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Introducción al latín L. R. Palmer

Ariel

La presente obra es una de las más sugestivas y pedagógicas historias del latín e imagen ideal del manual universitario de la disciplina. El própósito del autor, profesor de filología compara­ da en la Universidad de O xfod, ha sido «compendiar para los estudiantes de lenguas clásicas, para los colegas que trabajan otros campos de estudio y para todos a quienes puedan interesar, los resultados alcanzados por la investigación en torno a la histo­ ria de la lengua latina desde la Edad del Bronce hasta la caída del Imperio Romano. N o se ha dado por supuesto conocimiento alguno previo de los principios y métodos de la filología compa­ rada, reservándose tales cuestiones al examen de los varios pro­ blemas a los que afectan. M i intención ha sido exponer la communis opinio en los casos en que existe, y, en caso contrario, plantear con la mayor claridad posible los datos y los diversos puntos de vista que se han formulado; con todo, no he sido siempre capaz de ocultar el hecho de que tengo opiniones pro­ pias». Para mantener el volumen del libro y su coste dentro de unos límites razonables, ha sido necesaria una estricta selección de temas, y, en este sentido, el autor, manteniendo la clásica división de fonética, morfología y sintaxis, ha preparado una síntesis de gramática histórico-comparada particularmente ágil y eficaz. La obra se completa con una antología de textos latinos arcaicos y con exhaustivos índices de materias y palabras.

Letras e Ideas

L. R. Palmer

INTRODUCCIÓN AL LATÍN

EDITORIAL ARIEL, S. A. B A R C E LO N A

Título original: The Latín langitage Presentación, traducción y notas de

J uan J osé M orálejo y J osé L uis M oralejo

1.a edición 1974: Editorial Planeta, S. A. 1.a edición en Editorial Ariel (Col. Letras e Ideas): octubre 1984 2.a edición: marzo 1988 © Faber & Faber, Londres Derechos exclusivos de edición en castellano reservados para todo el mundo y propiedad de la traducción: © 1984 y 1988: Editorial Ariel, S. A. Córcega, 270 - 08008 Barcelona ISBN: 84-344-8378-5 Depósito legal: B. 6.629 - 3988 Impreso en España Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor.

NOTA A LA 2.' EDICIÓN Aunque en las Notas de los Traductores y en la Bibliografía se han introducido algunas modificaciones puntuales — especialmente en lo que se refiere a obras que han tenido ulteriores ediciones actualizadas__ se ha dejado para mejor ocasión la revisión de uno y otro apartado a la luz de la abundante bibliografía reciente.

PRESENTACIÓN

El libro The Latín language ha sido la más personal contribuí ción de L. R. Palmer, profesor de filología comparada en la Univer­ sidad de Oxford, a la colección “The Great Languages” por él diri­ gida y editada en Londres por Paber & Faber. Recordemos que en la misma serie publicó W . J. Entwistle su volumen dedicado a las actuales lenguas hispánicas. La idea primera de esta traducción — que aparece por circuns­ tancias varias con más retraso del razonable— descansaba sobre la impresión especialmente grata que la primera parte de la obra nos había causado. Nos parecía una de las más sugestivas y pedagógicas historias del latín jamás escritas, e imagen ideal del manual univer­ sitario de la disciplina. Al término de su trabajo permanece esa idea en la mente de los traductores, que, por otra parte, no niegan la excesiva concisión y convencionalidad de los capítulos que Palmer consagra a la gramática del latín propiamente dicha. Nos hemos tropezado a lo largo del trabajo con no pocas dificul­ tades. La mayoría de ellas derivaban de un carácter de la obra que el lector advertirá desde sus primeras páginas: se trata, en grado extremo, de un libro inglés escrito para ingleses. Este marcado esoterismo, que lingüísticamente se acercaba a menudo a los confines del slang, nos ha obligado en no pocos pasajes a traducciones de carácter amplio, preferibles siempre a literalismos que exigen una cadena interminable de escolios y aclaraciones. Por lo que se refiere a los símiles e ilustraciones, que, como es natural, toma el autor de su lengua materna, hemos adoptado una praxis ecléctica, realizando la correspondiente traslación al castellano en los casos en que pare­ cía necesario y posible. Para la traducción de la terminología hemos procurado tener muy en cuenta la establecida ya por estudiosos es­ pañoles. En cuanto a las abreviaturas de carácter técnico, también hemos procurado ceñirnos a la ya considerable tradición de los es­ tudios lingüísticos escritos en castellano; no creemos haber emplea-

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do ninguna desconocida para las personas relacionadas con el mun­ do de la filología. El profesor Antonio Prieto, codirector de la colección que acoge esta versión española, quería que los traductores añadieran a este texto algo de su propia cosecha. Aunque vendimiando a manos lle­ nas en ajena viña, lo han intentado en las N otas de los traductores que lo acompañan, y que situamos al final del texto (pp. 337 y ss.), dada la extensión de algunas de ellas. Tales anotaciones no están proyectadas ni elaboradas según un criterio uniforme. Responden, en gran medida, a las particulares aficiones o experiencias de sus autores dentro del campo de los estudios clásicos, y, desde luego, a la idea de dejar constancia del mucho y buen trabajo realizado por investigadores españoles en estas parcelas del saber. Parecidas tendencias nos han guiado en la tarea de actualizar y complementar la B ibliografía — muy sumaria— aducida por Pal­ mer. Tampoco nuestra contribución pretende, ni mucho menos, exhaustividad alguna. Nos ha parecido útil mantener el A péndice de textos latinos arcaicos que incluye la edición inglesa del libro; puede, en efecto, ahorrar eventuales peregrinaciones a los reperto­ rios usuales. Y pasemos al capítulo de gratitudes. Nada tiene de simbólico, y se corresponde en gran medida con el de las dificultades registra­ das a lo largo del trabajo de esta versión. Para el esclarecimiento de ciertos puntos oscuros ha sido funda­ mental la información y el consejo prestado por los profesores J. C. White, Pujáis y Lorenzo, de la Universidad Complutense de Madrid, y por la señorita J. Benton, de la Universidad Vanderbilt en Madrid. El profesor Mariner, de la Universidad Complutense, ha tenido la amabilidad de leer el original de las N otas de los traductores, y de mejorarlas con su crítica y orientación. Queremos dejar también constancia del apoyo y buena acogida prestados por Editorial Planeta y, concretamente, por el profesor Prieto. Reconocidas estas deudas, sólo nos queda reivindicar para no­ sotros, de modo exclusivo y solidario, la responsabilidad de esta ver­ sión. Ju an José M oralejo José L u is M oralejo

PREFACIO En este libro, uno más en una serie que no está dirigida en prin­ cipio a los especialistas, he intentado compendiar para los estudian­ tes de lenguas clásicas, para los colegas que trabajan otros campos de estudio y para todos a quienes puedan interesar, los resultados alcanzados por la investigación en torno a la historia de la lenguai latina desde la Edad del Bronce hasta la caída del Imperio Romano. No se ha dado por supuesto conocimiento alguno previo de los prin­ cipios y métodos de la filología comparada, reservándose tales cues­ tiones al examen de los varios problemas a los que afectan. M i in­ tención ha sido exponer la eommunis opinio en los casos en que existe, y, en caso contrario, plantear con la mayor claridad posible los datos y los diversos puntos de vista que se han formulado; con todo, no he sido siempre capaz de ocultar el hecho de que tengo opi­ niones propias. Para mantener el volumen del libro y su coste dentro de unos limites razonables ha sido necesaria una estricta selección de temas. Esta exigencia ha sido especialmente imperiosa en el capitulo de sintaxis, que ha tenido que estructurarse como un comentario com­ pendioso de las gramáticas escolares de serie. Las circunstancias han dado lugar a ciertas infracciones de la ortodoxia, que espero harán más cómodo el empleo del libro. Así, por lo que mira a los textos latinos arcaicos, he preferido referirme a los Remains of Oíd Latín de E. H. Warmington que a repertorios menos accesibles. No he logrado conciliarme la aprobación de todos mis amables críti­ cos con relación al empleo del signo v para la u consonántica, pero se trata de una distinción útil desde el punto de vista filológico• y no he tenido reparo en seguir el ejemplo del manual de Leumann~ Hofmann. Las cantidades vocálicas sólo se han notado en los casos en que resultaban relevantes para el problema en cuestión. M e he beneficiado del saber y consejo de muchos amigos y colegas inmediatos. Debo estar particularmente agradecido a Mr. J. Crow, al Prof. W. D. Elcoclc, al Prof. D. M. Jones, a Mr. S. A. Handforth,

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al Prof. W. S. Maguiness, a Mr. A. F. Wells y al Prof. E. C. Woodcock, que han leído parcial o totalmente las pruebas, y que han corregido numerosos defectos de fondo y de forma. Debo además un reconocimiento al estamento de los estudiosos en general. El dejar constancia detallada de mis deudas no resultaba practicable en una obra de esta naturaleza. He intentado remediar un poco la laguna en la bibliografía, pero ésta tiene la finalidad específica de ayudar a dar con él camino a quienes deseen proseguir sus estudios en este campo. Como relación de mis dependencias resulta del todo insufi­ ciente, y de manera general me veo obligado a aplicar al autor de esta obra las famosas palabras de Linio: si in tanta scriptorum turba

mea fama in obscuro sit, nobilitate ac magnitudine eorum qui nomini officient meo consoler. L. R. PALMER

PRIMERA PARTE

Esbozo de una historia de la lengua latina

Capítulo

primero

EL LA TIN Y LAS DEMÁS LENGUAS INDOEUROPEAS

His constitutis rebus, nactus idoneam ad navigandum tempestatem III fere vigilia solvit equitesque in ulteriorem portum progredi et navis conscendere et se sequi iussit. a quibus cum paulo tardius esset administratum, ipse hora diei oirciter li l i cum primis navibus Britanniam attigit atque ibi in ómnibus collibus expósitas hostium copias armatas couspexit. (César, De bello gallico, 4, 23, 1-2.) Este pasaje, en el que el gran político y estilista Julio César des­ cribe el primer asalto del poder armado de Roma a nuestra isla, ha representado para muchas generaciones de ingleses el primer golpe e impacto de la auténtica lengua latina. Un británico letrado y pa­ triota que se encontrara entre los expectantes guerreros sobre las colinas del Kent se hubiera preguntado con asombro lógico qué clase de gente eran aquellos invasores y de dónde venían. Menos de cien años después un rey británico fue llevado a la capital de los invasores, y allí Tácito certificó en él un hablar de tal dignidad, una retórica tan acabada y un latín tan impecable como para ganarle estimación y un cautiverio honorable. En la ciudad de sus vence­ dores pudo haber leído en Livio el orgulloso relato de los orígenes legendarios de Roma y de su ascenso a la grandeza del Imperio. Su actual descendiente, bien que animado por el pensamiento de que estudia en el país de Carataco, tiene que acercarse con humildad a la empresa de rastrear, aunque sea de modo esquemático, la historia de la lengua que aquellos romanos dieron a una tan gran parte del mundo occidental. Recibe el nombre de latín porque en un principio es simplemen­ te uno de los dialectos hablados por los latinos, un grupo de tribus emparentadas que ocupaban el territorio del Lacio, y en el que Roma mantenía una posición predominante (véase capítulo I I I ). El historiador de la lengua latina tendrá que ocuparse en primer

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lugar de las sucesivas formas de la lengua tal como se nos aparece en una serie de textos que — para lo que nos interesa— alcanzan desde la caída del Imperio hasta los más antiguos documentos con­ servados. Hay que añadir inmediatamente que la lengua latina con­ cebida así tiene poca historia: ciertos cambios fonéticos, morfoló­ gicos, sintácticos y semánticos que han sido fiel y diligentemente registrados. Pero hay una casi absoluta ausencia de textos anterio­ res al s. m a. C. En Plauto, cuyas comedias nos obsequian con el primer volumen considerable de latinidad, la lengua de los romanos aparece en una forma que difiere muy poco del latín de la Edad de Oro. No hay una documentación que tenga para el historiador del latín la significación que tiene el Beowulf para el estudioso del in­ glés. Dado, pues, que el estudio histórico de los monumentos de la lengua latina se nos acaba en un punto muy alejado incluso de la legendaria fundación de la ciudad en el 753 a. C., se hace preciso recurrir a otro método, el método comparativo, acerca del cual se imponen unas palabras previas. Las lenguas son en esencia sistemas de signos vocales que los seres humanos emplean para comunicarse unos con otros. Esas ex­ presiones o complejos fónicos producidos por el hablante provocan en el oyente ciertas respuestas; a esto lo llamamos comprensión. Pero no cualquier oyente puede comprender; porque la comprensión de una lengua requiere un largo y trabajoso adiestramiento en el uso de ese sistema concreto de signos. Este adiestramiento, el “aprender a hablar”, viene exigido por un hecho que es de importancia funda­ mental para la ciencia del lenguaje: no existe conexión natural o necesaria entre los signos fónicos y los significados que comportan. El carácter arbitrario de la atribución de significados a los signos fónicos tiene una importante consecuencia teórica. Si dos — o más— grupos de hombres emplean signos fónicos idénticos o semejantes, debemos tener por muy poco probable que esta similitud se deba al azar o a invención independiente. Cuanto más arbitraria es la conexión entre sonido y significado y mayor la trascendencia de las semejanzas entre los sistemas comparados, menor es el grado de probabilidad de que el parecido sea accidental. En el caso de siste­ mas de signos tan arbitrarios y complejos como las lenguas, toda semejanza significativa debe llevarnos a la conclusión de que los dos sistemas están unidos históricamente, es decir, a afirmar o bien que uno ha nacido del otro, o bien que ambos descienden de un an­ tepasado común. En alemán, por ejemplo, signos como Mann, Gras, Hand, etc., aparecen casi con el mismo significado que en inglés man, grass, hand, etc., y la hipótesis de creación independiente es infinitamente menos probable que la de una conexión histórica. Las semejanzas de vocabulario y estructura gramatical son tales que so­

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lamente pueden explicarse postulando un común antepasado del que ambos derivan. Ahora nos proponemos aplicar este método com­ parativo a descubrir posibles parientes de la lengua latina, con la esperanza de que ello nos capacitará para seguir su historia re­ montando la época del más antiguo testimonio escrito existente.

Los DIALECTOS ITÁLICO S: OSCO-UMBRO Entre las inscripciones de la antigua Italia se encuentran las es­ critas en la llamada lengua osea. Osci, antiguo *Opsci, fue el nom­ bre que los romanos dieron a los habitantes de Campania que los griegos llamaron ’O tu k o L Pero la lengua hablada por las tribus samnitas con las que más tarde Roma entró en conflicto evolucio­ nó hasta ser más o menos igual a la de los oscos. Así llegaron los romanos a designar este grupo de dialectos con el nombre de la tribu en que lo encontraron por vez primera, al igual que los fran­ ceses usan el nombre tribal Alemanni para designar la lengua que los ingleses llamamos Germán: por ejemplo, Livio en su relato de la guerra contra los samnitas (10, 20, 8) escribe: “gnaros Oscae linguae exploratum quid agatur mittit”. Las inscripciones escritas en oseo se encuentran en aquellas par­ tes de Italia que estuvieron ocupadas por tribus samnitas: Samnium, Campania, Apulia, Lucarna y Bruttium. La lengua osea fue introduci­ da también en Messana cuando ésta ifue tomada por los “mamertinos”, los mercenarios campanos reclutados por Agatooles. Las ins­ cripciones, que cubren un período de unos cinco siglos desde las más antiguas leyendas de monedas hasta los graffiti de Pompeya escritos después del primer terremoto en el año 63, están redactadas en varios alfabetos. La mayoría muestran el alfabeto oseo, derivado del griego calcidico a través del etrusco. Pero el texto más extenso, la Tabula Bantina, una plancha de bronce encontrada en Bantia en 1793 y que contiene reglamentos municipales, está escrita en alfa­ beto latino,-mientras que en inscripciones de Italia meridional se utiliza un alfabeto griego. El oseo fue la lengua principal de la Italia central hasta su sometimiento por los romanos, y se mantuvo en uso en documentos oficiales hasta la Guerra Social de 90-89 a. C. El hecho de que las inscripciones muestren pocas variantes dialec­ tales a pesar de lo amplio del área en que se utilizó sugiere que en este oseo oficial tenemos una lengua común regularizada. Estrechamente relacionada con la osea está la lengua llamada umbra. Su único documento extenso son las famosas Tabulae Igu vinae. Descubiertas en 1444 en Gubbio (antigua Iguvium), en Um ­ bría, estas nueve tablas de bronce — dos de las cuales se han per­

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dido después de su descubrimiento— contienen las actas de una fratría religiosa semejante a la romana de los Arvales Fratres (véanse pp. 72 s.). Escritos parte en alfabeto latino y parte en el umbro nativo — derivado como el oseo de un alfabeto griego occi­ dental a través del etrusco— , los textos se alinean desde aproxi­ madamente el 400 al 90 a. C. Además de por estas tablas, la lengua umbra nos es conocida por otras pocas y magras inscripciones, pero hay testimonios de que los umbros en alguna época ocuparon un área que se extendía hasta la costa occidental. Al oseo y al umbro podemos añadir algún pequeño testimonio de los dialectos de tribus menores de Italia central que han sido algunas veces agrupados có­ modamente bajo la denominación de “sabélicos”. Se incluyen aquí los dialectos de los Paeligni, los Marrucini y los Vestini, todos los cuales se asemejan estrechamente al oseo. El dialecto de los Volsci, conocido solamente por una corta inscripción de la ciudad de Velitrae, parece ocupar una posición intermedia entre oseo y umbro. Los llamados “dialectos itálicos” indudablemente muestran mu­ chas semejanzas con el latín, pero es difícil precisar el grado exacto de parentesco. Los estudiosos no han decidido si se los debe consi­ derar como dialectos diferentes de una y la misma lengua, la “itá­ lica”, o como dos lenguas separadas. Ésta es en gran medida una discusión sobre términos que carecen de precisión científica alguna. Una lengua es un sistema de signos vocales usado por una comuni­ dad dada de seres humanos. Cualquier persona que hace un uso inteligible de este sistema se convierte ipso facto, al menos por el tiempo en que lo usa, en miembro de esta comunidad lingüística. Este factor de inteligibilidad puede ser utilizado para alcanzar una definición aproximada de dialecto. Dentro de un sistema dado pue­ den presentarse variantes locales y personales, pero en la medida en que la inteligibilidad no se vea seriamente afectada se entiende que tales variantes no implican la desaparición de la calidad de miembro de la comunidad lingüística. Esas formas locales e indivi­ duales de expresión son consideradas solamente como subvariantes del sistema usado en toda el área. El término “dialecto” implica así a la vez diferencia y semejanza, sentido de exclusividad y, sin em­ bargo, de solidaridad. Allí donde el sentido de solidaridad lingüis­ tica es roto por la organización en estados políticamente separados, los hablantes tienden a dignificar su propia variedad de habla con el nombre de “lengua”. Así, noruegos, suecos y daneses son absolu­ tamente capaces de conversar entre ellos usando cada uno su “len­ gua”, aunque por la prueba de la inteligibilidad todas ellas podían ser consideradas como dialectos de la lengua “escandinava”. Queda por añadir que la inteligibilidad constituye solamente un medio tos­ co aunque eficaz de distinguir entre lengua y dialecto. El límite

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puede variar con el tempo del habla y de una frase a otra. Por otra parte, en una serie de dialectos hablados sobre un área dada pueden ser mutuamente inteligibles los geográficamente contiguos, mientras que no superan esta prueba los que ocupan las posiciones extremas. La diferencia real entre los dos términos es que “lengua” es un tér­ mino absoluto, mientras que “dialecto” plantea el problema de la relación: dialecto = variante de x. Si ahora aplicamos esta prueba al latín y los dialectos itálicos, y comparamos un texto umbro con su traducción latina, p. ej.: I A 7 ss.: pusveres Treplanes tref sif kumiaf feitu Trebe Xuvie ukriper Fisiu, tutaper Ikuvina = post portam Trebulanam tris sues

grávidas facito Trebo luvio pro arce Fisia pro civitate Iguvina, a la primera ojeada resultará evidente que las dos lenguas son mu­ tuamente ininteligibles. Se ha calculado que de un sesenta a un se­ tenta por ciento de las palabras contenidas en las Tablas Iguvinas son extrañas al latín, mientras que para el griego sólo del diez al quince por ciento de las palabras que aparecen en las Leyes gortitinias cretenses no se encuentran en ático. A estas diferencias de vocabulario decisivas debemos añadir divergencias significativas de fonética y morfología.

Fonética 1. Las consonantes labiovelares (véanse pp. 227 s.) reciben tra­ tamiento diferente: así, al latín quis y vivus corresponde el oseo con pis y bivus. 2. Las oclusivas aspiradas ides.1 (véanse pp. 228 s.) aparecen en latín como b y d en posición medial, en “itálico” como f: tibí, me­ dia = u. tefe, o. mefiaí. 3. kt y pt del latín aparecen en osco-umbro como ht y ft\ Oc­ tavias, scriptae = o. Uhtavius, o. scriftas. 4. La síncopa de vocales breves en sílabas mediales (véase p. 213) es más pronunciada que en latín: agito = o. actué, hortus = o. húrz. 5. á final > ó en “ itálico” : vid = o. viú, atrd = u, atru. Morfología En la primera y segunda declinaciones el osco-umbro tiene las desinencias originarias de nom. pl. -ás, -os (véase p. 243), que el latín 1.

ide(s). =

indoeuropeo(s) o indoeuropea(s).

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ha sustituido por las formas pronominales -di (-ae) y -o i ( - i ) . En los temas en consonante el oseo presenta la declinación originaria -és, que el latín ha sustituido por -és (véanse pp. 245 s.). En el gen. sg. de los temas en -o - y en consonante el latín tiene -i e -is respecti­ vamente, mientras que el osco-umbro tiene -eis en ambas declina­ ciones. También la conjugación del verbo presenta divergencias de consideración. El fut. -b o característico del latín es desconocido del osco-umbro, que ha formado su tiempo de futuro a partir de una antigua formación de subjuntivo: p. ej. deivast = iurabit, ferest = feret. El inf. pres. act. del itálico termina en -o m : o. ezum, u. erorn = esse. El fut. perf. presenta el formante -u s: u. benust = venerit. A la vista de estas grandes diferencias entre el latín por un lado y el osco-umbro por el otro, es indudable que deberíamos recono­ cerlos como lenguas separadas. El grado de ininteligibilidad es mu­ cho mayor, por ejemplo, que el que hay entre italiano y español. Pero, como hemos dicho, el uso de los términos “dialecto” y “len­ gua” es asunto de precisión, y estudiosos como A. Meillet, que con­ sidera al latín y al osco-umbro como dialectos diferentes del “itá­ lico”, basan sus conclusiones sobre ciertas semejanzas importan­ tes que hemos de examinar ahora.

Fonética (véanse pp. 211 s.) En ambos grupos: (1) ide. a se convierte en a, ( 2 ) eu > o m , (3) r y l > or, ol, (4) tji y M > em, en, (5) las aspiradas sonoras bh, dh, gh, pasan a fricativas sordas, (6) s intervocálica se sonoriza, (7) t-t > ss, (8) palabras del tipo silábico p— q# > q»— q» (p. ej. * penque > quinqué), y (9) -t se convierte en -d. Al valorar estos testimonios debemos recordar una vez más el principio fundamental de la lingüística comparada: que para es­ tablecer un parentesco se necesita la existencia de semejanzas de tal naturaleza que excluyan la posibilidad de desarrollo independiente. En apariencia, el postulado de una “unidad itálica” exclusiva a par­ tir de la cual se habrían desarrollado el latín y el osco-umbro ven­ dría exigido por el establecimiento de semejanzas sorprendentes, que estas lenguas comparten con exclusión de otras lenguas empa­ rentadas de manera más distante. Ahora bien: (1) representa un desarrollo compartido por todas las lenguas ides. excepto el sáns­ crito, (5) ha ocurrido separadamente en griego helenístico, (6) es un fenómeno muy corriente sin significación para la cuestión del parentesco, (7) se ha dado en germánico y céltico, (8) es también un rasgo del céltico. Una vez eliminados estos rasgos, queda el tes­ timonio fonético como base poco segura para una hipótesis de pa-

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xentesco, porque se ha observado con frecuencia que lenguas en proximidad geográfica muestran semejanzas de estructura fonética y fonológica aunque no estén emparentadas. Así, Sapir ha señalado que cierto número de lenguas indias no emparentadas de la costa del Pacífico, en América del Norte, desde California hasta el sur de Alaska, “tienen en común muchos rasgos importantes y distin­ tivos”. En la anterior enumeración el cambio de eu a ou se da no sólo en latín y osco-umbro, sino también en véneto y mesápico. El cambio r, l > or, ol es también un rasgo del véneto y del ilirio. Tales semejanzas pueden, por tanto, ser producto de la contigüidad más que del parentesco y no tener entonces fuerza lógica para la cuestión de una unidad itálica. De mayor importancia son las semejanzas de morfología, por­ que es infrecuente que una lengua importe de otra mecanismos de declinación y conjugación. Pues bien, tanto en latín como en oscoumbro el abl. en -d, que en ide. quedó limitado a los temas en -o ( “segunda declinación”), fue extendido a otros tipos, p. ej. lat. praidad, o. toutad, lat. loucarid, o. slaagid ( = fine ), lat. castud, etc. La misma desinencia también aparece en los adverbios que por su for­ ma son antiguos instrumentales en -é; por ej. lat. facilumed, o. amprufid ( = im probe) . La formación del dat. sg. de los pronombres personales es también sorprendentemente similar en ambos grupos: lat. are. mihei, u. mehe, lat. are. tibei, u. tefe, lat. are. sibei, o. sífei. Pasando ahora al sistema verbal, nos encontramos con que los tipos de conjugación son los mismos en ambos grupos: es decir, que los verbos se organizan en las cuatro conjugaciones que nos son fami­ liares por las gramáticas latinas. Además, el o. fufans = erant sugie­ re que el osco-umbro había creado un imperf. ind. del tipo repre­ sentado por el lat. amabam (véase p. 270). La formación del imperf. subj. es también idéntica: foret = o. fusíd ( *fu-sé-d ). En este mis­ mo sentido se creó un sistema de pasiva característico (véanse pp. 264 s.) a partir de elementos presentes en el más antiguo ide.: así saeratur = o. sakarater. Se observan también semejanzas en la formación del supino (u. anzeriatu = observatum) y del gerundivo ( sacrandae = o. sakrannas). Finalmente podemos mencionar la fu­ sión del aor. y del perf. ides. en un único “perfecto”, y la fusión de los modos originarios subj. y opt. en las formas de subjuntivo del latín y del osco-umbro. Semejanzas de tal alcance en la reorganización de los sistemas nominal y verbal ponen al latín en relación más estrecha con los dialectos itálicos que con cualesquiera otras lenguas ides., aunque en un artículo reciente D. M. Jones ha argumentado que los hechos encajan mejor “dentro de un esquema de relaciones del ide. occi­ dental (véase infra) que en el desarrollo de un itálico común uni­

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forme”. La interpretación de esta relación más estrecha en tér­ minos históricos es, sin embargo, discutida. La hipótesis más simple que podría dar cuenta de los hechos ob­ servados es suponer que en algún momento en el pasado existió una comunidad “itálica” en cuyo seno se desarrollaron los rasgos comu­ nes que hemos observado en el latín y los dialectos itálicos, y que las muy importantes diferencias son producto del desarrollo inde­ pendiente tras la ruptura de esta comunidad lingüística. Pero un profesor alemán, A. Walde, en un trabajo sobre la relación entre itálico y céltico que tendremos ocasión de discutir más adelante, mantiene que las semejanzas entre latín y osco-umbro son un fe­ nómeno de convergencia, el reflejo lingüístico de contactos entre los dos grupos en un período comparativamente reciente en Italia mis­ ma. La escuela italiana de lingüistas apoya esta hipótesis con va­ riaciones secundarias de énfasis. Así, Devoto sostiene que las diver­ gencias entre latín y osco-umbro son antiguas y que las semejanzas se desarrollaron en fecha relativamente tardía, cuando los protolatinos se habían establecido ya en el Latlum. Del siglo v m en ade­ lante — fundación de Roma y presencia de una tribu sabina sobre una de las colinas— se establecieron relaciones que desembocaron en un intercambio de elementos lingüísticos entre los protolatinos y los osco-umbros; es esta etapa de aproximación progresiva la que debería ser llamada “período itálico”. Devoto sostiene que esto no debe entenderse en un sentido genealógico que implique la identidad en época anterior de los dos sistemas lingüísticos. A todo ello pue­ de objetarse que la contigüidad geográfica y los contactos sociales y culturales entre pueblos que hablan lenguas diferentes pueden desembocar en semejanzas del sistema fonológico y en intercambio de préstamos de palabras, pero que las peculiaridades estructurales fundamentales, tales como los tipos de tiempo, modo y formación de los casos, no son fácilmente transferibles. Las evoluciones lin­ güísticas deben ser reconducidas en última instancia a actos de ha­ bla, que son esencialmente hábitos sociales, y hábitos sociales tales como los testimoniados en los subjuntivos y similares son transferi­ bles de un grupo de seres humanos a otro solamente bajo condi­ ciones tales de intimidad lingüística que comporten una “comunidad lingüística”. Una institución osea como el “figón” puede llegar a ser algo arraigado en la vida romana, y llevar consigo la palabra osea popina; pero ¿bajo qué condiciones de habla podemos imaginarnos el intercambio de un gerundivo, un supino o un imperfecto de sub­ juntivo entre hablantes que, en esta hipótesis de convergencia, se entendían mutuamente todavía menos que los del latín y osco-um­ bro documentados históricamente? Los conceptos de “intercambio lingüístico”, “esquemas mentales comunes”, “convergencia” y simi­

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lares, con los que opera Devoto, están demasiado alejados de los hechos del habla real. Los hechos lingüísticos exigen la suposición en una época y en un lugar de una forma de sociedad que abarque a representantes de ambos grupos itálicos mayores, esto es, a los antepasados lingüísticos de los hablantes del latín y de los del oscoumbro. Pero esta necesidad no implica una “unidad itálica” que abarque a todos los protolatinos y protoitálicos. Como hipótesis mí­ nima podría bastar con suponer que un grupo de invasores oscoumbros se fusionó con los protola.tinos, y que fue este injerto de una población extraña en el tronco latino el que produjo las seme­ janzas entre latín y osco-umbro que han sido punto de partida de esta discusión. Las leyendas sobre los orígenes de Boma — Tito Tacio y el rapto de las mujeres sabinas— parecen implicar algunos hechos históricos como los que hemos postulado (los elementos sa­ binos en latín serán discutidos en pp. 47 s.), y el testimonio de los dialectos no romanos del Lacio apunta en la misma dirección (véase capítulo III). Queda por decir que esta conclusión concuerda en lo principal con la de Devoto, porque excluye una comunidad “itálica” existente antes de la invasión de la península apenina por los ante­ pasados de los dos grupos de tribus. Las semejanzas más estrechas reunidas bajo el rótulo de “itálico”, estamos de acuerdo en que se desarrollaron sobre suelo italiano. Todo lo que hemos sugerido es que el concepto de convergencia exige traducción a los hechos del habla real y a los condicionamientos de la sociedad humana que éstos implican.

La teoría ítalo - céltica y la “civilización del N oroeste” Llevando ahora nuestra atención mucho más lejos, podemos de­ cir en pocas palabras que el método comparativo ha determinado que el latín pertenece a un grupo de lenguas que se extiende desde la India, en el este, hasta las lenguas céltica y germánica, en el oeste. En estas lenguas se han detectado semejanzas de estructura y de vocabulario fundamental tan notables que excluyen toda otra explicación que la de que descienden de un antepasado común, que es conocido como indoeuropeo. Esta suposición de una lengua madre más o menos uniforme para dar cuenta de las semejanzas detecta­ das en el grupo de lenguas emparentadas debe implicar además la existencia en una época dada de un grupo de hablantes de la mis­ ma: el pueblo indoeuropeo. Por otra parte, el análisis del fondo de palabras comunes ha permitido a los estudiosos trazar una ima­ gen de algunos rasgos de su civilización. As!, parecen haber tenido familiaridad con el cobre y su laboreo; practicaron una agricultura

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al menos primitiva, y domesticaron algunos animales, como la vaca y la oveja; adoraron a un dios del cielo luminoso y tuvieron una sociedad organizada patriarcalmente. Sin embargo, no hemos de imaginarios como una comunidad política estrechamente coheren­ te con una lengua uniforme: más probablemente fueron un agre­ gado indefinido de tribus seminómadas, asentadas por algún tiempo para cultivar el suelo y puestas de nuevo en movimiento cuando el suelo quedaba agotado por sus primitivos métodos de cultivo, y que tal vez se reunían de cuando en cuando para celebrar los ritos religiosos comunes. Una “sociedad” tal mostraría inevitablemente diferencias dialectales. Además, durante el largo periodo de migra­ ciones que con el tiempo los llevaron a los muy diseminados asen­ tamientos en que aparecen en tiempos históricos, algunas tribus pueden haber establecido relaciones más estrechas por períodos limitados, o bien con miembros de diferentes tribus pueden haberse formado bandas de nómadas. Por ello hemos de contar con la po­ sibilidad de que entre la época originaria ide. y la aparición de los pueblos separados en sus hábitats históricos mediaran otras “uni­ dades” de duración e intensidad variables. Estas comunidades po­ drían haberse reflejado en la lengua, y el cometido del lingüista es tratar de detectar por medio del análisis tales afinidades dialecta­ les más estrechas dentro del grupo más grande. Tal análisis ha revelado cierto número de peculiaridades que “itálico” y céltico comparten con exclusión de las otras lenguas emparentadas. Enu­ meraremos los hechos antes de discutir su significación, porque su interpretación es todavía muy disputada. Fonética 1. Las labiovelares ides.2 (qu, p«, guh) muestran igual tratamien­ to en itálico y céltico, convirtiéndose en labiales en británico y oscoumbro, y en velares en latín y gaélico (por ejemplo el interrogativo ide. q’Hs, etc., aparece en irl. como cia, en lat. como quis, en gal. como pwy, en o. como pis). Se ha sugerido que estos hechos son reflejos de un pasado parentesco dialectal en un grupo italo-céltico; que en una época prehistórica los antepasados lingüísticos de celtas e itálicos vivieron en estrecha proximidad, y que, así agrupados, el pueblo prebritánico compartió con los presabélicos este cambio q» > p. Más tarde el grupo entero se dividiría y “re-haría”, para formar el prebritánico y el pregaélico el céltico común, y el “pre­ latino” y el presabélico el itálico común, siguiendo caminos sepa­ 2. Véanse pp. 227 s. Las lenguas eéltioas difieren solamente en el trata­ miento de gu.

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rados desde entonces en adelante céltico e itálico. Esta hipótesis queda invalidada por un simple hecho: en todas las lenguas celtas la p - ide. originaria ha desaparecido (p. ej. irl. én “pájaro”, gal. edn < *pet-n, cf. lat. penna, etc.): esto significa que el cambio qu > p en brit. debe de haber tenido lugar después del periodo co­ mún céltico y por ello ocurrido independientemente del cambio si­ milar en osco-umbro. En cualquier caso, un cambio similar se ha dado en eólico, en el que las labiovelares también aparecen como labiales (p. ej. * penque > Tré^Tte). Por tanto, el fenómeno no es prue­ ba concluyente de parentesco más estrecho. 2. Más peculiar, y consecuentemente de mayor significación como prueba de relación, es el cambio ocurrido en palabras cuya primera sílaba comienza con una labial y la segunda con una labiovelar: en esas palabras la asimilación se ha dado tanto en Itálico como en céltico,3 p— qu > q*— q»: p. ej. ide. * penque “cinco” > ital.célt. *quenq»e, airl. cóic, agal. pimp, lat. quinqué, o.-u. * pompe (cf. púmperiaís “quincuriis”) .

Morfología 1. El gen. sg. de los temas en -o - acaba en -i : irl. maqi “del hijo”, galo Segomari, lat. domini. Aunque en sánscrito (véanse pp. 243 s.) se han encontrado huellas de un caso adverbial en -i, ello no disminuye la significación de este fenómeno. Su incorpo­ ración a la declinación regular en sustitución del gen. originario en -osyo es una innovación común a céltico y latin (el osco-umbro ha hecho la sustitución con -eis procedente de los temas en -i - de la tercera declinación), pero compartida también por el véneto y el mesápico, dialecto ilirio (véanse pp. 49 s.). 2. Las formas impersonales del verbo en osco-umbro y céltico están caracterizadas por -r : p. ej. u. ferar “llévese”, gal. gweler “ve”, irl. herir “lleva”. Esta -r es también marca del deponente y de la pasiva en ambos grupos: p. ej. lat. sequor, sequitur, irl. sechur, sechithir. Se han encontrado estas desinencias -r en otras lenguas ides., por ejemplo tocario, hetita y frigio, y el testimonio de dichas lenguas sugiere que la desinencia -r aparecía originariamente sólo en el sg. y en la 3.a p. pl. del presente. También aquí encontramos un significativo desarrollo común de un rasgo heredado. 3. Los verbos del tipo ama-re, mané-re en latín forman su futuro con un elemento -b - (amabo, monebo), derivado de la raíz ide. bhu “ser” (véase p. 271); la formación es en realidad un tiem-3 3.

Véase p. 226.

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INTRODUCCIÓN AL LATÍN

po perifrástico con el significado de “he de amar”, etc. El mismo tipo se encuentra en céltico, p. ej. irl. léicjea “dejaré”. Aun cuando es difícil reducir las formas atestiguadas a un único prototipo, pa­ rece ineludible concluir que el germen del futuro en -5- existía en los dialectos de los que se derivaron latín e irlandés. Innovación no­ table, es testimonio significativo de una relación estrecha otrora de itálico y céltico. 4. En ide. e l subjuntivo [ N o t a 1 ] 4 se formó a partir de varios temas temporales por adición o alargamiento de la vocal temática e /o : p. ej. en griego homérico ind. ípsv subj. íopev, o ind. Xóopev subj. Xúw|i£v. Pero en céltico el modo subjuntivo es independiente del tema temporal y se forma añadiendo -a o -s a la raíz: p. ej. irl. Sera (ber “llevar”), tiasu (tiag “ir”). Los mismos tipos aparecen en itálico (véase p. 277): p. ej. lat. are. advenat con el subjuntivo for­ mado sobre la raíz ven- y no sobre el tema de presente veni-, y faxo, capso con -s - añadida a las raíces fac- y cap-, distintas de los temas de presente faci- y capí-. Este rasgo morfológico, que se en­ cuentra solamente en itálico y céltico entre las lenguas ides., podría resultar prueba concluyente de parentesco íntimo. Pero el hecho de que el subjuntivo sea independiente de los temas temporales y pueda incluso formarse de una raíz diferente (p. ej. fuam como subj. de sum) concuerda con los rasgos más arcaicos del sistema verbal ide., en el que no habla conjugación propiamente hablando, sino que cada tiempo existía independientemente de los otros. Es posible por ello que los subjuntivos en á sean arcaísmos, elimina­ dos en las otras lenguas ides. y conservados solamente en itálico y céltico. Si adoptamos este punto de vista, estos subjuntivos tienen menor fuerza probatoria de parentesco, porque, como se apuntó más arriba, los arcaísmos pueden sobrevivir independientemente en las diversas lenguas. 5. En la comparación de adjetivos, itálico y céltico muestran también concordancias que los vinculan estrechamente. En ide.4 5 el comparativo se formaba (1) añadiendo el sufijo -iós a la raíz, p. ej. ser. nava- “nuevo”, náv-yas “más nuevo”; (2) con el sufijo -tero, que tenía función “de contraste” o “separativa”, asi en laevus: dexter, magister: minister, etc. Tanto el latín como el irlandés han desarrollado y regularizado el primer procedimiento (p. ej. lat. sé­ nior, irl. siniu ). También en el superlativo podemos distinguir dos 4. La indicación N ota , seguida de un número y entre corchetes, remite a las N otas de los traductores (pp. 337 ss.). (IV. de los t.) 5, Es probable que el indoeuropeo no poseyera un verdadero “comparativo”, sino que los derivados en -ios, -ison, tuvieran un valor muy aproximado al del Inglés biggish, sizish, que tienen función “relativa” en cuanto opuestos al sig­ nificado “absoluto” del llamado positivo (véanse pp. 253 s.).

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tipos : (1) sufijo -t°mo (lat. ultimus, intimus), cuya función origina­ ria fue quizá señalar el “punto extremo de un continuo espacial” 6, y (2) el tipo en -is-to (ing. sweetest, gr. fj&iaxoq), que como los nú­ meros ordinales (p. ej. ing. first, al. zwanzigste, gr. npwxot;, etc.) indicaba el miembro que culmina o completa una totalidad. Este segundo tipo no se encuentra en italo-céltico, que sin embargo tie­ ne, además del tipo (1), una forma compleja en -s°mo, que no se da en ninguna otra parte: lat. maximus, o. nessimas ( = proximae), airl. nessam, gal. nesaf.

Vocabulario El análisis del vocabulario revela que hay también cierto nú­ mero de palabras exclusivas del itálico y del céltico. Por ejemplo, los verbos cano y loquor tienen correspondientes exactos en irl.: caraira y -tluchur. Entre los términos de agricultura, la raíz que en­ contramos en lat. metere “segar” aparece en otro lado con este sig­ nificado solamente en céltico, p. ej. gal. medí; asimismo seges “mies” corresponde al gal. heu “sembrar”. Para las partes del cuerpo po­ demos anotar las ecuaciones cülus = irl. cúl, dorsum = irl. druim, pectus = irl. hucht, t&lus = irl. sál. Podemos añadir los nombres pulvis = gal. ulw, harina = irl. ganem, térra = irl. tír, avunculus = gal. ewythr, saeculum = gal. hoedl; y los adjetivos vastus = irl. jota, trux = irl. trú, grossus = irl. bras, mitis = irl. móith, vates “bardo, vate”, aunque relacionado con palabras germánicas como aing. wñp “canto, poema”, encuentra correspondencia exacta en irl. fáith “poe­ ta”. Este acervo de testimonios podría parecer capaz de establecer un argumento fuerte y suficiente en favor de la existencia en un tiempo de una comunidad que abarcara a los antepasados lingüís­ ticos de los pueblos latino (itálico) y celta. Pero antes de admitir tal cosa hemos de advertir que hay elementos (1) comunes a cél­ tico y germánico, (2) comunes a itálico y germánico, (3) comunes a los tres, y (4) que las palabras pertenecientes a este último grupo se encuentran con frecuencia también en balto-eslavo. ■Esto ha llevado a los teóricos a hablar de un grupo “occidental” de lenguas indoeuropeas que incluye céltico, germánico, itálico y balto-eslavo,. pero excluye el griego. Ordenemos estos testimonios antes de pro­ ceder a valorarlos. 6.

Véase p. 254.

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INTRODUCCIÓN AL LATÍN

Céltico y germánico airl. oeth = gót. aips (ing. oath), airl. orbe = gót. arbi (al. Erbe), gal. rhydd = gót. freís (ing. fre e ), airl. rün “secreto” = gót. runa, airl. luaide = aing. liad (ing. lead), etc. A éstos hemos de añadir un amplio número de préstamos que se han hecho estos dos grupos de lenguas, como gót. reiks de la palabra célt. rix.

Itálico y germánico Se han aducido los testimonios siguientes: 1. La evolución t-t > -s-s; pero también se encuentra en céltico (véase infra). 2. La sonorización de fricativas sordas intervocálicas (p. ej. lat. aedes de una raíz ide. *aidh- que aparece también en gr. aí0co) se da en los dos grupos; pero es una evolución fonética que fácilmente pudo tener lugar de manera independiente, y que esto fue así lo sugiere el hecho de que en itálico el cambio esté limitado al latín. Por consiguiente, de esta semejanza no puede extraerse conclusión alguna sobre parentesco. 3. El aoristo y el perfecto ides. se han unido para formar un único tiempo pretérito (véanse pp. 272 s .). 4. En ambos grupos (y en céltico) el paradigma del verbo “ser” está formado por dos raíces, es- y bhu-: lat. est, fuit, ing. is, be, etc., irl. is, biuu, etc. 5. El perf. nóvi se corresponde por su formación con el aing. cneow. Pero esta -u aparece en germánico también en el pres. cnüwan, y el origen del perf. en -u - en latín es cuestión tan ardua (véan­ se pp. 273 s.) que esta ecuación es una base demasiado insegura para la construcción de teorías sobre parentesco. 6. Las formas de perfecto con vocal radical alargada del tipo de sédimus se encuentran también en germánico, cf. gót. sétum. Debe advertirse, sin embargo, que en gótico la vocal larga se limita al plural, de modo que las formas de singular sedi, etc., del latín podrían ser consideradas igualaciones analógicas (véanse pp. 272 s.) . 7. El demostrativo lat. is, ea, id = gót. is, ija, ita. 8. A todo esto podemos añadir numerosas correspondencias en el vocabulario. Por ejemplo, muchas ecuaciones de verbos están limitadas a itálico y germánico: dücere = gót. tiuhan (ing. tu g); clamare = aaa.7hlamón; tacére = gót. pahan; silére = gót. ana-silan.7 7.

Antiguo alto alemán.

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Además, ambos grupos comparten en exclusiva términos de agricul­ tura como jar = anor. barr (ing. barley), sulcus “surco” = aing. sulh “arado”; y además haedus = gót. gaits (ing. goat), ulmus = ing. elm, annus = gót. apns, “año”.

Vocabulario occidental Se ha señalado con frecuencia que céltico, itálico, germánico — y a veces balto-eslavo— tienen en común palabras que no aparecen en griego, armenio e indo-iranio. Estas palabras son tan numerosas y parte tan fundamental del vocabulario que las coincidencias, así se argumenta, no pueden deberse al azar, sino que reflejan un perío­ do común de civilización, llamado “la civilización del Noroeste” . Entre estas palabras encontramos los adjetivos para “verdadero” (virus, irl. fir, aaa. wár = aesl. vira “fe, confianza”), “ciego” (caecus), “liso” (gláber); los nombres de vegetales corilus “avellano”, flós “flor”, salix “sauce”, ulmus, irl. lem “olmo”; los términos zooló­ gicos porcus “lechón, cebón” (no “cerdo doméstico” por oposición a sus “cerdo salvaje, jabalí”, como se ha dicho a menudo), merula “mirlo”, natrix “culebra de agua”, piscis “pez”; términos de agricul­ tura (objetos y trabajos): gránum, faba, sero “sembrar”, scabo “ras­ car”, seco “cortar, segar”, sügo “chupar, mamar”, molo “moler” (ide. común en el sentido de “machacar, aplastar”) , lira “surco”; términos sociológicos: cüvis, hostis, homo (que contiene la raíz *ghem/ghom especializada para significar “ser humano”, como en gót. guma, irl. duine, lit. zmu6), vas “fianza, garantía”; palabras varias: verbum “palabra” (gót. y aprus.), nidus, en el significado especializado de “nido”, mare, vinco, ferio, cüdo “golpear, forjar”, emo “tomar, comprar”. Los hechos, seleccionados y dispuestos así, parecerían sostener firmemente las conclusiones que en ellos suelen basarse: que los pueblos que más tarde hablaron las lenguas itálicas después de la ruptura de la comunidad indoeuropea se asentaron o permanecie­ ron en Europa y por algún tiempo compartieron una civilización común con los antepasados lingüísticos de los celtas, germanos y balto-eslavos. Pero existen otros hechos que podrían hacernos du­ dar. Entre esas palabras occidentales encontramos, por ejemplo, la muy importante teutá “pueblo” (o. tonto = lat. civitas, u. tota, irl. tuath, gót. piuda “nación”) ; y esta palabra falta en latín. Otro tanto ocurre con la palabra occidental para “casa” ejemplificada en irl. treb, lit. trobá, ing. thorp, que aparece en itálico en o. trííbúm, u. tremnu, pero está ausente del latín, porque es muy dudoso que trabs “viga” esté relacionada con estas palabras. Por otfo lado,

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INTRODUCCIÓN AL LATIN

en domus el latín ha conservado un nombre ide. general que no se encuentra en céltico, germánico o báltico. Tales ejemplos subrayan lo peligroso que es el basar conclusiones sobre parentesco en se­ mejanzas o diferencias de vocabulario. En cada lengua la desapari­ ción de palabras depende de una variedad de factores cuya interac­ ción es tan compleja que la ausencia de una palabra concreta o palabras en una lengua puede muy bien ser accidental. Por ejemplo, ignis “fuego” tiene parientes en ser. agnís y también en balto-eslavo; pero la palabra falta en osco-umbro, donde, sin embargo, u. pir en­ cuentra sus parientes en gr. -itup, ing. fire, y también en hetita, ar­ menio y tocario. También en este caso el latín ha perdido una anti­ gua palabra ide. y roto así un vínculo incluso con sus más próximos parientes entre los dialectos itálicos. Igual sucede con la palabra para “agua”, que el latín designa con agua, y que tiene parientes solamente en germánico (gót. ahwa “río”) y posiblemente en céltico. Solamente en un sentido distinto de “ola” conserva el latín en la palabra unda la antigua palabra ide. ampliamente atestiguada en to­ das partes, p. ej. u. utur, ing. water, gr. 58cop, etc. De las dos pala­ bras ides. para “hombre, varón” (1) *uiro, (2) *ner, el latín no ha conservado la segunda (excepto en los nombres propios sabinos Ñ ero,8 Nerio), que, sin embargo, está representada en o. níír, u. nerj (acus. pl.). airl. nert, gr. áviíp, ser. nár-, etc. Estos ejemplos podrían multiplicarse, pero lo dicho será suficiente para ilustrar el peligro de los argumentos ex silentio en materia de vocabulario. Cada, palabra tiene su propia historia, y el tipo de semejanzas entre lenguas cambia de una palabra a otra. Así, térra se encuentra en céltico e itálico, pero el germánico earth tiene un pariente en gr. epocq y célt. ert. Seria fácil, en realidad, componer una lista de pa­ labras latinas que el griego comparte con exclusión de una u otra lengua del llamado “grupo occidental”. Por ejemplo, entre las par­ tes del cuerpo cutis tiene correspondencias en gr. kútoc;, en germá­ nico (ing. hide) y en báltico (aprus. keuto); inguen “ingle” tiene correspondencia exacta en gr. á8r|v, con parientes también en ger­ mánico (anor. 0kTcr); nefrundinés, asimismo, tiene parientes sola­ mente en gr. veqjpót; y germánico (al. M ere)-, con peliis podemos igualar iréXAoc y aisl. e ing. fell; penis se relaciona con el gr. néoq y ser. pasas; para pugnus “puño” se citan gr. nú^, Ttoypr|; iecur, una palabra de un tipo morfológico muy antiguo, se encuentra en griego (ijmxp), lituano (jaknos) e indo-iranio, pero falta en las lenguas oc­ cidentales céltica y germánica; germánico y báltico carecen asimismo de la palabra para “hueso”, lat. os, gr. óotéov, ser. ásthi, het. hastdi, •etc. Algunos términos agrícolas y zoológicos revelan un patrón común:8 8.

Según Suetonio, Tiberius, I, 2, Ñero — fortis ac strenuus.

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agnus encuentra un correspondiente exacto solamente en gr. ápvóq (ambos < * ágenos), presuponiendo las formas célticas una o- ori­ ginaria (irl. uan, gal. oen) y la s e s la v a s ó - o á - (jagng); pullus e s t á relacionado con gr. ticoX oc;, con la s p a la b r a s germánicas representa­ das por ing. foal y con el arm. ul; la palabra para “huevo”, óvum, tiene un elemento -u - que aparece solamente en dór. ¿SFeov ( y e n iranio), mientras germánico y eslavo no presentan huellas de e s a -u - interior (p. ej. al. Ei < *aiya); gldns tiene congéneres en griego (|3ócXccvoc;), balto-eslavo y armenio (kalin); virus “zumo venenoso de una planta” está emparentado con airl. fi, gr. Fiót; y ser. visám; en este grupo podemos incluir los nombres termen, terminus “mo­ jón”, emparentado con gr. xéppa, y vallus “estaca”, del que se aduce un único pariente, el gr. fjXoc; (eól. FáXXoi), Podemos añadir a éstos los verbos carpo “coger, arrancar”, emparentado con gr. Kapitóc;; con palabras germánicas, de las que escogemos ing. Harvest, y con pala­ bras balto-eslavas, como lit. kerpu; lego “coger, reunir”, del que solamente en griego (Xéyco, etc.) y en albanés se citan parientes; otro verbo técnico semejante, glubo “yo pelo”, tiene su correspon­ dencia exacta en gr. yXótjioc; y en palabras germánicas tales como ing. cleave (aing. cléofan, aaa. klioban, anor. kljüfa); sarpo “podar” tiene una raíz serp que aparece en gr. opTir]£, “brote, renuevo”, en aesl. srüpü “podadera” y let. sirpis. También creo puede ser incluido con razón aquí como un término de labores agrícolas: emparenta­ do con crésco, se lo ha relacionado con arm. serem “yo procreo”, sermn “sementera” y además con lit. seriú “alimentar” y gr. áKÓpsaa, Kópoq “saciar”, “saciedad”. Finalmente, la palabra para “oso”, ursus, puede reforzar la cautela en torno a los argumenta ex silentio en materia de vocabulario: emparentada con gr. dpKxoq, ser. fksas, arm. arj y airl. art, se encuentra ausente del germánico y del balto-eslavo, en los que ha sido reemplazada por nuevas palabras, quizá por ra­ zones de tabú. Dentro del vocabulario sociológico podemos advertir que la pa­ labra vieus puede invocar parientes en germánico (p. ej. gót. weihs “pueblo”), gr. FoiKoq, ser. vésás, y en balto-eslavo (p. ej. abúlg. visi “pueblo”), mientras que en céltico no existe salvo en préstamos latinos como irl. fich. El griego es también miembro del grupo que tiene parientes de nurus “nuera” (ser. snusá, arm. nu, abúlg. snücha, aaa. snur, gr. vuóc;). ianitrices “esposas de hermanos” está igualmen­ te representada en gr. EíváTepeq, junto con ser. yátar-, arm. ner, alit. jénté, aesl. j h en latín (véase p. 229), pero cierto número de dialectos del Lacio presentan / en lugar de h: /ircus, fédus (haedus), faséna ( haréna). (La consideración de fel y fénum como restos sabinos descansa sobre etimologías dudosas.) El sabino se caracterizaba, además, por la conservación de -sintervocálica, que en latín pasó a - r - (ausum = aurum, faséna = haréna). Por ello hay al menos una presunción de origen sabino para palabras latinas como caesar, caseus, etc. El diferente trata­ miento de los diptongos descubre otra serie de palabras de posible origen sabino. Así, de ou, au y ai originarios, los resultados latinos ü, au, ae contrastan con los sabinos 5, 5, é, respectivamente. Según esto, hemos podido registrar como sabinas palabras como robus, róbigó, lótus (forma opuesta a la netamente romana lautus), olla 3.

Véanse pp. 229 ss.

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INTRODUCCIÓN AL l a t ín

( = a u l(l)a ), lévir ( < *daivér, cf. 5ocf|p, “hermano del marido”). Esta última palabra proporciona, además, otro criterio fonético: la l- en lugar de la d - que sería de esperar en latín. Este fenómeno se ob­ serva también en lingua por dingua, lacrima por dacruma, en oleo frente a odor y solium frente a sedére. Queda por añadir que para la mayor parte de los casos examina­ dos en el párrafo precedente no podemos alcanzar más que “una presunción de origen sabino”. Las palabras catalogadas pueden ha­ ber entrado en el latín en fechas muy distintas; y muchas de las características que hemos empleado como criterios eran comparti­ das por los dialectos rurales del Lacio, de modo que las palabras examinadas pueden igualmente ser muy bien de origen latino rústi­ co (véase infra). Además, tenemos un conocimiento limitado de las peculiaridades del dialecto sabino que puedan diferenciarlo del gru­ po osco-umbro. De hecho, los pocos restos conservados de este dialecto muestran que llegó a estar tan influido por el latín desde fecha muy temprana que su misma clasificación con el grupo oscoumbro es objeto de dudas. Sin embargo, que tal es la clasificación correcta parece probable al examinar nombres sabinos como P om pilius (que presenta la p - propia del osco-umbro en lugar de la qulatina) y Clausus (por Claudius, con asibilación no latina de -d i­ ejemplificada también en basus = badius “castaño-pardo”). El nom­ bre Sabini resume todo el problema. Al igual que Sabellus ( *Safnolos) y Samnium ( *Safniom) contiene la raíz Saf; se supone que ellos se llamaban a sí mismos Safini, mientras que la forma de su nom­ bre que nos es familiar por los autores latinos incluye la variante fonética - b - típicamente romana que ya hemos examinado. A pesar de lo menguado de los testimonios, se han hecho intentos de ras­ trear en latín no sólo una moda “sabinizante”, sino incluso una “reacción antisabina”. Ello no pasa de ser una sugestiva especu­ lación. Podemos intentar ahora establecer un balance provisional. Pa­ rece que la lengua indoeuropea que conocemos en época histórica como latín .es una amalgama de dos lenguas ide. introducidas en el Lacio hacia el año 1000 a. C. por grupos de invasores que se habrían abierto camino desde la Europa central por diferentes rutas. Estos grupos hablaban, sin duda, lenguas muy diferenciadas antes de en­ trar separadamente en Italia, pero se produjo una aproximación como consecuencia de su contigüidad y fusión en su asentamiento en el Lacio y en Roma en particular. Es esta complicada serie de acontecimientos que subyacen a las afinidades lingüísticas lo que los comparatistas han proyectado hacia un pasado más o menos remoto como período del “itálico común” .

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I l ir io Hemos de completar ahora nuestro cuadro con una breve rese­ ña de otros invasores indoeuropeos de Italia y examinar las contri­ buciones que han hecho a la lengua latina. Además de la que pode­ mos definir como la invasión protolatina de incineradores a través de la región septentrional y de la invasión un poco más tardía de osco-umbros inhumantes a través del Adriático, los arqueólogos registran la entrada de un tercer pueblo que muestra influencias orientales claras y cuya llegada trajo consigo un conocimiento de la equitación propiamente dicha — como opuesta al empleo del ca­ ballo como animal de tiro— y la intensificación de la cria caballar.45 El punto máximo de esta “orientalización” se produce en la segunda mitad del siglo \nn a. C. La contrapartida lingüística de este testi­ monio arqueológico viene dada por los restos, localizados en la costa oriental de Italia, de los dialectos que se clasifican como “ilirios”. La base de las afinidades ilíricas de estos dialectos consiste en un amplio número de nombres de lugar y de personas o tribus. Así, a los Iapyges se los equipara con los lapydes de la Iliria septentrional; a los Calabri, con la tribu iliria de los raXáppioi. A los Poediculi se los pone en conexión con HolbiKov, en el Nórico; a los Apuli, con Apulum, en Dacia. Es en las antiguas Apulia y Calabria donde encon­ tramos la más densa aglomeración de tales nombres ilirios, habién­ dose atribuido a tal fuente más de la mitad de los nombres de ani­ males, lugares, ríos, montes y tribus de la región. Tenemos como ejemplos Brundisium,5 cuyo puerto es descrito por Estrabón como semejante a la cornamenta de un ciervo. De ahí el nombre de la ciudad, pues en Hesiquio y en otros textos encontramos la glosa ppév5ov'£Xoc(pov, y una forma de la palabra parece sobrevivir en el albanés bri-ni “cuerno”; Salapia y Salapitanl se ponen en relación con los ilirios Selepitañi y contienen las palabras sal “sal” y ap “agua”; Odruntum (Otranto) contiene la palabra mesápica odra “agua” (cf. übcop, etc.). Partiendo de este foco de Apulia y Calabria, los ilirios parecen haber alcanzado Lucania y el ager Bruttius, en cuya onomástica se han detectado importantes elementos ilirios: por ejemplo Amantia y el hidrónimo Apsias (de gran semejanza con el ilir. apsus). Además, Crotona fue fundada en territorio del que se decía que había estado antes en posesión de los Iapyges. Testimo­ nios similares no faltan tampoco en Sicilia, donde, por ejemplo, Se4. Véase J. W i e s n e r , Die Welt ais Geschichte, V III, 1942, pp. 197 ss. 5. Otros nombres de ciudades derivados por un sufijo similar de nombres de animales son Ulcisia (Panonia) < ule “lobo” y Tarvisium (Treviso) < tarito “toro”. Véase B e r t o l d i , Colonizzazioni, p. 167.

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gesta y Egesta contienen el característico sufijo ilirio en -e s t- (el.

Teveot-ivoi y Iadest-ini en los Balcanes). Por otra parte, parece no haber huellas ilirias en el Samnio ni en Campania. Así pues, el testi­ monio lingüístico apoya el de los autores antiguos sobre el origen ilirio de algunas tribus de la antigua Italia (por ejemplo los daunos, los peucetios, los pelignos y los liburnos). El testimonio directo de la lengua “mesápica” o “yapigia” consiste en unas doscientas ins­ cripciones, la mayoría de las cuales son epitafios que contienen so­ lamente nombres propios, de entre los que muchos se encuentran también en la región véneta (véase infra). Entre sus rasgos grama­ ticales podemos señalar para los nombres el genitivo de singular en -ihi y el dativo de plural en -bas ( logetibas); el sistema verbal pre­ senta formas de voz media pero no aumento, y se conservan los modos subjuntivo y optativo. Puntos importantes de fonética son el cambio ide. o > a, como en germánico, y los resultados b y d de bh y dh. Es objeto de cierta controversia si el ilirio fue una lengua centum o satam, aunque la balanza de posibilidades parece incli­ narse del lado de centum. Lo apoya, además, el hecho de que en ili­ rio las labiovelares dan labiales como resultado. Se ha localizado en latín un pequeño grupo de palabras ilirias (es decir, mesápicas); son: blatea “pantano” (ilir. balta), deda “no­ driza” (cf. gr. TÍ]0r|), paró “pequeño barco” (procedente del mesapio a través del griego del sur de Italia napcbv), gandeia (con el sufijo ilirio -eia, palabra relacionada con la góndola veneciana, que des­ ciende en última instancia del véneto, a través del Iat. vulgar *gon~ dula), y hóreia “barquilla de pesca”. La importancia del caballo está atestiguada por el préstamo mannus “caballejo” (ilir. manda-), palabra que está también en el nombre del dios mesapio Menzana, identificado con Júpiter, y al que se sacrificaban caballos vivos (cf. además Virgilio, Aen., 7, 691: Messapus equum domitor). Pare­ ce verosímil que los ilirios actuaran como intermediarios en la trans­ misión a Italia de ciertos elementos léxicos y culturales griegos. El mismo nombre de Graeci, se ha pensado, podría haber sido el nom­ bre ilirio para designar a una tribu griega con la que habrían tenido contacto en el norte del Epiro. La confusa forma latina del nombre de Odiseo, Ulixes, puede también encontrar aquí su explicación. (En relación con esto podemos recordar que se ha sostenido que las leyendas relativas a Eneas llegaron a Italia y a Roma por mediación de los ilirios.) Igualmente lancea “lanza disparada con una correa”, palabra de origen céltico en última instancia, no puede entrar en ecuación directa con gr. Lóyxr|, y su semejanza difícilmente podría ser accidental. El paso de o a o sería explicable si la palabra hubiera pasado al latín a través del ilirio. De este modo también se puede establecer una relación etimológica entre gr. ©cópod; y lat. Iñríca, si

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bien esta última tiene mayor probabilidad de conexión con lorum. La diferencia fonética entre lat. ballaena y gr. (páXXoavoc ha sido también explicada postulando un intermediario mesápico. Finalmen­ te, tenemos que recordar que de las regiones ilirias de la Italia oriental llegaron a Roma los poetas Ennio, su sobrino Pacuvio y Ho­ racio. Teniendo esto presente vale la pena señalar que lama, “pan­ tano”, palabra atestiguada solamente en Ennio y Horacio, aparece como componente de nombres de lugar en las áreas ilíricas de Italia.

VÉNETO

En la cabecera del Adriático encontramos testimonios de otro pueblo, los vénetos, cuya lengua y cultura muestran estrechas seme­ janzas con las de las tribus ilirias que acabamos de estudiar. Famo­ sos en la cría caballar, sacrificaban a su diosa Reitia imágenes de caballos. Al igual que los tracios, rendían culto al héroe Diomedes, al que sacrificaban caballos blancos. Las botas altas que usaban se atribuyen también a influencia tracia. La incineración con subsi­ guiente enterramiento en urnas está atestiguado en esta cultura a partir del siglo ix, y se ha formulado la hipótesis de que este pue­ blo llegara del nordeste bajo la presión de los traco-cimerios. Los estudios onomásticos han revelado huellas de los vénetos en una zona que alcanza hasta Liguria (ladatinus, Crixia, Segesta) e incluso el Lacio, donde los Venetulani (Plinio, N. H., 3, 69) son los habitantes de *Venetulum, topónimo que significa “lugar de los vénetos”, como Tusculum es “lugar de los túseos (etruscos)”. De modo paralelo Carventum ha sido puesto en conexión con el ilirio caravantis ( *karvant- “rocoso”), en tanto que Praeneste muestra el bien conocido sufijo -est-. Las afinidades de la lengua véneta son objeto de cierta polémica. Los nombres propios son una base insegura para el establecimiento de parentescos lingüísticos, y, de hecho, el véneto importó elemen­ tos de su onomástica del céltico (p. ej. Verkonzara), del ilirio (qohiios) y del latín ( Appioi ). Las monografías recientes concuerdan en que el véneto presenta muchos puntos de coincidencia con el latín. Las oclusivas aspiradas bh y dh se convierten en } en posi­ ción inicial y en b, d, respectivamente, en posición intervocálica, exactamente como en latín. Por otra parte, en el tratamiento de la gutural aspirada gh el véneto coincide con el ilirio, y lo mismo ocu­ rre con las sonantes nasales ip, n (> am, an, mientras que en latín están representadas por em, en). Las sonantes líquidas r y l, en cam­ bio, presentan los mismos resultados en véneto, ilirio y latín O or,

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ol). No conocemos gran cosa del sistema morfológico. En el nombre presenta el véneto el dativo plural en -cpos, -bos, que aparece tam­ bién en céltico, itálico, ilirio e indo-iranio. Los temas en -o tienen el genitivo de singular en característica compartida con latinofalisco, céltico e ilirio. En el sistema verbal encontramos un aoris­ to en -ío (zonasto = donavit) que recuerda al del indo-iranio y del griego (M5oto) . 6 En el vocabulario es más sorprendente la afinidad con el latín. Así, el nombre de la diosa Lomera corresponde al lat. Libera, y el término que significa “libre” ha adquirido en ambas lenguas el sentido especial de “hijos” {louzeroqos — liberis). Los verbos latinos donare y faxo están exactamente construidos como vén. zonasto y vhaxsQo, mientras que la diosa antes mencionada, Reitia, tiene un epíteto éahnate-i que, interpretado como “sana­ dora”, encuentra su única explicación etimológica en el lat. sanare. Pero otra serie de “isoglosas” une al véneto con el germánico. Qui­ zá lo más llamativo es que en ambas lenguas el acusativo singular del pronombre personal de primera persona haya tomado del no­ minativo una consonante gutural: así eyo, mey,o — gót. ifc, mili (tam­ bién het. uk, ammuk). El pronombre de identidad también presen­ ta un estrecho parecido en ambas lenguas: vén. sselboi sselboi = sibi ipsi; cf. aaa. der selb seibo. También en el vocabulario hay un punto importante de semejanza: si a-hsu está correctamente inter­ pretado como “Kermes”, puede entonces ser pariente del germ. ansu- “divinidad”. Que los vénetos estuvieron en otro tiempo en estrecha proximidad geográfica de los germanos parece sugerirlo la mención de unos Venedi en la región del Vístula por autores antiguos. El conflicto de testimonios aconseja entonces admitir pro­ visionalmente el veredicto de una reciente autoridad que sostiene que el véneto es una rama independiente del indoeuropeo estrecha­ mente relacionada con el latín y el ilirio y con puntos de contacto con germánico, céltico e incluso balto-eslavo.

Sí CULO E " i t á l i c o

o c c id e n t a l ”

El examen del ilirio nos lleva ahora a la consideración de la len­ gua sicula, cuyos testimonios consisten en algunas inscripciones y un número considerable de glosas, así como nombres personales y de lugar. Si bien es cierto que los estudiosos están de acuerdo en que esta lengua era indoeuropea — la forma verbal esti excluye cualquier duda a este respecto— , sus afinidades próximas son objeto de cier6. En zonas-to se ha añadido la desinencia personal a una form a de preté­ rito caracterizada por -s. E l profesor T . B u n p w llam a mi atención sobre formas similares del hetita: na-ié-ta “él dirigió”.

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ta polémica. Las conexiones con el ilirio que sugieren los testimo­ nios onomásticos (p. ej. -nt~ en Agrigentum, SspyévTiov) están apo­ yadas por las referencias de Hesiquio a la existencia de sículos en Dalmacia (cf. Plinio, 3, 141). Sin embargo, el necesario movimien­ to de pueblos desde los Balcanes hasta Sicilia a través de Italia se ve contradicho por el testimonio de la arqueología, pues si bien se han descubierto restos sículos en el Bruttium, es claro que tal cul­ tura llegó de Sicilia a través de los estrechos. Más peso tiene el testimonio de una más estrecha afinidad del siculo con el itálico. Según algunos autores antiguos (Varrón y Favorino), los sículos es­ tuvieron en un tiempo asentados por toda la península hasta la Ga­ lla Cisalpina, y tal afirmación está apoyada por la amplia difusión de ciertos nombres personales y de lugar (p. ej. Sicilinum). Algunos de­ talles del testimonio lingüístico parecen apuntar en la misma direc­ ción. Así, el propio nombre de Sieull tiene el mismo formante que otros gentilicios primitivos de tribus indoeuropeas de Italia (cf. Rutull). Las glosas — por no entrar en las inscripciones, cuya inter­ pretación es cuestión de conjetura en la que los estudiosos discre­ pan ampliamente— sugieren una conexión particularmente estrecha con el latín: dppívvr] “carne” cf. lat. arvina; Kájmoq “hipódromo” cf. campus; xécrivoq cf. catinus, catillus; dos “don” cf. dos; Aouxé'uoc;, un rey de los sículos, cf. dux; yéXa ( = itáxvr]) cf. gelu; t o x t ó v i o v , ucaráva, cf. patina. Un grupo semánticamente bien definido es el formado por las palabras referentes a monedas y pesos: poítov = mutuum, vooppoq = nummus, Xíxpcx cf. libra (ambos procedentes de *liQra), óyxtoc = uncía. El siculo Xénopiq, aunque tiene origen ibérico, fue relacionado por Varrón con el lat. lepus, con un comen­ tario que tiene cierta relación con el presente problema. lepus quo,d Siculi quídam Graeci dicunt Xénopiv. A Roma quod orti Siculi, ut annales veteres nostri dicunt, fortasse hiñe illue tulerunt et hic reliquerunt id nomen. (L. L., 5, 101). Esta afirmación de que los sículos estuvieron en un tiempo asenta­ dos en el Lacio está apoyada por el hecho de que los sicanos figura­ ban entre las treinta tribus que se reunían anualmente para el cul­ to de Júpiter Latiaris en el Monte Albano. Pues bien, si un pueblo originario del Lacio hubiera emigrado a Sicilia, deberíamos razonablemente esperar encontrar algunas hue­ llas de su paso por, y quizá asentamiento en, el territorio interme­ dio. De hecho algunos estudiosos7 han tratado de establecer la existencia de un grupo “itálico occidental” de dialectos que abar7.

D evo to ,

Storia,

p p . 56 ss.

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caria al latín, ausonio, enotrio y sículo. Antes de la invasión de los samnitas a mediados del siglo v, Campania estaba habitada por los Opici, de cuya lengua se afirma que difería de la osea en puntos im­ portantes. Así, el topónimo Liternum, en gr. AEuxepvo-, parece ser un derivado de la raíz *leudh, y en oseo daría Louferno. El “ópico” presenta, además, la forma sum como el latín, mientras que el oseo tiene sim. TJn importante criterio fonético vuelve a alinear al “ópi­ co” con el latín frente al oseo: en posición intervocálica presenta oclusivas sonoras donde el osco-umbro presenta fricativas sordas. Así, los nombres Stabiae y Allibae aparecen en las formas Stafia y Allifae en el período samnita. De modo paralelo la palabra medi­ terránea teba “colina” se encuentra más tarde en la Campania samnita en la forma tifa. Por otra parte, el “ópico” se une al sículo al representar una antigua dh por t en contraste con el resultado latino d /b : Liternum. Los ausonios, situados al norte de los ópicos, son incluidos también en este grupo “itálico occidental”, pero sin otro apoyo que el nombre de tribu Rutuli, que explicado etimológi­ camente como “los rojos” vendría a revelar la misma particulari­ dad fonética (dh > t) que el “ópico”. Por lo que se refiere a los enotrios de Lucania, el único testimonio lingüístico aducido es también un nombre, en este caso de lugar, Ager Teuranus, que según pare­ ce conserva el antiguo diptongo eu, distinguiéndose así del “itálico” general en que pasó a ou. Por consiguiente, las bases sobre las que se ha erigido la hi­ pótesis del “itálico occidental” son de lo más endeble, y su inter­ pretación no ha estado al margen de la polémica. Algunos estudio­ sos consideran Rutuli ilirio y Aeóxspvoi egeo. Es desde luego una hipótesis plausible el que el sículo Aíxr|v signifique “montaña ardien­ te” y contenga la raíz ide. aidh, pero la morfología de la forma re­ construida, *aidhena, permanece confusa. Y no pueden bastar topó­ nimos preindoeuropeos como Tebae para hacer surgir nuevos dialectos itálicos. El siculo está relativamente mucho mejor docu­ mentado, y sin embargo incluso en su caso los testimonios resultan equívocos. De hecho se ha afirmado que “la semejanza (entre sículo y latín) es demasiado pronunciada, hasta el punto que sería difícil rechazar la pretensión de contemplar como meros préstamos todas las palabras sículas que tan fácilmente pueden ponerse en conexión con formas griegas o latinas”. Nos encontramos aquí otra vez con una ya conocida cuestión de método; la común posesión de elemen­ tos de vocabulario, especialmente de los referentes a realidades de cultura, intercambio y comercio, no implica necesariamente relación genética. Las semejanzas y diferencias entre libra y Mxpa pueden, de hecho, explicarse por hipótesis varias de contactos culturales directos o indirectos. Igualmente, los términos comunes para pesos

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y medidas (por ejemplo quincunx aparece como “calco” en el grie­ go siciliota Ttevxóyiaov, en tanto que xexpac; se explica como trans­ formación de xexpcK; bajo la influencia de quadrans) pueden ser simples reflejos de tempranas relaciones comerciales entre Roma, Italia meridional y Sicilia. Se ha apuntado, por cierto, que bajo la dominación etrusca de Roma habría tenido lugar una sistematiza­ ción de los pesos y medidas, con influencia sobre los otros esta­ dos de Italia como consecuencia del prestigio de la Roma etrusca, según parece indicar, por ejemplo, el uso de letras y abreviaturas latinas en las monedas de la Italia central y meridional. Podemos recordar al respecto el empleo en inglés de la abreviatura Ib. para “libra de peso” y del signo £ para “libra esterlina”, con todo lo que significan en relación con las influencias italianas en la vida comer­ cial y financiera de Gran Bretaña. Tampoco el testimonio de las glosas sículas corre mejor suerte en manos de los críticos de la teoría “itálica occidental”, áppíwrj es declarado “hiperlatino”; kócxivoq, préstamo latino, mientras que lat. látex y patina resultan prés­ tamos del griego al latín. Pasando a otras palabras citadas a menu­ do como prueba de la vinculación sículo-latina, KápKccpov y KÚptxov no están directamente atribuidos al sículo, y en cualquier caso pue­ den igualmente bien ser préstamos latinos. Una crítica de tal efica­ cia puede aplicarse a todos los argumentos aducidos en favor del “itálico occidental”, de modo que nada queda sino el simple hecho de que el sículo era una lengua indoeuropea.

Etrusco

De mucho mayor importancia para el historiador del latín que los pobladores del suelo italiano a que acabamos de referirnos fue un pueblo nuevo que hizo su aparición en Italia durante el siglo vm a. C. Traspasaría los límites de este libro el entrar en la discusión de los orígenes de los etruscos. Baste con decir que las dos tesis principales mantenidas en la antigüedad al respecto, a saber: (1) que habían llegado de Lidia bajo el mando de Tirreno (Heródoto ), y (2) que eran autóctonos a pesar de diferir de todos los demás pueblos de Italia en lengua y costumbres (Dionisio de Halicarnaso), encuentran aún hoy defensores. Cierto es que la primera tesis está apoyada por hechos como el de que los propios etruscos creían ser lidios llegados por mar a Italia; que la cronología de los testimonios arqueológicos indica la aparición en Toscana durante el siglo vin de una nueva civilización que gradualmente se fue expandiendo de norte a sur y desde la costa hacia el interior, sin llegar a Bolonia hasta un par de siglos después de su aparición primera; que sus

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costumbres matriarcales — evidentes, por ejemplo, en la de escribir los matronímicos sobre las lápidas sepulcrales— encuentran co­ rrespondencia en Lidia, y qué la importancia y la técnica de su arte adivinatoria recuerdan las de Babilonia. Lo que está fuera de duda es que hacia el último cuarto del siglo vi el imperio etrusco se ex­ tendía desde las colinas de las faldas de los Alpes hasta Campania ■ — donde fracasaron en su intento de someter a Cumas— y desde Córcega al Adriático. De un interés más inmediato para el tema que nos ocupa es que estaban establecidos en Falerii ya en la segunda mitad del siglo vn, y que a continuación se hicieron dueños de una buena parte del Lacio, incluida Roma, donde su dominación duró un siglo y medio, estando documentada su presencia, por ejemplo, por el topónimo Tusculum y el vicus Tuscus en la propia Roma. De decisiva importancia en materia de planificación urbanística, ■de organización política, religión y vida cultural superior, la domi­ nación etrusca dejó en la lengua latina una huella sorprendentemen­ te escasa,8 aun en las esferas donde su influencia sobre las institu­ ciones y usos romanos es más visible, pues los más importantes funcionarios religiosos y políticos son designados con términos la­ tinos. Sin embargo, la íntima fusión a que se llegó entre las aristo­ cracias etrusca y romana se revela en la onomástica personal. En el lado romano el sistema indoeuropeo de un nombre compuesto único (tipo Hipparchus) fue sustituido por la costumbre etrusca de usar praenamen, nomen ( gentile) y cognomen, siendo muchos de los nom­ bres mismos de origen etrusco. Entre ellos podemos citar en particu­ lar los en -na, -erna, -enna, -inna, como Vibenna, Caecina, Mastarna, Perperna, Velina; cf. los etruscos Porsenna, Por sirva. Otro grupo importante está representado por los nombres en -o correspon­ dientes a formas etruscas en -u ; entre ellos están los apodos fami­ liares Cato, Cicero, Piso y Varro. Muchos nombres gentilicios lati­ nos en -a tienen un origen similar. El etrusco empleaba ese sufijo para derivar cognomina y gentilicia de praenomina, como vclya del praenomen velyp; cf. lat. Casca: Cascus. Si ahora recordamos el hecho de que muchas localidades reciben su nombre del de familias ( Tarquinii, Falerii, Vei, Corioli, etc.) y que muchos nombres en -a son empleados como gentilicia, cognomina y topónimos (Atella, Sora, Acenna, etc.), y que, además, muchos paralelos etruscos nos capa­ citan para extraer de la serie Romaeus Romatius rumate rumaQe el nombre básico de familia ruma, es difícil resistir a la conclusión de que también la ciudad de Roma, como Acenna y demás, derive 8. Cí. H . H. S c u l l a r d : “Roma nunca fue en sentido real una ciudad etrus­ ca; simplemente tuvo que soportar la dominación de un pequeño número de poderosas familias” (A history of the Román World 753-146 B. C., p. 37).

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su nombre del de una antigua familia etrusca. Esta conclusión re­ cibe mayor vigor del examen del nombre de uno de los míticos fundadores de Roma: Rémus. Recordemos ante todo que la tradi­ ción da a la habitatio Remi el nombre de Remema; y el lugar “ubi Remus de urbe condenda fuerat auspicatus” se llamaba Remora (cf. Ennio: “certabant, urbem Romam Remoramve vocarent”). Aho­ ra bien, Remona (gr. 'Pepcóviov) es el “asentamiento” de los *remu o r.emne, como Tap/úviov es la ciudad de los taryu o taryna, y Remora muestra un sufijo en -r frecuente en etrusco. Así, Remo, el antepasado epónimo de los remne etruscos, acaba revelándose etrusco no menos que el nombre de la ciudad a la que la historia negó su nombre. Conviene subrayar que no hay paralelos lingüísti­ cos que pudieran apoyar la hipótesis de que Remus se hubiera for­ mado a partir de Roma por “falsa analogía”. Es posible también que al menos tres de las siete colinas de Roma recibieran sus nombres de los de familias etruscas. Para el mons Palatinas tenemos la serie de nombres etruscos Palla, Palanius, Palinius, etc. (cf. Sulla, Sullanius, Sullatius; Volca, Volcanius, Volcatius; Bulla, Bullanius, Bullatius). El origen etrusco del nombre del mons Velius es claro por el grupo vel, velni, velus, velie, Velenius, Vellenius, Velianius. Para el mons Caelius tenemos el nombre etrusco caile vipinas (cf. el nombre M. Caelius Tuscus). Aparte de estos casos, también es posible que el nombre del valle situado entre las colinas Viminal y Esquilma, la Subura, esté relacionado con los nombres etruscos Zupre, supri. La importancia de la contribución etrusca a la organización po­ lítica de Roma está atestiguada por el hecho de que las tres más antiguas centurias de equites llevan nombres etruscos: Ramnes, Tities, Luceres (“omnia haec vocabula Tusca”, Varrón, L. L., 5, 55), siendo, además, probable el origen etrusco de tres de las tribus “rústicas” : Lemonia, Pupinia y Voltinia. También se ha atribuido, y con motivos de credibilidad, origen etrusco a los nombres dados a los equites en la época monárquica: flexuntes (también flexuntae), céleres (para cuya formación cf. Luceres) y trossuli. Criterios mor­ fológicos y semánticos sugieren también que satelles “guardaespal­ das” es un préstamo etrusco: la institución de la guardia de eorps fue introducida en Roma por nobles etruscos, asociándola la tradi­ ción con Tarquinio el Soberbio en particular. Otros dos términos mi­ litares sin etimología ide. muestran similares características mor­ fológicas: miles, militis y veles, vélitis, el segundo atribuido ya a los etruscos por autores antiguos. Aparte estos casos, el etrusco hizo una contribución notablemente escasa al vocabulario latino. La lista que sigue está fundamentalmente constituida por palabras que indi­ can cosas sin gran importancia; entre ellas son de notar los térmi­ nos de teatro .y de otras diversiones: cacula “sirviente de un militar”

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(etr. *cace, * cacla); caerimonia (posiblemente de un *caerimo, pala­ bra que en su formación recuerda a lucumo; tal vez tuvieran razón los autores antiguos que la hacían derivar del nombre de la ciudad etrusca de Caere); crumlna (cf. gr. ypu[iéa, véase infra); cupencus “sacerdote de Hércules” (etr. cepen “sacerdote”; pero palabra sabi­ na según Servio); fala “andamiaje”; fenestra (etr. *fnestra); genísta “hiniesta”; hister, histrio (“hister Tusco verbo ludio vocabatur”, Livio, 7, 2, 1); lanista “entrenador de gladiadores”; laniéna “puesto de carnicero”; lepista “vaso para beber”; rabula “abogado picapleitos” (etr. rapli); satura “sermo” < satir “hablar, decir”; servus (cf. los nombres etruscos Serui, Serue); spurius (cf. spurcus “impuro” y el nombre Spurinna); sübula ( “subulo dictus, quod ita dicunt tibicines Tusci”, Varrón, L. L., 7, 35). A estos ejemplos podemos añadir los nombres de divinidades Angerona (del etr. ancaru “diosa de la muer­ te”) y Libitina “diosa de los muertos” , “pompa fúnebre”, “féretro”, etc. (cf. etr. lupuce = mortuus est [? ]), y dos derivados de nombres de ese tipo: aprllis (etr. apru(n) del gr. ‘Atppcb, forma abreviada de ’Apo5ÍTr|) y autumnus (del etr. autu, cf. lat. Autíus), con un ex­ tendido sufijo egeo-anatolio que vemos también en Picumnus, V ertumnus, así como en topónimos prehelénicos como Aíau^vog, Aápupva, etc. Queda añadir que estos préstamos contenían elementos formales tales como sufijos que fueron adaptados a su nuevo am­ biente y añadidos también a palabras puramente latinas. Entre tales híbridos etrusco-latinos podemos mencionar lev-enna, soci~ennus, doss-ennus (personaje de lá farsa atelana; nombre basado en dossus, forma vulgar de dorsum) , fav-issa (Javea + el conocido sufijo etrusco que vemos, por ejemplo, en mantissa “contrapeso”, “pico”) . Aparte de estas contribuciones procedentes de su propia lengua, la influencia de los etruscos puede verse también en las transforma­ ciones que hicieron experimentar a préstamos griegos entrados en el latín. Estos casos será mejor examinarlos en el marco general de la contribución griega a la primitiva civilización itálica.

G r ie g o Todo a lo largo de su historia la civilización y la lengua de los romanos estuvieron profundamente influidas por los griegos. Ten­ dremos ocasión en los capítulos siguientes de examinar las suce­ sivas etapas. Por el momento vamos a ocuparnos del más arcaico sustrato de elementos griegos en el latín. Fue en el siglo vra cuando los griegos comenzaron su colonización de la Italia meridional y Si­ cilia. Es curioso que el primer asentamiento, sin duda precedido por relaciones comerciales, fue el más alejado de la tierra patria:

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Cumas, fundada hacia el 750 a. C. por colonos procedentes de Caléis, ciudad de Eubea. Pronto siguieron otras colonias calcidias, como Naxos, Zancle y Rhegion. Estos colonos llevaban consigo un dialecto del grupo jónico-ático. Siracusa, en cambio, fue fundada por co­ rintios; Gela, por cretenses y rodios, hablantes todos ellos de dia­ lectos dóricos. En la costa oriental de Italia la colonización empezó por obra de las ciudades de la Acaya, en la costa norte del Peloponeso, siendo Síbaris la primera colonia, seguida más tarde por Crotona. Tarento, por su parte, fue el único esfuerzo colonial de Espar­ ta en estas zonas, y según la tradición los colonos eran elementos predorios de la población de Laconia, expulsados de ella. Estas ciu­ dades griegas, con su energía sin límites y superior cultura, tenían mucho que ofrecer a los restantes pobladores de Italia, y su influen­ cia es patente no sólo en las artes de la civilización material, sino también en la religión, el mito y la lengua. En particular, el testimo­ nio del arte etrusco revela que muchas figuras del panteón y la mi­ tología griegas resultaban familiares a los etruscos ya por el año 600 a. C. Por otra parte, se ha afirmado que “en ningún caso se pue­ de demostrar que se haya producido un contacto inmediato entre Roma y Grecia o una colonia griega”. 9 Fue, por tanto, a través de intermediarios no romanos como los elementos de la cultura grie­ ga y sus correspondientes nombres llegaron a los romanos en esta época primitiva. La aplicación de ciertos criterios filológicos a las palabras de re­ ferencia nos capacitará para esbozar — aunque sea rudimentaria­ mente— distinciones de cronología y dialectos. En primer lugar, el grupo jónico-ático se distingue de los otros dialectos griegos por el paso de 5 a i] (pdipp > pí|Trlp)- Esto quiere decir que los préstamos que en latín presenten a (p. ej. mácina < [ictx°;v“ ) tienen que proce­ der de los dialectos dóricos de Italia. Otro índice muy útil de carác­ ter cronológico es el proporcionado por el tratamiento de la digam­ ma (F, pronunciada como la w inglesa). Este sonido desapareció en jónico-ático en una época anterior a las primeras inscripciones; en ciertos dialectos dóricos resistió más tiempo, pero aun en ese gru­ po se perdió el sonido empezando por la posición intervocálica. En consecuencia hay que asignar una fecha temprana a la entrada de palabras como Achlvi ( < ’A xoaFoí) y oliva ( < éXa(Fa). El tratamiento de las vocales y diptongos interiores en los prés­ tamos nos proporciona más datos de tipo cronológico, dado que ta­ les sonidos se vieron sometidos en latín a un proceso de debilita­ miento, según parece, lo más temprano, en el siglo iv (aunque sobre este punto véanse pp. 220 ss.). Según esto, préstamos como camera 9.

A ltheim , History of Román religión, p. 149.

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(Kocuápoc), phalerae ( vertere (véase supra). [N ota 14.] Terencio evita, o emplea más ra­ ramente, ciertas formas gramaticales que aparecen libremente en Plauto: las formas metaplásticas como fervére, olere, etc., son más raras; nunca usa dice o duce; tetuli, que es normal en Plauto, apa­ rece sólo dos veces en Terencio. Las formas de optativo en -ssim, tan frecuentes en Plauto, son empleadas por Terencio como recurso deliberadamente arcaizante en pasajes con reminiscencias de la len­ gua del derecho, faxim y faxo sobreviven, pero en frases estereoti­ padas. Terencio es más arcaico que Plauto en un aspecto: en la segunda persona del singular pasiva usa normalmente las formas más breves en -re, en tanto que Plauto presenta nueve ejemplos de -ris, que Cicerón prefiere en el presente de indicativo para evitar la confusión con el imperativo. Entre las formas no clásicas de la len­ gua de Terencio podemos anotar, resumiendo, ipsus (también ipse), hisce (también hi), el dativo de singular femenino solae, algunas for­ mas activas como luctare, altercare, imperfectos del tipo insanibat, y, por último, ciertos arcaísmos confinados al final de las unidades métricas (verso o hemistiquio): -ier, siem, attigo, lace, duint, etc.

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Que Terencio utilizó un lenguaje más restringido y refinado re­ sulta evidente de la consideración de ciertas categorías de palabras que hemos señalado antes como típicas del habla coloquial. Son utilizados con mayor economía y como indicadores de carácter los términos de denuesto o invectiva. Hay menos verbos frecuentativos, menos diminutivos, menos compuestos con ad-, con-, de- (véase supra), y la mayoría de los que él introdujo fueron luego incorpora­ dos a la lengua literaria. También en sus pasajes dialogados se es­ fuerza Terencio por lograr una más estrecha aproximación al habla natural. Se ha hecho ver por Haffter, por ejemplo, que Terencio pre­ fiere las interjecciones primarias como hem, au, vah, etc., a las se­ cundarias hercle, age, etc., y que con más frecuencia que en Plauto constituyen de por sí una expresión completa: ecquid spei porrost? :: nescio :: ah! (Phorm., 474.) Geta! :: hem! :: quid egisti! (Ibíd., 682.) una omnis nos aut scire aut nescire hoc volo :: ah! :: quid est? (Ibíd., 809.) di obsecro vos, estne hic Stilpo? :: non :: negas? concede hiñe a foribus paulum istorsum, sodes, Sophrona. ne me istoc posthac nomine appellassis :: Quid, non, obsecro, es quem semper te esse dictitasti? :: st! (Ibid., 740 ss.) Esta última exclamación en Plauto aparece invariablemente seguida de un imperativo: st! tace; st! abi. El pasaje ilustra, además, otra peculiaridad de la fidelidad de Terencio al uso coloquial: con m u­ cho mayor frecuencia que Plauto permite Terencio que aparezca un non aislado en una respuesta negativa, supliéndose por la pre­ gunta precedente el verbo que lo apoya. Éste es tan sólo un ejemplo de la realidad de que en Terencio hay un más estrecho ensamblaje entre los parlamentos de las partes dialogadas; los personajes se bastan, como en el habla normal, con el mínimo de palabras, ya que el sentido se completa por el contexto situacional. La agilidad que así se logra puede apreciarse por unos pocos ejemplos: quid ago? dic, Hegio :; ego? Cratinum censeo si tibi videtur :: dic, Cratine :: mene vis? :: te. (Ibíd., 447 ss.) salve, Geta! :: venire salvom volup est :: credo :: quid agitur? multa advenienti, ut fit, nova hic? :: compluria. :: ita. De Antiphone audistin quae facta? :: omnia (Ibíd., 609 ss.) quid istuc negotíst? :: iamne operuit ostium? :: iam. (Phorm,., 816.)

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Por último:

quaeso quid narras? :: quin tu mi argentum cedo. :: immo vero uxorem tu cedo :: in ius ambula. :: enim vero si porro esse odiosi pergitis... :: quid facies? :; egone? vos me indotatis modo patrocinan fortasse arbitramini: etiam dotatis soleo :: quid id nostra? :: nihil. hic quandam noram quoius vir uxorem... :: hem :: quid est? Lemni habuit aliam, :: nullu’ sum :: ex qua flliam suscepit. (Ibíd., 935 ss.) También encontramos aquí ejemplificado el uso natural de la inte­ rrupción que distingue, una vez más, a Terencio de Plauto, quien hace de ella un uso sorprendentemente reducido. Plauto tiende, en efecto, a hacer de cada locución una entidad independiente. Tam­ bién en este aspecto Terencio reproduce con mayor fidelidad las condiciones del habla real: si quis me quaeret rufu’... :: praestost, desine. (Ibíd., 51.) cedo, quid portas, obsecro? atque id, si potes, verbo expedí. :: faciam :: eloquere :: modo apud portum... :: meumne? ::

[intellexti :: occidi :: hem! (Ibíd., 197 ss.)

Por último, Terencio, aunque menos vulgar y vigoroso que Plauto, todavía hace uso abundante de palabras y giros expresivos de ca­ rácter coloquial. Por ejemplo, de una sola comedia, el Phormio, re­ cogemos conraditur (40), ibi continuo (101), non sum apud me (204), garrís (210), deputare (246); las respuestas afirmativas admodum, sic, oppido (315 ss.); tennitur (330), atque adeo quid mea? “Y, ade­ más, ¿qué me importa?” (389), cedo “dime” (398), dicam... impingam (439), numquid patri subolet? “¿Es que mi padre se huele algo?” (474); los sinónimos para “ ¡tonterías!” hariolare, fabulae, logi (492 s.); commodum “ahora mismo” (614), facessat “ ¡que se largue!” (635), effuttiretis “charlataneaseis” (746), dilapidat “echa a perder (nuestro dinero)” (897), quid id nostra? “ ¿qué nos importa eso a nosotros?” (940), ogganniat “que (le) machaque (los oídos)” (1030). No hay duda, pues, de que Terencio emplea un notable cau­ dal coloquial que, podemos suponer, refleja el uso de su tiempo. Por supuesto, no es susceptible de prueba el que tal fuera el modo co­ rriente de hablar en el “Círculo de los Escipiones”. En cualquier caso, el mayor refinamiento y reticencia de Terencio puede considerarse como característico del habla de la clase elevada. Pero las diferencias entre Plauto y Terencio pueden reflejar en igual medida diferencias de técnica literaria. Porque la lengua de Terencio, aunque menos pródiga y descomedida en su empleo de elementos ornamentales,

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está muy alejada del habla cotidiana, incluso de la más educada y culta. El análisis de unos cuantos pasajes lo hará evidente. La aliteración aparece incluso en pasajes yámbicos de colorido coloquial: abi sis, insciens: quoius tu fidem in pecunia perspexeris, verere verba ei credere? (Phorm., 59 ss.) persuasumst homini: factumst: ventumst: vincimur: duxit. :: quid narras? :: hoc quod audis :: o Geta! quid te futurumst? :: nescio hercle :: unum hoc scio, quod íors feret feremus aequo animo. (Ibíd., 135 ss.) (Adviértanse el asíndeton y el homoioteleuton de la primera línea.) quin quod est íerundum fers? tuis dignum factis feceris, ut amici Ínter nos simus? (Ibid., 429 ss.) ñeque mi in conspectum prodit ut saltem sciam quid de ea re dicat quidve sit sententiae. (Ibíd., 443 s.) tum pluscula supellectile opus est; opus est sumptu ad nuptias. (Ibíd., 665 s.) Este último pasaje, cuidadosamente adornado con aliteración, anáfora y quiasmo, podemos compararlo con este otro: qui saepe propter invidiam adimunt diviti aut propter misericordiam addunt pauperi? (Ibid., 276 s.) que contiene paralelismo de cláusulas, asonancia y homoioteleuton. Los pasajes en versos largos muestran, como era de esperar, una mayor profusión de ornamentación estilística. Bastarán unos breves ejemplos: at non cotidiana cura haec angeret animum :: audio. :: dum expecto quam mox veniat qui adimat hanc mihi consuetu[dinem. :: aliis quia defit quod amant aegrest; tibi quia superest dolet: amore abundas, Antipho. nam tua quidem hercle certo vita haec expetenda optandaque est. (Ibid., 160 ss.) En este pasaje advertimos, al lado de la cuidada aliteración, la “con­ geries” del final con homoioteleuton. “retiñere amare amittere” (175), “deserta egens ignota” (751), “orat confitetur purgat” (1035) pueden servir como ejemplos de

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tricolon en asíndeton. El tricolon con anáfora, aliteración y “miem­ bros crecientes” lo tenemos ejemplificado en “eius me miseret, ei nunc timeo, is nunc me retinet” (188). Como ilustración final de or­ namentación estudiada y rebuscada podemos citar: di tibí omnes id quod es dignus duint! :: ego te compluris advorsum ingenium meum mensis tuli pollicitantem et nil ferentem, flentem; nune contra omnia haec repperi qui det ñeque lacrumet: da locum melioribus. (Ibíd., 519 ss.) Estos ejemplos bastan para mostrar claramente que Terencio empleó los mismos recursos estilísticos convencionales de la lengua literaria arcaica (véase el capítulo siguiente) que hemos observado en Plauto. Aunque sus efectos son más sutiles, su arte más recatado, la lengua de Terencio está muy lejos del habla natural, aun de la de cualquier círculo refinado. En realidad, incluso se han planteado dudas a la afirmación de la vita de que Terencio fue amigo íntimo de Escipión el Africano y de Lelio, en tanto que Jachmann ha exte­ riorizado la sospecha de que el correcto y puro hablar atribuido por Cicerón a Escipión y Lelio puede ser simplemente una inferencia a partir de los usos lingüísticos de Terencio, quien — según suele apun­ tarse— habría creado personalmente esta latinidad urbana en un esfuerzo por desarrollar un equivalente latino de la insinuante y re­ catada áoTEtóTqq de Menandro, con sus variados y sutiles efectos de carácter. En Plauto, en cambio, tenemos la lengua de la comedia musical o de la ópera bufa. Sobre las excelencias del estilo de Te­ rencio y su éxito al captar los efectos de la Comedia Nueva griega, un crítico de otra lengua, muy alejado de él en el tiempo y el es­ pacio, no puede hacer cosa mejor que reproducir los testimonios antiguos atribuidos por Suetonio ( Vita Ter.) a dos grandes maestros del latín: Cicerón y César: Cicero in Limone hactenus laudat: “tu quoque, qui solus lecto sermone, Terenti, conversum expressumque Latina voce Menandrum in médium nobis sedatis vocibus effers quiddam come loquens atque omnia dulcía dicens”. item C. Caesar: “tu quoque, tu in summis, o dimidiate Menander, poneris, et mérito, puri sermonis amator. lenibus atque utinam scriptis adiuncta foret vis cómica ut aequato virtus polleret honore

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cum Graecis neve hac despectus parte laceres, unum hoc macerar ac doleo tibí deesse, Terenti”. Que también algunos de sus contemporáneos le censuraron esta fal­ ta de fuerza y vigor aparece claro en el prólogo del Phormio (4 s . ): qui ita dictitat, quas antehac fecit fábulas, tenui esse oratione et scriptura levi.

EX LIBRIS

ARMAUIRUMQUE

C a p ít u l o V EL DESARROLLO DE LA LENGUA LITERARIA

A.

P o e s ía

La lengua, instrumento de comunicación del hombre con sus semejantes, se crea, transforma y perfecciona en respuesta a las múltiples y siempre cambiantes exigencias de la sociedad y del contorno en que se encuentra situada. Así, la historia de una lengua es, ni más ni menos, la historia de una cultura. De la significación de lo griego en el desarrollo de la primitiva civilización romana mucho se ha dicho ya en los capítulos precedentes. Al pasar ahora al estudio del desarrollo del latín literario esta influencia resulta abrumadora. [N ota 15.] Del crisol de la historia había surgido una nación de soldados-agricultores, recios y disciplinados, hombres des­ tinados a ser los señores de Italia y del mundo mediterráneo. Las ciudades y estados helenísticos y helenizados fueron cayendo uno a uno ante un poder cuya energía no residía en el número ni en la fuerza corporal, ni en la riqueza o la astucia, sino en una disciplinada unidad y en la práctica del tus armorum. Pero el propio Vegecio, que así diagnosticaba las causas de la grandeza de Roma, reconocía la supremacía griega en las artes de la civilización: “Graecorum artibus prudentiaque nos vinci nemo dubitavit” (De re militari, I, 1). Y no era más que la pura verdad: en la época del triunfo de Roma sobre las florecientes ciudades de la Magna Grecia en la pri­ mera mitad del siglo n i a. C., a pesar del grado de riqueza y poder por ella alcanzado, no había todavía una literatura nacional romana digna de tal nombre. La revelación de los tesoros culturales acumu­ lados por el pueblo más dotado del orbe a lo largo de una dilatada y fecunda historia tuvo un efecto abrumador. El conquistador ro­ mano se sometió al derrotado. Ansiosos de que Roma pudiera parangonarse en cultura con los griegos, los generales victoriosos, juntamente con estatuas y pinturas, trajeron de sus campañas filó-

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sofos y profesores de retórica para educar a sus hijos. Ejemplo típico del celo filohelénico en el seno de la aristocracia romana es Emilio Paulo, quien en 168 a. C. aplastó a Perseo de Macedonia en PicLna: como botín por su victoria no exigió sino la biblioteca del rey. Y es que la literatura romana es justamente, al menos en sus inicios, la historia de un expolio; el mayor motivo de orgullo de un autor era el ser el primero en poner mano al pillaje. Cierto que el fuego central del genio esencial romano ardió invariablemente bajo esta masa superpuesta de material ajeno, y con el correr del tiempo había de estallar en una llama que igualó en esplendor a la más brillante de los griegos. Mas el historiador de la lengua, aunque sea también un amante de Virgilio, tiene que dar el debido énfasis al hecho de que todos los géneros literarios latinos, con la excepción de la sátira (“satira tota nostra est” es todo lo que puede proclamar Quintiliano), debieron su forma y mucho de su contenido a la pra­ xis y la teoría griegas. Así, debemos volvernos ante todo a la lite­ ratura griega para alcanzar a comprender el progreso del latín li­ terario. El estudiante de literatura griega descubre en seguida que tiene que aprender no una lengua, sino varios dialectos. Esto es conse­ cuencia del formalismo de la literatura griega, de la indiscutida con­ vención que establecía como apropiada para cada género una forma particular de lengua. Así, la épica homérica fue el producto de una tradición poética que, surgida entre hablantes del dialecto eólico, había pasado, en el transcurso del tiempo, a manos de bardos cuyo dialecto nativo era el jónico. Así, en la dicción poética de los poe­ mas homéricos se halla integrado un caudal de palabras y giros de períodos cronológicamente diversos y de distintos dialectos. El dia­ lecto épico es un producto artificial alejado del habla normal de sus creadores. Pero la convención dejó establecido de una vez para siempre que todo autor épico hasta el final del mundo griego em­ pleara ese dialecto. Por su parte, la lírica coral se desarrolló entre los dorios, y así el dorio se convirtió en el dialecto propio de este género con independencia del dialecto nativo del escritor. Por esto el drama ateniense cambia bruscamente de dialecto cuando pasa del diálogo en yambos a la lírica coral. El mismo principio es váli­ do en cierta medida para la prosa. Fueron los jonios los primeros en escribir historia, ciencia y medicina: por ello el jonio es la lengua aceptada de la prosa científica, como por ejemplo el Corpus hipocrático, y el ateniense Tucídides procura dar a la lengua de su his­ toria cierto colorido jonio. En resumen, tales eran las convenciones lingüísticas de la litera­ tura griega. Más antes de entregarnos al estudio de los autores ro­ manos y su emulación de los modelos griegos tenemos que recordar

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otro hecho. En la época en que los romanos iniciaron su aprendizaje literario, la literatura griega había traspuesto ya su cénit. Los ro­ manos se toparon con el mundo helenístico, el de los sucesores de Alejandro, y la poesía helenística era creación de círculos de poetasestudiosos altamente cultivados, con un excesivo interés por las técnicas literarias, y que tenían a. gala la oscuridad y la alusión eru­ dita; que embellecían sus obras con palabras extrañas, las “glossae”, raras gemas arrancadas de antiguos aderezos. El doctus poeta se mantiene firme, incansable en sus tentativas por desenterrar nue­ vo material para su poesía. En lo lingüístico siente debilidad por las antigüedades raras. Fue durante este período de la historia de la literatura griega cuando Roma comenzó su aprendizaje en el arte de escribir. initium quoque eius (scil. grammaticae) mediocre extitit, siquidem antiquissimi doctorum, qui ídem et poetae et semigraeci erant (Livium et Ennium dico, quos utraque lingua domi forisque docuisse adnotatum est) nihil amplius quam Graecos interpretabantur, aut siquid ipsi Latine composuissent praelegebant. (Suet., Gram., I.) La sensibilidad griega con respecto a la lengua de los diversos géneros literarios se transparenta en la más antigua literatura ro­ mana, que se inicia con la traducción de la Odisea en versos satur­ nios por Livio Andrónico, un nativo de Tarento que fue llevado como esclavo a Roma en 242 a. C. y allí adoptado por la gens Livia. Subsisten pocos fragmentos de su obra, pero un agudo análisis de E. Fraenkel (R .-E ., Suppl., V, 603 s.) ha dejado en claro que las convenciones de la poesía helenística con su distinción de géneros prevalecieron en ella. Así, la frase diva Monetas filia (fr. 30) “la Musa” contiene el genitivo arcaico en -as que en latín clásico so­ brevivió sólo en pater familias. Era ya un arcaísmo en tiempo de Andrónico, pues en otros lugares usa -ai, como hace también el arcaizante Senatus Consultum de Bacchanalibus. Lo que es signifi­ cativo es que de los genitivos en -as citados por Prisciano (I, 198 s.), tres proceden de la Odisea de Andrónico, dos del Bellum Poenicum de Nevio y uno de los Armales de Ennio, es decir, todos pertenecen al género épico; Prisciano no cita ninguno como procedente de las tragedias de estos poetas, a pesar de estar familiarizado con ellas. Otros rasgos extraños a la dicción trágica que pueden detectarse en los fragmentos de Andrónico son filie (vocativo), dextrabus, dusmo ( = dumó), homónem, fitum est, plurales de tercera persona del tipo nequinont, y el adverbio quamde. Fraenkel concluye: una y otra vez puede verse cómo Livio se esfuerza, valiéndose de formas altamente arcaicas, por conferir dignidad y carácter distan­

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te a su épica, distante no sólo de la lengua cotidiana, sino también del estilo de los géneros poéticos menos augustos... Todos sus sucesores se adhirieron al mismo principio. A la lengua de la épica romana le estuvo reservado desde el principio el privilegio de una solemnidad más elevada incluso que la de la tragedia, por no men­ cionar los otros géneros poéticos. Debe advertirse, sin embargo, que todos los géneros poéticos ro­ manos, tragedia e incluso sátira, hacen uso de arcaísmos como in­ grediente de su dicción. La épica es diferente en grado, no en es­ pecie.

En su búsqueda de colorido arcaico los poetas se sirvieron de formas desusadas de la declinación y la conjugación, así como de palabras periclitadas, procedentes de sus amplias calas en la lengua de la religión y en la del derecho. El material puede clasificarse ade­ cuadamente bajo las rúbricas de morfología y vocabulario. Al es­ tablecer tales inventarios debemos tener en cuenta, naturalmente, que “arcaísmo” es un término relativo. Muchas de las formas de la poesía primitiva que parecían arcaicas a los autores del perío­ do clásico eran formas contemporáneas para los poetas que las emplearon. Entre éstas están diferencias de género como caelus (m.) o lapides (f .), particularidades referentes a la declinación como exerciti, speres, o a la conjugación, como fodantes, horitur, resonunt, etc., que fueron eliminadas en el proceso de normalización que discuti­ remos más adelante. Y no debemos olvidar la imitación de los pre­ decesores que la antigua teoría recomendaba al poeta. Así, los poetas posteriores a Ehnio pueden usar una forma o una palabra no qua arcaísmo, sino simplemente porque aparecía en Ennio. Esta cues­ tión de los “ennianismos” nos ocupará más adelante en el estudio de la lengua de Virgilio. Hechas estas aclaraciones previas podemos registrar entre los más importantes arcaísmos morfológicos de la primitiva dicción poética latina: en la declinación de los nombres, el genitivo singular en -di, genitivos plurales en -um (p. ej. factum); en los pronombres y demostrativos, ipsus, olli, y el dativo-ablativo quis; adverbios del tipo superbiter, aequiter, rarenter, concorditer y contemptim, iuxtim, visceratim, etc. En el sistema verbal los fenó­ menos más importantes son los infinitivos pasivos en -ier, los im­ perfectos de la cuarta conjugación en -ibat, temas desiderativos en -ss- como en prohibessis, los perfectos en -érunt (forma que persis­ tía en la lengua coloquial, pero que resultaba arcaísmo en poesía ’) y -ere en lugar de -érunt. Finalmente podemos mencionar formas como iuas y superescit. Pero no era sólo por medio de sonidos y formas como se lograba el colorido apropiado. Los géneros poéticos1 1.

Sobre los términos “arcaico”, “poético” y “coloquial” véase capítulo VI.

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se distinguían también por el vocabulario que se les permitía. La praxis griega en este punto había sido analizada y formulada por Aristóteles. Haciendo una distinción fundamental entre palabras de uso corriente (Kópia ovopara) y las que resultaban extrañas al mis­ mo ( to S.EVIKÓ;), había establecido que el tono superior de la expre­ sión literaria depende de un uso moderado de las tales ^evikcc, que elevan la dicción por encima del lugar común ( tcxheivóv) . Entre los modos de expresión poco comunes había señalado él las “glossae” (palabras extrañas o raras) como particularmente indicadas para el género épico, aunque le permitía también hacer uso de palabras compuestas, primariamente dominio del ditirambo, y de la metáfora, que es un carácter específicamente distintivo del verso yámbico. De hecho la “glosa” fue un rasgo específico de la épica griega en la for­ ma madura en que aparece en los poemas, homéricos. Esto fue, como hemos visto, una consecuencia de la historia de la poesía épica, por­ que Homero es la culminación de una tradición poética de siglos que había preservado formas y palabras que ya no eran habituales en la lengua hablada contemporánea del poeta. Homero impuso su autoridad sobre toda la poesía griega subsiguiente y proporcionó una cantera inagotable de materiales poéticos. Ninguna fuente de ri­ queza comparable se ofrecía a los pioneros de la literatura romana; en cualquier caso, pocas huellas quedan de las fuentes en que los poetas arcaicos calaron buscando palabras de sabor antiguo. El his­ toriador del latín tiene que lamentar no menos que Cicerón la pér­ dida de los antiguos carmina: atque utinam exstarent illa carmina, quae multis saeculis ante suam aetatem in epulis esse cantitata a singulis convivís de clarorum virorum laudibus in Originibus scriptum reliquit Cato. (Brutus, 75.) Ennio se refiere también a sus predecesores que escribieron en me­ tro saturnio. Fue sin duda esa poesía tradicional la que proveyó a Andrónico y a sus sucesores de numerosas palabras características de la dicción poética, tales como Camena, celsus, amnis (una anti­ gua palabra “italo-céltica” relacionada con el ing. “Avon”) , aerumna (posiblemente de origen etrusco), anguis ( = serpens), artus { — mem brum ), letum ( = mors ), tellus ( = térra), umeo y um or y verbos arcaicos tales como defit, infit, claret, clueo; además, numerosos términos religiosos como los verbos adolere, parentare, mactare, op itulare, libare; los nombres nemus, flamen, vates, epulo, polubrum, eclutrum, sagmen, lituus, libum, tesca, y los adjetivos almus, castus, dirus (posiblemente de origen sabino), augustas, obscenas, tutulatus, solemnis. Las majestuosas fórmulas del derecho fueron, no menos que las de la religión, fuente de palabras inusitadas. U n pa­

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saje de Varrón (L. L., 7, 42) resulta esclarecedor en este punto. Co­ mentando el “Olli respondit suavis sonus Egeriai” de Ennio escribe: “Olli” valet dictum. “illi” ab “olla” et “olio”, quod alterum comitiis cum recitatur a praeoone dioitur “olla centuria” non “illa”; alterum apparet in funeribus indictivis quo dicitur: “Ollus leto datus est.” Tenemos aquí una clara indicación de las fórmulas legales y religio­ sas como fuentes paralelas de la dicción poética. También las palabras dialectales fueron aceptadas en la dicción poética de acuerdo con la teoría y práctica griegas. A propósito del verso veteres Casmenas cascam rem voto profarier, Varrón (7, 28) comenta: “primum cascum signiflcat vetus; secundo eius origo Sa­ bina, quae usque radices in Oscam linguam egit”. Semejante es su comentario a catus en el pasaje de Ennio iam cata signa ferae sonitum daré voce parabant: “cata acuta: hoc enim verbo dicunt Sabini”. Es posible también que cohum, del que se nos dice que los poetas lo usaron por caelum, sea un doblete dialectal de cavum. Otras “glo­ sas” extranjeras son meddix y famul (ambos oscos) ambactus (galo), sibyna (ilirio) y rumpia (tracio). Como no podía ser menos, el contingente mayor en este punto lo proporcionó el griego, aunque la poesía latina elevada fue mucho más reservada que la comedia y la lengua popular en la admisión de palabras griegas. Así, incluso a Musa le fue negada la entrada por Livio Andrónico, que puso en su lugar Camena, la palabra indí­ gena para designar a una “diosa de los manantiales y las aguas” — aunque en último término era de origen etrusco, si hemos de creer a Macrobio— . Nevio, por su parte, echó mano de una perífra­ sis para traducir Mouaai: “novem Iovis concordes filiae sórores” (B. P., fr. 1). Sólo Ennio tiene la osadía de permitir a las extranje­ ras musas pisar el suelo del Olimpo latino: “Musae quae pedibus magnum pulsatis Olympum” (A., 1 W .). Ennio dio entrada a otras palabras griegas como bradys, cfiarta, coma, lychnus, pero su senti­ miento de incomodidad en relación con tal proceder resulta eviden­ te en su empleo de aer: “vento quem perhibent Graium genus aera lingua” (A ., 152 W .); sus sucesores se mostraron parcos en el uso del griego, como en el de toda clase de “glosas” foráneas. En esto también fueron discípulos dóciles de los griegos, quienes sabían que el empleo desmedido de este recurso estilístico acabaría paran­ do en |iccp|3ocpiapóq. La devoción de Ennio a sus modelos griegos le llevó a cometer algunos errores de prueba que, sin embargo, no tuvieron efecto algu­ no en la poesía subsiguiente. Aristóteles incluyó entre las “glossae” ciertas distorsiones de palabras, entre ellas las formas apocopadas. En parte esta teoría descansaba sobre un defecto de comprensión.

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introducción a l latín

Homero había conservado una antigua forma 5S, que a los ojos de las generaciones posteriores parecía una forma abreviada de &ñpa. Sobre la aparente autoridad de Homero, Euforión había aventurado f]A por fjXaq. Con tales modelos a la vista, Ennio se atrevió a escribir cael por caelum (Spur., 34 W .), do por domus (ibíd., 35) y gau por gaudium (ibíd., 33). Semejante es su falso uso de la tmesis. Éste era también un rasgo arcaico de la dicción homérica del que Ennio pudo hacerse legítimo eco con su de me hortatur. Pero monstruos como cere... brum (“saxo cere-comminuit-brum”, Spur., 13 W .) ha­ cían violencia a la lengua. Con todo, eminentes abogados han defen­ dido la inocencia de Ennio con respecto a esta culpa. Otra aberración que conoció corta vida fue el uso enniano de la terminación casual épica en -oeo en Mettoeoque Fufetíoeo (A., 139 W . ). En este punto advierte Quintiliano (I, 5, 12): “Ennius poético iure defenditur”. Como hemos visto ya, hay ciertos indicios de que esta terminación casual puede haber existido en latín dialectal. No fue sólo en cuestiones generales de teoría y convenciones literarias donde los griegos ejercieron su influencia en la formación de la lengua literaria latina. El hecho de que una parte tan grande de la poesía arcaica latina sea no sólo imitación, sino incluso tra­ ducción literal del griego, significa que de modo constante el griego permaneció al lado de su pupilo. Esto puede ejemplificarse con el verso con el que puede decirse que comenzó la literatura latina, vinun mihi, Camena, insece versutum (Od., 1), traducción de ávbpcx pot íwette, Mouctcc, itoXóxpoitov, Od., 1, 1, donde Andrónico ha traducido el arcaico ews -te por una “glosa” equivalente sacada de no sabemos qué fuente (difícilmente podría haberse él anticipado a los hallazgos de la moderna filología que ve en estas dos palabras una identidad etimológica ( < *en-seq^e)) . La última palabra del original griego tipifica un problema que puso a prueba los recursos del traductor e imitador latino. El griego conservaba aún en pleno vigor su poder de crear palabras compuestas que usa­ ba libremente en poesía, especialmente epítetos ornamentales. El latín, sin embargo, había perdido en gran medida esta posibilidad heredada. Así, el versutus de Andrónico representa un modo idiomático de traducir el compuesto griego itoXórpo-rtoc;. En ocasiones un tipo derivacional indígena se mostraba adecuado para sostener la carga impuesta por el griego. Esto puede decirse, por ejemplo, de los adjetivos en -ósus, que proporcionaban equivalentes adecua­ dos para los numerosos epítetos ornamentales griegos en itoXu- y - óeu;. Valgan como ejemplos jrondosus (Ennio), fragosus, labeosus (Lucr.), piscosus, lacrimosus, squamosus, spumosus, etc. La equiva­

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lencia de tales palabras a compuestos está puesta de relieve por la acuñación ciceroniana de squamiger y spumifer frente a los dos últi­ mos ejemplos, igual que encontró en aestifer un equivalente del mé­ tricamente imposible aestuosus. aestifer es aceptado por Lucrecio y Virgilio. Al lado de squamosus, Virgilio acuñó otro sustituto, squameus, que puede además servir para tipificar otro sufijo latino esti­ mulado por la presión del griego y especialmente favorecido por los poetas del hexámetro a causa de su conveniente conformación mé­ trica (véase infra). Pero en conjunto los recursos del latín resulta­ ban inadecuados para recoger la inmensa variedad de los com­ puestos griegos. El propio Andrónico, cuando no consigue atinar plenamente, se contenta con los sucedáneos más aproximados: así, Xa^Kfipsi (5oupt) aparece simplemente como celeris (hasta), que imi­ ta el sonido sin recoger el significado. Pero los poetas posteriores, conscientes de que los compuestos ornamentales eran un rasgo esen­ cial del estilo épico, se vieron empujados al empleo de un procedi­ miento ajeno al genio de su lengua. El quinquertio de Andrónico por 7tévToc0\oc; había nacido muerto, pero los poetas trágicos hicie­ ron gala de la más desabrida audacia. Nada en la épica puede rivalizar con el bien conocido “Nerei repandirostrum incurvicervicum pecus” de Pacuvio (fr. 352 W .) (cf. áyKUÁoxeíXr|c; Kuprocúxrjv). Andrónico se había contentado con simum pecus. En general, las palabras compuestas estaban limitadas a irnos cuantos tipos bien definidos. Para el silvícola de Nevio había amplio precedente en pa­ labras como agrícola. Pero su creación arquitenens fue el prototipo de una clase destinada a jugar un importante papel en la dicción de la épica romana: suaviloquens, altitonans, omnipotens, sapientipotens, velivolans, etc. Similar a éste es el tipo ejemplificado por suavisonus, que aparece en un fragmento trágico de Nevio, aunque quizá Livio puede reclamar la prioridad en esta clase con el odorisequus que se le atribuye. En la poesía subsiguiente hay una cantidad abundante de tales compuestos con un tema verbal como segunda parte: altisonus (Ennio, etc.), laetificus (Ennio, etc.), largificus (Lucr.), velivolus (Ennio, etc.), horrisonus (Lucr., etc.), montivagus (Lucr.), frugiparus (Lucr.), etc. En las obras de Nevio encontramos otros tres prototipos que tuvieron gran importancia en la posterior creación de compuestos poéticos:1 1. frondifer: cf. üulcifer, frugifer, flammifer, etc. (Ennio), aestifer, florifer, glandifer, etc. (Lucr.). 2. tyrsiger: cf. armiger (Accio), barbiger, corniger (Lucr.), laniger, naviger, saetiger, squamiger (Lucr.), etc. 3.

bicorpor: cf. bipes (Nevio, Trag.), bilinguis (Ennio), trifax (En­ nio), biiugus (Lucr.), tripectorus (Lucr.), etc.

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Aparte éstos, hay pocos tipos productivos. Los compuestos for­ mados por dos temas nominales como dentefabres, levisomnus, m ultangulus, omnimodus, etc., son mucho más raros. Entre ellos cabe destacar los compuestos en -pes, alipes (Lucr.), sonipes (Accio), caprires (Lucr.), levijes (Cic.), mollipes (Cic.). Entre los que encontra­ ron aceptación general podemos mencionar magnanimus, grandaevus y primaevus. Así, si bien los poetas romanos lucharon pacientemente con una lengua recalcitrante para producir los compuestos poéticos exigidos por las leyes del género, en muchos casos tuvieron que aceptar la derrota y, o bien ignoraron los compuestos griegos, o bien lds tra­ dujeron por medio de perífrasis: Tocvócpu^Aoc; aparece como (cupres~ si stant) rectis foliis (Ennio), TtoXú[iox0o(; como magni (fórm ica) laboris (Hor.), sóppocx; como late fusa (Cic.), GeoupoTtécúv como fidenti noce (Cic.). El griego ejerció además otra influencia decisiva en la forma de la lengua literaria latina cuando Ennio rompió con el hábito de sus antecesores, y en lugar del metro indígena, el saturnio, empleó para sus Anuales un metro griego, el hexámetro. El latín es pobre en palabras dactilicas, que vienen exigidas por este metro, y Ennio echó mano de recursos varios para evitar palabras de conformación rít­ mica impracticable. Así, por imperare, intuetur, Invoíans empleó

induperare, indotuetur, induvolans, con un prefijo indo que aparece en las X II Tablas, pero que resultaba ya desusado en la época de Plauto. Este recurso pareció demasiado extravagante a los poetas posteriores, que resolvieron el problema planteado por palabras como imperare empleando la forma frecuentativa: impérítdre. Esta imposición métrica explica también el uso de plurales poéticos como gaudia, otia y de dobletes fonéticos del tipo vincula frente a vinclis. En otros casos se echó mano de recursos morfológicos como los genitivos plurales “arcaicos” parentum, cadentum, agrestum, etc., o el infinitivo de perfecto en lugar del de presente (continuisse por continere), si bien este uso tenía también raíces en la sintaxis más arcaica. La búsqueda de series dactilicas es también evidente en la preferencia dada a ciertos tipos de derivación: Lucrecio sustituyó magnitudo y differentia por maximitas y differitas. Los neutros en -m en dan en el plural un dáctilo muy práctico (fragmina), y ello puede explicar la preferencia de los poetas por este tipo de forma­ ción, que era un rasgo de la lengua arcaica (Ps.-Servio, A., 10, 306: fragmina: antigüe dictum). Sin embargo, aun haciendo justicia a Gre­ cia como nodriza de la literatura romana, la simple lectura de algunas líneas de su período de vigorosa adolescencia proclama la

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esencial latinidad de su lengua. No es solamente el vocabulario el que es predominantemente latino, excepción hecha del pequeño por­ centaje de “glossae” admitidas en obsequio a las leyes de la poesía. Los recursos de estilo son palmariamente no-griegos. Esto aparece claro de modo inmediato si contrastamos un pasaje de Ennio con el correspondiente griego que traduce: & poi Ttfji 6rj toi (¡jpévsc; oíx°v0’ fjiQ tó uápoq nep éu’ ávépÓTiouc;;

ek\e*

Quo vobis mentes rectae quae stare solebant ante hac dementes sese flexere viai? (A., 194-5 W.) Vemos aquí ejemplificada esa afición al juego de palabras (mentes-dementes) y a la asonancia, especialmente a la aliteración, que es­ taba profundamente arraigada en el solar latino, a juzgar por pro­ verbios como mense Mato malae nubunt y por carmina religiosos como “utique tu fruges frumenta viñeta virgultaque grandire beneque evenire siris pastores pecuaque salva servassis” (véase infra). De hecho, la aparición de pares de palabras aliterados de carácter similar en textos itálicos (por ejemplo, en la plegaria umbra: “iovie hostatu anhostatu tursitu tremitu hondu holtu ninctu nepitu sonitu savitu preplotatu previlatu”) muestra que la aliteración y la asonan­ cia eran recursos endémicos entre los pueblos de la península. Ejem­ plos de esta clase abundan en Ennio: Haec ecfatus pater, germana, repente recessit nec sese dedit in conspectum corde cupitus quamqüam multa manus ad caeli caerula templa tendebam lacrumans et blanda voce vocabam. (A., 44-7 W.), pasaje en el que debe notarse, además, la figura etymologica. En ocasiones la aliteración es llevada hasta el exceso, como en el bien conocido O Tite tute Tati tibi tanta, tyranne, tulisti! (A., 108 W.) También vemos plenamente desarrollados en Ennio los recursos re­ tóricos del homoioteleuton (Romani... Campani), la paronomasia (explebant... replebant), la antitesis y la isocolia (véase el apartado dedicado a la prosa), que para lo sucesivo dejaron su impronta en la lengua poética de los romanos. Los pasajes siguientes se comentan por sí solos: nec mi aurum poseo nec mi pretium dederitis nec cauponantes bellum sed belligerantes ferro non auro, vitam cernamus utrique; vosne velit an me regnare era, quidve ferat Fors

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INTRODUCCIÓN AL LATÍN virtute experiamur. et hoc simul aooipe dictum: quorum virtuti belli fortuna pepercit, eorundem libertati me parcere certum est. dono, ducite, doque volentibus cum magnis dis, (A., 186 ss. W.) pellitur e medio sapientia, vi geritur .res, spernitur orator bonus, horridus miles amatur; haud doctis dictis certantes, sed maledictis miscent Ínter sese inimicitiam agitantes; non ex iure manum consertum, sed magis ferro rem repetunt regnumque petunt, vadunt solida vi, (A., 263 ss. W.)

Pasajes como éstos revelan a Ennio como el creador de la lengua de la épica romana. De lo que Virgilio debe a Ennio hablaremos más adelante. La influencia de Ennio sobre Lucrecio fue tan grande que P. Skutsch ha llegado a escribir: “Podemos decir que, aparte divergencias en la construcción de los períodos y diferencias de tema, nada puede dar una idea mejor del estilo enniano que un cuidadoso análisis lingüístico de Lucrecio.” En su lengua, el De rerum natura se nos aparece en gran medida inmune al movimiento de reforma de los “urbanizadores”, cuya obra de purificación y uniformación se revela en los rígidos cánones gra­ maticales de los autores clásicos. En la imprecisión de su gramática, y a pesar de la distancia temporal, Lucrecio está más cerca de En­ nio y Plauto que de los puristas augústeos. En él hallamos en gran medida las mismas variaciones de género ( finís m. y f.), declina­ ción (sanguen, sanguis, etc.), conjugación (sonere), sintaxis (p. ej. cum causal con indicativo), que son características de la literatura latina arcaica. Ahora bien, esta incertidumbre gramatical difícilmen­ te podríamos etiquetarla como “arcaísmo”. Lucrecio no era un poeta alejandrino afanosamente empeñado en la búsqueda de efectos ver­ bales con que lograr los aplausos de los preciosistas de salón. Fa­ nático racionalista que ardía en deseos de salvar a los espíritus de la religión, usó la lengua de su tiempo como el instrumento más eficaz y claro de exposición, sin desdeñar ocasionalmente el coloquialismo (p. ej. belle, lepidus). Pero el poeta latino tiene que someterse a las leyes del género. Naturalmente tiene que crear for­ mas aptas para el hexámetro (p. ej. indugredi, discrepitant, inopi, disposta, disque supatis, seque gregari). Incluso en sus neologismos (y su tema le obligaba a abundantes innovaciones — “nec me animi fallit Graiorum obscura reperta difficile inlustrare Latinis versibus esse, multa novis verbis praesertim cum sit agendum propter egestatem linguae et rerum novitatem”, I, 136 ss.), Lucrecio usa los mol­ des tradicionales: p. ej; adverbios como moderatim y compuestos como falcifer. También en sus recursos de estilo Lucrecio se alinea

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con los poetas arcaicos. De la “congeries”, acumulación de sinónimos que Ennio había llevado al absurdo con su “maerentes flentes lacrumantes commiserantes” (Spur., 40 W .), Lucrecio ofrece innume­ rables ejemplos: “inane vacansque” (I, 334), “ofAcere atque obsta­ re” (337), “saepta et clausa” (354), “seiunctum secretumque” (431), “levis exiguusque” (435), “seiungi seque gregari” (452), “speciem ac formam” (4, 52), “duplici geminoque” (274), “monstra ac portenta” (590). Aliteración sostenida la tenemos en I, 250-64, un pasaje que ejemplifica también el uso del epíteto ornamental fijo, cláusulas equilibradas marcadas por el homoioteleuton y la anáfora. El verbo virescunt, que está atestiguado aquí por vez primera, puede servir para ilustrar la afición de los poetas a los verbos en -esco. Fue en su empleo de los arcaísmos y “glossae” donde Lucrecio, aun conformándose a la convención y a lo que era peculiar del gé­ nero, reveló lo que podía lograr un poeta de genio. Una simple lista de estos elementos de su dicción colocaría a Lucrecio al lado del dotado poeta amateur que fue Cicerón, su contemporáneo: geniti­ vos en -ai y en -um, infinitivos en -ier, verbo simple por el com­ puesto, etc. Pero es especialmente en su uso de los recursos tradi­ cionales de la dicción poética donde Lucrecio revela al poeta de genio. Cuando su fuego se abre paso a través del material de la filo­ sofía natural que sobre él se acumula, el arcaísmo y la glosa bri­ llan con una luz supraterrenal. De entre sus muchos pasajes de in­ superable valor poético tendremos que contentarnos con considerar aquel (I, 80 ss.) en que Lucrecio recoge el exquisito pathos de uno de los textos más conmovedores de la poesía griega: el coro de Ifigenia del Agamenón. El análisis lo dañará menos si lo hacemos antes de leerlo, scelerosa es una formación arcaica en -osus (cf. supra) en lugar del más usual sceleratus, y está combinado en “con­ geries” con impía. Otros arcaísmos son los genitivos en -ai, la anás­ trofe de propter, el adjetivo tremibundus. Como “glosas” podemos considerar las formas Iphianassai, Danaum, Hymenaeo. El tema mismo hace inevitable la presencia de antiguos términos rituales: Ínfula, ministros, casta, hostia, mactatu, felix fautusque. Por último, podemos notar un grecismo sintáctico, el “calco” prima virorum. Sin embargo, la presencia de estos ornamentos de género en un pa­ saje que debe mucho de sus magníficas cualidades pictóricas a la inspiración griega no daña a su esencial latinidad. Puede servir para ejemplificar en todas sus fases el progreso realizado por los roma­ nos en el camino de creación de una lengua poética eficaz. Illud in his rebus vereor, ne forte rearis impía te rationis inire elementa viamque indugredi sceleris. quod contra saepius illa religio peperit scelerosa atque impía facta.

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Aulide quo pacto Triviai virginis aram Iphianassai turparunt sanguine foede ductores Danaum delecti, prima virorum, cui simul infula virgíneos circumdata comptus ex utraque pari malarum parte profusast, et maestum simul ante aras adstare parentem sensit, et hunc propter ferrum celare ministros, aspectuque suo lacrimas effundere civis, muta metu terram genibus summisa petebat: nec miserae prodesse in tali tempore quibat quod patrio princeps donarat nomine regem: nam sublata virum manibus tremibundaque ad aras deductast, non ut sollemni more sacrorum perfecto posset claro comitari Hymenaeo, sed casta inceste, nubendi tempore in ipso, hostia concideret mactatu maesta parentis, exitus ut classi felix faustusque daretur. tantum relligio potuit suadere malorum.

Hemos rastreado hasta aquí algunas de las líneas principales de desarrollo de la lengua de la épica romana. Antes de ocuparnos del más grande maestro del género hemos de pasar brevemente revista a los esfuerzos realizados para crear un estilo apropiado para la tragedia. Hemos visto ya que Andrónico y Nevio habían dado en­ trada en la épica a ciertos arcaísmos demasiado alejados de la len­ gua ordinaria para poder emplearse en la tragedia. En general puede decirse, sin embargo, que las diferencias lingüísticas y estilísticas en­ tre la épica y la tragedia son meramente graduales y no cualitativas, y que se desarrolló una lengua estilizada uniforme de la poesía eleva­ da en oposición a las de la comedia y la prosa. Los arcaísmos, las pa­ labras “poéticas” y compuestas distinguen a la lengua de la tragedia no menos que a la de la épica. La tragedia hizo tal vez un uso más parco de tales recursos, pero lo fragmentario de la tradición dra­ mática y épica arcaica hace imposible establecer estadísticas segu­ ras. Con todo, los compuestos más audaces están atestiguados en la tragedia (cf. supra). También los trágicos proporcionan rico mate­ rial ejamplificador de los recursos de estilo que abundan en la épica: aliteración, asonancia, asíndeton, tricóla y, finalmente, la “congeries”, la acumulación de sinónimos, rasgo tan típico de los antiguos car­ mina y fórmulas legales de los romanos. Bastarán algunos ejemplos: 1. logica) :

Aliteración (a menudo con juego de palabras y figura etymo-

quin ut quisque est meritus praesens pretium pro factis ferat. (Nevio, Trag., 13 W.) laetus sum laudari me abs te, pater, a laudato viro. (Ibid., 17 W.)

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Salmacida spolia sine sudore et sangulne. (Ennio, Trag., 22 W.) constitit credo Scamander, arbores vento vacant. (Ibíd., 197 W.) (En el último ejemplo nótese el lugar prominente dado a los verbos, un recurso favorito de Virgilio); Interea loci flucti flacciscunt, silescunt venti, mollitur mare. (Pacuvio, 82-3 W.) cui manus materno sordet sparsa sanguine. (Accio, 12 W.) 2. Tricolon en asíndeton: Podemos comparar con Urit populatur vastat. (Nevlo, Carm., 32 W.) ibid quid agat secum cogitat curat putat. (Ennio, Trag., 349 W.) constitit cognovit sensit, conlocat sese in locum celsum; hiñe manibus rapere raudus saxeum grande et grave. (Accio, Trag., 424-5 W.) miseret lacrimarum luctuum orbitudinis. (Ibíd., 54 W.) 3.

El “estilo rimbombante” : ne illa mei feri ingeni atque animi acrem acrimoniam. (Nevio, Trag., 49 W.) more antiquo audibo atque auris tibi contra utendas dabo. (Ennio, Trag., 324 W.) id ego aecum ac ius fecisse expedibo atque eloquar. (Ibíd., 154 W.) pacem Ínter se conciliant, conferunt concordiam. (Ibíd., 372 W.) ...ne horum dividae et discordiae dissipent et disturbent tantas et tam opimas civium divitias. (Accio, 590-2 W.)

Tales son las características generales de la lengua poética preaugústea. Pero antes de que Virgilio pusiera mano a la tarea de ele­ var la poesía romana a sus más altas cimas, una reacción se alzó contra los hábitos e ideales arcaizantes profesados por la escuela enniana. La “escuela moderna”, la de los poetae novi, trasplantó a Roma la polémica de los antiguos y los modernos que en un tiempo dividiera a los literatos de Alejandría cuando Calimaco rechazó el poema épico largo, tal como lo practicaba Apolonio Rodio, y pro­ clamó que un libro grande era un ¡ráya kcxkóv. De esta nueva escue­

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la, capitaneada por el gramático y crítico P. Valerio Catón, fue Catulo el más dotado representante. Tampoco estos poetas querían oír hablar de épica larga — Cicerón escribe acerca de Ennio: “O poe­ tara egregium! quamquam ab his cantoribus Euphorionis contemnitur”— , y se consagraron a géneros de menor alcance que daban ocasión a los más exquisitos refinamientos de forma, lengua y me­ tro. Fue en este último aspecto, que cae fuera de la finalidad del presente libro, donde sus reformas resultaron más palpables. Hay un punto de prosodia que merece mención por su interés lingüístico. Los novi prohibieron la anulación de -s final, que la poesía anterior había admitido (Cic-., Or., 161: “eorum verborum quorum eaedem erant postremae duae litterae quae sunt in optimus, postremam litteram detrahebant, nisi vocalis insequebatur. ita non erat ea offensio in versibus quam nunc fugiunt poetae novi”). Esto no era más que un ejemplo de su aversión general por los arcaísmos que, iden­ tificados con la rusticitas, antítesis de la elegancia moderna y de la urbanitas, querían eliminar los novi de la lengua de la poesía, pero este empeño estuvo en buena parte contrarrestado por las leyes que un poeta alejandrino profeso tenía que admitir. La obligada mime­ sis de los predecesores vino a significar que mucho de lo que podrían rechazar como arcaísmo fue admitido como tradición poética. Así, tampoco Catulo rehúye arcaísmos morfológicos como alis, alid, Troiu -

genum, amantum, tetuli, face, citarier, deposivit, lavit, recepso, quis, quicum, uberttm, miseritus, o palabras arcaicas como autumant, grates ago, oppido, nasse, illa tempestóte = illo tempore, cupiens — cupidus, apisci, anotare (en un plegaria, 67, 2), postilla. También en el uso de compuestos Catulo es fiel a la práctica de sus predece­ sores. En el poema Peleo y Tetis, que pertenece al género épico, hallamos, por ejemplo, letifer, corniger, caelicola, y raucisonus, veridicus etc. Pero en los demás poemas acuña compuestos que van más allá de estos tipos bien establecidos y rivaliza con sus modelos alejandrinos aventurándose a crear pinnipes, plumipes y silvicultrix. También los ornamentos de estilo son de tipo tradicional, si bien observa un mayor discernimiento en el empleo de la aliteración, que, en general, reserva para efectos especiales: Thesea cedentem celeri cum classe tuetur. (64, 53.) plangebant aliae proceris tympana palmis aut tereti tenuis tinnitus aere ciebant. (Ibíd., 261-2.) Otros ejemplos (“frigoraque et famen”, 28, 5; libenter... laetus”, 31, 4; “satur supinus” — nótese el asíndeton— , 32, 10) son probable­ mente pares de palabras establecidos ya de antiguo en la conversa­ ción ordinaria. Encontramos también un recurso de estilo digno de

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particular mención en vista de su importancia en la praxis de Virgi­ lio: si en un verso aparecen dos nombres y uno de ellos ha de ser calificado por un adjetivo, para lograr un equilibrio se dota al otro nombre de un epíteto. Además, en tales grupos de palabras se adop­ ta un orden altamente artificial, en el que los adjetivos se disponen en paralelo o forman un quiasmo:

ab A B inrita ventosae linquens promíssa procellae. (64, 59.) pero non flavo retinens subtilem vértice mitram, non contecta levi velatum pectus amictu non tereti strophio lactentis viñeta papillas. (Ibíd., 63 ss.), donde la disposición es diferente en las tres líneas sucesivas: (1) abÁB, (2) abBA, (3) aAbB. Finalmente, veamos un ejemplo de la disposición quiástica: “ausi sunt vada salsa cita decurrere puppi” (64, 6) = AabB. Ahora que hemos esbozado las líneas maestras del desarrollo gradual del instrumento de expresión poética que los romanos for­ jaron con materiales indígenas bajo la guía de los griegos, es el mo­ mento de pasar a Virgilio. Poeta romano formado en la tradición alejandrina, pagó a sus predecesores el tributo de la imitación. La majestad de su tema y las leyes del género prescribían una lengua de colorido y ornamentación ennianos. El fondo virgiliano de pala­ bras “poéticas” básicas es el de sus predecesores (ales, almus, aequor, amnis, arbusta, caelestes, coma, ensis, genetrix, letum, mortales, pro­ les, etc.), con su marcada preferencia por los verbos simples (linquo, temno, sido, suesco). Las innovaciones de Virgilio están también fun­ didas en el molde tradicional: adjetivos en -eus (arbóreas, frondeus, fumeus, funereus); en -alis, -ilis (armentalis, crinalis, flexilis, glaciarlis, sutilis); en -bilis (enarrabilis, immedicabilis, ineluctabilis); en -osas (onerosas, nimbosas, undosas, montosas); verbos incoativos en - esco (abolesco, crebresco, inardesco); frecuentativos (conveclo, domito, hebeto, inserto); nombres de agente en -tor, -trix (fundator, latrator, pugnator); neutros en -m en ( gestamen, libamen, luctamen). Pero la exquisita sensibilidad de Virgilio no pudo ignorar lo que se había logrado a través de la investigación y experimenta­ ción de los novi. Por otra parte, como poeta cuidadoso en extremo, se veía obligado a rechazar una erudición que resultara opresiva y pedante y destruyera el efecto moral y emocional. Por eso Virgilio, aun permaneciendo fiel a la lengua de sus predecesores en la épica, no se aleja demasiado de las formas del habla contemporánea. Por

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ejemplo, no usa arcaísmos como duona, sos, endo, danunt, escit, ni antiguas formas metaplásticas como caelus, sanguen, flucti, lavere, si bien algunas de ellas fueron rechazadas más por “vulgares” que por arcaicas (véase capítulo V I); no emplea tampoco adverbios del tipo rarenter, disertim y contemptim. Quedan también eliminadas las “glossae” dialectales como cascus, baeto, perbito, que tal vez con­ sideraba como “ex ultimis tenebris repetita” (cf. Quintiliano, 8, 3, 27). Es cierto que tenemos ejemplos de genitivo en -di, de olle y quls, de formas verbales en -ier, faxo, fuat, de las partículas ast, ceu, y de pone. Pero estos arcaísmos no están introducidos indiscriminada­ mente como tendentes a dar un vago colorido poético. Algunos, na­ turalmente, estaban impuestos por las exigencias (lenibat, nutribant, maerentum) o conveniencias (infinitivos en -ier en el quinto pie: aecingier artes) de orden métrico. Otros comparecen en evocaciones deliberadas de los predecesores, como, por ejemplo, en el pasaje de tono lucreciano Aen., 6, 724 ss. con su cuidadosa notación de la es­ tructura lógica por medio de las partículas principio... hiñe... ergo, el arcaísmo ollis (usado solamente en esta forma por Lucrecio), la aliteración elaborada (p. ej. “mens agitat molem et magno se corpore miscet”), que es especialmente frecuente en final de verso (p. ej. “vitaeque volantum, moribundaque membra, carcere caeco”). Podemos notar además el pleonasmo revisant rursus y los numero­ sos ecos de la fraseología lucreciana (enniana): globum lunae, modis

miris, volantum por avium. Ahora bien, imitatio aparte, los arcaísmos de Virgilio aparecen usados con delicado y deliberado artificio. Como en el caso de Lu­ crecio, están dictados por el tema. Es digno de notarse, por ejemplo, que la forma fuat aparece en Virgilio solamente en un discurso de Júpiter (A., 10, 108), pasaje que será de interés examinar aquí. Las palabras del pater omnipotens están introducidas por el arcaísmo infit. La escena está caracterizada por una aliteración de intensidad enniana: ... eo dicente deum domus alta silescit et tremefacta solo tellus, silet arduus aether, tum Zephyri posuere, premit placida aequora pontus. El parlamento se abre con un grandioso “dicolon abundans” : accipite ergo animis atque haec mea Agite dicta. El veredicto, que comienza con el majestuoso polisílabo quandoquidem “como quiera que” — nunca usado por Cicerón en sus dis­ cursos ni por César— , tiene una estructura binaria equilibrada en­ raizada en la lengua de la religión y el derecho:

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quandoquidem Ausonios coniungi foedere Teucris haud licitum, neo vestra oapit discordia ftnern: quae cuique est fortuna hodie, quam quisque seoat spem, Tros Rutulusne fuat, nullo discrimine habebo, seu fatis Italum castra obsidione tenentur sive errore malo Troiae monitisque sinistris, En la última línea recordamos el dolo malo de las leges sacrae y el sinister de la lengua augural. El arcaísmo fuat encuentra, pues, su lugar en un contexto mayestático en que el padre de los dioses y los hombres aparece sentado en el trono desde el que dicta su justicia. Marouzeau ha llamado la atención sobre una serie de casos en que tales arcaísmos dan color a la lengua hablada por los dioses: quianam es usado por Júpiter (10, 6), moerorum por Venus (10, 24), ast por Juno (1, 46). No podría hallarse una ilustración mejor de la afirmación de Quintiliano “verba a vetustate repetita... adferunt orationi maiestatem aliquam” (I, 6, 39). También la Sibila habla en una lengua que no es de este mundo: olli sic breviter fata est longaeva sacerdos: Anchisa generate, deum certissima proles. Todo este pasaje (6, 317-36), que describe la llegada de Eneas a la Éstige, es particularmente rico en colorido arcaico: enim “en ver­ dad”, la asonancia inops inhumataque, la anástrofe haec litara circum, la significación arcaica de putans, el locativo animi, y finalmen­ te la expresión ductorem classis, que, como una antigua gema en una montura moderna de “glossae”, forma el espléndido verso Leucaspim et Lyciae ductorem classis Orontem. (334.) En este pasaje podemos notar, además, las reminiscencias ennianas

vada verrunt y vestigia pressit; las expresiones patronímicas Anchi­ sa generate y Anchisa satus, propias del estilo épico latino desde Livio Andrónico; el grecismo sintáctico (es una “glosa)” iurare nu­ men, y finalmente la construcción no latina -que... -que, “calco” acuñado por Ennio como práctico final de hexámetro en la línea de expresiones homéricas como óXíyov te íáo v t e , TtóXepoí te pócxoci te , etcétera. Virgilio recurre también al arcaísmo cuando tiene que evocar la solemnidad de la plegaria (p. ej. alma, nequiquam) : alma, precor, miserere, potes namque omnia nec te nequiquam lucís Hecate praefecit Avernis. (6, 117-8.)

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La misma base tiene la significación de un detalle aparentemente in­ significante: el arcaico atque introduciendo un pasaje que evoca el patitos del cadáver insepulto: atque lili Misenum in litore sicco ut venere vident indigna morte peremptum. (162 s.) Estas líneas, con su repetición de Misenum y la “glosa” Aeoliden, marcan el climax de un pasaje rico en colorido y fraseología ennianos (p. ej. “caecosque volutat eventus animo secum; vestigia figit; multa ínter sese vario sermone serebant”), en que Virgilio ha pro­ digado todos los recursos de su magia verbal: quo non praestantior alter aere ciere viros Martemque accendere cantu. (164 s.) sed tum forte cava dum personat aequora concha, demens, et cantu vocat in certamina divos, aemulus exceptum Tritón, si credere dignumst, inter saxa virum spumosa immerserat unda. (171 ss.) Finalmente, tum iu ssa S ibyllae,

haud mora, festinant flentes aramque sepulcro congerere arboribus caeloque educere oertant. itur in antíquam silvam, stabula alta ferarum: procumbunt piceae, sonat icta securibus ilex, fraxineaeque trabes cunéis et fissile robur scinditur, advolvunt ingentis montibus omos. (176 ss.) El resto del episodio de Miseno servirá para ejemplificar otro recurso del arte virgiliano. La “glosa”, según hemos visto, era uno de los recursos tradicionales del género épico, y como tal lo emplea­ ron los predecesores de Virgilio al modo de los griegos, si bien Lu­ crecio habla sido notablemente más moderado en el uso de este ornamento que Ennio, Cicerón o Catulo. También Virgilio se autolimita en el empleo de este recurso, cuyo uso excesivo habría llevado al barbarismo (véase p. 107). Al igual que los arcaísmos, la “glosa” queda reservada para efectos especiales. Si, como debe hacerse, ex­ cluimos de la definición de “glosa” las palabras que pertenecen al fondo común de la dicción poética (letum, amnis, etc.), podemos no­ tar en el pasaje en cuestión los términos augúrales (ob)servare, agnoscere, optare, laetus, y las rebuscadas expresiones rituales de la escena funeraria con sus “glossae” pyra, en lugar del término indi-

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gena, rogus, y cadus por situla, y finalmente la escansión griega de cráteres. Sería vano intentar una espectrografía de la música verbal de Virgilio con sus complejas armonías y sus cambiantes esquemas de asonancia. Sin embargo, la estructura y ornamentación retóricas son un capítulo de gran importancia en la. poesía postaugústea y exigen al menos una breve referencia. Durante el último siglo de la República, un completo aprendizaje de la retórica griega había llegado a ser una parte normal de la educación de un romano. En esta escuela aprendieron los romanos la técnica de la prosa artística y la construcción de períodos complejos equilibrados (véase el apar­ tado siguiente). La adaptación del período artístico a la poesía del hexámetro no fue el menor de los logros de Virgilio; es un punto en el que dejó muy atrás a sus predecesores. El poeta “arcaico” Lucre­ cio y el “neotérico” Catulo habían fracasado ambos en su intento de resolver este problema; sus largos períodos (véase Skutsch, Aus Vergils Frühzeit, p. 65) carecían de armonía y equilibrio internos y consistían en su mayor parte en simples sartas de oraciones subor­ dinadas. Ahora bien, Virgilio había aprendido de sus maestros de retórica que la prosa de tensión emocional elevada no exige largos períodos elaborados con las partes subordinadas cuidadosamente conectadas con la idea central, hipotaxis, sino parataxis, con supre­ sión de las partículas de conexión lógica. Preguntas retóricas, excla­ maciones, oraciones rápidas y breves mutuamente equilibradas, con simetría marcada por recursos como la antítesis, la anáfora, el homoioteleuton, el quiasmo..., tales eran los recursos prescritos para la consecución de fuerza, energía e intensidad (beivÓTqt;) en la pro­ sa. 2 Fue este estilo el que Virgilio introdujo en la épica romana. En primer lugar su período raramente excede la longitud de cua­ tro hexámetros, el óptimo prescrito por Cicerón (véase el apartado siguiente y cf. Cicerón, Orator, 222). Así, la narración que abre el libro V I de la Eneida empieza con dos períodos, cada uno de los cuales consiste en tres “cola” coordinados (véase el apartado si­ guiente) : sic fatur lacrimans, classique immittit habenas, et tándem Euboicis Cumarum adlabitur oris. obvertunt pelago proras; tum dente tenaci ancora fundabat navis et litora eurvae praetexunt puppes. Esta sencillez es característica constante del estilo narrativo de Vir­ gilio. Pero en el estilo “asiánico” de la prosa patética, la sencillez de 2.

Véase W . K ro ll , “Neue Jahrb.”, 1903, pp. 23 s.

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INTRODUCCIÓN AL LATIN

la estructura sintáctica está compensada por los elaborados artifi­ cios retóricos de la “concinnitas” (véase el apartado siguiente), la antítesis, el orden de palabras y la asonancia. También en Virgilio incluso las oraciones simples presentan esa clase de estilización re­ tórica. Podemos notar, por ejemplo, el tricolon “de magnitud cre­ ciente” : bella, hórrida bella et Thybrim multo spumantem sanguine. (6, 86 s.) El tricolon con anáfora: ante fores súbito non voltus, non color unus, non comptae mansere comae. (Ibíd., 47 s.) El kúkXoc; en cessas in vota precesque Tros, ait, Aenea, cessas? (Ibid., 51 s.) Compárese socer arma Latinus habeto impertan sollemne socer. (12, 192 s.) El “dicolon abundans” en errantisque déos agitataque numina Troiae (6, 68), y compárese omnia praecepi atque animo mecum ante peregi. (Ibid., 105.) Tales estructuras binarias equilibradas son particularmente carac­ terísticas de nuestro autor: fataque fortunasque virum moresque manusque. (Ibid., 683.) quos dulcís vitae exsortis et ab ubere raptos abstulit atra dies et funere mersit acerbo. (Ibid., 428 s.) Compárese qui sibi letum insontes peperere manu lucemque perosi proiecere animas. (Ibid., 434-6.) sed revocare gradum superasque evadere ad auras, hoc opus, hic labor est. (Ibid., 128 s.)

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nunc anirais opus, Aenea, nunc pectore firmo. (Ibíd., 2fil.) (Aeneas) maesto defixus lumina voltu ingreditur | linquens antrum | caecosque volutat eventus animo secum. (Ibíd., 156-8), donde las dos oraciones principales coordinadas, de catorce sílabas cada una, dan escolta a la frase participial central. A menudo la si­ metría está, subrayada por asonancias cuidadosamente dispuestas. Los pasajes que siguen ejemplifican uno de los recursos favoritos de Virgilio: homoioteleuton de palabras colocadas en las posiciones inicial y final de verso: talibus Aeneas ardentem et torva tuentem

lenibat dictis animum lacrimasque ciebat. illa solo flxos oculos aversa tenebat. (6, 467-9.) at regina, nova pugnae conterrita sorte

flebat, et ardentem generum moritura tenebat. (12, 54 s.) nec minus interea Misenum in litore Teucri flebant et cineri ingrato suprema ferebant. (6, 212-3.) pars calidos latices et aena undantia flammis expediunt corpusque lavant frigentis et unguunt. (Ibid., 218-9.) it tristis ad aethera clamor

bellantum iuvenum et duro sub Marte cadentum. (12, 409-10.) Es, naturalmente, en los discursos donde encontramos los esque­ mas estructurales más complejos. El discurso de Palinuro (6, 347 ss.) puede servir como ejemplo. Empieza con un par coordinado de “cola” de igual longitud (“parison”), con el equilibrio marcado por homoio­ teleuton: ...ñeque te Phoebi cortina fefellit, dux Anchisiade, nec me deus aequore mersit.

La misma “isocolia” se mantiene y subraya cuidadosamente a lo lar­ go del pasaje: p. ej.: cui datus haerebam custos cursusque regebam. (6, 350.) paulatim adnabam terrae, iam tuta tenebam. (358.) ferro invasisset praedamque ignara putasset. (361.) En spoliata armis, excussa magistro (por excusso magistro) la cons­ trucción está forzada para mantener el paralelismo. Notamos de paso la disposición de adjetivos y nombres (abBA) en:

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INTRODUCCIÓN AL LATIN tris Notus hibernas immensa per aequora noctes. (355.)

Finalmente, como ha subrayado Norden, todo el discurso tiene una disposición ordenadamente retórica con un breve “prooemium” (... mersit), una “narratio” (namque... in litare venti) y un epílogo, que toma la forma de una “commiseratio” que culmina en dos ver­ sos de estudiada aliteración: da dextram misero et tecum me tolle per undas, sedibus ut saltem placidis in morte quiescam. (370 s.) En manos de Virgilio el largo proceso de perfeccionamiento de los recursos indígenas bajo la supervisión de la técnica griega alcanzó su cima, y la lengua latina quedó por fin modelada como poderoso y sensible instrumento de poesía elevada. Si bien no forma parte de nuestra tarea el rastrear la influencia de Virgilio como poeta y pensador — y la poesía romana no iba a mantenerse largo tiempo en estas alturas— , podemos decir que su influencia en la historia subsiguiente de la lengua literaria fue in­ mensa. Sufriendo la suerte de los más grandes autores, pasó a con­ vertirse en texto escolar, se le aprendió de memoria, se le recitó, se le hizo víctima de la “explication des textes”, se le analizó y, Anal­ mente, se le descuartizó para sacar de él ejemplos de las reglas gramaticales. De este modo todo estudioso y todo copista se con­ virtió en un virgiliano. Pero nos estamos anticipando, y es el momen­ to de rastrear el desarrollo paralelo de la prosa latina artística.

B.

L a l e n g u a de l a p r o s a l i t e r a r i a

La fuente esencial de toda lengua literaria es la lengua hablada en sus varias formas y modalidades. A partir de ese material bruto, la mayor parte de las sociedades humanas, especialmente tras la in­ vención de la escritura, han desarrollado formas particulares de expresión lingüística que, aunque difíciles de definir, podemos cla­ sificar como “literarias”. Al rastrear las líneas maestras del desarro­ llo de la prosa literaria latina hemos de tener en cuenta algunas consideraciones de importancia. Es normalmente en la, esfera de la religión y en la del derecho donde se dan los primeros pasos que distinguen la expresión literaria formal de la lengua coloquial. Para orientar al hombre en su conducta con respecto a los dioses y a sus semejantes se formulan reglamentaciones. Tales fórmulas religiosas y legales que recogen el mos maiorum, transmitidas de generación en generación, conservan formas arcaicas de expresión. De ahí que

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una lengua literaria que se desarrolle a partir de ellas sea una mez ­ cla de lo coloquial y lo arcaico. Consideraremos luego las formas de la expresión persuasiva e impresiva, la retórica natural que la expe­ riencia creciente y la autocrítica transformarán en un cuerpo cohe­ rente de doctrina. En este punto los romanos son especialmente deudores de los griegos, si bien algunos de sus recursos estilísticos estaban bien enraizados en el suelo itálico. En particular, la insis­ tencia en la “claridad” (aoccpriveia) como principal virtud del discurso eficaz significa que las interrelaciones de las partes de un pensa­ miento complejo deben hallar explícita expresión lingüistica. De acuerdo con ello, la ingenua yuxtaposición de oraciones simples es gradualmente desarrollada para formar el período complejo con cuidada subordinación de sus partes constituyentes. Finalmente nos enfrentaremos con otro problema constantemente planteado: la cen­ tralización del gobierno en los estados organizados, el dominio de una cierta clase, el prestigio de que disfrutan sus hábitos sociales, de los que no es el menos importante el modo de hablar, vienen a dar como resultado el desarrollo e imposición de una lengua estándar. En latín este prejuicio de clase está resumido en la palabra urbanitas. Con relación a las primeras etapas del desarrollo de la prosa la­ tina estamos aún peor informados que al respecto de la poesía, por lo escaso de la documentación conservada. Tenemos, desde luego, los fragmentos de las X II Tablas citados por los autores posterio­ res. Ahora bien, en su mayor parte consisten en ordenanzas desnu­ das, sucintas, de la más simple estructura: p. ej. si in ius vocat ito. ni it, antestamino. igitur em capito. Lo más característico de este estilo es que no hay expresión explícita del sujeto del verbo,' que tiene que ser sobreentendido a partir del contexto: “si (un deman­ dante) emplaza (a un demandado) ante el tribunal, (el demandado) ha de comparecer. Si no comparece, (el demandante) debe llamar a un testigo. Luego hágalo detener”. Esta peculiaridad sintáctica, como otros muchos puntos de las X II Tablas, tiene su correspondencia en las leyes griegas arcaicas. Así, la ubicua influencia griega se reve­ la incluso en los más primitivos y aparentemente más romanos documentos de la lengua latina (véase supra). Al igual que la poesía, la prosa literaria comienza con traduc­ ciones del griego; como testimonio más antiguo conservado de la literatura latina en prosa tenemos los pasajes citados por Lactancio de la traducción enniana de la 'lepa ávaypai‘|VEioc), en la logicidad y en la evitación de la ambigüedad como principales virtudes retóricas. Fue, sin lugar a dudas, para conse­ guir claridad por lo que los autores romanos tamizaron los múlti­ ples recursos de la lengua preclásica en un esfuerzo por alcanzar el ideal del mot juste para cada noción y el de una construcción para expresar cada relación sintáctica. Asi, el simple ablativo de tiempo es el único usado por Cicerón y César, en tanto que los autores anteriores se habían permitido emplear in tempore, etc. También clásica es la impresión de refinamiento que puede producir el abla­ tivo instrumental en expresiones como máximo clamore con el apo­

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INTRODUCCIÓN AL LATIN

yo de cum, si bien la preposición aparece ya en autores anteriores. De modo similar, el uso de cum con un simple ablativo modal (cum salute) se convierte en canónico sólo en la prosa clásica. Dos ejemplos más bastarán para ilustrar la tendencia general a eliminar los do­ bletes sintácticos. El uso de si en el sentido del ing. whether, intro­ duciendo interrogativas indirectas, que es frecuente en latín arcaico y lo fue también sin duda en la lengua coloquial de la época clásica — aparece en las cartas de Cicerón— , es evitado en la prosa clásica, probablemente sobre la base de que a esta conjunción le quedaba reservado el valor del ing. if. De modo similar, la conjunción multifuncional ut en Cicerón abandona los siguientes valores: “desde que”, “donde”, “cómo” (excepto en la exclamación vides ut, etc.), “como si” = quasi quidem; tampoco emplea Cicerón un simple ut para introducir exclamaciones independientes. 4 Es, sin embargo, en el vocabulario donde la elegantia, la puntillo­ sa selectividad del clasicismo, resulta más evidente. Cicerón, ala­ bando el buen gusto ateniense, había escrito: quorum semper fuit prudens sincerumque iudicium, nitoil ut possent nisi incorruptum audire et elegans. eorum religioni cum serviret orator, nullum verbum insolens, nullum odiosum ponere audebat. (Orator, 25.) Una palabra insólita y chocante del tipo indicado era, por ejemplo, la preposición af: “insuavissima praepositio est af, quae nunc tantum in accepti tabulis manet ac ne his quidem omnium” (Or., 158), o también las palabras compuestas de factura no latina, que Cicerón rechaza: “asperitatemque fugiamus: habeo ego istam perterricrepam itemque versutiloquas malitias” (Or., 164). César, según Gelio (1, 10, 4), había hecho una declaración de principios similar: “ut tamquam scopulum sic fugias inauditum atque insolens verbum”. Cicerón escribió, alabando el exquisito sentido de la lengua que Cé­ sar poseía: “sed tamen, Brute, inquit Atticus, de Caesare et ipse ita iudico... illum omnium fere oratorum Latine loqui elegantissime” (Brutus, 232), una sensibilidad que no era mero producto de una domestica consuetudo, sino que estaba basado en la lectura intensiva y el estudio diligente de obras incluso recónditas. Con tales princi­ pios los autores clásicos pusieron mano a la tarea de clarificar el enmarañado desarrollo de su lengua literaria heredada. Los auto­ res de los textos religiosos y legales, en sus denodados esfuerzos por abarcar toda posible manifestación de la actividad divina y de la inventiva e iniquidad humanas, habían desarrollado fórmulas como: 4.

Véase W . K ro ll , “Glotta”, X X II, 1933, pp. 1 ss.

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neve post hac Ínter sed coniourase neve comvovise neve conspondise neve conpromesise velet neve quisquam fidem ínter sed dedise velet. (Senatus Consultum de Bacchanalibus, 12 s.) Tales acumulaciones de sinónimos, cuyo nombre técnico es “conge­ ries”, habían llegado a ser, como hemos visto, una característica del estilo elevado, y fueron muy empleadas incluso por Cicerón en sus primeras obras hasta que Molón de Rodas puso diques a su juvenil redundancia (“is dedit operam, si modo id consequi potuit, ut nimis redundantis nos et supra fluentis iuvenili quadam dicendi impunitate et licentia reprimeret et quasi extra ripas diffluentis coerceret”, Brutus, 316). De hecho la prosa clásica eliminó, de los compues­ tos verbales vistos más arriba que significaban “conspirar”, todos excepto coniurare, si bien añadió conspirare, no incluido en el texto que examinamos. Ahora bien, mientras que los principios teóricos concernientes a la elegantia representaban un cuerpo de doctrina común, sus aplicaciones prácticas dieron resultados que provocan la perplejidad del lector moderno. La evitación de arcaísmos tales 'como topper, oppido, aerumna, autumo no presenta problemas. Todos ellos fueron rechazados por Virgilio como inadecuados inclu­ so para la arcaizante lengua de la poesía, probablemente como ex ultimis tenebris repetita. Por otra parte, la aversión de Cicerón — con posterioridad a los primeros discursos— y César por doñee y su preferencia por dum se debieron tal vez al hecho de que la primera de dichas conjunciones resultaba demasiado ruda y novedosa y no estaba aún libre de la sospecha de vulgarismo. En gran medida po­ dría decirse lo mismo de quia frente al preferido quod. Arcaísmo y vulgarismo fueron las Escila y Caribdis entre las que los puristas clásicos pasaron en su penosa navegación. Una similar sensibilidad frente a los valores de una palabra pue­ de explicar por qué César prefiere non modo, non solum, al non tantum favorecido por los que completaron su obra, al ser tantum ambiguo. Se ha señalado también que quomodo y quamquam son evitados por César, y en cambio el segundo aparece cuatro veces en el libro V III del De bello gallico, debido a Hircio. También mues­ tra César una preferencia por priusquam frente a antequam y por posteaquam frente a postquam. Diferencias de valor y factores de vulgarismo y urbanidad pueden dar cuenta de muchas de estas suti­ lezas; pero, como sugiere Marouzeau en su examen de estos hechos, no debemos ignorar el factor de la elección personal y de los meros hábitos verbales. ¿Por qué César no emplea nunca quando o mox, y omite casi del todo vgitur en favor de quare e itaque? ¿Por qué su preferencia por timeo frente a vereor y m etw ? La tendencia de una palabra a reaparecer como por hábito una vez activada puede

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INTRODUCCIÓN AL LATÍN

observarse en el empleo en César del raro giro e regione no menos de siete veces en el libro V II de la Guerra de las Gallas, mientras que sólo aparece una en todo el resto del corpus. A pesar de su insistencia teórica en la evitación de inauditum verbum, los escritores latinos no cesan nunca de lamentar la patrii sermonis egestas en comparación con el griego. Realmente mucho quedaba por hacer antes de que el latín pudiera funcionar como ins­ trumento adecuado para las actividades intelectuales superiores. Quizá la más grande contribución de Cicerón a la lengua latina lle­ gara con su forzado retiro de la política, cuando se dedicó a la tra­ ducción de obras filosóficas griegas. Al hacerlo creó en gran medida el vocabulario del pensamiento filosófico abstracto. Veremos más adelante un ejemplo de su actividad en sus varias tentativas por hallar un equivalente latino del tecnicismo retórico griego nEpío&oq. Una carta a Ático (13, 21, 3) nos permite echar otra apasionante ojea­ da al taller de Cicerón. El problema planteado era cómo traducir las palabras ÉitÉ/Eiv y éttoxií en su sentido filosófico de “suspensión del juicio”. Cicerón se había decidido por sustinere (Ac., 2, 94), pero Atico le sugería inhibere, que Cicerón aceptó para luego volverse atrás: volvamos ahora a lo que nos ocupa; tu sugerencia de inhibere, que yo había encontrado muy atrayente, me parece ahora del todo ina­ decuada. El término es típicamente náutico. Yo estaba enterado de ello, naturalmente, pero pensaba que los remeros detenían los remos cuando se les ordenaba inhibere. Mas de que esto no es así me enteró ayer cuando una nave se acercaba a mi villa. Porque no detienen los remos (sustinent),^smp que reman de modo distinto. Esto está muy lejos de énoxq. Asimiles, procura ponerlo en mi libro tal como estaba al principio. Díseío a Varrón por si también él lo ha cambiado. Lo más adecuado es seguir a Lucilio cuando es­ cribe : sustineas currum ut bonus saepe agitator equosque. Y Carnéades siempre compara la guardia de un púgil (itpo|3oXf|) y el frenar del cochero a la ¿Troxi). En cambio la inhibitio de los re­ meros implica movimiento, y bien potente, por cierto, pues se trata de hacer girar la nave sobre sí misma. A través de una prolongada experimentación en la traducción de tér­ minos griegos, Cicerón introdujo en el latín muchas palabras nuevas cinctutis non exaudita Cethegis, y al hacerlo forjó el vocabulario fundamental del pensamiento abstracto que se ha convertido en pa­ trimonio común de los pueblos del Occidente europeo: p. ej. gua­ ntas (itoióTTjq), quantitas (itooó'njq), essentia (oúata), etc.

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Si bien la cuidadosa selección de las palabras representó un fac­ tor decisivo para asegurar la claridad de expresión en que los puris­ tas clásicos insistían como primera exigencia, fue en su lograda construcción de períodos complejos donde mostraron mayor virtuo­ sismo e hicieron mayor contribución al desarrollo de la prosa euro­ pea. Se trataba, ante todo, de la superación de las inconsecuencias de construcción, de los inevitables anacolutos, de las “contamina­ ciones”, de las “construcciones según el sentido” y faltas de concor­ dancia, del nominativus pendens...; en una palabra, de todas las ilogicidades inherentes a la ligereza de la expresión coloquial que ya hemos examinado más arriba. En un segundo plano estaba la orga­ nización de las frases coordinadas inconexas en unidades mayores, con cuidada y explícita subordinación de las varias partes consti­ tuyentes al pensamiento principal (la sustitución de la parataxis por la hipotaxis será examinada en detalle en el capítulo X ) . El más importante descubrimiento en la búsqueda de la claridad y equili­ brio en el período complejo fue el de que el sujeto debía mantenerse inmutado a lo largo de todo él. La pesadez e inseguridad de un pe­ ríodo que ignoraba este recurso es evidente en el siguiente pasaje de las Origines de Catón: nam ita evenit, cum saucius multifariam ibi factus esset, tamen vulnus capiti nullum evenit, eumque Ínter mortuos defetigatum vulneribus atque quod sanguen eius defluxerat cognovere, eum sustulere, isque oonvaluit, saepeque postilla operam rei publicae fortem atque strenuam perhibuit illoque facto quod illos milites subduxit exercitum servavit. (19, 9 ss. J.) En este pasaje el constante cambio de sujeto exige la tediosa repe­ tición del anafórico is, eum. Nótese también que el ita evenit intro­ ductorio no tiene influencia alguna en las construcciones, y mejor sería que fuera seguido en nuestra puntuación por una coma. Ahora bien, la unidad de sujeto no se podía lograr mientras no se desa­ rrollaran las construcciones participiales concertada y absoluta. El adjetivo verbal en -n t - que nosotros conocemos como participio de presente era ya característico de la lengua “común” indoeuropea. En los textos latinos más antiguos se usa casi exclusivamente en funciones nominales. En Catón y en los primitivos analistas, por ejemplo, el participio de presente no tiene la función específicamen­ te verbal de regir un objeto en acusativo, y en buena parte puede decirse lo mismo del uso de Plauto. Terencio admite un comple­ mento directo, pero, con dos excepciones, sólo cuando el participio está en nominativo. Éste es el empleo predominante en Varrón, si bien presenta ejemplos en que el participio está en acusativo y uno en que está en dativo. Gradualmente el uso se hizo más flexible

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INTRODUCCIÓN AL LATIN

con variaciones de autor a autor — Salustio es notablemente más libre que César— , hasta que Cicerón con su gran virtuosismo usa el participio transitivo en todos los casos posibles. También en abla­ tivo absoluto aparecen pocos ejemplos del participio de presente en Plauto y Terencio, aparte aquellos en que tiene función adjetival (p. ej. y hasta Salustio y César no se usa libremente la construcción. Fue este nuevo recurso sintáctico el que hizo posible los períodos tan complejos y, sin embargo, tan coheren­ tes y lúcidos que abundan en las páginas de Cicerón. El período complejo extenso exigía no solamente una disposi­ ción lógica que facilitase la comprensión. Hay que tener siempre presente que el estilo de la prosa romana estaba basado en la lengua hablada y que evolucionó con la práctica de la oratoria. Según Ci­ cerón, habría sido Marco Emilio Lépido el primer orador latino que logró alcanzar la esbeltez de los griegos en el período artístico:

me praesente, sciente),

hoc in oratore Latino primum mihi videtur et levitas apparuisse illa Graecorum et verborum comprensio et iam artifex, ut ita dieam, stilus. ( , 96.)

Brutus

Es evidente que las condiciones de la disertación en público imponen ciertas limitaciones a la longitud de las partes constitu­ yentes de un período: hay un máximo de unidad expiratoria. Fueron sin duda consideraciones prácticas de tal índole las que habían lle­ vado en Grecia al desarrollo de un estilo en el que el período se fraccionaba en “miembros” ( kcoXoc) y “porciones” (Kópparoc), térmi­ nos que Cicerón tradujo por e ( ., 211). En térmi­ nos ideales el periodo complejo estaba formado por cuatro cada uno de la extensión aproximada de un hexámetro (Or., 222 ). Ahora bien, el estilo de períodos largos resulta más adecuado al gé­ nero histórico y a la oratoria epideíctica 207); ante los tribu­ nales y en el foro debía usárselo sólo de modo restringido, pues de lo contrario resultaría ineficaz, por producir impresión de inautenti­ cidad. En la práctica normal de los tribunales la mayor parte del discurso consistirá en períodos organizados en e Cicerón cita (Or., 222 s.) un ejemplo de este estilo tomado de Craso (“quin etiam compréhensio et ambitus ille verborum, si sic itepíobov appellari placet, erat apud illum contractus et brevis, et in membra quaedam, quae kcoáoc Graeci vocant, dispertiebat orationem libentius”, 162):

Ínter alia

membra

incisa Or

membra,

(Or.,

membra

incisa.

Brutus,

missos faciant patronos, ipsi prodeant...; cur clandestinis consiliis nos oppugnant? cur de perfugis nostris copias comparant contra nos?

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Acerca de este pasaje comenta: “los dos primeros elementos son de los que los griegos llaman Kóppaxa y nosotros inciso,; el tercero es un kcoXov o, como nosotros decimos, membrum, y finalmente sigue un periodo, no largo, sino consistente solamente en «dos versos», es decir, membra” . Tal estilo resulta particularmente eficaz, escribe Ci­ cerón, en pasajes dedicados a probar o refutar, y cita un ejemplo de su Pro C. Com elio: “o callidos homines, o rem excogitatam, o ingenia metuenda” (hasta aquí por membra)-, luego con un incisum: “diximus”. Luego nuevamente un membrum: “testis daré volumus” . Finalmente sigue la comprehensio (período) más breve posible, con­ sistente en dos membra: “quem, quaeso, nostrum fefellit ita vos esse facturos?” (Or., 225). Los oradores antiguos emplearon complejos recursos para po­ ner de relieve las partes de un parlamento construido incisim y membratim. También en este punto podemos sacar provecho de la lectura del análisis del maestro (Or., 164 ss.) acerca de su propia práctica, cuando da a un período una “definición” de este tipo: et flniuntur aut compositione ipsa et quasi sua sponte aut quodam genere verborum in quibus ipsis concinnitas inest; quae sive casus habent in exitu similis, sive paribus paria redduntur, sive opponuntur contraria, suapte natura numerosa sunt, etiamsi nihil est factum de industria. Continúa Cicerón señalando que Gorgias había sido el primero en buscar la concinnitas por medio de tales recursos, y cita como ejem­ plo de su propia obra un pasaje del Pro Milone, 10: est enim, iudices, haec non scripta sed nata lex, quam non didicimus, accepimus, legimus, verum ex natura ipsa arripuimus, hausimus, expressimus, ad quam non docti sed facti, non instituti sed imbuti sumus. Otro recurso generador de concinnitas, favorecido por Gorgias y sus sucesores, es la antítesis. También de ella, según él mismo advierte, hizo Cicerón frecuente uso: nos etiam in hoc genere frequentes, ut illa sunt in quarto Accusationis ( = in Verrem, 2, 4, 115): “conferte hanc pacem cum illo bello, huius praetoris adventum cum illius imperatoris victoria, huius cohortem impuram cum illius exercitu invicto, huius libidines cum illius continentia: ab illo qui cepit conditas, ab hoc qui constituías accepit captas dicetis Syracusas”. (Or., 167.) Si bien la estudiada teoría que subyace a la elaboración de una prosa latina armónicamente equilibrada es uno de los muchos dones

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INTRODUCCIÓN AL LATÍN

de Grecia a la Roma literaria, los recursos empleados tenían raigam­ bre itálica. 5 También en este punto podemos ver la influencia de los carmina y de la lengua del derecho. En las plegarias, imprecacio­ nes y fórmulas mágicas los concepta verba asumían naturalmente una forma equilibrada en la que la longitud de las unidades estaba limi­ tada por la exigencia de claridad, tono mayestático y pausas respi­ ratorias. De los muchos ejemplos de plegarias he escogido uno con­ servado por Livio, 1, 10, 6 ss. (cf. la fórmula augural examinada en el capítulo III). Iuppiter Feretri haec tibi victor Romulus rex regia arma fero templumque his regionibus quas modo animo metatus sum dedico sedem opimis spoliis quae regibus ducibusque hostium caesis me auctorem sequentes posteri ferent

sílabas ” 9 ” 10 ” 11 ” 13 ’’ 12 ” 8 8

Es este estilo el que se remeda, por ejemplo, en Plauto, Asin., 259 ss. impetratum inauguratumst quovis admittunt aves picus et cornix ab laeva corvos parra ab dextera consiiadent. El período construido lógicamente con armonía interna y equi­ librio de sus partes constituyentes (concinnitas) recibió su perfec­ ción última cuando la disposición de las palabras se hizo conforme a un esquema rítmico. Cicerón había establecido (Or., 201) que en la collocatio verborum había que atender a tres cosas: compositio, concinnitas y numeras. En nuestro examen del numeras podemos tomar una vez más como guía a Cicerón, si bien es claro que no da cuenta completa ni siquiera de su propia praxis en cuanto al ritmo. El discurso — mantiene Cicerón (Or., 228)— no debe fluir sin pausa (infinite) como un río, ni detenerse por falta de caudal expiratorio. Al igual que el golpe dado por un púgil diestro, un período rítmica­ mente equilibrado tiene mayor impacto. Esto se demuestra quebran­ tando el orden de las palabras en un período de buena estructura rítmica: 5. Es conveniente recordar aquí que el “parallelismus membrorum” se con­ sidera un rasgo distintivo de la más antigua poesía semítica. J. D. Y oung, (“Jb. f. Kleínas. Forsch”, 1953, pp. 231 ss.) escribe: “Cuando hallamos el pa­ ralelismo como rasgo regular de un texto semítico, nos encontramos ante una composición poética.”

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se estropeará todo, como en este pasaje de mi discurso Pro Come­ tió: ñeque me divitiae movent, quibus omnis Africanos et Laelios multi venalicii mercatorisque superarünt”; cámbialo un poco de modo que tengamos: “multi superarunt mercatores venaliciique”, y todo se habrá echado a perder... Y si se toma una frase informe de algún orador descuidado, y cambiando un poco el orden de las palabras se la reduce a una forma bien encajada, se convertirá en ajustado (aptum) lo que antes era flojo y suelto. Pues bien, tómese del discurso de Graco ante los censores de este pasaje: “abesse non potest quin eiusdem hominis sit probos improbare quOmprobos probet”; cuánto mejor si hubiera dicho así: “quin eiusdem hominis sit qui improbos probet probos improbare. (Or. 232 s.; cf. la tra­ ducción de A. Tovar, Barcelona, Alma Mater, 1967.) Tenemos aquí un ejemplo de cláusula trocaica, una de las preferidas por Cicerón para la cadencia de período. Se trata del ditroqueo, una de las cadencias predilectas de la escuela asiánica. “ ¡Qué exclama­ ciones de admiración dejó escapar el auditorio cuando Gayo Carbón terminó con patris dictum sapiens temeritas fili comprobaviV’ (Or., 214). Ahora bien, es un error recurrir demasiado continuamente a un determinado ritmo. Hay otras cadencias agradables: el crético ( —u —) y su equivalente al peón, en sus formas —\ju u y v o u —, apropiada la primera para los comienzos; la segunda, cadencia fa­ vorita de los antiguos. “Yo no la rechazo de modo absoluto pero prefiero otras” (Or., 215). De hecho, el análisis moderno ha demos­ trado que esta preferencia se inclinó en favor del crético más tro­ queo ( — v — / — w), con sus varias resoluciones posibles, y del do­ ble crético, en tanto que el ditroqueo, la cláusula asiánica, perdió para Cicerón parte de su atractivo a medida que su arte y experien­ cia se desarrollaron. El estilo artístico plenamente desarrollado, con sus rasgos típi­ cos de coneinnitas y ritmo, no era, por supuesto, apropiado para emplearse en cualquier ocasión. Había que tener presentes los usos propios del género: nam nec semper nec apud omnis nec contra omnis nec pro ómni­ bus nec cum ómnibus eodem modo dicendum arbitror. is erit ergo eloquens qui ad id quodcumque decebit poterit accommodare orationem. (Cicerón, Or., 123.) El proemio, por ejemplo, debía ser de tono modesto; la narratio, sencilla, y de una claridad que recordara la de la conversación coti­

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INTRODUCCIÓN AL LATIN

diana. También César, a quien Cicerón alaba como ejemplo pre­ claro de pura latinidad (“illum omnium fere oratorum Latine loqui elegantissime”, Brutus, 252), adopta estilos diversos. Sus Comenta­ rios están escritos en un estilo austero, objetivo, con ciertas pecu­ liaridades que recuerdan la lengua oficial de la cancillería ( “nudi enim sunt, recti et venusti, omni ornatu orationis tamquam veste detracta”, Brutus, 262). En cambio, en sus discursos “ad hanc elegantiam verborum Latinorum... adiungit illa oratoria ornamenta dicendi” ( Brutus, 261). Así ha señalado Norden los recursos retóricos de un fragmento del Anticato de César (p. ej. “putares non ab filis Catonem sed filos a Catone deprehensos”, citado por Plinio, Ep., 3, 12, 3), mientras que Lofstedt ha detectado cláusulas rítmicas en uno del De analogía (Cic., Brutus, 253): “ac si, ut cogitata praeclare eloqui possent ( - v . ------- ), nonnulli studio et usu elaboraverunt ( ----------), cuius te paene principem copiae { —~ ^ —) atque inventorem ( ------- ^ ) bene de nomine ac dignitate populi Romani meritum esse existumare debemus (— «->— ) : hunc facilem et cotidianum novisse sermonem ( — ^) num pro relicto est habendum?” ( - ^ — vy-v^); también en la cita “tamquam scopulum sic fugias inauditum atque insolens verbum” ( —^ ------- ). Nótese tam­ bién la “congeries” inauditum atque insolens. Aun con estas limitaciones y concesiones a la distinción de géne­ ros, los ideales estilísticos (elegantia, concinnitas, numerus) de los que Cicerón fue el práctico por excelencia no fueron universalmen­ te aceptados. Estaban, por una parte, los descarriados aticistas que creían que un tono tosco y rudo representaba de modo exclusivo el auténtico estilo ático (Or., 28). Todavía peores eran los seguido­ res de Tucídides, novum quoddam imperitorum et inauditum genus, que se creían auténticos “Tucídides” tras haber pronunciado unas frases fragmentarias e inconexas:, “sed cum mutila quaedam et hiantia locuti sunt, quae vel sine magistro facere potuerunt, germa­ nos se putant esse Thucydidas” (Or., 32). La concisión y la oscuri­ dad del historiador ateniense resultaban inapropiadas para la ora­ toria. Si bien Cicerón no niega la excelencia de Tucídides como historiador, los discursos de Alcibíades tal como aparecen en Tucí­ dides los considera “grandes... verbis, crebri sententiis, compressione rerum breves et ob eam ipsam causam interdum subobscuri” ( Bru­ tus, 29). Un estilo de esta clase, el polo opuesto del ciceroniano, que buscaba palabras arcaicas y poéticas, comprimido en vez de pleno, que cultivaba deliberadamente la inconcinnitas y rechazaba el nume­ rus, fue el acuñado por el historiador Salustio. Los arcaísmos que utiliza son los que ya nos resultan familiares por las páginas prece­ dentes: parataxis, períodos torpemente construidos con cambio de sujeto y uso superfluo del anafórico is, combinaciones aliterativas de

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palabras (laetitia atque lascivia, mansuetudine atque misericordia, clades atque calamitas), “tricóla” asindéticos con frecuente alitera­ ción (“animus aetas virtus vostra me hortantur”, Cat., 58, 19; “pro pudore pro abstinentia pro virtute audacia largitio avaritia vigebant”, Cat., 3, 3), escasa utilización del participio concertado, supino con complemento directo, etc. En el vocabulario, su profuso empleo de viejas palabras dio lugar al reproche de “priscorum Catonis verborum ineptissimum furem”. Típica de él es la palabra -prosapia (usada en la expresión homo veteris prosapiae), que aparece en Catón, es califi­ cada por Cicerón como vetus verbum y condenada por Quintiliano (I, 6 , 40), quien la coloca entre las palabras “iam oblitteratis repetita temporibus... et Saliorum carmina vix sacerdotibus suis satis intellecta”. A todo esto añadió Salustio los recursos retóricos establecidos que ya hemos examinado: isocolia, homoioteleutón, aliteración, quiasmo, antítesis, etc. Ahora bien, el género histórico imponía otras exi­ gencias, Cicerón (Or., 65) lo había clasificado dentro de la oratoria epideíctica, cuya finalidad es el deleitar más que el convencer, con lo que podía permitirse metáforas más libres y disponer las palabras como hacen los pintores con sus varios colores. Quintiliano (10, 1, 31) va más lejos: “est enim próxima poetis et quodam modo carmen solutum; ad memoriam posteritatis et ingenii famam componitur; ideoque et verbis remotioribus et liberioribus figuris narrandi taedium evitat”. Para tales efectos propios del género, Celio Antípatro, predecesor de Salustio como autor de monografías históricas a la manera helenística, se había nutrido de Ennio. También la lengua de Salustio sufrió notable influencia de la poesía romana arcaica y en particular de los Anuales de Ennio. Esta influencia es evidente en su sintaxis (p. ej. los genitivos aevi brevis, nuda gignentium, frugum laetus ager), en sus métodos de formación de palabras (necessitudo, vitabundus, harenosus, imperitare, insolescere), en el uso de verbos simples por compuestos y, sobre todo, en su vocabula­ rio, que se nutre abundantemente del ya típico “gradus ad Parnassum” (aequor, proles, suescere, etc.). Podemos también detectar expresiones aliterativas ennianas como mare magnum (“mar encres­ pado”), m ulti mortales y fortuna fatigat, e incluso cláusulas de he­ xámetro, como, por ejemplo, fortia {acta canebat. Hemos de añadir, por último, la concisión tucidídea y la estudiada variedad en las for­ mas de expresión: “pars... alii”; “spes amplior quippe victoribus et advorsum eos quos saepe vicerant”; “in suppliciis deorum magniflci, domi parci, in amicos fideles erant” (C., 9, 2); “audacia in bello, ubi pax evenerat aequitate” (C., 9, 3); “quippe quas honeste habere licebat abuti per turpitudinem properabant” (C., 13, 2). En este estilo rebuscado y altamente artificial, una de las más originales creaciones de la literatura latina, creyeron durante largo

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INTRODUCCIÓN AL LATÍN

tiempo los estudiosos — y la creencia persiste aún— poder detectar abundantes vulgarismos, y se inclinaron así a mirarlo como una es­ pecie de “latín democrático” afectado por Salustio, más o menos con el mismo espíritu que indujo a un demagogo de la gens Claudia a hacerse llamar Clodio. Este error de comprensión con respecto a un estilo descrito por los antiguos como seria et severa oratio (Gelio, 17, 18), en el que la nota dominante es la oepvótqt; tucidídea (es decir, alejamiento, majestad), fue producto de un empleo indiscri­ minado de los términos “vulgar”, “arcaico” y “poético” (archaismes conserves par le peuple), cuya discusión se hará en el capítulo si­ guiente. Con relación a la importancia de Salustio en la historia de la lengua literaria será suficiente recordar las palabras de admira­ ción que le dedica Tácito, quizá el más original de los estilistas latinos: “Sallustius... rerum Romanarum florentissimus auctor” (Ann., 3, 30). Totalmente diferente es el estilo de otro gran maestro de la his­ toriografía latina. Livio rechazó explícitamente los principios y prác­ ticas del estilo de Salustio y se adhirió a la escuela ciceroniana. Co­ pioso y abundante en su expresión (Quintiliano, 10, 1, 32, habla de la Livi lactea ubertas), evita illa Sallustiana brevitas y da a sus perío­ dos un máximo de elaboración. Pero la historia no es oratoria, y los períodos de Livio no son del tipo que pretende convencer al oyente en la asamblea o en el tribunal, y que mira a la credibilidad y no a la species expositionis (Quintiliano, loe. cit.). Y asi la lucidez de los complejos períodos de Livio se ve menoscabada por su afición a las construcciones participiales donde Cicerón hubiera preferido ora­ ciones subordinadas con su relación lógica claramente marcada por las conjunciones. En general los períodos de Livio son más lentos en su ritmo y más enmarañados en su construcción que los del gran maestro de la prosa clásica. Esto no supone negar su genio como estilista original. La diferencia entre los dos autores no reside tal vez en una mayor o menor capacidad artística, sino que es más bien de función y género: los períodos de Cicerón están dirigidos a ilustrar al oyente; Livio está componiendo un poema en prosa (car­ men solutum) para el deleite de un lector. El género histórico, según hemos visto ya, exige colorido poético. En Livio, como en Salustio, encontramos fraseología y reminis­ cencias ennianas: “scutis magis quam gladiis geritur res”, 9, 41, 18, recuerda “vi geritur res”, Ennio, Ann., 263 W. (cf. Salustio, “gladiis res geritur”, Cat., 60, 2); el enniano “bellum aequis manibus nox intempesta, diremit”, Ann., 170 W., se refleja en “aequis manibus

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hesterno die diremistis pugnam”, 27, 13, 5; con la frase aliterativa “plenum sudoris ac sanguinis”, 6 , 17, 4, compárese “sine sudore et sanguine”, Ennio, Trag., 22 W. Muchos giros “virgilianos” de Livio deben explicarse por la común dependencia de Ennio, como por ejemplo “vi viam faciunt”, 4, 38, 4, cf. "ñt via vi” , Aen., 2, 494; “ agmen... rapit”, 3, 23, 3, cf. Aen., 12, 450; “iam in partem praedae suae vocatos déos”, 5, 21, 5, cf. Aen., 3, 222 “ipsumque vocamus in partem praedamque lovem” . Un origen enniano puede sospecharse también en las semejanzas entre Livio y Lucrecio: “in volnus moribunda cecidit”, 1, 58, 11, cf. “omnes plerumque cadunt in volnus”, Lucr., 4, 1049. En general el vocabulario de Livio abunda en palabras y formaciones poéticas estereotipadas (proles, pubes, proceres, etc.; lacrimabundus, etc.). Podemos recordar cómo los historiógrafos helenísticos adornaban su prosa con palabras poéticas como kXocüO^óc;, Xaifióc, áSqpÍToc;, (i^vic;, AaiXatp, etc., afectación que provocó la burla de Luciano en su Cómo se escribe la historia. Podemos también observar algunos poetismos de sintaxis que ya nos son familiares (incerti rerum,

aeger animi, cetera egregius). Se ha puesto de relieve hace ya tiempo — por Stacey— que el estilo de Livio no es uniforme a lo largo de toda su obra. La prime­ ra década presenta numerosos rasgos arcaicos y poéticos, "mientras que en la tercera y aún más en la cuarta Livio tornó a las formas y normas más estrictas del clasicismo’1. Así, la palabra regimen, de un tipo habitual en la lengua arcaica, aparece cinco veces en Livio: cuatro en la primera década y la quinta en la tercera década y en la expresión aliterativa regimen rerum omnium, con la que podemos comparar el enniano “id meis rebus regimen restitat” (Trag., 231 W .). De modo similar somno revinctus (cf. Ennio, Ann., 4 W. “somno leni placidoque revinctus”) es abandonado por Livio tras dos ejemplos en la primera década. El cambio de estilo aparece nítido en la esta­ dística de otros dos fenómenos. En la tercera persona de plural del perfecto de indicativo activo la terminación normal de la prosa, pre­ ferida por César y Cicerón, era -érunt, mientras que -ere, como ya hemos visto, resultaba arcaico y poético. Pues bien, es la segunda forma la que predomina en la primera década, especialmente en los seis primeros libros (con el 77 % en el III y el 73 % en el I I ) . En los libros siguientes se produce una constante disminución hasta llegar al X LI, en que sólo hay dos ejemplos de -ere frente a cincuen­ ta y ocho de -érunt. Significativa es el alza de la curva en el li­ bro X X I, en que el 42 % de -ere es un índice del intenso colorido poético de todo el libro. Por lo que se refiere a los verbos frecuen­ tativos, la tabla estadística que sigue habla por sí misma:

INTRODUCCIÓN AL LATÍN

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agito clamito dictito imperito

1° Déc.

3.* Déc.

4.° Déc.

5.a Déc.

47 14 15

25

17

4

1

1

6

3 4

2









Lo que subyace a estas indicaciones de un retorno gradual al uso “moderno” es, una vez más, el sentido del “decorum” lingüístico que por encima de todo caracteriza a los escritores antiguos. Del mismo modo que Virgilio hace un uso más pródigo de arcaísmos cuando pasa a temas majestuosos y solemnes, así también Livio al describir los orígenes legendarios del gran estado romano vistió el manto de la poesía (“mihi vetustas res scribenti nescio quo pacto antiquus flt animus”, 43, 13, 2). Ciertos fenómenos que aparecen en Livio, como también en Salustio, han sido etiquetados como “vulgares”. No deja de ser signifi­ cativo el hecho de que se los haya detectado especialmente en los primeros libros (p. ej. los verbos frecuentativos). Vemos que (introducti) ad senatum es reemplazado más tarde por el más correcto ín senatum. La frase participial introducida por sine, p. ej. sine praeparato commeatu, acaba cediendo el paso a nusquam praeparatis commeatibus. qua... qua en el sentido de partim... partim — que se encuentra en Plauto y en las cartas de Cicerón, pero nunca en César o Salustio— aparece nueve veces en la primera década y sólo en ella. Ahora bien, una interpretación diferente de los hechos es sugerida, por ejemplo, por el comentario de Servio “antique dictum est” al virgiliano ne saevi, Aen., 6 , 544. También Livio emplea esta forma no clásica de prohibición: “erit copia pugnandi; ne tímete” (3, 2, 9), y también aquí tenemos que escoger entre “vulgar” y “antique dic­ tum”. Parece poco probable que un autor romano de genio, con sensibilidad para las leyes del género y profundo conocimiento de la propiedad de las palabras, hubiera dado paso a vulgarismos pre­ cisamente en las partes de su obra en las que — según es evidente y admitido por él mismo— pretende evocar la atmósfera de un pasado remoto y legendario. No es Livio quien yerra — a pesar de la patavinitas que Asinio Polión le reprochaba según Quintiliano, 1, 5, 56— , sino nuestras clasificaciones estilísticas del vocabulario (véase el ca­ pítulo siguiente acerca del complejo “arcaico-vulgar-poético”) .

C.

P o e s ía y

prosa

p o s t c l á s ic a s

Hemos seguido hasta aquí el progreso del latín literario por las sendas de la prosa y de la poesía, sendas que alcanzan sus cimas de

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perfección en la oratoria madura de Cicerón y en la épica de Vir­ gilio. Cada una de estas especies de la lengua literaria tenía una na­ turaleza distinta, producto de una tradición que insistía en la escrupulosa observancia de las particularidades del género. Estas cumbres que dominan el paisaje literario del latín clásico están uni­ das, naturalmente, por cimas intermedias: la prosa histórica se ex­ tiende hacia el dominio de la poesía, mientras que la comedia apenas sobresale del nivel del latín cotidiano ( “comicorum poetarum, apud quos, nisi quod versiculi sunt, nihil est aliud cotidiani dissimile sermonis”, Cicerón, Or., 67). Pero en general puede afirmarse que el ideal clásico tal como se manifiesta en la oratoria de Cicerón y en la épica virgiliana trazó una frontera clara entre la lengua de la prosa y la de la poesía. Este nítido contraste se desdibujó en la literatura postclásica. La poesía invadió la prosa y la retórica se enseñoreó de la poesía. El estilo de Virgilio, con su sofisticada técnica altamente retórica, lleva­ ba en sí la semilla de su propia decadencia. En época posterior Ma­ crobio alabó a Virgilio por su carácter marcadamente retórico (“fa­ cundia Mantuani multiplex et multiformis est et dicendi genus omne complectitur”, Sat., 5, 1 , 4), pero esto resultaba peligroso en manos de hombres de menor genio. La poesía no produjo ya una gran figura con posterioridad a Virgilio, cuya influencia perduró indiscu­ tida y abrumadora. De Lucano, quizá el más dotado de los poetas épicos postclásicos, escribe Quintiliano (10, 1, 90): “Lucanus ardens et concitatus et sententiis clarissimus et, ut dicam quod sentio, magis oratoribus quam poetis imitandus.” De Estado se ha dicho (W. Kroll) que “sus Silvae son discursos y árpaoste; de circunstan­ cias en forma poética, mientras que Juvenal y Persio en algunas de sus sátiras discuten Géoek; generales a la manera de las escuelas de retórica”. Por lo que mira al proceso de viciamiento de la prosa, lo mejor que podemos hacer es resumir el diagnóstico del único gran genio literario que produjo la época postaugústea. En su Dialogus de oratoribus Tácito discute el problema de por qué, mientras las épo­ cas anteriores habían sido tan prolíficas en oradores de genio, su propia generación se veía totalmente falta de elocuencia. Marco Apro, uno de los personajes del diálogo, defendiendo el moderno estilo oratorio, apunta que el público — de los tiempos de Cicerón— , por inexperto y poco sofisticado, toleraba y admiraba la acción de un hombre que fuera capaz de hablar durante un día entero utilizan­ do todos los trucos del oficio según habían quedado establecidos en los más que áridos tratados de Hermágoras y Ápolodoro (Dial., 19). Sin embargo, en su propia generación, dado que prácticamente to­ dos los oyentes tenían un conocimiento al menos superficial del arte en cuestión, el orador tenía que usar de efectos nuevos y cuidarse de

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no provocar la impaciencia de su auditorio. “¿Quién prestarla aten­ ción en estos tiempos a los discursos contra Verres?... En nuestros días el juez se adelanta al abogado que actúa y no le hace caso nisi aut cursu argumentorum aut colore sententiarum aut nitore et cultu descriptionum invitatus et corruptus est. Y tanto el común de los presentes como el oyente ocasional que va y viene exigen laetitiam et pulchritudinem orationis.” Estaban, además, los jovenes estudian­ tes de oratoria, “puestos en el yunque”, que querían algo que llevarse a casa y sobre lo que escribir a sus pueblos: “referre domum aliquid inlustre et dignum memoria volunt; traduntque in vicem ac saepe in colonias ac provincias suas scribunt, sive sensus aliquis arguta et brevi sententia effulsit, sive locus exquisito et poé­ tico cultu enituit” (ibíd,, 20). Cicerón — admite— en las obras de sus últimos años se habla aproximado a tal estilo, pero sus primeros discursos revelan no pocos defectos de tipo arcaico, lentitud en el comienzo, excesiva extensión en la narración y descuido en la digre­ sión. Sobre todo, no había en ellos “nada que sacar para llevarse a casa” (“nihil excerpere, nihil referre possis”, ibíd., 22 ). Colorido poético y frases rápidas rematadas de modo detonante por un epigrama: tales fueron los ideales del nuevo estilo. Séneca había sido en su momento su profeta y su primer gran representan­ te. Dando de lado a las puerilidades de los arcaístas que hablaban la lengua de las X II Tablas, afectó una sentenciosa concisión — plus significas quam loqueris— en la que la antítesis venía a ser el efec­ to fundamental. El ciceroniano Quintiliano lamenta su influencia so­ bre los jóvenes ( “si rerum pondera minutissimis sententiis non fregisset”, 10, I, 130), influjo de lo más pernicioso por lo altamente atractivos que resultaban sus vicios de estilo (ábundant dulcibus vitiis). También Tácito había puesto en boca de Mésala un elogio de Cicerón: “ex multa eruditione et plurimis artibus et omnium rerum scientia exundat et exuberat illa admirabilis eloquentia” (Dial., 30), y se había referido con desprecio a los que “in paucissimos sensus et angustas sententias detrudunt eloquentiam” (ibíd., 32). Ahora bien, es evidente que este ideal ciceroniano se aplicaba sola­ mente al género oratorio. En sus obras históricas Tácito llevó a su perfección el estilo comprimido, torturado, epigramático, enrique­ cido con un colorido arcaico y poético, que su admirado predecesor Salustio había elaborado. La intensidad y tensión de su pensamien­ to encuentran expresión en la deliberada evitación de la concinnitas, en la trabajada “variatio” de expresión de la que todas sus páginas ofrecen ejemplos: minantibus intrepidus, adversus blandientes in~ corruptus; quídam metu, alii per adulationem; crebris criminationibus, aliquando per facetias; Suetonio, cuius adversa pravitati ipsius, prospera ad fortunam referebat; palam laudares, secreta male audie-

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bant; vir facundas et pacis artibus, etc. En interés de la brevedad podó sin miramientos toda palabra superflua, logrando una concen­ tración de expresión tal vez sólo igualada por Horacio en sus odas. La majestad de su objeto y lo austero de su personalidad se reflejan en la as^ivóTriq que los antiguos veían en el estilo de Tucídides. Se logra ésta por el uso de expresiones arcaicas (perduellis, bellum pa­ irare) y poéticas, y de construcciones del mismo tipo: los genitivos incertus animi, ambiguus consilii, los simples ablativos de “lugar en dónde” (campo aut litare), el instrumental de agente (desertas suis), etc., y sobre todo por el empleo de palabras poéticas, entre las que podemos citar los verbos simples en lugar de sus com­ puestos: apisci, ciere, firmare, flere, piare, quatere, rapere, temnere, y los incoativos ardescere, clarescere, gravescere, notescere, suescere, valescere, etc. Abundan las reminiscencias de los poetas, especial­ mente de Virgilio: “colles paulatim rarescunt” , Germ., 30 (cf. “an­ gustí rarescent claustra Pelori”, Aen., 3, 411); “quibus cruda ac viridis senectus”, Agr., 29 (cf. “sed cruda deo viridisque senectus”, Aen., 6 , 304); “vulnera dirigebant”, Hist., 2, 35 (cf. Aen., 10, 140). Sinto­ mática resulta la evitación de términos cotidianos que atentarían contra la aepvÓTpq: podemos citar su casi cómico esfuerzo por evi­ tar el llamar pala a una pala: “per quae egeritur humus aut exciditur caespes”, Ann., 1, 65; la agricultura, la construcción y el comer­ cio son aludidos con “ingemere agris, illaborare domibus, suas alienasque fortunas spe metuque versare”, Germ., 46. Lofstedt llama la atención sobre la estudiada tendencia de Tácito a apartarse de lo común en la elección entre adjetivo y genitivo. Así escribe (Ann., 1, 7) “per uxorium ambitum et senili adoptione” en lugar del más usual uxoris, senis. En cambio, sustituye los tradicionales bellum civile y virgines Vestales por bellum civium (Hist., 1, 3) y virgines Vestae (Ann., 1, 8 ). Este uso de formas distantes de las de su época nos recuerda su propio epigrama maior e longinquo reverentia. La cualidad poética de su estilo está bien ejemplificada en la siguiente descripción del ataque a la isla de Mona y de la destrucción de sus bosques sagrados (Ann., 14, 30): stabat p ro litore diversa acies, densa arm is virisque, intercursantibus fem inis; in m odu m F u ria ru m veste ferali, crinibus deiectis faces praefereban t; D ru id ae circum , preces d ira s sublatis ad caelum m an ibus fundentes, novitate aspectos percu lere m ilitem , ut quasi haerentibus m em bris im m obile corpus vulneribus praeberent. dein cohortationibus ducis et se ipsi stim ulantes, ne m u liebre et fanaticum agm en pavescerent, inferunt sign a sternuntque obvios et igni suo involvunt. praesidiu m posthac im positu m victis excisique luci saevis sup.erstitionibus sacri; nam cru o re captivo ad olere a ra s et hom inum fibris consulere déos fa s habebant.

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INTRODUCCIÓN AL LATÍN

Entre otras muchas cosas podemos notar en este pasaje la per­ sonificación de acies; los términos poéticos fundentes, pavescerent, fibris (por extis); el uso de adjetivo por genitivo (muliebre agmen, cruore captivo); el arcaísmo adolere aras, y la elaborada aliteración de la última frase. Hace ya mucho tiempo observó Wólfflin que el estilo maduro de Tácito era el producto de un desarrollo gradual. Así, la formación arcaica claritudo (cf. supra) no aparece en las obras menores, com­ parte el terreno con claritas en las Historias (3: 3), y es quince ve­ ces más abundante en los Anuales (30: 2). De modo similar, omnia cede gradualmente ante cuneta, essem ante forem, non possum y possum ante nequeo y que o, cresco ante glisco, etc. De los verbos simples citados más arriba notesco y gravesco se encuentran sólo en los Anuales (en otros lugares innotesco, ingravesco). En el cam­ po de la sintaxis vemos que apisci se construye con genitivo sólo en los Anuales, donde también hallamos los únicos ejemplos de id aetatis, id temporis frente al uso anterior de eo, illo temporis, etc. Otra peculiaridad de los Anuales es la creciente inclinación hacia el abla­ tivo absoluto sin sujeto: intellecto, quaesito, proper ato, saepe apud se pensitato, etc. De ello no hay ningún ejemplo en las obras me­ nores y sólo tres en el conjunto de las Historias. Otro dato indicador es la anástrofe de la preposición, de la que sólo hay cinco ejemplos en las Historias frente a cincuenta en los Anuales. Lófstedt ha hecho ver que desde el libro X III de los Anuales en adelante Tácito dio marcha atrás en ciertos aspectos y tornó a mo­ dos de expresión más normales. Esto se desprende claramente de la estadística de algunos fenómenos seleccionados. (En la tabla, Anua­ les A = libros I-V I, X I, X II; Anuales B = libros X III-X V I). Dial. forem essem quis quibus quamquam quamvis

Agr. 4

0 10 0

8 1

— — —

— — —

Germ. 0 2 0 —

— —

Hist.

Ann. A.

51 17 23 71 — —

62 31 54 45 44 4

Ann. B 1

29 7 50 6 11

Estas observaciones no implican un cambio importante en el es­ tilo: son meras modificaciones de detalle. Podemos atribuirlas a una sensibilidad literaria más madura que se daba cuenta de que un ex­ cesivo arcaísmo impedía, en vez de producirla, la tan deseada ospVÓTT]