atributos de la belleza tampoco se hace m ención en nuestras canciones populares. E n una palabra, en las descripciones de una beldad, en las canciones populares no se halla ni un sólo signo de belleza que no- fuera expresión de una salud florecien te y de un equilibrio de fuerzas en el organismo, consecuencia habitual de la vid a en su fi­ ciencia, con un trabajo constante y serio, pero no exorbitante. Cosa completam ente d istinta es la beldad m undana: ya varias generaciones de sus antecesores habían vivido sin hacer ningún trabajo m anual; con llevar una vida sin trabajar, la san­ gre afluye escasam ente a las extrem idades; con cada nueva generación, los múscu­ los de las manos y de los pies se van debilitando, los huesos se vuelven m ás fin os; pequeñas manos y pies constituyen una consecuencia inevitable de todo esto, son el signo de una vida que se parece como tal, solam ente a las clases superiores de la sociedad, una vida sin trabajo físico ; si una m ujer mundana tien e grandes m a­ nos y grandes pies, es una señal de que está mal conform ada, o que no procede de una fam ilia demasiado r a n c ia ... La salud, ciertam ente, jam ás puede dejar de ser apreciada por el hombre, ya que, aun en la abundancia y en el h ijo es m al vivir cuando se carece de salad, por eso, unas m ejillas rosadas y un frescor floreciente de salud sigu e siendo algo atractivo tam bién para la gen te m undana; pero un «stado enferm izo, la debilidad, la flacidez, la languidez, también tienen para la g en te mundana la cualidad de belleza, tan pronto parezcan ser el resultado d© una vida ociosa y lujosa. L a palidez, la languidez, el aspecto enferm izo tienen aun otro

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sign ificad o para las gentes mundanas: si el hombre rústico, trabajador, está de­ seando y . busca el reposo y la tranquilidad, las gentes de la sociedad culta, que no pasan necesidades m ateriales y no tienen cansancio físico, pero que, en cambio, se sienten aburridas de no hacer nada y de la fa lta de preocupaciones de tipo m ate­ rial, están buscando «fuertes sensaciones, emociones, pasiones», que habrán de dotar de color, de diversidad, de atractividad a la vida mundana, sin ellos m onótona e in­ colora. Y la s fuertes sensaciones y las im petuosas pasiones hacen que el hombre se desgaste rápidamente. Y, ¿cómo no decepcionarse de la flacidez y de la palidez do una beldad, si sirven de señal que esta m ujer y a es v ie ja ? ” . (V éase en la recopi­ lación “ E stética y p o esía ” , págs. 6-8) 285. 284 (con nuestros queridos amigos los enem igos). 286 D ie OrganisaUon der Á rb e it der MJmschheít und die K u n st der Gesschichtschreibung S ch losser’s, G ervin ius’s, Dahlmian’s itnd Bruno B a u er’s, von Sseliga. Charlottenburg, 1846, S. 6. (S zeliga, L a organización del trabajo de la hu­ m anidad y el arte de la historiografía de Schlosser, Garyinius, Dahlsm an y Bruno Bauer, Charlottenburg, 1846, pág. 6 ).

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(“ La sagrada familia” ).

2 SS

(el llevar hasta el absurdo). .2S» “ Di e H elden der Masse. CharalcteristiTcen1 H erausgegeben von Thcodor O p itz, G-rünberg, 1848, S. f. (Empiriomonismo) . ¿Y qué dice usted del tiempo? “ Las relaciones del tiempo fisiológico y del abstracto son general­ mente las mismas que las de las formas de espacio que hemos examina­ do. El tiempo fisiológico no tiene la misma estructura que el tiempo abstracto: transcurre desigualmente, rápida y lentamente, hasta cesa a veces, parece existir para la conciencia —durante un sueño profun­ do o un desvanecimiento— por ejemplo. Además, está limitado por las lindes de la vida individual. He ahí por qué la “ longitud del tiempo fisiológico' ’ es variable; el mismo proceso puede transcurrir para noso­ tros “ rápida o lentam ente” y hasta a veces parecer fuera de nuestro tiempo fisiológico. No sucede lo mismo con el tiempo “ abstracto” . (“ Forma pura de la contemplación” ) : “ Este es estrictamente uniforme e ininterrumpido en su curso y los fenómenos aparecen en él estrictamen­ te determinados. En sus dos direcciones —el pasado y el porvenir­ es infinito” . (Empiriomonismo). El espacio abstracto y el tiempo son productos de la evolución. Nacen del espacio fisiológico del tiempo, destruyendo las divergencias que les son propias, introduciendo en ellos la continuidad y, en fin, alargándolos idealmente más allá de toda experiencia dada. Muy bien. Pero el espacio y el tiempo fisiológico representan igualmente produc­ tos de la evolución. Y henos aquí de nuevo ante las mismas preguntas: ].° ¿Hay en el espacio un niño en cuya vida el espacio fisiológico se cristaliza poco a poco en ei caos ele los elementos visuales y táctiles? 2 .° ¿Hay en el tiempo un niño en cuya vida el tiempo fisiológico se •desarrolla poco a poco? Admitamos que tengamos el derecho —aunque en realidad, no lo tengamos— de responder que sí a estas preguntas. El niño, en cuya vida el espacio y el tiempo fisiológicos no aparecen más que poco a poco, existe en el espacio y tiempo abstractos. Pero es evidente que tal respuesta sólo tiene sentido suponiendo que el espacio y el tiempo abstractos han aparecido ya como resultado de la evolu­ ción, es decir, de la experiencia social.

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No se comprende como pasaban las cosas cuando el espacio y el tiempo no existían todavía. El buen sentido deduce que entonces el niño existía fuera del espacio y del tiempo. Pero ni nosotros, profanos, mi aún su misma ciencia moderna, señor Bogdanov, podemos imaginar­ nos niños que existan fuera del espacio y del tiempo. Se ve uno obli­ gado a admitir que en aquella época, verdaderamente tenebrosa, sin espacio ni tiempo, los niños eran más bien ángeles que niños, porque los ángeles se las arreglan mucho mejor que los niños para vivir fuera del espacio y del tiempo. ¿Digo quizás una herejía? E n la Biblia, basta los ángeles viven en el espacio y en el tiempo. Otra pregunta también estrechamente ligada a las precedentes. Si ■el tiempo y el espacio abstractos son formas objetivas creadas por los hombres por medio de innumerables juicios, ¿ese proceso se cumple fuera del tiempo y del espacio? Si es que sí, eso es de nuevo un absurdo y si «o, significa que nos es preciso distinguir no ya solamente dos as­ pectos del espacio y del tiempo (el tiempo fisiológico y el tiempo abs­ tracto), sino tres aspectos. Y en este caso, toda vuestra sorprendente construcción “ filosófica” se dispersa como humo, y entra usted en el dominio del materialismo según el cual el espacio y el tiempo represen­ tan no solamente una forma de la intuición, sino igualmente una for­ ma del ser. No, señor Bogdanov, hay algo aquí que no funciona bien, Es ver­ daderamente conmovedor que a la tierna edad de cinco años, cuando vuestro espacio fisiológico no había todavía plenamente “ cristalizado” y vuestro tiempo fisiológico no se había aún “ desarrollado” plenamente, os ocuparéis de medir 3a distancia entre el cielo y la tierra. Tal trabajo corresponde más bien a la astronomía que a la filosofía. Debió usted ■dedicarse a astrónomo. No ha nacido usted, dicho sea sin cumplimien­ tos ni ironías, para filósofo. E n filosofía sólo ha llegado usted a una increíble confusión. Escribe usted: “ Tenemos la costumbre de imaginar que todos los hombres del pasado, del presente y del porvenir, y hasta los animales, 'viven en el mismo espacio y en el mismo tiempo que nosotros ” . Pero una costumbre no es una prueba. Es indiscutible que nos imaginamos esos "hombres y esos animales en nuestro espacio y en nuestro tiempo. Pero que ellos puedan imaginarnos, e imaginarse ellos mismos en el mismo ■espacio y tiempo, es cosa que nada ha probado, Ciertamente, que ya que sus organismos son semejantes al nuestro y que sus juicios no son comprensibles, podemos suponer en ello “ formas intuitivas” seme­ jantes, pero no idénticas a las nuestras” . {Ibid). He reproducido expresamente más arriba su largo “ juicio” sobre la distinción entre el espacio y el tiempo fisiológicos y abstractos, para oponerlos a las líneas que acabo de citar. No piense usted que quiero cogerle en flagrante delito de contradicción. No hay ahí —¡ cosa extra­ ordinaria!— ninguna contradicción, no: esas líneas están firmemente apoyadas por sus “ juicios” precedentes. Tanto las unas como los otros «demuestran claramente, aún a los más miopes, que usted no distingue

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y no podrá distinguir, de continuar aferrándose a su “ empiriomonis­ mo’’, “ las formas de la intuición” de los objetos de la intuición. Usted reconoce como indiscutible que “ nosotros” nos imaginamos a los hombres y los animales en “ nuestro” tiempo y en nuestro espacio, pero duda usted de que “ ellos” se imaginen en el mismo tiempo y en el mismo espacio. En calidad de idealista incorregible, ni siquiera sos­ pecha usted que la cuestión pueda ser planteada ele otro modo, que se pueda preguntar: ¿hay en algún tiempo o espacio animales que no se crean en ningún tiempo y en ningún espacio*? ¿Y cómo hacer para las plantas? Dudo muchísimo que usted les haya atribuido formas de intuición cualesquiera y, sin embargo, ellas existen en el espacio y en el tiempo. Y no solamente “ para nosotros” , señor Bogdanov, porque 3a historia de la tierra no deja lugar a duda de que hayan existido antes que nosotros. Engels escribía: “ Según Diihring, el tiempo no existe más que en los cambios y no los cambios en el tiempo y por él” . (Ibid). Usted renueva el error de Dühring. Para usted el tiempo y el espacio sólo existen porque criaturas vivientes los imagi­ nan ; rehúsa usted reconocer la existencia de tiempo independientemen­ te de la existencia del pensamiento. Para usted, el mundo objetivo físico no es más que una representación. ¡ Y se ofende usted cuando le llaman idealista! Cierto que todo el mundo tiene derecho a ser original; pero usted, señor Bogdanov, abusa de ese derecho.

F ¿Y cuales son esos “ juicios” de animales? Dejemos de lado a ani­ males como el asno, que los expresa a veces muy fuertemente, aunque nunca de modo muy agradable para “ nuestro” oído. Descendamos más bajo . . . a las amibas. Os invito, señor Bogdanov. a contestar resuel­ tamente a esta pregunta: ¿juzga una amiba sí o nó? Yo creo que no. Y si no juzga, teniendo en cuenta que el mundo físico es el resultado de juicios, volvemos al mismo absurdo, es decir, a que cuando los orgamismos estaban en un grado de evolución correspondiente al de la ami­ ba, el mundo físico no existía. Continuemos. Como la materia entra en la composición del mundo físico, todavía no aparecido en aquella época, es preciso reconocer que los animales inferiores no eran mate­ riales en aquel momento, por lo que felicito con toda mi alma tanto a aquellos interesantes animalitos como a usted, señor Bogdanov. ¿Más para qué hablar de los animales inferiores? Los organismos de los hombres pertenecen también al mundo físico. Y como el mundo físico es el resultado de un desarrollo (“ juicios” , e tc .. . ) no nos de­ sembarazaremos jamás de la deducción de que antes de la aparición de este resultado los hombres tampoco tenían organismo, es decir, que el proceso de concordancia de las experiencias debió al menos ser comen­ zado por seres inmateriales. En. ese sentido no está mal que los hom­ bres no tengan nada que envidiar a las amibas, pero la conclusión no es muy cómoda para el “ marxismo” , a que se adhieren usted y sus

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amigos. E n efecto, aunque rechazan el materialismo de Marx y de Engels, ustedes aseguran que reconocen su explicación materialista de la historia. Pero dígame, en nombre de Mach y de Avenarius, ¿ es que es posible una explicación materialista de una historia'que precede a una “ existencia prehistórica’' . . . de criaturas inmateriales? Más tarde, al estudiar su teoría de la “ substitución” me veré obligado a insistir en esta pregunta: ¿qué es el cuerpo humano y cómo aparece? Y entonces se verá claramente que usted “ completa” a Mach en el sentido de un idealismo deformado. Pero, por el momento vamos a otra cosa. ¿Usted deduce el mundo físico objetivo de los “ juicios” de los hombres? ¿Pero de dónde toma usted los hombres? Yo afirmo que al reconocer la existencia de otros hombres comete usted una gran inconsecuencia y destruye toda la base de sus “ juicios” en el dominio de la filosofía. En otros términos, afirmo que usted no tiene el menor derecho lógico a defenderse del solipsismo. No es la primera vez que Ze hago este reproche, señor Bogdanov, En el prefacio del tercer libro de su “ Empiriomonismo” ya intentó usted refutarlo, pero sin éxito. lie aquí lo que escribe usted sobre el asunto: “ Debo llamar la atención sobre una condición característica de esta escuela: en la “ crítica” de la experiencia, ella examina las rela­ ciones humanas como un dato a priori y, al intentar crear el cuadro más sencillo y preciso posible del mundo, tiene en cuenta al mismo tiem­ po la utilización común de ese cuadro, y su aptitud práctica para satis­ facer al mayor número posible de hombres durante el tiempo más largo posible. Se ve ya por ahí cuán falsamente el camarada Plejanov acusa a esta escuela de tendencia al solipsismo, y de tomar la experiencia indi­ vidual por el universo, por “ todo” lo que existe para el conocimiento. El empiriocriticismo se caracteriza precisamente por reconocer la equi­ valencia de “ m i” experiencia y la experiencia de los otros hombres, en tanto qne ésta me sea accesible por la vía de sus “ juicios” . He ahí una especie de “ democracia del conocimiento” . (Ibid). Se ve por lo que antecede que usted, “ demócrata del conocimien­ to ” , no ha llegado a comprender la acusación que el “ camarada Ple­ janov” le lanza. Examina usted las relaciones comunes de los hombres como un. momento previamente dado, como una especie de “ a priori” . Pero ahí está precisamente la cuestión: ¿tiene usted derecho lógico para hacerlo? Yo he negado este derecho y usted en lugar de fundamen­ tarlo, repite como probado lo que precisamente debe serlo. Tal error se llama en lógica “ petición de principio” . E stará usted de acuerdo, creo yo, querido señor, en que una petición de principio no puede ser­ vir de base para una doctrina filosófica. Continúa usted: “ El más acusado de “ idealismo” y de “ solipsis­ mo” de toda esta escuela es su verdadero fundador, Ernest Mach (que no se da desde luego a sí mismo el nombre de empiriocriticista). Vea­ mos cuál es su cuadro del m undo: el universo es para él un filamento infinito de complejos compuestos de elementos idénticos a los elemen­ tos de la sensación. Estos complejos cambian, vuelven a e n c o n tra rse ,

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se separan; entran en uniones diversas según los diversos tipos de rélaciones. E n este filamento hay como “ nudos” (expresión m ía), como lugares en que los elementos están ligados entre sí más estrecha y más' densamente (expresión de Mach). Esos pantos se llaman “ yos” huma­ nos. Otras combinaciones, menos complicadas, se les asemejan, forman­ do la naturaleza psíquica de otros seres vivientes; Los diversos comple­ jos penetran en esas combinaciones complicadas y se vuelven luego “ sensaciones” de variados seres. Después esta ligazón se rompe, un complejo desaparece del sistema de sensaciones del ser dado; puede en seguida entrar de nuevo en ese sistema, quizá bajo un aspecto dife­ rente, etc., pero en todos los casos (como lo subraya Mach) el comple­ jo no cesa de existir por el único hecho de haber desaparecido de la “ conciencia’' de “ tal o cual” individuo; puede aparecer en otras com­ binaciones, quizá en relación con otro “ nudo” , con otro “ yo” ... (Ibid). En este “ juicio” resalta una vez más vuestra tendencia a apoyaros con la petición de principio. Toma usted de nuevo por probado eí hecho fundamental que precisamente debe ser probado. Mach “ subra­ y a ” que un complejo no cesa de existir simplemente por el hecho de haber desaparecido de la “ conciencia” de “ tal o cual” individuo. Esto es justo, pero ¿qué derecho tiene él a reconocer la existencia de “ tal o cual” individuo? Ahí está toda la cuestión y a ella, que es fun­ damental, no le da usted ninguna respuesta, a pesar de todo lo que us­ ted afirma. .. Es más, nunca se la podrá dar usted como ya lo he dicho antes, atendiéndose a su punto de vista sobre la experiencia (tomado de Mach). ¿Qué es para mi un hombre? Un cierto “ complejo” de sensaciones. Tal es vuestra teoría, o más bien, la teoría de vuestro maestro. Pero si “ tal o cual individuo” no es para mí, según esa teoría, más que “ un complejo de sensaciones” se plantea esta cuestión: ¿qué derecho lógico tengo yo para afirm ar que ese individuo no existe solamente en mi re­ presentación, basada con mis “ sensaciones” , sino ig-ualmente fuera de ella, es decir, que posee una existencia independiente de mis sensacio­ nes y percepciones? El sentido de la doctrina de Mach sobre la expe­ riencia no me da ese derecho. Según esa doctrina, si yo afirmo qué existen otros hombres fuera de mí, rebaso los límites de la experiencia, “ expreso” un punto de vista extra-experimental. Y usted mismo, se­ ñor, usted mismo moteja las afirmaciones extra-experimentales ó metempíricas (término de usted) de metafísica. Se sigue, pues, de aquí que usted y Mach son dos metafísieos de pura cepa4. Esto ya es un mal. Pero lo que es todavía mucho peor es que, siendo un metafísico do pura cepa, usted no se da cuenta. J u ra usted por todos los dioses del Olimpo que usted, con sus maestros Mach y Avenarius, permanecen siempre dentro de los límites de la experiencia, y trata usted con el más grandioso desdén a todo lo metafísico. Con tal conducta no solo trai­ ciona usted las exigencias más elementales de la lógica, sino que se pone en ridículo.

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Pero, sea como sea, usted se defiende del solipsismo. Usted reconoce la existencia de “ otros hombres” . Yo lo tomo en consideración y digo: si “ tal o cual individuo existe no solamente en mi imaginación, sino que tiene igualmente una existencia independiente, eso significa que existe no solamente “ para m í” , sino igualmente en “ sí” . Este indi­ viduo aparece, pues, como un caso particular de la famosa “ cosa en s í” . ¿Y qué dice usted, señor, de la “ cosa en sí” ? Dice usted lo siguiente: “ cada parte dada de un complejo puede faltar en nuestra experiencia en un cierto momento y sin embargo, “ el objeto” es para nosotros la misma cosa que el complejo entero. ¿Es que eso no significa que se pueden rechazar todos los “ elementos” , todos los “ signos” de la cosa y que. sin embargo, esta cosa seguirá no ya como hecho, sino como “ substancia” ? Esto no es más que un viejo error lógico: se puede arrancar cacla cabello separadamente y el pa­ ciente no se quedará calvo, pero sucederá si se los arrancan todos a la vez. Es el mismo proceso por el cual se crea la “ substancia” que Hegel llamaba el “ eaput mortuum de la abstracción” . Si se recha­ zan todos los elementos del complejo no habrá ya complejo; no quedará más que la palabra que le designa. Esta palabra es la “ cosa en s í” . (Ibid, Lib. X). ¿De manera que la “ cosa en sí” no es más que una palabra vacía, sin ningún contenido, el capupt mortuum de la abstracción? Estoy de acuerdo, porque soy un “ individuo” conciliador. La “ cosa en sí” es una palabra vacía. Pero si esto es cierto, el individuo en sí es una palabra vacía igualmente y, por lo tanto, los “ individuos” no existen más qne en mi imaginación. Pero en tal caso, yo estoy solo en el mundo y . .. llego irrevocablemente al solipsismo en filosofía. Pero precisamente usted, señor Bogdanov. se defiende del solipsismo. ¿ Qué es ésto? Me va pareciendo que el culpable de esas palabras vacías, sin ningún contenido, es usted “ ante todo” y no los otros “ individuos” . De esas palabras vacías ha llegado usted al largo artículo que intitu­ la, como para burlarse- de sí mismo: “ El Ideal del Conocimiento” . ¡Sí que es ciertamente un ideal muy elevado! Se desenvuelve usted muy mal en las cuestiones filosóficas, señor Bogdanov, dicho sea entre nosotros. Por eso voy a intentar explicarle mi pensamiento por medio de un ejemplo. Usted probablemente habrá leído la comedia de Hauptmann “ ¡Und Pippa ta n a t!” (“ ¡Y Pilla baila!” ). En el segundo acto, Pippa al salir de su desvanecimiento, pregunta: “ ¿Dónde estoy?” , a lo que Hellrigel responde: “ ¡En mi cabeza!” . Hellrigel tenía razón: Pippa existia realmente en su cabeza. Pero surge una pregunta: ¿no existía más que en su cabeza? Hellrigel que ha pensado, al verla, que él C 'iraba, ha supuesto en seguida que Pippa no existía realmente más que en su cabeza. Pero, naturalmente, ella no podía estar de acuerdo con esta idea y replicó: “ ¿Pero no ves que soy de cai*ne y sangre?” . Hellrigel cedió poco a poco ante sus argumentos. Aplicó la oreja

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contra sil pecho como haee un médico, y exclamó: "¡P ero si estás viva! ¡Tienes un corazón, P ip p a !” ¿Qué es lo que había pasado? E n primer lugar, Hellrigel tuvo “ un complejo de sensaciones” basado en el cual pensó que Pippa sólo existía en su imaginación; en segundo, algunas nuevas “ sensaciones” (los latidos del corazón, etc.), vinieron a añadirse al primer complejo; en consecuencia. Hellrigel se convirtió inmediatamente en un “ metañsieo” en el sentido erróneo que usted da a esta palabra. Reconoció que Pippa existía más allá de su “ experiencia” (de nuevo en vuestro sentido, señor Bogdanov), es decir, que tenía una existencia propia, independiente de sus sensaciones. Esto es sencillo; continuemos. Así que Hellrigel se dio cuenta de que no eran sus sensaciones las que, al unirse entre sí de una cierta manera, creaban a Pippa, sino que era Pippa la que provocaba esas sensaciones, ca7 0 inmediatamente en lo que usted llama, por incomprensión, eí dualismo. Pensó que Pippa no tenía solamente una existencia en su imaginación, sino igual­ mente una existencia en sí. Pero ahora quizá usted mismo haya podido adivinar que no había allí ningún dualismo y que si Hellrigel hubiese negado la existencia de Pippa en sí, habría llegado al mismo solipsismo de que usted intenta en vano zafarse. ¡ He aquí las ventajas de hablar popularmente! Con este ejemplo de la comedia de Hauptmann, comienzo a creer que habré sido al fin comprendido por la mayor parte de vuestras lectores, gracias a los cuales se han difundido en grandes ediciones vuestras obras “ filo­ sóficas” sobre la gran faz de la tierra rusa. VI Dice usted, señor, que la “ cosa en sí” de Kant se ha hecho inútil al conocimiento. (Ibid, L. I I ) . Y al decirlo, usted se cree, como de costumbre, un profundo pensador. Sin embargo, no es difícil com­ prender que la verdad que usted enuncia no es de gran valor. Kant enseñaba que la “ cosa en s í” no es accesible al conocimiento. Y si es inaccesible, todos, hasta aquellos que no conocen el empiriomonismo, adivinarán sin trabajo que la tal, cosa es inútil desde el punto de vis­ ta del conocimiento. ¿Qué se deduce de ahí? Nada de lo que usted pien­ sa. No es que la “ cosa en s í” no exista, sino solamente que la teoría kantiana de la “ cosa en s í” era equivocada. Pero usted ha digerido tan mal Ja historia de la filosofía y particularmente del materialismo, que olvida constantemente la posibilidad de considerar otra teoría de la cosa en sí distinta de la de Kant. Y, no obstante, está claro que si los “ individuos” no existen solamente en mi cabeza, representan, con respecto a mi “ cosa en s í” . Debemos, pues, estudiar la cuestión de las relaciones entre el sujeto y el objeto. Y como usted afirma que no es un solipsista ha intentado también resolver esta cuestión. Su teoría de la objetividad, que he analizado en otra parte de este libro, es justamente la tentativa hacia tal solución. Pero usted ha

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achicado el asunto. Excluye usted del mundo objetivo a todos los hom­ bres en general, y por consiguiente a los “ individuos" que cita usted al defenderse del solipsismo. No tenia usted el menor derecho lógico para ello, porque para cada individuo el mundo objetivo es el mundo exterior, al cual pertenece con los demás hombres, ya que éstos no existen solamente en la imaginación de ese único individuo. Ha olvi­ dado usted todo por la sencilla razón de que su punto de vista sobre la experiencia es el punto de vista del solipsismo 5. Pero me siento de nuevo reconciliador y admito que usted tiene razón, es decir, que los “ individuos" no pertenecen al mundo objetivo. Le suplico únicamente que me explique cuáles son las relaciones de esos individuos entre sí. Espero que esta pregunta 110 le dará ninguna preocupación, sino al contrario, alegría, porque le proporcionará la ocasión de descubrirnos una de las facetas más “ originales” de su concepción del mundo. Usted toma, naturalmente, por punto de partida para el examen de esta cuestión la noción del hombre como “ un complejo de sensa­ ciones inmediatas". Pero para otro hombre el primero aparece más bien como una percepción entre otras percepciones, como un complejo visual-tactil-auditivo entre toda una serie de otros complejos. (Ibid, L¡. I). Yo podría recalcar todavía que si para el hombre A, el hom­ bre B no es más que an complejo visual-tactil-auditivo, ese hombre A no tiene el derecho lógico de reconocer la existencia independiente del hombre B, a no ser que este hombre A no sea un adepto de vuestra teoría (es decir, de la de Mach) sobre la experiencia. Pero si se adhiere a ella, debe al menos tener la honradez de confesar que, al declarar al hombre B existente independientemente de él, del “ individuo" A, expresa un pensamiento metempírico, es decir metafísico (empleo estos términos según el sentido que usted les da) o dicho de otro modo, que rechaza toda la base del machismo. Pero ~io quiero insistir aquí sobre este punto, porque supongo que el lectox ve ya demasiado claramente su inconsecuencia en el asunto. Ble importa ahora explicar de qué manera “ un complejo de sensaciones inmediatas” (hombre B) parece a otro complejo de sensaciones inmediatas (hombre A), como “ una percepción entre otras percepciones” , o como un cierto complejo visual-tactil-auditivo entre otros complejos. En otros términos, quiero comprender el proceso gracias al cual “ un complejo de sensaciones inmediatas” puede “ sentir inmediata­ m ente" a otro “ complejo de sensaciones i n m e d i a t a s La cuestión parece extremadamente obscura. Es cierto que usted intenta aclararla un poco explicando que un hombre se convierte para otro en la coordi­ nación de sensaciones inmediatas, gracias al hecho de que los hombres se comprenden mutuamente por sus juicios. “ En fin, gracias al hecho de que los hombres se comprenden unos a otros por sus juicios, el hombre se convierte, para los otros también, en la coordinación de sensaciones inmediatas, en un “ proceso psíquico, e tc ... (Ibid, Lib. I). Confieso que no se os puede dar las gracias por ese “ gracias al hecho” , porque “ gracias" a ese término, la cuestión no está ni mucho

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menos más clara. Tengo, pues, que recurrir de nuevo a mi sistema de largas citas de vuestros artículos. Quizá ellas me ayuden a explicar en qué consisten vuestros descubrimientos “ independientes” en el domi­ nio que aquí me interesa. Entre el complejo A y el complejo B se . crean ciertas relaciones, una influencia reciproca, como dice usted. (Ibid, Lib. I). E l complejo A se refleja directa o indirectamente en el complejo B. E l complejo A se refleja,, o al menos puede reflejarse, en el complejo B. Al mismo tiempo, explica Ud. que aunque todo complejo dado puede reflejarse directa o indirectamente en complejos análogos6, se refleja en ellos no como tal, no bajo su aspecto directo, sino bajo la forma de una serie de variaciones de esos complejos, bajo la forma de un a tra p a ­ miento de elementos nuevos que entran en ellos, complicando sus relaciones “ interiores” . (Ibid, Lib. I). Retendremos esas palabras: contienen una idea indispensable a la comprensión de su teoría de la substitución. Y ahora pasemos a explicar otra condición que usted mismo, señor Bogdanov, tiene por muy importante. Esta condición es la siguiente: La acción recíproca “ de. seres vivientes” , dice usted, no se efec­ túa directamente. Las sensaciones del uno no se encuentran en el campo experimental del otro. Un proceso vital no se refleja en el otro más que indirectamente, por mediac-ión del medio. (Ibid, Lib. I). Esto recuerda la teoría materialista. Feuerbaeh dice en sus Vorlaüfige Thesen zur reform der Philosophie; u lch bin ioh fü r mich, und zugleich du für ande-re”, (Yo soy “ yo” y al mismo tiempo “ t ú ” para los otros). Pero, en su teoría del conocimiento, Feuerbaeh sigue siendo un materialista consecuente. E l no separa el “ yo” (ni los elemen­ tos en que pudiera dividirse el “ y o ” ) del cuerpo. Feuerbaeh escribe: “ Yo soy un ser real, sensible; el cuerpo pertenece a mi existencia. Se puede decir que mi cuerpo en su totalidad es justamente mi “ yo” , mi ser mismo” . (Werke, II, pág*. 325). He aquí por qtié, desde el punto de vista materialista de Fuerbach, la acción recíproca entre dos hombres es “ ante todo” la acción recíproca entre dos cuerpos, orga­ nizados de una manera determinada 7. Esta acción recíproca se efec­ tú a a veces directamente, por ejemplo cuando el hombre A toca al hombre B, y a veces por la mediación del medio que les rodea a los dos, por ejemplo cuando el hombre A ve al hombre B. Es inútil decir que, para Feuerbaeh, el medio que rodea a los hombres no puede ser más que un medio material. Pero esto es demasiado sencillo para us­ ted: usted lo ha cambiado todo. Díganos, pues, lo que es el medio por mediación del cual se efectúa, según su doctrina “ original” , la ac­ ción recíproca entre los complejos de sensaciones inmediatas que se llaman hombres en nuestra lengua de profanos, y que usted se digna llamar “ hombres” para descender hasta nosotros. (Es decir, “ hom­ bres” entre comillas empirioeríticistas).

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Pero usted nunca se encuentra corto de respuestas, y contesta: "¿P ero qué es el "m edio” ? Esta noción sólo tiene sentido en oposición con lo que tiene un "m edio” , es decir, en este caso, el pro­ ceso vital. Si examinamos el proceso vital como un complejo de sensa­ ciones, el "m edio” , será todo lo que no entre en ese complejo. Formará, pues, este "m edio” por mediación del cual ciertos procesos vitales "se reflejan entre sí” , la totalidad de los elementos que no entren en los complejos organizados, de sensaciones, la totalidad de los elementos inorganizados, el caos de elementos en el sentido literal de la palabra. Esto es: lo que, en la percepción y el conocimiento, aparece para no­ sotros bajo el aspecto del "m undo inorgánico". (Ibid, Láb.I). Así, pues la acción recíproca de los complejos de sensaciones se efectúa por intermedio del mundo inorgánico, que, a su vez, no es otra cosa que " e l caos de elementos en el sentido literal de esta palabra” . Bien. Pero el mundo inorgánico pertenece, como todos sabemos, al mundo objetivo, físico. ¿Y qué es el mundo físico? Esto lo sabemo, admirablemente ahora gracias a sus descubrimientos, señor Bogdanov. Hemos oído ya (y lo hemos retenido) que " e l mundo físico general” es la experiencia soeialmente concordante, socialmente armonizada, en una palabra soeialmente organizada. (Ibid, Lib. I). No solamente lo ha dicho usted sino que lo ha repetido con la insistencia de Catón clamando por la destrucción de Cartago. Y henos aquí naturalmente empujados a plantear cinco cuestiones. Primera. ¿.A qué género de "sensaciones” pertenece la terrible catástrofe cuya consecuencia fue la transformación de la experiencia soeialmente concordante, socialmente armonizada, en una palabra "soeialmente organizada” en un "caos de elementos en el sentido lite­ ral de esa palabra” ? Segundo. Si la acción recíproca de los hombres (que usted llama seres vivientes puesto bien entendido, entre comillas empiriocriticistas) no se efectúa directamente, “ sino solamente” por mediación del medio, es decir, del mundo inorgánico perteneciente al mundo físico, si, además el mundo físico es la experiencia socialmente organizada y repre­ senta como tal un producto de evolución (cosa que usted nos ha dicho frecuentemente) ¿por qué medio la acción recíproca entre los hombres pudo haberse efectuado antes de que ese producto de evolución se hu­ biese formado, es decir antes de que se hubiese "organizado soeial­ m ente” la experiencia, esa experiencia que es el mundo físico, que comprende el mundo orgánico} y que constituye. ese mismo medio que, según usted, es indispensable para que los complejos de sensaciones inmediatas u "hom bres” puedan obrar el uno sobre el otro? Tercera. Si el medio inorgánico no existía antes de la "organiza­ ción social de la experiencia” , ¿de qué manera comenzó la organización de esta experiencia, ya que " la acción recíproca de los seres vivientes no se efectúa directamente” ? Cuarta. Si la acción recíproca entre los "hom bres” era imposible antes de la aparición del medio inorgánico como resultado de la evo­

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lución indicada, ¿de qué manera pudieron cumplirse los procesos del mundo? ¿De qué modo han podido aparecer las cosas, aparte de los complejos aislados de sensaciones inmediatas surgidos no se sabe de dónde? Quinta, ¿Qué es lo que esos complejos podían “ experimentar” en una época en que no había nada 7 en que, por consiguiente, nada había que “ experimentar’'? V II Usted mismo se da cuenta, señor Bogdanov, de que esto no va muy bien y juzga usted necesario eliminar los posibles “ malentendus” . ¿Cómo lo logra? “ E n nuestra experiencia —dice usted— el mundo inorgánico no es un caos de elementos, sino una serie de agrupaciones espacio-tem­ porales. E n nuestro conocimiento se transforma hasta en un sistema armonioso. Pero “ en la experiencia y en el conocimiento significa: en las sensaciones de alguien. Da unidad y la armonía, la continuidad y la regularidad pertenecen justamente a las sensaciones en tanto que éstas sean complejos organizados de elementos. Tomado independientemiente de esta organización, tomado “ ansich” (en sí), el mundo orgá­ nico es un caos de elementos, una indiferencia completa o casi com­ pleta. Esto no es en modo alguno metafísica, sino solamente la expre­ sión del hecho de que el mundo inorgánico no es la vida, y de la idea monista fundamental de que el mundo inorgánico se distingue de la naturaleza viviente, no por su materia, sino por su inorganiza•eión” . (7Ud, Lib. I). Esta “ apreciación” 110 sólo no elimina ningún “ m alentendn” , •sino que, por el contrario, añade uno nuevo, Al apoyarse en “ la idea monista fundam ental’' vuelve usted a la misma distinción entre dos formas de existencia que, a imitación de Mach y Avenarius ha criticado usted tanto. Usted distingue el ser “ en s í” del ser en nuestra con­ ciencia, es decir, en las sensaciones de alguien, “ en la experiencia” . Pero, si esta distinción es justa, entonces la teoría de usted, según sus propias definiciones, es metempírica, es decir, metafísica. Usted mis­ mo la comprende y es precisamente por eso por lo que afirma: “ Esto no es en modo alguno metafísica” . Mi querido señor, según su doctrina de la experiencia —y es sobre esta doctrina sobre lo que se basa todo el “ empiriocriticismo” , todo el maehismo y todo el “ empiriomonis­ mo”— y según sn, crítica de la “ cosa en sí” , eso es de la metafísica más pura y legítima. No ha podido usted evitar el transformarse en metafísico porque, al quedar encerrado dentro de los límites de su doctrina sobre la experiencia, se había extraviado en contradicciones irresolubles. ¿Qué decir de una “ filosofía” que sólo puede escapar al absurdo rechazando su propia base? Pero también se da usted cuenta de que al reconocer la distinción

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entre el ser “ en la experiencia'’ y el ser “ en s í ”, su filosofía recibe un golpe de muerte. Por eso recurre usted a lo que pudiera llamarse una argucia terminológica. Usted distingue el mundo “ en la experiencia” , no del mundo en sí, sino del mundo “ en s í” y pone usted este “ en s í” entre comillas. Si “ tal o cual” individuo hiciera notar que ahora se apoya usted en el ser en sí que usted mismo ha declarado “ inútil al conocimiento” , le respondería que al emplear el antiguo término qne designa una con­ cepción “ inútil al conocimiento” , le atribuyo un sentido completa­ mente nuevo, y por eso, lo ha puesto entre comillas. ¡Muy hábil! No en vano os he comparado en mi primera carta con el astuto monje Gorenflot. Que usted con esas comillas ha querido anticiparse a la objeción de “ tal o cual” individuo demasiado perspicaz, está probado por la observación que pone usted mucho más abajo. (Ibid, capítulo Universum). En ella “ recuerda” usted que no emplea la expresión “ en s í” en un sentido metafísíeo, Y lo prueba usted de la manera siguiente: “ En ciertos procesos fisiológicos de otros hombres substituimos “ complejos inmediatos” ; la conciencia. La crítica de la experiencia. La crítica cíe la experiencia psíquica nos obliga a ampliar el dominio de esta substitución y examinamos toda la vida fisiológica como un “ reflejo-” de complejos inmediatos organizados. Pero los procesos inor­ gánicos no se. distinguen en principio de los procesos fisiológicos que no son otra cosa que sus combinaciones organizadas. Siendo de la mis­ ma especie que los procesos fisiológicos, los procesos orgánicos deben ser evidentemente examinados también por un “ reflejo” . ¿Pero reflejo de qué? De complejos directos, inorganizados. No sabemos hasta el presente realizar por completo esta substitución en nuestra concien­ cia. ¡ Pero qué im porta! Nos sucede con frecuencia no poderlo hacer tampoco con relación a los animales (las sensaciones de una amiba) y hasta con relación a los otros hombres (“ incomprensión” de su estado psíquico). Pero en lugar de la substitución completa podremos formu­ lar la relación siguiente: “ La vida en s í” es a “ complejos inmediatos organizados” como “ el medio en s í” es a “ complejos inorganizados” . E l sentido de esta nueva observación sólo aparecerá claramente cuando determinemos el valor de uso de vuestra teoría de la “ substi­ tución ' fundamento, como hemos visto, de sus pretensiones a la origi­ nalidad filosófica. No obstante, desde ahora podemos decir que esa observación es “ inútil al conocimiento” . Reflexione usted mismo sobre ella, señor Bogdanov; ¿qué sentido puede tener aquí su definición de las “ relacione';” en el caso que usted indicad Admitamos que esa relación: “ La vida en s í” es a “ complejos inmediatos organizados”' como “ el medio en s í” es a “ complejos inorganizados” sea completa­ mente justa. ¿ Qué se deduce de ella'? La cuestión no es: cuales son las relaciones entre “ la vida en s í” y el “ medio en s í” sino: cuáles son las relaciones entre “ la vida en s í” , el “ medio en sí” y la vida y el

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medio “ en. nuestra experiencia” , en “ nuestra conciencia” , en “ nues­ tra sensación” . Y a esta pregunta, vuestra nueva observación no respon­ de nada. De ahí el que ni esa observación, ni vuestras espirituales comillas, priven a los “ individuos” perspicaces del derecho de afirmar que si, por un instante, escapáis a las contradicciones propias de vues­ tra “ filosofía” , es únicamente por la vía de la confesión de la inutili­ dad para el conocimiento de la distinción entre el ser en sí y eí ser en la experiencia s. A imitación de su maestro Mach, usted quema —por la necesidad lógica más elemental— lo que nos invita a adorar, y adora lo qtie nos invita a quemar.

YIII Un punto más todavía y podré dar por terminada la lista de vuestros pecados capitales contra la lógica. Paso a vuestra teoría de la “ substitución” . Precisamente esta teoría va a explicarnos, a nos­ otros los profanos, como un hombre “ parece a un otro, como un cierto complejo visual-tácti)-auditivo entre otros complejos” . Sabemos ya que hay entre los complejos de sensaciones inmedia­ tas (es decir, entre los hombres, para hablar más ssncilla;mente) una acción recíproca. Obran, “ se. reflejan” los unos sobre los otros. ¿Pero cómo se reflejan? Ahí está toda la cuestión. Aquí es preciso recordar vuestro pensamiento: aunque todo com­ plejo dado puede reflejarse en otros complejos análogos, no se refleja bajo su aspecto original, sino bajo el de ciertas variaciones de esos com­ plejos, “ bajo el aspecto de un nuevo agrupamiento de elementos que penetran en él y complican sus relaciones internas” . Ya he hecho notar que este pensamiento es indispensable para la comprensión de vuestra teoría de la “ substitución” . Ha llegado el momento de dete­ nernos en ella. Expresando este importante pensamiento en vuestros propios términos, señor Bogdanov, yo diría que el reflejo del complejo A en el complejo B se reduce a “ una cierta serie de variaciones de este segun­ do complejo de variaciones, ligadas al contenido y a la estructura del primer complejo por una dependencia funcional” . ¿Pero qué significa aquí la “ dependencia funcional” ! Significa que durante la acción recíproca entre el complejo A y el complejo B, una cierta serie del se­ gundo complejo corresponde al contenido y la estructura del primero. Ni más ni menos. Significa que cuando yo tengo el honor de hablar eon usted, mis “ sensaciones” corresponden a las suyas. ¿Cómo explicarse esta correspondencia? De ningún modo, salvo eon estas palabras: dependencia funcional. Pero estas palabras no explican nada. Contés­ teme a esto, señor Bogdanov, se lo suplico: ¿hay la menor diferencia entre esta correspondencia “ funcional” y la “ armonía preestablecida” que, a imitación de su maestro Mach, rechaza usted con tan soberbio desdén? Reflexione y verá por sí mismo que no hay ninguna diferen-

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cía y que, por consiguiente, es en vano que usted insulte inútilmente a esa viejecita de "arm onía peestableeida’’. Si es franco, usted mismo nos dirá que su argumento del medio nació del vago recuerdo qne usted tenía de la semejanza desagradable para usted entre la vieja teoría de la "arm onía preestablecida” y su "dependencia funcionar’. Pero después de lo dicho, es casi m ótil explicar que, en ese caso difícil, el medio es ‘‘inútil al conocimiento ’J, ya que siendo, según vuestra teoría, el resultado de la acción recíproca entre los complejos, no explica de donde viene- la posibilidad de una tal acción recíproca, fuera de la "arm onía preestablecida” . Continúo. Lanzada esta afirmación evidentemente "m etem pírica” (es decir, metafísica) de que el mundo inorgánico " e n s í” y el mundo inorgáni­ co " e n nuestra experiencia” son dos cosas diferentes, continúa usted: " S i el medio organizado es un eslabón intermediario en la acción recíproca de procesos vitales; si, por su mediación, los complejos de sensaciones "se reflejan” el uno en el otro, no hay nada de nuevo ni de extraño en el hecho de que, por esa misma mediación, u n complejo vital dado "se refleje” también en sí mismo. E l complejo A obrando sobre el complejo B puede, por su intermediario, obrar sobre el com­ plejo B, pero también sobre el complejo A, es decir, sobre sí mismo. , . Desde este punto de vista es del todo comprensible que un ser viviente pueda tener mía percepción exterior de sí mismo, y pueda verse, olerse, oírse, etc,, es decir, que pueda, entre sus sensaciones, encontrar las que sean un reflejo indirecto (por intermedio del "m edio” ) de esa misma serie ele sensaciones” . (Ibid, Lib. I). Traducido en lenguaje corriente, esto significa que cuando el hom­ bre percibe su propio cuerpo, "sie n te ” algunas de sus propias "sensa­ ciones” , las cuales toman el aspecto de un complejo visual-táctil por el hecho de ser reflejadas por mediación del "m edio” , i Esto no es del todo comprensible " e n s í” ! ¡Intente usted comprender de qué manera un hombre siente su "propia sensación” aunque sea por mediación del "m edio” que, como ya sabemos, no explica n a d a 9! Se vuelve usted metafísico, señor Bog­ danov, en el sentido que Voltaire daba a este término, al afirm ar que, cuando el hombre dice lo que él mismo no comprende, hace metafísica. Pero la idea que expresa usted, incomprensible "e n s í” , se reduce a que nuestro cuerpo no es otra cosa que nuestra sensación psíquica, reflejada de una cierta manera. Si esto no es idealismo, ¿ qué es, entonces, idealismo ? ¡H a completado usted admirablemente a Mach, señor Bogdanov! No lo digo en brom a: Mach, no en vano era un físico, caía a veces en el materialismo; lo he demostrado en mi segunda carta con ayuda de algu­ nos ejemplos característicos. E n ese sentido Mach pecaba de dualismo. Usted lo ha corregido. Usted ha transformado su filosofía en idealista de punta a punta. No se puede menos que alabarlo por ello10.

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No piense, señor Bogdanov, que al decir esto me burlo de usted. Muy al contrario, mi intención es felicitarle, y muy vivamente. Las consideraciones que acabo de citar me han recordado la doctrina de Schelling sobre “ la inteligencia creadora” , que contempla su propia actividad pero no se da cuenta de ese proceso de contemplación y, a causa de ello, se representan sus resultados como objetos que le vienen del exterior. En usted esta doctrina se transforma considerablemente y toma, por decirlo así, un aspecto caricaturesco. Pero el hecho de ser la caricatura de un gran hombre debe servirle ya de consuelo. Y note usted que al dirigirle este cumplido que, yo lo reconozco, puede pareeerle dudoso, no quiero en modo alguno decir que, con este aporte original a la “ filosofía'' de Mach, usted estaba enterado de que no hacía otra cosa que dar nuevo aspecto a una doctrina idea­ lista ya muy gastada y antigua. No, yo supongo que esta doctrina gra­ cias a ciertas propiedades do) “ medio" que lo rodea, se “ reflejaba ’ 7 en el cerebro de usted inconscientemente, como un “ complejo” filosófico deducido de las adquisiciones principales “ de las ciencias naturales modernas” . Pero el idealismo sigue siendo idealismo, reconozca o no su naturaleza el que lo predica. Desarrollando a su manera —es decir, deformando— el idealismo que usted se ha asimilado inconscientemen­ te, llega usted “ naturalmente” a una visión puramente idealista de la materia. Y aunque usted rehace la suposición de que, según usted, lo “ físico” no es más que “ otra form a” de lo “ psíquico” 11, en reali­ dad esta suposición corresponde perfectamente a la verdad. Su concep­ ción de la materia y de todo lo que es “ físico” , lo repito, está empapa­ da de idealismo. Para asegurarnos de ello no hay más que leer, por ejemplo su profunda consideración respecto a la químico-física: “ En ■una palabra, lo más probable es que la materia viviente organizada sea la expresión física (o el “ reflejo” ) de sensaciones inmediatas de un carácter psíquico, evidentemente tanto más elementales cuanto más elemental sea la organización de esa materia viviente en cada caso particu lar” . (Ibid) 12. Es evidente que el químico o el físico que qui­ siera adoptar este punto de vísta tendría que crear “ disciplinas” pura­ mente idealistas y volver a la ciencia natural especulativa de Schelling. Ahora no será difícil comprender lo que pasa cuando un hombre percibe el cuerpo de otro. Aquí es preciso emplear ante todo esas comi­ llas que desempeñan un papel tan importante en vuestra “ filosofía” , señor Bogdanov. Un hombre que no ve de ningún modo el cuerpo de otro hombre, ¡eso sería indigno de las “ ciencias naturales contemporá­ neas” ! Ye su “ cuerpo” , es decir, el cuerpo entre comillas, aunque no se aperciba de estas últimas más que en el caso de pertenecer a la escuela “ empiriomonista” . Y esas comillas significan que es preci­ so comprender eso “ espiritualmente” , como se dice en el catecismo o, psíquicamente, como decimos usted y yo. El “ cuerpo” no es nada más que un reflejo particular (reflejo por mediación del medio inorgánico) de un complejo de sensaciones en otro complejo del mismo género. Lo psíquico (con o sin comillas) precede a “ físico” (y a lo físico) tanto como a lo “ fisiológico” (y como a lo fisiológico).

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¡ He ahí, señor Bogdanov, su sabiduría libresca! ¡ He ahí el sentido de tocia su filosofía! O, para expresarnos más modestamente, he ahí el sentido de lo que lleva en usted el pomposo rótulo de svbsiiivción sistematizada y perfeccionada, “ Desde el punto de vista de la substitución sistematizada, perfec­ cionada —proclama usted— toda la naturaleza se presenta como una serie infinta de “ complejos inmediatos” cuya materia es la misma que Ja de los “ elementos” de la experiencia y cuya forma se caracteriza por los grados más diversos de organización, desde el grado más infe­ rior, correspondiente “ al mundo inorgánico” , hasta el superior corres­ pondiente a la “ experiencia” del hombre. Estos complejos obran recí­ procamente los unos sobre los otros. Toda “ percepción del mundo ex­ terio r” es el reflejo de uno de esos complejos en un cierto complejo constituido: un “ psiquismo viviente. Y “ la experiencia física ” es el resultado del proceso colectivo, organizador, que unifica armoniosa­ mente esas percepciones. La “ substitución” da, por así decirlo, el refle­ jo invertido del reflejo, más semejante a lo que es “ reflejado” que el primer reflejo: así la melodía reproducida por el fonógrafo es el segun­ do reflejo de 3a melodía percibida por él, y es-incomparablemente más semejante a -esta última que el primer reflejo, trazos y puntos sobre el disco del fonógrafo” . (Ibid, Lib. II). E& que dude un instante del carácter idealista de tal filosofía, es inepto para toda disensión filosófica: su caso es desesperado. Yo lo llamaría “ Tenfant terrible” de la escuela de Mach, señor Bogdanov, si un “ complejo de sensaciones inmediatas” no me impidie­ se compararos a un chiquillo. Pero, en todo caso, ha descubierto usted el misterio de la escuela al proclamar en alta voz lo que estaba prohibi­ do decir delante de extraños. H a puesto usted los “ puntos” idealistas sobre las “ i ” idealistas que caracterizan la filosofía de Mach. Y, lo repito, usted ba querido colocar esos puntos porque la filosofía de Mach (y de Avenarius) le ha parecido insuficientemente monista. Se ha dado usted cuenta de que el monismo de esta “ filosofía” era un monismo idealista. Y se lia encargado usted de “ completarla” con un espíritu idealista. La teoría de la objetividad inventada por usted le ha servido de instrumento a ese efecto. Con su ayuda ha fabricado usted cómoda­ mente todos sus descubrimientos filosóficos. Usted mismo lo reconoce en las líneas siguientes, que, para su desgracia, se distinguen de las otras por su extrema claridad: “ Como la historia del desarrollo psíquico muestra que la expe­ riencia objetiva, con sus ligazones nerviosas y su armonía, es el resul­ tado de una larga evolución y sólo se cristaliza paso a paso al salir del torrente de las sensaciones inmediatas, no nos queda más remedio que admitir que el proceso fisiológico objetivo es el “ reflejo” del com­ plejo de sensaciones inmediatas y no lo contrario. Surge en seguida esta pregunta: si es un re flejo ... ¿sobre qué es el reflejo? Nosotros hemos dado la respuesta que corresponde a la concepción social monista de la experiencia que hemos adoptado. Al reconocer que la universalidad de

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la experiencia objetiva es la expresión de su organización social, hemos llegado a la deducción empirimonista siguiente: la vida fisiológica es el resultado de la armonización colectiva de las (‘percepciones exteriores'' el organismo viviente, y cada una de esas percepciones es un reflejo de un complejo de sensaciones de otro complejo (o en sí mismo). En otros términos: La vida fisiológica es el reflejo de la vida en la expe­ riencia soeialmente organizada de los seres v i v i e n t e s ( I b i d . Subraya­ do por usted). Esta última frase: “ la vida fisiológica es el reflejo de la vida en la experiencia socialmente organizada de los seres vivientes", garantiza indiscutiblemente que es usted un idealista ‘' original7’. Sólo un idealista puede considerar el proceso fisiológico como “ el reflejo" de sensacio­ nes psíquicas inmediatas. Y sólo un idealista definitivamente extravia­ do puede afirmar que los “ reflejos" que se refieren al dominio de la vida fisiológica, son los resultados de la organización social de la expe­ riencia. es decir, de la vida social. Pero axm descubierto el misterio del “ empiriocriticismo" usted no ha añadido absolutamente nada a esta doctrina “ filosófica” salvo algunas invenciones inconciliablemente contradictorias. Al leer esas invenciones se experimenta la misma sensación que Tchuehikov cuan­ do pasó la noche en la casa de Kcrobotchka. Penitia había construido su lecho de mano maestra, si bien los colchonos llegaban hasta «1 techo, “ pero cuando con ayuda de una silla, Tchuehikov logró trepar hasta la cima, la bella, construcción se hundió casi hasta el suelo y las plumas del edredón volaron por toda la alcoba". Vuestras invenciones “ empiriomonistas ’ ’, señor Bogdanov, llegan también hasta él techo, ¡ tantos tér~ minos escocidos y tanta sabiduría contienen! P'ero basta el más ligero contacto de la crítica con vuestro edredón filosófico.. . y las plumas vuelan por todas p artes. . . y el lector asombrado cae bruscamente, hundiéndose en la sima tenebrosa ele la metafísica más vacía. He ahí por qué no es difícil criticaros sino por el contrario, muy fastidioso. Eso es lo que me impulsó, el año último, a apartarme de usted y a ocu­ parme de su maestro. Pero como usted tenía ciertas pretensiones de originalidad, me h@ visto obligado a examinar esa pretensión. He de­ mostrado hasta qne punto es inconsistente vuestra “ teoría de la obje­ tividad" y cómo vuestra doctrina de la “ substitución" deforma las re­ laciones naturales de los hechos. Esto basta. Perseguiros más sería perder el tiempo. E l lector verá ahora el valor de vuestra filosofía y de vuestra originalidad. Para terminar, añadiré una cosa. No es lo más triste que un “ com­ plejo de sensaciones inm ediatas" como usted, señor Bogdanov, haya podido aparecer en nuestra literatura, sino que ese “ complejo" haya logrado representar en ella un cierto papel. Se os ha leído; hasta algu­ nos de vuestros libritos filosofantes han tenido varias ediciones. Se hubiera podido admitirlo si vuestras obras sólo fuesen compradas, leídas y aprobadas por los obscurantistas13. Pero no se puede aceptar que hom­ bres de mentalidad de vanguardia os hayan leído y os hayan tomado'

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en serio. Es ése síntoma en extremo nefasto. Demuestra que vivimos ahora en una, época terrible ele decadencia intelectual. Para considera­ ros como un pensador capaz de dar al marxismo un fundamento filo­ sófico, sería preciso carecer de todo conocimiento en el dominio filosó­ fico y marxista. La ignorancia es siempre un mal. Es siempre peligro­ sa para todos, y particularmente para los que quieren marchar hacia adelante. Pero su peligro es doble para ellos en los períodos de estan­ camiento social, cuando se ven obligados a reñir “ la batalla eon armas espirituales” . Él arma que usted ha forjado, señor Bogdanov, no pue­ de servir a los hombres de vanguardia. No les asegura la victoria, sino la derrota. Peor todavía. Al combatir con esa am a, esos hombres se transforman en caballeros de la reacción, y abren el camino al misti­ cismo y a las supersticiones de toda laya. Se engañan muchísimo los amigos extranjeros que, como el ami­ go Kautsfcy, piensan que es inútil combatir una “ filosofía ” que se ha difundido entre nosotros gracias a usted y a ciertos teóricos revisionis­ tas de su género. Kautsky no conoce las condiciones rusas. Olvida que la reacción burguesa que produce ahora, un verdadero vacío en las filas de nuestros intelectuales de vanguardia, se realiza entre nosotros bajo el signo del idealismo filosófico y que, por consiguiente, existe un peli­ gro particular para nosotros en las enseñanzas filosóficas que, idealis­ tas por naturaleza, se hacen pasar al mismo tiempo por la última palabra de las ciencias naturales y se fingen extrañas de toda metafí­ sica. No solamente no es superfluo luchar contra tales doctrinas, sino que es indispensable, como lo es la protesta contra la “ revisión” reaccionaria de los “ valores” adquiridos por los largos esfuerzos del pensamiento ruso de vanguardia. Tenía la intención de decir algunas palabras sobre su folleto “ Las aventuras de una escuela filosófica” (1908), pero la falta de tiempo me obliga a renunciar a ello. Desde luego, no es muy importan­ te. Espero que mis tres cartas bastarán para demostrar cuál es la acti­ tud de las concepciones filosóficas de la escuela a que pertenezco hacia las vuestras, señor Bogdanov, y principalmente hacia las de vuestro maestro Mach. No pido otra cosa. Hay una m ultitud de afaccionados a las discusiones ociosas. Yo no me cuento en su número. Por eso prefiero esperar a que escriba usted algo contra mí en defensa de su maestro o. al menos en la de su “ objetividad” y su “ substitución” . ¡Entonces volveré a tomar la pluma!

NOTAS

CARTA PRIM ERA 1 Engels, P ie L age Englands (Peutsch-Franzosische Jahrbücher). Los romperán bien pronto. L a tendencia contemporánea hacia todos los * ‘ ismos ’ ’ antim aterialistas a la moda es un síntom a de adaptación de la concepción ■del mundo de nuestros intelectuales a los “ com p lejos” de ideas propias de la burguesía contemporánea. Pero, por el momento, numerosos intelectuales adversarios ■del materialismo se im aginan seguir siendo los ideólogos del proletariado e intentan a veces, no sin éxito, influenciarle. 3 Ver sus *( Disquisitions relating to M atter and S p ir it" y su polémica con P rice. 4 Ver sus notables ten tativas para dar una explicación m aterialista de la H istoria, que yo he anotado en m is “ B itrage zur Geschicbte des Materialisraus ’ 5 Ver Marx, L a S agrada 'Familia (traducción M olitor). Costes, editor. 6 A viso para usted, señor Bogdanov, y sobre todo para su am igo, el bienaven­ turado A natolio, fundador de la nueva religión. 7 Alusión a unas palabras de Hobbes sobre el pueblo: fu e r robustus et m alitiosu s (muchacho fuerte y m alicioso). Notemos, a este propósito, que aún en ■el sistem a de H obbes, el materialismo toma un aire revolucionario. Los ideólogos -de la monarquía comprendían muy bien, ya entonces, que la monarquía por la gracia de D ios es una cosa, y la monarquía según H obbes, otra. L ange dice muy ju sta ­ m ente: “ se deduce de este sistem a que cada revolución que logra el poder tiene derecho a instaurar un nuevo orden político; la afirm ación de que “ la fuerza va antes que el d erech o'' no puede servir de consuelo a los tiranos, porque fuerza y ■derecho son idénticos; Hobbes no gusta de detenerse en estas consecuencias do su sistem a y describe con predilección las ven tajas de un reino hereditario; pero esto no cam bia en nada su teo ría " . E l papel revolucionario del m aterialismo en el mundo antiguo fue descrito elocuentemente por Lucrecio, que dice refiriéndose a Epicuro: “ M ientras que a los ojos de todos, la humanidad arrastraba sobre la tierra una, vida abyecta, aplastada bajo el peso de una religión cuyo rostro, mos­ trándose desde lo alto de las regiones celestes, am enazaba a los mortales con su aspecto horrible, por primera vez un griego, un hombre, osó levantar sus ojos mor­ ta les contra ella, y contra ella rebelarse. Lejos de detenerle, las fábulas divinas, -el rayo, los rugidos amenazadores del cielo, no hicieron m ás que excitar el ardor de su v a l o r . . . (Lucrecio. De la naturaleza, vers. 60 a 70. Trad. E n io u t). El m is­ mo Lange, muy injusto eon el m aterialismo, reconocía que el idealism o desem­ peñaba un papel conservador en la sociedad ateniense. s N uestra moral, nuestra religión, nuestro sentim iento de la nacionalidad — dice M aurice Barrés— son cosas derrumbadas a las que no podemos pedir re­ glas de vida y, m ientras esperamos que nuestros maestros rehagan certezas, con­ viene que no 3 atengam os a la única realidad, al “ Y o " . T al es la conclusión (dem asiado insuficiente, desde luego) del primer capítulo «de Cous l ’oeil des B arbares (B ajo la mirada de los B árbaros). Maurice Barrés, Le cu ite du moi, Examen de tres ideologías, P arís, 1892'). Es evidente que tal estado de espíritu predispone al idealismo y, sobre todo, a 2

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ja m ás débil de sus variedades, el idealism o subjetivo. Los hombres enteram ente ocupados en su precioso “ Y o ” no pueden de ningún, modo sim patizar con. el m a­ terialism o. ¡Por eso existen hombres que consideran el materialismo como una doc­ trina inm oral! Se sabe, por otra parte, cómo ha terminado Barres con su “ culto del y o ” .

CARTA SE G U N D A 1 E l idealism o absoluto no reconoce tampoco la definición m aterialista de la m ateria, pero su doctrina de la m ateria, en tanto que ‘ : form e o tr a ” ' del espíritu, no nos interesa aquí. 2 Obras de é e o r g e Berkeley I). D .. antiguam ente obispo de Cloyue, Oxford, M DCCCLXXI, vol. I, pág. 157-158. 3 Feuerbaeh, vol. I I , pág. 308. —* P uede preguntársem e: ¿es que no existe lo que está en el pensam iento i E xiste, respondería yo, cambiando ligeram ente la ex­ presión do H egel, como un re fle jo á e la existencia real. ■í “ E ugen Dübring Umwalzrang der ‘W issen sch aft” , V . A üflage, pág. 31. s A l caracterizar la teoría de P latón , W indelband dice: “ S i las nociones con­ tien en un conocim iento que, aunque originado por las percepciones, no se deriva de ellas y se distingue esencialm ente de ellas, también la s ideas, objetos de las nodones, deben tener percepciones como los objetos, una realidad independia.te y hasta superior. Pero los objetos de las percepciones son siempre los cuerpos y su m o­ vim iento o, como dice P latón, el m undo visib lej por consiguiente, la s ideas, en tan ­ to se consideren objetos del conocim iento, expresado por la s nociones, deben con sti­ tuir im a realidad independiente d istin ta de la otra, el mundo in visib le e in m ate­ r ia l” . (P la tó n , pág. 8 4 ). E sto b asta p ara comprender por qué, a l oponer el m aterialism o al idealism o, yo d efinía la m ateria como el origen de nuestras sensa­ ciones. A l hacerlo así, subrayaba el rasgo principal que d istingue la teoría d.el co­ nocim iento m aterialista de lo id ealista. E l señor B ogdanov no lo ha comprendido así, y por eso ríe donde haría m ejor en reflexionar m i poco. M i adversario dice que todo lo que se puede sacar de mi d efin ición de la m ateria es que no tien e espíritu. E sta afirm ación prueba una vez m ás que no conoce la h istoria de la filo so fía . La noción del “ e sp ír itu ” se ha desarrollado p o r la, vía de la abstracción de la s pro­ piedades m ateriales de los objetos. E s erróneo decir: la m ateria es el no-espíritu. E s preciso d ecir: el espíritu es la no-m ateria. E l mismo W indelband afirm a que la particularidad de la teoría p latoniana del conocim iento consiste “ en. la exigencia de que el mundo superior sea in visib le o in m aterial” . N o hay que decir que esta exigen cia no puede nacer más que cuando los hombres se han. form ado por la ex­ periencia, la noción del mundo ‘ ■'visible” , m aterial. L a particularidad de la crítica m aterialista del idealism o consiste en descubrir lo m al fundado de esta exigencia de reconocer un mundo superior “ in v isib le” e “ in m aterial” . Los m aterialistas a fir­ m an que sólo existe este mundo m aterial que conocemos, directa o indirectam ente, con la ayuda de nuestros sentidos, y que no puede haber otro conocim iento que eí experim ental. 6 “ La cosa en sí no tien e color solam ente cuando se la pone delante de los ojos, e t c .” . (H egel, W issen sch aft d er Logilc, I ) , i Desarrollo m ás am pliam ente el problem a de la identidad del ser y del pen­ sam iento en m i libro L as cu estiones fu n dam en ta les del M arxism o. 8 “ Crítica de nuestras crítica s” , p á g . 238-234, 9 P ara probar la in su ficien cia de esta term inología, cito el p asaje sigu ien te de la C rítica de la liasón P u r a : “ p ara que el noumén sign ifiq ue un objeto real, que es preciso no confundir con los fenóm enos, no b asta que mi pensam iento esté liberado de todas las condiciones de la intuición sensible; es preciso, además, que yo esté ju stificad o para adm itir otra especie de intuición en la que ta l objeto pueda darse, de otro modo m i pensam iento estará vacío, aunque libre de contradic­ cio n es” . H e querido subrayar el hecho de que no puede haber otra intuición que la intuición sensible, pero que eso no im pide conocer el objeto, gracias a la s sen-

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saeiones que hace nacer en nosotros. N aturalm ente, usted no lia, comprendido esto, señor Bogdanov. ¡H e ahí las consecuencias de comenzar por Maeli el estudio de la filo so fía ! W N o quiero con esto decir en modo alguno que m is críticos tendrían razón si yo me atuviese todavía a m i antigua term inología. N o, ni aun en este caso, sus objeciones serían fundadas, como no lo son ninguna de las hechas por los idealistas a los m aterialistas. N o puede haber diferencia m ás que en el grado y es preciso re­ conocer que m is honorables adversarios han mostrado un grado extremo de de­ bilidad. N o dudo de que es precisam ente el abandono de uno de m is antiguos tér­ m inos el que atrajo por prim era vez la atención de esos señores sobre lo que ellos consideran como el lado m ás débil de “ m i ” m aterialism o. Celebro haberles dado ocasión de distinguirse, pero lam ento vivam ente qne hasta. un adversario de idea­ lism o, V. L lin, haya creído necesario hablar en su libro E l M aterialism o contra m is jeroglíficos. ¿Qué necesidad había de ponerse en esta ocasión al mismo nivel que los que han probado su ficientem ente que no han inventado la pólvora^ 11 U na eosa tiene pro piedades; estas son prim eram en te sus relaciones deter­ m inadas con o t r a s ... pero seguramente, la eosa es en s í . . . tiene la propiedad de provocar ta l o cual efecto en otra, y de exteriorizarse en sus relaciones de una m a­ nera original. (H egel, Ciencia de la L ógica, T. I, libro IX, págs. 148-149). 12 Ahora, ciertos partidarios de Mach, Petzokl por ejemplo, quieren separar­ se de Vervorn, declarándole ellos mismos idealistas. Vervorn es realm ente un idea­ lista , pero no m ás que Mach, Avenarius y P etzold. Es solamente más consecuente que olios, N o teme las conclusiones id ealistas que asustan todavía a ios otros, y de las que intentan defenderse con los sofism as más ridículos. 13 Según las enseñanzas de Spinoza, el objeto (res) es un cuerpo (corpus) y al mismo tiempo la idea del cuerpo (id ea corporis). Pero, como el que tiene con­ ciencia de sí tiene al mismo tiem po conciencia de su conciencia, el objeto es ol cuer­ po (corp u s), la idea del cuerpo (id ea corporis) y, en fin , la id ea de la idea del cuerpo (idea ideae corporis). Se ve por esto cuán próximo está el materialismo de feu erb a eh a las doctrinas de Spinoza. 14 E n otro lugar ( A n álisis de las S en sacion es). Mach dice: “ L as diver­ sas sensaciones de un hombre, así como las sensaciones de diversos hombres, se en­ cuentran en una dependencia determ inada las unas de las otras. Es esto en lo que consiste la “ m a te ria ” . Es posible. Pero surge otra pregunta: ¿puede haber desde el punto de vista de Mach, otra dependencia que la que corresponde a la armonía preestablecida? 15 H ans Cornelius, que Mach considera como partidario suyo, confiesa que no conoce n i una refutación cien tífica del solipsism o (ver su Introducción a la F i­ losofía, Leipzig, 1903, y sobre todo la n ota de la p ág. 323). 1(5 N aturalm ente, M ilite no es el único que hace esta distinción. Se im ponía, por decirlo así, p o r sí misma, no solam ente a tocios los idealistas, sino a los solipsisia s. 1 7 D igo “ sólo puede tener sentido bajo la plum a de un. m aterialista” , por­ que esta frase de Mach supone que la conciencia, es decir, entre otras, “ las ma­ n ifestacion es de la volu n tad " , se determ ina por “ el se r ” (por la construcción m a­ terial de los organismos en que aparecen esas m anifestacion es). Es, por consiguien­ te, absurdo decir que el ser no es m ás que un entes representado o sentido por los individuos que poseen voluntad. E s necesariam ente al mism o tiempo “ el ser en s í ” . Pero, según Mach, la m ateria no es m ás que uno de los estados ( “ de sensacio­ n e s ” ) de la conciencia, y, por otra parte, la m ateria (es decir, la construcción m a­ terial del organism o) es por sí m ism a, la condición de la s sensaciones que nuestro pensador llam a las m anifestaciones de la voluntad. 18 E xisten ciertas “ condiciones químicas y v ita le s” . L a adaptación del or­ ganism o a esas condiciones se m an ifiesta, entre otras, en el gusto y el olor, es de­ cir, en el carácter de sensaciones propias a este organism o. Se preguntará si se pue­ de decir, sin caer en la m ás escandalosa contradicción, que estas “ condiciones quí­ m icas y v ita le s” no son otra cosa que el com plejo de sensaciones propias de ese m is­ mo organismo. Parece que no. Pero, según Mach, no solam ente se puede, sino que se debe. Mach se aferra firm em ente a aquella convicción filo só fic a de que la tierra

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reposa sobre las ballenas, las ballenas nadan en el agua y el agua se encuentra sobro la tierra. E sta convicción le ha conducido al gran descubrimiento que tanto ha entusiasmado a mi joven am igo F . V . Adler (ver su folleto Die enadeclcung der W eltelem ente. Sonderebdruck aus N .u 5 del Zitschrif t K am pf). Sin embargo, no pierdo la esperanza de que con el tiem po mi joven am igo, una vez que h aya reflexio­ nado más sobre las cuestiones fundam entales de la filo so fía , se reirá él mismo de su actual entusiasmo ingenuo por Mach. 19 P ara “ el lector penetrante ” , contra el cual com batía en otros tiempos Chernichevsky en su novela ¿Qué hacer?, añadiré Ja observación siguiente: “ No quiero en modo alguno decir que Mach u otros pensadores de su género «espiritua­ les» de la burguesía. En este caso, la adaptación de la conciencia social (o do cla­ se), se hace, en general, sin que los individuos se aperciban de ello. Adeznás, en el caso que nos interesa, la adaptación de la conciencia al ser se ha hecho mucho antes de que Mach comenzase sus «paseos dominicales» por el dominio de la filo so ­ f ía . Mach sólo ha pecado por m ostrarse incapaz de considerar críticamente la ten ­ dencia filo só fica dominante en su tiem po. Pero es éste un pecado muy corriente entre hombres aun mucho mejor dotados que é l" . -0

¡Oh cosa en sí C uánto t e am o!

¡Oh tú, cosa de todas las cosas!

CARTA TERCERA 1

P seudón im o de P le ja n o v .

No añadiré aquí más que una pequeña indicación: Engels en su prefacio a la segunda edición del Á n ti-D ü hrin g decía: “ Marx y yo hemos sido los únicos en transportar la dialéctica consciente de la filo s o fía id ealista alemana & la concepción m aterialista de la. naturaleza y de la h isto ria ” . (P . Engels, F ilosofía, economía po­ lítica, socialism o, 1907). Como ve usted, la explicación m aterialista de la naturale­ za era a los ojos de E ngels una parte tan indispensable a una concepción ju sta del mundo como la explicación m aterialista de la historia. Esto es lo que olvidan con demasiada frecuencia y demasiado voluntariosam ente los que se inclinan ai eclec­ ticism o o, lo que viene a ser igual, al “ revisionism oJ' teórico. 3 Usted conoce mal la historia de las concepcones esparcida en la ciencia so­ ciológica del siglo X IX . Si usted la hubiese conocido, no habría usted aproximado Maeh a Marx por la única razón de que M ach explica el origen de la ciencia “ por la s exigencias de la vida p r á c t ic a ... ia técn ica ” . E sto está lejos de ser una idea nueva. L ittré escribía ya h acia 1840: *‘ Toda ciencia proviene de un arte corres­ pondiente del que se destacó poco a poeo; 3a necesidad sugirió las artes, y más tarde la reflexión sugirió las ciencias. A sí es como la fisiología, mejor denominada bio­ lo gía, nació de la m edicina. Después gradualmente, las artes recibieron de las cien­ cias más que éstas recibieron de a q u éllas” . (Citado por A lñ e d D 'E spinas. L os orígenes de la tecon ología” , París, 1897, pág. 12), 4 En su artículo “ La conciencia de sí de la filo s o fía ” dice usted: “ Nuestro universo es ante todo un mundo experim ental. Pero no solam ente un mundo de ex­ periencia in directa. N o, es mucho m ás ex ten so ” . (Em piriom onism o, lib, I I I ) . En efecto ¡y tan mucho más extenso! Tan extenso que la “ filo s o fía ” , que dice apo­ yarse sobre la experiencia, se basa, en realidad, en una doctrina puramente dogmá­ tica de 1 ‘ elem entos ” , y se encuentra en la relación m ás estrecha con la m etafísica idealista. 5 Cuando yo d igo: “ exp erien cia” quiero decir: o lie n mi propia experiencia o 'bien no solamente mi propia experiencia, sino tam bién la de los otros hombres. E n el primer caso, soy un solipsista, porque m e encuentro siempre solo en mi pro­ p ia experiencia (solus ip s e ), En el segundo caso, evito «1 solipsism o al rebasar los lím ites de la experiencia individual. Pero, al reconocer la existencia independiente de los otros hombres, afirm o por eso mismo que tienen una existencia en sí, in d e­ pendiente de m i representación, de m i experiencia in dividu al. E n otros términos, al reconocer la existencia de otro hombre, declaramos, usted y yo, absurdo lo que dice 2

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usted contra el ser en si, es decir, que echamos abajo toda la filo so fía del “ machism o '', del “ em p iriocriticism o", del ‘ ' em piriom onism o? etc. En el mismo libro afirm a usted, por el contrario, eorno yo he dejado in ­ dicado más arriba, que la acción recíproca “ de seres v iv ien tes" ( “ com p lejos" ellos tam bién) no se efectú a directamente. E sa es una da vuestras innumerables contra­ dicciones, que sería superfino seguir examinando. 7 “ E l objeto, es decir, el otro «yo», hablando en térm inos de Fichte, es dado no a mi «yo», sino m i «no yo»; porque es solam ente ahí donde yo me transformo, de «yo» en «tu», es solam ente ahí donde yo siento que nace la representación de una actividad existente fuera de mí, es decir, de la objetividad. Pero sólo por medio de los sentidos el «yo» se convierte en el «no y o » " , (FPerice, I I , pág. 322). 8 Digo que usted escapa, por un instante, a la s contradicciones inconciliables, porque no le es dado escapar a ellas por un tiem po un poco largo. En efecto, si el mundo inorgánico en si es un caos de elem entos, m ientras que “ en nuestro cono­ cimiento se transform a en un sistem a arm onioso", tiene que ocurrir una de dos cosas: o bien usted mismo no sabe lo qué se dice, o bien -es que usted, que se consi­ dera un pensador independiente últim o modelo, vuelve de la manera más vergonzosa ai punto de vista del viejo K an t, afirm ando que la razón dicta sus leyes a la na­ turaleza exterior. E n verdad, en verdad os digo, señor Bogdanov, que hasta el fin de vuestros días flotaréis sin gobierno de una en otra contradicción. Comienzo a sospechar que es precisam ente vuestra filo so fía ese caos de elementos que, según usted, constituye el mundo inorgánico. o N osotros no podemos “ se n tir " nuestra “ sensación " m ás que por el re­ cuerdo de lo que hemos ya se n tid o .. . Pero -eso no es en absoluto de lo que se trata en lo que usted dice, señor Bogdanov. Usted ha averiguado que al reconocer en lo “ fís ic o " y en lo “ p síq u ico" dos géneros separados, Mach y Avenarius, reconocían a una cierta “ d u alid ad " . U sted ha querido elim inar ésta. Los m últiples y profundos “ porqués" que dirige usted a Mach y a Avenarius son una alusión transparente al hecho de que usted conocía el secreto para evitar esta desagradable dualidad. Y hasta lo ha declarado usted francam ente. Sabemos ahora en qué consiste vuestro secreto: declara usted lo “ f ís ic o " mía otra form a de lo “ p síq u ico" . E sto es, en efecto, monismo. No tiene más que un inconveniente: es idealista. i* H e puesto entre com illas las tres expresiones que usted mismo emplea, con el fin de im pedir toda ten tativa por parte de los lectores para comprenderlas en el sentido directo, es decir, en su verdadero sentido. (V éase el Empiriomonismo, l i ­ bro I I ) . 12 En otra parle, dice usted: “ A toda célula viviente corresponde, desde nues­ tro punto de vista, un cierto complejo de sensaciones, por in sign ificante que se a " . Los que piensen que al decir esto hace usted alusión a las “ almas celu lares" de Maeckel, estarán en un gran error. Según usted, la concordancia entre la “ célula v iv ien te " y el “ com plejo de sensaciones por in sign ifican te que s e a " , consiste en que esa célula no es más que un reflejo de ese com plejo, es decir, solam ente otra form a de su ser. 13 W illiam Jam es dice, apoyando su punto de vista religioso: “ La realidad concreta se compone exclusivam ente de experiencias ind ivid u ales". (La exper iciir cía Religiosa, París-G-enéve, 1908). E sto equivale a la afirm ación de que en la base de toda realidad hay ‘ ‘ com plejos de sensaciones inm ediatas ’ Y Jam es no se engaña al pensar que tales afirm aciones abren de par en par la puerta a la superstición religiosa.

REFERENCIAS

A-vmarms, Mohard (1843-1896). — F ilósofo alemán, fundador del ; ‘ em pirio­ criticism o ’ Queriendo vencer la oposición de la m ateria y del espíritu y reducirlo a la unidad, lleg a al idealism o. Beeouoce la s sensaciones que las únicas realida­ des existentes. A gn osticism o. — Teoría del conocimiento que tom a por base de éste las sen­ saciones, pero rehúsa considerar nuestras representaciones como reflejos adecuados de las cosas exteriores. L a cosa tal como existe en sí, según, el agnóstico, es incog­ noscible, E n gels ha hecho una brillante crítica del agnosticism o en su artículo: “ Del m aterialism o histórico ’ *. A d ler, F riedrich (N acid o en 1879). — Social-dem ócrata austríaco. E n el domi­ nio de la filo so fía , Adler es ecléctico; reconoce la necesidad, para “ alcanzar una concepción u n ificad a del m undo” de com pletar el marxismo eon el macbísmo, que él declara “ la continuación de la concepción m aterialista de la h istoria” . A n im ism o (del latín animáis, esp íritu ). — S ig n ifica en un sentido amplio, una concepción del mundo según la cual, detrás de cada cosa visible se oculta un doble invisible: el espíritu. E n un sentido más restringido, el animismo es el nombre de una de la s teorías m ás extendidas sobre el origen de la s religiones. L a base de esta teoría la dio E. T&ylor. Su afirm ación fundam ental es la sigu ien te: toda una serie de fenómenos de la vida físic a — la muerte, el sueño, el desvanecimiento— se expli­ can para el hombre prim itivo por el hecho de que el ser humano está habitado por otro ser particular, “ el a lm a ” , que puede abandonar el cuerpo. E l hombre trans­ porta ese dualismo a la naturaleza que le rodea. A rtsU a ch ev , M ieliel (1878-1927), — Escritor. E n sus obras predicaba un culto del goce de la vida que ib a h asta el culto de la pasión sexual. Artsibachev es el re­ presentante del estiado de espíritu de la generación in telectu al burguesa que, en 1906-1910, había perdido sus sim patías revolucionarias y buscaba el olvido en' los placeres sensuales o ponía f in a su vida por el suicidio. Artsibachav emigró después de la revolución. B asarov. Pseudónimo de Boeclnev (nacido en 1874) — Econom ista, publicista y filó so fo . P artidario de Mach y de Avenarius, en filo so fía . A taca al m aterialism o dialéctico de Marx, so pretexto de criticar’ la s concepciones personales. B e lto v. Pseudónimo de F ie j ano v. B erm ann, Jacqv.es (N acid o en 1868). — Jurista, autor de obras sobre la f ilo ­ sofía, Critica las concepciones fundam entales del m aterialism o dialéctico de Marx y de E ngels, y considera la. dialéctica como el resto escolástico del idealism o. La filo so fía de Berm ann es una mezcla del m arxism o, dietzgenism o y pragm atismo. Berlceley, Q eorges (1681-1753). — F ilósofo in glés, obispo, enseña, que sólo las sensaciones del “ y o ” tienen una existencia, y que el “ y o ” no puede hacer deduc­ ciones sobre el ser del mundo exterior m aterial. E l idealism o de B erkeley conduce así necesariam ente al solipsism o, porque toda la realidad consiste para él en las sensaciones del sujeto. Bem stein. jEduardo (N acido en 1850) — Social-dem ócrata alemán, que fu e am igo ín tim o de E n gels durante los últim os años de la vida de éste. Después de la muerte de E ngels declaró que ciertas p artes del marxismo exigen una “ revisión ” . E l revisonismo de Bernstein, ligado en filo so fía al neokantismo, le llevó a renunciar com pletam ente del marxismo revolucionario.

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Clisthene, A teniense. — E n 508 antes de nuestra era, fue encargado de esta­ blecer la nueva legislación. Sus reform as pusieron fin a las prtensiones de la nobleza hereditaria a la dominación p olítica en la comunidad y dieron un carácter más de­ mocrático a Atenas. Cornelius, H ans (N acido en 1803). — Profesor de filo so fía en Munich. Su teoría es la unión de los elementos del idealism o crítico de Ivant con el p ositi­ vism o de Mach. Chtchedrine-SalUhov (1826-1889). — Gran escritor ruso. D urante veinte años todos los grandes acontecim ientos de la vida social rusa encontraron eco en la sátira viviente, llena de talento de Chtehedrine. N o atenuaba los lados sombríos de la vida rusa y luchó in fatigab lem ente por la libertad, el progreso 7 la justicia. D auge, P . — Autor de obras de popularización de la filo so fía de D ietzgen y editor de los libros de éste. D ictzg en , J. (1828-18S8). — Socialista y filósofo m aterialista. Obrero autodi­ dacta. D ietzgen descubrió por sí mismo muchos principios de la dialéctica materialista. Sin embargo, su fa lta de insirucccin determinó una serie de afirm aciones poco felices en su filo so fía m aterialista. Doumbad-zé (18 5 1 ). — General y gobernador ruso. En 1906 fu e comandante en j e fe de .Taita, donde se mostró como un tirano y luchó con gran energía contra toda m anifestación de libertad, deportando y encarcelando a todos los sospechosos de tendencias políticas indeseables. D iih ting, B u gene (1833-1921). — F ilósofo p ositivista alemán. E ngels criticó su filo so fía en el A nti-D ühring. Fspvnas, A lfredo de (N ació en 1844). — F ilósofo francés, uno de los introduc­ tores de la teoría de la evolución en Francia. Feuerbaeh, L vd vñ g (3S04-1872). — Gran filósofo alemán. Discípulo en un principio de H egel, pasó en seguida al m aterialismo. N uestro pensam iento nos hace conocer el mundo exterior y está determ inado por la contemplación sensible. El objeto de los sentidos es lo qne existe fuera e independientem ente de nosotros, y, por otra p a ite, sólo existo lo que puede ser el objeto de los sentidos. N o hay dua­ lism o entre el objeto y el sujeto, porque el hombre es una parte de la naturaleza una parte del ser. F ervorn, M ax (1863-1921). — F isiólogo y biólogo alemán. Eedactó desde 1902 la ‘ ‘ Z eitsehrift füv allgem em e P h y sio lo g ie" . F ich te, J. G. (1762-1814) — Representante del idealism o clásico alemán. Par­ tiendo de la filo so fía de K ant, F ichte som etió a la crítica su “ cosa en s í ?>. H a­ biéndola rechazado, F ich te cayó en el idealism o su b jetivo: el “ y o ” to desaparición de alguna cosa —dice Hegel en el primer tomo de su Lógica— se las representa ordinariamente como una aparición o desaparición gra­ duales. Sin embargo, las transformaciones del ser no consisten sola­ mente en el cambio de una cantidad en otra, sino también en el de la cantidad en calidad, e inversamente; cambio que, al suponer la sustitución de un fenómeno por otro, constituye un ruptura de la progresividad” *. Y cada vez que hay ruptura de la progresividad se produce un salto en el cotso del desarrollo. Hegel demuestra después por «na serie de ejemplos con qué frecuencia se producen saltos en la naturaleza, lo mismo que la historia, y pone de manifiesto el 'érror ridículo que sirve de base a la vulgar “ teoría de la evolución” . “ En la base de la doctrina de la progresividad —escribe— se encuentra la idea de que lo que surge existe ya efectivamente y permanece impercep­ tible únicamente a causa de su pequenez. Lo mismo cuando se habla de desaparición gradual de un fenómeno, se supone que esta desaparición es un hecho cumplido y que el fenómeno que ocupa el lugar del pre­ cedente existe ya, pero que no son preceptibles todavía ni uno ni otro. . . Pero de esta manera se suprime de hecho toda aparición y toda desaparición. Explicar estas fases de un fenómeno dado, por la progresividad de la transformación es referir todo a una tauto­ logía engorrosa, puesto que es considerar como realizado de antemano (es decir, como ya aparecido o desaparecido) lo que está en vías de aparecer.o desaparecer” **. Marx y Engels han adoptado enteramente esta concepción dia­ léctica de Hegel sobre la inevitabilidad de los saltos en el proceso del desarrollo. Engels trata de ella de una manera detallada en su polémica con Dühring, y en esta ocasión la “ pone sobre sus pies” , es decir, sobre una base materialista. Así, por ejemplo, demuestra que el paso de una forma u otra no puede cumplirse sino por medio de un salto lü. Encuentra, a est?, res­ pecto, en la química moderna la confirmación del principio dialético de la transformación de la cantidad en calidad. En general, las leyes *

W issenschaft der Logik, t. I. Nurem berg, 1812, págs. 313-314.

** En lo que se refiere a la cuestión de los “ saltos", ver nuestro trabajo. . Por último, las tempestades que poco tiempo antes habían estallado en Francia, demostraban claramente qne la marcha de los acontecimientos históricos estaba lejos de ser determinada ex­ clusivamente por la actividad consciente de los hombres; esta sola cir­ cunstancia debía ya sugerir la idea de que los acontecimientos tienen lugar bajo la influencia de cierta necesidad latente que actúa de ma­ nera ciega, como las fuerzas de la naturaleza, pero conforme a deter­ minadas leyes inexorables. Es interesante —aunque hasta ahora, que nosotros sepamos, nadie lo ha señalado— el hecho de que la nueva concepción de la Historia, como proceso qne obedece a determinadas le­ yes, fue defendido de la manera más consecuente por los historiado­ res franceses de ia época de la Restauración, y precisamente en las obras dedicadas a la Revolución Francesa. Tale* er'?n, ^.itre otras, las obras de Mignet. Chateaubriand dio el nombre de fatalista a la nue­ va escuela histórica. He aquí cómo él definía las tareas que esta escue­ la planteaba ante los investigadores.- “ Este sistema exige que el his­ toriador relate sin indignación las ferocidades más atroces, que hable sin amor de las más altas virtudes y con su fría mirada no vea en la vida social más que la manifestación de las leyes ineluctables, en vir­ tud de las cuales todo fenómeno se produce precisamente como inevi­ tablemente debía producirse” 20. Esto, naturalmente, es inexacto. La nueva escuela no exigía de ningún modo la impasibilidad del histo­ riador-;-Agustín Thierry incluso declaró abiertamente que las pasio­ nes políticas, aguzando el espíritu del investigador, pueden ser un arma

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potente para el descubrimiento de la verdad 'n . Y basta repasar las obras históricas de Guizot, Thierry o Mignet, para ver que ellos estaban anima­ dos de la simpatía más viva hacia la burguesía, tanto en su lucha contra la aristocracia y el clero, como en su tendencia a ahogar las reivindica­ ciones, del proletariado naciente, Pero lo que es indiscutible es que la nueva escuela histórica ha surgido entre XS20 y 1830, es decir, en una época en que la aristocracia estaba ya vencida por la burguesía, aunque aquélla trataba aún de restablecer algunos de sus viejos previlegios. El orgullo que les infundía la conciencia del triunfo de su clase se re­ flejaba en todos los razonamientos de los historiadores de la nueva escuela. Y como la burguesía no se ha distinguido nunca por una deli­ cadeza caballeresca de sentimientos, es natural que en los argumentos de sus sabios representantes, asomara a veces la crueldad hacia el ven­ cido. “ Le plus fort absorbe le plus f ai-ble, et ü est de droit" (el más inerte absorbe al más débil, lo cual es legitimo), dice C4uizot en uno de sus panfletos. No menos cruel es su actitud hacia la clase obrera. Esta crueldad que en determinadas épocas adquiría la forma de una impasibi­ lidad tranquila indujo a error a Chataeubriand. Además, entonces no se veía claramente aún cómo debía concebirse la regularidad del movimien­ to histórico. Por ríltimo, 3a nueva escuela podía parecer fatalista precisa­ mente porque, tratando de apoyarse con decisión sobre la regularidad, se ocupaba poco ele las grandes personalidades históricas -2. Esto es lo que no podían comprender fácilmente gente formada en las ideas históricas del siglo X V III. Sobre los nuevos historiadores se volcaron las refutaciones procedentes de todos lados, y fue entonces cuando se entabló la discusión que, como hemos visto, continúa en nuestros días. En enero de 1826, Sainte-Beuve, escribió en “ Globe” , con motivo de la aparición de los tomos V y Víl de la “ Historia ele la Revolución Francesa” , do Mignet: “ En cada momento dado, el hombre puede, por una decisión súbita de su voluntad, introducir en la marcha de los acontecimientos u*ia fuerza nueva, inesperada y variable, capaz de im­ primirle otra dirección, pero que, no obstante, sola no se presta a ser medida a causa de su variabilidad” . No hay que pensar que SaintBeuve, suponía que las “ decisiones súbitas” de la voluntad del hom­ bre aparecen sin razón alguna. No. Sería muy ingenuo. El no ha hecho más que afirmar que las cualidades intelectuales y morales del hombre, que desempeña un papel más o menos importante en la vida social,- su talento, sus conocimientos, su decisión o indecisión, su valor, o cobardía, etc., no podían dejar de ejercer una influencia notable sobre el curso y el desenlace de los acontecimientos, y, sin embargo, estas cualidades no se explican solamente por las leyes generales del desenvolvimiento de los pueblos, sino que se forman siempre y en alto grado, bajo la influencia de lo que podríamos llamar casualidades de la vida privada. Citaremos unos cuantos ejemplos para aclarar este pen­ samiento, que, por otra parte, nos parece suficientemente claro. E n la Guerra de Sucesión de Austria, las tropas francesas obtu­ vieron unas cuantas victorias brillantes y Francia hubiera podido, in­

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dudablemente, lograr de A ustria la cesión, de un territorio bastante extenso en lo que hoy es Bélgica; pero Luis XV, no exigía esta anexión porque él, según decía, no peleaba como mercader, sino como rey; así, la paz de Aquisgrán, no ha dado nada a los franceses. Pero si el carác­ ter de Luis XV hubiese sido otro, el territorio de Francia, tal vez hubiera aumentado, por cuyo motivo hubiera variado un. tanto el curso de su desarrollo económico y político. Como es sabido, la Guerra de los Siete Años, Francia la llevó a cabo en alianza con Austria. Se dice que en la concentración de esta alianza influyó grandemente Madame de Pompadour, a quien, había halagado extraordinariamente el hecho de que la orgiúlosa María Teresa, la llamara, en una carta, su prima o su querida amiga (bien bonne amie). Puede decirse, por tanto, que si Luis XV hubiese poseído una moral más austera y se hubiese dejado influir menos por sus favoritas, Madame de Pompadour no habría ejercido esa influencia sobre los acontecimientos y éstos habrían tomado otro giro. B,n la Guerra de los Siete Años, los franceses no tuvieron éxito. Sus generales sufrieron varias derrotas vergonzosas. En general, la conducta observada por ellos ha sido más que extraña. Bíchelieu se dedicaba a la rapiña, mientras que Soúbise y Broglie, siempre se estor­ baban mutuamente. Así, cuando Broglie atacó al enemigo en "WilHnghausen, Soubise, que había oído los disparos de cañón, no acudió en ayuda de su compañero, como estaba convenido y como, indudable­ mente, debía haber hecho y Broglie, se vio obligado a retirarse Ahora bien, a Soubise, inepto en extremo, le protegía Madame de Pompadour. T puede decirse una vez más que si Luis XV hubiese sido menos voluptuoso o si su favorita no hubiese intervenido en política, los acontecimientos no habrían sido tan desfavorables para Francia. Los historiadores franceses afirman que Francia no debía en absoluto pelear en. el continente europeo, sino que debía concentrar todos sus esfuerzos en el mar para defender sus colonias de la codicia de Inglaterra. Ahora bien, si Francia, obró de otra manera, la culpa es una vez más de la inevitable Madame de Pompadour, que aspiraba a complacer a su “ querida am iga” , María Teresa. A causa de la Guerra de los Siete Años, Francia perdió sus mejores colonias, lo que, sin duda, influyó fuertemente sobre el desarrollo de sus relaciones económicas. La vanidad femenina aparece aquí ante nosotros como un “ facto r” influyente del desarrollo económico. ¿Hacen falta otros ejemplos? Citaremos uno más, quizá el más sorprendente, E'n agosto de 1761, durante la misma Guerra de los Siete Años, las tropas austríacas, después de unirse con las rusas en la Silesia cercaron a Federico cerca de Striegau. La situación de Federico era desesperada, pero los aliados no se apresuraron a atacar y el general Buturlm, después de permanecer veinte días inactivo frente al enemigo, se retiró de la Silesia, dejando únicamente una parte delas tropas como refuerzo de las' del general Lauden. Este ocupó Scínveidnitz. cerca del cual se encontraba Federico. Pero este éxito

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había sido de poca importancia. En cambio,* ¿qué habría sucedido si Buturlm, hubiese poseído un carácter más enérgico, si los aliados hubiesen atacado a Federico, sin darle tiempo a fortificarse 1 Es posible que hubiese sido derrotado por completo y que hubiera tenido que so­ meterse a la voluntad de sus vencedores. Esto sucedió unos cuantos meses antes de que un nuevo hecho fortuito, la muerte de la empera­ triz Elisabeth, modificara súbita y radicalmente la situación en favor de Federico. Cabe preguntar: ¿qué hubiera sucedido sí Buturlín hubiera sido más enérgico o si en su lugar hubiera habido un Suvorov ? En sus análisis de la concepción de los historiadores “ fatalistas” , ¡Saint-Beuve, formuló también otro razonamiento que conviene tener en cuenta. En el ya citado artículo sobre la “ Historia de la Revolu­ ción Francesa” , de B'Xignet, él demuestra que el curso y el desenlace de la .Revolución Francesa no sólo fueron condicionados por las causas generales que la originaron y por las pasiones que ella a su vez desen­ cadenó, sino también por numerosos pequeños fenómenos que se es­ capan a la atención del investigador y que, incluso, no forman parte siquiera de los fenómenos sociales propiamente dichos. “ En el momento en que obran estas pasiones (provocadas por los fenómenos sociales) —escribía él—, las fuerzas físicas y fisiológicas de la natu­ raleza tampoco estaban inactivas: la piedra seguía sometida a la fuerza de la gravedad, la sangre no cesaba de circular por las venas. ¿Es posible que el curso de los acontecimientos no habría cambiado si Mirabeau, poi- ejemplo, no hubiese muerto atacado por unas fiebres, si la caída inesperada de un ladrillo o la apoplejía hubiese ocasionado la muerte de Robespierre, si una bala hubiese matado a Bonapartel ¿Se atreverían ustedes a afirm ar qué el resultado de los aconteci­ mientos habría sido el mismo? Ante un número suficientemente grande de casualidades como las sugeridas por mí, el resultado habría podido ser completamente opuesto al que, según ustedes, era inevitable. Ahora bien, yo tengo derecho a suponer tales contigencias, porque no las ex­ cluyen ni las causas generales de la revolución ni las pasiones, engen­ dradas por estas causas generales” , Más adelante cita la conocida observación de que la Historia habría seguido completamente otro rumbo si la nariz de Cleopatra hubiera sido un poco más coi*ta, y, en su conclusión, reconociendo que se pueden decir muchas cosas en de­ fensa de la concepción de Mignet, señala una vez más en qué consiste el error de ese autor. Mignet, atribuye únicamente a la acción de las causas generales, aquellos resultados a cuyo nacimiento han contri­ buido también numerosas causas pequeñas, oscuras, imperceptibles: su espíritu rígido parece resistirse a reconocer la existencia de aquello que no obedece a un orden y a unas leyes determinadas.

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¿Son fundadas las objeciones de Saint-Beuve? Parece que con­ tienen cierta parte de verdad. Pero ¿cuál, precisamente? Rara deter­ minarla, examinemos primero la idea según la cual el hombre, mediante ¿ilas decisiones súbitas de su voluntad", puede introducir en la marcha de los acontecimientos una fuerza nueva, capaz de mo­ dificarla sensiblemente. Hemos citado varios ejemplos que, en nuestra opinión, lo explican muy bien. Reflexionemos sobre estos ejemplos. De todos es sabido que durante el reinado de Luis XV, el arte m ilitar en Francia decaía cada vez más. Según hace notar Henri Martin, durante la Guerra, de los Siete Años, las tropas francesas, tras las cua­ les marchaban numerosas prostitutas, mercaderes y lacayos y que tenían más caballos de tiro que fuerzas montadas, recordaba más las huestes de Darío y Jer.ies que los ejércitos de Turenne y de Gustavo A dolfo24. E n su “ H istoria’7, Archnholz, escribe, refiriéndose a la Guerra de los Siete Años, que los oficiales franceses que estaban de guardia abandonaban con frecuencia sus puestos para ir a bailar a alguna parte de los alrededores y que tínicamente cumplían las órdenes de sus mandos, cuando lo consideraban necesario y cómodo. Este deplo­ rable estado de los asuntos militares .era condicionado por la decaden­ cia de la nobleza, que, no obstante, continuaba ocupando todos los altos puestos en el ejército, y por el desbarajuste general de todo el “ viejo ■orden” , que marchaba rápidamente hacia su destrucción. Estas solas causas generales eran más que suficientes para hacer que la Guerra de los Siete Años tuviera un desenlace desfavorable para Francia. Pero no cabe duda que la ineptitud, de generales como Sonbise, aumentaron, aún más las probabilidades de fracaso del ejército francés, condicionadas por las causas generales. Y como Soubise, se mantenía en su puesto gracias a Madame de Pompadour, hay que reconocer que la vanidosa marquesa fue uno de los ‘'factores" que acentuaron considerablemente la influencia desfavorable de las caiisas generales sobre la situación de Francia, durante la Guerra de los Siete Años. La fuerza de la marquesa de Pompadour, no residía en ella misma sino en el poder del rey, el cual estaba sometido a su voluntad. ¿Puede acaso, afirmarse que el carácter de Luis XV era tal como necesaria­ mente tenía que ser dado el curso general del desarrollo de las relacio­ nes sociales de Francia? No. E n idénticas condiciones de dicho desa­ rrollo, el lugar del rey pudo ser ocupado por otro cuya actitud hacia las mujeres fuese diferente. Saint-Beuve, diría que para eso hubiera bastado la acción de causas fisiológicas oscuras e imperceptibles. Y tendría razón, Pero no es así, resulta que estas causas fisiológicas os­ curas al influir en la marcha, y el desarollo de la Guerra de los Siete Años, ha influido también sobre el desarrollo ulterior de Francia, que habría seguido otro rumbo si la mencionada guerra no le hubiera hecho

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perder la mayor parte de sus colonias. Cabe preguntar si no contradice esta conclusión a la idea del desarrollo de la sociedad conforme a de­ terminadas leyes. De ningún modo. Por indudable que fuese en los casos indicados la acción de las particularidades individuales, no es menos cierto que ello podía tener lugar únicamente bajo determinadas condiciones sodal&s. Después de la batalla d-e Rossbach, los franceses estaban terrible­ mente indignados contra la protectora de Soubise, que cada día recibía un gran número de cartas anónimas, llenas de amenazas e insultos. Ma­ dame de Pompadour estaba atormentada; comenzó a sufrir de insom­ nio'23. Sin embargo, continuó protegiendo a Soubise. En 1762, en una de las cartas a él dirigidas, después de decirle que no ha justificado las esperanzas que en él había cifrado, añadió: “ A pesar de eso, no temáis nada, tomaré bajo mi cuidado vuestros intereses y me esforzaré en reconciliaros con el re y ” 26. Como se ve, ella no había cedido ante la opinión pública. ¿Por qué no lo ha hecho? Indudablemente, porque la sociedad francesa de entonces no estaba en condiciones de obligarla a ceder. Pero ¿por qué la sociedad de entonces no estaba en condiciones de hacerlo? ¿Impedía hacerlo su organización, que, a su vez, dependía de la correlación de las fuerzas sociales de la Francia de aquella época. Por consiguiente, es la correlación de estas fuerzas la que, en última instancia , explica el hecho de que el carácter de Luis XV y los capri­ chos de sus favoritas pudieran ejercer una influencia tan nefasta sobre los destinos de Francia. Si no hubiese sido el rey el aue se habría caracterizado por su debilidad hacia el sexo femenino, sino uno cual­ quiera de sus cocineros o de sus mozos de cuadra, ésta no habría tenido ninguna importancia histórica. E's evidente que no se tra ta aquí de dicha debilidad, sino de la situación social del individuo que padece de ella. El lector comprenderá que estos razonamientos pueden ser aplicados a todos los ejemplos arriba citados. Basta cambiar los nom­ bres; colocar, por ejemplo, Rusia en lugar de Francia, B uturlín en lugar d-e Soubise, etc. Por eso nos abstendremos de repetirlos. Resulta, pues, que, gracias a las peculiaridades de su carácter, los individuos pueden influir en los destinos de la sociedad. A veces, la influencia es, incluso, bastante considerable, pero tanto la posibilidad misma de esta influencia como sus proporciones son determinadas por la organización de la sociedad, por la correlación de las fuerzas que en ella actúan. El carácter del individuo constituye el “ factor” del desarrollo social sólo allí, sólo entonces, y sólo en -el grado en que lo permiten las relaciones sociales. Se nos puede objetar que el grado de la influencia personal, depende asimismo del talento del individuo. Estamos de acuerdo. Pero el individuo constituye el “ factor” del desarrollo social cuando ocupa en la sociedad la situación necesaria a este efecto. ¿Por qué pudo el destino de Francia hallarse en manos de un..hombr.e_ privado en abso­ luto de capacidad y deseo de servir al bien público ? Porque tal era la organización de la sociedad. Es esta organización la que determina en

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cada época el papel y, por consiguiente, la importancia social que pue­ de corresponder a los individuos dotados de talento o que carecen de él. Ahora bien, si el papel de los individuos está determinado por la organización de la sociedad, ¿cómo su influencia social, condicionada por este papel, puede estar en contradicción con la idea del desarrollo de la sociedad conforme a leyes determinadas? B'sta influencia no sólo no está en contradicción con tal idea sino que es una de sus ilustracio­ nes más brillantes. Pero aquí hay que hacer notar lo siguiente, La posibilidad de la influencia social elel individuo, condicionada por la organización de la sociedad, abre las puertas a la influencia de las llamadas casualidades sobre el destino histórico délos pueblos. La l u d r i a de Luis XV era una consecuencia necesaria del estado de su organismo. Pero, en lo que se refiere al curso del desarrollo de Francia, este estado ei’a casual. Mas, como ya hemos dicho, no dejó de ejercer su influencia sobre el destino ulterior de Francia y, por lo mismo, figura entre las causas que han condicionado este destino. La muerte de Mirabeau, obedeció, naturalmente, a procesos patológicos perfectamente regulares. Pero la necesi­ dad de estos procesos no surgía en absoluto del curso general del desarrollo de Francia, sino de algunas propiedades particulares del organismo del famoso orador y de las condiciones físicas en que se produjo el contagio. En lo que se refiere al curso general del desarrollo de Francia, estas particularidades y estas condiciones son casuales. Y, sin embargo, la muerte de Mirabeau ha influido en la marcha ulterior de la revolución y forma parte de las causas que la han condicionado. Más sorprendente aún es la obra de la casualidad en el ejemplo de Federico II, citado antes, el cual se libró de una situación embarazosa gracias únicamente a la indecisión de Buturlín. El nombramiento de Buturlín, incluso al curso general del desarrollo de Rusia, podía ser casual en el sentido que nosotros atribuimos a esta palabra y nada tenía que ver con el curso general del desarrollo de Prusia. En cambio, no es infundada la hipótesis de que la indecisión de B uturlín salvó a Federico de una situación desesperada. Si. en. el lugar de Buturlín, hubiese estado Suvorov, la historia de Prusia habría tal vez tomado otro rumbo. Resulta, pues, que la suerte de los Estados depende a veces de casualidades que podríamos llamar casualidades de segundo grado. Hegel, decía: “ In allem Endliehen ist ein Elem des ZufalUgenr>. (En todo lo finito hay un elemento casual). E n la ciencia no tenemos que ver únicamente con lo “ f i n i t o ; por eso puede decirse que en todos los procesos que ella estudia existe un elemento casual. ¿ Excluye esto la posibilidad del conocimiento científico de los fenómenos? No. La casua­ lidad es algo relativo. No aparece más que en el punto de intersección de los procesos necesarios. La aparición de los europeos en América, fue para los habitantes de Méjico y Perú, una casualidad en el sentido de que ella no surgía del desarrollo social de dichos países. Pero no era una casualidad la pasión por la navegación que se había apoderado

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de los europeos del Occidente a fines de la Edad Media; ni fue casual el hecho de qne la fuerza de los europeos venciera fácilmente la resisten­ cia de los indígenas. Las consecuencias de la conquista de Méjico y Perú por los europeos no eran tampoco debido a la casualidad; en fin de cuentas, estas consecuencias eran la resultante de dos fuerzas; la situación económica de los países conquistados, por un lado, y la situación económica de los conquistadores, por el otro. Y estas fuerzas, así como su resultante, pueden muy bien ser objeto de un estudio científico riguroso. Las contingencias de la {-hierra de los Siete Años ejercieron una gran influencia en la historia ulterior de Prusia. Pero esta influencia habría sido completamente otra si la hubieran sorprendido en otra fase de su desarrollo. Las consecuencias de las casualidades también aquí fueron definidas por la resultante de dos fuerzas: el estado político y social de Prusia. por un lado, y el estado político y social de los Estados europeos que ejercían su influencia sobre ella, por el otro. E n consecuencia Tampoco aquí la casualidad impide en absoluto el estudio científico de los fenómenos. Sabemos ahora que los individuos ejercen con frecuencia una gran influencia sobre el destino áe la sociedad, pero que esta influencia está determinada por la estructura interna de aquélla y por su rela­ ción eon otras sociedades. Pero con esto no queda agotada la cuestión del papel del individuo en la Historia. Debemos abordarlo todavía en otro de sus aspectos. Saint-Beuve pensaba que bajo un número suficiente de causas pequeñas y oscuras del género de las por él indicadas, la Revolución Francesa, hubiera podido tener un desenlace contrario al que conoce­ mos. Esto es un gran error. Cualquiera que hubiese sido la combinación ele pequeñas causas psicológicas y fisiológicas, en ningún caso habrían eliminado las grandes necesidades sociales que engendraron la Revolu­ ción Francesa; y mientras estas necesidades no hubiesen sido satisfe­ chas, no habría cesado en Francia, el movimiento revolucionario. Para que el resultado hubiese sido contrario al que fue en realidad, habría habido que sustituir esas necesidades por otras opuestas, lo- que natu­ ralmente, jamás habría estado en condiciones de hacerlo ninguna combinación de pequeñas causas. Las causas de la. Revolución Francesa residían en la naturaleza de las relaciones sociales, y las pequeñas causas supuestas por SaintBeuve, podían residir únicamente en las particularidades individuales de diferentes personas. La causa última de las relaciones sociales reside en el estado de las fuerzas productivas. Depende de las particulari­ dades individuales de diferentes personas únicamente en el sentido de una mayor o menor capacidad de tales individuos para impulsar los perfeccionamientos técnicos, descubrimientos e inventos. Saint-Beuve, no tuyo en cuenta las- particularidades de este género. Pero ninguna otra particularidad garantiza a personas determinadas el ejercicio de una influencia directa sobre el estado de las fuerzas productivas y,

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por consiguiente, sobre las relaciones sociales por ellas determinadas, es decir, sobre las relaciones económicas. Cualesquiera qne sean las par­ ticularidades de un determinado individuo, éste no puede eliminar unas determinadas relaciones económicas cuando éstas corresponden a un determinado estado de las fu m a s productivas. Pero las particulari­ dades individuales de la personalidad la hacen más o menos apta para satisfacer las necesidades sociales que surgen en virtud de las rela­ ciones económicas existentes o para oponerse a esta satisfacción. La necesidad social más urgente de la Francia de fines del siglo X V III, consistía en la sustitución de las viejas instituciones políticas por otras qu-e armonizaran más con el nuevo régimen económico. Los hombres públicos más eminentes y titiles de aquella época fueron, precisa­ mente, aquéllos más capaces de contribuir a la satisfacción de esa necesidad urgente. Supongamos qne estos hombres fueron Mirabeau, Robespierre y Bonaparte. ¿Qué hubiera ocurrido si la muerte prema­ tu ra no hubiese eliminado a Mirabeau de la escena política? E l partido de la monarquía constitucional habría conservado por más tiempo a esta destacada personalidad; y, por la misma razón, su resistencia frente a los republicanos habría sido más enérgica. Pero nada más. Ningún Mirabeau estaba entonces en condiciones de impedir el triunfo de los republicanos. La fuerza de Mirabeau. se basaba ínte­ gramente sobre la simpatía y la confianza del pueblo, y éste anhelaba la República porque la corte le irritaba por su obstinada defensa del viejo régimen. En cuanto el pueblo se hubiera convencido de que Mirabeau, 110 simpatizaba con sus ideales republicanos, habría dejado de simpatizar con Mirabeau, y entonces, el gran orador habría perdido ' casi toda su influencia y, más tarde, habría caído víctima del movi­ miento que él se 'empeñaba inútilmente en detener. Lo mismo, apro­ ximadamente, puede decirse de Robespierre. Admitamos qne él represen­ taba en su partido una fuerza insustituible en absoluto. Pero él, en todo caso, no era su única fuerza. Si la caída casual de un ladrillo le hubiera matado, supongamos, en enero de 1793, su puesto habría sido ocupado, naturalmente, por otro, y aunque este otro hubiera sido infe­ rior a él en todos los sentidos, los acontecimientos, a pesar de? todo, habrían tomado el mismo giro que tomaron con Robespierre. Así, por ejemplo, los girondinos, incluso en este caso, no habrían evitado, segu­ ramente, la derrota; pero es posible que el partido de Robespierre, hubiera perdido el Poder un poco antes, de modo que ahora no habla' riamos de la reacción termidoriana, sino de la florialiana, prerialiana o mesidoriana. Algunos objetarán, quizá, que con su despiadado terrorismo, Robespierre aceleró, en vez de retardar la caída de su partido. No examinaremos aquí esta hipótesis, la admitiremos como si fuera completamente fundada. En tal easo, habrá que suponer que la caída del partido de Robespierre no se habría producido en termidor, sino en fructidor, vendimarío o brumarío. E n una palabra, se habría -producido tal vez. antes o después, pero en todo easo se habría producido infaliblemente, porque la capa del pueblo sobre la que se apoyaba este partido, no estaba preparada en ob,soluto para mantenerse en el Poder

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por largo tiempo. En todo caso, no puede hablarse de resultados ‘ ‘con­ trarios” a los que se obtuvieron gracias a la cooperación enérgica de Robespierre. Tampoco hubieran podido ser “ contrarios” los resultados si una bala hubiera matado a Bonaparte, por ejemplo, en la batalla de Arcóle. Lo que éste hizo en las campañas de Italia y en las demás expediciones lo hubieran podido hacer otros generales. Estos quizá no habrían mos­ trado tanto talento como aquél, ni obtenido victorias tan brillantes. Pero, a pesar de eso, la República Francesa hubiera salido victoriosa en sus guerras, porque sus soldados eran en aquel entonces incompa­ rablemente mejores que todos los soldados europeos. Por lo que se refiere al 18 bramado y a su influencia sobre la vida interior de Francia, también aquí la marcha general y el desenlace de los acon­ tecimientos habrían sido en el fondo los mismos, probablemente, que bajo Napoleón. La República, herida de muerte el 9 termiclor, agonizaba lentamente. El directorio no podía restablecer el orden que era a lo que por encima de todo aspiraba ahora la burguesía, una vez libre de la dominación de los estados superiores. P ara restablecer el orden hacía falta una “ buena espada” , según la expresión de Siéyes. En un principio se pensó que este papel bienhechor lo desempeñaría el gene­ ral Jourdán, pero cuando éste encontró la muerte cerca de Novi, comenzaron a sonar los nombres de Moreau. Mac Donald y Bernadotte 2\ De Bonaparte empezó a hablarse má.s tarde, y si él hubiera muerto como Jourdán, ni siquiera se habría hablado de él, y habríase recurrido a cualquier otra “ espada” . De suyo se comprende que el hombre llamado por los acontecimientos a jugar el papel de dictador, por su parte, tuvo que abrirse camino infatigablemente hacia el P'oder, echando a un lado y aplastando implacablemente, a cuantos eran para él un estorbo. Bonaparte poseía una energía de hierro y no se detenía ante nada con tal de alcanzar el fin propuesto. P'ero él no era entonces el único egoísta lleno de energía, de talento y de ambición. E l puesto que llegó a ocupar no habría quedado vacío. Supongamos, ahora, que otro general que hubiese alcanzado este puesto, hubiera sido más pací­ fico que Napoleón que no hubiera llegado a levantar contra él a toda Europa, y por lo tanto, hubiera muerto en las T’u llerías y no en la isla de Santa Elena. En este caso los Borbones no habrían vuelto jamás a Francia; para ellos naturalmente semejante resultado habría sido “ contrario,f al que se obtuvo en realidad. Pero por lo que se refiere a la vida interior de Francia se habría diferenciado poco del resultado efec­ tivo. Una “ buena espada” , después de restablecer el orden y de asegurar el dominio de la burguesía, no habría tardado en fastidiarla con sus costumbres cuarteleras y su despotismo. Habríase iniciado un movi­ miento liberal semejante al que se produjo durante la Restauración; la lucha poco a poco, se habría extendido y como las “ buenas espadas” no se distinguen por su carácter conciliador, es posible que el virtuoso Luis Felipe habría escalado el trono de'sus entrañablemente queridos pa­ rientes no en 1830. sino en 1820 o en 1825. Todos estos cambios en el

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curso de los acontecimientos habrían podido influir en parte sobre la vida política ulterior y., a través de ella, sobre la ulterior vida econó­ mica de Europa. Pero no obstante, el resultado final del movimiento revolucionario 110 habría sido de ningún modo “ contrario” al resul­ tado efectivo. Gracias a las particularidades de su inteligencia y de su carácter, las personalidades influyentes pueden hacer variar el aspecto individual de los acontecimientos y algunas de sus consecuencias par­ ticulares, pero no pueden hacer variar su orientación general, que está determinada por otros fuerzas.

V II

Además, es necesario hacer notar lo siguiente: discurriendo sobró el papel de las grandes personalidades en la Historia, somos víctimas casi siempre de cierta ilusión óptica, que convendrá indicar al lector. Al ejecutar su papel de “ buena espada” destinada a salvar el orden social, Napoleón apartó de dicho papel a todos los otros generales, algunos de los cuales quizá lo habrían desempeñado tan bien o casi tan bien como él. Una vez satisfecha la necesidad social de un gober­ nante militar enérgico, la organización social cerró el camino hacia el puesto de gobernante militar a todos los demás talentos militares. Su fuerza se convirtió en una fuerza desfavorable para la revelación de otros talentos de este género. Gracias a ello se tiene la ilusión óptica a que antes nos referíamos. La fuerza personal de Napoleón se nos pre­ senta bajo una forma en extremo exagerada, puesto que le atribuimos toda la fuerza social que la elevó a un primer plano y la apoyaba. Esa fuerza se nos presenta como algo absolutamente excepcional, porque las demás fuerzas idénticas a ella 110 se transformaron de potenciales en reales. Y cuando se nos pregunta qué habría ocurrido si no hubiese existido Napoleón, nuestra imaginación se embrolla y nos parece que sin él no hubiera podido producirse todo el movimiento social sobre el que se apoyaba su fuerza y su influencia. E n la historia del desarrollo intelectual de la humanidad es muy raro el caso en que el éxito de un individuo impide el éxito de otro. Pero incluso en este caso, no estamos libres de la citada ilusión óptica. Cuando una situación determinada de la sociedad plantea ante sus re­ presentantes espirituales ciertas tareas, éstas atraen hacia sí la aten­ ción de los espíritus eminentes hasta tanto que consigan resolverlas. Una vez logrado esto, su atención se orienta hacia otros objetos. Des­ pués de resolver un problema, el hombre de talento A, con lo mismo, dirige la atención del hombre de talento B de este problema ya resuelto hacia otro problema. Y cuando se nos pregunta que habría sucedido si A hubiese muerto antes de lograr resolver el problema X , nos imagi­ namos que el hilo del desarrollo intelectual de la sociedad se habría roto. Olvidamos que, en caso de m orir A, de la solución del problema

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se habrían encargado B o (7 o D y que, de este modo, el hilo del desa­ rrollo intelectual no se habría cortado a pesar de la muerte prematura de A. Dos condiciones son necesarias para que el hombre dotado de cierto talento ejerza gracias a él una gran influencia sobre el curso de los acontecimientos. Es preciso, en primer término, que su talento corresponda mejor que los demás a las necesidades sociales de una época determinada; si Napoleón en vez de su genio militar, hubiese poseído el genio musical de Beethoven, no habría llegado, naturalmente, a ser emperador, líh segundo término, el régimen social vigente no debe cerrar el camino al individuo dotado de un determinado talento, nece­ sario y útil justamente en el momento de que se trate. El mismo Napoleón habría muerto como un general poco conocido o eon el nombre de coronel Buonüparte si el viejo régimen hubiese durado en Francia setenta y cinco años más 2S. En 1789 Davout, Desaix, Marmont y Mac Donald eran subtenientes; Bemadotte, sargento-mayor; Hoche, Marcean, Lefevre, Piehegru, Ney, Massena, Murat, Soult, suboficiales; Angcre.au, maestro de esgrima; larnies, tintorero; Gauvion-Saint-Oyr, ador; Jourdán, repartidor; Bessieres, peluquero; Brunne, tipógrafo; Joubert y Junot eran estudiantes de la Facultad de 2}erecho; Kleber era arquitecto; Mortier no ingresó en el ejército hasta la revolución29. Si el viejo régimen hubiese continuado existiendo hasta hoy, a nadie de nosotros se nos habría ocurrido pensar que, a filies del siglo pasado, en Francia, algunos actores, tipógrafos, peluqueros, tintoreros, abo­ gados. repartidores y maestros de esgrima eran genios militares en potencia30. Stendhal hace notar que un hombre nacido el mismo año que Ticiano, es decir, en 1477. habría podido ser contemporáneo de Rafael (muerto en 1520) y de Leonardo de Yinci (muerto en 1519) durante cuarenta años; habría podido pasar largos años en Goragio, muerto en 1534, y con Miguel Angel, que llegó a vivir hasta 1563; no habría tenido más que treinta y cuatro años cuando murió Giorgione; habría podido conocer a Tintoreto, Bassano, Veronés. Julio Romano y Andrea del Síu’t o : en una palabra habría sido contemporáneo de todos los fa­ mosos pintores, a excepción de los que pertencían a. la escuela de Bolonia, que apareció un siglo después 31. Del mismo modo puede decirse que el hombre nacido el mismo año que ‘W onwerman, habría podido conocer personalmente a casi todos los grandes pintores de H olanda32, y oue un hombre de la misma edad que Shakespeare habría sido con­ temporáneo de toda una pléyade de notables dramaturgos53. Hace tiempo que se ha hecho la observación de que los talentos aparecen siempre y en todas partes, allá donde existen condiciones fa­ vorables para su desarrollo. Ésto significa que todo talento que se ha manifestado efectivamente, es decir, todo talento convertido en fuerza social es fruto de las relaciones sociales. Pero si esto es así, se compren­ de por qué los hombres de talento, como hemos dicho, sólo pueden

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hacer variar el aspecto individual y no la orientación general de los aconteeimentos; ellos mismos existen gracias únicamente a esta orienta­ ción; si no fuera por aso nunca habrían podido cruzar el umbral que separa lo potencial de lo real. De suyo se comprende qne hay talentos y talentos. i*Cuando una nueva etapa en el desarrollo de la civilización da vida a un nuevo género de arte —dice con razón Taine—, aparecen decenas de talentos que expresan solo a medias el pensamiento social, en torno a uno o dos genios que lo expresan a la perfección” 34. Si causas mecánicas o fisiológicas desvinculadas del curso general del desarrollo social, político e intelectual de Italia hubieran causado la muerte de Rafael, Miguel Angel y Leonardo de Vinci en su infancia, el arte pictórico italiano sería menos perfecto, pero ía orientación general de su desarrollo en la época del Renacimiento seguiría siendo la misma. No fueron Rafael, Leonardo de Yinci ni Miguel Angel los que crearon esa orientación: ellos sólo fueron sus mejores representantes. Es verdad que en torno de un hombre genial se forma generalmente toda una escuela, cuyos discípulos trata n de imitar hasta los menores procedimientos; por eso, la laguna que habrían dejado en el arte italiano de la época del R em ­ am iento eon su muerte prematura Rafael, Miguel Angel yLeonardo de Yinci habría ejercido una gran influencia sobre muchas particulari­ dades secundarias de su historia futura. Pero tampoco esta historia habría cambiado en cuanto al fondo, si debido a ciertas causas generales, no se hubiera producido un cambio fundamental en el curso general del desarrollo intelectual de Italia. Es sabido, sin embargo, que las diferencias cuantitativas se trans­ forman, en fin de cuentas, en cualitativas. Esto es cierto siempre, y por lo tanto, también lo es aplicado a la Historia. Una determinada corriente artística puede no haber alcanzado ninguna manifestación notable si una combinación de circunstancias desfavorables hace que desaparezcan uno tras otro los hombres de talento que habrían podido convertirse en sus representantes. Pero la muerte prematura de estos hombres no impide la manifestación artística de dicha corriente, sino cuando no es lo suficientemente profunda para destacar nuevos talen­ tos. Y como la profundidad de cualquier corriente dada, tanto en la lite­ ratura como en el arte, está determinada por la importancia qne tiene para la clase o capa social cuyos gustos expresa y por el papel social de esta clase o capa, aquí también todo depende, en última instancia, del curso de desarrollo social y de la correlación de las fuerzas sociales.

V III Así, pues, las particularidades individuales de las personalidades eminentes determinan el aspecto individual de los acontecimientos históricos, y el elemento casual, en el sentido indicado por nosotros, desempeña siempre cierto papel en el curso de estos acontecimientos,

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cuya orientación está determinada en última instancia por las llamadas causas generales, es decir, de hecho, por el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones mutuas entre los hombres en el proceso económico-social de la producción. Los fenómenos casuales y las par­ ticularidades individuales de las personalidades destacadas son incom­ parablemente más patentes que las causas generales profundamente arraigadas. Los hombres del siglo X V III pensaban poco en estas cau­ sas generales, explicando la Historia como resultado de los actos cons­ cientes y las “ pasiones1’ de las personalidades históricas. Los filósofos de este siglo afirmaban que la Historia podría marchar por caminos totalmente diferentes bajo la influencia de las más insignificantes causas, por ejemplo, a consecuencia de que en la cabeza de cualquier gobernante comenzara a hacer de las suyas un “ átomo” cualquiera. (Opinión que aparece expresada más de una vez en el “ Systéme de la Nature” ). Los defensores de la nueva orientación en la ciencia histórica se dedicaron a demostrar que la Historia no podía seguir otro rumbo distinto al que en realidad ha seguido, a pesar de todos los “ átomos” . Tratando de hacer resaltar lo mejor posible la acción de las causas generales, ellos pasaban por alto la importancia de las particularidades individuales de los personajes históricos. Y resultaba qne la sustitución de una personalidad por otra mas o menos capaz, no modificaba en nada los acontecimientos históricos53. Pero una vez admitida semejante hipótesis nos vemos obligados a reconocer que el elemento individual no tiene absolutamente ninguna importancia en la Historia y que todo en ella se reduce a la acción de las causas generales, de las leyes ge­ nerales del movimiento histórico. E ra una exageración que no dejaba • lugar a la partícula de verdad que contenía la concepción opuesta. Por esta razón, precisamente., la concepción opuesta seguía conservando cierto derecho a la existencia. E l choque de estas dos concepciones ad­ quirió la forma de una antinomia, una de cuyas partes eran las leyes ge­ nerales. y la otra, la acción de las personalidades. Desde el punto de vista de la segunda parte de la antinomia la Historia aparecía como una simple concatenación de casualidades; desde el punto de vista de la otra parte, parecía que incluso los rasgos individuales de los aconteci­ mientos históricos obedecían a la acción de las causas generales. Pero si los rasgos individuales de los acontecimientos se deben a la influencia de las causas generales y no dependen de las particularidades indivi­ duales de las personalidades históricas, resulta que estos rasgos se deter­ minan por las causas generales y no pueden ser modificados por más que cambien estos personajes. La teoría adquiere así un carácter fatalista. Esto no escapó a la atención de sus adversarios. Saint-Beuve ha comparado las concepciones históricas de Mignet con las de Bossuet. Este pensaba que la fuerza que engendra los acontecimientos históricos emana del cielo, que los acontecimientos son una expresión de la volun­ tad divina. Mignet buscaba esta fuerza en las pasiones humanas, que

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se manifiesta en !os acontecimientos históricos con toda la inexorabili­ dad de las fuerzas de la naturaleza. Pero el uno como el otro interpretaban la Historia como una cadena de fenómenos que en ningún caso habrían podido ser diferentes de lo que han sido: los dos eran fatalistas; en este sentido? el filósofo se acerca al sacerdote (le philosopke se raproche dupretre). Este reproche seguía siendo fundado hasta tanto que la concep­ ción de la regularidad de los acontecimientos históricos considerase nula la influencia sobre ellos de las particularidades individuales de las personalidades históricas. Y este reproche debía producir una im­ presión tanto más fuerte cuanto que los historiadores de la nueva escuela, al igual que los historiadores y filósofos del siglo X V III, con­ sideraban que la naturaleza humano, era la fuente suprema de la que partían y a la que obedecían todas las causas generales del movimiento histórico. Como la Revolución Francesa había demostrado que los acontecimientos históricos, no están condicionados únicamente por las acciones conscientes de los hombres, Mignet, Guizot y otros sabios de la misma orientación, destacaban al primer plano la acción de las pasiones, las cuales con frecuencia rechazaban todo control de la con­ ciencia. Pero si las pasiones son la causa última y más general de los acontecimientos históricos, ¿por qué no tiene razón Sainte-Beuve cuando afirma que la Revolución Francesa habría podido tener un desenlace contrario al qne conocemos, si se hubieran encontrado hom­ bres capaces de inculcar al pueblo francés pasiones diferentes a las que lo agitaban? Mignet contestaría: porque dadas las propiedades de la naturaleza humana no podían agitar entonces a los franceses otras pasiones. E n cierto sentido, sería verdad. Más esta verdad tendría un pronunciado carácter fatalista, ya que equivaldría a la tesis según la cual la Historia de la humanidad, en todos sus detalles, está predeter­ minada por las propiedades generales de la naturaleza humana. El fatalismo sería la consecuencia de la dilución de lo individual en lo general. Por lo común, el fatalismo es siempre la consecuencia de di­ cha dilución. Se dice que (ísi todos los fenómenos sociales son nece­ sarios nuestra activiad no puede tener ninguna importancia” . Esta es una formulación errónea de un pensamiento certero. Debe decirse: si todo se hace mediante lo general, entonces lo individual, incluso mis propios esfuerzos, no tienen ninguna importancia. Semejante con­ clusión es exacta, pero la utilizan desacertadamente. No tiene ningún sentido aplicada a la moderna interpretación materialista de la His­ toria, en la que cabe también lo individual, Pero era fundada en la aplicación a las concepciones de los historiadores franceses de la época de la Restauración. Actualmente ya no es posible considerar a la naturaleza humana como la causa última y más general del movimiento histórico; si es constante, no puede explicar el curso, variable en extremo, de la His­ toria, y si cambia, es evidente que sus cambios están condicionados por el movimiento histórico. Actualmente hay que reconocer que la

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causa última y más general del movimiento histórico es el desarro­ llo de las fuerzas productivas, que son las que determinan los cam­ bios sucesivos en las relaciones sociales de los hombres. Al lado de esta causa general obran causas particulares, es decir, la situación histórica bajo la cual tiene lugar el desarrollo de las fuerzas productivas de un pueblo y que. a su vez, y en última instancia, ha sido creada por el de­ sarrollo de estas mismas fuerzas en otros pueblos, es decir, por la mis­ ma causa, general. Por último, la influencia de las causas particulares es completa­ da por causas singulares, es decir, por las particularidades individua­ les de los hdjmbres públicos y por otras “ casualidades” , en virtud de las cuales los', acontecimientos adquieren, en fin de cuentas, su aspecto individual. Las causas singulares no pueden originar cambios radica­ les en la a ceion de las cansas generales y 'particulares, que, por otra parte, condicionan la orientación y los límites de la influencia de las causas singulares. Pero, no obstante, es indudable que la Historia to­ maría otro aspecto si las causas singulares, que ejercen influencia so­ bre ella, fuesen sustituidas por otras causas del mismo orden. Monod y Lamprecht continúan manteniéndose en el punto de vista de la naturaleza humana. Más de una vez Lamprecht ha decla­ rado categóricamente que, según su opinión, la sicología social consti­ tuye la cansa principal de los fenómenos históricos. Es un grave error, en virtud del cual, el deseo, loable en sí, de tener en cuenta todo el conjunto de la vida social no puede conducir más que a un eclecticismo sin contenido aunque hinchado, o —entre los más consecuentes— a los razonamientos de Kablitz sobre la importancia relativa de la inte­ ligencia y del sentimiento. Pero volvamos a nuestro tema. El gran hombre lo es, no porque sus particularidades individuales imprimen una fisonomía individual a los grandes acontecimientos históricos, sino porque está dotado.de particularidades que le hacen más capaz de servir a las grandes nece­ sidades sociales de su época, que han surgido bajo la influencia de cau­ sas generales y particulares. Oarlyle, en su conocida obra sobre los héroes les aplica el nombre de iniciadores (Beginners). Ete un nombre muy acertado. El gran hombre es. precisamente, un iniciador, porciue ve más lejos que otros y desea más fuertemente que otros. Resuelve los problemas científicos planteados a su vez por el curso anterior del desa­ rrollo intelectual de la sociedad; señala las nuevas necesidades sociales, creadas por el anterior desarrollo de las relaciones sociales; toma la iniciativa de satisfacer estas necesidades. Es un héroe. No en el sentido de que puede detener o modificar el curso natural de las cosas, sino en el sentido de que su actividad constituye una expresión consciente y libre de este curso necesario e inconsciente. En esto reside toda su im­ portancia y toda su fuerza. Pero esta importancia es colosal y esta fuerza es tremenda. Bismarck decía que nosotros no podemos hacer la Historia, sino que debemos esperar a que se haga. Pero ¿quiénes hacen la Historia?

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Ella es hecha por el ser social, que es su “ factor” único. El ser social crea él mismo sus relaciones, es decir, las relaciones sociales. Pero si en un momento dado, él crea precisamente tales relaciones y no otras, esto no se hará, naturalmente, sin su causa y razón; se debe al estado de las fuerzas productivas. Ningún gran hombre puede imponer a la sociedad relaciones que ya no corresponden al estado de dichas fuer­ zas o que todavía no corresponden a él. E¿n este sentido, él no puede, efectivamente, hacer la Historia y, en este caso, sería inútil que ade­ lantara las agujas de su re lo j: no aceleraría la marcha del tiempo, ni lo haría retroceder. E n esto tiene plena razón Lamprecht: incluso cuando se encontraba en el apogeo de su poderío, Bismarek no hubiera podido hacer retroceder a Alemania a la economía natural. Las relaciones sociales tienen su lógica: en tanto que los hombres se encuentran en determinadas relaciones mutuas, ellos necesariamente sentirán, pensarán y obrarán así y no de un modo diferente. Sería inútil que la personalidad eminente se empeñara en luchar contra esta lógica: la marcha natural de las cosas (es decir, la misma lógica de las relaciones sociales) reduciría a' la nada sus esfuerzos. Pero si yo sé en qué sentido se modifican las relaciones sociales en virtud de determina­ dos cambios en el proceso social y económico de la producción, sé tam­ bién en qué sentido se modificará a su vez la sicología social por consiguiente, tengo la posibilidad de influencia sobre ella. Influir sobre la sicología social es influir sobre los acontecimientos históricos. Se puede afirmar, por lo tanto, que en cierto sentido, yo puedo, a pesar de todo, hacer la Historia, y no tengo necesidad de esperar hasta que la Historia “ se haga” . Monod supone que los acontecimientos e individuos verdadera­ mente importantes en la Historia, lo son únicamente como signos y símbolos del desarrollo de las instituciones y de las condiciones econó­ micas. Es un pensamiento acertado, aunque está expresado en forma muy imprecisa. Pero precisamente porque es un pensamiento acertada, no hay justificación para oponer la actividad de los grandes hombres “ al movimiento lento” de dichas condiciones e instituciones. L a modi­ ficación más o menos lenta de las “ condiciones económicas” coloca periódicamente a la sociedad ante la necesidad de reformar con mayor o menor rapidez sus instituciones. E:s ta reforma jamás se produce “ espontáneamente” ; exige siempre la intervención de los hombres, ante los cuales surgen, de este modo, grandes problemas sociales. T son llamados grandes hombres precisamente aquéllos que, más que nadie, contribuyen a la solución de estos problemas. Ahora bien, resolver un problema no significa ser tínicamente “ símbolo” y “ signo” de lo que ha sido resuelto. Nos parece que Monod, ha opuesto estos dos puntos de vista, sobre todo porque le ha gustado la simpática palabreja “ lentos” . Es una palabreja preferida por muchos evolucionistas contemporáneos. Desde el punto■de vista sicológico, esta preferencia se comprende: nace nece­ sariamente en el ambiente bien intencionado de ía moderación y de

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la p u n tu alid ad ... Pero, dl. Pero, ¿qué es todo esto? Un amasijo de contradicciones, unas más ^llamativas que otras. ¡ Sin d u d a! Los metafisicos son con frecuencia ■víctimas de estas contradicciones. Contradecirse a cada paso es, su mal profesional, el único medio de conciliar sus alternativas. Helvecio dista

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mucho de ser excepción a esta regla general. Por el contrario: como su espíritu es vivaz y emprendedor paga con más frecuencia que los otros los errores de su método en esta moneda. Está bien constatar estos erro­ res y demostrar así las ventajas del método dialéctico; pero no creamos librarnos con una indignación moral perfectamente fuera de lugar y algunas verdades diminutas que, por otra parte, son tan viejas como el mundo. Se percibe al leerlo — dice La Harpe de nuestro filósofo— que su imaginación sólo se apasiona por las ideas brillantes y voluptuosas; y nada es menos análogo al espíritu filosófico 34. Esto significa que Helvecio hablaba de la “ sensibilidad física” y bacía de ella el punto de partida de sus investigaciones porque se de­ jaba arrastrar fácilmente por sus instintos sensuales. Se ha hablado mucho de su pasión por las “ hermosas amantes” . Se ha atribuido esta pasión a su vanidad. Nosotros nos guardaremos mucho de acordar el menor valor a estos procederes “ críticos” . Pero nos parece aquí inte­ resante comparar Helvecio a Chernichevski. Este gran representante ruso 4el siglo de las luces era todo menos un (‘ elegante ” , o un “ adminis­ trador general” , o un “ vanidoso” (nadie lo acusó jamás de esta debili­ dad), no era siquiera aficionado a las “ bellas esclavas” . Y, sin embargo, de todos los filósofos franceses del siglo X V III es Helvecio quien se le parece más. Tiene la misma intrepidez lógica, el mismo desprecio por el sentimentalismo, el mismo método, los mismos gustos, las mismas demos­ traciones racionales, las mismas conclusiones —hasta en cuestiones de detalle— y los mismos ejemplos en apoyo de tal o cual afirmaciónss. ¿Cómo explicar esta identidad de puntos de vista? ¿Debemos ad­ m itir un plagio de parte del escritor ruso? Nadie, hasta ahora, se ha atrevido a decir esto sobre Chernichevski. Supongamos, pese a todo, que la acusasión sea fundada. Entonces tendríamos que afirmar que Chernichevski ha robado a Helvecio las ideas que este debía a su tem­ peramento sensual y a su vanidad desmesurada. Realmente es algo maravillosamente c la ro ... ! y que revela una profunda filosofía de la historia del pensamiento hum ano! Al señalar los defectos de Helvecio no debemos olvidar que él peca­ ba exactamente por el mismo costado que toda la filosofía idealista (mejor dicho dualista) que combatía el materialismo francés. Spinoza y Leibniz sabían manejar a veces el arma de la dialéctica (especial­ mente el segundo en sus Nuevos Ensayos Sobre el Entendimiento Humano), pero sus puntos de vista de conjunto no dejan de ser metafísicos. Por otra parte, Leibniz y Spinoza distaban mucho de ser maestros de pensamiento para la filosofía francesa del siglo X V III. Reinaba entonces un cartesianismo más o menos modificado y desleído; y el carte­ sianismo no tiene la menor idea de la evolución '35. La impotencia de este método fue en cierto modo una *‘herencia'' que legaron al 'materialismo sus predecesores dualistas. No hay que hacerse ilusiones. Si los materia­ listas están equivocados, esto no quiere decir que sus adversarios tengan razón. Ein modo alguno. Sus adversarios cometían un doble, un cuá­ druple error, un error incomparablemente más grave.

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¿Qué nos dice, por ejemplo, La Harpe sobre el origen, de los sentimientos morales, él que, sin duda, no se privó de lanzar contra Helvecio todas las baterías de la antigua filosofía? i Oh, muy poco! Nos asegura que “ todas nuestras pasiones nos son dadas de inmediato por la naturaleza” , que son de “ nuestra naturaleza” (subrayado por el mismo La Harpe), “ aunque sean -susceptibles de una corrupción que solo puede producirse en las grandes sociedades” ; que “ la sociedad está en el orden n atu ra l” , y que, por esto, Helvecio “ está en un gran error al llamar ficticio a lo que está en un orden natural y necesario” ; que hay en el hombre “ una regla para los juicios que no es la de su propio interés” , y que “ esta regla es el sentimiento de justicia” ; que “ el placer y el dolor sólo pueden ser los motores de los viles animales” , pero que “ Dios, la conciencia y las leyes que son consecuencia del uno y de la otra deben regir a los hombres” 36. ¿No es profundo? ¡Todo queda ahora en claro! Pero admiremos ahora a otro adversario de nuestro “ sofista” . Esta vez se trata de un hombre del siglo XXX. Tras leer en De l ’csprit que el interés general es la medida de la virtud, que toda sociedad conside­ ra virtuosas las acciones que le son útiles y que los juicios de los hom­ bres sobre las acciones del prójimo varían en función de sus intereses, el hombre lanza con aire triunfante esta verborragia impetuosa: S i se pretende que los juicios sobre el mérito de las acciones que emite del mayor número de público tienen derecho a la infalibilidad, habría que admitir igualmente toda una serie de consecuencias que se desprenden de este principio y que son cada vez más absurdas, como por ejemplo: las opiniones de la mayoría son las únicas que están de acuerdo con la verdad... Una verdad se convierte en un error cuan­ do deja de formar parte de la opinión de la mayoría y pasa a ser la opinión de la, minoría, y viceversa: un error se convierte en verdad cuando después de haber formado parte de la opinión de la minoría se convierte en opinión de la mayoría'S7. El hombre se muestra ufano: su refutación de Helvecio, cuyas teorías no han logrado captar es, efectivamente, “ nueva” . Aun personas de envergadura muy distinta, como Ijange, no ven en esta doctrina nada más que una apología “ del interés personal” . Se admite, como si fuera un axioma, que la ética de Aidam Smith no tiene nada en eomún con la ética de los materialistas franceses. Se pretende que la una está en los antípodas de la otra. Ijange, que sólo tiene desprecio por Helvecio, habla con gran respecto del Adam Smith m oralista: Las deduciones que Adam Smith ha extraído de la simpatía, dice, y pese a que la investigación ha sieh llevada a cabo muy mediocre­ mente, aun teniendo en cuenta, la época, nos parecen en la actualidad la tentativa más adecuada que se haya hecho para encontrar un fun­ damento racional y natural a la moral. El comentarista francés de la Theory of Moral Seniimenis, 3VI. Baudrillart, veía en este punto de vista una reacción saludable “ con­

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tra los sistemas del materialismo y del egoísmo” . El mismo Smith. tenía escasa simpatía por los sistemas morales de los materialistas. La teoría de Helvecio había de pareeerle “ disoluta” , como la de Mandeville. Y en realidad, a primera vista, la teoría de S-mith parece oponerse to­ talmente a lo que encontramos en los escritos de Helvecio. Debemos esperar que el lector no ha olvidado los términos en que este último explica el pesar que experimentamos al perder un amigo. Leamos ahora las líneas del célebre inglés: Experimentamos simpatía inclusive por los m uertos,.. nos da pena que estén privados de la luz del sol, de la visión y dtel comercio con los hombres, que estén encerrados en una fría tumba y entregados a los gusanos y a la descomposición, que estén olvidados del mundo y pier­ dan lentamente el lugar que ocupaban en nuestro afecto, es decir, en el recuerdo que guardan de ellos sus amigaos y parientes más queridos. .. .E l hecho de que nuestra simpatía sea incapaz de ayu­ darlos nos parece que aumenta asimismo su desdicha, etc.38. He aquí, sin duda, algo completamente diferente. Pero conside­ remos el punto más de cerca. ¿Qué es la simpatía de Adam Smith? Por grande que sea el egoísmo que se puede -suponer en un. hombre, responde, existen sin duda en su naturaleza ciertos principios que pro■vienen del interés que le inspira la suerte de sus semejantes y que con­ vierte a la felicidad dé éstos en una felicidad para sí mismo, aunque no obtenga de ello nada más que el placer de ser un testigo. . . E l hecho de sentir uno mismo los dolores de otro es demasiado común para que sea necesario demostrarlo. La fuente de esta sensibilidad a los sufrimientos ajenos reside en la facultad que tenemos de ponernos en el lugar de los otros por medio de una imaginación, facultad que nos permite comprender o sentir, por nuestra parte, lo que ellos experimentan39. ¿Es posible creer que no hay nada semejante a esta teoría de la simpatía en los escritos de Helvecio 1 Eín su libro De Vhomme (sección II, capítulo V II) Helvecio se pregunta: “ ¿Qué es un hombre huma­ no 1>” Y contesta: “ Es el hombre para quien el ■espectáculo de la mise­ ria ajena es un espectáculo doloroso** Pero ¿de dónde le viene al hom­ bre esta facultad de sentir los sufrimientos del otro? Le viene de la educación, que nos acostumbra a identificarnos con los otros. ¿Ha adquirido el niño la costumbre de identificarse con los des­ dichados!? Una- vez que se adquiere esta costumbre, el niño se conmue­ ve tanto más ante la, desdicha por el hecho de que, al lamentar la suerte de estas personas, se conmueve por la humanidad en general y, en consecuencia, por sí mismo en particular. Una infinidad de sen­ timientos distintos se mezclan a este primer sentimiento y de las combinaciones surgidas se forma el sentimiento total de placer que expe­ rimenta un alma noble al socorrer a un miserable, sentimiento que no siempre está en condiciones de analizar !>°. Se reconocerá que Smith tiene exactamente el mismo> concepto de la simpatía, punto de partida de sus deducciones. Lo cierto es que Hel-

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vedo asocia la simpatía a otros sentimientos menos “ simpáticos” . Según él, se auxilia a los desdichados: 1) para evitarse el dolor físico de ser testigo de su sufrimiento; 2) para gozar del espectáculo del reconocimiento, el cual produce en nosotros, por lo menos, una espe­ ranza confusa de lejana utilidad; 3} para realizar un acto de poder cuyo ejercicio siempre nos resulta agradable, dado que evoca en nuestro espí­ ritu la imagen de placeres asociados a este poder; 4) porque la idea de dicha se asocio siempre — cuando la educación -es buena— a la idea de beneficencia y que esta, beneficencia al ganarnos la estima y el afecto de los hombres puede. del mismo modo que las riquezas, ser considerada como un poder o un medio de sustraerse a los dolores y de obtener placeres41. Ya no es más lo que dice Smith, pero esto no cambia en nada la cosa en lo referente a la simpatía. Ésto nos demuestra qne Helvecio obtiene resultados totalmente contrarios a los del autor de la f y el número de los poseedores disminuirá sin cesar. Es al llegar a este punto que las leyes tendrán que volverse más severas. Las leyes indulgentes son adecuadas para regir a un pueblo de propietarios. “ Entre los germanos, los galos y los escandinavos, las multas más o menos fuertes eran las únicas penalidades que se imponían a los diversos delitos” . La cosa se presenta de un modo muy diferente cuando la gran mayoría de una nación está formada por personas que 110 poseen nada. El que nada tiene no puede ser castigado en sus bienes; es m-enester que sea castigado en su persona: de aquí las “ penalidades a f l i c t i v a s Cuan­ do más pobres hay, más robos, hurtos y crímenes habrá. Es menester recurrir a la violencia para reprimirlos. LTn hombre desprovisto de toda propiedad cambia fácilmente de domicilio. El culpable puede escapar así fácilmente a su castigo. Por lo tanto se impone la necesidad de dete­ ner a los ciudadanos con menos formalidades. A menudo, basándose en una simple sospecha. Pero ‘ ‘la detención es ya un castigo arbitrario que aplicado muy pronto sobre sus mismos propietarios, reemplaza la liber­ tad por 3a esclavitud. “ Los castigos corporales, en un principio utiliza­ dos contra los pobres, se aplican igualmente a los mismos propietarios. Todos los ciudadanos se encuentran entonces bajo leyes de sangre, y todo contribuye a establecerlas” . El crecimiento del número de los ciudadanos trae la formación de un gobierno representativo, pues los ciudadanos ya no pueden reunirse en un solo lugar para discutir los asuntos públicos. Mientras los ciudada­

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nos signen siendo iguales, sus representantes ponen en vigencia leyes que responden al interés general. A mdida que la igualdad prim itiva desaparece, a medida que los intereses de los ciudadanos se vuelven más complejos, los representantes tienden a distinguir su interés del interés de los representados; se vuelven independientes de aquellos a quien deben defender, y adquieren poco a poco un poder igual'c¿ de toda la nación. E n un país vasto y populoso, la división de los intereses de los gober­ nados siempre proporcionará a los gobernantes el medio de abusar de una autoridad que el amor natural del hombre por el poder siempre le hace desear u . En realidad, los propietarios por una parte, preocupados tínica­ mente de su fortuna, “ dejan de ser ciudadanos” ; por otra, los hombres desprovistos de propiedad son para los primeros unos enemigos ocultos qne el tirano o los tiranos pueden arm ar a voluntad contra los propieta­ rios. Así es que la pereza de espíritu de los electores, y el deseo activo de poder en los elegidos anuncian un cambio en el Estado. Todo, ,en este} momento, favorece la ambición de los últimos 65. La libertad 66 se extingue, las probabilidades a favor del despotismo aumentan cada vez más. Efe así que la multiplicación de los ciudadanos engendra el gobierno representativo. La contradicción de sus intereses trae el poder arbitrario. En un pasaje de su libro De Vhomme, del cual nos hemos ocupado especialmente en la exposición que antecede, Helvecio dice que él razona de acuerdo a la experiencia y a Jenofonte. Esta es una expresión muy característica. Helvecio tenía, como Holbach y otros filósofos de sus tiempos, una visión muy clara sobre el papel de la lucha de clases en la sociedad humana, pero al efectuar su apreciación, no va más lejos que “ Jenofonte” , es decir, que los es'critores de la antigüedad. Según él, la lucha engendra la tiranía, ante todo la tiranía y nada más que la tiranía. P ara él los hombres “ sin propiedad” son tan sólo un arma peligrosa en manos de los ambiciosos adinerados: estos hombres sólo pueden —y sólo tratan de— venderse “ a quien los ciñiere comprar” . No es al proleta­ riado moderno que se refiere Helvecio, sino al antiguo, especialmente al proletariado romano. Según esto, el movimiento social es tan sólo para él un callejón sin salida. ¿Se ha enriquecido un hombre mediante el comercio ? E n este casof dicho hombre ha reunido una infinidad de pequeñas propiedades en la suya propia.. Entonces el número de propietarios y, por consiguiente, el de hombre cuyo interés está más estrechamente ligado al interés nacio­ nal, se ve disminuido. Por el contrariof ha aumentado el número de los hombres sin propiedad y sin interés en la cosa pública. Si estos hombres se en cen tra n siempre a disposición de quien los quiera pagar, ¿cómo convencerse de que el hombre poderoso no se sirve de ellos alguna vez para dominar a sus conciudadanos f Este es el resultado necesario de la excesiva multiplicación de los seres humanos en un imperio. E n el círcu­ lo vicioso que han recorrido hasta el momento actual todos los gobier­ nos conocidos 67.

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Helvecio está muy lejos de m irar a los ingleses con la misma des­ confianza que hacia ellos muestra Holbach. Helvecio pensaba que el estado social y político de Gran Bretaña deja mucho que desear, pero Ja respetaba como al país más libre y más esclarecido del mundo. Sin embargo, esta libertad inglesa, tan amable, que a él tanto le gustaba, no le parecía muy estable. Helvecio pensaba que la división de los intereses, tan avanzada en Inglaterra, habría de producir tarde o temprano su inevitable efecto: la aparición del despotismo. Es menester admitir que, por lo menos en lo que se refiere a la historia d© Irlanda, no se puede .contestar a esto con un franco desmentido. Los puntos de vista de nuestro filósofo sobre " la multiplicación de los hombres” demuestran una vez más hasta qué punto era poco original la doctrina de IVfalthus, No deseamos criticar ahora estos puntos de vista, del mismo modo que no deseamos criticar la doctrina sobre la historia primitiva de la propiedad y de la familia. Nos bastará indicar aquí el punto de vista general de Helvecio sobre la historia cs. Pero, en relación a esto, y para caracterizarlo de un modo completo, hay que examinar algunas otras consecuencias de la multiplicación de los ciudadanos o, para decirlo mejor, de la desigualdad de las fortunas, siempre e inevita­ blemente en aumento. ¡Nada hay más peligroso para una sociedad que los hombres sin propiedad! P ara los hombres de empresa no hay nada más conveniente que estos individuos, nada que esté más de acuerdo con sus intereses. Cuantos más indigentes hay menos hay que pagar por el trabajo. Los empresarios, pues, llegan a constituir a veces una verdadera potencia en un país de comercio ” , E l interés público se Sacrifica al interés “ pri­ vado” de ellos que es el móvil de sus acciones, el criterio de sus juicios. Vemos esto en cada sociedad con sus intereses complicados y contradic­ torios. Cada sociedad se divide en pequeñas sociedades que emiten jui­ cios sobre la virtud, la inteligencia y el mérito de los ciudadanos, según el punto de vista de sus intereses particulares. Al fin de cuentas, el inte­ rés de los más poderosos es la voz más imperiosa y más escuchada en una nación. Sabemos ya que la corrupción de las costumbres siempre hace su aparición cuando el interés privado está apartado del interés público. La desigualdad siempre creciente de las fortunas debe engendrar y au­ mentar siempre la corrupción de las costumbres. Es lo que ocurre en realidad. E l dinero, que favorece los progresos de la desigualdad, pro­ duce al mismo tiempo la decadencia de la virtud, En un país en el cual “ el dinero no tiene curso”, la nación es la única y la justa dispensadora de las recompensas. La consideración general, este don del reconocimien­ to público, no puede ser acordado aquí nada más que a las ideas y a las acciones útiles a la nación, y en consecuencia iodo ciudadano encuentra que la virtud es necesaria En los países en que el dinero tiene curso, la persona o las personas que lo tienen pueden obtener y obtienen en general un máximo d'é place­ res. Pero esta persona o estas prsonas no son siempre las más honradas.

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Las recompensas serán, por Jo tanto, muchas veces otorgadas a acciones que, “ personalmente útiles a los grandes, son perjudiciales al público” . Las recompensas otorgadas al vicio producirán viciosos, y el amor al dinero, sofocando toda espiritualidad, toda virtud patriótica, sólo produ­ cirá caracteres mezquinos, impostores e intrigantes. E l amor de las riquezas no se extiende a todas las clases de los ciu­ dadanos sin inspirar a la parte gobernante- el deseo del robo y de las vejaciones. A l llegar a este 'punto, la construcción de un puerto, un armamento, una compañía comercial, una guerra que se emprende, por el honor de la nación, en una, palabra, todo pretexto para robar, es apro­ vechado ávidamente. Es entonces que todos los vicios, hijos de la avidez, se introducen de golpe en un imperio e infectan sucesivamente a todos los miembros, precipitándolos finalmente a la ruina w. Holbach, como lo hemos señalado en nuestro estudio, consideraba al amor de las riquezas como la madre de todos los vicios y la ruina de las naciones. Pero Holbach sólo ha sabido declamar en los casos en qiie Helvecio procuraba comprender las leyes de la evolución social. Holbach notificaba contra “ el lu jo ” , pero Helvecio señalaba que el lujo es sólo un efecto de la repartición desigual de las riquezas. Holbach invitaba al legislador a luchar contra la aficcióa al lujo; Helvecio pensaba que tal lucha no es útil, sino perjudicial a la sociedad. Eín primer lugar, las leyes suntuarias, demasiado fáciles de eludir, vuelven demasiado vul­ nerable el derecho de propiedad, “ el más sagrado de los derechos Kn segundo lugar, para term inar con el lujo, habría que suprimir el dinero, pero, ningún príncipe puede concebir semejante empresa; y , en el caso de que la concibiere, ninguna nación en el estado actual de Euro­ pa se prestaría a cumplir sus deseos n . La realización de un proyecto semejante representaría la ruina completa de la nación. El lujo existe tan sólo cuando las fortunas son muy desiguales. En un imperio en el cual los ciudadanos tienen fortunas aproximadamente iguales, no puede haber lujo, sea cual fuere el grado de comodidad que logren o, si preferís,, en este imperio el lujo, en vez de ser una desgracia, sería un bien público. Pero como las riquezas están repartidas de modo desigual, la supresión del lujo implicaría suprimir la producción de una cantidad ds objetos y, en consecuencia, privar de ocupación a una mul­ titud de pobres. El resultado' final sería por lo tanto contrario al pro­ pósito buscado. E l entusiasmo con que la mayor parte de los moralistas se pronuncia contra el lujo, “ es el efecto de su ignorancia” esta es la conclusión de Helvecio73. He aquí una ley constante de la evolución social. Un pueblo pasa de la pobreza a la riqueza, de la riqueza a la distribución desigual de la riqueza, a la corrupción de las costumbres, al lujo y a los vicios; de aquí pasa el despotismo, y del despotismo a la ruina. E l principio de vida que, ql.desarrollarse en un roble majestuoso, -eleva sti tallo, extiende sus ramas, ensancha su tronco y lo hace reinar sobre los bosques, es el mismo principio de su decrepitud.

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Y, “ en la forma actual de los gobiernos", los pueblos 110 pueden abandonar este camino tan peligroso de desarrollo. Inclusive les resul­ ta muy peligroso demorar sus avances, Un estancamiento produciría penurias innumerables y. tal vez, una pérdida completa de vida. E l número y especialmente la clase de las manufacturas de un país depende de las riquezas de ese país y de la forma en que estas son re­ partidas. Si todos los ciudadanos están en buena posición, todos querrán estar bien vestidos; se establecerá entonces un gran número de manu­ facturas, ni demasiado delicadas ni demasiado groseras. Si, al contrario, la mayor parte de los ciudadanos son pobres, tan sólo habrá estableci­ mientos que satisfarán las necesidades de la clase opulenta y sólo se fabricarán telas suntuosas, brillantes y poco duraderas: “ de esta mane­ ra todo se correlaciona en un gobierno” . Una de las ramas más importante de la industria moderna es la producción de telas de algodón. Estas telas no están destinadas a los consumidores ricos. Por lo tanto, la opinión de Helvecio no está de acuerdo con la realidad '“3. De todos modos no es menos cierto que, en un gobierno, todo está entrelazado. Hemos visto muchos ejemplos: aún vere­ mos uno más. Es Ja necesidad que enseña a los hombres a cultivar la tierra, es la necesidad que engendran las artes y las ciencias. También es la necesidad que los hace detener o avanzar en tal o cual dirección, Desde el momento en que existe una gran desigualdad en la distribución de las riquezas, vemos surgir una serie de artes de agradar, cuya finalidad es divertir a los ricos, arrancarlos al aburrimiento. El interés nunca deja de ser el grande y único preceptor del género humano. ¿Cómo podría ser de otro modo? No olvidéis que “ toda comparación de objetos entre sí presupone atención y que toda atención presupone un dolor, y todo dolor una razón de ser experimentado” . Indubitablemente cada sociedad tiene interés en hacer progresar sus luces. Pero como no es siempre el interés 'público, como es el interés de los más poderosos, el que tiene a su disposición las recompensas con que se gratifican a los hombres de mérito, resulta fácil comprender que las ciencias, las artes y las letras toman una dirección conforme a esta última clase de interés. $Cómo no hubieran brillado las ciencias y las artes al máximo en un país como Grecia, un país en el cual se les rendía un homenaje tan general y tan constante? 74. ¿Por qué fue Italia tan fecunda en oradores? ¿Se debe esto a la influencia del clima, “ como lo ha sostenido la sabia imbecilidad de al­ gunos pedantes de “ cátedra” ? Una respuesta incontestable es el hecho de que Roma perdió simultáneamente su elocuencia y su libertad. Examinemos la sustancia de los reproches de barbarie y de estu­ pidez que los griegos, los romanos y todos los europeos han formulado siempre contra los pueblos de Oriente. Veremos entonces que las nacio­ nes tan sólo han dado, el nombre de espíritu al conjunto de ideas que les eran útiles y , como el' despotismo prohibió en casi tocia el Asia el estudio de la moral; de la metafísica, de la jurisprudencia, de la política,

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al fin de cuentas, de todas las ciencias que interesan a la humanidad, los orientales han sido necesariamente tratados de bárbaros, de estúpidos por los pueblos esclarecidos de Europa y merecerán eternamente el despre­ cio de las naciones libres y de la posteridad 75. Si todos los pueblos en tina misma posición tienen las mismas leyes, el mismo espíritu, las mismas pasiones, como se ba dicho, ello se debe entonces a que están sometidos a la influencia de los mismos intereses. La combinación de los intereses decide la marcha del espíritu humano. El interés de los Estados, como el de los particulares, como todo lo humano, está sujeto a mil revoluciones. Las mismas leyes, las mismas costumbres y las mismas acciones “ se vuelven sucesivamente útiles y perjudiciales al mismo pueblo” . De aquí se sigue que las leyes “ deben ser cada vez de nuevo adoptadas y rechazadas” , que la acción de las mismas debe llevar sucesivamente el calificativo de virtuosas o viciosas; proposición que no puede rechazarse sin reconocer que existen accio­ nes a la vez virtuosas y perjudiciales al Estado, y que no minan, en consecuencia, los fundamentos de toda legislación y de toda sociedad 7(5. Numerosas tribus salvajes tienen la costumbre de exterminar a los viejos. A primera vista, nada más abominable que este hábito. Pero si se reflexiona un poco, habrá que admitir que, dada la situación de estas tribus, se ven forzadas a considerar la masacre de los viejos como una acción virtuosa, y es el amor a los padres decrépitos que lleva a actuar de este modo a la joven generación. Los salvajes carecen de víve­ res. Los viejos no pueden obtenerlos por medio de la caza, que implica una gran fuerza corporal. Los viejos deben soportar, por lo tanto, una muerte lenta y cruel, o convertirse en una carga para sus hijos o para la sociedad en conjunto, que no podría, a causa de su pobreza, soportar semejante peso. Por lo tanto, es mejor evitar los sufrimientos mediante parricidios rápidos y necesarios. He aquí el principio de una costumbre execrable; he aquí como un pueblo vagabundo, al cual la caza y la necesidad de víveres retiene durante seis meses en dilatadas selvas, justifica, por así decirlo, la necesidad de esta barbarie y muestra como el parricidio sé'realiza'aquí" por el mismo principio humanitario que nos lleva a considerarlo con horror 77. Holbach se preguntaba por qué las leyes positivas de las pueblos están tan a menudo en contradicción con las de líla naturaleza” o de “ la equidad” . La respuesta ya estaba preparada y a mano. Las leyes depravadas, decía, se deben tanto a la perversidad de las costumbres como a los errores de las sociedades o a la tiranía que fuerza a la naturaleza a doblegarse ante su autoridad 78. Helvecio no se contenta con una respuesta semejante y reconoce 4íla utilidad real o por lo menos aparente” que yace en el fondo de las leyes y de las costumbres que se atribuyen tan gratuitamente a la “ perversidad” o a los “ errores” . Por estúpidos que consideramos a los pueblos, dice, es evidente que,

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esclarecidos por sus propios intereses, no han adoptado sm motivo las costumbres ridiculas que están arraigadas en algunos de ellos: la extra­ vagancia de estas costumbres depende, por lo tanto, de la diversidad de los intereses de los pueblos 79. Las costumbres y leyes realmente odiosas son aquellas que siguen existiendo después de haber desaparecido las causas de su vigencia, y se vuelven perjudiciales a la sociedad. Todas las costumbres que brindan tan sólo ventajas pasajeras son como andamiajes 80 que es menester derrumbar cuando los palacios se han construido. Esta es una teoría que deja poco lugar —si es que lo deja— a la ley natural, a la equidad absoluta. Desde el mismo momento de su aparición esta teoi'ía se presentó como peligrosa aún a los ojos de hombres como Diderot, quien la calificó de paradójica. En verdad es el interés general y particular, según él, que transforma la idea de lo justo y de lo injusto; pero su esencia es independiente de ello. Pero j?,cuál es entonces la esencia de esta “ idea” ? ¿Y de qué dependet Diderot no dice nada. Se limita a dar algunos ejemplos que pretenden demostrar que la justicia es absoluta. ¡Pero estos ejemplos son insuficientes! Dar de beber a quien muere de sed, ¿no es una acción encómiable siempre y en todas partes ? Pero esto prueba a lo sumo que existen intereses propios de la humanidad en todos los lugares, en todos los siglos y en todas las fases de su evolución. “ Dar de beber ” no nos lleva más allá del razonamiento de V oltaire: Si le pido de. inielta a un turco, a un guebro, a un malabar el dinero que le he prestado .. . estará de acuerdo en que es justo que me lo ....... ...... . devuelva. ""... ¡ Sin d u d a! ¡ Pero que pobre es vuestra moral absoluta, aunque sea una diosa honrada! Locke decía: “ Those who maintain innate praetical principies, tell us uot what they a re ” 81. Helvecio hubiera dicho lo mismo de los partidarios de “ la moral universal’ Es evidente que en este problema de la moral la opinión (Ansicht) de Helvecio, se ponía de acuerdo tan sólo con los principios del sensua­ lismo materialista. Por otra parte, Helvecio no ha hecho más que repetir y desarrollar las ideas de Locke, que era su maestro, del mismo modo que el de Holbach, de Diderot. y de Voltaire. “ Good and Evil —para el filósofo inglés—, are nothing but Pleasure or Pain, or that which occasions or procures Pleasure or Pain to us. Moral Good and Evil then is only the eonformit.y or Disagreement of our volimtary actions to some Law, whereby Good and Evil is drawn on us from the will and power of the Law m aker” 82. Mucho tiempo antes de Helvecio, había dicho Locke: Virtus generally approved. . . because profitable... He that toÜl carefully peruse the history of Manhind, and look abroad into the several Tribes of Men, and with indifference survey their actions, will be able to satisfy himself, that íhere is scarce that Principie of Morality to be

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named, or Ride of Virtue to be thought on ( those only excepted that are absolutely necessary to hold society together, whick commonly too are- neglected behvixt societies), lohich is not. somewhere or otther, slighted and condemned by the general fashion of whole societies of Men, governed l>y practical opinions and rules of living quite opposite to othérs 83, Es exactamente lo que nos dice Helvecio. Pero Helvecio ha puesto aquí, muy oportunamente los puntos sobre las íes. Partiendo del " P a in ” (Dolor) y del "P leasu re” (Placer) se impuso la tarea de ex­ plicar por medio del interés las variaciones históricas de la voluntad de los Laxv-mahers (legisladores). Fue muy lógico, inclusive demasiado lógico para los ‘ ‘filósofosJ’ franceses del siglo X V III. En efecto, el par­ tido de los filósofos era un partido militante. En su lucha contra el régimen que existía entonces, Helvecio sentía la necesidad de apoyarse sobre una autoridad menos discutible que los intereses siempre variados de los hombres. Esta autoridad se le reconocía a la “ naturaleza”. La mora] y la política fundadas sobre esta base no eran de todos modos menos utilitarias: salvs populi (la salud del pueblo) no dejaba de ser por ello la suprema lex 84 (la ley suprem a). Pero esta salud se aplicaba, según ellos, indisolublemente a ciertas leyes invariables, ‘‘igualmente buenas, todos los seres sensibles y r a z o n a b le s Estas leyes deseadas e invocadas, expresión ideal de las tendencias sociales y políticas dé la burguesía, eran llamadas leyes naturales y, al no saber nada del origen psicológico de las ideas que hacían concebir el proyecto, olvidándose hasta del origen lógico de estas mismas ideas, afirmaba, como lo hizo Diderot en el artículo ya citado, que su esencia es independiente del interés. Esto llevaba a los filósofos más o menos a las ideas innatas, tan atacadas a p artir de Locke. “ No innaie practical principies” . Ninguna idea ha sido afirmada especialmente en nuestra alma por la naturaleza, esto es lo que decía Loche, añadiendo que toda secta consideraba innatos los principios con­ formes a sus creencias. Sobre este punto, los filósofos no pedían nada mejor. Admitir la existencia de las ideas innatas hubiera equivalido para ellos a someterse a los "principios” de una secta detestable de parti­ darios del pasado. La naturaleza 110 ha grabado nada en nuestra alma. Por lo tanto no es a la naturaleza que deben su existencia las institucio­ nes y la moral envejecidas. Pero existe una ley natural, una ley universal y absoluta que la razón puede descubrir si la ayuda la experiencia. Ahora bien, la razón está de parte de los filósofos. Por lo tanto es en favor de sus tendencias que habrá de hablar la naturaleza, De este modo, los “ principios innatos” representaban el pasado que era menester "aplas­ t a r ” ; la ley natural era el porvenir invocado por los novadores. Nojse ha abandonado el dogmatismo, tan sólo se han ampliado los límites para abrir el paso a la burguesía. Los puntos de vista (Ansichten) de Helve­ cio amenazaban esta nueva clase de dogmatismo. Y por esto 110 fueron admitidos por la mayor parte de los "filósofos” . Pero esto no le impidió ser el hombre más consecuente entre los discípulos de Locke.

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Sus puntos de vista 110 eran por ello menos peligrosos para la idea —tan difundida en el siglo X V III— de que el mundo está go­ bernado por la opinión. Hemos visto que, según él, las opiniones de los hombres son dictadas por sus intereses; hemos visto también que sus intereses no dependen de la voluntad humana (recordad el caso de los salvajes que matan a los viejos en razón de una necesidad econó­ mica). “ Los progresos de las luces’%mediante los cuales los “ filó­ sofos” creían poder explicar todo el movimiento histórico, lejos de ex­ plicar ninguna cosa, se pusieron a exigir una explicación por su parte. Encontrar una explicación habría equivalido a una verdadera revo­ lución en -“ filosofía”. Helvecio da la impresión de presentir las con­ secuencias de una revolución semejante y reconoce que, al estudiar el avance del espíritu humano, muchas veces ha sospechado que iodo en la naturaleza se prepara y llega por sí mismo a la madurez, y que ‘‘ tal ves la perfección de las artes y de ios ciencias sea menos la obra del tiempo que la obra del tiempo y la n e c e s i d a d El progreso “ uniforme” de las ciencias, en todos los países, confirma a su modo de ver esta opi­ nión. Efectivamente. si en todas las naciones, como lo observa el señor Hume, sólo después de haber escrito buenos versos se llega a escribir buena prosa, una marcha tan constante de la razón humana da la impresión de ser el efecto de una causa general y sorda m. El lector conoce y& las ideas históricas de nuestro filósofo y se­ mejante lenguaje le parecerá sin duda demasiado circunspecto y dema­ siado indeciso. Pero justamente (Gerade) este lenguaje, lleno de inde­ cisión, pone de manifiesto a qué punto eran oscuras las nociones que se formaban en la cabeza de Helvecio con estas palabras, cuyo sentido le perecía claro y no sujeto a dudas: el interés, las necesidades de los hombres. E n el fondo de las leyes y de las costumbres, por extravagantes que nos parezcan, encontramos siempre “ la utilidad real o, por lo me­ nos aparente”. ¿Qué es una utilidad apárentef ¿A' qué se refiere, cuál es su origen? Evidentemente proviene de la opinión de los hombres. Henos aquí de vuelta en este círculo vicioso del cual pensamos haber salido: la opinión d e p e n d e del interés; el interés depende de la opinión. Y lo que es aún más curioso, Helvecio no ha, podido dejar de entrar en el círculo vicioso. Helvecio ha intentado vincular el origen de las le­ yes, de las costumbres y de las opiniones más diversas y más extrañas a las necesidades reales de las sociedades, pero al terminar su análisis se encontraba siempre frente a un residuo que sus reactivos de meta-físico no lograban reducir. Este residuo era, ante iodo? la religión. Toda religión nace del temor a un poder invisible, de la igno­ rancia de los hombres frente a las fuerzas de la naturaleza. Todas las religiones primitivas se parecen entre sí. De dónde viene esta uni­ formidad 9 De que en una misma posición los pueblos siempre han te­ nido el mismo espíritu, las mismas leyes, el mismo carácter. Como los hombres han estado movidos aproximadamente por el

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mismo interés y han tenido aproximadamente los mismos objetos para comparar y el mismo instrumento — es decir, el mismo espíritu para compararlos— necesariamente han debido llegar a los mismos resulta­ dos, Por el hecho de que — en general— todos son orgullosos, todos consideran que el hombre es el único favorito del cielo y el objeto prin­ cipal de las atenciones de éste. Y es este orgullo que hace creer a los hombres en todas las ton­ terías que les presentan los impostores. Abrid el Corán (Helvecio sólo habla aparentemente “ de las religiones falsas” ). E l Corán admite mil interpretaciones: es oscuro, inteligible. Pero la ceguera humana es tal que aún es considerado como divino este libro lleno de mentiras y de inepcias, esta obra en la cual se presenta a Dios bajo la forma de un execrable tirano. De tal modo, el interés que engendra la credulidad religiosa es tan sólo un interés de vanidad, un interés de prejuicio. En vez de explicarnos de dónde vienen los sentimientos de los hombres, este libro es en sí mismo la expresión de tales sentimientos. “ La utilidad” de una religión no es más una “ utilidad” (aparente., ü n filósofo del siglo X V III no ha sabido añadir nada más a “ la infame” enemiga de la razón. Una vez dadas la vanidad y la ignorancia, madre del temor, es fácil comprender por qué medios los ministros de las religiones aumen­ tan y conservan su autoridad. E n toda religión, el primer objetivo que se proponen los sacerdo­ tes es el de entumecer la curiosidad del hombre y apartar el ojo del examen de todo dogma, cuya oscuridad demasiado palpable no dejaría de ser notada. Para lograr su propósito era menester halagar las pa­ siones de los hombres, lograr que desearan ser ciegos y tuvieran interés en serlo. Nada más fácil para el homo, etc., etc. Vemos por una parte, que los dogmas y las costumbres religiosas son inventados deliberada­ mente por algunos astutos, habilidosos, ávidos y temerarios; vemos, por otra parte, que este interés de los pueblos, que por lo menos debería explicarnos el éxito asombroso de estos astutos, no es a menudo nada más que el interés “ aparente” de ciegos que desean seguirla siendo. Evidentemente no es este interés real, esta necesidad que ha engendrado todas las artes y las ciencias. Cuando Helvecio expone sus puntos de vista históricos, hace equi­ librios incesantemente, y sin percatarse, entre estas dos nociones dia­ metralmente opuestas del interés. Esta es la razón por la cual no logra term inar con la teoría que supone que el mundo está gobernado por la opinión. En una ocasión nos dice que los hombres deben su espíritu a la situación en la cual se encuentran; en otra, cree ver con claridad meridiana que los hombres están en la situación en que están por su espíritu. A veces no dice que el hambre engendra una cantidad de artes, que la necesidad habitual es siempre industriosa, lo que equivale a decir que toda invención más o menos importante no es más que una suma de invenciones infinitesimales; otra vez nos dice, en la polémica contra Rousseau, que el arte de la agricultura supone la invención de la reja,

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de la carreta, de la fragua, en consecuencia, una infinidad de cono­ cimientos sobre las minas, el arte de construir hornos, la mecánica, la hidráulica. Bs el espíritu, pues, la ciencia, que constituye la fuente de las invenciones y, en último análisis, es la opinión que determina los pro­ gresos de los hombres. En una ocasión Helvecio nos muestra cómo las leyes, las costumbres y los gustos de un pueblo derivan de su “ situa­ ción” , es decir, de las “ artes” , de las fuerzas productivas de que dis­ pone y de las relaciones económicas (oekonomisehen Verháltnisse) que resultan; en otra ocasión declara: las virtudes d.e las ciudadanos de­ penden de la perfección de las leyes; de los progresos de la razón humana depe7ide la perfección de esas mismas leyes. E n una ocasión, nos presenta el poder arbitrario como una conti­ nuación inevitable siempre creciente en la repartición de las riquezas; en otra, razona del siguiente modo: E l despotismo, ese cruel azote de la humanidad, suele ser por lo general un producto de la estupidez nacional. Todo pueblo empieza por Mr libre. ¿A qué causa puede atribuirse la pérdida de la libertadf A la ignorancia de ese pueblo, a su loca confianza en los ambiciosos. El ambicioso y el pueblo representan a la muchacha y el león de la fábula. 4 II a logrado ella persuadir a este animal de que debe dejarse cortar las garras y limar los dientes ? Cuando lo logra, lleva al animal a maitines 86. Al haberse presupuesto la búsqueda del interés, en la historia, ese “ único resorte de los hombres” , Helvecio vuelve a la opinión de que, como éste hace parecer a los objetos más o menos interesantes, es —al fin de cuentas— el amo absoluto del mundo. “ El interés aparente” es el escollo qne le hace fracasar en su empresa realmente grandiosa de una explicación materialista de la evolución humana. Tanto en la his­ toria como en la moral este problema resultó ser insoluble desde el punto ■de vista metafíisico. Si en Helvecio el interés aparente toma tantas veces el lugar del interés real, el único que él deseaba tomar en cuenta, vemos que la misma desgracia acaece al interés público, que se eclipsa ante el interés de “ los más poderosos” . Es indiscutible que el interés de los más poderosos ba sido siempre el dueño de la situación en toda sociedad dividida en •clases. Pero ¿cómo explica Helvecio este hecho indiscutible? A veces habla de la fuerza, pero por lo general, presintiendo acertadamente que la fuerza no explica nada, puesto que en muchos casos —si no siempre— está del lado de los oprimidos, Helvecio recurre a la opinión. Es la •estupidez de los pueblos qne los lleva a obedecer a los tiranos, a los ricos “ ociosos” , a las personas que sólo piensan en sí mismas. Helvecio no llega a suponer —pese a ser uno de los más brillantes representan­ tes de la burguesía francesa en su época de florecimiento—, que en la vida histórica de cada clase de los “ poderosos” , existe un período en que “ el interés privado” -es también el interés del movimiento progre­ sista y, en último término, de la sociedad entera. Helvecio era dema­

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siado metafísico para captar esta dialéctica de los intereses. Si bien repite que en el fondo de cada ley, por extravagante que parezca, hay o ha habido el interés real de la sociedad, sólo ve en la Edad Media una época en la cual los hombres habían sido transformados en bestias, como Nabucodonosor. Las leyes feudales son para él una “ obra maes­ tra del absurdo” ^ . La necesidad real lleva a inventar las artes útiles. Todo arte, una vez inventado y aplicado, da nacimiento a “ otros artes” con mayor o menor rapidez y fecundidad, de acuerdo a los ‘' Produktaiensverháltnisse” (relaciones de producción) de la sociedad en la cual ha surgido. La atención se detiene tan sólo un, momento sobre este fenómeno de las “ artes" que nacen de las necesidades “ reales” y que engendran nuevas necesidades no menos reales y nuevas artes no menos titiles. Helvecio pasa con demasiada rapidez a “ las artes del adorno”, cuya función consiste en divertir a los ricos y distraerlos del tedio. “ Sin el amor, ¡cuántas artes no habrían sido descubiertas!” , exclama. Btetá bien. Pero ¡ cuántas artes seguirían ignoradas si no existiera la producción capita­ lista de los objetos de primera necesidad! ¿Qué es una necesidad realf P ara nuestro filósofo existe, antes que nada, la necesidad fisiológica. Pero a fin de satisfacer sus necesidades fisiológicas los hombres deben producir ciertos objetos, y el proceso de esta producción engendra otras necesidades tan reales como las primeras, pero de una naturaleza no fisiológica, sino económica, traídas por el desarrollo de la producción, y las relaciones recíprocas en que los hom­ bres se ven forzados a actuar en el proceso de la producción. Helvecio señala algunas de estas necesidades económicas, pero tan sólo algunas: en la mayoría de los casos estas necesidades no son vistas por él. Por esta razón, el móvil más fuerte de la evolución histórica de la sociedad es para la multiplicación de los ciudadanos, es decir, la multiplicación de los estómagos que hay que llenar, de los cuerpos que hay que vestir. La multiplicación de los ciudadanos equivale a un aumento de la suma total de las necesidades fisiológicas. Helvecio no quiere tomar en consi­ deración que “ la multiplicación de los ciudadanos" depende por su parte del estado económico de la sociedad, si bien hace al respecto algu­ nas observaciones muy lúcidas. Helvecio está lejos de tener al respecto las ideas claras y nítidas de su contemporáneo Sir James Siewart, quien en su Inquiry inio the Principies of polüical Economy 88 (Investiga­ ción sobre los principios de la economía política) publicado por primera vez en Londres en 1767, atribuye la multiplicación de los ciudadanos a “ causas morales”, es decir, sociales, y comprende que la ley de la población que rige para una sociedad dada, varía de acuerdo a la Produldionsweise sn que predomina en un momento dado. Por otra par­ te, los puntos de vista de Helvecio sobre la población no tienen en modo alguno la chaíura de los de un Malthus. Todo en la naturaleza se prepara y se engendra a partir de sí mis­ mo. Este es él punto de vista dialéctico. Helvecio tan sólo sospecha que este punto de vista es el más fecundo y el más legítimo en la ciencia.

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La causa de la marcha “ uniform e” del espíritu humano sigue siendo para él ‘‘sorda”. Frecuentemente se olvida de ellas, y sólo la invoca por casualidad. E n moral, como en física, dice, tan sólo nos Uama la atención lo grande. Siempre atribuimos grandes causas a grandes efectos. Queremos que haya en el cielo signos que anuncien la caída o las revoluciones de los imperios. Pero las cruzadas emprendidas o suspendidas, como las re­ voluciones realizadas o 'prevenidas, las guerras encendidas o apagadas por las intrigas de un sacerdote, de una mujer o de un ministro, son legión. Es por falta de memorias secretas que, por lo general, no llega­ mos a encontrar el guante de la duquesa ele Marlborough. Este punto de vista se opone al otro, según el cual todo “ se pre­ para y se engendra a partir de sí mismo”. E l principio de vida que, al desarrollarse en un roble majestuoso, eleva su talle, extiende sus ramas, ensancha su tronco y le hace reinar en los bosques es el mismo principio de su declinación. Una ves; más habla aquí Helvecio como un dialéctico que com­ prende el absurdo de la abstracta y absoluta Gogeniiberstellung 90 de lo útil a lo perjudicial, Una vez más recuerda aquí Helvecio que todo proceso de evolución tiene sus leyes inmanentes e irresistibles. Partien­ do de este punto de vista, llega a la conclusión de que no existe un “ específico” contra la desigualdad de las “ fortunas” que, a la larga, arrum a inevitablemente a toda sociedad. Pero esta no es su conclusión definitiva. Es tan sólo “ por la forma actual de los gobiernos” , que no existe aún un específico contra este mal. E n una “ forma” más ra­ cional, sería posible hacer mucho contra él. ¿Cuál es ésta forma pode­ rosa de gobierno t Es la forma que podría descubrir la razón ayudada por la experiencia, La filosofía puede resolver muy bien “ el problema de una legislación perfecta y duradera” que, adoptada de una vez por una nación, sea la fuente de su felicidad. Una legislación perfecta no su­ prim irá la desigualdad de las fortunas, pero impedirá que ésta tenga efectos perjudiciales. En su condición de “ filósofo” Helvecio, por su parte, bajo la forma de un “ catecismo m oral” , nos expone los precep­ tos y los principios de una “ equidad cuya experiencia cotidiana nos ha de p robar” a la vez su utilidad y su verdad” , y que deben servir de base a una legislación “ excelente” . Y agrega a su catecismo algunos otros tratados de una legislación semejante. E l libro De Vesprit asustó a los partidarios del derecho natural, quienes vieron en su autor a un enemigo de tal derecho. Este temor sólo estaba a medias fundado. P ara ellos Helvecio fue tan sólo una oveja extraviada que, tarde o temprano, debía volver al redil de la majada. El, que no quería dar lugar al derecho natural, al parecer, y que con­ sideraba como razonables las leyes y las costumbres.aparentemente más absurdas, terminó diciendo que los pueblos se aproximan más o menos —en sus instituciones— al derecho natural de acuerdo a los progresos más o menos grandes de su razón. Helvecio se corrige, pues, y regresa al seno de la iglesia filosófica. La fe, la santa y saludable fe en la razón, es más fuerte en él que cualquier otra consideración.

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Ha llegado él momento en que el hombre, sordo a las contradic­ ciones teológicas, escuche tan sólo las enseñanzas de la sabid%wía, exclama: hay que evadirse. . . de nuestro amodorramiento; la noche de la ignorancia queda atrás; ha llegado el día de la ciencia. Escuchemos un poco la voz de la “ razón”, pasemos las hojas del catecismo moral” de su intérprete. P. (Pregunta. N. del A..). Qué vuelve sagrado a este derecho de propiedad, y porgué motivo — bajo el nombre de Término—, se lo ha convertido, casi en todas partes, en un dios? R. (Respuesta N. del A ). La conservación de la propiedad es él dios moral de los imperios; es ella que mantiene la paz doméstica; es ella que hace reinar la equidad; los hombres no se han reunido nada más que para asegurar sus propiedades; la justicia que encierra en sí a casi todas las virtudes consiste en dar a cada> uno lo que le pertenece y se rechice, en consecuencia, al mantenimiento de este derecho de pro­ piedad; finalmente, las diversas leyes minea han sido otra cosa que los diversos meclios de asegurar este derecho a los ciudadanos. P. Entre las diversas leyes, ¿no existen algunas a las cuales se da el nombre de leyes naturales? R. Son las leyes, como ya lo he dicho, que se refieren a la propie­ dad, y que se encuentran establecidas en casi todas las sociedades y las 'naciones civilizadas, pibes las sociedades no pueden formarse si no es por medio de estas leyes. P. Suponiendo que un príncipe tiene él deseo de perfeccionar la ■ciencia de las leyes, ¿que debería hacerf R. Alentar a los hombres de genio a que estudien esta ciencia y en­ cargarles la resolución de los diversos problemas presentados por ella. P. ¿Qué ocurriría entoncesf R, Que leyes variables y aún imperfectas dejarían de serlo y se convertirían en invariables y sagradas. Esto es suficiente. La utopía de una “ legislación perfecta” es tan •sólo una utopía burguesa de Helvecio, como lo es de Holbach y en todos los “ filósofos” del siglo X V III. Algunos rasgos particulares de nues­ tro autor no cambian este rasgo esencial. Indicaremos algunos de ellos con el solo fin de completar el retrato de este hombre, cuya fisonomía moral ha sido tantas veces desfigurada por los ideólogos de la ingrata burguesía. En su sociedad perfecta, Helvecio no hace trabajar a los obreros tanto tiempo como trabajan en nuestros días. Las leyes sabias dice, podrían sin duda operar el prodigio de una. felicidad ■universal. ¿Todos los ciudadanos tienen alguna propiedadf Entonces todo se encuentran en situación acomodada y pueden, me­ diante un trabajo de siete u ocho horas 92, proveer abundantemente a sus necesidades y a las de sus familias. Son tan felices como pueden serlo. . . S i el trabajo es considerado por lo general como un mal, ello se debe .a que en la mayoría de los gobiernos tan sólo se obtiene lo necesario

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mediante un trabajo excesivo: por este motivo, la idea de trabajo siem­ pre recuerda, necesariamente, la idea de penuria 03. E l trabajo atrayente de Fourier es tan sólo un desarrollo de este pensamiento de Helvecio, del mismo modo que la jornada de ocbo horas no será más que la solución dada por el proletariado a un problema planteado por un filósofo burgués. Sólo que el proletariado no se deten­ d rá aquí en su mareba hacia “ la felicidad” . . . Helvecio es partidario de la educación pública. Según él, existen muebos motivos que la hacen preferible a la instrucción privada. El se limita a indicar uno solo, totalmente suficiente. La instrucción pública es la {mica educación que puede formar patriotas. Tan sólo ella puede vincular fuertemente en la memoria de los ciudadanos la idea de la felicidad personal con la de la felicidad nacional. He aquí otro pensamiento de un filósofo burgués que el proleta­ riado se encargará de realizar, ampliándola de acuerdo a las necesida­ des de los tiempos. Pero el mismo Helvecio no esperaba nada del proletariado, como ya lo sabemos. ¿A quién encargaba, pues, la ejecución de sus planes? A im príncipe sabio, ni siquiera es necesario decirlo. Pero como el hom­ bre no es más que el producto del medio ambiente y el medio que rodea a los príncipes es muy vicioso, ¿.cómo puede concebirse una esperanza razonable en la aparición de un sabio sobre el trono f Nuestro filósofo se da cuenta de que la respuesta no es fácil. En su perplejidad, recurre a la teoría de las probabilidades. Durante un tiempo más o menos largo, — dicen los sabios—, si ello es necesario, todas las posibilidades no podrán realizarse, ¿por qué desesperar de la felicidad futura de la humanidad? ¿Quien puede asegu­ rar que las verdades establecidas aquí le serán siempre inútiles? Es raro, pero también necesario, que en un momento dado nazca un Penn 94 o un Manco Capac 05 (¡ !) para dar sus leyes a las sociedades nacientes. Ahora bien ( . . . ) si se supone que semejante hombre, ansioso de lograr una nueva gloria, con el título de amigo de los hombres,decide consagrar sil nombre a la posteridad y se ocupa más en consecuencia de la composi­ ción de sus leyes y de la felicidad de sus pueblos que del acrecentamiento de su poder, este hombre habrá querido hombres felices y no esclavos; nadie d u d a .. . que puede discernir en los principios que acabo de expo­ ner el germen de una legislación nueva y más adecuada a la felicidad humana 96. E n cuanto los “ filósofos” encaraban la cuestión de la influencia del medio social sobre «1 individuo, reducían la acción de este medio a la acción del “ gobierno” . Helvecio no procede con la misma rapidez que los otros. Durante cierto tiempo ve y demuestra con toda claridad que el gobierno es tan sólo un producto del medio social; Helvecio sabe deducir, con más o menos exactitud, el derecho civil, penal y público de su isla hipotética, del estado social de esta isla. Pero en cuanto pasa al estudio del desarrollo de " la s luces” , es decir, de la ciencia y de

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la literatura, percibe únicamente la influencia del gobierno, como el lector puede comprobar de acuerdo a la exposición precedente. Ahora bien, la fuerza irresistible del gobierno es una especie de impasse de la cual no se puede salir si no media un milagro, es decir, un gobierno que se decida de repente a curar todos los males causados por él mismo o por los gobiernos precedentes. Es así que Helvecio invoca este milagro y, para reanimar su propia fe y la de sus lectores, se refugia en un territorio que le parece sin límites: el territorio de las “ posibilidades". Pero una teoría 110 crea una fe. Menos aún podría hacerlo una teoría tan poco tranquilizadora como es la de las posibilidades que se realizan en un plazo más o menos largo. Helvecio sigue siendo, por lo menos en lo que se refiere a Francia, completamente incrédulo. Mi patria, dice en el prefacio al libro De Vhomme, ha obtenido finalmente el yugo del despotismo. Por lo tanto ya no volverá a pro­ ducir escritores célebres.. . Ya no es con el nombre de francés que este pueblo podrá de nuevo descubrir la celebridad: esta nación envilecida es hoy despreciada por toda Europa, Ninguna crisis saludable podrá de­ volverle la libertad. .. La conquista es el único remedio para sus des­ dichas. La felicidad, como las ciencias, es una peregrina en la tierra, se dice. Es hacia el norte que ha emprendido ahora. su marcha. Grandes príncipes evocan en estas regiones el genio, y el genio evoca la felicidad. . . Es a éstos soberanos que yo dedico mi obra. Al parecer fue justamente esta incredulidad, poco compensada por la confianza en los príncipes del norte, que le permitió llevar su análisis de los fenómenos sociales y morales más lejos que los otros “ filósofos” . Holbach era, como Voltaire, un propagandista infatigable. Publicó una cantidad de libros en los cuales repetía siempre la misma cosa, Helvecio ha escrito tan sólo el libro De Vesprit: su libro De Vhomme no es más que un largo comentario de la primera obra. E3 autor nunca quiso im­ primirlo en vida. Quien quiera conocer los verdaderos principios de la moral, dice nuestro filósofo, debe como yo elevarse hasta el principio de la sensibi­ lidad física y buscar en las necesidades del hambre, de la sed, etc., la causa que fuerza a los hombres ya multiplicados a cultivar la tierra, a reunirse en sociedad y a establecer entre ellos convenciones cuya obser­ vación los convierte en justos y cuya infracción los vuelve injustos. Por lo tanto, Helvecio emprendió su análisis con el propósito de descubrir los verdaderos principios de ko moral y, a partir de ellos, los de la política. Al ' ‘elevarse hasta el principio de la sensibilidad física ’’ demostró ser el más consecuente y el más lógico de los materialistas del siglo X V III. Al buscar en “ la necesidad del hambre, de la sed, etc.” , la causa del movimiento histórico de la humanidad, se impuso la tarea de encontrar una explicación materialista de este movimiento. Helvecio en­ trevio muchas verdades que tienen muchísimo más valor que su plan de una legislación perfecta, que “ esas grandes verdades” inmutables y

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absolutas que dedicaba a los soberanos “ del norte’\ Comprendió que debía haber “ una causa general” de la "evolución humana” . Pero esta causa 110 la pudo encontrar por carecer de los datos y del método nece­ sarios. Esta causa siguió siendo oculta, " sorda”, para él. Y esto no lo afligió excesivamente. El utopista consoló en él al filósofo. La finalidad principal fue lograda; los principios de una legislación 1‘excelente ’’ fueron elaboradas. Dos ejemplos serán suficiente para demostrar la forma en que el principio de la sensibilidad física sirvió a veces a Helvecio en la ela­ boración de sus planes utópicos. No soy. dice, enemigo de los espectáculos ni participo al respecto de la opinión del señor Rousseau. Los espectáculos son, sin ninguna duda, un placer. Ahora bien, no existo ningún placer que, en manos de un gobierno sabio, no pueda convertirse en un principio productivo de vir­ tud, cuando es la recompensa de ésta 97. He aquí nn argumento en favor del divorcio. Por otra parte, si es verdad que el deseo de cambio es tan conforme a la naturaleza humana como se dice, habría que plantear la posibili­ dad del cambio como un premio al mérito: podríase en tal forma tratar de volver más valerosos a los guerreros, más justos a los magistrados, más industriosos a los artesanos y más estudiosos a los hombres de genio. ¡El divorcio como premio a la “ virtud” ! ¿Puede existir algo más cómico? Sabemos que, cuando los principios de "u n a excelente legislación” han .sido realizados, "la s leyes variables, aún imperfectas, dejarán de ser tales y se volverán invariables” . La sociedad se encontrará entonces en un estado estacionario. ¿ Cuáles serían las consecuencias de semejante estado ? Supongamos que en cada género de ciencia y de arte los hombres hubieran podido com/parar todos los objetos y todos los hechos conocidos y que hubieran llegado finalmente a descubrir todas las diversas rela­ ciones de estos: al no tener entonces más nuevas combinaciones que rea­ lizar, lo que se llama, espíritu no existiría más. E n tal caso, todo sería ciencia y el espíritu humano se vería forzado a descansar hasta que el descubrimiento de hechos desconocidos le permitiera nuevamente com­ pararlos y combinarlos entre sí. Algo así como una mina agotada que se deja descansar hasta que se formen nuevos filones 9S. Es por lo tanto este descanso, este agotamiento del espíritu humano, por lo menos en ío que se refiere a las relaciones sociales de los hom­ bres, que debe inevitablemente traer la realización de los principios mo­ rales y políticos de Helvecio. El estancamiento: i he aquí el ideal de estos filósofos, ardientes partidarios del movimiento progresista! E l mate­ rialismo metafísico sólo era revolucionario a medias. La revolución no fue para él otra cosa que un medio (y aún así, a falta de medios espe­ cíficos) de llegar de una vez por todas a un puerto seguro y tranquilo. En él ¡ a y ! vivían dos almas, como en Fausto, como en esa burguesía de la cual los materialistas del siglo X V III fueron los representantes más avanzados.

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Los materialistas del siglo X V III creían haber terminado con el idealismo. La antigua metafísica estaba muerta y enterrada; la “ razón” no quería oír bablar ya más de ella. Sin embargo, las cosas tomaron muy pronto otro sesgo. Ya en la época de los “ filósofos” la restaura­ ción de la filosofía especulativa comienza en Alemania y, durante los cuarenta primeros años del .siglo X IX no se quiere saber ya nada más del materialismo, al cual se considera muerto y enterrado. La doctrina materialista aparece ante todo el mundo filosófico y literario con el as­ pecto con que se le babía presentado a Goethe: " g ris ” , “ cimérxea” , “ cadavérica” . Ante ella se temblaba como “ a la vista de un. fantas­ m a” 1. Por su parte, la filosofía especulativa creía haber triunfado de una vez por todas sobre sus rivales. E s menester admitir que tenía sobre ellos una gran ventaja. Esta filosofía estudiaba las cosas en su desarrollo en su génesis y en su des­ trucción. Pero si se las considera en esta perspectiva, se renuncia jus­ tamente al modo de ver que caracterizaba a los filósofos de “ las luces quienes vaciaban a los fenómenos de todo movimiento vivo y los transformaban en objetos petrificados, cuya naturaleza y relaciones no es posible comprender. Hegel, el titán del idealismo en el siglo X IX , no se cansa de combatir este modo de v e r; para él, no era este £4un pen­ samiento libre y objetivo, puesto que no permite al objeto determinarse libremente, a partir de sí mismo, sino que, por el contrario lo da por acatado” 2. La filosofía idealista restaurada celebra el método diame­ tralmente opuesto, el método dialéctico, y lo aplica con decidido éxito. Como nos hemos referido con cierta frecuencia a este método, y como aún habremos de ocuparnos de élv no es inútil caracterizarlo con los propios términos de Hegel, el maestro de la dialéctica idealista: La dialéctica, dice, pasa generalmente por ser un arte exterior, que produce arbitrariamente confusión en las nociones definidas y, en estas últimas, una simple apariencia de contradicciones, de manera que no estas determinaciones sino su apariencia es una nado y . por el contra­ rio, lo que corresponde al entendimiento es lo verdadero. A mentido la dialéctica no es, de tal modo, otra cosa que un sistema subjetivo de báscula, en la cual el razonamiento va y viene, en el cual falta el fondo y en el cual esta insuficiencia se disfraza por medio de la impresión de sutileza que produce este razonamiento. E n su determinación particu­

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lar, la dialéctica es, por el contrario, la naturaleza propia y verdadera de las determinaciones del entendimiento, de las cosas y de lo acabado en general. La reflexión consiste, por lo pronto, en superar la determina­ ción concreta aislada y en una relación de ésta, que se encuentra así condicionada, aunque siempre mantenida en su valor aislado. La dia­ léctica es, por el contrario, una superación inmanente, en la cual la ex­ clusividad y la limitación de las determinaciones del .entendimiento se presentan tales como son, es decir, como su propia negación. Todo lo acabado se caracteriza por ponerse a sí mismo de lado (sieh aufheben). E l factor dialéctico constituye pues el alma motriz del progreso cien­ tífico, y es el principio gracias al cual penetran únicamente en el con­ tenido de la ciencia una relación y una necesidad inmanentes 5. Todo lo que nos rodea pnede ser utilizado como ejemplo de dialéctica: Vn planeta se encuentra actualmente en un lugar dado, pero por su misma esencia es igual a sí mismo en otro lugar; trae a la existencia este Ser-Otro que es el suyo por el hecho de moverse. .. En lo que se refiere a la existencia de la dialéctica en el mundo del espíritu, y más precisamente en el dominio de la justicia y de la moral, basta recordar aquí como, según la experiencia común, un estado y un acto falseados a un grado máximo se transforman habitualmente en sus contrarios, —idialéctica que se ve frecientemente reconocida en los proverbios—. Así, se dice summum jus, sumiría, injuria, con lo cual se quiere decir que el derecho abstracto, llevado a su límite, se transforma en injusticia. E l método metafísico de los materialistas franceses es, respecto del método dialéctico del idealismo alemán, algo así como las matemáticas elementales respecto de las matemáticas superiores. En las matemáticas elementales los conceptos están rigurosamente limitados y separados unos de otros por una especie de “ abismo” ; un polígono es un polígono y nada m ás; un círculo es im círculo y nada más. Pero ya en planime­ tría nos vemos forzados a aplicar los métodos de los límites, que jaquean nuestros conceptos venerables e inmutables y los acercan unos a otros extrañadamente. g»Cómo puede probarse que la superficie interior de un círculo es igual al producto de la circunferencia por la mitad del radio? Se dice: es posible reducir a voluntad la diferencia entre la superficie de un polígono regular inscripto en un círculo y la superficie de ese círculo, suponiendo que se toma un número de lados suficientemente grande. Si se designa respectivamente la superficie, el perímetro y la apotema de un polígono regular, inscripto en un círculo, por a, p y r, tenemos a : a = p X % r ; en donde a y p X r son magnitudes que varían en función del número de los lados, pero que siguen siendo constante­ mente iguales la una en relación a la otra. E n consecuencia sus límites son iguales. Si se designa repeetivámente por A, C, R, a la superficie, circunferencia y el radio del círculo, A es el límite de a, C es el de p , R es el. de r y en consecuencia tenemos a : A — C % R- He esta manera, el polígono se convierte en círculo. Así se considera al círculo en el proceso de su devenir. Ekto es ya una notable revolución en los con­

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ceptos matemáticos. El análisis superior toma a esta revolución como punto de partida. El cálculo diferencial se ocupa de magnitudes infini­ tamente pequeñas o, como dice Hegel, se ocupa de magnitudes que están en vías de desaparecer. Pero no antes de su desaparición, pues entonces son magnitudes acabadas; y no después de su desaparición, pues entonces no son nada 6. Por extraño, por paradojal que parezca este procedimiento, pres­ ta inapreciables servicios a las matemáticas y prueba así que es todo lo contrario de un absurdo, como se tiende a pensar en un principio. Los “ filósofos'’ del siglo X V JIÍ sabían apreciar estas ventajas perfecta­ mente y estaban muy interesados en el análisis superior. Pero los mis­ mos hombres que, como Condorcet, eran capaces de manejar esta arma en sus cálculos, se habrían quedado estupefactos si se les hubiera dicho que este mismo procedimiento dialéctico debía ser aplicado al estudio de todos los fenómenos que interesan a la ciencia en cualquier campo de la realidad. A esto habrían respondido que la naturaleza humana, por lo menos, es tan firme y tan eterna como los derechos y los deberes de los hombres y de los ciudadanos, que derivan de ella. Los idealistas alemanes no participaban de este punto de vista. Hegel afirma que ctno hay absolutamente nada, no hay absolutamente devenir, no hay absoluta­ mente posición intermediaria entre el ser y la nada”. Mientras se mantenga en geología la teoría de los cataclismos, de las revoluciones sfibitas, que de golpe han renovado la superficie terres­ tre y han hecho desaparecer antiguas especies de animales y de plantas, que han sido reemplazadas por nuevas, se piensa de modo metafísico. Cuando se abandona estas teorías y se las reemplaza por la idea de una evolución lenta de la corteza terrestre y de la actividad durable de las fuerzas que siguen actuando aún en nuestros días se ha adoptado el punto de vista dialéctico. Mientras se creyó en biología que las especies eran inmutables se pensó de modo metafísico. Así era la concepción de los materialistas franceses. Hasta cuando se esforzaban por dejar de lado dicha concep­ ción volvían a ella a pesar de todo. La biología actual la ha rechazado para siempre. La teoría que lleva el nombre de Darwin es una teoría esencialmente dialéctica. Sin embargo, es menester hacer aquí las siguientes observaciones. Por muy saludable que haya sido la reacción contra las viejas teorías metafísicas de las ciencias naturales, esta reacción determinó a su vez en los espíritus una confusión muy deplorable. Se manifestó una ten­ dencia a interpretar las nuevas teorías en el sentido de la vieja senten­ cia : natura non facit salfmn 7 y se cayó en otro extremo: sólo se consi­ deró el proceso del cambio cuantitativo gradual de un fenómeno dado. Su transformación en otro fenómeno se volvía completamente incom­ prensible. Era la vieja metafísica cabeza abajo. Del mismo modo que antes, los fenómenos seguían de este modo separados los unos de los otros por u n abismo infranqueable. Y esta metafísica se instaló tan sólidamente en el espíritu de los evolucionistas modernos que existe

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actualmente una cantidad de “ sociólogos” que se ven completamente desconcertados cada vez que en. sus estudios tienen que encararse con una revolución. Según ellos, una revolución no es compatible con la evolución: historia non facií saltum s. Si a pesar de esta sabiduría de la historia se han producido revoluciones, y grandes revoluciones, el hecho no suscita la curiosidad de ellos: se mantiene la teoría y tanto peor para las revoluciones que perturban el reposo: se las tiene por “ enfermeda­ dos”. Ya el idealismo dialéctico condenó y combatió esta terrible con­ fusión de ideas. Hegel decía respecto de la fórmula arriba mencionada: No hay salto en la naturaleza, se dice; y la imaginación corriente, cuando se ve forzada a concebir una génesis o un proceso ele desapa­ rición, cree haberlos comprendido cuando se los representa como una aparición o una desaparición progresivas. Pero la dialéctica muestra del modo más claro que las transforma­ ciones del ser no son solamente el pasaje grosso modo de un quantum a otro quantum, sino por el contrario, una transición de lo cuantitativo a lo cualitativo y recíprocamente, un cambio de naturaleza que repre­ senta una ruptura de lo progresivo y un cambio cualitativo en relación al ser que existía previamente. Así, el enfriamiento no solidifica el agua progresivamente hacién­ dole tomar una consistencia espesa que poco a poco irá endureciéndose hasta llegar a la consistencia del hielo, sino que el agua se solidifica, por el contrario, de golpe. Cuando ya ha alcanzado el grado de con­ gelación y no se encuentra agitada, tiene aún toda su fluidez, y un sacudimiento insignificante la lleva al estado sólido. E n el fondo del carácter progresivo de la génesis de un fenómeno existe la idea de que lo que nace ya está presente de modo sensible, o bien en general, de modo real. A ún es imperceptible tan sólo en razón de su pequeñez, del mismo modo que en el fondo del carácter progresivo de la desaparición de un fenómeno está la idea de que el no ser o el otro toman su lugar y están igualmente presentes. — aunque no son aún perceptibles— la palabra “ presente” no se toma ya en el sentido de que lo otro está con­ tenido en sí en lo otro que está presente, sino que está presente en tanto que existencia y es tan sólo imperceptible 9. Por lo ta n to : 1;° Lo propio de todo acabado es la negación de sí mismo, 1a capacidad de transformarse en su contra/rio. Esta transfor­ mación se produce tan sólo con ayuda de la naturaleza peculiar de cada fenómeno: cada fenómeno contiene las fuerzas que darán nacimiento a su contrario. 2.° Los cambios cuantitativos progresivos de un contenido dado se transform an finalmente en diferencias cualitativas. Los momentos de este proceso son momentos de salto, de ruptura de lo progresivo. Se comete un grave error si se cree que la naturaleza o la historia no proce­ den por saltos. Tales son los rasgos característicos de la concepción del mundo que convenía señalar aquí. Cuando se aplicó a los fenómenos sociales, para referirnos tan sólo

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a ellos, el método dialéctico provocó una revolución total. Puede de­ cirse, sin exagerar, que es al método dialéctico que debemos la concep­ ción de la historia de la humanidad como proceso sometido a leyes. Los “ filósofos” materialistas no veían en este método nada más que acciones conscientes de hombres más o menos sabios y virtuosos, en la mayoría de los casos poco sabios y en modo alguno virtuosos. E l idea­ lismo dialéctico comprendió la existencia de una necesidad allí donde sólo se veía a primera vista el juego desordenado del azar, una lucha sin fin de pasiones e intenciones individuales. También Helvecio, que con su “ hipótesis” de que todo en la historia y en la naturaleza “ se separa y llega a la madurez de sí mismo” (son sus propios términos) se aproxima ya al punto de vista dialéctico, explicaba los acontecimien­ tos históricos tan. sólo por las cualidades de los individuos que tienen en sus manos el poder político. A su modo de ver, Montesquieu en sus Consideraciones sobre las causas de la grandeza y la decadencia de los romanos había cometido el error de desatender los “ azares felices que habían acudido en ayuda de Roma” . Helvecio decía que Montesquieu con la locura que tanto abunda entre los investigadores, había querido dar cuenta de todo, y había cuido al mismo tiempo en los errores de los doctrinarios de gabinete que, olvidándose de la humanidad, atribuyen demasiado fácilmente a los cuerpos (Helvecio se refiere aquí a los cuer­ pos políticos, como por ejemplo el Senado de Roma) puntos de vista constantes, principios uniformes, cuando suele ocurrir que un solo hombre dirige a su gusto esas asambleas serias que se llaman senados10. ¡ Cuán distinta es la teoría de Schelling, según la cual en la historia la libertad (es decir, las acciones conscientes de los hombres) se convier­ te en necesidad, y la necesidad se convierte en libertad. Schelling con­ sidera como el problema más grande de la filosofía al siguiente: ¿Cómo es posible que, al mismo tiempo que actuamos de un modo totalmente libre, es decir, consciente, aparezca inconscientemente entre nuestras manos una cosa de la cual nunca hemos sabido la intención, y que la libertad dejada a sí misma nunca habría estado en condiciones de producir? 11. Para Hegel, “ la historia del m undo.. . es el progreso en la con­ ciencia de la libertad-, un progreso que debemos reconocer en su carácter de n e c e s i d a d Según él, del mismo modo que en Schelling, ocurre que en la historia universal las acciones de los hombres determinan en gene­ ral algo distinto de lo que proyectan y logran, d& lo que saben y quieren inmediatamente; los hombres realizan sus intereses, pero al mismo tiempo se produce otra cosa que está encerrada en lo interior, de la cual la conciencia de ellos no se percata y que no formaba parte de sus pun­ tos de vista 12. Es claro que, desde esta posición, no son las “ opiniones” de los hombres “ las que rigen al .mundo” , y que no se debe buscar en ellas la clave de los acontecimientos históricos. La “ opinión pública” , en su evolución, está sometida a leyes que la forman con la misma necesidad con que determinan los movimientos de los cuerpos celestes. Así queda

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resuelta esta antinomia, contra la cual chocaban constantemente los filósofos: 1.° La opinión pública rige al mundo; determina las relaciones mutuas de los miembros de tona sociedad; crea el medio social; 2.° E l hombre es un producto del medio social, sus opiniones son determinadas por las peculiaridades de ese medio 1S. Es la legislación que hace iodo, repetían continuamente los filó­ sofos” , y estaban firmemente convencidos de que las costumbres de un pueblo son un producto de su legislación. Por otra parte, repetían, con igual frecuencia que la corrupción de las costumbres había causado la ruina de la civilización antigua. Y aquí nos encontramos ante una nueva antimonia: 1. La legislación crea las costumbres; 2. Las costum­ bres crean la legislación. Y antinomias de esta clase constituían, si así puede decirse, la esencia y la desdicha del pensamiento filosófico del siglo X V III, que no sabía ni resolverlas ni librarse de ellas, y tampoco podía, por otra parte, explicar las causas de la cruel confusión en que se volvía a caer una y otra vez. Un metafísico considera y estudia los objetos unos tras otros, e independientemente unos de otros. Cuando siente la necesidad de ele­ varse a una visión de conjunto, considera los objetos en su acción recí­ proca y ahí se mantiene; no va más lejos y no puede ir más lejos, pues los objetos siguen para él separados los unos de los otros por una es­ pecie de abismo, dado que no tiene ninguna idea del desarrollo que explica su origen ni de las relaciones que existen entre ellos. E l idealis­ mo dialéctico franquea esta frontera que para los metafísicos es infran­ queable. Considera que los dos polos de una acción recíproca no “ están dados inmediatamente’ sino que son “ momentos de un tercer térm ino” , de un término superior, que es el concepto” . Hegel toma como ejemplo las costumbres y la constitución de Esparta. Consideremos, dice, las costumbres del pueblo de Esparta como un efecto de su Constitución y, recíprocamente, a ésta como el efecto de su-s costumbres; semejante modo de ver puede ser justo, pero no nos dará sin embargo plena satisfacción, pues en realidad no comprende ni a la Constitución ni a las costumbres del pueblo, comprensión a la cual no puede llegar mientras o un polo como el otro, y junto a ellos t de su vida. Se consolida, se desarrolla, alcanza su apogeo. Instintivamente, los hombres se pliegan a ella y la proclaman “ divina” o “ natural” . Pero, poco a poco, llega la vejez; se inicia la declinación. Se percibe entonces que en esta institución no todo es tan hermoso como se creía antes, se inicia la lucha contra ella; se la tacha de "diabólica” o "an tin a tu ra l” y, finalmente, se la supri­ me. Se llega a este punto porque las fuerzas productivas de la socie­ dad no son ya las que eran, porque han realizado nuevos progresos gracias a modificaciones sobrevenidas en las relaciones mutuas de los hombres, en el proceso social de la producción. Los cambios cuantita­ tivos graduales se convierten bruscamente en diferencias cualitativas. Los momentos de estos pasajes bruscos son momentos de salto hacia adelante, de ruptura en la evolución gradual. Es la misma dialéctica que conocemos por haberla descubierto en Hegel; y, sin embargo, no es la misma. En la filosofía de Marx, se ha convertido en lo contrario de lo que era en Hegel. Para Hegel, la dialéctica de la vida social tenía, en último análisis, como toda la dialéctica de lo Finito, una causa mística: la naturaleza del Infinito, del Espíritu absoluto. En Marx depende de causas totalmente reales: del desarrollo de los medios de producción de que dispone la sociedad. Mutatis mutandis G5, Darwin adoptó el mismo punto de vista para explicar el origen de la especies. T del mismo modo que ya no se necesita a partir de Darwin —para explicar la evolución de las especies— recurrir a la "tendencia innata” de los organismos " a l progreso” (tendencia cuya existencia admitían Erasmo, Lamarck y Darwin) ya no necesitaremos, en las ciencias socia­ les, recurrir a las "tendencias” místicas del "espíritu humano” para rendir cuenta de sus "progresos” , El modo de vivir de los hombres nos basta para explicar su modo de sentir y de pensar. Pichte se quejaba amargamente de que fuera "m ás fácil a la mayoría de los hombres tomarse por un pedazo de lava en' la luna que considerarse como un yo” . Cualquier bravo filisteo de nuestra época, está tanto más cálidamente inclinado a reconocerse como “ un pedazo de lava en la luna” que a reconocer la teoría que ve el origen de todas sus ideas, concepciones y costumbres en las relaciones económicas de su tiempo. El filisteo recurriría a la libertad humana, a la razón, a una serie de otras cosas no menos excelentes y respetables. Los bravos filis­ teos se dan cuenta que7 mientras ellos se indignan contra Marx, este hombre “ limitado” ha resuelto las contradicciones en que se debatía la ciencia desde hace por lo menos im siglo. Tomemos un ejemplo. ¿Qué es la literatura? La lite r a tu r a respoden en coro los buenos filisteos, es la expresión de la sociedad. He aquí una excelente definición que no tiene nada más que un defecto: es tan vaga que no significa nada. ¿ En qué medida la literatura expre­ sa a la sociedad? Y —puesto que la sociedad evoluciona— ¿cómo se

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refleja la evolución social en la literatura? ¿Qué formas literarias co­ rresponden a cada fase del desarrollo histórico de la humanidad? Es­ tas son preguntas inevitables y perfectamente legítimas que la dicha definición deja no obstante sin respuesta. Además, como la literatura es una expresión de la sociedad, nos hace falta manifiestamente tener una misión, clara de las leyes de la evolución social y de las fuerzas ocultas de las cuales es ella la consecuencia, antes de poder hablar de la evolución de la literatura, .Ti3 lector ve que la definición mencionada anteriormente solo tiene valor porque plantea el problema que ya se planteaba a los "filósofos” de la época de Voltaire, tanto como a los historiadores y filósofos del siglo XIX. r6 Cuál es la causa profunda de la evolución social f Los antiguos sabían ya muy bien que la elocuencia, por ejemplo, depende en «na medida considerable de las costumbres, y de la cons­ titución política de una sociedad (ver el diálogo “ De oratoribus” atribuido a Tácito). Los escritores del siglo pasado lo sabían igual­ mente bien. Como ya lo hemos mostrado en nuestro estudio anterior, Helvecio recurrió muchas veces a los diferentes estados de la sociedad para explicar el origen de los gustos estéticos de los hombres. Bu el año 1800 apareció el libro de Madame de Stáel-Holstein, De la litera­ tura considerada en sus relaciones con las instituciones sociales. Bajo la restauración y bajo Luis Felipe, Villemain, Sainte-Beuve y muchos otros proclamaron que las revoluciones literarias sólo podían nacer de la evolución social. Del otro lado del Rhin, los grandes filósofos que examinaban la literatura y las bellas artes, como todo lo demás, en su proceso de devenir, tenían a pesar de su idealismo puntos de vista ya muy claros sobre los vínculos estrechos que unen toda obra de arte al medio social que da nacimiento al a rtista 08. Finalmente, para no alargar desmesuradamente esta enumeración, un eminente crítico e historiador de la literatura, H. Taine, ha establecido como principio fundamental de su estética científica la regla general de que “ una gran modificación que se opera en las relaciones humanas provoca gradualmente en los pensamientos huma,nos una modificación corres­ pondiente La cuestión parece estar completamente resuelta: el camino a se­ guir. para una historia científica de la literatura y de bellas artes parece trazado. T sin embargo, extrañamente, nuestros historiado­ res de la literatura contemporánea no ven más claro en la evolución intelectual de la humanidad de lo que se veía hace cien años. ¿De don­ de proviene esta curiosa esterilidad filosófica de hombres a quienes no falta ni celo ni erudición? No es necesario busea->’ lejos la causa. P-^’o íw-a d esabrirla es menester ante todo ver claramente en qué radican las ventajas y los defectos de la estética científica moderna. Según Taine esta estética “ se distingue de la antigua por ser histórica y no dogmática, es decir que no hace presiones, sino que, por el contrario, constata leyes??. Esto es excelente. Pero ¿cómo pue-

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ele la estética ayudarnos en o] estudio de la literatura y de las dife­ rentes artes. ¿ Cómo procede para investigar las leyes f f, Cómo considera .a la obra de arte? Dirijámonos al mismo autor y dejemos la palabra para evitar to­ do malentendido. Despues de haber declarado que una obra de arte está determinar el savoir vivre del w,undo y la dignidad de los salones aristocráticos; en los tiempos modernos, la grandeza de las ambiciones desencadenadas y él malestar ■de los deseos insatisfechos. Ahora bien, este grupo de sentimientos, de necesidades y aptitudes ■constituye, cuando se manifiesta en su totalidad y con esplendor en una sola alma, el personaje reinante, es decir, el modelo que los contem­ poráneos rodean con su admiración y su simpatía: en Grecia, el hombre joven, desnudo y de buena raza que es experto en todos los ejercicios del cuerpo; en la Edad MedAa, el monje estático y el caballero enamo­ rado; en el siglo X V II , él cortesano perfecto; .en rmestr&s días el Fausto o él ’Werther insaciable y triste. Pero, como este personaje es entre todos el más interesante, él más importante y el más conspicuo, es él que los artistas muestran al pú­ blico, a veces concentrado en una figura viviente, cuando su arte, como la pintura, la escultura, la novela, la epopeya y él teatro, es imitativo, o disperso en sus elementos, cuando su arte, como la arquitectura o la música, suscita emociones sin crear personas. Se puede por lo tatito ■expresar iodo él trabajo de estos artistas diciendo que tanto lo repre­ sentan como se dirigen a él: se dirigen a él en las sinfornas de Beetho-

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ven y en las rosetas de las catedrales; lo representan en el Meleagro y las Nióbides antiguas, en el Agamenón y el Aquiles de Racine, De tal modo que todo el arte depende de él, dado que el arte en su totali­ dad sólo se aplica a complacerlo o a expresarlo, Tina situación general que provoca ■ inclinaciones y facultades dis­ tintas, un personaje reinante constituido por el predominio de estas inclinaciones y de estas facultades; sonidos, formas, colores o palabras que vuelven sensible a este personaje, o que halagan las inclinaciones y las facultades qtte lo componen: estos son los cuatro términos de la se­ rie. E l primero implica al segundo, que implica al tercero, y este, a su vez, al cuarto; de tal modo que la menor alteración de uno de los tér­ minos, al traer una alteración correspondiente en los que siguen y revelar una alteración correspondiente en los previos, permite descender o ascender, mediante el razonamiento, de tono a otro. E n la medida en que puedo juzga,r, esta fórmula no deja nada sin abarcar67. En realidad esta “ fórm ula” está muy lejos de agotar todas las posibilidades. Además, se podría hacer algunas observaciones sobre las consideraciones qne la acompañan. Así, podríamos afirmar con certeza que en la Edad Media no había sólo, —hablando de “ personajes rei­ nantes” — monjes estáticos y caballeros enamoradosG8. También podi'ía afirmarse igualmente que en nuestros días no son únicamente Fausto y W erther quienes entusiasman a los artistas. Sea como fuere, la fórmula de Taine nos hace progresar sensiblemente en la compren­ sión de la historia del arte y nos aclara infinitamente esta fórmula vaga: “ la literatura es la expresión de la sociedad” . Por su utilización de esta fórmula, Taine ha hecho una meritoria contribución a la his­ toria de las bellas artes y de la literatura, pero léanse sus mejores obras, su Filosofía del A rte, que acabamos de citar, su estudio sobre Hacine, su Historia de la Literatura Inglesa y que se diga si son estas obras satisfactorias o no. ¡ Por cierto que n o ! A pesar de todo su talento, a pesar de todas las innegables ventajas de su método, el autor solo nos brinda ensayos que, aún examinados como tales, dejan mucho qne desear. La Historia de la Literatura Inglesa es más una sucesión de vislumbres brillantes que una historia. Ló que Taine nos dice de la antigua Grecia, de la Italia del Renacimiento y de los Países Bajos nos familiariza con los rasgos esenciales del arte característico de cada uno de estos países, pero no nos explica en modo alguno —o nos ex­ plica de manera muy mediocre— su origen histórico. Y observemos que el culpable no es el autor; la deficiencia proviene de su punto de vista, de su concepción de la historia. A partir del instante en que se afirma que la historia del arte está estrechamente ligada a la historia del medio social, en que se de­ clara que todo cambio importante en las relaciones humanas tiene por efecto una modificación correspondiente de las ideas humanas, se reco­ noce que es necesario establecer las leyes de la evolución del medio social y se admite que es menester llevar rigurosa cuenta de las causas que provocan las grandes modificaciones en las relaciones humanas, antes

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de poder establecer correctamente las leyes de la evolución del arte. En una palabra, hay que fundar la “ estética histórica’ sobre una, con­ cepción científica de la historia de las sociedades. ¿Lo ha hecho Taáiip de manera satisfactoria? No. Materialista en su filosofía del arte, Taine es idealista en su concepción de la historia. Del mismo modo que, en el fondo, la astronomía es un problema de mecánica y la fisiología un problema de química, del mismo modo la historia, en el fondo, es un problema de psicología Cí>. El medio social, sobre el cual tiene siempre fijos los ojos de Taine, se le aparece como un producto del espíritu humano. Encontramos pues en él la misma contradicción que hemos constatado en los materialistas franceses del siglo XVIT-T: las ideas del hombre provienen de la si­ tuación del hombre; la situación del hombre proviene, en último análi­ sis de 3os pensamientos humanos. T hacemos un llamado, ahora, al lector: ¿es fácil utilizar en estética el método histórico cuando se tiene una concepción de la historia en .general tan confusa y tan contradic­ toria? Por cierto que no: se puede estar asombrosamente dotado, pero siempre se estará lejos de la finalidad propuesta y habrá que con­ tentarse con una estética que sólo es histórica a media#. Los filósofos franceses del siglo X V III creían poder explicar la historia de 1as artes y de la literatura apelando a las cualidades de la naturaleza humana. La humanidad recorre en su vida las mismas fa­ ses que el individuo: la infancia, la juventud, la edad madura, etc. La epopeya corresponde a la infancia, la elocuencia y el drama a la ju ­ ventud* la filosofía a la edad madura, etc. 7I). Ya hemos dicho en uno de nuestros estudios previos que semejante comparación está despro­ vista de todo fundamento. Ahora debemos observar así mismo aquí que su “ estética histórica” no ha impedido a Taine servirse de la “ natu­ raleza hum ana” como de una llave destinada a abrir todas las puertas que no se abren inmediatamente al análisis. Pero en Taine, el recurso a la naturaleza humana ha tomado otras formas. Taine no habla de las fases de la evolución del individuo humano; en su lugar suele hablar—■desgraciadamente con demasiada frecuencia— de la raza. “ Lo que se llama la raza, dice, está dado por las disposiciones innatas y hereditarias que el hombre trae consigo y manifiesta” 71. Nada más sencillo que librarse de todas las dificultades atribuyendo a estas dis­ posiciones innatas y hereditarias los fenómenos un poco complicados que tienen vinculación con la actividad práctica. Pero la estética his­ tórica sufre mucho en. consecuencia. Henry Sumne.r Mame estaba íntimamente convencido de que, en todo lo que se refiere a la evolución social, existe una diferencia profunda entre la raza aria y las “ razas de otro origen” . Sin embai-go, ha expresado un notable anhelo: Se puede esperar, dice, que dentro de poco tiempo, el pensamiento de mientra época habrá de orientar sus esfuerzos en un sentido que le permitiría liberarse de una ligereza de espíritu que, al parecer, se ha convertido en una. costumbre y que emplea al aceptar las teorías ra-~

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dales. Muchas ele estas teorías parecen tener poco valor, si se deja de laclo la facilidad con que se puede extraer deducciones que están en desacuerdo monstruoso con el trabajo intelecUt-al que han costado a su creador 7:l. Sólo se puede desear que este anhelo se realice a la brevedad. Des­ graciadamente, no es tan fácil como parece a primera vista. Mame dice que “ un gran número y tal ves la mayor parte de las diferencias de especies qne deben existir entre las razas arias inferiores son efectiva­ mente diferencias de grado en la evolución’'. Esto es indiscutible. Pero para que la clave principal de la teoría racial se vuelva superflua, es menester sin duda saber captar correctamente los rasgos característicos de los diferentes grados de evolución. Y esto es imposible si no media una concepción de la historia exenta de contradicciones. Taine no la tenía. Pero, ¿hay muchos historiadores y críticos que puedan hacer uso de ella? Tenemos en este momento bajo los ojos la Historia de la Literatura Nacional Alemana del Dr. Hermann Kluge. Esta historia que, según nos parece, goza en Alemania de gran popularidad, no tiene absoluta­ mente nada notable en lo que se refiere, a su valor práctico. Pero los períodos que el autor distingue en la literatura alemana merecen nues­ tra atención. Nos encontramos con los siete períodos siguientes (pági­ nas 1, 8 de la 14.a-edición): 1 . Desde los tiempos más remotos hasta Carlomagno, año 800. Especialmente la época de los antiguos cantos populares pa­ ganos y el período en el cual se constituyeron las antiguas leyendas épicas. 2 . De Carlomagno hasta los comienzos del siglo XII, de 800 a. a 1.100, En este período el viejo paganismo es vencido por el cristianismo. La literatura está sometida esencialmente a la influencia del clero. 3. Primer apogeo de la literatura alemana, de 1100 a 1300. La poesía es cultivada y pi’acticada principalmente por los ca­ balleros. 4. Desarrollo de la poesía por la clase burguesa y los artesanos, de 1300 a 1500. 5. La literatura alemana de la época de la Reforma, de 1500 a 1624. 6 . La poesía de los eruditos, época de imitación de 1624 a 1748. 7. El segundo apogeo de la literatura alemana a partir de 1748. E l lector alemán, más competente que nosotros, puede juzgar al detalle esta periodización. A nosotros nos parece completamente ecléc­ tica, es decir, que no está establecida de acuerdo a un principio, condi­ ción necesaria de una división y de una clasificación científicas, sino de acuerdo a diversos principios incompatibles entre ellos. Durante el primer período la literatura parece desarrollarse bajo la influencia exclusiva de las ideas religiosas. Despues vienen el tercero y el cuarto

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períodos, durante los cuales el desarrollo está determinado por la estructura social, por la situación de las clases que la “ cultivan". A p artir de 1500. las ideas religiosas vuelven a ser el resorte principal del desarrollo literario: comienza la época de la Reforma. Pero esta hegemonía de las ideas religiosas sólo dura un siglo y medio; en 1624, los sabios asumen el papel ds demiurgos en la literatura alemana, etc. La periodización señalada es por lo menos tan mediocre como la u ti­ lizada por Condorcet en sw Esbozo de un cuadro de los Progresos del Espíritu Humano. Y la causa es la m isma: Kluge sabe tan poco como Condorcet de qué depende la evolución social y la consecuencia de esta últim a: la evolución intelectual de la humanidad. Tenemos por lo tanto razón al afirm ar que, en este terreno, los progresos de nuestro siglo han sido muy modestos. Volvamos una vez más a Taine: la “ situación general” que ha presidido el nacimiento de tal o cual obra de arte se expresa a su modo de ver por la existencia de ciertos bienes y de ciertos males, un estado de libertad o de servidumbre, de riqueza o de pobreza, una cierta forma de sociedad, una cierta forma de religión. Pero el estado de libertad o de servidumbre, de riqueza o de pobrza y, finalmente, la forma de la sociedad, son rasgos que caracterizan la situación real del hombre “ en la producción social de su existencia ” La religión es la forma fantás­ tica con que los hombres reflejan cerebralmente su verdadera situación. Una es la causa y la otra el efecto. Si se es partidario del idealismo se puede afirmar, por cierto, lo contrario; se puede afirmar que los hombres deben su situación real a las ideas religiosas y se juzgará en­ tonces como causa lo que para nosotros es un efecto. Pero de todos modos se admitirá, esperémoslo, que no se puede poner en un mismo plano al efecto y a la causa cuando se trata de caracterizar la “ situa­ ción general” de una época dada, pues en esta forma sobrevendría una lamentable confusión: se mezclaría continuamente la situación real de los hombres y la situación general de sus costumbres y de sus espíritus o bien, en otros términos, no se sabría ya qué se debe enten­ der por “ situación g e n e ra r’. Y esto es justamente lo que le ocurre a Taine y, además de él, a un gran número de historiadores del a r te 73. La concepción materialista de la historia, nos libra finalmente de todas estas contradicciones. Si bien no nos proporciona una fórmula mágica —sería insensato esperarlo— que nos permita resolver instant/'ueamente todos los problemas de la historia del espíritu humano, por lo menos nos saca del atolladero y nos indica un camino seguro a seguir en nuestras investigaciones científicas. Estamos seguros de que el lector se sorprenderá sinceramente si decimos que también para Marx el problema de la historia fue, en cierto sentido, un problema psicológico. Y. sin embargo, esto es innegable. Ya en 1845, Marx escribía: E l defecto principal de todo el materialismo del pasada —incluso el de Feuerback—- consiste en que el objeto. la realidad, él mundo sensible, son captados únicamente en forma de objeto o de intuición,

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y no en tanto que actividad humana concreta, en tanto qne práctica, de manera; subjetiva. Esto es lo que explica que el lado activo fue desa­ rrollado por él idealismo en oposición al materialismo, aunque tan sólo abstractamente, pues él idealismo no conoce naturalmente la actividad real, concreta, como tal™. ¿Qué significan estas pocas palabras que contienen, de algún modo, el programa del materialismo moderno? Significan que el materialis­ mo, si no quiere ser unilateral, como lo ha sido hasta ahora, si no quiere traicionar sus propios principios volviendo constantemente a posiciones idealistas, si no quiere reconocer de tal modo la superiori­ dad del idealismo en un cierto terreno, debe dar una explicación mate­ rialista de todos los aspectos de la vida humana. El aspecto subjetivode esta vida es precisamente el aspecto psicológico, el “ espíritu huma­ no ”, los sentimient-os y las ideas del hombre. Considerar este aspeeto desde el punto de vista materialista significa —en la medida en que se trata de la especie— explicar las ideas mediante las condiciones ma­ teriales de existencia en que se encuentran los hombres, mediante la historia económica. Con tanta más razón debió llamar Marx la atención sobre la solución del “ problema psicológico” por haber visto clara­ mente la manera lamentable en que el idealismo, que se había adue­ ñado de este problema, se esforzaba vanamente por salir de su círculo vicioso. Así es que Marx ha dicho aproximadamente lo mismo que Taine, pero en términos ligeramente diferentes. Veamos cómo se debe modifi­ car la “ fórm ula” de Taine de acuerdo a estos nuevos términos. Un grado determinado en la evolución de las fuerzas productivas; las relaciones mutuas de los hombres en el proceso social de produc­ ción determinadas por este grado; una forma de sociedad que es la expresión de estas relaciones; un cierto estado de espíritu y de cos­ tumbres que corresponden a esta forma de sociedad; la religión, ¡a filosofía, la literatura, él arte, en armonía con las aptitudes, los gus­ tos y las inclinaciones que crea tal estado; no queremos decir que esta "fó rm u la” agote todas las posibilidades clel terreno..... qua abarca —í lejos de ello!— pero la fórmula tiene, al parecer, la ventaja indis­ cutible de explicar óptimamente el encadenamiento causal que existe entre los distintos “ términos de la serie”. Y en lo que se refiere al "esp íritu limitado” o “ espíritu parcial.” que se suele reprochar a la concepción materialista de la historia, el lector no podrá en modo al­ guno descubrir la menor huella de tal eosa. Ya los grandes idealistas alemanes, enemigos irreconciliables de todo eclecticismo, consideraban que todos los aspectos de la vida de un pueblo están regidos por un sólo y único principio. Para Hegel, este principio era la peculiaridad espiritual del pueblo”, el estilo común de la religión, la Constitución política, la moralidad, el sistema jurídico, las costumbres, la ciencia, el arte, y también la habilidad técnica” . Los materialistas moderno? ven una abstracción en este espíritu del pueblo, un modo de ver el espíritu que no explica absolutamente nada.

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Marx ha dado por tierra coa esta concepción idealista de la historia. Pero al mismo tiempo 110 ha vuelto al punto de vista de la simple acción recíproca que explica aún menos el espíritu del pueblo. Su filo­ sofía de la historia es igualmente monista, pero en un sentido diame­ tralmente opuesto al de Hegel, y es precisamente en razón de su ca­ rácter que los espíritus eclécticos sólo ven en ella una teoría limitada y parcial. El lector tal vez ha observado que, al modificar la fórmula de Taine de acuerdo a la concepción, marxista de la historia, hemos elimi­ nado lo que el escritor francés llama “ el personaje reinante” , lo he­ mos eliminado intencionalmente. La estructura de las sociedades civi­ lizadas es tan compleja que no deberíamos —hablando rigurosamente— emplear la expresión “ estado de espíritu y de las costumbres que corresponde a una forma dada de la sociedad” . El estado del espíritu y de las costumbres de los ciudadanos suele ser esencialmente diferente del de los campesinos; el espíritu y las costumbres de la nobleza tienen 1111 parecido muy lejano con los del proletariado. E l “ personaje rei­ n an te” . que goza de favor en el espíritu de una clase está, en conse­ cuencia, muy lejos de gozar del favor de o tra : el cortesano de la época del Rey-Sol ¿podía convertirse en el ideal del campesino de esa época1? Taine objetaría sin duda que no es el campesino sino la sociedad aris­ tocrática la que, en el siglo X V II ha marcado la literatura y, las artes ■en Francia, y tendría toda la razón. El historiador de la literatura francesa que estudia este siglo puede considerar que el estado del es­ píritu y las costumbres de los campesinos es nna quantité négligeable. Pero pasemos a otra época: elijamos la Restauración. La (fpersonali­ dad ’’ que “ dominaba” en el espíritu de los aristócratas de entonces, ¿era la misma que “ dominaba” en el espíritu de los burgueses? Por cierto que no. Por espíritu de contradicción frente a los partidarios del anden régime, la burgusía repudiaba no sólo los ideales de la aris­ tocracia, sino que llegaba a idealizar el espíritu y las costumbres de la época imperial, de la época de ese mismo Napoleón al cual había dejado caer con indiferencia unos pocos años antes'76. Ya antes de 3789, la oposición de la burguesía al espíritu y a las costumbres de la aristocracia se hizo sentir en las bellas artes a través del drama burgués. ¿ Qué sentido tienen para mí, subdito pacífico ele un Estado mo­ nárquico del siglo X V I I I las revoluciones de Atenas, y de Roma? ¿ Qué interés verdadero puedo tener en la muerte de ten tirano del Peloponeso? ¿En el sacrificio de una joven princesa de AuUdet Todo esto nada tiene que ver conmigio, y no encuentro ninguna moraleja que se me pueda, aplicar dice Beanmar chais en su Ensaco sobre ¿l género dra­ mático serio. Y lo que dice es tan justo que es posible preguntarse con sorpresa: ¿cómo los partidarios de la tragedia pseudo-clásiea no lo pudieron comprender? ¿Qué “ tenían que ver en todo esto” ? ¿Qué moraleja encontraban? Y sin embargo, el problema era simple. En la tragedia pseudo-clásica, tan sólo se trataba en apa­ riencia de “ tiranos del Peloponeso” y “ princesas de Aulide” . E n rea­

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lidad. y para usar una expresión de Taine, aquí se daba un cuadro delicadamente realizado del gran mundo y que despertaba la admira­ ción de éste. El mundo nuevo, el mundo de la burguesía, sólo respe­ taba esta tragedia por tradición, o se rebelaba abiertamente contra ella porque también se rebelaba contra “ el gran mundo” . Los voceros de la burguesía veían en las reglas de la antigua estética una ofensa a la dignidad del “ burgués” . “ ¡Presentar hombres de una condición media, atribulados y en medio de desdichas, vamos, vamos!” , exclama Beaumarchais con ironía en su Carta moderada sobre el fracaso y la crítica de “ E l barbero de S e v i l l a “ Unicamente se los puede mostrar burlados. Los ciudadanos ridículos y los reyes desdichados se repar­ ten entre ellos todo el teatro existente y posible, y lo he de tener en cuenta. . . ” Los ciudadanos7T contemporáneos de Beaumarchais eran, por lo menos en su mayoría, descendientes de burgueses franceses que imi­ taban a los nobles con un celo digno de mejor causa y que, por esta razón, fueron ridiculizados por Moliere, Dancourt, Regnard y tantos otros. Tenemos, pues, en la historia del espíritu y las costumbres de la burguesía francesa, por lo menos dos épocas distintas: la de imi­ tación de la nobleza y la de su oposición a esta misma nobleza. Cada una de estas épocas corresponde a una cierta fase del desarrollo de la burguesía. Las inclinaciones y los gustos de una cíase dependen pues del grado de su desarrollo y aun más de la posición que toma en relación a la clase superior, posición que está determinada por dicho grado de desarrollo. Esto significa que la lucha de clases desempeña un gran papel en la historia de la ideología y, efectivamente, este papel es tari im­ portante que no se puede comprender la historia de los gustos y de las ideas de una sociedad, a excepción de sociedades primitivas, en las cuales no existen clases sin tomar en consideración la lucha de clases que en ellas tienen lugar. -La esencia profunda del desarrollo de la filosofía moderna en su conjunto, dice Usberweg, no reside solamente en tina dialéctica inma­ nente de principios especulativos, sino en la lucha y las tentativas de conciliación que se producen entre las convicciones religiosas tradi­ cionales y profundamente afincadas en el espíritu y el alma, por un lado, y los conocimientos adquiridos gracias que se había pasado al campo de la burguesía, Y manifestaban un te n o r invencible ante la “ plebe” , el “ pueblo” y las “ masas ignorantes Pero la burguesía sólo era —y no podía ser de otro modo— a medias revolucionaria. Marx se dirige al proletariado, a la clase revoluciona­ ria en el isleño sentido de la palabra. Todas las clases que, en el pasado, han tomado el poder, intentaron consolidar la situación adquirida sometiendo la sociedad a las condi­ ciones que les aseguraban sus propias rentas. Los proletarios no pue­ den hacer suyas ¡as fuerzas productivas sociales sin abolir el modo de apropiación que el particular a estas y , en consecuencia, a todo el modo de apropiación que rige hasta nuestros días, En su lucha contra el orden social de su época, los materialistas hacían llamados continuos a los “ poderosos” , a los “ soberanos ilus­ trados”. Trataban de demostrar qne sus teorías, en el fondo, no eran nada peligrosas. Marx y los marxistas adoptan otra actitud frente a “ los poderosos” . Los comunistas wo se rebajan a disimular sus opiniones y sus pro­ yectos. Proclaman abiertamente que sus fines no se pueden lograr sino por medio del derrocamiento violento de todo el orden social del pasado. ¿Qué tiemblen las clases dirigentes ante la idea de una revolución co­ munista! Los proletarios no tienen nad,a que perder en esto, salvo sus cadenas. Y tienen un mundo que ganar. Es natural que una teoría semejante no haya obtenido una acogida favorable por parte de los “ poderosos” . La burguesía se ha convertido hoy en una clase reaccionaria: se esfuerza por atrasar el reloj de la historia. Sus ideólogos no están ya en condiciones de concebir el inmen­ so valor científico de los descubrimientos de Marx. Por el contrario, el proletariado se sirve de esta teoría histórica como del más seguro de todos los guías. Esta teoría, que asusta a la burguesía por su pretendido fatalismo, infunde una incomparable energía a los proletariados. Al defender la “ teoría de la necesidad” contra los ataques de Price, Priestley dice, entre otras cosas: Para no hablar de. mí mismo, que sin duda no soy el más pere­ zoso y el más indolente de todos los animalesf ¿dónde podría encontrar el mayor entusiasmo, esfuerzos más vigorosos y más incansables, cum­ plimiento más ardiente y m4s constante de las tareas esenciales que entre los partidarios de la teoría de la necesidad (“ necessariwis” ) .

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Priestley hablaba de les “ necess&rians7' cristianos de la Ingla­ terra de sus tiempos. Poco importa que tenga o no razón al atribuir­ les semejante entusiasmo. Pero basta tener una entrevista —aunque sólo sea de unos cortos instantes— eon los señores Bismarek, Caprivi, Crispí o Casimir P érier: ellos sabrán contar maravillas, de la actividad y la energía de los “ necessarians” , de los “ fatalistas” de nuestro tiempo: los trabajadores social-demácratas.

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N O T A S

E0L3J.CE 1 F . E n g e ls: L udw ig Feuerbaeh y el f in de la filo so fía clásica alem ana, en K . Marx - F , E n gels: E tu d es philosophiqnes, p. 24, Eciitions Sociales, 1951. 2 Ib id ., pp. 25 y 26. s Y er L e Bon sens pu isé daña la nature, m iv i du testam en t du curé M eslier. Laa citas de esta obra son tom adas de la edición de Londres, 1777. 4 “ A sí la naturaleza en su sentido m ás extenso es el gran todo que resulta de la unión de diferentes m aterias, de sus diferentes combinaciones y m ovimientos, que vemos en el u n iverso" . (S y stém e de la nature, ou B es lois du m onde physique e t du m onde m oral. E dition N aigeon, P arís 1820, I, p. 75), s E n realidad H olbach, con el nombre de Mirabaud, publicó su S ystém e de la nature, en 1770. (3SF. B .) . # A sí, según Dam iron, la naturaleza no posee la facultad de pensar. ¿Por qué? *'Porque la m ateria no piensa, no conoce, no a ctú a ’ (M ém ow es pour serví# a l ’h istoire d e la pM losophie au X V I I I siécle, P aris, 1858, p. 40 9 ). ¡Adm irable lógica! Por otra parte, V oltaire y Rouseau pecaban en este mismo punto en su lu d ia contra los m aterialistas. V oltaire ha afirm ado que toda m ateria activa nos revela una esencia inm aterial que actúa sobre ella. P ara Eousseau la m ateria es inerte: jam ás pudo concebir una m olécula viva. 7 S y sttm e de la N atu re, I, p. 90. 8 L e to n sens, I , p. 129. 9 Systfhne de la N a tu re, I, p. 165, note 3. 10 S ystém e de la N atu re, I, p. 175. L a M ettrie tiene a estas hipótesis por legítim as. Lange le im puta, sin m otivo, una opiiúón d iferente; para convencerse basta leer el capítulo V I de T ra ité de V ám e; L a M ettrie cree incluso que, ‘ ‘ todos los filó so fo s de todos los s ig lo s' ’ (con excepción evidente de los cartesianos) han reconocido a la m ateria la “ facu ltad de se n tir” . (V er O em res, Amsfcerdam, 1764, I, pp. 97-100 y Tesctes Choisis, Col. Classiques du Peuple, p. 71, E d itio n s S ocia­ les, 1954). i t L e Bon Sens, T, p. 129. i s Oeuvres, de Jacobi, IV , p. 54. 13 H isto ire du m aterialism e, segunda edición, Iserlohn, 1873, I, p. 378. 14 S ystem e de la N a tu re, I I , p. 112. 15 Ibid., I I , p. 143. 16 Ibid-, I , p. 98. i? E sta tesis de P lejan ov es errónea. N osotros no podemos considerar como justo que “ nuestra razón, es decir, nuestra ciencia, sea capaz de descubrir por lo menos cierta s cualidades de la s cosas en s í ’ \ E l error de Holbach reside en que él lim itaba la cognoscibilidad del mundo a la posibilidad de no conocer más que al­ gunos de sus aspectos. H olbach y otros m aterialistas franceses no comprendieron, como m etafísicos que eran, el proceso, del conocimiento como un proceso histórico, que va desde el no saber h asta el saber y el conocimiento de la esencia de las cosas. (N . R .). 18 S ystém e de la N atu re, I I , pp. 133-138. Feuerbaeh decía lo mismo: su crítica de la religión tiene, por otra parte, mucha analogía con la de Holbach. E n cuanto

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a la transform ación de f ‘la cosa en s í ” en Dios no es in ú til señalar que los Padres de la Ig le sia definen a su Dios exactam ente como los kantianos a la “ cosa en s í ” . A sí, según San A gustín, D ios no entra en ninguna de las categorías: “ u t s%o tiitelligm m is Dev/m, si possum us, quantum posssum us sine q u alitate boum, sine quant ita te m agnvm , sin e in d ig en tia creatorem , sine situ preaedisen tem , sine loco ubique to tu m , sine tem pore sem pitern u m ’ ’, etc. (Concibamos a D ios así, si podemos, en la m edida en la que podam os; bueno sin calidad, grande sin cantidad, creador sin necesi­ dad, reinante sin trono, om nipresente sin espacio y eterno fuera del tiempo-” . (N . K .). (V er Fr. Uberw eg: M em en ts d ’h istoire de la philosophie, Berlín, 1881, I I , pp. 1021 0 3 ). Enviam os a H egel a los lectores que quieran conocer todas las contradicciones de la “ cosa en s í ” . io ¡Extraño! Diderot admira la m oral de H eráclito. Pero no dice nada do su dialéctica o, si se quiere, sólo algunas palabras in sign ifican tes en ocasión de la discusión sobre su físiea. ( Ouvres de Diderot, Paria, 1818, I I , pp. 625-626, Encyclop éd íe). 20 S ystém e de la N atu re, I, p. 150. 21 S ystém e de la N ature, p. 1»4. 22 Ibid., pp. 156-157. 23 Ver la comedia de P a lisso t ‘ 'L e s ph ilosoph es’ ' en Oeuvres, t. I I , pp, 19f>91-92, Liege, 1777 24 “ Los sofistas de la moral m aterialista son L a M ettrie y H elvecio” (H ettn er: H isto ire U tteraire du X V I I I siécle, B runsw idí, 1881, II, p. 3 8 8 ), “ Lo que hay de n efasto en el m aterialism o es que ayuda, alim enta y excita justamente los instintos más bajos del hombre y la vulgaridad que los caracteriza” . (F ritz S ch u ltze: L es idées fondam entales du m aterialism o et leur critique, Leipzig, 1887, p. 5 0 ). 25 L a P olitiqu e naturelle ou Discours sur les vrais prin cipes du gouvernem eni. Por un antiguo m agistrado (H olb ach ), 1773, pp. 45-46. 26 Tomo V I II , p. 241. 27 S ysté m e social, o un P rin cipes natu rels de la m orale e t de la politique. A vec un examen de l ’infl-vence du gouvernem ent sur les moeurs. Por el autor de S ystém e de la Natu^'c, Londres, 1773, I, p, 36. Comparar con el prólogo a la M orale U niverselle del mismo autor: “ N o hablaremos aquí de la moral religiosa, cuyo objeto era llevar a los hombres por caminos sobrenaturales, sin reconocer en su marcha los derechos de la razón ” . (Loe. cit., p. X I ) , 28 S ystém e de la N ature, I, p. 432. 29 S ystém e de la N atu re, I, p. 425, so S ystém e de la N ature, I, p. 434. s i Ibid., p. 388. 32 No es sólo demasiado am plia, es también tautológica, pues expresa tínica­ m ente que el hombre desea lo que desea, como lo señala Turgot altratar la moral de Helvecio. 33 En las sociedades corrompidas es necesario corromperse para ser feliz. S ystém e de la N atu re, I I , p. 292. 34 Del Vhomme, I, sección I I , cap, X V I. 35 M orale universelle, sección I I , cap. I. 36 S ystém e social, I, p. 56; ver también L a M orale universelle, I. 3? M orale universelle, sección I, cap. II. 38 P o litiq u e n aturelle, I , p. 14. 39 P o litiq u e naturelle, I, p. 14, 40 Ibid., I I , p. 10 (c f. S ystém e social, I I I , cap. I ) . V oltaire, por su parte, no se cansaba de com batir la opinión de M ontesquieu que, por otra parte, no dijo nada nuevo sobre el tema. No hizo más que repetir las opiniones de algunos autores griegos y romanos. P ara ser justos, digam os que Holbach habla a veces de manera mucho más superficial que Montesquieu sobre la influencia del clima. “ Pertenece a la naturaleza de ciertos clim as, dice, ^ t^ S -i/stévie de la N atu re, producir hombres organizados y desarrollados de tal manera que pueden ser muy útiles o muy nocivos para la especie” .

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il J. B. A. Suard: Bu, progrés des le tíre s et de la phüosophie dans le X V I I I siécle, M élanges de littéra tu re , P arís, año X I I (1 8 0 3 ), tomo I I I , p. 383. 42 A sí, la evolución de la oruga, por ejem plo, e s en medida considerable con­ secuencia de la adaptación al medio, independientem ente de los estados que hayan atravesado los antepasados de la mariposa. í3 Correspondence littera ire, agosto 1774 (ed. 1812, t. I I I , p. 151). 44 H olbach: P o litiq u e naturelle, I, pp, 37-38. 45 M orale •universelle, prefacio, p. xiv. Condoreet pretende, en su polémica contra las opiniones volterianas, que sobre este punto son totalm ente opuestas (L e phüosophe ign oran t- el patriarca cam biaba con frecuencia de opinión), que las ideas de ju sticia y de derecho nacen “ necesariam ente de la misma manera en todos los seres sensib les’ ' que son eapaees de adquirir ideas. “ i listas serían, por lo ta n to , u n ifo rm es" . Sin embargo es verdad que los hombres cambian “ con fre­ cu en cia" . Pero todo ser que juzga con exactitud llegará a las mismas ideas en moral y en geom etría. F sta es la consecuencia in evitab le de una verdad real. ' ‘ Los hombres son seres sensibles e in te lig en tes" . (E n una nota relativa a L e phüosophe ignorant de la edición de K elil de la s Oeuvres de V oltaire). ‘te P olitiqu e n aturelle, Discours, I, cap. X V I, p. 28.

4T Systéme de la Nature , I, pp. 66-68. 48 Ibid., pp. 323-324. 49 Ibid. so S ystém e de la N atu re, I, p. 193. -Tules Soury dice ingenuamente al res­ pecto: “ É sta idea del barón Holbach ha pasado, en parte, a Tos hechos [ ! ] . De todos modos es la estad ística moral, m ás que la fisiología, que parece prestar más servicios a la física de las costum bres", B réviaire de V h istoire du m aterialism e, P arís, 1SS3, p. 653. su Politique. naturelle, I. ‘ ‘ E s por esto que los hombres, a l incorporarse a un Estado y someterse a un gobierno, aspiran esencialm ente a la seguridad de su propiedad que, en estado de naturaleza, está m uy a le ja d a " (Locke, O f governm ent, cap ix. “ Of the end o í political soeiety and g overn m en t" ). « Ibid., X, p. 38. 53 Ibid. 5é M orale universelle, sección iv, c. xi. 53 Ibidem. 56 P olitiq u e naturelle, I, p. 42. íh P o litiq u e naturelle, I, p. 42. 58 L ’Ethocratie. ou le gouvt'rnem ent fo n d é sur la morale, Amsterdam, 1776, pp. 50-51. so Ibid., p. 52, 60 P o litiq u e n atu relle, I, p. 179 61 Ibid., pp. 19-20. 02 " S i m is cualidades física s o morales no me dan ningún derecho sobre un hombro menos dotado por los dones do la naturaleza, sí no puedo exigirle nada que él no pueda exigirm e, comprended, os io suplico, por qué razón pretendo que nuestras condiciones sean desiguales. E s necesario que me d igáis con que títulos podré establecer mi superioridad" . 7Jout.es proposés aux philosophes économistes sur l ’ordre n atu rel et esentiel des soeiétés politiquea, La H aya, 1768, p. 21. 03 D ouies proposés, p. 35. 64 Ibid-, p. 12. 05 Ver L e Christianism e devoilé, ou examen des prin cipes e t des e ffe ts de üi religión chrétienne, Londres 1766 (e. x iíi, p a ssim ). i ]ii:doria). La hipótesis de una in flu en cia directa del medio geográfico sobre la naíurakza humana o, lo que viene a ser lo mismo, sobre la naturaleza de la raza, es tan d ifícil de sostener que quienes la utilizan se ven forzados a prescindir de (‘lia a cada momento. A sí, Guyot añade a la s líneas citadas en la nota precedente; ‘ ‘ La sede principal de la raza mongol es la m eseta central del A sia. L a yida nómade y las form as patriarcales de estas sociedades [la s constituidas por los m ongoles (N . á í Ü . j ] , son la consecuencia'de la naturaleza estéril y árida de las regiones que h a b ita n '’. Del mismo modo H ipócrates concede que la fa lta de valor de los

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asiáticos se debe, por lo menos en parte, a las leyes a las cuales están som etid os” (op. d i . , p. 8 6 ). E l gobierno de los pueblos asiáticos es m onárquico; ahora bien, “ se es necesariam ente muy cobarde cuando se está som etido a los rey es” (op. d t p, 117) ; " u n a sólida prueba en apoyo de lo que sostengo lo da en el A sia misma la existencia de todos esos griegos y bárbaros que, regidos tan sólo por sus leyes y no som etidos a nn tirano, trabajan para si y son hombres de prom inentes virtu­ des guerreras” (op. d t . , p. 8 8 ). No es toda la verdad aún, pero nos acercamos a ella. G7 H isto ry o f C ivilim tio n in Ungí and, p. 113. 58 Ib id e m , p. 114. 5f) ‘ ‘ En este terreno lim itado florecieron consumados artistas ¡ Leonardo da V inei, Earael, M iguel A ngel, Andrea del Sarto, ÍVa Bartolommeo, Giogione, Tíciano, Sebastián dei Piom bo, el Correggio. Y este terreno está netam ente lim ita d o : si lo franqueáis por una lado o por otro encontraréis más allá un arte incom pleto, y más acá un arte gastado. . . ” H, T aine: F ilo so fía del arte. 00 Sobre la s causas sociales que dieron nacim iento a la organización interna­ cional véase la primera parte del excelente libro de K autski: Thom as More y su utopia. 61 San Bernardo aconsejaba ya al papa Eugenio XII que abandonara a los romanos y cambiara a Roma por el mundo (wrhem -pro orbe m u ta ia ), 62 Podríam os citar innumerables d iferencias que provienen de las residencias y las disposiciones de una raza. Pero no podríamos descubrir ninguna diferencia de principio. L a religión del hombre no civilizado — que se muestra ridiculam ente prim itiva, o que m anifiesta un cierto desarrollo poético— es siempre la m ism a. Naturism o, animismo, creencia en la brujería, fetichism o o idolatría, sacrificios, presentim iento de una supervivencia después de la muerte [el autor que citam os es un creyente. (N . del A .) ]. L a hipótesis de la supervivencia de las form as y da las relaciones de la vida real, el culto de los muertos y el entierro de los d ifu n tos de acuerdo a ta les creeencias los hemos encontrado en todas p a rtes” . L a religión des peuples non d vilisés, de A. Béville, t. I I , pp. 221, P aris, 1883. 03 “ En el último peldaño se encuentra la religión de los comedores de raíces de Australia, que practican la caza, aunque con poca fortuna, y la de los bosquimanos, que en buena parte viven del saqueo. Suave en. los hotentotes y en lo s cafres, que se ocupan principalm ente de las cría de ganado, la religión se m uestra en cambio sanguinaria y cruel en algunas tribus de negros guerreros, m ientras que en los pueblos negros dedicados sobre todo a la industria y el comercia — que por otra parte no descuidan la cría de ganado y el cultivo de la tierra— , el culto de la divinidad adopta un aspecto mucho m ás humano y civilizado, el espíritu del negocio se m anifiesta todo el tiempo a través de ciertos ardides en relación, a los espíritus. Los m itos de los polinesios m anifiestan asimismo a un pueblo de agricul­ tores y pescadores, e t c . . . ” (T iele: M anual de la h istoria de las religiones, P aris, 188 0 ). En una palabra, no se puede discutir que el ciclo de fiestas — que es la consecuencia tanto de la religión de Jehová como la del Deuteronomio— se apoya, en la agricultura, fundam ento igual de la vida, y de la relig ió n ” . (J , W ellhausen: ‘ 1Sacrifices et fetes des Isr a é lita s' S evn c de l ’Jástoire des re lig io m , tome II , p. 4 3 ). Podríam os acumular a voluntad esta clase de citas, cada una de ellas más sig n ifica tiv a que la otra. 64 K, M arx: P refacio de la C rítica de la economía política. Os Realizando los cambios necesarios. ( N . d e l a S . ) . _ cc Citemos aquí, por ejemplo, lo que dice H egel de la pintura holandesa: " L a satisfacción que les da la presencia de la vida, aun. en lo que ésta tiene de más común e ínfim o, proviene de que han debido adquirir m ediante el trabajo, después de duros combates y con el sudor de su fren te, lo que la naturaleza ofrece directa­ m ente a otros p u eb los. . . Por otra parte, es un pueblo de pescadores, de bateleros, de burgueses, de cam pesinos, fam iliarizado en consecuencia con el valor del lado útil y necesario en todas las cosas grandes e in sign ificantes, y que sabe procurár­ selo merced a una industriosa a ctivid ad ” . ( lis té tie a , t. I I ) . 07 F ilo so fía del arte. os Sin mencionar el arte popular, la poesía de los campesinos y da ios pe-

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■qucños burgueses, diremos que los guerreros de la Edad Media no siempre eran “ caballero?, enam o)ado$” . É l héroe de la célebre Canción de Solando sólo estaba ‘ ‘ enam orado” de su espada “ D u ran d al” . oí> H istoria de la literau tra inglesa, Introducción. '0 Mme. de Stael utiliza frecuentem ente esta analogía: “ A l examinar las tres épocas diferentes de la literatura de los griegos, se percibe muy distintam ente la marcha natural clel espíritu humano. Los griegos han sido en un principio, en los tiem pos remotos de su historia conocida, ilustrados por sus poetas. Es Homero •que car:¡eteriza, la primera época de la literatura griega. Durante el siglo de Pa­ líeles se observan rápidos progresos del arte dramático, de la elocuencia, de la moral, y ¡os comienzos de la filosofía. En la época de Alejandro un estudio más profundizado de la ciencia filo só fica se convierte en la ocupación principal de los hombres superiores en las letra s” (op. cit,, primera parte, cap. I ) . Todo esto es exacto pero el “ progreso natural del espíritu hum ano” no muestra en absoluto ■el porqué de una evolución semejante. t i H isto ria de la litera tu ra inglesa, p, X X III. L ecturas on the early hintory o f in stiíu tion s, pp. 96-97. T3 H e aquí, por ejem plo, el juicio de Charles Elanc sobre la pintura holan-desú: ‘ : En resumen, tres grandes ca u sa s: la independencia nacional, la democracia y el protestantism o han dado su carácter a la escuela holandesa. U na vez libres del yugo español las siete provincias tuvieron su pintura que, por su parte, se liberó del estilo e x tr a n je r o ... La form a republicana una vez reconocida los libró del arte puramente decorativo que solicitan las cortes y los príncipes, lo que se llama la pintura, de aparato. Finalm ente, la vida de fam ilia que desarrolla el protestantism o, en la cual todo padre es un sa c erd o te .. . creó los innumerables y encantadores cuadros de género que han ilustrado para siempre a la pintura bátava, pues fue necesario ornamentar los muros de estas íntim as moradas que se habían convertido en los santuarios de la cu riosid ad ” . ( H istoria de los pin tores de todas las escuelas. E scuela holandesa, tomo I, Introducción). H egel dice sensiblemente lo m ism o: “ los holandeses eran — el punto es im portante— de religión protestante, y tan. sólo el protestantism o pudo dar la capacidad de instalarse cómodamente en la prosa de la existencia y perm itirle que, por sí misma, adquiriera todo su valor y se expandiera en una libertad absoluta, independiente de la religión ” . ( 'Estética, tomo 31). Sería fácil mostrar, con ayu da de cita s tom adas del m ism o H egel, que es macho más lógica la creencia de que no ha sido el protestantism o que elevó el nivel de “ la prosa de la ex isten cia ” si no, por el contrario, la “ prosa de la exis­ tencia, burgu esa” que, después de haber alcanzado un cierto grado de desarrollo y de vigor, dio nacim iento al protestantism o en el eurso de su lucha contra la “ p ro sa ” — o si se quiere, contra la poesía del régim en feudal— . Si es así, no debemos li mi taraos al protestantism o, considerándolo como causa suficiente del desarrollo de la pintura holandesa. Es menester llegar hasta “ el tercer térm ino” , hasta el “ término superior” , que también ha dado nacim iento al protestantismo de los holandeses y a su gobierno (la “ dem ocracia” de la cual habla Blanc) como a su arte, etc. tí “ T esis sobre F euerbacli” . 75 En francés en la edición alemana. ( N .d e l a U .) . 76 “ Los empleados, los artesanos, los tenderos, a fin de proclamar más claramente su liberalism o, se creen obligados a oscurecer sus fisonom ías con. los bigotes. Por su parte y ciertos detalles de la indum entaria esperan hacer ver ciertos residuos de nuestro heroico ejército. Los pequeños vendedores de las tiendas de novedades van más lejos aún y para hacer más com pleta su m etam orfosis, además de los bigotes, apliean a sus zapatos sonoras espuelas que resuenan militarm ente sobre los adoquines y las baldosas de los bulevares” . (A . P erlet: T/e l ’influenca des moeurs sur la com édie, P aris, 1848, pp. 51-52). Tenemos aquí un ejemplo de la influ en cia que ejerce la lucha de clases en un terreno que parece obedecer al solo capricho. Sería muy interesante examinar en un estudio especial la historia de las modas desde el punto de vista de la psicología de las clases. 77 En francés (eitoyens) en la edición alemana. (N . de la R .).

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78 E sbozo de la h istoria de la filo so fía , edición del Dr. M ax H einze, tercera parte, p. 174. Berlín, 18S0. 79 " P er o ¿po.r qué la s letras descansan, los espíritus no producen, las n a­ ciones parecen estar agotadas por una fecundidad excesiva? E i desaliento suele ser ocasionado por errores im aginarios, por la debilidad de las personas altam ente situ a d a s, . . ” ( Tableaux d es révolu tion s de la littéra tu re ancienne e t m oderne, por el abate de Cournand, p. 25. P arís, 17S6). so F . E n gels: A nti-D ühring, p. 49, Ed, Sociales, P arís, 1956. 81 E n el texto alem án: B ítter von der Elle. ( jV. de la 11.). 82 Discurso del m étodo, sexta parte. 83 K . M arx: C rítica de la economía, política. 84 ‘ 1Ludwig Eeuerbach ’ \ 85 D arwin: E l origen del hombre, pp, 105-108, ed. Schleicher. 86 En francés en la edición alemana. {ISf. de la B.). 87 K . Marx: E l 18 brum ario de L u is Bona'parte. 88 Ver su conferencia sobre " E l idealism o de la h isto ria ” , ("C on feren cia dada en el Barrio Latino- bajo los auspicios del grupo de estudiantes colectivistas de P a r ís” , febrero de 1895. También N en e Z e it, Año 13, tomo 2, pp. 555 y sqq. 8» K . Marx: E l 18 de brum ario de L u is B onaparte. oo E l lector que sea lo su ficientem ente curioso p ara querer saber cómo " la idea de la ju sticia y del d erecho” se mésela, ín tim am en te con la necesidad econó­ m ica, leerá con mucho placer el artículo de P aul L afargue: " In vestigacion es sobre los orígenes de la idea de lo bueno y lo j u s to ” en el N.° 9 de la lievu e philosophique de 1895. N o comprendemos muy bien qué sig n ifica, hablando propiamente, In in terp reta ció n de la necesidad económica y de la idea en cuestión. S i Jaurés com­ prende por esto que debemos tratar de reorganizar las relaciones económicas do la sociedad burguesa de acuerdo a nuestros sentim ientos morales, le responderemos: 1.° esto es evidente; pero sería d ifíc il en la historia encontrar un solo partido que se haya planteado el triu n fo de lo que él mismo considera en contradicción con su idea " de lo justo y de lo bueno ’ ’ ; 2.a q\ie no se interroga escrupulosamente sobre el sentido que da a sus palabras; nos liabla de moral que, según la fórm ula de Taine, proporciona prescripcion es, m ientras que los m arxistas, en lo que podría llamarse su ética, procuran con statar las leyes. En estas condiciones un m alenten­ dido es absolutamente inevitable. 91 E l C apital, libro primero, t. TIT,- pp. 157-174. 92 Op. cit._ pp. 49-50. 93 Op. d t . , pp. I I I y IV . í>4 " T enem os todas la s form as de gobierno posible en nuestro mundo civili­ zado. Pero los países occidentales, que se inclinan más o menos a una form a de E stado dem ocrático, ¿están menos som etidos a la m iseria intelectual, moral y m a­ terial que los países asiáticos, m ás o menos som etidos a una form a de Estado autocrítica'? ¿O acaso el m onarca de P ru sia ha demostrado tener menos corazón ante la m iseria de las clases pobres que la Cámara de Diputados o el rey de F ran­ cia. Los hechos nos prueban lo contrario, la reflexión nos convence hasta tal punto de lo contrarío que todos los esfuerzos políticos liberales se nos han vuelto algo más que indiferentes: literalm ente nos rep u gn an ” . (M . H ess en L e m iro ir de la société de 1846). 05 E l C apital, lib io primero, t. II . M .E nciclopedia, P arís, 1952, p. 37. 07 En francés en la edición alemana. (A", de la IL ). 98 R ’ 'ssai sur les pré p ig és, ou d e l'in fiu en ce de Vopinion sur les m oeurs et sur le bonkeur des hommes, Londres, 1770, pp, 45-46, Se atribuye este libro a Holbach o al m aterialista Dum arsais, cuyo nombre figu ra en el título. ( N .d e l A .) . [L a edicieión original lleva la in dicación (por M. D. M.) y parece probado que Ilolbach no utilizó el nombre de un m aterialista difunto, como ya lo había hecho varias veces: la obra sería realm ente de Bum arsais, y este título figu ra en la edición de sus Oeuvres com pletes (.1797). Cf. Introducción de P . Charbonnel, p. 5flj H olbach, T c zte s choisis, t. I, ( N . d e l a B .Vj. 90 Le bou xens pm$¿ dans la naíure, t. I, p. 120.

ESBOZOS DE H IST O R IA D EL M A TER IA LISM O

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100 a f r e s Disc-ussion on th e P rin cipies o f Ma-ierioMsin.. ., p. 241. ío i P refacio a la C ritica de la economía p olítica. [Subrayado por Plejanov. (N . d e la H .) j. 102 Ihid&ii, p. 74. 108 “ Lo que demuestra, entre otras cosas, la ilusión que ejerce sobre la m a­ yoría de los econom istas el fetichism o inherente al mundo m ercantil, o la apariencia m aterial de los atributos sociales del trabajo, os la prolongada e insípida querella respecto de la función de la naturaleza en la creación del valor de cambio. Como este valor no es nada más que una manera social particular de contar el trabajo empleado en la producción de un objeto, ya no puede contener más elementos ma­ teriales que el curso del cambio, por ejem plo. ‘ ¿En nuestra sociedad, la form a económica m ás general y más simple, que se asocia a los productos del trabajo, la form a de la mercadería, es tan fam iliar a todo el mundo que nadie ve nada malo en elia. Consideremos otras formas eco­ nómicas más com plejas. ¿De dónde provienen, por ejem plo, las ilusiones del sis­ tem a mercantil? Evidentem ente, del carácter fetich ista que la form a monetaria imprime a los m etales preciosos. Y la economía moderna, que adopta actitudes superiores y no se cansa de reiterar sus insípidas brom as contra el fetichism o de los mereantilista.'j, ¿no es ella misma la víctim a de las apariencias? ¿No es acaso su primer dogma el de que las eosas, los instrum entos de trabajo, por ejemplo, son por naturaleza capital y, al querer despojarlas de este carácter puramente social, se comete un crimen de lesa naturaleza? F inalm ente, los fisiócratas, tan superiores en muchos sentidos, ¿no han im aginado acaso que la renta territorial no es un atributo arrancado a los hombres, sino un regalo hecho por la mism a naturaleza s los propietarios?” (E l C apital, libro primero, t. I ) . 104

Ibidem.

105 K . Marx y F . E n gels: M a n ifiesto del P a rtid o Comuni-nta. 106 Ibidem . La ley del salario, a la cual se refiere aquí Marx, lia sido formu­ lada con mayor precisión por él mismo en E l C apital, donde se demuestra que esta ley es aCm más desfavorable para el proletario.

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I N D J O 10

pXg. L a concepción m on ista de la h i s t o r i a ................................................................. ............. ..

7

M m aterialism o m ilita n te ............................................................................................ ...........

277

Las cuestiones fun dam en tales del m a r x is m o ............................................................... , .

S59

Til papel del individuo en la h i s t o r i a .................................................................................

¿87

La concepción m a teria lista de la h i s t o r i a ........................................................................

463

Esbozos de historia del m aterialism o ..................................................................................

497

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G. P L E JA N O V

OBBAS E S C O G ID A S

Tomo I Contribución al problem a del desarrollo de la concepción m onista de la his­ toria. L a concepción m a teria lista ¿le la his­ toria. Acerca del papel de la personalidad en la historia. Esbozos de historia del m aterialism o (H olbach, H elvetio, M arx). Cuestiones fun dam en tales del marxismo. M aterialism o m ilitan te.

Tomo XI

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E l socialismo y la lucha política. Acerca del “ fa cto r económ ico” . Bernstein y el m aterialism o. K a n t contra K a n t, o el legado espiritu al del señor Bernstein. C rítica de nuestros críticos. C artas sin dirección. S I a rte y la -¿ida social. E nrique Ibsen. E l h ijo del D r. Stocbm ann. L a literatu ra dram ática y la pin tu ra fran cesa del siglo X V I I I , desde el pu n to ¿le v is ta de la sociología. L a ideología del pequeño burgués de •¡vuestros tiem pos.

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EDI TOBI AL CALLAO

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QUETZAL BUENOS

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