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Mr. Percepción El neurocientífico Beau Lotto, como los demás de su especie, se preguntó cómo funciona el cerebro. Pero su exploración lo llevó a otra pregunta, ¿cómo percibe el cerebro?, y a descubrir que ahí está la clave para la creatividad, la compasión y la adaptación al cambio. En su camino se cruzó con niños, abejorros, bonobos y, la próxima semana, chilenos, cuando se presente en Santiago, el 9 de julio. Por Francisco Aravena Julio 4, 2013 

“El cerebro no es un decodificador del mundo, sino un creador del mundo, a través de la percepción”, explica Beau Lotto. “Lo que yo trato de hacer es estimular a las personas a aprender sobre cómo ver el mundo, lo que llamo ‘verme a mí mismo ver’, para entender cómo dependemos de nuestro entorno”. “Queremos llevar estas ideas a Chile, y convertirlo en un modelo para replicarlo en el resto de Sudamérica, por lo menos. ¿No sería

maravilloso tener un instituto de ciencias que facilitara la cohesión social y la confianza propia de los niños?”. En algún punto del camino entre la pregunta y la respuesta, el neurocientífico Beau Lotto se dio cuenta de que lo verdaderamente interesante estaba en el punto de partida. Al menos para él. Porque de eso se trata todo: de percepción. De cómo entendemos, de cómo “hacemos sentido” del mundo según nuestro entorno y nuestra historia, como individuos, como grupo, como especie. El punto de partida no es diferente del que ha interesado, apasionado y obsesionado a muchos científicos, como el mismo Beau Lotto, que tiene a buena parte de la humanidad fascinada con la imagenología, y que tiene a corporaciones, gobiernos y consorcios multinacionales invirtiendo en grande: ¿cómo funciona el cerebro? Pero ahí donde muchos han perseguido la descripción del funcionamiento del órgano, Lotto desembocó en otras preguntas: ¿Cómo percibe el cerebro? Y, en proyección, ¿cómo va el cerebro adaptándose al cambio? Grandes y ambiciosas iniciativas, como el European Brain Project y el Brain Activity Map, en Estados Unidos, han puesto el foco en entender qué pasa en el cerebro humano. Pero, para Beau Lotto, lo más importante está afuera de la cabeza, por decirlo de cierta forma. “Toda la información carece de sentido si no comprendes el contexto”, explica. “Es como tener un código secreto: para que te sirva tienes que ser capaz de interpretarlo, y para ello debes entender ciertas cosas. ¿Está en inglés, en español o en qué idioma? Cuando manejas esa certeza, puedes usar la estadística para interpretar. Pero si lo que asumes está equivocado, el código no te sirve. La información por sí sola no tiene ningún valor si no eres capaz de ponerla en el marco adecuado, y en eso es donde habitualmene, como sociedad en general, fallamos”, sentencia. “En general somos realmente buenos ingenieros, pero pésimos filósofos”.

“Imaginemos que recreamos un cerebro, aunque sea el de un pequeño abejorro. Podemos describir sus conexiones, pero no entender cómo funciona. La razón es que no conocemos su historia. La estructura funcional del cerebro es literalmente una manifestación física de esa historia”, explica. “Sin saber la historia no podemos realmente saber por qué esa arquitectura es como es”. El error que usualmente se comete en torno a la neurociencia, advierte, es creer que el cerebro evolucionó para ver el mundo como es. “La verdad no es ésa. El cerebro no es un decodificador del mundo, sino un creador del mundo, a través de la percepción”, explica. “Lo que yo trato de hacer es estimular a las personas a aprender sobre cómo ver el mundo, lo que llamo verme a mí mismo ver, para entender cómo dependemos del entorno”. A eso se ha dedicado Lotto, particularmente durante la última década: a llevar a distintos públicos a entender que la percepción es la clave, y a situarlos en un lugar nuevo, de incertidumbre, que es el primer paso para ser creativos (una palabra “mágica” en el mundo corporativo, del cual Lotto no rehúye) y también compasivos. Usando el marco de las neurociencias, dice, entendemos que la creatividad es una habilidad que podemos aprender si logramos desafiar las certezas que nuestro cerebro -y nuestro sistema educacional y corporativo, por extensión- está diseñado para buscar en orden a asegurar nuestra supervivencia eficiente. Se trata no sólo de crear, sino también ser más compasivos. “Dado que nuestra percepción está determinada por nuestra historia, y dado que incluso los colores que vemos están afectos a la historia que mi cerebro me cuenta basado en su propia experiencia, de qué fue útil ser capaz de ver en el pasado, puedo entender que la percepción de alguien más está a su vez basada en su propio pasado”, dice. “Al tomar conciencia de eso, uno es más capaz de ser más compasivo con otras personas: puedo apreciar que la diferencia en nuestros puntos de vista tiene que ver en gran medida con las diferencias de nuestras historias. Lo que no equivale a decir que todo es

relativismo posmoderno”, advierte. “Algunas cosas son mejores que otras; si no lo fueran, la evolución no existiría”. El mundo ha conocido su trabajo principalmente a través de sus dos charlas TED, que de alguna manera han resumido lo hecho a través del Lotto Lab, un espacio abierto dedicado al estudio de la percepción de las personas en el Museo de Ciencias de Londres, y de programas como “i,scientist”, talleres para escolares con el fin de cambiar la forma en que piensan sobre la ciencia y, por extensión, sobre ellos mismos. Son las experiencias que de alguna manera han servido de “prueba de concepto” para lo que espera replicar en otros países. Partiendo por Chile. LOS NIÑOS MÁS VALIENTES Había una vez un grupo de niños de ocho a diez años en una escuela de Blackawton, una villa al sudeste de Inglaterra, que diseñaron e implementaron un experimento para determinar qué patrones de color y posición determinaban la percepción de los abejorros, y que los llevaría a convertirse no sólo en los científicos más jóvenes en publicar un paper en una revista especializada, sino además en ser los primeros en usar la frase “había una vez” en un paper científico. El texto, publicado en diciembre de 2010 en Biology Letters, concluía: “Descubrimos que los abejorros pueden usar una combinación de relaciones de color y espaciales al decidir el color de las flores donde buscar sus provisiones. También descubrimos que la ciencia es cool y divertida porque puedes hacer cosas que nadie ha hecho antes”.

Detrás de todo esto estuvo Beau Lotto, empeñado no tanto en enseñar ciencia a los niños -aunque, reconoce, es un resultado deseable- sino en demostrar que la ciencia es una manera de ser, y que se rige por los mismos principios básicos que aquella actividad en la que los niños son expertos: jugar. El juego y la ciencia, explica, son los dos únicos espacios donde se celebra la incertidumbre, se valora la diversidad, son actividades colaborativas y por lo tanto tienen un fuerte sentido de comunidad. “Y cuando tienes reglas para jugar, tienes lo que llamas un juego. En ese sentido, un experimento es un juego”. Los niños vieron cómo los abejorros aprendían (a localizar qué “flores” tenían líquido dulce, según la relación de color y posición dispuesta por ellos) y cómo se equivocaban en ese aprendizaje. Al mismo tiempo los mismos niños eran sujetos de un experimento donde cometían errores y aprendían. Vieron qué pasa cuando se hacen una pregunta nueva y, como en un juego, se aventuran a explorarla sin saber el resultado que obtendrán. En eso, dice, consiste la valentía. “Confianza es cuando haces algo y crees que tendrás éxito; eso es bueno, pero no es muy interesante. Pero haces algo que crees que va a fallar, o que de hecho sabes que fallará, y lo haces de todas maneras, eso es mucho más valioso”.

UN ESPACIO PARA EL CAMBIO

Cuando Beau Lotto vio la charla TED de la primatóloga chilena Isabel Behncke, sobre la importancia para los bonobos del juego para resolver problemas, se dio cuenta de que había mucho en común entre lo que ambos planteaban: si el juego es central también en otras especies y si la ciencia es juego, hay mucho que aprender al entender cómo otros perciben y resuelven sus problemas. Juntos, Lotto y Behncke -quien actualmente termina su doctorado en Oxford y participa del Social and Evolutionary Neuroscience Research Group en esa universidad- comenzaron un trabajo que esperan tenga un impacto valioso en Chile. Concibieron el Hummingbird Institute -que hasta el momento es una idea, respaldada por la experiencia de Lotto con su programa i,scientist- como una iniciativa para compartir con niñas chilenas de escasos recursos los mismos principios de ciencia como juego, creatividad y autoestima. “¿Por qué niñas? Porque sabemos que en áreas difíciles si te enfocas a las niñas transformas a todo el entorno, no sólo a las chicas: la economía, la violencia, la igualdad”, explica Lotto. “Pero no lo mantendremos exclusivo para niñas. Y el punto es que no estarán aprendiendo sobre ciencia, sino que estarán siendo científicas. Que aprendan sobre sí mismas; al hacer preguntas sobre el mundo, se preguntan sobre ellas”, dice. “Queremos llevar estas ideas, y convertirlo en un modelo para replicarlo en el resto de Sudamérica, por lo menos. ¿No sería maravilloso tener un instituto de ciencias que facilitara la cohesión social y la confianza propia de los niños? Todo esto es parte de una iniciativa aun mayor que han denominado Change Lab. “Es un espacio en el que pensar, investigar e implementar el cambio. Básicamente para entender cómo nos adaptamos al mundo, pero más importante, cómo necesitamos adaptarnos ahora a este mundo cambiante”, explica Behncke desde Londres. Lotto complementa: “Es algo que replica un programa similar que hemos creado en Londres y que

esperamos replicar en otras partes también. El discurso es que podemos afectar el cambio sólo al entenderlo”, comenta. El inicio de todo tiene que ver con las dos actividades de la breve visita de Lotto a Santiago la próxima semana: se reunirá con un grupo de profesores, en una actividad organizada por el Centro de Investigación Avanzada en Educación (CIAE) de la Universidad de Chile, y dictará una conferencia para un grupo de ejecutivos, organizada por la Red de Alta Dirección (RAD) de la UDD, diario Pulso y Qué Pasa. Es el paso uno del Change Lab, como explica Isabel Behncke: “Entender el cambio tiene que ver con traer a las mejores personas que estén en eso y generar conversaciones al respecto. Esa parte es la que estamos trabajando en colaboración con Claudia Bobadilla (vicepresidente ejecutiva de la RAD). Ésa es la parte más avanzada hasta ahora: llevar personas desde Inglaterra a Chile en una especie de festivales de think tanks, como podríamos llamarlos”. “Tenemos maravillosas pruebas de concepto”, dice Lotto, “y queremos desarrollarlas orgánicamente en Chile”.

De todos los seres vivientes, es posible que el ser humano sea el único capaz de dudar sistemáticamente sobre su percepción de la realidad. Quizá otros animales de inteligencia superior como los chimpancés o los perros puedan atisbar algún tipo de confusión respecto de lo que ven o lo que tocan, pero el ser humano es la única especie que ha hecho de dicha duda toda una disciplina. La ciencia y la filosofía son, por ponerlo de manera general, demorados intentos por contestar a esa pregunta sobre la naturaleza de la percepción y la realidad del mundo. De acuerdo con ciertas explicaciones es posible que ese recurso de la duda sea la manera que encontró nuestro cerebro, en el azaroso camino de su evolución, para responder a la incertidumbre propia de este mundo. Así lo afirma Beau Lotto, neurocientífico del University College London, entrevistado recientemente para el sitio Nautilus y de quien nos hemos ocupado antes aquí en Pijama Surf. Lotto traza ahí una breve historia de nuestra percepción a partir de un motivo específico: las llamadas “ilusiones ópticas de brillo”, por las cuales podemos creer que el color de un objeto es más claro o más oscuro dependiendo del brillo que tenga el fondo contra el que se encuentra. Nuestra visión, continúa el investigador, está diseñada para notar contrastes, lo cual a su vez nos permite distinguir formas, tal y como sucede en los depredadores más refinados. Paradójicamente, este desarrollo avanzado también nos

hace ver lo que no está ahí ni es la realidad objetiva. En estas imágenes, las losetas del piso tienen el mismo color, pero el contraste del fondo las hace parecer distintas a nuestra mirada:

Imagen: Beau Lotto/NAUTILUS

Imagen: Beau Lotto/NAUTILUS

Todo lo que nos concierne —dice Lotto— es un tipo de percepción. La experiencia que tenemos de nosotros mismos, de los demás, del mundo: todo aquello que pensamos, creemos, concebimos, comienza con la percepción. Y el brillo es nuestro modo más elemental de percepción. No hay nada más básico que eso: ver la luz. Las ilusiones de brillo nos revelan que incluso en el nivel más básico, no podemos verlo todo. El cerebro no evolucionó para ver absolutos. Evolucionó para ver relaciones y para ver aquello que es útil para conducirse. Si esto es cierto con el brillo, tiene que ser cierto para todo lo demás, incluso para conceptos abstractos. Esta, en cierta forma, es la gran enseñanza de las ilusiones ópticas. Nos recuerdan que nuestra percepción es eso, la manera en que aprehendemos el mundo, pero no es el mundo mismo. Una confirmación, por otra vía, de que el mapa no es el territorio. El dilema, sin embargo, es que esta es nuestra única forma de aproximarnos a la realidad, es la imagen que tenemos de esta, su representación, y no nos es posible trascenderla. Incluso si, por ejemplo, tecnológicamente seamos capaces de reproducir la visión de un lince o el oído de un perro, lo viviríamos desde nuestra experiencia como seres humanos. Por ejemplo, nuestra capacidad de guiarnos por medio de patrones. La información del mundo se encuentra libre, hasta cierto punto podría incluso decirse que liberada de sentido, pero para comprenderla nuestro cerebro se guía por patrones que crea apenas la percibe. En un experimento sencillo con números dictados al azar, Lacan demostró alguna vez la estructura fundamentalmente paranoica del yo, esa tendencia nuestra a mirar relaciones donde tal vez no exista nada pero que, aun así, no importa, porque es la manera que tenemos de conducirnos y sobrevivir. Para Lotto, esto es un “valor de comportamiento” y, en el caso de nuestra especie, también se trata de un recurso que se ha transmitido de generación en generación hasta quedar grabado en una suerte de código genético cultural. La percepción, así, está asentada sobre estructuras labradas a lo largo de muchos siglos que, además, reforzamos todos los días en cada uno de los usos exitosos que les damos. Por eso, por momentos, se asemeja también a una cárcel de la cual parece imposible escapar, un encierro posiblemente enriquecido y aún enigmático, pero a fin de cuentas una suma de límites que no tenemos la capacidad de trascender. ¿O sí? Ante una pregunta expresa de la entrevistadora Claire Cameron, Lotto asegura que un cambio en nuestra percepción es posible: Lo hermoso de las ilusiones [ópticas] es que nos muestra que todo lo que hacemos está edificado sobre la suposición. Si observas una ilusión sin saber que es tal, obtienes una percepción de la realidad. Pero tan pronto como descubres que es una ilusión, tu cerebro hace algo asombroso: mantiene en un mismo momento dos realidades que son mutuamente excluyentes. Las dos losetas se ven diferentes, pero yo sé que son la misma. Conceptualmente, no es distinto decir: “Estoy experimentando una realidad hoy, pero puedo imaginar otra mañana”. La única forma de iniciarse en el proceso de ver de manera diferente es darse cuenta de eso.

Nada es lo que parece: el motto que por razones científicas y filosóficas debería guiar nuestra vida EXISTE UNA BRECHA INELUDIBLE ENTRE LA REALIDAD Y LA PERCEPCIÓN QUE NUESTRO CEREBRO SE HACE DE ELLA, UN PRINCIPIO FILOSÓFICO Y DE LA NEUROCIENCIA MODERNA QUE TIENE IMPLICACIONES EN OTROS ASPECTOS DE NUESTRA EXISTENCIA