Nuestro Venerado Padre Fundador Federico Salvador Ramón

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2018 Antonio García Megía y María Dolores Mira y Gómez de Mercado. Congregación de Esclavas de la Inmaculada Niña Nuestro Venerado Padre Fundador. Cuadernos de José Sirvent Marín – Edición actualizada Angarmegia: Ciencia, Cultura y Educación. Portal de Investigación y Docencia Edición preparada con ocasión del proceso de beatificación del Padre Fundador de las Esclavas de La Inmaculada Niña. http://angarmegia.com - [email protected]

JOSÉ SIRVENT MARÍN

Datos biográficos de Nuestro Venerado Padre Fundador, escritos por el Rvdo. Padre Don José Sirvent Marín, Párroco de Zurgena (Almería). Quien convivió, trató íntimamente y quiso mucho a N.V.P. Fundador Don Federico Salvador Ramón A. I. I. V. - P. M. A. J.

Contenido

Contenido

GALERÍA DE IMÁGENES ..........................................................................................................11 EDICIÓN: CRITERIOS...............................................................................................................19 CUADERNOS ...........................................................................................................................29

1. POR QUÉ FUI YO MUY AMIGO DE DON FEDERICO SALVADOR RAMÓN .....................31 2. NACIMIENTO O VENIDA A ESTE MUNDO DEL VIRTUOSO SACERDOTE D. FEDERICO SALVADOR RAMÓN ....................................................................................................33 3. DON FEDERICO SALVADOR COMO ESTUDIANTE DE BACHILLER, ESTUDIANTE DE CURA, PROFESOR DEL SEMINARIO. TONSURA Y ÓRDENES MENORES. ÓRDENES SAGRADAS Y SACERDOCIO. .......................................................................................35 4. PRIMERA MISA DEL PRESBÍTERO DON FEDERICO SALVADOR RAMÓN, CELEBRADA EN EL MES DE DICIEMBRE DE 1891. SACERDOTES QUE ESTUVIERON EN ESTA MISA Y SEÑOR PREDICADOR EN TAN SOLEMNE ACTO RELIGIOSO. .......................................39 5. PREDICACIÓN DE DON FEDERICO SALVADOR RAMÓN ..............................................41 6. DESTINOS DE DON FEDERICO SALVADOR RAMÓN ....................................................47 7. ALGO DE PIEDAD Y AMOR QUE DON FEDERICO SALVADOR RAMÓN TENÍA A SUS HIJOS ESPIRITUALES...................................................................................................49 8. 8 - DON FEDERICO SALVADOR, SECRETARIO Y ALMA DE LA PEREGRINACIÓN DE OBREROS A ROMA EN EL AÑO 1894. EN ESTA PEREGRINACIÓN FUE ÉL Y SU PADRE, CON UN TOTAL DE OCHENTA Y DOS OBREROS, EN CLASE TERCERA. .......................51 9. UN CUASI MILAGRO DE DON FEDERICO. LA VIRTUD DE SU BENDICIÓN. LA ESCALILLA DÉBIL. ........................................................................................................................53 10. ALGO DE VISOS PROFÉTICOS DE DON FEDERICO ......................................................57 11. RASGOS DE HUMILDAD DE DON FEDERICO SALVADOR RAMÓN ...............................59 12. DETALLES Y NARRACIONES DE LA SANTA VIRTUD DE LA PUREZA, VIVIDA Y PRACTICADA POR EL PIADOSO SACERDOTE CATÓLICO DON FEDERICO SALVADOR RAMÓN ......................................................................................................................63

13. ALGUNOS DETALLES DE LA VIDA POBRE Y LIMPIA DE D. FEDERICO SALVADOR Y PARTICULARIDADES DE ALGUNAS LIMOSNAS. ...........................................................69 14. DEL AMOR MARIANO DE D. FEDERICO SALVADOR RAMÓN, VIRTUOSÍSIMO SACERDOTE Y ESCLAVO DE AMOR A LA REINA DEL CIELO ........................................77 15. DICHOS Y HECHOS DE DON FEDERICO SALVADOR RAMÓN, EL MÁS PIADOSO SACERDOTE QUE YO HE CONOCIDO EN TODA MI VIDA ............................................83 16. CONTINÚA DICHOS Y HECHOS DE DON FEDERICO SALVADOR RAMÓN, EL MÁS PIADOSO SACERDOTE QUE YO HE CONOCIDO EN TODA MI VIDA. ......................... 101 17. PRIMERA PARTE DEL TRATADO DON FEDERICO SALVADOR RAMÓN CATEQUISTA Y EDUCADOR. ............................................................................................................. 113 18. SEGUNDA PARTE DE DON FEDERICO SALVADOR RAMÓN CATEQUISTA .................. 137

GALERÍA DE IMÁGENES

GALERÍA DE IMÁGENES Los cuadernos

1 Panorámica general

2 Ejemplo de portada

GALERÍA DE IMÁGENES Los cuadernos

3 Detalle

4 Detalle

GALERÍA DE IMÁGENES Los cuadernos

5 Detalle

6 Detalle

GALERÍA DE IMÁGENES Los cuadernos

7 Detalle

8 Jurado y firmado

GALERÍA DE IMÁGENES Los cuadernos

9 Altar de la Iglesia de Santo Domingo, de Almería, en la época del joven Federico Salvador.

10 Camarín de la Santísima Virgen del Mar, Patrona de Almería, en la época del joven Federico Salvador.

GALERÍA DE IMÁGENES Los cuadernos

11 Casa natal de Federico Salvador. Boceto del padre José Sirven incluido en sus Cuadernos.

12 Fotografía actual de la que fue casa natal de Federico Salvador. (N. E.)

EDICIÓN: CRITERIOS

Edición: Criterios

EDICIÓN

«Y esto lo escribo en mi modo humano de hablar y en mi expresión limitada, sin más extensión que hasta donde yo puedo llegar en mi decir en el orden privado, con todo el entusiasmo y veracidad que puedo y debo, y siendo yo solo turíbulo donde, echado el incienso de su virtud, huelan sus hechos y vida a santidad, como para mí olían así todos y cada uno de los detalles de su vida.»

EL TEXTO Estas son las palabras con las que el padre José Sirvent Marín finaliza el último de sus Cuadernos. Con ellas da por concluida la obra que ahora tenemos el privilegio de presentar. Después, su habitual despedida: «Jurado y firmado. José Sirvent Marín». El párrafo sintetiza de manera magistral el sentido, la finalidad y el tono de los dieciocho cuadernos que aquel anciano sacerdote se impuso como deber escribir. Para los responsables de esta edición de los manuscritos, primera que se hace pública, en contra de lo que podía esperarse de su fecha, mediados los años sesenta, temática y formación del autor, no ha resultado tarea fácil transitar y dar forma a los textos que ahora sacamos a la luz. Y ello se justifica por el intento de trabajar con dos objetivos claros: 1. Respetar al máximo el valor documental de su contenido minimizando todo lo posible las alteraciones derivadas de la transcripción al nuevo formato, toda vez que, para la Orden de la Esclavas de la Inmaculada Niña, en modo especial, y para todos aquellos otros interesados, cualesquiera que fueren sus motivos, en la figura de Federico Salvador, los escritos del Padre Sirvent son un testimonio histórico clave, habida cuenta la proximidad física y afectiva que durante muchos años compartieron ambos personajes, cercanía que el autor se cuida de subrayar certificando, mediante juramento, y firmando todos y cada uno de los cuadernos. José Sirvent no duda en resaltarlo en numerosas ocasiones con afirmaciones como estas: «En los años a que me he referido de mi amistad con D. Federico, yo era en cierta manera como su secretario particular y como su testigo de vista, lo cual digo yo aquí porque él, un día de broma y verás, me dijo «eres mi testigo». Y no sé si aquello fue como visión profética para que yo dijera ahora lo que sé de 21

Edición: Criterios

él. Y no sé si aquello fue por pura casualidad, pero el caso concreto es que me dijo que yo era su testigo. Y tal vez Dios, en su altísima providencia, permitiera esta compañía y amistad con D. Federico para que yo ahora os comunique, en espíritu de verdad, las cosas buenas y santas que sé de él y que vosotros, sus entusiastas, desconocéis y estáis ansiosos siempre de conocer hechos y detalles de su vida santa y apostólica». «Y nadie sabía nada de esto, solo yo, por ser confidencial». «Y, así, estas noticias biográficas son de D. Federico viviente a quien contempláis a través de sus dichos y hechos, en estas mal trazadas cuartillas escritas por un sacerdote anciano que está ya en el dintel de la muerte esperando la llamada de Dios, pero que antes de que esta llamada llegue, he querido y debo manifestar a Vds. estas cosas que yo sé de nuestro inolvidable y piadosísimo sacerdote y canónigo D. Federico Salvador Ramón, que Dios trajo a esta vida en la ciudad de Almería, de la luciente y diáfana Costa del Sol». «Y, como ya he dicho antes varias veces, yo que era su confidente y, dicho en frase castiza, su perrito faldero, iba muy cerca de él, como gozando de su presencia y aspirando muy de cerca sus virtudes, porque para mí en él todo era virtuoso y lleno de enseñanzas». 2. Difundir entre los miembros de la Orden y el mundo, en general, una biografía del Padre Federico hasta ahora restringida solo a determinados historiadores con capacidad para desplazarse de manera presencial hasta el Archivos General de la Congregación donde se conservan los manuscritos que, por su fragilidad, deber ser cuidadosamente protegidos. Así lo reclama el autor de los cuadernos: «Sabed, hermanos, que yo, con mucha satisfacción de mi alma, os comunico estos dichos y hechos de D. Federico para que aprendáis en ellos lo que era aquel santo sacerdote, que vio los días y luz del siglo XIX y del siglo XX. Y él ya gozará de Dios en premio de sus virtudes y nosotros tenemos la incertidumbre de poder salvarnos». «D. Federico fue entonces un santo anónimo y desconocido, y aún sigue siéndolo porque él, por él, siempre ocultó sus grandes virtudes tapadas por su profunda humildad y, porque hasta la fecha, ningún contemporáneo suyo tuvo fuerzas y valor para pregonar alto la virtud del héroe colosal de santidad». «Yo, que tuve la dicha de conocer y tratar a D. Federico, sé hasta dónde llegaban sus locuras de amor divino y cuánto sufría su alma cuando él no podía remediar estos males morales. Y yo, en nombre de él y conocidos sus deseos ardentísimos referente a esto, os diré que secundéis sus deseos y procuréis por todos los medios […]». La delimitación de unos criterios de edición capaces de armonizar ambos propósitos ha constituido, sin duda, una gran dificultad. El texto fue escrito «a vuela pluma» y después no parece haber sido revisado con detenimiento en su redacción ni en su estructura. El autor es consciente de ello. Y no lo hace por negligencia o descuido. Él se responsabiliza del contenido, otros deberán hacerlo de la forma: 22

Edición: Criterios

«Sé yo que esto que pongo en Dichos y hechos de D. Federico más bien pertenece a D. Federico limosnero o en otro lugar, pero ya lo pondrán Vds. cuando hagan una biografía en forma. Yo pongo los hechos conforme se iban sucediendo y están en mi memoria». El Padre Sirvent escribe, efectivamente, «en su modo humano de hablar» y con su «expresión limitada». En consecuencia, no se busque aquí un discurso ajustado a los estándares, modelos y cánones académicos, en cuanto a elocuencia, estructura y coherencia argumentativa. La emoción desbordante a que responden sus palabras no se deja encorsetar por las reglas al uso. Subraya, por ejemplo, aquella idea que para él es esencial por el procedimiento de insistir una y otra vez sobre el mismo pensamiento y casi en los mismos términos. Y es consciente del hecho, pero no vuelve atrás, no corrige, a lo sumo deja constancia de que lo sabe y añade: «repito». «Para tan simpática y solemnísima fiesta se llevaron para adornar el altar mayor de este templo de la Patrona de Almería, la Stma. Virgen del Mar, también nombrado entonces iglesia de Santo Domingo, se llevaron para adornar este expresado templo, repito, las colgaduras celestes de la capilla del Seminario, que eran unas telas, que yo conocí […]». «Así que viajaba como un verdadero pobre, sin pedir nada ni exigir nada, y en plena mortificación y austeridad, repito que ni un refresco, ni una cerveza, en él todo era mortificación y ejemplaridad». Su decir, casi siempre en clave de registro más coloquial que formal, se ve salpicado con los matices propios de los usos y costumbres comunicativas de la tierra en la que nace y ejercita su ministerio: Almería, Granada… Así, no son infrecuentes los diminutivos en «ito» o «ico», tan característicos de la zona, «aquel niñito tan bueno», «siendo yo muy jovencito», «viscerica estomacal mía», «aceitunicas»…, o las expresiones castizas del tipo «aquello era una verdadera birria», son ejemplo de ello. La elección de los conectores que, en el manuscrito, enlazan párrafos, argumentos e ideas es más propia de un discurso oral, efímero, que de un texto escrito, fijo y permanente. Igual sucede con las preposiciones. Se abusa de la conjunción «y», muchas veces de manera innecesaria, y demasiadas secuencias narrativas comienzan con el adverbio «entonces». Sí cuida bastante el Padre Sirvent no sobrepasar en su relato ciertos límites para no incurrir en el riesgo de perjudicar aquello que tanto desea ensalzar: «sin más extensión que hasta donde yo puedo llegar en mi decir en el orden privado». La Iglesia suele ser muy estricta en la aplicación de determinados calificativos a sus hombres popularmente significados. Sólo ella tiene la potestad de admitir el uso formalizado de atributos como venerable o santo. Y el autor es muy consciente de ello. No obstante, a veces, no puede evitar que afloren expresiones del tipo «¡Gloria y honor a la santa memoria de tan santo y virtuoso sacerdote!», pero que, casi siempre, arropa y medio oculta en el seno de un diálogo o entorno familiar. Resulta curiosa, cuando menos, la preocupación que muestra por ocultar determinadas identidades detrás de misteriosas «X ». Cuidado que, las más de las veces, no alcanza más allá de tres renglones. Entonces desparece la incógnita y se muestra en plenitud el nombre que aquellas encubrían. «Bueno, mañana por la mañana te marchas otra vez a Almería y ves a los señores XX, y les hablas otra vez de la conveniencia del arreglo de esas letras, porque ahora no tenemos dinero. Les dices que yo estoy en cama y que por eso 23

Edición: Criterios

no voy a verlos, pero tan pronto mejore iré, y tú vendrás conmigo de secretario […]. Cuando llegué a Almería y vi a los señores Romeros, me dijeron: Si lo ha mandado D. Federico, se hace, pues aquí en esta casa bancaria se hace lo que diga D. Federico y bastase que él lo diga para que se haga, márchese V. y diga a D. Federico, que haremos las cosas tal como él dice y ordena […]». «Con todo el entusiasmo y veracidad que puedo y debo», y certifica mediante juramento y firma cada uno de los peculiares Cuadernos. Intuye que, un día, su testimonio tendrá peso de prueba ante quienes, por uno u otro motivo, juzguen el valor y la trascendencia de la personalidad y magisterio del Padre Federico. Se erige a sí mismo, pues, en notario fidedigno sin más interés personal que acreditar y dar fe de sus cualidades en grado heroico. José Sirvent, de alguna manera desaparece: «[…] siendo yo solo turíbulo donde, echado el incienso de su virtud, huelan sus hechos y vida a santidad, como para mí olían así todos y cada uno de los detalles de su vida». Pero, antes, aclara meridianamente las razones de su obra: «Escribir estas líneas es para mí homenaje de amor y admiración con gratitud». «A mí me ha tocado en suerte el cumplimiento del deber de decir a las posteridades futuras y a las falanges de sus hijos lo que yo vi y aprecié en aquel sacerdote santo, que hasta ahora va pasando anónimo, después de los treinta y un años de su muerte y tránsito feliz de la tierra de las espinas al cielo de los goces eternos». «Yo, grandemente entusiasta de D. Federico, quisiera que para vosotros, sus hijos del alma, llegara pronto el día feliz en que vierais a vuestro padre fundador ceñida en sus sienes la corona, a que en mi concepto, le hicieron merecedor sus virtudes, que serán heroicas cuando lo diga nuestra Sta. Madre la Iglesia Católica, Apostólica y Romana». ¡Y no quiere seguir esta andadura solo! Por eso grita: «¡Señores! ¡Vosotros, los que habéis conocido y tratado a D. Federico! ¡Debéis manifestar cuanto bueno conozcáis de él para gloria de Dios y nuestro solaz, sabiendo y conociendo al detalle su vida santa y beneficiosa!» «Yo sé estas cosas de D. Federico que son hazañas espirituales suyas, pero, ¡cuántas cosas que yo no conozco quedarán enterradas en el anónimo y no conocidas!» «Decid y pregonad fuerte que D. Federico fue el hombre extraordinario de su época, capaz de haber gobernado acertadamente seminarios, diócesis y patriarcados, porque todo lo hacía bien y con singular acierto, sazonado por el amor y la caridad. Hubiera sido un gran obispo y querido de sus diocesanos, como era querido con frenesí por los que le trataban algo. Él todo lo sabía perdonar y en todo sabía transigir, que es gran diplomacia espiritual y luz de cielo para tratar a las almas». «¡Mil veces daré vivas a aquel santo sacerdote almeriense que está gozando de Dios! Y todos los que hemos tenido la dicha de conocer a D. Federico Salvador 24

Edición: Criterios

y admirar sus virtudes, tenemos que hablar alto, y estamos en la obligación de hacerlo, para que las generaciones futuras conozcan por nuestras letras el grado de santidad de aquel varón de Dios y sacerdote del Señor, que pasó por la tierra haciendo bien. D. Federico, que vivió en la última parte del siglo pasado y en la primera de este siglo, no cabe duda que vivirá con plenitud de vida en la Congregación Mariana que él estableció. Cada día que viví cerca de él fui testigo de sus virtudes y percibí el olor de su santidad». «Y me digo a mí mismo que tenemos obligación de mirar por nuestro finado D. Federico para que no se pierda la memoria de su ejemplar vida. ¡Preocupémonos de traer a colación aquel modo santo de vivir que era espejo y acicate para que otros, y nosotros, vivamos santamente! ¡Trabajen los suyos por esclarecer sus virtudes para gloria de Dios y gloria de su Congregación, y tengan los congregantes el honor de tener un fundador santo, y así, como se preocuparon de él en vida, se preocupen de él ya muerto y gozando de Dios en el cielo!» Realmente todo el documento es un canto de alabanza cargado de afecto hacia la figura de Federico Salvador, el maestro, con quien el autor se identifica tanto que resulta, en ocasiones, difícil separar la parte del discurso que corresponde a uno y otro. También es consciente de ello D. José, y lo advierte en numerosas ocasiones: «Y exactamente dijo esto, con estas o parecidas palabras, en sus locuras de amor divino, porque […]». «Tal vez en mi expresión y léxico no cite las mismísimas palabras, pero sí todo el exacto ideal. Las ideas sí están bien grabadas en mi mente y son indelebles mientras yo tenga la luz y lucidez en mi cerebro, que aunque ya viejo, no olvido el argumento y casi las mismas palabras de aquellas conversaciones».

EL SOPORTE Sorpresa. La reacción primera que provoca la visión de los Cuadernos del Padre Sirvent es de sorpresa. En la tradición escritural europea, desde los siglos XV y XVI, es muy frecuente el aprovechamiento de papel ya utilizado, como soporte para nuevos manuscritos. También se da la situación inversa, es decir, la utilización de márgenes y espacios en blanco de libros impresos para anotaciones cotidianas como puede ser una lista de la compra o los gastos del mes. No obstante, que el hecho se dé muy avanzada la segunda mitad del siglo XX, cuando ya no es norma habitual, genera la sorpresa. Los Cuadernos, hasta un total de dieciocho, se construyen reutilizando hojas de diferentes tamaños y procedencias: cartas, impresos, fichas, carteles, hojas de calendario… de los que se aprovecha el reverso. Son pocos los folios que tienen cara y dorso. Las imágenes que preceden a estas líneas muestran en detalle su disposición. Cosidos, no grapados, han sido paginados posteriormente a mano. Los cuadernos uno y dos mantienen la secuencia numérica, de la página uno a la diez el primero, y de la once a la dieciséis el segundo. Los siguientes, hasta el diecisiete, inician y terminan cada uno su propia su seriación. El llamado Tratado de D. Federico Salvador catequista y educador, partes primera y segunda, diecisiete y dieciocho, últimos del conjunto, de nuevo, cuentan con paginación independiente. 25

Edición: Criterios

Todo lo expuesto refuerza la impresión de que el Padre Sirvent no tiene la intención de redactar un documento finalista sino que actúa como el estudiante aplicado que, sin cuidar demasiado el dónde y el cómo, toma notas y apuntes rápidos sobre determinados aspectos esenciales, y construye así un primer boceto o estado de la cuestión que más adelante, revisado y enriquecido con otras fuentes de información, sentará las bases para un escrito definitivo. La responsabilidad de ese trabajo final debería ser asumida por los hijos de la Congregación de Esclavos y Esclavas creada por D. Federico, como este espera. En tal sentido se podría interpretar el siguiente diálogo entre los dos personajes principales: «Yo le dije: V. se preocupa de todos, pero nada se preocupa V. de V. mismo Y me contestó: Los niños se preocuparán de mí vivo o muerto, porque mis hijos no pueden dejar a su padre».

CRITERIOS BÁSICOS DE EDICIÓN Dicho queda el propósito de esta edición: Acercar el mensaje del Padre Sirvent al público general haciendo más comprensible y fácil su lectura, pero manteniendo la mayor fidelidad posible respecto al documento original por respeto a las personas que lo protagonizan y las ideas y valores que defienden y representan. Se enumeran a continuación, de manera esquemática, las convenciones y reglas aplicadas con esta intención. 





 





Número de página en el original, recto y vuelto. Se identifica mediante una barra vertical seguida del número de página. |10 Amaneció… Comienza la página 10 recto (cara). |5v Alonso Vela… Comienza la página 5 vuelto (dorso). Supresiones: o Conjunciones copulativas innecesarias en algunas series y enumeraciones. o Adverbio entonces, que encabeza muchas secuencias narrativas en el manuscrito cuando se ha considerado irrelevante. o Palabras repetidas. Añadidos: Figuran entre corchetes [a]. Sin ellos la frase carecería de sentido o sería incorrecta. Unificaciones: Abreviaturas, uso de mayúsculas en términos religiosos, meses… Cambios y reestructuraciones: Mínimos. Justificados en la mejor comprensión del mensaje. Siempre una nota a pie de página reconstruye la versión original. Resaltado de cita textual. Estructura dialogal. Visualización de voces. o No existe en el manuscrito. o Necesario, en ocasiones, para discriminar entre narrador y personaje. Signos de puntuación. Muy trabajados. Imprescindible para: o Adecuar el texto a los usos contemporáneos. 26

Edición: Criterios



o Precisar el mensaje. o Resaltar emociones y sentimientos. Notas de edición: N. E. o Informan de cambios efectuado en relación con el original. o Aclaran, justifican o complementan.

María Dolores Mira Gómez de Mercado Antonio García Megía

Nuestro agradecimiento a la Congregación de Esclavas de la Inmaculada Niña, en especial a las hermanas responsables del Archivo General de la Orden en Madrid, Raquel Fuentes y Lourdes Colunga, por las facilidades y ayuda prestadas. Sin su colaboración y empeño estos Cuadernos del Padre Sirvent seguirían, ¡Dios sabe por cuánto tiempo aún!, solo amorosamente conservados entre el silencio de sus vitrinas.

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Cuadernos

Cuadernos del Padre José Sirvent Marín

Cuaderno 1

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POR QUÉ FUI YO MUY AMIGO DE DON FEDERICO SALVADOR RAMÓN

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Eran los años del Señor [de] 1918, cuando aquella gripe maligna con la que el Señor, justo, castigó a los pueblos de Europa y principalmente a nuestra España del Sagrado Corazón de Jesús y de la Virgen del Pilar, que también España era pecadora y se olvidaba, y se olvida, de Dios, haciendo caso omiso de su Santa Ley y, así, por este apartamiento que las criaturas hacen de Dios y por el desenfreno en las diversiones corrompidas e ilícitas antes y ahora, y por las guerras europeas del año 1914 al 1918 donde los hombres fueron tan fratrici|2das unos con otros, tuvo el Dios justísimo que castigar duramente a sus díscolos y desmandados hijos, y por tal motivo, envió Dios el terrible azote de la peste cruel con el entonces nombre de gripe. Terrible enfermedad que descompuso hogares y asoló pueblos, llenando de pena y lágrimas todas las localidades. Era yo un jovencito estudiante de Teología en el Seminario Conciliar de San Indalecio de Almería y caí gravemente enfermo, atacado de la cruel enfermedad que se llevó muchos cuerpos jóvenes y vigorosos a la tierra y muchas almas de este mundo al otro para ser premia|3das o castigadas en los altísimos juicios de Dios. Yo convalecí de esta enfermedad que se llevó mi robusta salud de joven fuerte y me dejó para siempre una pequeña dosis de vida, siempre desde entonces precaria en extremo. Así quedó mi vida y así es desde hace tantos años y ya tengo bien cumplidos sesenta y cinco; pues en aquellos entonces, era virtuoso y santo Obispo de Almería el Ilmo. Sr. D. Vicente Casanova y Marzol, Obispo que me distinguía y quería mucho, a pesar de mi poquedad, y se preocupaba de mi salud y mi vida, teniendo especial |4cuidado de mí, niño huérfano sin más protección y amparo que el de este buen obispo tan caritativo. Al finalizar este año 1918, no sé por qué, D. Federico fue a Almería y visitó a D. Vicente, mi Obispo, y con motivo de aquella entrevista y visita, después del tema propio de la visita y conversación, dijo mi Obispo a D. Federico: «Tengo que dar a V. un encargo especial para el Sr. Obispo de Guadix, y es que diga V. al Sr. Obispo que tengo un jovencito teólogo que a consecuencia de la gripe que padeció está muy delicado de salud, y aconsejan los médicos que este chico en Guadix estará muy |5bien y recobrará la salud, que actualmente le es muy precaria y por esta causa y razón, deseo mandarle al Seminario de Guadix, pagando yo toda la pensión y gastos de este estudiante, y me escribe V. unas letras con lo que diga y determine el Sr. Obispo». Oído el encargo y mandato de mi Sr. Obispo D. Vicente Casanova, contestó sonriente y bondadoso D. Federico: 31

Cuadernos del Padre José Sirvent Marín

«Sr. Obispo, no hace falta que V. S. pida este favor estudiantil, porque yo me llevo a mi colegio a este jovencito y le cuidaré bien, atendiendo su encargo y él a la vez me hará buen papel en mi |6Colegio de Bachilleres y le aseguro que lo pasará bien allí y será bien mirado y bien cuidado, cual requiere su delicada salud». El Sr. Obispo se alegró mucho de este generoso ofrecimiento y le dio las más expresivas gracias a D. Federico, y así quedó acordada mi ida a Guadix al Colegio de Bachilleres de la Divina Infantita. Seguidamente fue mi Sr. Obispo y me dijo con mucho amor: «Mira chico, te voy a enviar a Guadix a un Colegio de Bachilleres, donde el Director es muy bueno y un sacerdote lleno de virtud y santidad, del cual aprenderás virtud y ciencia a la vez que adquieras salud. Me ha dicho este señor canónigo de la Catedral de Guadix que allí estarás muy bien y no te faltará de nada y tendrás |7todo lo necesario, además darás clases con él de algunas asignaturas, y de otras asignaturas irás al Seminario, que creo que está muy cerca y te servirá de paseo y expansión, así que prepárate que cuando empiece el curso te marcharás. Yo te daré los gastos del viaje y algo más, y ya me escribirás cómo te va de salud porque de lo demás te garantizo que te irá muy bien». Transcurrió todo el mes de diciembre de 1918 y el día 6 de enero de 1919, en el correo de la tarde, llegué yo al Colegio de la Divina Infantita de Guadix, donde me recibieron con mucho amor en el crepúsculo vespertino. |8Decía D. Federico: «Los Santos Reyes nos han traído un buen amigo», me dio a besar sus veneradas y consagradas manos sacerdotales, y entablamos amena conversación de cosas almerienses, cenando juntos en la misma mesa que con mucho amor y esmero nos sirvieron sus monjitas. Se hizo bastante tarde y, antes de despedirnos, entró D. Federico a su habitación y, sacando una hermosísima medalla de plata con el relieve de la Divina Infantita, me dio aquella bonita medalla, que |9yo conservé en mucha estima y aprecio hasta 1936 en que desapareció, tal vez profanada, con todas mis cosas, por el marxismo cruel y antirreligioso. Yo recibí la bendita medalla con mucho agrado y la besé con mucha veneración. Y habiéndola después besado cinco veces, por las cinco letras del nombre de María, la puse debajo de la almohada y dormí feliz en [el] confortable lecho que me habían preparado en abrigada habitación, con el sueño tranquilo y largo de un joven que entonces estaba en gracia de Dios. |10

Amaneció el 7 de enero de 1919 frío y despejado y, muy temprano, le ayudé a la santa misa en su oratorio y, luego de haber desayunado, fui con él a la Catedral, y pasé muy bien el día, a pesar del gran frío que yo experimentaba con el cambio de clima. A través de estos mis escritos noticiarios manifestaré detalles de la vida de D. Federico Salvador Ramón altamente virtuoso, cuyas singulares virtudes aprendí en mi convivencia y trato con él, y percibí el olor espiritual de la santidad de su vida en este intervalo de tiempo.

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Cuadernos del Padre José Sirvent Marín

|11Cuaderno

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NACIMIENTO O VENIDA A ESTE MUNDO DEL VIRTUOSO SACERDOTE D. FEDERICO SALVADOR RAMÓN |12

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Debió nacer nuestro amado D. Federico por los años 18681 en la ciudad de Almería, en el sitio y calle que se dirá después. Si, efectivamente, D. Federico nació en el 1868 no es cosa cierta, porque no está su nacimiento inscrito en el Registro Civil de Almería, pues el Registro Civil empezó sus funciones en el 1870. Lo que sí sé cierto, es que fue bautizado en la Parroquia de S. Sebastián de Almería, pues como sé ciertamente que nació en la calle de Regocijos, en la acera de la |12vderecha subiendo desde la Puerta de Purchena, es cierto que recibió las aguas regeneradoras del bautismo en la citada parroquia de S. Sebastián, pues de esta calle de Regocijos, la acera de la izquierda, subiendo, era y pertenecía a la parroquia de Santiago, y la de la derecha, como ya se ha mencionado, a S. Sebastián. La partida bautismal de D. Federico no debe existir en el Archivo Parroquial2 de esta populosa parroquia, pues todo el archivo fue incendiado en el 1936 por las hordas rojas, pero puede haber ocurrido que en el expediente del nom|13bramiento de canónigo de la Catedral de Guadix se tuviera la partida bautismal y se conserve en el archivo de dicha Catedral o en el de la Curia del Obispado. Hago constar que los sacerdotes que ocupaban los cargos parroquiales en dicha parroquia de Extramuros de Almería, denominada de San Sebastián, eran los señores siguientes:   

Párroco: D. Juan Francisco Cañizares. Coadjutores: D. Joaquín Cañizares Martínez, D. Francisco Cañizares Góngora, D. Ramón Román Salinas. Beneficiado: D. Miguel Jiménez Torres.

Alguno de estos sacerdotes debió ser el ministro del Sto. Bautismo, y no está mal que yo concrete en tinta estos datos para el futuro, si no aparece por ninguna |13vparte la partida bautismal de nuestro amado sacerdote y padre D. Federico Salvador, que nació en la calle de Regocijos de Almería, que oí de sus mismos labios, porque un día que íbamos ambos de paseo por aquella 1

N. E. La fecha confirmada del nacimiento del Padre Federico es la de 9 de marzo de 1867. N. E. Según se afirma en nota del Padre Tapia Garrido incluida en la página 204 de su libro Almería hombre a hombre, Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Almería, 1979, consta en el Archivo Parroquial de San Sebastián, de Almería, que Federico Salvador fue bautizado en esta iglesia el día 12 de marzo de 1867 estando inscrito en el Libro 58 de Bautismos fol. 128. 2

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Cuadernos del Padre José Sirvent Marín

calle, me dijo él: «En esa casa nací yo». Y nos paramos enfrente. Y rezamos un padrenuestro y avemaría al Santo Ángel de la Guarda. Yo miré y remiré aquél sitio y aquella casa. Y su silueta quedó grabada en mi alma y fotografiado en mi mente aquel |14edificio humilde de casa de barrio. Esta casa creo que hoy tiene el número setenta y dos y vive en ella una piadosa señora, Dña. Dolores, que tiene un estanco3. Es casa de planta baja, esto es, de una planta y único piso. D. Federico nació en las habitaciones que tienen ventanas pequeñas y altas, y estas ventanas dan a la calle del Magistral Domínguez. Estas noticias las oí de sus propios labios en el verano de 1919; por esta calle de Regocijos he pasado multitud de veces cuando era yo beneficiado de S. I. Catedral y párroco del Sagrario de la expresada |15Catedral y vivía yo en la calle de las Memorias, que se puede decir que es continuación de las calles de Regocijos y Magistral Domínguez, y por estas citadas razones, varias veces al día pasaba por esta calle para el desempeño de mi cargo. Mi primer tránsito por esta calle de Regocijos era como a las seis de la mañana todos los días y el último tránsito como a las nueve de la noche, y siempre que pasaba por aquél sitio rezaba por D. Federico y a él me encomendaba, y me encomiendo aún4.

3

N. E. El estanco, según se aprecia en la fotografía reciente incluida en la sección «IMÁGENES» de este documento, sigue existiendo a día de hoy. 4 N. E. La página siguiente, número dieciséis, corresponde a un croquis dibujado por el Padre Sirvent que sitúa la casa donde nació Federico Salvador Ramón. Se incorpora en la sección «IMÁGENES». 34

Cuadernos del Padre José Sirvent Marín

Cuaderno 3

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DON FEDERICO SALVADOR COMO ESTUDIANTE DE BACHILLER, ESTUDIANTE DE CURA, PROFESOR DEL SEMINARIO. TONSURA Y ÓRDENES MENORES. ÓRDENES SAGRADAS Y SACERDOCIO. EN 20 DE DICIEMBRE DE 1890

El padre de D. Federico Salvador Ramón se llamaba D. Federico Salvador Alex, era natural del pueblo de Instinción, en la provincia de Almería, y era camarero del Café Liceo5, cuyo edificio existe aún y está en pie conservando su sabor antiguo, edificio grandote y viejo detrás del Sto. Hospital de Almería, en su parte este. A este edificio y café es donde Federico Salvador Ra|2món asistió algunas veces para ayudar a su padre en aquel oficio de camarero, y gustaba mucho a aquellos señorones de entonces, que fumaban puros, tocados de levita y chistera, que un niño tan inteligente y simpático, con gracia natural y golpes oportunos de sal andaluza, les sirviera el oloroso café de diez céntimos y cinco céntimos de propina, digna de los ricachones almerienses. El banquero Roda, los Viva, |3los Orozco, etc. eran tan ricos como cristianos, y todos hombres de cultura y moralidad a quienes coreaban los doctores Torello y Balboa con los también jovencitos Gómez, Rosendo y Torres. A este Liceo de buen porte y moralidad, asistía con asidua frecuencia el Sr. Deán de la Catedral y Vicario General del Obispado Dr. D. Francisco de Paula Gómez, tan santo como culto y bondadoso, que estaba encantado con aquel niñito tan bueno. |4

Oí de los mismos labios de D. Federico que, estudiando él el grado de Bachiller en el Instituto de Almería, el Arcipreste de la Catedral y Rector del Seminario, D. Modesto Badal Romero, en cierta visita que hizo a aquel centro docente, puso sus ojos en la persona de nuestro idolatrado D. Federico y le dijo:

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N. E. Para sacar a su familia adelante con dignidad, D. Salvador Ramón Alex ejercía también otros oficios. Además de repartir sus periódicos, era el hombre de confianza del diario almeriense La Crónica Meridional y encargado de cobrar las cuotas a sus suscriptores. Aunque así lo afirman algunos biógrafos del Padre Federico, no consta que trabajase con las imprentas. Sí, y así aparece publicado en varias ocasiones por el citado diario, crecieron entre sus máquinas los dos hermanos Salvador Ramón. De ahí la vocación por la prensa que siempre demostró el Padre Fundador. Información y documentación en línea sobre este tema en GARCÍA MEGÍA, Antonio. Crónica publicada de vida y obra de Federico Salvador Ramón en Almería. 2016. En: http://angarmegia-publicaciones.wikidot.com/cronica-publicada-de-la-vida-y-obra-de-federicosalvador y en la Biblioteca Digital de Federico Salvador Ramón. 35

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«Chico, piensa que has de ir al Seminario y estudiar para sacerdote, porque nosotros queremos listos y buenos y tú tienes ojos de inteligente y me pareces un niño bien educado». |5

D. Federico hizo su Grado de Bachiller en Almería, como se puede averiguar y probar en los libros antiguos de matrículas de aquel centro docente6. Y es cierto que nuestro D. Federico, un día, sintió la vocación y oyó la voz de Dios y, consultada su vocación con el joven sacerdote y después canónigo, D. José María Navarro Darax, se decidió a ingresar en el Seminario Conciliar de San Indalecio en Almería, donde amplió los años de Latín y Filosofía Escolástica. |6

Fueron amigos íntimos de D. Federico en aquella Santa Casa del Seminario, D. Joaquín Peralta Valdivia, laureado poeta y después canónigo de la Catedral de Almería, y aprovechado estudiante, y D. José Sáez, después párroco propio de Lucainena de las Torres. Prescindiendo de anteriores estudios eclesiásticos, manifiesto que, en el Curso de 1887 a 1888, estudió D. Federico Segundo de Teología, con la honorable calificación de Meritissimus So|6vbresaliente. En este año recibió la clerical tonsura y Ordenes Menores y vistió sotana, que es la librea y traje digno de los hijos escogidos de Dios, y me dijo él, emocionado, que su primera salida vestido de cura fue al templo Santuario de la Stma. Virgen del Mar, Patrona de Almería. Y, puesto de rodillas para ofrecerse y consagrarse a la Stma. Virgen María y ser su esclavo de amor, le pareció que le sonreía la Stma. Virgen. Y él subió al camarín y |7dio un beso muy fervoroso en el manto verde mar de la Santísima Virgen, y salió de su recinto sagrado muy consolado y rebosante su corazón de amor mariano. En este verano se dedicó a ir por los arrabales de Almería, la Chanca, el Hospicio Viejo y el Hoyo del Quemadero, a dar a los rapaces y golfillos de Almería, como se decía entonces, Doctrina Cristiana. Y también daba Doctrina a los esparteros |7vde la Ermita de San Antón y calle del Socorro, en sus fábricas de pacas de esparto. Desde el curso académico 1888 a 1889, fue nombrado profesor de Aritmética y Álgebra, Geometría y Trigonometría en el Seminario de San Indalecio de Almería. Así, a la vez que alumno y seminarista, era profesor, y se codeaba dignamente con los señores profesores de aquel centro docente, de grato recuerdo para todos los que pasamos por él en nuestros hermosos años de niñez |8 candorosa y sensata y piadosa Juventus. En el día tres de octubre de 1893 pronunció D. Federico el discurso de apertura de curso, y el Boletín Eclesiástico Nº 16, en la página 243, dice así: «El Catedrático de Matemáticas D. Federico Salvador y Ramón, leyó un discurso, profundamente pensado y bien escrito, acerca |9del estudio y de la importancia de las Ciencias Exactas en estos tiempos, quedando el ilustrado auditorio sumamente satisfecho de la amenidad y vigorosa argumentación con que el joven profesor desarrolló su tema de manera nueva e interesante». Sé que todavía se acordaban, en mis tiempos, sacerdotes viejos de aquel elocuente y bien preparado discurso de nuestro D. Federico. D. Federico se ordenó de la Sagrada Orden de Subdiácono o Epístola, como se decía antes, el Sábado Santo de 1890 que fue el día7... |10No se cita el lugar sagrado, pero es casi cierto

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N. E. En el Anexo de la obra citada Crónica publicada de la vida y obra de Federico Salvador en Almería, se reproduce algún expediente académico de aquellos estudios donde consta, además, las ayudas económicas que le fueron concedidas como premio a su aprovechamiento. 7 N. E. El manuscrito deja en blanco el espacio que debería ocupar la fecha. 36

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que fue en la Virgen del Mar, pues el Obispo D. Santos, en los comienzos de su pontificado, administraba el Sagrado Orden en este lugar bendito y santo de la iglesia de la Patrona de Almería. Nuestro D. Federico se ordenó de Diácono o Evangelios en la iglesia de la Stma. Virgen del Mar el 18 de Mayo de 1890 (Boletín E. P. 149 Nº. 9). El Ilustrísimo D. Santos Zárate Martínez, dignísimo Obispo de Almería, ordenó de Presbítero a nuestro queridísimo D. Federico, el 20 de Diciembre de 1890 en la iglesia de la Patrona, |11la Stma. Virgen del Mar (B. E. Nº 1 de 1891 p. 6). En este año 1891, D. Federico estudió en el Seminario de San Indalecio el Quinto año de Teología y obtuvo la máxima calificación Meritissimus Sobresaliente. D. Federico es gloria y prez del Seminario de Almería y fue después ejemplo y modelo de sacerdotes piadosos, que honraba los hábitos clericales y era alegría y consuelo de los que le trataban.

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Cuaderno 4

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PRIMERA MISA DEL PRESBÍTERO DON FEDERICO SALVADOR RAMÓN, CELEBRADA EN EL MES DE DICIEMBRE DE 1891. SACERDOTES QUE ESTUVIERON EN ESTA MISA Y SEÑOR PREDICADOR EN TAN SOLEMNE ACTO RELIGIOSO.

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Nuestro D. Federico cantó y celebró su Primera Misa, estudiando el curso quinto de Teología en cuyo curso terminado obtuvo la calificación de Meritissimus como también mereció esta honrosa calificación en el curso sexto de Teología, que cursó siendo ya sacerdote. (B. E. 1892 p. 186). |2

Este idolatrado sacerdote de santa memoria, cantó su Primera Misa en los últimos días de diciembre de 1891 en el templo Santuario de la Stma. Virgen del Mar, lo cual sé con toda certeza y detalles porque él mismo me refirió varias veces en mi vida este importante acontecimiento espiritualísimo. Lo que no recuerdo |3ciertamente es el día, fecha de este solemnísimo acto, pero me parece que me dijo el ya difunto D. Federico, que esta singularísima fiesta se celebró el día 28 de diciembre. También puedo afirmar, sine periculo errandi, que cuando cantó misa vivía en la Calle Casinello, de la ciudad de Almería, que es transversal de la Plaza de Pavía a la Calle de Hernández. Para tan simpática y solemnísima fiesta se llevaron para adornar el altar mayor de este templo de la Patrona de Almería, la Stma. Virgen del Mar, también nombrado entonces iglesia de Santo Domingo, |4se llevaron para adornar este expresado templo, repito, las colgaduras celestes de la capilla del Seminario, que eran unas telas, que yo conocí, de algodón con unos ramos de seda tejidos en la misma tela, de color celeste muy bonito, y eran unos paños de cuatro metros por dos. Eran ocho paños que suman en total de diez y seis metros. En mis tiempos todavía existían éstas. |5

El altar mayor estilo barroco de la iglesia de la Patrona desapareció, incendiado por la furia diabólica de los marxistas, en julio de 1936, pero como yo conservo una foto del antiguo auténtico altar, uno esta foto a estas memorias para que en el futuro haya constancia del primitivo altar de la Virgen tal y como era, y estaba, cuando cantó su Primera Misa nuestro D. Federico8. Sé con toda certeza que en esta solemnísima misa del novel sacerdote se revistieron de diácono y subdiácono, D. Juan |5vAlonso Vela, que después fue canónigo del Sacromonte de Granada, y falleció de muerte natural en avanzada edad en su pueblo natal de Sierro, y de subdiácono D. José Álvarez Benavides de la Torre, que después fue deán de la Santa Iglesia Catedral de Almería y falleció martirizado en agosto de 1939. No sé quién fue presbítero asistente 8

N. E. Incorporada en la sección «IMÁGENES». 39

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en la primera y solemne misa de D. Federico, pero sí sé, con toda evidencia, que predicó el joven diácono D. José González Sáez, cuyo novel orador lo hizo a las mil maravillas y fue muy aplaudido. |6Este joven ordenando, era natural de Chercos y falleció en edad avanzada de muerte natural en Uleila del Campo y era párroco propio de Lucainena de las Torres. D. José González Sáez estudiaba un año menos que D. Federico y era alumno aventajado del Cuarto de Teología cuando predicó el sermón de esta Misa Nueva de nuestro inolvidable D. Federico, de santa memoria. Era capellán del templo de la Stma. Virgen del Mar, cuando D. Federico celebró su Primera Misa, |7D. Trinidad García López, virtuosísimo sacerdote que después fue Maestro de Ceremonias de la S. I. Catedral de Almería y quería mucho a D. Federico y hablaba de él con admiración, ponderando sobremanera las virtudes de que estaba adornado. Fue turiferario, persona que lleva la naveta del incienso, en la Primera Misa de D. Federico, su hermano D. Francisco, que entonces era aventajado alumno del curso Segundo de Sagrada Teología. Y fueron acólitos en el Altar del Señor, los que después fueron sacerdotes del Altísimo: D. Pedro Rodríguez Zea y D. Francisco Romero Ortega, asesinado en 1936. |8

También estuvo en esta misa su condiscípulo D. Diego Martínez Torres, y cantó la misa el Coro del Seminario Conciliar de S. Indalecio de Almería. No sé el sitio del refresco, pero es de suponer que fue en la casa de la madrina Dña. Josefa Sánchez, señora rica y piadosísima que vivía en la Puerta de Purchena. Me parece que D. Federico me dijo en cierta ocasión que esta señora fue su madrina. D. Federico cantó su Primera Misa en el templo de la Virgen Patrona porque es tradicional en la capital de Almería que los misa|9cantanos que son de Almería, celebren su Primera Misa en este santo templo porque siendo el Instituto de Segunda Enseñanza de Almería el antiguo convento de dominicos, pared por medio del bendito Santuario a cuyo sagrado recinto acudía D. Federico diariamente antes y después de clase, es natural que tomara mucho cariño y devoción a este sagrado recinto de gratos recuerdos, por ser donde tantas veces |10había acompañado a su buena madre a los Rosarios de la Aurora de la Misa del Alba, cuya estrofa él cantaba emocionado como buen almeriense, como yo: «Almería, quien te viera y tus calles paseara y a Santo Domingo fuera para oír la Misa del Alba9» ¡Gloria y honor a la santa memoria de tan santo y virtuoso sacerdote!

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N. E. Se alude a un antiguo fandango tradicional almeriense versionado, con muy ligeras variantes, por diversos intérpretes a lo lago de los años. En la dirección http://angarmegia.wikidot.com/musica, se ofrecen tres audios, los números diecisiete, dieciocho y diecinueve, que recogen diferentes tratamientos de aquella popular canción. 40

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Cuaderno 5

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PREDICACIÓN DE DON FEDERICO SALVADOR RAMÓN 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8.

Sermón de apertura de Curso en el Seminario. Santa Misión en el pueblo de Fines. Sermones en el Convento de las Puras. Sermón de la Divina Infantita. Sermones en la Catedral de Guadix. Sermón de la Purísima en la iglesia de Sta. Ana. Sermón de la Obediencia, admirable. Novena de la Virgen del Carmen en Cantoria.

Además de aquél gran discurso que pronunció D. Federico ante el Excmo. Sr. Obispo y el Claustro de Profesores del Seminario Conciliar de S. Indalecio en Almería, siendo él profesor de Matemáticas en aquel centro docente, donde se han formado al correr de los tiempos santos y sabios sacerdotes que, con su ciencia y virtud, honraron a la provincia y Diócesis de nuestra amadísima Almería, que aunque pobre y seca, nos es muy estimada, pues además, |2digo, de aquel memorable discurso de apertura, es digno de mención y de recordar, anotando para futuras generaciones, que el 26 de diciembre de 1893, siendo sacerdote muy joven, predicó con gran elocuencia en la S. I. Catedral de Almería en la solemne Misa Pontifical y, por consiguiente, ante el Cabildo Catedral[icio] y Sres. beneficiados, el Sermón oficial de la Reconquista, es decir, de la toma de Almería por los Reyes Católicos, a cuya gran función cívico-religiosa, asiste multitud de fieles y el Consejo |3y Cabildo Municipal en pleno, y cuyo estipendio del sermón abonaba, y abona, la Corporación Municipal. Para predicar este sermón notable siempre se buscaba al mejor predicador de la época y el de más fama oratoria, por lo que se deduce que, nuestro D. Federico, estaba conceptuado como el mejor predicador de entonces a pesar de su juventud10. Sé estos detalles de preponderancia de este Sermón de la Reconquista por haber sido yo bene|4ficiado de la S. I. Catedral de Almería. Que D. Federico predicó este sermón en tan relumbrante fiesta, consta en la tabla de sermones de aquel año que se habían de predicar en aquella Santa y Apostólica Iglesia Almeriense, en este expresado año de 1892 (B. E. Nº 18 p. 362).

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N. E. La gestación del modo cómo es designado D. Federico para esa responsabilidad y la enorme repercusión que tuvo entre quienes le escucharon, fue ampliamente comentada en la prensa almeriense de la época, incluso por periódicos de talante fuertemente anticlerical. Pueden leerse varias de esas reseñas en la obra citada anteriormente GARCÍA MEGÍA, Antonio. Crónica publicada de la vida y obra de Federico Salvador Ramón en Almería. 41

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En el año 1898, según consta en el B. E. de ese mismo año y en la página 223, a su regreso de Roma para ir a México, pues cierto y bien sabido es que D. Federico Salvador por sus excepcionales dotes de gobierno, ciencia y gran virtud, |5fue Operario Diocesano en el Colegio Español de Roma, se paró en el pueblo de Fines, de la Diócesis de Almería, donde era coadjutor su hermano D. Francisco, y allí predicó y dio una extraordinaria Misión y, copio al pie de la letra lo que entonces publicó el Boletín Eclesiástico de la Diócesis de Almería, mi Diócesis amada: «Movimiento Religioso en Fines. Sabido es que desde hace año y medio se |6viene notando un gran cambio en la villa de Fines, viéndose el templo lleno de fieles, erigiéndose cofradías, trayéndose imágenes, fomentándose la instrucción y celebrándose toda clase de cultos, en los que puestos de acuerdo el señor cura y su celoso coadjutor, D. Francisco Salvador Ramón, nunca faltan las predicaciones y la instrucción catequística, tan recomendadas, la una para enseñar y la otra para mover. Pues bien, una nueva prueba, y bien elocuente por cierto, acaba de dar esta católica [diócesis], |7de su religiosidad, llenando de gozo el corazón de nuestro Ilustrísimo Prelado. »Procedente de Roma y para despedirse de su familia, porque la obediencia le llama a Méjico, vino a Fines a ver a sus padres y hermano D. Federico Salvador Ramón, sacerdote de esta Diócesis y hoy miembro celoso de la Hermandad de Operarios Diocesanos Josefinos. Y he aquí lo que con este motivo nos dice el señor cura párroco de Fines: »Excmo. e Ilustrísimo Señor Obispo: Además de otras consideraciones me |8 mueve a dirigirme hoy a S. S. I. el gran consuelo que ha de proporcionarle la presente. »Enterado de que D. Federico Salvador Ramón vendría a pasar en ésta unos días con su familia, pensé en proporcionar a estos fieles un medio extraordinario de santificación y un estímulo más para que de una vez y por completo, eleven sus almas a Dios. »Mis deseos bien pronto se vieron cumplidos, pues sólo una ligera indicación bastó para que el señor Salvador, movido de su gran celo por la salvación de las almas, del espíritu de trabajo que sabe dar la Her|9mandad de Sacerdotes Operarios y por unos de los fines de su institución, que les manda trabajar por el fomento de la piedad en la Diócesis donde residan, comenzaron en esta parroquia los ejercicios de Santa Misión una hora después de su llegada. »Apenas las campanas hicieron señal con un repique, la iglesia que siempre ha sido más que suficiente para el pueblo, se llenó por completo de fieles que acudieron, con religioso silencio que inspira el lugar santo, a oír la plática preparatoria que, llena de |10unción y de espíritu apostólico, hizo el Sr. Salvador. »En el rosario que se ha recitado todos los días de Santa Misión, en la santa misa que a continuación se celebraba, en la plática que seguía a ésta, y en la conferencia que después se daba a las Hermandades, no ha escaseado la concurrencia, pero en la plática y sermón de la noche, ha sido tal, que si la segunda noche antes de empezar los ejercicios no se hubiera dispuesto hacerlos en la anchurosa plaza, por miedo al calor a fortiori, hubiéramos tenido que hacerlos por la insuficiencia del templo ante |11tanto personal. Pero es muy de notar que a pesar de tanta afluencia de fieles, de que la calle servía de templo y que se estaba bajo las impresiones de las consideraciones sociales, ni del santo 42

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temor que inspirara la Iglesia por la presencia de Jesús Sacramentado, ni que nace por respeto a las autoridades humanas que asistían como simples fieles. Sin embargo, el orden ha sido completo. Sólo suspiros se oían de cuando en cuando y sólo nos hubiera distraído algo de las altas consideraciones a que nos elevaba la palabra de D. Federico, el murmullo de lágrimas de contrición y penitencia que derramaba|12mos si este hubiera podido percibirse. »Con tales disposiciones en estos fieles no podía menos de cogerse el abundante fruto de que ya creo tiene S. S. I. conocimiento perfecto y detallado. Pero aquí conviene observar: »Primero lo poco que la estación presente favorece los ejercicios de piedad, principalmente en los pueblos que sólo tienen agricultura como elemento de vida y riqueza. »Lo segundo, la calidad de los penitentes, que si es verdad que son buenos naturalmente y honrados en lo civil, también es cierto que hacía años que resistían la inspiración de Dios y, engañados, rehusaban la penitencia. »La última noche de Misión |13en la que se sacaron en procesión las imágenes de la Virgen Inmaculada y la del Sagrado Corazón de Jesús, se hizo tal manifestación de piedad que hará época en la historia religiosa de este pueblo. »Yo tenía mis inconvenientes en decirlo, pero seis sacerdotes que nos han ayudado en esta Santa Misión, han manifestado entusiasmados, que Fines habrá sido piedra de escándalo, pero hoy con su ejemplo y lágrimas, pide perdón a los pueblos escandalizados y los excita a la verdadera penitencia. »¡Bendito sea Dios que de tal manera muda los corazones de los hombres y los hace santos y sus más íntimos amigos! Y aunque éstos lo |14hayan perseguido como San Pablo, en buena hora vino este D. Federico Salvador Ramón que ha confirmado a muchos en la piedad y sacado a otros de su indiferentismo. Sólo tengo un motivo de tristeza al comunicar a S. S. I. las noticias que anteceden, que todavía quedan algunos en pecado que no han atendido la voz de Dios. »Fines 4 de septiembre de 1893». Ahora manifiesto que, por haber sido yo cura de Fines siete años, sé detalles de aquella gran misión que dio D. Federico por espacio de ocho días, que se pasaba en aquellos días, todo el día dentro de la iglesia en rezos y oraciones, y que |15su ayuno fue completo, que a pesar de los días calurosos de entonces, siempre estaba ante el sagrario en profunda y recogida meditación, en estática postura, o sentado muy cerca del Altar Mayor, y siempre con luces o velas encendidas. Fueron muy |16amigos de la familia de D. Federico en Fines, el tío José María Tripianilla y la tía María Jesús, matrimonio muy piadoso y cristiano, cuyos consortes fallecieron en avanzada edad por los años 1941, pero, como yo fui cura de Fines desde 1928 al 1934, ellos, |17en sus visitas nocturnas, me contaron detalladamente lo extraordinario de esta Santa Misión de tanto fruto y de tantas confesiones y, aún en mis tiempos, siendo yo párroco tan joven, se recordaba con entusiasmo y lágrimas la extraordinaria misión |18predicada y dada por D. Federico, que, decían los nacidos, no se había visto otra, ni igual ni parecida a esta misión. Acudían a oír a D. Federico los curas de los pueblos limítrofes: Cantoria, Olula del Río, Purchena y Partaloa, y estaban todos |20pendientes de la elocuencia y fervor del joven misionero tan rebosante de gracia y lleno de Dios.

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El anciano sacerdote y párroco de Cuevas del Almanzora, D. Leonardo López Miras, que asistió a esta Misión, dijo que nunca había oído más |21elocuencia, ni más devoción y piedad en el decir y que lloraban hasta las piedras. Los sermones de la noche los predicaba el fervoroso misionero D. Federico desde el balcón central de la casa del Excmo. Sr. D. Rosendo García, |22señor de mucha piedad y cristianismo, que después de haber sido gobernados de Almería se había retirado a descansar en su casa solariega de Fines, que verdaderamente era casa señorial y estaba en plena Plaza de la Iglesia, mirando |23a sol saliente. Esta casa, púlpito y cátedra sagrada de los sermones nocturnos de la misión de D. Federico, está tal y conforme era y estaba en aquella época. Los más de los días, este cristiano y hacendado señor D. Rosendo García, convi|24daba a comer en su mesa al padre misionero y a los demás sacerdotes de Fines. Había hecho mucha amistad con el hermano de D. Federico, D. Francisco, coadjutor de allí, y con sus padres. Todas las referencias que desde hace años tengo |25de esta Santa Misión finense, es, sobre toda ponderación, digna de recuerdo y amor a nuestro queridísimo D. Federico que tanto se sacrificaba en todas partes por la gloria de Dios y salvación de las almas. |26

Es cierto que, entre los varios sermones que predicó D. Federico siendo capellán del Convento de las Puras en Almería, me decía la Rvda. Madre Jesús que falleció muy anciana, aquellos elocuentes y fervorosos sermones de D. Federico, hubo uno que hizo raya y fue como el rey de los sermones. En él habló del amor de Dios y del amor al prójimo, y sobre todo del pobre necesitado y menesteroso, y habló tan bien y tan elocuentemente, que inyectó el amor cristiano en el auditorio y todos quedaron convencidos de la necesidad de este amor y la gran utilidad para atraer a la Iglesia |27a los necesitados y, por su miseria social, alejados. Y él, después, confirmó prácticamente este caritativo sermón. Se presentó un pobre a pedir limosna a la portería del convento y le dieron las monjitas un plato con comida a este pordiosero de estado y visión repugnante. Y nuestro D. Federico comió en el mismo plato con el pobre, y todos los que se enteraron de este heroico hecho de caridad decían: «Es muy verdad lo que predica, puesto que lo confirma con el ejemplo». |28

Esto me lo contó la expresada Madre Jesús siendo yo cura párroco de San Roque, en la capital de Almería, y en los ratos de expansión espiritual [que] tenía yo con esta culta y piadosa monjita que quería mucho a D. Federico, y a mí también me estimaba mucho. Esta religiosa me contaba con suma devoción estas cosas piadosas que tenían relación con su convento y con su historia monacal. La primera vez que yo oí predicar a nuestro amado D. Federico fue |29en el Convento de las Puras, el 8 de septiembre de 1918, a las diez de la mañana, que predicó el sermón de la Divina Infantita en este día, y a cuyo sermón yo fui por casualidad. Y fue tan elocuente D. Federico, que yo quedé pendiente de sus labios marianos y fervorosos e inyectó en mí amor a la Virgen Niña, y conservo la estampa que él me dio de la Divina Infantita cuando entré a la sacristía para saludarle. Era yo ordenando y estudiante de Sagrada Teología en el Seminario de Almería. |30

En el día último de mayo de 1919, estando yo en su Colegio de Bachilleres de Guadix, como dije de cómo conocí yo a D. Federico, le oí, desde la primera palabra hasta la última, en la parroquia de Santa Ana de la ciudad de Guadix, el sermón que predicó a las Hijas de María de aquella parroquia. En este sermón puso de relieve los ideales desastrosos del comunismo de Rusia para destrozar y arrancar la pureza del corazón joven de la mujer, y habló de los avances que haría el comunismo aun en nuestra propia España, |31y los desastres que España y la Iglesia pudieran sufrir en nuestro suelo patrio.

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Aquello fue como una profecía que yo entonces no supe apreciar y comprender, pero después de muchos años, en las amarguras de mi vida, en los años del marxismo en España, muchas veces tuve que decir: ¡Oh, Dios Mío! ¡Cómo se cumple al pie de la letra todo lo que dijo D. Federico en aquel memorable sermón de mayo a la Virgen Inmaculada! |32

Varios sermones oí predicar al muy Ilustre Sr. D. Federico Salvador Ramón en la S. I. Catedral de Guadix, y siempre el último me parecía el mejor. Todos eran para mí elocuentes y, aunque yo era muy joven, de veinte años, los oía todos con religiosa atención y con algo de fruto para mi vida, entonces, de joven piadoso. Yo no perdía un sermón de D. Federico que predicaba muy frecuente en dicha Catedral, y luego, cuando yo en la intimidad le aplaudía, se sonreía bondadosamente y me decía: «Aprende |33 a ser de Dios y a predicar de Dios, para que luego no te salgas de los cauces y moldes de la predicación cristiana». Pero, entre todos sus sermones, quedé prendado de uno en que predicó de la obediencia y dijo cosas tan bonitas, y tan bien dichas, que nunca había yo oído ni leído. Me acuerdo que dijo que la obediencia no necesita ley, sino amor, y desde entonces siempre he tenido presente esta norma en toda mi vida sacerdotal y han resonado en mis oídos el eco de las pala |34bras de D. Federico en aquel memorable sermón, tan altamente provechoso para mí. Estaba en su trono de la Catedral, aquella mañana el Sr. Obispo de entonces, D. Timoteo, y tengo entendido que le llamó y le felicitó por tan acertada y oportuna predicación |35en circunstancias en que, creo, hacía falta tan prudente sermón. Yo, con gran entusiasmo, recuerdo esta teológica y piadosa predicación de tan celoso sacerdote. A mí sí me hacían mucho provecho estos sermones, que más bien que sermones de tabla eran |36verdaderas meditaciones rebosantes de unción y espiritualidad. Hoy, en estos tiempos de corrupción moderna y diabólica, hace falta que resucitara nuestro D. Federico que tantas veces predicó y predicaba a lo Bto. de Ávila, y tan edificados quedábamos los que tuvimos la gran dicha de oírle y aprender sus sacras lecciones. Predicó también admirablemente en Cantoria la Novena de la Virgen del Carmen en el año 1924 y fue en plan misional, con gran provecho espiritual de aquella feligresía, y hubo muchas confesiones.

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Cuadernos del Padre José Sirvent Marín

Cuaderno 6

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DESTINOS DE DON FEDERICO SALVADOR RAMÓN 1. 2. 3. 4.

Capellán de las Puras. Coadjutor de S. Pedro. Canónigo. Capellán de Las Isabeles, Granada

D. Federico Salvador Ramón fue nombrado capellán de las monjas concepcionistas, en octubre de 1891, convento que está contiguo y pared por medio del Seminario Conciliar de San Indalecio de donde era profesor el expresado D. Federico (B. E. 1891 Nº 15 p. 296). |2

Sustituyó en el cargo a mi entrañable amigo D. José Álvarez Benavides de las Torres, que pasó a ser Vice-Rector del Seminario. Siendo D. Federico capellán de este convento marchó a Roma en 1892 para ser Operario Diocesano en aquel gran Colegio Español |3

D. Federico fue nombrado coadjutor de la Parroquia de San Pedro Apóstol de Almería en el año de 1910, siendo párroco de aquella iglesia el Licenciado D. Antonio Amat Mazo, para sustituir al difunto coadjutor D. Ramón Sánchez López. El expresado párroco |4a pesar de ser muy bueno y muy piadoso, recibió a su cooperador, D. Federico, con cierta prevención y algo osco. Una mañana, detrás del altar mayor y del esbelto manifestador, cerca de la puerta que da al corredor de la sacristía y da acceso al |5salón de conferencias, dijo el señor cura a D. Federico: «Tú habrás venido aquí mandado para observarme y ser mi espía y controlar mi labor parroquial para denunciarme cruelmente». D. Federico, en aquel mismo momento y sitio, se puso de rodillas y dijo con profunda humildad, que le daba aspecto de santo, con voz clara y firme: «Yo he venido aquí por obediencia al Sr. Obispo y por la necesidad que tiene la Sta. Iglesia de sacerdotes. Ahora mismo y ante Jesús Sacramentado hago a V. |6voto de obediencia y le obedeceré en todo como a verdadero superior, en todas las cosas que se refieran a gloria de Dios y salvación de las almas y seré su cooperador aunque sea a costa de grandes sacrificios personales de mi parte. Todas las mañanas al entrar en este santo templo dejaré en la puerta mi humana voluntad y amor propio». Así me lo contó el citado párroco y me lo confirmó D. Federico una noche de verano dando un paseíto en |7el patio de su casa de Guadix. 47

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En el cumplimiento del deber en este cargo parroquial, el piadoso D. Federico se levantaba todos los días muy temprano y al clarear el día ya estaba sentado en el confesonario, ocurriendo varias mañanas que, como era tan temprano, tenía que esperar paciente que el anciano sacristán abriese la puerta del templo a pesar de que él le había advertido y suplicado que el templo se abriese temprano. En invierno a las seis |8y en verano a las cinco, ya estaba en el recinto sagrado el ejemplar Ministro del Señor sentado en el confesonario que era más cercano a la capilla del Sagrario, la de los Remedios, pues a esta celestial Madre, Ntra. Señora de los Remedios, en aquella parroquia se le tiene gran devoción. El confesonario estaba en la columna que mira al altar mayor y al lado de la epístola. ¡Cuántas conciencias limpió D. Federico en aquel santo lugar! ¡Y ofició de penitenciario! ¡Y cuántas lágrimas enjugó con sus acertados y caritativos consejos! Todos creían que D. Federico era un padre jesuita lleno de celo, amor y discreción, pero no era ni más ni menos que un virtuosísimo sacerdote que Dios había llevado a aquella parroquia para consuelo de las almas que lloraban cubiertas con el manto negro de la pena. D. Federico fue allí generosísimo en dar y socorrer. |8v

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Cuando D. Federico fue coadjutor de la parroquia de San Pedro vivía en su casa de la Calle de Beloy11 y era director del periódico católico de Almería llamado La Independencia. D. Federico era tan sacrificado en este cargo de coadjutor que lo atendía todo con esmero y exactitud y, sobre todo, era vigilante y cuidadoso con los enfermos a los que buscaba e iba a salvar a donde quiera que estaban. Una vez entró |10en determinada casa de mala nota para confesar a una enfermita, y su visita allí fue ejemplar y provechosa, pues les hizo una plática de circunstancias en la que hubo lágrimas y suspiros, enmiendas de vida y retirada del pecado. Se debía de decir y contar todo el anecdotario de este su sagrado ministerio, y nos serviría de modelo y ejemplo para muchos sacerdotes comodones que olvidan la obligación sagrada. |11

Paso por alto el que D. Federico fue canónigo de la Catedral de Guadix, porque todo lo referente a este destino lo conocerán al detalle sus esclavitas, y podrán adquirir toda clase de noticias. Pero un buen día se le ocurrió a D. Federico renunciar este dignatario cargo, dejar todos los colorines y reducirse a ser simple sacerdote católico del Señor. Se fue a Granada y allí fue nombrado capellán de las Monjas Isabeles en el Albaicín. Yo fui allí a saludarle y a estarme dos días con él, |12y aprecié de cerca su labor entre aquellos pobres del Albaicín de Granada, entonces, en 1925, muy pobres. Él se instaló en la mala casa del capellán y desarrolló una labor social digna de encomio y alabanzas. Trataba con toda la pobretería y, para coger a los obreros, iba de noche a las peluquerías del barrio para enseñarles y predicarles la Doctrina Cristiana, labor que le costaba mucho dinero, que no sé de dónde lo sacaba, y sacaba para tanto. Su lema era: «Pan y catecismo». ¡Qué labor |13tan encantadora llevaba allí a cabo! Tengo entendido que el Sr. Cardenal de Granada quiso nombrarle canónigo de la Metropolitana y él no aceptó, para así, como simple sacerdote y sin más cargas, trabajar a velas desplegadas por la salvación de las almas de aquellos pobres granatenses del Albaicín. Aún estaba D. Federico de buena edad y trabajaba sin descanso a pesar de que, yo creo, tenía entonces más de sesenta años, pero bien conservado al parecer.

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N. E. En la actualidad Padre Luque. 48

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Cuaderno 7

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ALGO DE PIEDAD Y AMOR QUE DON FEDERICO SALVADOR RAMÓN TENÍA A SUS HIJOS ESPIRITUALES D. Federico era muy amante de sus hijos espirituales y tenía por ellos mucha estima y consideración, distinguiéndolos mucho de los demás. A él se le ensanchaba el corazón cuando convivía con sus hijos del alma y rebosaba alegría por todo su ser. Siempre que podía los ponía a su derecha y cuando éstos, sus hijos espirituales, comían con él en la mesa, los colocaba a su derecha y charlaba con ellos amigablemente. Y me decía una vez que le gustaban las fotos que formaban parte en el grupo sus amados hijos |2espirituales, que para él esto era una verdadera satisfacción y ellos eran sus verdaderos amigos distinguidos de su alma sacerdotal inundada de amor santo. Referente a las fotos me decía que no era su objeto que sus hijos le tuvieran a él, sino él tener a sus hijos, no en el recuerdo mental solamente, sino a la vista, para pedir por ellos con mucho amor. |2v

También me decía que su comida era insípida cuando no comía acompañado de sus hijos, y era suculenta y sabrosa cuando en su comida le acompañaban sus hijos del alma, en cuya compañía se gozaba grandemente, y todo era júbilo y armonía. Siempre que tenía tiempo libre lo utilizaba en charlas espirituales |3y amenas, de verdadera alegría espiritual, y, si quieren ustedes, con chistes y bromas totalmente en orden y espiritualizadas, con el fin principal de terminar aquellos coloquios y charlas en verdaderas meditaciones de amor de Dios y purísimamente mariano. Tenía siempre en labios cuando nos poníamos a la mesa esta frase evangélica: «Desiderio desideravi manducare vobiscum». Se leía algo espiritual y se sacaban con|3vsecuencias de purísima vida espiritual y, como él era graciosísimo en el decir y muy andaluz, todo el rato manducatorio era de solaz y bienestar, a la vez que se tomaba el necesario sustento del cuerpo. Nunca dijo «esto no me gusta», y cuando veía o entendía que tal comida no estaba muy bien sazonada, decía: «Conviene mortificarnos algo ya que estamos tan carentes de este requisito espiritual, pues la mortificación purifica». |4

Después de comer, visitaba con mucho fervor a Jesús Sacramentado con rezos breves y fervorosos que él dirigía, y luego el rato de solaz continuaba quince minutos que se pasaban como un fugaz relámpago dejándonos con la miel en los labios. Varias veces oí decir de sus labios esta frase: «el verdadero amor engendra la amistad de los hijos de Dios» y, ¡qué querer más puro y desinteresado!

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Siempre que trataba a los suyos hablaba con sonrisa salida del alma que contenía un atractivo extraordinario, con algo espiritualísimo que fascinaba |5y unía con soldadura de amor cristiano y a lo Cristo. Él decía muchas veces que el mundo y los del mundo le cargaban y le hastiaban enormemente, y que su verdadera alegría era estar y convivir con los suyos en santa hermandad y compañía, siendo todo para todos en servicio y amor. Cuando estaba en estos espiritualísimos ratos de solaz con los suyos, le molestaban las visitas extrañas y decía: «En los ratos de cielo no debía haber mundo impertinente, |6y viene el mundo a robarnos lo que tanto necesita mi alma, la convivencia con los míos, con los escogidos de mi alma, en lo que todos somos uno, en amarnos y tratarnos a lo cristiano y angélico, donde no hay nota de mundo ni egoísmo. ¡Oh qué agradable es vivir en esta unión que tanto necesito, ya que tan aguijoneado estoy de extraños y caprichosos exigentes del mundo vacío de Dios y de confraterno amor divino, pues donde no hay gracia, no hay amor cristiano y así están los del mundo actual!».

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Cuaderno 8

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DON FEDERICO SALVADOR, SECRETARIO Y ALMA DE LA PEREGRINACIÓN DE OBREROS A ROMA EN EL AÑO 1894. EN ESTA PEREGRINACIÓN FUE ÉL Y SU PADRE, CON UN TOTAL DE OCHENTA Y DOS OBREROS, EN CLASE TERCERA.

Mi amado D. Federico Salvador, en la parroquia de San Sebastián, en la luciente ciudad de Almería, fue secretario de la Junta Parroquial para todo lo referente a la Peregrinación de Obreros a Roma, en tiempos y convivencia del inmortal Pontífice de santa memoria, el Papa León XIII, y en su puesto de secretario nuestro D. Federico trabajó denodadamente y sin descanso de día y |2de noche, hasta que no se cerraba, en horas de la noche, la mencionada parroquia donde tenía las oficinas de este su puesto de secretario. Y fue incansable en estos trabajos y sumamente amable con los obreros con los que tenía singular dulzura y extremada paciencia. Esto me lo refería con lágrimas en los ojos, el sacerdote contemporáneo a él, el muy Rvdo. Sr. D. José Muñoz Díaz. Y me decía que nunca había visto un sacerdote tan |3amable y cariñoso con los obreros almerienses. Que nuestro queridísimo D. Federico fue secretario de esta peregrinación a Roma, consta en el Boletín Eclesiástico de la Provincia del Obispado de Almería del año 1894, p. 81. Yo que conocí bien a este sacerdote |4apóstol y lo traté tan de cerca, digo que daría gusto verle en este particular empleo, tratando bien a los obreros de entonces, generalmente algo postergados. ¡Cuántas veces saldrían aquellos obreros, piadosos unos, y otros no, diciendo: «este sacerdote joven, tan simpático, es un ángel del cielo», «vaya cura en el mundo, tan bueno y tan educado, que con tanto amor |5nos trata y nos ofrece asiento!» Pues yo sé con toda certeza, porque lo he visto después, que era todo dulzura para los trabajadores. Y su mirada sonriente los atraía y rebosaba amor y caridad en sus ojos, en sus palabras y por todos los poros de su cuerpo, y sus benditas manos sacerdotales se extendían con verdadera caridad cristiana para tomar las callosas manos del obrero. Como sé bien quién era y cómo era nuestro D. Federico, creo que muchas veces hubiera sido capaz de besar con sus labios, enardecidos de |6amor paterno, las manos de aquellos trabajadores de antaño. Un día me dijo D. Federico: «José, trata con mucho cariño al trabajador para que no nos miren con aversión y ojeriza, además, son hijos muy amados de Dios. Debemos nosotros, y todos los sacerdotes, ser muy deferentes, cariñosos y finos con estos que son cristianos y hermanos nuestros. El trabajo es una maldición justa, pero también es un mérito de condigno».

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Poco más o menos me dijo esto una tarde estival en que íbamos para el templo de la Ermita Nueva de Guadix, él a predicar y yo a rezar |7el Sto. rosario. Otra vez en que unos obreros que arreglaban el tejado del Colegio de la Divina Infantita, me decía con mucho interés: «José, ten especial cuidado con esta buena gente, cuando pase una hora, llámales que fumen y descansen, son dignos de que les tratemos bien y con mucho amor, y ellos conocerán por nuestro buen porte que somos discípulos de Jesús, de aquel Jesús tan bueno que tanto hizo por ellos y por nosotros». |8

En la Peregrinación de que he hecho mención y cita, fue a Roma D. Federico y le acompañó su padre, D. Federico Salvador Alex. Fueron ambos por mar y embarcados. A la sazón el padre de nuestro D. Federico era camarero de un café y le costeó este viaje la piadosa Hermandad, o Cofradía, de Adoración y Vela del Santísimo, como consta en la p. 136 del Boletín Eclesiástico de 1894, y ambos, padre e hijo viajaron en tercera clase. En |9esta expedición iban ochenta y dos peregrinos, y fue el costo total de todos siete mil ciento treinta y ocho pesetas. D. Federico, aunque tenía derecho a ir en el total de peregrinos, quiso él costearse su viaje a la Ciudad Eterna, y fue su costo de ochenta y seis pesetas. Con alegría y regocijo espiritual, fue el ángel de todos los peregrinos obreros y atendiendo a cada uno tanto como podía. Él, D. Federico, me dijo que pasaba gran parte del día enseñando algunos cantos piadosos a estos peregrinos, pues es sabido, y si ustedes no lo saben, yo se lo digo, que D. Federico cantaba muy bien y tenía una voz viril muy bonita. Yo me deleitaba sobremanera oyéndole |10cantar tan primorosamente. En este viaje de peregrinación a Roma, D. Federico trabó muy buena amistad con el sacerdote operario D. Remigio Abiol, que era muy bueno. D. Federico, que en su vida me contó muchos detalles de ella, me decía con lágrimas en sus ojos, que gozó extraordinariamente en esta primera vez que vio al Papa y que le dio la sensación de ver a un santo penitente en el desierto, que habló con él, y D. Federico besó aquellas veneradas manos, y que lloraba |11como un niño. Y, efectivamente, entonces D. Federico era un jovencito rebosante de alegría, un niño angelical, con porte y palabras de ángel terreno. El plazo para inscripción en la peregrinación terminó el 20 de marzo. Que D. Federico viajó en tercera clase consta en el B. E. p. 135. |12Le acompañó su amigo D. Joaquín Peralta. También iba en segunda D. José Benavides. Aunque fueron ochenta y dos los viajeros de tercera el total de peregrinos en las tres clases fue de ciento dieciséis. La peregrinación salió del puerto de Almería el 9 de abril en los vapores de la Trasatlántica, el Rabat y el Baldomero Iglesias. Embarcaron a las diez de la noche de este día 9 de abril de 1894. El coste de cada pasaporte o boleto, era de ochenta y seis pesetas. La Asociación de Adoración y Vela que costeó a D. Federico Salvador Alex y quiso costear a nuestro D. Federico, radicaba en la iglesia de la Virgen del Mar, Patrona de Almería. Regresó de Roma esta peregrinación el 26 de abril a las ocho y media de la noche. Desembarcaron en Almería y cantaron un Te Deum en el templo de la Patrona. Además del coste |12v de su viaje, donó D. Federico más de cien pesetas para los gastos generales que esta peregrinación tuvo.

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Cuaderno 9

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UN CUASI MILAGRO DE DON FEDERICO. LA VIRTUD DE SU BENDICIÓN. LA ESCALILLA DÉBIL.

Siendo yo jovencito, era yo muy aficionado a la carpintería, y sigo siéndolo en mi ya avanzada edad. Como D. Federico conocía mi particular afición de este género, me complacía comprándome herramientas ad hoc. Era la primavera de 1919. En un día de esta juvenil primavera de mi vida, alegre y risueña, de gratísimos recuerdos de los tiempos que ya pasaron para no volver. En ese día de que hago men|2ción, me dijo D. Federico sonriente y jocoso, lleno de alegría en su rostro sacerdotal: «Oye, José, ya sabes que el Domingo del Buen Pastor queremos celebrar en este Colegio de la Divina Infantita una hermosa velada para obsequiar y agasajar al Sr. Obispo en este día señalado. Tú, que tan aficionado eres a la carpintería, vas a hacer unas gradas en el fondo del salón comedor que hemos |3de utilizar como sala de este acto literario. Yo tengo gran interés en que resulte todo lo mejor posible para que el Excmo. Sr. Obispo, y todos los que asistan, queden satisfechos y contentos, y sirva ello en alabanza a Dios y a la idolatrada Divina Infantita, Reina de Amor, de quien soy incondicional esclavo. En esta escalinata que harás, y |4yo bendeciré, colocaremos a los estudiantes espectadores que no tomen parte activa en este acto literario y obsequioso a nuestro Prelado» Y dicho esto por tan virtuoso sacerdote, que hacía de superior mío, yo puse manos a la obra con más miedo que vergüenza. Él me autorizó para comprar las maderas que yo necesitara para construir aquellas célebres gradas, o escalinata, |5que me servirían de miedo descomunal y permanente temblor, pensando en aquellas débiles tabluchas en que se habían de colocar cien inquietos y bullangueros estudiantes de bachiller que, de por sí, eran díscolos y poco sosegados, con el beneplácito de nuestro amadísimo e idolatrado D. Federico, que con tanto gozo de mi alma recuerdo como sacerdote ejemplar y virtuoso. Con estas tablas compradas |6en la estación de Guadix, ayudado por algún estudiante fámulo, [formé] una feísima y debilísima escalinata que no tenía ninguna fortaleza, y en mi concepto de antes y de ahora era una verdadera birria, donde se habían de subir y patalear un centenar de jóvenes, algunos bien nutridos y de buen peso. Por fin, después de ocho días de trabajo, terminé el artilugio |7de tan débil fortaleza. Cuando mi amado D. Federico vio terminada mi obra maestra, única en la historia de mi vida, él,

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sonriente, la miraba de arriba abajo y, después de mirar y remirar estas feísimas gradas, y que él no sabía lo que había por dentro de poca fortaleza y resistencia, riendo a carcajadas decía gracioso: «José, ¡y de siete pisos! ¡Vaya torre de Babel! ¡Y de siete planos! Pero, en fin, |8siete son los dones del Espíritu Santo, siete las virtudes que hemos de tener, siete los santos sacramentos y siete las Horas Canónicas…» Y yo dije a mi D. Federico temblando de pies a cabeza: «¡D. Federico, mi padre espiritual, no es sólo lo feísimas que son estas gradas de toscas tablas, sino lo débiles que son para el fin a que |9las vamos a destinar! Hace falta un casi milagro para que se suban ahí la caterva de estudiantes que tenemos aquí en número de un centenar, cuando estas tablas, por sí, no serían capaces de sostener a cinco chicos de los nuestros, que todo son dinamismo e inquietud, y, con estos sólo cinco, vendrían abajo estas débiles tablas clavadas con púas». D. Federico me miraba y sonreía amablemente. Yo no sé cómo yo tendría mi cara, pero es de suponer que estaría variado de color y nerviosismo en extremo. |10Mi opinión era que estaba en malísimas y pésimas condiciones referente a la fortaleza resistente de aquellas tablas de álamo, y esperaba, con cierta evidencia futura, que en medio de la solemnidad y alegría de aquella velada… Pues aquellos pies derechos de tablas de dos centímetros, clavadas con púas y débiles travesaños, mi opinión sincera era que, en el rato de solaz de aquella graciosa velada, ocurriría una dolorosa heca|10vtombe de derrumbamiento donde habría muchos heridos y hasta algunos muertos. Este pensamiento macabro me llenaba de miedo y estupor, y, cuando yo medio temblando decía a mi D. Federico estas cosas y mis fundados temores, él se reía graciosa y amablemente y me decía con cierto empate y autoridad: «No seas cobarde, hombre de poca fe, y se reía y se reía. Y dijo después: |11esto se arregla con una bendición, ¡anda, trae la estola y agua bendita y le echaremos a estas tablas una buena bendición y les daremos vigor y valentía y Dios lo hará todo!» Y en mí presencia y ayudado por mí, levantó sus manos santas y blancas y dio una particular bendición a aquellas tablas y me dijo: «¡Ea! Ya puedes estar tranquilo». Yo, a pesar de ello, seguí en mi gran miedo |11vy temor por la debilidad de las tablas y de mi genial obra. Y más se aumentó mi pánico y temor cuando vi que un centenar de niños díscolos trepaban por aquellas tablas como monos saltadores. Las gradas temblaban ante aquel peso y yo más que las tablas en cuestión, y temblando rezaba yo a la Divina Infantita y más temblaba y más rezaba. Y cuando veía y oía patalear sobre las tablas a tantos |12chicos tan inquietos y movedizos, creía yo oír a cada instante el crujir de las tablas de mis gradas y los ayes y lamentos de los chicos, heridos y doloridos, y la suspensión repentina de aquella velada tan armoniosa y solaz, a la que yo apenas atendía por tener otro pensamiento más principal y tristón. Para mí, aquellas horas fueron de profunda amargura y se me hacía el tiempo inter|12vminable. Pero hubo para mí un instante de alegría, pues D. Federico de mi alma, se acercó a mí en un intervalo de entreacto y me dijo: «No estés triste José, no ocurre nada». Respiré. Aquello fue para mí una inyección de vida. Todavía recuerdo en mis oídos aquellas alentadoras palabras: «no ocurriría nada». Cuando acabó todo, D. Federico me miró otra vez y otra vez, se sonrió y me dijo: 54

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«Ves |13cómo no ha ocurrido nada, de lo que está bendito huye el maldito»… Yo creo, y afirmaría, que aquello fue un verdadero milagro. Y que, nuestro D. Federico, comunicó un vigor y fortaleza especial a aquellas tablas y mal construidas gradas. Yo me ponía las manos en la cabeza y decía: «Señor, qué favor tan grande y tan especial me has hecho por virtud de tu gran siervo, mi director espiritual; que yo sea tan santo como él es y dadme fe en sus palabras». Cuando yo desarmé aquel tinglado, más me convencía a cada tabla que desclavaba, de que el no derrumbarse había sido un verdadero milagro, pues aquello no es para decirlo, sino para haberlo visto y analizado tan al detalle como yo lo conocía en mi intimidad constructiva. |13v

Y desde aquél momento tomé tal veneración y cariño a D. Federico que, a pesar de haber transcurrido muchos años, este afecto y amor santo no se ha evaporado de mi alma.

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Cuaderno 10

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ALGO DE VISOS PROFÉTICOS DE DON FEDERICO

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Dos casi profecías recuerdo de D. Federico, y lo recuerdo perfectamente. En el sermón que predicó en la parroquia de Santa Ana del que ya he hecho mención en su predicación, en aquel célebre sermón dijo D. Federico: «Yo moriré, como es natural, antes que ustedes y no veré la gran catástrofe de España, y cómo el comunismo derramará a torrentes la sangre bendita de sus sacerdotes, y todos los templos católicos de nuestra España serán incendiados por la team antirreligioso del marxismo. |2Y dichosísimos aquellos que se libren de este azote de Dios, mejor dicho, permitido por Dios. Aquí, nuestra ciudad de Guadix, será enlutada con los crespones de la tristeza, y los sacerdotes de ésta, con su jefe, serán víctimas de las garras de la fiera atea que por algunos años capeará triunfante en castigo de vuestra dureza de corazones sucios que serán ablandados y lavados con la sangre virgen de tantos virtuosos sacerdotes como perderán la vida, a quienes yo desde aquí, desde este púlpito pido al Señor |3les dé fe y fortaleza para triunfar en su corona de mártires. Y vosotros, sacerdotes jóvenes que me oís, vivid vida santa para haceros dignos de la gran gracia del futuro martirio» Poco más o menos, esto es lo dijo D. Federico y cuyas palabras, y casi profecía, yo recordé muchas veces en mis tres años de cautiverio en las tierras andaluzas que cayeron en las garras del marxismo, tal como lo dijo |4D. Federico en aquel sermón que yo oí con tanta atención y veneración… Una vez escribió D. Federico una carta a D. Diego Ventaja, canónigo del Sacromonte. D. Diego no abrió esta carta en su cúmulo de trabajo y, sin darse cuenta, la metió en un libro que tenía |5en las manos. Esta carta quedó olvidada allí, en aquel libro. Y transcurrieron varios años y en aquel empolvado libro se mantuvo la carta. Pero ocurrió que D. Diego fue nombrado Obispo de Almería, y cuando estaba arreglando sus libros en sus estantes del Palacio Episco|6pal de Almería, se abrió aquel libro y apareció la carta de D. Federico, hacía varios años [guardada]. Entonces D. Diego tomó la carta y la abrió. Y decía así: «Para cuando seas obispo, de antemano y con tiempo, te regala este amigo un amito, Dios, para entonces te dé fortaleza y vigor». Esta carta nos la leyó D. Diego al Sr. Vicario, D. Rafael Ortega, y a mí. Y me decía D. Diego: «Esta carta es profética».

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Y cuando D. Diego estaba preso en el barco del carbón, un día antes de su martirio, me acordaba yo de la frase de D. Federico y rezaba yo: «Dios |7dé al Obispo preso, fortaleza y vigor para confesar la fe en su martirio». Y así fue, como se puede ver en mis memorias, el martirio del Obispo Ventaja en la Ramblilla del Chisme, en la jurisdicción Parroquial de Vícar, y a cuatro kilómetros de Roquetas de Mar. En algunos ratos de meditación me acuerdo mucho de muchas cosas que D. Federico me dijo a mí, entre otras: «Prepárate para, cuando seas cura joven, soportar la irreligiosidad de Fines, que se apartó y dejó sus buenos propósitos». A D. Juan Antonio le dijo |7vun día: «Tú eres de los predestinados», y D. Juan Antonio López Pérez fue mártir en la persecución marxista en su mismo pueblo natal. Una vez tenía yo una pulmonía y D. Federico fue a verme y me dijo: «No, en esta ocasión no te mueres, tienes que ver muchas cosas». Esto fue el año 1927, en junio y ciertamente el 9 de junio.

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Cuaderno 11

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RASGOS DE HUMILDAD DE DON FEDERICO SALVADOR RAMÓN

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En el día de Santo Tomás de Aquino, se celebraba una velada en el Seminario de Guadix en que se expuso el Oficio y Misa del Santísimo Sacramento en forma de drama. A esta velada asistió el Sr. Obispo, varios canónigos, D. Federico también era canónigo, profesores, beneficiados, y toda la comunidad del Seminario. Terminada la velada, el Sr. Obispo hizo el resumen y dirigió su autorizada palabra a la concurrencia. Terminado todo, y mientras salían los asistentes, el seminario en pleno empezó a dar vivas a D. Federico, y él con esto sufrió horriblemente |2pues aquellos vivas lastimaban su profundísima humildad, y luego, con nosotros, sus amigos, se quejaba amargamente del incidente. Y tanto sufrió en estos vivas y aplausos que se puso enfermo y estuvo dos días en cama. Y decía que aquellos vivas y aplausos eran de arte diabólico e improcedentes, y decía: «Señor, nada somos ni nada merecemos y ha venido el demonio a turbar la paz de mi alma». Yo me atrevía a decirle que tanto lo querían los seminaristas que pusieron de relieve su amor hacia él y su valor real. Y me contestó en tono seco y duro: «¿Con que tú también te vas a convertir en diablillo adulador, para mí que nada merezco…? Sí, merezco castigo de Dios». Y yo contesté lleno de venera|2vción: «¡Eso no, castigo no!» En todo daba D. Federico ejemplo de humildad y en su vida particular así era en todo. Un día me dijo, tocando las telas moradas de su hábito coral: «Estos paños dan por sí soberbia. Estoy deseando dejarlos y vivir mi humildad de hábito talar negro, que da aspecto de clérigo pobre. Quiero, en todo, vivir a los Jesús». D. Federico era de por sí humilde y no le gustaba que le tributaran lisonjas. Cuando algo parecido ocurría, y yo oía estas cosas, luego que se iba el lisonjeador y adulador, me decía: «¿Ves? Ya ha estado aquí el demonio con sus caricias infernales, ¿por qué vendrán estas gentes a decirme tantas tonterías? Son |3propias de los inconscientes del mundo, nada somos, ni nada valemos en la presencia del Señor». Recuerdo un día, en una tarde de verano, que un señor de Instinción, sentado en el patio y trepado en una silla, mil tonterías decía a D. Federico y, en una vez de las que yo pasé, me miró

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entristecido por tantas flechas de alabanzas humanas y, luego que se fue el importuno adulador, me dijo: «¿Lo ves, José, lo ves? El demonio se mete hasta en los gordinflones y los hace instrumentos de su locuacidad diabólica. ¡Vaya con el ricachón, qué rato me ha dado! |4 Menos mal que yo estaba pensando en los azotes que Jesús recibió por mí y en su anonadamiento hasta revestirse de la condición de siervo y enormemente anonadado en toda su Divina y Sacrosanta Pasión». Como yo entonces tenía la memoria fresca e impresionable, recuerdo bien todos estos detalles que ahora me sirven de meditación, transcurridos tantos años. Cuando daban algún mal consejo, decía: «Mal hace este con ser tan mal aconsejador, bien podía pensar |5en [la] nada y poquedad que todos somos en la presencia de Dios tan grande. Y de su grandeza nos dio Él el supremo don de la gracia que nos ilumina y sostiene para no pecar». |6

Un día dije yo a D. Federico: «¿Por qué no anota V. los hechos y facetas de su vida sacerdotal tan entregada a Dios?»

Él conoció mi intención, que era tener conocimiento de su vida en el futuro, y me dijo: «¿Qué voy a anotar, pecados e infidelidades? Soy |7gran pecador en la presencia de Dios…» Dije yo: «Pues así será, pero debe V. escribir sus memorias». Y me dijo: «Bueno, anda con Dios y déjame en paz». Entonces no pensé yo, ni he pensado nunca hasta ahora, que testigos de vista y de oídos los guardaba |8Dios para decir ahora lo que vi y lo que oí, en pro de las virtudes de aquel gran sacerdote del Señor que yo conocí, y ahora, con conocimiento de causa, admiro y a pesar de haber transcurrido ya casi cincuenta años, están estas cosas en mi memoria con todo su atrayente colorido y con el perfume de entonces, que aún no se ha evaporado y, en mi edad avanzada y cabeza bien canosa, conservo bien y en todo su vigor aquellas cosas ejemplares de tan virtuoso sacerdote. |8v

D. Federico viajaba siempre en tercera clase como un clérigo pobre. Esto lo sé ciertamente porque con él hice varios viajes en trenes de esta clase, y siempre ocupaba casi todo el viaje en rezar el breviario y lecturas espirituales. D. Federico jamás dijo que era canónigo y siempre se daba a conocer como sacerdote humilde. Además, no llevaba nunca distintivos |9morados que le dieran a conocer su categoría de canónigo, ni imprudentemente decía nada de su cargo catedralicio. Una vez fue a predicar a Cantoria y llevó el capillo de canónigo, porque yo se lo dije y se lo supliqué con gran interés por razones que no son del caso referir.

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Dios que, dice la gente en teología popular, escribe derecho por renglones torcidos, sabe lo que hace en sus inescrutables designios y altísima |11Providencia, y así, cuando yo decía a D. Federico que escribiera sus memorias, Dios decía muy bajito sin que yo lo oyera, «otro se encargará con el tiempo de decir las verdades y las cosas necesarias». Y, sin saberlo ni pensarlo, 60

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determinó este Dios tan bueno y veraz, |12que yo, en las postrimerías de mi vida, dijera lo que había visto y aprendido de aquel virtuoso sacerdote, nuestro D. Federico. Y así lo hago obedeciendo a los impulsos de mi corazón, y digo y narro, con toda certeza, las virtudes que vi en D. Federico. Y como tratamos de humildad, tengo que narrar dos casos que yo vi y presencié. Siendo yo ordenando, fui con él a la droguería de Bustos en Almería, o mejor, nos bajamos de un coche de caballos en que íbamos y dijo: «Ven, vamos a casa de Bustos y compraremos algunas pinturas para que este verano te entretengas en algo». Y pasamos a dicha droguería. D. Federico compró lo que le pareció bien y yo le dije. Entonces, |13D. Federico dio al dependiente para que cobrara tres monedas en plata de cinco pesetas cada una. Hagamos la aclaración de que, en este verano del 1919, la moneda española era de un valor extraordinario. El dependiente, después de echar en el cajón del mostrador estas monedas, porfiaba que solo le había dado dos y se entabló la correspondiente discusión, por parte de D. Federico con toda paciencia y educación. Pero el dependiente de la droguería de Bustos se subió de tono y de palabras, y fue muy ligero e inconsiderado en el hablar y discutir, de tal modo que acudió el dueño de la droguería y otros dependientes. Pero a este dependiente soez y grosero no había quien le callara en |14su atrevido lenguaje, y, tan ebrio se puso, que hasta quiso saltar el mostrador para arremeter a nuestro D. Federico. Por fin terminó el ineducado dependiente, pero a condición de perder D. Federico sus derechos y diciendo con toda humildad: «pues me habré equivocado, tal vez este hombre furibundo lleve razón». D. Federico no se había equivocado. Yo |15había visto con mis propios ojos que D. Federico había dado tres duros. Yo estaba edificado de ver la paciencia y humildad de D. Federico y qué gran vencimiento se haría a sí mismo para no faltar y ofender a aquel insolente que dijo lo que quiso, pero D. Federico fue todo humildad y dulzura y nos dio a los presentes la gran lección de virtud. Luego, me dijo en el coche: «Gran ocasión nos ha dado el Señor de |16obtener méritos. ¡Gracias Señor porque he sabido ser sacerdote y he sabido vencer y vencerme a mí mismo…!» Otra vez me contó D. Federico un altercado injusto que un canónigo poco paciente, y sí muy encorajinado, había tenido con él, porque esperaba ciertas lisonjas y adulaciones que D. Federico no le dio por creerlas indignas e improcedentes. Estando en esta conversación llegó otro canónigo y le dijo a D. Federico: «¿Cómo ha sido V. capaz de aguantar tanto como nuestro compañero ha vomitado por su boca descompuesta?». |17

Y contestó D. Federico con mansedumbre ejemplar: «He cumplido con mi deber de silencio y oír tantos improperios como si fuera estatua de piedra; el mérito está en callar y no defenderse. Además, para predicar, antes hay que dar ejemplo»

Y dicho esto empezó a reír y bromear como si tal cosa, y, terminado este distraído coloquio de bromas, nos fuimos a comer; yo le observaba para ver si perdía el buen humor, pero se mantuvo jocoso todo el rato sin perder la paz.

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Cuaderno 12

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DETALLES Y NARRACIONES DE LA SANTA VIRTUD DE LA PUREZA, VIVIDA Y PRACTICADA POR EL PIADOSO SACERDOTE CATÓLICO DON FEDERICO SALVADOR RAMÓN

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En todo el tiempo que traté y conocí a D. Federico Salvador Ramón, virtuosísimo sacerdote católico, jamás oí de sus labios sacerdotales la más pequeña palabra, que directa, o indirectamente oliera el nauseabundo hedor de impureza y, sus palabras en este género de pecado fueron siempre correctísimas y limpias, su hablar y su proceder era purísimo y ni él decía, ni toleraba, que en su presencia se dijera algo que pudiera manchar la hermosísima virtud de la castidad, la más exquisita y delicada de todas las virtudes. Tres sacerdotes que conocí ya ancianos y contemporáneos de nuestro amado Federico, decían las palabras que cito.

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D.

D. José Muñoz Díaz decía: «Sí, D. Federico es un santo y siempre fue como ahora es…». D. Jesús Castillo, que falleció hace un año, de más de ochenta, me dijo un día: «D. Federico dio siempre ejemplo de grandes virtudes y en especial la gran virtud de la pureza, de la que siempre dio ejemplo a todos los que le hemos tratado». Este sacerdote, D. Jesús Castillo Moreno, fue él sacerdote también ejemplar administró la Primera Sagrada Comunión el 10 de Mayo de 1907.

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y me

El Ilmo. Sr. Dr. D. Rafael Ortega Barrio, que era entusiasta amigo de D. Federico, y a la vez gran amigo mío, a quien yo quería con toda mi alma, un día hablando de D. Federico me decía: «Hay que convencerse. En nuestra época no ha habido en estos alrededores sacerdote más santo que él, es santo en todo, pero se distingue 12 │2 sobremanera en su porte exterior y su hablar puro, de un sacerdote digno». Esto me lo decía mi amigo del alma en una procesión de la bula de la Sta. Cruzada, en el trayecto de la calle de Mariana. Y conste que me decía esto el más grande amigo que yo tenía y el gran amigo de D. Federico, a quien yo veneraba tanto. │3Me decía D. Federico:

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N. E. El folio siguiente repite la numeración del anterior. 63

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«No pienses, no digas, no hagas lo que no puedes pensar, ni decir, ni hacer delante de los santos… La principal virtud de todos los que quieran ser santos es la virtud de la pureza… Cuidado con los ojos, son ventanas de las concupiscencias. Que tu ángel no se avergüence al tomar tu alma para llevarla al cielo, o porque no pueda tomarla, o tenga que tirarla por maloliente y apestosa… Si Jesús se apacienta entre lirios, eminentemente imité│4mosle, acompañémonos de los mejores y que, en nuestro concepto, tengan blancura de lirio y tengan olor de pureza. La pureza se percibe desde lejos en todo el modo de ser del amigo» D. Federico nunca fue chistoso, ni nadie le pudo oír una palabra incorrecta, era purísimo en el decir. Nada de bromas, nada de palabras de doble sentido, nada de nada, que pudiera tener interpretación maligna. Su decir era castísimo y limpísimo. │5Sus palabras tenían exquisita limpieza y olían a cielo y a manto perfumado de la Stma. Virgen. Sus labios olían a rosas y su corazón a jazmines. Esto lo sabe el que lo trató muy de cerca. Su porte era correctísimo y su mirada angelical. Sus ojos por la calle siempre eran bajos y con su manteo caído a usanza de los hombres virtuosos de antes. Se parecía a Jesús. │6

Me decía: «Nunca vayas por lugares apestosos por donde hay mundanos, no pongas atención a sus palabras y conversaciones… Las flores que más gustan a Jesús son nuestras purezas… Cuando Jesús nos ve puros… nos dice: Sois mis delicias, y mis delicias es teneros tan cerca y tan puros…»

Otra vez me dijo en una meditación para mí solo: «Seamos los ángeles terrenos de Jesús y viviendo con toda pureza seamos │7 ángeles como S. Luis Gonzaga, Sto. Tomás de Aquino… José, que la vara de tu vida brote azucenas y nardos, como la de tu santo patrón…» Para mí, la vida del virtuosísimo D. Federico era de fragante olor de azucenas puras, y el manto que cubría su alma, blanquísimo. Su exquisita virtud inundaba el ambiente donde él estaba y su ejemplaridad había que seguirla a fortiori, con su ejemplo atrayente. En todas las fases y apariencia de esta virtud D. Federico era un santo. │8Nunca digan sus contemporáneos de D. Federico ninguna libertad en este género porque les diré embustero a boca llena. Él, D. Federico, siempre fue casto y limpio, desde su primera edad, y todo eso de noviazgos en su juventud es mentira, y mentira mil veces, pues él me dijo a mí, que lo atestiguo con mi palabra sacerdotal, que siempre pensó en ser de Dios y que jamás permitió que delante de él se dijera tonterías │8vde mal gusto y del género. Y por sus conversaciones y detalles que me contaba de su vida, él fue castísimo. Y me contó que una vez siendo él estudiante de bachiller, en una casa de la Plaza de Careaga cantaba él jotas a la Virgen del Mar y, porque le aplaudían unas jóvenes, dejó de cantar, se fingió enfermo y se fue, pues él estaba entusiasmado en cantar a la Virgen y no │9en agradar aquellas jóvenes, hermanas de un sacerdote almeriense. Las hermanas Domínguez López, ya muy ancianas, recordaban a D. Federico con entusiasmo y decían de él que era un ángel de la tierra. Estas señoras encomiásticas de D. Federico vivían en la Calle de la Marquesa y eran señoras muy virtuosas. │10

Yo, sacerdote que traté muy de cerca a D. Federico, afirmo que él era, en todas las fases de su vida, muy limpio en sus conversaciones. Y su ejemplo era atrayente de imitación en esta virtud. Todo cuanto yo diga y pondere es poco, pues era ejemplo limpísimo y búcaro perfumado de perfumadas flores de lirios blanquísimos. 64

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Él siempre fue santo en el exterior │10vy el momento cumbre de manifestar su santidad fue el día que comió con el pordiosero, en el mismo plato, en el patio exterior del convento de las Puras. Y dijeron muchos: la flor de la caridad se juntó con el olor de la pureza que reina en su alma. Yo quisiera hacer una gran alocución de esta gran virtud de D. Federico, limpio y blanco, desde sus primeros años: │11Ángel enviado a la tierra para ser modelo acabado de muchos sacerdotes. Mientras mis labios hablen, diré, sin peligro de error, que mi estimadísimo amigo D. Federico era sobremanera casto, limpio y puro. Una vez me decía: «José, ¡cuánta basura hay en la tierra y qué mal huelen los pueblos! En estos pueblos Jesús no se apacienta entre lirios. Vente, y vámonos con Jesús, con nuestro Purísimo Jesús, y, por lo menos, apartándonos de estas gentes, podamos ser esos lirios puros que desea Jesús. Dejemos al │11vdemonio ladrar y… ¡qué lástima que ofendan tanto a mi Jesús! ¡Vente, vámonos con Jesús, que Él se quedó en el mundo por nosotros!» Y D. Federico lloró con lágrimas purísimas, de amor purísimo… ¡Que Santo era D. Federico! Ha llegado la hora de hablar y decir las cosas de este sacerdote ángel que tanto perfumó la tierra que pisaba. Le encantaba la pureza, y un día que se celebraba el mes de mayo, y cierto era el día 30, decía muy alegre y sonriente: «¡Qué bien estoy rodeado de estos ángeles y flores de la tierra!». Yo oí su plática y sé que dijo esto, que los niños eran ángeles entre flores de la tierra. Sé que hubo muchos niños y muchas flores. Y me decía luego: «¡Cuánta pureza!» Fue esto el 30 de mayo de 1919, y decía yo para mis adentros, ¡qué ejemplo de santidad y pureza me da este virtuoso sacerdote │13del Señor! Veníamos una noche en el tren, en un coche de tercera clase, camino de Guadix, y en este departamento del tren viajaban también unos cuantos libertinos y mal hablados y una joven X, en todos sus aspectos, inmoral y libre, arrojando por su boca indecencias a montones y a │14porrillo. D. Federico les miró con severidad y energía y me dijo: «José, recemos el Sto. rosario para espantar de aquí al Diablo». ¡Y dicho y hecho! D. Federico empezó en voz alta a rezar el rosario y todo aquel enjambre de endiablados guardaron silencio riguroso y no volvieron a despegar el pico en toda la hora que duró el rezo del santo rosario. La tal niña, avergonzada, se marchó de aquel coche y ellos quedaron en sus │14vsitios oyendo, silenciosos, el rezo del santo rosario. Y luego que D. Federico terminó el rezo, les dio una buena lección de moralidad y aquel coche se convirtió en oratorio rodante donde fue derrotado el demonio y muy alabada la Stma. Virgen. Después, D. Federico, en plan familiar, hizo una sentida plática a aquellos hombres, unos solteros y otros casados, de las excelencias de la virtud de la │15Sta. Pureza que dignifica al hombre y que cada uno debe tener según su estado, y de lo peligroso que es a la salud el vicio contrario, en esto llegó la joven X al coche y, con atención y respeto, escuchó a nuestro D. Federico del alma que, tan modosamente y con palabras tan pausadas, ponderaba esta santa virtud │15v y, en su modo de hablar, tanto alababa a Dios. Terminado de hablar D. Federico aquella plática de oportunidades, dijo aquella joven con mucha tristeza: «Si yo hubiera sabido estas cosas, yo no hubiera sido así y hubiera huido de aquella maldita parra que, con su sombra malévola, me arrastró a tantos pecados como he cometido. │16 Pero todo se enmendará si Dios quiere, y el primer paso será irme a mi casa…» 65

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¡En aquella ocasión D. Federico fue un ángel enviado de Dios para arrancar almas del pecado! Luego él me decía: «José, yo creo que hemos cumplido con nuestro deber sin respetos humanos, en pro de la salvación de las almas y gloria de Dios». Una vez, un peluquero se atrevió a decir │16vdelante de D. Federico una incorrección, y, tan seriamente le miró, que el peluquero le pidió mil perdones y él le contestó: «Jamás se atreva Vd. a repetir la frase ni delante de mí, ni delante de ningún sacerdote; somos ministros de Dios que vivimos santo celibato y dignificados en nuestro estado, el mejor de todos los estados; donde a todas horas vivimos y respiramos pureza, santa pureza, santa pureza». │17

Yo, que creo, soy de los supervivientes que muy de cerca traté a D. Federico, soy el obligado a hablar y a decir. Y mi boca sólo se puede abrir y mis labios despegar para decir y enaltecer aquellas virtudes que yo vi en él tan de cerca. Todos los que confesaban con él, y por él eran dirigidos, tenían corte y modales de ángeles terrenos y por todas las partes de su ser traspiraban virginidad y pureza. Parece como que D. Federico inyectaba en el alma de sus dirigidos la práctica de esta │18exquisita virtud. Una vez nos dijo un sacerdote viejo a unos cuantos que siempre estábamos en santa unión, y, entonces, con deseos de ser muy santos en aquellos años juveniles, estas palabras con verdadero convencimiento: «¡Cómo se conocen los discípulos del maestro!» El maestro era. Él se refería a D. Federico, que era nuestro director espiritual y nos guiaba como a hijos del alma, con gran esmero y cuidado para que fuéramos │19ángeles. ¡Dichosa época y edad de nuestro estudiar Teología, que tuvimos la gran suerte de aquella dichosa dirección espiritual tan esmerada! Todas las lenguas de entonces vuélvanse alabanzas y ponderen sin temor las grandes virtudes de nuestro D. Federico y, sobre todo y con muchas lindezas, su angelical virtud de castidad y pureza de las que tan buenos ejemplos nos dio, y tan sabios consejos recibimos para conservarla a pesar de las acechanzas diabólicas de la época joven que vivíamos, pero │20el maestro era experto y acabado modelo. D. Federico siempre se trataba con los sacerdotes más ejemplares y eran contadísimas las visitas que hacía. Su vida era ejemplar. Salía poco, estudiaba mucho, sufría paciente, visitaba enfermos y me hablaba conversación de ángeles. ¡Cuántas cosas buenas oí de sus castísimos labios y cuántos consejos para cuando fuera sacerdote! Y en toda mi vida sacerdotal, y sobre todo cuando era sacerdote joven │20vy sólo siempre, ¡cuánto me he acordado en mi vida, de aquel enérgico: «Huye, no te detengas a dialogar, huye, y si es menester aparece ineducado y descortés… huye!». Todos, para eterna memoria de su aureola, ensalcemos su pureza y ¡a todos los vientos! para que haya resonancia en todas las épocas y repitan los ecos del tiempo futuro que D. Federico practicó con todo esmero la virtud angelical de la pureza, y dio ejemplo en todo su porte. En la Misión de Fines decían, │21y opinan, que no levantaba los ojos para mirar a mujer alguna y que todo lo trataba en el santo confesonario, y se negó a toda invitación de comer fuera de la casa sacerdotal de su hermano. Y allí enviaban los obsequios al padre misionero, menos conseguir de él aceptar comidas y obsequios en casas ajenas. D. Federico era ejemplo viviente de pureza. Y muchas veces oí de sus labios que no solamente había de ser bueno en el interior, sino que había que parecerlo al exterior y ser ángel

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entre los hombres. Vosotros, lectores, no habéis tenido la suerte de convivir y tratar con él, yo sí. Y sé lo que era, y su porte, y su vida. │22

Ciertamente que D. Federico fue solicitado dos veces para pecados torpes por personas de distinto sexo, referencias que él me hizo en intimidades espirituales y en plan de consejos útiles. La primera invitación a estos sucios pecados fue cuando él se disponía para el viaje y asistencia al Congreso Mariano de Tréveris, y me decía: «Cuando yo me disponía a asistir [a] aquella santa reunión mariana y a alabar cuanto pudiera a la Stma. Virgen, se presentó el │23Demonio en forma humana femenina para que ofendiera a la Reina del Cielo, pero triunfó la gracia de Dios, y mi alma se sintió muy consolada». Me decía otra vez: «Siendo yo muy jovencito, pero ya sacerdote, iba mucho a la casa de otro sacerdote joven y, un día, una dama bien parecida, hermana de mi amigo sacerdote, en ocasión que él no estaba en su casa y yo le esperaba entretenido en la lectura de los Nombres de Cristo, la joven dama, atrevidamente, me solicitó al pecado alegando │24las razones de soledad me decía D. Federico, yo la miré con desdén y desprecio, me levanté de la butaca y me marché. Ya no volví más a aquella casa y aparenté como que estaba disgustado con mi amigo para guardar el secreto del caso, del cual yo había salido victorioso con la ayuda y protección divina y de la Reina de la Pureza». │25

Otra vez me contó que, siendo él todavía estudiante de cura y antes de ser ordenando In Sacris, estando él en la habitación de la persona X, esta persona la solicitó ad turpia, pero él rechazó la sugerencia diabólica con razones de santidad y dignidad. La persona X contestó: «Aquí no nos ve nadie». Y él, levantando la vista, vio un cuadro de buen tamaño que representaba la Purísima de Murillo y dijo: «¡Esa, Esa nos ve! Y así como Ella está sobre tronos de ángeles, así debemos ser │26nosotros, ángeles de la tierra». Y me decía D. Federico que no entró más a aquella habitación, ni habló más con aquella persona. Oí de sus labios que, en esta materia de pureza, no debemos tener respetos humanos, sino valentía y desprecios, y que, por lo menos, cuando oigamos cosas incorrectas, apretemos seriamente la cara en señal de enérgica protesta para los atrevidos habladores. Termino diciendo con │27toda mi alma que D. Federico era delicadísimo en esta materia de pureza y su vida era ejemplar. Dichosos de aquellos que imitaron sus virtudes y aprovecharon sus enseñanzas, porque siempre sabrán, con la gracia de Dios, vencer en los durísimos ataques de Satanás. D. Federico en su rostro reflejaba su pureza exquisita y angelical.

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Cuaderno 13

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ALGUNOS DETALLES DE LA VIDA POBRE Y LIMPIA DE D. FEDERICO SALVADOR Y PARTICULARIDADES DE ALGUNAS LIMOSNAS.

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Nuestro amado D. Federico Salvador Ramón tenía tipo señorial y aristocrático y, aunque vestía con toda humildad y sencillez clerical, tenía tipo y presencia de jerarquía eclesiástica en su corte de santo. Sus mismas ropas y hábitos talares, muy limpios y bien conservados, nos representaban a un santo a estilo de S. Pio X y Pio XII que, a pesar de ser extremadamente virtuosos, eran bien presentados a los ojos del mundo y, en su vida ordinaria, aparecían bien ante la gente, porque no es condición sine qua non para │2ser santo presentarse apud gentes roto, sucio y mal vestido, a lo S. Juan de Dios o a lo S. Alejo. Para aquellos su vida había de ser así, pero para los colocados por Dios en otras esferas sociales, han de ser santos y virtuosos en su vida ordinaria de relieve social, y así tenemos a S. Antonio María Claret, al Cardenal Espínola y otros muchos obispos, canónigos, párrocos y sacerdotes que fueron santos en su vida ordinaria, │3de buena presentación y vista agradable, y entre estos se encuentra nuestro D. Federico. Y dentro de ser tan bien presentado, era muy pobre, pues la pobreza no está en la suciedad repugnante, sino más bien en la limpieza atrayente, y así era D. Federico, muy pobre, muy bien presentado y muy limpio. Tenía dos sotanas y nada más; una de merino para invierno y otra de alpaca para el verano. Ambas estaban │4bien gastadas y con algunos años de existencia, pero muy limpias y sin ninguna mancha, ni rotas. Nunca vi una mancha en las sotanas de D. Federico. Cada mañana cepillaba bien sus sotanas y, aunque muy gastadas, aparecían como nuevas, sin estar descoloridas, ni manchadas. Siempre llevaba alzacuellos muy limpios e igual en puños blancos. Su calzado eran siempre limpio y lustroso, y, así igualmente, muy limpios su manteo y sombrero, y su bonete negro de borla verde. D. Federico │5era tan limpio que parecía que no usaba las cosas. Y es que los muy santos y virtuosos tienen cosas extraordinarias en su vida ordinaria. Y así parecía que siempre iba vestido de nuevo en su gran pobreza de no tener más que lo puesto. En todos los detalles de su vida se reflejaba su limpieza esmerada y respiraba en su porte y vida limpieza exterior. [En] todo lo que él usaba había exquisita limpieza. Así estaba su habitación, sus sillas, su mesa de despacho, siempre en orden y todo bien puesto │5vy bien colocado. Pues a pesar de esta gran curiosidad y limpieza ejemplar, él era muy pobre y tenía poquísimas cosas, y vuelvo a repetir, y lo sé bien, que no tenía más que dos sotanas y un manteo en uso.

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Nunca pensó en él, ni en tener cosas superfluas, ni caprichos inútiles en sus habitaciones que eran un despachito modesto y un dormitorio también muy modesto, compuesto de una cama de madera corriente, una mesa no muy │6grande y un lavabo con zafa y jarro de porcelana. No usaba jabones especiales, ni perfumes de ninguna clase. Sus manos estaban siempre muy limpias, dignas de besarse sin la menor repugnancia. En D. Federico había algo extraordinario que yo no puedo acertar a decir, y su persona, porte y buena presentación, atraía a su compañía agradable. Y a pesar de esto, sigo diciendo y diré siempre, que su vida era muy pobre, con la │7pobreza digna de un clérigo catedralicio. Puedo afirmar con toda certeza, y si quieren Vds. con juramento sacerdotal, que él no llevaba nunca dinero, ni tocaba dinero. Otros se encargaban de ser sus administradores y de darle cuando él tenía algún plan de limosna reservada, que yo sé que las daba sin que se enterara la tierra. Digo y afirmo que, para │8él, el dinero era cosa repugnante y su corazón no estaba apegado a estas miserias mercantiles y calculistas, y su gran deseo era vivir como Jesucristo, sin apego a las cosas de la vida, siendo su deseo ardiente de ser muy pobre. Un día me dijo, bien lo recuerdo: «Mi gran dicha será llegar al día en que Dios me deje tan │9pobre que no tenga qué comer, pero hasta ahora no he llegado a esta distinción divina». En el archivo de mi memoria están bien grabadas y bien guardadas todas las palabras edificantes de D. Federico, y es menester que estas particularísimas palabras de D. Federico, encendidas de amor divino, no se pierdan. Y por eso, yo, ya algo viejo, me creo en la necesidad de trasladarlas al papel, porque, por lo menos, servirán para consuelo y edificación de sus hijos espirituales que bien se alegrarán en saborear los dichos y hechos de │10su padre fundador. Los que tuvimos la dicha y suerte de tratarlo en la intimidad, sabemos su peculiar modo de ser en su espiritualísima vida. Yo tuve la dicha de hacer con él varios viajes y, entonces, el poco dinero que se nos proporcionaba el que lo llevaba era yo, y era como el mayor│11domo del viaje. Pero él no tocaba una moneda, ni gastaba nada en el camino, ni en un refresco. Así que viajaba como un verdadero pobre, sin pedir nada ni exigir nada, y en plena mortificación y austeridad, repito que ni un refresco, │12ni una cerveza, en él todo era mortificación y ejemplaridad. Decía que para volar al cielo no se podían tener pecados, ni peso de dinero. Yo muchas veces decía: «Pero esto es teórico, hay que ser más práctico, ¿con qué vamos a pagar si apenas │13llevamos para el tren?». En un viaje de éstos que yo iba confuso y pensativo y él muy despreocupado de estas cosas de la vida, íbamos a Baza él y yo. Por ciertas razones, teníamos que parar en la fonda de Mariquita, pero yo decía: «Y el dinero para cualquier sacerdote».

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pagar luego, ¿dónde está? Tendremos que pedir a

El me miraba y parecía como que quería leer en mi rostro la perplejidad y me dijo: «José, ¿qué dinero llevas?» Y yo contesté: «Diez pesetas, y tenemos que dormir, cenar y regresar. Como V. no le eche la bendición a estas diez pesetas, nos tendremos que ir a Guadix andando a lo S. Francisco, pues yo no sé hacer milagros, ni V. me lo ha enseñado». Él se reía como un ángel, como si no se diera cuenta del apuro en que yo estaba. Pero, en esto y casi finalizando el viaje, entró en el coche de tercera un señor amigo de D. Federico y dijo: │15

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«He visto a V. y me he querido venir con V. para tener el consuelo y la satisfacción de verle y hablar con V. un rato». «Pero V. va en primera y nosotros en tercera»,dijo D. Federico. Y él contestó: «¡Eso no importa! con tal de ir con V., pues V. sabe que yo le aprecio mucho» Llegamos a la estación y el señor preguntó: «¿Dónde van Vds.?» Yo contesté: «A la fonda de Mariquita». Y entonces este señor dio una palmadita en el hombro │16a D. Federico y le dijo: «¡Qué bien! ¡Yo también voy allí! ¡Hombre, qué bien lo vamos a pasar! ¡Yo con esta grata compañía!» Cenamos muy bien, todos muy satisfechos. D. Federico dijo misa a otro día en la Iglesia Mayor y yo ayudé la santa misa. ¡Y todo muy bien! Muy buen almuerzo, aquel señor lo pagó todo y luego sacó los tres boletos de primera clase. Y llegamos a Guadix tan a gusto. ¡Y todo lo costeó aquel señor! Luego D. Federico, sonriente, me decía: «José, ¿qué dinero te queda?» Y yo, entre serio y sonriente, dije: «Diez pesetas, ¡si no hemos gastado │17nada! «Lo ves cómo Dios no nos deja y oportunamente lo da todo». Y contesté yo: «Sí, pero yo no sé hacer milagros y estaba preocupado en tal apuro». «Sí, pero Dios te quiere mucho y mira cómo te consoló». Y contesté: «Sí, pero esto es yendo con V., pues V. y Dios se entienden bien». Y con esta conversación llegamos a la casa y yo devolví las diez pesetas al administrador que se hacía cruces que nos hubiera sobrado dinero en aquel viajecito. Yo conté lo sucedido y en paz. Y ahora sale el hecho a relucir, pues a pesar de ser │17vesto cosa natural y casual, en el fondo, para mí tuvo algo de extraordinario. No había sido una vez sola la que de este modo, o de otro parecido, Dios favoreció a D. Federico, valiéndose de estas causas segundas, y por eso D. Federico tenía tanta fe, pues experimentaría la protección divina en toda ocasión difícil a los ojos humanos y él, tan lleno de fe y de amor de Dios, diría: «¡No me puede faltar Dios!”. Como no faltó a D. Bosco y a tantos otros.

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Yo no sé, ni lo puedo afirmar, si D. Federico tenía alguna visión de las cosas o Dios le iluminaba lo que iba a pasar, pero sí sé que, en su espíritu de pobreza, confiaba grandemente en la Divina Providencia. Y esto no era por arrojo o imprudencia, sino que las circunstancias de la vida le ponían en casos de grandes apuros y él diría «¡Dios proveerá!», pues Dios no abandona a sus hijos. Era yo sacerdote jovencito y estaba en un pueblo algo grande donde fue D. Federico por cierta entrevista que necesariamente tenía que tener con otro sacerdote. Llegó el día de partir de aquel pueblo e irse a Guadix. Y yo me despedí de él con todo cariño, pues no podía ir con él a la estación. Y él se marchó, pero, luego, pensé lo que pensé y determiné irme con él a Guadix unos días. │19

Estaba él en la estación férrea, cuando yo llegué. Me dijo al verme: «¿Qué? ¿Es que te vienes?» «Sícontesté, me voy con V. dos o tres días» Se acercaba la hora del tren y me dijo: «¿Llevas dinero?» «Sí, llevo once duros», contesté. «Pues anda y saca los billetes, que se acerca la hora de partida». Y así lo hice, saqué dos boletos en tercera que me parece que me costaron │20unas veinte pesetas. En el trayecto me dijo: «José, si no vienes, no sé qué hubiera pasado». Le contesté: «¿Es que no llevaba V. dinero?» «Pues no», me contestó. «La misma de siempre; se preocupa V. poco de lo que es necesario y muy necesario». «Pero ¿ves qué grande es la Providencia Divina? Puso en ti el deseo de venirte, para dejarme airoso en esta ocasión y no pasar el apuro y vergüenza de que no tenía un céntimo. ¡Bueno, cuidémonos de Dios y sus cosas y Él se cuidará de nosotros!» Luego se puso a rezar y vio que en el breviario llevaba │21un billete de veinticinco pesetas, y nos figuramos que en la casa donde había estado, le habían puesto este billete en el breviario para que no tuviera apuros. Y entonces se acordó él que le habían dicho en la casa: «Padre Federico, no se │22olvide V. de rezar el breviario antes de que venga el tren». A lo que él contestó «muy bien», y lo tomó a broma espiritual. La vida de D. Federico está tejida de hechos semejantes a estos y yo, con gran satisfacción de mi alma, narro éstos, que recuerdo, para que por una muestra se vea y aprecie lo que Dios │23 constantemente hacía con él y el cuidado que de él tenía, y yo, ya bastante anciano, diga algo de su historia y vida santa y santificada.

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D. Federico siempre quiso ser pobre y santificar la pobreza, y sus manos benditas, no fueron para tomar dinero, ni su mente para hacer │24cálculos financieros, cuando tenía que ocuparse y pensar en otros cálculos de mayor importancia, cual era dar gloria a Dios y salvar almas, que era su fin principal en la vida. Sé, con toda certeza, que siendo canónigo nunca conservó en su bolsillo la nómina del mes, nada más que del │25momento de tomarla hasta volver de la Catedral a su casa, Colegio de la Divina Infantita, que daba al administrador como el que se quita peso de encima. Ya he dicho antes que él anhelaba el día en que no tuviera nada de nada y ser muy pobre, pero a este extremo no quiso Dios que llegara y sí viviera más dignificado en lo humano y en el trato social humano con los que le rodeaban. │26

Siempre fue pobre, sobrio y parco en el comer, sin distinciones de ninguna clase, ni particularidades, comía igual que los demás, y aún menos, y todo en el mismo plato. Jamás le oí decir: «¡esto no me gusta!» Y todas las comidas le eran indiferentes y comía de todo poco. D. Federico, en todo su ser y su porte, reflejaba │27virtud y ejemplaridad digna de imitación, y a su lado no se perdía el tiempo de aprovechamiento espiritual. Yo después, con conciencia refleja, pienso cómo podía salir adelante en sus empresas, siendo, y estando, tan pobre, y con unos ingresos exiguos para los gastos13 │29que tenían sus casas. Un día le oí decir con mucha fe: «Si, así lo quiere el Señor y Él es quien desea esto así, y Él es quien lo solventará todo en bien». De él aprendí la palabra: el Banco de la Divina Providencia. ¡Qué bien viven los que tienen créditos y cheques en este espiritualísimo banco Celestial! Confesad y pregonad que D. Federico era un hombre de Dios y Dios cuidaba de él y de sus cosas. El, sin tener, ¡cuando daba! │30Daba generosamente y sus limosnas eran dignas y abundantes. Y yo me hacía cruces pensando de dónde sacaba el dinero. Creo que él pedía limosna para dar limosnas bastantes crecidas. Sé que a un sacerdote muy cargado de familia le daba mucho, no digo el nombre de este sacerdote porque debo silenciarlo, a una familia de un sacerdote que había fallecido pobre, él le daba mucho, sólo lo sabía yo. Y esto debía entrar en su carácter de limosnero por propia inclinación natural. Y me decía: «Ya que el Señor no nos ha hecho tan pobres como a éstos, démosles espléndidamente lo que necesita y Dios nos da para ellos». │31Las únicas veces que D. Federico tenía dinero en sus manos, era cuando tenía que llevarlo a los pobres necesitados y decía: «Dios me los ha dado para vosotros». Un día me dijo: «Esta tarde tenemos que ir a tal sitio, que Dios esta mañana me dio dineros para ellos y les hace mucha falta… no tienen hoy para comer, y nos esperan impacientes». Cuando D. Federico renunció [a] su canonjía de Guadix, a mí no me agradó y se lo dije, que no debía renunciar y quedarse tan pobre, sin nada, y me contestó con las palabras evangélicas. │32

Y así renunció él de todo lo que se podía considerar como honor humano para, muy pobre y desnudado de toda grandeza de la tierra, seguir pobre por todos los caminos de la vida al Divino Pobrísimo Jesús y hacerse igual a Él, pues los que no nos hagamos semejantes a Jesús, no somos dignos de Él, y D. Federico, en todo, quería ser semejante a Jesús y seguir sus divinas pisadas. Y, con esta renuncia, ya tenemos a D. Federico, convertido en simple sacerdote siguiendo a Jesús por los senderos del deshonor y pobreza absoluta, sin paga y sin ingresos de retribuciones eclesiásticas.

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N. E. Se omite en la numeración el número veintiocho. 73

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Pero ahora │33sigamos tratando de lo que es el tema principal de este cuaderno: su vida de pobreza digna y su espíritu limosnero. Narro ahora un hecho que para mí fue algo extraordinario, aunque los demás le llamen cosa natural y casual, como otros muchos de su vida. En un atardecer del mes de noviembre, veníamos los dos de rezar el santo rosario en la Ermita Nueva y, él, de decir una plática de la devoción de las Almas del Purgatorio. Cerca de una ermita pequeñísima que estaba situada en la orilla del camino, un pobre, muy pobre y muy mal vestido, casi desnudo y muy harapiento, │34nos pidió limosna, mejor dicho, se dirigió a D. Federico y le pidió una limosnita por Dios. D. Federico se paró y habló con él y le dijo: «No llevo aquí nada que darte, hermano, pero espera un poco y te mandaré». El pobre se encrespó y empezó a hablar mal, diciendo: «Hay que ver estos curas, cuanto más ricos son, menos dan». ¡Y de esto para arriba! Soltaba por su lengua soez disparates e improperios a tan santo sacerdote. D. Federico, con santa paciencia y suma caridad, le dijo: « ¡Hombre, ten paciencia! ¿No te digo en │35nombre de Dios que te esperes, que dentro de poco éste, mi amigo, te traerá una limosna para que tengas que cenar esta noche y mañana tendrás de todo lo que necesites? Te digo que esperes hasta mañana y Dios te protegerá en tus necesidades, Dime dónde vives». [El hombre] dio sus señas. Llegados al Colegio, D. Federico me dio tres pesetas y dijo: «Ve, José, y lleva la limosnita al pobre, que estará esperando el socorro cristiano que le damos con caridad cristiana. Y mañana veremos qué hacemos con este pobre, que Dios nos ha │35vpresentado esta noche. ¡Bueno!, ve pronto para que no eche sapos y culebras por su boca». Y repitió D. Federico «Creo que mañana Dios nos dará qué darle» Y yo dije para mí, esperemos a mañana y veré qué hace D. Federico. A mí me daba el corazón que algún hecho extraordinario. Al día siguiente, que creo era el 21 de noviembre, cuando D. Federico vino de la Catedral me llamó y me dijo: «José, ya tenemos cosas qué dar │36al pobre de anoche. Dios le va a regalar hoy todo lo que necesita, de cama hasta ropa. ¡Qué bueno es Dios! Esta mañana se ha presentado una señora rica a mí y me ha dicho que hace poco falleció su padre y quiere dar todo a los pobres, desde la cama hasta la última ropa que tenga. Le he dicho que visite al pobre de anoche y lo vista de pies a cabeza y le dé cama y de todo lo que necesite, y luego, bien vestido y bien tratado, le confesaremos» │37

Yo no sé si D. Federico tuvo alguna visión en este caso particularísimo, cuando tanto repetía y recalcaba: «Mañana tendrás de todo» Pero puede ser que Dios le dijera con moción interior: «Tú no tienes que dar, pero yo te daré mañana qué dar a ese pobre que se te ha presentado esta tarde». Luego, por la tarde, después de comer me dijo D. Federico: «Ya tendrá el pobre de todo». Y yo le dije: «Algo sabría V. de parte de Dios». 74

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Yo siempre veía en D. Federico algo extraordinario, pues D. Federico era un hombre muy de Dios y por todas partes se manifestaban sus virtudes. │37D. Federico, después de renunciar [a] su canonjía, fue destinado por el Arzobispo de Granada al pueblecito de El Ejido, y allí fue un Jesús en la tierra. Él no percibía nada, no tomaba dinero en sus manos y su vida fue pobre en todas las fases, y el que hacía de sacristán le guardaba su parte de honorarios parroquiales que él empleaba en limosnas, además de otros socorros que le daban determina│37v das personas piadosas de allí. Yo admiraba con toda mi alma a D. Federico, y sigo admirándolo, por su gran virtud, y rumiando sus ejemplos y consejos, y aunque ya soy viejo, quizá más viejo que cuando él falleció, cuanto más viejo voy, más admiro su persona y santidad, y a él me encomiendo y encomiendo mis asuntos para que él los solucione desde el cielo, que bien necesito su protección. │38

Yo tuve la gran suerte de conocerlo y tratarlo con intimidad, y aprender de él lo que tanto bien me había de hacer en la vida para sobrellevar mi cruz sacerdotal, hace ya 42 años, y aprendí de él a ser pobre y vivir vida pobre. Gran honra es para sus hijos haber tenido fundador tan virtuoso y tan de Dios… ¡Digamos en todas partes ahora y luego, que D. Federico era virtuosísimo y ejemplarísimo en todo! Lo firmo y juro.

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Cuaderno 14

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DEL AMOR MARIANO DE D. FEDERICO SALVADOR RAMÓN, VIRTUOSÍSIMO SACERDOTE Y ESCLAVO DE AMOR A LA REINA DEL CIELO

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D. Federico, mi amigo del alma, era de un ferviente amor mariano, que en este santo amor contagiaba a todos los que hablaban con él, era un ángel en la tierra, arrancado por orden de Dios del celestial trono de nuestra excelsa Madre la Stma. Virgen María. Ni mi pluma, ni mis labios tibios podrán decir y expresar los ardentísimos amores de aquel corazón sacerdotal mariano de nuestro D. Federico, a la Augustísma Reina del │2Cielo. Sonó la hora de que el mundo sepa el ardor mariano de D. Federico a nuestra Madre, Señora y Reina. El gastaría su sueño y consumía su vida en estos santos coloquios marianos, que luego decía con sus labios y expresaba con sus ojos claros y vivos. Un día me dijo después de comer: «Si yo no amara a la Divina Infantita me condenaría. Ella es mi amor, mi locura de amor. Quiero ser loco de amor mariano │3y que por loco me tomen los del mundo. Yo siempre, desde niño, amé mucho a la Reina del Cielo y le ofrecí mis estudios, mi juventud y mi vida y mi sacerdocio. Y vine al mundo para amar y dar culto a mi celestial Señora y Madre». Por eso, por su amor mariano, cantó su Primera Misa en el templo y altar de la Virgen del Mar, y por eso se adornó el templo con telas celestes. Y por eso su │4primer destino fue ser capellán de la Inmaculada Concepción en Almería, en la iglesia de las Puras (B. E. p. 296. octubre de 1891). Por eso, por el amor que tenía a la Stma. Virgen, en alas de la Providencia, fue a Méjico como operario diocesano para, allí, en la juventud de su sacerdocio, conocer la historia de la Divina Infantita, tomarla en sus brazos y, besando la imagencita con ardentísimos besos de amor seráfico14, decirle con lágrimas de un medio loco: «¡Yo seré tu hijo y tu defensor ahora │5[y] siempre, durante toda mi vida!». Estas frases o parecidas, me dijo D. Federico, no una vez, sino varias veces. Y, en sus locuras de santo amor mariano, buscaba sacerdotes desprendidos y generosos que fueran corte y pregoneros de las grandezas marianas. Él decía: «¡Venid que la Virgen pequeñita os llama!». Y lloraba lágrimas viriles de amor mariano. Cuando decía: «¡Venid que la Virgen pequeñita os llama

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N. E. «serafinado» en el manuscrito. 77

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y os necesita!», su rostro se ponía rojo y sus │6ojos derramaban abundantes lágrimas de emoción, y, aunque estuviéramos en recreación, se ponía de rodillas y decía con las manos juntas: «Divina Infantita, Madre mía, muy amada, aunque nadie te ame, yo te amaré con todo mi ser, te amaré en la tierra, haz Tú que te ame siempre en el cielo». Y luego seguía la conversación y decía: «No me extraña que no améis a la Divina Infantita, no la conocéis, pero yo sí la │7conozco y la amo y la amaré hasta perder la vida, que sería el resumen perfecto de mi amor». No se pasaba un día de la Virgen, en las festividades de todo el año, sin que D. Federico no hablara públicamente de la Stma. Virgen en sermones o en meditaciones. En estos días de cualquier advocación de la Virgen, D. Federico se despachaba bien hablando de su amor mariano, y quería que, en día de la Virgen, siempre hubiera alguna distinción en la mesa. Si yo dijera todo lo que sé de él en esta materia │7vsería interminable, pues él era interminable en ensalzar las glorias marianas; y, ¿qué tendría de particular ahora que yo me hiciera interminable en ensalzar y declarar su gran amor a la Reina del Cielo? Cuando en verdad es así, que era loco hasta el más extremo delirio por la Madre de Dios y Madre nuestra. A D. Federico le gustaban mucho los colores celestes, porque decía era el color del cielo y del manto de la Virgen, y decía no había color más bonito que el celeste, y él vestía interiormente camisa celeste. │8

Él me dijo alguna vez que no podía ser esclavo del demonio porque era esclavo de la Virgen, cuya Esclavitud se honraba en pregonar y defender, y ni «por nada, ni por nadie dejaré de ser esclavo en mi Esclavitud perenne de amor ferviente». D. Federico llevaba en el pie derecho, y en sitio no visible, una cadenita, símbolo de la Esclavitud Mariana que siempre llevó en el tiempo que le conocí y traté, pues él me lo dijo y me enseñó esta cadenita. Tal era su amor mariano y su confianza en la Reina del Cielo bajo la advocación │9de la Divina Infantita, que, en el año de la desoladora gripe de 1918, enfermedad que diezmaba pueblos y entidades, y más que diezmar, en algunos sitios arrasaba, él mandó poner en todas las puertas y ventanas estampas de la Divina Infantita. Y tengo entendido que a nadie le dio la enfermedad traidora, y, ciertamente, sí puedo afirmar que no falleció nadie de los que entonces convivían con él en aquel edificio Colegio de la Divina Infantita y casa de seises de la ciudad de Guadix. Y todos decían: «¡Gra│10cias a las estampitas de la Reina del Cielo nos hemos librado de la muerte y de la cruel guadaña gripal!». D. Federico era decidido en todo, y decía [que] el manto de su Reina era omnipotente para vencer todo mal. Me dijo D. Federico una vez que rezando salves a la Virgen Stma. había vencido de todo y de todos, que sus salves tenían virtud especial. │11

Era aspiración constante y anhelante la construcción y edificación del Templo Nacional a la Divina Infantita, pero no encontró cooperadores ad hoc, y su corazón rebosaba de tristeza cuando, al tratar de esta cuestión, todo eran óbices, impedimentos y peros, aún de aquellos que él creía que estaban más a su lado, │12y con mucha pena de su corazón y ecos lastimeros decía: «Para esto, estoy solo. Tal vez no sea yo acreedor de esta gracia extraordinaria de dar en España la casa y templo que merece la Virgen Niña, que tan bondadosamente vendría a España, │13pues templo de amor y reparación quiere la Virgencita aquí”.

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No olviden sus hijos que D. Federico, en su grandísimo amor mariano, quería un templo suntuosísimo en España para la Divina Infantita, con doce capellanes fijos y permanentes que fueran doce estrellas resplandecientes de la Reina del Cielo. Cuando D. Federico hablaba de su gran templo y sus doce capellanes, se trastornaba con un tinte especial de alegría y particular satisfacción. Y en el camarín principal de este templo habría dos án│14geles arrodillados con una concha en sus manos, y en esta concha, la Perla extraordinaria del Cielo, la Divina Infantita. Y todo el decorado del grandioso templo había de ser color celeste y dorado, «pero dorado oro», y decía y cantaba aquella canción que a él tanto gustaba que le cantasen y él cantaba: «Vosotras, las hijas que sois de Sion, salid al encuentro y decid con fervor…», y terminaba, diciendo: «¡Viva la Divina Infantita! ¡Decid todos: Viva la Divina Infantita! │16

D. Federico, siempre que podía y lo permitían las rúbricas, decía misa votiva de la Stma. Virgen. Lo sé porque yo, mucho tiempo, muy temprano le ayudé a la santa misa. Y es justo que yo ahora, y ya viejo, diga, para agradable recuerdo, estas cosas agradables que sé de él. D. Federico tenía siempre [en] su mesa el libro de Grignion de Monfort en que habla de la Esclavitud Mariana. Y D. Federico era en todo verdadero Esclavo de María, y tan esclavo que su alma y su cuerpo eran totalmente para la Stma. Virgen y rebosaba gracia y santidad │17en todo su ser15. Tenía D. Federico un librito escrito por Sto. Tomás de Villanueva, que este santo escribió en honor de la Virgen16 y que le servía de meditación a nuestro D. Federico. Y él me hablaba mucho de este libro. También era su libro favorito Las Glorias de María, escrito por S. Alfonso María de Ligorio y el libro del P. Pallés que habla de las Advocaciones Marianas. Decía D. Federico que la devoción de la Stma. Virgen destruiría todos los ídolos personales y populares. El amor a la Madre reformará el mundo corrompido; │18por María volverán todas las cosas a Dios, por eso su lema: «Por María a Jesús». Los marianos y enamorados de la simpar Señora son los predilectos de Jesús, me dijo muchas veces. Y dirán Vds. que cómo recuerdo yo estas cosas. Yo les contesto. Porque las grabé yo bien en mi alma joven y dispuesta para el bien. Decía D. Federico: «Tengo ganas de morirme, para allí en el cielo conocer más y amar más a la Stma. Virgen pues bien conocida, será bien amada». │19

Un día me dijo D. Federico: «José, hoy vamos a meditar estas palabras de la Stma. Virgen: “Yo amo a los que me aman”, y examinémonos si amamos a la Stma. Virgen ex toto corde». Otra vez me dijo: «ya que no le puedo consagrar un gran templo, le consagraré totalmente toda mi alma para que sea su templo delicioso». Y entre suspiros invocaba a Méjico y besaba su medalla de la Divina Infantita con mucho fervor y amor. ¡Para mí, fue una gran suerte vivir tres años tan cerca de un hombre tan fervorosamente mariano y santo! │20

Yo, que a pesar de mis años jóvenes, primavera de mi vida, estaba siempre pendiente de los labios de D. Federico y de sus sabias enseñanzas, le oí un día en un sermón de la Catedral:

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N. E. Federico Salvador comenta y publica, durante años, en la Revista Mariana Esclava y Reina, comentarios a la obra del, entonces beato, Grignion de Montfort La verdadera devoción a la Virgen María. Antonio García Megía los ha recopilados, editado y publicado en dos tomos para la Biblioteca Digital Federico Salvador, disponible en la Red en varias direcciones. Se puede acceder a estas obras en http://angarmegia-publicaciones.wikidot.com/publicaciones-dr-antonio-garcia-megia. 16 N.E. El libro al que se refiere es Sermones de la Virgen María. 79

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«Y tú, ciudad de Guadix, futura Ciudad Mártir de la Iglesia de Dios, debes ahora ser muy mariana y muy devota de la Virgen │21Stma, para que las puertas del Infierno no prevalezcan contra ti, pues la meditación de la Reina del Cielo te librará de la perpetua esclavitud diabólica; si tú ahora te consagras a la Stma. Virgen en Esclavitud de amor». Esto, poco más o menos, lo dijo D. Federico en un sermón de la Virgen de las Angustias, Patrona de la ciudad de Guadix, y aunque yo lo debía poner en su espíritu profético puesto que Guadix, en 1936 fue mártir del marxismo, lo cual D. Federico, espiritualmente, vería en la lontananza del futuro, lo pongo │22yo, y lo cito en su amor mariano, para que veamos nosotros cuánto confiaba nuestro amado D. Federico en el amor protestativo de la Stma. Virgen María, amparo y protección de sus hijos pecadores. Otra vez, en un día de septiembre, me parece que en 1920, me decía D. Federico: │23

«José, qué falta hacía, hoy domingo, en Guadix una magna procesión de amor mariano a la Divina Infantita, pero estas gentes todavía no han entrado en esa fase protectora de amor mariano. Hoy debía haber una gran procesión de la Divina Infantita con asistencia de todas las Autoridades Eclesiásticas y │24 Civiles, y yo predicando, hasta dar mi vida a voces, de esta Reina del Cielo, y no predicando en el templo catedralicio, sino de trayecto en trayecto, en medio de las calles, hasta caer yo muerto de amor, porque no hay cosa más hermosa que morir por amor. Y yo estoy, por gracia de Dios, lleno de este amor a mi Reina y para Ella quiero vivir y morir, y si he de vivir, que viva yo amándola y muera víctima de su amor». Esto fue lo que, poco │25más o menos, me decía D. Federico, como fuera de sí y con su rostro transformado, mirando al cielo, en los pasillos de su colegio. Recuerdo perfectamente que esto fue el domingo anterior al 8 de septiembre, y no el día de la Divina Infantita, pues este día estábamos en Instinción y allí hicimos la procesión, D. Federico, de preste, el señor cura de Rágol, D. Gabriel, de diácono y yo de subdiácono. Oí una vez un sermón a D. Federico y decía que: │26

«La muerte por amor es la mejor muerte, porque es morir mártir del deber. Si muere una madre por el sacrificio del amor a sus hijos, ¡dichosa y bendita muerte! Si muere un misionero en celo por las almas, ¡santa muerte!, como la de Javier. Si muere el obispo por su grey, ¡santo pastor! Si muero yo consumido del amor mariano que está escondido en mi pecho sacerdotal, ¡bendita muerte! Porque, en alas de este amor devorador, volaré al cielo para estar siempre al lado y visión de mi Madre Amada. »Pero mientras yo viva aquí, en este mundo, con vosotros, es mi deber sagrado, ense│27ñaros a amar con locura, con frenesí, a la Reina del Cielo, que yo tanto amo desde mi niñez y acrecentado este amor en mi juventus sacerdotal; y amando ahora a nuestra Madre Inmaculada gozaréis de Ella en el cielo, y por tanto mi deber sagrado, ministerial [es] instruiros en lo que es y lo que vale tan Celestial Señora, porque si no la conocéis bien, no la podéis amar totalmente, nihil volum quin preconitur. »Aguaceros de gracia de Dios caiga en vosotros que produzcan flores y frutos de amor mariano… Y vosotros, sacerdotes, que no necesitáis enseñanzas, porque teológicamente conocéis qué es María, la Celestial María, amad mucho 80

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a esta nuestra singular │28Madre y Señora… Yo, que tanto amo a los sacerdotes, mis predilectos hermanos, rogaré por ellos para que sean muy marianos y este amor impregne a aquellos que traten y convivan con ellos y seamos todos inyectables de vida mariana, sabiendo aquello de la Santísima Virgen: “ qui elucidant me vitam eternam habebunt”…» Poco más o menos fue lo que D. Federico dijo en aquel sermón que yo oí y guardo en el archivo de mi memoria, entonces feliz e impresionable, como dirían ahora, cinta magnetofónica. Pues llamadle como queráis, pero recibid, para imperecedero recuerdo, facetas y dichos de aquel virtuosísimo sacerdote en todos [los] sentidos, y encendido en amor mariano. │29

¡Dignísimo recuerdo y veneración por su vida y por sus enseñanzas! Cada flor da su perfume y cada árbol su fruto, y D. Federico, flor perfumada del altar de la Virgen, olía a mariano y su fruto era amor mariano. Así como el imán atrae al hierro, quería él atraer a todos a María nuestra Madre del Amor Hermoso, bajo el título agradable de la Divina Infantita. Que su amor mariano era muy grande, lo podéis deducir de su librito escrito en 1907, editado en Granada en el mes de octubre, titulado Del Culto de la Inmaculada, cuyo libro teológicamente es admirable, y sus hijos lo deben tener en mucho aprecio y estima, pues el libro es encantador y altamente instructivo para los │30que quieran conocer fundamentalmente a Nuestra Madre y Señora, la Stma. Virgen María. Tengan los esclavitos y esclavitas de la Divina Infantita mucho amor y aprecio a este libro de su Padre Fundador. También se revela su amor mariano en la extraordinaria obra titulada Teología Mariana, en tres tomos, que le aconsejó escribir a su hermano D. Francisco Salvador, también canónigo de la Catedral de Guadix, cuyas obras son verdadero arsenal de Mariología. │31

He dicho antes, y repetiré mil veces, que siendo D. Federico tan devoto y entusiasta de la Madre de Dios, lo éramos también los que con él tratábamos y con él nos confesábamos. No diré, ni afirmaré, que él penetraba las conciencias, pero sí diré que ocurrían cosas muy raras, y sabía cosas y nos decía cosas que sólo nosotros, los confesados, sabíamos y conocíamos. Lo que │32 sea, o haya en esto, quede en el misterio, pero a nosotros nos quedaba la duda, bien fundada, que conocía nuestras conciencias, y por eso hacíamos antes un escrupuloso examen de conciencia no fuese que alguna cosa olvidada la recordare él, y quede pues todo en el misterio espiritual de la conciencia, para no afirmar, ni defender nada, acerca de su intuición en sus penitentes y confesados, │33pues nuestro intento es hablar de su gran amor mariano y de la participación de éste su amor [que] él daba y ponía en sus amigos espirituales, para que todos fueran uno en este santo amor. Los sábados ayunaba en honor de la Stma. Virgen y nos aconsejaba a los demás amigos a esta práctica obsequiosa a la Stma. Virgen, y también extendía su ayuno a todas las vigilias, o día anterior, a cualquier festividad │34de la Stma. Virgen, y también nos aconsejaba a ello a los demás. Yo aún sigo practicando estos sacrificios y obsequios a la Reina del Cielo, y en estos días me acuerdo con gratitud de este antiguo director espiritual, tan mariano y me encomiendo a él con toda mi alma, pues bien necesito protección y amparo. │35

Diariamente rezaba D. Federico las tres partes del rosario y llevaba siempre en el bolsillo un rosario completo, que llamaba Hora, y rezaba siempre con calma y devoción. A mí me gustaba rezar con él, y aún me acuerdo de su rezo pausado. Alguna vez me dijo que no podía perder en visitas inútiles el tiempo que necesitaba para la Stma. Virgen. ¡Cuántas gracias conseguiría nuestro D. Federico de la Stma. Virgen para él y para nosotros, con sus piadosos rezos!

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D. Federico nos dejó un recuerdo imperecedero y permanecerá siempre en la poca vida que me │36queda. Poca sí, pero saboreando aquello que vi y oí a D. Federico referente al gran amor que le debemos tener a la Reina del Cielo, única esperanza. Y puesto que oí de los labios de D. Federico que a la que tantas veces invocamos diciendo ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte, así no nos puede dejar, pues es buena y oye con amor. Estas cosas y frases de D. Federico muchas veces me │37han servido para predicar de la Stma. Virgen, añadiendo todo aquello que le oí en la Cátedra del Espíritu Santo, además de [en] sus Visitas Sacramentales a Dios-Hombre en la Eucaristía, que D. Federico hacía, y [en] la especial a la Stma. Virgen que tenía todos los días y duraba una hora. Y esto no lo neguéis nunca, porque yo lo vi y él me lo decía. Alguna vez le acompañé yo, y la visita era exactamente de una hora en silencio profundo, y al terminar rezaba el Magníficat pausadamente. Alguna │38vez le vi lloroso después de la visita mariana meditada. En todas sus habitaciones tenía una estampa o cuadro de la Divina Infantita y besaba su medalla muchas veces. Cuanto yo diga ahora del amor mariano de D. Federico es poco, pues yo nunca podré decir cabalmente los quilates de su cuasi infinito amor, tan enardecido cuanto pudiera ser de un serafín en la tierra, y cuanto le pudieran profesar los apóstoles de Cristo, puesto que él, como sacerdote, era apóstol de Cristo. │39

Y de ver y tratar a la Stma. Virgen como la vieron y trataron los apóstoles de Jesús, ¿que podríamos nosotros decir en aquellas noches de insomnios y velas que él tenía en santa meditación mariana? Sabemos, y sé, que cuando tenía asunto importante que resolver sus vigilias eran larguísimas ante el altar de la Virgen pidiendo consejo. ¿Qué ocurriría entonces? Quede eso, por ahora, en el enigma y en el misterio y contentémonos todos con imitar sus virtudes y sus ejemplos de amor mariano.

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Cuaderno 15

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DICHOS Y HECHOS DE DON FEDERICO SALVADOR RAMÓN, EL MÁS PIADOSO SACERDOTE QUE YO HE CONOCIDO EN TODA MI VIDA

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Una vez me dijo: «Caridad, caridad y caridad, el mundo se transformará con la caridad». Ahora se ha puesto en boga y moda el máximun mandato do vobis, pero esto ya lo practicaba D. Federico en toda su extensión. Otra vez le oí esto: «Caridad en el pensamiento no adelantando, ni formando juicios. Caridad en las palabras no ofendiendo a nadie. Caridad en las obras, │2dando y amparando». Una vez dijo a un sacerdote: «Haced todo el bien que podáis, que es el mejor modo de demostrar que somos de Cristo. Todos esperan de nosotros bien y ayuda». A mí me dijo un día por un mal modo que tuve de reprender: «José, donde hay caridad hay paz». Su hermano D. Paco era un enfermo, y por tanto, con un humor negro ofendía a otro impacientemente, y D. Federico dijo: «Calma, D. Paco, calma, que éste más │3necesita de tu caridad que de tu brusquedad y acritud. Como juzgues, serás juzgado, debes tener labios de miel para los que con tanto amor te sirven y sudan por tus cosas». Era verano, el mes de julio, D. Federico era parejo en el tratar y no veía dignidades, sino almas. Se ponía una ancianita cambista en el portal del Colegio para cambiar duros en plata por perras sueltas, esto es por monedas fraccionarias, y un │4día él tropezó con la mesita de la cambista y vinieron al suelo los montoncitos de calderilla. Y él, con toda su calma, se puso a recoger las perras y a dárselas a la ancianita y pedirle mil perdones por su torpeza y despiste. Si otro hubiera sido, le hubiera dicho a la viejita con brusquedad que aquél no era sitio de cambios, pero fue todo lo contrario. Se dio cuenta que era una pobrecita que allí ganaba algunos céntimos y la │5trató con mucho amor y benevolencia. «No ultrajesme decía, aunque tú sepas que son grandes pecadores, porque Dios no quiere que apedreemos al pecador con palabras, y porque si abriéramos las puertas de nuestra conciencia, no sabemos qué conciencia sería más sucia, si la de él, o la tuya”. │6

Otra vez que nos llevaba un cochero en su coche en pleno invierno, dijo D. Federico al cochero Ramón:

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«¡Cuánto frío pasarás en ese pescante, pescante de frío!». «No lo sabe V. muy bien D. Federico. ¡Lo que yo paso aquí en los inviernos, con esta pobre manta raída y rota a los pies!». «¡Pues hombre, compra otra!», dijo D. Federico. Y contestó el cochero: «¡Digo! ¡Comprar! ¿Ha dicho V. algo? ¡Cuando aún no gano para mi casa!» «Bueno, no te apures, que tendrás manta buena y abrigá». Habiendo llegado al Colegio, me dijo D. Federico: «José, la manta mejicana que te di para las comedias, de lanuza, dásela a este cochero. Ten cuidado que no te vea ni se entere nadie». │7

«Pero, D. Federico, ¡si esa manta es muy hermosa y está nueva!». Y él [me] contestó con algo de seriedad: «Tú haz lo que yo te he dicho, que lo manda Dios». D. Federico padecía mucho de nefritis, y siendo esta enfermedad tan molesta, nunca se le oyó quejarse y decía que el día de cama era para él un consuelo espiritual, medi │8tando en la pasión de Cristo y en los pobrecitos enfermos de los hospitales, tan llenos de penas y dolores. Era muy entusiasta D. Federico del padre Manjón y siempre hablaba de él con encomios. Y alababa en él tres cosas: su fervor mariano, su pobreza y desprendimiento hasta el heroísmo, y su amor a los niños. Y le oí decir: «Granada es dichosa, porque tiene a su D. Andrés Manjón, que es un santo viviente». Le contesté yo: «Pues en muchos sitios también habrá santos vivientes». Y me dijo: «Sí, debe haberlos, en todas partes nacen flores». │8v

Yo me refería a él al decir en todas partes hay santos, pero él no se dio por aludido y contestó lo que he dicho. │9

Decía D. Federico que las flores que más le gustaban a la Stma. Virgen eran las personales nuestras, es decir nuestras virtudes, en el búcaro de nuestra existencia; que las otras flores físicas, eran símbolo de las nuestras; que no agradaban mucho a la Stma. Virgen las flores de los jardines, porque, luego que eran cortadas de sus plantas y puestas en búcaros. Se corrompía el agua y entonces las flores eran malolientes. Que no demos nosotros lugar a que, por el pecado, se corrom│10[pa] la gracia [de] nuestra alma. Y estando corrompida nuestra alma en el búcaro de nuestra existencia, se marchitan las flores que teníamos de virtudes y ya la Stma. Virgen no nos quiere. Somos repugnantes a su presencia. Decía D. Federico que tres meses del año le encantaban: el mes de mayo, que es mes especial consagrado a la Reina del Cielo, el mes de septiembre, y decía, porque es el mes de mi

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Divina Infantita y el mes de diciembre, porque era el │10vde la Inmaculada y el de su Ordenación Sacerdotal, «por cuya ordenación me declaré todo de Jesús». Los que tratábamos de cerca a D. Federico, andábamos a caza de palabras y enseñanzas de las que brotaban acertadamente de sus labios tan fervorosos. Un día nos dijo que teníamos que andar para atrás con mucha frecuencia, y nos explicó el enigma diciendo que, recorriendo por etapas nuestra vida, pasará a la vista todo el mal │11que hemos hecho, que nos arrepintiéramos en firme de nuestras faltas y que era bueno hacer estos paseítos espirituales varias veces al año. Él no fumaba y decía que el sacerdote más debe oler a ángel que a tabaco, y que el no fumar es gran mortificación. Jamás entró en un café o bar, ni jugó a las cartas, ni por distracción, y me aconsejó esto con gran imperio y creí que me lo mandaba Jesús. Yo gozo con toda mi alma en estampar en estos papeles, para vosotros, sus admiradores, todas estas frases y hechos de aquel santo sacerdote que gozará ya de la visión beatífica. │12

Una vez me dijo D. Federico: «José, no te fíes de ningún sacerdote que hable mal de los Padres Jesuitas, que los jesuitas son en la actualidad, y han sido siempre, sacerdotes y religiosos muy perfectos y virtuosos y el que hable mal de ellos, huele mal en el fondo de su alma».

D. Federico siempre que iba por la calle, llevaba el rosario en las manos e iba rezando. │12v

D. Federico no era hombre entrado en modas y vestía con decoro su completo traje talar de la época. Tenía dos dulletas, o abrigos sacerdotales, uno de invierno y otro más ligero, de bastantes años, limpios y bien conservados, y parecían nuevos. No usaba reloj de pulsera sino de bolsillo, que me parece era de plata. Usaba gafas para leer y tenía predilección por unas que eran de su padre, con armadura de oro y cristales ligeramente azulados. Nunca echaba la llave en su habitación, señal que nada tenía que guardar. Usaba un cilicio de alambre con puntas, lo sé ciertamente, y algunas veces se le notaba cojear algo, que él disimulaba, y era efecto del cilicio. │13

No le oí nunca hablar mal de nadie, ni le gustaba que se hablara mal, y decía entonces: «El que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Somos de tierra y terreamos, somos de carne y cojeamos». │13v

Hablando una vez de la extensión de los campos de Dalías y Roquetas de Mar, me dijo: «Aquello fructificará grandemente cuando esté regado por sangre de Mártires». Y así ha sido, porque estos campos son emporio de grandeza, y están muy │14poblados. ¿Sería que D. Federico, en su espíritu profético, vería los martirios de la Ramblilla del Chisme, donde fueron martirizados, además de varios seglares, bastantes sacerdotes y dos Obispos, y, en el Campo de Dalías, tres sacerdotes y el párroco del lugar? Es cierto que después de la guerra de liberación estos terrenos se han hecho sobremanera grandes y fértiles, con abundantes aguas. ¡Y bien poblados están hoy! ¡Y bien regados! │15

Nunca vi a D. Federico beber bebidas alcohólicas, ni una copa. No lo vi nunca. No bebía vino en las comidas. Su desayuno era un poco de café con leche y algunas frutas. La comida la tomaba con todos y la cena solo, a las diez de la noche. Cenaba muy poco. Algo cocido y una taza de café con leche y frutas. No usaba brasero ni estufas en el invierno, sólo se ponía sobre las rodillas y pies una manta de poco valor. 85

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Antes de acostarse hacía la visita y ex│16amen. [A] alguna persona que había cerca de D. Federico le gustaba chismorrear y aumentar las cosas, él callaba y oía, pero, luego, aquello, en su gran caridad, lo echaba al olvido. Y yo me encantaba con este modo caritativo de ser de D. Federico, pues yo, aunque era muy joven, nunca fui amigo de chismes y cuentos, y me gustaba el Cáritas in ominibus que él decía con entereza. D. Federico, dentro de ser de carácter alegre y jocoso, era muy serio. Daba clase de Literatura a los niños bachilleres. D. Federico se aguantaba mucho y reprendía poco, │17pues decía que no era su papel amargar vidas, que para esto está el mundo, que su papel era endulzar vidas y aligerar las cruces. «Que por vuestra culpa decía no sufran los demás antes de tiempo. La niñez debe sufrir lo menos posible para que no esté anonadada y enclenque. No hagáis mártires, sino ángeles. Nuestro papel no es hacer de verdugos, sino de padres, muy padres y piadosos». Le oí decir un día: «Manuel, no seas tan duro, tan agrio y tan áspero, no guardes el vértigo para éstos que están aquí sin padres y son impresionables en el sufrir». │18

De D. Federico es esta frase: «No comáis carne humana que es repugnante se refería a pecados feos, comer carne de Jesús que es manjar excelente la Sagrada Comunión»

D. Federico una vez que hablaba con un superior del colegio le dijo: «Me gustan que los superiores se llamen D. Benigno Benévolo Amable». Así ponderaba las cualidades caritativas que debe tener el superior. Benigno y misericordioso, Benévolo y transigente, y no ser señor de horca y cu│18chillo, Amable y, por esto, querido y estimado de los suyos. Sus palabras eran dardos y lecciones que no se podía perder nada, dardos de amor de Dios que penetraban en el corazón, y lecciones prácticas para la vida moral y santificarnos. Sé yo que estas cosas que anoto en Dichos y hechos de D. Federico, pertenecen a distintas virtudes y yo lo pongo en totum revolutum, pero no faltará quien, con el │19tiempo, lo ponga en su debido lugar. Un día, un sacerdote que comía con D. Federico, malhumorado, decía que D. X., sacerdote, había hecho mal con apartarse de D. Federico, y él extendió su tesis y dijo, en mi concepto, éste sacerdote, algo más de lo que debía poner límite la caridad. D. Federico le contestó que todos los caminos van al cielo y aquel sacerdote había escogido, en su santa libertad, el camino que más le facilitaba la entrada en el cielo, y que, aquel sacerdote, aunque se hubiera marchado a su diócesis, era excelente persona y muy virtuoso sacerdote, capaz de llevar, con la ayuda de Dios, muchas │20almas al cielo, y hará mucho bien en su diócesis, que le necesita. Y, además, las advocaciones de la Stma. Virgen son variadísimas, y a cualquiera de ellas nos podemos acoger y, en ella, tener mucha devoción a la Stma. Virgen. Si así no fuera, no habría servitas, carmelitas, salesianos etc. Y terminó: «No hablemos mal de quienes tenemos obligación de hablar bien, pues son hermanos nuestros». Uno de los suyos le dijo a D. Federico: «Debemos mucho y la cosa está difícil para poder │21pagar» D. Federico sonrió suavemente y dijo: 86

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«Rezaré un avemaría por cada deuda y otra avemaría por cada acreedor, y pagaremos así» Dijo el exponente: «Sí, pero esto no son monedas de pago». D. Federico dijo: «Pagaré con lo que tengo, con avemaría, y la Virgen traerá los cheques para que paguemos y quedemos en buen lugar», y me dijo:«Tú, José, vete al sagrario y di a Jesús que nos mande cheques» Y dije yo: «Jesús no me hará caso» Y dijo él: «Cuanto más ínfima es la persona, más caso hace Jesús, Ve, haz mi encargo, y verás cómo nuestro Jesús te mira bien y te atiende». Desde entonces digo a Jesús en todas mis cosas: «Jesús bueno, atiéndeme». │22

Decía también D. Federico que ningún superior se debe llamar León, o que le puedan atribuir este nombre –se refería a los superiores duros de corazón y exigentes–, sin darse cuenta que han de obrar siempre a lo Jesús y no a lo León. Se disgustaba D. Federico bastante cuando no se dejaban las cosas en el orden que estaban, v. gr., abrir una puerta y no cerrarla o no dejar un libro bien situado en el armario en que estaba. Decía que esta dejadez era símbolo de un desorden espiritual del alma. │23Él, siempre, todo lo dejaba en orden después de usarlo, y daba gusto ver el cuidado y orden de su mesa. Decía D. Federico que el orden en las cosas ahorra tiempo y evita disgustos. Cualquier golpe de puerta o ventana era para D Federico un grave disgusto, pues revelaba poco cuidado y esmero en su vivir ordenado. El que tal hacía [obraba] con descuido. D. Federico, por su situación honorífica de canónigo de la Catedral, no tenía obligación de asistir a los enfermos, pero sé ciertamente que decía al coadjutor de la parroquia del Sagrario: «D. José, cuando tenga V. │24enfermos, llámeme para ir con V. a ver y consolar esos enfermitos que V. visita». Y sé que D. José le llamaba muchas veces. En esas visitas D. Federico, espiritualmente, gozaba mucho. Generalmente, estas visitas las hacía al atardecer. Se enteró que un superior había tratado mal a un súbdito y dijo D. Federico muy triste: «Este pobre súbdito no ha podido decir las palabras escriturarias: ***17». │25

No perdamos de vista este pasaje de la vida de D. Federico: Un día, mirando a una estampa de la Divina Infantita, medio llorando, decía: «Aunque todos te abandonen, yo no». Una vez me dijo D. Federico: «La oración y la mortificación te harán santo». Y cuando a mí me aconsejaba esto, era porque él la practicaba. Él, en todo, iba por delante, dando ejemplo. │26 «Tenemos que estar muy unidos a Cristo y atados a Él por la cadena de la mortificación». Los muy mortificados eran admirados por D. Federico. Él era ejemplo de mortificación en todo y en

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Faltan las palabras en el original. 87

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todo se mortificaba. «La mortificación es arma poderosa para vencer al Demonio», decía D. Federico. │27

«Confío plenamente, que la Divina Infantita, tendrá hijos fervorosos, muchos hijos fervorosos», me dijo D. Federico en una Pascua: «José, como estamos de vacaciones y [en] lo espiritual no hay vacaciones, estas Navidades las vamos a dedicar a ejercicios espirituales y así yo me evitaré de visiteos, para dedicarme totalmente a meditación y adoración» ¡Y fueron unos ejercicios espirituales muy fervorosos! «Debemos amar mucho a la Stma. Virgen, para tener derecho a pedirle misericordia». │28

D. Federico me dijo una vez que quería vivir clavado en la cruz del sufrimiento para expiar los pecados del mundo, y que cuanto más penas tenemos, más nos hacemos semejantes a Jesús, al Jesús del Calvario. En el correr de mis días, que ya son muchos, me voy acordando de frases y hechos de D. Federico, que me han servido de meditación en mi vida sacerdotal. Hablaba yo un día con D. Federico, cuando yo era tonsurado, y le decía yo que le tenía mucho amor a la sotana, y que por nada ni por nadie me quitaría ya esta librea de Jesucristo. Y me contestó él: «Algún día, │29este traje que ahora vistes con amor a fortiori, lo dejarás con dolor». ¡Bien recordé esta frase en el 1936 cuando, con tanta pena de mi alma, me tuve que desnudar de la Sta. Sotana obligado por el marxismo! Y pienso yo ahora, ¿no sería esto una profecía de D. Federico que conocería en su alma, con visión divina, lo que había de pasar en España dominada por el marxismo cruel, el peor marxismo de todo el mundo? ¡Cuántas lecciones y enseñanzas nos dejó aquel hombre santo almeriense, y que para mí fue un gran consuelo al conocerle! │30

D. Federico era muy dulce y atrayente en su trato, y yo notaba inmediatamente la diferencia cuanto trataba a otro sacerdote de su edad, y echaba de menos aquella dulzura y buen trato de D. Federico Salvador. Un día me dijo D. Federico que él por naturaleza era sanguíneo y fuerte y que le había costado mucho imitar a Jesús en la afabilidad y dulzura. Otra vez me dijo D. Federico: «Nunca hables, sino después de haber transcurrido tres día de haber recibido la ofensa» Y dije yo: «¿Y por qué tres días?» Él me contestó: «Para que estés tres días muerto y como insensible a la ofensa recibida, y │30v meditando en todas las ofensas que Jesús recibió por nuestro amor. Y así, pensados y meditados estos trabajos de Jesús, serás tú capaz, y seremos todos capaces, de sufrir por Jesús todo lo que venga. Y hasta sufriremos con gusto y con alegría afrentas justas o injustas, y [en] nuestros dolores, sufridos por Jesús, sentiremos satisfacción y contento».

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│31

Se ofendía D. Federico mucho cuando le decía que era un hombre santo, y decía: «Os engañáis grandemente en esa apreciación, pues creo que soy gran pecador. Y por lo que vosotros notáis bueno por fuera, no hago nada más que hacer algo de lo que manda Jesús, e imitarle, como sacerdote suyo que soy, entregado a Él».

No digan Vds. nunca que D. Federico habló mal del Cardenal Vives18, pues siempre dijo que era un santo capuchino, y que si a él no le había favorecido era porque estaba mal informado con buena voluntad, │31vpero que era un hombre muy piadoso y un digno Cardenal de la Curia Romana. De estos asuntos, D. Federico tuvo ciertas confidencias conmigo en expansión de su dolor, pero siempre muy comedido y piadoso. │32

No sé a qué diócesis quedó D. Federico incardinado cuando puso su renuncia al canonicato de Guadix, si a la de Almería, su diócesis de origen, si a la de Guadix, o si él pidió la incardinación en Granada. Esto se puede averiguar en las respectivas curias, pero sí sé que se fue a desempeñar cargo de capellán a Granada y, también sé por el difunto Magistral de Granada, D. Modesto López Iriarte, que el cardenal cuando se enteró que D. Federico renunció su canonjía de oposición en Guadix, el entonces Cardenal de Granada, D. Vicente Casanova Marzol, dijo de D. Federico con admiración │33y entusiasmo: «D. Federico es un santo de primera magnitud y hay que tratarlo como a santo». Yo lo vi con mis propios ojos. Era el día de Jueves Santo de 1919 y en la hora que le tocó adorar a Jesús Sacramentado en el Monumento que estaba en la Parroquia del Sagrario de la Catedral de Guadix, de donde él era canónigo. Yo vi que D. Federico, delante de Jesús Sacramentado, lloraba a lágrima viva. Y todo el rato que estuvo adorando al Señor estuvo también llorando, pues yo lo veía y observaba, puesto que yo también hacía compañía al Señor como un fiel más, pero no quitaba la vista de D. Federico. Y yo le decía a Jesús Sacramentado: «Señor, ya que yo no lloro, │34te ofrezco estas lágrimas, que estoy viendo caer de esos ojos sacerdotales». Y decía yo para mis adentros: «¿De qué fervores tan grandes estará lleno el corazón de D. Federico 18

N. E. El origen de la difícil relación del capuchino José de Calasanz Félix Santiago Vives y Tutó, Cardenal Vives, con el Padre Federico, asienta sus raíces en su condición de Prefecto de la Sagrada Congregación de los Religiosos, organismo de la Curia Romana encargado de analizar las duras acusaciones vertidas contra la institución de la Divina Infantita que, finalmente, decretará su prohibición y disolución. Él será el firmante de los duros escritos contra la Orden remitidos a las autoridades eclesiásticas de las diócesis en las que la incipiente congregación tenía presencia física. Sirva como ejemplo este fragmento de la carta recibida por el Obispo de Almería, fechada en Roma, el 21 de marzo de 1910: «[…] Se le exhorta con todo interés que no permita al sacerdote Salvador el divagar por España y América, sino que le retenga y ocupe en el Clero de su Diócesis, vigilándole paternalmente para impedir nuevas imprudencias, que pueden temerse con fundamento, dada su ardiente fantasía y deplorable terquedad de juicio. Prohíbale, en nombre de la Santa Sede, cualquier relación con las Religiosas, y cualquier otra tentativa de futuras fundaciones religiosas, sea cual fuere su título, objeto y pretexto […]» (1995. ÁLVAREZ GÓMEZ, JESÚS. Historia de las Esclavas de la Inmaculada Niña, Divina Infantita, Publicaciones Claretianas, p. 422). El martes 12 de julio de 1910 ve la luz el primer número del diario La Independencia, de Almería, impreso, con censura eclesiástica, bajo la responsabilidad del Padre Federico. Enterado, en Roma y por esas mismas fechas, el Padre Fundador de la decisión tomada por Congregación de Religiosos, remite al Cardenal Vives la siguiente carta de despedida: «Perdonad Emmo. Sr., que os moleste para enviaros mi saludo de despedida. El lunes, D. m. saldré para España. No dude jamás V. Eminencia, que soy el hombre más ruin y pecador, pero siquiera, Emmo. Sr., acuérdese que aunque perverso como Barrabás, no quiero ser del número de los Gestas; y siempre clavado en la Cruz de mis merecimientos, es mi voluntad, es mi voluntad pedir a Dios que tenga misericordia de mí, y que me ayude para poder trabajar por su amor en su Iglesia Santa. Él se hizo Esclavo por mí y obediente hasta la muerte y muerte de Cruz ¿qué mucho que este criminal sufra como esclavo por Él?... No puedo más, Emmo. Sr.; perdóneme. Si vierais mi alma, tal vez, tendríais compasión de ella. Vuestro último b.v.s.p.». (1995. ÁLVAREZ GÓMEZ, JESÚS. Historia de las Esclavas de la Inmaculada Niña, Divina Infantita, Publicaciones Claretianas, p. 425). 89

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cuando derrama tantas lágrimas?» Esto era el Jueves Santo del año 1919, lo repito, lo tengo bien grabado en mi memoria. Y todos los Jueves Santos me acuerdo de este pasaje que vi y contemplé con todo detalle y admiración. Pues tengo que manifestar otra cosa más y es la siguiente: Una vez D. Federi│35[co], aconsejándome mortificación, me decía que él ningún Viernes Santo comía y [que] hacía ayuno riguroso. Y, para disimular, se fingía delicado y tomaba algún líquido. ¡Cuánto me acuerdo de aquella santidad viviente cuando veo en días de Semana Santa tanta disipación entre los fieles, cuya piedad moderna sólo se dedica a procesiones vistosas y no a santa meditación! Yo ahora, con gran fruición de mi alma, voy recordando aquellos │36hechos que me sirvieron de edificación y ejemplo para mi vida sacerdotal. Una vez le oí un discurso a seglares en el Liceo de Guadix y, más que un discurso, fue una exposición de fe teológica. Habló del martirio y de la fe de los mártires. Fue al terminar de unas comedias19 que las jóvenes hicieron y se titulaba Fabiola. En estas comedias dijo que el martirio es un don del cielo, y conviene prepararse por si el Señor nos llamara al cielo por este camino. «Yo si no soy mártir, lo seré en deseo». Lo oí yo así, pues mi │37memoria era entonces muy fresca y grababa bien en el disco cerebral de un muchacho joven. Sé que cierto manjar, en sí perjudicial, le agradaba mucho a D. Federico, y decía: «este manjar me agrada mucho, aunque no es muy favorable a la salud, pero no lo tomo para mortificarme algo por la Stma. Virgen, mi Reina de Amor». Cuando yo veo ahora la cantidad de modas inmorales en la mujer, me acuerdo de D. Federico que decía: «Las modas siempre son arte diabólico y, de una manera u otra, siempre son malísimas y re│38pugnantes, pues analizadas bien no tienen nada de bueno, sino mucho de malo». Decía que el liberalismo fue el verdugo de [la] España católica. Arrancó costumbres sanas y santas, incendió y arrasó templos y altares, pervirtió a los españoles y hasta a algunos sacerdotes. El liberalismo azotó mucho a la Religión y quiso reducirle a la mínima expresión. Aquí, en nuestra ciudad de Guadix, expulsó a agustinos, franciscanos, dominicos y jesuitas, que todos trabajaban sobremanera en la viña del Señor. │39Pero no crean Vds. que el liberalismo ha muerto. Está vivito y coleando, oculto en otros nombres más modernos. Hizo el liberalismo mucho mal en el siglo pasado, pero también hará mucho mal en este siglo y en la plenitud del siglo XX. Vds. verán el avance del mal y se estremecerán de espanto ante la hecatombe del mal. «¡Sacerdotes, no transijáis con nada del espíritu liberal, porque, además de estar condenado por la Iglesia, hará mucho mal socialmente y sembrará │40la insubordinación y ateísmo en los de abajo y ¡ay, entonces del pueblo católico!, atacado por los sin control, ni bridas, ni fe». Poco más o menos esto fue lo que dijo D. Federico en un sermón de Adviento, ante el Sr. Obispo y el Cabildo Catedral[icio]. Yo hago examen de la vida de D. Federico y quiero que la posteridad conozca los detalles, en dichos y en hechos, que yo sé de él, y oí y vi. D. Federico conocía muy bien los clásicos españoles y era muy lector de Fray Luis de León, Fray Luis de Granada, Nieremberg20, Estella21, etc.

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N. E. Las faltas de concordancia de la frase pertenecen al manuscrito. Se mantienen aquí por si responden a un localismo o forma de argot local. 20 N. E. Juan Eusebio Nieremberg, jesuita, humanista y teólogo, de notable influencia en el siglo XVII. 21 N. E. Diego de Estella. Siglo XVI, teólogo y escritor ascético franciscano. 90

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No cabe duda que D. Federico Salvador Ramón falleció algo viejo, pero ya la historia empieza a sacar a luz pública sus hechos y rejuvenecer su historia de vida apostólica. La historia, que sabe depurar los hechos y aquilatar las virtudes pesadas en justa balanza, tendrá, con el tiempo, que pregonar sus méritos y colocarlo en el pedestal de los extraordinarios. ¡No tienen más remedio, sus hijos, que buscar y rebuscar en los sitios en que vivió y posó D. Federico el perfume de su vida, en los hechos positivos de su apostolado sacerdotal y mariano! │42

D. Federico era un predicador extraordinario, según los usos y costumbres de la época. Y su predicación arrebatadora en cadencias y periodos. Todo espiritualizado por el Evangelio y los Santos Padres. Preparaba su predicación con citas y apuntes sazonados siempre con San Juan de la Cruz y Sta. Teresa de Jesús. D. Federico no era amigo de reprimendas y filípicas, pero claro en el decir, aunque moderado y suave en todas sus correcciones públicas o privadas, sin faltar a la caridad cristiana. │43

No sabía yo, en los altos designio de Dios, que tenía que ser el testigo de D. Federico, y tampoco sabía yo el porqué estaba yo siempre pendiente de sus dichos y hechos, hasta que, después, ya transcurridos muchos años, he conocido la incógnita y el porqué filosófico de haber[lo] grabado en mi imaginación joven, cuyos recuerdos son humanamente indelebles y presentes siempre. Para esto: ser su testigo. Recuerdo que cierto día me dijo, y valga como profética predicción de la permanencia de su Consagración Mariana [de] la Divina Infantita, que creo a esto iban dirigidas sus palabras: «Yo me moriré, y deseo morirme, pero mi obra no morirá │44porque creo firmemente que es obra de Dios y las obras de Dios no mueren». Esto me lo dijo un día en Instinción, donde él tenía un cólico nefrítico, y me parece que fue en julio del 1919. Y, con mucha emoción dijo, que en el cielo rogaría mucho por los suyos para su permanencia ut non deficiant. En el verano de 1920, oí, por casualidad, decir a D. Federico, muy triste y lastimado, a un sacerdote que se iba de su lado22: «Me dejáis solo en el sufrimiento, como a Jesús, pero estoy cierto que se │45 cubrirá la vacante de tu vocación y partida, esta viña no la dejará Jesús sin obreros sacrificados. Yo beberé el cáliz de la soledad de Jesús, pero no me consolará un ángel, sino la misma Stma. Virgen María, la Divina Infantita». Me dijo D. Federico: «Por el mar de este mundo no navegues con mucho peso». Se refería a que no llevara peso de pecado mortal y peso de cosas del mundo: casa, muebles y enseres. Y que mi vida fuera de tienda de campaña, transportable, como la de los israelitas en el desierto. Así es la vida. │46

Me dijo D. Federico: «José, tú no eres de los nuestros, ni lo serás, pero no seas enemigo, que el no ser enemigo es ser amigo». Y así quiero yo ser ahora, amigo. Yo creo que vivo y ando abrazado a D. Federico en sus agradables recuerdos, siempre llenos de saludables enseñanzas, y así digo a vosotros, los que me leéis, que D. Federico murió, pero vive y vivirá en afectos y veneración inter vos et mecum, dum vitam habeant in hoc mundo. │47

Además de los muchos sacerdotes que se confesaban con D. Federico, que parecía el penitenciario del clero, venían muchos a contarle sus penas y buscar consuelo, y luego él decía cuando era preguntado:

22

N. E. La frase textual en el manuscrito es: « Muy triste, le oí decir a D. Federico en el verano de 1920, y esto lo oí yo por casualidad, se le iba un sacerdote de su lado y él, lastimado y triste, le dijo:» 91

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«¡Qué trabajo cuesta ser ángel consolador para los que llenos de penas buscan el consuelo! ¡Quién pudiera, decía, arrancar espinas de esos corazones sacerdotales tan claveteados!» Eso lo oí yo de sus labios. A mí mismo me dijo: «José, cuando vengan sacerdotes a buscarme que pasen a mi habitación» ¡Qué caridad tan │48grande tenía! ¡Jamás le oí decir de ningún sacerdote que valía poco! Cuando se hablaba de sacerdotes siempre decía: «¡Pobres sacerdotes, qué lástima, cuánto sufren! La perfección está en sufrir nosotros porque no sufran ellos. Mal santo es el que cruel e inconsideradamente hace sufrir a los demás». Siempre decía D. Federico, con blandura: «Sed humanos, que la ley de la caridad es deuda de amor». Decía D. Federico: «Hay que vivir con amor santo y con temor, porque Dios es padre y juez». Decía D. Federico, mirando al cielo con las manos juntas, « Cupio dissolvi et esse cum Christo in regno coelesti». │49

Ninguno ama más que aquel que se inmola, y la vida de D. Federico era una inmolación diaria, porque, siendo él hombre de gran genio y de carácter sanguíneo, se hacía dulce y suave, y quería que todos los que cooperaban con él se hicieran así, dulces y afables, aun con los enemigos, y llenos de caridad. Era muy cuidadoso y caritativo con los enfermos. Yo estuve enfermo dos días y me visitó diez veces. D. Federico estaba lleno de amor divino y obraba, en todo, guiado por este motor celestial. Sufría mucho cuando │50faltaba alguna cosa. Yo tenía poca ropa de abrigo y no sé lo que haría, pero la señora X vino y me regaló dos trajes interiores de punto, nuevos y sin estrenar. Debió él pedir para mí esta limosna, pues la señora X era confesada suya. Le oí esta frase: «Todos debían vivir perfumados de caridad cristiana y no ser, la virtud de la caridad, una planta exótica y desconocida aun para los mismos eclesiásticos». También es de D. Federico esta frase: «No más mundo, no más mundo, hay que divinizar la vida a lo Cristo y ser estrellas de caridad. │51No Cumple su misión de apóstol el que crea que solo se ha de preocupar de él y de su familia. El apóstol debe ser para todos y más para los que le necesitan y sufren pobrezas y enfermedades». Si los púlpitos de la catedral de Guadix hablaran, ¡cuántas cosas sabríamos de este virtuoso sacerdote! Pero, entonces, no había cintas magnetofónicas, ni hubo quien taquigráficamente tomar[a] notas de tanta doctrina teológica manifestada allí con tanta energía y amor. │52

Era un hombre alto, como de 50 años, seco y con habla roncosa, muy delgado y mal vestido. Llevaba unas alpargatas rotas en pleno mes de enero y, en una tarde lluviosa y cuando pasaba yo por el arco de S. Torcuato, aquel hombre, medio muerto se acercó a mí y me dijo: «Señor cura, me estoy muriendo y en mi cueva no tengo cama, ni leña, ni nada que comer y no puedo trabajar y mi mujer se va a morir antes que yo de pena y no hace nada más que llorar y con razón, deme V. algo para poder comer esta noche. ¡Curita, deme algo!» Era yo muy joven, ¡con razón aquel enfermo lloroso me llamó curita! Yo le dije: 92

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«Espérate aquí, debajo del │53[puente], que yo voy a decir a D. Federico que aquí está Jesús vestido de pobre enfermo, pues sois los pobres imagen viva de Jesús. Espérate aquí, no te vayas, que D. Federico es muy bueno y me dará algo para ti. Espérate y ten un poco de paciencia». Llegué al colegio y conté a D. Federico mi encuentro con el pobre. Y D. Federico, muy triste, dijo: «José, Dios me llama. José, ese pobre nos necesita. ¡Qué lástima, un enfermo con frío y con hambre mientras que hay tantas mesas de camilla con brasero y café oloroso y humeando! José, no digas a nadie nada, vete a la despensa y coge lo que puedas para │54ese pobre». Yo cogí chorizos, chocolate, higos y pan. Y con mi hato me presenté a D. Federico que, anhelante, me esperaba. Él preparó unos zapatos suyos, alguna ropa y, esto, bien liado en una manta de su casa que puso debajo de su brazo, y cubierto con su manteo, así iba yo también con la comida debajo del manteo, caminamos al arco de S. Torcuato. Y allí estaba el pobre escupiendo sangre. D. Federico entabló apostólica y sacerdotal conversación con el pobre y le dijo: «¿Cómo te llamas?». «Juancontestó él. Me llamo Juan, pero Juan el desgraciado». D. Federico le dijo: «No, hijo mío, desgraciado no, dichoso. La enfermedad es un don de Dios y una utilísima expiación. Dios te llamó así, por este camino del dolor». │55

Y el pobre, por toda contestación, dijo: «D. Federico, tengo hambre, desde ayer no he comido nada y hace más de catorce horas que no he comido». D. Federico dijo con amor celestial: «Hijo mío, ahora mismo vas a comer, te traemos comida mi paje y yo». Y me dijo D. Federico: «José, dale de lo que traes para este ángel de la tierra». Yo le di pan y chorizo. No sé si alguien nos vería en estos menesteres espirituales, pero D. Federico dijo: «Juan, │56Juan de Dios, vamos a tu casa. Necesito saber tu casa, yo tengo que saber dónde viven los hijos de Dios, mis hermanos del alma». Y por la carretera de Esfiliana caminamos como un cuarto de hora, y así, fríos, medio mojados y a oscuras, llegamos a una cueva con una puertucha baja. Y penetramos en un maloliente hogar donde la luz tenue de un pobre candil de aceite, con su rojiza luz, iluminaba aquel antro de penas e infestado en todo su ser. D. Federico me dijo: «José, tú no pases. Dámelo a mí todo y yo lo entregaré a estos pobres de Jesús». Yo vi cómo D. Federico se puso de rodillas y besó las ma│57nos de aquel enfermito que escupía sangre, y le dijo con cariño cristiano:

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«Toma, hijo mío, toma lo que Dios te da, reza conmigo. Ponte de rodillas, reza conmigo a S. José». Y se pusieron de rodillas el hombre tísico y la mujer. Y rezaron y lloraron. También lloró D. Federico, y yo, de verles llorar, me contagié en ternura y emoción y también lloré. El pobre, emocionado por la gran limosna decía: «D. Federico, V. es un santo, con razón me lo decían a mí: ve a D. Federico el canónigo, que es un santo». También │58D. Federico le dio una limosna en dinero, pero no sé cuánto le dio. La mujer decía: «He visto a Dios. D. Federico, V. es Dios». Y dijo D. Federico: «Hija mía, no blasfemes. Yo no soy Dios, soy D. Federico, un sacerdote que os quiere mucho. ¡Bueno, adiós! Mañana vendré a veros. Y tú, Juan, ¡cuídate! Líate bien en la manta, no salgas, que yo vendré mañana a verte y ya me dirás las cosas que necesitas. Adiós, Juan». Por el camino de regreso al colegio, me dijo D. Federico: «José, no digas nada de esto y vamos aprisa, que te espera la clase noctur│59na». Y nos vinimos rezando el santo rosario, muy aprisa, como dijo D. Federico. Y algunas veces decía D. Federico: «¡Qué lástima que da de ver tantos pobres sin protección! No es cristiano el que no tiene cuidado del pobre necesitado, los pobres son hijos predilectos de Dios». Sé yo, que esto que pongo en Dichos y hechos de D. Federico más bien pertenece a D. Federico limosnero en otro lugar, pero ya lo pondrán Vds. cuando haga una biografía en forma. Yo pongo los hechos conforme se iban sucediendo, y están en mi memoria. │60

Sé, con toda certeza, que una criada anciana fue despedida de una casa donde servía porque estaba ya casi inútil y algo repugnante para el servicio doméstico, y la anciana estaba sola y pobre. D. Federico le pagaba la estancia en otra casa humilde, y socorría a la ancianita desamparada con largueza, hasta que la pudo convencer que donde mejor estaba era con las monjitas de pobres desamparados. Y luego, la viejita estaba muy contenta y decía: «El santo D. Federico me buscó la gloria en │61la tierra. Estoy aquí muy a gusto y desde aquí a la otra gloria. ¡Ay, Dios mío, si hubiera muchos D. Federico, habría menos pobres! Y decía la mujer: ¡Yo no he conocido en los años que tengo un cura tan santo!» Yo sé estas cosas de D. Federico que son hazañas espirituales suyas, pero, ¡cuántas cosas que yo no conozco quedarán enterradas en el anónimo y no conocidas! Una vez íbamos a la Ermita de las Cuevas cuarenta años. Y esta se puso de rodillas y dijo:

│62

y nos encontramos a una mujer, como de

«Cura santo, deme V. su bendición y mi niño que tiene anginas se curará. Acuérdese V. cómo se curó mi marido cuando V. lo visitaba». 94

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D. Federico se echó a reír y dijo: «Una bendición siempre hace bien». Si el niño se curó o no se curó de las anginas no lo sé, pero sí sé que la mujer le pedía la bendición a D. Federico con mucha fe y como convencida de su eficacia. Y luego D. Federico me decía en el camino: «¡Pobres mujeres, qué fe tan grande tienen en el sacerdote!» │63

Sé que D. Federico daba todos los meses a un seminarista muy pobre una cantidad suficiente para sus gastos mensuales, y en las vacaciones de verano le daba lo que necesitaba para comer en el verano y tiempo de vacaciones. Yo servía de enlace en esta obra de caridad y era el único que conocía esta caridad de D. Federico para dar a la Iglesia de Dios un sacerdote y un ministro. │63vD. Federico era tan bueno, y reservaba tanto sus caridades, que yo creo que nadie las conocía y muchas quedarán desconocidas apud gentes, y aun entre los suyos. Y para mí, no decir las cosas que yo sé, sería una gran responsabilidad. Sé que D. Federico tenía algunos malos consejeros que exageraban cualquier defecto de otros, pero él hacía por no darse cuenta y seguir su obra de bien. │64

Todo lo que se diga de las grandes virtudes de D. Federico es poquísimo, porque era extremadamente bondadoso en todos sentidos, y de todas maneras, con todas las personas, porque él veía en todo a hijos de Dios, y a todos amaba con toda su alma. Él tenía corazón y sabía sentir, y experimentaba en su ser las penas de los demás, y decía: Tenemos que sentir lo que ellos sienten y sufrir lo que ellos sufren. Tengo un recuerdo colosal e imborrable de todo lo que vi en él y, conste que en él vi cosas extraordinarias y sublimes. │65

A mí, D. Federico, me hizo un extraordinario favor. Y me lo hizo con muy buena voluntad y con todo amor. Y me hizo este favor tan lleno de caridad cristiana, que no se pudo dar más fineza y más sacrificio, y por ello le quedé muy agradecido. Era mucho amor cristiano lo que había en aquel corazón sacerdotal a corte y manera de Cristo, del Cristo del amor infinito. │66

Era una noche de invierno, del crudo invierno de Guadix, creo que en febrero y el día de S. Blas. Yo tenía que ir a las nueve de la noche a la estación. Fue aquello providencial. Tal vez Dios lo dispuso así, y, al salir yo del colegio, me encontré a D. Federico que venía de confesar en el seminario. Me preguntó que dónde iba y le contesté que a la estación. «¿Y vas con tanto frío? Yo voy contigo» Y nos fuimos rezando avemarías. Él ya era hombre próximo a 60 años, pero andaba bien. Al regresar vimos a un hombre que, a pesar del │67frío, estaba sentado en un cantil de la carretera y le dimos las buenas noches. Él nos dijo: «¡Qué bien y qué ágiles andan Vds.! ¡Y yo aquí parado, muerto de frío, porque las reumas no me dejan andar! No sé cómo voy a poder llegar a mi │67 vcasa». «¿Quizás [quiere] que le llevemos nosotros apoyado en nuestros hombros?» «Nocontestó él, porque mi hijo pasará a las diez, que viene de la estación y me llevará, pero, entretanto, me moriré de frío aquí quieto, y me arrepiento de haber salido de mi │68casa, pero, ¡el deseo de vivir y de ser bueno a mis hijos, que son muy buenos…!». Dijo D. Federico:

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«Reza conmigo tres avemarías a la Divina Infantita para ver si Ella te da fuerzas y te ayuda a llegar a tu casa» Así se hizo. Los tres rezamos las tres avemarías y, ¡oh cosa estupenda!, el hombre se puso de pie y anduvo23. Y andaba con dificultad con la ayuda de su bastón. Y se vino con nosotros con paso tardo y nos despedimos de él con amor y fineza. Y él se fue a su casa. Vivía a la entrada de Guadix. Yo no sé si esto fue milagro, casualidad, o cosa natural, pero sí sé que el hombre de cincuenta y cinco a sesenta [años] │68 vanduvo24, y llegó a su casa como él deseaba, y nos dijo que había salido de su casa porque le gustaba salir a esperar a su hijo cuando él calculaba que se aproximaba la hora de venir del trabajo, porque su hijo era muy bueno y le besaba con mucho amor filial. D. Federico era un hombre que pasó por el mundo haciendo bien a todos y así, con su rezo y súplica, aquella noche hizo aquel gran bien a aquel hombre puesto allí por Dios para que yo conociera este hecho, con el nombre que │69Vds. le quieran dar, pero que yo creí entonces, y sigo creyendo, que era algo extraordinario. No era el paralítico de la Piscina, no era un tullido, pero sí era un hombre que cuando pasó D. Federico no podía andar. D. Federico era un ángel que cruzó por la tierra con mensajes de cielo y alas blancas de pureza y amor mariano encendido en los divinos amores de Jesús y María. Muchas veces ante el sagrario me acuerdo de D. Federico y digo: «Señor, haced que yo imite aquella virtud que vi en aquel sacerdote casi celestial». │70

Me dijo D. Federico: «Procura no tener criados innecesarios, no seas comodón, lo que tú puedas hacer no se lo mandes a otro, sirve tú a los demás y que ellos no sean esclavos tuyos; el mandar a otros es imperfección, y revela mortificación y perfección servirse a sí mismo».

Y grabé bien este consejo en mí y soy mi propio criado, y me sirvo así antes que mandar a otro. No me libro del peso del trabajo para cargarlo en otro y procuro │71ser servicial a otros y descongestionarlos de trabajos, pues estuve en la escuela de perfección y bien grabados quedaron en mí aquellos consejos que me espiritualizaron la vida. Decía D. Federico: «Me causa risa y asombro esos sacerdotes que se dicen piadosos y no hacen nada, alardeando de que hacen mucho, pero lo que hacen es mucho mal, cargando en débiles hombros más trabajo. El superiora no es superior en poner peso en los inferiores, sino en dar ejemplo de laboriosidad y purísima caridad, haciendo │72que los demás estén descargados y aligerados de peso, de trabajos y obligaciones innecesarias». Decía D. Federico: «Deseo morir y descargarme del peso de la vida, y desprenderme de este mundo que piensa en todo menos en Dios; el mundo me da pena y asco verlo tan enredado con las trabas del pecado y, para mí, vivir en él es pena y dolor, yo quiero más espiritualidad. Me da pena ver a los eclesiásticos tan apegados

23 24

N. E. «andó» en el manuscrito. N. E. «andó» en el manuscrito. 96

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a los intereses terrenos. El sacerdote es algo celestial y debe volar por las alturas espirituales sin el peso del interés humano y mezquino». │73

Te cuento, lector, un relato gracioso y lastimoso a la vez, que pone de relieve la caridad grande e inmensa de D. Federico, cuyo relato y hecho yo sé ciertamente porque D. Federico, entre risueño y triste, me lo contó una mañana de los primeros días del mes de marzo. Por cierto, que había nieve en el suelo. Un sacerdote del pueblecito X visitó a D. Federico y le dijo que si tenía intenciones de superávit, y D. Federico le entregó treinta intenciones de misas a tres pesetas de estipendio, entonces un excelente estipendio pues el corriente era de uno con cincuenta, seis reales, y el máximo a dos pesetas. Y, por este │74donativo y favor, el sacerdote se puso muy contento, pues era una cantidad, entonces respetable, de noventa pesetas. Y después del rato de amigable conversación, el sacerdote, de mediana edad, se fue muy contento con sus noventa pesetas para treinta misas que había de aplicar pro intentione dantis. Esto era ya al medio día y D. Federico le invitó a comer. Y este sacerdote, de buen carácter y expansivo en el decir, comió y charló con nosotros, y decía cosas muy │75graciosas y chocantes de episodios que le habían sucedido en el pueblo donde residía. Y así la comida fue muy entretenida y alegre a la vez y D. Federico le oía atento en aquel rato de solaz. Todo terminó bien. Visitamos, como de costumbre, a Nuestro Señor Sacramentado y recitamos luego el Magnificat que D. Federico rezaba con fervor después de la visita. Y el sacerdote, muy deferente y atento, se despidió de D. Federico y de nosotros y, a pesar de la nieve, se fue a corre│76tear calles mojadas y resbaladizas, y, sea porque tuviera frío o porque tuviera hábito de ello, se metió en el café y allí, con el agradable calor y bienestar, se pasó la tarde y la noche, mal pasada, pues estuvo jugando a las cartas con tan mala suerte, o castigado por Dios, que perdió en estos ilícitos juegos cartunos el dinero que él llevaba y el que le dio D. Federico para intenciones, y se quedó, como dirían los poetas de antes, sin una linda, tanquam tabula rasa. Y así, muy contrariado y tristón por su mal proceder, a la mañana siguiente se presentó a D. Federico │77y, creo que con pena del alma, le contó al bondadoso D. Federico la tragedia de la noche anterior y el caos económico en que se encontraba. Este sacerdote dijo aquel día santa misa en la capilla del colegio. Yo le ayudé a la santa misa y luego se desayunó con D. Federico en la biblioteca. Yo notaba que aquel sacerdote que en la comida del día anterior había estado tan locuaz y expansivo y con tan buen carácter, estaba triste y melancólico. Todo terminó y el sacerdote se marchó y nuestro │78amado D. Federico del alma también se fue a la catedral, a coro. Pero luego, en el recreo de la comida, pregunté a D. Federico: «¿Qué le ocurría a D. X, que ayer, en la comida, estaba tan alegre y esta mañana cuando desayunaba con V. estaba triste y como si estuviera enfermo?» Entonces D. Federico me habló así: «Mira, José, te lo voy a decir para que te sirva de ejemplo en tu futuro buen vivir, cuando ya estés consagrado sacerdote del Señor y escarmientes en cabeza ajena, primero para que no ofendas │78 va Dios, que graves ofensas son para Dios los pecados sacerdotales, │79y, luego, para que no hagas el ridículo escandalizando como sacerdote del Altísimo. »Este sacerdote se presentó a mí esta mañana pidiéndome dinero en plan de limosna para poderse ir a su casa, pues yo ayer le di noventa pesetas para intenciones de misas y el caballero, hoy sin │80dinero, se fue anoche al café y 97

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jugó a las cartas todo el dinero. ¡Y tan sin dinero se quedó, que no tenía ni para sacar el boleto del tren! ¡Fíjate qué lástima y en qué situación tan apurada se encontraba por su mala cabeza! ¡Tú ten cabeza!» Y yo respondí: «Yo tendré cabeza, porque imitaré a V., que es muy bueno, y no a él»,y añadí«Bueno, y ¿qué, ha venido a la sombra del árbol frondoso a dar a V. algún sablazo dineril?» Contestó D. Federico: «No, no me ha dado ningún sablazo, sino que me ha pedido una │81limosna por amor de Dios, y yo se la he dado con gusto. Por este puro amor de Dios al necesitado, por la causa que sea, hay que socorrerlo con amor y generosidad a la vez que darle buenos consejos, y él me ha oído con toda humildad, ¡pobrecito, qué lástima verle en tanta vergüenza como sentía!» Después, en el transcurso de la conversación, averigüé que D. Federico le había relevado de la obligación moral de aplicar las treinta misas porque, por él, las aplicaría │82D. Federico sin estipendio y quedaría cumplida la obligación de la aplicación. ¡Y, encima, le dio cien pesetas, que entonces era una gran cantidad, que no sé cómo se arreglaría, porque D. Federico nunca tenía dinero para hacer estas gracias! ¡Seguro que D. Federico pidió prestadas estas cien pesetas! │83

Así pues, amigos míos, vean Vds. hasta dónde rayaba la gran caridad de nuestro D. Federico del alma, tan lleno de cristiano amor al caído y al triste, y con qué generosidad socorría, aunque él tuviera que acudir a préstamos. Él, D. Federico, era grande, muy grande, en la caridad y muy padre para los que acudían a él. Era la caridad viviente y andante, la gran caridad de su época. ¡Cuántas cosas y cuántos rasgos de su gran caridad habrá por esos mundos de Dios, que nosotros no conocemos, ni han llegado a nuestros oídos! │84

D. Federico decía: «Deseo morir, pero siento morir, porque entonces ya no podré sufrir por Jesús». Decía que nuestro blanco y fin principal era salvar almas y recoger almas, y llevarlas con amor al cielo. Que, en cierta manera, teníamos que estar vinculados a un sector espiritual para no estar volando y volanderos, con escaso fruto de almas. [Que] era mejor conocer el redil y [a] cada oveja y [a] cada una atenderla en su especial cuidado, así como cada hijo tiene su padre fijo e invariable, así seamos padres y queramos y tratemos con │85amor de padre, y apreciemos la paternidad legítima y autorizada, y hasta divinizada, que Dios nos dio. «A cada uno da el Señor su porción de grey, no la dejemos en desamparo y amemos y queramos a estos, que nos dio el Señor, como un verdadero padre quiere a sus hijos. Conocerlos por su nombre, por su psicología y por su situación social y sabrás llevarlos al cielo, sin que se te vayan de las manos, aprisiónalos con las cadenas del Amor y hazte todo para ellos en cuerpo y alma, en todo». │86

En el transcurso del tiempo me voy acordando de las sabias lecciones de D. Federico, que era un hombre muy de Dios y de mucha meditación, y ¡claro!, por eso sabía tanto de espíritu y santidad. Porque su iluminación y ciencia la adquiría cerca del sagrario en muchos y largos ratos de compañía con Jesús, y, por eso, yo, habiendo conocido a tan virtuoso sacerdote, digo que malos sociólogos son los que antes de lanzarse a sus campañas reformadoras, no se reforman e iluminan

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ellos antes con │87horas, muchas horas, de sagrario, como hacía nuestro almeriense D. Federico Salvador. Decid y pregonad fuerte que D. Federico fue el hombre extraordinario de su época, capaz de haber gobernado acertadamente seminarios, diócesis y patriarcados, porque todo lo hacía bien y con singular acierto, sazonado por el amor y la caridad. Hubiera sido un gran obispo y querido de sus diocesanos, como era querido con frenesí por los que le trataban algo. Él todo lo sabía perdonar y en todo sabía transigir, que es gran diplomacia │88espiritual y luz de cielo para tratar a las almas. Viendo los defectos del prójimo, decía: «Siempre tenemos que estar recordando a Jesús misericordioso y caritativo, que decía: El que esté limpio de pecado que levante el dedo 25. Porque todos tenemos algún gran defecto que los que nos quieren mucho tapan y perdonan. Y nosotros debemos de tener este caritativo proceder con los demás y ser con ellos Cristo, el Cristo del Amor». │89

Tal vez en mi expresión y léxico no cite las mismísimas palabras, pero sí todo el exacto ideal. Las ideas sí están bien grabadas en mi mente y son indelebles mientras yo tenga la luz y lucidez en mi cerebro, que, aunque ya viejo, no olvido el argumento y casi las mismas palabras de aquellas conversaciones, que yo, uno de los supervivientes de su trato acariciador y piadoso, cual ningún otro sacerdote de su época, tuvo con amor. Repetiré mil veces que D. Federico era un hombre muy de Dios que atraía hacia sí almas que él luego conducía a Dios, hubiera sido un gran director de la moderna y utilísima Acción Católica de estos tiempos. │90

En mi, ya larga, vida sacerdotal de cuarenta y tres años de pesado ministerio, aunque divino, recuerdo con frecuencia estas palabras que, con cadencia de frescura, resuenan a cada instante en mis oídos y que D. Federico con amor me dijo varias veces: «José, mortificación, mortificación, mortificación». El daba esta lección y consigna porque era muy mortificado. Sé bien que era muy mortificado y yo practico aquella lección y consigna, haciendo todo lo que puedo en mi casa y en mi iglesia para que esta mortificación sea expiación de mis pecados. Y recordando al piadoso D. Federico, le digo que él │91presente a mi Dios, ofendido por mí, las mortificaciones que me aconsejó practicar. Decía D. Federico: «El santo es mortificado en extremo y por la mortificación que practique una persona conoceremos qué tal es en el orden de la virtud y santidad». Me decía D. Federico que la mejor mortificación era no molestar a nadie y hacerse uno sus cosas y procurar hacer algo de las de los demás, y que era buena mortificación estar siempre ocupado en cosas propias y ajenas y vivir en cadena constante de trabajos y ocupaciones. Y así él nunca dejó un trabajo para que se lo hiciera otro. Y cuando estaba solo en Granada │92se barría la habitación y se hacía la cama. Él era grandemente mortificado y, sobre todo, en el silencio que él guardaba con rigor, como si siempre estuviera de ejercicios, e interrumpía el silencio para hablar cosas espirituales y en plan de pláticas provechosas para los que estaban con él, y siempre de sabias lecciones. ¡Cuánto se aprendía a su lado en plan de virtud y santidad! Lo sabemos bien los que tuvimos la dicha de convivir con él por algún tiempo, tiempo dichoso, santo y feliz, tiempo de dicha espiritual.

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N. E. Así aparece en el manuscrito. 99

Cuadernos del Padre José Sirvent Marín

Cuaderno 16

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CONTINÚA DICHOS Y HECHOS DE DON FEDERICO SALVADOR RAMÓN, EL MÁS PIADOSO SACERDOTE QUE YO HE CONOCIDO EN TODA MI VIDA.

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Decía D. Federico que aunque en el destierro de nuestra vida toda ella es un arsenal de mortificaciones por sí, sin embargo, cada día y cada instante tendremos ocasiones de mortificarnos con mérito, y que la primera y principal mortificación era levantarse temprano y con diligencia, y dar a Dios el comienzo del día con sacrificios. Otra gran y meritoria mortificación era obedecer en todo, si no gustosamente, sí con humildad y pronto, porque en la prontitud y sumisión está el mérito, aunque nosotros interiormente │2sintamos repugnancia y tedio en obedecer. Que era también gran mortificación el procurar hacer todas las cosas lo mejor posible y con todo el esmero y cuidado que pudiéramos, y hacer nuestros deberes y obligaciones cuanto antes, sin interponer luegos y esperas, que estas mortificaciones en el cumplimiento ligero del deber eran más meritorias y gloriosas. Que las mortificaciones que nosotros nos impongamos y busquemos │2vson nada y sin mérito con relación al gran mérito y valor que tiene nuestra pronta y ligera obediencia, aunque en ello nos tengamos que vencer grandemente y nos repugne mucho aquello que nos mandan y ordenan. Otra vez le hablaba una persona lo mucho que le costaba obedecer a otro que había sido menos que él, o era más joven que el que tenía que obedecer, y D. Federico le dio la razón en lo que decía pero que esta obediencia, en sí desagradable, dispuesta por Dios había gran mérito celestial. │3

El, nuestro D. Federico, en todo daba ejemplo e iba el primero y, como se dice vulgarmente, por delante de todos en la obediencia y en el sacrificio. En cierta ocasión un sacerdote decía de un seminarista que a este sacerdote X, no le era muy simpático el jovencito estudiante de cura, y le decía con cierto énfasis: «V. no debe seguir estudiando porque no tiene vocación de sacerdote» Y le contestó D. Federico: «Anda, no le digas nada, ni le hagas sufrir, que cuando el Señor lo ha llamado y traído por algo será, y tal vez aprecies y enjuicies mal las cosas, y puede ser

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que éste dé mucha [mas] gloria que nosotros, │4 y salve, o haga por salvar almas. Déjale, si él quiere estar y ser sacerdote, porque el querer estar ya es señal de vocación y me figuro que fue elegido para el alto cargo de la cruz». D. Federico tenía visión penetrante para el futuro, y parecía como que penetraba los corazones y conocía sus interioridades, pues este jovencito fue luego sacerdote que dio mucha gloria a Dios y muy celoso en el cumplimiento del deber por la salvación de las almas, │4vy sufrió mucho en su vida de sacerdote, lo cual soportó con extraordinaria resignación y paciencia, soportando todas las cruces por amor de Dios, con ejemplaridad y paciencia admirada de todos sus conocidos. │5

En cierta ocasión, D. Paco, el hermano de D. Federico, me encomendó un asunto financiero muy delicado y de difícil solución. Se trataba de unas letras protestadas, entonces de una buena cantidad de dinero, que no pudieron hacer efectivas. Y, desde Guadix, D. Paco me envió a Almería con este enojoso asunto para que yo hablara con los señores XX, pues D. Paco estaba imposibilitado. Y yo, con esta misión, fui a Almería en un día caluroso de verano │6y, vistos a estos señores, nada conseguí, aunque sí malas razones y brusquedades, pues para los financieros y calculistas, saben Vds., y sabemos todos, que no hay misericordias y buenas razones. Para ellos solo hay dinero y dinero, su dios es el dinero. Y yo, amargado y sin resolver la cuestión que se me había encomendado, aquella noche me fui a Instinción en el coche de Alhama, pues en Instinción estaba enfermo D. Federico. Y andando desde Alhama a Instinción, llegué al colegio a las doce de la noche y di cuenta de toda la gestión y mala resolución a │7nuestro amado D. Federico. Él lo oía todo con atención y algunas sonrisas por ser yo un inexperto en aquel asunto tan delicado de letras, dineros y protestos, con aspectos de embargos y juzgados. ¡En fin! Se terminó la conversación y él me dijo: «Bueno, mañana por la mañana te marchas otra vez a Almería y ves a los señores XX, y les hablas otra vez de la conveniencia del arreglo de esas letras, porque ahora no tenemos dinero. Les dices que yo estoy en cama y que por eso no voy a verlos, pero tan pronto mejore iré, y tú vendrás conmigo de secretario. Mira, yo ofreceré al Señor los dolores de mi enfer│8medad y tú me ayudarás con sacrificios que harás en el camino y que ofrecerás al Señor por el feliz resultado de esta gestión encomendada. ¡Tú acepta y ofrece al Señor con gusto, como yo mis dolores, los sufrimientos y molestias que te presente en este viaje y reza la hora a la Stma. Virgen!» Al día siguiente me levanté y ¡pies al camino! Creo que en un coche llegué hasta Gádor, y desde Gádor a Huércal en un carro y, desde Huércal, andando, en plena tarde │8vde verano con un sol que partía las piedras. Y ofrecí estos sacrificios al Señor, como me había indicado D. Federico, por la gestión encomendada y por su feliz éxito y resultado satisfactorio de aquel negocio de difícil solución. Y uní mis molestias y sacrificios │9a los valiosísimos de D. Federico, tal como él me lo había mandado, por el éxito del asunto en cuestión. Cuando llegué a Almería y vi a los señores Romeros26, me dijeron: «Si lo ha mandado D. Federico, se hace, pues aquí en esta casa bancaria se hace lo que diga D. Federico y bastase que él lo diga para que se haga, márchese V. y diga a D. Federico, que haremos las cosas tal como él dice y ordena».

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N.E. Curiosamente quedan descubiertas aquí las identidades que se escondía tras las XX anteriores. 102

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Y vean Vds., lectores míos, cómo un asunto financiero │10de gran importancia y de solución difícil, lo arregló la virtud de D. Federico desde su lecho de enfermedad, y como Dios no se resistió a los sacrificios ofrecidos por él en este asunto, que el piadoso D. Federico ofreció con aquella santidad que le caracterizaba, y como él, con sus súplicas, alcanzaba del Señor la solución de los más grandes e intrincados asuntos que solo la virtud y poder divino podría arreglar. No cabe duda que D. Federico era un hombre muy de Dios y Dios se ablandaba a sus súplicas y fervo│10vrosísimas oraciones que, salidas de su ardiente pecho, eran llamadas espirituales que hacía al Señor misericordioso con resultados positivos. │11

Un día me dijo D. Federico, hablando de los pobres desperdigados y desamparados y de los niños sin protección y amparo, estas palabras de Jesús: « Colligite Fragmenta ne Pereant». Con esto me quiso decir que yo, en mi vida sacerdotal, tuviera cuidado y esmero con estos desheredados de fortuna, fragmentos de la Iglesia de Cristo, que así, recogidos y cuidados, pudieran salvarse. Y así hacía él por estos pobres a los que tenía en gran estima. Me decía D. Federico │11vque el cuidado y la protección de la niñez y de los pobres debía de ser el especial cuidado de la clerecía y, en general, de la Iglesia Católica. Para él, el cuidado y formación de la niñez era la obsesión de su corazón que recomendaba. Y quería recomendar mucho y sobremanera este particularísimo cuidado de niños y pobres a sus amigos y cooperadores. │12

D. Federico tenía gran celo por la salvación de las almas y un día me dijo: «Si no me tomaran por loco, me iba por las calles dando voces y predicando el amor de Dios, pues el celo de su gloria y la salvación de las almas me devora y consume, y Jesús me está dando voces y me dice con pena: da mihi animas. Las almas son │12 vdel Señor27 y por las almas vino al mundo nuestro Jesús. Y es menester que nosotros nos demos perfecta cuenta de la venida de Jesús y del valor de las almas. Vemos pasar las criaturas, estuches de almas, y no nos damos cuenta de esta gran verdad ni hacemos por ser otros cristos en esto y emplearnos en estos trabajos de tanta importancia».

│13

Mira, lector, lo que decía D. Federico: «De los locos es el cielo, porque para ir al cielo, en la tierra hay que estar locos de amor de Dios y hacerlo todo con locura de amor. Dios sonríe de alegría viendo y contemplando a sus locos. El cielo está lleno de locos y la Iglesia canoniza a los locos como S. Juan de Dios, loco de la caridad, la Madre Micaela, la loca del Sacramento, S. Camilo de Lelis, el loco de los enfermos, etc. A ningún sensato y reposón estima el Señor, sino a los insensatos según el mundo, y el mundo los toma por locos. ¡Señor, trae al mundo locos de amor!».

│14

Cierto día me dijo D. Federico: «Hoy yo voy a rezar el santo rosario, y todas las cosas que haga, las voy a ofrecer por los pobres enfermos de todo el mundo. Por los leprosos, por los tísicos, por los quirúrgicamente operados, por los ancianitos y enfermos con sus complicadas enfermedades de vejez, por los niñitos paralíticos, por todos los que sufren el yugo de la enfermedad cruel en cualquier fase, para que Jesús los visite y los consuele en sus dolores y tristezas, porque, José, el que goza no se acuerda del que sufre y hay en el mundo muchos que │15sufren. El mundo es

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N. E. Se repite en el manuscrito. 103

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un museo de cuadros del dolor, hay que acordarse de estos infelices y pedir por ellos». Y desde aquel día, yo tengo uno especialmente dedicado a pedir a Dios por los enfermos. Yo recojo todos los sufrimientos del orbe y se los ofrezco a Jesús, como me enseñó D. Federico, aquel ángel y piadosísimo sacerdote que cruzó por el mundo haciéndose santo y haciendo santos. Decía D. Federico: «Compadécete, Señor, de los que se ven apartados de los que aman y están apartados de sus hogares por la cruel enfermedad, ofreciéndote el mejor obsequio del mundo cual es el dolor». │15v

D. Federico fue una estrella iluminadora que pasó por el mundo iluminando con su doctrina y enseñanzas, con sus ejemplos de virtud y santidad y, sobre todo, con sus llamaradas de amor divino en que ardía y se consumía. Decía D. Federico: «Señor, aplástame con males y penas, con todo lo denigrante que Vos queráis con tal que sea aceptado y querido por Vos». Esto lo dijo un día al terminar la visita, y lo dijo con tanto amor y devoción, que yo quedé edificado, y en mi interior repetí otro tanto. Otro día dijo: «Hazme, Señor, alma privilegiada cargándome de penas y dolores, signo de amor. │16

Fueron muy graciosas [otras] palabras de D. Federico, sobre todo por su sal espiritual, porque en todo lo que él hablaba y decía tenía la primordial intención de cosa espiritual y provechosa para el alma. Estábamos tres estudiantes de cura en animada conversación de que se nos acercaban nuestras órdenes sagradas, y echábamos planes para el futuro comodón y tragón. Decíamos que terminada nuestra carrera sacerdotal empezaría la gran vida de tragonería. Yo, joven de veintidós años, era el que llevaba la voz cantante y sonante, con mi buen timbre de voz clara, y decía: «Luego que sea sacerdote tendré jamones, botellas, embutidos y ricas galguerías». Y me secundaba │17mi amigo X. «Muy bien»decía, eso será un encanto. Y saldremos del método racional de los sobrios repartimientos cocineriles, porque ¡hay que ver las voces que │17v da mi estómago a determinadas horas! Y con ese poquito en platos llanos, tengo que decir a mi estómago, ¡viscerica28 estomacal mía, conténtate que no hay ahora, ya habrá luego!» │18

Y el tercero en concordia decía: «Pues yo, cuando sea cura, el primer objeto de adorno que compre es una sartén como la que había casa de mi abuelo Pedro».

Y salté yo, con mi risa y buen humor: «No, amigo, una sartén no, un sarterón».

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N. E. «viscesica» en el original. 104

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Así transcurría la conversación estudiantil con la alegría de entonces, que ya hace años, que perdí para no volver. D. Federico nos oía, │18vnos dejaba hablar y se sonreía, y nosotros mirábamos al santo y decíamos: «D. Federico aplaude nuestras decisiones justas de este congreso manducatorio en que se toman acuerdos importantes para el futuro doméstico». Nos dejó hablar y expansionar bien nuestra tesis sin objetar, y cuando él comprendió que todo estaba dicho y aclarado, se acercó a nosotros con la gravedad santil que le caracterizaba y dijo: «Sobrie et pie vivamus in hoc saeculo abundante, pan y agua fresca y clara».

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y contentaros con comida sana y

Y, como siempre, las palabras de D. Federico para mí eran lecciones espiritualísimas y provechosísimas. ¡Bien se grabó en mí su frase comida sana y abundante, pan y agua! │20Así que por estas palabras y frases de D. Federico, ya ven Vds., lectores míos, cuál sería la austeridad de este santo sacerdote y su deseo grande de que todos fueran austeros y mortificados en el comer y beber, sobre todo los sacerdotes que en todo deben ser ejemplares. Y para nosotros, los [que] éramos sacerdotes in fieri, aquello fue una soberana lección de las muchas que D. Federico daba oportunamente, en ocasiones. Y yo, que conocía bien a D. Federico y conocía su vida austera y su moderación en el comer, decía para mis adentros: «así debe ser, y nos habla y enseña el │21que practica esta virtud de la sobriedad y es maestro y ejemplo en todas las virtudes». Porque de aquel gran virtuoso sacerdote, las cosas no son para decirlas, sino para haber vivido con él tan de cerca como yo en mis años jóvenes, y haber visto como yo lo vi, un santo viviente. Yo, que comía con él, veía, y sé, lo que era aquel austero y penitente sacerdote. Y sin que su parquedad en el comer fuera motivo │22para que nosotros andáramos a media cala y medio comer, como los huéspedes de Vidrieras29, sino que nos animaba para alimentarnos bien, con el principio de su frase: «Comida sana y abundante.» Y así él, que hacía de buen padre, exhortaba a buena y sana alimentación. Yo verdaderamente me gozo recordando tan ejemplar vida en aquel piadosísimo sacerdote que pisó la tierra para dejar detrás de sí luminosa estela. │23

D. Federico era muy celoso por el cumplimiento de las rúbricas sagradas, y en su persona aprendí yo bien a decir la santa misa. Y me decía que de las rúbricas y ceremonias se habría de hacer toda la estima que hacía y tenía Sta. Teresa de Jesús que, con tanto encomio habla de ritos y ceremonias. Me decía│24D. Federico que los defectos adquiridos en las malas formas de las rúbricas duraban siempre y eran difícil de corregir, por lo que era muy conveniente que todo acto litúrgico que se hiciera por primera vez, se hiciera con todo esmero y cuidado, y que, después del acto litúrgico, se hiciera un breve examen de conciencia para averiguar los defectos que hubiéramos tenido y los corrigiéramos en la primera ocasión que celebráramos actos litúrgicos. Y que era muy │25conveniente tener un rato de ensayo, o meditación cuando menos, referente al acto litúrgico que íbamos a celebrar. A D. Federico daba gusto verlo hacer sus genuflexiones delante del Stmo. Sacramento del Altar. Las hacía muy despacio y pausadas, y, por mucha prisa que tuviera, no dejaba de hacer bien hechas sus genuflexiones. Y al exterior reflejaba la fe que había en su creyente alma

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N. E. Referencia a Tomás Rodaja, el Licenciado Vidriera que da título a la Novela Ejemplar del mismo título de Miguel de Cervantes. 105

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sa│26cerdotal. Él, con su exterior modo de adorar a Jesús Sacramentado, a lo S. Francisco de Sales, hubiera convertido incrédulos. Una vez le dije que, teniendo él Reservado en casa, qué necesidad teníamos de ir a la Catedral a postrarnos delante del sagrario. Y me contestó que teníamos que predicar con el ejemplo y decir a todos │27que allí estaba Jesús, y que nuestra adoración fuera imán de atraer almas a Jesús para aplacar su sed de amores divinos. ¿Para qué quieren Vds. que les diga en Dichos y hechos de D. Federico cosas de él? Pues era máxime perfecto en todo, y todo lo hacía con gran amor de Dios e iluminado con la luz refulgente de la fe, su gran luz sobrenatural, y por ella veía siempre a Dios, y él estaba siempre en la presencia de Dios con estos coloquios espirituales que │27veran propios de un santo, como él era. │28

D. Federico era humildísimo y no le gustaban las exhibiciones, y si alguna vez utilizaba el hábito coral fuera de la Catedral y del coro, era porque nosotros nos valíamos de tretas y estratagemas para vestirle de canónigo en iglesias extrañas y aduciendo razones de conveniencia por la solemnidad del acto, pero él aceptaba con cierta contrariedad y repugnancia y decía: «Dejadme vivir y actuar a lo Juan de Ávila, que es lo cristiano y a propósito para ser humilde, y no me hagáis30 │29 salir a escena a lo D. A». Éste era un señor canónigo que, para todo y en todas partes, se vestía de canónigo y siempre estaba en traje de colores. Y esto de tanta exhibición le desagradaba a D. Federico mucho, y sobre manera hablaba de la virtud de la humildad y de la brevedad de los días humanos. Decía que, para él, su mejor adorno y su mejor traje era su sotana negra de clérigo pobre. Y cuando hablaba de la sotana, la gran librea de Cristo, sus palabras eran celestiales, y emocionado │30 besaba la sotana y decía: «Sotana, mortaja del hombre y hábito del santo». Yo creo que si D. Federico hubiera sido obispo, hubiera vestido de negro, pues era extremada su humildad. ¡Y qué gran obispo hubiera sido esta luz brillante de la Iglesia, y a qué corazón tan grande y paternal hubieran encontrado sus diocesanos! ¡Tan a lo S. Carlos Borromeo, tan a lo Santo Tomás de Villanueva y tan a lo Obispo Olverá! │31

¡El gran sermón de D. Federico! Era el 27 de diciembre y predicaba él en la catedral, el Sermón de S. Juan Apóstol Evangelista. Y puso por texto las mismas palabras de S. Juan: «Tú sequere me». Aquel sermón fue una maravilla arrebatadora. Cuando invitaba al auditorio a seguir a Jesús y oír su voz invitante a sus filas divinas, yo creí que estaba oyendo al mismo Jesús, que me llamaba. Hubo llamamiento para todas las personas de todo el auditorio, de todas las edades y condiciones. ¡Qué tú me sequere, tan admirable! Parecía que D. Federico se dirigía a cada uno │32 cuando miraba y convidaba tan amorosamente a seguir a Jesús y dejarlo todo por Jesús. Nadie pestañeaba. Todos miraban fijamente a D. Federico y estaban pendientes de sus sacerdotales labios que tenían cadencia de cielo y fuego y ardor del Espíritu Santo. Yo creo que fue el mejor sermón que le oí, a pesar de ser todos sus sermones muy buenos y de gran unción espiritual. Pero aquel tenía dardos de amor divino que llegaban muy al interior del alma. Sé decir de mí mismo que, allí, aquel día, hice propósito firme de │32vseguir siempre a

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N. E. Sigue un folio |28v que contiene: «Decía D. Federico que los hábitos vistosos son percalinas y fuegos artificiales». El texto rompe claramente la línea discursiva y parece un añadido posterior que se vale del dorso del folio 28 para anotar, a modo de recordatorio o para su inclusión en una posible revisión posterior del documento, un detalle más del pensamiento del Padre Federico en relación con el tema tratado. 106

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Jesús, que aquel día me llamó fuertemente y tocó con insistencia a las puertas de mi joven corazón que despertó, si algún letargo y somnolencia juvenil había en él. Todos luego se hacían lenguas para alabar y ensalzar el gran sermón de D. Federico, cual ningún otro oído ni predicado. Pero lo que arrebató grandemente y sobremanera es cuando, en el sermón, hizo alusión a él mismo y, con lágrimas en sus ojos y la voz enronquecida, emocionado decía:│33«¡Señor, Señor! Aunque nadie te siga, yo te seguiré con amor de esclavo. ¡Seré esclavo de amor». Y esto lo repitió, cuatro, o cinco veces: «Te seguiré, seré tu esclavo de amor. Te seguiré a ti y seguiré a tu Stma. Madre. Os seguiré, Señor y Señora, hasta la muerte». Y fue muy extenso en la declaración de este seguimiento espiritual v.gr.: «Te seguiré en alegría, en tristeza, en riqueza o pobreza, en honor, o deshonor, en la paz o en la calumnia, en la compañía de hermanos, amigos y esclavos o en el abandono de todos, pues contigo todo lo tengo, te seguiré, Señor, con │34 toda mi alma, mi vida y mi persona. Si para seguirte lo tengo que abandonar todo, lo haré con gusto, y por tu amor lo dejaré todo, hasta estos paños morados de mi hábito coral. Por seguirte dejaré hasta mi vida y perderé esta vida con gusto y amor, pues tú eres mi única vida: Ecce ego mitte me a buscar almas que te amen y que te sigan». Esto fue, poco más o menos, en argumento, lo que dijo D. Federico, pero es imposible que yo pueda transcribir a estas cuartillas, a vuelo de pájaro, lo que él dijo en una hora aproximada │34v mente de fervoroso sermón catedralicio y en que tantas veces repitió: «Señor, yo te seguiré. Y, aunque todos te dejen, yo no te dejaré. Quiero prometértelo aquí, solemnemente, delante de tantos testigos como me oyen hoy aquí, en este templo y lugar sagrado. ¡Dadme, Señor, fortaleza, ayuda y valor para ser fiel a mi palabra y promesa de seguirte hasta la muerte! ¡Dadme tu gracia que me sostenga y me haga valiente! Tú dices, Señor, tú me sequere. ¡Te seguiré, Señor, te seguiré!» Repito │35que, esto, con más palabras arrebatadoras, siempre fue lo que dijo D. Federico en aquel trascendental sermón que yo oí, atento y reverente, y que, ahora, concisamente, transfiero a vosotros, lectores de estos episodios piadosos de su vida e historia. Y, así, estas noticias biográficas son de D. Federico viviente a quien contempláis, a través de sus dichos y hechos, en estas mal trazadas cuartillas, escritas por un sacerdote anciano que │36está ya en el dintel de la muerte esperando la llamada de Dios, pero que, antes de que esta llamada llegue, he querido, y debo, manifestar a Vds. estas cosas que yo sé de nuestro inolvidable y piadosísimo sacerdote y canónigo D. Federico Salvador Ramón, que Dios trajo a esta vida en la ciudad de Almería, de la luciente y diáfana Costa del Sol. │37

Con toda certeza, puedo afirmar que D. Federico no dejaba un día sin celebrar la santa misa que, ya he dicho en otra ocasión, decía con mucho fervor y devoción. Y si alguna vez iba de viaje, como ocurría algunas veces, de tal manera disponía las cosas y horas que celebraba el augusto sacrificio antes de la hora de salir, pues, sabido es que, en sus tiempos y en los míos, no se podía celebrar nada más que una hora post meridiem, ni había misas vespertinas como │38ahora tenemos. Así que, combinado el viaje, D. Federico decía misa antes de salir generalmente. Y no por ello andaba aprisa en la celebración, sino en su modo habitual de calma y fervor. De su ejemplar modo de celebrar ya he hecho mención en otra exposición. ¡Antes hubiera perdido D. Federico todos los viajes del mundo que dejar de celebrar y enfervorizarse con el Augusto Sacrificio del Altar, que tanta vida espiritual da a los buenos sacerdotes, como él era!

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Muchas veces fui confidente de D. Federico, y él, muchas veces, me manifestó los deseos ardorosos y santos de su corazón. Íbamos a Murcia porque él tenía que hablar y tratar negocios piadosos con otro sacerdote y, al pasar en el auto Ford por una iglesia de hermosísima fachada estilo barroco, templo suntuoso cerrado al culto y convertido en almacén de maderas, se le saltaron │40las lágrimas y me dijo con pena: «¡Válgame Dios! ¡Y que a esto hayan venido a parar los templos del Señor con [la] indiferencia de muchos sacerdotes! Desde el interior de ese templo el Señor da voces y gemidos, mejor dicho, a la puerta de ese templo está Jesús amargado y dice: Abrid mi casa y ponedme en mi altar, donde estuve tantos años. »│41¡Qué lástima tan grande haya tantos templos cerrados al culto entre tanto que se abren cafés, bares y sitios de recreación! ¿En qué piensan los sacerdotes y buenos católicos? Un templo más nunca está de más. Un templo más es un sagrario más, y si los del mundo encuentran a cada paso sitios de recreación, tal vez pecaminosos, │42¿por qué los católicos y buenos cristianos no han [de] encontrar en cada calle, si es menester, como es menester, un templo y un sagrario? »¡No veamos nosotros con indiferencia a Jerusalén desolada! ¡Lloremos con pena la ruina de los templos del Señor! ¡No busquemos palacios para nosotros y gastemos, y busquemos, para templos, │43y, sobre todo, para un templo como este, en sí hermoso y abandonado! ¡Qué bien estaría este templo para poner en su camarín a mi reina, la Divina Infantita, y [a] su Divina Majestad expuesto todo el día a la veneración pública en suntuosa custodia! ¡Qué lástima, Señor, que no tenga yo dinero y │44cooperadores! ¡Manda, Señor, obreros a tu viña, y no estén los sacerdotes inactivos habiendo templos cerrados! Jesús espera mucho de sus sacerdotes y les pide, y les exige, con mucha razón. ¡Señor, Dios mío, haz que yo pueda, y dadme vida! »José, tú eres joven, no te olvides de Jesús. Trabaja por él aunque te tomen por loco». Siempre que paso por la puerta de este templo, │45que aún sigue cerrado, me acuerdo de las fervorosas lamentaciones de D. Federico y digo al Señor: «¿Por qué te llevaste a sacerdote tan santo al cielo?». Conste, lectores, que hablo de templos que están cerrados al culto católico, al divino culto católico, desde hace más de un siglo, desde la desamortización del siglo pasado31. Y de estos templos cerrados se lamentaba D. Federico en el 1924. Conste, señores lectores, que D. Federico era un santo, obraba como santo y sentía como santo. Y, como santo que era, sentía en el alma que estos templos cerrados y hoy medio │46 derruídos no fueran la quieta y perfumada morada de Jesús, de nuestro Jesús del alma, y que estos lugares, que fueron santos y perfumados con el incienso litúrgico, estén hoy malolientes y de aspecto desolador. Sabed y entended que D. Federico, tan fervoroso y bueno, hubiera dado su 31

N. E. El siglo XIX español vivió cuatro desamortizaciones: la de las Cortes de Cádiz (1811-1813); la del Trienio Liberal (1820-1823); la de Mendizábal (1836-1851), y la de Pascual Madoz (1855-1924). Posiblemente sea a esta última a la que se refiera el Padre Sirvent por su cercanía en el tiempo y porque fue la que más afectó a los bienes eclesiásticos. 108

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vida por el rescate de un templo y en él poner a su Reina y Señora, la Divina Infantita y a nuestro Dios y Señor en la Hostia Santa. Yo, que tuve la dicha de conocer y tratar a D. Federico, sé hasta dónde llegaban sus locuras de amor divino y cuánto sufría su alma cuando │46vél no podía remediar estos males morales. Y yo, en nombre de él y conocidos sus deseos ardentísimos referente a esto, os diré que secundéis sus deseos y procuréis por todos los medios no dejar cerrados a culto católico los templos del Señor. Y antes que vuestras casas y palacios son estos lugares sagrados, ahora profanados. ¡Mirad que estas palabras y deseos son del sacerdote más santo y fervoroso que yo he conocido en toda mi vida, que ya es de bastantes años! ¡Mil veces daré vivas a aquel santo sacerdote almeriense, que está gozando de Dios! │47Y todos los que hemos tenido la dicha de conocer a D. Federico Salvador y admirar sus virtudes, tenemos que hablar alto, y estamos en la obligación de hacerlo, para que las generaciones futuras conozcan por nuestras letras el grado de santidad de aquel varón de Dios y sacerdote del Señor, que pasó por la tierra haciendo bien. D. Federico, que vivió en la última parte del siglo pasado y en la primera de este siglo, no cabe duda que vivirá, con plenitud de vida, en la Congregación Mariana que él estableció. Cada día que viví cerca de él fui testigo de sus virtudes y percibí el olor de su santidad. Escribir estas líneas es para mí homenaje de │48amor y admiración con gratitud. D. Federico decía que su amor mariano lo adquirió en su niñez pero se despertó de una manera extraordinaria en Méjico, y que quedó tan grabado en él este santo amor mariano, que por nada ni por nadie lo dejaría, porque abandonar este amor sería para él gravísimo pecado, que antes moriría y perdería su alma que perder este sacrosanto amor. │49Se le veía enrojecer su rostro y derramar lágrimas al hablar así. Me decía D. Federico que una vez dio una misión en un pueblo de Méjico y que le acompañó en esta misión un piadoso sacerdote que yo conocí; que antes de comenzar la misión se puso de rodillas delante del párroco de aquel pueblo, que no sé qué pueblo era, y que así, de rodillas, │50hizo voto de obediencia al señor cura por todo el tiempo que durara la misión. Y que aquel señor cura se echó a llorar y dijo: «No he visto en mi vida un sacerdote de rodillas delante de mí». Y que fue tanto el cariño que le tomó el señor cura, que fue un gran cooperador de aquella misión y resultó muy fructuosa. Esto que voy a decir a Vds. no me lo dijo D. Federico, pero sí │51lo sé ciertamente por testigos presenciales y oculares, buenos cristianos de antes. Me [lo] decían el tío José María Tripiana y la tía María Jesús, su esposa, y lo afirmaba el tío José Juan que debió fallecer por el 1929 en el pueblo de Fines. Los tres, emocionados, me referían el caso. Decían estos testigos oculares que, cuando D. Federico terminó la gran misión de Fines, después del último sermón y antes de despedirse del pueblo, dijo a │52todo el vecindario: «Yo ya me voy al cumplimiento de mi deber, pero no es bueno que me vaya sin ningún regalo vuestro después de estos días de tanto trabajo, y espero de vosotros, que sois muy buenos, que me regaléis cosas para pagarme en cierta manera el trabajo que yo he hecho aquí. Lo tomo todo, cosas de comer, dinero, ropas… Así que, de vosotros, los ricos y los acomodados, espero que desde por la mañana, a las nueve, hasta las doce, me daréis de todo lo que yo necesito». Y el día siguiente fue un río de darle cosas de comer, etc. │52va D. Federico, y se llenó el zaguán de la casa de Dª Natalia, que fue el lugar destinado para esto, donde se reunió mucho. Por la tarde, a son de campana, o como dicen allí, a campana tañida, se convocó el pueblo y D. Federico les dijo un sermón conmovedor. Y les dijo que así como había exhortado a los ricos y

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acomodados para que le regalaran cosas en el día anterior, invitaba en el siguiente día a todos los pobres del lugar para obsequiarles con todo lo que le habían regalado. Y, con este modo finísimo de fina caridad, obligó a los ricos a dar limosnas a los pobres │53y menesterosos de la villa. Terminada esta obra caritativa del reparto todos estaban muy contentos y satisfechos. Los ricos porque, con aquella estratagema espiritual, se habían visto con el deber cumplido de dar a los pobres olvidados del lugar, y los pobres fineses porque, con aquella inventada obra de caridad del Padre Misionero, se encontraban, por unos días, con las cosas necesarias de comida y ropas. Digo que, [para dar por] terminada esta │54obra caritativa de encendida caridad, con algo que había reservado de los donativos y lo que puso el Gobernador de Almería, D. Rosendo García, se preparó en la misma casa del Excmo. Sr. D. Rosendo García una suntuosa comida para los doce pobres más pobres y más necesitados que había en Fines, cuya comida se dio y sirvió en el mismo comedor de gala │55del Sr. D. Rosendo García, sentados a la mesa dichos doce pobres, entre los que estaba una mujer muy pobre, que habían traído medio a cuestas, y se llamaba la Tía Chinchirina, muy devota de la Stma. Virgen María. La comida la hicieron las dos hijas de D. Rosendo, Flor y Patrocinio. Presidió la mesa D. Rosendo que habló a los pobres, y D. Federico sirvió la comida ayudado por su hermano │56D. Paco y presenciado por el señor cura. Dicen los contemporáneos, mejor dicho, decían, porque ya no queda ninguno, que en la vida habían visto un acto más hermoso en el que un sacerdote joven, con cara de santo, sirviera con tanto amor la comida a aquellos doce infelices pobres del pueblo de Fines. ¡En la historia de los tiempos no habían visto cosa igual! Terminada la comida, D. Federico les habló, llorando, a aquellos infelices que │57se querían comer a besos las santas y consagradas manos del sacerdote bueno, santo y ejemplar, cual era D. Federico. Y me decían los ya citados testigos presenciales, que al salir D. Federico a la Plaza de la Iglesia donde estaba, y está, la casa, se dio una gran salva de aplausos y vivas. Y D. Federico huyó et ascendit se in domu parentum. Y este hecho se conservaba fresco y radiante, de brillo no eclipsado, en el │58tiempo. Que yo fui cura párroco de este pueblo, que fue desde 1927 a 1933, y, por lo tanto, oí muchas veces las narraciones de este extraordinario hecho y, de ello, puedo certificar por oídas y narraciones descritas por personas fidedignas que vivían en aquellos tiempos. La casa del sermón y de los sermones de D. Federico desde su balcón principal, está todavía en pie, tal como era, en aquellos tiempos y se │59debían sacar fotos para estamparlas en estos escritos. Es el caserón que mira al sol saliente. Está situada en la Plaza de la Iglesia, mirando al Ayuntamiento, y se le nombra la casa de D. Rosendo, después de Veray, y hoy no sé de quién será, pero esta casa estuvo santificada por los sermones de D. Federico y por el extraordinario hecho de la santificada comida a doce pobres, los más pobres y miserables del lugar. │60

D. Federico quiso establecer un convento en la aldea denominada el Cabezo de los Gázquez y a este fin adquirió una finquita en este lugar citado. Y edificó allí cierto edificio a modo de convento. En este edificio, que no sé qué fue de él, D. Federico dio por sí una extraordinaria tanda de ejercicios espirituales a sacerdotes. A esa tanda de ejercicios asistieron los canónigos de Almería, D. José Álvarez Benavides de la Torre y D. Joaquín Peralta Valdivia. A esta tanda de Santos Ejercicios Espirituales que dio y dirigió D. Federico Salvador, asistió el Sr. Obispo de Almería, como se puede deducir con toda certeza por lo que dice el Boletín Eclesiástico del │60vmes de septiembre de 1909, en p. 294, que dice así:

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«Después de practicar los Santos Ejercicios, en el Cabezo de los Gázquez en unión de otros varios sacerdotes de la diócesis bajo la dirección del R. P. Federico Salvador Ramón, superior y fundador de los Esclavos de la Divina Infantita, se dirigió S. S. I. al Santuario del Saliente para reanudar la S. V. Pastoral a este lugar sagrado del Saliente llegó el once de este mes de septiembre…» Los santos ejercicios dirigidos y dados por D. Federico, comenzaron en el atardecer del día dos de septiembre. Hay que anotar bien en estos santos ejercicios que dio y dirigió D. Federico, según me contó D. Baldo│61mero Toledo Martínez y D. José Álvarez Benavides, que D. Federico, con una humildad increíble, servía él a los mismos ejercitantes la comida, y lo hacía con mucho amor y fineza extremada. Y con su gran cariño sacerdotal, a los sacerdotes servía con el mismo esmero y cuidado │61vdesde el Sr. Obispo hasta el último sacerdote. De modo es que D. Federico, en aquellos santos ejercicios, fue un sacrificado atendiendo espiritual y materialmente a aquel prelado y sacerdotes. No cobró nada por la estancia de los sacerdotes en aquella su casa │62ni percibió estipendio, ni remuneración por aquel trabajo de dar aquellos mencionados ejercicios, de donde se deduce que, D. Federico, lo hacía todo desinteresadamente, por puro amor de Dios, por la gloria de Dios y salvación de las almas. Decía el Sr. Obispo [que] le │64sentó [bien] el consejo que le había dado D. Federico diciéndole que se aprendía a mandar bien haciendo todos los días una meditación referente a la muerte, y hacer esta meditación cerca de la losa sepulcral de un obispo fallecido para que, teniendo en cuenta la brevedad de la vida y el despojamiento a fortiori de honores, sepamos mandar bien, usando siempre de la caridad como vara de mando y que la caridad suaviza y ablanda la dureza del báculo metálico. Y decía el Sr. Obispo: «Y estas enseñanzas de D. Federico tienen gran importancia │65para nos y las he tomado en mucha consideración para el buen gobierno de mi diócesis». Era tan grande D. Federico que todos tenían que aprender de él santificación. Yo, con la reflexión sobre su vida, voy recordando de él sus virtudes, sus dichos y sus hechos. Y estas cosas que en mi juventud no me sirvieron mucho, ahora, guardadas en el archivo de mi memoria, sí me sirven mucho para que, fijándome yo en el espejo de aquel santo sacerdote, sea │66yo, en el ocaso de mi vida, buen sacerdote, después de cuarenta y tres años de intensa vida parroquial, con las normas de aquellos sabios y piadosos maestros. De la mayoría de las cosas buenas que hacía D. Federico no se enteraba nadie, a lo sumo alguno que otro sacerdote o seminaristas confesados y dirigidos por él, con el mandato expreso de no decir nada. Y por eso, muchas cosas buenas de las que hizo, quedan en el anónimo olvido y enterradas en la vida. │67

Yo no puedo afirmar, ni lo afirmaré nunca, que D. Federico fuera de espíritu profético y Dios le revelara las cosas. Pero sí ocurrían en su vida cosas muy raras que, vistas ahora con calma y en sosegada meditación, parece que tienen algo de profético. Los dichos y cosas que yo vi en él en mi juventud y que, para mí, aquellas cosas pasaban desapercibidas, entonces, y sin ninguna importancia, ahora, ocurridas las cosas, aprecio de casuales, por no decir proféticas. Y dejo a la │67vconsideración de Vds. el fallo concreto de la apreciación. Cuando yo conocí y traté a D. Federico era yo ordenando y estudiaba Teología en el Seminario de Almería, pero con la conveniente licencia del Sr. Obispo de Almería, como ya dije a Vds. en mi primer cuaderno de estos apuntes, estaba en Guadix en la casa colegio de D. Federico y con él, con D. Federico, en un plan privado, daba clase de Teología Moral. Y estando en esta │68 clase particular, entró a ver a D. Federico el Canónigo Lectoral D. Juan de Dios Ponce de León, 111

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y yo me quedé allí, con ellos. Y hablaron lo que fue[ra], que eran cosas de catedral, y terminada la conversación se despidieron, pero sí me acuerdo, como si lo estuviera oyendo, que D. Federico, al sentarse en su sillón giratorio dijo: «Anda con Dios, futuro mártir». Y continuó tomándome la lección de moral. Ahora quiero hacer referencia a D. Juan de Dios. │68vDigo a Vds. que era Canónigo Lectoral de la Catedral de Guadix y decían que era muy bondadoso. Y la Santa Sede le nombró en comienzos del año 1936, me parece, Vicario Apostólico del Obispado de Orihuela, donde fue asesinado por el marxismo. Y me parece que D. Federico se confesaba con él. Ahora bien, ¿tuvo D. Federico visión profética de aquel martirio o fue casualidad esas palabras de futuro mártir? No me inclino a │69creer que fuera casualidad, sino que, en el plan de la providencia divina, esto ocurrió así, y lo oí yo bien oído, y bien me acuerdo de ello perfectamente, del «anda con Dios futuro mártir». [A] D. Federico le gustaba repetir mucho la frase de S. Agustín: «La mejor obra buena es la contrición». Y él, D. Federico, casi tenía esta frase por estribillo. Así que todos los que andábamos cerca de él la aprendimos bien para toda la vida: «La mejor obra buena es la contrición». │69v

Sabed, hermanos, que yo, con mucha satisfacción de mi alma, os comunico estos dichos y hechos de D. Federico para que aprendáis en ellos lo que era aquel santo sacerdote, que vio los días y luz del siglo XIX y del siglo XX. Y él ya gozará de Dios en premio de sus virtudes y nosotros tenemos la incertidumbre de poder salvarnos. │70

Era estribillo de D. Federico, que repetía con mucha frecuencia: «Sed buenos para todos en todo». También aconsejaba mucho: «No tengáis cosas superfluas, sólo las útiles y necesarias. El sufrimiento es el camino del triunfo. No es obra de caridad dar cosas que antes en justicia has debido dar. Son santos los que obran como Sn Juan de Dios, San Vicente Paúl y D. Bosco. El no obrar así es santo a medias y tenemos que ser santos de alma entera. Me gusta la Iglesia de los Santos y quiero ser uno de ellos. En la Iglesia de los Santos no debe haber nichos vacíos. Ocupemos esos sitios, siendo ahora virtuosos».

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Cuaderno 17

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PRIMERA PARTE DEL TRATADO DON FEDERICO SALVADOR RAMÓN CATEQUISTA Y EDUCADOR.

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D. Federico y los niños.

D. Federico era el canónigo de los niños. Todos los niños le conocían por el cura de la catedral y, cuando salía a la calle, se venían los niños a él como moscas a la miel. Y es verdad, pues D. Federico llevaba siempre sus bolsillos llenos de caramelos y peladilla que, con mucho amor, repartía entre niños pobres que le conocían por su propio nombre. Ya he dicho en otra ocasión que D. Federico tenía una escuela nocturna, y todas las noches visitaba aquella escuelita y daba a los niños una │2platiquita de cinco minutos, con dos partes catequísticas, amor mariano y amor eucarístico. Y los domingos, en su capilla, una misa para niños que, con gran pena de su alma, tuvo que suprimir por causas que no debo decir, pero sí procuraba que en la Ermita Nueva hubiera una misa para niños y que asistieran a esta misa como catequistas personas de su absoluta confianza. Se lastimaba mucho D. Federico que se ofendiese a un niño o niña y decía que el que no quería a los niños, no quería a Jesús.

│2v

D. Federico no estaba en su centro siendo canónigo de Guadix. Y decía con pena: «Mi centro y mi obligación son las cuevas y los niños pobres. Yo debo querer lo que nadie quiere. Y me acuerdo de los que están olvidados y domestico a los lobillos accitanos, porque estos, moralmente, se pueden convertir de lobillos en corderitos». En el fondo de su corazón D. Federico tenía un amor grandísimo a los niños. El que no quiere a los niños │3es un insensato. ¡Y no se dan cuenta estos señores de los valores futuros de la Iglesia y del mundo! Me decía D. Federico que mi mayor preocupación sacerdotal había de ser los niños y que no dejara que me los quitaran los laicos. Decía D. Federico que la mayor ocupación y preocupación había de ser los niños y que admiraba a D. Bosco y a D. Andrés Manjón. Tenía D. Federico un don especial │4para tratar a los niños y tanto era su amor que lloraba al ver un niño, y decía: «Señor, ¿qué será de esta alma

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angelical, tan blanca y tan hermosa?» Y cantaba emocionado con los ojos arrasados en lágrimas: «El alma de los niños, flor tan bella, pretenden los impíos mancillar32…». D. Federico tuvo siempre deseos de hacer un gran hogar para niños pobres, pero tuvo muchos obstáculos para ello incluso de personas ecle│5siásticas que no solo no le prestaban ayuda, sino que eran obstáculo positivo ad hoc. D. Federico trataba a todos los niños con mucho respeto y amor, y yo me quedaba extasiado viendo tanto cariño para los ángeles de la tierra. Decía D. Federico: «Los niños son los introductores de los sacerdotes en los hogares pobres y de obreros medios ateos o envenenados por las ideas y por los sistemas». Un niño de la Calle de la Gloria se puso enfermito y D. Federico le visitaba todos los días. Y le llevaba de todo │6lo que necesitaba y dinero a sus padres. Un día les dio delante de mí trescientas pesetas, que hoy serían tres mil. El niño falleció y le dijo D. Federico las misas de Angelis. Un día íbamos de paseo y nos encontramos a un niño pobre, sucio y mal educado. D. Federico lo llamó y no hizo caso. Era un pordiosero que pedía limosna y, con su saquito a cuestas de mendrugos de pan y patatas, el niño, no sé por qué, arrancó a correr, no sé por qué instinto, pero, en su carrera, cayó, tropezó. Y caído │7en tierra lloraba amargamente. Y como era natural, nos acercamos a él y se dejó levantar y consolar. D. Federico lo acarició mucho y le besó en la frente y, con su pañuelo, le limpió la cara y la sangre que se había hecho en las narices. Habló con él un rato. Le preguntó por su familia. Sólo tenía una abuelita anciana. Le dio un duro, el niño se puso contentísimo y D. Federico le convidó que fuera a su escuelita de la Ermita Nueva. Y así ocurrió. El niño iba a la escuela de allí y era muy bueno. │8

Cuando D. Federico miró la sangre del niño en su pañuelo blanco dijo: «Ya tenemos sangre de ángel. ¡Cuánta sangre de ángel habrá tirada por esos mundos sin haber quien la recoja y sin haber quien recoja a los ángeles! ¡Benditos Hermanitos de S. Juan de Dios, D. Bosco, y Manjón, que ellos sí saben recoger ángeles, tenerlos y cuidarlos! Pero, en los demás hay muchas teorías y poca práctica. ¡Dios mío, qué empacho de teorías inútiles! ¡Qué falta hacen apóstoles de niños y de almas, y cuántas sutilezas │9casuísticas sobran en el mundo de los detallistas sin fuste y que pierden el tiempo demorando cosas en los despachos, sin tirarse a la calle buscando alhajas de Jesús!»

Y D. Federico lloró y se entristeció. Y era verdad, hacía falta entonces muchos D. Federicos, de corazón tan grande y rebosante de amor a los niños desamparados, que son malos porque no hay quien les haga buenos y les conviertan de lobeznos en ángeles. Y dirigiéndose a mí, decía: «¡Y luego os quejaréis que hay muchos malos! ¡Pues │10trabajen todos ahora en hacer[los] buenos y ángeles bellos de la tierra! Mal hace ahora el sacerdote, sea quien fuese, que no se coloca en un trono de ángeles, pues sabido es que ningún alma va al cielo si no es trasportada por ángeles. Ellos son los que llaman a la puerta del cielo para que entren nuestras almas. Ya estoy cansado

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N. E. Se puede escuchar la canción completa en el enlace: http://angarmegia.wikidot.com/musica, grabación número 16. El contenido y mensaje de la letra solo debe ser interpretado a partir del momento histórico que se describe, que vive con violencia, en ocasiones, extrema el debate encarnizado entre escuela pública religiosa o escuela pública laica. 114

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de oír que los chicos son malos, ¿pero, quiénes son los que se dedican a hacer buenos a los chicos malos de las calles, que están abandonados de autoridades, maestros y │11de sacerdotes? Todos se quejan y se lamentan de la maldad moral de estos niñitos de hoy, pero ¿quiénes son los que se dedican en cuerpo y alma a su salvación física y moral, sacándolos del triste abandono en que viven, haciéndoles ángeles de Dios?» Todas estas palabras y lamentaciones de D. Federico quedaban bien clavadas en mi alma joven. Y fueron entonces escuela y aprendizaje y, después, punto de meditación para mí. Vean Vds. la manera admirable que tenía D. Federico de reprender a los niños. Un niño X se había │12disgustado con sus amiguitos y había formado la algazara número uno. Y en el tremendo remolino y gritería, llega D. Federico y se constituye [en] presidente del tribunal pueril. Cada uno dice su alto y su bajo y todo son acusaciones y cargos para el niño X, que, por cierto, era muy bonito y tenía cara de ángel, como de diez años. Cuando D. Federico oyó, paciente y serio, todas las acusaciones contra Antoñito33, que eran bastantes y tremendas en la apreciación pueril, y allí estaba Antoñito, cabizbajo, esperando la enorme sentencia │13y la filípica reprensión, dijo D. Federico: «Antoñito, ¿y has hecho tú todo eso que dicen de ti? Tú, que eras tan bueno y yo te quería tanto…» Antoñito sonrió con cara de ángel, y miró a D. Federico con cara y ojos de ángel también. Y allí quedó toda la culpabilidad, en una sonrisa y en una mirada. Yo quedé impresionado al ver como quería y corregía D. Federico a los niños y dije: «Esto solo lo puede hacer un santo, corregir a un niño malo con una palabra buena y una mirada». Que un hombre de edad tratara con tan extremado amor a un niño díscolo y el niño oiga pacientemente las │14acusaciones, sin rechinar, y sonría como ángel cuando le mira y habla D. Federico, eso solo era propio de aquel hombre santo que vivió en este mundo, de hablar tan dulce y de modo y trato tan cariñoso que, así, convertía a los chiquillos en ángeles. ¡Con razón todos los niños querían a D. Federico! Porque era panal de miel para ellos. Y, dicho de paso, manifestaré que D. Federico era la bondad personificada. Y de ello podemos certificar los que tuvimos la gran dicha de conocerle y tratarle, y declaramos que no hemos visto ni conocido │15otro sacerdote más amable en su trato dulce y exquisito, y nos duele mucho en el alma el no haber sido de los suyos siempre, siendo él tan bueno y tan santo. Su recuerdo y santa fisonomía nos incita a ser virtuosos y buenos y a imitar su virtud, que era mucha. En una noche de invierno se presentó en el colegio de D. Federico, en Guadix, un sacerdote que llevaba tres niñitos, como de diez años, que sus papás habían confiado a aquel sacerdote para llevarlos desde Almería a los Vélez. Hacía mucho frío y, como D. Federico quería tanto a los niños, les hizo pasar a su habitación, como menos fría, y estuvo dialogan│16do con ellos para animar a aquellos angélicos. Y les dio dulces y estampitas. Y los niños estuvieron animadísimos y no tristarrones. Yo veía como D. Federico se hacía niño, hablando con aquellos tres niños tan niños que, hablando con D. Federico, no sentían la ausencia de sus papás. Yo, en todo lo que D. Federico hacía, tenía espíritu de observación, y pudiera ser que Dios pusiera en mí aquel espíritu de observación y curiosidad para que yo ahora, pasados tantos 33

N. E. De nuevo se nos descubre la identidad de la persona que previamente se había ocultado. 115

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│17

años, diga, como testigo ocular, lo que fue aquel gran sacerdote. Y yo, ahora muy viejo, diga a Vds. lo que vi siendo jovencito. Cuando llegó la hora de cenar me dijo D. Federico: «Tú, José, llévate estos niñitos a cenar y cuídalos y trátalos bien en todo, que mejor estarán contigo que con nosotros». Y a cenar me llevé yo a los tres niños, que eran tres angelitos primorosos, bien vestidos y bien educaditos. Luego D. Federico ordenó, que en la misma habitación, en la habitación contigua a la mía, le pusiera tres camitas. │18

Digo a Vds. estas cosas para que se den cuenta que D. Federico era un padre con todos y en todo se preocupaba mucho de todo y máxime de los niños. De él, de D. Federico, aprendí yo muchas cosas muy buenas, y es que los que vivían tan santamente dejaron olor de santidad para mucho tiempo. Lloraba un niño amargamente pegadito a las rejas de la Catedral sentadito en el suelo, y D. Federico, que salía del colegio para ir a confesar al seminario, envuelto en su manteo de merino y vueltos de terciopelo como era usanza entonces en la clerecía, al oír al niño llorar, se paró con mucho cariño, y con mucho cariño, grabad bien que digo con mucho cariño, se acercó al niño y se inclinó a él como a un ángel │20tan grande como el suyo. Ahora que yo ya soy muy viejo y me he vuelto como niño, quisiera encontrar este tierno y amante corazón. D. Federico se recreaba en tratar bien a los niños, y a los niños no les daba miedo de aquel hombre vestido con trajes talares, sino que se venían a él con amor, y él para los niños tenía de todo: dulces, estampitas, dinero y amor. Señores lectores, ¡cuánto grande conocí! ¡Y cuánta grandeza dejó Dios al dejar y dar tan gran fundador de la Divina Infantita! ¡Claro, señores, que D. Federico, como todos los fundadores, fue claveteado en su corazón sacerdotal y tierno con muchas lanzas y espinas punzantes!, │21pero aquel corazón lacerado, y sangrante muchas veces, no dejó de ser corazón de padre para los niños, a los que amaba mucho y buscaba con amor, tal vez para consolar él su corazón triste con la inocencia y candor del corazón angelical de los niños desde donde salían, sin darse ellos cuenta, palabras y frases que, como venidas del cielo en labios de ángeles, servían de regocijo y contento a mi D. Federico del alma. Y él me dijo más de una vez: «Enseñando yo a los niños aprendo cosas que sirven de consuelo a mi alma dolorida que se goza y contenta estando con estos rapazuelos, en quienes la Iglesia de Dios tiene puestas grandes esperanzas mediante el │22cumplimiento del sagrado deber de enseñar que Dios puso sobre nuestra conciencia sacerdotal. Y a cada sacerdote se le debía señalar una zona, o porción, con la ineludible obligación de enseñar la doctrina cristiana a los pequeñuelos y a los grandes. Y son necesarias a la Iglesia de Dios estas escuelas religiosas de catecismo, sea en templos, en casas, o al aire libre, a lo Jesucristo, para que los niños estén más a sus │23anchas y locuaces y no sugestionados con el respeto propio de los templos sagrados. En las catedrales debía haber escuelas doctrinales y cada catedralicio con zonas señaladas de enseñanza a niños pobres, que, cuanto más pobres, más lo necesitan, pero no está en mis manos la solución de estos problemas». Decía [esto] D. Federico, mirando al cielo y brotando de sus ojos lágrimas de amor ardentísimo, que con disimulo limpiaba. Y a mí │24me conmovían en el fondo de mi alma joven

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y copiadora de tantas edificantes enseñanzas que tanto bien me han hecho en mi vida sacerdotal, y han sido en mí consejos perennes para el cumplimiento de mi deber ministerial sagrado. Veníamos, una tarde del mes de mayo, muy aprisa de dar D. Federico su catecismo a los niños de la Ermita Nueva y yo de ayudarle. Era yo clérigo tonsurado. Pasamos por la puerta de una │25casa donde34 había un difunto y a los hombres que había en la puerta, muy cortésmente, D. Federico les dio las buenas tardes, que también contestaron corteses y afables. Habíamos andado un pequeño trayecto cuando D. Federico se paró en seco y me dijo: «No te parece, José, que hemos hecho mal en pasar por la puerta de esa casa donde hay un difunto y no hemos entrado a rezar por el alma del finado. ¿Y si esa alma salida de ese cuerpo y de este mundo necesita nuestros ruegos y oraciones? Volvámonos y recemos piadosa│26mente ante el cadáver. ¡Hagamos esta buena obra de misericordia cristiana!» Y dicho y hecho. Nos volvimos y entramos en la casa, con gran edificación para los que contemplaron el espectáculo, y juntando D. Federico sus benditas manos rezó un responso por el fallecido, y luego un padrenuestro y avemaría, en cuyo piadoso acto todos se pusieron de pie. Terminado ello, dio D. Federico su pésame a los familiares, que ellos recibieron emocionados y con muchas lágrimas, y dijeron a D. Federico que habían agradecido mucho │27aquella piadosa acción de ir a rezar por un difunto a la casa de unos pobres. Luego que salimos de allí, D. Federico en tono emocionado y cariñoso [me dijo]: «¿Ves, José? Hemos cumplido un deber cristiano y social. ¡Qué buenos son los pobres! Todos se han puesto de pie y han rezado. ¡Cuánto agradecen los pobres cualquier buena acción que les hagamos! ¡Y cuánto bien hemos hecho si hemos logrado sacar esta alma del purgatorio y llevarla al cielo para que goce a Dios y ruegue por │28nosotros. ¡Cuánto bien podemos hacer, si nos fijáramos un poquito y no anduviéramos 35 tan ligeros y atolondrados en nuestro santo ministerio! ¡Cuánto gozo me ha proporcionado este olor de muerto y de cera, hasta las flores de esa pobre corona olían mal, pero nosotros hemos dejado olor de iglesia y de cielo! Y hablando de estas cosas mortuorias llegamos al colegio y entramos en la capilla y saludamos al Amo Jesús Sacramentado, y cada uno nos fuimos al deber. │29

Otro día que también veníamos de la iglesia de la Magdalena de tener catecismo para los niños de aquel barrio extremo, y también nos acompañaba el ordenado in sacris, D. Jesús Medialdea, cuando íbamos por el camino de Paulenca, salió a nuestro encuentro una mujer del pueblo con un niñito en brazos y, dándose cuenta la mujer que era D. Federico, le dijo: «D. Federico, V. que es un santo, ¡bendiga a mi niño!» Y D. Federico hizo sobre el niño siete veces la señal de la cruz. Luego yo, en plena Calle de San Miguel pregunté a D. Federico: «¿Por qué dio V. siete bendiciones al niño que sacó la mujer? Y me contestó:

34 35

N. E. «que» en el manuscrito. N. E. «andáramos» en el manuscrito. 117

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«│30

Siete veces he bendecido al niño de aquella mujer para que en el futuro practique las siete virtudes principales y para que los siete pecados capitales no reinen en él en el futuro». No sé quién era aquella mujer, ni quién era aquel niño, pero sí tengo para mí que las bendiciones de D. Federico habrán dado sus efectos en los tiempos transcurridos, y este niño, al ser hombre, habrá sido feliz y muy espiritual. ¡Quién sabe │31si habrá sido sacerdote, desprendido, puro, humilde, austero, piadoso, paciente y cariñoso con sus hermanos…! Cuando llegamos al colegio y entramos en la capilla a visitar a Jesús Sacramentado me puse de rodillas delante de mi padre espiritual, D. Federico, y le dije: «Padre, ¡bendígame para que yo sea feliz en mi futuro sacerdocio!, padre ¡bendígame con amor!» Y D. Federico levantó sus manos, que a mí me parecieron de cielo, y me dio su santa bendición que yo recibí con mucho amor y mucha satisfacción del alma36. │31

Una corona para la Virgen.

Íbamos de paseo con los estudiantes por el camino de la ermita de San Sebastián, que está cerca del río, y nos encontramos a unos chicos jugando al trompo en un número aproximado de veinte y, como D. Federico tenía obsesión por los niños y en su corazón anidaba gran afán de instruirlos, entabló amigable conversación con los chavales, por su aspecto gente37 pobre porque ellos en sí iban │32mal vestidos y mal calzados, y D. Federico, repito, con su carácter atrayente, se acercó a los chicos y entabló conversación con ellos en tono afable y cordial, [por]que, a pesar de sus años y dignidad, sabía D. Federico bajarse de esfera y achiquillarse en pro de la salvación y en alas del amor a los niños, y, cogiendo un trompo y una reata, se puso con los niños a jugar al trompo, y, por cierto y dicho sea de paso, que lo hacía muy bien, y el trompo bailó como un trompo, sin │33ser cascarrabias, sino suave como una mantequilla trompil. Así transcurrió un rato relativamente corto, un cuarto de hora, y D. Federico ¡manos a la obra!, ¡a entablar conversación espiritual con los niños! ¡Y ración de catecismo y plática doctrinal que fue muy cariñosa y acertada! Y salió como siempre el tema de la Virgen Santísima que estaba sin corona porque se la habían robado los niños malos. Y la Stma. Virgen le pedía una corona a los niños buenos que estaban allí, │34pero que la corona no era de plata, ni de oro, sino de doce estrellas con perlas de corazones. Y aquí procedió, el apóstol artífice, a la forja de la corona, y dijo: «Vengan aquí, a mi lado, los que quieran ser estrellas de la nueva corona de la Virgen». Y escogió a doce según su ojo clínico espiritual. «Ahora que vengan las perlas, corazones vivientes para la extraordinaria corona mariana» │35

Dijo D. Federico: «Bueno, señores, todos de rodillas, que le vamos a poner la corona a la Virgen».

Y dijo un zagal:

36 37

N. E. El autor repite el número de página en el manuscrito. N. E. «en su aspecto de gente pobre» en el manuscrito. 118

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«Pues, ¿y la Virgen?» A lo que contestó D. Federico: «La Virgen está en el cielo y en la iglesia de la Catedral. Mañana venís todos a la Catedral y allí confesáis conmigo antes de las nueve. Y cada uno de los que sois estrellas os ponéis de rodillas delante de la Virgen y le decís: Virgen, quiero toda mi vida ser estrella de tu corona │36santa y yo no cometeré pecados para ser tu estrellita». Y dijo uno con mucha gracia y salero: «Y yo al corazoncito bueno de la Virgen. Pero, mire V. D. Federico, este es muy malo y le pega a todos los chicos, y le hemos puesto el Miura, Roba a su madre y dice unas cosas que si V. las oyera se asustaba, de malas que son». Entonces el Miura dijo: «Pero también ha dicho D. Federico que a los malos también los quiere la Virgen cuando se vuelven │37buenos, ¿verdad V. que sí, D. Federico?» «Sí, hijo mío, así es. La Virgen quiere mucho a los niños malos cuando se vuelven buenos»dijo D. Federico. Y el chico contestó: «¡Y anda que no! ¡No voy yo a ser bueno, ni na! ¡Una miaja! ¡Anda, que ya no voy a ser bueno! ¡Y to lo que me manda mi madre y mi padre lo voy a hacer escapao y en un instante. ¡A que voy a ser mejor que tú!», le dijo el Miura al que le acusaba de malo.«¡Sí, mejor que tú diez veces! ¡Y no me digas na, porque D. Federico y este cura», dirigiéndose a mí, «lo van a ver si │37vno va a ser verdad lo que yo digo ahora. ¿Quiere V. que lo jure? Pues verán Vds. cómo el Miura es el más bueno de to Guadix. Y voy a ir a la escuela de D. Federico de la Ermita Nueva y ¡anda que no voy a ser bueno ni na! ¡Anda que ya no voy a ser bueno!» ¡Había que ver a la mañana siguiente a D. Federico, con su traje de canónigo, confesando al Miura y a sus compañeros antes de la hora de coro! Era edificante y conmovedor ver a D. Federico │38arrodillado delante de la imagen de la Santísima Virgen consagrándole como corona aquellos niños. Y todos los que pasaban por la capilla de la Virgen en la Catedral, se quedaban mirando aquel espectáculo de amor mariano y como, D. Federico, les decía a los niños una tiernísima plática del amor que le habían de tener a la Reina del Cielo, y que quisieran mucho siempre a la Divina Infantita… ¿Qué se habrá hecho de estos niños? Yo no lo sé, │39pero me atrevería a decir que el demonio no habrá podido arrancar aquella semilla santa de amor mariano de aquellos corazones donde la sembró D. Federico con tanto amor y sacrificio, porque él tenía la gracia de Dios en estas sembraduras de las besanas espirituales, y, como él era tan de Dios y tan de María, su labor ha de ser respetada del demonio que se irá huyendo, diciendo ¡«esto huele a María!». Creo que aquellos niños serán hoy buenos católicos del pueblo de Guadix y tendrán en sus │40corazones el amor de la Divina Infantita. D. Federico era un santo y un apóstol. Y a este santo apóstol debe mucho el pueblo de Guadix. Para medir la santidad de este apóstol del siglo XX había que oírle hablar de la Stma. 119

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Virgen. ¡Se le salía el alma por la boca en llamaradas de amor mariano! Y era más mariano y más santo, y más ardoroso, cuando enseñaba a los niños, y más candente de amor cuando los niños eran pobres y carentes de instrucción religiosa. D. Federico era un serafín de amor que idolatraba a los niños y les instruía con amor │41divino y desinteresado. D. Federico, a pesar de tener un carácter serio y viril, le tenía un amor especial y singular a los niños, y los acariciaba sobremanera. Y decía siempre que los niños eran los ángeles de Dios en la tierra, portadores de bendiciones, que por ellos Dios sostiene el brazo de su justicia divina sobre la humanidad, y el brazo de esta divina justicia se encoge e imposibilita al mirar y contemplar los niños, y son los niños el pararrayos de la venganza divina. [Por]que la mirada dulce y angelical de un niño hace reír │42a Dios y detener el brazo de su justicia airada. Decía D. Federico que, rodeado de niños, Dios se complacía en él y le miraba con mucha benignidad, que un buen catecismo con muchos niños huele a cielo y a perfume angélico, y que las habitaciones llenas de niños que escuchan el catecismo, son pedazo de cielo, y que no se encontraba con ánimo de terminar. Los niños no tienen picardías, decía, y su decir y su obrar era inocente y libre de pecados, y que, por esta razón, Jesús amó siempre mucho a los niños |43y que era deseo expreso de Jesús que sus apóstoles quisieran mucho a los niños y no es buen apóstol el despreciativo de niños, ni es amante de Jesús el que no es amante de los niños. Y cantaba con mucho entusiasmo «El alma de los niños flor tan bella pretenden los impíos mancillar». José, me decía en sus locuras de amor pueril, «que seas siempre muy respetuoso y amante para con los niños, que Dios lo quiere así y lo desea así».38. │42

Si vosotros, mis lectores, no lo decís porque no conocisteis y tratasteis a D. Federico, yo sí lo manifestaré a boca llena y lo afirmaré con certeza moral, que D. Federico era un sacerdote piadosísimo. Era santo en su porte, en su persona y en su alma. Con toda la santidad que le comunicó Jesús y [a la que] él cooperó con todo sacrificio y valentía de héroe de Jesús. Y santos son los que prácticamente son héroes de virtudes cristianas, como él era. No me vituperéis porque ensalce sobremanera la virtud viviente que yo conocí, y pensad que me quedo corto, y │43muy corto, en el decir y manifestar ponderando en todo su valor moral la virtud grandísima de aquel sacerdote extraordinario del clero secular. Y os digo con toda certeza que si lo hubierais conocido habrías dicho en justicia más que yo digo, ¡mucho más que yo digo! ¡Me quedo corto en decir! │44

En los años a que me he referido con mi amistad con D. Federico, yo era en cierta manera como su secretario particular y como su testigo de vista, lo cual digo yo aquí porque él, un día de broma y verás, me dijo «eres mi testigo». Y no sé si aquello fue como visión profética para que yo dijera ahora lo que sé de él. Y no sé si aquello fue por pura casualidad, │45pero el caso concreto es que me dijo que yo era su testigo. Y tal vez Dios, en su altísima providencia, permitiera esta compañía y amistad con D. Federico para que yo ahora os comunique, en espíritu de verdad, las cosas buenas y santas que sé de él y que vosotros, sus entusiastas, desconocéis. ¡Y estáis │45vansiosos siempre de conocer hechos y detalles de su vida santa y apostólica! Pues un día del mes de abril me dijo D. Federico: «José, vamos a ir a Almería en viaje de inspección». La inspección yo sé cuál era y no tengo necesidad de [desvelarla]39. Y dicho y hecho. Aquella tarde, │46en el tren correo, salimos juntos para nuestra ciudad de Almería y, como era

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N. E. La numeración del folio que sigue «|42» y que rompe la secuencia numérica, es la que figura en el manuscrito original. 39 N. E. Falta la palabra en el manuscrito original. 120

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natural, nos fuimos a su casa, imprenta de la Divina Infantita, Calle de Beloy, donde permanecimos dos o tres días. La segunda tarde, me parece, de nuestra estancia en la capital, salimos dando un paseíto por el antiguo paseo de S. Luis que está detrás del Sto. Hospital. Era al atardecer y notó D. Federico, y noté yo, que había un niño, como de diez u once años, recostado en el marmolillo bajo de una │47fuente muy baja que había en el extremo del paseo dicho. No levantaba del suelo cincuenta centímetros y, allí con los bracitos cruzados y sentado en el suelo, lloraba amargamente aquella angelical criatura, como pidiendo auxilio al cielo y a la gente que por allí paseaba saboreando la fresca brisa marítima, pues sabido es que este paso de San Luis está en la orilla del mar. D. Federico, movido a compasión, con el gran amor que le tenía a los niños, se acercó a este niñito y con mucho │48amor y mucha ternura de su corazón dijo a este niño, acariciándole sobremanera: «Hijo mío, ¿qué te ocurre que lloras con tanta pena y tan descorazonado?» Parecía que D. Federico averiguaba su dolor. Entonces el niño levantó su mirada, dulce y angelical, con aquellos ojitos negros que parecían dos aceitunicas arrasados en lágrimas y miró a D. Federico como adivinando que sería su salvador, era Salvador de apellido, y dijo el niño: «V. es padre del Corazón de Jesús». Contestó D. Federico: «No, no soy padre jesuita, pero soy padre de los niños │49buenos y apenados como tú. ¡Vamos, dime, hermoso, lo que te ocurre que lloras tanto! ¿Tienes hambre, estás malito? ¿Qué te ocurre? No llores más, que me da pena verte llorar». Y el chico se echó a llorar más fuerte y sin consuelo y luego que lloró fuerte unos minutos y D. Federico contempló, como embebecido, aquellas lagrimitas del angelito, con mucha pena y sin poder hablar, entre suspiros muy profundos y muy del alma que arrancaban el corazón, dijo: «Pues mire V. Señor │50Padre, que tengo una pena muy grande en el corazón y no puedo hablar, porque no tengo nada más que un padre y una abuelita que vende cañas dulces en la Plaza de Pavía. Y ella, como no puede venir porque está en la venta de las cañas, me ha mandado a mí al Hospital, ahí», dijo el chico señalando al Sto. Hospital«y cuando yo he entrado para ver a mi padre que está malito, el portero me ha dejado pasar, pero una monja alta que se estaba cortando las uñas │51de los dedos, me dio el alto y me dijo: ¿Chico dónde vas? Y yo dije: ¿Que dónde voy? A ver a mi padre que se llama Antonio el Lao, ¿lo ha oído V.?, pues a ver a mi padre que soy su hijo. Y me dijo la monja: Ya no es hora de visitas. Y me echó a la calle sin compasión. ¿Ha visto V., padre, lo que la monja hizo conmigo? ¿Padre ha visto V.?» Y el chico se echó otra vez │51va llorar sin consuelo. «Y mire V., Padre, no le he podido dar a mi padrecito este bollito de pan dormido que le ha comprado mi abuelita de la panadería de la calle de San Ildefonso de José Marín y esta cajilla de tabaco. ¡Y yo quiero mucho a mi padre! No tengo más padre que éste y yo no puedo dormir sin ver a mi padre. Y si me padre me está oyendo llorar por esas ventanas, ¡qué penita │52tan grande 121

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tendrá mi papaíto! ¡Ay! Mi padre, que me quiere mucho, me decía antes en mi casa: Hijo mío, te quiero mucho y por ti estoy trabajando sin poder. Y tú, ¿me quieres? Y yo decía: Papaíto, ¡sí, te quiero mucho! Y ahora, si no veo a mi papaíto, dirá que era mentira, que yo le engañaba y no le quería. ¡Ay, mi padre, que no lo puedo ver! Y la culpa la tiene esa monja │52valta que no me ha querido dejar [entrar]». Y el chico lloraba sin consuelo. D. Federico se acercó hasta el niño y, sacando su pañuelo, con mucho amor de padre, le secó las lagrimicas que brotaban de sus ojos y, yo creo que lo besó en la frente. Y le dijo con mucho cariño tomándolo de la mano: «Anda, no llores, vente conmigo que vamos a ver a tu papá». El muchacho al oír esto, como tocado de un │53resorte eléctrico, se levantó y cogido de la mano santa de D. Federico echó a andar. Y casi tiraba de D. Federico. Desde el trayecto de la fuentecita al Sto. Hospital, que es bien corto, D. Federico fue acariciando y consolando al chico, que más que un niño parecía un ángel │54 del cielo con sus alitas encogidas por la pena. Llegamos al Sto. Hospital y D. Federico buscó a la superiora que saludó cortésmente, y le contó detalladamente el caso. Y el chico volaba con los ojos y decía: «Padre, ¡por allí está mi padre!». Luego la superiora, también acariciando al chico, decía: «Mira, niñito, que estos dos sacerdotes vean a tu papá y le den lo que tú traes. Pero, tú no, hijo mío, porque ahora tu papá estará durmiendo». Y he aquí, de nuevo, los lloros y lamentos del chico al oír que él no…, y, entre tanto, dijo la supe riora a D. Federico: │55

«Es que este hombre está totalmente llagado, y es lástima dejar al chico que toque y bese a su padre». ¡Y he aquí el gran problema! ¡Que el chico viera y besara a su padre! ¡En fin!, entramos a la sala los cuatro, la superiora, yo, y D. Federico con el niño cogidito de la mano. Y le decía D. Federico: «¿Tú vas a hacer lo que yo te diga?» Y el chico dijo: «Sí, padre, si lo hago, pero ¡quiero ver a mi papá!» «Sí, pero no le beses, porque tu papá está malito y no se puede mover, y, si │56 tú le besas, se va a mover y se va a poner peor» Aquí el gran drama. El chico, al ver al padre dijo en un ¡ay! de dolor y alegría: «¡Papá!» Y el padre, profundamente conmovido, dijo en un grito salido del alma: «¡Hijo mío!» Y se echó a llorar. Como antes lloraba el chico, ahora llora el padre. Con amor de padre, todo rebosante de amor. El chico quiso besar al padre, pero este dijo: 122

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«No, hijo mío, no me beses ahora. Luego, cuando yo esté en casa y esté bueno, porque │57no es bueno besar». Este fue un drama doloroso. El chico quería besar a su padre antes de salir. Entonces tomó D. Federico las cosas que traía el chico y se las entregó al enfermo, y tanto se inclinó al entregárselas que, yo creo y lo afirmaría sin equivocarme, que D. Federico besó al enfermo las manos, y conste que este enfermo estaba todo llagado en su cara y en sus manos, pero yo, que estaba siempre en espíritu de observación en los actos y procederes de D. Federico, │58afirmaría con toda certeza que besó disimuladamente las manos del enfermo llagado que Dios le presentó en sus altísimos juicios para probar el heroísmo cristiano de este santo sacerdote. Pero lo que sí sé ciertamente [es] que D. Federico se puso de rodillas ante el enfermo, y esto lo vio toda la sala, y rezó en voz alta un padrenuestro y avemaría por la salud de este enfermo tan llagado con la enfermedad de piel que tuviera. Y les suplicó a las religiosas de S. Vicente que40 │60cuando viniera el niño, viese a su papá enfermo, aunque no le besara. Y el niño salió del Sto. Hospital medio contento. D. Federico le dio una peseta en plata rogándole, con caricias, que se fuera derechito a su casa, esto es, con su abuelita. Nosotros nos quedamos unos minutos más en el paseo de S. Luis, y luego me decía D. Federico: «José, ¡con qué ganas me he quedado en besar las llagas de ese enfermito en obsequio de las llagas de Cristo!» A lo que contesté: «Eso hubiera sido heroísmo │61de santo». Y me contestó D. Federico: «Y humillación de pecadores, como yo, por grandes pecados». Y le dije yo: «Bueno, ¡límpiese V. bien los labios por si acaso besó V. las manos del enfermo, sin darse cuenta!» Y D. Federico se sonrojó, tal vez por la gran caridad cristiana que llevaba dentro de su alma de santo viviente nuestro D. Federico del alma. Llegamos a la casa y D. Federico empezó el rezo del santo rosario para los que estábamos en la casa imprenta, cuyo rezo bendito dirigió él, y rezó puesto devotamente de rodillas delante de un cuadro de la Divina Infantita. │62

Que D. Federico tenía gran amor a los niños y eran su entusiasmo, se deduce de sus palabras encendidas de amor divino a la niñez. Un día me contó, muy enternecido, un hecho admirable. Y, en plan de cuento, me narraba una realidad cierta de un niño que fue desamparado y pobre y que fue recogido en una noche de invierno por unos solterones ricos. Llegó aquel niño a ser [un] sacerdote muy bueno que D. Federico conoció en su día y le apodaba D. Fortunato. Y, después de contarme muy emocionado la historia │63triste y alegre de D. Fortunato, acabó diciéndome:

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N. E. En la paginación del manuscrito el número 60 sigue al 58. No existe, pues, la página 59. 123

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«Y dime tú ahora, José, qué hubiera sido de aquel niño pobre y abandonado de no haber sido recogido y educado por señores cristianos, pues la Iglesia de Dios no hubiera tenido aquel buen sacerdote y de haber dejado aquel niño en el abandono y sin instrucción religiosa tal vez hubiera sido un enemigo furibundo de la Iglesia y un tirón del infierno». Y suspiraba D. Federico, mirando al cielo y decía: «¡Qué grande es el apostolado de la │64educación de la niñez y qué responsabilidad tan grande tenemos los sacerdotes, si no nos dedicamos de lleno a esta gran labor de la educación religiosa y formación social de la niñez, [que] es el primer deber sagrado de nuestro ministerio sacerdotal! Inclinaos siempre ante el niño y dadle la mano sacerdotal para no dejarlo perecer en la charca del pecado y de la maldad. Lavad muy bien al niño con las aguas de la misericordia y del sacrificado deber catequístico │65para que el niño [de] mayorcito no huela a cierzo, sino a perfume celestial de ángel». Hablando del amor que él siempre tuvo a los niños [contaba] que, cuando él estudiaba Bachiller, se juntaban en alguna casa de algún estudiante y hacían comedias de la vida de Jesús, y que él hizo una vez de Niño Jesús cuando se perdió en el Templo y que, en uno de los discursos decía: «Rabinos malos, escuchadme, que yo │66soy la luz para que os salvéis». Y D. Federico, cuando me contaba esto, se echó a llorar y me dijo: «Entonces decía yo, de broma y de juguete, que era la luz, pero ahora, de verdad y en verdad, tengo que decir que soy la luz y tengo que empezar por iluminar a los pequeñuelos para que, iluminados por la luz de mi ministerio, no anden ni vivan en tinieblas». ¿Veis, Señor, qué cosas tan bonitas decía D. Federico, lleno y ardiente de amor de Dios? Decía D. Federico que, siendo él bachiller, iba a enseñar la doctrina │67cristiana a la parroquia de S. Sebastián todos los domingos y días festivos a las cuatro de la tarde y que el párroco, Cañizares, le quería mucho y le gustaba mucho la ayuda de D. Federico, niño bachiller, a corte y modo del niño Antonio María Claret, digo yo. Además, sabemos que D. Federico era un excelente cantor y les enseñaba a los niños muchos cantos piadosos y era el capitán de la orquesta. También me dijo D. Federico que una vez hicieron una estudiantina de bachilleres para el │68Rosario de la Aurora que terminaba en Santo Domingo, donde oían santa misa, y que esto duró todo un verano; y luego discurseaba él, en plan catequístico, a los bachilleres en el patio de la sacristía de esta iglesia; que era su gran cooperador Gómez Rosende y Fernández Palacios, y que él gozaba sobremanera con estas rondas estudiantiles que terminaban en verdaderos catecismos de los que él era el jefe, pues sabido es que D. Federico era muy entremetido y jovial, ¡alma alegre en todo lo bueno! │69

Después, cuando D. Federico, ya bachiller, ingresó en el Seminario, se aumentó su sacrificio y esfuerzo catequístico. Se dedicó a tener catecismos en el barrio en que vivía y era ayudado de Bretones. En los meses de vacaciones, tenía su labor catequística particular en el Hoyo de los Coheteros, en el Quemadero, en el Barrio de la Caridad y en la Calle de Pescadores41 que, decía D. Federico, eran sus núcleos importantes de labor bisemanal para los niños pobres y que le ayudaba[n] │69vmucho, además de Bretones, Martos y algunos otros seminaristas de su época.

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N. E. Los lugares citados eran considerados, en aquella época, zonas deprimidas y marginales de la ciudad de Almería. 124

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También, ya ordenando, tenía D. Federico catecismos en el Barrio de la Chanca y en el de Chamberí, en cuya labor le ayudaba sobremanera el presbítero Gregorio Torres, o él iba a las órdenes de este sacerdote, pero con iniciación propia y propio parecer. Y le ayudaba mucho económicamente para estas buenas obras Dª Josefa Sánchez, católica dama rica de aquellos tiempos, que vivía en la │70Puerta de Purchena42 y que le compraba para los niños alpargatas y otras cosas necesarias para el vestir pobre de aquella época en que hablamos de hace ya más de ochenta años. D. Federico fue entonces un santo anónimo y desconocido, y aún sigue siéndolo, porque él, por él, siempre ocultó sus grandes virtudes, tapadas por su profunda humildad, y porque, hasta la fecha, ningún contemporáneo suyo tuvo fuerzas y valor para pregonar │70valto la virtud del héroe colosal de santidad. Es cierto que un día el Obispo D. Santos, en su acostumbrado paseo a la marquesina marítima del puerto, al lado poniente de la iglesia de S. Roque y enfrente del muelle de la Reina, fue con él D. Federico para celebrar un catecismo de niños pescadorcitos al aire libre y sentados en la arena, y tal fue el acierto del joven seminarista Salvador Ramón, y celebró este catecismo con tanto fervor, que el Sr. Obispo quedó entusiasmado. │71Así lo declaró a su[s] acompañante[s], el beneficiado de la Catedral, D. Trinidad García López, y el canónigo Carpente Ravanillo. Y todos miraban a D. Federico con admiración y respeto y veían en él algo grande. ¡Y llevaban razón! Pues D. Federico fue, después, en todo grande, y más grande en la virtud de máximos quilates de oro purísimo de caridad y perfume de cielo. Lástima grande es que, los que le trataron de cerca, no hubieran llevado un diario de su obrar, ya que, él, por humildad, nada personal │72suyo escribió, para dejar anónima su virtud, y solo [queda] escrita en los anales celestes. D. Federico, emocionado y lloroso, me contó un día de invierno en su biblioteca, recordando el amor grande que todos deben tener a la niñez y la gran obligación de educarla, el caso del niño abandonado y llorando en el portal de una de las casas de la Plaza de Santo Domingo que un matrimonio joven y sin hijos, al salir del Teatro Variedades a más de │73la media noche, se encontraron. Aquel angelito [estaba] llorando echado en aquellos portales de mármol blanco, llorando sin consuelo y en el mayor desamparo, y aquellos señores, movidos a compasión, recogieron aquella alma blanca del suelo de mármol blanco y le educaron con gran cuidado y esmero. Y el niño llegó a ser médico que luego veía y atendía, gratis, a todos los enfermos pobres. El ejemplo, real y verídico, es precioso. Y os prometo yo, después, si el Señor me da vida, narrarlo al detalle, como D. Federico me lo narró, │74que bien lo tengo grabado en mi memoria, ¡como en cinta magnetofónica!, con todo su colorido de detalles y pormenores, Y como es muy bonito y atrayente, es imborrable del archivo de mi memoria. Y después de narrarme D. Federico este hecho histórico, ¡tan bonito!, terminaba diciendo: «¿Lo ves, José, lo ves cómo llevo razón? A los niños no se [les] puede dejar abandonados. Hay que atenderlos, educarlos e instruirlos │75con mucho amor, ¡con grandes raciones y dosis de amor! Que el amor es un imán que atrae a los niños y, como las moscas acuden a los dulces, así los niños acuden a los dulces del amor cristiano, al norte y modo salesiano, pero a lo salesiano de verdad, del Obispo de Ginebra43».

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N. E. Centro neurálgico de la ciudad de Almería. N. E. El matiz que otorga el Padre Federico al término salesiano, «pero salesiano de verdad, del Obispo de Ginebra», establece de forma sutil una separación con los educadores salesianos de Don Bosco. San 43

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¡Qué dulce y atrayente era D. Federico para los niños! Y no solo era dulce y comedido para estos angelitos de la tierra, sino que lo era en gran manera dulce y atrayente para los padres de los chicos, que, con decir que era padre de un niño de su catecismo, le merecía todo respeto. │76

En cierta ocasión que desde Guadix vine yo a Roquetas de Mar a pasar en esta marítima y hermosísima población un mes de vacaciones veraniegas. El párroco de este gran pueblo, D. José Muñoz Díaz, sacerdote muy listo y muy lleno de fe católica, me habló con entusiasmo y encomio del excelente y virtuosísimo D. Federico, y me decía: «Mira, te digo a boca llena y con toda verdad, que D. Federico es un santo. Lo conozco bien por ser contemporáneo mío y condiscípulo. Siempre Federico fue santo y virtuosísimo. En todo era un santo parejo y atrayente. │77Recuerdo encantado», me decía «una fiestecita de catecismos que celebró con un sinfín de niños del Barrio de la Caridad y del Quemadero y de las inmediaciones del Barrio de Belén. Llevaba más de un centenar de niños bien uniformados y educados en un buen espíritu de piedad, todos los cuales confesaron y comulgaron el día de la Cruz, en la parroquia de S. Sebastián. Y luego les dio regalos y desayuno a cada uno de aquellos niños, festín y banquete pueril [que] se celebró en la, recientemente puesta, Tienda Asilo», y seguía D. José:«Yo estuve con ellos encan│78tado. D. Federico sirvió la mesa a los niños en aquel suculento desayuno que consistía en chocolate y buñuelos en abundancia, y, luego, salchichón y un bollito. Así que, los chicos medio famélicos de familias pobres, quedaron grandemente satisfechos. Pero, lo más admirable era el cariño y esmero con que Federico servía la mesa a aquellos niños, hecho él niño y con profundísima humildad, y cómo conocía a cada niño por su nombre. »Muchos días se estuvo hablando en la parroquia de S. Sebastián de este hecho admirable, y entonces no acostumbrado en nuestra ciudad, y decíamos: ya tenemos entre nosotros otro D. Bosco. │79Pero no te creas que la serie de estos hechos catequísticos de D. Federico quedó en esto, pues, en el mismo verano, se repitió la hazaña por tres veces, pues, puesto de acuerdo con los operarios diocesanos del Colegio de S. Juan, tenía un gran centro catequístico en la filial de San Antón y en San Roque, pues sabido es que aquellas dos iglesias eran filiales de extramuros y ayuda de la parroquia principal de San Sebastián, y aunque estaban, digo yo, en sentido opuesto de la principal, San Sebastián, eran anejos de ésta las dos iglesias indicadas. En esta de S. Antón, ayudado de los operarios, tenía D. Federico un catecismo vespertino en domingos │80y días festivos y le ayudaban mucho en ello económicamente Dª Josefa Sánchez Barranco, adinerada señora de Almería, y Vivas Pérez, el de la Almedina». Lo cierto es, decía D. José Muñoz, que en el día de la Ascensión de aquel año, que fue el 26 de mayo, seis meses antes de ser sacerdote D. Federico, los sacerdotes de San Sebastián acudieron a la iglesia de San Antón para confesar niños y ayudarle en las confesiones a los operarios y el gran catequista, D. Federico, vigilaba con gran esmero y amor a los niños. Se tuvo la Comu│80vnión de los niños catequizados │81en la iglesia de S. Juan, donde luego se les dio desayuno, a los niños y a los asistentes, costeado por D. Federico de los medios de que

Francisco de Sales, el Obispo de Ginebra, es conocido como «el dulce obispo» o el «dulce doctor». Afirmaba que la mejor manera de predicar era el amor. 126

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él se valía para estos menesteres espirituales, y que con sus artes y oración adquiría, o Dios le daba. ¡A pesar de no ser todavía sacerdote! Y me decía D. José: «Y si esto hacía Federico antes de ser sacerdote, ¡qué no habrá hecho después de ser sacerdote por esos mundos de Dios, donde le llevaba y conducía el amor de las almas!» Siempre, siempre, │82 admiré a Federico por santo y hombre extraordinario, enviado por Dios a este mundo para sembrar evangelio y hacer bien en plan de evangelio y caridad cristiana. Dichoso de él que fue santo y tan bien en todo cooperó a la gracia de Dios y a los llamamientos divinos de la inspiración. Todos considerábamos que era extraordinariamente santo y todo lo hacía como santo, infundiendo gran respeto y devoción su persona, que además de un buen físico, rebosaba de gracia de Dios. │83

Conste, lectores, que yo, aunque muy entusiasta y amante de D. Federico, digo con toda certeza y gran amor lo que vi, en él y lo que de él y de sus labios sacerdotales purísimos y ardientes oí, y lo que oí de otros sacerdotes que le conocieron │84y trataron, y, cuantas cosas buenas y santas oí yo de sus labios, fueron grabándose en mi corazón con el buril del amor. Y referente a los niños y los cuidados que de ellos debemos tener, no se cansaba de hablar y aconsejar con encomio y constantemente. Con cuánta pena decía: «¡Maestros, gobernantes, ricos │85y sacerdotes, en nuestros oídos no resuenan las voces de Jesús, cuando decía y dice: Dejad a los niños que vengan a mí! Desde luego, nuestra equivocación es grande y grave. Y las futuras generaciones se acordarán de este gran abandono que tenemos de los niños. Dejamos este oro tirado en el suelo de la vida y enlodado en los fangos del pecado mientras nosotros, a través de los cristales, mirando al cielo, nos consideramos beatos y felices con rezos rutinarios, viendo, entre cristales, caer y caer copos de nieve mientras hay niños descalcicos, con sus bracitos cruzados y manitas debajo de los │86sobacos, amoratadas y heladas por el hielo sus caras y goteando sus narices, ateridos por el frío». D. Federico sentía pena en el alma considerando la dejadez y descuido que se hacía de la niñez y decía con tristeza: «Verás, José, como extraños harán lo que nosotros tenemos necesidad y deber de hacer. Verás cómo nos quitan la niñez y juventud mientras nosotros andamos con teorías, y teorías improducentes de compadrazgo, que servirán para evidenciar el nombre de alguno que está en cartera, que suene como prohombre o promujer, debiendo ser anónimos los que trabajen por la idolatrada niñez». Decía: «Yo estoy perdiendo el tiempo en estos queha│87ceres canonicales y tú también pierdes tu precioso tiempo juvenil en no hacerte en el proceder salesiano, en espíritu, rodeándote de niños mocosos y sucios, que son miles los que hay por esos mundos de Dios. José, cuando quieras, no podrás ¡dichoso D. Bosco que fue listo en este arte de buscar chiquillos y salvar almitas! Mira, vendrá tiempo en que el Estado Civil haga por los niños lo que la clerecía no hace ahora y está con los brazos cruzados discutiendo teorías y tesis casi nulas».

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D. Federico recogió a dos niños pobres, les dio estudios y los hizo maestros. Tal vez vivan y estén por esos mundos de Dios haciendo bien. Decía D. Federico: «Lástima grande es que la Iglesia lo haga todo por dinero, o no disponga del dinero suficiente para estos menesteres de educación a desheredados de fortuna. José, yo quisiera que entre mis esclavitos hubiera unos leguitos limosneros que, en vida de sacrificios, recogieran y allegaran medios para formar niños pobres en el sentido cultural y religioso. »Yo siento en mi alma locuras de amor divino, me quemo de amor divino. Mira, José, yo quisiera que la catedral fuera un convento de santos o un manicomio de locos, pero el único loco soy yo. Hemos venido a este mundo, decía D. Federico, para hacer el bien y no para estar nosotros bien. ¡Lástima que pasemos esta vida tan equivocados! ¡Cuánto bien harían las catedrales con tener colegios gratuitos que serían cogealmas y regazos amorosos de buenas obras y buena instrucción! Está bien que tengamos imágenes talladas, que son libros abiertos que nos enseñan, ejemplos perennes de virtudes a imitar y ornato de nuestros tiempos en obras de arte, pero no tenemos [en] los templos del Señor santos vivientes y andantes. Y estos santos │90los tendríamos si todos los eclesiásticos nos dedicáramos a la labor docente de la niñez y la juventud. Ellos dan voces al cielo culpándonos de nuestro poco afán y esmero por ellos. »│89

»Y la Iglesia es madre, y madre cariñosa, y no puede tener abandonados a estos hijitos del alma que necesitan el pan de la instrucción y cultura religiosa, sin olvidar de atenderles en lo material por aquello de pan y catecismo, ¡No puede haber bien moral donde no está el mínimo suficiente de bien material!» Si no │91las mismas palabras, si es el mismo argumento e ideal que me exponía D. Federico, porque es imposible de recordar palabra por palabra, pero el ideal y el argumento sí es el mismo y muchas palabras y léxico propio suyo. Y yo cuando recuerdo estas cosas parece que le oigo hablar y el eco de su voz resuena en mis oídos. Recalcaba y remachaba D. Federico lo de las escuelas catedralicias gratis y que viera el mundo que la Iglesia daba │92la instrucción religiosa de balde y desinteresadamente, pero con pena concluía diciendo: «Pero, amigo, estos tiempos no han llegado todavía a la generalidad de los sacerdotes de las parroquias y de las catedrales, de tanta clerecía tan distanciada de los que tanto nos necesitan, en bien de ellos, para ser lo que deben: hombres cultos y religiosos. Y nosotros [los] necesitamos para defensa de nuestra Católica Religión, que necesita del amparo │93y protección de todos sus hijos [para] que, a capa y espada, la defiendan y cooperen a su bienestar». Como D. Federico era tan entusiasta, decía que no desperdiciáramos nuestro tiempo, que nos lo da Dios para nuestro bien espiritual y bien espiritual de los demás, y, sobre todo, de los niños. Los niños deben ser la preocupación práctica de todo sacerdote. Yo conocí el gran amor de D. Federico a los niños, pues celebró una fiestecita en la Ermita Nueva para los niños que confesó en sus escuelas de allí y, al otro día les dijo la santa misa, les dio la Sagrada │94Comunión a doscientos niños, y luego, después del acto religioso, les dio un 128

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gran desayuno en plan de abundante comida. Y a pesar de la alegría y bullicio de los niños, que para mí eran molestos, D. Federico estaba en su cielo y se hacía niño con aquellos niños a los que trababa con un cariño extraordinario y espiritualísimo. Les reía las gracias que hacían y decían y, él mismo, con sus manos benditas, les repartió aquella │95comida tan abundante y tan gratuita. Y no faltó para ninguno de los doscientos nada, que bien medido lo llevaba D. Federico o aquello tendría la gracia de Dios y aumentaría en las benditas manos de D. Federico, como los panecillos en los cestos de D. Bosco o los panecillos de Sta. Clara de Asís. Esto Dios lo sabe. Yo no puedo afirmar que D. Federico llevaba todo bien contado, bien pesado y bien medido, lo que sí puedo │96afirmar [es] que no faltó nada para nadie y todos comimos en abundancia y [que] sobró. D. Federico gozó aquel día lo indecible, riéndose rodeado de tantos niños pobres. Algunos, ya hombres, recordarán con gusto aquel día tan espiritual y de tanto regocijo infantil. Es de suponer que D. Federico, aquel día, gozara también sobremanera encontrándose entre tantos chicos pobres, [lo] que era su ilusión. Decía D. Federico, y se lo oí más de una vez, que no se habrá parecido44 en la labor docente al P. Manjón, porque, aunque │97a él le entusiasmaba esto de enseñar chicos pobres, tenía también otra misión especial: su Congregación y su Divina Infantita. Con él fui una vez a ver a un sacerdote que enseñaba a niños pobres y ver y analizar sus métodos pedagógicos espirituales fundándose en esto de enseñar cristianamente a las juventudes y niños: Quería D. Federico estar libre y no vinculado a parroquias y cargos eclesiásticos honoríficos, porque su honor y honra era enseñar a niños. │98

Deben Vds. saber que D. Federico ayunaba todos los sábados en obsequio de la Stma. Virgen. Disimuladamente, hacía ayuno rigurosísimo. Prefería comer solo y que no le observara nadie45, ni aun sus íntimos. Tomaba a mediodía solo un plato y por la noche una insignificancia. Todo lo demás que él debía tomar, liado en papeles, me lo daba para que yo se lo diera a algún niño pobrísimo de la diaria escuela nocturna. Y nadie sabía nada de esto, solo yo por ser confidencial y porque desempeñaba la escuela nocturna diaria. Yo, por orden de D. Federico, daba las frituras, carne, pan y fruta que D. Federico se habría de comer en el día del46 │98sábado, al niño cuando salía de la clase con orden tajante de no decir nada, y cinco pesetas en dinero por orden de D. Federico, en plan de limosna, a los padres del niño agraciado con la comida. Toda la vida de D. Federico está llena de hechos virtuosísimos y de hombre muy de Dios. Por eso dejó tanto bueno, hasta una Congregación Religiosa de almas escogidas, porque él fue un santo escogido. │99

D. Federico tenía grandes cualidades humanas y espirituales para los niños. Era un corazón grande y sensitivo para ellos. Decía que cuando el niño empieza a darse cuenta de la vida y empieza a formarse, debe darse cuenta, o debe ir dándose cuenta, que el sacerdote le quiere, le estima mucho, y se preocupa de él. Y de que es hijo de la Iglesia viviente, a quien representan los sacerdotes. Y el niño debe vivir sin miedo y empezar a formarse con alegría echado en los brazos de la Iglesia Católica, que le quiere como a un ángel │100y hacer santo de sus altares, tallado y cincelado con la gubia y el buril de la educación cristiana.

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N. E. «pintado» en el manuscrito original. N. E. «ninguno» en el manuscrito original. 46 N. E. La seriación de páginas del cuaderno repite, a continuación, el número 98. 45

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La falta de educación religiosa y el descuido de la formación de los niños se lleva muchas almas al infierno. Me citó D. Federico un día el ejemplo de D. X, y me decía: «Tú crees, José, que D. X sería malo como es, si en su niñez y juventud inicial hubiera tenido buenos educadores y sacerdotes que le hubieran querido y amado, como lo que en sí era un hijo de Dios, un alma predilecta redimida y comprada con la sangre de │101inestimable valor de Cristo». Y volvía él a canturrear medio semitonado: «El alma de los niños, flor tan bella, pretenden los impíos mancillar de Dios que hasta su sangre dio por ella...» Y me decía que había tenido con D. X una entrevista particular, acusándole de su mal vivir y peor proceder y poniéndole a la vista todos los horrores del infierno y la gran pérdida del cielo y de la suma bienaventuranza eterna. «Tú, no sabes, José, que yo he tenido una entrevista │102fuerte con D. X en su domicilio particular. Me he puesto de rodillas delante de él y, con lágrimas, le he pedido su alma pecadora para Dios. Y después de ese diálogo estremecedor para él, me contestó y me dijo: «¡Ah, padre de mi alma, amigo D. Federico! ¡Cuánto agradezco su interés por mi salvación! Pero soy una piltrafa y un ser humano sin voluntad propia. Mi formación moral fue muy mala, descuidada. Ignora V. que yo tuve una madre y unos hermanos descuidados en los deberes religiosos. A mí se me formó muy mal y no encontré en aquellos caminos iniciales de mi vida un sacerdote bueno y celoso que se preocupara de mí y me │103 educara muy en cristiano. Siendo yo muy niño, ya se me empezó a explotar en lo humano con gran descuido de mi formación moral. Y a la manera que se ensuciaban mis manos en la negrura del carbón que manejaba en aquellas fábricas, y, en la manera que se ponían negras con el polvo y uso del carbón de piedra, mi casa y mis ropas, se iba poniendo negra, negrísima, mi alma con toda la negrura del pecado sin haber encontrado en los caminos de aquella vida de entonces a un sacerdote piadoso y celoso, como V. que, a dosis de catecismo y explicaciones morales, hubiera │104evitado a mi alma caer en pecado y empezar la carrera fatídica del plano inclinado del infierno, en el cual, ya se puede decir con pena, ya estoy metido y zampado. ¡Ay, D. Federico de mi alma!», me decía D. X, «¡qué responsabilidad tan grande tienen los padres, pero qué responsabilidad tan enorme tienen los sacerdotes, y todos los que manden en los sacerdotes, de tener ellos cuidado exquisito de la niñez!» Y él, de rodillas delante de D. X, [con todo su] celo y amor, no pudo conseguir la enmienda y retractación de la vida pecaminosa de dicho caballero en el orden humano. Y decía D. Federico: «¡Qué terrible es para el sacerdote ser descuidado en │105la formación de la niñez mientras que, inconscientes, nos dedicamos a otras cosas! Y te digo, José, para tu gobierno en el futuro, que no pongas lo esencial de la educación cristiana en el aprendizaje rutinario de texto y palabras concretas, con exactitud de número, de cosas de catecismo. Bien está grabar esto en la memoria de los niños, pero es mejor, con explicaciones racionales y atrayentes, grabar en el alma de los niños el evangelio viviente de Jesús y las fundamentales reglas de moralidad cristiana. │106¡Cuántas almitas se pierden por descuido y, con risa diabólica, caen en manos de Satanás con gozo, si es que alguna vez Satanás puede tener gozo! » Estas son, poco más o menos, palabras de D. Federico, reseñadas con la exactitud posible del recuerdo y meditación, con gozo de mi alma al recordar su persona venerable y sus palabras

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llenas de fuego divino que salían de aquel corazón que se consumía en celo y amor de educar y salvar la niñez, principal preocupación de su alma santa. Con gran gozo, alegría y satisfacción de mi alma escribo estas cosas de D. Federico Salvador que vi y oí de sus santos labios, │107lo cual recuerdo perfectamente y con todo detalle. Una vez, me decía D. Federico: «¿Tú crees, José, amigo mío, que aquel seminarista que tú conociste y que murió tísico y medio abandonado, hubiera muerto en aquel estado deplorable si sus superiores y otros sacerdotes allegados hubieran tenido un poquito de más cuidado con él? ¡Que el jovencito de dieciocho años muera así, y aquellos sacerdotes cercanos a él estuviesen tan despistados y despreocupados de aquella obligación moral, ineludible, de tener cuidado de los jóvenes, en sus almas y sus │108cuerpos para que sea siempre templo y morada del Espíritu Santo…! Sobre nosotros, los sacerdotes, pesa el gran deber de tener cuidado de los niños y de la juventud, que nos necesitan en sus dolencias físicas y morales. ¡Hemos de ser guardias y vigilantes para que no pierdan la salud de las almas y de los cuerpos! Creemos que esto, en sí, no es pecado. ¡Y sí es un grave pecado andar descuidados en esta obligación sacrosanta de la niñez y juventud!» Y terminaba D. Federico: «¡Cuánto me interesan las almas y su salvación! Debemos adoptar la postura de cambiar nuestra tranquilidad, tranquilidad y descuido, de educar la niñez y juventud, por actividad y celo. │109¡Seamos el genio tutelar de la niñez, y, mediante la educación de la niñez, demos a España la unidad nacional! ¡Que los hombres sean uno, con unidad religiosa, que no se pierda la fe en España, poniéndola en el relicario bendito de sus corazones! Porque esta semilla de fe dará un campo ubérrimo de frutos benditos de Religión. Demos a la Iglesia hombres guerreros en el campo de la fe católica, que sepan, cumpliendo su deber con denuedo, mantener en ellos las doctrinas y máximas de Cristo. »¡Qué lástima! Cuidemos de los niños de los barrios para ellos │110y para los demás, y, sobre todo, para la Iglesia de Dios. ¡Hagámosles creer y amar al Dios Redentor, [para] arrancar[los] de las tinieblas malévolas del infierno y ellos, postrados ante el pie del altar, adquieran fuego y luz bendita para llevarla a los demás! ¡Que haya personas de Dios que lleven a Dios a los niños, y los niños, formados, traigan a otras almas a Dios! Seamos lunas claras que enseñemos a los niños en la noche de la vida y en los caminos del Señor para que no se pierdan, haciéndose para ellos la noche de la vida tenebrosa. ¡Hay que ayudar a los niños a volar, dándoles todo el vigor espiritual que podamos mediante la instrucción religiosa! »│111No vivamos retirados del deber sagrado de educar la niñez, que de este deber sagrado no nos podemos sustraer sin pecar, y gravita sobre toda conciencia sacerdotal este ineludible deber. Entre el catálogo de nuestras obras buenas este deber educativo debe ocupar el primer lugar. Debemos sentir en el alma sacerdotal las voces tristes de Jesús que nos pide almas, y almas tendrá Él si nosotros las llevamos mediante la formación religiosa de la niñez». Y decía D. Federico con mucha pena del alma:

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«No dejemos perder la niñez. Es mi encanto educar y formar a los niños. Y este encanto debe ser el de todos los sacerdotes católicos. │112¡Que los ecos de los catecismos resuenen en el cielo y alegren a Jesús! Enseñemos catecismo con la voz, con el corazón y con la obra que, mediante esto, reinará el Corazón de Jesús en España. No apode el mundo «insensatos neurasténicos» a los locos de la enseñanza religiosa, sino hombres muy acertados en el método inicial de la salvación de las almas. Tener muchos niños dicentes en el orden religioso es el cumplimiento del deber sagrado que da voces en mi interior. Esos inertes y comodones egoísmos del descaro en materia docente, es modus vivendi de los atolondrados por el demonio. No perdamos la memoria y recordemos con frecuencia este deber que Jesús puso en nosotros. │113

No seamos llorosos ante el sagrario y duros e insensibles ante el niño inculto, mal vestido y espiritualmente abandonado, porque, aunque seamos laureados en Teología, mala nota nos dará Jesús si no sabemos enseñar estas verdades a los niños con gran caridad y fe. Antes que los ojos de los niños vean lo malo y sus oídos oigan lo malo, cojámoslos a tiempo y démosles a ver cosas buenas y, entre lo bueno, lo primero sea el sagrario. Démosles a oír cosas buenas y entre lo bueno que oigan sea el gran amor que el bondadoso Corazón de Jesús tiene a sus criaturas racionales. Dios es un admirable y exacto contable y anota hasta el más ligero instante que nosotros empleamos en │114la preciada labor de enseñar catecismos, y suma Dios bien los minutos empleados en esta grata labor de apostolado». Me decía D. Federico que en sus tiempos de jovencito él conoció a muchos niños golfillos, porque hubo pocos que enseñaran catecismo, que esta labor sagrada no estaba muy en moda entonces. «Me sobra alegría en enseñar catecismo y me acuerdo de aquellos desgraciados niños que, siendo tan niños, iban arrastrando cadenas de pecados». Conoció D. Federico47 a un niño que decía barbaridades y arrojaba babas de infierno por las calles que pasaba, e infectaba 48 con vahos de infierno a los demás niños con quienes trata│115ba, y esto traspasaba el alma de D. Federico. Determinó él, en su interior, tener una labor constante de catecismo y ser el contraste de aquel chico malévolo, dedicarse él a la labor contraria, esto es, a enseñar y recoger compañeritos para Dios. De aquí salió su iniciativa y deseo de enseñar a sus amiguitos el catecismo y no se planteó |49nunca de dejar de cumplir este deber, propósito santo que formó e hizo en los albores primaverales de su vida. «Y a esto se reduce todo, a ser un capitán formidable en los adalides de conquistar almas, como aquel chico endiablado se esforzaba casi inconscientemente en arrastrar almas pueriles al infierno, y desde aquel día │116 iluminativo, no postergué este santo propósito de enseñar, a los de entonces y a todos los que conocí, el evangelio de Cristo y los caminos santos del cielo y me declaré firmemente ayudador de los obreros del evangelio. En ninguna ocasión dejes de cumplir este deber que yo voluntariamente eché sobre mí. Yo pensé», decía D. Federico,«hacer un escuadrón callejil de niños como yo para contrarrestar el otro escuadrón diabólico que arrastraba niños condenados al infierno y el consejo 50 primero │117que daba a mis N. E. «Conocí yo un niño…» en el manuscrito original. N. E. «infeccionaba» en el manuscrito original. 49 N. E. «eludió» en el manuscrito original. 50 N. E. Así en el manuscrito original. 47 48

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amiguitos de entonces era que me ayudaran en aquella labor escogida de sembrar evangelio y poner a Jesús en los corazones de los niños, y enseñarles coplas y canciones piadosas a tantos niños que sabían cosas malas y canciones perniciosas. Y dije: Soy capaz de hacer como haría el más decidido apóstol. »Y siempre recordé en mí este propósito firme de dar a conocer a mi Cristo, que Él se dio a conocer en mí. Yo quería llevar en mis manos bandera blanca con el anagrama de Jesús, y poner bajo esta cándida bandera a todos los niños que he ido encontrando en mis pasos sobre la tierra, en mis caminos │118 sacerdotales que Dios trazó en su divina providencia. »En los distintos días y lugares de mi vivir he querido vivir para Dios y para las almas, especialmente para las almas de los niños, que en realidad necesitaban de mí y de mis sacrificios docentes en pro de su salvación. ¡Y sean los niños las avecitas que vienen a posarse en el árbol frondoso de la Iglesia! También la Congregación de la Divina Infantita será árbol frondoso de reposo y bienestar de almas jóvenes y de niños que necesiten su protección, porque la Virgen Niña desea compañía de niños inocentes que sean como su trono de ángeles». │119

¿Y dijo D. Federico, el santo, estas cosas? ¡Sí, señores, sí las dijo! Y exactamente dijo esto, con estas o parecidas palabras, en sus locuras de amor divino, porque él decía que el tiempo no vale nada si no es vivido en Dios y por Dios, haciendo que otros vivan la vida de Dios y sean ángeles de Dios, sobre todo los niños. Me dijo D. Federico que, en sus locuras de amor para dedicarse plenamente a esta sagrada labor, un amigo sacerdote le dijo que esto era perder │120el tiempo cuando él, con cualidades extraordinarias, podía ser otra cosa en las esferas eclesiásticas. Y él, D. Federico, como ofendido contestó casi airado: «Pero, ¿puede haber en la vida cosa más grande que buscar niños para traerlos a Cristo, y que Cristo se recree y complazca entusiasmado viendo ante sí tantos corazones angelicales y almas blancas, y saciar la sed que tenía Cristo cuando con tanta insistencia decía: Dejad a los niños que vengan a mí? Preceptos que estuvieron siempre vivos en mi alma, como si oyera a mi Cristo pedir esto». │121

Decía una vez D. Federico, mirando el pórtico y rejas del frontispicio de la Catedral

de Guadix: «Qué gran catecismo se podría tener en ese gran anchurón, dentro de ese recinto y atrio que podría ser como antesala del cielo, y cuánto bueno se les podría decir y enseñar a estos niños de hoy que estamos tranquilamente dejando sin formar espiritualmente, con el gran peligro [de] que, luego, demuestren lo que son por nuestra dejadez y culpa ahora, de cuya dejadez serán culpables muchos que ahora viven tranquilos con una conciencia soñolienta y aletargada por la inconciencia del sacrosanto deber catequizante». │122

¡Ay, D. Federico, sacerdote santo, cuántas cosas has dicho! ¡Y qué deseo tan ardiente había en tu alma santa de conquistas espirituales, sobre todo referente a la niñez, que era tu principal preocupación!

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Yo lo oí de sus labios y me ha servido después a mí para predicar y en un sermón que dije en una prisión en que se celebraba la festividad de la Virgen de las Mercedes, el 24 de septiembre de 194351. Lo recuerdo perfectamente. Era el día de la Virgen Santísima de las Angustias, Patrona de Guadix, y en la tarde de este día se celebraba │123la solemnísima procesión con la imagen de esta advocación. Asistía a esta manifestación el Rvdmo. Sr. Obispo de este pueblo y el Cabildo Catedralicio en pleno, entre los cuales, como es natural por ser parte integrante del Excmo. Cabildo, iba nuestro amado D. Federico. Y, como ya he dicho antes varias veces, yo, que era su confidente y, dicho en frase castiza, su perrito faldero, iba muy cerca de él, como gozando de su presencia y aspirando muy de cerca sus virtudes, porque para mí en él todo era virtuoso y lleno de enseñanzas. Al llegar la magna procesión a la Plaza del Ayuntamiento, se paró la comitiva y volvieron la sagrada │124imagen hacia la cárcel para que los presos la vieran, y allí el pueblo cantó la salve. La cárcel entonces estaba en medio de la plaza, mirando hacia poniente y, por un arco, por las ventanas del edificio penal, los reclusos podían ver la imagen venerada de la Stma. Virgen de las Angustias con la imagen de su Hijo Sacrosanto en sus celestiales y purísimos brazos. En este intervalo de tiempo, mirando entristecido, me dijo: «Querido José, me están dando ganas de ir a la cárcel y, en plan de loco, pero cuerdo, decir al Sr. Director: Eche V. a la calle a esos desgraciados que están ahí en│125cerrados, porque ellos no son responsables de sus maldades y desgracias. Los responsables son el clero, que no se preocupó en su niñez de esos hombres que tenéis por malos, las autoridades, con su despiste, dejadez y su gran egoísmo personal, y los maestros de escuela, también inconscientes de su │126 deber pedagógico o mal intencionados, malos educadores. Si estos que cito con indignación se hubieran preocupado de enseñar y formar la juventud, como era su deber sagrado, y sembrar en sus corazones de niños la semilla sacrosanta de la Religión de Jesús y las máximas morales, tal vez esos hombres no estarían ahí, entre rejas, sino aquí, con nosotros, formando compactas filas de esta manifestación cristiana con el corazón rebosante de amor mariano. »Y ahora, ¡ya lo ves!, le presen│127tan la imagen de María Santísima en vez de haberla grabado antes en su corazón de niño. Ahora quieren que ellos adoren a fortiori a la venerada imagen de María Stma. habiendo dejado incumplido el deber de haberles enseñado, antes, las hermosuras de la Reina del Cielo, grabando en sus corazones de niños el dulcísimo y atrayente amor mariano y [de] haberles dado por Madre a la Celestial Señora, habiendo[los] hecho hijos cariñosos y fervientes». Entre tanto D. Federico me hacía estas │128piadosas consideraciones, terminó la salve popular y la piadosa comitiva se dirigió a la Catedral, y yo vi con mis propios ojos, y lo afirmo con toda verdad, cómo D. Federico miró a la cárcel, sacó su pañuelo, se limpió las lágrimas de sus ojos y dijo con amor: «Adiós, delincuentes, porque en vuestros caminos de niñez no encontrasteis hombres y sacerdotes buenos que os educaran y formaran bajo el temor santo de Dios». Lo he dicho. Esta anécdota de D. Federico la he predicado yo en un sermón en la cárcel provincial de Almería y │129los presos y yo llorábamos a lágrima viva. Yo, acordándome de D. Federico, y ellos, tal vez, diciendo en su interior: «¡Ah, sí, nosotros hubiéramos encontrado en 51

N. E. Para facilitar su comprensión, se han reordenado algunos elementos del párrafo. 134

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nuestra niñez hombres como ese santo sacerdote que V. dice!». Y el nombre del santo sacerdote almeriense, D. Federico Salvador, resonó, reverente, en aquel pabellón que servía de amplia capilla improvisada en aquella cárcel de hombres equivocados, con corazones malos │130por la mala formación y el imperdonable descuido de no educar bien, en frase de D. Federico. Tengo, señores, que decir y expandir a los cuatro vientos todo lo que yo sé del santo sacerdote D. Federico, y nadie ni nada será óbice a mi decir, porque llegó la hora de la santa manifestación para imitación de sus virtudes y gloria de sus hijos y seguidores, aunque esto que les voy a manifestar más pertenece a lo que dije a Vds. del espíritu limosnero de D. Federico, se ha de consignar en este lugar porque se refiere directamente al cariño que D. Federico tenía a la niñez. Entonces, en 52 la época [a] que yo me refiero, no había seguro de enfermedad y el obrerismo carecía en absoluto de los beneficios sociales, y, como el jornal era │131muy exiguo, muy mal andaban las cosas de los obreros, sobre todo, cuando la providencia de Dios les visitaba con enfermedades. Pues yo sé que había un niño muy enfermito en un pueblo del río de Almería y D. Federico, en su gran amor a la niñez, le costeó todas las medicinas de una larga enfermedad y con singular interés le recomendó al médico el cuidado de aquel niño, que sanó, y no sé hoy qué será de él. D. Federico, con gran gozo de su alma, pagaba las medicinas de aquel niñito.

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N. E. «a» en el manuscrito original. 135

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Cuaderno 18

CONTIENE LA SEGUNDA PARTE DE DON FEDERICO SALVADOR RAMÓN CATEQUISTA

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Me parece que este niñito enfermo, tan socorrido de D. Federico, era de Huécija o de Íllar, según tuve referencias, pero sé ciertamente que D. Federico le ayudó económicamente con largueza y alegría espiritual, con el gozo extremado que experimentaba su alma cuando hacía obras buenas de este género53. Decía D. Federico que dos abandonos le llegaban muy adentro del alma y le apenaba mucho, el abandono del sagrario y el abandono de los niños. «Educar niños es llevar almas al sagrario para que no esté abandonado y solo Jesús». Lo silencioso de los pasos de D. Federico por el mundo ha dejado gran desconocimiento de su persona. De aquí la gran obliga│133ción moral que tenemos sus íntimos de manifestar los detalles que conocemos de su santa vida para cuando haga falta, y porque conozcan los que no le conocieron sus virtudes y perciban la luz de aquel astro de primera magnitud que cruzó los espacios de esta vida mortal iluminando. Y tengan también, los de ahora, alguna iluminación de aquel astro refulgente de entonces. D. Federico se empeñó en poner remedio a aquel mal de su época esforzándose él en enseñar la doctrina cristiana a los niños carentes de esta ciencia celestial, que es camino cierto del cielo. │134

D. Federico, canterón54 viril y sacerdotal, se había empeñado en sacar almas pueriles55 del arroyo del abandono y traerlas al regazo de Cristo amoroso en labor callada y desapercibida, y conste, lectores, que no me ciega el cariño que le tenía al padre del alma al narrar sus hechos y me concreto a decirlos escuetamente. El recuerdo de aquellas cosas es para mí meditación pausada y reposada. He estado dudando entre hablar o callar, pero tengo tan clavada en mi alma aquella 53

N. E. Aunque el padre Sirvent clasifica este folio en el Cuaderno número dieciocho, es aquí donde finaliza la anécdota del niño enfermo que inició en el Cuaderno anterior. Hay que buscar la explicación en el aprovechamiento al límite del soporte escritural que utiliza en su manuscrito y en el hecho, como demuestra la continuación en la secuencia de seriación de páginas, de que, en principio, ambos cuadernos se concibieron como un bloque único. 54 N. E. Es ambiguo en significado que aquí otorga el padre Sirvent a la palabra «canterón». Sus acepciones más comunes caben perfectamente en el contexto. ¿Se refería al padre Federico en su condición de hombre bueno, trozo de pan grande, o como esforzado obrero que prepara y labra un terreno para construir después sobre él? 55 N. E. Es necesario quitar todo matiz peyorativo a los términos «pueril» y «pueriles» que son frecuentes en estos cuadernos. Son alusiones a la infancia. Se deben traducir como «infantil», «infantiles». 137

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vida santa que es bueno haga yo partícipes de estas mercedes a mis lectores56. │135Muchísimas veces he meditado yo en aquellas cosas extraordinariamente catequísticas, y ello me ha dado valor para imitarle. Y puede ser, amigos, que leyendo vosotros estas cosas del santo, entréis en ganas justas de imitarle y ser algo activos en la vida, ya que estáis en sitio y ocasión de ser activos catequistas de la niñez. Y con estas luces tendréis sentires de imitación laboral evangélica y doctrinal. ¡Y muévanse las almas a buscar los niños que necesiten instrucción religiosa cristiana! │136

¡Los niños! Decía D. Federico: «Son sagrarios abandonados y vacíos porque en ellos no está Jesús, pero con nuestra labor catequística y doctrinal podemos poner en esos sagrarios vivientes a Jesús. ¡Y sería indecible lo que gozaría Jesús viéndose allí! ¡Y cuánto nos lo agradecería Jesús que nos da voces fuertes para que lo hagamos y nos sacrifiquemos en esto!»

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Suspirando penas y lástimas, decía D. Federico: «Hay una gran multitud de niños que me necesitan y no me puedo sustraer de esta obligación sagrada y perentoria. ¡Hombres evangélicos, el primer deber evangelizador es la niñez! No tengáis deslealtades para con el Amigo íntimo que os pide este sacrificio educador y, tal vez, con vuestra labor, saquéis de entre esos niños abandonados algún evangélico educador que en potencia esté entre esa caterva de niños que te necesitan».

Y a propósito de esto, me contó │138D. Federico el singular caso de un niño bueno y de buen fondo que estaba abandonado en el sentido doctrinal, sin guía y sin amparo. Una tarde de las que él tenía su catecismo en la marquesina del puerto de Almería, en presencia del Obispo D. Santos, llegó como pajarito suave a aquel comedero del alma, un niño, espigado y angelical con la carita consumida por el sufrimiento y medio descalcito, que en su fisonomía era atrayente y con buen porte natural de educación social. Inmediatamente aquel niño se enroló a las huestes catequistas. D. Federico │139le miró con su penetrante ojo pedagógico y entabló diálogo con el niño que Dios providencialmente le enviaba a su cuidado. Y me contó D. Federico el simpático detalle [de] que era un niño pobre que su madre había mandado a comprar fideos en aquella tarde canicular, y que, el niño atraído por la curiosidad pueril, se paró allí aun con peligro de recibir │140luego en su casa la gran filípica y tremenda paliza por la tardanza en el mandado materno, lo cual aconteció ciertamente porque confidencialmente lo supo después D. Federico. Y aquel niño enviado por Dios allí, que era simpatiquísimo, entremetido, angelical y graciosísimo en su porte y en su hablar, salió de allí, de aquel catecismo de D. Federico, escogido por Dios para ser sacerdote. D. Federico me dio su nombre y yo lo conocí. Fue sacerdote buenísimo y ejemplar, buen predicador, que por muchos sitios con fe y amor de Dios, sembró el evangelio de Jesús. Y me decía D. Federico con alegría: «Pues mira, José, ese sacerdote tan bueno que tú conoces, salió de mi catecismo y fue flor perfumada de mi │141catecismo veraniego. ¿Verdad amigo, que si yo no hubiera tenido catecismo aquel niño no hubiera venido, y en vez

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N. E. La frase aparece así en el manuscrito: «He estado perplejo entre hablar o callar, pero tengo tan clavada en mi alma aquella vida santa que es bueno haga yo participante de estas mercedes a mis lectores». 138

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de ángel de Dios, niño, y, luego, sacerdote piadoso, hubiera sido uno de tantos golfillos abandonados? Y luego, hombre, ¡sabe Dios qué! »Pues mira, aquel catecismo fue la causa remota de dar un ángel a la tierra y un apóstol a la Iglesia. De ahí te darás cuenta del deber ineludible que tenemos todos de catequizar y reunir pajaritos para que no los devore el gavilán satánico. ¿Qué hubiera sido, te vuelvo a repetir, de aquel niño tan simpático que de mi catecismo salió con la idea de ser sacerdote y con la llamada de Dios de serlo?» │142

Y yo, que conocí en mis tiempos aquel sacerdote tan bueno de quien57 D. Federico me hacía historia y mención, le decía: «Razón lleva V. en ponderar y ensalzar el valor catequístico». Y hoy me dan ganas de dar vivas y vivas a D. Federico, el gran catequista, que tanto bien espiritual hizo a los niños por esos mundos de Dios enseñando incansablemente catecismo y [que] reunía, bajo el imperio de su santa persona y voz vibrante llena de amor espiritual, a tantos niños. ¡Y cuánto gozaba con ello su corazón sacerdotal! Señores, ¡ensalzad y alabad a │143D. Federico que tanto bueno hizo en el mundo con sus catecismos, jardín catequístico [que] dio flores perfumadas de sacerdotes al Señor! El sacerdote que salió de aquellos famosísimos catecismos de D. Federico fue el también piadosísimo sacerdote D. Jesús María Castillo Moreno 58 , que bien aprendió las lecciones pedagógicas de su maestro catequista pues este sacerdote bueno, siguiendo los derroteros y directrices de D. Federico, tuvo él también grandes y extraordinarios catecismos en la primera década de este presente siglo que ya se va inclinando al ocaso de su tiempo. │144Yo mismo fui niño del catecismo de D. Jesús María, y, en este catecismo de D. Jesús, hice mi Primera Comunión el diez de mayo de 1907, día glorioso de la Ascensión del Señor, en la iglesia de San Antón de Almería, filial de la parroquia de S. Roque, en dicha capital de Almería. De la mencionada parroquia de S. Roque yo he sido después párroco por varios años y he regenteado allí los destinos espirituales de esta parroquia. │145De modo es, señores, que yo, en causa remota, soy efecto de los catecismos de D. Federico porque el sacerdote que me instruyó para la Primera Sagrada Comunión fue flor y nata de los catecismos de D. Federico en la demarcación parroquial de lo que, después, fue mi parroquia querida. ¡Qué grandes son los destinos del Señor y cuánto me acordaba yo de D. Federico cuando era párroco de San Roque, de Almería, en esta cadena de cosas espirituales que alegran y elevan el alma a la consideración de la │146misericordia divina! Y este mismo sacerdote oriundo de la espiritualidad de D. Federico, me preparó para recibir la Sta. Confirmación el 16 de Julio de 1908. ¡Cuánta grandeza de cosas espirituales va Dios entretejiendo en la vida azarosa o pacífica de los hombres! Por estas cosas, vínculos espirituales, y por el íntimo trato que tuve con D. Federico, su persona y su recuerdo me arrebatan a quererlo con toda mi alma, y [a] ensalzar sus glorias merecidas en el cielo de su apostolado incansable en pro de las almas de los niños [que] con tanto cariño y amor atraía Dios.

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N. E. «que» en el manuscrito. N. E. De nuevo desvela una identidad que ocultó antes, en esta ocasión, posiblemente, para otorgar mayor peso y fuerza documental a la anécdota narrada. 58

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He citado estos sacerdotes nacidos espiritualmente para el sacerdocio católico en la obra catequística del inmortal, en el recuerdo, D. Federico, pero ¡cuántos espiritualísimos efectos habrá también de sus catecismos que son anónimos, o desconocemos, y [escapan] a nuestro intento expositivo!59 Con sus catecismos iluminativos para la niñez, deseaba D. Federico deponer los odios sistemáticos futuros para la Iglesia de Cristo y sus dogmas. Y decía D. Federico con pena: «Sin catecismos se quita la esperanza │148del remedio necesario. El abandono interior y exterior de los catecismos trae al mundo católico muchas tenebreces y percepciones. El odio de los malos a Cristo es alarmante y hay que contrarrestarlo con amor de corazones tiernos y angelicales. Los sacerdotes no hemos de ser rayos castigadores de la maldad reinante, sino rayos de luz para el futuro mediante la formación de la niñez». │149

Yo una vez, impremeditado y ligero, pegué y maltraté a un niño estudiante y, con mucho agrado60, me reprendió D. Federico. Y me dijo que aquel mal proceder mío daría ocasión a que aquel niño saliera del colegio porque sus padres, poco cristianos, retirarían al niño. Y este chico luego, mal educado y mal formado, sería poco cristiano, enemigo, odiante de los sacerdotes y perseguidor de la Iglesia de Cristo. Pero ya había ocurrido así con │150mi impremeditado proceder. En mi espíritu de observación en el transcurso de muchos años pasados, me convencí de que esto fue una profecía de D. Federico, pues de cerca, por razones que no expreso, seguí la vida de aquel joven que salió del colegio. Y ocurrieron las cosas tal y conforme me las había dicho D. Federico. No expreso el nombre de la persona, que aún vive en su ateísmo y antipatía a la Iglesia de Dios, porque el expresar nombres es odioso e improcedente, pero el caso ocurrió ciertamente como lo profetizó D. Federico por mi ligero proce│151der, sin mala intención. D. Federico, en su espíritu profético y amor a la niñez, hizo cuanto pudo para evitar la salida violenta del chico del colegio, pero no lo consiguió. Y después ocurrieron todas las cosas como él la predijo para el futuro. Con este motivo D. Federico decía: «No me importa que los chicos salgan del colegio y nos quedemos sin ninguno. Lo que me importa son sus almas alejadas de mí y a merced de la maldad e impiedad reinante y obrante que será causa funesta para estas almas que se alejarán totalmente de Dios. │152 Así como gota a gota se va infiltrando la maldad en las almas, poco a poco podemos ir poniendo la religión y virtud en las almas de los niños, muy impresionables y muy a propósito para ello. Hay en el mundo venenos y oscuridad que aterra, ¡demos a los niños gracia y luz, mezcladas con fe!» De las poquísimas veces que D. Federico salía por gusto a pasear, en una tarde calurosa de verano salimos y nos sentamos en la barbacana que hay frente de la Catedral, al lado de la cruz de piedra. Allí hubo varios temas de conversación, pero bien │153pronto D. Federico habló de los niños y del deber de educarlos y formarlos. Y me acuerdo perfectamente que D. Federico me dijo esto:

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N. E. Frase retocada para facilitar su comprensión. En el manuscrito: «…pero cuántos habrá también efectos espiritualísimos de sus catecismos, que desconocemos y son anónimos a nuestro intento expositivo». 60 N. E. El autor utiliza aquí al término «agrado» como sinónimo de dulzura, amor o delicadeza. Su modo de reprender es otra de las virtudes que destaca insistentemente en el padre Federico. 140

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«Yo quiero mucho a los niños porque han de navegar en un mar inmenso de amarguras, sin fondo y sin riberas, con profundos abismos de tormentas y penas en los días de su existencia. En los caminos de sus vidas han de ver y oír al león rugiente que les busca para devorarlos. Y hay que librarles, según podamos, de estos mares amargos y de estos leones furiosos». También me acuerdo que, en otro tema de conversación, yo le dije: «V. se preocupa de todos, pero nada │154se preocupa V. de V. mismo» Y me contestó: «Los niños se preocuparán de mí vivo o muerto, porque mis hijos no pueden dejar a su padre». Yo, ahora, reflexiono referente a esto que oí de los labios de D. Federico y me digo a mí mismo que tenemos obligación de mirar por nuestro finado D. Federico para que no se pierda la memoria de su ejemplar vida. ¡Preocupémonos de traer a colación aquel modo santo de vivir que era espejo y acicate para que otros, y nosotros, vivamos santa│155mente! ¡Trabajen los suyos por esclarecer sus virtudes para gloria de Dios y gloria de su Congregación, y tengan los congregantes el honor de tener un fundador santo, y así como se preocuparon de él en vida, se preocupen de él ya muerto y gozando de Dios en el cielo! Tenía D. Federico especial cuidado por un niño, y luego jovencito, muy listo y piadoso y cifraba en él D. Federico [la ilusión] de tener un buen sacerdote para su naciente Congregación61. │155 Pero este estudiantico tan bueno se separó de su grata compañía dejando en su alma un desencanto asolador que le llenó de pena. Transcurrido algún tiempo se enteró que este joven ingresaba en los padres jesuitas y oí a D. Federico decir: «No me pesa lo que hice por él en su niñez y juventud, y veo que no han sido perdidos mis esmeros y cuidados por él, pues, llenando su alma de fe y virtud, ha venido a ser soldado │156bizarro en la Compañía Santa de Ignacio de Loyola, aguerrido defensor de Jesús. Me alegro que este jovencito que tanto estimé y cuidé con sumo esmero, venga a cobijarse en el lugar seguro de la Compañía de Jesús. Será buen jesuita, porque naturalmente es bueno y está bien formado. El fin principal que yo busqué en su educación era salvar su alma y hacerlo totalmente de Jesús, y me parece que acerté, y por ello bendigo al Señor que este │156vniño sea jesuita, aunque no haya sido un apóstol para nosotros y parte integrante de nuestra Congregación». Por lo dicho, se ve que el fin principal de los catecismos de D. Federico era salvar el alma de los niños con buena educación cristiana, y así formados los niños y los jóvenes, de una manera o de otra, serán de Cristo. Así ocurrió en el caso concreto de este niño y joven educado y formado por nuestro D. Federico. │157

¡Cuántas cosas buenas y ejemplares vi en D. Federico! ¡Y de él cuántas cosas buenas y ejemplares aprendí que me han servido, en mi vida sacerdotal de aliento y grato recuerdo, y ya en el ocaso de mi vida de lágrimas, de gratitud y amor! Le habían dicho a D. Federico que por las cuevas del otro lado de la rambla había una mujer, viuda, con pulmonía. ¡Y ya está D. Federico en ascuas y celo ardiente por visitar aquella

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N. E. La numeración de la página que sigue, una vez más, repite la de la anterior. 141

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pobre enfermita, e indagar en su vida espiritual y económica! ¡Y allá va[n] D. Federico y su paje secretario de obras espirituales! Entrados en aquella cuevecita blanca y limpia, alumbrada por la luz de petróleo de un quinqué y jugando con figuritas de cartón recortado, un niño, como de diez años, que, sentadito [y] silencioso, él solito jugaba con sus figuritas de cartón. ¡Era el enfermerito de aquella mujer enferma! ¡Bueno, vamos a lo fundamental! Entró D. Federico en la habitación de la enferma y entablaron coloquio y conver│159sación espiritual y yo quedé hablando con el niñito. Me di cuenta que decía la enfermita que había confesado y recibido los santos sacramentos, y saqué en claro que el enfermerito de aquella mujer con pulmonía era[n] el niño y algunas vecinas del contorno. Sé que D. Federico dio a la enferma algunas monedas de plata. D. Federico tenía mucha prisa y se tenía que marchar pronto, pero, antes, tuvo con aquel niñito morenito y con carita de inteligente un trascendental diálogo, todo él sazonado de amor y caridad cristiana. ¡Y │160que diálogo! ¡De ángel a ángel! ¡Era para oírlo! Y digo de ángel a ángel porque D. Federico era un ángel y el niñito bueno de las figuritas de cartón otro ángel. Le preguntó D. Federico a qué escuela iba, y él contestó que a la de la Ermita Nueva que era del canónigo de la catedral, que se llamaba D. Federico. «Pues, mira, yo soy D. Federico, ¿es que no me has conocido?» «¡Ah sí! Vd. es D. Federico, es que no me había dado cuenta antes». Y el niño se quitó su gorrita y besó la mano santa de nuestro santo del alma. Quedaron D. Federico y él62 │162hablando en amables coloquios. D. Federico hacía caricias al niño, tratándolo como a un ángel del cielo, que sí lo sería. Y, me acuerdo que dijo el niño señalándose al pecho: «Pero tengo un dolor muy grande aquí dentro. Me duele mucho y quiero no tener este dolor». Y D. Federico le dijo: «Ese dolor se te va a quitar pronto, porque es penita de ver malita a tu mamá, pero como pronto se va a poner buena tu mamá, tú no tendrás ese dolor». Y dijo el niño: «Padre, es que yo │163quiero mucho a mi madrecita y si se muere mi madrecita, quedo solito en el mundo, y lloraré mucho y no tendré qué comer». Y el niño se echó a llorar amargamente. D. Federico lo abrazaba y le consolaba. Le decía: «¡No llores, hijo mío, no llores! Porque a ti y a tu mamá os quiere mucho el Señor, y tu mamá se va a poner buena, ¡ya verás que se va a poner buena!» En este coloquio entró una vecina, besó al niño con amor y le dijo: «No llores, que mira qué acompañado estás con estos │164sacerdotes» D. Federico se alegró grandemente al ver entrar a la vecina y le dijo en plan de súplica que tuviera mucho cuidado con la enfermita y con el niñito, tan bueno y tan bonito, y que él, mañana, mandaría quien cuidara a la mujer enferma y al niño, y le mandaría de todo.

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N. E. En esta ocasión la numeración salta un número. 142

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Como D. Federico es de suponer que tendría buenas señoras confesadas │165suyas y espiritualmente dirigidas por él, sé que dio el encargo a algunas señoras que hicieran de damas de la caridad, a lo San Vicente, y fueran cada una un día, con su criada, a cuidar a la enfermita con pulmonía, y a su niño, y que [procuraran] no les faltara de nada, costeado por D. Federico o por ellas. Y así ocurrió. Con entrar D. Federico en aquella casa entró la gloria y el don de Dios y en la casa de la enferma todo fue cuidado y esmero. De modo es que, entre las vecinas y las señoras enviadas cada día por D. Federico, la enfermita se convirtió │166en marquesita, servida y mirada por cristianísimas damas del cortejo espiritual de D. Federico, santo sacerdote, que pasó por este mundo haciendo bien generosamente. Al tercer día de nuestra visita a la casa de la pobre enferma, me dijo D. Federico: «José, vas a ir a la casa de la enfermita a ver cómo está y si está bien mirado y bien tratado aquel niño angelical que cautivó mi alma al verle tan │167ángel». Y dije yo: «Es que a V., como tiene tanto amor a los niños, todos le parecen ángeles». «Sí que tengo mucho amor a los niños», dijo D. Federico, «y así imito a Jesús y cumplo su especial mandamiento de llevar estos ángeles terrestres para formar su trono, que es agradabilísimo a Jesús». Fui a la casa o cueva de la enfermita y me encontré que estaba mejoradísima y muy contenta de aquella visita que le había hecho D. Federico porque se estaba cumpliendo totalmente lo que le dijo D. Federico al despedirse: «No te morirás, te pondrás buena». «¡Y así va siendo! Y tendré la │168dicha de cuidar a mi querido hijo, que bien me necesita. ¡Dígale V. a D. Federico el favor que me ha hecho de ponerme buena! Y yo le dije: «D. Federico no [la] ha puesto buena, la pondrá Dios». Y respondió ella: «Sí, esto es cierto, pero D. Federico se lo pidió a Dios y lo consiguió, porque yo estoy casi buena por su causa. ¡Dígaselo V. así a D. Federico!» ¡Y el niño estaba hecho un primor! Bien vestido y bien comido, pues las señoras encargadas por D. Federico del cuidado de esta enfermita y de este niño, habían cumplido con esmero su deber comisionado por el Santo de la │169Catedral de Guadix, ¡el número uno en virtud entre todos los canónigos de aquel sagrado lugar, que tan excelente labor cristiana y caritativa hacía en favor de los necesitados! De modo es, señores lectores, que le dijo D. Federico a aquella enfermita: «No morirás y te pondrás buena». Y así fue. ¿Fue aquello milagro? Dios lo sabrá en sus altos y grandes designios, pero D. Federico alguna moción interior tendría en su alma cuando fue a buscar a la enfermita [para] consolarla, y consolar a aquel niño tan bonito y tan ángel. Y se pone, además, de manifiesto el amor grandísi│170mo que D. Federico tenía a los niños, y tal vez él, por el amor al niño, suplicara a Dios este casi milagro y pronta curación.

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En la vida de D. Federico hay cosas extraordinarias que huelen a milagro en favor de los verdaderamente necesitados. Hoy, si viviera D. Federico y yo tuviera la edad de antes y la experiencia de ahora, seguiría a D. Federico │171a todas partes y en cuerpo y alma. Sería de los suyos, sin condiciones ni peros, pues un hombre y sacerdote tan santo merecía tener cooperadores incondicionales, sumisos y obedientes, con una labor unificada de la gloria de Dios y salvación de las almas. ¡Oh, D. Federico! ¡Qué bien le caería el sobrenombre de llamarle D. Federico el Grande! Porque grande fue en virtud y en caridad. Y ¡qué grandes son los altos juicios de Dios en su escribir derecho por renglones │172[torcidos]! ¡Y cómo se repiten los hechos en circunstancias paralelas y parecidas! Tenía yo treinta y dos años en junio de 1928. Era el ocho de junio y estaba yo muy enfermo, con pulmonía, en el pueblo de Cantoria, [en] casa de unos amigos y en las primeras horas de la noche63 fue a verme [D. Federico] a esta casa, y, después de hablar de Dios y del alma, se despidió de mí y sonriente me dijo: «Anda, anímate, no te mueres ahora, te pondrás bueno». Y así fue. Y yo, conociendo a D. Federico, su virtud y sus hazañas espirituales, cobré gran ánimo y me dieron ganas de levantarme en aquel │173momento de la cama. Pero no lo hice, y estuve en cama cuatro días más, pero yo creo que sin tener nada, ninguna dolencia. ¡Señores, no sé lo que D. Federico llevaba en sí de virtud extraordinaria, pero sembraba consuelo y bienestar por donde pasaba su venerada persona, tan digna de tenerse en estima ahora y luego! Y refiero esto mío propio aquí porque tiene algún paralelismo y semejanza con aquel otro caso de la enfermita del niño bonito y bueno que ya he detallado y expuesto en estos mis papeles y memorias referente al santo D. Federico Salvador Ramón. │174

El sensible y delicado Corazón de Jesús aprecia extremadamente toda obra buena hecha en favor de los niños y estas pequeñeces las aprecia Él en mucho, y así, sobremanera, el Señor64, el Divino Corazón de Jesús, lo que nuestro D. Federico hizo con tanto agrado y esmero en favor de los niños. Él hacía sacrificios positivos y reales en favor de la niñez y empleó su vida mortal en gran parte en esta espiritualísima labor sacrificada y silenciosa, en este campo laboral, con gran fe y amor en todo lugar. Su mayor pena era ver niños mal educados y mal formados por desatención y │175despreocupación en esta sagrada obligación. ¡Qué campo tan dilatado65 es el de la educación de la niñez! ¡El niño, el idolatrado de Jesús, despreciado! ¿Por qué nos quejamos que Dios, en castigo, nos desprecie? La ineducación y falta de formación cristiana en la niñez traerá grandes males sociales, y esto, preconizado por D. Federico, lo hemos visto efectuado ya, desgraciadamente, en el lugar que ocuparon los sin Dios. El catecismo es acción vivificadora de la Iglesia y resurgimiento espiritual y el incumplimiento de este │176deber, priva a la Iglesia de muchas almas buenas que darían también mucha gloria a Dios.

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N. E. En el manuscrito, repite aquí la fecha «del ocho de junio». N. E. «el Divino Corazón de Jesús», sigue y repite en el manuscrito. 65 N. E. El muy difícil encontrar el significado real que otorga el autor al término «dilatado» en esta frase, máxime, cuando los párrafos que siguen localizan claramente el discurso en el contexto de lucha ideológica, y, en ocasiones, física, que vive la época entre partidarios y detractores de una escuela pública española de carácter laico. La enseñanza de la Religión Católica, el catecismo, en las aulas provoca violentísimos debates y manifestaciones en todos los rincones del Estado. El Padre Federico como persona, como sacerdote y como periodista, fue un notabilísimo militante activo en la defensa de la enseñanza religiosa. 64

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«Pido con insistencia a mis amigos sean sensatos y se den cuenta de este deber beneficioso al cristianismo y a las almas. El catecismo es clase de teología ambulante que se graba bien al son y ton de cantos religiosos que quedan grabados con las │177enseñanzas doctrinales, y que no se olvidan nunca. Si Cristo se hizo víctima del sacerdote y de las almas, hágase el sacerdote víctima de Jesús y de las almas. Hazte pastor de innumerables ovejitas del rebaño de Cristo para que no se las lleve el lobo acechador y astuto en todas las encrucijadas del camino de la vida». Todo esto lo decía D. Federico con gran convencimiento y fe, y de una manera suplicante, a sus amigos e íntimos. │178

Parece que esto que voy a decir y manifestar a Vds. más debía estar en la fase y apartado de D. Federico limosnero, pero en realidad, de verdad, pertenece al apartado de D. Federico catequista y cuidador de los niños y jóvenes en su formación moral y religiosa. Además, no quiero yo decir y afirmar que en D. Federico todo era extraordinario y milagroso, pero sí afirmo que lo que él hacía estaba particularmente lleno y rebosante de la caridad de Dios, y caridad por Dios, en las criaturas. Veníamos, un día de primavera, de la Estación de Guadix de hacer una visita a unos señores D. Federico, │179Jesús Medialdea Martínez y yo. En el comedio del camino nos encontramos un niño, como de doce años, que traía a cuestas un saquito de carbón de piedra y en él llevaba como una arroba de carbón. Y la de D. Federico: a entablar conversación con aquel niño que al exterior y en su rostro era bien parecido, pero iba muy sucio y casi descalcito por ser muy malo y roto el calzado que llevaba │180este niñito fragüerito en sus piecitos. D. Federico le dijo: «¿De dónde vienes, hermoso?» El chico se quitó su gorrita, muy sucia y mugrienta, por cierto, y, respetuoso, besó la mano del sacerdote bueno, la mano de nuestro D. Federico del alma. «¿Y de dónde vienes?», repitió D. Federico. Y el chico contestó: «Pues, mírelo V., de recoger carbón de esas vías del tren desiertas». «¿Y por qué haces eso?» «Pues mire V.»dijo el gracioso y │181sucio chico en su vestir,«como mi padre es fragüero que compone rejas y vivimos cerca del arco, como no tenemos dinero para comprar carbón para la fragua, yo, todos los días, cuando como algo después de ayudarle a mi padre, me voy a la vía con este saquito a recoger carbón del que se le cae a la máquina del tren. Mírelo V., ya tengo bastante para trabajar. Otros días me vengo a mi casa con un hambre que no veo dónde piso. │182Los señoritos no saben lo que es tener hambre y estar cansados como yo, andando que te anda, con este saquito a cuestas que pesa lo menos una arroba, pero si no trabajo no como nada». Entonces D. Federico en plan de broma dijo al chico: «Pues vamos a ver si ese saco pesa tanto como tú dices. Anda, dámelo a mí un poquito que yo pruebe lo que pesa». 145

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Y el muchacho, entre serio y triste, le dijo: «No, porque se va V. a ensuciar las manos de tiznajos del carbón». Y D. Federico insistió, diciendo: «Anda, dame el saco que yo lo lleve en mis manos un ratico, que verás cómo no │183me tizno». Y tomó D. Federico el saquito y lo llevó en la mano un buen trayecto por la carretera que andábamos. D. Federico bromeaba con el chico y decía: «¡Ah, pillín, que me has engañado, que el saco y este carbón no pesan nada!» Y en estas bromas y realidades llevó D. Federico el saco un buen trayecto, y el chico a su lado, como un ángel de la tierra o como los niños pobrecitos que acompañaban a S. Vicente de Paúl. Yo creo firmemente que D. Federico en este aparente juego tuvo la única y caritativa inten│183vción de aliviar al niño del peso y cansancio que lleva el angélico. Fue una pillería espiritual de gran caridad con la fineza de amor divino con que D. Federico hacía todas las cosas en pro y alivio de las almas y de los seres, pues, si es cierto que sufren los seres y los cuerpos con sus trabajos físicos y dolientes, también es ciertísimo que sufren las almas con dolor moral. Al dolor físico de los cuerpos iba D. Federico aquí, │184a librar aquel cuerpecito, a aquella angelical criatura, del peso y dolor físico, y a consolar su almita de las tristezas del trabajo, de la pobreza y del desamparo. Este niñito encontró al ángel consolador, ayudador y alentador. Por eso, lectores, yo no digo que en la vida de D. Federico todo sea milagroso y extraordinario, pero sí [hay] cosas muy admirables y muy llenas de caridad cristiana. Nosotros, Jesús y yo, por no ser menos que D. Federico y por aliviar[le] de aquel peso, y casi mal papel que hacía llevando un señor ca│185nónigo un saquito de carbón en las manos, le dijimos con amor: «Padre, deje que nosotros llevemos también este saquito un rato para que V. no lo lleve, y así aliviaremos al chiquillo de este peso que él ha traído todo el camino». Y entonces el chico se nos queda mirando y dice: «¡Bah, cuántos ayudadores tengo hoy! ¡Olé ahí en el mundo los curas buenos! ¿Y van Vds. │186a venir también mañana por este camino? ¡Y luego dicen mi padre y Juan el Hortelano, cuando va a mi fragua a arreglar rejas de labranza, que los curas son muy malos! Pues, lo que es yo, cuando los oiga hablar de los curas, les voy a decir que lo son muy requetebuenos y que ellos sí que son malos y embusteros. Y como mi padre me diga algo, le voy a decir: sí, porque V. no conoce a D. Federico, el de la │187Catedral, y sus dos curas, que son más buenos que el pan». D. Federico cortó la conversación del chico diciendo: «¡Pillín, pillín, que me has engañado!, que ya llevo el saco un buen rato y no pesa nada. Este carbón está hueco y no te va a servir». Dice el chico:

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«¡Vaya si no pesa, pues pesa como las piedras! Ya ve V. como que es carbón de piedra, ¡anda si no pesa!, que ya venía yo bien cansado y sudando, │188pero ya démelo V. padre, que ya no estoy cansado y he parado de sudar». Y dicho y hecho. Se acercó a D. Federico, le quitó de las manos el saquito y se lo echó a cuestas. De pronto el chico se queda parado y dice: «Pero, D. Federico de la Catedral, ¿qué le ha echao V. al saco que no pesa na? ¡Esto sí que es! Antes pesaba como las │189piedras y ahora no pesa na, na, hombre, ¡que no pesa na, que lo digo yo». Y el chico se puso a dar saltos y a hacer cucamonas con el saco a cuestas y decía: «D. Federico de la Catedral, algo le ha echao V. al saco para que no pese, ¿a que le ha echao V. una bendición con agua bendita? ¡Mire V. cómo corro │190con el saco a cuestas». Y el chico corría como un galgo«Cuando llegue a mi casa se lo digo a mi padre y a toda la gente, que V. le ha quitao el peso al carbón, ¡olé, olé, olé!» Yo, en silencio y sin decir pío, veía y me daba cuenta de lo ocurrido, y lo guardé en mi corazón para decirlo ahora. ¿Fue aquello apariencia, fue sugestión? ¡Fue algo extraordinario! Esto Dios lo sabe. Pero ocurrió así. │191Yo, entonces, me dije para mis adentros, ¡ya tenemos aquí lo del baño del Cabezo!, que era una gran pila de piedra y cuatro hombres fornidos, acostumbrados al trabajo, no podían con ella. D. Federico, en plan de broma, les dijo viendo la imposibilidad: «¡Bah, sois unos cobardes sin fuerzas! Ahora me meto yo dentro, sentado, y le doy más peso. Entonces os digo, ¡vamos, arriba, arriba!, y vamos a ver si me dejáis sin subir a mí y a la pila. ¿Vale, señores?» «¡Vale!», respondieron los obreros. «Bueno», dijo D. Federico«ya sabéis que │192si me subís arriba dentro de la pila hay una buena convidada para vosotros. ¡Valientes, ea, vamos!» Y los obreros, cuatro que eran, subieron la pila con D. Federico dentro como una cereza. ¿Qué fue esto, señores lectores? Dios lo sabrá. Lo que yo sí sé es que D. Manuel Campillo Jiménez, sacerdote que en un tiempo fue muy allegado y entusiasta de D. Federico, me contó este hecho tal como yo lo refiero a Vds., y cuando yo vi por mis propios ojos lo del carbón y el saquito del chico que ya hemos detallado, me acordé al instante de lo de la pila baño de piedra. │193

En esto, dijo D. Federico al niño del camino y fragüerito: «¡Bueno, niñito! Tú andas más que nosotros y has de tomar otro camino, así que anda en paz y en gracia de Dios, pero, mira, cómo llevas el calzado muy roto, esta noche, a las ocho, vas al Colegio de la Divina Infantita y llamas a D. José, que te dará un duro [para] que te compres calzado. ¡Y que seas muy bueno y vayas a la doctrina cristiana que tenemos en el colegio! De esto ya te hablará D. José. ¡Que seas muy bueno, te repito!»

Y el chico besó │194con cariño la mano de D. Federico y las nuestras, aunque no éramos sacerdotes sino ordenandos, y se fue corriendo con su saquito a cuestas. Y no se le olvidó ir al

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colegio a la hora indicada, y me llamó, lo cual yo comuniqué a D. Federico, y se le dieron66 las cinco pesetas prometidas. ¡Señores! ¡Vosotros, los que habéis conocido y tratado a D. Federico! ¡Debéis manifestar cuanto bueno conozcáis de él para gloria de Dios y nuestro solaz, sabiendo y conociendo al detalle su vida santa y beneficiosa! │195

Como D. Federico no perdía ocasión de instruir y aleccionar a la niñez en doctrina cristiana, podréis suponer que todo el tiempo que el niño fragüerito vino con nosotros por el camino de la estación, D. Federico, graciosamente, le fue instruyendo en las máximas de la religión cristiana. Y le habló del Niño Jesús, que era de su misma edad cuando fue a Jerusalén con sus padres, la Stma. Virgen y S. José bendito. │196

A mí me ha tocado en suerte el cumplimiento del deber de decir a las posteridades futuras y a las falanges de sus hijos lo que yo vi y aprecié en aquel sacerdote santo que, hasta ahora va pasando anónimo, después de los treinta y un años de su muerte y tránsito feliz de la tierra de las espinas al cielo de los goces eternos. Toda la vida de D. Federico fue una oblación y un sacrificio en pro de la gloria de Dios y salvación de las almas, con predilección y amor por los niños y los jóvenes. │197

Yo, grandemente entusiasta de D. Federico, quisiera que para vosotros, sus hijos del alma, llegara pronto el día feliz en que vierais a vuestro padre fundador ceñida en sus sienes la corona, a que en mi concepto, le hicieron67 merecedor sus virtudes, que serán heroicas cuando lo diga nuestra Sta. Madre la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. ¡Ah, quién hubiera tenido la dicha de decir sus honras fúnebres, que, con entusiasmo de un amigo, hubiera yo manifestado cosas muy estimables de él! Su ejemplo es abundante y perfumado de olor de santidad por todas partes por donde andaba │198con sus extremados, ocultos y silenciosos sacrificios. Él, que para sí no tenía un céntimo, le daba el Señor para todo con santo desprendimiento. Ahora se habla de hacer el bien sin distinción de credos, pero, D. Federico, cuando trataba con alguno, no le preguntaba a bocajarro si era católico para amarle él y │199servirle con amor para que aquel, luego, amara a Dios y le sirviera. Y, como la clave del bien social es la caridad, él servía bien, con esta caridad sacrosanta, a los necesitados en cualquier fase, y conste, lectores, que, [en el momento al que] 68 yo me refiero, había pocas dosis de caridad. Hoy está más modernizado el mandatum novum de Jesús. D. Federico amaba mucho a los despreciables, entonces, por su pobreza y que eran considerados como piltrafas sociales. En él, en nuestro D. Federico, estaba localizado el amor fraterno con tales caracteres que era indeleble, │200y por este amor, y con este amor, amaba mucho a todos, pero de un modo especial a los niños, que eran su ojo derecho. Y si amar en cristiano es salirse de sí y descuidarse de sí para curar a los demás, así, desprendidamente, lo hacía D. Federico. Los santos han dicho que darían la vida por los infelices necesitados, ¡pero esto lo decía D. Federico a cada paso! ¡Sus feligreses no se deben extinguir, y lo han de recordar con entusiasmo santo sus amadores! Y sirva este amor cotidiano como homenaje justo para │201él, que tanto se merecía. Y, en este amor justo, yo pongo mi piedrecita y doy a conocer lo que yo sé, ut 66

N. E. «dio» en el manuscrito. N. E. «hizo» en el manuscrito. 68 N. E. «cuando» en el manuscrito. 67

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non percent fragmenta vitae ejus. Además, no hemos de ser propagandistas de sus virtudes, que en sí son muchas, porque la Iglesia hablará cuando convenga. Aunque anhelemos que vengan pronto estos días, que yo no veré por mi avanzada edad, me queda la tranquilidad del deber cumplido pro eo. │202

En la pobre Almería, seca y sin exuberancia, también en el siglo pasado abundaron sacerdotes virtuosos, y el número uno de estos fue D. Federico, flor perfumada de sus tiempos. Era D. Federico muy dado a leer el Año Cristiano y nos aconsejaba a los demás a leerlo diciendo que era escuela de santos, y él quería ser de esta escuela. En su casa, D. Federico, vivía como eremita en constante medi│203tación. Decía D. Federico: «Tengo que cuidar y mirar por los niños porque Dios miró por mí cuando yo era niño. Y si es verdad que yo en mi niñez no di ejemplo extremado de niño santo, no fui tardo cuando Dios me llamó a sí, y dejé mis estudios profanos para consagrarme a Dios con latines y estudios iniciales eclesiásticos, y no dudé en ser de Dios y alejarme de los peligros del mundo traidor». │204

Me hallé presente una vez, casa del canónigo D. Luis Aliaga69, en una conversación que tuvieron los ancianos abogados Rubira Torres y Casinello, que, recordando solazmente sus tiempos jóvenes, trajeron a colación la institución de los luises en Almería que se estableció en la iglesia de la Stma. Virgen del Mar, y que, D. Federico, con su dinamismo y simpatía, siendo de la misma edad que ellos, se hizo como el jefe de aquella institución piadosa y era el alma de ella. Era aquello como un convento viviente y exterior donde estaban │205alistados y enrolados muchos jóvenes de Almería, sirviéndole aquello como de coraza para librarse de las modas pecaminosas que había entonces en Almería, peligrosas para la juventud. Entre los sitios pecaminosos estaba el Teatro Variedades que hacía estragos en la juventud y que, Federico, el joven dinámico de entonces, era como el ángel de la guarda para todos sus compañeros de juventud. Y decía el señor Rubira: «Es que no hay que discutirlo. Federico era un santo que Dios trajo a la tierra en aquella época en que nosotros éramos jóvenes. Y bien │206tengo grabado aquellas procesiones a estilo de pueblo, sin música y sin ruidos, pero con mucho fervor y con muchas velas encendidas, habiendo precedido aquella mañana una numerosa comunión». A lo que contestó Casinello: «Pues te acordarás de aquel discurso que nos dijo en la Plaza de Santo Domingo, subido en un banco de hierro, y nos hizo parar en seco aquel piadoso cortejo de la procesión». «¡Vaya si me acuerdo! Había que ver [a] aquel joven, como nosotros, de diez y siete a diez y ocho años, predicarnos como si fuera un padre misionero, o un │207 abogado de cartel y de fama mundial. Es verdad que aquel muchacho de

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N. E. No se puede atribuir a la casualidad que, en esa casa, se tratara el tema de la juventud. El canónigo Aliaga, D. Luís, como era conocido por sus estudiantes, estuvo durante gran parte de su vida sacerdotal inmerso en la problemática juvenil almeriense como profesor de Religión y Director Espiritual de la comunidad educativa del Instituto de Enseñanza Media de la ciudad, siendo muy estimado y querido de ese universo educativo. 149

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entonces era un escogido de Dios, y, él, un cooperador de sus gracias santísimas». «Yo me atrevería a decir», manifestó Casinello,«que Federico no conocía el pecado mortal, ni lo había conocido nunca, porque su porte, su conversación y su obrar era de un joven santo. Te acordarás cuando dijo con tanto fervor, dirigiéndose a las paredes de la iglesia: Virgen Stma. del Mar, que antes de cometer yo un pecado mortal, muera de repente, y │208si he de vivir, que viva para amarte siempre y que siempre sea yo como este San Luis Gonzaga que llevamos en procesión hoy. ¡Y hay que ver cómo lloraba y cómo llorábamos todos! Y te acordarás también cuando Gay decía a voces, después del discurso: ¡Viva Federico! Y todos secundamos este grito, diciendo: ¡Viva nuestro capitán del instituto! Aquello parecía un mitin religioso. ¡Cuánto gozamos aquel día cuando éramos muchachos!» Y siguieron hablando del compañero Federico con […]70. «Bueno, te acordarás de la caja limosnera que había establecido donde todos poníamos una perrilla para dársela a los niños pobres del Barrio Alto y de Chamberí. Y te acordarás cuando íbamos al Hospicio a enseñar el catecismo a los asilados». │209

«¡Ya lo creo que me acuerdo! Y todo lo dirigía Federico. ¡También te acordarás el día que fuimos a las Almadravillas a enseñar la doctrina a aquellos jabegotes71 y nos apedrearon!» «¡Vaya, sí me acuerdo! Enrique Martínez perdió los zapatos en aquellas arenas y vino a su casa descalzo y, luego, con │210la consabida paliza de sus padres por perder las botas. Pero Federico no cejó. Al domingo siguiente fueron él y Martos. Salió medio escalabrado, pero Federico erre que erre hasta que conquistó aquella cábila. Y bien sabes que luego nos acogían cariñosos y los señores de las conferencias de S. Vicente Paul nos daban pan y cosas para llevarles a aquellos niños medio moros. Pero lo que a mí me chocaba era lo incansable que era Federico en estas │211cosas, ¡claro, como que era un santo y santo siguió toda su vida!» Yo no me di por aludido de la conversación de estos señores ancianos, ni quise decir que yo era amigo de D Federico, pues lo que pretendía era captar detalles del vivir joven de D. Federico. Y ahora llegó el instante oportuno de decir lo que yo oí de D. Federico joven y joven catequista, alma de Dios y flor perfumada de aquellos tiempos, y un congregante, ángel, del Angélico San Luis Gonzaga, que refirieron en mi presencia Rubira Torres y Casinello, ambos señores │212prestigiosos abogados, ancianos, cuando yo les oía gustoso, y, antes, contemporáneos estudiantes bachilleres de nuestro D. Federico del alma. Y dijeron estos señores: «Pues, mira, lo que a mí me arrebató verdaderamente entusiasmado fue el colosal sermón de la Virgen que Federico predicó, recién ordenado sacerdote, en la iglesia de S. Pedro a las hijas de María y a los hijos de María. Nosotros íbamos también a aquellos cultos con nuestras novias, y había que ver el gran 70 71

N. E. La frase queda inconclusa en el manuscrito. N. E. Dedicado a la pesca. En Almería, en ocasiones, se aplicaba a personas humildes e iletradas. 150

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sermón que predicó. ¡Si parecía un ángel del cielo hablando de la Stma. Virgen María! ¡Ah, bien me acuerdo! ¡Por cierto! Fue el último día de la novena de la Inmaculada, en el año 1891». Referente a lo que manifestaron estos señores de la Congregación de los Luises en Almería, sabemos ciertamente que fue instituida canónicamente en la iglesia de Sto. Domingo y de la Virgen del Mar, Patrona de Al│213vmería, el 22 de enero de 1877 porque he procurado buscar el origen de esta institución piadosa que se fundó expresamente para los jóvenes escolares, y, en esta época y día de fundación, predicó el padre jesuita R. P. Mora y dijo la Sta. Misa de Comunión el Sr. Obispo. En esta congregación canónica de S. Luis Gonzaga y la Inmaculada Concepción │214 ingresó D. Federico de unos doce años, y, a esta edad, recibió la medalla de congregante virtuoso el futuro y santo sacerdote, cuyo primer puesto y destino ocupado en su vida sacerdotal sería el de capellán de la Inmaculada Concepción, que el prelado de entonces daba y agraciaba a los muy considerados en virtud y devoción mariana. Y así fue como desde niño se infiltraba en él esta santa devoción mariana. │214v

Aquí, en estos apuntes biográficos de mi amado D. Federico, y ya que hago mención de la iglesia de la Stma. Virgen del Mar y Santo Domingo, adjunto la estampa y foto de la Stma. Virgen y camarín, tal cual estaba cuando D. Federico fue congregante en esta iglesia y en dicha iglesia cantó su Primera Misa. Así estaba entonces la Stma. Virgen del Mar en su nicho y camarín. │215

Hemos manifestado que D. Federico tenía un gran espíritu catequístico y era el alma del catecismo de la parroquia de San Roque, donde tantos buenos recuerdos dejó en los muchachos pescadores de entonces, pues, aunque el cura de aquella parroquia era D. Gregorio Torres, D. Federico era su gran ayudador en esta fase parroquial de catecismos. Yo sé esto ciertamente por haber sido párroco de esta parroquia varios años, y sé el entusiasmo con que hablaban del joven sacerdote de entonces cuando ellos eran niños, los que yo conocí │216ya ancianos. Eran mis feligreses de la parroquia de San Roque y me contaban tantas cosas que, si no eran extraordinarias, sí eran cosas de un sacerdote novel muy sacrificado y ardiente en amor de Dios y de las almas escogidas de Dios, que eran los niños ciertamente, como nos manifiesta el Sto. Evangelio. José el de Rosa, que │217vivía frente a frente a mi casa parroquial de S. Roque de la ciudad de Almería, entonces de unos setenta y cinco años, y Diego, el alpargatero, que murió de más de noventa años siendo yo cura de esta parroquia, hablando de D. Federico, el cura joven que vivía en la calle de Casinello, decían y manifestaban con entusiasmo que, cuando salían del catecismo de San Roque, este cura les daba bollitos de pan y otras cosas para merendar, por lo que podemos deducir qué cantidad de │218pan y de cosas para merendar los chicos daría y gastaría D. Federico. Pero más me decían aquellos hombres, que D. Federico era como la despensa abierta para todos los pobres hogares que necesitaban socorro y amparo material y alimenticio, y aunque esto más pertenece al apartado expositivo de D. Federico limosnero, se ha de expresar aquí por la íntima relación que tiene con sus catecismos y su ardiente espíritu catequístico. │219

Para mí es verdadero recreo espiritual y solaz de mi alma manifestar estas cosas santas del amado sacerdote que pasó por el mundo haciendo bien en los puestos y destinos que Dios le daba, siendo apóstol caritativo y comprensivo de las necesidades de los demás, que también la comprensión es una faceta de la caridad exquisita. Lentamente y sin treguas trabajó en la gloria de Dios y salvación de las almas. │220

Parece que D. Federico no hizo en su vida cosas extraordinarias como el P. Damián, como S. Juan de Dios y otros muchos santos de extremadas caridades, pero todo lo que hizo lo hizo bien y con gran espíritu de caridad, es decir, que dentro del orden ordinario, todo lo hizo él 151

Cuadernos del Padre José Sirvent Marín

con caridad extraordinaria, y de un modo especial todo lo referente a los niños y juventudes, por quienes se sacrificaba, dándose cuenta del bien que puede hacer proporcionar a la Iglesia de Dios los bien educados y bien formados en el orden moral. Todos se daban cuenta en sus tiempos del valor necesario de D. Federico, y todos los sacerdotes de su época hablaban de él con verdadero entusiasmo, │221y si así hablaban aquellos admiradores del santo viviente y del catequista modelo, ¿por qué no hemos de decir, sin respetos humanos y con entusiasmo todo lo grande que vimos en él y hemos oído de testigos presenciales? Vosotros, sus hijos, podéis decir sin peligro de error, con el valor del vocablo humano, que vuestro padre era un santo. Si él viviera hoy yo, viviría con él y ello sería mi mayor honor. Dicen que la vida tiene hoy otras directrices y otros cauces más en lo social y humanitario. ¡Pues él se adelantó a estos métodos de ahora siendo el gran sociólogo de los niños pobres, por quienes hubiera dado hasta la vida! En el correr de estas páginas ya hemos dicho una frase muy suya: «Por estos niños daría yo hasta mi │222vida en holocausto». Oí yo una vez un sermón en unas novenas de la Divina Infantita, y el predicador, que era un religioso de San Francisco, trajo a colación en aquel sermón a nuestro D. Federico del alma. ¡Y daba pena oír a este predicador sagrado divagando en un campo donde tanto había que decir! Yo estaba que saltaba de mi asiento, y me daban ganas de sustituirle para decir todo lo que yo sabía de aquel sol de │223verdadera caridad cristiana y sacar a relucir tanto como hay en [el] arsenal de su vida, olorosa de santidad y virtud, árbol de tantos frutos, estela de luz y ambiente de tantos perfumes. Yo me alegro con toda mi alma de haber conocido a tan colosal gigante de virtudes que sobresalió entre todos los de su época. Y tanto sobresalió y fue tan gigante en santidad, que si la Iglesia, nuestra Madre, le pone el pedestal canónico y salen a relucir sus tantas virtudes, será admiración │224de los que detalladamente conocen tanta grandeza y santidad. En mi modo humano de hablar y en mi expresión limitada, sin más extensión que hasta donde yo puedo llegar en mi decir en el orden privado, con todo el entusiasmo y veracidad que puedo y debo, y siendo yo solo turíbulo donde, echado el incienso de su virtud, huelan sus hechos y vida a santidad, como para mí olían así todos y cada uno de los detalles de su vida.

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2018 Antonio García Megía y María Dolores Mira y Gómez de Mercado. Congregación de Esclavas de la Inmaculada Niña Nuestro Venerado Padre Fundador. Cuadernos de José Sirvent Marín – Edición actualizada Angarmegia: Ciencia, Cultura y Educación. Portal de Investigación y Docencia Edición preparada con ocasión del proceso de beatificación del Padre Fundador de las Esclavas de La Inmaculada Niña. http://angarmegia.com - [email protected]