Oliverio Girondo - Obras Completas

OLIVERIO GIRONDO OBRAS COMPLETAS EDITORIAL LOSADA, S.A. BUENOS AIRES Queda hecho el depósito q ue m ar ca la ley 1

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OLIVERIO GIRONDO

OBRAS COMPLETAS

EDITORIAL LOSADA, S.A. BUENOS AIRES

Queda hecho el depósito q ue m ar ca la ley 1 1 . 7 2 3 ©

b y E ditor ial L osada, S . A . B uen os A ir es, 1 9 6 8

7 ª edición : j ulio 1 9 9 6

T apa: A lb er to D iez L as ilustr acion es del in ter ior cor r espon den a las de las pr im er as edicion es

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T E X T O D E S C A R G A D O D E : http: / / w w w . k atar sis. r otten ass. com

HACIA EL FUEGO CENTRAL O LA P OES Í A D E OLIV ERIO GIROND O por ENRIQUE MOLINA

El m ist erioso m ercurio que conviert e ciert as pá g inas de poesí a en un espej o capaz de ref lej ar las m á s reveladoras im á g enes del sueñ o y de la t ierra, suele, a m enudo, disolverse con los añ os para dej ar só lo un papel am arillent o, unas palabras carboniz adas. Era f also. Al abrir ciert os libros que nos parecieron invulnerables en su m om ent o suele encont rarse en ellos apenas alg ú n huesecillo de f rases que resist e, o só lo la f lor ya seca que se colocó com o señ al. El m iedo a la poesí a, al ex t rem o t est im onio del ser que ella ex ig e, la sum isió n a t oda clase de cá lculos y conf orm ism os acaba, t arde o t em prano por aparecer al desnudo. Un m et ro de hierro neg ro rest ablece ent onces, con despiadada obj et ividad, las j erarquí as. Lo m á s bello del t iem po, su blasf em ia, est ablece const ant em ent e una ó pt ica nueva. Casi m edio sig lo desde la aparició n de una obra poé t ica es t al vez el m í nim o lapso ex ig ible para est im ar su poder, su resist encia a los g é rm enes de descom posició n que ponen en ella las circunst ancias, el t ono de una é poca, la sit uació n hist ó rica. Só lo una f uerz a poé t ica capaz de eng endrar incesant em ent e nuevas energ í as, de abrir nuevas perspect ivas de int erpret ació n a las que parecieran haberse consum ido en un m om ent o dado, la salvará n de t odo cará ct er f ant asm al, hará n de la m ism a una const elació n. Al acercarnos hoy a la poesí a de Girondo, se nos present a indem ne. Nada se ha perdido de la f resca vit alidad de sus prim eros libros, y m ucho m enos, de la t rá g ica avent ura ex ist encial que t est im onia el ú lt im o. De uno a ot ro ex t rem o brilla la t rayect oria de ese “rayo que no cesa”, la ex presió n de un espí rit u en el que se nos im ponen com o rasg os capit ales una apasionada avidez de la vida y una ardient e sinceridad. En ef ect o, sus seis libros de poesí a, t ant o com o Interlunio — esa ex t rañ a hist oria noct urna de la f rust ració n— poseen, a pesar de sus dif erent es ent onaciones, una m ism a coherencia int erna que pone de m anif iest o lo que esa poesí a t iene de ineluct able, su m ovim ient o en un sent ido ú nico, lo que posee de dest ino. Cada uno de ellos const it uye una et apa en un larg o periplo que

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se nos present a com o el balance cada vez m á s desolado de una ex ploració n esencial de la realidad ex t erior y de los lí m it es ú lt im os del ser. Avent ura j ug ada en dos planos paralelos: ex periencia y leng uaj e, vida y ex presió n. Com ienz a por la capt ació n sensual y á vida del m undo inm ediat o y la f iest a de las cosas. Term ina por un descenso hast a los ú lt im os f ondos de la conciencia en su t rá g ica inquisició n ant e la nada. El leng uaj e sig ue y crea al m ism o t iem po é st a avent ura, recí procam ent e la condiciona y es condicionado por ella. Desde la nit idez rot unda de V einte p oem a s p a ra leer en el tra nv í a , a las f ó rm ulas encant at orias de E n la m a s m é d ula , se desarrolla un proceso verbal que va desde la escrit ura lineal y lú cida del com ienz o hast a los m ecanism os m á s rem ot os del leng uaj e, en la prof undidad de su orig en. Mient ras su presa es la realidad ex t erna se dibuj a preciso, direct o, salt a sobre las cosas con un z arpaz o o las ilum ina con im á g enes net as, casi palpables. Cuando se vuelve hacia el abism o int erior pierde su ordenació n f ront al, se t orna hirvient e, se crispa y est alla con la violencia de la presió n que recibe. La obra de Girondo se ordena así com o una solit aria ex pedició n de descubrim ient o y conquist a, iniciada baj o un sig no diurno, solar, y que paulat inam ent e se int erna en lo desconocido, lleg a a los bordes del m undo, una t ravesí a en la que alg uien, en su conocim ient o deslum brado de las cosas, sient e que el suelo se hunde baj o sus pies a m edida que avanz a, hast a que las cosas m ism as acaban por convert irse en las som bras, de su propia soledad. Int ensa y breve, est a obra posee una caract erí st ica especial: se desplieg a en una especie de inint errum pida ascensió n, en un proceso que culm ina en un punt o de incandescencia m á x im a: su ú lt im o libro. Un est allido f inal, un g ran reverbero que concent ra en un f oco ú nico t odos los f ueg os ant eriores. En ot ros aut ores t am bié n sus libros suelen sucederse a dist int os niveles, pero el m á x im o se encuent ra a veces al com ienz o o en m edio, seg uido con f recuencia de ot ros m enos sig nif icat ivos. La obra de Girondo t iene un sent ido vert ical, const it uye así una especie de accé sis. Y su vé rt ice ex cede t ant o las m edidas corrient es que pasará aú n m ucho t iem po ant es de que se le hag a j ust icia en t oda su vert ig inosa dim ensió n.

“Q ue se at revan a vivir la poesí a” ha dicho Bret ó n. Es decir, a vivir en la revelació n de las cosas, en la conciencia de su nat uralez a abisal, con la sinceridad salvaj e que la aut é nt ica poesí a im plica. Girondo conocí a la vanidad de los é x it os lit erarios, la urdim bre de servilism o, adulació n y baj a polí t ica que a m enudo los

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condiciona. “¿Un é x it o event ual serí a capaz de convencernos de nuest ra m ediocridad? ¿No t endrem os una dosis suf icient e de est upidez com o para ser adm irados? ” se preg unt a ya en el pró log o de su prim er libro. La ex ig encia de una m oral poé t ica será para é l cada vez m á s int ensa. Así ident if icará lueg o la deg radació n de la poesí a con la deg radació n del m undo y del am or: “Nos seduj o lo inf ect o... / los poet as de m oco ent ernecido” ( P. 278) 1, t oda esa escoria “que conf unde el am or con el m asaj e, / la poesí a con la cong oj a acidulada” ( P. 280 ) , j unt os desprecio y com pasió n para quienes son esclavos de una ret ó rica pref abricada, nut ridos “de canciones en past a, / de pasionales som bras con voces de vent rí locuo” ( P. 324) . En su j uvent ud part icipó con ent usiasm o en el m ovim ient o “Mart í n Fierro”, que dif undió en nuest ras let ras alg unas de las inquiet udes y bú squedas de los m ovim ient os de vang uardia que por ent onces ag it aban a Europa. Fue un anim ador, una f ig ura nú cleo, un hom bre de incit aciones, un t rasm isor de energ í as. En el seg undo nú m ero de la revist a del g rupo aparece un m anif iest o f irm ado por Girondo. Pero t erm inada la euf oria inicial, cont inuó su m archa solit aria. Volvió la espalda a sus com pañ eros de g eneració n, que t ras proclam ar una m ist if icada act it ud iconoclá st ica, acabaron por ubicarse dent ro de las j erarquí as t radicionales, past ando idí licam ent e en los prados de los suplem ent os dom inicales. La ef ervescencia m art inf ierrist a se diluyó en una m era discusió n de aspect os f orm ales. Aj enos a un aut é nt ico inconf orm ism o, la m ayorí a de los com ponent es del g rupo t erm inaron en las m á s reaccionarias act it udes est é t icas. En est e t erreno, sus propias audacias —que por lo dem á s no habí an ido m uy lej os— no t ardaron en at erroriz arlos. Ex cept o alg unos pocos —ent re los cuales debe dest acarse a Girondo y Macedonio Ferná ndez — casi t odos ellos han of recido un t rist e espect á culo de deserció n y caducidad. Pero al cont rario de la perspect iva del oj o, en la perspect iva de la poesí a las cosas se ag randan a m edida que se alej an. Tal ocurre con la obra de Girondo. El paso de los añ os nos lo m uest ra cada vez m á s int ransig ent e en su bú squeda. A t al punt o que lo que escribe a los sesent a y cinco añ os cuest iona m ucho m á s los lí m it es de la ex presió n que lo que escribe en su j uvent ud. El cam ino inverso de casi t odos sus com pañ eros de g rupo, beat if icados con la aureola del Buen Gust o y las Buenas Citamos los libros de Oliverio Girondo con las siguientes siglas: V: Veinte poemas para ser leídos en el tranvía; C: C alc omanías; E: E spantapá j aros; P: P ersu asió n de los días; M: E n la masmé du la. E l nú mero q ue f igura al lado de cada abreviatura indica la p á gina de la p resente edició n. 1

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Cost um bres. Para Girondo la poesí a const it uye la f orm a m á s alt a de conocim ient o, una int uició n t ot al de la realidad, con una aut onom í a irreducible, por lo t ant o, a un leng uaj e de relaciones est ablecidas. “Es necesario declararle la g uerra a la levit a, que en nuest ros dí as lleva a t odas part es” —declara en la cart a incluida en la edició n de bolsillo de V einte p oem a s —. Y en ot ra part e de la m ism a: “Yo no t eng o ni deseo t ener sang re de est at ua”. Treint a y cinco añ os m á s t arde conf irm ará el m ism o sent ido: al poem a “hay que buscarlo ig ní f ero super-im puro leso / lú cido beodo / inobvio” ( M. 411) . No t em e incorporar a su visió n lo que un lirism o acaram elado considera “f eo”. Pero ese “f eí sm o” no es ot ra cosa que am or hacia t odas las f orm as del m undo, f uera de sus connot aciones hum anas, en su purez a prim ordial. Ant e el t rá g ico resplandor de la ex ist encia las convenciones est é t icas se resquebraj an. Girondo t iene el m al g ust o de m overse com o un anim al inocent e, el m al g ust o ex alt ant e de lleg ar hast a su propia desnudez , en el desam paro sin lí m it es del ser. Ant e la revelació n deslum bradora y t errible de est ar vivo ¿có m o no sent ir su nat uralez a g rat uit a e indescif rable? “El solo hecho de poseer un hí g ado y dos riñ ones ¿no j ust if icarí a que pasá ram os los dí as aplaudiendo a la vida y a nosot ros m ism os? ¿Y no bast a con abrir los oj os y m irar para convencernos de que la realidad es, en realidad, el m á s aut é nt ico de los m ilag ros? ”, ex clam a. ( E. 191) . De t oda su obra t rasciende esa ent reg a vit al. Y la poesí a, despué s de t odo, ¿qué es sino “abrir los oj os y m irar”? “De ahí ese am or, esa g rat it ud enorm e que sient o por la vida, esas g anas de lam erla const ant em ent e, esos í m pet us de prost ernació n ant e cualquier cosa... ant e las est at uas ecuest res, ant e los t achos de basura...” ( E. 192) . Sus t res prim eros libros est á n at ravesados por ese ent usiasm o, que les conf iere una t ensió n part icular. Pero al penet rar cada vez m á s hondo en las apariencias é st as descubren una calidad at erroriz ant e: “lo f ug az perpet uo” ( M. 419) . La ex periencia se t ornará cada vez m á s am arg a, hast a la conf esió n f inal: “qué nada t oco / en t odo” ( M. 428) . El inf ierno es la condena a las llam as de un deseo inf init o. E n la m a s m é d ula es el dest ello de una t em porada en el inf ierno, pues la pasió n por la vida, ant e la m ism a conciencia de la nada, se ex aspera, se ex acerba aú n m á s, se t ransf orm a en pasió n desesperada por una realidad t ant á lica que no por eso dej a de ser adorable.

En unas lí neas dirig idas a Evar Mé ndez acom pañ ando la cart a incluida lueg o en V einte P oem a s —cart a, por ot ra part e, que pareciera haber sido escrit a hoy m ism o— dice Girondo: “Un libro,

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—y sobre t odo un libro de poem as— debe j ust if icarse por sí m ism o, sin pró log os que lo def iendan o lo ex pliquen”. La poesí a, es verdad, no puede “ex plicarse”, dada la inm anencia con que usa el leng uaj e. Só lo es posible ex poner el sent ido de un poem a, seg ú n la sensibilidad del lect or, seg uir alg unas de las sig nif icaciones cont enidas en la obra de un poet a, y que de ning ú n m odo la ag ot an, pues cada lect or est ablecerá con ella una relació n propia, descubrirá nuevos ecos en nuevas direcciones. La poesí a de Girondo, dij im os, t iene un im pulso uná nim e hacia esa pendient e vert ig inosa, donde se desplom a a m anera de cat arat a: su ú lt im o libro, en el que t odos los elem ent os se t ransf ig uran a la t em perat ura del f ueg o cent ral. Pero en esa corrient e inint errum pida pueden señ alarse, sin em barg o, t res m om ent os bien def inidos. Uno inicial, que incluye sus dos prim eras obras: V einte p oem a s p a ra leer en el tra nv í a y C a lc om a ní a s , recorrido de las f orm as m á s concret as y donde se inst aura el diá log o con lo inm ediat o, la relació n inst ant á nea con las cosas, la ex periencia de los sent idos y el m undo ex t erior. Ot ro, int erm edio, sit uado ya a m it ad de cam ino ent re la t ierra y el sueñ o, ent re la realidad y el deseo. Han desaparecido los m edios de t ransport e —ya innecesarios—, las cosas se som et en a un conj uro, se sobrepasan o circulan irisadas por el delirio. Sit uam os aquí a E s p a nta p á j a ros ( t am bié n el ú nico relat o de Girondo, Interlunio, se ubica en esa dim ensió n) . Y por ú lt im o, la plena asunció n de esa t errible int em perie del espí rit u, esboz ada prim ero en P ers ua s ió n d e los d ía s para culm inar E n la m a s m é d ula . Un dinam ism o ascendent e, en el que se irá desprendiendo com o de un last re del orden ut ilit ario de las cosas, hast a que est as adquieren una t ransparencia calcinada, f undidas en un ú nico reverbero. Los dos prim eros libros de Girondo, en ef ect o, son dos libros de viaj e, en un sent ido lit eral: el poet a recorre el m undo, t oca el nervio de los lug ares, anot a vivencias. En ciert o sent ido son realist as. Pero hay en ellos una m anera part icular de sacar a la realidad de sus m oldes, de sorprenderla en g est os im previst os, a t al punt o que lo cot idiano adquiere una sorprendent e novedad, una ex alt ació n. Am bos libros son el cí rculo invisible de un g ran g est o de saludo a su alrededor, y a la vez , un espect á culo donde las cosas act ú an com o prot ag onist as. Avanz an hacia el lect or con una im pet uosidad desbordant e, en m edio de ese vast o escenario donde t odo g est icula, se hum aniz a, se ag it a: “los edif icios s a lta n unos arriba de ot ros” ( V. 62) , “las m esas dan un corcovo y peg an cuat ro pat adas en el aire” ( V. 65) , hay g ó ndolas “con rit m o de cadera” ( V. 66) , el “cam panile” de San Marcos ex hibe

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sus “f alos llam at ivos” ( V. 67) , los m oñ os “ lib a n las nalg as” de las chicas de Flores ( V. 69) , el sol “aperg am ina la ep id erm is de las cam isas” ( V. 73) . Incluso la esencia m ism a de la inm ovilidad, la m ont añ a, adquiere una calidad errant e: “Caravanas de m ont añ as acam pan en los alrededores” ( V. 61) . Ese sent im ient o de la acció n y el t rá nsit o de las cosas: “calles que suben, / t it ubean, / ...se ag achan baj o las casas” ( C. 10 7) , o “m uerden los pies” ( C. 10 7) , una hé lice se det iene “así las casas no se vuelan” ( C. 10 6) , nos revelará m á s adelant e el sig nif icado lat ent e de esa realidad: la f ug a. Ese m undo del g est o y las apariencias acabará por desaparecer para dej ar al desnudo la nada que ocult aba. Mient ras t ant o, la int uició n de la m ism a crea una ó pt ica g rot esca, de la que salt a, com o de un brusco cort ocircuit o de la corrient e em ot iva, la chispa am bivalent e del hum or, ent re la ag oní a y el org ullo. Es est e uno de los rasg os perm anent es de la poesí a de Girondo. El hum or es una paradó j ica m anif est ació n del deseo de absolut o. Nace de una dif erencia de niveles, de una desproporció n. La conciencia de las posibilidades inf init as del ser en pug na con los lim it es de la condició n hum ana, hace brot ar ese org ullo resplandecient e, com o un desaf í o. En Girondo el hum or t iene un acent o part icularí sim o. Un hum or al que no vacilo en llam ar neg ro —ese g rado suprem o del hum or poé t ico— pese a su cont enido de voracidad sensual. J ust am ent e, esa ex ig encia desm esurada desem boca en la f at alidad de am ar sin rem edio alg o que j am á s responde a la t ot alidad deseada. El hum or se abre ent onces com o una salida de f ueg o de la realidad m ediocre. No es una evasió n, sino una puest a en j uicio de esa realidad, un est ado de supervig ilia donde, sin em barg o, el delirio circula con los oj os abiert os, en un com bat e sin f in con las f orm as im penet rables del m undo. En la obra de Girondo ese resplandor no dej a de ilum inar con una plenit ud j ocunda la insuf iciencia del cont orno. Ese dé f icit ent re el deseo y su obj et o, del que nace el hum or, se t raduce por el sent ido de lo g rot esco en la poesí a g irondiana. Su pasió n ham brient a de la ex ist encia revela const ant em ent e ese cont enido de corrupció n, de descom posició n que la m ism a ocult a en t odas sus f orm as, y que aparece desde el prim er t ex t o de V einte p oem a s : Douarnenez , en un g olpe de cubilet e, em p a nta na ent re sus casas com o dados, un pedaz o de m ar... A la im ag en, de un dinam ism o lú dico, del pueblo que j ueg a a los dados con sus casas, responde inst ant á neam ent e la neg ació n

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del m ar convert ido en pant ano, deg radado de su purez a y su inm ensidad. Ese m ism o t em a de la ex uberancia que se corrom pe, com o si la int ensidad m ism a de la vida f erm ent ara en un proceso de et erna descom posició n, es una not a insist ent e en t odo el libro: “unos oj os pant anosos, con m al olor”, “unos dient es podridos por el dulz or de las rom anz as” ( V. 55) . La m irada del pú blico —por ex ceso— “aperg am ina la piel de las art ist as” ( V. 55) o el sol “ablanda el asf alt o y las nalg as de las m uj eres” ( V. 62) , ( siem pre ef ect os de det erioro o de dañ o en una realidad que parece no soport ar ni el ent usiasm o ni la pasió n) . En el universo g irondiano, siem pre al borde de la cat á st rof e, una carg a dem asiado int ensa de energ í a se m anif iest a en una especie de t rem endism o. Es ot ro de sus rasg os. En los dos libros iniciales, y t am bié n en E s p a nta p á j a ros , aparece com o una desproporció n ent re la causa y el ef ect o. Las sensaciones se producen com o un est allido, cada g est o dist orsiona el conj unt o, result a energ um é nico, posee una f uerz a de ex pansió n desorbit ada: “Una descarg a de ¡oles! que desm aya las rat as que t ransit an por el corredor” ( C. 113) , un “cant aor” “t art am udea una copla / que lo desinf la nueve k ilos” ( C. 113) , hay “t abernas que cant an con una voz de orang ut á n” ( V. 53) . Todo es allí at ronador, cualquier act o ret um ba com o un vendaval, t odo es desm esurado, desbordant e: piernas “que hacen hum ear el escenario” ( V. 55) , “Frut as que al caer hacen un huraco enorm e en la vereda” ( V. 62) , “un caf é que perf um a t odo un barrio de la ciudad durant e diez m inut os” ( V. 62) , “pupilas que se licuan al dar vuelt a la cart as” ( V. 75) , but acas que “nos at ornillan sus elá st icos y nos descorchan un riñ ó n” ( C. 10 2) , “pá rpados com o dos cast añ uelas” ( C. 112) , o la conf esió n ex ult ant e de E s p a nta p á j a ros : “El int ent o de com probar que es uno m ism o es un peat ó n af rodisí aco, lleno de f uerz a, de vit alidad, de seducció n; lleno de sent im ient os incandescent es, de sex os indef orm ables, de t odos los calibres, de t odas las especies”. Y m á s adelant e: “¡Mam ó n que usuf ruct ú a de un t em peram ent o devast ador y reconst it uyent e, capaz de enam orarse al inf rarroj o, de soldar ví nculos aut ó g enos de una sola m irada, de dej ar encint a una g ruesa de coleg ialas con el dedo m eñ ique...!” ( E. 176) . Ahora bien, en ese m undo de sang re t repidant e de Girondo, at urdido por el desborde de su propia vit alidad, el silencio, y su á m bit o la noche, adquieren una í ndole adm onit oria, alg o así com o la insinuació n de un pelig ro, de una am enaz a. En V einte P oem a s los dos “Noct urnos” se abren com o una g riet a que puede desm oronarlo t odo. Dos breves paré nt esis, suf icient es, sin em barg o, para int roducir el desasosieg o en esa f iest a de los

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sent idos, la sensació n de alg o t enebroso y dif uso, en acecho baj o el calor y la alg arabí a diurna. Cuando los ruidos del dí a se apag an, se perciben esos ot ros ruidos de la som bra “com o g rit os ex t rang ulados, com o si se asf ix iaran dent ro de las paredes” ( V. 59) , m ucho m á s inquiet ant es que el t rueno de la acció n, y que parecen proceder no del cont orno sino del f ondo m ism o de la conciencia, ese “t rot e de los j am elg os que pasan y nos em ocionan sin raz ó n” ( V. 59) , o ese “cant o hum ilde y hum illado de los m ing it orios cansados de cant ar” ( V. 77) . En V einte P oem a s la m uert e es t odaví a apenas un present im ient o, com o si se volviera la cabez a ant e su som bra para m irar a ot ro lado. Só lo se insinú a por un vag o m iedo, por ciert a sensació n de desam paro y soledad que invade los “Noct urnos”. En V einte P oem a s no hay m uert e aú n, sino só lo una aprensió n conf usa: “m iedo de que las casas se despiert en de pront o y nos vean pasar”, cuando el diá log o con el m undo se ha cerrado de g olpe, hast a que “el ú nico consuelo es la seg uridad de que nuest ra cam a nos espera con las velas t endidas hacia un paí s m ej or” ( V. 77) , con esa im ag en del lecho com o barco, present e, con dist int as f orm as, en la poesí a de diversas lat it udes, y que de nuevo se repet irá en P ers ua s ió n d e los d í a s : la cam a que m e espera —el velam en t endido— anclada en la penum bra ( P. 30 0 ) El escalof rí o que recorre los “Noct urnos” de V einte p oem a s es só lo una not a de alert a. Má s t arde, en los ú lt im os libros, una conciencia desg arradora de la m uert e ocupará su sit io, lo invadirá t odo. Por ahora, aquí apenas ha int roducido una nervadura de hielo. Ot ro elem ent o siem pre en suspensió n en la at m ó sf era poé t ica de Girondo es la t ernura. El m undo convulsivo donde se inst ala, est á im preg nado de una t ernura m uy especial. No esa f orm a m á s t ibia del am or, sino la sublim ació n de é st e, m á s allá de su cont enido posesivo y eg oí st a. El t rat o de Girondo con los seres y las cosas, su percepció n g rot esca de las m ism as, no se resuelve en crueldad sino en una t ernura ú lt im a por ellas, una inm ensa piedad hacia lo irrisorio, lo desechado, las f orm as de la f rust ració n ( el relat o de Interlunio est á t raspasado de una com pasió n m inuciosa por t odo el f racaso hum ano) . Esa t ernura no es evang é lica, no nace de la hum ildad sino de la avidez , de un am or inag ot able a la vida, en t odas sus dim ensiones, de una delicadez a nat ural para acercarse a los seres y a las cosas colocados en los niveles inf eriores, dest it uidos por las f alsas j erarquí as est é t icas o sociales. La t ernura se conviert e en una neg ació n de esas f alsas escalas

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y envuelve en su halo a esas viej ecit as “con sus g orrit os de dorm ir” ( V. 54) que cruz an el prim ero de los V einte p oem a s , o a ese “perro f racasado”, m aravilloso de sabidurí a y renunciam ient o, del cual se inf orm a que “los perros f racasados han perdido a su dueñ o por levant ar la pat a com o una m andolina, el pellej o les ha quedado dem asiado g rande, t ienen una voz af ó nica, de alcoholist a, y son capaces de est irarse en un um bral para que los barran j unt o con la basura” ( V. 79) , o a ese sapo de “vient re de canó nig o” con el cual, sin em barg o, se m ant ienen las dist ancias, o a ese ot ro perro cot idiano “que dem uest ra el m ilag ro... que da g anas de hincarse” ( P. 365) . Incluso se ex t iende hast a lo que est á carg ado por un m á x im o sig no de neg ació n: las som bras, lo que nace de la opacidad de la m at eria, com o carencia de luz , el doble im palpable de las cosas: “A veces se piensa, al dar vuelt a la llave de la elect ricidad, en el espant o que sent irá n las som bras, y quisié ram os avisarles para que t uvieran t iem po de acurrucarse en los rincones” ( V. 59) . O bien, a la propia som bra “quisié ram os acariciarla com o un perro, quisié ram os carg arla para que durm iera en nuest ros braz os, y es t al la sat isf acció n de que nos acom pañ e al reg resar a nuest ra casa, que t odas las preocupaciones que t om am os con ella nos parecen insuf icient es” ( E. 174) . Tales act it udes, reveladoras de una indiscrim inada ent reg a a la ex ist encia, se suceden en t oda la poesí a de Girondo. El t em a de una com unió n con t odos los reinos de la nat uralez a, con t odas las f orm as de la vida, reaparece a m enudo en ella. Una especie de solidaridad universal t eñ ida por el hum or: “A nadie se le ocurrirá dudar un solo inst ant e de m i perf ect a, de m i absolut a solidaridad” ( E. 20 0 ) , “La solidaridad ya es un ref lej o en m í , alg o t an inconscient e com o la dilat ació n de las pupilas” ( E. 20 0 ) , “Nunca sig o un cadá ver / sin quedarm e a su lado. / Cuando ponen un huevo, / yo t am bié n cacareo” ( P. 289) . En su g rado m á x im o, esa solidaridad conduce al t em a de las m et am orf osis. Ex presió n prim it iva y ancest ral de un poder m á g ico, t al idea es sig nif icat iva de un deseo de ident if icació n t ot al con el m undo, la esperanz a de abolir la oposició n ang ust iosa del hom bre y la nat uralez a. Est a sit uació n, que K af k a y Michaux viven com o una t ort ura ( m anif est ació n de la incom odidad ex ist encial del espí rit u caí do en la m at eria) , en Girondo se ex presa com o un est ado de j ú bilo o placer: “volupt uosidad en paladear la siest a y los rem ansos encarnado en un yacaré ” ( E. 186) , o “¡Q ué delicia la de m et am orf osearse en abej orro, la de sorber el polen de las rosas! ¡Q ué volupt uosidad la de ser t ierra, la de sent irse penet rado de t ubé rculos, de raí ces, de una vida lat ent e que nos f ecunda... y nos hace cosquillas!” ( E. 187) . Tales est ados no t ienen el sig no de una caí da, sino de una

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am pliació n, de una dim ensió n m ayor del ser. En el f ondo de t al act it ud hay un sent im ient o de part icipació n en una t ot alidad có sm ica: “La cert idum bre del orig en com ú n de las especies f ort alece t ant o nuest ra m em oria, que el lí m it e de los reinos desaparece y nos sent im os t an cerca de los herbí voros com o de los crist aliz ados o de los f ariná ceos”. ( E. 165.) Las f ront eras dependen de un az ar, de un im ponderable: “Un t raspié s, / un olvido, / y acaso f ueras m osca, / lechug a, / cocodrilo.” ( P. 319.) Un parent esco universal se est ablece con t odos los elem ent os y los seres, la part icipació n de t odo en t odo: Y el f ervor, la aquiescencia del universo ent ero para log rar t us poros, esa hort ig a, esa piedra. ( P. 319.) Con la oscura conciencia de un viaj e a t ravé s de inf init os est rat os, del yo f ilt rado por t odos los elem ent os t errest res:

“Prim ero: ¿ent re corales? Despué s: ¿baj o la t ierra? Má s cerca: ¿por los cam pos? Ayer: ¿sobre los á rboles? ” ( P. 340 .) Por ú lt im o, cuando t odas esas ident if icaciones, ese cieg o f anat ism o de pert enecer a la t ierra lleg a a su parox ism o, se quisiera nut rir de ella m ism a: “Hay que ag arrar la t ierra, / calent it a o helada, y / y com erla. / ¡Com erla!” ( P. 363.) At ent o só lo a la aut ent icidad de su ex periencia, por encim a del crit erio de f eo y bonit o, la obra de Girondo, desde su libro inicial, sig nif ica un desaf í o a t odas las cat eg orí as convencionales. En ella se suceden, dist orsionadas por el hum or, las m á s variadas represent aciones de un m undo energ é t ico, abiert o a la avent ura, a la inquiet ud perm anent e, a las m á s cá lidas relaciones del sueñ o y de las cosas, donde t odos los m uros son t ransg resibles y t odos los pá j aros inseparables, y el sol conserva su f uerz a ant erior al diluvio. Tras V einte p oem a s p a ra leer en el tra nv í a queda un it inerario de lug ares que t iem blan por la ref racció n de la at m ó sf era. Los casinos carnales hacen f abulosam ent e rico o cam bian un collar de perlas por un m ordisco noct urno. Una hum edad veneciana, t ibia y sunt uosa, cubre la piel de los orang ut anes en Rí o, en Dak ar, en Sevilla. Por t odos lados circulan t ranví as llenos de personaj es que se ent rechocan y se dilat an com o aeró st at os, cubiert os de ex vot os y post ales con paisaj es en t am añ o nat ural. Chicas de Flores, que son t am bié n chicas de f lores, cuyas nalg as rem ont an de una m it olog í a de f am ilias, pasean por calles

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unt adas con m ant eca, com o la luna. Un g uí a proclam a f rené t icam ent e t odas las dem así as de una ex ist encia cuyos escaparat es reaparecen y huyen en una at m ó sf era g irat oria, con una doble dosis de ox í g eno, de dest ellos inacabables. En 1921 aparece C a lc om a ní a s . Tant o por su acent o com o por su t em a est e libro prolong a a V einte p oem a s . En vez de un viaj e por el m undo es un viaj e por las piedras, la pasió n, el f anat ism o y el á spero vig or de Españ a. De una Españ a de cuerno y veló n. Lo anacró nico y lo vivo abren los oj os, con una acuidad penet rant e, para poner en acció n una picaresca de la poesí a. La capacidad ent usiast a de cont em plar las cosas com o una revelació n perm anent e se pone aquí de m anif iest o en el g ran nú m ero de ex clam aciones que j alonan sus pá g inas. Asom bro del niñ o que ve por prim era vez la j iraf a o la horm ig a, de quien descubre un m ilag ro en cada part í cula de la realidad. Pues no olvidem os que aú n en la t ensió n ang ust iosa de E n la m a s m é d ula , aú n baj o el sig no de un pesim ism o radical, la poesí a de Girondo sig ue siendo una poesí a de ex alt ació n de t odas las f uerz as vit ales, el t est im onio de una pasió n y una ansiedad por el m undo, que vuelve siem pre a t om ar alient o para recrudecer, incluso para sum erg irse en sus m at erias y sus m ut aciones. En los dos prim eros libros ese f ervor adm irat ivo se m uest ra baj o la f orm a m á s elem ent al: la ex clam ació n, de la que apenas quedará rast ros despué s de P ers ua s ió n d e los d í a s . A veces provocada por la sim ple visió n de una cosa com o si se asist iera a lo inaudit o: “¡El m ar!” ( V. 58) , “¡Terraz as!” ( V. 66) , “¡Guit arras, m andolinas!” ( V. 88) , o bien por sit uaciones m á s com plej as: “¡Silencio que nos ex t raví a las pupilas / y nos diaf aniz a la nariz !” ( C. 95) , “¡Barrio de panaderos / que est udian para diablos!” ( C. 10 9) , “¡Vent anas con alient o y labios de m uj er!” ( V. 73) , “¡Crist os ensang rent ados com o caballos de picador!”. La sig nif icació n de las enum eraciones en la lit erat ura ha sido dilucidada m uchas veces com o un procedim ient o que al m ism o t iem po que pone al descubiert o la het erog eneidad del m undo, al abolir su ordenació n racional —lej os, cerca, dent ro, f uera, f eo, lindo, et c.— señ ala la convivencia caó t ica de las cosas. Laut ré am ont , en su cé lebre f ó rm ula ( aunque reducida a dos t é rm inos) ex ig e que las aprox im aciones est é n presididas por el az ar. En las enum eraciones f recuent es en las obras del prim er perí odo de Girondo, el az ar no int erviene, pero la inesperada vecindad de los elem ent os que el poet a convoca crea una prom iscuidad g rot esca: “Hay ef ebos barbilam piñ os que usan una brag uet a en el t rasero. Hom bres con baberos de porcelana. Un señ or con un cuello que t erm inará por est rang ularlo. Unas t et as

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que salt ará n de un m om ent o a ot ro de un escot e y lo arrollará n t odo, com o dos enorm es bolas de billar” ( V. 76) , o “Pasa una ing lesa idé nt ica a un f arol. Un t ranví a que es un coleg io sobre ruedas. Un perro f racasado, con oj os de prost it ut a...” ( V. 79) , o esas ot ras de C a lc om a ní a s , donde por la sim ple enum eració n de los nom bres de las im á g enes desacredit a por com plet o su sig nif icació n devot a y obt iene de la list a un ef ect o cont rario, de g ran f arsa, com o el de las dig nidades anunciadas en alg ú n f ast uoso “diner de t ê t es”: “Pasa: “El Sag rado Prendim ient o de Nuest ro Señ or y Nuest ra Señ ora del Dulce Nom bre. “El Sant í sim o Crist o de las Siet e Palabras, y Marí a Sant í sim a de los Rem edios. “El Sant í sim o Crist o de las Ag uas, y Nuest ra Señ ora del Mayor Dolor. “La Sant í sim a Cena Sacram ent al, y Nuest ra Señ ora del Subt errá neo...”, et c. E s p a nta p á j a ros ( 1932) , m arca ot ra f az de la poesí a de Girondo, hast a ese m om ent o absort a en el f ulg or de las apariencias, ret oz ando ent re los decorados de la realidad inm ediat a. Su desplaz am ient o era horiz ont al. Aquí en cam bio com ienz a a ordenarse en el sent ido de la vert icalidad, se sit ú a ent re la t ierra y el sueñ o. En el calig ram a que precede al t ex t o, callado hom enaj e a Apollinaire —Rim baud y Apollinaire son los m ayores “ancê t res” que Girondo invocaba—, ese rum bo est á inequí vocam ent e señ alado: “Y subo las escaleras arriba, y baj o las escaleras abaj o”. Doble viaj e hacia la prof undidad y hacia la culm inació n del espí rit u. El acent o cosm opolit a en bog a en la é poca ( Cendrars, Valé -ryLarbaud, Apollinaire) t ení a ecos en los dos libros iniciales, a t ravé s de un t em peram ent o ex cepcional. Pero t odaví a los decorados no habí an sido t rascendidos, cont inuaban com o una f ront era, aunque de t ant o en t ant o su aut ent icidad era puest a en duda: “La ciudad im it a en cart ó n una ciudad de pó rf ido” ( V. 61) , “Se respira una brisa de t arj et a post al” ( V. 66) . Y a m enudo, a pesar de la risa se desliz an a veces ciert as insinuaciones, com o si las cosas ocult aran una t ram pa: “El t eló n, al cerrarse, s im ula un t eló n ent reabiert o” ( V. 55) , las g aviot as “ f ing en el vuelo dest roz ado de un pedaz o de papel blanco” ( V. 57) . En E s p a nta p á j a ros los prot ag onist as ya no son las cosas sino los m ecanism os psí quicos, los inst int os, las sit uaciones de

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om nipot encia, de ag resividad, de sublim ació n, puest as en acció n en t ex t os de un leng uaj e ex presionist a, f á ust ico, en un clim a del m á s rig uroso hum or poé t ico. Aunque est á obj et ivada en sit uaciones concret as, ex presada en im á g enes sig nif icat ivas, la t em á t ica parecerí a querer ej em plariz ar, por lo def inidos, alg unos de los m ovim ient os f undam ent ales de ese f ondo oscuro y t urbulent o del yo. Por supuest o, no hay ning ú n desig nio en ello, son só lo cont enidos lat ent es, pero que se im ponen baj o su t ej ido de pará bolas del absurdo, de esa especie de pequeñ os m it os que com ponen el libro. A una g ran dist ancia —com o libert ad de espí rit u, m ag ia y riquez a concept ual— de la producció n lí rica de su t iem po en el paí s, con E s p a nta p á j a ros se inst ala en nuest ras let ras una g ran obra de poesí a en prosa, que desdeñ a el verso y se sost iene solo por su propia nat uralez a poé t ica. “En est e libro adm irable —ha dicho Ram ó n Gó m ez de la Serna m uchos añ os despué s— del que no ha hablado un solo crí t ico de las g randes publicaciones, y al que la envidia ha evit ado t oda alusió n, est á la enj undia del t alent o irrespet uoso que es lo m ej or del arg ent ino. “En E s p a nta p á j a ros t odas son invenciones de porvenir, y lo invent ado en est e libro no t iene aú n nom bre. ¿Q uié n ha podido superar sus im á g enes? ¡Nadie! Es uno de los pocos libros que no recom endaré para los coleg ios, pero que ayuda a vivir...” Una ag resividad vit al recorre alg unas de esas pá g inas com o una corrient e de aire f resco, casi com o un ref lej o nacido de la salud: “A pat adas con el cuerpo de bom beros, con las f lores art if iciales, con el bicarbonat o. A pat adas con los depó sit os de ag ua, con las m uj eres preñ adas, con los t ubos de ensayo”. Es la rebelió n cont ra los valores est ablecidos, las inst it uciones f alsif icadas, el art e, las f am ilias, t odo lo que m erece ese g olpe de la poesí a en busca del esplendor incont am inado de la vida. Frecuent em ent e Girondo, de un libro a ot ro, suele ret om ar ciert os t em as, a veces lit eralm ent e, com o un eco que se cont inú a. De nuevo invoca ahora —y sin duda es una de las claves de t oda su poesí a— la preg unt a insert a en la cart apró log o de V einte p oem a s : “lo cot idiano... ¿no es una m anif est ació n adm irable y m odest a del absurdo? ”, para responderse def init ivam ent e: “Lo cot idiano podrá ser una m anif est ació n m odest a de lo absurdo, pero aunque Dios — reencarnado en alg ú n saca-m uelas— nos oblig ara a localiz ar t odas nuest ras esperanz as en los escarbadient es, la vida no dej arí a de ser, por eso, una verdadera m aravilla” ( E. 191) . El absurdo surg e del no-sent ido de una realidad de esencia im penet rable, el escá ndalo de una conciencia inst alada en una nat uralez a opresora y sin solució n. Absurdo de nacer y absurdo

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de m orir. La m á s alt a poesí a ha enf rent ado siem pre al ser con el espect á culo de su condició n, y surg e incluso com o el m á s alt o desaf í o hacia el vert ig inoso laberint o del universo. El hum or, en sus diversos g rados de f uror, de sarcasm o, de cinism o, de desesperació n, es una m anif est ació n de ese absurdo. La poesí a asum e el absurdo y lo t ransf orm a en un elem ent o posit ivo, lo ex orciz a, lo conviert e en su propia subst ancia, de m anera que el hom bre dej a de ser la ví ct im a para convert irse en t est ig o y j uez . Por eso, aunque el g est o m á s t rivial de lo cot idiano se revele com o una ex presió n del absurdo, “la vida no dej arí a por eso de ser una verdadera m aravilla”. Se pone al descubiert o la cont ex t ura desconcert ant e de la ex ist encia, pero la pasió n de est ar vivo, incluso com o un m ilag ro de no-sent ido, ex alt a la visió n: “Cuando se t ienen los nervios bien t em plados el espect á culo m á s insig nif icant e —una m uj er que se det iene, un perro que husm ea una pared— result a alg o t an inef able...” ( E. 192) . Ese valor ax iom á t ico de la vida es para Girondo irref ut able. ¿Q ué salida queda? La nada o la acept ació n cieg a de una sit uació n im penet rable: “¿Com prendes? Yo t am poco. Yo no com prendo nada” ( P. 318) . Com o t odo espí rit u que se sient e desg arrado por su propio m ist erio, Girondo se ref ug ia en el hum or, en el absurdo: “Yo daré m ient ras t ant o t res vuelt as de carnero” ( P. 319) . La irreverencia hacia un orden —en t odas las dim ensiones— al que se sient e com o opresivo, revela una í nt im a f alt a de adecuació n a las condiciones del m undo ex t erno: “En el act o de ent reg ar su t arj et a, por ej em plo, los visit ant es se sacaban los pant alones, y ant es de ser int roducidos en el saló n, se subí an hast a el om blig o los f aldones de la cam isa” ( E. 159) . Todo est o se produce de m anera inex plicable, sin m encionarse el m ot ivo, com o si f uera consecuencia nat ural de un est ado de cosas sobreent endido. O t am bié n: “Si por casualidad dej o de at arm e a los barrot es de la cam a, a los quince m inut os despiert o, indef ect iblem ent e sobre el t echo de m i ropero. En ese cuart o de hora, sin em barg o, he t enido t iem po de ex t rang ular a m is herm anos, de arroj arm e en alg ú n precipicio y de quedar colg ado de las ram as de alg ú n espinillo” ( E. 167) . O el asom bro ant e su propio cuerpo, ant e su m ano, que aparece g ig ant esca, cruz ada por “m illares de rí os”, com o si f uera la t ierra m ism a a la que est uviera lig ado: “sin ex plicarm e có m o esa m ano es m i m ano, ni saber por qué causa se em peñ a en dism inuirm e”. ( P. 297.)

Tal desacuerdo ent re la conciencia y el m undo só lo puede

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inst aurar la ang ust ia, el desorden, la cat á st rof e: “Así com o hay hom bres cuya sola presencia result a de una ef icacia abort iva indiscut ible, la m í a provoca accident es a cada paso, ayuda al az ar y rom pe el equilibrio inest able de que depende la ex ist encia” ( E. 194) . En el m ist erioso hilo del dest ino ¿acaso cada g est o no desencadena la cat á st rof e? ¿La m á s m í nim a volició n no provoca una serie inf init a de causas y ef ect os de consecuencias im previsibles? ¿No es esa la condició n m ism a de la ex ist encia? : “Insensiblem ent e uno se habit ú a a vivir ent re cadá veres desm enuz ados y ent re vidrios rot os...” Inf erido por la conciencia de una realidad cat ast ró f ica, el dram a aparece por t odas part es: “es rarí sim o que pueda sonarm e la nariz sin encont rar en el pañ uelo un cadá ver de cucaracha” ( E. 167) . A t al punt o: “Mi vida result a así una preñ ez de posibilidades que no se realiz an nunca, una ex plosió n de f uerz as encont radas que se ent rechocan y se dest ruyen m ut uam ent e” ( E. 172) . Aun en la m uert e ( que aquí sig ue siendo hum ana) la cat á st rof e reaparece: “el m enor ruidit o: una uñ a, un cart í lag o que se cae, la f alang e de un dedo que se desprende...” puede desencadenarla. Y cuando por f in “cerram os los oj os despacit o para que no se oig a ni el roce de nuest ros pá rpados, resuena un nuevo ruido que nos espant a el sueñ o para siem pre” ( E. 178) . Precisam ent e el libro se cierra, hem os dicho, con un ex t raordinario t ex t o sobre el dram a ex ist encial que sig nif ica la conciencia de la m uert e. En un plano de hum or k af k iano, en nom bre de la vida, “para log rar que no cundiera el m iasm a de la cert idum bre de la m uert e” por el m undo, se procede a su aniquilam ient o. Ref irié ndose a ese t ex t o Aldo Pelleg rini —quiz á s el ú nico aut or que hast a ahora ha dedicado un est udio serio a la obra de Girondo— nos dice: “Est e ú lt im o poem a, obsesionado por la idea del aniquilam ient o y la inut ilidad de t odo, parece abrir las perspect ivas del seg undo perí odo del poet a, que se inicia con P ers ua s ió n d e los d í a s . Pero t odo el libro revela un escept icism o: el convencim ient o de que vivim os en un m undo f also e inú t il”. Con P ers ua s ió n d e los d í a s vuelve a cam biar el t ono. Ya no son los m ovim ient os y las sig nif icaciones del sueñ o y la im ag inació n lo que se im pone, sino un sent im ient o de ná usea. Las cosas pasan a seg undo plano, com o borradas por el rechaz o cada vez m á s int enso de un m undo def orm ado por el m al. El t í t ulo se hace adm onit orio, pone é nf asis en la dialé ct ica som brí a del t iem po. Los dí as desliz an su desolado arg um ent o. De la elá st ica y abig arrada cort ez a de V einte p oem a s se ha lleg ado a la visió n de un m undo deg radado por la m iseria social y la m iseria del espí rit u. Se ha pasado de un universo f í sico a un universo m oral.

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P ers ua s ió n d e los d í a s es el paso de la g eog raf í a a la é t ica. Una especie de am arg o f uror resuena en ciert os t ex t os com o “Ej ecut oria del m iasm a”, “Test im onial”, “Es la baba”, “Invit ació n al vó m it o”, “Hay que com padecerlos”, “Haz añ a” y “Lo que esperam os”. Por los rest ant es, de t ono m enos apocalí pt ico, se abre paso el m ism o ant ig uo sent im ient o deslum brado de la vida, balanceado ahora ent re el m ist erio y un hum or m á s severo. El clim a ex asperado del libro nace de un est ado de acorralam ient o. La insat isf acció n de una ex ig encia de plenit ud nunca cum plida, ant es dirig ida ex clusivam ent e a esa realidad ex t erior, donde el m ar se “em pant ana” ( V. 53) , se dirig e ahora t am bié n cont ra el propio yo: “¡Az ot adm e! / Merez co que m e az ot en... No m e post ré ant e el barro, / ant e el m ist erio int act o” ( P. 274) . Sent im ient o de culpa, ex piació n de no haber respondido con la m á x im a posibilidad de sus dones a la g racia de la vida: “Pero dim e / —si puedes— / ¿qué haces”, / allí , / sent ado, / ent re seres f ict icios...? ” ( P. 311) . Poesí a enf rent ada a una dualidad t ort urant e: el m ilag ro inaudit o de la ex ist encia perm anent em ent e dest it uido por el hom bre. Una bellez a m inada, com o la Venus Anadiom em a de Rim baud, sí m bolo et erno de est e conf lict o: “horrorosam ent e bella de una ú lcera en el ano”. Y ese m alest ar de la insuf iciencia y la deg radació n insist e una y ot ra vez con su denuncia, a la vez colé rica y prisionera: “Est e clim a de asf ix ia que im preg na los pulm ones” ( P. 272) , “est a nauseabunda iniquidad sin cauce” ( P. 313) , “la neg ra baba rancia” ( P. 291) , “la iniquidad encint a” ( P. 325) , “las leng uas carcom idas por vocablos hipó crit as” ( P. 351) , “la im pú dica m ent ira ex hibiendo el t rasero” ( P. 359) . Y paralelam ent e, la viej a, et erna, irredim ible f idelidad a la im ag en solar de la vida: “volver a sonreí rí e / a la vida que pasa...” ( P. 356) . Volver a la inocencia de la nat uralez a: “la t ierra que se escapa / baj o los alam brados, / con su olor a chinit a, / a z orrino, / a f og at a” ( P. 363) . Y la m aravilla de cada f orm a: “Est e perro. / ¡Indescript ible! / ¡Ú nico!” ( P. 364) . Ot ro t em a, ya present e en diversos m om ent os de la poesí a de Girondo y que adquiere aquí una am plit ud m ayor, es el del vuelo. Es sabido que en t oda obra lit eraria —y part icularm ent e en poesí a— apart e del sent ido sem á nt ico de las palabras, hay m odos, sit uaciones, im á g enes obsesivas, const rucciones, et c., de las cuales puede desprenderse una sig nif icació n. Ahora bien, consideram os que el t em a del vuelo ocupa un lug ar m uy im port ant e en la obra de Girondo. En su t an bello libro E l a ire y los s ueñ os Gast ó n Bachelard prof undiz a alg unos de los cont enidos m á s im port ant es del sueñ o de volar y del psiquism o ascensional. Cit a allí una f rase de Niet z sche: “El que enseñ e a volar a los hom bres del porvenir

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habrá desplaz ado t odos los lí m it es; para é l los lí m it es m ism os volará n por el aire: baut iz ará , pues, de nuevo a la t ierra, la llam ará ' la leve' . Las barreras son para los que no saben volar”. Declara que “al t om ar conciencia de su f uerz a ascensional el ser hum ano t om a conciencia de t odo su dest ino”, y pasa revist a a alg unos de los cont enidos im plí cit os en la idea de vuelo, ent re ellos la sensació n de “alig eram ient o”, es decir, la t ransf orm ació n de un ser “pesado y conf uso” que se t orna “claro y vibrant e”. Est ablece, asim ism o, que hay una m oral de la alt ura y que é st a “no es só lo m oraliz adora sino, por así decirlo, f í sicam ent e m oral”. Por consig uient e, “el que la busca, el que la im ag ina con t odas las f uerz as de su im ag inació n, reconoce que ( la alt ura) es, m at erialm ent e, diná m icam ent e m oral”. En ot ras consideraciones est ablece que t ant o la vida em ot iva com o los valores m orales “se j erarquiz an seg ú n una vert icalidad real en el seno del psiquism o”. La caí da no serí a m á s que una ascensió n al revé s ( la vert icalidad cont inú a) . Dej ando de lado la int erpret ació n analí t ica ort odox a de los sueñ os de vuelo ( sí m bolo del deseo volupt uoso) com prueba que el sueñ o de vuelo “puede dej ar huellas prof undas en la im ag inació n despiert a, por eso es t an com ú n en el ensueñ o y en los poem as”. El vuelo es ex presió n de la at racció n de la luz , del cielo, cauce de los im pulsos de espirit ualidad y del deseo de purez a, y en é l se realiz a uno de los act os capit ales de la “m ecá nica de la ing ravidez ”: la consubst anciació n con el aire, el elem ent o f luido por ex celencia. El vuelo represent a “la energ í a ascensional” y “la t ransf ig uració n del peso en luz ”. Para Blak e —anot a Bachelard— “el vuelo sig nif ica la libert ad del m undo. Así el dinam ism o del aire se sient e insult ado por el pá j aro prisionero”. Sint om á t icam ent e, la inolvidable casa de Girondo, poblada de í dolos y t elas, t apicerí as de la lluvia, rest os de nauf rag ios y cult os desaparecidos, y en cuyas cavernas se alineaban huacos, alcat races, obj et os soñ ados, est rem ecidos de t ant o en t ant o por los t renes noct urnos de la vecina est ació n Ret iro, que cruz aban a t ravé s de las paredes, casi roz ando la j arra de piedra con ag ua para las á nim as colocada sobre una m esa, esa casa, dig o, est aba presidida, apart e del Espant apá j aros g uardiá n apost ado en la ent rada, por una enorm e im ag en —pint ada por é l m ism o—, de la Muj er Et é rea en pleno vuelo. Ese vuelo eró t ico at raviesa de uno a ot ro ex t rem o el prim er t ex t o de E s p a nta p á j a ros : “Si no saben volar pierden el t iem po las que pret enden seducirm e”, y t oda la f uerz a ascensiorial del am or se lanz a hacia el cielo ent re las piernas de plum as de Marí a Luisa. Tam bié n es sint om á t ico que el prim ero de los V einte p oem a s , donde se inicia t oda su obra poé t ica, cont eng a una clara alusió n

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de est a í ndole. Y eso en la im ag en quiz á s m á s im port ant e del poem a y al principio del m ism o: “¡Barcas heridas en seco con las alas pleg adas!” Apart e de la asociació n inm ediat a ent re rem os y alas, est á la idea de “vuelo” de la barca sobre las olas, siem pre lanz ada hacia la alt ura ( o al abism o) por el m ovim ient o del m ar. Pero el im pulso vert ical desplieg a su m á x im a virt ualidad en P ers ua s ió n d e los d í a s , donde el salt o al vací o, una poé t ica que t rasciende y se rem ont a sobre la cá rcel y la m at erialidad f í sica, anuncia el g ran est rem ecim ient o de E n la m a s m é d ula . El prim er poem a del libro, en ef ect o, es “Vuelo sin orillas”, un vuelo sin lí m it es, una despedida, un adió s inf init o: “Abandoné las som bras, / las espesas paredes, los ruidos f am iliares... / para salir volando / desesperadam ent e.” Hast a el ú lt im o vest ig io de una disolució n có sm ica en la que ya no hay “ni vida, ni dest ino, / ni m ist erio, ni m uert e”. Las alusiones al vuelo, o a lo que vuela —nubes, vient o, arena, ast ros, et c.—, son const ant es. La at racció n del alt o espacio se present a con los m á s diversos m at ices: “¡el horiz ont e! con sus briosos t ordillos por el aire” ( P. 278) ; “¿era yo, / por el aire, / ya lej os de m is huesos...” ( P. 286) . Incluso hast a los propios com ponent es del cuerpo em prenden vuelo: los nervios “se esparcen por el aire, / se elevan hast a el cielo”. Adem á s de la inst ant á nea ident if icació n: “Si cont em plo una nube / debo em prender el vuelo” ( P. 288) . Finalm ent e, t odo part icipa en ese dinam ism o vert ical: “Y el cam po, las ciudades, / los á rboles, lo inm ó vil, / rodando por el aire... / hacia el sol” ( P. 30 4) . Est á t am bié n esa m ano, que se hincha com o un g lobo “para em erg er, / de pront o, / en la m á s alt a noche”, hast a cubrir t odo el cielo ( P. 296) . Un coche m uert o y un caballo “sobre las chim eneas, / en el aire” ( P. 30 5) despué s de lleg ar desde el ot ro ex t rem o de la vert ical: de “debaj o del asf alt o”. Hay t odo un t rá nsit o, la propia ex ist encia: “Del m ar, a la m ont añ a, / por el aire, / en la t ierra, / ...dando vuelt as, / g irando” ( P. 335) , que com ienz a con el im pulso del salt o en V einte p oem a s : “Mi aleg rí a, de z apat os de g om a, que m e hace rebot ar só brela arena” ( V. 5 6 ) . Lo que habit a el aire, asim ism o, sig nif ica esa ansiedad de ascensió n, ese im pulso de ala, que m arca de un ex t rem o a ot ro la obra de Girondo, desde su prim er it inerario t errest re hast a la incandescencia de E n la m a s m é d ula : Así el hum o, las nubes, son t am bié n sig nos de esa diná m ica: “con vocació n de polvo, de hum areda, de olvido” ( P. 286) . El hum o adquiere en “Predilecció n evanescent e” un cará ct er de f ascinació n enig m á t ica: “Má s que nada, / que t odo...” ( P. 339) . Y su m ovim ient o ascendent e aparece, incluso, f uert em ent e acent uado por la disposició n g rá f ica del poem a, en el que los versos

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aparecen escalonados y suelt os, en un g ran espacio, com o si echaran a volar. La m ism a disposició n —con el m ism o sent ido— t iene uno de los poem as m á s ilust rat ivos al respect o de E n la m a s m é d ula : “Plex ilio” ( M. 440 ) , donde las def iniciones de la ing ravidez son num erosas “eg of luido”, “et ervag o”, “plespacio”, “nubí f ag o”, et c., y en el que no f ig ura ya ni som bra de m at eria sino el puro dinam ism o de la f ug a vert ical. Por ot ra part e, en est e aspect o, alg unos poem as en part icular, por ej em plo los que int eg ran “Trí pt ico”, ( P. 285) t ienen un g raf ism o “vert ical”, una delg adez que los lanz a hacia arriba ( lo cont rario de los poem as de la có lera, asent ados sobre larg os versos) y producen una sensació n t ot al de ing ravidez , acent uada por la f alt a casi t ot al de elem ent os m at eriales en ellos. La caí da com o inversió n del vuelo señ ala el ot ro ex t rem o de est a vert icalidad obsesiva: “¡Abaj o!” / “¡Má s abaj o!” / y seg uí a cayendo, / dando vuelt as / y vuelt as” ( P. 316) o “De pront o, sin el m enor indicio, caem os al vací o. Im posible asirse a alg una cosa, encont rar una asperosidad a que af errarse. La caí da no t iene t é rm ino” ( E. 178) . En la poesí a de Girondo el dram a es el encuent ro con la nada en los dos ex t rem os de su t rayect oria, hacia arriba y hacia abaj o. Tant o en “Vuelo sin orillas” com o en el vuelo hacia abaj o de “Derrum be” se t raspasan t odas las inst ancias del ser: “m á s allá del alient o, de la luz , del recuerdo” ( P. 317) . “La part e posit iva de la vert icalidad —señ ala Bachelard— se dinam iz a en la alt ura” y considera la caí da “com ió la nost alg ia inex piable de la alt ura”. Vem os, pues, que t ales im á g enes surg en de un deseo de absolut o, de un irrenunciable im pulso cenit al. Hem os vist o, t am bié n, que los dos polos de la energ í a de la vert icalidad en P ers ua s ió n d e los d í a s desem bocan en la nada. Ahora bien, en el cent ro m ism o del libro ( y casi j ust o en su cent ro f í sico) com o un f oco cent ral, com o un nú cleo secret o en t orno al cual t odo se ordena, f ig uran dos pequeñ os poem as, el prim ero, com o la advert encia f inal de una t errible P ers ua s ió n d e los d í a s dice: “Nada de nada: / es t odo” ( P. 332) , y el seg undo, un est ado de renunciam ient o absolut o, que al lleg ar a la abolició n m ism a del yo, recobra, sin em barg o, com o en un ref luj o, el cont enido inf init o del m undo: “m ient ras dura el inst ant e de et ernidad que es t odo” ( P. 342) . Ot ro t em a que se ret om a de un libro a ot ro es el del llant o. Present e en el t ex t o 18 de E s p a nta p á j a ros : “Llorar a lá g rim a viva, llorar a chorros... llorarlo t odo, pero llorarlo bien. Llorar dé am or, de hast í o, de aleg rí a...”, et c. De allí , en casi idé nt icos t é rm inos, pasa a P ers ua s ió n d e los d í a s . Sin em barg o, en el t ono de cada versió n hay t oda la dist ancia que va de un libro a ot ro. En el prim ero, el hum or es aleg re, g rot esco: “Em paparnos el

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alm a, la cam iset a... Asist ir a los cursos de ant ropolog í a llorando... f est ej ar los cum pleañ os f am iliares llorando”. En el seg undo es t rá g ico: “Llorem os. ¡Sí ! Llorem os / am arg o llant o verde, / subst ancias m inerales...” ( P. 354) . Sig nif icat ivo del dolor y de la culpa, ese rí o de llant o adquiere el cará ct er de un rit o de purif icació n, la plenit ud asum ida de la irrisió n y el desam paro hum ano. No una quej a rom á nt ica, sino ex presió n del dolor ex ist encial, nacido, m á s que de la condició n de ví ct im a, de una ex ig encia de perf ecció n m oral que se sient e incum plida, por el ex ceso m ism o de su dim ensió n. Sin em barg o, los dos poem as f inales del libro se abren com o la ú lt im a not a de una desesperada dialé ct ica de la esperanz a y de f e inú t il en la vida. En 1946 Girondo publica una “plaquet t e” con un solo poem a C a m p o nues tro. Sit uado ent re sus dos libros donde la ang ust ia y el f uror se ag udiz an, el poem a cont rast a por su m elancó lica at m ó sf era nost á lg ica, com o si t oda la t ensió n de P ers ua s ió n d e los d í a s se af loj ara en un ú lt im o inst ant e de paz ant es de recrudecer en E n la m a s m é d ula . Hay aquí alg o com o una pat é t ica serenidad, esa especie de solem ne t rist ez a que t iene el paisaj e de la pam pa al que alude. El sent im ient o de la nada, no obst ant e, vuelve a aparecer unido a la im ag en de la vaca, sin duda el anim al t ot é m ico de Girondo, const ant em ent e invocado en su poesí a. La vaca es la anim alidad pura, pero que se int erioriz a, la best ia de t ernura inf init a, com o la que parece ahondar sus ex t rañ os y alucinant es oj os. No es la anim alidad ag resiva del leó n, ni la alada del pá j aro. Es casi la encarnació n de la calm a org á nica, en una dim ensió n m onum ent al, la quiet ud rum iant e, secret a. Tam bié n en ese ex t rañ o y noct urno relat o de Interlunio, hist oria de un f racaso que t rasciende su ané cdot a para hacerse el relat o m ism o de la f rust ració n, en el borde del m undo, en esas z onas inciert as donde la ciudad t erm ina ant e la soledad del cam po, aparece una vaca f ant asm al y m at erna, la conciliació n con lo org á nico, con el ser m anso y sag rado, sí m bolo de la bondad, de la nut rició n y de la t ierra. Con la aparició n de E n la m a s m é d ula , en 1956, el ciclo de la poesí a de Girondo penet ra en el vé rt ig o del espacio int erior. “Alg unos de los elem ent os esboz ados o present es en los libros ant eriores, son f orz ados aquí a sobrepasar su g am a” —dij e en ot ra oport unidad ref irié ndom e a est a obra. Y en ef ect o, hast a la est ruct ura m ism a del leng uaj e suf re el im pact o de la energ í a poé t ica desencadenada en est e libro ú nico. Al punt o que las palabras m ism as dej an de separarse individualm ent e para f undirse en g rupos, en ot ras unidades m á s com plej as, especie de superpalabras con sig nif icaciones m ú lt iples y polivalent es, que

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proceden t ant o de su sent ido sem á nt ico com o de las asociaciones f oné t icas que producen. Bloques de palabras surg idas com o una lava volcá nica, en una m asa í g nea, f undidas a una alt a t em perat ura, y cuya separació n obedece ahora al rit m o, al im pulso de la necesidad ex presiva que las ag lut ina, en vez de est ar det erm inada por su propia aut onom í a de sent ido. Pero est a sit uació n iné dit a de las palabras en est a poesí a, no es f rut o de un capricho, sino consecuencia de la int ensidad de un cont enido que las f uerz a a posibilidades de ex presió n insospechadas. Nace de un verdadero est ado de t rance. Son el leng uaj e del orá culo, que es el m á s alt o leng uaj e de la poesí a. “Lo que yo escribo es orá culo” —dice Rim baud. La leng ua del orá culo es la que se anim a con las em anaciones del abism o, la que capt a y t raduce la dim ensió n t rá g ica del ser ant e el enig m a de su dest ino. La condició n ex cepcional de los m ecanism os de com unicació n verbal en E n la m a s m é d ula nos oblig a a det enernos m á s que en los ot ros libros, en ciert os aspect os del leng uaj e. A est e respect o dice Pelleg rini: “En Girondo hay una verdadera sensualidad de la palabra com o sonido, pero m á s que eso t odaví a, una bú squeda de la secret a hom olog í a ent re sonido y sig nif icado. Est a hom olog í a supone una verdadera relació n m á g ica, seg ú n el principio de las correspondencias, que result a paralela a la ant ig ua relació n m á g ica ent re f orm a visual y sig nif icado”. Desde siem pre, en ef ect o, se ha int uido que apart e del valor sem á nt ico de la palabra, puede haber una relació n ent re sonido y sig nif icado. Es decir, que sin ser un sig no convencional, un elem ent o f oné t ico puede t ener una sig nif icació n por sim ilit ud, por asociaciones inconscient es, et c. Est a posibilidad de com unicació n, que va m á s allá de la capt ació n int elect ual del sig no est ablecido, para act uar casi en el plano de la sensació n, Girondo la em plea con una cert ez a que da una f uerz a inusit ada a su ex presió n. Al reunir la oscura sig nif icació n f oné t ica y la del vocablo, dirig idas en un sent ido ú nico, el lect or es envuelt o en un sort ileg io verbal, donde la corrient e poé t ica se int ensif ica al ex t rem o. Por ej em plo, en los dos versos iniciales del libro, que inst alan de inm ediat o en la ang ust iosa sensació n de un piso que se hunde: “No só lo / el f of o f ondo”, hay una sim ult á nea sig nif icació n de sent ido y sonido. Por un lado, la idea evocada por el sig no: lo f of o, por el ot ro la g rave acum ulació n de las o y la repet ició n “f o-f o-f o... n” que sug iere un ruido sordo de hong os que revient an, de alg o esponj oso, blanduz co, donde se hunden los pasos. El m ism o ef ect o de sig nif icaciones ex t rarracionales, que desbordan y enriquecen const ant em ent e el enunciado, crea en t odo el libro una especie de resonancia en la cual los vocablos adquieren vibraciones que se prolong an m á s allá de su cont enido

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concept ual. Cada poem a, cada f rase de E n la m a s m é d ula se present a casi siem pre com o una g alax ia verbal. Su sent ido no se t iende linealm ent e para ser capt ado com o a lo larg o de un riel. Act ú a m á s bien en rem olino, un sism o psí quico sin t reg ua en el que el int elect o y la sensibilidad son ag it ados al uní sono con la m ism a violencia, com o en una at m ó sf era poé t ica ex t rem a que condicionara a su int ensidad t odas las percepciones. En el m ism o sent ido se debe consig nar est a aseveració n de Michel Deg uy: “La poesí a desat a, desf onda, perf ora, disloca el laberint o de las avenidas sonoras de la pá g ina: se la dirí a ocupada en det ect ar los ult rasonidos de la leng ua; y al m ism o t iem po, a la m anera de la m ú sica llam ada concret a —esa especie de g eneraliz ació n de la m ú sica que quiere hacer a la m ú sica coex t ensiva a t odo el universo de los ruidos— se abre a t odas las leng uas, a t odos los idiom as. Para ella el sent ido est á lig ado al sonido y es dif erent e de la sig nif icació n. El sonido m ism o result a sig no; t eng a o no sig nif icació n en la red de la com unicació n hum ana o en el int erior de t al disciplina... “2 En E n la m a s m é d ula la com unicació n lleg a al lí m it e de sus posibilidades en el plano racional, se t orna sinf ó nica. Tant o el sent ido com o el rit m o, las asociaciones f oné t icas, la ent onació n, et c., se descarg an en un im pact o ú nico. La ex presió n arrasa con los m ecanism os convencionales y se inst ala en lo m á s prof undo de la com unicació n ont oló g ica. En est e libro de f ó rm ulas rit uales se j ueg a una de las avent uras m á s audaces de la poesí a m oderna. Sent im os en é l el j adeo, la danz a alrededor del f ueg o, la ex alt ació n encant at oria de los poderes verbales. Para la ling ü í st ica m oderna las palabras, lej os de considerarse com o unidades ú lt im as de sent ido dent ro del enunciado, se com ponen de la reunió n de dos o m á s unidades m enores, y la f orm a en que é st as se ag rupan no obedecerí a a reg las absolut as, a t al punt o que en ciert as leng uas esquim ales suponen la posibilidad de un idiom a donde en vez de palabras só lo pudiera f rag m ent arse el enunciado por f rases. Girondo en E n la m a s m é d ula , obedeciendo inst int ivam ent e a m ecanism os prof undos del leng uaj e, ag lut ina dos o t res palabras para f orm ar una especie de supervocablos, com o si é st os se cont raj eran y concent raran en un punt o im ant ado por t odas las energ í as de la elipsis para crear realidades nuevas. Girondo oblig a, para seg uirlo, a beber el ag ua con la m ano — he dicho en ot ra ocasió n. La ex presividad de su ú lt im a poesí a se recibe com o un vaho, un t uf o de cosas y cuerpos em papados por 2

Michel Deg uy, A c tes .

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el alient o orig inal. Inst alado en la noche de los presag ios, es la suya una poesí a cuyas f uerz as int ernas im ponen, con absolut o despot ism o, los rasg os de la f orm a. El leng uaj e se precipit a en est ado de erupció n, los vocablos se f unden ent re sí , se copulan, se yux t aponen, com binando seres y f orm as en una especie de J ardí n de las Delicias. De t ales sim biosis surg en visiones iné dit as, sí nt esis de especies y reinos, sonidos g ut urales que adquieren de pront o una sig nif icació n preló g ica ( “m et af isirrat a”, “erof rot e”, “ag rinsom nes”, “eg og org o”, “olaveca-bracobra”... et c.) A m enudo t am bié n la sint ax is ent ra en com bust ió n. No es el pan de los m onos lo que nut re esas f rases. Pero en ellas, paradó j icam ent e, ret um ba el eco rot undo y clá sico del idiom a. Tal ex periencia im pone una j erarquí a dist int a. Som et e por un sort ileg io, en el sent ido m á s lit eral del t é rm ino. Por un hechiz o que se ex t iende m á s allá de las z onas lú cidas de la m ent e. Fó rm ulas m á g icas com o “en los lunihem isf erios de ref luj os de coá g ulos de espum a de m edusas de arena de los senos” ( M. 410 ) , donde por una cont racció n y m ult iplicidad de asociaciones t á ct iles, visuales, t é rm icas, de innum erables resonancias, se sug iere la blancura, la redondez lunar, la suavidad de arena ( y t ibiez a de la arena al sol) , la delicadez a de la espum a, la calidad hipnó t ica de la m edusa com o at ribut o de f ascinació n de los senos. O “las ag rinsom nes drag as ham brient as del ahora con su lim o de nada” ( M. 40 4) , con la dif usa sensació n de chirrido ag rio, que es al m ism o t iem po insom nio y sig no de la acció n de la drag a. Int roducirse en est a poesí a es penet rar a la prof undidad del ser, hast a sus ú lt im os lí m it es. De ella se alz a el sent im ient o de una insat isf acció n ex ist encial, sent im ient o de la m iseria de una ex ist encia rebaj ada donde las cosas adolecen perpet uam ent e de una f alt a de t ot alidad, se debat en ent re los s ub y los ex ( no alcanz an su plenit ud o la han perdido) para present arse só lo com o carencia o f ug a: “subsobo”, “subá nim as”, “subó sculos”, “subsueñ os”, “ex ellas”, “ex ot ro”, “ex nú biles”, et c. Sent im ient o de la condició n lacerada del yo en lo m á s í nt im o de su nú cleo org á nico, ent re el lat ido at ronador del cuerpo, en “lo f ug az perpet uo”. La poesí a de E n la m a s m é d ula es el est rem ecim ient o de las m á s desam paradas y desaf iant es energ í as hum anas enf rent adas al absurdo y a la presencia t ot al de la nada. Es, si los hay, un libro t rá g ico. Seg uir ahora cada uno de sus t em as, prof undiz ar en su cont enido ex ist encial, ex cederí a en m ucho las proporciones de est as not as. Só lo quiero señ alar que desde el f ondo m ism o de ese viaj e a las g randes prof undidades que es t oda su lect ura, cuando ya t odo el paisaj e adorable de la piel ha sido t rascendido, cuando ya t odo el sueñ o m ult icolor de los sent idos del m undo ha revelado su raí z desolada, surg e en lo m á s oscuro de la noche

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esa im ag en ast ral: “Pero la luna int act a es un lag o de senos que se bañ an t om ados de la m ano”, de la que t rasciende una desolació n dulce, la ex presió n de una t rist ez a có sm ica que hace resplandecer, sin em barg o, t oda la bellez a hum ana en lo inaccesible del sueñ o y de lo inf init o. Porque pese al pesim ism o radical de est os poem as, en su aparent e neg ació n hay un desaf í o. Tal neg ació n conviert e, precisam ent e por la org ullosa avidez de absolut o que la orig ina, en una incit ació n a ex ig ir de cada vida su m á s prof undo cont enido. La m irada que recorre las cosas en ellos no es la m irada de la com placencia o de la placidez , sino la que int errog a el coraz ó n de cada esf ing e cot idiana, la que ex ig e a cada cosa y a cada hom bre sus posibilidades ex t rem as de incandescencia y de f uror. Poesí a que pract ica las m is hondas incisiones en “la piel de la realidad”, pero que sabe ex t raer de sus g randes “noes”, de sus “islas só lo de sang re”, un sol de m é dula viva, una g ot a del ag ua redent ora del diluvio.

P oes í a d e b is onte a s tra l d e A lta -m ira , p oes í a c onj ura toria c om o j a m á s s e h a p ronunc ia d o en es te p a í s . P oes í a p os es a p ura c om o una g á rg ola d e f a uc es d e neurona f os f ores c ente p a ra el a g ua d e, la s c a v erna s p oes í a O liv erio p oes í a m orta l f a m é lic a a na tó m ic a interc os ta l inc a nd es c ente en lo m á s h ond o d el c ielo d el a lm a un h um o d e “ a s c ua c a nes ” . p oes í a f os f a to d es tina d a a la f orm a c ió n d e un s entim iento intra org á nic o llena d e c rá teres g enita les d e p lex os y c ons tela c iones nú c leos d elic a d os y terrib les . Y a h ora rec uerd o una c urtiem b re d e la B oc a y un c uero d e toro s ob re la s p ied ra s c uero d e b es tia d es p ellej a d a c on s us d os la d os ta n a b s oluta m ente tiernos : uno d e p elos , el otro s a ng riento d e trof eo d e s ioux a rroj a d o j unto a los b a rc os . H e oí d o d ec ir q ue a nta ñ o a c ierta s p ers ona s la s m etí a n d entro d e un s a c o h ec h o c on un c uero f res c o q ue a l res ec a rs e la s ib a op rim iend o h a s ta lo intolera b le. N ec es a ria m ente la p oes í a d eb í a na c er d e ta les c irc uns ta nc ia s . Com o ex periencia de leng uaj e no ex ist e en españ ol un libro com parable. Vallej o, en T rilc e, realiz a un int ent o en ciert o m odo sem ej ant e, pero su t ent at iva queda a m it ad de cam ino. Só lo en un reducido nú m ero de los poem as que int eg ran ese libro consig ue, en alg unos m om ent os, hacer est allar el leng uaj e, f orz arlo a penet rar en z onas casi inex presables de la subj et ividad y el sent im ient o, pero el rest o obedece a f orm as t radicionales. Com o m uy bien lo señ ala André Coyné , el result ado en T rilc e es

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discont inuo, pues “Vallej o no int ent a const ruirse con los escom bros del leng uaj e com ú n un leng uaj e propio”3. En cam bio, E n la m a s m é d ula es un t odo org á nico, allí Girondo se inst ala en un universo verbal cuyas leyes im pone pero cuyos elem ent os poseen, sin em barg o, una irradiació n parox í st ica y un ex t raordinario poder com unicat ivo. Por t ales raz ones E n la m a s m é d ula es el acont ecim ient o puro, sin parang ó n ni ref erencia, no só lo en las let ras arg ent inas sino en la dim ensió n del idiom a. Es por com plet o insó lit o y quedará siem pre solit ario e im previsible, pues no hay nada que lo pref ig urara o lo anunciara, del m ism o m odo que quedará siem pre ú nico, pues es im posible cont inuarlo. Libro de un t em blor vit al est rem ecedor, arroj a al lect or a la poesí a del abism o, en un plano de revelació n del ser, con la m ism a int ensidad m et af í sica y la m ism a desg arradora dim ensió n hum ana de los t ex t os de Art aud. E n la m a s m é d ula Girondo se ha adelant ado dem asiado a la poesí a de su t iem po com o para que las perspect ivas que descubre puedan ser recorridas aú n en t oda su dim ensió n. Su aparició n f ue recibida con el silencio ret icent e de la est ult icia, cuando no con los balbuceos desorient ados de quienes im ag inan reducir la enverg adura de una obra ex cepcional a su propia incapacidad de acceder a la poesí a. De t odos m odos, el reverbero que em ana de sus pá g inas es una de esas alt í sim as posibilidades —que só lo la poesí a ot org a— de conex ió n con ese punt o cent ral del espí rit u donde el espacio hum ano y el espacio có sm ico se f unden en una ecuació n vert ig inosa.

Mayo, 1968.

3

André Coyné , C é s a r V a llej o, edit . Nueva Visió n, 1968.

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C R O N O L O G Í A

1891. Nace en Buenos Aires el 17 de ag ost o, al 10 35 de la calle Lavalle ( m anz ana dem olida al abrirse la avenida Nueve de J ulio) . Hij o de J uan Girondo y J osef a Uriburu, es el m enor de cinco herm anos. 190 0 . Hace su prim er viaj e a Europa, llevado por sus padres a visit ar la Ex posició n Universal de Parí s. Una de las visiones capit ales de su inf ancia es la de Osear W ilde paseá ndose con un g irasol en el oj al. Com ienz a los viaj es perió dicos a Europa, y est udia en el liceo Louis Le Grand ( Parí s) y en Epsom Colleg e, en Ing lat erra. 190 9. Conviene con sus padres que seg uirá la carrera de abog ado si lo enví an anualm ent e a Europa. Dedica cada viaj e a un paí s dist int o, y lleg a a rem ont ar el Nilo hast a sus f uent es. 1911. Funda con am ig os el perió dico lit erario C om oed ia , de cort a vida. 1915. Est rena en noviem bre, su obra t eat ral L a m a d ra s tra , escrit a en colaboració n con su com pañ ero de C om oed ia , René Z apat a Q uesada. Se represent a en el t eat ro Apolo de Buenos Aires, que dirig í a J oaquí n de Vedia. Una seg unda piez a de los aut ores, L a c om ed ia d e tod os los d í a s no lleg a a est renarse porque el act or Salvador Rosich se nieg a a decir, t ras la palabra “est ú pidos”, “com o t odos ust edes”, dirig ié ndose al pú blico. 1922. Aparece la prim era edició n de V einte p oem a s p a ra s er leí d os en el tra nv í a , edit ada en Arg ent euil ( Francia) , baj o el cuidado personal del aut or. Poem as y dibuj os colocan

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inm ediat am ent e a Girondo en lo m á s avanz ado de la vang uardia art í st ica del idiom a. Aunque pocos añ os m ayor, se vincula con t odos los j ó venes que, desde P roa a M a rtí n F ierro, anim ará n en la dé cada del 20 la nueva lit erat ura rioplat ense. 1925.

Aparece C a lc om a ní a s .

1926. En un alm uerz o org aniz ado por el perió dico M a rtí n F ierro en honor de Ricardo Gü iraldes, al cual asist en t odos los m art inf ierrist as, conoce a Norah Lang e. Al m es sig uient e part e hacia los paí ses del Pací f ico hast a Mé x ico, llevando la represent ació n del perió dico M a rtí n F ierro y de las revist as V a lora c iones , P roa , et c., para est ablecer cont act os con escrit ores nuevos. 1931. Tras añ os de residencia dividida ent re Europa y Am é rica, vuelve para est ablecerse en Buenos Aires. 1932. Aparece E s p a nta p á j a ros . 1937. Aparece Interlunio. 1943. 6 m eses.

Se casa con Norah Lang e. Recorren el Brasil durant e

1946. Aparece C a m p o nues tro. Es la é poca en que Girondo y Norah Lang e f undan ví nculos m á s f irm es con poet as j ó venes, com o Enrique Molina, Aldo Pelleg rini, Olg a Oroz co, Francisco Madariag a, Carlos Lat orre, Edg ar Bayley, Mario Trej o y Albert o Vanasco. 1948.

Viaj a con Norah Lang e a Europa.

1950 . Em piez a a pint ar f recuent em ent e, en una vena surrealist a, cuadros que no querrá ex poner aunque sig nif ican la culm inació n de un int eré s prof undo, desarrollado a t ravé s de los añ os, por las art es plá st icas, t an evident e en las ilust raciones que acom pañ aron los V einte p oem a s com o en su est udio sobre pint ura f rancesa. 1954. Viaj a a Chile con Norah Lang e y el edit or Gonz alo Losada, para la conm em oració n del 50 º aniversario del poet a

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Pablo Neruda. 1956. Aparece E n la m a s m é d ula , del cual se t ira una prim era edició n lim it ada, realiz ada por Girondo, y dos ediciones edit adas por Losada; la ú lt im a incluye poem as nuevos. 1960 . Art uro Cuadrado y Carlos A. Maz z ant i g raban un disco long -play del libro E n la m a s m é d ula , leí do por Oliverio Girondo. 1961. Suf re un accident e que habrí a de dism inuirlo durant e los ú lt im os añ os de su vida. 1965.

Ú lt im o viaj e a Europa, en com pañ í a de Norah Lang e.

1967.

Muere en Buenos Aires, el 24 de enero.

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V E I N T E

P O E M

A S

P A R A

S E R

L E Í D O S

1922

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E N

E L

T R A N V Í A

A

N ing ú n p rej uic io m á s p rej uic io d e lo S U B L IM E

rid í c ulo q ue el

“ L a P ú a ” C ená c ulo f ra terna l, c on la c ertid um b re rec onf orta nte d e q ue, en nues tra c a lid a d d e la tinoa m eric a nos , p os eem os el m ej or es tó m a g o d el m und o, un es tó m a g o ec lé c tic o, lib é rrim o, c a p a z d e d ig erir, y d e d ig erir b ien, ta nto unos a renq ues s ep tentriona les o un k ous k ous orienta l, c om o una b ec a s ina c oc ina d a en la lla m a o uno d e es os c h oriz os é p ic os d e C a s tilla , OLIVERIO

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CARTA ABIERTA4 A “LA PÚ A”

S eñ or d on E v a r M é nd ez . Q uerid o E v a r: U n lib ro —y s ob re tod o un lib ro d e p oem a s — d eb e j us tif ic a rs e p or s í m is m o, s in p ró log os q ue lo d ef iend a n o lo ex p liq uen. T ú ins is tes , s in em b a rg o, en la nec es id a d d e q ue llev e uno la p res ente ed ic ió n. E lud o y c ond es c iend o a tu p ed id o, a p untá nd ote la c a rta q ue env ié a “ L a P uá ” , d es d e P a rí s ; c a rta c uy o ing enuo es c ep tic is m o p od rá , a c tua lm ente, h a c ernos s onreí r, p ero q ue tiene, a l m enos , la v enta j a d e h a b er s id o es c rita c ontem p orá nea m ente a la p ub lic a c ió n d e m is 2 0 p oem a s . T e a b ra z a O .G . ¡Q ué quieren ust edes!... A veces los nervios se dest em plan... Se pierde el coraj e de cont inuar sin hacer nada... ¡Cansancio de nunca est ar cansado! Y se encuent ran rit m os al baj ar la escalera, poem as t irados en m edio de la calle, poem as que uno recog e com o quien j unt a puchos en la vereda. Lo que sucede ent onces es siniest ro. El pasat iem po se t ransf orm a en of icio. Sent im os pudores de preñ ez . Nos ruboriz am os si alg uien nos m ira la cabez a. Y lo que es m á s t errible aú n, sin que nos dem os cuent a, el of icio t erm ina por int eresarnos y es inú t il que nos dig am os: “Yo no quiero opt ar, porque opt ar es osif icarse. Yo no quiero t ener una act it ud, porque t odas las act it udes son est ú pidas... hast a aquella de no t ener ning una”... Irrem ediablem ent e t erm inam os por escribir: V einte p oem a s p a ra s er leí d os en el tra nv í a . ¿Volupt uosidad de hum illarnos ant e nuest ros propios oj os? 4

B uenos A ires, agosto 3 1 de 1 9 2 5 .

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¿Encariñ am ient o con lo que despreciam os? No lo sé . El hecho es que en lug ar de decidir su crem ació n, condescendem os en ent errar el m anuscrit o en un caj ó n de nuest ro escrit orio, hast a que un buen dí a, cuando m enos podí am os preverlo, com ienz an a salir int errog ant es por el oj o de la cerradura. ¿Un é x it o event ual serí a capaz de convencernos de nuest ra m ediocridad? ¿No t endrem os una dosis suf icient e de est upidez , com o para ser adm irados? ... Hast a que uno cont est a a la insinuació n de alg ú n am ig o: “¿Para qué publicar? Ust edes no lo necesit an para est im arm e, los dem á s...”, pero com o el am ig o result a ser apocalí pt ico e inex orable, nos replica: “Porque es necesario declararle com o t ú le has declarado la g uerra a la levit a, que en nuest ro paí s lleva a t odas part es; a la levit a con que se escribe en Españ a, cuando no se escribe de g olilla, de sot ana o en m ang as de cam isa. Porque es im prescindible t ener f e, com o t ú t ienes f e, en nuest ra f oné t ica, desde que f uim os nosot ros, los am ericanos, quienes hem os ox ig enado el cast ellano, hacié ndolo un idiom a respirable, un idiom a que puede usarse cot idianam ent e y escribirse de « am ericana» , con la « am ericana» nuest ra de t odos los dí as...” Y yo m e ruboriz o un poco al pensar que acaso t eng a f e en nuest ra f oné t ica y que nuest ra f oné t ica acaso sea t an m al educada com o para t ener siem pre raz ó n... y m e quedo pensado en nuest ra pat ria que t iene la im parcialidad de un cuart o de hot el, y m e ruboriz o un poco al const at ar lo dif í cil que es apeg arse a los cuart os de hot el. ¿Publicar? ¿Publicar cuando hast a los m ej ores publican 1.0 71% veces m á s de lo que debieran publicar? ... Yo no t eng o, ni deseo t ener, sang re de est at ua. Yo no pret endo suf rir la hum illació n de los g orriones. Yo no aspiro a que m e babeen la t um ba de lug ares com unes, ya que lo ú nico realm ent e int eresant e es el m ecanism o de sent ir y de pensar. ¡Prueba de ex ist encia! Lo cot idiano, sin em barg o, ¿no es una m anif est ació n adm irable y m odest a de lo absurdo? Y cort ar las am arras ló g icas, ¿no im plica la ú nica y verdadera posibilidad de avent ura? ¿Por qué no ser pueriles, ya que sent im os el cansancio de repet ir los g est os de los que hace 70 sig los est á n baj o la t ierra? Y ¿cuá l serí a la raz ó n de no adm it ir cualquier probabilidad de rej uvenecim ient o? ¿No podrí am os at ribuirle, por ej em plo, t odas las responsabilidades a un f et iche perf ect o y om niscient e, y t ener f e en la pleg aria o en la blasf em ia, en el albur de un aburrim ient o paradisí aco o en la volupt uosidad de condenarnos? ¿Q ué nos im pedirí a usar de las virt udes y de los vicios com o si f ueran ropa lim pia, convenir en que el am or no es un narcó t ico

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para el uso ex clusivo de los im bé ciles y ser capaces de pasar j unt o a la f elicidad hacié ndonos los dist raí dos? Yo, al m enos, en m i sim pat í a por lo cont radict orio —sinó nim o de vida— no renuncio ni a m i derecho de renunciar, y t iro m is V einte p oem a s , com o una piedra, sonriendo ant e la inut ilidad de m i g est o. OLIVERIO GIRON

Parí s, diciem bre, 1922.

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D O

PAISAJE BRETÓN

Douarnenez , en un g olpe de cubilet e, em pant ana ent re sus casas corrió dados, un pedaz o de m ar, con un olor a sex o que desm aya.

¡Barcas heridas, en seco, con las alas pleg adas! ¡Tabernas que cant an con una voz de orang ut á n! Sobre los m uelles, m ercuriz ados por la pesca,

m arineros que se ag arran de los braz os para aprender a cam inar, y van a est rellarse con un envió n de ola en las paredes; m uj eres salobres, enyodadas, de oj os acuá t icos, de cabelleras de alg a, que repasan las redes colg adas de los t echos com o velos nupciales. El cam panario de la ig lesia, es un escam ot eo de prest idig it ació n, saca de su cam pana una bandada de palom as.

Mient ras las viej ecit as, con sus g orrit os de dorm ir, ent ran a la nave para em borracharse de oraciones, y para que el silencio dej e de roer por un inst ant e las narices de piedra de los sant os.

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Douarnenez , j ulio, 1920 .

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C AF É -C O NC IERTO

Las not as del pist ó n describen t rayect orias de cohet e, vacilan en el aire, se apag an ant es de darse cont ra el suelo.

Salen unos oj os pant anosos, con m al olor, unos dient es podridos por el dulz or de las rom anz as, unas piernas que hacen hum ear el escenario.

La m irada del pú blico t iene m á s densidad y m á s calorí as que cualquier ot ra, es una m irada corrosiva que at raviesa las m allas y aperg am ina la piel de las art ist as.

Hay un g rupo de m arineros encandilados ant e el f aro que un “m aquereau” t iene en el dedo m eñ ique, una reunió n de prost it ut as con un relent e a puert o, un ing lé s que f abrica niebla con sus pupilas y su pipa.

La cam arera m e t rae, en una bandej a lunar, sus senos sem idesnudos... unos senos que m e llevarí a para calent arm e los pies cuando m e acuest e. El t eló n, al cerrarse, sim ula un t eló n ent reabiert o.

Brest , ag ost o, 1920 .

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C RO Q U IS EN L A ARENA

La m añ ana se pasea en la playa em polvada de sol.

Braz os. Piernas am put adas. Cuerpos que se reint eg ran. Cabez as f lot ant es de caucho.

Al t ornearles los cuerpos a las bañ ist as, las olas alarg an sus virut as sobre el aserrí n de la playa. ¡Todo es oro y az ul!

La som bra de los t oldos. Los oj os de las chicas que se inyect an novelas y horiz ont es. Mi aleg rí a, de z apat os de g om a, que m e hace rebot ar sobre la arena.

Por ochent a cent avos, los f ot ó g raf os venden los cuerpos de las m uj eres que se bañ an.

Hay quioscos que ex plot an la dram at icidad de la rom pient e. Sirvient as cluecas. Sif ones irascibles, con ex t ract o de m ar. Rocas con pechos alg osos de m arinero y coraz ones pint ados de esg rim ist a. Bandadas de g aviot as, que f ing en el vuelo dest roz ado de un pedaz o blanco de papel. ¡Y ant e t odo est á el m ar!

¡El m ar!... rit m o de divag aciones. ¡El m ar! con su baba y con su epilepsia.

¡El m ar!... hast a g rit ar

¡B

A S T A

!

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com o en el circo. Mar del Plat a, oct ubre, 1920 .

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NO C TU RNO

Frescor de los vidrios al apoyar la f rent e en la vent ana. Luces t rasnochadas que al apag arse nos dej an t odaví a m á s solos. Telarañ a que los alam bres t ej en sobre las az ot eas. Trot e hueco de los j am elg os que pasan y nos em ocionan sin raz ó n. ¿A qué nos hace recordar el aullido de los g at os en celo, y cuá l será la int enció n de los papeles que se arrast ran en los pat ios vací os? Hora en que los m uebles viej os aprovechan para sacarse las m ent iras, y en que las cañ erí as t ienen g rit os est rang ulados, com o si se asf ix iaran dent ro de las paredes. A veces se piensa, al dar vuelt a la llave de la elect ricidad, en el espant o que sent irá n las som bras, y quisié ram os avisarles para que t uvieran t iem po de acurrucarse en los rincones. Y a veces las cruces de los post es t elef ó nicos, sobre las az ot eas, t ienen alg o de siniest ro y uno quisiera roz arse a las paredes, com o un g at o o com o un ladró n. Noches en las que desearí am os que nos pasaran la m ano por el lom o, y en las que sú bit am ent e se com prende que no hay t ernura com parable a la de acariciar alg o que duerm e.

¡Silencio! —g rillo af ó nico que nos m et e en el oí do—. ¡Cant ar de las canillas m al cerradas! —ú nico g rillo que le conviene a la ciudad—. Buenos Aires, noviem bre, 1921.

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RIO

D E JANEIRO

La ciudad im it a en-cart ó n, una ciudad de pó rf ido.

Caravanas de m ont añ as acam pan en los alrededores.

El “Pan de Az ú car” bast a para alm ibarar t oda la bahí a... El “Pan de Az ú car” y su alam bre carril, que perderá el equilibrio por no usar una som brilla de papel.

Con sus caras pint arraj eadas, los edif icios salt an unos encim a de ot ros y cuando est á n arriba, ponen el lom o, para que las palm eras les den un g olpe de plum ero en la az ot ea.

El sol ablanda el asf alt o y las nalg as de las m uj eres, m adura las peras de la elect ricidad, suf re un crepú sculo, en los bot ones de ó palo que los hom bres usan hast a para abrocharse la brag uet a. ¡Siet e veces al dí a, se rieg an las calles con ag ua de j az m í n!

Hay viej os á rboles pederast as, f lorecidos en rosas t é ; y viej os á rboles que se t rag an los chicos que j ueg an al arco en los paseos. Frut as que al caer hacen un huraco enorm e en la vereda; neg ros que t ienen cut is de t abaco, las palm as de las m anos hechas de coral, y sonrisas desf achat adas de sandí a. Só lo por cuat rocient os m il reis se t om a un caf é , que perf um a t odo un barrio de la ciudad durant e diez m inut os. Rí o de J aneiro, noviem bre, 1920 .

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APU NTE C AL L EJERO

En la t erraz a de un caf é hay una f am ilia g ris. Pasan unos senos biz cos buscando una sonrisa sobre las m esas. El ruido de los aut om ó viles dest iñ e las hoj as de los á rboles. En un quint o piso, alg uien se crucif ica al abrir de par en par una vent ana.

Pienso en dó nde g uardaré los quioscos, los f aroles, los t ranseú nt es, que se m e ent ran por las pupilas. Me sient o t an lleno que t eng o m iedo de est allar... Necesit arí a dej ar alg ú n last re sobre la vereda...

Al lleg ar a una esquina, m i som bra se separa de m í , y de pront o, se arroj a ent re las ruedas de un t ranví a.

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M IL O NG A

Sobre las m esas, bot ellas decapit adas de “cham pag ne” con corbat as blancas de payaso, baldes de ní quel que t rasunt an enf laquecidos braz os y espaldas de “cocot t es”. El bandoneó n cant a con esperez os de g usano baboso, cont radice el pelo roj o de la alf om bra, im ant a los pez ones, los pubis y la punt a de los z apat os.

Machos que se quiebran en un cort e rit ual, la cabez a hundida ent re los hom bros, la j et a hinchada de palabras soeces.

Hem bras con las ancas nerviosas, un poquit it o de espum a en las ax ilas, y los oj os dem asiado aceit ados.

De pront o se oye un f racaso de crist ales. Las m esas dan un corcovo y peg an cuat ro pat adas en el aire. Un enorm e espej o se derrum ba con las colum nas y la g ent e que t ení a dent ro; m ient ras ent re un oleaj e de braz os y de espaldas est allan las t rom padas, com o una rueda de cohet es de beng ala. J unt o con el vig ilant e, ent ra la aurora vest ida de violet a.

Buenos Aires, oct ubre, 1921

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V ENEC IA

Se respira una brisa de t arj et a post al.

¡Terraz as! Gó ndolas con rit m os de cadera. Fachadas que reint eg ran t apices persas en el ag ua. Rem os que no t erm inan nunca de llorar.

El silencio hace g á rg aras en los um brales, arpeg ia un “piz z icat o” en las am arras, roe el m ist erio de las casas cerradas.

Al pasar debaj o de los puent es, uno aprovecha para ponerse colorado.

Bog an en la Lag una, “dandys” que usan un lacrim at orio en el bolsillo con t odas las iridiscencias del canal, m uj eres que han t raí do sus labios de Viena y de Berlí n para saborear una carne de color aceit una, y m uj eres que só lo se alim ent an de pé t alos de rosa, t ienen las m anos incrust adas de oj os de serpient e, y la quij ada f at al de las heroí nas d’ Annunz ianas.

¡Cuando el sol incendia la ciudad, es oblig at orio ponerse un alm a de Neró n!

En los “piccoli canali” los g ondoleros f ornican con la noche, anunciando su espasm o con un t rist e cant ar, m ient ras la luna eng orda, com o en cualquier part e, su m of let udo visaj e de port era.

Yo dudo que aú n en est a ciudad de sensualism o, ex ist an f alos m á s llam at ivos, y de una erecció n m á s precipit ada, que la de los badaj os del “cam panile” de San Marcos. Venecia, j ulio, 1921.

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EX V O TO

A

la s c h ic a s d e F lores

Las chicas de Flores, t ienen los oj os dulces, com o las alm endras az ucaradas de la Conf it erí a del Molino, y usan m oñ os de seda que les liban las nalg as en un alet eo de m ariposa.

Las chicas de Flores, se pasean t om adas de los braz os, para t ransm it irse sus est rem ecim ient os, y si alg uien las m ira en las pupilas, apriet an las piernas, de m iedo de que el sex o se les caig a en la vereda.

Al at ardecer, t odas ellas cuelg an sus pechos sin m adurar del ram aj e de hierro de los balcones, para que sus vest idos se em purpuren al sent irlas desnudas, y de noche, a rem olque de sus m am as —em pavesadas com o f rag at as— van a pasearse por la plaz a, para que los hom bres les eyaculen palabras al oí do, y sus pez ones f osf orescent es se enciendan y se apag uen com o lucié rnag as.

Las chicas de Flores, viven en la ang ust ia de que las nalg as se les pudran, com o m anz anas que se han dej ado pasar, y el deseo de los hom bres las sof oca t ant o, que a veces quisieran desem baraz arse de é l com o de un corsé , ya que no t ienen el coraj e de cort arse el cuerpo a pedacit os y arroj á rselo, a t odos los que les pasan la vereda. Buenos Aires, oct ubre, 1920 .

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F IESTA EN D AK AR

La calle pasa con olor a desiert o, ent re un f riso de neg ros sent ados sobre el cordó n de la vereda. Frent e al Palacio de la Gobernació n: ¡C A LOR! ¡C A LOR! Europeos que usan una escupidera en la cabez a. Neg ros est iliz ados con adem anes de sult á n.

El candom be les bat e las ubres a las m uj eres para que al pasar, el m inist ro les ordeñ e una t az a de chocolat e.

¡Plant as callicidas! Neg ras vest idas de papag ayo, con sus crí as en uno de los plieg ues de la f alda. Palm eras, que de noche se est iran para sacarle a las est rellas el polvo que se les ha ent rado en la pupila.

¡Habrá cohet es! ¡Cañ onaz os! Un nuevo im puest o a los nat ivos. Discursos en cuat ro m il leng uas oscuras. Y de noche:

¡ILUM

IN A C IÓ N

!

a carg o de las const elaciones

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C RO Q U IS SEV IL L ANO

El sol pone una oj era violá cea en el alero de las casas, aperg am ina la epiderm is de las cam isas ahorcadas en m edio de la calle. ¡Vent anas con alient o y labios de m uj er!

Pasan perros con caderas de bailarí n. Chulos con los pant alones lust rados al bet ú n. J am elg os que el dom ing o se arrancará n las t ripas en la plaz a de t oros. ¡Los pat ios f abrican az ahares y noviaz g os!

Hay una capa prendida a una rej a con crispaciones de m urcié lag o. Un cura de Z urbará n, que vende a un ant icuario una casulla robada en la sacrist í a. Unos oj os ex cesivos, que sacan llag as al m irar.

Las m uj eres t ienen los poros abiert os com o vent osit as y una t em perat ura siet e dé cim os m á s elevada que la norm al.

Sevilla, m arz o, 1920 .

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C O RSO

La banda de m ú sica le chasquea el lom o para que sig a dando vuelt as clorof orm ado baj o los ant if aces con su olor a pom o y a sudor y su voz f alsa y sus adioses de nauf rag io y su cabellera desg reñ ada de larg as t iras de papel que los á rboles le peinan al pasar j unt o al cordó n de la vereda donde las g ent es le t iran pequeñ os salvavidas de t odos los colores m ient ras las chicas se sacan los senos de las bat as para arroj á rselos a las com parsas que espirit ualiz an en un suspiro de papel de seda su cansancio de querer ser f eliz que apenas t iene f uerz as para lleg ar a la alt ura de las bom bit as de luz elé ct rica. Mar del Plat a, f ebrero, 1921.

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BIARRITZ

El casino sorbe las ú lt im as g ot as de crepú sculo.

Aut om ó viles af ó nicos. Escaparat es const elados de est rellas f alsas. Muj eres que van a perder sus sonrisas al bacará . Con la cara dest eñ ida por el t apet e, los “croupiers” of ician, los oj os biz cos de t ant o ver pasar dinero. ¡Pupilas que se licuan al dar vuelt a las cart as! ¡Collares de perlas que hunden un t arascó n en las g arg ant as!

Hay ef ebos barbilam piñ os que usan una brag uet a en el t rasero. Hom bres con baberos de porcelana. Un señ or con un cuello que t erm inará por est rang ularlo. Unas t et as que salt ará n de un m om ent o a ot ro de un escot e, y lo arrollará n t odo, com o dos enorm es bolas de billar. Cuando la puert a se ent reabre, ent ra un pedaz o de “f ox t rot ”.

Biarrit z , oct ubre, 1920 .

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O TRO

NO C TU RNO

La luna, com o la esf era lum inosa del reloj pú blico.

de un edif icio

¡Faroles enf erm os de ict ericia! ¡Faroles con “apache”, que f um an un cig arrillo en las esquinas!

g orras

de

¡Cant o hum ilde y hum illado de los m ing it orios cansados de cant ar!;Y silencio de las est rellas, sobre el asf alt o hum edecido!

¿Por qué , a veces, sent irem os una t rist ez a parecida a la de un par de m edias t irado en un rincó n? , y ¿por qué , a veces, nos int eresará t ant o el part ido de pelot a que el eco de nuest ros pasos j ueg a en la pared?

Noches en las que nos disim ulam os baj o la som bra de los á rboles, de m iedo de que las casas se despiert en de pront o y nos vean pasar, y en las que el ú nico consuelo es la seg uridad de que nuest ra cam a nos espera, con las velas t endidas hacia un paí s m ej or. Parí s, j ulio, 1921.

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PED ESTRE

En el f ondo de la calle, un edif icio pú blico aspira el m al olor de la ciudad. Las som bras se quiebran el espinaz o en los um brales, se acuest an para f ornicar en la vereda.

Con un braz o prendido a la pared, un f arol apag ado t iene la visió n convex a de la g ent e que pasa en aut om ó vil.

Las m iradas de los t ranseú nt es ensucian las cosas que se ex hiben en los escaparat es, adelg az an las piernas que cuelg an baj o las capot as de las vict orias.

J unt o al cordó n de la vereda un quiosco acaba de t rag arse una m uj er. Pasa: una ing lesa idé nt ica a un f arol. Un t ranví a que es un coleg io sobre ruedas. Un perro f racasado, con oj os de prost it ut a que nos da verg ü enz a m irarlo y dej arlo pasar 5. De repent e: el vig ilant e de la esquina det iene de un g olpe de bat ut a t odos los est rem ecim ient os de la ciudad, para que se oig a en un solo susurro, el susurro de t odos los senos al roz arse. Buenos Aires, ag ost o, 1920 .

L os p erros f racasados h an p erdido a su dueñ o p or levantar la p ata como una mandolina, el p ellej o les h a q uedado demasiado grande, tienen una voz af ó nica, de alcoh olista, y son cap aces de estirarse en un umbral, p ara q ue los barran j unto con la basura. 5

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C H IO G G IA

Ent re un bosque de m á st iles, y con sus m uelles em pavesados de cam isas, Chiog g ia f ondea en la lag una, ensang rent ada de crepú sculo y de velas lat inas.

¡Redes t endidas sobre calles m usg osas... sin af eit ar! ¡Aire que nos calaf at ea los pulm ones, dej á ndonos un g ust o de alquit rá n! Mient ras las m uj eres se g ast an las pupilas t ej iendo punt illas de neblina, desde el lom o de los puent es, los chicos se z am bullen en la basura del canal.

¡Marineros con cut is de pasa de hig o y com o g arf ios los dedos de los pies! Marineros que rem iendan las velas en los um brales y se ciñ en con ella la cint ura, com o con una f alda sunt uosa y con olor a m ar. Al at ardecer, un olor a f rit uras ag randa los est ó m ag os, m ient ras los z uecos com ienz an a cant ar...

Y de noche, la luna, al disg reg arse en el canal, f ing e un enj am bre de peces plat eados alrededor de una carnaz a.

Venecia, j ulio, 1921.

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PL AZ A

Los á rboles f ilt ran un ruido de ciudad.

Cam inos que se enroj ecen al abraz ar la rechonchez de los part erres. Idilios que ex plican cualquiera neg lig encia culinaria. Hom bres anest esiados de sol, que no se sabe si se han m uert o. La vida aquí es urbana y es sim ple. Só lo la com plican:

Uno de esos hom bres con big ot es de m uñ eco de cera, que enloquecen a las am as de crí a y les ordeñ an t odo lo que han g anado con sus ubres. El g uardiá n con su bom ba, que es un “Mannek en-Pis”.

Una señ ora que hace g est os de sem á f oro a un vig ilant e, al sent ir que sus m elliz os se est á n est rang ulando en su barrig a. Buenos Aires, diciem bre, 1920 .

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L AG O

M AY O R

Al pedir el bolet o hay que “im post ar” la voz . ¡IS

OLA

B ELLA

! ¡IS

OLA

B ELLA

!

Isola Bella, t iene j ust o el g randor que queda bien, en la t ela que pint an las ing lesas.

Isola Bella, con su palacio y hast a con el lem a del escudo de sus puert as de pó rf ido: “H

UM ILIT A S

“H

UM ILIT A S

“H

UM ILIT A S

“H

UM ILIT A S



¡Salones! Salones de art esonados t orm ent osos donde cuat rocient as cariá t ides se hacen cort es de m ang a ent re una bandada de ang elit os. ”

Alcobas con lechos de t opacio que ex ig en que quien se acuest e en ellos se pong a por lo m enos una “aig ret t e” de ave de paraí so en el t rasero. ”

J ardines que se derram an en el lag o en una cascada de t erraz as, y donde los pavos reales abren sus blancas som brillas de encaj e, para t aparse el sol o barren, con sus escobas incrust adas de z af iros y de rubí es, los cam inos ensang rent ados de am apolas. ”

J ardines donde los g uardianes lust ran las hoj as de los á rboles para que al pasar, nos arreg lem os la corbat a, y que —ant e la desnudez de las Venus que pueblan los boscaj es— nos brindan una ram a de alcanf or... ¡IS

OLA

B ELLA

57

!...

Isola Bella, sin duda, es el paisaj e que queda bien, en la t ela que pint an las ing lesas.

Isola- Bella, con su palacio y hast a con el lem a del escudo de sus puert as de pó rf ido: “H

UM ILIT A S



Pallanz a, abril, 1922.

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SEV IL L ANO

En el at rio: una reunió n de cieg os aut é nt icos, hast a con placa, una j aurí a de chicuelos, que ladra por una perra.

La ig lesia se ref rig era para que no se le derrit an los oj os y los braz os... de los ex vot os.

Baj o sus m ant os rí g idos, las ví rg enes enj ug an lá g rim as de rubí . Alg unas t ienen cabelleras de cola de caballo. Ot ras usan de alf ilet ero el coraz ó n.

Un cencerro de llaves im preg na la penum bra de un pesado olor a sacrist í a. Al persig narse revive en una viej a un ancest ral orang ut á n.

Y m ient ras, f rent e al alt ar m ayor, a las m uj eres se les licua el sex o cont em plando un crucif ij o que sang ra por sus sesent a y seis cost illas, el cura m ast ica una pleg aria com o un pedaz o de “chew ing g um ”. Sevilla, abril, 1920 .

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V ERO NA

¡Se celebra el adult erio de Marí a con la Palom a Sacra!

Una lluvia pulveriz ada lust ra “La Plaz a de las Verduras”, se hincha en g lobit os que naveg an por la vereda y de repent e est allan sin m ot ivo.

Ent re los dedos de las arcadas, una m ult it ud espesa am asa su desilusió n; m ient ras, la banda g ruñ e un t iem po de vals, para que los est andart es den cuat ro vuelt as y se paren.

La Virg en, sent ada en una f uent e, com o sobre un “bidé ”, derram a un ag ua enroj ecida por las bom bit as de luz elé ct rica que le han puest o en los pies.

¡Guit arras! ¡Mandolinas! ¡Balcones sin escalas y sin J uliet as! Parag uas que sudan y son com o la supervivencia de una f lora ya f ó sil. Capit eles donde unos m onos se ent ret ienen desde hace nueve sig los en hacer el am or.

El cielo sim ple, verdoso, un poco sucio, es del m ism o color que el unif orm e de los soldados. Verona, j ulio, 1921. 88

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C A L C O M 1925

A N Í A S

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¡E s p c om ¡E s p c om

a ñ a ! ... p a í s a rd iente y s ec o o un rep iq ueteo d e c a s ta ñ uela s . a ñ a ! ... s ug es tió n c á lid a y p ers is tente o un b ord oneo d e g uita rra .

L o b ueno, s i b rev e, d os v ec es b ueno. L o m a lo, s i p oc o, no ta n m a lo. GRA C IÁ N

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TO L ED O

A . D . E nriq ue D iez C a ñ ed o

Forj ada en la “Fá brica de Arm as y Municiones”, la ciudad m uerde con sus alm enas un pedaz o de cielo, m ient ras el Taj o, alf anj e que se f unde en un m olde de piedra, at raviesa los puent es y la Veg a, pint ada por alg ú n prim it ivo cast ellano de esos que conservaron una inf luencia f lam enca. Ya al subir en direcció n a la ciudad, aprié t ase en las llaves la em puñ adura de una espada, en t ant o que un vient ecillo nos va enm oheciendo el espinaz o para insuf larnos el em paque que los aduaneros ex ig en al ent rar.

¡Silencio! ¡Silencio que nos ex t raví a las pupilas y nos diaf aniz a la nariz !

¡Silencio!

Perros que se pasean de g olilla con los oj os pint ados por el Greco. Posadas donde se hospedan t odaví a los prot ag onist as del “Laz arillo” y del “Buscó n”. Puert as que g ruñ en y se cierran con las llaves que se le ex t raviaron a San Pedro.

¡Para cruz ar sobre las, m urallas y el Alcá z ar las nubes ensillan con arneses y param ent os m edioevales! Hidalg os que se alim ent an de piedras y de org ullo,

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t ienen la carne idé nt ica a la cera de los ex vot os y un t uf o a herrum bre y a rat ó n. Hidalg os que se det ienen para escupir con la j act ancia con que sus abuelos t iraban su escarcela a los leprosos.

Los pies ensang rent ados por los g uij arros, se g ulusm ea en las cocinas un olorcillo a inquisició n, y cuando las som bras se descuelg an de los t ej ados, se oye la g est a que las paredes nos cuent an al pasar, a cuyo inf luj o una pelam bre nos va cubriendo las t et illas. ¡Noches en que los pasos suenan com o m alas palabras! ¡Noches, con g é lido alient o de f ant asm a, en que las piedras que circundan la població n celebran aquelarres g oyescos! ¡J uro, por el m ism í sim o Crist o de la Veg a, que a pesar del cansancio que nos purif ica y nos despoj a de t oda vanidad, a veces, al at ravesar una callej a, uno se cree Don J uan!

Toledo, abril, 1923.

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C AL L E D E L AS SIERPES

A

D . R a m ó n G ó m ez d e la S erna

Una corrient e de braz os y de espaldas nos encauz a y nos hace desem bocar baj o los abanicos, las pipas, los ant eoj os enorm es colg ados en m edio de la calle; ú nicos t est im onios de una raz a desaparecida de g ig ant es.

Sent ados al borde de las sillas, cual si f ueran a dar un brinco y ponerse a bailar, los parroquianos de los caf é s aplauden la act ividad del cam arero, m ient ras los lim piabot as les lust ran los z apat os hast a que pueda leerse el anuncio de la corrida del dom ing o. Con sus caras de m ascaró n de proa, el habano hace las veces de baupré s, los hacendados penet ran en los despachos de bebidas, a m ulet ear los arg um ent os com o si ent raran a m at ar; y acodados en los m ost radores, que sim ulan barreras, brindan a la concurrencia el m iura disecado que asom a la cabez a en la pared.

Ceñ idos en sus capas, com o t oreros, los curas ent ran en las peluquerí as a af eit arse en cuat rocient os espej os a la vez , y cuando salen a la calle ya t ienen una barba de t res dí as.

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En los inverná culos edif icados por los cí rculos, la perez a se da com o en ning una part e y los socios la ing ieren con churros o con horchat a, para encallar en los sillones sus abulias y sus lax it udes de f ant oches.

Cada doscient os cuarent a y siet e hom bres, t rescient os doce curas y doscient os novent a y t res soldados, pasa una m uj er. Sevilla, abril, 1923.

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EL

TREN EX PRESO

Los vag ones resbalan sobre los t rast es de la ví a, para cant ar en sus dos cuerdas la reciedum bre del paisaj e.

A

D . G a b riel A lom a r

Cam pos de piedra, donde las vides sacan una m ano am enaz ant e de baj o t ierra.

J am elg os que llevan una vida de ascet a, con obj et o de ent rar en la plaz a de t oros.

Chanchos enloquecidos de f lacura que se creen una Salom é porque t ienen las nalg as m uy rosadas.

Sobre la crest a de los peñ ones, vest idas de prim era com unió n, las casas de los aldeanos se arrodillan a los pies de la ig lesia, se apriet an unas a ot ras, la levant an com o si f uera una cust odia, se anest esian de siest a y de repiquet eo de cam pana.

A riesg o de que el viaj e t erm ine para siem pre, la locom ot ora hace pasar las piedras a diez y seis k iló m et ros y cuando ya no puede m á s, se det iene, j adeant e. A veces “suele” acont ecer

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que precisam ent e allí se encuent ra una est ació n. ¡Cam panas! ¡Silbidos! ¡Grit os!; y el m aquinist a, que se despide siet e veces del j ef e de la est ació n; y el loro, que es el ú nico pasaj ero que prot est a por las cat orce horas de ret ardo; y las chicas que vienen a ver pasar el t ren porque es lo ú nico que pasa.

De repent e, los vag ones resbalan sobre los t rast es de la ví a, para cant ar en sus dos cuerdas la reciedum bre del paisaj e. Cam pos de piedra, de donde las vides sacan una m ano am enaz ant e de baj o t ierra. J am elg os que llevan una vida de ascet a, con obj et o de ent rar en la plaz a de t oros.

Chanchos enloquecidos de f lacura que se creen una Salom é porque t ienen las nalg as m uy rosadas.

En los com part im ent os de prim era, las but acas nos at ornillan sus elá st icos y nos descorchan un riñ ó n, en t ant o que las arañ as realiz an sus ej ercicios de bom bero alrededor de la lam parilla que se incendia en el t echo.

A riesg o de que el viaj e t erm ine para siem pre, la locom ot ora hace pasar las piedras a diez y seis k iló m et ros, y cuando ya no puede m á s, se det iene, j adeant e.

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¿Lleg arem os al alba, o m añ ana al at ardecer...? A t ravé s de la borra de las vent anillas. el crepú sculo espant a a los rebañ os de som bras que salen de abaj o de las rocas m ient ras nos vam os sepult ando en una luz de cat acum ba.

Se oye: el cant o de las m uj eres que m ondan las leg um bres del puchero de pasado m añ ana; el ronquido de los soldados que, sin saber por qué , nos t rae la seg uridad de que se han sacado los bot ines; los nú m eros del ex t ract o de lot erí a, que t odos los pasaj eros aprenden de m em oria. pues en los quioscos no han hallado ning una ot ra cosa para leer. ¡Si al m enos pudié ram os arrim ar un oj o a alg uno de los ag uj erit os que hay en el cielo!

¡Cam panas! ¡Silbidos! ¡Grit os!; y el m aquinist a, que se despide siet e veces del j ef e de la est ació n; y el loro, que es el ú nico pasaj ero que prot est a por las veint isiet e horas de ret ardo; y las chicas que vienen a ver pasar el t ren porque es lo ú nico que pasa.

De repent e, los vag ones resbalan sobre los t rast es de la ví a, para cant ar en sus dos cuerdas la reciedum bre del paisaj e.

¿Españ a? ¿1870 ? ... ¿1923? .

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G IBRAL TAR

El peñ ó n enarca su espinaz o de t ig re que espera dar un z arpaz o en el canal.

Ag arradas a la ú nica calle, com o a una am arra, las casas hacen equilibrio para no caerse al m ar, donde los m alecones arrullan ent re sus braz os a los buques de g uerra, que t ienen epiderm is y let arg os de cocodrilo.

Las caras idé nt icas a esas escult uras que los presidiarios t allan en un caroz o de aceit una, los indios venden m arf iles de t ibias de m am ut , sedas aut é nt icas de Munich, j ueg os de t e, que las señ oras ocult an baj o sus f aldas, con obj et o de abanicar su az oram ient o al cruz ar la f ront era.

Hart os de t ierra f irm e, las m arineros se em barcan en los caf é s, hast a que el m areo los z am bulle baj o las m esas, o t ocan a rebat o con las cam panas de sus pant alones para que las niñ eras acudan a ag ravar sus nost alg ias, de paí ses lej anos, con que las pipas inciensan las veredas de la ciudad.

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Alg eciras, f ebrero, 1923.

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TÁ NG ER

La hé lice dej a de lat ir; así las casas no se vuelan, com o una bandada de g aviot as.

Eriz adas de m anos y de braz os que em erg en de unas m ang as enorm es, las barcas de los nat ivos nos abordan para que, en alaridos de g orila, ellos irrum pan en cubiert a y em prendan con f ardos y valij as un part ido de “rug by”.

Sobre el m uelle de desem barco, que, desde lej os, es un parral rebosant e de uvas neg ras, los hom bres, al hablar, hacen los m ism os g est os que si t ocaran un “j az z -band”, y cuando quedan en silencio provocan la t ent ació n de echarles una m oneda en la t et illa y hundirles de una t rom pada el est ernó n.

Calles que suben, t it ubean, se adelg az an para poder pasar, se ag achan baj o las casas, se det ienen a t om ar sol, se dan de narices cont ra los clavos de las puert as que les cierran el paso.

¡Calles que m uerden los pies a cuant os no los t ienen achat ados por las t ravesí as del desiert o!

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A

D . A lf ons o M a s era s

A caballo en los lom os de sus m am as, los chicos les t aconean la verij a para que no se dej en alcanz ar por los burros que pasan con las ancas ensang rent adas de palos y de erres. Cada ochocient os m et ros de m al olor nos hace “f lot ar” de un “upper-cut ”.

Fant asm as en z apat illas, que nos m iran con sus oj os desnudos, las m uj eres ent ran en z ag uanes t an f rescos y az ulados que los hubiera f irm ado Fray Ang é lico, se det ienen ant e las t iendas, donde los m ercaderes, com o en un relicario, ensayan post uras budescas ent re las nubes t orm ent osas de sus pipas de “k if f ”.

Con dos om blig os en los oj os y una t elarañ a en los sobacos, los pordioseros pet rif ican una m ueca de m om ia; ululan lam ent aciones con sus labios de perro, o una quej um bre de “cant e hondo”; inciensan de t rag edia las calles al reproducir sobre los m uros vot ivas act it udes de est ela.

En el pequeñ o z oco, las dilig encias aut om ó viles, ¡g uardabarros con olor a desiert o!, á brense paso ent re una m ult it ud que neg ocia en t odas las leng uas de Babel, arroj a y abaraj a los vocablos com o si f ueran clavas, se los arranca de la boca

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com o si se ex t raj era los m olares.

Im perm eables a cuant o las rodea, las ing lesas pasean en los burros, sin t an siquiera em ocionarse ant e el g est o con que los vendedores abren sus dos alas de alf om bras: g est o de m ariposa enf erm a que no puede volar.

Chaquet s de cucaracha, sonrisas bí blicas, dedos de ave de rapiñ a, los j udí os realiz an la paradoj a de vender el dinero con que los ot ros com pran; y carg ados de leñ a y de j orobas los drom edarios arriban con una escupida de desprecio hacia esa hum anidad que g est icula hast a con las orej as, vende hast a las uñ as de los pies.

¡Barrio de panaderos que est udian para diablo! ¡Barrio de z apat eros que al rem at ar cada punt ada levant an los braz os en un sim ulacro de nauf rag io! ¡Barrio de peluqueros que m ondan las cabez as com o papas y ex t raen a cada client e un vasit o de “sherry-brandy” del cog ot e!

Desde lo alt o de los alm inares los alm ué danos, al ver caer el Sol, inst an a lavarse los pies a los f ieles, que acuden con las cabez as vendadas cual si los hubieran t repanado.

Y de noche, cuando la vida de la ciudad t repa las escaleras de g allinero

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de los caf é -conciert os, el rit m o ent recort ado de las f laut as y del t am bor hierat iz a las post uras eg ipcias con que los hom bres recué st anse en los m uros, donde penden alf anj es de z arz uela y el K aiser abraz a en las lit og raf í as al Sult á n... En t ant o que, al resplandor lunar, las palm eras que em erg en de los t echos sem ej an arañ as f abulosas colg adas del cielo raso de la noche.

Tá ng er, m ayo, 1923.

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SIESTA

Un z um bido de m oscas anest esia la aldea. El sol unt a con f ó sf oro el f rent e de las casas, y en el cauce reseco de las calles que sueñ an deam bula un blanco espect ro vest ido de caballo.

Penden de los balcones racim os de g licinas que ag ravan el alient o sepulcral de los pat ios al insinuar la duda de que acaso est é n m uert os los hom bres y los niñ os que duerm en en el suelo.

La bondad soñ olient a que t rasudan las cosas se ex presa en las pupilas de un burro que t rabaj a y en las ubres de m adre de las cabras que pasan con un son de cencerros que, al diluirse en la t arde, no se sabe si aú n suena o ya es só lo un recuerdo... ¡Es t an real el paisaj e que parece f ing ido! Andalucí a, 1923.

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JU ERG A

A

Los f rescos pint ados en la pared t ransf orm an el “Saló n Reservado” en una “Plaz a de Toros”, donde el suelo t iene la consist encia y el color de la “arena”: g racias a que t odas las noches se rieg a la t ierra con j erez .

D . E ug enio d ‘ O rs

J inet es en sillas esquelet osas, t uf os planchados con saliva, una est rella clavada en la corbat a, ot ra en el dedo m eñ ique, los t ert ulianos ex ig en que el “cant aor” lam ent e el ret ardo de las m uj eres con ¡aves! que lo ret uercen en calam bres de indig est ió n. De pront o, en un sobresalt o de pavor, la cort ina dej a pasar seis senos que aport an t res “m am á s”.

Los pá rpados com o dos cast añ uelas, las pupilas com o dos caj as de bet ú n, neg ro el pelo, neg ras las pest añ as y las ex t rem idades de las uñ as, las sig uen cuat ro “niñ as”, que al ent rar, provocan una descarg a de ¡oles! que desm aya a las rat as que t ransit an el corredor. La servillet a a g uisa de “capot e”, el cam arero lidia el hum o de los cig arros y la voracidad de la client ela, con “pases” y chulet as “al nat ural”, o “ent ra” a “colocar” el sacacorchos

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com o “pone” su vara un picador.

Abroqueladas en arm aduras m edioevales, en el casco f lam ea la bandera de Españ a, las bot ellas de m anz anilla se ag ot an al com bat ir a los choriz os que m ug en en los est ó m ag os, o sang ran en los plat os com o t oros lidiados. Previa aut oriz ació n de las “m am á s”, las “niñ as” van a sent arse sobre las rodillas de los hom bres, para cam biar un beso por un duro, m ient ras el “cant aor”, m uslos de rana em but idos en f undas de parag uas, t art am udea una copla que lo desinf la nueve k ilos.

Los braz os en alt o, desnudas las ax ilas, así dan un preg ust o de sus int im idades, las “niñ as” m enean, lueg o, las caderas com o si alg uien se las hiciera dar vuelt as por adent ro, y en hú m edas sonrisas de ex t enuació n, describen con sus pupilas las parabó licas t rayect orias de un espasm o, que hace g ruñ ir de deseo hast a a los espect adores pint ados en la pared.

Despué s de sem ej ant e sim ulacro ya nadie t iene f uerz a ni para hacer rodar las bolit as de pan, ensom brecidas, ent re las yem as de los dedos.

Poco a poco, la luz asé pt ica de la m añ ana ag rava los ayes del “cant aor” hast a ident if icar la palidez t rasnochada de los rost ros con la ang ust iosa resig nació n de una client ela de dent ist a.

Se oye el “k lax on” que el sueñ o hace sonar

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en las j et as de las “m am á s”, los suspiros del “cant aor” que abraz a en la g uit arra una nost alg ia de m uj er, los cachet az os con que las “niñ as” persuaden a los m achos que no hay nada que hacer sino dej arlas en su casa, y sepult arse en la abst inencia de las cam as heladas. Madrid, 1923.

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ESC O RIAL

A m edida que nos aprox im am os las piedras se van dando m ej or.

A

D . J os é O rteg a y G a s s et

Desnudo, anacoré t ico, las vent anas idé nt icas ent re sí , com o la vida de sus m onj es, el Escorial levant a sus m uros de g ranit o por los que no t repará n nunca los m anding as, pues ni aú n dent ro de novecient os añ os. hallará n una arrug a donde hincar sus pez uñ as de az uf re y pedernal.

Paradas en lo alt o de las chim eneas, las cig ü eñ as m edit an la responsabilidad de ser la ú nica ornam ent ació n del m onast erio, m ient ras el vient o que rez a en las rendij as ahuyent a las t ent aciones que am enaz an ent rar por el t ej ado. Cencerro de las piedras que past an en los alrededores, las cam panas de la ig lesia espant an a los á ng eles que viven en su t orre y suelen t om arlos de im proviso, hacié ndoles perder alg una plum a sobre el adoquinado de los pat ios.

¡Corredores donde el silencio t onif ica la robust ez de las colum nas! ¡Salas donde la aust eridad es t an g rande, que bast a una sonrisa de m uj er para que nos asedien los pecados de Bosch y só lo se desbanden en ret irada al advert ir que nuest ro g uí a

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es nuest ro propio arcá ng el, que se ha disf raz ado de g uardiá n!

Los visit ant es, la cabez a hundida ent re los hom bros ( así la Muert e no los podrá ag arrar com o se ag arra a un g at o) , descienden a las t um bas y al pudridero, y al salir, perciben el esquelet o de la g ent e con la m ism a f acilidad con que ant es les dist ing uí an la nariz .

Cuando una luna f ant asm al nieva su luz en las t echum bres, los ruidos de las inm ediaciones adquieren psicolog í as crim inales, y el silencio alcanz a t al int ensidad, que se cam ina com o si se ent rara en un conciert o, y se cont ienen las g anas de t oser por t em or a que el eco repit a nuest ra t os hast a convencernos de que est am os t uberculosos.

¡Horas en que los perros se enloquecen de soledad y en las que el m iedo hace g irar las cabez as de las lechuz as y de los hom bres, quienes, al enf rent arnos, se persig nan baj o el em boz o por si nosot ros f ué ram os Sat á n!

Escorial, abril, 1923.

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AL H AM BRA

Los surt idores pulveriz an una lasit ud que apenas nos dej a m edit ar con los poros, el cerebelo y la nariz .

A

M a rg a rita N elk en

¡Est anques de absint io en los que se rem oj an los encaj es de piedra de los arcos!

¡Alcobas en las que adquiere la luz la dulz ura y la volupt uosidad que adquiere la luz en una boca ent reabiert a de m uj er!

Con una locuacidad de Celest ina, los g uí as conducen a las m uj eres al haré n, para que se ruboricen escuchando lo que las f uent es les cuent an al pasar, y para que, asom adas al Albaicí n, se enf erm en de “saudades” al oí r la m uz á rabe canció n, que t odaví a la ciudad sig ue t ocando con sordina.

Cuellos y adem anes de m am boret á , las ing lesas com ponen sus palet as con el g ris de sus pupilas londinenses y la desesperació n encarnada de ser ví rg enes, y com o si se m iraran al espej o, reproducen, con ex alt aciones de t arj et a post al, las est ancias llenas de una nost alg ia de coj ines y de som bras violá ceas, com o oj eras.

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En el m irador de Lindaraj a, los visit ant es se est rem ecen al com probar que las colum nas t ienen la blancura y el g rosor de los braz os de la f avorit a, y en el depart am ent o de los bañ os se suenan la nariz con el int ent o de cat ar ese olor a carne de odalisca, carne que t iene una consist encia y un sabor de past illa de g om a. ¡Persianas pat inadas por t odos los oj os que han m irado al t ravé s!

¡Paredes que baj o sus cam isas de punt illa t ienen t reint a y siet e g rados a la som bra! Decididam ent e, cada vez que salim os del Alham bra es com o si volvié ram os de una cit a de am or.

Granada, m arz o, 1923-

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SEM ANA SANTA

A M ig uel Á ng el d una ex q uis ita a m a inic ió m e en los c d e la m á s b ella f ies

el P b ilid om p ta p

ino, q ue, c on a d s ev illa na , lic a d os ritos op ula r. V í s p era s

Desde el am anecer, se cam bia la ropa sucia de los alt ares y de los sant os, que huele a rancia bendició n, m ient ras los plum eros inciensan una nube de polvo t an espesa, que las arañ as apenas hallan t iem po de levant ar sus redes de equilibrist a, para ir a aj ust arí as en los barrot es de la cam a del sacrist á n.

Con t odas las caract erí st icas del crim inal nat o lom brosiano, los apó st oles se evaden de sus nichos, ant e las ví rg enes at ó nit as, que rom pen a llorar... porque no viene el peluquero a ondularles las crenchas.

Enj ut os, enf laquecidos de insom nio y de im paciencia, los naz arenos prué banse el capirot e cada cinco m inut os, o lleg an, acom pañ ados de un am ig o, a present arle la virg en, com o si f uera su querida.

Ya no queda por alquilar ni una cornisa desde la que se vea pasar la procesió n.

Minut o t ras m inut o va cayendo sobre la ciudad una m ang a de ing leses con una psicolog í a y una eleg ancia de lang ost a.

A vist a de oj o, los hot eleros eng ordan ant e la perspect iva de doblar la t arif a.

Lleg a un cuerpo del ej é rcit o de Marruecos, ex presam ent e para sacar los candelabros y la cust odia del t esoro.

Frent e a t odos los espej os de la ciudad, las m uj eres ensayan su m irada “Sm it h W esson”; pues, com o las ví rg enes, só lo salen

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de casa est a sem ana, y si no caz an nada, seg uirá n sié ndolo... D om ing o d e R a m os ( m a ñ a na )

¡Cam panas! ¡Repiquet eo de cam panas! ¡Cam panas con caf é con leche! ¡Cam panas que nos im ponen una cadencia al abrocharnos los bot ines! ¡Cam panas que acom pasan el paso de la g ent e que pasa en las aceras! ¡Cam panas! ¡Repiquet eo de cam panas!

En la cat edral, el rit o se com plica t ant o, que los sacerdot es necesit an apunt ador.

Trece sig los de ensayos perm it en arm oniz ar las f lorecencias de las rej as con el cont rapaso de los m onag uillos y la calig raf í a del m isal.

Una luz de “Museo Grevin” dram at iz a la m irada vidriosa de los crist os, ahonda la voz de los prelados que cant an, se int errog an y se cont est an, com o esos sapos con vient re de prelado, una boca predest inada a eng ullir host ias y las m anos enf erm as de reum at ism o, por pasarse las noches —de cuclillas en el pant ano— cant ando a las est rellas.

Si al repart ir las palm as no int erviniera una f uerz a sobrenat ural, los f elig reses aplaudirí an los rasos con que la procesió n sale a la calle, donde el obispo —con sus ochent a k ilos de bordados— bat e el “record” de dar m edia vuelt a a la m anz ana y ent ra nuevam ent e en escena, para que cont inú e la f unció n... ( ta rd e)

¡Ag ua! ¡Ag ü it a f resca! ¿Q uié n quiere ag ua?

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En un f luj o y ref luj o de espaldas y de braz os, los acoraz ados de los cacahuet eros f ondean ent re la m ult it ud, que espera la salida de los “pasos” haciendo “pan f rancé s”.

Espant ada por los f lag elos de papel, la codicia revolot ea y z um ba en t orno a las canast as de past los naz arenos sacian la sed, que sent irá n, en ex penden borracheras g arant iz adas por t oda la sem

de los pillet es eles, m ient ras t abernas que ana.

Sin asom ar las narices a la calle, los sant os realiz an el m ilag ro de que los balcones no se caig an. ¡Ag ua! ¡Ag ü it a f resca! ¿Q uié n quiere ag ua? preg onan los ag uat eros al servirnos una reverencia de m inué .

De repent e, las puert as de la ig lesia se abren com o las de una esclusa, y, ent re una doble f ila de naz arenos que canaliz a la m ult it ud, una virg en avanz a hast a las candilej as de su paso, const elada de j oyas, com o una cuplet ist a.

Los espect adores, cont orsionados por la em oció n, arrá ncanse la chaquet illa y el som brero, se acalam bran en post uras de capeador, bram an piropos que los naz arenos int ent an callar com o el apag ador que les ocult a la cabez a.

Cuando el Señ or aparece en la puert a, las nubes se envuelven con un crespó n, baj an hast a la alt ura de los t echos y, al verlo cog ido com o un t orero, t odas, uná nim em ent e, com ienz an a llorar. ¡Ag ua! ¡Ag ü it a f resca! ¿Q uié n quiere ag ua?

M ié rc oles S a nto

Las t ribunas y las sillas colocadas enf rent e del Ayunt am ient o prog resivam ent e se van enneg reciendo, com o un peg am oscas de cocina.

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Ant es que la caballerí a com ience a desf ilar, los g uardias civiles despej an la calz ada, por t em or a que los cachet es de alg ú n t rom pa est allen com o una bom ba de anarquist a.

Los caballos —la boca enj abonada cual si se f ueran a af eit ar— t ienen las ancas t an lust rosas, que las m uj eres aprovechan para arreg larse la m ant illa y averig uar, sin darse vuelt a, quié n unt a una m irada en sus caderas.

Con la solem nidad de un ej é rcit o de ping ü inos, los naz arenos escolt an a los sant os, que, en t em blores de debut ant e, represent an “m ist erios” sobre el t ablado de las andas, baj o cuyos t elones se divisan los pies de los “g alleg os”, t al com o si cam biaran una decoració n.

Pasa: El Sag rado Prendim ient o de Nuest ro Señ or, y Nuest ra Señ ora del Dulce Nom bre. El Sant í sim o Crist o de las Siet e Palabras, y Marí a Sant í sim a de los Rem edios. El Sant í sim o Crist o de las Ag uas, y Nuest ra Señ ora del Mayor Dolor. La Sant í sim a Cena Sacram ent al, y Nuest ra Señ ora del Subt errá neo. El Sant í sim o Crist o del Buen Fin, y Nuest ra Señ ora de la Palm a. Nuest ro Padre J esú s at ado a la Colum na, y Nuest ra Señ ora de las Lá g rim as. El Sag rado Descendim ient o de Nuest ro Señ or, y La Q uint a Ang ust ia de Marí a Sant í sim a. Y ent re paso y paso: ¡Manz anilla! ¡Alm endras g arrapiñ adas! ¡J erez !

Est rang ulados por la asf ix ia, los “g alleg os” caen de rodillas cada cincuent a m et ros, y se resist en a cont inuar reg ando los adoquines de sudor, si ant es no se les llena el t anque de ag uardient e.

Cuando los naz arenos se det ienen a m irarnos con sus oj os vací os, irrem isiblem ent e, alg ú n balcó n g arg ariz a una “saet a” sobre la m ult it ud, encrespada en un ¡ole!, que est alla y se apag a sobre las cabez as, com o si revent ara en una playa.

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Los penit ent es carg ados de una cruz desinf lan el pecho de las m am as en un suspiro de neum á t ico, apenas m enos pot ent e al que ex hala la m ult it ud al escaparse ese g lobit o que siem pre se le escapa a la m ult it ud. Todas las cof radí as llevan un est andart e, donde se lee: S. P. Q . R.

J uev es S a nto

Es el dí a en que reciben t odas las ví rg enes de la ciudad.

Con la m ant illa neg ra y los oj os que m at an, las hem bras repiquet ean sus t acones sobre las lá pidas de las aceras, se const ernan al com probar que no se derrum ba ni una casa, que no resucit a ning ú n Lá z aro, y, cual si salieran de un t oril, irrum pen en los at rios, donde los hom bres les banderillean un par de m iraduras, a riesg o de dej arse cog er el coraz ó n.

De pie en m edio de la nave —dorada com o un saló n—, las ví rg enes ex piden su duelo en un só lido llant o de rubí , que em briag a la elocuencia de prospect o m edicinal con que los herm anos ponderan sus encant os, cuando no opt an por alz arles las f aldas y persuadir a los espect adores de que no hay en el g lobo unas pant orrillas sem ej ant es.

Despué s de la vig é sim a est ació n, si un f é m ur no nos ha perf orado un int est ino, cont em plam os veint iocho “pasos” m á s, y acribillados de “saet as”, com o un San Sebast iá n, los pies desm enuz ados com o albó ndig as, apenas t enem os f uerz a para lleg ar hast a la puert a del hot el y desplom arnos ent re los braz os de la levit a del port ero. El “m enú ” nos hace volver en sí . Leem os, nos ref reg am os los oj os y volvem os a leer: “Sopa de Naz arenos.” “Leng uado a la Pí o X .”

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—¡Cam arero! Un bif e con papas. —¿Con Papas, señ or? ... —¡No, hom bre!, con huevos f rit os. M a d rug a d a y ta rd e d el V iernes S a nto

Mient ras se espera la salida del Crist o del Gran Poder, se ref lex iona: en la superioridad del m arabú , en la inf luencia de Goya sobre las som bras de los balcones, en la f inura chinesca con que los á rboles se esf um an en el az ul noct urno.

Dos cam panadas apag an lueg o los f ocos de la plaz a; así , las espaldas se am alg am an hast a f orm ar un solo cuerpo que sost iene de cat orce a diez y nueve m il cabez as.

Con un rit m o siniest ro de Edg ar Poe —¡cirios roj os ensang rient an sus m anos!—, los naz arenos perf oran un silencio donde t an só lo se percibe el t ic-t ac de las pest añ as, silencio desg arrado por “saet as” que escalof rí an la noche y se viert en sobre la m ult it ud com o un lí quido helado.

Seg uido de cuat rocient as prost it ut as arrepent idas del pecado m enos orig inal, el Crist o del Gran Poder cam ina sobre un oleaj e de cabez as, que lo alz a hast a el nivel de los balcones, en cuyos barrot es las m uj eres af erran las g anas de t irarse a lam erle los pies.

En el rest o de la ciudad el resplandor de los “pasos” ilum ina las caras con una t é cnica de Rem brandt . Las som bras adquieren m á s im port ancia que los cuerpos, llevan una vida m á s avent urera y m á s t rá g ica. La cof radí a del “Silencio”, sobre t odo, proyect a en las paredes blancas un “f ilm ” dislocado y absurdo, donde las som bras t repan a los t ej ados, violan los cuart os de las hem bras, se sepult an en los pat ios dorm idos.

Ent re “saet as” conservadas en ag uardient e pasa la “Macarena”, con su escolt a rom ana, en cuyas coraz as de lat ó n se t rasunt an los espect adores, alineados a lo larg o de las aceras. ¡Es la hora de los churros y del aní s! Una luz

sin f uerz a para lleg ar al suelo ribet ea con t iz a las

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m olduras y las arist as de las casas, que t ienen f acha de haber dorm ido m al, y oblig a a salir de ent re sus sá banas a las nubes desnudas, que se envuelven en g asas am arillent as y verdosas y se ciñ en, por ú lt im o, una t ú nica blanca.

Cuando suenan las seis, las cig ü eñ as ensayan un vuelo m at inal, y t ornan al cam panario de la ig lesia, a reanudar sus m ansas divag aciones de buró crat a j ubilado.

Caras y act it udes de chim pancé , los presidiarios esperan, t repados en las rej as, que las ví rg enes pasen por la cá rcel ant es de irse a dorm ir, para solloz ar una “saet a” de arrepent im ient o y de perdó n, m ient ras en bordej eos de f rag at a las cof radí as que no han f ondeado aú n en las ig lesias, encallan en t odas las t abernas, abandonan sus ví rg enes por la m anz anilla y el j erez .

Ya en la cam a, los naz arenos que nos t ransit an las circunvoluciones redoblan sus t am bores en nuest ra sien, y los churros, anidados en nuest ro est ó m ag o, se enroscan y se anudan com o serpient es.

Alg uien nos dest ornilla lueg o la cabez a, nos desabrocha las cost illas, int ent a escam ot earnos un riñ ó n, al m ism o t iem po que un insensat o repique de cam panas nos va sum erg iendo en un sopor.

Despué s... ¿Han pasado sem anas? ¿Han pasado m inut os? ... Una cam panilla se desplom a, com o una sonda, en nuest ro oí do, nos iz a a la superf icie del colchó n. ¡Apenas t enem os t iem po de alcanz ar el ent ierro!... ¿Cuat rocient os set ent a y ocho m il set ecient os novent a y nueve “pasos” m á s?

¡Crist os ensang rent ados com o caballos de picador! ¡Cirios que nunca t erm inan de llorar! ¡Concej ales que han alquilado un f rac que ent ernece a las Mag dalenas! ¡Crist os est irados en una lona de bom bero que acaban de arroj arse de un balcó n! ¡La Veró nica y el Gobernador... con su escolt a de arcá ng eles!

¡Y las cent urias rom anas... de Marruecos, y las Sibilas, y los Sant os Varones! ¡Todos los inst rum ent os de la Pasió n!... ¡Y el inst rum ent o m á x im o, ¡la Muert e!, ent roniz ada sobre el m undo..., que es un punt o f inal!

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¿Morir? ¡Señ or! ¡Señ or! ¡Libradnos, Señ or! ¿Dorm ir? ¡Dorm ir! ¡Concedé dnoslo, Señ or! Sevilla, m ayo, 1923.

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M

E M

B R E T E S

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J ean Coct eau es un ruiseñ or m ecá nico a quien le ha dado cuerda Ronsard. Los ú nicos braz os ent re los cuales nos resig narí am os a pasar la vida, son los braz os de las Venus que han perdido los braz os. Si los pint ores necesit aran, com o Delacroix , asist ir al deg ü ello de 40 0 odaliscas para decidirse a t om ar los pinceles... Si, por lo m enos, só lo f uesen capaces de em puñ arlos ant es de asesinar a su idolat rada Mam á ... Musicalm ent e, el clarinet e es un inst rum ent o m uchí sim o m á s rico que el diccionario. Aunque se alt eren t odas nuest ras concepciones sobre la Vida y la Muert e, ha lleg ado el m om ent o de denunciar la enorm e supercherí a de las “Meninas” que —siendo las propias “Meninas” de carne y hueso— colg aron un let rerit o donde se lee Velá z quez , para que nadie descubra el aut é nt ico y secular m ilag ro de su inm ort alidad. Nadie escuchó con m ayor provecho que Debussy, los arpeg ios que las m anos t raslú cidas de la lluvia im provisan cont ra el t eclado de las persianas. Las f rases, las ideas de Proust , se desarrollan y se enroscan, com o las ang uilas que nadan en los acuarios; a veces def orm adas por un ef ect o de ref racció n, ot ras anudadas en acoplam ient os viscosos, siem pre envuelt as en esa at m ó sf era que t an solo se encuent ra en los acuarios y en el est ilo de Proust . ¡La “Olim pia” de Manet

est á

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enf erm a de “m al de Pot t ”!

¡Necesit a aire de m ar!... ¡Urg e que Goya la ex am ine!... En ning una hist oria se revive, com o en las irisaciones de los vidrios ant ig uos, la f ug az y em ocionant e hist oria de set ecient os m il crepú sculos y auroras. ¡Las lá g rim as lo corrom pen t odo! Part idarios insospechables de un “ré g im en m ej orado”, ¿t enem os derecho a reclam ar una “ley seca” para la poesí a... para una poesí a “ex t ra dry”, g ust o am ericano? Todo el t alent o del “douannier” Rousseau est ribó en la convicció n con que, a los sesent a añ os, f ue capaz de prenderse a un biberó n. La disecció n de los oj os de Monet hubiera dem Monet poseí a oj os de m osca; oj os f orz ados por oj it os que dist ing uen con nit idez los m á s sut iles m color pero que, siendo oj os aut ó nom os, perciben independient em ent e, sin alcanz ar una visió n conj unt o.

ost rado que innum erables at ices de un esos m at ices sint é t ica de

Las f rases de Oscar W ilde no necesit an red. ¡Lá st im a que al realiz ar sus m á s arriesg adas acrobacias, nos dej en la incert idum bre de su sex o! El cú m ulo de at orrant ism o y de burdel, de uso y abuso lim piabot as, de sensiblerí a eng om inada, de oj o en com pot a, ret obe y de t rist ez a sin raz ó n —allí est á la pam pa... m á s allá indio... la quena... el t am boril —que se esperez a y cant a en acordes del t ang o que im provisa cualquier lunf ardo.

de de el los

Es necesario procurarse una vest im ent a de radió g raf o ( que

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nos prot ej a del cont act o dem asiado brusco con lo sobrenat ural) , ant es de aprox im arnos a los rayos ult raviolet as que ilum inan los paisaj es de Pat inir. No hay crí t ico com parable al caj ó n de nuest ro escrit orio. Ent re ot ras... ¡la m á s irreduct ible disidencia ort og rá f ica! Ellos: Padecen t odaví a la superst ició n de las Mayú sculas. Nosot ros: Hace t iem po que escribim os: cult ura, art e, ciencia, m oral y, sobre t odo y ant e t odo, poesí a. Los cubist as com et ieron el error de creer que una m anz ana era un t em a m enos lit erario y f rug al que las nalg as de m adam e Recam ier. ¡Sin pie, no hay poesí a! —ex clam an alg unos. Com o si necesit á sem os de esa conf idencia para reconocerlos. Esos t int eros con un bust o de Volt aire, ¿no t endrá n un sig nif icado prof undo? ¿No habrá sido Volt aire una especie de Papa ( neg ro) de la t int a? En m ú sica, al pleonasm o se le denom ina: variació n. Seurat com puso j ug uet erí a.

los

m á s

adm irables

escaparat es

de

La prosa de Flaubert dest ila un sudor t an f rí o que nos oblig a a cam biarnos de cam iset a, si no podem os recurrir a su

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correspondencia. El silencio de los cuadros del Greco es un silencio ascé t ico, m aet erlinck iano, que alucina a los personaj es del Greco, les desequilibra la boca, les ex t raví a las pupilas, les diaf aniz a la nariz . Los bust os rom anos serí an incapaces de pensar si el t iem po no les hubiera dest roz ado la nariz . No hay que adm irar a W ag ner porque nos aburra alg una vez , sino a pesar de que nos aburra alg una vez . Europa com ienz a a int eresarse por nosot ros. ¡Disf raz ados con las plum as o el chiripá que nos at ribuye, alcanz arí am os un é x it o clam oroso! ¡Lá st im a que nuest ra sinceridad nos oblig ue a desilusionarla... a present arnos com o som os; aunque sea incapaz de dif erenciarnos... aunque est em os seg uros de la rechif la! Aunque la est ilog rá f ica t eng a rem iniscencias de lag rim at orio, ni los cocodrilos t ienen derecho a conf undir las lá g rim as con la t int a. Rená n es un hom bre t an bien educado que hast a cuando cree t ener raz ó n, pret ende dem ost rarnos que no la t iene. Las Venus g rieg as t ienen cuarent a y siet e pulsaciones. Las Ví rg enes españ olas, cient o t res. ¡Sepam os consolarnos! Si las m uj eres de Rubens pesaran 27 k ilos m enos, ya no podrí am os ex t asiarnos ant e los ref lej os

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nacarados de sus carnes desnudas. Lleg a un m om ent o en que aspiram os a escribir alg o peor. El om blig o no es un ó rg ano t an im port ant e com o im ag inan ust edes... ¡Señ ores poet as! ¿Est upidez ? ¿Ing enuidad? ¿Polí t ica? ... “Seam os arg ent inos”, g rit an alg unos... sin advert ir que la nacionalidad es alg o t an f at al com o la conf orm ació n de nuest ro esquelet o. Delat em os un onanism o m á s: el de iz ar la bandera cada cinco m inut os. Lo prim ero que nos enseñ an las t elas de Chardin es que, para lleg ar a la pulcrit ud, al reposo, a la sensat ez que alcanz ó Chardin, no hay m á s rem edio que resig narnos a pasar la vida en z apat illas. Facilí sim o haber previst o la m uert e de Apollinaire, dado que el cerebro de Apollinaire era una f á brica de pirot ecnia que const ant em ent e invent aba los m á s bellos j ueg os de art if icio, los cohet es de m á s lindo color, y era f at al que al prim ero que se le escapara ent re el f ang o de la t rinchera, una g ranada le rebanara el crá neo. Los esclavos m ig uelang elescos poseen un olor t an iodado, t an acre que, por m enos paladar que t eng am os bast a g ust arlo alg una vez para convencerse de que f ueron esculpidos por la rom pient e. ( No m e ref iero a los del Louvre; m odelados por el m ar, un dí a de esos en que f abrica m ereng ues sobre la arena.)

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¡La opinió n que se t endrá de nosot ros cuando só lo quede de nosot ros lo que perdura de la viej a China o del viej o Eg ipt o! ¡Im pong á m osnos ciert as norm as para volver a ex perim ent ar la com placencia ing enua de violarlas! La rehabilit ació n de la inf idelidad reclam a de nosot ros un candor sem ej ant e. ¡Ruboricé m onos de no poder ruboriz arnos y reinvent em os las prohibiciones que nos conveng an, ant es de que la libert ad alcance a esclaviz arnos com plet am ent e! El

cem ent o arm ado nos proporciona una sat isf acció n sem ej ant e a la de pasarnos la m ano por la cara, despué s de habernos af eit ado. ¡Los vidrios cat alanes y las est alact it as de Mallorca con que Ang lada prepara su palet a! Los cubist as salvaron a la pint ura de las corrient es de aire, de los rayos de sol que am enaz aban derret irla pero —al cerrar herm é t icam ent e las vent anas, que los im presionist as habí an abiert o en un ex ceso de ent usiasm o— le sum inist raron t al cú m ulo de recet as, una cant idad t an g rande de vent osas que poco f alt ó para que la asf ix iaran y la dej asen descarnada, com o un esquelet o. Hay poet as dem asiado inf lam ables. ¿Pasan unos senos recié n inaug urados? El cerebro se les incendia. ¡Com ienz a a salirles hum o de la cabez a! “La Maj a Vest ida” est á m á s desnuda que la “m aj a desnuda”. Las t elas de Velá z quez respiran a pleno pulm ó n; t ienen una buena t ensió n art erial, una t em perat ura norm al y una reacció n

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W asserm an neg at iva. ¡Q uié n hubiera previst o que las Venus g rieg as f uesen capaces de perder la cabez a! Hay acordes, hay f rases, hay ent onaciones en D' Annunz io que nos oblig an a perdonarle su “f iat t o”, su “bella voce”, sus act it udes de t enor. Az orí n ve la vida en dim inut ivo y la ex presa repit iendo lo dim inut ivo, hast a darnos la sensació n de la et ernidad. ¡El Art e es el peor enem ig o del art e!... un f et iche ant e el que of ician, arrodillados, quienes no son art ist as. Lo que m olest a m á s en Cé z anne es la t est arudez con que, delant e de un queso, se em peñ a en repet ir: “est o es un queso”. El espesor de las nalg as de Rabelais ex plica su opt im ism o. Una visió n com o la suya, requiere est ar m uellem ent e sent ada para im pedir que el esquelet o nos proporcione un preg ust o de m uert e. La arquit ect ura á rabe consig uió proporcionarle a la luz , la dulz ura y la volupt uosidad que adquiere la luz , en una boca ent reabiert a de m uj er. Hast a el advenim ient o de Hug o, nadie sospechó el esplendor, la am plit ud, el desarrollo, la sunt uosidad a que alcanz arí a el g enio del “cam elo”.

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Es t ant a la m ala educació n de Pió Baroj a, y es t an ing enua la volupt uosidad que sient e Pí o Baroj a en ser m al educado, que som os capaces de perdonarle la f alt a de educació n que sig nif ica llam arse: Pí o Baroj a. No hay que conf undir poesí a con vaselina; vig or, con cam iset a sucia. El est ilo de Barres es un est ilo de onda, un est ilo que acaba de salir de la peluquerí a. Lo ú nico que nos im pide creer que Saint Saens haya sido un g ran m ú sico, es haber escuchado la m ú sica de Saint Sá é ns. ¿Las Ví rg enes de Murillo? Com o ví rg enes, dem asiado m uj eres. Com o m uj eres, dem asiado ví rg enes. Todas las raz ones que t endrí am os para querer a Velá z quez , si la ú nica raz ó n del am or no consist iera en no t ener ning una. Los surt idores del Alham bra conservan la versió n m á s aut é nt ica de “Las m il y una noches”, y la m urm uran con la f resca m onot oní a que m erecen. Si Rubé n no hubiera poseí do unas m anos t an f inas!... ¡Si no se las hubiese m irado t ant o al escribir!...

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La variedad de cicut a con que Só crat es se envenenó llam aba “Conó cet e a t i m ism o”.

se

¡Cuidado con las nuevas recet as y con los nuevos bot icarios! ¡Cuidado con las decoraciones y “la couleur ló cale”! ¡Cuidado con los anacronism os que se disf raz an de aviador! ¡Cuidado con el ex cesivo dandysm o de la indum ent aria londinense! ¡Cuidado — sobre t odo— con los que g rit an: “¡Cuidado!” cada cinco m inut os! Ning ú n at erriz aj e m á s em ocionant e que el “at erriz aj e” f orz oso de la Vict oria de Sam ot racia. Goya g rababa, com o si “ent rara a m at ar”. El est ilo de Rená n se resient e de la f laccidez y olor a sacrist í a de sus m anos... dem asiado af icionadas “a lavarse las m anos”. La Gioconda es la ú nica m uj er vivient e que sonrí e com o alg unas m uj eres despué s de m uert as. Nada puede darnos una cert idum bre m á s sensual y un convencim ient o t an palpable del orig en divino de la vida, com o el vient re recié n f ecundado de la Venus de Milo. El problem a m á s g rave que Goya resolvió al pint ar sus t apices, f ue el dosaj e de az ú car; un t erró n m á s y só lo hubieran podido usarse com o t apas de bom boneras. Los riz os, las ondulaciones, los t em as “im perdibles” y, sobre t odo, el olor a “vera violet t a” de las m elodí as it alianas.

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Así com o un est iló m aduro nos inst ruye —a t ravé s de una descripció n de J erusalé n— del g est o con que el aut or se anuda la corbat a, no ex ist irá un art e nacional m ient ras no sepam os pint ar un paisaj e norueg o con un inconf undible sabor a carbonada. ¿Por qué no adm it ir que una g allina pong a un t rasat lá nt ico, si creem os en la ex ist encia de Rim baud, sabio, vident e y poet a a los 12 añ os? ¡El encarniz am ient o con que hundió sus pit ones, el t oro aqué l, que m at ó a t odos los Crist os españ oles! Rodin conf undió caricia con inspiració n; “at elier” con alcoba.

m odelado;

J am á s ex ist irá n caballos capaces de t irar que violent en, m á s rot undam ent e, las leyes posean, al m ism o t iem po, un concept o m á com posició n, que el par de pat adas que percherones de Paolo Uccello.

espasm o

con

un par de pat adas de la perspect iva y s equilibrado de la t iran los heroicos

Nos aprox im am os a los ret rat os del Greco, con el propó sit o de sorprender las sang uij uelas que se ocult an en los replieg ues de sus g olillas. Un libro debe const ruirse com o un reloj , y venderse com o un salchichó n. Con la poesí a sucede lo m ism o que con las m uj eres: lleg a un m om ent o en que la ú nica act it ud respet uosa consist e en levant arles la pollera.

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Los crí t icos olvidan, con dem asiada f recuencia, que una cosa es cacarear, ot ra, poner el huevo. Trasladar al plano de la creació n la f ervorosa volupt uosidad con que, durant e nuest ra inf ancia, rom pim os a pedradas t odos los f aroles del vecindario. ¡Si buena part e de nuest ros poet as se convenciera de que la t art am udez es pref erible al plag io! Tant o en art e, com o en ciencia, hay que buscarle las siet e pat as al g at o. El barroco necesit ó cruz ar el At lá nt ico en busca del t ró pico y de la selva para adquirir la ing enuidad candorosa y llena de f ast o que ost ent a en Am é rica. ¿Có m o dej ar de adm irarla prodig alidad y la perf ecció n con que la m ayorí a de nuest ros poet as log ra el prest ig io de realiz ar el vací o absolut o? A f uerz a de g rit ar socorro se corre el riesg o de perder la voz . En los m apas incunables, Á f rica es una serie de islas aisladas, pero los vient os hinchan sus cachet es en t odas direcciones. Los paré nt esis de Faulk ner son cá rceles de neg ros. Est am os t an pervert idos que la inhabilidad de lo ing enuo nos parece el “sum un” del art e.

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La ex periencia es la enf erm edad que of rece el m enor pelig ro de cont ag io. En vez de recurrir al w hisk y, Turner se em borracha de crepú sculo. Las m uj eres m odernas olvidan que para desvest irse desvest irlas se requiere un m í nim o de indum ent aria.

y

La vida es un larg o em brut ecim ient o. La cost um bre nos t ej e, diariam ent e, una t elarañ a en las pupilas; poco a poco nos aprisiona la sint ax is, el diccionario; los m osquit os pueden volar t ocando la cornet a, carecem os del coraj e de llam arlos arcá ng eles, y cuando deseam os viaj ar nos dirig im os a una ag encia de vapores en vez de m et am orf osear una silla en un t rasat lá nt ico. Ning ú n St radivarius com parable en f orm a, ni en resonancia, a las caderas de ciert as coleg ialas. ¿Ex ist e un llam ado t an m usicalm ent e em ocionant e com o el de la llam arada de la enorm e g asa que ag it a Isolda, reclam ando desesperadam ent e la presencia de Trist á n? Aunque ellos m ism os lo ig noren, ning ú n creador escribe para los ot ros, ni para sí m ism o, ni m ucho m enos, para sat isf acer un anhelo de creació n, sino porque no puede dej ar de escribir. Ant e la ex quisit ez del idiom a f rancé s, es com prensible la at racció n que ej erce la palabra “m erde”. El adult erio se ha g eneraliz ado t ant o que urg e rehabilit arlo o,

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por lo m enos, cam biarle de nom bre. Las dist ancias se han acort ado t ant o que la ausencia y la nost alg ia han perdido su sent ido. Tras t odo cuadro españ ol se presient e una danz a m acabra. Lo prodig ioso no es que Van Gog h se haya cort ado una orej a, sino que conservara la ot ra. La poesí a siem pre es lo ot ro, aquello que t odos ig noran hast a que lo descubre un verdadero poet a. Hast a Darí o no ex ist í a un idiom a t an rudo y m alolient e com o el españ ol. Seg ura de saber donde se hospeda la poesí a, ex ist e siem pre una m ult it ud im pacient e y apresurada que corre en su busca pero, al lleg ar donde le han dicho que se aloj a y preg unt ar por ella, invariablem ent e se le cont est a: Se ha m udado. Só lo despué s de arroj arlo t odo por la borda som os capaces de ascender hacia nuest ra propia nada. La serie de sarcó f ag os que encerraban a las m om ias eg ipcias, son el desaf í o m á s perecedero y vano de la vida ant e el poder de la m uert e. Los pint ores chinos no pint an la nat uralez a, la sueñ an.

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Hast a la aparició n de Rem brandt nadie sospechó que la luz alcanz arí a la dram at icidad e inag ot able variedad de conf lict os de las t rag edias shak espearianas. Aspiram os a ser lo que aut é nt icam ent e som os, pero a m edida que creem os log rarlo, nos invade el hart az g o de lo que realm ent e som os. Am bicionam os no plag iarnos ni a nosot ros m ism os, a ser siem pre dist int os, a renovarnos en cada poem a, pero a m edida que se acum ulan y f orm an nuest ra escuet a o f rondosa producció n, debem os reconocer que a lo larg o de nuest ra ex ist encia hem os escrit o un solo y ú nico poem a.

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E S P A N T A P Á J A R O S ( AL ALCANCE DE TODOS) 1932

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1 No se m e im port a un pit o que las m uj eres t eng an los senos com o m ag nolias o com o pasas de hig o; un cut is de duraz no o de papel de lij a. Le doy una im port ancia ig ual a cero, al hecho de que am anez can con un alient o af rodisí aco o con un alient o insect icida. Soy perf ect am ent e capaz de soport arles una nariz que sacarí a el prim er prem io en una ex posició n de z anahorias; ¡pero eso sí ! —y en est o soy irreduct ible— no les perdono, baj o ning ú n pret ex t o, que no sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el t iem po las que pret endan seducirm e! É st a f ue —y no ot ra— la raz ó n de que m e enam orase, t an locam ent e, de Marí a Luisa. ¿Q ué m e im port aban sus labios por ent reg as y sus encelos sulf urosos? ¿Q ué m e im port aban sus ex t rem idades de palm í pedo y sus m iradas de pronó st ico reservado? ¡Marí a Luisa era una verdadera plum a! Desde el am anecer volaba del dorm it orio a la cocina, volaba del com edor a la despensa. Volando m e preparaba el bañ o, la cam isa. Volando realiz aba sus com pras, sus quehaceres. ¡Con qué im paciencia yo esperaba que volviese, volando, de alg ú n paseo por los alrededores! Allí lej os, perdido ent re las nubes, un punt it o rosado. “¡Marí a Luisa! ¡Marí a Luisa!”... y a los pocos seg undos, ya m e abraz aba con sus piernas de plum a, para llevarm e, volando, a cualquier part e. Durant e k iló m et ros de silencio planeá bam os una caricia que nos aprox im aba al paraí so; durant e horas ent eras nos anidá bam os en una nube, com o dos á ng eles, y de repent e, en t irabuz ó n, en hoj a m uert a, el at erriz aj e f orz oso de un espasm o. ¡Q ué delicia la de t ener una m uj er t an lig era..., aunque nos hag a ver, de vez en cuando, las est rellas! ¡Q ué volupt uosidad la de pasarse los dí as ent re las nubes la de pasarse las noches de un solo vuelo! Despué s de conocer una m uj er et é rea, ¿puede brindarnos alg una clase de at ract ivos una m uj er t errest re? ¿Verdad que no

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hay una dif erencia sust ancial ent re vivir con una vaca o con una m uj er que t eng a las nalg as a set ent a y ocho cent í m et ros del suelo? Yo, por lo m enos, soy incapaz de com prender la seducció n de una m uj er pedest re, y por m á s em peñ o que pong a en concebirlo, no m e es posible ni t an siquiera im ag inar que pueda hacerse el am or m á s que volando.

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2 J am á s se habí a oí do el m enor roce de cadenas. Las bot ellas no m anif est aban ning ú n deseo de incorporarse. Al dí a sig uient e de colocar un bot ó n sobre una m esa, se le encont raba en el m ism o sit io. El vino y los ret rat os envej ecí an con dig nidad. Era posible af eit arse ant e cualquier espej o, sin que se rasg ara a la alt ura de la caró t ida; pero bast aba que un invit ado t ocase la cam panilla y penet rara en el vest í bulo, para que com et iese los m á s g randes descuidos; alg una de esas dist racciones im perdonables, que pueden conducirnos hast a el suicidio. En el act o de ent reg ar su t arj et a, por ej em plo, los visit ant es se sacaban los pant alones, y ant es de ser int roducidos en el saló n, se subí an hast a el om blig o los f aldones de la cam isa. Al ir a saludar a la dueñ a de casa, una f uerz a irresist ible los oblig aba a sonarse las narices con los visillos, y al querer preg unt arle por su m arido, le preg unt aban por sus dient es post iz os. A pesar de un enorm e esf uerz o de volunt ad, nadie lleg aba a dom inar la t ent ació n de repet ir: “Cuernos de vaca”, si alg uien se ref erí a a las señ orit as de la casa, y cuando é st as of recí an una t az a de t é , los invit ados se colg aban de las arañ as, para reprim ir el deseo de m orderles las pant orrillas. El m ism o em baj ador de Ing lat erra, un ing lé s reseco en el prot ocolo, con un big ot e usado, com o uno de esos cepillos de dient es que se ut iliz an para em bet unar los bot ines, en vez de acept ar la copa de cham pag ne que le brindaban, se arrodilló en m edio del saló n para olf at ear las f lores de la alf om bra, y despué s de aprox im arse a un pedest al, levant ó la pat a com o un perro.

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3 Nunca he dej ado de llevar la vida hum ilde que puede perm it irse un m odest o em pleado de correos. ¡Pues! m i m uj er — que t iene la m aní a de pensar en voz alt a y de decir t odo lo que le pasa por la cabez a— se em peñ a en at ribuirm e los dest inos m á s absurdos que pueden im ag inarse. Ahora m ism o, m ient ras leí a los diarios de la t arde, m e preg unt ó sin ning una clase de preá m bulos: “¿Por qué no abandonast e el g at o y el hog ar? ¡Ha de ser t an lindo em barcarse en una f rag at a!... Durant e las noches de luna, los m arineros se reú nen sobre cubiert a. Alg unos t ocan el acordeó n, ot ros acarician una m uj er de g om a. Tú f um as la pipa en com pañ í a de un am ig o. El m ar t e ha endurecido las pupilas. Has vist o dem asiados at ardeceres. ¿Con qué puert o, con qué ciudad no t e has acost ado alg una noche? ¿Las velas será n capaces de brindart e un horiz ont e nuevo? Un dí a en que la calm a ya es una m aldició n, baj as a t u cuchet a, desanudas un pañ uelo de seda, t e ahorcas con una t renz a de m uj er.” Y no cont ent a con hacerm e naveg ar por t odo el m undo, cuando hace diecisé is añ os que est oy anclado en el correo: “¿Recuerdas las que t ení a cuando m e conocist e? ... En ese t iem po m e im ag inaba que serí as soldado y m is pez ones se incendiaban al pensar que t endrí as un pecho á spero, com o un f elpudo. “Eras f uert e. Escalast e los m uros de un m onast erio. Te acost ast e con la abadesa. La dej ast e preñ ada. ¿A qué t iem po, a qué nació n pert enece t u hist oria? ... Te has j ug ado la vida t ant as veces, que posees un olor a baraj as usadas. ¡Con qué avidez , con qué t ernura yo t e besaba las heridas! Eras brut al. Eras t acit urno. Te g ust aban los quesos que saben a verij a de sá t iro... y la prim era noche, al poseerm e, m e dest roz ast e el espinaz o en el respaldo de la cam a.” Y com o m e dispusiera a dem ost rarle que lej os de com et er esas barbaridades, no he am bicionado, durant e t oda m i

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ex ist encia, m á s que ing resar en el Club Social de Vé lez Sá rsf ield: “Ahora t e veo arrodillado en una ig lesia con olor a bodeg a. “Mí rat e las m anos; só lo sirven para hoj ear m isales. Tu hum ildad es t an g rande que t e averg ü enz as de t u purez a, de t u sabidurí a. Te hincas, a cada inst ant e para besar las hoj as que se quej an y que suspiran. Cuando una m uj er t e m ira, baj as los pá rpados y t e sient es desnudo. Tu sudor es g rat o a las prost it ut as y a los perros. Te g ust a cam inar, con f iebre, baj o la lluvia. Te g ust a acost art e, en pleno cam po, a m irar las est rellas... “Una noche —en que t e hallas con Dios— ent ras en un est ablo, sin que nadie t e vea, y t e est iras sobre la paj a, para m orir abraz ado al pescuez o de alg una vaca...”

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4 Abandoné las caram bolas por el calam bur, los m adrig ales por los m am boret á s, los ent reveros por los ent ret elones, los invert idos por los invert ebrados. Dej é la sociabilidad a causa de los soció log os, de los solist as, de-los sodom it as, de los solit arios. No quise saber nada con los prost á t icos. Pref erí el sublim ado a lo sublim e. Lo edif icant e a lo edif icado. Mi repulsió n hacia los parent escos m e hiz o eludir los padrinaz g os, los padrenuest ros. Conj uré las conj uraciones m á s concom it ant es con las conj ug aciones conyug ales. Fui cé libe, con el m ism o am or propio con que hubiese sido parag uas. A pesar de m is predilecciones, t uve que dist anciarm e de los cont rabandist as y de los cont rabaj os; pero int im é , en cam bio, con la f lag elació n, con los f lam encos. Lo irreduct ible m e seduj o un inst ant e. Creí , con una buena f e de volunt ario, en la m ineralog í a y en los m inot auros. ¿Por qué raz ó n los m it os no repoblarí an la aridez de nuest ras circunvoluciones? Durant e varios sig los, la f elicidad, la f ecundidad, la f ilosof í a, la f ort una, ¿no se hospedaron en una piedra? ¡Mi inept it ud lleg ó a conf undir a un coronel con un t erm ó m et ro! Renuncié a las sociedades de benef icencia, a los ej ercicios respirat orios, a la f ranela. Aprendí de m em oria el horario de los t renes que no t om arí a nunca. Poco a poco m e seduj eron el recat o y el bacalao. No consent í ning una concom it ancia con la concupiscencia, con la const ipació n. Fui m et odist a, m alabarist a, m onog am ist a. Am é las cont radicciones, las cont rariedades, los cont rasent idos... y caí en el g at ism o, con una violencia de g at illo.

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5 En cualquier part e donde nos encont rem os, a t oda hora del dí a o de la noche, ¡m iem bros de la f am ilia! Parient es m á s o m enos lej anos, pero con una ascendencia idé nt ica a la nuest ra. ¿Cualquier g at o se asom a a la vent ana y se lam e las nalg as? ... ¡Los m ism os oj os de t í a Carolina! ¿El caballo de un carro resbala sobre el asf alt o? ... ¡Los dient es un poco am arillent os de m i abuelo J osé Marí a! ¡Lindo prog ram a el de encont rar parient es a cada paso! ¡El de ser un t í o a quien lo t om an por prim o a cada inst ant e! Y lo peor, es que los ví nculos de consang uinidad no se det ienen en la escala z ooló g ica. La cert idum bre del orig en com ú n de las especies f ort alece t ant o nuest ra m em oria, que el lí m it e de los reinos desaparece y nos sent im os t an cerca de los herbí voros com o de los crist aliz ados o de los f ariná ceos. Siet e, set ent a o set ecient as g eneraciones t erm inan por parecer-nos lo m ism o, y ( aunque las apariencias sean dist int as) nos dam os cuent a de que t enem os t ant o de cam ello, com o de z anahoria. Despué s de g alopar nueve leg uas de pam pa, nos sent am os ant e la hum areda del puchero. Tres bocados... y el esó f ag o se nos anuda. Hará un perí odo g eoló g ico; est e z apallo, ¿no serí a un hij o de nuest ro papá ? Los g arbanz os t ienen un g ust it o a paraí so, ¡pero si result ara que est am os devorando a nuest ros propios herm anos! A m edida que nuest ra ex ist encia se conf unde con la ex ist encia de cuant o nos rodea, se int ensif ica m á s el t error de perj udicar a alg ú n m iem bro de la f am ilia. Poco a poco, la vida se t ransf orm a en un cont inuo sobresalt o. Los rem ordim ient os que nos corroen la conciencia, lleg an a ent orpecer las f unciones m á s im post erg ables del cuerpo y del espí rit u. Ant es de m over un braz o, de est irar una pierna, pensam os en las consecuencias que ese g est o puede t ener, para t oda la parent ela. Cada dí a que pasa nos es m á s dif í cil alim ent arnos, nos es m á s dif í cil respirar, hast a que lleg a un m om ent o en que no hay ot ra escapat oria que la de

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opt ar, y resig narnos a com et er t odos los incest os, t odos los asesinat os, t odas las crueldades, o ser, sim ple y hum ildem ent e, una ví ct im a de la f am ilia.

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6 Mis nervios desaf inan con la m ism a f recuencia que m is prim as. Si por casualidad, cuando m e acuest o, dej o de at arm e a los barrot es de la cam a, a los quince m inut os m e despiert o, indef ect iblem ent e, sobre el t echo de m i ropero. En ese cuart o de hora, sin em barg o, he t enido t iem po de est rang ular a m is herm anos, de arroj arm e a alg ú n precipicio y de quedar colg ado de las ram as de un espinillo. Mi dig est ió n invent a una cant idad de crust á ceos, que se ent ret ienen en perf orarm e el int est ino. Desde la inf ancia, necesit o que m e desabrochen los t iradores, ant es de sent arm e en alg una part e, y es rarí sim o que pueda sonarm e la nariz sin encont rar en el pañ uelo un cadá ver de cucaracha. Todaví a, cuando lloviz na, m e duele la pierna que m e am put aron hace t res añ os. Mi riñ ó n derecho es un m aní . Mi riñ ó n iz quierdo se encuent ra en el m useo de la Facult ad de Medicina. Soy polig lot a y t art am udo. He perdido, a la lot erí a, hast a las uñ as de los pies, y en el inst ant e de f irm ar m i act a m at rim onial, m e di cuent a que m e habí a casado con una cacat ú a. Las m á rg enes de los libros no son capaces de encauz ar m i aburrim ient o y m i dolor. Hast a las ideas m á s opt im ist as t om an un coche f ú nebre para pasearse por m i cerebro. Me repug na el bost ez o de las cam as deshechas, no sient o ning una propensió n por em pollarle los senos a las m uj eres y m e enf erm a que los bot icarios se equivoquen con t an poca f recuencia en los preparados de est ricnina. En est as condiciones, creo sinceram ent e que lo m ej or es t rag arse una cá psula de dinam it a y encender, con t oda t ranquilidad, un cig arrillo.

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7 ¡Todo era am or... am or! No habí a nada m á s que am or. En t odas part es se encont raba am or. No se podí a hablar m á s que de am or. Am or pasado por ag ua, a la vainilla, am or al port ador, am or a plaz os. Am or analiz able, analiz ado. Am or ult ram arino. Am or ecuest re. Am or de cart ó n piedra, am or con leche... lleno de prevenciones, de prevent ivos; lleno de cort ocircuit os, de cort apisas. Am or con una g ran M, con una M m ayú scula, chorreado de m ereng ue, cubiert o de f lores blancas... Am or esperm at oz oico, esperant ist a. Am or desinf ect ado, am or unt uoso... Am or con sus accesorios, con sus repuest os; con sus f alt as de punt ualidad, de ort og raf í a; con sus int errupciones cardí acas y t elef ó nicas. Am or que incendia el coraz ó n de los orang ut anes, de los bom beros. Am or que ex alt a el cant o de las ranas baj o las ram as, que arranca los bot ones de los bot ines, que se alim ent a de encelo y de ensalada. Am or im post erg able y am or im puest o. Am or, incandescent e -y am or incaut o. Am or indef orm able. Am or desnudo. Am or-am or que es, sim plem ent e, am or. Am or y am or... ¡y nada m á s que am or!

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8 Yo no t eng o una personalidad; yo soy un cock t ail, un cong lom erado, una m anif est ació n de personalidades. En m í , la personalidad es una especie de f urunculosis aní m ica en est ado cró nico de erupció n; no pasa m edia hora sin que m e naz ca una nueva personalidad. Desde que est oy conm ig o m ism o, es t al la ag lom eració n de las que m e rodean, que m i casa parece el consult orio de una quirom á nt ica de m oda. Hay personalidades en t odas part es: en el vest í bulo, en el corredor, en la cocina, hast a en el W . C. ¡Im posible log rar un m om ent o de t reg ua, de descanso! ¡Im posible saber cuá l es la verdadera! Aunque m e veo f orz ado a convivir en la prom iscuidad m á s absolut a con t odas ellas, no m e convenz o de que m e pert enez can. ¿Q ué clase de cont act o pueden t ener conm ig o —m e preg unt o— t odas est as personalidades inconf esables, que harí an ruboriz ar a un carnicero? ¿Habré de perm it ir que se m e ident if ique, por ej em plo, con est e pederast a m archit o que no t uvo ni el coraj e de realiz arse, o con est e cret inoide cuya sonrisa es capaz de cong elar una locom ot ora? El hecho de que se hospeden en m i cuerpo es suf icient e, sin em barg o, para enf erm arse de indig nació n. Ya que no puedo ig norar su ex ist encia, quisiera oblig arlas a que se ocult en en los replieg ues m á s prof undos de m i cerebro. Pero son de una pet ulancia... de un eg oí sm o... de una f alt a de t act o... Hast a las personalidades m á s insig nif icant es se dan unos aires de t rasat lá nt ico. Todas, sin ning una clase de ex cepció n, se consideran con derecho a m anif est ar un desprecio olí m pico por las ot ras, y nat uralm ent e, hay peleas, conf lict os de t oda especie, discusiones que no t erm inan nunca. En vez de cont em poriz ar, ya que t ienen que vivir j unt as, ¡pues no señ or!, cada una pret ende im poner su volunt ad, sin t om ar en cuent a las opiniones y los g ust os de las dem á s. Si alg una t iene una ocurrencia, que m e

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hace reí r a carcaj adas, en el act o sale cualquier ot ra, proponié ndom e un paseí t o al cem ent erio. Ni bien aqué lla desea que m e acuest e con t odas las m uj eres de la ciudad, é st a se em peñ a en dem ost rarm e las vent aj as de la abst inencia, y m ient ras una abusa de la noche y no m e dej a dorm ir hast a la m adrug ada, la ot ra m e despiert a con el am anecer y ex ig e que m e levant e j unt o con las g allinas. Mi vida result a así una preñ ez de posibilidades que no se realiz an nunca, una ex plosió n de f uerz as encont radas que se ent rechocan y se dest ruyen m ut uam ent e. El hecho de t om ar la m enor det erm inació n m e cuest a un t al cú m ulo de dif icult ades, ant es de com et er el act o m á s insig nif icant e necesit o poner t ant as personalidades de acuerdo, que pref iero renunciar a cualquier cosa y esperar que se ex t enú en discut iendo lo que han de hacer con m i persona, para t ener, al m enos, la sat isf acció n de m andarlas a t odas j unt as a la m ierda.

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9 ¿Nos olvidam os, a veces, de nuest ra som bra o es que nuest ra som bra nos abandona de vez en cuando? Hem os abiert o las vent anas de siem pre. Hem os encendido las m ism as lá m paras. Hem os subido las escaleras de cada noche, y sin em barg o han pasado las horas, las sem anas ent eras, sin que not em os su presencia. Una t arde, al at ravesar una plaz a, nos sent am os en alg ú n banco. Sobre las piedrit as del cam ino describim os, con el reg at ó n de nuest ro parag uas, la m it ad de una circunf erencia. ¿Pensam os en alg uien que est á ausent e? ¿Buscam os, en nuest ra m em oria, un recuerdo perdido? En t odo caso, nuest ra at enció n se encuent ra en t odas part es y en ning una, hast a que,de repent e advert im os un est rem ecim ient o a nuest ros pies, y al averig uar de qué proviene, nos encont ram os con nuest ra som bra. ¿Será posible que hayam os vivido j unt o a ella sin habernos dado cuent a de su ex ist encia? ¿La habrem os ex t raviado al doblar una esquina, al at ravesar una m ult it ud? ¿O f ue ella quien nos abandonó , para olf at ear t odas las ot ras som bras de la calle? La t ernura que nos inf unde su presencia es dem asiado g rande para que nos preocupe la cont est ació n a esas preg unt as. Q uisié ram os acariciarla com o a un perro, quisié ram os carg arla para que durm iera en nuest ros braz os, y es t al la sat isf acció n de que nos acom pañ e al reg resar a nuest ra casa, que t odas las preocupaciones que t om am os con ella nos parecen insuf icient es. Ant es de at ravesar las bocacalles esperam os que no circule ning una clase de vehí culo. En vez de subir las escaleras, t om am os el ascensor, para im pedir que los escalones le f ract uren el espinaz o. Al circular de un cuart o a ot ro, evit am os que se last im e en las arist as de los m uebles, y cuando lleg a la hora de acost arnos, la cubrim os com o si f uese una m uj er, para sent irla bien cerca de nosot ros, para que duerm a t oda la noche a nuest ro lado.

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10 ¿Result ará m á s prá ct ico dot arse dé una epiderm is de verrug a que adquirir una psicolog í a de colm illo cariado? Aunque ya han t ranscurrido m uchos añ os, lo recuerdo perf ect am ent e. Acababa de f orm ularm e est a preg unt a, cuando un t ranví a m e susurró al pasar: “¡En la vida hay que sublim arlo t odo... no hay que dej ar nada sin sublim ar!” Dif í cilm ent e ot ra revelació n m e hubiese encandilado con m á s violencia: f ue com o si m e enf ocaran, de pront o, t odos los ref lect ores de la escuadra brit á nica. Recié n m e ilum inaba t ant a sabidurí a, cuando em pecé a sublim ar, cuando ya lo sublim aba t odo, con un ent usiasm o de rem at ador... de rem at ador sublim e, se sobreent iende. Desde ent onces la vida t iene un sig nif icado dist int o para m í . Lo que ant es m e result aba g rot esco o delez nable, ahora m e parece sublim e. Lo que hast a ese m om ent o m e producí a hast í o o repug nancia, ahora m e precipit a en un colapso de f elicidad que m e hace encont rar sublim e lo que sea: de los escarbadient es a los g iros post ales, del adult erio al escorbut o. ¡Ah, la beat it ud de vivir en plena sublim idad, y el cont ent o de com probar que uno m ism o es un peat ó n af rodisí aco, lleno de f uerz a, de vit alidad, de seducció n; lleno de sent im ient os incandescent es, lleno de sex os indef orm ables; de t odos los calibres, de t odas las especies: sex os con m ú sica, sin desf allecim ient os, de percusió n! Bí pedo im plum e, pero barbado con una barba elect rocut ant e, indescif rable. ¡Ciudadano g enial — ¡m uchí sim o m á s g enial que ciudadano!— con ideas em budo, am et ralladoras, cascabel; con ideas que disponen de t odos los vehí culos ex ist ent es, desde la int uició n a los z ancos! ¡Mam ó n que usuf ruct ú a de un t em peram ent o devast ador y reconst it uyent e, capaz de enam orarse al inf rarroj o, de soldar ví nculos aut ó g enos de una sola m irada, de dej ar encint a una g ruesa de coleg ialas con el dedo m eñ ique!.... ¡Pensar que ant es de sublim arlo t odo, sent í a í m pet us de

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suicidarm e ant e cualquier espej o y que m e ha bast ado encarar las cosas en sublim e, para reconocerm e dueñ o de m illares de señ oras et é reas, que revolot ean y se posan sobre cualquier cornisa, con el propó sit o de darm e docenas y docenas de hij os, de cat orce m et ros de est at ura; g randes bebé s m achos y rubicundos, con una cant idad de cost illas m ucho m ayor que la reg lam ent aria, a pesar de t ener herm anas g em elas y af rodisí acas!... Q ue ot ros pract iquen —si les diviert e— idiosincrasias de f elpudo. Q ue ot ros t eng an para las cosas una sonrisa de serrucho, una m irada de charol. Yo he opt ado, def init ivam ent e, por lo sublim e y sé , por ex periencia propia, que en la vida no hay m á s solució n que la de sublim ar, que la de m irarlo y resolverlo t odo, desde el punt o de vist a de la sublim idad.

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11 Si hubiera sospechado lo que se oye despué s de m uert o, no m e suicido. Apenas se desvanece la m usiquit a que nos echó a perder los ú lt im os m om ent os y cerram os los oj os para dorm ir la et ernidad, em piez an las discusiones y las escenas de f am ilia. ¡Q ué desconocim ient o de las f orm as! ¡Q ué carencia absolut a de com post ura! ¡Q ué ig norancia de lo que es bien m orir! Ni un convent illo de calabreses m alcasados, en plena cat á st rof e conyug al, darí a una noció n aprox im ada de las bat aholas que se producen a cada inst ant e. Mient ras alg ú n vecino pat alea dent ro de su caj ó n, los de al lado se insult an com o carreros, y al m ism o t iem po que resuena un est ruendo a m udanz a, se oyen las carcaj adas de los que habit an en la t um ba de enf rent e. Cualquier cadá ver se considera con el derecho de m anif est ar a g rit os los deseos que habí a log rado reprim ir durant e t oda su ex ist encia de ciudadano, y no cont ent o con ent erarnos de sus m ez quindades, de sus inf am ias, a los cinco m inut os de hallarnos inst alados en nuest ro nicho, nos int erioriz a de lo que opinan sobre nosot ros t odos los habit ant es del cem ent erio. De nada sirve que nos t apem os las orej as. Los com ent arios, las risit as iró nicas, los cascot es que caen de no se sabe dó nde, nos at orm ent an en t al f orm a los m inut os del dí a y del insom nio, que nos dan g anas de suicidarnos nuevam ent e. Aunque parez ca m ent ira —esas hum illaciones— ese cont inuo est ruendo result a m il veces pref erible a los m om ent os de calm a y de silencio. Por lo com ú n, é st os sobrevienen con una brusquedad de sí ncope. De pront o, sin el m enor indicio, caem os en el vací o. Im posible asirse a alg una cosa, encont rar una asperosidad a que af errarse. La caí da no t iene t é rm ino. El silencio hace sonar su diapasó n. La at m ó sf era se rarif ica cada vez m á s, y el m enor ruidit o: una uñ a, un cart í lag o que se cae, la f alang e de un dedo

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que se desprende, ret um ba, se am plif ica, choca y rebot a en los obst á culos que encuent ra, se am alg am a con t odos los ecos que persist en; y cuando parece que ya se va a ex t ing uir, y cerram os los oj os despacit o para que no se oig a ni el roce de nuest ros pá rpados, resuena un nuevo ruido que nos espant a el sueñ o para siem pre. ¡Ah, si yo hubiera sabido que la m uert e es un paí s donde no se puede vivir!

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12 Se m iran, se presient en, se desean, se acarician, se besan, se desnudan, se respiran, se acuest an, se olf at ean, se penet ran, se chupan, se dem udan, se adorm ecen, despiert an, se ilum inan, se codician, se palpan, se f ascinan, se m ast ican, se g ust an, se babean, se conf unden, se acoplan, se disg reg an, se alet arg an, f allecen, se reint eg ran, se dist ienden, se enarcan, se m enean, se ret uercen, se est iran, se caldean, se est rang ulan, se apriet an, se est rem ecen, se t ant ean, se j unt an, desf allecen, se repelen, se enervan, se apet ecen, se acom et en, se enlaz an, se ent rechocan, se ag az apan, se apresan, se dislocan, se perf oran, se incrust an, se acribillan, se rem achan, se inj ert an, se at ornillan, se desm ayan, reviven, resplandecen, se cont em plan, se inf lam an, se enloquecen, se derrit en, se sueldan, se calcinan, se desg arran, se m uerden, se asesinan, resucit an, se buscan, se ref rieg an, se rehuyen, se evaden y se ent reg an.

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13 Hay dí as en que yo no soy m á s que una pat ada, ú nicam ent e una pat ada. ¿Pasa una m ot ociclet a? ¡Gol!... en la vent ana de un quint o piso. ¿Se det iene una calva? ... Allá va por el aire hast a ensart arse en alg ú n pararrayos. ¿Un aut om ó vil f rena al lleg ar a una esquina? Inst alado de una sola pat ada en alg una buhardilla. ¡Al t rast e con los f rascos de las f arm acias, con los art ef act os de luz elé ct rica, con los nú m eros de las puert as de calle!. Cuando com ienz o a dar pat adas, es inú t il que quiera cont enerm e. Necesit o derrum bar las cornisas, los m ing it orios, los t ranví as. Necesit o ent rar —¡a pat adas!— en los escaparat es y sacar —¡a pat adas!— t odos los m aniquí es a la calle. No log ro t ranquiliz arm e, est ar cont ent o, hast a que, no dest ruyo las obras de salubridad, los edif icios pú blicos. Nada m e sat isf ace t ant o com o hacer est allar, de una pat ada, los g asó m et ros y los arcos volt aicos. Pref erirí a m orir ant es que renunciar a que los f aroles describan una t rayect oria de cohet e y caig an, pat as arriba, ent re los braz os de los á rboles. A pat adas con el cuerpo de bom beros, con las f lores art if iciales, con el bicarbonat o. A pat adas con los depó sit os de ag ua, con las m uj eres preñ adas, con los t ubos de ensayo. Fam ilias disuelt as de una sola pat ada; cooperat ivas de consum o, f á bricas de calz ado; g ent e que no ha podido aseg urarse, que ni siquiera t uvo t iem po de cam biarle el ag ua a las aceit unas... a los pececillos de color...

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14 Mi abuela —que no era t uert a— m e decí a: “Las m uj eres cuest an dem asiado t rabaj o o no valen la pena. ¡Puebla t u sueñ o con las que t e g ust en y será n t uyas m ient ras descansas! “No t e lim pies los dient es, por lo m enos, con los sex os usados. Rehuye, dent ro de lo posible, las enf erm edades vené reas, pero si alg una vez necesit as opt ar ent re un prem io a la virt ud y la sí f ilis, no t repides un solo inst ant e: ¡El m ercurio es m ucho m enos pesado que la abst inencia! “Cuando unas nalg as t e sonrí an, no se lo conf í es ni a los g at os. Recuerda que nunca encont rará s un sit io m ej or donde m et er la leng ua que t u propio bolsillo, y que vale m á s un sex o en la m ano que cien volando.” Pero a m i abuela le g ust aba cont radecirse, y despué s de pedirm e que le buscase los ant eoj os que t ení a sobre la f rent e, ag reg aba con voz de dag uerrot ipo: “La vida —t e lo dig o por ex periencia— es un larg o em brut ecim ient o. Ya ves en el est ado y en el est ilo en que se encuent ra t u pobre abuela. ¡Si no f uese por la esperanz a de ver un poco m ej or despué s de m uert a!... “La cost um bre nos t ej e, diariam ent e, una t elarañ a en las pupilas. Poco a poco nos aprisiona la sint ax is, el diccionario, y aunque los m osquit os vuelen t ocando la cornet a, carecem os del coraj e de llam arlos arcá ng eles. Cuando una t í a nos lleva de visit a, saludam os a t odo el m undo, pero t enem os verg ü enz a de est recharle la m ano al señ or g at o, y m á s t arde, al sent ir deseos de viaj ar, t om am os un bolet o en una ag encia de vapores, en vez de m et am orf osear una silla en t ransat lá nt ico. “Por eso —aunque m e creas com plet am ent e chocha— nunca m e cansaré de repet irt e que no debes renunciar ni a t u derecho de renunciar. El dolor de m uelas, las est adí st icas m unicipales, la ut iliz ació n del aserrí n, de la virut a y ot ros desperdicios, pueden proporcionarnos una sat isf acció n insospechada. Abre los braz os y

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no t e nieg ues al clarinet e, ni a las f alt as de ort og raf í a. Conf ecció nat e una nueva virg inidad cada cinco m inut os y escucha est os consej os com o si t e los diera una m oldura, pues aunque la ex periencia sea una enf erm edad que of rece t an poco pelig ro de cont ag io, no debes ex ponert e a que t e inf luencie ni t an siquiera t u propia som bra. “¡La im it ació n ha prost it uido hast a a los alf ileres de corbat a!”

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15 Ex ig ió que sus esclavos le escupieran la f rent e, y colg ado de las pat as de una cig ü eñ a, abandonó sus cost um bres y sus cof res de sá ndalo. ¿Sabí a que las esencias dej an un am arg or en la g arg ant a? ¿Sabí a que el ascet ism o puebla la soledad de m uj eres desnudas y que t oda sabidurí a ha de hum illarse ant e el m ecanism o de un m osquit o?

Durant e su perm anencia en el desiert o, su om blig o consig uió t rasunt ar buena part e del universo. Allí , las arañ as que llevan una cruz sobre la espalda lo preservaron de los sú cubos ex t rachat os. Allí int im ó con los f ant asm as que recorren en z ancos la et ernidad y con los cact us que t ienen idiosincrasias de espant apá j aro, pero aunque t uvo coloquios con el Diablo y con el Señ or, no pudo descubrir la ex ist encia de una nueva virt ud, de un nuevo vicio.

El ayuno de t oda concupiscencia ¿le perm it irí a saborear el halag o de que un m ism o f ervor lo acom pañ ara a t odas part es, con su m iasm a de sum isió n y de podredum bre? Precedido por una brisa que apart aba las inm undicias del cam ino, las poblaciones at ó nit as lo vieron pasar carg ado de aburrim ient o y de pará sit os. Su presencia m aduraba las m ieses. La sola im posició n de sus m anos hací a renacer la virilidad y su m irada inf undí a en las prost it ut as una t ernura ag rest e de codorniz . ¡Cuá nt as veces su palabra cayó sobre la m ult it ud con la m ansedum bre con que la lluvia t ranquiliz a el oleaj e! Sobre la calva un resplandor f osf orescent e y m illares de abej as aloj adas en la pelam bre de su pecho, aparecí a al m ism o t iem po en lug ares dist int os, con un desg ano cada vez m á s conscient e de la inut ilidad de cuant o ex ist e. Su perf ecció n habí a lleg ado a repug narle t ant o com o el bañ o o

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com o el caviar. Ya no sent í a ning una volupt uosidad en paladear la siest a y los rem ansos encarnado en un yacaré . Ya no le procuraba el m enor alivio que los leprosos lo esperaran para acariciarle la som bra, ni que las est rellas dej asen de t em blar, ant e el t am añ o de su t ernura y de su barba. Una t arde, en el recodo de un cam ino, decidió inm oviliz arse para t oda la et ernidad. En vano los pereg rinos acudieron, de t odas part es, con sus oraciones y sus of rendas. En vano se ex t rem aron, ant e su indif erencia, los rit os de la cá bala y de la m ort if icació n. Ni las penit encias ni las cosquillas consig uieron arrancarle t an siquiera un bost ez o, y en m edio del espant o se com probó que m ient ras el verdí n le cubrí a las ex t rem idades y el pudor, su cuerpo se iba t ransf orm ando, poco a poco, en una de esas piedras que se acuest an en los cam inos para em pollar g usanos y hum edad.

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16 A unos les g ust a el alpinism o. A ot ros les ent ret iene el dom inó . A m í m e encant a la t ransm ig ració n. Mient ras aqué llos se pasan la vida colg ados de una sog a o peg ando puñ et az os sobre una m esa, yo m e lo paso t ransm ig rando de un cuerpo a ot ro, yo no m e canso nunca de t ransm ig rar. Desde el am anecer, m e inst alo en alg ú n eucalipt o a respirar la brisa de la m añ ana. Duerm o una siest a m ineral, dent ro de la prim era piedra que hallo en m i cam ino, y ant es de anochecer ya est oy pensando la noche y las chim eneas con un espí rit u de g at o. ¡Q ué delicia la de m et am orf osearse en abej orro, la de sorber el polen de las rosas! ¡Q ué volupt uosidad la de ser t ierra, la de sent irse penet rado de t ubé rculos, de raí ces, de una vida lat ent e que nos f ecunda... y nos hace cosquillas! Para apreciar el j am ó n ¿no es indispensable ser chancho? Q uien no log re t ransf orm arse en caballo ¿podrá saborear el g ust o de los valles y darse cuent a de lo que sig nif ica “t irar el carro”? ... Poseer una virg en es m uy dist int o a ex perim ent ar las sensaciones de la virg en m ient ras la est am os poseyendo, y una cosa es m irar el m ar desde la playa, ot ra cont em plarlo con unos oj os de cang rej o. Por eso a m í m e g ust a m et erm e en las vidas aj enas, vivir t odas sus secreciones, t odas sus esperanz as, sus buenos y sus m alos hum ores. Por eso a m í m e g ust a rum iar la pam pa y el crepú sculo personif icado en una vaca, sent ir la g ravit ació n y los ram aj es con un cerebro de nuez o de cast añ a, arrodillarm e en pleno cam po, para cant arle con una voz de sapo a las est rellas. ¡Ah, el encant o de haber sido cam ello, z anahoria, m anz ana, y la sat isf acció n de com prender, a f ondo, la perez a de los rem ansos.... y de los cam aleones!...

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¡Pensar que durant e t oda su ex ist encia, la m ayorí a de los hom bres no han sido ni siquiera m uj er!... ¿Có m o es posible que no se aburran de sus apet it os, de sus espasm os y que no necesit en ex perim ent ar, de vez en cuando, los de las cucarachas... los de las m adreselvas? Aunque m e he puest o, m uchas veces, un cerebro de im bé cil, j am á s he com prendido que se pueda vivir, et ernam ent e, con un m ism o esquelet o y un m ism o sex o. Cuando la vida es dem asiado hum ana —¡ú nicam ent e hum ana!— el m ecanism o de pensar ¿no result a una enf erm edad m á s larg a y m á s aburrida que cualquier ot ra? Yo, al m enos, t eng o la cert idum bre que no hubiera podido soport arla sin esa apt it ud de evasió n, que m e perm it e t rasladarm e adonde yo no est oy: ser horm ig a, j iraf a, poner un huevo, y lo que es m á s im port ant e aú n, encont rarm e conm ig o m ism o en el m om ent o en que m e habí a olvidado, casi com plet am ent e, de m i propia ex ist encia.

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17 Me est rechaba ent re sus braz os chat os y se adherí a a m i cuerpo, con una violent a viscosidad de m olusco. Una secreció n peg aj osa m e iba envolviendo, poco a poco, hast a log rar inm oviliz arm e. De cada uno de sus poros surg í a una especie de uñ a que m e perf oraba la epiderm is. Sus senos com enz aban a hervir. Una ex udació n f osf orescent e le ilum inaba el cuello, las caderas; hast a que su sex o —lleno de espinas y de t ent á culos— se incrust aba en m i sex o, precipit á ndom e en una serie de espasm os ex asperant es. Era inú t il que le escupiese en los pá rpados, en las concavidades de la nariz . Era inú t il que le g rit ara m i odio y m i desprecio. Hast a que la ú lt im a g ot a de esperm a no se m e desprendí a de la nuca, para perf orarm e el espinaz o com o una g ot a de lacre derret ido, sus encí as cont inuaban sorbiendo m i desesperació n; y ant es de abandonarm e m e dej aba sus m illones de uñ as hundidas en la carne y no t ení a ot ro rem edio que pasarm e la noche arrancá ndom elas con unas pinz as, para poder echarm e una g ot a de yodo en cada una de las heridas... ¡Bonit a f iest a la de ser un durm ient e que usuf ruct ú a de la predilecció n de los sú cubos!

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18 Llorar a lá g rim a viva. Llorar a chorros. Llorar la dig est ió n. Llorar el sueñ o. Llorar ant e las puert as y los puert os. Llorar de am abilidad y de am arillo. Abrir las canillas, las com puert as del llant o. Em paparnos el alm a, la cam iset a. Inundar las veredas y los paseos, y salvarnos, a nado, de nuest ro llant o. Asist ir a los cursos de ant ropolog í a, llorando. Fest ej ar los cum pleañ os f am iliares, llorando. At ravesar el Á f rica, llorando. Llorar com o un cacuy, com o un cocodrilo... si es verdad que los cacuies y los cocodrilos no dej an nunca de llorar. Llorarlo t odo, pero llorarlo bien. Llorarlo con la nariz , con las rodillas. Llorarlo por el om blig o, por la boca. Llorar de am or, de hast í o, de aleg rí a. Llorar de f rac, de f lat o, de f lacura. Llorar im provisando, de m em oria. ¡Llorar t odo el insom nio y t odo el dí a!

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19 ¿Q ue las poleas ya no se cont ent an con devorar m illares y m illares de dedos m eñ iques? ¿Q ue las m á quinas de coser am enaz an z urcirnos hast a los m enores int erst icios? ¿Q ue la depravació n de las esf eras t erm inará por deg radar a la g eom et rí a? Es bast ant e int ranquiliz ador —sin duda alg una— com probar que no ex ist e ni una hect á rea sobre la superf icie de la t ierra que no encubra cuat ro docenas de cadá veres; pero de allí a considerarse una sim ple carnaz a de m icrobios... a no concebir ot ra aspiració n que la de recibirse de calavera... Lo cot idiano podrá ser una m anif est ació n m odest a dej o absurdo, pero aunque Dios —reencarnado en alg ú n sacam uelas— nos oblig ara a localiz ar t odas nuest ras esperanz as en los escarbadient es, la vida no dej arí a de ser, por eso, una verdadera m aravilla. ¿Q ué nos im port a que los cadá veres se descom pong an con m ucha m á s f acilidad que los aut om ó viles? ¿Q ué nos im port a que f am ilias ent eras —¡llenas de señ orit as!— f allez can por su ex cesivo am or a los hong os silvest res? ... El solo hecho de poseer un hí g ado y dos riñ ones ¿no j ust if icarí a que nos pasá ram os los dí as aplaudiendo a la vida y a nosot ros m ism os? ¿Y no bast a con abrir los oj os y m irar, para convencerse que la realidad es, en realidad, el m á s aut é nt ico de los m ilag ros? Cuando se t ienen los nervios bien t em plados, el espect á culo m á s insig nif icant e —una m uj er que se det iene, un perro que husm ea una pared— result a alg o t an inef able... es t al el cú m ulo de coincidencias, de circunst ancias que se requieren —por ej em plo— para que dos m oscas at erricen y se reproduz can sobre una calva, que se necesit a una im perm eabilidad de cocodrilo para no suf rir, al com probarlo, un verdadero sí ncope de adm iració n. De ahí ese am or, esa g rat it ud enorm e que sient o por la vida,

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esas g anas de lam erla const ant em ent e, esos í m pet us de prost ernació n ant e cualquier cosa... ant e las est at uas ecuest res, ant e los t achos de basura... De ahí ese opt im ism o de pelot a de g om a que m e hace reí r, a carcaj adas, del esquelet o de las biciclet as, de los at aques al hí g ado de los lim ones; esa aleg rí a que m e incit a a rebot ar en t odas las f achadas, en t odas las ideas, a salir corriendo — desnudo!— por los alrededores para hacerles cosquillas a los g asó m et ros... a los cem ent erios.... Dí as, sem anas ent eras, en que no log ra int ranquiliz arm e ni la sospecha de que a las m uj eres les pueda nacer un t ax í m et ro ent re los senos. Mom ent os de t al f ervor, de t al ent usiasm o, que m e lo encuent ro a Dios en t odas part es, al doblar las esquinas, en los caj ones de las m esas de luz , ent re las hoj as de los libros y en que, a pesar de los esf uerz os que hag o por cont enerm e, t eng o que arrodillarm e en m edio de la calle, para g rit ar con una voz virg en y ancest ral: “¡Viva el esperm a... aunque yo perez ca!”

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20 Con f recuencia voy a visit ar a un parient e que vive en los alrededores. Al pasar por alg una de las est aciones —¡no f alla ni por casualidad!— el t ren salt a sobre el andé n, arrasa los equipaj es, derrum ba la bolet erí a, el com edor. Los vag ones se t repan los unos sobre los ot ros. El f urg ó n se acopla con la locom ot ora. No hay m á s que piernas y braz os por t odas part es: baj o los asient os, ent re los durm ient es de la ví a, sobre las redes donde se colocan las valij as. De m i com part im ent o só lo queda un pedaz o de puert a. Echo a un lado los cadá veres que m e rodean. Rect if ico la lat it ud de m i corbat a, y salg o, lo m á s cam pant e, sin una arrug a en el pant aló n o en la sonrisa. Aunque preveo lo que sucederá , ot ras veces m e em barco, con la esperanz a de que m is present im ient os result en inex act os. Los pasaj eros son los m ism os de siem pre. Est á el m arido adú lt ero, con su sonrisa de padrillo. Est á la señ orit a cuyos at ract ivos se cot iz an en proporció n direct a al alej am ient o de la cost a. Est á la señ ora f oca, la señ ora t onina; el f abricant e de art í culos de g om a, que apoyado sobre la borda cont em pla la inm ensidad del m ar y lo ú nico que se le ocurre es escupirlo. Al t ercer dí a de naveg ar se oye —¡en plena noche!— un est ruendo m et á lico, int est inal. ¡Muj eres sem idesnudas! ¡Hom bres en cam iset a! ¡Llant os! ¡Pleg arias! ¡Grit os!... Mient ras los pasaj eros se est rang ulan al asalt ar los bot es de salvam ent o, yo aprovecho un bandaz o para z am bullirm e desde la cubiert a, y ya en el m ar, cont em plo —con im pasibilidad de corcho— el espect á culo. ¡Horror! El buque cabecea, t iem bla, hunde la proa y se sum erg e. ¿Tendré que convencerm e una vez m á s que soy el ú nico sobrevivient e?

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Con la int enció n de com probarlo, inspecciono el sit io del nauf rag io. Aquí un salvavidas, una silla de m im bre... Allá un cardum en de t iburones, un cadá ver f lot ant e...

Calculo el rum bo, la dist ancia, y despué s de bat ir t odos los ré cores del m undo, ent ro, el oct avo dí a, en el puert o de desem barque. Mis am ig os, la g ent e que m e conoce, las personas que saben de cuá nt as cat á st rof es m e he librado, supusieron, en el prim er m om ent o, que era una sim ple casualidad, pero al com probar que la casualidad se repet í a dem asiado, t erm inaron por considerarla una cost um bre, sin darse cuent a que se t rat a de una verdadera predest inació n. Así com o hay hom bres cuya sola presencia result a de una ef icacia abort iva indiscut ible, la m í a provoca accident es a cada paso, ayuda al az ar y rom pe el equilibrio inest able de que depende la ex ist encia. ¡Con qué ang ust ia, con qué ansiedad com probé , durant e los prim eros t iem pos, est a propensió n al cat aclism o!... ¡La vida se com plica cuando se hallan escom bros a cada paso! ¡Pero es t al la f uerz a de la cost um bre!... Insensiblem ent e uno se habit ú a a vivir ent re cadá veres desm enuz ados y ent re vidrios rot os, hast a que se descubre el encant o de las inundaciones, de los derrum bam ient os, y se ve que la vida solo adquiere color en m edio de la desolació n y del desast re. ¡Saber que bast a nuest ra presencia para que las cariá t ides se cansen de sost ener los edif icios pú blicos y f allez can —ent re sus capit eles, ent re sus ex pedient es— cent enares de prest am ist as, que se alim ent aban de em pleados... ¡pú blicos!... y de g arbanz os! ¡Saborear —com o si f uese m az am orra— los t em blores que provoca nuest ra m irada; esos t errem ot os en los que las bañ aderas se arroj an desde el oct avo piso, m ient ras perecen enj auladas en los ascensores, docenas de vendedoras rubias, y que sin em barg o se llam aban Est her! ¿Verdad que ant e la m ag nif icencia de t ales espect á culos, pierden t odo at ract ivo hast a los paisaj es de m ont añ as, m ucho m ej or f orm adas que las nalg as de la Venus de Milo? El ex ot ism o de las m ariposas o de los m ast odont es, los rit os de la m asonerí a o de la m ast icació n —al m enos en lo que a m í se ref ieren— no consig uen int eresarm e. Necesit o esquelet os pulveriz ados, decapit aciones f erroviarias, descuart iz am ient os inident if icables, y es t an g rande m i am or por lo espect acular, que el dí a en que no provoco ning ú n cort ocircuit o, suf ro una verdadera desilusió n.

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En est as condiciones, m i com pañ í a result ará lo int ranquiliz adora que se quiera. ¿Teng o yo alg una culpa en pref erir las quem aduras a las coleg ialas de t ercer g rado? Aunque la m ayorí a de los hom bres se sat isf ag a con rum iar el sueñ o y la vig ilia con una im pasibilidad de cornudo, quien haya pernoct ado ent re cadá veres vag abundos com prenderá que el rest o m e parez ca m elaz a, nada m á s que m elaz a. Yo soy —¡qué le vam os a hacer!—un hom bre cat ast ró f ico, y así com o no puedo dorm ir ant es que se derrum ben, sobre m i cam a, los bienes, y los cuerpos de los que habit an en los pisos de arriba, no log ro int eresarm e por ning una m uj er, si no m e const a, que al est recharla ent re m is braz os, ha de declararse un incendio en el que perez ca carboniz ada... ¡la pobrecit a!

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21 Q ue los ruidos t e perf oren los dient es, com o una lim a de dent ist a, y la m em oria se t e llene de herrum bre, de olores descom puest os y de palabras rot as. Q ue t e crez ca, en cada uno de los poros, una pat a de arañ a; que só lo puedas alim ent art e de baraj as usadas y que el sueñ o t e reduz ca, com o una aplanadora, al espesor de t u ret rat o. Q ue al salir a la calle, hast a los f aroles t e corran a pat adas; que un f anat ism o irresist ible t e oblig ue a prost ernart e ant e los t achos de basura y que t odos los habit ant es de la ciudad t e conf undan con un m eadero. Q ue cuando quieras decir: “Mi am or”, dig as: “Pescado f rit o”; que t us m anos int ent en est rang ulart e a cada rat o, y que en vez de t irar el cig arrillo, seas t ú el que t e arroj es en las salivaderas. Q ue t u m uj er t e eng añ e hast a con los buz ones; que al acost arse j unt o a t i, se m et am orf osee en sang uij uela, y que despué s de parir un cuervo, alum bre una llave ing lesa. Q ue t u f am ilia se diviert a en def orm art e el esquelet o, para que los espej os, al m irart e, se suiciden de repug nancia; que t u ú nico ent ret enim ient o consist a en inst alart e en la sala de espera de los dent ist as, disf raz ado de cocodrilo, y que t e enam ores, t an locam ent e, de una caj a de hierro, que no puedas dej ar, ni un solo inst ant e, de lam erle la cerradura.

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22 Las m uj eres vam piro son m enos pelig rosas que las m uj eres con un sex o prehensil. Desde hace sig los, se conocen diversos m edios para prot eg ernos cont ra las prim eras. Se sabe, por ej em plo, que una f ricció n de t rem ent ina despué s del bañ o, log ra en la m ayorí a de los casos, inm uniz arnos; pues lo ú nico que les g ust a a las m uj eres vam piro es el sabor m arí t im o de nuest ra sang re, esa rem iniscencia que perdura en nosot ros, de la é poca en que f uim os t iburó n o cang rej o. La im posibilidad en que se encuent ran de hundirnos su lancet a en silencio, dism inuye, por ot ra part e, los riesg os de un at aque im previst o. Bast a con que al oí rlas nos hag am os los m uert os para que despué s de olf at earnos y com probar nuest ra inm ovilidad, revolot een un inst ant e y nos dej en t ranquilos. Cont ra las m uj eres de sex o prehensil, en cam bio, casi t odas las f orm as def ensivas result an inef icaces. Sin duda, los calz oncillos eriz ables y alg unos ot ros prevent ivos, pueden of recer sus vent aj as; pero la violencia de honda con que nos arroj an su sex o, rara vez nos da t iem po de ut iliz arlos, ya que ant es de advert ir su presencia, nos desbarrancan en una m ont añ a rusa de espasm os int erm inables, y no t enem os m á s rem edio que resig narnos a una inm ovilidad de m eses, si pret endem os recuperar los k ilos que hem os perdido en un inst ant e. Ent re las creaciones que invent a el sex ualism o, las m encionadas, sin em barg o, son las m enos t em ibles. Mucho m á s pelig rosas, sin discusió n alg una, result an las m uj eres elé ct ricas, y est o, por un sim ple m ot ivo: las m uj eres elé ct ricas operan a dist ancia. Insensiblem ent e, a t ravé s del t iem po y del espacio, nos van carg ando com o un acum ulador, hast a que de pront o ent ram os en un cont act o t an í nt im o con ellas, que nos hospedan sus m ism as ondulaciones y sus m ism os pará sit os. Es inú t il que nos aislem os com o un anacoret a o com o un

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piano. Los pant alones de am iant o y los pararrayos t est iculares son ig uales a cero. Nuest ra carne adquiere, poco a poco, propiedades de im á n. Las t achuelas, los alf ileres, los culos de bot ella que perf oran nuest ra epiderm is, nos em parent an con esos f et iches af ricanos acribillados de hierros enm ohecidos. Prog resivam ent e, las descarg as que ponen a prueba nuest ros nervios de alt a t ensió n, nos g alvaniz an desde el occipucio hast a las uñ as de los pies. En t odo inst ant e se nos escapan de los poros cent enares de chispas que nos oblig an a vivir en pelot as. Hast a que el dí a m enos pensado, la m uj er que nos elect riz a int ensif ica t ant o sus descarg as sex uales, que t erm ina por elect rocut arnos en un espasm o, lleno de int errupciones y de cort ocircuit os.

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23 Se podrá discut ir m i erudició n ornit oló g ica y la ef icacia de m is apert uras de aj edrez . Nunca f alt ará alg ú n z openco que nieg ue la ex act it ud ast ronó m ica de m is horó scopos ¡pero eso sí ! a nadie se le ocurrirá dudar, ni un solo inst ant e, de m i perf ect a, de m i absolut a solidaridad. ¿Una colonia de m icrobios se aloj a en los pulm ones de una señ orit a? Solidario de los m icrobios, de los pulm ones y de la señ orit a. ¿A un est udiant e se le ocurre esperar el t ranví a adent ro del ropero de una m uj er casada? Solidario del ropero, de la m uj er casada, del t ranví a, del est udiant e y de la espera. A t odas horas de la noche, en las f iest as pat rias, en el aniversario del descubrim ient o de Am é rica, dispuest o a solidariz arm e con lo que sea, ví ct im a de m i solidaridad. Inú t il, com plet am ent e inú t il, que m e resist a. La solidaridad ya es un ref lej o en m í , alg o t an inconscient e com o la dilat ació n de las pupilas. Si durant e un cent é sim o de seg undo consig o desolidariz arm e de m i solidaridad, en el cent é sim o de seg undo que lo sucede, suf ro un verdadero vé rt ig o de solidaridad. Solidario de las olas sin velas... sin esperanz a. Solidario del nauf rag io de las señ oras ballenat os, de los t iburones vest idos de f rac, que les devoran el vient re y la cart era. Solidario de las cart eras, de los ballenat os y de los f raques. Solidario de los sirvient es y de las rat as que circulan en el subsuelo, j unt o con los abort os y las f lores m archit as. Solidario de los aut om ó viles, de los cadá veres descom puest os, de las com unicaciones t elef ó nicas que se cort an al m ism o t iem po que los collares de perlas y las sog as de los andam ies. Solidario de los esquelet os que crecen casi t ant o com o los ex pedient es; de los est ó m ag os que ing ieren t oneladas de sardinas y de bicarbonat o, m ient ras se van llenando los depó sit os de ag ua y de obj et os perdidos. Solidario de los cart eros, de las am as de crí a, de los coroneles, de los pedicuros, de los cont rabandist as.

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Solidario por predest inació n y por of icio. Solidario por at avism o, por convencionalism o. Solidario a perpet uidad. Solidario de los insolidarios y solidario de m i propia solidaridad.

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24 El 31 de f ebrero, a las nueve y cuart o de la noche, t odos los habit ant es de la ciudad se convencieron que la m uert e es ineludible. Enf ocada por la at enció n de cada uno, est a evidencia, que por lo g eneral lleva una vida de arañ a en los replieg ues de nuest ras circunvoluciones, t endió su t ela en t odas las conciencias, se derram ó en los cerebros hast a im preg narlos com o a una esponj a. Desde ese inst ant e, las sim ilit udes m á s rem ot as sug erí an, con t al violencia, la idea de la m uert e, que bast aba hallarse ant e una lat a de sardinas —por ej em plo— para recordar el f orro de los f é ret ros, o f ij arse en las piedras de una vereda, para descubrir su parent esco con las lá pidas de los sepulcros. En m edio de una enorm e const ernació n, se com probó que el revoque de las f achadas poseí a un color y una com posició n idé nt ica a la de los huesos, y que así com o result aba im posible sum erg irse en una bañ adera, sin ensayar la act it ud que se adopt arí a en el caj ó n, nadie dej aba de sepult arse ent re las sá banas, sin est udiar el m odelado que adquirirí an los replieg ues de su m ort aj a. El coraz ó n, sobre t odo, con su rit m o isó crono y ent rañ able, evocaba las ideas m á s f unerarias, com o si el ó rg ano que sim boliz a y alim ent a la vida só lo t uviera f uerz as para irrig ar sug est iones de m uert e. Al sent ir su t ic-t ac sobre la alm ohada, quien no llorara la vida que se le iba yendo a cada inst ant e, escuchaba su m archa com o si f uese el eco de sus pasos que se encam inaran a la t um ba, o lo que es peor aun, com o si oyese el lat ido de un aldabó n que llam ara a la m uert e desde el f ondo de sus propias ent rañ as. La urg encia de liberarse de est a obsesió n por lo m ort uorio, hiz o que cada cual se ref ug iara —seg ú n su idiosincrasia— ya sea en el m ist icism o o en la luj uria. Las ig lesias, los burdeles, las posadas, las sacrist í as se llenaron de g ent e. Se rez aba y se f ornicaba en los t ranví as, en los paseos pú blicos, en m edio de la

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calle... Borracha de pleg arias o de ag uardient e, la m ult it ud abusó de la vida, quiso ex prim irla com o si f uese un lim ó n, pero una rá f ag a de cansancio apag ó , para siem pre, esa llam a rada de piedad y de vicio. Los ex cesos del libert inaj e y de la devoció n habí an durado lo suf icient e, sin em barg o, com o para que se dem acraran los cuerpos, com o para que los esquelet os adquiriesen una im port ancia cada dí a m ayor. Sin necesidad de aprox im ar las m anos a los f ocos elé ct ricos, cualquiera podí a inst ruirse en los det alles m á s í nt im os de su conf ig uració n, pues no só lo se usuf ruct uaba de una m irada radiog rá f ica, sino que la m ism a carne se iba haciendo cada vez m á s t raslú cida, com o si los huesos, cansados de yacer en la oscuridad, ex ig ieran salir a t om ar sol. Las m uj eres m á s eleg ant es —por lo dem á s— im plant aron la m oda de arrast rar enorm es colas de crespó n y no cont ent as con pasearse en coches f ú nebres de prim era, se at aviaban com o un dif unt o, para recibir sus visit as sobre su propio t ú m ulo, rodeadas de cent enares de cirios y coronas de siem previvas. Inú t ilm ent e se org aniz aron rom erí as, k erm eses, f iest as populares. Al aspirar el am bient e de la ciudad, los m ú sicos, cont rat ados en las localidades vecinas, t ocaban los “charlest ons” com o si f uesen m archas f ú nebres, y las parej as no podí an bailar sin que sus m ovim ient os adquiriesen una rig idez siniest ra de danz a m acabra. Hast a los oradores especialist as en ex alt ar la volupt uosidad de vivir result aron de una perf ect a inef icacia, pues no solo los t ó picos m á s ex perim ent ados adquirí an, ent re sus labios, una f rig idez cadavé rica, sino que el audit orio só lo abandonaba su indif erencia para g rit arles: “¡Muera ese resucit ado verborrá g ico! ¡A la t um ba ese bachiller de cadá ver!” Est a propensió n hacia lo f unerario, hacia lo esquelet oso, ¿podí a dej ar de provocar, t arde o t em prano, una verdadera epidem ia de suicidios? En t al sent ido, por lo m enos, la població n dem ost ró una invent iva y una vit alidad adm irables. Hubo suicidios de t odas las especies, para t odos los g ust os; suicidios colect ivos, en serie, al por m ayor. Se f undaron sociedades anó nim as de suicidas y sociedades de suicidas anó nim os. Se abrieron escuelas preparat orias al suicidio, f acult ades que ot org aban t í t ulo “de perf ect o suicida”. Se dieron f iest as, banquet es, bailes de m á scaras para m orir. La em ulació n hiz o que t odo el m undo se ing eniase en hallar un suicidio iné dit o, orig inal. Una f am ilia perf ect a —una f am ilia m ej or org aniz ada que un baú l “Innovació n”— ordenó que la ent errasen viva, en un caj ó n donde

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cabí an, con t oda com odidad, las cuat ro g eneraciones que la adornaban. Ochocient os suicidas, disf raz ados de Lá z aro, se z am bulleron en el asf alt o, desde el veint eavo piso de uno de los edif icios m á s cé nt ricos de la ciudad. Un “dandy”, despué s de t ransf orm ar en at aú d la carrocerí a de su aut om ó vil, ent ró en el cem ent erio, a cient o set ent a k iló m et ros por hora, y al lleg ar ant e la t um ba de su querida se descerraj ó cuat ro t iros en la cabez a. El desalient o pú blico era dem asiado int enso, sin em barg o, com o para que pudiera persist ir ese í m pet u de aniquilam ient o y ex t erm inio. Bien pront o nadie f ue capaz de beber un vasit o de est ricnina, nadie pudo escarbarse las pupilas con una hoj a de “g illet t e”. Una dej adez incalif icable ent orpecí a las precauciones que reclam an ciert os procesos del org anism o. El descuido am ont onaba basuras en t odas part es, t ransf orm aba cada rincó n en un paraí so de cucarachas. Sin preocuparse de la dig nidad que requiere cualquier cadá ver, la g ent e se dej aba m orir en las post uras m á s denig rant es. Ej é rcit os de rat as invadí an las casas con alient o de t um ba. El silencio y la pest e se paseaban del braz o, por las calles desiert as, y ant e la inercia de sus dueñ os — ya put ref act os— los papag ayos sucum bí an con el est ó m ag o vací o, con la boca llena de m aldiciones y de m alas palabras. Una m añ ana, los m illares y m illares de cuervos que revolot eaban sobre la ciudad —oscurecié ndola en pleno dí a— se desbandaron ant e la presencia de una escuadrilla de aeroplanos. Se t rat aba de una m isió n con f ines sanit arios, cuyo rig or cient í f ico im placable se evidenció desde el prim er m om ent o. Sin aprox im arse dem asiado, para evit ar cualquier pelig ro de cont ag io, los aviones f um ig aron las az ot eas con t oda clase de desinf ect ant es, arroj aron bom bas llenas de vit am inas, conf et is af rodisí acos, g lobit os hinchados de opt im ism o, hast a que un ex am en prolij o dem ost ró la inut ilidad de t oda prof ilax is, pues al bat ir el record m undial de def unciones, la població n se habí a reducido a seis o siet e m oribundos recalcit rant es.

Fue ent onces —y só lo despué s de haber alcanz ado est a evidencia— cuando se ordenó la dest rucció n de la ciudad y cuando un ag uacero de g ranadas, al abrasarla en una sola llam a, la reduj o a escom bros y a ceniz as, para log rar que no cundiera el m iasm a de la cert idum bre de la m uert e.

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P I N T U R A

M

O D E R N A

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PRÓL O G O

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El academ ism o ha resecado la pint ura. De la elocuencia, dem asiado alt isonant e, siem pre conm ovedora, de los rom á nt icos, só lo queda el t em a convencional, el “suj et o noble”. La m á s absurda superst ició n por la ex t erioridad de lo clá sico, im pide descubrir su cont enido ent rañ able y et erno. De espaldas a la vida, en vez de ex prim ir colores se seg reg a m it olog í a y se em bet unan enorm es t elas, llenas de bam balinas y de com parsas, seg ú n recet as cuyo verdadero sent ido se ha olvidado. En una at m ó sf era t an art if icial, la pint ura vive com o en un f rig orí f ico, helada, ent um ecida, yert a. Urg e renovar el aire, abrir de par en par, las vent anas, sacarla a t om ar sol. Los im presionist as se encarg an de est e g est o liberador y saludable. Una vuelt a por la ciudad, por los alrededores, y la vida, lo cot idiano, irrum pe y se hospeda en sus t elas, t an im pet uosam ent e, que desborda el m arco que la oprim e. El burg ué s, com o siem pre, se indig na y vocif era: “¿Es adm isible que se nos t om e de m odelo, que se nos considere un m ot ivo pict ó rico? Est as m uj eres lim pias, de carnes j ug osas, recié n Se f alsearí a la int enció n y el alcance de est e com ent ario, de at ribuirle ot ro propó sit o que el de g uiar al espect ador desprevenido. La crí t ica ex ig e una est rict ez analí t ica y verbal dist int as a las que prem edit o, pues ya que incurro en la t ent ació n de escribir unas pá g inas en est e cat á log o, no deseo adopt ar una post ura aj ena. La f inalidad que m e he im puest o, sin em barg o, requiere, ant es que nada, reconst ruir el it inerario de la pint ura ant erior a la que m e ocupa y señ alar sus diversas ram if icaciones, a riesg o de caer en t odos los errores que presupone lo esquem á t ico. 6

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salidas del bañ o, ¿son com pat ibles con las buenas cost um bres... y pueden com pararse con los desnudos asé pt icos, cong elados, de la academ ia? ...” Una vez m á s, la est upidez , no só lo yerra, sino que se equivoca de blanco. A inst ancias de Courbet —del nat uralism o de Z ola, de los Goncourt — los Im presionist as deciden enf rent arse con la realidad, luchar cont ra el enf at ism o de la academ ia, descubrir la bellez a de lo caract erí st ico, para af irm ar que la pint ura es una int erpret ació n de la nat uralez a, aj ena a t oda int rom isió n psicoló g ica o lit eraria. Pero t ant o com o en est a act it ud, su t rascendencia reside en las innovaciones t é cnicas que aport an y que se resum en —com o es sabido— en el precept o t eó rico de que la f orm a es color, de que é st e só lo ex ist e con relació n a la luz ( siendo la som bra una luz de ot ra calidad y de ot ro valor) ; y en el precept o prá ct ico del uso ex clusivo de los colores puros, m ediant e pinceladas dispuest as unas al lado de ot ras, en f orm a t al que, al m ez clarse en la pupila del espect ador, le proporcionen —debido al em pleo aj ust ado de los valores— no só lo la sensació n ex act a del colorido de las cosas, sino t am bié n la del sit io que ocupan en el espacio. Durant e un m om ent o, por lo m enos, pudo creerse que nos hallá bam os en el prim er dí a de la Creació n. La luz brot a de t odas part es, lo aleg ra y lo ilum ina t odo, nos descubre y nos ot org a una realidad insospechada. ¡Es alg o em briag ador y deslum brant e!... Pero a m edida que la luz se t ransf orm a en el verdadero prot ag onist a del cuadro, las cosas pierden sus cont ornos, f lot an en las vibraciones de la at m ó sf era... t erm inan por disg reg arse. El esf uerz o que im plica poseer una pupila de prism a, un pincel cuya int repidez ig nore hast a el m enor desf allecim ient o, result a t an arduo, t an absorbent e, que se olvidan f inalidades de m ayor t rascendencia, y, poco a poco el cuadro se conviert e en un cong lom erado de m anchas coloreadas, donde los cuerpos pierden su peso, su solidez , donde hué rf ana de t odo sost é n, la com posició n se desequilibra y se derrum ba. La const ant e f recuent ació n de los clá sicos de un Manet , el apeg o carnal a la vida de un Renoir, log rará n alej arlos de ese pelig ro. Al encarar el problem a pict ó rico, principalm ent e baj o su aspect o t é cnico y sensorial, el Im presionism o am inora su t rascendencia y lo precipit a en la paradoj a de insust ancializ ar, en ciert o m odo, la realidad y conceder, al m ism o t iem po, una im port ancia f undam ent al al em past e y a la m at eria. Desde que lo com prende, Cé z anne ex perim ent a la necesidad de anclar las cosas, de rest it uirles sus ví sceras, su esquelet o. Torpe, con una dicció n m uchas veces t art am uda, siem pre dif í cil,

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desent rañ a lo que hay de esencial en el color, lo que la f orm a posee de m á s ex presivo y, sin det enerse en lo t ransit orio, olvida, volunt ariam ent e, las cont ing encias a que los obj et os est á n som et idos, para penet rar en la int im idad de su const rucció n y est ruct urar, en un esf uerz o t est arudo y m ag ní f ico, cuadros cuyo sig nif icado sobrepasa lo que represent an, por const it uir un m undo que obedece y encuent ra, en sí m ism o, su verdadera raz ó n de ser. La voz de Cé z anne es dem asiado g rave, dem asiado prof unda, sin em barg o, para log rar una resonancia inm ediat a. No es que su aislam ient o sea t an absolut o ni que la com prensió n de sus am ig os dej e de lleg ar a su ret iro. Aunque pocos, alg unos “m archands”, alg unos “am at eurs” desem bolsan, heroicam ent e, hast a doscient os y t rescient os f rancos por sus cuadros; pero la inf luencia de los Im presionist as se af irm a cada dí a de una m anera m á s rot unda, y es t an recient e, t an em briag ant e, el redescubrim ient o del color, que nadie consig ue eludir su f ascinació n. Por lí cit o que f uera suponer lo cont rario —al recordar la com plej idad alcanz ada por la t é cnica— los Post im presionist as, por lo dem á s, se em peñ an en dem ost rar que no se han ag ot ado sus posibilidades y, a poco de int roducir el em pleo de los colores suplem ent arios, se apoyan en los ú lt im os descubrim ient os de la ó pt ica ( Charles Henri) e int ent an una escala cient í f ica de las t onalidades. La obsesionant e preocupació n por el of icio cont inuará prevaleciendo, así , en t odos ellos y en los diversos g rupos en que se subdividen ( Punt illist as, Divisionist as, et c.) . Pero j unt o a est as inquiet udes, un t ant o f arm acé ut icas, ex ist en en la obra de m á s de uno, los elem ent os de una reacció n prof unda y orig inal; com o lo prueba la vehem encia desnuda y desenf renada de Van Gog h, el cuidado const ant e con que Seurat —a pesar de su punt illism o— dist ribuye y equilibra los volú m enes, y m á s aú n, el ex ot ism o decorat ivo y el anhelo de sim plif icació n de Gaug uin, cuyo apeg o por las t int as planas y las cult uras prim it ivas perm it e que el Neoim presionism o int ent e liberar la pint ura de la suj eció n nat uralist a y alcance a repercut ir, m á s t arde, en t odo el g rupo de los “Fauves”. Al abom inar de la “t ranche de vie”, del art e ex cesivam ent e sensual del Im presionism o, com o de los post ulados seudocient í f icos de sus cont inuadores, los diversos g rupos que se suceden ( el de la Banda Neg ra, el de los Nabis, el de los Int im ist as) 7 t rat an de im poner una g ravedad m ayor a la pint ura. 7

E n la B anda N egra f iguran: Cottet, L uden S imó n, M enard, H enri-

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En un dí a, las palet as vuelven a ensom brecerse. Se recurre a la ané cdot a, a la sordina; y al ir en busca de un espí rit u t rascendent e, se cae en una pint ura sim bolist a, por dem á s lit eraria, que cuando no ret orna a la academ ia, cult iva un m ist icism o art if icioso y dulz ó n. Un olf at o de ciert a f inura hubiese podido husm ear, sin duda alg una, el pró x im o advenim ient o de los “Fauves” en la ex alt ació n con que Bonnard ex plot a el az ar, t ant o com o en el abandono, lleno de int im idad, con que Vuillard m ira a su alrededor. Pero es necesario convenir que, hast a ellos y m ucho m á s, t odos los art ist as de la é poca, no só lo se sient en reprim idos por una burg uesí a dispuest a a com bat ir cuant o cont rarí e sus g ust os m esurados o am enace su t ranquilidad, sino que ellos m ism os son pequeñ os burg ueses, cuya boina de t erciopelo neg ro no les im pide arrodillarse ant e los ref inam ient os de una cult ura, m á s m uelle y conf ort able que un silló n. En esa at m ó sf era de “buen t ono” replet a de sut ilez as y de m ez quindad, los “Fauves” deciden lanz arse en busca de la inocencia perdida. Hart os de t oda cult ura libresca y de t odo decadent ism o, cult ivan la m ala educació n y la pipa, con t al ent usiasm o, que ning ú n g rit o les parece dem asiado est rident e. A ej em plo de Rim baud, adoran los f rescos est ú pidos de los caf é s, el m al g ust o ent ernecedor de las pint uras populares y, con m ayor f undam ent o, las im á g enes de Epinal. Su desf achat ez alcanz a al ex t rem o de dedicarle horas ent eras al deport e, de usuf ruct uar de una salud y una vit alidad im pudorosas. Iniciados por Careo, por Max Orlan, f recuent an las t abernas m enos recom endables, las “peores com pañ í as” y se g anan el pan en cuant os of icios les proporciona el az ar y la m iseria. Ya que el color es de una ef icacia inm ediat a y que, uná nim em ent e, aspiran a ex presarse con la m ayor int ensidad, ex prim en t ubos y t ubos sobre la t ela y, m ient ras los am arillos biliosos, los roj os incendiarios se ag lom eran y se at ropellan, la def orm ació n dej a de ser un m ero elem ent o ex presivo, para t ransf orm arse en el alm a de la pint ura. Sus anhelos de sim plicidad, su repulsió n por t odo nat uralism o, han de llevarles, por ot ra part e, a oponer al M artin, L e S idaner, J acq ue E mile B lanch e, etc. , q uienes ex p onen conj untamente ( 1 9 0 0 ) en la Galerí a Georges P etit y f recuentan a Gauguin cuando é ste h abita en P ont-A ven ( B retañ a) . F orman el grup o de los N abis: B ernard, R oussel, M aurice D enit, B esnard, S é rurier, B onnard, V uillard. A estos dos ú ltimos ( j unto con algunos de los q ue comp onen la B anda N egra: L uden S imó n, L e S idaner, etc. ) tambié n se les designó con el nombre de I ntimistas.

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m é t odo analí t ico de los Im presionist as, el procedim ient o sint é t ico de Cé z anne y a cult ivar una pint ura m ucho m á s subj et iva y m á s abst ract a, donde la concisió n de la f orm a linda con lo esquem á t ico y el suj et o del cuadro se conviert e en un sim ple elem ent o pict ó rico, cuya im port ancia depende de la f unció n plá st ica que desem peñ e. El am or de Gaug uin hacia lo ex ó t ico, t ant o com o los est udios et nog rá f icos y los descubrim ient os de la arqueolog í a, han de servirles, por lo dem á s, para conf irm ar los derechos de la int uició n y del inst int o y, apoyados en ellos, int ent ar una verdadera revaloriz ació n de la plá st ica. El academ ism o prax it eliano, y con é l g ran part e de lo clá sico, no log ra provocar, así , ni el m enor ent usiasm o. Se g ust a, en cam bio, la g randiosidad escult ural de los baj orrelieves babiló nicos, el hierat ism o de lo eg ipcio, la purez a de lo prehelé nico, y, m á s aú n, el lirism o de las est iliz aciones de t odos los pueblos prim it ivos. Por sincera que f uese est a act it ud revolucionaria —esos anhelos de evasió n— no pasa m ucho t iem po sin que los “Fauves” dej en t raslucir un sensualism o t an ex ang ü e e int elect ual com o el que Law rence puso de m oda en nuest ros dí as. Oprim idos por un cont inent e lleno de m uert os im port ant es y de episodios que no t oleran el olvido, sus arranques de j uvent ud han de procurarnos la m ism a desolació n que el em peñ o que pone una m uj er m adura en dem ost rarnos su ag ilidad, y han de t ransf orm arse en una carg a t an pesada, que ellos m ism os será n los prim eros en reí rse de su “salvaj ism o canibalesco”. Cuando Mat isse —quien, lej os de ser el “m á s salvaj e de los salvaj es” es el m á s int elect ual de t odos ellos— decide t ranquiliz arse, em brolla los naipes, invent a m il t eorí as y t erm ina por desint eresarse de la at m ó sf era, del obj et o, de la vida m ism a. Dem asiado lú cido para enloquecerse por alg o, j am á s decidirá j ug arse por ent ero; pero est e m ism o alej am ient o —que es una f orm a de displicencia— le perm it e descubrir las t onalidades m á s aé reas y arm oniz arlas con un sent ido a la vez sut il y arbit rario. Con una palet a donde los colores adquieren una f rescura y una t ransparencia de acuario, y un pincel que los ex t iende sobre la t ela con un desprecio absolut o por t oda perspect iva, por t odo ef ect o lum inoso, Mat isse disg reg a los volú m enes a pesar de que sient a, prof undam ent e, el sensualism o de las apariencias. Su art e hecho de nada —que, abusivam ent e, nos recuerda el de Giraudoux — podrá m erecer el reproche de dem asiado int elect ual. Con f recuencia, sus cuadros parecerá n bellas im á g enes coloreadas; ello no im pide que, por su espirit ualidad y

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su g ust o inf alible, se hallen em parent adas con la m á s pura t radició n f rancesa ( Chardin) ni que Mat isse se conviert a en el m aest ro de t oda una g eneració n de art ist as que se relacionan, ent re sí , por la im port ancia que ot org an al color. Má s brut al, con un apeg o m ucho m ayor por la vida, cuando Derain —a su vez — abandona el f uror espect acular de los prim eros m om ent os, saborea lo que hay de clá sico en Cé z anne, y con una aust eridad casi som brí a, reduce su palet a, aspira a lo arquit ect ural e inf unde una plast icidad m ayor a los obj et os; m ient ras en sus andanz as por los Museos, se det iene ant e é st e renacent ism o it aliano, ant e aqué l m aest ro f rancé s, seg uido por ot ro g rupo de art ist as que se caract eriz a por la nost alg ia de lo clá sico. A est as ram if icaciones del “Fauvism o” habrí a que ag reg ar una t ercera —cuyos represent ant es m á s g enuinos son Rouault y Vlam inck — que, a pesar de no t ener la m ism a t rascendencia, se dist ing ue por su int erpret ació n pat é t ica de la nat uralez a y de la vida. Pero la f ig ura m á s im port ant e, alrededor de la cual se ag rupará , en un ciert o m om ent o, buena part e del m ovim ient o pict ó rico y que ej erce, hoy m ism o, t al ascendient e, que casi result a inconcebible ot ra post ura que la de est ar a f avor o en cont ra suyo, es la de Picasso. Dif í cilm ent e podrí a pronunciarse el nom bre de ot ro art ist a cuya obra haya inspirado m á s odio, m á s am or, y ex prese, con m ayor aut ent icidad, la inquiet ud y el descont ent o de nuest ra é poca. Dot ado com o ning uno, con un poder de capt ació n que le perm it e descubrir, donde sea, una posibilidad iné dit a, Picasso ej ecut a los ej ercicios de m á s riesg os con una sonrisa, al m ism o t iem po que conoce el hast í o de cualquier insist encia. Allí donde ot ro hallarí a una raz ó n de ser capaz de llenarle la vida, é l só lo encuent ra un episodio int rascendent e. Má s que la f inalidad, lo at rae la avent ura y en est o se revela t an españ ol que —de no result ar ex cesivam ent e pint oresco— podrí a af irm arse que Picasso es una especie de Don J uan de la pint ura, a quien no le int eresa poseerla en é st e o en aqué l aspect o, sino violarla en t odas sus m anif est aciones, en t odas sus posibilidades, para enriquecerse, cada vez , con una nueva conquist a y un nuevo deseng añ o. At raí do por el renom bre de St einlen ( “En el Moulin Roug e”, nú m . 27) pint a, al lleg ar a Parí s, baj o la inf luencia de ToulouseLaut rec —y del Greco— los cuadros que lueg o se denom inará n su “é poca az ul” ( 190 1/ 5) en los cuales, a pesar de su colorido

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im previst o, de su dibuj o ex presivo y sensible, cae en un dram at ism o lit erario que linda con la sensiblerí a. Su int ranquilidad ha de apart arlo, bien pront o, de los riesg os de ese cam ino. Bast a una brisa prim averal, un poco de carm í n y de blanco para alej arlo de esa é poca dolorida, para que sus t elas adquieran la liviandad y la t ransparencia que caract eriz an su “é poca rosa” ( 190 5/ 7) . Pero cuando t odo perm it e esperar una visió n sensual y lí rica de la nat uralez a, el art e neg ro lo at rae, t an poderosam ent e, que recurre a sus def orm aciones con un em puj e brut al y desconcert ant e. Aunque los “Fauves” lo hayan f recuent ado previam ent e, nadie com prende, com o é l, hast a qué punt o el lirism o de sus est iliz aciones y su sent ido m á g ico de la plá st ica, coinciden y at raen nuest ra sensibilidad. A los f et iches de la Cost a de Marf il o de Oro, que se adm iran en ese m om ent o, é l pref iere la est at uaria del Cam erú n, del Cong o Belg a, m ucho m á s ex presiva, y a poco de int im ar con su g ust o g eom é t rico de LA F ON RUI y su concept o abst ract o de la decoració n, nace su “é poca neg ra” ( 190 7/ 9) donde reacciona cont ra la ex cesiva libert ad de los Im presionist as y de los “Fauves”. La cont em plació n de las obras de Cé z anne han de llevarlo, por ot ra part e, a acept ar sus ú lt im as consecuencias y a reducir los obj et os a su f orm a g eom é t rica y prim ordial: pirá m ide, esf era, cubo, cilindro. De hecho, queda así invent ado el Cubism o8. J unt o con Braque y seg uido por Lé g er, Gris, Met z ing er, Gleiz es, et c., y de un g rupo de lit erat os, ent re los cuales Apollinaire of icia de hierof ant e, se f orm an, poco a poco, las norm as del nuevo m ovim ient o, sus rit os y su dog m á t ica. Para la im perm eabilidad de quienes persist en en suponer que la pint ura es una copia de la nat uralez a, el int ent o cubist a represent ará una burda m ist if icació n, un j ueg o cuyo obj et o consist e en provocar la indig nació n de los espect adores. Son pocos los m ovim ient os art í st icos, sin em barg o, cuyo advenim ient o sea m á s ló g ico y ent rañ e una honest idad m ayor. Así com o los Im presionist as necesit aron abrir las vent anas para evit ar que la pint ura se asf ix iara, el Cubism o se apresura a cerrarlas y a sust raerla de cuant o la pueda cont am inar. Para su espí rit u m onacal, ning una precaució n result a ex ag erada. Es necesario obst ruir las cerraduras, ribet ear con burlet es t odos los int erst icios: im pedir, por cualquier m edio, que la m á s m í nim a parcela de realidad se inf ilt re por alg una hendidura. El t em a, la L a denominació n de este grup o surge de la f rase q ue p ronunció M atisse ante un cuadro de B raq ue: “ ¡ M ais ç a, c’ est du cubisme! ” . 8

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nat uralez a, la ané cdot a, el sent im ient o, cuant o dej e de poseer una relació n est rict a con la plá st ica, es desechado para siem pre. La creació n pict ó rica se t ransf orm a en un act o m ent al. Dent ro de los lí m it es de su t ela, el art ist a se halla en un t rance sem ej ant e al de Dios ant e la Nada. Su creació n ha de surg ir de su propia sust ancia y ha de som et erse a las leyes que le im pone su volunt ad om nipot ent e. Cuando apela a lo ex t erior, cuando incurre en la debilidad de m anif est ar alg una t ernura por un obj et o hum ilde ( vaso, perió dico, bot ella) le inf lig e las def orm aciones que se le ant oj an, lo som et e a la est ruct ura y al rit m o que requiere la com posició n. La aust eridad y el ascet ism o de su dog m a son t an descarnados que no só lo renieg a de los sent idos y desconf í a de las apariencias, sino que su t é cnica se despoj a de t odos los sensualism os del color, de t odos los recursos cuya lealt ad parez ca sospechosa, para delat ar, sin com pasió n, el “t rom pe l’ oeil”, los j ueg os de luz . El cuadro es una superf icie de dos dim ensiones y es deshonest o eng añ ar a nadie. Pero, desde que la noció n del espacio se t ransf orm a en un concept o abst ract o, int elect ual, result a lí cit o hacer g irar cualquier obj et o sobre su ej e y represent arlo sobre el plano —m at erial— de la t ela. El Cubism o lleg a así , a descom poner la f orm a, con un sent ido analí t ico sim ilar al que los Im presionist as aplicaron al color, aunque j am á s olvide que su f inalidad consist e en cubrir una superf icie con t int as planas, cuyo aj ust e sea t an preciso que se j ust if ique por sí solo, ni que la pint ura es ot ra cosa que un j ueg o de volú m enes y de colores, capaz de procurarnos una em oció n est é t ica. En lug ar de su m ala f e, se podrí a reprochar al Cubism o su candor ex cesivo, su honest idad alg o ing enua, sus m aní as de solt eró n, ya que a f uerz a de renunciar a t odo, de recluirse en un herm et ism o convent ual, reduce los lí m it es de lo pict ó rico a una est rechez de calaboz o y rarif ica la at m ó sf era donde vive hast a asf ix iar a sus m ism os iniciadores. Com o era de esperarse, Picasso ex perim ent a ant es que nadie est a opresió n y —ent re reincidencias ocasionales— descubre la realidad est á t ica, irreal, suprasensible que ocult a el neoclasicism o de Ing res, la def orm ació n de los prim eros planos f ot og rá f icos, la elocuencia dram á t ica del blanco y neg ro, sin que est as, y ot ras ex ploraciones, le im pidan inf undir a su obra esa cohesió n perf ect a que se adviert e al cont em plarla en su t ot alidad. No ha de creerse, sin em barg o, que la ex periencia cubist a f ue inf ruct uosa o careció de t rascendencia, pues adem á s de los

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art ist as que se em peñ an en hacer penet rar la realidad en el m olde de su dialé ct ica ( La Fresnaye, Marí a Blanchard, Lhot e, Rivera, Delaunay, et c.) , su inf luencia se ex t iende a la escult ura y a t odas las art es decorat ivas. En su obst inació n por desinf ect ar la pint ura de la plag a sent im ent al y nat uralist a, habrá caí do en un int elect ualism o cuya aridez nos dej a un g ust o de arena ent ré los labios. No cabe duda de que su bag aj e t eó rico result a dem asiado pesado y que los art ist as que lo f recuent an, en vez de m ost rarnos sus cuadros, su t aller, nos int roducen, abusivam ent e, en la cocina. Aunque sus ent usiasm os cient if icist as nos hag an sonreí r, y sus t elas apenas alcancen a ser herm osos t apices, no hay que olvidar que el Cubism o ha repercut ido hast a en aquellos que, apart ados del m ovim ient o, se apoyaron en sus adquisiciones para realiz ar una obra personal. ( Modig liani) . Cuando m enos se esperaba, Apollinaire ha de obsequiarle, por lo dem á s, una j ust if icació n insospechada. Oblig ado a declarar el cont enido de su pipa, o —a ej em plo de Oscar W ilde— el t am añ o de su t alent o, t ropiez a con un á ng el ocult o en un unif orm e de aduanero. Es un pequeñ o burg ué s —cuya cult ura no pasa de Boug uerau— quien con una purez a m ilag rosa y una f rescura de prim it ivo, ha lleg ado, inst int ivam ent e, a una concepció n de la pint ura que posee ciert os cont act os con la que pract ica el Cubism o y que provoca t al ent usiasm o que no t ardará en sent irse la inf luencia de sus est iliz aciones involunt arias, de su am or ent rañ able por lo popular y de su espí rit u candoroso, lleno de escrú pulos y de hum ildad. Se t rat a del “Douannier Rousseau”.

Com o si no bast ara el int rincam ient o de las t endencias bosquej adas, un g rupo de art ist as ag reg ará la de m ant enerse alej ado de t odas ellas, para observar a los hom bres con una lucidez despiadada y proseg uir ex cavando —a t ravé s de Daum ier, de Deg as y de Laut rec— una de las vet as m á s prof undas de la pint ura f rancesa. Puede af irm arse, de t al m odo y sin ning ú n t em or, que la caract erí st ica m á s sobresalient e de la pint ura m oderna consist e en su com plej idad. Así com o en pleno Im presionism o surg e la f ig ura de Cé z anne, en m edio del aullido de los “Fauves”, de las reg las y los com pases que esg rim en los Cubist as, m á s de un pint or decide recluirse en su t aller, pues aunque el desprest ig io de los m useos les ot org ue una seducció n de sit io prohibido, nadie cree —con Derain— en alg o, m á s que en sí m ism o, ni conoce ot ro anhelo que el de ex presarse con orig inalidad.

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Despué s de ag ravar hast a el parox ism o est a incert idum bre, la g uerra del cat orce dej a, por ot ra part e, un ansia insaciable de vivir, al propio t iem po que una apet encia devoradora por at urdirse. Com o siem pre, Parí s t rasunt a, con la m ayor int ensidad, ese m om ent o caó t ico y ex uberant e9. Má s af iebrada que nunca, su vida adquiere un rit m o t an acelerado que ni la ubicuidad de J ules Rom ains perm it irí a asist ir a sus espect á culos. Ant es de que el calendario se deshoj e, las revist as lit erarias nacen, se reproducen, desaparecen, resucit an. La publicació n de un nuevo libro, la apert ura de una ex posició n, revist en el aspect o de un acont ecim ient o nacional. Insat isf echos de los escom bros que se encuent ran en cada bocacalle, los dadaí st as ex t erm inan la ló g ica, declaran la g uerra a la g ram á t ica, cult ivan el insult o y las palabras en libert ad, en reuniones donde se em plea la incong ruencia con la m ism a ef icacia que los bast ones. En una serie de espect á culos inolvidables, los “Bailes Rusos” revelan el m ilag ro del art e coreog rá f ico, y al m ism o t iem po que consag ran la m ú sica de St ravinsk y, solicit an decoraciones a Picasso, a Lé g er, a Mat isse... a los art ist as m á s discut idos y vivient es. La pirot ecnia verbal de Coct eau consig ue im poner el g rupo de “Los Seis”, m ient ras la voz g ang osa de la j az z se t ransf orm a en el t ó x ico de m oda. Despué s de asist ir, em belesados, al nacim ient o de la dé cim a m usa: el cinem at ó g raf o, los escrit ores y los art ist as se cong reg an en la at m ó sf era de cat acum ba del “Est udio 28” y del “Vieux Colom bier”, cuando no aú nan su esf uerz o al de Copeau, al de Dullin o al de Bat t y, quienes, en la ú lt im a sala, en el “At elier” y en la “Barraque”, se em peñ an en at raer a la escena a los verdaderos lit erat os, en apart ar el t eat ro clá sico de lo declam at orio, de lo convencional. Pero si est e apresuram ient o abarca t oda m anif est ació n art í st ica, ning una la vive con m á s int ensidad que la pint ura. Aunque parez ca ex ag erado, es raro que pase un só lo dí a sin que se inst ale una “casa de cuadros”, sin que se inaug ure alg una ex posició n. El nú m ero de pint ores que reside en Parí s alcanz a una cat eg orí a ast ronó m ica. Con ciert a t im idez , un censo anot a la S in la gravitació n q ue ej erció P arí s, durante el medio siglo q ue se inicia, p aradoj almeme, a los p ocos añ os de la derrota del 7 0 y termina algú n tiemp o desp ué s de la victoria del 1 8 , ni siq uiera se concebirí a la ex istencia del movimiento p ictó rico q ue comentamos. D emasiado conocido, p ara subray arlo, este h ech o ex p lica la comp lej idad de los grup os y de las tendencias q ue lo f orman tanto como el nú mero y la imp ortancia de los artistas ex tranj eros q ue intervienen en é l. 9

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cif ra de 50 .0 0 0 , al calcular los que viven de la pint ura. A m edida que ella se t ransf orm a en un “art í culo” de prim era necesidad, la especulació n m á s descarada ex plot a la est upidez y el snobism o. A la som bra de los valores m á s só lidos, prospera el “chiqué ”, la m ist if icació n. En t odas part es se encuent ran seudo Mat isses, seudo Derains, seudo Picassos. El pobre “Douannier” soport a una verdadera recua de pará sit os, y la producció n es t an enorm e que en los Salones ya no se cuent an los cuadros por unidades: hay que m edirlos por k iló m et ros. En m edio de est e am bient e t um ult uoso, donde el sim ple hecho de hallarse inf orm ado presupone un esf uerz o ex t enuant e, Raf ael Crespo —lleg ado a Paris poco despué s de la g uerra— com ienz a a coleccionar sus cuadros con un sent ido com ú n que, a f uerz a de ser el m enos com ú n de los sent idos, result a un dandysm o. Desde el prim er m om ent o, Crespo com prende que para reunir una colecció n hom og é nea y coherent e, es indispensable lim it arse. La est rict ez con que cum ple est e sacrif icio, no conoce desf allecim ient os. Aunque lo at raig a é st e renacent ist a, aqué l prim it ivo, desecha t oda t ent ació n, concent ra sus posibilidades en la pint ura qué ha eleg ido para convivir y desplieg a, durant e m uchos añ os una act ividad que revist e el cará ct er de una verdadera obsesió n. Pocos será n los “m archands” que no hayan enf rent ado sus ag achadas de g aucho ent rerriano, que ig noran hast a qué punt o sus carcaj adas encubren la j ust ez a de su arg um ent ació n. Ant es de com prar un cuadro, da vuelt a y sonrí e, escucha t odas las opiniones, discut e con sus am ig os y, con una conciencia insobornable, adquiere lo que le parece m ej or... ¡y no hay m á s rem edio que conf esarlo! se equivoca m uy rara vez . La m arañ a que rodea y reclam a de Crespo un inst int o de rast reador, es dem asiado int rincada, sin em barg o, para que pueda perdurar. A m edida que el t um ult o se acalla, que los ent usiasm os palidecen o pierden su raz ó n de ser, la at m ó sf era se clarif ica, hast a que el calendario nos proporciona el dudoso privileg io de la ecuanim idad. Lej os de las ex ag eraciones que requiere cualquier af irm ació n iné dit a, de t eorí as que, durant e un inst ant e, pudieron desconcert arnos, cada dí a es m enos dif í cil desent rañ ar su sig nif icado y percibir —a t ravé s de las t endencias y de los t em peram ent os m á s cont radict orios— las sim ilit udes que provienen de haber vivido las m ism as preocupaciones. Aunque no sea el sit io de int ent ar una verdadera clasif icació n ( pues de no t ej erla m inuciosam ent e se escaparí a por ent re sus m allas m á s de una personalidad escurridiz a) ha de perm it í rsenos, por lo t ant o, que ag rupem os a los art ist as que com ponen la Colecció n Crespo, dent ro de las orient aciones que

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hem os señ alado en est os apunt es. Si no ex ist iera un m ot ivo cronoló g ico, bast arí a el nú m ero y la calidad de los pint ores que pert enecieron al g rupo de los “Fauves”, para ocuparnos de ellos ant es que de nadie, y det enernos, en prim er t é rm ino, j unt o a Derain, cuya personalidad es una de las m á s com plej as de la pint ura cont em porá nea.

Verdadero hom bre de su t iem po, Derain se alej a, a t odo lo que da su m ot ociclet a, de las inquiet udes que lo rodean o las vive con una calm a de g ig ant e, capaz de ag ot ar, en una noche, el cont enido de t odas las bodeg as, de t odas las ex periencias. Si durant e un m om ent o abusa del color, no t arda en descubrir la indig encia que disim ula ese derroche. Los az ules noct urnos, los roj os coag ulados, los am arillos rabiosos ( “Ret rat o de Vlam inck t ocando el violí n”, nú m . 10 ) pueden resecarse en su caj a de pint uras. Con el andar eng olosinado y bam boleant e de un oso que se aburre de su libert ad, g ulusm ea en los m useos t odo aquello que robust ez ca la pint ura y le inf unda un há lit o de perpet uidad. La com posició n —que en la t ela a que nos hem os ref erido apenas alcanz a a una “m ise en pag e”— le ex ig e, cada dí a un sacrif icio iné dit o. Poco a poco, su dibuj o adquiere solidez , se t orna arquit ect ural, lleg a a im preg narse, en ocasiones, de un acent o hierá t ico ( “Est udio”, nú m . 41) y, aunque m ucho m enos g enerosa, su palet a se reconcent ra y g ana en ef icacia: com o lo at est ig ua el “Torso desnudo de m uj er” ( nú m . 11) cuya carnosidad cobriz a y su f ondo verdoso, delat an la inf luencia de Corot y de Courbet . Dem asiado conscient e para desconocer el vig or de sus m anos y su rust icidad de cam pesino, la em prende cont ra t odos los preciosism os, y a f uerz a de codaz os im pone m á s de un recurso considerado prohibido hast a ese inst ant e. Los t onos neut ros, el claro-oscuro, los j ueg os de luz , vuelven a penet rar en el cuadro, siem pre que acent ú en la f orm a y proporcionen m ayor plast icidad a la com posició n. Obra de m adurez , el “Desnudo” ( nú m . 12) ilust ra esos procederes, t ant o com o el m é t odo de cernir el dibuj o con el t raz o oscuro que ut iliz aron los “Fauves”, al que ret orna Derain en est a t ela con el obj et o de conf erirle una reciedum bre escult ural que, unida a la j ust ez a y a la g ravedad de los blancos g risá ceos, de los az ules verdosos, le ot org an una bellez a t an im pasible que no desent onarí a en ning ú n m useo. Al revivir lo clá sico con una sensibilidad m oderna, es m uy probable que Derain lleg ue a pint ar dem asiado bien o que

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m erez ca el reproche de una ex cesiva prem edit ació n. Aunque sus cuadros posean, con f recuencia, un colorido y una t em perat ura de só t ano, aunque com et a la debilidad de no rom per t odas las t elas que debiera, hay que conf esar que su act it ud de com prenderlo y adapt arlo t odo a sus ex ig encias, le han perm it ido obsequiarnos paisaj es de una aust eridad llena de noblez a, desnudos y nat uralez as m uert as de una som brí a solidez .

Mient ras Derain procura calm ar su inquiet ud ant e las f orm as t radicionales, Vlam inck evit a que su voz se conf unda con el rug ido de los “Fauves” y se echa al hom bro su caj a de pint uras, com o si f uese una m ochila, para disparar sus pinceles cont ra t odos los espect á culos capaces de acrecent ar su desasosieg o. El paisaj e com ienz a a int eresarle en ví spera de la hecat om be, pues aunque no pret enda, com o Delacroix , que se deg ü ellen cuat rocient as odaliscas para dig narse a em puñ ar la palet a, ex ig e que la nat uralez a caig a en t rance o le brinde, por lo m enos, alg ú n pequeñ o cat aclism o. Lej os de ocult ar el deseo de conm overnos, su lealt ad se com place en los t onos prof undos y en los paisaj es de la ang ust ia: cam inos que han perdido su rum bo; á rboles desesperados; casas siniest ras que int ent an liberarse de la g ravit ació n; panoram as donde la nieve lo recubre t odo, con su harina hecha de huesos y de silencio. Est e soplo rom á nt ico —que de m anera dist int a, pero indudable, arrast ra a t odos los “Fauves”— adquiere, en Vlam inck , una violencia huracanada. Ello no le im pide som et er su visió n a norm as que —sin ser t an est rict as com o las del Cubism o o las de Cé z anne— denot an el em peñ o de ceñ irla a una est ruct ura conscient e y prem edit ada. Podrá af irm arse que Vlam inck posee un t em peram ent o m á s pobre que el de sus com pañ eros, una dicció n declam at oria, rara vez ex ent a de pleonasm os y de m onot oní a. La perseverancia, la honest idad de sus int enciones, le han perm it ido realiz ar una obra cuya f uerz a persuasiva se revela hast a en aquellas t elas que, com o el “Paisaj e” ( nú m . 40 ) no pueden considerarse de las m ej ores, y donde es dif í cil desconocer, sin em barg o, la ef icacia con que las t echum bres avinag radas se arm oniz an con los verdes t orm ent osos y con el cielo de esa calle que, al dividir el cuadro com o una herida, le inf unde una sensació n aut é nt ica de m ist erio y de dram a.

Por arbit rario que parez ca, el paisaj e de Vlam inck nos inst a a det enernos ant e las f lores de FA UT RIER, pues aunque lleg ue un

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poco t arde, su debilidad por las g am as som brí as y las arm oniz aciones t enebrosas, j ust if ica est e anacronism o. El lug ar com ú n del ram o que f recuent a cualquier af ició n en t rance de pint ura, se dig nif icará al im preg narse de la at m ó sf era bodeleriana con que Faut rier rodea sus f lores. Su clim a es t an unif orm e, sin em barg o, que la m onot oní a que hem os consig nado en Vlam inck , adquiere, en é l, un acent o y una persist encia de g rillo. Con una t é cnica pesada y un em past e que en ocasiones lleg a al relieve ( “Vaso con f lores”, nú m . 14) proyect a sobre sus cuadros una luz de inverná culo, donde los verdes prof undos, los am arillos perversos, los violet as m ort uorios necesit an vencer las t inieblas que los circundan ( “Flores”, nú m . 13) para im ponernos las proporciones g ig ant escas de sus f lores im ag inarí as.

Todo color y lum inosidad, la cercaní a de VA N DON G EN nos apart a de esa penum bra, al m ism o t iem po que nos perm it e incluirlo ent re los “Fauves”, aunque j am á s haya pert enecido a é se g rupo ni reconoz ca ning ú n m aest ro. Con m ayores dones que sus cant aradas, dueñ o de una palet a que dif í cilm ent e puede ser m á s rica ni m á s iné dit a, desde el com ienz o necesit a luchar sin t reg ua cont ra el dem onio de la f acilidad. La brillant ez de la vida m undana ha de arrast rarlo a t odas las ex ag eraciones y a t odos los esnobism os. Al vivir lo que hay de prof undam ent e superf icial en el g ran m undo, su escept icism o adquiere un desenf ado t an eleg ant e, que le perm it e decir lo que se le ant oj a. Las playas, los casinos, los “dancing s”, t odos los sit ios donde el vest ido acent ú a la desnudez , le brindará n la oport unidad de aplicar un est ilo incisivo y nervioso. Aunque su ironí a un poco cruel lleg ue, en ocasiones, al sarcasm o, con f recuencia se deleit a ant e las ex t ravag ancias de lo “chic”, ant e los t obillos de las m uj eres... y de los caballos “pur sang ”. La f inura de su colorido perm it irí a suponer que la seda surg e conf eccionada de su palet a —que só lo necesit a ceñ irla sobre el cuerpo de est earina de sus m odelos— de no haberlo vist o em papar sus pinceles en cuant os m enj unj es ex penden los bares a la m oda, para oblig arnos a saborear los t onos m á s g laciales y dem ost rarnos su desdé n por el prej uicio de las coloraciones ardient es que los “Fauves” heredaron de los Im presionist as. Mucho m á s espont á neo y m enos aust ero que el de aqué llos, su art e ha de resent irse, sin em barg o, de la f rivolidad que lo nut re. Halag ado por el é x it o con que cult iva las am ist ades y la cont raposició n de los colores, pasa de un t ono, de un saló n, a

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ot ro, sin decir, m uchas veces, m á s que una f rase de ing enio o t raz ar un arabesco, t an ex puest o a caer en desuso com o los de Ang lada Cam arasa. Aunque el em pleo de los m ism os ing redient es —y sobre t odo, el abuso de la pim ient a— t erm inen por hacernos apet ecer alg o m á s nut rit ivo y sust ancial, la aleg rí a de sent irse pint or vive en é l, con t al aut ent icidad que, en m edio de un art e t an t rist e com o el m oderno, sus t elas result an una verdadera f iest a. Los g rises az ulados y los verdes m aduros del “Sendero de la Virt ud” ( nú m . 36) est á n allí para at est ig uarlo, si no bast ara la t ransparencia de los esm eraldas y los carm ines del “Ret rat o de Miss Tam iris” ( nú m . 37) o esa “Venecia” ( nú m . 35) cuya arbit rariedad es, a la vez , t an personal y caract erí st ica.

Aunque t am poco haya pert enecido a ning ú n g rupo, desde que CH A G A LL pisa el andé n de una de las est aciones de Parí s, con un z apat o am arillo lim ó n y el ot ro ult ra violet a, aut oriz a a que se le considere un verdadero “Fauve”. Ex t ranj ero en t odos los paí ses —m enos en la nost alg ia de las leyendas nat ales— su m undo no dif erirá sust ancialm ent e del que t ransit a cualquier burg ué s, pero se rig e por leyes t an arbit rarias que só lo Chag all conoce su raz ó n de ser y su m ist erio. Con un sent ido eg ló g ico y f am iliar, m ira las cosas hum ildem ent e y las aclim at a en el absurdo, con t al nat uralidad, que al lado de ella cualquier audacia nos parece prem edit ada. Verdaderos “caprichos”, m ucho m á s libres que los de Goya, sus cuadros crean, en t al f orm a, una at m ó sf era de pesadilla que, lej os de at erroriz arnos, nos reg ocij a, por su ironí a henchida de t ernura o su erot ism o cast o y espont á neo. Q uien busque en la pint ura el g oce aust ero de lo plá st ico, y ú nicam ent e de lo plá st ico, encont rará que Chag all abusa de la arbit rariedad y bordea los pelig ros que ent rañ a lo lit erario. Sin est a independencia de m odales, j am á s conseg uirí a, sin em barg o, t ransport arnos a una reg ió n pict ó rica inex plorada, a un clim a donde las t onalidades m á s puras se at ornasolan y adquieren un alient o t an lí rico y ex alt ado que le perm it en poblar sus t elas de novias que vuelan ent re ram as de f lores y de vacas; de arcá ng eles const ruidos con un pedaz o de arco iris o de caram elo; de g at os que anidan en una nube o se desbandan desde las ent rañ as de una m uj er; de “Enam orados” ( nú m . 8) que habit an un paí s m á s allá de las nubes y de la luna, donde el roj o pasional se ent relaz a al neg ro con una vehem encia de un lirism o conm ovedor.

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En m edio de g ent e que ex hibe sus m ú sculos y bost ez a cuando no vive en un est ado de erupció n MA RIE LA UREN C IN parece un ibis que ha decidido no espant arse de nada, para absorberse en la adoració n de su plum aj e. Con un pincel que só lo se at reve a roz ar la t ela y que diluye los t onos en su propia t ernura, describe ensoñ aciones donde la purez a linda con la perversidad y donde lo edulcorant e se halla dosif icado con t al m esura, que lleg a m uy rara vez a em palag arnos. Su am or ent rañ able por lo adolescent e y lo dudoso, por los g rises anacarados, por los g at os y los alm ohadones que est im ulan la divag ació n, nos perm it e at isbar un m undo inm at erial e im preciso, que podrá parecem os am anerado y unicorde, pero que nos im preg na de una poesí a, a la vez ing enua y ref inada. Dig na de f ig urar en la port ada de su obra, “La niñ a de la lira” ( nú m . 17 ) posee la duplicidad f elina que caract eriz a su visió n y nos rodea de una m olicie m usical, donde los rosados crepusculares, los g rises verlenianos se conf unden en una neblina t an inconsist ent e com o su cabellera hum osa y f ant asm al.

Mient ras Marie Laurencin —despué s de coquet ear con el Cubism o— se em polva con el m á s delicado de los cisnes, y los “Fauves” se recluyen en las disciplinas que les aconsej a el espect ro de Cé z anne, desm elenado e hirsut o aparece SOUT IN E, con la m ism a violencia que si surg iera de una caj a de sorpresas. Frent e a su act it ud desbocada y j adeant e, cualquier em briag uez result a abst em ia; t odo alarido, una canció n de cuna. Para su ex alt ació n, el act o de pint ar const it uye una enf erm edad que lo oblig a a em borrachar los pinceles en las coloraciones de m ayor g raduació n alcohó lica, a em best ir y desang rarse ant e el caballet e com o si la pint ura le clavara las ast as. Despué s de proveerse, en los desvanes de los “at eliers”, en las f erias callej eras, en el “Marché aux puces”, de las t elas m á s det est ables, pint a sobre un berg ant í n: un ram o de z anahorias, el ret rat o de una m uj er. Lo que necesit a es encont rar un est im ulant e; que la t ela represent e alg o capaz de ex cit ar su dinam ism o caó t ico y esa violencia, t an suya, y que sin em barg o nos recuerda la de Van Gog h. De cien cuadros, novent a y nueve alim ent an la est uf a del t aller, y el que se salva responde, ú nicam ent e, al rueg o de un am ig o, al aprem io de alg ú n “m archand” que llam a a su puert a en el m om ent o en que el Burdeos escasea. Det rá s de est a insat isf acció n casi perenne, de un ent usiasm o y

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un em past e, cuyo cont inuo hervor le conf iere apariencias de lava, puede advert irse un int eré s, t an ruso com o const ant e, por la psicolog í a de sus personaj es; un deseo t al por dom inarse que al arroj ar los colores com o si f ueran brasas, log ra im ponerles una j erarquí a y un rit m o coherent es. Los t res cuadros que f ig uran en la colecció n verif ican est e propó sit o, t ant o com o el desig nio de ent onarlos dent ro de las g am as de un color predom inant e: roj os de una prof undidad de laca china en el “Mucam o” ( nú m . 32) , verdes hum edecidos en el “Paisaj e” ( nú m . 31) , az ules no m enos int ensos en el “Ret rat o de m uj er” ( nú m . 30 ) . Cualquiera de ellos bast arí a para dem ost rarnos que, aunque el color viva, en Sout ine, una ex ist encia propia y su com posició n ex plosiva ahuyent a a quienes necesit an acodarse en un m ost rador para aplicarle a la pint ura el m et ro y la balanz a, la aut ent icidad de su f uerz a es t an inneg able, que hast a sus nat uralez as m uert as m á s repulsivas poseen un sabor que só lo podrí a brindarnos un Rem brandt .

De un sig nif icado m uy diverso, si no m enos escandaloso y subversivo, la obra de ROUA ULT represent a —dent ro del g rupo de los “Fauves”— esa t endencia lit eraria a que nos hem os ref erido y que desde la aparició n de Daum ier recorre, subt errá neam ent e, t oda la pint ura f rancesa. Ant e su dibuj o brut al y sus ent onaciones dram á t icas —ya sean diá f anas o t enebrosas— el espect ador que se deleit a con los m odales y los colores pasados por ag ua, huye despavorido, al com probar que el espí rit u inquisit orial de Rouault es incapaz de la m á s m í nim a indulg encia y que, a pesar de hallarse t an prof undam ent e arraig ado a la vida, la cont em pla con una penet ració n punz ant e y corrosiva. Despué s de f recuent ar los burdeles, los circos, los t ribunales, cuant os lug ares ex ist en donde la realidad se conf unde con la f icció n hast a el punt o de ig norarse cuando com ienz a o t erm ina la f arsa, descubre lo que los hom bres y las m uj eres ocult an de canallesco y lo delat a con la severidad de un art ist a del m edioevo. Su odio por lo burg ué s — sobre t odo cuando lo burg ué s se hincha de pet ulancia — j unt o a esa preocupació n const ant e por la m oral y por el vicio, que hace t an sig nif icat iva su am ist ad con Leó n Bloy, lo alej an de las preocupaciones t é cnicas que absorben a sus com pañ eros y acent ú an su innat a repulsió n por t oda habilidad. Má s de una vez , el sesg o caricat uresco de su espí rit u lo inst ará a em brollar las f acciones de cualquier “Sr. Hé ct or” ( nú m . 28) , a cong elar los t onos que subrayan la idiot ez

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desorbit ada del “Clow n” ( nú m . 29) ; j am á s ha de privarlo de un prof undo sent ido de hum anidad y del em pleo de los colores m á s puros y lum inosos. La pobrez a de m edios de su est ilo, en ciert o m odo rudim ent ario, acaso lleg ue a f at ig arnos t ant o com o la insist encia con que recurre a la def orm ació n, al ir en busca de lo ex presivo. Es indudable, sin em barg o, que al encerrar el color dent ro de un t raz o pesado, con una t é cnica sem ej ant e a la de los “vit raux ”, consig ue ex presar, con t oda libert ad, su visió n am arg a y pesim ist a de la vida.

El ascet ism o de Rouault no ha de im pedir que su t em peram ent o brut al y su sinceridad descarnada, inf luyan sobre un g rupo num eroso de art ist as ent re los cuales GOERG ag reg a una not a de int eré s, aunque de escasa t rascendencia. Para su m irada sat í rica y m ordaz , la hum anidad se com pone, ex clusivam ent e, de hom bres alm idonados de est upidez , de m uj eres nacidas ant es de t iem po, de niñ os hij os del az ar y de una m á scara, de f am ilias ent eras cuya t iesura de f ant oche inspira el deseo de derribarlas de un pelot az o. Una visió n de un hum orism o t an acerbo y ponz oñ oso, acusará m á s de un cont act o con la lit erat ura. El cuidado con que Goerg m at iz a su palet a y reg ula la arbit rariedad de la com posició n, lo alej an, en buena part e, de ese pelig ro. Pero, al violent ar la perspect iva y el prog nat ism o de sus m odelos ( “Vendedora de f elicidad”, nú m . 16) desvirt ú a uno de los procedim ient os predilect os del Greco ut iliz á ndolo con un sent ido preciosist a, y acude a una coloració n t an hú m eda y viscosa, que parece ex t raí da de una g rut a ( “Alm uerz o”, nú m . 15) . Si el hecho de que hayan suf rido, por ig ual, un dest ino dram á t ico, no at enuase el abuso de ag rupar personalidades t an disí m iles com o la de Modig liani, la de Ut rillo y la de Pascin, lo j ust if icarí a, en ciert o m odo, la circunst ancia de haberse m ant enido alej ados de t odas las escuelas y de t odos los g rupos. Dem asiado org ulloso para adopt ar indum ent arias aj enas, MOD IG LIA N I vive las ex posiciones y las m uj eres, las am ist ades y los caf é s, sin ning ú n t em or de cont am inarse. Su sensualism o de m edit errá neo encont rará que la vida carece de sent ido, de no g oz arla —de no suf rirla— en una perpet ua ex alt ació n, pero sus nervios son t an f inos que la m enor asperez a lo condena a ref ug iarse en la pint ura o en el “Pernod”. La m iseria ( esa m iseria que no t ardará en ocasionar su m uert e, y el suicidio de su m uj er el m ism o dí a en que lo ent ierran) lo oblig ará a pedir, en los caf é s, un lá piz , unas

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cuant as hoj as de papel; j am á s ha de im pedirle repart ir sus dibuj os y su ent usiasm o con una g enerosidad principesca. Aunque el aj enj o se em peñ e en lo cont rario, su m ano no vacila, ni t iem bla; se ciñ e al cará ct er del m odelo —que cuando no es un am ig o ( Dibuj os nú m s. 42 y 43) será un parroquiano cualquiera ( Dibuj os nú m s. 44 y 45) — hast a desent rañ ar, con un rasg o de una f inura ex quisit a, lo que posee de m á s ex presivo y hum ano. La m ism a inquiet ud que lo alej a de las sit uaciones est ables y vent aj osas, lo im pulsa a pasar de la obra de Laut rec a la de Rodin, de la de Mat isse a la de Picasso o a la de Cé z anne, sin det enerse m á s de lo que requiere su sag acidad, para abast ecerse de una nueva ex periencia. De los “Fauves” se adueñ ará el t raz o que circunda y subraya el dibuj o, j unt o con la predilecció n por las arm oniz aciones im previst as. Del Cubism o, la licencia de represent ar un obj et o, sim ult á neam ent e desde diversos punt os de m ira. Del art e neg ro, la purez a est ilí st ica de las m á scaras de la Cost a de Marf il ( “Marí a”, nú m . 26) . La diversidad de t ales adquisiciones no ha de im pedirle am alg am arlas ni insuf larles su alient o. Si el paisaj e log ra seducirlo m uy rara vez , lo popular, en cam bio, lo at rae t an poderosam ent e, que no só lo escog e sus m odelos ent re la m ult it ud, sino que t ransit a en m edio de ella con la desenvolt ura de un verdadero arist ó crat a. Desde el inst ant e en que decide abandonar la escult ura —¡el m á rm ol es dem asiado caro!— se desint eresa de las f orm as m onum ent ales, de cuant o sig nif ique aparat osidad, y cada vez m á s cerca de lo hum ilde, reduce sus m edios de ex presió n, olvida los det alles, le rest a im port ancia al color y se det iene ant e lo esencial y sig nif icat ivo, para ahondar la vida int erior de sus m odelos e inf undirles una resig nació n m elancó lica y t ierna ( “Ret rat o de m uj er”, nú m . 22) . No ha de creerse, sin em barg o, que est a act it ud sent im ent al reprim a su sensualism o o lo dist raig a de la pint ura. Aunque su t raz o revele, ant es que nada, al g ran dibuj ant e, la lí nea vive un dest ino idé nt ico al color, ya que unidos, en una sola vibració n, se som et en a una volunt ad est ilí st ica, t an ex alt ada com o lú cida; ya que sus pinceles acarician la f orm a con un rit m o de una plenit ud j am á s ex ent a de volupt uosidad. Si el “Ret rat o de la Sra. Z borow sk a” ( nú m . 20 ) y “Marí a” ( nú m . 24) result an sig nif icat ivos, al revé s de lo que acont ece con la “Cabez a de m uj er” ( nú m . 19) —donde la pincelada no alcanz a su solt ura habit ual— los t res cuadros rest ant es que se ex hiben perm it en que el espect ador m á s dist raí do int im e con su art e volupt uoso y dram á t ico. Recost ada sobre un g ranat e opulent o — cuya m ag nif icencia cont rast a con la pobrez a que im preg na la

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m ayor part e de sus obras— la “Muj er en reposo” ( nú m . 23) nos inicia en el deleit e con que Modig liani vive las ondulaciones del cuerpo f em enino y saborea una piel m á s cá lida que un dam asco, m ient ras est ira su lí nea, con un sensualism o cuya eleg ancia lo apart a de t oda vulg aridad. El acent o recó ndit o y dolorido con que resuena su palet a en el “Ret rat o de niñ o” ( nú m . 21) ha de t ransm it irnos, en cam bio el est rem ecim ient o que le procura lo desdichado, así com o el “Ret rat o de m uj er” ( nú m . 22) t odo sent im ent alidad y rom ant icism o, nos em ociona con sus desproporciones volunt arias y la elocuencia lí rica con que alarg a el respaldo del silló n para que se recuest e la cabellera roj iz a y el az ul prof undo del vest ido. En su em peñ o por sant if icar lo hum ilde, por idealiz ar lo desvent urado, Modig liani f recuent ará ciert os am aneram ient os, ciert os t rucos de una leg it im idad t an dudosa com o el de im poner al cuello de sus m uj eres el canon de las est at uas g ó t icas. Es inneg able que la lang uidez m edit at iva que adopt an sus m odelos ( “Ret rat os de m uj er”, nú m . 22) evoca la de alg unas Madonas prim it ivas ( las de la Escuela Sienesa, por ej em plo) y que su palet a revela ciert os cont act os con la del Tint oret t o ( “Ret rat o de niñ o”, nú m . 21) , y a t ravé s de é st e, con la del Greco, de quien ex t rae y ex ag era el recurso de la m irada est rá bica, al suprim ir, lisa y llanam ent e, una de las pupilas ( “Ret rat o de la Sra. Z borow sk a”, nú m . 20 ) . Af irm ar, por t ales m ot ivos, que Modig liani es un pseudo Bot t icelli que ha usuf ruct uado el privileg io de conocer el art e neg ro, result arí a t an abusivo com o inj ust if icado, pues a pesar de esas debilidades —y de que su aport e t é cnico pueda considerarse com o nulo— m erece ser incluido ent re los m ej ores art ist as de la é poca, ya que lej os de t odo int elect ualism o, f ue capaz de revivir, con una sensibilidad m oderna, m á s de una concepció n renacent ist a.

Aunque de dist int a m anera, el dest ino de UT RILLO no só lo es ig ualm ent e t rá g ico que el de Modig liani, sino que ilust ra con un relieve t an acent uado, la predest inació n que los arrast ra. Mucho m á s precoz que aqué l, y sin ot ra cult ura que la de asist ir a las discusiones prom ovidas en el t aller de su m adre, Susanne Baladon, desde que ex perim ent a la necesidad irresist ible de em puñ ar los pinceles, em plea una palet a que — aunque proveng a de los Im presionist as— le pert enece, por la ex t rem ada f inura de sus t onos m enores y de sus arm oniz aciones delicadas. Enam orado de su barrio —que conoce, desde sus perspect ivas m á s anchas hast a sus callej ones sin salida—, deam bula por

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t odas las calles de Mont m art re y recala, t an a m enudo, en los “bist ros” que, con f recuencia, hay que int ernarlo en una casa de salud. Su t ernura por las viej as paredes, ag obiadas com o una espalda, est im ula su escrupulosidad hast a el ex t rem o de em plear la m ism a cal que las recubre, al reproducir sus rug osidades y sus m at ices. El em past e adquiere, de t al m anera, un lust re y una consist encia de porcelana, m ient ras su af á n de precisió n lo em puj a hacia un cont act o t an í nt im o y direct o con la realidad, que log ra cont em plarla com o un verdadero poet a y darnos una visió n personal de esa aldea, un poco irreal, que es ese barrio de Parí s. Puede ser que, habit uados a los desm anes de los “Fauves”, al ex cesivo int elect ualism o de las especulaciones cubist as, su candorosa sim plicidad result e insí pida a los paladares est rag ados. No es m enos ciert o, sin em barg o, que baj o ex t erioridades inof ensivas, sus ent onaciones suelen result ar revolucionarí as; com o lo dem uest ra la “Casa de Berlioz ” ( nú m . 34) con la aparent e arbit rariedad de su cielo plom iz o, de una coloració n t an j ust a com o orig inal. Ant es de caer en los cuadros en serie —dem asiado pró x im os a las post ales ilum inadas para alent ar una j ust if icació n— pint a m á s de una t ela cuyo arraig o en lo popular es t an sincero y espont á neo, que se olvidan ciert as rem iniscencias im presionist as, ciert o det allism o arquit ect ural —ex t raí do del Canalet t o ( “Capilla de Ivry”, nú m . 33) — y se com prende que, a pesar de su int rascendencia, su obra no es m enos personal ni dej a de hallarse sat urada de int im idad y de encant o.

Casi cé lebre ant es de lleg ar a Parí s, debido a su colaboració n en “Sim plicissim us” —donde se consag ra com o uno de los m ej ores dibuj ant es de la é poca— PA S C IN vive un dest ino t an dram á t ico com o el de Ut rillo o el de Modig liani. Convencido de poder alcanz ar lo que se le ant oj e, cuando el hast í o no le aconsej a renunciar a lo que se ha propuest o, derrocha su t alent o en t odos los caf é s de Mont parnasse, con un desprecio absolut o por las alcancí as y por el calendario. Los dit iram bos de la crí t ica, los cont rat os m á s vent aj osos de los “m archands”, le hará n encog erse de hom bros. Con la desolació n prof unda de ser siem pre el que da, acept a t odas las circunst ancias que le im pidan encont rarse consig o m ism o, y si durant e un m om ent o parecerí a que el vicio lo dist rae, al apart arlo de lo t rillado, m uy pront o su escept icism o lo persuade de que la m uert e es la ú nica avent ura dig na de ser vivida. En ciert a ocasió n —para ref erirnos a una de t ant as— se

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encierra con su m uj er y abre la llave del g as, despué s de convencerla de que es necesario elim inarse. Cuando com ienz an a sent irse int ox icados, oyen los m aullidos de su g at o. Pascin se precipit a a abrir las vent anas, y f eliz , por haberlo salvado, descorcha una bot ella. Pocos m eses despué s circula por t odos los caf é s de Mont parnasse el rum or de que Pascin acaba de suicidarse. La not icia provoca t al const ernació n que hast a los m á s adict os al w hisk y log ran seg uir el derrot ero que los conduce a su puert a. En el quint o piso, yace Pascin, en m edio de un charco de sang re. Despué s de abrirse las venas, com o la m uert e dem orara se ha colg ado con su corbat a de un picaport e, no sin ant es haber escrit o, en la pared, y con su propia sang re, la cé lebre ex clam ació n cam broniana. Aunque nada ex prese m ej or que est e encarniz am ient o, el hart az g o que le procuran los dones con que la vida se propuso ag obiarlo, no ha de creerse que su t em peram ent o, ni su art e, se im preg nen de una violencia desesperada. Dem asiado f ino y descreí do para calarse unas g af as de m oralist a, si señ ala el ridí culo, no será con la int enció n de censurarlo, sino para alim ent ar su sonrisa y ent ret ener su desam paro. Pese a ciert os punt os de cont act o, est a act it ud no só lo adquiere, así , un sig nif icado m uy dist int o a la de Grosz —et ernam ent e im buido de la im port ancia de su rol de censor—, sino que le perm it e com placerse en los desf allecim ient os de su propia sensualidad y acallar alg unos inst ant es su desdé n, para deleit arse en las carnes nacaradas de un desnudo ( “J oven recost ada”, nú m . 25) , en los blancos equí vocos y en los violet as enf erm iz os de “La niñ a del m oñ o roj o” ( nú m . 26) . Má s dibuj ant e que colorist a, su t raz o nervioso y espirit ual no consient e que el color lleg ue a suplant arlo, ni siquiera en las ocasiones en que se vale de é l para acent uar un volum en o envolver sus m odelos en una at m ó sf era am big ua e iriz ada. Aunque a t ravé s de un em past e que se diluye en pinceladas vaporosas y en t onalidades m archit as, la sug est ió n de la lí nea conserve su ef icacia, rara vez alcanz a la libert ad que asum e en sus dibuj os, los que, sin duda alg una, const it uyen la part e m á s sig nif icat iva de su obra. Sin ot ros alardes t é cnicos que el em pleo const ant e de las coloraciones desleí das y el aprovecham ient o del escorz o, con el que sat isf ace su necesidad de im previst o al of recernos las perspect ivas m enos accesibles, sus ó leos dej an t raslucir, sin em barg o, una sensibilidad t an ex quisit a, que no se requiere recordar sus g randes dibuj os coloreados para persuadirse de que Pascin es uno de los art ist as m á s f inos y penet rant es de nuest ra

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é poca.

Si hast a ahora hem os log rado clasif icar, un poco abusivam ent e, la obra de los pint ores que f orm an la Colecció n Crespo, nos bast ará acercarnos al Cubism o para ag rupar la de aquellos que aplicaron su precept iva a la cont em plació n de la nat uralez a. Dueñ o de una cult ura vast í sim a y de un espí rit u ag udo, LH OT E, no só lo dem uest ra un prof undo conocim ient o del of icio, sino que se acredit a com o uno dé los m ej ores crí t icos de Francia. Muy pocos será n capaces de analiz ar, con ig ual j ust ez a, la obra de los pint ores ant ig uos y m odernos. Nadie conocerá m ej or el cam ino que conduce al aj ust e de los t onos, al repart o de los volú m enes, al equilibrio de la com posició n. La lucidez que presupone t ant a sabidurí a, reseca su t em peram ent o y reprim e su espont aneidad, hast a el ex t rem o de que sus t elas apenas proporcionan un deleit e dist int o al que procura el desarrollo ló g ico de una ecuació n m at em á t ica. No es ot ro, por lo m enos, el que ha de buscarse en el “Ret rat o de m uj er” ( nú m . 18) donde, baj ó apariencias t radicionales, ex plot a las adquisiciones del “Cubism o, con una t é cnica cuyo brillo podrá ser t an deslum brador com o sé quiera, pero que delat a —al pasar del verde prof undo al verde claro y al rosa, para caer en el g ranat e y en los m arrones que ent onan la f ig ura— una est rat eg ia de aj edrecist a que prevé , desde la prim era pincelada, la ubicació n y la ef icacia de la ú lt im a.

MA RÍ A BLA N C H A RD , en cam bio, podrá pract icar, im punem ent e, las disciplinas m á s ascé t icas y ser una de las pocas m uj eres que part icipan del m ovim ient o cubist a; el t ono acong oj ado de su voz ha de em papar su obra de un sent ido t rá g ico y hum ano. Im pelida por una ex alt ació n que le enciende las pupilas y la t ransf ig ura —hast a el punt o de log rar que se olvide su def orm idad— visit a t odos los m useos de Europa, se m ez cla a los g rupos m á s t urbulent os y t erm ina por recluirse en una labor que só lo conoce la ex ist encia de aquello que se relaciona con la pint ura. El of icio, la t é cnica, dej ará n, m uy pront o, de oponerle dif icult ades. Por m á s que los am ig os —y los “m archands”— se indig nen ant e sus escrú pulos y sus arrepent im ient os, son t ales las ex ig encias que le im pone su honest idad, que j am á s ha de sent irse sat isf echa consig o m ism a. Diez añ os despué s de separarse de un cuadro, recuerda un error y ex perim ent a t al ang ust ia que no descansa hast a recuperarlo e int roducir en é l

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correcciones que, con f recuencia, equivalen a pint arlo de nuevo. La visit a de un “m archand” no ha de ocasionarle una int ranquilidad m enor. Aunque le urj a vender alg una t ela. invent a m il arg ucias para ret enerla y, m uchas veces, la adquiere nuevam ent e, con el f in de correg irla hast a el cansancio. Est e af á n de perf ecció n, j unt o con la volupt uosidad de cont rariar los ex cesos de su t em peram ent o apasionado, ex plican que, a poco de lleg ar a Parí s, se sient a at raí da por las orient aciones m á s adust as de la pint ura cont em porá nea. No ha de creerse, sin em barg o, que al t rasponer las f orm as f am iliares a la plá st ica cubist a, Marí a Blanchard acalle el t im bre em ocional y el acent o dram á t ico que denuncian su orig en. En vano arrem et erá cont ra t odo lo españ ol. Por encim a de las innovaciones t é cnicas del m om ent o, lo que verdaderam ent e la est im ula es el cont act o con los g randes m aest ros de su t ierra y, sobre t odo, con el Greco y con Z urbará n. De ellos proviene no só lo su af ició n por las t onalidades som brí as y el sent ido prof undam ent e hum ano de sus est iliz aciones, sino hast a el dram at ism o con que descom pone la luz , t an caract erí st ica de su m anera. Obsesionada por est e ú lt im o em peñ o, cuyo sig nif icado es m uy dist int o al im presionist a —puest o que analiz a la luz con relació n a la plast icidad—, enf rí a su palet a y endurece su lí nea, en com posiciones hié rá t icas y cont enidas, donde el ó leo, t ant o com o el past el, irradia m il ref lej os, cuando no adquiere una t ransparencia de crist al. Sea en una o en ot ra m at eria, sus blancos vidriosos e iridiscent es ( “Niñ a enf erm a”, nú m . 2) , sus violet as y sepias doloridas ( “Mat ernidad”, nú m . 4) podrá n m olest arnos por la ex cesiva riquez a de sus resonancias. A pesar de que est e procedim ient o result e alg o m onó t ono, es indudable que en esas, com o en t odas sus t elas, Marí a Blanchard no só lo dem uest ra un dom inio de la t é cnica que le perm it e alardes equivalent es al de la “Niñ a dorm ida” ( nú m . 3) —donde aplica el m é t odo analí t ico y concret o del Cubism o a un t em a cuyas ex ig encias parecerí an cont radecirlo—, sino que t raduce, de una m anera recia y est ruct urada, una visió n que oblig a a considerarla com o una de las m á s g randes pint oras que han ex ist ido.

Mucho m enos personal que los art ist as nom brados, BOS S C H A RD sim plif icará sus est iliz aciones y su palet a hast a em plear, casi ex clusivam ent e, el t ono sobre t ono; pero su art e m edido y f rí o es dem asiado f á cil para que consig a ret enernos ant e su “Desnudo” ( nú m . 7) m á s t iem po del que reclam a la arbit rariedad con que la luz j ueg a en los berm ellones y los sepias, al acent uar

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el am aneram ient o acadé m ico de su relieve escult ural.

No sucede lo m ism o con ot ro g rupo de art ist as que f ig uran en la Colecció n Crespo, pues la circunst ancia de haber lleg ado m á s t arde, ex ig e que ex am inem os su act it ud ant es de ocuparnos de sus obras. Ya que los “Fauves” ex plot aron t odas las posibilidades de la violencia y del color, ya que los Cubist as ex t raj eron las ú lt im as deducciones del concept o g eom é t rico de la f orm a, ¿queda ot ra m anera de eludir el pleonasm o y de neg arse a repet ir —¡hast a la saciedad!— lo que ha log rado su m adurez , que colocarse la m ano sobre el pecho, y def ender, im pudorosam ent e, los derechos de la divag ació n y de lo em ot ivo? Por t em eraria que parez ca est a act it ud —en un am bient e donde lo sent im ent al usuf ruct ú a de un desprest ig io casi uná nim e— no es m uy dist int a de la que adopt a el g rupo de pint ores españ oles que lleg an a Parí s, at raí dos por sus ú lt im as y m á s ardient es llam aradas. Tant o Boré s com o Viñ es o Cossio, cada cual de acuerdo con su t em peram ent o, han de aparent ar un desprecio idé nt ico por la t é cnica y un anhelo const ant e por reducir la pint ura a una evocació n lí rica de la realidad y del ensueñ o. Oprim idos por la est rict ez m ez quina de ciert os principios, hart os de la abundancia desenf renada de alg unas prá ct icas, se desent ienden, def init ivam ent e, de cuant o reprim e su espont aneidad y cult ivan un art e disg reg ado e inm at erial, cuyo sabor a im provisació n nos recuerda la escrit ura espont á nea de los super-realist as. Es así có m o, despué s de inf undirle a sus cuadros una at m ó sf era sobrenat ural, BORÉ S renieg a de los cont rast es y del dibuj o preciso, a la vez que indef inido, de su “Nat uralez a m uert a” ( nú m . 6) y lej os de esa concepció n dram á t ica de la pint ura, se encierra, volunt ariam ent e, en un est ilo rudim ent ario, para im pedir que, t ant o el dibuj o com o el color, pert urben la vag uedad poé t ica de sus ensoñ aciones o de sus recuerdos. COS S Í O, en cam bio, j am á s se at reverá a separarse de lo real, aunque la esencia plá st ica de los obj et os no le int erese t ant o com o la sug est ió n poé t ica que de ellos se desprende y, m ucho m á s t í m ido que Boré s, envolverá la com posició n en una lí nea cuya am able f acilidad acaso no ex cluya lo arbit rario, pero que revela preocupaciones m uy sem ej ant es a las de sus ant ecesores, pese a su colorido sin est ridencias y a su dibuj o iró nico y esquem á t ico. ( “El hom bre de la g alera”, nú m . 9.) Sin dej arse subyug ar por lo concret o ni por lo indef inido, VIÑ ES se apart a de cuant o pueda last rar su f ant así a y, con un pincel

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desenvuelt o y lig ero, disg reg a la realidad por m edio de t oques t an t enues com o sug est ivos ( “Lavandera”, nú m . 38; “Descanso”, nú m . 39) . Sus t elas —com o las de sus com pañ eros— podrá n darnos la im presió n de ensayos, m á s o m enos t orpes e indecisos. Aunque ning uno de los t res haya alcanz ado la plena posesió n del of icio, el esf uerz o que sig nif ica renunciar a t oda descripció n pedest re y resobada, m erece que se m ire con t ant a sim pat í a com o el ent usiasm o uná nim e con que cult iva una pint ura t an personal y subj et iva.

Muy cerca de ellos, es raro que BEA UD IN se dej e seducir por un obj et o det erm inado, pues aunque se diviert a en est a curva volupt uosa, en aqué l arabesco, j am á s olvidará su am or por lo decorat ivo y por lo abst ract o. Ex t endidas sobre la t ela —para ir en busca de un cont rast e dram á t ico— sus m anchas de color se yux t aponen y delim it an con t al ex act it ud, que t erm inan por recordar los “pauchoires” de los m aest ros j aponeses, cuando no el “art nouveau”, del que f ueron los culpables involunt arios. Por m á s que est a af ició n a lo decorat ivo pueda result ar em palag osa, hay que convenir, sin em barg o, que Beaudin la canaliz a ent re m á rg enes t an est rict os que —hast a cuando f recuent a un sent im ent alism o a lo Garriere ( “Ref lej o am arillo”, nú m . 1) — sus t elas alcanz an un valor plá st ico convincent e.

Q uien haya derrochado su paciencia en seg uirnos hast a aquí , adm it irá que un sim ple resum en de los elog ios y reparos consig nados, delat arí a las debilidades y la f uerz a de lo que se ha dado en llam ar pint ura m oderna. Creem os que es m enos abusivo, por t al raz ó n, que nos det eng am os —ant es de t erm inaren una de las caract erí st icas m á s sobresalient es de los pint ores de la é poca: su concepció n “rom á nt ica” de la individualidad y su af á n desesperado por ex alt arla. Mucho m á s que un anhelo de perf ecció n, t odos, uná nim em ent e, ex perim ent an la necesidad de cult ivar sus dif erencias... y sus def ect os, no t an só lo con el f in de sing ulariz arse, sino con el de vivir un m undo que les pert enez ca. De ser considerada una de t ant as ex celencias de la creació n art í st ica, la orig inalidad se conviert e en su condició n esencial: en un “t ó t em ” cuyo prest ig io se sust ent a con los m á s crueles sacrif icios. Hast a aquellos que reconocen la f eracidad de la ex periencia aj ena, en vez de conf esarlo se la apropian subrept iciam ent e, y es t al el desasosieg o que los habit a que

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lleg an a reneg ar hast a de lo que ellos m ism os han descubiert o. ( Picasso.) Por inneg ables que sean los pelig ros —y las t ent aciones— que ent rañ a est a act it ud, ¿podrí a neg arse su int repidez heroica y adm irable? Con un t alent o —y una pet ulancia— m ucho m enor, cualquier art ist a de una é poca clá sica conseg uirá realiz ar una obra casi ex ent a de reparos. Para log rarlo, ha de bast arle som et erse a las enseñ anz as de un m aest ro; acat ar, respet uosam ent e, los dog m as en vig encia, e int erpret ar f orm as depuradas a t ravé s de una larg a t radició n. Tant a hum ildad y sabidurí a result ará n lo f ruct í f eras que se quiera. Aunque sea ese, y no ot ro, el cam ino que conduce a la perf ecció n, hay m om ent os en que esa seg uridad se nos ant oj a ex cesivam ent e conf ort able, y por m ucho que la adm irem os, un poco f rí a e inhum ana. Con su aire de im provisació n y su aspect o perecedero, las obras de los art ist as m odernos será n m ucho m enos perf ect as y m ucho m á s im puras. Aunque j am á s nos alcancen una verdadera plenit ud, es inneg able que se adent ran m á s f á cilm ent e en nuest ro cariñ o, pues su disconf orm idad con cuant o dej e de t raducir su propio desg arram ient o, resum e la insat isf acció n de nuest ra é poca y el esf uerz o desesperado por encont rar alg o a qué af errarse. Cualquiera que sea el crit erio y las af iciones de quien se acerque a ellas, t endrá que reconocer, por lo m enos, que ning ú n perí odo de la hist oria del art e ha dem ost rado una invent iva de una pot encialidad equivalent e, y que t ant o el Sr. Raf ael Crespo com o los Am ig os del Museo y la Direcció n de é st e, m erecen la g rat it ud del pú blico de Buenos Aires, pues, por prim era vez , le brindan la oport unidad de aprox im arse a un conj unt o t an sig nif icat ivo de Pint ura Moderna.

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I N T E R L U N I O A

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N ora h L a ng e

Lo veo, recost ado cont ra una pared, los oj os casi f osf orescent es, y a los pies, una som bra m á s t it ubeant e, m á s andraj osa que la de un á rbol. ¿Có m o ex plicar su cansancio, ese aspect o de casa m anoseada y anó nim a que só lo conocen los obj et os condenados a las peores hum illaciones? ... ¿Bast arí a con adm it ir que sus m ú sculos pref irieron relaj arse a soport ar la cercaní a de un esquelet o capaz de envej ecer los t raj es recié n est renados? ... ¿O t endrem os que persuadirnos de que su m ism a art if icialidad t erm inó por darle la apariencia de un m aniquí arrum bado en una t rast ienda? ... Las pest añ as arrasadas por el clim a m alsano de sus pupilas, acudí a al caf é donde nos reuní am os, y acodado en un ex t rem o de la m esa, nos m iraba com o a t ravé s de una nube de insect os. Es indudable que sin necesidad de un inst int o arqueoló g ico desarrollado, hubiera sido f á cil verif icar que no ex ag eraba, desm esuradam ent e, al describir la f ascinant e seducció n de sus at ract ivos, con la im pudicia y la im punidad con que se rem em ora lo desaparecido... pero las arrug as y la pá t ina que corroí an esos vest ig ios le proporcionaban una decrepit ud t an prem at ura com o la que suf ren los edif icios pú blicos. Aunque por lo com ú n perm anecí a horas ent eras en silencio, a veces log rá bam os que relat ara alg ú n episodio de su vida, que recit ase alg ú n poem a de Corbiè re o de Mallarm é . ¡Nunca era m á s t em ible su cercaní a!... Ent re la incesant e hum areda del cig arrillo, su voz —llena de hollí n— resonaba com o si f uese em it ida por una chim enea, y m ient ras su inm ovilidad adquirí a la borrosa im pavidez del ret rat o de alg uien que ya nadie recuerda, su dent adura post iz a se obst inaba en invent ar las sonrisas m enos oport unas. En vano pret endí am os vivir el cont enido de alg ú n verso. Tras el silencio de cada est rof a: su alient o de cam a deshecha, el t em or de que su esquelet o com et iese alg ú n ruido, de que su barba creciera con el m ism o susurro con que crece la barba de los m uert os... Y ya en esa pendient e resbaladiz a, bast aba un g est o, una m irada, para que descubrié ram os su sem ej anz a con esos pares de m edias que se hospedan sobre los roperos de los hot eles, con esos cuellos que se ret uercen j unt o a ellas, t an desesperadam ent e, que nos sug ieren ideas de suicidio. De resist irnos a esos ex cesos, por ot ra part e, ¿hubié ram os log rado cont em plar la m arañ a de sus arrug as sin im ag inarnos t odas las noches perdidas, t odos los rum ores huecos y desvalidos que, al est rat if icarse con una lent it ud de est alact it a, le habí an f orm ado unos replieg ues de cansancio que ni la m ism a

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m uert e conseg uirí a planchar? ...

Para recorrerlas de un ex t rem o al ot ro sin perderm e, yo, por lo m enos, m e veí a f orz ado a ex am inarlas con el m ism o det enim ient o con que se sig uen las rut as en un plano y, dem asiado absorbido por sus accident es, rara vez log raba escuchar lo que decí a. Hast a en las oport unidades en que nos encont rá bam os solos, cuando no perdí a f rases ent eras, m e lleg aban con t ant as int erm it encias com o las que suben a nuest ra vent ana, descuart iz adas por t odos los ruidos de la calle. ¡Era inú t il que reconcent rase m i at enció n!... Siem pre se m e ex t raviaba alg una palabra, alg una part í cula t an esencial, que ant es de cont est arle debí a realiz ar un esf uerz o equivalent e al de t raducir un docum ent o cif rado. Aderez ada con la m ism a prem edit ació n de esos plat os que lleg an m om if icados a la m esa, su dialé ct ica —por lo dem á s— no est im ulaba ex cesivam ent e m i apet it o, pues al abuso de la paradoj a uní a el em peñ o de cit ar cuant os libros habí an f om ent ado su t em ible habilidad en el m anej o de la rim a, de la que ex hibí a, con sobrada f recuencia, un m uest rario de versos t an m anoseados com o los sobres en que los borroneaba. A pesar de que m i desg ano la ing iriese a pequeñ os t roz os, no t ardé en ent erarm e, sin em barg o, de una cant idad de ané cdot as m á s o m enos t urbias de su vida: la bancarrot a —con suicidio y dem á s accesorios— de su padre; su t rá nsit o por dos o t res em pleos; la necesidad de irse com iendo los g em elos, el f rac, el sobret odo; los prim eros sí nt om as del ham bre —pequeñ os escalof rí os en la espalda, pequeñ os calam bres sordos y desesperant es—; m il sucesos en t odos los m eridianos, en t odos los am bient es, hast a lleg ar a Buenos Aires, que —seg ú n é l— ¡era alg o m aravilloso!... la ú nica ciudad del m undo donde se podí a vivir sin t rabaj ar y sin dinero, porque result aba rarí sim o ef ect uar una sang rí a con é x it o neg at ivo, hast a en las billet eras m á s ex ang ü es. Aunque aquej ada de una anem ia cró nica, la m í a no hubiese podido rect if icarlo, si bien es ciert o que adopt aba alg unas m edidas prevent ivas para im pedir que sus ex t racciones f uesen dem asiado cuant iosas y f recuent es. Má s que por debilidad, soport aba ese ré g im en ex t enuant e debido a que m e divert í a el cont rast e ent re su habit ual escept icism o y su ent usiasm o hiperbó lico por el paí s. Es así có m o, ant es de em barcarse para la Arg ent ina, ya se la represent aba com o una enorm e vaca con un m illó n de ubres rebosant es de leche, y có m o a los pocos dí as de am bular por Buenos Aires, habí a com prendido que, a pesar de su apariencia de ciudad bom bardeada, la pam pa acababa de aprox im arse al rí o para parirla.

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“Europa es com o yo —solí a decir— alg o podrido y ex quisit o; un Cam em bert con at ax ia locom ot riz . Es inú t il unt arla con m alos olores. La t ierra ya no da m á s. Es dem asiado viej a. Est á llena de m uert os. Y lo que es peor aú n, de m uert os im port ant es. En vano se t rat a de eludirlos. Se t ropiez a con ellos en t odas part es. No hay un um bral, un picaport e que no hayan desg ast ado. Se vive baj o los m ism os t echos donde vivieron y donde han m uert o. Y por m ucho que nos repug ne —¡no queda ot ro rem edio!— hay que repet ir sus g est os, sus palabras, sus act it udes. Só lo un hom bre capaz de usar un ala de cuervo sobre la f rent e, com o Barrè s, pudo deleit arse en aprender a f ornicar en los cem ent erios. “Aquí , en cam bio, la t ierra es lim pia y sin arrug as. Ni un cam posant o, ni una cruz . Se puede g alopar una vida sin encont rar m á s m uert e que la nuest ra. Y si t ropez am os, por casualidad, con un cadá ver, es t an hum ilde que no m olest a a nadie. Vive una m uert e anó nim a; una m uert e del m ism o t am añ o que la pam pa. “En la ciudad, la vida no es m enos libre. Por t odas part es corre un aire de im provisació n que nos perm it e ensayar cualquier post ura. Ust edes se quej an de su f ealdad. ¡Pero la esperanz a dispone de t ant os t errenos baldí os!... Con decirle que, de haber nacido aquí , yo m ism o m e sent irí a t ent ado por hacer alg o... ¡Y vaya ust ed a saberlo!... Hast a quiz á s lleg ase a convencerm e de que el sudor es una seg reg ació n t an respet able com o se pret ende. Yo la pref iero, en t odo caso, a las ciudades europeas, t an acabadas, t an perf ect as que no consient en que se m ueva una piedra. Sus cornisas nos proporcionan ex celent es m odales. Tarde o t em prano t erm inan por colocarnos un chaleco de f uerz a. Im posible com et er un error de sint ax is, desperez arse, ag arrar un f lorero y hacerlo añ icos cont ra el suelo.” Est as arrem et idas, y ot ras equivalent es, adquirí an un acent o m enos ret ó rico, sin em barg o, al ref erir alg ú n episodio de su vida. Acaso por esa circunst ancia o por el est ado lam ent able en que se hallaba, espero reproducir, con bast ant e f idelidad, el que m e relat ó la ú lt im a vez que nos encont ram os. Recuerdo que f ue en uno de esos caf é s que no peg an los oj os. Las sillas ya se habí an t repado a las m esas para desent um ecerse las pat as, m ient ras que —con un g est o que ha olvidado hast a el cam po— un m oz o sem braba aserrí n sobre las baldosas hum edecidas. Sent ado ant e una pequeñ a copa que cont ení a un m enj unj e con ciert o aspect o de colirio, un hom bre parecí a dudar ent re ing erirlo o lavarse con é l una pupila. De t oda su persona t rascendí a un f racaso t an aut é nt ico y def init ivo que, inm ediat am ent e, lo reconocí . Su palidez de vidrio esm erilado, su

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barba t ej ida por una arañ a, su cham berg o descolorido y sucio le daban no sé qué sem ej anz a con esos f aroles que nadie se ocupa de apag ar y que suf ren la luz despiadada de la m añ ana. Es posible que, en el prim er m om ent o, aparent ase no advert ir m i presencia, pero al hallarm e j unt o a é l, baj ó la cabez a y m e ex t endió una m ano alg osa, sin esquelet o. Una vez m á s ex perim ent é un sobresalt o idé nt ico al que produce el insospechado cont act o de unos g uant es que yacen en un bolsillo. Enj ug ué la hum edad con que im preg nó la m í a, y aprox im é una silla. Era evident e que lo im port unaba. Mient ras cam biá bam os las prim eras palabras, sus m iradas roz aban los obj et os en un vuelo t aj eant e y volví an a sum erg irse en sus pupilas, sin pert urbar el ref lej o de las luces que se t rasunt aban en ellas, com o en un charco. Urg í a sust raerlo de ese m arasm o. Con la m ayor crueldad posible le dij e que lo encont raba m al, que debí a de hallarse m uy enf erm o. La arg ucia alcanz ó el é x it o esperado. De un solo sorbo t erm inó el w hisk y que habí am os pedido, y despué s de dej ar caer los braz os de la m esa: “¡No puedo m á s! ¡No sé qué hacer! ¡Est oy desesperado!...” Est rang ulada, ronca, parecí a que su voz saliese de at rá s de una cort ina. Com o si la descorriera de pront o, m e preg unt ó : “¿A ust ed nunca lo han m art iriz ado los ruidos? ... ¡No! ¡Est oy seg uro que no! ¡Es alg o horrible! ¡Horrible!...” La evident e desproporció n ent re la causa y el ef ect o de su padecim ient o, quiz á s m e hiciera sonreí r. En t odo caso, recié n ent onces m e m iró por prim era vez , para proseg uir con ciert o dej o de rencor: “¡No! ¡Est oy seg uro que no! Ust ed no puede com prenderm e. Para eso necesit arí a ser com o yo. No t ener nada de donde ag arrarse. Hast a hace poco yo poseí a est o —ag reg ó , ex t rayendo un pequeñ o f rasco que, a t ravé s de la suciedad de la et iquet a, delat aba su procedencia f arm acé ut ica—. ¡Est o!, que para m í era t odo. Pero ya no m e queda nada, absolut am ent e nada.” Y ant es de necesit ar insinuarle que se ex plicara: “Al principio f ue el vecino de arriba. De noche siem pre result a em ocionant e escuchar unos pasos sobre el t echo. Por poco acom pasados que parez can, ¡adquieren una solem nidad!... Es com o si llam aran a la puert a de una casa donde no vive nadie. Cada vez m á s pesados, cada vez m á s pró x im os a m i cabez a, yo los sent í a derrum barse de un ex t rem o al ot ro del cielo raso, hast a convencerm e de que t erm inarí an por achat á rm ela a m art illaz os. “Averig ü é quié n viví a en la piez a de arriba. Result ó ser un est udiant e que se paseaba, leyendo, g ran part e de la noche. Com o el est ado de m i cuent a y m is relaciones con el hot elero alej aban la posibilidad de cualquier reclam o, decidí ent enderm e con é l, direct am ent e. La g est ió n obt uvo un result ado

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sat isf act orio. Durant e varios dí as, el cielo raso perm aneció m udo. De vez en cuando, un port az o, un g rit o que subí a por el hueco de la escalera; pero esos ruidos eran discont inuos, m e dej aban descansar. Ent re uno y ot ro ex ist í an g randes ag uj eros de silencio y de f elicidad. ”Al poco t iem po, sin em barg o, las precauciones de m i vecino se convirt ieron en un suplicio m á s t ort urant e que el ant erior. Tendido sobre la cam a, lo veí a, durant e horas ent eras, ir de un lado al ot ro, com o si el t echo de la habit ació n f uese t raslú cido. El cuidado con que abrí a un caj ó n o colocaba la pipa sobre su escrit orio, lleg ó a ex acerbarm e hast a el ex t rem o de t ener que ahog ar, en la alm ohada, un alarido de im paciencia. Creí que se ensañ aba en prolong ar m i ang ust ia, que se valí a de la m enor dist racció n para invent ar pequeñ os ruidos disim ulados e im previsibles. Los m á s t raicioneros se descolg aban, com o arañ as, del cielo raso, y despué s de eriz ar los pelos de la alf om bra, se reproducí an en los rincones, det rá s del ropero, abaj o de la cam a. A f uerz a de ej ercit arm e, no t ardé m ucho en percibir, desde m i quint o piso —sim ult á neam ent e y con la m ayor nit idez — las conversaciones de la g ent e que pasaba por la vereda, el t rino de una canilla en el pat io del f ondo, los ronquidos de t odos los cuart os del hot el. Aunque despué s de acecharlos sem anas ent eras t erm iné por conocer el horario y las cost um bres de la m ayor part e de los ruidos, siem pre surg í a alg uno im posible de localiz ar ant es de encont rarlo adent ro de m i cabez a. ¡Era peor z am bullirse baj o las f raz adas!... A m edida que se adorm ecí an los de af uera, cuant os se aloj aban en m i int erior se iban despert ando, uno por uno, y no cont ent os con clavarm e sus dient es de laucha recié n nacida, se ag lom eraban en m i vient re hast a proporcionarm e una sensació n t al de g ravidez que, por absurdo que parez ca, creí a est ar en ví speras de t ener un hij o. ”Una noche de ex asperació n decidí salir a la calle. Preveí a lo que m e ag uardaba, el ef ect o que m e producirí an los chirridos del t rá f ico, pero cualquier cosa era pref erible a perm anecer en m i cuart o. En la esquina, t om é el prim er t ranví a que pasó . Lo que f ue aquello no puede describirse. Creí que de un m om ent o a ot ro la cabez a se m e part irí a a pedaz os, pero la m ism a int ensidad del dolor acabó por recubrirm e de una indif erencia t an t upida que, cuando el t ranví a se det uvo para em prender el reg reso, m e sorprendió encont rarm e en los suburbios. ”Las capit ales europeas carecen de lí m it es precisos, se am alg am an y se conf unden con los pueblos que las circundan. Buenos Aires, en cam bio, en ciert os paraj es por lo m enos, t erm ina bruscam ent e, sin preá m bulos. Alg unas casas disem inadas, com o dados sobre un t apet e verde, y de pront o: el

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cam po, un cam po t an aut é nt ico com o cualquiera. Parecerí a que el arrabal no se anim ara a dist anciarse del adoquinado. Y si un alm acé n corre ese riesg o, se t iene que enf rent ar con la pam pa. Durant e la noche, sobre t odo, bast a int ernarse alg unas cuadras para que ning una luz nos acom pañ e. De la ciudad no queda m á s que un cielo ruboriz ado. ”Del sit io en que m e dej ó el t ranví a t ardé pocos m inut os para hallarm e en pleno cam po. ¡J am á s ex perim ent aré una plenit ud sem ej ant e! A m edida que m i cerebro se iba im preg nando, com o si f uese una esponj a, de un silencio elem ent al y m arí t im o, saboreaba la noche, m e nut rí a de ella, a pedacit os, sin condim ent os, al nat ural, deleit ado en disociar su g ust o a lechug a, su carnosidad af elpada... el dej o picant e de las est rellas. ”Ha de haber inf luido, probablem ent e, la ang ust ia de los dí as ant eriores. De cualquier m odo que f uera, bast arí a, por sí solo, ese inst ant e, para j ust if icar y darle una raz ó n de ser a m i ex ist encia. Se requiere haber pasado m om ent os m uy duros ant es de poder sent ir alg o parecido.” Por evident e que f uese la int enció n despect iva de la ú lt im a f rase, no quise int errum pirlo. “Desde ese dí a —ag reg ó , ya sin ning una j act ancia— repet í el m ism o it inerario t odas las noches. Las sucesivas, sin em barg o, no f ueron t an dichosas. Me f ast idiaba el roce esm erilado de m is pasos sobre la t ierra, la t est arudez con que los insect os t aladraban el silencio. Lleg ué a persuadirm e de que el silbido de los g rillos poseí a una int enció n ag resiva —y lo que result aba m uchí sim o m á s indig nant e— que los sapos se reí an de m í . ”A pesar de t odo, durant e un m es y m edio reincidí en esas ex cursiones. Cualquier cosa result aba pref erible a seg uir soport ando la caj a de resonancias en que se habí a t ransf orm ado m i cuart o. Hace unos dí as acont eció un hecho, sin em barg o, que m e oblig ó a abandonarlas para siem pre. ”Era una noche m ag ní f ica—prosig uió con una voz m á s t urbia y dolorida—. Desde que m e alej é de la ciudad advert í que ning ú n ruido m e m olest aba. En el prim er inst ant e t em í que hubieran t erm inado por ensordecerm e. Al cont rario. Los oí a con una nit idez ex t raordinaria, pero sin dolor, sin sobresalt os. Ig noro cuá nt as cuadras cam iné la em briag uez y el alivio de est a com probació n. En un ciert o m om ent o, m is piernas se rehusaron a dar un paso m á s. Busqué un lug ar donde descansar y m e acost é , de espaldas, al borde del cam ino.

”En ning una part e se encuent ra un cielo t an rico en const elaciones. Al cont em plarlo de esa m anera t odo lo dem á s desaparece, y por m uy poco que nos absorbam os en é l, se

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pierde hast a el m enor cont act o con la t ierra. Es com o si f lot á ram os, com o si, reclinados en una proa, m irá sem os unas ag uas t an serenas que inm oviliz an el ref lej o de las est rellas.

”Diluido en esa cont em plació n habí a log rado olvidarm e hast a de m í m ism o, cuando, de repent e, una voz past osa pronunció m i nom bre. Aunque est aba seg uro de encont rarm e solo, la voz era t an ní t ida que m e incorporé para com probarlo. A los dos lados del cam ino, el cam po se ex t endí a sin t ropiez os. Uno que ot ro á rbol perdido en la inm ensidad y, cerca m í o, alg unos cardos, ent re los cuales divisé un bult o que result ó ser una vaca echada sobre el past o. ”Opt é por acost arm e de nuevo, pero ant es que pasara un m inut o oí que la voz m e decí a: ”—¿No t e da verg ü enz a? ¿Có m o es posible? ¿Q ué has hecho para lleg ar a ese est ado? ¿Ya ni siquiera puedes vivir ent re la g ent e? ”Por absurdo que result ase, era indudable que la voz part í a del lug ar donde se encont raba la vaca. Con el m ayor disim ulo m e di vuelt a para observarla. La claridad de la noche m e perm it í a dist ing uir t odos sus m ovim ient os. Despué s de incorporarse y avanz ar unos pasos se det uvo a pocos m et ros del sit io en que m e hallaba, para rum iar durant e un m om ent o lo que dirí a y proseg uir con un t ono acong oj ado: ”—¡Hubieras podido ser t an f eliz !... Eres f ino, eres int elig ent e y eg oí st a. ¿Pero qué has hecho durant e t oda t u vida? Eng añ ar, eng añ ar... ¡nada m á s que eng añ ar!... Y ahora result a lo de siem pre; eres t ú , el verdadero, el ú nico eng añ ado. ¡Me dan unas g anas de llorar!... ¡Desde chico f uist e t an org ulloso!... Te considerabas por encim a de t odos y de t odo. De nada valí a reprendert e. Crees haber vivido m á s int ensam ent e que nadie. Pero, ¿t e at reverí as a neg arlo? , nunca t e has ent reg ado. ¡Cuando pienso que pref ieres cualquier cosa a encont rart e cont ig o m ism o! ¿Có m o es posible que puedas soport ar ese vací o? ... ¿Por qué t e em peñ as en llenarlo de nada? ... Ya no eres capaz de ex t ender una m ano, de abrir los braz os. ¡Es verdaderam ent e desesperant e!... ¡Me dan unas g anas de llorar!... “Cuando calló , sin darm e cuent a m e levant é y di unos pasos hacia ella. Despué s de m irarm e con unos oj os hum edecidos de t ernura y de lim piarse la boca ref reg á ndosela cont ra la palet a, sacó el pescuez o por encim a del alam brado y est iró los labios para besarm e. “Inm ó viles, separados ú nicam ent e por una z anj a est recha, nos m iram os en silencio. Pude caer de rodillas, pero di un salt o y eché a correr por el cam ino. En lo m á s prof undo de m í m ism o se erg uí a la cert idum bre de que la voz que acababa de oí r era la de

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m i m adre.” Fue t al la em oció n que puso en la ú lt im a part e del relat o que no m e at reví a sonreí r. Com o si se lo conf iara a sí m ism o ag reg ó , despué s de un silencio: “Y lo peor es que la vaca, m i m adre, t iene raz ó n. Yo no soy, ni nunca he sido nunca m á s que un corcho. Durant e t oda la vida he f lot ado, de aquí para allá , sin conocer ot ra cosa que la superf icie. Incapaz de encariñ arm e con nada, siem pre m e apart é de los seres ant es de aprender a quererlos. Y ahora, es dem asiado t arde. Ya m e f alt a coraj e hast a para ponerm e las z apat illas.”

Com o si resonase en un cuart o desam ueblado, su voz poseí a un acent o t an hueco que busqué un g est o, una f rase que lo acom pañ ara. Pero se encont raba dem asiado solo. Ent re su desam paro y m i silencio se iba int erponiendo una niebla cada vez m á s espesa. Só lo quedaba int ent ar que la m añ ana la disipase.

Ya habí a pasado la hora m á s resbaladiz a del am anecer, ese inst ant e en que las cosas cam bian de consist encia y de t am añ o, para f ondear, def init ivam ent e, en la realidad. Parados sobre una pat a, los á rboles se sacudí an el sueñ o y los g orriones, m ient ras, ex t endido a lo larg o de las calles, el asf alt o iba perdiendo su coloració n de f ilm sin revelar. Con un bost ez o m et aliz ado, los neg ocios reabrí an sus puert as y sus escaparat es. En las veredas, en los z ag uanes recié n despiert os, los ruidos adquirí an una sonoridad adolescent e. De vez en cuando, un carro soñ olient o t ransport aba un pedaz o de cam po a la ciudad. De t odas part es vení a hacia nosot ros un olor a pan calient e, a t int a recié n salida de la im prent a. El uno al lado del ot ro, cam iná bam os sin pronunciar una palabra. La cabez a hundida ent re los hom bros, el andar t it ubeant e y soná m bulo, no m e hubiera ex t rañ ado que se desm oronase j unt o a un um bral, com o esos t raj es que, sin ning ú n m ot ivo, se derrum ban desde una percha. Su cham berg o, su sobret odo, sus pant alones parecí an t an lacios, t an vací os, que por un m om ent o m e resist í a adm it ir que f ueran sus pasos los que ret um baban en la vereda. Al pasar f rent e a una lecherí a, una viej a nos acechó con una desconf ianz a de m iope, y casi al m ism o t iem po, un perro se det uvo a m irarlo con t al insist encia, que apresuré la m archa por t em or a que se aprox im ara y lo conf undiese con un á rbol. Dem asiado pesada, dem asiado densa, hubiera podido suponerse que su som bra se neg aba a seg uirlo. ¿Le repug narí a convivir con é l, soport ar const ant em ent e su presencia? ... Se m e ocurrió que cualquier noche, al at ravesar una calle, al doblar una esquina, lo dej arí a irse solo para

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siem pre. Cuando lleg am os ant e la puert a del hot el, m e som et í a la sang rí a de prá ct ica y nos despedim os. Desde ent onces no le he vist o m á s. Hace alg ú n t iem po, m e aseg uraron que, al ret ornar a Parí s, habí a publicado, con é x it o, un libro de poesí as. Recient em ent e, alg uien m e ent eró de que el espionaj e ruso lo hiz o f usilar despué s de encom endarle una m isió n en China. ¿Cuá l de est as inf orm aciones será ex act a? Creo que nadie se at reverí a a aseverarlo. Acaso ya no quede de su persona m á s que un m echó n de pelo, j unt o a una dent adura post iz a. Es m uy posible que, acosado por el espant o de quedarse dorm ido, a est as horas se encuent re en alg ú n caf é , con el m ism o cansancio de siem pre... con un poco de caspa sobre los hom bros y una sonrisa de bolsillo g ast ado. Est o ú lt im o es lo m á s probable. Su m adre, la vaca, lo conocí a bien.

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P E R S U A S I Ó N

D E

L O S

D Í A S

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V U EL O

SIN O RIL L AS

AB A N D ON É las som bras, las espesas paredes, los ruidos f am iliares, la am ist ad de los libros, el t abaco, las plum as, los secos cielorrasos; para salir volando, desesperadam ent e.

Abaj o: en la penum bra, las am arg as cornisas, las calles desoladas, los f aroles soná m bulos, las m uert as chim eneas, los rum ores cansados; pero seg uí volando, desesperadam ent e.

Ya t odo era silencio, sim uladas cat á st rof es, g randes charcos de som bra, ag uaceros, relá m pag os, vag abundos islot es de inest ables riberas; pero seg uí volando, desesperadam ent e. Un resplandor desnudo, una luz calcinant e se int erpuso en m i rut a, m e f ascinó de m uert e, pero log ré evadirm e de su let al inf luj o, para seg uir volando, desesperadam ent e.

Todaví a el dest ino de m undos f enecidos, desorient ó m i vuelo —de sideral const ancia—

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con sus vanas pará bolas y sus aureolas f alsas; pero seg uí volando, desesperadam ent e.

Me oprim í a lo f luido, la lim pidez m aciz a, el vací o escarchado, la inaudible dist ancia, la oquedad insonora, el reposo asf ix iant e; pero seg uí a volando, desesperadam ent e.

Ya no ex ist í a nada, la nada est aba ausent e; ni oscuridad, ni lum bre, —ni unas m anos celest es— ni vida, ni dest ino, ni m ist erio, ni m uert e; pero seg uí a volando, desesperadam ent e.

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EJEC U TO RIA D EL M IASM A

ES T E C LIM A de asf ix ia que im preg na los pulm ones de una anhelant e ang ust ia de pez recié n pescado. Est e hedor adhesivo y errabundo, que int ox ica la vida y nos hunde en viscosas pesadillas de lodo. Est e m iasm a corrupt o, que insuf la en nuest ros poros apet encias de pulpo, deseos de vinchuca, no surg e, ni ha surg ido de est os cong lom erados de sucia hem og lobina, cal viva, soda cá ust ica, hidró g eno, pis ú rico, que inf ect an los colchones, los t echos, las veredas, con sus alm as cariadas, con sus g est os leprosos. Est e olor hom icida, rast rero, ineludible, brot a de ot ras raí ces, arranca de ot ras f uent es.

A t ravé s de añ os m uert os, de at ardeceres rancios, de sepulcros g aseosos, de cauces subt errá neos, se ha ido ag lut inando con los j ug os pest í f eros, los det rit us hediondos, las corrosivas ví sceras, las esquirlas podridas que dej aron el crim en, la idiot ez purulent a, la iniquidad sin sex o, el g ang renoso eng añ o; hast a surg ir al aire,

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ex pandirse en el vient o y t ornarse corpó reo; para abrir las vent anas, penet rar en los cuart os, t om arnos del cog ot e, em puj arnos al asco, m ient ras g rit a su inquina, su aversió n, su desprecio, por t odo lo que allana la acrit ud de las horas, por t odo lo que alivia la ang ust ia de los dí as.

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¡ AZ O TAD M E!

AQ UÍ est oy, ¡Az ot adm e! Merez co que m e az ot en. No lam í la rom pient e, la som bra de las vacas, las espinas, la lluvia; con f ervor, durant e añ os; descalz o, est rem ecido, absort o, ilum inado.

No m e post ré ant e el barro, ant e el m ist erio int act o del polen, de la calm a, del g usano, del past o; por t im idez , por m iedo, por pudor, por cansancio. No adoré los pesebres, las vent anas heridas, los oj os de los burros, los m anz anos, el alba; sin rest ricció n, de hinoj os, ent reg ado, desnudo, con los poros erect os, con los braz os al vient o, delirant e, som brí o; en com unió n de espant o,

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de hum ildad, de ig norancia, com o hubiera deseado...

¡com o hubiera deseado!

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APARIC IÓN U RBANA

¿SURG IÓ de baj o t ierra? ¿Se desprendió del cielo? Est aba ent re los ruidos, herido, m alherido, inm ó vil, en silencio, hincado ant e la t arde, ant e lo inevit able, las venas adheridas al espant o, al asf alt o, con sus crenchas caí das, con sus oj os de sant o, t odo, t odo desnudo, casi az ul, de t an blanco.

Hablaban de un caballo. Yo creo que era un á ng el.

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ARENA

AREN A , y m á s arena, y nada m á s que arena.

De arena el horiz ont e. El dest ino de arena. De arena los cam inos. El cansancio de arena. De arena las palabras. El silencio de arena.

Arena de los oj os con pupilas de arena. Arena de las bocas con los labios de arena. Arena de la sang re de las venas de arena.

Arena de la m uert e... De la m uert e de arena.

¡Nada m á s que de arena!

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TESTIM O NIAL

ALLÍ est á n, allí est aban las t rashum ant es nubes, la f á cil desnudez del arroyo, la voz de la m adera, los t rig ales ardient es, la am ist ad apacible de las piedras.

Allí la sal, los j uncos que se bañ an, el m elodioso sueñ o de los sauces, el t rino de los ast ros, de los g rillos, la luna recost ada sobre el cé sped, el horiz ont e az ul, ¡el horiz ont e! con sus briosos t ordillos por el aire. ¡Pero no!

Nos seduj o lo inf ect o, la opinió n clam orosa de las cloacas, los vibrant es eruct os de onda cort a, el pasional eng rudo las circuncisas leng uas de cem ent o, los poet as de m oco ent ernecido, los vocablos, las som bras sin rem edio.

Y aquí est am os: ex ang ü es, m á s pá lidos que nunca; com o t ibios pescados corrom pidos por t ant o m ercader y ruido m uert o: com o m ust ias acelg as dig eridas por la preocupació n y la dispepsia; com o resum ideros ululant es que t om an el t ranví a y bost ez an

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y sudan sobre el carbó n, la cal, las t elarañ as; com o erect os om blig os con pelusa que se rascan las piernas y sonrí en, baj o los cielorrasos y las m esas de luz y los f elpudos; llenos de iniquidad y de lag añ as, llenos de hiel y t ics a cont rapelo, de hist rionism os m adej a, yarará , m osca m uert a; con el crá neo replet o de aserrí n escupido, con las venas pobladas de alacranes f ilt rables, con los oj os rodeados de pant anosas cost as y paisaj es de arena, nada m á s que de arena.

Escoria ent um ecida de enquist ados com plej os y cascarrient os labios que se olvida del sex o en t odas part es, que conf unde el am or con el m asaj e, la poesí a con la cong oj a acidulada, los m isales con los libros de caj a. Desolados eng endros del az ar y el hast í o, con la carne ex prim ida por los bancos de est uco y t ripas de oro, por los dedos cubiert os de insaciables vent osas, por caducos g arg aj os de cuello alm idonado, por cuant os m ing it orios con t rat o de ex celencia ex plot an las t inieblas, ordeñ an las cascadas, la edulcorada cañ a, la sang re oleag inosa de los f alsos caballos, sin orej as, sin cascos, ni f lorecido esf í nt er de am apola, que los llevan al ham bre, a em peñ ar la esperanz a, a vender los ovarios, a cort ar a pedaz os sus adoradas m adres, a ing erir los inf undios que preg onan las lá m paras, los hilos t art am udos, los babosos escuerz os que t ienen la palabra, y hablan, hablan,

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hablan, ant e las barbas pró ceres, o verdes redom ones de bronce que no m ean, ant e las m ult it udes que desde un sex t o piso podrá n sem ej arse a caviar envasado, aunque de cerca apest an: a sudor som et ido, a cam a t rasnochada, a sacrif icio inú t il, a rencor est ancado, a pis en cuarent ena, a rat a m uert a.

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¿ D ÓND E?

¿ME

EX T RA VIÉ

en la f iebre?

¿Det rá s de las sonrisas?

¿Ent re los alf ileres? ¿En la duda? ¿En el rez o? ¿En m edio de la herrum bre? ¿Asom ado a la ang ust ia, al eng añ o, a lo verde? ...

No est aba j unt o al llant o, j unt o a lo despiadado, por encim a del asco, adherido a la ausencia, m ez clado a la ceniz a, al horror, al delirio.

No est aba con m i som bra, no est aba con m is g est os, m á s allá de las norm as, m á s allá del m ist erio, en el f ondo del sueñ o, del eco, del olvido. No est aba. ¡Est oy seg uro! No est aba. Me he perdido.

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“ RU ISEÑ O R D EL L O D O ”

¿P

OR Q UÉ

C orb iè re

baj as los pá rpados?

Ya sé que est á s desnudo, pero puedes m irarm e con los oj os t ranquilos. Los dí as nos enseñ an que la f ealdad no ex ist e.

Tu vient re de canó nig o y t us m anos reum á t icas, no im piden que t e pases la noche en los pant anos, m irando las est rellas, m ient ras cant as y of icias t us m isas g reg orianas.

Frecuent a cuant o quieras el f arol y el alero. Me ent ret iene t u g ula y t u supervivencia ent re seres recient es: “parvenus” de la t ierra.

Pero has de perdonarm e si no t e doy la m ano. Tú t ienes sang re f rí a. Yo, dem asiada f iebre.

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TRÍ PTIC O

I

T EN D ID O

ent re lo blanco, la vi. Se aprox im aba. Las pupilas baldí as, el cuerpo inhabit ado, sin cabellos, sin labios, inasible, vací a; j unt o a m í , a m i lado... ¡Toda hecha de nada!

Se sent ó . ¿Me esperaba? La m iré . Me m iraba.

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II

est aba ent re sus braz os de soledad, Y f rí o acalladas las m anos, las venas det enidas, sin un plieg ue en los pá rpados, en la f rent e, en las sá banas; m á s allá de la ang ust ia, dest errado del aire, en soledad callada, en vocació n de polvo, de hum areda, de olvido. Y A

III ¿ERA yo, la voz m uert a, los dient es de ceniz a, sin braz os, baj o t ierra, roí do por la calm a, ent re t urbias corrient es, de silencio, de barro? ¿Era yo, por el aire, ya lej os de m is huesos, la f rent e despoblada, sin m em oria, ni perros, sobre t ierras ausent es, apart ado del t iem po, de la luz , de la som bra; t ranquilo, t ransparent e?

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C O M U NIÓN PL ENARIA

LOS N ERVIOS se m e adhieren al barro, a las paredes, abraz an los ram aj es, penet ran en la t ierra, se esparcen por el aire, hast a alcanz ar el cielo.

El m á rm ol, los caballos t ienen m is propias venas. Cualquier dolor last im a m i carne, m i esquelet o. ¡Las veces que m e he m uert o al ver m at ar un t oro!... Si diviso una nube debo em prender el vuelo. Si una m uj er se acuest a yo m e acuest o con ella. Cuá nt as veces m e he dicho: ¿Seré yo esa piedra?

Nunca sig o un cadá ver sin quedarm e a su lado. Cuando ponen un huevo, yo t am bié n cacareo. Bast a que alg uien m e piense para ser un recuerdo.

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ATARD EC ER

ent re cardos, por la huella. Í B A M OS

La vaca m e seg uí a.

No quise det enerm e, darm e vuelt a. La t arde, resig nada, se m orí a.

Í bam os ent re cardos, por la huella.

Su som bra se m ez claba con la m í a. Yo m iraba los cam pos, t am bié n ella. La vaca, resig nada, se m orí a.

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ES L A BABA

ES LA B A B A . Su baba. La ef ervescent e baba. La baba hedionda, cá ust ica; la neg ra baba rancia que babea est a especie babosa de alim añ as por sus rum iant es labios carcom idos, por sus pupilas de ost ra put ref act a, por sus t urbias vej ig as em pedradas de cá lculos, por sus viej os om blig os de reg at ó n g ast ado, por sus j orobas llenas de int ereses com puest os, de acciones usurarias; la pest ilent e baba, la baba doct orada, que averg ü enz a la f elpa de las bancas con diet a y ot ras m uelles polt ronas no m enos escupidas. La baba t art am uda, adhesiva, viscosa, que im preg na las paredes t apiz adas de corcho y cont em pla el desast re a t ravé s del bolsillo. La baba disolvent e. La ag ria baba ox idada. La baba. ¡Sí ! Es su baba... lo que herrum bra las horas, lo que perviert e el aire, el papel, los m et ales; lo que inf ect a el cansancio, los oj os, la inocencia, con sus verm es de asco, con sus virus de hast í o, de idiot ez , de ceg uera, de m ez quindad, de m uert e.

20 5

20 6

NO C TU RNO S

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1

No S OY yo quien escucha ese t rot e llovido que at raviesa m is venas.

No soy yo quien se pasa la leng ua ent re los labios, al sent ir que la boca se m e llena de arena.

No soy yo quien espera, enredado en m is nervios, que las horas m e acerquen el alivio del sueñ o, ni el que est á con m is m anos, de yeso enloquecido, m irando, ent re m is huesos, las á ridas paredes. No soy yo quien escribe est as palabras hué rf anas.

20 8

2

de la alm ohada una m ano, m i m ano, que se ag randa, se ag randa inex orablem ent e, para em erg er, de pront o, en la m á s alt a noche, abandonar la cam a, t raspasar las paredes, m ez clarse con las som bras, dist enderse en las calles y recubrir los t echos de las casas soná m bulas. A t ravé s de m is pá rpados yo cont em plo sus dedos, apacibles, t ranquilos, de cicló peas f alang es; los m illares de rí os z ig z ag ueant es, resecos, que recorren la palm a desiert a de esa m ano, desm esurada, enorm e, adherida al insom nio, a m i braz o, a m i cuerpo dim inut o, perdido en m edio de las sá banas; sin ex plicarm e có m o esa m ano es m i m ano, ni saber por qué causa se em peñ a en dism inuirm e. D EB A J O

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3

M E A S OM O

a los ladridos.

¿Q ué hace est e á rbol despiert o?

Las som bras no se apart an, se apriet an a sus cuerpos.

No m e ag rada est a calm a, est e silencio m uert o, sin carne, puro hueso.

A t ravé s de la vet a, m ineral, de una nube, aparece la luna. Ya m e lo sospechaba.

¿Q ué hacer? La m iro.

¿Q ué hacer?

Q uiero ulular.

No puedo.

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4

Y T Ú t am bié n quej ido, inú t il, ex t raviado, de t ranví a ya loco de t raj es y de horarios; adent ro de m is venas, en m i t iem po, en m is huesos, m ez clado a m i silencio, a m i pulso, a m i f iebre, a t odo lo que im preg na est a vig ilia est é ril, con rit m o de g ot era, de persiana que se abre y g olpea, g olpea, aquí , adent ro de lo hueco, donde est oy conf inado, recluido ent re t endones, asom ado a los pá rpados, aquí , ent re az ot eas, vent anas, m oribundos, vaj illas que se bañ an, rodeado de papeles, de t odo lo que suf re m i presencia obst inada: los libros, la ceniz a, los lá pices, la silla, el pelo y la dulz ura que se acerca, y m e m ira, la m esa y el ropero, con sus t raj es ahorcados,

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la cam a que m e espera —el velam en t endido— anclada en la penum bra, ¿en el sueñ o? , ¿en la vida? , las cort inas, la alf om bra, que m iro y m e ent rist ece cuando voy a sacarm e, con calm a, los bot ines, y lleg a alg ú n recuerdo f rag m ent ario, perdido: las plaz as de m i inf ancia, un cam ino, una casa; las m anos, las caderas, las piernas am put adas de m uj eres diluidas por las horas, los ruidos, que suelen det enerm e, de pront o, en la cert ez a de haberlas poseí do ent re m uebles ex t rañ os; m ient ras oig o la calle, la noche que oscuram ent e m ug e, com o una vaca enf erm a, al ir a cobij arse en los g randes hang ares que orinan los inviernos, m ient ras salen los t renes, t acit urnos, quej osos, que van hacia la aurora desg arrando el silencio, con un g rit o ox idado que se m ez cla a m is nervios, a m i t int a, a m i sang re.

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5

LA lluvia, con f recuencia, penet ra por m is poros, ablanda m is t endones, t raspasa m is art erias, m e im preg na, poco a poco, los huesos, la m em oria.

Ent onces, m e ref ug io en un rincó n cualquiera y est irado en el suelo escucho, durant e horas, el rit m o de las g ot as que m anan de m i carne, com o de una g ot era.

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BUEN A S noches, lechuz a. Me ag rada la presencia de t us oj os callados, y ver past ar las som bras debaj o de los á rboles.

Pero hay alg o est a noche, desaz onado, hueco, lat ent e, inex presado.

¡Ah! Lechuz a. Lechuz a. ¡Si t uviese t u quena!... ¿Será el vient o, la som bra? Est á aquí . En la nuca. A m i espalda. En t us oj os.

¡Por f avor! No t e rí as. No t e rí as, lechuz a.

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7

LA N OC H E, naveg ando com o ayer, com o siem pre, por ag uas de silencio, de calm a, de m ist erio. Y el cam po, las ciudades, los á rboles, lo inm ó vil, rodando por el aire, com o ayer, com o siem pre, a m iles de k iló m et ros, hacia el sol, hacia el dí a, para seg uir de nuevo, sin descanso, sin t reg ua, el m ism o derrot ero de oscuridad, de est rellas.

¡Q ué m ot ivo de asom bro!... ¡Cuá nt a m onot oní a!

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UN

C A B A LLO

y un coche.

¿Un coche m uert o? Má s allá del silencio, debaj o del asf alt o, sobre las chim eneas, en el aire, en m is venas, socavando la noche, la ang ust ia, las paredes, con su t rot e vací o, con su rit m o de m uert e. Un caballo y un coche.

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9

SOLO, con m i esquelet o, m i som bra, m is art erias, com o un sapo en su cueva, asom ado al verano, ent re m iles de insect os que salt an, ret roceden, se at ropellan, f allecen; en una delirant e act ividad sin rum bo, inú t il, arbit rarí a, f ebril, idé nt ica a la f iebre que suf ren las ciudades.

Solo, con la vent ana abiert a a las est rellas, ent re á rboles y m uebles que ig noran m i ex ist encia, sin deseos de irm e, ni g anas de quedarm e a vivir ot ras noches, aquí , o en ot ra part e, con el m ism o esquelet o, y las m ism as art erí as, com o un sapo en su cueva circundado de insect os.

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RATA – SIRENA - F AÚ STIC A

¿T E M OLES T A que roa t u t echo, t u silencio?

Pero dim e —si puedes— ¿qué haces, allí , sent ado, ent re seres f ict icios que en vez de carne y hueso t ienen let ras, acent os, consonant es, vocales?

¿Te halag a, t e diviert e que t e m iren, se acerquen, Y den vuelt as y vuelt as ant es de perm it irles echarse, com o un perro, en t us pá g inas yert as?

Podrá t u pasat iem po ser hart o inof ensivo; pero alg uien que posee los dient es m á s prolij os, m á s ag rios que los m í os, al eleg ir la ví scera que ha de roert e un dí a —si es que ya no se aloj a en una de t us venas—, t orna est é ril y absurdo ese f ú t il desig nio de escam ot ear la vida. Allí est á n las vent anas que t e dan un pret ex t o para abrir bien los braz os. Asó m at e al m arí t im o bullicio de las calles.

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¿No oyes una sirena que llam a desde el puert o? ...

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INV ITAC IÓN AL V ÓM ITO

C Ú B RET E

el rost ro

y llora. Vom it a. ¡Sí ! Vom it a, larg os t roz os de vidrio, am arg os alf ileres, t urbios g rit os de espant o, vocablos carcom idos; sobre est e purulent o desborde de inocencia, ant e est a nauseabunda iniquidad sin cauce, y est a cast rada y f é t ida sum isió n cult ivada en f lat ulent os caldos de t error y de ayuno.

Cú bret e el rost ro y llora... pero no t e cont eng as. Vom it a. ¡Sí ! Vom it a, ant e est a paranoica est upidez m acabra, sobre est e delirant e cret inism o est ent ó reo y est a senil org í a de eg oí sm o prost á t ico: lacios coá g ulos de asco, m acerada im pot encia, rancios j ug os de hast í o, t roz os de am arg a espera... horas ent recort adas por relinchos de ang ust ia.

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TÓTEM

¿M EREZ C O su presencia? ¿Me sacaré el som brero?

Bien plant ado en la t ierra, las nubes se enm arañ an en sus duros cabellos. Me det eng o y escucho.

Sus m illares de m anos rasg uean en el aire una canció n de lluvia: “El clam or de lo verde”. Torna lueg o a la calm a.

Aunque vive t an alt o que ig nora m i ex ist encia no quiero pert urbarlo.

¡Q uié n pudiera decirm e si es un dios o es un á rbol!

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D ERRU M BE

derrum bé , caí a ent re ast illas y huesos, ent re llant os de arena y ag uaceros de vidrio, cuando oí que g rit aban: “¡Abaj o!” “¡Mas abaj o!” y seg uí a cayendo, dando vuelt as y vuelt as, ent re á speras ceniz as y g rit os m ut ilados, “¡Abaj o!” “¡Má s abaj o!” en espiral, rodando, envuelt o en lo derruido, en t urbios rem olinos de t roz os y f rag m ent os, de esquirlas, de g em idos, “¡Abaj o!” “¡Má s abaj o!” ent re escom bros y ruinas ululant es, inf orm es, a t ravé s de la asf ix ia, del horror, del m ist erio, m á s allá del alient o, de la luz , del recuerdo. M E

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PU ED ES JU NTAR L AS M ANO S

LA G EN T E dice: Polvo, Sideral, Funerario, y se queda t ranquila, cont ent a, sat isf echa.

Pero escucha ese g rillo, esa briz na de noche, de vida enloquecida.

Ahora es cuando cant a. Ahora y no m añ ana. Precisam ent e ahora. Aquí . A nuest ro lado... com o si no pudiera cant ar en ot ra part e. ¿Com prendes? Yo t am poco.

Yo no com prendo nada. No t an só lo t us m anos son un puro m ilag ro. Un t raspié s, un olvido, y acaso f ueras m osca, lechug a, cocodrilo. Y despué s... esa est rella. No preg unt es. ¡Mist erio! El silencio. Tu pelo.

Y el f ervor,

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la aquiescencia del universo ent ero, para log rar t us poros, esa ort ig a, esa piedra.

Puedes j unt ar las m anos. Am put art e las t renz as.

Yo daré m ient ras t ant o t res vuelt as de carnero.

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C ANSANC IO

cansado ¡Sí ! Cansado de usar un solo baz o, dos labios, veint e dedos, no sé cuá nt as palabras, no sé cuá nt os recuerdos, g risá ceos, f rag m ent arios. Cansado, m uy cansado de est e f rí o esquelet o, t an pú dico, t an cast o, que cuando se desnude no sabré si es el m ism o que usé m ient ras viví a.

Cansado. ¡Sí ! Cansado por carecer de ant enas, de un oj o en cada om ó plat o y de una cola aut é nt ica, aleg re, desat ada, y no est e rabo hipó crit a, deg enerado, enano. Cansado, sobre t odo, de est ar siem pre conm ig o, de hallarm e cada dí a, cuando t erm ina el sueñ o, allí , donde m e encuent re, con las m ism as narices y con las m ism as piernas;

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com o si no deseara esperar la rom pient e con un cut is de playa, of recer, al rocí o, dos senos de m ag nolia, acariciar la t ierra con un vient re de orug a, y vivir, unos m eses, adent ro de una piedra.

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É L

¿DÓ NDE est ará ? ¿Dó nde se habrá escondido?

Creí que se ocult aba ent re los ruidos. Lo busqué . Se habí a ido.

Sospeché que habit aba el desam paro. Fui a su encuent ro. No est aba. Pensé que su presencia m e ceg aba. Me apart é . No vi nada.

Esperaba encont rarlo en m i cam ino. Lo esperé . Aú n lo espero.

227

V ISITA

No est oy. No la conoz co. No quiero conocerla. Me repug na lo hueco, la af ició n al m ist erio, el cult o a la ceniz a, a cuant o se disg reg a. J am á s he m ant enido cont act o con lo inert e. Si de alg o he reneg ado es de la indif erencia. No aspiro a t ransm ut arm e, ni m e t ient a el reposo. Todaví a m e int rig an el absurdo, la g racia. No est oy para lo inm ó vil, para lo inhabit ado. Cuando veng a a buscarm e, dí g anle: “Se ha m udado”.

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H AY

Q U E C O M PAD EC ERL O S

No saben. ¡Perdonadlos! No saben lo que han hecho, lo que hacen, por qué m at an, por qué hieren las piedras, m asacran los paisaj es... No saben. No lo saben... No saben por qué m ueren.

Se nut ren, se han nut rido de hediondas im post uras, de cancerosos m iasm as, de vocablos sin pulpa, sin caroz o, sin j ug o, de neg ras reses de hum o, de canciones en past a, de pasionales som bras con voces de vent rí locuo. Viven ent re lo f é t ido, una inquiet ud de orz uelo, de vej ig a plet ó rica, de urt icaria f lorida que cult iva el ayuno, el sudor est ancado, la iniquidad encint a.

No creen. No creen en nada m á s que en el m oco hervido. en el ideal, chirriant e, de las aplanadoras, en las ag rias arcadas que at orm ent an al é t er, en t odas las m ent iras que eng endran las m at rices de plom o derret ido

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el papel em bobado y en bobina.

Son blandos, son de sebo, de corrom pido sebo t rit urado por eng ranaj es sá dicos, por ruidos asesinos, por cuant o escupit aj o se esconde en el anó nim o, para hundirles sus uñ as de raí ces cuadradas y dot arlos de un alm a de t rapo de cocina.

Só lo piensan en cif ras, en f ó rm ulas, en pesos, en sacarle provecho hast a a sus ex crem ent os. Escupen las veredas, escupen los t ranví as, para eludir las horas y dem ost rar que ex ist en.

No pueden rebelarse. Los em puj a la inercia, el t error, el eng añ o, las plum as sobornadas, los consorcios sin sex o que ha parido la usura y que nunca se sacian de f abricar cadá veres.

Se nieg an al coloquio del ag ua con las piedras. Ig noran el m ist erio del g usano, del aire. Ven las nubes, la arena, y no caen de rodillas. No quedan deslum brados por vivir ent re venas. Só lo buscan la dicha en las suelas de g om a. Si se acercan a un á rbol no es m á s que para m earlo. Son capaces de t odo con t al de no escucharse, con t al de no est ar solos. ¿Có m o, có m o sabrí an lo que han hecho, lo que hacen?

¿Alg o t iene de ex t rañ o que desert en del asco,

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de la hiel, del cansancio?

Só lo puede esperarse que def iendan el plom o, que m ueran por el g uano, que cum plan la proez a de arrasar lo que encuent ren y ex t erm inarlo t odo, para que el ham bre ex t ienda sus t apices de espart o y desat e su bolsa ahí t a de calam bres. Son f eroz m ent e crueles. Son f eroz m ent e est ú pidos... pero son inocent es. ¡Hay que com padecerlos!

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EM BEL EC O S

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NU BÍ F ERO

ANH EL O

¿Si int ent ara una nube... una pequeñ a nube, m odest a, cot idiana, t ransport able, privada?

Q uiz á s con el recuerdo, el cansancio, la pipa, despué s de alg unas noches y de m ucha paciencia.

¡Q ué alivio el de sent irla debaj o del som brero, o saber que nos sig ue com o si f uera un perro!

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NIH IL ISM O

de nada; es t odo. Así t e quiero, nada. ¡Del t odo!... Para nada.

N A D A

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D ESERC IÓN

SE f ue el past o, el arroyo. Se f ueron los caballos.

Los á rboles, la casa, los cam inos se f ueron.

La cost a ya no est aba, ni la m ar, ni la arena.

Me quedaban las nubes, pero t am bié n part ieron.

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D IC O TO M Í A INC RU ENTA

SIEM P RE lleg a m i m ano m á s t arde que ot ra m ano que se m ez cla a la m í a y f orm an una m ano. Cuando voy a sent arm e adviert o que m i cuerpo se sient a en ot ro cuerpo que acaba de sent arse adonde yo m e sient o. Y en el preciso inst ant e de ent rar en una casa, descubro que ya est aba ant es de haber lleg ado.

Por eso es m uy posible que no asist a a m i ent ierro, y que m ient ras m e rieg uen de lug ares com unes, ya m e encuent re en la t um ba, vest ido de esquelet o, bost ez ando los t ó picos y los llant os f ing idos.

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V ÓRTIC E

DEL M A R, a la m ont añ a, por el aire, en la t ierra, de una boca a ot ra boca, dando vuelt as, g irando, ent re m uebles y som bras, displicent e, g rit ando, he perdido la vida, no sé dó nde, ni cuá ndo.

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ARBO RESC ENC IA

CREÍ que f uese un pelo rebelde, at orm ent ado, pero al m irarm e el pecho com probé que era verde.

Pasaron noches y dí as. Apareció una hoj it a y despué s ot ra... y ot ra... y t odaví a ot ra.

¿Un t ré bol de cuat ro hoj as? ... ¡Q ué aleg re! ¡Q ué aleg rí a!

Pero al m orir los m eses, una dura cort ez a recubrí a su t ronco, m ient ras le iban creciendo unas cuant as ram it as. Ahora ya es un á rbol solit ario, f rondoso, perf ect o, chiquit it o.

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RESTRING ID O

PRO PÓSITO

DEM A S IA D O corpó reo, lim it ado, com pact o.

Tendré que abrir los poros y disg reg arm e un poco. No dig o dem asiado.

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SAL V AM ENTO

EL berm elló n g rit aba. Grit aba el verde nilo. El g ranat e, el cobalt o, el í ndig o g rit aban.

Del neg ro, al escarlat a corrí a el am arillo. Se z am bulló el celest e. Me abraz ó el colorado. El ult ram ar oscuro m e t iró un salvavidas.

Pero el violet a inm ó vil m e m iró . Me m iraba, con los braz os cruz ados.

24 0

PRED IL EC C IÓN EV ANESC ENTE

Lo verde.

Lo apacible.

La llanura.

Las parvas.

Est á bien. ¿Pero el hum o? Má s que nada, que t odo el hum o

el hum o

el hum o.

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D ESM EM O RIA

PRIM ERO: ¿ent re corales? Despué s: ¿debaj o t ierra? Má s cerca: ¿por los cam pos? Ayer: ¿sobre los á rboles? Q uiz á s. Es m uy probable. Pero ¿qué hacer? ¡Decidm e!

Me bañ o. Com o past o. Escarbo. Trepo a un á rbol.

Es inú t il. Inú t il.

¡Son dem asiados sig los! No puedo recordarlo.

24 2

ESC RÚ PU L O

ME parece que vivo, que est oy ent re los ruidos, que m iro las paredes, que est as m anos son m í as, pero quiz á s m e eng añ e y paredes y m anos só lo sean recuerdos de una vida pasada.

He dicho “m e parece”. Yo no aseg uro nada.

24 3

PL EAM AR

NA

ansí o de nada, m ient ras dura el inst ant e de et ernidad que es t odo, cuando no quiero nada. D A

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F ID EL ID AD

“¡VA M OS !”, dice el pañ uelo. “Bueno. ¡Vam os!”, la cam a. “¡Vam os! ¡Vam os!”, la colcha, las sá banas, la alm ohada.

Los bot ines —¡qué t rist es!— m e m iraron, —dorm í a— y despué s de un m om ent o: “Nosot ros nos quedam os”.

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ESPERA

ES P ERA B A esperaba y t odaví a y siem pre esperando, esperando con t odas las art erias, con el sacro, el cansancio, la esperanz a, la m é dula; dist endido, ex alt ado, apurando la espera, por vocació n, por vicio, sin desm ayo, ni t reg ua.

¿Para qué ex t enuarm e en alum brar recuerdos que son pura ceniz a? Por m uy lej os que m ire: la espera ya es conm ig o, y yo est oy con la espera... escuchando sus ecos, asom ado al paisaj e de sus f alsas vent anas, descendiendo sus huecas escaleras de herrum bre, ant e sus chim eneas, sus m uros desolados, sus rí t m icas g ot eras, esperando, esperando, ent reg ado a esa espera int erm inable, absurda, voraz , desesperada. Só lo yo... ¡Sí !

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Yo só lo sé hast a dó nde he esperado, qué rá f ag as de espera arrasaron m is nervios; con qué ardor, y qué f iebre esperé esperaba, cada vez con m á s ansias de esperar y de espera.

¡Ah! el hart az g o y el ham bre de seg uir esperando, de no apart ar un g est o de esa espera insaciable, de vivirla en m is venas, y respirar en ella la realidad, el sueñ o, el olvido, el recuerdo; sin im port arm e nada, no saber qué esperaba: ¡siem pre haberlo ig norado!; cada vez m á s resuelt o a prolong ar la espera, y a esperar, y esperar, y seg uir esperando con t al de no acercarm e a la aridez inert e, a la desesperanz a de no esperar ya nada; de no poder, siquiera, cont inuar esperando.

24 7

EX PIAC IÓN

ALLÍ , baj o la t ierra, m á s lej os que los ruidos, que el polvo, que las t um bas; m á s allá del az uf re, del ag ua, de las piedras; allí , en lo convulso, donde t odo se part e, donde t odo se f unde, en í g neo cat aclism o, en calcinant e escoria, en bullent e derrum be, en m ineral cat á st rof e; allí , allí , en crá t eres inest ables, voraces, en f é t idos apriscos, en valles t ort urados;

allí , en lo caó t ico; sum ido, am alg am ado en una past a inf orm e, viscosa, put ref act a; las leng uas carcom idas por vocablos hipó crit as,

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los pulm ones que criban anhelos de serpient e, las esponj osas m anos em bebidas de usura, las ví sceras heladas de bat racios hum anos, los sex os que t raf ican disf raz ados de arcá ng eles, las vé rt ebras roí das por rencores insom nes, t odo, t odo hacinado, revuelt o, conf undido, en un t urbio am asij o de inf ecció n y de pú st ulas; adent ro del est ruendo, hundido en el abism o, en una pira enorm e de ex piació n, de ex t erm inio. Allí , en lo prof undo, debaj o de la t ierra.

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REBEL IÓN D E V O C ABL O S

DE pront o, sin m ot ivo: g raz nido, palacieg o, cej ij unt o, m icrobio, padrenuest ro, dict erio; seg uidos de: incoloro, bisiest o, t eg um ent o, ecuest re, Marco Polo, pat iz am bo, com plej o; en pos de: som orm uj o, padrillo, reincident e, herbí voro, prof uso, am bidiest ro, relieve; rodeados de: Af rodit a, nú bil, huevo, ocarina, incruent o, rechupet e, diam et ral, pelo f uent e; en m edio de: pañ ales, Flavio Lacio, penat es, t oronj il, nig rom ant e, sem ibreve, sevicia; ent re: cuervo, cornisa, im berbe, g arabat o, pará sit o, alm enado, t aram bana, equilá t ero; en t orno de: nef ando, hierof ant e, g uayabo, esperpent o, cof rade, espiral, m endicant e; m ient ras lleg an: incó lum e, f alaz , rit m o, peg ot e, clipt odont e, resabio, f ueg o f at uo, archivado; y se acercan: m acabra, cornam usa, heresiarca, sabandij a, señ uelo, art ilug io, epiceno; en el m ism o m om ent o que cast á lico, envase, llam a sex o, est ert ó reo, z odiacal, disparat e;

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j unt o a sierpe... ¡no quiero! Me resist o. Me nieg o. Los que sig an viniendo han de quedarse adent ro.

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A PL ENO

L L ANTO

“ L lora rlo tod o... p ero llora rlo b ien” . Espant apá j aros

Y ent ret ant o llorem os t om ados de la m ano.

Llorem os. ¡Sí ! Llorem os am arg o llant o verde, sust ancias m inerales, az uf re, m ica, arena, crist ales f racasados, hum illadas t achuelas, ardient es lag rim ones de lacre derret ido.

Llorem os j unt o al hum o, desnudos, ent re ruinas, en m edio de la calle, de la sang re, del lodo, debaj o de la t ierra, en el ag ua, en el aire, ent re m á st iles rot os y piernas am put adas.

Q ue se abran las esclusas

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del reprim ido llant o y llorem os, a g rit os est ent ó reos, salvaj es, el m ent ó n t em bloroso, sin com pá s, ni g uit arra, las m ej illas chorreant es, los pá rpados acuosos.

Llorem os la f am ilia, el vino derram ado, las m om ias, la vict oria, las plaz as desoladas, la usura, el t erciopelo, el pan de cada dí a, las noches g em ebundas, las m uert as cat edrales.

Llorem os por las uñ as, por los pies, por los dient es, lacios chorros t ranquilos de lá g rim as salobres, m urm urant es arroyos que ent ernez can las piedras, cat arat as de llant o de est ruendosos m odales. Llorem os y llorem os, im pudorosam ent e, sin t reg ua, ni descanso, durant e larg os añ os, por m á s que est alact it as de lá g rim as espesas ericen las riberas de nuest ros lag rim ales.

Llorem os, con la lluvia, un llant o m onocorde que aneg ue la codicia, el past o, las heridas; nos lim pie la g arg ant a, el alm a, los bolsillos, t raspase la t rist ez a, la ang ust ia, la m em oria.

Llorem os. ¡Ah! Llorem os purif icant es lá g rim as,

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hast a ver disolverse el odio, la m ent ira, y log rar alg ú n dí a —sin los oj os lluviosos— volver a sonreí rle a la vida que pasa.

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C O NF ID ENC IA PRO SAIC A

Yo t am bié n... ¡Sí ! Yo t eng o —¿por qué no conf esarlo? — un pequeñ o f ant asm a, un duende de f am ilia.

No vaya a suponerse que m i pequeñ o duende sea un f ant asm a hierá t ico, espect ral, de cast illo; uno de esos f ant asm as que arrast ran el espant o ent re viej as panoplias y g rit os coag ulados, o delat an incest os dent ro de una arm adura. cuando el silencio calz a las f unerarias m allas con que a Ham let le place pasearse ent re las t um bas.

Mi f ant asm a es dom é st ico, recat ado, apacible. J am á s le he sorprendido act it udes de alm ena, ni lo he vist o hospedarse

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en la caj a de un pé ndulo, para que sus ent rañ as se pueblen de lat idos.

Cot idiano, t ranquilo, m odest o, de bolsillo, m i pequeñ o f ant asm a no ahuyent a los ret rat os, ni adopt a alm as de piedra o herá ldicas post uras.

Tal cual es, sin em barg o, eng alana m is noches y es el ú nico luj o de m is horas vací as.

Ya sé que con f recuencia revuelve m is papeles, esconde alg una cart a, em pañ a m is ant eoj os, m e hum illa al oblig arm e a buscar los g em elos debaj o de la có m oda, m e esconde la boquilla; pero es é l quien m it ig a la f iebre del insom nio, quien im pide que pierdan el com pá s las canillas, quien oprim e las llag as de las puert as pint adas y conf ort a el silencio, la soledad, el f rí o, al pasear por los cuart os su incorpó rea presencia de f ant asm a benig no, de duende que vig ila las som bras y los ruidos.

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H AZ AÑ A

TOD O, t odo, en el aire, en el ag ua, en la t ierra, desarraig ado y á cido, descom puest o, perdido. El ag ua hecha caballo ant es que nube y lluvia. Los t oros t ransf orm ados en sum isas poleas. El eng añ o sin m alla, sin “t ut u”, sin pez ones.

La im pú dica m ent ira ex hibiendo el t rasero en t odas las post uras, en t odas las esquinas. Las polillas voraces de ex pedient e cocido, disf raz adas de hiena, de t apir con m ochila. Las t echum bres que em ig ran en oscuras bandadas. Las vent anas que escupen dent aduras de piano,

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cacerolas, espej os, piernas carboniz adas.

Porque m irad sin m usg o, m i coraz ó n de yesca, qué hicim os, qué hem os hecho con nuest ras pobres m anos, con nuest ros esquelet os de invierno y de verano.

Desat ar el incendio. Aplaudir el desast re. Trasladar, sobre caucho, apet it os de pú st ula. Prost it uir los crepú sculos. Adorar los bulones y los secos cerebros de nuez reblandecida... Com o sí no ex ist iera m á s que el sudor y el asco; com o si só lo ansiá ram os nut rir con nuest ra sang re las raí ces del odio; com o si ya no f uese bast ant e deprim ent e saber que só lo som os un pá lido ex crem ent o del am or, de la m uert e.

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RESPO NSO

EN BL ANC O

V IV O

BLA N C A de blanca asf ix ia y ex ang ü e blanca vida, a quien el blanco helado nevó la blanca m ano de blanca aparecida, m ient ras el blanco espant o blanqueaba su m ej illa de blanca ausencia herida, al ceñ ir su blancura de int act a blanca luna y blanca despedida.

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D IETÉ TIC A

HA Y que ing erir dist ancia, lanudos nubarrones, secas parvas de siest a, arena sin hist oria, llanura, viz cacheras, cam inos con t ropillas. de nubes, de ladridos, de briosa polvareda. Hay que rum iar la yerba que saz onan las vacas con su orí n, y sus colas; la t ierra que se escapa baj o los alam brados, con su olor a chinit a, a z orrino, a f og at a, con sus huesos de f ó sil, de pot ro, de t apera, y sus larg os m ug idos y sus g uam pas, al aire, de m olino, de t oro...

Hay que ag arrar la t ierra, calent it a o helada, y com erla ¡com erla!

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INAG O TABL E ASO M BRO

ES T E perro. Est e perro. ¡Indescript ible! ¡Ú nico!

( ¿Q uié n dirí a la f orm a, la int enció n, el t am añ o de t odas sus m em branas, sus vé rt ebras, sus cé lulas, sin olvidar su alient o, sus cost um bres, sus lá g rim as? )

Est e perro. Est e perro, sem ej ant e a ot ros perros y a la vez t an dist int o a su padre, a su m adre, sus herm anos, sus hij os, a los perros ya m uert os, y a t odos los que ex ist en.

Est e perro increí ble, con su hocico, su rabo, sus orej as, sus pat as, iné dit o, vivient e; m odelado, com puest o a t ravé s de los sig los por un esf uerz o inm enso, const ant e, incom prensible, de creació n,

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de arm oní a, de equilibrio, de rit m o.

Est e perro. Est e perro, cot idiano, inaudit o, que dem uest ra el m ilag ro, que m e acerca al m ist erio... que da g anas de hincarse, de rom per una silla.

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L O

Q U E ESPERAM O S

TA

RD A RÁ

, t ardará .

Ya sé que t odaví a los é m bolos, la usura, el sudor, las bobinas seg uirá n produciendo, al por m ayor, en serie, iniquidad, ayuno, rencor, desesperanz a; para que las lom brices con huecos pó rt asenos, las vacas de em baj ada, los viej os paquiderm os de esf í nt eres crinudos, se sacien de adult erios, de diam ant es, de caviar, de rem edios.

Ya sé que t odaví a pasará n m uchos añ os para que est os crust á ceos del asf alt o y la m ug re se lim pien la cabez a, se alej en de la envidia, no idolat ren la señ a, no adoren la im post ura, y abandonen su cost ra de opresió n, de ceg uera, de m ez quindad, de bost a.

Pero, quiz á s, un dí a, ant es de que la t ierra se canse de at raernos y brindarnos su seno, el cerebro les sirva para sent irse hum anos,

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ser hom bres, ser m uj eres, —no caj as de caudales, ni perchas desoladas—, som et er a las ruedas, im pedir que nos m at en, com probar que la vida se arranca y despedaz a los chalecos de f uerz a de t odos los sist em as; y descubrir, de nuevo, que t odas las riquez as se encuent ran en nosot ros y no baj o la t ierra.

Y ent onces... ¡Ah! ese dí a abrirem os los braz os sin t em er que el inst int o nos m uerda los g arrones, ni recelar de t odo, hast a de nuest ra som bra; y serem os capaces de acercarnos al past o, a la noche, a los rí os, sin rubor, m ansam ent e, con las pupilas claras, con las m anos t ranquilas; y usarem os palabras sust anciosas, aut é nt icas; no com o esos vocablos eriz ados de inquina que babean las hienas al inst arnos al odio, ni aquellos que se asf ix ian en est rof as de alm í bar y f ust ig ada clara de huevo corrom pido; sino palabras sim ples, de arroyo, de raí ces, que en vez de separarnos nos acerquen un poco; o m ej or t odaví a, g uardarem os silencio para t om ar el pulso a t odo lo que ex ist e y vivir el m ilag ro de cuant o nos rodea, m ient ras alg uien nos dig a, con una voz de roble, lo que desde hace sig los esperam os en vano.

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G RATITU D

G RA C IA S

az ul, f og at a encelo.

arom a

Gracias pelo caballo m andarino.

Gracias pudor t urquesa em bruj o vela, llam arada quiet ud az ar delirio.

Gracias a los racim os a la t arde, a la sed al f ervor a las arrug as, al silencio a los senos a la noche, a la danz a a la lum bre a la espesura.

Muchas g racias al hum o a los m icrobios, al despert ar al cuerno a la bellez a, a la esponj a a la duda a la sem illa, a la sang re a los t oros

265

a la siest a.

Gracias por la ebriedad, por la vag ancia, por el aire la piel las alam edas, por el absurdo de hoy y de m añ ana, desaz ó n avidez calm a aleg rí a, nost alg ia desam or ceniz a llant o.

Gracias a lo que nace, a lo que m uere, a las uñ as las alas las horm ig as, los ref lej os el vient o la rom pient e, el olvido los g ranos la locura.

Muchas Gracias Gracias sonido. Gracias Muchas Muchas

g racias g usano. huevo. f ang o,

piedra. g racias por t odo g racias.

Oliverio Girondo, ag radecido.

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C AM PO

NU ESTRO

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Est e cam po f ue m ar de sal y espum a. Hoy oleaj e de ovej as, voz de avena.

Má s que t ierra eres cielo, cam po nuest ro. Puro cielo sereno... Puro cielo.

¿De t u orig en m arino no conservas m á s caracol que el nido del hornero?

No olvides que el az ar hinchó sus velas y a t ravé s de ot ra m ar dio en t us riberas. Ant e el sobrio sem blant e de t us llanos se arrancó la g olilla el cast ellano.

Tienes, cam po, los huesos que m ereces: g randes vé rt ebras sim ples e inocent es, t ibias rudim ent arias, inf orm es m ax ilares que at est ig uan t u vida m ilenaria; y sin em barg o, cam po, no se adviert e ni una arrug a en t u f rent e. Ya só lo es un silencio em ocionado t u herbosa voz de m ar desag ot ado.

¡Q ué cordial es la m ano de est e cam po! Sobre t u t ersa palm a dist endida ¡quié n pudiese rast rear alg una huella que revelara el rum bo de su vida!

Tus m ism os cardos, cam po, se est rem ecen al present ir la aurora que m ereces. Une al don de t u pan y de t u m ano

268

el de darle candor a nuest ro cant o.

¿Oyes, cam po, ese rit m o? ¡Si f uera el m í o!... sin vocablos ni voz t e ex presarí a al g alope t endido. Est as pobres palabras ¡qué m al t e quedan! Pero qué quieres, cam po, no soy caballo y j am á s las dirí a si t ú m e oyeras.

Por alg o ant e el aprem io de nom brart e he pref erido siem pre g alopart e.

Rit m o, calm a, silencio, lej aní a... hast a volvert e, cam po, m elodí a.

Só lo el vient o m erece acom pañ art e.

¿No podrá ni m ent arse t u presencia sin que t e duela, cam po, la m odest ia?

Eres t an claro y lim pio y sin dobleces que el vuelo de una nube t e ensom brece.

¡Hast a las som bras, cam po, no dan nunca ni el m á s leve t raspié s en t u llanura!

¿Có m o log rast e, cam po t an benig no, asist ir a los cruent os cat aclism os que describen t us nubes y ver m orir f lam eant es cont inent es, inaug urarse m ares, donde j ó venes islas recalaban en bahí as de f ueg o, con el vivo y rem ot o dram at ism o que recuerdan t us cielos?

Al g alopart e, cam po, t e he sent ido cada vez m enos cam po y m á s lat ido.

Tenso y redondo y m anso, com o un g rá vido vient re

269

virg en cam po yacent e.

Sin rubores, ni g est os ex cesivos, —acaso un poco t rist e y resig nada— con el m ism o candor que usan t us chinas y reprim iendo, cam po, su t ernura, —m á s allá del bañ ado, ent re las parvas— se t e ent reg a la t arde ensim ism ada. Pasan las nubes, pasan —¿Q uié n las arrea? — t obianas, m alacaras, overas, bayas; pero t odit as llevan, cam po, t u m arca.

Dim e, cam po t endido cara al cielo, ¿esas nubes son hij as de t u sueñ o? ...

¡Có m o no han de llorart e las t ropillas de t us nubes t ordillas al ot ear, desde el cielo, esas praderas y sent ir la nost alg ia de sus yerbas!

Lo que pref iero, cam po, es t u llanez a.

Ya sé que t ierra adent ro eres de piedra, com o t am bié n de piedra son t us cielos, y hast a esas pobres som bras que se hospedan en t us valles de piedra; pero al pensart e, cam po, só lo veo, en vez de esas quebradas m inerales donde espect ros de m uí as se alim ent an con las m á s t iernas piedras, una inm ensa llanura de silencio, que abanican, con calm a, t us haciendas.

En lo alt o de esas cum bres ag obiant es hallarem os laderas y peñ ascos, donde yacen m et ales, m om ias de alg a, peces crist aliz ados; pet o j am á s la ex t ensa cert idum bre de que ant es de hum illarnos para siem pre, has pref erido, cam po, el ascet ism o de neg art e a t i m ism o.

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Fuist e viva presencia o f iel m em oria desde m i m á s rem ot a prehist oria.

Mucho ant es de int im ar con los palot es m i am ist ad t e abraz aba en cada post e.

Chapaleando en el cielo de t us charcos m e rocé con t us ranas y t us ast ros.

J unt o con t u recuerdo se aprox im a el relent e a dist ancia y past o herido con que im preg nas las bot as... la f at ig a.

Galopar. Galopar. ¿Rit m o perdido? hast a encont rarlo dent ro de uno m ism o. Siem pre volvem os, cam po, de t us t ardes con un lucero hum eant e... ent re los labios.

Una t arde, en el m ar, t ú m e llam ast e, pero en vez de t u escuet a reciedum bre pasaba ant e la borda un cam po equí voco de andares volupt uosos y evasivos. Me llam ast e, ot ra vez , con voz de m adre y en t u silencio só lo hallé una vaca j unt o a un charco de luna arrodillada; arrodillada, cam po, ant e t u nada.

Cuando m e acerco, pam pa, a t u recuerdo, t e m e vas, despacit o, para adent ro... al t rot e cort o, cam po, al t rot ecit o.

Aunque m e ig nores, cam po, soy t u am ig o.

Ent ra y descansa, cam po. Desensilla. Dej a de ser et erna lej aní a.

Cuant o m á s t e repit o y t e repit o quisiera repet irt e al inf init o.

Nunca perm it as, cam po, que se ag ot e nuest ra sed de horiz ont e y de g alope.

Tem pla m is nervios, cam po ilim it ado,

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al recio diapasó n del alam brado.

Aquí m i soledad. Est a m i m ano. Dondequiera que vayas t e acom pañ o.

Si no hubieras andado siem pre solo ¿t odaví a t endrí as voz de t oro?

Tu soledad, t u soledad... ¡la m í a! Un sorbo t ras el ot ro, noche y dí a, com o si f uera, cam po, m at e am arg o.

A veces soledad, ot ras silencio, pero ant e t odo, cam po: padre-nuest ro.

“No eres m á s que una vaca —dij e un dí a— con un m illó n de ubres m at ernales”... sin recordar —¡perdona!— que enarbolas ent re el lí rico arranque de t us cuernos un g ran nido de hornero.

“Si no t iene relieve, ni cont ornos. Nada que lo lim it e, que lo encuadre; allí ... a las cansadas, un arroyo, quiz á s una lom ada...” seg uirá n —¡perdonadlos!— m urm urando, aunque t u inm ensa nada lo sea t odo. Com prendo, cam po adust o, que sonrí as cuando só lo t e habit an las espig as.

Aunque no sueñ en m á s que en esquilm art e e ig noren el sabor de t us raí ces, el rum bo de t us pá j aros, nunca t e nieg ues, pam pa, a abrir los braz os. Has de ser para t odos cam po sant o. Al vert e cada vez m á s cult ivado olvidan que t ení as piel de pum a y f uist e, hast a hace poco, cam po bravo.

No t e m e quej es, cam po desollado. Cubiert o de rasg uñ os y de espinas —despué s de cost alar ent re t us cardos— anduve yo t am bié n desam parado, con un dolor caballo en las cost illas.

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Recuerda que t us nubes se desang ran sin decir, cam po m acho, ni palabra.

Son t an g randes t us noches, que averg ü enz an. Si los g rillos dej asen de apret arle una sola clavij a a t u silencio, ¿alcanz arí as, cam po, el delirant e y ag udo diapasó n de las est rellas?

Hast a la oscura voz de t us pant anos da f ervor a t u sacro cant o llano.

¡Q ué buenos conf esores son t us sapos!

Nada log ra ex presar, cam po noct urno, t u inm ensa soledad desam parada com o el present im ient o que ensom brece el insom ne m ug ir de t us m anadas.

Viert e, cam po, sin t reg ua, en nuest ras venas la dest ilada luz de t us est rellas.

Tu sant a luna, cam po solit ario, conviert e nuest ro pecho en un host iario.

Dé j anos com ulg ar con t u llanura... Danos, cam po eucarí st ico, t u luna.

¿A qué sabrá n t us past os cuando log ren, por f in, dom est icart e y en vez de cam po pot ro desbocado t e t ransf orm es en cam po endom ing ado?

Có m o rí en t us sapos, t us m aiz ales, con dient es de pot rillo, del candor con que t odas t us ciudades, no bien salen del horno, ya ost ent an capit eles, f ront ispicios, y arquit rabes post iz os. Só lo soport as, cam po, los aleros que aconsej an vivir com o el hornero. Te llevé de la m ano

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hacia aldeas y rut as pat inadas por leyendas doradas; pero t ú sonreí as, cam po niñ o, y yo j unt o cont ig o... siem pre, siem pre cont ig o cam po recié n nacido.

Tant os viej os m odales resobados y t ant a hist oria con t ant as m ez quindades, desde la ausencia, cam po, m usit aban t us ing enuos yuyales.

—¡Q ué t ierras sin alient o! —balbuceabas—. Só lo produce m uert os... g randes m uert os insom nes y locuaces que en vez de reposar y ser olvido desert an de sus t um bas, vocif eran, en cada encrucij ada, en cada piedra. Los m í os, por lo m enos, son m odest os. No incom odan a nadie.

Y el eco de t u voz , ent re las ruinas: “Dadle m uert e a esos m uert os”, repet í a.

¿Dó nde apoyarnos, cam po? ¡Ni una piedra! Nada que indique el rum bo de t us huellas. Persist e, cam po nada, en acercarnos la ocasió n de perdernos... o encont rarnos. Gracias, cam po, por ser t an despoblado y lim pit o de m uert os, que adm it es arriesg ar cualquier post ura sin pedirle perm iso a los espect ros.

Muchas g racias por crearnos una m uert e de t u m ism o t am añ o y t an perf ect a que no dej a ni el rast ro de una huella.

Y m il g racias por darnos la cert ez a de poder g alopar t oda una vida sin hallar ot ra m uert e que la nuest ra.

Con só lo descansar sobre t u suelo

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ya nos sent im os, cam po, en pleno cielo.

—”¿Y si en vez de ser cam po f uera ausencia? ” —”En m í perdurarí a t u presencia.”

Espera, cam po, espera. No m e llam es. ¿Por qué esa voz t an neg ra, cam po m adre?

—”¿Es t u silencio m ar quien m e reclam a? ” —”Ven a dorm ir a orillas de m i calm a.”

Tú que est á s en los cielos, cam po nuest ro. Ant e t i se arrodilla m i silencio.

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P O E M A S

N O

R E U N I D O S

E N

V O L U M E N

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F IG ARI PINTA

Pint a cielo t ordillo, nube china, cam po llano y callado y com pañ ero, con blanco m az am orra, g ris cam ino, ocre parva o celest e lej aní a; en silla pet iz ona —pelo bayo—, el m at e coraz ó n —¿nido de hornero? —, en las ram as, de t ala, de su m ano y un pedaz o de cuerno hecho boquilla en perpet uo delirio de hum areda; m ient ras pint a y se escarba la m em oria —com o quien t raz a cruces sobre el suelo con pinceles que dom an lo pasado; claros pat ios de voz az ul alj ibe, beat a f alda, o ent ierro j aranero, m ancarró n insolado, duende perro, porque sabe rast rear el t iem po m uert o, las huellas ya perdidas del recuerdo, y le g ust an los t alles de f rut era, el olor a z orrino, a t erciopelo, los f og ones de pavas t art am udas, los m ug ient es crepú sculos t ranquilos y los g at os con m uchas relaciones, que pint a, rem em ora y recupera, con roj o f ederal, az ul encint a, am arillo rast roj o,

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rosa rancho, al revivir saraos encorset ados, velorios de ang elit o caram elo, t ert ulias palo a pique, perif ollos, viej os g auchos enj ut os de quebracho, que describe con lim pia pincelada, puro candor y t á bano m irada; para lueg o t ut earse con carret as o chism osos post ig os de ancha siest a, o rebañ os j adeant es de t orm ent a; que pint a y aquerencia en sus cart ones —para alg o com ió choclo, ent re pañ ales, de ing enua chala rubia, bien f aj ada y acarició caderas de pot rancas o de roncas g uit arras pendencieras, en boliches lunares, ya dif unt os—; m ient ras m ez cla el g ranat e m at adura con el neg ro cat ing a candom bero y af lora su sonrisa de padrillo —un poco am arillent a, un poco verde—, ant e t ant a visió n ref lorecida —con perenne f ervor y g est o m acho—, por la criolla palet a socarrona donde ex prim e su lí rica m em oria.

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EU F O RIA

AQ UÍ g aviot a vela, aquí conm ig o, luz en cant o recié n am anecido; dam e verde t u alient o ram a t rino, soñ olencia lim ó n bost ez o hiedra; em bist e m ar, em bist e m is pupilas y en rit m o az ul adé nt rat e en m is venas, ola t ras ola y siem pre lej aní a, apet encia, voraz de despedida, pero t am bié n de rubia resolana, de sol adolescent e y m arinero, de m odorra desnuda, aquí , en la playa. —de espalda f em enina y asoleada—, sex ual az ul rem anso, vuelo espum a, horiz ont e, horiz ont e, y hum areda —alg osa cabellera en el recuerdo— j unt o al f ervor devot o de los pinos, az ul, ellos t am bié n, ya casi cielo, y de cuant o es sust ancia y es ent reg a, m ilag ro perm anent e, brisa, piedra, cadencia de rom pient e en la escollera... y en m í —¡ya para siem pre!—

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hast a la m é dula.

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NO C TU RNO

EL H UM O az ul, az ul, ent re m is dedos, inscribiendo en el aire su delirio y m al llovido a espesos lag rim ones, ese arrí t m ico t rot e desvalido, enlut ando los sueñ os, los balcones; m ient ras ya en el recuerdo el t iem po m uert o, aquí voraz insect o, noche en celo, lat ido de persiana o rit m o g rillo, es t am bié n clara senda que bordea baj o pinos la t arde y la ladera, para lueg o perderse ent re az ot eas o en la t urbia corrient e de est as venas, de g ust os recat ados y viaj eros, que rieg a caracoles donde suena la m uert a voz sepult a en la m adera o el rum or int erior de la penum bra que sust ent an m is huesos, j unt o al hum o y a cuant o no com prendo y m e circunda: dé bil hoj a dorm ida que despiert a y suspira, se quej a, se da vuelt a, balbuceo de cielo en desam paro. ni m is pá lidas uñ as ¡t an siquiera!; m ient ras vuelvo a t u encuent ro az ar, m em oria, en busca de callej as m arineras que en plena resolana de naranj as

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baj aban, con sus redes, a una playa, o en los labios ya un g ust o a m adrug ada —¿qué recuerdo se asom a a esa vent ana? — m e aprox im o a m uj eres am apola —¿por qué , por qué am apola? — ent re z ag uanes de alient o canallesco y voz g ast ada, t an cerca, en est e inst ant e, ent re la borra noct urna, aquí t am bié n, ¡y t an am arg a! —allá lej os, ¿por qué siem pre am apola? — ya casi colindando con la aurora.

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ENC AL L AD O

EN L AS C O STAS D EL PAC Í F IC O

*

A

E nriq ue M olina

CORT A los dedos m om ias la yug ular m arina de los alg osos hué spedes que ag obian t u pensat ivo om ó plat o de lluvia la vet a de presag ios que labran en t u arena los cang rej os escribas el t endó n que t e am arra a t ant o rit m o m uert o ent re g aviot as y huye con t u t errá quea est at ua parpadeant e sin un m í t ico cuerno baj o la nieve niñ a recost ada en t us sienes pero con once ant enas f luorescent es em bist iendo el m ist erio.

Huye con ella en llam as del braz o de su m iedo t ó m ala de las rosas si pref ieres llag art e la cort ez a pero abandona el eco de ese hipom ar hidró f obo que f of opulpoduende t e dilat a el abism o con sus viscosos ceros absorbent es cuando no t e t rasm ut a en m ig rat orio vuelo circunf lex o de nost alg ias sin rum bo. Furiosam ent e alej a t u Seg ism unda rat a int rospect iva t u t elarañ a ham brient a de ese t rasm undo hij ast ro de la lava en m í st ica abst inencia de cact us penit ent es y con t u dog oarcá ng el auroleado de m oscas y t us f ieles bot ines m elancó licos de ensueñ os disecados y g rit os de ent recasa color crim en huye con ella dent ro de su claust ral arom a aunque su cieloinf ierno t e condene a un et erno “Te quiero”. Dej a ya desprenderse el cá lido f ollaj e que brot a de t us m anos j unt o a ese m ó vil t ó t em de m uslos ag ua viva f lag é lat e si quieres con las violent as t renz as que le hurt ast e

P ublicado en L a N ac ió n el 1 9 de abril de 1 9 5 1 , con el tí tulo I nstanc ias a u n poeta —enc allado en las c ostas del P ac íf ic o—. D isgustado p or la erró nea I dentidad q ue much os lectores p restaron al p oeta del tí tulo, el autor decidió mencionar al verdadero destinatario del p oema en el caso de una f utura reimp resió n. *

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al olvido pero por m á s que suf ras en cada cruz vacant e una pasió n suicida y t u propia cist erna con sem ivirg en luna reclam e t u cabez a ya sin velero ocaso ni chicha de pest añ as ni caj as donde lat e la ag ó nica sequí a huye por los senderos que arrancan de t u pecho con t u hij o ent re paré nt esis t u horm ig uero de espect ros t us bisabuelas lá m paras y t odos los f rut ales recuerdos f lorecidos que alim ent an t u siest a.

Huye con ella envuelt o en su orquest al cabello y su m irar sig ilo aunque t e cruces de alas y el averrit m o herido que anida en el cost ado donde t e sang ra el t iem po at ardez ca su cant o ent re sus senoslot os o en sus braz os de est at ua que ha perdido los braz os en aras de vest ales y f aunos inhum ados y huye con t us g rillet es de pró f ug o perpet uo t u nim bo sin eclipses t us desnudos com plej os y el sem pit erno t aj o de f luviales t inieblas que t e part e los oj os para que viert an coá g ulos de rancia ang ust ia padre im pulsos prenat ales y m et eó ricas ansias que le m uerden los cró t alos a los sueñ osculebras del lecho donde bog a á m barm ent e desnuda t u ninf ó m ana est rella m ient ras t u cuervo g raz na un “Nunca m á s” de piedra.

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ANG EL NO RAH C U STO D IO

AN T E el acorde vuelo epist olar que orquest a la St radivarius Lila el balbucient e arpeg io t ras la barbasordina sobre las niñ aslá m paras que t an celest em ent e alucinan t u sala con su silencioarañ a sus sorbos de crepú sculo y ese caballo m uert o en el espej o por t u arcá ng elrelá m pag o.

Noche t ras noche y t ardes presencié el desdibuj o prolij am ent e ex act o de sus nublados g est os m usicales y sus yacent es diá log os ant e lacios ret rat os en siem prevela ardida y parpadeant es copas de f iebre alcohol lat ido y una vez m á s sin m á scara de ex asperant e g rillo conyug al Arist arco quiero dart e las g racias por la capot a en llant o los g uant es esponsales y el diá f ano m ist erio que est rem ece t us hoj as de ang elcust odio m í o.

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E N

L A

M

A S M

É D U L A

( SEGUIDO DE “YO TAN YO”, “DESTINO”, “TOPATUMBA”, “CANSANCIO”, “MI MITO” “ELLA” Y OTROS POEMAS)

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L A M EZ C L A

No só lo el f of o f ondo los ebrios lechos lé g am os t elú ricos ent re f anales serios y sus liqú enes no só lo el solicroo las pref ug as lo im par ido el ahonde el t act o incaut o solo los acordes abism os de los ó rg anos sacros del org asm o el g ust o al riesg o en brot e al rit o neg ro al alba con su esperez o lleno de g orriones ni t am poco el reg ost o los suspirit os só lo ni el f ort uit o dial sino o los aut osondeos en pleno plex o t ró pico ni las ex ellas m enos ni el endé dalo sino la viva m ez cla la t ot al m ez cla plena la pura im pura m ez cla que m e m erm a los m achim bres e! alm am asa t ensa las t ercas hem bras t uercas la m ez cla sí la m ez cla con que adherí m is puent es

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NO C H E TÓTEM

SON LOS t rasf ondos ot ros de la in ex t rem is m é dium que es la noche al ent reabrir los huesos las m it of orm as ot ras aliardidas presencias sem im orf as sot opausas sosoplos de la enllag ada libido posesa que es la noche sin vendas son las g rislum bres ot ras t ras esm eriles pá rpados vident es los at ó nit os yesos de lo inm ó vil ant e el ref luido herido int errog ant e que es la noche ya lí vida son las cribadas voces las suburbanas sang res de la ausencia de rem ansos om ó plat os las ag rinsom nes drag as ham brient as del ahora con su lim o de nada los idos pasos ot ros de la incorpó rea ubicua t am bié n ot ra escarbando lo inciert o que puede ser la m uert e con su dem ent e cé libe m ulet a y es la noche y desert a

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AL G RAV ITAR RO TAND O

EN LA sed en el ser en las psiquis en las equis en las ex quisit í sicas respuest as en los enlunam ient os en lo erect o por los ex cesos lesos del erof rot e et cé t era o en el bisueñ o ex haust o del “dam e t om a dat e hast a el m ism o t est uz de t u t an g ana” en la no f e que rum ia en lo vivisecant e los cá t eos aní m icos la m et af isirrat a en los resum iduendes del eg og org o có sm ico en t odo g est o inj ert o en t oda f orm a hundido polim ellado adrrot o a ras af az subrripio cocopleonasm o ex ot ro sin lar sin can sin cala sin cam ast ro sin coca sin hist oria endosorbieng lut ido por los eng endros m ó viles del g ravit ar rot ando baj o el prurit o ast rí f ero j unt o a las m usaslianas chupaporos pulposas y los no m enos pó lipos hij os del hipo lut io volunt arios del m iasm a reconculcado opreso ent re hueros j am ases y g arf ios de escarm ient o paso a poz o nadiando ant e hart o vag os piensos de f inales com puert as que aneg an la esperanz a con la g rism í a el dubio los bost ez os leopardos la j erg a lela en llag a al despleg ar la sang re sin int roit os enanos en el plecoit o lat o con t odo sueñ o insom ne y t odo espect ro apuest o g ocif erando am ent é en lo no not o nat o

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C ANES M Á S Q U E F INAL ES

SOM B RA C A N ES preg á rg olas sang rí as canes pluslag rim ales ent re bast ardos roces cont elú ricos de m uy ausent es m á rg enes Ascuacanes ninf ó m anos preg ono con ululado ahí nco que m alcié rnen inhí m enes posueñ os de podreleng ua am ant e

Canes viables apenas dilucido t ras la yert a penum bra acribillada por sus arpones rabos al roj o int errog ant e cuando el g ris hondo enhiedra sus m uy am ust ies hué spedes en subpisos est rá bicos Int radé rm icos canes posesivos de m alceñ idas cé lulas vig í as canes í ncubos m enos del t ot al despellej o ent re f inales canes inhalados rubrico por la Nada

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ARID AND ANTEM ENTE

SIG O solo m e sig o y en ot ro absort o ot ro beodo lodo baldí o por neuroyert os rum bos horas opio desf ondes m e persig o j unt o a t an t ant as ot ras bellas concas corolas erolocas ent re f ug aces m uert es sin m em oria y a t ant os ot ros ot ros g rasos ceros cost rudos que m e opan m ient ras sig o y m e sig o y m e recont rasig o de un ex t rem o a ot ro est ero aridandant em ent e sin est ar ya conm ig o ni ser un ot ro ot ro

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ISL AS SÓL O

D E SANG RE

SERÁ N vident es dem asiado nadie colindant es opacos orí g enes del t edio al rit m o g ot a t opes dig o que ing ieren el desg ano con dist int a apet encia Son borra viva cat o descom pases t irit o de la sang re

Un poco nubecosa ent re sienes de ensayo y alg o m ucho por ciert o indiscernible esquelet eando el aire dados ay en derrum be hacia el f inal desví o de ya herbosos durm ient es paralelos son est ert ores m alacordes ó leos espej ism os t errenos m ilag ro int uyo verm es casi llant o que rem a de la sang re

Sus rem ordidas g riet as lax as f ibras orat es en desparpada f iebre m usit o por m i doble son pedales sin olas huecos int ransit ivos ent re burbuj as m adres g rif osones inf iero aunque m e duela islas só lo de sang re

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H AY

Q U E BU SC ARL O

eropsiquis plena de hué spedes ent onces m eandros de espera ausencia enlunadados m uslos de est ival epicent ro t um ult os ex t radé rm icos ex coriaciones f iebre de noche que burm ua y aola aola aola al abrirse las venas con un pez lam po inm erso en la nuca del sueñ o hay que buscarlo al poem a

EN

LA

Hay que buscarlo dent ro de los plesorbos de ocio desnudo desquej ido sin raices de am nesia en los lunihem isf erios de ref luj os de coag ules de espum a de m edusas de arena de los senos o t al vez en andenes con alient o a z orrino y a rum iant e dist ancia de sant as m adres vacas hincadas sin aureola ant e charcos de lá g rim as que cant an con un pez velo en t rance debaj o de la leng ua hay que buscarlo

Hay que buscarlo ig ní f ero superim puro leso lú cido beodo inobvio ent re epit elios de alba o resacas insom nes de soledad en crecient e ant es que se dilat e la pupila del cero m ient ras lo endoinef able encandece los labios de subvoces que brot an del int raf ondo euf ó nico con un pez g rif o arco iris en la m í nim a plaz a de la f rent e hay que buscarlo al poem a

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REC IÉ N ENTO NC ES

SI EL eng ast e el subsobo los t rueques t oques t opos las m alacras el desove los t opes si el eg ohueco herniado el covaciarse a cero los elencos del asco las acreencias los f init os af ines pudiesen m enos si no ex pudieran casi los escarbes vit ales el hart az g o en cadena lo posm ascado pá lido si el f inal t orvo sorbo de luz niebla de ahog o no ant epudiese t ant o ah el verdever el t odo ver quiz á s en libre aleo el ser el puro ser sin hoj as ya sin cost as ni ondas locas ni recont ras só lo su á m bit o solo recié n quiz á s recié n ent onces

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EL U NO

NO NES

EL UN O t ot al m enos plenicorrupt o nones consent ido apenas por el cero que al ido t iem po t orna con sus cat ervas sú cubos sex uales y su f auna de olvido

El uno yo subá nim a aunque insepult o int act o baj o sus m ult icript as con t rasf ondos de arcadas que aut onut re sus ecos de sum o ex pert o en nada m ient ras crece en abism o

El uno solo en uno res de az ar que se orea ant e la noche en busca de sus lí m it es perros y t ornasol lam ido por innú m eros podres se int erllag a lo oscuro de su yo t odo uno crucipendient e só lo de sí m ism o

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EL PENTO TAL A Q U É

LO N O m oroso al t oque el consonar a qué la sex t a not a los hubieron posesos los sof ocos del bis a bis acoplo de sorben t es subó sculos los erosism os dé rm icos los espiribuceos el ir a qué con m et a los ref rot es f ort uit os del g ravit ar a qué con cuant a larva en t edio lang uilat e en los cubos del m iasm a los t ant os ot ros ot ros la sed a qué las equis las inst ancias del vé rt ig o el g ust o a qué desnudo los t ent ent edio t ercos del inf ierneo en f am ilia las idó neas ex nú biles el darse a dar a qué el re la m i sin f in los com plej os velados el decom iso aset o los t ej idos t ej idos en el diario presidio de la sang re los necrococopiensos con ancest ros de polvo el “t o be” a qué o el “not t o be” a qué la sum a lent a m erm a la recont ra los avernit os í nt im os el ascopez paqué cualquier a qué cualquiera el pluriaqué a qué el pent ot al a qué a qué a qué a qué y sin em barg o

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EL PU RO

NO

EL N O el no inó vulo el no nonat o el noo el no poslodocosm os de im puros ceros noes que noan noan noan y nooan y plurim ono noan al m orbo am orf o noo no dé m ono no deo sin son sin sex o ni ó rbit a el yert o inó seo noo en unisolo am odulo sin poros ya sin nodulo ni yo ni f osa ni hoyo el m acro no ni polvo el no m á s nada t odo el puro no sin no

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RAD A ANÍ M IC A

AB RA casa de g ris lava cef á lica y conf luencias de cú m ulos recuerdos y luz lat ido có sm ico casa de alas de noche de rom pient e de enlunados espasm os e hipert ensos t ant anes de im presencia casa cá bala cala abracadabra m é dium lí vida en t rance baj o el yeso de sus cuart os de hué spedes dif unt os t rasvest idos de soplo m et apsí quica casa m ult ig rá vida de neovoces y ubicuos ecosecos de circuit os ahog ados clave dem onodea que conoce la m uert e y sus com pases sus t am bores af á sicos de g asa sus f inales com puert as y su asf alt o

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PO R V O C AC IÓN D E D AD O

A LO f ug az perpet uo y sus hipot eseres a la deriva al vé rt ig o al sublat ir al m á x im o las reverberalí bido al desensueñ o al alba a los cornubios dim e sin t it ilar por í m pet u de bum erang de encelo de g ravit ant e acó lit o de t ant o m ó vil t rá nsf ug a cocot errá queo ef í m ero y ot ros ripios del t rá nsit o m edit at urbio ex ó vulo espirit ado en Virg o en decú bit o en t rance en aluvió n de incó g nit as con m á s de un m uert o hué sped rondando la inf raniebla del dé dalo encef á lico j unt o a precoces ceros est erosent es dim e al codeleit e m udo del m im o m im o m ix t o al desm elar los senos o al t rasvest irm e de ola de só t ano de ausencia de cam inos de pá j aros que lindan con la inf ancia anim am ant em ent e m e di por dar por t ara por vocació n de dado por hacer noche solo ent re am ant es f og at as desinhalar lo hueco y encont rarm e inhallable hora t ras ot ra lacra m á s y m á s cavernoso m enos volá t il paria m á s t ot al seudo apoet a con esquelet o t opo y suspensivas nueces de apet encias at á vicas al az ar dim e al g ust o a las adult as m eng uas a las escleropsiquis al rom o t edio al pasm o al ex prim ir las equis a la veint eava esencia y deg ust ar los f ilt ros del desencant am ient o o revert ir m i arena en clepsidras sex uadas y sincopar la có pula m e di m e doy m e he dado donde lleva la sang re prost it ut ivam ent e por puro pleno pá nico de adherir a lo inm ó vil del yacer sin orillas sin f e sin m í sin paut a sin sosí as sin last re sin m á scara de espera ni levit arm e en busca del m uy Señ or nuest ro ausent e en t odo

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caso y t iem po y m odo y sex o y verbo que f ecundó el vací o obnubilado insert o en el dislat e cosm os, a t odo t odo dim e alirram pant em ent e para abusar del aire del sueñ o de lo vivo y redarm e y m asdarm e hast a el ú lt im o deng ue y ent orpecer la nada

30 0

M IL U M Í A

M I LU m i lubidulia m i g olocidalove m i lu t an luz t an t u que m e enlucielabism a y descent rat elura y venusaf rodea y m e nirvana el suyo la crucis los desalm es con sus m elim eleos sus eropsiquisedas sus decú bit os lianas y derm if erios lim bos y g orm ullos m i lu m i luar m i m it o dem onoave dea rosa m i pez hada m i luvisit a nim ia m i lubí snea m i lu m á s lar m á s lam po m i pulpa lu de vé rt ig o de g alax ias de sem en de m ist erio m i lubella lusola m i t ot al lu plevida m i t oda lu lum í a

30 1

M ASPL EO NASM O

z af io t ranco diario llag á nim a m ast urbio sino orat e m á s seca sed de m ó viles carní voros y m ag o rapt o enlabio de alba albat ros m á s sacra carne carm en de hiperm elosas pú beres vibrá t iles de sex ot um ba g ó ndola en las f auces del cauce f uera de f é rt il m adre del diosem en aunque el post edio t ienda sus cang rej ales lechos ant e el eunuco olvido m á s lacios salm os m udos m anos radas lunares copas de alas m á s cieg a busca perra t ras la verdad volá t il plusram era inet erna m á s j ag uares deseo nim ios saldos t errá queos en colapso y panent reg a ex t rem a desde las ram as ó seas hast a la có rnea pá nica a t odo hué sped sueñ o del prenoser m eng uant e a t oda pé t rea espera lat o am or g ayo nat o deliquio t enso encuent ro sobre t ibias con espasm os adlá t eres ya que hast a el unt o enllag a las m am as secas m á sculas y el m ism o pis vert ido es un preverse f et o si se cog it a en f ug a m á s sant o hart az g o g rá vido de papa rica rim a de t ant o lorosim io im plum e vat erripios sino hiperhoras t runcas dubieng endros acé f alos no piensos e im pact os del t an asco aunque el cot edio az uce sus j aurí as sorbent es vent osas de bost ez os M Á S

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AL TA NO C H E

quem ados de subsueñ o de cauces de preausencia de huracanados rost ros que t rasm ig ran de com plej os de niebla de g ris sang re de sot errá neas rá f ag as de rat as de t rasf iebre invadida con su anim al dolient e cabellera de libido su sat é lit e ang ora y sus ram os de som bras y su alient o que ent recerré las alg as del pulso de lo inm ó vil desde ot ra arena oscura y ot ro ahora en los huesos m ient ras las piedras com en su m oho de anest esia y los dedos se apag an y arroj an su ceniz a desde ot ra orilla pró f ug a y ot ras cost as ref luye a ot ro silencio a ot ras huecas art erias a ot ra g risura ref luye y se desquej a D E VÉ RT IC ES

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TRAZ U M O S

LA

las ó rbit as han perdido la t ierra los espej os los braz os los m uert os las am arras el olvido su m á scara de t apir no vident e el g ust o el g ust o el cauce sus eng endros el hum o cada dedo las f luct uant es paredes donde am anece el vino las raí ces la f rent e t odo cant o rodado su corola los m uslos los t ej idos los vasos el deseo los z um os que f erm ent a la espera las cam panas las cost as los t rasueñ es los hué spedes sus panales lo nú bil las praderas las crines la lluvia las pupilas su f anal el dest ino pero la luna int act a es un lag o de senos que se bañ an t om ados de la m ano S

VERT IEN T ES

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TRO PO S

TOC O t oco poros am arras calas t oco t eclas de nervios m uelles t ej idos que m e t ocan cicat rices ceniz as t ró picos vient res t oco solos solos resacas est ert ores t oco y m ast oco y hada

Pref ig uras de ausencia inconsist ent es t ropos qué t ú qué qué qué quenas qué hondonadas qué m á scaras qué soledades huecas qué sí qué no qué sino que m e dest em pla el t oque qué ref lej os qué f ondos qué m at eriales bruj os qué llaves qué ing redient es noct urnos qué f allebas heladas que no abren qué nada t oco en t odo

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G RISTENIA

insom ne del yo m á s yo ref luido a la g ris ya desiert a t an m é dano evidencia g org og ot eando noes que plellag an el pienso cont ra las siem pre cont ras de la posná usea obesa t an plurint erroí do por noct ivag os yoes en rom pient e ant e la af auce ang ust ia con su soñ ar rodado de hueco sino dado de dado ya t an dado y su yo solo oscuro de poz o lodo adent ro y m icrocosm os t int o por la t ot al g rist enia N OC T IVOZ M US G O

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H ASTA M O RIRL A

LO P A LP A B LE lo m ó rbido el conco f ondo ardido los t ant urbios las t ensas sondas hondas los ref luj os las ondas de la carne y sus pist ilos nú biles cont rá ct iles y sus anex os nidos los lang uif orm es f é rvidos subsobornos innú m eros del t act o su m ost o az ul desnudo cada vet a cada vena del sueñ o del eco de la sang re las som ní locuas noches del alt o croar celest e que nos anim abism an el soliloquio vé rt ig o cuant o adhiere sin cost as al f luir el pulso al roj o cosm og oz o y sus vaciados rost ros y sus cauces hast a m order la t ierra lo ig not o not o com bo el ver del ser lo ososo los im pact os del pasm o de m á s cuerda cualquier est ar en llag a los dones dados donde se int ernieblan las ó rbit as los sorbos de la euf oria cualquier velar velado con at ent o esquelet o que se piensa la est é ril lela est ela el m icroaz ar del g erm en del m ó vil del encuent ro los ent onces ya pró f ug os la busca en sí .g rat uit a los m it it os hast a ing erir la t ierra t odo m odo poroso el poz o lat o solo del f oso inm erso adent ro la sed de sed sect aria los f init os abraz os t oda boca lo t ant o el am or t erco a t odo el am orm or pleam ant e en colm o brot e t ó t em de am or de am or la lacra am or g org ó neo m é dium olavecabracobra deliquio erect o ent ero que ulululululula y arpeg ialibarañ a el eg o soplo cent ro hast a ex halar la t ierra con sus ast roides t rinos sus especies y m ult illam as leng uas y ex crecreencias

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sus buz os laz os lares de com plej os incest os ent re huesos corrient es sin desag ü es sus convecinos m uert os de m em oria su luz de m ies desnuda sus ax ilas de siest a y su g iro hondo lodo no m enos m enos que ot ros af ines cog irant es hast a el dest et e ent eco hast a el dest ent e neut ro hast a m orirla

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SO PL O SO RBO S

COS T A S rom pient es del ent onces resacas subvivencias que arenan el ahora calas caries del t iem po

Cuant o conj uro lacio cepot edio soborra concubinada soplosorbo del cero vací o vací o ya vaciado en apó crif os m oldes sin acople Q ué han de bast ar los cró t alos las f ig uras los pasos de la sang re el veneno de alm endras que se ex pande al dest apar un seno o las m anos de viaj e Dó nde un í ndice t ó t em una am arra que alcance una verdad un g est o un cam ino sin m uert e alg una cript a m adre que incube la esperanz a

Só lo t um bos ret um bos lent as lez nas acerbas am bivalent es m enos poros secos desbast es f of o hart az g o t erm it a y asco verde ex apoyos m alt rueques

Só lo esperas que lepran la espera del no t iem po

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L AS PU ERTAS

AB S ORT O t edio abiert o ant e la f osanoche inululada que en seca g riet a abiert a subsonrí e su m á s ag rí s recat o abiert o insist o insom ne a t ant as m uert esones de inciensosó n revuelo hacia un dest iem po inm ó vil de t an ya am arg as m anos abiert o al eco cruent o por cost um bre de pulso no m al dig o por m ero nim io g ló bulo abiert o ant e lo ex t rañ o que en voraz queda herrum bre circunroe las pariet ales cost as abiert as al m urm urio del m asom bra m ient ras se abren las puert as

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Y O L L EO

EH VOS t at acom bo soy yo di no m e oyes t at aconco soy yo sin vos sin voz aquí yollando con m i yo só lo solo que yolla y yolla y yolla ent re m is subyollit os t an nim ios m icropsí quicos lo sé lo sé y t ant o desde el yo m ero m í nim o al verm e yo hart o en t odo j unt o a m is ya m uert os y revivos yoes siem pre siem pre yollando y yoyollando siem pre por qué si sos por qué di eh vos no m e oyes t at at odo por qué t ant o yollar responde y hast a cuá ndo

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PO SNO TAC IO NES

COB A Y O lí vido eng endro dig o de puna que enquena el aire y en uniquej a isola su yo cot udo de á m bit o t elú rico Yo cobayo de alt ura

Poco coco del t odo sino inó rbit o asom bro acodado al reborde de su caries de nada

CON t edio y t iem po m uert o cog it abundo ex hum o t ibias lí vidas libidos invert ebrados ocios rest os quiz á s de sueñ o del ensoñ ar t rasueñ es seg ism undiando dig o

TRA S desandar la noche sin un ast ro cust odio crece en alivio ciert o el í nt im o ret orno a una sed sedent aria pero aunque olvide el t urbio ang ust iant e bag aj e su m á s desiert o hué sped dest í ñ em e el llam ado y no encuent ro la llave

SÍ P ID O hueco adult o con hipo de eco propio sobresuspenso acaso por invisibles t é rm icos hipert ensos est am bres sobre m i m ucho pelo y dem asiado poz o alet ea el silencio de m i cham berg o cuervo aunque est oy vivo creo

POR t an m í nim a arañ a suspendida t am bié n de lo invisible en el í nf im o t iem po del porqué dó nde y cuá ndo con t raslú cidos m ó viles g risg rices de cent ellear de pá rpado y const ancia de pé ndulo t an solit ariam ent e acom pañ ado y am ig o de la noche NO LA ot ra o la ot ra ni la m ism a en la ot ra o en la ot ra la ot ra

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no la ot ra

EN T RE rest os de rest as y m i prole de ceros a la iz quierda só lo la soledad de est e nat al paí s de nadie nadie m e acom pañ a

EN B US C A f ui de t odo ym á sym á sym á s paria voraz y solo y por dem á s dem á s

ES T EP A N D A N D O S IG O los anillos de m é dano que dej an en m i arena m is bost ez os cam ellos

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PL EX IL IO

EG

OF LUID O

é t er vag o

en el plespacio

pró f ug o

f luj o f at uo

sin nex o anex o al é x odo nubí f ag o

ecocida

preseudo

parialapsus de ex ilio

erg onada

no soplo

en el coespacio

heliom it o en el no espacio

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af luido subcero ido

ANTE EL SABO R INM ÓV IL

TOD OS LOS IN T ERM ED IOS P UD RES IEN ES de espera de esquelet o de lluvia sin persona cuando no neut ros lapsus m icropulpos eng endros del sot edio pueden ant es que có ncavos ausent es en sem inal yacencia ser ot ros f luj os á cidos del diurno sueñ o insom ne ot ros sorbos de pá ram o t an viles vivas bilis de nonadas carcom as diam et rales aunque el sabor no cam bie y Of elia pura cost a sea un pescado ref lej o de rocí o de esclerosada t ú nica sin last re un f ó sil lot o am ó vil ent re rem ansos m uslos puros j uncos de espasm o un m ax ilar de luna sobre un cant o rodado t ierno espect ro f luct uant e del novilunio arcaico drom edario lej os ya de su neuro dubit abundo ex novio psiquisauce aunque el sabor no cam bie y cualquier lacio cuaj o invist a nuevos huecos ant e los í dem lodos ex part os bost ez ant es pest e con vest e hué spedes del m acrobarro g rá vido de m uert e y hueros log ros de horas lag rim ales aunque el sabor no cam bie y el m enos yo del uno en el t ot al por nada beat o saldo de ex coit o am odorrado m alent et ando el asco ex plore los est rat os de su á m bit o sin sino cada vez m enos crá t er aunque el sabor no cam bie cada vez m á s burbuj a de alg á nim a no ná yade m á s am plio m enos t rá nsf ug a t ras sus est ancas sienes de m ercurio o en las f inales radas de lo obsceno de m arism as de pelvis baj o el ag ua con su no llant o arena y sus m í nim as m uert es naveg ables aunque el sabor no cam bie y só lo erect o espeso m ascaduda insaciado en prog resiva rest a ant e el inciert o ubicuo m uy quiz á s equis deí f ico se m alciñ a la ang ust ia int errog ant e aunque el sabor no cam bie

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BAL AÚ A

DE OLEA J E T Ú D E EN T REG A D E RED IVIVA S M UERT ES en el la m aram or plenam ent e am ada t u né ct ar piel de pé t alo desnuda t us bipanales senos de suave plena luna con su erom iel y z um bos y rit m os y m areas t us t us y m á s que t us t an eco de eco m í o y llam arada suya de la m uy sacra cript a m í a t uya dam e t u Balaú a

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D ESTINO

Y P A RA A C Á O A LLÁ y desde aquí ot ra vez y vuelt a a ir de vuelt a y sin alient o y del principio o t é rm ino del precipicio í nt im o hast a el ex t rem o o m edio o resurrect o rest o de é st e o aquello o de lo opuest o y rueda que t e roe hast a el encuent ro y aquí t am poco est á y desde arriba abaj o y desde abaj o arriba á vido asqueado por vivir ent re huesos o del perpet uo est é ril desencuent ro a lo dem á s de m á s o al recom ienz o espeso de cerdos cont rat iem pos y dest iem pos cuando no al burdo sino de alg ú n com plej o herniado en pleno vuelo cá lido o helado y vuelt a y vuelt a a t ant a t erca t uerca para ent reg arse ent ero o de t res cuart os hart o ya de m it ades y de cuart os al ent revero ex haust o de los lechos deshechos o darse noche y dí a sin descanso cont ra t odos los nervios del m ist erio del m á s allá de acá m ient ras se rot a quedo ant e el f ug az aspect o sem pit erno de lo aparent e o lo supuest o y vuelt a y vuelt a hundido hast a el pescuez o con t odos los sent idos sin sent ido en el sof ocat edio con uñ as y con piensos y pellej o y porque sí nom á s

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TO PATU M BA

AY M I M Á S M IM O M Í O m i bisvidit a t e ando sí t oda así t e t at o y t opo t um bo y t e arpo y libo y libo t u halo ah la piel cal de luna de t u t rascielo m í o que m e levit abism a m i t an t odit a lum bre cá t am e t u evapulpo sé sed sé sed sé liana anuda m á s m á s nudo de m usg o de ent rem uslos de seda que m e ceden t u m uy corola m í a oh su rocí o qué lim bo í z ala t ú m i t um ba así ya en t i m i t ea t oda m i llam a t uya dest ié rram e alet ea lava ya em ana el alm a t e hisopo t oda m í a ay ent rem uero vida m e crem as t e edeniz o

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H ABRÍ A

CON C RES T A o candor niñ o o envió n varó n habrí a que osar iz ar un yo f lam ant e en g oz o o aut oeng endrar hundido en el propio eg o poz o un nim io virg o vicio un sem i t ic o t raum a o t rac o t oe novicios un novococo iné dit o por poco un m ero m edio huevo al m enos de alg o nuevo e inm erso en el subyo int im í sim o volver a ver reverdecer la f e de ser y creer en crear y croar y croar ant e t odo ende o duende visiblem ent e real o inex ist ent e o hacer hacer dent ro de un nido um brí o y t ibio un hij o m it o m ix t o de silbo ido y de hipo divo de í dolo o en rancia ú lt im a inst ancia del cot idiano ent reasco a escoplo y soplo m ag o rem odelar habrí a los orif icios psí quicos y f í sicos corrient es de t ant o espect ro diario que desnut re la m echa o un laz arient o anhelo que t odaví a se yerg a com o si pospudiera y darle con la proa de la leng ua y darle con las olas de la leng ua y f urias y ref luj os y m areas al t odo crá t er cosm os sin crá t er de la nada TANTÁ N Y O

CON M I Y O y m il un yo y un yo con m i yo en m í yo m í nim o larva llam a lacra á vida

31 9

alg a de alg o m i yo ant ropoco solo y m i yo t um bo a t um bo cant o rodado en sang re yo abism illo yo dé dalo posyo del m ico ancest ro sem iref luido en vilo ya lí vido de lí bido yo t ant á n yo panyo yo ralo yo voz m it o pulpo yo en m udo nudo de saca y pon g oz ó n en don m á s don t ras don yo vam p yo m aram ant e apenas yo ya ot ro poet udo yo t an buz o t ras voces niñ as cá lidas de t ersos t ensos hí m enes yo g ong g ong yo sin son un t ant o yo San caries con som bra can viandant e vident e no vident e de sem iausent es yoes y coyoes no m é dium nada yog ui con que m e iré g as g raso sin m í ni yo al despué s sin bis y sin despué s

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PO RQ U E M E C REE SU

PERRO

Y S A C A RÉ M E LA N IEB LA el t urbio z um o oscuro del t raspienso la pulpa la soborra de m ent e t oda su g ris resaca m e sacaré hast a el m eollo ant es de que se asient e la á spera espera arena que t at é t et é yo y lam í y t rag ué yo en la sed a t rag o t ardo larg o lo hueco lo plenam ent e hueco y que no es m á s que hueco pero crece sin f in ni sino o causa o paut a o pausa m e sacaré yo el last re que no last ra por no saber a piedra por no saber saber ni saber no saber los decesos del seso y sus desechos m e sacaré yo de pie j unt o con t ant a som bra só rdida que sobra de cuant o f ue y no f ue o f ue f ue y no se f ue aunque ret orne al á rbol del prim o prim o sim io m e sacaré yo sin t ino la m arañ a dem asiadí sim o hum ana y m il y m iles vuelt as y revuelt as y cont ras y recont ras y sus colas y sus ent elequit as y em ocioncit as nó m adas ym á sym á s de cuaj o m e sacaré el obt uso yo z urdo absurdo burdo que aú n busca ser herido aunque sonrí a ent re ot ros obvios sordos escom bros nat urales y rest os casi m uert os de alg ú n yo ot ro propio que t odaví a ulula porque m e cree su perro

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AM Í

LOS M Á S OS C UROS ES T REM EC IM IEN T OS A M Í ent re las ex t rem idades de la noche los abandonos que crepit an cuant o vino a m í acom pañ ado por los espej ism os del deseo lo ent eram ent e t erso en la penum bra las crecidas m enores ya con luna aunque el ensueñ o ulule ent re m andí bulas t ransit orias las t eclas que nos t ocan hast a el hueso del g rit o los cam inos perdidos que se encuent ran baj o el f ollaj e del llant o de la t ierra la esperanz a que espera los t rá m it es del t rance por m ucho que se apoye en las coyunt uras de lo f ort uit o a m í a m í la plena í nt eg ra bella a m í hó rrida vida.

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M ENO S

MEN OS ROD A N T E D A D O deliquio sum o sí quico que m ana del g oz ondo sed viva encelo ebrio chupó n chupalm a og ro de m il f auces que drag an pero ese sí m á s llag a por no decir llag ó n de roj o vivo crá t er y lava en ascua viva pocó n sopoco í nt eg ro m enos en m erm a a pique sin há bit os de corcho hacia el est ar no est ando

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M ITO

MIT O m it o m í o acorde de luna sin piyam as aunque m e hundas t us psí quicas espinas m uj er pescada poco ant es de la m uert e aspirosorbo hast a el delirio t us m ag nolias calef accionadas cuant o decoro t u luj osí sim o esquelet o t odos los accident es de t u t opog raf í a m ient ras declino en cualquier t iem po t us t it ilaciones m á s secret as al precipit art e ent re relá m pag os en los t ubos de ensayo de m is venas

324

EL L A

ES UN A IN T EN S Í S IM A C ORRIEN T E un relá m pag o ser de lecho una dona m ó rbida ola un ref luj o z um bo de anest esia una rom pient e ent e f lorescent e una voraz cont rá ct il prensil corola ent reabiert a y su rocí o af rodisí aco y su carnalesencia nat al let al alveolo beodo de violo es la sed de ella ella y sus vert ient es lent as ent rem uert es que est rellan y disg reg an aunque Dios sea su vient re pero t am bié n es la crisá lida de una inalada larva de la nada una libé lula de m é dula una orug a lú brica desnuda só lo nut rida de f rot es un chupochupo sú cubo m olusco que g ot a a g ot a ag ot a boca a boca la m ucho m ucho g oz o la m uy t ot al sof oco la t oda “shock ” t ras “shock ” la í nt eg ra colapso es un herm oso sí ncope con f oso un “cross” de am or pant era al plex o t ró pico un “k nock out ” t é cnico dichoso si no un com puest o t errest re de libido edé n inf ierno el sedim ent o ag lut inant e de un precipit ado de labios el obsesivo residuo de una solució n insoluole o un m ecanism o radioaní m ico un t erno bí pedo bullent e un “robot ” hem bra elect roeró t ico con su em isora de delirio y espasm os lí rico-dram á t icos aunque t al vez sea un espej ism o un paradig m a un erom it o una apariencia de la ausencia una ent elequia inex ist ent e las t renz as ná yades de Of elia o só lo un t roz o ult raporoso de realidad indubit able

325

una despó t ica m at eria el paraí so hecho carne una perdiz a la crem a

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C ANSANC IO

Y D E LOS REP LA N T EOS y recont radicciones y reconsent im ient os sin o con sent im ient o cansado y de los repropó sit os y de los readem anes y rediá log os idé nt icam ent e bost ez ables y del revé s y del derecho y de las vuelt as y revuelt as y las m arañ as y recá m aras y rem em branz as y rem em branas de peg aj osí sim os labios y de lo insí pido y lo sí pido de lo rem ucho y lo repoco y lo rem enos recansado de los recodos y replieg ues y recovecos y ref rot es de lo rem anoseado y relam ido hast a en sus m á s recó ndit os reduct os replet am ent e cansado de t ant o ret ant eo y rem asaj e y t ret a t erca en t et as y recom ienz o erect o y reconcubit edio y reconcubicó rneo sin rem edio y t ara vana en ansia de alt a resonancia y rat o apenas nat o ya á rido t ardo g raso drom edario y poro loco y parco espasm o enano y m onst ruo t orvo sorbo del m alog ro y de lo pornodrá st ico cansado hast a el est rabism o m ism o de los huesos de t ant o error errant e y quej a quena y desat ino t í sico y uf ano urbano bí pedo hidef alo escom bro cam inant e por vicio y sino y t ipo y libido y of icio recansadí sim o de t ant a t ant a est anca rem et á f ora de la ná usea y de la revirg í sim a inocencia y de los inst int it os perversit os y de las ideí t as reput it as y de las ideonas reput onas y de los ref luj os y resacas de las resecas circunst ancias desde qué m ares padres y lunares m areas de resonancias huecas y m adres playas cá lidas de hast í o de alas calm as

327

sem pit erní sim am ent e archicansado en t odos los sent idos y cont rasent idos de lo inst int ivo o sensit ivo t ibio o rem edit at ivo o rem et af í sico y reart í st ico t í pico y de los int im í sim os rem im os y recaricias de la leng ua y de sus reg ast ados pá ram os vocablos y reconj ug aciones y recó pulas y sus rem uert as reg las y necró polis de reput ref act as palabras sim plem ent e cansado del cansancio del hart o t enso ex t enso ent renam ient o al eng usanam ient o y al silencio

328

Í ndice H A C I A E L F U E G O C E N T R A L O L A P O E S Í A D E O L I V E R I O G I R O N D O .........................................................................................4 C R O N O L O G Í A ..................................................................3 0 V E I N T E

P O E M A S

P A R A

S E R

L E Í D O S

E N

E L T R A N V Í A .......3 3

PAISAJ E BRETÓ N ............................................................... 38 CAFÉ -CONCIERTO.............................................................. 40 CROQ UIS EN LA ARENA....................................................... 41 NOCTURNO ....................................................................... 43 RIO DE J ANEIRO ................................................................ 44 APUNTE CALLEJ ERO ........................................................... 45 MILONGA.......................................................................... 46 VENECIA........................................................................... 47 EX VOTO ........................................................................... 48 FIESTA EN DAK AR .............................................................. 49 CROQ UIS SEVILLANO ......................................................... 50 CORSO ............................................................................. 51 BIARRITZ ......................................................................... 52 OTRO NOCTURNO .............................................................. 53 PEDESTRE ........................................................................ 54 CHIOGGIA ........................................................................ 55 PLAZ A .............................................................................. 56 LAGO MAYOR .................................................................... 57 SEVILLANO ....................................................................... 59 VERONA ........................................................................... 60 C A L C O M A N Í A S ................................................................6 1 TOLEDO............................................................................ 63 CALLE DE LAS SIERPES....................................................... 65 EL TREN EX PRESO.............................................................. 67 GIBRALTAR ....................................................................... 70 TÁ NGER............................................................................ 72 SIESTA............................................................................. 76 J UERGA ............................................................................ 77 ESCORIAL......................................................................... 80 ALHAMBRA........................................................................ 82

329

SEMANA SANTA ................................................................. 84 M E M B R E T E S ....................................................................9 2 E S P A N T A P Á J A R O S ........................................................1 0 7 1 ................................................................................... 2 ................................................................................... 3 ................................................................................... 4 ................................................................................... 5 ................................................................................... 6 ................................................................................... 7 ................................................................................... 8 ................................................................................... 9 ................................................................................... 10 .................................................................................. 11.................................................................................. 12.................................................................................. 13.................................................................................. 14.................................................................................. 15.................................................................................. 16.................................................................................. 17.................................................................................. 18.................................................................................. 19.................................................................................. 20 .................................................................................. 21.................................................................................. 22.................................................................................. 23.................................................................................. 24.................................................................................. P I N T U R A

10 9 111 112 114 115 117 118 119 121 122 124 126 127 128 130 132 134 135 136 138 141 142 144 146

M O D E R N A ......................................................1 49

PRÓ LOGO ....................................................................... 150 I N T E R L U N I O P E R S U A S I Ó N

.................................................................1 7 7 D E

L O S

D Í A S ...........................................1 8 7

VUELO SIN ORILLAS ......................................................... 188 EJ ECUTORIA DEL MIASMA ................................................. 190

330

¡AZ OTADME! ................................................................... APARICIÓ N URBANA......................................................... ARENA............................................................................ TESTIMONIAL.................................................................. ¿DÓ NDE? ........................................................................ “RUISEÑ OR DEL LODO”..................................................... TRÍ PTICO........................................................................ COMUNIÓ N PLENARIA ...................................................... ATARDECER .................................................................... ES LA BABA ..................................................................... NOCTURNOS ................................................................... 1 ................................................................................... 2 ................................................................................... 3 ................................................................................... 4 ................................................................................... 5 ................................................................................... 6 ................................................................................... 7 ................................................................................... 8 ................................................................................... 9 ................................................................................... RATA – SIRENA - FAÚ STICA............................................... INVITACIÓ N AL VÓ MITO ................................................... TÓ TEM ........................................................................... DERRUMBE ..................................................................... PUEDES J UNTAR LAS MANOS ............................................. CANSANCIO .................................................................... É L.................................................................................. VISITA ........................................................................... HAY Q UE COMPADECERLOS............................................... EMBELECOS .................................................................... NUBÍ FERO ANHELO .......................................................... NIHILISMO ..................................................................... DESERCIÓ N .................................................................... DICOTOMÍ A INCRUENTA ................................................... VÓ RTICE ........................................................................ ARBORESCENCIA ............................................................. RESTRINGIDO PROPÓ SITO................................................ SALVAMENTO .................................................................. PREDILECCIÓ N EVANESCENTE .......................................... DESMEMORIA.................................................................. ESCRÚ PULO .................................................................... PLEAMAR ........................................................................ FIDELIDAD...................................................................... ESPERA .......................................................................... EX PIACIÓ N ..................................................................... REBELIÓ N DE VOCABLOS ..................................................

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192 194 195 196 199 20 0 20 1 20 3 20 4 20 5 20 7 20 8 20 9 210 211 213 214 215 216 217 218 220 221 222 223 225 227 228 229 232 233 234 235 236 237 238 239 240 241 242 243 244 245 246 248 250

A PLENO LLANTO ............................................................. CONFIDENCIA PROSAICA .................................................. HAZ AÑ A ......................................................................... RESPONSO EN BLANCO VIVO............................................. DIETÉ TICA ...................................................................... INAGOTABLE ASOMBRO.................................................... LO Q UE ESPERAMOS ........................................................ GRATITUD ...................................................................... CAMPO NUESTRO............................................................. P O E M A S

N O

R E U N I D O S

E N

V O L U M E N

...........................2 7 6

FIGARI PINTA .................................................................. EUFORIA......................................................................... NOCTURNO ..................................................................... ENCALLADO EN LAS COSTAS DEL PACÍ FICO......................... ANGELNORAHCUSTODIO .................................................. E N

L A

M A S M É D U L A

252 255 257 259 260 261 263 265 267

277 279 281 283 285

.......................................................2 8 6

LA MEZ CLA ..................................................................... NOCHE TÓ TEM................................................................. AL GRAVITAR ROTANDO ................................................... CANES MÁ S Q UE FINALES ................................................. ARIDANDANTEMENTE....................................................... ISLAS SÓ LO DE SANGRE ................................................... HAY Q UE BUSCARLO......................................................... RECIÉ N ENTONCES .......................................................... EL UNO NONES ................................................................ EL PENTOTAL A Q UÉ ......................................................... EL PURO NO .................................................................... RADA ANÍ MICA ................................................................ POR VOCACIÓ N DE DADO ................................................. MI LUMÍ A ........................................................................ MASPLEONASMO ............................................................. ALTA NOCHE ................................................................... TRAZ UMOS ..................................................................... TROPOS ......................................................................... GRISTENIA ..................................................................... HASTA MORIRLA .............................................................. SOPLOSORBOS................................................................ LAS PUERTAS .................................................................. YOLLEO .......................................................................... POSNOTACIONES ............................................................ PLEX ILIO ........................................................................

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287 288 289 290 291 292 293 294 295 296 297 298 299 30 1 30 2 30 3 30 4 30 5 30 6 30 7 30 9 310 311 312 314

ANTE EL SABOR INMÓ VIL .................................................. BALAÚ A .......................................................................... DESTINO ........................................................................ TOPATUMBA.................................................................... HABRÍ A .......................................................................... TANTÁ N YO ..................................................................... PORQ UE ME CREE SU PERRO ............................................. A MÍ ............................................................................... MENOS ........................................................................... MITO.............................................................................. ELLA .............................................................................. CANSANCIO ....................................................................

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315 316 317 318 319 319 321 322 323 324 325 327