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Democratizando el cine DE LOS VIDEOAPIS A LOS MICROCINES BARRIALES; EL USO DE LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS AUDIOVISUALES EN LA EXHIBICIÓN DE PELÍCULAS.

De CECILIA QUIROGA SAN MARTÍN

Una tecnología que permite ver… y comer En medio del caos que reina en una estrecha avenida céntrica de la ciudad de El Alto49, donde la gente va y viene abriéndose paso entre el comercio callejero, se escuchan, como si fueran coros, diversas voces que compiten entre sí ofreciendo todo tipo de productos. Son voces mezcladas con el ruido de los motores de autos, con bocinas y con diferentes ritmos musicales que salen de los parlantes de las disqueras. En una esquina se impone la voz de Benito que parado junto a una puerta de garaje anuncia casi gritando: -Pase amigo, pase joven, pasen. Pasen, está dando “King Kong”. Después va a dar “El hijo de la Máscara”, y se puede quedar a ver estas otras películas,- mientras habla va señalando una pizarra sobre la cual están escritos otros títulos: (“Bruce Lee, artes marciales” y “Chicken Little”), acompañados de fotografías. - A uno cincuentita 50 nomás y se va a servir lo que quiera, hay api con buñuelos, gelatina, refresco, ají de fideo... Es la forma en que Benito anuncia la cartelera de películas que durante las próximas horas exhibirán en la sala de Eugenio Tarqui. La improvisada sala, con capacidad para unas 60 personas, es una más de las llamadas videoapis, lugar donde, además de ver una película, los espectadores pueden servirse alguna comida. Las películas son exhibidas en televisores de diferentes tamaños que van desde las 24 a 60 pulgadas; de pantalla plana; con parlantes de sonido incorporados. En algunas de estas salas ya se ha instalado un proyector, una pantalla pequeña y hasta butacas fijas. El trabajo de Benito como voceador ha dado resultado: varías personas entran expectantes por la puerta de garaje; la mayoría son hombres jóvenes que se acomodan en los pupitres dispuestos como butacas que a la hora de comer y ver resultan muy cómodos. En la ciudad de El Alto, con cerca de un millón de habitantes sólo existe una sala cinematográfica, reabierta recientemente luego que desde 1998, se cerrara el último cine. Benito, un muchacho de 17 años, es el hijo mayor de Eugenio. Además de estudiar; ayuda a su padre en el negocio tal como lo hace toda la familia; es decir, la madre y los otros cuatro hijos. Eugenio Tarqui es un ex minero que llegó del Norte de Potosí a consecuencia del cierre de varias minas ocurrido en 1985 51. Él y su familia, con la liquidación que recibió del Estado, equivalente a unos 900 dólares, emigró a la ciudad de El Alto donde abrió un

negocio de comida que le daba apenas lo suficiente para el sostenimiento básico. Una tarde, cuando caminaba por la zona, vio como en un snack, un televisor, colocado en un mueble en altura, captaba la atención de los clientes. Entonces, copió la idea pero además del televisor instaló un reproductor VHS y compró varias copias de películas en video que las iba poniendo a solicitud del cliente. Así, y para comodidad de los espectadores, el pequeño local de mesas y sillas, se fue convirtiendo en una sala con asientos más dispuestos para ver una película. Muchos en la misma calle copiaron la idea y se fue formando la cuadra de los videoapis permitiendo por un lado, que los vecinos pudieran ver películas a bajo costo y por otro, generando ingresos a decenas de familias. Intuitivamente la familia Tarqui aprendió a cumplir con varias de las tareas que normalmente desarrolla una empresa de exhibición cinematográfica. En primer lugar, se definieron muy bien las funciones: Don Eugenio se encarga de administrar la sala, mantener y renovar el equipo y proveerse del material. Su esposa, compra y prepara los alimentos y Benito cataloga las películas clasificándolas por géneros; diseña la programación, vende las entradas y, con la ayuda de sus hermanos, promociona las películas y hace la limpieza de lugar. Proveerse de películas es la actividad clave de Eugenio; para cumplirla ha hecho varios “contactos” y acude a la calle Tiquina de la ciudad de La Paz: un cuadra llena de puestos de venta acomodados al aire libre; apenas cubiertos con toldos bajo los cuales se exhiben los estuches de las películas, junto a pequeños televisores y reproductores, donde Eugenio puede revisar la calidad de las copias que va adquiriendo. El sabe que la mercadería llega los días martes y jueves a las cuatro de la mañana procedente de Iquique (Chile), Perú y Colombia. Por su parte, Benito sin ser un especialista en la materia, diseña con esmero la programación de las películas que se exhibirán durante el día, para eso tiene como referencia las carteleras de las principales salas paceñas; los títulos demandados en los clubes de video y el gusto de los clientes. Sabe que lo que más llama la atención son las películas de acción, terror, de contenido violento y la pornografía, pero además, conoce las preferencias según las edades y dispone franjas de acuerdo a la rutina de la gente. Así, las películas para todo público las programa durante la mañana y la tarde; por las noches, están aquellas destinadas a los adultos. No todos sus “colegas” tienen estos criterios, en otras salas la pornografía y la violencia están al orden del día. Tampoco es un especialista en promoción y publicidad, pero su práctica le ha enseñado que se deben desarrollar técnicas para atraer al público. Por eso, desde muy temprano, en la puerta de la sala instala un mostrador sobre el cual se exhiben fotografías de filmes y cuelga una pizarra donde se ofrece el listado de películas. Además, está atento para responder a preguntas de los espectadores. De la misma manera, Benito sabe que cuando una película tiene efectos especiales éstos deben ser promocionados, al igual que el formato en el que se exhibe. Hasta hace un tiempo, la calidad de la proyección de las películas era en general muy mala y el público espectador, al no conocer otra cosa que copias en VHS, no era nada exigente. Pero ahora, con los reproductores digitales, las cosas han cambiado; la buena imagen es muy demandada, por eso, la última adquisición de los Tarqui fue un televisor grande de pantalla plana, un reproductor DVD y equipo de sonido estereofónico, que presentan con orgullo.

Sin embargo, esta sala improvisada no tiene ventilación, servicios higiénicos y puertas de escape; elementos que cualquier lugar de exhibición, con capacidad para 30 personas o más, debe prever según las normas municipales. Son disposiciones que nadie cumple, ni siquiera se conocen y los clientes no reclaman. Los Tarqui conocen muy bien a su público, además, de saber sobre sus gustos los identifican claramente: Están los “caseros” o clientes habituales, grupo conformado por vecinos, jóvenes y niños; hijos de los comerciantes asentados en la zona que asisten a los videoapis para entretenerse en sus horas libres. También están los trabajadores eventuales: plomeros y electricista que normalmente se paran en las esquinas cercanas a las salas esperando que alguien contrate sus servicios, aquellos que no lo consiguen entran al “cine”. Para Benito este es un grupo al que hay que saber tratar; es gente desanimada que más que ver cine busca un refugio donde pasar las horas y mitigar su hambre por unas pocas monedas. A partir de las seis de la tarde, Benito va cambiando de programación ya que van llegando los “erómanos”; gente que gusta de películas de sexo y pornografía. Por último están los “chachones”, estudiantes que faltan al colegio y con los cuales hay que ejercer cierto control. Benito no deja entrar a jóvenes con mochila en horas de clase 52. Uno de los clientes asiduos del videoapi de los Tarqui es Pablo, un muchacho de 23 años que gusta muchísimo del cine, sabe de géneros, directores y actores y hasta está probando hacer su propia película con una pequeña cámara de video que le prestó un compañero de la Universidad. Se ha hecho amigo de Benito a quien a veces le sugiere títulos para la programación: Juntos buscan ratos libres para proyectar los videos que hacen sus compañeros. Pablo piensa que esta sala es una buena opción para ver cine; en su casa apenas cuenta con un televisor en blanco y negro que debe compartir con su numerosa familia; el único cine que existe en El Alto no está al alcance de sus posibilidades económicas y los cines de La Paz, además de ser caros, están muy distantes. En cambio en el videoapi ve varias películas por una sola entrada, come algo, se encuentra y comparte con los amigos y disfruta de los mismos éxitos que están en las carteleras de la hoyada 53. También puede disfrutar de los famosos “anime” japoneses; de películas mexicanas y peruanas y, algunas veces nacionales, las cuales, son muy apreciadas y demandadas por el público, pero que según advierte Eugenio: “es difícil conseguir”. El número de espectadores diarios ronda entre las 100 personas lo que significa un ingreso mensual de 4500 bolivianos; cantidad nada despreciable en un país donde el salario mínimo vital equivale a 50 dólares americanos. Sin embargo, las 20 familias instaladas en las dos cuadras de esta zona céntrica de Villa Dolores, realizan su trabajo con cierta incertidumbre ya que su actividad es totalmente ilegal. Los videoapis violan las leyes establecidas destinadas a reglamentar la comercialización y exhibición de audiovisuales. Pero, además, confrontan problemas con los vecinos por mostrar pornografía y dejar entrar a gente que consume alcohol y otro tipo de drogas. Con el fin de proteger su negocio los dueños de los videoapis conformaron el Sindicato 6 de Marzo y funcionan con licencias para locales de expendio

de comida. Eugenio y su esposa participan activamente en la organización y se enfrentan a las autoridades que si bien tratan de hacer algo, no pueden concretar medidas, sobre todo, porque cerrar estas salas implicaría dejar sin ingreso a muchas personas.

Una tecnología para ver y ser Es evidente que los videoapis nacieron como una estrategia de sobrevivencia. La gente se apropió de las nuevas tecnologías audiovisuales con el fin de generar recursos para su sustento; por lo tanto, poco les importa los contenidos o reafirmar la identidad cultural a través del reflejo de una imagen propia. En ningún momento la actividad se desarrolla pensando en beneficiar la difusión cinematográfica, por el contrario, la afectan profundamente siendo una de las causas para el cierre de varios cines. Sin embargo, estas salas clandestinas, pese a sus problemas e ilegalidad, se han constituido en una de las formas más importantes de consumir cine no solamente en La Paz y El Alto. El fenómeno se repite, con sus matices, en ciudades grandes y pequeñas de toda Bolivia. ¿No será que la popularidad alcanzada por estos pequeños recintos es una muestra de que a la gente, pese a todas las ofertas para consumir cine en casa, todavía le gusta ver películas como una diversión y práctica de tiempo libre, en medio de esa oscuridad mágica que hipnotiza, y disfrutar, como diría García Canclini, de la posibilidad de “pasar de la intimidad de la proyección al intercambio de impresiones” 54, compartiendo con los parientes y amigos? Si la respuesta es positiva, entonces, el problema estaría mas bien en la imposibilidad de acceder a los espacios tradicionales de exhibición. En el Centro Cultural Yaneramai, una agrupación de jóvenes dedicados a contribuir al desarrollo del arte y la cultura, que destaca entre sus principales actividades: la formación de públicos, la educación para la imagen, la producción y distribución audiovisual, y la utilización del video como herramienta para fortalecer la identidad e incentivar el diálogo intercultural, se ha reflexionado sobre el tema. Según ellos, hoy en día para las personas que gustan y demandan ver cine en sala el problema es que no encuentra el lugar dónde hacerlo. Apoyados en un pequeño diagnóstico que realizaron sobre la distribución y exhibición en Bolivia llegaron a las siguientes conclusiones: La exhibición cinematográfica boliviana se desarrolla en dos campos: frente a la proliferación de las salas clandestinas, y para 9.430.000 de habitantes existen apenas 43 cines de diferentes categorías; la mayoría concentrados en las ciudades de La Paz, Cochabamba y Santa Cruz. En algunas ciudades capitales simplemente no hay ninguna sala como es el caso de Cobija 55. El precio promedio de una entrada a estos cines está entre 1.5 a 3 dólares americanos, precio prohibitivo para las mayorías. Por su parte, los cines de barrio que eran tan comunes hasta hace 30 años, prácticamente han desaparecido a consecuencia de la piratería y es difícil pensar en reinstalarlos por los elevados costos de la exhibición en celuloide. (35 mm). Únicamente en Cochabamba y Santa Cruz de la Sierra existe los propuesta multicines, que sin embargo, al ser igualmente onerosos tampoco llega al gran público. Esta

propuesta, por su lógica comercial, ve en la gente a simples consumidores que son atraídos no sólo a través del cine sino de ofertas colaterales como: tiendas comerciales, comida y juegos electrónicos. En este caso el cine es simplemente un producto más para lucrar; una atracción rápida y superficial destinada al entretenimiento de las elites. Se calcula que solamente el 12% de la población tiene acceso a las salas de cine. Por lo tanto, y en resumen, las actuales características de la difusión cinematográfica contribuyen en el caso de los videoapis a la actividad ilegal, a la piratería y al consumo indiscriminado de mensajes audiovisuales con todos los efectos negativos sobre la formación de niños y jóvenes. En el caso de las salas tradicionales y los multicines, éstos, favorecen a la exclusión y, por su ubicación geográfica dentro de la ciudad, al centralismo. En ambos escenarios, al ofertar títulos, en un 98%, de procedencia estadounidense, se fomenta la alineación cultural y no son ninguna opción para la difusión de la producción nacional. Los espacios de exhibición están abiertos sólo para un tipo de películas y para unos cuantos. ¿Qué hacer frente a este panorama? Para los jóvenes productores de Yaneramai, la historia de la familia Tarqui es una muestra de cómo las personas y los grupos humanos son capaces de apropiarse de las nuevas tecnologías y darle diversos usos. Usos que seguramente sus inventores jamás imaginaron. Por lo tanto, piensan que es importante tomar en cuenta este y otros aspectos positivos de esa práctica y replicarla proporcionándole, obviamente, otro sentido y nuevos contenidos. Es por eso que copiando, un poco a los videoapis, entre los años 2002 y 2004, ensayaron algunas experiencias piloto de difusión cinematográfica en pequeñas salas; utilizando el formato digital y con precios accesibles de entrada. En la zona Sur de la ciudad de La Paz habilitaron un espacio con capacidad para 25 personas y en la zona céntrica aprovecharon el auditorio del Centro de Educación Popular Qhana56, que cuenta con 80 butacas. En ambos lugares organizaron ciclos de películas latinoamericanas, clásicas y europeas. Para equipar las salas solicitaron un crédito bancario destinado al fortalecimiento de microempresas con el cual adquirieron un proyector, 2 ecrans (uno lo confeccionaron ellos mismos), un equipo de sonido y reproductores DVD y VHS. Con el fin de proveerse de material; coordinaron con la Fundación Cinemateca Boliviana. Más adelante, gracias a algunas referencias, y navegando por el internet, conocieron el emprendimiento del Grupo Chaski 57 del Perú, relacionado a la creación de una red de microcines con proyección DVD que plantea entre sus principales postulados formas en que, en un país pobre, la nueva tecnología digital puede ayudar a la población a conectarse a la riqueza audiovisual que se genera anualmente y que va siendo acumulada sin posibilidades reales de difusión. Al respecto dicen: “A partir de hoy, y gracias a la tecnología digital, (el público) tendrá acceso a las mejores películas latinoamericanas y del cine independiente mundial, muy cerca de su casa o de su barrio. A precios accesibles podrá disfrutar de toda esta producción, llevándose una alternativa entretenida, cultural, artística y de enriquecimiento personal. Todo un tesoro cinematográfico que hasta ahora nadie tenía la oportunidad de conocer” 58.

El planteamiento coincidía plenamente con el trabajo del Centro, entonces procedieron a realizar los respectivos contactos lo que les permitió recibir de parte Stefan Kaspar, responsable del proyecto, una serie de insumos para diseñar la propuesta: “Red de microcines Bolivia: por una democratización del cine”, que actualmente va siendo ejecutada en sociedad con el grupo peruano. La red pretende democratizar el acto de ver cine en sala, lo que significa no solamente la posibilidad del espectador de acceder a una variedad de películas en condiciones óptimas, sino abrir espacios de exhibición y mercados a los filmes nacionales y latinoamericanos; normalmente marginados de los circuitos tradicionales. El proyecto plantea la apertura y acondicionamiento de microcines barriales buscando impactos de orden social, cultural, educativo y económico. En lo social se espera facilitar espacios de encuentro, comunicación, información y entretenimiento donde el ciudadano acceda de manera directa a los mejores productos cinematográficos y audiovisuales, en buenas condiciones técnicas, y sin importar su condición social, descendencia cultural o lugar donde vive. En lo cultural, al mostrar la imagen propia y la diversidad de culturas, se propone promover el diálogo intercultural que conduzca al respeto y al reconocimiento mutuo del otro y fortalezca la autoestima y las identidades. En lo educativo se busca que la gente empiece a transformar su relación pasiva frente a los productos audiovisuales, fortaleciendo la reflexión y la mirada crítica. En lo económico, los microcines tienen la potencialidad de facilitar nuevas fuentes de trabajo a través de su manejo como microempresas, posibilitando una relación racional entre cultura y negocio. En este mismo ámbito abren la posibilidad de ir construyendo las bases para el desarrollo de una industria audiovisual, al crear espacios de exhibición que finalmente permiten ampliar mercados a la producción nacional. Este proyecto -que en el Brasil, con el apoyo del Ministerio de Cultura y en el Perú, en coordinando con el Consejo Nacional del Cine, el Instituto de Cultura y la Asociación de Productores Cinematográficos, es ejecutado con éxito- en Bolivia, está en pleno proceso de gestación. Por el momento, funciona con recursos propios, buscando alianzas con instancias estatales y entidades comprometidas con el desarrollo cultural y social, lo que permitirá su total implementación.

La apropiación de las nuevas tecnologías audiovisuales, una tradición que debe continuar En la década de los ochenta, toda una generación de trabajadores de la imagen logró apropiarse de una herramienta que en su inicio estaba destinada al entretenimiento y aprendió a conjugar elementos técnicos y estéticos del cine y la televisión, dando lugar al denominado video social, popular, alternativo, educativo y ciudadano. Crearon un “instrumento diferente, con usos y potenciales diferentes, manejado por personal diferente y con diferentes objetivos (que desembocó) necesariamente en un lenguaje (y en un medio) diferente 59. Hoy en día son varios los cineastas que están utilizando la tecnología digital para realizar largometrajes. En Bolivia, desde el año 2003, ya son ocho las películas, de las catorce estrenadas, que han acudido a este formato. El denominado cine digital, al

reducir los costos de producción, está posibilitando un número importante de estrenos. De un promedio de producción de una película por año se ha llegado a 5 anuales en los últimos tres años; algo impensable en el pasado. Los realizadores bolivianos saben que producir es difícil, pero también saben que exhibir es más difícil todavía. Muchas veces se ha escuchado decir que el problema ya no está tanto en cómo producir y con qué producir, sino en cómo distribuir y dónde exhibir. Este hecho, que desde ya, afecta enormemente a la circulación de películas y obstaculiza, al mismo tiempo, la conformación de mercados; impide al espectador verse en su propia pantalla y dificulta a que el audiovisual sea una contribución real al fortalecimiento de los procesos de intercambio cultural. Es necesario, que así como se va recurriendo a las nuevas tecnologías para producir; éstas sean explotadas para fortalecer la difusión. Sobre todo ahora, que los formatos digitales destinados a la exhibición, tal como sucede en la etapa de realización, son accesibles, reducen costos y han evolucionando al punto que se puede obtener una muy buena calidad de imagen, cercana a la cinematográfica. El reto está en saber apropiarse de esa tecnología para democratizar el cine y el audiovisual en su conjunto, entendiendo por democratización la posibilidad de que tanto el productor como el público olvidado y excluído por la lógica comercial de las grandes empresas, puedan acceder a los espacios de exhibición. En este sentido, ¿por qué no aprender de otros?: Por ejemplo, imitar la capacidad de organización de la familia Tarqui y su habilidad para generar ingresos. Así, la difusión sería una actividad autosostenible; una verdadera empresa. Saber lo importante que es seducir al público, como lo saben los empresarios de las multisalas que además, son expertos para crear espacios de encuentro. Fusionar todo esto con la propuesta de los promotores de los microcines barriales para quienes la exhibición cinematográfica, además de cumplir con sus objetivos inherentes, es un acto de reafirmación de las identidades y de reflejo de la diversidad cultural. Entonces, no estaremos lejos de escuchar, en la esquina de un barrio cualquiera de la ciudad, a un joven o a una joven, amante del cine, junto a la entrada de una pequeña sala gritando a voz en cuello: –pase, amigo, pase amiga, pase a ver cine argentino, uruguayo, a uno cincuenta la entrada. Usted podrá saborear api con buñuelos y luego ver cine brasilero, chileno y boliviano. Pronto también tendremos películas paraguayas a la vez que irá señalando carteles con figuras y rostros de actores mestizos, quechuas, guaraníes, aymaras, mapuches, afrodescendiente, criollos... La gente expectante irá ingresando a un lugar confortable para disfrutar de un cine con el cual podrá identificarse y autoafirmarse.

Notas: 48. El api es una bebida típica boliviana cocinada en base a maíz. Los videoapis son lugares donde la gente puede ver video sirviéndose api y otras bebidas y comidas. 49. El Alto es la ciudad más joven de Bolivia ubicada a 11 kms. de La Paz, Se encuentra a una altura de 4300mts sobre el nivel del mar. Su población está cercana al millón de habitantes, con una tasa de crecimiento de un 2.11% considerada una de las más altas del país. Es una ciudad que acoge a emigrantes de diferentes regiones, sobre todo del Altiplano. 50. Se refiere al costo de una entrada de un boliviano con cincuenta centavos equivalentes a 0,12 centavos de dólar americano. 51. En Bolivia, el año 1985 se implementó una Nueva Política Económica de corte neoliberal, vigente hasta ahora, que ocasionó, entre otras cosas, el cierre de varias minas que en anteriores épocas habían sido el principal sustento económico de país. 52. Clasificación realizada por Aliaga Rojas, Juan José y otros. Trabajo Dirigido. “Difusión de Películas en los “Video Apis” una estrategia de sobrevivencia en El Alto”. Universidad Mayor de San Andrés. La Paz, 2001. 53. “La hoyada”, es una de las formas de llamar a ciudad de La Paz ya que por su aspecto, viéndola desde El Alto, da la impresión de que está construida en un gran hoyo. 54. García Canclini, Néstor: Los Nuevos Espectadores. IMCINE – Consejo Nacional para la Cultura y el Arte. México. 1995. Pág. 17. 55. Cobija es la capital del Departamento amazónico de Pando. Esta en la frontera con el Brasil. 56. El Centro de Educación Qhana es una organización no gubernamental que trabaja en desarrollo rural sostenible y en comunicación alternativa. En los años 80 fue un puntal de la producción en video. 57. El Grupo Chaski del Perú es una asociación cultural cuya producción y difusión audiovisual aporta al fortalecimiento de valores sociales y culturales y a la construcción de una identidad propia – peruana y latinoamericana. El proyecto: “Red de Microcines”, fue seleccionado como una de las 20 iniciativas ganadoras del concurso “Buenas ideas y mejores prácticas para promover la producción y difusión de contenidos locales en América Latina”, realizado por la UNESCO. 58. “Nuestro Cine”, Boletín Grupo Chaski-Red de Microcines. Año 1 – Nº 2 – 2005 59. Calvello, Manuel. Video, tecnología y comunicación popular. (Mario Gutiérrez, editor).IPAL- -CIC. Lima, 1989. Pag. 101.