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Habla un exorcista

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Habla un exorcista

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Habla un exorcista

ÍNDICE

Este libro no podrá ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin el previo permiso escrito del editor. T odos los derech os reservados T í tulo orig inal: U n esorcista racconta © G abriele A monh , 19 9 0 © Ediz ioni D eh oniane, R oma, 19 9 0 © por la traducció n, J uan C arlos G entile V itile, 19 9 8 O Editorial P laneta, S . A . , 19 9 S C ó rceg a, 2 7 3 -2 7 9 , 0 8 0 0 8 B arcelona ( Españ a) D iseñ o de la colecció n: P ati N ú ñ ez R ealiz ació n de la cubierta: D epartamento de D iseñ o de Editorial P laneta I lustració n de la cubierta: detalle de “ L a ex pulsió n de los diablos de A rez z o» , pintura mural de G iotto, I g lesia S uperior de S an F rancisco de A sí s P rimera edició n; enero 19 9 8 D epó sito L eg al B . 3 5 7 -19 9 8 I S B N 8 4 4 8 0 2 3 5 5 -1 I S B N 8 8 -3 9 6 4 3 3 4 -4 editor Ediz ioni D eh oniane, R oma, edició n orig inal C omposició n: Eotocomposició n A . P arras I mpresió n: L iberduplex , S . L . Encuademació n: S ervé is G raf ics 10 6 , S . L . P rinted in S pain • I mpreso en Españ a

Presentación Introducción Centralidad de Cristo El poder de satanás Apéndices La visión diabólica de León XIII

7 11 17 23

Los dones de Satanás Los exorcismos Los afectados por el maligno Apéndice ¿Miedo del diablo? Responde santa Teresa de Jesús

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El punto de partida Las primeras «bendiciones» Cómo se comporta el demonio El testimonio de un afectado Efectos del exorcismo Agua, aceite y sal Exorcismos de las casas El maleficio Algo mas sobre la magia ¿Quien puede expulsar a los demonios? La cenicienta del Ritual

69 81 95 105 115 123 129 135 151 161 173

Apéndices El pensamiento de san Ireneo Un documento vaticano sobre la demonología Una pastoral por reconstrwr

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Apéndices Un documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe Para los incompetentes es peligroso atacar al demonio Conclusión Plegarias de liberación

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Habla un exorcista

PRESENTACIÓN Me es muy grato formular aquí algunas observaciones para predisponer a la lectura del libro del padre Gabriele A morth , desde h ace varios añ os valioso ayudante mío en el ministerio de ex orcista. A lgunos episodios aquí reseñ ados los h emos vivido j untos y j untos h emos compartido las preocupaciones, las fatigas y ¡ as esperanz as en ayuda de tantas personas que sufren y que h an recurrido a nosotros. Me place en gran manera la publicació n de estas pá ginas tambié n porque, en estos ú ltimos decenios, a pesar de que se h a escrito much o en casi todos los campos de la teología y la moral cató lica, el tema de los ex orcismos h a estado poco menos que olvidado. Q uiz á sea por esta escasez de estudios e intereses por lo que, todavía h oy, la ú nica parte del R itual que aú n no h a sido actualiz ada segú n las disposiciones postconciliares es precisamente la que concierne a los ex orcismos. S in embargo, la importancia del ministerio de « ex pulsar a los demonios» es grande, como se desprende de los E vangelios, de los Hech os de los A pó stoles y de la h istoria de la I glesia. Cuando san P edro fue conducido, por inspiració n sobrenatural, a la casa del centurió n Cometio con el fin de anunciar la fe cristiana a aquel primer puñ ado de gentiles, é l, para demostrar que D ios h abía estado verdaderamente con J esú s, subrayó de manera muy concreta la virtud que h abía manifestado al liberar a los poseídos por el demonio ( cf. A c. 10 , 1-38 ) . E l E vangelio nos h abla a menudo, con narraciones concretas, del poder ex traordinario que J esú s demostró en este campo. S i al mandar a su Hij o U nigé nito al mundo el P adre h abía tenido la intenció n de poner fin al reino tenebroso de S ataná s sobre los h ombres, ¿ qué modo má s elocuente h abría podido emplear N uestro S eñ or para demostrarlo? L os libros santos nos garantiz an que S ataná s ex presa su poder sobre el mundo tambié n en forma de posesiones físicas. E ntre las potestades propias que J esú s quiso transmitir a los apó stoles y a sus sucesores puso repetidas veces de relieve la de ex pulsar a los demonios ( cf. Mt. 10 , 8 ; Me. 3, 15 ; L e. 9, 1) . N o obstante, si bien D ios permite que algunas personas ex perimenten vej aciones diabó licas, las h a provisto de poderosas ayudas de diversas clases: h a dotado a la I glesia de poderes sacramentales muy eficaces para este menester. P ero tambié n, contra esa nefasta actividad de S ataná s, D ios h a elegido como antídoto permanente a la S antísima Virgen, por aquella enemistad que é l sancionó desde el principio entre los 2 adversarios. L a mayoría de los escritores contemporá neos, sin ex cluir a los teó logos cató licos, aunque no niegan la ex istencia de S ataná s y de los demá s á ngeles rebeldes, son propensos a subestimar la entidad de su influencia sobre las cosas h umanas. T ratá ndose ademá s de influencia en el campo físico, el descré dito es considerado como un deber y una demostració n de sabiduría. L a cultura contemporá nea, en su conj unto, considera como una ilusió n de é pocas primitivas atribuir a agentes distintos de los de orden natural la causa de los fenó menos que acaecen a nuestro alrededor. E s evidente que la obra del maligno se ve enormemente facilitada por esta postura, sobre todo cuando la comparten precisamente aquellos que, por su ministerio, tendrían el deber de impedir su malé fica actividad. T omando como base, en cambio, las S agradas E scrituras, la teología y la ex periencia cotidiana h abría que pensar tambié n h oy en los poseídos por el diablo como en una legió n de infelices, en favor de los cuales la ciencia puede muy poco, aun cuando no lo confiesa con sinceridad. D iagnosticar prudentemente una demonopatía —así podría llamarse toda mala influencia diabó lica— no es imposible, en la mayor parte de los casos, para quien sepa tener en cuenta la sintomatología propia con que se manifiesta h abitualmente la acció n demoníaca. U n mal de origen demoníaco, aun de poca monta, se muestra ex trañ amente refractario a cualquier fá rmaco comú n; mientras que unos males gravísimos, estimados incluso como mortales, se atenú an misteriosamente h asta desaparecer del todo gracias a socorros de orden puramente religioso. A demá s, las víctimas de un espíritu maligno se ven como perseguidas por una continua mala suerte: sus vidas son una sucesió n de desgracias.

Much os eruditos se dedican h oy al estudio de los fenó menos correspondientes a los que se producen en los suj etos demonopá ticos, fenó menos cuya obj etividad fuera de lo normal reconocen francamente, y por eso los h an clasificado científicamente con el té rmino de paranormales. N o negamos en absoluto los progresos de la ciencia; pero va contra la realidad, continuamente ex perimentada por nosotros, ilusionarse con la idea de que la ciencia pueda ex plicarlo todo y querer reducir todo mal só lo a causas naturales. S on muy pocos los estudiosos que creen seriamente en la posibilidad de intromisió n de potencias ex trañ as, inteligentes e incorpó reas como causas de ciertos fenó menos. T ambié n es escaso el nú mero de mé dicos que, ante casos de enfermedades con sintomatologías desconcertantes y resultados clínicamente inex plicables, se planteen serenamente la eventualidad de tener que vé rselas con pacientes de esta otra clase. Much os de é stos apelan, en semej antes casos, a F reud como a su propio h ierofante. P or eso, frecuentemente reducen a estos desgraciados a situaciones todavía peores; mientras que su acció n, de acuerdo con la de un sacerdote ex orcista, podría resultar tambié n en esos casos enormemente bené fica. Con brevedad y claridad, el libro del padre A morth pone al lector directamente en contacto con la actividad del ex orcista. A un cuando la obra sigue un h ilo ló gico de desarrollo, no se detiene en premisas teó ricas ( ex istencia del demonio, posibilidad de la posesió n física, etc.) ni en conclusiones doctrinales. P refiere que h ablen los h ech os, poniendo al lector frente a aquello que un ex orcista ve y h ace. S é cuá nto aprecia el autor a los h ombres de I glesia, depositarios privilegiados del poder conferido por Cristo de ex pulsar a los demonios en su nombre. P or eso confío en que este libro pueda h acer much o bien y sirva de estímulo a otros estudios en el mismo á mbito.

Padre Candido Amantini

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Habla un exorcista INTRODUCCIÓN Cuando el cardenal U go P oletti, vicario del papa en la dió cesis de R oma, me confirió inesperadamente la facultad de ex orcista, yo no imaginaba qué inmenso mundo se abriría a mi conocimiento y qué ingente nú mero de personas acudiría a mi ministerio. A demá s, el encargo me fue conferido inicialmente como ayudante del padre Cá ndido A mantini, pasionista muy conocido por su ex periencia como ex orcista, que h acía que acudieran a la E scala S anta menesterosos de toda I talia y a menudo tambié n del ex tranj ero. É sta fue para mí una gracia verdaderamente grande. U no no se convierte en ex orcista por sí solo, sino con grandes dificultades y a costa de inevitables errores en perj uicio de los fieles. Creo que el padre Candido era el ú nico ex orcista en el mundo con treinta y seis añ os de ex periencia a tiempo completo. Y o no podía tener mej or maestro y le estoy agradecido por la infinita paciencia con que me orientó en este ministerio, totalmente nuevo para mí. T ambié n h ice otro descubrimiento: que en I talia h abía muy pocos ex orcistas, y poquísimos de ellos preparados. A ú n peor es la situació n en otras naciones, por lo cual me encontré bendiciendo a personas llegadas de F rancia, A ustria, A lemania, S uiz a, E spañ a e I nglaterra, donde —a decir de los solicitantes— no h abían conseguido encontrar un ex orcista. ¿ I ncuria de los obispos y los sacerdotes? ¿ Verdadera y auté ntica incredulidad sobre la necesidad y eficacia de este ministerio? E n todo caso, me sentía encaminado a desarrollar un apostolado entre personas que sufrían much o y a las que nadie comprendía: ni familiares, ni mé dicos, ni sacerdotes. L a pastoral en este sector, h oy, en el mundo cató lico, está del todo descuidada. A ntes no era así y debo reconocer que no es así h oy en algunas confesiones de la reforma protestante, en las que los ex orcismos se practican con frecuencia y provech o. Cada catedral debería tener un ex orcista como tiene un penitenciario; y tanto má s numerosos deberían ser los ex orcistas cuanto má s necesarios fuesen: en las parroquias má s populosas, en los santuarios. E n cambio, ademá s de la escasez del nú mero, los ex orcistas son mal vistos, combatidos, les cuesta encontrar h ospitalidad para ej ercer su ministerio. S e sabe que los endemoniados a veces aú llan. E sto basta para que un superior religioso o un pá rroco no quiera ex orcistas en sus locales: vivir tranquilo y evitar cualquier griterío vale má s que la caridad de curar a los poseídos. T ambié n el autor de esta obra h a debido recorrer su calvario, si bien much o menos que otros ex orcistas, má s meritorios y solicitados. E s una reflex ió n que invito a h acer, sobre todo a los obispos, que en nuestro tiempo son a veces escasamente sensibles a este problema, al no h aber ej ercido nunca este ministerio, el cual les está , sin embargo, confiado a ellos en ex clusiva: só lo ellos pueden ej ercerlo o nombrar ex orcistas. ¿ D e dó nde sale este libro? D el deseo de poner a disposició n de cuantos esté n interesados en este asunto el fruto de much a ex periencia, má s del padre Candido que mía. Mi intenció n es ofrecer un servicio en primer lugar a los ex orcistas y a todos los sacerdotes. E n efecto, igual que todo mé dico clínico h a de estar en condiciones de indicar a sus pacientes cuá l es el especialista al que deben recurrir en cada caso ( un otorrino, un ortopeda, un neuró logo...) , así todo sacerdote debe poseer ese mínimo de conocimientos para comprender si una persona necesita o no dirigirse a un ex orcista. Hay otro motivo, por el que varios sacerdotes me h an alentado a escribir este libro. E ntre las normas dirigidas a los ex orcistas, el R itual les recomienda que estudien « much os documentos ú tiles de autores acreditados» . A h ora bien, cuando se buscan libros serios sobre este asunto se encuentran muy pocos. S eñ alo 3. E stá el libro de monseñ or B alducci: I l diavolo ( P iemme, 198 8 ) ; es ú til por su parte teó rica, pero no por la prá ctica, en la cual es deficiente y presenta errores; el autor es un demonó logo, no un ex orcista. E stá el libro de un ex orcista, el padre Matteo L a Grú a: L a pregh iera di liberaz ione ( Herbita, P alermo, 198 5 ) ; es un volumen escrito para los grupos de R enovació n, con el obj etivo de guiar sus plegarias de liberació n. Hay que mencionar tambié n el libro de R enz o A llegri: Cronista aü ' inferno ( Mondadori, 1990 ) ; no es un estudio sistemá tico, sino una colecció n de entrevistas llevadas a cabo con ex trema seriedad y que narran los casos límite, los má s impresionantes, seguramente verídicos, pero que no reflej an la casuística ordinaria que debe abordar un ex orcista.

E n conclusió n, me h e esforz ado en estas pá ginas en colmar una laguna y presentar la cuestió n baj o todos sus aspectos, pese a la brevedad que me h e prefij ado para poder llegar a un mayor nú mero de lectores. Me propongo profundiz ar má s en pró x imos libros y espero que otros escriban con competencia y sensibilidad religiosa, de modo que el tema sea tratado con la debida riquez a, que en los siglos pasados se h allaba en el campo cató lico y que ah ora só lo se encuentra en el protestante. D igo tambié n que no me detengo a demostrar ciertas verdades que supongo aceptadas y que ya h an sido tratadas suficientemente en otros libros: la ex istencia de los demonios, la posibilidad de las posesiones diabó licas y el poder de ex pulsar a los demonios que Cristo h a concedido a aquellos que creen en el mensaj e evangé lico. S on verdades reveladas, claramente contenidas en la B iblia, profundiz adas por la teología y que constantemente enseñ a el magisterio de la I glesia. He preferido ir má s allá y detenerme en lo menos conocido, en las consecuencias prá cticas que pueden ser ú tiles a los ex orcistas y a cuantos deseen ser informados sobre esta materia. S e me perdonará alguna repetició n de conceptos fundamentales. Q ue la Virgen I nmaculada, enemiga de S ataná s desde el primer anuncio de la salvació n ( Gen. 3, 15 ) h asta el cumplimiento de é sta ( A p. 12) y unida a su Hij o en la luch a por derrotarlo y aplastarle la cabez a, bendiga este trabaj o, fruto de una actividad agotadora que desarrollo confiado en la protecció n de su manto maternal. A ñ ado algunas observaciones a esta edició n ampliada. N o preveía que la difusió n del libro sería tan vasta y rá pida como para requerir que en poco tiempo se sucedieran nuevas ediciones. E s una confirmació n, a mi parecer, no só lo del interé s del asunto, sino tambié n del h ech o de que actualmente no ex iste ningú n libro, entre los cató licos, que aborde los ex orcismos de manera completa, aunque concisa. Y esto no só lo en I talia, sino en todo el mundo cató lico. E s un dato significativo y penoso, que denuncia un inex plicable desinteré s o, quiz á , auté ntica incredulidad. A gradez co los numerosísimos elogios recibidos, las manifestaciones de aprobació n, especialmente por parte de otros ex orcistas, entre las cuales la má s grata h a sido la de mi « maestro» el padre Candido A mantini, que h a reconocido mi libro como fiel a sus enseñ anz as. N o me h an llegado críticas como para tener que realiz ar modificaciones; por eso, en esta nueva edició n só lo h e h ech o ampliaciones que h e estimado significativas para un mayor ah ondamiento en el tema tratado, pero no h e h ech o correcciones. Creo que tambié n las personas o las clases sociales sobre las que h e tenido que h ablar h an comprendido la recta intenció n de mis observaciones y no se h an ofendido por ellas. He tratado de prestar un servicio del má s amplio alcance, posibilitado por la prensa, del mismo modo que en mi actividad trato día a día de ofrecer un servicio a cuantos recurren a mi ministerio de ex orcista. P or todo doy gracias al S eñ or. P ermítaseme añ adir algo má s, con motivo de la dé cima edició n ( 1993) . D ebo reconocer que en estos 2 ú ltimos añ os algo h a cambiado: se h an publicado importantes documentos episcopales, h a aumentado el nú mero de ex orcistas, varios obispos practican ex orcismos y nuevos libros se h an sumado a los míos. A lgo se está moviendo. N o me atribuyo el mé rito de ello, pero señ alo los h ech os. Concluyo con un conmovido recuerdo del padre Candido A mantini, a quien el S eñ or llamó a su lado el 22 septiembre 1992. E ra el día de su onomá stica; a los cofrades que le felicitaban les dij o sencillamente: « L e h e pedido a san Cá ndido que h oy me h aga un regalo.» N acido en 1914 , a los 16 añ os entró en los pasionistas. P rofesor de S agrada E scritura y de Moral, se prodigó sobre todo en el ministerio de ex orcísta a lo largo de 36 añ os. R ecibía de 60 a 8 0 personas cada mañ ana, y escondía su cansancio detrá s de un rostro sonriente. S us consej os a menudo resultaban inspirados. D e é l dij o el padre P io: « E l padre Candido es un sacerdote segú n el coraz ó n de D ios.» E l presente libro, aparte de los defectos, que deben atribuírseme a mí, sigue testimoniando su ex periencia de ex orcista, en beneficio de cuantos está n interesados en la materia. Y é ste es uno de los motivos por los cuales lo h e escrito y me alegró much ísimo su j uicio sobre la fidelidad a su larga ex periencia. Gabriele A morth

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Habla un exorcista

CENTRALIDAD DE CRISTO T ambié n el demonio es una criatura de D ios. N o se puede h ablar de é l y de los ex orcismos sin ex poner antes, al menos de forma esquemá tica, algunos conceptos bá sicos sobre el plan de D ios en la creació n. D esde luego no diremos nada nuevo, pero quiz á abriremos nuevas perspectivas a algunos lectores. Con demasiada frecuencia solemos pensar en la creació n de un modo equivocado, h asta el punto de dar por descontada esta falsa sucesió n de h ech os. Creemos que un buen día D ios creó a los á ngeles; que los sometió a una prueba, no se sabe bien cuá l, y del resultado de ella surgió la divisió n entre á ngeles y demonios: los á ngeles se vieron premiados con el paraíso; los demonios, castigados con el infierno. L uego creemos que, otro buen día, D ios creó el universo, los reinos mineral, vegetal, animal y, por ú ltimo, al h ombre. A dá n y E va en el paraíso terrenal pecaron, obedeciendo a S ataná s y desobedeciendo a D ios. E n este punto, para salvar a la h umanidad D ios pensó en enviar a su Hij o. N o es é sta la enseñ anz a de la B iblia ni la de los santos padres. Con semej ante concepció n, el mundo angé lico y la creació n son aj enos al misterio de Cristo. L é ase, en cambio, el pró logo al E vangelio de san J uan y lé anse los 2 h imnos cristoló gicos que abren las E pístolas a los E fesios y a los Colosenses. Cristo es el primogé nito de todas las criaturas; todo fue h ech o por é l y para é l. N o tienen ningú n sentido las disputas teoló gicas en las que se pregunta si Cristo h ubiera venido sin el pecado de A dá n. É l es el centro de la creació n, el que compendia en sí a todas las criaturas: las celestiales ( á ngeles) y las terrenales ( h ombres) . E n cambio, sí se puede afirmar que, a causa de la culpa de los progenitores, la venida de Cristo adquirió un significado particular: vino como salvador. Y el centro de su acció n está contenido en el misterio pascual: mediante la sangre de su cruz reconcilia a D ios con todas las cosas, en los cielos ( á ngeles) y en la tierra ( h ombres) . D e este planteamiento cristocé ntrico depende el papel de toda criatura. N o podemos omitir una reflex ió n respecto de la Virgen María. S i la criatura primogé nita es el Verbo encarnado, no podía faltar en el pensamiento divino, antes de cualquier otra criatura, la figura de aquella en la que se llevaría a efecto tal encarnació n. D e ah í su relació n ú nica con la S antísima T rinidad, h asta el punto de ser llamada, ya en el siglo u, « cuarto elemento de la trinidad divina» . R emitimos a quien quiera profundiz ar en este aspecto a los 2 volú menes de E manuele T esta: Mana, té rra vergine ( J erusalé n, 198 6) . Cabe h acer una segunda reflex ió n acerca de la influencia de Cristo sobre los á ngeles y los demonios. S obre los á ngeles: algunos teó logos creen que só lo en virtud del misterio de la cruz los á ngeles fueron admitidos en la visió n beatífica de D ios. Much os santos padres de la I glesia h an escrito interesantes afirmaciones. P or ej emplo, en san A tanasio leemos que tambié n los á ngeles deben su salvació n a la sangre de Cristo. R especto a los demonios, los E vangelios contienen numerosas aseveraciones: a travé s de la cruz , Cristo derrotó al reino de S ataná s e instauró el reino de D ios. P or ej emplo, los endemoniados de Gerasa ex claman: « ¿ Q uié n te mete a ti en esto, J esú s, Hij o de D ios? ¿ Has venido aquí a atormentarnos antes de tiempo? » ( Mt. 8 , 29) . E s una clara referencia al poder de S ataná s con el que Cristo acaba progresivamente; por eso aú n dura y perdurará h asta que se h aya completado la salvació n, porque h an derribado al acusador de nuestros h ermanos ( A p. 12, 10 ) . P ara profundiz ar en estos conceptos y en el papel de Mana, enemiga de S ataná s desde el primer anuncio de la salvació n, remitimos al h ermoso libro del padre Candido A mantini: I l mistero di María ( D eh oniane, N á poles, 1971) . A la luz de la centralidad de Cristo se conoce el plan de D ios, que creó todas las cosas buenas « por é l y para é l» . Y se conoce la obra de S ataná s, el enemigo, el tentador, el acusador, por cuyo influj o entraron en la creació n el mal, el dolor, el pecado y la muerte. Y de ah í se desprende el restablecimiento del plan divino, llevado a cabo por Cristo con su sangre.

E merge claro tambié n el poderío del demonio: J esú s le llama « el príncipe de este mundo» ( J n. 14 , 30 ) ; san P ablo lo señ ala como « dios de este mundo» ( 2 Cor. 4 , 4 ) ; J uan afirma que « el mundo entero yace en poder del maligno» ( 1 J n. 5 , 19) , entendiendo por mundo lo que se opone a D ios. S ataná s era el má s resplandeciente de los á ngeles; se convirtió en el peor de los demonios y en su j efe. P orque tambié n los demonios está n vinculados entre sí por una estrech ísima j erarquía y conservan el grado que tenían cuando eran á ngeles: principados, tronos, dominios... E s una j erarquía de esclavitud, no de amor como ex iste entre los á ngeles, cuyo j efe es Miguel. Y resulta clara la obra de Cristo, que h a demolido el reino de S ataná s y h a instaurado el reino de D ios. P or eso poseen una particularísima importancia los episodios en los que J esú s libera a los endemoniados: cuando P edro resume ante Cornelio la obra de Cristo, no cita otros milagros, sino só lo el h ech o de h aber curado « a los oprimidos por el diablo» ( A c. 10 , 38 ) . E ntonces comprendemos por qué la primera facultad que J esú s confiere a los apó stoles es la de ex pulsar a los demonios ( Mt. 10 , 1) ; lo mismo vale para los creyentes: « Y estas señ ales acompañ ará n a los que crean: ex pulsará n demonios en mi nombre...» ( Me. 16, 17) . A sí, J esú s cura y restablece el plan divino, malogrado por la rebelió n de una parte de los á ngeles y por el pecado de los progenitores. P orque debe quedar bien claro que el mal, el dolor, la muerte, el infierno ( o sea, la condenació n eterna en el tormento que no tendrá fin) no son obra de D ios. U nas palabras sobre el ú ltimo punto. U n día el padre Candido estaba ex pulsando a un demonio. Hacia la conclusió n del ex orcismo, se volvió a aquel espíritu inmundo con ironía: « ¡ Vete de aquí; total, el S eñ or te h a preparado una buena casa, bien calentita! » A lo que el demonio respondió : « T ú no sabes nada. N o es É l ( D ios) quien h a h ech o el infierno. Hemos sido nosotros. É l ni siquiera h abía pensado en ello.» E n una situació n aná loga, mientras interrogaba a un demonio para saber si tambié n é l h abía colaborado en la creació n del infierno, oí que me respondía: « T odos h emos contribuido.» L a centralidad de Cristo en el plan de la creació n y en su restablecimiento, ocurrido con la redenció n, es fundamental para entender los designios de D ios y el fin del h ombre. D esde luego, a los á ngeles y a los h ombres se les h a otorgado una naturalez a inteligente y libre. Cuando oigo que me dicen ( confundiendo la presciencia divina con la predestinació n) que D ios ya sabe quié n se salvará y quié n se condenará , por lo cual todo es inú til, suelo responder recordando 4 verdades seguras contenidas en la B iblia, h asta el punto de h aber sido definidas dogmá ticamente: D ios quiere que todos se salven; nadie está predestinado al infierno; J esú s murió por todos; y a todos se les conceden las gracias necesarias para la salvació n. L a centralidad de Cristo nos dice que só lo en su nombre podemos salvarnos. Y só lo en su nombre podemos vencer y liberarnos del enemigo de la salvació n. S ataná s. Hacia el final de los ex orcismos, cuando se trata de los casos má s fuertes, los de total posesió n diabó lica, suelo recitar el h imno cristoló gico de la E pístola a los F ilipenses ( 2, 6-11) . Cuando llego a las palabras: « de modo que, al oír el nombre de J esú s, toda rodilla se doble, en el cielo, en la tierra, en el abismo» , me arrodillo yo, se arrodillan los presentes y, siempre, tambié n el endemoniado se ve obligado a arrodillarse. E s un momento fuerte y sugestivo. T engo la impresió n de que tambié n las legiones angé licas nos rodean, arrodilladas ante el nombre de J esú s.

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Habla un exorcista EL PODER DE SATANÁS L as limitaciones de orden prá ctico que me h e fij ado de antemano en este libro no me permiten profundiz ar en lemas teoló gicos de sumo interé s. P or eso só lo continú o apuntando someramente las cuestiones, como ya h e h ech o en el capítulo anterior. Ciertamente, un ex orcista como el padre Candido, h abituado desde h ace treinta y seis añ os a h ablar con los demonios, y poseedor de una profunda y segura base teoló gica y escriturística, está en perfectas condiciones para formular h ipó tesis sobre temas acerca de los cuales la teología del pasado h a preferido decir « nada sabemos» , como el pecado de los á ngeles rebeldes. S in embargo, todo lo que D ios creó tiene un diseñ o unitario, por lo que cada parte influye sobre el conj unto y cada sombra tiene una repercusió n de oscuridad sobre todo el resto. L a teología será siempre defectuosa, incomprensible, mientras no se dedique a poner de manifiesto todo cuanto se refiere al mundo angé lico. U na cristología que ignora a S ataná s es raquítica y nunca podrá comprender el alcance de la redenció n. Volvamos a nuestro raz onamiento sobre Cristo, centro del universo. T odo h a sido h ech o por é l y para é l: en los cielos ( á ngeles) y en la tierra ( el mundo sensible con el h ombre a la cabez a) . S ería h ermoso h ablar só lo de Cristo; pero iría contra todas sus enseñ anz as y contra su obra, por ello nunca llegaremos a comprenderlo. L as E scrituras nos h ablan del reino de D ios, pero tambié n del reino de S ataná s; nos h ablan del poderío de D ios, ú nico creador y señ or del universo; pero tambié n del poder de las tinieblas; nos h ablan de h ij os de D ios y de h ij os del diablo. E s imposible comprender la obra redentora de Cristo sin tener en cuenta la obra disgregadora de S ataná s. S ataná s era la criatura má s perfecta salida de las manos de D ios; estaba dotado de una reconocida autoridad y superioridad sobre los demá s á ngeles y, a su parecer, sobre todo cuanto D ios iba creando y que é l trataba de comprender pero que, en realidad, no entendía. E l plan unitario de la creació n estaba orientado a Cristo: h asta la aparició n de J esú s en el mundo, ese plan no podía ser revelado en su claridad. D e ah í la rebelió n de S ataná s, por querer seguir siendo el primero absoluto, el centro de la creació n, incluso en oposició n al designio que D ios estaba realiz ando. D e ah í su esfuerz o por dominar en el mundo ( « el mundo entero yace en poder del maligno» , 1 J n. 5 , 19) y por servirse del h ombre, incluso de los primeros progenitores, h acié ndolo obediente a é l contrariando las ó rdenes de D ios. L o consiguió con los progenitores, A dá n y E va, y contaba con lograrlo con todos los demá s h ombres, ayudado por « un tercio de los á ngeles» , que, segú n el A pocalipsis, le siguió en la rebelió n contra D ios. D ios no reniega nunca de sus criaturas. P or eso tambié n S ataná s y los á ngeles rebeldes, incluso en su distanciamiento de D ios, siguen conservando su poder, su rango ( tronos, dominios, principados, potestades...) , aunque h acen un mal uso de é l. N o ex agera san A gustín al afirmar que si D ios le dej ara las manos libres a S ataná s, « ninguno de nosotros permanecería con vida» . A l no poder matarnos, trata de h acernos sus seguidores, buscando nuestra confrontació n con D ios, del mismo modo que é l se opuso a D ios. He aquí entonces la obra del S alvador. J esú s vino « para desh acer las obras del diablo» ( 1 J n. 3, 8 ) , para liberar al h ombre de la esclavitud de S ataná s e instaurar el reino de D ios despué s de h aber destruido el reino de S ataná s. P ero entre la primera venida de Cristo y la parusía ( la segunda venida triunfal de Cristo como j uez ) el demonio intenta atraer h acia é l a tanta gente como puede; es una luch a que lleva a cabo por desesperació n, sabié ndose ya derrotado y « sabiendo que le queda poco tiempo» ( A p. 12, 12) . P or eso P ablo nos dice con toda sinceridad que « nuestra luch a no es contra la carne y la sangre, sino contra [ ...] los E spíritus del Mal [ los demonios] que está n en las alturas» ( E f. 6, 12) . P reciso tambié n que las E scrituras nos h ablan siempre de á ngeles y demonios ( aquí me refiero en particular a S ataná s) como seres espirituales, sí, pero personales, dotados de inteligencia, voluntad, libertad e iniciativa. S e equivocan completamente aquellos teó logos modernos que identifican a S ataná s con la idea abstracta del mal: esto es una auté ntica h erej ía, o sea que está en abierta contradicció n con lo que dice la B iblia, con la patrística y con el magisterio de la I glesia. S e trata de verdades nunca impugnadas en el pasado, por lo cual carecen de definiciones dogmá ticas, salvo la del I V Concilio lateranense: « E l diablo [ S ataná s] y los otros demonios fueron por naturalez a creados buenos por D ios; pero se

volvieron malos por su culpa.» Q uien suprime a S ataná s suprime tambié n el pecado y dej a de entender la obra de Cristo. Q ue quede claro: J esú s venció a S ataná s a travé s de su sacrificio; pero ya antes lo h iz o mediante su enseñ anz a: « P ero si yo ex pulso a los demonios por el dedo de D ios, es señ al de que el reino de D ios ya h a llegado a vosotros» ( L e. 11, 20 ) . J esú s es el má s fuerte que h a atado a S ataná s ( Me. 3, 27) , lo h a desnudado, h a saqueado su reino, que está a punto de llegar a su fin ( Me. 3, 26) . J esú s responde a aquellos que le advierten sobre la voluntad de Herodes de matarle: « I d y decidle a ese z orro: " Mira, h oy y mañ ana seguiré curando y ech ando demonios; al tercer día acabo" » ( L e. 13, 32) . J esú s da a los apó stoles el poder de ex pulsar a los demonios; luego ex tiende dich o poder a los setenta y dos discípulos y, por ú ltimo, se lo confiere a todos los que crean en é l. E l libro de los Hech os dej a testimonio de có mo los apó stoles siguieron ex pulsando a los demonios despué s de la venida del E spíritu S anto; y así continuaron los cristianos. Y a los má s antiguos padres de la I glesia, como J ustino e I reneo, nos ex ponen con claridad el pensamiento cristiano acerca del demonio y del poder de ex pulsarlo, seguidos por los demá s padres, de los cuales cito en particular a T ertuliano y a O rígenes. B astan estos cuatro autores para avergonz ar a tantos teó logos modernos que prá cticamente no creen en el demonio o no h ablan para nada de é l. E l Concilio Vaticano I I insistió con eficacia sobre la constante enseñ anz a de la I glesia. « T oda la h istoria h umana está penetrada de una tremenda luch a contra las potencias de las tinieblas, luch a iniciada en los orígenes del mundo» ( Gaudíum et S pes 37) . « E l h ombre, tentado por el maligno desde los orígenes de la h istoria, abusó de su libertad levantá ndose contra D ios y anh elando conseguir su fin al margen de D ios; rech az ando reconocer a D ios como su principio, el h ombre transgredió el orden debido en relació n con su ú ltimo fin» ( Gaudíum et S pes 13) . « P ero D ios envió a su Hij o al mundo con el fin de sustraer, a travé s de é l, a los h ombres del poder de las tinieblas y del demonio» ( A d Gentes 1, 3) . ¿ Có mo logran entender la obra de Cristo aquellos que niegan la ex istencia y la activísima obra del demonio? ¿ Có mo logran comprender el valor de la muerte redentora de Cristo? S obre la base de los tex tos de las E scrituras, el Vaticano I I afirma: « Con su muerte, Cristo nos h a liberado del poder de S ataná s» { S acrosanctum Concilium 6) ; « J esú s crucificado y resucitado derrotó a S ataná s» ( Gaudium et S pes 2) . D errotado por Cristo, S ataná s combate contra sus seguidores; la luch a contra « los espíritus malignos continú a y durará , como dice el S eñ or, h asta el ú ltimo día» ( Gaudium et S pes 37) . D urante este tiempo cada h ombre h a sido puesto en estado de luch a, pues es la vida terrenal una prueba de fidelidad a D ios. P or eso los « fieles deben esforz arse por mantenerse firmes contra las asech anz as del demonio y h acerle frente el día de la prueba ( ...) E n efecto, antes de reinar con Cristo glorioso, terminado el curso ú nico de nuestra vida terrenal ( ¡ no ex iste otra prueba! ) , compareceremos todos ante el tribunal de Cristo para rendir cuentas cada uno de lo que h iz o en su vida mortal, bueno o malo; y al llegar el fin del mundo saldrá n: quien h a obrado bien a la resurrecció n de vida; y quien h a obrado mal, para la resurrecció n de condena» ( cf. L umen Gentium 4 8 ) . A unque esta luch a contra S ataná s concierne a todos los h ombres de todos los tiempos, no h ay duda de que en ciertas é pocas de la h istoria el poder de S ataná s se h ace sentir con má s fuerz a, cuando menos a nivel comunitario y de pecados mayoritarios. P or ej emplo, mis estudios sobre la decadencia del I mperio romano me h icieron poner de relieve la ruina moral de aquella é poca. D e ello es fiel e inspirado testimonio la Carta de P ablo a los romanos. A h ora nos encontramos al mismo nivel, debido al mal uso de los medios de comunicació n de masas ( buenos en sí mismos) y tambié n al materialismo y al consumismo, que h an envenenado el mundo occidental. Creo que L eó n X I I I recibió una profecía sobre este ataque demoníaco concreto, como consecuencia de una visió n a la cual nos referimos en un apé ndice de este capítulo ( vé anse pp. 374 1) . ¿ D e qué modo el demonio se opone a D ios y al S alvador? Q ueriendo para sí el culto debido al S eñ or y remedando las instituciones cristianas. P or eso es anticristo y antiiglesia. Contra la encarnació n del Verbo, que redimió al h ombre h acié ndose h ombre, S ataná s se vale de la idolatría del sex o, que degrada al cuerpo h umano convirtié ndolo en instrumento de pecado. A demá s, remedando el culto divino, tiene sus iglesias, su culto, sus consagrados ( a menudo con pacto de sangre) , sus adoradores, los seguidores de sus promesas. D el mismo modo que Cristo dio poderes concretos a los apó stoles y a sus sucesores, orientados al bien de las almas y los cuerpos, así S ataná s da poderes concretos a sus secuaces, orientados a la ruina de las almas y a las enfermedades de los cuerpos. A h ondaremos en estos poderes al h ablar del maleficio.

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Habla un exorcista O tro apunte sobre una materia que merecería un tratamiento má s profundo: tan equivocado como negar la ex istencia de S ataná s es, segú n la opinió n má s ex tendida, afirmar la ex istencia de otras fuerz as o entidades espirituales, ignoradas por la B iblia e inventadas por los espiritistas, por los cultivadores de las ciencias ex ó ticas u ocultas, por los seguidores de la reencarnació n o los defensores de las llamadas « almas errantes» . N o ex isten espíritus buenos fuera de los á ngeles, ni ex isten espíritus malos fuera de los demonios. L as almas de los difuntos van inmediatamente al paraíso, al infierno o al purgatorio, como fue definido por 2 concilios ( L yó n y F lorencia) . L os difuntos que se presentan en las sesiones espiritistas, o las almas de los difuntos presentes en seres vivos para atormentarlos, no son sino demonios. L as rarísimas ex cepciones, permitidas por D ios, son ex cepciones que confirman la regla. N o obstante, reconocemos que en este campo no se h a dich o la ú ltima palabra: es un terreno aú n problemá tico. E l mismo padre L a Grú a h abla de varias ex periencias vividas por é l con almas de finados a merced del demonio y h a planteado algunas h ipó tesis de ex plicació n. R epito: es un terreno aú n por estudiar a fondo; me propongo h acerlo en otra ocasió n. A lgunos se asombran de la posibilidad que tienen los demonios de tentar al h ombre o incluso de poseer su cuerpo ( nunca el alma, si el h ombre no quiere entregá rsela libremente) a travé s de la posesió n o la vej ació n. S erá bueno recordar lo que dice el A pocalipsis ( 12, 7 y ss.) : « D espué s h ubo una batalla en el cielo: Miguel y sus á ngeles luch aron contra el dragó n. E l dragó n y sus á ngeles pelearon, pero no pudieron vencer, y ya no h ubo lugar para ellos en el cielo. A sí, pues, el gran dragó n fue ex pulsado, aquella serpiente antigua que se llama D iablo y S ataná s ( ...) fue precipitada en la tierra, y sus á ngeles fueron con é l precipitados.» E l dragó n, al verse arroj ado a la tierra, se dio a perseguir a la « muj er envuelta en el sol como en un vestido» de la que h abía nacido J esú s ( está clarísimo tambié n que se trata de la S antísima Virgen) ; pero los esfuerz os del dragó n fueron vanos. « S e dedicó , por tanto, a h acer la guerra contra el resto de la descendencia de ella, contra los que observan los preceptos de D ios y tienen el testimonio de J esú s.» D e entre los numerosos discursos de J uan P ablo I I sobre S ataná s, reproduz co un pasaj e de lo que dij o el 24 de mayo de 198 7 durante una visita al santuario de S an Miguel A rcá ngel: « E sta luch a contra el demonio, que distingue con especial relieve al arcá ngel san Miguel, es actual todavía h oy, porque el demonio sigue vivo y activo en el mundo. E n efecto, el mal que h ay en é ste, el desorden que se h alla en la sociedad, la incoh erencia del h ombre, la fractura interior de la cual es víctima, no son só lo consecuencias del pecado original, sino tambié n efecto de la acció n devastadora y oscura de S ataná s.» L a ú ltima frase es una clara alusió n a la condena de D ios a la serpiente, como nos es narrado en el Gé nesis ( 3, 15 ) : « Haré que tú y la muj er seá is enemigos, lo mismo que tu descendencia y su descendencia. S u descendencia te aplastará la cabez a.» ¿ E l demonio está ya en el infierno? ¿ Cuá ndo se produj o la luch a entre los á ngeles y los demonios? S on interrogantes a los que no se puede responder sin tener en cuenta al menos dos factores: que estar en el infierno o no es má s una cuestió n de estado que de lugar. Á ngeles y demonios son puros espíritus; para ellos la palabra « lugar» tiene un sentido distinto que para nosotros. L o mismo vale para la dimensió n del tiempo: para los espíritus es distinta que para nosotros. E l A pocalipsis nos dice que los demonios fueron precipitados sobre la tierra; su condena definitiva aú n no se h a producido, si bien es irreversible la selecció n efectuada en su momento, que distinguió a los á ngeles de los demonios. T odavía conservan, por tanto, un poder, permitido por D ios, aunque « por poco tiempo» . P or eso apostrofan a J esú s: « ¿ Has venido aquí a atormentarnos antes de tiempo? » ( Mt. 8 , 29) . E l j uez ú nico es Cristo, que asociará a sí mismo su cuerpo místico. D e tal modo debe entenderse la ex presió n de P ablo: « ¿ N o sabé is que nosotros j uz garemos a los á ngeles? » ( 2 Cor. 6, 8 ) . E s por este poder que aú n ostentan por lo que los endemoniados de Gerasa, volvié ndose a Cristo, le rogaban « que no les mandase volver al abismo. Como h abía allí [ ...] una gran piara de cerdos paciendo, los espíritus le rogaron que les permitiera entrar en ellos» ( L e. 8 , 31-32) . Cuando un demonio sale de una persona y es arroj ado al infierno para é l es como una muerte definitiva. P or eso se opone tanto como puede. P ero deberá pagar los sufrimientos que causa a las personas con un aumento de pena eterna. S an P edro es muy claro al afirmar que el j uicio definitivo sobre los demonios aú n no h a sido pronunciado, cuando escribe: « D ios no perdonó a los á ngeles que pecaron,

sino que, precipitados en el infierno, los entregó a las prisiones tenebrosas, reservá ndolos para el j uicio» ( 2 P e. 2, 4 ) . T ambié n los á ngeles tendrá n un aumento de gloria por el bien que nos h acen; por eso es muy ú til invocarlos. ¿ Q ué trastornos puede causar el demonio en los h ombres mientras está n vivos? N o es fá cil encontrar escritos que traten de este asunto, tambié n porque falta un lenguaj e comú n, en el que todos esté n de acuerdo. Me esfuerz o entonces en especificar el sentido de las palabras que uso aquí y en el resto del libro. Hay una acció n ordinaria del demonio, que está orientada a todos los h ombres: la de tentarlos para el mal. I ncluso J esú s aceptó esta condició n h umana nuestra, dej á ndose tentar por S ataná s. N o nos ocuparemos ah ora de esta nefasta acció n diabó lica, no porque no sea importante, sino porque nuestro obj etivo es ilustrar la acció n ex traordinaria de S ataná s, aquella que D ios le consiente só lo en determinados casos. E sta segunda acció n puede clasificarse de 6 formas distintas. 1. L os sufrimientos físicos causados por S ataná s ex ternamente. S e trata de esos fenó menos que leemos en tantas vidas de santos. S abemos có mo san P ablo de la Cruz , el cura de A rs, el padre P ió y tantos otros fueron golpeados, flagelados y apaleados por demonios. E s una forma en la que no me detengo porque en estos casos nunca h ubo ni influencia, interna del demonio en las personas afectadas ni necesidad de ex orcismos. A lo sumo, intervino la < 9ració n de personas que estaban al corriente de cuanto ocurría. P refiero detenerme en las otras cuatro formas, que interesan directamente a los ex orcistas. 2. L a posesió n diabó lica. E s el tormento má s grave y tiene efecto cuando el demonio se apodera de un cuerpo ( no de un alma) y lo h ace actuar o h ablar como é l quiere, sin que la víctima pueda resistirse y, por tanto, sin que sea moralmente responsable de ello. E sta forma es tambié n la que má s se presta a fenó menos espectaculares, del gé nero de los puestos en escena por la película E l ex orcista o del tipo de los signos má s vistosos indicados por el R itual: h ablar lenguas nuevas, demostrar una fuerz a ex cepcional, revelar cosas ocultas. D e ello tenemos un claro ej emplo evangé lico en el endemoniado de Gerasa. P ero que quede bien claro que h ay toda una gama de posesiones diabó licas, con grandes diferencias en cuanto a gravedad y síntomas. S ería un grave error fij arse en un modelo ú nico. E ntre much as otras, h e ex orciz ado a dos personas afligidas de posesió n total; durante el ex orcismo permanecían perfectamente mudas e inmó viles. P odría citar varios ej emplos con fenomenologías muy diversas. 3. L a vej ació n diabó lica, o sea trastornos y enfermedades desde muy graves h asta poco graves, pero que no llegan a la posesió n, aunque sí a h acer perder el conocimiento, a h acer cometer acciones o pronunciar palabras de las que no se es responsable. A lgunos ej emplos bíblicos: J ob no sufría una posesió n diabó lica, pero fue gravemente atacado a travé s de sus h ij os, sus bienes y su salud. L a muj er j orobada y el sordomudo sanados por J esú s no sufrían una posesió n diabó lica total, sino la presencia de un demonio que les provocaba esos trastornos físicos. S an P ablo, desde luego, no estaba endemoniado, pero sufría una vej ació n diabó lica consistente en un trastorno malé fico: « P or lo cual, para que yo no me engría por h aber recibido revelaciones tan maravillosas, se me h a dado un sufrimiento, una especie de espina en la carne [ se trataba evidentemente de un mal físico] , un emisario de S ataná s, que me abofetea» ( 2 Cor. 12, 7) ; por tanto, no h ay duda de que el origen de ese mal era malé fico. L as posesiones son todavía h oy bastante raras; pero nosotros, los ex orcistas, encontramos un gran nú mero de personas atacadas por el demonio en la salud, en los bienes, en el trabaj o, en los afectos... Q ue quede bien claro que diagnosticar la causa malé fica de estos males ( o sea comprobar si se trata de causa malé fica o no) y curarlos, no es en absoluto má s sencillo que diagnosticar y curar posesiones propiamente dich as; podrá ser diferente la gravedad, pero no la dificultad de entender y el tiempo oportuno para curar. 4 . L a obsesió n diabó lica. S e trata de acometidas repentinas, a veces continuas, de pensamientos obsesivos, incluso en ocasiones racionalmente absurdos, pero tales que la víctima no está en condiciones de liberarse de ellos, por lo que la persona afectada vive en continuo estado de postració n, de desesperació n, de deseos de suicidio. Casi siempre las obsesiones influyen en los sueñ os. S e me dirá que é stos son estados morbosos, que competen a la psiquiatría. T ambié n para

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Habla un exorcista todos los demá s fenó menos puede h aber ex plicaciones psiquiá tricas, parapsicoló gicas o similares. P ero h ay casos que se salen completamente de la sintomatología comprobada por estas ciencias y que, en cambio, revelan síntomas de segura causa o presencia malé fica. S on diferencias que se aprenden con el estudio y la prá ctica. 5 . E x isten tambié n las infestaciones diabó licas en casas, obj etos y animales. N o me ex tiendo ah ora sobre este aspecto, al que aludiremos má s adelante en el libro. B á steme fij ar el sentido que doy al té rmino infestació n; prefiero no referirlo a las personas, a las que, en cambio, aplico los té rminos de posesió n, vej ació n, obsesió n. 6. Cito, por ú ltimo, la suj eció n diabó lica, llamada tambié n dependencia diabó lica. S e incurre en este mal cuando nos sometemos deliberadamente a la servidumbre del demonio. L as 2 formas má s usadas son el pacto de sangre con el diablo y la consagració n a S ataná s. ¿ Có mo defendernos de todos estos posibles males? D igamos en seguida que, aunque nosotros la consideramos una norma deficiente, en sentido estricto los ex orcismos son necesarios, segú n el R itual, só lo para la verdadera posesió n diabó lica. E n realidad, nosotros, los ex orcistas, nos ocupamos de todos los casos en que se reconoce una influencia malé fica. P ero para los demá s casos distintos de la posesió n deberían bastar los medios comunes de gracia: la oració n, los sacramentos, la limosna, la vida cristiana, el perdó n de las ofensas y el recurso constante al S eñ or, a la Virgen, a los santos y a los á ngeles. Y es en este ú ltimo punto donde deseamos detenernos ah ora. Con gusto cierro este capítulo sobre el demonio, adversario de Cristo, h ablando de los á ngeles: son nuestros grandes aliados; les debemos much o y es un error que se h able tan poco de ellos. Cada uno de nosotros tiene su á ngel custodio, amigo fidelísimo durante las 24 h oras del día, desde la concepció n h asta la muerte. N os protege incesantemente el alma y el cuerpo; nosotros, en general, ni siquiera pensamos en ello. S abemos que incluso las naciones tienen su á ngel particular y probablemente esto ocurre tambié n para cada comunidad, quiz á para la misma familia, aunque no tenemos certez a de esto. P ero sabemos que los á ngeles son numerosísimos y deseosos de h acemos el bien much o má s de cuanto los demonios tratan de perj udicarnos. L as E scrituras nos h ablan a menudo de los á ngeles por las varias misiones que el S eñ or les confía. Conocemos el nombre del príncipe de los á ngeles, san Miguel: tambié n entre los á ngeles ex iste una j erarquía basada en el amor y regida por aquel influj o divino « en cuya voluntad está nuestra paz » , como diría D ante. Conocemos asimismo los nombres de otros dos arcá ngeles: Gabriel y R afael. U n apó crifo añ ade un cuarto nombre: U riel. T ambié n de las E scrituras tomamos la subdivisió n de los á ngeles en nueve coros: dominaciones, potestades, tronos, principados, virtudes, á ngeles, arcá ngeles, querubines y serafines. E l creyente sabe que vive en presencia de la S antísima T rinidad, es má s, que la tiene dentro de sí; sabe que es continuamente asistido por una madre que es la misma Madre de D ios; sabe que puede contar siempre con la ayuda de los á ngeles y los santos; ¿ có mo puede sentirse solo, o abandonado, o bien oprimido por el mal? E n el creyente h ay espacio para el dolor, porque é se es el camino de la cruz que nos salva; pero no h ay espacio para la tristez a. Y esta siempre dispuesto a dar testimonio a quienquiera que le interrogue sobre la esperanz a que le sostiene ( cf. 1 P e. 3, 15 ) . P ero está claro que tambié n el creyente debe ser fiel a D ios, debe temer el pecado. É ste es el remedio en el que se basa nuestra fuerz a; tanto es así, que san J uan no vacila en afirmar: « S abemos que todo el nacido de D ios no peca, porque el Hij o de D ios le guarda y el maligno no le toca» ( 1 J n. 5 , 18 ) . S i nuestra debilidad nos lleva a veces a caer, debemos inmediatamente levantarnos ayudá ndonos de ese gran recurso que la misericordia divina nos h a concedido: el arrepentimiento y la confesió n.

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Habla un exorcista APÉNDICES La visión diabólica de León XIII Much os de nosotros recordamos có mo, antes de la reforma litú rgica debida al Concilio Vaticano I I , el celebrante y los fieles se arrodillaban al final de la misa para rez ar una oració n a la Virgen y otra a san Miguel arcá ngel. R eproducimos aquí el tex to de esta ú ltima, porque es una h ermosa plegaria que todos pueden rez ar con provech o: S an Miguel arcá ngel, defié ndenos en la batalla; contra las maldades y las insidias del diablo sé nuestra ayuda. T e lo rogamos suplicantes: ¡ que el S eñ or lo ordene! Y tú , príncipe de las milicias celestiales, con el poder que te viene de D ios, vuelve a lanz ar al infierno a S ataná s y a los demá s espíritus malignos que vagan por el mundo para perdició n de las almas. ¿ Có mo nació esta oració n? T ranscribo lo publicado por la revista E ph emerides L iturgicae en 195 5 ( pp. 5 8 -5 9) . E l padre D omenico P ech enino escribe: « N o recuerdo el añ o ex acto. U na mañ ana el S umo P ontífice L eó n X I I I h abía celebrado la santa misa y estaba asistiendo a otra, de agradecimiento, como era h abitual. D e pronto, le vi levantar ené rgicamente la cabez a y luego mirar algo por encima del celebrante. Miraba fij amente, sin parpadear, pero con un aire de terror y de maravilla, demudado. A lgo ex trañ o, grande, le ocurría. « F inalmente, como volviendo en sí, con un ligero pero ené rgico ademá n, se levanta. S e le ve encaminarse h acia su despach o privado. L os familiares le siguen con premura y ansiedad. L e dicen en voz baj a: " S anto P adre, ¿ no se siente bien? ¿ N ecesita algo? " R esponde: " N ada, nada." A l cabo de media h ora h ace llamar al secretario de la Congregació n de R itos y, dá ndole un folio, le manda imprimirlo y enviarlo a todos los obispos diocesanos del mundo. ¿ Q ué contenía? L a oració n que rez amos al final de la misa j unto con el pueblo, con la sú plica a María y la encendida invocació n al príncipe de las milicias celestiales, implorando a D ios que vuelva a lanz ar a S ataná s al infierno.» E n aquel escrito se ordenaba tambié n rez ar esas oraciones de rodillas. L o antes escrito, que tambié n h abía sido publicado en el perió dico L a settimana del clero el 30 de marz o de 194 7, no cita las fuentes de las que se tomó la noticia. P ero de ello resulta el modo insó lito en que se ordenó rez ar esa plegaria, que fue ex pedida a los obispos diocesanos en 18 8 6. Como confirmació n de lo que escribió el padre P ech enino tenemos el autoriz ado testimonio del cardenal N asalli R occa que, en su carta pastoral para la cuaresma, publicada en B olonia en 194 6, escribe: « L eó n X I I I escribió é l mismo esa oració n. L a frase [ los demonios] " que vagan por el mundo para perdició n de las almas" tiene una ex plicació n h istó rica, que nos lú e referida varias veces por su secretario particular, monseñ or R inaldo A ngelí. L eó n X I I I ex perimentó verdaderamente la visió n de los espíritus infernales que se concentraban sobre la Ciudad E terna ( R oma) ; de esa ex periencia surgió la oració n que quiso h acer rez ar en toda la I glesia. É l la rez aba con voz vibrante y potente: la oímos much as veces en la basílica vaticana. N o só lo esto, sino que escribió de su puñ o y letra un ex orcismo especial contenido en el R itual romano ( edició n de 195 4 , tít. X I I , c. I I I , pp. 8 63 y ss.) . E l recomendaba a los obispos y los sacerdotes que rez aran a menudo ese ex orcismo en sus dió cesis y parroquias. É l, por su parle, lo rez aba con much a frecuencia a lo largo del día.» R esulta interesante tambié n tener en cuenta otro h ech o, que enriquece aú n má s el valor de aquellas oraciones que se rez aban despué s de cada misa. P ío X I quiso que, al rez arlas, se h iciese con una especial intenció n por R usia ( alocució n del 30 j unio 1930 ) . E n esa alocució n, despué s de recordar las oraciones por R usia a las que h abía instado tambié n a todos los fieles en la festividad del patriarca san J osé ( 19 marz o 1930 ) , y despué s de recordar la persecució n religiosa en R usia, concluyó como sigue: « Y a fin de que todos puedan sin fatiga ni incomodidad continuar en esta santa cruz ada, disponemos que esas oraciones que nuestro antecesor de feliz memoria, L eó n X I I I , ordenó que los sacerdotes y los fieles rez aran despué s de la misa, sean dich as con esta intenció n especial, es decir, por R usia. D e lo cual los obispos y el clero secular y regular tendrá n cuidado de mantener informados a su pueblo y a cuantos esté n presentes en el santo sacrificio, sin dej ar de recordar a menudo lo antedich o» ( Civittá Cattolica, 1930 , vol. I U ) .

Como se ve, los pontífices tuvieron presente con much a claridad la tremenda presencia de S ataná s: la intenció n añ adida por P ío X I apuntaba al centro de las falsas doctrinas sembradas en nuestro siglo y que todavía h oy envenenan la vida no só lo de los pueblos, sino de los mismos teó logos. S i luego las disposiciones de P ío X I no h an sido observadas, es culpa de aquellos a quienes h abían sido confiadas; desde luego, se integraban perfectamente en los acontecimientos carismá ticos que el S eñ or h abía dado a la h umanidad mediante las apariciones de F á tima, aun siendo independientes de ellas: a la saz ó n F á tima todavía era desconocida en el mundo. L os dones de S ataná s T ambié n S ataná s concede poderes a sus devotos. A veces, como el auté ntico embustero que es, los destinatarios de tales poderes no comprenden inmediatamente su procedencia o no quieren comprenderla, demasiado contentos con esos dones gratuitos. A sí puede suceder que una persona tenga un don de presciencia; otros, só lo ponié ndose ante un folio de papel en blanco con una pluma en la mano, que escriban espontá neamente pá ginas y má s pá ginas de mensaj es; otros tienen la impresió n de poder desdoblarse y que una parte de su ser puede penetrar en casas y en ambientes incluso lej anos; es muy corriente que algunos oigan « una voz » que a veces puede sugerir oraciones y otras veces cosas completamente distintas. P odría continuar con la lista. ¿ Cuá l es la fuente de estos dones especiales? ¿ S on carismas del E spíritu S anto? ¿ S on regalos de procedencia diabó lica? ¿ S e trata má s sencillamente de fenó menos metapsíquicos? E s preciso un estudio o un discernimiento realiz ado por personas competentes para establecer la verdad. Cuando san P ablo estaba en T iatira, le sucedió que continuamente le seguía una esclava que tenía el don de la adivinació n y con esta peculiaridad suya procuraba much o dinero a sus amos. P ero era un don de origen diabó lico que desapareció inmediatamente despué s de que san P ablo h ubo ex pulsado al espíritu maligno ( A c. 16, 16-18 ) . A título de ej emplo, reproducimos algunos pasaj es de un testimonio firmado por « E rasmo de B ari» y publicado en R innovamento dé lo S pirito S anto en septiembre de 198 7. L as observaciones entre corch etes son nuestras. « Hace algunos añ os h ice el ex perimento del j uego del vaso sin saber que se trataba de una forma de espiritismo. L os mensaj es utiliz aban un lenguaj e de paz y h ermandad [ advié rtase có mo el demonio sabe enmascararse baj o apariencias de bien] . D espué s de algú n tiempo fui investido de ex trañ as facultades precisamente en L ourdes, mientras desempeñ aba mi misió n [ tambié n este detalle es digno de destacar: no ex isten lugares, por má s sagrados que sean, donde el demonio no pueda introducirse] . » T enía las mismas facultades que en parapsicología se definen como ex trasensoriales, es decir: clarividencia, lectura del pensamiento, diagnó sticos clínicos, lectura del coraz ó n y la vida de personas vivas o difuntas y otros poderes. A lgunos meses má s tarde se añ adió otra facultad: la de anular el dolor físico con la imposició n de manos, aliviando o eliminando el estado de sufrimiento; ¿ era quiz á la llamada pranoterapia? » Con todos estos poderes no me era difícil h ablar con la gente; pero despué s de los encuentros esa gente quedaba aturdida por lo que yo le decía y con un sentimiento de profunda turbació n porque la condenaba por los pecados cometidos, ya que los veía en su alma. P ero, leyendo la palabra de D ios, me daba cuenta de que mi vida no h abía cambiado en absoluto. S eguía siendo fá cil presa de la ira, lento para el perdó n, propenso al resentimiento, susceptible ante la ofensa. T enía miedo de cargar con mi cruz , tenía miedo de la incó gnita del futuro y de la muerte. « D espué s de una larga peregrinació n y tormentosos pesares, J esú s me orientó h acia la R enovació n. A quí h e encontrado algunos h ermanos que h an rogado por mí, y h a resultado que lo que me h abía sucedido no era de origen divino, sino fruto del maligno. P uedo testimoniar que h e visto la potencia del nombre de J esú s. He reconocido y confesado mis pecados del pasado, me h e arrepentido, h e renunciado a toda prá ctica oculta. E stos poderes h an cesado y h e sido perdonado por D ios; por eso le estoy agradecido.» N o olvidemos que tambié n la B iblia nos proporciona ej emplos de idé nticos h ech os ex traordinarios realiz ados por D ios o el demonio. A lgunos prodigios que Moisé s, por orden de D ios, realiz a delante del faraó n, son realiz ados tambié n por los magos de la corte. He aquí por qué el h ech o en sí, tomado aisladamente, no es suficiente para ex plicarnos la causa cuando se trata de fenó menos de esta índole. A ñ ado que con frecuencia las personas afectadas por trastornos malé ficos poseen « sensibilidades» particulares: entienden inmediatamente si una persona está imbuida de negatividad, prevé n acontecimientos futuros, a veces tienen una notable tendencia a querer imponer las manos a

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Habla un exorcista personas psíquicamente frá giles. O tras veces tienen la impresió n de poder influir sobre los acontecimientos del pró j imo, augurando el mal con una perversidad que sienten en sí mismas, casi con prepotencia. He visto que es preciso oponerse a todas estas tendencias y vencerlas para poder llegar a la curació n.

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Habla un exorcista LOS EXORCISMOS « A los que creyeren les acompañ ará n estas señ ales: en mi nombre ex pulsará n los demonios» ( Me. 16, 17) : este poder que J esú s confirió a todos los creyentes conserva su plena validez . E s un poder general, basado en la fe y la oració n. P uede ser ej ercido por individuos o comunidades. E s siempre posible y no requiere ninguna autoriz ació n. P ero precisemos el lenguaj e: en este caso se trata de plegarias de liberació n, no de ex orcismos. L a I glesia, para dar má s eficacia a ese poder conferido por Cristo y para salvaguardar a los fieles de embrollones y magos, h a instituido un sacramental particular, el ex orcismo, que puede ser administrado ex clusivamente por los obispos o los sacerdotes ( por tanto, nunca por laicos) que h an recibido del obispo licencia específica y ex presa. A sí lo dispone el D erech o canó nico ( can. 1172) que nos recuerda tambié n có mo los sacramentales se valen de la fuerz a de impetració n de la I glesia, a diferencia de las oraciones privadas ( can. 1166) , y có mo deben ser administrados observando cuidadosamente los ritos y las fó rmulas aprobadas por la I glesia ( can. 1167) . D e ello se deduce que só lo al sacerdote autoriz ado, ademá s de al obispo ex orciz ante ( ¡ oj alá los h ubiera! ) , corresponde el nombre de ex orcisla. E s un nombre h oy sobredimensionado. Much os, sacerdotes y laicos, se llaman ex orcistas cuando no lo son. Y much os dicen que h acen ex orcismos, mientras que só lo h acen plegarias de liberació n, cuando no h acen incluso magia... E x orcismo es só lo el sacramental instituido por la I glesia. E ncuentro equívocas y engañ osas otras denominaciones. E s ex acto llamar ex orcismo sencillo al introducido en el bautismo y ex orcismo solemne al sacramento reservado a los ex orcismos propiamente dich os. A sí se ex presa el nuevo Catecismo. P ero considero erró neo llamar ex orcismo privado o ex orcismo comú n a una prez que no es en absoluto un ex orcismo, sino só lo una plegaria de liberació n y que así debe ser llamada. E l ex orcista debe atenerse a las oraciones del R itual. P ero h ay una diferencia respecto de los demá s sacramentales. E l ex orcismo puede durar unos pocos minutos o prolongarse varias h oras. P or eso no es necesario rez ar todas las oraciones del R itual, mientras que, en cambio, se pueden añ adir much as otras, como el propio R itual sugiere. E l obj etivo del ex orcismo es doble. S e propone liberar a los poseídos; este aspecto lo ponen de relieve todos los libros sobre la cuestió n. P ero, antes aun, tiene un fin de diagnó stico, con demasiada frecuencia ignorado. E s verdad que el ex orcista, antes de proceder, interroga a la persona misma o a sus familiares para cerciorarse de si ex isten o no las condiciones para administrar el ex orcismo. P ero tambié n es verdad que só lo mediante el ex orcismo podemos darnos cuenta con certez a de si h ay intervenció n diabó lica o no. T odos los fenó menos que se produz can, por ex trañ os o aparentemente inex plicables que sean, pueden encontrar en realidad una ex plicació n natural. T ampoco la suma de fenó menos psiquiá tricos y parapsicoló gicos es un criterio suficiente para el diagnó stico. S ó lo mediante el ex orcismo se adquiere la certez a de encontrarse ante una intervenció n diabó lica. E n este p.unto es necesario adentrarnos un poco en un tema que, por desgracia, no es ni siquiera aludido en el R itual y es soslayado por todos aquellos que h an escrito sobre este asunto. Hemos afirmado que el ex orcismo tiene, ante todo, un efecto diagnó stico, sea comprobar la presencia o no de una causa malé fica de los trastornos o una presencia malé fica en la persona. E n orden cronoló gico este obj etivo es el primero que se alcanz a y al cual se apunta; en orden de importancia el fin específico de los ex orcismos es liberar de las presencias malé ficas o de los trastornos malé ficos. P ero es muy importante tener presente esta sucesió n ló gica ( primero la diagnosis y luego el tratamiento) para valorar correctamente los signos a los que el ex orcista debe atenerse. Y digamos inmediatamente que revisten much a importancia los signos antes del ex orcismo, los signos durante el ex orcismo, los signos despué s del ex orcismo, el desarrollo de los signos en el transcurso de los distintos ex orcismos. N os parece que, aunque sea indirectamente, el R itual tiene un poco en cuenta esta sucesió n, desde el momento que dedica una norma ( nú m. 3) a poner en guardia al ex orcista a fin de que no sea fá cil creer en una presencia demoníaca; pero luego dedica varias normas a poner en guardia al mismo ex orcista contra los distintos trucos que el demonio pone en acció n para ocultar su presencia. A nosotros, los ex orcistas, nos parece j usto e importante estar atentos a no dej arse embaucar por enfermos mentales, por ch iflados, por quienes, en resumen, no tienen ninguna

presencia demoníaca ni ninguna necesidad de ex orcismos. P ero señ alemos asimismo el peligro opuesto, que h oy es muy frecuente y, por tanto, má s de temer: el peligro de no saber reconocer la presencia malé fica y omitir el ex orcismo cuando, en cambio, es indispensable. He coincidido con todos los ex orcistas a los que h e interrogado en reconocer que nunca un ex orcismo innecesario h a h ech o dañ o ( la primera vez , y en los casos dudosos, todos h acemos uso de ex orcismos muy breves, pronunciados en voz baj a, que pueden ser confundidos con simples bendiciones) . P or este motivo nunca h emos tenido motivos de arrepentimiento, mientras que, en cambio, h emos debido arrepentirnos de no h aber sabido reconocer la presencia del demonio y h aber omitido el ex orcismo en casos en que su presencia se h a manifestado má s tarde, con signos evidentes y de manera much o má s arraigada. P or eso repito, sobre la importancia y el valor de los signos, que bastan pocos y dudosos para que se pueda proceder al ex orcismo. S i durante é ste ya se advierten otros signos, ló gicamente h abrá que ex tenderse cuanto se considere necesario, aunque el primer ex orcismo sea administrado con relativa brevedad. E s posible que durante el ex orcismo no se manifieste ningú n signo, pero que luego el paciente refiera h aber notado efectos ( en general son efectos bené ficos) de relevancia segura. E ntonces se toma la decisió n de repetir el ex orcismo; si los efectos continú an, sucede siempre que, tarde o temprano, se manifiestan signos tambié n durante el ex orcismo. E s muy ú til observar el desarrollo de los signos, siguiendo la serie de los distintos ex orcismos. A veces esos signos disminuyen progresivamente: es una señ al de que h a empez ado la curació n. O tras veces los signos siguen un crescendo y se dan con una diversidad del todo imprevisible: ello significa que está aflorando enteramente el mal que antes permanecía oculto, y cuando h a aflorado del todo, só lo entonces comienz a a retroceder. P or lo antedich o se entenderá cuan necio es esperar a que h aya signos seguros de posesió n para practicar el ex orcismo; y es igualmente fruto de total inex periencia esperar, antes de los ex orcismos, aquella clase de signos que la mayoría de las veces se manifiestan só lo durante los mismos, o despué s de ellos, o a continuació n de toda una serie de ex orcismos. He tenido casos en que h an sido necesarios añ os de ex orcismos para que el mal se manifestase en toda su gravedad. E s inú til querer reducir la casuística en este campo a modelos está ndar. Q uien tiene má s ex periencia conoce con seguridad las má s variadas formas de manifestaciones demoníacas. P or ej emplo: a mí y a todos los ex orcistas que h e interrogado nos h a sucedido un h ech o significativo. L os tres signos indicados por el R itual como síntomas de posesió n: h ablar lenguas desconocidas, poseer una fuerz a sobreh umana y conocer cosas ocultas, se h an manifestado siempre durante los ex orcismos y nunca antes. Habría sido del todo estú pido pretender que estos signos se verificaran por anticipado, para poder proceder a los ex orcismos. A ñ adamos que no siempre se llega a un diagnó stico seguro. P uede h aber casos ante los cuales nos quedamos perplej os. T ambié n porque, y son los casos má s difíciles, en ocasiones nos encontramos ante suj etos que sufren a la vez males psíquicos e influencias malé ficas. E n estos casos es muy ú til que el ex orcista cuente con la ayuda de un psiquiatra. E n varias ocasiones el padre Candido llamó al profesor Mariani, director de una conocida clínica romana de enfermedades mentales, para que asistiera a sus ex orcismos. Y otras veces fue el profesor Mariani quien invitó al padre Candido a su clínica para estudiar y eventualmente colaborar en la curació n de algunos de sus enfermos. Me dan risa ciertos sabih ondos teó logos modernos que señ alan como una gran novedad el h ech o de que algunas enfermedades mentales pueden ser confundidas con la posesió n diabó lica. Y lo mismo h acen ciertos psiquiatras o parapsicó logos: creen h aber descubierto A mé rica con semej antes afirmaciones. S i fueran un poco má s instruidos sabrían que los primeros ex pertos en poner en guardia contra este posible error fueron las autoridades eclesiá sticas. D esde 15 8 3, en los decretos del S ínodo de R eims, la I glesia h abía advertido contra este posible equívoco, afirmando que algunas formas de sospech osa posesió n diabó lica podían ser sencillamente enfermedades mentales. P ero entonces la psiquiatría no h abía nacido y los teó logos creían en el E vangelio. A demá s del diagnó stico, el ex orcismo tiene un fin curativo: liberar al paciente. Y aquí comienz a un camino que a menudo es difícil y largo. E s necesaria la colaboració n del individuo, y é ste much as veces está incapacitado para darla: debe rez ar much o y no lo consigue; debe acercarse con frecuencia a los sacramentos y en much as ocasiones no lo logra; tambié n para ir adonde está el ex orcista para recibir el sacramento debe a veces superar impedimentos que parecen insuperables. P or todo esto tiene much a necesidad de ser ayudado y, en cambio, en la mayoría de los casos, nadie alcanz a a comprenderle.

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Habla un exorcista ¿ Cuá nto tiempo es preciso para liberar a alguien afectado por el demonio? É sta es verdaderamente una pregunta a la que nadie sabe responder. Q uien libera es el S eñ or, que actú a con divina libertad, aun cuando desde luego tiene en cuenta las oraciones, especialmente si se las dirigen con la intercesió n de la I glesia. E n general, podemos decir que el tiempo necesario depende de la fuerz a inicial de la posesió n diabó lica y del tiempo transcurrido entre é sta y el ex orcismo. Me ocurrió el caso de una much ach a de catorce añ os, afectada desde h acía pocos días, que parecía furiosa: pateaba, mordía, arañ aba. B astó un cuarto de h ora de ex orcismo para liberarla completamente; en un primer momento se h abía caído al suelo como muerta, h asta el punto de h acer recordar el episodio evangé lico en que J esú s liberó a aquel j oven con quien los apó stoles h abían fracasado. D espué s de pocos minutos de recuperació n, la niñ a corría por el patio, j ugando con su h ermanito. Con todo, los casos como é ste son rarísimos, o bien se producen si la intervenció n malé fica es muy ligera. L a mayoría de veces el ex orcista tiene que vé rselas con situaciones enoj osas. P orque ah ora ya nadie piensa en el ex orcista. E x pongo un caso típico. U n niñ o manifiesta signos ex trañ os; los padres no profundiz an, no le dan importancia, piensan que cuando crez ca todo se arreglará . T ambié n porque inicialmente los síntomas son leves. L uego, al agravarse los fenó menos, los padres comienz an a dirigirse a los mé dicos: prueban con uno, luego con otro, siempre sin resultados. U na vez vino a verme una much ach a de diecisiete añ os que ya h abía sido visitada en las principales clínicas de E uropa. A l final, por consej o de algú n amigo o sabelotodo, nace la sospech a de que no se trata de un mal debido a causas natumles, y se sugiere recurrir a algú n mago. D esde este momento, el dañ o inicial se duplica. S ó lo por casualidad, a consecuencia de quié n sabe qué sugerencia ( casi nunca debida a sacerdotes...) , se recurre al ex orcista. P ero entretanto h an pasado varios añ os y el mal está cada vez má s « arraigado» . J ustamente el primer ex orcismo h abla de « desarraigar y poner en fuga» al demonio. E n este punto se necesitan much os ex orcismos, a menudo practicados durante añ os, y no siempre se llega a la liberació n. P ero repito: los plaz os de tiempo son de D ios. A yuda much o la fe del ex orcista y la fe del ex orciz ado; ayudan las oraciones del interesado, de su familia, de otros ( monj as de clausura, comunidades parroquiales, grupos de oració n, en particular esos grupos que h acen plegarias de liberació n) ; ayuda much ísimo el uso de los correspondientes sacramentales, oportunamente usados para los obj etivos indicados por las oraciones de bendició n: agua ex orciz ada o al menos bendita, aceite ex orciz ado, sal ex orciz ada. P ara ex orciz ar agua, aceite y sal no es preciso un ex orcista; basta un sacerdote cualquiera. P ero h ay que buscar a uno que crea en ello y que sepa que en el R itual ex isten esas bendiciones específicas. L os sacerdotes que saben de estas cosas son rara avis; la mayoría no las conocen y se ríen en la cara del solicitante. Volveremos a h ablar de estos sacramentales. S on de fundamental importancia la frecuentació n de los sacramentos y una conducta de vida conforme al E vangelio. E s palpable el poderío del rosario y, en general, del recurso a la Virgen María; es muy poderosa la intercesió n de los á ngeles y los santos; son ú tilísimas las peregrinaciones a los santuarios, los cuales son a menudo lugares elegidos por D ios para la liberació n preparada por los ex orcismos. D ios nos h a prodigado una enorme cantidad de medios de gracia: depende de nosotros h acer uso de ellos. Cuando los E vangelios narran las tentaciones de Cristo por obra de S ataná s, nos dicen có mo siempre J esú s rebate al demonio con una frase de la B iblia. L a palabra de D ios es de gran eficacia, como tambié n lo es la plegaria de alabanz a. ya sea la espontá nea, ya sea, en particular, la bíblica: los salmos y los cá nticos de alabanz a a D ios. A un con todo esto, la eficacia de los ex orcismos impone al ex orcista much a h umildad, porque le h ace palpable su nulidad: quien obra es D ios. Y somete tanto al ex orcista como al ex orciz ado a duras pruebas de desaliento; los frutos sensibles son con frecuencia lentos y fatigosos. E n compensació n, se perciben grandes frutos espirituales, que ayudan en parte a comprender por qué el S eñ or permite estas dolorosísimas pruebas. S e avanz a en la oscuridad de la fe, pero conscientes de que caminamos h acia la luz verdadera. A ñ ado la importancia protectora de las imá genes sagradas, ya sea sobre la persona, ya sea en los lugares; en la puerta de casa, en los dormitorios, en el comedor o en el lugar donde suele reunirse la familia. L a imagen sagrada recuerda no la idea pagana de un talismá n, sino el concepto de imitació n de la figura representada y de protecció n que se invoca. Hoy me ocurre a menudo entrar en casas en las que sobre la puerta de acceso destaca un buen cuerno roj o y, mientras doy vueltas para bendecir cada h abitació n, encuentro muy pocas imá genes sagradas. E s un grave error.

R ecordemos el ej emplo de san B ernardino de S iena, que, como conclusió n y recuerdo de sus misiones populares, convencía a las familias para que pusieran sobre la puerta de casa un medalló n con las siglas del nombre de J esú s ( J HS : J esú s Hominem S alvator, J esú s S alvador de los Hombres) . Varias veces' se me h a h ech o palpable la eficacia de las medallitas llevadas encima con fe. S i incluso h ablá semos só lo de la medalla milagrosa, difundida en el mundo en much os millones de ej emplares despué s de las apariciones de la Virgen a santa Catalina L abouré ( ocurridas en P arís en 18 30 ) , y si h ablá semos de las prodigiosas gracias obtenidas por esa simple medallita, no acabaríamos nunca. Much os libros tratan directamente este asunto. U no de los episodios mas conocidos de posesió n diabó lica, reseñ ado en varios libros por la documentació n h istó ricamente ex acta que nos h a transmitido los h ech os, es el referente a los dos h ermanos B urner, de I llfurt ( A lsacia) , que fueron liberados con una serie de ex orcismos en 18 69. P ues bien, un día, entre los numerosos despech os del demonio, tenía que h aber volcado la carroz a que transportaba al ex orcista, acompañ ado por un monseñ or y una monj a. P ero el demonio no pudo llevar a cabo su propó sito porque, en el momento de la partida, h abían dado al coch ero una medalla de san B enito, con ñ nes protectores, y el coch ero se la h abía puesto devotamente en el bolsillo. R ecuerdo, por ú ltimo, los cuatro pá rrafos que el Catecismo de la I glesia cató lica dedica a los ex orcismos. L eídos sucesivamente, ofrecen un desarrollo bien trabado. E l 5 17, h ablando de Cristo redentor, recuerda sus curaciones y sus ex orcismos. E l punto de partida son los h ech os de J esú s. E l 5 5 0 afirma que el advenimiento del reino de D ios marca la derrota del reino de S ataná s; se reproducen las palabras de J esú s: « S i yo ex pulso a los demonios por virtud del E spíritu de D ios, ciertamente h a llegado a vosotros el reino de D ios.» É ste es el obj etivo final de los ex orcismos: con la liberació n de los endemoniados se demuestra la total victoria de Cristo sobre el príncipe de este mundo. L os 2 pá rrafos siguientes evocan el doble desarrollo de los ex orcismos: como un componente del bautismo y como poder de liberació n de los poseídos. E l 1 237 nos recuerda que, puesto que el bautismo libera del pecado y de la esclavitud de S ataná s, en é l se pronuncian uno o varios ex orcismos sobre el catecú meno, que renuncia ex plícitamente a S ataná s. E l 1 673 afirma que, mediante el ex orcismo, la I glesia pide pú blicamente y con autoridad, en nombre de J esucristo, que una persona o un obj eto sea protegido contra la influencia del maligno o sea sustraído a su dominio. E l ex orcismo aspira a ex pulsar a los demonios o a liberar de las influencias demoníacas. D estaco la importancia de este pá rrafo, que colma 2 lagunas presentes en el R itual y en el D erech o canó nico. E n efecto, no h abla só lo de liberar a las personas, sino tambié n a los obj etos ( té rmino gené rico, que puede comprender casas, animales, cosas, conforme a la tradició n) . A demá s, aplica el ex orcismo no só lo a la posesió n, sino tambié n a las influencias demoníacas.

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Habla un exorcista

LOS AFECTADOS POR EL MALIGNO A menudo me preguntan si son much os los afectados por el maligno. E n principio, creo que una vez má s se puede citar la opinió n del j esuíta francé s T onqué dec, conocido ex orcista: « Hay un grandísimo nú mero de infelices que, aun no presentando signos de posesió n diabó lica, recurren al ministerio del ex orcista para ser liberados de sus padecimientos: enfermedades rebeldes, adversidades y desgracias de toda especie. L os endemoniados son muy raros, pero aquellos infelices son legió n.» E s una observació n que sigue siendo vá lida si se considera la gran diferencia entre los verdaderos afectados y aquellos que piden una palabra segura al ex orcista sobre el amontonamiento de sus desdich as. P ero h oy es necesario tener en cuenta much os factores nuevos que no ex istían cuando el padre T onqué dec escribía. Y son estos factores los que me h an llevado a la ex periencia directa de que el nú mero de los afectados h a aumentado enormemente. U n primer factor es la situació n del mundo consumista occidental, en el que el sentido materialista y h edonista de la vida h a h ech o que la mayoría perdiera la fe. Creo que, sobre todo en I talia, una buena parte de la culpa corresponde al comunismo y al socialismo, que con las doctrinas marx istas h an dominado en estos añ os la cultura, la educació n y el espectá culo. E n R oma se calcula que a la misa dominical acude aprox imadamente el 12 por ciento de los h abitantes. E s matemá tico: donde decae la religió n, crece la superstició n. D e ah í la difusió n, especialmente entre los j ó venes, de las prá cticas de espiritismo, magia y ocultismo. A ñ á dase a ello la bú squeda del yoga, el z en y la meditació n trascendental: prá cticas todas basadas en la reencarnació n, en la disolució n del ser h umano en la divinidad o, en todo caso, en doctrinas inaceptables para un cristiano. Y ya no es preciso irse a la I ndia para entrar en la escuela de un gurú : se lo encuentra un» a la puerta de casa; a menudo con esos mé todos, de apariencia inocua, se llega a estados de alucinació n o de esquiz ofrenia. A ñ ado la difusió n, como manch a de aceite, de sectas, much as de las cuales con una directa h uella satá nica. D istintas cadenas de televisió n muestran escenas de magia y espiritismo. S e encuentran libros sobre estos temas h asta en los quioscos, y el material para la magia se difunde incluso con la venta por correspondencia. A esto h ay que sumar varios perió dicos y espectá culos de terror en los que al sex o y a la violencia se suma frecuentemente un sentido de perfidia satá nica. L uego está la difusió n de ciertas mú sicas masivas que arrastran al pú blico h asta la obsesió n. Me refiero en particular al rock satá nico, del que se h ace inté rprete P iero Mantera en su librito S atana e lo stratagemma delta coda ( S egno, U dine, 198 8 ) . I nvitado a h ablar en algunas escuelas superiores, se me h a h ech o palpable la gran incidencia de estos veh ículos de S ataná s sobre los j ó venes; es increíble lo difundidas que está n en las escuelas superiores y medias varias formas de espiritismo y magia. E s ya un mal generaliz ado, incluso en los centros pequeñ os. T ampoco puedo callar có mo demasiados h ombres de I glesia se desinteresan totalmente de estos problemas, dej ando a los fieles ex puestos y sin defensas. Considero que h a sido un error eliminar casi completamente los ex orcismos del rito del bautismo ( y parece precisamente que tambié n P ablo VI era de esta opinió n) ; considero un error h aber suprimido, sin sustituirla, la oració n a san Miguel arcá ngel que se rez aba al fin de cada misa. Considero sobre todo una carencia imperdonable, de la cual acuso a los obispos, h aber dej ado que se ex tinguiese toda la pastoral ex orcística: cada dió cesis debería tener al menos un ex orcista en la catedral; debería h aber uno en las iglesias má s frecuentadas y en los santuarios. Hoy al ex orcista se le ve como un ser raro, casi imposible de encontrar; en cambio, su actividad posee un valor pastoral indispensable que secunda la pastoral de quien predica, de quien confiesa y de quien administra los demá s sacramentos. L a j erarquía cató lica debe entonar fuertemente el mea culpa. Conoz co a much os obispos italianos, pero só lo conoz co a algunos que h ayan practicado ex orcismos, que h ayan asistido a ex orcismos y que sientan adecuadamente este problema. N o dudo en repetir lo que h e publicado en otra parte: si un obispo, despué s de una solicitud seria ( no por parte de un desequilibrado) , no toma medidas personalmente o por medio de un sacerdote delegado, comete un pecado grave de omisió n. A sí nos encontramos en la situació n de h aber perdido la escuela: en el pasado, el ex orcista instruía al nuevo ex orcista. P ero volveré sobre este asunto.

Hiz o falta el cine para volver a despertar el interé s por el tema. R adio Vaticana, el 2 febrero 1975 , entrevistó al director de la película E l ex orcista, W illiam F riedk in, y al teó logo j esuita T h omas B emingan, que actuó como asesor durante la filmació n. E l director afirmó que h abía querido narrar un h ech o tomado del argumento de una novela; que, a su vez , se inspiraba en un episodio verdaderamente acaecido en 194 9. S obre si se trataba de una verdadera posesió n diabó lica o no, el director prefirió no pronunciarse y decir que eso era un problema de los teó logos y no suyo. E l padre j esuíta, ante la pregunta de si aqué lla era una de las h abituales películas de terror o algo distinto, optó decididamente por la segunda h ipó tesis. B asá ndose en el enorme impacto que tuvo la película sobre el pú blico de todo el mundo, afirmó que, aparte de ciertos detalles espectaculares, la película trataba con much a seriedad el problema del mal. Y despertó el interé s por los ex orcismos, ya olvidados. ¿ Có mo se puede caer en los trastornos ex traordinarios causados por el demonio? P rescindo de los trastornos ordinarios, o sea de las tentaciones que afectan a todos. U no puede caer con culpa o sin ella, segú n los casos. P odemos resumir los motivos en 4 causas: por permisió n de D ios; porque se es víctima de un maleficio; por un estado grave y recalcitrante de pecado; por frecuentació n de personas o lugares malé ficos. 1. P or permisió n de D ios. Q ue quede bien claro que nada ocurre sin el permiso de D ios. Y que quede igualmente claro que D ios no quiere nunca el mal, pero lo permite cuando somos nosotros quienes lo queremos ( por h abé rsenos creado libres) y sabe obtener el bien tambié n del mal. E l primer caso que consideramos tiene como característica que no interviene en é l ninguna culpabilidad h umana, sino só lo una intervenció n diabó lica. D el mismo modo que D ios permite h abitualmente la acció n ordinaria de S ataná s ( las tentaciones) , concedié ndonos todas las gracias para resistir y obteü iendo de ello un bien para nosotros si somos fuertes, así D ios tambié n puede permitir a veces la acció n ex traordinaria de S ataná s ( posesió n o trastornos malé ficos) para que el h ombre ej ercite la h umildad, la paciencia y la mortificació n. P odemos, por tanto, recordar 2 casos que ya h emos tomado en consideració n: cuando h ay una acció n ex terna del demonio que causa sufrimientos físicos ( del estilo de los golpes y las flagelaciones sufridos por el cura de A rs o por el padre P io) ; o cuando se permite una verdadera vej ació n, como h emos dich o respecto de J ob y san P ablo. L a vida de much os santos nos presenta ej emplos de esta clase. E ntre los santos de nuestra é poca cito a dos beatificados por J uan P ablo I I : el padre Calabria y sor María de J esú s Crucificado ( la primera á rabe beatificada) . E n ambos casos, sin que h ubiera ninguna causa h umana ( ni culpa por parte de las personas afecladas, ni maleficios h ech os por otros) , h ubo períodos de verdadera posesió n diabó lica, en los cuales los dos beatos dij eron c h icieron cosas contrarias a su santidad y sin tener ninguna responsabilidad de ello, porque era el demonio el que actuaba sirvié ndose de sus miembros. 2. Cuando se sufre un maleficio. T ampoco en este caso h ay culpa por parte de quien es víctima de este mal; pero h ay un concurso h umano, o sea una culpa h umana por parte de quien h ace o quien ordena a un mago el maleficio. D e ello h ablaremos má s ampliamente en un capítulo aparte. A quí me limito a decir que el maleficio ex iste: perj udicar a otros a travé s de la intervenció n del demonio. P uede realiz arse de much as maneras distintas: atadura, mal de oj o, maldició n... P ero digamos inmediatamente que el modo má s utiliz ado es el del h ech iz o; añ adamos tambié n que el h ech iz o es la causa má s frecuente que encontramos en aquellos que está n afectados por la posesió n o por otros trastornos malé ficos. N o sé verdaderamente có mo se pueden j ustificar esos eclesiá sticos que dicen que no creen en los h ech iz os; y aú n menos puedo ex plicarme có mo está n en condiciones de defender a sus fieles cuando se ven afectados por estos males. A lguien se maravilla de có mo D ios puede permitir estas cosas. D ios nos h a creado libres y nunca reniega de sus criaturas, ni siquiera de las má s perversas; luego, al final, cuadra sus cuentas y da a cada uno lo que h a merecido, porque cada uno será j uz gado segú n sus obras. E ntretanto, podemos h acer buen uso de nuestra libertad y obtenemos mé ritos por ello; podemos utiliz arla mal y obtenemos condena por ello. P odemos ayudar a los demá s y podemos h acerles dañ o con much ísimas formas de

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Habla un exorcista tropelía. P ara citar una de las má s graves: puedo pagar a un asesino para que mate a una persona; D ios no está obligado a impedirlo. A sí, puedo pagar a un mago, a un bruj o, para que realice un maleficio contra una persona; tampoco en este caso D ios está obligado a impedirlo, aun cuando, de h ech o, much as veces lo impide. P or ej emplo, quien vive en gracia de D ios, quien rez a má s intensamente, está much o má s salvaguardado que quien no es practicante o, peor aú n, vive h abitualmente en estado de pecado. Citemos, por ú ltimo, una verdad que repetiremos a su debido tiempo: el campo de los h ech iz as y de los demá s maleficios es el paraíso de los embrollones. L os casos verdaderos son un pequeñ ísimo porcentaj e respecto de las falsedades que reinan en este campo. E ste terreno, ademá s de prestarse con gran facilidad a los engañ os, se presta tambié n much ísimo a las sugestiones, a las fantasías de las mentes dé biles, por lo cual es importante que el ex orcista esté en guardia, pero que tambié n lo esté n todas las personas con sentido comú n. 3. U n estado grave y recalcitrante de pecado. A h ora nos ocupamos de la causa que, por desgracia, en los tiempos en que vivimos, está en crescendo, por lo que tambié n lo está el nú mero de las personas afectadas por el demonio. E n el fondo, el verdadero motivo es siempre la falta de fe. Cuanto má s falta la fe, tanto má s aumenta la superstició n; es un h ech o, por decirlo así, matemá tico. Creo que el E vangelio nos presenta un ej emplo emblemá tico de ' ast* en la figura de J udas. E ra ladró n; quié n sabe cuá ntos esfuerz os h iz o J esú s para reprenderle y corregirle, y recibió a cambio só lo rech az o y obstinacien en el vicio. Hasta que llegó al colmo: « ¿ Cuá nto me dais si os entrego a J esú s? Y ellos señ alaron el precio: 30 monedas de plata» ( Mt. 26, 15 ) . Y así leemos aquella frase tremenda, durante la ú ltima cena: « S ataná s entró en su coraz ó n» ( J n. 13, 27) . N o h ay duda de que se trató de una verdadera posesió n diabó lica. E n el estado actual de ruina de las familias, h e conocido casos en que las personas afectadas vivían estados matrimoniales desordenados, con el agravante de otras culpas; se me h an presentado muj eres que h abían cometido varías veces el delito de abortar, ademá s de otras faltas; h e estado ante personas que, ademá s de perversiones sex uales aberrantes, cometían actos de violencia; y h e tenido varios casos de h omosex uales que se drogaban y caían en otras culpas relacionadas con la droga. E n todos estos casos, me parece casi inú til decirlo, la vía de la curació n só lo empiez a a travé s de una sincera conversió n. 4 . F recuentació n de personas y lugares malé ficos- Con esta ex presió n h e querido englobar la prá ctica o la asistencia a sesiones espiritistas, magia, cultos satá nicos o sectas satá nicas ( que tienen su apogeo en las misas negras) , prá cticas de ocultismo... frecuentar magos y bruj os; ciertos cartomá nticos. T odas ellas son formas que ex ponen a la persona al peligro de incurrir en un maleficio. T anto má s cuando se quiere contraer un vínculo con S ataná s: ex iste la consagració n a S ataná s, el pacto de sangre con S ataná s, la frecuentació n de escuelas satá nicas y el nombramiento como sacerdote de S ataná s... P or desgracia, especialmente desde h ace 15 añ os, se trata de actividades que van en aumento, casi en ex plosió n. E n cuanto al recurso a magos y similares, presento un caso muy corriente. U no padece un mal rebelde a cualquier tratamiento, o bien ve que todas las cosas que emprende le salen mal; cree que h ay algo malé fico que le bloquea. A cude a un cartomá ntico o a un mago, que le dice: « U sted tiene un h ech iz o.» Hasta aqui el gasto es poco y el dañ o es nulo. P ero a menudo viene la continuació n: « S i quiere que se lo quite, se necesita 1 milló n de liras» o aú n má s. E ntre los much os casos que se me h an presentado h e tenido noticia de la cifra má x ima de 4 2 millones. S i la propuesta es aceptada, el mago o el cartomá ntico pide algo personal: una foto, una prenda íntima, un mech ó n de cabellos, o algú n pelo, o un fragmento de uñ a. E n este punto el mal ya está h ech o. ¿ Q ué h ace el mago con los obj etos pedidos? E stá claro: magia negra. Me interesa asimismo h acer una precisió n. Much os caen porque saben que ciertas muj ercitas « está n siempre en la iglesia» ; o porque ven el despach a de los magos tapiz ado de crucifij os, de vírgenes, de santitos o de retratos del padre P io. A demá s, les dicen: « Y o só lo h ago magia blanca; si me solicitaran h acer magia negra, me negaría.» P or magia blanca suele entenderse quitar los h ech iz os; la magia negra es para realiz arlos. P ero, en realidad, como no se cansaba de repetir el padre Candido, no ex iste magia blanca y magia negra: só lo ex iste la magia negra, pues toda forma de magia es un recurso al demonio. A sí, el desventurado, si antes tenía un pequeñ o

trastorno malé fico ( pero muy probablemente no tenía nada de este tipo) , se vuelve a casa con un verdadero maleficio. A menudo nosotros, los ex orcistas, tenemos que afanarnos much o mas para desh acer la obra nefasta de los magos que para curar el trastorno inicial. A ñ adiré que, much as veces, tanto h oy como en el pasado, la posesió n diabó lica puede ser confundida con las enfermedades psíquicas. T engo gran estima por esos psiquiatras que tienen la competencia profesional y el sentido de los límites de su ciencia y saben reconocer h onradamente cuá ndo un paciente presenta sintomatologías que no cabe englobar en las enfermedades científicamente reconocidas. E l profesor S imone Morabito, psiquiatra residente en B é rgamo, h a afirmado tener pruebas de que much os considerados como enfermos psíquicos eran en realidad poseídos por S ataná s, y h a logrado curarlos con la ayuda de algunos ex orcistas ( vé ase Gente, nú m. 5 , 1990 , pp. 10 6-112) . Conoz co otros casos aná logos, pero quiero detenerme sobre urna en particular. E l 24 abril 198 8 , J uan P ablo I I beatificó a un carmelita españ ol, el padre F rancisco P alau. E s una figura muy interesante para nosotros, pues, en los ú ltimos añ os de su vida, P alau se dedicó a los endemoniados. Había adquirido un h ospicio en el que acogía a los afectados por enfermedades mentales. L os ex orciz aba a todos: los que estaban endemoniados, se curaban; los que eran enfermos, quedaban como tales. N aturalmente fue muy combatido por el clero. E ntonces viaj ó a R oma 2 veces: en 18 66 para tratar de estas cosas con P ío X ; en 18 70 para conseguir que el Concilio Vaticano I restableciese en la I glesia el ex orcismo como ministerio permanente. S abemos có mo fue interrumpido aquel concilio; pero la ex igencia de restaurar este servicio pastoral sigue siendo urgente. N os consta que subsiste la dificultad de distinguir a un endemoniado de un enfermo psíquico. P ero un ex orcista ex perto está en condiciones de entenderlo má s que un psiquiatra; porque el ex orcista tiene presentes las distintas posibilidades y sabe detectar los elementos de diferencia; la mayoría de las veces, el psiquiatra no cree en la posesió n diabó lica, por lo cual ni siquiera tiene en cuenta esta posibilidad. A ñ os atrá s el padre Candido ex or-ciz aba a un j oven que, segú n el psiquiatra que lo h abía tratado, estaba afectado de epilepsia. I nvitado a asistir a un ex orcismo, este mé dico aceptó . Cuando el padre Candido puso la mano sobre la cabez a del j oven, é ste cayó al suelo, presa de convulsiones. « ¿ Ve, padre? S e trata evidentemente de epilepsia» , se apresuró a decir el mé dico. E l padre Candido se inclinó y volvió a poner la mano sobre la cabez a del j oven. É ste se levantó de golpe y permaneció de pie, erguido e inmó vil. « ¿ Hacen esto los epilé pticos? » , preguntó el padre Candido. « N o, nunca» , respondió el psiquiatra, evidentemente perplej o ante aquel comportamiento. N i que decir tiene que los ex orcismos continuaran h asta la curació n del j oven, que durante añ os h abía sido vapuleado por medicinas y tratamientos que no h abían h ech o otra cosa que perj udicarle. Y es precisamente aquí donde tocamos un punto delicado: en los casos difíciles, el diagnó stico requiere de un estudio interdisciplinario, como apuntaremos en las propuestas finales. P orque los que pagan los errores son siempre los enfermos, que en no pocos casos se h an visto arruinados por tratamientos mé dicos erró neos. A precio much o a los h ombres de ciencia que, aunque no sean creyentes, reconocen los límites de su ciencia. E l profesor E milio S ervadio, psiquiatra, psicoanalista y parapsicó logo de fama internacional, h iz o interesantes declaraciones a R adio Vaticana el 2 de febrero de 1975 : « L a ciencia debe detenerse ante aquello que sus instrumentos no pueden comprobar y ex plicar. N o se pueden señ alar ex actamente estos límites: no se trata de fenó menos físicos. P ero creo que todo científico consciente sabe que sus instrumentos llegan h asta un cierto punto y no má s allá . « R especto de la posesió n demoníaca, só lo puedo h ablar en primera persona, no en nombre de la ciencia. Me parece que en ciertos casos la malignidad, lá destructividad de los fenó menos, posee un aspecto tan particular, que ciertamente ya no se puede confundir esta clase de fenó menos con los que el h ombre de ciencia, por ej emplo el parapsicó logo o el psiquiatra, puede apreciar en los casos tipo poltergeist u otros. P ara poner un ej emplo, sería como comparar a un ch iquillo respondó n con un sá dico criminal. Hay una diferencia que no se puede medir con un metro, pero es una diferencia que se puede advertir. E n estos casos creo que un h ombre de ciencia debe admitir la presencia de fuerz as que ya no son gobernables por la ciencia y que la ciencia como tal no está llamada a definir.»

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Habla un exorcista APÉNDICE

¿ Miedo del diablo? R esponde santa T eresa de J esú s Contra los miedos inj ustificados al demonio, reproducimos una pá gina de santa T eresa de Á vila, tomada de su Vida ( capítulo 25 , 20 -22) . E s una pá gina alentadora, a menos que seamos nosotros quienes abramos la puerta al iem» mo... « P ues si este S eñ or es poderoso, como veo que lo es, y sé que lo es, y que con sus esclavos los demonios —y de ello no h ay que dudar, pues es fe—, siendo yo sierva de este S eñ or y R ey, ¿ qué mal me pueden ellos h acer a mí? ¿ P or qué no h e de tener yo fortalez a para combatirme con todo el infierno? T omaba una cruz en la mano y parecía verdaderamente darme D ios á nimo, que yo me vi otra en breve tiempo, que no temiera tomarme con ellos a braz os, que me parecía fá cilmente con aquella cruz los venciera a todos; y ansí dij e: —A h ora venid todos, que siendo sierva del S eñ or, yo quiero ver qué me podé is h acer. » E s sin duda que me parecía me h abían miedo, porque yo quedé sosegada, y tan sin temor de todos ellos, que se me quitaron todos los miedos que solía tener, h asta h oy: ¡ J orque aunque algunas veces los vía, como diré despué s, no les h e h abido má s casi miedo, antes me parecía ellos me le h abían a mí. Q uedó me un señ orío contra ellos, bien dado del S eñ or de todos, que no se me da má s de ellos que de moscas. P aré cenme tan cobardes que, en viendo que los tienen en poco, no les queda fuerz a. » N o saben estos enemigos derech o acometer, sino a quien ven que se les rinde, o cuando lo permite D ios para má s bien de sus siervos, que los tienten y atormenten. P luguiese a S u Maj estad temié semos a quien h emos de temer y entendié semos nos puede venir mayor dañ o de un pecado venial que de todo el infierno j unto, pues es ello ansí. Q ue espantados nos train estos demonios, porque nos queremos nosotros espantar con otros asimientos de h onras y h aciendas y deleites; que entonces, j untos ellos con nosotros mesmos, que nos somos contrarios, amando y queriendo lo que h emos de aborrecer, much o dañ o nos h ará n; porque con nuestras mesmas armas les h acemos que peleen contra nosotros, puniendo en sus manos con las que nos h emos de defender. • É sta es la gran lá stima. Mas si todo lo aborrecemos por D ios y nos abraz amos con la cruz y tratamos servirle de verdad, h uye é l de estas verdades como de pestilencia. E s amigo de mentiras y la mesma mentira; no h ará pacto con quien anda en verdad. Cuando é l ve escurecido el entendimiento, ayuda lindamente a que se quiebren los oj os; porque si a uno ve ya ciego en poner su descanso en cosas vanas, y tan vanas que parecen las de este mundo cosa de j uego de niñ os, ya é l ve que é ste es niñ o, pues trata como tal, y atré vese a luch ar con é l una y much as veces. • P lega el S eñ or que no sea yo de é stos, sino que me favorez ca S u Maj estad para entender por descanso lo que es descanso, y por h onra lo que es h onra, y por deleite lo que es deleite, y no todo al revé s; ¡ y una h iga para todos los demonios! , que ellos me temerá n a mí. N o entiendo estos miedos: ¡ demonio, demonio! , donde podemos decir: ¡ D ios, D ios! y h acerle temblar. S í, que ya sabemos que no se puede menear si el S eñ or no lo permite. ¿ Q ué es esto? E s sin duda que tengo ya má s miedo a los que tan grande le tienen al demonio que a é l mesmo; porque é l no me puede h acer nada, y estotros, en especial si son confesores, inquietan much o, y h e pasado algunos añ os de tan gran trabaj o, que ah ora me espanto có mo lo h e podido sufrir. ¡ B endito sea el S eñ or, que tan de veras me h a ayudado! »

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Habla un exorcista EL PUNTO DE PARTIDA U n día un obispo me telefoneó para recomendarme que ex orciz ase a cierta persona. Mi primera respuesta fue decirle que se ocupara é l de nombrar un ex orcista. Me repuso que no conseguía encontrar a un sacerdote que aceptase el encargo. P or desgracia, esta dificultad es general. A menudo los sacerdotes no creen en estas cosas; pero si el obispo les ofrece h acer de ex orcistas, sienten que les caen encima los mil diablos y se niegan. He escrito much as veces que se enfada má s al demonio confesando, o sea arrebatá ndole las almas, que ex orciz ando, que es sustraerle los cuerpos. Y aú n má s rabia se le causa predicando, porque la fe germina de la palabra de D ios. P or eso un sacerdote que tiene el valor de predicar y confesar no debería tener ningú n temor a ex orciz ar. L é on B loy escribió enardecidas palabras contra los sacerdotes que se niegan a realiz ar ex orcismos. L as reproduz co de I l diavolo, de B alducci ( P iemme, p. 233) : « L os sacerdotes no usan casi nunca su poder como ex orcistas, porque carecen de fe y tienen miedo, en sustancia, a disgustar al demonio.» T ambié n esto es verdad; much os temen represalias y se olvidan de que el demonio ya nos h ace todo el mal que el S eñ or le permite: ¡ con é l no ex isten pactos de no beligerancia! Y el autor continú a: « S i los sacerdotes h an perdido la fe h asta el punto de no creer ya en su poder para ex orciz ar y no h acer uso de é l, este h ech o supone una h orrible desventura, una atroz prevaricació n, como consecuencia de la cual son irreparablemente abandonadas a sus peores enemigos las supuestas h isté ricas que llenan los h ospitales.» P alabras fuertes, pero ciertas. E s una directa traició n al mandamiento de Cristo. Vuelvo a la llamada de aquel obispo. L e dij e con franquez a que, si no encontraba sacerdotes, estaba obligado a ocuparse é l personalmente. Me respondió , con candida ingenuidad: « ¿ Y o? N o sabría ni por dó nde empez ar.» A lo cual respondí con la frase que me dij o el padre Candido cuando me encontraba en mis comienz os: « E mpiece por leer las instrucciones del R itual y rece en favor del solicitante las oraciones prescritas.» É ste es el punto de partida. E l R itual de los ex orcismos empiez a reproduciendo 21 normas que el ex orcista debe observar; no importa que estas normas fuesen escritas en 1614 ; son directrices llenas de sabiduría que podrá n ser ulteriormente completadas, pero que aú n tienen pleno vigor. D espué s de h aber puesto en guardia al ex orcista para que no crea fá cilmente en la presencia del demonio en la persona que se presenta, proporciona una serie de normas prá cticas, tanto para reconocer si se trata de un caso de verdadera posesió n como sobre el comportamiento que el ex orcista debe observar. P ero el desconcierto del obispo ( « N o sabría ni por dó nde empez ar» ) es j ustificado. U n ex orcista no se improvisa. A signar tal misió n a un sacerdote es un poco como poner en manos de una persona un tratado de cirugía y luego pretender que vaya a practicar operaciones. Much as cosas, demasiadas, no se leen en los tex tos, sino que se aprenden só lo con la prá ctica. P or eso h e pensado en poner por escrito mis ex periencias, dirigidas por la gran ex periencia del padre Candido, aun sabiendo que lo conseguiré de manera muy deficiente: una cosa es leer y otra ver. P ero igualmente escribo cosas que no se encuentran en ningú n otro libro. E n realidad, el punto de partida es otro. Cuando se presenta, o nos es presentada por parientes o amigos, una persona para ser ex orciz ada, se comienz a por un interrogatorio orientado a comprender si h ay motivos raz onables para proceder al ex orcismo, de lo cual só lo puede obtenerse un diagnó stico, o bien si tales motivos no ex isten. P or ello se empiez a por estudiar los síntomas que la propia persona o los parientes denuncian, y tambié n las posibles causas. S e empiez a por los males físicos. L os 2 puntos afectados má s a menudo son la cabez a y el estó mago, en caso de influencias malé ficas. A demá s de los dolores de cabez a agudos y refractarios a los calmantes, puede h aber, especialmente en los j ó venes, una repentina cerraz ó n al estudio: much ach os inteligentes y que nunca h an tenido dificultades en la escuela, de golpe ya no consiguen estudiar y la memoria se les reduce a cero. E l R itual señ ala, como signos sospech osos, las manifestaciones má s vistosas: h ablar corrientemente lenguas desconocidas o comprenderlas si las h ablan otros; conocer cosas lej anas y escondidas; demostrar una fuerz a muscular sobreh umana. Como ya dij e, só lo h e encontrado

fenó menos de este gé nero durante las bendiciones ( así llamo siempre a los ex orcismos) , no antes. Con frecuencia se denuncian comportamientos ex trañ os o violentos. U n síntoma típico es la aversió n a lo sagrado: personas que de golpe dej an de rez ar, cuando antes lo h acían; que ya no ponen un pie en la iglesia, ante la que se manifiestan sentimientos de rabia; a menudo blasfemias y violencia contra las imá genes sagradas. Casi siempre se añ aden comportamientos asocíales y rabiosos h acia sus familiares o los ambientes que frecuentan. L uego se observan ex travagancias de diversa índole. N i que decir tiene que, cuando alguien llega al ex orcista, ya h a pasado por todos los ex á menes y tratamientos mé dicos posibles. L as ex cepciones son rarísimas, por esto el ex orcista no tiene dificultad para que le transmitan la opinió n del mé dico, los tratamientos realiz ados y los resultados obtenidos. E l otro punto que suele verse afectado es la boca del estó mago, inmediatamente debaj o del esternó n. T ambié n allí se pueden comprobar males lacerantes y rebeldes a los tratamientos; una característica típica de las causas malé ficas se tiene cuando el mal suele desplaz arse: ora a todo el estó mago, ora a los intestinos, ora a los ríñ ones, ora a los ovarios... sin que los mé dicos comprendan las causas de ello ni se obtenga provech o con los fá rmacos. Hemos afirmado que uno de los criterios de reconocimiento de posesió n diabó lica nos lo proporció na el h ech o de que las medicinas son ineficaces, al contrario de las bendiciones. E x orcicé a Marco, afectado por una fuerte posesió n. Había estado ingresado durante much o tiempo y h abía sido mach acado con tratamientos psiquiá tricos, especialmente electroch oques, sin que nunca tuviera la menor reacció n. Cuando le indicaron una cura de sueñ o, le suministraron durante una semana somníferos que h abrían dormido a un elefante; é l nunca llegó a dormirse, ni de día ni de noch e. Caminaba por la clínica con los oj os desorbitados, como un imbé cil. P or fin llegó al ex orcista e inmediatamente empez aron los resultados positivos. T ambié n la fuerz a ex traordinaria puede ser un signo de posesió n diabó lica. U n loco en el manicomio puede ser mantenido quieto con la camisa de fuerz a. U n endemoniado, no; lo rompe todo, incluso cadenas de h ierro, como dice el E vangelio sobre el endemoniado de Gerasa. E l padre Candido me narró el caso de una much ach a delgada y aparentemente dé bil; durante los ex orcismos, apenas podían mantenerla quieta entre 4 h ombres. D estroz ó toda ligadura, incluso anch as correas de cuero con las que intentaron suj etarla. U na vez , atada con grandes cuerdas a un somier de h ierro, rompió parte de los h ierros y en otra parte los dobló en á ngulo recto. Much as veces el paciente ( o tambié n los demá s, si se ve afectada una familia) oye ruidos ex trañ os, pasos en el corredor, h ay puertas que se abren y se cierran, obj etos que desaparecen y luego reaparecen en los sitios má s diversos, golpes en las paredes y en los muebles. S iempre pregunto, para buscar las causas, cuá ndo empez aron esas molestias, si se las puede relacionar con un h ech o concreto, si el interesado h a asistido a sesiones de espiritismo, si h a ido a ver a cartomá nticos o magos y, en caso positivo, có mo h an ido las cosas. E s posible que, a sugerencia de algú n conocido, se h aya abierto la almoh ada o el colch ó n del interesado y se h ayan encontrado allí los obj etos má s ex trañ os: h ilos de colores, mech ones de cabellos, traz as, astillas de madera o de h ierro, coronas o cintas atadas de una manera apretadísima, muñ ecas, formas de animales, grumos de sangre, guij arros...; son frutos seguros de h ech iz os. S i los resultados del interrogatorio son tales que h acen sospech ar la intervenció n de una causa malé fica, se procede al ex orcismo. P resento algunos casos; naturalmente, en todos los episodios que reseñ o a continuació n modifico los nombres y cualquier otro elemento que pudiera llevar a reconocer a las personas. P ara algunas bendiciones vino a verme la señ ora Marta, acompañ ada de su marido. Venían de lej os y con no poco sacrificio. D esde h acía much os añ os Marta estaba en tratamiento con neurólogos, sin ninguna mej oría. D espué s de algunas preguntas, vi que podía proceder al ex orcismo, si bien ya h abía sido ex orciz ada por otros, pero sin provech o. A l principio cayó al suelo y parecía privada de conocimiento. Mientras yo avanz aba en las plegarías introductorias, de vez en cuando se lamentaba: « ¡ Q uiero un verdadero ex orcismo, no estas cosas! » A l comienz o del primer ex orcismo, que empiez a con las palabras: « E x orciz o te» , se calmó , satisfech a; estas palabras le h abían quedado claramente impresas en los ex orcismos anteriores. L uego comenz ó a lamentarse de que le h acía dañ o en los oj os. A ctitudes todas las suyas no propias de los poseídos. Cuando regresó las veces siguientes, yo no podía reconocer si mi ex orcismo le h abía producido algú n efecto o no. P ara mayor seguridad, antes de despedirla definitivamente, la acompañ é una vez a ver al padre

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Habla un exorcista

Candido: despué s de ponerle la mano sobre la cabez a, é l me dij o inmediatamente que allí el demonio no tenía nada que ver. E ra un caso para psiquiatras, no para ex orcistas. P ierluigi, de 14 añ os, era alto y corpulento para su edad. N o podía estudiar, era la desesperació n de sus profesores y compañ eros, con ninguno de los cuales conseguía estar de acuerdo; pero no era violento. U na de sus características era que cuando se sentaba en el suelo, con las piernas cruz adas ( é l decía que « h acía el indio» ) , ninguna fuerz a conseguía levantarlo, como si se h ubiese vuelto de plomo. D espué s de varios tratamientos mé dicos sin resultado, lo llevaron al padre Candido, quien comenz ó a ex orciz arlo y apreció una verdadera posesió n. O tra de sus características: no era pendenciero, pero con é l la gente se ponía nerviosa, gritaba, no dominaba los nervios. U n día estaba sentado con las piernas cruz adas en el rellano de su casa, en el tercer piso. L os demá s inquilinos subían y baj aban por las escaleras, le sacudían para que se fuera de allí, pero é l no se movía. E n un momento dado, todos los inquilinos del edificio se encontraron a la vez en la escalera, en los distintos rellanos, y aullaban y gritaban como obsesos contra P ierluigi. A lguien llamó a la policía; los padres del much ach o llamaron al padre Candido, que llegó casi al mismo tiempo que los policías y ya se h abía puesto a ch arlar con el ch ico para convencerlo de que entrara en su casa. P ero los policías ( 3 much ach otes bien plantados) le dij eron: « A pá rtese, reverendo; estas cosas son para nosotros.» Cuando trataron de mover a P ierluigi, no consiguieron desplaz arlo ni un milímetro. A sombrados y ch orreando sudor, no sabían que h acer. E ntonces el padre Candido les dij o: « Q ue todos vuelvan a sus casas» ; y en un instante se h iz o un completo silencio. L uego añ adió : « A h ora baj ad un tramo de escalera y observad.» L e obedecieron. P or ú ltimo dij o a P ierluigi: « Has estado muy bien: no h as dich o ni una palabra y los h as tenido a todos a raya. A h ora vuelve a entrar en casa conmigo.» L e cogió de la mano y é l se levantó y le siguió , muy contento, adonde le esperaban sus padres. Con los ex orcismos P ierluigi logró una considerable mej oría, pero no una total liberació n. U no de los casos má s difíciles que recuerdo es el de un h ombre, en otro tiempo muy conocido, que durante much os añ os fue bendecido por el padre Candido. T ambié n yo fui a bendecirlo a su casa, de la que no se podía mover. L e h ice el ex orcismo; no dij o nada ( tenía un demonio mudo) y no noté ni la menor reacció n. Cuando me fui, se produj o una reacció n violenta. S iempre ocurría así. E ra viej o y quedó totalmente liberado j usto a tiempo de acabar con serenidad sus ú ltimas semanas de vida. U na madre estaba abrumada por las ex travagancias que notaba en un h ij o suyo: en ciertos momentos se enfadaba, lanz aba alaridos desatinados blasfemaba y luego, cuando recobraba la calma, no recordaba nada de su comportamiento. N o rez aba y nunca h abría aceptado dej arse bendecir por un sacerdote. U n día, mientras el h ij o estaba en el trabaj o y, como de costumbre, h abía salido vestido con su mono de mecá nico, la madre h iz o bendecir las ropas con la correspondiente oració n del R itual A l regresar del trabaj o, el h ij o se quitó el mono sucio y se cambió sin sospech ar nada. A los pocos segundos se quitó la ropa con furia, casi se la arrancó de encima, y se volvió a poner el mono de trabaj o sin decir nada; ya no h ubo manera de que se pusiera aquellas ropas bendecidas; las distinguía perfectamente de las demá s de su pequeñ o guardarropa que no h abían sido bendecidas. E ste h ech o demostraba má s la necesidad de practicar ex orcismos sobre aquel j ovencito. D os h ermanos j ó venes recurrieron a mis bendiciones, angustiados por molestias de salud y ex trañ os ruidos en la casa, por los cuales se veían molestados sobre todo a ciertas h oras fij as de la noch e. A l. bendecirles noté una leve negatividad y les di los oportunos consej os sobre la frecuentació n de los sacramentas, la plegaria intensa, el uso de los tres elementos sacramentales ( agua, aceite y sal ex orciz ados) y los invité a volver otro día. D el interrogatorio resultó que esos inconvenientes h abían comenz ado cuando sus padres h abían decidido llevar a vivir con ellos al abuelo, que se h abía quedado solo. E ra un h ombre que blasfemaba continuamente, imprecaba y lo maldecía todo y a todos. E l aflorado padre T omaselli decía que a veces basta un blasfemo en casa para ech ar a perder a una familia con presencias diabó licas. E ste caso era una prueba de ello. U n mismo demonio puede estar presente en varias personas. L a much ach a se llamaba P ina; el demonio h abía anunciado que, a la noch e siguiente, se h abría ido. E l padre Candido, aun sabiendo que en estos casos los demonios casi siempre mienten, se h iz o ayudar tambié n por otros ex orcistas y pidió

la presencia de un mé dico. A veces, para mantener suj eta a la endemoniada, la recostaban sobre una larga mesa; ella se agitaba y de vez en cuando se caía al suelo; pero en el ú ltimo tramo de la caída disminuía la velocidad como si una mano la sostuviera, por lo cual nunca se h acía dañ o. D espué s de h aber trabaj ado en vano toda la tarde y la mitad de la noch e, los ex orcistas decidieron desistir. A la mañ ana siguiente, el padre Candido estaba ex orciz ando a un niñ ito de 6 o 7 añ os. Y el diablo que estaba dentro de aquel niñ o comenz ó a burlarse del padre: « E sta noch e h abé is trabaj ado much o pero no h abé is conseguido nada. O s la h emos j ugado. ¡ Y o tambié n estaba allí! » E x orciz ando a una niñ a, el padre Candido preguntó al demonio có mo se llamaba. « Z abuló n» , respondió . A cabado el ex orcismo, mandó a la pequeñ a a rez ar delante del sagrario. L legó el turno de otra niñ a, igualmente poseída y tambié n a este demonio el padre Candido le preguntó el nombre. « Z abuló n» , fue la respuesta. Y el padre Candido: « ¿ E res el mismo que estaba en la otra? Q uiero una señ al. T e ordeno en nombre de D ios que vuelvas a la que h a venido antes.» L a niñ a emitió una especie de aullido y luego, de golpe, se calló y se quedó calmada. E ntretanto, los asistentes oyeron que la otra ch iquilla, la que estaba rez ando, proseguía aquel aullido. E ntonces el padre Candido ordenó : « R egresa aquí de nuevo.» I nmediatamente la primera niñ a reanudó su aullido, mientras la otra volvía a rez ar. E n episodios como é ste la posesió n es evidente. D el mismo modo es evidente por ciertas respuestas profundas, especialmente dadas por niñ os. A un ch ico de 11 añ os el padre Candido quiso formularle preguntas difíciles cuando se reveló en é l la presencia del demonio. L e preguntó : « E n la tierra h ay grandes científicos, altísimas inteligencias que niegan la ex istencia de D ios y vuestra ex istencia. ¿ T ú qué dices a esto? » E l niñ o respondió en seguida: « ¡ Q ué va, altísimas inteligencias! ¡ S on altísimas ignorancias! » Y el padre Candido añ adió , con la intenció n de referirse a los demonios: « Hay otros que niegan a D ios conscientemente, con su voluntad. ¿ Q ué son para ti? » E l pequeñ o poseído se puso en pie de un salto y gritó con furia: « F íj ate bien. R ecuerda que h emos querido reivindicar nuestra libertad incluso delante de é l. L e h emos dich o que no para siempre.» E l ex orcista apremió : « E x plícamelo y dime qué sentido tiene reivindicar la propia libertad delante de D ios, cuando separado de é l tú no eres nada, como no soy nada yo. E s como si en el nú mero 10 el 0 quisiera emanciparse del 1. ¿ E n qué se convertiría? ¿ Q ué h aría? T e ordeno en nombre de D ios: dime, ¿ qué h as h ech o de positivo? Vamos, h abla.» E l otro, lleno de maldad y de miedo, se retorcía, babeaba, lloraba de un modo terrible e inconcebible en un niñ o de 11 añ os, y decía: « ¡ N o me h agas este proceso! ¡ N o me h agas este proceso! » Much os se preguntan si se puede tener la seguridad de h ablar con el demonio. E n casos como é stos, no h ay duda. O tro episodio. U n día el padre Candido ex orciz aba a una much ach a de diecisiete añ os, campesina, acostumbrada a h ablar en dialecto, por lo que conocía mal el italiano. E staban presentes otros dos sacerdotes que, cuando la presencia de S ataná s se manifestó , no se cansaban de h acer preguntas. E l padre Candido, mientras seguía rez ando las fó rmulas en latín, mez cló palabras en griego: « ¡ Cá llate, dé j ala en paz ! » I nmediatamente la much ach a se volvió h acia é l: « ¿ P or qué ordenas que me calle? ¡ D íselo má s bien a estos 2 que no paran de interrogar! » E l padre Candido h a h ech o preguntas much as veces al demonio en personas de todas las edades; pero le gusta ex plicar el interrogatorio a los niñ os, porque resulta má s evidente que no dan respuestas al alcance de su edad; por eso es má s segura la presencia del demonio. U n día le preguntó a una ch iquilla, de 13 añ os: « 2 enemigos que durante la vida se h an odiado a muerte y terminan ambos en el infierno, ¿ qué relació n tienen entre sí, al h aber de estar j untos durante toda la eternidad? » He aquí la respuesta: « ¡ Q ué tonto eres! A llá abaj o cada uno vive replegado sobre sí mismo y desgarrado por sus remordimientos. N o ex iste ninguna relació n con nadie; cada uno se encuentra en la soledad má s absoluta, llorando desesperadamente por el mal que h a h ech o. E s como un cementerio.»

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Habla un exorcista LAS PRIMERAS «BENDICIONES» E s ú til usar un lenguaj e eufemístico ante esta clase de pacientes. A los ex orcismos los llamo siempre bendiciones; a las presencias del maligno, una vez comprobadas, las llamo negatividades. Y es una ventaj a que las oraciones sean en latín. E sto obedece a que no se deben usar lenguaj es alarmistas, que podrían ser contraproducentes, causando sugestiones engañ osas. E stá n aquellos que tienen la manía de tener un demonio; se puede estar casi seguro de que no tienen nada. P ara su mente confusa, el h ech o de recibir un ex orcismo puede convertirse en una prueba segura de que tienen un demonio; y ya nadie se lo quitará de la cabez a. Cuando aú n no conoz co bien a las personas, insisto en decir que doy una bendició n, aunque h ago un ex orcismo; much as veces doy sencillamente la bendició n del R itual sobre los enfermos. E l sacramental completo incluye largas oraciones introductorias seguidas de tres ex orcismos propiamente dich os: son distintos, complementarios, y siguen una sucesió n ló gica h acia la liberació n. N o me importaba é poca en que fueron escogidos ( 1614 ) ; es un h ech o que son fruto de una ex periencia directa, muy prolongada. Q uien los escribió ( A lcuino) los ex perimentó perfectamente, sopesando la repercusió n que tenía cada frase sobre personas endemoniadas. Hay alguna pequeñ a laguna, a la que el padre Candido puso inmediatamente remedio; y yo con é l. P or ej emplo, falta una invocació n mañ ana. E n cada uno de los tres ex orcismos la h emos añ adido, sirvié ndonos de las palabras empleadas en el ex orcismo de L eó n X I I I . P ero son pequeneces, dado que se remontan como mínimo a los siglos I X yX . Y a h e dich o que el ex orcismo puede durar pocos minutos o varias h oras. L a primera vez que se ex orciz a a una persona, aunque uno se dé cuenta desde el principio de que presenta negatividades, es preferible ser breves: alguna oració n introductoria y uno de los tres ex orcismos; en general, elij o el primer» ; que da tambié n la oportunidad de la sagrada unció n. E l R itual no h abla de ello, como no h abla de much as otras cosas que mencionaremos; pero la ex periencia nos h a enseñ ado ( inspirá ndonos en la unció n que se h ace en el rito del bautismo) que es muy eficaz el uso del ó leo de los catecú menos en las palabras: « S it nominis tui signo famulus tuus munitus.» E l demonio trata de esconderse, de no ser descubierto, para no ser ex pulsado, por ello puede suceder que las primeras veces manifieste poco o nada su presencia. P ero luego la fuerz a de los ex orcismos lo obliga a salir al descubierto. Y ex isten varios modos de az uz arlo; tambié n la unció n. E l R itual no precisa la posició n que debe asumir el ex orcista: h ay quien está de pie y quien sentado, quien a la derech a y quien a la iz quierda del poseído, o detrá s. E l R itual só lo precisa que, a partir de las palabras « E cce crucem D omini» , se ponga un ex tremo de la estola sobre el cuello del paciente y que el sacerdote mantenga su mano derech a sobre la cabez a. N osotros h emos visto que el demonio es muy sensible en los cinco sentidos ( « entro por ah í» , me dij o una vez ) y sobre todo en los oj os. E ntonces el padre Candido y sus discípulos solemos apoyar ligeramente dos dedos sobre los oj os y alz ar J os pá rpados en determinados momentos de las oraciones. Casi siempre sucede que, en los casos de « esencia malenca, los oj os se quedan completamente en blanco; cuesta ver si es así y a veces se necesita la ayuda de la otra mano para ver dó nde está n las pupilas: si arriba o abaj o. L a posició n de las pupilas es significativa de la especie de los demonios así como de los trastornos. E n los numerosos interrogatorios, los demonios se h an clasificado siempre segú n una doble distribució n inspirada en el capítulo 9 del A pocalipsis: si las pupilas está n arriba, se trata de escorpiones; si está n abaj o, se trata de serpientes. L os escorpiones tienen como j efe a L ucifer ( nombre quiz á no bíblico, pero arraigado en la tradició n) ; las serpientes tienen corno j efe a S ataná s, que manda tambié n a L ucifer ( pero el demonio podría ser el mismo) y a todos los demonios. Hago notar que la palabra « diablo» en la B iblia no tiene un sentido gené rico como demonio, sino que indica siempre y só lo a S ataná s; otro nombre de S ataná s es B elcebú . P ara much os. L ucifer es tambié n sinó nimo de S ataná s; no me detengo a profundiz ar en esta cuestió n; segú n mi ex periencia, se trata de dos demonios distintos. L os demonios son muy reacios a h ablar; h ay que obligarles y só lo lo h acen en los casos má s graves, las de verdadera y auté ntica posesió n. E n ocasiones son espontá neamente muy locuaces: es un truco para distraer al ex orcista de la necesaria concentració n y, ademá s, para evitar responder a las preguntas ú tiles, cuando son interrogados. E n el interrogatorio es muy importante atenerse a las reglas del R itual: no h acer preguntas inú tiles o de curiosidad, sino preguntar el nombre, si

h ay otros demonios y cuá ntos, cuá ndo y có mo el maligno entré en ese cuerpo, cuá ndo saldrá de é l. S i la presencia del demonio obedece a un maleficio, se interroga de qué modo h a sido h ech o tal maleficio. S i la persona h a comido o bebido cosas malé ficas, debe vomitarlas; si se h a escondido algú n h ech iz o, h ay que llevarle a decir dó nde se encuentra, para quemarla con las debidas precauciones. D urante el curso de los ex orcismos, si h ay uaá presencia malé fica, é sta emerge poco a poco o, en ciertos casos, con ex plosiones imprevistas. E l ex orcista adquirirá paulatinamente conocimiento de la fuerz a y la gravedad del mal: si se trata de posesió n, de vej ació n, o de obsesió n; si es un mal de poca monta o si está fuertemente arraigado. E s difícil encontrar tex tos que ofrez can ex plicaciones claras sobre este campo. Y o uso el siguiente criterio: si una persona, durante los ex orcismos ( nó tese que é ste es el momento en que el demonio se ve má s forz ado a salir al descubierto, cuando es constreñ ido por la fuerz a del ex orcismo; é l puede atacar a la persona tambié n en otros momentos pero, generalmente, de modo menos grave) , si, decía, la persona entra completamente en trance, por lo cual si h abla es el demonio el que h abla por su boca, si se agita es el demonio el que se sirve de sus miembros, y al final del ex orcismo el individuo no recuerda nada de cuanto h a ocurrido, entonces se trata de posesió n diabó lica, o sea que la persona tiene un demonio dentro, que de vez en cuando actú a con sus miembros. S i, en cambio, durante los ex orcismos, una persona, aun temendo algunas reacciones que revelan la acometida demoníaca, no pierde del todo el conocimiento y al final recuerda incluso vagamente aquello que h a sentido o h ech o, entonces es vej ació n diabó lica: no h ay un diablo fij o dentro del cuerpo de la persona, sino un diablo que de vez en cuando la ataca y le provoca trastornos físicos y psíquicos. P ero no siempre es así. A quí no me detengo a h ablar de la tercera forma ( ademas de la posesió n y la vej ació n) , que es la obsesió n diabó lica: pensamientos obsesivos invencibles que atormentan sobre todo de noch e, pero a veces de modo permanente. N ó tese que en todos los casos el tratamiento es el mismo: oració n, sacramentos, ayuno, vida cristiana, caridad, ex orcismos. Me detengo má s bien a considerar algunos trastornos de cará cter general que pueden indicar una causa malé fica, aun cuando no siempre se trata de este mal: no son suficientes para un diagnó stico, pero pueden ayudar a formularlo. L as negatividades, o sea los demonios, tienden a atacar al h ombre en 5 puntos, de modo má s o menos grave segú n la causa: en la salud, en los afectos, en los negocios, en las ganas de vivir y en el deseo de morir. E n la salud. E l maligno tiene el poder de provocar males físicos y psíquicos. Y a h e mencionado los 2 males má s comunes, en la cabez a y en el estó mago. E n general, é stos son males permanentes. O tros males son pasaj eros, a menudo afectan incluso só lo durante el ex orcismo. S e trata de bubones, grietas, cardenales... E l R itual sugiere h acer sobre ellos la señ al de la cruz y rociar con agua bendita. Much as veces h e comprobado la eficacia incluso de poner encima de ellos só lo la estola y presionar con una mano. Varias veces me h e visto ante casos de muj eres que h an venido a verme inquietas porque estaban a punto de ser operadas de quistes en los ovarios: así resultaba de los dolores y la ecografía. D espué s de la bendició n, cesaban los dolores; tras una nueva ecografía, los quistes ya no aparecían y no volvía a h ablarse de operació n. E l padre Candido vivió una rica casuística de males graves desaparecidos gracias a sus bendiciones; incluso tumores en el cerebro, de los que los mé dicos estaban seguros. N aturalmente estas cosas pueden practicarse só lo sobre aquellas personas que tienen nogal i v idado y de las cuales puede sospech arse que el mal depende del maligno. E n los afectos. E l maligno puede dar tensió n nerviosa y mal h umor incontenibles, especialmente con las personas que má s nos quieren. A sí, rompe matrimonios, desh ace noviaz gos, suscita disputas con voces destempladas y estré pito en familias es las que, en realidad, todos se quieren; y siempre por motivos fú tiles. T runca las amistades; da a la persona afectada la impresió n de que no es grata en ningú n ambiente, de que se la evita, de que debe aislarse de todos. I ncomprensió n, no amor, vacío afectivo total, imposibilidad de casarse. T ambié n é ste es un caso muy corriente: cada vez que se inicia una relació n de amistad que podría desembocar en amor, o incluso cuando h a h abido una declaració n ex presa, de golpe todo se esfuma sin motivo.

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Habla un exorcista E n los negocios. I mposibilidad de encontrar trabaj o, incluso cuando se llega a la casi certez a de lograr un puesto; no ex isten motivos o son absurdos. O bien personas que encuentran trabaj o, pero luego lo dej an por motivos banales; con dificultad encuentran otro, pero luego ni siquiera se presentan a é l o lo abandonan tambié n, con una ligerez a que a los parientes les parece inconsciencia o anormalidad. He visto a familias muy acaudaladas caer en la má s negra miseria por motivos h umanamente inex plicables. A veces se trataba de grandes industriales a los que, de golpe y por motivos inex plicables, todo h a comenz ado a írseles a pique; otras veces, grandes empresarios h an empez ado, de repente, a cometer errores burdos, como para llevarles a acabar con un montó n de deudas; en otras ocasiones, comerciantes que dirigían tiendas abarrotadísimas h an visto de pronto có mo nadie ponía el pie en su comercio. E n síntesis, se h a tratado de la imposibilidad de encontrar cualquier trabaj o, o bien del paso de la normalidad econó mica a la miseria, de un trabaj o intenso al paro. Y siempre sin motivos raz onables. E n las ganas de vivir. E s ló gico que los males físicos, el aislamiento afectivo, el fracaso econó mico, empuj en a un pesimismo y que la vida se vea só lo con matices negativos. S igue una especie de incapacidad para el optimismo o al menos para la esperanz a; la vida aparece totalmente negra, sin posibilidad de salida, insoportable. E n el deseo de morir. E s el punto final que el maligno se probone: h acer llegar a la desesperació n y al suicidio. Y me interesa decir inmediatamente que cuando uno se pone baj o la protecció n de la I glesia, incluso con una sola bendició n, este quinto punto queda ex cluido. P arece que se revive lo que el S eñ or respondió al demonio respecto de J ob: « E stá bien, h az con é l lo que quieras, con tal de que respetes su vida» ( J b. 2, 6) . Y o podría contar una serie de episodios en los que, con intervenciones que tienen algo de milagroso, el S eñ or salvó del suicidio a ciertas personas. Much os, cuando ex ponía estos cinco puntos, se encontraban plenamente inmersos en ellos, aunque con distintas fases de gravedad. Me interesa repetir que estos maj es pueden ser consecuencia de una presencia malé fica, pero tambié n pueden tener otras causas: no bastan por sí solos para llegar a la conclusió n de que una persona está poseída o infestada por el maligno. S obre el quinto punto, deseo de morir e intentos de suicidio, al ser el aspecto má s grave, quisiera reseñ ar al menos 2 ej emplos. Me ocupé del caso de una enfermera profesional que, en fase de crisis aguda, sin capacidad de soportar má s, h iz o un raz onamiento del todo disparatado. D ebía realiz ar una transfusió n de sangre. P ensó : « I nyecto otro grupo sanguíneo; el enfermo muere, a mí me detienen y así me refugio en la cá rcel.» Hiz o cuanto se h abía propuesto, completamente segura de que h abía usado otro grupo sanguíneo para la transfusió n. S e dirigió a su cuartito, a la espera de ser detenida. P ero las h oras pasaban en vano. L a transfusió n h abía ido muy bien ( no se sabe có mo) y la enfermera ya só lo pensó en arrepentirse de su estupidez . Giancarlo, un guapo much ach ote de 25 añ os, parecía lleno de salud y de vivacidad. E n cambio, tenía un « inquilino» que le atormentaba de manera atroz . L os ex orcismos le daban un poco de alivio, pero demasiado poco. U na tarde decidió acabar con todo, como ya h abía intentado otras veces. Caminó a lo largo de las vías de una importante línea fé rrea, llegó a una amplia curva y se tendió sobre los ríeles de una de las 2 vías. Con la ú nica ayuda de un saco de dormir, resistió en esta incó moda posició n durante 4 o 5 h oras. P asaron varios trenes, en ambas direcciones, pero todos por las vías de al lado. Y ningú n maquinista o ferroviario advirtió su presencia. É ste es el h ech o: me es imposible dar una ex plicació n natural del mismo. L e pregunté al padre Candido si, en una ex periencia tan larga como la suya, tuvo casos mortales en personas a las que é l bendecía. T uvo só lo uno y me lo contó . U na much ach a romana, reducida a una grave situació n a causa de una posesió n total del maligno, h abía empez ado a ir a verle para ser ex orciz ada. Y a comenz aba a obtener algú n provech o, si bien tenía much as dificultades para combatir las tentaciones de suicidio. T ambié n su madre fue un día a ver al padre Candido; era una muj er que creía que su h ij a era una « maj adera» y le h acía continuos reproch es. A nte las

ex plicaciones del padre Candido se mostró convencida, pero, en realidad, no era así. U n día, mientras la h ij a confiaba a la madre sus continuas tentaciones de suicidarse, esa madre indigna le h iz o una de sus h abituales escenas: « E res una maj adera, no vales para nada, ni matarte sabes. ¡ I nté ntalo! » , y al decir esto abrió la ventana. L a h ij a se arroj ó al vacío y murió en el acto. É ste es el ú nico caso de suicidio que le ocurrió al padre Candido por parte de una persona a la que estaba bendiciendo. P ero resulta má s que evidente la culpa de la madre, que ya tenía otras culpas por la situació n en que se encontraba su h ij a. Hemos aludido a la duració n de los ex orcismos y a la imprevisibilidad del tiempo necesario para conseguir la liberació n. E s muy importante la colaboració n activa del suj eto; pero, a veces, a pesar de contar con ella, só lo se alcanz a alguna mej oría, no la curació n. U n día el padre Candido estaba ex orciz ando a un much ach o grande y gordo, de esos que h acen sudar al ex orcista porque requieren tambié n un gran esfuerz o físico. A veces parece que se libra una verdadera luch a. D esde el principio aquel j oven le h abía dich o al padre Candido: « N o sé si es bueno que h oy me ex orcice; tengo la impresió n de que le h aré dañ o.» E n efecto, h ubo una auté ntica luch a entre los 2, con resultado incierto sobre quié n h abía prevalecido. L uego, de golpe, aquel j oven se derrumbó y durante un rato tambié n el padre Candido cayó encima de é l. Me decía sonriendo: « S i alguien h ubiese entrado en aquel momento, no h abría entendido quié n era el ex orcista y quié n el poseído.» L uego el padre se recuperó y terminó el ex orcismo. D espué s de algunos días recibió un mensaj e del padre P ió : « N o pierda el tiempo y las fuerz as con ese j oven. E s un esfuerz o inú til.» C« n su intuició n, que le venía de lo alto, el padre P ió h abía entendido que en aquel caso no conseguiría nada. Y los h ech os confirmaron sus palabras. Q uisiera añ adir una observació n: la posesió n diabó lica no es un mal contagioso, ni para los parientes, ni para quien asiste a ella, ni para los lugares en que se desarrollan los ex orcismos. E s importante decirlo con claridad, porque a menudo nosotros, los ex orcistas, nos vemos con grandes dificultades para encontrar lugares donde administrar este sacramental. Y much os rech az os dependen precisamente del miedo a que el local quede « infestado» . E s necesario que al menos los sacerdotes sepan que la presencia de los poseídos y los ex orcismos practicados sobre ellos no dej an ninguna secuela sobre los lugares ni sobre las personas que los h abitan. E n cambio, debemos temer al pecado; un pecador encallecido, un blasfemo, puede h acer dañ o a su familia, al ambiente de trabaj o y a los lugares que frecuenta. R eseñ o algunos casos, que elij o no entre los h ech os má s clamorosos que me h an sucedido sino entre aquellos que son típicos y má s corrientes. U na much ach a de 16 añ os. A rma María; estaba angustiada porque desde h acía algú n tiempo le iba mal en los estudios ( en el pasado nunca h abía tenido dificultades) y oía en su casa ex trañ os ruidos. Vino a verme acompañ ada por sus padres y su h ermana. L a bendij e y noté algunos pequeñ os signos de negatividad. L uego bendij e a la madre, que acusaba algunos trastornos. E n cuanto le puse las manos sobre la cabez a, dio un gran alarido y se desliz ó h asta el suelo desde la silla en la que estaba sentada. Hice salir a las dos h ermanas y continué el ex orcismo, asistido por el marido; noté una negatividad much o má s fuerte que en la h ij a. P ara A nna María me bastaron 3 bendiciones: era un caso dé bil y fue inmediatamente remediado. P ara la madre se necesitaron algunos meses, con un ritmo de una bendició n por semana, y se curó completamente, much o antes de lo que h ubiera podido prever por sus reacciones a la primera bendició n. A Giovanna, una señ ora de unos 30 añ os, madre de 3 h ij os, me la envió su confesor. A cusaba dolores de cabez a, de estó mago y desvanecimientos. S egú n los mé dicos estaba sanísima. P oco a poco salió fuera el mal, o sea la presencia de 3 demonios, cada uno de los cuales h abía entrado en ella como consecuencia de h ech iz os, en 3 ocasiones distintas de su vida. E l h ech iz o má s fuerte se lo h abía h ech o una much ach a que, antes del matrimonio de Giovanna, aspiraba con veh emencia a casarse con el novio de é sta. E ra una familia de intensa devoció n y así los ex orcismos se vieron facilitados; dos demonios salieron bastante pronto, mientras que el tercero fue má s reacio. S e necesitaron casi 3 añ os de bendiciones, con un ritmo de una por semana. D espué s de una cita, vino a verme Marcella, una much ach a muy rubia de 19 añ os, de aire presumido. S ufría dolores de estó mago lacerantes y de un temperamento que no conseguía dominar, ni en su casa ni en su trabaj o: daba respuestas ofensivas, á cidas, sin poderse refrenar. S egú n los mé dicos, no tenía nada. E n cuanto le puse las manos sobre los pá rpados, al comienz o de la bendició n, se le pusieron los oj os completamente en blanco, con las pupilas apenas perceptibles abaj o, y estalló en una carcaj ada iró nica. A penas tuve tiempo de pensar que aquello era S ataná s cuando de pronto oí

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Habla un exorcista que me decían: « S oy S ataná s» , con una nueva carcaj ada. P oco a poco Marcella intensificó su vida de prá ctica religiosa, se h iz o constante en la comunió n, en el rosario cotidiano y en la confesió n semanal ( ¡ la confesió n es má s fuerte que un ex orcismo! ) . E x perimentó una progresiva mej oría, salvo algú n paso atrá s cuando afloj aba el ritmo de oració n, y se curó al cabo de só lo 2 añ os. Giuseppe, de 28 añ os, vino a verme acompañ ado por su madre y su h ermana. I nmediatamente advertí que só lo h abía venido para complacer a los suyos. Hedía intensamente a h umo; tomaba drogas y tambié n las vendía, blasfemaba. E ra inú til h ablar de oració n y de sacramentos. T raté de disponerle de la mej or manera para que aceptase de buena gana mi bendició n. É sta fue brevísima: el demonio se manifestó inmediatamente de modo violento, y corté en seguida. Cuando le dij e a Giuseppe lo que tenía, me respondió : « Y a lo sabía y estoy contento así; con el demonio estoy bien.» N o le h e vuelto a ver. S or Á ngela, aunque j oven, ya estaba reducida a una situació n lastimosa cuando vino a verme: casi no conseguía h ablar, tanto menos rez ar. S ufría evidentemente en todo el cuerpo, no h abía parte de ella que no mostrara sufrimiento. L e resonaban en la cabez a continuas blasfemias y a menudo se oían ruidos ex trañ os, que tambié n las demá s h ermanas percibían. E l origen de todas sus desdich as estaba en la maldició n ( y quiz á el h ech iz o) de un sacerdote indigno; sor Á ngela ofrecía todos sus sufrimientos por el bien de su congregació n. D espué s de much as bendiciones, de las que obtuvo algú n provech o, fue trasladada a otra ciudad. E spero que h aya encontrado otro ex orcista para proseguir la obra de liberació n. E ntre los casos tremendos de h ech iz os de toda una familia, describiré uno. E l padre, comerciante muy acreditado, se vio de golpe sin pedidos, por motivos inex plicables. T enia los almacenes llenos de mercancías pero ningú n cliente daba señ ales de vida. U na vez , cuando h abía logrado colocar una cierta cantidad, el camió n encargado de retirar la mercancía se averió repetidamente, sin llegar a destino, por lo cual el contrato fue anulado. E n otra ocasió n, en que con gran fatiga h abía logrado concertar una venta, llegó el camió n, pero nadie consiguió levantar la persiana del almacé n; tambié n ese negocio se esfumó . U na h ij a casada, por aquella misma é poca, fue abandonada por su marido, y a la otra h ij a, en vísperas de la boda, cuando ya estaba lista la casa y completamente amueblada, la plantó su novio sin ex plicaciones. A demá s h abía trastornos de salud y ruidos en la casa, como casi siempre sucede en estos casos. N o se sabía por dó nde empez ar. T ambié n aquí, ademá s de las acostumbradas recomendaciones sobre la oració n, la frecuentació n de los sacramentos y una vida cristiana coh erentemente vivida, comencé por bendecir a todos los miembros de la familia. L uego ex orcicé y celebré la misa en la vivienda y en los lugares de trabaj o del padre. L os resultados empez aron a ser evidentes despué s de un añ o y prosiguieron con constancia, aunque como si fuese en cá mara lenta. ¡ Verdaderamente suponen duras pruebas de fe y perseverancia! A ntonia, una much ach a de 20 añ os, vino acompañ ada por su padre, que era pastelero. D esde h acía muy poco, la h ij a h abía asumido el aspecto de una vidente: oía voces ex trañ as, no lograba dormir ni trabaj ar; el padre h abía empez ado a sufrir dolores de estó mago que los mé dicos y las medicinas no lograban calmar. Cuando bendij e a la h ij a, vi que se trataba de una ligera negatividad; le dij e que podía salir airosa con pocas bendiciones, salvo sorpresas. E n cambio, cuando bendij e al padre, é ste entró completamente en trance, aunque permaneció mudo y no h iz o ninguna locura. A l despertarse, vi que no se h abía dado cuenta de nada. E ntonces recomendé a la h ij a que no le dij era a su padre nada de lo que h abía ocurrido, para no espantarle, pero que volvieran los 2 otro día. E n casa la h ij a no supo abstenerse y se lo dij o todo; el padre se asustó de h aber entrado en trance y fue... a ver a un mago. S é , a travé s de la persona que me los h abía enviado, que está n mal los 2, pero no h an vuelto a verme. He tenido contacto otras veces con personas que, desalentadas por la lentitud de la curació n, se h an dirigido a magos, con pé simas consecuencias. D ios nos h a creado libres; tambié n somas libres de h undirnos. Como conclusió n de este capítulo me interesa precisar un h ech o: cada ex orcista posee sus ex periencias que, a veces, son irrepetibles, o sea que no encuentran confirmació n por parte de otros ex orcistas. N o me asombra que algunos ex orcistas se h ayan quedado perplej os, sobre todo en cuanto a la que h e ex puesto en la primera parte sobre la posició n de los oj os, el dolor de cabez a o de estomago; h abría podido ex poner otros h ech os que me ocurren constantemente. S on reacciones advertidas siempre o casi siempre por el padre Candido y que siguen repitié ndose con sus discípulos. Continú an siendo verdaderas aunque no encuentren confirmació n en la ex periencia de otros ex orcistas.

Considero que se deben valorar con much o respeto los distintos mé todos y ex periencias. L a verdad de un h ech o, o de un tipo de reacció n, o la eficacia de un mé todo, no disminuye aun cuando se trate de una particularidad vinculada a un determinado ex orcista y no comprobable por otros.

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Habla un exorcista CÓMO SE COMPORTA EL DEMONIO D igamos inmediatamente, para empez ar, que el demonio h ace lo imposible para no ser descubierto, que es muy parco en palabras, que busca todos los caminos para desalentar al paciente y al ex orcista. P ara mayor claridad, distingamos su comportamiento en 4 fases: antes de ser descubierto; durante los ex orcismos, poco antes de la ex pulsió n y despué s dé la liberació n. A dvirtamos tambié n que nunca h ay 2 casos iguales. E l comportamiento del maligno es muy variado e imprevisible. L o que escribimos aquí só lo se refiere a algunos de los aspectos má s frecuentes de esa conducta. 1. A ntes de ser descubierto. E l demonio causa trastornos físicos y psíquicos, por lo que la persona afectada recibe tratamiento mé dico sin que nadie sospech e el verdadero origen del mal. A veces los mé dicos tratan los trastornos largamente, probando varias medicinas, que siempre resultan inadecuadas; por ello lo h abitual es que el paciente cambie varias veces de mé dico, acusá ndoles de no entender su mal. Má s difícil es el tratamiento de los males psíquicos; much as veces los especialistas no encuentran nada ( esto ocurre con frecuencia tambié n para los males físicos) y la persona pasa a los oj os de sus familiares por « maj areta» . U na de las cruces má s pesadas de estos « enfermos» es la de que no son comprendidos ni se les cree. Casi siempre ocurre que, tarde o temprano, tras h aber llamado en vano a las puertas de la medicina oficial, esas personas acuden a curanderos o, lo que es peor, a magos, quiromá nticos o h ech iceros. Y así los males aumentan. N ormalmente quien recurre al ex orcista ( por sugerencia de algú n amigo; rarísimas veces por sugerencia de sacerdotes) , ya h a h ech o el recorrido de los mé dicos, h a perdido totalmente la confianz a en ellos, y la mayoría de las veces ya h a visitado a magos o similares. L a falta de fe o al menos el h ech o de no ser practicantes, añ adido a la gran e inj ustificable carencia eclesiá stica en este campo, h acen comprensible tal comportamiento. L a mayoría de las veces es una auté ntica casualidad la que h ace conocer la ex istencia de los ex orcistas. T é ngase presente que el demonio, incluso en los casos de posesió n total ( en los que es é l quien obra o h abla, sirvié ndose de los miembros del desventurado) , no actú a continuamente, sino que alterna su acció n ( llamada, en general, « momento de crisis» ) con períodos de reposo má s o menos largos. S alvo los casos má s graves, la persona puede atender a sus compromisos de estudio o de trabaj o de manera que parece normal, aun cuando, en realidad, só lo ella sabe a costa de qué esfuerz os. 2. D urante los ex orcismos. A l principio el demonio h ace todo lo posible para no ser descubierta o al menos para ocultar la gravedad de la posesió n, si bien no siempre lo consigue. Constreñ ido por la fuerz a de los ex orcismos, a veces es inducido a manifestarse desde la primera oració n; otras veces se necesitan má s ex orcismos. R ecuerdo a un j oven que, en la primera bendició n, só lo h abía dado algunos indicios sospech osos; entonces pensé : « E s un caso fá cil; salgo del paso con esta bendició n y alguna má s.» L a segunda vez se puso furioso y, desde aquel momento, yo no empez aba el ex orcismo si no me acompañ aban 4 h ombres robustos para suj etarle. E n otros casos, debe madurar la h ora de D ios. T engo presente a una persona que h abía visitado a varios ex orcistas, incluido yo, sin que advirtieran nada particular. P ero cuando por fin el demonio se manifestó como lo que era, se procedió regularmente, con la frecuencia que es necesaria para liberar a los poseídos. E n ciertos casos, ya a la primera o la segunda bendiciones el demonio demuestra toda su fuerz a, que varía de una persona a otra; algunas veces esta manifestació n es progresiva: h ay afectados que cada vez parece que presentan males nuevos. U no tiene la impresió n de que todo el mal que guardan dentro h a de salir poco a poco para poder eliminarlo. E l demonio reacciona de muy distintas maneras a las oraciones y ex h ortaciones.

Much as veces se esfuerz a por parecer indiferente; pero, en realidad, sufre y continú a sufriendo cada vez má s, h asta que se llega a la liberació n. A lgunos poseídos permanecen inmó viles y silenciosos, reaccionando só lo con los oj os, si son provocados. O tros se agitan y h ay que suj etarles para que no se h agan dañ o; otros se lamentan, especialmente si se presiona la estola sobre las partes dolientes, como indica el R itual, o bien h aciendo sobre ellas la señ al de la cruz o rodá ndolas con agua bendita. S on pocos los furiosos, y estos deben ser suj etados bien fuerte por personas que ayudan al ex orcista o por los parientes. E n cuanto a h ablar, generalmente los demonios se muestran muy reacios. P recisamente el R itual advierte que no se h agan preguntas por curiosidad: sugiere preguntar só lo sobre lo que es ú til para la liberació n. L o primero que debe preguntarse es el nombre; para el demonio, tan poco dado a manifestarse, revelar su nombre es una derrota; y, cuando lo h a dich o, se muestra siempre reacio a repetirlo en todos los ex orcismos siguientes. L uego se pide al maligno que diga cuá ntos demonios está n presentes en ese cuerpo. P ueden ser much os o poeos, pero siempre h ay un j efe, el indicado por el primer nombre. Cuando el demonio tiene un nombre bíblico o dado por la tradició n ( por ej emplo: S ataná s o B elcebú , L ucifer, Z abuló n, Meridiano, A smodeo...) , se trata de « peces gordos» , má s duros de vencer. P ero la dificultad proviene tambié n en gran manera de la fuerz a con que un demonio se h a apoderado de una persona. Cuando h ay varios demonios, el j efe es siempre el ú ltimo en irse. L a fuerz a de la posesió n resulta asimismo de la reacció n del demonio a los nombres sagrados. E n general, tales nombres no son ni pueden ser pronunciados por el maligno: « É l» indica a D ios o a J esú s; « E lla» indica a la Virgen. O tras veces dicen: « tu j efe» o « tu señ ora» , para indicar a J esú s o la Virgen. S i, en cambio, la posesió n es menos fuerte y el demonio es de alto rango ( repitamos que los demonios conservan el rango que tenían cuando eran á ngeles, como tronos, principados, dominaciones...) , entonces es posible que pronuncien el nombre de D ios y el de la Virgen j unto con h orribles blasfemias. Much os creen, quié n sabe por qué , que los demonios son locuaces y que, si uno va a asistir a un ex orcismo, el demonio dirá en pú blico todos sus pecados. E s una creencia falsa; los demonios son reacios a h ablar y cuando son locuaces dicen cosas insulsas para distraer al ex orcista y para esquivar sus preguntas. P uede h aber algunas ex cepciones. U n día el padre Candido h abía invitado a asistir a sus ex orcismos a un sacerdote que se j actaba de no creer en ellos. A quel sacerdote se comportaba con un aire casi de desprecio, con los braz os cruz ados, sin rez ar ( como deben h acer siempre los presentes) y con una sonrisa iró nica. E n un momento dado el demonio se volvió h acia é l: « T ú dices que no crees en mí. P ero crees en las muj eres, en ellas sí que crees; ¡ y có mo crees! » A quel desdich ado, a la ch ita callando y caminando h acia atrá s, llegó a la puerta y puso pies en polvorosa. E n otra ocasió n el demonio reveló los pecados para desalentar al ex orcista. E l padre Candido estaba bendiciendo a un guapo much ach o, que tenía dentro de sí a un animalaz o má s grande que é l. F ue precisamente el demonio el que trató de desanimar al ex orcista: « ¿ N o ves que pierdes el tiempo con é ste? E s uno que no rez a nunca, es uno que frecuenta..., es uno que h ace...» , y así una larga serie de h orribles pecados. A cabado el ex orcismo, el padre Candido trató de convencer a aquel j oven, con buenas maneras, de que h iciera una confesió n general. P ero é l no quería saber nada. F ue necesario llevarle casi a la fuerz a a un confesonario; y allí se apresuró a decir que no tenía nada de que acusarse. « ¿ P ero no h iciste tal cosa tal día? » , le apremió el padre Candido. Y é l, ató nito, h ubo de admitir su culpa. « ¿ Y no h iciste acaso tambié n tal cosa? » , y el lafeliz , cada vez má s confuso, h ubo de reconocer uno por uno todos los pecados que el padre le recordaba, valié ndose de las declaraciones del demonio. A l final se llegó a la absolució n. Y aquel j oven se fue aturdido: « ¡ Y a no entiendo nada! ¡ E stos curas lo saben todo! » O tras preguntas que el R itual sugiere conciernen a cuá nto tiempo h ace que el demonio se encuentra en aquel cuerpo, por qué motivo y similares. Hablaremos en su momento de có mo h ay que comportarse en caso de h ech iz os: qué preguntas deben h acerse y có mo actuar. P ero digamos inmediatamente que el demonio es el príncipe de la mentira. P uede muy bien acusar a una persona

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Habla un exorcista u otra para provocar sospech as y enemistades. L as respuestas del demonio deben sopesarse much o. Me limito a decir que, en general, el interrogatorio del demonio tiene escasa importancia. P or ej emplo, much as veces el demonio, cuando se veía muy debilitado, respondía a preguntas sobre la fech a de su salida, y luego no salía en absoluto en aquella fech a. U n ex orcista con la ex periencia del padre Candido, que sabía con qué clase de demonio tenía que vé rselas y con frecuencia incluso adivinaba su nombre, h acía muy pocos interrogatorios. A veces, cuando preguntaba el nombre, le respondían: « Y a lo sabes.» Y era verdad. A menudo, cuando se trata de posesiones fuertes, los demonios h ablan espontá neamente, para tratar de desalentar o espantar al ex orcista. Varias veces me respondieron con frases como é stas: « T ú no puedes h acer nada contra mí» ; « É sta es mi casa; estoy bien en ella y aquí me quedo» ; « E stá s perdiendo el tiempo» . O bien, amenaz as: « T e comeré el coraz ó n» ; « E sta noch e no pegará s oj o por el miedo» ; « Vendré a tu cama como una serpiente» ; « T e h aré caer de la cama» ... L uego, ante algunas ré plicas mías, calla. P or ej emplo, cuando le digo: « E stoy envuelto en el manto de la Virgen; ¿ qué puedes h acerme? » ; « T engo por patrono al arcá ngel Gabriel; prueba a luch ar contra é l» ; « T engo a mi á ngel custodio, que vela para que nadie me toque; tú no puedes h acer nada» ; y frases parecidas. S iempre se encuentra algú n punto particularmente dé bil. A lgunos demonios no resisten a la cruz h ech a con la estola sobre las partes doloridas; otros no resisten que se les sople a la cara; otros se oponen con todas sus fuerz as a la aspersió n con agua bendita. L uego h ay frases, en las oraciones de ex orcismo o en otras plegarias que el ex orcista puede pronunciar, ante las cuales el demonio reacciona violentamente o perdiendo las fuerz as. E ntonces se insiste en repetir aquellas frases, como sugiere el R itual. E l ex orcismo puede ser largo o breve, segú n e1 ex orcista j uz gue qué puede ser mas ú til, teniendo en cuenta varios factores. A menudo es ú til la presencia de un mé dico no só lo para el diagnó stico inicial, sino tambié n para aconsej ar sobre la duració n del ex orcismo. S obre todo cuando el poseído no está bien ( por ej emplo, si está enfermo del coraz ó n) , o cuando no está bien el ex orcista; entonces puede ser el mé dico quien aconsej e cuá ndo terminar. E n general, el ex orcista comprende cuá ndo sería inú til proseguir. 3. P oco antes de la ex pulsió n. E s un momento delicada y difícil, que puede prolongarse much o. E l demonio demuestra en parte que h a perdido fuerz as, en parte intenta asestar sus ú ltimos golpes. Con frecuencia se tiene esta impresió n: mientras fue en las enfermedades normales el enfermo mej ora progresivamente h asta la curació n, aquí sucede lo contrario: la persona afectada está cada vez peor, y precisamente cuando ya no puede má s, se produce la curació n. N o es que sea así en todos los casos, pero es lo má s frecuente. P ara el demonio abandonar a una persona y regresar al infierno, donde casi siempre es condenado, significa morir eternamente, perder toda posibilidad de mostrarse activo molestando a las personas. Y manifiesta su estado de desesperació n con ex presiones repetidas a menudo durante los ex orcismos: « Me muero, me muero» ; « Y a no puedo má s» ; « B asta, me está is matando» ; « S ois unos asesinos, unos verdugos; todos los curas son asesinos» , y frases parecidas. E l contenido h a cambiado completamente respecto de cuanto decía durante los primeros ex orcismos. S i entonces decía: « T ú no puedes h acer nada contra mí» , ah ora dice: « Me está s matando; me h as vencido.» S i antes aseguraba que nunca se iría porque allí estaba bien, ah ora afirma que está muy mal y dice que quiere irse. E s un h ech o que cada ex orcismo es como darle una paliz a al demonio: é l sufre much o, pero tambié n procura dolor y cansancio a la persona dentro de la cual se encuentra. L lega a confesar que, durante los ex orcismos, está peor que en el infierno. U n día, mientras el padre Candido ex orciz aba a una persona pró x ima a la liberació n, el demonio dij o abiertamente: « ¿ Crees que me iría si no estuviese peor aquí? » L os ex orcismos se le h abían h ech o verdaderamente insoportables. O tro aspecto que se debe tener presente para ayudar a las personas que está n en vías de liberació n es que el demonio trata de comunicarles sus mismos sentimientos: é l ya no puede má s y les provoca un estado de cansancio intolerable; é l está desesperado e intenta

transmitir a la persona poseída su misma desesperació n; é l se siente acabado, con poco tiempo para vivir, ya no está ni siquiera en condiciones de raz onar correctamente, y transmite a la persona la impresió n de que todo está acabada, que su vida h a llegado al ñ nal, y se acentú a en ella la convicció n de que h a enloquecido. Cuá ntas veces estas personas le preguntan desconsoladamente al ex orcista: « ¡ D ígame francamente si estoy ch iflado! » T ambié n al poseído se le h acen cada vez má s fatigosos los ex orcismos y a veces, si no llega acompañ ado o casi forz ado, falta a la cita. He tenido asimismo algunos casos de personas que, pró x imas o bastante pró x imas a la liberació n, h an abandonado completamente el ex orcismo. D el mismo modo que estos « enfermos» frecuentemente deben ser ayudadas para rez ar y para ir a la iglesia, ademá s de para acercarse a los sacramentos porque solos no lo consiguen, del mismo modo tienen necesidad de ser ayudados para someterse a los ex orcismos, sobre todo en la fase final; y h an de ser continuamente alentados. I ndudablemente contribuye a estas dificultades el cansancio físico y una cierta sensació n de desmoraliz ació n por la prolongació n de las sesiones, con la impresió n de que el mal se h a h ech o ya incurable. E l demonio tambié n puede causar dañ os físicos y sobre todo psíquicos, de los que h ay que tratarse asimismo por vía mé dica, incluso despué s de la curació n. P ero son posibles las curaciones completas, sin secuelas. 4 . D espué s de la liberació n. E s muy importante que la persona liberada no afloj e su ritmo de plegaria, de frecuentació n de los sacramentos, de compromiso de vida cristiana. Y de vez en cuando es bueno solicitar que le sean practicadas algunas bendiciones, pues ocurre a menudo que el demonio ataca, o sea que trata de regresar. N o h ay que abrirle ninguna puerta. Q uiz á , má s que de convalecencia, podemos h ablar de un período de reforz amiento necesario para garantiz ar la liberació n cumplida. He tenido algunos casos de recaída: a veces no h ubo negligencia por parte del suj eto, o sea que é ste h abía seguido manteniendo un ritmo de vida espiritual intenso y la segunda liberació n fue relativamente fá cil. Cuando, en cambio, la recaída se h a visto favorecida por un abandono de la oració n, y peor aú n si se h a caído en un estado de pecado h abitual, entonces la situació n h a empeorado, como describe el E vangelio de Mateo 12, 4 3-4 5 : el demonio regresa con otros 7 espíritus peores que é l. N o le h abrá pasado inadvertido al lector, lo h emos dich o y repetido, el h ech o de que el demonio h ace lo imposible para ocultar su presencia. É sta es ya una observació n que ayuda ( aunque ciertamente no basta) a distinguir la posesió n de ciertas formas de enfermedades psíquicas en las cuales el paciente h ace cuanto puede para convertirse en obj eto de atenció n. E l comportamiento del demonio es totalmente opuesto.

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Habla un exorcista EL TESTIMONIO DE UN AFECTADO E ste capítulo no es mío, pero es un testimonio escrito con rara claridad. I ncluso al ex orcista má s ex perto, le es siempre difícil identificarse con los poseídos y entender lo que sienten. Y h asta la que puede parecer una infestació n de mediana gravedad esconde sufrimientos que al mismo paciente le cuesta describir. É ste fue el principal esfuerz o de G. G. M.: tratar de ex presar lo inex presable, confiando en ser entendido sobre todo por quienes está n afligidos por un mal aná logo.

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T odo comenz ó a partir de los 16 añ os. A ntes yo era un much ach o feliz , avispado y bastante alegre, aunque siempre tenía una sensació n de angustia y en todas partes me parecía que alguien me decía: « N osotros h acemos esto, ¿ y tú ? » « N osotros vamos allí, ¿ y tú ? » N o entendía el porqué , pero entonces esto no suponía un problema para mí. Vivía en una pequeñ a ciudad marítima; el mar, el alba y los campos me ayudaban bastante a mantenerme alej ado de la melancolía. A los 16 añ os me trasladé a R oma, dej é de acudir a la iglesia y comencé a frecuentar todo aquello que en una gran ciudad atrae a un forastero, es decir, todas aquellas situaciones ex tremas que en un pueblo ni siquiera se conocen. Muy pronto conocí a drogadictos, marginados, ladrones, much ach as fá ciles y así sucesivamente. T enía una cierta prisa por aprender toda este « ruido» que me apartaba enormemente de la paz que tenía antes. Comencé a vivir esta nueva dimensió n artificiosa, desbordante y nauseabunda. Mi padre era muy represivo: controlaba cada uno de mis movimientos y siempre se mostraba descontento de mí. L a suma de estos disgustos y de todas las h umillaciones de que me h acía obj eto mi padre me impulsó como un muelle a la calle. Me fui de casa y conocí el h ambre, el frío, el sueñ o y la maldad. F recuenté a muj eres ligeras y amigos pesados. P ronto surgió en mí una pregunta sin respuesta: « ¿ P or qué vivo? ¿ P or qué me encuentro en la calle? ¿ P or qué soy así y los demá s, en cambio, tienen fuerz a necesaria para trabaj ar y sonreír? » E n aquel tiempo tuve relació n con una much ach a que creía que el mal era má s fuerte que el bien; h ablaba de bruj as y magos, y escribía cosas que daban vé rtigo. Y o creía que era muy inteligente porque estaba fuera del alcance de un ser h umano escribir todas aquellas lucubraciones sobre el mundo y la vida. L eí todos sus cuadernos y luego le impuse que los quemara delante de mí porque só lo h ablaban del mal y me daba un poco de miedo tendr aquellos folios dando vueltas por la casa. E lla empez ó a odiarme sin que yo pudiera entender el motivo; traté de ayudarla a salir de aquel poz o negro, pero no lo conseguí; se moraba de mí y del bien que le proponía. Volví a casa con los míos, me uní a otra much ach a peor que la anterior y durante algunos añ os me sentí triste, desdich ado y perseguido por cada persona que conocía; me rodeaba una especie de oscuridad, la sonrisa ya no asomaba a mis labios y las lá grimas estaban siempre listas para correr por mis mej illas. E staba desesperado y una vez má s me pregunté : « ¿ P or qué vivo? ¿ Q uié n soy? ¿ Q ué h ace el h ombre en la tierra? » Como es natural, en mi ambiente nada de esto interesaba a nadie y en un momento de desesperació n muy fuerte, en mi fuero interno ex clamé con un h ilo de voz : « ¡ D ios mío, estoy acabado! Heme aquí delante de ti... ayú dame.» P arece que fui escuch ado; al cabo de unos días, la much ach a con la que andaba entró en una iglesia, comulgó y se convirtió en un tiempo ré cord. Y o, para no ser menos, h ice lo mismo y fui a parar a una iglesia en la que sacaban en procesió n a la Virgen de L ourdes; me llamaron para ayudar a llevar la imagen y, aunque me daba vergü enz a, lo h ice -y luego estuve orgulloso de h aberlo h ech o. Comulgué y me quedé asombrado por la actitud del confesor, que se mostró bondadoso y comprensivo. S alí de allí diciendo: « L o h e conseguido; h e vuelto al bien.» A un cuando no sabía qué era el bien, sentía que era así. D espué s de algunas semanas oí h ablar de Medj ugorj e, donde la Virgen se aparecía desde 198 1. E mprendí inmediatamente viaj e con aquella much ach a, tambié n impulsado por un prodigio que no sé describir. Volvimos al seno de la I glesia de forma plena, cambiamos de vida, amamos a D ios má s que a nosotros mismos, tanto que ella se h iz o monj a y yo pensé en el sacerdocio. Y a no podía contener la alegría de tener un motivo para vivir y que la vida no acabara ah í. P ero era só lo el principio: h abía « alguien» que no estaba contento con todo esto. D espué s de algunos añ os volví a Medj ugorj e y de vuelta a R oma comencé a sentir otra vez el eco de

aquella oscuridad en que mi alma vivía antes de descubrir a D ios. E n el curso de pocas semanas, esa sensació n que yo atribuía al autoritarismo de mi padre, a la situació n menesterosa en que, por distintos motivos, yo h abía vivido y a un tormento que creía comú n sin entender que para los demá s no era así, esa sensació n, digo, se convirtió en realidad. Comencé a sufrir como nunca me h abía sucedido; sudaba, tenía fiebre y la fuerz a me h abía abandonado, al punto que ni siquiera podía comer si no me metían la canuda en la boca. T enía la percepció n de que sufría con algo distinto del cuerpo: era como aj eno a esos h ech os. S entía una desesperació n fortísima y veía, no sé con qué oj os, una oscuridad que entenebrecía no la h abitació n donde estaba ni la cama en la que yacía desde h acía meses, sino el futuro, las posibilidades de vida, la espera del mañ ana. E staba como muerto por un cuch illo invisible y sentía que quien h undía aquel cuch illo me odiaba y quería algo má s que mi muerte. E s muy difícil de ex plicar con palabras, pero era tal como h e dich o. D espué s de varios meses estaba enloquecido y ya no raz onaba; querían llevarme a un manicomio; no entendía ni lo que decía, porque ah ora vivía en otra dimensió n: la de mi sufrimiento. L a realidad estaba como desprendida de mí. E ra como si estuviese en el tiempo só lo con el cuerpo, pero que el alma se encontrase en otra parte, en un sitio h orrible, donde no penetra la luz ni ex isten esperanz as. P ermanecí much os meses en este estado, entre la vida y la muerte, y ya no sabía qué pensar. P erdí amigos, conocidos y la comprensió n de mis parientes. Vivía fuera del mundo y ya no me entendían, ni yo podía pretender que lo h icieran, sabiendo lo que guardaba dentro y que nunca conseguiría describir. Casi me olvidé de D ios y aunque me dirigía a é l con llantos y lamentos interminables, lo sentía lej ana, una lej anía que no se mide en k iló metros, sino en negaciones: o sea que algo decía « no» a D ios, al bien, a la vida, a mí mismo. P ensé en dirigirme a un h ospital porque suponía que la fiebre que tenía desde h acía meses debía por fuerz a depender de una causa física y, si eliminaba é sta, me sentiría mej or; en cualquier caso, algo tenía que h acer. E n R oma, ningú n h ospital me quería ingresar - tener fiebre, y tuve que irme a 30 0 k iló metros de allí, donde permanecí durante 20 días sometido a ex á menes y aná lisis de toda clase. S alí con un « no tiene nada» y una cartilla clínica que h abría llenado de envidia a un atleta: estaba sano como una roca, pero una apostilla decía que nadie se ex plicaba la fiebre y mi cara h inch ada y cadavé rica. E staba blanco como las h oj as de un cuaderno. A penas salí del h ospital, donde todos mis males se h abían atenuado un poco, entré en una crisis fortísima, vomité varias veces, sufrí todo lo que un h ombre puede sufrir y me encontré en un punto desconocido de la ciudad; no sé có mo h abía llegado h asta allí. Mis piernas caminaban solas, los braz os eran independientes de la voluntad y así el resto del cuerpo. F ue una sensació n h orrible; daba ó rdenes a las articulaciones, que ya no me obedecían; no se lo deseo a nadie. P or si fuese poco, volvió la oscuridad, que, esta vez , se ex tendió desde el alma h asta el cuerpo. L o veía todo como si fuese de noch e aun estando en pleno día. E l sufrimiento h abía llegado a las estrellas; comencé a gritar, a retorcerme en el suelo como si tuviera un fuego dentro de mí e invoqué a la Virgen gritando: « Madre, madre, ten piedad... ¡ Madre, te lo suplico! Madre mía, concé deme tu gracia, que me muero.» L os dolores no se atenuaron y el sufrimiento se h abía ex asperado tanto que perdí tambié n el sentido de la orientació n y, pegado a las paredes, caminé h asta una cabina telefó nica; logré marcar el nú mero al tiempo que golpeaba la cabez a contra los cristales y el telé fono; me respondió la ú nica persona que conocía y que vino para llevarme de vuelta a R oma. A ntes de que mi amigo llegara, me di cuenta, como por una indicació n ex terior, de que h abía estado viendo el infierno; no tocá ndolo o viviendo en é l, sino só lo vié ndolo de lej os. A quella ex periencia cambió mi vida much o má s que la conversió n de Medj ugorj e. N o obstante, seguía sin pensar en realidades ultraterrenales, sino que lo ex plicaba todo con motivos psicoló gicos: inadaptació n, padre dominante, traumas infantiles, sh ock s emotivos y varias otras cosas que, como un h ermoso dibuj o, ex plicaban muy bien el porqué de lo acaecido. Había estudiado psicología durante 5 añ os como autodidacta y así h abía conseguido formular un esquema segú n el cual era obvio que sufriera. E l día de la Virgen del B uen Consej o, y por eso lo creí al h aberla invocado, un fraile me aconsej ó que telefoneara a un carismá tico que actuaba baj o la estrech a tutela de un obispo y tenía el don del conocimiento. É ste me dij o: « T e h an formulado un h ech iz o de muerte para afectarte la mente y el coraz ó n, y h ace 8 meses comiste un fruto embruj ado.» Me ech é a reír, sin creer ni una palabra de aquello; pero luego, reflex ionando, sentía que dentro de mí volvía a encenderse la esperanz a. Había olvidado esta sensació n y pensé en el fruto descrito y en los 8 meses anteriores. « E s verdad —dij e—, h e comido ese fruto» , y recordé tambié n que no quería comerlo por una instintiva repulsió n h acia la persona que me lo ofrecía.

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Habla un exorcista

T odo coincidía y entonces escuch é tambié n el consej o acerca del remedio que me sugirieron: las bendiciones. B usqué un ex orcista y despué s de las diversas risotadas de los curas o de los obispos y las h umillaciones que me infligieron, por las cuales descubría un aspecto de la I glesia afeado por sus mismos pastores, llegué al padre A morth . R ecuerdo muy bien aquel día; aú n no sabía qué era una bendició n -articulan pensaba en una señ al de la cruz , como h ace el cura despué s de la misa. Me senté , é l me puso la estola en torno a los h ombros y una mano en la cabez a; empez ó a rez ar en latín y yo no entendía nada. A l poco rato, algo así como un rocío fresco, es má s, h elado, me baj ó de la cabez a al resto del cuerpo. P or primera vez , despué s de casi un añ o, la fiebre me abandonaba. N o dij e nada; é l continuó y poco a poco la esperanz a volvía a vivir en mí, la luz del día volvía a ser luz , el canto de los pá j aros ya no se parecía al graz nar de los cuervos, y los ruidos ex teriores ya no eran obsesivos, sino que se h abían vuelto simples ruidos; de h ech o, llevaba siempre tapones en los oídos porque h asta el menor ruido me h acía saltar. E l padre A morth me dij o que volviera y, apenas salí, tuve grandes deseos de sonreír, de cantar, de disfrutar: « Q ué bien —dij e—, se acabó .» E ra verdad, era verdad todo aquello que h abía sentido: era la rabia de « alguien» que me odiaba y no una locura mía lo que me h acía todo aquel dañ o. « E s verdad —repetía mientras iba solo dentro del coch e—, todo es verdad.» Hoy h an pasado 3 añ os y, poco a poco, despué s de una bendició n tras otra, h e vuelto a la normalidad y h e descubierto que la felicidad viene de D ios y no de nuestras conquistas o de nuestros afanes. E l mal, la llamada desdich a, la tristez a, la angustia, el brinco continuo de las piernas, la rigidez de los nervios, el agotamiento nervioso, el insomnio, al temor a la esquiz ofrenia o a la epilepsia ( h abía tenido realmente algunas caídas) y tantas otras enfermedades de las que era víctima, desaparecían al sonido de una simple bendició n. Hace 3 añ os que tengo una prueba tras otra que demuestran, só lo a mí naturalmente, que el demonio ex iste y actú a much o má s de lo que creemos y que h ace lo imposible para no dej arse descubrir h asta convencernos de que estamos enfermos de esto o aquello, cuando é l es el autor de todo mal y tiembla ante un sacerdote con el aspersorio en la mano. He querido relatar mi ex periencia para invitar a cuantos la lean a someter a ex amen este aspecto de nuestra vida que yo, por desgracia, h e ex perimentado plenamente. E n conclusió n, me siento feliz de que D ios h aya permitido que se me h aga esta enorme prueba, porque ah ora comienz o a goz ar de los frutos de tanto sufrimiento. T engo el á nimo má s puro y veo lo que antes no veía. S obre todo soy menos escé ptico y má s atento a la realidad que me rodea. Creía que D ios me h abía dej ado y, en cambio, era precisamente entonces cuando me estaba probando, a fin de prepararme para encontrarlo. Con este escrito tambié n quiero estimular a quienes está n enfermos como lo estuve yo a que no se desanimen ya que, aunque parez ca evidente, no h ay que creer ni siquiera en la evidencia, o sea que D ios nos abandone. N o es así y al final se tiene la prueba de ello. Hay que perseverar, incluso durante añ os. A demá s, debo h acer una precisió n: que las bendiciones tienen un efecto tanto má s intenso cuanto má s lo quiere D ios y no dependen de la voluntad del ex orcista o del ex orciz ado; y que segú n mi ex periencia, esta intensidad depende much o má s de la voluntad de conversió n del suj eto que de las prá cticas ex orcistas. L a confesió n y la comunió n valen como un gran ex orcismo. E specialmente en las confesiones, si está n bien h ech as, h e sentía la inmediata desaparició n de los tormentos antes mencionados; y en las comuniones, una dulz ura nueva que no pensaba que pudiera ex istir. T ambié n h ace añ os, antes de todos aquellos sufrimientos, me confesaba y comulgaba; pero como no sufría, no podía darme cuenta, si puede decirse así, respecto de qué me h abía vuelto inmune. A h ora lo sé e invito sobre todo a los tibios a creer que D ios teta realmente presente en la puerta del confesonario y en la h ostia, que a menudo tomamos con gran indiferencia. A demá s, invito a los escé pticos a creer, antes de que « alguien» les ayude a la fuerz a como me h a ocurrido a mí. P ara terminar, me dirij o con una invitació n a los pobres, porque nadie lo es má s que ellos, a los poseídos, a los odiados por S ataná s, que se sirve de sus mismos conocidos para matarlos u oprimirlos. N o perdá is la fe, no rech acé is la esperanz a, no sometá is la voluntad a las insinuaciones violentas y a los fantasmas que el maligno os presenta.

É ste es su verdadero obj etivo y no el de causar sufrimientos o procurar el mal. É l no busca nuestro dolor, sino algo má s: quiere que nuestra alma derrotada diga: « B asta, estoy vencido, soy un j uguete en manos del mal; D ios no es capaz de liberarme; D ios se olvida de sus h ij os si permite tales sufrimientos; D ios no me ama, el mal es superior a É l.» É sta es la verdadera victoria del mal a la cual debemos responder, aunque h ayamos perdido la fe, ofuscada por el dolor. « N osotros queremos querer la fe» ; queremos querer, el demonio no puede tocar esta voluntad, es nuestra voluntad; no es ni de D ios ni del diablo, sino só lo nuestra, porque D ios nos la dio cuando nos creó ; por lo tanto, debemos decir siempre que no a quien nos la quiere ech ar por tierra y debemos creer ( con san P ablo) que, al oír el nombre de J esú s, caen de rodillas « todos los que está n en los cielos, en la tierra y debaj o de la tierra» . É sta es nuestra salvació n. S i no creemos con firmez a, el mal que nos h a sido impuesto, ya sea con maleficios o con h ech iz os, puede durar añ os, sin que ex perimentemos mej ora. A demá s, para aquelíos que creen h aber enloquecido ya y no ven remedio, yo puedo testimoniar que despué s de much as bendiciones este mal pasa como si nunca h ubiese ex istido; por eso no debemos temerlo, sino alabar a D ios por la cruz que nos da. P orque despué s de la cruz está siempre la resurrecció n, como despué s de la noch e viene el día; así h an sido creadas todas las cosas. D ios no miente y nos h a elegido para acompañ ar a J esú s en Getsemaní, h acié ndole compañ ía en su dolor, para resucitar con é l. O frez co a María I nmaculada este testimonio para que lo h aga fructificar por el bien de mis h ermanos de dolor. R espondo con el amor, el perdó n, la sonrisa y la bendició n a aquellos que h an sido instrumentos del diablo para darme el martirio que h e padecido. R uego que mi sufrimiento les h aga entrever la luz que tambié n yo h e recibido gratuitamente de nuestro D ios maravilloso.

G. G. M.

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Habla un exorcista EFECTOS DEL EXORCISMO Cuando la persona tenia negatividades, incluso cuando é stas manifestaran signos particulares durante el ex orcismo, el suj eto a menudo h a obtenido provech o de é ste. Generalmente no se tiene en cuenta el día en que se h a practicado el ex orcismo: puede provocar bienestar o malestar, atontamiento o somnolencia, aparició n de h ematomas o desaparició n de do lores; estas cosas carecen de importancia. E n cambio, es importante evaluar las consecuencias a partir del día siguiente. E n algunos casos uno se encuentra mal durante un día o dos y luego está mej or durante un determinado período; en general, siente de inmediato una mej ora que puede durar pocos o much os días, segú n la gravedad del mal. S i uno no h a manifestado ningú n signo de negatividad durante la bendició n y si no siente ningú n efecto despué s, la mayoría de las veces quiere decir que no tiene ninguna negatividad; sus trastornos obedecen a otras causas. P ero el ex orcista puede sugerir que se practique otra bendició n si tiene motivos para sospech ar que el demonio puede estar escondido. A demas, es interesante prestar atenció n a qué ocurre en las bendiciones siguientes, ya sea como comportamiento durante el ex orcismo, ya sea las consecuencias de é ste. P uede suceder que desde la primera vez la influencia malé fica h aya mostrada toda su fuerz a, sea é sta poca o much a. E ntonce» se nota có mo progresivamente se atenú an los fenó menos. O tras veces, en cambio, es como si el trastorna malenco tratara de ocultarse y só lo poco a paca emergiera en toda su ex tensió n; despué s empiez a la fase regresiva. R ecuerdo, por ej emplo, a un j oven que durante el primer ex orcismo h abía presentada só lo algunos pequeñ os signos de negatividad; eii el segundo ex orcismo comenz ó a aullar y a agitarse. A unque el caso se presentaba má s grave que much os otros, bastaron pocos meses de ex orcismos para llegar a la liberació n. P ara el buen é x ito es fundamental la colaboració n del paciente. S uelo decir que el efecto de las ex orcismos influye en un 10 por ciento sobre el mal; el otro 90 por ciento debe ponerlo el interesado. ¿ D e qué manera? Con much a oració n, con la frecuencia en los sacramentos, con una vida conforme a las leyes del E vangelio, con el uso de los sacramentales ( h ablaremos aparte del agua, el aceite y las sales ex orciz ados) , h aciendo rez ar a otros ( es muy eficaz la oració n de toda la familia, o de comunidades parroquiales o religiosas, de grupos de oració n...) , h aciendo celebrar misas. S on muy ú tiles las peregrinaciones y las obras de caridad. P ero sobre todo se necesita much a oració n personal, much a unió n con D ios, de modo que la oració a se vuelva h abitual. A menudo tengo que vé rmelas con personas má s bien alej adas de las prá cticas religiasas; h e encontrado ú tilísima la integració n activa en una parroquia o en los grupos de oració n, particularmente en los de la R enovació n. P ara demostrar la necesidad de la colaboració n suelo h acer una comparació n con la droga; es algo muy distinto, pero con lo que todos está n familiariz ados. T odo el mundo sabe que un drogadicto puede curarse, pero con 2 condiciones: debe ser ayudado ( integrá ndose en una comunidad terapé utica o de otro modo) , pues por sí solo no puede conseguirlo. Y debe colaborar activamente con su esfuerz o personal, de lo contrario, toda ayuda es inú til. E n nuestro caso la ayuda personal viene dada por los medios que h emos indicado. Y si bien el fruto directo de los ex orcismos, la liberació n, es bastante lento, en compensació n h e presenciado rá pidas conversiones: familias enteras comprometidas en una prá ctica cristiana intensamente vivida, con plegaria comú n ( muy a menudo el rosario) . He visto como se superaban obstá culos para la curació n con decidida generosidad: a veces el obstá culo era una situació n matrimonial irregular; otras, el impedimento tenia su origen en no lograr perdonar las afrentas recibidas o no reconciliarse con personas, en general parientes cercanos, con las que se h abía roto toda relació n. Hay que mencionar de modo especial, por su eficacia, uno de los má s duros preceptos evangé licos: el perdó n dado a los enemigos. E n nuestro caso, los enemigos está n representados la mayoría de veces por las personas que h an h ech o el maleficio y que, a veces, siguen h acié ndolo. U n sincero perdó n, la oració n por ellas, la celebració n de misas en su favor, son los medios que h an desbloqueado una situació n y acelerado la curació n. E ntre los efectos del ex orcismo debemos tambié n incluir la curació n de males y enfermedades que en ocasiones se presentaban como incurables. P uede tratarse de dolores inex plicables en distintas partes del cuerpo ( sobre todo, repetimos, en la cabez a y el estó mago) o de enfermedades concretas, ex actamente diagnosticadas clínicamente

pero no curadas por los mé dicos, o consideradas incurables. E l demonio tiene el poder de provocar enfermedades. E l E vangelio nos h abla de una muj er a la que el demonio mantenía encorvada desde h acía 18 añ os ( ¿ deformació n de la espina dorsal? ) ; J esú s la curó ex pulsando al demonio; tambié n fue curado del mismo modo un sordomudo que fe era por causa malé fica. O tras veces J esú s curó a senias y mudos cuyas enfermedades no eran el resultado de presencias malé ficas. E l E vangelio es muy preciso al distinguir a los enfermos de los endemoniados, aunque pueda h aber algunas consecuencias idé nticas. ¿ Cuú les son los enfermos má s graves? ¿ L os mas difíciles de curar? S egú n mi ex periencia, son los que h an recibido h ech iz os de particular gravedad. R ecuerdo, por ej emplo, algunas personas que h abían recibido h ech iz os en B rasil ( los llaman macumbas» ) ; h e bendecido a otras personas que h abían recibido h ech iz os de bruj os africanos. T odos ellos eran casos dificilísimos. A ñ ado los h ech iz os sobre familias enteras, con el fin de destruirlas; a veces uno se encuentra en situaciones tan complej as, que no sabe por dó nde empez ar. T ambié n son de curació n lentísima aquellos casos en que las personas se ven perió dicamente afectadas por nuevos h ech iz os: el ex orcismo es má s fuerte que el h ech iz o, por lo que la curació n no puede ser bloqueada, pero puede ser retrasada, incluso durante much o tiempo. ¿ Q uié nes resultan má s afectados? N o dudo en decirlo: los j ó venes. B asta con reflex ionar sobre las causas de culpabilidad que h emos indicado como ocasiones ofrecidas al demonio para actuar contra una persona y vemos có mo h oy, debido a la falta de fe y de ideales, los j ó venes son los má s ex puestos a « ex periencias» desastrosas. T ambié n los niñ os astá n muy ex puestos, no por culpa personal, sino por su debilidad. Much as veces, al ex orciz ar a personas incluso de edad madura, descubrimos que la presencia demoníaca se remontaba a la primera infancia, al momento del nacimiento o, antes aú n, durante la gestació n. Con frecuencia me h an h ech o notar que bendigo a má s muj eres que h ombres. Y esto ocurre en todos los ex orcismos. N o es un error pensar que la muj er se ve má s fá cilmente ex puesta a las acometidas del maligno. Hombres y muj eres no está n ex puestos del mismo modo. T ambié n es verdad que son much o má s numerosas las muj eres dispuestas a recurrir al ex orcista para h acerse bendecir. Much os h ombres, aunque saben con seguridad que está n afectados, no quieren ni oír h ablar de acercarse a un sacerdote. Y h e tenido má s casos de h ombres que de muj eres a quienes h e pedido que cambiaran de vida y se h an negado. N aturalmente, no h an vuelto a verme, aunque eran conscientes de su mal. E l mayor obstá culo era pasar de un prá ctico ateísmo a una vida de fe vivida, o de una vida de pecado a una vida de gracia. N o oculto que la curació n de este mal ex ige verdaderamente much o, en cuanto a intensidad de vida cristiana. P ero creo que é ste es precisamente uno de los motivos por los que D ios lo permite. Much as veces me lo h an dich o las mismas personas afectadas: su fe era muy lá nguida y la vida de oració n casi ex tinta. S i se h an acercado a D ios, much as veces incluso con un intenso apostolado, h an reconocido que se lo debían al mal que las h abía afectado. E stamos apegados a la tierra y a esta vida much o má s de lo que suponemos; el S eñ or, en cambio, mira má s allá , mira a nuestro eterno bien. E l ex orcista, por su parte, a medida que avanz a en las bendiciones, no se conformará con instar al paciente a la oració n y a todos los demá s medios a los que h emos aludido, sino que buscará todos los medios posibles para irritar, debilitar y destroz ar al demonio. Y a el R itual dice que h ay que insistir. en aquellas ex presiones ante las que el demoni» reacciona mas: cambian de una persona a otra y de una ocasió n a otra. P ero es bueno recurrir a « tras ayudas. P ara algunos es insoportable sentir có mo le rocían con agua bendita; a otros les ex aspera el soplido, que es un medio usado desde la é poca patrística, como refiere T ertuliano; otros no soportan el olor del incienso, por lo que es ú til usarlo; para otros es doloroso el sonido del ó rgano, de la mú sica sacra y del canto gregoriano. S on medios aux iliares cuya eficacia h emos ex perimentado. Y el demonio ¿ có mo se comporta a medida que se avanz a en los ex orcismos? A ñ adiré algo mis a cuanto ya queda dich o al respecto. E l demonio sufre y h ace sufrir. E l sufrimiento que siente durante los ex orcismos es algo inimaginable. U n día el padre Candido le preguntó a un demonio si en el infierno h abía fuego y si era un fuego que quemaba much o. E l demonio le respondió : « S i supieras qué fuego eres tú para mí, no me h arías esta pregunta.» D esde luego, no se trata del fuego terrenal, provocado por la combustió n de material inflamable. Vemos có mo el demonio arde en contacto con cosas sagradas como crucifij os, reliquias y agua bendita.

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Habla un exorcista T ambié n a mí me h a ocurrido varias veces que el demonio me dij era que sufría má s durante las bendiciones que en el infierno. Y cuando le pregunto: « E ntonces ¿ por qué no te vas al infierno? » , responde: « P orque a mí lo ú nico que me importa es h acer sufrir a esta persona.» A quí se percibe la verdadera perfidia diabó lica: el demonio sabe que no obtiene ningú n provech o, es má s, que por cada sufrimiento que causa aumenta su castigo en pena eterna. S in embargo, incluso a costa de salir maltrech o, no renuncia a h acer el mal por el mero placer de h acerlo. L os nombres mismos de los demonios, como ocurre con los á ngeles, indican su funció n. L os demonios má s importantes tienen nombres bíblicos o dados por la tradició n: S ataná s o B elcebú , L ucifer, A smodeo, Meridiano, Z abuló n... O tros nombres indican má s directamente el obj etivo que se proponen: D estrucció n, P erdició n, R uina... O bien indican males concretos: I nsomnio, T error, D iscordia, E nvidia, Celos, L uj uria... Cuando salen de un alma, la mayoría de veces los demonios está n destinados al infierno, a veces quedan atados en el desierto ( vé ase en el libro de T obías la suerte de A smodeo, encadenado en el desierto por el arcá ngel R afael) . Y o siempre les obligo a ir a los pies de la cruz , para recibir su destino de mano de J esucristo, ú nico j uez .

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Habla un exorcista AGUA, ACEITE Y SAL E ntre los recursos de los cuales h acen amplio uso los ex orcistas ( y los no ex orcistas) , citamos en primer lugar el agua ex orciz ada ( o al menos bendita) , el aceite ( de oliva) ex orciz ado y la sal ex orciz ada. Cualquier sacerdote puede rez ar las plegarias del R itual para ex orciz ar estos 3 elementos; no se necesita ninguna autoriz ació n particular. Má s bien es muy ú til conocer el uso específico de estos 3 sacramentales que, empleados con fe, son de gran ayuda. E l agua bendita es muy utiliz ada en todos los ritos litú rgicos. S u importancia está inmediatamente relacionada con la aspersió n bautismal. E n la plegaria de bendició n se pide al S eñ or que la aspersió n con el agua nos dé estos 3 beneficios: el perdó n de nuestros pecados, la defensa contra las insidias del maligno y el don de la protecció n divina. L a plegaria del ex orcismo sobre el agua añ ade much os otros efectos: ah uyenta todos los poderes del demonio con obj eto de ex tirparlo y ex pulsarlo. I ncluso en el h abla popular, cuando se quiere indicar dos cosas que no está n en absoluto de acuerdo entre sí, se dice que son como el diablo y el agua bendita. L uego la plegaria continú a subrayando otros efectos, ademá s de ex pulsar a los demonios: curar las enfermedades, aumentar la gracia divina, proteger las casas y todos los lugares donde moran los fieles contra toda influencia inmunda causada por el pestilente S ataná s. Y añ ade: que las insidias del enemigo infernal sean vencidas y quedar protegidos de cualquier presencia nociva para la seguridad o la tranquilidad de los h abitantes, a fin de que gocen de serenidad y salud. T ambié n el aceite ex orciz ado, si se usa con fe, es bueno para poner en fuga la potencia de los demonios, sus acometidas y los fantasmas que suscitan.. A demá s, es bueno para la salud del alma y del cuerpo; recordamos aquí el antiguo uso de ungir con aceite las h eridas y la facultad dada por J esú s a los apó stoles de curar a los enfermos con la imposició n; de las manos y ungié ndolos con aceite. E l aceite ex orciz ado posee, ademá s, una propiedad que es específica: separar del cuerpo las adversidades. Muy a menudo h e tenido ocasió n de bendecir a personas que h an sufrido h ech iz os comiendo o bebiendo algo malé fico. E s fá cil advertir por el característico dolor de estó mago que ya h emos descrito, o por el h ech o de que estas personas eructan de un modo particular o estallan en una especie de solloz o o estertor, sobre todo en relació n con acciones religiosas: cuando acuden a la iglesia, cuando rez an y sobre todo mientras son ex orciz adas. E n estos casos el organismo, para liberarse, debe ex peler lo que contiene de malé fico. E l aceite ex orciz ado ayuda much o a desprender y liberar el cuerpo de estas impurez as. T ambié n el beber agua bendita ayuda a este obj etivo. Conviene aquí dar mayores precisiones, aunque quien no está familiariz ado y no lo h aya presenciado tendrá dificultades para creer en estas cosas. ¿ Q ué se ex pele? A veces una saliva densa y espumosa; o bien una especie de papilla blanca y grumosa. O tras veces se trata de los obj etos má s diversos: clavos, troz os de vidrio, pequeñ as muñ ecas de madera, h ilos anudados, alambres enrollados, h ilos de algodó n de distintos colores, grumos de sangre... E n ocasiones estos obj etos son ex pulsados por las vías naturales; much as veces vomitando. N ó tese que el organismo nunca sufre dañ o ( siente, en cambio, alivio) , aunque se trate de vidrios cortantes. E l padre Candido conservaba en un canasto tales obj etos, ex pulsados por distintas personas. O tras veces salen de forma misteriosa: la persona siente, por ej emplo, un dolor abdominal como si tuviera un clavo en el estó mago; luego encuentra un clavo en el suelo, a su lado, y el dolor desaparece. S e tiene la impresió n de que todos esos obj etos se materializ an en el instante en que son ex pulsados. A firmaba el padre Candido en una entrevista: « He visto vomitar troz os de vidrio, de h ierro, cabellos, h uesos; a veces incluso pequeñ os obj etos de plá stico, con forma de cabez a de gato, o de leó n, o de serpiente. S eguramente estos ex trañ os obj etos guardan relació n con la causa que h a determinado la posesió n diabó lica.» T ambié n la sal ex orciz ada es buena para ex pulsar a los demonios y para la salud del alma y el cuerpo. P ero su propiedad específica es la de proteger los lugares contra las influencias o las presencias malé ficas. E n casos semej antes suelo aconsej ar que pongan sal ex orciz ada en el umbral de la casa o en los cuatro rincones de la h abitació n o de las h abitaciones que se consideran infestadas.

E se « mundo cató lico incré dulo» se reirá quiz á ante estas supuestas propiedades. D esde luego, los sacramentales actú an con má s eficacia cuanto mayor es la fe; sin é sta, son a menudo ineficaces. E l Concilio Vaticano I I , y con las mismas palabras el D erech o canó nico ( can. 1166) , los define como « signos sagrados con los que, por una cierta imitació n de los sacramentos, se simboliz an y obtienen efectos sobre todo espirituales, por la impetrado» de la I glesia» . Q uien los usa con fe ve efectos inesperados. S é de much os males rebeldes a los fá rmacos que h an desaparecido só lo porque el interesado h a h ech o sobre ellos una señ al de la cruz con aceite ex orciz ado. P ara las casas ( sobre lo cual h ablaremos aparte) es tambié n eficaz la costumbre de quemar inciensa bendito. E l incienso siempre h a sido considerado, incluso entre los pueblos paganos, como un antídoto contra los espíritus malignos, ademá s de un elemento de alabanz a y adoració n a la divinidad. S u uso litú rgico se h a visto ah ora muy reducido, pero no dej a de ser un elemento eficaz de alabanz a a D ios y de luch a contra el maligno. E l R itual contiene tambié n una especial bendició n destinada a la ropa. Hemos podido reconocer su eficacia much as veces en personas afectadas por presencias malé ficas. E n otras ocasiones h a servido de test para saber si en tal persona h abía o no presencias diabó licas. T ambié n esto es ú til saberlo. Much as veces, a nosotros, los ex orcistas, nos llaman personas ( padres, novios...) que se preguntan si un pariente suyo está afectado por el demonio, pero se trata de un pariente que no cree en estas cosas, a menudo carece de toda fe religiosa y, en cualquier caso, no está dispuesto a dej arse bendecir por un sacerdote. ¿ Q ué h acer? A lgunas veces, despué s de h aber h ech o bendecir sus ropas, h emos podido ver que, apenas puestas, se las h an arrancado, por no poder soportar su contacto. A ntes h emos dado un ej emplo de ello. P uede h acerse otra prueba con el agua bendita. P or ej emplo, una madre que sospech a de un h ij o o de su marido prepara la sopa con agua bendita o la usa en el té o el café . P uede suceder que la persona afectada encuentre amarga e incomestible aquella comida, incluso sin darse cuenta del porqué . A h ora bien, nó tese que estos tests pueden ser indicativos en caso positivo: o sea, si una persona es sensible al h ech o de que el agua esté bendecida o no podría ser un síntoma de una presencia malé fica. P ero no se puede decir lo contrario: o sea, que no se puede decir que, si uno es insensible a esta clase de tests, deba por eso ex cluirse una presencia malé fica en é l. E l demonio lo intenta todo para no dej arse descubrir. T ambié n durante los ex orcismos el demonio trata de esconderse, y el R itual pone en guardia al ex orcista respecto a las ficciones diabó licas. A veces no responde o da respuestas necias, no atribuibles a un espíritu inteligente como el demonio. O tras veces finge h aber salido del cuerpo del poseído y h aber dej ado de trastornarlo, esperando así sustraer al individuo de las bendiciones del ex orcista. O tras veces pone los má s diversos impedimentos para que la persona no se vea sometida a los ex orcismos: puede tratarse de impedimentos físicos o, má s a menudo, psicoló gicos, por lo que la persona no acude a la cita con el ex orcista si no tiene a su lado a alguien que la obligue; otras veces finge los síntomas de una enfermedad, en general psíquica, para confundir sobre la realidad de su presencia y h acer creer que se trata de un mal natural; en ocasiones el paciente tiene sueñ os o visiones en los que tiene la ilusión de que el Señor, la Virgen o algún santo le ha liberado, y de este modo evita

asistir a la cita con el exorcista, acaso haciéndole saber que ya está libre del demonio. Los sacramentales indicados, además de la ayuda específica de cada uno, sirven también para alejar, al menos en parte, los distintos engaños del maligno. En este campo los engaños están a la orden del día y hay que rezar mucho para obtener la gracia del discernimiento. Señalo lo siguiente entre la» casos más frecuentes: hay quien considera que tiene visiones u oye voces interiores; hay quien se abandona a un falso misticismo o quien se hace pasar por «vidente». A menudo en estos casos, cuando na se trata de enfermedades psíquicas, existe el engaño del demonio. Cierro este capítulo con un hecho relativo al agua bendita. El padre Candido estaba exorcizando a un endemoniado. El sacristán se acercó con el recipiente del agua y el hisopo. Inmediatamente el demonio se dirigió a él: «¡Con ese agua lávate el hocico!» Sólo entonces el sacristán recordó que había llenado el recipiente en el grifo, pero se había alvidado de hacer bendecir el agua. El nuevo Ritual de Bendiciones, obligatorio desde el 11 abril 1993, ha cambiado las fórmulas, pero no ha disminuido sus efectos, aunque ya aa se evocan explícitamente.

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Habla un exorcista EXORCISMOS DE LAS CASAS E n la B iblia no encontramos ningú n ej emplo de ello, pero la ex periencia nos muestra en algunos casos su necesidad y sus resultados. T ampoco el R itual contempla esta forma de ex orcismo. E s verdad que al final del ex orcismo de L eó n X I I I se dice que h ay que bendecir el lugar donde se realiz a dich a oració n; pero todo el contenido está orientado a invocar la protecció n de D ios sobre la I glesia contra los espíritus malignos, sin ninguna referencia a los lugares. D ebo decir tambié n que nunca h e encontrado lugares invadidos por espíritus, tal como aparecen descritos en algunas novelas o en determinadas películas, especialmente con referencia a viej os castillos desh abitados. E n estos casos el obj etivo evidente es ofrecer un espectá culo, presentar escenas de efecto, sin ninguna base de estudio serio. L a realidad nos presenta, en cambio, casos frecuentes de ruidos, a veces en forma de cruj idos, otras de golpes; frecuentemente se tiene la impresió n de una presencia, de que nos miran, o nos tocan, o nos empuj an. E s evidente que en estos casos puede j ugar un gran papel la sugestió n, el miedo que da cuerpo a las sombras. P ero h ay much os casos má s complej os. P uertas que se abren y se cierran a una misma h ora; pasos que se oyen en los pasillos; obj etos que se desplaz an o que desaparecen para reaparecer luego en las lugares má s inesperados; animales que no se ven pero a los que se oye moverse. R ecuerdo a una familia en la que, a una determinada h ora, todos oían abrirse y cerrarse la puerta de entrada, luego oían un claro ruido de pasos pesados ( de h ombre) que cruz aban el pasillo, para perderse no se sabía en qué h abitació n. U n día, estando presente un amigo, se oyó el h abitual ruido y el amigo preguntó quié n h abía entrado; para no asustarle, le respondieron que era un h ué sped de paso. S é de insectos, gatos y serpientes que se h as materializ ado; ¡ una persona a la que yo bendecía encontró incluso un sapo vivo en la almoh ada! L a mayoría de veces la presencia malé fica en un ambiente se manifiesta causando trastornos físicas: insomnio, dolores de cabez a o de estó mago, un malestar general que cuando la persona se va a otro sitio no se produce. E n estos casos es fá cil un control, pero no siempre es fá cil entender la causa. P ongamos el caso de una persona que, cada vez que es h ué sped en casa de un pariente cercano o de un amigo, advierte esas molestias: insomnio, malestar, dolor de cabez a... que pueden durar incluso varias días, mientras que no se ve sometida a esos sufrimientos si va a otra parte. E n este caso el control es fá cil. L as causas, en cambio, pueden ser muy diversas. P uede tratarse de pura sugestió n cuando h ay algú n motivo que permita suponerlo ( por ej emplo, si una nuera va a casa de su suegra, que era contraria al matrimonio o que sentía un amor posesivo por su h ij o) . P ero tambié n podría h aber causas malé ficas. D igamos de pasada que es interesante el comportamiento de los animales domé sticos ante estos fenó menos. O curre a menudo que, cuando se tiene la impresió n de la presencia de una persona en la propia h abitació n, el gato o el perro mantengan la mirada fij a en un punto; y sucede que a veces h uyen de golpe, aterroriz ados, como si ese ser misterioso se acercara a ellos. P odría referir much os h ech os interesantes para quien quisiera h acer un estudio al respecto. B á steme decir que, en mi opinió n, los animales no ven nada concreto, pero tienen una mayor sensibilidad que el h ombre ante una eventual presencia. Y no niego que tambié n su comportamiento pueda ser un elemento de j uicio para decidir si conviene o no proceder a un ex orcismo de la casa. L o má s importante, cuando vienen personas angustiadas por fenó menos de esta índole, es realiz ar un buen interrogatorio y, si h ay motivos para ello, ex orciz arlas. L a mayoría de las veces los fenó menos que h emos descrito no dependen de presencias malé ficas en las casas, sino en las personas. E n much os casos no h e obtenido ningú n é x ito con el ex orcismo de la casa, mientras que luego, al ex orciz ar a la persona o a las personas, los fenó menos en la casa disminuían paulatinamente h asta desaparecer del todo.

¿ Có mo se procede en el ex orcismo de las casas? E l padre Candido y yo usamos este mé todo. E l R itual contiene una decena de oraciones en las que se pide al S eñ or que protej a los lugares de las presencias malé ficas. F iguran en las bendiciones a las casas, a las escuelas, a otros sitios. R ez amos algunas. L uego leemos la primera parte del primer ex orcismo sobre las personas, adaptá ndolo a la casa. A continuació n bendecimos cada h abitació n, como se h ace en la bendició n a las casas. R epelimos el mismo recorrido con el incienso, despué s de h aberlo bendecido. T erminamos con otras oraciones. R esulta eficaz , despué s del ex orcismo de las casas, celebrar allí una misa. S i se trata de trastornos de escasa entidad, un solo ex orcismo es suficiente. S i los trastornos preceden de un maleficio y é ste se repite, conviene repetir tambié n el ex orcismo, h asta h acer la « usa « impermeable» a los maleficios. E n los casos má s graves se presentan much as dificultades. P or ej emplo, me h e encontrado ex orciz ando apartamentos en los que durante much o tiempo se h abían llevada a cabo sesiones espiritistas, o que h abían estado h abitados por bruj os que practicaban magia negra. P eor aú n si se h abían celebrado cultos satá nicos. E n algunos casos, la gravedad de los trastornos y la dificultad de llegar a una total liberació n eran tales que tuve que aconsej ar el cambio de vivienda. E x isten casos distintos, aunque no graves, en los cuales basta con algunas oraciones para restablecer la tranquilidad. U na familia se veía molestada por inex plicables ruidos nocturnos; h iz o celebrar 10 misas, al final de las cuales los ruidos se atenuaron much o. L a familia mandó celebrar otras 10 y al fin los ruidos desaparecieron del todo. ¿ E ran, quiz á , almas del purgatorio que, con permiso divino, pudieron h acerse oír para pedir sufragios? E s difícil afirmarlo. A mí me basta con señ alar el h ech o, dado que me h a ocurrido varías veces. E l padre P ellegrino E rnetti, el ex orcista má s conocido de la regió n de Venecia, muy conocido tambié n como estudioso de mú sica y especialista en la B iblia, ex perimentó casos muy graves. E n una familia, ademá s de abrirse y cerrarse ventanas y puertas, pese a estar bien cerradas, volaban sillas, bailaban los armarios, sucedían cosas de todo tipo. E ncontró una solució n en el uso simultá neo de los 3 sacramentales a los que nosotros, los ex orcistas, recurrimos continuamente. A consej ó mez clar j untas en un recipiente cualquiera ( tacita, vaso...) agua, aceite y sal ex orciz ados, y verter a continuació n, todas las tardes, una cuch aradita de esa mez cla sobre el alfé iz ar de cada ventana y al pie de todas las puertas, rez ando cada vez un padrenuestro. E l remedio resultó decisivo. D espué s de un cierto tiempo aquella familia suspendió esa costumbre; pasada una semana los inconvenientes volvieron a perturbar la tranquilidad domé stica, para cesar inmediatamente apenas se reanudó el uso del remedio sugerido. O tra pregunta que me h an h ech o se refiere a los animales domé sticos: ¿ es posible que sean poseídos por el demonio? ¿ Q ué h ay que h acer? E l E vangelio nos h abla de aquella legió n de demonios que pidió permiso a J esú s para entrar en 2 piaras de cerdos; J esú s lo permitió y todos aquellos animales se precipitaron en el lago de Genez aret, donde se ah ogaron. Conoz co el caso de un torpe ex orcista que ordenó a un demonio que se introduj era en el cerdo de una familia campesina: el animal se puso furioso y despedaz ó a su ama. Huelga decir que lo mataron inmediatamente. S e trata, por tanto, de casos aislados, que h an acarreado en seguida la muerte del animal. Me refirieron el caso de un mago que usaba a su gato para llevar a destino obj etos malé ficos; en este caso yo diría que el endemoniado era el amo, no el animal. N ó tese tambié n que el gato es considerado como un animal que « absorbe espíritus» y a veces los espíritus malé ficos se h acen visibles en forma de gato. P ara algunos magos y para ciertas clases de magia es fundamental servirse de un gato. P ero este simpá tico animal no tiene ninguna culpa de ello. D igamos, sin embargo, que, potencialmente, tambié n la infestació n de animales es posible y es lícito proceder a bendiciones sobre ellos para obtener su liberació n. D igamos tambié n que, en I ndos los casos de infestació n ( de lugares, obj etos o animales) , como, por lo demá s, en los otros casos, el ex orcista debe conocer los fenó menos debidos a causas paranormales. E s un conocimiento necesario para evitar equívocos, aunque en este libro no tenemos la oportunidad de tratar directamente de ellos. R ecordemos, por ú ltimo, que ya en los primeros siglos del cristianismo se ex orciz aban casas, animales y obj etos. O rígenes, entre otros, h a dej ado testimonio de este h ech o. J ustamente, como ya h emos h ech o notar, el nuevo Catecismo h abla de exorcismos no sólo de las personas, sino también de los

objetos (núm. 1673).

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Habla un exorcista EL MALEFICIO Y a nos h emos referido al maleficio como una causa por la que una persona puede sin tener culpa verse acometida por el demonio. P or ser é ste el caso má s frecuente, se h ace necesario h ablar de é l por separado. T rataré tambié n de concretar el uso de los té rminos: no ex iste una terminología universalmente aceptada, por lo que cada autor debe especificar en qué sentido usa las palabras. Considero que maleficio es un vocablo gené rico. N ormalmente se le define como « h acer dañ o a otros a travé s de la intervenció n del demonio» . E s una definició n ex acta pero que no aclara de qué manera se causa el mal. D e ah í las confusiones, así, algunos autores consideran, por ej emplo, el maleficio como sinó nimo de h ech iz o o bruj ería. E n cambio, el h ech iz o y la bruj ería son, a mi parecer, dos modos distintos de realiz ar un maleficio. S in pretcnsiones de ex h austividad y basá ndome só lo en los casos que h e ex perimentado, tomo en consideració n estas formas de maleficio: 1) la magia negra; 2) las maldiciones; 3) el mal de oj o; 4 ) los h ech iz os. S on formas distintas, pero no compartimentos estancos; las interferencias son frecuentes. 1. L a magia negra, o bruj ería, o ritos satá nicos que tienen su culminació n en las misas negras. Considero conj untamente estas prá cticas, por las analogías que presentan; en realidad, las h e enumerado por orden de gravedad. S u característica es h acer recaer el maleficio sobre una determinada persona mediante fó rmulas má gicas o ritos, a veces incluso muy complej os, con invocaciones dirigidas al demonio, pero sin usar obj etos específicos. Q uien se dedica a estas prá cticas se convierte en siervo de S ataná s, pero por culpa suya; nosotros aquí las consideramos só lo como medios para realiz ar maleficios en perj uicio de otras personas. Y a las S agradas E scrituras son muy taj antes en la proh ibició n de estas prá cticas, que toman como un renegar de D ios para consagrarse al demonio. « Cuando h ayá is entrado en la tierra que el S eñ ar vuestro D ios os va a dar, no imité is las h orribles costumbres de esas naciones [ o sea de los paganos] . Q ue nadie de entre vosotros ofrez ca en sacrificio a su h ij o h acié ndole pasar por el fuego [ sacrificios h umanos] , ni practique la adivinació n, ni el sortilegio, ni pretenda predecir el futuro, ni se dedique a la h ech icería ni a los encantamientos, ni consulte a los adivinos y a los que invocan a los espíritus, ni consulte a los muertos [ sesiones espiritistas] . P orque al S eñ or le repugnan quienes h acen estas cosas» ( D t. 18 , 9-12) . « N o recurrá is a nigromantes ni adivinos. N o os h agá is impuros por consultarlas. Y o soy el S eñ or vuestro D ios» ( L ev. 19, 31) . « E l h ombre o la muj er que practiquen la nigromancia o la adivinació n, será n muertos a pedradas, y será n responsables de su propia muerte» ( L ev. 20 , 27; vé ase tambié n L ev. 19, 26-31) . N o es má s tierno el É x odo: « N o dej es con vida a ninguna h ech icera» ( 22, 17) . T ambié n en otros pueblos la magia era castigada con la muerte. A unque los té rminos se traducen de distinta manera ( y varían segú n las traducciones) , el contenido es clarísimo. Volveremos a h ablar de la magia. 2. L as maldiciones. S on deseos de que caiga el mal sobre alguien, y el origen del mal está en el demonio; cuando tales maldiciones se pronuncian con verdadera perfidia, especialmente si ex isten vínculos de sangre entre el maldiciente y el maldecido, pueden provocar efectos tremendos. L os casos mas frecuentes y graves que h e presenciado se referían a padres o abuelos que maldij eron a sus h ij os o nietos. L a maldició n h a demostrado ser muy grave si se refería a su ex istencia o era formulada en circunstancias particulares, por ej emplo en el día de la boda. E l vínculo que une a padres e h ij os y la autoridad de los primeros no se igualan a los de ninguna otra persona. 3 ej emplos típicos. Hice el seguimiento de un j oven al que su padre h abía maldecido desde el nacimiento ( evidentemente no lo quería) y h abía continuado sufriendo tales maldiciones en su infancia y durante todo el período en que vivió en su casa. E ste pobre j oven sufrió peripecias de todo gé nero: problemas de salud, increíbles dificultades de trabaj o, mala suerte en el matrimonio, enfermedades de los h ij os... L as bendiciones le confortaron el espíritu, pero no me parece que sirvieran para nada mas. U n segundo ej emplo. U na j oven quería casarse con un buen much ach o, al que amaba, pero sus padres estaban en contra; dado que sus esfuerz os resultaban inú tiles, los padres se mostraron resignados y participaron en las nupcias. E l mismo día de la boda el padre llamó aparte a su h ij a

con una ex cusa; en realidad, la maldij o deseando los peores males para ella, su marido y sus h ij os. Y así fue, a pesar de las intensas oraciones y bendiciones. O tro h ech o. U n día vino a verme un profesional; levantá ndose los pantalones, me h iz o observar sus piernas h orriblemente martiriz adas por una evidente sucesió n de operaciones. D espué s comenz é a narrarme los h ech os. S u padre era un h ombre muy inteligente; la madre de é ste quería a toda costa que se h iciera sacerdote, pero é l no tenía vocació n. E l enfrentamiento llegó al punto de que el j oven abandonó a su familia; se licenció , se convirtió en ua profesional considerado, se casó , tuvo h ij os, y todo esto despué s de h aber roto toda relació n con su madre, que por ningú n concepto quiso volver a verlo. Cuando uno de sus h ij os, el que me h ablaba, cumplió 8 añ os, le h icieron una foto, que me fue mostrada; un niñ o guapo, de sonrisa cautivadora, con los pantalones cortos, las rodillas desnudas, los calcetines altos, como se acostumbraba entances a vestir a los niñ os. E l padre tuvo una idea desdich ada. P ensó que la madre se conmovería aate la foto de su nietecito y que h aría las paces con é l; así que le mandó la foto. L a madre le envió un mensaj e: « Q ue las piernas de ese niñ o esté n siempre enfermas y que si tú vuelves al pueblo mueras en la cama en que naciste.» T odo eso se cumplió . Hay que señ alar que el padre volvió al pueblo só lo al cabo de varios añ os despué s de la muerte de su madre; pero de pronto se sintió indispuesto y fue llevado provisionalmente a su casa natal, donde murio esa misma noch e. 3. E l mal de oj o. Consiste en un maleficio h ech o por una persona por medio de la mirada. N o se trata, como algunos creen, del h ech o de que ciertas personas te traigan mala suerte si te miran con oj os biz cos; esto son h istorias. E l mal de oj o es un verdadero maleficio: supone la intenció n de perj udicar a una determinada persona con la intervenció n del demonio. L o que tiene de particular es el medio usado para llevar a té rmino la nefasta obra: la mirada. He tenido pocos casos y no del todo claros; o sea que era evidente el efecto malé fico, pero no lo era igualmente su artífice y tampoco que, como medio, bastase una simple mirada. A provech o la ocasió n para decir que much as veces no se llega a conocer al artífice del maleficio y ni siquiera có mo h a empez ado el mal. L o importante es que la persona afectada no esté sospech ando de é ste o aqué l, sino que perdone de coraz ó n y ruegue por quien le h a h ech o el mal, sea quien fuere. S obre el mal de oj o debo concluir diciendo que es posible, pero nunca h e tenido casos confirmados. 4 . E l h ech iz o. E s, con much o, el medio má s utiliz ado para realiz ar maleficios. E l nombre deriva de h acer o confeccionar un obj eto, con los materiales má s ex trañ os y h eterogé neos, que adquiere un valor casi simbó lico: es un signo sensible de la voluntad de h acer dañ o y es un medio ofrecido a S ataná s para que imprima en é l su fuerz a malé fica. S e h a dich o much as veces que S ataná s remeda a D ios; en este caso podemos tomar la analogía de los sacramentos, que tienen una materia sensible ( por ej emplo, el agua durante el bautismo) como instrumento de gracia. E n el h ech iz o el material es usado con la finalidad de causar perj uicio. D istinguimos dos modos diferentes de aplicar el h ech iz o a la persona designada. E x iste un modo directo, que consiste en h acer beber o comer a la víctima una bebida o una comida en la que se h a mez clado el h ech iz o. É ste se prepara con los ingredientes má s variados: sangre de menstruació n, h uesos de muertos, polvos diversos, en general negros ( quemados) , partes de animales entre las que predomina el coraz ó n, h ierbas especiales... P ero la eficacia malé fica no la da tanto el material usado como la voluntad de h acer dañ o con intervenció n del demonio; y tal voluntad se manifiesta con las fó rmulas ocultas pronunciadas mientras se confeccionan aquellos mej unj es. Casi siempre la persona que se ve afectada de este modo, ademas de otras trastornos, sufre un característico dolor de estomago que los ex orcistas saben detectar perfectamente y que só lo se cura despué s de h aber liberado el estó mago con much os vó mitos o much as h eces, en que se ex pelen las cosas má s ex trañ as. E x iste otro modo, que podemos llamar indirecto ( uso el lenguaj e del que se sirve el padre L a Grú a en el libro citado en la introducció n) , consistente en h ech iz ar obj etos pertenecientes a la persona a la que se quiere perj udicar ( fotografías, indumentaria o cosas pertenecientes a la misma) , o en h ech iz ar figuras que la representen: muñ ecos, muñ ecas, animales, a veces incluso personas vivas, del mismo sex o y edad. S e trata de material de transferencia, al que afectan los mismos males que se quiere causar a la persona designada. U n ej emplo muy corriente: durante este rito satá nico, a una muñ eca se le clavan alfileres alrededor de la cabez a. L uego la persona siente fortísimos dolores de cabez a y viene a decirnos: « E s como si tuviese toda la cabez a atravesada por alfileres punz antes.» O bien se clavan aguj as, clavos, cuch illos en las partes del cuerpo que se pretende afectar. Y puntualmente la pobre víctima siente dolores lacerantes que la desgarran en aquellos puntos. L os mé diums ( de los

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cuales h ablaremos separadamente) suelen decir: « U sted tiene un alfileraz o que le atraviesa desde aquí h asta aquí» , e indican el sitio ex acto. He tenido casos en que algunas personas se h an liberado de esos males con la ex pulsió n de largos y ex trañ os aguj ones de un material similar al plá stico o a la madera flex ible, salidos de las partes designadas. L a mayoría de veces la liberació n se produce ex peliendo los má s diversos materiales: h ilos de algodó n coloreados, cintas, clavos y alambres retorcidos. Merecería atenció n aparte el h ech iz o confeccionado en forma de atadura. E n estos casos el material usado para la transferencia incluye ligaduras con cabellos o tiras de tela de varios colores ( sobre todo blanco, negro, az ul, roj o, segú n el obj etivo deseado) . P or ej emplo: para perj udicar al h ij o de una gestante, se ligó una muñ eca con aguj a y crines de caballo, desde el cuello h asta el ombligo. E l obj etivo era que el niñ o que h abía de nacer creciera deforme, es decir, no se desarrollara en aquella parte del cuerpo comprendida por la atadura. D e h ech o la deformidad se produj o, pero much o menos grave de lo que se h abría querido provocar. L as ataduras conciernen sobre todo al desarrollo de las distintas partes del cuerpo, pero aú n má s a menudo al desarrollo mental: algunos tienen dificultades en el estudio, el trabaj o, o para desarrollar un comportamiento normal, porque h an sufrido ataduras en el cerebro. Y en vano los mé dicos tratan de identificar y curar el mal. Me referiré de forma concisa a otro h ech o muy frecuente. A menudo los h ech iz os se provocan con obj etos ex trañ os que despué s se encuentran en las almoh adas y los colch ones. A quí no acabaría nunca de contar h ech os de los que h e sido testigo y en los que nunca h abría creído de no h aberlos presenciado. S e encuentra de todo: cintas coloreadas y anudadas, mech ones de cabellos estrech amente trenz ados, cuerdas llenas de nudos, lana apretadamente entrelaz ada por una fuerz a sobreh umana en forma de corona o de animales ( especialmente ratones) o de figuras geomé tricas; grumos de sangre, troz os de madera o de h ierro, alambres retorcidos, muñ ecas llenas de señ ales o h eridas, etc. O tras veces se forman de improviso complicados enredos en el cabello de las muj eres o los niñ os. T odo ello son cosas o h ech os que no se ex plican sin la intervenció n de una mano invisible. E n otras ocasiones, esos obj etos ex trañ os no aparecen a primera vista, despué s de h aber destripado colch ones o almoh adas; pero despué s, si se rocía con agua ex orciz ada o se introduce alguna imagen bendita ( especialmente de un crucifij o o de la Virgen) , aparecen los obj etos má s ex trañ os. Completaré este tema en las pá ginas siguientes; pero antes deseo repetir las recomendaciones del padre L a Grú a en la obra citada. S i bien lo que h e escrito es fruto de la ex periencia directa, no h ay que creer fá cilmente en los maleficios, en especial los realiz ados a travé s de un h ech iz o. S iempre se trata de casos raros. U n ex amen atento de los h ech os revela much as veces causas psíquicas, sugestiones, falsas temores, en la base de las molestias de las que se lamenta la persona. A ñ adiré que a menudo los maleficios no alcanz an su obj etivo por diversos motivos: porque D íos no lo permite; porque la persona afectada está bien protegida por una vida de plegaria y de unió n con D ios; porque much os h ech iceros son poco h á biles, cuando no simples farsantes; porque el demonio mismo, « mentiroso desde el principio» , como lo tilda el E vangelio, engañ a a sus mismos seguidores. S ería un gravísimo error vivir con el temor de racibir maleficios. L a B iblia no nos dice nunca que temamos al demonio. N os dice que le resistamos, seguros de que h uirá de nosotros ( S ant. 4 , 7) ; nos dice que permanez camos vigilantes contra sus acometidas y nos mantengamos firmes en la fe ( 1 P e. 5 , 9) . P oseemos la gracia de Cristo, que derrotó a S ataná s con su cruz ; contamos con la intercesió n de María S antísima, enemiga de S ataná s desde el principio de la h umanidad; contamos con la ayuda de los á ngeles y los santos y sobre todo contamos con el sello de la T rinidad, que nos fue impreso en el bautismo. S i vivimos en comunió n con D ios, será el demonio con todo el infierno quien temblará ante nosotros. A menos que seamos nosotros quienes le abramos la puerta... P or ser el maleficio la forma má s comú n de influencia, diabó lica, añ ado algú n otro concepto que la prá ctica me h a enseñ ado. S egú n la finalidad que persiga, el maleficio puede adquirir distintas denominaciones. P uede ser de divisió n si va dirigido a conseguir que dos esposos, una parej a de novios o dos amigos se separen. Varias veces me h e h allado ante el caso de novios que se h an separado sin motivo, incluso amá ndose, y que ya no conseguían estar j untos; uno de sus padres, que era contrario al

matrimonio, confesó h aber recurrido a un mago para h acer que se separaran. P uede ser de enamoramiento, si pretende que dos se casen. T engo presente a una much ach a que se h abía enamorado del novio de una amiga; despué s de algunos vanos intentos, recurrió a un mago. L os novios se separaron y aquel j oven se casó con la much ach a que ordenó el maleficio. I nú til decir que resultó un pé simo matrimonio; el marido no conseguía abandonar a su muj er, pero nunca la quiso y tenía la vaga impresió n de h aber sido obligado a casarse con ella. O tros maleficios son para causar enfermedad, o sea a fin de que la persona designada esté siempre enferma; otros buscan la destrucció n ( los llamados maleficios de muerte) . B asta con que la persona afectada se ponga baj o la protecció n de la I glesia, es decir, basta con que comience a recibir los ex orcismos o a rez ar y a h acer rez ar intensamente para que la muerte no pueda producirse. He h ech o el seguimiento de much os de estos casos; como ya h emos dich o, el S eñ or h a intervenido incluso milagrosamente, o al menos de forma que no se puede ex plicar h umanamente, para salvar la vida de esas personas de peligros mortales o, de manera particular, de intentos de suicidio. Casi siempre ( preferiría decir siempre, al menos en los numerosos casos en que h e podido intervenir) a los maleficios de una cierta gravedad está vinculada la vej ació n diabó lica o incluso la posesió n. He aquí por qué es necesario el ex orcismo. T ambié n son tremendos los maleficios que pretenden la destrucció n de toda una familia o, en cualquier caso, los que caen sobre toda una familia. A nte todo, el R itual, la norma nú mero 8 , nos pone en guardia a fin de que, en caso de maleficio, no se envíe a la persona a magos, bruj as u otras, como no sean ministros de la I glesia; y que el interesado no recurra a ninguna forma de superstició n u otros medios ilícitos. Q ue la admonició n es necesaria nos lo dice la ex periencia. S on much os loe magos mientras que los ex orcistas somos poquísimos. E incluso un ex perto como monseñ or Corrado B alducci en sus 3 libros aconsej a, para poner remedio al maleficio, recurrir a un mago, aunque se prevea que h ará otro maleficio ( vé ase, por ej emplo, la obra I l diavolo, P iemme, p. 326) . E s un error imperdonable en un autor tan meritorio en otros apartados de sus volú menes. P ero la admonició n resulta particularmente importante porque la tendencia a recurrir a magos, bruj os, santones y similares es tan viej a como el mundo. E l progreso cultural, científico y social no h a influido en lo má s mínimo sobre estas costumbres que conviven tranquilamente con nuestro « mundo del progreso» , y en las que está n implicadas en eso todas las clases sociales por igual, incluso las má s elevadas culturalmente ( ingenieros, mé dicos, maestros, políticos...) . Cuando luego el R itual sugiere las preguntas que se le deben h acer al demonio, la norma nú m. 20 ex h orta al ex orcista a preguntar sobre « 1 motivo de la presencia misma del demonio en aquel cuerpo, en especial si depende de un maleficio; en este caso, si la persona h a sido afectada despué s de comer o beber sustancias maleficas, el ex orcista debe ordenarle que las vomite. S i, en cambio, se h a escondido algo malé fico fuera del cuerpo, el ex orcista debe h acerse indicar el lugar, buscar el obj eto y quemarlo. S on indicaciones ú tiles. E n la prá ctica, cuando un maleficio h a sobrevenido comiendo o bebiendo algo h ech iz ado casi siempre se produce ese dolor de estó mago concreto al que h emos aludido varías veces y que denota la necesidad de una liberació n por vía fisioló gica o vomitando. E ntonces se debe aconsej ar el uso oral de agua bendita, de aceite y sal ex orciz ados para favorecer la liberació n. T ambié n es posible que ciertos obj etos malé ficos sean ex pulsados de modo misterioso, como ya h emos dich o: la persona, por ej emplo, puede notar, de pronto, un peso en el estó mago como si tuviera un guij arro, y luego encuentra un guij arro en el suelo y el mal cesa. A sí, pueden encontrarse h ilos coloreados, cuerdecillas entrelaz adas y much as otras cosas... T odos estos obj etos deben ser rociados con agua bendita ( la misma persona puede ocuparse de ello) y quemados al aire libre; las ceniz as, así como los obj etos de h ierro o, en todo caso, no combustibles, deben ser arroj ados donde corra agua ( río, alcantarilla) . N o en el retrete de la propia vivienda, pues cuando se h a h ech o esto, a menudo se h an provocado inconvenientes: obstrucció n de todos los fregaderos, inundació n de la casa... E n much os casos los ex trañ os obj etos encontrados en las almoh adas y los colch ones se h an llegado a descubrir no interrogando al demonio sino a partir de la indicació n de carismá ticos o mé diums ( de los que h ablaremos a continuació n) . E l h allaz go h a sido el motivo por el cual h an comprendido que ex istía un maleficio y por el cual se h a recurrido al ex ore i st a. T ambié n en estos casos h ay que quemar fuera de la casa almoh adas y colch ones, despué s de h aberlos rociado con agua bendita; y las ceniz as deben ser arroj adas como antes se h a dich o. E s importante que la destrucció n por el fuego de los obj etos h ech iz ados se h aga rez ando. E specialmente cuando se trata de h ech iz os descubiertas por casualidad o tras una indicació n del

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demonio, no se puede actuar a la ligera. P ara aleccionarme, el padre Candido me contó un « error de j uventud» suyo, una imprudencia que cometió en sus primeros añ os como ex orcista. E staba ex orciz ando a una much ach a, acompañ ado por otro padre pasionista autoriz ado como é l por el obispo. I nterrogando al demonio, supieron que a aquella much ach a le h abían realiz ado un h ech iz o. S e h icieron indicar de qué se trataba: estaba dentro de una caj ita de madera, de cerca de un palmo de longitud. P idieron que les dij eran dó nde h abía sido escondida: se encontraba sepultada a un metro de profundidad, j unto a un determinado á rbol, cuya posició n ex acta se h icieron señ alar. L leno de celo, armados de az ada y pala, fueron a ex cavarr en el lugar indicado. E ncontraron la caj ita de madera, tal como se les h abía dich o; la h isoparon y ex aminaron el contenido: una figura obscena en medio de otras baratij as. I nmediatamente, valié ndose de alcoh ol, procedieron a quemarlo todo con much o cuidado de manera que só lo quedara un montoncito de ceniz a. P ero no realiz aron la bendició n antes de quemar aquellos obj etos; omitieron rez ar ininterrumpidamente durante la quema invocando la protecció n de la sangre de J esú s; h abían tocado varias veces aquellos obj etos sin lavarse inmediatamente despué s las manos con agua bendita. L a conclusió n fue que el padre Candido debió guardar cama durante 3 meses a causa de tortísimos dolores de estó mago; tales dolores se prolongaron con cierta intensidad durante unos diez añ os y de vez en cuando se dej aron sentir tambié n en los añ os siguientes. U na dura lecció n, ú til para mi y para cuantos se encontraran en situaciones aná logas. L e pregunté tambié n al padre Candido si, despué s de todo aquel esfuerz o y aquel sufrimiento, la j oven h abía sido liberada. N o, no consiguió ninguna mej ora. E sto nos enseñ a que a veces los h ech iz os producen todo su efecto sobre las personas en el momento en que son realiz ados; encontrarlos y destruirlos no sirve de nada. Me h e encontrado varías veces con estos casos en los que entre el maleficio y el h allaz go del h ech iz o h abían transcurrido much os añ os; el h ech iz o ya h abla agotado su funció n malé fica; cuando se encontró y fue destruido, ya era ineficaz y su destrucció n no aportó ninguna mej ora a la persona afectada. D espué s h an ayudado los ex orcismos, las oraciones, los sacramentos... E n otros casos, quemar el h ech iz o interrumpe el maleficio. He tenido ej emplos de ello en casos de « h ech iz os de muerte» por putrefacció n, en los que se h abía sepultado carne maleficiada, que fue descubierta y destruida antes de que llegara a pudrirse. O tras veces son sepultados vivos, aunque con un espacio libre a su alrededor, ciertos animales, especialmente sapos. T ambié n en este caso dar con ellos antes de su muerte puede interrumpir el maleficio. P ero los principales remedios siguen siendo los ex orcismos, la oració n y los sacramentos. N unca se insistirá bastante sobre la importancia de recurrir a los medios de D ios y no a magos, aunque se tenga la impresió n de que los medios de D ios actú an con lentitud. E l S eñ or nos h a dado la fuerz a de su nombre, la potencia de la oració n ( tanto personal como comunitaria) y la intercesió n de la I glesia. E l recurso a los magos, cuya actuació n queda enmascarada baj o el equívoco nombre de magia blanca ( que consiste siempre en recurrir al demonio) , para que h agan otro malencio que anule un maleficio anterior, no puede má s que agravar el mal. E l E vangelio nos h abla de un demonio que sale de un alma para volver a continuació n con otros 7 demonios, peores que é l ( Mt. 12, 4 3-4 5 ) . E s lo que sucede cuando se recurre a los magos. D amos 3 ej emplos significativos de ello, que h e ex perimentado repetidas veces.

S i finalmente la víctima se confía a un ex orcista, ademá s del pequeñ o mal inicial h ay que liberarla del mal mayor provocado por el mago. S egundo ej emplo. I gual que antes: el enfermo paga, es curado por el mago, y continú a curado. P ero, a cambio, el mal pasa a su muj er, a sus h ij os, a sus padres, a sus h ermanos, por lo cual el dañ o permanece pero multiplicado ( tambié n baj o la forma de obstinado ateísmo, de una vida de pecado, de accidentes de coch e, de infortunios, depresiones...) . T ercer ej emplo. T ambié n aquí, la misma situació n que antes. L a persona es curada por el mago y la curació n perdura. P ero D ios h abía permitido aquel mal para que aquella persona ex piase sus pecados, para que volviese a una vida de oració n y de frecuentació n de la I glesia y los sacramentos. E l obj etivo de aquel mal era lograr grandes frutos espirituales para la salvació n del alma. Con la curació n realiz ada por la intervenció n del demonio, que conocía perfectamente estos fines, el obj etivo bueno ligado a aquel mal se esfumó . D ebemos tener bien presente que D ios permite el mal para conseguir el bien; permite la cruz só lo porque a travé s de ella llegamos al cielo. E sta verdad es evidente, por ej emplo, en las personas dotadas de particulares carismas que a menudo está n afectadas por sufrimientos por cuya curació n no se debe rez ar. T odos recordamos al padre P ió , que durante 5 0 añ os soportó el dolor lacerante de los 5 estigmas; pero nadie pensó en rez ar al S eñ or para que se los quitara: estaba demasiado claro que aquello era obra de D ios, y que perseguía grandes fines espirituales. E l demonio es fino; ¡ con much o gusto h abría querido que el padre P ió no llevara impresos en la carne los signos de la P asió n! N aturalmente, el caso es distinto si es el demonio quien provoca los estigmas y suscita falsos místicos.

P rimer ej emplo. U no comienz a a advertir dolores físicos. P rueba con varios mé dicos y medicinas pero el dolor aumenta en vez de desaparecen no se descubre su causa. A cude entonces a un mago, o a un cartomá ntico dedicado a la magia, y le dicen: « U sted tiene un h ech iz o. S i quiere se lo quito. Me conformo con 1 milló n de liras.» E l otro se lo piensa primero y luego se decide y paga. A caso se le pide una foto, una prenda íntima o un mech ó n de pelo. D espué s de algunos días, la persona se siente totalmente curada y está muy contenta de có mo h a gastado ese milló n. E s el demonio que se h a ido. A l cabo de un añ o reaparecen aquellos trastornos. E l pobrecillo reanuda el recorrido de mé dicos, pero las medicinas resultan impotentes, mientras que el mal va en aumento. E s el demonio que h a vuelto con otros 7 peores que é l. E n el colmo de la resignació n, el paciente piensa: « A quel mago me cobró un milló n, pero me quitó el mal» ; y así vuelve a verle sin darse cuenta de que h a sido precisamente é l quien le h a causado el agravamiento del mal. Y le dicen: « E sta vez le h an ech ado un h ech iz o much o mayor. S i quiere se lo quito y a usted só lo le pido 5 millones de liras; a otro le pediría el doble.» Y vuelta a empez ar.

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Habla un exorcista ALGO MÁS SOBRE LA MAGIA E s un asunto amplísimo, tratado en tantos volú menes que ocuparían una biblioteca y cuya prá ctica se encuentra en toda la h istoria h umana y entre todos los pueblos. I ncluso h oy son much as las personas que caen en las asech anz as de la magia. T ambié n son much os los sacerdotes que infravaloran sus peligros: confiados, con raz ó n, en la potencia salvadora de Cristo, que se sacrificó para liberarnos de los laz os de S ataná s, no tienen en consideració n que el S eñ or nunca nos h a dich o que menospreciemos la potencia del demonio, nunca h a dich o que lo desafiemos o que dej emos de combatirlo. E n cambio, h a concedido el poder de ex pulsarlo y h a h ablado de la incesante luch a con é l, que nos pone a prueba ( el mismo J esú s se sometió a las tentaciones del maligno) ; nos h a dich o con claridad que no se puede servir a 2 amos. L a B iblia nos asombra por la frecuencia con que h abla contra la magia y los magos, tanto en el A ntiguo como en el N uevo T estamento. A sí nos pone en guardia; porque una de las formas má s h abituales que el demonio usa para atar a sí al h ombre y para embrutecerle es la magia, la superstició n, todo lo que rinde un culto directo o indirecto a S ataná s. L os que actú an usando la magia creen que pueden manipular a fuerz as superiores que, en realidad, se sirven de ellos. L os bruj os se creen dueñ os del bien y del mal. L os espiritistas y los mé diums se prodigan en la invocació n de los espíritus superiores o de los espíritus de los difuntos; en realidad, sin darse cuenta, se h an entregado en cuerpo y alma a fuerz as demoníacas, las cuales se sirven de ellos siempre con una finalidad destructiva, aunque é sta no se manifiesta inmediatamente. E l h ombre distanciado de D ios es pobre e infeliz ; no logra comprender el significado de la vida y aú n menos el de las dificultades, el dolor y la muerte. D esea la felicidad como la propone el mundo: riquez a, poder, bienestar, amor, placer, admiració n... Y parece como si el demonio le dij era: « Y o te daré todo esto, porque está en mi poder y lo daré a quien quiera dá rselo. S i te arrodillas y me adoras, todo será tuyo» ( L e. 4 , 67) . A sí vemos a j ó venes y viej os, muj eres, obreros, profesionales, políticos, actores, curiosos, en busca de la « verdad» sobre su futuro. E s una multitud que encuentra bien dispuesta a otra: magos, adivinos, astró logos, cartomá nticos, pranoterapeutas, mé diums o videntes de todo orden, a los que acuden por casualidad, o por esperanz a, o por desesperació n, o para probar; algunos quedan afectados, otros atados, otros má s entran en los círculos cerrados de las sectas. P ero ¿ qué h ay detrá s de todo esto? L os ignorantes creen que es só lo superstició n, curiosidad, ficció n o fraude; de h ech o, relacionado con ello se mueve un gran volumen de negocios. P ero en la mayoría de casos la realidad es otra. L a magia no es solamente una vana creencia, algo carente de todo fundamento. E s un recurso a las fuerz as demoníacas para influir en el curso de los acontecimientos y sobre los demá s en beneficio propio. E sta forma desviada de religiosidad, que era típica de los pueblos primitivos, se h a prolongado en el tiempo y ex iste en todos los países con las distintas religiones. A unque en formas distintas, el resultado es idé ntico: alej ar al h ombre de D ios y arrastrarle al pecado, a la muerte interior. L a magia es de dos clases: imitativa y contagiosa. L a magia imitativa se basa en el criterio de la similitud en la forma y el procedimiento, fundá ndose en el principio de que todo semej ante genera su semej ante. U n muñ eco representará a la persona a la que se quiere perj udicar y, despué s de las oportunas « plegarias rituales» , clavando aguj as en el cuerpo del fantoch e, se afectará a la persona a la que é ste representa, la cual sufrirá dolores o enfermedades en los puntos del cuerpo atravesados por las aguj as. L a magia contagiosa se basa en el principio del contacto físico o contagio. P ara influir sobre una persona, el mago necesita algo que le pertenez ca: cabellos, uñ as, pelos o vestidos; tambié n una fotografía, mej or si es de cuerpo entero, pero siempre con el rostro descubierto. U na parte representa al todo; lo que se h aga en aquella parte influirá sobre el individuo entero. E l mago realiz ará su labor con las fó rmulas o rituales apropiados en tiempos determinados del añ o y del día, con la intervenció n de los espíritus a los que é l invoca para dar eficacia a su obra. Hemos tratado estos temas al h ablar de los h ech iz os; pero la magia abarca un campo much o má s amplio que los simples h ech iz os, y má s vasto que el maleficio.

E n uno de los rituales de iniciació n a la magia negra usados por los magos de la isla de Cabo Verde se afirma que el escogido encontrará ante sí, en un momento determinado del rito, un espej o en el que se le aparecerá S ataná s para concederle « los poderes» , poniendo en sus manos las armas que deberá emplear. L as armas que tiene el cristiano contra el « leó n rugiente» son la verdad, la j usticia, la fe y la espada de doble filo de la palabra de D ios. E l mago, en cambio, dispondrá de una espada verdadera para atacar a los h ombres; tendrá poderes de destrucció n, de maldició n, de videncia, de previsió n, de desdoblamiento, de curació n y otros má s, segú n el mal que sea capaz de h acer, segú n como consiga obstaculiz ar los planes de D ios y segú n lo que esté en condiciones de ofrecer al demonio: ademá s de a si mismo, puede ofrecer a sus h ij os y tambien a otras personas, má s o menos ignorantes, de las que se dirigen a é l. E l resultado para la victima es que, como mínimo, adquirirá una terrible aversió n a todo lo sagrado ( oraciones, iglesias, imá genes sagradas...) , con la añ adidura de otros males diversos. E sto puede sucederle tambié n a quien h a encargado el trabaj o al mago, una vez ofrecido el « sacrificio» , representado por una ofrenda, incluso muy pequeñ a, y entregadas las cosas solicitadas, aunque respetando ciertas reglas que se le h an sugerido: dar la vuelta alrededor de 7 iglesias, velas para encender en un momento dado, polvos para esparcir, obj etos para llevar encima de uno mismo o para poner encima de otro, y así sucesivamente. D e este modo se contrae con el demonio un vínculo má s o menos pesado, con malas consecuencias para el alma y el cuerpo. Much as veces h an venido a verme madres que anteriormente h abían llevado a sus niñ os a magos, y les h abían h ech o llevar encima ciertas cosas que a oj os inex pertos podían parecer baratij as, pero que, por sus consecuencias malé ficas, se h abían revelado como verdaderos maleficios. S i uno se sitú a en el terreno del enemigo, cae en su poder, aun cuando se h aya actuado « de buena fe» , y só lo la poderosa mano de D ios puede liberar de los vínculos contraídos. A las operaciones de la llamada alta magia se las clasifica, en general, como sacraliz aciones, consagraciones, bendiciones, destituciones, ex comuniones y maldiciones. D e este modo, se pretende transformar los obj etos o a las personas en « símbolos sagrados» ( sagrados para S ataná s, naturalmente) . E l material má gico se « magnetiz a» en determinados momentos, que son obj eto de la astrología má gica. Cada mago lleva encima, o prepara para otros, unos « pentá culos» , o « pantá culos» ( del griego pantak lea) ; en general, se trata de medallas cuyos símbolos son « cataliz adores de energías» y que tienen, segú n el mago, una particular fuerz a celestial. O tra cosa son los talismanes, que recuerdan los rasgos concretos de la persona a la que quisieran proteger. L a solicitud de talismanes es uno de los mayores atractivos para los incautos clientes que se creen afectados por una suerte adversa, la mala sombra, la incomprensió n, la falta de amor o la pobrez a; y está n muy contentos de pagar el precio, a veces muy elevado, de estos amuletos que deberían liberarles de todas sus desdich as. E n cambio, se llevan encima una carga negativa tal que puede h acerles dañ o no só lo a ellos sino tambié n a los miembros de su familia. P ara preparar todos estos obj etos, como para la mayor parte de las operaciones de magia, se h ace un amplio uso del incienso. E s un incienso que se ofrece a S ataná s en clara contraposició n con el incienso que en el culto litú rgico se ofrece a D ios. O tras formas de magia llevan a la fabricació n de filtros o mez clas que provocan sugestió n o vej ació n diabó lica sobre quien ingiera los mej unj es preparados por el mago y mez clados con la comida o la bebida. E l desdich ado encontrará en su cuerpo no só lo algo desagradable, sino tambié n los espíritus malé ficos invocados para la preparació n del maleficio. E s conocido el « filtro de amor» , que puede imponer un h orrible vínculo ( tambié n llamado « atadura» ) , debido a las potencias satá nicas. L a B iblia nos h abla por primera vez del demonio cuando tienta a nuestros primeros progenitores baj o la forma de una serpiente. E n la mitología la serpiente está siempre vinculada a los emblemas del conocimiento. E n E gipto, la maga I sis es la que conoce los secretos de las piedras, las plantas y los animales; conoce los males y sus remedios, por lo cual puede reanimar el cadá ver de O siris. A la serpiente se la representa enroscada sobre sí misma y mordié ndose la cola, como emblema del ciclo eterno de la vida. P ié nsese tambié n en la serpiente boa emperatriz de los incas o en la boa divina de los indios. E n el vudú la serpiente andró gina D anbh alah y A ida W é do inspira a sus adeptos con una certez a y precisió n que da resultados asombrosos a cualquier h ora del día o de la noch e. E sta serpiente afirma conocer todos los secretos del Verbo creador gracias a la « lengua má gica» , magnificada por

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Habla un exorcista la mú sica sacra. S e trata de una magia h aitiana de origen africano que, j unto con la magia africana originaria y la importada a S udamé rica ( particularmente en B rasil) con el nombre de « macumba» , tienen un gran poder malé fico. Y a h e recordado que los maleficios má s fuertes que h e tenido ocasió n de ex orciz ar procedían de B rasil o de Á frica. L a civiliz ació n moderna h a fundido, pero no cambiado, algunas costumbres, raz ó n por la cual coh abitan ciencia y magia, religió n y antiguas prá cticas. T odavía h oy, especialmente en el campo, h ay gente muy religiosa que recurre a santones ( h ombres o muj eres) para resolver sus dificultades má s h eterogé neas: desde las enfermedades al mal de oj o, desde la bú squeda de trabaj o a la bú squeda de un marido. S on personas santas « que van siempre a la iglesia» ; todavía h oy se encuentran muj eres que, de buena fe, enseñ an a sus h ij as los gestos y el rito para quitar el mal de oj o en la noch e de N avidad; o cuelgan del cuello de los h ij os cadenitas con crucifij os o medallas benditas, y les ponen al lado « pelos de tej ó n» o « dientes de lobo» o « cuernecillos roj os» ; obj etos todos que, aunque no h ayan sido « cargados» de negatividad con ritos má gicos, atan al demonio mediante el pecado de superstició n. L a magia siempre h a ido acompañ ada de la adivinació n: la pretensió n de conocer nuestro futuro por vías tortuosas. B aste pensar en la difundidísima costumbre de h acerse ech ar las cartas, o sea h acerse predecir el futuro por el tarot, que es el medio de adivinació n predominantemente usado por magos y adivinos. P arece que el origen del tarot se remonta al siglo x iti, por obra de los gitanos, que h abrían condensado en este « j uego» su poder de predecir el futuro. E n su base está la doctrina esoté rica que fij a el esquema de correspondencia entre el h ombre y el mundo divino. N o me detendré en ello; só lo diré que el ingenuo, deslumh rado por có mo se le h a revelado con ex actitud su pasado, sale con angustia y desconfianz a o vanas esperanz as, a menudo con sospech as h acia parientes o amigos, y sobre todo con una cierta forma de dependencia de quien le h a ech ado las cartas, que le acompañ ará tambié n a continuació n. T odo esto podría causarle miedo, rabia o incertidumbre; tendrá deseos de recurrir a prá cticas má gicas o de proveerse de talismanes que neutralicen a ese enemigo interior que é l mismo se h a procurado y que le causa enfermedades, desventura... L a peor magia de origen africano está basada en la bruj ería ( w itch craft) , que es la prá ctica de quien quiere h acer el mal a los demá s por vías má gicas; y en el espiritismo, a travé s del cual la persona trata de ponerse en contacto con el espíritu de los difuntos o con los espíritus superiores. E l espiritismo es conocido en todas las culturas y pueblos. E l mé dium actú a de intermediario entre los espíritus y los h ombres, prestando su energía ( voz , gestos, escritura...) al espíritu que quiere manifestarse. P uede suceder que estos espíritus evocados, que son siempre y só lo demonios, se apoderen de alguno de los presentes. L a I glesia siempre h a condenado las sesiones espiritistas y la participació n en ellas. N o es consultando a S ataná s como se aprenden cosas ú tiles. P ero ¿ es de verdad imposible evocar a los muertos? ¿ S on siempre y só lo los demonios quienes se manifiestan en las sesiones de los mé diums? S abemos perfectamente que esta duda en los creyentes depende de una sola ex cepció n. L a B iblia nos menciona un ú nico caso, cuando S aú l se dirigió a una mé dium y le pidió : « A divíname el porvenir evocando a los muertos y h az que se me aparez ca el que yo te diga» ( 1 S am. 28 , 8 ) . E fectivamente, apareció S amuel, que h abía muerto h acía poco. D ios permitió esta ex cepció n, pero nó tese el alarido de estupor de la mé dium y mas aú n el duro reproch e de S amuel: « ¿ P ara qué me h as molestado, h acié ndome venir? » ( 1 S am. 28 , 15 ) . L os muertos deben ser respetados, no molestados. P or ser el ú nico caso en toda la B iblia, destacamos su ex cepcionalidad. Comparto al respecto cuanto escribe un psiquiatra y ex orcista protestante: « E s puro egoísmo y crueldad tratar de permanecer aferrados a nuestros difuntos o querer reclamarles entre nosotros. L o que necesitan es liberació n eterna y no verse nuevamente enredados entre las cosas y la gente de este mundo» ( K enneth McA ll, F ino alie radice, A ncora, p. 14 1) . Much os resultan engañ ados por su falta de fe y por su ignorancia. D esde el punto de vista é tnico y folk ló rico, el uso de ciertas danz as, cantos, costumbres, velas y animales, que son necesarios en distintos rituales de magia vudú o de la macumba, puede ser interesante. Cuatro velas en las cuatro esquinas de una calle, o un triá ngulo de velas, una de ellas apuntando h acia abaj o, pueden parecer un j uego o una inocua superstició n. E s h ora de abrir los oj os. I nvito a h acerlo sobre todo a los sacerdotes. S on evocaciones de espíritus malé ficos que podrá n

perturbar esto o aquello, pero siempre tienen como fin ú ltimo distanciar de D ios a la víctima, conducirla al pecado, a la angustia, a la alienació n y a la desesperació n. Me h an preguntado si mediante la magia es posible perj udicar tambié n a grupos de personas. Mi respuesta es sí; pero este asunto por sí solo merecería un estudio aparte. T ambié n aquí, como en todo mi libro, me conformo con mencionar las cosas. E s posible que el demonio se sirva de una persona para afectar a grupos incluso muy numerosos, que pueden llegar a tener en sus manos el poder de una nació n o influir sobre varias naciones. Creo que, en nuestro tiempo, es el caso de h ombres como K arl Marx , Hitler, S talin. L as atrocidades cometidas por los naz is, los h orrores del comunismo, las matanz as de S talin, por ej emplo, alcanz aron una perfidia verdaderamente diabó lica. F uera del campo político, no dudo en ver un veh ículo de S ataná s en ciertas mú sicas y en ciertos cantantes que en plaz as abarrotadas arrastran a su pú blico a un frenesí que puede alcanz ar h itos de ex trema violencia o voluntad destructiva. P ero tambié n se dan otros casos má s fá cilmente controlables y curables ( aunque las posesiones diabó licas son siempre muy difíciles de remediar) , que h an afectado a escolares, grupos de distinto orden, comunidades diversas, por ej emplo comunidades religiosas. E s increíble la h abilidad del demonio para conseguir engañ ar, para introducir los peores errores en grupos enteros. Hay quien sostiene que es má s fá cil engañ ar a una multitud que a una sola persona. L a verdad es que el demonio puede afectar a grupos incluso muy numerosos; pero casi siempre notamos en estos h ech os un consenso h umano, una culpa h umana de libre adh esió n a la obra satá nica: por interé s, por vicio, por ambició n, son much os los posibles motivos. L a influencia del demonio sobre las colectividades puede revestir aspectos de lo má s dañ ino, de lo má s potente. P or eso los ú ltimos pontífices insiste» en ello de manera particular. Me refiero al discurso de P ablo VI del 15 noviembre 1972 y al de J uan P ablo I I el 20 agosto 198 6. S ataná s es nuestro peor enemigo y seguirá sié ndolo h asta el fin de los tiempos, por lo que utiliz a su inteligencia y sus poderes para obstaculiz ar los planes de D ios, que, en cambio, quiere la salvació n de todos nosotros. N uestra fuerz a es la cruz de Cristo, su sangre, sus llagas, la obediencia a sus palabras y a su institució n, que es la I glesia.

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Habla un exorcista ¿QUIÉN PUEDE EXPULSAR A LOS DEMONIOS? N os parece h aber dich o con bastante claridad que J esú s dio el poder de ex pulsar a los demonios a todos aquellos que creen en É l y actú an con la fuerz a de su nombre. E n estos casos se trata de oraciones privadas, a las que podemos llamar « plegarias de liberació n» . A demá s, se concede un poder particular a los ex orcistas, es decir, a aquellos sacerdotes que reciben ex presamente tal encargo de su obispo: ellos, usando las fó rmulas apropiadas, sugeridas por el R itual, realiz an un sacramental que, a diferencia de la oració n privada, implica la intercesió n de la I glesia. P ero siempre se necesita much a fe, much a oració n y ayuno, ya sea por parte de quien rez a, ya sea por parte de la persona por la que se rez a. L o ideal seria que siempre, simultá neamente con el ex orcismo, que ex ige reserva, h ubiese un grupo de personas reunidas para orar. D iré tambié n que todos los sacerdotes tienen un particularísimo poder, incluso si no son ex orcistas, derivado j ustamente de su sacerdocio ministerial, que no es un h onor a la persona, sino un servicio destinado a las ex igencias espirituales de los fíeles. Y entre estas ex igencias está desde luego tambié n la de liberar de las influencias malé ficas. T odos, ademá s, ya sea por las plegarias de liberació n, ya sea por los ex orcismos, pueden ayudarse con medios sagrados: por ej emplo, poniendo sobre la cabez a del interesado el crucifij o, o el rosario, o alguna reliquia: es eficacísima la de la santa cruz porque mediante la cruz derrotó J esú s al reino de S ataná s; pero tambié n son eficaces las reliquias de los santos a las que se tenga una particular devoció n. A menudo tambié n son ú tiles las simples imá genes bendecidas, como la de san Miguel arcá ngel, a las que los demonios manifiestan un miedo especial. P ero creo que traicionaría las ex pectativas dé los lectores si no mencionase tambié n al ej é rcito cada vez má s numeroso de carismá ticos, videntes, mé diums, pranoterapeutas, sanadores, magos, y tambié n gitanos: es una caterva tanto má s numerata cuanto má s los obispos y el clero, con una ligerez a que va de la ignorancia a la verdadera incredulidad, h an abandonado este terreno pastoral que les es propio. D edicaremos un capítulo tambié n a este asunto. E ntretanto, digamos algo sobre las personas mencionadas. E stablez co una premisa. Hablo de categorías de personas que pueden ( o que pretenden) influir a favor de la liberació n, pero con má s frecuencia obran para conseguir la curació n. E s difícil h acer una distinció n clara. E l demonio está en la raíz de todo el problema del mal, el dolor y la muerte, que son consecuencias del pecado. L uego está n los males directamente provocados por el maligno; el propio E vangelio nos presenta algunos casos: la muj er encorvada desde h acía diecioch o añ os ( ¿ pará lisis? ) y un sordomudo. E n ambos casos una presencia satá nica causaba aquellos males, por lo que el S eñ or realiz ó la curació n ex pulsando al demonio. E n líneas generales, es vá lida la regla que ya h emos dado: si un mal es de origen malé fico, los fá rmacos no tienen ningú n efecto, mientras que sí lo tienen las plegarías de curació n y los ex orcismos. T ambié n es verdad que a menudo una prolongada presencia diabó lica crea en la persona unos males sobre todo psíquicos por los cuales, incluso una vez conseguida la liberació n, la persona sanada puede necesitar tratamientos mé dicos adecuados. D igo tambié n desde ah ora que voy a ocuparme de un campo en el que se requieren competencias específicas que un ex orcista no puede tener. U n ex orcista debe tener suficiente conocimiento de las enfermedades mentales para darse cuenta de que es precisa la intervenció n de un psiquiatra; pero no se puede pretender que un ex orcista sea tan instruido en este á mbito como un psiquiatra. A sí, un ex orcista debe tener conocimientos de parapsicología y de los poderes paranormales, pero no es posible que sepa tanto como un especialista en la materia. S u campo específico sigue siendo el de lo sobrenatural, con un ex acto conocimiento de los fenó menos que dependen de ello y de los tratamientos de cará cter sobrenatural. E s una premisa necesaria porque entramos en un campo que concierne a la vez a lo sobrenatural, lo paranormal y lo preternatural o diabó lico. L os carismá ticos. E l E spíritu S anto, con divina libertad, distribuye a quien quiere y como quiere sus dones, que son concedidos no para gloría o utilidad de la persona, sino para el servicio de sus h ermanos. E ntre estos carismas está tambié n el don de la liberació n de los espíritus malignos y la curación. Se trata de dones que pueden ser concedidos a individuos, pero

también a comunidades. No dependen de la santidad personal, sino de la libre elección de Dios, aunque la experiencia nos dice que, normalmente, Dios concede estos dones a personas rectas, de plegaria asidua, de vida

cristiana ej emplar ( ¡ esto no significa falta de defectos! ) y de segura h umildad. Hoy ex iste una inflació n de carismá ticos, a los que acuden en masa los que sufren. ¿ Có mo distinguir los verdaderos de los falsos? D e por sí, tal discernimiento corresponde a la autoridad eclesiá stica, que puede valerse de todas aquellas ayudas que considere oportunas para ello. D e h ech o, conocemos algunos casos en que la autoridad eclesiá stica h a intervenido para poner en guardia contra tramposos y falsos carismá ticos; no conocemos casos de carismá ticos oficialmente reconocidos en que h aya ocurrido tal cosa. E s un problema complicado y nada fá cil. T ambié n porque los carismas pueden cesar, y es posible que la persona elegida se h aga indigna de ellos: ningú n ser vivo está confirmado en la gracia. P odemos fij ar 4 normas orientativas: 1) que el individuo ( o la comunidad) viva profundamente conforme al E vangelio; 2) que sea totalmente desinteresado ( ni siquiera se deben aceptar ofrendas; con las ofrendas voluntarias sería posible h acerse multimillonario) ; 3) que use medios comú nmente admitidos por la I glesia, sin rarez as o supersticiones ( que use oraciones y no fó rmulas má gicas; señ ales de la cruz , imposició n de manos, sin nada que ofenda al pudor; que utilice agua bendita, incienso, reliquias, sin nada que sea aj eno al normal uso eclesiá stico) ; que rece en nombre de J esú s; 4 ) que los frutos sean buenos. E sta regla evangé lica, « por su fruto se conoce el á rbol» ( Mt. 12, 33) , sigue siendo el criterio que corona los demá s. A ñ adamos otras características que son típicas de las curaciones obtenidas por vía carismá tica: actú an sobre todas las enfermedades, incluso sobre las malé ficas, o sea provocadas por el demonio; no se basan en la h abilidad o la fuerz a h umana, sin en la oració n practicada con fe, en la fuerz a del nombre de J esú s, en la intercesió n de la Virgen y de los santos; el carismá tico no pierde energía, de modo que deba recargarse con un periodo de reposo ( como ocurre con los sanadores, z ah oríes y similares) , no sufre reacciones físicas, sino que es sencillamente un intermediario activo de la gracia. L as curaciones carismá ticas no tienden al lucimiento del carismá tico, sino a h acer loar a D ios, a acrecentar la fe y la oració n. E s preciso añ adir una palabra má s porque tambié n é ste es un campo del que el Concilio Vaticano I I h abló , pero no se h a aplicado lo que afirmó . E l racionalismo y el naturalismo h an invadido el terreno; las manifestaciones ex traordinarias, los milagros, la presencia de santos, las apariciones... todo ello son acontecimientos acogidos no con gratitud, sino con desconfianz a, con condenas sin ex amen, o al menos como tremendos incordios. E n ninguna iglesia se repite ya la oració n de los primeros cristianos: « A h ora, S eñ or, fíj ate en sus amenaz as y concede a tus siervos que anuncien sin miedo tu mensaj e, y que por tu poder sanen a los enfermos y h agan señ ales y milagros en el nombre de tu santo siervo J esú s» ( A c. 4 , 29-30 ) . Hoy parece que esos dones só lo produz can fastidio. E l Concilio Vaticano I I afirma que el E spíritu S anto « dispensa entre los fieles de todo orden unas gracias especiales... E stos dones, ex traordinarios o tambié n má s sencillos o corrientes, se deben acoger con gratitud y devoció n» . E l documento continú a recordando que los dones ex traordinarios no deben ser pedidos imprudentemente. E n cuanto al j uicio sobre su legitimidad y uso ordinario, « corresponde a la autoridad eclesiá stica, que sobre todo no debe ex tinguir el E spíritu, sino ex aminarlo todo y considerar lo que es bueno» ( L umen Gentium 12) . L as carencias en la aplicació n de estas directrices son evidentes y casi generales. P or eso es inú til que el Concilio afirme que quien recibe los carísmas del E spíritu S anto, aunque se trate de laicos, tiene el derech o y el deber de ponerlos en prá ctica ( A postolicam A ctuositatem 3) contando con la guía y el discernimiento de los obispos. Veo con agrado la aparició n de obras que se ofrecen para ayudar a los obispos en esta tarea de discernimiento; por ej emplo, el Movimiento Carismá tico de A sís. E s un campo abierto que debe ponerse en funcionamiento. Videntes y mé diums. L os trato j untos porque en esencia tienen las mismas características: los primeros ven y los segundos sienten; ambos se ex presan acerca de lo que h an ex perimentado en contacto con obj etos o personas. P ara no ex tender demasiado el terreno al que se presta este tema, me limito a considerarlo en relació n con mi campo específico, o sea el campo de las influencias malé ficas sobre personas, obj etos y casas. Varias veces h e estado en contacto con estas personas; a veces las h e interpelado o llamado directamente para que asistieran en oració n a mis ex orcismos,

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Habla un exorcista para que luego dij esen qué h abían visto u oído. Y advertía que las respuestas dependían del espíritu de sabiduría. A lgunos, apenas ven o se encuentran j unto a personas poseídas o infestadas, notan en seguida tal inconveniente; a veces se sienten mal cuando está n cerca de ellas; otras veces ven la negatividad que las afecta y la describen. B asta con ponerles en la mano una fotografía, una carta, o un obj eto perteneciente a una persona de la que se tienen sospech as, para obtener una respuesta: o sea, si no tiene nada, si es víctima de una enfermedad malé fica, si es una persona peligrosa porque realiz a maleficios contra los demá s. P uede bastarles con oír la voz . P or ej emplo, personas que dudan sobre si h an recibido o no algú n influj o malé fico telefonean a una de estas personas y oyen su respuesta. L lamados a casas en las que se sospech a la ex istencia de maleficios por las ex trañ as cosas que allí acaecen, perciben si el maleficio ex iste o no; indican obj etos h ech iz ados que h ay que quemar; se dan cuenta, por ej emplo, de si h ay que rasgar una determinada almoh ada o colch ó n, y entonces se encuentran en ellos esas ex trañ as cosas como ya h emos señ alado. P ueden equivocarse; sus sensaciones deben ser controladas. P ero a veces h acen un recorrido por la vida de una persona y precisan con sorprendente claridad a qué edad h a recibido un maleficio, de qué modo, con qué finalidad h a sido h ech o, así como los trastornos que h a provocado. A veces tambié n indican quié n es el autor del maleficio. U n día acababa yo de introducir en el locutorio a un h ombre que me pedía que le bendij era, cuando me acordé de que a aquella h ora debía telefonear a un mé dium. Corro al telé fono y oigo que me dice: « U sted está a punto de bendecir a un h ombre de unos 5 0 añ os. A los 16 le h icieron un h ech iz o porque odiaban a su padre; le dieron a beber vino maleficiado y escondieron un h ech iz o en el fondo de un poz o. D esde entonces ese much ach o h a ido sintié ndose cada vez peor y todos los tratamientos h an sido inú tiles. A l cabo de unos añ os su padre murió y é l sintió una repentina mej oría. P ero su cerebro quedó afectado h asta el punto de no poderse dedicar a ningú n trabaj o. I ntente bendecirle, pero es un mal arraigado desde h ace demasiado tiempo y creo que no conseguirá nada.» L as cosas h abían ocurrido ex actamente como me h abía dich o. O tras veces, mientras ex orciz aba a alguna persona en presencia de un mé dium, é ste me indicaba qué partes del cuerpo debía bendecir con la estola o ungir con el aceite, porque estaban particularmente afectadas; y al final el interesado afirmaba la ex actitud de los puntos en los que má s fuerte sentía el dolor. P odría ex tenderme ampliamente con ej emplos en este terreno. P uedo decir que las personas escogidas por mí ( entre much ísimas que me fueron presentadas como mé diums) eran personas de much a oració n, desinteresadas, bondadosas y caritativas, y sobre todo h umildes: de no h aber descubierto, por casualidad o por informació n recibida de otros este talento suyo, ellas nunca me lo h abrían dich o. ¿ D e qué se trata? , ¿ de carísma? ¿ D e una facultad paranormal? Y o me inclinaría a creer que se trata de un don paranormal que la persona usa para h acer el bien. P ero no ex cluyo que tal facultad pueda unirse al carisma. N o h e visto en esas personas signos de cansancio, como si sufrieran una pé rdida de energía. P ero h e observado un progresivo fortalecimiento de sus dotes a travé s del uso; esto h ace pensar que, en la base, pueda h aber una facultad paranormal. D igo tambié n que es difícil encontrar auté ntieos videntes o mé diums; en cambio, h ay una gran cantidad de personas que se consideran tales y que así son consideradas. ¡ Hay que tener los oj os bien abiertos! S anadores. T engo la intenció n de h ablar de aquellas curaciones que se producen comunicando una energía particular, generalmente a travé s de la imposició n de manos. A quí nos encontramos de lleno en el campo de lo paranormal, que en I talia tiene un valiente estudioso en el profesor E milio S ervadio. Me limito a decir, sin profundiz ar en un tema que no es de mi incumbencia, que los sanadores no tienen ninguna influencia sobre los males de naturalez a malenca; del mismo modo que sobre estos males no tienen ninguna influencia la medicina ni la ciencia h umana. P ranoterapeutas. T ambié n é stos, como los sanadores, en los ú ltimos añ os se h an multiplicado desmesuradamente. N o es mi funció n dar ex plicaciones sobre la teoría del prana o del bioplasma. E s

todo un campo que está estudiando la ciencia oficial, aunque sin aceptarlo todavía. Me limito a reproducir las conclusiones a las que llega el padre L a Grú a en su libro L a pregh iera di guarígione. « S i las curaciones se producen por una energía que el sanador encauz a sobre el enfermo, o por una carga psíquica, o por el estímulo de energías de reserva, es un h ech o que estas curaciones no tienen nada que ver con las curaciones carismá ticas. A demas, ex iste el peligro de una infiltració n de espíritus. He aquí por qué se requiere una ex trema prudencia.» He conocido a algú n pranoterapeuta verdaderamente desinteresado, de fe, que pone sus cualidades al servicio de los demá s con espíritu de auté ntica caridad. P ero se trata de mirlos blancos ( « un 2 por mil» , me decía el conocido ex orcista de Venecia P ellegrino E rnetti) . E sto no obsta a la cautela con que consideramos la pranoterapia. E s sobre todo por los frutos y los mé todos, cuidadosamente estudiados, como se reconoce al á rbol. L os magos. Y a h emos h ablado bastante de ellos. B á stenos recordar que pueden producirse curaciones por obra del demonio, acaso baj o el nombre de entidades ex traterrenales o de almas-guía. J esú s mismo nos pone en guardia al respecto: « P orque vendrá n falsos mesías y falsos profetas, y h ará n grandes portentos y milagros, para engañ ar, a ser posible, incluso a los que D ios mismo h a escogido» ( Mt. 24 , 24 ) . Cosa muy distinta del poder diabó lico es la plé tora de falsos magos, simples ch arlatanes y embrollones que engañ an a la gente proporcionando talismanes, cintas y saquitos. He quemado una h oj a de papel de cuaderno que tenía escritas algunas palabras incomprensibles atada con una cuerda enrollada: ¡ este talismá n costó 12 millones de liras! P ero tambié n vino a verme un h ombre que, para obtener un saquito de baratij as que h abría tenido que liberarle de un montó n de desgracias pagó 20 millones de liras. L os gitanos. Creo que es ú til decir algunas palabras tambié n sobre ellos porque nos los encontramos siempre por nuestras calles. P aso por alto cuanto ya h e dich o a propó sito de cartomá nticos y farsantes. Hay otro aspecto concreto que me interesa y prefiero abordar el tema con algunos h ech os; E x orcicé a una señ ora poseída por el demonio; sufría desde h acía much o tiempo de varios trastornos, pero no pensaba que la causa pudiera ser aqué lla. U na vez , despué s de h aber ayudado a una much ach a gitana, é sta le dij o: « S eñ ora, usted está mal porque le h an h ech o un h ech iz o. T rá igame un h uevo fresco.» S e lo llevó y la gitana puso el h uevo sobre el pech o de la señ ora, rez ó una breve plegaria en una lengua desconocida y luego rompió el h uevo, del que salió una serpez uela. D espué s de algunos meses la misma señ ora tuvo ocasió n de ayudar a otra gilanilla, de distinta procedencia que la anterior. T ambié n é sta dij o casi las mismas palabras: « U sted, señ ora, sufre tanto y desde h ace tantos añ os porque le h an h ech o un h ech iz o. E s preciso que se lo h aga quitar. T rá igame un h uevo fresco.» E sta vez la señ ora regresó en compañ ía de su marido. L a gitanilla puso el h uevo sobre el pech o de la señ ora, rez ó una breve fó rmula que parecía una oració n y luego rompió el h uevo, del que salió un mech ó n de cabellos. A un amigo mío, mé dico en R oma, al salir de la basílica de S an J uan, se le acercó una gitana que pedía limosna. E n aquel sitio las gitanas no faltan nunca. E ch ó mano a la cartera, pensando en darle 10 0 0 liras; no tenía, só lo tenía billetes de 10 0 0 0 . P aciencia: le dio uno. A quella gitana le miró y le dij o: « U sted h a sido muy generoso conmigo; yo tambié n quiero h acerle el bien.» I nmediatamente le mencionó los trastornos de salud que tenía y le dij o que debía curarse ( el mé dico conocía perfectamente aquellos trastornos, pero... como buen mé dico, los descuidaba) . A demá s, le h abló de un fraude que algunos estaban preparando en su perj uicio si no le ponía remedio. T odo verdad. ¿ Có mo ex plicar estos h ech os? N o es fá cil. A lgunos gitanos parece que tienen poderes paranormales que se transmiten de generació n en generació n, desde antiguo. P ero se trata de casos ex cepcionales; entre los gitanos se practica much o la magia y todas las formas de superstició n. L a llevan en la sangre desde h ace siglos y se la transmiten de madres a h ij as ( son siempre las muj eres quienes la practican) . D iré , al margen de estos fugaces apuntes, que siempre h ay una tentació n al acech o: para los carismá ticos, para los mé diums y para los mismos ex orcistas ( tanto má s para los otros) : la de buscar las vías má s rá pidas de curació n, fuera de los procedimientos sagrados usuales, y la de caer má s o menos involuntariamente en la magia. S e empiez a viendo, por poner un ej emplo, que con un platito lleno de agua, vertiendo en é l unas gotas de aceite y pronunciando unos nombres, se obtienen respuestas, y así se inicia una cadena de prá cticas má gicas. He visto có mo algunos carismá ticos pasaban a realiz ar prá cticas de magia y luego las abandonaban; pero no todos son capaces de volver atrá s. Y h e visto tambié n a sacerdotes no ex orcistas usar ciertos mé todos de é x ito, sin darse cuenta

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Habla un exorcista de que h acían verdadera magia. E l demonio es astuto: ¡ siempre está dispuesto a prometer reinos sobre la tierra si nos postramos para adorarle! E ste campo h a quedado en gran parte inculto y nuestra pastoral específica no h a proporcionado directrices adecuadas a nuestro tiempo» ( pp. 79-8 0 ) . E s una quej a en la cual nos detendremos en el pró x imo capítulo; pero es bueno aprender de quien mej or sigue el E vangelio. T ambié n en este punto, como en el estudio y divulgació n de la B iblia, nosotros los cató licos nos h emos quedado muy atrá s respecto de ciertas confesiones protestantes. N o me canso de repetirlo: el racionalismo y el materialismo h an contaminado a una parte de los teó logos con profunda influencia sobre obispos y sacerdotes. Y quien paga las consecuencias es el pueblo de D ios. E n I talia, só lo conoz co a un obispo ex orcista, el africano monseñ or Milingo, combatido de todas las maneras. Y sé como mínimo de dos ex orcismos realiz ados por el papa. Conoz co pocos casos má s; me alegrará que me los señ alen. Concluyo afirmando que uno de los obj etivos que me h e ñ j ado con este libro es el de contribuir a que en la I glesia cató lica se restablez ca la pastoral ex orcística. E s un mandato concreto del S eñ or y una laguna imperdonable que no sea observado.

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Habla un exorcista APÉNDICES El pensamiento de san Ireneo P ara instrucció n de los teó logos modernos, reproducimos el pensamiento de uno de los teó logos má s antiguos, san I reneo. L o transcribimos de la revista I l segno del soprannaturale, septiembre de 198 9, firmado con las siglas A L P E , que encubren a un gran estudioso. I reneo, nacido en torno al añ o 14 0 en A sia Menor, obispo de L yon, fue el fundador de la I glesia en la Galia ( F rancia) ; murió en tomo al 20 2, quiz á má rtir. S u obra fundamental es su libro A dversa h aereses ( Contra los h erej es) , en el que rech az a en bloque las tesis de los h erej es gnó sticos, que describían el mundo como generado por un creador malvado. E l verdadero creador es el L ó eos, es decir, el Verbo del D ios bueno. L os á ngeles son parte del cosmos creado por D ios; y el diablo, como los demá s á ngeles, es tambié n un á ngel creado bueno, criatura inh erente y eternamente inferior y subordinada a D ios; pero « cometió apostasía» y, por tanto, fue arroj ado del cielo. P or eso S ataná s es el apó stata por antonomasia, y tambié n el engañ ador del universo, que « quiere engañ ar nuestras mentes, ofuscar nuestros coraz ones y tratar de persuadirnos de adorarlo a é l en vez de al verdadero D ios» . P ero sus poderes sobre nosotros son limitados porque no es má s que un usurpador de la autoridad, que legítima y fundamentalmente pertenece a D ios; y « no puede obligar a pecar» . I reneo afirma que S ataná s perdió la gracia angé lica porque sintió envidia de D ios, deseando « ser adorado como É l» ; y sintió tambié n envidia del h ombre, como imagen creada a semej anz a de D ios. N osotros somos el obj eto de su envidia. P or eso entró en el edé n con el coraz ó n corrompido por el deseo de llevar a la ruina a nuestros progenitores. I reneo es el primer teó logo cristiano que elabora y desarrolla consiguientemente una teología del pecado original: D ios creó a A dá n y E va y los puso en el paraíso para que vivieran felices, en estrech a relació n con é l. P ero S ataná s, conociendo su debilidad, entró en el j ardín y, asumiendo el aspecto de una serpiente, los tentó . L a maldad de S ataná s h abría podido quedar sin efecto si D ios no h ubiese concedido a la h umanidad la libertad de elegir entre el bien y el mal. S ataná s « no obligó » al primer h ombre y a la primera muj er a pecan « lo eligieron libremente ellos, porque D ios los creó precisamente concedié ndoles el má x imo don, el libre albedrío. S ataná s es el ú nico, pero tambié n el verdadero y tenaz tentador porque envidia el estado original de los progenitores» . P or eso todos los seres h umanos participamos del pecado de A dá n y E va. E n aquel momento nos convertimos en esclavos del demonio y, peor aú n, impotentes para liberarnos de é l, desprovistos de nuestra libre elecció n. S uj etos a S ataná s, h emos distorsionado la imagen y semej anz a divina, condená ndonos así a muerte. S e infringió la felicidad del edé n. D ado que dimos la espalda a D ios por nuestra libre voluntad, nos pusimos en manos de S ataná s; por lo tanto, es j usto que S ataná s nos h aya tenido en su poder h asta que fuimos redimidos. « D esde el punto de vista de la j usticia, en sentido estricto, D ios h abría podido dej amos en manos de S ataná s para siempre; pero su misericordia le h iz o enviarnos a su Hij o para salvarnos.» L a obra salvadora de Cristo comienz a con las tentaciones de S ataná s contra el segundo A dá n por parte del diablo, a modo de « recapitulació n» de la tentació n del primer A dá n. P ero esta vez el diablo fracasa y resulta irreparablemente derrotado por Cristo. L a tradició n cristiana ofrece 3 interpretaciones principales sobre la obra salvadora de la pasió n de Cristo. a) L a primera interpretació n quiere que la naturalez a h umana h aya sido santificada, ennoblecida, transformada y salvada por Cristo al h acerse h ombre. b) L a segunda: Cristo fue un sacrificio ofrecido a D ios para reconciliarlo con el h ombre. c) L a tercera, la teoría de la redenció n, de la que I rene fue el primer y decidido partidario, se funda en las siguientes bases: « P uesto que S ataná s tenía legítimamente aprisionada a la raz a h umana, D ios se ofreció para rescatar consigo mismo nuestra libertad; el precio só lo podía pagarlo é l; só lo D ios podía someterse libremente; a nadie má s le h abría sido posible una elecció n libre, porque el pecado original nos h abía privado a todos de nuestra libertad. D ios P adre nos entregó a su h ij o J esú s para liberarnos a nosotros, reh enes del demonio. L os sufrimientos de Cristo detuvieron al diablo, liberá ndonos de la muerte y la condenació n.»

L a teoría del sacrificio, la principal teoría alternativa de los tiempos de I reneo, sostenía que Cristo, h ombre y D ios a la vez , h abía asumido en sí mismo todos los pecados de la h umanidad y, entregá ndose a la muerte por su libre voluntad, h abía ofrecido a D ios una recompensa adecuada. L a teoría del rescate, por má s que sea ex presada a veces de un modo rú stico, reflej aba el é nfasis que los padres apostó licos ponían en la batalla có smica entre Cristo y S ataná s, y en conj unto respondía bastante bien a los moderados supuestos dualistas del cristianismo de los orígenes. I reneo concibe a Cristo como el segundo A dá n, que rompió las cadenas de la muerte que nos h abía impuesto la debilidad del primer A dá n. E l concepto de recapitulació n ( Cristo, el segundo Hombre, anula el dañ o h ech o por el primer h ombre) estaba en el centro de la cristología de I reneo. « S ataná s, aunque derrotado por Cristo, no dej a de obstaculiz ar la salvació n con todas sus energías. A lienta el paganismo, la idolatría, la bruj ería, la impiedad y especialmente la h erej ía y la apostasía. L os h erej es y los cismá ticos, que no siguen a la verdadera I glesia de Cristo P ero obsé rvese que, segú n las normas vigentes, al ex orcista só lo le competen en rigor los casos de posesió n diabó lica. E l resto de casos pueden ser resueltos de otro modo: oració n, sacramentos, uso de los sacramentales, plegarias de liberació n en grupos, etc. P ero es un campo demasiado vasto para dej arlo a la libre iniciativa, sin ninguna disposició n precisa. E n el apé ndice reproducimos la carta que la Congregació n para la D octrina de la F e envió a los obispos el 29 de septiembre de 198 5 . E n síntesis, en ella se recuerdan las disposiciones vigentes, sin resolver el complej o problema que corresponde a la comisió n especial. N o sé si durante estos añ os los obispos se h an apresurado a h acer llegar a esa comisió n las oportunas sugerencias. L o dudo much o, teniendo en cuenta la negligencia general en este sector. Me limito a algunos apuntes. U no de los prelados má s sensibles a este tema es, sin duda, el cardenal S uenens, que lo vive continuamente a travé s de las plegarias de liberació n que se h acen en los grupos de la R enovació n. E n un breve capítulo de su libro ya citado afirma: « L a prá ctica de la liberació n de los demonios, ej ercida sin mandato, mediante ex orcismos directos, plantea problemas de frontera que h ay que determinar y aclarar. A primera vista la línea de demarcació n parece clara: los ex orcismos está n reservados ex clusivamente al obispo o a su delegado, en caso de presunta posesió n diabó lica; los casos que está n fuera de la posesió n propiamente dich a son un campo libre, no reglamentado y, por consiguiente, accesible a todos.» P ero el cardenal sabe perfectamente que los casos de verdadera posesió n son pocos y, ademá s, requieren un estudio específico y competente para poder ser detectados. P or eso añ ade: « T odo lo que está fuera de la posesió n propiamente dich a es como un campo de confines mal delimitados, en el que reinan la confusió n y la ambigü edad. L a misma complej idad de la nomenclatura no ayuda a simplificar las cosas; no ex iste una terminología comú n, y baj o la misma etiqueta se encuentran contenidos diferentes» ( ob. cit, p. 95 ) . Má s adelante, para ofrecer sugerencias practicas, el cardenal escribe: « P ara h acer una puesta a punto ú til es preciso, aparte todo lo demá s, fij ar la terminología y establecer con claridad la distinció n entre plegaria de liberació n y ex orcismo de liberació n, con invectivas dirigidas al demonio. E l ex orcismo de liberació n queda reservado al discernimiento ex clusivo del obispo en los casos de posesió n; pero falta una línea de demarcació n entre las formas de ex orcismo que se sitú an fuera de la posesió n» ( ob. cit, pp. 119-120 ) . A decir verdad, yo esta línea de demarcació n la veo clara, al menos en cuanto a los té rminos, teniendo en cuenta que el ex orcismo propiamente dich o, reservado al obispo o a un delegado suyo, es un sacramental y compromete la intercesió n de la I glesia; todas las demá s formas son j ugarías privadas, aunque h ech as por grupos. N o sé por qué el cardenal S uenens no h a h ablado nunca del ex orcismo como de un sacramental y como el ú nico al que debe reservarse el nombre de ex orcismo; es cierto que dedica un breve capítulo a los sacramentales, cita algunos, pero no cita como tal el ex orcismo. E n mi opinió n, sería ya un punto claro. E l cardenal me perdonará esta reconvenció n. P asando a las propuestas prá cticas, el cardenal S uenens sugiere: « Y o propongo reservar para el obispo no só lo los casos de posesió n diabó lica, segú n el antiguo derech o, sino toda la z ona en que se pueda sospech ar una influencia específicamente demoníaca. S eñ alaré tambié n que si bien el ex orcistado h a desaparecido como orden menor, nada

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Habla un exorcista

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HABLA UN EXORCISTA GABRIELE AMORTH

¿Cómo defenderse del demonio? ¿Cuáles son los signos que indican la p resencia del maligno? ¿E x ist en los h ech iz os, los maleficios y el mal de oj o? ¿Cómo lib erarse de ellos? E st a ob ra, frut o de la ex p eriencia direct a de G ab riele A mort h , el ex orcist a oficial de la diócesis de R oma, la diócesis del p ap a, resp onde con ab undant es ej emp los a est as y ot ras p regunt as de forma clara y sugest iv a. L a p ráct ica del ex orcismo, en auge h ast a h ace un siglo, est á p asando ent re los cat ólicos p or un p erí odo de crisis que incluy e t eorí a y p ráct ica, los est udios de los t eólogos y la p ast oral diocesana. A sí se h a dej ado el camp o lib re a los b ruj os, magos y adiv inos. E st as p áginas v an, p or t ant o, a cont racorrient e, p ero est án dent ro de la lí nea marcada p or las enseñ anz as de la B ib lia, del magist erio de la I glesia y de la sana t radición. S on una inv it ación a ocup arse de t ant as v í ct imas del diab lo que p iden y necesit an ay uda. -------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

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