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“DUERERÍAS” REVISTA DE FILOSOFÍA nº 8, enero de 2008, Zamora Consejo de Redacción Miguel Alejo Alcántara, Fco. Javier

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“DUERERÍAS” REVISTA DE FILOSOFÍA nº 8, enero de 2008, Zamora

Consejo de Redacción

Miguel Alejo Alcántara, Fco. Javier Hernández González, Luis Ramos de la Torre, Pablo Redondo Sánchez, Carmen Reguilón Lozano, Sebastián Salgado González Ilustraciones

Carmen Picazo Pino José Hernández Alonso Miguel Alejo Alcántara Leão Guedes Fotografías

Rafael Guzmán Martín

Depósito legal ZA-53-2003 ISSN 1696-0734 Imprime: Artes Gráficas Centenera Edita: Asociación Cultural “Duererías” Correspondencia: Asociación Cultural “Duererías”

c/ Entrepuentes, nº 2, portal 1, 5º A Zamora www.duererias.com [email protected]

En Duererías cada autor es responsable de sus propias opiniones.

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Filosofía y Literatura Hablando de Borges con Félix Duque (pg. 7) Carmen Seisdedos Sánchez / De las fábulas a los conceptos (pg. 14) Luis Ramos de la Torre / Pedro Salinas y Carlos Bousoño, a la luz del pensamiento de Ortega: posibles cercanías a la aventura poética salvadora de Claudio Rodríguez (pg. 32)

De Cive Fernando Martínez Llorca / De planes de estudio y política (pg. 67) Fco. Javier Hernández González / “La libertad estimula el espíritu de los hombres fuertes”. Apuntes sobre ciudadanía, libertad y normas (pg. 77) Sebastián Salgado González / Republicanismo y Democracia. Fundamentos filosóficos (pg. 97) Ojos de Lechuza Miguel Alejo Alcántara / La complejidad y sus “razones” (pg. 126) Rafael Guzmán Martín / La mirada de Robert Smithson, dialéctica y entropía(pg. 142) Fernando Martínez Llorca / “Matrix” en clase de Filosofía (pg. 160) La Biblioteca Reseñas a cargo de Sebastián Salgado González (pg. 191) Helicón Carmen Reguilón Lozano / Sirio / Variaciones cromáticas de la inteligencia (pg. 200) Selina Prieto Gato / El Puzzle (pg. 204) Paralelo 41 Entrevista con el Profesor Luciano Espinosa Rubio (pg. 207) II Olimpiada Filosófica de Castilla y León. Ensayos Ganadores (pg. 217) Ilustraciones: Carmen Picazo José Hernández Miguel Alejo Leão Guedes Fotografías: Rafael Guzmán

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Gotas de lluvia En el lago aquietado, La misma agua…

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Desde muy antiguo el filósofo ha buscado fórmulas eficaces para otorgar fortuna a sus ideas. Y en esa empresa él mismo iba adoptando distintos caracteres: ensayista, científico, investigador privado –como gusta de llamarse J. A. Marina- y, por supuesto, literato. La literatura ha sido uno de los géneros estilísticos caro al filósofo pero también exitoso. Desde Platón, pasando por Nietzsche, hasta llegar a Sartre y la filósofa y extraordinaria novelista Iris Murdoch (por citar sólo a unos pocos), el filósofo ha fundido filosofía y literatura, convirtiendo la literatura no meramente en un instrumento comunicativo al servicio de la filosofía sino en auténtico logos filosófico. Este monográfico pretende poner en escena la relación filosofíaliteratura para que ambas hablen como una sola, si quieren, o como posturas enfrentadas, si gustan, o como mutuas colaboradoras, si así les place, a ellas y, por supuesto, al lector. El monográfico está integrado por una entrevista con el Profesor Félix Duque sobre Borges, un artículo de la Profesora Carmen Seisdedos Sánchez que, volviendo los ojos hacia el humanismo renacentista del siglo XV, analiza la fértil discusión entre filosofía y literatura y la transmutación de esa relación, y, finalmente, un artículo de Luis Ramos de la Torre que analiza la presencia del concepto salvación en la poesía de Claudio Rodríguez y en el pensamiento orteguiano desde la óptica de poetas como Pedro Salinas y Carlos Bousoño.

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Hablando de Borges con Félix Duque

“Si (como afirma el griego en el Cratilo) El nombre es arquetipo de la cosa, En las letras de rosa está la rosa Y todo el Nilo en la palabra Nilo…”.

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DUERERÍAS: ¿Qué caminos le llevaron a Borges? ¿Qué es para usted Borges? FÉLIX DUQUE: Si se me permite remedar al gran fabulador, yo diría que a mí se me hace cuento que una vez fuera Borges; lo juzgo tan eterno como Dios y los hombres. Nunca lo conocí. Para mí siempre ha sido una mirada desvaída, como vuelta hacia dentro, un tipo desgarbado y unos textos tan

sutiles como onerosos. Está bien así, quiero decir: eso de conocerlo “de vista”, de tanto pasar y repasar sus textos y de fijarme en fotos suyas. La palabra escrita, y encima impresa, impone respeto: es como si esos garabatos hubieran estado para siempre ahí, acechándome, y sólo cobraran vida cuando yo posara la mirada sobre ellos. Nadie me puede asegurar que sus hojas no estuvieran en blanco, y que no hayan sido mis ojos los culpables de haber ido poniendo una y otra vez de relieve esos signos, como si fueran trazas escritas con tinta simpática que sólo por simpatía (sympátheia) accedían a presentarse ante mí. Y sin embargo, la consciencia de que se trata de una impresión difusa (en los dos sentidos, subjetivo y objetivo del término) me lleva a pensar que eso estaba escrito para todos y para siempre: no sólo para los de hoy o los venideros, sino también para los de antes, pues que sólo leyendo esas páginas podía empezar a penetrar en el sentido – siempre guiado, mas es bueno tener amigos, aun a distancia- de los antiguos. ¿Cómo no comprender que Cervantes había leído ya –ya, de siempre- a Pierre Ménard y que ahora –entonces- lo estaba o estará reformulando para limpiarlo de sus excrecencias parnasianas y parisinas, a fin de embutirlo como brulote antibarroco en las contiendas literarias del siglo XVII? D.: ¿Cuántos “borges” hay en Borges? F.D.: Algo de eso debe de haber habido en mis lecturas, gracias a las cuales recuerdo (o entraño) al menos tres “Borges”: el primero, el de mi adolescencia (yo crecí leyendo a Borges según él escribía, mientras que mi infancia se avivaba al contacto con los muertos: Homero, Virgilio y Julio Verne). Recuerdo que ese Borges rompía las estrechas paredes de mi cuarto (y hacía trizas los libros de texto, todo hay que decirlo), y por entre las brechas yo veía universos alternativos, malevaje en recónditos corralitos (no sabía bien qué era eso, entonces, pero sonaba entre íntimo y amenazador en mi cabeza) y rudos hombres del norte, menos “mirados” y finos que mis griegos, pero con un aire de sincero salitre y un sabor de sangre en el tosco escudo que nunca olvidaré. El segundo “Borges” me llegó meditando sobre la casi imposible unión entre Hume y Nietzsche, mientras traducía a 8

mediados de los años setenta el Tratado del escocés. Contra las interpretaciones al uso, yo barruntaba (era un sentimiento tan fuerte como el que abrigara otrora respecto a los fieros héroes del Beowulf o de las Eddas), yo barruntaba –digo- que el delirio paradójicamente defendido por Hume como propio de la filosofía, desatentamente avasalladora de las opiniones comunes de los hombres, algo tenía que ver con los ditirambos dionisíacos de Nietzsche, abocado a una demencia sin retorno. Entonces, fue de nuevo un texto de Borges el que me confirmó que no estaba descaminado. Gestos, ideas y sentimientos se enlazan, entrecruzan y combaten recíprocamente sin importarles los soportes humanos en los que efímeramente anidan. Así aprendí a trasvasar unos odres en otros, llenando mi pequeño pellejo con esas mezclas, como un buen whisky blended. Por fin, el tercer “Borges” es ya de estos años. Hacía tiempo que no frecuentaba esas páginas, por tenerlas –mentecato de mí- de menos monta que la urgente lectura de Aristóteles, Hegel o Heidegger (urgente, sobre todo, porque tenía que impartir clases sobre ellos: no me las quiero dar de ardiente y afanoso pensador). Es verdad que de tanto en tanto un Foucault, un Sini o un Vitiello me recordaban que Borges seguía allí, agazapado, dando qué pensar y qué soñar. Recuerdo que incluso me irrité cuando una alumna de doctorado (argentina, claro está) me propuso cambiar su trabajo de fin de curso (obligatorio) sobre la lógica de la esencia de Hegel por otro sobre la lógica paratáctica de Borges. Con todo, y llevado de la curiosidad (¿qué podría tener que ver el sobrio y árido Hegel con un hacedor argentino de cuentos?), eché mano de las recopilaciones que antes me fueran tan caras (Ficciones, Historia universal de la infamia), y entonces, sin quererlo apenas, comencé a parar mientes en el lenguaje utilizado, en la retórica tan poco barroca, tan mesuradamente “inglesa” de Borges, y en cómo su tersa superficie delataba arrebatadores Maelströme. Un nuevo enlace con Nietzsche, pero ahora a nivel de efectos de lenguaje, como si los apretados aforismos de La voluntad de poder espejearan en un hombre ciego que era ya él mismo literatura, letra de sí y de sus sueños. Fue entonces cuando me percaté de la esotérica conexión del lenguaje de Borges con el tiempo y sus bifurcaciones. Justamente la parquedad de los verbos (rémata: acción, flujo), frente a la lapidaria concisión de los sustantivos (onómata: quietud, solidez), dejaban entrever ese pudor primordial 9

frente a los laberintos de los tiempos. Que sólo se muestra aquello que, a buen recaudo, late en lo contrario. D.: ¿Es la literatura un adjetivo de la filosofía de Borges? F.D.: No me gustaría tildar de “literaria” la obra borgesiana (me gusta decir eso, mejor que “borgiana”: no fue un Borja, aunque quizá le hubiera gustado ser papa de alguna secta herética). Recuerda demasiado a la (mala) idea de distinguir entre “ficción” y “noficción”. Salvo la escritura lógica y matemática (e incluso allí habría sus más y sus menos: que se lo pregunten a Raymond Queneau), todo lo escrito es literatura, por estar forjado en letras. Sin embargo, sí parece cierto que la letra de Borges no es científica, porque no pretende enunciar lo que es, sino lo que le es, lo que le im-porta, haciéndole ser él: Borges (sin nombre propio: Jorge; Georgie era el “otro”, el individuo envidioso del hacedor, el que le recordaba que hay tripas y que sólo se ven luces y sombras, manchas de un mundo falaz; el que le recordaba, sobre todo, que hay otros, amargándole la letra). Sus ficciones (más fintas que fingimientos) no abren a otros mundos (tontería urdida por quien se aburre en éste... y por tanto en cualquier otro): abren al mundo. No a esta cosa o esta otra, no a este suceso o aquel otro, sino a la trabazón, a la symploké de la ordenación cósmica. Un mundo caleidoscópico, constituido por miríadas de espejos pros- y retrospectivos, cada uno a su aire: todos diciendo lo mismo, todos de otra manera, aunque a las veces se entrecrucen sus trayectorias, sin que nunca acabemos de saber si Borges nos está tendiendo la trampa del erudito que grita, alzando sus manguitos y su visera de plástico roñoso: “¡Lo pillé! Se ha plagiado a sí mismo, o a otros”, si está rindiendo un homenaje à la Ménard o si,

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simplemente, sabe muy bien que lo mismo, si en otro contexto, reverbera con luces y sombras nuevas, como de cueva soleada. Tampoco su “literatura” es moral (aunque a las veces roce el epigrama, en seguida frustrado con un golpe sardónico). Borges no quiere prescribir cómo debemos ser, o por dónde debería ir el mundo (el mundo no va, sólo se limita a vibrar, relampagueante: dejando entrever lo Mismo, a saber: que un montón de barreduras, de residuos lanzados al viento y esparcidos por pagos-páginas es ya el más bello de los órdenes). Borges, como buen aristotélico, como buen cervantino, dice –nos dice- cómo habrá podido llegar a ser o dejar de ser un espejo agrietado de mundo según la coherencia y lo verosímil, o sea: según la ficción (entre el estreñimiento del supuesto orden máximo prefijado y la dispersión de los sucesos azarosos). En una palabra: Borges oficia de hacedor de historias, de brechas meditadamente irregulares, abiertas todas ellas hacia el hondón del mundo. D.: En “Nueva refutación del tiempo” (1946) escribe Borges: “Negar el tiempo es dos negaciones: negar la sucesión de los términos de una serie, negar el sincronismo de los términos de dos series[…] contrariamente a lo declarado por Schopenhauer (“El mundo como voluntad y representación”), cada fracción de tiempo no llena simultáneamente el espacio entero, el tiempo no es ubicuo”. ¿Cómo aparece reflejado el tiempo en las “historias” de las que Borges es “hacedor”?

F.D.: No creo que su obra “refleje” nada. Si lo hiciere, sería un simio novelista o cuentista. Su obra deja ver. Y no creo que a Borges le importara mucho ni poco eso tan orteguiano de “estar a la altura de los tiempos”. Este símil de escalera o de podio puede valer para una star de revista o para subir a un avión, no para el noble oficio de imaginero. Borges hace que estallen los tiempos, las épocas (epoché es un período limitado, como puesto entre paréntesis: embalsamado) y las vidas. Al apuñalar a César, Marco Bruto repite el gesto inmemorial del gaucho asesinando al hacendado pampero (y no me digan por favor que es al revés); Borges joven, a orillas del río Charles, quiere ver una fecha en un billete norteamericano para corroborar que su encuentro con su propia vejez es una locura impensable, mientras quien escribe puntualmente (¿desde qué 11

recuerdos, o premonición?) el suceso anota que esos billetes no llevan fecha. ¿Qué puedo decir? ¿Que Borges me sabe a Heidegger, que no puedo dejar de pensar en la semiosis hegeliana, con su pozo de aguas sombrías y su pirámide que alberga un cuerpo muerto, cuando leo las últimas noticias de Tlon y de Uqbar? ¿Que la imposible cartografía de la región china remite a la archiescritura derridiana? ¿Que las figuras del jarrón chino o que el aleph debajo de una mugrienta escalera recuerdan a Foucault o a Nicolás de Cusa? En fin, burla burlando ya he dicho qué espectros me acompañan en la lectura ficcional de Borges. De ella surge, chorreante, al menos una cascada de cosas: la caída del imperio del significado, del representacionalismo, del Sujeto autoconsciente, autocontrolador, antropocéntrico (o sea: eurocéntrico), y así. Muchas caídas para un decir tentempié: embrionario, sobriamente sugestivo, cortante como una navaja de afeitar (de las de antes), socarrón como una milonga y lamentoso como un tango (a veces, en las narraciones menos lgoradas). Ya lo insinué antes: Borges da qué pensar; él no filosofa, porque no se cuida de atar argumentaciones válidas para todo el mundo, convincentes en general. Pero sin él –y sin sus pares: Pérec, Queneau, Chesterton, Buster Keaton y Jean Dubuffet- la filosofía sería aún más sosa de lo que ya es. Que se lo pregunten a los filósofos analíticos, a ver qué cara (de seriedad circunspecta) ponen. D.: ¿Qué tradiciones filosóficas están presentes en la obra de Borges? F.D.: Filosóficas... bueno, de nuevo la tentación doctoral. Pero Samuel Johnson o Richard Burton (el melancólico, no el embobado por la Taylor) comparten preferencias con Stevenson o con Bartleby, el donoso escribiente creador de Melville. Y en fin, el gran Berkeley, que nunca pudo convencer a nadie de la verdad de sus arrebatadas “visiones” (y nunca mejor dicho), así como nadie ha podido jamás refutarlo. Y al fondo, Malebranche (intueri omnia in Deo: sólo que ese “dios” es una galería de espejos, todos ellos distintos –ni siquiera puedo decir “deformantes”, porque cada uno expone honradamente la figura en él prendida, a la buona), y Pablo de Tarso (“en Él somos, nos movemos y existimos”; sólo que “Él” se parece cada vez más con el tiempo –con las cruces de los tiempos- al gran cetáceo blanco, 12

cosido a arponazos por un cojo loco). Y naturalmente Schopenhauer, que se pasa la vida diciendo –escribiendo- que debemos negarnos a nosotros mismos y a nuestra voluntad para que no haya nada, sin darse cuenta de que ya de antemano no habría habido nada de no haberse empeñado él –y otros hacedores como él, desde Sileno- en escribir una y otra vez que para que todo fuera de verdad como debe ser no debía haber absolutamente nada, y que había que querer con todas las fuerzas no querer nada para que el querer se rindiera (¿exhausto, o muerto de risa?). Y Spinoza, el pulidor de lentes, tan humilde que hacía como que él no era Dios. O Nietzsche, un filántropo tan abnegado que, sabiendo que él era Dios, hacía como si él fuese sólo un filósofo dinamitero. Y en fin, Félix Duque, sin el cual Borges no sería mi Borges, y que es quien ha introducido de matute todo ese arsenal en la escritura de un tipo tan magro de cuerpo como prieto de palabras. D.: ¿Quiere destacar algún otro aspecto importante de la literatura de Borges por el que no le hayamos preguntado? F.D.: Léanlo, y déjense llevar. En todas partes está el aleph. Siempre que no se lo busque.

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De las Fábulas a los Conceptos Carmen Seisdedos Sánchez

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Entre los estudiosos más notables de la época que vamos a analizar encontramos a Ernesto GRASSI, con textos como La filosofía del humanismo, la preeminencia de la palabra (trad. al castellano en Antrhopos, Barcelona, 1993). Dedicado a Martin Heidegger, de quien fue discípulo, polemiza con él sin embargo en el prólogo y a lo largo del texto acerca de si puede admitirse o no como filosofía la práctica del humanismo, opción que como sabemos Heidegger rechazaba desde lo más profundo de su ser.

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Por citar solo algún texto significativo: VASOLI, C: La dialeticca e la retorica del´umaesimo. Invenzione e metodo nel XV, VI e XVII secol. Mila´n, 1968GILBERT, N. Renaissance concep of method. Nueva York, 1960 3 SEISDEDOS SANCHEZ, Carmen: “La cuestión del método en el humanismo”, Actas del congreso internacional sobre Humanismo y Renacimiento, Vol. II, pp.629-639, Universidad de León, 1998

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A. MUSSATO: Tragoediae duae, Eclogae et fragmenta.Venecia, 1636. Es interesante consultar VINAY,G.: “Studi sul Mussato .Il mussato e léstetica medievale”, Giornale di studi di letteratura italiana,vol.CXXVI, 1949.

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PETRARCA, F.: Oratio laudis poeticae. Texto crítico preparado por GODI, en “La collatio laureationis, dePetrarca, en Italia medioevale e umanistica”, XII 1970 6 BRUNI, L.: Humanistisch- Philosophische Schriften. Ed. De H. BARON; Leipzig, 1928 7 BOCACCIO, G.: Genealogía deorum gentilium libri, ed. De ROMANO; V., 2vols, Bari,1951

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ARISTOTELES: Poética, 1459 a 7-8 ARISTOTELES, op. cit. Retórica 1412 a 9 ss

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Por citar solo dos ejemplos del mismo autor, podemos referirnos a VALLA, L. En Elegantiaae linguae latinae, libri sex hace un estudio descriptivo incomparable del latín, tomando el leguaje como objeto de reflexión. En, De falso credita et ementita Constantini donationis Declamatio ese mismo latín le sirve como vehículo para denunciar un texto falsificado que venía, sin embargo, avalando la supremacía de la iglesia. Ambos en Opera omnia, Basilea, 1540. Ed. Fascímil. Preparada por Eugene GARIN, Bottega dËrasmo, Turín, 1962. Se pueden consultar al respecto: FOIS, M.: Il pensiero cristiano di Lorenzo Valla, Universitá gregoriana, Roma, 1969. SEISDEDOS, C.: De falso credita et ementita Constantini donatione Declamatio, de Lorenzo Valla. Retórica e ideología en el siglo XV. Actas del II congreso internacional De Retórica, política e ideología. Universidad de Salamanca, 1997. pp179-187 12 Los trabajos de GARIN, E. sobre estos temas son innumerables. Citaremos “Los cancilleres florentinos” en Medioevo y Renacimiento. Taurus, Madrid, 1981 13 SALUTATI, C.: De laboribus Herculis, 2vls, ed. ULLMAN, b.l., Zurich,1951 14 PETRARCA, F.: Familiares , ed. ROSSI, V , Florencia, 1933

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AGRICOLA, R.: “De formando Studio” (Epístola a Jacobo Barbirano), en Lucubraciones, ed. De Alardo de Ámsterdam, Colonia, 1539.Existe edicción fascímil en Monumenta Humanistica Belga, Niuwkoop-B. De Graaf, 1967 16 GUARINO, B.: De modo et ordine docendi, Ferrara, 1472. Existe una edición moderna de GARIN en Il pensiero pedagogico dell´ umanesimo, Florencia, 1958, pp434-471 17 JUAN ALFONSO DE BENAVENTE: Ars et doctrina docendi et studendi. Publicada por ALONSO RODRIGUEZ, B: en Biblioteca Salmanticensis, Universidad Pontificia de Salamanca, , 1972

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MIRANDOLA, G. P.: Discurso sobre la dignidad del hombre, trad. estudio y notas de RUIZ DIAZ, ED. Goncourt, Buenos Aires, 1978 MANETTI, G.: De dignitate et excellentia hominis, Ed. De LEONARDE: Padua, 1975. existe traducción italiana del libro IV, con un estudio de Garin en Prosatori latini del Quatrocento, Florencia, 1960, pp 422- 487 20 ALBERTI, L.B. Momus, ed. De MARTINI, Bolonia,1942 19

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RAMOS DE LA TORRE, Luis, Poesía y salvación en Claudio Rodríguez: una interpretación desde Ortega, Tesis doctoral dirigida por Javier SAN MARTIN SALA, Madrid: UNED, 2006

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Véanse para esto nuestros artículos: RAMOS DE LA TORRE, Luis, “Actualidad del pensamiento de Ortega sobre la vida infantil en el cincuentenario de su muerte”, en Primeras Noticias, Revista de Literatura nº 209 (Especial Año del Libro y la Lectura), 2005, Barcelona: Centro de Comunicación y Pedagogía, pp. 35-47. “La infancia como valor en la literatura de Claudio Rodríguez”, en Primeras Noticias, Revista de Literatura (Especial Literatura y Valores nº 201, Barcelona: Centro de Comunicación y Pedagogía, 2004, pp. 61-69. “Poesía, pensamiento y salvación en Claudio Rodríguez y Ortega: un cruce de caminos”, en Duererías, Revista de Filosofía, nº 4, Zamora, diciembre 2004, pp. 13-47 y “¡Que Claudio la está velando”, en Archipiélago, Revista de Crítica de la Cultura, nº 63 (Monográfico dedicado a Claudio Rodríguez), Madrid, 2004, pp. 73-78. 3 El estudio de este aspecto aparece en RAMOS DE LA TORRE, Luis, “Vida y salvación desde el amor a las cosas en Claudio Rodríguez y Ortega”, Duererías, Revista de Filosofía, nº 5, Zamora: Asociación Cultural Duererías, mayo 2005, pp. 108-151. 4 RODRÍGUEZ, Claudio, La otra palabra, (edición de Fernando Yubero), Barcelona: Tusquets, 2.004, p.105. 5 Además de Claudio Rodríguez, muchos son los críticos que han analizado este concepto en la obra de Salinas, así DÍEZ REVENGA, Francisco Javier, en la Introducción a su edición de SALINAS, Pedro, Poemas escogidos, Madrid: Espasa Calpe, (Colección Austral), 1993, p.15, escribirá: “En su defensa de este concepto unitario de poesía, Carlos FEAL DEIBE [ La poesía de Pedro Salinas, Gredos, Madrid, 2ª edición, 1971, p. 13] ha señalado también otros rasgos que son comunes a toda la producción saliniana: «La intuición que está en la base de la compleja poesía de Pedro Salinas es ésta: todos los seres del mundo están dramáticamente escindidos en alma y cuerpo. El afán del poeta se encamina a lograr la unidad, la reconciliación

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de esos dos términos. La originalidad consiste en que no sólo adjudica el alma a los seres humanos, sino también a las cosas».” 6 RODRÍGUEZ, Claudio, La otra palabra, ob. cit, p.95. En las citas cuando aparezcan cursivas, y si no se indica lo contrario, el subrayado es nuestro. 7 Para analizar la relación de ambos poetas: Guillén y Salinas con Ortega vamos a tener en cuenta el artículo de G. HAVARD, Robert, «Guillén, Salinas and Ortega: Circunstance and Perspective», en Bulletin of Hispanic Studies, 4, LX, octubre 1983, pp. 305-318, dado que este crítico defiende la cercanía de estos dos poetas a la filosofía de Ortega hasta el punto de exponer que dos de los conceptos orteguianos esenciales como son la circunstancia y la perspectiva, están cifrados según Havard en los orteguianos “yo soy yo y mi circunstancia” en el primer caso y referido a Guillén, y en “nadie ha visto jamás una naranja”, en el sentido de que no ha visto la naranja entera, pues depende de la perspectiva, en el caso de Salinas; no obstante la tesis de este profesor defiende que ambos son diferentes pero complementarios. Así, intentando sintetizar este aspecto, el articulista defiende [p.305] que “etiquetar la visión de Guillén de emotiva y sensorial es permitir que el tono de los poemas oscurezcan su base filosófica, e igualmente tomar la “ceguera” de Salinas como indicativo del rechazo de un mundo de fantasías, hace menos justicia a su astucia metafísica. Creo que estas confusiones desaparecen cuando estos poetas son vistos a la luz del pensamiento de Ortega” Conviene indicar que los textos referidos a este artículo y que aquí aparecen han sido traducidos por el profesor Ángel Brioso. 8 RODRÍGUEZ, Claudio, La otra palabra, ob. cit, p.97

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Respecto de este tema y en el citado, SALINAS, Pedro,. Poemas escogidos, ob. cit, p.15, el profesor Francisco Javier DÍEZ REVENGA explica que: “Concha Zardoya ha querido ver en la poesía de Salinas la puesta en práctica de su teoría de que la poesía es «una aventura hacia lo absoluto»”. Más adelante, en p.59, y respecto de la aventura en Salinas, escribirá: p.59: “La aventura hacia lo absoluto que para él será el poema, finaliza en «iluminaciones» [*cita en Gerardo DIEGO, 303. “Cuando una poesía... en el silencio. Muchas veces una poesía se revela a sí misma, se descubre de pronto dentro de sí una intención no sospechada. Iluminación, todo iluminaciones.”], indeterminada realidad sólo comprendida a través de la luz que la crea y la hace posible, término aprendido quizá en Rimbaud, pero tan distintamente interpretado en la «realidad poética» saliniana.”. Respecto del libro del poeta del 27, este crítico se refiere a Gerardo DIEGO, Poesía española contemporánea. (Antología ), 7ª ed., Madrid: Taurus, 1974. 10 Íbidem, p.95. 11 SILES, Jaime, «La poesía primera de Salinas y la postmodernidad (Notas para un catálogo de semicoincidencias)» en Revista de Occidente nº 126, noviembre 1991, pp 152-157. En este artículo de Jaime Siles se reconoce la influencia de Ortega en Pedro Salinas, aunque se orienta desde la perspectiva neokantiana que a nuestro juicio se irá decantando, como la propia filosofía orteguiana, hacia una poética de la vida entendida por ello, la poesía no como el solo “aumento del mundo” sino desde la conciencia vital de la pesantez de la propia vida y la necesidad de buscar la unidad de lo fragmentario, así Jaime Siles escribe: “El neokantismo del primer Salinas se distingue del de Guillén en esto: en que hay en él interdependencia –y no sólo dependencia- de las cosas” […] “No es el deslumbramiento ante “las maravillas concretas” que constituyen el mundo de Guillén y que don Pedro recrea en “Radiador y fogata”; no es una

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nostalgia de luna, de amor, de infinito: es “Nostalgia / de un jarrón sobre una mesa”; es “la sorda vida perfecta / sin color... / segura” y “sin luz”. Ha desaparecido el “viento de cine, ese viento” de “Far West” y ha quedado el “Don de la materia” –título que preludia el de Claudio Rodríguez: El don de la ebriedad (1953). Este cambio de estilo –acorde con su ensayo de lengua coloquial y de renovación rítmica- no es nuevo en Salinas: obedece a una modificación de sus planteamientos. La absoluta inmanencia que abría Presagios (“Suelo. Nada más. / Suelo. Nada menos. / Y que baste con eso”) le resulta ahora insuficiente; el “Basta, no hay que pedir más” – que iniciaba Fábula y signo – se transforma en el poema 25 de ese mismo libro, en “No, no me basta, no”, que adelanta el título de un poema posterior de Vicente Aleixandre. El tiempo se le vacía de significado: “Se ve que es una hora / en que no pasó nada más que ella”; el mundo –como el Escorial- está hecho “Porque no le falta nada”; “Nada promete el mundo: / lo da, lo tengo ya”. Por eso no es “futuro, ni nuevo/ el horizonte.” Y sin embargo, “¡Qué ansia de repetirse / en esto que está siendo!”. […] “La poesía primera de Salinas describe una trayectoria lingüística que supone también un cambio emocional y que implica una transformación de sus supuestos metafísicos: el primer Salinas creía –por influjo del “Ensayo de Estética a manera de prólogo” que Ortega escribió para El pasajero de Moreno Villa –que la realidad “es, en sí misma, un simple catálogo de cosas” y la poesía, “un aumento del mundo, una forma de crear tesoros de realidades antes conocidas”; el Salinas posterior mantiene un sí al mundo (“Sí, sí a todo, a todo sí / a la nada, sí por nada”): asiente a su razón histórica y vital. Pero unamuniza, esto es, humaniza lo que antes había orteguianizado. En este sentido Salinas realiza una simbiosis entre Ortega y Unamuno, similar a la que hará la generación del 36. En este sentido –y como Rosales- coincidiria con la postmodernidad en tres cosas: a) en el tratamiento de la temática urbana; b) en el intento de una lengua literaria basada en el lenguaje coloquial; y c) en su interés por los objetos y situaciones del mundo cotidiano.” 12 En este sentido, y del mismo modo que lo anotaba Jaime Siles, el profesor Díez Revenga en su estudio, [p.19] nos recuerda que: “Y otro rasgo muy valioso en esta etapa es que en ella ya está fijada la personalidad retórica saliniana, con la presencia de un lenguaje poético castizo y natural, en el que un vocabulario cotidiano se sublima en asociaciones de un gran valor lírico, de manera que con él, como señaló Ricardo Gullón [«La poesía de Pedro Salinas» en Andrew P.

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SALINAS, Pedro, Poemas escogidos, ob. cit, pp.39-40. En este libro conviene tener en cuenta las palabras de Montserrat Escartín en la introducción a SALINAS, Pedro, La voz a ti debida. Razón de amor. Largo lamento, ob. cit, p.45, cuando nos explica que: “Salinas como Orfeo, Virgilio o Petrarca, sabe que el hombre que sufre debe quejarse en soledad “dulce y blandamente”, en un “largo lamento”, frente a una Naturaleza receptiva cuyos paisajes serán fuente de conocimiento interior y su exploración, lo mismo que autodescubrirse. Esta resonancia de orfismo en Salinas conlleva, además, el poder de la melodía para aplacar las furias, incluso las del alma. Si en el siglo XVI, la melancolía –o erotés- era una enfermedad vinculada al amor y había tratados para su curación que señalaban como “medicina” la música o la palabra, en Salinas se reafirma el poder sanador de la voz: “Una palabra puede/ salvarlo todo si se la echa allí/ en el agua del alma que la espera.”

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SALINAS, Pedro, Poemas escogidos, ob. cit. p.49. Respecto del vuelo continuo y la levedad en el poema «Amor en vilo» de Pedro Salinas recogido por la revista Los cuatro vientos nº 1, Madrid, febrero 1933, p.32. (Recogida en Edición facsímil Editorial Renacimiento, Sevilla, 2000, p.82) leemos: “¡Sí, las almas finales! / ¡Las últimas, las siempre/ elegidas, tan débiles, / para sostén eterno/ de los pesos más grandes! / Las almas, como alas / sosteniéndose solas / a fuerza de aleteo / desesperado, a fuerza / de no pararse nunca / de volar, portadoras / por el aire, en el aire, / de aquello que se salva.”. 34 No se olvide la importancia que la memoria de las cosas tiene para Pedro Salinas quien en sus Notas, proyectos..., p.66 (según recoge la profesora Escartín en SALINAS, Pedro, La voz a ti 33

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un lugar de abrigo y refugio, no es menos cierto que más frecuentemente los poetas lo asocian con las fuerzas desbordadas de la naturaleza: […]. Por otra parte, con Baudelaire surge la imagen del mar como espejo del hombre condenado a la interminable contemplación de sí mismo: La mer est ton miroir; tu contemples ton âme / Dans le dèroulement infini de sa lame”. 38 De igual modo, Juan Marichal en el mencionado Tres voces de Pedro Salinas, ob. cit, pp.1819, explica cómo en este libro aparece una de las tres voces fundamentales que cree ver en la poesía de este autor: “Al hablar de las tres voces de Pedro Salinas, no me refiero, ahora propiamente, a la distinción establecida por T.S. Eliot en su ensayo de 1954, “The three voices of poetry”. Para Eliot, el poeta puede contar con tres voces: la primera es la voz del monólogo lírico, (la del poeta en soledad), la segunda es la del diálogo entre el poeta-juglar y sus oyentes (el poeta ante su auditorio), la tercera es la voz enteramente despersonalizada del poeta, encarnada en personajes dramáticos autónomos (el poeta está ahora en el escenario entre bastidores). […] he querido sobre todo realzar las tres voces que considero más altas en la creación literaria de Pedro Salinas: la voz intimista del canto amoroso (La razón de amor), la voz contemplativa del cántico espiritual (El contemplado), y la voz expositiva del pensamiento literario (libros sobre Manrique, sobre Darío y ensayos de literatura hispánica contemporánea).”

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