Mia Masen The Hopscotchs Seventh Floor

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The Hopscotch's Seventh Floor » by Mia Masen

Un relato -casi- a diario de las aventuras de Edward y Bella. Una pareja que inició su relación con el pie izquierdo hasta consolidarse y convertirse no solo en amantes, sino en mejores amigos. Todavía hace falta luchar un par de campos de batalla. SECUELA ME AND THE HANDSOME MAN. Lemmon.

CAPITULO 1 El lapso de azúcar

BPOV

—Éxito.

"¿Qué es el éxito?

"¿Es acaso la realización de aquellas metas propuestas por nuestras expectativas? ¿Es esa la verdadera definición? Bueno, pareciera ser que durante toda nuestra vida hemos pensado que la palabra "éxito" era una meta; un fin que debíamos alcanzar, porque es lo que nuestros padres nos han inculcado desde pequeños.

"Pero con el tiempo crecimos… y nos dimos cuenta que por más que nos esforcemos e intentemos alcanzar algo, siempre existirá una probabilidad de que aquello que tanto anhelamos no se cumpla. Crecemos y nos quitan nuestra esperanza, nuestros sueños de ser el próximo revolucionario del siglo XXI, de ser un líder mundial… o basquetbolista de los Lakers.

Todos en el anfiteatro nos echamos a reír, Ángela rió para sí misma antes de continuar.

— Nos hemos vuelto adultos y profesionales, hemos abandonado nuestros sueños al pensar que no todo es posible. Pero, ¿saben una cosa? Tan equivocados no estamos. Sí, es cierto, no todo en esta vida es posible. ¿Pero por qué eso debe desmotivarnos?

"Cuando vayamos a nuestra primera entrevista de trabajo, el 70% de nosotros no será escogido. ¿Y qué hacemos? ¿Nos tiramos en la cama y decidimos no trabajar de nuevo? No, por supuesto que no. Tomamos las críticas constructivas y buscamos otra oportunidad. La vida se trata de oportunidades. Las que tomas y

las que dejas… Y todas son nuestras. Si nuestro sueño es inalcanzable, ¿por qué dejar de soñar? ¿Por qué no buscar otro sueño? ¿Por qué fallar una vez es algo malo? Incluso si fallamos muchas veces, es un indicio. Un indicio de que algo no está bien, que estamos tomando el rumbo equivocado. Y deberíamos estar agradecidos de ese indicio, porque si no conseguir un trabajo es terrible, no quiero imaginar lo que debe sentirse trabajar durante años en el lugar equivocado y descubrirlo cuando ya has perdido mucho tiempo de tu vida.

Ángela miró por unos segundos el papel que leía y frunció sus labios. Alzó su mirada y sus ojos me encontraron por unos segundos, me estaba sonriendo.

— Una vez, alguien me habló acerca de "Los Campos de Batallas". Me dijo que la vida es un campo de batalla. Existen guerras que nos tocará afrontar, y batallas que nos tocará pelear. No solo es importante darse cuenta de que son importantes, sino que también son necesarias. Te caerás, porque no puedes triunfar en cada batalla. Pero como el soldado que eres, te levantas y sigues luchando. Yo sé que no es fácil luchar constantemente, pero esa podría ser una buena meta para nosotros ahora que debemos volvernos verdaderos adultos. Yo creo que cualquier persona que logre levantarse después de tantas caídas es admirable. Quiero el día de mañana enseñarles a mis hijos que no importa cuántas veces perdamos. No se tratan de las caídas, se trata de cuántas veces te levantas y te vuelves fuerte. Cuando lo consigues… nada ni nadie puede derribarte, no sin dar una buena batalla antes. Que cada batalla signifique algo importante para nosotros y nos recuerde que sólo las buenas cosas son las que más cuestan. Sólo aquellas.

" El éxito no se trata sólo de un logro. También se trata de los fracasos que uno logra superar.

Había leído ese discurso por lo menos tres veces antes de la ceremonia, pero algo en el ambiente – quizás la sonrisa de nuestros compañeros, las lágrimas de nuestros padres orgullosos y la certeza de que un gran cambio comenzaba a palpitarse en nuestras vidas – hicieron de este momento uno muy importante y valioso.

Ángela, siendo la de mejor promedio de nuestra promoción, terminó su discurso celebrando por un nuevo comienzo para nuestra carrera profesional y todos se levantaron para aplaudir por tan memorables palabras. Ella sonreía con humildad, y volvió a mirarme a los ojos, preguntándome de ese modo si lo había hecho bien. Asentí una sola vez, aplaudiendo y sonriéndole para garantizarle que había salido mucho mejor que en los seis ensayos que habíamos hecho la noche anterior.

Cuando ella volvió a su asiento, la ceremonia de graduación continuó con la parte más esperada del acto: la entrega de diplomas.

Tuve que esperar algo así como diez minutos hasta que nombraran mi nombre, me sentía nerviosa siendo la atención del escenario, aunque sea por unos pocos segundos. Y sabía de dónde provenían esos miedos.

— Swan, Isabella Marie.

Cuando subí por la pequeña escalera del escenario oí cómo alguien entre el público aplaudía y ovacionaba exageradamente. En realidad, eran varios. Llamó la atención de muchas personas y sólo para confirmar que se trataba de una de las mañas del Oso, miré por unos segundos hacia el público y mis dos pies izquierdos hicieron aparición cuando me tropecé con un escalón y por poco caía al suelo.

Mis mejillas se tiñeron de un rojo furioso y mordí mi labio sintiéndome completamente estúpida. Sólo Bella Swan se tropezaba en su acto de graduación.

Me entregaron el diploma y me prometí no mirar hacia el público e ignorar los aplausos. Me tomaron fotografía con el decano de la Universidad, el vice-decano y con una de mis profesoras de literatura inglesa, la más popular entre los alumnos por ser considerablemente amable en los exámenes. Con mucha discreción, bajé por las escaleras y volví a mi asiento.

Tras terminar de entregar todos los diplomas y unas últimas palabras por parte del decano deseándonos mucho éxito en nuestras carreras, llevando con honor y orgullo el título de "Graduados de la Universidad de New York", dio por finalizado el acto y todos lanzaron su birrete hacia el techo. Yo lo tiré al suelo.

Saludé políticamente a unos cuántos compañeros. Algunos felices, otros emocionados ya entre lágrimas. Alcancé a ver a Ángela entre el montón y me acerqué a ella para abrazarla.

— Felicidades, An. Todo ha salido perfecto —sonreí.

— ¿Tú crees? —mordió su labio, indecisa—. Me salteé la parte de los logros. Y esa era muy importante.

— Oh, ya has dicho suficiente, podrán arreglárselas por su cuenta —reí poniendo los ojos en blanco.

Mientras nos reíamos, aparecieron los padres de Ángela y su hermano menor. Los saludé y me felicitaron al igual que a su hija. Ellos querían saludar a mis padres, entonces me tocó divisarlos entre el gentío.

Me tomó menos de cinco segundos, el grupo era realmente llamativo frente a la concurrencia.

— ¡Bella! —me llamó la voz de Alice que provenía detrás de nosotros. Me di la vuelta y ella se acercó para abrazarme con dulzura. Su perfume me aturdió—. ¡Felicidades amiga! ¡Estoy tan orgullosa de ti!

No fueron las palabras de Alice las que me incomodaron, fue el hecho de tenerla a pocos metros de Ángela. Eso no era cómodo para nadie alrededor.

— Eh… iré a saludar al resto, Bella —me informó Ángela en un tono de voz muy bajito. Se dio la vuelta y fue a saludar a unos compañeros. La sonrisa maliciosa de mi amiga era tan obvia.

— Eres cruel intimidando —le reclamé medio sonriendo. Ella jamás cambiaría.

— ¿Y qué? Eres mi mejor amiga y vengo a felicitarte en este gran día. No es que vaya a felicitarla por un discurso del cual tú escribiste la mitad —dijo.

— No escribí la mitad —le corregí—. Sólo le di ideas.

— Como sea —puso los ojos en blanco y sonrió, dejando el tema atrás—. Estoy orgullosa de ti. ¡Ya eres toda una profesional!

Volvió a abrazarme-asfixiarme con sus pequeños pero poderosos brazos. Oficialmente, ambas éramos profesionales ahora, teniendo en cuenta que su graduación fue hace unos días.

— Bella, ¡felicidades! —apareció mi cuñado Jasper, para abrazarme y felicitarme. Él, al menos, era más suave con sus toques.

— Gracias, Jas…

Antes de poder agradecer, un flash saltó a mi rostro, aturdiéndome por completo. Odiaba eso.

— Thomas, dijiste que no lo harías hasta después de la ceremonia —gruñí quejándome.

Mi amigo británico no me prestaba atención, seguía con su cámara profesional tomando fotografías.

— Ya terminó la ceremonia —replicó él—. Sonríe un poco, Bella. Me estás haciendo perder batería.

— Pues apágala y luego saca las fotos —expliqué tratando de ser razonable con él, cosa muy difícil cuando me trataba de "musa".

— O mejor cállate, posa y sonríe para la cámara ¿sí? —propuso con la lente apuntándome, listo para tomar otra fotografía.

Suspiré sintiendo que Jasper y Alice posaban a mi lado sonrientes. Puse una simple sonrisa para la foto y vi que Thomas me hacía una cara de "Esa-no-es-tu-mejor-sonrisa-gracias-por-hacerme-perder-otro-cuadrote-amo-igual" y le saqué la lengua.

— ¡Hey! ¡Felicidades licenciada! ¡Tuviste un digno tropezón! —se reía Emmett mientras se acercaba a saludarme. Sabía que él iba a remarcar eso.

Rosalie estaba a su lado, me sentí muy avergonzada al recordar el tropezón. Ella sonreía con tranquilidad.

— Felicidades, Bella —dijo con pura intensión.

— Gracias, Rose —asentí con cierta timidez.

— Tienes que admitir que fue un buen tropezón —decía Emmett entre risas con un brazo encima del hombro de Rosalie.

— Ok, me tropecé, sí. ¿Podemos olvidar eso? —me molesté queriendo con todas mis ganas borrar aquél momento de mi memoria.

— ¡Tengo una foto del tropezón! —anunció Thomas sonriente mientras revisaba la memoria de la cámara. Todos se acercaron para ver la fotografía y reírse de mi momento bochornoso.

Iba a protestar contra Thomas y el resto para pedirles que olvidaran aquél detalle, pero nada me importó en cuanto mis ojos se encontraron con los suyos, tan claros y profundos como los míos. En cuanto entraban en contacto, algo maravilloso parecía suceder. Como una conexión.

Antes de que se acercara a abrazarme, corrí a los brazos de mi novio.

Canturreé de felicidad cuando mis brazos se aferraron a su pecho. Su camisa olía espectacular.

— Felicidades, hermosa —susurró las palabras sólo para que yo las oyeras, mientras besaba mi frente.

— Gracias —alcé mi rostro para verle a los ojos y aprovechar para morder su mandíbula ahora que nadie nos miraba. Él se echó a reír.

Nos separamos cuando mis padres se acercaron a nosotros.

— ¡Cielo! ¡Felicidades! ¡Estoy tan orgullosa de ti! —mi madre se acercó a abrazarme con cierto esfuerzo innecesario. Su vientre golpeó el mío y sentí pena por los pequeños.

— Mamá, ten cuidado por favor —le pedí preocupada—. Sé un poco discreta con tus movimientos, recuerda que hay dos personas debajo de tu estómago.

— ¿Renée siendo discreta? Es algo que nunca va a suceder, Bells —aprovechó mi padre para burlarse mientras se acercaba con Sue para felicitarme.

— Gracias, Charlie —mi madre puso los ojos en blanco, molesta por la broma. Todos, incluido Phil, nos reímos.

Estaba acostumbrada a ver a mi madre más emocionada de lo normal, por eso las pequeñas lágrimas en sus ojos no me sorprendieron en absoluto; pero ver a mi padre ligeramente sensible y un poco más afectivo de lo que acostumbraba ser me sorprendió verdaderamente. No solía dar abrazos tan afectivos ni dar cumplidos tan dulces y eso me hacía sentir un poco incómoda. Pero agradecí el gesto con ganas. Se habían tomado la molestia de viajar hasta New York sólo para apoyarme, aunque ellos decían que ni por nada en el mundo se perdían este evento.

Especialmente mi madre, con una barriga de ocho meses a punto de comenzar su última etapa, todo el tiempo estaba agotada. ¿Cómo hacía para lucir despreocupada?

Carlisle y Esme se acercaron a saludarme. Me sentía muy agradecida por contar con su presencia, no sólo significaba que les parecía importante este momento en mi vida, sino que ya me consideraban parte de la familia.

— Gracias por venir. Ah, y feliz cumpleaños, Carlisle. —lo saludé de paso, sonriente.

— Gracias, Bella —asintió él una sola vez, con una sonrisa tranquila.

— ¿Cincuenta años? ¿Cómo haces para lucir tan joven, papá? —preguntó Rosalie con verdadera curiosidad.

Eso era verdad, lucía menos de lo que aparentaba.

— Es un pequeño secreto, Rose —se limitó a contestar él abrazando a su esposa con dulzura.

— ¿Está hablando de sexo, verdad? —pregunté a Edward en voz bajita, cerca de su oído.

— Probablemente —respondió Edward muy incómodo.

Emmett fue el único que se echó a reír sin rastro de sutileza cuando oyó esto.

— Buena esa, Carlisle —Emmett alzó su mano para chocar los cincos con él.

— No, Emmett —negó una sola vez él con tranquilidad y Emmett sonrió incómodo. Me reí.

— El discurso fue maravilloso, realmente fue muy motivador —destacó Esme impresionada.

— Bella ayudó en ese discurso, ¿o no? —agregó mi madre guiñándome el ojo con suspicacia.

Mis suegros y mi padre no esperaban oír aquél detalle. Bueno, sí, había aportado ideas y había ayudado en la redacción, nada tan importante. La idea original fue de Ángela, ella tenía mejor promedio que yo y merecía mayor reconocimiento al respecto.

— Sólo un poco nada más —encogí mis hombros. No porque fuese humilde, sino porque sentía que le estaba robando el logro de alguien.

— Esa es una buena anécdota para contar, Bella. ¿Saben? Edward dio el discurso de su promoción en Columbia. Fue muy emotivo —contó Esme con mucho orgullo a mis padres y ellos se impresionaron.

Ella me lo había contado en una ocasión, pero nunca pregunté por detalles al respecto. Debió haber sido épico.

— Fue muy Martin Luther King —bromeó Jasper con diversión—. Y escondimos su birrete minutos antes de salir a hablar. Fue genial.

Todos se reían, incluso Edward al recordar aquello.

— Pero eso no superará el tropezón de Bella —se burló Edward. Inmediatamente golpeé su hombro pensando que él pararía la broma, pero no, también se reía de mí. Pudo esquivarla, pero no lo hizo porque sabía que tenía derecho a molestarme por eso. No obstante, luego de esto le di un casto beso al músculo golpeado, sólo para asegurarle que lo quería mucho.

Me vi obligada a cumplir la promesa que le había hecho a Thomas hace unas semanas y le dejé tomarme fotografías; con mis padres, con mis suegros, con mis amigos, con Edward, especialmente. Con el tiempo terminas acostumbrándote a los arranques fotográficos de Thomas y terminas por poner una sonrisa convencional para mantenerlo contento.

Mis favoritas siempre serían con Edward, me sentía muy cómoda abrazando su cintura. Pero debía admitir que me encantaban las últimas fotografías en las que terminaba posando con Thomas. ¿Cómo no querer a ese tonto inglés?

Tras terminar con las fotografías, los Cullen propusieron ir a almorzar en su casa y todos aceptamos.

(1) Mientras salíamos del anfiteatro de la Universidad y mantenía una breve conversación con Alice, una mano firme me sujetó la cintura y supe casi de forma inmediata que era Edward, sin siquiera mirarle a los ojos.

— Felicidades, ñoña. Te debo diez dólares —me dijo burlándose.

— Fue una muy mala apuesta, amigo —le fruncí el ceño. ¿Quién en su sano juicio apostaba diez dólares a que Bella Swan no se tropezaría en su acto de graduación?

— Creí que el problema con tus piernas era algo temporal —respondió asombrado.

— Cuando decidiste amarme, decidiste aceptar a mis dos piernas izquierdas —dije.

— ¡No recuerdo haber leído eso en el contrato! —bufó exagerando.

— ¿Qué contrato? —me reí.

— El contrato que dice que eres mi esclava —alzó sus cejas sugestivamente.

— ¿Sexual? —puse los ojos en blanco.

— También —asintió—. Pero especialmente mi esclava de limpieza, de cocina y ahora que eres toda una profesional, traerás suficiente dinero para que yo no vuelva a trabajar.

— ¡Oh, pobre Edward! El trabajo le agobia bastante —negué una y otra vez.

— No subestimes a los niños, Bella. Son unos demonios —se rió.

— Creí que eran unos "ángeles" —repetí sus palabras dichas en algún momento.

— Ángel eres tú el día de hoy. Te ves hermosa —me acercó para besarme en la sien y me reí.

Recuerdo que hace unos meses me sentía muy insegura con respecto al motivo por el que Edward se había fijado en mí, siempre preguntándome qué es lo que había hecho para tener a semejante hombre en mi vida.

Pero esos días habían quedado atrás.

Edward y yo llevábamos cinco meses saliendo de forma oficial y todo parecía haber cambiado drásticamente desde aquella noche lluviosa cuando celebramos mi cumpleaños. Comenzaba a sentir que él en verdad era mi mejor amigo. Siempre entre bromas, risas, tomadas de pelo. Teníamos nuestros tiempos. Tiempo para ser solo amigos bromeando, para ser una pareja que se amaba en serio, o para ser dos cochinos que sólo pensaban en coger, coger y coger.

Claro, ya no se trataba sólo de coger. La chispa de los primeros meses ya se había apagado y ahora era reemplazado por confianza, profunda seguridad y tranquilidad de saber que estábamos juntos, que estaríamos juntos y que pese a las dificultades, seguiríamos amándonos. Era el anillo en mi dedo meñique. La promesa que habíamos hecho en navidad. Por unos días pensé que ese anillo era el signo de una mala señal. De que algo malo nos pasaría y terminaríamos por separarnos.

Pero ocurrió todo lo contrario. Después de esa promesa, Edward y yo parecíamos encajar como piezas de rompecabezas. Siempre supe que él y yo congeniábamos bien, pero el nivel en el que nos conectábamos ahora era ridículo. Saber en qué momento el otro aparecerá, mirarle a los ojos y saber qué está sintiendo, saber por sus gestos si está bromeando, si está hablando en serio, si está feliz o si está ocultando algo.

Por supuesto, no todo era perfecto. De vez en cuando discutíamos por tener ciertas diferencias o por alguna actitud que nos molestaba del otro, pero la pelea nunca duraba más de un día. Eso me ayudaba a comprender que él no era perfecto, ni esta relación lo era. Tenía fallas y de alguna forma eso lo hacía ideal.

Recuerdo que en nuestros primeros días no parábamos de tomarnos de las manos, no podíamos separarnos de la habitación y todas las noches de forma obligatoria teníamos sexo. O cuando yo no me iba a dormir hasta recibir un mensaje de texto de Edward avisándome que también se iba a dormir. Con el tiempo, me di cuenta que no podía perder noches de sueño sólo porque Edward a veces dormía más tarde que yo, así que sólo le enviaba un mensaje avisándole que dormiría temprano y él terminaba por llamarme a primera hora de la mañana o me visitaba. El lapso empalagoso o como Alice le decía "El Lapso de azúcar" ya había llegado a su fin.

Durante días pensé que eso no era nada bueno. Pero aprendí que todas las parejas pasan por esa etapa. Alice y Jasper era una buena evidencia de este hecho, como cuando se encerraban en su propia burbuja durante los primeros meses. Ahora ya casados. Y en cierta forma, es normal y sano. No puedes pasar las veinticuatro horas de tu vida pendiente de lo que tu pareja hará o no hará, sobre todo si no estamos casados. Sucede al comienzo, pero no puedes esperar que eso pase durante toda la relación, sería sofocante y hasta aburrido. Debemos recordar que como bien dijimos una vez, no somos nuestra vida, pero sí nuestra parte favorita. Y para mi alivio, este tipo de rutina, donde el otro vivía su vida de forma normal, nos había unido más todavía. Ya no se trataba de "Edward, mi pareja" se trataba de "Edward, mi mejor amigo, mi compañero, mi amante, mi familia".

Algo muy bueno que había aprendido es que si vivía mi rutina, más ganas tenía de verlo, de pasar tiempo con él, de saber lo que hacía y lo que pensaba. Funcionaba para ambos, y más fácil era crear confianza entre nosotros. Esto, de alguna forma extraña, ayudó a que mi autoestima creciera considerablemente.

— No tienes que pagarme. Me conformo con que no vuelvas a mencionar lo del tropezón.

— Oh, descuida. Ya tengo la fotografía en mi celular —me avisó enseñándome su I-phone. Allí ya estaba abierta la fotografía que Thomas había sacado.

¿En qué momento se la había pasado?

Edward se echó a reír mientras se acercaba a Thomas para oír una broma o algo divertido que tenía para contarle. A esta altura, ellos se habían vuelto muy cercanos. Edward veía a Thomas como mi hermano mayor y por ende mi familia también.

Una vez él me había confesado que se sentía más en familia con la mía que con la suya. Y no lograba comprender cómo aquello era posible. Probablemente porque toda mi familia lo aceptaba como era, a

pesar de la leve tendencia homofóbica de Charlie, pero mucho no puedes esperar de un hombre chapado a la antigua que vivía en la conformidad de un pequeño pueblo donde te convertías en "hombre" cuando cazabas a tu primer venado.

Eso me llevó a pensar si su familia aceptaba o no su modo de vida. Porque nadie puede ocultar eso durante tanto tiempo.

Viajamos en grupos divididos hasta llegar a casa de los Cullen. En el Volvo, iba junto a Edward, Thomas, Jasper y Alice.

Cuando estábamos a punto de estacionarnos en la entrada de la casa, Edward habló.

— De acuerdo, venden a Bella —anunció de forma tranquila y antes de preguntar qué significa eso, Alice, que se encontraba a mi lado, puso encima de mis ojos una venda blanca y la ató con prisa.

— ¿Q-Qué….? —mis sentidos se activaron ahora que mis ojos estaban vendados. ¿Qué sucedía?

— Es una sorpresa, Bella —oí la voz de Thomas riéndose.

¿Una sorpresa?

— Ayúdenla o se va a caer —era la voz de Edward riéndose de mí. No iba a protestar aquello, porque sin ojos, definitivamente me iba a caer.

Alguien abrió la puerta. Supuse que era Edward porque reconocía el tacto de sus manos peculiarmente heladas, pisé con firmeza y lentitud, sólo para asegurarme que no tendría otra caída en el día.

Dos personas escoltaban mis manos. Supe que una era Edward, y la otra se sentía muy suave y femenina, debía ser Alice. Podía sentir a todos esperándome en algún punto del patio de los Cullen. ¿Qué tipo de sorpresa sería? ¿Un regalo? ¿Qué podría ser?

— Muy bien, quítenle la venda… ahora —decía Alice y alguien detrás de mí, no sé quién, me la quitó.

Mis ojos se posaron en un auto pequeño color negro estacionado. Que yo sepa, no era de nadie más. Tenía un listón rojo de regalo encima del capó.

Por unos segundos, sentí que mi corazón latía con fuerza.

— ¿Qué es esto…? —pregunté medio sonriendo, ¿podía ser lo que yo creía que era?

— Es tu regalo de graduación, Bells —dijo mi padre con las manos en sus bolsillos, muy contento al ver mi reacción asombrada.

¡Oh, por Dios!

— ¡Puta mierda! —maldije completamente shockeada al observar la belleza que se presentaba a mis ojos. ¡Era el auto más bello que había visto en mi vida! ¡Y era mío!

— Isabella, cuida tu lenguaje —me regañó mi madre no muy a gusto con lo que había dicho, pese a que mis amigos se habían reído.

Pero no le presté atención. Mi cuerpo fue directamente a ese auto para tocarlo. Era hermoso, pequeño, completamente perfecto.

— Es un Fiat 500 Abarth*. Es un regalo de parte de Phil y de mí —contó mi padre.

Alguien carraspeó. Creo que Renée.

— Y… de Edward, por supuesto —corrigió mi padre y supe que lo había hecho no de muy buen humor.

La mención de su nombre llamó mi atención. Encogió sus hombros con cierta humildad y una sonrisa muy dulce. Vaya que hizo trampa luego de haberme prometido que no me daría un regalo de graduación. Pero este regalo era increíble.

Agradecí a mi padre y a mi padrastro con un abrazo, pensando en la comodidad con la que contaría ahora de tener mi propio vehículo.

Entré un rato a la casa de los Cullen para cambiarme de ropa y quitarme la molesta túnica violeta-azul de encima.

Cuando terminé de cambiarme, fui hasta el living y abracé la espalda de Edward con profundo amor. Le estaba interrumpiendo una conversación con Emmett y Jasper.

Se dio la vuelta para recibirme en sus brazos.

— ¿Vamos a ver el auto? —propuso él con ganas. Eso me entusiasmaba el doble.

— De acuerdo —le sonreí con ganas. Acto seguido, Edward tomó mi cintura y me alzó para llevarme hasta el patio. Reí estrepitosamente por la sorpresa de su movimiento, abrazando su cuello.

Cuando salimos, me dejó en el suelo como si fuera una pluma. Me acerqué a tocar el auto con fascinación.

— Esto debió costarles mucho —noté con cierta curiosidad.

— Ellos estaban ahorrando desde comienzos del año pasado —me informó Edward y me sorprendí—. Yo… quise ayudar un poco en cuanto me dijiste que no querías un regalo de graduación, pero a tu padre no le cayó muy bien esto.

— ¿Por qué? —fruncí el ceño.

Encogió sus hombros, sin darle demasiada importancia.

— No cree… que tú y yo duremos —dijo lentamente, muy despacito—. No me ve como algo serio para ti.

— ¿Ah? —me enfadé inmediatamente. ¿Mi papá pensaba eso? —. ¿Te dijo algo?

— No, no me dijo algo… directamente —contestó un poco inseguro—. Sólo que no quería que participe en un regalo que te quedará para toda la vida… porque yo no estaré en toda tu vida…

¡Dios!

— ¡No puedo creerlo! ¿Realmente dijo eso? —bufé exasperada.

— Mira, Bella, no es necesario hacer un escándalo por eso —intentó tranquilizarme.

— ¡Claro que sí, Edward! Llevamos cinco meses juntos, nunca en mi vida he durado tanto con un chico. Diablos, ¡nunca he tenido un novio siquiera!

— Tal vez por eso cree eso —se rascó el cuello.

— Pues a mí me importa una mierda. Yo quiero estar contigo para siempre, esto es algo serio y quiero compartir todos los momentos de mi vida contigo —refuté tajante.

El resultado fue una expresión dulcificada y algo tímida por parte de Edward. Se acercó a mí para abrazarme.

— Te amo —susurró a mi oído.

— Y yo a ti, no le hagas caso a papá… todavía piensa que voy a volver con Jacob —puse los ojos en blanco abrazando su pecho.

Edward se rió. Miré de nuevo el Fiat.

— Es increíble, gracias —contesté con las mejillas sonrojadas, acariciando su mano.

— Tú lo vales, nena —besó mi mejilla—. Te esforzaste mucho para conseguirlo, mereces el mundo.

Sonreí encima de su pecho. Siempre buscaba encapricharme. Él sabía cómo conquistar a una chica.

— Mi "todo" eres tú, simplemente —le avisé con seguridad. ¿Quién podía desear algo si ya tenía a Edward?

— Me alegra saber que es recíproco —dijo entre risas besando mi frente, luego me separó de su cuerpo—. De acuerdo, mucha cursilería por ahora. ¿Subimos al coche?

Me reí y asentí emocionada. Moría de ganas por estrenarlo.

Edward abrió la puerta del copiloto y yo la del piloto. Olía a aromatizante de vehículo nuevo, era emocionante. El auto sólo contaba con dos asientos y era pequeño, pero perfectamente accesible a mi gusto. Saqué del bolsillo de mis pantalones la llave que Charlie me había entregado y antes de poder introducirla, recordé algo muy importante.

— No sé conducir —dije después de un rato de silencio. La emoción en el rostro de Edward fue reemplazado por consternación.

— ¿No sabes conducir? —el tono en su voz remarcaba la incredulidad del hecho.

— Digo, sí, sí aprendí —corregí rápidamente—. Pero cuando tenía 16 años. No recuerdo mucho, aunque todavía conservo mi licencia de conducir.

Edward enmudeció.

— ¿No recuerdas nada? —preguntó en serio.

— Más o menos —torcí una mueca—. Tal vez recuerde un poco la teoría, pero honestamente no conducía mucho allá en Forks.

Era un pueblo pequeño, prácticamente todo estaba cerca de mi casa. Además, el monovolumen que Charlie me había regalado en aquél entonces ya estaba en sus últimos años de vida.

Edward evaluó la situación. Si yo era muy torpe sólo caminando, en un vehículo sería un arma letal.

— Bueno, podemos practicar —ofreció con optimismo—. Si quieres, puedo conducirlo y refrescar un poco tu memoria. No será tarea difícil.

— Sí… sí tienes razón —asentí con tranquilidad, comprendiendo que no pasaba nada. Edward conduciría, me enseñaría y las memorias vendrían a mi cabeza de forma natural.

— Está bien, iré al volante —me avisó y rápidamente ambos salimos del auto para ubicarnos en el asiento del otro.

Cuando Edward estuvo en el asiento de piloto, suspiró con tranquilidad.

— De acuerdo, antes de encender el motor, usamos los cinturones de seguridad —asentí—. Arrancas el auto con el embrague pisado —me señaló—. Recuerda que la palanca de cambios debe estar en "punto muerto" y no olvides de quitarle el freno de mano para empezar a moverte. Podemos encender la radio, si gustas.

Me reí y él la encendió. Sonaba música disco.

— Luego pones la primera marcha, recuerda que cada vez que cambies de marcha, tienes que tener el embrague pisado o no podrás moverte—me enseñaba primero la teoría antes de ponerla en práctica. Pero yo ni siquiera me tomaba la molestia de recordarlo. Encontraba muy excitante que Edward me explicara paso a paso cómo hacer algo.

— Después vas soltando el embrague poco a poco, y al mismo tiempo pisa el acelerador con…—antes de poder terminar la frase, estampé mis labios contra los suyos.

La punta de mi lengua acarició su labio inferior y de forma intuitiva abrió la boca para recibirme en su boca, sintiendo su paladar.

Acarició mi mejilla porque sabía que anhelaba su toque desde hace horas, pero de igual forma me separó para poder preguntarme el motivo.

— Me pone mucho que me enseñes algo —confesé con las mejillas acaloradas, casi mirando al suelo. En realidad, sí era bastante vergonzoso confesar algo tan tonto como esto.

Suerte que Edward era igual de pecaminoso que yo.

— ¿En serio? —preguntó sugestivamente. Oh, sí que le había gustado esta información.

Asentí encima de sus labios.

— Pienso que deberíamos estrenar el auto, ¿no? —alzó una ceja con picardía.

— ¿Bautizarlo, dices? —pregunté con el mismo tono.

Edward torció una mueca, asqueado y divertido.

— No uses esos términos, me recuerdan a Thomas —se rió de sí mismo.

— ¡Ew! Maldición, Edward —me reí frunciendo el ceño. No era preciso mencionar su nombre en este momento, pero tenía razón. Cualquier expresión religiosa nos recordaba a él.

— Pues, a mí me pone mucho verte sonrojada, caliente y divertida —rescató el momento mientras decía esto besando mi labio superior.

Estrenar el auto sonaba muy buena idea. Aunque nuestras familias estuviesen a pocos metros de donde nos encontraban… eso podía ser algo problemático. O muy excitante.

Me levanté del asiento y mi cabeza golpeó contra el techo del coche. Edward se rió de mí y traté con mucho esfuerzo sentarme encima de su cadera mientras él reclinaba el asiento para tener mejor acceso.

Diablos, ya encontraba el primer defecto en este auto pequeño. Era difícil moverse dentro.

— Ya… casi… —mascullé posicionando mis piernas alrededor de su cintura—. ¡Listo!

Ya sentada encima de su cadera, sentí su dureza y gemí un poco.

— Vaya, señor Cullen… usted es rápido —bromeé asombrada. Él simplemente me sonreía con travesura.

Mis manos tomaron su rostro mientras mis labios se acercaban a los suyos. Sin juegos, nuestras lenguas entraban en contacto, y pensé que esto definitivamente debía ser rápido. Pero algo importante se me había olvidado.

— Mierda, mis pantalones —puse los ojos en blanco recordando lo estúpida que había sido al hacer un tremendo esfuerzo por sentarme encima suyo sin haberme quitado mis pantalones encima. Suerte que usaba unos cortos.

— Voy a prohibirte decir groserías en público —ronroneó mientras mordisqueaba mi cuello.

— ¿Por qué? —pregunté entre jadeos, tratando de bajarme los pantalones.

— Porque sólo dices groserías cuando follamos. Me pone mucho oírte hablar así —respondió lamiendo la zona donde había mordido. Diablos, su saliva me estaba matando.

No tenía ganas de quitarme los pantalones porque quería disfrutar de sus besos y caricias. Pero a la vez, me sentía muy mojada y quería hundirme en él de una vez por todas.

(2) — Amo esta canción —dijo Edward mientras empezaba a sonar "Last Train to London" en la radio del auto.

— Yo también —me reí intentando bajar los pantalones y las bragas de un tirón.

Mientras batallaba con esos malditos pantalones, con mis zapatillas y el diminuto espacio en el auto, Edward se movía al ritmo de la canción, cantándola como si no estuviésemos a punto de coger. Pues, no lo culpaba, yo también me pondría a cantar esa canción tan pegajosa.

— The sun was going down; there was music all around, and it felt so right…**

Decidí que lo más práctico sería quitar una pierna de los pantalones y bajar toda la muda hasta el tobillo de mi otra pierna, no tenía tiempo para quitármelo entero.

— ¡Sí! —celebré cuando lo conseguí. Emocionada, abracé su cuello para comenzar a cabalgarlo. Aunque Edward apenas comenzaba a desprenderse el cinturón. De todas formas, mucho trabajo no debía hacer. Maldita su suerte de tener polla.

Casi como siempre sucedía, nos divertíamos al follar en lugares públicos, bromeando entre risas. Antes de entrar en mí, nos pusimos a cantar el estribillo como idiotas.

— But I really want tonight to last forever; I really wanna be with you. Let the music play on down the line tonight! ***

Y de una sola estocada, él entró a mi cuerpo gruñendo fuerte, jadeé con ganas.

Mi cuerpo se mecía contra el suyo al ritmo de la canción mientras nuestros labios se besaban con fervor. Edward nunca se equivocaba, el sexo y la música congeniaban de forma fantástica.

Cuando mi boca se separó de la suya y comencé a besar su mandíbula, alguien golpeó la ventanilla del auto.

Chillé asustada cuando vi el rostro de Alice intentando buscarnos con la mirada. ¿No nos veía?

— Son ventanas polarizadas, Bella —me informó Edward bajando el volumen de la radio.

Edward bajó la ventanilla con cuidado de no enseñar más de lo que debía. Estaba desnuda de la cintura para abajo.

Miramos a Alice como dos niños inocentes.

— ¿Qué creen que hacen? —nos preguntó con incredulidad.

¿No era obvio?

— ¿Estrenando el auto? —pregunté como si fuse incuestionable.

— Ya sé —puso ojos en blanco—. Me refiero a qué creen que hacen follando como locos cuando se ve desde el ventanal de la casa el auto moviéndose de un lado al otro.

¡Diablos!

— Oh, Dios mío. ¿Nos vio alguien? —pregunté asustada. Si mi papá nos veía, era capaz de quitarme el coche, aunque fuese un regalo.

— No —dijo Alice con tranquilidad—. Vine a advertirles rápidamente. Estamos almorzando. Sería mejor que dejen eso para más tarde, tus padres quieren hablar sobre tus planes para el futuro.

Rayos…

— Está bien, está bien —asintió Edward y volvió a subir la ventanilla mientras Alice se marchaba.

Suspiró y me miró a los ojos, frustrado.

— Esta noche —avisó con profunda seriedad. Y vaya que nos la debíamos, no follábamos bien desde hace una semana, cuando apenas terminaba de presentar mi tesis.

Aunque estábamos más que frustrados, me acerqué rodeándole el cuello con los brazos, oliendo su aroma y besando su piel.

— Hermoso —lo halagué dándole un beso casto en la oreja.

Besó mi clavícula y sentí sus manos traviesas acariciar mi trasero.

Con mucha dificultad me puse las bragas y los pantalones de nuevo. Salimos del auto y antes de acercarnos al living, Edward me llevó de la mano hasta el baño para conseguir algún perfume para echarnos encima así el olor a sexo no fuera tan palpable. Le pedí que no utilizara ningún ambientador. Eso nos haría lucir muy baratos…

Aparecimos en el comedor contando a los demás que Edward me estaba enseñando a manejar el coche porque no recordaba muy bien cómo hacerlo.

— ¿Bautizando el automóvil? —me preguntó Thomas cuando se acercó a mí, con diversión.

Torcí una mueca.

.

Pasamos el resto de la tarde en casa de los Cullen mientras realizaban los preparativos para la cena de esta noche para celebrar el cumpleaños número cincuenta de Carlisle.

No tuve tiempo para estar a solas con Edward porque aprovechaba lo más que podía este fin de semana para hablar con mis padres que también estaban invitados a la fiesta. Sólo habían venido hasta New York para presenciar la ceremonia porque debían volver a sus respectivos estados antes del lunes. Aunque todos estaban contentos por mi graduación, la atención iba especialmente a Renée. Su barriga era enorme, y sólo le quedaban un par de semanas para dar a luz.

Mi madre hizo un especial favor en no aclarar el sexo de los bebés, al menos frente a mí, porque yo no quería saberlo. Todos ya lo sabían, incluso Edward, pero quería sorprenderme en ese momento. Hace meses no podía creer que mi madre estuviese embarazada, y ahora me encontraba ansiosa por esperar el

día del parto. Sin embargo, los veía como los pequeños de mi madre y Phil, todavía me costaba creer que serían mis pequeños hermanitos.

En la noche, opté por vestirme casual: una blusa pegada al cuerpo y unos jeans azules ajustados.

Intenté buscar mis converse en algún lado, había traído un poco de mi ropa para no tener que hacer dos viajes y cambiarme en casa de los Cullen. Golpeé la puerta del dormitorio donde sabía que se estaba cambiando Alice y Rosalie.

Abrí la puerta cuando dijeron que podía pasar. Se encontraban hablando algo acerca de Jasper.

— ¿No vieron mis converse? —pregunté revisando el suelo alfombrado. Éste era el dormitorio de huéspedes.

— No —contestó Alice algo agitada— ¿por qué no estás cambiada todavía, Bella?

Me paré en seco.

— Ya estoy cambiada —fruncí el ceño, encogiéndome de hombros.

Alice, que se encontraba pintándose los labios frente al espejo y Rosalie, que estaba arreglándose el cabello, me miraron estupefactas. A mí, y a mi vestimenta.

— ¿Qué tiene? —pregunté antes de darme cuenta que ellas estaban usando vestidos de noche.

— ¿Sabes que viene Beatrice, verdad? —me recordó Alice con cierta diversión.

No sé por qué no supuse su presencia esta noche, siendo que era la madre de Carlisle. Estaba fregada.

— ¡Diablos! Olvidé ese detalle —refunfuñé de malhumor, comprendiendo que no había forma de que vistiese de esta forma hoy—. Creí que sería algo íntimo. Sólo entre nosotros —suspiré—. ¿Por qué Edward no me dijo nada?

— ¿Esperabas que te dijese "Oh, amor, se me olvidaba, Nana vendrá esta noche, así que más vale que te vistas de forma correcta"? —se reía Alice.

Tenía sentido…

— Le abría pateado el trasero si a mí me decía algo así —Rosalie participó en la conversación con un leve tono humorístico.

— Pero no tengo nada más que vestir —le expliqué a ambas. Ya me estaba estresando con sólo saber que la abuela fastidiosa de Edward estaría presente en la cena.

— Puedo prestarte un vestido —propuso Rosalie después de un rato, encogiéndose de hombros.

Agradecía ese gesto, sólo por el hecho de que provenía de Rosalie, pero dudaba que uno de sus vestidos fuese de mi talla, siendo que su cuerpo era más voluptuoso que el mío.

— ¿Crees que le ande? — preguntó Alice a Rosalie en voz baja, pero igual pude oírla.

— Podría prestarle uno de cuando tenía quince años. No tenía tanto pecho en ese entonces —le respondió la rubia tratando de ser un poco optimista.

Ambas evaluaron mi apariencia para ver qué podían hacer con mi aspecto esta noche.

Beatrice Esther Cullen, viuda y madre de Carlisle, era la persona más egocéntrica, grosera y altanera de la familia Cullen. Una mujer elegante, bien cuidada para sus setenta y tres años, pero con una profunda tendencia a ser perfeccionista. Nunca se iba con rodeos, era firme, directa y sin filtro. Si algo no le gustaba, lo hacía saber en forma de reclamo.

La primera vez que Edward me presentó a ella fue un total desastre, le había molestado la forma en que me había vestido, mi cabello desalineado, mi cuerpo tan pequeño y poco agraciado. Definitivamente no le caía bien, creía que era demasiado poco para su nieto y constantemente me comparaba con Tanya. Por más que Edward demostrara cuán enamorado estaba de mí frente a la "Nana", ella no me aceptaría.

Rosalie me prestó uno de sus viejos vestidos que resultó ser simple, pero a mi estilo. Era color crema, con strapless y peculiarmente corto. El vestido perfecto para salir en la noche, pero no estaba segura si a Nana le agradaría ver lo mucho que enseñaba mis piernas con este vestido, además de que la parte de arriba no me sujetaba del todo, pero no podía pedir mucho si esto era de la época cuando Rosalie no tenía demasiado busto.

No era el vestido perfecto para esta noche, definitivamente le encontraría defectos a éste, pero tampoco iba a hacer un gran escándalo al respecto.

Bajamos hasta el living. Tomé precaución para no tropezarme por tercera vez en el día con los zapatos que Alice me había prestado que, gracias a Dios, combinaban con el vestido de Rosalie.

Divisé a Edward hablando con Thomas en un rincón del living. Quise chillar como una tonta enamorada al verlo, Edward lucía muy apuesto con su camisa color vino y pantalones color beige.

Thomas estaba comiendo algo, no estaba muy segura, pero creo que eran camarones. Cuando me vio, abrió los ojos notablemente sorprendido. La misma reacción de un tigre hambriento que ha divisado una gacela en medio de la nada, sólo que en su caso se aplicaba a mi apariencia y a su cámara de fotos. La estaba tocando peligrosamente.

Edward, como todo un caballero, lo primero que vio fue mi rostro y me saludó sonriente.

— Hola, hermo… ¡Woah! —Rápidamente sus ojos fueron al maldito vestido que comenzaba a aflojarse un poco de mi cuerpo.

Thomas aprovechó la ocasión y tomó una fotografía mía. Le miré incrédula.

— Ni siquiera debes haber apuntado bien el foco —me quejé. Él le restó importancia.

— Te ves… eh… —Edward fruncía el ceño, un poco confundido por mi elección.

— Lo sé, tuve que cambiarme y ponerme "más elegante" —puse ojos en blanco acariciando el brazo de mi novio.

— ¿Ves, Edward? Las chicas hoy en día creen que "elegante" significa enseñar su cuerpo lo más que puedan —Thomas le dijo a Edward como si fuese un consejo.

— No seas malo, no tenía otra cosa que vestir —le reclamé con tono entristecido mientras los dos se reían.

— ¿De quién es el vestido? —preguntó Edward reconociendo inmediatamente que yo no tenía un vestido como éste.

— Me lo prestó Rosalie —dije esto como si fuese un detalle muy bonito.

Él se sorprendió.

— ¿En serio? —una sonrisa comenzaba a dibujarse en la comisura de sus labios. A Edward le gustaba saber que, poco a poco, comenzaba a llevarme bien con Rosalie.

— Pero esto no te queda grande —comentó Thomas algo confundido mientras veía el vestido, sobre todo en la parte de arriba.

— Era su vestido cuando tenía quince años —dije entre dientes, con vergüenza. Thomas se rió.

— ¡Oh, ya! —Chasqueó la lengua Edward—. Por eso me es tan familiar.

— ¿Me queda mal? —volví a preguntarles, ahora un poco más insegura de lo normal.

— Bella, tienes un cuerpo hermoso, y piernas envidiables, estos vestidos claramente te benefician —me reconfortó Thomas—. Pero mejor dejaré que tu novio te lo haga saber con sucios cumplidos.

Thomas golpeó el hombro de Edward amistosamente mientras se marchaba, dejándonos a solas. Edward sólo recibía ese tipo de chistes con diversión cuando los decía Thomas.

— Ya, ¿vas a darme sucios cumplidos así me ponga mejor? —bromeé cuando él tomó mis dos manos para jugar con ellas.

— ¿No era que las mujeres preferían cumplidos tiernos? —me preguntó esbozando una sonrisa torcida. Mi favorita.

— Yo no soy una mujer normal —encogí mis hombros. Quería oír esos sucios cumplidos.

— Ah sí, eres bien rara —asintió y besó mis labios castamente—. Pero mejor no abordar el tema o puedo emocionarme fácilmente. Lo dejaremos para la noche.

— Ya es de noche —le avisé.

— Madrugada, entonces —corrigió con dulzura y me acerqué para abrazar su cuerpo y enterrar mi rostro en su pecho.

Ah… el perfume especial de Edward podía romper corazones tan fácilmente…

Me separé de él en cuanto vi que Edward quería saludar a mi padre.

— Jefe Swan, quería agradecerle por dejarme participar en el regalo de Bella. Yo sé que no era de su completo agrado la idea pero quiero agradecerle por lo que hizo.

Edward había utilizado un tono de voz muy formal, educada y humilde al agradecerle a mi papá algo que, en definitiva, no era necesario agradecer a mí parecer. Pero Charlie simplemente asintió sin mostrar simpatía.

— No te preocupes, Edward —contestó en medio de un suspiro, mientras comía algún bocadillo. Se marchó para acercarse a Sue que lo llamaba.

¡No podía creer lo rudo que había sido!

— ¿Por qué le llamaste "Jefe Swan"? —pregunté con curiosidad.

— Lo predispongo a estar de buen humor —me dijo con cierto… ¿optimismo? —. A mí me pone de buen humor cuando me dicen "Doctor Cullen". Te aseguro que sentirás lo mismo cuando te digan "Licenciada Swan"

Pues, en verdad sonaba bien.

— Pero al menos lo tomó de buena manera, eso me deja más tranquilo —Edward encogió los hombros con cierto alivio.

Me encantaría decirle que, conociendo a mi padre, eso había sido muy rudo de su parte. Pero Edward luchaba por la aceptación de Charlie por meses, si esto le hacía sentir un poco de "esperanza" que así sea. Iba a hablar seriamente con mi padre.

— Vuelvo en seguida —le dije acariciando su mano de nuevo y me acerqué a mi padre.

Pellizqué su hombro para interrumpir de forma educada la conversación que tenía con mi futura madrastra.

— ¿Por qué has sido grosero con Edward, papá? —le reclamé molesta pero en voz baja. Él puso los ojos en blanco—. Estoy hablando en serio, papá. Él simplemente quiso ayudar en el regalo.

— Bells, el auto era un regalo de parte de tus padres —me dijo con tranquilidad—. Aunque sea tu novio no corresponde. No es el tipo de regalo que le das a tu novia.

— ¡Pero sólo ayudó! —protesté—. ¿Está mal que los haya ayudado con el dinero, papá?

— No necesitábamos ayuda —corrigió—. Él se ofreció, lo cual agradecimos en su debido momento. Si quería darte un regalo, podía haber comprado otra cosa. Como esa bonita pulsera que te regaló.

Señaló la pulsera de diamantes que me había regalado para mi cumpleaños el año pasado.

— ¿No entiendes? A él no le interesaba regalarme un auto —dije esto sabiendo que mentía—. Él quería participar, ser parte de la familia. Él quiere agradarte, se está esforzando mucho para hacerlo.

Charlie torció una mueca.

— Yo sé que lo amas, Bells. Pero uno nunca sabe lo que pasará en el futuro y…

— Él es mi novio y punto —gruñí—. Créeme que vamos a durar. Y si no, no te corresponde opinar.

— Sólo quería darte un regalo de parte de personas que somos parte de tu familia.

— Él es parte de mi familia, papá —protesté ahora un poco dolida. ¿Por qué le costaba verlo como un yerno? Y recordé el motivo—. ¿Es por Jacob?

Él iba a decir algo, pero no sabía qué palabras utilizar. Me enfurecí demasiado. ¡Esto era el colmo!

— Oh, por Dios, papá, no voy a volver con Jacob —le dejé en claro palabra por palabra.

— No es eso, Bella… —negó varias veces, intentando calmarme.

Renée apareció a nuestro lado. No estábamos discutiendo en voz alta, pero debió reconocer nuestras reacciones para saber que sí lo estábamos haciendo.

— ¿Qué es lo que ocurre? —preguntó mi madre con profunda curiosidad.

— Papá sigue tratando mal a Edward —lo acusé como si fuese una niña.

Renée miró de mala gana a Charlie.

— Oh, Charlie, no seas tan prejuicioso con él —mi madre se quejó.

— Simplemente no creo que sea adecuado que él participe en un regalo familiar —explicó mi padre.

— Pero si él es parte de la familia —protestó ella—. Se aman y desean casarse.

Charlie me miró a los ojos, alarmado.

— T-Todavía no —contesté de la misma forma. Mi madre estaba abriendo la boca demasiado—. Pero…

— ¡De ninguna forma! Tú eres jovencita todavía, apenas te has graduado, te falta mucho que vivir para casarte —me regañaba Charlie ahora.

Iba a asegurarle que, por más extraño que sonara, estaba 100% de acuerdo con él. Pero mi madre se apresuró.

— Oh, por el amor de Dios, ya es grande, nosotros nos casamos y la tuvimos siendo mucho más jóvenes —a Renée le exasperaba la forma tan anticuada de pensar de Charlie.

— Y mira cómo terminó —aclaró mi padre medio en broma, medio en serio.

— Sí, pero porque no congeniábamos —le respondió mi madre—. Edward y Bella son distintos. ¿Por qué te cuesta aceptarlo si es un buen chico y tiene una grandiosa familia?

Charlie comenzó a incomodarse.

— Mira, no quiero discutir, estás embarazada y… —la excusa de mi padre, aunque muy sosa, tenía algo de razón. No debíamos estresar tanto a Renée ahora.

— Oh, entonces ¿no puedo discutir por tener esta panza? —preguntó mi madre con sorna señalando su vientre, realmente indignada por el trato especial al que la sometíamos últimamente.

— No es eso, es que tienes que cuidarte y… —repetía Charlie tratando de calmarla.

— ¡Yo puedo sosegarme! —Protestó como una niña—. ¡Esto no me hace incapaz de absolutamente nada!

— Mamá, por favor, no te pongas tensa… —le recordé sintiendo pena por el griterío que debían escuchar los bebés ahora.

— Silencio jovencita, tu padre y yo estamos hablando —mi madre me calló de forma tajante. Por más que yo ya tuviese veintidós años y fuese una profesional, me seguirían tratando como una mocosa.

Ellos seguían discutiendo por algo que ni siquiera se acercaba al punto del origen del problema.

— Mamá, piensa en ellos —toqué su vientre rápidamente para callarla—. O ellas… o él y ella —especifiqué porque no tenía idea de cómo eran—. No les traigas con dolores de cabeza a este mundo, ¿sí?

Ella siempre se ponía emocional cuando hablábamos de los bebés, y suerte que había introducido el tema rápidamente. Suspiró y me sonrió a medias. Estaba de acuerdo que debíamos pensar primero en el bien de esos bebés, antes que una estúpida discusión de dos padres divorciados.

— Está bien, me controlaré —respiró hondo—. Ahora, Charlie, ve a disculparte con Edward.

Él miró a Renée con una expresión dudosa, pero cuando vio lo firmes que estábamos, no le quedó otra opción más que suspirar y llamar a Edward para disculparse.

Edward se acercó, ligeramente sorprendido porque tanto Renée como yo nos quedamos para presenciar la disculpa.

— ¿Sí? ¿Sucede algo? —nos preguntó a los tres.

Charlie tragó aire una sola vez antes de soltar aquellas palabras tan, aparentemente, complicadas.

— Quería agradecerte por… haber contribuido con el regalo de Bella —me miró frunciendo sus labios y cerró los ojos lentamente—. Y disculparme por ser grosero. Eres un buen muchacho.

Ver la reacción de Edward, pasar de la sorpresa, hasta el alivio y la satisfacción de saber que Charlie lo había tratado bien, era lo más dulce del mundo.

— No, no tiene que disculparse, comprendo totalmente —asintió él de forma inmediata. Edward era muy simpático si se lo proponía.

Charlie asintió una vez, frunció sus labios debajo de su bigote y se retiró de aquél espacio que habíamos creado. No volvería a tratar bien a Edward sino hasta un par de semanas después por el tremendo esfuerzo utilizado para en la disculpa y el agradecimiento.

— No lo tomes a mal, Edward. No es nada personal. Todos los padres son así —le dijo Renée acariciando su hombro de forma afectiva.

— Lo entiendo, no hay problema —Él realmente lo comprendía y no le molestaba. Agradecía el hecho de haberme enamorado de alguien tan humilde.

— Apuesto a que no estás acostumbrado que alguien no te reciba bien en la familia de tu novia, ¿No? — bromeó mi madre.

— ¿Ah? —preguntó Edward repentinamente confundido por ese planteo. Me morí de la vergüenza.

— ¿Por qué no vamos a probar la comida que tu madre preparó? —ofreció cambiando de tema sin problema, como si no se hubiese dado cuenta de lo desubicado que había resultado esa broma.

Edward asintió con el mismo humor, tal vez no entendió bien la broma o lo dejó pasar. Quién sabe. Mi madre me miró el vestido y acomodó la parte de arriba.

— Isabella, ¿por qué usas un vestido tan desabrigado? Abrígate, jovencita —me regañó y puse los ojos en blanco.

Diablos que este vestido no era el indicado para esta noche.

Thomas aprovechó un rato de la noche para tomarles fotografías a todos los invitados, que eran familiares por parte de Carlisle. Increíble, pero le pagaban por ese favor, aunque Thomas lo habría hecho de todas formas aprovechando que todos vestíamos bien.

Los únicos parientes por parte de la familia de Esme que asistieron a la fiesta fueron los tíos de Edward, Charlotte – su hermana –, y Peter – su esposo –. Ellos eran muy agradables y parecían ser parte del grupo "Preferimos-a-Bella-que-a-Tanya" lo cual resultaba muy cómodo, además de que Charlotte también cocinaba como Esme y le agradaba saber que la nueva novia de Edward sabía preparar algo más que sopa.

Un caso distinto eran sus hijos: Riley y Bree.

— Siracusa no es tan hermosa como la pintan. Tiene un ambiente bastante nostálgico, pero les recomiendo Sicilia definitivamente. ¿Alguna vez han pensado en viajar? —nos preguntaba Riley, con ese aire egocéntrico que le caracterizaba.

— No, pero Jasper y Alice tienen una propiedad en Francia —le contó Edward de forma casual—. Probablemente vayamos a visitarlos pronto.

— Ah, Francia —hizo un mohín—. Está tan gastado. En verdad, les recomiendo Italia o Alemania. Son buenos lugares. Por cierto, ¿el Volvo estacionado afuera es tuyo, Edward? ¿Hace cuánto lo tienes?

El planteo sorprendió a Edward. Bueno, no tanto.

— Probablemente hace tres años —le dijo—. Estaba pensando en cambiarlo, pero…

— Cámbialo, es un auto aburrido. Al menos, más aburrido que el nuevo Fiat de Bella —se reía con sorna.

Edward y yo lo dejamos pasar. Sabíamos lo crudo que él podía ser. Sólo no había que prestarle tanta atención.

— ¿Tienen idea de dónde dejé mi teléfono? —Thomas se acercó a nosotros para preguntar, un poco preocupado de no encontrarlo por aquí.

— ¿Tú eres el amigo homosexual de Edward, verdad? —Riley preguntó a Thomas poniendo una sonrisa—. Deberías ir a Sicilia. Muchas fiestas y desfiles de orgullo gay. No fui a ellas porque me incomodan, pero te lo recomiendo un 100%.

Intenté ocultar la risa que estaba a punto de salir de mi boca al reconocer la sonrisa educada que Thomas le regalaba a Riley.

— Iré a saludar a Rosalie y a Emmett, recién los veo —nos dijo ubicándolos desde lejos. Respondimos su sonrisa y se alejó de nosotros.

— ¿Quién era ese imbécil? —nos preguntó frunciendo el ceño. Obviamente le había caído mal.

— El primo de Edward —me reí. Mi reacción también había sido esa el primer día que lo conocí.

— Al menos Bree es un poco más educada —me dijo Edward.

— Mmm, creo que a Bree no le caigo del todo bien —dije dudosa.

— Probablemente, se llevaba muy bien con Tanya, y creo que aún siguen en contacto —dijo de forma casual. Que yo sepa, Edward ya había dejado el contacto con los Denali hace mucho tiempo.

El momento más temido de la noche había llegado cuando Beatrice llegó a la fiesta en compañía del único hermano de Carlisle: Teseo, quien tenía unos treinta y muchos o cuarenta y pocos.

Beatrice era una mujer mayor, pero muy elegante. Cuidaba mucho su apariencia porque sabía que los años serían sus peores enemigos en la vejez. Era delicada, fina y conservadora. Pero sólo en su forma de pensar, porque cuando ella sentía deseos de opinar algo, lo hacía y sin el menor rastro de educación. Podía intimidar fácilmente con su apariencia austera y prepotente.

Edward sabía perfectamente cómo era su abuela y recuerdo haberlo notado muy preocupado el primer día en que la conocí porque sabía que sería un desastre. Incluso, ahora podía notarlo ansioso porque ambos sabíamos que haría un comentario con respecto a mi graduación y el vestido que estaba usando esta noche.

Vi cuando Alice se acercó para saludarla con exagerada educación.

— ¿Qué le pasó a tu cabello corto, Alice? —Protestó la señora frunciéndole el ceño

Alice había comenzado a dejárselo largo desde hace meses. Le llegaba hasta el pecho, pero en esta ocasión se había hecho una trenza muy bonita.

— A Jasper le gusta así —se encogió DE hombros de forma coqueta. Alice era sencillamente adorable. Jamás podría igualarla.

— Tonterías, Jasper —bufó bastante molesta por el cambio de look de Alice. Todos opinábamos que ella se veía mejor así—. No te queda bien así, deberías cambiártelo.

Con una sonrisa olímpica, Alice le restó importancia. Frente a Beatrice, todos debíamos tener un corazón de piedra.

— Hola, Nana —saludó Jasper en seguida.

— Jasper, estás más flaco —reprobó con preocupación examinando el pecho de Jasper—. Deberías comer más. Alice, deberías aprender a cocinar de una vez para engordarlo como corresponde.

Me habría reído de semejante atrevimiento de no ser porque yo era la siguiente a la que debía saludar. Diablos, diablos, diablos.

— Hola, señora Cullen —la saludé yo, mi voz se quebró por los nervios.

Sin ninguna discreción, miró despectivamente mi vestido.

— ¿Por qué vistes así? —Me preguntó con altanería—. Te dije que te vieras más elegante, no mostrando las piernas, pareces vulgar.

Bueno, no había sido tan rudo como esperaba que fuese.

— Ay, Edward, córtate ese cabello, corazón. Te ves tan desprolijo así —Beatrice despeinó la melena de Edward. Ya le había crecido para estos meses—. Porque tengas una novia desprolija, no significa que tú también tengas que serlo.

Auch.

— Yo también te extrañé, Nana —sonrió Edward frunciendo los labios.

— ¡Mi nieta preferida! —Beatrice corrió a abrazar a Rosalie y para halagar el vestido que estaba usando esta noche.

Creí que habíamos pasado por su instigación, pero me había equivocado.

— Nana, ¿sabías que Bella se ha graduado el día de hoy? —Edward sujetaba mi cintura con firmeza mientras contaba esto con orgullo.

Quería gritarle "Maldita sea, cállate, Edward" pero era demasiado tarde.

— ¿Ah, sí? ¿De qué? —preguntó Beatrice con esa mirada despectiva que tanto le caracterizaba.

— Licenciada en filología inglesa —dije sintiéndome orgullosa inevitablemente. Cinco años de estudios que valieron la pena.

— ¿Y qué haces? —preguntó frunciendo el ceño. No tenía idea de qué se trataba esa carrera, parece.

— Básicamente estudio las lenguas en general, puedo ser editora de libros, profesora de literatura…

—Ay, pero qué aburrido —torció una mueca disgustada. Me quedé muda y me sentí terriblemente incómoda. Para mí, no era aburrido. Incluso si era aburrido, no se lo dices a alguien que acaba de graduarse.

— ¿Por qué no buscaste una carrera más emocionante? Espero que no termines como bibliotecaria —puso los ojos en blanco y se dio la vuelta para seguir hablando con otra persona.

Pues sí, había sido bastante crudo. Edward también había quedado mudo por las palabras hirientes de Beatrice. Me estaba acariciando la espalda repetidas veces con suavidad a modo de consuelo. Cuando llevas tanto tiempo estudiando algo, nada ni nadie puede hacerte opinar que lo que estudiaste es aburrido o no sirve. Si no, habría dejado en mitad del camino. Sí, podía ser aburrido y podía tener una salida laboral algo limitada, pero tenía y eso me importaba. Ella, además de ser exageradamente honesta, me odiaba por haberle "quitado" a Edward de las manos de Tanya y por haber, técnicamente, separado a los Cullen de los Denali. Ella los apreciaba muchísimo. Su juicio no era para nada objetivo.

Pasamos al comedor para cenar. Éramos nosotros, mi familia, Beatrice, Teseo, su esposa, Peter, Charlotte, Riley y Bree. Edward me había comentado que Ella y su esposo no pudieron asistir porque éste se encontraba enfermo y ella debía cuidarlo. A pesar de ser miembros de la familia por parte de Esme, eran muy cercanos a Carlisle.

Esme estaba sirviendo los platos con ayuda de Charlotte. Me habría gustado ayudarlas pero la parte delantera del vestido se aflojaba fácilmente. Mejor si no me movía demasiado…

— ¿Por qué tantas verduras? —preguntó Beatrice con curiosidad pero sin dejar de lado su usual tono grosero cuando Esme servía arvejas y ensalada rusa en su plato.

Esme sonrió como si le hubiesen halagado el plato.

— Porque a esta edad, debes comer verduras y cuidarte, Beatrice —le contestó sin problema.

A mí me pareció algo muy atrevido para Beatrice pero ella se quedó muda sin contestar nada. Beatrice ni siquiera se limitaba a su nuera, y eso me hizo pensar que Esme ya debía tener experiencia en cómo tratar a esta mujer. ¡Pobre!

A las únicas personas a la que Beatrice trataba de forma afectiva eran a Rosalie y a Carlisle, por supuesto. No la había oído decirle algo grosero a Emmett, todavía. Pero la noche era joven.

Antes de que cantaran el feliz cumpleaños, Carlisle se encargó de proponer un brindis por mi graduación y me sentí más avergonzada que nunca. No porque el hecho me avergonzara, en realidad me sentía plenamente orgullosa, pero no estaba segura de sí Beatrice haría un comentario al respecto. Por suerte, no lo hizo, y todos brindaron por mi futura carrera que apenas comenzaba.

Carlisle sopló las cincuenta velas colocadas estratégicamente en el pastel de coco que Esme le había preparado, siendo que ése era su sabor favorito. Él abrió los regalos. Edward y yo le compramos un nuevo equipo de Golf, un deporte que había abandonado hace pocos años y planeaba retomar.

En un momento determinado, Beatrice hizo la pregunta que todos queríamos hacer pero no hacíamos por respeto: ¿Eleazar saludó a Carlisle?

— No, no lo hizo —sonrió Carlisle diplomáticamente, intentando no mostrar ninguna emoción aparente.

— ¿Por qué? —fue la pregunta que todos deseaban hacer pero sabían que estaba mal y que no se debía hacer.

— Porque ya no estamos en contacto con ellos, mamá. Se mudaron a Chicago —respondió él.

¿Chicago?

— ¿Se mudaron? —preguntó Edward en voz baja. Creo que nadie sabía de esta información.

— ¡Ah! Es una lástima haber perdido contacto con una familia tan buena, habrán cometido errores, pero fueron lo mejor que le pasó a esta familia —sentenció Beatrice.

Sentí vergüenza ajena porque toda la mesa quedó enmudecida. No era el tipo de comentario que dices cuando la familia de la actual novia de tu nieto está aquí. Charlie y Renée estaban enmudecidos, debí haberles advertido sobre esta mujer y los comentarios que podía lanzar.

Cuando sirvieron el tradicional café con porciones del pastel, hablé un rato con Teseo que estaba intrigado por saber todo acerca de mi graduación. Él era profesor de literatura en Columbia.

— ¿De qué se trató tu tesis? —me preguntó. Era simpático y un poco más desenvuelto que Carlisle, pero conservaba esa tranquilidad que caracterizaba a los hombres de la familia Cullen.

—Sobre la psicología moral en las novelas de Chaucer. Es uno de mis autores favoritos —respondí de buen humor. Me gustaba hablar sobre este tipo de temas—. Me tomó dos meses terminarla, en realidad.

No me había dado cuenta hasta entonces que Beatrice estaba escuchando mi conversación atentamente.

— ¿En qué planeas trabajar? —me preguntó ella interrumpiendo de forma abrupta la conversación.

Tragué saliva.

— Pues… todavía no lo he decidido —admití sintiéndome fatal. Con mi tesis y los exámenes, no había tenido tiempo para decidir una de las tantas opciones que tenía en mente.

— ¿Cómo es que no lo has decidido todavía? —preguntó, preocupada y frustrada. Tenía razón de estarlo, ya debería de saber bien lo que planeaba hacer.

— Estuve distraída con la tesis y los últimos exámenes… tengo varias ideas en mente, pero no me he sentado todavía a deliberar una por una —sentí la necesidad de excusarme… patéticamente.

— Tienes que planificar muy bien esas cosas. Sobre todo cuando no tienes una salida laboral tan poderosa con la carrera que tienes. Es importante que evalúes correctamente lo que harás, a veces enfocarse en el futuro te ayuda mucho en el presente…

—Yo tengo un viejo conocido que trabaja en una buena editorial. Podría preguntarle si tiene espacio para una recién graduada en NYU —ofreció Teseo tratando de rescatarme el discurso pesimista de Beatrice.

— Muchas gracias —le sonreí a él—. Aunque me gustaría probar suerte y conseguir algo con mis propias manos por el momento, siendo que es mi primera vez, pero en verdad aprecio mucho su ayuda, Teseo.

— Es admirable lo que dices, la gente que consigue empleo por su propia cuenta es verdaderamente admirable —me guiñó el ojo, levantando la taza de café de la que estaba bebiendo.

— ¿Por qué rechazas la ayuda de Teseo, querida? Acabas de desperdiciar una magnífica oportunidad y fuiste maleducada con él al rechazarlo —ahora lucía molesta. ¿Por qué se indignaba tanto conmigo?

— Mamá, no sabes de lo que hablas —Teseo se encargó de tranquilizar un poco el ambiente. Él no se había ofendido por mi rechazo discreto.

—Estas cosas no pasaban con Tanya —oí que decía esto en voz baja, mirando hacia otro lado.

Tal vez no era tan fuerte como creí si me sentía pésimo por sus palabras. Quizás era la indignación de oír a alguien que no me conocía hablar como si tuviese derecho a opinar lo que yo debía hacer o no con mi vida. Pero muy en el fondo, supe que si yo hubiese estado segura de mis convicciones, como cuando dijo que mi carrera era aburrida, no me habría sentido fatal. Sí, estaba insegura por buscar trabajo y tal vez había rechazado una buena oportunidad, pero mi instinto me obligaba a buscar trabajo por mi cuenta, al menos sólo esta vez, mi primera vez.

Me excusé de mi conversación con Teseo y fui hasta el baño para secar las traicioneras lágrimas que caían sobre mi mejilla. No es que fuese a quebrarme en llanto, pero todo esto se sentía tan frustrante.

Alguien tocó la puerta.

— ¿Bella? Soy yo, Alice. ¿Puedo pasar? —se oía del otro lado. ¿Me había visto llorar?

Abrí la puerta del baño y dejé que ella entrara. No se alarmó al verme, pero me sonrió nostálgicamente.

— ¿Fue muy dura contigo? —preguntó mientras cerraba la puerta.

— No es que haya sido dura… es sólo que… ¡Diablos! —gruñí—. Acabo de graduarme, éste debería ser el día más feliz de mi vida. Vine a esta ciudad para estudiar, he conseguido mi título. ¿Por qué debo ponerme mal por lo que una vieja insípida me dice?

Alice se rió entre dientes.

— Pero tiene razón, y eso es lo que odio. Todavía no sé qué trabajo vaya a conseguir, no lo he planificado y me odio por eso, porque ahora no puedo disfrutar como debería.

— Bells, recuerda que Beatrice es una mujer exagerada. No veo nada de malo en que todavía no sepas en qué ámbito trabajar. Te esforzaste mucho, eres una chica inteligente y muy fuerte. Tampoco es que fueses una mega empresaria que debe proyectar sus planes y trabajos para alimentar a miles de familias.

Fue mi turno para reírme mientras Alice me secaba una lágrima con papel higiénico.

—No, supongo… —encogí mis hombros.

—Ella te tiene especial odio por lo que pasó con los Denali, parece que amaba mucho a Tanya. Por eso es que te echa bronca. Pero no dejes que ella te baje los ánimos. Te has graduado en la Universidad de New York. ¿Sabes cuánta gente anhela llegar a este día? ¿El día en que todo el fastidioso estudio ha terminado?

Técnicamente debía seguir estudiando, pero ya no rendía exámenes. De repente, la euforia de sentirme una graduada volvía a aparecer.

— Tienes razón —respiré hondo—. No sé por qué me deprimo ahora. Me he graduado, maldición. El lunes empezaré a buscar trabajo.

— ¡Eso es! —me alentó ella con voz suave y una bonita sonrisa.

Miré a sus ojos y la abracé fuerte.

— Odio que tengas que irte de nuevo —dije encima de su cuello. Alice, al igual que mis padres, debía volver a su hogar. Sólo que su hogar se encontraba en otro país…

— Deberías venir a visitarme un día —ofreció tratando de sacarme otra sonrisa. A ella tampoco le agradaba la idea de tener que irse—. Aunque Riley diga que está gastado, Paris será siempre una cultura.

Me eché a reír a carcajada suelta. A veces, Riley me recordaba a Beatrice.

— Sé que puede ser insoportable a veces. Mira, soy la esposa de su nieto, y todavía me compara con una de las ex de Jasper. A veces finjo reírme de lo que dice sólo para caerle bien.

— Pero eso es mentir —dije—. A la larga se nota la falsedad.

— Vamos, Bella. Ellos no son tu familia verdadera. No los verás siempre. No tienes por qué ser como eres. Simplemente debes caerles bien y fingir para que no te molesten tanto. Incluso si se dan cuenta que finges, lo apreciarán porque significa que los estimas, aunque eso no sea cierto. Pero queramos o no, Beatrice es familia de los Cullen y lidiaremos con ella por siempre.

Tal vez tenía razón. No era necesario mostrarme como yo era verdaderamente a la familia que no veré todos los días, sino en las fiestas. De todas formas, la familia con la que en verdad pasaré tiempo ya me había ganado su afecto y su aceptación. ¿Qué sería yo sin los consejos de una Alice casada?

Me acompañó a salir del baño sin rastro de lágrimas en mi rostro. Al acercarnos al living, vimos a Emmett hablando entre risotadas con Beatrice. Creí que se llevaban bien porque era el novio de Rosalie, pero resultó ser que se llevaban bien porque Emmett, además de no tomar en serio lo que ella decía, bromeaba

de la misma forma llamándola "abuela" o "anciana". Tal vez había que ser Emmett para que esas bromas fueran tomadas con diversión por Beatrice…

.

Si no fuese por la luz de la luna, el dormitorio se encontraría completamente oscuro. Estaba desnuda y recostada en la cama, debajo del torso masculino de Edward. Él repartía suaves, mojados y deliciosos besos sobre mis pezones, mordisqueándolos de vez en cuando mientras movía sus caderas de forma acompasada. Sin prisa. Disfrutando el sonido de nuestros jadeos y gemidos bajos mientras hacíamos el amor.

Jugué con su cabello, cerrando los ojos por el placer mientras comenzaba a trazar un camino de besos mojados por mi tronco y cuello hasta alcanzar mis labios. Sin detener las suaves estocadas.

Edward era tan hermoso. Incluso cuando se suponía que estábamos haciendo algo más tranquilo, él se veía completamente masculino teniendo el control. Como en todo lo que solía hacer, terminó volviéndose un experto en hacerle el amor a una mujer.

Pero mi cuerpo no podía soportar tanto placer prolongado. Me estaba matando.

— Edward…—jadeé separando su rostro del mío.

— ¿Mmm? —murmuró besando ahora mi clavícula.

— No puedo —fruncí mis labios, soltando un suspiro.

No eran precisamente las palabras que un hombre deseaba oír en la cama. Edward detuvo las caricias y alzó su rostro a la altura del mío, confundido.

— ¿Por qué? —preguntó ahora con voz clara. Me fruncía el ceño.

— Me refiero a que sí, sí puedo —le aseguré rápidamente para no asustarlo—. Es sólo que…

— ¿Qué? —me preguntaba ahora con dulzura, separando uno de los mechones de mi cabello.

No encontraba la forma de decir esto sin sonar completamente sucia.

— Quiero follar… duro —solté las palabras y le miré a los ojos. Me sentía caliente, pero con decir esto, sentía que ardía.

Edward me miró por unos cortos segundos a la cara, algo sorprendido y luego se echó a reír. Mierda, su sonrisa era perfecta y me provocaba besarlo. Y lo hice.

— ¿No era que querías hacer el amor? —me preguntó con esa sonrisa torcida y un tono de voz muy bajo y muy masculino. Mi vientre bajo tembló, sólo él podía decir aquello y sonar tan condenadamente excitante.

— Sí, pero no es suficiente —mordí mi labio por tercera vez—. Quiero más. ¿No estás cansado, verdad?

Edward negó con tranquilidad. Estaba muy despabilado.

— ¿Podemos hacer algo, entonces? —pregunté como una niña le pregunta a su papá si le puede comprar una muñeca Barbie costosa.

— No lo sé, ¿Qué quiere hacer, licenciada? Esta noche es suya—decía esto con un tono de voz sugestivo y gutural.

Su voz me iba a matar.

— Bueno, definitivamente quiero que me hables sucio —dije en voz baja abrazando su cuello. Él me sonreía como un pervertido. ¡Claro que le gustaba oírme pedir esto! —. No sé, hazme gritar de placer.

Se acercó para besar de nuevo mis labios antes de separarse de mí.

— Está bien, prende la luz —me pidió mientras se levantaba de mi cuerpo y de las sábanas.

Encendí la lámpara en la pequeña mesita al costado de la cama de Edward.

— Aunque ya estaba mentalizado para hacer algo romántico, necesito mentalizarme para hacer algo sucio —cruzó sus brazos y me miró con diversión—. Así que… haz tu trabajo, Swan.

¡Ja! ¿Era mi trabajo ahora? Bueno, claro que podía excitar a mi hombre.

Mis ojos fueron hasta la mesita del lado de su cama y una idea jocosa cruzó por mi mente.

— Oh, vaya… ¿qué hora será? —pregunté con inocencia y me arrastré gateando hasta la mesita para ver la hora en su reloj. A propósito, le di una buena vista de mi trasero desnudo.

Oí que se reía.

— Si yo fuera tú, tendría mucho cuidado o sin que te des cuenta, alguien se aprovechará de la situación — me dijo y a modo de aprobación, me propinó una sonora nalgada que tensó mi cuerpo entero.

Me reí y vi cómo se colocaba su bóxer de nuevo para ir a buscar algo en el guardarropas, donde se suponía guardábamos algunos juguetes sexuales.

Mientras le esperaba sentada en la cama ya sin la necesidad de cubrir mi cuerpo desnudo como antes solía hacerlo —algo bastante estúpido, en realidad— observé a Jella recostada en la alfombra de la habitación.

La habíamos traído a casa de los Cullen para que le hiciera compañía a Eugene. Pero como Thomas no iba a pasar la noche en casa, la trajimos hasta la casa de Edward porque le costaba dormir sin mi presencia. Me miraba fijamente y eso me incomodaba. Como si desaprobara mis ideas.

— No me mires así —le regañé—. Tengo derecho a pedir esto, es mi noche —empleé las palabras utilizadas por Edward anteriormente. Ella me seguía mirando fijo—. No hay nada de malo en pedirle un poco de sexo duro a tu novio —fruncí el ceño.

— Bella, ¿estás hablándole a Jella de nuevo? —me preguntó Edward desde la otra habitación.

— ¡Me está mirando feo! —me excusé—. Yo la conozco y sé que entiende lo que le digo. Pareciera como que me juzgara mal…

— Jella, deja de mirar mal a Bella —respondió Edward regañándola. Él no tomaba en serio esto, pero yo conocía a mi propia gata.

Jella maulló y le saqué la lengua.

Mientras Edward seguía buscando y yo me aburría en la cama, me acerqué hasta el sillón de su dormitorio y encendí el televisor. Eran las dos de la mañana y la excitación en mi cuerpo me obligó a espiar un poco los canales pornográficos.

— ¿Edward, cuáles son los canales porno? —pregunté mientras hacía zapping. Mil canales y no los encontraba.

— Desde el quinientos hasta el quinientos diez. Desde el quinientos cinco en adelante son las veinticuatro horas y el quinientos ocho sólo es de lesbianas —oí que me respondía.

Cinco meses de noviazgo y todavía se sabía de memoria los canales pornográficos. ¿Debía preocuparme?

Marqué el quinientos tres y encontré a una chica masturbando frente a la cámara a un tipo desnudo. Este tipo de cosas en verdad me producían algo morboso e interesante.

— ¿Qué haces viendo pornografía? —preguntaba él con cierto descaro. Apagué el televisor de forma inmediata pero no porque aquello me fuese vergonzoso. Regularmente veíamos este tipo de cosas, pero muy rara vez lo hacía por mi propia cuenta.

Edward se acercó a donde yo estaba y tomó mi cadera para alzarme. Como siempre, me reí estrepitosamente.

— A la cama —ordenó.

Me tiró encima de la cama para que rebotara en ella. Él se encargó de apagar la luz del dormitorio para que, nuevamente, estuviésemos a oscuras. Se acercó a mi cuerpo con rapidez y comenzó a besarme. Había algo tan adictivo en sus labios que nunca me cansaría de probarlos. Nunca.

Una de sus manos bajó hasta mi cintura y sus dedos separaron mis labios mojados. Gemí encima de su boca cuando sentí dos dedos en mi interior y uno pellizcando suavemente mi clítoris.

— Ah, Edward —me quejé por la intrusión rápida. Él no paraba de besarme.

Cuando sus labios bajaron hasta mis pechos, separó sus dedos de mi intimidad. Sentí que estaba a punto de entrar en mí…

Pero, en vez de eso, sentí algo gomoso y firme entrar en mí, vibrando.

— ¡Mierda! —maldije por la sorpresa y quizás por la frustración. Edward se reía cerca de mi rostro—. ¿Por qué no me avisas que vas a usar el maldito vibrador?

— Porque es muy divertido ver cuando te sorprendes —oía su estúpida y adorable risa bromista.

Y lo había puesto en máxima potencia.

— Edward, Edward, Edward—gemí una y otra vez ladeando mi cabeza de un lado al otro, intentando soportar el placer al que me sometía. Estaba muy sensible.

Me faltaba sólo un poco para llegar al orgasmo, y de forma abrupta, Edward quitó el vibrador de mi interior.

Alcé la cabeza en alto.

— ¿Qué crees que haces? —protesté de mala gana, consternada.

— Te hago sufrir —dijo con su mejor cara de niño inocente.

— Oh, no, no —negué rápidamente—. Hoy es mi noche, así que te ordeno que continúes.

— ¿Quiere que continúe, señorita Swan? —probó en decir con diversión.

Me estaba fastidiando.

— ¿Sabes? Mi rodilla está peligrosamente cerca de tus partes —dije en un tono profundamente dulce.

Edward se echó a reír en voz alta.

— ¡No te atreverías! —se levantó—. Si tanto insistes, date la vuelta, ahora.

No esperó hasta que yo me diese la vuelta para nalguearme. Lo hice rápidamente y sus manos posicionaron mis caderas firmemente hacia arriba. Me aferré a la almohada debajo de mi cabeza.

Ese corto lapso en el que sentía la punta de su miembro acariciar mis labios para luego entrar en una sola estocada me robaba el aire y el corazón. Me permití gritar de placer sobre la almohada.

— ¿Así? —preguntaba entre dientes sin parar de embestirme.

— ¡Sí! —chillé enterrando mi rostro en la almohada, sintiendo cómo su miembro tomaba mi cuerpo de forma precisa y rápida, como se lo había pedido.

Durante unos largos y prolongados segundos, Edward no cambió de posición. Pero ni siquiera era necesario, esta posición era nuestra predilecta y uno nunca, pero nunca, se podría acostumbrar a los ruidos sexuales de Edward Cullen. Nunca.

En un momento determinado, cuando me faltaba muy poco, Edward se recostó encima de mi cuerpo y sentí su respiración detrás de mi oreja.

— Déjame hacerlo —pidió entre jadeos sin parar de embestirme.

Le conocía lo bastante para saber exactamente lo que estaba pidiéndome debido a la posición en la que nos encontrábamos. Era una sensación agridulce. Por un lado lo deseaba, por otro no. No me sentía cómoda haciéndole saber que lo aceptaba, pero no por eso lo rechazaría. Pero no me encontraba en un momento en el que pudiese decidir con objetividad. Estaba excitada, quería correrme, quería probar todo y a la mierda el orgullo.

Asentí tres veces cerrando los ojos y dejándome llevar por la deliciosa fricción de nuestros cuerpos. Acto seguido, Edward se levantó un poco de mi espalda, sin ejercer demasiada presión en realidad. Llevó su dedo hasta mis labios. Abrí la boca y comencé a chuparlo con fuerza.

Unos segundos más tarde, alejó su dedo de mi boca y disminuyó notablemente las embestidas porque estaba concentrado en posicionar aquél dedo en mi zona más íntima y prohibida.

Lo hizo lentamente y me sacó varios gemidos de la garganta. Todavía no me acostumbraba a la sensación. Era extraño. Pero no podía decir que no era placentero. Era un placer morboso, extraño y casi incorrecto, pero eso lo hacía satisfactorio. No era tanto lo que hacía, sino con quién lo hacía y por qué lo hacía. Con el amor de mi vida, el hombre obsesionado en alcanzar aquella parte de mi cuerpo, y porque esto le complacía, y su placer era el mío.

Había algo increíble en experimentar la sensación de ser llenada por ambos lados. Cuando te encuentras muy absorbida por el placer, esa sensación lo duplica o hasta lo triplica, y te hace sentir incorrecta, pecaminosa, inmoral. Y diablos que eso sí que excitaba.

Pero no sólo eso, sino los jadeos de Edward, notablemente excitado por la situación. Se apoyó sobre mi espalda cuando supe que no le quedaba mucho y con una última estocada, nos vinimos al mismo tiempo mientras oía sus jadeos encima de mi oído. No tenía precio.

Algo que había notado en las ocasiones que permitía a Edward hacerlo era la gran diferencia a la hora del clímax. Edward realmente se venía fuerte cuando hacíamos este tipo de cosas, y no puedes negarle cuando

sabes que el resultado va a ser glorioso. La sensación era única e irrepetible, y ese tipo de cosas aflojaba mi voluntad, aparentemente quebrantable, para terminar algún día aceptando la propuesta con la que él tanto fantaseaba.

Sentí que había babeado la almohada y mi cuerpo pesaba. Edward intentaba normalizar su respiración detrás de mi espalda.

— Te amo, Bella —confesó con una sinceridad que calentó mi corazón y sonreí de felicidad.

— Y yo a ti, aunque estés obsesionado con mi trasero —dije y oí que se reía en mi espalda antes de besarla.

Había algo que sonaba en medio del silencio sepulcral del dormitorio. Algo que vibraba.

¿En serio?

— Edward, ¿acaso olvidaste apagar el vibrador?

** The sun was going down; there was music all around, and it felt so right… Traducción: El sol se estaba poniendo, había música por todas partes.

*** But I really want tonight to last forever; I really wanna be with you. Let the music play on down the line tonight! Traducción: Pero realmente quiero que esta noche dure para siempre. Tengo muchas ganas de estar contigo. Deja que la música juegue en la noche por la línea.

CAPITULO 2 Travesía, cucarachas y zanahorias

BPOV

Cada mañana al despertarme tomaba cinco minutos para poner en marcha mi cerebro y recordar los acontecimientos de la noche anterior; dónde me encontraba y qué es lo que debía hacer el día de hoy.

Estaba recordando lo tensa que había sido la cena de cumpleaños de Carlisle la pasada noche con todas las acusaciones de Beatrice. También recordaba lo bien que había "celebrado" mi graduación al terminar por darle un buen uso a ese vibrador hasta altas horas de la madrugada.

Jella se había colado en la cama, y en cuanto me vio despierta, se acercó a mi vientre desnudo y se recostó en él, bostezando un par de veces. La pobre no debía haber dormido en toda la noche por los ruidos en la cama…

Sus ojos me penetraban. Algo me estaba diciendo. Me echaba la culpa.

— Lo sé, perdón por no dejarte dormir —le dije mientras acariciaba su pelaje con suavidad—. Pero no es mi culpa tener un novio tan sensual y follar con él toda la noche.

Jella ronroneó algo. Era mi compañera, debía comprenderme.

— Por cierto, ¿dónde está mi sensual novio? —le pregunté a ella y volteé la cabeza hacia la izquierda, el lado donde Edward dormía.

Me estaba dando la espalda. Dios mío, tremenda espalda. Se inflaba una y otra vez mostrando la cadencia de su respiración. ¿Cuántos lunares tenía? Me puse a contarlos…

Acaricié su espalda con suavidad, preguntándome si estaría despierto o no.

— ¿Edward? ¿Estás despierto? —pregunté con voz ronca. No recibí contestación por su parte.

Volví a hacerle la misma pregunta, ahora dándole pequeños empujones en la espalda con mi mano. No es que mis toques funcionaran, Edward era un completo tronco cuando dormía. Nada ni nadie lograba despertarlo.

Separé a Jella de mi vientre para poder acercarme y abrazar su pecho. Enterré mi rostro en su espalda y comencé a olerlo. Su piel era tan suave como el terciopelo. Estaba tibio, lo que significaba que estaba durmiendo muy bien. Todavía no lograba descifrar el aroma de su piel. Un poco de la colonia que había

usado anoche, su aroma esencial que era una mezcla entre miel y algo dulce… pero el olor a sexo era más fuerte todavía.

Mientras lo rodeaba con mis brazos, constantemente me recordaba a mí misma que era hermoso y mío. Yo era su única mujer. Sólo necesitaba eso para empezar el día de buen humor.

Salpiqué su piel con besos castos mientras llamaba su nombre. Me eché encima de su cuerpo, rodeándolo como si fuese una boa y pude ver su rostro. Dormía como un bebé cansado.

Ahora, sacudí su cuerpo con fuerza. Quería despertarlo antes de irme.

— Edward… bebé, despierta —canturreé con dulzura, como una madre despierta a su hijo para ir a la escuela.

Su respiración se volvió errática y se movió un poco. Una sacudida más y lo despertaría. Pero despertarlo no significaba que él saldría de la cama.

Mi cuerpo estaba en posición horizontal, recostada encima de su vientre mientras mi cabeza reposaba en el colchón. Después de varios llamados, abrió lentamente los ojos.

Eran estos preciados momentos donde me sentía tan afortunada de estar con él, detalles tan pequeños que me hacían amarlo aún más.

— Hola —saludé en voz bajita.

Me miró y puso una sonrisa somnolienta.

— ¿Qué haces? —preguntó al verme en una posición tan extraña.

— No lo sé —respondí con tranquilidad.

Me levanté de aquella posición y me acerqué para empezar a besar su oreja, su mejilla y su barbilla, evitando sus labios.

Ronroneó al sentir mis caricias.

— Sigue besándome —pidió con los ojos cerrados.

— Despierta —respondí.

— Ya estoy despierto —contestó sin abrir los ojos, con la expresión adormecida.

— Levántate —corregí la palabra.

Abrió los ojos. Dos enormes esmeraldas brillantes me miraban.

— Si preparas el desayuno, me levantaré —juró.

— ¿Tienes hambre? —pregunté acariciando un mechón de su desordenado cabello.

Asintió.

— Yo tengo otro tipo de hambre… —comenté con picardía mientras besaba su nuez de adán. Por alguna razón, me ponía mucho encontrarlo tan dormido y cansado.

Edward se rió por lo bajo.

— Dame un respiro. No he dormido nada —murmuró a modo de súplica. Yo también me sentía algo cansada.

— Uhm, qué lástima. Iba a dejar que me toques el trasero —rasqué su hombro.

Chasqueó la lengua, frunciendo el ceño con los ojos nuevamente cerrados.

— Puedo hacer eso en cualquier momento del día —dijo y sentí una de sus manos tanteando mi muslo—. ¿Dónde está? —preguntaba mientras buscaba alcanzar mi trasero. Cuando lo hizo, solté una risita—. Aquí está, mira.

Fue inevitable acercarme para besar sus labios.

Quería que se despertara porque debía volver a casa y probar el auto. Thomas se lo había llevado anoche al estacionamiento del apartamento y no me parecía justo que él fuese el primero en estrenar el Fiat.

Más Edward seguía tieso en la cama. Sabía que me escuchaba, pero no tenía intenciones de levantarse. Pensé que era justo que descansara, así que le di un último beso en los labios.

—Te prepararé el desayuno y me iré a casa —dije mientras me sentaba en la cama. ¿A dónde había dejado mi ropa interior?

— ¿Qué? —Edward había abierto los ojos y preguntaba con cierta claridad—. ¿Te vas? ¿Por qué?

— Porque esta no es mi casa, Sr. Cullen—repuse con dulzura—. Además, tengo que ir a ver el coche y poner en práctica la teoría.

Estaba a punto de levantarme de la cama cuando Edward tomó mi brazo y me jaló hasta su cuerpo.

—Tsk, no te vayas. Habrá tiempo para el coche después—le restó importancia rodeando mi cuerpo con sus fuertes brazos.

— ¿Y qué voy a hacer mientras tú duermes? —pregunté riéndome.

— Duerme conmigo y sueña cosas lindas —propuso utilizando ese tono de voz que tanto me enloquecía. Un poco ronco, somnoliento, pero muy relajado.

— Eres muy tierno —dije contenta. Era una oportunidad de película. Es decir, ¿quién rechazaría semejante oferta? La cama era grande y me tenía atrapada en sus brazos.

Pero desistí a la propuesta porque en verdad estaba emocionada por el automóvil nuevo.

— Pero me quiero levantar, suéltame Edward —le pedí con amabilidad pero no aceptó. No me sorprendía; cuando se lo proponía, podía ser muy testarudo, juguetón y algo tonto.

Viendo que el señor no iba a soltarme fácilmente de sus brazos, probé en atacar su punto débil; con mi mano derecha, tomé su miembro flácido con firmeza.

Su cuerpo se tensó por completo y jadeó.

— O me sueltas o te levantas, amor —no paré de bombear con suavidad su miembro. Conforme lo hacía, se endurecía.

— Está bien, está bien —contestó con claridad antes de dar un fuerte suspiro.

Me reí para mis adentros y observé la escena frente a mis ojos: Edward se levantaba, masajeaba sus ojos jadeando y luego se despeinaba la melena lentamente… o se rascaba, no estaba muy segura. Por último, se quedó allí, mirando a la nada, intentando abrir los ojos con profundo cansancio.

A veces sentía como si fuese mi hijo. Me eché a reír y me acerqué para abrazarlo. Yo nunca había amanecido con un hombre en la cama, pero seguramente no todos amanecían con el aroma del cuerpo de Edward.

Tomé su camisa, me la puse encima sin prender los botones y me levanté de la cama para ir a la cocina.

— ¿A dónde vas? —me preguntó confundido.

— ¿A la cocina? —respondí dándome la vuelta. Me miraba con el ceño fruncido. Dios mío, su cabello era un desastre.

— ¿Me vas a dejar duro? —preguntaba con cierta sorpresa. Mis ojos fueron inmediatamente a su cadera. Oh, vaya…

Hoy estaba de buen humor y sentía ganas de fastidiarlo un poco. Me acerqué hasta la puerta para sonreírle amistosamente

— Toma una ducha, amor. Iré a preparar waffles. Y péinate un poco —dije refiriéndome a la maraña en su cabeza. Tampoco es que mi cabello estuviese peinado como para decirle eso, pero me miró de manera absurda y lo siguiente que hizo fue tomar la almohada a su costado y la arrojó a mi dirección. Cerré la puerta rápidamente para esquivarlo, entre risotadas.

Bajé hasta la cocina para preparar el desayuno. Busqué en la heladera la masa para preparar los waffles y la vertí sobre la wafflera para aprovechar y preparar un poco de café.

Aunque mis manos estuviesen en la cocina, mi mente divagaba hasta los recuerdos de la noche anterior. No sólo debía estrenar ese auto, también debía llamar a mis padres para despedirlos, pero más importante aún, empezar a buscar empleo…

Jella bajó conmigo hasta el primer piso y me aseguré de servirle un buen plato de croquetas para el desayuno. Parecía hambrienta.

Estaba tarareando una canción de The Beach Boys cuando oí unos pies descalzos bajar la escalera. ¿Ya se había bañado?

Le di la espalda y me concentré en los waffles, sólo para ver si seguía de mal humor. Se ponía muy gruñón cuando le quitaban horas de sueño.

Mi piel se erizó por completo cuando sentí su respiración en mi cuello. Estaba detrás de mí. Sus manos acariciaron mi cintura con suavidad y sus labios besaron con suavidad mi hombro izquierdo y mi cuello. Comencé a reírme como tonta.

— Edward…

Pero de pronto, sentí que su mano tiraba con firmeza las puntas de mi cabello y me hacía retroceder hasta su pecho.

— ¿Qué crees que hacías? ¿Eh? —Gruñó a mí oído con voz ronca y un tono muy autoritario—. ¿Qué pensabas al creer que te dejaría pasar esto? —Como no respondí de forma inmediata, tiró aún más de mi cabello—. ¿Ah?

Cerré los ojos gimiendo y por poco sonreía con diversión. Hacía tanto que no jugábamos a esto. ¡Y diablos que lo deseaba!

— N-No lo sé… —respondí sintiendo que mi pecho se agitaba. La camisa estaba abierta y podía ver mis pezones erectos.

Diablos, Edward… mira lo que me provocas sólo usando esa voz de mierda.

Tiró de nuevo mi cabello y solté un gemido alto. Era la emoción. Emoción de sentirlo como un cabrón hijo de puta dispuesto a follarme como se le antoje.

— ¿Y qué vas a hacer al respecto? —demandó saber acercando su cintura hacia mi trasero.

¡Oh, diablos! ¡Estaba completamente desnudo! ¡Y erecto!

Necesité de todo mi autocontrol para no saltarme encima de él. No, no. Quería jugar a esto. Él quería y yo también. Sólo debía fingir que estaba asustada por su actitud, que temía su —fantasioso— maltrato, que él era mi dominante y yo su sumisa. Aunque en la vida real, eso sólo formaba parte de un juego sexual.

Tragué saliva y respiré hondo. En verdad era difícil no echarse encima de su cuerpo.

— V-Voy a s-seguir co-cocinando —pronuncié las palabras con dificultad. El ambiente se había vuelto tenso.

Edward gruñó con fuerza y mi piel se erizó por completo. Woah.

Sabía que contestarle de esa forma me traería problemas. Uhm, bueno… "problemas". Hizo un sonido gutural con la garganta y tomó con firmeza mis caderas. Mi corazón latía con prisa.

— ¡Si no lo haces tú, lo haré yo! —sentenció con enfado y tiró de mi cabello para hacerme retroceder (aunque yo retrocedí un poco por mi cuenta) y me obligó a recostarme sobre la encimera.

Pegué un gritito cuando mi piel entró en contacto con el frío mármol de la encimera. Juraría haber dejado la panera y el pequeño cesto de frutas allí. Probablemente había movido todo anticipando este momento.

Me recostó de una forma tan brusca que la camisa se abrió por completo, dándole una completa vista de mis senos.

Ahora podía verlo mejor. Estaba despeinado, sus ojos brillaban de éxtasis, no me sonreía con diversión, me miraba con frustración y cierto aire déspota. Agarró mis piernas con firmeza y tomó su miembro para posicionarlo en mi entrada. Yo gemía retorciéndome, pero él sí que tenía brazos fuertes para mantenerme quieta a su gusto.

— Voy a darte una buena lección —dijo con voz áspera—. Y a enseñarte que… nunca más—entró a mi cuerpo de una sola estocada y grité—. Vuelvas a —salió de mi cuerpo y entró de nuevo. Me retorcí extasiada—. Dejarme así —entró de lleno y apoyó sus manos alrededor de mi cuerpo sobre la encimera.

Estaba tan mojada, casi podía sentir mis líquidos fluir sobre mi piel y sus testículos apretaban con fuerza mi trasero. El instinto animal salió a flote y quería que me follase y dijese cosas tremendamente sucias ahora mismo.

— Y que no vuelvas a tener esa actitud de mierda conmigo —gruñó moviéndose lentamente, deliciosamente. Sus ojos atravesaban mi alma—. Eres toda una golfa… una puta gatita.

Reí en mi interior. ¿Es que jamás dejaría de llamarme de esa forma?

Comenzó a embestirme de forma apresurada. Duro, fuerte, rápido. Quería cerrar los ojos y dejarme lleva por la sensación de su miembro entrando y saliendo de mi intimidad, sentir cómo me mojaba con sus palabras, con su cuerpo, con su trato bestial y perderme por completo. Pero necesitaba verlo, ser testigo de semejante espectáculo. No siempre podía encontrarlo tremendamente excitado.

En parte, sabía que esto era un juego, pero de que estaba molesto, lo estaba. Reconocía haberlo provocado, porque además de estar cansado, estaba excitado. Tal vez no era lo mismo con las mujeres, pero debía ser molesto bajarse una erección con una ducha fría.

Él no apartaba sus ojos de mí. Su mandíbula tensa, su boca entreabierta, soltando fuertes y constantes jadeos mientras empujaba su cintura. Era puro orgasmo. Tal vez las mujeres no veíamos demasiada pornografía, pero si todas las páginas de Internet pudiesen ofrecerte el rostro pre-orgásmico de un hombre tan bello como Edward, demonios que se saturaría.

Eran estos los momentos donde me sentía poderosa. Alcé mi pecho disimuladamente para que sus ojos se enfrascaran en mis pezones. ¡Bingo!

Y por supuesto, comencé a gritar cada vez que su miembro llegaba hasta lo más fondo de mis entrañas.

— Date la vuelta… ¡ahora! —salió de mi cuerpo de forma brusca, dejándome una fastidiosa sensación de vacío. Pidió esto enfadado y azotó mi muslo izquierdo. Oh, oh, eso sí que me dejaría una marca.

Me sentí tan expuesta cuando giré mi cuerpo y le di la espalda. Mis pezones se encontraban sensibles ahora que eran presionados contra la encimera. De un solo movimiento, él alzó mis caderas y entró de una fuerte estocada.

Esta vez grité con fuerza, sintiendo que mi voz resonaba por toda la casa y poco me importó si los vecinos eran testigos de cómo este hombre me tomaba sin ninguna prudencia.

Cerré los ojos y apoyé mi rostro sobre el frío mármol, dedicándome a experimentar las sensaciones. Su duro y grande miembro entraba y salía de mí logrando que mis entrañas convulsionaran de placer. El sonido de nuestros cuerpos chocando con rapidez tapaba el extraño y pecaminoso sonido que nuestros miembros mojados hacían. Me tomaba del cabello y lo tiraba con firmeza, o a veces me azotaba el trasero sin ninguna consideración. Todo era demasiado.

Llegué al clímax antes que él sintiendo que mi cuerpo entero se deshacía en pedazos, que el placer llegaba hasta la punta de mis pies y la respiración me fallaba de forma inmediata. Experimenté la satisfactoria sensación del orgasmo durante al menos diez segundos, había sido fuerte. Él ahora me embestía con una bestialidad incoherente y de una sola estocada, se vino.

Si yo estaba siendo ruidosa, era porque él no me callaba o le gustaba oírme de esa forma. Era la primera vez que hacíamos tanto ruido en una habitación que no fuese el dormitorio. Y las sospechas de haber sido escuchados aumentaron cuando vi que la puerta que daba al jardín estaba completamente abierta. Oh, señor.

Edward terminó de correrse en mi interior, dejándome más empapada que nunca y se recostó encima de mi cuerpo, apoyando su rostro contra mi espalda. Su respiración era cadente, jadeaba en voz baja y apenas movía su cuerpo, la señal de que esto había sido tan bueno para él como para mí.

Estaba esperando que se levantara de mi cuerpo, pero él no se movió y lo noté peligrosamente relajado. Su respiración ahora era pausada.

¿Me estaba jodiendo?

— Edward, ¿estás durmiendo? —le pregunté incrédula.

Murmuró algo ininteligible. ¡Oh, por Dios!

—Mira, me fascina tu admirable habilidad para follar como un loco animal, y aplaudo tu generosidad. Pero si estás cansado y quieres dormir como un adorable bebé, te invito a que subas las escaleras, abras la puerta y descanses en tu cama. Pero antes, ¿podrías quitar tu cosa de mi cosa? Sabes lo sensible que se puede poner mi cosa…

Edward comenzó a reír contra mi espalda.

— Tu cosa se llama vagina. Mi cosa se llama pene. ¿Debo darte una clase de anatomía?

— Sé perfectamente el nombre de mi cosa y sus partes —puse los ojos en blanco—. Y ya que andas tan bromista, hazme el favor de levantarte.

— Dame unos segundos más y estaré duro de nuevo —me dijo al oído con cierta diversión.

— Y yo tendré que darme una buena ducha. Sal —pedí con firmeza y le di una palmada a su espalda.

Entre bajas risas, él se levantó de mi cuerpo y salió con cuidado.

Mis ojos fueron a la cocina. El café ya se había enfriado, los waffles ya estaban listos, pero también cobraron la mala suerte del café y la mantequilla afuera se estaba derritiendo.

— Y arruinaste el desayuno —chasqueé la lengua viendo que debía prepararlo de nuevo. Oí que me sonreía.

— Me haces feliz —confesó con profunda honestidad y dulzura. Mi pecho se calentó.

Pero ahora yo estaba molesta.

— Nah, nah, nah. No me vengas con tus cursilerías. Te metiste con mi comida y ya estoy de malhumor. Ve a bañarte y a ponerte un bóxer encima porque me distraes.

Le di la espalda y decidí que podía poner los waffles en el microondas, pero no tendrían el mismo gusto. Tampoco tenía suficiente masa de waffles como para prepararlos de nuevo y me tomaría tiempo hacerlo. El café ya era un desperdicio, opté por tirarlo en el drenado de muy mala gana.

Y de forma sorpresiva, sentí sus labios debajo de mi oído. Me salpicó con muchos besitos suaves haciéndome cosquillas. Como tonta, sonreí mordiéndome el labio, lo suficiente para dejar en claro que al fin de cuentas, sólo bromeábamos.

.

Camino al apartamento, Edward refrescó mi memoria al explicarme paso a paso cómo poner en marcha el coche, conducirlo, y finalmente estacionarlo. Le conté que mi primer y único vehículo había sido un Chevy del año 53 color rojo. Me lo habían regalado antes de que pudiese conseguir mi licencia de conducir. Sí, era un trasto viejo y sólo andaba a unos 60 km por hora, pero había formado parte de la familia Swan durante varias generaciones hasta su fallecimiento, cuando yo sólo lo había conducido durante un año.

Edward se burlaba de mí pensando que era muy extraño que alguien olvidase cómo conducir un vehículo. Pero no si tenía en cuenta que no lo había hecho en… no sé, ¿cinco años?

Llegamos al apartamento y lo encontramos vacío. Al parecer, Thomas no había llegado aún.

— ¿Se habrá quedado en la casa de alguien? —Edward se preguntó mientras entraba al living para ponerse cómodo en el sillón.

Bajé a Jella de mis brazos para que fuese a jugar con su bola de estambre en el suelo. La mantendría distraída por un buen rato.

Iba a acompañar a Edward en el sillón, pero encontré la luz encendida en el contestador. Tenía un mensaje en el buzón.

— ¿Un mensaje? ¿De quién será? —me pareció extraño porque acostumbraba a recibir llamadas sólo de mis padres a este teléfono. Supuse que serían familiares de Thomas, pero para estar segura lo escuché.

Era una voz femenina.

— "Hola, Bella. Soy uhm… soy Jane, Jane Hall. Solo quería felicitarte por tu graduación. Recuerdo cuando me dijiste que te graduarías por estas fechas. Espero que lo hayas hecho… o este mensaje sería muy, muy vergonzoso… uhm, en fin, que disfrutes este momento de tu vida… y que sigas bien con Edward…. Bueno, si no estás con él, no importa. Sólo que seas feliz. Bueno… uhm, eso es todo. Adiós."

Sentí completa ternura al oír la voz dulce e inocente de Jane. ¡No podía creer que recordara mi graduación! No hablaba con ella desde la boda de Alice y Jasper, me sentí terriblemente culpable por eso. Jane era una chica muy simpática y nos había hecho un gran favor en el pasado. Debía llamarla inmediatamente.

— ¿Hola? —habló ella luego de una larga espera.

— ¿Jane? —La saludé sonriendo al teléfono—. ¡Hola! Es Bella.

— ¡Bella! —no esperaba una contestación pronta—. ¡Hola! ¿Cómo estás? ¡Felicidades por tu graduación!

— ¡Gracias! —me reí. Algo en su voz me transmitía mucha ternura—. Acabo de oír tu mensaje. No puedo creer que te acordaras de eso, en verdad te agradezco la llamada.

— Oh, sí —se reía avergonzada—. Te dejé ese mensaje hace… creo… quince minutos, o algo así.

— ¿Y qué es lo que estás haciendo? ¿Sigues viviendo en ConeyIsland? —pregunté con mucha curiosidad.

— Sí, sí… sigo viviendo aquí —respondió medio dudando. Noté cómo intentaba cambiar disimuladamente de tema—. Entonces, ¿qué es lo que haces ahora? ¿Estás trabajando o algo así?

Y ahora yo deseaba cambiar disimuladamente de tema.

— No, todavía no… —rasqué mi cuello—. Mi graduación fue apenas ayer. Pero, uhm, sí… es un tema que debería evaluar…

— Oh, no te preocupes por eso, Bella. Tienes tiempo de sobra para buscar uno, es difícil al comienzo como todo trabajo, pero tú eres una profesional ahora, no te costará mucho conseguir algo en Manhattan —Oí que decía Jane pero mis ojos se habían distraído por unos segundos cuando Thomas apareció en el apartamento y fue a saludar a Edward.

— Lo sé, debo dejar de preocuparme tanto por algunas cosas…

— Tú siempre fuiste muy responsable —oí que se reía—. Más de lo que uno debe ser a tu edad.

En eso llevaba razón. Era algo que mi madre siempre me reclamaba. Jane apenas tenía diecinueve años, no nos llevábamos tanta diferencia, pero también la sentía muy madura para su edad y descubrir que se había percatado de este detalle de mi personalidad, me motivó a proponerle que nos encontráramos.

— Sería fantástico volver a vernos, Jane.

— ¡Sí, estaba pensando lo mismo! —Le había gustado la propuesta—. Aunque últimamente he estado ocupada y no sé si tendría tiempo para ir a Manhattan. Tal vez la semana entrante…

Jane no me había dicho dónde estaba trabajando, pensé que seguiría siendo secretaria en el consultorio de la Dra. Fitzgerald, pero nadie trabajaba en un consultorio los fines de semana. Ni siquiera Edward. ¿Tendría otro trabajo?

Cuando Thomas llegó propuso cocinar un poco de pizza casera. Era una costumbre entre los tres, preparar comida, beber cerveza, ver algo en la televisión y discutir sobre temas triviales. El día de hoy discutíamos sobre por qué las gaseosas tienen jugo artificial de limón y los detergentes tienen jugo natural de limón. Pero mi mente estaba en otro sitio. Se me había ocurrido una idea muy retorcida.

— ¿Qué opinas si voy a Coney Island? —pregunté a Edward mientras terminaba de masticar mi última porción de pizza.

Ambos me miraron sorprendidos.

— ¿Por qué? —Edward frunció el ceño.

— Jane llamó esta mañana para felicitarme por mi graduación —me encogí de hombros—. Dice que está ocupada trabajando allí, por eso no puede venir a visitarnos. Y he pensado que sería una buena idea si yo la voy a visitar esta vez.

La mención de su nombre fue de agrado para Edward.

— Claro, amor. Cuando gustes —le restó importancia y bebió de su cerveza.

— Genial. ¿Qué opinas del lunes? —pregunté.

Me miró a los ojos confundido.

— ¿Lunes? ¿Por qué un lunes? —A Edward no le gustó el planteo sólo porque era un día de semana.

— Porque no será hoy; no viajaré un domingo. El lunes es perfecto —le expliqué brevemente.

Edward sonrió incómodo.

— Bella, no puedo faltar al trabajo —dijo en voz baja.

Oh, cierto.

— Oh, de acuerdo… —asentí una sola vez, pensativa—. Bueno, le mandaré saludos de tu parte entonces.

— No irás sola, Bella —me recordó con seriedad.

— Fui una vez sola… —empecé a decir.

— Y no me gustó para nada que lo hicieras —me detuvo molesto—. Podemos ir el fin de semana siguiente, si deseas.

— Pero deseo ir ahora —mascullé.

Edward suspiró.

— ¿Por qué deseas tanto ir ahora? —quería saberlo. Thomas se echó a reír.

— Es porque desea usar el automóvil, Edward —negó para sí mismo. Le divertía la ingenuidad de Edward a veces.

Me sonrojé, pues me había descubierto. Me miró a los ojos preguntándomelo en silencio. Yo tardé en dar una buena respuesta, y eso me perjudicó.

— No he tenido la oportunidad de estrenarlo, además, ya soy una adulta y me has enseñado perfectamente cómo manejarlo —empecé a explicar con rapidez. Me sentía como una adolescente pidiéndole el auto a su padre.

Edward se rascaba el cuello, indeciso. No estaba muy seguro de esto.

— Bella, ¿de qué año es tu permiso para conducir? —quiso saber Thomas.

— Lo saqué cuando tenía dieciséis años —respondí frunciendo el ceño. ¿Por qué le interesaba eso?

— Ya han pasado cinco años, debe estar vencida —dijo mi amigo mientras se levantaba de la mesa para dejar el plato en el fregadero.

Se me había pasado ese detalle.

— Eso no es cierto —fue lo primero que dije pensando que debía ser cierto.

— Bella, debes renovar tu permiso para conducir cada tres o cinco años, dependiendo de tu licencia. ¿No recuerdas eso? —Edward sonaba como un padre preocupado por la irresponsabilidad de su pequeña.

— Ahora vuelvo —dije después de pensarlo un rato. Me levanté para ir hasta mi dormitorio y buscar mi billetera en mi gaveta; allí estaba mi licencia de conducir. Y decía claramente la fecha en la que me la habían otorgado.

— No está vencida todavía —me acerqué de nuevo a la cocina leyendo la licencia—. La saqué el 14 de Junio del 2009. Técnicamente, no han pasado cinco años todavía.

— ¿Puedo verla? —pidió Edward con amabilidad.

— No —refuté alarmada, llevando la licencia a mi pecho para taparla.

— ¿Por qué? —preguntó con sorpresa.

— Porque mi foto de carnet es horrenda —me ruboricé. De ninguna manera dejarían que vean el desastre que era cuando adolescente.

La palabra "foto" despertó la atención de Thomas. Miró con deseo el carnet.

— Dámela —ni siquiera esperó a que yo se lo negara rotundamente. Se acercó a mí y aprovechó mi distracción para arrebatármela de las manos.

— ¡Oye! —protesté enojada y sonrojada.

Thomas sonrió con dulzura.

— ¡Ah! ¡Mírate! Eras tan pequeña… ¡Y tenías pecas! —dijo esto último como una acusación, frunciendo el ceño. No tenía idea que yo era pecosa de niña.

— Bueno, listo, devuélvemela —gruñí cruzando los brazos.

Thomas rápidamente se la mostró a Edward. ¡No!

— Oh, Bella… —Edward también sonrió, medio riéndose sin apartar los ojos de la fotografía—. Pero si te ves muy linda.

— Era muy tierna… ¿qué le pasó? —negó Thomas con decepción.

— ¡Bueno, ya! —Se la quité de sus manos—. Ya vieron la fecha. No está vencida todavía, lo que significa que puedo conducir y me iré el lunes a primera hora a Coney Island.

—Tsk, Bella… —renegó Edward, no muy convencido de mi idea.

— ¿Qué? ¿Vas a decirme que no puedo conducir? —lo desafié.

— Sabes cómo es el tráfico en New York. Es peligroso y tú a penas recuerdas cómo conducir. ¿Por qué no vamos el fin de semana juntos?

— Jane me llamó al día siguiente de mi graduación, corresponde que yo la visite ahora —refuté—. Además, sí recuerdo cómo conducir, y Coney Island queda a veinte minutos de aquí.

— Bella, un auto no es un juguete que aprendes a maniobrar un día antes. Tienes que agarrar la maña, pero ni siquiera así estarías segura porque existen miles de lunáticos en la autopista. No es tan seguro como crees —bufó—. Thomas, ¿podrías acompañarla?

Antes de que mi amigo aceptara la propuesta, me quejé.

— ¡Que estaré bien, hombre! Viajaré sola, te guste o no —refunfuñé.

— Pues no aceptaré eso, te guste o no —contestó él de la misma forma, de malhumor.

.

Cerré la puerta del coche cuando Edward se acercó a la ventanilla. Me evaluó detenidamente.

— Abróchate el cinturón —me recordó inmediatamente y lo hice, poniendo los ojos en blanco.

Sí, bueno, lo había convencido de dejarme viajar sola. Claro, tuve que regalarle un buen pastel de chocolate y un par de suciedades en la cama para ablandar su estado de ánimo, pero había resultado.

— ¿Revisaste el indicador de combustible? —preguntó con precaución.

— Sí.

— ¿Las luces? ¿El freno? ¿El parabrisas? Hay pronóstico de lluvia —me alertó.

— Sí —repetí por enésima vez—. Y llevo paraguas. Aunque no llevo botas, así que puede que ensucie mis zapatillas.

— No trates de ensuciarlo, sabes que es muy costoso lavar un coche por dentro.

— Lo pagarás tú —dije con una sonrisa.

— Claro que no, no me dejarás —bufó frunciendo el ceño.

— Tienes razón —encogí mis hombros.

Suspiró y se acercó de nuevo a la ventanilla para mirarme a los ojos.

— Bien, creo que todo está en orden. Pero por las dudas, si no vuelvo a verte nunca más en esta vida, quiero que sepas que te amo, que me has hecho un hombre muy feliz, que he disfrutado cada uno de nuestros encuentros, en especial ese cuando estuvimos tres horas en la ducha —señaló con el dedo índice a mi rostro—. Y que pase lo que pase, esperaré por ti y no estaré con otra chica nunca más.

— Es intrigante saber que mi novio piensa que moriré por conducir veinte minutos un auto —me impresioné falsamente—. Pero no sabes cuán relajante es saber que no estarás con nadie más.

— No creo que encuentre otra mujer que prepare galletas de coco en las mañanas —entrecerró los ojos—. Pero, ¿tú no estarías con nadie más, no?

— Uhm…—dudé pensativa—. Sólo si Thomas llega a sus cincuenta años estando soltero, probablemente me quede con él, porque a los treinta y ocho decidió ser bisexual, o al menos eso predigo yo.

Edward se lo pensó un buen rato y al final encogió sus hombros.

— Podría soportarlo —respondió con honestidad. De todos los hombres, el único al que toleraría sería a Thomas, que era como mi hermano mayor.

Él se echó a reír después de un rato y yo también. Si nos lo proponíamos, podíamos pasar horas y horas bromeando.

Besó mis labios.

— En serio, sé prudente, Bella —apoyó su frente contra la mía. Sonaba preocupado, pese a esa bonita sonrisa en su rostro—. No hagas que me arrepienta de haber cedido.

— Oh, descuida. Puedo convencerte de nuevo. Estas manos hacen maravillas —enseñé mi puño y le guiñé un ojo.

Se rió a carcajadas por la sucia broma.

.

Había olvidado cuan divertido era viajar por tu propia cuenta. Sentía como si no hubiese pasado mucho tiempo desde la última vez que estuve al volante. En realidad, era muy divertido tener tu propio vehículo y tener el control. Pero definitivamente algo había cambiado en estos cinco años.

¡La gente podía ser muy estúpida a la hora de conducir!

Idiotas que ignoraban las señales de tránsito decidían acelerar cuando todos se detenían por un semáforo en rojo. Fui testigo de un potencial accidente cuando un hijo de puta sin casco manejaba una motocicleta a una velocidad considerable sólo para no toparse con el semáforo en rojo, por poco y atropellaba a una mujer con bolsas de supermercado llevando a sus dos niños de unos diez años.

Tal vez había sido muy distraída, pero nunca vi a Edward molestarse por el tráfico. Siempre hablábamos, escuchábamos música en la radio y hasta hacíamos broma estúpidas, pero jamás le había visto insultar a un peatón o a otro conductor con la misma indignación e irritación con la que yo lo hacía ahora.

No encendí la radio muy a mi pesar porque Edward me pidió que estuviese atenta en mi primer viaje. No me fue tan mal como creí. De todas formas, no era un gran viaje. Coney Island estaba a unos cuantos minutos de Manhattan. Cuarenta minutos teniendo en cuenta el pésimo tráfico, en realidad.

Para sorpresa de Edward, no había llamado a Jane en la mañana. No sabía tampoco que iba a visitarla hoy. Ni siquiera tenía la dirección de su apartamento, pero yo recordaba la dirección de la Dra. Fitzgerald y cómo llegar hasta su hogar desde aquél punto. Tan difícil no debía ser.

Localicé su apartamento y estacioné el auto en el parquímetro. A penas eran las doce del mediodía, pero ella podía encontrarse trabajando. Decidí que la mejor opción sería enviarle un mensaje de texto para avisarle que yo estaba aquí.

Pero justo cuando sacaba mi BlackBerry del bolsillo, vi a una joven de cabellera rubia vistiendo un extraño delantal color crema y un pequeño bolso color caqui. Esperé a que se acercara más hacia donde yo estaba para lograr identificarla. Sus pecas y sus ojos cristalinos la delataron.

— ¡Jane! ¡Hola! —aparecí frente a ella con rapidez. No esperaba encontrarme, sobre todo porque sus ojos se habían clavado en el suelo todo este tiempo que caminaba. Retrocedió asustada, pegando un gritito.

— Oh, Dios mío, Bella… ¡Me asustaste! —Su respiración se agitó. En verdad no esperaba encontrarme aquí y ahora—. ¿Q-Qué haces aquí?

— Bueno, dijiste que estabas ocupada para viajar a Manhattan. Así que… decidí venir y darte una sorpresa.

Jane no me devolvía la sonrisa, y por unos segundos pensé que había sido el tremendo susto. Pero luego se echó a reír, algo nerviosa…

— Vaya… qué sorpresa, juro que no esperaba esto…

Estuvimos en silencio por tres segundos.

— ¿Salías del trabajo? —pregunté introduciendo un poco de conversación.

— ¿Eh? Sí… eh…—asintió dudando. Bajaba la mirada algo sonrojada. Tal vez por la agitación.

— Lo suponía —me reí—. En realidad, fui hasta el consultorio pero creí que te encontraría en casa. Debí suponer que sales a esta hora de allí.

Jane se estaba cruzando los brazos y fruncía sus labios. Definitivamente estaba incómoda.

— Uhm, en realidad… ya no trabajo ahí, Bella —dijo estas palabras con lentitud, en voz baja, como si le avergonzara este hecho. Sus ojos se clavaban en sus pequeñas zapatillas.

No esperaba oír eso. ¿Ya no trabajaba en el consultorio? ¿Entonces dónde trabajaba?

Ella se miró a sí misma y al delantal que estaba vistiendo en ese momento. Lo observé con cuidado sólo para darme cuenta en seguida que debía ser el uniforme de alguna cafetería cercana.

— Oh, claro…—Imité uno de los tics propios de Edward y rasqué mi cuello con incomodidad.

Me pregunté qué podía haber pasado para que Jane bajara de nivel laboral.

Ella se encogió de hombros, con una expresión que decía "¿Qué puedo hacer al respecto?"

—No es tan malo —le aseguré con una sonrisa de confianza.

Logré sacarle una pequeña pero sincera risa.

— No es lo mejor del mundo, pero… —Estuvo de acuerdo, ahora su sonrisa era divertida.

De pronto, comenzó a hacer un poco de frío. Me pregunté si entonces sería cierto el pronóstico de esta mañana sobre precipitaciones en la tarde y noche.

— ¿Podemos entrar? —le pregunté señalando su apartamento. Estábamos frente a él.

No supe por qué esto le sorprendió; esperaba un "claro, adelante, pasa" pero en vez de eso, volvió a encogerse incómoda y avergonzada.

— ¿No prefieres ir a tomar algo en la esquina? —me ofreció de buen humor.

— Pero, ¿por qué? Si estamos frente a tu casa —remarqué señalando de nuevo su apartamento. ¿Se había mudado de allí?

— ¡Oh! Claro —se rió con sorpresa—. Sí, pasemos…

Le resté importancia a su inusual propuesta de tomar algo afuera cuando sacó la llave de su bolso para abrir la puerta de entrada. Las sospechas de que se había mudado a otro lado habían sido innecesarias.

Pero conforme entré a su casa me di cuenta del posible motivo por el que no deseaba recibir visitas. La casa era un asco. Pero no por estar desordenado o porque los muebles fuesen horrendos, porque todo esto estaba impecable. Eran las paredes deterioradas, la pintura gastada, el ambiente frívolo de las habitaciones era sobrecogedor. Éste definitivamente no era el apartamento que visité hace un año.

— Este no es el apartamento que una vez visité, ¿cierto? —pregunté observando las esquinas del living. Había telarañas.

Jane suspiró agotada.

— ¿Luce peor, verdad? —admitió con crudeza mientras dejaba su bolso en el sillón.

No dije nada, pero me sonrojé avergonzada.

— No, éste no es el mismo de hace un año. Con el cambio de empleo tuve que ajustar un poco más mis gastos y no pude mantener ese. Pero el administrador me dejó éste a un buen precio, además, es el mismo edificio. Tuve suerte—lucía optimista por esta noticia, como si estuviese feliz de no haber quedado en la calle.

Iba a sentarme en el sillón cuando la presencia de una cucaracha en el suelo me tomó por sorpresa.

No es que iba a gritar al respecto, pero me dio impresión. Jane se dio cuenta de esto y tomó una escoba.

— Oh, lamento que tengas que ver eso —se disculpó y empezó a golpear el suelo con la escoba, espantando al pequeño insecto.

— Eh… deberías matarla —le indiqué frunciendo el ceño. ¿De qué serviría que las espantara si permanecería en la casa?

Jane me miró con preocupación.

— Oh, no… no, no, jamás podría matar a un… —se trababa.

— Es fácil, si quieres lo hago yo —propuse buscando el insecto para pisarlo.

— No, preferiría que no lo hagas —pidió a modo de disculpas—. Me hace sentir mal matarlas.

¿Ah?

— Pero… —dudé por unos segundos. No es que las cucarachas fueran higiénicas.

— Ya veré cómo soluciono eso, no te preocupes —me dijo con una media sonrisa.

Si usaba esa mentalidad de "no-mato-insectos-porque-son-iguales-a-nosotros-y-me-sentiría-una-asesina" este lugar debía estar lleno de bichos, entonces.

Pero no sólo eso me preocupaba, sino que muchas preguntas comenzaban a aparecer en mi cabeza. ¿Por qué cambió de empleo? ¿Cómo llegó a tener este apartamento tan vejestorio?

Me ofreció sentarme en la pequeña mesa de su cocina cuando golpearon la puerta. ¿No tenía timbre?

El golpe era brusco e irregular.

— Ah, dame unos segundos —me pidió con cierta frustración, como si fuese el aviso de una visita específica.

Saqué mi BlackBerry del bolsillo para enviarle un WhatsApp a Edward comunicándole que había llegado bien a Coney Island mientras Jane hablaba con la visita. Pero la voz grosera, repulsiva y demandante de un viejo captó mi atención de forma inmediata.

Me acerqué para oír mejor.

—Los vecinos se han estado quejando constantemente del problema con la gotera. La semana pasada la señora del segundo piso me pidió saber por qué no has llamado a un fontanero todavía. Y eso me recuerda que todavía no has pagado el alquiler, niña.

Jane suspiró.

— Conseguiré mi paga el viernes, Enrique. Pero no puedo pagar ambas, no en el mismo mes.

— ¡Pues tendrás que arreglártelas si decide demandarte por los problemas que ocasionas con el agua que cae! Y ya te he apañado tres veces esta vez con la renta. No me obligues a aceptar favores a cambios porque puedo hacerlo.

¿Eso sonaba a una amenaza sexual?

— Está bien, Enrique. Ya veré qué es lo que haré. Gracias por avisar.

La voz de Jane sonaba relajada, como si no se dejase aplastar por la presión de ese hombre, pero igualmente sonaba como si le debiese mucho a él. No me gustó para nada la forma en que la trató, como si ella fuese un objeto o una molestia en el trasero.

El hombre se retiró y ella cerró la puerta. Puso su mejor cara cuando volvió hasta donde yo me encontraba.

— Lamento que hayas tenido que oír eso —se disculpó de corazón mientras ponía agua para calentar—. No son buenos tiempos en mí… economía personal. Le debo dos rentas y un estúpido problema con la cañería del baño. Dice que yo fui la culpable, pero créeme que eso ya estaba averiado antes de que yo llegase. Debe haber ignorado ese detalle para que los gastos pasen a mi cuenta, y no al edificio, como debería ser.

— ¿Puedo preguntarte por qué ya no trabajas en el consultorio?—pregunté después de un rato.

Jane suspiró antes de sentarse frente a mí en la mesa. Buscó las palabras correctas para contarme, sin dejar de fruncir sus labios.

— Después de lo que sucedió con esa chica… Tanya Denali—la mención de su nombre me provocó un sudor frío en la espalda—. La doctora Fitzgerald supo que habíamos estado investigando en su expediente. Normalmente es algo que pasaría de largo porque es una tarea que hacía diariamente, pero sospecho que… Tanya se enteró de esto y…

— Se vengó, y decidió quitarte tu empleo —la frase se terminó de formular en mi cabeza y me horroricé—. Oh, por Dios…

¿Jane había perdido su trabajo por mi culpa?

— La cafetería es un buen lugar. Tengo una amiga allí y un par de conocidos. Son buena gente —decía—. Pero el dinero no es suficiente como para pagar todas mis cuentas.

— ¿Y tu familia no te ha ayudado? ¿Tu hermano? —pregunté con curiosidad.

— Mi familia no tiene suficiente dinero como para ayudarme, pero sí me ha pedido que vuelva a Los Ángeles a vivir con ellos y dejar que mi hermano pague las cuentas. Pero me sentiría muy culpable al respecto. No quiero molestar a nadie por un problema que yo misma ocasioné. No sé de qué otra forma pagarle a Enrique por los favores que me ha hecho.

No me gustaba lo que estaba oyendo. Primero me sentía culpable porque nuestra aventura en aquél entonces le había costado un buen trabajo, también sentía lástima por ella y el lugar donde le tocaba vivir. No era muy higiénico, pero sí muy rústico para alguien como ella.

Me sentí identificada con Jane porque yo ya me había encontrado en esa situación una vez. Mi familia no podía ayudarme, estaba desesperada, busqué ayuda en personas de las que nunca debí confiar. Y aunque ahora parecía ser otra historia, un pasado enterrado en lo más profundo de mi cabeza, conocía esa amarga sensación de no conseguir lo que uno desea y buscar los medios posibles para resolverlos… como la prostitución.

Jane nunca se animaría, y eso era algo bueno. Pero, ¿quién me aseguraba que ese tal Enrique mantendría sus manos fuera de ella? Ella era tan inocente, tan ingenua, parecía una niña de diez años, sola, en esta ciudad que podía comérsela en cuestión de segundos. Esto no era lo que Jane merecía, y me sentía fatal por no poder ayudarla.

— En realidad, podría pagar mis cuentas con lo que he estado ahorrando, más un préstamo de un banco. Pero eso solo es una solución momentánea, no puedo vivir así constantemente.

No, claro que no podía. Sentía como si fuese mi hermanita. Debía protegerla, además de deberle muchas cosas por la gran ayuda que nos había dado en aquél entonces. Edward y yo no seguiríamos juntos de no ser por ella, y eso me hacía sentir responsable de todo lo que le estaba pasando. Algo debía hacer.

Y una idea muy loca apareció en mi cabeza.

— ¿Y por qué no te mudas a Manhattan? —propuse con optimismo.

— ¿M-Manhattan? —Parpadeó varias veces—. Pero, no tengo nada allí. Sería como trasladar el problema a otro lugar, y no tengo dinero para alquilar un apartamento allí. Los precios son mucho más altos y…

— Me refiero a, ¿por qué no te mudas conmigo? —solté la propuesta sin más.

— ¿Qué? —alzó una ceja, incrédula.

Contábamos con una cama extra en mi habitación, podríamos compartirla sin problema alguno. Y aunque el apartamento era de Thomas, él no tendría problema alguno en hospedar a alguien más allí. Estaría encantado de que fuésemos más personas, sobre todo que alguien tan dulce y genuina como Jane se nos uniera.

— Bella, yo…—dudó sonriendo incómoda.

— No, no. Es en serio, Jane. Tenemos espacio allí. Pagarías una parte de la renta.

— Sí, pero…

— ¿No te molesta estar sola? ¿Aquí? ¿En esta ciudad donde no conoces a nadie? —pregunté en voz baja, hablando en serio—. Si aceptas, podrás estar con nosotros. Conmigo, con Edward, con Thomas, con los Cullen, con todos. No somos tu familia, pero definitivamente somos una mejor opción que cualquier imbécil de por aquí que quiera aprovecharse de ti.

Jane se rió con vergüenza.

— ¿Y qué dices? ¿Aceptas o no? —pregunté mordiéndome el labio.

—Woah—respiró hondo, anonadada—. Es… una propuesta… sorprendente. Sobre todo viniendo de ti, Bella. Tal vez no hablamos mucho, o no tuvimos una fuerte amistad cuando nos conocimos, pero eres de

las pocas personas que considero cercanas ahora, porque siempre que hablamos es como si yo te entendiera y tú me entendieras. Nunca tuve amigas de verdad, y yo sí te considero parte de mi familia, aunque suene extraño y hasta algo perturbador, siendo que no nos hemos visto en mucho tiempo.

Fue mi turno para reírme.

— Pero quiero que sepas que no me arrepiento de haber perdido mi trabajo en el consultorio. Ayudé a que alguien como tú estuviese con alguien como Edward… y cuando los vi en la boda de Alice, sentí mucha alegría de saber que fui de ayuda en su relación. Tal vez no fue mucho mi aporte, tal vez ustedes seguirían juntos todavía de no ser por mí, pero me gusta pensar que ayudé a alguien a que sea más feliz. Porque… — se sonrojó—. Porque me caes bien, Bella. Y en verdad me gustaría ser tu amiga y ser parte de tu círculo.

Nunca antes había tenido una amiga que dijese cosas tan dulces. Jane era una completa ternura. Tan inocente, sin rastro de maldad, con pocas palabras había logrado tocar mi corazón de la misma forma en que Thomas y Alice lo hacían. Sentí completa simpatía por sus palabras y creí necesario levantarme de la silla para acercarme y abrazarla, para asegurarle que era la chica más dulce que había conocido en mi vida, y que por supuesto deseaba ser su amiga también.

— ¿Entonces qué opinas? ¿Aceptas? —pregunté por última vez con una gran sonrisa.

.

Ayudé a Jane con sus maletas cuando nos encontrábamos fuera del apartamento. No se cansó de agradecer el gesto hasta que sus ojos fueron de forma directa e inmediata al Fiat estacionado. Bueno, lo que en realidad le llamó la atención fue cuando me vio sacando la llave del auto del bolsillo para abrir la cajuela.

— No sabía que tenías un auto —dijo a modo de sorpresa, pero sin quitar la vista de encima del coche.

No podía culparla, era precioso.

— Es un regalo de graduación, me lo dieron el viernes —le comenté cuando guardé sus dos pequeñas maletas.

— Es que realmente es hermoso, tiene que haber costado una fortuna —Ahora me sonreía en aprobación. No supe qué contestarle porque no sabía cuánto había costado, y tampoco es que me gustara imaginar cuánto dinero gastaron por él.

— Fue un regalo por parte de mi padre, mi padrastro y Edward —añadí después de haber entrado al coche, mientras encendía el motor.

Jane permaneció tres segundos en silencio.

— ¡Oh, entonces sigues con Edward! —mencionó aquello con sorpresa… una sorpresa agradable.

— Sí —me reí, algo confundida—. ¿Qué creías?

— No, nada —agregó rápidamente—. Es sólo que no lo mencionaste antes y bueno… hace tiempo que no sé de ti, no sabía si seguías con él.

— Oh, no… seguimos juntos desde la última vez que nos viste. Cinco meses, en realidad—le comenté luego de haber terminado la maniobra para mover el automóvil de donde estaba estacionado. Vaya que me costaba.

— Vaya… ¿cinco meses? —Suspiró con un agradable asombro—. Pareciera que llevan más tiempo.

— Oficialmente llevamos cinco meses como novios, pero en tres meses cumpliremos un año de salir juntos, en realidad —sonreí inevitablemente. Hablar de él me ponía de buen humor.

— Eso sí que es mucho tiempo —coincidió ella—. Siendo honesta, la primera vez que vi a Edward creí que era un muchacho creído, lo digo por su belleza.

Me eché a reír con ganas. Yo también había creído eso.

— Pero en la boda, cuando sirvieron el pastel yo había perdido mi cuchara y como no encontraba ninguna, él se ofreció y me dio la suya. Le dije que no era necesario y me dijo que no había problema, que él iba a

conseguir otra. Y bueno, eso me pareció muy caballeroso de su parte —Jane contaba esto con los brazos cruzados, encogiéndose y sonrojándose al recordar este detalle.

Me pareció muy tierno oírlo de ella. Edward siempre se comportaba así con las mujeres, por eso no debía asombrarme que causara una buena impresión en ellas.

— Pero es tuyo —agregó rápidamente con ambas manos alertas—. Es apuesto y amable, pero es tuyo y lo respeto completamente —lo decía con una voz débil, preocupada de que me haya molestado por eso.

Le respondí con una sonrisa abierta.

— No desconfío de ti, Jane —negué frunciendo el ceño—. En realidad, no desconfío de él. Sé que me quiere en la misma medida que yo —luego, agregué—. Aunque creo que yo lo quiero un poco más. Pero no me molesta que le aprecies, es muy simpático.

Jane creyó en mis palabras y en la poca importancia que le había dado a la posible malinterpretación de su comentario.

— ¿Y… qué sabes de su ex novia? —introdujo el tema con cuidado, pues no sabía si esto sería de mi agrado o no.

Suerte que para mí ese tema me era indiferente.

— Creo que se ha mudado a Chicago, no sabemos nada de ella y de su familia —me limité a contestar, concentrada en la canción que comenzaba a sonar en la radio.

(1) Comencé a cantar en voz baja el estribillo de la canción, y vi que era bastante oportuno cuando un par de gotas comenzaron a caer sobre el vidrio, empañándolo.

— Oh, empezó a llover —notó Jane en cuanto encendí el parabrisas. Chasqueé la lengua sabiendo que esto podía complicar un poco el viaje. Si apenas lograba conducir un vehículo en un clima despejado, no debía apostar a la buena suerte cuando llovía.

Traté de bajar la velocidad; estaba conduciendo a 80 km/h y cuando la lluvia se hizo un poco más pesada, bajé a 70 km/h. Me encontraba tan nerviosa que una camioneta pasó a nuestro lado, salpicando un poco de agua a la parte baja del auto.

— ¿Ocurre algo, Bella? —me preguntó ella cuando se dio cuenta que disminuía la velocidad.

—Tsk, es que no sé conducir —fue lo primero que dije, molesta por otro conductor que acababa de adelantarse en mi camino.

Jane se asustó de repente.

— Digo, sí, sí sé conducir —me contradije—. Aprendí hace mucho, pero es mi primera vez en la carretera, y prometí a Edward que tendría cuidado. Odiaría demostrarle lo contrario.

— ¿Es la primera vez que conduces? —ella preguntó con preocupación.

Acto seguido, tomó el cinturón de seguridad y se lo abrochó.

Ahora que Jane también se preocupaba por mi habilidad para conducir bajo la lluvia, mi frustración se acrecentaba a niveles insospechados. Tal vez debía tratarse de la ruta que tomaba, o el hecho de que era un día Lunes, pero en verdad me fastidiaba lo mal que conducían algunos.

Conforme llegamos a Manhattan me relajé y me di cuenta que en el momento en que estuviera en el estacionamiento donde dejaba al Fiat, a pocas calles del apartamento, habría cumplido con mi cometido y se lo refregaría a Edward. O mejor dicho, le haría sentir orgulloso.

Por eso, cuando alcancé la meta, me sentí satisfecha además de que la lluvia había parado. Jane sacó de su maleta un paraguas y caminamos bajo ella hasta el apartamento. Detestaba mojarme con la lluvia.

— A mí me gusta la lluvia. Me gusta mojarme con ella —Habíamos llegado al apartamento y ella dejó sus maletas a un costado para quitarse el piloto de encima. Mi cabello estaba húmedo ahora.

— A Edward también le gusta, a mí no —hice un mohín—. Muchas veces, cuando salimos afuera y está lloviendo me cede el paraguas porque también le encanta caminar bajo la lluvia.

Mencionar su nombre me recordó que debía avisarle que ya me encontraba en casa de nuevo.

— Si necesitas secarte puedes usar el baño, está a la izquierda, segunda puerta —le avisé y ella asintió, dirigiéndose hacia allí.

Intenté hacerle una llamada perdida a Edward, pero me enviaba a su buzón de voz. Le envié un WhatsApp sabiendo que no se encontraba conectado ahora.

De pronto, oí que Jane decía algo y creí que me hablaba. Se acercó de nuevo al living con una expresión mortificada.

— No quiero asustarte… —me advirtió con la respiración agitada y las mejillas terriblemente sonrojadas—. ¡Pero hay un hombre desnudo en tu baño!

Mi primera reacción fue asustarme por la reacción que había tomado, pero inmediatamente recordé que había olvidado mencionarle que Thomas también vivía aquí. Y por eso, me eché a reír a carcajadas. Pero me tapé la boca para que no pensara que me estaba burlando de ella.

— Ah, es Thomas —le sonreí—. Él también vive aquí.

Jane abrió los ojos con sorpresa.

— ¿Un hombre? —remarcó el hecho con asombro. Tal vez ella había aceptado la propuesta pensando que viviríamos sólo nosotras dos.

El mencionado hizo acto de presencia, completamente mojado, vistiendo únicamente una toalla diminuta en la cadera. Intenté con todo mi esfuerzo no volver a reírme.

Jane rápidamente se cubrió los ojos, dándole la espalda a Thomas.

— Ah… eh… lo siento —se disculpó rápidamente a Jane con las manos en alto, pero ella no quería verlo. Me miró a mí—. ¿Dónde están mis bóxers?

Ahora veía por qué Jane se había asustado. Esa toalla apenas le tapaba, haciendo que sus huesos pélvicos se notaran. Si no se notaba su vello púbico es porque sabía que Thomas, al igual que Edward, se depilaba allí.

— En el secarropa—señalé detrás de mí y él asintió sonriendo.

Con pasos veloces se acercó hasta allí y luego fue a su dormitorio, no sin antes volver a pedirle disculpas a una abochornada Jane que no se animaba a abrir los ojos hasta que él se retirase. Lo más gracioso de todo, es que sabía que Thomas se apresuraba no por ella, sino porque le fastidiaba dejar la alfombra mojada por sus pies.

Cuando oímos que cerró la puerta, Jane volvió a abrir los ojos.

— F-Fui al baño y… —no sabía cómo explicar el accidente de haberlo visto desnudo. Lucía como si nunca hubiese visto desnudo a un hombre.

¿Será?

— Tendrás que perdonar a Thomas. Él suele andar así en la casa. Y tiene motivos, pues es su apartamento —dije.

— ¿En serio? —sus ojos saltaron—. ¿Y-Y no le m-molesta que yo…?

— No creo —le aseguré restándole importancia—. Si pagas una parte de la renta, eres bienvenida.

— Oh, ya veo…—asintió ella frunciendo el ceño—. ¿Y… no le molesta a Edward?

— ¿Qué cosa? —pregunté.

— El que ande… d-desnudo por ahí… —se ruborizó.

— ¡Oh! No, para nada. Es que es como un hermano mayor para mí. Él y Edward son buenos amigos. Bueno, en realidad los tres somos amigos y frecuentamos el apartamento.

Y ya que andábamos en eso, debía aclararle otro punto.

— Así que… no te asustes si encuentras a Edward con poca ropa, también. Muchas veces pasa la noche aquí. Pero no es tan descarado como Thomas.

Al menos aquí no, porque en su casa nos la pasábamos desnudos todo el tiempo.

Jane asintió varias veces de forma pensativa. Tal vez sólo era una chica muy vergonzosa… O tal vez era una chica normal que se sonrojaba al encontrar desnudo a un chico tan apuesto como Thomas.

Él volvió a aparecer cuando salió del dormitorio, ahora vistiendo una camiseta verde, pantalones oscuros y sus pantuflas. Se secaba el cabello con una toalla.

— Jane, él es Thomas Flint. Thomas, te acuerdas de Jane, ¿no? —los presenté.

— ¡Por supuesto! —Lo recordó él de forma inmediata, mirándola a los ojos con intriga—. Jane, de Coney Island. Acompañé a Bella aquella vez cuando fuimos a verte en el consultorio.

Jane parecía haber olvidado aquello.

— ¡Oh! No te había reconocido con la… barba —señaló ella su mentón. Thomas se había dejado crecer la barba hace dos semanas. Pero no se veía irreconocible, sólo algo desprolijo.

— Mucho gusto, por cierto —le regaló esa sonrisa con la que toda adolescente sueña ver y se acercó para plantarle un beso casto en la mejilla. Algo que tomó por sorpresa a Jane que lucía más sonrojada que nunca, pero le devolvió la sonrisa con timidez.

— Jane se va a quedar unos días aquí hasta que consiga un sustento económico fijo, puede dormir en la cama que sobra en mi habitación —informé a Thomas.

— De acuerdo —él encogió sus hombros, sin problema.

— Ah, g-gracias —agradeció Jane a Thomas, todavía sonrojada—. Voy a ir a dejar mis cosas en…

Antes de terminar la frase le asentí y ella se excusó para llevar sus maletas hacia mi dormitorio.

— ¿Seguro que no tienes problema con que ella viva aquí? Ayudará con la renta en cuanto consiga empleo —murmuré en voz baja a Thomas cuando Jane cerró la puerta.

— ¿Qué pasó con el consultorio? —la curiosidad salió a flote.

— La despidieron —mordí mi labio—. Al parecer, Tanya se enteró de lo que hizo y… le dijo a la Doctora y… bueno.

— Oh, eso es terrible —dijo Thomas con pena, torciendo una mueca.

— Lo sé, me siento responsable por eso. No podía pagar la renta con el sueldo de una mesera. Además, su apartamento estaba sucio y lleno de cucarachas —hice una mueca de asco.

Thomas se asustó.

— ¿Cucarachas? —preguntó él.

— Sí, cucarachas —asentí.

— ¿Es higiénica? —Preguntó él entrecerrando los ojos—. Porque si había cucarachas en su casa es porque no era cuidadosa.

— No es cierto —fruncí el ceño—. Las cucarachas salen de cualquier lugar. Les atrae la comida.

— La comida en el suelo —especificó él.

— El lugar era un desastre en sí, Thomas. Salían de la tubería —le discutí en voz baja.

— ¿Y por qué no se deshizo de ellas? —quiso saber.

Chasqueé la lengua. Era ridículo hasta decirlo.

— Porque ama a los animales, no quiere hacerles daño.

— La cucaracha es un bicho, Bella —él se asqueó—. Un bicho antihigiénico. No quiero cucarachas aquí, suficiente tenemos con esas odiosas polillas.

— Te he dicho que compres el maldito aerosol como tres veces —recordé inmediatamente, apuntándole con el dedo índice.

— ¡Las trae la humedad! —gruñó él.

Ya estábamos perdiendo el hilo de la conversación.

— ¿Sabes? No importa. No habrá cucarachas aquí ni polillas, así que no olvides comprar el aerosol —dije.

— ¿Cómo sabes que es higiénica? —Remarcó de nuevo aquél tema—. ¿Has vivido con ella antes? Porque sabes que no soporto a las mujeres que dejan el baño, el dormitorio y la cocina hecho un desastre. Es esa la razón por la que congeniamos bien como compañeros.

— No, no he vivido con ella antes —puse los ojos en blanco—. Y si no lo es, la obligaremos a ser higiénica. Es buena persona, en serio.

— Está bien —aceptó Thomas sin otro remedio. No debí haber mencionado lo de las cucarachas.

— Ah, y otra cosa —recordé mencionárselo—. No creo que esté acostumbrada a ver hombres con poca ropa, así que trata de no pasearte desnudo por ahí.

— Nunca me paseo desnudo —se ofendió por aquella acusación frunciendo el ceño.

— Una tela delgada adherida a tu entrepierna no es suficiente, Thomas —aclaré palabra por palabra.

— Es sólo una toalla, es menos de lo que puedes encontrar en HBO hoy en día —le restó importancia—. ¿Nunca vio a un hombre con poca ropa antes?

— Esa no es una excusa —dije consternada—. La primera semana que vivimos juntos también me horrorizaba al encontrarte desnudo y eso que sí había visto a un hombre desnudo antes.

— ¿Sabes? Todavía no puedo creer lo afortunada que fuiste al acostarte con Jacob Black y con Edward — negó para sí mismo pensativo, cambiando de tema.

Me quedé en silencio durante cinco segundos, mirándole a los ojos.

— Si Edward alguna vez se entera que dijiste eso, no volverá a verte como un amigo cercano —le aclaré con seriedad, riéndome por dentro.

— Estaba bromeando —puso los ojos en blanco, bufando—. Está bien, tendré cuidado en no andar desnudo por ahí.

— Gracias —agradecí—. Y dame un abrazo.

Respondió acercándome a su cuerpo para abrazarme, poniendo los ojos en blanco. Era nuestra forma tradicional de poner fin una "discusión" en buenos términos.

.

Luego de que terminara de ayudar a Jane con sus cosas en el dormitorio, Thomas la sometió a un pequeño interrogatorio sólo para que conociera un poco más a la nueva integrante de la casa. Y para ser honesta, yo también quería saber ciertas cosas de ella por la débil relación que llevábamos.

— Hay ciertas reglas en la casa que debes tener en cuenta. Para empezar, no se permite fumar dentro de la casa, debes hacerlo en el balcón —le comentó Thomas a Jane.

— Oh, está bien, aunque yo no fumo —dijo con franqueza. Estaba sentada frente a nosotros—. ¿Ustedes sí?

— De vez en cuando —contestamos Thomas y yo al unísono. Jane no esperaba que nuestra respuesta fuera positiva.

— Sólo cuando estoy estresado o después de acostarme con alguien —especificó Thomas sin darle mucha importancia.

Jane me miró a mí.

— Dos veces al mes, como mucho —le confesé. Honestamente, la nicotina no era una adicción para mí, y últimamente manejaba el estrés acostándome con Edward. Él, por otro lado, a veces fumaba. Pero ya no tanto.

—Segundo, somos algo exigentes con el tema de la limpieza en las habitaciones. Sobre todo con el baño — empezó Thomas a explicar este tema tan delicado. Podías llevarte de maravilla con él, pero si no cuidabas la higiene de las habitaciones, podías caerle mal.

Luego de explicarle sobre no dejar la bañera sucia, de tener sus propios acondicionadores, de no dejar cabello en el lavamanos, siguió con el siguiente tema.

— Tercero, ¿cocinas?

— Honestamente, no mucho —admitió con vergüenza, mirándonos a ambos a modo de disculpa.

— No importa —le aseguró él—. Bella y yo nos turnamos. Los lunes y miércoles cocino yo, Bella cocina los martes y jueves. Los viernes y el fin de semana cocina cualquiera de los dos o pedimos comida. Aunque, por lo general, esos días sólo uno de nosotros se encuentra aquí.

— ¿Por qué? —Jane se confundió y me miró a mí.

— Algunas veces paso el fin de semana en casa de Edward y Thomas se queda aquí con alguna pareja. O al revés. Nos turnamos —le expliqué brevemente.

— Oh… —Jane frunció el ceño, viendo que eso podría ser un problema.

— Es por eso que deberíamos ajustar nuestros horarios, para mayor comodidad —Thomas se lo planteó con amabilidad, lo cual hizo que Jane no se incomodara—. Por ejemplo, Bella me contó que estás buscando trabajo así que cuando lo tengas, nos organizaremos mejor. Pero, para empezar, ¿tienes pareja o saliente?

Jane, sonrojada, miró fijamente a Thomas al responder que no.

— ¿Pero crees que puedes traer a alguna cita aquí? —la voz de Thomas era dulce, porque no quería faltarle el respeto.

— N-No… —negó ella. Al parecer, Thomas le intimidaba.

— Suponiendo… —agregó él tratando de conseguir información.

— Pues… no creo que tenga alguna cita pronto —confesó Jane algo avergonzada y se rió—. Para ser honesta, nunca estuve con un hombre.

Thomas y yo quedamos enmudecidos. Thomas no debía imaginar que una chica tan bonita como Jane no haya tenido ni una pareja. Yo sabía aquél detalle… pero cuando nos conocimos el año pasado. No esperaba que la situación siguiese siendo la misma hasta hoy en día.

— ¿Con ningún hombre? —repitió Thomas no para corroborar, sino para referirse a cualquier encuentro con un hombre, no necesariamente una pareja.

— No —negó de nuevo, con cierta inocencia.

— ¿Te gustan las mujeres? —preguntó Thomas tanteando la otra posible opción.

No le había preguntado aquello. ¿Sería eso entonces?

— No, no me gustan —Jane frunció el ceño, asegurando que no era eso.

— ¿Qué te gusta entonces? —Thomas preguntó de forma inmediata.

Jane dudó por unos segundos.

— Me gustan los animales —ella se encogió los hombros, contando esto con felicidad.

Pero Thomas malinterpretó radicalmente esa respuesta y abrió los ojos, alarmado.

—Tsk, lo que quiere decir es que le gustan los hombres, pero nunca estuvo con uno, ¿verdad? —interrumpí para que dejaran de malinterpretarse. Jane asintió.

— Oh, está bien —le sonrió Thomas, muy en el fondo aliviándose—. ¿Qué opinas si le damos un tour por la casa?

Me reí porque en realidad no era tan grande como para "dar un tour" aunque sí era más grande que el anterior apartamento.

Le explicamos brevemente cada rincón de la casa y cómo debía adaptarse aquí. Le enseñamos el balcón, los dormitorios, el baño, el living, la cocina y por último, la habitación de lavado.

— Esta es el lavarropas y el secarropa —le mostré—. Por lo general, cada uno lava su propia prenda. ¿Sabes usarlas, no?

— Sí, no te preocupes —asintió ella sonriente, sin problemas.

— En esta canasta siempre dejamos las ropas recientemente secas. Si no tienes prisa, puedes dejar la ropa sucia en el lavarropas y el siguiente que lave su ropa lo hará por ti, en eso no tenemos problemas. Los días de lavado oficial son los fines de semana, pero puedes usarla cuando quieras —le indiqué enseñándole el canasto con ropa recién lavada.

Le mostré aquél con ropa sucia y vi que tres prendas estaban en el suelo. Le pedí a Jane que me las pasara para ponerlas en la canasta encima del lavarropas para lavarlo más tarde.

Jane me pasó una camiseta, unos pantalones… y se impresionó demasiado por la tercera prenda: un bóxer. Era de Thomas, obviamente.

— Ah, eh… bueno, este… uhm, toma —me lo entregó como si la prenda le quemara la piel, y sus mejillas se habían vuelto rojizas mientras miraba con timidez a Thomas. Él estaba neutro, pero sabía que estaba evitando una reacción para no incomodarla.

— Iré a hacer una llamada —se excusó para dirigirse al living y realizar la llamada. Supuse que debía de hablar con sus padres por la mudanza.

Tomé la prenda de Thomas para acomodarla sobre la ropa en el canasto y él se acercó a mí con una sonrisa contenida. Y finalmente, se echó a reír negando una y otra vez. Con culpa, acompañé sus risas.

— No seas malo, Thomas. Si no fuese por Edward, yo seguiría siendo una niña inocente—mordí mi labio para no echarme a reír. Es que Jane era muy tierna.

— Tú no eres una niña inocente —se rió—. Y lo sé por Edward.

Esta vez, le miré a los ojos con seriedad.

— ¿Sabes que soy capaz de enojarme con él si eso es cierto? —le advertí pensando que podía tratarse de una broma. Pero no me gustaría que Edward comentase nuestras intimidades a alguien más.

Él me despeinó el cabello con diversión, confirmando mis sospechas.

— En realidad, una vez se lo pregunté indirectamente sólo para saber si era capaz de hacerlo o no — confesó con despreocupación.

— ¿Qué le preguntaste? —fruncí el ceño, riéndome.

— No pregunté, sólo supuse que eras buena en la cama y sólo se echó a reír. Pero conozco esa risa en los hombres y sé que es la de alguien que está muy enamorado de otra persona.

¡Ah! ¡Mi Edward!

Morí de la ternura y sentí que necesitaba verlo. Todavía no contestaba mi WhatsApp, pero lo llamaría más tarde, en verdad quería estar con él en la noche.

— Él te ama mucho—me aseguró Thomas con sinceridad.

— Y me amará aún más cuando descubra que he salido ilesa de mi travesía a Coney Island —exageré de la misma forma que Edward lo había hecho antes.

Después de estar pensativo un par de segundos, Thomas volvió a hablar.

— Me cae bien Jane —dijo—. Es tan inocente y adorable. No creo que vaya a ser un problema aquí.

— ¿Ves? Será divertido —sonreí con optimismo. Él también y asintió.

— A la primera cucaracha que aparezca, te golpearé —dijo sin borrar esa sonrisa.

— Mi novio me defenderá —le saqué la lengua.

— ¿Bella? —oí que Jane me llamaba desde el otro lado de la casa.

Me acerqué hasta mi dormitorio, donde ella se encontraba.

Estaba sentada en su cama con Jella en sus brazos, la estaba acariciando.

— ¿Esta gata es tuya, verdad? —me preguntó con una sonrisa mientras oía a Jella ronronear.

No podía creer que mi gata actuase tan relajada frente a un desconocido.

— Sí, se llama Jella—dije acercándome a ella para rascarle detrás de la oreja, donde más le gustaba.

— Es muy hermosa y su piel es increíblemente suave —se asombró por este último detalle.

— Se lo cuido diariamente —comenté de buen humor—. Debes de caerle muy bien para que te trate así. A veces se pone arisca con las personas que no conoce.

Jane se limitó a encogerse de hombros y a seguir acariciando su pelaje. Tal vez porque le gustaban mucho los animales y Jella podía sentir eso.

— ¿Duerme aquí? —me preguntó con curiosidad.

— Duerme en su cama que está en el living, pero siempre viene a esta habitación porque estoy yo. No puede dormir hasta que yo termine de cepillarla en la noche —expliqué jugando tranquilamente con su patita mientras sus ojos me miraban fijamente.

— Ah, claro. Es que dejó…. —Jane murmuró en voz baja el hecho y lo señaló en su cama. Encima del edredón había muchas bolas de pelo.

— Oh, sí, descuida…. Lo pondré a lavar —dije a modo de disculpa. Siempre se encargaba de dejarlos allí.

Jane soltó una pequeña risita.

— Gracias por dejarme vivir aquí, Bells. Hasta hace unas horas mis preocupaciones eran otras. No tienes idea de cuan relajante es saber que vives bajo un techo con personas que conoces…

— Gracias a ti, en realidad —le devolví la sonrisa—. Ahora que pagarás un tercio de la renta, puedo ahorrar un poco más.

Jane me miró en silencio.

— ¿Tienes dinero, verdad? —pregunté en voz baja. No contestó nada, pero frunció sus labios y miró hacia otro costado—. Bueno, no importa. Te ayudaremos a conseguir un buen trabajo.

— ¿Y qué hay de ti? —quiso saber luego.

— También debo buscar algo —Respondí y la culpabilidad de no haber buscado el día de hoy una oferta de trabajo me puso algo triste. Pero era remediado inmediatamente al recordar el bien que había hecho hoy al ofrecerle un techo a Jane.

— Algo encontraremos —dijo con esperanza—. Tú ya eres toda una profesional, no tendrás dificultad para encontrar algo.

Ojalá.

Thomas tocó un par de veces la puerta abierta para tomar nuestra atención.

— Señoritas, ¿qué ofrecen para cenar? —nos preguntó con un divertido tono británico.

— Uhm, no sé, ¿qué tal croquetas de pollo y ensalada? —propuse más que nada a Jane, porque no tenía idea acerca de sus gustos.

Ella pensó que era una buena idea y decidí aprovechar un rato de la tarde ahora que oscurecía, para hacer las compras. Jane se ofreció a acompañarme.

— ¿Dónde está Edward? —le entró curiosidad por saber mientras llevaba el carrito del supermercado.

— Trabajando —respondí, buscando lechuga para la ensalada—. No me gusta llamarlo mientras está ocupado, a menos que sea para emergencias. Pero seguramente vendrá a cenar con nosotros por tu llegada.

— ¿Y cada cuánto se ven? —parecía muy intrigada por mis respuestas.

— Pasamos los viernes y el fin de semana juntos todo el día. En los días de semana sólo lo veo en las noches si es que no está cansado o yo no estoy ocupada estudiando. Bueno, cuando lo hacía.

— ¿No han pensado en… vivir juntos? —preguntó esto como si fuese algo serio.

Y en realidad lo era, por más que para nosotros no lo fuera. Podría vivir con él y no nos estancaríamos o sofocaríamos como otras parejas. Pero él no había hecho la propuesta así que supongo que deseaba tomar las cosas con calma. Quizás cuando cumplamos un año se dé esa oportunidad…

Más tarde, Jane me preguntó acerca de Thomas.

— Tengo que darle las gracias a Thomas por dejarme vivir en su apartamento —dijo de forma pensativa—. ¿No crees que le moleste que yo viva ahí, verdad?

— No, para nada —aseguré—. Le caes bien, y le pareces muy bonita y tierna.

Algo en la forma en que ella se sonrojó, desvió la vista e intentó cambiar de tema me hizo pensar que ya se había flechado por él. Me pregunté a mí misma si le había mencionado en alguna ocasión la condición sexual de mi amigo…

— Bella, ¿te importa si compro algo? Lo pagaré yo —me pidió como si fuese un favor a ella.

— No necesitas preguntarme eso, Jane —me reí incrédula—. Compra lo que debas comprar. Imagino que tienes algo que comprar que usualmente compras, ¿no?

Jane volvió después de un rato con una bolsa de… zanahorias.

Miré la bolsa… luego a su rostro… y luego a la bolsa.

— Oh, ¿para la ensalada? —supuse con una pequeña sonrisa.

— Me gusta comerlas solas. Como aperitivo —encogió sus hombros.

¿Zanahorias… secas… como aperitivo?

—Woah… ese es el gusto culinario más extraño que he visto en mi vida —se lo hice saber, pero ella lo tomó con diversión—. Aunque definitivamente no superas a mi mamá. Una vez probó pepinillos con mermelada.

Jane se asqueó por completo, entre risas.

— ¡Ah! Es verdad, tu mamá estaba embarazada de dos pequeños, ¿cómo va eso?

Le conté sobre el embarazo de mamá y mi desconocimiento acerca del sexo de los pequeños… o pequeñas. Tampoco sabía si eran gemelos o mellizos, aunque toda la familia ya lo sabía, he incluso habían escogido los nombres.

Jane me preguntó en varias ocasiones cómo me sentía por la pronta llegada de dos niños… o niñas en mi vida. No habría un cambio drástico, al menos no como el de mi mamá que volvía a ser madre o el de Phil que por primera vez sería padre. Si tan sólo viviésemos en el mismo estado me atrevería a decir que iba a ser un gran cambio para todos en la familia.

Terminamos de hacer las compras y volvimos al auto. El supermercado no quedaba tan lejos del apartamento, pero ya era de noche y debíamos tomar precauciones. Además, amaba conducir ese coche. Le demostraría a Edward que podía manejarlo sin problema alguno.

(2) Estaba contándole un poco a Jane del paradero de Alice y Jasper y los detalles de mi graduación cuando decidí encender la radio y nos topamos con una de mis canciones favoritas de Queen.

— Hombre, amo esa canción —dije aumentándole de volumen cuando ya iba por la mitad, en el solo de guitarra.

Casi siempre cantaba esta canción con Edward, por eso me encantaba.

— "I see a little silhouetto of a man" (Veo una pequeña silueta de un hombre) — Mientras cantaba esa estrofa, Jane cantó la siguiente.

— "Scaramouch, scaramouch, will you do the fandango" (Scaramouch, Scaramouch, harás el fandango) — confirmándome así que se sabía la letra también.

Seguimos cantando la canción juntas acorde a la letra.

— "I'm just a poor boy, nobody loves me" (Soy solo un pobre chico, nadie me quiere) — cantaba yo.

— "He's just a poor boy from a poor family, spare him his life from this monstrosity" (Él es solo un pobre chico de una pobre familia, perdónenle la vida por esta monstruosidad) — cantábamos las dos.

— "Oh mama mia, mama mia, mama mia, let me go" (Oh mama mía, mama mía, mama mía, déjame ir) — seguía.

— "Beelzebub has a devil put a side for me, for me, for me!" (¡Belcebú tiene un diablo reservado para mí, para mí, para mí!) — terminamos por cantar al unísono y cuando llegó el segundo solo de guitarra, movimos la cabeza una y otra vez acorde al ritmo.

— "So you think you can stop me and Split in my eye?" (Así que crees que me puedes apedrear y escupirme en el ojo) —cantaba Jane.

— "So you think you can love me and leave me to die?" (Así que crees que me puedes amar y dejarme morir) — cantaba yo.

Y seguimos cantando las estrofas de la canción con tanta emoción, que perdí cierta concentración del volante y la oscuridad no ayudó demasiado.

— ¡Bella! ¡El perro! ¡Cuidado! —Jane automáticamente dejó de cantar y me advirtió de un perro que se encontraba frente a nosotras en la calle.

No me había dado cuenta de él, nos encontrábamos tan cerca, pero tan cerca de él que cualquier maniobra de evasión sería inútil; arrollaríamos al perro y yo estaba completamente asustada.

En un impulso de adrenalina, giré el volante violentamente hacia mi izquierda para evitar aquello que parecía inevitable. Tampoco había medido la velocidad con la que conducía y el auto giró de forma brusca hacia donde yo quería llevarlo.

Pero eso supuso un peligro aún más terrorífico; no pude frenar a tiempo y mi cuerpo tembló de miedo cuando vi que nos íbamos a estrellar frente a la corteza de un árbol, mientras gritábamos asustadas.

Mi cuerpo se sacudió para adelante pero el cinturón de seguridad me llevó para atrás, y me golpeé la nuca contra el asiento. Mi corazón se había detenido en ese momento, pero no fue un gran impacto. Yo me encontraba bien, la respiración me fallaba por la adrenalina.

— ¿Estás bien? —le pregunté a Jane pero mis ojos lo confirmaban. El cinturón de seguridad nos había salvado a ambas. Y el choque no había sido gran cosa.

— S-Sí… ¿tú? —me preguntó Jane asustada, respirando agitada.

Pero sólo una nueva preocupación apareció en mi cabeza cuando vi lo que acababa de pasar.

— Mierda…. —lamenté cerrando los ojos y apoyando la cabeza atrás. La bolsa de aire se abrió de forma inmediata.

¡Oportuno!

.

— ¡¿Cómo has podido chocar un auto nuevo?! ¿En qué estabas pensando Isabella? ¡Es un auto de once mil dólares, cero kilómetro, te lo hemos dado como regalo y tienes la imprudencia de no mirar al volante cuando estás conduciendo! Estoy tan decepcionado de ti, créeme que se lo diré a Phil y a tu madre. Ellos creían que eras capaz de conducir, pero obviamente no estás capacitada todavía. Hicimos mal en pensar que ya eras responsable para tomar conciencia de tus actos y…

Charlie no paraba de regañarme por el celular mientras yo ponía los ojos en blanco y esperaba a que terminara de descargarse. Ni siquiera había pasado una hora del accidente y ya se había enterado. ¿Quién habría sido el soplón?

— Papá, lo importante es que no nos pasó nada, estamos bien y el seguro lo cubrirá porque…

— ¡No me interesa el seguro! ¿Cómo puedo estar tranquilo cuando mi hija tiene accidentes por allí? Y a todo esto, ¿dónde estaba Edward? —quiso saber demandante.

— Estaba trabajando, no lo metas en esto —empecé yo a defenderlo. Sus acusaciones y el dolor en la nuca me estaban fastidiando—. Además él tampoco estaba de acuerdo con que conduzca y…

— ¿Y por qué no le hiciste caso? ¡Por primera vez el muchacho dice algo sensato! ¡No estás habilitada para conducir, Isabella! ¡Tu licencia expira este año! ¿Qué te hace pensar que podías…?

Él seguía regañándome y yo trataba de ignorarlo. Jane se encontraba a mi lado de la camilla del hospital mientras Thomas la reconfortaba un poco.

— ¿Segura que te encuentras bien? Luces pálida —notó Thomas con preocupación mientras tocaba sus mejillas con sus dedos pulgares.

— E-Eh, sí… es que yo soy pálida, en realidad —se reía Jane con vergüenza. Thomas le sonrió con dulzura.

— Ha sido un día muy loco para ti hoy, ¿no? —dijo con cierta ironía.

Me distraje por unos segundos observando lo amable que era Thomas con Jane, y lo mucho que ella parecía apreciar ese gesto por parte de él. Ella se encontraba sola aquí, y debía sentirse cómoda al contar con el apoyo y afecto de alguien que podía ser su hermano mayor.

Cuando Charlie comenzó a mencionar que terminaría por quitarme el auto o pedirle a Edward que lo hiciese, decidí que era oportuno cortar la llamada excusándome. No me libraría de esta tan fácilmente.

Comprendí las dimensiones del problema cuando dos policías aparecieron en la habitación del hospital, uno con una carpeta en la mano.

— Isabella Marie Swan y Jane Hall… ¿verdad? —preguntó el policía sólo para corroborar nuestra identidad.

Ambas asentimos.

— Necesitamos un par de declaraciones para corroborar sus testimonios, si no es mucha molestia —dijo el policía con la carpeta en la mano, leyendo algo.

— O-Oficial, se lo juro, no hicimos nada, sólo fue un accidente —pidió disculpas Jane con miedo—. Nosotras no bebemos alcohol, ni hemos cometido alguna ilegalidad, en verdad.

Sentí que sólo la había embarrado aún más al mencionar la palabra "alcohol" e "ilegalidad" en una misma oración.

— Tranquila, Jane. No pasa nada, sólo vamos a contarles lo que pasó —dije cansada, tenía muchas ganas de irme a dormir y olvidar este problema.

— Muy bien… —respondió el primer policía sospechando un poco—. ¿Quién de ustedes dos conducía?

— Yo —respondí.

— ¿Me permite su licencia de conducir? —pidió y yo saqué mi billetera del bolsillo, para entregársela.

Ambos me miraron con intriga.

— Vence este año —dijo el segundo policía, como una acusación.

— En un par de meses, prometo renovarla —contesté intentando con todas mis fuerzas no ponerle los ojos en blanco.

— De acuerdo —asintió el primer policía, dándome la razón. Técnicamente, aún no vencía—. ¿Puede contarnos qué fue lo que sucedió?

— Estábamos en el auto, cuando de repente no vimos a un perro que se encontraba en medio de la calle. Giré el volante inmediatamente y chocamos contra el árbol. Nada más ni nada menos que eso —expliqué brevemente.

— ¿Dónde se encontraba horas antes de conducir, señorita Swan? —me preguntó el segundo policía.

— Estábamos de compras en el supermercado —respondió Jane para ayudarme.

— "Señorita Swan", dije —le corrigió el segundo policía con autoridad a Jane.

— Perdón, perdón —ella se encogió, arrepentida.

— Estábamos en el supermercado —contesté yo, suspirando.

— El supermercado queda a pocas calles de su domicilio, señorita Swan —esto le pareció raro al primer policía.

— Quería estrenar mi auto, es nuevo —respondí bufando. ¿Qué había de malo en utilizar tu vehículo para hacer compras?

— Sí, nos dimos cuenta —el segundo policía compartió una mirada lamentada con el primero y sentí que se burlaban de mi propia desgracia. Pero no podía contestarle a un oficial…

— ¿No había ingerido bebidas alcohólicas o energéticas horas antes del accidente? —preguntó el primer policía.

— No —respondí con honestidad.

— ¿Vamos a ir a la cárcel? —preguntó Jane intrigada, pero con miedo—. Por favor, no se lo digan a mis padres, todavía no saben que me he mudado de Coney Island y me obligarán a volver a Los Ángeles y…

Ay, Jane…

— Descuide, señorita. Nadie irá a la cárcel —se lo garantizó el primer oficial divirtiéndose un poco de la pobre inocencia de Jane—. Cuando terminen de hacer la pericia en el sitio y corroboremos con su testimonio, podrán ser libres. Pero por ahora pueden irse a sus casas. Tengan cuidado la próxima vez, tuvimos suerte que no hubo víctimas fatales ni daños irreparables. Y usted —me señaló a mí—. Señorita, renueve esa licencia y como consejo personal, tome clases para conducir. Aparentemente, sus reflejos con

el vehículo no son buenos. Pudo haberse evitado haciendo una buena maniobra. Así que estimo que usted no tiene experiencia conduciendo a pesar de que su licencia diga que lleva cinco años haciéndolo.

El tipo no era un imbécil. Ya se debía haber dado cuenta que mi licencia era vieja y yo apenas sabía conducir. Ellos se retiraron y Jane respiró hondo. En verdad creía que podían arrestarnos.

Al rato, vi de lejos a Edward que buscaba el número de habitación en forma desesperada. Cuando nos encontró y sus ojos se posaron en los míos, se acercó rápidamente y con un aire preocupado.

— ¿Estás bien? —fue lo primero que me preguntó, jadeando. Parecía haber venido corriendo hasta el hospital. Me tomó los hombros y me observó por todos lados, intentando buscar alguna posible herida.

— Estoy bien, el doctor ya me revisó… —suspiré tratando de calmarlo.

— Déjame ver —me ignoró y echó mi cabeza hacia adelante para que le enseñara mi cuello.

Lo hizo muy delicadamente, sabiendo que allí debía estar el dolor. Sus dedos acariciando el hueso de mi vértebra de forma descendente, palpando.

— No, no te quebraste nada… —murmuró para sí mismo, revisándome—. ¿Te duele el cuello?

— Sí, me dieron antibióticos para el dolor, pero no es nada… —respondí con tranquilidad.

Edward se separó de mí y bufó.

— ¿Nada? ¿Me estás diciendo que esto no es nada? —se llevó ambas manos a la cintura en una postura de autoridad.

¿Me iba a regañar también?

— ¿En qué estabas pensando, Bella? ¿Cómo pudiste ser tan irresponsable? Te regalan un auto y al día siguiente lo chocas. ¡Lo chocas! —bufaba.

— Edward, no es para tanto —refunfuñé poniendo los ojos en blanco.

— ¿Para tanto? —Se rió con sorna—. ¡Chocaste un auto cero kilómetros de once mil dólares! —remarcó cada palabra acercando su rostro al mío. Estaba muy molesto—. ¿Sabes qué tan grave es eso? ¿Arruinarlo?

Por unos segundos, Edward me recordó a mi padre, y eso me fastidiaba en serio.

Edward miró a Jane inmediatamente.

— Hola, Jane —la saludó con un tono más amable.

— H-Hola, Edward —ella respondió sonriéndole. Él volvió a mirarme a mí para seguir regañándome.

— En verdad confié en ti esta vez, pero en parte es mi culpa, debí seguir mis instintos y no dejarte conducir porque no estás lista aún. Pero no, tuve que ablandar mi corazón y dejar que me convencieras para hacerme creer lo contrario.

Por favor, que no diga cómo lo convencí o moriría de la vergüenza frente a Jane y Thomas.

— ¿Sabías que podías haberte quebrado la columna? —me preguntó después de un rato, enfadado.

— ¿En serio? —Jane se asustó.

— Sí —le respondió a ella—. Suerte que no fue algo brusco, pero pudieron haberse quebrado la columna y quedar inválidas —me miró a mí—. Porque la señorita no tomó precaución de observar la ruta mientras conducía.

— Bueno, ya sé, ya me regañaste, ya lo hizo papá, sé que estuve mal, lo siento, perdón por no hacerte caso, tienes razón, siempre la tienes, soy una irresponsable, una tonta por chocar un auto prácticamente nuevo, no volveré a conducirlo hasta que tenga una licencia renovada y sepa conducir correctamente. ¿Bien?

Me salteé toda la discusión que implicaba mi acto de imprudencia sólo porque estaba cansada y quería irme a dormir. Edward suspiró, sin decir nada.

— Jane, ¿qué opinas si vamos a tomar un poco de aire fresco? —le propuso Thomas en voz baja para darnos privacidad.

No tuvo tiempo para aceptar, porque él tomó de su mano y la llevó hasta afuera de la habitación.

Edward se sentó a mi lado para apoyar su rostro sobre mi hombro.

— ¿Tienes idea de cuan mortificante es que te llamen para avisarte que tu novia ha tenido un accidente de tránsito? —murmuró aquellas palabras dolido. Mi corazón se estrujó.

— Perdón, en serio —respondí en un susurro, besando su cabello.

Alzó su rostro para mirarme. En verdad estaba preocupado.

— Es que eres tan frágil… —frunció el ceño, abrumado por la certeza en sus palabras. Acarició mi mejilla con suavidad—. No quiero que nada te pase, y sé que eres una mujer independiente y estás creciendo tú solita. Pero no puedo evitarlo, te veo como mi pequeña a la que necesito proteger.

Me reí al oír esto porque sonaba como si fuese mi padre, pero se sentía distinto. Más hermoso y más tierno. Me acerqué a su pecho para que me abrazara.

— Entonces seré tu pequeña para que me protejas —murmuré encima de su cuello, antes de besarlo.

Edward se rió en silencio y comenzó a rascar mi espalda con dulzura.

— Creo que deberías disculparte con Jane, la has asustado con tu regaño y con eso de quedar inválida —le recordé riéndome un poco.

Él bufó.

— Mejor tú explícame cómo va esa situación de que ella se mudó al apartamento —propuso cambiando de tema.

.

Parecía ser que todos los acontecimientos del día anterior sólo nos advertían las locuras que implicarían tener a Jane ahora en nuestra vida. Pero al menos, la mañana siguiente despertamos olvidando por completo el accidente. Claro, el cuello me seguía doliendo un poco, y yo era la única que se lamentaba porque el capó del auto se había levantado y el parachoques se había roto imposibilitando su uso por el momento. Y todo el dinero que costaría su reparación. Dinero que yo, ahora, no tenía.

(3) Estaba terminando de escribir un WhatsApp para Edward mientras desayunaba un mi cuenco de cereales en la mesa de la cocina, acompañado de un distraído Thomas que bebía de su taza de café mientras miraba las fotografías de su revista Vogue, probablemente para inspirarse un poco y ver qué estaba en tendencia ahora.

Oí que Jane apareció en la cocina bostezando un poco.

— Buenos di…

No terminó su saludo y la observé para ver qué la había detenido. Nos miraba a ambos, sorprendida.

— ¿Qué ocurre? —pregunté con la boca llena.

— ¿Están… en ropa interior? —nos preguntó con cierta confusión, señalando nuestras prendas.

Thomas y yo nos observamos. Yo vestía una camiseta, sin sostén, bragas y mis pantuflas. Thomas únicamente llevaba sus bóxers y sus pantuflas.

— Siempre desayunamos así, no hay etiqueta —le respondí encogiéndome los hombros. Honestamente, no le veía el problema de andar ligera de ropa frente a mi amiga y a mi amigo gay.

— También puedes andar con poca ropa —Thomas se lo propuso con tranquilidad, porque eso realmente no nos importaba.

La reacción de Jane fue muy divertida. Sus mejillas debían de ser sensibles de lo tanto que se ponían coloradas con cada cosa que Thomas decía.

— No, gracias… supongo que estoy bien —murmuró para sí misma, observando su pijama que consistía en una camiseta y shorts de lana a juego de color celeste.

Ella se acercó a la mesa para sentarse. Tomó el cartón de leche y sirvió un poco en un vaso para darle un buen trago.

— ¿Alguna de ustedes va a estar aquí a las doce del mediodía? —Nos preguntó Thomas, dejando de lado la revista—. He comprado una nueva lente por E-bay y se supone que debería llegarme hoy pero estaré afuera a esa hora.

— Yo estaré afuera a esa hora también —respondí excusándome.

— Yo podría —se ofreció Jane luego de beber de su vaso. Un gran bigote de leche le había quedado encima de sus labios.

Thomas puso una sonrisa torcida y le indicó con el dedo índice que debía limpiarse allí. Jane no comprendió esto, y él chasqueó la lengua, restándole importancia.

— Tienes algo —musitó en voz baja tomando una servilleta y levantándose un poco de su silla para limpiarle.

Jane se quedó estática, con esos grandes ojos celestes que tenía clavados en los ojos claros de Thomas. Podía notarse el sonrojo y la intimidación que sentía por él, probablemente porque el six pack de Thomas podía desconcentrarte seriamente.

— Ahí está —murmuró en modo de aprobación con una sonrisa cuando se lo quitó. Jane se lo agradeció en voz baja.

— ¿Harás algo el día de hoy, Jane? —le pregunté, se me había olvidado aquello.

— Tengo que llamar a mis padres para relatarles todo lo que sucedió y asegurarles que estoy bien —me contó—. Supongo que revisaré en el periódico sobre algún puesto de trabajo. Al menos para conseguir un poco de dinero y mantenerme un rato, y luego estudiar alguna carrera.

— Oh, eso es genial —eso no me lo esperaba—. ¿Y qué es lo que tienes en mente?

— Pues, me gustaría ser maestra pero también desearía ser veterinaria. Aunque eso incluye más años de estudio, supongo —encogió sus hombros, pero se la veía contenta con esas opciones.

— Uhm, le preguntaré a Edward sobre alguna buena universidad de medicina veterinaria, entonces — propuse para levantarle el ánimo. Me lo agradeció con una sonrisa.

— Señoritas, me marcho —Thomas se levantó de su asiento. Y antes de marcharse, despeinó con dulzura el cabello de Jane y luego el mío, hasta encerrarse a su dormitorio.

Jane no esperaba esta muestra de afecto.

— Thomas es muy cariñoso con todos —sentí la necesidad de explicárselo—. Muchas veces le gusta dar besos en la mejilla.

— Anoche me acompañó a tomar un poco de aire —contó, algo sonrojada—. Me preguntó por mi familia y cómo me sentía. Le dije que tenía hacía frío, y por eso me abrazó un rato.

Oh, tan típico de él.

— Te tiene mucho cariño —encogí mis hombros, sonriendo.

— ¿Y… tiene novia? —me preguntó Jane intentando sonar casual.

Oh, entonces había olvidado mencionárselo.

— No… Thomas no tiene novia, ni le interesa —dije lentamente.

— ¿No le interesa, qué? —Jane sentía curiosidad.

— ¿Las mujeres? —me reí frunciendo el ceño.

Jane abrió los ojos, estupefacta.

— Thomas es homosexual —murmuré en voz baja, a modo de secreto, intentando no reírme en voz alta.

— ¿En serio? —por alguna razón, la voz de Jane se oyó claramente. Ya no se sentía ese tono de voz inocente y débil, ahora parecía haberse quitado el caparazón.

— ¿No te lo mencioné antes? —juraría que sí.

— No… —negó varias veces—. ¿Es en serio? Pero juraría que…

— ¿… que estaba interesado en ti? —continué a su pregunta, divertida—. Yo también creí eso al principio, pero él es así con todas las chicas.

— ¿Estás segura? —volvió a preguntar, entrecerrando los ojos.

Para responderle por última vez, señalé la revista en la mesa. Jane la observó y la verdad cayó sobre ella. Ningún hombre heterosexual leía Vogue.

— Oh, Dios… —se lamentó profundamente—. Por eso no tiene problema en que andemos desnudas, ni él en andar desnudo…

La sospecha salió a flote.

— ¿Te gusta Thomas? —pregunté en voz baja con una sonrisa picarona.

De nuevo, sus mejillas lucían rojizas.

— N-No, digo… sí, es apuesto, es amable, nunca un hombre fue así conmigo, p-pero…

— ¡Oh, Dios! —me eché a reír—. ¡En verdad te gusta!

— ¡No! —me repitió ella, con seriedad. Pero sus mejillas la delataban—. N-No me gusta ahora que sé s-sus preferencias…

Thomas volvió a aparecer en la cocina ahora vestido para salir afuera, estaba silbando distraídamente una canción cuando nos saludó mientras se marchaba. Yo sólo observaba las reacciones de una muy enamorada Jane, embobada por su andar.

— ¿Por qué se ve maravilloso con todo lo que usa? —me preguntó con frustración.

— Porque es gay —le contesté yo, frunciendo mis labios para no reírme.

.

Tal y como le había mencionado a Thomas, esa mañana tenía planes. Edward se había tomado la mañana libre para acompañarme hasta la comisaría y pedir un comprobante del accidente para luego pedir el

seguro del auto. Pero antes, él insistía en las clases de manejo, y como realmente detestaba la idea, él se ofreció a darme una buena clase para comprobar mis reflejos en el volante.

Edward me llevó a las afueras de la ciudad, en un escampado para practicar con su Volvo.

— Lo primero que debes tener en cuenta es observar si llegas a los pedales y encontrarte cómoda. Mira los espejos y calcula que todo se vea correctamente —me decía Edward mientras yo seguía los pasos controlando uno por uno.

— Si no llegas a los pedales, ajusta el asiento —me recordó en cuanto vio que mis pies no llegaban. Sería tonto creer que podría siendo que Edward medía un metro ochenta.

Me costó hacerlo, así que se acercó a mi asiento para ajustarlo y mantenerme derecha en el asiento.

— Bien, necesitas sentarte derecha, siempre alerta a todo —murmuró en aprobación. Estaba sentado a mi lado, con el cinturón de seguridad puesto.

¿Por qué todo esto me provocaba? Quería ser su pequeña y ser protegida. Pero también quería ser la pequeña que se aproveche de su cuidador.

— No entiendo por qué me pone mucho que me enseñes algo —bufé un poco resignada, mis mejillas estaban coloradas y de pronto, tenía calor.

— Porque eres una pervertida —contestó como si eso fuese obvio—. También, asegúrate de ajustar el espejo retrovisor.

Se encargó de hacerlo en vez de esperar a que yo lo hiciera, pero no tenía por qué molestarme, éste era su auto y quería mantenerlo a su comodidad. Sin embargo, la presencia de su cuerpo a escasos centímetros del mío removía algo en mi interior y en lo único que podía pensar ahora era en besarlo como nunca y perderme en su aliento.

— En verdad, me estás poniendo mucho, Edward —susurré aquellas palabras cargadas de deseo. Edward giró su rostro para verme, pues el tono de mi voz le había llamado la atención.

— ¿En verdad? —me preguntó en voz baja, con profunda curiosidad. Sus ojos se encontraron con los míos, luego con mis labios, cuando vio que los estaba mordiendo con deseo.

Podía jurarlo, comenzaba a mirarme con deseo y poco a poco se dejaría llevar al verme tan acalorada. Además, estábamos en medio de la nada. Podríamos hacerlo aquí.

— No —respondió tajante, sacudiendo su cabeza como si apartara algunas ideas pecaminosas. Se alejó de mí y se acomodó en su asiento—. Lo siento, me prometí a mí mismo que no me desconcentraría. Así que, por favor, enfócate en aprender a conducir, Bella.

¡Rayos!

— Nunca estrenamos el Volvo —dije mientras introducía la llave y encendía el motor.

— Claro que sí —respondió él frunciendo el ceño—. Ahora, quiero que nos enfoquemos en las maniobras, porque ya sabes conducir en un terreno plano.

Edward me señaló una pequeña bajada frente a nosotros, y me indicó cómo hacerlo. Yo estaba un poco aterrada, sentía como si todos mis conocimientos se hubiesen esparcido en el aire.

— En lugar de ir presionando el freno continuamente, lo mejor es no entrar demasiado rápido, disminuir marchas y… —él explicaba y yo decidí acelerar, porque creí correcto hacerlo en vez de ir despacio.

El problema fue que en efecto, acelerar en una bajada era cien veces más terrorífico.

— ¡Frena, frena! —me pidió Edward cuando vio que estaba yendo demasiado rápido por temor a que el auto se golpeara con la superficie plana.

La adrenalina volvió a mi cuerpo y frené de golpe cuando llegamos, lo que hizo que nos sacudiéramos dentro del auto.

— Está bien, está bien. No pasa nada —me calmó al ver que nada le había pasado al auto y estábamos bien. Y siguió advirtiéndome—. En una bajada, no tienes que acelerar.

— Entendido —asentí tragando saliva.

— Ahora, da la vuelta e intenta subir la bajada… bueno, arribada —me indicó, señalando el cambio con respecto a la posición.

Giré 180° el auto mientras Edward me repetía "bien, bien" cuando vio que mi maniobra fue hecha con éxito.

Ahora tocaba la parte más jodida de todas: subir.

— Esto es un poco difícil así que no te pongas mal si no lo logras al comienzo. Cuando subes, tienes que poner una marcha pesada, puede ser segunda o tercera; y debes acelerar porque si cortas la aceleración el motor se detendrá —explicaba él.

Hice caso y empecé a subir. En un momento de descuido, olvidé apretar el freno y el auto comenzó a irse para atrás.

— ¡Bella, el freno, el freno! —pedía Edward con miedo, porque nos estábamos yendo para atrás sin control.

— ¡Mierda, mierda! —maldije apretando el freno de forma inmediata y volvimos a sacudirnos. La gravedad nos llevó de nuevo a la superficie plana e intenté de nuevo la subida.

— Mira… —Edward respiró hondo, preocupado—. Te amo pero… —no sabía cómo explicar esto sin sonar rudo—. Es muy probable que me enfade contigo si llegas a chocar mi auto.

Su advertencia sólo me hacía sentir más tonta y frustrada que nunca. No le culpaba por ese sentimiento; después de todo, los hombres apreciaban los autos más que a las mujeres. Comenzaba a fastidiarme.

— Intentémoslo de nuevo —propuso él, tratando de sonar optimista.

Tardé aproximadamente treinta minutos en lograr aquella estúpida maniobra y me sentí tan avergonzada, que la frustración comenzó a alterarnos a los dos. Yo, porque no podía lograr una puta maniobra; él, porque estaba asustado de que en cualquier momento termine por chocar su jodido auto también. Al final, la paciencia se nos había ido y ahora sólo nos gritábamos las advertencias.

Estaba intentando conducir en zigzag pero en algún punto, no supe si era la ansiedad, parecía ser que por más que apretara el freno, no se frenaba.

— Da marcha atrás, Bella —pidió Edward con precisión.

Y puse en marcha atrás y lo hicimos de forma veloz.

— ¡Más despacio! ¡Más despacio, puta madre! —me gritaba él.

— ¡Eso intento! ¡Es que no sé cómo mierda se usa este auto! —le contestaba y no entendía por qué íbamos tan deprisa hacia atrás.

— ¡Es un puto auto! ¡Todos los autos se conducen igual! —contestó enfadado.

— ¡No me grites porque me alteras, imbécil! —gruñí queriendo que se callara un poco.

— ¡No choques mi auto, entonces! —él respondió alterado. Después de un rato, observó algo y su enfado volvió—. ¡Jesús Cristo, Bella, deja de presionar el acelerador y presiona el freno!

¡Oh! ¡Por eso no funcionaba!

Solté el pie sobre el acelerador y apreté el freno. ¿Cómo es que se me había olvidado la posición?

— ¡Cuidado con el árbol, Bella! —me gritó de nuevo en cuanto vimos por el espejo retrovisor que el auto estaba dando marcha atrás contra un árbol.

El auto se frenó de golpe en cuanto lo hice y apenas golpeó contra la corteza del árbol. No lo suficiente para dejarle una abolladura, pero suficiente para alterar a Edward.

— Está bien, no te preocupes, no le pasó nada al auto — intenté calmarlo mientras respirábamos pausadamente. No había pasado nada, todo estaba bien.

Y de forma inmediata, algo que parecía ser una piedra, cayó del árbol hasta el auto incrustándose en el vidrio, rompiéndolo en mil pedazos.

Nos quedamos mudos. Yo estaba horrorizada, me había llevado ambas manos a la boca para no gritar de la desesperación. Mi siguiente reacción fue ver la expresión de Edward. Miraba atónito la piedra y el vidrio roto, sin palabras, con la boca entreabierta.

— E-Edward… amor… bebé…l-lo siento… —intenté hablar con él con profunda timidez, sintiendo la ira que se acercaba.

Pero él no reaccionó, miraba estupefacto la escena.

— Rompiste mi auto —reconoció el hecho, asombrado.

No me hablaría en un buen rato. Quizás días, quién sabe.

CAPITULO 3 Henna

BPOV

Escuché atentamente a Thomas leer unos artículos en el periódico mientras servía café en dos tazas, té en otra, y leche en un vaso de vidrio.

— Aquí parece haber algo bueno… "Se busca secretaria para jornada de cinco horas en la tarde para Estudio Jurídico Broman y asociados."

Jane parecía dudar por unos segundos.

— No debe ser nada difícil, sólo debes servir café y llevar papeles nada más —Thomas trataba de convencerla, encogiéndose de hombros.

— Podría pensarlo. Me gustaría algo en la mañana, pero si no queda otra opción, podría ser en la tardenoche —ella respondió sonando un poco optimista.

— Si quieres, puedo preguntar en el consultorio si hay bacantes para secretarias —oí a Edward decirle en un tono esperanzador.

— Eso sería bueno, ¿no? —Dijo Thomas—. Además, ya trabajaste como secretaria en un consultorio antes.

— ¿En verdad crees que podrías hacer eso, Edward? —Jane volvió a preguntarle, esta vez con cierta timidez de contar con su ayuda.

Serví las tazas y el vaso en la mesa. El vaso con leche era para Jane, el té para Thomas y el café era para Edward y para mí. Me sentía una mamá dándole de comer a sus pequeños.

— ¡Absolutamente! No es ningún problema, siempre que pueda ayudarte —le contestaba Edward con esa simpatía que le caracterizaba frente a quienes no eran sus amigos íntimos.

Saqué del refrigerador la tarta de arándanos que había preparado en la mañana. Normalmente me sentiría orgullosa, como cada vez que preparaba algo con dedicación y tenía una buena pinta, porque la tenía; pero en estos últimos días la cuestión se había vuelto puramente mecánica: preparar en las mañanas, servir en las tardes y seguir preparando un poco en las noches para las mañanas.

Llevé la tarta a la mesa con una espátula para cortar las porciones. Recibí elogios por el delicioso aspecto de la tarta. Concentrada, serví una pequeña porción para Jane, otra para Thomas; y por último, una de un grosor más ancho para Edward. El favoritismo era evidente, y en este caso, razonable.

— Oh, ¿por qué Edward tiene una porción más grande? —se quejó Thomas a propósito, con una sonrisa traviesa oculta.

— Porque lo amo y punto —espeté tajante, sabiendo que quería abordar ese tema delicado en la mesa y me fastidiaba, pues le había mencionado cien veces que no lo hiciera.

Edward me regaló una sonrisa algo divertida pero tranquila mientras comía de su plato.

— ¡Uhm! —Jane tenía el tenedor en su boca cuando encontró algo que llamó su atención en el periódico—. Aquí dice… "Se busca jóvenes de entre 18 y 35 años para un trabajo en específico. Interesadas, llamar al número de teléfono…"

Edward, Thomas y yo nos quedamos enmudecidos. Por lo general, cuando no especificaba absolutamente nada del trabajo, era sospechoso. Y sobre todo cuando buscaban chicas jóvenes.

— Eh… mejor olvida ese, Jane —le dije tomando el periódico para que dejara de leer. Los avisos, hoy en día, podían ser verdaderamente peligrosos.

Jane siguió revisando un par de avisos más hasta que le recomendamos pasear por las calles del centro para ver si no estarían necesitando ayuda en algún restaurante o cafetería; podría empezar por ahí.

Edward devoró rápidamente su plato y bebió un largo trago de su café —en verdad caliente— mientras se levantaba de la silla.

— Debo irme, estoy atrasado —explicó mientras se apresuraba a saludar primero a Jane, luego a Thomas, y por último a mí, con un beso casto rápido en los labios.

Le respondimos el saludo como cualquier otra costumbre; más yo observaba el plato casi terminado con determinación. Esta vez, al menos había comido la porción entera antes de marcharse a hacer "unos trámites". Uhm.

En cuanto Edward se marchó del apartamento, mis amigos aprovecharon para introducir el tema con profunda curiosidad.

— ¿Qué ha ocurrido con el Fiat, Bella? —Al menos las preguntas de Jane eran sinceras, honestas, no deseaba incomodarme, sólo se preocupaba por mí y mi situación… además de que ella se vio involucrada en aquél accidente.

— La empresa ya hizo la pericia y aprobaron el seguro. Lo derivaron a un taller mecánico donde costearían los arreglos del automóvil. Técnicamente, podría retirarlo la otra semana —expliqué con brevedad.

— Edward no luce tan enfadado por lo que sucedió el martes —notó Jane con aquella inocencia que le caracterizaba, siempre tratando de verle el lado positivo a las cosas que se complicaban—. Además, ese beso me pareció un gesto muy tierno de su parte; es como si no estuviese molesto contigo.

Thomas también me sonreía esperanzador. Yo permanecí en silencio durante cortos segundos, relajada.

— No hemos tenido sexo desde entonces —agregué la información con disciplina, tratando de no ponerme nerviosa o paranoica.

Thomas quería reírse al respecto, pero no lo hizo porque sabía que era capaz de pisarle el pie que se encontraba a escasos centímetros de mí. Jane parecía confundida, no notaba la gravedad de este dato o el motivo de mi expresión.

— ¿Pero cuántos días han pasado? ¿Cinco? —Calculó ella de forma desinteresada, frunciendo el ceño—. No es para tanto, ¿o sí?

Evidentemente, Jane nunca había tenido sexo.

— Bueno, estás hablando con dos conejos que lo hacían prácticamente todos los días —Thomas añadió aquél comentario riéndose para sí mismo.

Yo sabía que Edward hablaba con él, y que le contaba todo lo que sentía después del accidente. Edward lucía relajado cada vez que yo intentaba mencionar lo sucedido y pedirle disculpas —algo de lo que nunca me cansaría de hacer—, trataba de evadirlo y restarle importancia, diciendo que no pasaba nada. Pero claro que algo malo sucedía si durante cinco días sólo se había dedicado a darme besos castos. Nada de lengua, nada de saliva, nada de toqueteo, nada de sexo. Me estaba asustando como la mismísima mierda

santa porque eso no podía ser bueno viniendo de un hombre. Thomas parecía divertirse con la situación, se jactaba de nuestra disputa en silencio como si no fuese tan importante.

— Ya he intentado absolutamente todo para remediar el problema —suspiré con desgano, de nada servía que me ponga paranoica con todo el asunto… ya lo había hecho estos días, y agotaba a mi pobre conciencia.

— ¿Y qué hay de la comida? —probó en decir Jane—. Edward adora comer, ¿no?

— Le he preparado una tarta de tres chocolates diferentes, cheesecake, lemon pie, tarta de piña fría, cupcakes con extra glaseado, muffins rellenos con crema de leche y galletas con chispas de chocolates — suspiré agotada—. Y nada ha funcionado. Sigue igual que siempre.

— ¡Dios! Es mucho —Jane se impresionó por la cantidad de calorías que había mencionado en menos de diez segundos.

— ¿Por qué crees que ahora va dos horas al gimnasio? —bufé poniendo ojos en blanco.

Otra razón para no pasar tiempo conmigo.

— El muchacho está reaccionando mejor de lo esperado, Bella —dijo Thomas mientras se levantaba de la mesa—. Cualquier hombre rompería contigo, o incluso te dejaría de hablar por un buen rato. Eso significa que te ama en serio. Anímate.

Traté de pensar aquello un par de segundos. Pero lo único que sentía era indignación.

— ¿Cómo puedo animarme si mi novio ya no quiere acostarse conmigo? —protesté mientras él se ponía a lavar su tasa.

— Si quieres, puedo hablar con él, Bella —Jane ofreció su ayuda en voz baja, marcando la seriedad en sus palabras.

Le dije que no era necesario, porque si habían pasado los días y Edward todavía no había cambiado ese ánimo tan asexual y pasible que mantenía, unas simples palabras por parte de una chica que apenas lo conocía, no servirían de nada.

Necesitaba pensar en un nuevo plan ya que ni el sexo ni la comida funcionaban con Edward en estos momentos. Me sentía tan frustrada al punto de tener que recurrir a la autosatisfacción y no es que me gustara hacerlo, pero ya no tenía la libertad necesaria para practicarlo ahora que compartía el dormitorio con una inocente Jane que se ruborizaba ante la palabra "masturbación".

Un rato más tarde, recibí una llamada de Alice en mi celular para tener una conversación vía Skype. Una vez a la semana, nos poníamos al tanto de la vida de la otra. Alice ya había conseguido un trabajo como diseñadora de interiores gracias a la empresa donde Jasper trabajaba como arquitecto. Él diseñaba la casa, ella la decoraba. Un buen equipo, en realidad. Siguió contándome acerca de sus planes para quedar embarazada, aunque le aconsejé que esperara hasta su primer sueldo antes de tomar esas decisiones tan drásticas.

También le puse al tanto del accidente del Fiat y del Volvo. Claro, se burló de mí y ya parecía saber un poco de eso porque Edward se lo había contado a Jasper. A diferencia de mí, no se preocupó tanto por el aislamiento de Edward.

Thomas y Jane se encontraban en el dormitorio también, participando de la video llamada.

— Si no has logrado recompensar el accidente todavía, es porque deberías hacer algo completamente radical que haga que Edward olvide totalmente lo que ha sucedido —explicó Alice con cautela.

— Algo así como un cambio en tu apariencia —agregó Thomas mientras pensaba en aquella propuesta—. Algo que despierte su atención, sea bueno o malo.

¿Mi apariencia? ¿Cambiar algo en mí?

— ¿Quieren que me haga un trasplante de senos? —me reí con sorna, poniendo los ojos en blanco.

— De trasero no necesitarías —rió Alice con picardía. Me sonrojé.

— ¿Quieres que suba de peso y me vea gorda para despertar su atención? —probé en decir, realmente no tomando en serio la propuesta. Como si algo así ayudaría en el asunto.

— No digas estupideces —me regañó Alice.

Y en el silencio, Jane se hizo presente con una propuesta.

— ¿Por qué no te tiñes el cabello, Bella? —Lo dijo con inocencia, observando con curiosidad mi cabello.

Le fruncí el ceño.

— ¡Sí! —exclamaron Thomas y Alice al mismo tiempo, emocionados por la propuesta.

Me quedé muda.

— ¿Qué? —pregunté atontada—. ¿Teñirme el cabello? ¿De qué rayos están hablando?

— No estoy hablando de un rubio —se contradijo Jane—. Me refería a un tono más rojizo.

— ¡Oh, por el amor de Jesucristo! —Alabó Thomas a la rubia—. ¡Jane, eres un genio! Tienes que teñirte el cabello, quedarás hermosísima.

— ¡Maldita sea, Jane! —repliqué contra ella, molesta ahora ya que Alice y Thomas no me dejarían vivir hasta llevar a cabo esa propuesta.

— L-Lo siento, Bells —ella se apenó—. Es que creo que te verías muy bonita.

— Definitivamente, Bella. Hazle caso a Jane. Te vas a teñir el cabello y punto —espetó Alice tajante.

Los tres me miraban con tanta expectativa… una que terminaría por echar a la basura.

— No —refuté—. No lo haré. No hay forma que cambie mi cabello. Busquemos otra opción.

— ¡No hay otra opción! ¡Es ésta, y es perfecta! —me explicó Thomas con exasperación. La idea de verme con otro color de cabello le había emocionado por completo… sólo por interesado, quería sacarme fotografías.

— Los tres opinamos esto y creemos que es lo correcto. No hay discusión —Alice se enfadó por mi testarudez.

— Bella, conozco a Edward… lo vas a matar con eso, te lo digo como amigo —Thomas probó en convencerme con honestidad y seriedad.

Ni siquiera sabía si eso era cierto. ¿Teñirme el cabello sin consultárselo a Edward? Rayos que se molestaría.

— No —volví a aclarar cruzando los brazos.

— Hagamos una votación, entonces —propuso Alice con diversión.

— No, olvídalo —alcé una ceja—. Es mi cabello y no dejaré que lo hagan.

— ¿Por qué no lo hacemos democrático? Hacemos una apuesta y el que gane toma la decisión al respecto —explicó Thomas.

— ¿De qué apuesta hablas? ¡Esto no es democrático! ¡Es mi cabello! —gruñí. ¿Por qué eran tan insistentes?

— Sabes que no dejaremos esto de lado—Alice negó una y otra vez, convenciéndome de sus palabras.

No dejarían de molestarme a menos que terminemos con la apuesta… y ellos pierdan.

— Bien —suspiré de mala gana—. Hagamos una apuesta.

Y lo transformaron en un juego. Un juego completamente estúpido e infantil del que terminé aceptando porque deseaba desesperadamente que terminaran con la insistencia. Jane, al ser quien propuso la idea, jugó contra mí en una carrera de cucharas*. No creí que sería gran cosa siendo que de las dos, Jane era la más torpe.

Pero… ¿quién de las dos había chocado dos autos? Claramente llevaba desventaja.

Mientras Thomas y Alice alentaban a Jane y buscaban con toda esperanza que el huevo se cayera de mi cuchara, exclamando "¡Cáete, Bella, cáete, Bella!" una y otra vez, me distraje por unos segundos girando mi cabeza hacia ellos para fulminarlos con una mirada ácida y terminé por pisarle la cola a Jella que descansaba en el suelo. Ella maulló molesta.

— ¡Lo siento, nena! —me disculpé abriendo la boca, lo que hizo que la cuchara se moviera y el huevo cayera justo encima de su cuerpo, y volvió a maullar despavorida, corriendo hacia un costado, y el huevo se estrelló contra el piso.

No sabía si insultar a Jella, o insultar a los idiotas que me tiraban mala racha, o a Jane que ahora festejaba por haber ganado.

Mientras ellos celebraban su victoria, yo los miré con terror. ¿Qué me iban a hacer?

.

(2) En cuantos mis ojos se posaron en aquél pequeño edificio color rosado con letras gigantes y sentí el aroma de productos para el cabello un tanto asfixiante, el pánico corrió por mis venas.

— No, no, no —repetí una y otra vez intentando escapar a corridas de aquél lugar.

Más Jane y Thomas me sujetaron con firmeza los brazos y me arrastraron hasta el interior del edificio.

El proceso fue violento, cruel y abrumador. O al menos así lo sentía cuando dejaba que mis dos amigos… bueno, mis dos enemigos ahora, me sometían a una mujer con un extraño y moderno corte de cabello y un homosexual que habló con soltura a Thomas; parecían ser conocidos.

Empezó con la rutina de siempre, arrastrarme hasta una silla donde me obligaban a apoyar la cabeza sobre un lavabo y terminaban por lavarlo y enjuagarlo.

— ¡Auch, auch… auch, no tan fuerte! —le protesté a la chica de mala gana mientras jalaba mi cabello con fuerza una y otra vez.

— Es que tienes el cabello muy largo —me explicó ella, evidentemente molesta por mi resistencia.

Me dejaron descansar en otro asiento para que secaran mi cabello con una toalla y lo desenredaran. Thomas y Jane me controlaban de vez en cuando para evitar que salga corriendo de allí para esconderme en mi cama.

El segundo paso, el más temido y definitivo, me hizo temblar cuando la chica trajo la mezcla de Henna con agua hirviendo. Al ver mi reticencia, Thomas propuso que tiñeran mi cabello con Henna, un producto a base de plantas que era completamente natural y que a diferencia de los productos químicos comúnmente utilizados para teñir el cabello, terminaría por fortalecerlo, darle volumen, brillo y suavidad.

— ¿Qué color es eso? —pregunté aterrada al ver que era rojo oscuro.

— Rojo cobrizo —contestó Thomas con seguridad.

¡¿Rojo?!

—¡¿Me van a dejar el cabello rojo?! —casi grité, asustada.

— ¿No tienes idea lo que es el cobrizo, verdad? —Thomas chasqueó la lengua, poniéndome los ojos en blanco—. Janet, ignórala y procede.

Mordí mi labio en cuanto comenzaron a separar mi cabello en cuatro partes y deseé con toda mi alma salir corriendo de allí. Yo no tenía idea qué iban a hacerle a mi cabello, no lo quería rojo y ni siquiera le había consultado a Edward.

— Tú sabes bien que Edward no aprueba estas cosas —se lo dije a Thomas—. ¿Recuerdas cuando cambié el acondicionador de fresa por uno de mango? Se molestó por no habérselo consultado, le gustaba ese olor en mi cabello.

Si se había molestado por esa estupidez, un cambio de color de cabello le alteraría.

Pero a nadie le importó mis protestas, y sentí que era ridículo que no tuvieran en cuenta mi consentimiento si era mi cabello al que sometían a tal tratamiento.

Permanecí los primeros quince minutos insultando a Thomas y jurando que sería su culpa si esto acababa mal. La chica me mandó a callar porque me echaron una crema en el rostro, las orejas y el cuello, para evitar que la mezcla de Henna manchara aquellas zonas. Pero conforme pasaban los minutos y me terminaban de colocar la mezcla, sentí que no me escucharían y no tenía sentido seguir protestando.

Sentí algo pegajoso en mi cabello. No acostumbraba a llevar el cuello, el rostro y las orejas con esta crema que, valga la redundancia, olía bastante bien.

Me hicieron esperar dos horas sentada allí, con la mirada perdida en cualquier rincón. Dijeron que lo habitual sería esperar cuatro horas, pero como no deseaban que mi cabello cambiara drásticamente de color, decidieron que debían ser menos horas. Bueno, al menos eso era aliviador.

Las dos horas se me hicieron eternas; me echaron shampoo y acondicionador sobre la mezcla y lo enjuagaron por completo. Además de quitarme la crema que tenía encima.

¿Cuánto tiempo llevábamos haciendo esta estupidez?

La chica les mostró a mis enemigos cómo había quedado el color de mi cabello y elogiaron con sinceridad. Bajé los ojos y me obligué a mí misma a no mirarme hasta que todo el procedimiento estuviese terminado.

Y finalizaron con el último paso, que era secar y —a pedido de Thomas— armar un par de bucles en mi cabello. A mí sólo me dolía la cabeza y deseaba que todo el procedimiento terminara rápidamente para marcharme y dejar contentos a todos.

Echaron algo extraño a mi cabello para mantenerlo todo en su lugar, creo que spray, y terminaron.

— Listo, pequeña. Ya puedes dejar de quejarte —me dijo la muchacha a modo de consuelo, le divertía la situación.

Thomas y Jane elogiaron asombrados la forma en que habían dejado mi cabello.

Con miedo, alcé la vista al espejo frente a mí.

Había una muchacha allí. Tenía la tez blanquecina y sus ojos eran verdes como esmeraldas. Ya se acostumbraba a aquella vista, pero le sorprendió lo increíble que resaltaban ahora que su cabello había adquirido un tono rojizo. Seguía teniendo aquél castaño oscuro que tanto la caracterizó durante esos veintidós años, pero las raíces tenían matices claros que la volvían una completa pelirroja, las puntas de su cabello eran algo rojizas… pero en definitiva, el color de su cabello había cambiado y los bucles la hacían ver hermosa.

Se ruborizó al darse cuenta que el cambio no era tan malo, que en realidad no era malo, era bueno y en el fondo, le gustaba. Era distinto, más atrevido a lo que ella acostumbraba, pero era algo que aceptaba y que podía usar desde el día de hoy.

— ¿Qué opinas, Bells? —me preguntó Thomas mirando a la chica en el espejo, poniendo sus manos sobre mis hombros.

— Se ve hermoso —fruncí el ceño al darme cuenta que esa muchacha era yo. Me estaba viendo al espejo, y finalmente me gustaba lo que veía.

Sólo para corroborar que era yo, llevé mis manos hacia mi cabello para tocarlo. Se sentía muy suave, y la muchacha explicó que era el efecto de la Henna, que a diferencia de otros productos químicos normales, éste se iría con el lavado al cabo de tres meses. Podía llevar este color durante pocos meses, y eso era satisfactorio en el caso de que a Edward le gustase.

Un momento, ¿le gustaría?

.

Era la primera vez en mi vida que le regalaba una visita sorpresa a Edward. Su casa estaba lejos, y normalmente no me dejaba venir sola, pero terminé por tomarme un taxi y llegar hasta la puerta de su morada sólo para darle la noticia de la mejor forma que se me ocurría. Técnicamente, eran las cinco de la tarde y él a las seis pasaría a recogerme al apartamento.

Toqué el timbre de la casa y en mi estómago apareció un nudo. ¿Cómo reaccionaría? ¿Se molestaría? O, por el contrario, ¿le gustaría el cambio?

Cuando Edward abrió la puerta, le tomó menos de tres segundos procesar lo que estaba viendo con sus ojos. Juraría que esperaba encontrar a otra persona por el color de cabello, no es que fuese distinto al que llevaba, pero era algo que definitivamente Bella Swan no haría. Me miró a los ojos, shockeado, sin poder creerlo. Era mi hora de actuar.

— Sé que en cierto punto me estás ignorando, y lo entiendo completamente porque lamento profundamente lo que hice. Soy una tonta, soy una torpe y haré lo que sea para obtener tu perdón; aunque digas que ya pasó, sé que todavía me odias por lo que hice… —dije atropelladamente.

Edward, casi embobado, respondió una sola cosa.

— Hermosa.

Detuve mis palabras y me aturdí un poco por lo que había oído. Ahora que lo veía mejor, me miraba con cierta fascinación mientras se mordía el labio.

— ¿Pero, me perdonas? —era lo único que deseaba saber ahora.

No obtuve una respuesta a esa pregunta, pero sí a otra cuando se acercó para estampar sus labios contra los míos de una forma brusca y terminó por arrastrarme hasta adentro de la casa, cerrando la puerta.

Sin separarme, me tiró encima del sillón blanco del living. Se abalanzó a mi cuerpo para no detener sus besos, que iban a mis mejillas, mis labios y mi mentón. Cuando me quedé sin respiración, bajó hasta mi cuello para dejarme un buen chupón mientras oía sus jadeos. Comencé a gemir en cuanto sentí sus manos desprender mis pantalones y bajarlos de un tirón, al mismo tiempo que a mis bragas.

Acto seguido, tiró de la camiseta que llevaba puesta, y salpicó de besos mis senos por encima del sostén.

A penas podía pensar una frase coherente. Mi respiración fallaba y no comprendía por qué hacía lo que hacía. Muy tonta debía ser.

Entonces, acercó su boca a mi cuello, ronroneando, y llevó sus dedos a mi interior, sin tantearlo.

— ¡Ah! —pegué un grito bajo, tensándome por completo.

Y Edward hizo aquello que me parecía lo más sucio del mundo: comenzó a masturbarme y alzó su rostro para mirarme fijamente.

Sentía tantas emociones encontradas cuando hacía eso; por un lado me encantaba ver esos ojos y esa mueca tensa por la excitación, pero luego recordaba que estaba viendo la mía… y la mía probablemente no era tan buena como la suya.

Separó aquellos dedos para bajar sus besos hacia mi vientre y mi cintura, y los llevó hasta mi boca para que los mordiera y sintiera el sabor de mi propia esencia en mi paladar.

Cuando llegó hasta mi cintura, alzó ambas piernas hasta su altura, lo que hizo que mi cabeza se hundiera en el sillón. Cerré los ojos, dejándome llevar por las múltiples sensaciones a las que mi cuerpo era sometido cuando sentí sus dientes morder la parte frontal de mi muslo.

Gemí en voz alta porque no esperaba ese arranque tan bestial en sus caricias. Conocía a Edward como la palma de mi mano y sabía que esta vez estaba muy, pero muy motivado.

Fui obligada a cerrar los ojos, a gritar como tonta y a intentar cerrar las piernas cuando sentí su aliento y su respiración acariciar mi intimidad. A continuación, sentí su lengua y sus dientes deslizándose con fuerza allí.

— ¡Edward! ¡Oh, Dios! —me aferré al sillón, clavando mis uñas en el mismo.

Me concentré en su lengua y en la forma en que me follaba. Lo hacía progresivamente, una y otra vez, hasta que lo hizo paulatinamente… y mi garganta soltó otro gemido cuando decidió aumentar la velocidad de forma drástica.

Podía jurar que en verdad estaba perdido en esto; lamía cada rincón de mi intimidad sin ninguna tregua, como si fuese agua en el desierto, y si seguía así de insistente, me sentiría muy delicada para cuando deseara llevar las cosas más lejos.

Y cuando mi cuerpo no dio más abasto, maldije una y otra vez mi liberación sintiendo un tremendo cosquilleo por toda mi cintura, mis piernas y hasta el vello en mi piel que se erizaba. Fue tan fuerte que sentí que si seguía moviendo mi cuerpo, podría alcanzar un segundo orgasmo. De esos que, aunque terminan en la gloria, te animan a continuar con un par de rondas más.

Pero Edward se separó de mí, ligeramente despeinado y con sus labios brillosos por mi… esencia. Respiraba algo agitado, porque había sentido la profundidad de mi clímax. Me miraba examinando, ahora parecía preguntarse por mi cabello.

— ¿Qué te hiciste en el cabello? —me preguntó alejando mis caderas para verme mejor.

— Me obligaron a teñírmelo —contesté, tragando saliva. No podía ver en su rostro una clara señal de aprobación todavía.

— ¿Por qué? —fue la siguiente pregunta.

— Porque sólo así me perdonarías —mordí mi labio, tímida.

Trataba de normalizar su respiración después de ese ataque brusco.

— Por más estúpido que suene… realmente funcionó —me aseguró con seriedad—. Me enamoré de ti por segunda vez. Te ves más hermosa que nunca.

¿Podía el corazón latir con la misma frecuencia que tu clítoris?

Me levanté rápidamente, para estar frente a él.

— ¿Entonces… me perdonas? —mordí mi labio con timidez, mirando fijamente a sus ojos para ver si en ellos había redención.

Mi pecho se calentó en cuanto vi que la comisura de sus labios se alzaba para sonreírme con una pequeña risa contenida. Se había mordido el labio, algo tan poco común en él pero tan excitante.

— Acompáñame un segundo —pidió mientras se levantaba del sillón y me tomaba la mano.

.

Sentí mucha indignación cuando mis ojos no podían observar otra cosa más que el coche negro estacionado en el garaje de Edward.

— ¡Compraste otro auto! —exclamé completamente aturdida. El brillo en el capó sólo me mostraba cuán nuevo era. ¿En qué momento lo compró?

—Renault Fluence—se limitó a contestar satisfecho la marca del precioso automóvil—. Lo conseguí hace unos días. Precisamente, el miércoles.

Miércoles… miércoles… ¡¿Ah?!

— ¿Lo compraste un día después del accidente? —pregunté mirándole a la cara, con completo descaro.

— No, terminé de pagarlo ese lunes —aclaró solemne—. Lo estaba pagando a cuotas, nena.

Él intentaba abrazar mi cintura, pero yo lo detuve en ese entonces; me alejé y le miré fijamente a los ojos, creyendo que era imposible que haya hecho toda esta escena si ya tenía pagado un auto nuevo.

— O sea que… ya ibas a deshacerte del Volvo —alcé una ceja, sólo para comprobar que mis suposiciones eran ciertas.

— Técnicamente —encogió sus hombros con una sonrisa divertida—. Pero ahora tengo que reparar los gastos del arreglo para venderlo, me hiciste perder un poco de dinero.

— ¡Pero el seguro te lo pagará, mentiroso! —exclamé profundamente molesta, golpeando su hombro.

¡No podía creerlo! Todo ese tiempo pensando que él sufría por su pobre auto dañado, mientras que ya se había comprado uno nuevo. Lo había hecho para jugar vilmente con mis emociones.

Edward sólo me sonreía mofándose. Definitivamente le había gustado verme sufrir estos días.

— No puedo creerlo, todo este tiempo actuaste como si fuese la peor novia del mundo cuando en realidad te hice un favor y no me contaste sobre este nuevo coche —gruñí—. ¡Hiciste que me tiñera el cabello para pedirte disculpas… y me dejaste sin sexo todos estos días! ¿Sabes que tuve que masturbarme con culpa? — dije esto último en voz baja, avergonzada.

Se echó a reír. Oh, vaya que disfrutaba esto.

— Yo también me masturbé con culpa, nena —volvió a poner su brazo sobre mis hombros para acercarme a su pecho—. Pero es que te veías muy tierna preocupada…

Dijo esto con un tono de voz que me compró de antemano. Pude seguir chistando al respecto, pero el nuevo auto era precioso. En realidad, era más espacioso que el Volvo y en verdad me gustaba.

Si Edward ya estaba pagándolo en cuotas desde hace tiempo, me hizo pensar que probablemente las palabras de Riley mofándose del Volvo de Edward en la fiesta de Carlisle le habían ofendido. Oh, Edward…

El brillo despertó mi interés y quise acercar mi mano para acariciar el reluciente coche.

— No lo toques —me ordenó él de forma inmediata y como si hubiese sentido una corriente eléctrica, alejé mi mano antes de poder tocarlo—. Bajo ninguna circunstancia tocarás este auto, o en verdad me enfadaré, Bella.

Ya había aprendido la lección. Ni siquiera yo quería tocarlo por miedo a cometer otra imprudencia.

Algo muy gracioso pasó por mi cabeza.

— Uhm, tal vez deba… así me tiña de rubio —mordí mi labio intentando no reírme.

Más su reacción fue la opuesta.

— Bella, soy capaz de obligarte a que te quites ese color si lo haces, en serio —Amenazó con prudencia. Edward Cullen sentía repulsión por las rubias, actualmente.

Me reí coquetamente.

— Bueno, supongo que ya puedo quitarme este teñido —dije acariciando uno de mis mechones. Me quedaba bonito, pero ya no había motivo para usarlo ahora que todo estaba bien. Bueno, que todo había estado bien desde un principio.

— ¡Oh, no, no! —Pidió Edward tomando mis manos, poniéndome frente a él—. Te ves preciosísima. Haré lo que quieras con tal de que no lo hagas.

Nuevas ideas surgían a mi cabeza.

— ¿En serio? —ronroneé acariciando su vientre bajo, mordiendo mi labio sugestivamente.

Él se echó a reír, y de un movimiento fluido alzó mis caderas y me llevó con mucha prisa hasta el dormitorio para seguir a donde habíamos quedado.

.

Dejando atrás mi conflicto con Edward y su automóvil, me dispuse a tomar en serio la elección de mi primer empleo.

Si bien, la salida laboral no era diversa, pero era rica, al menos en mi opinión. Lo primero que tenía en mente era trabajar como correctora de textos en alguna editorial particular, pero mi atención se fijó en otro ambiente distinto. ¿Por qué no probar la edición en una editorial de periodismo?

Mis primeras entrevistas de trabajo no fueron lo que esperaba y definitivamente, el discurso de Ángela en nuestra graduación se hizo presente en mi cabeza; no todos seríamos escogidos en nuestro primer llamado, y eso no debía desalentarme. Me vestí formal, usando una chaqueta a juego con mi falda gris, una camisa blanca y los únicos zapatos con tacón que usaría a plena luz del día.

Las entrevistas no eran tan difíciles cuando confesabas haber terminado tus estudios en la Universidad de Nueva York; mis notas no eran excelentes, pero definitivamente no eran malas, y por supuesto, la impresión es lo que contaba; mi cabello rojizo me traía una seguridad que, probablemente, jamás habría adquirido con mi cabello color chocolate.

Pero no parecían ser suficientes. Si no era la frase "No es lo que estamos buscando", era la frase "La llamaremos para confirmárselo". Yo no sabía mucho de entrevistas, pero un profesor en la Universidad nos había confesado que si no había una respuesta positiva al instante, es probable que el trabajo se nos vaya de las manos.

Un día estaba sentada revisando en el periódico cualquier anuncio donde buscaran una correctora de textos en el ambiente periodístico. Sí, supongo que podía probar en otras editoriales donde estaba más familiarizada, pero tenía entendido que en ese rubro se ganaba más dinero.

En cuanto perdí la emoción de seguir buscando en el periódico, comencé a trazar dibujos incoherentes con el resaltador de color verde flúor.

Me di la vuelta en cuanto vi que abrían la puerta del apartamento. Era Jane.

No necesité preguntarle cómo le había ido. Su rostro, al igual que el mío, lucía desganado.

Pero ella se interesó en mí.

— No hay mucho, en la mayoría de las editoriales necesitas un poco de experiencia previa o mis notas no son suficiente para lo que buscan —suspiré abatida—. Supongo que debería intentar en otro tipo de editorial.

— ¿No le has contado esto a Edward, verdad? —preguntó ella mientras se sentaba en la mesa de la cocina, donde me encontraba.

— No. Solamente sabe que me han rechazado en dos editoriales, no quiero que se entere de las cinco —me dio escalofríos—. No es sólo por una cuestión de orgullo, sino porque intentará buscar contactos y ya le dejé en claro que no quiero conseguir mi primer empleo con ayuda de alguien.

— ¿Sabes? Muchos trabajos se obtienen así… digo, a través de contactos. No creo que sea mala idea que Edward te dé una mano…—me aconsejó Jane con una sonrisa optimista, pero relajada, pues sabía que se lo negaría.

Y así lo hice.

— No, Jane. Es verdad, muchos trabajos se obtienen así, pero quiero que mi primer empleo, no importa si dure mucho o poco, sea a través de mis logros. ¿Por qué crees que le di mucha importancia a mis calificaciones? Porque sabía que me ayudarían. Si no, habría hecho trampa sin ningún esfuerzo para terminar en el New Yorker.

Jane ladeó una sonrisa desganada. Veía mi punto de vista, pero sabía que de esa forma, sería difícil conseguir trabajo.

Traté de cambiar de tema al recordar que ella también venía de su primer empleo.

— ¿Y tú? ¿Cómo te ha ido en ese bufet? —pregunté con curiosidad.

— Creo que voy renunciar —me dijo con cierto pesar.

— ¿Por qué? —me consterné—. ¿Qué tienen esos abogados?

— El trabajo no es difícil, sólo debo servir café, atender un mostrador y llevar papeles. Pero hay algo en esos hombres que me inspira completa desconfianza. Uno de ellos, de unos cuarenta años, se quedaba observando mi escote cada vez que servía café.

Parpadeé los ojos un par de veces.

— ¡Bella, ni siquiera tengo pechos! —ella confesó ruborizada, llevando ambas manos encima de ellos.

Me reí.

— Yo tampoco tengo —encogí mis hombros, resignada ante esa cruda realidad.

— Al menos tienes buena cintura —me dijo—. Yo ni siquiera tengo nada, y me observan.

Ladeé mi cabeza para ver mejor su vestimenta.

— Es que la falda no deja mucho a la imaginación —noté, negando una y otra vez.

— Son todos unos pervertidos —se ruborizó más todavía. Bajó la cabeza con timidez—. Y uno de ellos, más joven, me invitó a salir.

¡Qué sorpresa!

— ¿Y qué dijiste? ¿Aceptaste? —pregunté con tremendo interés.

— ¡No! —negó rápidamente—. Se notaba que lo único que quería era llevarme a la cama esa noche. Incluso quería encontrar la oportunidad para besarme. Y no quiero que mi primer beso sea en un despacho lleno de abogados repulsivos.

¿Oí bien?

— ¿Dijiste… primer beso? —repetí sorprendida. Jane se sonrojó aún más—. ¿No has dado tu primer beso todavía, Jane?

— No —respondió suspirando, cruzando los brazos. Era obvio que esta declaración no era de su mayor comodidad.

La ternura e inocencia de Jane me daban ganas de vomitar arco iris.

— ¿No se ha dado la ocasión o…? —intenté saber sin llegar a incomodarla tanto.

Suspiró encogiéndose los hombros.

— Es sólo que estoy enfatizada en que la primera vez siempre debe ser especial —explicó—. Como en las películas. Sé que suena tonto, pero es algo que me haría muy feliz.

— Sí, pero suele suceder que las primeras veces no son agradables… —le conté brevemente.

— ¿Oh? —preguntó sorprendida.

— Mi primera vez y mi primer beso fueron con Jacob Black. No fueron para nada agradables, es algo que realmente quiero borrar de mi memoria. Aunque era mi mejor amigo y lo quería mucho en ese momento.

La mención de su nombre me traía tanta nostalgia. A veces, extrañaba esa amistad que llevábamos.

— Pero sí recuerdo mi primera vez con Edward, y nuestro primer beso —el recuerdo me hizo sonreír como tonta—. Porque aunque no lo es, yo le siento como mi primera vez, porque fue la primera vez que me enamoré en verdad de alguien.

Jane permanecía en silencio, intrigada por mis palabras.

— Por eso, no debes enfocarte tanto en la primera vez. Nunca es buena, tienes que besar muchos sapos antes de encontrar al príncipe —terminé por decir—. Pero, intenta que sea con alguien del que no te arrepientas, alguien a quien quieras mucho o que te quiera mucho.

Asintió un par de veces hasta que fuimos distraídas por el ingreso de Thomas a la casa. Hoy llevaba sus usuales gafas hipster.

— ¡Y se hizo la luz! —anuncié.

— Pero qué día de mierda, muy mierda —lamentó él dejando su mochila en un costado del living. Se acercó a nosotras cruzando los brazos, intrigado—. ¿Y? ¿Cómo les fue hoy?

Jane y yo murmuramos algo ininteligible, desviando los ojos.

— ¿Día de mierda para los tres? Merece celebración —propuso con una sonrisa optimista, mientras buscaba algo en el refrigerador.

— Creo que veré a Edward más tarde, así que paso —dije distraída mientras revisaba el WhatsApp, sólo para ver a qué hora se había conectado él.

— ¿Jane, puedo pedirte un favor? —preguntó Thomas sentándose al lado de ella en la mesa.

Ella asintió, un poco aturdida por la cercanía de Thomas. La conocía y sabía que de a poco superaría su enamoramiento. Pero Thomas no se la hacía fácil.

— Sé honesta conmigo, ¿debo afeitarme o no? —Thomas tensó su mandíbula, acariciando la barba que le había crecido en estos últimos días—. ¿Qué opinas?

Él incitó a que Jane acariciara la barba para dar su veredicto; observé la escena creyendo que iba a reírme, pero me pareció curioso que ellos permanecieran tan cerca uno del otro como si no se dieran cuenta de eso, o les gustara.

— C-Creo que sí, me gustaría verte sin… eh…barba —Jane fruncía el ceño.

— Solía andar sin ella antes, ¿sabes? —respondió él levantándose de la mesa. Despeinó su cabello con dulzura—. Gracias. Iré a hacerlo.

Se acercó a mi lado y plantó un beso casto en mi sien. Al igual que Edward, estaba enloquecido por mi nuevo look, aunque de una forma más artística y abstracta.

— ¿Por qué te dio un beso? —quiso saber Jane después de un rato.

Le miré frunciendo el ceño, sonriendo divertida. ¿A qué iba esta pregunta?

— Porque soy como su hermanita, y suele ser demostrativo —expliqué algo confundida—. ¿Por qué? ¿Te pusiste celosa?

Ella se sonrojó, negándolo.

— No es que me interese. Ya me hice a la cabeza que prefiere la compañía masculina. Pero es inevitable — suspiró, luego—. Desearía encontrar un hombre como él, tan dulce, caballeroso y tan apuesto. Sería una primera vez que valga la pena.

Thomas apareció al cabo de un rato y nos preguntó si estábamos "satisfechas" por el regreso del viejo look de un Thomas mucho más juvenil sin barba encima. Pero la última frase que Jane dijo me trajo a la mente el tema anterior del que estábamos hablando.

— ¿Desearías que tu primer beso fuese con Thomas, no? —se lo pregunté en voz baja, pues el mencionado se encontraba en el living.

Jane se puso colorada.

— Cualquier chica desearía alguien como Thomas para una primera vez —admitió con cierta obviedad.

Yo asentí un par de veces. Recordé que todavía no había cobrado mi venganza por haberme obligado a teñirme el cabello.

— ¡Thomas! ¡Ven aquí! —grité llamándolo. Jane me miró asombrada pero con miedo. No sospechaba lo que estaba a punto de hacer.

— ¿Qué sucede, calabaza? —él se acercó, utilizando el apodo que me había ganado porque —según él— yo era cabezona.

— ¿Sabías que Jane aún no ha dado su primer beso? —le conté tratando de contener las risas que estaban a punto de salir de mi garganta.

Jane se puso más colorada que nunca y vi que se indignaba de repente, por haber revelado aquél secreto. Thomas escuchó esto con sorpresa y miró a Jane a la cara, como si este dato le pareciese tierno.

— ¿Nunca? —le preguntó él con dulzura, casi esbozando una sonrisa.

Estaba siendo cruel, pero era una propuesta que no rechazaría, y le iba a hacer un favor, después de todo.

— N-No se dio la o-oportunidad —explicó, tratando de no verse tan abochornada por esto.

— ¿Por qué no haces el honor y eres su primera vez? —se lo pregunté.

— ¡Bella! —chistó Jane, molesta.

— Después de todo, ella quiere besarte —agregué, mordiéndome el labio.

Jane entraría en pánico por esta revelación. Thomas había tomado esto con sorpresa.

— ¿Quieres besarme? —le preguntó a Jane, señalándose a sí mismo, pero con una buena sonrisa en la cara.

Jane se quedó muda, no sabía qué decir… si negar, o aceptar. Ambas eran vergonzosas.

Thomas se rió en silencio y se encogió de hombros, con sus manos en los bolsillos delanteros del pantalón.

— No tengo problema en besarte —aclaró con simpleza. Un beso más, un beso menos en el historial de Thomas. Además, ella le caía bien.

— ¿Ves? Podría ser una buena primera vez, Jane. Además, Thomas es un buen chico, le quieres, él te quiere… son buenos amigos —terminé por decir. No era algo que yo haría, pero me lo terminaría agradeciendo. ¿Quién obtenía una oportunidad así tan deseada?

Ella dudó un par de segundos.

— ¿E-En serio…? —preguntó en voz baja a Thomas.

— Sí —le aseguró con tranquilidad.

— B-Bueno…—Jane no sabía qué hacer. Estaba estática.

— Acércate, primero —él le indicó para ir explicándole cómo se hacía.

Ella, a pasos temblorosos, se acercó a él.

Creí… bueno, creímos que Thomas le daría una lección acerca de cómo se debe besar a un hombre. Pero él tomó su cuello con rapidez y acercó su rostro al de ella para estampar sus labios de una sola vez. Jane abrió los ojos, shockeada, pues no esperaba que fuese tan pronto. Yo estaba asombrada y quería estallar en risas. Conforme él movía sus labios con suavidad, ella se dejaba llevar, cerraba sus ojos y acariciaba su mentón ahora suave.

Se separó de ella y la miró como si no hubiese sido la gran cosa. Jane parecía ser otra persona.

— E-Eh… v-voy al baño —se excusó corriendo hasta allí para refrescarse la cara.

Me reí en silencio.

— ¿Tan malo fue? —me preguntó Thomas riéndose, asombrado.

— No, creo que fue muy bueno y le diste un infarto —contesté—. Le gustas mucho, ¿sabes?

Él no esperaba oír eso.

— ¡Oh…! ¿En serio? —medio se reía, medio sonreía; esto le parecía dulce.

— Acabo de cumplirle su fantasía —encogí mis hombros.

— ¿En verdad le gusto? —volvió a preguntar—. Realmente no me di cuenta de eso.

— Porque eres muy distraído —eché a reír de nuevo—. Pero, ¿saben? Hacen una linda pareja —bromeé.

Thomas me frunció el ceño, como si lo que hubiese dicho sonara absurdo.

— ¿Seguro que la Henna no se fue a tu cerebro? —me preguntó riéndose.

— Oh, vamos… ¿no existe la posibilidad de que algún día te vuelvas bisexual? —quise saber. Thomas y Jane se veían muy tiernos juntos.

— No —respondió con seguridad, riéndose—. No puedo ver a una mujer de esa forma. Soy alérgico a las vaginas, en realidad. Me repelen.

¡Qué forma más tonta de dejarlo en claro! Sin embargo, me eché a reír a carcajadas. En cierta parte, no podía verlo con otra mujer, tampoco.

— Bueno, una chica más a tu lista de conquistas —concluí con diversión.

— No sé por qué presiento que no será la última —puso los ojos en blanco, resignado.

Durante un momento, él se distrajo y volvió a su dormitorio. Recibí una llamada en mi BlackBerry; se trataba de un número desconocido.

— ¿Hola? —respondí.

— ¿Señorita Swan? ¿Isabella Marie Swan? Somos de la Editorial S&Side—era la voz de una mujer.

— Sí, ¿qué tal? —pregunté tratando de no sonar desganada. No me sentía de humor para recibir otro rechazo.

(3)— Estuvimos leyendo su currículum y quisiéramos saber si podría empezar a trabajar con nosotros mañana a primera hora. ¿Estaría disponible?

Mi corazón saltó de mi pecho y pegué un salto, levantándome de repente.

— ¡S-Sí! ¡Por supuesto que sí! —respondí trabándome.

— Perfecto. La estaremos esperando mañana en el mismo edificio a las ocho de la mañana —terminó por decir.

— ¡Está bien! ¡Muchas gracias, en verdad! —colgué cuando ella lo hizo y empecé a chillar de felicidad.

¡Finalmente había obtenido un trabajo! ¡Mi primer empleo! ¡Y por mi propia mano!

Sentí la necesidad de contárselo a mis padres, a Alice, y por supuesto a Edward, sólo para echarle en cara que podía conseguir un trabajo legítimamente.

A la mañana siguiente me aseguré de levantarme temprano para hacerle tributo a aquella frase que dice que "la primera impresión es importante" porque podría abrirte puertas que creías inimaginables. La editorial S&Side era un poco antaña, así que supe que no buscaban un aire juvenil en mi presencia, sino uno profesional y dedicado a pesar de ser una amateur… que aspira a progresar, claro.

Mientras terminaba de arreglarme y recoger mi cabello en una coleta, me miré varias veces al espejo notando que era la primera vez que me miraba al espejo varias vecesen el mismo día. El cambio no era drástico, pero era distinto y se sentía bien. Había pensado en desteñírmelo pero Thomas me había dicho que laHenna terminaría por irse en un par de meses con el lavado y podía llevar este color por un tiempo. Mal no me quedaba.

Antes de marcharme, Thomas me llamó a que me acercara hasta su dormitorio. Creí que terminaría de revisar algo en mi aspecto o algo así. Pero en vez de eso, cerró la puerta para que tuviésemos más privacidad.

— ¿Qué ocurre? —medio me reí, medio pregunté. ¿Por qué tanta seriedad?

Él se sentó en su cama y buscó algo en el cajón de su mesita de luz.

— Ven, acércate un segundo —pidió.

Así lo hice y me senté a su lado en la cama. Él me miró con una sonrisa de inocencia.

— Me he sentido terrible estos días por no haberte dado un regalo de graduación, ¿sabes? —se rió algo avergonzado—. Sobre todo después de lo que pasó con el Fiat…

— ¡Ah, no es necesario que me des un regalo, Thomas! —chasqueé la lengua.

— Sí, lo sé, pero si hubieses tenido mi regalo antes, probablemente eso no habría pasado —dijo entre risas bajas.

Terminó por entregarme un pequeño estuche cuadrado.

Lo recibí con el ceño fruncido, preguntándome de qué podría tratarse.

Lo abrí, y vi en él un colgante con un dije cuadrado.

— Thomas… —murmuré sorprendida, no comprendía bien el motivo. No es este el tipo de regalo que normalmente recibes de un amigo, sino de un novio.

Como siempre, parecía haber adivinado mis pensamientos. Lo tomó entre sus manos y lo alzó, para enseñármelo mejor.

— ¿Puedes verlo? —Me enseñó ambos lados—. Éste es el sagrado corazón. Está envuelto en llamas. Las llamas representan el amor celestial, espiritual y perfecto, porque el fuego abrasa y envuelve. Envuelve a aquellos a los que se ama.

Podía observar la figura. Un corazón rojo, rodeando de una llama que se esparcía. Le dio la vuelta y me enseñó la figura de una paloma blanca.

— La paloma representa al Espíritu Santo protector —explicó y giró el dije varias veces para que contemplara ambas figuras—. Representan el amor y la protección.

Tomó el dije entre sus dedos.

— Son signos representativos en el catolicismo, pero puedes darle el uso que desees. Es como un amuleto de la suerte; confía mucho en él y te mantendrá protegida a ti y a quienes envuelvas con las llamas, es decir, a quienes ames.

Ahora todo tenía mucho más sentido. El dije era precioso y su significado aún más. Realmente se sentía como un regalo familiar, algo que mi hermano podría darme.

— Lo sé, no te gustan los regalos —puso los ojos en blanco—. Pero se lo he mostrado a Edward y le pareció un buen detalle.

Le sonreí con sinceridad por el gesto y le abracé con profundo amor.

— Te lo agradezco de corazón, Thomas —y le di un beso en la oreja—. Te prometo que nunca, pero nunca me lo voy a sacar.

— Oh, no lo pierdas, está bendecido —me respondió al oído, tratando de no mofarse de mi mala suerte.

Tal vez no le prestaba mucha atención a estas cosas religiosas, pero si Thomas me lo entregaba, iba a cuidarlo con profunda dedicación.

.

Cuando bajé hasta la entrada del edificio, me encontré a mi perfecto novio… presumiendo su nuevo y perfecto coche.

Sus ojos se clavaron en los míos y sentí la necesidad de preguntárselo.

— ¿Luzco bien? —intenté hacer una sola posturita, para que observara el traje.

Él cruzaba sus brazos, y me miraba con el ceño fruncido… no muy a gusto con lo que llevaba puesto. ¿No le gustaba?

— ¿Debería preocuparme que otros hombres se fijen en ti? —me preguntó con un tono que denotaba su desconfianza. Pero no en mí, sino en mi cuerpo.

Me reí al acercarme a él.

— A mí me gusta sólo un hombre —mordí mi labio, como sabía que a él le gustaba.

— Eso no detiene a los hombres, Bella. Y te lo digo por experiencia —aclaró mordaz.

— Oh, vamos… tú estás conmigo por la Henna, yo estoy contigo por ese hermoso coche. ¿No es suficiente? —abracé su cuello, sus manos fueron a mi cintura, no a mis caderas como comúnmente hacía.

— Nuestra relación se ha vuelto superficial —negó una y otra vez, divertido.

Otra vez me reí y me acerqué para besar sus labios, no sin antes asegurarme que me veía muy bonita y excitante para sus ojos.

.

El primer día fue mucho mejor de lo que esperaba. Consideré necesario atribuírselo un poco al colgante que Thomas me había regalado y a laHenna, porque la secretaria halagó mi cabello un par de veces.

Conocí a mi jefe, un hombre de unos cincuenta años y de cabello canoso, el señor Smitten, que era el Jefe de los correctores de copias. Me asignó mi cubículo, en donde trabajaría en compañía de dos mujeres que estaban un poco pasadas de edad. Me miraron como si fuese un insecto tricolor, al ver que yo tenía un aspecto muy juvenil para esta empresa. Yo también lo pensaba, porque aquí sólo había gente de unos treinta para arriba.

Pero sólo por ser mi primer día, me pusieron a prueba para corregir el texto de una noticia que había salido hace semanas. Se trataba de la inauguración de una feria estatal; me di cuenta que si deseaba trabajar en este tipo de editoriales, debía leer más seguido el periódico sólo para corroborar qué tan distinto era esta prueba del original, porque en verdad tenía serios errores de gramática; parecían ser hechos a propósito sólo para probar mis habilidades. Suerte que me encantaba hacer esto, y el señor Smitten le dio el visto

bueno a mi corrección… no sin antes darme cinco textos más que eran mucho más largos que el primero que corregí. Pero fue un día puramente productivo.

La paga vendría al final del mes, y no era tan buena como uno esperaría… pero para ser mi primer empleo, no estaba nada mal.

Con el paso de los días, la inclusión de mi nuevo trabajo y el trabajo como camarera que Jane había conseguido, la convivencia se hizo verdaderamente difícil.

No sólo por el hecho de que seamos tres personas con horarios distintos. Yo trabajaba en las mañanas, Jane trabajaba en las tardes y Thomas no aparecía en las noches o se encerraba en su dormitorio pegado en su computadora para editar las fotografías que tomaba. "Su momento de creación" le llamaba, y no debía ser molestado bajo ninguna circunstancia.

El verdadero problema fue la coordinación y el, aparentemente, poco espacio que cada uno poseía dentro del apartamento. En la mañana, Thomas se dedicaba a tomar fotografías en el balcón sólo para retratar algunas imágenes de un cielo nublado o soleado. Jane ocupaba más tiempo del esperado en el baño y nadie podía recibir la correspondencia a tiempo.

Y, por supuesto, ya nadie podía traer parejas al apartamento.

Thomas comenzaba a pasar los días fuera de la casa al darse cuenta que no podía traer una cita al apartamento. Honestamente, a mí no me molestaba porque él no era tan ruidoso como Edward y yo podíamos serlo, o en el mejor de los caso, tomaba mis auriculares y me encerraba en el dormitorio a leer algo. Pero ahora él se sentía muy culpable de traer a alguien, sabiendo por dónde se encaminaban los sentimientos de una Jane, que ahora no podía permanecer sola en una misma habitación con él por vergüenza al beso que se dieron.

Así que no era cosa rara encontrarlo con alguna cita cuando nosotras no nos encontrábamos en casa. Pero eran pocas las veces que eso ocurría.

Sin embargo, el mayor problema me lo comí yo, porque si a Thomas le costaba manejar esta situación, para Edward y para mí era un asunto muy complicado.

Un día, más precisamente una tarde, cuando nadie se encontraba en el apartamento, él y yo aprovechamos para pasar el rato y ver algo de televisión. Una cosa llevó a la otra, y yo me encontraba encima de sus caderas, saltando como si no lo hubiésemos hecho en un par de días. Aferraba mis brazos a su cuello, salpicando su cuello de besos mientras él jadeaba cosas sucias a mi oído.

Nos detuvimos abruptamente cuando oímos que alguien abría la puerta y terminaba siendo Thomas.

— ¡Lo siento! No vi nada, sigan con lo suyo —se excusó cerrando los ojos y volviendo a cerrar la puerta para marcharse de la casa, sólo para darnos nuestro momento de privacidad en el living.

No es que hiciésemos el amor todos los días, porque con mi nuevo trabajo ya no nos veíamos diariamente. Sólo podíamos hacerlo en los fines de semana cuando íbamos a su casa. Pero no podíamos desperdiciar tiempo en ir hasta su casa los pocos y cortos ratos de tiempo libre que disponíamos entre los lunes y los viernes.

La última vez que esto nos ocurrió fue cuando habíamos pasado tres días casi sin vernos. Tomamos ese día sólo para descargar las frustraciones y decidimos tomarnos una ducha juntos. O bueno, era una excusa para jugar allí también.

Había tomado la esponja empapada de jabón para comenzar a jugar con su vientre bajo mientras él lamía la piel expuesta de mi clavícula, cuando alguien abrió la puerta del baño.

Nada más ni nada menos que Jane, vistiendo una toalla que cubría su diminuto cuerpo. Fue ella quien pegó el grito.

— ¡Perdón! ¡No quise ver! ¡Lo siento! —se disculpó apenada y volvió a cerrar la puerta.

Nosotros nos quedamos en silencio, sabiendo que había cortado el momento y por lo tanto, el juego.

Era algo molesto, pero el más disgustado con esta situación fue Edward, quien no soportó más interrupciones y decidió que nuestros encuentros sólo serían en su casa.

Pero una nueva noticia salió a flote el viernes, cuando nos encontrábamos allí.

— Voy a vender esta casa —anunció mirando a mi lado de la cama.

— ¿Por qué? —fruncí el ceño, alarmada. ¿Vendería nuestro único escape?

— No me has dejado terminar la frase —repuso con dulzura—. Quiero vender esta casa y terminar de pagar el apartamento que estoy comprando.

¿Otra cosa más que compraba de a cuotas?

— ¿Cómo es eso? —pedí saber, con curiosidad.

— Desde el año pasado he estado pagando un apartamento a sólo cinco calles del apartamento de Thomas —explicó brevemente—. Me atrasé un poco cuando ayudé con el dinero de tu auto y demasiado con el mío, pues esperaba terminar de pagarlo durante estas fechas.

¡Oh! Ahora me sentía doblemente culpable por haberle hecho gastar dinero… pero, ¿por qué no me había contado eso?

— Iba a ser una sorpresa —me avisó, como si hubiese dicho aquello en voz alta—. Pero creo que lo mejor sería vender esto y con el dinero, terminar de pagar las cuotas. Además, es una bonita casa y está bien mantenida, ¿no?

Observé por largos ratos la habitación. El dormitorio era hermoso, el balcón también. El jardín era mi lugar favorito, al lado de la piscina. Tantos recuerdos venían a mi cabeza, sobre todo aquellos cuando yo era la amante de Edward.

— Voy a extrañarla —murmuré con pena, abrazando la almohada.

Edward permaneció en silencio por unos segundos y tomó mi mano.

— ¿Sabes cuál es el segundo motivo por el que deseo vender esta casa? —me preguntó.

Negué con la cabeza.

— Hay mucha historia en esta casa. Una historia de la que no me siento identificado ahora. Aquí pasaron… muchas personas que no quiero volver a recordar, porque todo es muy distinto ahora a como era hace unos años.

— ¿Te refieres a cuando eras un mujeriego empedernido? —pregunté y se echó a reír, asintiendo.

— Se podría decir que, finalmente, he asentado cabeza. Me gustaría tener un nuevo hogar donde sólo tenga recuerdos contigo. Me haría sentir mejor —confesó.

¿Podría Edward alguna vez ofender a una chica con sus palabras?

— Si crees correcto… —encogí mis hombros haciéndole saber que, si era lo que él deseaba, contaba con todo mi apoyo. Además de que su nuevo apartamento estaría cerca del mío, eso debía ser una buena noticia.

.

La primera semana de mi trabajo fue satisfactoria. Comenzaba a conocer a un par de compañeros que me doblaban la edad, pero que me consideraban una pequeña, su hija. El señor Smitten siempre se encontraba ocupado así que no muchas veces me dirigía la palabra más que para entregarme textos para corregir. Todavía no habían publicado ninguno mío porque me encontraba a prueba y pensé que eso era necesario pero… ¿cuánto tiempo más? Adoraría ver un texto corregido por mí misma en el periódico, aunque por ahora pasaban a mano de Gloria, una señora de cuarenta años que aplicaba la última corrección general antes de ser publicados, que corregía mi corrección. Era una señora muy amable y decía que veía en mí un buen potencial… así que eso debía ser una buena noticia.

Edward terminó por vender la casa al sobrino de un compañero suyo del trabajo que buscaba una casa en las afueras de la ciudad a un buen precio; de esta forma Edward había logrado terminar de pagar el apartamento. Y aunque todavía faltaba hacer los trámites de la mudanza, el apartamento ya estaba en sus manos, listo para ser presentado.

Ese día, un miércoles, tuve que quedarme un rato más tarde en el trabajo terminando de revisar un texto que no había sido corregido correctamente por Samantha, una compañera que se había ido temprano por una emergencia familiar. Traté de terminarlo rápido porque debía ir hasta el apartamento nuevo de Edward, pero quería hacerlo bien, porque por el más mínimo error eran capaces de despedirme ya que todavía me encontraba a prueba.

Cuando terminé, tomé un taxi para intentar llegar a tiempo, o al menos eso me repetía una y otra vez, pues ya me había retrasado veinte minutos.

— Lo siento, me dejaron trabajo extra y tuve que salir recién —me disculpé mientras me abría la puerta y le saludaba con un casto beso en los labios.

— Te estábamos esperando, ya están todos aquí—contó él mientras subíamos al ascensor.

¡Oh! ¿Había hecho esperar a todos ya?

Cuando entramos al apartamento, todos halagaron de forma inmediata el nuevo color de mi cabello, diciendo que me hacía ver mucho más femenina y encantadora. A lo que yo me pregunté… ¿antes no lo era?

Alice y Jasper vinieron al país estos días porque él debía realizar unos trámites en New York, así que aprovecharon para visitar el nuevo apartamento de Edward. Alice prácticamente jugaba con mi cabello, hipnotizada, como Jellacuando jugaba con su bola de estambre.

Yo ya conocía el resto del apartamento; Edward me lo había enseñado la noche anterior, pero nos dio un pequeño tour para enseñarnos el living, la cocina, los dos baños y el enorme dormitorio con su propio balcón. Todos opinaban lo espacioso que era el hermoso ventanal que regalaba una impresionante vista a la ciudad y al clima despejado.

Luego de que mis suegros me instigaran por mi nuevo empleo, repitiendo una y otra vez cuán orgullosos estaban de este logro, me uní al grupo que se había formado con el resto de chicos.

— Vaya, Edward. Nuevo coche, nuevo apartamento, nueva novia —se burló Emmett haciendo referencia a mi cabello. Él me abrazó riéndose. Yo le saqué la lengua—. ¿Qué sigue?

— ¿Nuevo trabajo? —preguntó Jasper probando esa tentativa. Edward se encogió los hombros con una sonrisa simple.

Tal vez a todos se le pasó ese detalle, pero a mí me interesó saber por qué no aclaró que se encontraba cómodo donde estaba. ¿Es que también planeaba conseguir un nuevo empleo… y dejar el consultorio?

—Hey, Bella. Cuéntame sobre el paradero del Fiat —quiso saber Emmett para comenzar a molestarme.

Iba a contestarle a regañadientes que todavía seguía en el taller, que este fin de semana debía pasar a retirarlo, aunque debía renovar mi licencia antes de conducirlo, pero Rosalie interrumpió.

—Emmett, no te pongas cargoso. Se pudo haber lastimado —le regañó ella más seria de lo normal.

Me pareció extraño que ella tuviese en cuenta eso más que cualquier otra persona. Lo cierto es que no me había hecho algún daño irreversible y me encontraba bien. ¿Qué le habría llevado a defenderme?

— Pero ella está bien —explicó él tratando de explicar el motivo de la broma, algo innecesario para nosotros conociendo al oso bromista.

— Igual, es estúpido —respondió ella que mantenía sus brazos cruzados, y una mirada despectiva.

Para mí, eso había sido rudo. Luego vi que todos en el círculo se quedaban en silencio, notando la tensión entre ellos.

Emmett la recompensó riéndose y abrazando su cintura.

— Rose, ¿estás un poco tontita el día de hoy, verdad? —Él intentó remediarlo al decir esto con dulzura, acercando su rostro al de ella.

Por un momento, creí que la situación había terminado.

— Pregúntaselo a Cassie—Ella se deshizo de su abrazo y se marchó del círculo, dejando un ambiente completamente silencioso.

¿Quién era Cassie?

Emmett se encogió de hombros al ver que todos esperábamos una explicación para esa escena.

— Está algo celosa de una amiga, ya se le pasará —le restó importancia, así que nosotros tampoco se la dimos.

Pero Alice codeó mi brazo y ladeó su cabeza hacia donde estaba Rosalie, más lejos de la habitación. Me estaba pidiendo discretamente que nos acercáramos a ver cómo se encontraba ella.

Nos separamos en silencio del círculo mientras Edward, Emmett, Jasper y Thomas se pusieron a hablar de otro tema. Jane se había acercado a nosotras rápidamente al darse cuenta que sobraba en el grupo de los muchachos.

Rosalie se encontraba frente al ventanal, revisando algo en su teléfono.

—Hey, ¿cómo estás? —le preguntó Alice con ese dulce y cálido tono de voz que tanto le caracterizaba. Queríamos saber si ella se encontraba bien.

Rosalie nos regaló una sonrisa desganada.

— Estoy bien —aseguró encogiéndose los hombros—. Sólo que… a veces, Emmett me altera.

Oh…

— Suele suceder con los hombres —la reconfortó Alice como si no pasara nada malo con eso—. Muchas veces me enfado con Jasper porque no es tan pulcro como imaginas.

Rosalie se rió.

— Eso lo sé bien —dijo.

— Yo también discuto a veces con Edward, se puede poner muy terco… como cuando me enseñaba a conducir el Volvo —agregué para consolarla—. Es bueno descargar lo que uno siente, por eso a veces le digo "cretino" o "imbécil", y él me dice "testaruda" o "gruñona".

Todas nos reímos.

— Yo… eh… bueno, no tengo pareja… —aclaró Jane queriendo participar en la conversación. Sus mejillas se sonrojaron—. Pero sé que en algún momento las parejas tienen sus diferencias. Cuando les vi en la boda de Alice, parecían muy cercanos.

Rosalie volvió a sonreír con nostalgia.

— Eso era cuando esa mocosa no había aparecido todavía… —murmuró en voz muy baja con desdén.

Estábamos a punto de preguntarle de qué mocosa hablaba. Quizás la que había mencionado hace un rato, la tal Cassie…

— ¿Y, Bella? ¿Cómo te está yendo en el trabajo? —cambió rápidamente de tema. Parecía que quería evadir el foco de la conversación, aunque también parecía interesada por saber aquello… así que lo sacó a flote en el momento indicado.

Empecé a contarle a ella y a Alice más o menos lo que hacía y lo bien que la estaba pasando en esta primera semana. Luego, hablamos del trabajo de Alice y lo mucho que le encantaba vivir en Francia. Sólo para incluirla en el grupo, también Alice quiso saber acerca de la búsqueda de trabajo de Jane. Y por último, elogiaron nuevamente mi cabello al preguntarme por la Henna.

Los muchachos propusieron ir a beber algo afuera, pero Edward se excusó diciendo que debía charlar conmigo un momento a solas. Lo dijo con tanta naturalidad como si me fuese a contar un chisme o algo por

el estilo. Pensé que se trataría de lo de Emmett y Rosalie, pero eso pudo habérmelo contado en el bar fácilmente.

Despedimos a todos, y el apartamento quedó en silencio. No había muebles, así que me quedé parada, expectante para lo que sea que él deseaba decirme.

— ¿Qué sucede? —le pregunté con casualidad.

Él fruncía sus labios, buscaba la forma de decirme esto, pero sin muebles era algo difícil.

— ¿Qué opinas si nos sentamos un rato en el piso? —propuso de buen humor.

Me pareció algo extraño, pero así lo hice. Se sentó frente a mí, más cerca de lo esperado y tomó mis manos.

— Hay algo importante de lo que quiero hablarte… —comenzó a decir.

Asentí, indicándole que prosiguiera.

— Yo… eh… bueno… —se rascó un par de veces el cuello y carraspeó. Estaba nervioso.

— Amor, ¿qué ocurre? —utilicé mi mejor imitación de la voz de Alice para inspirarle valentía y serenidad.

Él me observó por unos segundos a los ojos, fijamente. Entonces, sonrió lentamente.

— ¿Pasa algo? —volví a repetir, frustrándome por saber.

— Es que te miro a los ojos y me doy cuenta que es más sencillo de lo que parece en mi mente —dijo casi para sí mismo, con una sonrisa torcida que derritió mi corazón.

Miró nuestras manos enlazadas. Yo también lo hice. Juraría que ambos mirábamos los anillos de plata en nuestros dedos meñiques.

— Hay algo que debo confesarte, Bella —empezó a decir, ya con tranquilidad—. Cuando compré este apartamento, no lo compré pensando en mí.

— ¿Ah, no? —qué raro.

Negó una sola vez, sonriente.

— Lo compré… pensando en nosotros.

Todavía no entendía. Y él se rió en voz baja.

— Compré este apartamento pensando en que ambos viviríamos aquí —finalizó la frase.

¡Oh!

— Estamos juntos oficialmente hace cinco meses, bueno, pronto serán seis. Pero tú y yo sabemos que esto comenzó hace nueve meses. Cuando te di ese anillo, no creí ser más feliz de lo que era en ese entonces. Pero, cada día, me demuestras lo contrario, Bella. Me estoy enamorando más y más de ti de una forma que creí imposible. Jamás habría pensado que alguien podía amar tanto a una mujer como yo lo hice, lo hago y lo haré —juró.

Mi corazón comenzó a latir con prisa, mis manos transpiraban y sentí que mis ojos se aguaban ante su completa sinceridad. Caray, todavía me hacía sentir como una adolescente enamorada por primera vez.

— Lo único que puedo pensar ahora es en pasar más tiempo contigo. Antes, cuando deseaba mudarme con una mujer, sólo pensaba en el sexo matutino —medio se rió, y yo negué una y otra vez, riéndome—. Pero yo quiero hacerlo contigo no sólo por eso. Quiero verte todas las mañanas, a mi lado. Ver tu cabello despeinado, tus ojos somnolientos, tu mal aliento y tu hermosa voz ronca.

¿Había dicho mal aliento? Me entré a reír.

— Quiero desayunar a tu lado, quiero que me enseñes a cocinar para poder algún día devolverte todos esos platos que preparas con tanta dedicación para mí. Quiero llevarte al trabajo, buscarte y quiero que me cuentes todo lo que has hecho. Lo que has amado u odiado de tu rutina. Quiero pasar tiempo con mi mejor amiga, beber cerveza y ver televisión; quiero que alguien me regañe por fumar, pero que también caiga en la tentación como yo —nos reímos—. Pero sobre todo, quiero un futuro con la mujer más especial que he conocido en mi vida.

Oh, Dios mío, Edward…

— Sé que hemos convivido varias veces; sé que pasar las veinticuatro horas juntos es algo que ya hemos hecho en ocasiones. Sé que sabes que soy un gruñón en las mañanas, que no me gusta levantarme temprano, que muchas veces… bueno, la mayor parte del tiempo me aprovecho de tu cuerpo a esas horas. Y también que no estoy del todo acostumbrado a limpiar porque siempre alguien más lo hacía por mí. Pero quiero que veas esto como el paso de algo hacia otra cosa. Que realmente estoy yendo muy en serio contigo, Bella. Y sabes a lo que me refiero.

Por supuesto que sabía a qué se estaba refiriendo. Como él había dicho, pasar las veinticuatro horas con él no era cosa nueva. Pero esto significaba que finalmente estábamos dando un paso adelante; primero hicimos oficial nuestra relación, ahora la mudanza. Eso significa que el matrimonio y los hijos estaban en nuestra meta.

Oh, por Dios. Realmente estábamos yendo en serio. Realmente esto estaba pasando. Él era el hombre que amaba completamente… y estábamos dando un paso adelante. Estábamos comenzando a compartir nuestra vida a otro nivel.

La euforia golpeó mi cuerpo con violencia.

— Así que… ¿qué dices, Bella? ¿Te mudas conmigo? —terminó por preguntar.

Sin pensarlo un segundo, chillé la respuesta.

— ¡SÍ! —y me abalancé encima de su cuerpo, abrazando su cuello con fuerza.

.

— En verdad voy a extrañarte, calabaza. ¿Con quién veré los programas de cocina? —Thomas me abrazó por quinta vez mientras cargaba mis maletas en la puerta del apartamento.

— Te llamaré y lo veremos juntos, ¿sí? —le consolé sonriente.

Él asintió y Jane se acercó para abrazarme y despedirme.

— ¡¿Por qué me dejas sola con él?! —susurró a mi oído, entrando en pánico.

— Podrías empezar volviendo a dirigirle la palabra —respondí a su oído, intentando no reírme tanto.

Me despedí de mis amigos. Thomas me saludaba sonriente, mientras que Jane lo hacía con cierto miedo ahora que debía convivir sola con Thomas. Moría por ver cómo se desarrollaba aquello.

Tomé un taxi mientras el señor me ayudaba a cargar las maletas para ir hasta el apartamento de Edward. Él todavía seguía ocupado con el trámite de la mudanza de los muebles para pasarme a buscar. Pero agradecía aquello, porque en verdad necesitaba tiempo para pensar lo que estaba sucediendo. Quizás exageraba un poco, pero en verdad era dar un gran paso convivir con él. Una cosa era vivir con él los fines de semana y algunas mañanas y noches. Otra muy distinta sería vivir las mañanas, las tardes y las noches junto a él durante los siete días de la semana. No entendía por qué algunas personas se asustaban por dar ese paso, creo que porque no habían encontrado la persona ideal para ellas, pues yo estaba muy emocionada y moría por pasar todo este tiempo con Edward, porque sabía que sería divertido.

(4)Cuando llegué al apartamento, la sangre en mis venas corría con tanta adrenalina que sentía que en cualquier momento daría brincos como un pequeño saltamontes.

Contaba con la llave de la entrada; sabía que debía avisar a Edward que había llegado pero planeaba darle una sorpresa. Pero debí haberlo hecho, tres maletas eran demasiado para mi pequeño y torpe cuerpo.

Entré silenciosamente, sintiendo murmullos en el dormitorio. El equipo reproductor estaba encendido y sonaba de fondo una canción de rock que no pude identificar. Se escuchaba la voz de Edward y de otros hombres. Dejé mis cosas en un rincón del living y me acerqué hasta allí.

Oí cómo terminaba de hablar y de pagarle a un par de hombres de aspecto latino; al parecer, ellos habían terminado con la mudanza, ahora veía todos los muebles de Edward colocados en cada habitación del apartamento. Edward estaba firmando un cheque para entregárselo a uno de los hombres. No se me pasó por alto su vestimenta casual, una camiseta blanca adherida a su hermoso y escultural pecho, unos jeans desgastados que se adherían a esas apetecibles caderas y los pies descalzos. Ni mucho menos el hecho de que llevara un cigarrillo encendido en la boca.

El hombre saludó a Edward y "a la señorita", entonces se dio cuenta que estaba detrás suyo.

— ¡Ese tipo arruinó mi sorpresa! —reproché en cuanto se fueron.

— No culpes a Jorge —él contestó sonriendo y acariciando mis caderas posesivamente.

Le quité el cigarrillo de la boca y le hice la atención.

— ¿Será que fumas cuando no me ves? —pregunté en forma retórica.

— Sabes que no lo hago siempre —él respondió de buen humor—. Estaba celebrando.

— ¿Qué cosa?

Me abrazó con más fuerza.

— Que ahora te tengo prisionera en mi madriguera —dijo esto con una voz muy cómica, como si fingiese ser un monstruo y me reí.

Tomé el cigarrillo, le di una pitada y exhalé el humo sobre su rostro. Él olfateó el aroma con suavidad, cerrando los ojos.

— Sexy —dijo.

Me separó de su cuerpo, tomó el cigarrillo y terminó por apagarlo en el cenicero que se encontraba en su pequeña mesa de luz.

Me senté en su cama, descansando. Él hizo lo mismo y nos miramos por unos segundos.

— ¿Y… qué te apetece hacer? —pregunté aburrida.

— Hagamos algo divertido —propuso entrecerrando los ojos.

Sólo se me ocurría una cosa.

— Desnudémonos —ofrecí de la misma forma que alguien ofrece ir a un parque de diversiones.

Él se asombró por la propuesta, pero sonreía divertido.

— ¿Quieres andar desnuda por la casa? —preguntó él.

Asentí con emoción.

— Me parece fantástico, señorita Swan —se rió—. ¿Quieres desnudarte primero? ¿O lo hago yo?

— Uhm… al mismo tiempo —propuse sonriente.

— Bueno —aceptó él.

Me concentré en quitarme la camiseta que estaba usando en ese momento. Luego, mis jeans de un solo tirón. Cuando me estaba quitando el sostén, vi de reojo que ya no llevaba camiseta, y se estaba quitando los pantalones. Y por último, me quité las bragas de un tirón.

Volví a sentarme como estaba, y él también lo hizo. Nos miramos a los ojos.

— Ya estamos desnudos —confirmé lo obvio.

Ahora él asintió.

— ¿Quieres que te mire? —pregunté bromeando.

— No sé, ¿tú quieres mirarme? —él respondió con otra pregunta.

Mordí mi labio asintiendo.

— Entonces me mirarás y yo te miraré. Al mismo tiempo, ¿okay? —dijo.

— De acuerdo.

— 3…2…1… ahora.

Y mis ojos fueron directo a su pecho. ¡Hombre, qué pecho! Quería acariciarlo, pero mis ojos fueron picarones, y aproveché para mirar su cadera. Oh, vaya, ya estaba listo para jugar un rato. Alcé los ojos y él me estaba mirando con deseo a los pechos y luego a mi pubis.

Nos volvimos a mirar. Y con un instinto animal, nos abalanzamos al cuerpo del otro.

(5)En un movimiento ágil, él me puso debajo de su cuerpo sin dejar de besarme con frenesí. Ni siquiera habíamos empezado y yo estaba muriendo de calor, deseo y éxtasis.

— Mmm, amo esta canción —separó su boca de la mía para decir esto y tomar algo de la mesita de al lado.

De repente, la canción sonó más fuerte todavía, y logré reconocerla. ¡Jim Morrison!

— ¡Come on, come on, come on, come on! ¡Now, touch me, babe!* —cantó encima de mi cuello mientras intentaba morderlo una y otra vez, provocándome risitas bajas.

Alzó mis caderas y enredé mis piernas a su cintura para que tuviese un mejor acceso a mi cuerpo. Sin intermedios, entró en mi cuerpo y gruñí rasguñando su espalda.

Con euforia, comenzó a embestir mi cuerpo una y otra vez; nuestros jadeos se perdían en la canción pero yo sentía una necesidad interna tan potente, casi como una frustración o un fuego que no se apagaba de sentir que me tratara de forma brusca, que deseaba perderme en él al ritmo de la música desenfrenada.

Cuando la canción llegaba a su momento más romántico, siguió embistiéndome pero con mayor lentitud.

— I'm gonna love you 'till the heavens stop the rain. I'm gonna love you 'till the stars fall from the sky… for you and I. *** —cantó sobre de mis labios, como si confesara el doble sentido en la letra.

Y en un fogoso impulso, abracé su cuello y me coloqué encima de su cuerpo para seguir con el baile frenético.

.

(6)Siempre cuando empiezas a convivir con alguien, de forma inmediata, debes marcar ciertas pautas. Incluso cuando se trata de un amigo, o un novio. Hay roles que se deben asignar para crear un poco de armonía y evitar el caos.

Después de nuestro…eh… bueno, juego divertido, Edward me ayudó a desempacar mis cosas. Jella vendría a vivir con nosotros hasta que lograra adaptarse al cambio. El armario era similar al de la casa anterior; un lado para mí, otro lado para él.

— ¿Dónde coloco a Bepo? —se lo pregunté mientras lo sostenía entre mis brazos. Normalmente iba recostado encima de mi cama, pues era mi fiel compañero en las noches.

Él y yo observamos la cama para deliberar.

— Puedes ponerlo de tu lado, supongo —propuso él.

Pero, ¿cuál era mi lado de la cama?

— ¿Cuál es tu lado de la cama? Yo, por lo general, duermo en la izquierda —le aclaré.

Edward se rascó el cuello, indeciso.

— No tengo lado en la cama, para serte honesto —confesó mirándome—. Me gusta tener espacio y dormir en ambos lados.

Oh, oh. Nuestro primer choque.

— Bueno… estoy dispuesta a dormir del lado derecho algunos días, el lado izquierdo otros días. Podríamos turnarnos, ¿no? —sonreí abiertamente. Mejor oferta no habría.

— ¿Y por qué no duermo en el medio y tú duermes sobre mí? —me preguntó con una sonrisa picarona.

— Buen intento —puse los ojos en blanco.

Dejé a Bepo en el medio de la cama, donde nadie lo movería de allí.

El tema más importante, además de la convivencia, serían los gastos. Fue algo muy sencillo de arreglar, y quedamos de acuerdo que en cuanto comience a cobrar mi primer sueldo, pagaríamos la mitad de todo. Cuentas de gas, de electricidad, de agua, víveres y cualquier utilidad necesaria para la casa.

No me había dado cuenta que Edward había traído las plantas de la casa y las había colocado en el balcón. No tenía problema alguno en regarlas por mi cuenta, ya que Edward podía ser algo distraído.

Lo más extraño fue encontrar un par de polillas en las esquinas del balcón. Edward intentó espantarlas con una escoba.

— Polillas hay en todas partes, Edward —le contesté cuando me preguntó por qué rayos habían polillas en su nuevo apartamento—. Con Thomas también teníamos problemas con ellas en el apartamento. Deberíamos comprar aerosol para espantarlas, o se comerán las ropas.

Edward observó algo en su camiseta, la solapa en realidad.

— ¿Crees que esto fue producto de una polilla? —me preguntó enseñándome lo que estaba mirando. La solapa de su camiseta gris –desgastada- tenía un pequeño agujero.

— No creo… eso parece más a un agujero hecho por un clavo —respondí acariciando el agujero. Parecía haber sido hecho de forma inmediata, así que lo más probable era eso.

Luego, le pegué una mejor observada a esa camiseta. Estaba sucia.

— Tu camiseta está algo sucia. Dámela y te la lavaré —le pedí y recordé que Edward podía ser algo ignorante con las tareas del hogar—. ¿Sabes lavar, no?

Él me frunció el ceño, asintiendo.

— Bien, entonces esa será tu tarea. Harás la colada.

La idea era dividirse un poco las tareas, pero en especial hacer las cosas en pareja para sentir la verdadera esencia de vivir juntos. Por eso, él me propuso hacer las compras generales en el supermercado. Yo, por otro lado, propuse hacerlo en uno mayorista porque debíamos comprar en grandes cantidades si queríamos que nos durase un mes.

Entramos al supermercado y Edward se encargó de llevar el carrito, mientras yo escribía en mi pequeña libreta las cosas que debíamos comprar.

— Podemos dejar la comida para más tarde. ¿Por qué no buscas los artículos de limpieza personal mientras yo busco los de lavado? —ofrecí y él aceptó.

Se separó de mí y fui hasta los artículos de lavado. Puse en el carrito lo más importante, como unos líquidos para limpiar pisos, azulejos, vidrios, una escoba, una pala, esponjas, trapos, desinfectantes y aerosoles contra polillas y cucarachas, por las dudas.

Al rato, me reencontré con Edward que había traído acondicionadores, gel, crema para baño, pasta de dientes, enjuague bucal, máquinas de afeitar, espuma para afeitar y papel higiénico. No se me pasó por alto el hecho de que se acordara de mis necesidades y hubiese traído toallas femeninas. Me sonrojé un poquito.

Cuando metimos todo en el carro, procedimos a la compra de alimentos.

Básicamente dividimos la tarea; mientras yo compraba los alimentos saludables para ambos, Edward se encargaba de comprar la comida chatarra o poco… "saludable" que consumíamos.

Metí en el carro bolsas con verduras, pastas, frutas, yogures, panes, carne y toda clase de condimentos. Edward metía la comida chatarra como las botanas y la cerveza.

Llegamos a la sección de golosinas, y sentí literalmente que estaba entrando al pasillo con mi hijo de diez años. Compró chocolates, caramelos y goma de mascar.

— Edward, sabes que puedo hacerte esos panqueques —le regañé cuando vi que los metía al carro.

Me miró con intriga.

— Es más barato comprar los ingredientes que el producto en sí —repliqué con dulzura.

— Entonces, podemos comprar ingredientes para las galletas, ¿no? —razonó dejando atrás un par de paquetes de galletas de chocolate.

— Menos esa —señalé a las que tenían frambuesa—. Me gustan mucho.

Él se rió y dejó ese paquete en el carrito.

Para ahorrar un poco, decidimos comprar material para hacer nuestros propios postres. Además de la harina, los huevos y la leche, compré para hacer masa para galletas y pasteles, un poco de chocolate amargo y margarina.

— Voy a sacar las cuentas ahora —dije mientras sacaba el BlackBerry para utilizar la calculadora—. Nos falta azúcar. ¿Puedes ir a buscar tres kilos?

Edward entrecerró los ojos, tratando de comprender.

— Es decir, tres paquetes, amor —dije con ternura y él chasqueó la lengua, asintiendo.

Me tomó un par de minutos empezar a calcular el precio de cada artículo que llevábamos. Edward volvió al carrito con tres bolsas de azúcar. Las verifiqué con una rápida mirada y encontré que las bolsas llevaban rayas rojas, no las azules que normalmente utilizaba. ¿Qué marca había comprado?

Tomé una bolsa y por poco me reía en su cara.

— Edward, esto es sal —alcé la bolsa para enseñarle.

— Claro que no —frunció el ceño y me arrebató la bolsa de entre las manos para leer. Cuando se dio cuenta, se molestó un poco—. Juraría que había leído azúcar.

Me reí con dulzura.

Edward volvió a recorrer por todo el supermercado en busca del azúcar, pero más tarde volvió con las manos vacías.

— No lo encuentro —me avisó con frustración.

— ¿Cómo que no lo encuentras? —pregunté suspirando—. ¿Has buscado bien? Está en el último pasillo a la derecha. Ve y búscalo de nuevo, Edward.

Él gruñó y volvió hacia donde yo le señalé.

No estaba molesto conmigo, estaba frustrado por la situación. Pero el niño debía arreglárselas solo mientras yo terminaba de hacer las cuentas que, a propósito, eran tan costosas que me asustaban un poco. No tenía idea si era bueno frustrarlo antes de pagar la cuenta. Sobre todo porque yo debería pagar la mitad de esto a fin de mes. Ratas.

Cuando terminé de hacer las cuentas y memoricé el monto, fui a buscar a Edward para ver si había encontrado las bolsas de azúcar llevando el carrito conmigo. Le encontré de espaldas, buscando entre un montón de bolsas de sal, pero ninguna de azúcar.

— Puedo diagnosticar una Abetalipopotreinemia y una DistrofiaCor Avellino**** pero no puedo encontrar una puta bolsa de azúcar —oí que gruñía en voz baja mientras revisaba cada bolsa.

Me empecé a reír con ganas.

— ¿Este es el Edward Cullen del que tanto se enamoran las chicas? —me miró de mala gana ante la broma y me acerqué a él, rascando su cuello para reconfortar su indignación.

Le ayudé a buscarla, pero efectivamente, no había bolsas de azúcar. Volví a rebuscar entre las demás bolsas pero no había nada.

Pregunté a uno de los encargados del supermercado dónde podía encontrarlas, y nos avisó con mucha pena que se habían acabado y que traerían otro monto en un par de horas.

— ¡Ves! Te dije, no había —me sacó en cara con un aire triunfante.

Puse los ojos en blanco.

— Bueno, compraremos de regreso a casa. Te daré una última tarea, vuelve a dejar esto porque recordé que ya tenemos escoba —le pasé la escoba del carrito y él, frustrado, se marchó a dejarla en donde se encontraban los útiles de limpieza.

Aproveché para hacer la fila donde cobraban y esperé paciente a que Edward regresara. Comencé a pensar que estaba deambulando por el supermercado, buscando dónde dejar la escoba. Debí avisarle que podía dejarla donde se le diese la gana, pero eso sucedía cuando salías de compras con un hombre que no estaba acostumbrado a hacer estas compras. ¿Qué tanto había tenido que lidiar la pobre Sarah?

Después de un rato, cuando sólo había una persona delante de mí, apareció a mi lado.

— No te podía encontrar —comprendí su motivo, pues había muchas personas en las filas, pero decidí bromear un rato con él. Se veía tierno enojado.

— Oh, ¿el pequeño no encontraba a mamá? —dije con un tono exageradamente tierno.

— No bromees, Bella. Tengo serios traumas con eso —me respondió de mala gana, cuando nos tocaba pagar en la caja.

Entre risas, jalé su camiseta para que se acercara a mí. Ladeó su cabeza a mi lado para que le diera un besito en le mejilla mientras él sacaba su billetera.

Por unos segundos, mi mente viajó hasta la primera vez que fuimos de compras, cuando una anciana nos confundió y creyó que éramos novios. Vaya, qué cambios. Y resultaba ser que ahora esa era la situación.

Edward pagó con su tarjeta de crédito y examiné su reacción cuando vio el monto total. Nada. Cara de póker. Él ahorraba mucho, pero esto era suficiente para dejarnos un poco cortados esta semana.

Llevamos el carrito hasta el estacionamiento para guardar las bolsas en el baúl.

— ¿Ves? Es divertido ir de compras —dije con la misma sonrisa optimista que Jane pondría en su rostro. Es que… hacer cualquier actividad al lado de un Edward completamente ignorante era sensacional.

Edward levantó la mirada hacia mí, y sus ojos fueron a mi escote, estaba algo alarmado.

— Bella, no te inclines —me gruñó en voz baja, pidiéndome que me parara derecha—. Se ve todo tu escote.

Observé mi camiseta blanca, era una tela bastante transparente con cuello V y estaba usando un sostén negro. Pedí disculpas recordando que podía ser muy revelador si me posicionaba mal.

— Ya sabes lo que opino de esas camisetas. No me gusta que las uses en un lugar público, te miran mucho —me regañó—. Además, dejas al descubierto tu colgante, pueden robártelo fácilmente.

Iba a bromear con eso, pero él llevaba razón. Lo último que deseaba es que me robaran el dije. Ya suficiente era tener que cuidar el anillo que me había regalado en mi cumpleaños más el anillo de promesa en mi dedo meñique regalado en navidad.

Cuando llegamos a casa, acarreamos las bolsas y comenzamos a guardar todo lo que habíamos comprado, uno por uno.

— Ahora que ya tenemos todo, debemos dejar en claro la cuestión de la cocina y la limpieza —empecé a hablar y él me prestó atención, cruzando los brazos y con la mirada seria, fija en mis palabras.

Necesitaba corroborar algo.

— Yo sé que no eres bueno en la cocina, pero necesito que me aclares qué es lo que sabes cocinar.

Era increíble cuán rápido había memorizado los gestos de Edward; cambiaba de postura, se rascaba el cuello y bajaba la mirada cuando estaba avergonzado de confesar lo que ya me temía.

— Seré honesto, no soy bueno cocinando, dije que sé cocinar las cosas… básicas, pero realmente soy muy malo, excepto para las sopas. Pero estoy dispuesto a aprender para que esto sea equitativo.

Una buena voluntad siempre era bien recibida.

— Está bien, entonces puedo enseñarte. Para eso, cocinaremos juntos, así irás aprendiendo un par de cosas —propuse de buen ánimo—. Y debo suponer que la limpieza no está en tu área.

— ¿Qué caso tiene negarlo? —dijo algo resignado.

— El fin de semana será nuestro día de limpieza general. Tú y yo limpiaremos todo esto —señalé la habitación entera—. ¿Qué opinas?

— Suena divertido —por alguna razón, esto le hizo sonreír. Pues, en verdad, yo también deseaba ver cómo surgía esto de limpiar juntos.

— Bueno, probemos con cocinar algo sencillo para que aprendas. ¿Qué te parecen unos omelettes de queso?

— Está bien —asintió, pensando que sería algo verdaderamente fácil de hacer.

Y es que lo era. Pero sólo Edward Cullen podía complicar un simple omelette.

Me puse a rallar el queso y controlar la manteca que se derretía en la sartén encendida. Dejé que él se encargara de batir los huevos.

— Tienes que partirlo con un simple movimiento s… —estaba explicándole, cuando él golpeó el huevo sobre el recipiente de forma brusca, y terminó rompiendo el huevo en pedazos —…suave.

— Lo siento —se disculpó y se limpió las manos con una servilleta.

Tomé un huevo y se lo entregué.

— Prueba de nuevo, es un simple y dulce golpe que quiebre la cáscara para que luego la separes y lo viertas en el recipiente —expliqué tomando uno e imitando lo que estaba explicando—. ¿Ves? No es difícil.

Edward frunció el ceño y golpeó suavemente el huevo una y otra vez. Pero no se quebraba.

— Un poquito más fuerte —dije.

Y él golpeó más fuerte el huevo y volvió a romperse en pedazos.

— Lo siento, en verdad no soy bueno para estas cosas. Mis manos son inútiles —las observó por un buen rato.

— Ay, no seas exagerado, Edward —bufé—. Tus manos son muy habilidosas para tocar la guitarra, el piano, dibujar… y para otras cosas.

Era inevitable sentir que mi rostro se ponía colorado al decir "otras cosas".

— Ya lo sabía, sólo quería ver si lo decías —se jactó de aquello y se echó a reír. Oh, qué maduro.

— Mira, no es difícil —tomé un tercer huevo—. Los huevos son delicados, trata de no ser brusco y tomarlos suavemente con tus manos.

Me quedé en silencio dándome cuenta de lo que acababa de decir. Edward confirmó lo que había pensado mientras se echaba a reír a carcajadas.

— Bueno, eso no sonó nada bien —aclaré alzando mi dedo índice.

Y en un movimiento fluido, se acercó a aferrar sus brazos a mi cintura.

—Ugh, eres tan hermosa —murmuró encima de mi cabello. Creo que se lo decía más a la Henna, que a mí.

— Bueno, bueno, concéntrate —lo separé de mí mientras apagaba la sartén ya que la manteca se había derretido—. Así como no quieres que me meta con tus coches, no te metas con mi cocina. Intenta romper un último huevo o lo haré yo, porque estamos desperdiciando muchos.

— Está bien —jadeó Edward parándose recto, atento a la lección.

Tomó el huevo con delicadeza, lo golpeó suavemente contra el recipiente y la cáscara crujió. Observamos atentamente si se rompía… pero no. La cáscara estaba a punto de romperse. Entonces, con un cuidado que me habría parecido exagerado, pero que en esta ocasión era justificado, separó las cáscaras lentamente y la yema de huevo se vertió sobre el recipiente.

— ¡Lo lograste! —aplaudí emocionada mientras él jadeaba victorioso, tirando las cáscaras en el basurero con mucha fuerza, y una tonta sonrisa de satisfacción.

Terminamos de preparar el plato para servirlo. No es que sabría especial por haber roto los huevos, pero Edward parecía sentirse bien de haber ayudado con la cena, y aclaró que se sentía muy satisfactorio preparar tu propia comida. Era bueno saber que tenía una buena disposición para aprender a cocinar. Con tiempo, cualquiera podía aprender a cocinar un buen plato.

Nos encontrábamos cansados por la mudanza y las compras, así que nos fuimos a dormir a las once de la noche.

Edward respetó mi sugerencia de dormir del lado izquierdo y él se acostó en el lado derecho. Como fui la última en acostarme, apagué la luz y me acerqué a la cama. Me abrazó por completo y comenzó a hacerme cosquillas en el vientre mientras me salpicaba de besos tiernos en la mejilla. Reí como una adolescente enamorada.

Luego, me sujetó cerca de su cuerpo. Nuestros ojos se encontraron en la oscuridad.

— Creo que puedo acostumbrarme a esto de dormir todas las noches contigo —murmuré en un tono un poco meloso mientras aferraba mis brazos a su cuello.

Se separó un poco de mí para observarme mejor, apoyando su brazo en la almohada.

— No soy un mal compañero de habitación —dijo algo orgulloso.

— Eres más divertido que Thomas —confesé en voz baja, cubriéndome un poco con las sábanas.

La melodiosa risa de Edward en el silencio nocturno era mi dosis propia de rivotril*****.

— ¿Es en serio?—la curiosidad le pescó.

— Me refiero a que es más divertido vivir con un hombre con el que te puedes divertir y a la vez tocar…

Ronroneé aquellas palabras mientras mi traviesa palma se deslizaba por debajo de su vientre…

Él se tensó.

— No me toques —se quejó riéndose en voz baja, separándose un poco de mi mano—. En serio, no me provoques. Hoy deseo dormir plácidamente, estoy cansado.

Luego de soltar una pequeña risita, acaricié con suavidad su mentón y él cerró sus ojos, para dejarse llevar por mi tacto.

— ¿Por qué se siente tan distinto? —pregunté casi para mí misma.

— ¿El qué? —él abrió a penas sus ojos. Ya tenía sueño.

— No es la primera vez que pasamos la noche juntos. No es la primera vez que dormimos sin tener sexo o hacer el amor. Ni tampoco es la primera vez que nos vamos a dormir entre bromas como si fuésemos amigos — recordé—. Pero se siente como si fuese la primera vez…

Me observó durante un largo rato. Me perdí en sus ojos, no se veían tan claros en la oscuridad, pero algo en ellos me llegaba hasta el alma, me quitaba el aliento y me hacía suspirar, dándome cuenta lo mucho que estaba fascinada por este hombre.

Me di cuenta en ese entonces que la sensación era distinta porque había algo en nosotros que era distinto. Ya no lo sentía como "mi novio" ni esas etiquetas que las mujeres les daban a sus amantes. Era como si fuésemos uno solo. Como si fuese el hombre con el que iba a pasar el resto de mi vida. Aquél que me conocía de memoria, pero que siempre encontraba el modo de quitarme la respiración.

Bostecé e irremediablemente me sentí como una pequeña que deseaba dormir bajo los brazos cálidos de su protector.

— Qué linda eres bostezando —murmuró somnoliento, apoyando su rostro contra la almohada.

Reí en silencio.

— ¿Me abrazas? —pedí con timidez, sabiendo que eso le parecía tierno.

En la forma en que alguien invita un hambriento a comer, un sediento a beber y un niño aburrido a jugar, él accedió de forma inmediata, sin pensarlo, como si nuestros cuerpos estuviesen hechos para amoldarse de forma perfecta.

Apoyé mi rostro en su pecho y comencé a olerlo. Como respuesta, él rascó suavemente mi espalda y luego acarició mi cabello una y otra vez, para que me durmiera.

— Te amo mucho —juré cerrando los ojos, sintiéndome más plena que nunca.

— Yo te amo más, Bella —sonó tan sincero con su voz gutural y masculina. ¿Incluso en este momento podía atraerme de esa forma?

Busqué a Bepo entre mis brazos, y recordé que estaba debajo de mí.

— ¡Oh! Bepo está atrapado —me levanté un poquito y lo saqué de debajo de mi cuerpo.

Edward observó mi acción abriendo apenas sus ojos, pues ya estaba casi dormido. Se rió en voz baja y volvió a abrazarme, mientras yo abrazaba a Bepo con fuerza.

Y me dormí.

.

Era muy gracioso el hecho de despertar y sentir una de las manos de Edward reposar encima de uno de mis senos. No es que lo agarrase con fuerza, pero lo hacía con un poco de precisión. ¿Qué es lo que soñaba este pervertido?

Separé mi mano y me levanté para encontrar mi cabello hecho una maraña. Luego, observé el cielo claro y despejado a través del ventanal. El sol ya había salido…

¡Un momento! ¿El sol? ¿Qué hora era?

(7) Rápidamente tomé mi BlackBerry en la mesita de luz y observé la hora. ¡8:54 a.m.!

— ¡Puta madre! —grité saltando de la cama rápidamente. ¡Estaba llegando muy tarde al trabajo!

Recordé que Edward también dormía plácidamente en la cama. Empecé a sacudirlo con violencia.

— ¡Edward! ¡Nos dormimos! —le avisé cuando se había despertado.

Él se levantó, frunciendo el ceño, y observó la hora en su I-phone. Abrió los ojos con sorpresa al ver que en verdad se nos había hecho muy tarde.

— ¡Mierda! —gruñó en voz baja levantándose de un tirón.

— I-Iré a hacer el desayuno, usa la ducha así ahorremos tiempo —exclamé mientras me dirigía rápidamente a la cocina. De esta forma, él desayunaría y yo tomaría mi ducha.

Ni siquiera tenía tiempo para preparar café o algo decente. Tomé rápidamente el cartón con jugo de naranja y lo bebí del pico, porque ni siquiera tenía tiempo para servirlo. Busqué rápidamente una banana y la comí con prisa.

Tampoco tendría tiempo para hacer el desayuno para Edward. ¡Dios! Esto no era nada bueno, todavía estaba bajo prueba en la Editorial. ¿Podrían despedirme por llegar tarde un día? ¿Después de todo el trabajo que hice? Oh, rayos. ¡Claro que podían!

Corrí hasta el dormitorio para ir separando mis ropas y las de Edward. Él había salido de bañarse y yo entré rápidamente, con la garganta algo atorada por la comida que todavía no bajaba.

Me tomó quince minutos secar mi cabello lo mejor posible y cepillarlo. Me vestí y tomé los estúpidos zapatos con las manos para ir corriendo hasta el living.

Edward también había bebido del cartón y tenía una tostada en la boca.

— Ponte los zapatos —me avisó por si se me había pasado ese detalle.

— Me los pondré en el auto —expliqué tomando mi maletín—. ¡Rápido! ¡Rápido! ¡O me despedirán!

Bueno, como si nuestra suerte apestara, el tránsito era una mierda. Edward no corría un gran riesgo por llegar tarde, más que uno moral, que era el dejar esperando a varios pacientes. Pero el mío era crucial. En verdad estaba llegando tarde. Avisé una y otra vez por teléfono que llegaría en un momento a la oficina, mintiendo que había tenido una emergencia familiar, muy a mi pesar porque detestaba mentir con esas cosas.

Despedí rápidamente a Edward con un beso en la mejilla cuando llegamos hasta la Editorial. Traté de no correr tanto porque terminaría tropezándome contra el piso y rompiendo los zapatos.

Cuando llegué hasta el piso donde trabajaba, tuve que darle una severa explicación al señor Smitten, aceptando la condición de que trabajaría las horas que había perdido. Por suerte, no parecía molesto ni dispuesto a despedirme por el retraso.

Fue increíble cómo mi día fue cambiando. Con mucha prisa pero con conciencia, corregí varios textos motivada por dar una buena impresión a pesar de mi llegada tardía. Incluso fue el día en que me dieron el primer texto que saldría en el periódico para que editara. Se trataba acerca de la severa suba de impuestos y precios en el mercado. Me preocupé por unos segundos al enterarme que, efectivamente, nuestros impuestos subirían. Es decir… más gastos.

Terminé de editarlo, y aunque salí a las dos de la tarde del trabajo, me sentí muy satisfecha por haber evitado un posible despido y por haber hecho mi primera edición, que sería publicada al día siguiente en la columna del periódico. Quizás no era tan conocido como otros, pero saber que al menos alguien lo leería, se sentía fantástico. Y además, con eso finalizaba mi período de prueba. Finalmente corregía textos en la Editorial S&Side.

Ese mismo día, volví a casa a las una de la tarde y decidí prepararme un sándwich de atún y verduras. Mientras lo preparaba, el teléfono sonó. Atendí, y era un amigo de Carlisle que deseaba hablar con Edward.

— ¿No se encuentra por ahí? Es que no atiende su teléfono —decía él con un poco de frustración.

— Uhm, debe estar ocupado con algún paciente. Suele dejarlo en silencio cuando trabaja. Si le deja un mensaje, seguro le contestará en cuanto se desocupe —le aconsejé.

— Mejor le llamaré más tarde. En realidad, quería hablar con él en persona. ¿Podrías avisarle que llamé? Te lo agradecería verdaderamente, pues es algo importante.

— Perdón, pero ¿sucedió algo? —me preocupé.

— No, no, no —le restó importancia—. No es para preocuparse, simplemente quería ponerme al día con él y contarle un par de cosas.

Oh…

— Está bien, se lo avisaré. No, no hay por qué. Hasta luego —y colgué.

Tomé mi BlackBerry para ver si atendía mi llamada, probablemente no. Me pregunté por el motivo de su llamada. Sonaba optimista, igual. Como si fuesen buenas noticias.

No respondió, pues no oía el timbre. Probé entonces llamarlo al consultorio. Lo cual… detestaba profundamente hacerlo porque tendría que hablar con la odiosa Jessica.

Marqué el número y su odiosa voz me atendió.

— Jessica, ¿podrías pasarme con Edward? Necesito hablar un segundo con él, es importante —dije.

— Está ocupado en estos momentos —se limitó a contestar secamente.

Traté de no contestarle mal, en verdad.

— Sí, lo sé, pero dile que es algo importante, que es una llamada que recibió —agregué fingiendo paciencia.

— Se lo diré, pero no creo que atienda —suspiró y dejó colgando el teléfono.

¿Cómo qué no? Edward podía ser muy dedicado a su trabajo, podía no atenderme ahora por estar ocupado, pero él siempre me avisaría que me llamaría más tarde. Además, yo sólo le llamaba para emergencias.

Jessica volvió al teléfono al cabo de diez segundos, prácticamente.

—No, dice que está ocupado —su odiosa voz me irritó.

— ¿En verdad te dijo eso? —Me sacaba de quicio.

— Sí, está ocupado, que lo llames más tarde —repitió como si fuese una tonta que no comprendía el mensaje.

No, definitivamente algo andaba mal aquí. Colgué con una asquerosa amabilidad fingida y decidí ir al consultorio para darle el mensaje personalmente.

Entré a él y sin saludar a Jessica, pasé de largo y fui hasta la puerta donde tenía enmarcado el "Dr. Edward Anthony Masen Cullen – Pediatra".

Toqué la puerta con suaves golpes sólo para no interrumpir. Me di cuenta que el pasillo estaba lleno de padres con sus niños enfermos. Esperaba no contagiarme.

Edward abrió la puerta esperando que fuese cualquier otra persona menos yo; lo supe porque sabía identificar su mirada profesional y atenta y la cálida y dulce que me regalaba.

— Bella, ¿qué haces aquí, amor? —me preguntó con sorpresa y, por supuesto, alarmado porque sólo me haría presente si fuese una verdadera emergencia.

— Te he querido llamar a tu teléfono y no atendías. Llamé a tu consultorio y me dijeron que no ibas a atenderme porque estabas ocupado —expliqué sabiendo perfectamente que eso debía ser una patraña de Jessica.

Y él frunció el ceño, estupefacto.

— Estoy algo ocupado, pero podía atender una llamada. ¿Qué es lo que ha ocurrido? —él insistía en que debía haber sucedido algo grave para que yo estuviese aquí.

— No es nada —repuse con tranquilidad—. Simplemente llamó un tal Grossman, amigo de Carlisle que deseaba hablar contigo sobre algo importante.

Edward tomó esto con sorpresa.

— ¿Qué fue lo que te dijo? —me preguntó un poco ansioso.

— No me dijo nada, sólo que te avise que llamó. Parecían buenas noticias —respondí.

Él asintió un par de veces, pensativo.

—Oh, está bien. Lo llamaré entonces. Pero, ¿cómo es eso que he dicho que estaba ocupado para atenderte? —ese tema todavía le molestaba.

Edward habló con Jessica esa tarde. Por un lado, me sentí algo culpable de haberla acusado y haber provocado su rotundo despido. Pero Edward me dijo que hace mucho tiempo que era poco profesional y que ésta había sido la gota que colmó el vaso.

Esa noche pasamos el rato en casa de Thomas mientras yo le enseñaba a él y a Jane el artículo que había corregido. Ella me había contado que, de a poco, volvía a hablarle a Thomas pero que realmente no había sido buena idea lo del beso porque ahora sí que no podía quitárselo de la cabeza.

— Lamento haber provocado eso, Jane. No tenía idea que terminaría mudándome con Edward —murmuré apenada—. Si hay algo que pueda hacer para compensarlo, sólo dímelo.

— Si me consigues un buen empleo, te perdonaría —ella dijo casi en broma, encogiéndose de hombros.

Obviamente no lo había dicho en serio porque hasta hace un rato me había contado lo aburrido que era trabajar como mesera y lo poco que ganaba. Pero casi de forma inmediata, una idea apareció en mi cabeza.

— ¿Por qué no trabajas en el consultorio de Edward? —lo dije con emoción, porque en verdad era una perfecta oportunidad.

Jane no estaba enterada de la última novedad, así que no entendía esto.

— Edward —le llamé. Él estaba al otro lado de la mesa, hablando con Thomas—. ¿Por qué no le cedes el puesto de Jessica a Jane? Ella tiene experiencia en consultorios, ¿o no?

Edward, al igual que yo, creyó que esto sería una buena idea.

— No suena para nada mal —sonrió y luego miró a Jane—. ¿Qué opinas, Jane? ¿Aceptarías el trabajo?

Jane, un poco sonrojada pero emocionada por la propuesta, la aceptó de lleno.

.

Al día siguiente, acompañé a Jane a que conociera el consultorio de Edward a las seis de la mañana, cuando todavía no había pacientes que atender.

— Este es mi padre, Carlisle Cullen. También trabaja aquí —se lo presentó Edward mientras ella quedaba maravillada por el aspecto jovial y sencillo de Carlisle. Recuerdo haber tenido la misma impresión en alguna ocasión anterior.

— Mucho gusto, jovencita. ¿Así que ya tienes experiencia trabajando en consultorios? —preguntó Carlisle con las manos en sus bolsillos y una sonrisa amable.

—S-Sí. Trabajé durante un buen tiempo en Coney Island —explicó ella. Conocía a Jane y sabía que estaba encantada por trabajar en un ambiente donde conocía al menos a una persona.

— Estoy seguro de que harás un mejor trabajo que Jessica —comentó Edward más para sí mismo.

— Edward… —le regañó Carlisle.

Él no dijo nada, pero yo también opinaba lo mismo. Sería muy entretenido contar con una amiga trabajando con Edward. Así, tendría más motivos para visitarlo al consultorio.

Cuando Edward se quedó charlando durante un rato con Carlisle, aproveché para hablar con ella a solas.

— ¿Ese es su padre? ¡Luce muy joven! —fue lo primero que Jane dijo. Me entré a reír.

— Y apuesto, ¿no? —agregué—. Supongo que esto salda mi cuenta por lo que sucedió con Thomas, ¿no?

— Suficiente para tener tiempo ocupada y evadirlo. Sí, yo creo que sí —dijo a modo de broma y nos reímos.

Cuando eran las siete de la mañana, me despedí de Carlisle, de Jane y de Edward para ir hasta la editorial, sintiendo que la mañana había comenzado maravillosamente.

Entré saludando a muchos compañeros en el edificio. Estaba a punto de dirigirme hacia mi cubículo, cuando el señor Smitten apareció.

—Isabella, ¿puedes venir un segundo a mi oficina? —me llamó y algo en su voz me puso un poco nerviosa.

Asentí y fui tras él. Me pregunté varias veces qué podía haber salido mal para que sonara tan serio. ¿Un error con el artículo publicado?

Entré y el silencio me apabulló por completo.

— Toma asiento —pidió él y yo me senté, esperando a que él se sentara frente a mí en el escritorio.

— ¿Qué ocurre, señor Smitten? ¿Algún problema en el artículo de ayer? —probé en decir.

— No, no, querida. No hay problema con eso —negó él lentamente, más distraído en su cigarrillo que en nuestra conversación—. Quería agradecerte en persona por el tiempo y la dedicación que empeñaste en esta empresa. Has sido una joven muy dulce y has respetado todos los márgenes de esta empresa.

¿Entonces…?

— Y como sabrás, estas dos semanas te hemos tenido en un período de prueba. Nada más por tu poca experiencia ya que aquí, como has visto, trabajan personas con años y años de dedicación —explicó—. Y

has sido una verdadera ayuda en el poco tiempo que has estado aquí. De nuevo, vuelvo a agradecerte. Pero te dejaremos ir.

¿Ah?

— ¿C-Cómo? —pregunté nerviosa.

— Tu período de prueba ha finalizado y has hecho un buen artículo. Pero no contaremos más con tu ayuda, así que en nombre de la editorial S&Side, te agradecemos por tu ayuda. Pero como dije, el camino termina aquí. Puedes marcharte ahora o al final de la jornada. Como tú decidas. Pero sólo recibirás la paga de estas dos últimas semanas.

¿Estaba… despedida?

*Carrera de cucharas: Consiste en que dos participantes hacen un recorrido con una cuchara en la boca, cogen un huevo con la cuchara y van corriendo pero con cuidado y sin tocar el huevo ni dejarlo caer al suelo hasta la punta del recorrido.

**Traducción: ¡Vamos, vamos, vamos! ¡Ahora tócame, nena!

***Traducción: Quiero amarte. Hasta que el cielo deje de llover. Quiero amarte. Hasta que las estrellas caigan del cielo, por ti y por mí.

****Abetalipopotreinemia y Distrofia Cor Avellino: La primera es una rara enfermedad que afecta al tracto digestivo, cuya principal característica es la incapacidad que tiene el organismo de absorber adecuadamente los componentes grados del alimento a través del intestino. La segunda es una rara enfermedad hereditaria del ojo que afecta a la córnea. Edward hace referencia a estas enfermedades porque son difíciles de diagnosticar por ser poco usuales.

*****Rivotril: fármaco para dormir.

CAPITULO 4 El doctor Imbécil

BPOV

— "Hace unas semanas viajé a Albertville… ¿han estado allí? Pues es una completa mierda. Si no la conocen, les diré que es el lugar más horrendo para visitar. Me topé con toda clase de gente. Como por ejemplo, el típico hombre gordo blanco americano…"

La audiencia se echó a reír porque él poseía las mismas características. Edward y yo nos reímos en voz baja.

— "El típico campesino republicano ignorante que dice 'AMO A LOS ESTADOS UNIDOS'. Le preguntas: ¿Cuál es tu nombre? Y responde: ´AMO A LOS ESTADOS UNIDOS'… ¿Qué es lo que te gusta? 'AMO A LOS ESTADOS UNIDOS'… Y termina con 'NO ME GUSTA LA GENTE DE COLOR, NI LOS HOMOSEXUALES, NI LOS LATINOAMERICANOS'… Así que, básicamente, a él no le gusta el 97% de los ciudadanos de los Estados Unidos… pero ama a los Estados Unidos. Yo no voté en las elecciones porque cometí crímenes, soy un ex convicto, sí, pero apoyé a Obama porque esperaba un cambio. Así que se imaginan, fui a un pequeño pueblo republicano a predicar sobre Obama luego de su victoria y ellos me dijeron 'No nos gusta Obama. No tenemos nada en contra de él, pero no nos gusta su política' y yo les dije: 'Oh, bueno, si puedes deletrear la palabra política, vamos por buen camino'."

Edward y yo nos echamos a reír a carcajadas.

— "Respeto a la comunidad gay, en verdad lo hago. No tengo nada en contra de ellos, pero no entiendo por qué si deciden hacer un desfile, le llaman con el nombre de un pecado capital. 'Orgullo gay'. No es buena idea. No faltan los religiosos que dicen 'Rezaré por ti'. El 'Rezaré por ti' es el 'Vete a la mierda' en cristianismo."

Terminamos de reírnos por el tinte negro en los chistes del comediante.

Desde que Edward y yo vivíamos juntos, ver el Stand-Up de Comedy Central* , acompañado de un buen cheesecake, se había vuelto parte de nuestra rutina. No nos perdíamos ni un sólo programa mientras nos echábamos en el sillón a engordar un poco.

El comediante terminó con su presentación y le entregué el recipiente con cheesecake a Edward.

— De acuerdo, me voy a la cama —me levanté del sillón y me zafé de su agarre.

— Pero todavía son las once —él protestó frunciéndome el ceño—. Podemos ver media hora más.

Ya me había hecho esa excusa hace media hora.

— Edward, quiero dormir temprano para levantarme a las seis de la mañana —repliqué preocupada—. Además, debo cerciorarme que mi ropa esté planchada y ordenada.

Él suspiró con desgano.

— Amor, no exageres tanto. No vas a llegar tarde, eres una persona responsable —trató de convencerme.

¿Cómo podía decir aquello? ¿Cómo podía considerarme una persona responsable si había perdido mi primer empleo en dos semanas? Fue una herida que en verdad hizo que mi pecho doliera, porque dentro de él estaba mi orgullo. Lo habían pisoteado y me sentía avergonzada por ello.

Edward me conocía; sabía que mi cabeza volvía a divagar por esos rincones y me miró con confianza, dejando que me descargara. Lo hice y me senté a su lado en el sillón de nuevo.

— Me siento decepcionada de mí misma —conté con tristeza, mirando un punto fijo en el suelo.

Sentí sus cálidos brazos rodearme.

— Bella, no eres la primera persona que despiden de su primer trabajo —le restó importancia.

— Sentía que al fin había conseguido algo por mi propia cuenta, sólo para que luego me echaran sin muchas explicaciones. Ni siquiera pude saber qué es lo que hice mal. ¿Fue mi llegada tardía? ¿Fue algo en el artículo?

— El artículo estaba bien, te elogiaron en su momento. Llegaste un poco tarde, pero no te replicaron por eso en ese entonces. Tal vez realmente estabas en modo de prueba y quizás no se sentían seguros de tener a una joven amateur en una empresa donde sólo alcanzas a ver hombres de treinta años en adelante.

Simplemente, no es lo que buscaban —él volvía a repetir la explicación de siempre que tanto me costaba aceptar. Le di crédito por no aburrirse de decirlo una y otra vez, él en verdad quería verme bien y yo lo sabía.

— Creo que es la nueva presión de este trabajo. No es nada fácil —me atreví a observar sus ojos, afligida.

— No puedes pretender que en tus primeras oportunidades lo hagas fabulosamente. Si quieres hacerlo por tu cuenta, necesitas la fuerza para volver a levantarte, porque no es nada fácil —explicó con dulzura.

Mordí mi labio. No sólo me sentía insegura por lo que había sucedido, el tener que explicarle a mis amigos y a mi familia que había perdido un trabajo tan rápido, sino por la presión que me generaba el nuevo empleo, del que, literalmente, pendía de un hilo.

Interludio era una editorial que se encargaba de la publicación de libros de toda índole. Fantasía, policiales, románticos, lo que sea. Era un edificio mucho más grande e importante que S&Side, y se podía decir que la paga era mejor que la anterior, así que había logrado salir de un empleo por otro más importante.

Pero así como era importante, era igual de exigente. La entrevista de trabajo, un proceso agotador e instigador, me mostró sólo una minúscula porción del ambiente de la empresa. En el momento en que me ofrecieron el trabajo, supe que lo más difícil sólo estaba por comenzar y en estos momentos necesitaba algo de presión para levantar mi autoestima.

Sobre todo era muy estricto. Nadie podía llegar un minuto después del horario que debía marcar. No podían irse un minuto antes y la pulcritud era esencial, además de la buena disposición.

Me encontraba en mi período de prueba, lo cual uno pensaría que al igual que en S&Side, me hallaba corrigiendo textos para demostrar la calidad de mi trabajo, en el mejor de los casos, corrigiendo textos de cuentos más cortos junto con otros compañeros.

Claro que no. Mi período de prueba, básicamente, consistía en servirle café a mis superiores y ordenar el papeleo que nadie deseaba hacer.

— ¡Swan! ¿Puedes venir un segundo? —me llamó el señor Lawdell, mi jefe. El cerdo más asqueroso de toda la empresa.

Me acerqué un poco agitada hasta su oficina que estaba con la puerta abierta, con varias carpetas en la mano.

— ¿Estás ocupada? —me preguntó al verme.

Iba a responderle que sí, aunque mi cerebro deseaba gritarle "¿Usted qué cree?"

— No importa —le restó importancia—. Lleva estos papeles. Quiero que hagas quince copias de esto; las separes en tres partes, las abroches y las envíes al cuarto piso, antes de que sean las once y media.

Miré el reloj con desesperación contenida; eran las once y veinte.

— Ah, y tráeme un café expreso para mí y otro para mi secretaria, que sea antes del almuerzo. Y no lo quiero frío —me señaló con el dedo advirtiéndome.

Debía llevar los papeles hasta el tercer piso y esperar a que firmen otro documento para enviarlo al segundo, además de ir a hacer las copias para entregarlas en el cuarto piso e ir a buscar café para él y su secretaria, antes de su almuerzo, que era a las doce y media.

Era la secretaria de su secretaria, en realidad. Cinco años estudiando en la Universidad de Nueva York para terminar llevando papelerío y café.

Pero no podía quejarme. Empezar desde abajo siempre podía ser trágico y quería conservar el empleo para conseguir mi primera paga de una buena vez.

— Sí, señor —asentí y me marché a hacer las delegaciones maldiciendo a mis zapatos que terminarían por dejarme los pies hecho un desastre.

EPOV

La maratón de tormenta y granizo del pasado fin de semana, dio como consecuencia un considerable número de niños enfermos que iban desde el común resfriado hasta la gripe, y en el peor de los casos una neumonía crónica.

Con el paso del tiempo, comenzaba a darme cuenta lo mal educados que estaban la mayoría de los padres hoy en día. Los únicos pacientes que llegaban, debido a los costos de la consulta, provenían de la clase media y alta. Uno creería que se toparía con aquellos padres bien informados, pero podías encontrar de todo.

Si no se trataban de aquellos padres sobre protectores con tendencias hipocondríacas que terminarían por volver paranoicos a sus propios hijos, encontrabas padres con la más pura ignorancia en temas que parecían ser tan básicos que la gente no le prestaba atención, sobre todo solía suceder con el calendario de vacunas y la dieta balanceada y equilibrada.

— Su hijo está presentando un caso de bronquitis aguda, Sra. Douglas. Se trata de una infección viral, es decir, un virus que infecta las vías aéreas y produce la inflamación de los bronquios; probablemente el mismo que le ocasionó el catarro simple. La tos que su hijo presenta es sólo un mecanismo de defensa de estas vías, que se pone en marcha cuando se detecta la inflamación, así como la dificultad para respirar y la opresión en el pecho.

Tomé una de mis notas para hacer el recetario.

— Le voy a recetar un par de medicamentos,además del reposo absoluto por una semana. Y un permiso médico por si lo necesita —empecé a escribir el nombre de los medicamentos en la nota.

— ¿Entonces no iré a clases? —preguntaba el pequeño de doce años con entusiasmo pese a que su garganta estuviese tan irritada.

— Uhm, no, no irás —le sonreí a medias porque todavía había algo que llamaba mi atención al ver al pequeño—. Hay algo que también quisiera informarle, Sra. Douglas. Jerry está presentando un caso de sobrepeso para su edad. Me gustaría aconsejarle un par de dietas que…

— ¿Cómo que dietas? —Preguntó la mujer que apenas debía tener treinta años, incrédula—. No voy a obligar a mi hijo de doce años a hacer dieta – Dijo esto como si acabara de pedirle algo completamente ridículo.

Suspiré en mi interior.

— La dieta no significa que dejará de comer —expliqué con paciencia—. Se trata de consumir alimentos balanceados como carnes, frutas, verduras y todo aquello que ofrezca nutrientes, vitaminas y fibras. Alimentos que son necesarios para la defensa de los pequeños. Yo diría que el motivo por el que pescó el catarro y llegamos a la bronquitis, pudo haber sido una baja defensa por falta de nutrientes necesarios. La idea es para no llegar en un futuro a una diabetes de tipo 2, o una gota, por ejemplo.

— ¿Gota? —preguntó frunciendo el ceño.

— Es una enfermedad que provoca un dolor en el pie, la rodilla u otras articulaciones y se debe al exceso de ácido úrico por consumo de carnes rojas o bebidas con azúcar —miré al pequeño—. Se puede bajar con legumbres y hortalizas.

— Oh… claro —ella asintió lentamente—. Yo creía que mientras menos flaco era, menos enfermedades podría portar.

Señor…

— No, no crea eso —me limité a contestar con suficiencia, riéndome en mi interior. Era increíble la cantidad de estupideces que oía por día—. Le anotaré el número de un buen nutricionista que conozco, así puede empezar de a poco, por ejemplo: en vez de beber gaseosas y malteadas, puede reemplazarlo con agua y jugo natural. Y debe consumir menos comida chatarra.

— ¿No puedo comer ni en McDonald's ni en Subway? —preguntó con descaro el pequeño. Podía ver en sus ojos que mi respuesta iba a molestarlo.

— Al menos no todos los días —le respondí.

— Pero yo desayuno ahí todos los días —protestó mirando de cómplice a su madre.

En mi interior, me horroricé.

— Pues deberían cambiar ese hábito de forma urgente, no es lo aconsejable que un pequeño en crecimiento consuma tantas calorías innecesarias —traté de explicarle a la madre, para que viera el gravedad del asunto.

— Está bien —respondió frunciendo los labios, con una mirada algo distraída.

Terminé por entregarle las recetas y los despedí del consultorio. Ya tenía suficiente experiencia para saber que no cambiaría un hábito sólo con una advertencia. Si el pequeño seguía consumiendo porquerías de una forma tajante, podía mencionar una lista de al menos diez enfermedades para su adultez.

La desmotivación suele llegar cuando encuentras la decepción en las personas. Muchos llegan al consultorio buscando una solución rápida y práctica, no les interesan las recomendaciones o las advertencias que ofrecíamos y eso era una cuestión puramente educativa que se notaba cuando las personas salían con aquellos mitos de la medicina; mi favorito definitivamente había sido este: "Mientras más gordo, más saludable." Me reí. ¿Quién dice que los ricos no eran ignorantes?

Tocaron la puerta, era Jane que me avisaba que esos habían sido todos los pacientes de la mañana.

—Edward, ¿tienes idea si Bella está ocupada ahora? He intentado enviarle mensajes para preguntarle si deseaba salir a almorzar, pero no los ha leído…

Medio reí.

— Oh, no esperes contar con ella ahora. Está algo enloquecida con el nuevo empleo y son un poco exigentes allí. No tiene tiempo ni para hablar conmigo —encogí mis hombros.

— Pues sí, la semana pasada intenté llamarla y me cortó en medio de la conversación. Más tarde, me dijo que si su jefe la descubría, terminarían por despedirla porque ya le habían hecho una advertencia —me contó Jane con cierta pena.

Mi pobre Bella.

— Uhm, sí. Pero ella cree que es lo correcto después de lo que le sucedió con el anterior empleo, eso de que la presionen y le exijan.

Yo creía que Bella era una persona muy capacitada, pero en cierta forma comprendía la desilusión de fallar en tu propio emprendimiento. Me sentía ligeramente desmotivado con los pacientes, aunque juraba que era una cuestión momentánea, porque realmente deseaba ayudar a las personas.

De vez en cuando salía a almorzar con Jane sólo para estar en contacto con ella y conocerla un poco más, ahora que trabajaba conmigo. Pero en esta ocasión tuve que desistir porque tenía un almuerzo con Carlisle y su viejo amigo, David E. Grossman.

Él era amigo de la familia, en realidad. Me ayudó con mi carta de recomendación para entrar a Columbia y fue mi mentor a la hora de preparar mi tesis. Ejerció durante muchos años la práctica en hospitales como mi padre bajo el título de Neurólogo, pero ahora se dedicaba a la docencia en uno de los colegios privados más respetados de la ciudad.

— ¿Y cómo te trata el consultorio, Edward? —me preguntó cambiando de tema después de haberle pedido disculpas a Carlisle por no haber asistido a su cumpleaños al encontrarse fuera del estado.

— Últimamente me encuentro algo desmotivado —fui honesto—. Me gusta ayudar a los pacientes, pero he encontrado muchísimos casos de personas ignorantes que no cuidan a sus hijos como corresponde. Digamos que no estoy inspirado últimamente.

Me di cuenta de lo que acababa de decir, así que especifiqué el punto.

— Pero me gusta lo que hago. Quiero ayudar a las personas.

Carlisle y David se rieron con despreocupación.

— Lo que te está pasando es muy común, hijo. No puedes trabajar todo el tiempo en un mismo ambiente —me dijo mi padre.

— Por lo general, los jóvenes de tu edad se instalan en hospitales de emergencia y sólo para cuando se retiran, terminan atendiendo consultorios que son un poco más aburridos —explicó David—. Un claro ejemplo somos tu padre y yo.

¿Emergencias?

— No lo creo… se requiere de demasiado tiempo. Además, prefiero un ambiente más sereno —torcí una mueca imaginando ese futuro; uno donde trataría con pacientes inestables en el hospital, pasando las veinticuatro horas fuera de casa… eso definitivamente mataría mi relación con Bella.

— ¿Y no has pensado en mi oferta, Edward? Un chico como tú debería estar enseñando, no metido en un consultorio lleno de doctores retirados —se rió David echándose atrás en la silla con una expresión complaciente.

Debido a sus constantes viajes por congresos, él no se encontraba disponible los treinta días del mes, por lo que no lograba dictar todas sus clases en el colegio. Hace un par de días él me había ofrecido ser su reemplazo, sólo hasta que volviese de su viaje un par de semanas después.

Creí que se trataba sólo de un decir, pero él hablaba en serio.

— ¿No soy un poco joven para ser profesor? —pregunté con un poco de diversión.

— ¡Pero eres brillante! Te graduaste con la mejor calificación de tu clase, tienes una maestría en salud pública con especialización en Pediatría y un excelente trato con las personas, todo eso con apenas veintiséis años —David comenzaba a explicar con obviedad.

— Pronto veintisiete —agregó mi padre con una sonrisa, al recordar que faltaba poco para Junio.

— Además, he encontrado jóvenes de treinta años que enseñan, si eres bueno, puedes hacerlo —se encogió los hombros, seguro de mi capacidad.

— Sí, bueno, pero me refiero a si sería capaz de enseñarle a jóvenes —aclaré después de un rato.

— No les vas a enseñar a niños, son jóvenes de diecisiete años a punto de egresar—respondió sin problema —. Si estás cansado de la monotonía de los consultorios, te recomiendo que pruebes la docencia. ¿No te gustaría educar a esos pacientes que diariamente frecuentas?

Educar la ignorancia, ayudar a que las personas tengan un mejor y más amplio conocimiento. Sonaba extraño, pero atractivo.

— Lo pensaré —fue lo único que pude contestar al momento. Deseaba consultarlo con Bella antes de decidir.

David me dijo que tenía tiempo de avisarle hasta el día siguiente, ya que dentro de dos días debía volver a viajar y necesitaba colocar un reemplazo urgente.

Procuré hablarlo con Bella esa noche.

— No es que me moleste, es sólo que… estoy cansado, ¿sabes? El trabajo es monótono, lo sé. Siempre lo será y de eso no puedo quejarme, pero tal vez ellos tienen razón; tal vez soy muy joven para atender consultorios todavía —decía a Bella mientras le ayudaba a terminar de limpiar la mesa después de cenar. Ella me escuchaba atenta.

— También me encuentro algo desmotivado. Las personas pueden ser muy ignorantes cuando se trata de cuidados básicos —suspiré—. Si te contara cada uno de los desastrosos casos que he visto, terminaras por pensar que no todas las personas deberían ser padres. Y todos saben que llegar a ese tipo de pensamiento es un poco depresivo.

Bella sonrió con humor.

— La ignorancia existe desde tiempos remotos, Edward —me recordó mientras colocaba los platos en el lavavajillas.

—La ignorancia era una cuestión de la plebe, no de los patricios—comenté con desgano mientras levantaba el mantel de la mesa—. Por ejemplo: ¿Qué pensarías de unos padres que se abstienen al calendario de vacunas sólo porque detestan ver a su hijo llorar?

La expresión de Bella fue puro horror.

— Y tienen suficiente dinero para comprárselas. Tú sabes lo caro que está mantener saludables a los niños hoy en día —crucé mis brazos, hablando con tristeza.

—Sí, sobre todo porque la comida chatarra es más barata —comentó ella—. Siempre que voy al supermercado, comprar galletas baja en grasa termina costando un poco más de las que tienen doble chocolate.

Me reí al sentirme algo culpable. Ella se dio cuenta.

— Comer comida chatarra no es malo, pero sí el comer todo el tiempo y más aun siendo un menor en crecimiento, entiendo tu punto. ¿Pero qué es lo que te gustaría hacer? —Me preguntó ella con consideración—. Si trabajar en el consultorio te desmotiva tanto, ¿por qué no cambias entonces? Debe haber varias opciones.

— Una de ellas es instalarme en un hospital de emergencia y trabajar de guardia —empecé a explicarle—. Pero sería a tiempo completo, nunca estaría aquí en casa.

Bella estaba guardando el mantel con cuidado; lo hacía con lentitud, evaluando lo que yo acababa de decirle. Su mueca lo decía todo.

— B-Bueno… si en verdad es lo que te hace feliz, Edward —me miró a los ojos, siendo completamente honesta—. Si eso quieres, yo puedo entenderlo y aceptarlo, amor.

¿Podría encontrarme más enamorado de esta mujer? Me reí y me acerqué hasta ella para abrazar su pequeña cintura con mis brazos y enterrar mi rostro en su hermosa melena.

— No estoy pensando en esa opción, pero es lindo saber que podrías apoyarme —murmuré encima de su cabeza antes de darle un beso a su sien—. No me gustaría estar alejado de ti tanto tiempo, menos ahora que nos hemos mudado. Además, busco un ambiente más sereno.

Era notorio el alivio en su expresión; la ocultó bajo una sonrisa.

— La otra alternativa es la que me propuso Grossman —empecé a contarle; ella ya sabía quién era y conocía su propuesta — A diferencia de los hospitales, pasaría más tiempo en casa —encogí mis hombros —. Es sereno y es… nuevo.

— Pues… yo creo que es una buena idea si tú así lo piensas —dijo acariciando mi brazo.

— Tengo un par de dudas, porque no es fácil… como todo trabajo —entrecerré los ojos.

Claro que no era un trabajo sencillo. Tener un buen trato con los pacientes era algo que no se aprendía en la Universidad, se aprendía con la maña. De igual forma sucedía con la enseñanza, podías conseguir un título, pero enseñar a adolescentes era toda una cuestión.

Decidí tomar mi decisión luego de mi turno en la mañana, cuando llegó quien vendría a ser mi última paciente del día. Era una mujer joven que tenía problemas para amamantar a su bebé de cuatro meses.

—Le voy a recomendar una consultora de lactancia certificada para una mejor accesibilidad, usted no tiene por qué preocuparse.

— Oh, ¿entonces mis implantes no son el problema? —preguntó encorvando su espalda para enseñarlos. Eran prominentes.

— No, no —aseguré algo incómodo—. El implante no toca la glándula mamaria, aunque eso se piense. No altera la producción de prolactina durante el embarazo.

Dije más para mí mismo, porque ella no había entendido la última frase.

—Pero, ¿es necesario que deba amamantarlo? Insisto y nada sucede, termina lastimándome —ella se quejó mientras cuidaba a su pequeño en su coche.

— Suele suceder; las causas son muchas… pueden ser desde problemas respiratorios, cuando se les hace difícil coordinar el succionar, tragar y respirar, hasta cólicos. Pero lo importante es que usted insista y pruebe hasta que él se acostumbre.

— Ya se ha acostumbrado a la mamadera. ¿No es mejor dejarlo así? Tengo una amiga que ha estado haciendo eso y su hijo no ha tenido problemas…

Parpadeé un par de segundos, incrédulo.

— La lactancia es muy importante —especifiqué con seriedad, y podía admitir que un poco de frustración —. Además de servir como protección y prevención de enfermedades, es una excelente manera de empezar a afianzar el vínculo vital que tendrá lugar entre usted y su hijo. Deja huellas que perduran por toda la vida, es la base sobre la que el niño irá construyendo el resto de sus vínculos sociales y emocionales con el mundo que lo rodea, sin mencionar la mejora de su funcionamiento intelectual.

Sentí que me había emocionado por demás y lo tomaba muy en serio, pero no estaba exagerando.

La mujer frunció sus labios, realmente no muy convencida. Quise matarme.

— Está bien, doctor. Seguiré su consejo —mintió claramente mientras se levantaba para retirarse.

Cerré la puerta sin despedirla y me puse a pensar que ese pequeño terminaría por enfermarse al tener una madre completamente ignorante.

Esa fue la gota que colmó el vaso, lo único necesario para decidir que esto ya había sido suficiente, que debía dejar el consultorio y optar por la docencia.

.

Después de aceptar la propuesta de Grossman y terminar con todo el papeleo correspondiente, me vi en la tarea de ponerme al tanto del contenido de sus clases de Anatomía y Fisiología Humana.

Me encontraba sentado en el escritorio de nuestro dormitorio repasando un poco sobre el sistema endocrino y anotando varios puntos y el modo en que los explicaría a la clase el día siguiente.

No acostumbraba a ser perfeccionista, pero necesitaba encontrar el modo correcto para explicar estos temas sin aturdirlos, utilizando una jerga un poco más coloquial. La última vez que había visto esos temas había sido en mis primeros años en la Universidad. Volver a estudiarlos no sería un problema, pero me tomaría su tiempo.

Me di cuenta que ya se había hecho tarde cuando oí a Bella salir del baño después de cepillarse los dientes, creí que se iría directo a la cama, pero se acercó a mi espalda para masajearla.

Oh, la gloria. Lo necesitaba.

— No te sobre esfuerces—murmuró impresionada al ver que estaba consultando información de tres libros —. ¿Por qué no descansas por hoy?

— Uhm, en un rato —respondí dándome cuenta que me faltaba terminar un tema aún.

Me distraje cuando me di cuenta que Bella estaba llevando todo su cabello recogido en una coleta, tenía puesta una camiseta gris gastada sin sostén y sólo un par de pequeñas bragas.

— Me distrae mucho verte en ropa interior —comenté mirando depravadamente su cintura.

— Dijiste que no querías que use pantalones aquí —ella respondió frunciendo el ceño con una sonrisa divertida.

—Lo sé, me gusta mirarte —dije observando ese pequeño pero firme trasero que tanto me encantaba y me ponía ansioso… ansioso por tocarlo, chuparlo, morderlo, me excitaba de sobremanera. Divertido, le propiné una fuerte nalgada sonora.

Bella se quejó siseando de dolor.

— ¡Ay, Edward! ¡Eso dolió! —se quejó apartándose un poco de mí y acariciando su trasero. Mordí mi labio para no reírme—. ¿Cuál es tu obsesión con mi trasero?

— Me gusta mucho —confesé con honestidad y una sonrisa de pervertido.

— Sí, pero cuando a mí me gusta algo lo trato con amor, no con violencia —refunfuñó.

Me eché a reír y acerqué su cintura de nuevo hasta mí y deposité un suave beso encima de la zona donde le había nalgueado y masajeé con mi mano para demostrarle que sí la trataba con amor.

Ella se acercó para besarme en los labios rápidamente.

— No te quedes hasta tarde, te hará mal en la vista. Te amo —me recordó y se marchó a la cama, apagando la luz para que sólo estuviese encendida la pequeña lámpara a mi lado.

— Te amo —respondí sonriente.

.

Mi primer día en la Academia Bellington fue menos difícil de lo que había imaginado.

Llegué al salón donde me tocaba dictar la clase y sentí muchos ojos curiosos puestos en mí, seguramente sorprendidos porque no era el profesor Grossman, ni era un profesor conocido en la escuela, o porque lucía muy joven. No dejé que eso me intimidara, porque quería crear un vínculo con ellos que fuese lo mejor de ambas partes; por un lado debía exigirles por el nivel de la propia escuela, pero debía recordar que tenía que educarlos, no como mis profesores que poco y nada les importaba lo que sus alumnos pensaran, sólo dictaban la materia y se iban. Si quería educarlos, necesitaba involucrarme personalmente.

—Pueden llamarme profesor Cullen. Soy graduado en Medicina de la Universidad de Columbia, hice una maestría en Salud Pública con especialización en Pediatría, durante un par de años ejercí mi carrera como Pediatra y durante un par de días estaré reemplazando al profesor Grossman. ¿Dudas?

No. Todos permanecían enmudecidos, todavía no podían creer que fuese tan joven, y eso me incomodaba. Pero lo ignoré.

—Okay, continuaremos donde el Profesor Grossman se quedó. El sistema Endócrino, ¿alguien puede darme una definición?—pregunté, pero la clase entera enmudeció.

Esperé cinco segundos mirando el rostro de los treinta alumnos para saber si sabían la respuesta o sentían vergüenza de equivocarse.

— No sientan la presión de equivocarse. Aquí nadie va a burlarse de nadie. Bueno, entre ustedes lo harán —aclaré y se oyeron cortas risas—. Pero yo no pretendo burlarme de nadie porque es mi trabajo enseñarles cuando están equivocados. Todos lo hacemos, yo siempre me equivocaba, pero participaba porque quería aprender.

Aprendí que contar una corta y pequeña anécdota personal ayuda a romper el hielo con los alumnos. Un chico levantó la mano y le di la palabra.

— Es el conjunto de órganos que segregan las hormonas —respondió con seguridad. Entonces sí sabían.

— Bien —asentí—. Ahora, el profesor Grossman planeaba darles un examen la semana siguiente, así que debo suponer que en realidad sí saben. Si logran darme las diferencias entre la Glándula pineal y la Glándula pituitaria, terminaremos esta clase diez minutos antes.

Terminaron por aceptar la propuesta y participar más en clase, al ver que realmente no iba a regañarlos por no saber la respuesta. Algunos se equivocaron, pero no eran error graves, y si lo eran, no planeaba hacerlo sentir mal. Ellos debían sentirse bien de saber.

Diez minutos antes de que tocara la campana, di por finalizada la clase. Más los alumnos parecían ser curiosos respecto a ciertos temas que nada tenían que ver con la materia. Y me incomodé al ver que eran cinco chicas y dos chicos.

— ¿Cuántos años tiene, profesor Cullen? —preguntó una chica de cabello rubio castaño.

— Veintiséis.

— ¡Es usted muy joven! —se impresionó otra, con frenillos en los dientes.

— Debe haberse graduado con buenas notas —mencionó aquello uno de los muchachos, que a diferencia de las chicas, le interesaba saber acerca de mi educación.

— Algo así —me limité a contestar, no me sentía cómodo mencionando que fui el promedio más alto de mi promoción y por ende, había dado el discurso de graduación.

— ¿Y usted está casado? —me preguntó una muchacha que no dejaba de recordarme a Bella por sus enormes ojos verdes y su cabello pelirrojo, pero algo en sus facciones me hacía creer que era un poco creída.

— No —respondí sencillamente, con una sonrisa.

— Es muy joven para casarse —le respondió una de las chicas a su lado, lo suficientemente bajo para que yo lo escuchara.

En mi interior, no pensaba en ese tipo de cosas… como una "edad" fija para casarse o para tener hijos. Pero sí en "etapas" y aunque deseaba llegar a esa con Bella, todavía era muy pronto.

— ¿Puedo preguntarle qué significa el anillo que lleva en el dedo meñique? —preguntó la misma chica que me había preguntado cuántos años tenía.

Me sentí algo incómodo porque no deseaba revelar información tan íntima a alumnos que, supuestamente, debían respetarme y verme como un profesor.

— Un regalo —me limité a contestar.

Rápidamente cambié de tema y les pregunté si alguno de ellos se estaba preparando para entrar a la rama de Medicina en alguna Universidad y encontré varias personas que sí, así que me ofrecí a ayudarles en cuanto tengan dudas al respecto.

Cuando terminó la clase, salí del salón y me topé con un tipo que me esperaba en la puerta. Me acerqué y me saludó.

— ¿Edward Cullen? —Preguntó y asentí, estaba sosteniendo unos cuantos libros con su brazo derecho, y con su mano izquierda estrechó mi mano derecha—. Mark Van der Waltz, sobrino del doctor Grossman. También enseño aquí, soy físico nuclear.

Grossman me había mencionado sobre su sobrino que también trabajaba en el colegio, pero no tenía idea que se trataría de un hombre joven como yo. Debía pasarme un par de años más, llevaba un aspecto ligeramente desalineado con barba y la melena despeinada.

— Oh, ¿entonces eres profesor de física? —le saludé.

— Poder deductivo impresionante —dijo con sarcasmo—. Ahora entiendo por qué mi tío decía que eras brillante.

Me avergoncé un poco.

— Nah, estaba bromeando —me sonrió cómplice mientras palmeaba mi hombro—. Mi tío me habló mucho acerca de ti. ¿Cómo estuvo tu primer día? ¿Esos mocosos no fueron un dolor en el trasero?

Por su aspecto, parecía ser una persona muy reservada, pero su forma de hablar denotaba la soltura y despreocupación que llevaba. Y sólo por eso, me caía bien.

— No, no… en realidad estuvieron bien —respondí riéndome un poco mientras caminábamos hacia algún lado.

— Malditos adolescentes inútiles, apenas pueden lavarse sus propios calzoncillos y creen que pagar dinero para aprobar exámenes los hará mejores personas que unos empleados públicos —refunfuñaba mirando despectivamente a los estudiantes que pasaban a nuestro lado—. Solía dar cátedra en la RPI** y no sé cómo carajos terminé enseñando aquí.

Unos estudiantes saludaron a Mark mientras caminaban por el pasillo.

— Hasta mañana, profesor —eran dos chicos. Mark respondió de la misma forma, asintiendo sonriente.

— Par de sanguijuelas —negó para sí mismo, sin borrar su sonrisa falsa. Me entré a reír con ganas. — ¿Qué opinas si vamos a comer algo en frente?

— Claro —acepté gustoso.

— Primero acompáñame a buscar a Josh —pidió.

— ¿Quién es? —pregunté con curiosidad.

— Profesor de Geometría. Siempre almorzamos juntos. Enseña en este salón —dijo mientras nos acercábamos a la puerta de una oficina y él la abría.

Lo primero que vi fue una muchacha de traje siendo follada en el escritorio por un muchacho joven. La chica llevaba abierta la blusa y sus pechos sobresalían mientras él enterraba su rostro allí, jadeando y empujando sus caderas una y otra vez aferrando las piernas de la muchacha a su cintura.

Me sentí increíblemente incómodo cuando se dieron cuenta que habíamos entrado. La chica pegó un gritito y el muchacho alzó su rostro, alarmado.

— Ah, por el amor de Dios —Mark chasqueó la lengua y giró el rostro hacia otro costado, entrecerrando la puerta para que no diesen un espectáculo afuera. Yo miré hacia otro lado.

Oí que pedían disculpas, sobre todo la muchacha, mientras volvían a vestir. Ella salió del salón y saludó a Mark.

— Buenos días señorita Landerson —saludó Mark con molestia pero una falsa sonrisa. Ésta asintió y se marchó.

Alcé la vista para ver al muchacho, era muy joven, con mandíbula cuadrada, el cabello corto y de baja estatura, pero portaba un buen físico. Se estaba acomodando los pantalones.

— Josh, ¿puedes dejar de comportarte como un perro con una erección en la escuela? —Se quejó Mark—. Vete y paga un maldito hotel para follarte a la secretaria; no porque seas el sobrino del rector puedes hacerlo con cualquier muchacha de esta jodida institución.

¿Éste era el profesor de geometría?

— ¡Fue un accidente! —Se excusó él acercándose, todavía acomodándose el cinturón—. Nos estábamos reconciliando.

— Tu polla y su maldita concha se reconciliaron. Ella te sigue odiando —le discutió Mark, verdaderamente cansado por la escena que presenciamos, como si no fuese la primera vez.

— Bueno, ya lo veremos esta noche —sonrió con suficiencia y luego me observó a mí de pies a cabeza—. ¿Quién es este?

— Edward Cullen, el reemplazo del tío Grossman —me presentó Mark, señalándome con su dedo pulgar.

Josh se asombró y me sonrió amistosamente.

— Mucho gusto, Joshua Freeman —quiso estrechar mi mano pero la noté peligrosamente húmeda.

Mark y yo dimos un paso atrás.

— Por la puta madre, primero ve a lavarte las manos, cochino degenerado —jadeó Mark frunciéndole el ceño.

Josh se dio cuenta de eso, torció una mueca y me pidió disculpas en voz baja. Por la cantidad de insultos me di cuenta que llevaban tiempo siendo amigos.

Acompañamos a Josh hasta el baño de profesores. Él terminó de lavarse las manos mientras le observábamos.

— ¡Ah! —Suspiró con una sonrisa contenta—. ¿No es fantástico follar?

— No lo sé, Josh. Usualmente follo en la cama de mi dormitorio para que las sábanas se ensucien y mi novia las lave en el techo de nuestro condominio, en vez de dejar el escritorio del salón de matemáticas oliendo a promiscuidad escolar —respondió Mark de malhumor.

— Está celoso porque adoro mi trabajo —me contó sonriendo.

— Sí —asintió—. Buscar piernas que se abran fácilmente es un trabajo sensacional. Descuida, Edward, él siempre huele a sexo. Ya te acostumbrarás.

Ahora que lo mencionaba, apestaba a semen.

— ¿Vamos a comer? ¡Muero de hambre! —celebró chocando ambas manos.

Salimos del sanitario para dirigirnos a un pequeño restaurante en la calle de en frente.

Josh pidió un sándwich de pollo con lechuga, tomate y aderezos, Mark lasaña y yo carne y ensalada rusa.

— Entonces cuenta, Edward —pidió Josh todavía masticando, pero con buen ánimo—. ¿A qué te dedicas?

— Soy pediatra —respondí—. Trabajaba en un consultorio con mi padre.

— ¡Oh, un doctor! —Se impresionó Josh—. Bueno, yo soy profesor de Matemáticas y éste es mi primer empleo.

— Su tío es el rector Donald Freeman —comentó Mark—. Creo que te das una idea de cómo obtuvo el empleo.

Josh protestó, esperando terminar de masticar antes de defenderse.

— Dime tú cómo obtuviste este empleo —le remarcó mofándose.

—Touché —concedió Mark divertido.

— Tu tío me habló un poco de ti —le dije a Mark—. Pero no tenía idea que había profesores jóvenes aquí también, creí que tendría que codearme con adultos mayores.

— Bueno, yo tengo 32 años —respondió Mark—. Josh es el bebé, apenas tiene 25.

Josh me regaló una sonrisa animada y me causó mucha risa.

— Bueno, yo te supero por un año —encogí mis hombros. Era agradable saber que tenía compañeros de trabajo de mi edad.

Ya habíamos terminado de almorzar cuando Mark se puso a fumar a mi lado. Traté de ignorar débilmente el aroma porque intentaba dejarlo, pero era muy fácil distraerse. Josh pidió prestado un mensaje de texto, así que le presté por unos segundos mi I-phone. En la calle, un par de chicas que reconocía de mi clase, se acercaron.

— ¡Profesor Cullen! Lamentamos interrumpirlo —se disculpó una de las chicas—. Oímos que ofrecía ayuda adicional para los alumnos que se estén preparando para entrar a la Universidad en la rama de Medicina. ¿Sería de mucha molestia si nosotras también nos unimos?

Vaya… mi oferta había dado efecto.

— Claro, no hay problema —respondí con seguridad—. Mañana hablaremos del tema en clases.

— ¡Muchas gracias, profesor! —saludó la otra chica y se marcharon. Les devolví la sonrisa amablemente.

Volteé para ver a Josh y Mark observando la escena. El primero con cierta indiferencia, el segundo con asombro.

— ¿Qué carajos fue eso? —Preguntó Mark rompiendo el silencio.

— ¿Por qué? —pregunté confundido. ¿Había hecho algo malo?

— ¿Vas a ayudar a una ola de alumnos en tu segundo día? —me preguntaba como si quisiese dar a entender lo malo que sonaba.

— ¿Qué? ¿Está mal? —Por más que lo intentara, no le veía nada malo a eso.

Mark me miró durante unos largos segundos y luego sonrió alzando ambas manos, como si me dijese "es tu asunto".

— Si tú quieres hacerlo…

— No seas una mierda, dime —obligué a que lo dijese de una vez. Luego, me di cuenta de lo grosero que había sonado y todo porque él decía groserías a cada rato. Estuve a punto de pedirle disculpas hasta que se echó a reír.

— Me cae bien —me señaló mientras se reía con Josh—. Mira, sé que estás emocionado por la idea de enseñar a alumnos, estás motivado y eso es bueno. Pero debes tener mucho cuidado con el trato a tus alumnos, y me estoy refiriendo a cuán coloquial eres con ellos. Una vez que les das la mano, se aferran a tu codo.

Seguía sin comprender su punto.

— Pero tú decides cómo tratar a tus alumnos —agregó al último con una sonrisa mientras le daba una pitada a su cigarrillo.

— Listo, enviado —murmuró Josh con una sonrisa triunfante, como si acabase de enviar algo que lo puso muy contento. Observó por unos segundos la pantalla de mi teléfono—. Hey, ¿quién es esta chica?

Él nos enseñó la pantalla del teléfono a Mark y a mí. Era una fotografía de Bella que tenía como protector de pantalla.

— Esa es Bella. Mi novia —sonreí tomando el teléfono. Me gustaba mucho esa fotografía porque era un primer plano perfecto de su rostro. La tomé un día luego de pasar toda la tarde en la piscina.

Mark se asomó para observar mejor la foto.

— Es linda —asintió con honestidad y una buena sonrisa.

Y es mía.

— Sería fantástico salir los tres juntos una noche, ¿no? —propuso Josh mirándonos con una enorme sonrisa. Algo me hacía pensar que este chico en verdad era optimista… O quizás algo idiota.

Permanecimos en silencio, él esperó a que comprendiésemos lo que quería decir.

— Ya saben, de putas —aclaró después, emocionado.

Le fruncí el ceño.

— Acaba de mostrarte una fotografía de su novia —Mark explicaba perplejo, señalándome con su mano.

— Ella no tiene que enterarse —Josh se encogió de hombros, restándole importancia.

— Oh, no, no —negué riéndome un poco—. Voy muy en serio con ella, no me interesa estar con otra mujer.

Josh me miró con los ojos entrecerrados y chasqueó la lengua, rindiéndose. Oí que Mark se reía.

— Genial, dos casados —bufó molesto, luego procedió a explicarme—. Mark tiene a Melissa, llevan juntos cuatro años.

— ¡Woah! —Me impresioné mientras él sonreía con serenidad—. Eso sí que es mucho tiempo.

— ¿Hace cuánto están juntos ustedes? —me preguntó a mí.

— Cinco meses, pero la conozco hace casi un año —conté—. Nos hemos mudado juntos hace una semana.

— Oh, la época más divertida —recordó él con nostalgia—. Es el comienzo de una buena vida, créeme.

Entendía sus palabras porque nunca antes había sentido esto por nadie. Nunca antes moría de ganas por volver a casa y encontrarme con mi chica. Nunca había imaginado que podía enamorarme de la misma persona una y otra vez. Siempre creí que era una sensación que moría en los primeros meses.

— De acuerdo, debo irme a ver a Jules —Josh se levantó del asiento revisando su teléfono.

— Josh, acabas de follártela en el salón — dijo Mark incrédulo. ¿Era la secretaria?

— Y no me dejaste terminar —reclamó con condescendía y se despidió.

— Tengo la teoría de que su propio pene controla el resto de su cuerpo —Mark se burló con completa seriedad.

Me reí.

— ¿Fenómeno físico o psicológico? —pregunté divertido.

Lo dudó por unos segundos.

— Genial, me has dado más motivos para crear una nueva y mejor teoría —bufó riéndose.

.

Al día siguiente llegué al salón y dicté las clases del mismo modo que el primer día, siempre incitando a cada uno de los estudiantes para que participara. El primer problema se presentó cuando les di diez minutos para que respondieran tres preguntas que yo había formulado, porque preguntaría al azar: sólo cinco alumnos se encontraban haciendo la tarea, el resto sólo conversaba y en varias ocasiones tuve que pedirles que volvieran a su trabajo, pero eran incontrolables.

Comprendí exactamente lo que Mark se estaba refiriendo cuando terminó la clase y me encontraba ordenando unos papeles en mi escritorio.

— ¿Cree que podría explicarnos mañana un poco sobre los trastornos endócrinos, profe Edward? —me preguntó una chica que colgaba su cuaderno encima.

Alcé una ceja.

— Ver un poco sobre diabetes sería genial, Edward —terminó por decir su compañero que se encontraba a mi lado.

Detuve lo que estaba haciendo y me volteé a mirarle a la cara, estupefacto.

— Soy tu profesor, no tu amigo —dije esto en un tono tajante, incrédulo—. No puedes llamarme Edward, ni "profe Edward" —observé a la muchacha—. Soy el profesor Cullen. Tal vez tengamos una diferencia de sólo diez años, pero no puedes ni siquiera tratarme como un socio.

Ambos reaccionaron sorpresivos por mis palabras y asintieron, marchándose mientras murmuraban algo a mis espaldas.

¿Quiénes se creían para faltarme el respeto así? Jamás en mi vida había llamado a un profesor por su nombre para una consulta. Claro, los apodos estaban de más, podían llamarme "Doctor imbécil" a mis espaldas, ¿pero quién en su sano juicio le habla así a su profesor?

Y la respuesta vino a mí de forma inmediata. Sólo un imbécil que decide actuar de forma coloquial con sus alumnos para que ellos dejen de verlo como "el profesor" y lo vean como "el imbécil que reemplaza al verdadero profesor". ¡Y eso en verdad me indignó!

Volví a juntarme con Mark y Josh como parte de una nueva rutina, y les hice saber mi molestia.

—Te dije que no debías darle ese trato a los mocosos repulsivos. Para ellos, la palabra "respeto" significa "me follo a tu novia sin que te enteres". Creen que tienen la razón en todo y te ven como la rata que acaba de entrar al reino animal; tú no eres el jefe, eres un invitado que ni siquiera fue invitado —refunfuñaba Mark mientras terminaba de fumar su cigarrillo. Por cada uno que fumaba, yo fumaba la mitad.

— Yo siempre sentí que la única forma en que un alumno puede faltarme el respeto era criticando mi forma de enseñar —contó Josh observando distraídamente el cielo.

— Tú le faltas el respeto a las chicas viniéndote antes —murmuró con ese tono seco y mordaz que le caracterizaba.

— Cállate —dijo Josh sin prestarle las más mínima atención.

— ¿Entonces, qué hago? —pregunté buscando una solución.

Mark me miró incrédulo, encendiendo un segundo cigarrillo.

— Nada. Estás jodido. Ya los perdiste. No van a respetarte nunca —dijo convencido.

¡¿No?!

— Oh, tienes que estar bromeándome —gemí molesto—. ¿En serio no puedo hacer nada?

Él pensó durante unos segundos.

— Puedes revertirlo a tiempo, has que te la chupen —encogió sus hombros, exhalando humo por los orificios de su nariz.

Abrí los ojos con sorpresa. ¿Cómo rayos iba a aceptar ese tipo de propuesta?

Josh se entró a reír.

— Eres un degenerado, Edward —se burló.

— Él es un degenerado porque tú eres un maldito cochino y tienes que estar avergonzado por eso —Mark respondió apuntándolo con el dedo índice, con una expresión completamente seria.

Oh, ¿no era eso entonces?

— Me refiero a que los trates como la misma mierda que son —me aclaró Mark—. Que te la chupen en los exámenes. Ayuda lo simple y básico, sé cordial, pero no amable… estricto y exigente.

— Pero… eso suena algo crudo —murmuré no muy seguro.

— Se los van a coger en algún momento de sus vidas. Si no es la secundaria, lo será la Universidad. Si no es la Universidad, será el trabajo. Y si no es el trabajo, serán sus malditas esposas que se acostarán con otros hombres, como Josh—señaló a Josh. Lo miré y él se encogió los hombros, sonriente—. Si quieres hacer un bien, sé rudo con ellos. Esa mierda televisiva de "Enseñar a través de la diversión" es lo que hace que este país de mierda nunca sea como Japón o Alemania, donde antes de escoger el nombre del bebé que va a nacer, escogen el nombre de la Universidad que asistirá.

Woah.

— Trata de verlo sino como una preparación para cuando tú y Bella tengan hijos —explicó Mark y me miró durante unos segundos, dudando—.Te acabo de espantar con la idea, ¿o no?

— No —negué riéndome. Claro que no me espantaba una idea tan hermosa como esa.

— Bien —asintió él—. ¿Vas a dejar que tus hijos salgan todos los fines de semana si no han hecho una mierda durante los días de semana? ¿Vas a ser el tipo de padre que se conforme con notas bajas porque sus hijos poseen problemas psicológicos modernos como "Mi vida es una desgracia, voy a postearlo en todas las redes sociales" y vas a terminar pagando un maldito psicólogo que termine por echarte toda la culpa a ti por sus inexistentes traumas infantiles?

Me quedé mudo.

— Yo sé de esa mierda llamada "amor" porque amo a mi novia y la seguiré amando hasta que me vuelva un esqueleto decrepito y mis cenizas sean arrojadas en el lago más sucio y contaminado de la ciudad por culpa de un gobierno de mierda que sigue aumentando los malditos impuestos. Pero hay veces en las que debes ser estricto, mi amigo —me apuntó con su dedo—. No dejes que esas criaturas de Belcebú te digan cómo mierda vas a gastar tu valioso tiempo enseñando después de haber estudiado toda tu corta vida.

Mark tenía la completa razón, no se trataba de ser malvado e injusto… sino estricto y exigente, porque tarde o temprano alguien lo sería en sus vidas.

—¿Recuerdas a ese profesor que nunca especificaba lo que iba a tomar en un examen, que consistía en dos preguntas donde debías responder ambas para poder pasar y tratar de escribir concisamente la respuesta sin explayarte en varias hojas, cuando la respuesta misma es un tema que abarca catorce páginas en el libro? —Le dio una pitada a su cigarrillo—. Ese hijo de perra era un maldito genio.

En mi mente sólo podía pensar en mi profesor de Clínica.

Tomé muy en serio el consejo de Mark cuando presencié el mismo tipo de comportamiento al día siguiente. Básicamente, había perdido la autoridad y no paraba de compararme con el estúpido ejemplo de la rata en el reino animal que había mencionado previamente.

Mi nivel de indignación se había elevado conforme los días pasaban. Menor era el tiempo que veía a Bella en casa, su trabajo la tenía de aquí para allá, de completar tareas en casa para adelantar en el trabajo e intentar salir temprano, pero eso nunca sucedía. Si así era la situación y todavía se encontraba en período de prueba, no quería imaginar lo que sería cuando la contrataran oficialmente. No quise decírselo porque ella y yo éramos una pura bomba de tiempo, cada uno amargado por sus propios motivos.

Vida de mierda.

Un día decidí que cambiaría el trato que tenía con los estudiantes y me presenté con una máscara de frialdad, una exigencia tolerable y un traje negro para cambiar mi vestimenta semi-informal.

Llegué a clases y la primera decisión que tomé fue tomarlos por sorpresa.

— Vamos a controlar el cuestionario que tenían como tarea —me senté encima del escritorio—. ¿Voluntarios?

El aula, como siempre, sólo permanecía en silencio cuando pedía una tarea. Asentí para mí mismo.

—Bien, buscaré en la lista —tomé la hoja de papel y empecé a leer los apellidos para tomar uno al azar.

Llamé uno y resultó ser un muchacho con el cabello algo desprolijo. Me animaría a decir que ni siquiera sabía que había tarea.

— "El sistema endócrino es un sistema de señales similar al del sistema nervioso, pero en este caso, en lugar de utilizar impulsos eléctricos a distancia, funciona…" —leí la frase del cuestionario que debían completar.

El muchacho, despreocupado como si nada importante sucediese, medio se reía. Sabía que no tenía la respuesta, pero decidí hacerlo sufrir un poco.

— No hice la tarea, profesor —admitió el joven sin problema.

— ¿Por qué? —pregunté mirándolo fijamente, serio.

—Porque lo olvidé —respondió él, con seguridad.

—¿O sea que si yo olvido venir a clases, la institución no debe descontarme el día de paga? ¿Así funciona tu lógica? —le pregunté con completa seriedad sólo para intimidarlo. El muchacho no respondió nada. Suspiré, negué y marqué con rojo una equis al lado de su apellido en la lista—. Punto menos en su examen.

Pude oír los jadeos sorpresivos e indignados por la decisión que había tomado. Ahora sí estaban preocupados. Volví a llamar a otro para pedirle que continuara con la oración. Esta vez era una jovencita de cabello castaño y ojos claros.

— N-No pude h-hacer la tarea, profesor —murmuró, preocupada por la consecuencia que caería sobre ella.

— ¿Por qué? —volví a preguntarle. Era divertido oír sus excusas inventadas.

— Porque tuve un problema con mi n-novio anoche y… —empezó a entreverarse con las palabras, suspirando.

La miré durante unos segundos, con seriedad.

— ¿Y por qué a mí debería importarme los problemas que usted tiene con su novio, señorita? —le pregunté de la misma forma como con el anterior chico y ella se puso nerviosa—. Punto menos para su examen.

Antes de seguir llamando alumnos les di un pequeño sermón acerca de que existen motivos por los cuales uno no puede cumplir con su tarea diaria, y quizás en otras circunstancias podría comprenderlas, pero en ésta no, y no me interesaba. ¿Qué iban a hacer el día de mañana? ¿Decirles a sus profesores en la Universidad que no sabían que había que llegar a clases leyendo al menos tres temas sin previo aviso? No había excusas para este tipo de cosas a menos que sean de grado importante.

Terminé por marcar con rojo seis apellidos y por algún motivo, me sentí… ¿Satisfecho?

No lo sé, por algún motivo me hizo sentir que estaba haciendo lo correcto y que de algún modo ellos se lo merecían.

La mañana se volvió aún mejor cuando recibí un inesperado WhatsApp de Bella.

Bella:

Lamento haberme ido sin saludarte, tuve que llegar antes que mi jefe para tener ordenados unos papeles en su oficina. Te amo mucho, pero mucho. X

Una inevitable y tonta sonrisa se formó en mi rostro. Y no era por menos; Bella nunca utilizaba su teléfono en el trabajo, y… para qué negarlo, se había sentido algo triste despertarme y no verla a mi lado en la cama.

Edward:

No te preocupes, amor, lo entiendo. Espero que tengas un hermoso día hoy. Te amo más. X

No quise explayarme porque sabría que no me contestaría. Pero lo hizo.

Bella:

Espero que tú no te hayas estresado con esos alumnos. En serio, ten paciencia. Y no, yo te amo más y te envío un beso en la mandíbula, porque eso te pone de buen humor.

¿Oh? ¿Entonces tenía tiempo para responder mensajes? Sentí cosquilleos en mi mandíbula y decidí contestarle.

Edward:

¿No prefieres morderme la mandíbula?

Bella:

Por supuesto que sí… ¿es que tú quieres morderme en algún lado?

Quisiera morderle los pechos.

Edward:

¿"Algún"? Oh, no. Yo quiero en varios rincones.

Me puse a recordar en mi memoria cómo sabía la piel de Bella en mi boca. Tan suave, rosada y dulce, como la de un bebé. Sacudí mi cabeza al darme cuenta que estaba tomando un camino ligeramente sospechoso para encontrarme en un lugar público.

Bella tardó en contestarme y revisé la hora. Ya eran las doce del mediodía. Técnicamente saldría a almorzar ahora. Parecía andar algo desocupada para responderme, así que decidí darle una visita sorpresa para llevarla a comer afuera.

Pregunté por ella en el tercer piso, donde ella se encontraba, Bella apareció asombrada de encontrarme aquí.

— Edward, ¿qué haces aquí? —me preguntó cuando me acerqué a abrazarla. No lucía muy contenta.

— ¿No has salido todavía? Quiero invitarte a almorzar —dije acariciando disimuladamente su cintura.

— Oh… —su expresión se dulcificó y se mordió el labio—. Me encantaría, pero todavía no he terminado de ordenar unos papeles.

Ella lucía tan hermosa que era imposible de creerlo. Era ese tipo de chica con la que tienes una aventura muy sucia, que está dispuesta a hacer cualquier locura y proporcionar los mejores orgasmos al unísono. Pero también era ese tipo de chica simpática, dulce, humilde, que presentarías a tus padres y que se convertiría en tu sostén y en una buena amiga. Mi corazón latía emocionado cuando la veía porque la amaba cada segundo, pero mis pantalones comenzaban a apretarme un poco al verla vestida así con ese hermoso cabello rojo cobrizo. La falda de tubo gris se le ajustaba demasiado al trasero y eso no me gustaba para nada. ¿Por qué los demás debían apreciar lo que era mío?

— ¿Y? Lo terminas de hacer en tu segunda jornada —propuse porque en verdad quería salir con ella.

— Es que tengo que terminarlo antes para ir adelantando otros que tengo que entregar en la segunda jornada —susurró aquello como si fuese un secreto, frunciendo sus labios.

Ella se separó ligeramente de mí cuando un tipo con traje, un poco robusto, cabello canoso y una actitud altanera apareció.

—Swan, ¿ya terminaste con los papeles que hay que entregar al sexto piso? —le preguntó y no me gustó para nada el tono enfadado que estaba usando.

— Estoy en eso —respondió Bella con seguridad y discreción.

— ¿Y qué esperas? —Levantó un poco la voz para regañarla y sentí un impulso de ponerme en frente suyo —. Ve a terminarlos para que te entregue las demás fotocopias.

— Sí, señor —asintió Bella una sola vez, frunciendo sus labios. Reprimí un gruñido.

El tipo me miró.

— Y no he permitido que tengas visitas en horas de trabajo, recuerda que todavía estás en período de prueba. Que sea rápido y ven a la oficina. Ah, y trae café y cigarrillos—terminó por decir de malhumor y con poca educación. Nos dio la espalda para entrar a la oficina.

Esperé a que se marchara para refunfuñar.

— ¿Quién se cree ese imbécil para tratarte de esa forma? —gruñí en voz baja, frunciendo el ceño. Bella me pedía que fuese más silencioso.

— Así tratan a todos aquí, Edward. Será mejor que te vayas —me pidió con ambas manos sobre mis brazos.

— ¿Irme? ¿Y dejar que te trate como si fueses una secretaria? ¡Bella, mírate! Eres una graduada de Universidad, no una simple chica que busca ganar dinero sin ninguna educación —me indigné.

— No tengo tiempo para discutir; por favor, vete Edward. Hablaremos en casa —ella refunfuñó. Probablemente le molestó que lo que yo le había dicho fuese cierto.

Suspiré y me di la vuelta sin saludarla, realmente molesto.

(1)Mientras iba en el auto y ponía música, me puse a pensar que la indignación había surgido del hecho de no verla tan seguido y de enterarme que un imbécil cretino la trataba como si fuese una secretaria. Ella era toda una mujer, tenía tantas capacidades, era muy inteligente, ¿por qué se dejaba tratar así?

Para cuando llegué a casa y almorcé solo, me sentí culpable por la forma en que me había ido haciendo una escena. Mierda, soy el hombre en esta relación. Los hombres no hacemos este tipo de cosas, son las mujeres las que lo hacen. Y Bella nunca lo hizo, por eso era una mujer increíble.

Me encontraba recostado en la cama cuando tomé mi guitarra y me puse a tocar un par de acordes de la canción que había oído en el coche y que seguía estancada en mi cabeza. No paré de tocar hasta que oí que alguien ingresaba por la puerta y el sonido de unos pies pisando el suelo me advirtió que venía lo suficientemente cansada para usar un minuto más esos zapatos que llevaba a diario.

Bella apareció en el dormitorio con una mirada desganada. Nuestras miradas se encontraron, mirándonos constantemente, sin decir ni una palabra, hasta que ella llegó hasta el respaldo de la cama y dejó que su cuerpo se desplomara de frente sobre la misma.

— Sigue tocando —murmuró contra el colchón.

Y así lo hice, y por poco comenzaba a cantarla, pero su letra era muy deprimente.

Terminé la canción y empecé a acariciar su cabeza, su cabello siempre se encontraba suave.

— Perdón por haberte hecho una escena —murmuré en voz baja cuando ella se dio la vuelta, ahora se encontraba recostada boca arriba. Esos hermosos ojos verdes me miraban y no lucía molesta—. Es sólo que extraño pasar todo el día contigo.

Ladeó una sonrisita y suspiró.

— Es un trabajo de mierda —admitió, con la vista fija en el techo.

— Odio que ese imbécil te trate como si fueses una secretaria —dije con franqueza—. No quiero que te haga sentir como que eres un ser inferior porque…

— Edward, él no me hace sentir inferior —me dijo mirándome a los ojos—. Su trato no me ofende, me indigna y si pudiera, le patearía el trasero…

Me reí y me alegré de saber que eso no la desmotivaba.

—…Pero es el jefe, y es una buena empresa. Todos tenemos niveles en la empresa y aunque me moleste, él es superior a mí y debo hacer lo que diga. Sólo quiero aguantar un mes al menos para recibir mi primer salario —dijo—. Apesta saber que varios de mis ex compañeros ya están trabajando y yo todavía lucho por los malditos periodos de prueba. Pero para llegar alto, es necesario saltar del suelo.

En eso tenía razón, lamentablemente. El mundo laboral era injusto.

— Al menos eso me dijo Rosalie—terminó de contar. La mención de su nombre captó mi atención por completo.

— ¿Hablaste con ella? —se lo pregunté.

Asintió.

— Me topé con ella en la calle esta mañana, me preguntó sobre mi nuevo trabajo y me dio un par de consejos acerca de cómo lidiar con los jefes.

Ella sí que estaba acostumbrada a tratar con algunos abogados cerdos.

— Y le pregunté cómo se encontraba ella Emmett… —continuó Bella y me miró a los ojos.

Asentí para que me dijera lo que habían hablado. No parecían ser buenas noticias ya Bella frunció sus labios.

— Algo no marcha bien en su relación —relató—. Están teniendo muchas discusiones por una tal "Cassie", amiga de Emmett.

¿Una amiga?

— Eso es extraño por dos razones —dije pensativo—. Rosalie no es una mujer que siente celos fácilmente —y con buen motivo, pensé—. Y Emmett nunca me habló de esa amiga.

Bella se encogió de hombros.

— Tal vez debas hablar con él —ella propuso con curiosidad.

Pero yo sólo pensaba en una cosa. Acerqué mi cuerpo al suyo y empecé a lamer su cuello.

— Creo que quiero hacer otra cosa —ronroneé sintiendo cómo mis pantalones me apretaban.

Bella jadeó, pero no sonó sensual.

— ¿Me vas a odiar mucho si esta vez paso? —mordió su labio y abrí los ojos, sorprendido—. Acabo de tomar un ibuprofeno porque todavía siento dolor. Me ha llegado la regla esta mañana.

¡Rayos!

— No, claro que no —murmuré encima de su cuello, dándole un beso casto, maldiciendo para mis adentros.

.

Con una Bella completamente agotada por el trabajo, en medio de su periodo menstrual y sin ánimos de hacer otra cosa más que recostarse en el sillón a ver películas a mi lado, aproveché el tiempo libre para ponerme al día con Emmett ya que hacía rato que no conversábamos a solas. Cuando Jasper se juntaba con nosotros, la cosa se hacía más informal, torpe y divertida. Pero yo quería saber qué era lo que le andaba ocurriendo con Rosalie.

Un día, después del trabajo, fui hasta su estudio jurídico a visitarle.

— ¿Seguro que no has golpeado a alguien? ¿No has estado vendiendo sustancias ilegales? ¿No te han denunciado por acoso sexual a estudiantes? —Emmett me apuntó con su dedo juzgándome en broma mientras nos sentábamos en su escritorio.

— Por favor —negué frunciendo el ceño—. ¿Tan difícil es creer que vengo a ver a mi mejor amigo y no a mi abogado?

— Eso creía hasta que una semana me dijiste "Emmett, Bella chocó su auto y el mío" —se impresionó y me eché a reír—. No sé en qué rayos andan metidos ustedes dos, par de locos.

— Ahora no en mucho; ambos andamos muy ocupados con nuestros nuevos empleos —le empecé a contar mientras él bebía de su botella de agua mineral y me prestaba atención—. Sobretodo ella, ahora que trabaja dos jornadas. Yo reduje considerablemente mis horas de trabajo en comparación con el consultorio.

Él oía atento, hasta que su celular vibró en el escritorio. Era algo tan raro ver al Oso bromista y al Emmett trabajando con completa profesionalidad. Leyó el mensaje y chasqueó la lengua, alejando su teléfono.

Me quedé en silencio preguntándome qué había sido eso.

— Lo siento, era Rosalie. Sigue —me incitó.

Fue la iniciativa perfecta para introducir el tema.

— ¿Las cosas marchan bien? —pregunté con fingida casualidad.

Emmett suspiró, sin saber por dónde empezar. O quizás, no deseaba siquiera empezar.

— Todos los días discutimos por el mismo tema y ya comienza a molestarme —dijo con seriedad—. Cree que la engaño.

— ¿La engañas? —fue lo primero que me salió de la boca y lo lamenté. Emmett me frunció el ceño.

— Carajo, Edward. No —respondió molesto, tomándoselo en serio—. Yo la amo, pero… son tantas cosas las no están saliendo bien. Detesto el hecho de que estar con ella implique tener discusiones. Se supone que así no funciona la cosa. Además, está el hecho de que ella no crea en el matrimonio y yo sí. Me deja inseguro –Dijoesto último como si fuese un secreto.

Recordaba que Rosalie constantemente decía que no iba a casarse, porque jamás encontraría al hombre ideal para permanecer el resto de su vida con él. Pero creí que la cosa había cambiado cuando empezó a salir con Emmett. ¿Seguía sin creer en aquello? Eso debía dolerle mucho a Emmett, siendo que todos los veíamos como una sólida pareja que duraría mucho tiempo.

— Pero, ¿con quién cree que la engañas? Yo conozco a mi hermana, Emmett, ella no es celosa —le dije con cierta obviedad.

— ¡Já! —Emmett bufó con diversión—. Se nota que no la conoces en ese plano. Está celosa de una nueva amiga que he hecho, se llama Cassandra Anderson y es un cliente que estoy atendiendo actualmente. La conocí en el gimnasio —estaba revisando algo en su teléfono—. Es más, en un rato debo estar allí, así que seguro la veré.

— ¿Puedo acompañarte? —Sentí el impulso de pedírselo. No podía creer lo que estaba oyendo. Rosalie Masen Cullen no podía ser una mujer desconfiada y sentir celos. Esto debía ser completa exageración.

— ¿No vas a otro gimnasio?—preguntó él, confundido.

— Sí, pero no tengo nada que hacer y no creo que haya nada malo en querer pasar tiempo con tu mejor amigo, ¿o sí? —volteé la moneda y pregunté con recelo.

Emmett rió y encogió sus hombros.

— A un placer, amigo.

Esa tarde acompañé a Emmett al gimnasio sólo para corroborar si la tal "Cassie" era un motivo suficiente para justificar la "supuesta" paranoia de Rosalie.

Y… no, Rosalie no era ninguna paranoica.

— ¡Oso! —una muchacha de cabello rubio recogido en una alta coleta brincó sobre él para abrazarlo amistosamente.

— ¿Cómo sabe tu apodo universitario? —pregunté a Emmett con sorpresa, pero en buena manera.

— ¡Todos aquí conocen al Oso McCarty! Es una leyenda en el gimnasio. ¿Habías visto alguna vez un abogado con esos brazos? —la chica me sonreía y golpeó amistosamente el hombro de Emmett; él rió.

Ella tenía ojos claros, facciones delicadas como si fuese una niña todavía, más su cuerpo decía otra cosa. No era tan voluptuosa como Rosalie, pero se lo notaba firme y saludable, producto de varias horas en el gimnasio.

—Cassie, te presento a mi amigo, Edward —Emmett nos presentó y nos estrechamos la mano. Algo en su sonrisa transmitía mucha positividad.

— Mucho gusto, Edward. ¿Es la primera vez que vienes al gimnasio? —ella me preguntó.

— No, voy a otro gimnasio, pero he decidido acompañar un rato a Emmett. Hace mucho que no lo veo —le dediqué una mirada a Emmett, él sólo reía.

— Pasa mucho tiempo en la oficina —lamentó ella sonriendo divertida a Emmett—. Lo bueno es que da el ejemplo de que se puede ser un hombre de traje pero a pesar de eso ser constante aquí.

— ¿Hombre de traje? —Bufé—. El traje le queda corto.

— No me molestes o puedo noquearte, amigo —bromeó Emmett golpeándome el hombro amistosamente.

— Él tiene razón —asintió Cassie riéndose—. Como la vez en que dos tipos se pusieron a discutir y él los paró. Rayos, sí que fue todo un héroe.

Deduje que, por el acento, Cassie no era de Nueva York.

Ellos se rieron como si hubiese una anécdota de por medio, pero ella fue educada y lo dejó pasar para no dejarme de lado.

— ¿Harás abdominales con nosotros? —la invitó Emmett.

— Oh, no puedo —ella lamentó con una sonrisa—. Todavía sigo dictando clases de yoga, les acabo de dar un descanso de cinco minutos, en realidad —se reía.

— Entonces ve y deja de perder tiempo —le reprendió en broma él.

— Vine a saludarte porque luego crees que soy una maleducada —ella dijo esto con un aire orgulloso, pero siempre divirtiéndose en las bromas.

Sentí que estaba de más.

— Eres una maleducada, estás dejando a tus alumnos esperar. Anda —le incitó él y ella con una sonrisa contenida, le golpeó el hombro con diversión.

— Nos vemos al rato, Edward. Un gusto en conocerte —me sonrió con una sonrisa que me invitaba a sonreír también y ella se marchó.

— Es simpática, ¿o no? —Me preguntó Emmett mientras nos acercábamos a las bicicletas para entrar en calor—. Tiene diecinueve años, pero enseña aquí a tiempo completo.

— Sí, es simpática —asentí sintiendo que era de esas personas que brillaban por su presencia. En lo poco que hablamos me pareció una chica muy amable, pero mientras más me agradaba, más culpable me sentía. Después de ver la química que llevaban estos dos, sí creía que Rosalie tenía motivos para ponerse paranoica.

Enfrascado en nuestros pensamientos, vi que Emmett observaba a veces al otro lado del gimnasio donde Cassie se encontraba dando clases. Los pantalones que estaba usando no dejaban absolutamente nada a la imaginación y encontré que la chica tenía un cuerpo envidiable para las chicas y atractivo para los hombres. No supe si Emmett estaba mirando cómo ella interactuaba entre risas con el resto o estaba mirando su cuerpo estirarse en diferentes posiciones. Sea cual sea, definitivamente no era una buena señal.

.

(2)Para el viernes, mi paciencia se había reducido en un ochenta por ciento y lo único que lograba sentir era frustración, ansiedad y malhumor. Traté de rememorar cuando había sido la última vez que me había sentido como un imbécil refunfuñón. Y sólo pude recordar cuando me había ido a aquél congreso en New Jersey y debido a mi frustración sexual había pasado mal rato.

Llegué a clases y saqué de mi maletín treinta hojas y las coloqué en el escritorio.

— Bien, quiero los pupitres vacíos y separados. Sólo pueden usar bolígrafo y corrector. Y tienen media hora para completar las respuestas —anuncié tomando las hojas entre mis manos para ir entregándolas en cada pupitre.

Todos me miraban como si algo terrible estuviese sucediendo. Y pues, sí, por supuesto que sufrían por un examen sorpresa, pero eso sólo terminaba por deleitarme. A ver quién se cree el listo ahora…

Cuando terminé de entregar, me senté en el escritorio tomando una copia del examen y le di una rápida leída. Sólo si habían tomado en serio mi precaución de un examen sorpresa el día de ayer, podrían resolverlo fácilmente. Pero ya sabía que iba a encontrarme con varias hojas en blanco.

Pasaron los primeros cinco minutos y nadie entregó la hoja de forma inmediata. Eso podía significar dos cosas: O esperarían un tiempo para entregarlo para no ser tan obvio, o realmente habían estudiado y se daban una oportunidad para responder las preguntas. Sospeché que se trataba de la primera opción cuando descubrí a un estudiante desviando sus ojos al pupitre de al lado con discreción.

Suspiré, negando para mí mismo. Si al menos iban a hacer trampa, más le valía ser bien precavidos.

Volví a leer mi hoja. Allí estaban las respuestas de las cinco oraciones que debían terminar de completar. No eran difíciles, sólo eran palabras. En quince minutos la clase entera debía entregar. Entonces recordé que era la primera vez que aprendían el tema. Yo me lo sabía de memoria, podía terminarlo en menos de cinco minutos.

Guardé la hoja en mi maletín y volví a darme la vuelta para encontrar al mismo muchacho copiando lo que el otro le dictaba. Si veía mejor, el chico le estaba dictando al chico de al lado y de en frente. Y me miraba fijamente para controlar que yo no me diese cuenta. Cuando lo hice, se paralizó asustado.

— Ustedes tres —les llamé la atención en voz alta, provocando que el resto de los estudiantes dejara de escribir—. Entréguenme sus hojas ahora.

Chasqueé mis dedos y los miré fijamente para que procedieran a hacerlo rápidamente. Entre suspiros, se acercaron y me entregaron los exámenes. Se marcharon del salón para esperar afuera y yo decidí no reprenderlos; suficiente era la F que iba a anotarles.

Me puse a leer la hoja del muchacho que le estaba dictando al resto e intenté no reírme con descaro. Ni siquiera se había acercado a las respuestas verdaderas.

Revisé mi I-phone con discreción sólo para mirar la hora y preguntarme si esta vez Bella se quedaría hasta rato en el trabajo o volvería temprano a casa como había prometido. Los viernes, ella no trabajaba segundas jornadas, y demonios que eso era una buena noticia.

Alcé la vista rápidamente para corroborar que nadie estuviese haciendo trampa de nuevo. Aunque parecía algo fantasioso después de echar a tres alumnos del salón por hacerlo.

Sin embargo, ellos encontraban la forma precisa para sorprenderme una vez más.

Esta vez, era una joven que trataba de espiar lo que su compañera de al lado estaba escribiendo. Ésta última no parecía interesada en pasarle las respuestas.

— Si encuentro a alguien más haciendo trampa, reprobaré al salón entero —anuncié rompiendo el silencio nuevamente. Esta advertencia serviría para que tomaran en serio el maldito examen.

Volví a revisar el teléfono sólo para deliberar si debía enviarle o no un WhatsApp a Bella para preguntarle si saldría a tiempo para llevarla a almorzar. De nuevo, miré hacia el resto del salón y encontré a la misma chica intentando copiarle a la muchacha de su lado las respuestas. La segunda chica parecía haber sido convencida de ayudarla, pero tomando precaución de que yo no me diese cuenta. Tenía que admitir que ella se estaba esmerando en no ser tan obvia.

Respiré hondo y decidí pasar de largo ignorando esa última maña. Tampoco quería provocar una injusticia colectiva al desaprobar al resto de los idiotas que sí habían estudiado por la indiscreción de un par.

Saqué un poco de goma de mascar sabor menta de mi bolsillo y la llevé a mi boca. Me puse a calcular cuántas estaba consumiendo durante estos últimos días y me vi sorprendido al encontrar que el número era considerable, como si fuese un calmante para mi ansiedad. Incluso observé mi pierna derecha, la estaba moviendo como si fuese un tic nervioso.

Tomé el I-phone del escritorio y lo guardé en el bolsillo. Cuando levanté la vista sólo para corroborar durante cortos segundos que todo estaba en orden, encontré a la misma joven repitiendo la misma acción en compañía de la que parecía saber las respuestas.

¡Pero la puta madre!

— De acuerdo, me entregan ahora mismo todos los exámenes —me levanté del escritorio para recoger todos los papeles realmente enfadado.

El resto del salón maldecía por lo bajo y suspiraba. Sí, era indignante para los que sí habían estudiado y esto generaría algo de discusión por parte de los estudiantes, pero me valía una puta mierda.

Cuando terminé de recoger los exámenes, suspiré en el escritorio.

— Realmente, ¿en qué están pensando? ¿Último año y haciendo trampa de una forma tan ridícula? Quizás el día de mañana, ustedes terminen ganando el doble de lo que sus profesores ganan y sólo porque tienen el privilegio de contar con familias de clase alta. Pero no es el dinero lo que te define en la vida… Es el esfuerzo y la dedicación —dije.

— ¿Pero profesor, por qué debemos pagar lo que otros hicieron si algunos estudiamos? —se quejó un estudiante, utilizando un tono de voz correcto.

— Porque es así. Si no son lo suficientemente brillantes para tomar en cuenta una doble advertencia, no van a conseguir nada en la vida. Tal vez tú hayas estudiando —le dije—. Y merezcas una excelente nota, pero yo soy el profesor, yo impongo las reglas en este salón y si no las sigues, el resto lo lamenta. ¿He sido claro señor Covington?

El muchacho se intimidó un poco por la autoridad en mis palabras y asintió bajando la cabeza.

— Bien, pueden irse. La semana que viene continuaremos y haremos una segunda evaluación. Y esta vez, haré una sola advertencia o el resto volverá a desaprobar. Y si yo fuera ustedes, cuidaría mi promedio porque ninguna Universidad terminará por aceptarlos.

Di por terminada la clase y todos se marcharon refunfuñando por lo que había sucedido. Me había dado la vuelta para guardar todas mis cosas del escritorio cuando oí los murmullos de un grupo que estaba afuera del salón, en la puerta.

— ¡Pero qué mierda de profesor! ¿Quién se cree que es para reprobarnos? —se quejó un muchacho.

— Es un amargado de porquería. No debe estar follando—dijo otro muchacho.

— ¿Oh? ¿Tú crees? Si tanto desea, yo le ayudo —se reía una chica y varias la siguieron—. Puede ser un amargado, pero está de puta madre. Podría comérmelo en el escritorio y bajarle el malhumor de encima.

Un par de chicas se rieron y le dijeron que eso había sido muy "puta" de su parte. Yo me quedé estupefacto por lo que acababa de oír, e indignado.

— Si tan sólo no fuesen unos mocosos de mierda, juro que les daría una patada en el trasero. Imbéciles — gruñí de malhumor mientras compartía una mesa con Mark y Josh.

— Te dije, son unas lacras inservibles —se reía Mark mientras encendía su cigarrillo.

El olor era tan adictivo… Y las gomas de mascar no estaban haciendo efecto ya.

— Dame uno —le pedí chasqueando la lengua. Él me pasó un cigarrillo y lo encendí.

Pero puta madre, el sabor era reconfortante.

— Son tan inútiles que ni siquiera saben copiar bien un examen —me quejé con el cigarrillo en la boca—. Dime, ¿alguna vez has copiado en la Universidad?

— Ni se me cruzaba en la cabeza —respondió Mark con serenidad.

— Una vez —respondió Josh, concentrado en su teléfono—. Pero lo escribí en mi brazo; copiar de otro es peligroso. No vale la pena.

— ¡Porque no nos dejaban! —me quejé—. Llegas a una edad donde si sigues copiando, eres un fracasado de mierda.

— ¿Cuántas advertencias les diste? —se empezó a reír Mark al recordarlo.

— Casi como tres —exhalé el humo, frustrado.

— Conozco chicos del Bronx que pueden pasar de año sin estudiar ni una sola palabra de lo brillantes que son para hacer trampa —contaba Mark—. Estos cerdos ricachones ni siquiera pueden copiar un examen donde debes completar con una palabra. Lo peor es que sus papis les regalarán sus empresas y contratarán gente capaz de dirigirla para que hagan el trabajo y ellos se dediquen a despilfarrar el dinero. O, en su defecto, a invertirlo en empresas que terminen matando a la población. Una misma mierda.

— ¿Saben qué fue lo más indignante? —Dije separando el cigarrillo de mi boca, observándolo a ambos—. Atribuyen mis "injusticias" a que "no debo estar follando". ¿Y quieren saber la realidad? Es cierto. No estoy follando hace días y me pregunto por qué mierda no estoy en estos momentos metiéndosela a mi novia que tiene un trasero de puta madre. Pero no puedo, porque ella está trabajando y yo debo enseñarles a unos mocosos de mierda a estudiar por primera vez en sus vidas.

Esos malditos imbéciles tenían razón. Estaba frustrado. Necesitaba pasar tiempo con Bella o terminaría indignándome aún más.

Josh se rió con perversión.

— Entonces, ¿hay mucha leche guardada en el refrigerador, Edward? —bromeó y le miramos de mala gana.

— Asco, Josh, asco —dijo Mark negando con la cabeza—. Te entiendo Edward, son tiempos difíciles. Soy el único que puede aconsejarte, porque este cerdo que ves… —señaló a Josh—… folla con cualquier cosa que cuente con pechos y una buena vagina. Todavía no entiendo qué es lo que te ven las mujeres, Josh.

— Tengo mis mañas—se justificó él, molesto—. Y no me meto con cualquier cosa. Tengo mis límites, hermano.

—CLAMIDIA. ¿Te suena eso? —Mark estaba a punto de reírse por una anécdota oculta, Josh se quedó mudo.

Exhalé humo al mismo tiempo que Mark y Josh recibió toda la bocanada.

—Hey, ¿luzco como alguien que quiere morir de cáncer? —nos refregó en la cara, molesto por el olor.

— ¿Quieres que te diga como quién luces? —Mark de nuevo quería mofarse de él. Esta era su particular relación de años de amistad.

— Bueno, bueno —les detuve porque mi cabeza estaba martilleando y sus discusiones podían durar horas.

— Oh, perdón profesor arrecho. No es mi culpa que su polla ande necesitada de afecto —se mofó Josh con condescendencia.

— Chúpamela, Josh—gruñí soltando humo encima de él, a propósito. Mark se rio de esto.

— Si tan mal te encuentras, vamos por unas putas y asunto resuelto —Josh desplegó una sonrisa satisfactoria.

De nuevo, le miramos con frustración. Ya no era incredulidad, pues ya sabía que él tendía a decir ese tipo de cosas.

— A ver —empezó a explicar Mark con las manos en la mesa—. ¿Qué parte de "tiene-una-relación-muyseria-con-su-novia-y-la-ama-profundamente" no has entendido todavía?

— ¡Sólo ofrezco soluciones! —se justificó él—. No vas a ganar nada sentándote aquí, quejándote de lo que ha sucedido. Si quieres follar, ve y folla a tu novia sin importar lo que esté haciendo. ¿Tan difícil es?

Mark le restó importancia porque no le parecía una solución muy acertada, pero yo permanecí quieto, deliberando esa solución. Sí, puta madre, era tan sencilla y obvia.

— Para ser un cerdo degenerado, eres brillante —asentí, dándole la razón con una sonrisa.

Josh se encogió de hombros, atribuyéndose la solución del conflicto con una estúpida sonrisa satisfactoria.

No me di cuenta hasta entonces que en poco tiempo había adoptado el vocabulario grosero de Mark y la promiscuidad obscena de Josh.

BPOV

Cuando terminé de sacarle fotocopias a unas últimas ediciones, las llevé hasta la oficina de uno de mis supervisores actuales y futuro compañero en edición si es que terminaban por darme el empleo.

— Eso sería todo, Swan. Gracias y ten un buen fin de semana —agradeció él, que a diferencia de mi jefe, andaba de mejor humor en las mañanas.

— Gracias, igualmente para usted —agradecí y canté victoria para mis adentros.

Antes de marcharme, tomé mis cosas y me encerré en el baño. Más precisamente, en el cubículo. Me senté encima del retrete y busqué en mi bolso la caja de cigarrillos que había comprado en la semana. Sólo me quedaba un último cigarrillo, lo tomé y lo encendí.

No es que fuese una adicta a la nicotina, pero era lo único que lograba quitarme el estrés de encima. Necesitaba hacerlo a escondidas, pues no deseaba que Edward se enterara ya ambos nos encontrábamos luchando por dejarlo. Pero lo consideré justo y necesario para la ocasión.

Aproveché para encender mi BlackBerry. No se me tenía permitido usar el teléfono durante las horas de trabajo, y sólo para mi comodidad decidía apagarlo para no distraerme con las vibraciones.

Me encontré con varios WhatsApps.

Uno era de Thomas, me había enviado una fotografía muy graciosa de una calabaza con el mensaje "Te extraño".

Me reí con ternura. Si tenía un poco abandonado a Edward, vaya que tenía abandonados a mis amigos. El otro WhatsApp era de Alice.

Alice:

Ya que nunca revisas el BBM, tendré que hablarte por aquí: ¿Podrías llamarme cuando te desocupes? Jasper y yo queremos saber cuándo llega tu madre :D

Hace unos días, Renée había llamado para avisarnos que, según el doctor, esta semana debía dar a luz a los pequeños… o pequeñas. Me dijo que deseaba que yo estuviese en ese preciso instante y claro que yo también lo deseaba. Pero como estaba la situación, sería algo difícil tomarme una licencia de un momento al otro para viajar hasta Florida, sobre todo cuando todavía no me encontraba trabajando en la empresa de forma oficial. Por lo que decidió trasladarse aquí y hospedarse en nuestro apartamento para ser testigo de cada momento. Al parecer, Alice y Jasper planeaban volver a Nueva York para acompañarnos.

Terminé mi cigarrillo y salí de la oficina; le envié un WhatsApp a Edward.

Bella:

Ya he salido del trabajo (: ¿deseas salir a algún lado ahora? X.

Edward:

Estoy yendo a casa, espérame allí. XO.

¿Uhm? Qué raro. A Edward le gustaba salir a almorzar afuera, pero ahora que lo pensaba, tenía ganas de descansar un rato en casa.

Las oficinas de Interludio se encontraban a pocas calles del departamento, así que no tuve problema en ir caminando hasta allí.

Llegué al departamento y me encontré a Jella jugando con la pequeña pelota de goma que le había comprado. Estaba muy concentrada en tirarla hacia algún lado.

— Hola, nena —la saludé tomándola entre mis brazos y acariciando su pelaje—. ¿Estás sola?

Inquieta como de costumbre, intentó jugar con mi cabello ahora suelto. Ella estaba acostumbrada a verme con el cabello color chocolate. Al pasar los días, la Henna había empezado a descolorarse, ya no se veía tan pelirrojo, aunque sí rojizo.

— Ven, te serviré un poco de leche.

Le puse la leche en su pequeño plato y la mantuve distraída mientras bebía con fervor. De a poco, ella terminaría de acostumbrarse a quedarse sola por un par de horas.

Fui hasta el dormitorio para cambiarme de ropa, suspirando satisfactoriamente al recordar que finalmente era viernes. Oí que alguien entraba por la puerta así que supuse que sería Edward.

— ¿Bella? —oí que me llamaba desde el living.

— ¡En el dormitorio! —grité mientras me quitaba la blusa de encima.

Para cuando me bajaba la falta y quedaba únicamente en ropa interior, oí sus pasos acercándose a la habitación.

— Amor, ¿qué opinas si vamos a visitar en la tarde a Thomas y a Jane? —Dije distraída, separando la blusa que estaba a punto de ponerme—. Hace mucho que no pasamos por ahí y…

De repente, sentí a Edward posicionado detrás de mí, empujando sus caderas contra las mías. Sentí su erección pegada a mi trasero y pegué un saltito de sorpresa.

— O-Oh… —me sorprendí cuando sus manos fueron directamente a mis pechos para pesarlos con suavidad.

— Uhm, tienes un culo de puta madre, Bella —ronroneó encima de mi cuello. Oí que me sonreía lascivamente mientras seguía empujando sus caderas contra mi trasero.

Gemí entrecortadamente.

¿Y ese vocabulario sucio?

— Qué atrevido —noté riéndome un poco. El empujón constante de sus caderas me estaba provocando de una forma asombrosa. Estábamos creando cierto ritmo del que no deseaba parar. Lo necesitaba.

— ¿Te gusta? ¿Quieres que te empiece a hablar sucio? —preguntó mordiendo el lóbulo de mi oreja izquierda.

Solté un jadeo. O un suspiro. O algo así.

Me giré para encontrarme de frente con él.

Oh señor. No le había visto esta mañana por salir al trabajo antes que él, así que no había contemplado lo que llevaba puesto. Saco, pantalón y corbata de color negro, y una camisa color salmón. Gruñí ante la vista, se veía tan sexy con esa barba que comenzaba a crecerle.

— Profesor, usted no puede decir cosas sucias —coqueteé con él acariciando su pecho de forma descendente hasta llegar a su vientre, mordiéndome el labio y siguiéndole el juego con una voz dulce.

Se mordió el labio, mirándome con profundo deseo. Le había gustado eso.

— Te has estado portando mal últimamente. Además, vistiéndote así sólo me provocas. Claro que debo castigarte con palabras sucias —ronroneó pegando su cuerpo aún más al mío. Sus manos fueron directo a mis nalgas, para acariciarlas con necesidad.

Acerqué mis labios a los suyos para mordérselos. Una de sus manos se deslizó hasta mis bragas, y luego hacia mi clítoris, presionando con fuerza.

Separé mis labios de su boca para poder gemir y cerrar los ojos. Eso había sido muy bueno.

Él me sonrió con descaro; siguió presionando de arriba y hacia abajo con su mano sobre toda mi intimidad. Una y otra vez, creando un ritmo que me volvía loca.

— E-Edward… —gemí, indefensa, abrazando su cuello y apoyando mi rostro en donde se encontraba su corazón—. E-Estoy muy sensible, amor. Si sigues así, voy a…

— Puedo notarlo —jadeó asombrado sin detenerse—. Tus bragas están mojadas y puedo percibir tu olor.

A penas había terminado mi periodo anoche. Ni siquiera me había masturbado estos días. Sentía que si él seguía así, me correría en sus manos.

Jadeando, llevé mi mano a su erección que se marcaba en sus pantalones. Su cuerpo se tensó.

— ¿Y tú? —Suspiré sintiendo la dureza y grandeza de su miembro—. Estás hecho una piedra.

Edward soltó una risa baja.

— ¿Sabes que me he vuelto el profesor gruñón? —me contó encima de mi cabello, deteniendo un poco sus movimientos.

¿Él?

— ¿Por qué? —reí un poco, cerrando los ojos y sintiendo cómo empezaba a empaparme con la caricia de su exigente mano.

— ¿Quieres oír el motivo? —oí que sonreía. Asentí y se acercó a mi oído—. Dicen que soy así porque no tengo una novia que me folle.

Abrí los ojos, sorprendida por esta declaración. Le miré a la cara y él me sonreía divertido.

— Claro que tienes una —fruncí el ceño, con voz demandante—. Yo soy tu novia y yo te follo.

A él le encantaba verme celosa, y disfrutaba las caricias que le proporcionaba a su miembro por encima de la tela de sus pantalones.

— Esas mocosas están equivocadas si creen que pueden meterse con mi hombre —refunfuñé encima de sus labios y él se acercó a morder los míos.

Desistimos ante la tentación y le ayudé a quitarse el saco y la corbata antes de que él me tirara sobre la cama.

Sus labios eran insistentes, empezó a chupar cada rincón de mi cuerpo de una forma muy apresurada e instintiva. Mi cuello, uno de mis senos, mi vientre y por supuesto, mi intimidad que ahora se encontraba muy húmeda. Se separó solamente para quitarse la camisa, mientras yo procedía a quitarme el sostén y las bragas de un solo tirón, tirándolas hacia algún rincón de la habitación.

Cuando él se encontró completamente desnudo, aprecié la vista de su miembro con deleite. Caray, hacía un par de días que no le había visto desnudo y excitado, pero parecían semanas. Estaba hambrienta, y él también.

— No quiero juegos, Edward —jadeé mientras él seguía besándome con insistencia—. Estoy muy sensible, me voy a venir en pocos minutos.

— Yo tampoco —negó él sin parar de besarme—. Me siento más duro y caliente que nunca. Necesito ponértela y botar todo lo que llevo encima de una vez por todas.

¡Uf! ¡Eso sí que había sido sucio!

Gemí en voz alta y me apresuré a tomar su rostro con mis manos, besándolo una y otra vez. Él insistió y luego se separó de mí.

— Ponte para atrás. Quiero follarte duro, fuerte y rápido. Quiero que grites como nunca y ver ese precioso culo para azotarlo hasta que me pidas que pare —jadeó con voz ronca.

— No creo que te pida que te detengas —jadeé en voz alta, haciéndole caso y poniéndome en cuatro.

A propósito, alcé mis caderas más de la cuenta.

— Uf… —él acarició mis nalgas con deseo y yo gemí—. Mierda, no voy a cansarme de ponértela todo el día.

¡Dios mío, necesitaba que siguiese hablando sucio!

— ¡Haz lo que quieras conmigo, fóllame donde sea, como sea, como quieras, has que grite con locura! —ya no existía coherencia, sólo un fuerte deseo de ser tomada por este hombre.

Edward gruñó con fuerza y sentí que introducía con rapidez dos dedos en mi interior.

— ¡Ah! —jadeé abrazando con fuerza la almohada debajo de mi cuerpo, estirando mi cuerpo con placer.

Él me bombeó durante cortos segundos para luego llevar esos dedos y acariciar mi otra intimidad…

Abrí los ojos y evalué lo que estaba por hacer. Gemí en respuesta y sólo porque realmente estaba jodidamente frustrada, le permití que los introdujera allí y mi cuerpo entero se tensó.

— Ah, Edward… —volví a suspirar tratando de adaptarme de nuevo a una sensación de la cual ya estaba acostumbrada.

Pero el deseo pudo más y él dejó de tener esa particular consideración al ver que yo estaba dispuesta a aceptar un poco más ahora que estaba necesitada. Empezó a bombearme con fuerza. Una y otra vez, duro.

Mi cuerpo entero se sacudía y yo jadeaba en cada arremetida. No era el mismo placer que sentirlo tocándome en mi otra intimidad, pero el sólo sentir que se movía con insistencia y fuerza me excitaba considerablemente. Sin mencionar los jadeos que soltaba Edward, notablemente excitado con esto.

Separó los dedos y con esa misma mano me nalgueó fuerte. Siseé de placer.

Sentí que se movía en la cama y se posicionaba correctamente detrás de mí. Luego, tiró de las puntas de mi cabello con insistencia.

— Alza la cabeza, quiero que me mires también —pidió con arrogancia y yo acepté gimiendo.

No es que voltease la cabeza y pudiese observarlo, pero yo sabía que le excitaba verme morderme los labios con placer cuando me tomaba. ¿Y por qué no? A mí también me gustaba.

Separó bien mis piernas y en cuanto sentí la punta de su miembro, solté un jadeo deseoso. ¿Así de necesitada me encontraba?

Entró a mi cuerpo con delicadeza, con suavidad y profunda lentitud, arrancándonos varios jadeos y gemidos a ambos. Mierda. Mordí mi labio varias veces sintiendo que si no me contenía, una simple sacudida haría que me corriese sin control.

— Bella… —jadeó Edward—. Trata de retenerlo, será muy bueno si lo hacemos lo más que podamos.

¿Retenerlo?

— Oh, Dios. No me pidas eso —cerré los ojos queriendo apoyar la cabeza sobre la almohada.

— Créeme cuando te digo que será bueno —repitió aquella frase y decidí creerle.

Asentí y Edward comenzó a mover sus caderas con lentitud, adentro y afuera de mí.

Más que nada, por la emoción del momento, me permití gemir en voz alta con cada arremetida. Necesitaba liberar un poco de la fuerza que contenía para imaginar que mi vagina se quedaba quieta y no le permitía dejarse llevar porque terminaría por perderme y venirme antes que Edward.

Pero Edward aumentó las embestidas, y casi todo era un afrodisiaco. Si no eran los jadeos entrecortados de mi hermoso y apuesto novio, o los pequeños insultos que soltaba que me hacían sentir como si esto fuese

algo salvaje, era el sonido de la cama rechinando contra la pared o el entrechoque de nuestros cuerpos. Maldita sea, puta mierda, ¡todo me sacaba!

— ¡Edward, maldita sea! —jadeé frustrada—. Por favor, necesito que sea rápido, n-no puedo aguantar…

Tomó esta advertencia como un cumplido y volvió a embestirme una y otra vez, ahora con fuerza.

Y en un punto, imaginé a mi intimidad renunciar al cometido que le había pedido y se dejó llevar. Me dejé llevar, y Edward se dejó llevar. En fin, fue suficiente y empezamos a follar y a gritar como dos locos mientras sus manos se aferraban con fuerza sobre mi trasero.

Grité varias veces su nombre cuando no pude soportarlo más y mi cuerpo entero era sacudido por el potente orgasmo que estaba sintiendo. Me quedé completamente quieta, gimiendo una y otra vez cuando Edward alcanzó el clímax, empujando lentamente mis caderas y jadeando.

Yo conocía perfectamente la anatomía de mi novio, así que supe que esto había sido tan bueno para él como lo fue para mí al sentir que se corría en grandes cantidades, vaciándose en mi interior. A esta altura, las sábanas debían estar muy sucias.

Mis uñas apretaban con fuerza las sábanas hasta que terminé de venirme. Oh, putamente glorioso.

— ¡Oh, mierda! —Exclamé con ganas recostándome sobre la cama, jadeando en busca de aire—. Esto fue tan jodidamente bueno…

— Me dejaste empapado —jadeó sonriente observando la unión de nuestros cuerpos.

— ¿Yo? —Alcé una ceja—. Esa es una cuestión verdaderamente discutible, señor Cullen.

— Bueno, para tu suerte, no me interesa discutir. Quiero más —ronroneó sin esperar a que yo accediera. Se colocó entre mis piernas, separándolas y sin separarse de mi cuerpo, volvió a empujar con fuerza.

— ¡Ugh! —gemí retorciéndome en la cama. Me encontraba tan sensible que podía estar lista para… quizás tres rondas más, mínimo.

Edward se posicionó encima de mi cuerpo y siguió embistiéndome apresándome con su cuerpo. Lo conocía tan bien que sabía que ya había descargado su primera frustración urgente, pero eso sólo lo había calmado para seguir insistiendo una y otra vez, sin cansarse.

Empecé a gemir con ganas, cerrando los ojos y sintiendo la tremenda humedad de mi intimidad que terminaría por llevarme a un segundo orgasmo en cuestión de segundos. Aferré mis piernas a su cintura con fuerza, pegando más y más nuestros cuerpos, insistiéndole en que fuese más rápido y duro.

—Ugh, pequeña perrita insistente —jadeó Edward encima de mis labios, con una sonrisa lasciva.

—¿Qué no era una gatita? —pregunté gimiendo entre risas.

— Oh, sí —asintió él acercándose a mi cuello—. Toda una gatita traviesa.

Sólo por decir eso, llevé ambas manos a su espalda y comencé a rasguñarlo con fuerza para dejarle marcas encima. La manera en que Edward comenzó a jadear con esa puta voz ronca, me llevó por segunda vez al orgasmo, pero él no detuvo las embestidas.

— P-Por favor, no pares… no pares —jadeé enloquecida—. No pares de follarme, sigue haciéndolo, ah… todo el día… ah….

— ¡Já! No lo haré —se mofó encima de mi cuello, dejándome un segundo chupón en mi piel sensible. Luego, se separó un poco para ir hasta mi oído—. Bella…

— Edward —respondí de forma intuitiva.

— Quiero pedirte un favor —continuó jadeando—. Quiero que me permitas hacer algo.

— Dos dedos es mi única oferta, Edward —contesté negando como siempre; mi respiración me fallaba.

Él se rió y besó con dulzura aquél rincón debajo de mi oreja. Me hizo cosquillas.

— Me refiero a lo otro—terminó por aclarar.

Dejé que mi mente terminara de procesar la información y recordara su otra petición. Abrí los ojos sorprendida cuando lo hice y observé su rostro. Esa sí que era una propuesta muy sucia.

— ¿Te va a hacer feliz? —pregunté porque en el estado en que me encontraba, podía aceptar cualquier cosa con tal de satisfacerlo.

—Mucho—aseguró con deseo en los ojos.

Ah, los hombres y sus fetiches morbosos.

— Está bien —acepté asintiendo varias veces, jadeando con sus embestidas. Sólo el hecho de saber lo que haría hizo que mi vientre bajo temblara profundamente de placer.

Él desplegó esa sonrisa torcida que hacía que mi corazón latiera con fuerza. La sonrisa de un hombre enamorado.

Se acercó para besarme y jugar con mi lengua en una danza sin tregua mientras sus manos jugaban con mis senos una y otra vez. Sin poder creerlo, me vine por tercera vez y mis entrañas apretaron con fuerza su miembro. Edward detuvo rápidamente las embestidas y empezó a empujar lentamente cuando sus gemidos se hicieron más frecuentes. Oh, sí, le faltaba poquísimo.

Continuó gimiendo sobre mis labios y en un momento, jadeó fuerte y se separó de mi cuerpo rápidamente para arrodillarse y comenzar a darse placer a sí mismo. Me levanté de la cama y sustituí su mano por la mía. ¡Mierda jodida! Realmente lo había dejado empapado.

Finalmente, Edward jadeó alto por última vez y abrí rápidamente la boca para recibir su esencia en mi paladar.

Pero como era de esperar, se esparció por varios rincones de mi cuerpo; mi clavícula, mis pechos, mis labios y juraría que había llegado hasta mi mejilla. Y yo no paraba de bombearlo hasta que llevé su miembro a mi boca, degustándolo. Sospeché que había pedido esto porque con tanta abstinencia, se vendría mucho. Oh, Edward morboso….

La fresa del postre fue sentir mi propia esencia en su miembro. Hasta el momento, creo que jamás habíamos hecho algo tan sucio como esto y definitivamente, le atribuía a la extrema confianza que sentíamos el uno con el otro. Yo, bajo ninguna circunstancia, sería capaz de hacer o mirar esto si no fuese con Edward, el hombre que amaba.

Cuando terminamos, él jadeó esperando a que su respiración se normalizara y yo aproveché para quitarme lo poco que había saltado en mi mejilla. Y por qué no, llevarlo a mi boca, sólo para provocarlo.

La forma en que me miró fue algo que ocultaba muchos sentimientos. Se acercó a mí y me abrazó con fuerza.

—Te amo de una forma casi ilógica, casi increíble y casi irremediable. Quiero pasar el resto de mi vida contigo —confesó encima de mi cuello y luego me miró a los ojos, de nuevo con esa hermosa le regalé la misma.

—Uhm, no lo sé. ¿Sólo lo dices porque quieres hacer cosas sucias conmigo? —jugué con él abrazando su cuello. Me abrazó la espalda baja.

— No, en serio —negó sin ánimos de bromear, enterrando su rostro sobre mi hombro, en mi cuello—. Te quiero siempre, conmigo.

— Oh, te pusiste tierno —me reí abrazándolo con más fuerza y rascando su cuello. Luego, confesé en su oído—. Yo deseo que seas mi único hombre.

Se separó de mí y me miró con calidez.

— Si me dejas, lo seré —prometió tomando mi mano con lealtad.

Mi corazón volvió a latir con fuerza y sentí muchas ganas de apresarlo entre mis brazos para siempre. Nuestros labios se unieron en un beso pasional, lento pero muy sensual.

— Te ayudo a limpiarte —ofreció cuando nos separamos y fue a buscar los pañuelos desechables.

Cualquier mujer estaría dispuesta a hacer cientos de suciedades si contaba con un caballero como Edward.

Me senté en la cama con los brazos detrás de mi cuerpo, apoyados en el colchón y dejé que él se dedicara a limpiar mi cuerpo. No esperaba que también lo hiciese en mi intimidad, y esa era una tarea muy difícil de hacer ya me provocaba y a su vez le provocaba a él. Nos dedicamos miradas juguetonas mientras tanto, hasta que no resistió y se acercó para besarme.

— Qué hermosa eres —dijo.

— Tú me haces sentir hermosa —respondí intuitivamente y volvió a acercarse para besarme. Pero esta vez, se notaban las dobles intensiones.

Oh, gran viernes, apenas habíamos comenzado.

Me separé de él y me levanté de la cama, completamente desnuda.

— Voy a traer algo de la cocina. ¿Quieres algo en especial? —propuse mordiéndome el labio inferior, con una sonrisa lasciva.

Él sonrió de la misma forma.

— Creo que podrás manejártelas tú sola —me guiñó el ojo.

Riendo, corrí hasta la cocina a buscar algo de buena comida. No me incomodaba pasear desnuda por nuestro departamento, pero todavía me intimidaba estar así frente a los ojos instigadores de Jella. Ella sabía lo que hacía y me miraba como si le debiera una explicación.

— Acostúmbrate. Me gusta andar desnuda —refunfuñé hacia ella.

Ella me regaló un maullido pero no estuve segura de lo que quería decir. Tomé crema batida, una banana y chocolate líquido y volví hasta el dormitorio. Edward yacía recostado con los brazos detrás de su cuello y una sonrisa de ensueño.

— ¿Le hablabas a Jella? —me preguntó con casualidad.

— Sólo arreglaba un par de cuestiones con ella —me limité a contestar mientras colocaba lo que había traído en la cama. Se levantó para acercarse un poco a mí.

(3)Oí que había puesto música muy por lo bajo. Sonaba muy erótica.

— Oh, sugestivo —aprobé.

— Está en mi pila de "música para follar" —contestó simplemente.

— Creo que más tarde inspeccionaré esa lista —respondí entrecerrando los ojos.

Tomé el embase con chocolate y lo esparcí sobre mis pechos de forma accidental. Edward me miró con deseo y se acercó para enterrar su rostro allí y comenzar a chuparlos y morderlos lentamente. Gemí sintiendo el placer de su toque romántico, dejándome llevar por la canción que definitivamente era un estimulante adherido.

Más tarde, agarré la banana y comencé a pelarla entera. Tiré la cáscara en un rincón del dormitorio y le esparcí chocolate encima.

— Prueba —le ofrecí y él me miró con cierta incredulidad. Pero su sonrisa estaba intacta.

Mordió una parte de la banana y la masticó. ¿Por qué me parecía excitante el hecho de verle comer cualquier cosa? Debía ser esa maldita mandíbula cuadrada que tanto me ponía.

Yo jugué un rato y lamí con lentitud el chocolate encima de la banana. Mis ojos miraban fijamente aquella mandíbula que comenzaba a tensarse por la excitación. Me aseguré de darle una buena vista de la punta de mi lengua y de mis labios chupando la punta de la banana con suavidad.

Edward soltó un fuerte jadeo y su cuerpo tembló.

—Uff. Desearía que esa fuese mi polla —me miró con perversión.

— Oh, pues no creo que mi novio me deje hacerlo contigo —hice un puchero fingido.

— Ese imbécil no tiene por qué enterarse —chasqueó la lengua, sin quitar su sonrisa picarona.

— Ten cuidado. Dicen que es muy gruñón —le advertí—. Dicen que es porque no folla.

— ¿No folla a una preciosura como tú? —se indignó falsamente—. ¡Sí que es un idiota!

— Pero yo lo amo profundamente —dije con dulzura.

— Bastardo con suerte —negó una y otra vez.

Mis ojos fueron a su cintura. Uh.

— Aunque… puedo hacer una excepción contigo. Parece que necesitas una mano —alcé mis cejas sugestivamente.

— O una boca —ronroneó él mirándome con malicia.

Me tragué un gemido.

— Si sabes cuál es mi número favorito, te concederé la oportunidad —probé en decir, coqueta.

— ¿Sesenta y nueve? —él respondió sonriendo con lujuria.

Vaya que congeniábamos muy bien.

— Parece que tenemos un ganador —me reí y me acerqué tomando su cuello para besarle con ganas, antes de posicionarme encima de su cuerpo.

Tomó firmemente mis caderas mientras yo tomaba su miembro con mi mano. Él se adelantó y comenzó a lamer cada lado de mis labios inferiores y entre jadeos, chupé la base de su miembro.

Justo cuando le estaba agarrando la emoción al momento, oímos que el timbre del departamento sonaba. Lo ignoramos hasta que se hizo insistente y golpearon la puerta.

— ¡Ugh! —gruñí molesta. Edward suspiró encima de mi intimidad y eso no ayudó demasiado.

Nos separamos y le indiqué que yo iría a atender, porque la erección de Edward tardaría un par de minutos en bajar. Qué lamentable.

Me puse una bata encima y corrí hasta la puerta para ver de quién se trataba.

La abrí y toda la calentura de mi cuerpo se fue de forma inmediata.

— ¡Hola, tesoro! —saludó mamá, sonriéndome, con Phil a su lado sosteniendo varias valijas.

* Stand Up de Comedy Central: El Stand UpComedy es un estilo de comedia donde el comediante se dirige directamente al público presente, de esta forma se establecen pequeños diálogos entre el comediante y el público, generando un clima de diversión, donde los espectadores participan más activamente y se sienten parte del espectáculo… Comedy Central es una empresa que posee un canal de televisión donde los transmite.

** RenselaerPolutechnicInstitute: Conocido como "RPI", es una de las principales instituciones de Nueva York que se dedica a la docencia y a la investigación, especialmente en ciencia e ingeniería.

CAPITULO 5 Bebés a Bordo

BPOV

Me paré en seco al observar a mi madre y a Phil sonriéndome, como si en ese momento estuviese vistiendo algo más que una simple bata celeste por sobre mi cuerpo desnudo.

— ¡Mamá! ¡Phil! ¿Q-Qué ha-hacen aquí? —pregunté cruzándome de brazos para evitar que la bata se abriera, pese a que estuviese ceñida en la cintura.

Me hice a un costado para que ellos ingresaran.

— Cariño, te avisamos que estaríamos aquí esta semana, ¿cuál es la novedad? —mi madre planteó la frase mientras ingresaba acariciando intuitivamente su barriga de nueve meses.

Phil cargaba dos maletas enormes sin ningún problema a la vez que me sonreía a modo de saludo.

— ¡Vaya! Este departamento sí que es hermoso, cariño —Renée apreció con lentitud la estructura del living con asombro y aprobación.

— Oh, gracias —agradecí, frunciendo el ceño.

¿A ninguno le sorprendía verme casi desnuda? ¿Por qué actuaban con tanta naturalidad? Ella había dicho que pasaría esta semana en Nueva York, pero en ningún momento había especificado que sería a partir del día de hoy.

Justo como si lo hubiese preguntado en voz alta, Renée observó la bata. Me sonrojé cuando supe que haría un comentario al respecto.

— ¡Oh! No te preocupes, cielo. No los interrumpiremos —dijo restándole importancia. Todavía tenía ganas de observar la pintura de la cocina.

Detestaba cuando mamá hacía comentarios de ese tipo; simplemente me fastidiaban e incomodaban. Sería mejor cambiar de tema rápidamente o me sentiría más avergonzada aún.

— Bueno, ¿dónde podemos colocar nuestras cosas? —ella preguntó, buscando con la mirada algún pasillo donde se encuentre la habitación donde se suponían debían quedarse.

Estaba a punto de preguntarle cómo rayos íbamos a saber que vendrían el día de hoy, cuando Edward apareció vistiendo una camiseta y pantalones de algodón. Bueno, al menos él había tenido tiempo para cambiarse al oír a mi madre.

— ¡Ah! ¡Edward! ¿Cómo estás, querido? —ella le saludó en cuanto él se acercó, abrazándole con cariño. Él le respondió levemente incómodo porque mi madre actuaba como si no tuviese una barriga enorme encima y como el caballero que era, intentaba no presionarla.

— B-Bien, señora Dwyer —respondió Edward con una sonrisa educada. Le conocía lo suficiente para saber que estaba incómodo y sorprendido por su presencia.

Mamá le frunció el ceño, golpeándole en el hombro.

— Ya te he dicho que me llames Renée. El "señora" no me sienta —chasqueó la lengua ella.

En eso tenía razón. A sus espaldas la llamábamos así. Es decir, bajo ningún aspecto ella podía ser vista como una "señora", pero Edward siempre mantenía la cortesía.

— Oh… ¡te has dejado la barba! —ella notó acariciando la barba que comenzaba a crecerle en el mentón. Edward volvió a sonreír educadamente, incómodo.

— Eh, sí… no teníamos idea que… iban a venir, por eso estamos impresentables —comentó él rascándose el cuello, frunciendo los labios a modo de disculpa.

— Le avisamos a Bella hace como dos horas —Renée me miró frunciendo el ceño. Le devolví la mirada confundida—. Te llamamos como diez veces y como no atendías, te dejamos varios mensajes en tu teléfono. ¿No los has leído?

Mientras Edward explicaba que no habíamos tenido tiempo para poner una línea telefónica en el departamento, recordé que siempre llevaba el BlackBerry en modo "silencioso" y no había tenido tiempo de cambiarlo ya que Edward me tomó por sorpresa.

— Sí… bueno, creo que no revisé mi teléfono —comenté ahora avergonzándome. Si no hubiésemos tenido ese arranque erótico podría haberme puesto ropa interior para recibirlos, al menos.

— Bueno, si causamos molestias, no tenemos problema en ir a un hotel, cariño —ella era honesta y no quería ocasionarnos problemas. Es decir, la bata y el que Edward apestase a sexo ahora mismo delataba lo que acababan de interrumpir.

— No, no, mamá —negué al mismo tiempo que Edward—. El hotel no es una opción. Te quedas aquí.

— Por supuesto que no hay problema en que se queden —aseguró Edward—. Tenemos una habitación de huéspedes por el pasillo.

— Gracias, tesoro —agradeció mi madre—. Es que la doctora nos dijo que esta semana podría ser la semana, e insistías tanto en estar en ese momento. Si vieras lo mucho que la doctora se decepcionó al saber que no estaría en el momento del parto porque íbamos a venir a…

Ella estaba terminando de explicarnos cuando se detuvo abruptamente con una expresión alarmada. Respiró hondo y se llevó las manos por sobre su vientre; todos nos asustamos.

— No, está bien — nos aseguró ladeando una sonrisa—. Es una contracción. Ya pasó.

Volvió a respirar hondo unos segundos más tarde.

— Como decía, la doctora se puso triste porque no va a poder presenciar el parto… —continuó ella como si nada hubiese ocurrido en ese momento.

— ¡Mamá! Tuviste una contracción, por el amor de Dios. ¡Siéntate! —me enfadé y le ofrecí uno de los sillones del living para que se sentara.

No podía comprender como Renée llevaba nueve meses cargando dos bebés y todavía no era consciente de la fragilidad de su cuerpo a esta altura del campeonato.

— Relájate, Bella. Ya estoy acostumbrada —ella le restó importancia, sentándose. Phil la acompañaba en todo momento, controlando sus movimientos como si la protegiera—. La doctora dijo que no debía estresarme, sobre todo en estos últimos tramos.

— Un par de días y todo acabará. O mejor dicho, comenzará —Phil mencionó esto tomando la mano de mi madre, ambos se sonrieron. Definitivamente él era el más ansioso por ese momento.

Mamá suspiró con alivio.

— Sí que es todo un trabajo cargar a estos dos —decía mientras acariciaba su barriga, como si estuviese agotada. Pero nunca borró la sonrisa optimista de su rostro. Eso me calmaba un poco más.

Ella nos observó durante unos segundos.

— Ustedes no se preocupen por nosotros. Pretendan que ni siquiera estamos aquí. Vayan y terminen con lo que estaban —sonrió sin problema.

Edward y yo nos miramos lentamente, completamente incómodos.

— Eh… no, ya habíamos terminado, mamá —contesté sacudiendo la cabeza, sintiéndome tonta por decir esto; pero era la única forma de que ella no se hiciese problema por nosotros—. Solamente déjanos cambiarnos de ropa y ya estaremos aquí.

Nos excusamos con una falsa sonrisa y ellos nos la devolvieron. Edward y yo entramos al dormitorio y cerramos la puerta.

Con pesar, él se echó encima de la cama desordenada, apoyando su rostro contra la almohada. Se golpeó varias veces contra ella, maldiciendo por lo bajo.

— Lo sé, mal momento —contesté yo mientras tomaba mi BlackBerry y revisaba todas las llamadas y mensajes en el buzón.

Oí que Edward olía la almohada y dudaba durante unos segundos.

— Las sábanas apestan —me informó.

— Sí, mejor dámelas. Las lavaré —asentí, recordando lo sucias que debían estar después del pequeño espectáculo que habíamos montado.

Él sacó las dos sábanas que cubrían la cama y las fundas de las almohadas. Me las entregó y yo las enrollé en un bollo.

— Y también deberíamos bañarnos —comentó oliendo su camiseta.

Y yo que esperaba tomar un baño con él en la noche… después de una increíble sesión de sexo. En verdad era lamentable.

Edward dejó que yo entrara a la ducha primero. Una situación que se había hecho una costumbre en nosotros era bañarnos con la puerta abierta, para poder conversar con el otro.

— Es una lástima que hayamos perdido este fin de semana —comenté de mala gana mientras esparcía el shampoo de mango que él tanto odiaba – por haber cambiado el de fresas – por sobre mi cabello.

Después de unos segundos, él respondió acercándose a mí.

— Podríamos hacerlo —dijo, soltando la propuesta al aire, dudando.

Necesité sacar mi rostro de la ducha para mirarle a la cara, incrédula.

— Digo, en las noches —especificó rápidamente.

— Edward, mi madre va a dar a luz en cualquier momento —respondí aclarando—. No podemos distraernos.

Volví a entrar a la ducha, suspirando y terminando de enjuagar mi cabello.

— Además, no quiero hacerlo si ella está aquí —murmuré esto último en voz baja, algo avergonzada.

— ¿Por qué no? Ya la oíste: Es nuestro propio espacio —Edward protestó de mala gana.

— Porque podrían oírnos —refunfuñé sonrojándome.

Oí que Edward se reía.

— No pensabas eso cuando fuimos a su casa el año pasado —me recordó con descaro.

Los recuerdos vinieron a mi mente en seguida cuando, efectivamente, recordé que lo habíamos hecho en mi habitación sin importarnos si alguien nos oía. Hombre, esa cama sí que rechinaba.

— Era otra situación —repliqué, realmente sin pensar en una buena respuesta.

—Tsk, Bella, no uses excusas —protestó Edward nuevamente, ahora de malhumor.

No era una opción discutible.

— ¡Edward, no lo haremos con mi madre viviendo aquí! —Exclamé por sobre el ruido de la ducha y siseé de dolor cuando un poco del shampoo me entró en el ojo—. ¡Ah!

— ¿Qué pasa? —preguntó él, alarmado.

— ¡Me entró shampoo en el ojo! —Me quejé gruñendo mientras llevaba ambas manos a mi ojo derecho—. ¡Puta madre!

Oí que volvía a reírse. Ahora de mí.

— Sigue riéndote así y no tendremos sexo en todo el fin de semana, chico listo —respondí a sus risas, con un pésimo humor.

— Sabes que puedo entrar a la ducha y hacértelo rápido —Edward se jactó creídamente.

Diablos, tenía razón.

— No —refuté rápidamente—. Cerraré la puerta de la ducha por las dudas.

Cerré la puerta para asegurarme de que no se hiciera el travieso e ingresara adentro. Con un Edward desnudo y mojado, podía distraerme hasta altas horas del día, y eso no era conveniente ahora que necesitaba atender a mi madre. No era lo más sabio.

— Bueno, estás chistando mucho. Sal rápido que quiero bañarme también —exigió y sentí que se acercaba a la ducha.

Y lo hizo.

Iba a abrir la puerta, y en cuanto lo vi completamente desnudo, me alarmé.

— ¡No, no, no! ¡Espera! —Intenté empujar con mis manos la puerta para que no la abriera—. Ya salgo, no entres.

Edward me miró incrédulo.

— ¿Por qué? —quiso saber, confundido.

— Porque si entras, voy a terminar follándote —respondí mordiéndome el labio—. Así que… lárgate.

Reaccionó unos segundos más tardes y se echó a reír. Estaba terminando de enjuagarme cuando él se posicionó a un costado para esperar.

Su espalda ancha, sus fuertes brazos, el vello en su pecho y esa barba que mataba; me estaban distrayendo verdaderamente.

— ¿Puedes esperar en otro lugar? Me estás provocando ahora mismo —pedí a modo de favor.

— ¡No estoy haciendo nada! —explicó él, riéndose. Se lo pedí juntando ambas manos como si fuese a orar. Él bufó y se dio la vuelta, dándome la espalda.

Pero qué espalda, la puta madre….

— Ay, no. No me des la espalda —gemí lamentándome, tapándome los ojos con las manos. ¡Bajo ningún aspecto podía concentrarme con él ahí!

— Bella, termina el maldito baño o entro y te follo —me avisó él con seriedad, pero a juzgar por el movimiento de sus hombros, se estaba riendo.

— Bueno, bueno —contesté y me apresuré en tomar la esponja, echarle jabón líquido encima y pasarla por el resto de mi cuerpo.

Cuando terminé de enjuagarme por completo, no cerré la llave porque Edward aprovecharía para bañarse con el agua tibia. Tomé la toalla de afuera y me la puse encima antes de salir de la ducha. Salí, encontrándome con Edward en el camino.

Por algún motivo – quizás el mismo por el que habíamos empezado ese arranque erótico un par de horas atrás – nos observamos durante unos largos segundos. Su barba, su mandíbula tensa, sus ojos de ensueño, su melena despeinada… ese cuerpo hecho para el pecado; él me estaba observando con deseo la cintura, los senos y luego el rostro. Más específicamente, los labios. Me los mordí.

Y entonces me di cuenta de lo que estaba a punto de suceder.

— No, no, no. Mejor no —negué rápidamente y me di la vuelta para salir despavorida del baño.

Oí que él se reía mientras se bañaba y canturreaba alguna canción. Pero yo únicamente me concentré en secarme y en vestirme. Con ese hombre fácilmente podía distraerme.

Cuando terminé de arreglarme, fui hasta el living para atender a mi madre y a Phil. Los encontré sentados, Phil estaba escribiendo una lista con un bolígrafo mientras mi madre lo leía.

Murmuraban algo así como: "Invitaciones… listo".

— ¿Qué están haciendo? —pregunté sonriendo, intentando averiguar qué era lo que planeaban hacer ahora.

— Nada importante, cariño —contestó Renée—. Solamente estamos viendo si faltan cosas para el Baby Shower.

— ¡Oh! —Sonreí con curiosidad—. Eso es fantástico. ¿Y cuándo lo harán?

— Este domingo, corazón —respondió mi madre mirándome por sobre la pequeña libreta en donde tenían la lista de cosas necesarias.

Me quedé muda.

— Esperen, ¿qué? —pregunté atónita.

— Sí. Hicimos una en Florida y creímos necesario hacer una pequeña aquí, contigo —ella se encogió de hombros.

— Sí, pero… eh… ¿dónde la harán? ¿Aquí? —pregunté señalando el espacio donde nos encontrábamos.

— Por supuesto —respondió ella, como si fuese obvio. Pero en cuanto vio mi expresión, dudó—. A menos que quieras que lo hagamos en otro lugar.

— No, no. Está bien —respondí frunciendo el ceño. Si se hospedaban aquí, debían hacer el Baby Shower aquí.

Ella sacó algo del pequeño bolso que cargaba consigo. Era una tarjeta.

— Esta es la tarjeta que íbamos a entregarles —me la tendió y yo la recibí.

Aproveché para leerla con determinación. Era blanca con detalles amarillos. Invitaban al "Baby Shower de Renée y Phil Dwyer" este domingo trece a las 13:00hs. Y la dirección era nuestro departamento.

Leí de nuevo la solapa de la tarjeta. Esta era la tarjeta que supuestamente Edward y yo recibiríamos. ¿Por qué no llegó a tiempo?

Pero la verdadera pregunta era quiénes vendrían y por qué lo celebrábamos tan pronto, si acababan de llegar.

— Pero, ¿por qué este domingo? ¿No te parece muy pronto? —planteé.

— Esa tarjeta las he enviado hace una semana. Para ese entonces no sabíamos la dirección de este departamento, así que decidí llamarte directamente—explicó ella.

— Sí, pero… ¿Qué hay de Carlisle y Esme? Ellos siempre hacen planes con sus amigos los fines de semanas. ¿Crees que puedan asistir? — esa era mi gran duda.

— ¡Absolutamente! Es más, Esme fue quien insistió en hacer una pequeña reunión. No queríamos causarles problemas porque creímos que aquí estaríamos bien, pero se ofreció en preparar la comida para la fiesta. Fue muy considerado de su parte —destacó, recordando con dulzura.

O sea que todos estaban al tanto, menos nosotros dos. Fantástico.

— Supongo que está bien, entonces —fruncí el ceño volviendo a leer la invitación. El color siempre era imprescindible. Y esta vez, habían optado por uno donde yo no sabía si se trataba del Baby Shower de dos niños, dos niñas o un niño y una niña. ¿Mamá se habría percatado de aquél detalle?

— Relájate un poco más, Isabella—me aconsejó con un tono maternal.

Quizás ella estaba acostumbrada a esto, pero yo no. Mis ojos se fijaron en el bulto en su vientre y a las dos personitas que esperaban por salir de allí. Todavía no podía creer que mi madre iba a cuidar de ellos. Me había hecho a la idea hasta hace unos meses, pero de nuevo, me estaba tomando muy desprevenida.

Renée olfateó algo en el ambiente.

—Mmm… ¿Qué es ese olor? —preguntó con una sonrisa en el rostro.

Sentí el olor… Barbacoa.

— Es el vecino de arriba que cocina barbacoa todos los viernes —respondí, recordándolo tediosamente.

— ¡Ah! ¡Carne! La sola idea hace que mi estómago gruña —ella sonó feliz.

— Si quieres puedo preparar un poco de carne con ensalada —me encogí de hombros, proponiendo con el mismo optimismo que ella—. Así Phil descansa un rato.

Bromeé, sabiendo que él se encargaba de deleitar a Renée con sus recientes talentos culinarios, ahora que debía atender los inusuales antojos de ella que comenzaban a desaparecer.

Él hizo un gesto de alivio y agradecimiento al que yo respondí entre risas. Dejé que ellos vieran la televisión un rato y conversaran mientras ingresaba a la cocina.

Revisando el refrigerador, me di cuenta que no teníamos suficiente carne para que los cuatro almorzáramos, y la lechuga tampoco era suficiente. Solamente habíamos comprado para que dos personas convivan.

Me puse a escribir en una pequeña libreta las cosas que serían necesarias para preparar la comida, mientras Edward aparecía con una camiseta blanca y unos jeans demasiado ajustados a su cintura para mi gusto. Un buen gusto, por cierto. Se estaba secando el cabello y no se había afeitado, como era de esperarse.

— Edward, prepararemos un poco de carne y ensalada hoy —le avisé—. Como no tenemos suficiente para los cuatro, te haré una lista de víveres para que vayas de compras, ¿okay?

Para mi sorpresa, él puso una mala cara y suspiró.

— ¿No podemos ir ambos, verdad? —preguntó como última alternativa.

— No puedo, voy a ponerme a cocinar lo que quedó de carne —expliqué confundida.

¿Es que no quería ir?

— Es que temo no hacer bien las compras esta vez — se encogió de hombros con las manos en los bolsillos. Lucía tan apenado que podía comérmelo a besos.

— Edward, eres un hombre adulto de 26 años —le recordé con seriedad—. Podrás arreglártelas solo en un supermercado. Además, ya has hecho barbacoas antes, ¿no?

Edward frunció los labios como respuesta. Me miraba como si se excusara.

Dios.

— Ay, Edward… Qué bueno que eres un doctor atractivo —negué para mí misma, riéndome. ¿Quién decía que Edward Cullen no tenía defectos?

— Ya sabía que únicamente me quieres por mi título y mi apariencia física —me estaba regalando esa mirada de perrito triste… teatralmente.

—Oh, no seas hipócrita —le fruncí el ceño—. Tú estás conmigo porque lavo, plancho, cocino y porque según tú, tengo un buen trasero.

Me devolvió una sonrisa abierta. Degenerado.

— Un increíble trasero —elogió él y se acercó para nalguearme tranquilamente. Esta vez no dolió, pero lo hizo muy cerca de mi centro y eso me hizo temblar.

— No, no. Edward, no me toques —pedí mordiéndome el labio.

— ¿Por qué? —quiso saber.

— Porque todavía sigo muy sensible y no quiero que mi madre nos venga con el discurso de tomar precauciones. Resulta verdaderamente traumático —confesé por lo bajo.

— Tomamos precauciones —afirmó Edward, siendo consciente de esto.

—"Tomamos" me suena a manada —bufé con descaro y una sonrisa traviesa. Yo era la única tomando precauciones al consumir mis anticonceptivos.

—Hey, yo tomo la precaución de no follarte todo el día —se acercó a mi cuerpo y me abrazó la espalda, salpicando de besos mi cuello—. No podrías sentarte en días.

Me reí.

— Ni tú podrías caminar —desafié, alzando una ceja a su rostro que estaba pegado al mío.

— Bien dicho —rió y besó mi sien, antes de separarse de mí. Observó la lista que ya había armado—. ¿Es todo esto?

—Sip. Trata de conseguir el pan en una panadería porque el del supermercado se pone seco —le aconsejé.

— Sin problemas —contestó él besándome en los labios castamente—. ¡Deséame suerte!

— ¡Suerte! —se la deseé, riéndome al sentir que era un pequeño que acababa de enfrascarse en una aventura.

.

La convivencia con mi madre y Phil no fue tan ligera como muy en el fondo creí que sería. Debíamos estar al tanto de cualquier signo que Renée presentara; con las maletas listas para llevarla directo a emergencias cada vez que tenía una contracción. Ella decía conocerse lo suficiente para saber cuándo era el momento y cuándo no. Yo lucía tan preocupada que cualquiera pensaría que era yo la que estaba a punto de dar a luz.

Y, por supuesto, no tuvimos tiempo para continuar con aquello que habíamos comenzado el viernes, porque era de mala educación no pasar esa noche con mi familia, poniéndolos al tanto sobre nuestra mudanza, mi nuevo y tedioso trabajo, el nuevo trabajo de Edward enseñando a estudiantes… había muchas cosas que compartir.

(1) El Baby Shower comenzó precisamente ese domingo soleado a las 13:00hs.

Los primeros en llegar fueron, por supuesto, mis suegros. Esme había traído comida lista para ser calentada o ensaladas para ser preparadas con ayuda de su esposo. Trajeron regalos con ellos. Phil se los agradeció en cuanto los aceptó y los dejó en una pequeña mesa donde sería colocado el resto.

Bajo ningún aspecto, yo debía desviar la mirada a esa mesa; ya que fácilmente terminaría por descubrir el sexo de los bebés observando el color de los regalo.

Los segundos en llegar fueron Thomas y Jane. Él cargaba dos cajas envueltas en papel de regalo color rojo y por unos segundos dudé.

— El rojo puede ser un color femenino y masculino, así que no puedes criticarlo —respondió rápidamente, poniéndome los ojos en blanco mientras ingresaba. Era una pequeña petición que le había pedido al resto de los invitados, pero no estaba segura de que iban a tomarlo en cuenta.

Jane apareció detrás de él y me saludó con un amistoso abrazo. Hacía días que no la veía, pero había hablado con ella por teléfono la noche anterior.

— ¿Cómo estás con…? Bueno, ya sabes —pregunté con curiosidad al ver que había llegado en compañía de Thomas sin ninguna incomodidad. No hablábamos mucho de él cuando conversábamos por teléfono.

— Bien, supongo —suspiró, encogiéndose de hombros y mirándolo a lo lejos—. Estamos muy bien, hacemos algunas actividades juntos.

— ¿En serio? —esto me interesó.

— Sí… —ella respondió dudando—. Me cepilla el cabello, me ayuda con mi guardarropas y ayer me pintó las uñas.

Jane me enseñó el perfecto verde musgo en sus pequeñas uñas.

— Oh. Entiendo —intenté no reírme en voz alta.

— Es lo mejor, así empiezo a desinteresarme por él —ella comentó con una sonrisa optimista. Mientras más femeninas fueran las actividades que compartían, más fácil sería dejar de verlo como un hombre y sí como un hermano o un mejor amigo gay. No le dije, pero intuía que Thomas hacía esto a propósito.

Estaba a punto de cerrar la puerta para acercarme hasta la cocina con Jane, cuando sentí que alguien golpeaba la puerta al acercarse rápidamente a ella.

La abrí y encontré a una joven de piel pálida y cabello rubio atado en una coleta. Sus ojos eran claros y por su forma de vestir, un mameluco encima de su camiseta blanca, tuve la impresión de que era una chica humilde.

— ¡Hola! —saludó estrechando mi mano. Se la acepté, confundida—. Lamento no haberme presentado antes, soy Tara, la vecina de al lado.

— Ah, hola. ¿Qué tal? —Sonreí, dándome cuenta que hasta entonces, Edward y yo no habíamos conocido a ningún vecino del edificio.

— Bien — se encogió de hombros. No debía tener más de veinte años—. Estaba pasando por aquí y no pude evitar ver el cartel.

Señaló a la pequeña cigüeña con la frase "Bienvenidos" que habíamos colocado en la puerta.

— Únicamente quería pasar a felicitarte —puso una bonita sonrisa y me trató como si yo fuese la embarazada.

— ¡Oh, no! —corregí rápidamente, riéndome—. No es por mí, es por mi madre. Ella es de Florida, pero estamos festejando el Baby Shower aquí.

— ¡Ah! Ya veo —se rió a modo de disculpa—. Bueno… supongo que felicidades a tu madre, entonces.

— Gracias —acepté, sintiendo que me caía bien.

— ¿A qué te dedicas? —preguntó ella con interés.

— Trabajo en una editorial como correctora —me limité a contestar—. ¿Tú?

— ¡Luces muy joven para ser una profesional! —sonrió frunciendo el ceño—. Soy estudiante universitaria. En fin, si necesitas algo, estoy en la puerta de al lado —señaló con su dedo pulgar a la izquierda—. Por cierto, hay un vecino que se mudó aquí hace poco también y que es tremendamente apuesto.

¿Teníamos vecinos de nuestra edad? No me había fijado.

— ¿No sabes en qué piso vive? Tiene el cabello cobrizo, barba, ojos de ensueño, una voz hermosa y es muy, pero muy educado —ella en verdad quería saber de quién se trataba.

Estaba sospechando…

— Y dicen que es doctor o profesor, creo —continuó emocionada.

Oh, vaya.

—Sip, es mi novio —asentí sonriendo incómoda.

Ella me miró incrédula. No sé si porque no creía que yo era capaz de tener un hombre así de apuesto a mi lado o porque sentía vergüenza por haber metido la pata.

Vi a Edward pasar cerca de la entrada y lo llamé.

— Edward, ven un segundo —sonreí como si nada hubiese sucedido y él se acercó con interés a la entrada y miró a Tara.

Ella abrió los ojos con sorpresa. Él era quien describía, efectivamente.

— Ella es nuestra vecina, Tara. Él es mi novio, Edward —los presenté sin problema.

— Sí, te crucé varias veces en el ascensor —Edward sonrió con simpatía, como siempre cuando saludaba a desconocidos. Estrechó su mano—. Mucho gusto.

— M-Mucho gusto —sonrió ella, encandilada por su belleza. Hoy usaba una camiseta blanca que se adhería muy bien a su pecho.

— Bueno, mejor vuelvo. Dejé prendida la cocina —señaló su apartamento—. Un placer conocerlos y… lo siento tanto —se disculpó hacia mí, arrepintiéndose por haber mirado a mi novio.

— No hay problema —le sonreí en respuesta, asegurándole que no pasaba nada. Inconscientemente, agarré a Edward de la cintura como si estuviese cuidando a mi perro o algo así.

Se despidió rápidamente.

— Qué amable. ¿Por qué pidió disculpas? —me preguntó Edward.

— Porque casi tira una maceta a nuestro balcón —respondí cerrando la puerta.

— Pero… ¿no vive al lado? —Edward se confundió.

—Hey, ¿me acompañas a ponerle glaseado al pastel? —ofrecí, cambiando rápidamente de tema con una sonrisa.

— Bueno —sonrió él como si fuese un niño de diez años.

Al rato, llegó Emmett, pero sin Rosalie. Ella me había enviado un mensaje en el BBM excusándose por no venir hoy al estar ocupada haciendo un trabajo para mañana. Le dije que no había problema porque no era

tan allegada a mi madre, pero sospeché que aquello tenía que ver con sus peleas con Emmett. Ojalá que no.

Mientras todos almorzábamos el pollo que Esme había preparado, los adultos predominaron la conversación, contando viejas anécdotas de cuando sus hijos eran pequeños.

El problema fue que los únicos hijos presentes éramos Edward y yo. Así que toda la conversación se enfocó en encontrar un modo para avergonzarnos.

—Recuerdo cuando Edward tenía cuatro años. Tomó mi lápiz labial rojo y se pintó los labios por completo —contaba Esme entre risas.

Todos nos reímos, en especial Emmett. Edward frunció el ceño.

— Lo hice porque quería imitar a un estúpido payaso de la televisión —se excusó, obviamente molesto por nuestras risas.

— Sí, pero lo más gracioso fue que te pintaste perfectamente —contaba mi suegra volviéndose a reír—. Mi padre era muy estricto, se molestó tanto por eso que decidió encerrarle durante una hora en el baño. Pobrecito, lloró muchísimo.

— Le tenía mucho miedo al abuelo —confesó recordando aquello con preocupación. Ahora comprendía el motivo.

— También recuerdo que Edward, por algún motivo, guardaba tierra en sus bolsillos y luego se la comía — Carlisle participó en la conversación y las risas se hicieron presentes.

Edward lucía avergonzado por las anécdotas. A mí me parecía de lo más tierno.

— Bella era igual. Ella comía arena —contó mi madre riéndose.

¿En serio?

— Sí, cielo. Sucedió luego de que tuviéramos que vender sus hámsteres. Compramos dos hermanos y se reprodujeron en menos de un mes —comentaba Renée con asombro—. Bella se puso muy triste por eso.

¿Tuve hámsteres?

— Oh, eso no es nada —Esme le restó importancia—. Edward lloró durante un mes entero cuando Rosalie echó sal en su pecera, matando a su pez dorado.

Nos reímos asombrados, pero Edward recordó lentamente aquello y puso una mueca triste.

— Oh, Marty… sí, lo recuerdo —se apenó.

Entre risas, continuaron con las anécdotas de los pequeños mellizos Rosalie y Jasper, únicamente para que Renée y Phil estuvieran al tanto de cómo manejarse con dos pequeños, o pequeñas, o lo que sea.

Thomas había sacado su cámara Nikkon y había comenzado a grabar mensajes para que "los bebés lo vieran en el futuro"

Filmó primero a mi madre y a Phil.

— Ok, pequeños… hoy es un hermoso día soleado… es domingo —aclaró mi madre recordando, sentada en el sillón, siendo abrazada por Phil, quien estaba a su lado—. Creo que empezaré uno por uno. Primero, Cory…

¿Cory?

— ¿Q-Qué? ¿C-Cory? —me alteré rápidamente—. ¡Mamá!

Protesté de forma inmediata. ¿Uno de los pequeños se llamaría Cory? ¿Entonces… iba a tener un hermanito varón?

Mi madre recordó esto y lo lamentó, porque yo había escuchado.

— Alguien tápele los oídos a Bella, está arruinando el video —chasqueó la lengua Thomas, porque todos aquí ya sabían incluso los nombres de los bebés.

Rápidamente fui a la cocina en compañía de Edward. ¡No podía creerlo! ¿Uno de los bebés sería un varón?

— ¿Voy a tener un hermanito? —pregunté a Edward, sin poder creerlo todavía.

Él se encogió los hombros, sonriente.

— ¡Yo no lo quería saber hasta el momento en que nacieran! —protesté.

— Bueno, pero no sabes el nombre del segundo, o de la segunda —me reconfortó Edward acariciando mis hombros—. No te alteres, ni alteres a tu madre, no es su culpa.

Por supuesto que no, no tenía sentido molestarme con ella. Pero ahora mi cabeza daría vueltas y vueltas procesando esta nueva información. Necesitaba distraerme.

En compañía de Edward, decidí sacar el pastel del congelador para servirlo. Observamos con curiosidad a Jella jugar con Eugene; ya que Esme lo había traído a la fiesta. Él la perseguía constantemente, intentando jugar con la cola de Jella y ella le siseaba molesta, alejándose. Hoy no era un buen día para ellos.

Edward se rió al ver esto y me miró, guiñándome el ojo.

— Si no tuviese las manos ocupadas, te daría una cachetada ahora —le advertí sonrojada. Pero por dentro, me estaba matando de la risa por la coincidencia.

Thomas apareció en la cocina con la cámara.

— Bueno, ahora un mensaje de su querida hermana mayor, Bella, alias calabaza enorme, Swan—enfocó en mi la cámara mientras partía el pastel y comenzaba a servirlo en los platos.

— ¿Qué se supone que diga? —le pregunté a Thomas por encima de la cámara.

— Lo que desees, son tus hermanos. ¿Qué deseas decirles? —dijo él.

Observé la cámara con cierto temor.

— Eh… bueno… hola… hermanos, o hermano y hermana…—especifiqué— sé que uno de ustedes será Cory. Empezaré con él, supongo —me quedé en blanco—. No lo sé, es raro saber que tendré un hermano varón. Y no lo tomes de manera personal, es yo nunca he tenido hermanos… así que no sé cómo se siente —me mordí el labio, apenada—. Pero… eh… uhm, sí. Los quiero mucho y… bueno, no sé el sexo de mi otro hermano o hermana; así que si eres una mujer, será muy divertido aunque yo no seré el tipo de hermana que te enseñe cosas femeninas, porque yo no soy una persona femenina. A penas tuve una Barbie… —oí que Emmett se reía con diversión—. Como sea, lo importante es que… —suspiré—. Espero ser una buena hermana, aunque no voy a prestarles mi auto para que salgan de fiestas.

— Porque ella ya lo chocó —aclaró Thomas.

— Porque ya lo choqué —asentí yo a la cámara, de acuerdo con lo que Thomas especificó.

— Y chocó el de su novio —volvió a aclarar él.

— Thomas —gruñí molesta. No había necesidad de aclarar eso. Él se echó a reír.

— Pero es una buena persona —mencionó con dulzura.

— Intento serlo — le dije a la cámara.

— Un aplauso para Bella —Thomas pidió y escuché los aplausos de los que estaban a mi alrededor. Emmett ovacionaba exageradamente, silbando. Me sonrojé—. Ahora, saluda a la cámara.

Me quedé muda y saludé ladeando mi mano torpemente, frunciendo el ceño.

Ya había servido el pastel cuando Thomas decidió filmar a Edward.

Le tomó por sorpresa cuando posicionó la cámara en frente de su rostro mientras él comía del pastel.

— Edward, di algo a la cámara —pidió Thomas.

— ¿Yo? —frunció el ceño con la boca un poco llena.

— Sí, di algo… ¡A tus futuros cuñados! —propuso Thomas con diversión.

— ¡O cuñada! —bramé yo, molesta todavía.

— Sí, sí bueno —corrigió Thomas.

— Oh, oh, claro… sí, eh… —frunció el ceño asintiendo. Miró a la cámara—. Esto será raro… pues… nunca creí tener cuñados… o cuñada —dijo mirándome a mí para no revelar el sexo del otro bebé—. Pero bueno, supongo que ahora los tendré. Aunque probablemente ya sea un viejo cuando ustedes sean conscientes de este video —aclaró esto sin darle mucha importancia. Luego suspiró y miró fijamente a la cámara, cuando se le ocurrió algo qué decir—. Pero espero que… pase lo que pase… —apuntó su dedo índice a la cámara—. No desayunen todos los días en McDonald's, ¿bien?

— Sabio consejo —asintió Thomas confundido. Fui la única que se echó a reír por esta advertencia. A Edward todavía le indignaba recordar eso.

Thomas rápidamente movió su cámara hacia Jane.

— Jane, ¿quieres decirle algo a los bebés? —dijo Thomas.

— ¡Oh! Vaya… —ella no esperaba tener la cámara frente a su rostro—. Eh… bueno… ¡Hola bebés! —saludó feliz—. No sé qué decir… eh… estamos en el año 2013… Es un buen año… solamente eh… bueno…

Como Jane no sabía qué decir, Emmett interrumpió rápidamente la escena, apareciendo frente a la cámara con una porción del pastel.

— Únicamente quiero que decir que el pastel de su Baby Shower es el mejor que he probado en toda mi vida —garantizó aquello con mucho placer.

—Okay, suficiente —dijo Thomas riéndose a medias y cambió el modo de la cámara—. ¿Qué tal un par de fotografías?

— ¡Todos posen con el pastel! —bramó Emmett acercándose violentamente hacia donde yo estaba, terminando de cortar una última porción del pastel.

Me aturdí cuando él, Edward y Jane se acercaron rápidamente para posar frente a la cámara. Literalmente, era una fotografía con el pastel. Celebraron al respecto porque decían que estaba muy delicioso.

Cuando todos terminaron de probar el pastel, fue el turno de los regalos. Decidí no presenciar aquél momento porque terminaría por enterarme del sexo del otro bebé con solamente verlos. Mamá supo comprender esto y el resto de los presentes también. Decidí esperar afuera, en el balcón. Edward se ofreció a acompañarme para no dejarme sola, pero insistí en que deseaba un tiempo para asimilar lo que estaba ocurriendo.

Es que podían pasar días y días, se acercaría la fecha y recibiría a mis dos hermanos y yo… aún así no me sentiría acorde a la situación. Es decir, estábamos celebrando la llegada de dos vidas, dos hermosas vidas que llenarían de felicidad a mi madre y a Phil. Sobre todo a él. Sus primeros hijos con la mujer que tanto amaba; eso debía ser algo muy, pero muy bueno.

Pero por más que intentara, por más que ya supiese que uno de ellos era un varón y que se llamaría "Cory", yo no los sentía como si fuesen mis hermanos. Ni siquiera asimilaba que mi madre iba a dar a luz. Seguía viéndola como la loca e inestable Renée. Una mujer infantil pero amorosa, cargando una barriga de nueve meses. No sentía que ella iba a ser madre por segunda vez. Ni que esos pequeños iban a ser mis hermanastros. Mi sangre. Yo debía cuidarlos y aún ni los sentía como parte de mi familia, y eso me entristecía profundamente.

Si ni siquiera lo sentía como algo propio, ¿cómo lograría protegerlos? Porque… eso era lo que hacían los hermanos mayores, velaban y protegían a los menores. Como Edward en algún momento lo había hecho con Jasper y Rosalie. Él debía entender esta situación; ya que siempre me contaba que los sentía como sus hermanos a los que debía proteger constantemente.

Lo único que podía sentir es que toda esta fiesta era para celebrar la llegada de los hijos de Phil. Y aunque yo lo sentía parte de la familia pese a ser un familiar político nada más, sabía que todo esto era una fiesta para él y para mi madre.

Miré las calles, poca gente caminando con lentitud un domingo en la tarde. Pese al hermoso día soleado, yo me sentía triste.

Escuché que alguien abría la puerta del balcón. No esperaba que fuese Jane.

— ¿Edward te mandó? —pregunté, riéndome un poco.

— Más o menos. Quería saber cómo estás —me preguntó, acercándose a mi lado. Aprecié verdaderamente eso.

— Bien, supongo —encogí mis hombros, sin ganas de explicar todo mi rollo mental.

— No luces bien —ella ladeó una sonrisa mientras acariciaba maternalmente mi espalda.

Suspiré, dejándolo ir.

— Es que toda esta fiesta… no lo sé —fruncí mis labios.

— Se supone que esta fiesta no solamente es para tu madre y tu padrastro, Bella —me recordó con serenidad.

— Claro que lo es. Es la fiesta de llegada de sus bebés —me expliqué.

— Sí, pero tú eres parte de su familia. Esos pequeños serán parte de tu familia también. Esta fiesta también es para ti, para toda la familia que espera que lleguen —contó con ternura.

Me sentía doblemente culpable.

— Acepto todo esto, mi madre y Phil están muy felices por esto y yo también lo estoy, pero… —suspiré—. Todavía no siento como si estuviese en una fiesta para mis hermanitos.

— O hermanita —aclaró ella y me reí.

— Me siento pésima. Soy parte de la familia, se supone que debería sentirlos como mis hermanos y no los siento. Es como si fuesen completos extraños para mí —sentí un gusto amargo en la garganta al confesar eso.

Jane se acercó más a mí.

— Eso es porque durante mucho tiempo fuiste hija única, Bella —contó ella—. Por supuesto que no vas a sentirlos hermanos tuyos, si todavía no los has visto.

Ladeé mi rostro hacia ella.

— ¿Crees que cuando los vea… los sienta? —pregunté con timidez.

— Yo creo que sí —me aseguró con calma y una buena sonrisa en el rostro.

Esa respuesta me dio mucha paz porque era correcta, y por eso, agradecí a Jane, abrazándola.

— Ven, entremos. Ya han terminado de abrir los regalos —me invitó a entrar de nuevo al departamento.

EPOV

Después de haber guardado los regalos, nuestros padres siguieron charlando y contando anécdotas. La gente terminó por irse a eso de las ocho de la noche. Para entonces, Renée estaba exhausta.

— Me iré a recostar un rato, ¿no necesitas ayuda, cielo? —le preguntó a Bella, masajeando su propia espalda. Debía de dolerle.

— No, en absoluto mamá —Bella le aseguró con una sonrisa—. Vayan a descansar, Edward y yo ordenaremos todo esto.

— Gracias, tesoro —agradeció ella y en compañía de Phil, se marcharon hasta la habitación de huéspedes para descansar un rato.

Bella se acercó a mí mientras terminaba de juntar las envolturas de los regalos en una bolsa de consorcio, para luego tirarla a la basura.

— Fue una buena fiesta, ¿no? —preguntó mientras tomaba la escoba y comenzaba a barrer.

— Fueron buenos regalos —le comenté de la misma forma, señalando los papeles.

Ella solamente se limitó a asentir, y sentí verdadera pena porque se había perdido la emoción de Renée y Phil cuando abrieron los regalos. Todavía no comprendía la obsesión de Bella por no saber el sexo de los bebés.

— ¿Por qué no quieres saber el sexo del otro bebé? —le pregunté, esta vez en serio, con profunda curiosidad.

— Me quiero asombrar en ese momento —respondió aquello sonriente, encogiéndose de hombros.

Sonreí por la gran expectativa que debía estar sintiendo. La merecía.

— Te vas a sorprender —le aseguré, levantándome para llevar la bolsa hasta la cocina.

Ella seguía distraída, terminando de colocar los platos en el lavavajillas. El departamento se encontraba en silencio y yo solamente podía pensar en una única opción.

Me acerqué a su lado de la cocina, cruzando mis brazos.

—Hey, ya que están descansando, ¿no quieres ir un rato a la cama? —propuse utilizando mi mejor tono erótico para denotar claramente las dobles intensiones que tenía en mente.

Ella se rió.

— ¿Realmente tienes ganas? —Alzó una ceja—. ¿Después de un Baby Shower?

Siempre me hacía sentir un depravado, pero luego recordaba que ella no se quedaba corta tampoco.

— ¿Sabes lo duro que estuve anoche por dormir contigo sin hacer nada? —me acerqué más a ella para confesarle aquello. No había sido una buena noche por ese motivo.

— Ya lo sé —dijo sonriendo—. ¿Crees que no me doy cuenta cuando duermes duro? Te pones inquieto en la cama y te mueves mucho.

Le devolví la sonrisa. Me encantaba cuando se quejaba y fruncía el ceño.

— ¿Y dejas a tu novio duro? —Dije esto como si fuese un atrevimiento. Chasqueé la lengua varias veces—. Qué mal rollo, señorita Swan.

— Sabes muy bien que yo nunca te dejo así —me aseguró con esa hermosa sonrisa que hacía que me diesen ganas de comerla a besos. Se estaba quitando los guantes de látex de las manos—. Pero por ahora quiero enfocarme en mamá y todo esto de los bebés.

Bueno, no podía hacer nada contra eso. En gran parte, ella tenía razón. No podíamos darnos el lujo de ser ruidosos cuando su madre lo único que necesitaba ahora era silencio y reposo.

— Tú sabes que yo también quiero —me confesó al rato. Únicamente para asegurarme que ella también se encontraba en el mismo estado que yo: sensible. El más leve roce era capaz de endurecerme.

Pero entonces algo vino a mi cabeza.

— ¿Sabes qué día es mañana? —le pregunté, esperando que supiese la respuesta.

Me devolvió la sonrisa. Sentí algo cálido en mi pecho al saber que ella también estaba al tanto de la fecha.

— Claro que lo recuerdo —aseguró—. Cumplimos seis meses.

— ¿Qué quieres hacer? —le pregunté, mordiéndome el labio.

Se lo preguntaba todo el rato porque todos los meses, cuando era nuestro cumplemes, salíamos a un lugar en específico los dos solos durante todo el día, sin interrupciones.

Pero esa alternativa sonaba muy lejana ahora.

— No lo sé… —suspiró ella, lamentándose—. Es que tengo mucho trabajo mañana… y tenemos que pasar tiempo con Renée aunque sea un rato. Podríamos dejarlo para el otro fin de semana.

La alternativa no nos convencía, y mucho menos a mí que era el más impaciente de los dos; pero no nos quedaba otra opción. Ella tenía la última palabra, porque no quería quejarme cuando debía tener en cuenta que en este momento intentaba asimilar la noticia de su madre y los bebés.

— Podríamos hacer un pequeño picnic. ¿Qué dices? Te cocinaré lo que desees —ella me propuso al rato de forma coqueta, porque sabía que esta alternativa sería muy fácil de aceptar por mi parte.

Me encantaba cuando se ponía así. Me volvía loco su forma de ser.

— Entonces… ¿no te molesta no festejarlo ahora? —necesité preguntárselo. Era extraño y agradable no tener este tipo de discusiones inmaduras con ella.

Procesó la pregunta durante unos segundos, probablemente intentando comprender qué era lo que se suponía que debía molestarle.

— No —terminó frunciendo el ceño, encogiéndose de hombros—. Es decir, son meses. Para mí no es tan especial una sola fecha —contó distraída lavando sus manos—. Para mí todas las fechas que paso contigo son igual de buenas e importantes.

No es que Bella fuese la primera mujer que se enamoraba de mí, pero era la primera que lo hacía en una forma pura y honesta. Ella era la mujer más encantadora que conocería en toda mi vida, y saber que ella, tan linda y tierna como era, sentía que cada uno de los días que pasaba con mi molesta y tediosa compañía, eran igual de buenos a como si fuese un aniversario, me ponía sumamente contento.

Y pensar que normalmente gastaba una buena suma de dinero comprando joyas a mis novias… y con ella, un simple picnic era suficiente para mantenernos satisfechos. Yo lo atribuía a que estaba loco por ella y cualquier actividad a su lado era algo hermoso y emocionante de compartir. Y ni siquiera íbamos a celebrarlo en la fecha, porque como ella decía, no importaban tanto las fechas, sino todos los días que pasábamos conviviendo juntos.

— Eres la única novia que he tenido que no me ha hecho problema por eso —sentí la necesidad de contárselo, con una tonta sonrisa.

Me miró como si fuese absurdo el planteo.

— Edward, estar contigo es la cosa más sensacional que le ha pasado a mi vida —me juró sorprendida—. Me siento la mujer más dichosa del mundo.

Mi corazón latía con emoción al saber que ella sentía algo parecido a lo que yo sentía por ella. Obviamente, yo me sentía más dichoso que ella por tenerla después de todos los obstáculos que tuvimos que pasar para llegar a esta actualidad.

— Yo me siento el hombre más afortunado al tenerte —me acerqué lo suficiente para acercar sus caderas a las mías y devorar sus labios con ansias.

Sus labios eran tan suaves, tan rosados, tan carnosos y apetecibles; podía estar todos los días besándolos, chupándolos y mordiéndolos. Y pensar en la alternativa de echarme en la cama y hacerlo, me estaba poniendo mucho…

Escuchamos que unos pasos se acercaban a la cocina y rápidamente nos separamos. Era Phil.

— Renée tiene antojo a arroz con queso. ¿Por qué no toman un descanso y yo lo preparo? —ofreció él, siendo consciente de que nos estaba interrumpiendo.

— No te preocupes, voy a preparar la cena ahora —ella tan linda como siempre, decidió no causarle molestias a él, que suficiente debía de tener con atender a su esposa en todo este período del embarazo.

Pero tan egoísta como era, deseaba que fuesen las once de la noche para arrastrarla hasta el dormitorio y que termináramos con lo que habíamos empezado.

Mientras Bella preparaba la cena, hablé con Phil en compañía de un par de cervezas. Bella también bebió en la cena, mientras Renée optó por jugo de naranja. Fue una cena especialmente agradable.

Renée y Phil se acostaron a las once y media de la noche, y nosotros también lo hicimos.

— Mierda, mañana tengo que volver a soportar a Lawdell y sus constantes "Swan, sírveme café. Swan, tráeme cigarrillos" y es como… "intento dejarlo, amigo" Y él se la pasa fumando las ocho horas de trabajo —Bella me contaba burlándose de aquello mientras le ayudaba a colocar las sábanas ahora limpias en la cama.

Pero yo únicamente podía observar cómo estaba vestida esta noche. Llevaba el cabello completamente recogido, una blusa negra corta que dejaba entrever sus clavículas y el montículo que daba inicio a sus pequeños senos, y unos shorts de lana que poco se le ajustaba a la cintura.

No era el look más sexy para una chica, se podría decir que vestía completamente asexual incluso; pero para mí eso era lo más provocativo en Bella: su simpleza. O quizás era el deseo que sentía por ella que estaba siendo constantemente limitado o porque ella se veía hermosa vistiendo lo que sea.

— Como sea, mañana es mi último día de prueba, así que tengo que levantarme temprano —terminamos de acomodar la cama y ella sonrió, satisfecha por esa última noticia.

Maldita sea, amo a Bella Swan con todo mi ser.

Ella siguió murmurando algo mientras me daba la espalda para programar la alarma en su BlackBerry antes de acostarse en la cama. Tomé mi I-phone y revisé la hora. Con una sonrisa me acerqué a su cuerpo para abrazarla por detrás y enterrar mi rostro en su hermoso cuello.

Tenía un aroma en su piel que era adictivo. Era muy preciosa.

— ¿Qué haces? —me preguntó, riéndose por las cosquillas que le ocasionaba mi caricia.

— Revisa la hora —murmuré encima de su oído, besando el lóbulo de su oreja.

Ella observó su BlackBerry para verlo.

"23:59hs."

Se rió acariciando mis brazos que la estrechaban.

— Eres todo un ansioso —destacó.

— Por supuesto que sí —aseguré, empujando levemente mis caderas contra las suyas, para indicarle que estaba más que ansioso.

Ella soltó un suspiro, y observamos cómo el reloj del celular marcó las "00:00hs"

— Feliz seis meses, hermosa —ella se dio la vuelta y se acercó para enredar sus brazos en mi cuello, besándome con ganas.

Se separó y me miró a los ojos.

— Gracias por hacerme feliz todos estos meses —mordió su labio y confesó con dulzura.

No le contesté, porque andaba más ansioso que antes. Volví a besar sus labios, esta vez introduciendo mi lengua en su boca.

— Ahora —ronroneé sobre sus labios, bajando lentamente la tira de sus shorts.

— Edward, tenemos que levantarnos temprano mañana —ella se rió entre excusas, pero yo seguí besándola—. Además, tengo el cabello sucio.

— No me importa —sostuve.

— No me siento sexy —mordió su labio.

¡Pero si eso era sexy!

— Bueno, entonces tomaremos un baño —propuse alzando rápidamente sus caderas hacia mi cintura, para cargarla entre risotadas a nuestro baño.

— En serio, Edward… —se quejaba con esa voz dulce que iba directo a mi polla. Mierda, estaba sensible.

Ignoré sus protestas para abrir la canilla con agua caliente y regularla con la fría en la bañera.

— Mira, no me interesa si tienes el cabello sucio, si tienes ojeras, si estás cansada, si mañana tienes que despertarte temprano por tu estúpido jefe. No me interesa nada más que follar ese hermoso cuerpo pequeño que tienes, ¿entiendes? —quise ser claro.

Ella se sonrojó y mordió su labio, pero me sonrió con diversión. Esto le había gustado.

— Quiero que me folles —pidió en voz baja – una particularmente dulce que me ponía demasiado – encima de mi barbilla.

Respondí gruñendo.

Acaricié su cintura y sus piernas. Mierda, me encantaba su piel.

Sin dejar de besarla, procedí a desnudarla con rapidez. Le quité la blusa, le bajé los shorts de un tirón y permaneció en ropa interior. No llevaba puesto ningún conjunto erótico, ni siquiera algo que combinara; únicamente un par de bragas de algodón de color blanco y un sostén negro común y corriente. Pero aun así me parecía sexy.

Mordí la tira de su sostén. Ella se echó a reír por las cosquillas y me deshice de él.

Besé rápidamente sus pezones mientras ella acariciaba mi cabello. Me encantaba cuando jugaba con él, cuando despeinaba, cuando me rascaba o incluso cuando tiraba de él. Eso me ponía muchísimo.

Estaba besando su pecho, cuando entre risitas, me dijo:

— Edward, tu barba me pica.

Ronroneé y a propósito deslicé mi mentón una y otra vez encima de su pezón.

— O-Ohh… sí… —ella jadeó mordiéndose el labio de una forma completamente erótica. Me sentía endurecer debajo de mis pantalones—. Has eso. Se siente tan bien.

Lo hice repetidas veces, ganándome buenos gemidos de parte de ella. La textura era suave, rosada y su pezón se erguía fácilmente. No pude contenerme y lo llevé a mi boca para tirarlo con suavidad con mis dientes.

— A-Ay… —ella gemía, disfrutando.

Seguí repartiendo besos y dejando que mi barba acariciara la piel expuesta de su abdomen, encima de su ombligo, y con mis dientes, jalé la tira de sus bragas con decisión.

El olor de su humedad me impactó de tal forma que ya no sentía ganas de ser amable. Quería comerla, ahora.

— Métete en la bañera —le indiqué mientras rápidamente me quitaba la camiseta blanca de encima, los pantalones y los bóxers de un solo tirón.

Ella, sentada en el respaldo de la bañera, me miró con diversión, alzando una ceja.

— ¿Muy perezoso para afeitarse, señor Cullen? —bromeó señalando mi vello púbico—. Creí que esta rebeldía solamente venía de arriba, no de abajo también.

— ¿Te molesta? —respondí a su pregunta porque… honestamente, lo había dejado por pereza.

— Tú eres el que pone las reglas de afeitarse abajo —ella cruzó los brazos, fingiendo estar molesta—. ¿Por qué te piensas que yo lo hago dos veces a la semana?

Fruncí el ceño.

— Bella, desde que te conozco, solamente te he visto afeitándote tres veces. A ti nunca te crece vello — bufé.

Ella se rió, porque eso sí era cierto.

— Si tú no te depilas, yo no lo haré —sentenció.

— Pero me gusta que lo hagas —torcí una mueca—. Me pone mucho más.

— A mí también —asintió ella.

Gruñí.

— Me gusta follar coños depilados —confesé.

— Me gusta chupar pollas depiladas —planteó divertida.

¡Qué atrevida!

— Estoy usando tu lógica, simplemente —encogió sus hombros.

Chasqueé la lengua.

— Bien, me depilaré. Y más vale que depiles bien ese coño, porque me lo voy a comer ahora —advertí, apuntándole con mi dedo índice.

Ella se echó a reír como si hiciese una broma completamente asexual.

Entró a la bañera en cuanto el agua ya estaba casi llena. Observé su cuerpo desnudo debajo del agua traslúcida y necesité de todo mi autocontrol para no comenzar a masturbarme con la imagen. Añadí sales aromáticas a la bañera e ingresé.

— Quiero que te pongas en cuatro —pedí con voz ronca.

Ella emitió un gemido muy bajo cuando accedió a hacerlo. Me dio una hermosa vista de ese trasero que tanto me encantaba.

— ¿Debo prepararme para un par de nalgadas? —preguntó ella con curiosidad.

— ¿Por qué deberías? —quise saber.

— Porque siempre me nalgueas cuando estoy así —murmuró.

— ¿Quieres que lo haga? —me intrigaba saberlo.

— No sé —se sonrojó con timidez.

Eso era un "sí" para mí. Le propiné una.

— ¡Ah! —se tensó, enseñándome su trasero en un mejor ángulo. Lo hacía a propósito.

Abrí sus piernas porque estaba recostada encima del respaldo de la pileta. Mi boca fue rápidamente a su coño que lucía resbaladizo, rosado e hinchado en busca de placer.

Mi lengua separó aquellos labios y Bella gimió con ganas. Su esencia cubrió mis labios y mis dientes fueron hasta su clítoris para empezar a morderlo con suavidad.

— ¡Ah! ¡Edward!

La punta de mi lengua trazó círculos en ella una y otra vez, a una velocidad considerable, y decidí llevar dos dedos hasta su entrada. Bien, bien adentro.

— Me vas a volver loca —suspiraba ella entre gemidos.

— Juro que podría hacerte mi esclava. Podría tenerte encerrada todo el día, desnuda y lista para mi placer…

Fantaseé en voz alta.

Ella alzó su rostro y me miró incrédula.

— Oh, perdón rey de Troya, no sabía que era una de sus sumisas —dijo Bella mordaz.

Entre risas, volví a mi labor y comencé a bombearla utilizando mi lengua. Ahora ella gemía de forma entrecortada.

— ¡Ugh! Maldita sea, Edward. ¡Maldito tú, tu lengua y tu estúpida barba! —gruñía y gemía.

Me reí encima de su coño, soplando un par de veces. Estaba al corriente de que la barba era una buena aliada en el sexo oral.

Sabía que si le pedía a Bella que hablara sucio, se cohibiría. Así que la única forma de sacar su lado… camionero… de encima, que tanto me ponía, era incitándola.

— Tu puto coño se moja tan fácilmente. Está hinchado, pidiendo ser follado de una buena vez —dije con voz ronca.

— Entonces fóllame con tu puta polla —ella jadeó mordiéndose el labio.

Diablos. Cuánto me ponía oírle hablar así.

— ¿Cómo quieres que te folle, eh? —Me separé de ella para tomar sus caderas y posicionar mi miembro erecto en su entrada—. ¿Duro? ¿Lento?

— Duro y rápido —pidió ella, gimiendo—. Ah…

Comencé a mover mi miembro sobre sus labios, de arriba para abajo, la punta de mi miembro tocaba su centro y su clítoris, y eso nos mojaba a ambos.

— N-No sé si pedirte que sigas haciendo eso o decirte que dejes de hacer eso y me folles de una m-maldita vez.

Me reí.

— Estoy lubricándome, nena —le avisé—. Quiero entrar a ese coño tan estrecho.

— ¿Ahora es cuando me preguntas por qué soy tan putamente estrecha? —se rió.

— Bella, te he follado en la cama, en el suelo, en lugares públicos, encima de mi piano, en mi auto, en todas las posiciones posibles. ¿Cómo esperas seguir siendo estrecha, amor? Si mi polla se la pasa follándote día y noche.

Ella respondió gimiendo.

— Oh, no. El terrible día ha llegado, he dejado de ser estrecha —ella sobreactuó—. ¿Me vas a seguir amando?

— Te voy a seguir amando únicamente porque me encanta tu trasero —remarqué acariciando sus nalgas con suavidad.

Luego, me reí.

— Sigues siendo estrecha, no tanto, pero claro que lo eres —le informé, por si estaba tomando en serio la conversación.

Y entonces, entré de una sola estocada.

—Ugh. Putamente bueno —jadeé, sintiendo como sus paredes envolvían mi miembro con rapidez. Cuando estaba así de caliente, ella era jodidamente estrecha.

— Rápido, fóllame duro. Esta posición en la bañera resulta muy incómoda —me advirtió y yo me eché a reír.

Cedí esta vez y la alcé para que yo me sentara y ella se sentara sobre mi cuerpo.

— O-Oh, Dios… —gimió ella estirando su espalda para que sus pechos sobresalieran.

Los sujeté firmemente con mis manos y comencé a besarla en cuanto sus caderas se movieron al ritmo de las mías.

Pero fue tal nuestra necesidad que salpicamos todo el baño debido a nuestros insistentes movimientos. Ella gemía más y más alto y yo me permitía jadear como un perro hambriento de deseo.

— E-Edward, me corro —me dijo al oído mientras abrazaba mi cuello como si fuese un koala.

— E-Espérame un segundo —pedí, sentía que ya no me faltaba mucho.

— E-Es que… en verdad… no aguanto —su respiración se agitaba y su voz subía una décima.

Y el saber aquello… era como una bomba de tiempo o un motor que me impulsó a tomar sus caderas y comenzar a follarla con bestialidad, solamente para que su orgasmo fuese aún más fuerte de lo que ella venía reteniendo.

Ella maldijo varias veces. "Mierda, mierda, mierda", decía entre cada estocadas y yo le respondía con un "Carajo, carajo, carajo", porque nuestro sexo era putamente bueno. Jodidamente perfecto. Cualquier hombre podría follarse a Bella Swan durante toda una noche y disfrutar, y yo gozaba de aquella suerte.

Se corrió y se quedó inmóvil, sintiendo como el placer sacudía su cuerpo. Yo seguí embistiendo como loco hasta que fue mi turno de gruñir mi liberación.

Cuando Bella era consciente de eso… de que estaba sintiendo mi esencia siendo descargada dentro de su cuerpo, emitía unos suaves jadeos sorpresivos.

Ella era tan putamente perfecta que podría venirme una y otra vez esa noche, con tal de dejarle en claro lo hermosa que era y lo excitante que era a la hora de follar.

Y claro que se lo hice saber.

.

(2) Ese lunes fue como si todo a mí alrededor tuviese un buen color. Un aire distinto. Uno mucho más ligero, fresco, vitalizado. Todo se sentía mucho mejor.

A mí alrededor la gente protestaba por el pésimo tráfico, por la torrencial lluvia que nos había tocado en la mañana y los paraguas inundaban la ciudad. Pero en mi interior, todo brillaba como si fuese una hermosa mañana soleada.

No me di cuenta hasta que entré al aula y les deseé buenos días a los alumnos, que estaba portando un humor especialmente animado el día de hoy. No había dormido en casi toda la noche, y se podía decir que seguía somnoliento. Pero, ¿qué importaba? Había follado a la mujer más hermosa en todos los ángulos posibles en nuestra hermosa cama, y hoy cumplíamos un nuevo mes juntos.

— Elaboraremos una serie de preguntas y mañana, quien sepa responderlas, sumará un punto extra hasta obtener una buena calificación que recompense el desastre colectivo del viernes —empecé a decir y noté en mí mismo un tono menos autoritario que el que solía caracterizarme.

Controlamos los puntos del examen para que, quienes lo supieran, alzaran la mano y respondieran. De esa forma sabría quiénes habían estudiado para ese examen y quiénes no. O quiénes habían decidido hacerlo durante el fin de semana. De todas formas, había notado un aumento de alumnos preparados para la clase del día de hoy, y algo me hizo pensar que tenía que ver el hecho de haberles exigido duramente la semana anterior.

Tampoco deseaba que me trataran cuál pusilánime si los trataba bien. Debía ser… un término medio, como diría Aristóteles.

Sonó la campana y ellos se marcharon del aula sin problema alguno. Pero yo di un último aviso.

— Si alguno ha estado teniendo problemas para estudiar, que no dude en recurrir a mi asesoramiento. Pero solamente para dudas específicas. Puedo preparar alumnos, pero únicamente aquellos que llevan al día el estudio —comenté la oferta de buen ánimo, pero con autoridad—. Es decir, puedo dar clases particulares a no más de cinco estudiantes. Pero tiene que ser después del examen del viernes.

Ellos terminaron por marcharse entre murmullos, considerando la propuesta. Era obvio que se oirían unos "Parece que alguien folló este fin de semana" y me sentía de puta madre al admitir que era cierto. Follé este fin de semana con la mujer más hermosa, y la vida me brillaba. ¿Qué más podía pedir?

Salí del aula y me encontré a Mark esperándome. Le saludé con una gran sonrisa.

— Parece que alguien ha tenido un buen descanso este fin de semana, ¿eh?—notó él con una sutil picardía.

— ¿Qué? —Josh apareció detrás de Mark. Acabábamos de alcanzarle y se metió a la conversación—. ¿Edward ya botó toda la leche de encima?

Ni Mark ni yo cambiamos de expresión, pero le miramos fijo.

— ¿Alguna vez serás consciente de lo desagradable que suenas? —Mark le preguntó con una expresión inescrutable.

— Alguien tenía que preguntarle, y yo lo hice —se quejó Josh justificándose. Me reí.

— Como sea, ¿vamos a tomar un café? —me propuso Mark, cambiando de tema.

Me excusé, porque sin Bella en casa debía asegurarme de que Renée contara con toda la ayuda posible en caso de cualquier emergencia. Pero más que nada, quería aprovechar el tiempo libre para comprarle algún regalo a Bella por nuestro aniversario.

Mientras evaluaba nuestras posibilidades para llevar a cabo el picnic de este fin de semana, me di cuenta que nunca antes había cocinado para Bella, y el que ella tenga que preparar toda la comida por mí sonaba muy egoísta de mi parte. No era ninguna excusa no aprender a cocinar si deseaba nutrir mi relación con ella.

Decidí que empezaría a fijarme más en ese detalle y le pediría que me enseñara a cocinar. O, por qué no, aprender por mi propia cuenta. La sorpresa que se llevaría ella al ver que era capaz de preparar un plato sería incomparable, pero me veía muy flojo para llegar a un punto donde ese reconocimiento me fuese merecido. Igual, nada perdía intentándolo.

Pasé por una librería y decidí comprarle la obra "El crimen de lord Arthur Saville" de Oscar Wilde, que ella deseaba comprar en cuanto cobrara su primer salario. Aproveché la ocasión y le compré un ramo de margaritas.

Antes de entrar a casa, encontré el ambiente sospechosamente silencioso. Abrí la puerta y encontré a Renée sentada en el living, revisando una caja. Me vio y me sonrió.

— Ah, Edward, acércate —me invitó con serenidad, para que observara lo que ella tenía entre sus manos.

Me senté a su lado. Tenía una caja llena de fotografías. Todas eran de un bebé.

— ¿No es hermosa? —me preguntó entregándome una en especial.

(3) Con sorpresa, me di cuenta que eran fotografías de Bella cuando era una pequeña niña. Tenía el cabello corto, de un color casi parecido al que llevaba ahora, y un pequeño vestido floreado; le estaba sonriendo a la cámara. Se veía adorable.

— Mira esta, fue en su primer cumpleaños cuando la tomamos —comentó riéndose en silencio y me pasó otra fotografía.

Era la de un bebé ocultando su rostro con su propio vestido blanco. Era pequeña y sus ojos brillaban como dos esmeraldas.

— Es muy bonita —reí, pensando en que esa pequeñita bebé se había convertido en la hermosa mujer que era hoy en día.

— Me puse a revisar algunas fotografías únicamente para recordar aquellos tiempos; cuando yo apenas salía de la adolescencia y decidía casarme con mi primer amor —se explicó con diversión, poniendo los ojos en blanco.

Si mal no recordaba, Renée tuvo a Bella cuando tenía unos dieciocho años.

— Pero no me arrepiento en absoluto —murmuró pensativa, sonriendo—. Charlie fue un gran marido y Bella la hija más hermosa que pude haber tenido.

Le devolví la sonrisa en silencio, totalmente de acuerdo, cuando entonces observó la bolsa con papel de regalo y las flores a mi lado.

— ¿Y esos regalos? —preguntó sonriendo, sabía que eran para Bella.

— Oh, son… regalos de aniversario —me expliqué simplemente—. Hoy cumplimos seis meses de noviazgo… oficialmente.

— Ah, eso es tan adorable —mi suegra me sonrió con dulzura y me sonrojé un poco—. Ustedes dos sí que van en serio, ¿verdad?

— Sí, bastante —confesé aquello con seguridad. Eso ni siquiera era cuestionable.

Renée se mordió el labio.

— Si necesitan espacio hoy, podemos salir con Phil. Él ahora ha ido a hacer unas compras; pero podemos visitar el Central Park. Siempre he querido ir allí — comentó.

— Oh, se lo agradezco mu… —Renée me miró con una sonrisa de advertencia—. Digo, te lo agradezco mucho, Renée — sonrió—. Pero vamos a celebrarlo el fin de semana. Bella no quiere perder mucho tiempo con esto de los bebés.

— Ah, Bella siempre tan exigente — puso los ojos en blanco, suspirando—. Siempre ha sido así, se presiona a sí misma todo el tiempo. Y eso está bien, pero hasta cierto punto.

En eso tenía razón. Bella era una mujer que se exigía mucho a sí misma.

— Bella siempre fue una chica muy madura, muy responsable; incluso cuando solamente tenía diez años hacía sus propias diligencias. Era increíble —contó—. Y debes de saber que yo no soy así, por eso ella sintió que debía adquirir el rol de madre y yo el de hija.

No tenía idea de que Renée era consciente de esto.

— Lo sé. Te preguntarás… "¿cómo es que ella sabe de esto?" Pues porque Bella puede ser una persona más enfocada y reservada que yo, pero la experiencia es algo que se gana con los años — se encogió de hombros—. Así como con estos pequeños, yo la cargué durante nueve meses —acarició su vientre—. Y siempre terminaré conociéndola más de lo que ella cree. Por eso, ya me he dado cuenta que todavía se siente atónita por la idea de tener hermanos. No creía posible que yo concibiera más hijos. Pero esta es la realidad, y tiene que aceptarla por más insólito que le parezca.

— Siempre he creído que eres una buena madre, Renée. Bella no se crió por sí sola, en absoluto —la halagué—. Y sé que ahora serás una mejor madre incluso.

Ella me sonrió y acarició mi hombro maternalmente.

— Eres un buen hombre, Edward. Me alegra saber que ella cuenta con alguien que la entiende y la quiere por todas las cosas buenas que ella tiene —me sonrió, mirándome a los ojos—. He visto cómo te mira. Te ama profundamente.

Fue mi turno de sonreír. Se sentía bien oírlo de su madre.

— Intento ser un buen hombre para ella, porque ella es una increíble mujer. Yo también la amo, es la primera vez que siento algo así por alguien.

— Y te aseguro que permanecerán fuertes por mucho tiempo —ella me guiñó el ojo y se lo agradecí, sonriendo con timidez.

Yo también esperaba eso.

— Y no te preocupes. Haré planes con Phil. Estoy aburrida de estar sentada todo el día —se quejó mientras se levantaba. Rápidamente la ayudé, pues le dolía la espalda.

— ¿Estás segura? ¿No necesitas ayuda? —pregunté cargando su brazo lentamente.

— Oh, no —me frunció el ceño—. No es que sea frágil, es que estos dos pesan bastante —se rió suspirando y caminando un poco erguida—. Iré al baño un segundo.

— Claro, adelante —dejé que ella caminara por sí sola mientras llevaba los regalos hasta el dormitorio y los dejaba en la cama. Seguro los vería en cuanto llegase. Podía pedir un poco de comida china y…

De pronto, mis pensamientos perdieron el hilo cuando oí que caía agua sobre el suelo. ¿Se le habría caído algo a Renée?

— ¿Edward? —me llamó ella en voz alta, pero no alarmada.

Me acerqué hasta el baño solamente para ver qué se había caído.

— ¿Qué ocurrió? —pregunté, justo cuando abrí la puerta del baño que ya estaba casi abierta.

Encontré a Renée mirando el suelo. Sus piernas estaban firmemente separadas debajo de su vestido maternal, y un pequeño charlo de agua yacía debajo de sus pies.

En seguida, comprendí lo que había ocurrido y cuando vi sus ojos, también sorprendida, supe que ella, efectivamente, había roto su bolsa.

BPOV

Como todo lunes, se esperaba una cierta exigencia en el trabajo de las oficinas de Interludio. De alguna forma me las había arreglado estos últimos días para acostumbrarme al ritmo de mi jefe. Servir café, fotocopiar papeles, llevar archivos; todo eso en menos de una hora.

Lo cierto es que hoy llevaba una motivación especial que me ayudaba a lograr mis tareas sin una sola queja interna, y es que finalmente era mi último día de prueba. A partir de mañana sería una trabajadora oficial, y comenzaría con las correcciones de textos. Y, por supuesto, hoy era mi aniversario con Edward. Y después de una noche como la de ayer, no tenía derecho alguno a borrar la sonrisa en mi rostro.

Ya eran las doce del mediodía cuando terminé de hacer mi última tarea: fotocopiar los archivos que debía presentar en el quinto piso y pasárselo a mi jefe, el señor Lawdell.

Él suspiró pensativo en cuanto yo le pasé el papeleo.

— Hoy es tu último día de prueba, Swan. Has hecho un gran trabajo —se limitó a decirme, frunciendo sus labios; sin ninguna emoción aparente.

Yo no la necesitaba de todas formas. Estaba bailando de felicidad en mi interior.

— Mañana te cambiaré de cubículo y pasarás al cuarto piso. Allí te enviaré unos textos de prueba para que corrijas y…

Estaba explicándome brevemente cuando mi BlackBerry vibró en mi falda. Como ya estaba por irme, lo había sacado del cajón donde usualmente lo guardaba mientras trabajaba para evitar que me llamaran.

Seguía vibrando y supe que era una llamada. Mientras pretendía que oía atentamente al señor Lawdell, pensé para mis adentros que debía tratarse de alguien que no sabía que estaba trabajando, porque con una sola llamada perdida bastaba.

— Así que te quiero aquí a las ocho de la mañana esta vez. Trabajarás doble jornada esta primera semana, ¿bien? —fue lo último que me dijo y estrechamos nuestras manos.

— Se lo agradezco, señor Lawdell —sonreí con cortesía.

— Bien, ahora necesito que me hagas un enorme favor —comentó, dándole una pitada a su cigarrillo mientras revisaba unos papeles—. Como Dana no se está, necesito que me ayudes con unos últimos papeleos. Son siete archivos importantes… Probablemente te tome toda la tarde.

¡Oh, rayos!

— ¿T-Toda la tarde, dice? —pregunté carraspeando.

— Sí, es de mucha importancia que lo hagas como tu último día de prueba —me miró con advertencia, indicándome que si quería llegar al día de mañana, debía hacer eso.

Suspiré para mis adentros. Ni modo, tendría que festejar mi aniversario con Edward el fin de semana. ¡Y ni siquiera había tenido tiempo para comprarle un regalo!

— Está bien —asentí sin problema.

— Bien, tómate diez minutos de descanso y terminaremos con este papeleo; así me largo a casa temprano —dijo él de forma egoísta, pensando únicamente en librarse del trabajo pendiente que le quedaba a él.

— Sí, señor.

Me di la vuelta y decidí leer las llamadas perdidas que había recibido en el BlackBerry.

"5 llamadas perdidas."

"3 mensajes en WhatsApp"

¡Vaya! Eran demasiados, y todos eran de Edward. Mi corazón latió con prisa. Algo había sucedido.

Fui rápidamente hasta el baño para encerrarme y tomar el teléfono para devolverle la llamada. Pero no fue necesario hacerlo, ya que recibí otra llamada.

— ¿Edward? ¿Qué ocurre? —atendí en seguida.

— ¿No has salido del trabajo todavía, Bella? —me preguntó de forma directa. Eso me preocupó. Se oía que estaba en algún lugar con muchas personas.

— No, tengo tiempo aquí. ¿Por qué? Dime, ¿qué ha ocurrido? —quise saber.

— Renée ha roto la bolsa hace un rato, está en trabajo de parto y la estamos llevando al hospital —me informó con seguridad.

¿Qué?

— ¿E-En serio? —Mi corazón latía tan fuerte que parecía que iba a salir de mi pecho—. ¿A-Ahora?

— Sí, ahora mismo —repitió él—. Escúchame, pasaré por ti en diez minutos…

— ¡P-Pero no puedo! —dije, reconociendo esa novedad para mí misma—. Tengo que quedarme aquí y terminar unos papeleos y…

Edward esperó unos segundos para contestarme. Estaba haciendo otra cosa mientras hablaba conmigo.

— Bella, es tu mamá y te necesita ahora —me reclamó, con un suspiro.

— ¡Pero yo no controlo esto! —respondí de mala gana. Me di cuenta que estaba siendo desconsiderada solamente porque estaba molesta conmigo misma—. L-Lo siento, no he querido…

— Está bien —contestó él, comprendiendo.

— No puedo irme, Edward. Hoy es mi último día de prueba y lo sabes. Si me voy, perderé el trabajo. Mi Jefe va a matarme y… —me di cuenta de lo maldita que era mi suerte en ese momento y suspiré de nuevo. Me faltaba aire—. Oh, Dios santo…

— Respira hondo. Escúchame —decía a mí con seriedad—. No te preocupes, no pasa nada. Faltan un par de horas todavía para que ella entre en trabajo de parto.

— Está bien, trataré de desocuparme lo más pronto posible —asentí rápidamente, sintiendo que la adrenalina comenzaba a correr por mis venas en cuanto me dio la dirección del hospital—. Edward, por favor, cuídala por mí. Ponme al tanto de todo, tendré el teléfono encendido.

— Está bien, pero no te alteres. Todo está bien, ella está bien. Estarán bien—dijo esto último refiriéndose a los pequeños.

— Gracias —cerré los ojos respirando lentamente. Corté la llamada porque sabía que se me hacía tarde para volver al trabajo.

No logré concentrarme bajo ningún aspecto al saber que mi madre se encontraba en trabajo de parto. Hasta hace unas horas me encontraba preguntándome cómo sería toda esa situación. Cómo sería la llegada de esos pequeños. Cómo yo lograría adaptarme a ellos para considerarlos parte de mi familia. Pensé… únicamente pensé durante una mínima fracción de tiempo, que quizás era muy pronto, que aunque se encontrara en la semana justa para dar a luz, estaríamos con ella durante un par de días más…. Los suficientes para caer con la noticia.

Pero no. El momento había llegado y yo no podía ir hacia el hospital porque debía terminar el papeleo o perdería mi empleo. Edward entendía que ambas situaciones eran muy importantes para mí, y tal como él había explicado, tardaría un par de horas, así que no debía alterarme tanto.

Ya habían pasado dos horas y yo todavía me encontraba en la oficina. Dos horas que habían sido eternas para mí, dos horas de completa adrenalina y ansiedad. De vez en cuando lograba leer las pequeñas actualizaciones que Edward me enviaba en WhatsApp, porque si descubrían que tenía mi teléfono conmigo me correrían en seguida.

Decidí que podía esperar un poco más. No me faltaba demasiado trabajo. Podía terminar todo esto y marcharme.

Sin embargo, toda la presión que venía sosteniendo se desbordó cuando leí el último WhatsApp de Edward:

Edward:

El doctor ya llegó. Nos hicieron salir y esperar afuera.

Eso únicamente podía significar que mi madre ya estaba lista para dar a luz.

Sentí que no podía esperar más. Necesitaba estar ahí.

Miré a mi jefe y sentí que necesitaba saberlo, solamente así me dejaría marcharme.

— Señor Lawdell, son únicamente dos carpetas las que faltan ordenar —dije firmemente.

Me miró incrédulo.

— Sí, pero es necesario que las termines antes de marcharte. No se terminarán por sí solas —se justificó él.

¡Ugh!

— Señor… por favor —imploré, ya sin ánimos de sonar formal—. Mi madre está a punto de dar a luz a mis hermanastros. Necesito ir a verla.

Ya que la situación era otra, pensé que él consideraría esto y me dejaría ir.

Pero me partió el corazón ver que su expresión no había cambiado en lo absoluto.

— Señorita Swan, aquí tenemos reglas. Usted debe terminar con este papeleo sin excepciones.

¡No podía creerlo!

— ¡P-Pero, señor…!

— Sin peros —me contradijo, molesto—. Si no termina el papeleo, tendré que despedirla.

Los minutos pasaban, el momento pasaba, y no iba a perdérmelo por un estúpido trabajo.

Me levanté de un tirón del escritorio.

— No se preocupe. Renuncio —gruñí en voz baja dándome la vuelta. Busqué mi bolso para poder retirarme de las oficinas de Interludio.

No sentí ganas de pensar en lo que acababa de hacer, únicamente sentía la adrenalina en mi cuerpo, la emoción del instante y la frustración de mis estúpidos zapatos que no me dejaban trotar más rápido.

Pude haber tomado un taxi para llegar hasta el hospital, pero como se encontraba a pocas cuadras y el tránsito estaba atestado incluso a esta hora, me quité los zapatos y entre mis manos los llevé mientras corría con prisa, sin importarme nada.

Quería llegar. Quería ver a mi madre. Quería presenciar el nacimiento de mis hermanos.

Quince minutos más tarde llegué al hospital sin aire, completamente agitada. Me pregunté por qué rayos había dejado de correr en las mañanas con Thomas, ahora que todo mi cuerpo me latía.

Subí por las escaleras hasta el segundo piso donde se encontraba la habitación de mi madre, ya que el ascensor tardaría mucho más tiempo.

No necesité ver el número de la habitación, ya que me encontré con Edward y Esme en el pasillo. Se asombraron al ver mi apariencia: completamente despeinada, agitada, transpirada y con los pies adoloridos por correr cinco calles.

— Bella, cielo, ¿qué te ha ocurrido? —quiso saber Esme, preocupada. Edward se acercó para abrazarme y tomó mis zapatos en el proceso.

— Me… he… escapado… del… trabajo… —logré decir con el pulso agitado.

Me dolía la garganta.

— Estás agitada. Te traeré agua. Siéntate y cálmate un poco —me indicó Edward con el usual tono profesional que utilizaba cuando se preocupaba por mí.

Me senté al lado de Esme, quien comenzó a rascar suavemente mi espalda.

— ¿Y Phil? ¿Dónde está él? —me preocupé al no verlo.

— Tranquila. Está adentro con tu madre —respondió tomando mis manos.

Edward regresó con un vaso con agua de plástico. Lo tomé con prisa. Diablos que sentía sed.

— Cielo, relájate un poco. Todo está bien —Esme estaba impresionada por mi agitación.

Edward se sentó a mi lado y me indicó que me sentara en su regazo.

— Ven, antes de que te de una taquicardia —me indicó y yo casi sin pensarlo – perdida en mis pensamientos pensando en cómo se encontraría mi madre – le hice caso, y me senté sobre sus rodillas.

Él acercó mi espalda a su pecho.

— Respira conmigo —dijo él, inhalando lentamente y luego exhalando. Siguió así hasta que inconscientemente mi cuerpo le siguió el ritmo. Él aprobaba con varios "Eso… es así" brevemente, mientras acariciaba mis manos con suavidad.

Y entonces me tranquilicé.

— Gracias —cerré los ojos, respirando hondo y sintiendo que los latidos de mi corazón se normalizaban. Ya me sentía mejor.

— Se hace de la misma forma con los niños asmáticos —le respondió a la pregunta no formulada por su madre. Rascó mi espalda—. Todo va a estar bien, Bella. No te alteres, ni siquiera Renée lo estaba.

Quería hacer tantas preguntas sobre ella. Miré a Esme rápidamente.

— Estaba de lo más calmada pese a los dolores. Tu madre es una mujer muy fuerte —elogió con una sonrisa.

Okay. Si todos estaban tranquilos, yo también debía estar tranquila. Pero, ¿por qué no lo estaba? Es decir, Renée estaba bien, pero ahora llegaría el momento del nacimiento de los niños y no me sentía preparada.

Un rato después Carlisle llegó en compañía de Jane. Ambos estaban alterados, sintiendo que habían llegado tarde.

— Un pésimo día para un tráfico tan ajetreado —le explicó Carlisle a Esme.

Jane se acercó a mí. Por alguna razón ella sabía que yo iba a estar perturbada.

— Todo va a estar bien, Bella —sacudió con suavidad mis hombros.

Yo seguía respirando hondo como si fuese la que tenía contracciones. Temía especialmente no sentirme identificada con los pequeños, por más que deseara sentir que eran mis hermanastros.

Los demás llegaron casi al mismo tiempo. Thomas salió rápidamente de clases con sus lentes puestos y cargando su mochila. Me ofreció su botella con agua para que la bebiera por completo y calmara así mis nervios. Edward avisó que Jasper y Alice – quienes planeaban volver a Nueva York esta semana – habían tomado el primer vuelo que encontraron para poder llegar el día de hoy. Por el momento solamente faltaban Emmett y Rosalie, quienes no vendrían aún porque se encontraban trabajando.

Me di cuenta que todos tenían una idea de que esperaban. Sabían los sexos de los bebés y sus nombres. Todos lo sabían, excepto yo. Por eso era que estaba tan alterada y emocionada. ¿Qué tocaría aparte de Cory? ¿Un niño? ¿Una niña?

La ansiedad terminaría por aniquilarme.

Casi sin esperarlo, Phil salió de la habitación a unos metros de donde nos encontrábamos, vistiendo un uniforme azul del hospital, con una sonrisa incomparable.

— ¡Ya nació Gael! —nos avisó rápidamente.

¿Gael? ¿Un varón? ¿Ya había nacido mi primer hermanastro?

Todos se emocionaron por la noticia y yo quedé anonadada, sin poder creerlo.

— ¿Gael? —Pregunté para mí misma, sintiendo que estaba sonriendo como una tonta—. ¿Tendré dos hermanitos?

Escuché como me respondían que sí. Sentí que Edward me acariciaba suavemente la espalda, y que Jane me respondía una y otra vez "sí" a las preguntas que estaba haciendo; sin poder creerlo.

La noticia me alegró más de lo que esperaba. Dos pequeños. Dos varones. Y uno ya había nacido. El mayor. Ahora solamente faltaba el menor. Estaba emocionada, sentía muchas ansias por conocerlos. ¡Únicamente faltaba Cory!

La ansiedad se transformó en emoción en pocos segundos y brevemente fue convirtiéndose en preocupación cuando notamos que Cory estaba tardando en llegar.

— Renée, pese a ser una mujer jovial, es un poco mayor para dar a luz a dos niños tan rápido. Pero si logró dar a luz a uno de ellos sin cesárea, podrá con el siguiente —dijo Carlisle a modo de explicación para que comprendiéramos que esto podía tardar un poco.

Llegué a pensar que debían haber intercedido a una cesárea por el tiempo que tardaban, hasta que uno de los doctores salió de la habitación.

El hecho de que Phil no haya aparecido a contarnos la buena nueva me preocupó verdaderamente.

— ¿Ustedes son los familiares de los Dwyer? —preguntó y mi corazón se detuvo en ese instante.

— Y-Yo soy la hija. ¿Q-Qué le ha ocurrido a mi madre? ¿Está bien? ¿Y l-los bebés? —me apresuré a instigar al hombre de unos cincuenta años.

— Todos están bien —me tranquilizó y sentí que mi corazón volvía a latir, únicamente para pasar por una verdadera montaña de emociones. El doctor no lucía del todo contento—. Ha habido una complicación con el segundo niño.

— ¿Con Cory? —pregunté yo—. ¿Qué le ha ocurrido?

— Hemos detectado un caso de Ictericia Neonatal producto de una Afección —explicó y por alguna razón, esas palabras me supieron muy peligrosas.

— ¿A-Afección? —Por ningún motivo esta palabra podía ser buena. ¿Qué tan terrible podía ser para un recién nacido una afección?

— ¿Cuál es el diagnóstico, doctor? —preguntó Carlisle cuando Edward se acercó más a él para escuchar aquello. Me dejé llevar por la expresión de Edward, quien fruncía el ceño.

— Estable, es un caso leve —explicó sin mucha preocupación—. Lo someteremos a una fototerapia. Esperamos que sea una cuestión de pocos días.

¿Qué rayos era una fototerapia?

— El pequeño ha sido llevado ahora. En unos minutos pueden ver a la madre y al otro pequeño —terminó por decir con una simple sonrisa.

Quería correr tras esa puerta y ver a Renée, pero también quería que Edward y Carlisle nos explicaran qué diablos había querido decir el doctor.

— ¿Qué es lo que tiene el pequeño? —fue Thomas quien hizo la pregunta que todos queríamos formular.

— Es una afección que produce una coloración amarillenta en la piel del bebé debido a una acumulación de bilirrubina en la sangre —explicó Carlisle. Me horroricé—. No es tan grave como suena. Suele suceder en muchos casos. Se debe a que algunos bebés nacen con un mayor número de glóbulos rojos del que necesitan.

— Van a someterlo a una fototerapia —continuó Edward con tranquilidad—. Es un tratamiento mediante el uso de una luz. Lo llevarán a una incubadora y lo expondrán a una luz especial. La luz convierte la bilirrubina en su forma soluble de agua, y así el cuerpo la elimina con mayor facilidad.

— Como dijo el doctor, es un caso leve. Será una cuestión de permanecer en el hospital por unos días — dijo Carlisle con soltura.

— ¿Ella podrá alimentarlo o…? —quiso saber Esme.

— Sí, no creo que haya problema en eso —aseguró Carlisle—. Pero seguramente lo tendrán alejado del otro pequeño hasta entonces.

¡Oh, no!

— P-Pero, los mellizos no deben ser separados desde el comienzo, ¿no? —le pregunté a ambos, preocupada.

— Bella, no te preocupes —Edward se encargó de calmarme, acariciando con suavidad mis hombros—. He visto cientos de casos como estos. Es más común de lo que en realidad parece. No tienes por qué alarmarte, Cory estará con Gael tan pronto se cure. ¿Por qué no vamos a ver a tu mamá ahora?

Si él lo decía, podía estar un poco más tranquila.

Todos entramos despacio a la habitación donde mi madre se encontraba. Fui poco consciente del resto, ya que mis ojos fueron a mi madre, quien sostenía maternalmente y con una enorme sonrisa a un pequeño, que estaba arropado ahora. Phil estaba a su lado y ambos nos recibieron con sonrisas en los labios.

Me acerqué para observar al pequeño que mi madre cargaba. Ése era Gael, el mayor de los dos. Tenía los ojos ligeramente cerrados mientras su pequeña boquita expulsaba un poco de saliva.

— ¿Por qué no lo cargas un segundo, Bella? —fue lo único que logré escuchar de parte de ella y reaccioné de forma inmediata.

Asentí y cargué al pequeño entre mis brazos. Poco a poco me abrió los ojos y una parte de mí se sorprendió al encontrarlos de color verde. Como los míos, como los de mi madre y como los de Phil. A penas me podía ver, lucía desorientado. No tenía mucho cabello, y movía sin sincronía sus manos y sus pies.

La emoción que sentí en aquel momento fue la misma que siente una persona que está cargando a una pequeña criatura que solamente tiene minutos de vida en el mundo exterior. Pero no era lo que yo deseaba sentir, no era el sentimiento de una hermana hacia su hermano. No le sentía como si éste fuese mi hermano o el hijo de Renée aún, y me sentí fatal por eso.

Oculté aquello con una sonrisa.

— Es precioso, mamá —dije, sintiendo lágrimas en mis ojos. Mamá sintió ternura por mí, creyendo que me había emocionado. Pero no era todo tan perfecto como ella creía.

Todos tuvieron su turno de cargar al bebé. Me repetí una y otra vez que era normal, que era la primera vez que lo veía. Pero yo seguía triste porque aún faltaba mi otro hermanito, Cory. Él estaba enfermo y separado de su hermano, y eso me partía el corazón.

— Cariño, no te pongas triste —me dijo mamá acariciando mi brazo—. Cory estará bien. La doctora nos había advertido de aquello. Se recuperará pronto.

Era tonto pensar que mi madre me estaba consolando, cuando era yo quien debía consolarla. Porque si a mí me entristecía el hecho de ver a dos bebés mellizos separados, ella debía sentirse fatal de no tener a sus dos hijos juntos en este instante.

En algún momento – justo cuando Emmett y Rosalie habían llegado al mismo tiempo y saludaban al bebé – yo decidí excusarme un segundo para ir al baño como excusa, cuando en realidad quería procesar toda la información que tenía.

No debía sorprenderme que Edward fuese como mi mejor amigo y se diese cuenta de esto automáticamente.

— ¿Estás emocionada? —me preguntó con una sonrisa tomando mi mano y jugando con ella. Su sonrisa siempre me calmaba.

— Estoy triste — confesé mordiendo mi labio.

— ¿Por qué, Bella? —su voz fue muy dulce y me acercó a él para abrazarme—. ¿Es por Cory?

— También —tragué saliva—. Me siento triste porque incluso en este momento, no siento que Gael sea mi hermano.

Edward permaneció en silencio, pero se rió en voz baja.

— ¿Te preocupa eso? —preguntó para corroborar.

— Sí… se supone que debería sentirme como tú —le dije—. Tú eres el hermano mayor de dos mellizos y siempre me has contado lo que sientes por ellos. Como quieres protegerlos de todo mal, como quieres cuidarlos a pesar de que ya sean mayores.

Edward se rió de esto.

— Pero, Bella, yo siento eso porque he convivido con ellos durante muchos años—me dijo mirándome a los ojos—. Amor, has pasado mucho tiempo siendo hija única, es normal que no los sientas como tus hermanos… sobre todo cuando hace meses, pensabas que Renée no podía cuidar pequeños y ahora ves que es toda una experta. Es puro instinto maternal. Todas las mujeres lo tienen.

Supongo que sí.

— Además, en el momento en que yo conocí a Jasper y a Rosalie por primera vez… estaba celoso —hizo un mohín y nos reímos—. No quería hermanos, quería ser hijo único. Pero me tocó cuidarlos y con los años, me volví muy cercano a ellos y nació en mí ese instinto de hermano protector, porque es algo que pasa. Y también te va a pasar a ti conforme convivas con ellos.

Las palabras de Edward, así como agua en una herida, fueron de completo alivio ya que tenían mucho sentido. Ahora me sentía considerablemente mejor.

— Te amo, en serio —lo abracé con fuerza, sintiendo que me quitaba un peso de encima.

Él besó mi frente.

— ¿Quieres ir a ver a Cory? —me propuso ladeando una sonrisa, sin separar nuestras manos.

En verdad quería verlo, y quería comprobar que estaba bien.

— Sí —asentí y él me llevó de la mano.

Buscamos a Cory a través de un vidrio que separaba la habitación donde él estaba reposando. Estaba en una incubadora, arropado. Su piel no era tan amarillenta como creí que sería, pero no era como la de Gael. Una inmensa lámpara lo alumbraba mientras él descansaba como si estuviese durmiendo. Probablemente lo estaba haciendo.

Sentía que la noticia terminaría por cerrarme en cuanto los viese juntos. Tal vez él no se encontraba bien ahora, pero me encargaría de esperar aquí el tiempo que fuese necesario hasta recibirlo como correspondía.

Estuvimos acompañando a mamá cuando intentó, con éxito, amamantar a Gael. La enfermera la elogió y Edward me explicó que aquél proceso podía costar un buen tiempo.

Tal vez no tenía sentido sacar la personalidad de un bebé en su primer día, pero por la forma en que Gael insistía, mordía a mi mamá a veces y se ponía a llorar constantemente; me hizo pensar que era el más extrovertido de los dos.

Alice y Jasper llegaron a la siete de la tarde aproximadamente. Mi madre agradeció enormemente que estuviesen aquí para saludar al pequeño Gael en su primer día. Incluso logramos presenciar cuando le dio de amamantar a Cory, porque tan enfermo no se encontraba.

No sé si se debía a que se encontraba un poco débil ahora, pero no era tan escandaloso como Gael. Y eso me hizo corroborar mi teoría de que Cory era el introvertido y callado de entre los dos.

Lo único que despertó mi atención ya entrada en la noche, era la distancia entre Emmett y Rosalie. Si bien estaban parados en la misma habitación, no se hablaban ni se tocaban. No es que fuese una ocasión donde debías estar romántico con tu pareja, pero Edward de vez en cuando me rascaba la espalda o Jasper tomaba a Alice de la cintura posesivamente. No vimos eso en ellos y eso me preocupó.

— Oye, Alice… ¿no notas algo raro en Emmett y Rosalie? —pregunté cuando Edward y yo nos acercamos a ella y Jasper.

Alice frunció los labios. Ella sabía lo que ocurría.

— Tuvieron una pelea esta mañana. Lo único que sé es que están separados por ahora —murmuró con disciplina mientras observaba a Cory a través del vidrio.

— ¿Qué? ¿En serio? —pregunté asombrada.

Asintió.

— Me lo contó a mí, en realidad —intervino Jasper, incómodo—. Se supone que no debemos hablar de aquello, están pretendiendo que nada sucede.

— Pero… es obvio que algo malo pasa. No se han hablado en casi todo el día —expliqué, mirándolos de reojo. Ella hablaba con Carlisle, él con Thomas.

— Yo no sé mucho —me contó Alice con seriedad—. Pero sé que tuvo que ver con esa tal "Cassie".

Oh… la muchacha.

— ¿Qué tanto problema puede ocasionar una chica? —Jasper se preguntó a sí mismo.

— Eh… sí, bueno… yo puedo explicar eso —Edward contó, rascándose el cuello y frunciendo los labios—. Fui al gimnasio la semana pasada con él. Cassie es una chica que trabaja allí. Los he visto interactuar.

Todos le observamos con intriga.

— Algo raro pasa ahí —suspiró, negando una y otra vez—. No sé qué es, pero Emmett parecía muy atraído por esa chica, y lo peor es que… es muy agradable, es una buena chica.

Oh, eso sí que era peor.

— No parecía interesada en interferir entre ellos… pero comprendo los celos de Rosalie —terminó por decir Edward.

— Oh, por Dios. No puedo creerlo —murmuró Alice, preocupada.

— Mira, son discusiones entre ellos. No tenemos por qué meternos. Si Emmett es más feliz con esa tal Cassie, habrá que aceptarlo. Por más que Rosalie sea nuestra hermana y mi melliza…. —Jasper dudó de lo que intentaba plantear.

— Yo no voy a aceptar a otra chica, yo quiero que esté con Rose —chistó Alice.

— Alice, no seas egoísta —le discutí yo en voz baja.

— Miren, no hablemos más del asunto hasta saber lo que ocurre, ¿bien? —sentenció Edward y todos permanecimos en silencio cuando Rosalie se acercó a nosotros.

— ¿De qué hablan? —preguntó sonriente, como si nada malo ocurriese.

— De lo bellísimo que es Cory—cambié rápidamente de tema, señalando la pared de vidrio. Ella hizo una expresión de ternura y se apoyó para observarlo mejor.

Sí, lo mejor sería no opinar por el momento.

Renée había descansado prácticamente todo el día para encontrarse despierta en la noche y velar por Cory y Gael en el hospital. Se nos tenía permitido pasar la noche allí y yo no lo dudé ni un segundo, pero Edward insistía en volver a casa.

— Creo que deberías descansar. Y no lo digo con dobles intensiones —aclaró con inocencia—. Realmente quiero que descanses.

— Descansaré aquí —encogí mis hombros—. Quiero acompañar a mi madre.

—Esme dice que la acompañará esta noche —volvió a reconfortarme—. Además, tienes que levantarte temprano y volver al trabajo. Mañana es tu primer día con sueldo, ¿no?

Ugh, sonaba tan triste cuando lo decía así.

Se me hizo un nudo en el estómago.

—Sí… eh… bueno… dijeron que tomarían en cuenta esto y me darían de licencia unos días por mi excelente trabajo en las últimas semanas —traté de esforzar mi mejor sonrisa.

Edward no era ningún tonto, pero era fácil de engañar cuando ponía una buena sonrisa.

— ¿En serio? —Más que nada, se lo creyó porque yo era una maniática del trabajo.

— Sí, así que puedo quedarme aquí — me encogí los hombros—. Tú puedes ir a casa, debes descansar para no tratar mal a tus alumnos. Lo último que necesitas es que vuelvan a decir que el profesor Cullen no folla.

Él me regaló una hermosa sonrisa y tomó mi mano, jugando.

— Pero… no quiero dormir en la solo cama—me hizo un puchero que únicamente a Edward Cullen le podría salir apetecible, siendo un hombre.

— No dormirás solo —le aseguré—. Bepo está ahí.

—Bepo huele a ti —comentó sonriente.

— ¿Ves? Es un buen reemplazo —levanté mis dos pulgares, en señal de aprobación.

— ¿Estás segura, Bella? —Me preguntó, esta vez en serio.

—Sip—asentí, sonriendo con sinceridad.

Él acercó mi cintura a su cuerpo para besar mis labios profundamente. No era un beso lascivo, pero sí uno muy apasionado.

Nuestros labios hicieron un ruido pegajoso cuando se separaron, como siempre cuando nos besábamos.

— Ten cuidado, quédate cerca de tu madre —me advirtió, apoyando su frente contra la mía.

Le aseguré que lo haría asintiendo varias veces, y solamente porque sentía ganas, le di un rápido beso casto en los labios. Esto le alentó y volvió a besarme.

.

Al día siguiente, desperté un poco más tarde de lo planeado por haberme quedado despierta hasta las tres de la mañana. No había leído el WhatsApp de Edward.

Edward:

Bepo amaneció debajo de mi trasero. No sé por qué, y no me preguntes. Ni siquiera sé por qué te cuento esto. En fin… Te veo en unas horas. Te amo. X

Estallé en risas recordando lo pésimo que era para dormir. Se movía de un lado para el otro. Incluso yo amanecí una vez debajo de su aplastante y hermoso cuerpo.

Para nuestra sorpresa, Charlie se había tomado la molestia de tomar un vuelo y aparecer esa misma mañana para conocer a los pequeños.

Pese a que no hubiese relación entre ellos, era parte de la gran familia.

— Eres una chica muy afortunada —comentó Thomas, quien me hizo compañía esa mañana aprovechando que no tenía clases, mientras observábamos a mi padre cargando a Cory con cuidado.

— ¿Por qué dices eso? —pregunté con curiosidad. Tenía una paleta en la boca y se le veía muy tierno.

— Tus padres son separados, están rehaciendo sus vidas y conviven sin ningún resentimiento —este hecho, como a mucha gente, le asombraba—. Normalmente un ex no viene a conocer a los hijos de tu nuevo matrimonio.

Me reí al ver que Renée regañaba a Charlie por estar cargándolo más de la cuenta. Ella se había vuelto posesiva.

— Porque nunca han separado la familia —expliqué—. Es decir, físicamente lo han hecho, pero ellos siguen siendo una sola familia… solamente que ahora la familia incluye a Phil y a Sue también.

— Exacto. El que no haya rencores entre ellos es fantástico —se fascinó—. Tienes suerte de contar con una familia unida.

Dudé por unos segundos. ¿Qué quería decir?

— Tu familia es unida, ¿verdad, Thomas?

— Sí —él contestó sin problema—. A su modo, pero mis padres siguen juntos.

— ¿Y tus hermanos? —pregunté.

Fue su turno de fruncir los labios.

— Ya sabes, cuando crecen, los hermanos toman cierta distancia. Pero no tenemos problemas con el otro. Solamente que una es demasiado adulta, y el otro es un niño todavía —puso los ojos en blanco.

— Tú vas en el medio —razoné—. Mitad adulto, mitad niño.

— El término medio es siempre el mejor —me dijo con una buena sonrisa, y fue mi turno para reírme.

—Hey, ¿y cómo van las cosas con Jane? —ese tema me tenía intrigada, sobre todo porque quería estar al tanto de su punto de vista.

— Bien —respondió sin problema—. La otra vez, casi la atrapo masturbándose en el baño.

Casi mi atraganto con mi propia saliva, echándome a reír.

— ¿Jane? ¿Nuestra Jane? ¿Masturbándose? —pregunté en voz baja. Thomas asintió sonriendo una sola vez —. ¿Y? ¿No te excita? ¿Una joven virgen… buscando su primera experiencia sexual?

— ¿Te imaginas si me la follo? No me olvidará jamás. No quiero torturarla de esa forma —él exageraba.

— ¿Acostarse con Thomas Flint… Una tortura? —era inevitable no reírse.

—Yo no hago el amor, Bella —él se reía con desinterés.

— ¿Qué les pasa a los hombres con esa frase? —me indigné falsamente—. Edward también decía lo mismo, y míralo ahora: Es todo un hombre romántico.

— Gracias a los encantos de Bella Swan, claro —asentía él—. Yo diría que gracias al trasero de Bella Swan… pero es igualmente válido.

Le golpeé en el hombro con ganas y se echó a reír aún más.

— No, en serio. ¿Alguna vez has hecho el amor? —me picó la curiosidad.

— Sí —respondió secamente.

— ¿Con quién? —me incomodó hacer esa pregunta porque sabía que eso le desagradaría.

— Con mi primer novio —murmuró, desviando los ojos a otro lugar. Me sorprendió que contestara aquello, porque en verdad esperaba que no lo hiciese.

Quería preguntarle quién había sido su primer novio, pero sabía que solamente evadiría la pregunta.

— ¿Sabes? Sí, soy afortunada —cambié de tema, hinchándome el ego a propósito. Él me miró con curiosidad, y sonreí abiertamente—. Soy amiga de Thomas Flint. ¿Qué más puedo pedir?

Curioso que no hiciese ninguna broma. Simplemente se limitó a sonreírme y a acercarme con su brazo para rascar infantilmente mi cabello.

— Bella, ¿segura que no vas a tener problema faltando al trabajo, cielo? Puedes ir si quieres —mi madre seguía insistiendo, y era como una daga atravesando mi corazón.

— No, no hay problema —aseguré, sonriendo falsamente.

Supe que Thomas me observaba durante unos segundos, evaluando mi expresión. Él, al igual que yo con el tema anterior, supo comprender que no quería hablar de aquello ahora, y a modo de consuelo, rascó mi espalda como Edward lo haría. En verdad lo aprecié.

Conforme pasaban los días de la semana, más me preocupaba el hecho de no sentir a Gael como mi hermanastro, sino como el hijo de Phil. Ni siquiera ver a mi madre amamantándolos era un hecho suficiente para que me golpeara en la cabeza y me dijese "¡Oye! Renée es madre y tú tienes hermanastros"

Estaba cargando a Gael y meciéndolo con suavidad en la habitación que el hospital le había dado a mi madre, pese a que ya estuviese habilitada a volver a casa, pero no lo haríamos sin Cory con nosotros.

Intenté hablar con él. Intenté expresar algunas palabras porque sabía que muy en el fondo, por más tonto que suene, hablar con los bebés funcionaba. Pero no sabía qué decir.

— ¿Interrumpo? —mi madre apareció golpeando la puerta, y yo le devolví la sonrisa, negando con la cabeza.

Se sentó frente a mí y yo le entregué a Gael con lentitud.

Estuvimos un gran rato en silencio, observando al pequeño con su chupete. Se veía muy adorable.

— ¿Sabes? Aunque me consideras la tonta, alocada y despistada Renée, no se me ha pasado en absoluto el que no estés yendo a trabajar, o la expresión caída que tienes cuando observas a Gael y a Cory durante mucho rato.

Oh, cielos. Había olvidado cuán observadora era ella.

— ¿Vas a contarme qué es lo que te ocurre, cielo? —dijo con su voz maternal, y fue casi inevitable no tomarlo como una iniciativa para que le confesara lo que ocultaba.

— No quiero que me odies… —mordí mi labio y ella se sorprendió por esto—. Es que todavía no caigo. No siento a Gael y Cory como si fuesen mis hermanastros. Edward me dijo que lo haré con el tiempo, pero han pasado los días y aunque les he ganado cariño a ambos, siento que son dos pequeños que no pertenecen a la familia. Pero sé que sí lo hacen.

Respiré hondo, la peor parte ya había tocado. Esperaba que ella no tomara mal mi horrenda apreciación.

Más ella lo tomó como algo natural y me sonrió.

— No voy a odiarte por eso, Bella. Es normal. Sería raro que los consideraras tus hermanos de forma inmediata, ¿no crees? —Dijo mientras jugaba con la manito de Gael—. En realidad, Edward tiene razón, con el tiempo los verás juntos. Pero, ¿quieres que te diga un secreto?

— ¿Cuál?

— Te darás cuenta cuando les veas juntos. Créeme —me guiñó el ojo.

Permanecí todo el día pensando en las palabras de mi madre, de Edward, de Jane, de todos mis seres queridos asegurándome que no tenía por qué preocuparme si al comienzo no los sentía como si fuesen parte de mi familia; porque al comienzo tampoco sentía a Phil como alguien de mi familia y ahora lo veía como un tío. Sue tampoco era la excepción, pero de a poco la sentía como parte de mi familia. Y pasaría lo mismo con Gael y Cory.

Observé durante tres horas completas el vidrio que nos separaba a mí y a Cory. Ya habían pasado cinco días desde que se encontraba en tratamiento, y aunque me entristecía un poco, el doctor había dicho que podría irse mañana en la mañana. Fue entonces cuando me puse a pensar en lo mucho que deseaba que él se recuperara, que estuviese en los brazos de mi madre en mi casa, que durmiera por primera vez al lado de su hermano que le estaba necesitando.

Fue un día sábado cuando Cory finalmente salió del hospital. Todos nos emocionamos porque finalmente Renée y Phil cargaban a cada uno de sus hijos hacia nuestro departamento, para luego volver a Florida.

Uno de los regalos que Carlisle y Esme le habían dado a Renée y Phil en el Baby Shower había sido una cuna donde los pequeños dormirían durante los pocos días de estancia aquí en Nueva York.

Llegamos a casa y lo primero que hicieron fue recostarlos en la misma cuna. Mamá y Phil los observaron durante un buen rato. Yo fui consciente en ese momento que no les había hecho un regalo a los pequeños, y me sentí fatal.

— Bella, ¿por qué no vienes a verlos un segundo? —mi madre propuso con una sonrisa honesta, como si ocultara algo en ella.

Me acerqué sin problema hasta la cuna para observarlos.

(6) Fue algo que sucedió en casi un segundo, pero pareció durar una eternidad.

Gael y Cory estaban recostados en la misma cuna. Movían sus pies y sus manos con torpeza, pero estaban pegaditos el uno al otro. En ese pequeño lapso, identifiqué a Gael, con un gorro de color azul, tomar la mano de Cory. Y Cory, con un gorro color rojo, juntaba su pequeña piernita y tocaba los pies de su hermano.

Era como si ambos sintiesen la necesidad de tocarse, de saber que estaban juntos, que así como habían venido a este mundo juntos, lucharían por estar unidos. Cory finalmente se encontraba sano, y había extrañado a su hermano, por eso apreciaban este momento.

Se veían tan adorables, pero a la vez tan frágiles, y tan fuertes a la vez… era algo tan extraño. Pero me di cuenta que estos dos pequeños estaban completamente unidos, pese a la separación del inicio, ahora estaban juntos… y eran mis hermanastros. Eran los pequeños que crecerían un día, que gatearían, dirían sus primeras palabras, irían a la escuela, me pedirían consejos porque… yo era su hermana mayor. Yo tendría que cuidarlos…

Sonreí con lágrimas en los ojos, porque por fin sentía que yo quería estar en la vida de esos pequeños, y me sentía afortunada de poder estarlo, de pertenecer al futuro que ellos estaban destinados.

Edward apareció a mi lado y comenzó a acariciar mi espalda baja. Me sonreía.

— Mira cómo unen sus manitos —Me señaló susurrando, para no molestarlos—. Ambos sintieron la ausencia del otro y ahora que se tienen al lado, no quieren separarse.

Ver a Cory buscando con su mano a Gael era la cosa más tierna que había visto en toda mi vida.

— Son lo más hermoso que he visto en mi vida —juré negando y secando rápidamente mis lágrimas. Estaba muy feliz por ellos—. Al fin siento que son mis hermanitos…

Edward me sonreía.

— Te dije, era cuestión de tiempo —besó mi mejilla y tomó uno de los peluches que le habían regalado a los pequeños para jugar con ellos.

Observé durante un largo rato como él le devolvía las sonrisas a los pequeños y jugaba con interés. Recordé que no había sido del todo honesta.

— Renuncié a mi empleo —confesé siendo directa.

Me miró con asombro.

No supe qué decir al respecto, únicamente fruncí mis labios, avergonzada.

— No te dije la verdad porque… sentía…

Edward puso los ojos en blanco y se acercó para abrazarme.

— Estoy orgulloso de ti —contestó por sobre mi cabello y dejó un beso allí.

Sobé mi nariz.

— Yo también lo estoy —aseguré, pero me sentía triste al respecto—. Pero no sé qué haré ahora.

— Ya encontrarás una solución —me dijo al oído con esperanza.

Sí, alguna solución encontraríamos.

Nos distrajimos por completo cuando Gael tomó el peluche que Edward había traído y lo tomaba con sus manos, al igual que Cory. Nos reímos.

— Ya están teniendo su primera pelea —me reí, sintiendo que ellos podrían hacer que olvidara cualquiera de mis problemas.

— Son adorables —suspiró Edward, observándolos con fascinación.

Fue la posición en la que nos encontrábamos, abrazados frente a los bebés, lo que me llevó a pensar cómo sería si…

— Sabes… —empecé a decir, tragando saliva algo nerviosa.

— ¿Uhm? —me preguntó él con casualidad.

— Si tú y yo… bueno… —me sentía muy nerviosa y sonrojada. Miré a los bebés—. No ahora pero… —respiré hondo para confesárselo—. No suena a una mala idea.

Él tardó unos segundos en comprender y me obligó a levantar la cabeza para que nuestras miradas se encontraran.

— No me parece una mala idea tampoco —aseguró con una sonrisa y una mirada cargada de amor.

Me sonrojé aún más y sentí la necesidad de besarlo. No lo dudaría ni por un segundo.

— ¡Bueno, bueno! ¡No frente a los bebés! —se burló mi madre y nos separamos de forma inmediata, avergonzados—. Es hora de alimentarlos.

Yo le ayudé cargando a Cory y le di un tierno beso en la mejilla mientras él se largaba a llorar. Con mucha dulzura comencé a mecerlo una y otra vez para que se aliviara. Tenía hambre.

Renée se sentó en uno de los sillones y observé como amamantaba a Gael y a Cory al mismo tiempo.

Nunca, pero jamás en mi vida, habría imaginado que pudiese estar viendo a mi madre en la labor de una madre, valga la redundancia. Y desde ese día lo logré. Y me sentí muy sorprendida porque ahora sentía que todo encajaba.

Renée era una increíble madre, yo tenía unos hermosos hermanastros, y era una chica muy afortunada por eso.

CAPITULO 6 Los harapientos

BPOV

Estaba transitando por mi tercer sueño esa noche cuando el llanto de uno de los pequeños me despertó de forma inmediata.

Deshice el agarre de Edward de mi vientre sin mucha consideración; después de todo, él tenía el sueño bien pesado.

Me levanté y mientras caminaba por el pasillo en la oscuridad, evalué el llanto: alarido y desmesurado. Si no me equivocaba, tenía que ser Gael.

Sin encender la luz me acerqué a la amplia cuna donde mis hermanastros dormían separados por una goma vertical. Sonreí para mis adentros cuando vi que el pequeño con pijama rojo era el que buscaba desconsoladamente que le prestaran afecto.

— ¿Qué te ocurre, Gael? ¿Te despertaste? —le pregunté en susurros bajos mientras lo mecía una y otra vez.

No paraba de llorar. Probablemente tenía hambre.

La luz del living se encendió y mi madre apareció con aspecto somnoliento, sonriéndome.

— Cariño, no tienes por qué levantarte cada vez que los pequeños lloren —dijo en cuanto me pidió cargar a Gael.

— Me gusta hacerlo —comenté sin problemas. Solamente lo hacía porque podía dormir el resto del día, ahora no trabajaba en las mañanas.

Como siempre sucedía, Cory se asustó al no encontrar a su hermano a su lado y se puso a llorar.

— Oh, Cory, no llores —casi me reí de ternura mientras lo cargaba en mis brazos. Él no lloraba tan fuerte como Gael. Se tranquilizó un poco cuando sintió mi familiar aroma.

— Ya son las seis de la mañana, es hora de comer —se dio cuenta Renée al ver la hora en el reloj de su muñeca.

— Voy a despertar a Edward —le avisé, dejando a Cory de nuevo en la cuna.

Normalmente andaría somnolienta a estas horas cuando los bebés debían desayunar, pero hoy andaba más ansiosa que nunca, ya que a las diez de la mañana Renée y Phil tomarían su vuelo a Florida, y me entristecía mucho separarme de los pequeños.

Volví al dormitorio y me pregunté para mis adentros si Edward había llorado mucho de pequeño; ahora dormía como un bebé que acababa de comer.

— Son las seis de la mañana, Edward. Hora de levantarse —toqué varias veces su espalda.

La misma rutina de siempre: Él murmuraba algo bajo y se acomodaba mejor en la cama.

— Vamos, levántate —no me molesté en usar una voz silenciosa.

Oí que murmuraba algo así como "Dame diez minutos más" encima de la almohada que, seguramente, babeaba. Si me hubiese dicho "cinco minutos" sabría que no estaba tan cansado, pero debía levantarse para ir a dictar clases temprano.

Me recosté sobre su cuerpo. Como si mi pequeño cuerpo fuese una carga para él…

— Vamos… arriba… arriba… —me moví como si fuese un bote en el mar, intentando mover su cuerpo.

Gruñía por lo bajo, molesto.

No caería en la trampa de despertarlo a besos. Si no, no se levantaría a propósito con la intensión de recibir más besos de mi parte.

Entonces, una buena idea se me ocurrió: Le propiné una nalgada.

Levantó la cabeza rápidamente, alarmado.

— ¿Qué fue eso? — preguntó con un tono de voz muy despabilado.

— Te acabo de nalguear —mordí mi labio para no reírme.

— ¿Por qué hiciste eso? —no estaba confundido, exigía una respuesta.

— Porque sí —me limité a contestar. Él no tenía mucho trasero, de todas formas—. Despierta, ve a bañarte. Te haré waffles.

Algunas mujeres dirían que los hombres pensaban con su miembro, pero el cerebro de Edward estaba monitoreado por su estómago, en realidad. Cualquier oferta culinaria bastaba para motivarlo en cualquier momento.

Aunque a veces se comportaba como un hombre común y corriente, y pensaba con su polla.

Como regalo de despedida, me ofrecí a prepararles el desayuno a todos.

Mamá ya había terminado de cambiar a los mellizos cuando se unió a nosotros en la mesa. Cargaba a Cory en mis brazos mientras le golpeaba la espalda queriendo hacerlo eructar.

— ¿Estás segura que deseas irte ahora, mamá? ¿No es un poco pronto para que los mellizos viajen? — pregunté.

— No es que tengamos otra opción, Bella —mi madre repuso—. Nos encanta este lugar, pero es hora de que los pequeños vuelvan a casa.

Fruncí los labios. Phil se reía.

— Te lo está pidiendo porque no quiere separarse de ellos aún —le avisó Phil a mi madre lo que era demasiado obvio.

Ella no se había dado cuenta.

— ¡Oh! ¿De veras, cariño? —se entristeció—. ¡Pero puedes visitarnos cuando quieras!

Intentaría hacerlo. Por lo menos una vez al mes. No quería perderme la niñez de Gael y Cory por nada en el mundo.

Terminé de palmearle la espalda a Cory cuando eructó rápidamente. A diferencia de Gael, que tardaba un buen rato.

— Vaya que eres todo un niño especial —murmuré con una voz tonta e infantil a Cory, porque cuando todos escogían el color blanco, él escogía el verde. Era distinto al resto.

Edward, que estaba sentado a mi lado, corroboró la hora en su rólex.

— Se me hace tarde —musitó para sí mismo. No me di cuenta hasta entonces que Edward, vistiendo traje, era cosa distinta al haragán de las mañanas.

Se despidió de mi madre y Phil porque estaría ocupado en el trabajo como para despedirlos en el aeropuerto. También se despidió de los mellizos.

Miró a Cory entre mis brazos, confundido.

— ¿Gael? —dijo después de mirarlo un buen rato.

— ¡No! Cory —remarqué el error, molesta.

— ¿Cómo logras diferenciarlos? —me preguntó con verdadera curiosidad. Normalmente, solamente sus padres podían identificarlos.

— Porque Cory tiene una expresión más apaciguada que Gael. Gael es más juguetón. Cory es más dormilón… Como tú —le saqué la lengua.

Él también me sacó la lengua y se despidió de Cory con un beso en su pequeña cabecita.

Dos horas después, cuando ya todo estaba listo y empacado; acompañé a Renée, Phil y los mellizos al aeropuerto.

No quería separarme de ellos. No podía. Me gustaba tenerlos en mis brazos porque aunque la gente no lograra identificarlos, yo sí podía. Gael era más travieso que Cory; siempre movía sus piernitas cuando descansaba en mi regazo y murmuraba algo, como si quisiera hablarme. Podía imaginarlo: él sería todo un charlatán. Se metería en problemas por ser todo un aventurero. Se fijaría en las chicas rápidamente y saldría con muchas; porque a pesar de todo, tenía un corazón honesto.

Cory, por otro lado, era más silencioso, más tranquilo y más pensativo que Gael. Recostaba su cabeza en mi hombro como si tuviese sueño. Definitivamente sería menos impulsivo que él. Evaluaría las cosas antes de hacer algo y probablemente eso termine dándole una personalidad tímida pero muy sincera. Algo me decía que él sería más de leer libros como yo, y sacaría buenas notas para enorgullecer a Renée y a Phil.

Pero lo más fascinante de todo era sentir que de alguna forma nos comunicábamos: mientras Gael se removía en mis brazos como si quisiera hablarme o llamar mi atención; Cory se recostaba en mi pecho con dulzura, permanecía en silencio como si no quisiera molestarme con llantos innecesarios. Pero ambos estaban como supiesen quién era yo. Como si supieran que era su hermana mayor.

Sentí como si me arrancaran una parte de mí cuando tuve que separarme de ellos y de mi madre tan pronto. Ella me abrazó una y otra vez diciéndome que no viera esto como el fin, si no que tratara de verlo como el comienzo de algo hermoso. Lo cierto es que no pasaría tanto tiempo con los mellizos como deseaba, y eso me partía el corazón.

Traté de ocultar las lágrimas, al menos hasta ver que el avión despegara y terminara por darme cuenta que Gael y Cory iban a otro lado. Se separarían de mí y no los volvería a ver en un buen rato, o al menos hasta que yo decidiese visitarlos.

Volví a casa verdaderamente triste, lagrimeando en todo el camino.

Solamente cuando volví al apartamento me permití recostarme en la cama y llorar cuanto deseaba. Contaba con que podría hablar por teléfono con ellos cuando deseara. Además de que Phil había prometido enviarme todas las semanas una fotografía de ellos para estar al tanto de su crecimiento. Pero eso no era lo mismo…

Rodé varias veces en la cama. Recibí un mensaje de texto de mi madre diciéndome que me quería mucho y que me llamaría en la mañana del día siguiente.

También aproveché para enviarme mensajes en el BBM con Alice, quien todavía seguía en Estados Unidos porque Jasper tenía que trabajar unos días por aquí.

Nunca quise comentarlo, pero siempre tuve consciente que Alice no trabajaba demasiado ya que vivía del dinero de Jasper. Sí, ganaba su salario, pero no se fijaba demasiado en ello, o al menos no me lo comentaba. Situación distinta era la mía, que intentaba buscar un empleo con desesperación al enterarme hace pocos días que Ángela ya estaba trabajando en una editorial de cuentos para niños.

No supe por qué en ese momento me puse tan sentimental con respecto a todo. Abracé la almohada y sentí el aroma masculino de Edward impregnada en ella.

Me vino un arranque de emociones y observé el protector de pantalla del BlackBerry:una fotografía que le había tomado una noche que salimos a cenar. Lucía distraído, hermoso y encantador.

Lo extrañaba, lo quería, lo necesitaba ya.

Abrí su ventana en WhatsApp. La última vez que lo había revisado fue hace una hora. Debía estar dando clases.

Bella:

Hola.

Le envié algo secamente, tenía ganas de que me tratara dulcemente. Esperé varios minutos y no respondió.

Decidí enviarle emoticones:

Un corazón.

Una lengua.

Un paraguas.

No sabía qué más enviarle. Y aún no contestaba.

Para cuando sentí que pasó una hora – pero en realidad fueron quince minutos – le envié un emoticón de un corazón roto.

Un rato más tarde, recibí su contestación:

Un corazón amarillo.

— ¡Aww! —exclamé muerta de ternura. ¡Me había contestado!

Decidí enviarle más emoticones:

Una carita sonrojada.

Unos labios que besaban.

Él me contestó después de un rato:

Un pepinillo violeta.

Me eché a reír en voz alta, rodando en la cama. ¡Qué sucio!

Decidí seguirle el juego, y le envié una mano que señalaba "Okay" y otra que apuntaba con el dedo índice porque parecían sucios, como si masturbaran.

Su contestación fue: una mamadera con leche.

Crucé intuitivamente mis piernas sintiendo que quería abrazarlo, quería estrujarlo en mis brazos, besarlo, mimarlo. Quería a mi Edward ahora.

Bella:

Eres un sucio.

No me contestó nada.

Bella:

Quiero a mi novio. ¿Dónde está?

Me contestó pero un rato más tarde.

Edward:

Dictando clases.

Uh… le estaba molestando.

Pero más al rato, me di cuenta que había sido muy frío.

Bella:

Voy a buscarme un novio que me dé un poco de amor.

Contestó más al rato. Se notaba que no estaba pendiente del teléfono.

Edward:

Te voy a dar un poco de amor en la noche.

Me eché a reír con ganas.

Bella:

Quiero amor ahora.

Edward:

El canal quinientos diez te puede dar un poco de amor ahora.

Rápidamente fui hasta el living para encender el televisor y cambiar el canal. Una mujer era follada por un hombre de piel oscura.

— ¡Maldito Edward! —injurié, sintiendo un molesto pero excitante cosquilleo en mi vientre bajo. Molesto porque no lo tenía a mi lado; excitante porque los gemidos sexuales llenaron la habitación rápidamente. Decidí apagarlo.

Volví a la cama y tomé el teléfono. Me había contestado.

Edward:

Me distraes. Tengo que reprender alumnos. Luego te hablo. X

Por más que no fuese con mala intención, ese mensaje me había puesto un poco triste. Le estaba molestando con mis mensajes. Me sentía como la tonta que no conseguía empleo y molestaba a su novio que sí tenía.

Bella:

Okay, okay. X

No respondió más, y no debía sorprenderme, pero me sentí mal.

Decidí distraerme un rato. Solté el teléfono a un costado y fijé la vista en el techo. El departamento estaba silencioso y por más que no lo deseara, recordaba la imagen de aquella película porno que debían estar transmitiendo todavía.

Entonces, pensé en Edward. Cuando su rostro apareció en mi cabeza, lo primero que recordé fue su barba. Siempre cuestioné aquello pensando que se le vería feo; pero le sentaba muy bien. Inevitablemente pensé en el vello púbico de su cadera. No se había depilado allí todavía.

¿Por qué rayos pensaba en su vello púbico?

Mordí mi labio, cerrando los ojos e imaginando su cuerpo desnudo. Oh, señor. Eso no me hacía bien cuando ya estaba mojada.

Casi sin darme cuenta, mi mano se deslizó lentamente hacia mi cadera, hacia los pantalones que estaba usando en ese momento. Fue por debajo de mis bragas y pellizqué una sola vez mi clítoris.

— Ah —me arrancó un gemido y mi cuerpo tembló, un poco emocionado.

Repetí el movimiento y esta vez imaginé que era la boca de Edward quien lo hacía. Eso lo hizo putamente sensacional.

Llevé mi dedo mayor hacia mi centro y lo introduje sin problemas. Sacándolo y adentrándolo lentamente; imaginando su lengua y esa maldita barba que tanto amaba.

Un maullido me desconcentró.

Abrí los ojos de forma inmediata. ¡Jella me observaba sentada en la cama!

— ¡Puta madre! ¡Casi me matas de un susto! —jadeé sorprendida, sacando mi mano de mi intimidad rápidamente.

Ella volvió a maullar, como si me dijese algo.

Me di cuenta que debió haber observado lo que estaba haciendo, y me sentí culpablemente avergonzada.

— ¿Me vas a cuestionar? —Arqueé una ceja—. ¿Desde cuándo me cuestionas? Me masturbaba mucho antes de tener un novio, y ahora que lo tengo, lo haces como si estuviese mal.

Ella parpadeaba silenciosamente.

— ¿Lo haces porque crees que Edward se va a molestar si se entera? —Bufé—. Él no está aquí, Jella. Y no seas defensora de pobres inocentes, porque yo sé que él también se masturba algunas veces en la ducha. Pero no me molesto porque no puedo darle placer las veinticuatro horas del día. No cuando yo soy la encargada de preparar el desayuno en las mañanas o cuando tengo el periodo.

Ella volvió a maullar. Refunfuñé.

— ¿Sabes qué? Si tan feliz te hace, no lo haré. No me masturbaré —alcé ambas manos para mostrarle que iba en serio—. Seré honesta con Edward y no lo haré, aunque él me haya incitado a esto diciéndome que vea ese canal.

Todavía no comprendía por qué se molestaba tanto. No es que pudiéramos follar las veinticuatro horas del día. No me molestaba que se diera placer a sí mismo siempre y cuando pensara en mí, lo cual él juraba hacía.

Entre suspiros, decidí que me recostaría un rato. Tomé mis auriculares para escuchar un poco de música.

Ya había pasado suficiente tiempo para que todos estuviesen al tanto de mi renuncia en la editorial Interludio. Por supuesto, no había trabajado suficiente tiempo en mi primera editorial para que me dieran un cheque remuneratorio, y claro, no me darían nada en la segunda editorial por haber renunciado. Maldito orgullo, iba a irme de esa empresa de todas formas, ¿por qué tuve que renunciar?

Ahora me encontraba recostada, sin empleo y sin muchas opciones en el futuro. Debía mantenerme positiva, pero ¿cómo haces cuando tu propia voluntad se ve pisoteada por la decepción?

La única opción segura era acudir al hermano de Carlisle: Teseo Cullen. Él parecía tener contactos que me podrían ayudar a conseguir trabajo en una editorial. Después de todo, la mayoría de mis ex compañeros habían conseguido trabajo gracias a una mano. Pero recurrir a Teseo significaba soportar a Beatrice, abuela de Edward y madre de Carlisle, refregándome en la cara aquello en una próxima reunión familiar.

Tan orgullosa como fui para renunciar, lo era para aceptar ese empleo. Pero al menos lo tendría como última opción.

Un rato más tarde, oí que la puerta de entrada se abría y mi corazón saltó ansioso porque sabía que se trataría de Edward. Me levanté apenas de la cama para sentarme y esperar a que él se acercara.

Lucía muy hermoso con su traje y su sonrisa torcida.

— Alguien tenía ganas de molestar por WhatsApp, ¿eh? —negó una y otra vez, bromista.

Fruncí los labios, apenada.

— Perdón, olvidé que estabas ocupado dando clases —encogí mis hombros, arrepentida.

Él no esperaba esa reacción de mi parte. Se enserió al instante.

— Estaba bromeando, nena. Tú nunca me molestas —me aseguró y yo me levanté para abrazarlo.

Me recibió gustoso.

— Es que quería hablar contigo —murmuré sobre su cuello, arrastrando un poco las palabras. Sentir su aroma me reconfortaba bastante.

— Aww, te pusiste sensible —él se dio cuenta rascando mi espalda con suavidad. Le provocaba ternura que me encontrara de este modo. Yo sentía ganas de llorar, y me sentía tonta por eso.

— No sé, me puse triste —me separé de él y confesé, sintiéndome más tonta aún. Muchas cosas se habían juntado, pero no sabía el verdadero motivo de mi tristeza.

— ¿Por qué, mi amor? —me preguntó con dulzura.

— No lo sé —fue lo único que supe contestar.

— ¿Hay algo que pueda hacer? —propuso él, interesado.

Volví a abrazarlo.

— ¿Podemos pasar todo el día juntos? —pregunté con timidez. Ésta era la primera vez en varios días que nos encontrábamos solos, sin la compañía de mis padres o de los mellizos.

Edward soltó un "Aww" riéndose y abrazándome aún más. Estaba de excelente humor y eso me ponía de mejor ánimo.

— Claro que podemos —me aseguró, calentando mi corazón—. Es más, hoy tengo que ir de compras. ¿Me acompañas?

¿Compras?

.

— ¿Qué opinas? —preguntó Edward enseñándome lo perfecto que le quedaba aquel saco azul encima de una camisa negra.

¿Por qué nunca había ido de compras con Edward?

Toda la ropa que se probaba parecía haber sido tallado a la medida justa de su cuerpo. No es que él tenga un excelente gusto por la moda, pero sabía lo que quería y lo enseñaba con seguridad. No me estaba preguntando para saber si iba a comprarlo o no; sino para indicarme que lo haría, me guste o no.

Honestamente, todo le sentaba de maravilla. Hasta sentía un toque de envidia.

— Me encanta —sonreí, sintiendo que babeaba un poco.

Él me devolvió la sonrisa, satisfecho.

Oh, señor… ¿qué he hecho para merecer a este espécimen?

— ¿Esta camisa también, no? —me preguntó en cuanto se quitó el saco y me enseñó la camisa negra con botones de plata.

En cualquier hombre habría dicho que no lucía tan genial, pero él era otra cuestión.

— A ver, creo que te quedaría mejor si… —fingí dudar en una pose—. Despréndete unos botones de la camisa.

Él, confundido, lo hizo. Seguía mis indicaciones.

— Los últimos también —pedí y él logró desprenderse la camisa por completo—. Ahora, muévela un poco al costado…

Él siguió paso a paso lo que yo le indicaba hasta que se terminó por quitar la camisa.

— ¡Ahí! Perfecto —sonreí depravadamente.

— No seas tonta —me sonrió ocultando una risa mientras acomodaba la camisa y el saco de nuevo. Mis ojos se fijaron en aquella sonrisa que tanto me mojaba y esos brazos fuertes. También era consciente del vello en su pecho y de su camino feliz…

Volvió a colocarse la camiseta negra que estaba usando. Bendita sea esa camiseta, porque…

— ¿Me queda chica, verdad? —Esta vez, quiso la verdad.

¿A quién le importaba? Una camiseta tan adherida a su pecho era lo único que había necesitado para levantarme el ánimo el día de hoy.

— Sí, pero me gusta como te queda —Intenté, en verdad intenté no parecer una pervertida.

Encogió sus hombros, sin darle mucha importancia a este hecho y se puso de nuevo su gorra blanca.

Le acompañé a pagar la ropa que había decidido comprar. Me sorprendió el hecho de que no fuese un lugar tan costoso, sino uno regularmente apropiado para el nuevo estilo de Edward, quien solamente gastaba cuando era necesario. Muy en el fondo, supuse que había sido influenciado por mí…

— ¿Cómo es que nunca he ido de compras contigo? —le pregunté mientras salíamos del local y caminábamos por el centro comercial.

— ¡Me pregunto lo mismo! —Soltó él con felicidad—. Normalmente Thomas es el que me acompaña ya que compramos en los mismos lugares.

Eso no sabía.

— Pero él siempre me aconsejaba que comprar y la gente creía que éramos una pareja gay —recordaba con diversión—. Si se entera que esta vez fui contigo, pensará que lo he engañado y se ofenderá.

Abracé el brazo con el que me tomaba la mano.

— ¡Pobre! Estás engañando a tu pareja homosexual con una muchacha. Todo un culebrón — me lamenté falsamente.

Se echó a reír con gracia y luego besó mi cabello.

Caminar en el centro comercial, tomada de la mano de Edward, era suficiente para convertir un pésimo día en uno bastante optimista. Sobre todo porque recibía las miradas de envidia de chicas que deseaban acercarse y charlar con él. O en el peor de los casos, manosearlo.

Pero él se encontraba ahí, ajeno a todo, contándome una que otra anécdota de sus compras con Thomas. Yo solía ir de compras con Thomas… bueno, él compraba mi ropa, pero desde que me veía limitada con el dinero por no obtener un trabajo, no estaba comprando mucho que digamos.

Pasamos por una tienda que vendía ropa casual que llamó mi atención por unos segundos. Le pedí a Edward que nos detuviésemos para observar con mejor precisión una camisa a rayas.

— Esa camisa es muy bonita —apreció él con sorpresa.

No conocíamos este local. El precio era bastante barato, de acorde a mi presupuesto.

— Entremos —le pedí jalando de su mano, sonriendo.

La tienda vendía ropa vintage y a precios muy accesibles. La camisa que había despertado mi atención en la vidriera era para hombres, pero perfectamente podía ser unisex.

Me la probé encima de la camiseta que estaba usando y se la mostré a Edward.

— ¿Qué opinas? Y está en oferta —dije esto último como si fuese un ingrediente que hiciera la compra algo asegurado.

— Te sienta bien. Es muy bonita, en verdad —elogió él, más a la camisa que a mí.

— Es que es para hombres —me sonrojé al contarle ese detalle. Se rió.

Le consulté a una de las vendedoras por la camisa. Para nuestra sorpresa, ella dijo:

— ¿Vas a llevar dos? Está en nuestra oferta 2x1.

¿Dos camisas como ésta al precio de una? ¡Una ganga!

— Podemos pagar la mitad cada uno y yo me llevo otra —propuso Edward interesado por la oferta.

— Oh. Si gustan, toda la ropa de este sector está con esa promoción —explicó la muchacha notando una potencial compra masiva de nuestra parte.

Edward y yo nos miramos como si fuese la mejor oferta que habíamos oído en nuestras vidas. Sobre todo porque teníamos el mismo gusto por la ropa del local.

A mí no me molestaba tener que fijarme en ropa masculina para que Edward pudiese comprarla también. En realidad, me gustaba un poco más que la ropa femenina que, además, no frecuentaba demasiado.

Compramos camisetas, cazadoras y como diez gorras; además de unos lentes de sol. A mí únicamente me alcanzaba para comprar menos de la mitad de las cosas que en realidad compramos, pero era Edward quien quería comprarse todo el local, y me pidió que aprovechara la oferta, ya que yo había comprado la camisa que él también usaría.

Pagamos todo y juramos volver más seguido a la tienda, no sin antes darnos cuenta que esa promoción era para la gente de clase baja, probablemente.

— ¿Estás segura de que podrás usar mis camisetas? —preguntó, no muy seguro de esto. Él era muy alto.

— Les ato un nudo y listo —encogí mis hombros, enseñándole el nudo que había hecho en mi camiseta. No es que fuese la primera vez que usara camisetas que me quedaran grandes.

Al rato, nos pescó el hambre y decidimos comer en McDonald's.

En la fila, vi cómo Edward torcía una mueca. Me reí.

— No es su culpa que sus padres los traigan aquí, Edward. Ya deja de torturarte —bromeé recordando lo mucho que le desagradaba el hecho de que muchos niños de cinco años almorzaran aquí.

La gente podría pensar que él era un hipócrita, pero a mí me parecía tiernísimo que se quejara de aquello y pidiera hamburguesas triples para comer. ¡Qué hambriento!

— ¿Te vas a comer todo eso? —pregunté señalando las dos hamburguesas mientras nos sentábamos.

Yo, muerta de hambre, había pedido un cuarto de libra con queso.

— Sí. Me verás terminarlo todo —aseguró con una voz infantil.

— ¿A dónde se va toda la porquería que comes? —dije mientras masticaba mi primer bocado, observando su camiseta; le quedaba tan ajustada que podías observar que no tenía nada de gordura encima.

— Esa es mi pregunta para ti —me apuntó con el dedo índice, intrigado—. ¿Alguna vez fuiste gorda, Bella?

Traté de recordar algún momento de mi adolescencia. Pero no encontré nada.

— Siempre fui flacucha. Charlie es flacucho —encogí mis hombros, sintiendo que esa era una buena explicación—. Y Renée tampoco es que tiene un increíble físico. ¡Mira mis pechos!

Edward ya estaba comiendo cuando me di cuenta que había dicho eso en voz alta. Unos muchachos se dieron la vuelta para observarme. Me sonrojé por la vergüenza.

A Edward no le gustó esto.

— Sabes lo que opino de esa camiseta —me reprendió él. La camiseta que estaba usando era la misma que llevaba puesta cuando fuimos de compras en el supermercado. Era bastante abierta en la parte de los montículos de mis pechos.

— Me gusta vestirme linda para mi novio — utilicé una voz coqueta y contrarresté su molestia cruzándome de brazos para que mis pechos se alzaran un poquito más.

— Si se trata de complacerme, hazlo en la casa andando desnuda. No aquí, donde los demás puede ver lo que es mío —reclamó él.

Me reí. Se ponía muy tonto cuando estaba celoso.

— ¿Y qué debo esperar yo con esa camiseta? —Alcé una ceja en dirección a su camiseta—. ¿No atraes a nadie?

— No puedes comparar mi camiseta con la tuya —frunció el ceño él—. Si no fuese tu novio, ya te habría arrastrado hasta el baño para hacerte saber lo que opino de esa camiseta.

Me eché a reír.

— ¿En el baño de McDonald's? ¿Por qué no en el pelotero? —pregunté conteniendo risas.

— Tú y yo sabemos claramente que podría follarte en el pelotero —me aseguró él con lentitud, ocultando la risa que quería soltar. Pero su sonrisa ya estaba allí.

— Claro. Ronald McDonald sería testigo de nuestra muestra de afecto—reí.

— Ugh… no me hables de payasos. Sabes bien que tengo un trauma con ellos — bufó llevándose una mano a las sienes, como si tratara de olvidar algo.

— Y lo más irónico es que seamos una pareja y en vez de arrastrarme hasta el baño o el pelotero, estemos aquí, engordando como un par de idiotas —dije con humor.

— Yo no follo cuando tengo hambre —aclaró él lavándose las manos, mientras seguía comiendo su enorme hamburguesa.

— Un poco más y te compraba una cajita feliz, Edward —negué riéndome.

— Odio las cajitas felices por el simple hecho de que no traen hamburguesas más grandes — dijo indignado.

— Porque se supone que es para niños. Los niños no comen lo que tú comes —expliqué yo.

— Oh, ¿quieres que me ponga a contarte lo que comen los niños? —Volvió a indignarse. Me eché a reír con mucha diversión.

Iba a comentarle algo, pero en seguida nos vimos interrumpidos por un grupo de lo que yo creí que eran adolescentes. Reconocieron a Edward y le saludaron como "Profesor Cullen" rápidamente, sin detenerse a saludarlo realmente. Edward lucía ligeramente incómodo por esto.

— ¿Tus alumnos? —pregunté sonriendo.

— Lamentablemente —suspiró.

— ¿Qué tiene de malo? —quise saber.

Se rió antes de contármelo.

— ¿Luzco como el profesor que va a reprobarte en el examen de mañana? —señaló su vestimenta.

No, definitivamente no.

— Eh… digamos… —fruncí el ceño. La gorra arruinaba la autoridad.

— Exacto. Parezco un idiota —encogió sus hombros—. La única forma de que ellos me respeten es que me vean como un hombre adulto que intimida.

— Pero eres joven —le consolé rascando su mano—. No puedes andar de traje las veinticuatro horas del día.

— Lo sé, soy joven —reconoció él—. Pero ahora les costará respetar a un imbécil que vieron en McDonald's y que pretende reprobarlos.

— ¿Pretendes reprobarlos? —me reí.

— Si están aquí es porque han estudiado lo suficiente… o porque no lo harán. Así que los reprobaré — concluyó.

— ¿Te digo algo? Si yo viese a mi profesor en un lugar público y lo saludara, sería porque me cae bien.

— No debo caerles bien en ese sentido —torció una mueca—. No tengo ganas de ser un profesor amigable que es amigo de sus alumnos.

Lo decía con una completa seriedad que, curiosamente, me excitaba.

— ¿O sea que estaba hablando de follar en el pelotero con el profesor Cullen? —murmuré lascivamente, trazando círculos imaginarios en su muñeca.

Él ladeó una sonrisa.

— Me pone mucho que seas profesor. ¿Lo he confesado alguna vez? —susurré aquello en voz baja.

Tensó su mandíbula. Le había gustado oír eso.

— No pasaré por alto el evidente grado de provocación en esa frase —aclaró con la mirada fija en mí—. Pero hay algo que deseo consultarte.

— Dispara.

— Estoy pensando en dar clases particulares a cinco alumnos que sacan buenas calificaciones —entrecerró los ojos—. Necesitan un poco de preparación, sobre todo para la Universidad.

— Eso es fantástico —aseguré sonriente. Ayudar alumnos sonaba bastante caritativo de su parte.

— ¿Qué opinas de que lo haga en nuestro departamento? —esa era la pregunta que deseaba hacer.

Me asombré por la propuesta, pero tampoco sonaba mal.

— Lo que creas mejor, amor—encogí mis hombros, mostrando sinceridad—. No es que fuese mi departamento al completo.

— Es nuestro —corrigió él tomando mis manos con dulzura. Me sonrojé—. Y si voy a realizar algo, quiero tu aprobación, ya que probablemente tomemos el living durante un par de horas. ¿No hay problema con eso?

— Claro que no —sonreí frunciéndole el ceño.

¿Cuál podría ser el problema?

.

Esa misma semana llevé a Jella al veterinario porque presentaba comportamientos muy extraños. Como revolcarse en la alfombra, no respetar el uso de su caja de arena, moverse de un lado a otro y maullar constantemente.

Jane se ofreció a acompañarme ya que Edward estaba ocupado atendiendo a sus alumnos en el departamento.

El veterinario nos confirmó que Jella estaba en época de celo. Nos dio las alternativas de cruzarla con otro gato o castrarla para evitar este tipo de arranques de conducta.

Se suponía que tenía que consultarlo con Esme para cruzar a Jella con Eugene. Pero, ¿y si ella no deseaba tener gatitos? Yo sabía que ese día llegaría, pero no me imaginaba a Jella convertida en toda una madre criando a sus gatitos, justo como sucedía con mi propia madre. A quién engaño, ni siquiera me veía a mí misma cuidando bebés.

Le dije que lo consultaría con la familia porque no teníamos idea qué haríamos con los gatitos. No deseaba que Jella fuese separada de sus crías tal como fue con su madre.

— Yo te compraría un gatito —decía Jane mientras subíamos en el ascensor del apartamento.

Jella se movía inquieta en mis brazos.

— ¿Te imaginas a Jella como mamá? —me producía mucha ternura solamente imaginarlo.

— Yo creo que Esme estaría encantada con la idea. Todos sabemos que Eugene y Jella terminarán juntos — se reía Jane.

En eso tenía razón.

Invité a Jane a que pasara a la casa para que charláramos un rato. Intenté buscar la llave en mis bolsillos mientras cargaba a Jella.

— ¿Puedes cargarla un segundo? No encuentro la llave — la pasé inmediatamente. Jane la cargó con comodidad.

Jella empezó a maullarle a Jane. No se sentía a gusto en los brazos de una desconocida.

— Tranquila, tranquila… —repetía ella acariciando su pelaje. Yo sabía que en cuanto lo hiciera, se pondría rígida.

— Mejor ni la toques, está histérica —dije con dificultad, buscando por tercera vez en mis bolsillos.

La llave no estaba.

— ¡Mierda! —siseé—. Perdí la llave.

Tuve que tocar el timbre.

— Mejor te la paso —me dijo Jane cuando vio que Jella comenzaba a clavarle las uñas en su camiseta color rosa.

— ¡Nena, deja de portarte mal! —la reprendí ahora en mis brazos. Estaba bostezando.

Toqué de nuevo el timbre cuando no respondieron al instante. Edward debía estar ocupado.

Abrió la puerta con sorpresa.

— ¿No tienes la llave? —me hizo la pregunta obvia. Sus ojos fueron a Jella.

— La he perdido —le conté mientras me adentraba en el departamento. Edward saludó a Jane amistosamente.

— ¿Cómo le ha ido? —me preguntó con curiosidad, pero luego recordó que estaba apresurado—. Mejor me cuentas más tarde, estoy dando una clase.

— Está bien. Nos vamos al dormitorio —le avisé y le di un beso casto en los labios.

Jane y yo nos dirigimos hasta el dormitorio en silencio, escuchando un par de voces en el living. Tuvimos que cruzar la mesa donde se encontraban tres chicas y dos chicos, y todos sus apuntes esparcidos en la mesa. Nos saludaron con educación y con los ojos fijos en nosotras, seguramente preguntándose quiénes éramos. No creo que hayan visto cuando Edward me besó.

Entramos al dormitorio y Jane se encargó de cerrar la puerta mientras yo dejaba a Jella en el suelo y me aproximaba a poner música en el reproductor.

— Oh, hay algo que debo contarte sobre Thomas —Jane recordó que le faltaba un chisme más que contarme. Todavía no nos habíamos puesto al tanto de nuestro amigo.

Tomé el esmalte de color rojo sangre y me acerqué descalza hacia la cama donde ella estaba sentada.

— ¿Tienes idea si tiene contacto con su familia? —me preguntó mientras le entregaba el esmalte para que se pintara las uñas de las manos.

— No sé más de lo que ya sabrás —murmuré negando—. Su familia vive en Londres. Tiene dos hermanos. Una mayor y uno menor. Pero poco saben de su vida aquí. Sospecho que no están al tanto de su condición sexual.

— ¡Sí! Gracias a Dios tú también piensas eso, me sentía fatal por sospechar —dijo con alivio—. Le oí hablar con su madre hace dos días y era bastante cortante, como si no llevaran una buena relación.

— No tengo idea en realidad, no comenta mucho de su vida privada. Honestamente, ni siquiera sé si está saliendo con alguien o algo así —encogí mis hombros, observando distraídamente cómo ella se pintaba las uñas.

— Tiene salidas esporádicas —comentó casi riéndose, como si ocultara una anécdota allí—. Pero nunca le he visto con alguien en algo serio.

— Oh, no —negué frunciendo el ceño, entre risas—. Thomas nunca estaría en algo serio. Para fortuna de muchos.

— Sí, una lástima —suspiró ella ya resignada, comprendiendo que no lograría ver a Thomas como algo más, ni él a ella.

Mientras Jane terminaba de pintarse las uñas, observé a Jella moviéndose con locura en el piso, retorciéndose de un lado al otro mientras lamía su entrepierna.

— Ay, Dios, nena. Estás loca —negué echándome a reír. Jane también se rió.

— Uhm, Bella… hay algo que quisiera consultarte —Jane entabló aquella frase sin mucha seriedad, lo que me hacía comprender que solamente era una curiosidad. Me pasó el esmalte.

— Claro. ¿Qué quieres saber? —dije pintando ahora las uñas de mi pie izquierdo.

Jane se recostó con mayor comodidad en la cama. Le daba vergüenza preguntar.

— Es algo que me entra curiosidad… aunque entiendo completamente si no deseas hablar de eso —me advirtió.

Esa aclaración me intrigaba aún más. Asentí una sola vez para indicarle que prosiguiera.

— ¿Cómo es tu… eh… vida… sexual con Edward? —preguntó esto con las mejillas algo sonrosadas, mirando hacia otro lado.

Parpadeé atónita. Por poco me reía.

— ¿Por qué quieres saberlo… exactamente? —pregunté sonriendo y entrecerrando mis ojos. ¿Qué tramaba?

— No, por nada en realidad —volvió a sentarse en la cama, incómoda—. Quería saber sobre… aquello… ya sabes. Ya que nunca he experimentado eso.

Oh, curiosidad virginal…

— Pues… es activa, supongo —contesté, no sabiendo cómo hacerlo, en realidad.

— ¿Cada cuánto lo hacen? O mejor dicho, ¿cuándo creen que es la oportunidad correcta? —ella se mordía el labio, curiosa.

— Hay veces en las que es algo espontáneo. El sexo es algo espontáneo —murmuré brevemente—. Aunque a veces programamos tiempos porque uno está ocupado o algo así.

Como cuando decíamos "esta noche tendremos sexo" porque uno de los dos estaba haciendo otra cosa. Pero siempre se daba espontáneamente.

— ¿Cómo sabes que un hombre es bueno en la cama? —preguntó con curiosidad.

— No he estado con muchos hombres como para saber eso —le expliqué—. En realidad, considero a Edward mi primera vez, ya que es el primero con el que en verdad tengo sentimientos. Pero supongo que alguien bueno en la cama es alguien que te hace disfrutar cada encuentro.

— ¿Te refieres al tamaño? —preguntó esto en voz baja, como si fuese un tema tabú.

Me reí.

— A veces sospecho que el tamaño no importa realmente. Sino la experiencia. Desgraciadamente, Edward ya perdió la cuenta de las mujeres con las que se ha acostado, así que ya te das una idea —lamenté.

— ¿Edward se ha acostado con muchas mujeres? —Jane no podía creerlo.

— Cuando iba a la Universidad. Él mismo dijo que era un atorrante —conté.

— Woah. No luce como uno ahora. Sino más bien como un buen hombre —ella dijo pensativa.

— Él es un buen hombre —sonreí tontamente, como siempre cuando hablábamos de él.

— Me gustaría tener una relación como la que tienen ustedes —suspiró con tristeza—. Es decir, tener un amigo con el que te puedas acostar sin problema alguno.

Esa confesión me pareció estar cargada de deseo. Por eso la miré con diversión, y ella se sonrojó rápidamente.

— ¿Tienes ganas de tener sexo? —pregunté en voz baja. Sabía que esto le avergonzaba a ella.

— P-Pues, todas las chicas lo deseamos, ¿o n-no? —volvió a removerse incómoda, mirando directamente a Jella.

Me reí en silencio, terminando de pintar mis uñas.

— Bueno, con un hombre como Thomas rondando desnudo en la casa, ¿quién no? —supuse.

Entramos en una zona de comodidad mutua y ella también se rió. Se recostó boca abajo.

— ¿Por qué siento que si te pregunto si te has dado auto-placer vas a negármelo rotundamente? — aproveché a preguntárselo como si fuese algo sencillo, ahora que no me veía.

— No te lo negaré —ella negó con el rostro encima del colchón—. ¿Es mucho pedir que mi primera vez sea con Thomas? ¿O con algún muchacho bueno?

No sabía qué responderle, porque si no fuese por gajes del destino, probablemente yo seguiría igual que ella.

— Tener sexo es fácil. Tener sexo con alguien que valga la pena es lo difícil, y suele tardar —dije.

— ¡Esto es tan cierto! —ella se levantó de la cama y asintió apuntándome con el dedo índice. Me reí.

Me concentré en terminar de pintar mi pie derecho.

— Me encanta esta foto —sonrió con ternura, tomando el marco que estaba en la pequeña mesita de luz a la derecha de la cama.

Era una fotografía enmarcada de nosotros en la boda de Alice. Era una de las pocas fotografías en las que yo me veía decente. Era difícil verse igual de atractiva que Edward.

— La semana pasada cumplimos seis meses, ¿recuerdas? —le dije y ella asintió—. Bueno, se suponía que íbamos a festejarlo el fin de semana anterior, pero no pudimos con todo el asunto de los mellizos y mamá aquí.

Hablar de ellos me producía una molestia en el pecho. Los extrañaba.

— ¿Y qué van a hacer? —me preguntó ella.

— Algo así como un picnic. No estoy muy segura —encogí mis hombros—. Pero estoy pensando en qué regalarle. Todavía no le he dado nada y me siento fatal. Y mi presupuesto es tan bajo que ni siquiera puedo pensar en algo bueno.

— Puedes aprovechar eso del presupuesto y darle algo que no tenga un costo monetario tan alto, pero sí uno emocional —probó en decir ella, ladeando una sonrisa.

Esa era una buena idea.

— Es ridículo, pero cada vez que pienso en esa idea, se me viene a la cabeza algo sexual —torcí una mueca —. Ya sabes.

Nos reímos porque… era cierto.

— Tengo sed. ¿Quieres algo de la cocina? —le pregunté levantándome cuidadosamente de la cama, con cuidado de no arruinar el esmalte aún húmedo.

— ¿Jugo? —propuso ella encogiéndose de hombros.

Asentí y fui hasta la cocina.

En el recorrido, debía cruzar el living y pasar por los alumnos de Edward. Decidí caminar como si fuese invisible, sin querer interrumpir la clase que estaba dictando él. No entendí lo que estaba hablando ya que utilizaba términos biológicos, pero podía asegurar que se oía sexy explicando algo con tanta seriedad.

Estaba sirviendo jugo de naranja de la jarra en dos vasos de vidrios cuando oí que Edward interrumpía la clase porque estaba recibiendo una llamada en su I-Phone. Me picó la curiosidad oír porque saludaba a Emmett. ¿Qué es lo que querría?

Puse tanta atención en lo que podía oír, que escuché algo que no debía.

— ¿Quiénes eran las chicas que pasaron rápidamente? —preguntaba una joven con bastante curiosidad.

— Juraría que era alguien más en la clase, pero no las reconocía —respondió un muchacho, confundido.

Debía ser porque Jane y yo podíamos aparentar ser estudiantes todavía.

— Vi que solamente habló con una de ellas. La castaña. ¿Será su novia? —una de las chicas estaba interesada en saber esto.

— ¡Imposible! ¿Viste cómo se vestía? Es una niña todavía. Obviamente Edward las prefiere maduras y con experiencia, porque se nota que él la tiene —dijo otra muchacha despectivamente.

¡Qué demonios…!

— Sí, no creo que sea su novia. Debe ser su hermana o algún familiar para que vivan juntos —la voz de un muchacho se hizo presente, restándole importancia al asunto.

En menos de diez segundos me había indignado profundamente. ¿Por qué yo no aparentaba ser su novia? ¿Y qué si no lucía ropa costosa como Tanya? ¿Por eso aparentaba ser su hermana?

Solamente cuando él volvió a dictar la clase fui capaz de cruzar el living otra vez. Con mis ojos pude ver que Edward me miraba rápidamente porque, maldita sea, yo era su novia y despertaba su atención.

Volví al dormitorio bufando.

— ¿Quiénes se creen esos niños cretinos? —fue lo primero que salió de mi boca.

— ¿Qué ocurrió? —preguntó Jane, sorprendida.

— Los estudiantes de Edward me vieron y pensaron que era su hermana, o algún familiar, ya que sería imposible que él se fije en mí. ¿Cómo se supone que tome eso? —refunfuñé.

Cuando Jane oyó lo que había ocurrido, su expresión se suavizó.

— No te pongas mal por eso, Bella —le restó importancia con la serenidad que le caracterizaba.

— ¿Cómo que no? ¡Malditos imbéciles! —gruñí—. ¿Y sabes qué más dijeron?

Asintió, queriendo saber.

— Que por mi forma de vestir, lucía como una niña —encogí mis hombros, incrédula—. ¿Qué mierda es eso? ¿Qué tiene mi forma de vestir?

Jane observó mis ropas. Estaba usando una blusa sin mangas, sostén negro, pantalones que yo misma había cortado para que me llegaran hasta las rodillas, una gorra azul con la solapa hacia atrás que había comprado en la tienda con Edward, y converse negras.

— Bueno, tienes que admitir que luces menos de lo que tienes, Bella —razonó Jane sin querer ofenderme.

— ¿Qué se supone que eso significa? ¿Qué no aparento ser la novia de Edward solamente porque creen que es un hombre de traje? ¡Se viste tan harapiento como yo! —me quejé.

— Bueno, tranquila. Ahora ya estás atacando a Edward —quiso calmarme.

— Son un par de niños malcriados sin nada qué hacer más que criticar a la novia de su profesor —caminé por toda la habitación, indignada.

— Tienen envidia porque tú estás con él, Bella —me dijo Jane con voz dulce.

— Creen que son mejores que yo, pero no lo son. ¡Diablos que no! —terminé por bufar y me di cuenta que me estaba alterando de una forma exagerada. Respiré hondo.

— Eso es, respira hondo. Déjalo pasar y olvídalo —me aconsejó ella con una sonrisa.

Mordí mis uñas como el tic nervioso que tenía y fui hasta el espejo del ropero para observar mis ropas, solamente para darme cuenta de que esas chicas tenían razón. Mi vestimenta me hacía lucir como si fuese una niña de dieciocho años, y no como la novia del profesor que se suponía debían respetar.

Un rato más tarde, cuando sus alumnos se marcharon, Jane hizo lo mismo. No le mencioné a Edward aquello que había escuchado porque… ¿qué ganaría? Él se molestaría con ellos y dejaría de darles clases… y no podía arruinar el estudio de unos mocosos únicamente por decir comentarios despectivos sobre la novia del profesor. No, tan cruel no era.

Pensé en revertir la situación y vestirme especialmente casual para el día siguiente, únicamente para demostrarles que yo no era la "hermanita" del profesor Cullen, sino su novia. La novia que se lo cogía.

Utilicé una camiseta negra y unos jeans azules. Era suficiente vestimenta para presumir que no lucía como una hermanita.

Estaba en la cocina hablando con Edward cuando el timbre sonó. Él fue a atender a tres de sus alumnas.

— Ella es mi novia: Bella —sonreí satisfecha cuando Edward utilizó las mágicas palabras para aclarar aquel punto.

Pero incluso fue peor. Las muchachas disimularon una reacción serena porque no se planteaban aquella alternativa. Ellas estaban pensando "No. Esa chica no puede ser la novia de Edward" o "¿Qué tuvo que hacer para conseguirlo?"

Les di espacio para que comenzaran con la clase cuando habían llegado los dos muchachos y completaron el círculo de estudio. Mi sorpresa apareció cuando vi que los muchachos, al igual que las chicas, no podían creer que yo era su novia. Pero lo más hiriente fue que no le dieran tanta importancia, no porque era irrelevante discutir aquello en una clase donde daban sobre Anatomía; sino porque creían que no era la gran cosa, que Edward rompería conmigo eventualmente.

Tampoco se me pasaba por alto como le echaban el ojo encima a mi novio.

.

— Porque tienes veintidós años y vistes como una criatura de diecisiete. Ese es el problema —me daba una razón Alice, al día siguiente, cuando discutíamos del tema en casa de Thomas.

— ¿En serio? —pregunté seria. Porque si Alice, experta en moda, lo decía, debía ser cierto.

— No —negó ella rotundamente—. Estoy bromeando. ¿Ves? ¡Ese es el problema! No tienes la confianza suficiente para decir: "Sí, como sea, así visto. ¿Y qué?"

— Sí la tengo —fruncí el ceño—. Es decir… sí, como sea. Así me visto. ¿Y qué?

— A Bella le molesta que las alumnas de Edward le echen ojo —comentó Jane con tranquilidad, pero se la notaba divertida por esa información.

Alice me miró incrédula.

— Bella, estás saliendo con un Cullen. ¡Cualquiera le va a echar ojo! —bufaba—. ¿Crees que nadie ha intentado quitarme a Jasper? Tú no tienes idea lo atrevidas que pueden ser las arquitectas.

— ¿Y qué haces al respecto? —necesitaba saber eso.

— Marco territorio —explicó con calma—. Les hago saber discretamente que es mío, que será mío y que él no va a prestarles atención. Para marcar territorio, tienes que estar segura de que el otro te ama.

— Yo sé que Edward me ama —murmuré con tristeza.

— Todos sabemos eso —asintió Alice—. Pero si yo fuera tú, les daría una lección a esas niñas. Si tardaron en respetar a Edward, tardarán en respetarte a ti también.

Ahora que lo miraba desde ese punto de vista, esos niños no respetaban a nadie. Ni siquiera lo hicieron con Edward al comienzo. Únicamente lo hicieron cuando él empezó a usar traje y a comportarse de forma autoritaria. Esa parecía ser la única forma de marcar territorio.

Pero yo estaba cómoda con mi forma de vestir. No es que fuese algo tan rebuscado andar yo de jeans y él de traje. Cualquiera podría pensar que éramos una pareja. ¿Verdad?

— Vamos a otro punto importante. Hay algo de lo que quisiera hablar con ustedes —Alice ocultaba una sonrisa traviesa mientras juntaba ambas manos con diversión.

Jane y yo asentimos para que prosiguiera.

— No se lo he planteado a Jasper todavía, aunque es una opción que hemos estado deliberando con calma… —suspiró antes de contarnos con una gran sonrisa—…Pero he estado pensando que ya es tiempo de tener bebés.

— ¿En serio? —pregunté anonadada, al igual que Jane.

— Antes de que empieces con tus argumentos… —me paró con una mano en frente—… Quiero aclarar que Jasper y yo estamos teniendo una increíble vida en nuestro matrimonio. Pero ustedes saben que él y yo pareciera que hacemos las cosas apresurados, pero no es así. Al menos yo no lo siento así. Siento que las cosas suceden en un lapso de tiempo del que solamente nosotros somos conscientes. Y creo que ya es tiempo de que haya un tercero en nuestro hogar.

Jane y yo enmudecimos.

— Hemos visto a Renée con Gael y Cory, y no hemos podido evitar pensar en la idea. Él ahora está ocupado… necesitaba comentárselo a ustedes primero. Pero es algo que nos hemos replanteado anteriormente. Y… no lo sé —suspiró sonriendo—. Siento que ya estoy lista para dar ese paso.

Jane dijo algo así como "Woah", mientras yo procesaba toda la información que Alice nos había dado. No tenía idea que eso pasara por su cabeza.

— ¿Bella? ¿No vas a decir nada? —me preguntó con tranquilidad, sabiendo que yo siempre era la que le ponía excusas acerca de sus decisiones.

Pero no tenía mucho que decir. Yo comprendía eso de "sentir que las cosas suceden en un lapso de tiempo en el que solo los dos podían ser conscientes" porque eso me sucedía a mí también. Al menos, ahora entendía esas cosas, ya que llevaba un buen tiempo con Edward. Y… no había problema alguno; ellos tenían el dinero, un buen tiempo de matrimonio y lo más importante, la intensión. La veía mucho más madura ahora. Ya no como mi compañera de piso, sino como mi amiga la que me llevaba años de experiencia encima, aunque tuviésemos la misma edad.

— Nada. Creo que si sientes que quieres hacerlo… debes hacerlo, amiga —encogí mis hombros sonriéndole.

Alice chilló de felicidad y se acercó para abrazarme, celebrando que finalmente no tenía argumentos en contra de sus planes. Sí, había cuestionado su relación con Jasper y todos los eventos que se habían dado de forma apresurada, pero así eran ellos.

— ¡Oh, por Dios! ¡Vas a ser mamá! —Ahora la noticia me entraba y no podía creerlo.

— ¡Sí! Bueno, todavía no —sonrió despacio—. Tengo que proponérselo a Jasper, pero… básicamente sí. Quiero ser madre.

Las dos la felicitamos por la noticia y creíamos que ella estaba en lo correcto, si tanto deseaba aquello. No existía algo más hermoso que traer un niño al mundo con intensión de cuidarlo y reforzar su relación para formar una familia.

Justo cuando Alice nos iba a contar algo acerca de Jasper y el por qué debería irse en unos días de nuevo a Francia, escuchamos que alguien interceptaba la llave en la puerta. Íbamos a saludar a Thomas gritándole la noticia de que Alice planeaba ser mamá, pero nos contuvimos cuando vimos que entraba con un muchacho.

Thomas nos sonrió al ver que estábamos las tres reunidas.

— Dios, es tan raro verlas juntas —fruncía el ceño, sonriendo—. Hacía mucho que no lo hacían.

Nuestros ojos fueron al muchacho que lo acompañaba. Tenía la misma estatura que él; cabello rizado de color castaño oscuro, pecas y las mejillas redondas que me daban la impresión de que era alguien inocente.

También vi a Thomas, probablemente venía de clases ya que estaba usando sus lentes; traía consigo su mochila y el bolso con su cámara.

— Ah, sí, él es Sam, mi amigo —lo señaló con el dedo pulgar, presentándolo.

— Samuel Schmetterling, mucho gusto —nos saludó el muchacho con voz amistosa a todas.

— ¿Schme… qué? —preguntó Alice sin comprender la pronunciación.

— Schmetterling —volvió a pronunciar el muchacho, como si fuese algo normal para él aclarar su apellido —. Soy judío.

Nos quedamos en un silencio incómodo, preguntándonos por qué aclaró aquello. Él también se dio cuenta de eso y lo lamentó, frunciendo sus labios, rascando su cuello y desviando la vista.

— En fin. Voy a buscar los papeles y te los entrego. Espérame un segundo —se excusó Thomas yendo directamente a su dormitorio. No sé si el resto lo sabía, pero Thomas no llevaba muchachos a su dormitorio a menos que fuese para coger.

Me preguntaba si él era su pareja. O al menos si era gay.

El muchacho nos sonrió sin problema, esperando en silencio a Thomas. Nosotras no sabíamos si hablarle o seguir con nuestra conversación.

— ¿Dalia Claire? —preguntó él observando la revista de moda que Alice estaba leyendo.

Gay.

— Puedes conseguir los mismos tips en Casual Friday; esas dos revistas siempre tienen los mismos artículos, y ésta termina costándote siete dólares más —agregó como si fuese algo obvio.

— ¿En serio? —Alice fue la única que se asombró—. ¿Me lo juras? Compré ambas revistas y vi los mismos artículos, pero creí que era algo mío.

— Se sabe que ambas editoriales obtienen la misma información —él se reía condescendientemente—. Pero Casual Friday es más barata y te hace sentir menos cretino cuando te das cuenta que la información podías adquirirla fácilmente en una buena página de Internet. Allí siempre están más actualizados.

— Pues… ahora estoy buscando unos buenos zapatos —Alice preguntaba, dudando—. ¿Qué me recomiendas?

— Las revistas son para señoras adultas. Tú eres muy joven, y apuesto a que estás al tanto de lo que es actual —él la halagó sin mucho esfuerzo.

— Lo estoy —sonrió Alice como una niña delante de un caramelo.

— Busca en Internet y cómpralos por ahí. Puedes entrar en mi blog, allí publico los enlaces de páginas que venden con un 10% de descuento porque yo los promociono —él anotó la dirección de su blog en un papelito y se lo entregó.

Solamente por esa información, me hizo sentir que era un verdadero bloguero.

— Oh, ¡muchas gracias! —Alice se lo agradeció emocionada. Definitivamente recurriría a esa página por el descuento—. ¿Eres fotógrafo?

— No. Diseño ropa —confesó con una sonrisa, encogiéndose de hombros—. Diseño la ropa de la modelo que le ha pedido a Thomas un par de fotografías.

Oh.

— Yo hago el diseño y él toma las fotografías. Trabajamos juntos —él nos contó sin darle tanta importancia. Parecía humilde. Me caía bien.

Me entraba curiosidad por saber si estaban saliendo o algo así, pero sonaría bastante desubicado si se lo preguntaba a él. Se lo preguntaría a Thomas.

Thomas apareció al rato con una carpeta en las manos.

— ¿Le estás presumiendo de tu blog? —se reía él—. Juro que iba a pasárselo, Alice. Sam colgó varias fotografías que he tomado allí. Pero como estabas en París…

Sam se sorprendió.

— ¿Vives en París? —le preguntó, y Alice le asintió con orgullo—. ¡Te envidio!

— Lo sé, gracias —sonreía sin problema ella.

Alice creída.

— Como sea, te envío el resto por e-mail. Nos vemos mañana —oímos que Thomas saludaba en voz baja al muchacho mientras éste se despedía rápidamente de nosotras.

Esperaba ver alguna muestra de afecto entre ellos, pero no hubo nada.

Cuando Thomas volvió a subir al departamento, se lo preguntamos.

— ¿Estás saliendo con él? —preguntó Alice.

— No —negó sin problemas.

— ¿Te estás acostando con él? —quise saber yo.

— No —frunció el ceño riéndose.

— ¿Y entonces? —preguntó Jane con curiosidad.

— Nada —encogió sus hombros—. Somos socios y amigos.

No podíamos creerlo. Qué raro.

— ¿No pueden dos homosexuales tener una relación meramente asexual? —se rió él antes de desaparecer en su dormitorio con tranquilidad.

.

Más tarde, ese mismo día, decidí ir a buscar a Edward a la salida de su trabajo ya que saldríamos a almorzar más tarde.

Únicamente cuando me reencontré con él fui consciente de lo poco que combinábamos con nuestras vestimentas: él, hermoso, vistiendo un traje negro. Yo, casual, vistiendo camiseta y jeans. Parecíamos una estudiante y su profesor.

— ¡Oh, por Dios! Es peor de lo que imaginaba… ¡lucimos totalmente distintos! —me indigné cuando él me abrazó.

— ¿A qué te refieres? —me preguntó riéndose.

— ¡Mírame! ¡Mírate! — ¿No era obvio?

— ¿Qué tengo? —preguntó él, mirándose la ropa, preocupado.

— ¡Nada! ¡Ese es el problema! —me molesté—. Pareces todo un profesor y yo una zarrapastrosa alumna.

No me molestaba lucir de esa forma, porque me había vestido sin siquiera pensarlo; pero me molestaba la gran diferencia que llevábamos, y lo mucho que eso podía ser motivo de burla de parte de sus alumnos.

— ¡Qué exagerada! —Edward bufó, restándole importancia—. Sabes bien que yo también me visto zarrapastroso.

— ¿Me estás diciendo que visto zarrapastrosa? —alcé una ceja.

Antes de que él contestara, dos muchachos se le acercaron a Edward.

— No vas a creer dónde se folló Josh a la secretaria el día de hoy —se reía uno de ellos, tenía barba. Parecía un poco más grande que Edward. Pero el muchacho a su lado lucía muy joven, un poco más que Edward.

Me quedé sorprendida por lo que acababa de escuchar. Edward se disculpó con una sonrisa.

— Bella, ellos son Mark y Josh —los presentó. ¡Finalmente los conocía! —. Ella es Bella, mi novia.

— ¡Oh! ¡Bella! Edward siempre habla de ti —quien parecía ser Josh, me estrechó la mano—. Mantienes muy feliz al profesor Cullen.

Me sonrojé incómoda.

— Disculpa a Josh, no sabe cómo comportarse con las mujeres —Mark estrechó mi mano. Su voz era gruesa y masculina—. No somos mala influencia para Edward. Bueno, al menos yo no. Josh podría, pero creo que él se vacunó contra imbéciles.

— La imbecibilidad se contagia —Josh se jactó, solamente para hacerle la contra.

— ¿Ves? Es todo un muchacho brillante inventando palabras —sonrió Mark con sarcasmo.

Me entré a reír porque recordé que, según Edward, ellos se trataban así.

— Soy profesor de física, y él aunque te cueste creerlo, es profesor de matemáticas —Mark siguió presentándose. Eso sí sabía—. ¿A qué te dedicas tú?

Supuse que Edward ya le habría contado más o menos cuál era mi área, pero no debía de haberle mencionado que en estos momentos estaba desempleada.

— Bueno… por el momento estoy buscando trabajo, tuve problemas con mi editorial anterior. Soy licenciada en Filosofía Inglesa en la NYU —aclaré. Edward me sostenía posesivamente la cintura.

— Impresionante —Josh me halagó.

— Espera, ¿estás buscando una editorial? —preguntó Mark, sorprendido. Yo le asentí—. ¿Para correctora, verdad?

— Pues… sí, básicamente eso es lo que hago —sonreí, sin comprender por qué me preguntaba aquello.

Mark miró incrédulo a Edward y le golpeó el hombro.

— ¿Por qué mierda no me dijiste nada, Edward? —le reclamó ligeramente molesto, pero más que nada sorprendido.

¿Por qué tendría que decírselo?

— Melissa trabaja en una editorial —le explicó y yo no comprendí a quien se refería.

— ¿Oh, en serio? —Edward se sorprendió y me explicó—. Melissa es la novia de Mark. No tenía idea que trabaja allí.

— Ella podría darte una mano. No muerde. Bueno, solamente a mí. Pero es una chica muy simpática —me aseguró sin problema.

— Eso sería muy amable de tu parte… pero he intentado conseguir trabajo por mi propia cuenta y no quisiera ser una carga para… —me excusaba.

— Mierda, no —negó Mark frunciéndome el ceño, a punto de encender un cigarrillo—. No es que va a conseguirte el trabajo. Te puede solicitar una entrevista allí. Quién te dice, logras trabajar con ella.

Me caía muy bien por el hecho de que decía muchas groserías.

.

Era tanta mi suerte que Melissa Goldman, la novia de Mark, sea la supervisora y mano derecha de uno de los jefes de la editorial SJ. Se trataba de una editorial que se encargaba de la impresión de una revista muy buena llamada "S-UNDAY", que se encargaba de consejos cotidianos para las personas, como críticas de cine, teatro, recomendaciones de libros, recetas de cocina, etcétera. Una revista semanal que poco conocía ya que iba destinado a un público un poco más adulto, el de las mujeres de treinta años que comenzaban a ser madres primerizas.

Hablé con ella por teléfono y tal como dijo Mark, resultó ser una chica bastante agradable.

La editorial quedaba a varias calles del departamento, lo que me hizo pensar que si llegaba a conseguir un trabajo allí, debía retomar mis lecciones para conducir y montar mi coche de nuevo.

Cuando llegué a la editorial me encontré con Melissa, una muchacha con unos ojos muy bonitos, mirada serena y melena rubia.

— ¿Y cómo te encuentras? ¿Nerviosa? —me preguntó después de saludarla. Subíamos por el ascensor a la oficina en donde sería mi entrevista.

— No quiero fingir mucho, pero sí —aseguré mordiéndome el labio. Se rió.

— No te preocupes. Yo también estaré en la entrevista. Te lo haré sencillo, aunque el señor Krauffman de por sí es bastante sencillo. No es un señor mayor como su apellido aparenta—le restó importancia.

Y estaba en lo cierto. Cuando entré a la oficina le sonreí estrechando su mano. No debía tener más de cuarenta años, llevaba el cabello castaño claro. La primera impresión que tuve fue que era un tipo bastante simpático para las arrugas en su rostro.

— Bueno, Isabella… — dijo el señor Krauffman cuando ya había terminado de leer mi currículum.

— Ah, prefiere que la llamen Bella —dijo Melissa con una sonrisa.

— ¿Oh, sí? —preguntó él. Me tensé rápidamente.

— P-Puede llamarme como u-usted guste, señor Krauffman —le aseguré algo nerviosa.

— Oh, no hay problema —frunció el ceño él, sin darle tanta importancia a aquello—. Bella suena mejor.

— Gracias —me sonrojé.

— Tu currículum, para ser una muchacha tan joven, es destacable. Nos encanta traer graduados de buenas Universidades aquí. La mayoría de las personas que trabaja aquí lo son —explicó brevemente—. Pero me despierta la atención que hayas trabajado en dos editoriales anteriormente y hayas sido despedida con tanta rapidez. ¿A qué se debió?

Sabía que eso me costaría explicar. Si decidían llamar a las dos editoriales, estaría en problemas.

— Mi estancia en la primera editorial fue durante un corto tiempo, una semana aproximadamente —conté —. Me tuvieron a prueba y me sacaron porque buscaban personas con más experiencia. Aunque fue durante poco tiempo, fue muy agradable estar allí.

Él y Melissa asintieron, evaluándome.

— Mi segunda editorial… —suspiré, no quería dejarlos mal parados—. Fue Interludio. Estuve dos semanas a prueba.

— Uff —Melissa torció una mueca, riéndose—. Esa empresa es de terror.

¿Oh?

— ¿Trabajaste allí? Seguramente te tuvieron como secretaria durante todo el tiempo de prueba, ¿verdad? —el señor Krauffman negó sonriendo, sabiendo que esa empresa no era tan buena como pensaba.

— En realidad, yo renuncié segundos antes de que me despidieran. Era el parto de mi madre y dijeron que si no podía quedarme toda la tarde archivando papeles, sería mi último día allí. Y no podía dejar pasar esa oportunidad —expliqué brevemente.

— ¡Qué gente insensible! —Bufó Melissa—. ¿Y cómo se encuentra tu madre?

Eso me tomó por sorpresa.

— Muy bien. Tuvo mellizos. Son mis pequeños hermanastros —encogí mis hombros, sonriendo inevitablemente.

— Eso es adorable —destacó ella. El señor Krauffman también sonrió, paternalmente.

— Hemos recibido muchos chicos de esa empresa —contaba él—. Nos llegan con muchas anécdotas, algunas más crueles que la tuya. No quiero hablar acerca de ellos, pero esa no es la forma de tratar a muchachos que salen de la Universidad con pocos conocimientos. Hay que saber instruirlos. Hay que ser exigentes, pero también comprensibles. Tú también tienes una vida fuera de esto, y nosotros lo tendremos en cuenta siempre y cuando tú tengas en cuenta que tu estancia en esta empresa es otra vida, y le debes dedicar su tiempo necesario.

— Absolutamente —le aseguré, sintiéndome algo emocionada porque parecía como si estuviese a poco de contratarme—. Estoy dispuesta a trabajar duro. Creo que he empezado con el pie izquierdo y quiero remediarlo con horas de trabajo.

— Todos empezamos mal en nuestras primeras oportunidades —explicó Melissa, comprendiendo—. Necesitamos una buena oportunidad para empezar bien, porque el mundo laboral es algo completamente distinto a lo que la Universidad nos enseña. Pero algo me dice que vas a estar muy comprometida con nuestra empresa, que es lo más importante.

Asentí sonrojándome un poco, notando que las palabras de Melissa eran compartidas con el señor Krauffman.

— Bueno —suspiró él, acomodándose en su silla reclinable y buscando un papel en su escritorio—. Necesitamos hacerte una última prueba. ¿Puedes corregir este texto, Bella?

Me entregaron un texto de dos carillas. Sonreí para mis adentros. Era como si el destino me hubiese ayudado en aquél momento ya que se trataba de una noticia acerca de la cocina.

Hice mi mejor esfuerzo, sintiéndome motivada porque deseaba demostrarles que era buena en lo que hacía, esmerándome. En quince minutos, terminé de hacer la corrección y seguidamente la revisación, por si acaso.

Ellos la leyeron con paciencia. De vez en cuando asentían a los errores que yo había marcado y solamente porque pensaba que esta entrevista no podía ser tan perfecta, sentía que iban a marcar un error, pero no lo habían hecho. Más sí lo leyeron con cuidado, observando cada corrección que había hecho con determinación.

Terminaron, se miraron entre sí y me regalaron una sonrisa tranquila.

— Está bien. Muchas gracias por tu tiempo, Bella. Te estaremos llamando en la semana —dijo el señor Krauffman sin dar muchas vueltas, pero sonando agradable.

— Gracias a usted por su tiempo —sonreí levantándome de la silla y estrechando su mano.

Melissa me acompañó hasta la salida, aunque no hacía falta.

— Creo que le has impresionado. Le encanta recibir gente joven que esté dispuesta a trabajar —me contaba ella—. Te llamaré en unos días, porque si la noticia es óptima, deberíamos revisar en qué cubículo ubicarte ya que estamos recibiendo muchos nuevos empleados, pero ¿sabes algo?

Negué sonriéndole.

— Si yo fuera tú, esperaría buenas noticias —aseguró.

EPOV

— "La sangre es un tipo de tejido conjuntivo fluido y especializado, con una matriz coloidal líquida, una constitución compleja y de un color rojo característico…"

Estaba oyendo a uno de mis estudiantes dar clase de lo último visto en la semana con la mirada fija en su rostro, asintiendo levemente cuando oía que no se estaba equivocando. Se suponía que debía explicármelo, pero si recitar de memoria era su salva vidas, no podía hacer nada contra ello.

Me distraje en cuanto Bella llegó al apartamento, abriendo la puerta con una sonrisa que podía iluminar el edificio entero. Quería preguntarle como le había ido con su entrevista con Melissa, pero no podía cortar al muchacho.

—"… tiene una fase sólida, que son elementos formes que incluye a los leucocitos o también conocidos como glóbulos blancos; los eritrocitos o glóbulos rojos, las plaquetas y…"

No logró terminar la frase porque no recordaba lo que seguía en su texto.

— Te falta otra fase —le avisé como para ayudarle, pero con una voz fría.

De reojo, observé el bonito vestido negro que Bella estaba usando. Y seguidamente, mi vista se fijó en sus zapatos de tacón. Sus piernas se veían hermosas.

El muchacho no logró seguir; se puso nervioso y suspiró abatido.

— Fase líquida. Representada por el plasma sanguíneo —le corregí al rato—. Trata de no memorizar tanto las cosas o lo olvidarás.

Bella había entrado a la cocina y decidió no llamar mi atención ni la de nadie para no interrumpirnos. Pero mis ojos fueron de nuevo a sus piernas, y los ojos de los chicos también fueron a ella. Las chicas, como siempre, examinaban su ropa como si eso las hiciese mejores personas. El otro muchacho, en cambio, le miró el trasero.

— Termina de repasar una última vez. Voy a hablar un segundo con mi novia —avisé mientras me levantaba de la silla. Aclaré lo último para el muchacho mirón. Sería el doble de exigente con él.

Me acerqué a la cocina, donde Bella me recibió con sorpresa.

— ¿Cómo te fue? —quise saber.

— Muy, muy bien —sonreía ella con emoción contenida y una voz baja—. Me dirán en la semana. Melissa me dijo que debía esperar buenas noticias. Edward, el lugar es increíble y fueron muy amables…

Oír eso después de verla tan desmotivada era como una bocana de aire fresco. La abracé con posesión.

— Me alegro tanto, hermosa —separé mi cuerpo para devolverle la sonrisa—. Te mereces esto. Mereces trabajar en un buen lugar. Yo sé que eres capaz de mucho.

Sonreía frunciendo los labios, como cuando estaba ligeramente avergonzada por un halago.

— No debería cantar tan pronto, pero… —ella se echó a reír de la felicidad—. En verdad, estoy muy feliz.

Su sonrisa me hipnotizó y de forma automática me acerqué para estampar rápidamente mis labios sobre los suyos en un casto beso.

La enredé entre mis brazos y ella acarició mi pecho suavemente. Mis pantalones comenzaban a apretarme.

— ¿Quieres que eche a los chicos y le dé una mirada a ese vestido? —pregunté ronroneando sobre su mentón.

Ella gimió muy bajito, suspirando.

— Puedo esperar —dijo.

— Yo no —negué y volví a besar sus labios cuidadosamente, porque el roce de nuestras salivas podría oírse desde el otro lado de la habitación.

En realidad, supuse que no habíamos sido silenciosos, y mis alumnos ya debían de tener una idea de lo que estaba pasando en la cocina.

— Espérame en el dormitorio —le pedí soltando su cuerpo rápidamente.

Antes de esperar una respuesta, me di la vuelta y respiré hondo para mostrarme serio cuando volví a aparecer frente a mis alumnos.

— Te has salvado esta vez —le dije al muchacho que estaba tomando—. Dejaré que prepares la clase para mañana; pero tienes que prometerme que te la sabrás entero, sino no avanzaré de tema contigo.

— Lo haré —prometió él, ligeramente avergonzado por no haber terminado su exposición.

Di por finalizada la clase y cuando cerré la puerta, fui casi corriendo hasta el dormitorio.

Bella se encontraba revisando el equipo reproductor. No estaba usando su vestido, únicamente vestía un conjunto de ropa interior color negro.

— ¿Qué haces? —pregunté cerrando la puerta.

— Estoy revisando tu música para follar —dijo revisando con el control del reproductor, riéndose.

Ah, sí. Tenía mucha música.

— ¿Algo interesante? —pregunté quitándome los calcetines de encima y la camiseta.

— Esta canción me gusta —aumentó el volumen de la canción.

Sonreí con malicia. Era una buena para follar.

— Ven aquí —le exigí con voz ronca, excitado al verla casi desnuda.

Con diversión se tiró a la cama y me devolvió la sonrisa traviesa. Tomé su cabello para acercarla y besarla utilizando mi lengua.

Tenía una imagen grabada en mi cabeza y deseaba cumplirla.

— Quiero que te desnudes por completo. Pero que vistas tus zapatos de tacón.

— ¿Oh, en serio? —A ella no le gustaba la idea—. Son molestos.

— Me ponen mucho —le comenté acariciando y jugando con sus pechos con suavidad.

Ese conjunto era peligrosamente transparente.

— Bueno —accedió mordiéndose el labio.

Ella fue a buscarlos.

Para cuando volví, Bella estaba recostada, completamente desnuda, de pies a cabeza, exhibiendo únicamente sus zapatos de tacón negro.

— ¿Así? —me preguntó con una voz dulce, cargada de erotismo.

Por poco y me venía con la imagen.

— Oh, gloriosa mierda —solté el aire que tenía contenido por la escena ante mis ojos.

Me acerqué rápidamente a la cama mientras ella se reía. Me apoyé sobre ella acariciando cada una de las partes de su cuerpo. Su rostro, su cuello, sus brazos, sus pechos, su cintura y sus piernas. ¿Por qué su piel era condenadamente suave?

Estaba tan exaltado que empujé varias veces mis caderas contra las suyas, ganándome varios gemidos de su parte.

Me recosté y la ubiqué sobre mi cuerpo, acariciando su trasero con posesión. Ella besó mi mentón y mi cuello.

— ¿Sabías que uno de mis alumnos te ha pegado el ojo al trasero hace un rato? —sentí la necesidad de comentárselo, quería dejarle en claro que era mía.

— ¿En serio? —ella no esperaba oír eso—. ¿Pero me vieron la ropa?

Era mi turno para sorprenderme. ¿Y eso qué tenía que ver?

— No lo sé… —murmuré confundido. No me había fijado en eso, excepto por las chicas. Pero no sabía qué era lo que exactamente quería que le respondiera —. ¿Por qué?

— Por nada —aseguró ella esbozando una sonrisa triunfal y volvió a morder mi cuello.

Me permití jadear y sus manos traviesas fueron hasta la hebilla de mi cinturón. Ya la había desprendido para mejor acceso y ella lo quitó del pantalón.

Sin parar de besarme, bajó con lentitud mis pantalones y mi bóxer. Terminé por quitármelo de un tirón para estar completamente desnudo como ella. Iba a levantarme para follarla desde otro ángulo, pero Bella insistió en mantenerme recostado y su rostro fue descendiendo hasta mi cadera.

¡Sí!

La lengua de Bella aprehenso la punta de mi miembro.

— ¿Vas a jugar conmigo? —pregunté tanteándola, siseando de placer. Su aliento era tibio y su paladar húmedo.

Ella rodeó mi miembro con su boca por completo, sacándome un buen jadeo.

— O-Oh, vas a ir directo —suspiré riéndome.

Bella se rió encima mientras tomaba con firmeza mi polla. Comenzó a masturbarme mientras sus labios besaban con ternura la punta ahora mojada.

Quería jadear una y otra vez sin quitarle los ojos de encima, pero el placer que me consumía me obligaba a cerrar los ojos para tratar de aguantar y no venirme de entrada. Pero… ¿cómo podía contenerme cuando Bella lo hacía tan bien? Con el tiempo, ella había aprendido qué puntos tocar y de qué forma hacerlo para excitarme de sobremanera.

Al ritmo de la música de fondo, la observé devorarme con entusiasmo, sin jugar demasiado. Veía diversión contenida en esos preciosos ojos verdes. Ella lo estaba haciendo a propósito; quería que me viniese rápidamente para sentir que había caído rendido a sus pies. Algo que, en realidad, no me molestaba demostrar. Pero no quería acabar con la diversión de observarla tan pronto.

Tiré un par de veces de su hermoso cabello que comenzaba a adquirir un tono rojizo un poco más oscuro debido a que la Henna se iba desgastando de a poco. Seguidamente acaricié uno de sus pechos y retorcí su pezón una y otra vez, logrando que gimiera encima de mi miembro. Lo único que lograba era que gimiera con deseo.

Cuando le advertí que me faltaba muy poco para acabar, ella siguió insistiendo y tiré todo a la mierda; quería que me comiera, que bebiera de mi esencia. Quería follar esa boca y acabar en ella.

— ¡Bella! —gemí tensándome cuando mi cuerpo entero experimentó el placer de un orgasmo potente y delicioso.

Se quedó quieta en la misma posición, chupando con lentitud mientras terminaba de acabar. Separó sus labios soltando un pequeño "plop" y relamiéndolos como si fuese una gatita.

No pude soportarlo más y me acerqué rápidamente a besarla para degustar mi semen en su paladar. No era precisamente eso lo que excitaba, sino el saber que ella lo disfrutaba.

Moría de ganas por comerla, pero en cuanto vi esos zapatos y esas hermosas piernas que tanto me encantaban, decidí ser directo también y recostarla en la cama para alzar su pierna y acariciarla.

— Tienes la piel extremadamente suave —necesité hacérselo saber, aunque ella ya lo sabía.

Se mordía el labio, jugando conmigo. Ella sabía qué me provocaba y como hacerlo, y lo estaba haciendo. Como cuando encogía su cuerpo y lograba que sus pequeños pechos se juntaran para darme una hermosa vista de sus pezones rosados que ahora estaban erectos. Volví a retorcer uno con mis dedos.

— E-Edward… —jadeó ella cerrando los ojos, volviendo a morder su labio.

Alcé su pierna hasta la altura de mi hombro para tener un mejor ángulo. Introduje mi miembro rápidamente y temblé por completo al sentirla estrecha, bien lubricada y caliente.

— M-Maldita sea…

— ¿Vas a jugar o…? —imitó mis palabras riéndose, pero bastante sonrojada por la excitación.

Decidí imitarla esa tarde e ir directo al grano como ella lo había hecho, tomándola con prisa y deseo.

BPOV

Se suponía que debía recibir la llamada de Melissa el día viernes, pero Mark le había dicho a Edward que era cuestión de tiempo, así que durante la espera tuve una sonrisa permanente en el rostro.

Con mis inseguridades a un lado, utilicé el tiempo libre que Edward gastaba en enseñar a sus alumnos para ir a visitar a Thomas y a Jane.

Todavía seguía teniendo una copia de la llave de entrada, así que subí al departamento sin problema alguno. Cuando entré, no encontré a nadie en el living ni en la cocina. Más se oía una voz en el baño.

Era una voz muy bella, suave y dulce que entonaba una canción nostálgica. La había escuchado en otra ocasión; era la voz de Jane.

Decidí no interrumpirla para seguir escuchándola. Ella nunca comentaba lo hermosa que era su voz. No exageraba cuando lo hacía y por eso podías oírla una y otra vez.

Cuando terminó por tararear la canción, salió del baño portando únicamente una toalla que envolvía su pequeño cuerpo.

Pegó un saltito en cuanto me vio.

— Oh, por Dios, Bella. ¡Me asustaste! —le faltó la respiración y se llevó una mano al corazón.

— Sabes que tengo llave —se la enseñé con una sonrisa.

Creo que estaba nerviosa porque sabía que la había oído cantar.

— Tienes una voz muy bonita—sentí la necesidad de recordárselo.

Sus mejillas se tiñeron en un rosáceo muy cálido.

— G-Gracias —se limitó a contestar. Sin embargo, no se la veía tan a la defensiva como en anteriores ocasiones.

Observé detenidamente a Jane. Ella era bonita, tenía una hermosa voz, era tierna y fiel. No sería tan difícil encontrar un muchacho que quisiera estar con alguien como ella.

— Me iré a cambiar —señaló su dormitorio con el dedo pulgar y yo asentí para seguidamente ver como se marchaba.

Fui hasta la cocina y me serví un poco de la limonada que habían guardado en el refrigerador. Todo permanecía en silencio, hasta que oí la voz de Thomas y otra persona salir de su dormitorio.

Era el muchacho de la anterior vez: Sam.

— Puedo terminar de editarlas esta noche, me va a costar un buen rato —le decía Thomas rascándose el cuello, un poco indeciso.

— No te tomes la molestia —le aseguraba Sam frunciendo el ceño—. Puedes hacerlo mañana, o cuando puedas.

— Deberías exigirme un poco más, no hay problema. Además, es tu página. Técnicamente, eres mi jefe — agregó Thomas.

— Oh, no —negó Sam en desacuerdo con aquello.

— Bueno, puedes ir adelantándote, yo iré más al rato. Tengo que bañarme —se disculpó Thomas por la camiseta y los pantalones de lana que estaba usando. Estaba despeinado.

— Puedo esperar —Sam encogió sus hombros.

— ¿Seguro? Igual no tardaré mucho —a Thomas le agradó la idea. Parecía que tenían planes—. No quiero que Alyssa se moleste porque llegue tarde.

— Se molestará menos si llegamos al mismo tiempo—Sam dijo sinceramente.

Thomas se rió y golpeó amistosamente su hombro y rápidamente fue hasta el dormitorio para cambiarse.

Observé cuidadosamente la escena. Me pareció haber visto un poco de flirteo discreto entre ellos, pero tal vez estaba confundiéndome.

Thomas desapareció y vi cómo Sam se asombraba drásticamente y se repetía para sí mismo "Oh, por el amor de Dios"

Me reí en silencio. ¿Es que estaba encandilado por Thomas?

Sam se dio la vuelta y nuestras miradas se cruzaron. Me sonrió.

— ¿Puedo preguntarte algo? —Se acercó hasta mí, con un ligero entusiasmo—. ¿Eres Bella, verdad?

— Sí —asentí sin problemas.

— Te reconocí por las fotografías que Thomas ha tomado de ti. Eres hermosa —admiró sentándose frente a mí en la mesa.

Me sonrojé, recordando que todos los compañeros de Thomas debían reconocerme por esas fotografías.

— O-Oh, g-gracias —puse una sonrisa pequeña.

— En realidad, te reconocí la anterior vez, pero no quería que las otras chicas se sintieran menospreciadas. Las tres son bonitas —confesó él con completa honestidad.

Ese halago no me supo tan vergonzoso. Me pareció muy dulce de su parte.

— Aww, gracias —sonreí agradecida.

Thomas salió del dormitorio vistiendo únicamente una toalla en la cadera y fue hasta el baño, que se encontraba en la puerta de al lado.

(5) La reacción de Sam despertó mi atención de nuevo. Fue como si hubiese visto a un fantasma.

— Oh, mierda, mierda —murmuró en voz baja, desviando la mirada en otro lado, aguantando la respiración.

— ¿Qué? —pregunté con curiosidad.

— Acabo de ver a Thomas Flint desnudo, Dios santo —Sam susurró aquello como si fuese algo terrible. En realidad, parecía shockeado.

Iba a preguntarle qué tenía de malo eso. O… ¿increíble?

— Esto es más de lo que había pedido. Mis pantalones me aprietan —decía para sí mismo, asombrado.

Le miré atónita.

— Lo siento, lo siento —pidió disculpas, arrepentido—. Cuando me pongo nervioso, tiendo a hablar mucho y a decir cosas incoherentes.

Respiró hondo una vez más y cerró los ojos, controlándose.

— Listo. No pasó nada —aseguró, suspirando aliviado.

— ¿Te gusta Thomas? —le pregunté en voz baja, casi riéndome.

Sam me miró con completa seriedad.

— Estoy enamorado de Thomas Flint desde hace cinco años —confesó con completa disciplina, como si se contuviese.

Me sorprendí por completo.

— ¿Qué? —susurré rápidamente.

— Diablos, no —se alarmó—. No debí decir eso. Olvida lo que has oído. Ahora. Ya.

— ¡No, no! ¡Cuéntame! —pedí con urgencia en voz baja.

Sam dudó por varios segundos, preocupado de que yo supiera su secreto. Pero eventualmente cedió y suspiró largamente.

— Le conozco desde hace cinco años, pero él cree que hace un mes —empezó a contar. Se dio cuenta que esto sonaba muy terrorífico—. Por favor, no se lo cuentes. No quiero que sepa esto.

— No, no, claro que no —aseguré frunciendo el ceño. ¿Cinco años?

— Yo trabajaba en Londres cuando lo conocí. Y desde entonces he buscado una oportunidad para hablar con él y de un día para el otro, somos compañeros de trabajo, visité su casa, entré a su dormitorio. ¡Entré al dormitorio de Thomas Flint! ¿Tienes idea cuán bizarro suena eso? —se alteró.

— Más o menos —dije algo sorprendida. Era consciente de que él tenía muchos admiradores.

— Y ahora me llama por mi nombre y le he visto casi desnudo. Esto es mucho más de lo que he pedido en tan poco tiempo. No creo que mi mente pueda procesarlo tan fácilmente —se masajeaba la sien.

— Tranquilízate, no te alteres —le pedí porque me iba a alterar a mí así. Se notaba el gran impacto que Thomas tenía en él y lo bien que había disimulado aquello frente a él.

— Aunque no hemos hablado íntimamente, sé muchas cosas sobre él. Lo bueno y lo malo —me contó y luego se arrepintió—. En mi cabeza sonaba menos acosador de lo que realmente es. Por favor, no me tengas miedo.

Me reí. Él no me transmitía miedo. Parecía ser un joven enamorado hablando de su amor platónico. Pero… ¿cinco años? ¿Tanto tiempo? ¿Cómo había aguantado tanto tiempo sin hablarle?

— ¿Puedo preguntarte cómo le has conocido?

— Trabajaba como mesero en Londres para cuando Thomas frecuentaba el bar. Por supuesto, estaba emparejado y solamente me parecía un platónico —explicó, jugando con sus dedos, distraído—. En realidad, siempre lo fue. Suena tan triste y ahora me doy cuenta… —medio se lamentaba, medio se reía—. Pero he imaginado mi vida completa con él. Salí del clóset por él. He amado cada uno de los lados que he conocido de él y me preparé tanto para el día en que tuviera el aliento para hablarle, pero definitivamente no estaba preparado para verle casi desnudo ahora.

Sam empezó a respirar con dificultad de nuevo, como si en verdad esto fuese algo fuerte para él.

Sacó su inhalador y recobró el aire que le faltaba. Era asmático.

Lamentablemente, tenía que darle la mala noticia.

— Primero, quiero que te calmes —tomé sus manos y le aclaré con los ojos fijos—. No voy a contárselo a nadie. Menos a él. Entiendo lo que significa estar al lado de tu amor platónico, así que no te preocupes.

— Gracias, en verdad —suspiró con un alivio tremendo—. Llevo preparando este momento por tanto tiempo, no quiero arruinarlo espantándolo. No es así como debes tratarlo.

Me llamó la atención que supiera eso de Thomas. A él le molestaban aquellos que se le tiraban encima.

— Escucha, Sam… —empecé lentamente y él asintió—. Lamento tanto decirte esto pero… ¿Sabes que Thomas no va a enamorarse, verdad?

Estaba esperando una fuerte desilusión, pero él se tranquilizó. Parecía ser algo que ya sabía de memoria.

— Oh, sí, eso lo tengo más que claro —aseguró casi con pena—. Thomas no quiere parejas serias.

— ¿Cómo sabes eso? —quise saber.

— ¿Cómo no saberlo? —Me preguntó él, suspirando—. Todos saben que Thomas Flint no se enamora. Deberías de saber que todos los gays de Nueva York saben eso.

¡Oh!

— Nadie lo ha logrado, porque no tienen idea del pasado de Thomas. Pero yo sí lo sé —esto pareció ser motivo de orgullo.

— ¿Lo sabes? —Ahora yo era la interesada en saber—. Porque yo no lo sé.

— Porque no se lo contó a nadie —me dijo él—. Lo sé porque lo he visto con mis propios ojos. Después de su primer y único novio, Thomas se prometió a sí mismo que no volvería a estar en una relación seria.

¿Cómo es que él sabía tanto y yo no? Eso me hizo sentir un poco mal.

— Pero la diferencia es que yo sé por lo que ha pasado, yo sé cómo es su forma de ser. Sé cómo hay que tratarlo. Él es una persona especial. No puedes atosigarlo, pero tampoco debes tratarlo como si fuese alguien importante —empezó a contar—. Le gusta el flirteo disimulado, no le gusta que las cosas se presenten rápidamente. Él no habla mucho con su familia, pero es lo más importante en su vida. No pondría a un muchacho por encima de la fotografía, y solamente busca hombres para desahogarse. Y no todos logran ser su amigo.

— ¿Por qué? —pregunté.

— Porque él es muy cerrado en ese sentido. Es muy profesional con su trabajo, pero difícilmente habla contigo lo suficiente para que intentes flirtearle a menos que no le atraigas. Únicamente deja que sean sus amigos aquellos que no le ven como una presa fácil. ¿Por qué piensas que estoy hiperventilando ahora mismo?

— Porque… ¿eres asmático? —se me ocurrió.

— También —asintió dándome la razón—. Pero es algo muy delicado. No puedo confesarle lo que siento. Ni siquiera debe saber que pienso en él de esa forma. Debo mostrarme frío hasta, de a poco, ser parte de su círculo íntimo.

¡Vaya que la jugaba muy bien! Pero ahora se me ocurría una pregunta.

— ¿Y… él se muestra interesado por ti? Digo, para que te invite aquí, para que nos conozcas y te presente, debe significar algo —encogí mis hombros.

— ¿Tú crees? —él lucía esperanzado. Asentí—. No lo sé, por un momento creí que sí, pero sé que si no ha intentado algo conmigo todavía, incluso acostarse conmigo, es porque no me ve de esa forma.

— Yo no creo eso, yo creo que sí te ve como algo —le aseguré para entregarle algo de confianza.

— Thomas es… Thomas —suspiró—. Es complicado, es difícil. Es duro, y duele. Pero solamente es así porque está lastimado por dentro.

¿Lastimado?

— Ha sufrido tanto y por eso se ha cerrado de esa forma. Él no solía ser así —lamentó con tristeza—. Sé que no soy el muchacho más apuesto que conocerá, sé que no soy perfecto y que ahora mismo puedo lucir como un acosador. Pero… no puedo explicar el impacto que tuvo en mi vida en tan poco tiempo. Siento como si estuviese destinado a conocerlo, a cambiarlo y a abrirle las heridas que ha intentado cerrar. No cualquiera puede tratar con él, y siento que soy capaz de soportar cualquier cosa por hacerlo feliz. Ni siquiera necesito estar con él, si él es feliz con otra persona, yo lo seré. Pero… no puedo explicarlo, siento que soy la única persona que puede ayudarlo en estos momentos. Muchos ven a Thomas como una persona despreocupada, pero es obvio que tiene problemas y está lastimado.

Él se mostraba distinto a cualquier chico que había intentado algo con Thomas. Le conocía, parecía tener un profundo amor hacia él… de esos que no importa si terminan juntos, él solamente quiere verlo feliz. Y por eso, me caía muy bien.

— ¿Sabes, Sam? —Fruncí mis labios, poniendo una sonrisa—. Creo en ti y lo que intentas hacer. Y yo también pienso que Thomas necesita enamorarse de una vez por todas. Así que… te apoyo.

Se asombró por mis palabras, pero se alivió tanto que su sonrisa fue cálida.

— No sabes cuánto significa para mí, Bella —tomó mi mano y sentí que ya había hecho un nuevo amigo.

— Haremos lo que sea para que Thomas y tú terminen juntos —le guiñé el ojo y él ocultó una pequeña sonrisa sincera.

Separamos nuestras manos cuando Thomas apareció en la cocina, secando su cabello con una toalla, ahora vestido.

— ¿No debería dejarme de nuevo la barba, verdad? —nos preguntó acariciando su mentón que no mostraba ni un solo pelo.

— Así te ves bien —le dije yo y Sam se encogió de hombros, fingiendo que no le daba mucha importancia a aquello.

— Genial —sonrió Thomas—. Es que creo que hoy saldré con un compañero y no quiero que mi barba le pique.

Se retiró del living silbando con felicidad, mientras Sam y yo compartimos una mirada asombrada.

Auch, eso había dolido.

CAPITULO 7 La cabaña parte 1

BPOV

— ¿Thomas?

Aparecí en su dormitorio, llamándole. Él estaba separando la ropa de su guardarropa para hacer la colada.

Me dedicó una sonrisa amable.

— Calabaza—contestó.

— No tengo la cabeza tan grande —protesté frunciendo el ceño. Edward decía que Thomas me llamaba así por cariño.

— Se te está yendo la Henna—dijo como si fuese algo que ya hubiese notado hace rato—. ¿Vas a teñirte de nuevo?

No lo había pensado. En realidad, no sonaba tan mala idea. Me gustaba como me había quedado el cabello. Bueno, a todos les gustaba; incluso a mis padres.

— ¿Debería? —pregunté con curiosidad.

— Yo creo que sí —me dijo asintiendo mientras separaba un par de camisetas.

Me estaba desviando del motivo por el que deseaba hablar con él. Sacudí mi cabeza varias veces.

— ¿Sabes? Hace tiempo que no charlamos como antes —empecé a decir, jugando con el BlackBerry entre mis manos—. ¿Recuerdas cuando me recostaba y me cepillabas el cabello? Te gustaba hacerme trenzas mientras tomábamos el té en las tardes.

Él se reía recordando.

— Si no lo he hecho es porque alguien anda muy ocupada en la cama con su novio —se jactó y me sonrojé. Pero luego aclaró—. No obstante, es lo correcto. Si yo tuviese con quien distraerme también gastaría tiempo.

Me sorprendí por la gran oportunidad que se me había presentado para llevar a cabo el tema que deseaba plantearle.

— Y dime, ¿no tienes alguien con quien distraerte? —mordí mi labio, fingiendo divertirme.

Hizo un mohín y negó.

— Estoy algo ocupado últimamente —comentó con nostalgia, como si extrañara los viejos tiempos en los que salía promiscuamente.

— ¿Y… Sam? —levanté mis cejas sugestivamente. Me sentí una idiota—. Veo mucha química entre ustedes dos, ¿eh?

Estaba tan impaciente por descubrir su reacción: una simple risa ligeramente incrédula.

— ¿Sam? —preguntó como si no lo creyese—. No, con él no sucede nada. Solamente somos compañeros de trabajo.

¡Rayos!

— ¿Son amigos, verdad? —fue mi primer ataque.

Él encogió sus hombros, distraído en la ropa que ordenaba.

— Sí… supongo… —dudó.

— Bueno, así empieza todo, ¿no? —le guiñé el ojo.

— No, Bella —se echó a reír, negándomelo—. Nunca me he acostado con un amigo. Así no funciona.

¿Oh?

— Creí que así funcionaba —fruncí el ceño—. Digo, Edward es mi amigo…

Utilicé aquella excusa.

— No eran amigos cuando empezaron a acostarse, ¿o sí? —él me contradijo y yo mordí mi labio, emboscada.

— ¿Eso significa que en el futuro podrías verlo como algo más? —Intenté no ilusionarme.

Thomas suspiró.

— No lo creo —fueron sus palabras y me dolió profundamente—. Es decir, Sam es agradable y simpático. No habla mucho, así que no molesta, y siempre tiene algo bueno que decir. Es fácil que te caiga bien — explicó—. Claro, no es el muchacho más apuesto que he conocido…

Auch, auch, auch…

— Pero tiene buenas cosas —dijo—. Él es más para algo serio. Seguro que alguien más sabría aprovecharlo… Alguien más bueno.

¿Bueno en aptitud o bueno en bondad?

— ¿Estás diciendo que no eres bueno? —tuve que reírme.

— Lo soy —me aseguró con una sonrisa silenciosa—. Pero no para alguien como él.

Permanecimos en silencio hasta que terminó de limpiar.

— Sin embargo, creo que es atractivo en cierta forma —terminó por decir encogiéndose los hombros y seguidamente se marchó del dormitorio.

No supe qué pensar al respecto. Me llevé el BlackBerry hasta el oído.

— No tengo idea qué quiso decir con eso —le dije a Sam, en la otra línea.

— ¿Debería estar contento por saber que me considera atractivo de cierta forma o triste porque nunca podrá verme como algo más? —él se preguntaba, triste.

— Dijo que eres para algo serio, eso tiene que significar algo bueno —probé en decirle, caminando distraída por el dormitorio.

— No lo creo —él se confundió. Pero luego suspiró—. Bella, no quiero que me vea como una aventura sexual. No quiero ser solamente eso. Así que supongo que está bien que no lo haga, porque es la única forma en que me puede tomar en serio.

¿Cómo hacía Thomas para no tomar en serio a alguien? A mí me parecía que le tomaba muy en serio a Sam, por eso seguíamos insistiendo. Tarde o temprano caería.

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(1) Era mi primer día de trabajo en la editorial SJ cuando por poco me tropiezo subiendo las escaleras. Definitivamente debía amigarme con los ascensores, pero me parecía mucho más sencillo caminar a mi propio paso si solamente debía subir dos pisos.

Cuando llegué al tercer piso, divisé a Melissa, quien me hizo una señal con la mano mientras hablaba concentrada por su teléfono celular. Sin embargo, su sonrisa era simpática.

— Sí, llama a Larry para hacer el cambio. No, claro que no. No quiero que parezca muy de niña. Sí, tienes razón. En fin, te pasaré su número en la tarde luego de desocuparme de mi turno y podemos juntarnos a tomar café, ¿qué dices?

Parecía que hablaba con algún socio. Yo intentaba no escuchar demasiado.

— De acuerdo. Oh, bien, bien —rápidamente agregó, como si interrumpiera algo—. Está bien, adiós.

Luego me saludó.

— ¿Con quién hablabas? —pregunté de pura curiosidad.

— Con Mark —sonrió y me sorprendí—. Estábamos hablando acerca de cambiar las cortinas de nuestro dormitorio. El imbécil no sabe la diferencia entre rosa y coral.

— Ningún hombre lo sabe —dije riéndome por la forma amistosa en la que se trataban.

— Tuve que colgarle porque estaba regañando a unos estudiantes —me contó entre risas—. Por cierto, ¿qué tal tu primer día de trabajo?

— Eh… acabo de llegar —encogí mis hombros, confundida.

— Pero ya es interesante, ¿no?—Ella lucía animada por tenerme de compañera de trabajo—. Ven, te voy a presentar a algunos compañeros.

Tomó mi mano amistosamente y antes de que pudiéramos ir hacia algún lado, nos detuvimos a ver a un muchacho que aparecía a toda prisa en nuestro piso.

Era joven, algo pelirrojo, con el rostro lleno de pecas. Llevaba traje y un maletín. Muy apuesto.

Melissa contuvo una risita, como si lo reconociera. Él se acomodó la corbata y respiró hondo. Parecía que venía a prisa con tal de no llegar tarde.

— Ustedes no me vieron llegar —nos señaló a ambas en forma de advertencia. Su voz era mucho más masculina de lo que esperaba.

El señor Krauffman apareció en compañía de dos muchachos, hablando distraídamente. De forma inmediata, el muchacho se posicionó encima de un escritorio que creí sería era suyo, ordenando papeles de forma completamente profesional y con una mirada seria. Intenté con todo mi esfuerzo no reírme a carcajadas por la rapidez con que lo hizo.

— Buenos días, señor Krauffman—le saludó con un tono muy cortés—. He enviado a pedir café hace como quince minutos pero no llega todavía. ¿Quiere algo?

— Uhm, se me antoja un poco, sí, pero ese no es tu trabajo asignado. Gracias, Damian—frunció el ceño el hombre y el muchacho asintió una sola vez. ¡Qué mentiroso!

— ¡Isabella! —me sonrió el jefe y luego recordó—. Bella, ¿no?

— Sí —sonreí algo avergonzada.

— Solamente pasaba para desearte un buen primer día de trabajo. Melissa será tu supervisora por ahora, pero descuida, será una semana únicamente —se disculpó como si hasta a él le molestara la idea de "estar a prueba"—. Es simple protocolo que debemos seguir, pero sé que harás un excelente trabajo y estarás en camino para hacer unas buenas correcciones, ¿de acuerdo?

Asentí, encantada por contar con un jefe tan simpático. Cuando se marchó, Melissa se encargó de reírse en voz alta por las dos.

— Yo sí quiero café —le dijo al muchacho.

— Fue solamente esta vez —él se excusó molesto. No le había gustado mentir así.

— Solamente está molesto porque nunca llega tarde —me contó Melissa en forma de anécdota.

— Ni volverá a suceder —le juró solemne mientras se acercaba. Luego me miró a mí, inspeccionándome. Me cohibí por unos segundos.

— ¿Eres la chica nueva? —me recibió con una sonrisa agradable. Me sentí aliviada, no sé por qué.

— Ella es Bella Swan—me presentó Melissa y estreché la mano de Damian.

— Mucho gusto. Soy Damian Labeuf—fue muy caballero—. Tienes unos ojos muy bonitos.

Me ruboricé.

— Tiene novio, Damian—le advirtió Melissa riéndose.

— Sabes que no estoy interesado en mujeres en estos momentos —le dijo a ella, un poco molesto. Me confundí—. Pero gracias por hacerme quedar como un cretino.

— Siempre es un placer —le guiñó el ojo.

No entendía por qué había dicho aquello, hasta que me explicó cuando él volvió a su escritorio.

—Damian está… experimentando un par de cosas —susurró divertida—. Llamémosle "bisexual".

— ¡Oh! —por supuesto.

— Pero yo diría que le gustan más las mujeres —opinó—. Igual, solamente estaba bromeando hace un rato. Él es muy respetuoso con todos, pero tiene una extraña fascinación artística por las personas de ojos claros. Pinta en sus ratos libres.

— Eso es interesante —me agradó aquello.

Melissa me contó que Damian sería mi compañero en la oficina, y que era el único hombre aquí. Dos chicas más se presentaron como nuestras compañeras, y fue toda una sorpresa ver que ambas eran rubias. Una de ellas, de un aspecto ligeramente soberbio pero muy hermoso, se llamaba Suzanne.

Melissa no entró en muchos detalles con ella, simplemente dijo que no se llevaban del todo bien porque Suzanne, a pesar de ser muy amable, no era de su confianza por algún motivo. La otra muchacha, contraria a ella, se llamaba Corinne. Era mucho más tímida que yo, pero era bonita con sus mejillas rosadas y los ojos claros. Me caía bien porque yo le había caído bien desde el principio. Según Melissa, Corinne estaba enamorada de Damian, pero él mucho no se fijaba en ella, para su desgracia.

Mi período de prueba fue mucho más accesible que en las anteriores editoriales. Simplemente debía realizar correcciones de textos que Melissa se encargaba de supervisar. Para mi sorpresa, tenía varios errores pero eran algo superficiales. Ella me motivaba a superarme y lograr un mejor trabajo.

Pensé para mis adentros que, de esta forma, era agradable venir a trabajar todos los días, e incluso divertido con las peleas infantiles de Damian y Melissa.

Cuando el reloj marcó el final de nuestro turno, Melissa me felicitó por un "buen primer día de trabajo".

— Voy a buscar a Mark. ¿Quieres acompañarme y darle una visita sorpresa a Edward? —ella me propuso.

Y muy encantada, acepté.

Creí que mi trato con Melissa sería meramente profesional, pero resultaba ser que teníamos muchas cosas en común. Música, películas, actividades. A ella también le encantaba cocinar.

— Yo también quiero un gato, pero Mark los detesta —me contaba de camino—. Quizás podrías venderme uno de los gatitos de tu gata.

Era como la quinta persona que me pedía un gatito de Jella. ¡Y ni siquiera estaba embarazada!

Sorprendimos a los muchachos y fuimos a almorzar a un restaurante que estaba cerca. Si no fuese por nuestras vestimentas formales, probablemente habríamos ido a un McDonald's. Josh también nos acompañó.

Edward decía estar feliz de encontrarme en la salida de su trabajo, pero yo sabía que estaba feliz porque la falda de tubo se adhería a mi trasero de forma molesta y estaba sentada cerca de su pierna. Y porque estaba comiendo una tarta de arándanos de postre.

— Quiero eso —dijo Josh con nostalgia.

— ¿La tarta? —le preguntó Edward un poco a la defensiva. Él odiaba compartir postres.

— No, eso —Josh nos señaló a los cuatro—. Una relación.

Parpadeé sorprendida. No conocía mucho a Josh… pero sí lo suficiente para saber que el mundo se caería solamente por haber pedido eso.

— Tú no quieres una relación —le dijo Mark, concentrado en su tarta de manzana—. Tú lo que quieres es follar con una sola chica durante un mes.

Melissa se rió.

— Nah, quisiera pensar en una sola chica y enamorarme de ella —explicó jugando con su postre, pensativo.

— ¿Tienes sentimientos? —le preguntó Edward bromista.

— ¿Honestamente, Josh? —Melissa intervino, despreocupada—. ¿Despertar todas las mañanas sintiendo el mal aliento y las ojeras de una muchacha? ¿Soportarla en sus días? ¿Estar con alguien que te diga 'no, no pienso hacer eso' en el sexo y aun así quererla?

Fue mi turno para reírme.

— Sí, uhm… sí… podría manejarlo —Josh se auto convencía, frunciendo el ceño—. Quisiera una muchacha a la que pudiera hacerle las cosas más sucias en la cama, pero respetarla como a una señorita.

Los cuatro enmudecimos. Y reímos luego.

— No quiero imaginar el maltrato por el que pasaron tus conquistas —negaba Mark con seriedad.

— ¿Te imaginas si le presentáramos a Jane? —Edward me preguntaba, divertido.

— ¡Por Dios! —me eché a reír, horrorizada. Josh podría asustar a Jane en un minuto solamente con su vocabulario sucio.

— ¿Jane? ¿Quién es Jane? —Josh estaba interesado.

— Nadie —Edward se lo negó riéndose—. Una amiga nuestra.

— No creo que sea de tu tipo — dije.

— Acepto cualquier cosa —frunció el ceño.

— Sí, bueno, para que logres entrar en sus pantaletas debes tratarla como algo más que una 'cosa' —dije riéndome. El resto me acompañó.

Josh se desanimó por unos segundos, pero luego recordó algo que debía contarnos.

— ¡Oh! Cierto, lo estaba olvidando. Mis padres no están usando la cabaña este fin de semana, ¿qué opinan si vamos allí? —propuso emocionado.

¿Cabaña?

— ¡Oh! ¿Ya terminaron de fumigarla? —Mark preguntó con interés y optimismo.

— ¿Cuál cabaña? —preguntó Edward por los dos que desconocíamos de aquella 'cabaña'.

— Bueno, ya todos sabemos de las posesiones monetarias de la familia de Josh —Melissa contó medio riéndose—. Sus padres tienen una cabaña muy bonita a las afueras de la ciudad. Está en medio del bosque y cuenta con una hermosa piscina.

— Este fin de semana pronostican sol, podemos meternos en ella —Josh sonrió.

— Sí, pero… ¿nosotros cinco? —Preguntó Mark—. ¿Vas a soportar un fin de semana con dos parejas?

— Pueden invitar a más personas. La cabaña es muy grande y cuenta con varias habitaciones —nos explicó Josh a nosotros.

Edward y yo tardamos en opinar porque habíamos planeado ir de picnic por nuestro aniversario, pero sería muy grosero si rechazábamos la oferta.

— Bueno… —ambos nos miramos, con duda.

— Listo, vendrán —dio por seguro Josh, con confianza—. Inviten a sus amigos. ¡Será un buen fin de semana!

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(2) Llegamos a la cabaña de los padres de Josh, que se encontraba a las afueras de la ciudad, luego de un difícil viaje lleno de asfalto, barro y lluvia torrencial.

— ¿Quién fue el genio que dijo que iba a haber sol este fin de semana? —se quejó Mark en voz alta, saliendo del auto. Josh, Melissa, Edward y yo viajamos en su auto mientras Jasper condujo en compañía de Emmett y Alice, y Thomas condujo el auto de Edward en compañía de Sam y Jane.

— ¡Amargado! Será un buen fin de semana —repitió Josh con optimismo mientras se cubría con su capucha. Realmente era una lluvia muy fuerte.

No pudimos observar detenidamente la estructura de la cabaña por fuera porque entramos con prisa para no mojarnos tanto con la lluvia, pero pudimos notar que era hermosa, muy grande, y que estaba metida en medio del bosque.

Josh nos mostró cada rincón relevante de la cabaña: la cocina, el living, los baños. Aunque todo tuviese un ambiente rústico, los muebles eran modernos. Parecía una cabaña costosa.

Antes de trasladarnos hasta los dormitorios, notamos que Rosalie no había venido con Emmett.

— ¿Por qué Rose no vino? —fue Jasper quien le preguntó de entrada. No nos animábamos a plantearle ese tema.

— ¿No lo sé? —Fue la respuesta del Oso, frunciendo el ceño.

— ¿Cómo que no sabes? —Alice se indignó más de lo necesario. A ella especialmente le molestaba que ellos no estuviesen juntos—. Edward la invitó también.

— No tengo ni la menor idea —explicó él, realmente confundido—. Si Edward la invitó, él debe saber.

Todos miramos a Edward de inmediato. Él se encogió de hombros, con las manos en los bolsillos.

— Se sentía un poco enferma, por eso no pudo venir —respondió. Emmett nos hizo una mueca desentendiéndose del paradero de su… ex novia.

Emmett se dio la vuelta para revisar algo en su teléfono y Edward aprovechó para hablar.

— Mentira, no quiso venir porque Emmett vendría —contó Edward con rapidez y en voz baja.

Todos suspiramos preocupados.

— ¿Por qué no? —preguntó Jasper, negando una y otra vez.

— No cortaron en buenos términos. Al menos ella. No quiso entrar en muchos detalles —dijo Edward.

— ¿Saben? Es increíble que sea su mellizo y no sepa de estas cosas —A Jasper no le agradaba no saber lo que le ocurría a su hermana.

— Miren, Rose dijo que si los dos estaban aquí iba a ser un ambiente muy tenso para el resto de nosotros —Edward suspiró, explicando—. Si ella no quiere verlo ahora, no podemos hacer nada.

Nos quedamos en silencio y miramos a Emmett desde lejos. Se había ido a un rincón para hablar con alguien por teléfono. ¿Con quién?

Me acerqué hasta Thomas que revisaba algo en su teléfono.

— ¿Por qué yo no tengo señal? —preguntó en voz alta, de mala gana.

— Hey—le saludé y me miró—. ¿No tienes problema con que Sam esté aquí, verdad?

— Oh, no, claro que no —me frunció el ceño—. Me dijiste que trajera a alguien y Sam es buena onda. Además, me pediste que lo invitara —me recordó lo último rápidamente.

— Sí, él es buena onda —sonreí amistosamente, a propósito.

Thomas recibió señal y aprovechó para buscar algo en su I-phone. Yo me acerqué a Sam alzando dos pulgares, de forma conspirativa. Él se acercó a mí.

— ¿He dicho lo mucho que te amo en estos momentos? —dijo como si esta fuera una oportunidad en un millón.

Repentinamente, Edward escuchó esto y se dio la vuelta, confundido.

— D-Digo… —Sam se retractó rápidamente, ya que no sabía cómo sería la reacción de Edward.

Pero él le sonrió amistosamente.

— ¿Tú eres Sam, verdad? —Se estrecharon la mano—. Bella me contó sobre ti… y sobre el plan que están montando — Dijo esto último entrecerrando los ojos hacia mi dirección. No es que lo aprobara completamente, pero no lo rechazaba tampoco.

— El brillante plan que estamos montando, querrás decir —le corregí—. Y si quieres salir vivo de aquí, mantén la boca cerrada.

— ¡Mira a esta mocosa amenazándome! —le dijo a Sam indignado. Pero luego me acercó a su cuerpo alzando mis caderas para besarme en los labios y jugar con mi nariz. Respondí riéndome por las cosquillas.

— Hey—Melissa se acercó a nosotros interrumpiéndonos. Me nalgueó amistosamente y yo pegué un saltito, sorprendida—. Odio romper el romance, pero tenemos que ver cómo nos ubicaremos en las habitaciones.

¡Oh, cierto!

Todos nos juntamos en un círculo para discutir sobre eso.

— Hay suficiente habitaciones para dormir en pareja —comentó Mark con un cigarrillo en la boca—. Edward duerme con Bella. Alice duerme con Jasper. Yo duermo con Melissa y…

Mark se vio en la interrogativa de cómo hacer con Thomas, Sam, Jane, Josh y Emmett, que no eran pareja.

— No sé qué tan promiscuo sea que incluya a los homosexuales juntos —murmuró hacia nuestra dirección, más específicamente a Edward.

Thomas se echó a reír y Sam casi entra en un ataque de pánico.

— No tengo problema en dormir con Sam —encogió sus hombros, asegurando con confianza. Miró a Sam —. ¿Qué opinas?

— Y-Yo… —Sam no podía formular ni una sola palabra ante esa alternativa.

— Bien —dijo Mark—. Josh y Emmett duermen con Jane.

— ¡No! —Jane pegó un grito, sonrojada. Me mordí el labio para no reírme. Me miró como si me pidiera que protestara al respecto. Ella no quería dormir con hombres.

— Hey, hey, hey, esperen. Yo no voy a dormir con otro hombre —a Josh no le agradó la idea.

— Yo no voy a dormir con una pareja —Emmett frunció el ceño, sabiendo que sería una molestia.

— Yo no quiero dormir sola —Jane se mordió el labio, abrazando su mochila.

A nadie le gustaba esa alternativa tampoco. Había truenos y estaba un poco oscuro para ser de mediodía.

— Bueno, hagámoslo más sencillo. Las mujeres dormimos en un dormitorio, los hombres en otro, ¿sí? — Melissa concluyó.

Algunos permanecimos en silencio. Otros aprobaron la iniciativa. Bueno, los que no estuvimos de acuerdo con aquella opción fuimos los que teníamos pareja, una minoría, en realidad. Si íbamos a pasar nuestro "aniversario" en esta cabaña, preferíamos hacerlo durmiendo en el mismo dormitorio. Pero Edward me miró encogiéndose los hombros, como diciendo "No nos queda otra alternativa" o quizás un "Ya nos las arreglaremos".

— Está bien, les mostraré los dormitorios —Josh avisó mientras todos llevábamos nuestras maletas. Se detuvo al ver a Mark y le quitó el cigarrillo de la boca—. Y no se permite fumar dentro de la cabaña.

Mark le miró incrédulo.

— Vuelves a quitarme un cigarrillo de la boca y te patearé el trasero —le juró como una promesa, mientras Melissa se reía y le pedía que lo dejara pasar con palmaditas en el hombro.

La cabaña tenía dos habitaciones que contaba con varias camas que por suerte sobraban. Nos hizo preguntarnos si alguna vez esto había sido una campaña para un grupo de niños exploradores o algo por el estilo. Las camas estaban muy separadas las una de las otras y eran muy cómodas.

Como en el dormitorio de los muchachos faltaba una cama y en el nuestro sobraba una, Sam se ofreció a dormir con nosotras; algo que a Jane le puso incómoda a la hora de cambiarse.

— ¡Oh, no te preocupes! He visto muchas mujeres desnudas —nos contó y le escuchamos atentas—. Eh, digo… no por otra cosa, sino por el modelaje. Siempre visto a las modelos de mi página de internet.

— Sí, Jane —Melissa le dio la razón—. Que Sam no te intimide.

Dicho esto, Melissa se quitó la ropa de encima y se mostró en sostén sin problema alguno. No me había dado cuenta hasta entonces que ella tenía mucho busto.

Alice colocó sus cosas en la cama que se encontraba a mi lado y luego pegó un gritito de felicidad.

— ¡Como en los viejos tiempos! —celebró y se acercó para abrazarme. Le correspondí riéndome—. Nos vamos a poner al tanto y hablaremos toda la noche, ¿qué opinas?

— Suena genial —le aseguré. Y nos volvimos a abrazar. En verdad extrañaba pasar tiempo con ella.

Decidimos todos cambiarnos para usar ropa más cómoda en la casa, mientras Alice no paraba de decirme que tenía muchísimas cosas para contarme. Yo moría por hablar de chismes con ella.

Entonces, la puerta de nuestro dormitorio se abrió y todas, excepto Jane que pegó un gritito de sorpresa, nos quejamos molestas.

— ¡Perdón! —Se oyó la voz de Josh detrás de la puerta—. ¡No sabía que todas estaban desnudas!

— ¿Qué parte de "toca la puerta antes de entrar" no entendiste? —oí que Edward le reprendía.

Me reí, y oímos que carraspeaban y volvían a golpear la puerta.

— Pasen —Melissa puso los ojos en blanco.

Eran Edward y Josh únicamente.

— ¿Ya terminaron de cambiarse? —preguntó Edward. Observé sus ropas. Él ya se había cambiado.

— En eso estamos, ¿por qué? —pregunté yo.

— Bueno, es que bajamos al primer piso y nos preguntábamos si…—Edward planteaba brevemente.

— ¿Quién de ustedes sabe cocinar? Nos morimos de hambre —Josh le interrumpió de forma grosera.

Algunas se rieron, más los ojos de Edward fueron directamente hacia los míos, excusándose.

— Muy fino, Josh —Melissa negaba una y otra vez riéndose.

— Yo no sé cocinar bien —Alice se mostró avergonzada al decir esto.

— Yo tampoco —Jane se lamentó.

Melissa me miró a mí.

— Nosotras sí. Ven, Bella —suspiró y me pidió que bajáramos mientras se acercaba y golpeaba divertida el mentón de Josh, al que consideraba como un hermano.

(3) Melissa, Thomas y yo nos encargamos de la cocina porque ninguno del resto sabía hacer algo más que partir un huevo —obviamente, no era el caso de Edward— y porque se nos daba bien.

Nos reunimos en el living para decidir que era lo que prepararíamos para el almuerzo.

— Hay suficiente comida en el refrigerador para su comodidad —Josh alardeó mientras nos conducía a la bonita cocina.

Abrió el refrigerador y lo encontramos completamente vacío.

Nos quedamos en silencio.

— Eh, genio, ¿tus padres te dijeron que, cuando se marcharan de la cabaña, dejarían vacía la heladera? — Mark planteó en voz alta, quejándose.

— ¡Oh, no! —Josh lamentó con pena—. Creí que al menos dejarían su comida.

— No hay nada de comida —Thomas chasqueó la lengua mientras revisaba la alacena. Realmente habían dejado vacía la cocina.

— Bueno, ustedes irán a hacer las compras entonces —Melissa les echó el ojo a los hombres—. Cocinaremos algo fácil, rápido y delicioso, ¿bien?

— ¿Por qué no preparamos tu pasta, Bella? —Thomas me preguntó en voz baja, interesado—. Es una buena comida caliente para la tormenta que hace.

— Está bien. Pero deberíamos comprar mucho spaghetti—supuse dudando.

Enviamos a Edward, Mark, Josh, Emmett y Jasper a hacer las compras en el supermercado que estaba a varias calles de distancia. La cabaña no estaba tan desolada como uno creería y no era necesario enviar a cinco hombres a hacer una simple compra de spaghetti, latas de tomate, albahaca y sal. Pero tardaron más de lo previsto.

— Debieron enviar a alguien que supiera de cocina —Emmett advirtió entre risas, cuando llegaron.

Edward y Mark cargaban las bolsas y las dejaron en la cocina. Edward me miraba incrédulo.

— No sabía cuál era la marca de la lata de tomates que usas para tus salsas —me dijo acercándose a mí, con el ceño fruncido.

Revisé la marca que compraron. No estaba mal, pero no era esa.

— No te preocupes. El secreto está en la albahaca —repuse con dulzura.

— Pero siempre cocinas eso. Debería saberlo —se quejó ligeramente desolado.

Acaricié su mano en forma de consuelo.

— Me siento un pésimo novio —terminó por decir, haciendo un mohín.

Me provocó tanta ternura que no pude evitar reírme.

— Dame un beso y serás un buen novio —murmuré coquetamente.

Me regaló una bonita sonrisa y me dio un casto beso en los labios porque sabía que había gente alrededor.

Nos propusimos a preparar la pasta mientras Jane y Alice nos ayudaban, pero más que nada, observaban.

— ¿Puedo preguntar cómo hacen ustedes si están casados? —Thomas preguntó a Alice, incrédulo, al suponer que en aquél matrimonio, ninguno de los dos sabía cocinar.

Alice, antes de revelar el secreto, se mordió el labio, muy avergonzada.

— Tenemos una criada —murmuró con vergüenza.

Jadeé violentamente. ¡No podía ser!

— ¡Alice! —la acusé sin poder creerlo.

— ¡Perdón! ¡Prometo que aprenderé a cocinar! —ella se excusaba, muy apenada.

Era increíble que tuviese tiempo libre y no se gastara en aprender un par de recetas. Bueno, ella sí trabajaba, pero no mucho en comparación a Jasper. Él la estaba malcriando.

Cambié de tema en cuanto le pedí a Sam que se acercara a la cocina.

— ¿Necesitas ayuda? —ofreció con una sonrisa educada y sincera.

— ¿Por qué no aprovechas y ayudas a Thomas? —le guiñé el ojo mientras veía de reojo a Melissa reírse en silencio. Todas las chicas estábamos al tanto del plan para emparejar a Sam y a Thomas.

— ¿Qué? ¿Ahora? —me preguntó desviando la mirada hacia él una y otra vez, nervioso.

— ¡Ve! —le insinué empujándolo.

Mientras obligaba a Alice a ayudarme con la albahaca para que aprendiera algo al menos, observamos en silencio como Sam se acercaba a Thomas que se encargaba de preparar la salsa, ya que él sabía más o menos como la preparaba yo.

— Uhm, ¿necesitas ayuda? —intentó mostrarse desinteresado, con las manos en los bolsillos.

— No, gracias —sonrió Thomas con paciencia—. No es mucho trabajo, en realidad.

— Me siento algo culpable por no hacer nada —encogió sus hombros.

— ¿Cómo que nada? —Interrumpió Melissa concentrada en la pasta—. ¿Qué están haciendo? —exclamó en voz alta hacia el living donde se encontraban los muchachos.

— ¡Viendo televisión! —contestó Josh en el mismo tono.

— ¡Ah no! ¡Ustedes lavarán los platos! —Melissa se indignaba a propósito, riéndose en voz baja.

— ¿Ellos, lavando? —se reía Alice, incrédula.

— Mark es buenísimo limpiando. Apuesto a que Edward también, ¿no, Bella? —me preguntó Melissa.

Me mordí el labio.

— No es que no es bueno, es que no sabe mucho —confesé muy bajito.

— Jasper es bueno limpiando —Alice agregó, orgullosa de reconocerlo.

— Oigan, ¿alguien notó que Emmett está muy callado? —Jane participó en la conversación, sentada en la mesa de la cocina.

Todos nos dimos vuelta para corroborar lo que ella decía. Tenía razón. El oso juguetón estaba silencioso, hablando con el resto o revisando su teléfono.

— No estaba hablando con Rose, ¿verdad? —Alice me preguntó.

— No —negué con tristeza.

— ¿Hablará con la chica Cassie esa? —preguntó Jane con curiosidad.

Oh, ¿será?

Terminamos de preparar la comida un poco tarde para ser el almuerzo. A las tres de la tarde, en realidad.

— ¿Hacemos las bendiciones? —Mark preguntó al resto y todos asentimos.

Nos tomamos de las manos pensando que solamente hacíamos esto porque había sido una suerte que encontráramos comida a tiempo. Todos menos Sam se tomaron de las manos.

— Ah, recen sin mí, no hay problema —se excusó y recordamos que él era judío.

Thomas hizo las bendiciones y procedimos a comer. Todos, menos Melissa, Thomas y yo, comían el plato con hambre. Nosotros, intuitivamente, degustábamos lentamente para saber si había salido bien.

Todos lo disfrutaron, así que sí.

— ¡Señor! ¡¿Por qué esto está tan bueno?! —Josh jadeaba con la boca llena.

— Pero que puta mierda más buena —halagó Mark—. Putamente bueno.

— Es la pasta de Bella —Melissa le indicó a su novio, para que sus halagos fueran hacia mí.

— Bueno… —iba a contestar.

— ¡Aplausos por la pasta de Bella! —pidió Josh y todos aplaudieron. Sobre todo él, que exageró al lado de Emmett, quien silbaba.

Agradecí sonrojada. Edward me regaló un besito en la mejilla a mi lado.

Terminamos de comer y los muchachos fueron dirigidos por Mark cuando les llegó su turno de limpiar. El muchacho podía ser muy masculino, pero era todo un habilidoso a la hora de dirigir como su novia. Me hizo pensar que eran una pareja muy acorde por sus caracteres.

Lo más adorable de todo era observar a Edward seguir las indicaciones de Mark como si fuese un perrito obediente. Él quería esforzarse para que el resto no le criticara de "mantenido", como él me había contado.

— No puedo creer que Edward no sepa cocinar ni lavar, Bella —me dijo Melissa en voz baja, sorprendida—. Parece de esos muchachos perfectos que sabe hacer de todo.

— Si supieras —bufé irónica. La imagen de Edward espantando polillas con la escoba vino a mi mente.

— ¿Entonces, eres la primera novia que tiene que sabe hacer todas esas cosas? —comentó a modo de broma.

Lo cierto es que nunca me pregunté si lo era. Yo suponía que sí, pero él nunca me había contado sobre sus ex novias. En realidad, nunca entramos en detalle sobre aquello.

— ¡Okay! Tienen tiempo libre para hacer lo que deseen, recuerden que a la noche nos juntamos de nuevo —anunció Melissa al resto cuando habían terminado de lavar.

— ¿Qué vas a hacer? —se me ocurrió preguntarle.

— No lo sé, follar con Mark, creo —encogió sus hombros y se acercó a su novio con una sonrisa silenciosa.

Me reí un poco por la respuesta y el resto se dispersó. Edward se acercó a mí, enseñándome sus manos.

— Huélelas —me pidió con una pequeña sonrisa. Lo hice. Olían a detergente.

Me provocaba mucha risa y ternura que sintiera que lavar los platos era una gran hazaña.

(4) Fuimos hasta uno de los dormitorios vacíos que tenía Josh para encerrarnos un rato.

— ¿Qué quieres hacer? —Me propuso cuando nos recostamos en la cama—. ¿Quieres dormir? ¿Quieres jugar a algo? —luego me miró con picardía—. ¿Quieres…?

— ¿Aquí? —lo vi como algo prohibido—. No. Están todos aquí.

— Mark y Melissa lo están haciendo —se rió él, jugando con mis manos.

— Ellos son muy silencioso —me di cuenta al no oír nada a nuestro alrededor.

— Es que tú eres muy gritona —se jactó divertido.

Me acerqué a él para decirle que no era cierto pero besando sus labios.

— Quiero hablar. Me gusta hablar contigo —le propuse recostándome en la cama, desinteresadamente.

— Podemos hablar —a él le gustó la idea—. ¿De qué quieres hablar?

Quise sonar casual.

— Nunca hemos hablado acerca de tu vida antes de Tanya. Ya sabes, cuando eras un mujeriego empedernido —comenté.

Edward se echó a reír.

— Gracias por el cumplido —dijo—. ¿Qué deseas saber?

— Bueno… —me levanté esta vez y jugué con la solapa de su camisa—. Quisiera saber con cuántas chicas estuviste.

Dudó por unos segundos. Me mordí el labio, esperando que el número no me afectara.

— Depende —resolvió.

— ¿De? —pregunté.

— ¿Te refieres a noviazgo o algo casual? —entrecerró sus ojos.

Me puse tensa y alcé mi cabeza.

— Casual —dije de forma masoquista. Una vez me había dicho que no recordaba el número.

— Quince… —respondió un número aproximado.

¡¿Se acostó con quince mujeres?!

— ¿Quince? —me alarmé. Sentí un gusto amargo en la boca.

— Más o menos —torció una mueca.

— ¡¿Más o menos?! —no podía creerlo.

— Es que me acosté con muchas estando ebrio —se justificó.

— ¿Con chicas ebrias? —se lo pregunté. Recordé cuando me había puesto ebria y como él no se había aprovechado de mí como todo un caballero. Me sorprendía que lo haya hecho en una ocasión.

— Claro. Así era más fácil follarlas —razonó.

— ¡Edward! —golpeé su hombro y él se echó a reír.

— Te dije que era un imbécil —me recordó y acarició mi mano.

— Entonces… —dudé—. No te aprovechaste de mí estando ebria, ¿o no?

— Técnicamente —él asintió como si recordara esa ocasión.

— ¿Por qué? —quise saber, con timidez.

— Porque eres especial, nena —jugó con mi cabello—. Ya te lo he hecho saber en varias ocasiones.

Sí, pero me gustaba mucho oírlo.

Me acerqué a él para abrazarlo durante largos minutos que parecían ser eternos. Por poco me dormía.

Entonces, se me ocurrió una gran idea.

— Tú también eres especial para mí —confesé encima de sus labios y me regaló una sonrisa somnolienta. Él sí que estaba a punto de dormirse.

Besé con lentitud sus labios. Casi tocando su lengua. No quería profundizar o no acabaríamos nunca.

— ¿Me dejas hacer algo? —mordí mi labio, preguntándole coquetamente.

— ¿Vas a ser ruidosa? —me preguntó divertido y me reí negando.

— Quiero probar algo —dije sugestivamente y fue su turno para morderse el labio.

Solamente ese gesto era capaz de mojarme.

— Lo que quieras, preciosa —respondió con voz ronca, imaginando que haría algo sucio.

Volví a besar sus labios.

— Cierra los ojos, será más intenso —dije tratando de ocultar una risita.

— Está bien —aceptó gustoso.

Tenía los brazos detrás de su cuello, así que deslicé mis manos suavemente sobre su pecho, su vientre y por sus piernas, causándole escalofríos. Podía ver como comenzaba a formarse un bulto en sus pantalones imaginando lo mejor.

Fui hasta sus pies. Le quité los calcetines.

— ¿Tienes algún fetiche en especial? —preguntó él riéndose. Yo también me reí—. Porque estoy dispuesto a probar lo que sea por ti.

Pensé para mis adentros que tipo de fetiche podría tener con sus pies. No es que fueran especialmente bonitos, pero yo amaba hasta sus uñas.

Acaricié sus pies con suavidad como si lo preparara para algo sucio. Luego saqué un esmalte de mi bolsillo y lo destapé con cuidado para comenzar a pintar la uña de su dedo mayor…

— ¡Bella! —pegó un salto cuando sintió el líquido frío, y por accidente, me manché el brazo.

— ¡Edward! —le culpé por lo que hizo, riéndome.

— ¿Qué crees que haces? —me preguntaba atónito, pero no muy molesto. Más bien, algo divertido por mi ocurrencia.

— Déjame pintarte una uña, por favor —imploré con ganas.

— ¡No! —negó él riéndose.

— ¿Por qué? —Hice un puchero.

— Porque además de ser un color muy femenino… —señaló el esmalte rojo sangre—… No quiero que piensen que soy un "apoderado".

— ¿"Apoderado"? —Me reí a carcajadas—. ¡Ay, Edward!

— Además la razón más lógica, los hombres no hacemos eso —me fruncía el ceño.

Era tan tierno cuando se sentía intimidado.

— Los hombres no hacen esto por ser un "apoderado", lo hacen porque sus novias le harán favores a cambio —expliqué entre risas.

— ¿Ah, sí? —preguntó—. ¿Qué favor me harías?

— Mmm… —murmuré y me acerqué a él, más precisamente a su barbilla. Sabía qué lo aniquilaría—. Dejaré que me ates la próxima vez.

No esperaba en absoluto que fuese un favor tan sucio.

— ¿En serio? —preguntó con sorpresa.

Asentí.

— No es justo, te aprovechas y usas lo que yo deseo —se quejaba.

— ¿No funciona así? —le guiñé el ojo.

Esperé a que aceptara. Lo estaba pensando. Finalmente, desistió.

— Está bien, pero una sola uña. Y luego me lo sacas de encima —pidió como si el esmalte le diera asco.

Celebré entre risitas y tomé el esmalte para pintarle con cuidado la uña de su dedo más grande. Suspiraba y negaba mientras, sin poder creer que tenía que aceptar aquello para que me atara, o sin comprender que le veía de emocionante a esto.

— Listo —terminé en menos de quince segundos, cuando le pasé dos capas—. Tienes que dejar que se seque.

— ¿Para qué? Me lo quitarás luego, ¿verdad? —le asustaba una alternativa contraria.

— Sí, si —puse los ojos en blanco.

— Te ataré como nunca —juró entre dientes.

— Cuando volvamos, soy toda tuya —prometí sobre sus labios—. Es más, para que dejes de refunfuñar tanto, ¿qué tal si te doy un regalo ahora?

Eso sí le gustó.

— Bien —sonrió.

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EPOV

Bella y yo caímos dormidos después de que ella decidiera darme sexo oral como "regalo" y yo la ayudara masturbándola solamente porque ella se negaba a tener sexo tradicional cuando nuestros amigos podían estar oyéndonos.

No me di cuenta, pero estaba completamente oscuro cuando desperté. La tenía acostada encima de mi pecho, abrazándome en silencio. La ventana reflejaba la oscuridad de una noche lluviosa que parecía no dar tregua. La habitación daba miedo.

— Bella… —la empuje un par de veces. Se despertó lentamente. Habíamos dormido varias horas, al parecer —. Despierta, nena.

Nos desperezamos bostezando y supe que no era una buena idea dormir toda la tarde porque no dormiríamos en la noche.

— ¿Qué hora es? —me preguntó ella reaccionando antes que yo, que seguía somnoliento.

Revisé mi teléfono. Eran las ocho de la noche.

— Vamos al living —le dije tomando su mano.

Aparecimos en el living. Solamente Mark, Melissa, Jasper y Alice se encontraban allí y estaban jugando a "Dígalo-con-mímicas". Se estaban riendo bastante.

— Miren quiénes despertaron de esa hermosa siesta —Mark fue el primero en mencionarlo con una agradable sonrisa.

Lucía mucho más relajado que antes, abrazando a Melissa.

Uhm. Por qué será.

— Estos tórtolos sí que la pasaron muy bien —Alice bromeaba mientras nos sentábamos en uno de los sillones. Abracé a Bella de la misma forma.

— Nos dormimos —le avisé masajeando mi rostro. Tardaba en despabilarme.

— Ahora le dicen así —Mark bromeó mientras le daba una calada a su cigarrillo.

— ¿No era que estaba prohibido fumar aquí? —se lo pregunté.

Mark exhaló humo tranquilamente.

— No veo a nadie imponiendo esa regla ahora —me guiñó el ojo con picardía.

Me sentía ligeramente incómodo mientras fumaba. Me recordaba el excitante aroma que deseaba renunciar.

— ¿Y el resto? —preguntó Bella.

— Salieron a hacer compras —contestó Melissa—. Estábamos jugando un rato. Haremos noche de películas. ¿Encendemos la chimenea?

Todos asentimos y fue agradable sentir el calor del fuego en la noche donde la lluvia parecía cesar.

El resto llegó justo a tiempo. Cargaban unas cuantas bolsas de compras, y desde aquí podía ver que eran botanas.

— ¡Noche de películas! —celebró Josh mientras se quitaban los abrigos de encima.

Jane se acercó a hablar con Bella con una expresión espantada. No oí lo que hablaron, pero Josh se acercó a mí.

— ¿La "Jane" de la que hablaban es la rubia esa? —me preguntó con curiosidad.

Oh, no. ¿Qué le había hecho?

— Por favor, dime que no te comportaste como un cerdo —lamenté.

— No —frunció el ceño—. No hablé con ella. No es mi tipo. No es tan linda, además.

Jane era bonita a su estilo, en realidad. Para algunos hombres podría ser adorable. Para otros, como Josh, solamente era una chica común y corriente.

— No la espantes, Josh —le pedí con prudencia—. Trata de no decir groserías cerca de ella. No todos toleramos que alguien diga "polla" y "tetas" constantemente.

— Soy más profundo que eso —me chasqueó la lengua y no pude evitar reír—. En fin, vamos a hacer una noche de películas. Ya que eres el aficionado al cine, ¿quieres escoger algo del estante?

Me enseñó el mueble del televisor. Estaba lleno de una pila de DVD's.

— El aficionado al cine es Thomas, en realidad —le corregí.

— Sí, pero no quiero que escoja algo aburrido —hizo un mohín—. Ven, escojamos una que asuste.

Disfruté de acompañar a Josh en la búsqueda de una buena película que asuste, porque cuando te encuentras en un ambiente tan frío como en la cabaña y hay muchas personas, una película de miedo es el mejor entretenimiento.

Bella, Melissa y Thomas se encargaron de preparar una rápida pizza a la que acompañamos con un par de cervezas que habían comprado. Era inevitable sentirse orgulloso de Bella cuando elogiaban su comida. Y pensar que yo era quien más disfrutaba de aquél beneficio…

Para cuando ya eran las diez de la noche, el grupo entero ya se conocía y nos encontrábamos en un ambiente mucho más amistoso. Alice y Jasper era la pareja silenciosa. Mark y Melissa eran los extrovertidos que unían a todos en las conversaciones. Thomas y Sam, lucían como dos amigos comunes y corrientes, aunque este último a veces le miraba de otra forma, como si memorizara cada una de las acciones de mi amigo. Josh era desubicado como siempre. Jane se avergonzaba. Emmett participaba de las bromas pero

lucía especialmente callado este día. Y Bella riéndose. Se veía muy hermosa con la pequeña trenza que se había hecho en el cabello.

Cuando terminaron de preparar las palomitas de maíz y sirvieron todas las botanas y cervezas en la pequeña mesa, todos nos sentamos en los sillones del living para observar el televisor. La tormenta ya había parado un poco y yo le indiqué a Bella que se sentara encima de mí para que la abrazara con el edredón que había traído.

— Hola —su dulce voz me saludó cuando rascó mi barba distraídamente.

— Me gusta tu trenza —sentí la necesidad de hacérselo saber, jugando con ella.

Murmuró algo y reposó su rostro encima de mi cuello.

— Ya no tengo sueño —estaba desanimada.

— Yo tampoco —besé su nariz—. Si no tenemos sueño, podemos desvelarnos.

Ella le gustó la idea tanto como a mí.

— ¿Qué dices? ¿Esta película dará miedo? —mostró interés en saberlo.

— Quizás. No la conozco —fruncí mis labios. Ninguna de las que tenían me era familiar porque ninguna era nueva—. Pero quizás te asuste.

Jugué con ella y le hice cosquillas. Ella rió y la abracé, cubriéndola con el edredón. Podría pasar toda la noche en esa posición y me dormiría a su lado, a pesar de no tener sueño. Bella tomó una botella de cerveza y la bebió con moderación. Luego me la entregó a mí y la bebí.

— Josh, pon la maldita película —pidió Mark mientras Melissa se sentaba encima de él. Ellos estaban a nuestro lado. Del otro lado, se había sentado Jane que se había puesto a hablar con Bella.

Apagamos las luces y antes de que empezara, me apoderé del jarrón con M&M's para devorarlos en toda la película. Bella, que era más partidaria de lo salado, tomó los Cheetos.

La película empezó y no exigió de nuestra completa atención para entenderla. Se trataba de un grupo de amigos que iban de campamento donde eran espantados por fantasmas. Durante unos segundos, nos concentramos en la escena del protagonista hablaba con una muchacha escotada.

De pronto, de forma salvaje, empezaron a desnudarse.

— ¡Sexo! —anunció Josh de forma inevitable.

— El genio tenía que aclararnos la escena —Mark remarcó molesto y todos nos reímos.

El muchacho estaba besando sus pechos por encima del sostén. Se creó un silencio incómodo.

— Creí que esta película no tenía sexo —Thomas comentó con curiosidad para romper el hielo, pero lo hizo más incómodo.

Y de pronto, el muchacho estaba desnudo, follando a la chica como si fuese una película erótica.

— ¡Ah! —exclamamos todos impresionados y asqueados por la forma en la que la trama había girado.

— Sácala, apesta —Melissa se reía sin poder creerlo.

— ¿Quién trajo esta película? —preguntó Emmett.

— El cerdo del grupo, obviamente —contestó Mark mientras todos nos acomodábamos del sillón y encendían la luz.

— ¡Estaba en el mueble! —Se excusó Josh—. No tenía idea que mis padres tenían este tipo de películas. Resulta perturbador.

Me eché a reír de Josh pero luego me concentré en Bella, que volvía a rascar mi barba distraídamente mientras me miraba. Le tiré un besito.

— Bueno, ¿qué hacemos? —planteó Melissa en voz alta cuando quitaron la película.

Hubo un momento en el que nadie dijo nada, porque no se nos ocurría qué hacer.

— Es viernes en la noche. Seguro podremos hacer algo afuera, ¿no? —propuso Emmett.

— Con esta lluvia, yo no saldré a ningún lado —Alice abrazó a Jasper para que él calentara su piel con sus brazos.

— Sí, el clima está horrendo para salir afuera —dio por sentado Mark, rascándose la barba.

— ¿Y si jugamos a las cartas? —Jasper intervino.

— ¿Alguien trajo cartas? —le preguntó Emmett.

De nuevo, todos en silencio.

— ¿Vienen a una cabaña y no traen cartas? —me reí.

— No necesitamos cartas para jugar —planteó Josh con algo en las manos. No podía ver claramente lo que era—. Juguemos a 'Adivina El Personaje'. Quien pierda, se tiene que quitar una prenda de encima.

Eso me hizo reír porque recordé a un viejo juego en la Universidad.

— ¿Por qué todo lo tienes que hacer nudista, Josh? —Melissa se reía porque sabía que su amigo no cambiaría.

— No suena mala idea —Emmett se encogió los hombros y Josh celebró que al menos alguien participara.

— Yo no tengo problema en que vean mis bolas —Mark aseguró sin problema. Miró a Melissa—. ¿Tú?

— No me molesta andar desnuda —ella ladeó una sonrisa traviesa.

— ¡Entonces juguemos ahora! —Josh nos incentivó.

Los que decidieron jugar en primera instancia (Mark, Melissa, Josh y Emmett) se levantaron para ir hasta la mesa del living y jugar allí. Oí que Thomas se lo preguntaba a Sam.

— ¿Vas a jugar? —Sam oyó esto y se puso ligeramente nervioso.

— Eh… no sé, creo que no tengo ganas —contestaba frunciendo el ceño con desinterés.

— Yo voy a jugar —Thomas le avisó sin problema y se acercó a la mesa.

Creo que todos menos el susodicho nos dimos cuenta que a Sam le shockeaba la idea de ver desnudo a Thomas. Me reí.

— Yo no voy a jugar —Bella respondió a Melissa cuando ella se lo preguntó—. Alguien tiene que lavar los platos. Me pondré a hacerlo.

No me gustaba la idea de verla limpiar sola mientras el resto se entretenía. Además, no sentía ningún interés por jugar sin ella. Pero me agradaba que se abstuviese, no estaba seguro si deseaba que el resto apreciara la anatomía de Bella.

— Te ayudaré a hacerlo. Tampoco tengo ganas de jugar —le avisé mientras me levantaba y la seguía hasta la cocina.

Jasper y Alice también se negaron a jugar alegando que se encontraban muy cansados y que se irían a la cama temprano. Nadie se tragaba ese cuento, pero si la pareja necesitaba intimidad, no haríamos una gran escena al respecto. Jane también se negó a jugar mientras observaba sentada al lado de Sam.

(5) No estuve al tanto del juego, estaba más distraído en conversar con Bella mientras ella lavaba los platos y yo los secaba antes de ordenarlos en una pila.

— Entonces… —murmuró después de que me contara la diferencia entre la esponja para platos y para sartenes engrasadas—. Quince chicas, ¿eh?

Era inevitable reírme al pensar que estaba celosa.

— Sí, son muchas, lo sé —lo reconocí suspirando.

— ¿Follaste con quince chicas? —me lo volvió a preguntar en voz baja, como si fuese algo increíble.

No quería decirle que cuando había dicho que era un número aproximado me refería a que quizás podían ser un poco más.

— Estuve muchos años en la Universidad —fue lo único que deseé agregar.

— Es decir, ¿quince chicas? ¿Además de tus novias que fueron como… no sé, nueve? —Lucía incrédula—. Estuviste en la cama al menos con veinticinco chicas.

Odiaba que tuviese tan buena memoria.

— ¿Por qué lo recalcas tanto, amor? —sentí la necesidad de preguntárselo—. ¿Te molesta? Porque sabes que no puedo hacer nada con algo que sucedió en el pasado…

Pero aun así no quería entrar en discusión con ella.

— No, no, ya sé —dijo rápidamente con una voz más aguda de lo normal. Sonaba sarcástica—. No puedes hacer nada. Sucedió y listo. Fueron veinticinco chicas.

Estuvo un rato en silencio. Quizás gruñendo por dentro.

— Pero lo que importa es la última —susurré cerca de su oído, para que se sintiera más cómoda.

Esto le hizo cosquillas, pero no puso una gran sonrisa en su rostro como esperaba. Sino una más "Claro, eso lo damos por hecho".

— Lo siento, me estoy poniendo imbécil —suspiró al rato, frunciendo el ceño—. Tienes razón, no pasa nada. Lo que importa es ahora y adelante. Es solo que… ¡Diablos, son muchas!

Me ruboricé avergonzado.

— Es decir, invitaste a cenar a veinticinco chicas. Llevaste de compras a veinticinco chicas. Te follaste y dejaste que te follaran veinticinco chicas —ella recalcaba el número mientras fregaba el plato con la esponja de una forma no muy sutil.

— No necesariamente a las veinticinco —negué chasqueando la lengua—. A algunas solamente las encontraba en un bar y las follaba en el….

Antes de terminar, Bella me miraba ceñuda.

— Te dejo que me pintes el pie entero si dejamos esta conversación hasta aquí —ofrecí rápidamente.

Ella pestañeó los ojos una sola vez, me miraba seriamente.

— Trato hecho —dijo finalmente, dejándolo atrás.

Nos dimos la vuelta cuando prestamos atención a las risotadas del living. Habían avanzado rápidamente y Thomas, Josh y Emmett no llevaban camiseta encima. Mark era el único que vestía todas sus ropas. Melissa, en cambio, andaba en sostén y pantalones.

— Es como la tercera vez que veo a Melissa en sostén el día de hoy —murmuró Bella de manera pensativa.

Luego la encontré mirándose los pechos como si se sintiera incómoda al ver que Melissa tenía mucho más busto que el resto de las chicas en la casa. Me parecía muy tierna cuando se sentía insegura… y algo estúpido, porque para mí era hermosa.

— Me gustan tus senos —le avisé en voz baja a modo de halago.

Ella me miró sorprendida y algo ruborizada.

— ¿A qué viene eso? —casi se reía—. Estaba revisando si mi camiseta estaba limpia o no.

Ah.

— Simplemente… me gustan —agregué mostrándome desinteresado, observando una pequeña mancha que le había quedado a uno de los platos.

Me regaló su adorable y dulce risa. Supuse que ya se le había pasado la amargura del interrogatorio.

Entonces, decidí salpicarle un poco de agua encima, a propósito.

— ¡Edward! —gimió desprevenida, alejándose rápidamente—. ¡Está helada!

— Qué pena —fingí lamentarlo—. Ahora tendrás que quitarte la camiseta. ¿Te ayudo?

— Edward, podrías decirme "ven, vamos a follar" si querías quitarme la camiseta, no mojarme —se molestó —. Además, está muy helada. Hace frío.

Me eché a reír y le salpiqué el cuello de besos para que dejara de amargarse tanto. Funcionó.

— Iré a cambiarme —me avisó ladeando una pequeña sonrisa cuando terminamos de lavar.

Me acerqué al living donde los muchachos seguían jugando. Básicamente, se pegaban un papel en la frente con el nombre de un personaje famoso y el resto tenía que darle pistas para adivinar cuál era su identidad. Sorprendentemente, a Thomas le estaba yendo mal. Se tuvo que quitar los pantalones y quedó en bóxers.

— Debimos pensar antes de jugar a esto con tanto frío —se quejaba él tensando su mandíbula.

— Tus pezones opinan lo contrario —Mark se burló de él porque estaban erectos, igual que los de Josh y Emmett.

Otro asunto era Melissa, que no lucía cohibida por exhibir su cuerpo.

— Si nos enfermamos, será culpa del enano —se reía ella.

Antes de que Mark echara una broma encima, de forma inmediata, las luces de todas las habitaciones se apagaron.

Oí que alguien pegaba un gritito. Seguramente era Jane. El resto se quejó al respecto y yo me preocupé por Bella, que estaba en el segundo piso en su dormitorio, cambiándose.

— ¿Qué diablos fue eso? —preguntó Emmett.

— ¿Falla térmica? —opinó Josh.

— Ok, vístanse de nuevo señoritas. Y Melissa. —vi que Mark se levantaba en la oscuridad para poner orden y para revisar que era lo que había sucedido.

Todos tuvieron problemas para encontrar sus ropas en la oscuridad.

— ¿Alguien vio mis pantalones? Estos bóxers no son muy cómodos, en realidad —oí que Josh anunciaba al resto mientras buscaba en la oscuridad.

Escuché un nuevo gritito de Jane y un jadeo de Josh.

— ¡Perdón! ¡Perdón! —se disculpaba él, como si le hubiese tocado algo.

— No sean imbéciles, enciendan sus teléfonos —Mark avisó mientras tomaba su teléfono y alumbraba al resto.

A Thomas le costó rato encontrar su camiseta y sus pantalones. No podía distinguir dónde se encontraban, pero pude observar su figura buscándolo en la oscuridad.

— ¿Sam, me ayudas a buscar mi ropa? —se lo preguntó Thomas en la oscuridad. Me reí para mis adentros. Ese muchacho debía estar enloqueciendo en este momento.

— ¿Edward? —me llamó la voz de Bella, vi que apareció en el vestíbulo y me buscaba en la oscuridad.

— Estoy aquí —le avisé y ella se acercó. Por accidente, pisó mi pie y me quejé en voz alta.

— ¡Perdón! —ella se disculpó rápidamente—. ¿Qué pasó? ¿Por qué se apagaron las luces?

— ¿Ya están todos vestidos? —preguntó Mark en voz alta.

— Se me salió el sostén —anunciaba Melissa.

— ¿Qué? —preguntaron todos.

— Mentira, ya estoy vestida —se rió ella.

Alice y Jasper bajaron hasta el living. No pude ver como estaban vestidos, pero seguro habíamos interrumpido algún momento.

— ¿Por qué están todas las luces apagadas? —preguntó Jasper, preocupado.

— Se apagaron de la nada. ¿Ya están todos vestidos? No quiero que las luces se enciendan y tenga que encontrarme al resto desnudo —Mark advertía de mala gana.

Todos murmuramos un "sí" largo y molesto.

Y de pronto, oímos un ruido afuera. Como si alguien golpeara la cabaña. Enmudecimos por completo.

— ¿Qué fue eso? —Melissa preguntó. Por algún motivo, si los que mantenían la calma estaban sorprendidos, nos angustiaba al resto.

Volvió a oírse un ruido afuera, como si alguien anduviera por ahí.

— Hay alguien afuera —alertó Bella.

— ¿Será un vagabundo? —fue Alice la que preguntó.

— ¿Qué haría un vagabundo a estas horas de la noche? —pregunté atónito.

— ¿Y si es como en la película? ¿Y si son fantasmas? —planteó Josh.

Todos le dijimos "Nah" al unísono.

Pero volvió a hacer ruido.

— Podría ser —volvió a decir él.

— Pueden ser ladrones —Mark alertó en voz baja a Melissa.

Eso nos asustó aún más. Sujeté a Bella contra mi cuerpo.

Oímos que volvía a hacer ruido. Esta vez, en la basura.

— O pueden ser osos —dijo Josh de nuevo.

Nos quedamos en silencio, pensando en esa alternativa.

— Aquí hay osos —avisó.

Si estuviese iluminado, todos le miraríamos en este momento.

— ¿Y lo mejor que se te ocurrió fue olvidar avisarnos que había osos aquí? —se molestó Mark.

Volvimos a oír el ruido. Nos estaba alarmando. Podía ser un animal, definitivamente.

Todos murmuraron preocupados porque sea lo que sea, se estaba acercando a la puerta.

— Ok, sea oso, fantasma, ladrón o un vagabundo, voy a verlo —Emmett anunció haciéndose a un lado y acercándose a la puerta para abrirla y revisar.

— ¡Emmett, no! —le advertí. No debía ir así como si nada, sin nada en las manos.

Entonces, abrió la puerta y nos quedamos helados. Emmett salió de la casa y no volvió.

CAPITULO 8 La cabaña parte 2

BPOV

Todos estábamos asustados por Emmett. ¿Por qué se lanzó a revisar el fondo de la cabaña así como si nada? Está bien, el oso era un oso. Pero era un ser humano y frente a un verdadero oso, no podría luchar. Era ridículo.

Crucé los dedos porque no fuese nada grave. No se oía nada, ni siquiera una palabra de Emmett. Estaba revisando todavía.

(1) Entonces, oímos sus pasos hacia la entrada, regresando con completa tranquilidad.

— Son perros hurgando la basura —señaló con el dedo pulgar hacia la dirección donde oíamos ruidos.

Todos bufamos y suspiramos aliviados. Algunos molestos por la advertencia de Josh.

— Tenemos que ser atacados por perros para saber que aquí hay osos —se burlaba Edward a mi lado.

— Está bien, no pasa nada —avisó Mark al resto—. Edward, acompáñame a revisar las luces. Debe ser algo en la térmica.

Hice un puchero interno cuando se separó de mí para acompañar a Mark y al resto de los muchachos para que revisaran las luces afuera de la cabaña.

Al rato, volvieron.

—Todo está bien —Mark frunció los labios—. Es un apagón. La luz volverá en cualquier momento.

Las chicas suspiraron, un poco molestas.

— Mejor vámonos a dormir y ya, ¿sí? —propuso Melissa un poco cansada de todo el drama que habíamos generado en tan poco tiempo.

El resto estuvo de acuerdo con la idea. Incluso Edward. Quizás él estaba cansado, pero yo no tenía sueño ni por pura casualidad.

Las chicas nos separamos de los chicos y entramos a nuestro dormitorio.

— No todos los días ves desnudo a Thomas Flint y él te pide ayuda con sus pantalones, señor—negaba Sam en cuanto cerró la puerta, yendo directo hacia su cama.

En realidad, todas creíamos que eso era una buena señal.

— No sé qué sucede entre ustedes, pero definitivamente hay química por ahí —Melissa opinó y por su voz, juraría que le sonreía con travesura.

— Yo creo que le atraes, Sam —Alice utilizó su voz optimista que definitivamente animaba a cualquiera—. Esto de ver a Thomas coquetear con un amigo es muy nuevo para todas nosotras.

Oí que Sam suspiraba, porque francamente, en la oscuridad, no veía a nadie.

— No quiero que me vea como si fuese algo comestible. Bueno, en realidad, sí. Pero no. En fin, ¿se entiende? —se hizo un lío.

— Claro —respondí —. Quieres que te vea como algo serio, no como una aventura de fin de semana.

— ¿Y qué tiene de malo una aventura de fin de semana? —Melissa se cepillaba el cabello o algo así—. Son divertidas.

— No son divertidas para mí —Sam respondió. Seguidamente oímos que volvía a tartamudear, con cierta timidez—. Es que…

Estaba recostada sobre mi almohada, escuchando atenta a Sam.

— Yo… bueno, yo nunca he estado físicamente envuelto con otro muchacho —dijo en el silencio.

Nos pareció algo muy raro. Y se lo hicimos saber entre jadeos sorpresivos.

— ¿Qué no los homosexuales tienen una vida sexual muy activa? —oí que Alice se lo preguntaba seguramente sintiendo vergüenza de sonar un poco inapropiada o ignorante.

Todas opinábamos lo mismo.

— Es decir, no, no soy virgen. He estado con una chica antes —aclaró antes de especificar el otro detalle.

No sé por qué eso también me sorprendió. No imaginábamos a Sam envuelto con una chica.

— Pero nunca he tenido relaciones con un muchacho —explicó—. Thomas es el único hombre que me ha atraído. Por él salí del clóset, en realidad.

— Pero… ¿ningún hombre? ¿Ningún beso? ¿Ninguna mamada? ¿Ninguna manoseada? ¿Nada de nada? — era Melissa la que preguntaba directamente lo que todas queríamos oír.

Juraría que Jane se estaba sonrojando por lo que oía en estos momentos.

— Nada —soltó él como si se sacara un peso de encima.

Ahora entendía un poco más por qué Sam se negaba a avanzar tan rápido con Thomas. Era obvio que Thomas estaba en abstinencia y lo estaba viendo como el único escape al ser el único homosexual en la cabaña, pero eso no era lo que Sam quería. No ahora, al menos. No quería que su primera vez fuese tan superficial como solía ser cuando se trataba de Thomas.

Me surgió una duda y la hice saber.

— ¿Thomas sabe de esto?

— No —negó rotundamente—. Cree que soy tan promiscuo como él. He inventado tantas aventuras de las que me siento completamente avergonzado y patético —oí que murmuraba encima de la almohada, como si recordar esto fuese más vergonzoso que admitir el hecho en sí. Todas nos reímos con él, no de él—. El muchacho está caliente. Es egoísta de mi parte que me ponga mal por sus andanzas, pero es que… todo está pasando muy rápido. No creí que lograría estar dentro de su círculo en tan poco tiempo. Me siento abrumado y no sé cómo reaccionar de un modo que sea correcto.

— No deberías controlar cada acción que hagas o te agotarás. No puedes decir: "Haré esto" cada vez que él haga aquello, sobre todo con una persona que puede ser más impulsiva que tú como lo es Thomas. No deberías sentirte mal por lo que sientes, lo sientes de esa forma y ya está.

Todas nos quedamos calladas oyendo el consejo de Jane. Era inesperado, acertado y muy dulce de su parte.

— Todavía me pregunto si me odias o no, Jane —Sam soltó la pregunta como si creyese que la respuesta era afirmativa.

Yo también sospechaba ligeramente aquello.

— ¡Oh, n-no! —Ella negó rápidamente, con honestidad—. No odio a nadie. No podría odiarte porque tus intensiones son muy buenas y eres parte del grupo… además, hace rato he dejado de ver a Thomas de eesa forma…

— ¿En serio? Creí que sí. Me sentía fatal de solo pensar que te estaba incomodando…

Sam continuó la conversación sincera que estaba teniendo con Jane. Alice se me acercó en la cama. Logré distinguirla por su voz.

— No puedo dormir. ¿Y tú? —quiso saber.

— No, tampoco —me alivié. Podría charlar con ella hasta que el sueño llegara.

— Bien, voy a hablar con Jasper un segundo —me regaló una sonrisita y se marchó despacio afuera de la habitación.

Miré incrédula a la nada, pensando que iba a ser una excusa para ponernos "al tanto" como ella había insinuado al comienzo del día.

No sé cómo, pero al final de la conversación, Sam y Jane se dieron un cálido abrazo amistoso y comentaron lo cansados que se sentían. No me quería quedar sola, despierta en la oscuridad, donde no podía leer ni siquiera un libro.

Me acerqué a la cama de Melissa.

— ¿También te vas a dormir, Melissa? —mordí mi labio. No me agradaba la idea de estar sola.

— Oh, sí. Este bello cuerpo debe descansar —me saludó sonriente antes de echarse a la cama y cubrirse con las sábanas.

La llovizna había vuelto y en la oscuridad, era difícil mantener un espíritu valiente. ¡Maldita sea! ¡No debí tomar esa siesta con Edward!

Entonces me acordé de él, y como realmente estaba aburrida, decidí ir hasta el dormitorio de los muchachos a visitarlo. Como Bepo descansaba solo en la cama, decidí traerlo entre mis brazos porque me entraba pena dejarlo en la oscuridad.

Me escabullí por el pasillo y abrí la puerta con cuidado para no hacer ruido. Traté de esforzarme por distinguir las cinco camas. Una de ellas estaba vacía y supuse que sería la de Jasper.

Caminando en las puntitas de mis pies me acerqué hasta la primera cama que divisé. Era Thomas.

Fui hasta la segunda cama y tardé un buen rato en observar las facciones y ver que era Josh. Iba a alejarme, pero éste abrió los ojos de repente y ambos pegamos un grito.

— ¡¿Quién es?! —tomó la almohada como si fuese algo con qué atacar y se defendió.

— ¡Josh! ¡Soy yo! —mascullé en voz baja, pidiéndole que no gritara. Pero ya había despertado al resto.

— ¿Bella? ¿Qué haces aquí? —me preguntó él, confundido—. Este es el dormitorio de los hombres.

Obvio, capitán.

— El prójimo intenta dormir —avisó Thomas desde su cama.

— ¿Qué pasa, Bella? —oí la voz de Edward desde el otro lado de la habitación.

Era el último que habría revisado.

Corrí rápidamente hacia él.

— No puedo dormir —mordí mi labio, esperando no interferir su sueño. Estrujé a Bepo entre mis manos.

— ¿Quieres dormir aquí? —me preguntó sin saber cómo responder ante aquello. No sonaba somnoliento.

— Bueno —acepté gustosa y me metí en la cama, a su lado. Estaba caliente.

Me enredó con sus brazos y me sentí en casa. Definitivamente, me había acostumbrado a dormir a su lado.

— ¿Trajiste a Bepo? —me preguntó en voz bajita, casi riéndose.

— No quería dejarlo solo —encogí mis hombros, sonrojada.

Volvió a soltar una risita silenciosa. No, en realidad no parecía haber estado durmiendo.

Se veía tan apuesto incluso en la oscuridad. Sus ojos eran hermosos…

— Eres muy lindo —susurré.

Él jugó con mi trenza.

— Tú eres linda —coincidió.

Él me hacía sentir linda.

Me dio escalofríos.

— ¿Tienes frío? —Me preguntó rascando mis brazos y me cubrió mejor con el edredón, para que permaneciéramos en el calor de su cama—. ¿Ya estás mejor?

— Necesito más calor —susurré sugestivamente sobre sus labios y me acerqué para besarlos lentamente. Me recibió gustoso.

Estuvimos… algo así como diez minutos, únicamente besándonos. Durante los primeros cinco minutos nuestros labios jugaron hasta que decidimos hacer el beso más profundo. Cuando su lengua jugó con la mía lentamente, como si la descubriera profundamente, fue cuando mi cuerpo entero se calentó. Nuestras salivas me dejaban babosa ya que él tenía esa peculiar costumbre de acumular mucha saliva. Pero eso solamente me excitaba más y más.

Llegó un punto donde estaba acalorada, mareada; sentía que podía pasar el resto de la noche acariciando su barba, jugando con su cabello y besando sus labios una y otra vez.

En un momento, no sé por qué, vinieron a mi cabeza las veinticinco chicas. ¿Él las habría besado de esta forma también?

Me detuve y él se sorprendió. Pero por alguna razón, supo por mis ojos la inseguridad que me invadía y me regaló una sonrisa torcida.

— Te amo —susurró antes de acercar y besar de nuevo mis labios, tomando mi cuello con las manos.

Repentinamente, las inseguridades se marcharon y volvió la confianza, la seguridad de saber que yo era su novia y que era mejor que todas aquellas que fueron una aventura sin sentido en un tiempo pasado.

Seguí besándole los labios, mordiéndolos y chupándolos con ansias hasta que moví mi pierna buscando fricción…

Y le encontré verdaderamente duro.

— Woah —me sorprendí un poco y me reí, sintiendo que mi corazón ahora latía con prisa. Estaba mucho más que listo bajo sus pantalones de lana.

Mordió su labio mirándome con deseo, provocándome aún más.

Volví a besar sus labios intuitivamente. Necesitaba follarlo.

— Te necesito… —pedí con deseo acariciando su pecho.

Puso una mueca divertida.

— ¿Vamos al baño? —me miraba con malicia.

¡Al baño! Bueno, a estas alturas podía ir a donde sea con tal de tenerlo dentro de mí.

— De acuerdo —sonreí.

Tomados de la mano, nos levantamos con cuidado porque no veíamos nada mientras nos marchábamos del dormitorio a cortos pasos. Dejé a Bepo en la cama.

(2) Me tropecé en varias ocasiones mientras él intentaba guiarme con cuidado hasta el baño del primer piso. Bajar esas escaleras me habían costado demasiado cuando las luces se cortaron, y ahora también me costaba.

Localizamos el baño y entramos en medio de la oscuridad. Para nuestra suerte, la luz había vuelto en ese momento.

— ¡Sí! —celebré. Ahora podía ver a Edward en todo su esplendor. Y vaya esplendor…

Nos acercamos rápidamente para seguir besándonos, esta vez pegando nuestros cuerpos. Solté un suave gemido cuando sentí su miembro presionado firmemente contra mí.

— Tendré que pensar seriamente en darte una sesión de besos antes de cada sesión si te vas a poner así.

¿Pensé aquello o lo dije en voz alta?

Por la risa que había soltado, supuse que lo había dicho.

— Me tienes durísimo —ronroneó con la voz ronca encima de mi cuello, besándolo con insistencia.

Aproveché la oportunidad para que mis manos fueran hasta su cintura y se encaminaran directamente hacia su polla por debajo de las telas de su bóxer y su pantalón. Incluso estaba algo mojado. Edward soltó un suave "ah" por el toque y fue el arranque que necesitaba para volverme loca.

Pero entonces, alguien tocó la puerta del baño.

— Eh, soy Mark —avisó. Sonaba como si supiera lo que pasaba en el baño y no quisiera interrumpir.

Edward y yo nos quedamos quietos, expectantes.

— Edward, ¿puedes pasarme un condón? Están en la gaveta del baño —pidió con la seriedad suficiente para que Edward no se molestara por la interrupción.

Se separó de mí y buscó en la gaveta. Suerte que estaban al alcance de cualquiera.

— Toma —se lo pasó sin abrir mucho la puerta. Frunció el ceño por unos segundos—. ¿Puedo preguntar dónde van a estar?

Él pensaba que iba a ser en el dormitorio.

— En el sillón —aclaró Mark—. Así que no salgan de ahí por un rato.

Dijo esto como una advertencia, provocando que Edward se riera. Yo sabía que lo último que me faltaba en la lista era ver a Melissa completamente desnuda siendo tomada por Mark. Definitivamente, no quería perder el respeto que sentía por ambos al verlos en una situación tan íntima.

Cuando se fue, Edward volvió a donde estábamos y siguió besándome. ¡Maldita sea! ¿Podría él besarme así toda la noche?

Me iba a sacar la camiseta, pero yo estaba helándome.

— Ah, ¿podrías no quitarme toda la ropa? —le pedí interrumpiéndole, pensando que esa alternativa era rechazable—. Es que tengo frío en verdad.

— Creí que estabas caliente —entrecerró los ojos.

— Sí, caliente para follar —aclaré—. Pero corre viento y hace frío.

Edward lo pensó durante unos segundos.

— Tienes razón. Hace frío —torció una mueca. Sobre todo porque estábamos en el baño.

Entonces se apresuró y alzó mi camiseta.

— ¡Hey! —se asombró feliz—. ¡No tienes sostén!

— Ninguna mujer duerme con sostén, Edward —me reí.

— Te hubiera manoseado antes de saber que no lo tenías —fruncía el ceño sin poder creerlo.

Y su rostro fue directamente hacia ellos para comenzar a morder y chupar mis pezones.

Soltando un par de gemidos, me atreví a llevar mi mano hacia su entrepierna. Más precisamente, a sus testículos.

Fue su motor de arranque, porque comenzó a morder con insistencia. No es que me doliera, pero no era un trato dulce… Y eso me gustaba.

Se apresuró a bajarme los pantalones para follarme de una vez. Pero iría en contra de mi petición.

— Tendré que quitarte los pantalones. A menos que quieras que te folle por atrás —propuso la segunda alternativa como si fuese muy aceptable.

Sonaba muy bien ser tomada por atrás… muy salvaje.

— Es que quiero verte —murmuré mordiendo mi labio coquetamente.

— Uhm, que romántica —puso su sonrisa torcida y se acercó a besarme.

¡Mierda!

— Ugh, cada vez que me besas tengo ganas de insultar.

¿Volví a pensar en voz alta?

— ¿Por qué? —se sorprendió.

— Porque eres putamente bueno —mordí su labio. ¡Ugh!

— Insulta, libérate, di mierdas y esas cosas. Me pone mucho —confesó bajándome los pantalones y las bragas de un tirón.

— ¡Uy! —pegué un saltito por el frío que hacía; pero por dentro, estaba que ardía.

Se llevó mis bragas al rostro para olfatearlas.

— Ay, Edward —me quejé riéndome.

— ¡Já! Si yo estaba duro, tú estás peor, nena —gruñó encima de mis labios, tomando mi cuello para volver a besarme.

Si seguía así, insultaría toda la noche.

Se bajó un poco los pantalones. Afortunado, podía conservarlos…

— Prepárate, nena —alzó mis caderas con fuerza y me reí juguetonamente—. Esto será contra la puerta.

Justamente, me apoyó contra la pared y se encargó de posicionar su miembro en mi entrada.

Pero Edward no siempre tenía buena puntería cuando no miraba.

— ¡Edward! —le golpeé el hombro, casi pegando un saltito cuando sentí la punta de su miembro en mi otra entrada.

— Lo siento —él se reía, claramente. Le propiné un par de pequeñas cachetadas.

— Pórtate bien. Sé que hiciste eso a propósito —mascullé.

— No lo hice a propósito, Bella —me puso los ojos en blanco—. Tu trasero no es el centro de mi mundo.

— ¡Já! —chisté—. ¡Y esperas que me crea eso!

— Si sigues rechazándome, puede que deje de intentarlo —me amenazó.

¿Edward desistiendo a la alternativa? ¿En qué planeta?

— No te desmotives, pequeño —bromeé y le di palmaditas.

— ¿Pequeño, dónde? —se molestó por aquello.

— Perdón —me reí—. Muchacho grandote.

— Así me gusta. Ahora cállate que quiero follarte —volvió a posicionarse en mi entrada.

Ay, ay, ay.

— Callarme una mierda, no voy a hacerte ni puto caso —gruñí a propósito. Sabía que aquello le gustaba.

Recibí un ronroneo gutural, sensual y masculino de su parte.

Entonces, entró en mí de una sola estocada.

Mierda, mierda, mierda. Qué mojada estaba. Qué duro estaba.

— N-No vayas tan rápido, Edward. No me quiero venir pronto —gemí—. Pero tampoco quiero que tardes.

— Mujeres, nunca se deciden —jadeó negando con diversión—. Te follaré como yo quiera.

Contrario a lo que dijo, enredé mis piernas a su cintura y lo enredé para que me follara rápido y duro.

Sin interrupciones, se encargó de mover sus caderas al ritmo que yo le había pedido. De vez en cuando soltaba un "Mierda" o "Fóllame duro" para incitarle, y vaya que lo hacía, cuando obtenía los movimientos justos que yo deseaba.

Estaba tan húmeda y resbaladiza que, honestamente, su miembro duro azotándome no era una buena combinación si deseaba que esto se prolongara un poco más.

Hice mi mayor esfuerzo para retenerlo, porque me vendría solamente a los cinco minutos.

Pero él me conocía bien; se había dado cuenta de aquello.

— No te retengas, Bella —pidió jadeando sobre mi cuello—. Acaba antes de mí, no hay problema.

Mordí mi labio.

— Bueno, en realidad sí. No acabes después que yo, y hablo en serio —sonó a amenaza.

¿Qué problema tenía Edward con que yo me corriese después?

— ¿Por qué no te corres tú primero? —pregunté entre gemidos. Podía notar la vena en su frente que tanto le caracterizaba cuando le faltaba muy poco. Estaba en iguales condiciones que yo.

— Los hombres no se corren antes, ¿no te lo han dicho? —él se reía mientras seguía penetrándome ahora con lentitud.

— ¿Quién? —bufé. ¿Quién me contaría sobre eso? —. Edward, no tengo problema en que lo hagas. Es más, quiero sentirte.

Él ahora me sonreía jadeando.

— Sabes que una chica te ama cuando prefiere que te corras tú antes que ella —dijo.

— Es decir, yo también quiero correrme —aseguré gimiendo. No me faltaba demasiado—. Pero me gusta sentirte. A veces… no estoy concentrada… y…

Hablar ayudaba a que me desconcentrara de medir el placer y sostenerlo para no venirme antes.

— ¡Ah! Ya ni sé de qué hablaba —cerré los ojos, echando la cabeza hacia atrás.

— Hermosa —se rió besando mi cuello—. ¿Al mismo tiempo?

— Okay —asentí varias veces.

Entonces nos enfocamos en la penetración y en menos de diez sacudidas, nos corrimos al mismo tiempo.

— Augh… pero qué puta madre —jadeé, sintiendo que el orgasmo me golpeaba en serio. Tensaba mi cuerpo entero; hasta los dedos de mi pie.

Me quedé un rato jadeando una y otra vez porque en verdad había sido un orgasmo fuerte y prolongado. Podía sentir que con Edward era similar. Me estaba llenando.

Gemí unas cuantas veces porque sentía que ahora los dos estábamos empapados. Bueno, yo siempre era la peor.

Edward jadeó y me sonrió cálidamente.

— Nunca he tenido este tipo de conexión con otra chica —confesó con una buena voz—. Hablar en medio del sexo es bastante nuevo para mí. Haces que follar sea hasta divertido.

— Y comunicativo —agregué riéndome. Él me siguió.

— Por eso te amo —jugó con un mechón de mi cabello y luego lo volvió a colocar detrás de mi oreja, mirándome fijamente a los ojos con una mirada suave y dulce—. Eres diferente a cualquier mujer que haya conocido. Y eres única, por eso me enamoras cada día más.

Mordí mi labio; me estaba poniendo sentimental ahora que mi pecho se calentaba.

— Tú también me enamoras cada día más—agregué jugando con su cabello—. Eres mi mejor amigo.

Esbozó una sonrisa torcida.

— Mi mejor amiga —dijo.

— La única —refunfuñé.

— La única —asintió corrigiendo.

No nos habíamos separado cuando escuchamos un golpeteo en la puerta.

— Ah, necesito orinar —pedía Josh ligeramente incómodo.

Nos separamos y no tuve la oportunidad de limpiarme. Fue algo molesto.

Arreglamos nuestras ropas y abrimos la puerta. Nos encontró allí y por supuesto, sonrió con picardía.

— Sé lo que hacían —se reía pervertidamente.

Me sonrojé mientras Edward le ponía los ojos en blanco y me tomaba la mano para salir del baño. Josh seguía riéndose como si fuese un niño de diez años.

Por suerte, no oímos ni vimos nada en el living. Quizás Mark y Melissa estaban en otro lugar.

— ¿Vamos a mi cama o vas a la tuya, preciosa? —me preguntó jugando con mi mano distraídamente, antes de subir la escalera.

Me di la vuelta y me llamó la atención ver a Alice y Jasper hablando tranquilamente, sentados en la entrada de la cabaña.

Él parecía haberle dicho algo dulce y ella apoyaba su cabeza en su hombro dulcemente.

— Vamos a tu cama —sonreí sin más y nos fuimos a dormir.

.

No era una sorpresa que Edward y yo fuésemos uno de los últimos en despertarnos a la mañana siguiente. Parecía ser que Josh, Thomas, Sam y Jane fueron los únicos que durmieron unas buenas ocho horas esa noche.

Nosotros nos despertamos en cuanto Thomas avisó a la habitación entera que el desayuno ya estaba listo y que teníamos que bajar. Me sentí algo apenada por no poder ayudar en la cocina esta vez.

Ya estaba acostumbrada a amanecer con Edward. Es decir, con un muchacho despeinado, harapiento, con aliento horrendo, porque yo tampoco era un caso en especial. Sobre todo porque él no se despabilaba hasta que se mojaba la cara.

Estaba desperezándome cuando Edward se sentó en la cama, y Mark y Josh le observaron el pie a Edward. Más bien, la uña pintada.

— Por ese y otros motivos no debes tener una relación seria, Josh —Mark negó una y otra vez.

— Luces como un marica, Edward —se reía Josh mientras bostezaba, despertándose.

Edward se dio cuenta de esto y se despertó de forma inmediata, alarmado.

— ¿Tienes problemas con los maricas? —Thomas le cuestionó entrecerrando los ojos—. Porque puedes avisarme y dormiré en otra habitación.

Thomas en realidad no estaba ofendido, más bien se burlaba.

— ¿Eres gay? —Preguntó Josh con completo asombro. No podía creerlo.

— Y Sam —le avisó esto último dándose la vuelta—. El desayuno ya está servido.

Edward maldecía por lo bajo y Josh lucía incrédulo.

— ¿Hay dos homosexuales aquí y nadie me dijo nada? —No discriminaba, pero no podía creerlo ya que Thomas y Sam eran especialmente masculinos a diferencia del resto de los homosexuales.

Josh miró a Edward.

— ¿Y qué hay de ti, Edward? ¿Eres bisexual y no me has contado? —preguntó, pensando que esa posibilidad podía ser cierta.

— ¡No! —se quejó—. Bella, quítame esta cosa del pie, ahora.

Me levanté de la cama riéndome por su malhumor. Técnicamente, él me había prometido pintarle el pie entero con tal de que no sacara a la luz el tema de sus veinticinco chicas.

— Voy a buscar el quita-esmaltes —le avisé cuando me regañó por ignorarle.

No dejó que yo se lo limpiara. Se lo quitó por su cuenta, jurando que no dejaría que esto volviese a pasar. ¡Solamente era un esmalte! Los chicos hacían gran escándalo por poca cosa.

Al rato, bajamos a la cocina. Por suerte, habían hecho las compras y contábamos con un buen desayuno continental.

— ¡Buenos días! —saludó Melissa cuando se acercó a nosotros.

Todos le observamos la ropa: una camiseta y unas bragas. Ella se dio cuenta de esto pronto.

— Oh, ¿había que vestirse? —preguntó notando que todos estábamos bien vestidos para desayunar.

Noté que Mark se reía silenciosamente, mientras ella volvía a la habitación para cambiarse de ropa.

— ¿A alguien más le atacaron los mosquitos? —preguntó Jane mientras se frotaba algún tipo de loción sobre su piel. Tenía un par de picaduras.

— Yo dormí bien —Thomas le contestó sentándose a desayunar—. ¿Y tú, Sam?

Sam estaba terminando de comer su tocino y se notaba no esperaba que Thomas le preguntara aquello.

— Eh, sí, bien. Gracias —contestó algo confundido. Pero muy en el fondo creía que Thomas lo hacía porque él era su invitado.

Alice y Jasper – quienes se habían levantado temprano para desayunar – carraspearon mientras se dedicaban dulces miradas.

— Hay algo que queríamos contarles —Jasper comenzó el anuncio con una bonita sonrisa optimista.

Alice me miró primero a mí y supe exactamente de qué se trataba. Me emocioné de antemano.

— Jazz y yo lo hemos hablado y… finalmente hemos decidido que queremos tener hijos —dio por asegurado.

Todos en la mesa les felicitamos y dimos pequeños aplausitos por la pareja.

— ¿Es en serio? —Edward le preguntó a Jasper sin poder creerlo, pero igualmente emocionado.

— Sí, es algo que hemos meditado con tiempo ya que siempre nos reclaman que hacemos las cosas sin pensar —se jactó Jasper con diversión.

Era la primera cosa que en verdad planeaban, por eso realmente era importante para ellos. Y para todos. Serían los primeros padres del grupo.

— No puedo creer… vas a hacer 'abuelos' a nuestros padres —A Edward le había gustado mucho la decisión.

Si lo veía de esa forma, sería una gran noticia para la familia entera.

— Es una noticia muy hermosa, pero siendo honestos, ¿alguien imagina a esta pequeña duendecilla embarazada? —Emmett aprovechó para iniciar las bromas y por suerte, la involucrada se sentía con buen ánimo para continuarlas.

Curiosamente, noté a Emmett de mejor humor que ayer. Aunque el día lo ameritaba. Hoy había salido el sol y hacía calor.

Terminamos de desayunar y aproveché la oportunidad para hablar con Thomas, mientras limpiábamos los platos.

— Sam me contó anoche que estaba contento de contar con tu amistad. Conoció al grupo entero y le cayó muy bien —le comenté de casualidad.

— Oh, qué alivio —sonrió él con sinceridad—. Temí que no fuera a caerle bien al grupo o que él pensara que era muy precipitado invitarlo a la cabaña.

— ¿Por qué dices eso? —me entró curiosidad.

— Porque lo conozco hace poco, pero me cae bien. Es un gran amigo —aseguró concentrado en los platos sucios.

— ¿Solamente eso…? —fue mi turno para preguntar con picardía.

Él, para mi sorpresa, sonrió encogiéndose de hombros.

— Te dije lo que pienso de él —murmuró en voz baja—. No es guapo, lo sé, pero me agrada su personalidad.

¡Anotación!

— Tú le caes bien también —le aseguré con una buena sonrisa.

— ¿Te habla de mí? —esto le hizo gracia.

Oh, no, no. No debía saber eso.

— Me comentó de casualidad. Casi siempre hablamos de su blog —mentí.

Thomas sonrió con aprobación. Le atraía que Sam fuese frío, ligeramente reservado y apasionado por su trabajo. Un Sam falso, en realidad.

(3) Como el día apostaba por un clima cálido, aprovechamos la ocasión para visitar el jardín de la cabaña. Era hermoso y moderno. El césped estaba bien cuidado, y además de contar con una hermosa piscina, contaba con un juego de sillas de mimbre donde se podía tomar el té tranquilamente.

Melissa, Alice y yo nos metimos en la piscina mientras Jane se sentaba en el borde y ponía sus piernas en el agua, alegando que no había traído traje de baño.

— Mierda, maldita mierda —se reía Melissa mientras el resto siseábamos de los escalofríos. El agua de la piscina estaba helada por la lluvia de anoche.

— Voto por que no se lo advirtamos a los muchachos —pedía Alice entre risas.

Eso sería divertido de ver. Aprovechábamos que los muchachos terminaban de ordenar la casa antes de que molestaran con sus juegos en la piscina.

— ¿Dónde está Sam? —preguntó Melissa.

— Fue a hacer las compras para la barbacoa con Thomas —les conté sin poder evitar sonreír conspirativamente.

— Sus planes están saliendo sospechosamente bien —Alice desconfiaba.

— O sospechosamente mal —dije yo temblando. ¡Maldita sea! El agua estaba heladísima.

— Deberíamos disfrutar de este silencio antes de que los muchachos vengan —comentó Melissa con pereza mientras descansaba su cabello en el agua—. Sobre todo Josh, se pone molesto con eso de las piruetas.

— Josh realmente es un pervertido —Jane participó de la conversación y así como lo poco que decía era interesante, esto también lo era.

— ¿Por qué lo dices? —se lo pregunté.

— Bueno. Primero, cuando fuimos a hacer las compras de anoche, habló una barbaridad de suciedades — Jane lucía un poco molesta por esto—. Y segundo, cuando las luces se apagaron, por accidente cayó encima de mí y me tocó uno de los senos.

Esto último lo dijo avergonzada. Melissa se rió especialmente.

— Yo no estaría tan segura que eso fuera por 'accidente' —comentó ella, divertida.

— ¿P-Por qué lo haría a propósito? —Jane era muy ingenua.

— Porque está triste. Quiere una novia. Bueno, quiere follar con una buena chica. Seguro le atraes porque eres la única sin pareja entre nosotras — dijo Melissa.

Obviamente, la idea de que él quisiera follar con ella, le avergonzó por completo.

— Pero qué razón más desesperada —murmuró Jane en voz baja.

El resto nos reímos porque había sonado un comentario muy poco probable de su parte, pero muy acertado.

— El agua está helada. Mejor salgamos o pescaremos un resfriado —Alice propuso y tenía razón. Si seguíamos instaladas allí, nos enfermaríamos.

El resto de los muchachos se acercaron casi de forma inmediata a la piscina.

— El agua está increíble —mintió Melissa con una buena sonrisa.

El primero en quitarse la camiseta y echarse fue Josh, por supuesto.

— ¡Jesús, María y José! —gritó jadeando cuando su cuerpo salió a la superficie. Realmente esperaba que el agua estuviese cálida—. ¡Está helada!

— Es el único idiota que no recuerda la tormenta de anoche —comentó Mark con un cigarrillo encendido en la boca. Él y el resto se estaban quitando la camiseta para entrar lentamente a la piscina.

Yo únicamente tenía ojos para el torso desnudo de Edward mientras se metía a la piscina acercándose a mí. Le dolía la frialdad del agua.

— ¿Está muy helada para ti, muchachote? —bromeé mientras abrazaba su cuello y él me tomaba de la cintura en el agua.

—No —hizo un mohín, obviamente mintiendo—. Vuelves a decirme "pequeño" y te golpearé en-ya-sabesdónde.

— ¿El trasero? —murmuré.

— Qué lista eres —sonrió y me dio un besito rápido en los labios—. Por cierto, me gusta tu bikini.

— Gracias —encogí mis hombros.

— ¿No te hace frío? Tienes los pezones erectos —comentó en voz bajita, divertido.

— Tú también —me burlé observando los suyos y me acerqué a abrazarlo una vez más.

Pero tenía razón, estaba congelándome.

— Sí, mejor me salgo. Estoy temblando —dije tiritando.

Salí de la piscina y busqué una toalla.

— ¡Bella! —me llamó Edward molesto—. ¡Acomódate eso, Jesús!

Estaba mirando mi bikini. Me observé y me di cuenta que la parte de abajo se estaba saliendo un poco.

— Oops.

— Ponte algo encima —me reprendió.

— Ya voy, señor —le puse los ojos en blanco.

Por suerte Alice me había prestado uno de sus vestidos de verano que eran bastantes cómodos. Me lo puse encima del bikini y reposé un rato en el sol en compañía de las chicas, quienes también se habían salido antes por la temperatura del agua.

Me sequé el cabello y lo até en una coleta. Volví a acercarme a Edward porque deseaba darle una inspección.

— Mmm, me dan ganas de quitarte ese vestido —decía apoyándose sobre el respaldo de la piscina. No se lo había mencionado, pero lucía muy apuesto cuando estaba tan mojado.

— ¡Casi se me cae el bikini y te molestaste! —planteé incrédula, sin comprender por qué eso le molestaba, pero deseaba verme desnuda todo el tiempo.

— Sí, porque no quiero que nadie más te vea, únicamente yo —frunció el ceño como si fuese obvio.

No tenía remedio discutir con él sobre banalidades.

— Ven —me pidió que me acercara.

Me arrodillé cuidadosamente en el borde de la piscina. Se acercó con una sonrisa boba.

— Estás muy bonita —concedió.

— Gracias —ladeé una sonrisa sentándome mejor en el borde para que mis pies descansaran en el agua.

Rápidamente, Edward los tomó con las manos y comenzó a jugar con mis dedos.

— ¿Y si te tiro al agua? —probó en decir mientras movía mis piernas de un lado para el otro.

— Dormirías con un ojo abierto. Puede que en cualquier momento las uñas de tu mano lo cobren — entrecerré mis ojos.

Él también me miró con malicia. Seguía molesto por eso.

— Edward, ¿acompañas a preparar la barbacoa? —Mark preguntó acercándose a nosotros en el agua.

Oculté una risita.

— O-Oh, ¿te ayudo a hacer algo? —planteó Edward dando vuelta al asunto para que no se denotara su ignorancia en el tema.

— Cocinas una parte y yo la otra —Mark encogió sus hombros. Era una tarea sencilla para él.

Ahora mi risa fue evidente, justo cuando Edward fruncía sus labios, muy avergonzado.

— Soy un poco ignorante con eso de la cocina —rascó su cuello, incómodo.

— Ah, pero es solamente cuestión de asar la carne. Es sencillo —le restó importancia.

— Sí, bueno, es que no sé cocinar una barbacoa —soltó rápido para que la vergüenza no durara tanto.

La reacción de Mark fue de película.

— ¿Cómo que no sabes cocinar una barbacoa? —alzó su voz para que el resto le oyera. Más que una pregunta, era una acusación.

Me reí rascando su hombro a modo de consuelo.

— Iré a preparar la ensalada —les avisé mientras me excusaba. Sería divertido ver cómo Mark reprendía a Edward.

— Ni tú, ni tu hermano ni el otro imbécil saben preparar carne. ¡Qué clase de hombres son! —se molestó porque al parecer, Jasper y Josh le habían dicho que tampoco sabían.

Mark salió de la piscina para hablar con el resto. Edward se lamentaba con pena.

— Tienes que enseñarme. No puedo seguir así —negó una y otra vez.

— Bueno —me reí.

— ¡Edward! ¡Trae tu vagina y ven aquí! —Mark exclamó llamándole con el resto de los muchachos. Se habían juntado sobre la churrasquera.

Las chicas ayudamos con las ensaladas y el condimento. Mark y Emmett eran los únicos que sabían preparar una buena parrillada, pero fue tal su indignación que les dieron tres indicaciones y dejaron que Edward, Jasper y Josh probaran en hacerlo solos.

Por supuesto, tal fue la ignorancia de estos tres que eventualmente terminaron quemando la carne, echando a perder la barbacoa.

Como no teníamos más comida que cocinar, tuvimos que comprar pizza y calentarla. Era un ambiente muy hostil en la mesa.

— Técnicamente es tu culpa por dejarnos cocinar sin supervisión. ¿Qué clase de maestro eres? —Josh justificaba su ignorancia discutiéndole a Mark.

— Oh, no… —Melissa sabía que no era buena idea discutirle de esa forma a Mark. Ella se reía.

— Mis disculpas por tener las bolas bien puestas y saber cocinar una puta barbacoa. Y si vuelves a cuestionar mi forma de enseñanza voy a patear tu trasero hasta lo más profundo de la superficie terrestre que el calor del magma quemará tu patético cuerpo, idiota. Son unos inútiles y deberían sentirse avergonzados —dijo Mark lentamente, palabra por palabra. El resto nos reíamos en silencio.

— Lo estamos —aclaró Jasper sin querer volver a tocar el tema.

— En serio, ¿sabes tocar el piano pero no sabes asar una puta carne? —preguntaba incrédulo a Edward, todavía sin poder creerlo—. ¿Enseñas Anatomía humana y no sabes cocinar las entrañas de un cerdo? ¡Hasta las chicas saben hacerlo!

Parecía como un padre que reprendía a sus hijos. Edward y Jasper permanecían en silencio, con la cabeza abajo. Josh era el único altanero.

— Y tienen una madre cocinera —agregó Emmett con diversión, echando leña al fuego.

— ¿Su madre es cocinera? ¿Me están jodiendo? ¿Tu madre y tu novia saben cocinar y tú no? —Mark sonaba más molesto aún por este hecho, y yo no podía parar de morderme el labio para atajar la risa—. Avergonzados. Deberían sentirse avergonzados.

— Bueno, para calmar las aguas, ¿por qué no salimos esta noche, eh? —Josh propuso cambiando de tema —. Los tres invitamos las bebidas en compensación, ¿qué dicen?

— Voy a embriagarme como hijo de puta esta noche solamente para que les arda en los bolsillos como si fuese clamidia en una prostituta —Mark le avisó a Melissa, dando por solucionado el problema.

Todos reímos.

.

En la noche fuimos a un bar que se encontraba en la zona céntrica. Y tal como Josh había prometido, Edward, Jasper y él tuvieron que pagar las bebidas de todos esa noche. Aparentemente, no había sido un problema para los hermanos Cullen, pero Josh lamentaba profundamente haberle pagado las bebidas a un grupo que estaba dispuesto a embriagarse un sábado en la noche.

Los más entusiastas fueron Mark, Melissa, Thomas y Josh. El resto bebíamos moderadamente. Jane era la única en el grupo que no bebía.

— Me quiero volver hijo de puta. Has liquidado mi bolsillo —Josh se lamentaba hacia Mark.

— Tú liquidaste el mío con esa carne —Mark alzó su botella como si brindara—. A tu salud.

Edward, sentado a mi lado con el brazo encima de mi hombro, se acercó para murmurarme algo.

— ¿No te exaspera el cambio de actitud de Emmett?

Miré con discreción hacia el otro lado de la mesa. Emmett se encontraba silencioso, revisando su teléfono.

— ¿Por qué está tan callado? —preguntaba Edward indignado.

— Hoy lo vi contento en la mañana —comenté.

— Se ha estado enviando mensajes con alguien desde que llegamos. Y no es Rose. Me preocupa eso en serio —La preocupación se notaba en su voz baja.

A mí me estaba molestando el muchacho que cantaba en el Karaoke del bar. Cualquier imbécil podía subirse y cantar canciones de la rola. Éste se encontraba ebrio y se había puesto a cantar una pésima versión de "I will survive" mientras se tambaleaba de un lado al otro. Aplaudimos con ganas cuando terminó, gustosos de que ya hubiese acabado.

— ¿No hay nadie sobrio que cante bien? —Josh se preguntaba para sí mismo.

Y entonces, a mi cabeza vino Jane y su dulce voz. Estaba bebiendo un trago de frutas.

— ¡Jane! —exclamé en voz alta, llamando la atención del resto de la mesa.

Jane se sorprendió inmediatamente. Todos los ojos se enfocaron en ella.

— ¿Yo qué? —me preguntó.

— ¡Tú sabes cantar! ¡Ve al Karaoke! —la incité con diversión.

Debía suponer que esto le avergonzaría y que lo negaría rotundamente.

— Es verdad, tú cantas muy bien —Thomas, ligeramente ebrio, le frunció el ceño—. Ve a cantar.

Alice y Melissa apoyaron la noción al igual que Edward. De repente, todos le pedíamos a Jane que fuera hasta el Karaoke para cantar.

— ¿Y-Y si no encuentro una canción que conozca? No conocía ninguna de las que cantaron —había asumido el reto, pero ahora le entraba pavor.

— ¡Sí sabrás! —le aseguré recordando que Jane tenía un gusto particular por la música extranjera, no siempre por la música en inglés. Alguna debía conocer.

Seguimos insistiendo y ella dudaba.

— Los que crean que Jane arruinará la noche si no sale a cantar, levanten la mano —Alice dijo al resto de la mesa y todos levantamos la mano. Ya no tenía otra alternativa.

Frunciendo los labios y con las mejillas ruborizadas se levantó de la mesa. Todos le aplaudimos en buena, para que fuese hasta el escenario para cantar algo y animar a este bar lleno de pésimos intentos de cantantes.

— ¿En verdad canta bien? —preguntó Mark con interés, mucho más relajado por el alcohol.

— Sí, tiene una bonita voz —asentí yo, emocionada por verla en el escenario.

— Es bastante tímida —notó Josh con desinterés. El alcohol también le estaba haciendo efecto.

— Ella es así —Edward la justificó sin problema.

Para nuestro alivio, al parecer, Jane había encontrado una canción que se conocía y que le gustaba. Lucía avergonzada, pero animada, ahora que todos la alentábamos a que lo hiciera con optimismo.

(4) La canción sonó y era bastante relajada. Para nuestra sorpresa, estaba en francés. Y Jane tenía una perfecta y fluida pronunciación, como si ya se supiera de memoria la letra. La canción era bonita y la dulce voz de Jane captó la atención del resto de la gente en el bar, porque al fin había subido alguien que sabía cantar bien. Yo me sentía como una madre orgullosa porque conforme la canción avanzaba, ella perdía sus nervios y se desempeñaba de una forma admirable.

— Canta muy bien —Dijo Melissa con una sonrisa.

— Canta hermoso —Me sorprendió oír la voz de Josh, observando a Jane como si fuese un bicho extraño del que estaba fascinado.

Edward también se dio cuenta que Josh observaba incrédulo a Jane. No podía creer que la pequeña tímida tenía una hermosa destreza a la hora de cantar.

— Es hermosa —Josh fruncía el ceño sin poder creerlo, notablemente ebrio.

Edward y yo nos miramos con sorpresa y algo divertidos. Quizás la notaba mejor porque cuando Jane entraba en confianza, era una chica bastante extrovertida. Se encontraba en su salsa.

Terminó la canción y todos aplaudieron con ganas. Sobre todo nosotros, que habíamos logrado que nos mostrara un poco de su personalidad este fin de semana. Ella se acercó a la mesa, bastante sonrojada por las felicitaciones que todos le daban.

— ¿Ves? Te dije que lo harías bien —rasqué su espalda a modo de confianza.

— ¡Estuviste increíble! —Josh la felicitaba pero con una expresión aturdida, frunciéndole el ceño. No podía creer que hasta recién se percatara de ella.

— Eh… gracias —contestó Jane al comprender que Josh estaba ebrio en estos momentos.

— No tenía idea que esa linda voz pudiera salir de un cuerpo tan pequeño —se decía a sí mismo, sin dejar de fruncir el ceño. Podía ser muy gracioso observar a estos dos interactuar.

Jane agradeció pero desviando su rostro hacia otro lado. Le estaba incomodando.

(5) Obviamente, la sesión de Karaoke cesó porque nadie estaría dispuesto a seguir después de una increíble interpretación como la de Jane, así que pusieron música salsa de fondo.

— Oye, ¿cuántos años tienes? —preguntó Josh acercándose un poco a Jane, aparentemente, interesado en ella.

— Parece que alguien está interesado en Jane —me reí contándole a Edward.

— Va a ser cosa de esta noche, no te preocupes. Mañana ni la recordará —respondió Edward sin darle mucha importancia al asunto, porque sabía cómo era la forma de ser de Josh. Podía esperar algo así, sobre todo cuando estaba bajo la ingesta de alcohol.

Aunque definitivamente no era el único.

— Voy al baño —Melissa anunció mientras se levantaba de la mesa. Que yo sepa, ella también había bebido bastante.

— Te acompaño —le siguió Mark levantándose y tomados de la mano se fueron.

Todos en la mesa nos miramos insólitos, pensando que en realidad se iban a intimar o algo parecido.

Edward estaba acariciando mi cuello con su nariz delicadamente. Yo sabía qué significaba eso.

— No puedo —dije.

— ¿Qué cosa? —él, divertido, quería que se lo dijese en voz alta.

— Tener sexo contigo —mascullé.

— ¿Por qué? —preguntó—. ¿También estás molesta conmigo por lo de la carne?

Me reí. Eso solamente me sacaba una buena sonrisa en el rostro. Rasqué su barba con ternura.

— No. Me ha venido el periodo —comenté muy bajito.

— Oh —Edward asintió asombrado—. Bueno, no importa. ¿Has tomado calmantes?

— Sí, por eso no estoy bebiendo —dije estremeciéndome al recordar lo mucho que me había dolido en la tarde. Pasó su mano por todo mi hombro, como si me consolara.

— Uhm, creí que era porque no querías que me aprovechara de ti —ronroneó.

— Pensándolo bien, yo podría aprovecharme de ti —sonreí con malicia. Su aliento olía a alcohol.

— No, no he bebido tanto como crees —se rió siendo honesto—. Estoy bien.

Thomas se levantó de la mesa, con una mirada confundida.

— Voy al baño también —avisó, pero no sonaba tan ebrio como quizás estaba.

Intentó caminar correctamente y casi se tropieza. Sam se levantó.

— Eh… Creo que te acompaño —le avisó a él y luego a la mesa—. O quizás se caiga encima de los azulejos.

Nos reímos y Sam acompañó a Thomas.

— Oigan, ¿por qué no aprovechamos que el resto está ocupado y hablamos con Emmett de una vez por todas? —Jasper murmuró hacia nuestra dirección ahora que Josh mantenía distraída a Jane mientras le hablaba. Bueno, en realidad él parecía atosigarla mientras ella intentaba ignorarlo, incómoda.

— Suena bien —dijo Edward en cuanto vio que Emmett seguía enfrascado en su teléfono celular.

Los cuatros nos acomodamos al lado de Emmett, rodeándolo. Se dio cuenta de forma inmediata.

— ¿Qué ocurre? —preguntó él, con sorpresa.

— ¿Qué ocurre contigo? No has bebido ni una cerveza —Jasper le acusó.

— No tengo ganas de embriagarme —encogió sus hombros, sin problema.

— ¡Ves! Primero, no haces bromas en todo el fin de semana. Segundo, no quieres jugar en la piscina. Tercero, no quieres embriagarte. ¿Qué sigue? —Jasper siguió remarcando, indignado.

— ¿Y qué tiene de malo eso? —Emmett no comprendía y se molestó por eso.

— ¡Que no estás siendo tú! —Jasper se lo planteó—. Estás actuando muy raro, ¿quieres decirnos qué te ocurre?

Emmett suspiró, poniendo los ojos en blanco.

— Miren, no tengo ganas de hacer muchas cosas. No estoy en buen ánimo. Acabo de cortar con Rosalie — explicó brevemente y todos permanecimos en silencio, como si olvidáramos aquél detalle—. ¿No se les cruzó eso por la cabeza?

— ¿Y con quién te envías mensajes de texto, Emmett? —Quiso saber Edward, manejando el asunto con calma—. Porque si es quien creemos que es, nos hace pensar que no estás pensando mucho en Rosalie.

Emmett no quería discutir, en realidad nadie quería. Por eso, cedió a explicarnos.

— Sí, estoy hablando con Cassie —confesó sin sentirse demasiado culpable.

— Mira, no tiene nada de malo que estés con otra persona ahora… —Alice empezaba a decirle.

— No estoy saliendo con ella —Emmett aclaró y enmudecimos—. No saldría con otra chica después de cortar con alguien de quien sigo enamorado.

— ¿Entonces? ¿Por qué no te arreglas con Rose? —preguntó Alice, suspirando.

— En primera, ¿qué sucedió? ¿Por qué no nos has contado al respecto? —Edward se mostró condescendiente.

— Porque no es mi estilo —sentenció Emmett, molesto—. No voy a molestar a mis amigos con mis problemas emocionales. Ustedes dos quieren ser padres —apuntó a Jasper y Alice. Y luego nos miró a Edward y a mí—. Y ustedes están juntos después de estar mucho tiempo sin concretar nada.

En eso llevaba razón.

— Están felices. No quiero molestarlos con mis problemas porque no los veo con frecuencia. Si vamos a juntarnos una vez al mes, voy a sacar mi mejor lado en vez de sentarme a llorar y a contarles cada una de las mierdas de problemas que tengo con Rosalie —Sabíamos por como se refería a ella con su nombre entero que era algo serio—. Y lamento si me he visto algo apagado, pero…

No sabía qué palabra escoger. Suspiró.

— Ella me hace olvidar los problemas —explicó mostrando discretamente su teléfono—. Hace que olvide mis problemas con Rosalie.

Oh. Vaya…

— Miren —Emmett despeinó su cabello—. Les seré breve. Rosalie y yo tuvimos problemas porque ella no quiere comprometerse en algo serio. Dice que no cree en el matrimonio y el compromiso. ¿Cómo puedes amar a alguien que no quiere tomar ese paso por ti? —Miró a Edward—. ¿Qué harías si Bella no quisiera casarse, ah?

Edward enmudeció. Luego, miró a Jasper y a Alice.

— ¿O ustedes? ¿Qué harías si Alice no quisiera tener hijos? —se lo planteó—. Es difícil. Es duro. Y te cuestionas al respecto. Además, era un dolor en el trasero tener que aguantar sus momentos de celos. Por un tiempo, eran innecesarios, pero se volvieron tan molestos que sin darme cuenta, ella tenía razón. Ella

tenía motivos para sentir celos de Cassie. No es que pueda controlarlo, pero así sucede. Y por eso me lastimó.

Rayos… Emmett sentía contradicciones con Cassie. Por un lado, le atraía, pero por otro, sentía que lastimaba a Rosalie y su relación con ella.

— Ella decidió cortar conmigo —comentó al rato—. Cualquiera puede revisar mi teléfono y sabrá que no tenía intenciones de hacer nada malo —miró a los chicos—. Ustedes saben que yo siempre engañaba a mis novias, pero jamás le haría algo así a Rosalie. Ustedes son mis mejores amigos y ella es su hermana. La quiero demasiado como para hacerle eso.

Nadie supo qué decir al respecto. Sobre todo Edward y Jasper.

— Edward, tú conociste a Cassie —le dijo—. Sabes que ella no tiene malas intenciones. No es ese tipo de chica. Únicamente era una amiga a la que frecuentaba porque su personalidad me traía calma de tantas peleas con Rosalie. Son muy diferentes y yo me siento diferente con ambas.

Me dolía oír esto porque sabía que a Rosalie le dolería oírlo.

— Así que no piensen cualquier estupidez sin preguntar antes. Aprecio su interés y me gustaría que aceptaran lo que ha sucedido como adultos, ¿sí? —terminó por decir.

Los cuatro nos miramos sin saber cómo reaccionar al respecto. Habíamos juzgado mal a Cassie y la ruptura con Rosalie. Edward fue quien decidió hablar primero.

— ¿Y cómo te encuentras con Cassie? —preguntó él intentando sonar amistoso, abierto a la nueva relación que Emmett estaba formando con esa chica.

La mención de su nombre relajó a Emmett, como si se sintiera cómodo hablando de ella.

— No estamos saliendo, pero hemos estado hablando últimamente. No es algo serio, y por favor, no se lo digan a Rose. No quiero que se ponga mal porque no es su culpa —nos advirtió.

Entonces, suspiró.

— Deberían conocerla, ella es muy simpática —continuó hablando de Cassie—. Ya conoce a todo el grupo, y sería agradable que ustedes la juzgaran por su propia cuenta, como Edward.

Miramos a Edward. Él se encogió de hombros.

— Es simpática —Él estuvo de acuerdo.

— Si tú eres feliz con ella, estaremos de acuerdo —Jasper le dijo palmeando su hombro.

— Gracias. Se los agradezco —Emmett frunció sus labios, con seriedad.

Su teléfono vibró. Estaba recibiendo una llamada. Se levantó de la mesa para atender, y sospechamos que era Cassie por el tono bajo en su voz.

Los cuatro volvimos a mirarnos.

— Me siento un cretino —Jasper murmuró al rato.

— ¿Por lo de la carne? —preguntó Edward.

— Por Emmett —corrigió Jasper, molesto—. Es que… Rosalie es parte del grupo. Es triste que tenga que alejarse por esto. Es triste que no haya venido.

— Hace tiempo que no la veo —Alice murmuró con nostalgia.

Ni yo.

— Deberíamos salir con ella también —acordó Edward—. Y todos deberíamos aceptar a Cassie por más que sea raro.

— No es que ella sea una mala chica, no la conocemos —Alice estuvo de acuerdo en eso—. Solamente… es extraño, después de que emparejáramos a Emmett con Rosalie. No sé, es extraño que esté fijándose en otra chica.

— Y doloroso —murmuré yo—. Me siento mal por Rose.

— Sí… —Jasper estuvo de acuerdo, con tristeza—. Pero Edward tiene razón. Si Emmett es feliz con Cassie, deberíamos estar felices por ellos y conocerla mejor.

Asentimos en silencio y estuvimos de acuerdo en que ese tema debería ser tratado con delicadeza.

— ¿Y tienes novio? —oímos que Josh se lo preguntaba a Jane.

— No —Jane negó frunciéndole el ceño, quizás un poco molesta por el estado en el que él se encontraba.

— Quizás deberíamos irnos a casa ahora —Jasper anunció al ver el estado de todos los que habían bebido.

— Sí, estoy algo cansada —Alice revisó algo en su pequeña cartera.

— Iré a avisarles a Mark y Melissa que nos vamos —Edward me dijo—. ¿Puedes avisarles a Thomas y a Sam?

— De acuerdo —asentí y me levanté, dirigiéndome hacia el pasillo donde se encontraba el baño de hombres, ya que Mark y Melissa seguramente estaban en el de mujeres.

Esperaba encontrarlos en la entrada o en el pasillo, pero no aparecían. No es que Thomas estuviese especialmente ebrio como para terminar vomitando. Además, ya había pasado bastante tiempo para que estuviera acompañándolo en el baño.

Para mi sorpresa, los divisé afuera del bar, sentados. Parecía ser que Sam lo había acompañado para tomar un poco de aire fresco.

Salí y cuando estuve a punto de llamarlos, me enfrasqué en la conversación que estaban teniendo.

— ¿Te sientes mejor? —le preguntó Sam, evaluando su aspecto.

Thomas estaba fumando.

— ¿Por qué aceptaste venir, Sam? —preguntó después de exhalar humo.

— Porque… no lo sé, solamente quise hacerlo —fingió desinterés y miró hacia otro costado.

— Es decir, ¿te caigo bien lo suficiente como para pasar un fin de semana con desconocidos? —esto le provocaba un poco de risa.

— Me caes bien tú. "Probablemente sus amigos me caigan bien" es lo que pensé —admitió sin problema. Este chico era muy bueno actuando.

Thomas asintió riéndose.

— Les caíste bien —dijo Thomas—. A mí me caes bien.

Sam tragó saliva con dificultad.

— Bien, porque a mí también —dijo discretamente.

— ¿Qué tanto? —Preguntó de inmediato Thomas, quien comenzaba a mostrar señales de ebriedad.

Sam se rió incrédulo.

— Eh, no lo sé. Bastante, supongo —encogió sus hombros.

— A mí me caes bastante bien, también.

Y entonces, Thomas se acercó a él minuciosamente. Le estaba mirando fijamente con una sonrisa atrevida. ¡Oh, Dios!

Pude oír cómo Sam respiraba hondo. Iba a rechazarlo.

— ¿No crees que deberíamos volver? Ya está haciendo frío —Sam le propuso, cambiando drásticamente de tema.

Thomas escuchó con paciencia y se echó a reír.

— Dios, sí que eres jodidamente difícil —Dijo como si pensara en voz alta.

Pude ver cómo Sam se sorprendía, al mismo tiempo que yo. ¿Thomas intentaba algo con él, entonces? Si hubiese sido cualquier otro muchacho, habría desistido a su propuesta. Sam se rió, nervioso con él.

— No es eso, es que realmente creo que deberíamos volver —apuntó con su dedo pulgar hacia el bar.

— ¿Pero sabes algo? —Preguntó Thomas, ignorando su propuesta—. Me agradan los desafíos.

¡Oh, mierda!

— Uhm, sí —Sam estaba incómodo y se levantó—. Mejor vamos, te vas a poner más ebrio…

Thomas esperó a darle una última calada a su cigarrillo antes de tirarlo al césped. Con ayuda de Sam se levantó, ya que se le dificultaba el pararse en el estado en que se encontraba.

Y entonces, casi de forma inmediata, Thomas aprehenso a Sam en un rincón y estampó sus labios sobre los de él.

¡Mierda! ¡Thomas estaba besando a Sam!

Pero fue durante casi un segundo, porque de forma precisa, Sam lo separó.

— Esto no está bien —negó, jadeando.

Eso solamente incentivó aún más a un lujurioso Thomas.

— Lo sé —asintió y quiso acercarse nuevamente a él para seguir besándolo.

Pero Sam sabía cómo pararlo. ¡Qué fuerza de control!

— No, en serio—le paró. A Thomas le gustaba que él se le negase, aparentemente—. Thomas, no va a funcionar así.

— No tiene que funcionar. No voy a comprometerte a algo —se rió Thomas incrédulo, tambaleándose un poco.

— Justamente por eso —soltó Sam y Thomas se separó un poco de él.

— ¿No me deseas? —preguntó después de un rato, sin comprenderlo. ¿Quién rechazaría una oferta de sexo casual con Thomas Flint?

— No es eso —confesó Sam suspirando. Pude sentir que esta vez era honesto. Él lo amaba.

— ¿Entonces? —sonrió Thomas y esta vez fue insistente para acercarse y besarlo. Quería mostrarle un poco de lo que podía ofrecerle para terminar por convencerle. Sam y yo sabíamos que si no lo controlaba, se dejaría llevar y sería terrible para sus verdaderas intensiones.

— ¡No puedo! —le negó rápidamente.

— ¿Por qué? —preguntó Thomas de la misma forma.

— ¡Porque estoy enamorado de ti! —tuvo que exclamar Sam para que Thomas en verdad dejara de insistir…

… Y lo logró. Él se quedó estático, mirándolo con sorpresa.

— Estoy enamorado de ti —suspiró Sam, comprendiendo que era muy pronto para que alguien normal aceptara esta respuesta en el tan poco tiempo que se conocían, pero también sabía que no tenía otra alternativa. Este era el momento ideal para decírselo.

Estuve expectante ante la respuesta de Thomas. Fue peor de lo que me imaginaba: se separó de Sam, algo aterrado.

— ¿Qué? —preguntó Thomas sacudiendo su cabeza. Juraría que acababa de alucinar.

— Sí —Fue firme.

— Sam… nos conocemos hace un mes —se reía Thomas, asombrado.

— No. Tú me conoces hace un mes —dijo y después tuvo que confesar—. Yo te conozco hace como cinco años, cuando Michael tocaba en el bar y se juntaba contigo.

No estaba segura de qué significaba lo que Sam acababa de decir, pero Thomas reaccionó a la defensiva ante la mención de eso.

— Solía trabajar en Inglaterra y… No era esta la forma en que quería que supieras esto; quiero ser tu amigo, quiero estar contigo, pero no de la forma en la que tú deseas. No de esta forma primitiva. Quiero algo serio contigo, Thomas.

Thomas no sabía exactamente cómo tomarse aquello, pero ya se estaba apartando completamente de él en varios sentidos cuando tuvo que decir aquellas palabras: de pronto, Sam ya no le era atractivo. Era muy fácil.

— Sam… yo… — se rascó la cabeza, incómodo—. A-Aprecio tus intenciones, pero yo no…

— No me amarás. Lo sé, y lo entiendo. No has amado a nadie desde Michael y te prometiste que no lo volverías a hacer —Sam se sabía aquello de memoria—. Pero creo que eso es ridículo, Thomas. No puedes limitarte de esa forma.

— ¿De qué hablas? —Thomas no se tomó bien eso—. ¡No sabes de lo que estás hablando!

— ¡Claro que sé! —Insistió Sam—. Te has vuelto una persona fría, tú no solías ser éste muchacho. Tan apartado de los sentimientos, tan negativo. No eras así. A ti te encantaba la idea de estar enamorado de alguien.

Thomas se puso a la defensiva.

— No me conoces —se mostró molesto por aquellas palabras que le habían tocado fuerte—. ¿Quién eres para decir que soy de una forma o de otra? Y no conoces a Michael. No lo conociste, así que no tienes idea de quién es él.

— Thomas, por favor, admite que has cambiado y que no puedes seguir siendo una persona tan frívola — Sam quería hacérselo entender. Pero definitivamente no era algo que Thomas tomaría bien.

— ¿De qué mierda estás hablando? —Le insultó, notablemente enfadado—. ¿Que soy de una forma o de otra? ¿Y a ti qué mierda te importa? Si cambié lo hice porque así lo deseo y porque así me siento cómodo. ¡No tienes ningún derecho a decirme cómo ser y cómo debo actuar!

Si a mí me dolía oír esto, a Sam le debía de doler el doble.

— Además… ¿cinco años? ¿Qué eres? ¿Un acosador? —decía despectivamente, incrédulo.

— ¡Thomas, no seas así! —Sentí la necesidad de aparecer y de interrumpirlos.

Ninguno de los dos se esperaba que yo estuviese allí.

— ¡Sam es una buena persona! ¡No lo trates de esa forma! —le discutí.

Él no comprendía por qué de pronto defendía a un desconocido.

— ¿Por qué le defiendes? —quería saber. Seguidamente nos miró a ambos y todo encajó—. Ustedes…. — me miró—. ¿Estabas al tanto de esto?

Oh, diablos, diablos…

— Thomas, lo que importa es lo que dice Sam, yo creo que es cierto y…

— ¡No sabes nada! —espetó él gritándome y me tensé—. ¡Ni siquiera me conoces lo suficiente para defender a un extraño!

— Si no te conozco es porque tú no me dejas conocerte —refuté yo.

— ¡Porque hay un motivo! —explicó él—. ¡Hay un motivo por el que no te cuento algunas cosas, Bella… y es porque no me siento cómodo al respecto!

Esto se sentía mal. Nunca antes Thomas me había gritado.

— Si no te cuento algo es porque no quiero contártelo. Te he ofrecido mi amistad y decides juzgarme como si nada; creyéndole a un imbécil que piensa que acosándome durante años me conoce lo suficiente para decidir cómo soy —miraba con desprecio a Sam.

— ¡No era mi intención hacerlo de esta forma! —quiso explicarse Sam.

— ¡Qué bien que descubrí la clase de persona que eras antes! —gruñó y decidió marcharse.

— ¡T-Thomas, espera! —fui tras él, no quería terminar la discusión de esta forma.

— ¡No! —Refutó él dándose la vuelta, regalándome una fría mirada—. Te he ofrecido mi amistad incondicional todo este tiempo, Bella… Si no te cuento algunas cosas es porque no deseo contarlas. Creí que respetarías eso. Pero evidentemente, prefieres creerle a un desconocido que te inventa cualquier cosa.

Desde su punto de vista, tenía razón. Él era mi amigo. ¿Por qué le había creído fácilmente a Sam?

— Thomas, perdóname, yo no quería… —sentí que iba a llorar.

— No, exactamente eso es lo que querías. Él quería usarte para acercarse a mí—refutó—. Déjame solo y por favor, no me vuelvas a hablar.

Se dio la vuelta, marchándose rápidamente.

Sentí un fuerte vacío en el pecho. Nunca en mi vida imaginé que podría estar en un punto donde Thomas me diría algo como esto. Era como si Edward me cortara. Me parecía imposible de creer a esta altura.

— B-Bella, lamento tanto lo sucedido —Sam rápidamente fue a consolarme—. Me siento pésimo, él tiene razón. No fue mi intención persuadirte. Sé que no me conoces, pero definitivamente no eran esas mis intenciones. Lo último que desearía es que terminaran su amistad por mi culpa.

Le miré fijamente a los ojos. Él tampoco tenía la culpa por todo esto.

— N-No te preocupes, también fue mi culpa. No debimos interferir en su pasado si ni siquiera nos lo ha contado. Tú no tuviste otra alternativa, era ahora o nunca —sequé rápidamente una de las lágrimas que caía por mi rostro.

Sam aprovechó para abrazarme y reconfortarme. Había sido más duro de lo que había imaginado.

.

(6) La tensión había sido suficiente para que Thomas decidiera marchase por su propia cuenta antes de que Sam lo hiciese. Sam me había dicho que era capaz de alejarse de Thomas con tal de que nuestra amistad no se viese más perjudicada, pero algo me decía que era cuestión de tiempo. Él no podía estar tan enojado.

Pero solamente eran suposiciones.

Volvimos a casa y no pude evitar sentirme triste al respecto. Me detuve en el living y Edward me miró fijamente.

— ¿Qué quieres que te diga? —me preguntó—. Lo que hiciste estuvo mal, Bella. Sabes cómo es Thomas y cómo reacciona cuando hablan de su pasado. No tengo ni la menor idea de lo que le ha sucedido, pero si no me lo ha contado, a mí no me interesa. Y en eso debiste pensar en eso. No debiste confiar en un desconocido…

— ¡No es ningún desconocido, Edward! —Bufé—. ¡Hasta hace unas horas le considerabas tu nuevo amigo!

— Pero Thomas es mi amigo por encima, habría confiado en él antes que en otra persona. Sam puede ser un buen tipo, pero no le conocemos ni sabemos lo que vivió hace unos años, cuando le conocía —dijo Edward.

Yo no podía creer que había defendido a quien había originado mi pelea con Thomas. Pero me di cuenta que no había sido él… había sido yo misma. Edward tenía razón.

— Es que… —él suspiró frustrado—. Bella, eres una buena persona y te amo por eso, pero no puedes meterte en la vida de los demás. No en donde no te llaman. Puedes ocasionar este tipo de cosas y…

— ¡Ya sé! ¡Y ahora mi amigo me odia! ¡Entiendo tu punto, Edward! —le gruñí cuando sentí que las lágrimas salían por mis ojos.

Me dolía mucho. Me dolía saber que la persona a quien jamás en mi vida había imaginado molesto conmigo, lo estaba en estos momentos.

Edward se acercó a mí para rascar mi espalda. Me calmé un poco.

— Lo siento, no quería hacerte sentir así —susurró encima de mi oído. Apoyé mi rostro en su hombro.

— Perdón por gritarte —sobé mi nariz—. Es que… no quiero perder mi amistad con él, no quiero.

— No lo harás, nena —me aliviaba—. He hablado con él. Me ha pedido disculpas por gritarte en la forma en que lo hizo. Simplemente está dolido. Deberías hablar con él.

Acaricié el colgante que él me había regalado. Si le había pedido disculpas a Edward, significaba que no se encontraba tan molesto conmigo.

Pero en realidad, se trataba de su forma de ser tan educada. Fui ese mismo día a su casa, y hablé por un buen rato con Jane, pero él se encerraba en su habitación, o cada vez que se paseaba por allí, me ignoraba por completo. Y eso dolía aún más. No se le iría fácilmente.

Al día siguiente en el trabajo, Melissa me preguntó cómo me encontraba. Estaba bien, aunque algo desanimada por todo. Aún no me había puesto en contacto con Sam. ¿Desaparecería de la vida de Thomas para siempre por nuestra amistad?

Edward me dijo que tenía que ser ingeniosa para que Thomas volviese a hablarme, al menos en esa misma semana; así que decidí visitarle después del trabajo. Me atendió en la puerta.

— Hola —le saludé y encima de mis brazos cargaba una pesada calabaza a la que le había hecho ojos y una boca con un cuchillo.

Él miró la calabaza con incredulidad y muy a su pesar, sonrió con diversión.

— No puedo estar mal contigo —confesé, sintiendo que los ojos se me aguaban. ¡Dios! —. Lamento en verdad lo que he hecho.

Thomas dudaba acerca de cuál sería su respuesta.

Y para mi alivio, suspiró.

— No lo sabías… —se puso de mi lado, razonando.

Miró la calabaza y luego a mí.

— Dame eso —pidió con una pequeña sonrisa contenida y le entregué la calabaza completamente feliz de encontrar un poco de redención de su parte—. No lo sabías, pero quiero que respetes mi privacidad, por favor.

— Lo haré —juré ciegamente—. ¿Me perdonas?

Puso ojos en blanco y me dejó pasar a la casa.

— Claro —suspiró ladeando una sonrisa. Me acerqué para abrazarlo rápidamente.

Sentir sus brazos alrededor de mi cuerpo fue un alivio completo.

— Puedes… hablar con Sam si deseas. Sé que ustedes se llevaban bien, sea por lo que sea que digan —dijo incómodo.

— No he hablado con él desde entonces, creí que te molestaría —mordí mi labio.

— No, no. Has lo que quieras —me dejó en claro—. Te perdono a ti, pero…

Le miré atenta.

— A él no se lo perdonaré nunca. No quiero saber nada más de él. Jamás —juró con frialdad y odio.

CAPITULO 9 Psicotrópico de chocolate

BPOV

— ¿Qué van a pedir? —nos preguntó el camarero.

— Un vaso con jugo —fruncí los labios, aclarando indirectamente que ya había desayunado.

— Un café cortado —dijo él sin problema, pero siempre pendiente de mis reacciones.

El camarero asintió y de forma educada se excusó con nosotros. No estaba muy segura, pero algo me decía que él no quería quitarme mucho tiempo con esto.

Suspiró, dando a entender que comenzaría con su disculpa.

— Antes que nada, quisiera aclararte el motivo de esta reunión, Bella —dijo—. No es que quiera volver a ser tu amigo, aunque serlo fue algo sensacional… Simplemente quiero tomarme el tiempo indicado para pedirte disculpas por todos los problemas que he ocasionado. Te he dado una pésima impresión de mí y lamento eso profundamente.

Sentí la necesidad de ser honesta.

— Al comienzo no estaba segura de esta reunión. No porque no quisiera volver a verte. Me caes bien, Sam, y eso lo sabes —aclaré—. Simplemente no sabía si Thomas aprobaría el hecho de que nos volvamos a juntar. No quiero que nos odie a ambos.

Sam bufó.

— No puede odiarte más de lo que me odia ahora a mí —El humor negro era un buen aliado suyo en estos momentos—. Odio la idea de que ustedes se distancien por mi culpa.

— No fue tu culpa. Fue mi culpa —repetí por tercera vez—. Además, él ya me ha perdonado hace unos días…

Este hecho le tomó por sorpresa.

— ¡Oh! ¿De veras? —lucía aliviado—. No tienes idea de cuánto me alegra oír eso, Bella. Temía haber arruinado su amistad.

El camarero apareció con nuestros pedidos y agradecimos en silencio.

— En realidad, él no tiene problema con que volvamos a hablar. Quiero hablar contigo. Honestamente, no creo que se moleste. Sabe que no volveré a armar ningún otro plan.

—Tampoco es que pretenda estar en otro —murmuró con desgano—. Es decir, ahora me odia y no me ha vuelto a llamar para terminar con nuestro trabajo. Pero lo hará, tarde o temprano lo hará… supongo. Pero…

— ¿Pero…? —pregunté con dulzura luego de beber un trago de mi jugo.

— Es difícil, ¿no? —Torcía una mueca—. Olvidar a alguien.

— Tal vez porque no debemos olvidar a la gente. Sino superarlos —probé en decir.

— Superar después de algo como eso, no parece tarea difícil, ¿eh? — me preguntó con una sonrisa nostálgica.

No supe qué contestarle. No había forma de que Thomas volviese con él. Y quizás la única forma en la que él podría olvidarle era esta.

Sentí la obligación de hacerle sentir mejor. Acaricié su mano suavemente. El detalle le tomó por sorpresa.

— Todo va a salir bien, ¿sí? —prometí esperanzada.

Él ladeó una pequeña sonrisa y me lo agradeció.

— Ojalá nos hubiésemos conocido en otras circunstancias, Bella. No sé mucho de ti —ese detalle parecía entristecerle un poco.

A decir verdad, yo tampoco sabía mucho de él.

— Bueno, olvidemos a Thomas y hablemos de nosotros —encogí mis hombros, ofreciéndole la oportunidad —. ¿Qué estás haciendo ahora?

— Sigo trabajando en mi página de Internet. Doy muchos consejos útiles de moda allí. Como por ejemplo, qué tipo de colores debes usar en cada temporada, qué tipo de vestimenta beneficia o realza a tu cuerpo. Son consejos que la gente común y corriente buscaría —Sam tenía otro aire y brillo en los ojos cuando hablaba de su carrera. Fue entonces cuando recordé que él era diseñador de modas.

— ¿Qué consejos me darías? —pregunté con diversión.

— Tienes unas hermosas piernas. Enséñalas —asintió con seguridad—. Y usa blusas transparentes encima de sostenes de colores fuertes. Como el negro, por ejemplo. Eso realzaría tu cuerpo.

Me agradaba la idea, pero el solo pensar en salir en la calle vistiendo eso me recordaba lo poco que le gustaba a Edward esa alternativa cuando salía sin su compañía.

— Algún día podría acompañarte a ir de compras —él me ofreció.

Anteriormente lo hacía Alice. Después Thomas. Sentí que le traicionaría si aceptaba, pero si quería una amistad con Sam, debería tomarme muy en serio las palabras de Thomas acerca de que "podía ser su amiga sin problemas".

— Claro —asentí.

Un muchacho pasó a nuestro lado y se detuvo en el momento en que nos vio. De reojo creí que sería un compañero de Sam que acababa de reconocerle, pero al alzar la cabeza me encontré con que se trataba de Damian.

— ¡Damian! ¡Hola! —saludé animada. ¡Qué casualidad!

— ¿Qué haces por aquí, Bella? —me preguntó él riéndose—. ¿Quieres conseguir el nuevo título de llegadas tardías?

Entrábamos a trabajar a las nueve y apenas eran las ocho y veinte. El trabajo estaba a pocas calles de este bar.

— Estoy a tiempo —chasqueé la lengua—. Tú eres el obsesivo que desea llegar temprano siempre.

Él se rió y seguidamente se dio cuenta que estaba interrumpiendo mi plática con Sam. Tuve que presentarlos.

—Damian, él es mi amigo Sam. Sam, él es Damian, mi compañero de trabajo —los presenté.

— Mucho gusto, Damian Labeuf —Damian se mostró interesado en Sam, como si le pareciera familiar.

— Sam Schmetterling—él saludó.

— ¿Schmetterling, eh? —pronunció Damian rápidamente.

— Lo pronunciaste bien —se rió Sam ligeramente sorprendido de que alguien lo hiciera.

— Es alemán. Me gusta el alemán —asintió con simpatía.

— A mí no tanto —agregó Sam encogiéndose los hombros.

Damian, como el muchacho energético y simpático que era, se rió.

— Entonces… ¿te veo al rato? —me preguntó Damian al ver que seguiría con mi conversación con Sam.

— Oh, no —Sam respondió—. No quiero que llegues tarde por mi culpa. Además, tengo que ir terminar con los arreglos de un vestido que me encargaron.

— ¿Eres diseñador? —le preguntó Damian.

— Sí —asintió Sam mientras se levantaba y cargaba su mochila.

— Espera, ¿tienes una página de Internet, verdad? —Damian parecía recordar de dónde le conocía.

— Un Blog, en realidad —aclaró Sam.

— ¡Con razón tu apellido y tu cara me parecían tan familiares! —Damian se reía al darse cuenta tan tarde —. Me gusta tu página. Tienes muchos seguidores.

Sam se ruborizó, avergonzado.

— Oh, gracias, no es la gran cosa…

— Me gustaría preguntarte un par de cosas. ¿Podríamos reunirnos en alguna ocasión y tomar algo? — Damian ofrecía con interés.

Esto nos tomó por sorpresa a mí y a Sam. Quizás más a mí, sabiendo las preferencias sexuales de Damian.

— Eh… sí, claro, ¿por qué no? —Sam tardó en reaccionar e intercambiaron sus números de celular.

Me despedí de Sam al igual que Damian y fuimos juntos al trabajo.

— ¿Qué fue eso? — pregunté entre risas en el momento justo cuando nos retiramos.

— Nada —se excusaba él, frunciéndome el ceño—. Lo invité a salir. ¿Hay algo de malo en eso?

— No, supongo que no —dije pensativa.

No conocía lo suficiente a Damian para saber cuáles eran sus verdaderas intenciones con Sam. Quizás, "salir a beber algo" para los homosexuales era salir a hablar para conseguir un amigo o tal vez para follar directamente.

Quién sabe.

.

(1) Casi todas las tardes me pasaba en casa de Thomas y Jane, aprovechando que Edward perdía tiempo con sus alumnos. Esta vez pasé la tarde con Thomas ayudándolo con una de sus nuevas inspiraciones para un par de fotografías.

No era la gran cosa. Estaba sentada en uno de los sillones del living usando ropa que no era mía: blusa negra con motas blancas, falda oscura y medias de lana. Llevaba el cabello recogido, apenas me había retocado el maquillaje y era la tercera vestimenta que estaba usando para la sesión.

A veces no me gustaba recordar lo que estaba haciendo, ya que estas fotografías serían vistas por muchos de sus compañeros o conocidos. No es que tuviese que posar demasiado, simplemente me sentaba allí de una forma u otra hasta recibir la aprobación de Thomas. Incluso había puesto música de fondo para inspirarse un poco.

— Hace mucho que no hacemos esto, ¿no? —pregunté recordando la última vez que lo habíamos hecho. El recuerdo me provocaba amargura. No eran buenos tiempos.

— Te lo iba a pedir en algún momento de una forma u otra —comentaba detrás del lente—. Sam incluso iba a prestarnos un poco de su ropa.

Me tensé al oír que lo mencionaba.

— ¿De quién es esta ropa? —se lo pregunté. Era bonita.

— De una amiga —comentó casualmente, concentrado en el lente—. Si hubiese esperado un poco más de tiempo antes de su tonta declaración, habría colgado estas fotografías en su blog.

Parecía como si el tema ya estuviese superado. Me aterraba la sola idea de encontrarme en Internet.

— ¡Gracias a Dios! —suspiré aliviada y él se rió en silencio.

Me pidió que me encorvara un poco para las últimas fotografías.

Cuando terminó, me mordí el labio.

— Solamente para que lo sepas, he estado hablando con él —Listo, lo había soltado, podía respirar tranquila.

— No tengo problema con que hables con él, Bella —él sonaba desinteresado mientras revisaba las fotos en su cámara.

Las iba a pasar a la computadora para observarlas mejor.

— Es decir, puedes ser su amiga si quieres. Que yo lo odie no significa que debas odiarlo también —explicó brevemente con paciencia.

— No hablamos de ti —fui honesta—. No es un obsesivo como tú piensas.

— Lo que yo piense de él es irrelevante, porque no será lo mismo que tú —me dijo—. Bella…

Puse atención mientras veía suspiraba y se rascaba el cuello.

— No ha pasado gran cosa antes de que me conocieras —empezó a decir y mi corazón latió con prisa. ¿Me contaría sobre su pasado?—. Sí, tuve un novio. Se llamaba Michael. Nuestra relación me demostró que no sirvo para tener relaciones y estoy bien con eso. ¿Me has notado triste?

Indirectamente…

— No —dije.

— Porque no lo estoy. No tengo malos recuerdos, no tengo problemas psicológicos, no tengo verdaderos problemas… o al menos no necesito que alguien más me ayude para resolverlos, creo yo —encogió sus hombros.

O realmente no tenía problemas, o estaba tan jodido que ni se daba cuenta de cómo guardaba su pena.

— Vine aquí a Nueva York porque quería dejarlos atrás. Y ahora que lo he logrado, te pido como buena amiga que ya no hablemos más del asunto.

Me mordí el labio.

— ¿Sabes que lamento lo que ha pasado, verdad? —sentí la necesidad de hacérselo saber.

— Sí —dijo ladeando una sonrisa—. Y realmente puedes hablar con Sam si quieres. Tampoco desconfío que estén armando planes porque sé que no lo harás y sea lo que sea que intente hacer él, no va a funcionar. Para mí ya no existe.

Ugh, qué crudo.

— Ahora, ¿vemos las fotografías? —me preguntó cambiando de tema mientras se sentaba frente a la Notebook.

Según Thomas habían salido bonitas, pero por más que a mí me gustaran, me avergonzaba mucho verme en la pantalla.

Cuando tocaron el portero, Thomas bajó a atender pensando que sería Jane que se había olvidado – otra vez – la llave. Aproveché para ir hasta el dormitorio de ella para cambiarme la ropa.

Lo último que me faltaba era colocarme encima la blusa que había traído, pero para mi mala fortuna, se había enganchado con el broche de mi sostén.

— Maldita sea… —gruñí en voz baja, intentando sacarlo de encima.

Había oído que Thomas volvía al apartamento y en compañía de alguien más. Abrió la puerta del dormitorio y por un segundo pensé que era Jane, pero entonces oí que carraspeaba una voz masculina.

— Thomas, ¿me ayudas con esto? La blusa se enredó con mi sostén y no puedo quitármelo —pedí intentando sin logro alguno.

La mano de Thomas se acercó a mi espalda. Estaba helada y eso me sorprendió, pero antes de que se lo preguntara, ya me había separado la blusa del broche que se encontraba en mi espalda.

— Ah, gracias.

(2) Me di la vuelta y encontré a un muchacho despeinado, flacucho y con gafas sonriéndome.

Pegué un gritito y me cubrí rápidamente. El chico se echó para atrás con sorpresa y volví a observarlo. ¡Acababa de tocarme!

Y antes de decir algo, sentía que necesitaba hacerle saber que lo que acababa de hacer estaba mal, así que le di una cachetada.

— ¡Hey! —se consternó y llevó una mano a la zona afectada—. ¿Por qué la cachetada? ¡Creí que el grito había sido suficiente!

— ¡Hago lo que quiero porque eres un degenerado! ¿Cómo vas a tocar mi sostén así como si nada? —me indigné.

— Pediste ayuda —frunció el ceño, explicándose. Tenía acento británico.

— ¿Te llamas "Thomas"? —remarqué eso, molesta.

— No, Andrew —sonrió como si nada y estiró la mano para estrechar la mía, pero yo no la recibí. ¿Quién era este tipo?

Thomas apareció en el dormitorio rápidamente.

— ¡Andrew! —le reprendió, molesto—. ¡Te dije que tocaras la puerta antes de entrar!

— ¡Lo siento! Solamente estaba ayudando a tu novia —se reía el muchacho.

— No soy su novia —le fruncí el ceño.

— Oh, ¿no eres la muchacha con la que vive? —me preguntó con asombro.

— No, no soy yo… ¿Y por qué sigues aquí? ¡Ah! ¡Vete! —le golpeé varias veces en el hombro para que se marchara de una vez. ¡Me estaba viendo casi desnuda!

— ¡Bueno, bueno! ¡Me voy! —se excusó y salió del dormitorio.

— Debiste cerrar la puerta —Thomas dijo después de un rato, como si me reprendiera por ello.

— ¡Debió tocar! —bufé mientras me terminaba de colocar la blusa encima—. Además, ¿quién es?

Thomas suspiró. Era como si le molestara la presencia de ese muchacho.

— Es mi hermano menor —me contó.

Fue todo una revelación. No conocía a nadie de su familia.

— ¿Tu hermano, el niño? —pregunté.

— Sí, mi hermano. El niño infantil que todavía no crece —puso los ojos en blanco y fue hasta el living. Lo seguí.

Encontramos a Andrew revisando cada rincón de la casa como si memorizara los detalles.

— Es algo peculiar —me comentó Thomas muy bajito.

— Es un lindo apartamento —asintió varias veces, sorprendido—. Pero las calles son un asco. No pude andar en ninguna parte.

Señaló la patineta que había traído.

— Porque nadie anda en patineta en Nueva York —explicó Thomas suspirando mientras tomaba su patineta para ponerla en otro lado que no sea la mesa de la cocina.

— Pero en el Central Park se podrá, ¿verdad? —preguntó con emoción.

— Ya veremos. Primero, ¿quieres explicarme qué rayos haces aquí? —le preguntó su hermano mayor.

— Te dije que vendría a vivir contigo —encogió sus hombros y se rascó el cuello.

— ¿Cuándo dije que podías? —Thomas se indignó. No le agradaba para nada la idea.

— ¿Cuándo dijiste que no podía? —reformuló la frase con una sonrisa picarona.

— Pero, ¿lo saben nuestros padres? ¿Y qué hay de la Universidad? —parecía ser que su hermano tenía muchos planes allá en Londres.

— La dejé —sonrió con… ¿satisfacción?

— ¿Cómo que la dejaste? —Thomas se masajeó la sien, estresándose.

— Te dije en diciembre que estaba cansado de estudiar. Tú y yo sabemos que mi vida es mucho más que la de un simple contador de oficina. Quiero estudiar cine. Quiero seguir lo que tanto me apasiona de una vez por todas —fantaseaba con emoción caminando de un lado al otro. Me produjo algo de ternura.

— Sí, pero… ¿y nuestros padres? ¿Qué han dicho al respecto? ¿Están de acuerdo, verdad? —Thomas preguntaba como si supiese que la respuesta no era afirmativa.

— Sí, bueno… —Andrew torció una mueca, incómodo—… Digamos que no están del todo de acuerdo con eso. En realidad, discutí con ellos y no saben todavía que estoy aquí.

— Oh, por Dios. ¿No lo saben? ¡Van a matarme, Andrew! —Por la forma en que hablaban, me hacía pensar que Thomas cuidaba de Andrew constantemente—. Van a creer que yo te dije que vinieras.

— Claro que no —frunció el ceño—. Les dije que lo haría y lo hice.

Se miraron durante unos segundos, evaluando la gravedad del asunto. Thomas quería hacerle entender que esto no era nada bueno.

— Ya sé, ya hablaré con ellos por teléfono. No te preocupes — Andrew chasqueó la lengua, restándole importancia.

— Pero, ¿por qué no me avisaste? ¿Viniste solo desde el aeropuerto? —A Thomas le interesaba este aspecto también.

— No te avisé porque siempre andas ocupado. Nunca respondes mis llamadas —su hermano le acusó—. Siempre hablas con Lola, pero nunca me hablas a mí.

Thomas no contestó. Al parecer, esto era cierto y se sentía culpable. El nombre "Lola" se me hizo familiar. ¿Su hermana mayor, quizás?

— Además, ¿no será divertido vivir juntos como cuando éramos jóvenes? —sonreía con emoción.

— No voy a cuidarte —le advirtió su hermano mayor.

— No necesitas cuidarme —frunció el ceño y luego su expresión se suavizó. Se había ofendido—. Pero es bueno saber que mi hermano mayor no quiere cuidarme.

Thomas chasqueó la lengua.

— Sabes a qué me refiero —aclaró mejor.

— Tengo dinero —le comentó con optimismo, como si fuese algo inusual—. Conseguiré trabajo. Las escuelas de cine no son tan caras. Será sencillo.

Su hermano mayor se lo pensó un buen rato. O tal vez no tenía ganas de discutirle porque sabía que si recibía una oferta como esa, tal independencia, sería algo bueno.

— Ahora, ¿dónde dormiré? —preguntó Andrew sin querer sonar tan atrevido.

— Hay un espacio en la habitación de Jane —Thomas me comentaba a mí, viendo que esto era un problema.

— ¿Quién es Jane? —Andrew interrogó.

— Mi compañera de habitación —dijo él—. Tendremos que intercambiar las habitaciones, pero primero quiero llamar a Lola.

— ¿Por qué siempre llamas a Lola? —Andrew se quejó mientras se acercaba a la cocina para servirse un poco de agua.

— Porque Lola siempre sabe qué hacer —le respondía Thomas esperando a que atendiera el teléfono. Se alarmó en cuanto vio a Andrew con el vaso de vidrio—. ¡Ah y ten cuidado de…!

Andrew se alarmó por la advertencia mientras bebía el agua y dejó caer el vaso en el suelo. El vidrio se rompió en mil pedazos.

—… no tirar el vaso —negó una y otra vez—. Perdona a mi hermano, Bella. Es muy torpe. Incluso más que tú.

¿Más que yo?

Thomas comenzó a hablar con Lola por el teléfono. Aproveché para ayudar a Andrew a levantar los pedazos de vidrio que estaban en el suelo.

— ¿Más torpe que tú? —me preguntó bufando, pero sonaba amable.

— No soy tan torpe —le avisé, sintiendo que estaba mintiendo tontamente.

Me concentré en los pequeños pedazos que serían difíciles de barrer. Por algún motivo, me sentía incómoda tan cerca de él.

— ¿Tú eres la chica de la foto, verdad? —Me preguntó con interés—. Thomas me enseñó una fotografía que te había tomado en una ocasión.

— Ah, sí —comenté avergonzada—. Soy su… uhm, modelo…

Andrew asintió silenciosamente antes de volver a hablar.

— Mira… lamento lo que pasó —se disculpó intentando romper el hielo—. No soy un depravado. Al menos no así, digo…

Por algún motivo, esto me dio algo de risa.

— Es que… creí que eras su novia y planeaba hacerle una broma —comentó esto a modo de secreto mientras terminábamos de levantar los pedazos de vidrio.

— No, no lo soy —le avisé—. Y será mejor que cuides tu comportamiento o las chicas se espantarán de ti fácilmente.

— Oh, las chicas ya se escapan de mí fácilmente —sonrió avergonzado, acomodando sus gafas—. Oí que las chicas yankees son más divertidas.

— Bueno, supongo que tendrás oportunidad con alguien aquí —encogí mis hombros para levantarle un poco el ánimo.

— ¿Crees que pueda tener una oportunidad contigo? —preguntó ladeando una pequeña sonrisa.

El muchacho era atractivo, y en otra ocasión me habría sonrojado, pero sus palabras me hicieron sentir fatalmente incómoda.

— Eh…

— Tiene novio, Andrew —avisó Thomas cuando cortó la llamada. Al parecer, había escuchado el comentario de su hermano—. Ya te lo dije varias veces. Así que compórtate.

Andrew se avergonzó torpemente.

— ¿Oh, sí? —me lo preguntó directamente.

— Sí —le rechacé, incómoda—. Prueba tu suerte con otra chica, mejor.

Intenté no incomodarlo, pero era inevitable. Para cuando me acerqué a Thomas, pude oír que él se decía a sí mismo "Idiota".

.

Llegué a casa y encontré a Edward dando clases, esta vez a tres estudiantes. No me prestó mucha atención cuando ingresé porque estaba explicando algo en la pequeña pizarra que había comprado.

Pero a mí me llamó la atención que tuviese el traje puesto. ¿Ya eran la siete de la tarde y no se había cambiado?

Me quedé sentada en el living revisando mi teléfono mientras oía como los estudiantes se despedían de él. No lo había notado, pero Edward era bastante severo. Se molestaba cuando sus estudiantes no daban la tarea entera pero no se molestaba en explicar. Yo lo definiría como un profesor eficiente, pero de esos que te incomodan si no haces las cosas bien.

A veces, sentía como si fuese un completo extraño dando clases. No se parecía al Edward del cual estaba acostumbrada.

Cuando cerró la puerta, mi corazón pegó un saltito. Ahora estábamos solos.

Me vio y suspiró agotado, pero esa hermosa sonrisa seguía oculta allí.

— Hola, profesor —le saludé cruzando mis brazos.

Negó varias veces para sí mismo.

— Ahora entiendo por qué Mark los odia —se sentó a mi lado del sillón—. A veces me dan ganas de golpearlos en la cabeza, pero luego recuerdo que es ilegal.

— E inmoral —agregué, concentrada en la mano que había depositado en su bolsillo. Separaba sus piernas lo suficiente para que pudiera observar con deleite su entrepierna.

— Pero solamente hay una cosa por la que vale la pena tomarse el tiempo —dijo con aire satisfecho.

— ¿La enseñanza? —pregunté.

— El dinero —especificó.

Me reí acercándome a él para abrazar su brazo. Entonces, sentí olor a tabaco en su ropa.

— Has estado fumando —le acusé apoyando mi rostro en su hombro con dulzura.

— Sí, lo sé —reconoció bajando la cabeza con nostalgia, como si no lo pudiese evitar.

— Thomas fumó mucho hoy —comenté de casualidad.

— ¿Están mejor? — preguntó por la pelea que habíamos tenido.

— Sip—contesté—. Dice que tendrá las fotografías mañana.

— Espero verlas —dijo. No necesitaba preguntárselo para saber que se encargaría de ser el primero en verlas. Qué celoso.

— No te has quitado el traje —murmuré encima de la tela de su saco.

— No me di cuenta —se miró por largos segundos la ropa. No le molestaba, al parecer.

En medio del silencio, nos distrajo el ronroneo en Jella. Se estaba moviendo inquieta sobre el suelo, como si le picara algo.

— ¿Han decidido qué van a hacer con ella y Eugene? —preguntó Edward mirándola con curiosidad.

— Esme no tiene problema. Dice que debemos cruzarlos en el territorio de la hembra. Vendrá la semana que viene, supongo —encogí mis hombros.

— ¿Y qué haremos con los gatitos? —preguntó y esta vez jugaba con un mechón de mi cabello, absorto.

— No me gusta la idea de separarlos de su madre —fruncí mis labios—. Pero debemos venderlos, ¿no?

— Es tuya, nena. Lo que decidas me parecerá bien —dijo con una voz baja bastante apetecible.

Y es que él se veía bastante apetecible con ese traje. Quería quitárselo.

— Estoy algo cansado —bostezó, sin ánimos—. Creo que me daré un baño.

Se levantó del sillón y sentí que la presa se me estaba escapando.

— Te acompaño —dije con casualidad también levantándome.

Apresuré mi paso y llegué antes que él. Se lo veía agotado después de enseñar horas extras a esos alumnos, por lo que no debía de estar de humor para otras cosas, pero yo sí. Y quería que usase su traje en el momento.

Abrió la llave del agua de la bañera y la imagen que apareció en mi cabeza de su cuerpo sumergido en el agua caliente me mojó.

Me recosté en la cama y di gracias al cielo que hoy estaba usando shorts. Mi plan funcionaría.

Estaba desacomodándose la corbata cuando alcé mis piernas al aire.

— ¿Te gustan mis piernas, Edward? —jugué un rato con él.

Él me dio una sonrisa torcida.

— Me encantan —aseguró.

— ¿En qué parte de tu cuerpo, exactamente? —mordí mi labio mientras él se quitaba el saco. ¡Lo estaba perdiendo!

— Mmm, no lo sé —jugó él, pero no se había acercado a mí todavía. Realmente planeaba bañarse, cenar y acostarse a dormir.

— ¿En tus caderas? —pregunté sugestivamente y él asintió riéndose, mientras se quitaba el reloj.

Nunca fui buena jugando, de todas formas.

— Está bien, seré honesta —me senté en la cama rápidamente, captando su atención—. Me pone mucho verte en traje. Estoy mojada. Te quiero ahora.

Se notaba que Edward no esperaba aquello cuando me miró con sorpresa.

— ¿Qué hago? —crucé mis brazos para que mis pechos – mis pobres y planos pechos – se alzaran un poquito más. Mordí el labio, sabiendo que eso sí serviría.

— Nena, me has tomado por desprevenido —se reía él, un poco atónito.

Solamente había una cosa que podía funcionar ahora.

— Es que… —fingí timidez—… me he depilado hoy.

Parpadeó sorprendido.

— ¿Hoy? —preguntó evaluando con interés.

— Sí, hoy —asentí porque era la pura verdad.

A Edward le gustaba que estuviera bien depilada.

— ¿Quieres comprobarlo? —pregunté mordazmente y desprendí el botón de mis shorts para bajarlo lentamente y que se viera un poco de mi pelvis desnuda.

Los ojos de Edward, instalados en mis pezones ahora erectos, fueron rápidamente hasta mi cadera. Sonrió con malicia cuando encontró que esto era cierto.

— Puedo masturbarme si estás cansado —propuse encogiéndome los hombros al ver que el pequeño bulto en su entrepierna comenzaba a crecer.

— No —sentenció él con autoridad.

¡Demonios, eso sí que me ponía!

— No estoy cansado —aseguró con otro aire más atento que unos minutos atrás.

Me estiré en la cama para recostarme mejor y en seguida, lo tenía sentado a mi lado, acariciando mis piernas con deleite, todavía sin quitarme los pantalones de encima.

Nuestros rostros estuvieron a cortos centímetros. Su boca atrapó la mía y su barba me picaba, pero en un buen sentido.

Su aliento sabía a tabaco y el mío a chicle de menta, una buena combinación. Su boca descendió hasta mi cuello para ronronearme allí y fui consciente de que conseguiría acostarme con él en traje, como si fuese un profesor.

—Uff, profesor —solté un gemido cuando una de sus manos acarició uno de mis senos.

Edward soltó una pequeña risa atónita. Me gustaba eso.

— Me encantaría ser su alumna —confesé en un tono sugestivo, mordiendo mi labio a propósito.

Sus ojos se volvieron dos esmeraldas completamente oscuras por el deseo, por la malicia. Le había gustado por completo la idea.

— ¿Tienes alguna especie de fantasía? —me preguntó con voz ronca. Mi cuerpo palpitó y quise refregarme por él con deseo.

— No lo sé, profesor. ¿Usted la tiene? —utilicé una voz inocente que era completamente contradictoria a los pensamientos que estaba teniendo en ese mismo instante.

Entrecerró los ojos y en respuesta, se acercó para besarme de nuevo. Esta vez, su lengua jugó con la mía.

Era el mismo tipo de beso del que habíamos compartido en la cabaña, de esos que te preparan de la mejor manera. Y estaba haciendo estragos en mi cuerpo ahora que me sentía muy mojada.

Y entonces, él se separó para tirar lentamente de mis shorts, haciéndome temblar por completo.

EPOV

La ropa interior de Bella era blanca, lo suficiente para volverse transparente por sus jugos. Ella tenía razón. Se había depilado por completo.

Intenté no ser evidente pero la sola imagen me hizo gemir.

— Vaya. No mentía. En verdad está mojada, señorita Swan.

En mi mente, traté de captar la idea que tenía acerca de una fantasía. Así que decidí tratarla como si fuese una alumna más.

Y vaya que la idea me excitaba.

— A-Ah… —gimió cuando mis dedos comenzaron a masajear sus labios con suavidad por encima de la tela de sus bragas.

Podía imaginarla. Estaba tan sensible que cualquier cosa le ponía nerviosa.

Si en otro mundo, Bella hubiese sido mi estudiante, no habría aguantado. Le habría quitado los pantalones de un tirón y la habría follado durante horas. O mejor: le habría pedido favores sexuales con tal de aprobarla.

— A-Ah, profesor Cullen… —gimió pidiendo atención cuando mi dedo índice hizo presión en su clítoris.

—Shh—la silencié como si esto fuese un secreto—. Señorita Swan, cállese.

— E-Esto está mal —Bella se metió de lleno en el papel como si fuese una estudiante inocente que acababa de ser apresada por su profesor—. N-No podemos hacer e-esto…

Y la bendije en todos los idiomas posibles.

— ¿Quiere aprobar, no es cierto? —jugué con la tira elástica de su ropa interior.

Bella fingió preocupación y asintió.

— Bueno, tiene que compensar de alguna forma sus bajas notas—le dije.

— P-Pero... yo… yo no sé…

Pero puta madre, qué bien le salía.

— Yo…. Yo nunca he estado con un hombre, nunca he…

Usaba esa voz tan inocente, tan provocativa. ¡Mismísima mierda, ella me iba a matar!

— Oh, no se preocupe —sonreí con malicia, imaginando que ella era completamente virgen—. Seré bastante cuidadoso. Aunque tengo que admitir que estoy severamente molesto con sus calificaciones, de modo que tendré que ser estricto y duro con usted. ¿De acuerdo?

— P-Prométame que nadie lo sabrá, por favor —mordió su labio, acariciando mi mano.

Sonreí con lujuria.

— Descuide. Nadie se enterará de esto. Será un secreto entre usted y yo —garanticé sintiendo que ahora tenía el completo control de la situación, tal como me gustaba.

Fui directamente hasta su cintura y separé sus piernas. Ella gimió y la encontré húmeda. Tenía las bragas completamente mojadas.

— Usted está goteando —miré a sus ojos con autoridad—. Eso significa que muy en el fondo, usted está disfrutando del momento.

Bella se sonrojó. No paraba de morderse el labio.

— Es que… e-estoy enamorada de usted, pro-profesor Cullen—tembló al confesarlo, como una niña.

Sonreí en mi interior.

— Y yo la deseo desde el primer día en que la vi, señorita Swan. Sus piernas, sus senos y ese hermoso trasero… no puedo evitar ser indiscreto.

Ella jadeó con pesadez y decidí ir al grano.

Mi rostro fue directamente hasta su intimidad y besé sus labios por encima de la tela con posesividad.

— ¡Aaaay!—chilló Bella con sorpresa.

La conocía. Sabía que en este momento estaría diciendo alguna grosería, pero fingía ser una completa virgen, así que cualquier toque le provocaba vergüenza y timidez.

Mi nariz acariciaba cada rincón y me sentí drogado por el aroma impregnado en ella. El aroma de la esencia de mi Bella. Siempre perfecto.

Con mis dientes, tiré de sus bragas para quitárselas. Gimió con sorpresa y cruzó las piernas intuitivamente.

— M-Me da vergüenza, pro-profesor… —confesó.

Oh, sí. Oh, sí.

— Eso debiste pensar cuando decidiste bajar tus notas —dije separándolas con firmeza y adentrando mi dedo mayor en su interior. Estaba apretada, mojada y muy, pero muy caliente—. ¿Te gusta?

Bella gemía inocentemente cada vez que mi dedo empujaba dentro de su cuerpo; se mordía los labios, cerrando los ojos y sonrojándose por el placer.

— ¿Sí? —recalqué aquello al no obtener una contestación de su parte.

— S-Sí… —jadeó ella, asintiendo varias veces.

— ¿Te gustaría que fuese mi polla? —pregunté con malicia, sintiendo que mi miembro pulsaba del placer. Necesitaba follarla pronto.

Ella abrió los ojos sorprendida y fingió deliberar. Tragó saliva y asintió con seguridad.

Me deshice de mi cinturón y bajé el cierre del pantalón, no iba quitármelos a la hora de liberar mi miembro. Ella dijo que se sentía excitada por la idea de verme en traje, y ciertamente a mí me gustaba encontrarla desnuda desde la cintura para abajo.

Tomé mi miembro y lo posicioné en su entrada. Ella gimió, y por un momento fantaseé cómo habría sido si en nuestra primera vez, Bella hubiese sido una completa virgen. Lo era, metafóricamente hablando. Pero la idea de ser el primer hombre en estar dentro de su cuerpo era un bendito placer.

Gimió en voz alta al sentir la punta de mi miembro posicionada en su entrada. Entonces, lentamente, me adentré en ella.

Bella se retorció de placer en la cama, arqueándose y gimiendo varias veces con las mejillas sonrojadas.

— ¿Puedes sentirme? —pregunté lascivamente, disfrutando de la sensación de su estrechez y calidez. Sus piernas eran hermosas —. ¿Puedes sentir mi polla en tu concha?

— A-Ah, profesor… me dan vergüenza… sus palabras —gimió aún más sonrojada.

Bella se estaba metiendo muy profundamente en el papel.

— Te hablaré sucio porque así lo deseo, ¿bien? —demandé acercando su cintura abruptamente hacia la mía, para enterrarme aún más.

Ella asintió gimiendo.

Comencé a follarla lentamente, fantaseando con que su cuerpo era frágil, virginal, inocente, y que yo era el primero en ser un intruso allí. Con el tiempo, aumenté el ritmo de las embestidas excitándome al oírle gemir más y más alto.

— ¡Pro-Profesor, me vengo! ¡Me vengo! —anunció ella sintiendo vergüenza de admitirlo.

Aproveché y seguí empujando una y otra vez, sin detenerme, hasta que ella dio un último gemido que se prolongó dulcemente.

Disfruté de su estrechez y de su humedad al sentirla venirse.

— ¿Quieres más? —probé en decir con malicia.

— S-Sí, quiero más, sí —asintió varias veces, con urgencia. Como una chica que acababa de probar por primera vez el orgasmo en su vida.

Saqué mi miembro de su cuerpo y la obligué en posicionarse en cuatro. Aproveché la ocasión para propinarle una nalgada.

— ¿Vas a sacar mejores notas? —pregunté y ella asintió. Volví a azotarla y gimió—. ¿Sí, qué?

— S-Sí, pro-profesor… —respondió ella y volví a azotarla.

— ¿Profesor qué? —mi voz era autoritaria.

— ¡Pro-Profesor Cullen, sí, sí! —asintió y rápidamente me introduje en ella y comencé a follarla con ganas, con prisa.

El ritmo que estaba adquiriendo era enloquecedor. Todo esto me enloquecía. La fantasía, su cuerpo, sus gemidos. Disfrutaría tanto de mi trabajo si Bella fuese mi alumna. La tendría así todos los días. Me la follaría todos los días sin importar que fuese el primer hombre. La azotaría, la obligaría a usar faldas, la manosearía constantemente y la amenazaría con desaprobarla si se negaba. Oh, cielos, la mejor fantasía de todas.

— ¡M-más, más, profesor, más, quiero más! —pedía ella una y otra vez.

— ¿Verdad que quieres más? ¿Verdad que te gusta, eh? —gruñí, tirando de su cabello.

— ¡Sí! ¡Quiero más de usted! ¡Todo de usted! ¡Más! —jadeaba con locura.

Mis caderas se movían a un ritmo demencial; podía sentir el sonido del entrechoque de nuestros cuerpos y cómo la cama se movía una y otra vez conforme follaba disfrutando de la vida de ese hermoso trasero. ¡Ugh! ¡Quería follarlo!

— ¡M-Me vengo de nuevo, profesor! —anunció ella entre gemidos altos.

— ¡Dámelo, dámelo todo!—grité y empujé mis caderas varias veces con tanta locura y excitación.

Y me vine. Ella se vino. Fue fuerte, agotador, profundo, duro, potente… y muy mojado.

Me recosté en la cama – cien veces más agotado de lo que había estado hace unos minutos – con la respiración agitada. Bella jadeaba una y otra vez con el rostro apoyado en la almohada.

Nos miramos y nos entramos a reír.

— Eso estuvo genial, profesor Cullen —me sonrió ella.

— Lo sé —jadeé dándome la vuelta, para recostarme con la espalda pagada al colchón.

— Nunca hemos hecho esto, ¿no? —se interesó por hablar de aquello—. Probar cosas nuevas. Incluso hemos abandonado los juguetes, el Kamasutra…

Aproveché la oportunidad.

— Si tienes ganas de probar cosas nuevas, yo puedo ayudarte en eso —acaricié sugestivamente su cintura y le guiñé el ojo.

Ella se sonrojó. Y esta vez, era en serio.

— No sé, Edward — se mordió el labio, sonriéndome a medias—. Tengo todavía muchas inseguridades.

— Eres hermosa —le aseguré.

— No en ese sentido, es que siento que me dolerá —contó esto bien bajito.

— Oh —parpadeé los ojos—. No, no sería tan descuidado…

— Vayamos despacio, ¿sí? —se acercó y se recostó encima de mi cuerpo para besar mis labios, refiriéndose a las distintas cosas que habíamos probado hasta el momento. Como mis dedos, por ejemplo.

— Te tomo la palabra —besé sus labios, recordando que la próxima vez probaría una que otra cosa…

— ¿Y? —me preguntó besando mi nariz.

— ¿Qué? —pregunté.

— ¿Obtuve un "aprobado", profesor? —se rió.

Oh, eso.

— Obtuviste un diez —le aseguré y ella se rió jugando con mi barba.

— Espero ser la única alumna a la que trates así —comentó bien bajito.

Me acomodé mejor para mirarle, incrédulo.

— Bella, odio a mis alumnos —le dejé en claro y se rió—. Si fueras mi alumna, me volverías loco. Aunque fueses brillante – y sé lo serías – te desaprobaría para pedirte este tipo de favores.

— Tener un profesor como tú es el sueño de cualquier chica —me aseguró mordiendo mi mandíbula.

Acerqué sus labios para devorarlos al desear continuar con esto.

— ¿Otra sesión más, profesor? Quiero aprobar anatomía —ella entrecerró los ojos con malicia.

Oh, jugar a la alumna con pésimo comportamiento sería increíble.

— Te enseñaré un poco —dije volviendo a besar sus labios.

Pero entonces, oímos los maullidos – como si nos alertara de algo – de Jella.

Nos dimos la vuelta y vimos que el baño se estaba inundando por la llave abierta de la bañera. El agua casi llegaba hasta nuestro dormitorio.

— ¡Mierda! — dijimos y nos levantamos rápidamente para limpiar.

.

Al día siguiente, salí unas horas antes de lo previsto del trabajo y fui directamente al departamento de Thomas para que me enseñara las fotografías que le había tomado a Bella.

Eran hermosas. Bueno, ella era hermosa. ¿Qué más podía esperar? Lo único que me molestaba era la idea de que alguien más la viera. Algunas poses podían ser ligeramente sugestivas.

— No te preocupes, son tan buenas que las tendré en el portafolio para mi currículum —le restaba importancia Thomas—. Si quieres, puedo enviártelas a tu teléfono por Bluetooth.

— ¿No las vio todavía? —pregunté por Bella, dando por obvia la respuesta a su propuesta.

— No las vio editadas, aunque mucho no hay que editar con Bella —encogió sus hombros—. Las vendrá a ver en un rato, supongo.

— Sí, le avisé que estaría aquí —informé.

— Bueno, iré a bañarme —se levantó de la silla frente a la Notebook—. Ah, tiene que venir mi hermano en un rato. ¿Puedes avisarle que antes de que vuelva a irse me espere? Necesito hablar con él.

Bella me había comentado un poco del hermano de Thomas que acababa de llegar y que era tan irresponsable que no se lo había comentado a sus padres.

— De acuerdo —respondí distraído mientras él se marchaba.

Aproveché el tiempo libre y tomé la guitarra eléctrica de Thomas para tocar un par de acordes que tenía en mente hacía rato.

Unos cinco minutos después, alguien abrió la puerta usando la llave. Alcé la vista para ver que se trataba de un muchacho flaco, alto, con cabello despeinado y gafas nerd encima. Cargaba una patineta en el brazo izquierdo. Sospeché que se trataba del hermano menor de Thomas, pues se parecían bastante. Seguí distraído en la guitarra.

— ¡Hey! —me saludó algo agitado, como alguien que acaba de llegar de una larga caminata… o que acaba de montar esa patineta —. ¿Sabes dónde está mi hermano?

Esperé a terminar el punteo para contestarle.

— Sí, está bañándose —ladeé la cabeza hacia la puerta del baño—. Dijo que lo esperaras antes de volver a irte. Quiere hablar contigo acerca de algo.

— Oh, diablos —torció una mueca—. Seguro habló con nuestros padres.

No supe qué contestarle.

— Bueno, si no me llamó, no debe ser tan problemático—comentó con un toque de nostalgia, algo aliviado.

Se sentó frente a mí en el living, curioso por lo que estaba haciendo.

Sentí sus ojos fijos en mis manos mientras tocaba la guitarra y sentí la necesidad de presentarme.

— Edward Cullen —le ofrecí la mano.

Él se sorprendió por olvidar aquél detalle y rápidamente la estrechó.

— Andrew, el hermano de Thomas —sonrió acomodándose las gafas. Miró de nuevo la guitarra—. ¿Desde hace cuánto tocas? Lo haces muy bien.

— Gracias —dije —. Desde los diez años.

— Oh, vaya —se sorprendió. Parecía ser bastante amistoso—. Siempre quise aprender, pero Thomas era el músico de la familia. ¿Te sabes algún tema de Arctic*?

— Claro —asentí gustoso.

(3) Comencé a tocar uno de mis temas favoritos de aquella banda y Andrew me siguió cantando la letra de la canción. Me tomó por sorpresa que su voz sonara casi igual a la del verdadero cantante y que, en efecto, tuviese una muy buena.

— Cantas muy bien —le dije después de un rato.

— Gracias. Es mi banda favorita —encogió sus hombros sonriéndome.

Nos pusimos a hablar sobre otras bandas y resultó ser que teníamos gustos muy parecidos. Bueno, tenía los mismos gustos que su hermano.

— Entonces, ¿vienes aquí a pasar el rato y tocar? —me preguntó con casualidad.

— Oh, no —negué riéndome—. Solamente lo hago en mi tiempo libre. Soy doctor.

No esperaba oír aquello.

— ¡Imposible! ¿De veras? —se reía asombrado.

— Técnicamente, ahora soy profesor de Anatomía —especifiqué.

— Luces muy joven —dijo uno de los tantos halagos que recibía.

— Estoy tan ocupado últimamente que no tengo tiempo para juntarme con Thomas y tocar algo —sonreí con nostalgia—. Hoy salí temprano del trabajo para que me mostrara las fotografías que le tomó a mi novia.

— Oh, él siempre toma fotografía a chicas —asintió él recordando aquello—. ¿Hace cuánto estás con tu novia?

— Seis meses oficialmente, pero salimos hace casi un año —conté distraído en las cuerdas de la guitarra. Hablar de Bella me ponía de buen ánimo, como si presumiera algo importante.

— Eso es bastante, ¿es algo serio? —me preguntó con interés.

— Sí —sonreí tontamente—. Es todo lo que he buscado siempre en una mujer. Es mi mejor amiga. No la dejaría ir por nada en el mundo.

— Debe sentirse genial —suspiró él apoyándose contra el sillón, con un ligero aire nostálgico.

— ¿Por qué dices eso? —pregunté riéndome. ¿Es que él no tenía suerte con las chicas? Porque su aspecto parecía decir todo lo contrario.

Frunció los labios, deliberando si contarme algo o no. Cuando decidió que lo haría, se acercó un poco más a mí.

— Hay una chica que me tiene loco —susurró—. La conozco hace poco, en realidad, casi nada. Pero la he visto y desde entonces no paro de pensar en ella.

Algo así me había pasado con Bella.

— Amor a primera vista —asentí yo.

— Pero está con un tipo —murmuró aquello con tristeza—. No sé si es algo serio o no. Ella dice que sí, pero…

— Todas dicen eso —me reí asintiendo.

— ¡Exacto!—Andrew concordó riéndose—. Mi hermano dice que no es una buena idea, pero realmente quisiera conocerla más.

— Bueno… deberías acercarte a ella para saber si lo que tiene con este tipo es algo serio o no —empecé a explicarle—. No digo que se la quites, pero si en verdad quieres algo con esta chica, lucha por ello.

Sentí que era un consejo completamente básico, uno que se le das a alguien que no conoces, pero solamente para echarle los ánimos arriba. Debería saber mejor de qué se trataba el asunto para darle un buen consejo, pero luchar por lo que uno desea no sonaba tan mal. En realidad, a cualquiera le caía pésimo cuando un desconocido te decía "No te metas en una relación ajena" porque para eso estaba su hermano mayor.

— Gracias —palmeó mi hombro amistosamente—. Vino aquí ayer. Creo que es su amiga, espero que venga pronto.

¿Ayer? ¿Thomas le había tomado fotografías a otra chica además de Bella?

La puerta de entrada se abrió y allí ingresaron Bella en compañía de Jane. Habían salido juntas del trabajo, al parecer.

Andrew se dio la vuelta para ver de quién se trataba y rápidamente se acercó a mí, emocionado.

— ¡Esa es la chica! —susurró rápidamente.

Miré a ambas. ¿Me hablaba de Jane?

— ¿Cuál? ¿La rubia? —pregunté riéndome. ¿Podía ser que se había enloquecido por Jane?

— No, no. ¡La castaña! —contestó rápidamente.

Todo mi cuerpo se heló rápidamente.

¡¿Hablaba de Bella?!

BPOV

Cuando llegamos al departamento, mis ojos fueron repentinamente a Edward. Él me había avisado que estaría aquí. Seguidamente observé que se encontraba hablando con el hermano de Thomas, Andrew. ¿Se habrían llevado bien?

Jane saludó con cierta incomodidad a Andrew. Pero tenía que fingir amabilidad porque habían cambiado su habitación para que Andrew durmiera en la suya y él seguía apenado por eso.

Luego de saludar con la mano a Andrew, miré la ropa de Edward: casual.

— Bueno, al menos esta vez te quitaste el traje —le puse los ojos en blanco y me acerqué a él para sentarme en su regazo.

— ¿Tenías ganas de quitármelo? —murmuró bien bajito, pero lo suficiente para que Andrew escuchara.

Sus labios me atraparon y yo los acepté gustosa, acariciando su cuello.

Él quería ir más profundo, pero yo lo detuve. Andrew nos estaba mirando, perplejo.

— ¿Qué ocurre, Andrew? —le pregunté un poco sonrojada por el beso.

— ¡N-nada! —Se reía él, con sorpresa—. Es que no tenía idea que ustedes dos estaban juntos…

— Sí, Andrew —le sonreía Edward con… ¿falsedad? —. Mi novia, la chica a la que amo, es ella. Bella.

Algo extraño había pasado entre ellos, porque Edward lucía algo tenso y Andrew bastante incómodo, como si hubiese metido la pata.

Oh, ¿le habría contado lo que me había propuesto ayer?

— Sí, me doy cuenta —asintió varias veces, rascándose el cuello y mirando hacia otro lado.

Sí, el ambiente estaba bastante tenso.

— ¿Vamos a casa? —Edward me dijo aquello no como una propuesta, sino como una orden.

— O-Oh, pero quería ver las fotos de Tho… —él tomó rápidamente mi mano para que nos levantáramos.

— Ah, te las muestro por teléfono. Thomas ya me las ha pasado —contestó él llevándome hacia la entrada.

Pasó al lado de Andrew y palmeó su hombro amistosamente.

— Cuídate, Andrew —dijo secamente.

Edward, literalmente me arrastraba afuera del departamento.

— A-Adiós, Jane —la saludé a ella rápidamente, sin comprender qué estaba pasando.

Ni siquiera pude oír a Jane despidiéndome. Estábamos afuera del departamento cuando él decidió hablar.

— Ese Andrew es un imbécil —negó varias veces mientras llamaba la puerta del ascensor.

— ¿Qué ha ocurrido? —quise saber, interesada.

— Te puso los ojos encima —contestó de mala gana—. Se la pasó contándome de una nueva chica que le gustaba y le di consejos al respecto. Al final, resultaste ser tú.

Oh, rayos.

— Vaya, eso sí que debe haber sido incómodo —me reí un poco.

— Sí, como sea —le restó importancia—. Ya le he dejado en claro. Parece buen chico, no quiero odiar al hermano de Thomas. No creo que intente algo contigo.

— Puede intentar cualquier cosa y no servirá de nada —le dejé en claro abrazando su brazo—. Yo amo a mi profesor celoso.

Él suspiró pero también se reía de esto.

— Protejo lo que es mío —su mandíbula se había tensado mientras nos mirábamos dentro del ascensor.

— Mi trasero es tuyo. Y con eso ya es bastante —palmeé varias veces su hombro.

Y recibí su hermosa y melodiosa risa.

.

Cuando los horarios de Edward dejaron de coincidir con los míos y no pudo llevarme todos los días al trabajo, me di cuenta que tomar el metro era una verdadera porquería si yo todavía contaba con el Fiat.

Ya lo había retirado del mecánico hacía tiempo, pero estaba guardado en la cochera de nuestro departamento. Aunque esa preciosura estuviera como nueva, no estaba habilitada a manejarla hasta renovar mi licencia de conducir.

Thomas se ofreció a ayudarme a pasar el examen ahora que Edward estaba ocupado prácticamente todas las mañanas y las tardes dando clases.

— Primero tienes que rendir el examen escrito—explicaba Thomas—. ¿Ya has conseguido el manual?

— No — me mordí el labio recordando que había olvidado ir a comprarlo después del trabajo. Estábamos tan ocupados con las lecciones para conducir que había olvidado la parte teórica.

(4) Un pequeño libro cayó sobre la mesa en donde me encontraba sentada. Andrew lo había dejado caer a propósito para que lo leyera.

Era el manual que debía comprar. ¿Por qué lo tenía?

— Ya lo he estudiado —me avisó y se dio la vuelta para encerrarse en su dormitorio.

Miré a Thomas buscando una respuesta para lo que acababa de pasar.

— Él también va a tomar la prueba. No es muy seguro que ande en patineta por las calles —hizo un mohín —. Lo compró esta mañana, creo.

— ¿Y ya lo terminó? —me impresioné.

— Aunque no lo creas, es el más listo de mi familia —me contó a modo de secreto.

Para cuando había terminado de estudiar el manual, había aprobado mi examen teórico; ahora únicamente me faltaba la última prueba que tomaría con un supervisor en mi Fiat.

Lo que no esperaba era que Andrew tomara la prueba al mismo tiempo que yo.

— ¿Qué haces aquí? —le pregunté sonando bastante grosera para mi gusto.

— Te regalé mi manual, préstame tu auto —se limitó a contestar divertido.

— ¿Q-Qué…? —Me dejó con la palabra en la boca—. Si lo chocas, te mato.

— ¿No fuiste tú la que chocó el auto en un principio? ¿Y también el de tu novio? —se hizo el tonto al preguntar con curiosidad.

Fulminé de una mirada a Thomas. ¿Por qué le había contado aquello?

Él simplemente se excusaba alzando sus manos con una expresión de "Él-me-preguntó".

.

Nos había ido bastante bien en el examen práctico, por lo que Thomas aceptó invitarnos a tomar algo. Yo acepté porque me encontraba feliz de haber recuperado mi licencia.

Él se excusó durante unos segundos y me quedé sentada sola frente a Andrew. Me incomodé un poco recordando lo que había pasado anteriormente entre Edward y él.

— Nunca me contaste que tu novio era amigo de Thomas —inició la conversación y encontró la forma de incomodarme aún más.

— ¿Por qué debería? —bufé.

— Creí que éramos amigos —respondió.

— No somos amigos —fruncí el ceño.

— ¿No? —se sorprendió—. ¿Y qué debo hacer para serlo?

— Dejar de comportarte como si intentaras flirtearme —dije de mala gana.

— No estoy intentando flirtearte —fue su turno para mostrarse indignado.

— Si lo haces —repetí.

— No, Bella, claro que no —lo dijo como si fuese obvio—. Tienes novio, he comprendido eso. ¿Por qué piensas que intento flirtearte aún así?

— Porque lo haces —dije.

— Sí, tienes razón—encogió sus hombros riéndose.

Que estúpido era.

— Mejor no te metas con Edward, te patearía el trasero —le advertí.

— No es con Edward con quien deseo meterme, precisamente —entrecerró los ojos con malicia.

— Yo soy de Edward —refuté.

— ¿Eres de él? —se rió—. ¿Qué eres? ¿Una propiedad?

— Oh, qué bajeza. Ahora pretendes ser completamente moral —me molesté.

— Yo nunca trataría a una chica como a una propiedad —me aseguró—. Ella es libre de hablar con quien desee.

— ¿En serio? —alcé una ceja.

— Nah, estoy mintiendo —volvió a reírse, negándolo.

Bueno, su sarcasmo era algo gracioso.

— En serio, Andrew. No digo esto solamente porque Edward te patearía el trasero, sino porque pierdes tu tiempo ya que no me interesas —sentencié.

Él me miró con asombro.

— Lamento haber sido tan ruda, pero es la verdad —encogí mis hombros.

— No eres la primera chica que me dice "No me interesas" en la cara —destacó.

— ¿En serio? —pregunté.

— No, estoy mintiendo —negó rápidamente—. Eres la primera. ¿Cómo te atreves? ¡Qué cruel eres!

— No luces como el tipo de chico que tiene problemas en conseguir mujeres —fruncí el ceño.

— ¿Me estás llamando "apuesto"? —sonrió con picardía.

— ¿Ves? —chasqueé la lengua, frustrándome—. No puedo hablar contigo porque malinterpretas cualquier cumplido como un "Oh, sí, quiero salir contigo". No, diablos, no quiero nada contigo.

— Estaba bromeando —se reía él rascándose el cuello—. Realmente no necesito que una chica que me diga que soy apuesto para sentirme bien conmigo mismo.

— Te felicito —dije.

— Pero es cierto, no tengo problemas normalmente. Por eso me frustra que seas así —contó a modo de secreto—. Y cuando algo me frustra, me fascina. Y cuando algo me fascina, lo quiero. Y cuando es de otra persona, lo tomo.

No me gustó para nada lo que acababa de oír. Se lo hice saber con una mueca indiferenciada.

— Nah, estaba exagerando —volvió a rascarse el cuello, bromeando.

Procesar cómo era su forma de ser me hizo doler la cabeza. No pude hacer nada más que reírme.

— Eres raro —le dije.

— Y estoy orgulloso de eso —acomodó sus gafas con una bonita sonrisa.

— Si eres tan listo como para hacer tantas bromas seguidas y fingir que manejas una conversación, no le des dolores de cabeza a tu hermano —le reprendí.

— Es mi única forma de interactuar con él. Me gusta molestarlo porque así siento que soy importante para él como para tomarse el tiempo en reprenderme —comentó.

— ¿Por qué tienes que molestarlo? Eso suena estúpido —fruncí el ceño.

— Teóricamente suena estúpido. Pero prácticamente es eficiente —dijo—. Thomas se aísla demasiado de la familia. Si no le estoy molestando, se pierde.

Oh.

Me puse a pensar que en eso llevaba razón. Thomas no hablaba mucho de su familia y esa era su forma de interactuar con él. Sonaba tonto, pero tal y como él decía, era eficiente.

— La otra vez te vi de traje. ¿Trabajas? —era un planteo curioso.

— Sí, me gradué este año —le respondí—. Soy correctora en una editorial, graduada en NYU.

— Impresionante —silbó—. Yo estaba en mi tercer año de ciencias económicas. Pero prefiero el cine.

— Suena peligroso —fruncí el ceño.

— Lo sé y por eso es bueno —encogió sus hombros— ¿Puedo preguntarte algo a riesgo de hacerte sentir incómoda? —entrecerró los ojos, evaluándome.

— Ya me estás haciendo sentir incómoda con ese planteo. Dispara —suspiré.

— ¿Salías con mi hermano? —sonaba curioso.

— ¡No! —Negué. Eso era absurdo—. Él es…

Y entonces, recordé que su familia no sabía de su condición sexual.

—… Él no es mi tipo —encogí mis hombros.

— ¿Cuál es tu tipo? —le interesó saber.

— Edward es mi tipo —le dejé en claro, para que dejara de insistir.

— ¿Y cómo es Edward? —preguntó.

— Es maduro, responsable, divertido, honesto… —comencé a describirlo y sentí la necesidad de aplastar sus esperanzas de una vez por todas—… y es muy bueno en la cama.

— Puedo ser bueno en eso también —asintió frunciendo el ceño.

— ¡Andrew! —golpeé su mano a modo de reprimenda.

— ¿Qué? —se reía—. Mira, yo también soy un buen chico. No soy tan estúpido y tan grosero como quizás crees que soy.

— Sí, eres bueno —asentí dándole la razón—. Pero para otra chica. No para mí. Ya tengo a alguien en mi vida. ¿Cómo te lo hago entender?

Él frunció los labios. ¿Se había dado por vencido?

— No quiero sonar maleducado, perdón —encogió sus hombros—. Es que… me caes muy bien, en serio.

Suspiré.

— Si te portas bien, me caerás bien también, Andrew —le aseguré ladeando una sonrisa honesta.

— Es que me frustra —se despeinó, ansioso.

— ¿Eres de esos niños que se fascina por un juguete y lo quiere de una? —me burlé.

— No, soy de esos que quiere algo y lucha por conseguirlo —aseguró con honestidad.

Me quedé muda.

EPOV

Había terminado de dar clases cuando recibí una llamada de Thomas.

Bella ya me había enviado un WhatsApp dándome la buena noticia de que había aprobado el examen práctico y por fin renovaría su licencia, por eso me pareció extraño que él me llamara.

— ¿Qué sucede, Tom? —atendí.

— ¿Ya has terminado de dictar clases? —preguntó con curiosidad.

— Sí, ¿por qué? —me pareció extraño que me preguntara aquello.

— Bueno, estoy con Bella y mi hermano en un bar y…

— ¿Y qué? —pregunté preocupado. No me agradaba saber que Bella y Andrew estaban juntos, pero si él debía tomar el examen no podía hacer mucho.

— Si yo fuera tú, vendría aquí —lo puso como una opción que debía considerar—. Mi hermano está tratando de ligar a Bella.

Muy en el fondo sabía que esto era posible. Eso solamente me dejaba en claro que el hermano de Thomas no era un muchacho encandilado por la belleza de Bella, sino un imbécil que no respetaría nuestra relación por más que su hermano le advirtiera. No me quedaba otra opción más que dejárselo en claro personalmente.

— Okay, dame la dirección de lugar —suspiré masajeándome la sien.

El lugar se encontraba bastante cerca, así que llegué en, prácticamente, cinco minutos.

Desde lejos podía observar a ese imbécil hablando con Bella. Para mi alivio, Bella se mostraba ligeramente reticente a lo que sea que le estaba diciendo.

— ¡Edward! —saludó Thomas fingiendo que no esperaba encontrarme aquí—. ¿Qué haces aquí?

Bella rápidamente se vio la vuelta para mirarme. Sonreía con sorpresa. Andrew me miraba incómodo. No se le pasó por alto que estuviese usando un traje ahora.

— Quería felicitar a mi chica —sonreí despreocupado, con las manos en los bolsillos.

— Tienes que sentirte orgulloso de mí —Bella dijo infantilmente.

— Lo estoy. Felicidades, nena —dije y sin importar que Thomas y Andrew se encontraran mirándonos, me acerqué a besar sus dulces labios.

Por supuesto, a Thomas no le molestó.

— Es buena noticia, deberíamos ir al apartamento, ¿no creen? —propuso mi amigo.

A Bella le pareció una buena idea y uno no podía competir contra tres.

— Adelántate un rato —susurré dulcemente al oído de Bella, indicándole que se marchara al lado de Thomas durante unos segundos.

— Está bien —contestó ella algo desorientada por mi propuesta, pero no se preguntó por qué sería.

Andrew iba a pasar a mi lado pero le frené tirando de la solapa de su camiseta.

— Espera un segundo —dije tranquilamente, acercándolo hacia mí—. Tú y yo vamos a hablar un rato.

Él no esperaba que yo fuese tan directo. Por alguna razón, parecía sentirse algo intimidado.

— No daré muchas vueltas porque parece que las palabras no sirven mucho contigo —observé fijamente a sus ojos—. Creí que el simple hecho de verme besando a mi novia te dejó en claro que no harías tu jugada conmigo. Pero, aparentemente, eres más estúpido de lo que pensé.

Él abrió la boca para decir algo.

— No me interesa —le corté rápidamente—. No se trata de lo que quieras decir, es acerca de lo que yo tenga que decirte para dejarte en claro ciertas cosas.

Me acerqué un poco más a él y le hablé con voz filosa.

— Primero, esa chica hermosa que ves allí, está fuera de tu liga. Segundo, ¿por qué ella está fuera de tu liga? Porque puedo verte y adivinar qué es lo que estás pensando. Crees que tenemos una relación perfecta y aburrida; que eres más estrafalario de lo que aparentas y que ésa será tu arma para atacar, pero solamente te pones en vergüenza al siquiera pensar en la idea de meterte entre nosotros.

Él tragó saliva.

— Tú no tienes idea lo que ella y yo hemos pasado; no entraré en detalles porque eso únicamente te lastimaría más. Pero déjame asegurarte que pierdes el tiempo al pensar que tú, un niño que todavía no tiene idea lo que quiere en su vida, va a lograr interferir en nuestra relación.

Estaba siendo cruel, lo sabía, pero debía ser honesto.

— Y tercero, ¿sabes por qué Bella jamás se fijaría en alguien como tú? —pregunté—. Porque eres malo. Eres una persona muy egoísta al intentar flirtear con una chica que te ha dejado en claro que no quiere nada contigo y aún así tú decides insistir. Quizás yo mismo te haya dicho que insistas, pero créeme, en este caso, no te servirá de nada.

Me alejé un poco más de él.

— Así que espero que te quede claro porque no me importa que seas el hermano de mi amigo. Porque puedo, te patearé el trasero, te tiraré al piso, golpearé tus costillas, tu abdomen y tu mandíbula para que cierres esa boca tuya, si es que descubro que sigues insistiendo en entrometerte, ¿me has entendido?

No estaba preparado para oír semejante amenaza, pero ya tenía experiencia en esto. Simplemente le dejaba en claro cuán dispuesto estaba a pelear por ella y a darle la paliza de su vida si volvía a pensar en Bella de esa forma. No era agraciado físicamente, así que la advertencia física era su punto débil.

Asintió una sola vez.

— Así que ahora fingiremos no haber tenido esta conversación nunca. No voy a aceptar tus disculpas porque no me interesa, pero has sido irrespetuoso con ella. Así que te le acercaras y le pedirás disculpas por tu pésimo comportamiento. No me vuelves a dirigir la palabra a menos que sea necesario y si quieres que tu estancia en Nueva York sea agradable, hazme caso. De lo contrario, no me quieres conocer molesto, ¿o sí?

Él no contestó.

— ¿O sí? —alcé una ceja, sonando más amenazador.

— No, no —negó rápidamente.

— Bien —asentí una sola vez y palmeé dos veces su mejilla, a modo de entendimiento.

Me di la vuelta y me acerqué a Bella, enredando mi brazo en su cintura.

— ¿Todo en orden? —me preguntó de buen ánimo.

— Claro —sonreí—. Si Andrew te vuelve a molestar, me avisas, ¿bien?

Ella se rió negando una y otra vez.

— Está bien.

.

— ¡Sí!

Exclamé de placer cuando mi cuerpo entero se vio sacudido por un buen orgasmo al sentir los tiernos y cálidos labios de Bella envueltos en mi polla.

Después de venirme por completo, se alejó de mi cintura y se relamió los labios. Luego, se los secó con la manga de su suéter.

— Ese suéter va a oler sucio —me reí negando una y otra vez. Ella se sentó de nuevo en el asiento del piloto.

— No si quitamos el olor con tabaco —sonrió tomando una caja de cigarrillos que llevaba guardada.

Primero encendió el mío y me lo entregó. Luego el suyo y lo comenzó a fumar.

— ¿Sabes que está mal que hagamos esto, no? —pregunté pensativo, después de exhalar el humor.

— No fumamos todo el tiempo —ella me frunció el ceño.

— No, pararnos a pocas calles para que me practiques sexo oral —reí.

— Es mi forma de demostrarte lo feliz que estoy de tener a mi bebé de nuevo —ella sonrió infantilmente, refiriéndose al Fiat en el que nos encontrábamos ahora.

— Pues, sí. No hemos chocado a nadie —Honestamente, esperaba algo así.

— Eso es porque soy brillante, Edward —me puso los ojos en blanco, bromeando.

— Sí, pero creo que deberíamos estacionarnos cerca del apartamento; alguien podría darse cuenta de lo que hacemos —miré hacia ambos lados y hacia atrás.

— Nadie nos debe haber visto —ella encogía sus hombros, realmente negando esta posibilidad.

Un auto disminuyó la velocidad cuando estuvo a nuestro lado. Tocó tres veces la bocina.

Eran Mark y Melissa.

— Se juega en la cama, no en el auto, par de sucios —nos reprendió Mark mientras Melissa estallaba en risitas.

El auto de Mark se estacionó frente a nosotros y pude ver el sonrojo en las mejillas de Bella.

— Okay, okay. Vamos —dijo tirando el cigarrillo por la ventanilla.

Estacionó el Fiat con tanta precisión que me vi asombrado por la evolución en su técnica. Bueno, eso me regalaba más seguridad a la hora de dejarla conducir sola.

— Me siento pésima entrando a una fiesta de cumpleaños sin un regalo —murmuró en cuanto salimos tomados de la mano—. ¿Seguro que no ha sido una broma?

— Me dejó muy en claro que no deseaba regalos y que si traíamos uno, no nos dejaría entrar para no hacer sentir mal al resto —expliqué.

— ¿Qué tendrá con los regalos? —me preguntó Bella con curiosidad mientras ingresábamos al departamento con el juego de llaves que ella poseía.

— No lo sé. Se lo preguntaría a alguien que tiene una manía similar con los regalos —entrecerré los ojos, mirándola con malicia.

— Creo que fue porque en mi cumpleaños número siete mi mamá hizo un gran escándalo con los regalos. No me gustan las exageraciones —me contaba con una mueca disgustada.

Tocamos la puerta por educación y Thomas nos atendió.

— ¡Feliz Cumpleaños! —ambos le saludamos con buen humor y nos respondió con una sonrisa simpática.

— ¡Hey, gracias muchachos! —dijo después de que me diera un abrazo amistoso y uno mucho más afectivo a Bella mientras le daba un pequeño beso en la sien—. Pasen, ya llegaron varios.

(5) La fiesta se realizó entre el living y la cocina, con música de los Beatles de fondo. Entre la gente de la fiesta, no había alguien a quien no conociéramos. Thomas juraba que nosotros éramos sus verdaderos amigos y que no deseaba hacer una gran fiesta, simplemente una juntada. Jane, Alice, Jasper, Mark, Melissa y Josh ya estaban allí. Sin contar a Andrew…

— Hola, ¿qué tal el viaje? —preguntó Melissa moviendo las cejas sugestivamente.

Bella le pidió discretamente que se callara, ahora que Josh quería saber inmediatamente de qué broma se estaba perdiendo.

Estábamos en un rincón aprovechando que Thomas estaba hablando por teléfono.

— ¿Alguien sabe algo de Sam? —preguntó Alice, sintiendo algo de tristeza por no contar con su presencia en la fiesta de Thomas.

Muchos ojos fueron directamente hacia Bella. Ella era la única que hablaba con él.

— No fue fácil para él todo lo que sucedió, pero luce bastante bien —Bella aseguró con confianza—. Hablo con él todos los días, pero no hablamos de Thomas. Intenta olvidarlo de a poco.

— Eso es bueno —Jasper comentó, dándose cuenta que las cosas entre él y Thomas serían muy difíciles de arreglar.

Yo me preguntaba si le habría saludado por la fecha. Algo me decía que sí.

— Quería saber cómo estaba —Melissa encogió sus hombros—. El muchacho que está pintando nuestro apartamento se llama igual que él.

— Sí, Sam es bastante buena onda —Mark coincidió con su novia en el momento justo en que Thomas se nos acercó.

Nos miró incrédulo a todos, creyendo que estábamos hablando de ese Sam.

— N-No estábamos hablando de… —Bella se quiso disculpar.

— ¡Nah! —Thomas chasqueó la lengua—. Pueden hablar de él, es su amigo, no hay problema. Gracias a Dios no lo invité hoy. En cualquier momento tendré que aceptar su llamada de disculpas. Como si en verdad la quisiera.

Bufó y se retiró a buscar algo en la cocina. Todos nos miramos en silencio.

— ¿Soy yo o está algo paranoico con eso de recibir una llamada de disculpas? —Bella preguntó al resto—. Porque no la va a recibir, supongo.

— Sí, esta algo paranoico —Jane nos contó a modo de secreto—. Más que nada, se burla de ello.

Según lo que Bella me contaba, ellos no hablaban de Thomas. Ni de una llamada de disculpas. ¿Sería posible que muy en el fondo, Sam terminara por influir a Thomas?

Pero la más esperada de la noche era Rosalie. Ella no era especialmente amiga de Thomas, pero sí lo suficiente como para invitarla. Por supuesto, Emmett no había venido, así que aprovechamos la ocasión para volver a hablar con ella y para que conociera a los nuevos muchachos.

Rose se mostró muy amistosa, sobre todo con Bella, y eso le tomó a ella por sorpresa. Parecía como si nada malo le ocurriese.

El problema era plantearle el tema, si es que deseaba hablar de él…

— ¿Me trajeron para hablar del tema, verdad? —Rosalie dedujo después de un rato, sintiendo que era obvia la razón por la que todos hablábamos con ella.

— ¡No, no, no! —negamos todos al mismo tiempo.

— No tienes que hablar al respecto. Hagamos de cuenta que Emmett no existe —Alice propuso alzando su gaseosa.

Todos hicimos lo mismo para mostrarle que también la apoyábamos. Quizás el tema era muy delicado para ella porque se mostró aliviada de que tuviéramos en cuenta el no introducir el tema. Me sentí mal por ella.

Estaba sirviéndome una rebanada de pizza cuando Josh se me acercó.

— ¿Quién es la rubia que acaba de llegar? —estaba emocionado.

Le miré por varios segundos, tratando de deducir qué era lo que buscaba con esa pregunta. Cuando obtuve la respuesta, sentí un amargo sabor en la garganta.

— Si te acuestas con mi hermana, te patearé en las pelotas —le dejé en claro brevemente, sin alzar la voz.

— O-Oh, ¿es tu hermana? —se dio cuenta de que la situación estaba difícil.

— ¿No te sentías atraído por Jane? —Le pregunté frunciendo el ceño—. En la cabaña no podías separarte de ella ni un segundo.

— ¿Quién? —preguntó él, demostrando que estaba muy ebrio esa noche.

— La otra rubia —señalé ladeando la cabeza discretamente.

Jane se encontraba charlando entre risas con Bella.

— Oh… sí, la recuerdo—La miró mejor—. Es linda. Pero me cae mejor tu hermana —hizo un ligero puchero.

Era su hermano mayor, pero ella ya era bastante grande para cuidarse sola de perros salvajes como Josh. Además, dudaba de que fuese a prestarle atención.

Seguramente Rose "le caía mejor" porque era más agraciada físicamente que Jane.

Josh, siempre tan superficial…

— Bueno, ve —levanté la mano dándole la iniciativa para que hiciera lo que quisiera hacer. Contaba con que Rose lo rechace inmediatamente.

Bella se acercó a mí y yo le sonreí. Se veía bonita con el largo cabello suelto.

— Curiosamente, Andrew no me ha estado molestando—comentó divertida—. ¿Qué fue lo que hiciste para que se comportara?

El muchacho tampoco me había hablado más que para saludarme educadamente. Era satisfactorio saber que había dejado de insistir con Bella.

— Cosas que un hombre debe hacer por su chica —le guiñé el ojo y acerqué su cintura a mi cuerpo y besé su frente mientras ella soltaba una pequeña risita.

(6) Después de un rato, Bella se separó de mí para hablar con las chicas mientras yo conversaba con Mark, Thomas y Jasper. Mi hermano nos contaba de manera optimista que él y Alice estaban intentando todo el asunto de tener un bebé pronto, así que no debíamos sorprendernos si ella se encontrara embarazada ahora mismo. No querían comentarle al resto todavía porque la noticia opacaría la fiesta de Thomas.

Pero todos fuimos conscientes del intento de coqueteo de Josh hacia Rosalie. ¿Le molestaría a Emmett?

Andrew apareció después de un rato en nuestro círculo.

— Hey, Edward, ¿puedo hablar contigo un segundo a solas? —me preguntó rascándose el cuello y acomodándose las gafas que portaba.

El resto de los muchachos me miraron expectantes. Ya les había puesto al tanto de sus intentos de flirteo hacia Bella.

— Claro —acepté sin problemas.

No nos separamos de donde estaba.

— Mira, quería pedirte disculpas personalmente por todo lo que ha sucedido. Creo que hemos empezado con el pie izquierdo. Me caes bien y… respetaré a Bella como tu novia —dejó en claro.

Después de todo, no era tan tonto el muchacho.

— Qué bueno que tengas eso en claro, Andrew —asentí una sola vez.

— Lo sé, prometo comportarme —sonrió amistosamente—. A modo de disculpa, he preparado este pan de banana para todos. Thomas me contó que eres un gran fanático del chocolate, ¿quieres un poco?

Andrew me estaba mostrando una bandeja con pan de banana que parecía recién horneado. En realidad, se lo ofreció a todos.

— De acuerdo —hice las paces.

BPOV

Alice me llevó a rastras hacia el baño y cerró la puerta con prisa.

— Cielos, Al. ¿Qué ocurre? —pregunté entre susurros. Ella solamente hacía esto cuando deseaba contarme un secreto.

Tenía la expresión aniñada, llena de emociones que parecían ser muy agradables.

— Creo que estoy embarazada —tomó mis manos y lo soltó.

La miré perpleja.

— No se lo digas a nadie. No está confirmado aún —me interrumpió antes de que yo le respondiera.

— ¿Ya? —fue lo único que pude preguntar, emocionada, viendo su vientre todavía plano.

— Bueno, técnicamente todavía no lo sé. No me he hecho una prueba, pero esta mañana he tenido mareos. Y he comido una hamburguesa con doble queso. ¡Con doble queso, Bella! —insistía ella con éxtasis.

— Oh, Dios —me agité, sonriendo feliz.

— Sabes cómo detesto comer ese tipo de cosas por miedo a aumentar de peso… ¡Pero esta vez no me importó! —pegaba pequeños saltitos, conteniendo la emoción del momento.

— Okay, okay, tranquila —le pedí tomando sus hombros para mirarla fijamente—. ¿Estás completamente segura?

— Completamente —aseguró—. Tengo una intuición. Sabes que las mujeres somos buenas en esto de las intuiciones.

Así decían.

— Necesito ir a comprar una prueba de embarazo ahora —me pidió, repentinamente alarmada cuando la opción cruzó por su cabeza.

— ¿Qué? ¿Ahora? —Fruncí el ceño—. ¿No crees que deberías ir a un ginecólogo primero? Podemos pedirle a Edward que te recomiende uno y…

— No lo sé, estoy muy ansiosa. Necesito confirmarlo ahora —decía con la misma emoción con la que alguien asegura necesitar ir al urgente baño.

Antes de responderle que era imprudente hacerlo ahora, en medio de la fiesta de Thomas, Jane entró al baño con prisa y cerró la puerta con frustración, bufando.

Ella no esperaba encontrarnos aquí. Se cruzó de brazos.

— ¿Qué hacen aquí? —nos preguntó con sorpresa. Pero el enfado no se había ido de su expresión.

— Nada —refutó Alice frunciendo los labios. Tal vez no quería contárselo a nadie todavía—. Solamente estábamos hablando. ¿Qué te ocurre?

Jane evaluó cómo contarnos lo que le estaba pasando. Suspiró largamente.

— Nada —terminó por decir.

Alice y yo nos miramos, sabiendo que estaba mintiendo vilmente.

— Es ese estúpido de Josh —gruñó al rato.

— ¿Qué te ha hecho? ¿Te ha tocado? ¿Dónde? —me apresuré a preguntarle, preocupada.

— Nada, en ningún lado —aclaró ella molesta por ese detalle en su personalidad—. Es que está flirteando con Rosalie.

No comprendimos el motivo de su rabieta.

— ¿Y…? —Alice quiso que continuara.

— Que se la pasó presumiéndome en la cabaña, me puso una mano encima de los pechos y me atosigó como nunca pidiéndome mi número telefónico, preguntándome si tenía novio, diciendo que era la chica más linda que había conocido… y ahora como si nada, le dice lo mismo a otra mujer.

A mí no me parecía una conducta apropiada, pero… ¿qué podías esperar de un muchacho que, literalmente, tomaba decisiones basadas en el pulso de su polla?

— Jane… los hombres son así —Alice quiso explicarle delicadamente—. Que Edward, Jasper y Mark no sean así, no significa que todos los hombres sean como ellos.

Pero yo estaba intrigada en otro aspecto.

— ¿Por qué te importa lo que Josh haga? —dije con diversión. ¿Podría ser que le había picado la atracción al enano?

Ella, repentinamente, se ruborizó.

— ¡Ay, Bella! —exclamó molesta—. ¡No es eso! No me interesa lo que ese cerdo egoísta haga. Pero me molesta que me falte el respeto de esa forma. Yo no soy ese tipo de chica.

— Tiene razón —coincidió Alice—. Al menos hubiese tenido la delicadeza de hacerlo con otra chica que no sea del grupo.

— ¿Ves? —Jane señalaba el punto de Alice para justificarse conmigo—. Ese tonto no me gusta.

— Yo no he preguntado si te gustaba, Jane —reprimí una risa.

Eso le molestó aún más, pero el sonrojo era evidente en su rostro. Aunque podía ser por diversos motivos, como estar molesta o indignada. Todo era posible cuando tenía la piel muy blanca y rosada.

Cuando Jane abrió la puerta del baño, se cruzó directamente con Josh que caminaba por el pasillo.

(7) Sus miradas se cruzaron y éste se echó a reír al saludarla.

— ¡Hey! ¡Bonito sostén! —halagó lascivamente con torpeza al sostén blanco que se notaba debajo de la blusa transparente que Jane llevaba en estos momentos.

Por la forma en que lo había dicho, me hizo pensar que estaba ebrio. Pero, ¿cómo? Thomas no había comprado alcohol y había sido una de las quejas de la noche.

Jane hizo algo que no esperábamos, o al menos no tan pronto: le propinó una cachetada.

Josh la miró estupefacto, ligeramente desorientado.

— ¡Eres un imbécil! —Escupió de mala gana con una actitud prepotente que desconocíamos en ella hasta ese momento—. ¿Quién te crees que eres para presumirme a mí y a otras chicas?

Él seguía parpadeando, sin comprender. Realmente estaba ebrio.

— P-Pero…

— ¡Nada! —gruñó—. Yo no soy el tipo de chicas con las que te acuestas. ¡Eres tonto, torpe y… enano!

Intentó buscar insultos que le ofendieran y encontró el mejor disponible. Alice y yo reprimimos varias risotadas por lo cruel que había sonado.

Ella se marchó indignada y Josh le miró irse con asombro. Parecía que no había captado del todo lo que había pasado.

Pero entonces, se echó a reír sorprendido.

— Necesito follármela —prometió como si fuese un nuevo objetivo a alcanzar mientras la perseguía hacia donde se había ido.

— Oh, hombre… —Alice negaba una y otra vez. Yo no podía evitar reírme. Jamás imaginaría a esos dos juntos, pero ahora parecían como ideales por sus personalidades contrapuestas.

Thomas se acercó a nosotras con una expresión divertida y se detuvo para hablarnos un rato.

— ¿Qué tal la fiesta, cumpleañero? —le preguntó Alice sonriendo.

— ¡Una mierda! —se reía él con diversión y le miramos sorprendidas—. No puedo follarme a nadie, está lleno de muchachas y heterosexuales. Es una completa miseria.

¿Oh…?

— Pero me alegra tanto que vinieran, en serio —nos aseguró frunciendo el ceño y acariciando nuestros hombros.

¿Estaba… ebrio?

— En serio, son las muchachas más lindas que he visto en mi vida —miró a Alice—. Tú con tu pequeña nariz —me miró a mí—. Y tú con ese cabello de calabaza. Es decir, si no fuera tan homosexual ya habríamos hecho un trío. Se los juro.

¿Ah?

— ¿Thomas, te sientes bien? —Alice le preguntó confundida. No lucía tan ebrio, más bien lucía despreocupado. Pero él jamás diría eso.

— ¡Sí! —Frunció el ceño y alzó una décima de voz—. Estoy bien, estoy fantástico. Aunque no recibí ningún mensaje de Sam, ¿saben?

¿Por qué mencionaba aquello?

— Creí que ese cretino se dignaría a pedirme disculpas por lo que hizo. Es decir, fue amable y toda la cosa. Pero es un imbécil. Aunque si lo pienso bien es la única persona a la que realmente le importaba mi forma de ser —explicaba brevemente mostrándonos su I-phone en su mano—. ¡Pero al carajo! Es un fracasado y no quiero saber absolutamente nada de él… pero… hey…

Nos aclaró lentamente alzando su dedo índice.

—… Si desean hablar con él, no tengo problema alguno. ¡Ninguno! —extendía sus brazos abiertamente.

Alice y yo nos miramos durante varios segundos. ¿Qué era lo que le ocurría a Thomas? ¿Realmente estaba ebrio? Por un lado, destaqué el hecho de que hablara de Sam admitiendo que había impactado en su vida la declaración de amor de éste. Pero era lo suficientemente orgulloso para pretender ignorarlo.

Él se marchó hacia otra dirección alegando que estaba sonando una buena canción de fondo. No me di cuenta hasta entonces que el formato de canciones indies había cambiado a otro más disco.

— Okay, eso fue raro —admitió Alice.

— Vamos a la mesa —le propuse restándole importancia, pensando que estaba ebrio.

Alice se fue a otro rincón del living a hablar con Jasper. Yo me senté en la mesa donde se encontraba Edward, Mark y Melissa. Rosalie se había ido al baño, creo.

(8) Cuando me senté al lado de Edward, todos se estaban matando de risa por algún chiste, quizás.

— ¡Hey! —Edward me saludó alegremente, frunciéndome el ceño—. ¿Dónde estabas? Creí que te habías ido a la luna o algo así.

¿Ah?

— N-No… —dudé entrecerrando los ojos.

— ¿Te fuiste al sol? —me preguntó fijando sus ojos en mí y advirtiéndome con el dedo índice, como si esto fuese malo.

— Eh… ¿no? —contesté, sin comprender—. Estaba en el baño hablando con Alice.

— ¿La del país de las maravillas? —se reía torpemente.

¿Estaba ebrio también?

— En fin —sacudí mi cabeza—. Me contó algo sobre su posible embarazo. No tienes que contarle a nadie, por supuesto. Así que necesitaría que le recomiendes algún ginecólogo para…

A la mitad del relato, me di cuenta que no me estaba prestando mucha atención. Es decir, sus ojos me miraban fijamente con una sonrisa boba.

— Me gustan cómo se mueven tus labios —arrastró torpemente las palabras, llevando su dedo índice a la comisura de mis labios.

Me sonrojé.

— G-Gracias —le devolví la sonrisa.

— Escúchame —me pidió atención, algo adormecido—. Si quieres usar el vibrador amarillo, te entiendo completamente. Pero quiero que sepas que mi polla es mucho más efectiva que un pedazo de goma. Solamente para que lo tengas en cuenta. Los vibradores son mejores que tus dedos, pero yo te puedo dar más amor que el canal 510, ¿bien? ¿Sí? ¿Okay?

Parpadeé completamente perpleja.

— ¿De qué mierda hablas? —me limité a preguntar.

— No… no… —me reprendió haciéndome callar—. Las niñas buenas no dicen malas palabras. Te estoy explicando algo sumamente complejo. ¿Me escuchas?

— Edward, ¿te encuentras bien? —pregunté tratando de descubrir si su aliento olía a alcohol. No.

— ¿Tú estás bien? —me preguntó—. Viniste con suéter y shorts. ¿No tienes frío?

Me estaba mirando las piernas alejando su rostro varias veces, como si le fallara la vista.

— Okay, definitivamente algo te sucede —me reí.

Miré al resto. También se mataban de risa por algún motivo.

— Hey, ¿es verdad que si probamos el cabello de Bella… sabrá a calabaza? —preguntaba Thomas lentamente y todos se echaron a reír a carcajadas.

Yo no le veía nada de gracioso a eso.

— Okay, okay, okay —Melissa pidió que todos permanecieran en silencio para que hablara—. Siendo honesta, si yo fuera hombre, me follaría a Bella.

Le miré con asombro. Proviniendo de Melissa, no sorprendía tanto. Todos se rieron.

— Y también me follaría a Mark —le dijo a su novio riéndose lentamente.

— Si tuvieras polla, dejaría que me folles —le contestaba Mark frunciéndole el ceño.

Todos, incluso Edward, se reventaron de la risa.

— Pero también me follaría a Thomas —agregó Melissa mirándolo—. ¿Me follarías si fuese hombre?

Thomas, sonriendo tontamente, dudó unos segundos.

— Seh —terminó por decir y ella aplaudió, exclamando feliz.

A mi lado, Edward tomaba un mechón de mi cabello y se lo llevaba a la nariz para olerlo y después para morderlo.

— ¡Edward! —me quejé, confundida por su actitud.

— No, no sabe a calabaza. Sabe a fresa —avisó y se mató de risa.

Me levanté de la silla separándolo suavemente de mi cuerpo para preguntarle a Jasper o a Rosalie qué era lo que ocurría.

Alice estaba con Jasper en un rincón y éste lucía asustado.

— ¿Qué fue eso? — Preguntó alarmado, mirando al techo—. ¿No oyes eso? ¿Q-Qué es ese sonido? —se mostraba asustado, hablándole a Alice.

Alice me miraba como si esto fuese completamente extraño.

Y entonces, me topé con Andrew, quien lucía completamente normal.

— ¿Qué rayos está sucediendo? —pregunté.

— ¿Con qué? —él frunció el ceño, lúcido.

— ¿Cómo que con qué, Andrew? Míralos a todos. Actúan como si estuviesen ebrios —expliqué, preocupada.

— Oh, no. No están ebrios —me aseguró con confianza.

— ¿Entonces? —pedí saber.

Muy en el fondo, él me miraba con complicidad. Él sabía lo que había pasado.

— Andrew, dime. ¿Qué ha sucedido? —gruñí.

— Nada, no ha pasado nada grave —le restaba importancia—. Únicamente comieron un poco de mi pan de banana y tenía un poco de cannabis**, nada realmente.

Le miré atónita.

— ¡¿Cannabis?! —grité.

*Arctic: Se refiere a la banda Arctic Monkeys.

**Cannabis: Marihuana.

CAPITULO 10 Porfías y pulgas

BPOV (Bella's Point of View)

(1) Arrastrar a Edward en la calle era una misión sumamente difícil.

— ¿Por qué nos vamos de la fiesta? —me preguntaba entristecido, con un tono infantil.

No era fácil cuando se trataba de un muchacho de un metro ochenta que no quería cooperar demasiado.

— Porque sí —sentencié tajante, jalando de su mano hacia donde mi auto estaba estacionado.

— Pero yo no me quería ir —hacía un puchero estúpidamente adorable.

— Nos vamos y punto —le ordené sacando la llave del Fiat cuando nos acercamos—. Súbete.

Murmuró algo incomprensible, cooperando un poco. No actuaba como si estuviese ebrio, tambaleándose. Pero caminaba muy lento.

Entramos al auto y me abroché el cinturón de seguridad.

— Abróchate el cinturón, Edward —le pedí cuando no lo hizo de forma inmediata.

El niño tomó el cinturón y lo miró frunciendo el ceño. Intentaba abrochárselo, pero fallaba en cada intento por la falta de precisión.

— Dame eso —refunfuñé colocándoselo mejor. El auto era pequeño y moverme dentro de él no era sencillo.

Cuando terminé, volví a mi asiento.

— Siempre me he preguntado algo —planteó frunciendo el ceño, confundido.

Estaba molesta. Por un lado con Andrew por haberle puesto marihuana al pan de banana. Pero por otro, molesta porque la única forma en que la marihuana tenga ese efecto en tu organismo, es porque la ingeriste en más de una ocasión. Y Edward nunca me había comentado al respecto.

— ¿Cómo hace ese culo para entrar en esos shorts tan ajustados? —me preguntó como si en verdad fuese un misterio para él.

Enfurruñada, me sonrojé. Él no se refería de una forma tan sucia sobre mi trasero con facilidad.

— ¿Sabes? Opino muchas cosas sobre tu culo —alzó su dedo índice, como si estuviera por enumerarlas.

Traté de ignorarlo mientras arrancaba el auto. El "viaje" terminaría en un par de horas, y yo tendría que soportarlo.

— Primero, no me dejas follarlo —habló—. Segundo, me lo refriegas usando esos pequeños pantalones de mierda.

La forma en que lo decía era sumamente lenta. Estaba ido.

— ¡Claro que no! —le fruncí el ceño. Jamás lo hacía a propósito.

— No, no, no —me calló con paciencia—. No hables. Estoy hablando y cuando alguien habla, tienes que respetarlo.

Ahora hablaba como si yo hiciera mucho ruido y le molestara.

— Porque el respeto es la base de todo en esta vida —me contó e hizo una pausa—. Por ejemplo, yo no respetaba a las chicas.

Ay, no. "Las chicas", no….

— Una vez le dije a una chica que… si me dejaba follarla… —empezaba a contar—… le iba a prestar las respuestas de un examen.

— Edward... —lo llamé para que no siguiera mientras conducía.

— ¡Y lo hice! —Me aclaró en su defensa—. Pero no debí pedir favores sexuales a cambio, las hacía sentir como prostitutas… O cuando le pedí a dos chicas que follaran mientras yo les comía el….

¡¿Un trío?!

— ¡Edward, si dejas de hablar, me quito la ropa! ¡En el auto! ¡Lo juro! —exclamé de muy mala gana, amenazándolo.

Él se quedó pensativo, completamente en silencio mientras fruncía el ceño. Dios, no quería oír tantas revelaciones. ¿Con dos chicas?

— ¿Ves esas luces? —me preguntó completamente confundido.

— Ay, no —lamenté con pereza—. ¿Estás alucinando?

Pero observé con mejor cuidado hacia la dirección a la que estaba mirando. Eran luces rojas y azules.

— Oh, no. La policía —me alarmé inmediatamente y mi corazón empezó a latir con fuerza.

No había oído la sirena, pero nos estaban pidiendo que nos detuviéramos. Paré el auto temblando por completo.

— Ugh, no puedo perder mi licencia ahora —rezaba en voz baja—. Si es por tu culpa, te juro que nunca te dejaré follarme ahí.

El idiota solamente se reía de la situación.

Apareció el policía alumbrándonos con su linterna, sin mucha preocupación encima.

— O-Oficial, ¿h-hay algún problema? —sonreí falsamente.

— Sí. Está conduciendo por debajo del límite reglamentario —nos avisó—. ¿Puede darme su permiso de conducir?

— S-Sí, no hay problema —rápidamente busqué mi billetera en la cajuela.

— ¿Policía? —Edward alzó su voz y me quedé muda—. ¿Por qué nos interrumpe? ¿Qué no ve que mi novia estaba a punto de quitarse la ropa?

Quise golpear a Edward de mil formas posibles. El oficial alzó una ceja hacia mi dirección.

— Está ebrio —expliqué, apenada—. No le haga caso, por favor.

Me pidió la licencia y la tomó. Debió haberse sorprendido al ver que la había renovado hace unos pocos días.

— Tenga cuidado la próxima, señorita —me lo entregó—. No quiera volver a la estación de policía con una licencia recién renovada.

— No, por supuesto que no —estuve de acuerdo con él, ya no tan nerviosa.

— Ah, y cuide a su amigo —me entregó la licencia y me advirtió con severidad.

Mi corazón volvió a latir de forma regular cuando éste se marchó. Agradecí que el oficial se haya creído mi excusa, de otra forma, habrían arrestado a Edward por estar drogado.

Él solamente se reía, presenciando la escena.

— Casi te arrestan —me lo echó en cara.

— ¡Por tu culpa y el estúpido cannabis de Andrew! —refunfuñé yo volviendo a arrancar el auto.

— ¿Quieres que te cuente otra historia? —me preguntó después de un rato.

— NO —sentencié de mala gana. Si volvía a oír sobre muchachas rubias y tríos, pegaría un grito.

—Es sobre unos pájaros azules —me ignoró, continuando—. Había un pájaro que quería llegar hasta el sol, y se encontró con el arco iris y dijo: "… espera, ¿qué mierda son todos estos colores?"

El mismo Edward se confundía con su propia anécdota.

— "… ¿por qué mierda el cielo está lleno de colores?" —se indignaba. Yo no podía creer el nivel de alucinación por el que estaba pasando.

— Okay, Edward. Ya llegamos —le avisé cuando estuvimos a una calle del estacionamiento del departamento.

— ¿Ya? ¿Tan rápido? —esto le confundió aún más.

Estacioné el auto y tuve que arrastrarlo como si fuese un niño de cinco años.

— Bella, ¿puedo preguntarte algo en serio? —me preguntó cuando estábamos en el ascensor.

Bufé, aceptando.

— ¿Por qué no entregas el culo? —se rió en voz baja.

Me sentí acalorada y me ruboricé violentamente porque no esperaba que su planteo fuese tan sucio.

— ¡Edward! —protesté de mala gana.

— Es decir, entiendo que las mujeres deban respetarse —prolongó esta última palabra de forma exagerada —. Y creo que eso es asombroso. Pero, si ya hemos hecho tantas cosas sucias, ¿por qué no lo haces?

Procedí a ignorarle porque no iba a discutir un tema tan íntimo si estaba tan volado.

Entramos al departamento y lo arrastré hasta el dormitorio, donde se recostó. Yo fui a buscar nuestros pijamas.

— Digo, eres la primera mujer que me rechaza —continuó.

Yo no sabía eso.

— Y eso no es bueno para mi autoestima porque, muy en el fondo, tengo baja autoestima —confesó con tristeza.

No esperaba esa declaración. En realidad, Edward era muy orgulloso para admitir aquello, pero de todas formas no esperaba que él se sintiese de esa manera.

— Tú eres todo lo que quiero, Edward —le dije con dulzura, aunque él no recordara aquello mañana.

— ¿Eso quiere decir que puedo follarte el culo? —preguntó esperanzado, levantándose un poco de la cama.

— ¡No! —negué rápidamente, sin darle más remedio.

Me quité la blusa de encima para cambiarme.

— De eso estaba hablando —se rió lascivamente.

Refunfuñé.

— Edward, no va a pasar esta noche. Olvídalo. No mientras estés drogado —le dejé en claro.

— No estoy drogado —frunció el ceño—. ¡Estoy bien!

— No, no lo estás. Ni siquiera recordarás esto mañana —dije más para mí misma.

Agarré una camiseta gastada y le entregué para que se cambiara.

— Toma, vístete y vamos a dormir.

— Si no te quitas el sostén, no lo haré —me avisó.

— Edward… —volví a protestar, molesta porque insistiera tanto con eso—. No me voy a quitar el sos….

Pero él me ignoraba cerrando los ojos y tarareando una canción.

Parecía ser que ese sería el efecto durante todo el "viaje". ¿Qué otra opción me quedaba? Se estaba poniendo insoportable.

Entonces, me quité el sostén.

— Listo. ¿Contento? —encogí mis hombros, enseñándole mis pechos.

— Eso es —aprobó—. Ahora, acércate para que juegue con esas tetas.

Gruñí.

— Olvídalo —volví a colocarme el sostén. No iba a intimar de esa forma con él.

Recibí un WhatsApp en mi BlackBerry y lo leí.

Sam:

¿Thomas está ebrio?

¿Sam? Oh, no. ¿Cómo sabía esto? ¿Thomas le estaba enviando mensajes?

— Tsk, amargada —chasqueó la lengua—. Al menos quítate las bragas.

Dios, ¿sería así toda la noche?

EPOV (Edward's Point of View)

Desperté sin recordar haber dormido la noche anterior. Era una mañana soleada y me encontraba recostado en la cama, vistiendo únicamente un bóxer. La cabeza me dolía y el estómago me gruñía por el hambre.

No recordaba muy bien lo que había sucedido en la noche. Ni tampoco recordaba haberme recostado con Bella. ¿Lo había hecho? No estaba en la cama.

Oí que la televisión del living estaba encendida. Me levanté de la cama y el estómago volvió a gruñirme reclamando por comida. No recordaba haber consumido alcohol en la fiesta.

Bella estaba sentada en el sillón, mirando atentamente la pantalla del televisor. Llevaba encima una pequeña libreta en donde anotaba todo lo que oía. Era un programa de cocina. Debía estar anotando una receta.

Iba a saludarla, preguntarle qué había ocurrido la noche anterior, o incluso le iba a preguntar sobre qué receta estaba anotando. Pero lo único que salió de mi boca fue:

— Muero de hambre.

— Espera, estoy anotando una receta —me silenció como si yo no me hubiese dado cuenta e hizo ademán con su mano derecha—. Hay comida en la alacena.

Mis instintos me obligaron a ir directo hacia la alacena. Tenía mucha hambre. Mi cuerpo entero reclamaba por comida, lo que sea, pero algo comestible para saciar la hambruna.

Lo primero que encontré fue pan. Ni siquiera quise tomarme el tiempo para hacerme un sándwich. Lo comí entero y sentí una ola de placer.

Pero luego recordé que debía ser cortés con Bella.

— ¿Por qué estoy en bóxer? —le pregunté acercándome a ella, comiendo todavía.

Tenía miedo de preguntarle aquello porque quizás lo tome de una forma grosera si es que tuvimos relaciones… ¿Pero por qué olvidaría algo como eso? Bella era la chica de mis sueños. No podía ser eso.

Ella apartó la mano libre y bufó, mirándome con seriedad. Estaba molesta.

— ¿No recuerdas nada de anoche, verdad? —me criticó mermando el volumen del televisor, pero lo extraño fue que ella esperaba esto.

— ¿Me embriagué? —le pregunté creyendo que esto era imposible. No hubo alcohol en la fiesta.

— No —contestó Bella—. ¿Recuerdas el pan de banana que Andrew preparó?

Asentí, confundido.

— Le puso marihuana encima —dijo ella.

Casi me atraganto con el pedazo de pan que estaba masticando. De todas las posibilidades, no esperaba esa. Es decir, no era la primera vez que había probado postres de ese tipo, pero jamás lo imaginaría.

— ¿Le puso marihuana encima? —pregunté con incredulidad. Y entonces, caí en cuenta—. ¡Ese imbécil lo hizo a propósito!

¡Por supuesto! ¡Se vengó de mi amenaza!

— ¿De qué estás hablando? —Bella rechazaba esta posibilidad, pues desconocía de mi discusión privada con Andrew—. No seas perseguido, lo sirvió para el resto también.

¿Todos consumieron? ¿Y ella?

— ¿Tú no consumiste? —le pregunté.

— No. Estaba en el baño con Alice y Jane —me contestó e hizo una pose—. ¿Sabes qué es lo gracioso de la marihuana?

Oh, no. Estaba en problemas.

— Que cuando consumes por primera vez, no sucede nada. Pero cuando consumes por segunda, tercera o cuarta vez, tiene efectos en tu cuerpo y en tu mente —comentó con brevedad—. Lo que me llevó a descubrir que, si actuaste de la forma en que actuaste, no es la primera vez que consumiste marihuana.

Diablos, me atrapó.

— No, no es la primera vez —asentí, coincidiendo con ella.

— ¿Fumabas marihuana antes? —me preguntó como si esto le preocupara.

— No en ese sentido, Bella —puse los ojos en blanco—. Fue en la Universidad. Pero debo haber fumado o consumido tres veces en toda mi vida.

— No, está bien, lo entiendo —ella, para mi fortuna, lo aceptó—. Todos prueban en la Universidad. Yo no lo hice. Obviamente el resto también lo hizo para que actuaran de esa forma.

Oh, no. Si mi memoria no fallaba, yo no me comportaba de una forma correcta cuando estaba ido o ebrio. Por eso es que no recordaba nada.

— ¿Qué fue lo que hicimos anoche? —pregunté sentándome a su lado.

— Nada. Nos fuimos de inmediato de la fiesta y te traje a casa —encogió sus hombros.

— ¿Tuvimos sexo? —pregunté con asombro. Yo no tenía buena memoria en ese tipo de situación. Pero, ¿con Bella?

— No aceptabas un "no" como respuesta. Era la única forma de que te echaras a dormir —me contó frunciendo el ceño.

No sonaba bien.

— Oh, no. ¿Fui muy irrespetuoso? ¿Muy salvaje? —lamentaba oírlo.

— Eso es quedarse corto —puso una mueca—. Te la pasaste jugando. Me tuviste hasta altas horas de la noche. ¡Y mira lo que me hiciste!

Ella se levantó la blusa; no llevaba sostén. Me emocioné un poco al ver sus pechos desnudos, pero fue mayor mi sorpresa al ver un enorme chupón al lado de su pezón izquierdo.

— Me sigue doliendo —siseó un poco molesta.

— Oh, Bella. Lo siento tanto, en verdad —sentí la necesidad de disculparme y abrazarla. Yo jamás la mordería tan fuerte. Bueno, me provocaba. Pero jamás le dejaría lastimados.

— No pasa nada. Lo disfruté —encogió sus hombres esbozando una tímida sonrisa sonrojada.

Tenía una duda.

— ¿Por qué tengo otra ropa interior? —pregunté recordando que había usado uno negro anoche y ahora tenía uno celeste.

— Oh…sí, bueno, uhm… —ella no supo cómo contarlo, así que lo hizo en voz baja—. Como que ensuciaste el anterior. Y tuve que lavar unas corbatas. También se ensuciaron.

Ella me enseñó las marcas en sus muñecas, como si la hubiese atado.

¡¿Por qué mierda no recordaba nada?! ¡Carajo!

— Ahora yo quiero hacerte unas preguntas —rascó con suavidad la piel de mi rodilla, ocultando la mirada.

— Solamente fumé una vez —contesté—. Las otras veces consumí. Eran muy comunes en los brownies.

— Es bueno saberlo —asintió con sorpresa—. Aunque no era eso lo que quería preguntarte.

Ah.

Bella tragó saliva, desviando la mirada. Se había puesto colorada.

— Anoche confesaste haber estado en un trío… —murmuró bajito, frunciendo los labios.

Carajo.

— Ya sé que lo pasado es lo pasado —aclaró rápidamente—. Pero… —entonces, suspiró—… quiero saber sobre eso.

Decidí hacerla sentir más cómoda jugando con su mano. Su piel era tan suave y femenina que me provocaba besarla.

— Pero trata de omitir los detalles, por favor —pidió automáticamente cuando planeaba hablar. Asentí una vez—. O no, mejor no. Espera, ¿son terribles?

— Depende qué entiendas tú por "terrible" —entrecerré los ojos, sospechando. No quería joderla.

— No importa —sacudió la cabeza—. Dime, ¿cómo eran?

Me mordí el labio. Esto no le iba a gustar.

— Rubias —respondí.

— ¡Ah! —Chasqueó la lengua, con desagrado—. ¿Por qué? ¿Por qué, Edward? ¿Tenías un fetiche con ellas?

Le iba a decir que no sea exagerada, pero no quería molestarla.

— Está bien. ¿Cómo fue la situación? —volvió a preguntar, dejando pasar el detalle.

¿Cómo se lo contaba sin entrar en detalles?

— Estaba ebrio, ambas quisieron… —encogí mis hombros—. Fue en un baño público durante una fiesta universitaria.

Bella me miró incrédula.

— ¿En el baño…? ¿Cómo…? —no podía creerlo—. ¿Cómo es que entraron los tres…?

— No quieres saberlo —negué simplemente.

— Bueno —suspiró lentamente.

Me parecía tonto que hiciera hincapié en esas cosas. El pasado era el pasado. Era como si yo me molestara por las cosas que había hecho con Jacob. Bueno, eran limitadas. Ellos solamente lo hicieron una vez y él hizo casi todo el trabajo porque no fue una grata experiencia para ella. O lo que sea que había hecho durante su período en la prostitución.

Mejor me apartaba del terreno, me estaba amargando.

— Eres la única, ya lo sabes —le recordé estrechándola entre mis brazos y oliendo su cabello. Ah, era sabroso.

— Está de más agregar que insististe demasiado en ya-sabes-qué —murmuró no de buen humor.

Oops.

— No es que sea amargada —admitió con franqueza, algo triste—. Ni mucho menos frívola. Pero tú sabes que es algo con lo que quiero sentirme completamente cómoda. Si no, no será grato.

— Entiendo completamente, amor —fui honesto—. Si no te sientes cómoda, no tiene caso. Pero no quiero que pienses que yo no lograré hacerte sentir cómoda.

La había atrapado. No esperaba ese planteo y ladeó una sonrisita.

— Primero báñate y luego analizaremos eso —se rió frunciendo el ceño y se levantó del sillón.

Ahora podía notar que estaba bien vestida.

— ¿A dónde vas? —pregunté.

— Voy a hacer las compras. Cocinaré salmón. Esme vendrá a almorzar hoy para traer a Eugene —me avisó pensando que yo sabía de aquello—. ¿Recuerdas? ¿La cita de Jella y Eugene?

— Ah, sí —fruncí el ceño—. Bueno, no. No tenía idea. No sabía que sería tan pronto.

— Anda descontrolada —dijo riéndose—. El doctor dijo que sería lo mejor hacerlo en nuestro departamento. Tú desayuna, debes morir de hambre.

Después de tremendo viaje, podía comerme un bufet entero.

TPOV (Thomas Point of View)

Reposando en la encimera, dejé que mi mente procesara lentamente los indicios: la cabeza me daba vueltas, no recordaba absolutamente nada y moría de hambre. ¿Qué es lo que había hecho en mi cumpleaños?

Poco y nada. No hubo alcohol ni fui consciente de él. Nadie lo fue. Lo último que recordaba era haber probado el postre de Andrew y todo se había desvirtuado automáticamente. Pero, ¿cómo podía un postre de chocolate producirme aquello?

Estuve quince minutos más sentado, casi en estado vegetativo, tratando de encajar las piezas del rompecabezas mientras el estómago me pedía a gritos que dejara esa estupidez y comiera lo primero que encontrara en el refrigerador.

Conocía la sensación. Se siente igual a cuando fumas hierba. Pero… ¿podía ser que el pan de banana de Andrew estuviese alterado?

No sonaba retorcido. Sonaba algo que él podría hacer. ¿Y cuál era el motivo? Por un lado, se lo debía a su inmadurez, pero tampoco parecía lejana la idea de haber saboteado a Edward a propósito con motivo de venganza. Él era muy infantil.

Suspiré con frustración, sabiendo que la suma era sencilla y Edward no era ningún imbécil. En cuanto sacara el cálculo, aparecería en la puerta deldepartamento, dispuesto a darle una buena paliza a Andrew. Quería defenderlo, pero también deseaba ver cómo le propinaban una lección como cuando lo hacían nuestros padres.

En un momento, tomé mi I-Phone y fue una gran sorpresa ver que tenía un mensaje que no había leído.

Mayor fue la sorpresa al ver que era de Sam.

Samuel:

¿Te encuentras bien?

¿Volvía a hablarme para preguntarme cómo estaba? Uf, sonaba a una forma muy desesperada de encontrar tema de conversación. No había forma de que le contestara aquello.

Aunque tal vez simplemente quería romper el hielo para pedirme disculpas por todo lo que había pasado.

Pero debió ir más al sentía ganas de contestarle.

Andrew apareció en la cocina. No dije absolutamente nada.

— ¿Qué tal amaneciste? —me preguntó fingiendo que era otro día más en la rutina. Pero muy en el fondo, podía ver esa maliciosa sonrisa oculta, típica en un niño que acaba de cometer una maldad.

— Confundido —dije cruzando mis brazos.

— Oh —se sorprendió—. ¿Cuál es la duda, hermano?

— Bueno, primero quisiera saber cómo aprendiste a secar marihuana, y luego saber si lo hiciste con motivo de celebración o había una especie de venganza oculta…

— ¿Venganza? —Alargó la palabra, ofendido por la acusación—. ¿Vengarme de quién?

— Me ofende tu subestimación —le dejé en claro.

Soltó una pequeña risa conspiradora.

— No hagas que elija entre mi mejor amigo y mi hermano, porque la respuesta podría sorprenderte.

— Y ofenderme —agregó, serio.

— Tus motivaciones no son justas. Si quieres mi apoyo, busca algo que valga la pena.

— ¿Dices que Bella no vale la pena? —me acusó como si quisiera contárselo para traerme problemas.

— Digo que todo el rollo de "Bella-y-tú" no vale la pena —negué con honestidad.

Me había llegado un WhatsApp de Edward, avisando que se pasaría por el departamento.

— Y si fuera tú, me largaría ahora mismo, porque Edward está a punto de venir aquí —le informé medio riéndome. Eso sería interesante de ver.

— ¿Y dejar que me intimide? Es solamente un idiota creído —confesó en voz baja, como si revelara un verdadero pensamiento interno.

Muy en el fondo, sentía que Edward tenía motivos para ser creído.

— Conozco gente creída y él está muy lejos de ser uno —le comenté de casualidad—. Y apuesto lo que sea a que te cayó bien antes de saber que se folla a Bella todas las mañanas.

— ¡Bueno! —sentenció él de mala gana, sin querer saber los detalles.

Estuvimos un rato en silencio.

— No deben follar todas las mañanas —murmuró en voz baja, resentido.

— No, probablemente no —coincidí—. Porque trabajan. Pero en las noches… ¡Oh, vaya!

Exageré a propósito porque sabía que eso le molestaría.

— Cambiando de tema —exigió tajante, sin ánimos de continuar con aquella conversación. Luego, esperó unos segundos—. ¿Quién es Sam?

Levanté la guardia. ¿Cómo sabía de él?

Se sorprendió con diversión.

— Te pusiste serio. ¿Quién es ese tipo? —se rió llevando una rodaja de pan a la boca, con despreocupación.

¿Cómo sabía de él? ¿Alguien le habría mencionado la situación…? No. Andrew no aceptaría mi homosexualidad con tanta calma.

— Nadie —negué suspirando, restándole importancia.

— Oh —soltó tratando de descifrarlo—. ¿Es una especie de enemigo o algo así?

Fruncí el ceño.

— ¿Enemigo? Claro que no —sonaba ridículo.

Torció una mueca, desinteresado.

— Es que te quejaste de él toda la noche —encogió sus hombros.

Volví a levantar la guardia en alto. ¿Qué había dicho sobre él?

— ¿C-Cómo qué? —me esforcé por mostrarme seguro.

Era un alivio que Andrew no quisiera entrar mucho en detalle porque no había mucho que contar, aparentemente.

— No lo sé. Como que él es un imbécil, que no lo soportabas y como no te había pedido disculpas ibas a hacer algo al respecto.

¿Qué hice al respecto?

— ¿Estás seguro de que no quieres hablar al respecto? Estás pálido —esto le producía más gracia que preocupación.

— ¿H-Hice a-algo al respecto? —pregunté tragando saliva. Me conocía lo suficiente para saber que hacía cosas estúpidas y exageradas cuando estaba drogado.

Encogió sus hombros, torciendo una mueca.

— No saliste de casa —me avisó y miró mi teléfono—. Pero estuviste mucho tiempo con tu I-phone.

Oh, no.

(2) Andrew, tomando una manzana,se marchó hacia su dormitorio, dejándome solo en la cocina con muchas interrogantes.

Mis ojos fueron directamente al teléfono apoyado en la mesa. El mensaje que Sam me había enviado coincide con la alternativa de haberle enviado un mensaje de texto.

— No… no debe ser tan malo —me dije a mí mismo tomando el teléfono con valor, porque muy en el fondo sabía que estaba mintiendo.

Pero me sentí muy estúpido. ¿Por qué debía sentir temor? Él no influía en mi estado de ánimo; lo que sea que haya enviado no debía hacerme sentir un imbécil que le hablaba como si estuviese necesitado.

Con el teléfono en mis manos, entré a la bandeja de entrada y tragué saliva al ver que, efectivamente, el último mensaje enviado era para Sam.

Lo abrí y era excesivamente largo.

— Oh, no…

Leí la primera parte:

Thomas:

Hey,imbcil. Cmostas? No, no m intresapq no t intresacmo m encntro. N he recibido ni 1 ptallamada d ti y me preg, qcarjs t pasa?M acosascmo1 perdedor y luego desaparecess?

¡No! ¡Lucía como un desesperado!

Thomas:

Qiero aclarar q no m intresas. No qiero ser tu amigo, no qierovert ni n la calle, no qiero saber nada d ti, pero pq no tienes la decnciaddisculprtex lo q has hecho?A mí mintresa sa maldita disculpa pq t metiste y me jzgaste como si fuese 1 idiota insnsible. Aunq lo pienso y sé q es exagerado. Soy 1 exagerado y nemtiedopq esto mestá molestando tanto,,

El mensaje seguía… Oh, no, no, no lo hice…

Thomas:

Qzáspq me cuesta aceptr q influiste dm,asiadoen mí pq eres la 1ra persona q m conoce y m confronta x lo q fui 1 vez y lo q soy ahora. Qzástnga razón y necesite -

— ¡No! ¡No! ¡Por dios, no! —exclamé con vergüenza queriendo que la tierra me tragase en estos instantes.

¡Y el mensaje todavía no terminaba!

Thomas:

… pro no voy a cambiar x ti. Ersun imbcil y acep`to tu disculpa aunq no la haya recibdo. Y no, no etoy ebrio, solmntetnlo en cuennta.

¡Maldita sea! Había quedado como un completo necesitado y fracasado en un simple mensaje de texto. Y la forma en que lo había enviado mostraba cuán ido estaba. ¡Por esa misma razón él me había preguntado si me encontraba bien!

Edward llegó justo cuando Andrew se había marchado, y me pregunté si se habrían cruzado por casualidad.

— Con todo el respeto y como tu amigo… —Edward me advirtió con cuidado y completa educación—… le sacaría la mierda de encima a tu hermano. Pero aparentemente, terminé pasando una increíble noche con Bella que aún no recuerdo.

Me costaba concentrarme en lo que Edward me contaba. Seguía alarmado por el maldito mensaje y lo demostraba dándole varias caladas a mi cigarrillo.

Ambos observamos cómo el humo penetró su rostro. Él tensó la mandíbula como si se contuviera y yo me sentí culpable.

— Lo lamento —quería apagarlo, pero realmente lo necesitaba—. Sé que estás tratando de dejarlo y toda esa mierda, pero no puedo contenerme.

Él negó restándole la importancia, pero con cierta duda.

—Bella fuma en su trabajo, así que toma —le lancé el paquete de cigarrillos, revelando el secreto que había prometido ocultar.

Él tomó uno y lo encendió con placer. Planeaba preguntarme por aquello, pero parecía interesarle más el motivo por el que me encontraba ansioso.

— ¿Te ocurre algo? —preguntó lo obvio. Lo sabía, así como también sabía que yo no empezaría a hablar al respecto a menos que me preguntaran.

— Hice… —me empecé a reír, con histeria—… hice algo completamente estúpido anoche.

— Oh, todos hicimos algo estúpido anoche —él asintió frunciendo el ceño y dándole una calada al cigarrillo —… Jasper me contó que entró en pánico y rompió una lámpara en su dormitorio. Y no recuerda nada.

— Yo… bueno, yo hice algo más estúpido que eso —negué sintiéndome un imbécil.

Edward trató de descifrar lo que ocultaba, dejando que procediera en silencio.

Pero no sabía cómo explicarle aquél mensaje.

— Mejor léelo por tu cuenta —le entregué rápidamente el I-phone.

Esperé en silencio, cruzando los dedos imaginariamente, esperando que un segundo me asegurara que no era tan drástico como parecía en mi mente.

Pero fue peor de lo que esperaba cuando Edward mostró sorpresa, vergüenza ajena y pena.

— Éste es el tipo de mensaje de texto que no deseas enviar cuando estás ebrio —lo reconocía riéndose, sin embargo.

— Sí, bueno, no es para nada agradable… —le aseguré con preocupación, tomando el teléfono de nuevo.

— ¿Por qué? —me preguntó—. ¿Por qué te preocupa tanto?

Lo que Edward no sabía era que yo jamás en la vida había actuado de esa forma. En realidad, hasta hace tiempo que no lo hacía, pero me molestaba reconocer que en algún momento fui ese chico: un imbécil que no sabía manejar con precisión las cosas, casi como Andrew.

Yo solamente actuaba de esta forma con Michael, no con alguien más.

— Mejor planteado, ¿por qué te importa tanto Sam? —preguntó con el cigarrillo en la boca.

— Oh, no —fruncí el ceño, repentinamente molesto—. No me interesa, Edward. Este muchacho…—señalé el I-phone—… no significa absolutamente nada en mi vida. No le demos tanta importancia.

— Estoy de acuerdo —asintió él—. Pasemos a otro tema entonces.

¿Cómo?

— ¿Y dejar ese mensaje así como si nada? ¡No! —me asqueé—. Yo no envío este tipo de mensajes. Ahora el imbécil debe creer que me gusta o algo así.

Edward alzó una ceja con una mirada picarona.

— No —negué tajante—. No me vengas con esa mierda, Edward. Nos conocemos, sabes cómo son las cosas.

Sam no me gustaba. Y todos debían de tener eso en claro.

— Solamente digo —alzó sus manos, excusándose—. ¿Por qué te molesta tanto lo que hizo? Aparentemente, crees que mereces una disculpa. ¿De qué?

— Lo correcto después de haberse comportado como un imbécil, juzgando mi vida por completo, cuando en realidad no me conoce, era pedir una disculpa. No la necesito. Este mensaje es una completa falacia. Solamente creí que sería correcto que lo hiciera. Pero no estoy esperando una. —dejé en claro.

— Obviamente estás esperando una —Edward se reía.

— Yo… —iba a protestar, pero volvió a darme esa estúpida mirada condescendiente. Y mi silencio fue tomado como un asentimiento.

Chasqueé la lengua, frustrado.

— Mira, lo admito. Me gustaba —dije en voz baja—. Pero mucho antes de saber el tipo de psicópata que era.

— ¿Psicópata? —Edward creyó esto absurdo—. Sam no es ningún psicópata.

— Edward, cinco años de mi vida, ¿cómo es posible que sepa tanto de mí? Es ridículo.

— ¿Por qué sigues remarcando eso? —le sorprendía aquello.

Me quedé mudo. ¿Es que no era obvio?

— Porque sí, porque es la primera vez que alguien se obsesiona conmigo de esa manera. No es agradable —bufé.

— Sí, pero si él lo dejó pasar, ¿por qué tú no? —Planteó— ¿Por qué necesitas que se disculpe? El mejor modo de disculparse es haciéndose a un lado de tu vida.

—No, no, no. Ya entiendo tu planteo —dije rápidamente—. Y no es eso. Créeme cuando te digo que no me interesa. Simplemente… Tsk, me molesta tanto que quisiera golpearlo.

Él se asombró.

— ¿Golpearlo? —rió.

— Sí, quisiera hacerle saber lo indignado que estoy —sostuve con firmeza. Muy en el fondo sabía que el odio que sentía por Sam era irracional. En realidad, poco lograba identificar entre todas las emociones. Pero definitivamente no era simpatía.

— Eso es algo egoísta —murmuró entrecerrando los ojos

— No estoy diciendo que no lo sea —admití con franqueza—. Pero es así como lo siento.

Edward se lo pensó un buen rato.

— Tom… no sé cómo explicártelo, pero te daré un ejemplo —fue amable—. Andrew ha flirteado con Bella en dos ocasiones y me drogó a propósito como venganza. Yo sí tengo motivos para odiarlo —asintió—. Tú no tienes motivos para odiar a Sam —negó.

Él tenía razón y muy en el fondo sabía que esto era absurdo. Lo único que podía hacer era seguir adelante y olvidar toda nuestra pelea.

— ¿Dices que debo llamarlo? —pregunté esperando que dijese que no era necesario.

— Sí. Explícale lo que ha sucedido y listo —encogió sus hombros.

Para él sonaba fácil. Para mí no. Ya había quedado en completo ridículo. Reconocerlo frente a él, después de odiarle, me hacía sentir un imbécil. Me había obsesionado con él, pero no de una buena manera, sino de una mala. Únicamente porque era la primera persona en mucho tiempo que lograba desafiarme.

Miré con duda el teléfono. Santos cielos, ¿por qué estaba atemorizado?

— Vamos, Tom. No vas a dejar que una situación te cohíba, ¿o sí? —me desafió chasqueando la lengua.

— No —reconocí inmediatamente y tomé el teléfono para llamarlo.

No me había dado cuenta hasta entonces que no lo había borrado de mi agenda telefónica. ¿Por qué?

El teléfono sonaba… no atendía de forma inmediata, así que no lo tenía a mano. Mientras más tiempo pasaba, más imbécil me sentía.

— ¿Qué le digo? —repentinamente mi cerebro se puso en blanco, así que le pedí a Edward que me lo dijera en ese momento.

Pero él se mostró confundido.

— Que lo sientes, no lo sé— se limpió las manos, frunciendo el ceño.

— ¿Cómo que no sabes? —me indigné. ¿Por qué me incentivaba a llamarlo si no me iba a dar una mano? Pero antes de decir esto, ya habían atendido el teléfono.

Me tensé inmediatamente.

— ¡Hey! Sam…

— ¿Thomas? —preguntó y juraba que no podía creer que lo estaba llamando. Podía oír que se encontraba en la calle.

— Sí, soy yo —mordí mi labio con frustración— Eh…

Miré rápidamente a Edward y él se encogió los hombros, incitándome a que continuara la llamada. Le insulté en silencio.

Dije lo primero que se me ocurrió.

— ¿Cómo estás? —me sentí un imbécil. ¡No me interesaba saber cómo se encontraba!

— Eh… bien, en medio de un trabajo, ¿y tú? —sonaba algo distraído.

En estos momentos me sentía un completo necesitado.

— Sí, también, terminando una sesión —fingí estar también ocupado y pude ver cómo Edward se reía de esto. Decidí ir directo al grano—. Eh, uhm, escucha. Yo…

— Suéltalo, suéltalo —murmuró Edward alentándome.

Tragué saliva.

—… quería pedirte disculpas por el mensaje de anoche… —solté corridamente. ¡Listo!

La segunda parte se hizo más fácil.

—… No estaba en mis cabales. No era mi intensión decir todo lo que dije.

Era tonto decir aquello, porque cualquiera cree que un ebrio dice la verdad. Pero lo que hice fue como si fuese una realidad alternativa a la que vivía. A mí no me interesaba en lo absoluto.

— Sí, descuida —él le restó importancia—. Sabía que no estabas en tus cabales y que fue algo… exagerado lo que sucedió…

Tierra, trágame.

—… Solamente quería saber si te encontrabas bien —me preguntó con interés—. Bella me contó que tu hermano le puso algo a la comida. Marihuana.

Alejé el teléfono y lo tapé.

— Maldita Bella —gruñí en dirección de Edward y retomé la llamada. Él me miró con asombro.

— Sí —aseguré rápidamente—. Fue una estupidez. Pero no hubo nada irregular.

Excepto ese mensaje.

—Es bueno saberlo —me dijo y oí que suspiraba—. Espero que hayas tenido un buen cumpleaños.

Ahora me estaba haciendo sentir culpable. Me sentí incómodo.

— Y lamento todo lo que ha pasado… —agregó al rato.

— Yo también —no tuve otra alternativa—. Espero que podamos dejarlo atrás, olvidarlo y seguir cada uno por su cuenta.

— Sí—su respuesta fue un tanto tardía—. Si crees que es lo mejor, para mí lo será.

Por algún motivo, esto me pareció extraño. ¿No estaba obsesionado conmigo o algo así? ¿Cómo es que aceptaba aquello tan fácilmente?

— Está bien…

— Que estés bien, Thomas —dijo por último, deseándolo con buena intensión.

— Que estés bien, Sam —me vi obligado a desearle lo mismo, pero por un lado deseaba que esto acabara y por otro, me hacía sentir vacío. Como que todavía faltaba decirle algo más.

Pero antes de evaluarlo, ya había cortado la llamada.

— ¿Ves? —Edward sonrió—. No fue para nada difícil.

— No —murmuré sorprendido. No, no había sido tan difícil.

— Ahora puedes seguir adelante y olvidarlo.

Pero, ¿por qué no lo sentía así?

EPOV (Edward's Point of View)

(3) Un día en el trabajo, se me presentó una situación particularmente inusual.

— ¡Preséntame a Jane!

Josh se interpuso en mi camino hacia el salón donde tenía que dictar clases.

Tardé un rato en reaccionar.

— Ya la conoces —dije confundido.

— Me refiero a que me presentes a Jane —enfatizó aquellas palabra para denotar el doble sentido en sus palabras.

— Oh —fruncí el ceño, parpadeando atónito.

Lo evalué durante unos cortos segundos y la sola idea de asociarlos juntos me parecía una bomba de tiempo.

— Olvídalo, Josh. Si tus intentos con Rosalie fracasaron, no utilices a Jane como una segunda opción—seguí con mi paso, estaba llegando tarde a la clase.

Pero él se mostraba insistente al seguirme con frustración.

— No la estoy usando como una segunda opción —me dejó en claro y por poco le creí—. Me gusta.

— ¿Te gusta o quieres follártela? —bufé.

— Cuando te gusta alguien, quieres follártela —razonó él, sin ver el problema en mi cuestionamiento.

Me detuve suspirando. No tenía tiempo para darle grandes explicaciones.

— Josh, eres mi amigo y sabes que te aprecio —le miré fijamente a los ojos, porque era cierto—. Pero Jane no es cualquier chica.

— Por eso me gusta —asintió emocionado.

Quería encontrar otro argumento para dejarle en claro mi opinión al respecto, pero era difícil.

— Me refiero a que no es el tipo de chica con el que saldrías normalmente.

— ¡Me ofendes, hombre! —Lo hizo saber frunciendo el ceño—. ¿Me conoces unos meses y crees que sabes el tipo de chica que busco realmente? No siempre soy "sexo, sexo, sexo". También me interesan las chicas serias.

Me sentí culpable por acusarlo.

— Además, nunca he estado con una chica virgen —se emocionó con cierto morbo.

Puse los ojos en blanco. Quizás no le conocía lo suficiente, pero lo poco que sabía era legítimo.

— Jane nunca ha estado con ningún hombre —no sabía si era mi incumbencia revelarle aquella información.

— ¿Sería su primer hombre? —ahora se mostraba más emocionado y excitado.

Chasqueé la lengua. Debía ser directo.

— Ya la conoces, se asusta por cualquier cosa. No es una chica a la que conquistas y llevas a la cama fácilmente —le advertí.

— Claro que no la llevaría el primer día, no soy estúpido —se reía.

— Ni en la misma semana —avisé.

Esto le tomó por sorpresa.

— Jesús, no voy a trastornarla, solamente meterle mi polla —bufó.

— Para empezar, no hables tan sucio frente a ella —detuve su habladuría—. No hablas sucio con una chica que recién conoces. Déjalo eso para la cama.

Aunque pensándolo bien, ella podía negarse también en la cama.

— ¿No me estás diciendo que no folla en la primera semana? —me preguntó.

Él me estaba frustrando verdaderamente.

— ¿Ves por qué no deberías meterte con ella? Ustedes dos son completamente opuestos en una manera muy incorrecta.

Era inevitable sentir que Jane era una pequeña y él un viejo pervertido. Aún cuando no fuésemos tan cercanos, no podía dejar que Josh se aproveche de ella.

— Edward, no seas exagerado —Por primera vez, Josh utilizó aquella palabra conmigo.

Ya me había detenido en la entrada del salón cuando él me acorraló suspirando.

— Mira, ya sé que soy un cerdo, un pervertido, cualquier palabra que Mark haya utilizado para describirme puedes utilizarla, no hay problema, porque no lo voy a negar. Lo soy. Pero no quiero ser así todo el tiempo y siento que ella podría cambiarme.

Me quedé en silencio porque estaba en lo cierto. En muchas ocasiones, una buena chica podía cambiar a un mujeriego. El ejemplo más cercano que se me ocurría en este momento era yo mismo y Bella tiempo atrás.

— Me gusta —afirmó con seguridad—. Tú piensas que es inocente, pero en cuanto baje la guardia, será una completa depravada. Después de todo, las chicas más silenciosas son las peores. Tú sabes de lo que hablo.

No le dije nada porque inmediatamente recordé cuando creía que Bella era inocente hasta que terminé por corromperla.

— Vamos, Edward —volvió a insistírmelo, esta vez en serio—. No voy a joderla. Realmente quiero esto.

Viendo que él insistía de una forma correcta, no sentí remordimientos al pensar que entonces era lo correcto.

— Está bien, haz lo que quieras —terminé por aceptar, recordando que además, no quería imitar a Bella y entrometerme entre dos personas. Nada bueno saldría de eso.

Di por terminada la conversación dándome la vuelta para entrar al salón, pero Josh me detuvo tomándome del brazo.

— Por eso, tienes que ayudarme —pidió en un murmullo.

— ¿Yo? ¿Por qué no lo haces tú solo? — ¿Por qué me pedía ayuda si él ya había intentado hablar con ella en varias ocasiones?

— Porque me odia —respondió—. Cada vez que intento decir algo, sueno como un estúpido. Tú me vas a ayudar.

— Josh… —suspiré preocupado. No quería que me involucrara en esto si salía mal.

— Ahora, dame su teléfono —pidió con prisa.

— ¿Ahora? —Miré de nuevo a la puerta del salón—. Tengo que dictar clases ahora.

— Tsk, te tomará unos pocos minutos, pueden esperar —le restó importancia a los alumnos.

Deliberé por unos segundos la alternativa. Yo nunca llegaba tarde al salón, ni me excusaba por algo. Pero Josh lucía insistente y no se iría hasta que le ayudara.

Suspiré y abrí la puerta del salón para hablarle al resto de los alumnos.

— Tienen diez minutos para repasar la tarea de ayer. Voy a evaluarlos —anuncié para recompensar la corta ausencia. Con suerte, ya no se ponían flojos en mi clase y no dejaría que eso cambie.

El miedo colectivo apareció en el salón y rápidamente todos se pusieron a repasar la tarea pendiente, si es que la habían hecho. Volví a cerrar la puerta.

— Eres un hijo de puta —destacó Josh por lo que acababa de hacer. Pero no me sentí ofendido. Así me manejaba.

Entonces, recordó lo que me había pedido:

— Okay, dame su teléfono. La llamaré.

— No tengo su número —recordé un poco tarde.

— ¿Qué? —A Josh también le pareció extraño aquello—. ¿Cómo que no tienes su número?

— No tengo su número —volví a repetirle. Me miraba como si estuviese mal—. Es más bien amiga de Bella.

— Entonces, pídele el número a Bella —ofreció.

— ¿Ahora? —alcé una ceja, incrédulo. Asintió—. Está trabajando.

— Le tomará tres segundos —chasqueó la lengua.

— No voy a interrumpirla en su trabajo por algo de tres segundos —le dije siendo tajante—. Espera a que termine de dictar la clase y la llamo.

De todas formas, siempre hablaba con ella después de terminar las clases.

— No, llámala ahora —exigió demandante.

— Le enviaré un mensaje —ofrecí otra alternativa.

— No contestará ahora. Llámala —insistió—. O la llamaré yo.

— ¡De acuerdo! —Acepté sacando mi I-Phone del bolsillo—. ¡Dios! Qué molesto eres.

No le importó aquello. Estuvo pendiente de mi llamada. Pero no podía interrumpirle solamente para pedirle el teléfono. Tenía que inventar otra excusa importante.

Conforme sonaba el pitido, más culpable me sentía. Ella estaba ocupada para atender.

— ¿Edward? —atendió, pensando que debía tratarse de una emergencia.

— Hola… hermosa —Utilicé aquél apodo para ponerla de buen humor. Me sentía incómodo hablando cuando Josh me clavaba la vista encima—. ¿Qué estás haciendo? ¿Estás ocupada?

— Estoy terminando de hacer la corrección de una receta de cocina muy buena. Creo que la practicaré esta noche —sonaba como si tuviese el teléfono apoyado en el hombro—. ¡Ah! Y Damian nos contó un chiste muy gracioso —se reía—. Era acerca de unos patos, pero no recuerdo muy bien de qué iba…

— Patos… sí, muy gracioso —me reía falsamente para cortarle la conversación y pedirle lo que Josh quería —. Los patos son muy divertidos, debe haber sido un chiste muy gracioso…

Hubo un momento de silencio del otro lado del teléfono mientras Josh me preguntaba acerca de qué patos estaba hablando.

—… ¿Me vas a pedir algo, no? —Bella preguntó en un tono completamente diferente.

¡Qué bien me conocía!

— Te amo mucho —aseguré pidiéndole disculpas.

— ¿De qué mierda están hablando? —Josh no entendía nada.

Escuché su dulce risita.

— Dime qué y quién te está pidiendo un favor —quiso saber, divertida.

— Es… —miré con dudas a Josh. No sabía si podía decir el motivo debido a que ellas eran amigas.

— No, no le digas —advirtió él en cuanto se dio cuenta.

— No voy a mentirle a Bella—alejé un poco el teléfono y le avisé.

— ¿Con quién estás hablando? —quiso saber ella, confundida.

— Dame el teléfono —Josh gruñó e intentó arrebatármelo.

Forcejeamos un buen rato hasta que cedí y lo obtuvo en sus manos.

— ¡Hola, Bells! Es Josh —le saludó con una sonrisa—. ¿Cómo estás? —cambió su mueca, porque seguramente Bella le dijo que estaba ocupada—. Sí, bueno… quería pedirte el número de teléfono de Jane.

Evalué la reacción de Josh detenidamente. De repente, se había puesto serio. Quizás Bella le estaba dando el mismo discurso que había intentando darle.

— Sí… sí, ya sé… no —avisó tajante—. No, claro que no… ya lo sé… —chasqueó la lengua poniendo los ojos en blanco y murmuró en voz baja—. Ya sé que es virgen.

Contuve una risotada. Si yo había sido ligeramente protector con Jane, ella lo sería el doble.

— Sí… sí, sí, lo prometo —desvió la mirada hacia un costado como si no se lo tomara en serio. Sacó su teléfono y anotó rápidamente el número que le estaba dictando—. Está bien. No hablaré con ella ahora, ya sé que está ocupada.

Se me hacía muy tierno pensar que Bella le estaba reprendiendo.

— De acuerdo, gracias, Bells —terminó por saludarla y le ofrecí la mano para que me entregara el teléfono y pudiera terminar de hablar con ella, pero cortó la llamada bruscamente.

— ¡Josh! —protesté de mala gana. Pero ya estaba revisando el teléfono con emoción—. En fin, ya tienes el número.

— La llamaré ahora —estaba seleccionando el número para hacerlo.

— Pero le dijiste a Bella que no… —protesté pero ya no tenía sentido. Ya había hecho la llamada y esperaba a que ella atendiera.

— ¿Hola? —saludó él esbozando una sonrisa divertida—. ¡Hola Jane! Es Joshua… Josh, el amigo de Edward. ¿Cómo te encuentras?

Esperé impaciente por la respuesta de Jane; únicamente podía descifrarlo por las expresiones de Josh. No lucía mal con esa sonrisa.

— ¡Bien también! —asintió él. Al parecer, le había respondido bien—. ¿De dónde conseguí tu número, dices? Eh…

Me miró a mí con cautela. No sabía cuál de nuestros nombres mencionar.

— ¡De Bella! —soltó él inmediatamente y respiré aliviado—. Sí… —se rascó el cuello, ligeramente avergonzado—. Estaba pensando si podía en algún momento invitarte a salir o algo así.

Un momento completamente tenso y abrumador esperar por la respuesta.

— Oh, claro —asintió y creí que lo había rechazado, pero tenía un rostro tranquilo—. Sí… está bien… ¿y qué opinas si te busco del trabajo?

De nuevo se sentía la impaciencia de saber.

— Ya… está bien —él esbozó una pequeña sonrisa—. ¿A esta hora? Oh… de acuerdo, de acuerdo. Lo tendré en cuenta. Okay. Adiós.

Colgó la llamada con una sonrisa traviesa. ¿Había aceptado?

— ¿Y? ¿Qué dijo? —pregunté, curioso.

— Dijo que Bella no debió haberme dado su número, que no quiere salir conmigo, que a esta hora se encuentra muy ocupada trabajando y que no intente llamarla otra vez porque no quiere salir conmigo— comentó como si eso fuese una gran noticia.

Le miré atónito.

Se encogió de hombros, sonriente.

— Quiere follarme, no te preocupes —me aseguró, confiado.

BPOV (Bella's Point of View)

— La dieta seguirá siendo la misma hasta la sexta semana, pero deberá empezar a tomar vitaminas. Cuando llegue a los cuarenta y cinco días, podrán saber el número y el tamaño de los gatitos.

La veterinaria que Esme nos había recomendado había resultado ser bastante agradable. Quizás porque era amiga íntimasuya. Yo no paraba de sentirme posesiva con Jella, ahora que sabía que había gatitos dentro de su vientre.

— ¿Podrá seguir jugando? —fue la enésima pregunta que hacía. Esme se reía al igual que Allie, la veterinaria.

— Claro que sí —me aseguró sonriendo y acariciando el oscuro pelaje de Jella mientras ella bostezaba. Estaba distraída jugando con Eugene en la pequeña mesa donde la doctora atendía—. Únicamente debe ser cuidadosa y no esforzarse demasiado.

— Como cualquier otra embarazada —agregó Esme.

— ¿No tienen otras mascotas, verdad? —preguntó la veterinaria con curiosidad.

— No —contestó Edward, con las manos en los bolsillos de sus pantalones. Como cualquier hombre que no sabe qué hacer cuando hablan de embarazos ajenos.

— Tienen que mantenerla alejada de otras mascotas que tengan pulgas o cualquier otra enfermedad —nos advirtió ahora jugando con la patita de Eugene, quién ronroneaba.

Ella nos terminó por contar que debía llevarla para control cada dos semanas por las dudas, que Jella daría a luz sus gatitos en dos meses y que en caso de que cualquier irregularidad se presente, no dudáramos en llamarla. En verdad fue muy amable, pero yo me sentí más agradecida con Esme.

— Uhm, gracias por tener en cuenta a Jella —dije con timidez, aprovechando un corto momento de privacidad entre ambas, cuando Esme ya se estaba por marchar con Eugene.

Y decía esto porque Esme pudo haber cruzado a Eugene con cualquier otra gata de raza para obtener unas crías más bonitas, pero había elegido a Jella que ciertamente no lo era.

— Oh, no digas nada, preciosa —le restó importancia terminándome por saludar. Jugó con Jella que estaba en mis brazos—. Ella es adorable y ambos se llevan bien. Además, va a ser una hermosa mamá.

Yo todavía no caía que Jella estaba a poco tiempo de ser una madre. Decían que su comportamiento iba a cambiar cuando tuviese a los pequeños. Se encontraría más enfocada en cuidarlos. Y todavía no habíamos hablado de los detalles del futuro, como por ejemplo, dónde se quedaría ella en cuanto los gatitos nacieran, porque a Edward no le agradaba mucho la idea de albergarlos en el departamento, pero la idea de llevarla a vivir con Eugene y separarme de ella, me dolía bastante.

Cuando Esme se retiró, deposité a Jella en el suelo y ella se estiró perezosamente. Debía de tener sueño.

— Primero mamá, después Jella. ¿Quién sigue? —me pregunté a mí misma con un tono bromista mientras Edward se acercaba a acariciarle el pelaje.

— ¿Alice? —se rió él.

Oh, cielos. Había olvidado hablar con ella sobre eso.

— No me ha confirmado la noticia… pero ella creería que ya lo está —murmuré bien bajito.

— Jasper no me ha dicho nada, y siempre soy el primero de la familia en saber ese tipo de cosas —me avisó frotando mi espalda baja con suavidad—. A veces, algunas personas tardan en quedar embarazadas.

Le miré a los ojos. No sé por qué, hoy se veía especialmente apuesto con el cabello y la barba despeinada.

— Serías tío —murmuré con una sonrisa tímida.

"El tío Edward"… mmm.

—Y tú la tía —murmuró con el mismo tono bajo pegado a mi mejilla, con dulzura.

Oh, Dios. Visualizarme como la esposa de Edward me hacía sentir mariposas en el estómago.

Como una respuesta inmediata, estampé mis labios con suavidad encima de los suyos, para desencadenarnos en uno cargado de pasión y sensualidad.

Uhm, esta noche tocaría una muy buena.

— ¿Qué tal si vemos algo en la tele? Prepararé sándwiches —ofrecí acariciando detrás de su oreja. Sabía que eso le gustaba.

Aceptó la propuesta y preparé la comida rápidamente. Como parte de nuestra rutina, algunas noches nos trasnochábamos viendo alguna estupidez en la televisión mientras engordábamos con comida chatarra. Muy adorable.

Más al rato, después de habernos topado con una maratón del "Stand-Up" de Comedy Central, encontré una película que ya había visto anteriormente.

— ¡Aww! Esta película es muy emotiva. Lloré varias veces cuando la vi por primera vez —le conté mientras me acomodaba mejor en el sillón.

— ¿Ah, sí? —él parecía no conocerla. Así que decidió darle una oportunidad.

— Es la historia de un perro y cómo sigue esperando por su dueño, pese a que éste haya fallecido hace años.

— Oh, vaya —fruncía el ceño, prestándole atención a la pantalla.

Me sabía la película de memoria y nunca dejaba de ser emotiva para mí. No estaba en mi lista preferida de películas porque eso me convertiría en una completa masoquista, pero intenté ocultar varias lágrimas al final de la película, cuando el perro termina falleciendo, esperando hasta el último momento por su dueño.

Observé a Edward para evaluar su reacción y lo encontré bastante tenso. ¿Se había puesto triste?

— ¿Te gustó? —le pregunté en voz baja, mientras transmitían los créditos.

— Es muy triste —se limitó a contestar con los brazos cruzados. Acaricié su ceño fruncido.

Esperé unos segundos. Parecía que quería contarme algo.

— Me ha… recordado un poco al perro que yo tenía —procedió a contar.

— ¿Edmund? —recordaba su nombre.

— Sí —ladeó una pequeña sonrisa—. Murió siendo todo un anciano. Desperté una mañana y estaba… en mis brazos….

Oh, cielos.

— A veces recuerdo ese momento —si seguía frunciendo el ceño, juraría que en cualquier momento se quebraba en llanto.

— Ay, Edward —gemí apenada por aquél recuerdo.

Le abracé con fuerza, apoyando su rostro encima de mi pecho.

— Debe haber sido muy duro, yo sé que lo querías mucho…

No respondió nada.

— ¡Edward! —exclamé a punto de entrar en depresión. ¡Mi Edward estaba triste!

Simplemente cerraba los ojos, reposando.

— ¿Quieres que haga algo para hacerte sentir mejor? —probé en preguntarle alzando su rostro.

Los abrió y los veía ligeramente aguados. Se estaba conteniendo. Todavía le dolía.

Rápidamente, pensé en algo que pudiese animarle en menos de un segundo.

Entonces, llevé su mano y la posicioné encima de mi trasero.

Afortunadamente, le saqué una risa.

— Tonta —me dijo encima de los labios.

— Tu tonta —respondí recibiendo sus labios y profundizando el beso.

Sip, encontraría la forma de animarlo…

.

Al día siguiente, desperté con un mensaje de Jane:

Jane:

Dile a Edward que le diga a Josh que deje de enviarme mensajes. No quiero salir con él! ):

Edward me había advertido de la situación y me aconsejó no volverme a entrometer entre dos personas. Y no lo haría. Por más que deseara ayudar a Jane, a mí sí me gustaba la pareja dispareja que formaban.

Como habíamos prometido a mis padres, frecuentaríamos a Gael y Cory en cuanto pudiésemos viajar a Jacksonville, y el fin de semana nos pareció la mejor fecha para hacerlo.

Dejando a Jella al cuidado de Esme, nos enfrascamos en un viaje de dos horas en avión para llegar a casa de mi madre y Phil y reencontrarnos con los pequeños.

—…Bella solamente tiene ojos para los mellizos, apenas escucha lo que yo le digo.

Mi madre hablaba con Edward mientras yo jugaba absorta con los pequeños pies de Gael. Cory se encontraba en los brazos de Edward, casi dormido.

— ¡Han crecido bastante! —destaqué sintiendo que eran un poquito más grandes que aquellos bebés que había visto hace un mes.

— Quizás porque no los has visto regularmente —mi madre explicaba como si para ella siguieran igual.

Supongo que pasar tiempo completo con ellos te hacía ignorar aquellos detalles.

Tenía en mis manos el pequeño chupete de Gael. Cuando se lo puse en la boca, sus ojos fueron directamente hacia los míos, clavándome la vista. Era como si me reconociera, como si supiera que era su hermana, la protectora.

— ¡Cosita linda! —murmuré encantada, acariciando sus mejillas con dulzura mientras él descansaba en su pequeña cuna.

— Iré a la cocina. Deja que descansen, Bella. Han estado despiertos todo el día —mi madre me avisaba mientras se retiraba del dormitorio de los pequeños.

Edward se reía en silencio a la vez que yo me asombraba.

— ¡Woah!—suspiré. ¿Mi madre, cocinando?

— Tarde o temprano, todos aprenden —contestó él.

— Lo dices como si tú quisieras aprender —le miré fijo.

Torció una mueca, encogiéndose los hombros. Yo sabía que, desde lo sucedido en la cabaña, se sentía avergonzado por no saber cocinar.

Distraído, jugó tiernamente con el pequeño pie de Cory. Literalmente, estaba muriendo con la imagen. Ellos se veían adorables.

— ¿Puedo tomarles una fotografía? —mordí mi labio.

Esbozó su hermosa sonrisa torcida.

— Bueno.

Aproveché la oportunidad para tomar la fotografía con el BlackBerry. Definitivamente, iría a mi fondo de pantalla.

— Hagámosle caso a tu madre —me avisó reposando a Cory en su pequeña cuna, al lado de Gael.

— Uhm, habría preferido sacarte una foto con los dos —hice un puchero cuando, sin darme cuenta, habíamos entrado a mi dormitorio donde descansábamos como la última vez.

No sé por qué, él estaba algo excitado y se acercó para besarme con ganas. Por mí no había problema, yo estaba más que emocionada por besarlo, tocarlo, rasguñarlo. Me ponía muchísimo su paternidad.

Se dio cuenta de mi reacción y se echó a reír encima de mis labios, empujándome hacia la cama y echándose encima de mí para seguir besándome.

Y en poco tiempo, ya me estaba bajando los pantalones, las bragas, quitándose el cinto y posicionando su miembro dentro de mi intimidad.

— ¡Woah! —jadeé sorprendida, riéndome—. Sí que estás animado, ¿eh?

Se reía de forma sensual; de una forma en la que deseaba estrujarlo entre mis brazos para siempre.

— Es ese pantalón de mierda que lleva rato provocándome —ronroneó encima de mis labios, entrando lentamente en mi cuerpo para no hacer mucho ruido.

Ambos jadeamos de placer al unísono y me reí.

— Cuando estabas drogado, dijiste que pensabas que usaba estos pantalones a propósito para provocarte —ronroneé encima de su mentón mientras él comenzaba a moverse encima de mí provocativamente.

Sus ojos se agrandaron un poco más cuando oyó aquello. No supe descifrar si era algo que realmente pensaba o había sido producto de la alucinación, pero apostaba a que se trataba de un término medio.

— ¿Lo haces? —me preguntó entre jadeos con su hermosa risa.

No le respondí por dos motivos: no estaba segura si inconscientemente lo hacía o no, porque me agradaba la idea de provocarlo y porque había encontrado el enfoque justo para empujar una y otra contra mi intimidad y enviar olas de placer por todo mi cuerpo.

Empezó a molestarme el hecho de que mi cama, aquella donde había dormido durante mi adolescencia, rechinara tanto. Si mi madre no nos oía, era porque debía encontrarse afuera en el jardín.

— Estúpida cama —maldije soltando un gemido. Edward se estaba poniendo insistente con el ruido que era provocativo. Y yo también.

— Me da vergüenza con tu madre abajo —confesó bien bajito cerca de mi oído, sonriendo.

— ¿Por qué? —me reí acariciando su cabello con ternura.

— No quiero que piense que te follo siempre.

— Lo haces —le acusé.

— Sí, pero no quiero que se entere.

Me reí y acerqué su rostro para devorar sus labios. Mmm.

— Comienzo a sospechar que te lubricas muy fácilmente —murmuró chupando el lóbulo de mi oreja izquierda.

Y como una tonta, le hice saber la razón.

— Es que me pone mucho ver tu lado paternal —contesté alzando un poco la voz. No es que estuviese para juegos, esto sería rápido.

Se rió encima de mis labios.

— Espera un par de años, entonces —dio por sentado.

No sé por qué, pero la frase me pareció muy rebuscada. Le miré perpleja.

— ¿Cómo? —pregunté frunciendo el ceño.

Él me miraba directo a los ojos con inocencia; no obstante, disminuyó las embestidas.

— Eres parte de mi futuro, Bella —dijo con dulzura—. Que no te sorprenda que suceda en un par de años.

Yo sabía que él intentaba hacerme sentir muy especial al suponer que íbamos a formar un futuro así en poco tiempo. Pero, justamente eso sucedía. ¿En poco tiempo?

Decidí reírme mientras jugaba con su cabello y él chupaba uno de mis pezones.

— ¿En cuántos años, dices? —pregunté con curiosidad.

Esta vez, se acercó a pocos centímetros de mi rostro cuando deliberó la respuesta.

— ¿Tres años?

¿Oh?

— ¡Woah! —me reí separándolo un poco para que lo viese mejor. Me miraba sorprendido por mi reacción —. ¿En tres años nos casaremos y tendremos hijos?

Edward no esperaba aquello. No le veía nada malo a mi planteo. Pero por algún motivo, la segunda opción me parecía muy precipitada ahora.

— ¿Hay algo de malo en eso? —preguntó bajito, frunciendo el ceño.

Me mordí el labio.

— Es muy pronto —confesé.

Él detuvo las embestidas.

— Son tres años, Bella. Pasan rápido —lo dijo como si estuviese ofendido.

— Para mí, tres años son una eternidad —aclaré.

Él no parecía estar de acuerdo con la respuesta, así que se acomodó mejor para salir de mí. Al parecer, quería discutir aquello.

— Mira, no es que no quiera —le conforté haciéndole saber lo obvio, acariciando su mano—. Sabes que también quiero pasar mi futuro contigo…

Él ladeó una sonrisa esperanzada, correspondiendo la caricia.

—… pero vayamos despacio, ¿sí? —murmuré—. Estamos muy bien ahora los dos solos. Todavía no tenemos ese tipo de estabilidad.

Me sentí insegura cuando él me miró perplejo.

— ¿Cómo que no tenemos estabilidad, Bella? —se rió—. Vivimos juntos hace dos meses. Estamos juntos hace seis meses.

— Casi un año —le corregí.

— Exacto. Bastante tiempo —asintió él.

— Dime, ¿cuánto fue el mayor tiempo que pasaste con una pareja? —se me ocurrió preguntárselo.

Pero, aparentemente, él no lo tomó bien.

— ¿Qué tiene eso que ver? —bufó… ¿ofendido?

— Es curiosidad, nada más —le avisé rápidamente. Ya me había acomodado bien los pantalones.

— No estoy entiendo —suspiró, algo confundido—. ¿Dices que quieres estar conmigo para siempre pero no quieres hijos?

— No, no es eso —fruncí el ceño y advertí—. Estás malinterpretando todo. Claro que quiero estar contigo, casarme y tener hijos.

Nunca habíamos hablado de aquello con tanta facilidad.

— Pero disfrutemos este precioso momento. Los dos juntos, como pareja. Sabes que yo nunca he tenido un novio y me gusta estar así —dije porque quizás, él ya estaba acostumbrado a esto y deseaba tomar el siguiente paso rápidamente.

— Es que… —él fruncía sus labios y se dio cuenta—. Tienes razón.

Acaricié su rodilla con suavidad.

— Es que en mis planes, quisiera tener hijos antes de los treinta años —encogió sus hombros.

¿Antes?

— En realidad, varios —aclaró.

¡¿Varios?!

— ¡Woah! —volví a reírme, estupefacta—. ¿Varios? ¿Tan pronto?

Me miró fijamente.

— No quiero esperar hasta después —me avisó de sus planes. En tres años tendría treinta años.

— ¿Y yo? —le pregunté atónita—. Edward, tengo veintidós años. En tres años tendré veinticinco. No es que quisiera tener hijos tan pronto.

— No te estoy diciendo que tengamos hijos ahora, Bella. No exageres.

¿Exagerar?

— No estoy exagerando —eso me molestó un poco—. Simplemente estoy dejando en claro mis puntos de vista.

— Yo también —él asintió.

Por algún motivo, me sorprendió que no cediera.

— Lo dejemos pasar, ¿bien? —cedió, sin embargo.

— Me estoy asentando en mi primer trabajo, Edward. No he ganado mi primer sueldo. Esta es la primera relación madura que tengo. Es la primera relación que tengo en mi vida y mi gata está embarazada —le dejé en claro para dejarlo pasar—. Definitivamente faltan cosas que asentar todavía.

— Son cosas superficiales —chasqueó la lengua—. Tampoco vamos a estancarnos por eso. Yo también tengo asuntos que resolver todavía.

— ¿Dices que mi gata es algo superficial? —Alcé una ceja—. Mi gata significa mucho para mí y el separarme de ella es el punto de quiebre de una relación de largos años. Prácticamente, estaré en luto cuando dé a luz. ¿Es eso algo superficial para ti?

— Ya estás exagerando de nuevo —dijo él sin ánimos.

Bueno, podía ser. Pero era cierto.

— Estoy planteando algo. ¿Tienes idea de lo frustrante que es que digas que exagero? —le discutí—. Es como que diga que lo tuyo con Edmund fue algo superficial y sin sentido.

Me arrepentí completamente cuando lo dije. Me miró fijamente como si le hubiese ofendido. Él no había utilizado la palabra "sin sentido".

— Perdón, perdón. Me arrepiento de eso —alcé las manos rápidamente.

Él negó varias veces y suspiró, dejándolo pasar. Estaba dejando pasar mucho, eso no era bueno.

— Simplemente quiero que entiendas que yo ya he pasado por esto varias veces —planteó—. Ya he tenido relaciones serias y todas han sido pésimas. Estoy tan emocionado contigo que puedo ser un imbécil que quiere apresurar las cosas pero porque me siento preparado para eso.

— Estoy preparada para ciertos pasos —mentí.

— Bella, tu gata está a punto de tener hijos y te sientes presionada —bufó.

— Deja de meterla en esto —le apunté con el dedo índice, repentinamente molesta—. Estoy muy sensible por eso también.

— No es que quiera casarme y tener hijos ahora. Pero me gusta tener las cosas planeadas. Saber en qué se encaminará esto —dijo.

La diferencia es que a mí me gustaba esto de vivir plenamente cada día. No me estaba molestando en pensar en el futuro, porque me parecía algo obvio. Claro que me casaría y tendría hijos con él. Pero en un futuro lejano.

— Lo estamos viendo desde dos puntos de vistas muy diferentes —expliqué—. Por ejemplo, yo soy la que tendrá que cargar con el peso de un bebé, literalmente.

— Está bien, no estás preparada para eso. Lo entiendo. Yo tampoco creo estarlo —dijo y sabía que dudaba.

— Mientes —lo dije obviamente.

Él iba a negarlo pero frunció los labios. No tenía sentido negarlo.

— Tengo veintiséis años —recalcó él—. Antes de conocerte, no pensaba en tener hijos. Pero creo que es algo que deberíamos planear, incluso cuando sea en un par de años.

— Un buen par de años —contradije.

— ¿Cuántos años, exactamente? —preguntó cruzando los brazos.

¿Me estaba retando?

— Después de los veinticinco —contesté rápidamente.

Él me miró como si dijera "¿Me estás jodiendo?".

— No es a propósito. Realmente quería a esa edad —protesté.

— No quiero que sea un accidente, Bella —especificó—. No quiero que nos tome por sorpresa. No me quiero casar porque estemos esperando uno.

— Ay, esas cosas pueden controlarse, Edward. Por eso me estoy cuidando —le resté importancia.

— ¿Me vas a discutir a mí? —encaró, refiriéndose a su profesión.

— ¡Es que te estás poniendo paranoico! —Ya me estaba cansando de discutir aquello, por eso exploté.

— Bueno, no te pongas histérica —me advirtió para calmarme, bufando.

— A mí no me dices histérica —protesté frunciendo el ceño, disgustada. ¿Cómo se atrevía a llamarme así?

— ¡No te ofendas tan fácilmente! —él contestó con frustración. Definitivamente, ninguno de los dos tenía paciencia ahora.

— ¡No seas un hijo de puta! —gruñí.

— ¡Soy un hijo de puta si quiero! —fue su contestación, de mala gana.

Como no esperaba esta respuesta agresiva, estaba a punto de contestarle de la misma manera e incluso podía irme encima de él y golpearle con la almohada.

Sin embargo, nos vimos interrumpidos cuando mi madre golpeó la puerta del dormitorio.

— Permiso —anunció y me pareció completamente extraño que lo hiciese, puesto a que eso no era normal en ella. Debía haber escuchado nuestra discusión.

Apareció entreabriendo la puerta con delicadeza.

— Vamos a ir a cenar afuera —nos avisó como si nada hubiese sucedido, con una sonrisa maternal.

La presencia de mi madre fue como una bocanada de aire fresco. Me hizo darme cuenta que estaba discutiendo severamente con él y que no estábamos llegando a buenos términos.

Yo quería decirle que no. Que no iríamos a cenar hasta que arregláramos las cosas con Edward.

Sin embargo, él se apresuró.

— Está bien —le contestó a mi madre ladeando una pequeñísima, diminuta sonrisa.

Creí que esperaría a que mi madre cerrara la puerta para terminar de arreglar la pelea, pero inmediatamente se levantó y se marchó del dormitorio, sin ganas de hablar.

Por primera vez en nuestra relación teníamos una pelea donde la conciliación se veía difícil. Me puse paranoica, y me aterré un poco. Pero no planeaba ceder. Y no porque fuese orgullosa…. Bueno, puede que sí. Es que realmente no estaba de ánimos ni para salir.

Cuando se retiró del dormitorio, bufé con frustración contra la almohada. No solamente me había dejado con la palabra en la boca y de muy mal humor, sino muy mojada. Pero ya no me interesaba continuar con aquella sesión.

Mamá quería celebrar nuestra visita a Jacksonville con una buena cena en un restaurante de categoría, más que nada para tomar un descanso de los pequeños mientras la hermana de Phil, la tía Berenice, los cuidaba.

Había traído un bonito vestido que había comprado tiempo atrás con ayuda de Thomas para usarlo en esta ocasión; siempre pensando en el resultado que lograría aquella prenda. No es que fuese especialmente provocativa, pero yo no acostumbraba a usar vestidos escotados.

Sentí que era un completo desperdicio usarlo ahora que Edward estaba molesto conmigo, pero pensé que quizás ayudaría a calmar las cosas, al ver lo provocativa que me encontraba.

Cuando terminé de arreglarme rápidamente, bajé hacia las escaleras para encontrarme con él y con mis padres.

Él ya se había cambiado. Lucía un hermoso conjunto de chaqueta y pantalones oscuros y estaba observando detenidamente a los pequeños mientras hablaba con Berenice y Phil.

— Ay, cariño… ¡luces adorable! —mi madre se encargó de elogiarme en voz alta.

Inflé el pecho con orgullo —y provocación— para que despertar la atención de Edward, quién simplemente alzó la cabeza para mirarme con una mirada de póker constantemente, evaluando mi ropa.

¿Nada? ¿No se acercaría a decirme que lucía bonita?

— Será mejor que nos apresuremos. Tenemos reservación a las nueve —decía Phil cuando él se decidió a acercarse hacia donde estábamos mi mamá y yo.

El corazón me latió con prisa y me encontraba a punto de elogiar su vestimenta para romper el hielo, sin estar tan molesta como hace unos minutos.

— ¡Bien! Vámonos, entonces —Renée anunció.

Él observó rápidamente a mi madre y asintió.

La única respuesta que recibí fue su mano escoltando mi cintura cuando ya nos estábamos retirando de la casa.

Me tragué rápidamente el cumplido. No se lo diría hasta que él dijese algo sobre mi apariencia esta noche.

Llegamos al pretencioso restaurante en un silencio incómodo. No es que no nos dirigiésemos las palabras, pero no lo hacíamos como normalmente lo hacíamos. Y mi madre debía percibir aquella frialdad tan inusual en nuestro trato.

La sorpresa llegó cuando encontré que Edward no había dejado pasar ciertos rasgos caballerosos en su personalidad, como escoltarme hasta nuestra mesa, ofrecerme la silla y sentarse a mi lado como si nada hubiese ocurrido. Incluso me dejó leer la carta para pedir primero antes de hacerlo él.

Pero eso solamente resultaba más frustrante. Quería preguntarle qué era lo que pretendía con esta pelea.

En un momento de la cena, Phil tomó su celular para hablar con quien parecía ser un viejo amigo, mientras mi madre se había excusado al tocador, probablemente para darnos unos segundos para hablar.

— ¿No me vas a hablar? —solté lisa y llanamente, con cierta indignación.

Y el perfecto e inescrutable rostro de Edward respondió con una expresión abatida, como si le molestara que le planteara aquello en ese momento.

— Tus padres están aquí —se limitó a contestar, bebiendo de su copa de vino y mirando hacia otro costado.

— Entonces, ¿no me vas a pedir disculpas?

La pregunta sonó muy petulante para mi gusto, pero así funcionaba: discutíamos, uno de los dos pedía disculpas y seguíamos adelante fácilmente.

No debía sorprenderme la manera en la que se tomó aquél comentario.

— ¿No deberías evaluar un poco las cosas que dijiste? —bufaba todavía sin hacer contacto con mis ojos.

— Mírame cuando me hables —protesté de mala gana en voz baja.

Entonces, lo hizo y me miró fijamente.

Era peor pedírselo. Una mirada completamente fría. En mi interior, estaba gritando "¡No, mi amor! ¡No te enojes conmigo! ¡Soy una tonta!"

Y por algún motivo sobrenatural, lo supo y me brindó un poco de calidez. Se dio cuenta que había sido brusco.

— Hablemos más tarde —repuso finalmente.

— Yo quiero ahora —insistí, algo exasperada.

— No —sentenció claramente.

¡Ugh! ¡Qué fastidio!

— Terco —bufé en voz baja para mí misma, pero él giró su rostro rápidamente hacia mí para recriminármelo con una mirada enfadada.

— Pude oírte.

— Sí, bueno, eres un terco —estaba cruzando mis brazos.

Se rió condescendientemente, negando una y otra vez.

— ¿Yo soy el terco? —repitió en voz baja.

— Sí, quiero arreglar las cosas y me mandas a callar —solté bruscamente. En realidad, lo había hecho indirectamente.

— No vamos a arreglar las cosas ahora —me advirtió—. Además, sigo molesto contigo.

— ¡Oh, el señor sigue molesto! —dramaticé siendo infantil—. Eso es fascinante. Pues, yo también sigo molesta contigo.

Sabía que estaba siendo irracional, pero no era como si él no estuviese siéndolo también.

— Continúa molesta, a ver si logras algo más —respondió él, mofándose.

¡Me frustraba que no cediera cuando yo quería hacerlo!

— A ver si tú logras algo con tu estúpido orgullo. Y deja de comportarte como un imbécil —salió prácticamente de mis labios.

— ¿Sabes una cosa? Espero que Jella tenga diez gatos —soltó queriendo cortar la conversación para callarme.

Yo jadeé horrorizada por lo que había dicho, porque mientras más gatos tuviese ella, más necesario sería alejarla. ¡Eso me había dolido!

— ¡Entonces! ¿La están pasando bien? —preguntó mi madre apareciendo en la mesa para sentarse de nuevo, con una bonita sonrisa.

— Sí… —sonreíamos falsamente los dos al unísono, como si nada hubiese ocurrido.

— La comida es espectacular —especifiqué comentando acerca de la lasaña.

— Y ustedes se ven adorables esta noche —mi madre nos halagó sonriendo junto a Phil.

Edward y yo compartimos una sonrisa fingida mientras él tomaba dulcemente mi mano.

— Ella es tan especial —mencionó él asintiendo varias veces.

— Y él es un sueño —fruncí mis labios, insultándolo mentalmente.

Continuamos el resto de la noche fingiendo que no ocurría absolutamente nada entre nosotros. Pero sentía un nudo en la garganta, tal que deseaba seguir discutiéndole por lo que había dicho.

(4) Volvimos a mi dormitorio y se quitó la chaqueta sin darse la vuelta para hablarme.

— Pídeme disculpas por lo que dijiste sobre Jella —exigí cruzando los brazos y golpeando rítmicamente mi tacón.

— Pídeme disculpas por lo que dijiste sobre Edmund —propuso él. Al parecer, no lo había olvidado.

— ¡Lo hice! —me fastidié—. ¡Justo antes de que te pusieras irritante!

— ¡Si me pongo irritante, señorita, es porque usted se está comportando como un jodido dolor en el trasero! —explicó condescendientemente.

— Ah, jódete —chasqueé la lengua—. No voy a hablar contigo.

Me di la vuelta para quitarme el estúpido vestido.

— Estás siendo completamente inmadura. Lo único que quería, en un principio, era hablar sobre nuestro futuro y túte espantas —él me recriminaba.

— ¡No me espanté, yo no me espanto! ¡Tendré veintidós años pero no me espanto! —gruñí—.Y ya no quiero seguir hablando al respecto.

Volví a darle la espalda.

— ¡No me dejes con la última palabra en la boca! —él protestó acercándose peligrosamente hasta mí y tomó mi brazo para girarme hacia él y enfrentarlo.

— ¿Ah, sí? ¿Y qué vas a hacer al respecto? —bufé, desafiándolo.

Y no sé por qué, le encontré condenadamente atractivo con ese aire despótico, refutable, engreído y demandante. Hubo debilidad en mis ojos al ver esa hermosa mandíbula cuadrada tensa, sus deliciosos orbes esmeraldas y aquella peculiar vena frontal que se le marcaba.

Respiré profundo, completamente cautivada por su belleza y él se dio cuenta inmediatamente. Sus ojos ya no me miraban con enfado. Bueno, en realidad sí. Pero lucía enfadado y deseoso de mi cuerpo, cuando fueron directamente a mi escote.

En un segundo, olvidé completamente por qué estaba insultándolo y nuestros labios se unieron al unísono.

Me encargué de morder sus labios expulsando toda la bronca que llevaba encima mientras él se me desprendía el cinturón para liberar su repentina erección. Me arrastró salvajemente hasta la cama mientras jadeábamos y creí que iba a quitarme el vestido, pero en vez de eso, alzó la parte baja y bajó mis bragas para dejarme completamente desnuda desde la cintura para abajo.

Entró rápidamente en mi cuerpo y maldije varias veces.

— Eres un imbécil —solté, sintiéndome repentinamente emocionada por gruñir, insultarlo y maltratarlo. Así como sucedía con él.

— Y tú una testaruda. Cierra la boca o te amordazaré con la corbata —me amenazó.

— ¡Pff! Atrévete, eh —me reí.

El corazón me latió con prisa cuando vi que iba en serio y se quitaba la corbata de un tirón y la llevaba hacia mi boca.

Protesté gimiendo, pero realmente me encantaba la alternativa y él procuró en ser cuidadoso. Fue un pequeño detalle que me hizo sentir que aún en estas circunstancias, seguiría comportándose como siempre.

Tiró de las puntas de mi cabello suelto con ligera insistencia, como si me advirtiera.

— Ahora sí. Cállate y déjame follarte. ¿Objeciones?

Protesté algo.

— ¿No? Buena chica —jadeó y empujó duramente contra mi trasero.

Sin importarme si estábamos haciendo mucho ruido, gemí una y otra vez mientras su miembro me follaba con rapidez y sin tregua. Sentía la frustración de mantener mi cuerpo quieto y de dejar que se aprovechara de mí, como si le estuviese dando la razón en esta pelea.

Hice un sobreesfuerzo para no excitarme de sobremanera y entregarle mi orgasmo. Oh, no. No tan fácil.

— Suéltalo o te azotaré —me gruñó al oído y podía adivinar que él también estaba excitado por la situación.

Negué varias veces y molesto, siguió follándome, apresando mis manos para mantenerme inmóvil.

De muy mala gana, terminé gozando el placer de la ocasión y gruñí en varias ocasiones mientras él seguía empujando contra mis caderas. ¡Odiaba haber cedido!

Pero pareció haber bajado la guardia cuando soltó mis manos y rápidamente usé una para quitarme el nudo de la corbata en mi boca. Le miré desafiante.

— ¿Te crees muy vivo? —jadeé sintiendo emociones contradictorias: quería darle su merecido pero también quería follármelo entero.

No creo haber tenido la fuerza necesaria para echarlo contra la cama sin su consentimiento; aparentemente él deseaba aquello cuando ladeó una pequeña sonrisa traviesa mientras yo me quitaba por completo el vestido y lucía desnuda.

Le apresé rápidamente sentándome encima de sus caderas. Él seguía duro, firme y yo me encontraba muy húmeda. Una combinación muy asombrosa.

Llevé mis manos hacia el cabecero de la cama para apoyarme y comenzar a mover mis cinturas a gusto.

— ¿No te gusta que te dominen, eh? ¿No te gusta estar apresado? ¿No te gusta ser el que obedece? —Le tenté jadeando una y otra vez, y cambió su expresión a una disgustada—. Mala suerte, chico. A-mí-no-mede-sa-fías —dije entre estocadas.

Fue como si le hubiese dicho que su pene era pequeño. Se molestó por la situación y se posicionó mejor, tomando mi cintura para demostrar que él estaba al mando. Pero me aseguré de mover mis caderas a un ritmo enloquecedor para demostrarle que podía moverlas al ritmo que yo deseaba, sin obedecerle.

Sentí enorme frustración al mantener el ritmo y luchar contra su posesión. Era una batalla de poderes, donde ninguno se atrevía a ceder, casi como la pelea que acabábamos de tener.

Conforme me acercaba de nuevo al orgasmo, podía notar que su expresión despótica se debilitaba cuando reducía la velocidad de sus caderas al faltarle tan poco.

(5)No sé cómo, pero me olvidé de todo. La pelea, la lucha por el poder, lo que estaba sucediendo. Incluso mi nombre. Solamente quería mover las caderas lo más rápido posible para encontrarme con un fuerte y delicioso orgasmo.

Se dio cuenta de esto y siguió empujando como si quisiera provocármelo. No solamente pensando en el suyo, sino en el mío. Y fue el punto de partida para que yo también deseara prolongar su placer. Moví mis caderas en forma de ocho, jadeando una y otra vez y acariciando mis pechos a propósito mientras me deleitaba por la forma en que mordía el labio.

Una última estocada y el orgasmo me golpeó duramente, dejándome casi paralizada. Él lo sintió prácticamente en ese mismo instante, y casi gritamos. Nos quedamos bien quietos, disfrutando del placer del otro.

Intenté normalizar mi respiración lentamente mientras le observaba detenidamente. Estábamos compartiendo miradas significativas. Ya no me sentía molesta ni recordaba por qué lo estaba. Él lucía tranquilo mientras jadeaba una y otra vez.

Abatida por todo, me recosté encima de su pecho, casi adormecida.

Sentí su aroma. Aroma a Edward. Una enigmática esencia a miel, vainilla, perfume masculino, sudor y semen. Aroma a hogar. A las sábanas que compartíamos cada noche mientras dormíamos de esta forma.

Y realmente, fue como si en un momento, ambos desquitáramos nuestra ira irracional y no quedara más que paz, tranquilidad y mucho, pero mucho arrepentimiento por las palabras que nos habíamos dicho.

Alcé mi cabeza cuando una de sus manos acarició mi cintura con suavidad. Nos miramos un largo rato y juraría que él se sentía igual de abatido que yo.

— ¿Por qué nos dijimos todas esas cosas? —fui la primera en hablar, sintiendo curiosidad por aquello.

Él negó sin saber bien la respuesta.

— Creo que nos asustamos —me miró fijamente, jugando con un mechón de mi cabello—. Nos asustamos porque es la primera vez que discutimos de esta forma.

— Fue liberador —comenté apoyando mi mentón encima de su pecho. Podía sentir su corazón.

Esbozó una tímida sonrisa.

— Es liberador saber que puedo decir lo que pienso sin miedo a ofenderte —dijo esto y concluyó lo que pensaba; dijimos cosas que realmente no sentíamos.

— Soy una testaruda y una histérica —admití orgullosa.

— Lo sé —él negó una y otra vez y me reí, golpeando su hombro.

— Dilo —pedí.

— Está bien —su pecho se sacudió por esa hermosa risa—. Soy un imbécil, un cretino, un idiota…

— Uno muy lindo —acaricié su nariz con ternura.

Él besó rápidamente mis labios.

— Perdóname por las cosas que dije —fruncí mis labios, tímidamente.

Suspiró.

— Perdóname a mí por perder la paciencia. Debería tenerla —le molestaba reconocerlo.

— Soy bastante insoportable a veces. Es normal que la pierdas —le dije como si esto fuese obvio.

— Pero te ves linda cuando te enojas —confesó esto bien bajito—. Y te veías linda hoy. Tuve que hacer un esfuerzo enorme para no decírtelo.

¡Aww!

— Tú también —besé de nuevo sus labios.

Pero había algo de lo que no me sentía segura, todavía.

— Entonces… ¿arreglamos nuestras peleas con sexo? —Por algún motivo, esa razón no me gustaba. Debíamos poder arreglar las cosas a través de la comunicación. No por algo tan superficial.

Edward acarició suavemente mi mentón, viendo que me estaba poniendo ligeramente desmotivada. Él sonreía con picardía.

— No creo —negó con una enorme sonrisa contenida, como si le diera gracia.

— ¿No? —me reí frunciendo el ceño.

Se mordió el labio. Lo hacía cuando quería decirme algo y no sabía cómo.

— Te contaré una pequeña historia —él se acomodó mejor para que yo mostrara aún más interés.

— Sigue…

— Hace tiempo yo salí… bueno, no fue algo simple, en realidad —dudó y no entendí. Suspiró—. Estuve durante un año y medio con una chica que se llamaba Sienna.

Me descolocó tanto aquella nueva información que necesité mirarlo claramente para saber que estaba siendo sincero.

— Se puede decir que antes de Tanya, ella fue una verdadera relación. Fue la única de todas las que tuve que decidió dejarme primero —contó esto como si le divirtiera.

¿Una chica había dejado a Edward?

— Tú sabes que eres mi primera chica —aclaró en el sentido de ser la primera a la que estaba enamorado realmente—. Pero en ese entonces, tenía una visión distinta acerca de estar "enamorado". Estuve muy enamorado de ella y me rompió el corazón al dejarme por otro.

— ¿Te traicionó? —la incredulidad en voz mi era evidente.

— Sí —asintió Edward—. Lo superé gracias a Tanya. Pero me hirió al orgullo.

— No entiendo, ¿qué tiene esto que ver con el sexo? —No quería comenzar otra pelea, pero aunque quería saber sobre aquella novia, me molestaba oírlo.

— Sienna y yo éramos muy distintos. Ella sacaba mi lado temperamental a veces. Incluso más que Tanya — dijo.

Woah. ¿Más?

— Casi siempre teníamos peleas de este tipo. Y por supuesto, sexo de reconciliación.

¿Por qué me contaba esto con diversión? No quería que entrara en detalles, pero a la vez lo deseaba profundamente. El detalle del "sexo de reconciliación" me dolió. Aunque no debía esperar ser la primera en hacerlo con él.

— Pero siempre seguía molesto —me contó—. Era como si el sexo me quitara la ansiedad de encima, pero la frustración seguía allí. Por eso nunca llegaba a un acuerdo con ella.

Eso era agradable de oír.

— Por eso sé que el sexo no arregla este tipo de cosas —jugó con mis dedos dulcemente—. Nunca lo hace. Lo que importa es lo bien que te lleves con la otra persona.

Acercó sus labios a mi cuello.

— Tú eres mi amiga. Y mi chica. Eres algo así como mi debilidad. Jamás podría molestarme completamente contigo.

Se sentía completamente refrescante descubrir que, nuevamente, sentíamos lo mismo.

Besé con devoción sus labios. No había pasado más de un par de horas y los extrañaba completamente.

— Podemos tener los hijos que queramos cuando queramos —murmuré empalagosa sobre su boca.

— Me apresuré demasiado —se disculpó él, reconociéndolo—. Olvida lo que dije, ¿sí? Ahora estamos bien así.

Parpadeé coquetamente.

— Tres años no son nada —aseguré sonriente.

EPOV (Edward's Point of View)

Esa había sido una de mis noches predilectas. Y no por el sexo, que tampoco era algo para ignorar. Sentía que de alguna forma, había ganado más confianza al darme cuenta que podía expresarme sin límites y sin lograr ofenderla por mucho tiempo. Y eso, en algún punto, nos unía mucho más.

A la mañana siguiente, el domingo, desayunamos en compañía de sus padres y los pequeños. Cuando levanté mi plato de hotcakes, Renée aprovechó unos segundos para hablarme en privado.

— Ten paciencia con Bella. Es la primera vez que maneja esto. Está acostumbrada a ser madura. Siempre se pone a la defensiva cuando no sabe cómo actuar.

En pocas palabras, me sorprendió lo mucho que conocía a su hija a pesar de lucir ajena a las preocupaciones de ella. Pero en eso tenía razón. Bella estaba acostumbrada a comprender todo. Cuando se encontraba con algo desconocido, como el matrimonio o un embarazo, se cohibía y se asustaba. Poco a poco, lograba entender su forma de ser.

— Lo sé. Es que me emociono más de la cuenta y empiezo a planificar cosas. Y ella todavía es muy joven — le contesté y Renée acarició maternalmente mi hombro.

— Disfruta el momento; que los tome por sorpresa. Esas cosas pierden la emoción cuando son planeadas —me dio aquél consejo y de nuevo, me vi asombrado por su profunda sabiduría de la vida.

La loca y astuta Renée.

El teléfono de la casa sonó de repente y Phil atendió. Mencionó a un tal "Jerry" como si fuese un familiar, y le pasó la llamada a Bella, quién contestó animadamente al tipo.

Pero parecía estar dándole una mala noticia.

— ¡Oh, no! —exclamó verdaderamente apenada—. ¿De veras? ¿Cuándo sucedió?

Esperé con paciencia a que terminara la llamada. Aparentemente, le estaba dando varios detalles. Me pregunté de qué se trataría, porque en menos de un segundo, Bella lucía afectada por la noticia.

— ¡La mamá de Jella falleció ayer! —nos contó al resto en cuanto terminó la llamada.

Bella me había contado que Jella había sido rescatada de un albergue donde rescataban animales de la calle y los cuidaban. Había sido un regalo de parte de Phil. Ella se vio conmovida por la noticia y me pidió, si no era mucho problema, ir hasta allí, donde le darían una buena sepultura a la gata por petición de Bella.

Conforme Bella hablaba con el muchacho que supuse sería Jerry, me di cuenta que parecía ser amigo de la familia de ella. En realidad, resultó ser amigo de Phil.

Tampoco se me pasó el detalle de encontrar un albergue lleno de mascotas rescatadas abierto un domingo. Eso se debía a que el albergue estaba continuo a la casa del veterinario.

— Había aguantado veinte años —le dijo Jerry a Bella a modo de consuelo—. Es una gran noticia la de Jella. Dime, ¿de cuántas semanas se encuentra?

Él se mostraba interesado por saber acerca del embarazo de Jella. Bella me había contado que la madre de Jella, Clotilde, había sido criada por Jerry además de otras mascotas.

Mientras ella le ponía al tanto de la situación de su gata con cierta tristeza por la noticia de su madre, yo observé absorto la cantidad de perros y gatos enjaulados a los que estaba cuidando el veterinario en compañía de su esposa. La mayoría eran razas cruzadas.

— Tienes muchos animales. ¿La gente los rescata? —sentí la necesidad de saber.

— Es muy difícil —me dijo el hombre frunciendo los labios con pena—. Las personas se dejan llevar por mitos y creen que es más antihigiénico cuidarlos. Llevan una mejor vida aquí que en la calle, pero últimamente con mi esposa hemos tenido problemas económicos y no podemos mantenerlosa todos.

— Oh, eso suena horrendo —lamentó Bella frunciendo el ceño.

— A veces tenemos que tomar la decisión más práctica. Todos estos pequeños han sido rescatados o a veces los abandonan en la entrada del albergue. Por más que quisiéramos cuidar de todos, las medicinas son costosas y todos llegan enfermos.

No me sorprendía. Aquí, fácilmente, había más de veinte mascotas.

No supe por qué, pero oír eso me dolió profundamente mientras observaba a la considerable cantidad de cachorros de poco menos de tres meses jugueteando entre sí dentro de las jaulas. La mayoría no lograría sobrevivir debido a los costos de las medicinas.

Me iba a acercar para observar a unos gatos que provenían de la familia de Jella en compañía de Bella y Jerry, pero mi interés se despertó en un pequeño perro que estaba mordiendo con ansias los cordones de mis zapatos.

— ¡Hey! —saludé rápidamente al cachorro. No debía tener más de un mes.

Jerry ladeó una sonrisa conspirativa.

— ¿Cómo te saliste de la jaula? —le preguntaba al pequeño mientras se encorvaba con timidez, aturdido por la atención que estaba recibiendo.

Él se agachó a acariciarle el pelaje.

— Siempre logra salirse con la suya aunque sea pequeño —nos contaba él.

— Se ve enfermo —comentó Bella observando al pequeño. Su piel se veía sucia y su mirada triste.

— Lo está —Jerry dijo con tristeza—. Es uno de los más enfermos aquí. Fue separado muy pronto de su madre y no podemos costear muchas de las vacunas que necesita. Me temo que no le queda mucho tiempo aquí.

No podía concebir las palabras del veterinario cuando lo observaba detenidamente. Es que nadie podría. Era demasiado pequeño. Podía alzarlo fácilmente con una mano y lucía constantemente asustado. No podías pensar en la posibilidad de acortar con su vida de forma tan rápida. Era muy doloroso.

— ¿O…? —pregunté rápidamente. Debía haber otra alternativa.

— O al menos que alguien lo rescate. Pero es muy difícil. Los únicos que adoptan perros pequeños son las familias y no quieren lidiar con perros enfermos. Es una verdadera lástima.

— ¿Cómo que vas a sacrificar un perro tan pequeño? —me indigné completamente. ¿Cómo iba a acabar con una vida tan pequeña en vez de mantener a perros que ya llevaban años encima?

— Pues, no puedo cuidarlos a todos, Edward —me dijo él—. Si conoces a alguien que pueda costear sus medicamentos…

— Yo lo haré —dije inmediatamente, sacando intuitivamente mi billetera—. Dime, ¿cuánto necesitas?

— Edward… —Bella me regañó como si fuese de mal gusto. Jerry se rió incómodamente.

— Lo normal es que decidas adoptarlo. No podría aceptar un préstamo. Aunque si quieres donar dinero, puedes hacerlo a nuestro albergue —se refirió a que deposite dinero en vez de prestarle dinero a él.

— Está bien. Lo haré.

Miré por última vez al pequeño cachorro que me miraba con detenimiento después de haber vuelto a morder los cordones de mi zapato. Había algo de ingenuidad en sus ojos, parecida a la de Edmund cuando era muy pequeño, de esa que te hacían dar ganas de abrazarlo y protegerlo.

Me sentí un poco más aliviado al donar dinero al albergue para que cuidaran al pequeño.

— Lo que hiciste hoy fue muy amable de tu parte, Edward —me decía Bella con una gran sonrisa mientras se aferraba de mi brazo cuando nos íbamos—. Muchas mascotas tendrán sus medicamentos gracias a tu aporte. Pero, dime, ¿qué te llevó a hacerlo?

— ¿No viste la carita de ese perro? —le pregunté lo que me parecía obvio—. Era tan pequeño y tenía unos ojos graciosos. Era como si fuese travieso, pero sintiera vergüenza de estar rodeado de tanta gente.

— Uhm, sí —murmuró ella—. Es que muchos tienen secuelas dependiendo de cómo lo trataron en un pasado.

— ¿Dices que le han golpeado? —me horrorizaba solamente de pensarlo.

— No creo, es muy pequeño. Aunque Jerry dijo que lo abandonaron teniendo pocos días de vida…

Yo no había oído esa parte. ¿Quién en su sano juicio abandonaba a un cachorro tan pequeño?

(6) Volvimos a casa para almorzar en nuestro último día de visita a Jacksonville porque debíamos volver esa misma noche porque teníamos que trabajar el día siguiente. Lo que había dicho Bella me había conmovido

realmente porque, por un lado, recordé que aunque Edmund era un perro de raza y bien entrenado, solía ser tímido con la gente que no conocía.

Renée y Phil también me elogiaron por la buena acción que había hecho, pero estaba seguro que el dinero que había aportado iría para otros animales. ¿Qué me decía que esa cantidad duraría para mantenerlo a salvo durante muchos años? Un perro como él no podía vivir solamente un año o dos.

El pensamiento taladró mi cabeza durante más tiempo de lo esperado y una profunda nostalgia me estrujaba el corazón. No podía sacarme la imagen del pequeño perro asustadizo, siendo alimentado, vacunado, siendo curado después de sufrir semejante abandono. Me recordaba la muerte de Edmund. Cómo una vida buena había terminado y una comenzaba y era truncada por falta de un dueño que le cuidase.

Yo sabía muy bien que los animales que crecían sin un dueño, no eran felices.

— ¿Qué te ocurre, Edward? —me preguntó Bella mientras guardaba nuestras ropas en el bolso. Faltaban pocas horas para el despegue nuestro vuelo.

— ¿Recuerdas el pequeño perrito que mordió las agujetas de mis zapatos? —murmuré tumbado en su cama, pensativo.

— Sí, claro que sí. Se veía adorable —ella contestó.

— No paro de pensar en su situación. En la de ser abandonado…

— Pero anímate un poco —me confortó acariciando mi vientre—. Ahora que le has dado dinero al albergue, le darán alimento apropiado, sus vacunas, lo convertirán en un perro mucho más saludable.

Ese pequeño cachorro tan tímido, podía imaginarlo en mi cabeza, su expresión asombrada y confundida cuando le den de comer adecuadamente por primera vez… me ponía muy triste.

— La gente no adopta a los perros sin raza porque creen que son sucios.

— Pero son iguales a cualquier otro —protesté para mí mismo, levantándome de la cama y frunciéndole el ceño—. La gente debería tenerles pena. Son como bebés indefensos. No saben cómo cuidarse por sí mismos. ¿Sabes la cantidad de horas que gasté en entrenar y cuidar a Edmund? No puedo creer que haya mascotas que no cuenten con esa ayuda.

— ¿Estás triste por ese perrito? —A Bella pareció darle profunda ternura este hecho y me abrazó el cuello —. Pero si ya lo están cuidando bien, Edward. Él tendrá un buen futuro. No te atormentes tanto por eso.

Por eso la amaba tanto, porque ella siempre me hacía sentir mejor cuando más lo necesitaba.

Nos despedimos de nuestra visita fugaz a Jacksonville y Bella me contó lo triste que se sentía por separarse de sus hermanitos nuevamente. Yo seguía nostálgico por lo sucedido en el albergue, pero se me pasaría. En cambio, Bella tenía un motivo más lógico para sentirse triste, por eso dejé atrás aquél sentimiento y me encargué de hacerla sentir mejor.

Sin embargo, el sentimiento perduró más de lo deseado.

Al día siguiente, mientras supervisaba a la clase entera dando el examen de la semana, seguí con el pensamiento nostálgico acerca de cómo estarían cuidando a ese pequeño perrito. Bella tenía razón, ahora se encontraría en mejores cuidados. Pero no paraba de visualizar a ese pequeño siendo tratado mejor y me dolía bastante. ¿Por qué?

Supuse que se trataría de mi sensibilidad latente después de encontrarme una semana entera recordando a Edmund luego de haberlo olvidado durante mucho tiempo. Pero comenzaba a darme cuenta que no lo había olvidado, lo había guardado. Y el dolor salía a flote después de haberme encontrado con ese pequeño cachorro.

Nunca había vuelto a pensar en la alternativa de tener a otro, por sentir que estaba lastimando a Edmund al prometerme a mí mismo que sería el último perro al que cuidaría. Las mascotas involucran afecto, y el afecto implica apego. Y cuando ese apego se termina, viene el dolor. Me sentía muy débil al ser incapaz de aceptarlo como una persona común y corriente que seguía adelante y adoptaba a otro.

Sinceramente, no deseaba tener otro. Pero algo me decía que no sería suficiente el dinero aportado al albergue. No lo cuidarían lo suficiente. Habían tantas mascotas como para que la atención caiga completamente en ese pequeño. ¡Y tan astuto para salir de aquella jaula con tan pocos días de nacimiento! Ese definitivamente era todo un personaje.

Intenté por todos los medios distraerme, pero era imposible. Lo único que me haría olvidar a aquél perro sería controlarlo por mi cuenta. Es decir, tenerlo durante un tiempo, lograr que crezca y asegurarme que contara con todos los medios para ser un excelente mejor amigo.

Pero no sabía cómo plantearle la idea a Bella. Ella me estaba contando acerca de lo mucho que trabajaba en la oficina y lo satisfecha que se sentía al respecto. ¿Cómo tomaría la idea?

— ¿Sigues pensando en aquél perrito? —me preguntó ella con curiosidad y asombro.

Le miré atónito. ¿Cómo hacía para descifrarme tan fácilmente?

— Eres bastante transparente para mí —contestó coquetamente y le robé un beso. Ella era tan linda.

— Sí —suspiré observando fijamente sus ojos.

— Podríamos pedirle a mamá que lo adopte. Sería un buen amigo para Gael y Cory, además jugaría con el perro de Phil y…

—… ¿Y si yo lo adopto?

Bella me miró con sorpresa.

— Es decir, no en tiempo completo —dije rápidamente—. Simplemente lo cuidamos unas semanas…

— ¿Y devolverlo? —Preguntaba incrédula—. No puedes adoptar y luego devolver un perro, Edward.

— No, ya lo sé —jugué con sus dedos. Era una pequeña manía cuando me sentía cohibido—. Pero podríamos atenderlo y cuando sea mayor, dárselo a tu madre.

Para ella, la idea no sonaba tan mal.

— Es mejor hacer eso. No quieres que tu madre se ocupe del cuidado de un perro enfermo cuando tiene a dos pequeños que atender, ¿o sí? Oí que lo mejor en el caso de los bebés es un perro entrado en años.

— Bueno… —dudó—… supongo que si lo planteas así, suena bien. Pero, ¿dónde lo cuidarás?

¿No era obvio?

— ¿Aquí?

— ¿Con Jella? —esa parte no le cerraba—. Jella está embarazada. No es conveniente que conviva con perros enfermos, Edward.

Me mordí el labio. Tenía razón.

—… A menos que viva con Eugene y… —se dio cuenta entonces de aquello—. Oh, cielos…

Me miró a los ojos con dolor. Ella quería hacer aquello, pero le dolía mucho. Sin embargo, deseaba.

Apoyé mi frente encima de la suya.

— Sería algo increíble de tu parte—me limité a contestarle suavemente.

Seguía mordiéndose el labio. La alternativa le dolía mucho.

— Eres libre de hacer lo que quieras —me arrepentí. Aunque me costara, ningún perro valía la felicidad de mi Bella.

Ella dudó durante largos minutos. Me dediqué a contemplarla en silencio. Sus reacciones iban desde el asombro, la confusión, el dolor y por último, la aceptación…

—Es… algo que debíamos hacer tarde o temprano, ¿no? Digo, seguiremos viéndola… —ella se excusaba a sí misma. Una parte suya se disculpaba con la otra por la decisión dolorosa que tomaría.

— Sí. Seguiremos viéndola. Los días que quieras —aseguré brindándole confianza, sin apartar mi frente de la suya.

— Cuidaríamos de él hasta dárselo a mi madre y luego volveríamos con ella, ¿no? —fue su última propuesta.

Yo simplemente asentí, sonriendo. Lo que sea por mantenerla feliz.

Y sin esperarlo, Bella me regaló unas pequeñas y tímidas lágrimas de tristeza.

Quizás parecía algo superficial, pero para ella era como separarse de su mejor amiga. Tanto como para mí significó la muerte de Edmund.

BPOV (Bella's Point of View)

Fue un día martes, el día siguiente de haber tomado nuestra decisión, cuando volvimos repentinamente a Jacksonville esa tarde para volver al albergue de Jerry.

Encontramos al pequeño cachorrito que había captado por completo la atención de Edward en un rincón, bebiendo leche de un tazón. Ya le habían puesto un talco encima para quitarle las pulgas que tenía, pero no sería tan fácil. La mayoría de las mascotas del albergue seguían enfermas.

Fue casi como si lo salváramos de una vida miserable. Edward tenía razón. El pequeño cachorro tenía ojos divertidos y tímidos. Se encogía cuando veía muchas personas en una misma habitación y parecía sentir culpa al beber de su alimento. Increíble, pero todavía no tenía la edad suficiente para despegarse de la leche materna.

Cuando vi cómo Edward alzaba por primera vez a ese pequeño al que llamaban "Bear" en el albergue, sentí como si retratara aquella imagen para siempre. El pequeño lo miraba con miedo y desconocimiento.

Edward parecía… aliviado. Fue como si adoptarlo fuese un soplo de aire para su corazón lastimado. Y yo sabía que no le entristecía la situación de aquél perro únicamente. Eran las emociones de volver a adoptar y confiar en el amor de una mascota. Parecía loco, pero así era.

El pequeño Bear lucía completamente asustado en mis brazos mientras Edward conducía de regreso a Manhattan. Increíble, pero terminamos cruzando otro estado en un viaje de doce horas simplemente para llevarlo a nuestro hogar. Algo que simplemente Edward Cullen haría.

Suerte que nuestro departamento admitía mascotas en tanto no fuesen ruidosas. Pues, a simple vista Bear no parecía ser el tipo de mascota que nos daría dolores de cabeza. Yo todavía seguía triste por saber que tendría que dejar a Jella en casa de Esme para que residiera allí durante todo su embarazo. Pero aquella tristeza se esfumó en cuanto trajimos a Bear y lo depositamos en la alfombra.

Ella le maulló con tanta rudeza, como si le dijese que no era bienvenido a su hogar.

— ¡Jella malvada! —Edward protestó acariciando tranquilamente a Bear—. Es apenas un bebé.

— Está molesta porque sabe que tendrá que irse por él —defendí a mi pequeña tomándola en mis brazos y acariciándola.

Edward no hizo más que regalarme una mirada que decía "Lo siento mucho". Traté con todas mis fuerzas no ponerme sentimental en aquél momento.

Nos distrajimos en ese momento cuando Bear comenzó a rascarse gimiendo una y otra vez. Eso me puso muy triste.

— A ver… — Edward lo recostó con ambas manos y observamos su pelaje—. Mira, tiene costras.

Bear tenía pequeños lastimados en su barriguita.

— Las obtuvo de tanto rascarse —comentaba él acariciándolo con pena—. No te preocupes, amigo. Ya sanarán.

Y él, con un poco más de confianza, bostezó.

.

— ¿Qué opinas si vamos a tomar algo con Damian? —me ofreció Melissa en cuanto salíamos del trabajo.

— Hoy tengo que buscar a Edward. Vamos a llevar a Bear al veterinario —dije esbozando una sonrisa. Al fin le llevaríamos para que dejara de rascarse tanto.

— ¿Oh, sí? —Melissa ya estaba al tanto de la noticia y le parecía excelente.

— Sí, es uno que atendía a su anterior mascota —le conté—. ¿Quieres acompañarme?

Ella encogió sus hombros, aceptando.

— Siempre es bueno caerle de sorpresa a Mark.

Nos despedimos de Damian después de que jugara un par de bromas con Melissa y fuimos hasta la escuela.

Yo le había enviado un WhatsApp a Edward para indicarle que me esperara afuera, porque estábamos a punto de buscarlos. Pero Melissa me pidió que no le avisara a Mark para echarle una sorpresa. Él las odiaba.

— No me contesta —dije viendo que había marcado el mensaje como "Visto a las…"—. ¿Se habrá encontrado ya con los muchachos?

— Uhm, Bella… ¿no es Edward el que está hablando con la muchacha rubia? —me señaló discretamente hacia el frente.

(7) Efectivamente, Edward estaba hablando casualmente con una muchacha de cabello rubio largo. Ni siquiera la había visto de frente y deducía lo hermosa que debía ser.

— Ay, no. ¿Una ex? —temí por el color de su cabello y las preferencias de mi novio.

— Bueno, ¿qué esperas? Vamos a saludarlo —ella hizo una mueca para indicar que lo primero que debía hacer era presentarme ante ellos.

Nos acercamos y él me saludó sin problema. La muchacha rubia se dio la vuelta para verme.

Quise morir.

Era demasiado hermosa.

— Ah, ella es mi novia, Bella —nos presentó y la muchacha rubia me evaluó detenidamente.

— M-Mucho gusto —dije con valor, estrechando su mano. Estaba caliente.

— Mucho gusto. Soy Sienna—saludó esbozando una sonrisa que podía enamorar al primer muchacho que encontrara.

CAPITULO 11 La ortodoncia y la niña

BPOV

La mujer parada frente a nosotros definitivamente no era más joven que Edward. Podía llevarle unos años encima. ¿Más de treinta? No estaba segura, pero su cabello lucía tan precioso que podía jurar que era condenadamente sedoso sin siquiera tocarlo.

— ¡Mírate con ese traje!

Con discreción, ella agarró la solapa de su saco por unos segundos. Su hermosa y radiante sonrisa estaba apaleando con insistencia mi pobre autoestima.

— ¿Qué ocurrió con el delantal? —preguntó frunciendo el ceño.

Mayor o no, esta mujer era mucho más hermosa que Tanya. Y no estaba hablando en términos estéticos. Ella desprendía cierto carisma y energía vibrante que te dejaba completamente embobado; cosa que la frívola y pedante Tanya no poseía.

Pero más que nada, su voz era la atracción principal. Uno no podía parar de escucharla porque sonaba demasiado bien; sobre todo cuando soltaba una ligera risa amistosa.

Mi risa sonaba tan estúpida en comparación con la suya…

— Dejé el consultorio momentáneamente —explicó Edward con la humildad que le caracterizaba—. Me dedico a la docencia, como verás.

— Pues sí, Lena me contó que estabas trabajando aquí. ¡Dice que eres bastante severo con tus alumnos!

¿Lena?

Conocía aquella sonrisa en su rostro. Lucía un poquito incómodo por aquella acusación.

— Pero siempre te gustó enseñar, así que eso es bueno. Me alegra que estés bien —Sienna encogió sus hombros amistosamente mientras nos miraba a ambos, para referirse a lo nuestro.

No se me pasó por alto que ella supiese que a Edward le gustaba enseñar. ¿Qué tanto se conocían?

— ¡Uf! Mira la hora…— se excusó al mirar el reloj en su muñeca. Uno bastante costoso, a decir verdad—. Se me hace tarde, debo ir a atender en el consultorio.

¿También era doctora?

— Oh, ¿sigues atendiendo en el mismo lugar? —Edward se interesó por esto.

— No —contestó ella como si eso fuese una agradable noticia—. Nos hemos trasladado hasta aquí, a pocas cuadras.

Mientras hablaba tomó dos tarjetas de su billetera y nos la ofreció.

"SiennaDoughtown"

"Odontóloga."

¡Era una dentista!

— ¿Por qué no te pasas por allí? Está cerca de tu nuevo departamento, ¿no?

¿Cómo sabía que Edward vivía en un nuevo departamento? ¿Él ya se lo había contado? Pero, principalmente… ¿por qué se refería a "su" departamento y no a "nuestro" departamento?

— Es muy amable de tu parte, Sienna. Pero… no tengo problemas, realmente —Edward hizo un mohín, tomando la tarjeta de entre sus dedos.

Sienna se echó a reír poniendo los ojos en blanco.

— Créeme, Edward. Debes de tener una que otra caries por ahí, como siempre —le reprendió con dulzura como si fuese su madre.

O peor, como si ya lo hubiese atendido en varias ocasiones.

Mi novio se rió con inocencia, frunciendo los labios.

— Bella, te recomiendo que lo mantengas vigilado con los dulces —me advirtió con diversión.

¡Pero me gustaba hacerle dulces!

Y luego, recordó algo:

— ¡Ah! Qué maleducada. Tú también puedes venir si gustas, Bella. Puedo hacerles un buen descuento.

Saludó amistosamente con la mano y se dio la vuelta para marcharse.

No sé por qué, pero mis ojos fueron a sus caderas. ¿Las contoneaba a propósito o se le daba naturalmente? Sea como sea, no paraba de pensar en las mil formas en que mi novio había follado ese trasero.

Oh, por Dios. ¿Le habría dado sexo anal a ella?

Y comprendí por qué me sentía amenazada por ella. Parecía como si ellos, más que amantes, hubiesen sido buenos amigos.

.

Más al rato, nos encontrábamos en un pequeño consultorio humilde esperando para ser atendidos por el veterinario que Edward había recomendado.

Bear descansaba en los brazos de Edward y significó un alivio para nosotros. El pequeño no hacía otra cosa más que rascarse los lastimados que le había provocado la sarna. Ninguno de los dos podía dormir tranquilo al escucharlo sollozar.

—… Y entonces, me preguntó si seguía ejerciendo la pediatría. A lo que contesté "no" porque ni siquiera he vuelto al consultorio. Me preguntó porque quería consultarme acerca de una alergia que le ha brotado a su hermano menor. Terminé por recomendarle al nuevo pediatra del consultorio, pero se sintió muy extraño no atender una consulta médica…

Él me estaba contando aquella anécdota sobre un estudiante que se le había acercado a preguntarle si seguía atendiendo en el consultorio.

— Tal vez deberías replantearte volver algún día al consultorio —contesté mirando absorta las orejas de Bear.

Edward hizo un mohín.

— Tal vez luego, ahora no dispongo de mucho tiempo —acarició a Bear entre sus piernas, refiriéndose a su cuidado—. Pero definitivamente es algo que volvería a hacer. Quién sabe cuánto tiempo más aguante a esos alumnos.

Él se reía, más yo no dejaba de cavilar con mis pensamientos.

Aprovechó para quedarse un rato en silencio evaluándome ya que éramos las únicas personas en el consultorio. Eso nos permitía hablar más íntimamente.

— ¿Estás pensativa? —lo planteó como una pregunta, pero en realidad era una confirmación.

— No —mentí vilmente. No paraba de pensar en Sienna.

— Sí, lo estás —se dio cuenta y sonó como si esbozara una pequeña sonrisa.

No dije nada, me concentré en Bear y la sarna en su pelaje.

— ¿Estás pensando en la corrección de tu último texto? —preguntó, sabiendo que éste sería publicado en la revista la próxima semana.

Hijo de puta, qué bien me conocía.

— No —negué simplemente.

Lo pensó un rato más.

— ¿Estás pensando en que deberíamos comprar una nueva aspiradora? —volvió a preguntar.

No, pero debería. Se había roto.

— No —volví a negar.

Profundizó su hallazgo. Incluso creo que pude escuchar el "click" que hizo su cabeza cuando lo descubrió.

— Si estás pensando en Sienna, creo que es ridículo —me aseguró.

Bingo.

— Uhm, tú crees que ponerle mermelada a la mantequilla es ridículo. Y es delicioso —comenté con nostalgia.

— ¿Sabes qué es delicioso? —Me preguntó acercándose a mi rostro—. Tus tartas de manzana. ¿Podemos comerlo esta noche?

— Mañana —respondí con dulzura—. Todavía quedó un poco de la tarta de arándanos.

Murmuró asintiendo y apoyó su rostro sobre mi cuello para sentir el aroma de mi piel.

Su cabeza estaba apoyada encima de mi hombro, podía sentir su respiración con tanta tranquilidad que me vi obligada a plantearle mi duda.

— Sienna y tú… bueno, ¿eran amigos?

Lo hice. Fin. Se acabó.

Supuse que la sonrisa que estaba esbozando se debía a que sus sospechas eran acertadas.

— ¿Por qué preguntas eso? —quiso saber.

— No me has contado mucho sobre ella —desvié los ojos hacia Bear, utilizando una voz extremadamente tímida.

— Porque hasta hace unas horas no imaginaba volver a encontrarla —respondió con simpleza.

Estaba esperando a que continuara y él suspiró.

— Okay… —accedió y por algún motivo, sentí un nudo en el estómago. ¿La información sería terrible? —. Sí, Sienna era mi amiga. De hecho, una de las más cercanas.

Ohh… ¡maldita sea!

La información me dolió profundamente. ¿Y por qué? ¿Por creer que había sido la primera amiga que se follaba? Era estúpido. Pero yo no podía controlar los celos, no se me daba bien.

Me separé de él para mirarle de frente.

— A ver, a ver, a ver… —aclaré mi mente por unos segundos, exigiéndome a mí misma no ponerme mal por aquello—. ¿E-Eran mejores amigos?

Y él simplemente se reía. ¿Acaso le gustaba verme mal? ¿Le gustaba verme celosa? Esto me estaba matando y él se divertía.

— No —su respuesta fue como un balde de agua caliente—. Tú eres la única que alcanzó ese rango…

¿Oh, alguien había encendido la llave con agua hirviendo?

—… Pero sí, fuimos amigos durante mucho tiempo —agregó al final.

No. Alguien había abierto la llave con agua helada.

— O sea que eran amigos, se querían, se amaban, se cuidaban, follaban… —repetí silenciosamente con nerviosismo.

— Bella… —él se dio cuenta que no estaba reaccionando muy bien, pero seguía riéndose.

— ¡Espera! —Le detuve rápidamente, apuntándolo con el dedo índice—. Ella te engañó. ¿Por qué siguen siendo amigos? No pueden ser amigos. ¿O sí? No… —fruncí el ceño varias veces.

Él frunció los labios unas cuantas veces; quería hablar y yo no le dejaba.

— ¿Me vas a dejar explicarte la situación, o no? —sugirió alzando una ceja. Acepté suspirando—. Fuimos amigos porque únicamente servíamos para eso. Intentamos estar juntos algo así como un año pero la relación nos sacaba el lado más temperamental. Era un desastre. Y por supuesto, me engañó con su actual novio.

Oh…

— Yo estaba… shockeado, nunca antes una chica me había hecho eso —parecía aun sorprendido por eso—. No quise cortar, pero ella decidió que era lo mejor. Dejamos de hablar un buen tiempo, pero volvimos a hablar cuando empecé a salir con Tanya…

Oh, no. Lo peor se avecinaba.

— ¿Estabas con ella mientras…? —mi pregunta sonó como una acusación. Y de hecho, lo era.

— Tú sabes que era un imbécil —respondió convencido—. Tanya se marchaba y a veces teníamos encuentros casuales.

— Pero, Edward… —protesté frunciendo el ceño, confundida—… Tú follabas con la hermana de Tanya cuando ella se iba a…

Edward me miró fijamente a los ojos, frunciendo los labios.

— ¡Y también con Zafrina! —lo acusé horrorizada—. ¡Dios!

— Honestamente, no me siento orgulloso de las cosas que he hecho —dejó en claro.

— Dios santo… ¿cuántos cuernos tiene Tanya encima? —me horroricé únicamente de imaginarlo. Y luego vino una chica cualquiera y se arrebató asu novio. ¡Suficientes motivos justificados para detestarme!

— Acepto haber sido un imbécil, pero si puedo utilizar una excusa a mi favor, es que no había conocido a la chica ideal todavía —respondió frente a mi rostro, con seguridad.

Me sonrojé.

— Perdón. Los celos pueden ser fáciles de controlar cuando tienes confianza en el otro, pero cuando no la tienes en ti misma, puede costar un poco —me referí a mi pobre autoestima. Parecía haber crecido bastante, y le daba crédito a aquello. Pero tampoco es que me sintiese la chica más hermosa del mundo cuando sus ex novias parecíanmodelos de Victoria'sSecret.

— No deberías sentirte insegura. ¡No con ese culo! —aseguró con despreocupación, mirando mi trasero.

Irónicamente, eso me hizo reír.

— Eres la chica más bonita que he conocido. Y quiero que lo creas, porque es así. Cuando te pones nerviosa y te muerdes el labio, la forma en la que mueves tu cabello de un lado al otro, tu dulce voz diciendo groserías, tus pequeños dientes de castor…

Esta vez sí exploté en risas. Era un estúpido defecto físico y él simplemente lo glorificaba. Me hacía sentir bonita.

Se acercó peligrosamente a mi oído.

— Y no me hagas empezar con tu cuerpo, porque podría mencionar lo apeteciblemente rosado que es tu coño —ronroneó lascivamente.

Oh. Puta madre.

— Si pudiera, borraría todo mi pasado —se separó de mí y sonrió con seguridad—. Borraría a cualquier chica de mi vida y te convertiría en mi primera y única novia.

Si Sienna había arrojado mi autoestima al suelo, Edward la había recogido y la había puesto en lo alto de una torre.

No debía preocuparme por Sienna. Como Edward había dicho, yo era más bonita que ella para él y hemos vivido demasiadas cosascomo para ponerlo en duda frente a una muchacha que, si bien podía ser más hermosa, no era la mujer indicada para él. Yo lo era.

… Y si el argumento de tener mejor trasero que ella contaba, bien por mí.

Jugó un rato con las patitas de Bear, quien comenzaba a despertarse.

— ¿Verdad que mamá es bonita, Bear? ¿Verdad que papá es muy afortunado de tenerla a su lado? —se lo preguntaba en un tono juguetón bastante chistoso.

Fue mi turno de apoyar el rostro sobre su cuello.

— Podrás haber sido un imbécil, pero eres el hombre más bueno que he conocido.

Se tomó muy bien aquél cumplido y nos miramos durante largos segundos, sonriéndonos tontamente. Y pude ver en ellos que no había verdaderos motivos para pensar que Sienna significaba una "competencia".

Nah, nadie podía interferir lo que teníamos.

Planeaba darle un buen beso aprovechando que Bear no nos estaba viendo (porque nos hacía sentir un poco de vergüenza) cuando la puerta del consultorio se abrió.

Edward se separó rápidamente de mí y se levantó del asiento ligeramente ansioso por hablar con el veterinario. Era un hombre de alta estatura, cabello rubio y barba desordenada; demasiado casual para ser el famoso y profesional veterinario con años de trayectoria del que Edward tanto hablaba.

Se despidió formalmente de la muchacha que cargaba un hermoso y pequeño gatito entre sus brazos. Ella nos saludó amistosamente como era de costumbre en estos lugares y el veterinario nos observó.

— Pasen —Sin muchos ánimos hizo un ademán con la cabeza mientras tenía las manos en los bolsillos de su delantal blanco. Su expresión era frívola. Me sentí tremendamente incómoda en cuestión de un segundo.

No obstante, Edward le saludó como si le conociese de toda la vida; lo cual era un hecho.

— Alistair, ella es mi novia, Bella —me presentó Edward.

— ¿Qué tal? —Alistair asintió una sola vez para saludar mientras se lavaba las manos con jabón líquido cuando ya habíamos ingresado a su consultorio.

— H-Hola —saludé tratando de no cohibirme. Algo me decía que ese hombre era bastante antipático.

Alistair se excusó silenciosamente para buscar algo en una segunda habitación al lado del consultorio mientras Edward colocaba a Bear encima de una mesa en donde parecían atender a las mascotas.

— No parece agradable —murmuré bien bajito aprovechando su ausencia.

— Lo conozco de toda la vida. Es su forma de ser. Pero que no te confunda, es bastante estricto y severo con respecto a los animales. No tolera a la gente que los trata sin cuidado alguno… —me comentó Edward y se vio interrumpido cuando Alistair volvió y se dirigió hacia donde estábamos.

— Honestamente, creí que nunca volvería a verte, Edward —comentó Alistair con despreocupación—. Estaba a punto de borrar tu número de mi teléfono.

Me pareció un comentario muy frívolo pero Edward simplemente se rió, así que lo tomé muy bien. Después de todo, la última vez que Edward debió haber venido había sido hace tiempo, cuando Edmund aún jugaba con él

— Okay. ¿A quién me has traído? —preguntó suspirando mientras observaba a Bear detenidamente, acariciándolo con las manos.

— Es un perro que hemos rescatado. Tiene algo así como treinta días. No ha parado de rascarse y creemos que tiene sarna…—empezó a explicar Edward.

Dejamos que Alistair lo revisara detenidamente, sin parar de fruncir el ceño. Observó la zona lastimada en el vientre de Bear debido a la forma violenta en la que se rascaba. Todavía lo seguía haciendo y lloraba mucho.

Alistair suspiró, terminando de evaluarlo.

— Bueno… para empezar, no tiene treinta días. Tiene menos —aclaró tajante, mirándonos fijamente.

Edward y yo reaccionamos sorprendidos.

— ¿Cuánto… menos? —quiso saber Edward, ligeramente aturdido.

— Yo diría unos veinte días, probablemente. A penas debe haber aprendido a caminar —explicó detenidamente—. Y efectivamente, el pequeño tiene sarna.

Nos enseñó los lastimados de Bear.

— Estas marcas que ven, son las costras que se le han producido por rascarse demasiado en la zona afectada.

¡Pobrecito!

Alistair acercó a Bear a una balanza para pesarlo. Ni siquiera llegaba al kilogramo.

— Y además, se encuentra desnutrido —terminó por explicar Alistair. Si no me equivocaba, lucía molesto. Por un momento sentí que la bronca era dirigida a nosotros, pero tal y como había dicho Edward, le indignaba el descuido hacia los animales. Quien sea que haya abandonado a Bear, era un pusilánime.

— ¿Dónde dices que lo has rescatado? —preguntó sacándolo de la balanza y posicionándolo encima de la mesa nuevamente.

— En un albergue de Florida —conté yo, queriendo participar en la conversación.

Alistair revisó las orejas de Bear con un pequeño aparato. Éste ya se encontraba algo despabilado.

— ¿Lo van a regalar? —preguntó mientras comenzaba a preparar un par de inyecciones. Oh, no, no quería ver esto.

— Algo así. Se lo daremos a la madre de Bella —respondió Edward con cierta… ¿duda?

Alistair murmuró asintiendo una sola vez, como si comprendiese la situación por la que Edward pasaba al no querer cuidar de una mascota después de la muerte de Edmund.

Y entonces, se acercó a Bear con una jeringa. Empecé a temblar. No podía mirar este tipo de cosas.

— Vamos a darle una para los parásitos, otra para los lastimados y por último, para la sarna —explicó mientras le inyectaba en la piel.

Bear no reaccionó al respecto. Únicamente lo hizo cuando le inyectaron la tercera, la que era para la sarna. Chilló y lloró por el dolor. Alistair rápidamente acarició su pelaje para que el líquido se esparciera y el dolor se aliviase.

Para mi sorpresa, Edward se reía con ternura al ver a Bear llorar. Le miré incrédula.

— Es adorable —se excusó él esbozando una sonrisa divertida.

A mí no me gustaba oírlo llorar. ¡Pequeñito!

— Muy bien, lo primero que debemos hacer es lograr que aumente de peso inmediatamente —explicó brevemente, serio—. No van a darle croquetas todavía, porque su organismo aún no puede digerirlo y porque todavía no le ha salido la muela de leche. Optaremos por una leche que sustituya la leche materna… una leche deslactosada(*).

— Está bien —asintió Edward, comprendiendo. Como todo pediatra, sabía prepararla.

— Solamente que esta vez, le agregarás una yema de huevo y doscientos centímetros cúbicos de crema a la hora de prepararlo, ¿bien?

Y como habló de cocina, Edward se perdió.

Fácilmente debíamos preparar la leche como cualquier otra pero antes de echarle el agua encima, debíamos mezclar el polvo con una yema de huevo y esa cantidad de crema. No sonaba difícil.

Pero al parecer, Edward no comprendió del todo.

— O sea, preparas la leche y le echas encima la yema…—Edward quiso explicar lo que había entendido.

Alistair alzó una ceja.

— ¿No es lo que acabo de decirte? —replicó con completa seriedad—. Antes de prepararla, le agregas los ingredientes.

Yo no quise reírme en voz alta, pero Edward era un estúpido adorable.

— Entonces, antes de echarle agua viertes los ingredientes… —planteó Edward con falsa seguridad.

Alistair le miró perplejo.

— A ver, doctor… —enfatizó aquella palabra de mala gana—… ¿Usted alguna vez ha preparado leche para bebés?

— Sí —Edward asintió, nervioso. Alistair le intimidaba.

— Bueno, es exactamente lo mismo. Pero le agregas los ingredientes antes de verter el agua y lo dejas enfriar a temperatura ambiente, como lo harías como un bebé. ¿Bien?

— Ah, ya. No había entendido eso —chasqueó la lengua, comprendiendo.

Alistair dudó.

— Te lo anotaré en un papel por las dudas —negó lentamente, disgustado por la inutilidad de Edward.

— Yo lo haré, no se preocupe —me ofrecí rápidamente cuando él comenzó a anotar la receta.

Únicamente con mirarme, se dio cuenta que quizás, yo era buena en eso.

— Qué bueno contar contigo. Si no fuera así, Edward moriría de hambre —lamentó con pena.

Yo me eché a reír porque esa, definitivamente, era una verdad factible. Edward se rascaba el cuello, incómodo.

Terminó de anotar algo en un papel y se lo entregó a Edward.

— Vuelve en una semana para un control y compra un talco para las pulgas. Puede que se las contagie, pero no debería ser un problema. Y si lo es, usa una crema genérica contra la irritación. Tú sabrás.

— Muchas gracias, Alistair —Edward agradeció estrechando su mano firmemente—. ¿Cuánto te debemos?

— Nada. Te lo regalo. Suficiente será con los gastos de la leche —contestó en un tono neutro.

.

Más tarde, ese mismo día, tuve que implementarle una buena clase de cocina a Edward. Todo por una miserable leche deslactosada.

— En serio, puedo encargarme de preparársela. Soy su mamá, es mi tarea —repliqué por tercera vez mientras agregaba la crema encima del polvo de leche.

— Su mamá cocina, limpia y trabaja. ¿Y qué hace su papá? —se quejó él, bufando.

— Su papi limpia sus porquerías, ya lo dejamos en claro —le advertí, aunque esto no era del todo cierto. Yo también lo limpiaba.

— Si quieres, puedo partir el huevo. Ya sé cómo hacerlo —presumía esto con tanto orgullo que me provocaba pellizcarle las mejillas una y otra vez.

— Tienes que sacarle la yema, Edward —me reí frunciéndole el ceño. Jamás lo lograría.

— Oh —comentó con sorpresa. ¿Sabría él cuál era la diferencia entre una clara y una yema?

— Te enseñaré —repliqué con dulzura y tomé un huevo. Partí un pedacito con cuidado y después de unos segundos, logré separar lentamente la clara del huevo.

Edward me miraba como si acabara de cometer una locura.

Terminamos de preparar la leche y dejamos que se enfriara un poco en el refrigerador ya que estaba hirviendo. Antes de servírsela a Bear en el pequeño plato de comida que Edward había comprado, aprovechó la ocasión para colocarle encima el talco anti-pulgas.

Le ayudé a recostarlo mientras él desparramaba el polvo sobre su vientre. Bear lucía desorientado.

— Algo me dice que este pequeño va a ser bastante tímido —comentaba Edward sonriéndole.

— Imagínate cambiar tu estilo de vida de un día para el otro. Antes no tenía dónde dormir y ahora duerme en su propia cama con su propio juguete —dije contenta.

En realidad, no era una cama. Todavía era muy pequeño para comprarle una. Simplemente habíamos tomado una frazada que no utilizábamos para que descansara allí. También le compramos un peluche para que durmiera con él. Por algún motivo, los hacía sentir menos solitarios. Y un pequeño huesito de juguete para cuando comenzara sus períodos de mordiscos.

Edward terminó de colocarle el talco y él, con timidez, empezó a lamerse la piel.

— No, no… —con su voz autoritaria, le dejó en claro que eso no era bueno. El pequeño se alejó.

Le serví el platito lleno de leche. Bear se acercó a él, probó un poco y con frenesí, empezó a beberla.

Edward y yo nos reímos mientras acariciábamos su pelaje. Todavía estaba lastimado y no se veía bien, pero con el tiempo, él crecería y se vería hermoso.

— ¡Parece que a alguien le gustó la leche! —canturreé contenta cuando terminó de beber hasta que se llenó.

Acto seguido, empezó a caminar lentamente hacia un punto fijo. Le observamos con cuidado…

… Hasta darnos cuenta que había ido hasta el tapete debajo de la pequeña mesa del living para comenzar a orinar.

Edward y yo corrimos rápidamente a sacarlo de ahí, alarmados.

— ¡NO!

.

(1) El resto de la semana transcurrió de una forma completamente impensada.

Si habíamos dicho que Bear era un perro inocente y tímido… bueno, quizás lo era, pero no lo estaba demostrando últimamente con sus tendencias de hacer sus necesidades en nuestro dormitorio.

Tampoco era óptimo contar con una habitación alfombrada donde las manchas de orina eran difíciles de quitar. Sobre todo ahora que el excremento de Bear había tomado un tinte amarillo, debido al cambio drástico de alimentación. Si no fuese por Edward que sabía de perros, yo me habría asustado muchísimo.

Nuestra rutina había cambiado gracias a él, y no podíamos decir que estábamos a gusto con ello, pero tampoco íbamos a quejarnos al respecto. Criar a un cachorro era similar a cuidar un bebé. Teníamos que controlar cada una de las acciones que hacía. A veces él sentía curiosidad por inspeccionar las habitaciones. Se le daba por mordisquear unos cuántos zapatos y muebles pero no era nada serio.

Edward se encargaba de entrenarlo diariamente para que entendiera que debía ir al baño en el balcón que, por supuesto, estaba repleto de periódicos viejos. Pero era un cachorro y todavía no comprendía muchas cosas.

Seguíamos trabajando, pero debíamos llegar a casa rápidamente para evitar dejarlo el mayor tiempo posible solo. Edward fue quien más sufrió con esto debido a que tuvo que cancelar sus clases particulares. Yo no estaba molesta por eso, en absoluto, pero teníamos que estar pendiente de él todos los días. Incluso cuando nos íbamos a dormir y el pequeño lloraba por la soledad de la oscuridad. Por eso, tuvimos que trasladar su cama en nuestra habitación.

El viernes en la noche nos acostamos temprano sin muchas ganas de hacer algo realmente. Bear ya se había marchado a dormir así que apagamos las luces.

Terminé de cepillarme los dientes y encontré que en un pequeño rincón debajo del lavamanos había una mancha amarilla pegada. Parecía orina de hace días.

Chasqueé la lengua disgustada y salí del baño apagando la luz en el proceso. Edward se encontraba recostado en la cama leyendo un libro de, obviamente, Stephen King.

— Edward, acabo de encontrar orina en el piso del baño.

Alzó la mirada hacia mí, frunciendo el ceño.

— Imposible. He limpiado allí esta tarde —se defendió de la acusación.

— Si, pero no detrás del lavamanos —aclaré haciendo una posturita.

Él refunfuñó indignado. Esto de limpiar era nuevo para él, aparentemente.

— Tenemos que hacer una limpieza general mañana —negué una y otra vez, acercándome a la cama.

— ¿Mañana? —Protestó sin ganas—. Pero es sábado.

— ¿Y? ¿Qué sucede? —pregunté pensando que había olvidado algún compromiso. Últimamente mi memoria estaba fallando.

— Que es sábado —respondió encogiéndose de hombros, como si el simple nombre del día explicase todo —. Es día de descanso.

Le miré perpleja. ¡Vago!

— Edward, hemos quedado de acuerdo en hacer una limpieza general en todo el departamento al menos una vez al mes. Y no la hemos hecho todavía —le advertí con seriedad.

— ¿Y no podemos el domingo? —me preguntó haciendo un puchero. Yo también estaba cansada por esta semana agitada, pero esa no era una excusa válida.

— Si no quieres hacerlo un sábado, ni pienses quequerrás hacerlo un domingo —bufé.

Se dio cuenta de que esto era cierto y suspiró abatido.

— ¿Al menos podemos hacerlo en la tarde? Realmente quiero dormir más de seis horas —se rascó el cuello.

Por un lado, no podía negarme a esa carita de niño bueno, pero por otro lado, me gustaba reprenderlo como el niño malo que era.

— Está bien. Pero lo haremos —le apunté con el dedo índice, dejándole en claro que hablaba en serio.

Él sonrió satisfecho y leyó el número de la página en donde se había quedado en el libro antes de cerrarlo. Edward nunca usaba separadores, memorizaba los números y ya.

Apagó la lámpara y yo me recosté plácidamente en la cama sabiendo que hoy era viernes y podría dormir sin preocuparme de levantarme temprano a la mañana siguiente.

— Hasta mañana, cielo —dije bostezando después de haberle plantado un beso en los labios. Me saludó de la misma manera.

Me di la vuelta para que él se acercara a abrazarme. Sentir su respiración detrás de mi oreja me relajaba y adormecía mi cuerpo por completo. Sus brazos rodearon mi vientre y me acercaron posesivamente hasta su pecho. La mejor forma de dormir.

A veces me encontraba lo suficientemente cansada como para tardar al menos diez minutos en realmente dormirme. Estaba pensando en Alice y el tema de su embarazo. No me había contado nada acerca de eso y comenzaba a preocuparme. ¿Será posible que se haya olvidado de mí por unos segundos?

Edward había removido sus piernas cambiando ligeramente de posición. Para sentirme más cómoda, arqueé la espalda y me acerqué un poco más a mi almohada para no dormir incómoda.

Estaba a punto de dejarme llevar por el sueño cuando Edward volvió a moverse y accidentalmente, su cintura se acercó peligrosamente a mi trasero.

Me removí incómoda. Yo estaba usando un par de bragas únicamente y él un bóxer. Y realmente no tenía ganas de profundizar esa imprevista caricia.

La respiración de Edward no era pausada. No estaba dormido, podía saberlo.

Iba a preguntarle qué era lo que planeaba cuando sentí su mandíbula sobre mi cuello y una de sus manos acariciando la piel expuesta de mis nalgas.

Emití un corto gemido. No estaba "simplemente acariciándola", estaba agarrándola con firmeza.

Se acercó a mi oído y murmuró:

— Voy a quitarte las bragas.

Aquellas palabras fueron directamente hasta mi centro. De repente, estaba más que despierta.

Sus manos fueron hacia las tiras de mis bragas y la bajaron lentamente. La caricia era superficial, pero el hecho de no haber tenido buen sexo en toda la semana hacía que sus manos en mi cuerpo fueran

doblemente deseadas. Sin contar la sensibilidad en mi zona íntima que buscaba un poco de atención hacía rato.

A propósito, le di una buena vista de mi trasero y arqueé mi cuerpo para restregárselo en cuanto bajó por completo mis bragas. Cerré los ojos de placer cuando le oí jadear asombrado.

Y no tardó en hacérmelo saber.

Separé mis piernas para que tuviera más acceso a mi intimidad; primero, apoyó la palma de su mano en toda la zona y la apretó. Solté un suave gemido cuando su dedo mayor separó mis labios y acarició mi clítoris un par de veces.

— E-Edward… —gemí apoyada encima de la almohada. No podía darme la vuelta y mirarlo, pues su rostro estaba pegado a mi oreja, jadeando para provocarme, lo cual funcionaba.

Y entonces, introdujo dos de sus dedos en mi interior. Arqueé la espalda por completo e intencionadamente refregué mi trasero contra su cintura.

Edward emitió un fuerte jadeo y yo me asombré al sentirlo tan duro. Más que nada, enloquecí.

— Te necesito —me di la vuelta rápidamente, separándome de sus dedos y cortando la sensualidad en el movimiento.

Edward se recostó y me miró con asombro, no obstante, con una buena sonrisa pervertida.

Me quité la camiseta de un tirón quedando completamente desnuda sobre él. Aprovechó la ocasión para bajarse un poco los bóxers y tomar su miembro para comenzar a masturbarse, preparándose para mí.

Me posicioné encima de él y adentré su miembro a mi cuerpo con completa lentitud. Eché la cabeza atrás, cerré los ojos, me mordí los labios y gemí con satisfacción. Dios, sí que necesitaba a Edward.

Volví a mirarle y disfruté de su expresión: una mandíbula tensa, unos ojos de ensueño, una barba excitante y una mirada expectativa, preguntándose qué era lo que haría ahora. Decidí sorprenderlo y tomarlo con lentitud, moviendo mis caderas en círculos, sin mucha prisa mientras cruzaba mis brazos a propósito para darle una mejor vista a mis pequeños y lamentables senos.

Y recibí su mejor sonrisa torcida, la aprobación que necesitaba para tomar el control de la situación. Lástima que me encontraba tan sensible; en menos de cinco minutos me vendría.

Él decidió empujar sus caderas de una forma dura, firme y rítmica. Al parecer, él no deseaba ir tan lento como yo. La cama comenzaba a rechinar.

— N-No pares… n-no pares… n-no pares, Edward —pedí constantemente entre jadeos mientras él negaba con la cabeza, indicándome que eso sería lo último que haría.

Sin embargo, en el preciso momento en que Edward decidía cambiar el ángulo de la penetración, oímos un llanto.

Era Bear. Se estaba rascando y le dolían las costras.

Nos miramos perplejos. El llanto era tal que sentí que Edward se había… desmotivado repentinamente. Pero él no era el único. Yo también lo había hecho.

Por más que estuviésemos en abstinencia, con Bear llorando en una esquina, no podíamos hacerlo.

Edward suspiró, verdaderamente disgustado por la situación. Pero en seguida me separó lentamente de su cuerpo, se acomodó los bóxers y salió de la cama para revisar al pequeño.

Estuvo un buen rato acariciando su pelaje para indicarle que aquí estábamos, que no se encontraba solo. Probablemente, los ruidos de la cama le habían despertado y desorientado.

— Lo llevaré al balcón por las dudas —me avisó cargándolo con una mano.

— Deja la puerta abierta, tiene que aprender a ir solo —le dije.

— Pero, ¿y si lo hace de nuevo en la alfombra? —cuestionó mi novio.

— Ya ha comido y ya ha hecho sus necesidades. No lo va a hacer hasta alimentarlo de nuevo —le resté importancia.

Edward vio aquél punto y decidió hacerme caso. Dejó a Bear en su cama de nuevo, se despidió de él y volvió a la cama para abrazarme.

Me besó en la oreja y me deseó buenas noches por segunda vez. De repente, volvía a estar cansada pero bastante frustrada.

.

A la mañana siguiente, fui la primera en despertar al ver que Edward dormía en una posición extraña al otro extremo de la cama. No tenía remedio, este hombre sí que dormía pésimo.

Escuché un pequeño llanto que provenía de Bear. Vi la hora y ya había pasado mucho tiempo desde su última comida. Debía estar muerto de hambre.

— No te preocupes, bebé. Te serviré tu leche porque papá es un dormilón —le aseguré sin problemas mientras me desperezaba y me levantaba de la cama.

Iba a acercarme a abrazarlo con dulzura cuando sus ojos, que todavía no me miraban a la cara, fueron a mis pies.

Y entonces, pisé algo frío y casi líquido.

Bajé la mirada para ver qué era lo que acababa de pisar con mis pies desnudos.

El horror cruzó por mi cabeza cuando lo había identificado: excremento amarillo.

.

(2) Volví hasta el dormitorio de forma disgustada.

— Edward, levántate —exigí de forma tajante mientras éste seguía igualmente dormido como un tronco.

Mi paciencia era poca. Si había algo que detestaba profundamente era la limpieza. Y el accidente en el dormitorio no había sido el único regalito en la casa.

— Edward, son las diez de la mañana. Levántate. Hay que limpiar —rápidamente le quité las sábanas de encima y el idiota protestó.

— Dijiste que lo haríamos en la tarde…—rezongó sin abrir los ojos, bostezando.

— No. Lo haremos ahora —dejé en claro con la poca autoridad que poseía frente a él.

Acomodó su almohada y se apoyó en ella, nuevamente, dispuesto a seguir durmiendo.

— ¡Edward Cullen! —refunfuñé llamándolo. Como no hizo caso alguno de mi llamado, utilicé su segundo nombre. Lo detestaba—. ¡Anthony!

— Shh—me mandó a callar, con pereza.

Indignada, tomé una almohada –la mía – y comencé a golpearlo encima de su trasero una y otra vez mientras repetía "levántate" varias veces de malhumor.

— ¿Es lo mejor que tienes? —bromeó encima de la almohada sin siquiera abrir los ojos—. Golpeas como una nena.

¡Es porque soy una nena!

De muy mala gana, seguí golpeándolo con la almohada con todas mis fuerzas. Aumentaba la medida conforme se reía. ¡Diablos! ¿Es que no tenía fuerzas contra él?

— Si sigues así, continuaré durmiendo —se mofó como si los golpes no fuesen nada para él.

No desistí, seguí golpeándolo hasta que sentí profunda ira y deseaba golpearlo con una silla o con cualquier cosa que pudiese infligirle un daño de verdad.

Entonces, su teléfono celular empezó a sonar con una canción de The Killers…Y lo peor ocurrió.

Entre risas, se dio la vuelta y no pude detenerme. El golpe que planeaba propinarle con la almohada en su trasero fue directamente hacia su…

— ¡AH! —exclamó siseando de dolor y encogiéndose rápidamente, llevando sus manos a la zona golpeada.

— ¡Ay! ¡Perdón! ¡Perdón! ¡Perdón! —solté la almohada rápidamente y lo lamenté profundamente, llevándome las dos manos a la boca.

En realidad, para que no se diese cuenta que estaba partiéndome de la risa. Se llevaba ambas manos a la entrepierna y tensaba la mandíbula, completamente adolorido.

— ¿E-Estás bien? —alcancé a decir pero soltando varias risitas. ¡Qué mala suerte tenía!

— ¡¿Por qué te ríes?! —exigió saber muy, pero muy enfadado.

— Porque… —oculté la risa y luego lo hice abiertamente—. Tienes que admitirlo, es muy gracioso.

— ¡Hija de tu puta madre! —gruñó jadeando de dolor encima de la almohada.

Me apresuré a tomar su teléfono que seguía sonando porque él no se levantaría. No podía parar de reír, estaba mal, pero era inevitable.

— ¿Hola? —atendí aclarándome la garganta después de las risotadas. No había alcanzado a leer quién llamaba.

— Bella, ¿cómo estás? —Saludaba Carlisle con sorpresa.

— ¡Oh, hola! —me sorprendí por su voz y me puse seria—. Muy bien, ¿y usted?

— Bien, por suerte —contestó con tranquilidad—. ¿Y Edward? ¿Sigue durmiendo?

— Oh, no —contesté mordiéndome el labio—. Está… bañándose.

— Solamente tú haces que se levante a esta hora —juraría que negaba una y otra vez.

— ¿Quiere que le pase la llamada? —pregunté.

— No te preocupes —aseguró. Se oía sonriente—. Simplemente quería avisarles que el cumpleaños de Esme será en unas semanas y planeamos hacer una fiesta formal con toda la familia y algunos de nuestros amigos más íntimos.

¡Oh! ¡El cumpleaños de Esme! No tenía ni la menor idea.

— Eso suena bastante agradable —comenté mientras me alejaba del dormitorio porque los insultos de Edward hacia mi persona me distraían.

— Sí, y por supuesto, están invitados ustedes y sus amigos. Sé que a ella le encantaría tenerlos presentes — agregó.

Ahora sí sonaba divertido.

— Es muy amable de tu parte, Carlisle. Muchas gracias —sonreí.

Él terminó por pasarme la fecha y especificarme que se trataba de una fiesta de gala. Ya estaba pensando en que debería comprarme un nuevo vestido si Beatrice Cullen iba a estar presente allí. Qué mal rollo.

Justo cuando terminé con la llamada, Edward se acercó hasta el living caminando rengo. Sin querer, solté una nueva risotada.

— M-Mira, será mejor que te calles —me amenazó con el dedo índice.

— ¡A mí no me amenazas, Cullen! —Chasqueé la lengua—. Y no seas mariquita, no fue gran cosa.

En realidad, sí debe haber sido doloroso, pero me gustaba molestarlo.

— ¿Qué sentirías si te la metiese por detrás ahora mismo? —gruñó con la mandíbula tensa, acercándose a mí.

¿Sin lubricante? Pensarlo me provocaba un siseo interno.

— No podrías. A ti te dolería más que a mí —me eché a reír señalando su entrepierna y él me miró de malhumor—. Bueno, ya. ¿Quieres que te la acaricie hasta que se te vaya el dolor, bebé?

Puso ojos en blanco y volví a reírme.

— Si quieres te traigo hielo… —opté ladeando una sonrisa infantil.

— No, gracias —enfatizó la respuesta negativa.

— Uhm… —murmuré coquetamente y me acerqué a abrazarlo—. Lo siento. Sabes que no quise hacerlo. ¿Me perdonas?

Le miré a los ojos. Él suspiró lentamente.

— Claro —aseguró ahora en serio—. Pero, al menos, ¿puedo excusarme de limpiar? Me cuesta caminar — dijo con voz contenida.

No te rías, Bella.

— No. Limpiaremos. Pero te daré tareas fáciles. Solamente limpia las porquerías de Bear. Yo limpiaré el resto. Si quieres, puedo limpiar en ropa interior, digo, para darte una mejor vista…

No era tan tonto como para rechazar esa oferta.

— Trato hecho —dijo rápidamente.

Después de una hora de descanso en donde desayunamos, procedimos a limpiar. Edward limpiaba las suciedades de Bear con un rociador líquido que le había dado y papel descartable –porqueusar trapos era antihigiénico– mientras yo ordenaba el dormitorio y el living en pantalones de chándal, una camiseta vieja, sin sostén y una coleta alta.

(3) Él alegaba que limpiar podía ser algo aburrido, por lo que pusimos música en el estéreo.

— ¡Edward! —le llamé desde el living, cuando terminaba de limpiar el balcón.

Él apareció. Era tan divertido verlo con guantes de látex en las manos…

— Ven, te enseñaré a limpiar el vidrio —le indiqué cuando se acercó.

Tomé el líquido para limpiar cristales y un periódico viejo. Eché el rociador encima del vidrio y comencé a limpiarlo con el papel.

— Oh, no tenía idea que se usaba eso —frunció el ceño. Por eso mismo le estaba enseñando.

— Es el único tipo de papel que no deja manchas —repliqué dulcemente.

Tomó un papel y comenzó a ayudarme, hasta que terminamos ambos lados del vidrio.

—Bien, ya he terminado el balcón —dije sintiendo que empezaba a transpirar del cansancio—. Únicamente falta la cocina y ya terminamos.

— Finalmente —protestó Edward, quien en su vida había tocado un jabón para piso.

Oí un silbido provocativo detrás de nosotros. Nos dimos la vuelta y encontramos que los vecinos de en frente, unos muchachos depravados, me sonreían lascivamente al verme sin sostén, marcándose todo. Me ruboricé violentamente.

— ¡Ve adentro! —protestó Edward tomando mi brazo y literalmente, arrastrándome hacia adentro. Vi por el rabillo del ojo que les hacía una señal con el dedo del medio.

— ¡Bueno, bueno! —le tranquilicé mientras cerraba las cortinas rotundamente.

— ¿Por qué andas sin sostén en el balcón? —se mostró enfadado y celoso.

— No me di cuenta, y tú tampoco —me excusé tímidamente mientras alargaba mi camiseta para que las bragas no se notaran tanto.

Chasqueó la lengua cuando se dio cuenta que había sido también su culpa.

— Imbéciles degenerados. No quiero que vuelvas a andar así afuera. ¿Bien? —me dejó en claro.

Claro, él podía caminar afuera sin camiseta a la vista de tantas pervertidas. No era que me molestase ponerme sostén, pero cuando él se ponía celoso, era bastante irracional.

(4) La última tarea del día era limpiar la cocina. Le indiqué a Edward que barriera un poco mientras yo me dedicaba a lavar y colocar los platos en el lavaplatos al ritmo de la canción que sonaba. Era divertida.

Sabía que Edward me estaba mirando, así que decidí que lo mejor sería mover el trasero al ritmo de la canción solamente para ponerle contento después del accidente con su entrepierna.

Y casi como si lo hubiese llamado indirectamente, él se acercó hacia la zona donde me encontraba para seguir barriendo, seguramente para tener una mejor vista de mi trasero.

Sentí su cuerpo detrás del mío mientras tomaba mis cinturas con ambas manos. ¿A dónde había dejado la escoba?

— Me dejaste con ganas anoche —murmuró lascivamente respirando encima de mi oído.

Me mordí el labio. Pobre hombre. Le había dejado una tremenda erección por ocuparnos de Bear, pero no lo había hecho a propósito. Lo bueno era que ahora lucía de buen humor.

— ¿Te sigue doliendo? —pregunté refiriéndome a su entrepierna.

Oí que se reía silenciosamente.

— No —dijo con tranquilidad—. Pero quizás necesite cobrármela.

Ya estaba pensando en algo sucio, seguramente… pervertido.

— ¿Qué se te ocurre? —pregunté mordiéndome el labio.

— Separa las piernas —pidió con voz ronca y me quedé completamente quieta. Dios sabía que yo necesitaba esto.

Las separé sin discreción alguna y cerré los ojos cuando sentí su mano encima de mi intimidad. Tampoco planeaba profundizar mucho esto, no debía olvidar que llevaba el período encima.

Y se paró firme.

— ¡Ops! —soltó rápidamente cuando le propinó un salvaje golpe directo a mi intimidad.

— ¡Edward! —pegué un gritito cerrando las piernas y siseando de dolor. ¡Maldita sea! ¡Mi clítoris dolía!

— Ay… ¿te dolió? Pobrecita —se mofó destilando falsedad en su lástima.

Me quedé tendida en el suelo mientras él se marchaba riéndose.

— ¡Hijo de puta! —fue mi turno para reclamarle y lo perseguí por toda la casa.

Él se fue directamente hasta el dormitorio. Le seguí y tomé rápidamente una almohada. Si le había golpeado una vez, podría hacerlo una segunda.

Se dio cuenta de mi silenciosa amenaza y me advirtió inmediatamente.

— Vuelves a hacerlo y estás muerta —sentenció tenso.

— Oh, ¿en serio? Qué pena —encogí mis hombros y con una habilidad que creí imposible, logré golpear sus caderas.

Se había llevado los brazos hacia aquella zona para protegerse pero el golpe había sido inevitable. Cerró los ojos y jadeó. Los abrió y me miró con tanta malicia que sentí ganas de salir corriendo.

Tomó una almohada porque evidentemente se saldría con la suya. Pegué un gritito y salí corriendo despavorida, atravesando el living y la cocina mientras él me perseguía.

Volvimos hasta el dormitorio mientras yo le gritaba una y otra vez que no lo hiciera. Rápidamente se abalanzó hacia mí encima de la cama y me aprehenso contra sus brazos.

— ¡Edward! ¡No! —reí varias veces tratando de escaparme de sus brazos, pero él ya me había posicionado para golpearme allí.

Lo hizo una vez y pegué un saltito. ¡Mierda!

— ¡Okay! ¡Lo siento! Ya te la has cobrado, déjame irme—estallé en risas tratando de zafarme de su agarre.

— ¿Por qué debería? Podría cobrármela varias veces —Él se rió y me propinó una nalgada sonora. Me había dolido, pero él quería verme así. Quería fastidiarme por lo que debía cambiar el ambiente de la situación.

Solté un suave gemido y no me quejé. Simplemente di vuelta mi cabeza para mirarle con fingida timidez.

Y… bingo. Se sintió culpable.

— ¿Te dolió? —me preguntó con una dulce voz masajeando la zona donde me había nalgueado.

Asentí varias veces quedándome callada. Muy en el fondo me estaba partiendo de la risa. Esto funcionaba.

Pero Edward podía ser más listo que yo a veces. No conté con que se acercara a mi trasero y depositara un dulce beso.

Tragué saliva y él volvió a acariciarlo.

— ¿Mejor? —preguntó con una sonrisa satisfecha.

— Eh… bueno…

No pude pensar en una buena respuesta porque sus labios volvieron allí. Esta vez, quería morderme.

— ¡Ah! —me tensé al sentir sus dientes por encima de la tela de mis pantalones mordiendo mi trasero.

Me aferré a las sábanas de la cama sintiendo que mi cuerpo entero palpitaba de deseo con esa caricia tan pecaminosa.

Una de sus manos fue hasta mi camiseta y la levantó para dejar a la vista mis pechos desnudos. Yo no paraba de soltar suaves gemidos. Me estaba volviendo loca.

— Me gustaría tenerte desnuda y jugar contigo —confesó a modo de invitación, pues la casa entera ya estaba limpia y no habíamos intimado en casi toda la semana… exceptuando el fallido intento de anoche.

Me separé rápidamente de su cuerpo y abracé su cuello para estampar mis labios en los suyos. Ni siquiera tuve tiempo para morder sus labios; él ya había abierto la boca para devorar mi lengua.

Se separó de mí con la respiración agitada.

— Voy a llevar a Bear al living. Espérame —me avisó mientras se levantaba rápidamente para crear un ambiente más íntimo.

Aproveché su corta ausencia para ordenar un poco la cama. Pero claro, antes de tener sexo, siempre recordaba si algo me faltaba. La cama ya estaba hecha, las cortinas ya habían sido cerradas. Revisé si me había depilado por completo. En realidad, lo había hecho hace un par de días. Miré por debajo de mis bragas para corroborar y…

— ¡No! —jadeé horrorizada al observar la evidencia misma de la condición de mi cuerpo en estos momentos.

¡No podía tener sexo si estaba con el período!

— ¡Diablos! —gruñí en voz baja dándome cuenta que era mi primer día. No podría tener sexo con él en todo el fin de semana. ¡Maldita sea!

Edward volvió al dormitorio y su presencia se hizo notar. Se veía tan hermoso y más aún cuando tenía esa sonrisa pervertida que prometía buenos ratos de goce y éxtasis.

Pero para qué mierda me servía esa sonrisa si no podría tocarme.

— Se quedó dormido —me avisó acercándose a la cama—. Tenemos para rato.

Se acercó a mí y tomó rápidamente mis caderas para acercarme a su cuerpo y besarme.

Bueno, un beso era permitido. Pero no podía dejar que siguiera adelante con el plan.

¿Cómo carajos había olvidado aquél detalle?

— No… podemos hacerlo —separé su rostro del mío y le avisé con seriedad.

Me miró perplejo, buscando una respuesta.

— Estoy… bueno… uhm… —me sonrojé—. Hoy empezó mi período, verás…

De todas las respuestas, esa era la que menos esperaba.

— Oh —se sorprendió frunciendo el ceño—. Oh, Dios… ¿estabas con…? ¿Y yo te golpeé ahí…?

Asentí una sola vez cerrando los ojos.

— Nena, me hubieses avisado —me abrazó cálidamente—. Lo siento tanto. ¿Te duele?

Negué simplemente y me senté en la cama.

— Odio ser una mujer —maldije en voz alta, fastidiada. Él se sentó a mi lado, me rascó la espalda y le oí reír silenciosamente.

Miré sus pantalones. Su erección seguía allí.

— Lamento no habértelo avisado antes —suspiré. Me sentía tan orgullosa de provocarle erecciones a Edward, no obstante.

— Ni lo menciones, amor —le restó importancia. Le conocía perfectamente, sabía que una erección inoportuna era suficiente para ponerlo amargado.

Nos quedamos unos segundos en silencio.

— Rayos, realmente quería hacerlo —me eché encima de la cama, completamente frustrada.

Pensé un rato en cuántos días tardaría hasta volver a tener sexo. A veces podían ser tres días, a veces cinco. Al menos ahora era un poco más regular debido a los anticonceptivos.

Edward murmuró algo.

— A mí… no me molesta, ¿sabes? —lo comentó con casualidad.

Le miré perpleja y me levanté de la cama. Se creó un silencio incómodo.

— Pero… es asqueroso —fue mi turno para fruncirle el ceño, incrédula.

Me miró con franqueza y encogió sus hombros.

— Realmente no me importa.

¿Estaba hablando en serio?

Pero una segunda pregunta salió a flote.¿Ya lo había hecho antes?

No, basta, Bella. No necesitas saber sobre su pasado. Lo que importa es el presente. El ahora. Sí.

— Realmente debería importarte —me reí negando la propuesta—. Créeme, no es para nada agradable ni bonito.

— ¿Qué? ¿Temes que no sea tan erótico? —se mostró divertido.

— Obviamente, no lo es. Ni lo soy —me apené.

Chasqueó la lengua.

— ¿Qué parte de "te-amo-por-sobre-todas-las-cosas" no entiendes?

— ¿El "te-amo-y-quiero-follarte-y-mancharme-en-tu-sangra do"? —respondí con suspicacia.

Se rió.

— Te lo repito, no me importa —confesó con completa honestidad, porque me sabía sus expresiones de memoria.

¿No habría problema? ¿Él estaba dispuesto a…?

Pero la verdadera pregunta era… ¿Yo estaba dispuesta a aceptarlo?

— Así que eres tú la que debe decidir… ¿Quieres hacerlo ahora o esperar hasta la próxima semana?

¿Tal era mi frustración como para verme tentada a aceptar la primera opción? Alice me había contado una vez que lo había hecho con Jasper en las mismas circunstancias y que no había sido tan malo. En realidad, podía ser algo incómodo, pero muy placentero debido a que en esos días nos encontramos más propensas a la excitación sexual… ¿Entonces? ¿Si él estaba dispuesto… yo también debería estarlo?

Quizás ya lo ha hecho anteriormente, Bella. ¿No quieres estar a la altura? O mejor dicho… ¿no quieres ganarle a esas chicas? Necesitas probarlo todo. Supéralas y demuéstrale a tu novio que eres mejor que cualquier otra chica con la que se haya acostado.

— Ahora —esbocé una falsa sonrisa nerviosa y me recosté mejor en la cama—. N-No tengo problema alguno, de veras…

— ¿De veras? —alzó una ceja, preguntándose si yo hablaba en serio.

— Pues… sí —se acercó a mí y nos tomamos de las manos—. Digo… eres Edward. Tú me cuidas, me haces sentir bien… confío en ti.

Confío en que no vas a metérmela como un desquiciado.

Me regaló una hermosa sonrisa torcida.

—Te amo —soltó antes de estampar dulcemente sus labios sobre los míos.

Me dejé llevar y se posicionó encima de mí. Estuvimos un par de minutos besándonos y acariciándonos, lo suficiente como para volver al ambiente en el que nos encontrábamos.

Empujó suavemente sus caderas contra las mías y me tensé.

— Eh… ¿me permites ir un rato al baño? —lo separé de mi cuerpo y se lo pedí mordiéndome el labio con inquietud.

— Sí, por supuesto. Tómate el tiempo que quieras —contestó rápidamente, comprendiendo mis necesidades sin problema alguno.

Me levanté de la cama y me encerré en el baño. De repente, mi respiración se agitaba y sentía que esto era una mala idea. ¿Por qué nunca se lo había preguntado a Alice? Sería mucho más sencillo si supiese qué esperar.

Principalmente, tomé las medidas necesarias. Me lavé completamente, peiné mi cabello y hasta me limpié los dientes con hilo dental. Necesitaba sentirme lo más pulcra posible.

Respiré hondo antes de salir vistiendo la misma camiseta y pantalones de chándal con la única excepción de mis bragas y mi sostén.

Salí del dormitorio y encontré a Edward revisando algo en su I-Phone. Creo que estaba enviando un mensaje o algo así. No lo culpé, pues yo me había tardado una eternidad en el baño.

Tan rápido como me vio, alejó el teléfono de forma inmediata y se concentró en regalarme la mejor sonrisa esperanzada que él podía ofrecerme.

Me senté en la cama.

— ¿Estás bien? —hizo la típica pero caballerosa pregunta.

— Ajam —contesté asintiendo una sola vez.

— ¿Estás segura al respecto? —utilizó su encantadora y varonil voz grave.

¿Lo estaba? Ni siquiera quería evaluarlo, ya que lo único en lo que pensaba era en ganarle a esas otras experiencias.

— Eh… sí, creo… no… es decir, sí, pero… o sea…. —chasqueé la lengua varias veces. ¿Por qué me trababa? —. Lo que quiero decir es que…

Edward soltó una de esas risas perfectas en las que enseñaba su hermosa sonrisa.

— Eres muy tierna —juró.

Mis mejillas se pusieron coloradas.

Y entonces, se acercó para volver a besarme.

Volvimos a estar un rato entre besos y caricias. Para ese momento, yo ya le había sacado la camiseta y los pantalones que llevaba encima. Él me quitó la blusa con facilidad, poniéndole especial atención a mis senos mientras retorcía mis pezones con sus dientes. Extremadamente adictivo.

La expectativa apareció en cuanto fue su turno para quitarme los pantalones. Me sentía algo nerviosa, pero en el buen sentido, supongo. Él no apartó su rostro del mío cuando empezó a quitármelo lentamente.

No le había dicho al respecto, por eso se vio sorprendido cuando notó que yo no llevaba bragas encima.

Llevó su mano hacia aquella zona y me sentí terriblemente incómoda.

— No, no, no. Dedos no, Edward —pedí consternada.

Me miró con asombro.

— ¿Por qué? —quiso saber.

— Porque quiero que esto sea pulcro.

— Bella… —chasqueó la lengua, restándole importancia.

— Sin dedos, Edward —enfaticé de nuevo con mi dedo índice. Si ya iba a mancharse… allí… no quería que sus manos también fuesen un espectáculo.

— Está bien —cedió sintiendo que era un reclamo innecesario pero justo si es que yo iba a imponer las reglas esta vez.

Entonces se bajó el bóxer para posicionarse entre mis piernas.

Sus ojos fueron hacia su miembro erecto, el cual tomaba con firmeza con su mano derecha, y luego hacia mi intimidad.

—¡No me mires, Edward!—sentencié bruscamente refiriéndome a aquella parte de mi cuerpo y me miró con sorpresa—. Por lo que más quieras, no me mires.

El planteo fue rebuscado.

— Pero tengo que mirar para entrar—aclaró esto bien bajito.

— No, no. Eres muy habilidoso, muchacho. Puedes hacerlo fácilmente —aseguré con un tono de voz un poco más agudo de lo normal mientras palmeaba su rodilla en forma de aliento.

Se lo tomó como una especie de cumplido. Suspiró y trató de posicionar su miembro en mi entrada con cierta dificultad.

— Ah, y no mela metas fuerte—le recordé bien bajito, interrumpiéndolo—. Estoy muy sensible…

Él chasqueó la lengua, poniendo ojos en blanco.

— Tengo veintiséis años, Bella. Y soy un doctor. Sé cómo diablos metérselaa una chica —dijo con seriedad.

Uhm, y no mencionaba la experiencia…

Sus ojos fueron directamente a mi entrada para posicionarse correctamente.

— ¡No, no…! —advertí pero no había hecho caso. Ya me había visto.

Me acomodé un poco mejor al sentir la punta mojada de su miembro acariciando mis labios. Paulatinamente, ingresó a mi cuerpo, llenándome por completo.

— Ah…. —solté un largo gemido, cerrando los ojos por puro placer.

Demonios, Alice tenía razón. En este período una se encontraba mucho más sensible de lo común.

Edward jadeó suavemente y se colocó encima de mi cuerpo para empezar a mover las caderas lentamente, a un ritmo acompasado.

Abrí los ojos y me dediqué a observar sus hermosos ojos. No tenía idea que podía resultar bastante placentero desde un inicio. Creí que terminaría por dolerme, pero Edward era bastante bueno en esto. Quizás eso influía también.

No obstante, esto parecía ser placentero para él también pese a que el ritmo fuese lo suficientemente lento para su gusto. Entonces, recordé que hacía largos días que no tenía la oportunidad de hacerlo. Debía estar sensible también.

Conforme aumentó las embestidas, con un brazo extendido hacia el cabecero para marcar un ritmo fijo y la otra en mis caderas, enterró su rostro en mis pechos. Más precisamente hacia mis pezones, donde comenzó a jalar firmemente con sus dientes.

— ¡Ah! —siseé de dolor, tensándome. Él detuvo todos sus movimientos abruptamente.

— ¿Te dolió? —preguntó en voz baja, un poco apenado.

— Sí, un poco —jadeé—. Pero no allí. Los pezones.

— Oh —creyó que se trataba del otro lado—. Lo siento.

No había sido gran cosa, pero al parecer la sensibilidad era algo general en mi cuerpo. Lo recompensó dándole suaves y castos besitos en el pezón y la areola. ¿Por qué hasta disculpándose era bueno?

Conforme pasaron los minutos, siguió embistiendo y tomándole un buen ritmo a la cosa. A mí me faltaba tan poco cuando se levantó de mi cuerpo y quiso cambiar de posición para tenerme arriba suyo.

— No, no, no, no, no —le corté abruptamente, incómoda—. Esta posición nada más, Edward.

Alzó una ceja, preguntándome el motivo.

— En serio, solamente esta —jadeé. Si lo hacíamos en varias posiciones, el manchado podría ser masivo.

— Bella, realmente no me importa —repitió aquella frase que tanto había dejado en claro.

— Por favor, en serio —le supliqué haciéndole un pucherito.

Acepté la variante de mi pierna encima de su hombro que, básicamente, era similar a la del misionero. Pero el ángulo de penetración era distinto, más profundo, lo cual lo hacía putamente bueno.

— ¡E-Edward…E-Edward, me c-corro!

Y comenzó a embestirme con mayor soltura. Eché la cabeza cuando lo solté y… ¡Señor!

— ¡Mierda! —jadeé mi liberación al mismo tiempo que él.

Mi cuerpo entero se tensaba, sentía como si mi piel se erizara por completo. Los músculos de mi vagina se contrajeron violentamente y sentí que me estaba viniendo en grandes cantidades… si es que eso podía ser posible. Me había dejado con la más dulce y suave sensación y una sensibilidad insoportable. ¡Maldita sea! ¡Había sido putamente bueno!

Abrí los ojos y vi cómo Edward terminaba de correrse. Siempre observando mi reacción como si fuese para su deleite. Sin separarse de mí, se recostó encima de mi pecho y dejó un suave beso allí, jadeando una y otra vez.

— Dios…

Se levantó al rato y me miró lascivamente.

— Tenemos que hacerlo de nuevo.

Tragué saliva sintiendo mariposas en mi estómago. ¡Sí!

—Por favor—imploré gimiendo y sin separarse de mí, volvió a levantarse alzando mi pierna y comenzó a penetrarme suavemente. Me dejé llevar y solté varios gemidos prolongados, solamente para provocarle.

Él, excitado por esta reacción, empujaba con más ganas para que yo gimiese más alto. Sonriendo como el pervertido que era, jadeó volviendo a las duras y precisas estocadas.

Entre grititos, me dediqué a observar la postura en la que se encontraba. Dios, amaba tanto su cuerpo. Sus fuertes brazos me tomaban con firmeza. Su hermoso pecho pétreo era maravilloso y aquella mandíbula tensada debajo de esa barba, era mi perdición. Como un gesto característico suyo, se despeinó la melena durante unos cortos segundos y solté un gemido sonoro mordiéndome el labio. Tal vez yo no era la gran cosa, pero ser follada por un Edward que te mira como si fueses el objeto de su perversión, tensando esa hermosa mandíbula que indicaba cuánto le provocabas y esbozando esa hermosa sonrisa torcida que indicaba lo mucho que te quería, era demasiado.

Sí, podía ser un poco desagradable, pero tener relaciones sexuales durante la regla era putamente bueno. Doblemente sensacional.

— E-Edward… n-no puedo m-más —gemí enloquecida.

— C-Córrete. Córrete para mí —pidió de la misma forma, estando al límite, sabiendo que lo haríamos juntos.

Y volvimos a hacerlo. Y fue increíblemente mejor.

No solamente habían sido buenos orgasmos para ambos, sino que esta vez nos habíamos tomado la oportunidad de… uhm, expresar mejor nuestras sensaciones. Quizás ese factor ayudaba mucho. El no tener sexo en toda la semana y cuando sucedía, gritar como locos. Es que Edward tenía una voz tan hermosa y masculina…

Se recostó encima de mi cuerpo, abatido pero completamente satisfecho como yo. Alzó la cabeza para mirarme.

— Te amo —negó varias veces antes de besarme en repetidas ocasiones.

— Y yo a ti —sonreí tontamente, jugando con su cabello.

Lo mejor de esta vida tenía que ser el momento en que la melodiosa y aterciopelada risa de Edward se encontraba a cortos centímetros de mi boca. Era imposible resistirse a besarlo en medio de ese instante.

Pero entonces, se levantó e intentó separarse de mí. Y lo peor vino: el recordatorio de la circunstancia de mi cuerpo.

Simplemente lo hizo sin prestarle mucha atención. Luego, buscó los pañuelos descartables y rápidamente identifiqué sus intenciones.

— No, no. E-Está bien, yo me limpiaré —dejé en claro pues, esto de tener sexo y ser… uhm… ayudada por Edward era normal. Pero… ¿ahora? Ni en sus sueños.

Él asintió y tomó los pañuelos para limpiarse.

Oh, no. Limpiarse. ¿Estaba tan…?

Era tan masoquista, que decidí levantarme y observar la propia evidencia.

Solté un fuerte grito horrorizado en mi interior. No solamente su miembro lo estaba, también sus caderas.

— Ay, Dios… —lamenté horrorizada. Ni siquiera quería mirar las… ¡Oh, no! ¡Las sábanas también!

— Bella, no pasa nada —Edward no le vio el problema a esto mientras terminaba de limpiarse—. Sabíamos que esto ocurriría.

— J-Juro que no soy así… b-bueno, lo era. Pero desde que empecé a tomar los anticonceptivos suele bajarme mucho menos. N-No así… yo… ah.

— Es normal —me recordó en voz baja—. Fueron dos asaltos. No íbamos a salir ilesos.

— Sí, pero…

—Solamente es sangre, nena—siguió restándole importancia como si estuviese acostumbrado.

— Uhm… apuesto a que de todas, soy la que más ha… —hice ademán de la situación, sonrojada.

Él alzó la vista y me miró con… ¿calidez?

— ¿Quieres que te cuente un secreto? —me preguntó con una dulce sonrisa torcida.

No.

— Bueno —dije.

— Nunca antes había hecho esto con una mujer.

¡Oh!

Se acercó a mi rostro lentamente.

— ¿N-Nunca? —pregunté anonadada.

— Nunca —dejó en claro como si esto fuese motivo de orgullo.

¿O sea… que es la primera vez que follaba con una chica durante su período?

— ¿Por qué? —quise saber y me horroricé—. Ay, no. ¿Esto me convierte en una puta?

Edward se echó a reír y se echó encima de mi cuerpo para abrazarme.

— No. Claro que me lo han propuesto. Pero yo… no lo quise.

— ¿Por qué?

— ¿Honestamente? Porque al igual que tú, me parecía algo desagradable.

Ay.

— No las amaba lo suficiente como para hacerlo —encogió sus hombros.

— Y… ¿qué te llevó a hacerlo conmigo? —pregunté con timidez.

— Bueno… primero fue curiosidad —jugó con mi cabello—. Nunca antes lo había hecho y deseaba saber cómo era. Segundo… lo pensé y realmente no me pareció asqueroso —negó simplemente—. Me pareció algo morboso y excitante. Y tercero…

Me miró a los ojos.

— Eres mi Bella —dijo con suavidad—. Eres hermosa. No podría negarme a experimentar algo contigo y menos si es en la cama.

Fue mi turno para reírme.

— No sé si es porque eres diferente o porque amarte te hace diferente al resto a mi perspectiva. Quizás son ambas opciones, pero contigo nada puede ser desagradable.

Al menos eso elevaba mi autoestima.

— Entonces… cuando revisabas el teléfono, ¿estabas…?

Asintió riéndose.

— Nunca lo he hecho y quería estar al tanto del asunto…

Me reí y le golpeé el hombro, y él se acercó para besarme efusivamente.

.

Pareciera que para Edward esa noche iba a ser interminable. Era el segundo analgésico que se tomaba en el día para apaciguar el dolor que le agobiaba desde temprano.

Salió del baño después de lavarse la cara con agua helada y volvió a la cama. Le sentí profunda pena. Probablemente tardaría horas en conciliar el sueño.

Trataba de reconfortarlo con suaves masajes en la espalda, pero francamente, eso no aliviaba el dolor.

— ¿Te sigue molestando? —pregunté intuitivamente cuando le vi apoyar su rostro fuertemente contra la almohada. Claro que le seguía molestando.

Él soltó un murmullo inentendible.

— A ver, ven aquí —le sugerí para que se acostara encima de mi pecho mientras abrazaba mi cuerpo.

Rasqué con suavidad su cabello y prácticamente lo acuné como si fuese mi hijo.

— Trata de pensar en cosas que te relajen. Recuerda que el dolor, en parte, es psicológico —dije tratando de sonar paciente.

Edward no me contestó pero yo tampoco esperaba oír una respuesta. Simplemente me dedicaba a acariciarlo una y otra vez con la intención de calmarlo.

Entonces me di cuenta que quizás la oferta de Sienna no era tan terrible. Edward necesitaba ir urgentemente a un odontólogo para hacerse revisar esa muela que tanto le molestaba.

Pude haberle sugerido que fuese a otro, pero me entraba profunda curiosidad por esa muchacha.

.

La oferta de Sienna me incluía también. Por alguna extraña razón, ella deseaba conocerme. Y por otra aún más ridícula, yo también quería conocerla. No sabía acerca de sus dobles intenciones, porque probablemente no existía alguna en particular. Edward ya había asistido a su consultorio el día anterior y no tuvo muchos detalles que contar al respecto sin mencionar el gran descuento que le había hecho por ser "viejos amigos". Quizás ella simplemente era amable y deseaba conocerme. Edward decía que Sienna no era como Tanya. No era ese tipo de chica trepadora y manipuladora. Ella era más simpática y agradable.

No sabía si alegrarme o desmotivarme por aquello, francamente.

Sin embargo, en ningún momento me arrepentí de la decisión que había tomado. No me permitiría intimidarme por una ex novia. Él me había dejado todo en claro: ya no le gustaba. Ya la había superado. Me amaba a mí. Yo era la única mujer para él. ¿Cuál era el problema en contar con su servicio si es que le regalaba un buen descuento? Más que nada, fueron amigos. No existía problema en que volviesen a encontrarse. Edward lo comparaba como si yo fuese a donde Jacob. Él no podría ponerse celoso al respecto.

Jacob… Dios. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que habíamos hablado? ¿Debería llamarlo?

No tenía idea acerca de lo que estaba haciendo. Y Alice, menos. ¿O no me lo quería contar?

El consultorio de Sienna no resultó ser como yo esperaba. Estaba acostumbrada a pensar que las mujeres con las que Edward había salido eran ostentosas con respecto a sus profesiones y ganancias. Ella era la excepción, o al menos eso parecía cuando, al día siguiente, después de salir del trabajo, fui al turno que me había concedido simplemente para una revisión ordinaria. Muy en el fondo, era una excusa para poder conocernos mejor.

Ella apareció luego de que un paciente se retirara del consultorio. Vestía el típico uniforme color blanco con detalles de un azul apagado. Su hermoso cabello se encontraba recogido por una bonita coleta. Estaba hablando con su secretaria antes de divisarme y decirme que pasara sin problema alguno.

— ¡Bella! ¡Hola! ¿Cómo estás? —fue un saludo amistoso a la mejilla.

Bueno, Edward tenía razón; transmitía simpatía.

— Bien, ¿y tú?

— Bien, muy bien. ¿Cómo ha estado Edward? ¿Se le ha pasado el dolor de esa muela? —preguntó con interés.

— Sí, por suerte sí —sonreí.

— Pobre hombre… he tenido que llenarle de anestesia encima —se reía para sí misma y tuve que acompañarla. Edward no pudo comer sólidos esa noche por la cantidad de anestesia que circulaba por su boca.

— Toma asiento, por favor —su voz era dulce y maternal.

Ella estaba preparando algunos elementos mientras yo pensaba en silencio que debía hablar con ella de algo… ¿o, no?

(5) De fondo, sonaba una canción moderna muy agradable en su estéreo.

— Tienes muchos pacientes —fue lo primero que logré destacar.

Sienna me sonrió con dulzura. Tenía hoyuelos.

— Me gusta atender niños —me explicó mientras se lavaba las manos—. Normalmente, no me llamaban la atención. Pero tengo que admitir que tu novio me ha ayudó a tenerles mayor consideración. Ahora los adoro.

¿Debía ponerme celosa porque esta mujer, al igual que Edward, trabajara con niños?

Pero estaba siendo respetuosa. Había dejado en claro que él ahora era mi novio.

— Si hay algo que Edward ama son los niños y los dulces —comenté y Sienna se echó a reír asintiendo con ganas. De repente, me caía bien.

— Bueno, nosotros empezamos a salir de una forma muy particular —comenzó a explicar—. Yo le conocía desde hace rato. Pero la primera vez que le atendí fue hace pocos años. Él detesta los odontólogos.

— ¿En serio? —no lo sabía.

— Oh, sí —Sienna fruncía el ceño mientras se colocaba los guantes—. Es casi como un niño, ¿verdad? Come dulces como loco y detesta las jeringas y las anestesias. Es ridículo si luego recuerdas que es un increíble pediatra.

Fue mi turno para reírme. Ese Edward…

— Por eso mismo, sin revisarlo, sabía que tendría alguna molestia. Es tan típico en él —puso los ojos en blanco—. Recuerdo que al comienzo detestaba venir aquí. Un día salimos y de repente, estaba aquí a primera hora para ser atendido.

Ese último detalle no fue de mi agrado.

Asentí sonriendo falsamente.

—Okay. Abre la boca —pidió de buena manera cuando había terminado de colocarse el barbijo.

La revisión fue de unos minutos. Que yo sepa, no tenía problema alguno.

— ¡Pero qué buena chica! —Me felicitó con honestidad—. Ni una sola caries.

— ¿Ah, no? —pregunté fingiendo sorpresa.

— Solamente necesitarías una limpieza general. Pero eso sería todo —alejó los instrumentos.

— Bien… eso es bueno —suspiré.

Ella se estaba sacando los guantes cuando volvió a hablarme de él.

— Cuando vi a Edward la vez pasada, no lo reconocí. ¿Sabes por qué?

Negué con curiosidad.

— Por la barba —sonrió—. Hace tanto tiempo que no le he visto así. Serán… ¿dos o tres años?

Oh.

— Supuse que habría sido por ti —me miró fijamente—. Esa Tanya estaba loca. No le gustaba que se la dejara. Qué chica más tonta… desaprovechar semejante hombre…

¿Conocía a Tanya?

Por supuesto… Edward la había engañado con ella.

— Ya ha pasado un tiempo. Pero después de cortar con él, recuerdo haberlo extrañado muchísimo. Era mi mejor amigo y le hice algo terrible —murmuraba nostálgica—. Por supuesto, luego tuvimos encuentros esporádicos, pero siempre me preguntaba qué era lo que tenía Tanya para que él insistiera tanto en quedarse con ella. Y créeme, no fui la única en hacerse esa pregunta.

¿Había más chicas detrás de él en ese momento? ¿Y… ahora?

— Por cierto, ¿cuánto tiempo llevan juntos? —preguntó de casualidad.

— Seis meses —dije.

— La mejor época —sonreía ella—. No puedes alejarte de él. Pero, dime, ¿quién lo haría? Edward es el hombre perfecto. Claro, tiene defectos —aclaró—. Como dormir largas horas, ser ocioso con la cocina y la limpieza, detestar que uses ropa ligera en las calles porque despiertas la atención de otros; sobre todo con los shorts ajustados.

¿Por qué sabía eso? ¿A ella también le había hecho esa típica escena de celos…?

Si Sienna sabía todas esas cosas… entonces, ellos habían vivido juntos. ¿Por qué Edward no me había contado aquello?

— ¿Sabes? En varias oportunidades le había recomendado que optara por la docencia. Mi hermana, Lena, trabaja en el mismo colegio que él. Tremenda coincidencia, ¿no?

Sí, tremenda.

— Entonces… verlo así no fue una gran sorpresa, ¿no?

— En absoluto —se rió coquetamente—. En realidad, verlo me trajo muchos recuerdos guardados…

— ¿Cómo cuáles? —pedí saber, intrigada, pero ligeramente a la defensiva.

Ella sonrió con desenvoltura.

— No creo que te agrade oírlos.

¿Por qué?

— Una chica siempre debe guardar ciertos recuerdos, incluso frente a una posible amenaza.

¿Amenaza…? ¿Quién…? ¿Yo…?

— ¿A qué te refieres con eso? —me reí nerviosa—. ¿Me estás llamando "amenaza"?

Ella simplemente no dijo nada, se rió para sí misma mientras terminaba de ordenar sus aparatos.

Oh, por Dios… ¿ella planeaba…?

— Él es mi novio —bufé incrédula, como si eso fuese suficiente para dejarle en claro que él no iba a fijarse en ella.

Sienna me miró con condescendencia y sonrió al decir las siguientes palabras:

— Victoria… Carla… Tanya… todas cometieron el mismo error. Creyeron que con simples promesas tendrían todo asegurado —negaba una y otra vez. Me miró las manos—. Déjame adivinar. Esa pulsera y ese anillo no han salido precisamente de tu salario, ¿verdad?

La miré atónita queriendo ocultar los regalos que Edward me había hecho…

— Todo cambia, por supuesto. Él ahora es otra persona y lo entiendo. Pero, ¿sabes qué no cambia?

Tragué saliva, frunciendo mi ceño.

— Yo —sonrió abiertamente—. Si en tres relaciones no pudo alejarme de su vida, una cuarta no me parecería cosa rara.

¿Qué estaba diciendo?

— ¿O acaso vas a creer que un hombre que no ha logrado mantenerse completamente fiel en una relación va a lograrlo en otra? —Se burló de este hecho—. Hay cosas que, simplemente, no van a cambiar en una persona.

Me sentí completamente frustrada al no encontrar las palabras justas para hacerla callar. Quería insultarla, pero no después de aquellos argumentos utilizados. Me harían lucir como una estúpida. Sin embargo, mi silencio lo hacía aún más. ¡¿Por qué no se me ocurría algo?!

— ¡Bien! —Suspiró y se levantó de la silla—. Creo que eso sería todo, Bella. Puedes pedirle a mi secretaria un turno si deseas. Normalmente no hago esto, pero como eres la novia de Edward, podría darte un descuento a ti también.

¿Pedir otro turno? ¿Me estaba hablando en serio?

EPOV

— ¿Nunca follaste a una chica así? —Mark no quiso sonar incrédulo, pero parecía sobreestimarme cuando se trataba de experiencias sexuales.

— Nunca —negué una sola vez, dándole una calada a mi cigarrillo.

Se rió en silencio negando para sí mismo.

— A veces debo recordar que no todos los hombres son unos degenerados como Josh.

— ¿Él lo hizo? —fruncí el ceño.

— ¡Nah! —Frunció el ceño—. Es hemofóbico(**).

No sé por qué, pero me entré a reír con ganas solamente de imaginarlo. Mark también lo hizo.

— Entonces, tu primera vez con Bella… —se encargó de burlarse de aquello—. Apuesto a que fue todo un reto.

No realmente… no sabía por qué siempre me había negado a tal alternativa. Es decir, no estaba seguro si había tenido que ver con que era Bella ya que cualquier cosa que la involucrase me parecía estimulante, pero esa vez fue uno de los mejores encuentros que había tenido con Bella a lo largo de este tiempo.

— Es hermosa y es mía. No me importa nada más —terminé por decir encogiéndome los hombros, asegurándole a mi amigo lo especial que era ella para mí.

Para mi sorpresa, Mark simplemente se quedó en silencio, asintiendo varias veces. Por este y otros motivos me sentía cómodo hablando con él de lo que sea. Como solía suceder con Thomas, también.

Estuve a punto de tirar el cigarrillo cuando oí que unas voces femeninas me llamaban.

Eran Lena y Sienna.

No me pareció raro encontrarlas ya que estábamos en un bar en frente del colegio. Lena era profesora de Química y le llevaba un par de años encima a Sienna. No éramos íntimos. Ni siquiera hablaba con ella en otros tiempos, por eso no me había despertado la atención saludarla, además de que nunca me había topado con ella hasta el momento en que Sienna me reconoció aquél día. Por otro lado, Lena era una buena conocida de Mark, por lo que nos quedamos charlando un rato.

— ¿Cómo te encuentras? —Sienna sentía curiosidad por la molestia en mi muela.

— Mejor. Al menos, ya no es una molestia. En verdad tengo que agradecértelo —le devolví la sonrisa.

— ¡Ni lo digas! Es todo un placer ayudarte, Edward. Además, tienes uno que otro arreglo por allí. ¿Te espero para un próximo turno?

Se sentía algo extraño volver a hablar con ella. Se podía decir que había pasado casi un año desde la última vez que salimos, pero yo sentía como si hubiese pasado una eternidad. Ella, a diferencia de otras ex parejas, era muy simpática por naturaleza. Recuerdo haber estado embobado por su personalidad y su belleza, pero ahora ya no sentía el mismo efecto. Y eso era bastante extraño, siendo que por mucho tiempo la quise por eso. Es decir, su personalidad era atractiva, pero para mí, Bella era mil veces más me parecía una chica común y corriente.

— Claro —acepté gustoso.

— ¡Perfecto! —medio sonrió, medio rió. Luego, me miró con seriedad—. Escucha, ¿crees que podríamos en otra ocasión ir a tomar un café? Ya sabes, para ponernos al día.

Tenía que admitir que, por un momento, no me sentía cómodo con la idea de volver a frecuentar a Sienna. La última vez que estuve con Sienna, hace tantos meses, cuando todavía salía con Tanya, me vi involucrado sexualmente con ella. En ese aspecto nos llevábamos fantástico y como amigos también. Pero como una relación seria, solamente nos la pasábamos discutiendo. Así que era una especie de sensación agridulce volver a hablar con ella.

Pero se mostraba muy amable conmigo y con Bella. Tenía que darle crédito por aquello.

No obstante, debía pensar rápidamente en Bella. ¿Ella estaría de acuerdo con esto?

— Pues… —me rasqué el cuello, evaluando la situación sin querer ofenderla.

— Oh, vamos. Como viejos amigos —palmeó amistosamente mi hombro—. Ha sido una coincidencia del destino volver a encontrarnos. Saquémosle jugo.

No parecía tan mala idea. Simplemente hablaríamos como viejos amigos. Como si Jacob invitara a Bella. Me molestaba, claro, pero no podía reclamarle aquello.

— Aquí tienes mi número de teléfono; es nuevo —me entregó una pequeña tarjeta de su bolso—. Cuando estés disponible, llámame y organizaremos algo. ¿Qué opinas?

— Supongo que sí… —fue lo único que pude responder, encogiéndome los hombros.

— Perfecto, nos vemos al rato —me regaló una sonrisa reluciente y aprovechó para despedirse de Mark, así como Lena lo hizo conmigo.

Esperamos a que se marcharan para volver a hablar.

— ¿Qué te dijo? —Mark se había dado cuenta de la cercanía de Sienna al ofrecerme la invitación.

— Pues… —Rápidamente, intenté buscar la forma más sencilla de decírselo, pero bajo cualquier aspecto, parecía como si me hubiese invitado a salir.

(6)Pero antes de poder contestar, Josh apareció repentinamente en nuestra mesa con cierta emoción.

— Escuchen —nos avisó antes de poder saludarlo y con una sonrisa, buscó algo en su celular—. ¿Qué opinan de esto? —Carraspeó antes de leer la pantalla—. "Creo que eres hermosa, punto, Desearía que pudieses darme una oportunidad para probarte que no soy el imbécil al que imaginas, punto, me gustan tus ojos azules y tu cabello, coma, me gustas completamente".

Ambos nos asombramos por el mensaje y le dimos cortos aplausitos. Para ser Josh, había sido verdaderamente bueno.

— Bastante impresionante —Mark asintió varias veces con lentitud.

— ¿Y qué te contestó? —me pregunté cómo habría reaccionado Jane ante semejante declaración.

Josh leyó la contestación.

— "Deja de enviarme mensajes"

Mark intentó no soltar una risotada. Josh no lucía especialmente desmotivado por ese mensaje.

— Creo que deberías rendirte de una vez, Josh. Si dijo que no, es no —no quise desalentarlo, pero debíamos ser realistas. Llevaba dos semanas intentándolo.

— Sí, podrás metérsela a otra rubia —Mark le consoló—. Edward, ¿conoces alguna?

Ambos se rieron de mí. Les miré de mala gana.

— No me voy a rendir, amigo —frunció el ceño hacia mi dirección.

— ¿No? —preguntó Mark.

— No, no —negó varias veces, convencido—. Voy a seguir insistiendo con esta chica hasta que se canse de mí.

— Pues, yo creo que ya se cansó de ti —reí.

— Debe existir alguna forma de lograr que ella acepte —se planteó a sí mismo, masajeándose la barbilla. Cuando la idea llegó a su cabeza, chasqueó la lengua poniendo una usual sonrisa optimista—. ¡Ya sé! Necesito verla. ¿Dónde queda tu consultorio?

Le indiqué la dirección.

— Perfecto. Ustedes me van a acompañar —sentenció con firmeza.

— No… yo no puedo —Mark rechazó la oferta con amabilidad—. Tengo asuntos que resolver.

— ¿Cuáles? —me picó la curiosidad.

— Luego estarán al tanto —le restó importancia al asunto encendiendo su cigarrillo.

— Está bien —respondió Josh sin problema. Entonces, me miró—. Edward, tú sí me acompañaras.

Le miré atónito.

— ¿Qué…? —Y antes de poder negárselo, me jaló del brazo con violencia.

.

Volver al consultorio donde una vez trabajé se sintió verdaderamente nostálgico. Era como regresar a una vieja etapa en mi vida, o darme cuenta de lo diferente que había sido dedicarme a la docencia ahora que

había conocido buenos amigos. ¿Quién iba a pensarlo? Si yo no hubiese dejado el consultorio, quizás Bella no hubiese logrado conseguir trabajo y Josh no hubiese conocido a Jane.

Muchas personas lograron reconocerme. Pacientes que solían ser míos. No tuve la oportunidad de detenerme y saludarlos como correspondía, pues Josh jalaba mi brazo con una fuerza que creí imposible. Había olvidado que a pesar de su baja estatura, tenía fuertes brazos.

Me susurró la ubicación de Jane desde lejos. Ya la había divisado hace rato porque se encontraba en el escritorio que anteriormente ocupada Jessica.

Me acerqué a saludarla primero.

— Hola, Jane.

— ¡Edward! —para ella, fue una grata sorpresa encontrarme allí—. ¿Cómo has estado? Hace rato que no te veía.

— Bien, por suerte. ¿Y tú? —le devolví la sonrisa amistosamente.

— Bien —encogió uno de sus hombros. Jane se veía muy bonita vestida formalmente.

Josh me había pedido que le diera tema de conversación antes de que él apareciera.

— Tu papá se desocupará en diez minutos —me avisó ella, porque a veces venía aquí para salir a almorzar con él—. Hoy hubo muchos pacientes.

— Pues sí, está fresco últimamente —dije recordando que con el inusual aumento de precipitaciones, más enfermos habría que atender—. Pero en realidad quería saber si…

No pude terminar la frase ya que Josh apareció inmediatamente en la escena.

— ¡Hola! —le saludó infantilmente con una larga sonrisa en el rostro.

Jane abrió los ojos atónita y lucía como si lo último que esperara fuera su presencia allí.

— ¿Qué haces aquí? —exigió saber de malhumor.

— Vengo a alegrarte la mañana —Josh lo dijo como si fuese obvio.

— Mediodía —corregí.

— Mediodía, sí —asintió él rápidamente.

Ella se estaba preguntando por qué él había venido hasta aquí. Sea cual fuese la respuesta, no le agradaba. Había que tener en cuenta que Josh la había atosigado en estos últimos días.

— ¿Vas a salir en un rato, verdad? —preguntó mi amigo corroborando la hora. Ya le tocaba el almuerzo—. ¿Qué opinas si salimos a comer?

— No puedo. El señor Cullen siempre me invita —contestó ella con indiferencia.

— ¿Un hombre casado es más divertido que yo?—bromeó él.

Jane y yo le miramos fijamente como si acabara de decir una completa estupidez.

— Oh, vamos. Tienes que darme una oportunidad —chasqueó la lengua el enano, entusiasmado al verla.

— Okay, escucha —Jane intentó ser clara, tratando de no perder la paciencia con mi amigo—. Eres un buen amigo…

— ¿Soy tu amigo? —preguntó él con una tonta sonrisa.

— No —remarcó ella fijamente—. Me estaba refiriendo al grupo.

— Está bien, podemos empezar a ser amigos, no tengo problema —Josh aceptó la propuesta como si fuese un reto por superar;un reto para dejar de ser su amigo y convertirse en su novio, tal vez.

Jane era una chica muy paciente. Josh debía ser un fastidio total para ponerla de ese humor.

— Mira, Josh. Eres amable. Agradezco tus intenciones pero realmente no quiero salir contigo —Jane fue directa y un poco cruda.

— ¿Por qué? —él quiso saber pero no la estaba tomando en serio y eso a ella le sacaba doblemente.

— Porque no. No eres mi tipo.

Auch.

— ¿Me conoces? —él alzó una ceja, sin quitar su sonrisa de encima.

— Lo suficiente —suspiró ella con pesadez.

— Entonces, si me "conoces tanto" debes saber que normalmente no me esfuerzo mucho por una chica. ¿Cierto? —planteó él dándole un giro a la propuesta.

Jane tomó en serio aquél comentario y dudó por unos segundos. Podía ser un imbécil, pero sus intenciones eran firmes.

— No digas nada. Te traje un regalo —le avisó y ambos nos sorprendimos. Yo no estaba enterado de aquello y Jane pareció curiosa ante ese aviso.

Le entregó una margarita desgastada.

— ¿Una sola? —preguntó ella mirándola entre sus dedos con el ceño fruncido.

Josh, hubieses comprado una decente.

— ¿Quieres un ramo entero? Porque puedo comprártelo —él lucía sorprendido y se mostraba dispuesto a ir a la primera florería que encontrase para complacer a la rubia.

Más Jane chasqueó la lengua, negando.

— Te agradezco el regalo, pero por favor, estoy terminando de trabajar y no tengo ganas de salir contigo. Quiero que estemos bien, así que por favor, deja de insistir.

Jane no acostumbraba a sonar tan firme y esa era una faceta que yo jamás había visto en ella. Josh debía percibir lo mismo.

— Así que, ¿puedes hacerte a un costado? Tengo que atender todavía —pidió con educación mientras volvía a concentrarse en los turnos que la agenda le mostraba.

No lucía molesta, pero sí decidida a negársele cuantas veces fuera posible. Si por texto y en persona le había rechazado, era suficiente para dejar en claro que ya no debía seguir insistiendo ya que era una pérdida de tiempo.

Josh lucía especialmente callado al oírla. Lo tomé como una finalización de la conversación.

— Josh, mejor vámonos a…

Sin embargo, se apoyó contra el escritorio de Jane para mirarla fijamente.

— Me quedaré —dijo con seguridad.

Jane bufó incrédula.

— ¿Qué?

— Me quedaré aquí —repitió el enano sin problemas.

— Josh, por Dios, tengo que atender pacientes —Jane murmuró aquello en voz baja, estresada al ver que se acercaba una madre con su hijo adolescente.

— Hazlo. Yo te miraré —el muchacho insistió.

Ella puso los ojos en blanco cuando él se hizo a un costado para que atendiera a la señora, pero seguía apoyado contra el escritorio de Jane clavándole la mirada fijamente.

Jane logró atender con dificultad a la señora. Lo noté porque al igual que Bella, tenía un tic cuando se ponía nerviosa: se colocaba el mechón de cabello detrás de la oreja.

Terminó de atender a la señora con una buena sonrisa y rápidamente, fulminó con una mirada molesta a Josh.

— En serio, vete —gruñó.

— Oblígame —él la retó, divertido.

— Te lo exijo, ahora —apretó sus dientes. Me miró—. Edward, llévatelo.

No sabía cómo reaccionar. No sabía por quién insistir.

— Tendrás que intentar algo mejor para quitarme encima de ti —vi cómo le guiñaba el ojo.

Jane, naturalmente, se ruborizó.

— ¿Por qué eres tan molesto? —se exasperó.

— Si me das una oportunidad, me iré. Una cita y te prometo que no te molestaré jamás —ofreció él rápidamente.

— ¿Una sola? —ella suspiró agotada.

Oh, rayos. ¿Iba a aceptar?

— Sí, una sola —asintió varias veces.

Ella le miró fijamente y negó con la cabeza varias veces.

Estaba escribiendo algo en unos papeles que tenía en frente. Él seguía mirándola fijamente, insistiendo.

En tres segundos, Jane perdió toda su paciencia.

— ¡Ugh! ¡Está bien! —Bufó frunciendo los labios de mala gana—. ¡Saldré contigo! ¡Pero ya deja de mirarme!

Sus mejillas se habían teñido en un suave tono rosáceo.

— ¡Perfecto! —Josh cantó victorioso—. Saldremos este fin de semana, ¿de acuerdo?

— ¡Sí! ¡Pero vete ya! —insistió ella, enojada.

El entusiasmo de Josh era contagioso. No podía creerlo, pero el enano lo había logrado.

Él, con una sonrisa radiante, tomó la margarita que Jane había dejado en el escritorio.

— ¿A dónde la llevas? —preguntó ella con sorpresa.

— Voy a comprarte flores más grandes —dijo él, marchándose rápidamente para conseguirle, probablemente, el ramo de flores más grande de la ciudad.

.

Después de pasar toda la tarde jugando con Bear, fui a buscar a Bella de su turno en el consultorio con Sienna. Bella no lo sabía, pero yo le había pedido personalmente a Sienna que hablara con Bella para dejarle en claro que nada sucedía entre nosotros. Ella era una mujer adulta con profunda madurez, comprendía las inseguridades que podía sentir Bella al tratarse de su primera relación. Ella aceptó sin problema alguno hablar con Bella.

Por eso, cuando ella subió al auto con una mirada perdida, me pareció extraño.

— Hola —la saludé primero y nos dimos un casto beso.

No me sonreía abiertamente como solía hacerlo.

— ¿Qué tal te fue? —pregunté intentando sonar casual.

— Uhm… bien, supongo —encogió sus hombros mirando el esmalte negro en sus uñas.

— ¿Segura? —volví a insistir, dejándole en claro que podía contarme aquello que le inquietaba.

— Sip. Segura —asintió y me devolvió la sonrisa.

Pero ese gesto no me dio seguridad. ¿Se habría sentido intimidada por Sienna?

Mientras conducía, decidí animarla un poco contándole lo que había pasado con Jane y Josh.

—Cuando estuvimos en el consultorio, me puse a pensar qué habría sucedido si yo seguía trabajando allí.

— ¿Ah, sí? —preguntó ella.

— No habrías conocido a Melissa, ni yo a Mark. Jane no estaría aceptando una invitación por parte de Josh —me reí.

Ella soltó una suave risa tímida mientras seguía observando sus uñas.

— Es verdad.

Definitivamente algo le sucedía.

(7)Suspiré y en silencio deliberé formas para lograr que Bella me contara lo que le preocupaba, porque las preguntas insistentes no lograrían más que respuestas superficiales.

Por lo menos, me di una idea que, sea lo que sea, se sentía insegura por Sienna. ¿Cómo podía? Había en ella algo tan encantador que jamás había visto en una chica. No podía mirarla por más de cinco minutos y no sentir la necesidad de besarle los labios. Incluso hasta el día de hoy me sentía ligeramente entusiasmado de tenerla tan cerca de mí.

Presté atención a la canción que sonaba en la radio y decidí cantársela.

—"I just called to say I love you. I just called to say how much I care…"(***)

Bella soltó una linda sonrisa.

—"I just called to say I love you. And I mean it from the bottom of my heart…"(****)

Acaricié los nudillos de su mano izquierda y logré que soltara una adorable risita. Apoyó su cabeza sobre mi hombro y le di un beso casto en la sien.

Nos quedamos un buen rato en un silencio bastante cómodo, pero por el rabillo del ojo podía observar que no paraba de morderse el labio, indecisa.

Cuando llegamos al estacionamiento del departamento, decidí confrontarla.

— Muy bien. ¿Vas a decirme qué te ocurre? —pregunté con tranquilidad, acorralándola contra el coche.

Se cruzó de brazos, suspirando. Me lo diría, pero no estaba segura cómo.

— Okay. He intentado ser completamente madura en esto. No soy la misma niña indefensa de hace un año… —comenzó a explicarme.

¿Y a eso a qué se debía?

— He crecido. ¿Lo entiendes? —Me miró fijamente a los ojos—. No tengo la mejor autoestima del mundo, pero la he pulido bastante. Sé que nunca seré menos que alguien.

Me estaba confundiendo.

— Lo entiendo, Bella. Pero, ¿a qué se debe esto? —llevé un mechón de su cabello detrás de su oreja.

Frunció sus labios.

— Me dejé intimidar por Tanya en un momento —confesó—. Me hizo sentir fea, no deseada, me hizo sentir como si no valiese nada para ti.

Chasqueé la lengua. ¿Otra vez con eso?

— Bella, no…

— Pero ya no es así —dejó en claro con firmeza y escuché atentamente en silencio—. No voy a dejar que Sienna me haga sentir de una forma que no merezco. Una forma en la que no soy yo, realmente.

Fruncí el ceño. ¿Qué era lo que había ocurrido con Sienna?

— ¿Me quieres explicar qué es lo que ha sucedido en el consultorio? —pregunté en serio.

Bella tardó unos segundos en responderme.

— Ella no me cae bien, Edward —fue precisa. Su rostro lucía preocupado.

— ¿Por qué? ¿Te ha hecho algo? ¿Ha dicho algo?—quise saber.

— Me incomodó —encogió sus hombros, mirando hacia el suelo. Luego, me miró—. Esa chica sigue enamorada de ti, Edward —dijo esto último en voz baja.

¿En serio?

— ¿Por qué crees eso? —fue mi turno para mostrarme preocupado.

— Simplemente lo sé —se limitó a contestar—. Y no se trata de paranoia o inseguridad. Estoy siendo honesta.

La forma en la que me lo había dicho me dejó en claro que hablaba en serio. No me sorprendía aquello… sabía que existía esa posibilidad.

Entonces recordé la tarjeta en mi bolsillo. La invitación que me había hecho. La tomé entre mis manos.

— Me dio esto —se lo enseñé.

Ella lo observó y frunció el ceño.

— Su número telefónico —me dijo.

— Me invitó a tomar un café —encogí mis hombros—. Creí que se trataba de algo más amistoso, pero en consideración a lo que dices…

— Edward, no quiero que vayas —Bella sentenció con decisión y amargura.

Eso me sorprendió. No parecía un típico comentario suyo.

— Es más, quisiera que no volvieses a verla—parecía decirlo muy a su pesar—. Sé que puedo ser insegura a veces, pero estoy hablando en serio. Si lo haces… me dolerá muchísimo.

Algo en mi interior se removió al ver que hablaba dolida. Yo jamás haría algo que terminara por lastimarla.

—Bella…

— Esa chica en verdad quiere separarnos —continuó—. Ella me explicó que, así como se metió en tu relación con Victoria, Carla y Tanya… podría hacerlo conmigo.

¿Cómo? ¿Victoria y Carla? ¿Sienna las había mencionado? ¿Por qué?

— Nena, tú sabes que eso no va a suceder —se lo dejé en claro acercándome a ella para tomar sus caderas y acercarla a mí.

Todavía no podía creer que ella mencionase aquello. Me sentía avergonzado al recordar que no pude ser fiel con ninguna de las tres. Pero ellas no eran Bella. Ellas no eran tan importantes para mí… o al menos eso sentía ahora.

— Tú me conoces —murmuró alzando su cabeza para mirarme—. Sabes que jamás voy a pedirte cosas egoístas. No quiero limitarte ni mucho menos controlarte, porque confío en ti… pero debo ser honesta conmigo misma…

Acaricié su mejilla con suavidad.

—… Y ser honesta conmigo misma significa que debo reconocer que no me hará bien saber que ella está ahí, a tu lado, buscando una forma de re-conquistarte. Tal vez es estúpido y quiero que sepas que lo siento en verdad, porque no puedo controlar la forma en que me siento, pero… —tragó saliva—… en verdad, me sentiría muy mal si vuelves a frecuentarla.

No sentía especial simpatía por volver a hablar con Sienna. Es decir, si podíamos ser amigo, sensacional. Pero si esto no le hacía bien a mi novia, no le haría bien a nuestra relación. Y mi relación con Bella eran cien veces más importante que cualquier otra en estos momentos.

Le sonreí cálidamente, solamente para brindarle confianza.

— Si te hace sentir mejor, no la veré más —dije simplemente.

Ella se sorprendió.

— ¿En serio? —no podía creerlo—. ¿Incluso cuando soy egoísta?

Me reí y abracé su cuello para acercarla más a mí.

— No es egoísta si no me perjudica —encogí mis hombros y le sonreí.

Fue su turno para sonreír antes de que besara sus labios.

— No me gusta actuar de esta forma. No es mi estilo —murmuró bien bajito.

—¿Como una novia psicópata y celosa? —Bromeé y ella se mordió el labio, ocultando su cabeza encima de mi pecho. Me reí. Era tan tierna.

— Así actuaba Tanya… y no quiero ser ella —negó varias veces.

¿Bajo qué contexto Bella podía considerarse como Tanya? Tanya era irracional y mandona. Bella, por más que deseara serlo, era tierna y encantadora. Y más aún cuando pedía disculpas por haberlo sido.

— No eres rubia, así que estarás bien —palmeé varias veces su hombro.

A modo de respuesta, palmeó dulcemente mi boca para que me callara.

BPOV

Consideré en varias oportunidades que aquello que le había pedido a Edward era estúpido. ¿Pero qué iba a hacer? ¿Retractarme? Eso sería ridículo. Había pedido exactamente lo que deseaba y él lo había cumplido sin problema alguno. Para ser honesta, no estaba acostumbrada a pedir ese tipo de cosas. Nunca en la vida le pedí a alguien que dejase de hablar con otra persona.

Ya habían pasado dos semanas desde la última vez que habíamos llevado a Bear al veterinario por primera vez. Su piel se encontraba más suave ysu hocico comenzaba a crecer. Para entonces, ya se encontraba en la etapa donde le gustaba morder absolutamente todo.

La fiesta de cumpleaños de Esme se encontraba a pocas semanas de llegar. Estuve pensando que, para tal ocasión, era necesario comprar un vestido. Sin embargo, se me presentaron dos situaciones: o yo era muy pobre, o los vestidos estaban muy costosos.

Tuve buena suerte de contar con Sam al recordar que él era un diseñador de modas. Se ofreció a ayudarnos a Jane, Edward y a mí con una única condición…

— Necesito tomarles una fotografía y exhibirlos en mi blog.

Ni siquiera era una alternativa debatible.

— No —sentenció Jane.

— ¿En serio? —hice un puchero.

— Puedo descontarte un 20% del vestido si me dejas exhibirlo en mi blog —dijo en un tono profesional.

— Pero, ¿y por qué no exhibes los vestidos solos? ¿O buscas modelos? —fue mi pregunta.

— ¿Para qué gastar dinero buscando modelos cuando las dueñas del vestido son bonitas? —él se mostró escéptico.

— Pues, toma una fotografía con el vestido solo —Jane se lo propuso.

— Yo no publicito ropa suelta —se sintió orgulloso de aclarar aquello—. Necesito una modelo o no hay vestido.

Ambas nos sentimos frustradas. Sam tenía muy bonitos diseños y originales.

— No es que desprestigie tu blog… porque sabemos que eres fantástico— O al menos eso se entendía cuando veías la cantidad de seguidores que tenía—. Pero… no me siento cómoda apareciendo en una página de internet.

Sam no se molestó en preguntarme. Él ya sabía que esa era mi forma de ser.

— Está bien. No fotografiaré tu rostro, ¿bien? —propuso por otro lado.

Eso sonaba… bien.

—Pero tú —acusó a Jane con el dedo índice—. Tú definitivamente vas a mostrar ese hermoso rostro que tienes.

Mi amiga se puso completamente colorada ante la idea de Sam. Me pareció curioso que yo fuese la "modelo" de Thomas y Jane la de Sam siendo que debido a las circunstancias actuales, Sam y yo hablábamos más seguido,así como Jane había reforzado su amistad con Thomas en los últimos días.

Mis pensamientos se vieron interrumpidos cuando oí que tocaban el portero. Para mi sorpresa, se trataba de Damian, quien también optaba por acudir a Sam en esta ocasión.

— ¡Damian! ¡Hola! —me saludó con un abrazo muy afectivo y un beso en la mejilla. Tenía un perfume exquisito.

—Hoy te ves especialmente adorable, Bella—notó la pequeña trenza que me había hecho en el cabello.

— Gracias —le devolví la sonrisa—. Ven, pasa.

Se encargó de elogiar el departamento además de ser la primera vez que lo visitaba. Saludó a Jane y por supuesto, quedó fascinado por sus ojos.

Mi atención fue directamente a la interacción entre Damian y Sam.

— Seré honesto contigo: el verde ocre no es un buen color para ti —Sam negó riéndose.

— ¿Por qué? Tengo ojos verdes —Damian frunció el ceño.

— Pero eres pelirrojo —se lo recordó—. ¿Por qué no me lo dejas a mí? Soy bueno en esto.

— Sin embargo, yo soy el cliente y mi última palabra es la que cuenta, ¿no? —razonó Damian.

— No me vas a obligar a hacer algo que, seguramente, lucirá espantoso —A Sam le asqueó la idea.

— ¿Me estás llamando feo? —preguntó Damian entrecerrando los ojos, mirándole con malicia fijamente.

Supe que Sam se puso nervioso en cuanto se echó a reír, mirando hacia otro costado.

— ¡Me consideras feo! —Damian le acusó y nos miró a ambas—. ¿Creen que soy feo?

No, por supuesto que Damian no era feo.

— Siempre remarca lo mismo—Sam puso los ojos en blanco—. Y yo nunca he dicho eso. Como sea, descartaremos el verde ocre. Un negro tradicional es perfecto.

— Me vas a hacer lucir aburrido —bostezó Damian con los brazos extendidos en el sillón… peligrosamente cerca de Sam.

— Eso es una ofensa —se echó a reír Sam, ligeramente disgustado—. Tengo un excelente gusto.

— Uhm, pues eso me pregunto, en realidad —Damian dejó en claro sus dobles intenciones en aquél flirteo disimulado.

Sam parecía un poco incómodo. Quizás porque nosotras estábamos presenciando la escena. Cambió de tema rápidamente.

— ¿Conseguiste una foto? —preguntó.

— Oh, sí, claro —recordó aquello y sacó su teléfono para enseñársela mientras le comentaba algunos detalles.

No estaba muy segura acerca de lo que hablaban, pero Damian se había aproximado a Sam lo suficiente para pensar que flirteaban constantemente. Bueno, al menos Damian, porque Sam parecía restringirse un poco.

En un momento, Damian se excusó para atender una llamada por teléfono y volvimos a quedar a solas con Sam.

— ¿Puedo preguntarte algo? —pregunté frunciendo el ceño, mordiendo la uña de mi dedo índice.

— No. No estamos saliendo —negó una sola vez para dejarlo en claro.

— Se llevan muy bien —destaqué con una sonrisa honesta.

Me gustaba saber que Sam podía seguir adelante con otra persona, pero para él no parecía ser tan fácil.

— Damian es atractivo y sexualmente activo. Simplemente quiere divertirse —nos contó en voz baja, distraído—. No estoy diciendo que no me atraiga… pero…

Esperamos con paciencia a que terminara la frase.

— Sé que suena estúpido, pero a pesar de haber sacado a Thomas de mis pensamientos cotidianos, tengo la extraña sensación de que, tarde o temprano, tendré una oportunidad con él.

— Pero no puedes esperar para siempre, Sam… —comenté con nostalgia—. Todos sabemos que Thomas está sospechosamente obsesionado contigo, pero…

— Exactamente —asintió Sam—. ¿Y si simplemente debo esperar? ¿Y si es una buena señal que no pare de mencionarme?

Eso estaba difícil.

— Tengo la estúpida impresión de que, si salgo con otra persona… se desmotive por completo y decida arrojar la toalla fácilmente.

—Pero no vale la pena luchar por alguien que necesite verte soltero para animarse —dije—. Cuando te sientes atraído por una persona y realmente deseas estar con ella, te esfuerzas por conquistarla incluso cuando éste ya esté con alguien.

Sam torció una mueca. Él sabía que tenía razón.

— ¿Qué crees que opine si salgo con Damian? —era su gran interrogativa.

— Probablemente se moleste diciendo que hace poco le juraste amor eterno y te mofas de él saliendo con un muchacho que recién conoces —bufé.

— Eh… pues… —Jane participó de la conversación, dudando—. Yo no he hablado mucho con Thomas al respecto… pero no creo que sea tan así.

Ambos le miramos con curiosidad.

— Thomas está saliendo con un muchacho hace una semana, Sam —Jane se lo confesó con cierta tristeza.

— Oh —se limitó a contestar él, mirando hacia un punto fijo, verdaderamente nostálgico.

— No deberías dejar que te tome como una alternativa. Deberías ser su único objetivo. Así como Damian lo está haciendo contigo —encogí mis hombros.

— Supongo que sí —suspiró él frunciendo los labios con tristeza.

Jane le regaló una sonrisa optimista.

— Creo que deberías salir con él. Parece dulce —dijo ella.

Sam ladeó una sonrisa.

— Está emocionado por ser mi cita en la fiesta de tu suegra —nos comentó aquello con diversión—. Quizás tengan razón y deba darle una oportunidad. Se ha esforzado bastante.

Ambas le regalamos una buena sonrisa optimista. Definitivamente, esto era lo mejor. Pero a mí me surgió una duda:

— ¿Cómo tomará Thomas al verte con Damian en la fiesta?

Sam se preguntó a sí mismo porque hasta entonces no había deliberado aquella situación.

— Me gustaría verlo —reí quisquillosamente.

— A mí me gustaría ver a Jane y Josh juntos —Sam se burló de ella que, inmediatamente, se frustró.

— No voy a ir con él —cruzó sus brazos, frunciendo el ceño—. Simplemente acepté salir con él. No ir juntos a la fiesta.

— ¿Y cuándo se supone que es la "velada mágica"? —me gustaba bromear al respecto porque se veía adorable cuando refunfuñaba.

— Hoy —gimió ella.

Aprovechamos la oportunidad para ayudarla a vestirse para esta noche. No tenía especial interés en ir bien vestida, pero era su primera cita con un muchacho, por lo que la vestimenta era importante. Además de que más del 70% del grupo apostaba a que ellos dos terminarían juntos.

Damian y Sam se despidieron cuando éste último aceptó su invitación para salir en la noche. Después de todo, era sábado.

— ¿Por qué tengo que salir con él? ¿No puedo fingir que estoy enferma? —Jane protestaba mientras le ponía encima su cazadora. Increíble. En tiempos anteriores, Alice me obligaba a salir y ahora yo obligaba a Jane.

— ¿Para qué? ¿Para que vuelva a insistir? —se lo pregunté—. Termina con esto y serás libre, Jane.

— Él no me gusta, Bella —protestó haciendo un puchero—. Es un mujeriego. Puede hacer las promesas que quiera, pero siempre seguiré pensado que se trata de un simple capricho momentáneo porque se irá con otra chica.

No había mucho qué opinar al respecto.

— ¿Y… físicamente? —probé en decir.

Ella permaneció unos cortos segundos en silencio.

— Bueno… todos le dicen "enano" pero realmente no me importa porque soy más baja que él—comenzó a enumerar sus razones—. Me gusta su mandíbula y sus ojos cuando sonríe. Uhm… y tiene buenos músculos…

Bingo.

— Bueno, entonces fíjate en su físico nada más—se lo propuse con una buena sonrisa.

De todas formas, Josh hará lo mismo.

Ella suspiró con desgano.

— Además, hoy es sábado. No querrás quedarte en casa, ¿verdad? — acomodé un poco su cabello.

— ¿Y qué harán tú y Edward? —preguntó.

— No lo sé, tal vez salgamos. O quizás nos quedemos a ver televisión —encogí mis hombros. No tenía idea de qué planes tenía para hoy ya que había pasado el resto del día con Emmett y Jasper.

Sabía que Jane se había molestado por mis contradicciones, pero le resté importancia cuando oí que tocaban el portero. Debía ser Josh.

— No te pongas quejona. Todo va a salir bien, dale una oportunidad a Josh. Realmente le gustas —se lo repetí cuando ella hizo un mohín al saber que Josh la estaba buscando.

Ella se marchó y supe que Jane se encontraba atraída por su apariencia física, pero desmotivada por su personalidad. Sin embargo, tenía la extraña intuición de que algo pasaría en esa cita. Algo bueno.

Me quedé un rato jugando con Bear en el suelo del living. Se acababa de despertar de su larga siesta, por eso estaba algo grogui.

No supe por qué, Bear tenía la extraña costumbre de alzar la patita derecha por su propia cuenta. Me parecía el gesto más adorable jamás visto en un perro, al menos desde mi propia experiencia. Nostálgicamente, me recordaba a los gestos gatunos de Jella.

Sus orejitas se pasaron y su cuerpo se tensó cuando oyó que alguien interceptaba la llave en la puerta.

— ¡Ahí está papá! ¡Saluda a papá! ¡Hola, papá! —dije con una voz estúpida e infantil cuando Edward abrió la puerta e ingresó.

Bear se apresuró en ir hacia Edward, que lo recibió con el mismo tono de voz, arrodillándose para tomarlo entre sus brazos y cargarlo. Él comenzó a lamer su rostro con impaciencia, pero luego utilizó sus dientes y mordió su mano.

— No… no… —Edward sentenció varias veces con un tono firme y autoritario para marcar límites. Estuvo practicando hace tres días, así que no era de sorprenderse que todavía no acatase correctamente la orden.

Me saludó con un largo y profundo beso en los labios. No le había visto en todo el día.

— ¿Qué tal la salida con los muchachos? —pregunté.

— Genial. Extrañaba hablar con ellos —respondió jugando con las orejitas de Bear. Eso lo calmaban—. ¿Y tú? ¿Jane no inventó una excusa para quedarse?

— Estuvo a punto —remarqué ese detalle entre risas—. Pero creo que se van a llevar bien. Tengo buena intuición con ellos.

— ¿Sabes algo? Yo también —asintió silenciosamente, impresionado por pensar lo mismo—. Josh está realmente loco por verla

Tomé a Bear entre mis brazos y lo recosté contra el suelo. Empecé a rascar su barriguita, haciendo sonidos estúpidos mientras él trataba de morderme a modo de juego. Me encantaba hacerlo unas… cinco veces al día, quizás.

— ¿Qué deseas hacer esta noche?—le pregunté—. Estoy pensando en preparar buenos submarinos. He comprado la salsa marinera que tanto te gusta.

— ¿La que viene en frascos cuadrados? —Asentí y él chasqueó la lengua—. ¿Podemos comerlo mañana? Tenemos planes ahora.

— ¿Oh, sí? —Pregunté coquetamente—. Dígame usted cuáles.

Comprendió mi indirecta y me mostró su mejor sonrisa lasciva.

— No sé, ¿cuáles piensa usted que son? —su voz era tan masculina.

Iba a provocarlo con una buena respuesta, pero Bear aprovechó el encontrarme sentada en el suelo, se acercó a mi regazo y comenzó a morder mi muslo hasta que mordió aquella… zona.

— ¡Bear! —chillé rápidamente, separándolo de mí y dándole un golpecito en la barriga con mi dedo mayor e índice.

Edward se echó a reír cuando lo tomó entre sus manos.

— Tranquilo, muchacho, que esa tarea es de papá.

Me sonrojé.

— Ok, dime, ¿cuáles son tus planes? —pregunté después de haber arruinado el ambiente.

Edward se mordió el labio.

— Emmett quiere presentarnos a Cassie —lo dijo en voz baja, lentamente.

¿Cassie?

— ¿Esta noche? —pregunté.

— Esta noche —asintió él—. Hablamos de ella en toda la salida y… pues, bueno, quiere presentárnosla en una hora. En el bar O'Malley.

— Woah —solté con sorpresa—. Entonces… lo de ellos… ¿va en serio?

— No sabría decírtelo —frunció los labios—. Solamente quiere que Alice, Jasper y nosotros la conozcamos antes de presentársela al resto del grupo.

Pero eso de "presentar" seguía siendo formal para mí.

— ¿Y Bear? —Pregunté mirando al pequeño—. ¿Lo dejaremos aquí?

— Solamente serán unas horas. No le sucederá nada malo —dijo él jugando con su pelaje—. Ve a cambiarte.

Después de cambiarme, a eso de las diez de la noche, fuimos a buscar a Alice y a Jasper en el auto de Edward para ir al bar donde nos encontraríamos con Emmett y Cassie que, aparentemente, estaban retrasados.

Para beber, Jasper pidió agua carbonatada, Alice un jugo de naranja mientras que Edward y yo pedimos cerveza.

Aproveché la ocasión para plantearle mi gran duda.

— ¿Y… cómo van las cosas con…? —No necesité agregar nada más para hacerle entender que hablaba sobre el bebé.

La reacción de Alice fue toda una sorpresa. Se sorprendió, pero no tanto. Más bien, lucía algo incómoda.

— Bien… no ha pasado todavía… al parecer, la vez pasada fue una falsa alarma… pero seguimos intentándolo—sonrió nostálgicamente—. Simplemente hemos estado algo ocupados para pensar en eso.

— Edward me dijo que concebir bebés suele ser difícil en ocasiones —dije con optimismo—. ¿Verdad, Edward?

— ¿Eh? —llamé su atención. Estaba hablando con Jasper mientras bebía de su cerveza.

— Que en ocasiones resulta difícil concebir bebés —repetí la frase.

— Oh, sí —frunció el ceño, denotando la obviedad del hecho—. Es increíble la variación existente entre distintos tipos de casos… pasa muy a menudo.

Jasper sonrió y abrazó a su esposa.

— Ya habrá tiempo para estas cosas… tenemos toda una vida para criar cuantos niños queramos —su tono fue cálido y esperanzador. Suficiente para que Alice le regalara una de sus sonrisas risueñas y besara su barbilla. Fue verdaderamente tierno.

Siguieron hablando de otro tema cuando mi BlackBerry vibró en la mesa.

Lo revisé y me confundí. Era un WhatsApp de Edward.

Alcé la mirada hacia él. Pero se mostró distraído, escuchando la anécdota de Jasper.

Edward:

Jasper me pidió el número de un ginecólogo en la tarde. Olvidé mencionártelo. Parece que están teniendo problemas.

¡Oh! ¡Rayos! No debí haber hablado acerca de eso.

Bella:

¿Qué tipo de problemas…?

Edward respondió al WhatsApp con completa tranquilidad, mientras seguía participando en la conversación. Nadie pensaría que estaba enviándomelos a mí.

Edward:

De fertilidad.

¿En serio?

—… por ejemplo, mira a Edward y a Bella —nos mencionó Alice y rápidamente obtuvo mi atención—. Con esas camisas, parecen gemelos.

Miré la camisa celeste apagado que llevaba encima y luego a la camisa oscura de Edward. Tenían el mismo diseño, y no nos habíamos dado cuenta.

Antes de poder decir algo, Jasper divisó rápidamente a Emmett detrás de nosotros y le señaló el lugar donde nos encontrábamos.

— Okay. Aquí vienen —Jasper anunció en voz baja—. Recuerden, ella no es mejor que Rosalie. Bajo ninguna circunstancia nos debe caer mejor que ella. ¿Bien?

Edward chasqueó la lengua.

— Por favor, no seamos infantiles. Ella es agradable.

Claro, él era el único que la había conocido. Pero a nosotros no nos agradaba la idea de emparejar al oso con otra chica.

Edward me acercó con su brazo encima de mi hombro y fingió darme un besito, cuando me dijo:

— Luego te cuento.

(8) Emmett apareció en nuestra mesa que se encontraba afuera del bar en compañía de una muchacha de baja estatura. Su rostro estaba bien maquillado para destacar esos hermosos ojos azules y pestañas arqueadas. Llevaba un gorro sobre su cabeza y su melena rubia le llegaba hasta los hombros.

— Ellos son Alice, Jasper, Bella y Edward —nos presentó Emmett—. Ella es Cassie.

— ¡Hola! —saludó ella alzando una mano y esbozando una bonita sonrisa.

Pero si era… ¡Era una niña!

La saludamos de la misma manera y se sentaron frente a nosotros. Parecía un interrogatorio.

— ¿Por qué no escogieron un lugar adentro? —preguntó Emmett.

— Es más agradable aquí —respondió Alice encogiéndose los hombros, bebiendo de su jugo.

— Podemos ver las estrellas… —murmuró Cassie con la vista hacia el cielo. Luego, sonrió a Emmett—. Es mucho más hermoso aquí.

Por su apariencia física, aposté a que era una muchacha creída. Pero algo en sus reacciones y su forma de hablar me hacía pensar todo lo contrario. No transmitía indiferencia.

— ¿Por qué tardaron en venir? —preguntó Edward con curiosidad.

Emmett y Cassie se miraron rápidamente. Por poco y golpeaba a Edward por la pregunta inapropiada.

— Oh, en realidad, es mi culpa —se excusó Cassie—. Me pasó a buscar de mi clase hace quince minutos. Le dije que podía venir hasta aquí sola, pero insistió…

— Claro que insistí —Emmett asintió debidamente—. No es bueno que andes sola por esta zona a estas horas.

— ¿Clases de qué? —pregunté con interés. ¿Clases un sábado a la noche?

— Clases de cocina —me respondió Cassie animadamente y me sorprendí—. Bueno, en realidad soy ayudante de la tutora.

— ¿Te gusta cocinar? —No me esperaba eso en absoluto.

— Sí —su sonrisa fue contagiosa—. En realidad, me dedico a la cocina dulce. Los viernes dicto unas cortas clases de cocina para niños.

¿Y cuántos años tenía?

— Debo admitir que podría ser una buena competencia para ti, Bells —bromeó Emmett.

Todos se rieron. Cassie me miró con sorpresa.

— ¿También cocinas? —mostró interés en saberlo.

— Solamente en mis ratos libres —encogí mis hombros.

—¿Recuerdan la tarta de limón que probaron hoy? —Preguntó Emmett a los chicos—. Cassie la preparó.

Edward y Jasper se asombraron.

— ¿Era tuya? Woah… estaba buenísima —Edward la halagó frunciendo el ceño, sin poder creerlo. Pero luego, enredó su brazo por encima de mi hombro—. Pero, sin ofender, prefiero los que prepara mi Bella.

Me dio un besito en la sien y me reí.

— ¿Son novios? —preguntó Cassie con una tímida sonrisa.

— Sí, hace seis meses —le contesté yo.

Ella nos dio un simple "Aww" que, para mi gusto, no sonó falso.

— Pero que no te sorprenda. Ella es pequeña pero prepara unos platos increíbles —Emmett le contó a Cassie señalándome.

Por un momento, creí que ella se pondría celosa…

Pero no. Se rió con dulzura.

— Seguramente eres mejor que yo —me dijo Cassie—. Tengo mis días donde nada me sale bien.

Oh, rayos. Era humilde.

Cassie miró rápidamente a Edward.

—Edward, Emmett me dijo que eres profesor en la Academia Bellington, ¿verdad?

— Sí—asintió Edward sorprendido, no porque Cassie lo supiera, sino porque Emmett lo sabía.

— ¿Conoces a Brandon Anderson? Un muchacho rubio, de ojos claros, no tan estudioso que digamos —se reía.

Edward tardó un buen rato en ubicarlo.

— Oh… sí, sí. El que siempre viene despeinado —Edward, por alguna razón, sonrió ante el recuerdo. Mmm, ¿lo habría castigado alguna vez?

— Sí —asintió Cassie—. Ese es mi hermano. Tú eres su profesor de Anatomía, ¿no?

— Sí —Edward se echó a reír—. Vaya… qué pequeño es el mundo, ¿no?

— Bueno, él dice que eres un verdadero dolor en el trasero —admitió Cassie divertida de hacérselo saber.

Cualquiera habría pensado que eso era ofensivo. Pero, para Edward, era un completo elogio.

— ¿En serio? —sonrió con ganas. ¿Qué más deseaba él sino ser odiado por sus alumnos?

—¿Y ustedes, cómo se conocieron? —Jasper interrumpió dispuesto a sacarle alguna información que nos cayese mal.

Cassie y Emmett se miraron por un rato. Ella se rió con timidez. A él parecía gustarle su sonrisa.

— Acudí a su estudio jurídico, en realidad. Mi papá murió hace unos meses y le dejó a Emmett su testamento… —ella contaba aquello con cierta nostalgia.

Todos le dimos rápidamente el pésame por aquella noticia.

— Ya estaba muy enfermo. Sé que fue lo mejor —encogió sus hombros y lo dijo con… ¿esperanza?—. No tenía idea que él fuese el abogado de mi papá. Creí que sería viejo. Como de cuarenta años o algo así.

Emmett se rió.

— Y… bueno, un día le recomendé ir al gimnasio donde doy clases de yoga. Al comienzo, me dijo que no haría yoga ni muerto —ambos se echaron a reír.

— Lo mío son las pesas —Emmett comentó.

— Y pues… nada —encogió sus hombros—. Somos amigos desde entonces.

¿Amigos? ¿No se consideraban una pareja?

Algo en la simpatía de Cassie al no ser posesiva con Emmett hizo que Jasper se pusiera verdaderamente serio.

— Voy a pedir unos tragos —Emmett le avisó a Cassie, levantándose de la mesa—. ¿Quieres algo?

— Jugo —ella contestó dulcemente y Emmett se excusó. Ella nos miró a todos—. No me gusta el alcohol.

Se oyó un teléfono sonar. Ella llevó su bolso a la mesa.

Los ojos de Alice se clavaron en el bolso. Era blanco.

— ¿Burberry? —preguntó Alice con sorpresa.

— ¿Qué? —Preguntó Cassie y luego observó el bolso—. Ah, sí. Me gusta esa marca.

Alice entornó sus ojos fijamente en la muchacha. Esa también era la marca preferida de ella.

— Ah, es para mí. Debe ser mi abuelo —dijo en voz baja con un tono dulce al revisar su teléfono. Al parecer, le alegraba hablar con él.

Se levantó y se alejó para escuchar mejor el teléfono.

— Dios —suspiré con lamento.

— ¡Ah! —Bufó Alice con disgusto, frunciendo el ceño—. Me cae bien… ¡Eso apesta!

— ¿Vieron la cara de Emmett cada vez que ella sonreía? —comentó Edward con nostalgia.

— Es obvio —Jasper agregó—. Se va a enamorar de ella. Los dos estarán juntos, ella será parte del grupo y olvidará a mi hermana para siempre. Maldita sea.

— No es una mala persona… —murmuré—. Es amable, humilde y tiene una sonrisa agradable…

— ¡Hasta quiero ser su amiga! ¡Es ridículo! —se frustró Alice.

— ¿Sabes por qué me cae bien? —Edward lo planteó en voz baja, para que le escuchara.

Negué.

— Los dos me recuerdan a ti y a mí en otros tiempos —dijo Edward—. Tú eras mi salida cuando no sentía ánimos de soportar las peleas con Tanya.

Y eso era lo que todos lamentábamos. Cassie había sido el "escape" de Emmett durante sus peleas con Rosalie.

— Odio que pasen por esto —Jasper lucía desmotivado—. Rosalie y Emmett tienen que terminar juntos. Se conocen desde que eran universitarios. Todo el mundo sabe que son el uno para el otro.

— No seamos inmaduros, chicos. Ya discutimos acerca de esto —Edward se mostró serio—. Emmett es feliz con Cassie. Están juntos y aunque nos duela, ella es un buen partido. Debemos actuar como personas adultas y aceptar que nuestro amigo está bien.

Todos permanecimos en silencio, pensativos.

— ¿Saben a quién me recuerda Cassie…? —estaba por comentar al respecto cuando Alice me interrumpió.

— Rosalie —dijo ella tajante.

— No —fruncí el ceño—. Edward, ¿te acuerdas de esa chica que…?

— Quiero decir, Rosalie. Está ahí —Abría los ojos preocupada al divisarla a lo lejos.

Los cuatro volteamos la cabeza rápidamente y la encontramos allí, en compañía de tres chicas más.

— Oh, no… ella no puede vernos aquí. No sabe que Emmett nos presentó a Cassie —Jasper se asustó.

— ¡Escóndanse! —Alice refunfuñó rápidamente cuando vio que se acercaba hacia nosotros.

Sin tener tiempo para procesar la información, todos giramos nuestros rostros hacia otro costado para que ella no nos viese en cuanto pasara por nuestra mesa.

Sin embargo, fue todo un fracaso.

— ¡Hey! ¡Chicos! —saludó ella deteniéndose.

— ¡Hola! —saludamos todos fingiendo que no la habíamos reconocido.

— ¿Qué hacen aquí? —preguntaba ella con una hermosa sonrisa. Parecía feliz.

Ninguno sabía bien qué contestar.

— Ah, ellas son mis socias. Leila, Dominique y Nina —nos presentó a sus tres hermosas y voluptuosas amigas. Las cuatro parecían supermodelos.

Las saludamos.

— ¿Qué hacen ustedes aquí? —preguntó Jasper, desviando rápidamente la pregunta.

— Ah, pues, estamos celebrando un caso que Leila ganó esta mañana —encogió sus hombros, sonriéndole a su amiga—. ¿Ustedes?

De nuevo, ninguno sabía bien qué responder.

Pero el peor de los males, lo más temido esa noche se presentó en cuestión de segundos.

Emmett y Cassie volvieron justo cuando ella seguía allí.

— ¿Pueden creer que están vendiendo tragos a mitad de precio solamente por esta hora? —Cassie nos contó con diversión.

Emmett la detuvo en cuanto sus miradas se cruzaron. Rose y él se mostraron… petrificados.

Cassie pareció no reconocerla en ese momento.

— Rose… —murmuró Emmett completamente tenso.

Ella no dijo nada. Observó a Cassie con disciplina y luego a nosotros. Se dio cuenta de la situación cuando todo encajó. Él nos la estaba presentando y nosotros no decíamos absolutamente nada.

— Oh, ya veo —sonrió falsamente—. Ustedes estaban…

De pronto, Cassie se veía muy apenada por la situación.

—¿Tú eres Cassie, verdad? —le preguntó con completa tranquilidad.

Cassie no contestó nada. Ni siquiera asintió. No era necesario.

— Okay —asintió ella y nos sonrió falsamente—. Los… veo después, chicos.

Rosalie se marchó con sus amigas con la mejor cara de póker que pudo haberle entregado a su ex novio y a la nueva pareja de éste. Ver a sus amigos y sus hermanos, codeándose con aquella chica que le había arrebatadosu novio debía ser la peor sensación del mundo.

Se marchó y la mesa quedó en completo y absoluto incómodo silencio.

— Dios —suspiró Emmett, despeinándose—. Tengo que hablar con ella…

Miró a Cassie, para preguntarle si no le molestaba esperar unos segundos.

— Yo… será mejor que me vaya, Emmett —ella se excusó, incómoda.

— No, quédate aquí —insistió él.

— En serio, no te preocupes —le aseguró ella sonriente—. Ve a hablar con ella. Yo llamaré a mi hermano para que me busque.

— Pero… —protestaba él.

— Emmett —ella fue firme con su pequeña sonrisa optimista—. Ve.

Él se acercó para darle un corto beso en la mejilla y se marchó hacia donde Rosalie debía estar. Cassie nos miró.

— Probablemente deben pensar que yo disfruto estas cosas… pero no es así —torció una mueca, preocupada—. Yo solamente quiero que Emmett sea feliz, sea con quien sea.

Definitivamente, era imposible odiar a Cassie de esta forma.

Nos quedamos hablando con ella un rato hasta que Emmett volviera. Para entonces, el hermano de Cassie, Brandon, ya la había buscado.

Sus ojos miraron fijamente a Edward.

— P-Profesor Cullen —lo saludó, tremendamente incómodo.

— Brandon —asintió Edward mientras le daba una calada a su cigarrillo.

Por poco y me reía en voz alta. Era tan obvio que deseaba aparentar ser estricto y odioso.

— Fue un gusto conocerlos, muchachos —nos saludó Cassie por última vez a modo de disculpa y nos despedimos de ella.

Seguimos esperando a que Emmett volviese, pero nada.

— Debería ir a ver qué sucede. Ella debe estar mal —se lamentó Alice con tristeza. Me miró—. Bella, acompáñame.

Se levantó y me jaló del brazo.

— ¿Qué? ¿Ahora? —pregunté repentinamente—. ¿No deberíamos esperar a que…?

— No —replicó ella—. Vamos.

— Yo soy su hermano. Yo también tengo que ir —Jasper se levantó de la mesa con decisión.

Edward fue el único en quedarse en la mesa.

— ¿Por qué me dejan solo? —protestó él chasqueando la lengua. Entonces, se levantó para acompañarnos.

Tardamos un buen rato en encontrarlos. Estaban discutiendo afuera del bar, en un rincón alejado de la música y de las personas.

—… Tus padres tienen un hermoso matrimonio. ¿Por qué no puedes verlo desde ese punto de vista? ¿Qué tan diferente eres de ellos? —Emmett sostenía aquello con frustración.

— ¡Yo no soy como ellos, Emmett! —Rosalie se oía como si hubiese llorado—. Yo no soy buena en las relaciones. Tengo miedo de joderla constantemente. Si me amas, tienes que aceptar que no es algo que yo quiero.

— ¿No quieres estar conmigo para siempre? —ahora él sonaba triste.

— Quisiera y lo haría —sostuvo ella, tragando saliva—. Pero no necesitaríamos casarnos para hacer eso. No necesitaría un matrimonio para demostrarte que podría amarte toda la vida.

Permanecieron en silencio.

— ¿Por qué hablas en pasado? —preguntó él en voz baja.

— ¿La amas? —preguntó ella, cambiando de tema.

— ¿Qué? —él sonaba incrédulo.

— Dije que si amas a Cassie —ella sonaba tajante.

Emmett suspiró. Su respuesta era decisiva.

— No…

— Pero, sin embargo, la quieres —Rosalie planteó—. O al menos eso demuestras al presentársela a todos nuestros amigos. ¿No?

— Es que… es complicado, Rose —Emmett se estaba frustrando.

— No es tan complicado —ella negó y juraría que estaba a punto de quebrarse en llanto—. Simplemente… simplemente prefieres estar con ella ahora que conmigo. Por eso decidiste presentárselos.

Todos enmudecimos, palpando el dolor que debía estar sintiendo Rosalie en su corazón al darse cuenta que él ya había seguido adelante… y ella no.

*Leche deslactosada: Leche sin lactosa.

** Hemofóbico: Miedo a la sangre y a las heridas en sí. Las personas que tienen fobia a la sangre temen las heridas, cortes y las jeringuillas.

***"I just called to say I love you. I just called to sayhowmuch I care…": "Solamente llamé para decirte que te amo. Solamente llamé para decirte lo mucho que me importas"

****"I just called to say I love you. And I mean it from the bottom of my heart…": "Solamente llamé para decirte que te amo. Y lo digo desde el fondo de mi corazón".

CAPITULO 12 "Miedo en el salón."

BPOV

Edward y yo volvimos a casa un rato más tarde. La salida había terminado oficialmente cuando Rosalie decidió marcharse para no volver a hablar con Emmett en… no lo sabíamos, quizás por un buen tiempo.

No hablamos mucho al respecto. Edward se sentía un poco triste al ver a su hermana llorando por un hombre que la había lastimado. Lo más fastidioso era que no podía golpear a ese hombre, ya que era su mejor amigo y él no había hecho nada que no estuviera en su completo derecho. La situación nos frustraba a todos. ¿Podrían arreglar sus problemas y volver a estar juntos? Y lo que era aún peor, nadie podía culpar a Cassie. Ella era buena y no tenía la culpa de lo que estaba sucediendo. En realidad, nadie tenía la culpa de nada. Era una situación en donde solamente podías quejarte con el maldito destino por decidir que los acontecimientos se darían de dicha manera. Puta sea.

— ¿Vamos a la cama? —me preguntó Edward en cuanto atravesamos la entrada del departamento. Lucía somnoliento.

— Primero me daré un baño caliente —respondí haciendo un mohín. El agua caliente me ayudaría a relajarme un poco; además, no estaba del todo cansada.

Edward contestó un simple "okay" mientras comenzaba a desvestirse para echarse a dormir y olvidar la terrible velada.

Entramos al dormitorio y por unos segundos, sonreímos al encontrar a Bear despierto y sentado en la alfombra como si nos esperara con paciencia.

Pero la sonrisa se borró instantáneamente de nuestros rostros cuando encontramos el dormitorio apestando a heces.

Nos lamentamos en silencio.

— Voy por el papel higiénico —murmuró Edward, alejándose con paciencia hasta el mueble de la cocina.

Iba a cargar a Bear hasta su cama para que se echara de nuevo a dormir, cuando mi teléfono vibró. Era una llamada de Jane.

¡Jane! ¡Su cita! Lo había olvidado por completo.

— Jane, ¿cómo estás? —pregunté con interés. Revisé la hora; su cita ya debía haber terminado.

— ¡Odio a Joshua Freeman! —Exclamó con dureza.

Ay, no. ¿Qué le había hecho el enano?

.

— Edward me confesó que nunca antes había tenido la oportunidad de ver a su hermana llorar. Quizás no sean tan cercanos, pero él la quiere mucho. Le molesta no poder protegerla.

Le entregué a Thomas un pedazo de tarta de coco en un pequeño plato mientras me sentaba en el sillón de en frente.

— ¿Y cómo es la chica? —preguntó él, curioso por su personalidad, creo.

— No es necesario aclarar que, si ha despertado la atención de Emmett, es porque es una chica muy atractiva —luego, fruncí el ceño—. Aunque parece una niña, en realidad.

— A los muchachos les gustan las niñas —dijo Thomas con una ligera sonrisa traviesa.

Puse los ojos en blanco.

— Pero es amable. Es dulce. Es… distinta a Rose —empecé a contar recordando lo bien que me había caído.

— Emmett obviamente no ha olvidado a Rosalie—dejó en claro él—. Quizás solamente necesita "pensar" un poco las cosas.

— ¿Y por "pensar" te refieres a…? —pregunté con intriga. Él debía saber más de hombres que yo.

Thomas rió.

— No lo creo, Edward me ha dicho que Emmett le ha jurado que no la ha tocado —murmuré acomodándome un poco mejor en el sillón.

— Noble —asintió Thomas con optimismo, pero me pareció un poco condescendientemente.

Se distrajo por unos segundos en cuanto Bear se acercó para olfatear sus zapatos. Thomas dejó el plato en la pequeña mesita de café y lo alzó juguetonamente.

— ¡Mira a este pequeño! —Jadeó con sorpresa al verlo desde un ángulomejor —. ¿Ha crecido un poco, verdad?

Asentí, sonriendo.

Thomas se lo llevó a su regazo y Bear no esperó ni un segundo para empezar a morder sus manos. Por supuesto, con esos nuevos dientes, sería más que suficiente para dejarle un par de marcas.

— ¡Auch! —Thomas lo alejó rápidamente tan pronto Bear le mordió la mano izquierda—. Muerde… ¡fuerte!

— Porque es un bebé —le sonreí enseñándole mis manos. Edward y yo estábamos llenos de esos lastimados.

Bear empezó a ladrarle a Thomas por no jugar con él y se puso a morderle la tela de los jeans. Él lo bajó inmediatamente hasta el suelo, molesto por la actitud del cachorro. Pero Bear no le daría tregua. Ahora deseaba jugar con sus zapatos, nuevamente.

Sonreí disfrutando de la escena. Entonces Bear se puso molesto al ladrary rápidamente le tiré varios besitos.

— Bear, Bear —lo llamé con un tono firme. El pequeño volteó y me miró fijamente. Se acercó y se quedó sentado, esperando a que le diese la galleta que le prometía cada vez que le llamaba.

— Impresionante —destacó Thomas, aprobando.

— De los trucos se encarga Edward, en realidad —confesé. Había tardado una semana entera para lograr que él también me hiciera caso—. Yo únicamente le preparo la comida y lo cuido cuando él no está.

Como ahora, por ejemplo.

— Se han encariñado mucho con él —notó Thomas con curiosidad—. ¿Seguro que van a poder regalárselo a tu madre?

No me gustaba hablar de aquello porque no estaba segura de poder regalar a Bear. Es decir, ya nos habíamos acostumbrado a él. A limpiar sus porquerías, a enseñarle a prestar atención, a alimentarlo, a jugar con su barriguita, y encontrarlo esperándonos cada vez que salíamos y volvíamos de algún lado.

— Debemos hacerlo —dije al final, reconociéndolo—. Nos hemos enterado la semana pasada que no dejan tener mascotas en este edificio. O al menos no a los que son ruidosos.

Thomas torció una mueca de advertencia. Ese sí que era un problema.

Mi atención se trasladó directamente al portero que acababa de sonar. Me levanté del sillón y contesté.

Me sorprendí rotundamente al descubrir que se trataba de Sam, quiénvenía a dejar los atuendos para la fiesta de Esme.

— Eh… sí, pasa —respondí apretando el botón para que la puerta se abriera. Observé rápidamente a Thomas, quién volvía a jugar distraído con Bear mientras le revisaba los dientes.

Volví a acercarme a él con lentitud. No quería armar gran escándalo al respecto, pero debía advertirlo.

— Es Sam —solté con fluidez, logrando que Thomas levantara la cabeza. El nombre despertó su atención—. Viene a… uhm, dejarme algunas cosas que le he encargado para la fiesta de Esme.

Él permaneció unos cortos segundos observándome.

— Oh, bien —asintió y sonrió, volviendo a jugar con Bear en el sillón. Él ahora estaba recostado y le enseñaba la barriga con confianza.

Sam no tardó en golpear la puerta de entrada. Fui a atenderle.

— Ho…

— Thomas estás aquí —murmuré en voz baja, rápidamente.

— ¿Qué? —Sam frunció el ceño, sin comprender.

— ¡Hola! —Saludé con alegría respondiendo su abrazo—. ¡Ven, pasa!

Ingresamos y sus ojos fueron inmediatamente a Thomas, quién estaba jugando con Bear en el sillón.

— H-Hola —saludó Sam por simple educación. Obviamente no esperaba encontrarse con él tan pronto, no hasta la fiesta de Esme.

—Hola —asintió Thomas observando fijamente a Bear y sonriéndole con ternura.

Sentí un increíble déjàvu. Esta escena la había visto antes. La había vivido antes. Justo cuando Edward se encontraba cuidando a Emily. Me saludó sin siquiera mirarme. Eso me había dolido muchísimo y esperaba de todo corazón que Sam no se encontrara tan sensible como yo en aquél entonces.

Por suerte, me lo demostró tan pronto su atención fue hacia mí. Se encontraba sonriendo a las cajas que traía.

— Déjame mostrártelos —me indicó y avanzamos hasta la mesa de la cocina para tener un poco más de privacidad.

— Lo siento, olvidé que vendrías. Te habría avisado y… —empecé a disculparme en voz baja.

— No te preocupes, Bella —sonrió, sin darle mucha importancia al asunto—. Es raro verlo de nuevo… —lo pensó durante unos segundos y soltó una risita nerviosa—. Había olvidado lo apuesto que es… pero no estoy esperando nada de él.

Dijo esto último con honestidad, mirándome a los ojos. Le creí.

Lanzó un fuerte suspiro.

—Okay—cambió repentinamente de ánimo y me ofreció una de las dos cajas que llevaba encima—. Éste es tuyo.

Impaciente y con prisa tomé la caja ya que confiaba en los gustos de Sam.

Y efectivamente, había acertado. Era un vestido largo y negro, estampado con flores que iban desde el rojo hasta el rosa nítido. La parte de arriba era casi transparente, pero lucía hermoso. Además, estaba hecho a mi medida.

— ¡Sam, eres un genio! —me emocioné y me acerqué para agradecérselo con un buen abrazo. Ya había visto modelos creados por él y sabía que no me defraudaría en absoluto. No lucía como algo que pudiese encontrar fácilmente en una tienda.

— Y este es el traje de Edward —me entregó la otra caja.

En realidad, éste no lo había hecho a la medida de Edward. Sam simplemente entregó el que parecía adecuado para Edward; y, por supuesto, que combinara con mi atuendo.

Vi rápidamente el contenido de la caja. Un traje no muy convencional de color azul oscuro. Moría por verlo vestido con eso.

—Tengo que… entregárselo a Jane también —murmuró Sam desviando la vista hacia Thomas con disimulo, indicándome que no sabía cómo ir hasta la casa de ambos.

— Le diré que pase a retirarlo —lo convencí, evitando que Thomas y él volviesen a cruzarse.

Sam asintió una sola vez y tomó su I-Phone. Le había llegado un mensaje. Lo leyó en silencio antes de responderlo.

— Es Damian. También debo entregarle el suyo —lo olvidó y eso le hizo gracia.

Me entraba curiosidad saber qué había sucedido con ellos.

— ¿Qué tal tu cita anoche? —traté de no sonar tan interesada, pero fue inevitable.

(1) Para mi enorme sorpresa, Sam se tensó al escuchar mi pregunta. Su expresión dejaba en claro que tenía muchas cosas que contar al respecto, pero no deseaba hacerlo. Y mucho menos en este momento.

— Yo… como que… —se rascó el cuello, mirando hacia las cajas—… Uhm, como que… dejé de ser virgen anoche.

Mi asombro fue palpable.

— ¿Qué? —pregunté atónita, sin poder creerlo. ¿Damian y Sam se habían acostado?

— Ahora tengo que ir a entregarle un par de cosas a Damian. Hablamos al rato, ¿sí? —me saludó antes de que yo pudiese decir algo.

— Pe…

Le acompañé hasta la entrada exigiendo una respuesta, pero terminó por marcharse. Obviamente, escapando del interrogatorio.

Me quedé un rato pensando bajo qué condiciones Sam estaría dispuesto a… hacerlo con Damian. ¿Eso significaba que eran novios? ¿No era que deseaba que su primera vez fuese con…?

Mis ojos fueron hacia él, quién seguía distraído con Bear. Me acerqué lentamente.

— Entonces… —alzó la cabeza para volver a charlar conmigo—. ¿Cómo le fue a Jane y a Josh?

Uh… otro tema para discutir.

—¿No te ha contado al respecto? —pregunté sentándome en el sillón. Bear rápidamente se acercó a mí, deseando que lo cargara.

— No pasé la noche en casa —frunció los labios, excusándose.

Oh… Otro que también había follado anoche.

— Me ha llamado anoche. Dijo que fue un desastre… Pero tampoco me ha contado los detalles —encogí mis hombros.

— ¿Desastre? —preguntó Thomas con sorpresa. Luego, se puso a evaluarlo detenidamente—. Lo más probable es que son tan opuestos que no encuentran un punto de acuerdo.

— Probablemente.

— ¿Quién es Damian? —preguntó seguidamente.

Me detuve a procesar lentamente lo que acababa de preguntar. No podía comprender cómo ubicaba ese nombre.

— ¿Por qué? —pregunté con estoicismo.

Encogió sus hombros.

— Escuché que hablabas de Jane con Sam y ese nombre surgió. ¿Es otro pretendiente? —me preguntó como si realmente se hubiese confundido, pero Thomas no era ningún tonto.

— No. Damian es mi compañero de trabajo. Es el chico con el que sale Sam —respondí como si me preguntara por el clima.

Quise grabar la expresión de Thomas cuando escuchó eso. Sus ojos se agrandaron. Obviamente, no esperaba aquello.

— Oh… ¿en serio?—Inmediatamente, mostró una falsa máscara de desinterés.

—Sip.

— Bueno… cool—asintió una sola vez, sonriendo.

— También irá a la fiesta—le recordé. A esta información sí que no la esperaba—. Pero, es bueno que te haya superado, ¿no? Significa que ahora podrán estar en el mismo lugar. O, quién sabe, ser amigos.

— Sí… amigos…—repitió lentamente mientras entrecerraba los ojos. La idea no le agradaba para nada.

EPOV

— Entonces llegamos hasta su casa. Me ofrecí para acompañarla hasta la puerta. Ella aceptó. Estuvimos un rato hablando y le dije lo hermosa que lucía esa noche —relataba brevemente Josh—. Tomé la iniciativa y ella aceptó. Nos estábamos besando tranquilamente… hasta que mi mano fue directamente a su seno.

— ¡Ah, Josh! —Mark y yo chasqueamos nuestras lenguas, completamente frustrados.

— Así que, básicamente conseguiste tu objetivo —Mark se lo plantea claramente—. Pero lo echaste a perder… porque le tocaste un seno.

— Sí —asintió Josh.

— Cochino degenerado —negué una y otra vez.

— ¡No pude evitarlo! Fue como si no pudiese controlar la mano… ella… realmente me estaba besando. Y estaba usando la lengua. Creí que las cosas irían perfectamente bien esa noche. Creí que había ganado.

— Jane es una señorita, Josh—suspiré—. No va a follar en la primera noche, menos siendo virgen.

Mark no estaba al tanto de ese detalle.

— ¿Es virgen? —Asentí y éste automáticamente acusó a Josh—. ¡Maldito cochino degenerado!

—¡Lo sé! Lo sé —Josh se había dado cuenta de esto hacía rato—. Es que no estoy acostumbrado a salir con chicas tan inocentes. Siempre quieren follar en la primera noche. Nunca salí con una chica que se conformara con un… —no podía creer lo que iba a decir—… beso.

Mark y yo lo observamos unos segundos en silencio.

— El primer beso siempre es el más importante, Josh—le dijo Mark.

— No —frunció el ceño el enano—. El primer beso es… solamente un procedimiento, no es nada significativo.

Mark suspiró.

— Explícale, Edward —dijo mi amigo, encendiendo su cigarrillo.

— El primer beso es… —intenté explicar, pero resultaba difícil—… es el más difícil. Es… incómodo. No sabes realmente qué esperar y por más que lo hayas hecho varias veces, no es lo mismo. Es la primera vez con

esa persona. Quieres encontrar formas en la que sea especial, pero ninguna parece ser suficientemente buena. Al final, te das cuenta que simplemente es especial porque esa persona… es especial.

Inevitablemente recordé mi primer beso con Bella.

Volvimos a quedarnos en silencio.

— Amigo, eres una nena —se mofó Josh con diversión.

— Bueno, esta "nena" logró que su novia le entregara su concha en sus días. Toma nota —Mark soltó sin freno.

Josh me miró con asombro. Quise golpear a Mark.

— ¡Se supone que no ibas a decírselo a nadie! —golpeé su hombro, enojado. Él simplemente se rió.

— ¿En serio lo lograste? —El enano esbozó una sonrisa pervertida hasta que recordó que aquello no era de su agrado—. Bueno, en realidad no me interesa eso, pero… ¡hermano!

No me interesaban sus palabras de elogio. No me interesaba que ellos lo supieran. Mi intimidad con Bella era sagrada.

— Esto no saldrá de aquí. ¿Bien? —amenacé a ambos con el dedo índice, al darme cuenta de que no lo iban a dejar ir fácilmente.

— Bueno, bueno —Mark quiso callar a Josh cuando éste empezó a reír como un estúpido—. El punto es que eres un imbécil. No puedes tocar la teta de una chica en la primera cita.

— Lo sé —suspiró el enano después de reconocerlo—. Pero, honestamente, no sé cómo tratar con ella. Al principio parecía estar de acuerdo con el beso. Entonces, mis dedos fueron directamente a sus pezones y…

—Woah, woah, woah—lo detuve repentinamente, mirándolo incrédulo—. ¿En serio, Josh? ¿Sus pezones? ¿En la vía pública?

Josh se sintió avergonzado, pero no culpable por haber cometido ese error.

— Pues… sí —trastabilló un poco—. Siempre empiezo por allí. Nunca he tenido una queja al respecto.

No opiné absolutamente nada porque en cuestiones de sexo, cada hombre tenía un modo distinto de… abordar el asunto. Yo, por mi parte, jamás empezaría por allí tratándose de la primera vez.

— ¿Le has llamado? —pregunté con curiosidad ya que no nos había contado aquello.

— Sí, y no contesta mis llamadas —suspiró con frustración—. Probablemente no quiere saber nada de mí ahora. ¿Qué debo hacer?

— Madurar —solté con ganas—. Tienes que madurar y darte cuenta del tipo de chica con la que estás tratando y…

— No, no. Esa mierda, no—Mark me detuvo amablemente, alzando su mano para indicarme que me callara —. Tengo un mejor plan para él. Creo que podremos ayudarte, Josh.

— ¿Cómo? —preguntó éste distraído.

Mark me miró a mí y con una sonrisa preguntó:

—¿Podemos contar con tu apartamento mañana, Edward?

.

(2)— ¿Bella está aquí? —Mark se aseguró de corroborar una vez que los dejé pasar al interior del departamento.

— No. Ha ido al oftalmólogo hace cinco minutos—contesté tragándome la duda. ¿Por qué deseaba el departamento sin la presencia de Bella?

— Perfecto —asintió él totalmente concentrado—. ¿Podemos ir a tu dormitorio?

Parpadeé los ojos por varios segundos. Y no fui el único. Josh se rió en silencio.

— ¿Al dormitorio? —preguntó el enano en voz baja, corroborando si había escuchado bien.

— Sí —Mark respondió mirando a Josh. Entonces, desvió su atención a mí—. ¿Algún problema?

— No —negué rápidamente con la cabeza. No había problema, pero ninguno de mis amigos visitaba esa parte de la casa.

Les indiqué por dónde pasar hasta que llegamos al dormitorio. Bear, atraído por el desconocido aroma de los muchachos –quienes no habían venido aquí desde que el cachorro había llegado a la casa– nos siguió.

Mark se dio la vuelta y entre bufidos le indicó que se marchara. Bear procedió a ladrarle.

— ¿Se tiene que ir? —pregunté.

— Sería mucho más cómodo —pidió a modo de disculpa.

Me acerqué y tomé al pequeño entre mis brazos. Bueno, no tan pequeño; ya había crecido bastante en el correr de estas semanas. Lo dejé en la cocina y volví al dormitorio, cerrando la puerta en el proceso. Ignoré sus lamentos al alejarme de él.

Me di la vuelta y encontré a Josh sentado en mi cama, tanteando la comodidad de ésta. Mientras más se mecía, más rechinaba. Eso me trajo recuerdos particularmente pecaminosos.

— Woah. Qué buena cama —elogió el enano con asombro—. Entonces, ¿es aquí donde la magia sucede?

Josh levantó las cejas varias veces. Mark y yo lo observamos en silencio.

— Por favor, dime que no le dices esas cosas a Jane —lamenté.

— ¿Qué opinas si utilizamos una linterna ultravioleta para inspeccionar la habitación? —siguió bromeando él.

Puse los ojos en blanco, cansado de soportar sus estúpidas bromas. Sin embargo, Mark se rió quedamente.

— Ok, suficiente —acorté la risa de ambos—. ¿Cuál es el motivo por el que debemos estar aquí, Mark?

— Buena pregunta —me sonrió silenciosamente —. Dado a que Josh tiene ciertas dificultades para tratar con chicas vírgenes, y necesita desesperadamente arreglar las cosas con Jane, vamos a ayudarlo. ¿Por qué? Porque somos amigos. ¿Y qué hacen los amigos? Se ayudan en estas estupideces.

— Interesante —Josh asintió con sorpresa. Le encontré la razón.

— Por eso, te ayudaremos en dos pasos —Mark se dirigió a Josh mientras inspeccionaba el bolso que normalmente cargaba en el trabajo—. Primero, trataremos el tema de las chicas vírgenes.

Y en seguida, del bolso sacó lo que parecía ser inflable de color piel. Lo estiró y vi una silueta humana. En cuanto se la llevó a la boca para comenzar a inflarla, me di cuenta de lo que era y estallé en risotadas.

— ¿Qué? —Me preguntó Josh, sin saber lo que realmente era—. ¿Qué es eso?

— ¿Llevaste eso en tu bolso todo el día? ¿Incluso en la escuela? —me burlé de Mark sin poder creerlo.

Mark alejó el inflable para hablarme.

— Chúpame la polla, Edward —soltó ligeramente—. Vamos a ayudar a la nena.

No le expliqué a Josh lo que era. Esperé a que lo descubriera por su propia cuenta cuando… la cosa… comenzara a tener forma.

En cuanto se dio cuenta de lo que era, empezó a reírse también.

— ¿Es una muñeca sexual? ¿Dónde la conseguiste? —no podía creerlo—. ¿La has comprado? —Entonces, deliberó otra posible opción y se sorprendió aún más—. Oh, por Dios. ¿Es tuya, Mark?

— Sí —admitió mi amigo sin problema cuando la había terminado de inflar.

Josh y yo nos estábamos partiendo de la risa. Mark la dejó en la cama. Me llamó la atención que ni siquiera tuviera…

— ¡No tiene cabello! —me burlé de la muñeca. Piernas largas, brazos cortos, boca abierta, senos pequeños y una cavidad vaginal. Pero nada de cabello. Su cabeza parecía ser… ¿triangular?

— En realidad, unos amigos me la regalaron para mi cumpleaños número dieciocho —me explicó. Obviamente, había sido en motivo de burla.

— ¿La has usado? — la curiosidad me mataba.

Mark me miró fijamente por unos segundos.

— ¿Luzco como el tipo de hombre que necesita una muñeca inflable para satisfacer sus necesidades? — preguntó con voz gruesa, hablando en serio.

— No —respondí rápidamente.

— Exacto —asintió él y esperó unos segundos para confesar—. Bueno, en realidad la usé una vez. Estaba ebrio.

Me partí de la risa.

— ¡Miren! —Josh nos llamó y observamos cómo metía su puño en la boca de la muñeca—. Cabe mi puño entero —dijo cual muchacho pervertido.

Mark puso los ojos en blanco.

— Ni siquiera yo he usado una —Josh se jactaba de esto entre risas.

— ¡Qué bueno! —Sonrió Mark—. Hoy será tu primera vez, enano.

Josh miró atónito a Mark y yo me reí aún más.

— ¿Por qué? —preguntó frunciendo el ceño.

—Porque no sabes tocar a una virgen, imbécil. Por eso, aprenderás a tocar a la muñeca inflable, mejor conocida como Verónica —fue el turno de Mark para mofarse.

— ¿Tocarla? —Se preguntó a sí mismo, examinando a la muñeca—. ¿Cómo?

— No sé. Tú me dirás, Josh—Mark se lavó las manos—. Nos enseñarás a mí y a Edward cómo complaces a una mujer.

Nos miró a ambos con sorpresa.

— ¿Tengo que follármela en frente de ustedes? —algo en su tono de voz me hacía creer que si realmente se lo pidiéramos, sería capaz de hacerlo.

Esperé ansioso por la respuesta de Mark.

— Si me enseñas tu pene, no volveré a hablarte nunca más en esta vida —más que una promesa, sonó como una amenaza.

Josh hizo un mohín.

— ¿No podemos ver una porno? —protestó sin ánimos. Realmente no deseaba tocar a la muñeca.

— No voy a ver una porno con ustedes —A Mark no le gustó la idea.

— ¿Por qué? —preguntó Josh con curiosidad.

— Porque si llegas a aparecer con una erección frente a mis ojos, te daré la paliza de tu vida —le aseguró con crudeza.

— ¿Y la muñeca? —Josh lucía incrédulo.

— ¿Vas a tener una erección con una muñeca? —Mark preguntó insólito.

— No —negó Josh como si le reprendieran. Entonces observó a la muñeca con curiosidad—. Bueno, tengo que admitir que es un poco estimulante…—Mark y yo soltamos una risotada ronca—. Pero sigue siendo raro —admitió rápidamente—. Dime, ¿qué se supone que tengo que hacer?

—Enséñanos qué haces con una mujer en la cama. Paso a paso. Edward y yo te diremos si es correcto o no —le respondió Mark con tranquilidad—. Por ejemplo, ¿qué es lo primero que le harías a Verónica?

Josh miró lentamente a la muñeca, frunciendo el ceño. La examinó de arriba para abajo.

— ¿La… beso? —preguntó Josh corroborando si esa era la respuesta correcta.

— Bien —asintió Mark con ganas—. Procede.

El enano nos miró con incredulidad.

— ¿Qué? ¿Tengo que besar a la muñeca? —se rió incómodo.

— Verónica. Esa señorita desnuda en la cama se llama Verónica —le corrigió Mark y yo me reí—. Y sí. Debes besarla.

Josh volvió a mirar a la muñeca. Esta vez, al agujero de su boca. Le producía asco.

— ¿La has lavado, al menos? —Preguntó Josh antes de decidir si lo haría, recordando que Mark la había utilizado.

— Sí, sí —le restó importancia mi amigo. Se acercó a mí y me dijo al oído—. No, en realidad, no.

Josh frunció los labios y lentamente acercó su rostro hasta la boca de la muñeca, dejándole un corto y casto beso, para seguidamente alejarse, totalmente asqueado.

— ¡No puedo! —se quejó Josh como si encontrara esto ridículo.

— Esto es muy deprimente—le dije a Mark en voz baja, riéndome.

— ¿Cuál es tu técnica usualmente? —Mark alzó la voz.

— Beso sus labios, chupo su lengua, tocos sus tetas y se la meto — enumeró con los dedos.

— Noble —Mark estuvo de acuerdo—. Intenta tocarle las tetas.

Josh volvió a la muñeca. Sus tetas eran pequeñas, así que las ocupó completamente con sus manos.

—Hey, esto no está mal. Se siente real —Él se asombró por esto y asintió varias veces.

Entonces, Josh jaló las tetas a la izquierda y a la derecha. Movimientos completamente extraños.

— ¿Qué mierda le haces a las tetas? —preguntó Mark por los dos.

— ¿Las acaricio? —sostuvo Josh.

— ¿Qué clase de movimiento es ese? —traté de no reírme en voz alta.

— A las chicas les gusta, créeme —él dejó en claro y se concentró en volver a acariciarlas.

—Haz de cuenta que Verónica es Jane —señaló Mark y Josh cerró los ojos para imaginarla—. La tienes así: Desnuda. Está en tu cama y se ha sonrojado. Le gusta que la veas desnuda. Está mojada. Desea disfrutar del momento pero quiere que la tomes ahora mismo.

Josh comenzó a creer en la fantasía que Mark estaba creando y empezó a acariciar las tetas con mayor frecuencia.

—De repente, ya no es una chica virgen. Te desea, quiere que se la metas duro. Finalmente, no le importa si eres un imbécil. Solamente desea ser tomada una y otra, y otra, y otra vez…

Él se detuvo y miró rápidamente sus pantalones, preocupado.

— Oh, Dios —advirtió y rápidamente se acomodó los pantalones.

Solté una risotada ronca.

— Eh… ¿puedo…? —Josh pidió mordiéndose el labio, apenado.

— ¿Acaso has…? —Mark se indignó profundamente al darse cuenta de lo que había sucedido—. ¿Le acabo de producir una erección a Joshua?

— ¿Puedo ir al baño, Edward? —insistió Josh, totalmente avergonzado.

— ¡Oh, por Dios! —Exclamó Mark con asco—. ¡Saca tu maldito trasero de la habitación ahora mismo, pedazo de mierda!

Josh pasó rápidamente al baño del dormitorio y cerró la puerta. Mark seguía insultándolo.

— ¿Cómo puedes tener una puta erección con una muñeca? —gritaba—. ¡Por la puta madre! ¡Acabo de excitar a un imbécil cochino degenerado! ¡Maldita mierda sagrada!

— ¡No fue a propósito! —se excusaba desde el otro lado de la puerta.

Mark se dio cuenta que me estaba riendo silenciosamente ante la escena.

— Se lo llegas a contar a alguien y te patearé en las bolas —juró enfadado.

— Si no le cuentas a nadie lo de Bella —le di vuelta al asunto y lo amenacé. Más que nada, porque Bella me mataría si se enteraba que se lo había contado a alguien.

— Hecho —Y estrechamos nuestras manos.

Josh salió del baño respirando hondo y se acercó a nosotros rápidamente.

— Lo siento, lo siento —repetía sentándose de nuevo a la cama y despeinando su cabello corto—. No volverá a suceder. Es la frustración. No me he acostado con alguien en casi un mes.

Oh.

—Ese es un problema —participé en la conversación—. No puedes tener una primera cita cuando te sientes frustrado. Difícilmente podrás evitar sentir ganas de tocarla.

— ¿Y qué se supone que debo hacer, Edward? —preguntó como si fuese una gran pregunta que se hacía todos los días.

No quería decir la respuesta. Era como muy obvia.

— ¿Masturbarte? —solté al rato ya que nadie se lo decía.

— Lo hago —dejó en claro.

Demasiada información.

Luego, recordó el incidente.

— Si alguno de ustedes cuenta esto… —amenazó con el dedo índice.

— Si no cuentas lo que yo hice —Mark refunfuñó.

— Si ninguno cuenta lo que hice con Bella —sentencié yo.

Los tres nos miramos en un silencio incómodo.

— Hecho —decretamos al unísono, dejándolo atrás.

— Bien, la muñeca es un asco. ¿Qué otro método sugieres? —le pregunté a Mark.

Él deliberó entre muchas opciones… Una pareció ser la correcta.

.

La muchacha de tez oscura estaba apoyada encima de aquél tallo leñoso, completamente desnuda, enseñándole el trasero a un hombre de unos cuarenta años, no necesariamente musculoso, pero si con un cuerpo fornido. Él la estaba masturbando, pero la cámara únicamente captaba ambos rostros mientras el hombre chupaba el lóbulo de la oreja de la muchacha y le decía cosas sugestivas. O al menos eso creía ya que no lo entendía bien.

— ¿Pero qué mierda es esto? —Josh se indignó señalando la pantalla con la mano.

Los tres estábamos quietos, de brazos cruzados, observando la pantalla del televisor.

—Cuentos eróticos—contestó Mark. Ninguno de los tres estaba satisfecho con el contenido de la película —. Disfruta del buen erotismo, Josh.

— ¡Una mierda el erotismo! —bufó—. ¡El camarógrafo ni siquiera está filmando bien! Lo único que veo son dos putas caras jadeándose. ¡No me interesa! Y además, ¿en qué idioma está esto? ¿Ruso?

— Catalán —aclaró Mark—. No necesitas saber cómo se mete una polla en una concha. Necesitas saber cómo entrar en preliminares.

En cierta forma, la película era una mierda. La chica era algo desagradable en sus expresiones eróticas y el tipo parecía decir cosas grotescas. La cámara filmaba sus rostros, pero nunca la unión de sus cuerpos.

Hasta que la cámara retrocedió. Lo único que podíamos ver era el trasero del hombre. Y no era para nada agraciado.

— ¡Ah! —jadeamos los tres, asqueados por la imagen.

— ¿Para qué quiero ver el trasero de un hombre? —se quejó Josh en voz alta, indignado—. Ni siquiera están mostrando el cuerpo de la chica. ¿Es erotismo para hombres? —entonces, se asustó—. ¿Estamos viendo pornografía gay?

Me hubiese gustado preguntárselo a Thomas.

— No —alzó la voz Mark, molesto, pero concentrado en la pantalla—. Hay una chica, es obvio que no es pornografía gay. Lo último que nos faltaría para terminar con esta amistad sería ver una.

Honestamente.

Me distraje por unos segundos cuando encontré a Bear sentado, observando la pantalla.

— ¡Hey! ¡Muchacho! —interpuse mi brazo para que no viese—. No mires, ve para allá.

— Es un perro —se burló Mark—. Ni siquiera debe ser consciente de lo que mira.

— Es un bebé… —murmuré, dudando—. No debería ver estas cosas.

Entonces, Josh se entró a reír.

— O sea que lo dejan afuera cada vez que tú y Bella follan, ¿verdad? —me preguntó.

— Claro —fruncí el ceño, como si fuese obvio. No nos sentíamos cómodos teniéndolo en la misma habitación. Ni en la de al lado. Ni cerca, en realidad.

Estuvimos un rato en silencio. La cámara filmó a la muchacha recostada en el césped del bosque siendo follada por el hombre, pero no se veían sus genitales como en una porno común y corriente. Lo único especial que se podía destacar eran los senos. Pero los gemidos yalaridos de la muchacha eran tan… frustrantes, que realmente no excitaban.

— ¿Alguna vez follaron a una afroamericana? —preguntó Josh al rato de pura casualidad.

Negué, viendo sin ver la pantalla del televisor.

— Sí —asintió Mark—. Tienen buenas conchas.

— Oh, bueno —asintió Josh.

Volvimos a concentrarnos en la pantalla. La muchacha había llegado al clímax y gritaba como una loca desquiciada.

A ninguno de los tres nos pareció excitante.

— ¿Podemos ver una verdadera porno? —insistió Josh.

— ¿Vas a tener otra erección? —Mark preguntó mirando fijamente el televisor.

— Espero que no —admitió su debilidad.

— No quiero arriesgarme —negó mi amigo.

Cuando terminó la película, Mark apagó el televisor.

—Okay, logramos el primer paso. Vamos por el segundo —se levantó.

— ¿Y ese cuál es? —preguntó Josh.

— Buscarla.

.

(3) Estacioné el auto frente al departamento de Thomas. El nerviosismo de nuestro amigo Josh era palpable.

— No lo sé. ¿Y si vuelve a rechazarme? —Me pareció extraño encontrarlo tan desmotivado.

— Escucha una cosa. Ella aceptó el beso, ¿no? —Mark se lo planteó. Josh asintió—. Lo prolongó. Le gustas. Tienes chances. Aprovéchalo.

Fueron pocas palabras, pero lograron que Josh recordara por qué hacía esto: quería salir con ella.

— Bien, vamos —dio el "sí" y salimos del auto.

Teníamos la suerte de que contara con una copia de la llave del departamento, pero no porque Thomas me la hubiese dado, sino porque Bella me la había dado cuenta ella todavía vivía allí. La conservé de pura casualidad; quién iba a pensar que ahora nos iba a ser de gran ayuda.

Por supuesto, no tenía una de la puerta de su piso, pero contaba con que Thomas nos abriera.O en el mejor de los casos, Jane, si es que no la cerraba inmediatamente en sus narices.

Josh se posicionó frente a la puerta y tocó el timbre. Mark y yo estábamos a unos pocos metros de allí, únicamente para poder escuchar lo que iba a suceder.

Tocó el timbre y la puerta se abrió. Más de ella no salió ni Jane ni Thomas.

— ¿Sí? —Andrew le atendió.

Mi amigo le miró con sorpresa. No debía saber exactamente quién era, porque lo único que sabía era que odiaba a un tal Andrew, pero nada más que eso. Sin embargo, no fue grata su sorpresa al encontrar que Jane no solamente vivía con Thomas, sino con otro muchacho.

— ¿Qué haces aquí? —preguntó ligeramente consternado.

Pudimos observar como Andrew le fruncía el ceño, esbozando una sonrisa incrédula.

—Eh… ¿aquí es donde vivo? —contestó él, algo desorientado.

No más que Josh.

Entonces revisó el número de piso para estar seguro de que no se había equivocado de departamento.

— Disculpa, pero… ¿qué es lo que quieres? —Andrew preguntó.

— Necesito hablar con Jane Hall.

Andrew, inmediatamente, pareció reconocerlo.

— ¿Eres Josh?

— Sí —asintió mi amigo—. ¿Y quién eres tú?

— Andrew Flint, hermanode Thomas Flint.

— Thomas Flint… —dijo para sí mismo, tratando de recordarlo—. Ah, ya. El gay.

Oh, oh.

— ¿Qué? —Andrew frunció el ceño.

— Necesito hablar con Jane —insistió, cambiando de tema.

— Sí, eh… mira… —Andrew trató de explicarse—… no creo que sea buena idea que la veas ahora.

No fue de su agrado oír aquello.

— ¿Por qué? —Josh exigió saber.

— Sigue molesta por lo de anoche y…

— Sí, bueno, quiero hablar de eso con ella —fue firme.

Andrew no supo cómo reaccionar. Me pareció algo curioso que se hubiese enterado de lo sucedido.

— ¿Vas a dejarme entrar? —preguntó mi amigo a la defensiva.

Esto no le agradó para nada a Andrew.

— Mira, ella no quiere hablar contigo. Lo mejor sería que te marcharas y probaras una próxima vez…

— ¿Quién te crees que eres para decirme que no puedo intentarlo? —se indignó—. Para empezar, ¿quién carajo eres tú? Ni siquiera te conozco.

— Vivo con ella —sostuvo—. Por favor, déjala en paz por ahora.

Josh seguramente malinterpretó esto, pensando que Andrew gustaba de Jane.

— No me vas a decir que hacer —frunció el ceño, molesto.

— No, claro que no —asintió Andrew—. Voy a cerrar la puerta, mejor.

Creí necesario intervenir acercándome hasta la puerta y empujando hacia adelante.

— Yo que tú lo pensaría dos veces antes de cerrar esta puerta, amigo —dije con voz dura. De repente, todo el odio que sentía por este idiota volvió, enervándome.

Andrew no esperaba encontrarme allí. No debía saber que Josh y yo éramos amigos.

— ¿Qué haces aquí? —se molestó.

— A ti no te importa una mierda qué es lo que hago aquí —refuté—. Lo único que harás es abrir la puerta, llamar a Jane e irte al infierno.

— ¡Pero esta es mi casa! —Andrew bufó, remarcando el hecho de que no podíamos exigirle tal cosa en su propiedad.

— ¿Tu casa? —Bufé—. Esta no es tu casa, muchacho. Llevas viviendo aquí… ¿un mes? Eso no te hace propietario de la casa. Es más, follé con Bella unos cinco meses en esta casa. Día, tarde y noche. En casi todas las habitaciones. Y nunca fue "mi casa".

Sabía que la mención de aquél hecho lo fastidiaría… y no me interesaba.

— Un momento… —Mark, quién se había hecho presente hace unos segundos, se dio cuenta de algo—. ¿Este es el famoso "Andrew" que intentó levantarse a Bella?

Andrew tragó saliva, frunciéndonos el ceño debajo de esos lentes de nerd.

— Y, además, se interpone entre Jane y Josh—agregué. Josh estaba molesto.

— No me molestaría para nada darle una paliza, ¿sabes? —Mark bromeó.

— A mí tampoco —Josh lo amenazó—. Coopera o recibirás tres tundas en las bolas, amigo.

— Oh, no —fruncí el ceño—. Déjenme las bolas a mí. Quiero que recuerde el dolor cada vez que intente masturbarse pensando en mi novia.

— ¡O-Okay, suficiente! —Andrew nos detuvo, frustrado—. ¡Me alejé de Bella y no tengo nada que ver con Jane! ¡N-No es mi culpa que le hayas manoseado las tetas y que te haya enviado a la mierda!

A Josh le había molestado el hecho de que él lo supiera.

— Y…. —me miró a mí, y frunció los labios, antes de confesar con valentía: —. No te tengo miedo, Cullen.

La estupidez y el atrevimiento de Andrew eran penosos. Pero nadie, bajo ninguna circunstancia, pretendía meterse con mi novia y luego me amenazaba. Así que di un paso adelante y le mostré la desventaja que suponía retar a un enemigo físicamente más dotado que él. No iba a ser a la primera vez que le daba una paliza a un flacucho.

Andrew se hizo para atrás, evidentemente intimidado. Josh se burló de él.

— Tranquilo, hombre —Mark me aconsejó palmeando mi hombro al darse cuenta de que yo era capaz de darle una tunda. Seguidamente, se dirigió a Andrew—. Muchacho, ve a llamar a la chica, o no detendré esta pelea.

No le quedaban muchas opciones, así que decidió ceder.

— Andrew —le llamé antes de que se marchara a llamar a Jane. Le miré fijamente antes de acercarme a hablarle en voz baja, frente al rostro—. Si yo fuera tú, reconsideraría la idea de volver a Londres.

Se hizo para atrás y pude ver en sus ojos su propia deliberación: no se dejaría intimidar por Edward Cullen. No la próxima vez.

Cuando se marchó, Joshnos dejó en claro lo que opinaba sobre Andrew Flint.

— ¿Pero quién es ese hijo de puta? ¿Acaso Jane se ha fijado en él?

No conocía a Andrew. Ni mucho menos sus intenciones, pero honestamente, creía que Josh estaba algo equivocado.

— Les diré una cosa —nos advirtió a ambos—. No tienen autorización para impedirme golpear a ese flacucho hasta sacarle la mierda de…

— ¿Josh? —Apareció Jane.

—…de… ¡Jane! —se asustó cuando la encontró frente a sus ojos.

— ¿Mi qué? —Jane había oído el resto de la advertencia.

— ¡Tu… cabello! —intentó zafarse de la situación. Nunca había visto a Josh nervioso—. Luce bonito.

Jane no tomó del todo bien ese halago, no porque no deseara recibirlo, sino porque no lo entendía. Su cabello estaba mojado y enredado. Parecía que acababa de salir de la ducha.

— Gracias.

La observó mejor. Vestía un pijama.

— Luces adorable.

—Josh—Jane no quiso que continuara. No se sentía cómoda después de lo que había sucedido—. ¿Qué quieres?

— Quiero decirte que vine aquí para hablar contigo. Que quiero arreglar las cosas. Que… —se dio la vuelta para mirarnos—… que quiero hablar pero no puedo con ustedes encima. ¿Podrían darnos privacidad?

— Sí, claro —Mark y yo contestamos, sin darnos cuenta de aquello. Nos alejamos hasta un costado, pero aún escuchábamos la conversación.

— Si vas a pedirme disculpas, ahórratelo. Las acepto —dijo Jane—. No pasa nada. Así que ya puedes marcharte.

Se iba a dar la vuelta, pero el enano intervino trabando la puerta.

— No, espera. No vengo por eso —su voz fue baja. Hablaba en serio—. Quiero hablar contigo, ¿sí? Únicamente concédeme algunos segundos y me iré. Te lo prometo —juró con solemnidad. Jane se cruzaba de brazos mientras estudiaba la expresión del enano. Le creyó.

— Está bien.

— Yo… bueno, me comporté como un imbécil. De hecho, lo soy. Pero anoche… no debí comportarme así contigo. No estoy acostumbrado a este tipo de cosas. Y sé que tú tampoco.

Jane se vio sorprendida por aquél comentario. Se sonrojó, porque era cierto.

— Si lo ves en una perspectiva, ambos somos nuevos en esto. No es una excusa, pero quiero que sepas que me emocioné demasiado. Más de lo que debía para una primera cita. Porque, antes de eso… la pasamos bien, ¿no?

Jane no dijo nada. Aparentemente, la cita había sido de su agrado para recordarlo con una sonrisa tímida.

—Sí…

— Y quiero enfocarme en eso —explicó él—. Eres… eres una señorita. Mereces ser tratada como tal y quiero compensar mis errores.

Con ese halago, prácticamente se ganó su completa redención.

— Bueno… a decir verdad, yo tampoco debí comportarme de esa forma. Verás, soy nueva en estas cosas y puede que me haya equivocado también…

— No. No lo hiciste —intervino él rápidamente—. Hiciste lo correcto. Eres una buena chica y necesitas marcar límites si un imbécil se propasa contigo. Como yo. Debes golpearlo. Deberías golpearme, en realidad.

Jane soltó una risita.

— Es en serio. Puedes golpearme. En la mandíbula, si deseas —apuntó su mandíbula cuadrada.

—Josh—ella encontró aquello divertido.

— La zona predilecta para recibir golpes de mujeres es la mejilla. Pero tú puedes golpearme en la mandíbula. Mi mandíbula es toda tuya.

Él insistió tanto que Jane aceptó. Le dio una pequeña palmadita a su mandíbula, entre risas. Josh lucía embobado por ella.

— Entonces… ¿estamos bien? —preguntó él, esbozando una humilde sonrisa.

Jane le sonrió. En el fondo, ella se sentía atraída por él.

— Sí.

— Bien —asintió él y se mostró ligeramente incómodo, frunciendo los labios—. Entonces… me iré. Nos vemos.

— Nos vemos —respondió ella, ladeando la mano. Josh se dio la vuelta y Jane cerró la puerta.

Se estaba acercando hacia nosotros, hasta que recordó algo y chasqueó la lengua, molesto por haberlo olvidado.

Volvió hasta la puerta y la golpeó. Obviamente, atendió Jane, sorprendida de volver a verlo.

— ¡Hola! —saludó él.

— Hola —sonrió ella, confundida.

— ¿Todo en orden? —preguntó como si nada.

— Sí…

— Bien, bien —él estuvo de acuerdo y miró con dificultad el suelo—. Eh… me estaba preguntando si tienes algo que hacer el próximo sábado.

— Sí —Jane frunció el ceño.

— Oh, vaya.

— ¿Por qué? —Preguntó ella, con interés—. ¿Qué tenías planeado?

— Bueno, mi amigo nos invitó a la fiesta de su madre y estaba pensando en que podríamos ir juntos, si deseas. Es algo… formal. Quiero que seas mi cita.

Jane se rió. Ambos estaban invitados a la fiesta, en realidad.

— Lo pensaré —contestó ella.

La respuesta desmotivó ligeramente los ánimos de Josh.

— Está bien —Pero supo comprenderlo.

Jane observó algo dentro de la casa y volvió a mirar a Josh. Esta vez, ocultando una sonrisita.

— Estoy bebiendo té ahora mismo —dijo.

— El té es bueno —asintió él, convencido.

— ¿Quieres pasar a beber un poco? Podemos hablar de esa fiesta, si quieres…

Él no tardó en sonreír y aceptar la propuesta.

Cuando Jane cerró la puerta, Mark decidió encender un cigarrillo mientras negaba lentamente, esbozando una sonrisa satisfactoria.

— ¿Quién diría que el enano era bueno? —me pregunté a mí mismo. Honestamente, era difícil negarse a una propuesta tan sutil y perfecta como la que había hecho.

— No tengo idea qué carajo hizo en esa cita, pero la convenció de alguna forma.

— Tiene algo que a ella le gusta —esa era otra de las razones.

Mark me indicó que chocara el puño con él.

— Rehabilitamos al muchacho. Por una tarde productiva.

— Amén —me reí.

— ¿Quieres ir a beber algo? —me invitó.

— Claro. Déjame que llame a Bella —dije. Revisé mi teléfono para corroborar si Bella me había enviado un mensaje, pero no encontré nada. Ni siquiera un WhatsApp. Como se encontraba afuera, pensé que me pediría que la fuese a buscar. O tal vez había vuelto a casa sola, como solía hacer a veces para no causarme molestias. De igual forma, debía haberme avisado sobre eso.

— Está bien. Oye, ¿dónde dejamos a Verónica? —preguntó Mark, sintiendo que no recordaba haberla guardado en el maletín.

Recordé la ubicación exacta y me sobresalté. ¡Seguía en la cama!

BPOV

El día de hoy había sido muy bueno. Y cuando me refería a "muy bueno", me refería a "dinero". Finalmente había cobrado mi primer salario como correctora oficial en la Editorial. Había esperado por este momento desde el día mi graduación. Le hacía muy bien a mi muy golpeada autoestima tras haber fracasado en un par de intentos anteriores. Pero ahora, se podía decir que era una trabajadora oficial.

Lo primero que hice fue ir al oftalmólogo. Nunca antes había tenido problemas con la vista, siendo un hecho bastante curioso para la cantidad de horas que empleaba en mis lecturas diarias. Pues, sí. Me habían recomendado en varias ocasiones usar anteojos para descansar la vista, pero nunca le tomé tanta importancia al asunto. Y también porque mi madre me había repetido en varias ocasiones que no oculte esos "bonitos ojos" que portaba. Pero el tiempo cobró mi falta de responsabilidad y ahora los necesitaba debidamente.

No es que necesitara varios grados, pero sí los suficientes para decir que eran necesarios. Me di el gusto y compré unos lentes parecidos a los que Thomas utilizaba; más que nada, porque parecían ser los únicos que me quedaban bien.

También fue un día muy productivo para comprar un poco de la ropa que no podía compartir con Edward; como shorts, camisetas cortas, ropa interior, converse, etc. Menos mal no era ropa necesariamente costosa. Me sentía algo tacaña, pero no quería acortar la felicidad a un día.

Y, por primera vez en un tiempo, no necesité asesoría de ninguna persona para comprar mi indumentaria, lo cual supuso un pequeño logro personal. El día pintaba excelente.

Volví a casa pensando que encontraría a Edward. Por ese motivo, lo saludé con una voz infantil y en voz alta. Pero al parecer, no se encontraba en el departamento.

Bear no tardó en aparecer para saludarme. Movía la colita con rapidez, indicando su buen humor.

— ¡Hola, bebé! —le saludé con una voz muy tonta, cargándolo entre mis brazos. Entonces me lamió los labios. Para seguidamente empezar a morderme el mentón—. Okay, okay. No te propases.

Y lo dejé en el suelo.

— Cielos, Bear. ¿Dónde andará papá? —pregunté revisando el BlackBerry. No me había llegado ninguna respuesta a los WhatsApp que le había enviado.

El teléfono no llevaba muchos años encima para mi gusto, pero sí los suficiente para trabarse y no funcionar como un teléfono decente debería. Casi siempre debía reiniciarlo. Y vaya que eso molestaba.

Bear se puso a ladrarme como si me pidiese algo. Revisé el horario. Lo más probable es que tenía hambre. Le serví la cantidad suficiente de croquetas en su pequeño plato y dejé que comiera a gusto.

El teléfono terminó de reiniciarse pero, misteriosamente, volvía a trabarse. Y no era la primera vez en esta semana.

— ¡Ugh! —Con frustración, tiré el teléfono en el sillón. Pero el malhumor se me iría fácilmente. Después de todo, tenía dinero. Y eso era grandioso.

Fui hasta el dormitorio para cambiarme de ropa. Cuando ingresé, encontré una muñeca inflable encima de la cama.

Parpadeé los ojos lentamente, pensando que probablemente acababa de alucinar por unos segundos.

Pero no. Era una muñeca. De esas que se utilizan para fines sexuales. Y estaba encima de nuestra cama.

Mi preocupación iba por desde hecho de encontrar una muñeca que ni siquiera tenía cabello, hasta el hecho de que mi novio era el único que podía haber traído esa cosa.

Me acerqué y por alguna razón, quise tocarla. ¿Esto era de Edward?

Pero otra era la verdadera pregunta… ¿Por qué la necesitaba?

Antes de poder terminar de procesar la información, oí que alguien abría la puerta e ingresaba al departamento. Edward me llamó, completamente alarmado.

No me molesté en contestarle. Me quedé quieta, observando a la muñeca. Dios… ¿por qué alguien inventaba estas cosas?

— ¡Bella! ¡No mires la…! —entró al dormitorio y me encontró—… Ah, ya la viste. Oh, cielos.

Me di la vuelta. Mi expresión era atónita.

— ¿Hay…? —ni siquiera podía pronunciar las palabras. Era ridículo. Lo único que pude hacer fue ir al grano —. ¿Por qué? ¿Hay algún tipo de fetiche bizarro que no te animas a practicar conmigo?

— ¡Oh, no! ¡No es mía! —Negó rápidamente con honestidad—. En verdad, te lo juro.

— Pero, ¿la estabas usando? —No importaba mucho si era o no de él. En realidad, era más preocupante si no.

Iba a negarlo rotundamente, pero rápidamente se dio cuenta de la acusación y su expresión fue más como un "¿En serio crees que puedo usar eso?"

— Amor, ¿de veras?

Se echó a reír mientras tomaba la muñeca y la desinflaba.

— Si no es tuya y no la usaste… ¿qué hace en nuestra cama?

— Prometí no hablar al respecto. Es algo así como un secreto —desvió la mirada, consciente de que podía convencerlo a revelar ese secreto.

—Edward, no se guardan secretos en la cama. Y mucho menos cuando hay una muñeca sexual en ella.

Me miró a los ojos y de pronto, su expresión se suavizó por completo. Había visto algo que le había gustado.

— ¿Esos son tus anteojosnuevos?

Por un momento, había olvidado que los llevaba puestos.

— Sí.

Y entonces, se mordió el labio. Eso me ponía tan histérica que deseaba hacerle mil y un cosas, aunque no estaba segura por dónde empezar. Ninguna de las opciones era inocente.

Se acercó a mí y me tomó las caderas.

— Te ves sexy —comentó mientras seguía mordiéndose el labio.

— Te ves sexy diciendo "te ves sexy" —respondí yo.

Se rió encima de mis labios esbozando esa tierna sonrisa inocente que, a su vez, no tenía nada de inocente.

— No has contestado mis llamadas —apartó un mechón de cabello mi hombro para plantar un beso allí.

Suspiré. No sería ni la primera ni la última persona en mencionar las fallas del BlackBerry. Después de todo, no era nuevo. Edward ya lo había usado por mucho tiempo antes de regalármelo.

— Es el teléfono. No ha estado funcionando muy bien, últimamente.

Murmuró la respuesta tan bajito que no pude oírle. Estaba muy concentrado en mis clavículas, lo que me hizo pensar en el motivo por el cuál se encontraba en ese ánimo...

Decidí sorprenderlo y ponerme un poco más atrevida; así que lamí suavemente su nuez de adán.

Jadeó y apretó con posesión una de mis nalgas. Me guardé un gemido.

Nos separamos y nos observamos de frente. Era cuestión de una suave sonrisa lasciva para indicarle al otro lo que deseábamos. Con Edward siempre había sido así, todo era cuestión de miradas. A veces ni siquiera teníamos la necesidad de hablar.

Nos besamos un buen rato. Fue un beso pausado, cargado de sensualidad. Nuestras lenguas se movían a un ritmo acompasado y era inevitable ese extraño sonido que se producía al unirse nuestros labios. Pero no era mi culpa. Edward besaba así.

Sin darnos cuenta, avanzamos hasta la cama y nos sentamos. Él acariciaba mi cintura o jugaba con mi cabello, mientras yo le acariciaba la barba que, de paso, me picaba constantemente. Sin embargo, era una sensación agradable.

Creí que íbamos a desnudarnos al mismo tiempo, pero en vez de eso, decidió despojarme de la ropa de encima.

— ¿Sabes? Una de mis primeras fantasías fue hacérselo a una chica con anteojos —dijo mientras me desprendía el sostén.

— Y lo hiciste —respondí yo. Seguramente, ya la había cumplido antes.

— Sí —asintió él, con seguridad. Tampoco tenía caso amargarme por cada una de las cochinadas que había hecho antes de conocerme—. Pero nunca con una chica que de verdad los necesite.

Oh. Interesante hallazgo.

— ¿Quieres hacerlo conmigo? —me mordí el labio y hablé con una voz sugestiva. Por alguna razón, los anteojos me hacían sentir mucho más pecaminosa que de costumbre.

—Sí—fue firme y denotó exigencia. Me eché a reír.

Volvimos a besarnos cuando quedé completamente desnuda. Excepto por mis calcetines, que eran amarillos.

— No, no te los quites —pidió él, deteniendo el movimiento de mis manos.

Arqueé una ceja. ¿Eso le excitaba?

Y una imagen vino a mi mente.

— ¿Está intentando follar a su alumna, profesor Cullen? —exageré el tono inocentón.

En sus ojos pude ver el deseo que empezaba a correr por su cuerpo. Lo bueno de la confianza, era que ya sabía qué cosas servían en la cama.

Se mordió el labio y negó varias veces.

— No me hagas hablar acerca de las cosas que te haría si fueses mi alumna.

Me reí y me acerqué a él, abrazando su cuello.

— Estaría tan enamorada de usted, profesor —juré encima de sus labios—. Llegaría temprano y saldría tarde de clases, solamente para verlo a usted —jugué con su cabello—. Yandaría mojada todo el día, seguramente…

— ¿Oh, sí? —se mostró interesado. Quería oír más.

— Ajam. Y usaría faldas muy cortas solamente para provocarlo, porque sabría que usted me estuvo mirando. Pervertido.

— ¿Y eso es malo? —preguntó con voz ronca.

— Sí —mordí mi labio, fingiendo indecisión—, porque usted es un profesor y yo una alumna. No es correcto lo que hace. Usted no debería mirarme.

Edward ahogó un gemido.

— Pero, ¿sabe? No importa. Porque me gusta. Me gusta la forma en la que me mira, en la que me desea — gemí—. Y dejo que usted haga algo al respecto. Dejo que usted se propase conmigo…

No pude continuar porque Edward asaltó mis labios rápidamente, ardiendo de deseo.

Me separó jalando de mi cabello, como usualmente hacía para llamar mi atención.

— Chúpamela, entonces.

Por dentro, estaba pegando saltitos de felicidad porque de alguna manera había comenzado a tomarle el gusto a este tipo de cosas.

Los anteojos actuaban como si fuesen instrumentos sexuales. Edward parecía estar más excitado que de costumbre por ellos. Me hacía sentir como si encarara algún tipo de personaje. Lo cual era bueno, porque me permitía ser mucho más atrevida.

Besé sus labios, su mentón, su cuello y sin quitarle la camiseta, fui hasta sus pantalones. Me tomó meses de práctica, pero ya sabía cómo quitarle el cinturón de encima. Bajé sus pantalones al mismo tiempo que su bóxer y me mordí el labio cuando lo tuve en frente. Siempre era una buena chupada cuando Edward estaba completamente depilado.

Lo masturbé lentamente mientras mis labios iban en dirección a sus testículos. Lamí tiernamente con la punta de la lengua.

— Te vuelves habilidosa con el tiempo —descubrió, jadeando sonriente.

Me sonrojaría pero, honestamente, esas cosas conseguían levantarme el ego a niveles insospechados.

— Recuerdo que la primera vez creí que me habías mentido —decía—, que en realidad no era la primera vez que lo hacías. No se sentía como un toque virginal.

— Lo fue.

— Sí —jadeó cerrando los ojos.

Me llevé su miembro a la boca y comencé a chuparlo. Al comienzo, lo hice lentamente, pero luego aumenté el ritmo hasta hacerlo despacio y volver abruptamente. Y así sucesivamente.

— Y sabes qué puntos tocar para volverme loco —se asombró y repetí el movimiento—. ¡Ugh!

Me gustaba ser atrevida. Me gustaba sorprenderlo de vez en cuando con habilidades que ni él sospechaba. Ya había hecho tantas cosas sucias que este tipo de cosas no me avergonzaban en absoluto. Como depositar saliva en la punta, mirarle a los ojos, gemir constantemente…

— Juega con tu cabello —me pidió con voz ronca.

Casi me echo a reír, pero a Edward le gustaba cuando me despeinaba el cabello hacia un costado. Decía que me veía sensual. Yo siempre lo hacía cuando estaba en situaciones incómodas, pero a él le gustaba que las puntas de mis cabellos tocaran sus piernas o cayeran encima de mis senos. A veces él incluso jugaba con algunos mechones.

Comencé a excitarme y evalué la posibilidad de masturbarme mientras lo hacía. Eso también le gustaría. Pero no tuve tiempo, porque en cuanto quise hacerlo, Edward se había corrido en mi boca, sin darme tiempo para separarme.

Cuando lo hice, me levanté y me acerqué hasta su pecho. Me regaló una sonrisa de oreja a oreja antes de confesar bajito:

— Hace mucho que no te como, ¿no?

Mi estómago se llenó de mariposas revoloteando eufóricamente. Me recostó en la cama y se quitó la camisa. Mis manos fueron directamente hasta su abdomen bajo para rasguñarlo. A él le gustaba eso.

Se acercó para besarme el cuello mientras yo abrazaba su fuerte espalda. Descendió lentamente hacia mis pechos. Se distrajo un poco, pero en seguida siguió bajando hasta mi vientre. Ya comenzaba a sentir el hormigueo familiar cuando su rostro se posicionó encima de mi intimidad mientras acariciaba mis piernas.

Sus labios se apoyaron encima de mi vagina y comenzó a chupar. Fuerte.

— ¡E-Edward!

Me retorcí una y otra vez en la cama, dejándome llevar y jugando con su cabello. Cerré los ojos y jadeé, visualizando mentalmente lo que hacía: primero chupó mis labios y luego me mordió el clítoris. Así como yo le conocía, él sabía que si presionaba mi clítoris con la punta de la lengua repetidas veces, me haría venir en cuestión de segundos. Pero eso lo dejó para después, porque estaba más interesado en chupar mi centro y follarlo con su lengua.

Alcé la voz porque sabía que eso le iba a gustar y así fue; tomó con firmeza una de mis piernas y con la otra mano acarició mi vientre. Aferré una de mis manos a las sábanas de la cama y con la otra toqué la mano que Edward apoyaba en mí. Nada especial, pero por alguna razón, sentía que estábamos muy conectados.

—¡Puta madre! —Y se lo hice saber, con insultos.

Y un par de "Sí", "Sigue así", "Mierda", "Dame más", "Duro". Me estaba esmerando de corazón.

Hasta que me gané unos buenos jadeos de su parte. ¡Sí!

Pero, de pronto, oímos que sonaba el timbre de la casa. No le dimos importancia, pero volvió a sonar una vez más.

— No atiendas, no atiendas, por favor, no atiendas —pedí repetidas veces, sintiendo que me faltaba muy poco para alcanzar el orgasmo, y él parecía muy enfrascado en cumplir esa misión.

El timbre volvió a sonar con insistencia. Alguien exigía ser atendido.

— Mierda, ¿quién podría ser? —me quejé en voz alta mientras oía a Edward jadear con frustración.

— ¿Puedes ir a atender? —pidió Edward.

Le señalé mi cuerpo desnudo con una mirada incrédula, pero él se excusó con aquella erección que le sería difícil de ocultar.

Puse los ojos en blanco y bufé. Me levanté de la cama y busqué mi albornoz para correr hasta la puerta. Agitada, la abrí y me encontré con una señora mayor de edad.

Estatura mediana. Piel arrugada por los años. Ojos claros y cabello rubio hasta los hombros. Sus ojos fueron directamente a mi cuerpo. No le gustó encontrarme tan… desnuda.

Sin embargo, esbozó una sonrisa política muy, pero muy falsa.

— Buenas tardes.

— Buenas tardes —asentí yo, intentando recobrar la respiración—. ¿Puedo ayudarla en algo?

— Sí. Mi nombre es Lina Mosby. Vivo en el primer piso.

— ¡Oh! —Asentí yo, con sorpresa—. Mucho gusto, Bella Swan.

— Igualmente, señorita Swan. Espero no haberla… interrumpido —volvió a inspeccionar el albornoz con desaprobación—. Pero me gustaría hablar con usted unos segundos, si no es molestia.

Ay, no. ¿Qué quería?

— No, para nada —negué rápidamente, cruzando los brazos—. Dígame, ¿qué asunto es ese?

— Bueno, quería contarle que hemos recibido denuncias por parte de otros vecinos acerca de unos extraños ruidos que se escuchan por las noches.

— ¿Extraños, dice?

— Sí. Extraños. Sonidos de perro ladrando y aullando —remarcó firmemente.

Oh, mierda.

— Imagino que usted estará enterada de que la presencia de mascotas en este edificio está total y absolutamente prohibido, ¿verdad? —Creo que sabía que yo escondía un perro en la casa.

— Que yo sepa, en el reglamento del edificio se especifica claramente que hay una ley en contra de eso. Puede haber mascotas siempre y cuando no ocasionen molestias a terceros.

— Bueno, justamente estamos por modificar eso —sonrió falsamente.

¡Puta!

— Verá, las denuncias nos indican que el ruido se produce en los primeros pisos. Me gustaría preguntarle, ¿usted no cuida una mascota, cierto?

— No —negué frunciendo el ceño, tragando saliva—. En absoluto.

— Bien. Quisiera que si tuviese información sobre ello me lo hiciese saber.

— Debidamente notificado —asentí.

— Tengo entendido que usted vive con su pareja, ¿verdad? —sospechó vagamente.

— Sí —contesté, aunque la propiedad estaba a nombre de Edward.

— Bueno, sé que ustedes son relativamente nuevos en el edificio, pero todos los sábados en la tarde realizamos una reunión de consorcio. Nos encantaría que pudieran participar de vez en cuando para conocerlos mejor —Ahora sonaba un poco más sonriente.

¿Un sábado a la tarde? ¿En serio?

— Suena interesante. Gracias por avisarnos, señora Mosby.

Ella estaba a punto de marcharse con una amable sonrisa, pero se dio la vuelta al recordar que había olvidado mencionar algo.

— Ah, por cierto. ¿Podrían evitar el hacer tanto ruido? Afectan la sensibilidad del resto de los vecinos. Aquí viven muchos ancianos, jovencita.

¡Mierda!

Se marchó y yo me sonrojé furiosamente. ¡Rayos! ¿Nos habían escuchado? ¿Muchos ancianos? Pero si, hasta el momento, solamente había visto jóvenes de nuestra edad…

Entré a la casa de nuevo. Edward se había acercado para preguntarme quién era y qué quería.

— Debemos ser más precavidos con Bear —murmuré preocupada—. Son capaces de echarnos del edificio si lo descubren…

— ¡Nah! —Edward frunció el ceño y chasqueó la lengua—. No van a hacerlo. Recuerda que no estamos alquilando. Hemos comprado esta propiedad.

— Pero va en contra del reglamento…

— De todas formas, Bear no se quedará con nosotros para siempre, ¿recuerdas?

Yo sabía que intentaba animarme, pero con ese comentario, simplemente nos deprimimos aún más. Pensar que en algún momento él se iría de la casa, nos entristecía.

Traté de divisar a Bear en la cocina, pero lo encontré en el living. Encima del sillón. Encima de mi BlackBerry. Orinando.

— ¡Bear! ¡No! —chillé en voz baja, bajándolo rápidamente de allí. Pero, en efecto, ya había orinado encima de mi teléfono y del sillón.

— Creo que deberías comprar otro teléfono —Edward comentó al darse cuenta del pésimo estado del BlackBerry.

— Sí, tal vez sí.

.

(4) —Ahí están.

Saludamos a Carlisle y felicitamos a Esme por su cumpleaños. Ellos nos recibieron efusivamente, hablando de lo exageradamente hermosa que me veía.

Tenía que admitirlo, el vestido de Sam tenía encantados a todos. Especialmente a Edward, que no me soltaba la cintura ni por asomo. Quizás deseaba escoltarme por el salón, pero también existía la posibilidad de que deseara dejar en claro que yo era su pareja. De cualquier forma, yo también aprovechaba para aferrar mi mano a su espalda. Sentía la necesidad de mantenerlo pegado a mi cuerpo y no dejar que hablara con ninguna chica.

Pero el premio se lo llevaba Esme con ese hermoso vestido escotado.

¿Cuarenta y cinco años? ¿Dónde?

— Se ve muy hermosa —la halagué con profundo asombro. La mamá de Edward tenía un cuerpo envidiable para su edad.

Ella respondió un simple "Gracias" mientras su cabello se ondulaba al encogerse los hombros. Carlisle era un hombre muy afortunado. Él no paraba de darle cortos besitos en la mejilla. Era la primera vez que los veía verdaderamente enamorados.

La fiesta se había realizado en un gran salón de eventos particularmente lujoso. Lo que no era una sorpresa, ya que la familia de Edward se había empeñado en hacer un evento social en el que todos pudieran reunirse al menos una vez al año.

Las luces brillantes de un tono anaranjado y el decorado eranfantásticos. El jardín estaba perfectamente iluminado y contaba con pequeños sillones blancos para beber un poco de champagne antes de entrar al salón para el gran banquete. Y había mucha gente. Muchos de los cuales yo no conocía pero parecían ser parientes o allegados de la familia Cullen.

En un punto, olvidé por completo los nombres de cada uno cuando Edward me presentó oficialmente como su novia.

Ah. Su novia. Finalmente. Nunca podría cansarme de eso.

Ellos también parecían apreciar el vestido que yo estaba usando. Me hacía ver madura pero jovial. Impresionar a sus familiares en busca de una buena aprobación se volvió una tarea más sencilla cuando nuestros amigos llegaron y elogiaron el trabajo que Sam había hecho con el vestido, además del peinado y el maquillaje. Pero no se trataba únicamente de mí. Lo mismo sucedía con los hermosos trajes de Edward y Damian, además del vestido plateado de Jane hecho a la medida. Sin duda alguna, el verdadero héroe de la fiesta había sido mi nuevo amigo.

Un hombre de cabello y barba canosa se acercó a saludar a Edward como si se conociesen de toda la vida. Parecía ser muy simpático. Me observó de pies a cabeza y sonrió como lo haría un abuelo, orgulloso de su nieta.

— ¡Pero qué jovencita más hermosa! ¿Puedo tener el placer de conocerla?

Me reí sonrojada.

— Ella es mi novia, Bella Swan. Él es mi tío Jeff.

— Primo de Carlisle —aclaró el hombre con una sonrisa paternal y alzó mi mano para plantarle un pequeño beso. Me pareció un acto muy tierno—. Es usted muy bonita. ¿Cuántos años tiene?

— Veintidós —respondí sonriente. Me agradaba.

— ¡Toda una pequeña! —rió—. Déjeme decirle que usted, por lejos, es la señorita más encantadora que mi sobrino Edward ha tenido el gusto de presentar a nuestra familia.

Sabía que mi sonrojo se notaba aún más gracias al rubor en mis mejillas, pero aquél cumplido me había alzado el ego hasta las nubes. Él no era un anciano, pero era un hombre mayor, y parecía ser el tipo de persona que trataba con cortesía a las mujeres.

— Ella es hermosa —Edward murmuró cerca de mi oído. No estuve segura si su tío lo había escuchado, pero yo sentí mariposas en el estómago.

Seguimos hablando con él durante diez minutos más antes de darme cuenta que, a lo lejos, podía divisar a Rosalie hablando con Alice y Jasper. A pocos metros, Emmett estaba conversando con Jane y Josh.

No tenía idea de que él vendría. Pero, si lo pensaba mejor, era amigo de la familia hacía rato. Suerte que no había venido con Cassie. Eso habría sido desastroso. Pero no tanto como lo era ver a Sam y Damian charlando con los padres de Edward, y a Thomas y su cita hablando con Mark y Melissa. El muchacho… creo que se llamaba Bobby, no lo recuerdo.

Me di cuenta en ese entonces que nuestro grupo estaba completamente dividido. Los problemas de Rosalie y Emmett, la indiferencia de Thomas hacia Sam, las posturas que algunos tomaban, ya sean en contra o a favor; podían traer graves consecuencias.

Por ejemplo, sería muy difícil reunirnos todos en un círculo y tener una conversación fluida.

Pero dejé de pensar en aquello cuando la… "invitada de honor" se hizo presente al ingresar al salón.

Beatrice Cullen.

Para llevar setenta y seis años encima, lucía radiante como Esme. Se había cortado un poco el cabello y llevaba un vestido negro apropiado para su edad. En otro mundo, esta mujer me caería bien por el simple hecho de ser la abuela de Edward. Pero yo la detestaba. A menos que hoy me diese "su aprobación" porque, en seis meses, era la única que no la había recibido.

Edward me tomó de la mano y nos acercamos a saludarla. Cuando fue mi turno, sus ojos se clavaron en mi vestido y luego en mi rostro. No pretendía ser educada y lo comprendí perfectamente. Más bien, lucía como una acusadora.

— ¡Ah! ¡Al fin te vistes como una señorita! —fue su reprimenda. Cualquiera diría que lucía molesta, pero yo lo tomé como un buen cumplido—. Ya te diste cuenta que, si quieres estar con mi nieto, vas a tener que vestirte con la ropa apropiada.

Me tragué el orgullo. No me dolía.

— Nana, yo me visto como un harapiento la mayor parte del tiempo —Edward reconoció entre risas.

— ¡Y haces mal! —Beatrice bufó—. Eres un Cullen, por el amor de Dios. Tienes que vestirte como corresponde. Por ejemplo, hoy luces como todo un caballero.

— Algún día, iré a visitarte con una camiseta sucia —prometió.

— Y yo te golpearé con mi bastón —ella también fue honesta, pero todos se reían—. Pero, mal no harías en visitar a esta vieja.

No me di cuenta, pero Teseo Cullen, el hermano menor de Carlisle, se acercó a saludarme.

— Hola, linda. ¿Cómo estás? —Su sonrisa era jovial y simpática. Si Carlisle era una buena persona, su hermano, lo era cien veces más.

— ¿Te he contado que he cambiado de trabajo? Ahora trabajo en una escuela privada, enseñando — Edward cambió de tema.

— Ay, ¿dejaste el consultorio? —Ella lució decepcionada—. Pero… ¿te pagan bien, corazón?

Era confuso como de un momento al otro lo maltrataba y lo trataba con afecto.

— Sí, nana.

No tuvo más que decir al respecto. Sin embargo, quiso instigarme a mí.

— ¿Y tú, muchacha? ¿Ya has conseguido trabajo? —usó un tono completamente despectivo. Suficiente para hacerme sentir incómoda y dolida. Por más que me preparase mentalmente para esto, siempre lograba tomarme por sorpresa.

Más Teseo masajeó mi hombro amistosamente, rompiendo la tensión del momento con una risa encantadora.

— No te comas a la niña, madre. Está trabajando en la Editorial de un viejo amigo. Una muy buena, por cierto.

¿Viejo amigo? ¿Conocía al señor Krauffman? ¿Cómo sabía que ya estaba trabajando?

— Ya era hora —suspiró ella como si esto supiese un alivio.

Dejaron pasar el tema, pero yo no sabía si agradecer a Teseo por haberme ayudado a escapar de esta o preguntarle si existía una posibilidad de que él hubiese ayudado en mi currículum a la hora de conseguir empleo. Sentí un gusto amargo en el estómago.

Terminamos de conversar para cuando nos indicaron avanzar hacia el salón principal. Las mesas eran largas, en forma rectangular, cubiertas por una hermosa tela color crema y adornos preciosos.

El grupo entero se sentó a lo largo de una mesa, pero las ubicaciones fueron estratégicamente planificadas. En una esquina se encontraba Sam. A su derecha, me senté yo. A mi lado estaba Edward. A su lado, Mark y Melissa y a su lado, Thomas y Bobby. En la otra esquina, se posicionó Rosalie. A su izquierda estaba Alice, luego Jasper. Después Emmett, Josh, Jane y Damian. De esta forma, Rosalie y Emmett no estarían tan cerca y Thomas y Sam ni se verían a la cara. Funcionaba.

De entrada, sirvieron champiñones rellenos con queso.

El comienzo de la cena transcurrió con moderación, pero por mi parte, no paraba de pensar en lo que Teseo le había dicho a Beatrice. Sentía curiosidad por preguntárselo a Melissa. Después de todo, ella era mi supervisora.

Cuando nos sirvieron vino blanco para beber, Jane dudó.

— ¿No vas a beber? —le preguntó Josh, quien parecía muy pendiente de lo que ella hacía.

— No… no me gusta el alcohol —se… ¿disculpó? ¿Con el enano?

— Oh.

Josh dudó a la hora de beber de su copa.

— Bueno, si tú no bebes, yo no lo haré —y dejó la copa en la mesa.

Despertó la atención de varios en la mesa. Especialmente de Edward y Mark.

— ¿Por qué? —Jane y… el resto de la mesa quisieron saber.

— Porque si me pongo ebrio, me perderé esta noche. Y quiero seguir hablando contigo —lo dijo con completa naturalidad, como si no fuese algo tan importante.

Pero todas las mujeres en la mesa quedamos impresionadas. Josh había sido increíblemente tierno.

Mi amiga desvió la mirada hacia su plato con las mejillas rosáceas. Al parecer, ella y Josh se estaban viendo mucho más que antes. Pero Jane no me había comentado nada acerca de besos, roces o cualquier otra cosa exceptuando el accidente de la semana pasada en su primera cita. A menos, claro, que no deseara contármelo.

Sin embargo, sentí la necesidad de interrogar a Edward.

— ¿Hicieron algo para que Josh se volviese tan… encantador?

Para mi sorpresa, Edward no fue el único en tensarse al oír esto. Mark parecía haber colaborado.

— Eh… sí, ya sabes, consejos. Lo básico —encogió sus hombros y siguió bebiendo de su copa de vino.

Una nueva pregunta surgió en mi cabeza.

— ¿Me vas a explicar qué rayos hacía esa muñeca en la cama? —esta vez, pregunté bien bajito.

Me observó por unos segundos, creo que quería decírmelo pero no se atrevía.

— Lo siento, no puedo hablar. Prometí no hacerlo.

La misma excusa que había utilizado en toda la semana.

— ¿Puedes darme pistas, al menos? Me desconcierta un poco —farfullé.

— No era mío. No lo he utilizado. Fin —respondió rápidamente y volvió a participar en otra conversación.

Estaba imaginando posibles alternativas. Pero, en verdad, no tenía ganas de darle más vueltas a ese tema.

—… Mark no pudo acompañarme el jueves porque estaba ocupado —Josh le estaba explicando algo a Jane en voz alta—. Bueno, en realidad estuvo ocupado toda la semana.

Sonó casi como un reclamo.

— ¿Qué has estado haciendo? —le preguntó Edward a su amigo.

Él encogió sus hombros, desinteresado por contestar. Pero sonreía.

— Unos pequeños asuntos con Melissa.

En mi mente, creí que estábamos hablando de sexo.

— ¿Se puede saber cuáles eran esos "pequeños asuntos"? —interrogó el enano.

En respuesta, Mark y Melissa se observaron por un rato.

— ¿Ahora? —ella hizo un mohín, pero también sonreía. Él asintió—. Bueno, no es gran cosa pero…

Melissa alzó su mano izquierda, enseñándonos un precioso anillo de diamantes en su dedo anular.

La mesa entera jadeó por la sorpresa. Josh fue el único que exageró en la reacción.

— ¿E-Están…? ¿Van a…?

— Cálmate, enano. Solamente es un anillo —Mark le reprendió, ladeando una pequeña sonrisita de suficiencia.

Todos felicitamos a la pareja. Nadie podía creerlo. ¡Melissa y Mark iban a casarse! Ellos parecían restarle importancia a todo el asunto del anillo y de la boda. En un principio, había pensado que ellos eran el tipo de pareja que no creían en ese tipo de compromisos, pero de que se amaban, eso era innegable. Quizás no eran tan demostrativos como el resto, pero tenían algo envidiable: pura y completa confianza el uno en el otro. Bastaba con compartir una mirada para saber lo que el otro siente. Pequeñas caricias. Silencios cómodos.

— ¿Puedo preguntarles cómo se conocieron? —Damian hizo la pregunta que al resto le interesaba saber.

Aunque era difícil de creerlo, Melissa estuvo de novia con el hermano menor de Mark algo así como ocho meses. Mark se había fijado en ella mucho antes que su hermano, pero nunca le tomó importancia. Al parecer, se había acostado con otra chica mientras salía con ella y tuvieron que cortar. Melissa encontró consuelo en su hermano mayor y su mejor amigo de hacía tantos años. Y ahora estaban juntos, cumpliendo cinco años la semana entrante. Ante la pregunta acerca de cómo Doug, el hermano, se tomaría esta noticia del compromiso, ellos simplemente le restaron importancia, alegando "ya sabía que esto terminaría de esta forma" además de conservar una fluida amistad con ella.

La forma en que contestó esa pregunta, me hizo pensar que ambos sabían que compartirían el resto de su vida juntos. ¿Algo así como lo que yo sentía por Edward?

— ¡Oye, Bella! —Sam me llamó—. ¡Muéstranos tu nuevo teléfono!

— ¿Qué? —Reaccioné tarde—. Ah, sí…

Tomé el consejo de Edward y decidí que el BlackBerry había llegado a sus últimos días. Aprovechando el buen dinero que había cosechado con mi salario, compré el mismo I-Phone de Edward, con la única diferencia de que éste era blanco. Por supuesto, no tenía ni idea de cómo usarlo. La tecnología y yo, difícilmente, éramos aliadas.

Después de terminar la entrada, nos sirvieron como plato principal bondiola de cerdo al horno con papas y ajos asados acompañado con un buen vino blanco. Edward no me dejó beber más de una copa, lo que resultó molesto.

Más tarde, Alice, Jasper, Edward, Rosalie y yo nos acercamos a la mesa familiar para charlar un poco con los parientes.

Los Cullen y los Masen no eran precisamente iguales a como uno creería. La familia de Carlisle era ostentosa, la de Esme llevaba un perfil mucho más bajo, a pesar de que estuviesen económicamente estabilizados. Pero siempre encontraban un punto en común para sus conversaciones: sus nietos. Lo más preciado de la familia.

Primero, se encargaron de halagar a la princesa de la casa y lo excelente que le estaba yendo en los tribunales.

— Clotilde dijo que ha sido la mejor idea acudir a Rosie. Me ha dicho que te diera las gracias, corazón —Una amiga de Esme se lo contaba con profundo orgullo—. Y también que le enviara saludos a Emmett. Apuesto a que has tenido gran ayuda de su parte, ¿no?

Nos incomodó mucho oír aquello, pero Rosalie era mucho mejor que nosotros para fingir emociones. No obstante, frunció los labios ladeando una pequeña sonrisa, lo que significaba que no estaba completamente recuperada del asunto todavía.

— Sí. Ha sido un gran apoyo —respondió ella, sin más.

Esme y Carlisle ya se habían dado cuenta que, por algún motivo, Emmett no se había acercado en ese momento a la mesa para hablar con los familiares. Pero no dijeron nada.

La familia siempre es la última en enterarse de esas cosas.

— ¿Cuarenta y cinco años? ¡Te estás volviendo vieja! —Jeff, el tío de Edward, se estaba burlando de Esme en la mesa. Todos rieron, porque obviamente, era un comentario sarcástico—. Muy vieja. ¿Ya estás preparada para los nietos?

Oh, no. Ese tema, no. Nietos.

— ¿Nietos? —Carlisle, bromeando, frunció el ceño—. ¿Por qué no nos das un respiro, Jeff?

— ¡Pero si los nietos son lo más hermoso de la vida! —una señora, no estaba segura de quién era, le estaba restando importancia—. Además, ustedes ya están en edad para cuidar a un par de pequeños, ¿no creen?

Si no fuese por Edward que me sujetaba la cintura, ya hubiese salido corriendo.

— Bueno, pero son los hijos quienes deben estar preparados para esos "nietos" —Teseo participó de la conversación, bebiendo de su copa—. Carlisle ya está viejo, no va a poder cuidar a ninguno.

Se miraron de mala gana, pero se rieron.

— Pues, es cierto. ¿Cuándo van a traer un nieto? —Charlotte, la hermana de Esme, nos miró a los cinco.

Tragué saliva.

— Jazzie es el más pequeño y ha sido el primero en casarse. ¿No han pensado en tener niños? —preguntó la misma mujer emocionada por el tema. ¿Era una prima de Esme?

Alice y Jasper intercambiaron sonrisas incómodas. Parecían… nostálgicos.

— Tío, tú más que nadie sabes que el matrimonio debe gozarse primero —Jasper bromeó para evadir la pregunta. Teseo le guiñó un ojo y se rieron.

Por primera vez, Alice no sabía qué contestar además de una pequeña sonrisa tímida.

— Pero deberían reconsiderarlo. Un niño es lo más hermoso que puede haber en esta vida —Charlotte decía con dulzura—. Apuesto a que ustedes van a ser increíbles padres.

Alice asintió mientras Jasper la rodeaba con su brazo, casi como si la contuviera.

— Oh, Charlotte. Déjalos en paz —Esme no estaba de acuerdo con su hermana—. Llegarán cuando tengan que llegar. Y cuando eso suceda, todos vamos a estar muy orgullosos de ellos.

Aunque la pareja no parecía muy cómoda con ese tema, lograron sonreír sin mucho esfuerzo. De nuevo, la familia siempre era la última en enterarse de estas cosas.

Pero, el tema no quedó ahí. Beatrice nos miró fijamente.

— ¿Y ustedes? —su voz sonó tan clara y precisa que todos los familiares se enfocaron en nosotros—. ¿Ya tienen planeado una fecha para la boda?

Por un lado, me agradaba saber que Beatrice me estaba aceptando como un miembro más de la familia para suponer que habría una boda entre Edward y yo, pero por otro, me parecía un comentario completamente desubicado. Y el resto, también lo creía así.

— Mamá, deja que tomen su relación con tiempo —Carlisle sonrió a su madre con paciencia.

— ¿Con tiempo? —bufó ella—. Pero, ¿cuántos años tiene Edward? ¿Veintinueve? ¿Treinta?

— Veintiséis, nana —corrigió Edward con dulzura y todos se rieron. Menos ella

— Sigues siendo grande. Y eres el primogénito de la familia. Debiste haber sido el primero en casarte y tener hijos. Tienes que dar el ejemplo a tus hermanos.

¡Cuánta presión! ¿Así vivía Edward en su infancia?

— Y tú también, chiquilla —me desafió fijamente—. Si vas a estar con Edward, más te vale que le des más de cinco hijos, mínimo.

Mi rostro se puso colorado al darme cuenta que había dicho aquello en voz alta. ¿Sabía ella que Edward deseaba tantos niños?

Oh, Dios mío. ¿Niños, de nuevo? ¡Ni siquiera pensaba en una boda!

— Mamá, ¿vas a controlar a tus nietos incluso cuando sean mayores de edad? —Teseo se reía condescendientemente, interrumpiendo la conversación.

— ¡Hasta el día de mi muerte! —protestó ella y le miró fijamente—. Y tú también. Haz que tus hijos se casen de una vez.

Todos se rieron.

— Son adolescentes, mamá—respondió Teseo, sintiendo cariño por ella.

— ¿Ya saben lo que van estudiar? —Preguntó Beatrice.

— Medicina e Ingeniería —asintió Teseo con paciencia.

— ¡Más les vale! Las otras carreras son un fiasco.

Auch.

Ella terminó de discutir con Teseo dejando a un lado el tema del casamiento y de los nietos. Agradecí mentalmente a Teseo por la gran ayuda que nos había brindado. Esa vieja, definitivamente, estaba loca.

Por un momento, vi cómo Alice se excusaba de Jasper y se alejaba con decisión hacia lo que parecía ser el sanitario. No pude observar su expresión, pero había sido una separación bastante frívola para lo que ella estaba acostumbrada. Me preocupé.

— Vuelvo en seguida —le dije a Edward en voz bajita y me liberé de su agarre.

Él también pareció darse cuenta que algo sucedía, pero se quedó con su familia para no levantar sospechas.

Entré unos segundos después que ella. Por suerte, no había nadie en el baño de señoras.

Alice se había apoyado contra el lavabo para respirar hondo, o quizás vomitar. No estaba segura, pero me miró rápidamente y luego volvió a cerrar los ojos para suspirar lentamente.

— Al, ¿qué ocurre? ¿Te sientes bien? —me acerqué a ella para acariciarle el brazo. Parecía concentrada en evitar algún tipo de reacción. No respondió y temí que fuese algo físico—. ¿Quieres… quieres que llame a Edward para…?

— No. Estoy bien —contestó abriendo los ojos, mirando directamente el lavabo.

Esperé un rato en silencio para que ella tuviese ánimos de confesarme lo que le sucedía. Alzó la cabeza y nos miramos en el espejo.

— Bella… —respiró hondo para evitar las lágrimas, ya me había dado cuenta—. Creo que soy infértil.

Mi corazón se detuvo.

— ¿Q-Qué? ¿De qué estás h-hablando? —intenté acariciar ambos brazos mientras ella volvía a cerrar los ojos, asintiendo varias veces.

— Lo soy. Yo sé que lo soy —asintió con voz ácida.

Alice estaba exagerando.

— Vamos, Al. Edward te lo ha dicho, puede haber dificultades. No es algo sencillo concebir a un hij…

Alice bufó.

— Por favor —puso los ojos en blanco, riéndose… una lágrima rodó por su mejilla—. ¿Y esos adolescentes que en cuestión de una noche de descuido pueden lograrlo? ¿Y yo no? ¿No puedo darle un hijo a mi marido?

Odiaba que se tratara a sí misma de esa forma. No era común en ella. Ella no era tan negativa.

— Alice, escúchame bien —la miré directamente a través del espejo mientras masajeaba sus hombros—. Cada persona es distinta. Sí, puedes tener dificultades, pero eso no te hace infértil. No tienes que preocuparte…

Alice frunció los labios antes de revelarme la noticia.

— Fui al médico esta semana.

Oh. Cielos.

— Dice que puede haber problemas.

Yo no tenía idea de eso. Si lo supiese, Edward me lo habría contado. A menos… que no fuese seguro, a menos que ellos quisieran tratar el tema con intimidad.

— ¿Te lo ha confirmado? —pregunté duramente.

— No —bajó la cabeza, mirando a otro lado—. Nos darán las respuestas de los análisis la semana entrante. Pero yo lo sé, Bella. Puedo sentirlo. No son buenas noticias.

— Alice, no puedes sentir esas cosas…—chasqueé la lengua.

— No estoy hablando de algo físico —alzó la voz, me miró con impotencia. Me quedé helada cuando las lágrimas comenzaron a brotar encima de su rímel—. Estoy hablando de esto, Bella.

Se señaló el pecho. Más precisamente, donde estaba su corazón.

— Tenemos una hermosa casa con vista al parque y hermosos decorados. Una preciosa casa en París y en Nueva York. Tenemos a nuestra familia que nos apoya. Tenemos un buen matrimonio. Tengo un buen esposo que me ama como nunca nadie lo hará en esta vida y yo le amo hasta en lo más profundo de mi pecho, tanto que duele. Nunca quise a alguien de esta forma y túlo sabes. Tenemos… tenemos tiempo, Bella. Tenemos los recursos necesarios, lo tenemos todo. Y aun así… ¿por qué no podemos tener la oportunidad de tener un hijo? ¿Por qué?

Alice se había quebrado completamente y me acerqué para abrazarla con fuerza. Estaba llorando desconsoladamente encima de mi hombro. Su dolor era tan palpable que hasta podía sentirlo en mi pecho. Era cierto. Ellos tenían todos los recuerdos e intenciones para traer una vida a este mundo. ¿Por qué no podían?

— Tengo miedo, Bella —sollozaba—. Me siento inútil. Habiendo tantas chicas… ¿podría él quedarse?

— Alice, por favor, no —supliqué yo, dolida, mirándole a los ojos—. Jasper te ama con todo su corazón. Eres lo más preciado que tiene. Él nunca podría dejarte por eso.

— Lo sé, pero tengo mucho miedo —enterró su rostro de nuevo a mi cuello y sentí que las lágrimas comenzarían a brotar de mis ojos. Los cerré.No quería que ella me viese mal.

— No tengas miedo —susurré a su oído—. No va a pasar nada. No está dicho nada todavía. Puede que sean complicaciones pero que, con asistencia médica, puedan lograrlo. Aún no puedes llorar ya que no se ha dicho la última palabra.

Por algún motivo, creyó que esto era posible ya que alguien más se lo decía.

— Pase lo que pase, tú y Jasper van a conseguir ser padres. ¿De acuerdo? — sequé una de sus lágrimas, prometiéndoselo.

Consiguió la bocanada de aire fresco que deseaba. Parecía ser que necesitaba sacárselo de encima. Por supuesto, no le podría contar esta inseguridad a Jasper.

— Eres la primera a la que se lo he dicho —respondió a la pregunta que estaba formulándose en mi cabeza —. Solamente nosotros dos lo sabemos.

— Y Edward —agregué yo, suponiendo.

— Él nos pasó el número de un buen doctor —tomó un pañuelo de su pequeño bolso para secarse las lágrimas—. Pero no sabe de esto. Le pedí a Jasper que no se lo dijera a nadie.

Entonces, ella se acercó y me abrazó.

— Bella, te extraño mucho. Te necesito como nunca antes. Yo nunca he sido insegura, pero no sé cómo puede reaccionar su familia si se tratara de lo peor. ¿Cómo se lo tomaría Beatrice? Imagínatelo.

Fue inevitable soltar una sonrisa. Y pensar que la anterior vez, cuando me gradué, corrí hasta el baño para llorar por las palabras de Beatrice y Alice había venido hacia mí para hacerme sentir mejor.

— Al menos a ti no te ha pedido cinco hijos, como mínimo —murmuré con ironía.

Alice logró reírse y me sentí muy contenta.

— Tú ya sabes que siempre estaré aquí —fue mi turno para confesárselo. A decir verdad, comenzaba a detestar la lejanía de Alice.

Después de ayudarla a retocarse un poco, intentando sacarle una risa de encima, salimos del sanitario y encontramos a Jasper y a Edward esperándonos con casualidad. Jasper se dio cuenta en seguida de que Alice había estado llorando pero su reacción fue una total sorpresa: le sonrió con nostalgia, comprendiendo el motivo. Entonces abrió sus brazos para que ella se acercara y le abrazara. Le preguntó un suave "¿Estás bien?" y ella asintió. Se quedaron en su pequeña burbuja por un rato mientras yo me acercaba a Edward.

Era obvio que Jasper estaba al tanto de las preocupaciones e inseguridades de Alice, por eso siempre intentaba sacarle una sonrisa, asegurándole que nada entre ellos cambiarían. Me sentía tan feliz por saber que mi mejor amiga contaba con un hombre tan bueno como él. Tan bueno como Edward.

— ¿Estás bien? —se dio cuenta de que había lagrimeado. Me estaba acariciando una ojera.

— ¿Yo? Sí, claro.

Para hacérselo saber, me acerqué a su pecho para que me abrazara. Su perfume me volvía loca.

— ¿Quieres ir a bailar? —me preguntó alzando mi mentón. La pista de baile estaba a pocos metros de nosotros y había comenzado a sonar una bonita y relajada canción.

— Bueno —acepté porque no tenía ganas de despegarme de él en toda la noche, aunque bailar no se me diese bien.

Estuvimos un buen rato bailando con tranquilidad, meciéndonos de un lado para el otro. A veces tenía muchas ganas de oír su voz, contemplar sus expresiones, perderme en su risa. Pero en otras ocasiones, como ésta, simplemente deseaba abrazarlo y permanecer en el silencio cómodo que nos caracterizaba. Y a él le sucedía lo mismo.

Ese silencio se vio irrumpido cuando Bobby, la cita de Thomas, se nos acercó.

— Disculpen, chicos. ¿Saben dónde está Thomas?

No me había dado cuenta hasta entonces, pero Bobby tenía una contextura muscular envidiable. Parecía un modelo.

— Creo que está en el baño. Hablé con él hace un rato —respondió Edward.

— Eso es lo que me dijo el muchacho de rizos… Sam, creo. Pero no le he encontrado.

Oh, ¿se lo preguntó a Sam?

— No, no creo que él sepa —se rió Edward—. Fíjate en la barra de tragos.

— Ok. Gracias —nos devolvió la sonrisa y se marchó.

Me preocupé por aquél tema también. No tenía idea cómo iban las cosas entre Sam y Thomas. ¿Se habrían saludado, al menos?

Estaba planteándole mis preocupaciones a Edward cuando él contestó:

— Bella, prométeme lo siguiente: no vas a interferir en ningún asunto que no te corresponda —me miró fijamente a los ojos.

Me sentí ofendida. Yo no era ninguna metida.

— Eres la chica más dulce que he conocido. Todos sabemos que tus intenciones son las mejores y que eres una increíble amiga —juró—. Pero mantente alejada de las estupideces de los demás. Son problemas suyos. No nuestros. No te quiero alejada de mí esta noche.

Oh… ¿la propuesta iba por ese camino?

— Y… ¿puedo saber cuáles son tus intenciones? —le pregunté mientras él retiraba dos copas de champagne que cargaban los meseros del salón.

— Por supuesto que sí. Me he dado cuenta que siempre que salimos a cenar vamos a lugares particularmente informales.

— Interesante hallazgo —asentí un par de veces.

— Nunca vamos a lugares donde ir de etiqueta sea un requisito necesario. Y creo que deberíamos.

— ¿Oh, sí? —pregunté.

Asintió y se acercó para susurrar a mi oído.

— Te ves preciosa. Y quiero verte así con más frecuencia.

Su voz hizo que algo en mi interior se removiera. Algo muy bueno.

— ¿Propones que cambiemos nuestra rutina y frecuentemos a los snobs? —bromeé.

— Nah —hizo un mohín—. Estaba refiriéndome a una vez al mes. No lo sé. ¿Qué opinas?

Honestamente, no podía negar aquella tentativa si eso significaba verlo con esos endemoniados trajes que le quedaban de puta madre. Además, últimamente me había dado cuenta que, debajo de un vestido ajustado, tan mal no me veía.

— Ciertamente de acuerdo, caballero —sonreí encima de sus labios con un fingido tono británico. En respuesta, iba a besarme, pero mis ojos fueron directamente a la segunda copa de champagne—. ¿Es para mí?

— Ajam —me la entregó sin problema.

— Usualmente no dejas que beba alcohol. ¿Tramas algo? —entrecerré los ojos.

— Puede que intente embriagarte —miró hacia nuestro alrededor, sin darle mucha importancia al asunto —. Y… bueno, yo también quiero embriagarme.

Solté una risita.

— En el cumpleaños de tu madre, Edward ¿En serio?

— Ya deberías conocerme, nena. Puedo ser perverso a veces —sonrió con malicia.

Por poco y se me caían las bragas. Bueno, tanga, en realidad…

— ¿Y si yo no quiero? —probé en decir.

Me tomó de la cintura y me acercó aún más a su cuerpo.

— En esta ecuación, "no" definitivamente no es la respuesta exacta. Además, así lo quiero yo.

— ¿Ah, sí? ¿Y quién eres tú para exigirme eso?

— Tu novio —su voz sonó demandante.

Sus argumentos y aquella voz me despabilaron por completo. Ya estaba muy animada.

— Vaya… te has puesto rebelde —noté con dulzura—. Me siento herida por tu trato. ¿Me das un besito?

— No —negó con decisión—. No voy a ser dulce. Voy a ser frío. Y no, no te voy a dar ningún besito.

Por dentro, me estaba partiendo de la risa. De nuevo estaba gastándome una broma. Pero hice mi mejor pucherito.

— Por favor… profesor Cullen, un besito. En la mejilla —empecé a mover sus hombros de un lado para el otro, pero él desviaba la mirada.

— No. Nada de profesor Cullen —sentenció.

Le hice mi mejor puchero mostrando la tristeza que suponía tenerlo tan frío conmigo. Realmente quería mi besito.

Él negó varias veces, mostrando una expresión inescrutable y entonces entré a reírme con felicidad y abracé su cuello.

— Eres tan tierno. Te juro que me encantas. Todos los días me enamoro más de ti. ¿Lo sabes, no?

Él no logró contestarme nada, porque seguía con aquella misma reacción… hasta que nos vimos interrumpidos.

— Disculpa el atrevimiento, pero, ¿puedo robarte a esta señorita por una pieza de baile?

Teseo sonrió carismáticamente pero con esa pequeña pizca de serenidad que tanto caracterizaba a los varones Cullen. Le devolví la sonrisa.

— Por supuesto, tío—aceptó Edward de buena gana.

Antes de separarme de él me acerqué rápidamente para darle un besito encima de la barba y un rápido "Mi hermoso" y fui con Teseo.

— Te ves muy adorable esta noche, Bella.

Me sonrojé y agradecí asintiendo.

— Usted también luce muy bien, señor Cullen.

— Te lo agradezco mucho —contestó asintiendo de la misma forma que yo—. Ahora, ¿podemos dejar las formalidades para otro ámbito? Puedes llamarme Teseo. Puedo tener mis brillantes momentos de sabiduría, pero ciertamente, tan viejo no soy.

Me reí.

— Señor Cu… digo, Teseo —corregí rápidamente y me sonrió—. Quiero agradecerte por… uhm… haberme "salvado" de su madre.

— Mi madre… —se rió—. La vieja es todo un caso. Pero la amamos, claro.

Me pareció curioso que se refiriera a ella de esa forma.

— Ella es una increíble persona. Es mucho más buena de lo que creerías. Simplemente le gusta incomodar al resto con sus bromas. Sabe bien el efecto que producen sus comentarios —me explicó—. Solamente quiere probarte para ver cuánto aguantas en esta familia… si eres digna de permanecer con Edward toda su vida. Lo cual, tan lejos no estás. Parece que te ha aprobado si ya está hablando de bodas…

No se me había pasado por la cabeza que todo fuese fingido.

— No quisiera que te lo tomes tan en serio —me miró a los ojos, siendo honesto—. Sería lamentable que tuvieses una mala impresión de la familia. Ella quiere que seas fuerte porque, aunque no lo sepas, toda la familia ha comentado sobre la mejoría de Edward. Incluso ella.

— ¿Mejoría? —fruncí el ceño.

— Su ex novia —aclaró—, no le dejaba respirar al pobre muchacho. Y era muy… orgullosa para alguien como él. Ahora puedes verlo y luce sonriente todo el tiempo, más tranquilo y hasta orgulloso de presentarte, como si fueses lo más grandioso que le ha pasado.

Me ruboricé.

— Honestamente, él es lo más maravilloso que me ha pasado —confesé.

— Y toda la familia lo sabe. Lo ve. Sabe que eres el motivo por el que se lo ve mucho mejor. Además… mira ese traje. ¡Qué pinta! —exageró la mueca y yo me eché a reír.

Se me ocurrió preguntarle por lo del trabajo ahora que estábamos más en confianza.

— Teseo… quisiera preguntarle acerca de lo que le ha dicho a Beatrice al comienzo de la noche. ¿Usted sabe que estoy trabajando en una editorial?

— Edward me lo contó. Conozco a Krauffman. Pero nunca hablé de ti con él.

— ¿Mintió? —medio me reí, medio me asombré.

Hizo un mohín.

— Es mejor que mi madre piense que te he conseguido trabajo. No me preguntes por qué, pero te estima mucho más de esa forma —aseguró.

Vaya…

— Pero he de admitir que estoy sorprendido, Bella. Has logrado conseguir tu primer empleo sin ninguna ayuda, fruto de tu propia cuenta. Eso habla mucho de tus capacidades y de tu compromiso. No se ve muy seguido en los jóvenes de hoy en día. Eres valiosa.

— Gracias —me sonrojé de nuevo.

— Y dime, ¿ya has cobrado tu primer salario?

— Sí —comenté emocionada.

— ¿Oh, sí? Y… ¿qué has comprado? ¿Una lancha? ¿Un suéter? ¿Una buena cena en Dingle's? —bromeó.

Le enseñé el I-Phone y destacó su utilidad como "una buena inversión". No me había dado cuenta hasta entonces que me había llegado un mensaje de Edward.

— Parece que el muchacho no te deja en paz. Pero qué acosador.

Entre risas y ciertas dificultades para abrir el maldito mensaje apretando los botones de la pantalla, leí el mensaje:

Edward:

"Aquello que has dicho al último, me ha matado. Te lo juro. Estoy loco, muy loco por ti. Eres tan preciosa que no puedo explicártelo."

EPOV

— Me lo han entregado el jueves. Todavía no se los he mostrado al doctor Lodge, pero… me ha dicho que no espere buenos resultados.

Estaba revisando los resultados del análisis de sangre que mi tío Jeff se había realizado ante la posibilidad de contraer diabetes después de los síntomas claves de la enfermedad que había presentado. Su nivel de glucosa era considerablemente alto.

— Pues… sí, tío —negué suspirando en voz baja—. Es una diabetes tipo dos. Es la más común de todas. Suele darse cuando el organismo no produce suficiente insulina o las células ignoran la insulina.

No quise explayarme en las explicaciones. Él no estaba muy interesado en los motivos, sino en las consecuencias.

— El doctor Lodge te recomendará los medicamentos necesarios. Seguramente va a pedirte que bajes el consumo de azúcar y carbohidratos… y ejercicio diario.

Hizo una mueca mientras se reía. No le gustaba hacer ejercicio, pero confiaba en que lo terminaría haciendo. No quería dejar a Marge, su esposa, sola bajo ningún aspecto.

— En fin, gracias, Edward —dijo mientras le devolvía los estudios—. Sé que no es el momento ni la situación para consultarte…

— Ni lo menciones —negué rápidamente con una sonrisa—. Cuando necesites estoy aquí, ya lo sabes.

Me dio una sonrisa paternal.

— Iba a pedírselo a tu padre pero parece bastante ocupado consintiendo a su reina —nos echamos a reír mientras nos marchábamos del rincón oculto donde nos habíamos metido para hablar—. Ah y cuida mucho a Bella. Es una buena chica, en serio, hijo.

Ah… Bella. Después de esas palabras, me sentía el hombre más enamorado en todo el salón.

— Por supuesto.

Iba a acompañarlo hasta la mesa familiar ya que Bella seguramente seguiría hablando con mi tío, pero mi madre apareció para conversarme un rato.

— ¿La estás pasando bien? —pregunté sonriente. Se veía espléndida esta noche.

— ¿Eh? —no esperaba esa pregunta pero sonrió reluciente—. Oh, sí, hijo. Tu padre ha hecho todo esto y es encantador. Tú también luces muy apuesto.

— No creo que le gane a papá, mamá —le guiñé el ojo.

Pero no me sonreía como de costumbre. Algo le preocupaba.

— Escucha, Edward… —y con su tono de voz me dio a entender que deseaba aclarar algo—… sé que no son tus asuntos y que no te corresponde hablar de ello, pero siento que Rose se encuentra muy sensible en este momento. No le quiero hacer pasar un mal momento ni quiero que ella piense que lo hace para mí y tengo entendido que estás al tanto de estas cosas también… pero, ¿qué es lo que está sucediendo con ella y Emmett?

A ver… ¿Cómo se lo explicaba?

Malinterpretó mi silencio.

— Ya no están juntos, ¿verdad? —se mostró ligeramente triste.

La miré a los ojos. No quería mentirle, pero tampoco quería amargarla en su cumpleaños.

— Es… bueno, es difícil, mamá. No están juntos, pero tampoco creo que estén separados del todo. No sé bien cómo explicarlo.

Ella negó varias veces, lamentándose.

— Debe haber pasado un mal momento cuando todos hablaron de ellos. Mi pobre pequeña…

— Pero no te pongas mal —se lo pedí en voz baja—. Ellos son adultos y saben cómo tratar este tema. No nos cuenta mucho sobre eso. Si lo sé, es porque tuve que preguntárselo directamente a Emmett.

Ella no supo qué responder. Había visto el rostro de Rose. No era feliz con Emmett en el mismo salón.

— Hey —masajeé su hombro—. Eres la cumpleañera. ¿Te vas a poner triste?

Y recordó que debía sonreír.

— Por supuesto que no, querido. Hay tanta gente que ha decidido venir. Es un gesto verdaderamente agradable. Simplemente, espero que ellos estén bien. Se quieren tanto… es muy triste que dejen que pequeños problemas interfieran en su relación. Pero no hay nada que podamos hacer.

Había algo muy cierto en lo que mi madre había dicho. No había nada que pudiéramos hacer al respecto. Yo se lo había dicho a Bella, pero lo cierto era que me provocaba mucha frustración.

Mamá se separó de mí para hablar con otros familiares. En un momento, mientras buscaba a Bella, vi que Emmett y Rosalie caminaban hasta un pequeño sector del jardín para conversar en silencio. ¿Eso era algo bueno? Sabía que habían estado charlando esta semana para tratar de llegar a un punto de acuerdo acerca de lo que iban a hacer, pero en casi todas las veces terminaba en lo mismo de siempre. Esperaba de verdad que ésta fuese la última oportunidad.

Me encontré con Mark.

— ¿Qué les pasa a todas las mierdas que se han distanciado? —Su expresión era serena—. No encuentro a nadie. Ni siquiera a Mel.

— ¿No?

— Nah, mentira. Está en el baño con Alice y Jane. ¿Me acompañas?

— Bueno —En realidad, tenía ganas de ir.

Entramos al baño de hombres y encontramos a Thomas en un orinal. Había dos muchachos más y un adolescente. Lo identifiqué como uno de los hijos de Teseo, mi primo.

Nos pusimos al lado de Thomas y seguidamente bajé la bragueta de mis pantalones.

— Bobby había estado buscándote hace rato. ¿Lo has visto?

— No —contestó simplemente—. Creo que debe andar por allí.

Parpadeamos un buen rato.

— ¿No era tu cita? —le preguntó Mark.

Thomas suspiró. Era un tema complicado.

— Únicamente es una compañía. Honestamente, no me interesa demasiado.

Iba a preguntarle cómo era ese asunto realmente, pero nuestra atención se desvió hacia Josh que entraba al baño y se acercaba a nosotros. Mejor dicho, a otro orinal.

— ¿Vieron el escote de la mamá de Edward? ¡Dios! —dijo en voz alta y luego se dio cuenta de que yo estaba allí. Se incomodó—. Ah, hola, amigo.

Lo fulminé con una mirada asesina mientras el resto reía. Le restó importancia y puso una sonrisa... ¿triunfal?

— Chequen esto, amigos —expuso su cuello para que observáramos el chupón.

Todos nos impresionamos.

— ¿Jane? ¿La pequeña niña te hizo eso? —Mark se empezó a reír con muchas ganas, sin poder creerlo.

— Sep —asintió sonriendo bobamente—. Y es reciente, amigo.

En mi cabeza, no podía imaginar bien a Jane Hall besando con tanta pasión a un muchacho como Josh, pero los habíamos visto muy acaramelados esta noche. Su "relación" iba avanzando muy bien.

Josh, que se encontraba al lado de Thomas, aprovechó la situación para hablar con él.

— ¿Puedo hacerte una pregunta? Sin ofender, ¿eres pasivo o activo?

Hizo la pregunta de una forma tan suelta y con un tono de voz ligeramente alto que sonó bastante desubicado.

Pero Thomas, conociendo la latente indiferencia con ese tema del enano, se rió.

— ¿Te gustaría saber? —le preguntó mirándolo a los ojos, con un tono sugestivo.

Nos reímos y Josh negó, incómodo. Era obvio que la respuesta era la segunda opción.

— Entonces… tú y Jane. ¿Son novios? —volví a introducir el tema. Me picaba la curiosidad.

Josh no supo bien qué palabra utilizar ya que esa no era la palabra indicada para explicar lo que tenían.

— Estamos saliendo. Nos tomamos el asunto despacio para hablar y conocernos mejor —asentía una y otra vez—. Pero, se los aseguro. Puede que ella sea virgen, pero realmente desea avanzar hacia otro nivel.

Sonrió lascivamente. Yo no sabía realmente si eso era cierto. Pero… siendo una joven virgen capaz de lograr un chupón, apostaría a que sí lo era.

— Gánate su corazón y te ganarás sus bragas —fue el consejo de Mark.

— Claro que quiero sus bragas. Sí, las quiero. Pero si quiero lograrlo, debo hacerlo paso a paso. Aunque, siendo honesto, presiento que un poco de alcohol en su copa y, ¿quién sabe? Puede que ceda esta noche.

— ¿Esta noche? —Thomas le preguntó frunciendo el ceño. Él, de todos, era quien mejor conocía a Jane—. ¿Estás seguro? Recuerda que es su primera vez y…

— Lo sé, lo sé —asintió varias veces el enano—. Sé que no debo ser brusco y todo es, pero… ugh, simplemente no puedo esperar. El día en que lo logre, si puede ser esta noche, se la voy a meter hasta el fondo y…

Dejamos de prestarle atención ya que mi padre había ingresado al baño y había escuchado las palabras de Josh.

Se dio cuenta del silencio y se dio la vuelta para verlo. Josh quedó completamente mudo.

— Ah, h-hola, señor Cullen —murmuró él, rígido e incómodo.

Mi padre portaba una sonrisa de suficiencia.

— Me alegra saber que conversan sobre temas tan intrigantes y productivos, muchachos —asintió una sola vez y se posicionó en el siguiente orinal.

— Tiene usted una mujer hermosa, señor Cullen —Josh quiso compensar el mal momento.

— Gracias, hijo —mi padre no le miró a los ojos, pero tomó muy bien el halago.

— Digo, después de todo, una mujer así, debe estar muy bien mantenida… si sabe a qué me refiero.

No sabía si golpearlo o echarme a reír y dejar que se hundiera solo.

Mi padre terminó de cerrarse el cierre y le miró de frente con una expresión inescrutable.

— No. No sé a qué te refieres, Joshua.

Y se marchó. Sabía muy en el fondo que la situación le había parecido graciosa. Pero a mí, no. Era mi madre, carajo. No podían mirarla de esa forma, pese a que hoy estuviese radiante con su vestido escotado.

Salimos del baño en grupo y esperamos a las chicas que, por supuesto, tardaban mucho más que nosotros. Cuando lo hicieron, volvieron hacia la pista de baile o hacia la barra de tragos. Oí que ya habían servido el postre, pero yo estaba dispuesto a volver con Bella. Me había quedado con muchas ganas de besarle los labios, o tocarle el trasero, por ejemplo. No se lo había tocado en un buen par de horas.

Volví hacia el lugar en donde me encontraba antes y vi que Emmett y Rosalie seguían hablando. Iba a darles su espacio, pero noté que ella se alejaba como si se cubriera las lágrimas del rostro. Emmett lucía algo desconcertado pero frustrado. La conversación no había terminado bien y eso me sacó de quicio.

Me acerqué hasta él. No fue mi imaginación. Él también lucía unas pequeñas lágrimas en los ojos.

— ¿Estás bien? —fue la primera pregunta que formulé. La pregunta correcta y formal antes de expresar lo que deseaba decir.

— No lo sé… —chasqueó la lengua, mirando hacia otro lado con las manos en los bolsillos.

Suspiré.

— Emmett, ¿qué está sucediendo entre Rose y tú? —fui directo y tajante.

Él se entreveró un poco con las palabras ya que no sabía cómo definirlo.

— No, Emmett. Esto —nos señalé—, de no saber qué sucede, no está bien, amigo. ¿Cuánto tiempo llevan así?

— No es sencillo, Edward —me trató condescendientemente, como si ni siquiera él entendiera lo que sucedía.

— No, no lo es —coincidí—. Pero no pueden seguir así. ¿No ves que esto únicamente los está lastimando a ambos? Está desgastando la poca y buena relación que llevaban hasta ahora.

No supo qué decir porque estaba de acuerdo con mis palabras.

— Tú sabes que yo no me meto en estos asuntos. Ni en los de nadie. He aceptado a Cassie y ayudado a que los muchachos también lo hicieran. Sabes que te he apoyado incondicionalmente y en todo momento como tú lo has hecho conmigo. Pero ahora, no te estoy hablando como tu amigo de toda la vida. Te estoy hablando como tu ex cuñado. Como el hermano de la chica a la que estás lastimando.

Me miró fijamente.

— Tú sabes que la quiero y que detesto verla de esa manera. No quiero ver a mi madre preocupada por cómo pueda estar ella. Lo sabes.

— Lo sé, hermano, te juro que lo sé —negó varias veces acariciando el puente de su nariz. Se había dado cuenta de aquello y no podía evitarlo. Le molestaba.

— Entonces, hazme un favor. Hazle un favor. Hazte un favor. Dime, ¿la amas?

— Claro que la amo, Edward —murmuró bien bajo, mirándome a los ojos con honestidad—. Lo sabes bien.

— ¿Amas a Cassie? —pregunté.

— No —respondió de manera segura.

— Cuando te levantas en las mañanas, ¿en quién piensas?

— En Cassie —admitió y esto le dolió.

A mí también.

— Cuando te vas a dormir, ¿en quién piensas?

— En Rose —admitir esto le dio vergüenza. No le gustaba demostrar su inestabilidad emocional.

— Puedes quererlas a ambas. Yo sé que sí. He estado en esa situación. Pero siempre hay una que está presente todo el tiempo.

— Hay una que está presente todo el tiempo —me dijo—. Pero sucede que esa persona, no quiere lo mismo que yo. No encontramos un punto en común. Y no puedo permitirme amarla como quiero si sé que al final, terminaremos mal. Sé que la lastimaré. Y no puedo ser tan masoquista y egoísta, Edward. Me da miedo.

Lamentablemente, estaba en lo cierto.

— No sé qué es lo que quiero —admitió—. Pero sé que no quiero alejarme de Cassie.

Ambos enmudecimos.

— Entonces, ahí tienes tu respuesta —dije en silencio.

Emmett se dio cuenta de aquello y suspiró, tratando de secarse disimuladamente las lágrimas. Nunca le había visto de esta forma.

— Tú sabes que no quiero esto. No lo pedí así y no sé por qué se dio de esta forma. Sabes que respeto a tu familia y…

— Sí, sí. Lo sé —le resté importancia ya que no era necesario mencionarlo. Había dicho lo anterior solamente para que reaccionara y me tomara en serio.

Volvimos a estar en silencio.

— Creo que lo mejor será romper toda relación con Rosalie por un rato. Esto de verla en cada reunión… hace que me confunda y que deseé tenerla de nuevo. Nos está confundiendo y a la larga, nos lastima. En realidad, ella es mucho más inteligente que yo. Sabe manejar este tipo de cosas. Ella es capaz de alejarse completamente de mí, si se lo pido.

— Quizás por eso no eres capaz de decírselo de una vez por todas —murmuré—. Sabes que lo hará y que no habrá marcha atrás. Y te asusta perderla para siempre.

— No me gusta pensar en eso de perderla para siempre porque… siendo honesto, no quiero hacerlo. Todavía pienso que ella podría cambiar de decisión… que yo podría aceptarla… pero ese estúpido lado racional me dice que podríamos terminar mal. Existen casos en los que una pareja perfecta termina por razones que parecen ser banales, pero que son primordiales. Siempre tuve miedo a eso y ahora me está tocando afrontarlo.

Para ser honesto, yo también temía eso. Sabía que era difícil que Bella se fijara en otro hombre a estas alturas… pero separarnos por ser incompatibles en algún punto, me asustaba demasiado.

— Sé que es difícil, amigo. Pero trata de no pensar dramáticamente. No le des tanta importancia. Deja que todo fluya.

Se rió silenciosamente.

— Es irónico, ¿no? Cassie hace que pueda dejar que todo fluya. No tiene preocupaciones y es… tan positiva… es como una bocanada de aire fresco. Si tuviese un problema con ella, no sería tan dramático como con Rose.

— Porque no la amas, Emmett. No temes perderla porque ella no es más importante que Rosalie. Y eso no significa un problema, pero debes saber diferenciar esa parte del asunto.

— Es verdad —coincidió.

— Creo que la única forma de… tener un camino marcado, es tomar una decisión rotunda. Tal vez no sepas si es buena idea o no, pero… hey —le palmeé el hombro—, si tú y Rose deben estar juntos, lo estarán. No importa cómo.

— Sí, lo sé —sonrió pero luego, frunció sus labios—. El problema es… ¿qué sucede si, para ese tiempo, ella termina encontrando otra persona que la haga feliz?

— ¿No es eso lo que importa al final, Emmett? ¿Que ella también sea feliz?

No era fácil de aceptar y yo lo sabía. Finalmente, podía comprender la situación de mi amigo.

— Es difícil, amigo. Lo sé —me acerqué para apoyar mi brazo en su hombro—. Pero al final, es una mejor tentativa a lo que están viviendo ahora.

De eso no había dudas.

— Tienes razón—me miró—. Gracias, Edward.

Volví a palmear su hombro frunciendo los labios, indicándole que no había problema.

Emmett se quedó charlando con Alice y Jasper. Yo iba a buscar por tercera vez a Bella, pero Rosalie acababa de salir del baño. Aparentemente, se había terminado de secar las lágrimas y de arreglar su maquillaje.

Mi yo interno me pidió que dejara de entrometerme en los problemas de mis amigos. Pero una voz, particularmente similar a la de mi Bella, me indicó que esto era necesario, que ella era mi hermana y que estaba dolida. Como hermano, debía hacerla sentir mejor.

Me acerqué y la abracé.

— Levanta tu corona, princesa.

Logré que ella riera tontamente.

— Has hablado con él, ¿no?

— ¿Con quién? —mentí.

— Los vi en el jardín.

— Ah. Bueno, sí.

Suspiró.

— Seguramente te habló de esa niña. No para de hablar de ella frente a todos. Si no lo hizo frente a nuestra familia, fue por respeto —dijo mordaz.

Chasqueé la lengua.

— Rose… ya basta —dije lentamente—. Deja de compararte con ella.

— No me comparo con ella —frunció el ceño—. ¡Yo soy mucho más hermosa!

Me reí y asentí.

— Exacto. Eres inteligente, tienes una increíble carrera. Un buen futuro y tienes embobados a todos. Conseguir un hombre, no es una tarea difícil para ti.

— ¿Cómo crees que voy a querer conseguir un hombre ahora, Edward? —puso los ojos en blanco.

— Era un decir —me excusé y me puse frente a ella para mirarle directo a los ojos—. Rose, tú tienes las cosas mucho más en claro que Emmett. Aprovéchalo. Úsalo para lograr alcanzar tu felicidad. Déjalo ir, ya. Esto no te está permitiendo ser la chica que eras…

Las lágrimas iban a volver a caer en su rostro, pero noté cómo endurecía la expresión para evitar aquello.

— ¿Recuerdas? Siempre sonriente frente a los tíos. Presumiendo el hermoso vestido que parece hecho a tu medida. Sintiendo la envidia de nuestras primas. Siendo una increíble hermana e hija que quiere enorgullecerlos a todos… demostrando constantemente que has superado las expectativas de todos y que, al fin y al cabo, eres la más exitosa de los tres.

— Ay, Edward… tú eres médico y tienes veintiséis años.

— Me refiero a tu personalidad —toqué su pecho con mi dedo índice—. Te has caído y levantado tantas veces que no puedo recordar el número. Eres completa firmeza. Sabes lo que quieres y vas por ello antes que cualquiera. No le quites mérito a lo que haces. Fuiste capaz de decirle "no" a Tanya y decirle "perdón" a Bella. Estás aceptando algo que ni siquiera apruebas. Eso es mucho.

Hice referencia a la poca aceptación que sentía ella por Bella.

— Hace mucho rato que no pienso así… —murmuró—. No estaba segura con Bella hace un tiempo, pero… luces distinto, Edward. Eres una persona bastante optimista. Sonríes todo el tiempo y tienes mucha paciencia. Es innegable que Bella haya tenido algo que ver con esto. Si empiezo a hablar acerca de por qué me gusta el vestido de Bella, te vas a poner a sonreír como un idiota.

Y lo hice.

— ¿Ves? Ahora lo estás haciendo —se rió y la acompañé—. Sí, creo que es una buena chica, Edward. La he tratado de una manera horrenda y ella me ha perdonado sin rencores. Únicamente con eso, sé que es una persona increíblemente bondadosa.

— Ella está preocupada por ti. Quiere verte feliz.

— Ah, lo sé —se molestó—. Ahora todos me tienen pena y odio eso. Odio todo este asunto. Sé que debería darle un fin y seguir adelante. No me gusta dejar cabos sueltos. Mucho menos recordar que… me ha cambiado por una mocosa.

— No lo ha hecho. No te ha cambiado —negué simplemente—. Ni mucho menos nosotros.

Me di cuenta entonces que no era lo correcto interferir en los problemas de los demás… pero hasta cierto punto. Hay ocasiones en las que no se pueden ignorar ciertas heridas. No puedes dejar a tu amigo o hermano sufrir en silencio. A veces, incluso, ayudarlo hace que la herida sane mucho más rápido.

Rose me miró un buen rato.

— ¿Les cae bien a todos? —se mordió el labio.

Pensé en una buena respuesta.

— Te amamos a ti —le aseguré sonriente.

La respuesta la hizo sentir aliviada y se acercó para darme un abrazo.

Curiosamente, la última vez que lo había hecho con tanta honestidad y comodidad, había sido hace… ¿años?

TPOV

(5) "Esta noche es una porquería"

Fue la primera respuesta que apareció en mi mente cuando el padre de Edward me preguntó qué tal la estaba pasando.

No quería ser ofensivo. No quería ser irrespetuoso. No tenía por qué mostrarles a todos lo molesto que era tener que limitarme en las breves reuniones del grupo a lo largo de la noche para no tener que volverme a cruzar con su mirada. Me miraba como si esperara a que yo dijese algo. O peor, como si él creyese que debía decir algo al respecto. ¿Sobre qué? No había absolutamente nada que aclarar.

Hacía bastante tiempo que no fingía tantas sonrisas sueltas. Sentía cómo, a lo largo de la noche, mi mandíbula comenzaba a tensarse.

Bebí el quinto trago en la noche. Si sobrepasaba mi límite, usualmente ocho, me encontraría diciendo estupideces. Pero, a estas alturas, prefería ser honesto a tener que volver a decir las palabras mecánicas de siempre acerca de lo "bien" que la estaba pasando.

Sin darme cuenta, un rostro familiar se encontraba a mi lado sirviéndose un trago de la ponchera. Me identificó y rápidamente se ofreció para servirme sin siquiera esperar una contestación por mi parte.

— Aquí tienes —oí su voz y vi su rostro lleno de pecas sonreír mientras me entregaba el vaso.

Era Damian.

— Gracias —sonreí y volví a sentir tenso mi rostro. Fui más cordial de lo que hubiese deseado ser y por ese motivo sentí un amargo sabor en la garganta.

Pero no se quedó ahí. Me reconoció y, tan sociable como era, deseaba conversar conmigo. Debía ser el último con el que le faltaba socializar.

— ¿Tú eres Thomas, no? —me preguntó entrecerrando los ojos.

¿Cómo sabía mi nombre? ¿Sam le había contado sobre…?

— Sí…

— Soy Damian —estrechó mi mano—. Te vi hablar mucho con Edward, el novio de Bella.

— Ah, sí —reí falsamente y decidí que debía fingir un poco de conversación—. ¿Cómo conoces a Bella?

— Soy su compañero de trabajo. Trabajo con Melissa también, la novia de Mark. ¿La conoces?

Conozco a todo el grupo, idiota.

— Claro.

— Ah, y… soy la pareja de Sam —lo dijo como si fuese una pura casualidad.

Asentí lentamente, fingiendo que no sabía eso.

— ¿Y tú? —sonreía genuinamente. Desearía desconocerlo, sería mucho más fácil llevar esta innecesaria conversación.

— Viví un tiempo con Bella y soy amigo de Edward. Y vivo con Jane.

— ¡Oh, sí! La pequeña con el cabello rubio, ¿verdad? —asentí—. Es muy adorable.

Bebí de mi vaso y observé su traje. Me gustaba.

— Ese sí que es un buen traje —lo señalé con el vaso.

— Gracias —se observó y sonrió—. Se lo he comprado a Sam. Al igual que Edward. Le hizo el vestido a Bella y a Jane, también. Todo un genio, ¿no?

Sabía de esta novedad. Tenía que admitir que me fastidiaba saber que intentaba robarme a Bella cuando supe que salía de compras con él.

Miré a lo largo a Bella. Lucía tan hermosa y detestable en estos momentos. Era mi mejor amiga, pero cómo odiaba que fuese un producto más de Sam esta noche. Su cabello, su maquillaje, su vestido. Era una de las muchachas más preciosa en la fiesta y se debía a ese imbécil. Incluso Edward. Me odiaba a mí mismo por sentirme así.

— Sep. Vaya que sí.

Sexta bebida alcohólica de la noche. Quise instigarlo.

— ¿Cómo conociste a Sam? —pregunté con casualidad.

Reaccionó como si fuese una historia divertida.

— Lo conocí por Bella. Tiene un blog increíble donde muestra todos sus diseños. Es genial. Ya lo conocía antes de conocerlo a él personalmente, por eso no pude creerlo. Le pedí a Bella que me lo presentara. Era muy tímido para aceptar mis invitaciones.

Sabía que Bella podía estar metida en esto, pero oírlo resultaba desconcertante. ¿Lo habría hecho para solucionar nuestra pelea?

— ¿Sabes? No soy como él. No crecí sabiendo el camino que deseaba tener. Apenas sé lo que quiero. Siempre creí que pasaría el resto de mi vida con una chica, pero… por primera vez, siento que podría estar con un hombre.

Lo miré perplejo.

— Siempre vi a los hombres como una aventura esporádica. Nunca había pasado tantos momentos increíbles con uno como con Sam. Es una persona muy firme y responsable. Nunca creí ser quien exigía atención.

¿Sam? ¿Siendo firme? ¿De qué estaba hablando este idiota? ¡Si era un obsesivo maniaco!

— ¿Siente lo mismo por ti? —no supe el motivo, pero quería saberlo.

Hizo un mohín.

— Está tratando de olvidar a un ex amor. No me ha contado al respecto, pero parece que él le ha cortado porque está decidido a dejarlo atrás.

¡Ja! ¿Él cortar conmigo? Pero, ¡ni siquiera tuvimos algo! ¿Y lo iba a dejar atrás?

En mi cabeza no entraba el comportamiento de Sam. Un día, fantaseaba con estar conmigo alegando saber todo sobre mi vida –y quizás lo sabía– y ahora quería olvidarme. ¿Únicamente porque se lo pedí? El tipo estaba loco.

— Oh, no. Cortaron con él. O al menos eso oí —bebí de mi vaso.

— ¿De veras? —me preguntó con curiosidad y me sentí inseguro. ¿Era correcto que habláramos? ¿Y si se lo contaba a Sam? ¿Creería que intentaba intervenir o fisgonear en sus asuntos?

Diablos, ¿él creería que estaba interesado en su relación? Debía dejar de hablar con él. Ya.

— Bueno, al menos eso creo. No lo sé muy bien. Le conozco poco.

Asintió varias veces, extrañado.

— Creí que, porque ambos eran homosexuales, se conocerían o algo así.

¿Sam ya le había contado ese hecho? Ok. Entonces, ¿Sam habló de mí con Damian?

El alcohol me estaba confundiendo.

Me quedé en seco cuando Sam apareció frente a nosotros. Rayos, ¿qué pensaría sobre esto?

— Hey, aquí estás… —Sam sonrió a Damian y, al parecer, no me había visto desde lejos. Abrió los ojos con sorpresa al encontrarme. Tragó saliva y su reacción quedó plasmada en mi retina.

Recordó que no había nada entre nosotros. Ningún asunto pendiente. Entonces, sonrió sin problema.

— ¿Estaban charlando? —intentó sonar casual.

Eres tan débil. Ni siquiera puedes fingir que has dejado de sentir algo por mí. Te intimido y me haces sentir superior.

— Sí, increíble tipo Thomas —me palmeó el hombro con simpatía y sentí la necesidad de alejarme inmediatamente. Pero esa reacción sería dudosa.

Pero… ¿por qué no podía actuar como deseaba? Yo no era el intimidado aquí.

Damian recibió una llamada desde su teléfono y pidió excusarse.

— Vuelvo en seguida, ¿sí?

Le dio un casto beso en los labios a Sam. Quedé impresionado por lo incómodo que me sentí al presenciar eso, como si quisiera quitar esa escena de mi vista. ¡Era asqueroso! ¡Sam es horrendo!

Y nos quedamos ahí. Solos. Él me miraba incómodo.

— Hiciste un buen trabajo con Bella —sentí la necesidad de reconocérselo para disculpar las sandeces que estaba pensando. Yo odiaba a Sam, no a Bella.

— Oh, gracias —se mostró sorprendido por haber tocado ese tema y agradeció medio sonriente.

Listo. No iba a recibir ni una palabra más de mi boca.

Pero no le gustó eso.

— Escucha, Thomas… —suspiró, dejando el orgullo de lado—. Sé que hemos dejado todo atrás, pero no luce así.

— ¿Por qué piensas eso? —soné arrogante. Pero si yo me estaba comportando políticamente correcto.

— Porque sé cómo eres cuando actúas fluidamente. Ahora tienes que evaluar todo lo que dices. Y no tienes que hacerlo.

¿Evaluar lo que iba a decir?

— Si quiero enviarte a la mierda, lo haré. No voy a contenerme ni evaluarlo detenidamente, ¿sabes? — escupí.

— ¿Por qué contienes tanta ira? ¿Por qué sigues con lo mismo? ¿Es que no descansarás nunca?

¿De qué rayos estaba hablando? ¿Descansar?

— Ni siquiera tengo idea de lo que planteas, es ridículo—bufé frunciendo el ceño.

— ¿Existe alguna forma en la que podamos arreglar todo esto y actuar como si nunca hubiese pasado? ¿O vas a seguir comportándote así?

— Ese es el problema. Algo ha sucedido y ya no puedo verte como lo hacía antes. Ahora tengo miedo de que seas un acosador o algo así.

Se rió en mi cara, incrédulo.

— ¡Por dios! ¿Qué cosas dices? ¡No soy un acosador, Thomas! —exclamó—. Estoy intentando lograr que ignoremos todo lo que ha sucedido, pero tú no puedes hacerlo.

— No es sencillo —admití y me acerqué para hablarle en voz baja—. No todos saben realmente lo que me ha sucedido. No quiero que lo sepan. Me has expuesto. ¿Crees que el resto no se la pasa hablando del, oh, trágico pasado de Thomas? ¡Por favor! No necesito que sientan lastima por mí. He sufrido como el resto y mírame. Estoy mejor.

— Estás completamente ciego si piensas que "estar mejor" es sonreír como si nada —me miró fijamente, dolido—. Tú nunca estarás curado hasta que logres superar a Mich…

— ¡Cállate! —gruñí y controlé mi puño, recordando que esta era una fiesta y no podía golpearlo.

Nos miramos y respiré hondo.

— No hables de él. No te atrevas a mencionarlo —le amenacé—. Es mi pasado y no necesito hablarlo con nadie, ¿bien?

— ¡Bien! —aceptó y me confundí—. Lo aceptaré. Te dejaré en paz para que sufras en silencio. Si yo hago de mi parte, tú deberías cumplir con la tuya y eliminar todo rastro de incomodidad, porque solo, no puedo.

— No te debo nada —me reí con sorna.

— A mí no. Pero, ¿y a tus amigos? ¿Crees que es agradable que sean partícipes de nuestra incomodidad? — farfulló.

Maldita sea. Tenía razón.

— Además… ¿por qué has hablado con Damian? ¿Qué querías?

Eso era exactamente lo que no quería. Malinterpretaciones.

— ¿Por qué crees que querría algo de él? Simplemente se acercó a entablarme conversación sin otro interés que agradarle a todo el grupo. ¿Ahora estoy equivocado por ayudar a que superemos este tema?

Sam enmudeció.

— ¿Sabes? También estoy esforzándome por mejorar todo este asunto. No me pidas más de lo que puedo darte.

Me sentí indefenso al exponer aquello.

— Pero sigues molesto, Thomas —se resignó—. Mientras sigas así, el asunto jamás mejorará. Y ni siquiera quieres decirme por qué te molesto.

Él creía que me limitaba. Pero no, claro que no lo haría.

— Okay, ¿quieres saber por qué me molestas? —lo desafié—. Porque no te entiendo. Dices una cosa y muestras otra completamente distinta.

— ¿Qué? —me miró incrédulo.

— Has confesado lo que sentías por mí. Me hiciste pensar que estabas enamorado de mí y ni siquiera te conocía. Estabas obsesionado conmigo y…

— Thomas, deja de malinterpretar y usar esa palabra —me interrumpió, molesto—. La obsesión es una enfermedad. Yo no estoy obsesionado contigo. Saca eso de tu cabeza en estos instantes.

— Igual. Luciste como uno y a más de uno nos asustó ese hecho —incluso hasta a Edward—. ¿Y ahora? ¿Saliendo con otro diciendo que me has olvidado? ¿Te das cuenta de lo loco que suena? ¿Cómo puedo confiar en ti cuando has tocado un tema muy importante para mí que creí esconder del resto? No puedes exponer esos temas como si fuesen algo que tú puedas reparar y tomarlo a la ligera como… "oh, voy a reparar las mierdas de Thomas. Pero como no me deja hacerlo, me iré con el primer chico que encuentre." ¿No has pensado que eso puede ofenderme? Tratas como si nada algo que hace que no pueda amar a nadie más, nunca.

Dios mío. ¿Qué había salido de mi boca?

— No fue así — dijo Sam, sorprendido por lo que acababa de decir—. No olvidas fácilmente algo como eso y lo respeto. Pero, ¿qué esperas que haga si has decidido rechazarme? No voy a presionarte, Thomas. No soy ese tipo de persona. No quiero ser una carga para ti ni quiero que me sientas una. Además… ¿por qué dices algo tan horrendo como eso? ¿Por qué no puedes amar a nadie más?

Algo en mi interior se removió. Viejas heridas. Los recuerdos que todavía no podían sanar y eso me frustraba.

— Tú debes saber perfectamente por qué no puedo —negué una sola vez.

Y lo sabía. Suspiró.

— Ojalá pudiese pedirte disculpas, pero he actuado según has querido. Te he dejado completamente en paz y sigues dolido. Es como si quisieras que realmente intente ayudarte.

¿Quería…? Ya no podía pensar en algo coherente.

— No tienes que hacerlo. No lo hagas —negué rápidamente, indignado—. No necesito de tu ayuda para resolver mis propios demonios.

— Pero acabas de decir que te has sentido ofendido por mis acciones. Si en verdad no me tomaras en cuenta, no te importaría y sentirías alivio por dejarte atrás. Pero no es así. Te ha puesto mal y lo sabes.

Me ardió la garganta.

— Por eso detesto hablar contigo. Haces que parezca un debilucho —gruñí.

— ¿Por qué lo tomas de esa manera? —me preguntó—. ¿No puedes pensar en que, en realidad, quiero entenderte? ¿Que me importas? ¿Que pienso que eres una de las personas más fuertes que he visto en mi vida?

¿Qué?

— ¿Por qué dices eso? —pregunté, incrédulo.

— Sí, has dejado todo atrás para olvidarlo. Pero me he dado cuenta que interpones tu pasado con tu presente porque no quieres ser una carga más para tus amigos. Te importa lo suficiente como para no causarles preocupaciones con tus problemas. Para hacer eso, necesitas mucha fuerza. Mucha fuerza para repetirte todos los días que vas a ser feliz pase lo que pase, sin Michael.

¿Por qué Sam sabía de esto? ¿Cómo es que había logrado saber aquello? Me estaba desconcertando. ¿Por qué me conocía tanto? ¿Por qué sentía un peso menos y menos apatía por él?

— Puedes proteger al resto, pero siempre habrá una persona a la que necesites contárselo, Thomas. Alguien que te conozca. Que conozca tu pasado. No estoy diciendo que vaya a arreglar tus problemas, pero puedes lamentarlo en mi espalda. Sin prejuicios porque te valoro. Ahora mismo, me pone feliz hablar contigo. Enfrentar todo esto de una vez.

— P-Pero… —dudé—. Estamos discutiendo. No estamos hablando. Estoy tratándote como a una mierda.

— ¿Realmente piensas que eso va a cambiar lo que pienso de ti si sé que esa es la forma en la que reaccionas ante lo desconocido? —sonrió.

Por primera vez, no supe qué contestarle.

— Sé… sé que necesito admitir que esto me ha afectado. Es una herida, por supuesto que dolerá cuando alguien se acerque a ella.

— No puedo quitarte el dolor, pero dicen que acompañado, el dolor es mucho más fácil—garantizó—. Si me dejas, lo haré, Thomas.

— ¿Y Damian? —fue lo primero que se me ocurrió preguntar. ¿Por qué me proponía eso?

Torció una mueca.

— Damian no es… —no sabía cómo seguir.

— Él te toma en serio —le avisé—. No puedes decir estas cosas estando con él.

Sam, decidido a contestar aquello, me miró fijamente.

— Si me lo pides, lo tomaré en serio —dijo lentamente.

Me estaba dejando la elección a mí. No entendía por qué, pero me agradaba saber que tenía la última palabra en esto. Pero no podía ser tan egoísta. Sin embargo, no me gustaba Damian… quizás porque al final, sí era egoísta. Él estaba emocionado con Sam. Pero… Sam me prefería a mí. Siempre a mí.

Rayos, ¿por qué no podía procesar bien eso?

— Puedes hacer lo que quieras —dije, observando el vaso que acababa de beber.

— ¿Y por qué no puedes mirarme a los ojos, entonces?

Alcé la cabeza. Tenía razón. No podía. No era capaz de pedirle a los ojos que se fuera con Damian. ¿Por qué era tan egoísta?

— ¿Estás seguro de lo que quieres, Thomas?

No. Quería decirle que no lo estaba. Que no sabía realmente qué decisión tomar. Que ya no tenía idea acerca de lo que podía sentir por él, si es que era algo bueno o malo. Nunca en mi vida me había sentido tan frágil, como si el viento pudiese quebrarme en cuestión de segundos.

Damian volvió a aparecer.

— Ah. Era mi hermano. Quería pedirme prestado el auto —se rió y colocó su brazo encima de la espalda de Sam. Le miró—. ¿Quieres acompañarme a fumar afuera?

Sam me miró por unos segundos, pero lo suficiente para no indicarle a Damian que algo sucedía.

— Está bien.

Me sorprendió la forma en que reaccioné cuando Sam decidió terminar esta conversación para marcharse con Damian. ¿Así como si nada? ¿Este chico no me estaba pidiendo hace unos segundos quedejara que me ayudara? ¿Y por qué se iba tan fácilmente? Peor… ¿por qué dejaba que yo tomara la decisión de irse o quedarse? ¿No podía hacerlo él?

— ¿Todo en orden?

Justo cuando me pregunté si alguien se había percatado de nuestra larga conversación, Edward apareció palmeando mi hombro.

— ¿Eh? —me desorienté.

— Si estás bien, eso pregunto.

—Sí —sacudí mi cabeza, negándolo todo—. ¿Y Bella?

— Está con mi tío. Estuve hablando con Emmett y Rose.

— ¿Cómo están? —de pronto, caí a la tierra y recordé que no era el único con problemas.

— Estarán bien —me dijo con una mirada esperanzadora y seguidamente, encendió un cigarrillo.

No sabía si contarle lo que acababa de sucederme. Pero deseaba hacerlo. Necesitaba su consejo.

— ¿Te cuento un secreto? No se lo digas a nadie, pero me siento como un niño en una dulcería cada vez que alguien me comenta lo hermosa que está Bella esta noche.

— Lo está —le aseguré. Su belleza era innegable.

— Sam hizo un buen trabajo con la ropa.

De repente, ya no quería hablar de Sam. Y el tema de su ropa me había molestado bastante.

— Lo admito. Se ve preciosa, pero detesto que use ropa de él y que no me lo haya comentado. Siento una sensación agridulce cada vez que la veo.

Sentí que Edward me miraba fijamente durante unos segundos.

— ¿Qué mierda te anda sucediendo? —preguntó molesto—. ¿Por qué dices algo así?

Sacudí la cabeza. No me había dado cuenta de lo que había dicho.

— Mira, Tom. No sé qué mierda te esté sucediendo con él, no voy a meterme en tu intimidad. Pero más te vale que arregles esas porquerías porque te estás comportando como un imbécil.

Le miré a la cara. Rayos, eso había dolido.

— Lo siento. No quise decir eso —me disculpé en voz baja—. Sonó horrendo.

Él asintió varias veces, exhalando humo.

— Seguro tampoco puedes mirarme a mí.

— No, en serio —masajeé mi sien—. Sé que tengo que arreglar todo este asunto y lo haré. Pero no se lo comentes a Bella.

— Claro que no lo haré —me aseguró y respiró hondo—. Y tampoco le cuentes que he estado fumando.

Nos reímos y en seguida tiró el cigarrillo cuando divisó a Bella a lo lejos.

Observé detenidamente la escena:

Edward esbozó una buena sonrisa y sus ojos fueron directamente al rostro de Bella.

— ¿Cómo estás? —le preguntó atrayendo su cuerpo con uno de sus brazos y con otro en el bolsillo. Los brazos de Bella se apoyaron en su pecho.

(6)Ella le respondió algo que no pude escuchar bien. Estaba viendo su vestido. No estaba molesto ni con ella ni con su apariencia. Estaba molesto con ese vestido. Lo que representaba. Representaba el hecho de que Sam seguiría con nosotros por un buen rato. Se ganó el corazón de Bella y ahora eran amigos. Esta molestia de tener que frecuentarlo no se iría jamás, por lo que tenía que hacerme cargo de lo que sentía y revertir mis emociones para hacer esto más ameno.

También representaba la sutileza, la delicadez, el tiempo invertido, la pasión de alguien que ama lo que hace. Ese era Sam. Una buena persona que siempre buscaba ayudar al otro sin importar lo que costara. Se alejó de Bella para mantener nuestra amistad. Se alejó de mí para mantener al grupo en paz. Hizo tantas cosas y hasta ahora no me había dado cuenta.

Viéndolo desde ese punto de vista, Bella lucía muy hermosa vistiendo algo creado por una persona tan buena como él.

— Estás radiante hoy, Bella —sentí la necesidad de decírselo, también para avisarle a Edward que le pedía disculpas mentalmente.

Ella me sonrió y se acercó para abrazarme. La recibí en mis brazos y la culpa vino a mí. No la culpa de haber criticado el vestido de Bella, sino haber criticado la creación de Sam. La intervención de Sam para hacer que mi amiga se viera hermosa esta noche.

Le planté un beso encima de su cabello. Olor a fresas. Tan Bella.

Pero luego, los observé. Bella volvía a aferrarse al cuerpo de Edward y estaban conversando. Ambos se miraban a los ojos y se sonreían. Él jugaba con su cabello mientras asentía varias veces. Él disfrutaba verla. Le gustaba oír su voz y encontraba fascinante cada palabra que salía de su boca. Su boca. También observaba su boca y planeaba robarle un beso, pero quería que ella terminara de hablar. Creí que estaba embobado por ella pero sí la estaba escuchando. Él continuó con la conversación haciendo muecas, divirtiéndose.

Ambos se divertían. Esa era la base de su relación. Se reían del otro, se burlaban, pero se amaban profundamente. En ningún momento me sentí incómodo al observar lo que estaban haciendo. A veces bromeaban, otras hablaban de algo serio y ella apoyaba su rostro en el pecho de él. Él lucía como si quisiera morir así, con ella en sus brazos por toda la eternidad. Quería protegerla y hacerle saber cuán feliz la hacía. Ella confiaba en él ciegamente y sentía que podía tocar el cielo cuando sus brazos la rodeaban.

Creí que por un momento estaba sintiendo envidia. Porque siempre la sentía. Me sentía masoquista cada vez que los observara. Eran mis amigos, claro que estaba feliz por ellos. Pero no era eso. En realidad, eran viejos recuerdos. Se instalaban en mi cabeza aquellas memorias que había enterrado en lo más profundo de mi ser.

Yo me sentía seguro en sus brazos. Yo era ingenuo, torpe, y tenía miedo. Pero cada vez que me rodeaba sentía que todos los problemas se volvían banales. La vida era mucho mejor a su lado. Saber que me sonreía de esa forma, como él nunca antes lo había hecho con otra persona, me hacía sentir tan grande. Me había dado su corazón. Estaba entregando su confianza a mí. Mi sueño durante tanto tiempo, y lo había conseguido. Jamás había concebido un momento tan dichoso como aquél.

Pero él ya no estaba. No estaba conmigo. No lo estaría. Y la tristeza me abrumó. Me desconcertó. Nunca más volvería a sentirme protegido como Bella. Nunca más volvería mirar a alguien con tanto amor como Edward. Y me sentía miserable porque… podía, pero muy en el fondo no quería. Quería que Michael volviese. Quería que él lo hiciera.

Pero era imposible. No iba a suceder.

Me sentí completamente desolado y decidí darles privacidad para servir mi séptimo trago en la noche. Sam me había puesto completamente sensible, porque usualmente protegía mis recuerdos para no quebrarme cada vez que observara a mis amigos.

Algo dentro de mí me decía que esto no había sucedido por casualidad. Sam no había entrado a mi vida para empeorar las cosas. Eso no era posible. Tenía razón. Me estaba ayudando a abrir esa herida tapada y dejar que los recuerdos y el dolor volviesen. El antiguo yo salía a flote. Fue necesario que lo hiciese pero… ¿quién decía que tenía que afrontarlos a su lado?

¿Podríamos volver a ser amigos y dejar que me ayudara?

Me sentía tan débil que lo único que deseaba en ese momento era un abrazo. Uno acogedor. De esos que te aseguran que estás pasando por algo que muchas personas han pasado. Que no estás solo. Que el dolor es pasajero. Que aprenderás algo muy bueno de esto y que volverás a ser feliz porque lo mereces. Mereces volver a amar a alguien de esa forma. Necesitas hacerlo.

Y solamente un rostro vino a mi mente: Sam.

Quería abrazar a Sam. Él era el único que me había confortado increíblemente con sus pocas palabras. Sabía lo que yo estaba sintiendo y podría asegurarme una y otra vez que pasaría. Que el dolor pasará.

La angustia me invadió. De pronto, quería volver a ver a Sam. Quería ver su rostro, oír sus palabras, quería estar con él. Necesitaba desesperadamente que alguien me entendiese en estos momentos.

Una mano golpeó mi hombro y sorprendido, creí que era él.

— ¿Qué te anda ocurriendo a ti? —Me preguntó Bobby con una sonrisa ladeada.

— Nada —suspiré poniendo mi mejor sonrisa. Pero no era verdadera, ni por asomo.

No me había dado cuenta, pero hasta entonces habían abierto una pista de baile con música lenta para que las parejas bailaran. Edward y Bella ya se habían acercado hasta allí.

— ¿Qué opinas si nos vamos de aquí? —sentí el tono lascivo de Bobby.

Era triste saber que no tenía las fuerzas para abandonar el salón, sabiendo que era probable que no volviese a toparme a Sam como ahora.

— Tengo que quedarme —le dije con seguridad. Qué bueno que no se había dado cuenta del doble sentido en mis palabras.

— Pero ya son las dos de la mañana. Claro que puedes irte.

Su brazo se ubicó en mi cintura y me sentí incómodo.

— Si quieres irte, puedes irte. Te llamaré más tarde.

Bobby era un muchacho que había conocido hacía un par de años. Honestamente, no teníamos mucho tema de conversación y estaba seguro que se había puesto egocéntrico al sentir que lo había invitado esta noche. Si creía que algo podía pasar entre nosotros, estaba muy equivocado. Pero se tragó aquello, sabiendo que al fin y al cabo, iba a llamarlo. Pero la frustración, al menos de mi parte, no se la quitaría esta noche. Y poco me importaba eso.

Fui hasta el baño para mojar mi rostro. Estaba caliente y la cabeza comenzaba a darme vueltas. ¿Alcohol o planteos? Quizás ambos.

El olor del cigarrillo de Edward quedó impregnado en mi saco. Decidí encerrarme en uno de los cubículos para fumar en silencio.

La puerta del baño se abrió precipitadamente y oí que alguien ingresaba mientras no paraban de besarse. ¿Una pareja planeaba hacerlo aquí? Lo mejor sería irme antes de que…

— Damian, esto es un baño público.

Mi corazón se detuvo cuando identifiqué la voz de Sam. ¿Eran ellos?

— ¿Y? Dijiste que querías intentarlo en un lugar público.

¿Sam había dicho eso? ¿Sam no era virgen?

Él se separaba de los besos con insistencia.

— Estaba bromeando y lo sabes. Damian, en serio.

— Me conoces. Una vez que empiezo, no paro.

Los besos siguieron con insistencia. Sam se había rendido, o al menos había dejado de protestar con argumentos.

La situación me descolocó por completo. Jamás habría pensado que Sam era ese tipo de chico. ¿Podía acostarse con Damian después de lo que me había dicho?

Él no era una buena persona. Era un imbécil. Confiar en él había sido la decisión más estúpida que había tomado.

En cuanto entraran a un cubículo, me iría.

— D-Deberías verificar si hay alguien —Sam se lo pidió, nervioso.

Damian no contestó nada, pero probablemente le había encontrado razón a aquello.

Revisó cada uno. Vio mis pies y golpeó la puerta.

La abrió y fingí tirar el cigarrillo que había encendido. Me "sorprendí" cuando vi que Damian la había abierto.

— ¿Sucede algo? —medio me reí.

— Oh, Thomas —Damian también se rió. Ignoré vagamente la erección debajo de sus pantalones—. Estábamos a punto de…

Miré con curiosidad a Sam detrás de Damian y me reí.

— Oh, sí, sí. Entiendo —asentí varias veces riéndome—. No se preocupen, me iré.

El bastardo me lo agradeció y cuando pasé al lado de Sam le miré con la más frívola mirada que jamás le he dado a alguien, asegurándole que nunca más volvería a confiar en él.

Salí del baño y decidí que lo mejor sería irme a casa. Me despediría de los muchachos, de la familia de Edward y me prometería no volver a saber nada más sobre Sam y Damian.

Me estaba acercando a un rincón del jardín donde se habían juntado todos los muchachos para conversar cuando oí una voz que me llamaba. Esa estúpida y familiar voz.

— ¡Thomas! ¡Espera!

Me di la vuelta y me sorprendió verlo. ¿Qué hacía aquí? ¿Había dejado a Damian atrás?

— Thomas, por favor, déjame explicarte…

— ¿Explicar? —Me sacaba de quicio esa palabra—. No tienes nada que explicar.

Desafortunadamente, había despertado la atención de nuestros amigos que observaban atónitos la escena. Damian se acercó rápidamente hacia nosotros, confundido por la ida de Sam.

— Sam, ¿qué está ocurriendo? —preguntó él.

— Damian, por favor —pidió él suspirando.

— No pienso escuchar ni una palabra de lo que quieras decir —le advertí—. No hay nada que tengas que agregar. Ya he comprendido muy bien todo.

— En serio, ¿qué sucede? —Damian volvió a insistir.

— ¡Damian, espérame un segundo! —Sam se molestó y volvió a darse la vuelta—. Thomas, realmente necesito hablar contigo.

— Oh —bufé—. Si quieres decirme algo, cuéntaselo al grupo. ¿Por qué tiene que ser en privado? Que todos sean testigos acerca de cómo juegas con las personas.

— Thomas —Oí que Bella participaba, advirtiéndome que no fuese tan duro con él.

— ¿Puedo preguntarte algo? —dije—. ¿Estás mintiendo, verdad? ¿Mentiste todo este tiempo? Digo, ¿realmente te ha importado todo lo que he expuesto por ti?

— Claro que sí —juró—. Te he dado la alternativa y tú no has aceptado.

— ¡Oh! ¿Y por eso te vas y te acuestas con él para celebrarlo?

— ¿De qué estás hablando? —Damian se molestó.

— ¡Cállate, Damian! —rugí y volví a mirar a Sam.

— ¡Pero si tú me has dado a entender que siga adelante! ¿Acaso tengo que seguir postrado ante ti porque dije que era capaz de ayudarte? ¿Es que quieres rechazarme pero aferrarme a ti? —Sam se molestó—.

Vuelves a creer que estoy obsesionado contigo. Pero no lo estoy. Te quiero y eso no lo negaré. Pero querer, no siempre significa estar con esa persona y tú lo sabes.

Entonces, tuvo una epifanía.

— A menos… —retrocedió y me frunció el ceño—. A menos que realmente te moleste que esté con Damian. No quieres que esté con él, tampoco.

No sabía qué contestar. Todos me estaban mirando y quería negárselo rápidamente, pero ninguna palabra parecería creíble.

— ¡Dios! —bufó él, exasperándose—. ¿Te has dado cuenta de cuán arruinado y jodido estás? No puedes tener un solo pensamiento equilibrado.

— ¡Porque tú me desestabilizas! —bramé—. ¡Yo estaba muy bien antes de conocerte y ahora estoy peor! Me estás haciendo pensar en cosas que no debería porque sé que terminará por lastimarme. Y por eso te odio.

— Me odias —confirmó Sam.

— Sí, maldita sea. Te odio. Maldigo el día en que apareciste en mi vida —se lo aseguré.

— Entonces… ¿puedes darte la vuelta y marcharte para siempre? —él me propuso.

— Perdón, pero… ¿ustedes salieron antes? ¿Qué está ocurriendo? —Damian volvió a interrumpir.

— ¡Cállate, Damian! —Sam y yo exclamamos al mismo tiempo.

— ¿Por qué no podría? —le respondí—. Ves… eso es lo que en verdad me confunde. Dices que no estás obsesionado, okay. ¿Pero, por qué tuviste que buscarme? ¿Por qué no seguiste con lo que él te habías propuesto? Tú también insistes. Cuando quieres a alguien, lo buscas, lo quieres y lo consigues. Pero al siguiente momento, te vas de nuevo con él. Tus actos no tienen ninguna lógica.

— Quizás porque, de los dos, yo no soy el obsesionado, Thomas.

Me quedé helado porque al final, esa era una verdad certera. Sin darme cuenta, me había obsesionado con Sam.

— ¡Está bien! ¡Sí! ¡Lo admito! ¡Terminé obsesionándome contigo, imbécil! —exclamé, frustrado—. ¡Lo dejaste muy en claro!

Observé a mis amigos.

— ¿Querían saberlo? Tanto que murmuran acerca de qué rayos era lo que pudo haberme pasado para ser como soy. Pues… aquí lo tienen. Este soy yo. El verdadero Thomas. No, no soy silencioso, ni cool y todo eso. Soy un imbécil. Un idiota que no puede hacer absolutamente nada bien. ¿Están contentos de haberlo descubierto de una buena vez?

Me miraron en silencio, asombrados.

Observé a Sam.

— Gracias por habérmelo dicho, Sam.

Les di la espalda a todos y decidí que marcharme era la única alternativa después de semejante declaración.

Pero él seguía insistiendo.

— Thomas, por favor —se acercó a mi paso cuando nos habíamos alejado del resto—. No seas infantil…

— ¡Tienes razón! —me di la vuelta y lo encaré—. Soy un obsesivo, infantil, estúpido, egoísta, idiota… todo lo que Michael en algún momento me había criticado. ¡Y no quiero ser así! ¡Solamente me la paso sufriendo, recordando por qué no soy bueno en esto!

— Mírame a los ojos —pidió él—. Hazlo y dime realmente lo que deseas. No importa cuán irracional sea. Solamente dímelo y te oiré, sin prejuicios.

Y salió brotando de mí sin poder controlarlo.

— A veces quiero que te alejes de mi vida por completo. Siento que si tú no fueses amigo de mis amigos, todo sería mucho más sencillo. Podría olvidarte fácilmente. Pero como no puedo, te detesto. Odio que te muestres tan… sereno. ¡Odio que no te compliques tanto! Odio que decidas quererme pero aun así estés con otra persona. Odio que me termine dando cuenta que el obsesionado soy yo y no tú.

— ¿Quieres que me aleje de Damian? —preguntó.

— Sí —solté rápidamente y lo pensé. Era cierto—. Sí, quiero que te alejes de ese imbécil.

— ¿Por qué?

— ¡Porque me conoces a mí! ¡Me quieres a mí! ¡Quiero que te enfoques en mí y en nadie más!

— ¿Crees que voy a obedecer una decisión tan egoísta para estar contigo?

— No es egoísta —negué.

— ¿Y por qué lo crees?

— Porque puede que no esté tan cerrado a esa alternativa.

Y Sam abrió los ojos, sorprendido.

Se acercó a mí.

— Pero… yo no soy bueno en esto y lo sabes, Sam —negué varias veces.

— Lo sé, claro que sí —aceptó sonriente—. Pero también sé que eres una persona increíble por la que vale la pena luchar.

De pronto, estaba temblando. Y se sentía bien.

— Me has arruinado —le aseguré.

— ¿Puedo repararte, entonces?

Nos miramos un largo rato. Por primera vez observé detenidamente sus facciones. Cabello cobrizo rizado, pecas, mejillas vultuosas, sonrisa ladeada. Felicidad en sus ojos. Paz. Seguridad.

— Eres más atractivo de lo que alguna vez he creído.

De todas las cosas que pude haber dicho, esa fue la que más le tomó por sorpresa.

— Olvídalo. Ni siquiera quiero que lo menciones —se echó a reír, negando varias veces—. Pero, ¿sabes? Tengo cómo defenderme. Tú eres apuesto y eres un idiota.

Me reí porque era cierto. Después de haberlo admitido, sentía una carga menos en la espalda.

Sam se ofreció a acompañarme hasta casa. Tuvimos una conversación que duró menos de lo que había pensado o deseado. Por primera vez en mucho tiempo, sentía como si volviese a hablar con el muchacho que había conocido desde un principio. Era gracioso, astuto y sarcástico. Eso me había gustado aquella vez.

Pero había una diferencia muy especial ahora. Podía reconocer lo que realmente era, lo que realmente había vivido y él lo aceptaba, burlándose. No supe por qué, pero me sentía mucho más tranquilo. Me estaba quitando mucha culpa de encima.

Increíblemente, en menos de treinta minutos, me había obsesionado con nuestras conversaciones. No quería parar de hablar con él.

Cuando llegamos a mi departamento, sentí la necesidad de reparar lo que yo había hecho antes.

— Nunca te pedí disculpas por haberme comportado como un idiota en la cabaña. Dije cosas horrendas que no quería, en realidad.

Como siempre, él sonreía.

— Eres un idiota. Lo sé. Me agrada. Es raro verte tan concentrado todo el tiempo.

— Okay, creo que ya hemos dejado en claro lo idiota que soy —reí.

— Sí, pero me gusta recordártelo porque es algo maravilloso.

— ¿Oh, por qué? —pregunté mientras subíamos al ascensor.

— Ser idiota te hace especial. Y eres especial de una manera muy agradable —dijo convencido.

Le miré a los ojos. ¿Cómo hacía para halagarme en un insulto?

— Tú tienes mucha más paciencia de lo que yo alguna vez tendré en mi vida. Y también hay algo especial cada vez que hablas.

— ¿Cómo qué?

— No lo sé —encogí mis hombros—. Logras que el otro se sienta contenido, de alguna forma.

Se quedó en silencio.

— ¿Te sientes contenido en estos momentos? —quiso que fuera sincero.

Nos miramos un buen rato. Ya habíamos llegado a mi departamento.

— Puede que sí —asentí.

Sam sonrió tímidamente mirando nuestros zapatos. Revisó el horario en su reloj y decidió que ya era muy tarde.

— Creo que… mejor me voy.

— Okay —asentí yo.

Y como despedida, se acercó para abrazarme.

(7) Su cuerpo era tibio. Pero no era como si fuese algo físico, se trataba de algo que iba más allá de lo tangible. Y me di cuenta que era el confort de poder contar con el apoyo de la única persona que me conocía verdaderamente, con la que podía ser completamente yo. Ya no sentía odio ni indiferencia hacia él. En realidad, sentía que quería tenerlo así por un buen rato hasta dormirme.

Nos separamos e inevitablemente nos miramos. Una idea cruzó por mi cabeza. Comenzaba a creer que Sam había tocado algo en mí pero… ¿también en ese sentido? ¿Es que lo estaba viendo de esa forma también?

Entonces, me acerqué rápidamente y besé sus labios. Creí que se sentiría algo extraño, pero me vi rotundamente sorprendido. Se amoldaban perfectamente a mí. Era extraño. Era nuevo. Era… quería más. No podía explicar lo que sentía pero me encontraba tan cómodo haciéndolo que, al igual que el abrazo, quería hacerlo hasta quedarme dormido.

Y lo hicimos por un buen rato, hasta que nos separamos, algo agitados.

Respiró hondo.

— Buenas noches.

— Buenas noches —sonreí yo.

Me hizo gracia que luciera tan tenso y nervioso, como un muchacho que apenas tiene conocimiento sobre el tema. Se alejó hasta la puerta y relamí mis labios. Oh, vaya que deseaba experimentar la sensación de nuevo. Quería continuar por un rato más.

Se dio la vuelta y sentí un pulso de emoción en mi cuerpo cuando me miró a los ojos y me indicó que, efectivamente, él había sentido lo mismo.

Sin más, me acerqué hacia él y lo acorralé contra la pared para seguir besándolo.

Besar a alguien no solamente por cuestiones físicas, sino por el hecho de querer tocar su personalidad, siempre era más emocionante.

— Thomas.

Con una mirada, me indicó lo que verdaderamente deseaba saber; si realmente estaba dispuesto a eso.

Y entonces, le quité el saco, comencé a desprender su camisa y en movimientos torpes, nos encerramos en mi habitación.

CAPITULO 13 Promissa

TPOV

Desperté y Sam estaba a mi lado. El sol resplandecía, él seguía durmiendo y lo único que nos cubría era la delgada y fina sábana de mi cama.

Empecé a ver a Sam con otros ojos, otra sensación y menos resentimiento. Se sentía un poco como la primera vez que lo vi, con la única diferencia de que ahora me sentía mucho más tranquilo que antes. Por un momento, tuve miedo de empezar algo que no estaría dispuesto a terminar.

Pero resultó diferente. Él resultó ser diferente. No podía explicar exactamente lo que había sucedido anoche, pero podía contar con que había sido cien veces mejor de lo que había esperado. Y era consciente que no solamente había sido el sexo, fue algo más.

Se despertó y me encontró observarlo detenidamente. Al instante se sintió intimidado.

— ¿Qué? —Preguntó con soltura, frunciendo el ceño.

— ¿Qué? —medio me reí.

— ¿Por qué me estás mirando? —esto le parecía extraño.

— ¿No puedo?

— No, claro que puedes —aclaró—. La pregunta es, ¿por qué?

Esta vez, me reí quedamente.

— Porque quiero hacerlo.

— Oh —frunció el ceño y parpadeó un rato—. Bien…

Seguí mirando sus pecas. De repente, las encontré adorables.

— ¿Puedo preguntarte algo? —pedí.

— Sí —contestó un poco nervioso.

— ¿En verdad eras virgen? —Me acomodé mejor en la cama para poder observarle—. El tipo con el que me acosté anoche sabía un par de cosas que solamente aprendes por experiencia.

Sam se ruborizó.

— Ya te lo he dicho. No hay nadie más además de Damian.

— ¿Te enseñó algunas cosas? —entrecerré los ojos preguntando en voz baja. No me agradaba cuestionar al respecto. Sentía que me haría daño.

— No sé por qué, pero presiento que responder esa pregunta podría molestarte —acusó.

Intenté reírme y jugar con su mano. Él me había tomado por sorpresa. No esperaba que fuese tan… tan bueno en la cama.

— Puedo enseñarte un par de cosas —di por sentado. Le sonreí con seguridad y acaricié con suavidad su pecho descendiendo lentamente, llegando hasta su ombligo.

Lo sentí tensarse.

— ¿Qué? —pregunté, divertido.

Suspiró y puso los ojos en blanco. Me parecía gracioso el hecho de que tuviese tan baja autoestima; no correspondía para nada considerando sus habilidades.

— Oh, vamos. ¿Vas a seguir con eso? —Jugué un rato. Había estado así toda la noche… bueno, hasta cierto momento, cuando entramos en confianza allá por el… segundo asalto.

— Mírate, mírame y luego hablaremos —refunfuñó—. Digo, tienes abdominales, eres increíble y… mucho más grande que yo.

Los elogios siempre me parecieron una simple acotación sin mucha relevancia ya que muy en el fondo no me llegaban, pero me gustaba sentirme atractivo para él, no sabía por qué. Tampoco entendía de dónde venía tan baja autoestima. Sam no poseía músculos, pero ni siquiera tenía sobrepeso. Era un muchacho común y corriente. Y… en realidad, estaba mejor dotado de lo que él se imaginaba.

— Yo creo que eres hermoso —confesé abiertamente. Y lo dije para que entendiera el hecho de que esto no había sido algo meramente físico. Sam era hermoso porque era la persona más paciente y amable que había conocido en este poco tiempo. Tenía mil razones para odiarme y aquí estaba. Él jamás me cerró la puerta.

Quizás él creía que el físico no era su mejor carta en la baraja, pero sabía que había cosas que podía transmitir mejor que cualquier otro hombre. Tenía cierta sensibilidad que lo hacía más humano. Bastaba con estar diez minutos a su alrededor para sentirte más tranquilo, más positivo, más esperanzado; y no sabía comprender por qué.

Él me hacía sentir como si acostarse conmigo fuese algo grandioso, pero no tenía idea que, al contrario, me sentía un poco… bendecido… por conocer a alguien como él. Y yo tampoco tenía idea de cómo hacérselo saber. Tal vez era muy pronto aún.

No sabía cómo explicarlo. Quizás haya sido el sexo, quizás fue la intimidad o quizás mi ebriedad, pero esta mañana desperté sintiendo que me gustaban muchas cosas de Sam.

Me recosté sobre él, para su sorpresa.

— Vas a tener que empezar a acostumbrarte, porque sí eres atractivo a tu manera —dije encima de sus labios.

Me observó por largos segundos.

— Siempre me pregunté cómo te verías en las mañanas —dijo con nostalgia—. Tal vez suene estúpido para ti, pero he fantaseado con este momento durante más tiempo del que creerías.

Sentí mucha ternura por sus palabras, así que me acerqué a él para besar suavemente sus labios. Empecé a hacerlo con más frecuencia cuando me di cuenta de que me generaba una sensación sumamente agradable y adictiva.

Lo sentí dudar por unos segundos y no supe por qué, pero en seguida se recompuso y me tomó con suavidad por el cuello.

Entonces su teléfono sonó. Sin darle mucha importancia y sin separar su rostro del mío, tanteó la pequeña mesa de luz para tomarlo y revisar quién llamaba.

Cuando lo hizo, se detuvo y suspiró.

— ¿Qué? —pregunté yo.

Se acomodó en la cama para poder sentarse. Me separé de él e hice lo mismo.

— Es Damian—se rascó el cuello—. Seguramente quiere saber qué rayos fue lo que sucedió anoche.

Hasta entonces había olvidado por completo que la situación debió haber sido totalmente descabellada para el muchacho.

— Supongo que tendrás que darle una buena explicación —medio me reí para aflojar el ambiente tenso que se había creado.

Pero Sam no me acompañó en la risa. Estaba dudando, y por un momento tuve una extraña y amarga sensación.

— ¿Qué es lo que va a suceder con nosotros? —soltó repentinamente, como si tuviese miedo de plantear aquella pregunta porque ya anticipaba la respuesta.

No quise que mi mente se pusiera en blanco, pero así lo hizo. Intenté salir de la pequeña burbuja en la que nos habíamos insertado.

Yo no era bueno para esto de las relaciones y él lo sabía. No quería comprometerme con alguien porque sabía que no funcionaría.

Pero, francamente, no sentía ganas de abandonar esta habitación.

— Tú sabes lo que siento por ti —confesó antes de que yo dijera algo—. Eres tú el enigma en esto.

En otras circunstancias habría tomado esto como una acusación, pero él tenía razón. Yo era el inestable en esta situación y no deseaba lastimarlo, eso solamente sería un recordatorio permanente del por qué me estaba volviendo un imbécil para relacionarme con otras personas. Pero no podía prometerle que algún día correspondería sus sentimientos de la misma manera, porque en ese sentido, el futuro era incierto para mí.

— Tú me conoces. Sabes por todo lo que he pasado —murmuré en voz baja y él se limitó a asentir. Tenía que admitirlo, este era un tema complicado, pero contar con Sam lo hacía más sencillo.

Nos quedamos en silencio y no quise ser desconsiderado. Suficiente había sido mi comportamiento inadecuado en estos días. Necesitaba ser honesto.

— Me gustas —miré directamente a sus ojos—. Pero… no sé realmente qué hacer.

Sam asintió lentamente y desvió sus ojos hacia otro lado lejos de la cama. Luego, suspiró y volvió a enfrentarme.

— ¿Quieres que vuelva con Damian? —ofreció la alternativa.

Una amarga sensación invadió mi estómago. Quería sacarlo del panorama porque él no correspondía en esta situación. Tenía la necesidad de encerrarnos, de no dejar que nadie interfiriera en todo lo que estábamos pasando. Quería intimidad.

— No —respondí con franqueza, porque sabía que Damian no haría feliz a Sam, él complicaría las cosas y no lo necesitaba tanto como yo. Pero de nuevo, me sentía egoísta.

— ¿Quieres ver a otras personas? —fue su siguiente pregunta.

Me sorprendí al darme cuenta que prefería seguir instalado en esta habitación con su compañía antes de llamar a Bobby. O a cualquiera. La respuesta me hizo sonreír, porque al menos algo tenía bien claro.

— No.

Vi alivio y cierta esperanza en sus ojos. La misma que yo sentía. Al fin algo era seguro y únicamente necesitábamos eso para encaminar esta situación.

—Entonces… ¿te molesta si me quedo más tiempo aquí? —propuso con una sonrisa nerviosa.

Me eché a reír.

— No —negué y me acerqué para besarlo.

Por un rato, perdí la noción del tiempo. Podría besar a Sam durante horas.

Se separó de mí para respirar un poco.

— ¿Puedo usar tu baño un segundo? —preguntó casualmente.

Recordé que ya era de mañana. En realidad, parecía ser mediodía.

— Sí, claro.

Se puso su ropa interior antes de dirigirse hacia la puerta. Aproveché para tomar mi I-Phone y revisar los mensajes que había recibido por WhatsApp.

Entonces oí que la puerta se cerraba bruscamente. Sam se encontraba pegado a ella con una mirada asustada.

— ¡Tu hermano está en el pasillo! —siseó en voz baja.

Inmediatamente me puse pálido. Andrew no debía saber que estaba encerrado en nuestra habitación, desnudo y con otro hombre. Desde que se había mudado, dormíamos juntos en la habitación que se suponía era de Bella y Jane. Ella ahora dormía en la mía.

Rayos, ¿y si había entrado en algún momento de la noche?

De repente, alguien golpeó la puerta.

— Eh… Thomas, ¿puedo pasar? —preguntó Andrew en voz baja.

Sam y yo abrimos los ojos de par en par con preocupación. ¿Cómo diablos íbamos a salir de esta?

— ¿Dónde me escondo? —preguntó él con impaciencia, buscando algún rincón de la habitación.

Si él estaba nervioso, yo lo estaba aún más. Lo único que se me ocurrió fue la cama.

— ¡Debajo! —señalé rápidamente en silencio, frunciendo los labios.

Sam dudó por unos segundos, pero lo hizo. Le habría dicho que el armario era un buen lugar, pero no tenía idea qué era lo que buscaba Andrew.

— Eh… sí —contesté en voz alta, cubriéndome con las sábanas la cintura.

Andrew abrió la puerta con lentitud, como si esperara encontrar algo que no debía ver. Pero cuando notó que estaba solo, se despreocupó.

— Hey—me saludó con una sonrisa tranquila—. Solamente vengo a buscar mi cazadora.

Asentí con sorpresa. Evalué detenidamente su reacción. No lucía como si hubiese presenciado algo… extraño… anoche.

— ¿No dormiste aquí anoche, verdad? —pregunté frunciendo el ceño.

— No —negó simplemente—. Pasé la noche en casa de Sarah. ¿La recuerdas? La chica de la tienda de malteadas. La que tiene un mechón de cabello rosado…

Empezó a detallarme la figura de la muchacha a la que no podía recordar inmediatamente. Fue toda una sorpresa encontrarlo con otras muchachas después de su encaprichamiento con Bella.

— Ah, sí, sí —respondí asintiendo varias veces.

Fue hasta el ropero para sacar la cazadora que estaba buscando.

Permanecí en silencio, esperando de todo corazón que no preguntara por el desorden de mi cama.

— Llegué hace un rato pero no quise molestarte, sabía que tenías compañía —se rió—. ¿Ya se ha ido?

— ¿Quién? —pregunté.

— La chica —encogió sus hombros pero yo no lo captaba todavía—. La chica con la que te acostaste.

Oh.

— ¡Ah! Sí, sí, hace un rato —le resté importancia—. Lo siento, tengo resaca. No estoy… procesando bien las cosas.

Él asintió, comprendiendo el estado en el que me encontraba. Sus ojos fueron a un rincón del dormitorio. Alzó una ceja con sorpresa.

Giré mi rostro hacia aquella dirección y quise golpearme una y otra vez. Andrew había visto el lubricante en la mesita.

Estaba a punto de escupir mil explicaciones, pero él me regaló una sonrisa pervertida porque debió pensar que lo había utilizado con 'la chica'.

— No me sorprende, eres todo un animal, hermano —hizo un gesto como si se quitara el sombrero para halagarme y seguidamente se marchó de la habitación riéndose.

Andrew me veía como si fuese un superhéroe o algo por el estilo. Me admiraba en muchos sentidos, pero especialmente en el sexual. Creía que conquistaba fácilmente a las chicas y que las obligaba a hacer Dios sabe qué cosas.

Sam salió debajo de la cama limpiándose un poco del polvo que había quedado en su cuerpo. Debía usar la aspiradora.

Entonces se dio cuenta de la preocupación en mi rostro.

—Él merece saber quién es en realidad su hermano —murmuró en voz baja pero con claridad—. Ayudaría mucho en su relación que dejaras en claro las cosas. Es obvio que el tema te está lastimando silenciosamente porque sabes que la respuesta no será tan agradable… pero… ¿a quién le importa, Thomas? Estamos en el siglo veintiuno. Esta condición es un completo cliché.

Sonreí por dos razones: la última frase era completamente cierta. Ser homosexual hoy en día no implicaba tantos conflictos como en otros tiempos. Andrew no podía escandalizarse tanto, quizás termine por molestarse por haber guardado el secreto durante tantos años, pero era mi hermano, tendría que aceptarlo tarde o temprano.

Pero la segunda razón me traía mucha calma. Sam entendía exactamente lo que sentía y sus consejos servían mejor que cualquier otra cosa. Sentía lo mismo con Michael y eso me hizo sentir amargura. Traté de hacerlo a un lado ya que Sam estaba aquí y no quería arruinar el momento. Si quería que esto funcionara de alguna forma, debía apartar un poco el pasado de mi cabeza. Al menos por un rato.

EPOV

El aula se encontraba completamente en silencio para la hora del examen, mientras yo terminaba de leer el libro de anatomía para anotar los temas que explicaría en la clase siguiente. De vez en cuando levantaba la mirada para supervisar si alguien estaba haciendo trampa. A esta altura, ya conocía la zona predilecta: al final del salón, a la izquierda.

Uno de los primeros en terminar el examen fue un muchacho de baja estatura, cabellos rubios y ojos claros; Brandon, el hermano de Cassie.

— Aquí tiene, profesor Cullen—Me entregó la hoja con una sonrisa educada.

Brandon todavía pensaba que iba a darle puntos extras solamente por ser el nuevo cuñado de Emmett y porque me llevaba bien con su hermana. Y quizás lo habría hecho de no ser porque la mayoría de sus respuestas parecían ser contestadas con un "no-recuerdo-la-respuesta-pero-escribiré-lo-que-sé -aunqueno-tenga-nada-que-ver-con-el-tema".

Se escucharon tres suaves golpes en la puerta del salón. Era Josh, le indiqué que pasara sin problema. Saludó correctamente a mis alumnos y ellos le devolvieron el gesto.

Me devolvió el bolígrafo que le había prestado. Se lo agradecí y lo noté algo… tranquilo.

— Hey, ¿cómo te fue con Jane? —cuestioné rápidamente ya que no había tenido tiempo para preguntárselo antes y porque esperaba una simple respuesta como una sonrisa y un "genial".

Pero no fue así. Su mandíbula se tensó y buscó mil formas de explicarme lo que había sucedido después de la fiesta.

— Bueno… eh… no—dijo esto último rotundamente, sabiendo a qué me refería.

— ¿No? —pregunté con sorpresa. Todos habíamos dado por sentado que ellos se habían acostado esa noche.

— No… pues… ella… —buscó la forma de contarme lo que había sucedido pero se sintió incómodo ante el silencio del salón. No podría explicarlo sin que el resto de los alumnos lo escucharan. Se frustró y suspiró—. ¿Podemos ir afuera?

Acepté y nos excusamos, únicamente porque ya quedaban diez minutos para entregar el examen y porque estaba de ánimos para dejar que terminaran por copiarse.

— Entonces… ¿qué sucedió? —volví a preguntar una vez que salimos del salón.

Se rascó la mandíbula, pensativo.

— Dime, ¿cuándo fue la última vez que nos viste esa noche? —me planteó.

— Bueno… —empecé a recordar—. Ustedes se fueron cuando empezaron a discutir acerca de quiénes serían los padrinos y madrinas en la boda de Mark y Melissa… y cuando mi tío se embriagó hasta hacer una escena.

— Exacto —apuntó él—. ¿A dónde crees que fuimos?

— A tu casa, ¿no? —A menos que haya decidido ir a un hotel, pero todos sabíamos que ellos se habían perdido en algún momento de la noche para eso.

— A la heladería, Edward —remarcó puntualmente en voz alta—. Eran las tres de la mañana y fuimos a una heladería.

— ¿Una heladería?

— Sí, una heladería.

— ¿Cuál heladería? —me pregunté cuál podría ser. No suelen seguir abiertas a esa hora.

— ¿Acaso importa? —dijo atónito, completamente frustrado.

— ¿Y por qué fueron a una heladería? ¿No la llevaste a tu casa?

— No pude hacerlo porque antes de proponérselo, ella sabía lo que iba a pasar.

— ¿Entonces?

— Ella no quiere que eso pase —me explicó nervioso—. No quiere hacer el amor.

— ¿Cómo que no? —Bufé—. ¿Y el chupón que tanto presumías?

— No era el único —aclaró mostrándome otro chupón más en su clavícula.

— Oh, vaya.

— Ella hace chupones… pero no… no quiere follar —Josh se molestó.

— Te dijimos que era especial… —No supe qué aconsejarle.

Josh se acercó un poco más a mí para tratar de decir lo siguiente en voz baja.

— Ella me dijo que no quiere tener sexo… hasta su cumpleaños.

— Oh, bueno… al menos te dio una fecha exacta, ¿no? —traté de mostrarle el lado positivo. Peor sería un "Hasta que nos casemos".

— Ella cumple en diciembre, Edward —exclamó la respuesta de malhumor, muy concentrado—. Diciembre, Edward. ¿Qué haré hasta entonces?

— Josh, no creo que…

— ¡Diciembre! —volvió a repetir con frustración, como si le dijeran a un alcohólico que el próximo vino que probaría sería en diciembre.

— Josh, si en verdad la quieres, tendrás que aguantar—traté de calmarlo.

— ¿Cómo puedo aguantar si me hace estas cosas? —señaló de nuevo el chupón en su clavícula.

Estaba algo difícil.

— Sé que es una mierda, pero ¿qué vas a hacer? ¿Acostarte con otras chicas? —planteé con ironía.

Entonces, me di cuenta que sí podría hacerlo.

— Josh, no lo hagas —rápidamente apunté con mi dedo índice—. No la jodas. Has llegado hasta aquí con mucha dificultad. No debes aflojar.

— No dirías eso si llevaras meses sin acostarte con Bella —enfatizó aquello con tristeza.

Tenía que admitirlo. Me ponía muy torpe y malhumorado cuando andaba en sequía.

— Pero Jane es increíble, ¿no? —le recordé en voz baja—. Ella es buena para ti, Josh. Te está cambiando. Necesitas este cambio.

— Ya lo sé, pero… ¿y si lo arruino todo? No creo poder aguantar tantos meses.

— Lo harás —le aseguré y tomé sus hombros—. Escúchame, Josh. No vas a hacerlo. Eres fuerte. Eres una buena persona y no la lastimarás, porque si te encuentra con otra chica, lo harás. ¿Entiendes lo que te digo?

Él asintió varias veces.

— Soy una buena persona. No la lastimaré. Soy una buena persona. No la lastimaré.

Se repitió a sí mismo aquél mantra durante un buen par de segundos. Confiaba en Josh. Debía estar exagerando. Esperar podía ser molesto, pero si ya tenía a la chica, ¿qué más podía pedir?

Para cuando terminó la hora y todos entregaron sus exámenes, ya había terminado mi jornada. A Josh le quedaba una clase más y Mark estaría ocupado con su padre que acababa de llegar a la ciudad. Lo que significaba que volvería a casa temprano. Quizás con tiempo para ir a buscar a Bella.

Abandoné el salón con la mirada clavada en mi teléfono con la intención de avisarle a ella que ya estaba saliendo. En un desvío, levanté la cabeza y logré divisar a Lena saliendo de una clase.

Y no estaba sola. Sienna la acompañaba.

Mi primer impulso fue retroceder rápidamente para que no se dieran cuenta que estaba a escasos centímetros. No tenía problema en saludarlas casualmente, pero Sienna había insistido en volver a encontrarnos para tomar un café, y yo le había prometido a Bella que no volvería a frecuentarla. Recuerdo claramente la tristeza en sus ojos, pidiéndome que me alejara de ella. No podía hacerlo.

Busqué escabullirme entre los alumnos, pero mucho sentido no tenía, ya que ninguno era tan alto como para eclipsarme. Y mucho menos cuando el único camino hasta la salida era aquél pasillo donde ellas se encontraban.

Decidí ir hasta allí sin apartar la vista del teléfono. Tal vez si me veían caminar con prisa, se darían cuenta que no contaba con tiempo para conversar. Parecía ser un buen plan.

Sin embargo, cuando lo hice, oí la voz de Sienna.

— ¡Edward! —soltó con casualidad, pero lo suficientemente alto como para poder fingir que no la había escuchado.

Me sentí un completo imbécil por haber sido incapaz de ignorarla. No se me daba bien esto. Yo siempre saludaba a las personas, incluso cuando no me caían bien.

— ¿Cómo estás? Hace tiempo que te he visto —Lena fue la primera en saludarme una vez que decidí acercarme.

—Yo no te he visto a ti tampoco —contesté con el mismo humor.

En realidad, sí la había visto varias veces.

— Edward se puede perder un poco ahora que tiene novia, Lena. No lo olvides —Sienna bromeó al respecto.

Si no fuese por lo que me había contado Bella la última vez, creería que era un simple comentario casual, pero ahora me sentía incómodo ante la mirada instigadora de Sienna.

Entre sonrisas falsas, negué que esa fuera la razón.

Tuvimos una corta conversación de apenas tres minutos antes de que Lena observara su reloj.

— Hemos salido temprano, ¿por qué no vamos a tomar algo?

Sienna apoyó la moción e intenté lucir lo más ajetreado posible.

— Pues, no lo sé. Tenía unas cosas que hacer…

— ¿Cómo qué? —Lena fue curiosa.

Rayos.

— Tengo que buscar a mi novia y todo eso… —hice ademán con la mano.

Lena le restó importancia.

— ¡Pero si te ve todos los días! En cambio, estas viejas amigas te volverán a ver, no lo sé, en semanas —se reía.

— Si nos esforzamos, podrían ser meses —agregó Sienna encogiéndose los hombros.

Volví a reírme falsamente. No me sentía muy bien conversando con ellas, sentía que estaba haciendo algo incorrecto. Pero todo lo hacía por Bella. Yo no tenía ningún problema en charlar con ellas.

— No lo sé… —dije haciendo un último mohín.

— Tiene razón, Lena —Sienna palmeó el hombro de su hermana—. Ha hecho compromisos con Bella primero. Nosotros podremos salir en otra ocasión, ¿verdad?

Sienna intermedió para que quedara en claro que tampoco iban a presionarme por salir con ellas, y entonces encontré ilógica la sospecha de Bella. Si Sienna seguía enamorada de mí, sería ella quien insistiría en salir. Lena siempre me había visto como su hermano menor, así que no debía sorprenderme su insistencia por volver a conversar. Pero no le veía el problema en salir y conversar con ambas. El verdadero problema estaría en encontrarme a solas con Sienna, o al menos eso supuse. A Bella no podía molestarle esto.

— No, está bien. Tengo tiempo todavía —aseguré sin problema. Después de todo, solamente sería una hora.

Fuimos a un bar que se encontraba a una calle de la escuela. La conversación se enfocó principalmente en ellas. Como el compromiso de Lena o la nueva pareja de Sienna. Eso me hacía pensar que Bella estaba equivocada porque se la oía bastante segura de su relación.

— ¿Cómo has estado? —me preguntó Sienna directamente—. Me refiero a tu muela. No te he vuelto a ver en mi consultorio.

Momento incómodo.

— Tú sabes cómo soy —empecé a reírme nervioso—. Odio los dentistas.

— Me pregunto si me odias a mí —Sienna sonrió con travesura.

— ¿A ti? —pregunté—. No, claro que no.

— Pues, has evadido mi oferta —lo dijo como si sonara a una doble indirecta—. Por un momento creí que Bella te había prohibido hablar conmigo.

Me puse incómodo y Lena se rió.

— Ay, Sienna… Edward es un hombre grande. Sabe escoger chicas inteligentes. Ese es un reclamo totalmente infantil e inseguro. Además, él no se dejaría manipular así, ¿verdad?

Lena lo decía con tanta tranquilidad, como si en verdad me creyera ese tipo de persona. Sentía que lo estaban malinterpretando. Bella no era así.

— No, claro que no —negué rápidamente—. Bella es una chica muy segura. Aborrece ese tipo de problemas.

— ¿Cierto? —coincidió Lena sin siquiera conocerla—. Tampoco es que algo vaya a suceder como para preocuparse. Yo todavía frecuento a mi ex novio porque somos buenos amigos.

— Lo sé —dijo Sienna—. Solamente espero que ella no piense ese tipo de cosas. Tú y yo simplemente somos viejos amigos, ¿no?

— Por supuesto —asentí y volví a sentir que estaba exagerando al respecto.

Entonces, Sienna recordó algo.

— ¡Ah! Ahora que lo recuerdo, había algo que se me olvidaba preguntarte, Edward. Llevé a Ciara donde Alistair la semana pasada y me dijo que te había vuelto a ver hacía poco —frunció el ceño—. ¿Tienes una nueva mascota o algo así?

Sienna conocía a Alistair porque yo lo había recomendado tiempo atrás. Ciara era la pequeña perra de Sienna que ya debía llevar unos cinco años de edad.

— Sí —asentí para su sorpresa—. En realidad, lo hemos rescatado con Bella. No se quedará con nosotros por mucho tiempo, vivirá con mi suegra.

— Oh, ¿en serio? —A Sienna esto le causaba mucha ternura. Ella amaba a los animales, especialmente a los perros. Como yo—. ¿Tienes alguna fotografía?

— Claro —dije y tomé el teléfono para buscar una de las tantas que le había sacado.

Le mostré una donde estaba recostado encima de un gran almohadón, en posición de sumisión. Se nos hizo muy graciosa y le tomamos varias fotografías. Ella y Lena se rieron, adorando a Bear.

— Es tan hermoso, Edward. Y es increíble que lo vuelvas a hacer, sabiendo lo mucho que significa para ti — Sienna me sonrió con verdadera honestidad. Ella estaba al tanto de lo mucho que me había dolido la partida de Edmund. Era una completa sorpresa para ella saber que había decidido cuidar a otro cachorro.

— Cuando lo rescatamos, era muy tímido. Ahora se ha puesto travieso.

— Notablemente, debe estar en la etapa de las mordeduras. ¿Recuerdas cuando Ciara me mordió el tobillo y me decías que era una exagerada incluso cuando me salía sangre? —se echó a reír.

La acompañé en las risas. Ciara era encantadora. Me recordaba un poco a Bear por lo traviesa y tierna que podía llegar a ser.

— Él es un poco más calmado que Ciara. Ella me arruinó un buen par de zapatos —recordé.

— No lo sabes todavía —se defendió ella—. Quizás pronto sea un demonio y te saque de paciencia. Pero recuerda amarlo, porque son especiales y maravillosos. Sobre todo porque has tenido el corazón para rescatarlo. Eso es muy valiente, Edward.

Me gustaba mucho hablar sobre Bear. En verdad le tenía un fuerte cariño, no tenía idea cómo haría para separarme de él cuando llegara a los cuatro meses.

Lena, que se había quedado mirando las fotografías del I-Phone, me sonrió.

— Esta es muy tierna. Bella se ve adorable —me enseñó la fotografía.

La conocía muy bien. Bella estaba tirada al suelo al lado de Bear. Él sacaba la lengua y ella también lo hacía. Se la tomé un domingo en la mañana, cuando recién nos habíamos despertado. Se veía preciosa.

Entonces, me sentí muy mal. Yo la amaba profundamente y estaba hablando de nuestro 'pequeño' con Sienna, de quien me había pedido distanciarme.

Ya no sentía ánimos para hablar con ella. ¿Qué pensaría Bella si nos veía así? ¿Riéndonos por anécdotas del pasado? La imagen de su rostro dolido, justo como lo encontré aquella vez en el estacionamiento cuando me lo pidió, regresó a mi mente y me sentí un imbécil. Yo no debí aceptar esta invitación. Incluso cuando era insignificante y Lena estaba con nosotros, esto no estaba bien.

— Creo que ya debería irme. Se me hace algo tarde —me excusé con una débil sonrisa. No supe cómo, pero me sentía muy ajeno a Sienna y Lena. Durante un tiempo, fueron mis amigas, ella fue mi amante. Fueron una parte de mi vida. Pero una que no correspondía ahora. No podría volver a Sienna, ya no era lo mismo.

Ellas supieron entenderlo, alegando que también tenían otros planes.

Nos despedimos y Sienna volvió a insistir con que fuese a su consultorio. Le sonreí algo incómodo, sabiendo que no podría hacerlo. No porque no quisiera, sino porque me sentiría una mierda.

Pero la sensación ya se había anticipado. Estaba yendo hacia el departamento cuando recibí un WhatsApp de Bella:

Bella:

Voy a salir un poco más tarde, tengo que ir a buscar unos libros en la biblioteca. Pero no te preocupes, también iré de compras para prepararte tu tarta de chocolate (: Te amo. X

Me sentí aún más mierda. Ella me había pedido una sola cosa, y por más que aclarara las razones que me llevaron a hacerlo, no tenía caso. Ya lo había hecho, ya había faltado a la promesa de Bella y ella se enfadaría conmigo.

.

— Yo creo que Bella está siendo muy insegura al respecto —opinó Thomas sin darle muchas vueltas al tema.

Disponía de suficiente tiempo libre para ir hasta su departamento y preguntarle qué era lo que debía hacer al respecto. No contaba con que Sam también estuviese allí.

— Si ella confía en ti y tu ex novia tiene pareja, ¿cuál es el problema? No es que vuelven a ser amigos, simplemente conversan casualmente. Y con su hermana. Eso no debería ser un problema. Lo está exagerando.

— Thomas, estás siendo insensible —Sam se sentó en la mesa con una botella de té helado.

— ¿Lo estoy? —le preguntó él con asombro.

— Sí, lo estás siendo —contestó él con paciencia—. Conozco mucho mejor a las mujeres y sé cuán sensibles pueden ser cuando se trata de una ex pareja. Ella le pidió algo que puede sonar caprichoso, pero si él lo aceptó, no debería haber problema. Bueno, el problema está en que terminaste haciéndolo y eso le dolerá.

— Ese es el punto —se explicó Thomas—. No debería dolerle. No es como si Edward se metiera con ella, porque sabemos que no lo hará. Bella debería confiar más en su relación.

— Thomas, hay personas que se lastiman fácilmente por cosas que otros no harían —planteó Sam—. No debemos subestimar al otro. Si en verdad quieres a esa persona, harás lo que sea para estar bien con la misma.

Se me hacía muy extraño encontrarlos sentados, uno a la par del otro, conversando como si me dejaran apartado.

— Por ejemplo, tú me pediste que dejara de hablar con Damian. Y lo haré.

— Pero ese es otro caso distinto —apuntó mi amigo rápidamente—. Ese muchacho te está molestando. Ya le has dejado en claro las cosas, ¿por qué insistir? Que se vaya a la mierda y que siga adelante.

Sam negó varias veces, frunciendo el ceño.

— A veces puedes resultar despiadadamente insensible.

— Lo sé, ¿verdad? —bromeó él—. Pobre el muchacho que tendrá que soportarme de ahora en más.

— ¿Honestamente? Pobre muchacho—remarcó la última frase, lamentándose.

— En fin… —sacudí mi cabeza. Por un momento, la atención se había ido hacia ellos—. Sé que lo que hice estuvo mal y no tengo excusas. Pero la pregunta es… ¿debo contárselo a Bella o no?

Ambos permanecieron en silencio, analizando cuidadosamente la pregunta.

— Sí —Sam fue el primero en contestar—. Honestidad ante todo. Se va a poner mal, pero nada que tú no puedas solucionar.

— Pues, parece algo insignificante —dudó Thomas—. Quizás puedas contárselo pero sin entrar en detalles.

— Tiene que contar lo detalles. Son importantes —Sam le reprendió.

— Los detalles podrían lastimarla. Y a veces no son necesarios—él contestó.

Ambos tenían razón. Pero la mejor opción parecía ser ir con la verdad. Lo cierto era que yo nunca la había jodido. Nunca había hecho algo para molestar a Bella como ahora. No tenía idea cómo reaccionaría. Quizás era como Thomas decía. Estábamos exagerando. Pero Sam tenía razón, las mujeres siempre se ponían sensibles por esas cosas.

— No deberías decírselo.

Una cuarta voz participó en la conversación. Andrew.

Se acercó hasta la mesa con seguridad, como si se tratara de un amigo más, brindándome un buen consejo.

Oír su voz me irritó hasta niveles insospechados.

— Yo creo que no deberías decírselo a Bella —repitió una vez que se encontraba frente a nosotros.

Me parecía completamente absurdo y ridículo que estuviera participando de esta conversación. Ni siquiera sabía cómo contestarle.

— Okay, para empezar… ¿quién eres tú? —solté bruscamente—. Nadie pidió tu opinión. Tú no eres mi amigo y ni siquiera me caes bien. Así que mejor métete en otros asuntos, ¿quieres?

La sala permaneció en silencio. Andrew no parecía sorprendido por mis palabras.

Lo miré con incredulidad porque aún no se había marchado.

— Andrew… —Thomas murmuró en voz baja para indicarle que no insistiera.

— No, está bien —Andrew asintió rápidamente—. Todo lo que dijo es cierto, merece odiarme. Sin embargo, quiero aconsejarte y creo que no deberías contárselo.

No iba a tomar en cuenta el consejo de alguien que trataba de robarme a mi novia constantemente. Me di la vuelta y decidí no prestarle atención. Tampoco iba a pedirle que se apartara de nosotros. Al fin y al cabo, ésta era su casa.

— Andrew, será mejor que nos dejes conversar en privado —Thomas volvió a interceder para calmar el ambiente tenso que se había formado.

— Si se lo dices, se molestará inevitablemente. Ninguna chica soporta esas cosas, incluso una que ame tanto a su novio como Bella —dijo rápidamente.

Por unos segundos, captó mi atención. Volví a darme la vuelta y le fruncí el ceño. ¿Reconocía que Bella era mía?

— Sé cómo te sientes ahora —me dijo fijamente con seguridad—. Sientes como si la hubieses engañado. Suena exagerado y no es así, pero sientes como si hubieses traicionado su confianza solamente por compartir risas con tu ex novia.

Andrew había dado con el clavo. Así me sentía exactamente. Como si la hubiese engañado.

— Tal vez pienses que decírselo es buena idea y respeto la opinión de Sam porque es cierto —intercambió una mirada con él rápidamente—. Las mujeres quieren la verdad, la aprecian. Pero no siempre la toleran. Tú debes conocerlas mejor que yo, sabes que son complicadas y muchas veces piden algo que no podrán tolerar.

Eso era cierto.

— ¿Y si lo haces y la deja lastimada? Claro, podrá perdonarte porque te ama —aseguró—. Pero esa herida quedará para siempre. Esa desconfianza de saber que rompiste una promesa. Si lo hiciste, puedes hacerlo de nuevo. Tal vez no lo hagas, pero ese temor ya se ha instalado en su cabeza. Y nada volverá a ser lo mismo. La confianza no será tan poderosa como antes.

Sus palabras me hicieron entrar en miedo, solamente porque nada de lo que decía era incorrecto.

— Andrew, será mejor que… —Sam interfirió al darse cuenta que yo me había quedado enmudecido.

— No —alcé la mano frunciendo el ceño, deteniéndolo—. Está bien, no hay problema.

Observé al muchacho desgarbado durante un par de segundos, sospechando.

— Suponiendo que lo que dices es correcto… ¿por qué me dices esto? ¿Por qué debo confiar en ti después de todo lo que has hecho? ¿Cómo sé que esto no es un plan tuyo?

— Porque esto no es un plan, hermano —encogió sus hombros, frunciendo el ceño, con una expresión abatida—. Estoy cansado de que creas que soy competencia para ti. Sí, lo que hice estuvo mal. Pero Bella te ama y ya lo he reconocido. Además, ahora me interesa otra chica —miró a Thomas—. ¿Verdad, Tom?

Seis ojos fueron directamente a Thomas.

— Pues… sí —dudó rascándose el cuello—. Ha estado saliendo con la chica de las malteadas.

— ¿Verdad? —confirmó Andrew con una leve sonrisa.

Crucé mis brazos. Algo no cerraba aquí.

— Nadie ayuda a otra persona desinteresadamente —dije secamente—. ¿Qué estás buscando obtener?

— ¡Que no pierdas a una buena chica! —Insistió con ganas—. Ella es increíble; yo no puedo tenerla, pero tú sí puedes. Si la pierdes, serás el imbécil más grande que he conocido.

— Si la pierdo, estaría libre para ti —alcé una ceja. Estaba equivocado si pensaba que era un imbécil.

— ¿Para qué la quiero, Edward? —bufó—. ¿Para que me compare contigo todo el tiempo? Ella está loca por ti. Eres el amor de su vida. No quiero una chica con tremendo pasado. Quiero ser yo ese chico. Quiero ser el único. Y con Bella, jamás lograré serlo porque ella volvería a tus brazos en una semana. ¿No crees?

Eso era completamente cierto y por un segundo, creí que estaba diciendo la verdad.

— Mira… —rápidamente se sentó en la silla que se encontraba a mi lado. Tuve la impresión de que era un chico muy ansioso por sus torpes movimientos—. ¿Recuerdas la primera vez que hablamos? En verdad me caíste bien, fui honesto. Lo que sucedió… fue una complicación innecesaria. Creo que eres un tipo genial y no solamente quiero pedirte disculpas por todo lo ocurrido, quiero que empecemos desde cero. O al menos quedar en paz. ¿Qué opinas?

No le convenía hacerse odiar por el resto del grupo, pero algo en su confesión me hizo creer que era cierto. Thomas había mencionado en un par de ocasiones que su hermano era increíblemente torpe. No es como si estuviese hablando con alguien con una impresionante capacidad para mentir. Me miró fijamente a los ojos hasta hacerme sentir incómodo, pero tenía que darle crédito por haber dado el primer paso para una tentativa como esa. Sus consejos habían sido sospechosamente buenos. Bajo esa perspectiva, él no tenía nada que ganar.

Andrew malinterpretó mi silencio.

— Está bien —asintió—. No te molestaré más. Puedes tomar la decisión que quieras. No hay problema, hombre.

Puso una sonrisa simpática como si le restara importancia al asunto. Estaba a punto de darse la vuelta para volver a su dormitorio cuando decidí ceder.

—Okay.

Se dio la vuelta con sorpresa.

Alcé mi mano para estrechar la suya.

— Aprecio tu disculpa. Quizás seas un poco tonto, pero no luces como una mala persona —reconocí con honestidad.

— Absolutamente —aseguró riéndose—. Tiendo a ser demasiado generoso. Quizás me arrepienta de lo que estoy haciendo ahora, pero sé que es lo correcto.

Ladeé una sonrisa. Honestamente, lucía como un muchacho inocente.

— Puede que Andrew tenga razón —Thomas volvió a participar en la conversación—. Todos cometemos errores. Pero una vez que lo has hecho, no vuelve a ser lo mismo.

— Sí, además… ¿cuánto tiempo estuviste con esa chica? Unos… ¿quince minutos? —preguntó Andrew.

— Algo así —contesté.

— ¿Ves? Y ni siquiera estaban solos. Estaba su hermana. No le veo el problema en que frecuentes de vez en cuando a estas personas. No luces como el tipo de hombre que lastimaría a una chica —él me miró de pies a cabeza.

— Porque no lo soy. Esto no tenía que suceder. Desearía poder borrar este hecho.

— Pues, ¿sabes? Sí puedes hacerlo —Andrew me miró con confianza—. Nadie más lo sabe. No se lo dirán a Bella. Así como fue un encuentro esporádico, que sea un olvido esporádico. Sigue adelante y enfócate en ella.

Andrew comenzaba a caerme bien y por ese motivo le devolví una sonrisa amistosa.

Thomas, que bebía un vaso con leche, terminó con un pequeño bigote de nata encima de los labios. Sam se rió en silencio.

— Eres algo torpe para beber —dijo esto y con su dedo índice, se lo quitó.

Andrew miró estupefacto lo que acababa de suceder. Ese había sido un contacto muy extraño.

Ellos se dieron cuenta un poco tarde. Un silencio incómodo inundó la sala.

—… porque eso es lo que los homosexuales hacen con sus amigos heterosexuales, ¿no? Se ayudan — Prosiguió Sam palmeando el hombro de Thomas, riéndose nervioso.

Entonces, me miró a mí.

— Tú también, Edward. Estás despeinado —frunció el ceño y fingió arreglarme el cabello.

A Andrew todavía le parecía extraño lo que acababa de ver. Entonces, Thomas y yo nos reímos para aparentar que nada sucedía.

— Ahora que lo veo, también estás despeinado, Andrew. Puedo ayudarte.

— No, gracias —contestó él rápidamente, alzando sus manos y retirándose de la mesa. Lo miró como si fuese un bicho raro—. Tengo que irme a la biblioteca.

Y se encerró en el dormitorio para cambiarse de ropa.

— No sabía que tu hermano era homofóbico —murmuré en voz baja, preocupado.

— Lo sé —Thomas suspiró despeinándose—. Tengo que decírselo pero sé que va a detestarme.

— Ya deja de decir eso, no es cierto —Sam lo reprendió.

— Cree que eres un bicho raro —explicó mi amigo.

— Oh, ¿has visto cómo camina? —chasqueó la lengua, molesto—. Él cree que soy raro porque soy un completo desconocido para él. Tú eres su hermano. Si ha podido pedirle disculpas a Edward, es capaz de aceptar lo que sea. No es tan inmaduro como tú crees y ya deberías de saberlo.

Thomas permaneció en silencio porque en eso estábamos de acuerdo.

Quizás, Andrew no era tan malo.

BPOV

La rutina de los lunes siempre tendía a ser la más pesada de todas. Melissa confiaba en mi criterio para corregir más de tres textos largos por día pero yo comenzaba a sentir como si no avanzara, como si me faltara ampliar mis conocimientos ya que tendía a ser algo perfeccionista.

Al final del día, se los entregué y ella les dio una leída general. A veces encontraba ciertos errores, pero eran mínimos. La puntuación y la gramática estaban bien, pero mi sintaxis podría ser un poco mejor.

— Voy a recomendarte un par de autores. Realmente no son conocidos pero, en mi opinión, aportan buenos datos a la doctrina —Melissa estaba buscando unos papeles—. Quiero que los estudies para esta semana. Voy a presionarte hasta que termines por odiarme, Bella. Pero se te irá en cuanto vuelvas a cobrar un bonito cheque.

Y vaya que tenía razón.

Damian se acercó a Melissa para entregarle el trabajo que había corregido. Tenía una expresión nostálgica en el rostro.

— Lo leeré ahora —le sonrió ella sabiendo que de todos, Damian era el que menos errores cometía por su buena experiencia.

Él asintió y volvió a su cubículo. Había estado así toda la mañana.

— Oh, pobre…

Sentíamos pena por Damian. La fiesta de Esme no había sido grata para él y lo estaba demostrando ahora, cuando por fin Sam había contestado sus llamadas, no para darle buenas noticias, seguramente. No era difícil ponerse triste cuando sabías que él era un buen muchacho con poca suerte.

Me acerqué hasta él para masajear su espalda.

— ¿Estás bien? —le pregunté con dulzura.

Encogió sus hombros. Un buen muchacho… pero completamente reservado con sus sentimientos.

Una de las muchachas con las que trabajábamos, Corinne, se acercó para entregarle el café que había pedido para él y un par de compañeros de la oficina.

Él se lo recibió con un simple "Gracias". La muchacha era aún más tímida que Jane, siempre se ruborizaba por él. No estaba segura si ella era así con todos o si sentía algo por Damian, pero casi siempre le preguntaba si necesitaba algo.

Cuando se fue, probé en preguntárselo.

— Sé que no estás en plano de citas, pero… ¿por qué no pruebas con un par de chicas esta vez?

Por primera vez en la mañana, sonrió.

— ¿Corinne? —preguntó—. Ya me acosté con ella. Y en estos momentos, me siento mucho más cómodo con una compañía masculina.

No estaba al tanto de ese chisme. ¿Corinne y Damian habían salido antes? Me pregunté si Melissa se había enterado de aquello. Pero cuando él hizo un gesto de "silencio", me di cuenta que era un secreto. Odiaba cuando me lo pedían. Me había vuelto muy chismosa, para mi desgracia.

Melissa me entregó un papel con el nombre del libro que debía comprar y me recomendó una buena biblioteca a pocas calles de la editorial. Podría ir a la que solía visitar antes de conocer a Edward, pero estaba un poco lejos.

No me acompañó como solía hacerlo porque debía visitar al padre de Mark que estaba en la ciudad. Decidí pasar por aquella biblioteca fugazmente antes de hacer un par de compras para prepararle un buen postre a Edward.

Pero me costó hacerlo. Era mucho más grande que aquella que frecuentaba tiempo atrás, y había más variedad en las secciones. Una vez que encontré el libro que buscaba, aproveché para buscar algo que fuese de mi interés.

(1) Estaba completamente concentrada, que me vi interrumpida cuando alguien golpeó mi cabeza con un libro.

— ¡Ay! —jadeé y me di la vuelta para ver quién era.

— ¡Shh! ¡Es una biblioteca! —me reprendió en un susurro.

No sabía por qué no me sorprendía encontrarme con Andrew.

— ¡Entonces no me golpees! —gruñí acariciando aquella zona de mi cabeza. Me había dado con la punta.

— Está bien, lo siento —asintió una sola vez y buscó algo en su bolsillo—. Ten. ¿Me perdonas?

Era un caramelo.

— Eres muy raro —alcé una ceja, mirándole fijamente.

— Gracias —sonrió como si fuese un cumplido.

No le recibí el caramelo, pues me dediqué a seguir observando algunos títulos interesantes. Más él no dejaba de seguirme.

— ¿También entras en la lista de "odiamos-a-Andrew-Flint"? —preguntó con diversión.

— Yo no odio a nadie —confesé con sinceridad. Después, recordé a Sienna y me di cuenta que había dicho una mentira.

— Entonces, ¿por qué lo haces?

— ¿Qué cosa? —pregunté.

— Ignorarme —encogió sus hombros.

— No te estoy ignorando —fruncí el ceño. Le estaba hablando, era suficiente, ¿no?

— No me has saludado como corresponde.

—Pues, tú tampoco —bufé. Todavía me dolía un poco la cabeza.

— Tienes razón —asintió para sí mismo—. Excúsame unos segundos.

Y se marchó repentinamente. Parpadeé los ojos, preguntándome qué diablos ocurría en su cabeza. Encogí mis hombros y seguí paseando por el pasillo para leer algunos títulos.

Cuando llegué al final del pasillo, lo vi caminar en frente y me miró.

— ¡Bella! —fingió sorpresa y se acercó para saludarme—. ¿Cómo estás?

Fue inevitable reírme un poco de su estupidez.

— ¿Has pensado en acudir a un neurólogo? Puede que tengas problemas.

— He ido a un ginecólogo la semana pasada —soltó tranquilamente.

Le puse los ojos en blanco, pero me reí.

— Creo que debemos llevarnos bien ahora —dijo siguiendo mi paso.

— ¿Oh? ¿Y por qué?

— ¡Porque somos hermanos! —Exageró la respuesta palmeando mi hombro—. Mírate, cuatro-ojos.

No me había dado cuenta pero llevaba mis gafas encima. Eran parecidas a las de él.

— Luces más fea que antes —hizo un mohín.

— ¿Era fea? —alcé una ceja.

— Despreciablemente horrenda —dijo con asco—. Una abominación de la naturaleza.

Otra vez, fue inevitable reírme.

— Eres estúpido.

— "Estúpido es el que hace estupideces". ¿Recuerdas esa película?*—bromeó.

—Zemeckis**—puse ojos en blanco—. Claro que sí.

— ¡Ohh! —se asombró y no supe si bromeaba o no—. Bonita y cinéfila.

— Acabas de decir que soy fea —fruncí el ceño.

— Y fue una de las peores blasfemias que he dicho en mi vida —aseguró mirándome de frente con una sonrisa abierta.

Me sentí inmediatamente incómoda, pero me sonrojé.

— No soy cinéfila —continué caminando—. Adivina de quién aprendo sobre cine.

— ¿De quién? —se mostró interesado.

— De Edward —sonreí abiertamente.

—Auch—dijo después de un rato, frunciendo el ceño—. Mujer, esa flecha dolió.

— ¿Ah, sí? ¿Y a dónde fue esa flecha? ¿A tu corazón o a tus partes? —pregunté indirectamente para saber si solamente se fijaba en mí por cuestiones sexuales o por otra cosa. Esperaba que ninguna, en realidad.

Se echó a reír.

— ¿Mis partes? Me pregunto si, mientras decías eso, las imaginabas.

— ¡Ew! —Golpeé su hombro, con asco—. ¡Compórtate, Andrew!

Se rió y continuó siguiéndome en silencio.

— ¿Por qué me sigues? —pregunté con frustración.

— Porque quiero conversar contigo —fue sincero.

— ¿Oh, sí? Te diré una cosa, no estás conversando conmigo. Estás flirteando y eso me saca de quicio. ¿Es que no entiendes que no me interesas?

Lo solté de una sola vez. Con muchachos insistentes como él, no había que dar vueltas. No me interesaba lastimarlo, a esta altura.

Estuvo callado por un tiempo y me vino el remordimiento. ¿Tan dura había sido? Pero él me seguía todavía.

— Andrew, eres un chico listo y apuesto, puedes conseguir a la chica que quieras. Por favor, aprovecha eso y déjame en paz.

— ¿Ves? —suspiró—. Dices que soy listo y apuesto. Me haces pensar que realmente tengo una mínima oportunidad contigo.

— ¡Oh! Entonces, ¿ahora es mi culpa?—bufé de mala gana y oí que alguien me silenciaba. Había olvidado que estábamos en una biblioteca, pero seguía molesta—. Pues, no tienes ninguna oportunidad conmigo, supéralo.

Y fue mi ultimátum. No quería volver a hablar con él.

— Ojalá pudiese ser Edward —dijo después de un rato.

— ¿Oh, sí? —suspiré sin ánimos de oírle.

— Sí. ¿Sabes por qué? Porque podría lograr que sonrieras con facilidad.

Le miré. Eso había sido tierno.

— No me cansaría de decirte "Bella, te ves linda con esos anteojos"; "Bella, tu risa es adorable"; "Bella, tu nombre te hace justicia" todo el tiempo —sonrió.

Volví a sonrojarme pero la sensación de incomodidad volvió.

— ¿Qué te hace pensar que Edward no me dice esas cosas? —fue mi respuesta.

— Apuesto a que lo hace —mordió su labio—. Si no, sería un imbécil.

—Él no es ningún imbécil —repuse con paciencia—. Él es el mucho más de lo que podrías imaginarte. Te caería bien si no insistieses en algo que no tiene sentido.

— ¿Por qué si tú lo dices, no tiene sentido para mí? —esta vez, fue serio.

— Porque lo que tú quieres implica que yo lo acepte, y no lo haré jamás —le dije mirándolo fijamente, molesta—. ¿Quieres sufrir? Sigue haciendo lo que haces, porque nada cambiará.

Y di por sentado todo. No volvería a hablarle, y si él lo hacía, lo ignoraría.

Justo había encontrado un buen título cuando él, a mi lado, se rió.

— ¿Quieres oír un chisme?

Puse ojos en blanco, concentrada en el libro.

— Conozco una chica que le pidió a su novio que no volviese a hablar con su ex novia porque sabía que ella iría tras él. Su novio aceptó pero… ¿sabes? Al final, terminó tomando el café que le había prometido mientras su novia iba a comprar los ingredientes para prepararle el postre de chocolate que tanto le gusta. Y además, le enseñó fotografías del cachorro que adoptaron hace dos meses.

Me quedé helada. Lo miré atónita.

— Si yo fuera tú, le preguntaría a Edward qué ha hecho el día de hoy y con quién —sonrió con malicia—. Pero… cuidado. Puede que lo desmienta, porque no quiere que te enteres de eso.

Mi primera reacción fue considerar que estaba mintiendo para molestarme un rato, pero los detalles habían sido exquisitos y precisos. Él no tenía por qué saber sobre eso. En realidad, no muchos sabían exactamente lo que había sucedido entre Edward y Sienna. ¿De dónde lo había sacado?

Se marchó sin darme otra explicación. Debía ir a la tienda a comprar los ingredientes para el postre, pero decidí ir rápidamente hasta el departamento para preguntárselo a Edward.

En el camino, me puse a pensar qué pasaría si Andrew estaba en lo cierto, si Edward realmente había salido con Sienna. Por más que intentara, no podía imaginarlo invitándola a tomar un café. Ese no era Edward. Pero por otro lado… ¿y si realmente habían salido? ¿Incluso después de lo que le había pedido?

Darme cuenta de lo mucho que dolería si fuese cierto, me hizo sentir impotencia. No quería ser caprichosa, no quería ser estúpida. Pero si no era capaz de cumplir esa promesa, pudo habérmelo dicho y me lo habría replanteado. Él nunca aceptaría algo que fuese ilógico.

Odiaba sentirme celosa.

Llegué con prisa, porque la espera me estaba angustiando ya que no estaba segura de cómo reaccionar si las cosas resultaran ser ciertas. Pero lo más probable es que Andrew haya inventado toda esa historia para provocar un poco de discordia entre nosotros. Debía alejarme de ese chico de una vez por todas.

Cuando llegué, Edward estaba jugando con Bear en un rincón. La misma rutina de siempre: durante una hora, él lo llamaba silbando; cuando éste se acercaba pronunciaba un tajante "no" y él se detenía,

esperando por su premio que, generalmente era una golosina o una croqueta. La semana pasada le habíamos comprado su primer huesito de juguete. No paraba de mordisquearlo.

Bear fue el primero en saludarme, como siempre. A veces me preguntaba cómo se sentiría regresar a casa y no sentir sus lamidas. ¿Lo extrañaría tanto como lo imaginaba?

— Hola, preciosa —me saludó con aquella sonrisa que hacía que todos mis problemas fueran insignificantes. Pero, desafortunadamente, esta vez no surtió el mismo efecto.

— Hola, amor —hice un intento de sonrisa antes de acoger sus labios en los míos.

Nunca fui buena mintiendo. Notó mi semblante apagado y acarició mi mejilla.

— ¿Todo va bien?

— Sí —dije y sentí un gusto amargo en la garganta—. Es decir, no. Bah… digo…

Capté inmediatamente su atención.

— Te oigo —cruzó sus brazos, atento.

Me mordí el labio. Quería plantear el asunto para tenerlo en claro. Pero, ¿y si era cierto? ¿Y si realmente Edward había roto su promesa?

Me senté en el sillón y él me siguió, porque necesitaba un poco de valor y hacerlo sentada evitaría que mis piernas flaquearan. Las sentía como gelatinas.

Y supe que la mejor forma de plantearlo, sería directamente.

— ¿Qué hiciste el día de hoy?

Su respuesta no le hizo bien a mis nervios. Se puso tenso, a la defensiva y preocupado.

— Er… uhm, nada… ¿p-por qué?

Tembló. Edward Cullen tembló al responder. Él nunca se mostraba inseguro en sus respuestas, pero nunca era tan torpe para mentir.

— Mírame a los ojos —pedí, posicionándome frente a él, con el corazón en la mano—. Por favor, mírame a los ojos y júrame que jamás me ocultarías algo.

Sus pupilas se dilataron. Su mandíbula se tensó y podía ver la inseguridad en su expresión.

— Yo… —frunció sus labios y supe la respuesta en cuanto se despeinó y cerró sus ojos—. ¡Ah, no puedo hacerlo!

Me entró escalofríos.

— No, no puedo ocultarte algo, es muy difícil —se quejó masajeando su sien.

— ¿Me ibas a ocultar algo? —preguntarlo fue tan difícil como imaginarlo. ¿Edward ocultándome algo que implicara a Sienna?

— No, realmente no quise pero… los muchachos me dijeron que así te enfadarías menos —admitió algo avergonzado.

— ¿Muchachos? —este hecho me molestó—. ¿Lo consultaste con ellos antes de decírmelo? ¿Por qué? ¿Es que no hay suficiente confianza entre nosotros?

— La hay, amor. La hay —aseguró con certeza.

— ¿Y por qué se lo tienes que contar a otros antes de decírmelo? ¿Qué tienes con Sienna que no puedes decírmelo a mí primero? —estaba a punto de quebrarme.

Él frunció el ceño, de repente, él lucía sorprendido y lastimado.

— Además… ¿por qué Andrew lo sabía y yo no? —Esa era una de las primeras preguntas que deseaba plantearle. ¿Cómo es que él lo sabía si se llevaban tan mal? ¿Sería posible que éste lo oyera a escondidas?

Y sentí que había cometido un grave error al mencionar su nombre. Su reacción fue única: pasó de la preocupación a la sorpresa, luego al lamento y por último, a la ira.

— Oh, Dios... —se llevó ambas manos a la cara, cerrando los ojos—. Dime, dime por favor que él no te lo ha dicho…

— Y de la peor forma —agregué con voz lastimada. Entonces, él sabía que Andrew le había escuchado. ¿Se lo había contado?

— ¡Juro que voy a matar a ese imbécil! —gruñó en voz alta tomando un cojín del sillón y arrojándolo al suelo, haciendo que Bear se precipitara y comenzara a ladrar.

— ¡Edward, basta! —Le detuve yo rápidamente, pero la ira seguía contenida en sus ojos y su mandíbula—. Escúchame bien, golpearlo o no, no va a solucionar esto. En realidad, lo empeorara aún más.

Dejé que se calmara un poco mientras yo meditaba rápidamente lo que en verdad me dolía. Y no fue difícil reconocerlo instantáneamente.

— ¿Saliste con Sienna? —pregunté en voz baja, débil.

Él asintió varias veces antes de contestar un "sí", con la mirada clavada en el suelo.

— Rompiste la promesa —reconocí y sentí el ardor en mi rostro. Estaba llorando—. Prometiste que no la verías y lo hiciste… y lo peor, se lo contaste a tus amigos antes de recurrir a mí… ¿por qué?

Frunció sus labios. Me estaba mirando con pena.

— Porque sabía que te molestarías, necesitaba un consejo. Quería saber cómo hacértelo saber de la forma correcta.

— Y si sabías que me molestaría, ¿por qué lo hiciste? —exploté de malhumor porque ese punto me sacaba —. En realidad, no me molesta… me duele. Me duele, Edward. Eres… eres mi mejor amigo, eres mi compañero… ¿por qué lo hiciste?

— No fue a propósito, Bella. Lo juro —se acercó nuevamente a mí—. Por favor, déjame contarte cómo fue realmente…

— ¡No quiero detalles! —gruñí asqueada—. ¿No entiendes que duele saber que la persona quien menos creías que podía lastimarte lo hizo? Hace un año, podría haber esperado este comportamiento porque eras un imbécil, pero… ¿ahora? ¿Es que realmente no te conozco?

— Bella, te amo, en verdad lo hago —juró—. Pero estás exagerando las cosas ahora mismo —dijo completamente convencido.

— ¿Lo estoy? —pregunté—. Dime, ¿qué sentirías si tú me pidieras que no volviese a ver a Andrew, que yo te dijera que no lo haré y lo termino haciendo para luego ocultártelo?

Él no reaccionó de la forma en la que esperaba.

— Supongo que no frecuentas a Andrew —frunció el ceño, cruzando sus brazos—. Si sabes que es un muchacho que constantemente intenta ligarte, ¿por qué seguirías hablando con él?

Entonces, reaccionó.

— ¿Por qué estabas hablando con él hoy? ¿Cómo es que te contó aquello? —preguntó.

—Ay, Edward —torcí una mueca—. Sabes que siempre lo evito. No es como si tuviese prohibido contestarle lo que pregunta.

Él abrió los ojos, pasmado.

— ¿Y no es eso lo que me has pedido a mí, Bella? —Preguntó, incrédulo—. ¿No me has pedido que deje de hablar con Sienna?

Iba a decirle que era completamente diferente el asunto, pero otra cosa surgió en mi cabeza.

— Oh, ¿es que entonces deseas hablar con ella? —A esta altura, ya estaba muy cabreada.

Chasqueó la lengua, poniendo ojos en blanco.

— Bella, sabes que no es eso…

— ¿Sabes una cosa? Si deseas hablar con ella, frecuentarla a ella y a su hermana, no soy quién para negártelo. Tienes razón. Eres libre de hacer lo que quieras y nuestra promesa fue una estupidez.

— Bella… —suspiró sin ganas.

— No, está bien —admití—. Me he dado cuenta que soy una estúpida al haberte pedido eso. Pero lo hice porque me duele. Me duele verte con ella. ¡No sé cuál es la razón! Pero es así. Y el saber que, aun cuando prometiste no verla, lo has hecho, me hace sentir completamente insegura.

— ¿Insegura? —preguntó.

— Sí, porque estaba segura de conocerte, Edward. Mi Edward jamás faltaría una promesa. Y menos a la chica que jura amar.

Tuve apenas unos pocos segundos para ver en su rostro una expresión dolida porque yo tenía razón. Quería oír sus "no, Bella, escúchame" para pensar que yo estaba equivocada, pero su silencio era aniquilador. Yo estaba en lo cierto, él se había equivocado y dolía.

Me di la vuelta y rápidamente me encerré en la habitación para dejar que las lágrimas fluyeran libremente. Ellas aparecieron y no se detuvieron porque estaba asustada.

Uno cree conocer a una persona completamente y da por sentado muchas cosas, pero cuando algo así sucede, cuando alguien decide actuar de una forma que logrará lastimarte, te asusta. De pronto, crees que existe un lado que no conoces en él, que todavía te falta un poco. La seguridad y confianza que había sentido con Edward durante todo este tiempo estaba tambaleándose por una simple acción. Quizás no era la gran cosa, quizás salir con ella no había sido tan terrible como ahora lo imaginaba, porque ese no era el problema central.

No, ese no era el único problema. El problema estuvo en habérmelo prometido. Edward nunca fallaba en las promesas. Edward nunca se equivocaba.

Golpeó la puerta un rato más tarde, porque quería hablar conmigo. Yo no tenía ánimos de hablar, porque cada vez que me deprimía, me encerraba en mis propios pensamientos masoquistas. Me gustaba abrazar el dolor sin ningún motivo. Estaba imaginando cómo había sido esa salida. Ni siquiera me había dado explicaciones ni detalles. No los necesitaba, ¿verdad?

Había pasado un buen rato desde que me había encerrado y Edward dejó de intentar hablar conmigo. Quizás se había dado cuenta que necesitaba un tiempo a solas.

No supe bien en qué momento se había hecho de noche, pero decidí dejar la puerta abierta y recostarme en la cama, esperando a que en algún momento volviese a hablarme.

Sucedió un rato después, cuando oí que se acercaba al dormitorio.

— Bella… —suspiró muy bajo. Tan bajo que casi parecía una imaginación de mi mente.

No respondí, oculté mi rostro en la almohada intentando con todas mis fuerzas que las lágrimas no me traicionaran.

Lo más doloroso fue lo que vino después:

Edward volvió a emitir un largo suspiro y lo sentí acercarse a la cama. Estaba pensando en qué maniobras realizar para evitar su tacto, pero él tomó la almohada de mi lado y procedió a retirarse de la habitación.

No fue hasta más tarde cuando comprendí lo que había hecho: se fue a dormir en el sillón. No iba a acostarse conmigo esta noche, y eso me hizo llorar profundamente.

No se me pasó por alto el hecho de haberse llevado mi almohada. Me quedaba la suya que desprendía su cautivante aroma esencial. Lo abracé con fuerza, volviendo a sentir miedo. Nunca antes Edward había hecho algo como esto ni había decidido dormir sin mí.

A lo largo de la noche, estuve preguntándome por qué había decidido hacer eso. Me molesté porque se suponía que él era quien se había equivocado, él debía haberse acercado a mí hasta el último momento y lo odié durante un par de horas. Pero después me di cuentaque yo le había rechazado los tres intentos de mediación y él debía de estar cansado. No le pregunté por su día en el trabajo. No pude leer el libro que Melissa me había recomendado y me sentí fatal.

Me di cuenta que no sería capaz de conciliar el sueño en toda la noche porque no conocía los verdaderos motivos para deprimirme (es decir, no le había preguntado siquiera el motivo por el que había salido con ella), así que me armé de valor para salir de la cama y dirigirme en silencio hasta el living.

El sillón donde se encontraba era bastante espacioso. Me molestó verlo ahí porque la situación en sí me molestaba. Éramos Edward y Bella. Los dos idiotas del grupo que utilizaban la misma ropa. Los que discutían como un matrimonio, los que se divertían como mejores amigos y los que se protegían como hermanos. Él era mi alma gemela y no soportaba esta lejanía.

Entonces, enfurruñada, me recosté a su lado y decidí abrazarlo. Creí que estaba durmiendo, pero se dio cuenta de mi presencia y con sorpresa, se giró para verme en medio de la oscuridad.

— Bella… —me llamó rápidamente y abrazó mi espalda, ligeramente confundido por mi cambio de actitud.

Encendió la pequeña lámpara de la mesita para observarme mejor. Eso solamente sirvió para que yo pudiese darme cuenta que sus ojos estaban ligeramente hinchados.

Edward había estado llorando.

— Ay, no, Edward, no, no, no —dije rápidamente, perdiendo todo el orgullo y abrazándolo con fuerza.

Él seguía sin comprender la situación.

— Perdóname, en verdad, no quiero hacerte sentir mal… yo… ugh, Dios. Odio todo esto, perdóname — repetí varias veces, refregando mi rostro encima de su pecho viril.

Él me separó.

— ¿Por qué me pides perdón? Soy yo quien debería rogarte —dijo con nostalgia.

Me separé un poco de él.

— Me estoy sintiendo la peor persona del mundo. Tienes razón en todo lo que has dicho. Te amo lo suficiente para darme cuenta que a veces, puede que no merezca tu amor —confesó.

Me partió el corazón.

— Edward… —mordí mi labio y decidí que debíamos hablar—. ¿Qué fue lo que sucedió?

La pregunta me ponía nerviosa, porque ahora me daría cuenta de lo terrible que pudo haber sido ese encuentro.

Cerró los ojos y suspiró.

— Fue después de clases. Salí temprano y estaba por enviarte un mensaje para irte a buscar. Entonces, ella apareció en el extremo del pasillo con Lena, su hermana. La conocí primero a ella y siempre hemos sido buenos amigos. Es por eso que intenté evadirlas, pero ellas me saludaron. Y yo no pude negárselo. Es como si Jacob te saludara.

Oh.

—Me invitaron a tomar un café. Les dije que no, porque tenía que verte, pero ellas insistieron en que era lo suficientemente "inteligente" para no someterme a tus caprichos… lo cual, no es cierto —aseguró—. Te amo, pero sé qué cosas debo tolerar, y la promesa que te hice, fue bastante lógica. Pero… soy un imbécil, me dio mucha vergüenza negárselos. No lo vi como algo tan malo al principio. Digo, Sienna tiene novio, Bella.

¿En serio?

— Ella y Lena estaban muy felices por sus parejas y no me pareció incorrecto lo que estaba haciendo. Luego, me pidió que le mostrara una foto de Bear porque ella adora los animales. Lo hice y repentinamente, me acordé de ti y me sentí muy mal. Por eso, decidí irme. No fueron más de quince minutos.

¿Eso había sido todo?

— ¿Eso es todo? —pregunté y mi voz salió chillona—. ¿Solamente fue eso?

— Solamente… fue eso —contestó él, confundido.

¿Había hecho un gran escándalo por eso? Hablar con Sienna era como hablar con Jacob. Yo tampoco podría negarle un café. Y menos si estaba acompañado con alguien y éste ya tenía una pareja. Entonces… ¿había sido un problema de susceptibilidad por mi parte? ¿Yo había malinterpretado las indirectas de Sienna? ¿Y si ella realmente no deseaba conquistar a Edward y había hecho toda una discusión para nada?

— Pero qué estúpida soy —reconocí—. Soy una imbécil.

Edward se sorprendió.

— ¿Por qué dices eso? —preguntó.

— Acabo de escandalizarme por algo sumamente sencillo —fruncí el ceño—. Acabamos de discutir por algo completamente fútil.

De repente, las lágrimas encima de la almohada me parecieron tontas. Pero en realidad, temía a que fuese peor. Sin embargo, Edward volvía a demostrarme que era el hombre del que no se podía desconfiar.

— No fue algo fútil, Bella —murmuró en voz baja, muy apenado—. No debí aceptar la invitación. No debí romper esa promesa. Lo que sucede es que… desearía poder ser más frío.

— Pero no puedes —dije con dulzura—. Lo que en verdad sucede, Edward, es que eres un muchacho muy bondadoso. No puedes ser egoísta ni maleducado. Aun cuando no sientas nada por Sienna, no le guardas rencor porque…

Y yo misma me di cuenta.

—… porque ella te hizo feliz en algún momento de tu vida.

Edward no esperaba oír eso.

—Ella fue tu amiga, fue tu novia mucho antes de que me conocieras y por ese motivo estás agradecido con ella.

— Tal vez eso sea cierto —murmuró no muy a gusto—. Pero tú sabes que es algo del pasado. Nada ni nadie me ha hecho tan feliz como tú lo has hecho.

Y muy en el fondo lo sabía. No podía ponerme celosa por el comportamiento que Edward tenía con el resto porque así era él. Esa era su personalidad. Él ya no siente nada por ella pero seguía tratándola bien.

— Lo entiendo porque si me encontrara con Jacob, le sonreiría por todas las cosas que hizo.

— Ustedes eran mucho más cercanos de lo que yo fui con Sienna —rió medio bufando.

Pero yo no le guardaba rencor. Incluso, me parecería estúpido si me pidiera cortar lazos con él. Pensaría que él se comportaba inseguro y caprichoso.

Y quizás yo lo fui al momento de pedirle que se alejara de Sienna. Porque si élme ama como lo hace, ella no puede hacer nada contra nosotros.

— Juro que iba a hacerlo, Bella. Juro que iba a decírtelo. No me gusta sentirme así, no soy yo. Siento que lo que hice fue muy malo, tal vez exagero también, pero es difícil ocultar algo a la persona que más te conoce.

—Te creo —dije, finalmente, con una sonrisa—. Puedes hablar con ella, no hay problema. Porque al final, sé quién eres y por qué haces lo que haces.

Él apoyó su frente contra la mía, mirándome fijamente.

— Nunca más volverás a sentir lo que sentiste en la mañana, ¿entiendes? —juró—. Nunca más volverás a sentir que no me conoces, porque lo haces y mejor que yo mismo.

Fue mi turno para abrazar su cuello y enterrar mi rostro en él.

Desde entonces, nunca más volví a ver las discusiones como algo terrible. Comenzaba a creer que era extraño que no tuviésemos diferencias, que fuésemos tan adaptables el uno al otro. Y cuando aparecía un desequilibrio, nos asustábamos, pero no porque el problema fuese escandaloso, porque no lo era, sino porque creíamos saber todo acerca del otro. Y lo cierto es que eso es imposible. Siempre existe algo nuevo que descubrir acerca del otro que únicamente conoces cuando te toca vivir una situación particular. Ese día había aprendido que Edward era más bondadoso de lo que había pensado. Sí, a veces molestaba tanta amabilidad innecesaria en él, pero yo lo había elegido y bajo esa perspectiva, no tenía absolutamente nada de qué preocuparme. Al final, él también terminó por aprender que yo podía ser más frágil de lo que había pensado y lo consideró, en verdad lo hizo. Ahora sabía que no necesitaba del consejo de otros para saber cómo actuar conmigo, porque él conocía mis reacciones.

Entonces, lo deliberamos. Ninguno de los dos controlaría lo que el otro hacía, él podría hablar con Sienna, yo podría hablar con Andrew, no sucedía nada. Después de todo, ninguno de los dos sentía aprecio por ellos.

EPOV

Esa misma semana, un jueves a la tarde, tuve que ir a la casa de Josh para entregarle un libro que me había prestado. Francamente, estaba sorprendido por la coincidencia en nuestros gustos literarios. A veces olvidaba cuán culto podía llegar a ser aquél muchacho.

Vivía en un departamento alquilado a muy pocas calles del instituto. Toqué el timbre de su entrada antes de que él me atendiera.

Vestía únicamente sus pantalones de pijama y dudaba seriamente que usara algo debajo de eso.

Por alguna extraña razón, no esperaba verme.

— Hola. ¿Estabas durmiendo? —le saludé.

— Eh… —dudó un rato.

Fruncí el ceño antes de que me dejara pasar a su departamento.

— Aquí te traje un libro. Se llama "Desesperación", es de Stephen King. No a muchos les agradó porque creen que su final no fue el correcto, pero yo creo que tienes que leerlo al menos dos veces para captar el mensaje —me limité a contar para no informar demasiado sobre el libro.

Aproveché para observar la decoración y los muebles del living.

— Me gustan tus cuadros —remarqué aquello cuando identifiqué 'La noche estrellada' de Van Gogh. Me recordó que debía comprar uno nuevo para variar.

— Eh… —Seguía dudando con una mueca tensa.

— ¿Qué te ocurre? —Le pregunté. Parecía como si el hecho de que yo estuviese allí fuese un problema.

Antes de poder contestar, escuché que alguien tirabala cadena del retrete en el baño.

¿Estaba acompañado? ¿Podría ser Jane?

— Oh, lo siento, amigo… ¿estoy interrumpiendo? Puedo irme —dejé el libro a un costado y aclaré con soltura que no tenía problema en hacerlo.

— No, no —negó rápidamente, incómodo—. Es que…

Y del baño, salió una muchacha de tez morena.

Ella esperaba encontrar una visita aquí y debido a eso ya se encontraba cambiada, como si fuera a marcharse.

Me saludó rápidamente y lo hizo también con mi amigo, dándole un corto beso en la mandíbula.

Por respeto a la muchacha desconocida, esperé a que se marchara antes de poder soltar todo lo que tenía para decir. Estaba totalmente indignado.

— Sé lo que vas a decir y no luce tan terrible como parece —me advirtió en seguida, cuando ésta terminó por irse.

Sacudí la cabeza y extendí las manos.

— ¿Cómo puede lucir menos terrible de lo que realmente es? —bufé frunciendo el ceño. Suspiré—. Josh, ¿realmente…? ¿Realmente era tan necesario?

Lo seguí cuando él emprendió rumbo hacia la cocina.

— ¿Realmente vale la pena arruinar lo que tienes con Jane por esto? ¿Engañándola?

Cuando lo conocí por primera vez, supuse que era un degenerado, pero mantuve las esperanzas en alto por Jane. Sin embargo, había cosas que jamás cambiarían.

— No, no la estoy engañando porque no somos una pareja —me recordó apuntándome con el dedo índice —. Estamos saliendo, es algo completamente distinto.

— No es distinto si se trata de Jane —suspiré masajeando mi sien—. Lo único que necesitabas hacer era guardar tu maldita polla por un tiempo.

— ¡No pude! ¡Lo intenté y no pude! ¿Bien? —admitió mientras se llevaba un enorme sándwich a la boca.

Como cualquier adicto, Josh descargaba su frustración sexual a través de la comida. Pues, estaba comiendo en exceso y eso le molestaba. Tenía entendido que, años anteriores, había luchado contra el sobrepeso. Él se enfocaba demasiado en el físico.

El sándwich tenía algo de color oscuro.

— Ugh, ¿qué estás comiendo ahora? —chasqueé la lengua.

— Pollo, ensalada, mayonesa y Nutella—contestó con la boca llena.

Hice un mohín. Podría comerme hasta un control remoto siempre y cuando llevara Nutella encima, pero yo no era un partidario de las mezclas entre dulces y salados.

— ¿Y por qué sigues comiendo? Ya tuviste sexo —fruncí el ceño.

— ¡Porque no fue bueno! —Contestó apartando el sándwich en un llanto fingido—. ¡Ninguna es buena! ¡Ninguna es Jane!

No aprobaba el comportamiento de Josh porque sabía que traería problemas, pero Jane le había pedido algo completamente ridículo para alguien como Josh.

— Creo que estoy enloqueciendo —me dijo—. Creí que un poco de sexo casual con una completa desconocida me ayudaría en mi tarea de esperar por Jane. De todas formas, solamente es sexo, ¿no?

Ugh. Ese planteo me traía viejos recuerdos porque durante mucho tiempo me guié por esa lógica.

— ¡Pero no funciona! ¡No es buen sexo! —Exclamó con frustración—. Y ahora me siento un completo imbécil.

— Pues, en parte, lo eres —encogí mis hombros.

— ¿Sabes? Nunca le negué a una chica con… ya sabes, vello púbico —murmuró en voz baja y me sorprendí —. Pero con esta chica, no pude hacerlo. No paraba de imaginar cómo sería Jane. ¿Crees que se depile?

— No lo sé. Francamente, no pienso en la vagina de otras chicas.

— Bella tiene la piel como Jane. Suave, ¿verdad? —preguntó y asentí—. Pues, ¿ella lo hace? Si ella lo hace, seguro Jane también lo hace. Digo, son amigas, ¿no? Hacen ese tipo de cosas juntas y…

— Josh, no —negué para que dejara de especular—. Simplemente, no.

—Ugh, Edward, necesito ayuda —me pidió con preocupación—. No puedo follar con Jane. No puedo follar con desconocidas. No puedo follar. Tú eres doctor, ¿qué tan grave podría ser eso?

— Uhm, no lo sé. ¿Tus bolas se han puesto azules alguna vez? —bromeé.

Él jadeó horrorizado y yo me eché a reír, pero recordé lo importante.

— Lo que hiciste no estuvo bien, Josh —dije lentamente—. Jane ha puesto toda su confianza en ti y en esta relación. Si sabe que te has acostado con otra chica, pensará que no la estás tomando en serio y en verdad la joderás.

Bueno, a esta altura la había jodido tantas veces y ella aun así lo perdonaba. A ella le gustaba, obviamente.

— Y por eso, no se enterará —me amenazó.

— Oh, por favor —fruncí el ceño—. No seas un imbécil. Tienes que decírselo o será peor.

Esa lección la tenía tan guardada en mi cabeza como si fuese un rezo sagrado. Lo primero que debías hacer después de joderla era contárselo a tu novia, siempre.

Se molestó consigo mismo porque estaba al tanto de lo que me había sucedido el lunes, y se dio cuenta que estaba en lo cierto.

— Tienes razón —estuvo de acuerdo y sonrió—. Se lo diré mañana.

— No, mañana no. Hoy —le ordené.

— No, hoy no. Mañana —sostuvo.

— No, ahora —fui firme—. Te vas a bañar, vas a ponerte una ropa decente y le pedirás disculpas ahora mismo antes de que sigas engordando.

Lo dije en broma, pero él se alarmó repentinamente.

— ¿Estoy engordando? —me preguntó en voz baja, con preocupación.

— Sí, mira esa grasa. Ugh—exageré haciendo un mohín. Lo cierto es que Josh tenía abdominales mucho más desarrollados que cualquier otro.

Me marché entre risotadas hacia la entrada cuando le encontré revisándose cada rincón de su abdomen. Tardó en darse cuenta que no hablaba en serio.

— ¡Bromear con el peso de los demás es algo cruel, Edward! ¡Es un tema muy serio y delicado!

.

— Hey, ¿tu cumpleaños no es el veinte? —Thomas me preguntó como si no estuviese seguro.

— Sí —contesté llevando el cigarrillo a mi boca.

Parpadeó un par de segundos.

— Es decir, la próxima semana —se dio cuenta.

Asentí en silencio, preguntándome por qué lucía tan sorprendido.

— Oh, vaya… —le dio una pitada a su cigarrillo—. ¿Y qué planes tienes en mente?

— Bella dijo que ella se encargaría de todo el asunto. Así que no me molesto en hacer algo.

Nos encontrábamos sentados en la cocina de su departamento, solamente para hacer un poco de tiempo hasta que Jane se dignara a abrir la puerta del dormitorio donde se había encerrado tras oír la fechoría que Josh había cometido. Todavía podíamos oír los lamentos de nuestro amigo contra la puerta.

— ¿Qué crees que te regale? —quiso saber, curioso.

Por alguna razón estaba pensando en sexo. Pude haber pensado en postres, una fiesta o algo hecho por su propia mano ahora que había aprendido a bordar, pero mi mente siempre divagaba por otros rincones. Lo que más deseaba era llegar a ese lugar prohibido, follar su trasero, y ella lo sabía. Pensar en esa idea me hizo temblar de placer.

— No tengo ni la más mínima idea —contesté distraído.

— Bueno, tú la conoces. Seguramente será algo adorable —comentó mi amigo.

— Ella es adorable —agregué.

Entonces, recordé que debía pedirle un gran favor.

— Olvidé contártelo, Rosalie se irá de vacaciones.

Me miró con sorpresa.

— Vaya, ¿a dónde?

—Aruba—contesté—. Irá con un par de compañeras del trabajo. Creo que una de ellas va a casarse y planean tomarse unos días para la despedida de soltera. Además, tenemos familiares viviendo allí así que ella se quedará por un par de semanas.

— Sensacional.

— Lo sé, y por eso estaba pensando en que podríamos hacerle una fiesta de despedida aquí. ¿Qué opinas?

Thomas me miró por unos segundos.

— ¿Despedida de qué? —medio se rió—. Se va de vacaciones.

— Sí, ya sé —chasqueé la lengua—. Suena tonto, pero me siento fatal por haberla dejado muy apartada del grupo por incluir a Cassie. No es justo.

— Edward, Cassie es tu nueva cuñada —me recordó.

— Y Rose es mi hermana. Ya hemos tenido mucho favoritismo por Emmett en estas últimas semanas. Creo que deberíamos empezar a incluirla a ella.

Thomas no podía decir nada al respecto, porque yo estaba en lo cierto.

— Una fiesta por ella la haría sentir más querida por todos. ¿Qué opinas?

— Suena divertido. Solamente espero que Andrew no vuelva a secar marihuana. Todavía me pregunto dónde la compró.

Nuestra conversación se vio interrumpida cuando oímos que Jane le contestaba un sonoro "Vete-a-casaJosh" ante las suplicas del mismo.

— Esto no puede seguir así —suspiré desanimado y me levanté para dirigirme hacia donde ellos se encontraban.

Apoyaba firmemente las intenciones de Josh, pero no podía seguir así después de una hora y media. Ya era suficiente.

Le suplicaba que abriera la puerta con una voz desganada. Estaba cansado de esperar y su voluntad comenzó a flaquear. Era muy triste de observar.

— Josh, creo que eso es todo —murmuré bien bajo, palmeando su hombro a modo de consuelo. Jane no lo perdonaría.

Él observó durante unos segundos la puerta que lo separaba de Jane, mordiéndose el labio.

— Josh…

— Ya sé, ya sé —contestó rápidamente en voz baja, comprendiendo que ya no había caso.

Tomó aire y evaluó detenidamente sus siguientes palabras que serían las últimas:

—Sé que estás cansada de oírme, y sé que pedir disculpas a esta altura no arreglará las cosas. Sabes… de donde yo vengo, lo que hice no significa nada. Pero, de donde tú vienes… lo que hice, es la cosa más horrenda que se le puede hacer a una chica.

Él tragó saliva.

— Nunca tuve una novia, ¿sabías eso? —sintió vergüenza de admitir esto y por eso medio se rió—. Nunca hablé de tantas cosas con una chica por interés. Cuando era pequeño… las chicas decían cosas horrendas sobre mí—se rió—. ¿Qué clase de persona le dice a un niño gordo que morirá de diabetes o de cualquier cosa, solamente porque es diferente al resto?

Un silencio sepulcral se formó alrededor de él.

— Entonces, les demostré lo contrario y empecé a tratar a las mujeres de la misma forma que me trataron. Jamás les he dicho las mismas cosas, pero no me tomé la necesidad de tratarlas con respeto porque en el fondo, creía que todas las mujeres eran crueles. Ellas pueden ser las criaturas más preciosas que existen pero también pueden herir como nadie en esta vida.

Esperó unos segundos.

— Y luego te conocí —sonrió para sí mismo—. Estabas en el escenario, cantando esa canción que decía… Oh, Ava… je sais, tu sors encore ce soir —cantó en voz baja con una terrible pronunciación—. Estabas tan avergonzada e incluso así te animaste a cantar. No estabas usando maquillaje y así te veías hermosa. Tú… irradias alegría e inocencia y es por eso que la gente quiere estar a tu lado. Una persona desinteresada que siempre logra sacarle el lado positivo a las cosas.

Esperó unos segundos para continuar hablando.

— No sé si sabías esto, pero eres única, Jane —dijo con seriedad—. Eres tan… diferente del resto y eso te hace tan especial que…

Josh paró de hablar cuando se dio cuenta de algo.

—… ahora me doy cuenta que…no soy lo suficiente para ti —frunció sus labios, convencido—. Yo nunca podré ser único y diferente como tú. Así que…—asintió para sí mismo—… haces bien en dejar esto atrás.

Ni Thomas ni yo hubiésemos pensado que terminaría por dar esa resolución. No estaba seguro de que aquello que juraba fuese cierto pero, ¿quién éramos nosotros para decidir por él? No sabía cuán lastimada podía estar la autoestima de Josh.

Él respiró hondo y se masajeó los párpados, como si en realidad quisiera ocultar las lágrimas.

— Así que… espero que no me guardes rencor. Sé que no podré ser tu novio, pero al menos quiero ser tu amigo. Si me necesitas, puedes contar conmigo.

Dijo esto y tocó suavemente la puerta antes de decidir que lo mejor sería dejar a Jane en paz.

Nos acercamos a él para animarlo. Me sentía sumamente orgulloso de él.

— Hey, amigo, vamos a tomar algo para organizar la fiesta de Rosalie, ¿quieres venir? —propuse tratando de cambiar de tema.

— No… —hizo un mohín después de pensarlo—. Esta vez paso, quiero estar un rato a solas… pero gracias por la invitación.

No dijimos nada y dejamos que se marchara por su propia cuenta. Nunca lo había visto entristecido.

Pasaron un par de segundos antes de que la puerta del dormitorio de Jane se abriera y ella saliera con una expresión asombrada y los ojos hinchados, como si hubiese llorado un poco.

Observó cada rincón de la casa en silencio, buscando algo.

— ¿A dónde se fue Josh? —nos preguntó en voz baja con el ceño fruncido.

— Creo que a su casa —respondí, preguntándome si sus palabras habían surtido efecto.

Jane contestó aquella pregunta al tomar las llaves y salir del departamento, como si fuese a buscarlo.

— Me parece que todo saldrá bien —comentó Thomas esbozando una sonrisa.

— ¿Por qué piensas eso?

— Porque hasta hace un rato, Jane me preguntó si hacía bien en esperar tanto para tener relaciones sexuales. Le dije que no cualquier hombre aceptaría algo como eso —negó varias veces.

Me reí y antes de contestarle, alguien entró al departamento silbando. Era Andrew.

Él y yo nos miramos por unos segundos; aprovechó que su hermano estaba en la otra habitación para sonreírme con malicia.

— ¿Sabes? Bella solía decir que su novio era el hombre perfecto. Bondadoso, inteligente y… ¿cuál era la otra palabra? Uhm… ah, sí. Honesto. Pero, ¿sabes lo que pienso realmente? Si fueras suficiente hombre para ella, no habrías pensado siquiera en la idea de ocultárselo.

Contuve la ira que comenzaba a crecer en mi cuerpo. No iba a volver a tener problemas con él. Por Bella, no lo golpearía.

— Pero mejor dejemos que ella, con el tiempo, se dé cuenta de lo que verdaderamente merece —dijo esto último y entre risas, cruzó el pasillo a mi lado para dirigirse hasta su dormitorio.

Había tenido tiempo suficiente para darme cuenta que aquél mocoso no era ningún niño inocente. Sabía muy bien con qué estaba jugando y cómo llevar a cabo sus planes para, indirectamente, separarme de Bella. Pero en vez de utilizar las agresiones, decidí ponerme a su nivel. En realidad, iba a superarlo.

— Debería darte las gracias, Andrew —dije con buen ánimo.

Éste se dio la vuelta y me miró incrédulo.

— ¿Por qué? —bufó—. ¿Por haber puesto a tu novia en tu contra?

— No —negué con tranquilidad—. En realidad, tengo que agradecerte por lo que hiciste ya que gracias a tu plan, tuve una increíble noche de sexo con mi novia.

Abrió los ojos, perplejo.

— Y por si eso fuera poco, nos regalaste mucha más confianza de la que ya teníamos —me acerqué a él, desafiante—. Quizás tengas razón. Quizás yo no sea suficiente hombre para una mujer como ella, pero soy mucho más de lo que tú alguna vez serás. ¿Mentir, engañar y manipular para llegar al corazón de Bella? — Negué varias veces con una falsa expresión de preocupación—. No, no, amigo… si crees que así lo lograrás, estás muy lejos de conocer cómo es ella realmente.

Se quedó mudo.

— Pude haberme equivocado… pero incluso así sigue escogiéndome y mientras ella lo haga, yo no me iré a ningún lado —se lo refregué en la cara—. Admiro tu insistencia y hablo en serio, pero así como no entiendes por la palabra ni por la fuerza, comenzaremos a ignorarte porque ella ahora ni siquiera te quiere como amigo. Así que si fuera tú, estaría pensando en cuánto la jodiste con ese plan.

Su mandíbula se tensó y me miró con profundo recelo. Él sabía que no había logrado obtener lo que quería pero supuso que había logrado algo, separarme de Bella. Enterarse que ni siquiera en eso pudo ser efectivo su plan, debía estar sacándole de quicio. Me digné a tratarlo con la tranquilidad que significaba saber que Bella y yo nos sentíamos más unidos que antes gracias a sus mentiras.

Si pensaba que de esa forma lograría captar su atención, iba por un mal camino.

BPOV

(2) Empezó como una petición por parte de Edward, pero terminó siendo una decisión colectiva la idea de hacerle una pequeña fiesta sorpresa un viernes por la tarde a Rosalie antes de sus vacaciones para demostrarle que en ningún momento la habíamos excluido del grupo.

El ambiente se mostró particularmente acogedor. Era fantástico ver lo bien que se llevaban Thomas y Sam, así como Jane y Josh, quiénes se habían reconciliado. Alice y Jasper se mostraron muy entusiasmados ante la idea de la fiesta ya que ambos compartían la placidez de hacer feliz a Rose. No se lo dije, pero admiraba profundamente a Alice por lucir sonriente después de todo lo que había pasado con el problema de la fertilidad. Pronto tendrían que darles los resultados de aquél examen.

Incluso Edward y yo nos encontrábamos de maravilla. ¿Quién habría pensado que una pelea nos habría unido tanto? Si no se encontraba conversando con los muchachos, se acercaba para preguntarme si necesitaba ayuda con la comida. Me besaba el mentón y jugaba con mi cabello hasta producirme cosquillas. Nunca antes nos habíamos puesto tan afectivos en público.

El único que no encajaba era Andrew, y tampoco esperábamos que lo hiciera. El grupo nunca se encargó de tomar posiciones cuando uno de nosotros discutía con el otro, pero debido a que Andrew no formaba parte de él, en cuanto se enteraron lo que había sucedido, dejó de caerle bien al resto.

Edward, quien más motivos tenía para tratarlo mal, se mostraba indiferente y eso me hacía sentir muy orgullosa de él. A diferencia del resto, yo sentía pena por Andrew. Debía ser una patada en las bolas llegar a un país donde no conoces a nadie y a la poca gente que sí, le caes mal. Pero una cosa era segura: él se lo había ganado.

Todos permanecimos en silencio cuando nos enteramos que Rose entraba al departamento creyendo que era una simple juntada. Cuando ella apareció, todos exclamamos "sorpresa" con ahínco.

Más ella nos miró con cierto recelo.

— ¿Es el cumpleaños de alguien? —preguntó en voz baja, dándose la vuelta para corroborar si alguien más debía llegar.

— ¡No, tonta! ¡Es una fiesta de despedida para ti! —Alice canturreó con emoción.

Rosalie parpadeó los ojos varias veces, sin comprender.

— ¡Aruba! —exclamó su hermano mellizo, igualmente emocionado.

— Chicos, son solamente tres semanas —ella nos miraba como si estuviésemos locos.

— ¡Por eso! ¡Es mucho tiempo! ¡Claro que te vamos a extrañar! —Edward se encargó de decir aquello con mucha seguridad para que ella le creyera.

— ¡Aww! —Rosalie hizo un mohín con una enorme sonrisa—. ¿Me hicieron una fiesta para que finalmente encaje en su grupo, verdad?

Entre murmullos, no supimos bien cómo contestar aquello.

— ¡Qué dulces, chicos! ¡Gracias! —terminó por aceptar y entre todos lo celebramos.

Todos estuvimos de acuerdo en decir que Rosalie se veía muy bien, pero sus hermanos aseguraban que esto no era ninguna sorpresa. Francamente, esperaba verla un poco deprimida después de haber cortado definitivamente con Emmett, pero se la notaba mucho mejor, como si se hubiese sacado un peso de encima. Y eso me puso nostálgica. ¿Podría ser que, después de todo, ellos no era el uno para el otro?

Edward pasó casi toda la reunión con su hermana tratando de hacerla sentir acompañada y eso me pareció el gesto más dulce del mundo. Era extraño pensar que hace un año se llevaban terriblemente mal.

Permanecí al lado de un divertido Thomas y un completamente enamorado Sam mientras le enseñaba cómo preparar un poco de salsa casera a éste último. Estaba tan feliz por ellos que, literalmente, sentía

ganas de abrazarlos y atarlos con cinta adhesiva para que así nunca se separaran. No había visto feliz a Thomas desde la primera vez que lo conocí.

— La cocina se le da muy bien a la gente con mucha paciencia como tú, Sam —él trató de consolarlo tras varios intentos frustrados de preparar la salsa.

— Mis manos sirven para bordar, no para cocinar —alzó una de sus manos—. Honestamente, no sirven de mucho.

Thomas soltó una risa silenciosa.

— No deberías menospreciar las habilidades en tus manos, ¿sabes? —dijo aquello en un tono picarón, bastante bajo.

Me sonrojé cuando me di cuenta que podía tratarse de una broma sexual.

— Okay. Prueba —Sam alzó el cucharón de madera con salsa encima para que Thomas diera su aprobación.

En el momento en que él lo hizo, sus rostros se encontraron muy cercanos. A cualquiera le habría parecido algo completamente normal en una pareja, menos para Andrew que acababa de entrar a la cocina.

Los miró alzando una ceja, con cierta incredulidad.

— Eh… ¿qué están haciendo? —preguntó y sentí un leve pero casi indescifrable tono asqueado.

Todos en la habitación permanecimos en silencio, a la espera de una buena explicación por parte de los muchachos.

Sam tomó la iniciativa y, según me había contado Edward, no era la primera vez que lo hacía ya que Thomas se paralizaba por completo.

— Le estoy haciendo probar mi salsa.

— ¿Y por qué tú sostienes la misma cuchara? —Andrew seguía sin entender y no me gustaba para nada la expresión defensiva que portaba en ese momento.

— Porque soy homosexual —Sam logró rescatarse con una sonrisa—. Y eso es lo que los homosexuales hacemos. Preparamos comida… y dejamos que nuestros amigos heterosexuales…—enfatizó aquella palabra —…prueben de la misma cuchara.

Me di cuenta que Andrew no era particularmente homofóbico, pero le producía un poco de confusión que su hermano se apegue tanto al comportamiento homosexual de su amigo.

— Por ejemplo, ahora es el turno de Edward…

Sam enfatizó el nombre de Edward para que le siguiera la corriente. Yo, que ahora me encontraba cerca de él, pellizqué su brazo para que se acercara.

— Por supuesto —sonrió él como si nada y dejó que Sam le hiciera probar la salda de la cuchara.

De fondo, podía escucharse la risa de algunas chicas y la mía.

— Yo también quiero probar —Mark asintió, participando también.

— No se atrevan a dejarme fuera de esto —amenazó Josh a modo de broma.

— Tú puedes participar si gustas, Andrew —Sam propuso con amabilidad.

— No, gracias —alzó sus manos a modo de disculpas—. Tengo que salir ahora.

Más allá de haber sido un gesto muy amable por parte de los muchachos, no quitaba que Thomas se mostrara algo preocupado acerca de cómo iba a darle la noticia a su hermano. Tarde o temprano se daría cuenta que Sam estaba pasando más tiempo de lo normal en la casa.

Aproveché un rato para acercarme al grupo de las chicas que inmediatamente se había reducido a Melissa y a Rosalie porque el resto se habían ido con sus novios. Ratas.

— Nos estábamos riendo de tus pequeños pantalones —Melissa explicó el porqué de sus risas antes de que me acercara.

No esperaba oír eso.

— ¿Por… qué? ¿Qué tienen? —pregunté mirándomelos. Eran color bordo.

— Asientan muy bien tu trasero, aunque son muy ajustados —Melissa comentó observándolos con diversión.

— Hace calor —fue mi sencilla explicación.

— ¿Esa es la gorra de Edward? —me preguntó Rosalie con asombro.

Ya entendía por dónde venía su planteo.

— Compartimos un… par de… prendas —murmuré casualmente.

— ¿Un par? —Melissa se burló, porque sabía que eso no era cierto—. Lucen como dos hermanitos que se visten igual, es muy gracioso.

No estaba segura si reírme o sentirme mal, pero terminé optando por una opción distinta: sonrojarme.

Melissa se excusó por unos segundos y me senté al lado de Rosalie. Curiosamente, no sentía la misma incomodidad de hace unos meses, pero no podía decir que me sentía completamente relajada. No hablaba mucho con ella.

— ¿Él no va a venir, verdad? —me preguntó en voz baja, con la mirada fija en un punto de la habitación. No obstante, sonreía.

¿Qué podía contestarle? No estaba segura de qué tanto podía hablar al respecto con tal de no lastimarla. Para empezar, ¿la lastimaría?

— No… —opté por la verdad, porque sabía que ella era una chica firme que preferiría mil veces una verdad dolorosa a una mentira aliviadora.

— Mejor —rió en silencio y bebió de su pequeña botella de zumo. Según había contado, estaba haciendo dieta para cuidar su figura para Aruba. Yo no comprendía cómo ya que tenía un cuerpo saludable y envidiable.

— ¿No quieres volver a verlo? —me animé a preguntar, con cierta timidez.

Tardó unos segundos en responder.

— Honestamente… no. Me dolería. Pero tengo que admitir que se siente bien poder dejar algo atrás. Es decir, tener un camino sin ataduras. Me cuesta encontrarlo, pero cuando lo hago, salgo adelante con mucha facilidad —dijo con orgullo y sonreí.

— Edward realmente estaba preocupado por ti. Espero que no pienses que tomó partido o…

— No, no, no —negó ella sonriente—. Sé eso de antemano. Tomar partido es algo involuntario y no los culpo. Es más, agradezco todo esto —señaló la habitación entera refiriéndose a la fiesta—. Y agradezco que tengas la amabilidad de acercarte a hablar conmigo, después de lo desconsiderada que he sido contigo, Bella.

Le resté importancia.

— Son… cosas del pasado, ¿no? Todo resultó bien para todos, creo —encogí mis hombros, observando a Edward a lo lejos.

Ella también lo hizo.

— Pronto se hará un año desde que se conocen —murmuró y me sorprendió que supiera de ese detalle—. Dime, ¿tienes algo planeado para su cumpleaños?

— Una fiesta sorpresa en nuestra casa —le comenté ladeando una pequeña sonrisa—. Estoy pensando en los regalos… sea lo que sea, siento que es poco para demostrarle cuánto lo quiero.

— A veces una sola cosa basta para demostrar todo ese amor—me dijo—. No gastes demasiado en él, no lo necesita. Dale algo para que sepa que eres suya. Algo que nadie más tendrá y que él atesorará por siempre en su memoria…

¿Por qué estoy pensando en sexo anal?

— Uhm, sí —fingí sonreír con inocencia—. Creo que ya me hago una idea.

Edward podía ser el hombre más dulce y bondadoso que conocía en mi vida, pero tenía que ser honesta; él era hombre y el mejor regalo sería algo vinculado con sexo. Después de todas las cosas que habíamos hecho, uno pensaría que el siguiente paso sería probar con aquello del sexo anal, pero me sentía tan ignorante al respecto…

— ¿Puedo pedirte un consejo? —pregunté en voz baja todavía inmersa en aquellos pecaminosos pensamientos.

Entonces me di cuenta que era mi cuñada. ¿Cómo diablos iba a preguntarle por sexo anal a Rosalie? ¿En qué estaba pensando?

— Sí —ella aceptó.

— No, mejor no —mascullé sonrojada.

— ¿Segura? —preguntó ella sin interés por indagar al respecto.

— Sí, no te preocupes —asentí varias veces antes de levantarme del asiento para excusarme por unos segundos.

Decidí salir un rato al balcón para encender un cigarrillo. A diferencia de Edward, yo no fumaba tan seguido, así que rara vez me sentía culpable al respecto.

Thomas se encontraba allí, haciendo exactamente lo mismo.

— Creí que lo habías dejado —destacó con sorpresa cuando me acerqué a su lado.

— Es difícil dejarlo cuando toda la casa huele a tabaco —respondí, aludiendo a Edward.

Asintió una sola vez, dándome la razón y regresando su vista hacia el cielo. El crepúsculo en Nueva York tenía que ser una de las cosas más fantásticas del mundo.

— ¿Puedo contarte algo? —rompió el cómodo silencio.

Ni siquiera tuve que contestar para hacerle saber que podía hacerlo.

— La razón por la que no hablo mucho con mis padres es por mi condición sexual —contó con la mirada fija en el cielo—. Por eso nunca has sabido de ellos ni me has oído hablar sobre ellos.

— Sé que es difícil, pero tus padres tendrán que aceptarlo tarde o temprano —murmuré.

Él negó con una sonrisa apacible.

— ¿Qué pensaría tu madre si decidieras abortar? ¿Crees que lo aceptaría?

La pregunta me tomó por sorpresa. Ni siquiera necesitaba pensar en la respuesta, la conocía demasiado bien.

— Lo haría… pero no lo aprobaría—luego, lo pensé mejor—. Y lo más probable es que nunca más vuelva a ser lo mismo entre nosotras.

Y allí estaba la respuesta.

— La gente siempre dice que existen cosas que cambiarán, y están en lo cierto. Pero hay un mínimo e ínfimo porcentaje de cosas que definitivamente, no cambiarán. No importa cuánto amor emplees, no va a funcionar.

Las palabras de Thomas no tardaron en ponerme triste.

— Cuando me di cuenta de esto, sentí mucha ira. Después, tristeza. Pero luego apareció la resignación y por último, la aceptación.

Le dio una calada a su cigarrillo.

— Lo mismo sucede con Andrew —continuó.

— Thomas, eso es ridículo —bufé—. Tus padres son personas que han sido criadas en otros tiempos. Pero Andrew no. Él nació en una época donde ser homosexual es algo completamente normal. Y más en una ciudad como Nueva York.

Le hice reír un poco, porque estaba de acuerdo.

Al rato apareció Sam y dejé que ellos conversaran con la tranquilidad necesaria. Me hizo sentir bien saber que al fin podía contar con el apoyo de alguien que le conociese mejor que todos en el grupo.

Iba a juntarme con Edward pero decidí acercarme a Alice. Se la notaba algo impaciente.

— Nos dijeron que el resultado del análisis estaría entre hoy y el lunes —se mordía constantemente el labio, revisando su BlackBerry una y otra vez.

— Lo más seguro es que nos lo den el lunes, Alice. ¿Puedes dejar de golpear con tu zapato? Me está dando dolor de cabeza —Su esposo la abrazó y pidió aquello con dulzura.

— No puedo esperar hasta el lunes, quiero saberlo ahora —respondió ella con ansiedad—. Esta mañana soñé que sentía pataditas en mi vientre. Nunca antes había sentido algo así, ni siquiera en otra persona, pero juro que fue así. No sé por qué, pero tengo un buen presentimiento.

Le sonreí.

— Claro que es un buen presentimiento, amor —Jasper besó la palma de su mano y la miró a los ojos. Ella estaba sentada encima de él—. Te prometo que todo va a salir bien.

Alice no pareció estar de acuerdo con esa expresión.

— Cuando dices "te prometo que todo va a salir bien", suena como si las probabilidades de que no salga bien, sean altas. Y no las son, ¿me oíste, Jazzie? Serán buenas. Confía en mí.

Él se rió y apoyó su rostro sobre el cuello de ella.

— Está bien, serán buenísimas —acordó él.

— No importa lo que pase, ustedes serán unos padres increíbles—declaré.

Alice me miró mal.

—… y cuando digo "no importa lo que pase" me refiero a que, definitivamente, las cosas saldrán muy bien —alcé ambos pulgares para mostrarme optimista.

De todas formas, era muy difícil ser pesimista cuando Alice sonreía de esa forma.

Alguien tocó mi hombro y me di la vuelta. Me sentí incómoda cuando vi que era Andrew.

— Bella, ¿sabes dónde está mi hermano? —sentí que no tenía ánimos por hablar conmigo. Pues, yo tampoco los tenía.

— En el balcón —contesté sin problema, porque no me molestaba ser educada con él.

Él asintió una sola vez y agradeció, dirigiéndose hasta allí.

Estaba a punto de ir al baño cuando sentí un brazo rodear mi cintura. El movimiento posesivo, característico en la mano, me reveló la identidad de aquella persona.

— Hola, pequeña —besó mi frente.

No se me pasó por alto el hecho de haberse acercado inmediatamente a mí al ver que Andrew lo había hecho hacía pocos segundos, pero no me molestaba, en realidad.

— ¿Qué es lo que quieres para tu cumpleaños? —Créase o no, fue la primera vez que se lo pregunté.

Lo pensó un rato. O al menos eso fingió.

— Un globo —respondió con una sonrisa.

— ¿Un globo? —alcé una ceja.

— Sí. Quiero que me compres un globo y que lo infles.

— ¿Oh, sí?

— Sí. Quiero una excusa para decir que te he quitado el aire.

Puse los ojos en blanco ante tan estúpido chiste. Pero cualquier chiste parecía gracioso cuando Edward lo contaba.

— ¿Qué quería Andrew? —preguntó ahora con un tono casual.

Mi sexto sentido no fallaba.

— Quería saber dónde estaba Tho…

Solamente entonces me di cuenta que había enviado a Andrew al balcón, donde Thomas y Sam estaban hablando y, probablemente, intimando.

— Oh, mierda.

Ni siquiera tuve tiempo para hacer algo al respecto. Andrew salió disparado del balcón hacia la entrada del departamento, luciendo completamente aturdido.

Habría pensado que se debía a otra cosa, pero Thomas le persiguió con la misma prisa.

— Andrew —Thomas exigió atención—. ¿Podemos hablar?

— ¿P-Para qué? —preguntó mientras se colocaba su cazadora, nervioso.

— Quiero explicártelo —respondió Thomas, reaccionando de la misma forma. A esta altura, todos habíamos captado la escena.

— ¿E-Explicarme qué? —Andrew encogió sus hombros, tartamudeando—. ¿L-Lo que hacías? No quiero saberlo, eres libre de e-experimentar todo lo que quieras y…

Andrew tragó saliva y se animó a mirar a su hermano de frente.

— ¿Eres bisexual? —preguntó con determinación.

Thomas tardó en responder.

— ¿Cuándo fue la última vez que me viste con una chica, Andrew? —Thomas se mostró resignado.

Esto hizo que Andrew comprendiera el doble sentido en sus palabras. Se asombró, pero no de la mejor forma. De repente, lucía irritado.

— ¿Q-Qué? ¿M-Me estás diciendo que mi hermano…? —entonces se rió—. ¿Mi hermano es…?

— Andrew, puedo explicártelo —Sam interrumpió la conversación, tratando de calmar las cosas.

— ¡No! —fue la primera vez que Andrew reaccionó seguro y tajante—. ¡Este es un tema entre mi hermano y yo!

La habitación permaneció en silencio.

— ¿Hace cuánto? —fue la siguiente pregunta de Andrew.

— Mi vida entera —respondió Thomas en un murmullo casi apagado, mirando a su hermano directamente a los ojos.

Andrew puso los ojos en blanco y gruñó un "no-puedo-creerlo".

— ¿I-Ibas a la Iglesia con nosotros y…? —no pudo terminar la frase, estaba totalmente indignado—. ¿Por qué? ¿Por qué, Thomas? ¿Por qué mierda nunca me lo has…? —entonces, reaccionó—. ¿Lola lo sabe?

Thomas no contestó nada.

— ¡Por supuesto! ¡Por eso ustedes eran tan cercanos y me dejaban a un lado siempre! —Bufó y despeinó su cabello.

— Nunca te dejamos a un lado, Andrew —esta vez, Thomas reaccionó con el mismo tono de voz que su hermano.

— ¿Y por qué me lo has ocultado por tanto tiempo? —la verdadera pregunta que Andrew deseaba plantear surgió.

— ¡Porque no estaba seguro de cómo reaccionarías! —explicó él—. Me di cuenta de cómo mirabas a Sam, lo miras como si él fuese diferente. Como si no fuese como tú. Él es una de las personas más fuertes que he conocido y tu mirada no lo lastima. Pero no sucede lo mismo conmigo.

Andrew no esperaba oír ese planteo.

— Sé que tú crees que las cosas deben ser de cierta forma, pero no tienen por qué ser así, Andrew. No tenemos porqué obedecer los pasos de nuestros padres. Así como has escapado, yo también lo he hecho y si eso te hace feliz, me hará feliz a mí también. Por eso, lamento profundamente no habértelo dicho antes, pero así como respetaré cada una de las decisiones que tomes, te pido, hermano, que aceptes las mías.

Todas las miradas de la habitación avanzaron hasta la expresión aturdida de un Andrew que parecía decepcionado de su propio hermano.

Por unos segundos, creí que Andrew cedería, pero lo siguiente que hizo, fue terrible. Se asqueó.

— Besas hombres —murmuró aquello en voz baja, como si fuese algo espeluznante—. No puedo verte de la misma forma ahora, me das… ¡Ugh!

Irritado, tomó las llaves del departamento y procedió a retirarse con aire despectivo.

Probablemente, todos en la habitación estaban odiando por completo a Andrew, pero yo sentía pena por él ya que esta vez estaba solo.

— Tengo que ir a buscarlo —se convenció Thomas después de que Sam tratara de consolarlo. Sus palabras habían sido desastrosas para la poca autoestima que Thomas tenía en estos momentos.

— No va a querer hablar contigo —Sam le aconsejó. No le veía sentido ir por él ahora—. Tienes que dejarlo solo.

— ¡No puedo dejarlo solo! —La ira que Thomas había reprimido salió a flote—. ¡No conoce a nadie aquí! ¿A dónde crees que pueda ir ahora?

El hecho de que Andrew fuese un muchacho perdido en la ciudad y que yo fuese la única 'amiga' que pudo haber 'rescatado', me hizo sentir que debía hacerle el favor a mi amigo.

— Iré a buscarlo —suspiré. No sentía ánimos para hacerlo, pero era como tratar con un niño caprichoso de diez años. Alguien debía hacerse cargo de él.

— No, Bella, no es necesario… —Thomas rápidamente negó mi petición.

— ¿Quién más lo buscaría? —pregunté—. A nadie de aquí le importaría Andrew de no ser tu hermano.

Thomas observó al resto. Ellos bajaron la mirada, un poco apenados, porque yo estaba en lo cierto.

— ¿Ves? Nadie lo hará. Además, él no se negará a hablar conmigo.

Odiaba usar ese argumento a mi favor ya que no era agradable de oír. Mucho menos para Edward.

Thomas dudó y lo tomé como una aceptación. Busqué las llaves y antes de marcharme, miré a Edward.

— ¿Esto no te molesta, verdad? —pregunté en voz baja, esperando una respuesta positiva de su parte.

No lucía emocionado por la idea, para ser franca, pero sabía que yo estaba en lo cierto. Además, sabía que era un favor hacia Thomas, no hacia Andrew.

— No, amor —respondió con honestidad—. Pero llévate el celular. Llámame en cuanto termines, no quiero que vuelvas sola.

Esa y otras maneras de indicar que no quería que vuelva con Andrew.

— Te amo —solté y le di un casto beso en los labios antes de emprenderme a la búsqueda.

No conocía a Andrew lo suficiente como para saber dónde se encontraba, pero yo era, exceptuando a Thomas, mejor que cualquier otra persona.

Mientras evaluaba cada posibilidad, comenzaba a hacerse tarde y no deseaba rondar en la oscuridad por las calles de Manhattan vistiendo unos shorts insoportablemente cortos para el resto. No era buen negocio.

Una de las opciones que había deliberado era la biblioteca en donde le había encontrado la vez anterior. Llegué hasta allí tomando un taxi y una vez que entré, no pude encontrarlo.

Salí de la biblioteca y estuve a punto de dejar el plan a un lado y regresar al departamento…Y entonces, oí su voz.

— ¿Te envió mi hermano? —era él. Estaba sentado en uno de los bancos ubicados frente a la entrada de la biblioteca. Me pregunté por qué no le había reconocido antes de entrar; quizás se debía a qué, por primera vez, no estaba usando sus gafas.

— No —me acerqué a él.

— Pero estás haciendo esto por mi hermano —dijo.

Me mordí el labio. Tenía que ser honesta.

— Amo lo suficiente a tu hermano para saber que eres especial para él. Y lo que le dijiste allí, fue lo peor que pudiste haberle dicho en toda tu vida —sin embargo, ser honesta a veces significaba ser dura.

— Lo reconozco, no estuvo bien —dijo después de un rato.

Decidí sentarme a su lado.

— ¿Conoces esos momentos en los que estás tan molesto que terminas por decir lo primero que se te pasa por la mente, sin evaluar lo que el otro sentirá? —me preguntó.

— Por supuesto.

— Bueno, creí que ese había sido uno así —comentó—. Pero creo que no. Todavía siento lo que le dije.

— Estás molesto porque te ha ocultado aquello por mucho tiempo.

— No —negó—. Eso puedo entenderlo. No siempre necesitas compartirlo todo con la familia. El problema es que… —hizo una mueca—… mi hermano se acuesta con hombres. Es…es… ah.

— Es ridículo —le insulté—. Es ridículo lo que piensas.

Me miró con sorpresa.

— Mira, no sé en qué ambiente te has criado. Aquí no interesa lo que tú apruebes o lo que él apruebe. Aquí interesa el apoyo que le entregues para que él pueda vivir su vida con una buena sonrisa. Tu hermano es una persona que ha pasado por muchas cosas y ni siquiera él logra comprenderse. No esperes que cambie, porque no lo hará. Él no espera a que aceptes que dos hombres pueden amarse, simplemente quiere que lo apoyes, como él, seguramente, lo ha hecho con cada estúpida decisión que has tomado.

Andrew permaneció en silencio, con una mirada apagada.

— Por ejemplo, lo que hiciste con Edward… es lo más bajo que has podido hacer. Y estoy segura que tu hermano no te ha dado la paliza que merecías —recordar eso me molestó.

— Ni siquiera tu novio lo ha hecho —comentó él.

— Ese es otro asunto —destaqué y me acerqué más a él—. Andrew, no puedes odiar a tu hermano por sus preferencias. Él no decidió esto, él nació así y morirá así. No puedes hacer nada al respecto. Puedes aceptarlo, permanecer más unido a él y participar en su vida o puedes enfurruñarte y escapar de él, ignorándolo. Pero ya deja de comportarte como un niño, como si fueses una víctima, como si tuvieses el derecho de juzgarlo. Deja de ver la vida como un estúpido juego donde gana el que hace trampa, porque terminarás solo.

Me levanté del asiento y me siguió con los ojos.

— Empieza por actuar como un hombre. No creces con los años, creces con las decisiones que tomas. Trata de pensar un poco sobre eso.

No contestó nada. En realidad, lucía como si no quisiera hablar, pero había logrado mantenerlo pensativo por un rato y para mí, esa era una misión cumplida.

No quise molestar a Edward y por eso decidí tomar un taxi para volver hasta el departamento. Me había tardado un poco más de una hora.

Cuando llegué, todos seguían en la pequeña reunión que se había paralizado debido al percance.

— Estará bien —me limité a contestarle a Thomas cuando deseó saber cómo se encontraba—. Trata de no darle tanta importancia, no es un niño.

— Es un niño —me corrigió él, y estaba en lo cierto.

— Uhm, bueno, sí —concedí—. Pero eso debe cambiar.

Frunció sus labios y asintió. Se acercó a abrazarme y agradecerme por lo que había hecho.

De paso, también le pidió disculpas a Rose por haber presenciado todo aquello. Ella supo comprender ya que, muy en el fondo, no le veía mucho sentido a esta reunión.

— Pronto verás, volverás mucho más hermosa y bronceada de tus vacaciones y serás cien veces más atractiva de lo que ya eres. ¡Y Emmett caerá a tus pies en menos de un segundo! —decía Alice abrazando a su cuñada.

Por supuesto, entre chicas, podíamos burlarnos un poco de él.

Un teléfono empezó a sonar y parecía ser el de Jasper. No le prestamos especial atención sobre todo el murmullo de la reunión hasta que él abrió los ojos con sorpresa y reclamó la atención de su esposa.

— Son los resultados, nena.

De inmediato, todos enmudecimos a la espera de las noticias que iban a traer.

Confié plenamente en la intuición de mi mejor amiga. Si Alice confiaba en que algo sucedería, existían altas probabilidades de que así sería. Ella irradiaba optimismo ya que sabía que si realmente creías en algo, podías lograrlo.

Sin embargo, puedes equivocarte.

Todos esperábamos que Jasper terminara con la llamada con una enorme sonrisa y que le dijera a su mujer que no había problema con ella, como ella pensaba. Pero continuó escuchando atentamente, con una expresión inescrutable hasta que, finalmente, agradeció con una pequeña sonrisa y cortó la llamada.

— ¿Entonces…? —De pronto, Alice se había puesto más ansiosa que nunca. La expresión de Jasper no lograba decirnos nada aún.

— Podemos hablarlo en otro momento —fue su primera respuesta y no fue tomada muy bien.

— No, está bien, pueden oírlo todos —Alice aseguró, ya con el ánimo desganado, sabiendo que definitivamente, había un problema.

Ella esperó unos segundos antes de hacer la pregunta:

— ¿Soy yo la del problema?

Jasper frunció los labios.

— Eres tú… y yo también.

¿Qué? ¿Ambos?

— ¿Qué se supone que eso significa? —la voz de Alice estaba a punto de quebrarse.

— Dicen que… es muy poco probable que suceda pero que, si realmente lo deseamos, tenemos otras posibilidades —relató paulatinamente, con cuidado.

Mis ojos fueron rápidamente a Edward para entender lo que eso significaba. No me hizo para nada bien porque él ya sabía de antemano la mala noticia que se acercaba.

— ¿Cómo cuál? —su dulce voz preguntó.

A Jasper le costó demasiado pronunciar la respuesta:

— Adopción.

Fue un espeso, oscuro y frívolo silencio el que nos rodeó en ese preciso instante. Ninguno de nosotros, incluidos los involucrados, había tanteado esta posibilidad. Y es que era ridículo. ¿Cuántas probabilidades había de que dos personas no fuesen capaces de concebir un bebé? ¿Cuántas eran las probabilidades de que Alice hubiese encontrado otro hombre, o Jasper otra mujer para poder cumplir sus sueños?

Ella no fue consciente de la noticia hasta que estuvo en los brazos de su esposo. No la vimos tan mal y supe que era porque no quería demostrárnoslo. Le restó importancia y todos supimos que era una mentira. No supe qué era más doloroso, ver a Alice fingir que no había problema con aquella alternativa o ver a Jasper intentar mantener la postura para cuidar a su mujer aun sabiendo que hasta a él le rompía el corazón la noticia.

Porque era difícil. La adopción era difícil. Saber que la única forma de ser padre o madre es cuidando a una criatura que no lleva tu sangre, debía ser sumamente doloroso.

Al final, la reunión resultó ser un fiasco.

.

El lunes siguiente salí un poco más temprano de lo usual y fui directo a la biblioteca para devolver el libro que había pedido la semana pasada. Se suponía que estaba en planes de buscar otro libro recomendado por Melissa pero lo único en lo que podía pensar era en el cumpleaños de Edward el próximo viernes.

Me encontraba revisando la sección de libros de ciencia ficción —algo sumamente inusual en mí— para escoger un buen título para Edward cuando oí una voz familiar.

— ¿Vienes aquí todos los días?

Giré mi rostro hacia mi izquierda, donde provenía esa voz. Era Andrew.

— No, pero parece que tú sí —comenté y él se rió.

— Conozco al muchacho que atiende. Es un buen amigo —me contó mientras se acercaba a mí.

— ¿Sí?

— No —negó y fue mi turno para reírme.

Observó el título del libro que sostenía en mis manos con curiosidad.

— Jamás habría imaginado que te agradaba la ciencia ficción.

— Er… no es para mí —murmuré incómoda.

Él comprendió y asintió varias veces. Entonces tomó un libro de la sección y me lo entregó.

— Este es nuevo. Ya lo he leído y es bueno. Puede que le guste.

Leí el título. "Caballo Blanco" de Alex Adams.

— Gracias, pero no estoy segura de que acepte leer una recomendación tuya —bromeé y eso le hizo reír.

Fue entonces cuando decidí preguntarle cómo se encontraba.

— Bien, supongo —se rascó el cuello, despreocupado—. Me he quedado en la casa de una amiga…

La forma en la que mencionó aquella palabra me hizo pensar que era algo más que eso. Sus ojos clavados en mi rostro en aquél momento me hicieron sentir más incómoda aún.

— Tómate el tiempo que necesites para comprender, pero a tu hermano le alegraría saber que cuenta contigo.

No dijo nada. Simplemente se mostró pensativo al respecto.

— Sí, supongo —suspiró—. ¿Alguna vez has sentido que quieres decir algo pero no sabes bien por dónde empezar?

— Más de las que puedo contar —aseguré.

— Bueno, es duro vivir así constantemente. A veces pienso que terminaré por contarle todos mis problemas a mi espejo —bromeó.

Y eso me hizo sentir pena por él. Necesitaba hablar con alguien y por algún motivo, sentía que yo era uno de los motivos por el que terminó cayéndole mal a todos.

Revisé la hora en mi teléfono. Todavía tenía tiempo hasta que Edward terminara por desocuparse.

— Tengo ganas de tomar helado. ¿Quieres acompañarme?

Me miró como si le hubiese pedido algo extraordinario. Jamás en la vida me habría imaginado a mí misma invitando a Andrew Flint, pero era por una buena causa.

Aceptó y nos fuimos a una pequeña heladería a una calle de la biblioteca. Él pidió un helado de vainilla y yo uno de fresa.

— ¿Recuerdas lo que dijiste ayer? —Me preguntó después de un rato de silencio—. Aquello de estar molesto.

— ¿Lo estabas? —pregunté.

— No, estaba dolido —murmuró mirando hacia la nada—. Veras, yo fui criado en un ambiente donde la gente que piensa como él, está destinada al infierno.

Oh.

— ¿Tú crees en eso? —quiso una respuesta honesta y después se rió incómodo—. Lo siento, ni siquiera te he preguntado por tus creencias.

— Está bien —sonreí—. Sí, creo en Dios, pero no voy nunca a la Iglesia. Es más, a veces estoy en desacuerdo con ella.

Él aceptó aquella opinión con respeto.

— Yo todavía sigo yendo.

— ¿De verdad?

— Sí, todos los domingos —me contó y me mostró el rosario que llevaba debajo de su camiseta.

— Woah —me impresionó. No muchos muchachos de su edad lo hacían—. Eres muy católico como para cometer las estupideces que haces.

— Soy católico, no perfecto —se rió.

Buen punto.

— Mira, por lo que sé, puede haber un cielo y un infierno así como puede no haberlo. Pienso que, mientras seas una buena persona y ames profundamente, no vas a tener problemas con tu futuro. Y si no crees en él, vive como si fuese tu último día —di mi opinión —. Tu hermano es una de las personas más grandiosas que he conocido en mi vida. Si él se va al infierno, ¿qué nos queda al resto?

— Puede que tengas razón. Cuando éramos pequeños, nuestros padres nos obligaban a ir a un pequeño refugio para ayudar s los enfermos todos los fines de semana hasta los quince años.

— Oh —fruncí el ceño.

— Para los dieciséis, terminé por revelarme al darme cuenta que no era igual a los otros chicos de mi escuela. Pero nunca dejé de creer en lo que creía. Simplemente me alejé. Solía pensar que lo mismo le había ocurrido a Thomas porque él es mi modelo a seguir. Si él salta, yo salto. Si él se detiene, yo también lo hago. Se reveló durante esa misma edad y creo que por eso lo hice. Pero lo cierto es que nunca me pregunté cuál era el motivo.

— ¿No crees que él haya sufrido en silencio? —pregunté.

— Probablemente. Tal vez por eso siempre le cuenta todo a Lola, nuestra hermana. Ella es mucho más lista que nosotros dos juntos.

Me gustaría conocerla.

— Andrew… ¿nunca te has preguntado cómo es Sam? Es un buen muchacho, conoce a tu hermano mejor que el resto. He visto a Thomas mucho mejor desde que salen juntos.

Permaneció un rato en silencio.

— Supongo que sí —puso una mirada triste.

Estaba a punto de decirle algo, pero me distraje alrecibir un WhatsApp. Lo revisé rápidamente.

Edward:

Ya he salido. ¿Dónde estás? Voy a buscarte.

No sé por qué tardé tanto en darme cuenta que estaba sola, con Andrew, tomando un helado. No podía dejarlo aún y si Edward me buscaba ahora, podría enfadarse al darse cuenta lo que estaba haciendo.

Me di un par de minutos más, daño no le haría.

Bella:

Todavía no he salido. Ve a casa, estaré allí en un rato.

Iba a leer su contestación, pero el silencio se había prolongado y no quería lucir irrespetuosa.

— ¿Puedo preguntarte algo, Bella?

— Claro.

— ¿Por qué haces esto?

Parpadeé los ojos un par de segundos, sin comprender.

— Hablarme —aclaró él riéndose—. Todos me odian y motivos para hacerlo, te sobran.

Oh, vaya.

— Porque no quiero odiarte. No sería justo —murmuré mirando absorta mi helado que comenzaba a derretirse. Me apresuré en comerlo.

— ¿Después de causar discordia entre Edward y tú? —mencionó aquello.

Ahora que lo pensaba, sí había motivos.

— Bueno, sí. Debería odiarte. Hiciste algo horrendo —le recriminé y se rió—. Pero sé que eres un buen muchacho, al final de cuentas.

— Yo solía tener muchos amigos en Londres. Esto de encontrarme solo es algo completamente nuevo para mí. Y siempre amanecía en una cama distinta. Y no digo esto para impresionarte, porque si en verdad quisiera hacerlo, te mostraría mis bíceps.

Me quedé mirándolo por unos segundos. ¿Tenía…?

— Es broma. Soy flacucho —aclaró y me eché a reír.

Volví a probar el helado y no me di cuenta que la comisura de mi labio se había manchado hasta que Andrew llevó su dedo hasta allí para limpiármelo.

Si hubiese sido otro amigo, lo habría dejado pasar. Pero me estaba mirando fijamente y de alguna forma, nuestros cuerpos casi se tocaban.

Me miró a los ojos y luego a mis labios, con sorpresa. Quería besarme.

A continuación, sentí una horrenda sensación de culpa y el rostro de Edward apareció en mi cabeza. Esto estaba mal.

— En fin —carraspeé alejándome bruscamente—. Creo que deberías hablar con tu hermano pronto.

Se separó de muy mala gana y suspiró.

— Sí, tienes razón —despeinó su cabello.

Salimos de la heladería y antes de despedirnos, le dije:

— Andrew, hago esto porque eres el hermano de mi mejor amigo, quiero que lo tengas en claro —me obligué a ser dura—. No hay ningún motivo oculto y no quiero que te imagines historias, ¿está bien?

Él se rió. El sol iluminó su rostro.

— Acabas de arruinarme la felicidad que se había formado en mi pecho.

Puse una mueca.

— ¿Por qué sigues pensando en eso? —pregunté cansada del mismo tema.

Pensó bien en la respuesta.

— ¿No es lo mismo que sucede con Thomas? —dijo—. Uno no escoge estas cosas. Simplemente… suceden. Y debemos vivir con ellas.

Oh, vaya.

— No es mi culpa que luzcas tan adorable a la luz del sol —me halagó con una sonrisa honesta y no pude evitar sonrojarme.

Se dio la vuelta para marcharse, pero entonces se detuvo al recordar algo.

— Ah… y sé que no lo harás… pero no compres Caballo Blanco. Apesta.

Y sin poder evitarlo, me reí.

EPOV

— ¡Edward!

Mi cuerpo se paralizó cuando oí la voz de Sienna llamándome desde atrás. Mi segunda reacción fue relajarme, porque no podía salir corriendo y despistarla, así que decidí darme la vuelta y sonreírle como si fuese una conocida casual…

… porque eso es lo que ella era para mí.

— ¿Estás visitando a tu hermana muy seguido? —fue mi pregunta luego de saludarla.

— No, siempre paso a buscarla los lunes, miércoles y viernes. ¿No te has dado cuenta? —comentó con despreocupación.

No, realmente. Ahora que lo pensaba, era totalmente cierto.

— Me conoces, soy completamente despistado —admití sonriendo silenciosamente.

— En realidad, no —me contestó ella—. Te conozco lo suficiente para saber que no eres así, que me estás evitando.

Oh, mierda.

— ¿Pasa algo? —no se mostró ofendida. En realidad, parecía sentir… ¿lástima?

— No, para nada —fruncí el ceño, mostrando que ella estaba equivocada cuando no podía estar más en lo cierto—. ¿Por qué te evitaría?

Ella frunció sus labios con una mirada divertida.

— ¿Podría ser tu novia? —probó en decir—. ¿Ella se siente celosa de tenerme cerca de ti?

— Sienna… —puse ojos en blanco, tratando que mi mentira sonara creíble—. Bella no tiene porqué sentir celos al respecto.

Me miró por unos segundos.

— ¿No tiene?

Parpadeé los ojos por un rato, atónito por su contestación.

— No —aclaré confundido—. Porque nada va a suceder entre nosotros, ¿correcto?

— Pues… no sé si estoy del todo de acuerdo con esa respuesta.

Tardé un par de segundos en caer que Bella tenía razón sobre las insinuaciones de Sienna.

— ¿Qué es lo que dices, Sienna? Tú sabes bien que lo mío con Bella es algo muy serio —luego, recordé el otro detalle—. ¿No se supone que tienes novio?

Ella encogió sus hombros, esbozando una sonrisa maliciosa.

— Victoria, Carla, Tanya… todas eran algo serio y siempre terminabas recurriendo a mí —lo dijo con cierto ego.

— Esta vez es distinto —refuté tajante, molesto porque tenía razón. En casi todas mis relaciones serias terminaba acudiendo a ella—. No voy a dejarla.

— Oh, no, no vas a dejarla —asintió, de acuerdo conmigo—. Nunca las dejas. Pero… ¿qué sucedería si ella te termina dejando?

Mi cuerpo se heló.

— Tú no puedes controlar eso —negó varias veces.

Ella estaba en lo cierto. No podía controlar aquello. Jamás dejaría a Bella, pero… ¿y ella? ¿Podría cansarse de mí? Después recordé por todo lo que habíamos pasado y me di cuenta que aquello era una idea absurda.

— No, no puedo —admití—. Pero tú no puedes controlar que termine contigo.

Me di la vuelta en ese instante pero supe que aquello le había molestado.

En el camino, me pregunté qué había visto en aquella mujer o en el resto. Todas eran completamente distintas a Bella. ¿Por qué? Ella se sentía como una chica normal, pero si en verdad supiera lo crueles y manipuladoras que podían ser las mujeres, se daría cuenta del porqué la amaba en serio.

Llegué a casa y esperé a Bella. Estaba algo atrasada con el trabajo, pero no esperaba que tardara una hora más.

Le envié un mensaje a Melissa para saber más o menos a qué hora se desocuparía ella ya que, siendo su jefa, todo dependía de ella.

Su contestación me alarmó:

Melissa:

Bella se ha ido hace más de una hora. Salió temprano hoy.

No tuve tiempo para preguntarme dónde se encontraba, porque justo en ese momento, llegó a casa.

Saludó efusivamente a Bear mientras éste, como de costumbre, lamía y mordisqueaba su mentón.

Me miró y sonrió.

— Hola, amor.

— ¿Dónde estabas? —mi pregunta sonó más agresiva de lo que esperaba, pero no tenía paciencia suficiente el día de hoy.

Se puso nerviosa de repente y se mordió el labio.

— Pues… fui a la biblioteca y me encontré con Andrew… —empezó a contar y abrí los ojos, sorprendido—… pero no es lo que piensas. Estuve hablando con él para hacerle recapacitar sobre lo que sucedió con Thomas. Lo bueno es que ahora se ha ido a su casa y parece que las cosas han mejorado.

Ella desplegó una sonrisa amistosa, contenta por el resultado de aquél encuentro, pero yo me había quedado estancado en otra parte.

— ¿Por qué me mentiste, entonces? —mi pregunta fue clara.

Ella no sabía cómo responder. Optó por lo siguiente:

— Amor, estuve platicando con Andrew para que hablara con Thomas y…

— ¿Y por qué no me lo contaste? —cuestioné atónito—. ¿Por qué dijiste que habías salías tarde del trabajo si te habías encontrado con él?

Se dio cuenta de lo mal que esto sonaba.

— Oh, rayos —se lamentó para sí misma, en voz baja. El plan no le había salido bien.

— Sé que tengo que ser comprensivo, pero sabes que no me agrada ese tipo. Es más, lo odio. Sabes muy bien que me irrita que pases tiempo con él. Lo dejé pasar la anterior vez porque era necesario…

— Esta vez también fue necesario—aclaró rápidamente.

— ¡Pero al menos me hubieses avisado! —exclamé, molesto.

— Lo sé, lo sé, tienes razón—se masajeó la sien, reconociendo el error.

— Bella, no es justo que yo tenga que sentirme culpable por Sienna y tú hagas lo que quieras con Andrew —me expliqué—. ¿Cuál es la diferencia?

— Que Sienna intenta meterse en tus pantalones —remarcó ella, repentinamente molesta.

— ¡Ja! ¿Y Andrew, no? —Alcé una ceja y ella se quedó callada—. Si vamos a hacer un trato, hagámoslo bien. No es que sienta ánimos de hablar con Sienna, pero sabes que me molesta que te juntes con ese imbécil —me miró—. ¡Sí! ¡Imbécil! Me oíste bien, pienso que es un imbécil y puedes impedir que le dé una paliza pero no que lo llame como se me dé la gana.

Para mi suerte, Bella no protestó ante aquello.

— Ugh, tienes razón. Perdóname —llevó ambas manos a su rostro, estresada—. No me di cuenta que podía molestarte, simplemente lo hice para ayudar a Thomas. Tú también sentiste compasión por Sienna cuando te invitó a salir. No pudiste decirle que no.

Y debí. Rayos que debí.

Me tranquilicé al recordar que, tan equivocada no se encontraba. Me senté al lado de ella en el sillón.

— Tenías razón sobre ella.

— ¿Sobre qué? —me preguntó.

— En todo —dije—. Ella realmente pretende algo conmigo.

La reacción de Bella fue chistosa.

— ¡Lo sabía! ¡Lo sabía! No estoy loca, por supuesto que no. Lo había visto y te lo dije. ¡Te lo dije!

Por más que odiara saber que había pasado un rato con Andrew, se ponía muy linda cuando vociferaba.

— Iba a contarte lo de Andrew… en verdad iba a hacerlo —dijo después de un rato—. Pero sentía que ibas a buscarle para darle una paliza.

— Si me lo hubieses contado, no —fui honesto, pero aún así sentí que eso me habría molestado.

Acarició mi barba.

— Ya no tengo motivos para volver a verlo. Y en realidad, no los necesito. No me verás hablarle nunca más. Te lo prometo —juró.

Y decidí creerle.

BPOV

Miércoles. Faltaban dos días para el cumpleaños número veintisiete de Edward y fue una buena oportunidad para salir a hacer un par de compras para la gran sorpresa que le tenía preparada para el viernes a la noche.

Pero, para ser honesta, sirvió como una excusa para hacer una salida de chicas (incluyendo a Sam), especialmente para Alice, quién seguía un poco desmotivada con la última noticia que había recibido. Pero si había una mujer fuerte y capaz de sobrellevar las locas e inoportunas decisiones del destino, sabía que era ella. Las chicas propusieron invitar a Cassie pero sentí que, por respeto a Rosalie, era muy pronto; aunque ésta última ya se encontraba en Aruba.

Eran las cinco de la tarde cuando decidimos parar en un pequeño café para descansar un poco.

— Necesito hacerles una pregunta y quiero que sean honestos… —anunció Jane, mordiéndose el labio.

Todos asentimos.

— Sé que lo que hizo Josh estuvo muy mal, pero tengo que admitir que puede que yo haya tenido la culpa también. ¿Es ridículo pedirle a un hombre que espere antes de… bueno, ustedes saben…?

Me reí en silencio. Ella sentía vergüenza de decir la palabra "sexo".

— Sí —Melissa fue la primera en contestar sin problema—. Es decir, respeto tu opinión sobre el asunto, creo que eres una grandiosa chica, pero… ¿has visto a Josh? Él es como un pequeño hermano para mí, pero hay que admitir que el enano está bien dotado.

Nos echamos a reír y Jane se sonrojó profundamente.

— Pero nunca intentes hacerlo por compromiso. Es lo peor que puedes hacer —aseguró Alice con una voz maternal—. Si no te sientes preparada para dar ese paso, él tendrá que esperar.

Jane no lucía muy confiada de esto, por lo que Sam intercedió.

— A ver, te haré una serie de preguntas y tú vas a contestarme lo primero que se te pase por la cabeza, ¿bien? —Ella asintió—. Okay. ¿Qué día es hoy?

— Miércoles.

— ¿Tu color favorito?

— Amarillo.

— ¿Día soleado o día lluvioso?

— Soleado.

— ¿Pizza o pasta?

— Pizza.

— ¿Te mojas cuando Josh te besa?

— Sí.

Ella misma se horrorizó por su contestación y todos nos echamos a reír, sin creer que acababa de admitirlo.

— Ahí tienes la respuesta —Sam palmeó su hombro amistosamente.

— E-Es decir, para ser honesta, he estado pensando al respecto y s-sí quiero hacerlo —se apresuró a contestar—. He planeado un par de cosas…

— ¿Cómo qué? —pregunté con curiosidad mientras ella se sonrojaba.

— No me gustaría que fuese en nuestro departamento o en el suyo. Quiero un lugar distinto. Podríamos ir a un hotel. Pero me gustaría ir a la playa. Hace calor y es una buena época para hacer un viaje. Se lo he planteado y a él también le gusta la idea pero me dijo que yo tenía la última palabra.

— Espero que seas consciente del gran sacrificio que está haciendo ese muchacho. Tal vez no sea nada, pero para alguien como Josh, esto es increíble —se echó a reír Melissa, quien lo conocía mucho mejor que el resto.

— Lo sé, trato de entenderlo —Jane estuvo de acuerdo—. Simplemente… no puedo ver por qué le obsesiona tanto aquello. ¿Es que necesita tener sexo todos los días? ¿No puede ser una o dos veces a la semana?

Se oyeron carraspeos después de que la mesa entera permaneciera en silencio. Por mi parte, yo no estaba acostumbrada a esa rutina. Es más, no podía pasar más de doce horas sin rememorar la anatomía de Edward. Pero qué pervertida era.

— No dirías eso si lo probaras —Melissa se lo dijo.

Por suerte, ella se lo tomó bien, ocultándose debajo de sus mejillas sonrojadas. A veces, me entraba curiosidad por saber cómo sería el día en que Jane experimentara sexo del bueno. No de los empalagosos, sino de esos donde te atacan, te follan con fuerza, te tiran del cabello, te dicen palabras sucias y…

No me había dado cuenta, pero estaba necesitando urgentemente eso. Y todo por conservar las ganas para su cumpleaños. Este viernes, follaría como nunca.

Estaba bebiendo de mi frapuccino cuando divisé una cara familiar pasando cerca de nuestra mesa.

— ¡Teseo! —me salió de los labios y llamé su atención. Me di cuenta que le había llamado de una manera muy informal y poco apropiada para mi gusto, pero la culpa se fue en cuanto se acercó a nosotros con una radiante sonrisa.

— Pero si es Bella… ¡qué preciosa estás! —Me saludó casi como si fuese mi tío y seguidamente observó al resto—. ¿Qué hacen? ¿Planeando perversidades para los muchachos?

Él siempre era tan encantador.

— En realidad, estamos preparando una fiesta sorpresa para Edward —le conté como si fuese una niña de diez años.

— Por supuesto, cumple años este viernes —me pareció tierno que recordara el cumpleaños de su sobrino —. ¿Qué piensas regalarle?

— No estoy muy segura aún, tengo un par de ideas —me sentí un poco mal por no tenerlo aún, pero todavía faltaba un día.

— Nah —chasqueó la lengua, restándole importancia—. No pienses demasiado. Edward es un hombre humilde. Si yo fuera tú, le regalaría un cepillo para que se arregle esa melena.

Muy pocos hombres podían ser tan simpáticos como él.

— ¿Y usted? ¿Qué está haciendo por aquí? —pregunté por curiosidad.

— ¿Qué? ¿Luzco muy viejo para andar por estos lugares? —se mostró ofendido a propósito.

— Tú luces mucho más joven que cualquier otro, Teseo —Alice participó de la conversación, riéndose.

— Estoy haciendo un par de compras. Mi aniversario de matrimonio es dentro de dos semanas. Pero, si preguntan, ustedes no vieron nada —nos amenazó con completa seriedad y todos nos reímos.

Entonces, recordó algo.

— Ah, por cierto, Bella, se me había olvidado… —buscó algo en su chaqueta y me lo entregó.

Era una pequeña tarjeta. Tenía el nombre de una editorial muy conocida y un número telefónico.

— ¿Qué es esto? —pregunté con sorpresa.

— Uno de mis mejores amigos es el CEO de esa empresa. Va a retirarse y ha cedido su puesto. Por supuesto, lo ocuparé yo. Puede que te interese probar con una entrevista de trabajo. ¿Qué dices?

Me sentí muy anonadada por la propuesta y un poco incómoda porque Melissa estaba a mi lado.

— Cielos, Teseo… esto es grandioso… pero yo ya tengo un empleo fijo…

— Piénsalo. Ganarías el doble y trabajarías conmigo —lo dijo sin ataduras, con frescura. No me estaba obligando pero era obvio que deseaba ayudarme.

No supe qué decir. ¿Ganar el doble?

— Tómate tu tiempo para pensarlo y luego me llamas. Mi número está detrás de la tarjeta —dijo amistosamente antes de despedirse—. Ah, por cierto, Alice…

Se acercó a ella y le dio un corto besito en la mejilla.

— Sabes que cualquier cosa que necesites dispones de nuestra familia, ¿bien? —dijo delicadamente, haciendo referencia a la última noticia.

Ella agradeció con una dulce y ligera expresión dolida. Teseo era una persona de oro. Tenía un bondadoso corazón, como el de cualquier Cullen.

Cuando él se marchó, Melissa me abrazó.

— ¡Me abandonarás! —fingió decepción y me reí.

— No lo haré… —murmuré, no estando completamente segura de aquello. Tendría que hablarlo con Edward.

Un celular sonó. Era el de Sam.

— ¿Sí? —suspiró abatido—. ¡Dios mío, cerca de la entrada! —Observó el ventanal del café—. ¿Es que esos lentes no te sirven de nada, hombre? Bueno, no te exaltes. Si te pierdes, me avisas y saldré.

Y cortó la llamada. Antes de poder contarnos qué era lo que sucedía, Thomas se acercó a la mesa con el teléfono pegado a su oído.

— ¡No estaban cerca de la entrada! —se quejó de él—. Estaban en frente.

— Pues, es lo mismo —explicó Sam.

— Hubiera sido mucho más fácil que tú te acercaras —le discutió Thomas.

— No. El cine está justo a pocos metros. Y compré mucha tela —señaló las bolsas que cargaba encima. Por supuesto, Thomas se ofreció a ayudarle a cargar todo.

— ¿A dónde van? —preguntó Jane.

— Vamos a ver una película. ¿Quieren venir? —Sam nos ofreció sin problema alguno.

Obviamente, ninguna aceptó viendo que se trataba de una cita. Mientras ellos pasaran más tiempo juntos, más felices éramos todos. De todo el grupo, ellos eran los más graciosos y adorables por sus constantes discusiones sin sentido.

Alrededor de las seis de la tarde, yo ya había vuelto a casa conduciendo de nuevo el Fiat que me habían regalado en mi graduación. Se sentía grandioso volver a hacerlo, pero no muchos confiaban de mis habilidades para conducir. Francamente, poco me importaba.

Regresé a casa consciente de que Edward no estaba. Había ido a casa de Josh y se había llevado a Bear consigo. ¿El motivo? Jugar videojuegos. Sí. Muchachos de veinticinco años en adelante jugando videojuegos como un ritual semanal. Esta semana había tocado en casa del enano, pero sabía que pronto tendría que lidiar con ellos para cuando Edward decidiera comprarse su propia consola. No faltaba mucho para ese día.

Bajé de nuevo hasta la entrada cuando recordé que debía retirar nuestra correspondencia. Nunca recibíamos cartas —porque para eso estaba el correo electrónico—, pero sí tocó revisar un par de cuentas. Gas, electricidad, agua…

Lo más extraño era un CD guardado en su pequeño estuche. Creí que sería de alguien más, pero en él figuraba claramente nuestro piso. Era para nosotros.

Lo tomé pensando que debía ser alguna película que Edward había encargado por Internet o algo así, pero la idea sonaba completamente ridícula al recordar lo mucho que él odiaba las películas falsificadas; si fuese original estaría en algún tipo de caja o algo por el estilo. Lo más extraño de todo era que llevaba escrito un mensaje encima de él con algún tipo de marcador:

"Mi amor y yo."

Cuando volví, decidí introducir aquél DVD en nuestra lectora de DVD para ver de qué se trataba, segura de que nos lo habían enviado por equivocación.

Duraba una hora y media. ¿Qué podía durar tanto?

(3) Presioné el botón "play" y la primera imagen que apareció en la pantalla fue Sienna, completamente desnuda, acomodando la cámara.

Me sobresalté al verla. ¿Qué clase de video era este?

Cuando la cámara enfocó un lugar preciso, lo celebró.

— ¡Listo! Te dije, la cómoda era un buen lugar —le dijo a alguien. Ella se dio la vuelta para volver a la cama y tuve una increíble vista de su trasero bien formado. Sentí asco.

En la cama, ya estaba arrodillado un hombre desnudo que sostenía su polla con firmeza. No lograba distinguir muy bien el rostro.

— Eres una obsesiva. Déjala allí y ven.

Mi corazón se detuvo cuando reconocí esa voz. La conocía mejor que cualquier otra, incluso la mía. Era la voz de mi Edward.

Me llevé una mano a la boca para no pegar un grito cuando me di cuenta de lo que esto era. Un video sexual. Un puto video sexual de Edward y Sienna.

Sienna volvió a la cama y abrazó su cuello con dulzura, besando sus labios. Esa imagen, aquél beso correspondido, fue directo a mi corazón. Éste se rompió en mil pedazos.

— Si me veo gorda, te culparé enteramente a ti —dijo mientras se posicionaba en cuatro.

Ay, no, esa pose no.

— ¿Gorda? —Bufó Edward frunciendo el ceño—. No me digas que tú también te vas a obsesionar con eso.

Sienna se echó a reír. Qué hermosa y detestable era su risa.

— No, no te preocupes. No soy Tanya.

¿Entonces esto fue durante su noviazgo con ella?

No estaba preparada psicológicamente para lo que se venía. Como cualquier video sexual, Edward se adentraba en Sienna con facilidad y comenzaba a follarla con fuerza. Ni siquiera había esperado a que ella se acomodara mejor en la cama. La estaba follando como un animal.

Como mi animal.

Durante diez minutos me paralicé por completo. Mi mente no podía procesar absolutamente nada mientras veía el video como si fuera una completa morbosa. Tuvieron que cambiar de posición para que empezara a preguntarme cuándo había sido esto y por qué yo lo tenía en mis manos.

Entonces, para mi desgracia, tuve que observar a Edward.

Su figura lucía exactamente igual, pero no llevaba barba encima. Por supuesto, se trataba de aquellos tiempos en los que salía con Tanya. Conocía perfectamente todos sus movimientos, cómo le gustaba ir de prisa, luego retroceder hasta volver a arremeter.

Enloquecida, recordé la duración de este video. Una hora y cuarenta minutos. Durante todo ese tiempo habían follado. Y quizás más. Y en muchas ocasiones.

Pero lo peor vino luego cuando él salió de su cavidad vaginal para ingresar, lentamente en su…

Quise gritar. Quise matarme. ¡La estaba follando por allí!

— ¡No! ¡No! ¡Ugh! —gemí y apreté el botón 'STOP' para terminar con ese martirio.

Me sentí muy tonta por querer llorar. Pero estaba molesta, estaba deprimida. No quería ver esto. Era mi Edward, follando con otra mujer. Mi peor pesadilla se estaba haciendo realidad. Tanto tiempo me había preguntado cómo sería con otras mujeres y ya tenía la prueba. No, no, esto estaba mal…

Entonces, recapacité. Me estaba comportando como una imbécil. Él me amaba. Él era mío ahora. Podía continuar ese video simplemente para ver cómo era mi competencia. Respiré hondo y volví a poner el video, pasando las partes que ya había visto hasta llegar al momento del sexo anal.

Ella, por supuesto, gritaba hermosamente. La odiaba. Pero Edward era un completo desubicado. Se la metía una y otra vez sin ninguna consideración. O era un hijo de puta o ya lo habían hecho antes y ella tenía experiencia. O quizás ambas. Ay, Dios.

Me pregunté entonces cómo sería si yo terminaba por ceder ante eso. Odiaba admitirlo, pero en el video, él se veía rico. Se veía tan guapo y ya me estaba mojando. No por la perra, porque aunque fuese bellísima, no podía excitarme viéndola. Pero a él sí. Era tan hermoso. Incluso cuando odiaba a ese Edward…

Y allí estaba la diferencia. Fue cuando el video se cortó por unos segundos y ahora ella le estaba dando sexo oral. Él la trataba rudamente, podía decirse que en algún momento había sido así conmigo, pero siempre terminaba compensándolo con tiernos besos y un par de "te amo". Pero en este video, jamás encontré esas cosas. En ningún momento Edward se mostró afectivo con ella, y algo me hizo pensar que la relación entre ellos era puramente sexual.

Lo cual, me alegraba, porque yo ganaba. Pero me deprimió inmediatamente cuando Sienna rodeó el miembro de Edward con sus enormes pechos.

¡Yo jamás había hecho eso! Y lo peor… ¡Yo nunca podría!

Si Edward estaba acostumbrado a esas cosas, yo estaba siendo completamente ridícula. Tanto sexo sucio… y yo le estaba dando estúpidas y empalagosas sesiones. ¡Diablos!

Para los cuarenta minutos, ya sentía completa envidia por Sienna y su cuerpo. Tenía tanta seguridad y unos malditos pechos enormes. ¿Por qué yo era tan plana?

Me concentré más de lo deseado cuando se suponía que Edward iba a acabar en…

— Ay, no. En el rostro no. Por favor, Edward, no acabes ahí, no, no, no…

Y lo hizo.

— ¡Iugh! ¡Maldita perra! ¡Hijo de puta! —insulté a la pantalla y mi corazón se detuvo en cuanto sentí que alguien interceptaba la llave en la entrada.

El control remoto se me cayó al suelo. Lo alcé rápidamente y no salió. Corrí hasta la lectora para sacarlo manualmente en el preciso momento en que Edward ingresaba al departamento con Bear entre sus brazos y una bolsa.

Le dijo un par de palabras cariñosas a Bear mientras yo respiraba hondo. Por poco y me daba un infarto.

— Ve, ve a saludar a mamá, salúdala —oí que le murmuraba en voz baja mientras me señalaba con su rostro.

Bear no tardó en ladrar y acercarse a mí para empezar a morder mis pies.

— ¡Hola, preciosa! —Me saludó con un excelente humor dándome un beso en los labios.

— H-Hola —sonreí a medias—. ¿Qué tal ha estado la reunión?

— Bien. Le pateé el trasero a Josh —parecía ser este el motivo de su sonrisa—. Y aproveché para comprar esto…

Sacó de la bolsa una pequeña bolsita con huesitos blancos.

— Pensé en felicitarlo con nuevas golosinas ahora que ha aprendido a no orinar en los muebles —encogió sus hombros con una sonrisa infantil.

Por más que lo intentara, no lograba identificar el seductor de aquél video como el hogareño que sonreía a pocos centímetros de mí.

— ¡Fantástico! —reí nerviosa, asintiendo varias veces.

Él se tenía que haber dado cuenta de que algo raro pasaba conmigo, pero puso una sonrisa cálida, dispuesto a esperar a que yo tuviese el valor para contárselo. Ahora confiábamos mutuamente en ese tipo de cosas.

Me senté en el sillón por unos segundos y él se acercó para besarme. Sus labios me trajeron de vuelta a la tierra, pero esos labios se deslizaron suavemente hacia mi cuello, marcando notoriamente las intenciones que tenía. Comencé a sentirme nerviosa al recordar que el DVD todavía seguía allí. El otro Edward seguía allí y me sentía rara. Y entonces, una de sus manos fue a uno de mis pechos y la imagen de los senos de Sienna rodeando el miembro de Edward vino a mi cabeza de forma inmediata. Me sentí horriblemente incómoda.

— ¡No puedo! ¡Ugh! —lo separé rápidamente de mi cuerpo y me levanté del sillón, queriendo quitarme los sesos de un golpe.

— ¿Por qué? ¿Qué ocurre, Bella? —se mostró curioso.

Pensé rápidamente en el modo en que se lo diría.

— Recibimos correspondencia —empecé por esa parte, frunciendo mis labios.

— Okay… —asintió él, siguiéndome.

— Nos llegó un DVD.

Puso la misma expresión que yo había puesto cuando lo vi.

— ¿De quién? —preguntó y no pude responderle, porque me di cuenta que Sienna lo había hecho a propósito.

¡Maldita perra!

— Nena, dime, ¿qué tiene ese DVD? —volvió a preguntar, levantándose del sillón para acercarse a mí.

No sé por qué no fui capaz de decírselo. Le entregué el control remoto, indicándole que estaba puesto.

Fue cuestión de segundos para que Edward presionara 'PLAY' y se escucharan los gemidos sexuales. Suyos y los de su ex novia.

Él apretó 'STOP' rápidamente, reconociendo el video.

— Oh, santos cielos —suspiró—. No me digas que lo has visto entero.

Le miré atónita.

— ¿Tú crees que podría verlo entero? —casi le grité, molesta—. ¿Me has visto cara de idiota, Edward? ¡Por supuesto que no pude verlo entero! —suspiré y continué—… porque me interrumpiste.

— Ay, Bella —él se quejó—. Por favor, no lo veas. Eso no tiene sentido.

— ¿Por qué no puedo verlo? —Exigí saber, esto me había tomado por sorpresa—. ¿Q-Qué tiene? ¿Algo que no pueda ver? ¿Algo que yo no puedo hacer?

Y entonces, enloquecí.

— ¡Aceptas que tengo un cuerpo muy pequeño! ¡No podré hacer todas las suciedades que tus ex novias hicieron! ¡No voy a…!

— Cálmate —pidió tomándome por los hombros y sacudiéndome cariñosamente—. No sé por qué cuestionas eso. Eres preciosa. Ya deja de preocuparte por eso.

Y entonces, recordé aquello.

— ¡Ugh! ¡También le decías eso a Sienna en el video! ¡Que ella no lucía gorda!

Puso los ojos en blanco.

— Bella, sé que estás molesta. Y deberías. No tengo idea porqué ha enviado ese video.

— ¡Porque está loca! ¡Todas tus malditas ex novias están locas! —se lo dije. Hacía rato que quería y finalmente tuve la oportunidad—. Ahora, deshazte de ese video de inmediato o empezaré a llorar.

Él asintió y lo sacó para luego tirarlo al suelo.

— ¿Contenta?

Y entonces, pude respirar hondo. Se acercó a mí para abrazarme.

— No es justo, ¿por qué tuve que ver eso? —me quejé encima de su hombro, completamente triste—. Tú eres mío.

— Soy tuyo —murmuró encima de mi oído.

Me separé para mirarlo mejor.

— Solamente mío.

— Solamente tuyo —asintió.

— ¿Por qué decidieron grabarse? ¿Fue tu idea…?

— No —contestó rápidamente, con seguridad—. Ella me lo pidió y yo acepté. Jamás se lo propuse a una chica.

— ¿En serio? —saber eso me animó bastante—. ¿Por qué?

— Porque siempre me lo proponían antes… —mordió su labio.

— Espero que no hayan más videos, Edward —lloriqueé.

Dudó.

— No hay forma de que los veas —prometió otra cosa.

Pero tenía dos dudas al respecto:

— ¿Entonces te interesa esas cosas? Digo, grabar mientras…

— Me gusta —admitió—. Es más, creo que si tú y yo hiciéramos un video, sería gracioso.

Me tocó reírme.

— Sería mejor que ese —hice un mohín.

— Mejor porque tú te verías hermosa —besó mis labios—. Pero no voy a presionarte, porque si tú no estás interesada, yo no lo estaré.

Qué mal había mentido. Pero esa era una alternativa muy tentadora.

Y luego, planteé mi segunda duda:

— En el video… bueno, nunca fuiste afectivo con ella. Digo, tú sueles serlo después de hacer tantas barbaridades…

Se rió.

— Porque no estaba enamorado de ella. Solía tratar a todas las chicas de esa manera.

Me puse celosa.

— Mío —volví a repetir pegando nuestras frentes, gruñendo.

Él me mordió el mentón antes de separarse de mí. Entonces, vimos a Bear orinar encima del DVD.

— Eres el mejor perro del mundo —se lo garanticé apuntándolo con mi dedo índice.

* La película es Forest Gump. ** Robert Zemeckis. El director de la película Forest Gump.

CAPITULO 14 "La Fiesta A, la Fiesta E."

BPOV

—¡Ya recuerdo!

Giré mi rostro hacia él, ceñuda.

—El muchacho, el que nos saludó —me explicó con una sonrisa—, es el hermano de Mikaela, una de las doctoras que trabajaba en el consultorio. Es amiga de Carlisle.

Asentí sorprendida mientras él se mostraba pensativo.

—Debí saludarlo mejor, ¿no crees? —chasqueó la lengua, arrepintiéndose por haberse mostrado ajeno con aquél hombre que nos había saludado a pocos minutos.

Solté una risita.

—No sé si te has dado cuenta, pero eres muy bueno fingiendo que conoces a las personas. —Intercepté la llave en la entrada del edificio.

—¿En verdad? —No esperó oír aquello.

—Sí. Tienes una increíble habilidad para socializar. Yo me habría quedado muda mirando a la persona como una verdadera estúpida.

Nos reímos mientras ingresábamos.

—Definitivamente deberíamos volver a cenar allí, ¿no crees? —opinó—. Buena música, pocas personas…

—Muy buena comida… —acoté dándole la razón. Era la primera vez que íbamos a cenar a un restaurante de comida asiática.

—El mejor sushi que he probado en un buen rato. —Asintió varias veces—. Nunca antes oí sobre ese lugar.

Me estaba mirando con sospecha. Suspiré y seguidamente nos detuvimos en medio del pasillo.

—Okay, ¿quieres saberlo? —Pregunté y él me sonrió con diversión—. Originalmente, íbamos a ir a un restaurante mexicano.

Eso sí que no se lo venía venir.

—Melissa me lo recomendó. Pero luego me contó que hace dos años se intoxicó con un chile jalapeño de allí… y no estaba completamente segura.

—Entonces… ¿el plan era cenar comida extranjera? —Se mostró curioso.

—La comida griega también te habría gustado, recibí una muy buena recomendación de ella —le avisé—. Sin embargo, descubrí este lugar ayer a último momento y… pues, me gustó mucho el lugar. Se veía… limpio sin las ratas, ¿sabes?

Mencioné aquél detalle después de haber quedado ligeramente asqueada cuando en un noticiero local comentaron acerca de un restaurante en el barrio chino infestado de ratas. Cualquier otra persona me habría fruncido el ceño, pero no Edward. Él me encontraba divertida.

Y entonces, me miró durante largos segundos.

—¿Qué? —pregunté riéndome.

Sus ojos me observaron. Su atención fue directamente hacia un mechón de mi cabello y lo acarició con sus dedos, mordiéndose el labio.

— ¿Te diste cuenta del camarero? —Se mostró apacible.

Fruncí el ceño. Negué.

—Te estaba mirando. —Me miró a los ojos, sin mostrarse alterado—. No en la manera en la que un hombre debe mirar a una mujer acompañada.

Lo tomé con diversión porque él lo estaba tomando de esa forma. Seguía acariciando el mechón de mi cabello, totalmente encantado.

—Fue como si fueras la primera pelirroja que viera en toda su vida —bromeó.

—No soy pelirroja —le contesté.

—Sí, lo eres.

En cierto punto, llevaba razón. Volvió a esbozar su adorada sonrisa antes de acercarse a mí para besarme contra la pared del pasillo del edificio.

Era el tipo de beso que no se debe dar en un lugar público, pero nadie nos estaba mirando. El tipo de tacto que sugiere que la verdadera fiesta estaba a punto de empezar.

Enrosqué mi brazo derecho en su cuello para aprisionarlo, encantada de sentir su rostro pegado al mío. Sentía como si debiera aprovechar ahora que se había despojado de su barba.

—¡Dios santo! —Se oyó el gemido de una señora mayor.

Nos separamos rápidamente al creer que ella acababa de ver algo terrible. Pero únicamente era la señora la señora Mosby, horrorizada al ver nuestras lenguaspegadas.

—¿Qué creen que están haciendo? ¿No tienen una noción del respeto hacia espacio público, jovencitos?

Edward y yo no nos escandalizamos, pero tratamos de contener la risa. Ella era la señora que nos amenazaba constantemente con echarnos del edificio por los ladridos de Bear, incluso cuando no estaba capacitada legalmente para hacerlo. Vestía un albornoz encima de lo que parecía ser su camisón para dormir.

—¿Sabía que hoy es su cumpleaños, señora Mosby? —le pregunté medio en broma, señalando a Edward.

La señora no estaba enterada al respecto. Se mostró sorprendida, pero no era una razón justificable para semejante comportamiento en el pasillo.

—Espero que recuerden que aquí viven niños, señor Cullen, señorita Swan. Tengo entendido que han comprado un espacio para este tipo de demostración, sepan utilizarlo adecuadamente. ¡Y desháganse de ese perro de una vez por todas! —Nos reprendió y luego miró a Edward—. Y… felicidades, jovencito.

Edward le regaló una sonrisa educada, agradeciendo el saludo, mientras ella se marchaba por el ascensor.

—¿Niños? —le pregunté, consternada—. ¿Alguna vez hemos visto un niño por aquí?

—Lo dudo. No somos tan sociales con nuestros vecinos —murmuró mientras sacaba su I-Phone del bolsillo con la intención de revisar algo.

—Todavía mantengo mis dudas acerca de sus amenazas. Tal vez deberíamos empezar a hacerle caso. — Entrecerré mis ojos, dudando.

Edward encogió sus hombros.

—Al menos me saludó mejor que el resto de mis amigos —siguió revisando su teléfono, un poco amargado —. Ni siquiera un mensaje o una llamada. Me ignoraron completamente en el trabajo. Y si no fuese por la reunión familiar, Jasper habría olvidado que su hermano mayor, el que le salvó de aquella travesura a los trece años, sobrevive un año más en esta vida.

Me mordí el labio, divertida.

—¿Qué travesura? —se me ocurrió preguntarle.

—Quemó el árbol navideño —lo mencionó como si fuese algo casual, terminando de revisar su teléfono—. Bueno, se pueden ir todos a la mierda porque la única persona con la que deseaba pasar el día entero está aquí, conmigo.

Me separé de él para avanzar hacia el ascensor.

—Me pregunto quién será la afortunada.

Siguió mis pasos con insistencia. No deseaba quedarse atrás.

Cuando llegamos hasta nuestra puerta, me acorraló de nuevo.

—Ella está frente a mis ojos y puedo decir que se ve más hermosa que nunca —dijo suavemente—. Pero no quiero que piense que lo hago por las razones más obvias. —Volvió a mirar mi cabello—. Se ve hermosa porque me sonríe más seguido. Recuerdo que la primera vez me miró con mucha frialdad, como si me odiara.

—Uhm, probablemente sí —dudé al pensarlo—. Quizás porque no me tomabas en serio como yo deseaba.

—Viejos tiempos. Los detesto. No nos dieron ninguna pequeña pista de que esto iba a volverse algo grandioso. —Frunció el ceño—.Pero ahora no me importa, porque he esperado este momento durante todo el día. Quiero ver que te quites esos shorts de encima.

Sus manos se apoyaron sobre mis nalgas y cerré mis piernas intuitivamente. Esto no estaba funcionando, no podría resistirme fácilmente.

—¿Por qué yo debo quitarme los pantalones? —pregunté intentando distraerle.

—Porque yo te quitaré las bragas —susurró con deseo encima de mis labios, acariciando mis piernas.

Volvió a besarme y tomé la iniciativa abriendo la puerta. Encendí la luz y de repente, todos nuestros amigos exclamaron un fuerte "¡Sorpresa!" dedicado a Edward.

—¡Oh! Todos están aquí… ahora… —Edward sonrió falsamente al resto, notablemente decepcionado por prolongar aún más nuestro encuentro en la cama. Me miró varias veces para corroborar lo que ya sospechaba: que yo estaba al tanto de la fiesta sorpresa.

En realidad, fue mi idea.

—¡Bella tiene algo en el cabello! —soltó Josh en voz alta señalándome con su dedo índice.

Por poco pensé que se me había colgado una araña encima y de nuevo sospeché del barrio chino, pero él se refería al color de mi cabello.

Puse los ojos en blanco. Sam me convenció el día anterior de ir a la peluquería y volver a intentar lo de la Henna. No funcionó exactamente como quería, debido a que la chica se había equivocado de mezcla y mi cabello terminó más claro de lo que yo deseaba, pero recibí más cumplidos que la primera vez. Y lo importante era que a Edward le fascinaba el cambio.

Bueno, pudo haber sido peor, pude haber terminado rubia.

(1) La habitación estaba completamente llena de globos de distintos colores ubicados en el suelo. Una pequeña broma hacia Edward después de haberme pedido uno como regalo de cumpleaños. No todos estaban al tanto de esto, y a decir verdad, terminaron explotándolos accidentalmente cuando trataban de ingresar a la cocina.

Después de que los muchachos hubieran confesado que la idea de desaparecer el resto del día y luego aparecer en la fiesta había sido un malévolo plan mío, le dieron su regalo a Edward. Cada uno había aportado el dinero suficiente para regalarle la consola de videojuego 3D que tanto añoraba.

Edward me tomó de la cintura prácticamente todo el día, pero en cuanto vio aquella consola se separó inmediatamente de mí. Entonces supe que lo había perdido.

Cassie fue la única persona que no aportó para aquél regalo, pero eso era entendible. Y para no quedarse con las manos vacías, le regaló a Edward un libro de terror."House of Darkness, House of Light" de Andrea Perrón. Fue muy genial.

Había alitas de pollo, papas fritas, pizzas y diversos tipos de snacks para servirse. Incluso aunque habíamos cenado, Edward tenía el espacio libre suficiente en el estómago como para participar de la cena. Yo no.

Pero por sobre todo, había cerveza. Mucha cerveza. La favorita de Edward, por supuesto. Había cantidades exageradas, pero el dinero para comprarlas no había salido directamente de mi muy gastado bolsillo. Todo fue cortesía de Thomas.

Sabía que no habría empezado a beber mi tercera cerveza de no haber estado tan concentrada en relajarme, ignorando el problema. Me pregunté si esa habría sido la razón de implementar tanto esfuerzo en esta fiesta, digo, una forma de distracción.

Estaba demasiado distraída como para darme cuenta de que se había acercado a mí, mientras ordenaba un poco la cocina.

—Jamás había probado papas tan deliciosas, Bella —dijo con la boca llena, masticando.

—Es la cebolla frita —contesté—. Los pones en la misma sartén y… —encogí mis hombros.

Oí que alzaban la voz en el living, como si estuviesen discutiendo o riendo acerca de algo.

—Están hablando sobre la boda de Melissa y Mark. Quieren saber quiénes van a ser la dama de honor, el padrino... —me contestó como si hubiese leído mis pensamientos.

—Oh, cierto. —Reí.

—Melissa quiere que seas su dama de honor —me informó en seguida.

Me atraganté con mi propia saliva.

— ¿Yo? —pregunté incrédula—. ¿En serio?

Jane asintió sin problema, totalmente honesta. No me sentía como si hubiese repercutido demasiado en la vida de Melissa, pero ella sí lo había hecho en la mía desde el día en que me ayudó a obtener mi empleo. Me sentí tremendamente halagada.

Miré la camiseta de Jane y la elogié. Tenía la cara de Mickey Mouse impresa.

—Gracias, me la regaló Josh después de haber visto una película de Disney. —Le dio vergüenza admitir aquello.

Me parecía que era muy pronto para que recibiera regalos, pero, honestamente, ¿qué sabía yo de relaciones?

—Estaba a punto de preguntarme cómo iban las cosas entre ustedes dos, pero ya me estoy haciendo una idea —bromeé.

—En realidad… las cosas están yendo muy bien —sonó sorprendida, como si ella tampoco pudiese creerlo —. El próximo fin de semana nos iremos de vacaciones a LongIsland.

Esa no me la esperaba.

—¡Long Island! Suena fantástico. Me han dicho que las playas son hermosas. —Si lo pensaba, ahora mismo sentía envidia de ella por tener la oportunidad de ir allí. Extrañaba la arena.

— Así dicen. Reservó un buen lugar. No es costoso, porque quedamos un poco secos después del regalo de Edward, pero no me molesta. Quiere llevarme el sábado para… bueno… —Jugó con sus dedos, nerviosa—… consumar nuestra relación.

Me hubiese gustado tener un poco más de autocontrol al oír aquella expresión, pero fue inevitable mirarle con una ceja arqueada.

—¿Consumar? —repetí. ¡Qué anticuado sonaba!

—Sí. —Asintió y torció una mueca—. Bueno, no. Esa palabra no. Digo… hacer el amor.

Esa frase sonaba muy errónea cuando pensaba en Joshua Freeman, pero recordé que Jane era exageradamente ingenua.

—Entonces… ¿estás nerviosa por eso? —le pregunté sabiendo que debía estarlo.

—Sí. —Suspiró—. Pero no por el simple hecho de permanecer desnuda frente a él, creo que podría hacerlo…

Le dije que eso era bastante bueno, ya que ese era el principal miedo de las muchachas vírgenes.

—Es más el hecho de pensar que él tiene más experiencia que yo y… bueno, realmente no sé muy bien qué debo hacer.

—Oh, no deberías estar nerviosa por eso —le resté importancia, frunciendo el ceño—. No necesitas saber demasiado. Se supone que eso atrae, de cierta forma, a los hombres. Digo, la ingenuidad, la inocencia…

Jane se puso colorada, pero lo disimuló muy bien.

—Supongo que es así. Pero necesito un par de consejos sobre cosas de las que no tengo ni la más remota idea, como por ejemplo, el sexo oral.

Oh, vaya.

— Entonces, acudí a las chicas y… me aconsejaron que te preguntara a ti, que de todas, eras la que más sabía sobre ese tema.

No supe si sonrojarme o molestarme, pero sabía que lo habían hecho a propósito para burlarse de mí y ponerme en esta situación.

(2) Tal vez Jane se sentía más cómoda hablando conmigo ya que se podía decir que yo también era algo ingenua y tímida. Bueno, no me sentía tan así ahora. Decidí no evadir el tema.

—¿Qué es lo que deseas saber, exactamente? —Crucé mis brazos, dispuesta a oírle.

—Bueno… ¿todo? —preguntó mordiéndose el labio.

Quería ayudarla, pero tampoco iba a darle una demostración con una banana.

—¿Quieres saber cómo se pone un condón? —le pregunté en voz baja. Eso fue lo primero que se me ocurrió.

Iba a responder, pero sintió que algo andaba mal.

—¿Por qué yo debería saber sobre eso? —preguntó alzando una ceja.

—Porque quizás te pida que tú se lo…

Y me di cuenta que estaba diciendo estupideces.

—Olvida lo que dije —negué rápidamente.

Jane se dio cuenta que era completamente ignorante en el tema y suspiró.

—¿Puedo ser honesta contigo? No me gusta ser tan virgen. —No esperaba oír esa confesión. Me miró de pies a cabeza—. Ojalá fuera como tú. Pareces muy segura de lo que haces, de enseñar tu cuerpo.

Sabía que decía eso por mis shorts, pero no planeaba molestarme por eso.

—Yo era como tú. Incluso peor. Son cosas que se van con el tiempo.

—¿Cómo dejaste de cohibirte? —Quiso saber.

Pensé en elaborar una buena respuesta, pero no serviría nada.

—Debería decirte que pierdes la vergüenza una vez que te sientes segura de lo que tu pareja siente, cuando sabes lo que le gusta y te sientes cómoda con eso, pero éste es el verdadero remedio.

Y le entregué la cerveza que estaba tomando.

—¿En serio? —Ella observó la cerveza que ahora estaba en su mano derecha.

Asentí con seguridad y ella decidió darle una probada.

Hizo un mohín.

—No me gusta la cerveza. Es asquerosa —me confesó con seguridad, como si no fuese la primera vez que lo hubiese intentado.

—Nadie toma alcohol por el sabor, Jane, la mayoría lo hace por el efecto —le aseguré—. Toma un par de esas y te sentirás cómoda. En serio.

Confió en mí y siguió repitiendo la misma acción: probar un poco, hacer un mohín, y seguir bebiendo hasta acabar la botella.

Se marchó en cuanto Melissa entró a la cocina y me ofreció otra botella.

—Espero que no te importe, pero los muchachos decidieron tirar un par de globos por el balcón. Se cansaron de reventarlos y ahora se los están tirando a la gente en la calle —me informó con casualidad.

—Mientras la policía no identifique sus rostros, no importa. —Encogí mis hombros ya que yo no sería la del problema—. Por cierto, Jane dijo que yo sería tu dama de honor. ¿Es eso cierto?

Se lo pregunté entendiendo que había sido una confusión.

—¿Quieres serlo? —Me sonrió con honestidad.

—¿Puedo? —pregunté atónita.

—No —sonrió y bebió de su botella—. Ya se lo pedí a mi hermana. ¡Pero te pusiste muy tierna!

Me regaló uno de sus típicos abrazos que duelen pero están llenos de amor. Me avergoncé un poco.

—Si quieres, puedes ser la madrina de nuestro primer hijo —me ofreció sin problema.

—¿De veras? —Y esta vez, lo preguntaba en serio.

—Sí, sería genial que su padrino fuese un pediatra —bromeó pellizcando mi brazo.

Tardé unos segundos en darme cuenta que se estaba refiriendo a Edward. La cerveza ya me estaba poniendo tonta.

Sus pechos me llamaron la atención.

—¿No estás usando sostén, verdad? —Ya lo había descubierto, pero quería saber el motivo, porque Melissa no era precisamente plana, a decir verdad.

—Me olvidé. ¿Puedes creerlo? —Se rió de sí misma—. Me gusta apoyarme esto encima solamente para distraer a los muchachos —agregó mientras se apoyaba la helada botella de cerveza encima de uno de sus pechos para que su pezón se marcara debajo de aquella blusa. Me di cuenta que Melissa estaba un poco más ebria que el resto.

(3) A la cocina entraron Josh, Edward, Thomas, Sam y Alice. Melissa pasó al lado de ellos y como sostuvo, despertó la atención de todos. Edward fue el único que me preguntó por eso con la mirada, medio riéndose. Encogí mis hombros.

Él y Thomas estaban fumando como condenados, pero eso no me molestaba. Al ser su cumpleaños, Edward tenía permitido fumar cuantos cigarrillos deseara, lo que hacía que el resto participara de la actividad. Menos yo, no quería hacerlo.

Josh rápidamente abrió el refrigerador y comenzó a inspeccionarlo.

Chasqueé la lengua.

— ¡Josh! Si quieres golosinas, pídele a Edward, no te pongas a desordenar la heladera —le reprendí molesta.

—¿Tienes golosinas y no nos convidaste? —Thomas le preguntó a Edward de mala gana. Empecé a pensar que Thomas también había bebido demás.

—No, está mintiendo. Me las acabé todas esta tarde —aseguró Edward para persuadirlo. Seguidamente, me fulminó con una mirada que decía "No-se-lo-digas-a-nadie-porque-odio-compartir." Le saqué la lengua.

—No, no estoy buscando comida —Josh aseguró sacando dos botellas de alcohol—. Vamos a preparar algo, nos aburrimos de la cerveza.

No reconocí esas botellas, ni las otras tres guardadas en el refrigerador. ¿Posiblemente eran de Thomas?

Josh seguía buscando algo en el refrigerador mientras Edward servía tragos de una botella. El líquido era transparente y a juzgar por la marca, supuse que era Vodka.

—¿Podemos comer esta tarta? —preguntó el enano con efusividad cuando descubrió la tarta de coco.

—¡No! ¡No agarres nada! —le advertí—. Es para mañana en la tarde.

—Puedes probar la de frambuesa —Edward avisó y luego explicó—. Bella no me deja probar nada hasta que termine el postre anterior.

Thomas se echó a reír.

—Pareces un sometido mantenido, Edward —golpeó su hombro un par de veces a modo de "pero-igual-tequeremos".

Más la reacción de Edward no fue la misma. No sonrió, pero tampoco se molestó. Frunció sus labios y asintió una sola vez, desviando la mirada como si estuviese incómodo. No le había agradado ese comentario.

Se marchó de nuevo al living cuando alguien, no estoy segura si fue Jasper o Mark, lo llamó.

—Anoche soñé contigo, Bella —Thomas inició la conversación justo cuando me acerqué a observar las botellas de licor. Eran muy bonitas.

—¿Estaba desnuda? —Josh preguntó.

—No, pero ya la vi desnuda una vez. —Mi amigo le restó importancia.

Iba a preguntarle cuándo, pero la ocasión era muy obvia. Fue en los primeros días de convivencia en el viejo departamento.

—Sus pantalones no dejan nada a la imaginación, de todas formas —se burlóAlice.

—¿Pueden dejar de mirarme el trasero de una vez? —cuestioné entre dientes, molestándome. ¿Y qué si decidía usar shorts?

Alice me pellizcó el trasero y le puse los ojos en blanco.

—En fin, estaba soñando contigo —Thomas volvió a la conversación—. No, no estabas desnuda. Pero te habías casado con Edward y estabas embarazada. Fue extraño.

Aquella palabra me puso más nerviosa de lo que había estado en los últimos días. Debí haberme puesto pálida, pero nadie se preguntó el motivo, creían que se trataba de mi usual temor a las bodas.

Thomas se llevó dos vasos de vodka antes de susurrarle algo a Sam al oído y darle un beso en los labios.

Solamente quedamos Alice, Sam y yo en la cocina. Bear se acercó con curiosidad y en cuanto identificó mi olor, se acercó a morder mis zapatillas.

—Siento algo de envidia por Edward —me dijo Sam—. Esta es una buena fiesta. La música es genial.

—Son las canciones de su computadora —conté—. Tuve que seleccionarlas sin que se enterara.

Eso también contaba como un regalo, creo.

—¿Y qué le has regalado?

—Le preparé un buen desayuno en la mañana. Fuimos al mediodía a almorzar en casa de sus padres. En la tarde fuimos a pasear con Bear en el parque y le regalé un marco con una fotografía nuestra. Hace un rato fuimos a cenar en el barrio chino. También el alcohol, la comida, los globos y… ah, la camiseta que está usando en este momento, esa también se la regalé hoy. Y me falta un regalo más.

—Impresionante… —Alice me felicitó—. Con razón Edward está dando brincos como un niño.

—Pero ahora estoy pobre —mencioné aquél detalle con crudeza—. No quiero revisar mi billetera, porque no encontraré más de diez dólares.

—El regalo de Edward nos ha dejado pobres a todos —Sam coincidió—. Y Thomas y su estúpida idea de comprar tanto alcohol. No sé por qué necesitan emborracharse tanto.

—Pero estoy segura de que le has ganado a todas sus ex novias, ¿no? —Alice dio por sentado después de oír la lista de regalos.

—Quiero creerlo. Lo hice pensando en que debía ganarle a cualquier otra chica —admití con franqueza.

—No sé por qué, intuyo que interrumpimos planes, ¿verdad? —Ella me preguntó con picardía.

Tragué saliva.

—Para ser honesta, no son grandes planes. Con todo el dinero que gasté no pude comprar algo para… la noche—enfaticé la última palabra.

No me lo preguntó en voz alta pero sabía que estaba preguntándose si al final había aceptado tener sexo anal con Edward esta noche. Lo cierto era que eso no era así y muy probablemente se terminaría llevando una tremenda decepción por las bajas expectativas que sentía por esta noche. Inconscientemente, estaba recompensando aquél problema con muchos regalos.

Después del horrendo video de Sienna, la idea se había instalado en mi cabeza con mucha precisión. Si le iba a consultar a alguien aquello, se lo haría a Sam. Parecía saber más de estas cosas por… bueno, su condición sexual. Tampoco es que pensara que Alice no había llegado a esas cosas, pero no me agradaba mucho pensar en la actividad sexual de mis amigos.

(4) Cambiamos de tema y Alice se puso a hablar un poco acerca de cómo estaba sobrellevando la última noticia y lo mucho que amaba a Jasper por aceptar todas sus imperfecciones. Jamás habría pensado que la infertilidad era una imperfección, pero Alice tenía esta cosa de "ser una mujer perfecta" que no entendía.

Le pedí a Sam que buscara mi teléfono en la chaqueta que había colocado en la encimera de la cocina, lo dejé allí desde las cinco de la tarde y podía haber recibido algún mensaje.

Me lo dio y no tenía ni siquiera un mensaje. Me disgusté.

En cuanto Alice se marchó para acompañar un rato a Jasper y a Emmett, le pregunté a Sam si deseaba ir un rato al living.

—Creo que primero deberías explicarme esto porque no estoy comprendiéndolo del todo.

Y me mostró una pequeña caja que puso sobre la mesa. La reconocí inmediatamente. La guardé en mi chaqueta después de haberla comprado. Entré en pánico.

—¿Qué haces con un test de embarazo, Bella? —me preguntó en susurros, preocupado.

—¡Guarda eso! —chillé en voz baja, alarmándome.

La escondió rápidamente.

—No soy tan tonto como para preguntar sobre el tema mientras Alice está aquí —se refirió a la sensibilidad de Alice. En el fondo, se lo agradecí—. Pero,¿qué significa esto?

—¡Baja la voz! —insistí, pero con toda la música y el alcohol, sería difícil que alguien nos escuchara.

Me otorgó un par de segundos para buscar la mejor manera de contarle sobre la pesadilla que había estado viviendo estos días.

—Okay, mira, lo diré rápidamente porque no quiero ni pensarlo. —Masajeé mi sien, repentinamente agitada—. Se suponía que debía terminar mi caja de anticonceptivos y esperar un par de días, ¿no? — Asintió—. Bueno, la cuestión es que… soy una completa imbécil y olvidé hacerlo. Inmediatamente empecé con la siguiente caja ya que prefiero comprar varias cajas en vez de estar comprándolas cada mes, ¿entiendes?

Sam se quedó perfectamente callado, incrementando mi ansiedad.

—Bien, me di cuenta que había cometido una estupidez, entonces dejé de tomar los anticonceptivos. Se suponía que la regla debía llegarme hace cinco días. No me preocupé porque supuse que ese problema únicamente iba a traerme consecuencias en mi regularidad, pero está tardando, no sucede nada y ahora mismo estoy temblando de los nervios, por favor, pásame ese maldito caramelo o voy a desmayarme en este momento.

Incrédulo, reaccionó inmediatamente y me entregó uno de los caramelos del pequeño bowl de la cocina. El sabor del chocolate y la menta lograron disipar un poco la ansiedad en mi cuerpo.

—¿Y haz hecho el intento? —me preguntó en voz baja, observando la caja en la mesa.

—Lo compré hoy pensando que podría utilizarlo mañana, el domingo, el lunes, no lo sé. No estoy segura. Todavía es muy pronto para que el resultado sea 100% efectivo, pero es suficiente tiempo para que tenga que preocuparme. Mejor pásame otro caramelo, por favor.

Y así lo hizo, acercándose para acariciarme los hombros.

—Cálmate, ¿quieres? Llevas razón, es muy pronto para confirmar nada. ¿Por qué no lo hablas con E…?

—¡No! —sentencié gruñendo y enmudeció—. No te atrevas a contárselo a Edward. Ni siquiera a Thomas. Nadie debe saberlo, ¿de acuerdo?

—Bella, esto es ridículo. Edward es doctor, lo más probable es que sepa la solución para todo esto.

—Si Edward llega a enterarse que tomé mal los anticonceptivos me reprenderá como si fuera una niña de diez años. Pero a la vez, se terminará ilusionando. Lo conozco y sé que no debo hablar del tema hasta que me sienta cómoda con esto.

Sus ojos me lo preguntaron en silencio.

—¡Maldita sea! ¡No, Sam! —Bufé—. ¡Por supuesto que no estoy lista para esto! Mírame —Señalé mi cuerpo—, no soy Alice. Soy una niña. No puedo tener un ya-sabes-qué en estos momentos.

—No digas eso de un ya-sabes-quécuando no sabes si ese ya-sabes-qué va a suceder o no—me cuestionó en voz baja.

—No puede suceder el ya-sabes-qué. Tal vez eso esté en los planes de Edward, pero no en los míos y así no funciona el ya-sabes-qué—dije rápidamente, entre susurros.

Él iba a replicar al respecto, pero en ese momento, la persona menos deseada ingresó a la cocina con mucha casualidad.

Con el corazón en la garganta, tomé la caja y la escondí detrás de mí, sintiendo que ahogaba un gritito.

—¿Qué fue eso? —se dio cuenta y me preguntó, sospechando que se trataba de algo divertido.

—¿Qué cosa? —pregunté inocentemente.

—Acabas de ocultar una caja o algo así. —Me señaló con el dedo índice.

—Uhm, no… —negué lentamente, Sam también lo hizo—. No era una caja.

—Sí, era una caja —se rió, asintiendo varias veces.

—No, amor —se lo juré—. ¿Has estado bebiendo demasiado?

Planeaba instigarme por aquella caja, pero la última pregunta captó su atención.

—No, francamente no —frunció el ceño, tratando de recordar.

—Edward, ¿te contó Thomas acerca de su sueño? —Sam monopolizó la conversación—. Ustedes dos, teniendo un hijo… muy adorable, ¿no?

El nivel de alcohol en mi sangre me llevó a cuestionarme la pregunta de Sam como si estuviese confesando el secreto, pero me di cuenta en seguida que él trataba de demostrarme que Edward iba a ser un gran apoyo para mí si decidía contárselo.

Más Edward se rió, bufando.

—Obviamente, fue adorable, pero Bella y yo hablamos y definitivamente no es el tiempo para esas cosas — aseguró, apoyando su brazo encima de mi hombro, acercándome a su cuerpo.

Me tensé.

—No tenemos suficiente espacio o suficiente dinero, ni siquiera hemos pensado en un compromiso… Es decir, tenemos problemas con nuestra vecina por los ladridos de Bear. ¿Te imaginas un bebé?

No sé por qué, a él le hacía gracia ese tema, como si estuviésemos hablando de dragones y unicornios, ideas abstractas completamente ajenas a nuestra realidad.

Mi respiración se acortó y me sentí algo mareada, pensando rápidamente en agarrar un tercer caramelo del bowl. Sam y yo nos reímos con casualidad como si se tratara de un tema de conversación común y corriente, pero me di cuenta que Edward había aprovechado mi cercanía para espiar rápidamente aquella caja oculta en mis manos, como si sospechara que se trataba de un regalo sorpresa.

—¿Qué está haciendo Bear? —pregunté rápidamente, fijando mi atención a un rincón del living para que sus ojos se dirigiesen al mismo punto. Aproveché para tirar la caja en el basurero que se encontraba detrás de mí.

Él frunció el ceño, tratando de divisar al pequeño que en realidad, no se encontraba allí.

—Ve a revisar que está haciendo. No quiero que orine en el sillón. Anda. —Palmeé varias veces su espalda como si fuese una orden.

La suerte estaba de mi lado en ese momento cuando decidió hacerme caso y marcharse al living otra vez.

Le dediqué una mirada afligida a Sam, porque muy en el fondo, contaba con que Edward aprobase esta situación. Si se salía de control, ahora íbamos a lamentarlo los dos.

Me di la vuelta y busqué el test en la basura para sacarlo. Era muy peligroso dejarlo ahí.

—¿Puedes tirarlo en el basurero de afuera? —Se lo entregué rápidamente, pidiéndoselo de corazón.

—Pero, ¿qué vas a hacer? —quiso saber, aceptando mi petición en seguida.

—No lo sé, compraré otro test mañana, no tengo idea. ¿Está bien que beba alcohol? —esa era mi mayor duda.

Chasqueó la lengua, poniendo ojos en blanco.

—Por el amor de Dios, Bella Swan. No estás embarazada. No pienses eso o Edward terminará descubriéndolo porque eres pésima mintiendo. Bebe tranquila, ¿sí?

Se marchó silenciosamente para tirar el test de una vez por todas, pero yo todavía seguía preguntándome si beber alcohol era una buena idea. Tampoco estaba segura si mi lengua terminaría por aflojarse al final de la noche. Contaba con que Edward terminara embriagándose lo suficiente como para no ser consciente de lo que sea que sucediera esta noche, porque francamente, no me sentía de ánimos para tener relaciones.

Thomas se acercó a la cocina por la otra botella de vodka, pero esta vez, quiso preguntarme sobre algo en especial.

—Creo que Edward está molesto conmigo. ¿Estuve mal al burlarme de su situación?

Recordé su reacción. Edward podía incomodarse u ofenderse, pero no lo imaginaba molesto con su mejor amigo.

—Oh, no pienses así. Edward es la persona más paciente del mundo. Bueno, no. Al menos de este edificio. Bueno, no, Jane es más paciente. Bueno, no estoy segura de esto tampoco.

Este tipo de divagación no era típica en mí. ¿Cuántas cervezas había tomado?

—En fin —sacudí mi cabeza—. No debe estar molesto. Tampoco es que lo hayas ofendido. Recibe peores bromas por parte de Josh y todavía no le ha roto la nariz.

—Cuando dijiste "la persona más paciente del mundo", inmediatamente recordé cuando por poco le rompe la cara a mi hermano —acotó aquello, dudando.

No. ¿Qué había dicho? Edward no era la persona más paciente del mundo. Su temperamento a veces era insoportable.

—¿Ves? No debería seguir bebiendo. —Alejé la botella que había agarrado hace un rato—. Si no, ¿quién cuidará de Edward?

—Edward ya está muy grandecito para necesitar que su novia lo cuide esta noche. —Me acercó la botella de nuevo—. Bebe. Quiero verte ebria.

Pero, si yo estaba ebria, ¿quién iba a cuidarme?

—Tu cabello se ve hermoso. Te ves muy bonita —me confesó frunciendo el ceño, con el brazo encima de mi hombro y dándome un beso en la mejilla.

Parpadeé sorprendida.

—Es muy temprano para que estés muy ebrio —cuestioné.

—Vine ebrio a la fiesta. Pero no se lo digas a Sam —murmuró encima de mi oído antes de arrastrarme hasta el living, llevando la botella de vodka en la otra mano.

(5) Pasaron quince minutos para que lograra olvidar aquél problema. Fue una parte de la noche en la que las chicas y los chicos nos separamos un rato para conversar. Estábamos sentadas en el balcón formando un círculo. En el eje de ese círculo, se hallaba una botella de vodka y tres latas de cerveza, además de las que estábamos tomando. Yo era la única chica del grupo fumando.

Para ese entonces, me encontraba relajada y algo desinhibida; no podría jurar que estaba dispuesta a desnudarme en ese mismo instante, pero me sentía mucho menos preocupada por todo.

Tenía el I-Phone de Edward en mis manos para enseñarle a Jane las fotografías que le habíamos tomado a Bear esa tarde cuando lo llevamos a pasear. No podía dejar de mirarlas, había muchas de Edward alzando al pequeño y dejando que él le lamiera la cara. En ese momento, Bear se encontraba recostado encima de las piernas de Melissa, durmiendo un rato.

—Edward tiene muchos mensajes sin leer —fue lo primero que noté cuando decidí revisar su casilla de mensajes.

Eran como cinco mensajes de textos deseándole un feliz cumpleaños. Reconocí algunos nombres, pero en cuanto los leí, me di cuenta que se trataban de ex compañeros de trabajo o de la Universidad. Nadie realmente cercano.

—¿Edward te deja revisar su teléfono? —A Jane le picó la curiosidad ya que sentía que estaba haciendo mal en leer sus cosas.

—Claro —encogí mis hombros, con el cigarrillo entre mis labios—. Él revisa el mío, yo reviso el suyo. Tampoco es que haya mucho que contar al respecto.

Mi amiga mencionó algo así como que era envidiable la confianza que él y yo nos teníamos, pero yo pensé en lo mucho que nos había costado llegar a esta instancia. No le vi necesario mencionar ese detalle.

Ella me estaba contando algo acerca de Josh cuando el teléfono de Edward recibió un nuevo mensaje de un número desconocido.

—¿Quién será? —murmuré en voz baja, frunciendo el ceño.

Abrí el mensaje:

"Sé que no quieres hablar conmigo pero espero de corazón que tengas un buen día y sepas que a pesar de todo, eres alguien importante para mí.

Feliz cumpleaños. X"

¿Qué?

—Miren esto —alarmé al resto de mis amigas, enseñándoles el mensaje.

Al igual que yo, les pareció completamente extraño.

—¿Quién es? —me preguntó Alice.

—No lo sé. Su número no está en la agenda. —Comencé a revisarla para tratar de identificar el número, pero no se trataba de nadie conocido.

—Es que Edward tiene esa estúpida manía de ser excesivamente amable con todas las chicas —respondí molesta a la pregunta que una de ellas había hecho con respecto al mensaje—. Es decir, lo amo, pero detesto eso de él. Me saca de quicio, aunque ya dije varias veces que no tengo problema con eso porque mi confianza en él es inquebrantable, pero… ¡Mierda, detesto estas cosas!

Me puse de malhumor y terminé tocando un botón de la pantalla que logró que llamara a ese número desconocido.

Me asusté por un segundo pero en seguida me atendió una voz familiar.

—¿Edward? ¿Eres tú? —preguntó la voz al oír que yo no contestaba.

—¡Oh por Dios! —Gemí apartando el teléfono—. ¡Es Sienna!

Prácticamente todas sabían quién era esa chica y por qué la detestaba.

En vez de enfadarme, me sentí muy aliviada de que Edward la haya borrado de su agenda, cortando completamente cualquier relación con ella. Eso hablaba muy bien de él y me sentí culpable por insultarlo hacía unos segundos. Pero entonces, me asusté porque aunque tratara de manejarlo, no podía dejar de sentirme intimidada por ella. Acababa de llamarla y temí que ella pudiese pensar que Edward estaba lo suficientemente ebrio para contactarse con ella.

—¿Quién es? —demandó saber cuando oyó al resto de las chicas. Les ordené que se quedaran en silencio.

Las cuatro cervezas en mi organismo hicieron efecto.

—Soy Bella —pronuncié claramente, frunciendo el ceño—. Y no me importa una mierda cuánto extrañes a Edward, únicamente déjame decirte que es mi puto novio y no puedes enviarle mensajes porque ni siquiera te tiene agendada en su teléfono. Así de patética y necesitada luces. Por favor, deja de molestar y consíguete una vida, ¿quieres?

Y corté la llamada.

Todas las chicas me aplaudieron, elogiando mi actitud para poner las cosas en claro con ella.

Pero la realidad cayó a mis pies y me di cuenta que acababa de hacer algo terrible.

—Dios mío, acabo de insultar a Sienna. —Llevé una de mis manos a mi boca—. Va a matarme.

—¿Por qué lo haría? —Melissa me cuestionó—. Solamente le dijiste un par de mierdas, ¿y qué con eso?

—No, no, no, esto está muy mal. —Alejé rápidamente el I-Phone de Edward con temor—. Esta chica se sintió amenazada y terminó enviándome un video horrendo. Acabo de insultarla, definitivamente va a vengarse.

Todas permanecieron en silencio, lo que me hizo comprender que no estaba exagerando.

—¿Qué contenía el video? —Melissa quiso saber.

—Era porno, Melissa —murmuré en voz baja, mirándola con incredulidad. Ella había sido la primera en enterarse aquello.

—¿Podemos verlo? —preguntó después de un rato, notablemente ebria.

—Me sentiría mucho más cómoda si no ven en ese video el miembro de mi novio. Pero de todas formas es imposible. Destruí el DVD —aclaré.

—Me gustaría ver a todos los chicos desnudos, únicamente para saber quién la tiene más grande — comentó Alice mostrándose pensativa.

—¿Sí, no? —Melissa estuvo de acuerdo mientras se reía—. Algo me dice que los Cullen son bastante privilegiados.

—Claro que sí. —Alice asintió varias veces—. Jasper es increíble. Me pregunto si Edward será igual. —Me miró—. Bella, ¿Edward la tiene grande o es un término medio?

—¿Qué es un término medio para ti? —le preguntó Melissa.

—No tan grande, pero sabe usarla —contestó ella.

—Ahh… sí, claro. —Melissa volvió a reírse.

—¿Por qué estamos hablando de esto? —pregunté, no obstante, ya sabía que ambas estaban particularmente ebrias.

—Porque escuché a los muchachos hablar acerca de quién tiene los senos más grandes —contó Melissa con el vaso de vodka en la mano derecha, medio perdida.

Iba a obviar el tema, pero me lo pregunté durante un segundo.

—Obviamente gané yo porque no estoy usando sostenes en este momento —aclaró ella después de un rato, señalando sus pechos. En ningún momento dejaron de notársele los pezones debajo de la blusa—. Opino que deberíamos hacer lo mismo. A ver, ¿quién de los muchachos se depila abajo?

—Ugh, no, por favor, no hablemos de vello púbico. —Una Jane inusualmente desinhibida participó, sintiendo asco de la conversación.

— Josh no tiene nada debajo —Melissa le contó a modo de curiosidad, riéndose—. No me preguntes cómo lo sé. Te lo digo solamente por si te interesa saberlo.

Por poco y empezaba una discusión entre ellas debido a que Jane no quería oír hablar sobre esas cosas y Melissa se burlaba de su virginidad, siempre en un tono amistoso.

No les presté atención ya que en ese momento recibí un mensaje de texto de Sienna:

"Te arrepentirás."

Era casi como una amenaza de muerte. Mi piel se erizó completamente y mi corazón empezó a latir rápidamente. Esto no era nada bueno. ¿Por qué mierda había dicho esas cosas?

—Necesito borrar su llamada y mensaje —dije en voz alta después de habérselo mostrado a mis amigas.

Los "Uhh" de Melissa y Alice no sirvieron para calmar mis nervios.

Solamente llevaba algo así como una semana o dos utilizando mi I-Phone y ese no era tiempo suficiente como para acostumbrarme a borrar cosas rápidamente.

—¡Maldita sea! —exclamé cuando terminé borrando un mensaje que no debía borrar.

—Bella, ahí viene Edward —Alice me advirtió rápidamente—. Corre, corre, corre.

Pegué un salto y olvidé respirar. Inmediatamente salí del balcón a tropezones y me dirigí hacia la primera habitación que encontré con la intención de esconderme: el baño.

—Mierda, mierda, mierda. —Tenía que borrar la evidencia antes de que Edward me pidiera el teléfono.

Me senté sobre el retrete y súbitamente alguien tocó la puerta.

—¿Bella? ¿Estás bien? —Preguntó la voz preocupadade Edward.

¡Mierda!

—¡Eh… sí! —solté mordiéndome el labio. Aún no lograba borrar el mensaje y la llamada.

—Es que te vi corriendo por el pasillo y entrando violentamente en el baño…

¡Carajo! ¿Por qué tenía que ser tan obvia?

—No, no… estoy perfectamente bien —dije en voz alta aprovechando la ocasión para dirigir un dedo hacia mi cavidad vaginal y revisar si, por obra de Dios, me había tocado esta noche.

Observé mi dedo. Era líquido transparente.

—¡Puta madre! —volví a insultar, nerviosa. ¡Maldito período, aparece!

—Okay… ¿podrías pasarme mi teléfono? Necesito enviarle un mensaje a mamá para confirmarle que iremos a almorzar mañana a casa… con toda la familia —dijo.

"Toda la familia…" maldita sea, de nuevo Beatrice.

—Eh… sí, espera…

No sabía cuánto alcohol llevaba encima, pero no parecía haber sido suficiente como para mantenerlo distraído. Sospechó rápidamente lo que estaba haciendo y para cuando logré borrar el mensaje, celebrando internamente, abrió la puerta y me encontró allí, sentada sobre el retrete, con el teléfono escondido entre mis manos.

—Hola —lo saludé con una sonrisa casual.

—Hola. —Asintió él, viendo lo que estaba haciendo con su teléfono—. ¿Todo en orden?

Lo último lo preguntó con sospecha al verme sentada encima del retrete, con los brazos cruzados, sin ni siquiera haberme bajado los pantalones.

—No lo sé. ¿Todo en orden? —desvié la pregunta.

Me miró por unos segundos, sin cambiar la expresión.

—Dame el teléfono —pidió directamente.

—No —respondí inconscientemente.

—¿Cómo? —se sorprendió.

—¿Qué? —pregunté aturdida.

—Dame el teléfono —volvió a repetir ofreciendo su mano para que lo depositara allí.

—Bueno. —Asentí sin problema, dándoselo. De todas formas, no encontraría nada.

O al menos eso creía. Frunció el ceño al leer algo en la pantalla.

—Únicamente estaba checando algo —aclaré inocentemente.

—Checando algo o… ¿borrando los mensajes? —me preguntó frunciendo los labios y enseñándome la pantalla.

La carpeta de "Mensajes enviados" seguía abierta. Se dio cuenta que faltaban mensajes… ¿cómo? No tenía idea, quizás alguien le había avisado que iba a recibir esos mensajes y él deseaba leerlos ahora.

—¿No puedo confiar en tus mensajes? —evadí la pregunta, formulando otra justificable.

—No lo sé, ¿puedes? —cuestionó alzando una ceja.

Diablos.

—Lo que has hecho ha sido increíblemente rudo. Pero, para ser honesto, puedes leer los mensajes que quieras ya que no oculto nada —le restó importancia al asunto entregándome su teléfono.

— Por supuesto, lo sé. —Asentí suspirando. Pensé en contarle lo que había sucedido ya que se lo había prometido. Nada de secretos entre nosotros. Pero él malinterpretó mi silencio con desconfianza e inseguridad.

—Mírame —me indicó que me levantara para que pudiese estar a su altura. Sus ojos eran bellísimos—. No oculto nada, ¿está bien? Lo sabes prácticamente todo, por eso dejo que utilices mis cosas como desees, pero… si vas a borrar accidentalmente los mensajes, ¿podrías al menos avisarme de quiénes son para luego llamarlos?

¡Ingenioso! Se había dado cuenta de mi arrepentimiento yde mi poca habilidad para con los teléfonos táctiles.

—Bueno. —Hice una pequeña mueca mientras me mordía los labios, para compensar un poco mi inutilidad.

Esbozó una adorable sonrisa antes de cambiar de tema.

—¿Escuchaste lo que dijo Thomas antes? —me preguntó con curiosidad.

—Sí. —Asentí. Noesperaba que abordara el tema. Me parecía irrelevante.

—Es un imbécil. —Torció una mueca—. No había necesidad de que dijera algo así. Fue ofensivo. No soy del tipo de persona que se deja manipular por alguien.

Encontré interesante que, efectivamente, hubiese tomado esa broma de mala manera. Thomas estaba en lo cierto.

—No fue para tanto, incluso fue gracioso…—traté de consolarlo con dulzura, acariciando su cuello.

—Tal vez para ustedes, pero no para mí —confesó con seguridad—. No me gustan ese tipo de bromas porque siento que es lo que realmente piensa de mí y yo no soy ningún manipulado, ¿okay?

—Okay.—Intenté no reírme. Se veía adorable.

—Si deseo tratarte como a una puta barata, lo haré y no dirás absolutamente nada al respecto, ¿bien? — me advirtió con una voz filosa, tirando firmemente de las puntas de mi cabello.

Si no fuese Edward, ya le habría dado una cachetada.

—Sí, señor —contesté educadamente.

—Así me gusta. —Su mandíbula se tensó y se acercó a mi rostro para poder besarme.

Me mordió la lengua y degusté su aliento.

—Tu boca sabe a vodka —dije.

—La tuya también, me excita.

Oh.

—Quiero que te pongas tus anteojos —me pidió.

—Pero… no los necesito ahora —respondí. Únicamente los necesitaba para leer.

— Es una orden. Quiero verte así —volvió a sonar autoritario.

—Bueno, bueno. Pero ve a hablar con Thomas, se siente mal por haberte ofendido.

—Hablaré con él cuando se me dé la gana. Y ahora no es el momento. Que se joda por imbécil. ¿Vamos? — insistió en que volviésemos a la fiesta.

—Está bien. —Asentí y antes de salir, revisé mi cabello en el espejo. Todavía no me adaptaba al color, pero lo haría con el tiempo, suponía.

Edward volvió al baño en seguida.

—Perdón por haberte llamado "puta barata", sabes que era broma, ¿no? —me pidió disculpas.

—Sí. —Me reí.

—No tienes que ponerte los anteojos si no quieres —me aconsejó—. Voy a hablar con Thomas. Te amo.

Y se acercó a darme un tierno beso en la mejilla.

(6) Cuando volvimos al living, el resto de los chicos estaban jugando con Bear arrojándole los globos para que él intentara morderlos o explotarlos con las uñas de las patitas, pero tan pronto reconoció mi aroma se acercó y empezó a morderme las zapatillas.

Edward pidió hablar con Thomas y ambos se dirigieron al balcón, cerrando la puerta en el proceso para tener un poco de privacidad. Hablaban seriamente, pero a mí me parecía la cosa más adorable del mundo. Sentía ganas de obligarlos a que se abrazaran, pegarles con cinta adhesiva y no dejar que se separaran nunca.

Bien, estaba algo ebria.

—¿Bear se porta bien, no crees? —le pregunté a Cassie con una sonrisa con la intención de iniciar una conversación por primera vez en la noche mientras ordenaba un poco los vasos en la cocina.

—¡Ah, él es tan adorable! —Me devolvió la sonrisa, muy contenta. Cassie era una de las personas que más jugaba con él ya que adoraba a los cachorros—. Es muy sociable. No se intimida con nadie, adora jugar.

—Le gusta ser siempre el centro de la atención. —Puse los ojos en blanco, bromeando. Ese pequeño era todo un personaje.

Ella se echó a reír con simpatía y seguidamenteme hizo una pregunta que me descolocó:

—¿Te caigo mal, Bella? —En ningún momento dejó de sonar amable.

—No… ¿por qué dices eso? —Le fruncí el ceño, riéndome.

—He notado que no le caigo bien a todas las chicas. —Encogió sus hombros, no muy preocupada por aquello—. Es decir, los muchachos son muy simpáticos, pero supongo que no soy muy bienvenida por lo de Rosalie.

—¿En serio? —Ese hecho me molestó un poco. Cassie no tenía la culpa de eso. Sería sumamente inmaduro de nuestra parte ser indiferente con ella.

No iba a mencionárselo, pero si a Bear le gustaba jugar con ella —algo que había notado hacía rato— era porque no había un sentimiento de maldad o egoísmo en ella.

—O tal vez soy un poco paranoica. —Se rió de sí misma—. No lo sé, la única que se ha mostrado simpática conmigo fue Melissa. No la conozco, pero no creo que esté en su momento más lúcido, a decir verdad.

Me reí y palmeé su espalda amistosamente.

—No pienses así. Me caes muy bien. Si quieres hablar conmigo, puedes hacerlo.

Cassie no se dio cuenta, pues me sonrió abiertamente, pero esta desenvoltura no era propia de mí.

—Pero Melissa es simpática con el resto. Al igual que Jane —le aseguré pero luego lo pensé detenidamente —. Quizás porque ellas no conocen bien a Rosalie…

—Pues… quizás sea eso. Emmett me contó que ella y tú tardaron en llevarse bien…

—Solía ser la mejor amiga de la última novia de Edward. No aprobaba nuestra relación —le conté.

—¿Por qué? —le pareció ridículo oír aquello—. Eres muy amable, no puedo creer que le caigas mal a alguien. Y no lo estoy diciendo por algo en especial o para caerte mejor, pero tú y Edward parecen ser muy buenas personas.

Me halagó y se lo agradecí.

—Digamos que antes era distinto… —no supe bien cómo explicárselo—. Es una larga historia. Te la puedo contar luego, si gustas.

—¿Qué opinas si vamos a tomar algo en otra ocasión? El domingo, ¿tal vez? —ofreció de buen ánimo—. Suelo ir al parque con Emmett ese día, pero no creo que le moleste esta vez.

No sabía por qué, pero me gustó que no fuese tan dependiente de Emmett. Por esa razón, podía creerle cuando decía que no deseaba necesariamente romper la relación de una pareja.

Siempre pensé que si una desconocida podía romper una relación, tal vez la misma no poseía la fortaleza necesaria para, al final, permanecer unida por mucho tiempo.

— Por cierto, sospecho que le caigo muy mal a Alice. ¿Estoy equivocada, no? —me preguntó suponiendo que de nuevo estaba siendo paranoica.

—Oh, no. Le caes pésimo —le aseguré con confianza. Ella se sorprendió—. Pero Alice está pasando un mal momento ahora, está un poco tonta y sensible con todos. Puede molestarse por cualquier cosa…

—Ya veo —asintió como si ya supiera el motivo—, Emmett me contó que…

Y el mencionado se hizo presente, tomándola de la cintura con firmeza.

—¡Hey! Estás aquí —le dijo—. Nos preocupamos al ver a Bear jugando solo en el balcón —bromeó.

— ¿Está mordiendo las plantas? —me preocupé ya que eso no le haría para nada bien.

— No, tranquila, pelirroja —se burló de mí—. Está con Edward. Pero orinó sobre una.

Refunfuñé. Era la segunda vez que lo hacía. Lo más probable es que tendría que ir a limpiar el suelo, pero en ese momento me daba pereza.

Alguien, no estaba muy segura de quién, había abierto el pack de latas de cerveza guardadas en el refrigerador y esa era de nuestra reserva personal, no de la fiesta. Sospeché de Josh, pero pudo haber sido cualquier persona ya que también faltaba un pedazo de la tarta de coco.

—¿Quieren? —les ofrecí ya que solamente quedaban tres.

—Eh, no, gracias —Cassie negó sonriendo a modo de disculpa—. No bebo.

La miré por unos segundos dándome cuenta de que en toda la noche, no la había visto beber nada más que agua.

—Es que suelo hacer ejercicio todos los días y… además, no me gusta—encogió sus hombros tratando de explicarse.

—¿Segura? —Emmett le preguntó aquello como si lo hiciese por enésima vez en la noche.

—Sí. Tú puedes beber, no hay problema —Y ella se lo dijo como si también se hubiese cansado de repetir aquello.

—Sí tú no bebes, yo no beberé, Cassie — Emmettlo dejó en claro con seriedad—. Quiero estar sobrio cuando estoy contigo.

Tuve una epifanía y me di cuenta que Emmett se comportaba diferente cuando estaba con Rosalie y cuando estaba con Cassie. Ya no le hacía justicia a su apodo de "El oso".

Me pareció muy dulce de su parte que decidiera mantenerse sobrio cuando estaba con ella, como si no quisiese perderse ningún momento a su lado. Jamás le había visto comportarse así, ni siquiera con Rose, y eso me puso sumamente triste.

Edward apareció en la cocina después de un rato, terminando de contestar una llamada en su I-Phone. Me puse nerviosa, recordando el accidenteprevio.

—¿Quién era? —traté de sonar casual, esperando que no fuese Sienna.

—Una amiga —dudó después de unos segundos al notar que estábamos acompañados.

No me gustó su respuesta.

—¿Quién? —volví a preguntar.

—Rosalie. —Frunció los labios, sintiéndose incómodo al mencionar su nombre frente a Emmett y Cassie.

Me sentí aliviada, pero pude palpar la tensión en el ambiente. Cassie desvió la mirada hacia otro costado, fingiendo no haber oído nada. Emmett, por otra parte, no se molestó en disimular su incomodidad.

—Creo que la cerveza me iría bien, enana —Sin embargo, ignoró aquél apodo y tomó la lata de la mesa, marchándose disimuladamente y llevando a Cassie de la mano.

Edward se acercó a mí para —¡qué casualidad!— tocarme el trasero.

—¿Soy enana? —pregunté pensativa.

—No —Edward respondió frunciendo el ceño, como si se lo preguntararecién.

Me dio un beso en los labios feliz porque ya me había puesto los anteojos encima.

Me mordió el mentón y me besó la nariz, la mejilla, la oreja y el cuello. Estaba yendo lejos.

—Deberíamos echar a todos estos idiotas e ir a la cama —me propuso en plan juguetón.

—¿A dormir?

Se rió con sorna.

—Esos idiotas vinieron a celebrar tu cumpleaños —le recordé acariciando su pecho—. No podemos echarlos.

—¡Claro que podemos! —Frunció el ceño—. Esta es nuestra casa, podemos echarlos cuando queramos.

—¿Estás ebrio? —le pregunté.

—No.

Lo miré fijamente.

—Bueno, sí, algo, pero no tanto. Todavía puedo beberme esa botella y pararme recto. —Apuntó a la única botella de alcohol en la mesa.

—Borracho.

—No sería lo único recto, pensándolo bien —ronroneó.

—Cochino. —Golpeé su hombro y me reí. Me inquietaba sentir su sonrisa sobre mis labios. A veces lo dejaba pasar, pero casi siempre me distraía con su belleza demencial.

Entonces recordé que en lo último que debía pensar era en tener relaciones. Volvió a formarse un nudo en mi estómago.

—Tranquilo, muchachote. ¿Ya te has reconciliado con tu novio?

—Sí, señorita. —Puso ojos en blanco.

—Fantástico. Vamos a monopolizar la fiesta un rato. —Sonreí.

Debió haber sido su tercer cigarrillo en la noche, entonces yo aproveché y lo acompañé. No faltaron las bromas acerca de que parecíamos gemelos haciendo exactamente lo mismo.

(7) Estábamos sentados en el sillón conversando entre todos como de costumbre. Yo estaba sentada encima de las piernas de Edward mientras élapoyaba su rostro en mi hombro. Comenzó a cantar en susurros la canción que sonaba de fondo. Fingí prestar atención a la conversación, pero secretamente lo estaba escuchando.

—¡Ugh! —Josh se quejó como si estuviese oliendo algo sumamente hediondo—. ¿Alguien se va a cortar la yugular con eso?

—Cállate, es buena canción —opinóMark.

—No quiero embriagarme y recordar mis desgracias —protestó Josh de mala gana, infantilmente.

De repente, todos nos habíamos silenciado por unos segundos, pero él agradeció en voz alta cuando la canción terminó y comenzó otra más movida.

Edward terminó de fumar su cigarrillo y exhaló humo cerca de donde Jasper y Alice estaban sentados.

—Okay, ya no es tu cumpleaños. ¿Puedes dejar de fumar? —Jasper protestó, disgustado por el tremendo olor a tabaco en la habitación.

Miré la hora en mi teléfono y pegué un salto.

—¡Edward! ¡Son las 12:15hs!

—¿Y? —preguntó él.

—Olvidamos el maldito pastel —le recordé—. Es de muy mala suerte soplar las velas después de las doce.

Me levanté rápidamente de su regazo para ir hasta el refrigerador, tomar el pastel y colocarle las velas encima. Fue un movimiento tan brusco que terminó por marearme.

—Por favor, no van a creer en esas supersticiones, ¿o sí? —se burló Josh del resto.

—Yo sí creo en esas cosas —Alice replicó con mucho orgullo—. Ahora Edward va a pasar un terrible cumpleaños.

—Ya está pasando un terrible cumpleaños escuchando las quejas de Josh —Mark se quejó del enano, como siempre.

—¿Cómo que un terrible cumpleaños? Gasté una fortuna en ese alcohol. —Un ebrio Thomas le apuntó con el dedo índice, de mala gana—. Más les vale que para la una, todos estén ebrios.

—Yo fui la primera en embriagarme, merezco un premio —Melissa soltó algo somnolienta.

—Yo vine ebrio a esta fiesta —Thomas reveló aquella información para sorpresa de Sam.

—¿En qué momento? —le preguntó atónito su compañero.

—Pero yo soy la que no tiene sostén aquí. Yo gano —Ella se justificó.

—Tiene un buen punto —aprobó Mark.

—Todas deberían seguir el ejemplo de Mel y quitarse el sostén—Josh pensó en voz alta. Entonces recordó que Jane estaba sentada a su lado, cuestionándolo —. O mejor no…

—Tengo que trabajar mañana temprano, no puedo —contestó Emmett cuando los muchachos protestaron al darse cuenta que él no había bebido casi nada.

Oí de fondo que Thomas le pedía a Sam que se encargara de su cámara y que siguiera tomando fotografías de la noche. Entregar su objeto más valioso era una muestra de afecto muy considerable.

Después de colocar las veintisiete velitas, apagamos las luces y entre bromas, le cantamos el feliz cumpleaños a Edward.

Cuando debió pedir sus tres deseos, lo miré atentamente a modo de amenaza para indicarle que el sexo anal no contaba como un deseo. Pero un hombre tan humilde como él no tenía mucho que pedir, así que seguramente había pedido aquello.

Me contentaba con imaginar que había pedido por nuestra relación.

Encendieron las luces y todos lo saludaron. Yo fui la última ya que todavía tenía guardado su último regalo.

Se lo entregué en una pequeña caja roja. Nuestros amigos insistieron para que lo abriera frente a todos y él así lo hizo. Eran sus galletas horneadas favoritas.

Mientras el resto tomaba la caja para devorar las galletas sin ningún reparo, Edward y yo fuimos al balcón para tener un momento de privacidad.

Dentro de la caja, había un sobre con una carta que le había escrito.

—¿Quieres que la lea más tarde o puedo leerla ahora? —me preguntó jugando con los dedos de mi mano.

—Uhm, léela ahora —mi respuesta se debía a mi precario estado de lucidez.

Él abrió el sobre y leyó en voz alta, a pesar de los típicos ruidos del centro como los camiones o la policía.

Querido Edward:

Sabes mejor que nadie que no soy el tipo de chica que suele expresar verbalmente lo que siente, tengo que estar en una situación límite para hacerlo, pero si me paso cinco días a la semana corrigiendo textos, me imagino que podré escribir algo meramente decente.

Esta es la primera vez que tengo un novio. Es la primera vez que tengo que organizar la fiesta de cumpleaños de una persona ya que toda mi vida he sido indiferente a las fiestas. Pero aquí estoy, siendo una persona distinta, esperando que todo termine bien como si me hubiese convertido en una pobre imitación de Alice.

¿Recuerdas cuando nos conocimos? La ocasión fue lamentable, pero lo recuerdo perfectamente: no podía mirarte a los ojos, porque no me sentía orgullosa de lo que hacía. No podía mirarme a un espejo, porque no me sentía bien. Y me sonrojé bastante, porque no parabas de mirarme, como si me examinaras detalle por detalle. También recuerdo la cena en la que nos reconciliamos. ¿Recuerdas que huí de tus brazos y aun así fuiste a buscarme? Me sentía insegura y débil. No quería amarte porque sabía que terminaría sufriendo. Y tengo que admitir que empecé este camino a tu lado sintiendo que podía volver a ser lastimada.

Pero todo es diferente ahora. No puedo creer lo distante que me siento de aquella época en la que, estamos de acuerdo, tú eras un imbécil y yo una chica sumamente tímida. Me hiciste cambiar, eso es más que seguro. Me vuelvo segura y confiada cuando estoy a tu lado. Nunca usaba vestidos y ahora me encanta. Nunca me preocupaba por mi piel, mi cuerpo o mi cabello, porque sentía que nadie iba a fijarse en ello. Pero tú lo hiciste y realzaste muchas cosas que fui descubriendo en mí.

Tengo que agradecerte infinitamente porque, lo más importante, me haces sentir como una mujer. Una mujer bonita que puede cautivar a un hombre. Jamás creí que sería la persona que soy hoy en día. A veces temo y pienso que he cambiado demasiado, y entonces me pregunto… ¿dónde está esa chica tímida que no permitía que la gente le regalara cosas?

Creo que sigue ahí, muy oculta en mi corazón ya que con estos meses a tu lado, aprendí que una persona siente ganas de regalar cosas materiales porque quiere ver a esa persona muy feliz. Realmente espero que mis padres o mis amigos no se enteren, pero nunca aprecié los regalos porque nunca me sentía identificada con ellos. Ahora, cuando tú lo haces, veo a una persona honesta y de buen corazón que siempre supo amar pero no nunca tuvo a la persona correcta a su lado.

Esta carta podría ser sumamente extensa ya que acabo de darme cuenta de que hay muchísimas cosas que quiero que sepas y que no te digo diariamente. Pero deseo que estés al tanto de que tengo tantas ganas de vivir a tu lado… tantas ganas de tener experiencias, viajar, aprender y…(por sobre todo) amar, aprender a amar.

Espero que este sea el primero de muchos cumpleaños que pasemos juntos. Agradezco cada año que la vida te regala porque es una nueva oportunidad para estar a tu lado. Te convertiste en la persona más importante de mi vida. Eres mi familia. Eres como un hermano, como un amigo, pero por sobre todo, como un compañero de vida. Como un hombre al que quiero amar. Quiero sentirme egoísta por primera vez en la vida y presumirle al mundo que despierto todas las mañanas sintiendo el aroma de Edward Anthony Masen Cullen impregnado en mis almohadas.

Feliz cumpleaños, Edward.

Te ama,

Bella.

PD: Espero que no te encuentres ebrio mientras lees esto.

PD2: Acabo de darme cuenta que soy muy buena escribiendo estas cosas. Así que… uhm, sí. Te escribiré más seguido.

PD3: Perdona mi letra. Es horrenda, lo sé. Hago mi mejor intento.

PD4: No, no vas a tener mi trasero esta noche, pero puedes seguir convenciéndome.

PD5: Son muchas posdatas. Originalmente, iba a terminar en la cuarta, pero por alguna razón se ven más prolijos cinco. Pero no sé con qué rellenarlo, así que te regalaré esta fotografía de Bear en sus primeros días, porque él es nuestro bebé.

(8) Edward se rió al final de la carta y adoró la fotografía de Bear. Fue una de las primeras que le sacamos. Estaba aprendiendo a caminar firmemente. Lucía algo nostálgico, pero no terminaba de ser encantadora.

Sin decir nada, se acercó a mí y me abrazó con fuerza, apoyando su rostro en mi cuello.

Nos quedamos así, literalmente, por mucho tiempo. Sin decir nada, disfrutando únicamente de la calidez del cuerpo del otro. En ese momento, sentí que no había escogido mejores palabras para decirle lo importante que era para mí y que lo consideraba mi compañero de vida.

Se sintió como si estuviese abrazando a una extensión de mi cuerpo.

—¿Es en serio? —preguntó en voz baja, cerca de mi rostro—. ¿Te hago sentir como una mujer?

Me sonrojé y asentí.

—Tú sabes… las cosas son tan distintas desde el año pasado. Es decir, ahora puedo vestirme sola. —Encogí mis hombros.

Los ojos de Edward lucieron encantadores al echarse a reír.

Me preparé mentalmente para decir la siguiente frase:

—Haces que sienta ganas de cuidarme —confesé sintiéndome algo cohibida—. No lo sé… de verme bonita para ti. Sé que no soy una chica normal y no quiero serlo, pero a veces quiero sentir que encajo en algo ya que me sentí muy sola durante mucho tiempo. No el tipo de soledad que sientes cuando no tienes un novio, sino el tipo de soledad en la que no sientes ganas de hacer nada o ponerte algo porque piensas que nadie va a darse cuenta.

No me di cuenta, pero había comenzado a lagrimear.

—Me has hecho una mejor persona. Ahora tengo un trabajo, buenos amigos… sé que sola no lo habría logrado. Me gusta levantarme todas las mañanas a tu lado, tener que obligarte a que te levantes. Me gusta prepararte el desayuno y que me busques del trabajo. Me gusta salir a pasear a Bear contigo y ver cómo lo educas. Me gusta engordar y ver la televisión contigo en el sillón o acostarnos en la cama y leer en silencio. Me gusta el hecho de que critiques las películas románticas cuando tú eres el hombre más romántico que

he conocido y… me gusta dormir en las noches contigo, me gusta hacerte el amor contigo y dormir abrazada a ti porque…

Edward me interrumpió abrazándome nuevamente.

—Shh. Deja de decir esas cosas o vas a hacerme llorar. —Se echó a reír besando mi oreja e instantáneamente me sentí algo tonta.

Lo sentí gemir y aferrar su cuerpo al mío.

— Sé cómo te sientes porque también me sentí solo durante mucho tiempo. No el tipo de soledad que tú sentiste, sino una aun peor: cuando te ves rodeado por muchas personas y ninguna de ellas te entiende.

Me miró de frente, acariciando mi mentón.

—Te amo. Te amo y adoro ser cursi contigo —me reí—. Cada día me convenzo más de que debo pasar el resto de mi vida contigo, a veces siento que no necesitamos estos anillos… —me mostró su dedo índice—… porque está más que claro que tú y yo somos lo más importante en la vida del otro y que nada apagará lo que siento por ti.

— Bueno… —mordí el labio, tomando su anillo y el mío—. Entonces, ¿para qué los necesitamos si está tan claro?

Y los arrojé hacia la calle. Edward miró el lugar en donde desaparecieron en silencio.

—Esos anillos me costaron mucho, Bella —me avisó.

—Oh. —Parpadeé los ojos—. Mierda.

Se echó a reír y volvió a abrazarme. Esta vez para besarme como si estuviésemos completamente solos en el departamento.

El beso se prolongó y volvió a denotar sus intenciones. Volví a sentirme culpable por ocultarle mi problema.

—Insisto, mandemos a la mierda a todos. Te necesito —ronroneó seductoramente sobre mis labios.

—Er… —carraspeé frunciendo el ceño mientras deliberaba si este era el momento oportuno para hablarle acerca del test de embarazo.

Pero en seguida, oímos que golpeaban la puerta con insistencia.

—¡Policía! ¡Abran la puerta! —Se escuchó y todos permanecimos en silencio.

Edward y yo nos miramos atónitos. Observé las calles y nos dimos cuentas que aquellas sirenas provenían de los autos estacionados frente a nuestro edificio.

Algo había pasado.

Mi novio tomó el liderazgo de la situación y lo acompañé ya que, efectivamente, este era nuestro hogar, nuestra propiedad.

Edward abrió la puerta indicándole al resto que mantuviera la calma, pero fue difícil ya que notaron que los dos oficiales parados en frente de la puerta venían armados.

—Buenas noches, policía estatal de…

—¡No estamos usando drogas! —Josh replicó alzando las manos, completamente nervioso por el allanamiento.

Varios ojos observaron su rostro. Algunos asustados y otros molestos ya que ahora podrían sospechar de eso.

—¿En qué podemos ayudarlo, oficial? —Edward ignoró el comentario y preguntó correctamente, intentando mantener la calma. No me había dado cuenta, pero Emmett y Mark se habían acercado para acompañarlo.

—Asumo que usted es el señor Cullen, ¿no? —Preguntó el segundo oficial, leyendo entre varios papeles—. Propietario de este departamento…

—Sí,y ella es mi novia, Isabella Swan. —Me señaló y rápidamente me acerqué, tratando de imponer un poco de autoridad al igual que él, pero no me salió tan bien—. Vivimos aquí, soy el propietario. ¿Hay algún problema, oficial? ¿Estamos haciendo alboroto?

—Si estuviesen aquí por disturbios, habrían sido llamados por algún vecino. Antes de tomar esta medida drástica te lo habrían pedido personalmente porque no acostumbras a hacer este tipo reuniones — Emmett, el abogado de Edward, respondió como si fuese completamente obvio.

—Asombrosa deducción, hijo. Lo felicito —dijo el primer oficial en un tono sarcástico.

—Gracias, pero no somos adolescentes. ¿Puede decirnos qué está pasando? —Emmett contestó con la misma acidez, pero con cierto margen de respeto.

—Bueno, si no estuviesen completamente entretenidos con esta fiesta, se habrían dado cuenta que hay patrullas y ambulancias en la entrada de su edificio —respondió el primer oficial, el único molesto al sospechar que estábamos consumiendo drogas.

Debí haber sido la única en darse cuenta de eso. Me sentí culpable.

—Hallaron un cadáver en el primer piso —agregó el segundo oficial, mucho más amistoso que el primero—. Ahora mismo están haciendo la pericia.

Fue una sorpresa shockeante. Ninguno lo esperaba. Y menos nosotros dos.

—¿Hubo un asesinato o algo así? —Fue lo primero que a Edward se le ocurrió preguntar.

—Probablemente —respondió el segundo oficial—. Por el momento tenemos entendido que fue una muerte natural debido a un escape de gas, pero no descartamos esa posibilidad.

—¿Escape de gas? —preguntó alguien del fondo, creo que fue Alice.

—Sí, se ha extendido por todo el primer piso así que les recomendamos que abandonen rápidamente el edificio para evitar cualquier catástrofe —el primer oficial nos ordenó con voz autoritaria.

—¡Oh, por Dios! ¡Y ustedes imbéciles estaban fumando como desquiciados! —Josh remarcó aquello completamente asustado por la posible catástrofe mientras el resto le pedía que se callara.

—Disculpe, oficial, ¿podría decirnos quién fue? —me atreví a preguntárselo, por curiosidad, ya que no conocía a todos nuestros vecinos.

El segundo oficial, sosteniendo los papeles correspondientes, leyó el nombre.

—Sí… Mosby, Lina Claire.

Para Edward y para mí, fue como si nos hubiesen arrojado un balde de agua fría encima.

—¡Dios mío! ¿La señora Mosby? —pregunté completamente anonadada—. La vimos hace unas pocas horas… ¡Ella siempre discutía con nosotros por Bear!

Ambos oficiales me miraron ceñudos.

—¿Quién es Bear? —preguntó el primero. Entonces me di cuenta que no era una buena idea recordarles nuestras discusiones cuando se tanteaba la posibilidad de un asesinato.

—Mi sobrino —Edward contestó rápidamente—. Casi siempre venía a visitarnos y ella detestaba a los niños… ya sabe, por sus jugarretas, ruidos…

—Ella vivía con sus nietos —cuestionó el primer oficial, sospechando.

Rayos.

—Sí, pero odiaba a este niño, era un desastre —volvió a agregar Edward, exagerando—. Usted ni querría conocerlo, para qué le cuento.

Rasqué su espalda como una advertencia, para dejara de abrir la boca.

—Okay, les aconsejo que abandonen ahora mismo el edificio con el resto de los vecinos, por favor —el primer oficial tomó el mando acercándose más a la entrada.

Pasé a su lado y oí cómo claramente le pedía al segundo oficial que su equipo inspeccionara la casa por posibles hallazgos de drogas e insulté mentalmente a Josh.

Cassie sostenía a un dormido Bear entre sus brazos y rápidamente le pedí que lo cubriera con una chaqueta para que ningún vecino se diera cuenta de su presencia. Jasper optó por tomarlo velozmente en sus brazos y llevarlo a escondidas, mientras todos lo rodeábamos en un círculo para evitar sospechas.

Bajamos por las escaleras y la entrada estaba rodeada por patrulleras, una ambulancia, y quienes parecían ser los familiares de la señora Mosby, llorando en un rincón.

Esto me pareció mucho más dramático y bizarro de lo esperado.

Un oficial nos interrogó como parte del protocolo, preguntándonos en qué momento habíamos visto a la señora Mosby por última vez, cuánto duró la fiesta, qué hicimos, e incluso si habíamos consumido estupefacientes.

Bear despertó debido al movimiento y ladró a los oficiales.

—¿Ese perro es de ustedes? —nos preguntó como si ya le hubiesen advertido que habían vecinos idiotas ocultando un perro.

—No, es de él. —Negamos al mismo tiempo, sintiéndonos culpables.

El oficial observó a Jasper.

—Señor, ¿es este su perro? —ordenó saber.

—Sí… —Jasper asintió lentamente, dándose cuenta que se trataba de un engaño—. Sí, éste es mi perro. Mío. Y de mi esposa, Alice Brandon.

Alice saludó coquetamente al oficial a propósito. A éste le gustó su camiseta escotada.

—¿Lo trajeron en esta ocasión, verdad? —preguntó ahora de mejor humor, creyéndoles.

—Sí, casi siempre porque es parte de nuestra familia y él es mi hermano —Jasper, ligeramente ebrio, se puso nervioso y explicó señalando a Edward. Éste último se llevó una mano a la cara, lamentándose.

—Uhm, eso explicaría las cosas… —murmuró en voz baja, sospechando a que a eso se debía las constantes quejas de un canino en el edificio. El oficial jugó con las orejas de Bear y éste comenzó a lamerle la mano. El policía le sonrió—. ¿Cómo se llama?

Para nuestra sorpresa, ni Alice ni Jasper recordaban el nombre de Bear. Abrieron sus ojos, alarmados y sonrieron falsamente.

—Loly —contestó Alice.

—Rex —respondió Jasper al mismo tiempo, logrando que el oficial se confundiera.

—Es decir, RexLoly —Jasper agregó inmediatamente, restándole importancia—. Ya… tenía ese nombre cuando lo rescatamos, hace un mes.

De fondo, Edward y yo maldecíamos la inutilidad de nuestros amigos para mentir. Bear no podía tener un mes, ni dos. Lucía como de tres o cuatro.

—Está bien… —asintió el oficial, dejándolo pasar porque seguía agradándole el escote de Alice.

Cuando se excusó para interrogar al resto, nos acercamos a ellos.

— Hablamos de él en, prácticamente, todas las reuniones y… ¿no recuerdan su nombre? —Edward se mostró indignado.

—¡Bueno! ¡Dijeron que se lo quedarían un rato nada más! No que viviría con ustedes… —se justificó Jasper.

—¿Y únicamente por eso no recuerdan su nombre? —Honestamente, también estaba ofendida.

—¡Acabamos de salvar al perro! —Alice no le vio problema al asunto.

—Dámelo —mascullé tomando a Bear rápidamente entre mis brazos, apartando la chaqueta de Jasper.

—¿"Rex Loly"? ¿Acaso odian al perro? —Edward se burló después de un rato y yo también lo hice. Pero la pareja no se lo tomó de la misma manera.

Una vez desocupados, nos alejamos del edificio para reunirnos en grupo y debatir qué haríamos a continuación.

—Dicen que no van a tardar más de dos horas, que podremos volver en un rato —Emmett nos avisó después de hablar con un encargado.

—¿Qué sentido tiene seguir con una fiesta cuando la policía rodea el edificio? —Sam cuestionó la situación.

Thomas se lo pensó un rato.

—¿Sería increíble, no? —preguntó al resto, repentinamente tentado por la idea.

— No, no vamos a volver al edificio —Edward dio el ultimátum, repentinamente estresado—. Miren… ha sido una noche increíble y la pasé muy bien, pero no tienen por qué quedarse toda la noche, pueden volver a casa.

—¿Y ustedes qué harán? —A Melissa, quien permanecía abrazada a Mark y parecía lo suficientemente ebria como para tumbarse, le picó curiosidad.

—Pues… no lo sé, ¿quedarnos aquí hasta que se vayan? —Encogí mis hombros, señalando a las patrullas.

—… O podemos ir a un hotel —Edward me propuso al oído, en un susurro.

—¿Con Bear? Nadie nos va a recibir así, menos a esta hora —repliqué comprendiendo que él deseaba ir a un hotel específicamente para intimar, no para descansar.

—Puedo pagarles. —Encogió sus hombros, evaluando esa posibilidad.

—¿Y por qué no pudiste pagar aquí? —Alcé una ceja para que se diera cuenta que, a veces, no era una cuestión de dinero—. Además, Bear es invaluable.

Lo abracé mientras él me lamía el mentón, ligeramente agotado por todas las energías que había gastado en el día.

—No, no, no… ¿cómo piensas que vamos a irnos, amigo? A penas son la una de la mañana, ¿piensas que la celebración ha terminado? —Thomas levantó la voz, asegurando que esa no era una opción válida.

—Sí, pero… ¿a dónde vamos a ir? —Sam le llevó la contraria simplemente porque sentía que debía estar vigilando a su compañero.

—Todo esto es culpa de Edward —Josh protestó después de un rato en silencio—. Si no hubiésemos tenido expectativas para esta noche, no estaríamos desilusionados.

—Josh, cállate —Jane tuvo el valor de pedírselo en voz alta.

—Todos estamos de acuerdo en que no se ha bebido suficiente cantidad de alcohol esta noche, ¿correcto? —Mark preguntó al resto y todos asintieron—. Pues, busquemos un lugar y cumplamos las expectativas.

No me interpuse en la decisión del resto incluso cuando se suponía que, ya que yo había organizado esta fiesta, yo debía terminarla.

Me distraje cuando, en medio de toda la escena, Tara me divisó y se acercó a saludarme.

—¿Cómo estás? Todo esto es una locura, ¿no? —Cruzó sus brazos, cubriéndose con su abrigo de lana. Tara era la única vecina con la que había interactuado correctamente, la joven muchacha encandilada por mi novio.

—Parece de película —dije observando el edificio.

Su atención fue directamente a Bear.

—¿Quién es este pequeñito? ¡Es adorable! —acarició varias veces su pequeña cabecita, con una sonrisa alegre en los labios.

Al principio, me puse nerviosa ya que se suponía que Tara vivía aquí mucho más tiempo que nosotros y sabía las reglas del edificio, pero eso no parecía importarle.

Tara siguió hablando con otro vecino mientras yo oía atentamente los nuevos planes que surgían en el grupo.

Todos parecían estar de acuerdo en ir a un lugar específico, pero antes de poder preguntar, Alice me pasó un panfleto rápidamente.

Estaba escrito en varios idiomas y no pude reconocer ninguna de las frases, pero distinguí la única palabra que importaba:

"FOLIE"

Mi primer pensamiento fue: No.

— ¿Recuerdas Folie, verdad? —Alice se mostró animada como si estuviésemos hablando del concierto de su banda favorita.

— Lo recuerdo perfectamente. —Fruncí el ceño—. Allí me rompieron el corazón por primera vez.

Ella me miró como si hubiese dicho una estupidez.

—Qué dramática eres. Aparte de eso, ¿no recuerdas lo bien que la pasamos?

—Es difícil decirlo, estuviste toda la noche pegada a Jasper —entrecerré mis ojos.

—No hables como si hubieses pasado la noche entera sola —me lo recordó debidamente.

—No entiendo, Bella. ¿Qué lugar es ese? —Jane era una de las pocas que no conocía el lugar.

—Solamente un lugar donde todos se embriagan, todos se pintan, todos enloquecen. No me gusta recordar esa noche, Alice —le contesté a Jane mirando fijamente a Alice.

—Está exagerando —ella le contestó a Jane—. Es el mejor lugar al que podrías ir. Definitivamente, lo haremos.

El lugar estaba bien. Eso era cierto. Podía ser divertido ahora que se trataba de un grupo estable de amigos que solamente buscaba divertirse. Observé a cada uno de ellos, no había drama entre ninguno. La noche no

podía terminar mal. Pero, lo más importante, yo estaba con Edward. Nuestra situación, tal y como había expresado en esa carta, difería completamente de la vez pasada.

Edward me miraba como si fuese Bear, con una mirada de cachorro inocente que no tenía nada de inocente, en realidad. Quería ir, pero sabía que nuestro pequeño sería un inconveniente. Me sentí obligada a hacer algo al respecto, solamente para cumplirle su último deseo de la noche.

Busqué una respuesta alrededor y el rostro infantil de Tara despertó mi atención.

—Edward, ven aquí —murmuré tirando de su camiseta para que se acercara rápidamente a mí.

En unos segundos, estuvimos frente a Tara.

—Así que… Tara, ¿qué vas a hacer hasta que la policía se marche? —carraspeé fingiendo curiosidad.

—Pues, no tengo a dónde ir, supongo que esperaré. —Encogió sus hombros, repentinamente distraída por las expresiones y el cuerpo de mi novio.

—¿Sabías que es el cumpleaños de Edward? —Apunté hacia él con mi dedo pulgar. Ni siquiera él esperaba que planteara aquello.

—Oh, ¿de veras? —Tara esbozó una sonrisa de colegiala y se acercó a saludarle con un abrazo—. Felicidades, Edward.

—Gracias, Tara. —Él era brillante. Sabía que había mencionado aquello por una razón oculta y por eso, se encargó de cautivar a la muchacha plantándole un beso en su mejilla, sin despegarle los ojos de encima.

Puse los ojos en blanco. No sabía qué me molestaba más, su tacto para con las mujeres o las falsas esperanzas en Tara.

—¿Podrías hacernos un favor?¿Por él? Necesitamos ir a buscar a un familiar ahora pero Bear necesita descansar. ¿Podría quedarse un par de horas contigo?

Sentí que para ella era una grata sorpresa tener que lidiar con el pequeño.

—¡C-Claro! N-No hay problema… y-yo lo cuido—aseguró rápidamente cuando se vio atrapada por la profunda mirada de Edward. Como una serpiente, sabía que debía mirar fijamente a la chica para conseguir lo que deseaba.

—¡Fantástico! Vendremos por él más tarde, ¿sí? —la saludamos rápidamente cuando vimos que el resto comenzaba a adelantarse en el camino hacia Folie,que debía encontrarse a pocas calles, no estaba segura.

—Creo que entre los cambios que mencionaste en la carta, se te olvidó la palabra "manipuladora "—soltó a modo de broma, sujetando mi cintura.

—Sí, bueno, no recuerdo la última vez que hayas utilizado esa mirada conmigo. —Crucé mis brazos, recordando aquello—. Es como si te hubieses aburrido de mí y ahora no te sientes atraído para hacerlo.

Antes de oír su contestación, mencionaron nuestros nombres en la conversación grupal y nos vimos introducidos en ella ya que esta reunión se debía especialmente a Edward, el cumpleañero y su novia, la única que iba a limpiar su rostro cuando estuviese vomitando.

(9) Sorprendentemente, Folie quedaba a menos calles de lo que esperaba. No era fácil ignorar aquella enorme estructura con grandes letras grabadas en colores flúor que brillaban incesantemente.

Si no fuese por el resto de que mis amigos deseaban acercarse a la entrada rápidamente, me habría quedado paralizada observando los bancos que se encontraban frente al edificio. Hace más de un año, yo había estado sentada allí, entregándole mi corazón a Edward y siendo rechazada por él despiadadamente.

Había mucha gente afuera, pero pocos se encontraban haciendo la fila para ingresar. ¿Por qué?

—Son más de las doce, no nos van a dejar entrar fácilmente —nos advirtió Josh cuando formamos un pequeño círculo—. Éste será el plan: uno de nosotros y una de ustedes irá a persuadir al muchacho de la entrada. Y tienen que ser los más atractivos. Empecemos por las mujeres, ¿quién tiene el mejor cuerpo?

Los hombres decidían, pero no lo harían democráticamente porque ofenderían a su pareja. Así que lo hicimos nosotras.

—Mel no tiene sostén… ella va —Alice la apuntó y luego me miró a mí—. Y… Bella.

—¿Eh? —alcé una ceja.

—Tienes un buen trasero.

Me sonrojé.

—Eso es mentira, Cassie tiene mucho más trasero que yo —apunté a la rubia rápidamente, porque después de las horas de ejercicio que ella empleaba, definitivamente era la mejor formada del resto.

Cassie no se avergonzó, al contrario, se echó a reír.

—Pero, ¿quién está usando pantalones ajustados? —me preguntó poniendo los ojos en blanco.

Aproveché para observar mi ropa. No estaba mal, pero tampoco me veía promiscua. Yo no funcionaría.

—Bueno, está bien, iré yo. Todas sabemos que yo tengo más encanto. —Alice sonrió como una princesa.

—Jane es mucho más adorable que tú —Melissa apuntó a la más pequeña del grupo.

Como nadie mencionó su cuerpo, ella no se sintió cohibida, pero no le gustaba la idea de rogarle al tipo de la entrada.

Nos decidimos por Alice mientras los muchachos se decidieron por Thomas ya que su nombre era envidiado por muchos jóvenes homosexuales. Debía ayudar en algo.

Esperamos a que el plan surtiera efecto, pero el hombre musculoso de la entrada no estaba del todo convencido en dejar entrar tanta gente a esta hora cuando el lugar ya se encontraba lleno.

Diez minutos de negociación fue suficiente para que el resto perdiera la paciencia.

—Okay, mira, es su cumpleaños —Thomas tiró de la camiseta de Edward como yo había hecho anteriormente, arrastrándolo a su lado—. Y es apuesto. ¿Vas a negarnos la fiesta?

El tipo observó a Edward de pies a cabeza: no era fácil negarle la entrada a un muchacho tan apuesto.

—Dame tu identificación —pidió con aquella voz gruesa y Edward sacó rápidamente su billetera para entregarle su licencia de conducir.

La leyó en tres segundos y se la devolvió.

—Tu cumpleaños ya pasó hace una hora—le negó tranquilamente.

—¿Qué? ¿Por una hora? —Edward protestó, molesto—. De acuerdo, ¿estás pidiendo el doble de la entrada?

Ni siquiera quería saber el precio para entrar a este lugar. Edward estaba loco si pensaba que todos pagaríamos el doble.

—Alguien recuérdele al cumpleañero que hemos quedado secos gracias a su regalo —Jasper carraspeó en voz baja, todos menos Edward nos reímos, él no lo oyó.

El tipo volvió a negarnos. Incluso yo sentí impotencia.

—¿Estás seguro de que no vas a cambiar de opinión, muchachote? —Melissa se interpuso frente a nosotros y alzó su blusa para enseñarle sus grandes senos.

Pudimos oír cómo el resto de la gente en la calle le aplaudía y le silbaba, además de nosotros.

Los ojos del tipo se fijaron inmediatamente en ella. Creí que iba a echarnos definitivamente por hacer aquello, pero él lo encontró divertido. Al final, a esta gente no le importaba que entraran ricachones, solamente querían gente enloquecida.

—Está bien, los dejaré entrar, pero tendrán que pagar el doble porque no puedo dejar entrar a nadie más a esta hora—nos avisó a modo de advertencia pero no nos importó, al fin podíamos entrar.

Sin embargo, Edward consideró noble de su parte pagar con su tarjeta de crédito. Todos estaban felices y vitoreaban a Edward, pero yo estaba preocupada. ¿Cuánto dinero íbamos a gastar esta noche si yo ya no tenía nada?

(10) Alguien en la entrada nos comunicó algo antes de ingresar a la tremenda fiesta de adentro pero no pude oírlo, porque mi atención fue directamente a una de las muchachas que se encontraba allí.

Si no la hubiese tenido de compañera, juraría que era Ángela y un muchacho, conversando mientras bebían de un trago y estaban completamente manchados en pintura.

Es como si no fuese capaz de disimular, porque se dio cuenta inmediatamente que estaba observándola fijamente y me sentí avergonzada. Había estado tanto tiempo con ella y ahora era una completa desconocida para mí, ¿por qué?

Alguien tiró de mi brazo, arrastrándome hacia adelante. Me colocaron una pulsera alrededor de la mano izquierda.

Decía: "PARTY A". ¿Fiesta A? ¿Qué significaba?

Y repentinamente, había perdido de vista al resto. Me encontraba sola en la primera parte de la entrada y allí había dos salones diferentes, uno a la izquierda y otro a la derecha. El primero parecía ser al aire externo, había una letra "E" blanca grabada sobre la entrada, mientras que la derecha era bajo techo y llevaba una letra "A" color flúor.

¿Se suponía que la pulsera tenía algo que ver en esas letras? ¿Había pagado para entrar a una sola? ¿A dónde habría ido el resto?

Dos manos tocaron mi trasero con firmeza. Mi corazón latió con fuerza y sentí adrenalina al pensar que se trataba de un extraño.

El rostro de Edward estaba a pocos centímetros del mío y casi gemí del alivio.

—¡Me perdí! —le contesté a una pregunta que no había oído muy bien debido a la música.

Me volvió a decir algo y le pedí que me lo repitiera.

—¡Te digo que vamos con el resto! —gritó cerca de mi oído. En el silencio, me había dejado aturdida.

Me llevó de la mano y pude notar que él no tenía la misma pulsera que yo. Decía "E". ¿Él debía ir a la otra fiesta? ¿Cómo haríamos?

Pero entramos sin problema alguno a la fiesta A. Mucha gente llevaba la misma pulsera que Edward así que supuse que mi deducción no era correcta. Pero no me importó en cuanto nos reunimos con el resto en el segundo piso, donde había sillones.

Los únicos que faltaban eran Alice y Jasper. ¿Se habrían ido a la otra fiesta?

Por un momento, fui ajena a la conversación grupal porque estaba mirando el primer piso, donde todo el mundo se estaba tirando bombas de pinturas. Allí había tenido mi enfrentamiento con Tanya. Le había tirado una encima después de que ella y Rosalie hablaran pestes de mí en el baño mientras las escuchaba. Y pensar que ahora llevaba otra relación con Rose. ¿Cómo estaría en Aruba? No le había preguntado a Edward por esa llamada recibida.

Sentí los labios de Edward sobre mi cuello y casi pego un saltito. Se rió de mí.

—¿Qué te ocurre? Luces distraída —me preguntó con una leve sonrisa. No me había dado cuenta que debido al espacio del sillón, estábamos completamente pegados.

—No, no es nada —le aseguré porque no tenía sentido traer aquellos recuerdos ahora. Pero el dolor fue tal que podía recordarlo exactamente.

—¿Qué es lo que van a pedir? —nos preguntó Josh cuando el resto parecía haber pedido a la camarera.

—Un Jack Daniels—contestó Edward entregándole su tarjeta de crédito.

Entonces yo también iba a beber eso. Tampoco es que tuviese en mente qué beber.

Un rato más tarde, llegaron todos nuestros pedidos. No sabía que al pagar la mesa, también se pagaba a la camarera en vez de ir a la barra de tragos. Esperaba de corazón que las cuentas no fuesen directamente a la tarjeta de Edward.

(11) Trajeron tres botellas, ocho copas vacías, dos copas llenas con algún tipo de jugo y una bandeja llena de gomitas.

Las gomitas, me explicó Edward, se las servía en las copas junto con el alcohol. Josh las había pedido exclusivamente para Jane porque él bebería el alcohol de la botella y ella se comería las gomitas. Las otras dos copas llenas con jugo eran para Emmett y Cassie.

—¿Seguro que no vas a beber nada? —Cassie parecía sentirse culpable por la sobriedad de Emmett, mientras el resto bebía.

—No —volvió a negar él con una sonrisa. Frunció los labios y bebió del jugo mientras observaba a sus amigos.

Edward me hizo beber de la botella que había pedido. Ardía como la puta madre.

—Tienes que intentarlo —me insistía sirviendo un poco más de mi trago.

Tomó mi copa y me obligó a beberla como si fuese una niña. Pude haberme molestado, pero el alcohol de la fiesta ya me había puesto en marcha para aceptar cualquier reto. Quería beber como él.

Un muchacho lleno de pintura se nos acercó a la mesa. No era especialmente atractivo, pero no me atrevía a decir que no lo era. Quiso hablar con Melissa e invitarle un trago.

—No, gracias —contestó ella con una sonrisa tranquila. Lucía muy alegre debido al alcohol.

El chico seguía insistiendo e incomodaba al resto de la mesa. Me pregunté por qué Mark no hacía nada al respecto. Edward ya le habría golpeado de ser yo en esa situación.

—Mira —le enseñó su anillo de compromiso, sin problema alguno—. Estoy acompañada, gracias.

Pero él no se iba. Definitivamente estaba ebrio.

Mark suspiró y se levantó con paciencia para hablar de frente con el muchacho.

—¿Qué opinas si te acompaño hacia allá y nos dejas en paz? —le propuso con educación.

"No me toques" le contestó el muchacho empujándolo para volver a hablar con Melissa. Pero Mark fue mucho más rápido y le propinó un golpe directo en la nariz, noqueando al muchacho y mandándolo al suelo.

Las autoridades no tardaron en llegar a la escena.

—El muchacho estaba ebrio, empezó a escupir sobre nuestra mesa y tiró del cabello a mi novia, después de empujarme. Y trató de tocarme el pene —Mark aclaró a uno de los tipos de seguridad con completo asombro, fingiendo inocencia.

Tratamos de no reírnos, pero el relato fue sensacional y se lo tragaron completamente antes de llevar al muchacho y pedirle disculpas a Mark y a Melissa.

Como siempre sucedía en los lugares públicos, Mark se llevó de la mano a Melissa para escaparse a otro lado. Probablemente al baño. Era un buen lugar para follar.

Era mi segunda copa y sentía que podía aguantarlo antes de ponerme a balbucear, pero Edward ya me iba ganando por mucho. ¿Cómo es que aguantaba tanto?

La camarera nos trajo un papel y lo depositó en la mesa. Por un segundo, creí que se trataba del recibo de la cuenta, pero vino acompañada con una copa de alcohol.

—Una muchacha le invita este trago, caballero —dijo observando a Thomas y a Sam.

Thomas esbozó una tímida sonrisa y Sam puso los ojos en blanco, como si esto fuese común entre ellos.

—Dígale que gra…

—No, no es para usted, es para él. —La camarera, con completa educación, se refirió a Sam.

Sus expresiones cambiaron repentinamente. Ninguno podía creerlo.

—¿Qué? ¿Para mí? —preguntó Sam sin ningún encanto y la muchacha asintió.

Preguntó por la misteriosa muchacha y la camarera la señaló. Era una señora de unos cuarenta años, bastante cuidada y atractiva. Una cazadora.

Emmett, Josh y Edward se rieron más que nada por lo aturdido que se veía Thomas.

—¿Por qué alguien te invitaría un trago? —Thomas soltó con brusquedad.

—Perdón por no ser atractivo —Sam se ofendió y se mostró molesto.

—No, me refiero a por qué alguien te invitaría un trago si estás conmigo —aclaró repentinamente disgustado.

Sam no esperaba ese cambio de planteo.

—¿Ahora entiendes lo que siento cada día de mi vida? —remarcó como si estuviese feliz de que al fin tuviese la ocasión para hacerlo.

—¡Es una completa falta de respeto! —exageró él, quizás igual de ebrio que Melissa. Se levantó—. Voy a hablar con ella…

—No, no, Tho… diablos, Thomas, ven aquí —Sam rápidamente le siguió el paso para tratar de detenerlo.

(12) Emmett y Cassie aprovecharon para levantarse y excusarse un rato. Cualquiera habría pensado que lo hacían por el mismo motivo que Melissa y Mark pero observé el rostro de Emmett antes y después de hacerlo.

— Llegué a una conclusión —le dije a Edward, ahora que la mesa se había reducido a dos parejas.

—Escucho. —Él se acomodó en el asiento para mirarme de frente.

Le di el último trago a mi segunda copa e hice un mohín. Podía pasarlo, pero era demasiado fuerte para mí.

—¿Te diste cuenta que Emmett luce apagado?

Frunció el ceño.

—Puede ser…

—Dirías que Cassie ha logrado que se comporte serio, pero no es por amor.

Edward no comprendía.

—¿De qué hablas?

—Emmett no ha bebido ni un solo trago esta noche.

—Porque no quiere beber si Cassie no lo hace —me respondió él.

—Eso parece, pero no es así. En realidad, quiere beber y por eso ha mirado fijamente todos los tragos.

—¿Te parece? —Edward no había sido testigo de aquello.

—Sí. Creo que es más una cuestión de respeto. Él la trajo. Si se embriaga, la dejará sola porque ella no bebe. Es como si fuese una carga para él. No sucedería lo mismo con Rose, ¿o no?

Me sonrió.

—El alcohol te pone astuta.

—¿Verdad? —me reí emocionada porque eso creía también—. Es increíble.

Volvió a besar mi cuello y ronroneó. Cerré mis piernas sintiendo que en cualquier momento podría echarme encima de él.

Pero era más llamativa la pareja frente a nosotros. Se estaban riendo a carcajadas.

—¿Qué es tan gracioso? —pregunté con curiosidad.

Josh seguía riéndose y señaló a Jane.

—Está ebria.

—No, no lo estoy —Jane golpeó suavemente su hombro, riéndose también.

—Entonces deja de tocarme —murmuró en voz baja, cerca de sus labios.

Edward y yo apartamos la mirada hacia otro costado, incómodos.

—Mejor los dejamos solos —me dijo al oído y se levantó tomándome de la mano.

Casi doy un tropiezo pero me sostuve encima de su espalda.

Ah, su espalda.

Pegué un brinco para saltar y abrazarle por detrás.

—Me encanta tu perfume —dije infantilmente, apoyando mi cabeza en su hombro.

Oí que se reía y me giraba para tenerme a su lado y llevarme hasta la barra de tragos.

(13) Me compró un trago dulce pero cargado. No tenía idea de qué era, pero no me interesaba.

Se me ocurrió contarle acerca de Ángela y que se encontraba aquí, pero me estaba mirando fijamente con una sonrisa picarona pero a la vez inocente.

—¿Qué? —Pregunté después de reírme un rato y él seguir mirándome igual—. ¡No me mires así!

Oculté mi rostro entre mis manos y me reí como una tonta, avergonzada.

—Es una lástima que nunca haya tenido la oportunidad de conquistarte una noche —me confesó al oído, mientras yo bebía de mi trago.

—¿Cuáles serían tus tácticas? —fue mi turno para mirarle picaronamente.

—Quedarme callado, escuchándote. Embriagándote. Mirándote fijamente a los ojos.—Me miró el cuerpo —. Ya te habría dicho que eres hermosa.

Parecía una colegiala, justo como Tara.

—Honestamente, ¿me habrías invitado un trago si me encontrabas así? ¿Ahora mismo? —me picó curiosidad.

—Definitivamente —aseguró—, pero habría pensado que tenías novio. No luces como el tipo de chica que viene sola a buscar compañía.

Bueno, eso estaba bien.

—Pero, ¿sabes? —Se acercó a mis labios—. No me habría importado. Aun así me acercaría a hablarte, invitarte un trago e intentar robarte un beso.

—Suenas muy caballero —me llamó la atención y reí—. Seamos honestos, amigo. Habría dejado que me quitaras los pantalones en una hora.

Fingió sorpresa.

—Vaya, no sabía que eras una chica fácil.

—Puedo ser muy puta si me lo propongo —aseguré frunciéndole el ceño y se me ocurrió una idea—. Voy al baño. Espérame aquí.

—No, te acompañaré y te esperaré afuera —habló en serio, temiendo perderme.

(14) Estaba tan empalagosa y mimosa por el alcohol. Podría beber algo más, pero estaría perdida. ¿Debía estarlo? Se suponía que tenía que controlar a Edward, pero él tardaba demasiado en embriagarse.

Él me esperó afuera mientras yo ingresaba al baño de chicas. Dentro del cubículo, oí a muchas chicas hablar acerca de otras chicas, sexo y otros hombres. Siempre lo mismo.

Hacía poco más de un año, yo estaba sentada aquí, escuchando cómo dos personas me destrozaban verbalmente mientras me debatía internamente si debía confesarle o no mis sentimientos a Edward. Se sintió muy extraño y me molesté. No quería seguir pensando en aquello, pero era inevitable.

Bajé mis pantalones y tomé mis bragas, seguidamente las arrojé al basurero para luego volver a subirme los pantalones. Le daría una pequeña sorpresa a Edward.

Salí y clavé mis manos rápidamente en su cuerpo porque sentía que si lo dejaba solo un rato más, alguien se lo llevaría.

Solamente para presumir, besé sus labios y su lengua.

Cuando me separé, lo escupí.

—¿Sabes? Siento un malestar.

Se preocupó.

—¿Te sientes mal? —me preguntó como si me estuviese refiriendo a algo físico.

—No, no, no —negué exageradamente—. Es que recuerdo que justo aquí, con toda la pintura y eso, te comportaste como un imbécil mientras Tanya me maltrataba.

Esperaba que se riera, pero no le gustó pensar en aquello. Era como si él también lo hubiese recordado.

—Me sucede lo mismo, pero no quise decírtelo porque creí que te molestaría —me confesó al oído.

En realidad, eso me alegraba.

— ¡Pensamos lo mismo! ¡Eso es sensacional! —celebré y alcé la mano para que chocáramos los cincos. El detalle le agradó.

—Vamos a olvidar completamente eso, ¿bien? —me lo dijo en serio—. El problema es que tenemos viejos recuerdos aquí. Vamos a crear nuevos recuerdos esta noche, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —sonreí animada.

—Y vamos a embriagarnos… —me aseguró—… los dos. Juntos. La misma cantidad.

¿La misma?

—Se supone que yo debo controlar que no te vomites encima —reí.

—No, no, no —imitó mi reacción y negó—. Tú y yo vamos a ponernos ebrios y si vomitamos, lo haremos juntos, ¿qué opinas?

¿Ponerme ebria con Edward? No iba a negarme a esa oportunidad.

—Bueno —sonreí abiertamente antes de enredar misbrazos entorno a su cuello.

Nos alejamos de aquella zona y avanzamos hasta la mesa, pero no había nadie y ya se habían robado los tragos. Menuda suerte.

Me sentía algo mareada y torpe para caminar, pero Edward me orientaba en todo momento y se lo agradecí eternamente. Bajamos hasta el primer piso y literalmente salimos con las camisetas manchadas de pintura. No le importó, a mí tampoco.

(15) Y entonces, ingresamos a lo que sería la fiesta "E". Creí que no podríamos entrar pero lo hicimos con mucha facilidad. Aquí se podía ver el cielo nocturno, las estrellas y el aire no estaba tan sofocado como adentro.

Lo más llamativo de ese espacio era que, en vez de pintura, la gente se echaba espuma encima. ¿Esa sería la diferencia?

Edward me arrastró rápidamente hasta otra barra de tragos y pidió algo. No supe qué hasta que nos lo entregaron en el momento, pero era un vaso enorme. Parecía como un balde de plástico o algo así y estaba lleno de licor.

Antes de que Edward tomara las pajillas para beber, me di cuenta que el muchacho de los tragos le había echado algo encima, pero al parecer solamente era azúcar porque una vez que probé el trago, sabía a banana. Era riquísimo.

Me causó risa que Edward y yo estuviésemos compartiendo un trago, compitiendo por acabarlo rápidamente. ¿Lo habría pedido así para que no fuese demasiado fuerte para mí? No podía parar de reír.

En un momento, nos encontramos con Alice y Jasper y les dimos el balde porque no había forma de que lo acabáramos de un solo trago.

En esa fiesta, también había una pista de baile y Edward, nuevamente, me arrastró hacia allí. La música era fantástica y relajada. Era extraña, pero muy buena.

Llegué a un punto en que comenzaba a sentirme adormecida pero extremadamente contenta mientras abrazaba a Edward y aprovechaba para besarlo. Era como si todo girara alrededor nuestro y fuere emocionante.

Traté de observar lo que pasaba y toda mi vista se nubló y no volví a sentir a Edward a mi lado.

Entonces, me empujaron y caí contra el césped.

.

Saliva cálida. Alguien me estaba lamiendo la mano y me hacía cosquillas.

Mi cabeza descansaba encima de una almohada. Con cierta pereza, me arrastré para observar de dónde provenía aquella agradable sensación.

Un cachorro estaba jugando con mi mano. Lamía y mordía, como si estuviese intentando decirme algo. Separé mi mano de su boca yacaricié su pelaje. Era suave. Llevaba un collar encima. Era azul y me estaba mirando directamente a los ojos…

Bear.

(16) Intenté moverme pero los brazos de Edward me rodeaban posesivamente. Podía sentir su respiración sobre mi cuello. Habría acariciando su cabello, pero olía asquerosamente mal.

—Edward, levántate. —Hice un mohín. Era una mezcla entre semen, jabón, pintura, vómito y tierra. Si lo seguía respirando, mi estómago iba a devolver.

No reaccionó. Le propiné una fuerte palmada en el rostro porque no estaba de ánimos para insistir como lo hacía diariamente.

—¡Sí! —respondió levantándose de prisa, reaccionando al instante.

Intenté alejarlo de mi cuerpo pero apoyó su rostro sobre mis pechos.

—Me siento muy mal, Bella —murmuró lentamente la voz ronca. Sus labios estaban encima de uno de mis pezones.

—Sí, ya sé. Yo también. Pero aléjate de mí o voy a vomitar. —Por primera vez en mi vida, aborrecí el cuerpo desnudo de Edward Cullen.

Mientras Edward terminaba de despertarse, observé mi cuerpo. Tenía un raspón en el brazo derecho. Había sangrado y ahora lucía ligeramente infectado. Además, me dolía todo el cuerpo y la zona púbica. Es decir, me dolía allí… abajo… y el trasero.

Pero lo cierto era que olía igual o peor que Edward: mi cabello lucía asqueroso, seco, con olor a jabón. Apestaba a sexo. Las sábanas de la cama lucían aúnpeor. Había un vibrador amarillo a un costado, nuestros celulares en el otro, una lata de lo que parecía ser crema batida, la misma que usaba en algunos postres.

¿Qué clase de locura habíamos hecho anoche?

Bear pegaba saltitos como si estuviese emocionado de verme o quisiera comer lo más pronto posible.

—Cálmate —le pedí en voz baja ya que sus movimientos me aturdían un poco.

Edward ya se había sentado en la cama, rascándose la cabeza.

—Edward, tengo sed, pero siento que voy a vomitar en cualquier momento. —Llevé mis manos hacia mi rostro para masajearlo lentamente—. ¿Qué hago?

—No te preocupes, solamente es resaca. Ya se te irá —contestó con pereza.

—¿De veras?

—No. Si quieres vomitar, hazlo en el baño porque yo ya lo hice anoche en la alfombra—señaló su costado, sonando totalmente desmotivado.

¿La alfombra? Me levanté rápidamente para verificarla y cuando lo vi, sentí una fuerte arcada.

—¿Estás bien, nena? —me preguntó en voz baja, acariciando mi espalda.

—Lo estaré —mentí, cerrando los ojos e inspirando hondo. Necesitaba bañarme con urgencia.

Pero entonces, vi el rostro de Edward. Llevaba dos pequeños papeles fluorescentes pegados en cada mejilla.

—¿Qué tienes en la cara? —le pregunté tocándolas. Una decía "B" y la otra "S". ¿Qué significaba?

Intenté quitárselas pero estaban tan adheridas a su rostro que terminó siseando de dolor.

—Basta, basta. No me toques —pidió haciendo un mohín, sintiendo que la cabeza le explotaba.

No dije nada, porque en seguida me miró a la cara, ocultando una risa.

—¿Qué?

—Luces increíble.

Obviamente se estaba mofando. Notoriamente había algo malo en mi rostro.

—Cállate —repliqué y me levanté de la cama para dirigirme al baño a pazos torpes.

Si me sentía enferma era porque mi rostro contaba una historia bastante similar. Mi cabello era un desastre, lucía como si no me hubiese bañado en una semana. Pero apartando las ojeras, el lastimado en el brazo y el dolor en mi cuerpo, me di cuenta por qué Edward se había burlado de mí: Tenía un par de bigotes de gato pintado de color amarillo fluorescenteen mi rostro.

Tomé el jabón entre mis manos y me enjuagué la cara. Por suerte, se fue con rapidez. Me animé a probar un poco de agua de la llave, pero sentía que cualquier cosa que terminara en mi estómago, iba a ser expulsado inmediatamente.

Para cuando volví al dormitorio, encontré a Edward descansando nuevamente. No llevaba ánimos para volver a despertarlo y no lo haría. En vez de eso, fui a revisar nuestras ropas en el balcón, asegurando que ningún vecino terminara por verme desnuda.

Mi camiseta estaba completamente manchada con pintura y también olía a jabón. Ni siquiera estaba mi ropa interior por aquí. Los pantalones eran otra historia. Llevaban el mismo tipo de letra que Edward tenía pegado en la cara, pero había otro mensaje distinto:

"Propiedad de Edward Cullen"

Suspiré poniendo los ojos en blanco. Habré estado muy ebria para dejar que me pegaran esas cosas en el trasero.

Busqué mi billetera, pero no se encontraba en el bolsillo. Tal vez no recordara demasiado, pero sabía que la había dejado allí. ¿Dónde estaba?

Revisé mis cajones pero no la encontré. Fue una sola cosa la que despertó mi atención inmediatamente: mis anticonceptivos.

Sentí un golpe de adrenalina adentrarse en mi cuerpo. La respiración me falló automáticamente y la cabeza me dio vueltas. Ahora estaba temblando. Había olvidado por completo mi problema inicial: el test de embarazo.

Me puse unas bragas y una camiseta limpia de Edward antes de ir corriendo hacia el living, pero antes de llegar allí me tropecé y caí directamente al suelo.

Ignorando el dolor que me había causado el sacudón, me giré a ver con qué había tropezado.

La respuesta era ridícula: una gran pelota de goma.

La tomé en mis manos y la observé: rosada. Como con la que juegan los niños. Jamás la había visto en mi vida, ¿qué hacía aquí?

Volví a asustarme cuando oí suspiros en la sala de estar. Tomé la pelota como si eso pudiese defenderme ante un extraño y me acerqué con cautela.

En nuestro sillón, Alice y Jasper descansaban. Ella encima de él, durmiendo, llena de pequeños dibujos fluorescentes por todo su cuerpo.

Jasper no llevaba pantalones encima y me sentí obligada a desviar la vista, pero ignoré su ropa interior y observé su pierna derecha. Parecía haberse lastimado. Tenía un enorme tajo desde el tobillo hasta la rodilla. No podía asegurar si había sangrado demasiado o no, parecía superficial, como si se hubiese raspado al igual que yo, y estaba cubierto de barro. Era lo más asqueroso que había visto en mi vida.

Estuve a punto de despertarlos, preguntándome qué hacían aquí. Pero una tercera voz me sorprendió. Era Jane, acostada encima del otro sillón.

Su camiseta de Mickey Mouse había sido cortada lo suficiente para enseñar su vientre, donde llevaba pintada una carita feliz. Pero no fue eso lo que llamó mi atención especialmente…

—¿Qué? —me preguntó cuando se dio cuenta que estaba mirándola fijamente, con el ceño fruncido.

Se miró por completo y descubrió que algo no andaba bien con su cabello. Se acarició el cabello, frunció el ceño y entonces…se alarmó.

—¡Dios santo!

TPOV

No era la primera vez que despertaba con una resaca acompañado de alguien en la cama, pero sí lo era para Sam y no supe el motivo, pero eso me hizo sonreír.

—¿Estás despierto? —murmuré con la vista fija en el techo de mi dormitorio.

—Algo así —contestó de la misma forma—. ¿Te ofendería si te confieso que no tengo idea qué hicimos anoche en esta cama?

Me reí en silencio.

—Tampoco lo recuerdo.

—Vaya… —suspiró.

—Lo sé, fue una buena noche, ¿no?

—Estaba en mis planes embriagarme con Thomas Flint —me contó.

—¿Y amanecer con él con una resaca?

—No —me aseguró—. Pero fue asombroso.

Los dos nos reímos y él se acercó para recostarse encima de mi pecho…

… pero fue el pecho de alguien más.

—Sí, fue genial. —Era la voz de un tercero en la cama, en medio de nosotros.

Sam y yo nos levantamos rápidamente para observar a la otra persona. Era un muchacho joven, ciertamente apuesto, pero…

—Pero tengo que irme —replicó levantándose de la cama sin ningún problema.

Se vistió frente a nosotros, completamente desnudo, como si fuese un amigo más.

Al rato se dio cuenta que lo estábamos observando.

—¿Qué ocurre, muchachos?

—¿Quién mierda eres tú? —fui directo, sonando atónito.

El muchacho se rió como si se tratara de una broma.

—Esa fue buena.

—No, en serio, ¿quién eres tú y qué hacías en nuestra cama? —Sam se alteró.

—Está bien chicos, en serio —alzó sus manos con inocencia—. No necesitan hacer esto. No necesitan comprometerse conmigo o algo así. Lo aclaramos anoche.

—¿Anoche? —bufé.

—Sí, en la pista —asintió mientras se calzaba sus zapatillas—. Me pidieron un favor y bueno, como un leal amigo cumplo mi palabra, pero debo marcharme.

El muchacho parecía tan convencido de la situación mientras silbaba y terminaba por abrir la puerta para marcharse.

Entonces, se encontró con Andrew, quien planeaba tocar para entrar.

—Buenos días —lo saludó aquél muchacho extraño, retirándose. Andrew nos observó en la cama y todo encajó.

—¿En serio? —Chasqueó la lengua—. No me dejas traer ni una sola chica y tú traes a dos hombres. ¿Así van a ser las cosas?

Negó varias veces, ligeramente asqueado y cerró la puerta para darnos privacidad.

Me giré hacia Sam y nos miramos por un largo rato, preguntándonos qué había pasado.

—¿Era tu amigo? —Fue su primera suposición.

—No, jamás lo vi. ¿No será tuyo?

—No, tampoco. —Algo no cerraba.

—¿Quién de los dos lo invitó?

Volvimos a mirarnos, sospechando del otro, ya que habíamos dejado muy en claro que no habría terceros en nuestra relación… ¿quién había faltado a su palabra? ¿Los dos? Eso sonaba ridículo.

—No me mires así, sabes que yo no hago estas cosas —él apartó su rostro, ofendido.

—Yo… bueno, yo sí. Pero siempre recuerdo quién es. Juro que no conozco a ese tipo y… —me asqueé—… rayos, durmió en nuestra cama.

Nos levantamos rápidamente para vestirnos, pero permanecimos en silencio. Uno de los dos había fallado a nuestro pacto. Uno de nosotros había invitado a este tipo y… ¿y si había tenido relaciones con Sam? ¿O conmigo? ¿O nos observó mientras…? Toda la situación era bizarra.

Mi teléfono sonó. Era Bella.

EPOV

Cuatro veces. Ya llevaba cuatro veces despertándome y abriendo los ojos sin levantarme. Sabía que Bella no estaba a mi lado, pero debía encontrarse en algún rincón de la casa.

Sin embargo, el repentino silencio me obligó a levantarme. No podía recordar la última vez que había tenido una resaca tan desastrosa como ésta. Traté de hacerlo lentamente, sabiendo que si era brusco, terminaría sintiéndome peor.

Apoyé mis pies en la alfombra y éstos se mojaron. Cerré los ojos cuando lo recordé y me obligué a no respirar cuando lo vi: vómito.

Fui hasta el baño para tomar una ducha. Abrí la llave con lentitud y parpadeé atónito cuando vi que mi dedo meñique estaba vendado.

El muchacho en el espejo lucía peor que nunca: su cabello era un asco, lucía grasoso y las ojeras podían llegar hasta sus pies. Pero se sentía relajado, aun cuando apestaba a diferentes tipos de cosas, como si hubiese tenido una muy buena noche de sexo.

Traté de quitar la venda de mi dedo y me di cuenta que estaba completamente adherida. Me mordí el labio para apaciguar el dolor. Mis sospechas se elevaron en cuanto intenté quitármela con cuidado, jadeando por el ardor.

No necesité quitármela enteramente para descubrir que había sangrado en gran cantidad y que la uña que correspondía a aquél dedo ya no estaba.

¿Qué mierda pude haber hecho para perder una uña? Mi respiración se agitó cuando intenté vendarme de nuevo, pero tocarme el lastimado había sido una terrible decisión.

Cerré la llave y fui hasta el baño de la sala donde se encontraba el líquido desinfectante. Ni siquiera quería pensar en cómo había conseguido una venda o si le había echado algo encima para evitar una infección.

Abrí la puerta y me paré en seco. Josh estaba tirado en el baño, abrazando el retrete, profundamente dormido.

—Hey, amigo, ¿estás bien? —Traté de despertarlo moviéndolo a un costado con mucho cuidado para no golpear mi dedo meñique.

Lo hizo en cuanto lo apoyé contra la pared y lo sentaba. Llevaba el rostro pintado en dos diversos colores.

—¿Te sientes bien? —le pregunté, viendo que ni siquiera había tenido la oportunidad de jalar la cadena. En cualquier momento iba a vomitar.

— ¿Dónde estoy…? —me preguntó, desorientado. Entonces, reaccionó—. Jane, Jane. ¡Jane! ¿Dónde está?

—Tranquilo —pedí que bajara la voz, ya que me aturdía—. No lo sé, acabo de despertar. ¿Quieres darte un baño o algo? Realmente, apestas.

Me olfateó.

—Apestas a detergente. —Frunció el ceño.

— Sí, bueno —repliqué mientras le ayudaba a levantarse para llevarlo hasta el living.

Lucía desastroso. Es decir, sabía que no iba a terminar muy bien, pero parecía como si hubiésemos vuelto de la fiesta para causar más estragos aquí. Para empezar, ni siquiera tenía idea qué hacía Josh todavíaen mi casa.

Tampoco podía comprender por qué estábamos solos. Ni siquiera estaba Bella y no tenía idea de dónde podía estar Jane. Aproveché la poca lucidez en Josh y fui de nuevo al dormitorio para buscar mi teléfono.

No sabía por qué, estaba en la cama, debajo de la almohada.

Intenté enviarle un mensaje, pero todavía me sentía algo grogui. Cuando lo hice, me di cuenta que no tenía crédito. Refunfuñé de mala gana.

Pero el teléfono volvió a sonar. Atendí creyendo que sería ella, que el mensaje sí se había enviado y por eso, no leí el nombre.

—¿Bella?

—¿Ella no está contigo, verdad? —me contestó la voz de una mujer a la que identifiqué rápidamente.

No supe qué contestar.

—¿Qué quieres, Sienna? —suspiré, masajeando mis párpados.

—Respeto tu decisión y sé que no quieres volver a hablar conmigo, pero, ¿podrías decirle entonces que no trate de insistir?

La jaqueca me hacía sentir perdido.

—¿De qué hablas?

—Bella me llamó por tu teléfono anoche. Empezó a decirme muchas groserías y me sentí preocupada. E-Es decir, no esperaba que ella insistiera con este malentendido y…

—¿Bella te llamó anoche? —me reí pero entonces recordé que en algún momento, ella me había quitado el teléfono para algo que resultó ser sospechoso.

—Sí, aunque no me lo creas, aquí tengo la grabación…

"Soy Bella. Y no me importa una mierda cuánto extrañes a Edward, únicamente déjame decirte que es mi puto novio y no puedes enviarle mensajes porque ni siquiera te tiene agendada en su teléfono. Así de patética y necesitada luces. Por favor, deja de molestar y consíguete una vida, ¿quieres?"

Era exactamente la voz de Bella. Ella había hecho esa llamada pero… ¿estaba ebria? ¿En qué momento de la noche lo había hecho?

—Sienna, yo… no sé qué decirte, estoy avergonzado. Ella no debió decirte esas cosas, yo…

—Ya sé que no le caigo bien. No envié ese video a propósito, quise que lo recibieras personalmente porque todavía recuerdo cuando insistías en que te enviara una copia.

Lamentablemente, se lo había pedido hace un poco más de un año.

—Sí, pero…

—Lo sé y lo lamento de verdad. Planeaba llamarla para pedirle disculpas, pero esto se presentó y… bueno, yo no sé cómo manejarlo.

No dije ni una sola palabra porque tampoco sabía cómo hacerlo. Bella no tenía derecho a decir aquello, había sido grosera, pero tampoco sabía bajo qué condiciones lo había hecho.

—Espero que hayas tenido un buen cumpleaños, Edward —susurró después de un rato, con una voz nostálgica.

Me mordí el labio, sintiéndome culpable por sentirme incómodo.

—Gracias, Sienna.

Permanecimos un largo rato en silencio antes de que yo decidiera cortar la llamada. Este enfrentamiento entre Sienna y Bella tenía que acabar pronto pero, ¿de dónde surgía la necesidad de confrontarse?

El teléfono volvió a sonar, pero no sentí ganas de atender porque sabía que podría tratarse de ella y mi cabeza todavía daba vueltas. Respiré hondo y el teléfono dejó de sonar para luego empezar nuevamente.

Me di cuenta que no podía ser Bella porque su teléfono seguía aquí, pero aun así decidí atender. Para mi sorpresa, era mi padre.

—Hola, papá.

Seguramente me iba a preguntar por qué todavía no habíamos ido hasta la casa para el almuerzo de Esme. Necesitaba pensar en una buena excusa.

Pero no me contestó. Entonces… oí jadeos.

—¿Papá? —volví a preguntar, frunciendo el ceño.

Se estaba sobando la nariz, pero seguía jadeando. Mi padre estaba llorando.

—E-Edward… hijo…

Mi corazón se detuvo abruptamente y me levanté de la cama.

—Papá, ¿qué ocurre? ¿Qué ha sucedido?

—E-Edward… ha… ha habido un accidente y…

Volvió en romper en llanto y me afligí.

—¡Carlisle, dime! ¿De qué accidente hablas?

—E-Estamos en el hospital… t-tenemos que organizar su funeral… ha sido demasiado rápido todo…

¿Hospital? ¿Funeral? ¿De quién estaba hablando?

—¿Quién, papá? —exclamé al borde de la histeria.

Pronunció débilmente su nombre y la noticia me impactó completamente. Esperaba que fuese una mentira.

BPOV

La señora que se encontraba delante de nosotros en la fila estaba cargando a una pequeña niña. Me miraba con curiosidad pero luego me sonrió con alegría y me sentí culpable.

—No puedo hacer esto —negué varias veces, intentando salirme de la fila.

Alice me detuvo.

— Compra el maldito test de una vez, Bella. —Me giró nuevamente.

No quería quejarme sobre esto frente a Alice. Se me hacía muy incómodo tener que estar consultando a ella por estas cosas.

—Me alegro que estén aquí, muchachos. No podría hacer esto sin ustedes —suspiré hablándole al resto.

—Oh, eres muy dulce y aunque quisiera corresponder enormemente ese agradecimiento, te recordaré que vinimos a comprar analgésicos, sin embargo, ten por seguro que estoy aquí para apoyarte completamente porque soy el único que es fiel al resto —Sam murmuró condescendientemente mientras desviaba la vista hacia otro lado.

Thomas chasqueó la lengua.

—Termina con esto de una vez. ¡Yo no traje a ese muchacho a la cama! —gruñó por lo bajo.

—¿Crees que alguien se acercaría a mí? —Sam replicó de malhumor—. Todos sabemos que yo sería la última persona en el grupo en aceptar un trío.

—No creo que necesariamente lo seas —Alice le contestó aunque no necesitaba hacerlo.

—No lo es —Thomas estuvo de acuerdo—. Está exagerando. Yo ni siquiera conocía a ese tipo. Jamás le habría dejado entrar a la casa aunque quisiera. Sabes cómo es Andrew.

—¿Vamos a tener en cuenta a Andrew también? —le contestó él como si volviera a empezar otra pelea.

—¿Pueden dejar de hablar sobre eso? —pedí bufando—. Llevan toda la mañana con lo mismo. ¿No podrían olvidarlo y ya?

—No, porque él cree que he sido infiel cuando no lo he sido —Thomas insistió.

—¿Y qué si se acostaron con un desconocido? Los dos estuvieron de acuerdo, no hubo infidelidad —Alice también lucía cansada de oír la misma discusión.

—No éramos conscientes, no pudimos haber estado de acuerdo completamente —Sam destacó.

—¿Crees que yo estuve consciente con esto? Apuesto a que no —Ella enseñó el tatuaje que se, aparentemente, se había hecho detrás del cuello. Nadie recordaba cuándo y cómo se lo había hecho.

Jane se mostró incómoda a mi lado, suspirando.

—¿Por qué todos nos están mirando? —preguntó en voz baja, molesta.

—Porque estamos en una farmacia usando gafas —le contesté sin ánimos. Las tres llevábamos el cabello recogido al haber salido rápidamente del departamento, pero los cinco llevábamos gafas de sol encima para no mostrar las ojeras.

Thomas chasqueó la lengua y le quitó el sombrero que Jane llevaba encima, soltando su cabello.

—¡Quítate eso! Luces hermosa.

—Tengo el cabello rosa —Jane le miró atónita, sin comprender—. No quiero verme así.

—¿Por qué? En verdad luces bien —Alice la cuestionó.

—Sí, quizás, pero la gente que se tiñe el cabello busca llamar la atención y yo no deseo hacerlo —sostuvo con firmeza.

Me di la vuelta para mirarle, alzando una ceja.

—Ignórame, Bella —se arrepintió inmediatamente—. Estoy irritante. No todos los días te levantas preguntándote si has perdido la virginidad o no.

—O preguntándote dónde está el que te la quitó —Alice se burló de la situación y nos reímos en silencio. Obviamente, Jane se sonrojó.

—Si terminó en la casa de otra chica, juro que no volveré a verlo —nos advirtió, con decisión.

Cuando Jane mencionó aquello, recordé que había despertado con una molestia en toda mi zona pélvica. Pero especialmente me dolía el trasero. Y… un Edward borracho era capaz de cualquier cosa. Aparentemente, en esas mismas condiciones, yo también lo era.

—Yo no quiero saber por qué me duele el trasero —mascullé en voz baja, tratando de no pensar en la peor respuesta.

—Ustedes dos estaban completamente locos —Thomas recordó entre risas—. Estaban en la A, luego estaban en la E, bebiendo todo el tiempo.

Todavía no comprendía la diferencia. Todos seguíamos con la pulsera encima.

—¿Qué rayos era eso de "Fiesta A" y "Fiesta E"? —pregunté al resto, parecía que todos lo sabían excepto yo.

—¿No te lo dijeron? —Sam me preguntó y negué—. La A está adentro. Allí puedes comprar pintura y echársela a cualquiera. Solamente allí puedes comprar alcohol del bueno. La E es al aire libre. Allí hay baño de espuma y sirven tragos con éxtasis.

¿Éxtasis? Entonces… ¿no había sido mi imaginación? ¿El muchacho de los tragos le había echado pastillas a nuestro trago?

—Dios santo, ¿me drogué? —pregunté en voz alta y desperté la atención de algunos compradores.

—Quizás por eso no recuerdas nada —dijo Thomas—. Para ser honesto, creo que nadie recuerda mucho lo que sucedió. Deberíamos preguntarle a Emmett y a Cassie, creo que ellos no bebieron.

—Yo recuerdo que te caíste de una escalera —Sam frunció el ceño, recordando vagamente. Luego, se rió—. Sí, te caíste en algún lado, o algo así. Aterrizaste con tu trasero y por eso nos burlamos y Edward etiquetó su nombre en tus pantalones.

Todos dijeron "oh, cierto" como si recordaran aquella escena.

—Y le pusiste calcomanías en su rostro —terminó de recordar.

¿La "B" y la "S" significarían mi nombre? Odiaba no poder recordar nada.

—A todo esto, ¿alguien sabe algo de Mark y Melissa? —Alice preguntó tomando su teléfono para llamarlos.

Ni siquiera sabíamos de Emmett y Cassie, pero si las conjeturas de Thomas eran ciertas, ellos no habían bebido. Entonces podrían aclararnos algunas cosas. Contaba conque la cámara de Thomas pudiera revelarnos algunas cosas en cuanto volviéramos.

Fue entonces cuando nos atendieron y entre susurros, pedí un test de embarazo. Oficialmente, había perdido mi billetera y no contaba con nada de dinero, pero Alice me ayudó a pagarlo.

Cuando salimos, nos separamos y prometí ponerlos al tanto de la noticia. Me sentía muy optimista ya que nadie le prestaba importancia a la tentativa de verme embarazada. Comencé a pensar que simplemente era un retraso normal, que aquello era imposible.

Alice me acompañó hasta el departamento mientras Jane volvía con los muchachos, esperando encontrar a Josh. Fue difícil admitir que todo el camino había pasado en un silencio incómodo.

—No debí pedirte ayuda, ¿verdad? —pregunté cuando estaba por entrar al edificio.

Ella me sonrió nostálgicamente y negó.

—Trato de tener paciencia porque eres mi amiga y me importa tu salud. Pero…

Desvió la mirada, aguantando las lágrimas.

—Es difícil, ¿sabes? —suspiró sonriendo—. Sé que es una etapa, estoy muy sensible y odio a cualquier persona. Pero… siempre me pregunto por qué estas cosas le pasan a la gente que no lo busca y yo… bueno…

Acaricié su hombro cuando exhaló profundamente.

—No quiero ser mala, Bella. Es… solamente es injusticia. Siento injusticia en mi corazón. Pero no permitiré que esto nos separe. Voy a superarlo.

—Lo harás, lo superarás —le aseguré antes de darle un abrazo que duró más de un minuto.

Me separó y esbozó una sonrisa honesta.

—Tengo que volver con Jasper, tenemos que ir al hospital a ver esa herida por las dudas. —Se mordió el labio y me miró fijamente—. Mira, va a pasar lo que tenga que pasar.

—Pero no estoy lista, Alice —admití con honestidad.

—Si lo consigues, lo estarás. Sé que será así… y te apoyaré, ¿me has oído? —me aseguró para que jamás dudara de su voluntad.

Asentí y volví a abrazarla antes de despedirme de ella.

Cuando ingresé al departamento, recordé que jamás volveríamos a ver a la señora Mosby y me pregunté cuándo sería el velatorio. Probablemente hoy.

Entré a la casa despacio, esperando no encontrar a Edward. Bear se acercó rápidamente a mí con la intención de morder mis zapatillas. Hasta entonces, no me había dado cuenta que él había pasado la noche en casa de Tara. ¿Cómo había llegado a nuestra casa?

Me pegué un susto cuando encontré a Josh durmiendo en el sillón. Todo su rostro estaba pintado en dos colores diferentes. ¿Había estado aquí todo el tiempo?

Fui hasta el baño del living para no irrumpir en nuestro dormitorio. Necesitaba sacarme las dudas inmediatamente antes de hablar con Edward. Aunque probablemente él seguía durmiendo.

Saqué la tira absorbente de la caja. Después de orinar, dejé la tira en el lavabo y esperé. Dos líneas significaban positivo. Una sola, negativo.

Hacer la prueba fue mucho más difícil de lo que imaginaba. Hasta hacía unos minutos creí que se trataba de un simple malentendido. Nadie, ni siquiera mis amigos más íntimos podían creer en la posibilidad de… No podía ni siquiera pensar en esa palabra.

De repente, me sentí muy sola. Definitivamente debí haberle consultado a Edward antes de hacer estas cosas. Pero a la vez, se sentía correcto. Tenía que hacerlo por mi propia cuenta y encarar el asunto con valentía y madurez.

Sin embargo, era inevitable pensar en las posibles consecuencias si esto resultaba ser positivo porque…no sentía que las había. Iba a traer tantos problemas que solamente rogaba porque no fuese cierto. No estaba lista para un embarazo. Estaba asustada.

(17) Pasado el tiempo necesario, me acerqué con prisa para observar la tira.

Mis ojos permanecieron fijos a la respuesta mientras mi mundo se despedazaba en pocos segundos.

Me apoyé contra la pared del baño y lentamente me senté para jalar mi cabello con ambas manos, cerrando profundamente los ojos y mordiéndome el labio hasta que éste comenzó a sangrar.

Hundí mi cabeza entre mis rodillas.

Estaba jodida.

CAPITULO 15 Edward, Bella y Bear

BPOV

Estoy jodida.

Mi cuerpo empieza a temblar y el poco aire que guardaba en mis pulmones se ha ido de un tirón. Es como si algo me hubiese arrebatado el alma, porque no puedo reaccionar; no puedo pensar, ni moverme de aquél sitio.

Estoy muy, muy jodida.

El frío del suelo de mármol termina despertándome y la realidad cae sobre mis hombros.

Estoy embarazada y ni siquiera tengo veintitrés años.

Cuando por fin reacciono, quizás diez, veinte o cinco minutos más tarde, empiezo a sentirme enferma. Algo en mi estómago se remueve violentamente y por alguna razón pienso que es el bebé.

Siento fuertes arcadas y me dirijo hasta el retrete para vomitar violentamente. No tengo tiempo ni para observar qué es lo que vomito, pero sabe amargo. Jamás me había sentido tan enferma como en este momento.

Durante varios lapsos, mi cuerpo se recompone y me siento estable. Pero las arcadas vuelven a aparecer hasta el punto de pensar que sería mejor instalarme aquí un tiempo.

Solamente cuando siento el estómago completamente vacío, mi mente me obliga a salir del baño. Necesito contárselo a Edward...

... pero no suena a una buena idea.

Juego un rato con la manija de la puerta, cerrando los ojos y mordiéndome el labio ligeramente lastimado por hacerlo con tanta frecuencia en la última hora. ¿Qué le diré? ¿Cómo se lo diré? ¿Acaso existe cierto tipo de protocolo para contarle a tu novio que va a esperar un bebé?

Oh, por Dios. Un bebé. Bebé. Me quiero matar. Esto está mal. No, no, no.

—¡Ugh! ¡Basta! —Me reprendo a mí misma, tensando los dientes y respirando hondo. Lo mejor que puedo hacer en este tipo de soluciones es ser directa de una sola vez.

Abro la puerta del baño del pasillo y me dirijo lentamente al dormitorio, donde pienso que Edward sigue descansando.

Menuda noticia para despertar a tu novio. Já.

Pero cuando entro allí, le encuentro sentado en la cama, despeinándose lentamente con el teléfono en sus manos. De espaldas, luce agotado o frustrado. ¿Qué le ocurre?

La preocupación me invade en cuanto me acerco más y le encuentro masajeándose los ojos, como si estuviese a punto de llorar.

—¿Edward? —Me acerco rápidamente hasta su lado en la cama—. ¿Edward, cielo, qué te ocurre?

Edward niega lentamente, mirando hacia el suelo. No me levanta la vista, no está reaccionando.

—Cielo... háblame, ¿q-qué ha ocurrido? —pregunto imaginando que ha sido alguna llamada que ha recibido.

Lo peor viene después, cuando por fin alza la cabeza y sus ojos lucen llorosos.

Me ve y apoya su rostro contra mi hombro, liberando todo el aire que ha guardado, jadeando. Tira su teléfono contra el piso y descubro que algo muy malo ha sucedido.

.

(1) Edward siempre ha amado los días lluviosos, pero este resulta devastadoramente innecesario frente al escenario que se nos ha presentado. Refleja el corazón de los Cullen ante semejante pérdida.

Al principio no eres consciente de lo que está sucediendo, pero todo cobra sentido en cuanto ves a todas las personas que deciden acompañarte. Múltiples rostros dándote el pésame... es como si quisieras despertar de la pesadilla, pero allí están todos... recordándote que es cierto. Que alguien nos ha dejado prematuramente de una forma tan injusta.

No resulta tan doloroso para mi corazón, pero ver a toda la familia destrozada, puede sorprenderte de verdad.

Ella Masen, la sobrina de Esme y la mujer que había preparado el vestido de bodas para Tanya, se encuentra aquí dándole el pésame a la familia junto a su esposo John y a una irreconocible Emily que ahora porta sus pequeños dos años de vida. Su hermana Charlotte ha venido con Peter, Riley y Bree.

Hay muchos familiares que no reconozco. Pero sobretodo, muchas allegados de él. Entran a la capilla y pueden ver el cajón cerrado a petición de la familia. Pero un hermoso cuadro de él reposa encima del cajón.

Cada vez que mis ojos lo ven, tan sonriente y vivaz como vivió, me saca por completo. Allí está su nombre grabado. La fecha está impresa. Es extremadamente raro y escalofriante.

"Teseo Alberth Cullen"

1975 - 2013

En un momento, logré ver al señor Krauffman entrando a la capilla junto a una mujer... tal vez su esposa. Me sorprendió muchísimo.

—Señor Krauffman. —Me acerco a saludarle y para él también es una sorpresa.

—Oh, Bella. ¿Cómo estás? —Me saluda con un cariñoso abrazo—. No esperaba encontrarte aquí.

No sé por qué en ese momento recordé la conversación privada que tuve con Teseo en el cumpleaños de Esme: Él y el señor Krauffman se conocían muy bien. Y nunca le habló de mí, para darme la oportunidad de impresionarlo y conseguir el trabajo sin su ayuda.

—Soy la novia de su sobrino, Edward —digo en voz baja, porque todos aquí murmuran y sollozan en voz baja.

Los acompaño hasta Edward, que se encuentra sentado a pocos metros de mí acompañado de nuestros amigos.

—Edward, él es mi jefe, el señor Krauffman. Él es el hijo de Carlisle.

Edward saluda con una sonrisa nostálgica al hombre mientras éste le da el pésame junto a su esposa. El señor Krauffman se encarga de decirle cuánto quería a su tío y lo mucho que me aprecia. Pretendo escucharlo, pero alguien ha comenzado a llorar y me distraigo por completo.

Tal vez lo más trágico en esto sea ver a su familia más cercana. Carlisle, la cabeza de la familia, aquél que siempre guarda la compostura y tranquiliza a la familia, está completamente quebrado. Jamás le había visto llorar y no es algo que desearía volver a ver en mi vida. Beatrice sufre pequeñas recaídas. Por momentos luce estable, en otros se descompone:

"Mi hijo, mi pequeño bebé se ha ido. ¿Por qué tuvieron que quitármelo? ¿Por qué no me fui yo? ¿Por qué te fuiste, mi pequeño tesoro?" solloza logrando que el resto de la familia sienta el dolor en sus palabras. Por momentos, escucho al propio Carlisle diciendo "mi pequeño hermano" mientras las lágrimas y su esposa le acompañan.

Puedo oír a Jasper rompiendo en llantos de fondo, por lo que decido que lo mejor sería sacar a Edward un rato.

—¿Vamos a tomar aire, quieres? —Rasco su espalda y él asiente, aparentemente queriendo ignorar por un segundo el ambiente lúgubre que se ha formado en menos de tres segundos.

En el camino hacia el pasillo de la salida, encontramos a quien parece ser Grossman. El hombre que ayudó a Edward en sus estudios y a quien reemplaza en la escuela. Nunca le he visto, pero me trata con profundo respeto, como si ya me conociera desde hace tiempo.

Edward saca un cigarro y lo prende. Es la segunda caja que fuma en el día, pero no le digo nada. Curiosamente, el olor me descompone.

Revisa su iPhone y chasquea la lengua. Me lo entrega.

—¿Puedes tenerlo un rato? —Me pide porque probablemente no desea leer los mensajes de pésame.

Se lo guardo y empiezo a sentirme enferma.

—¿Te molesta si voy al baño? —le pido y acepta sin problema.

No me gusta dejarlo solo, pero mi cuerpo no puede evitarlo. Llego hasta allí, me encierro en un cubículo y devuelvo lo poco que he desayunado en la mañana.

Durante unos segundos, me recompongo. Pero el mismo sabor del vómito me vuelve a descomponer.

Siento unos golpes en la puerta.

—Bella, ¿te encuentras bien? —Es la dulce y preocupada voz de Jane desde el otro lado.

—Dame un minuto —pido en voz baja en cuanto vuelvo a sentir otra arcada.

Al rato, me siento mejor y decido salir del cubículo para mirarme al espejo. Luzco pálida, como un fantasma. ¿Es posible que haya perdido peso en menos de un día?

—¿Te encuentras bien? —me pregunta Melissa, rascando mi espalda maternalmente—. ¿Quieres que te traiga algún medicamento?

—No, gracias. Lo terminaré rechazando. ¿Va a ser así todo el tiempo? —Me quejo en voz alta, sin proponérmelo.

—Sí, pero pasará. No te preocupes. —Alice le resta importancia. Quisiera decirle que no es tan agradable como imagina, pero sé que sigue sensible por ese tema. Quizás está haciendo un esfuerzo por no sentir envidia en estos momentos.

En una muestra de afecto, toma su cartera y saca de ella un poco de rubor para que mi rostro no parezca el de una auténtica fantasma.

—Bella… ¿ya se lo has dicho a Edward? —Jane se anima a preguntar.

—No —murmuro poniendo una mueca triste—, aún no. Lo haré cuando todo esto pase un poco.

—¿Y qué es lo que harás? Digo… ¿vas a…?

Cuando comprendo sus palabras, abro los ojos como platos. Alice luce ofendida. Melissa se guarda una pequeña risita en su interior.

—¡Claro que lo va a conservar! —Alice se encarga de contestar por mí, aunque no es necesario.

—Tal vez esto no haya sido planificado, pero claro que será parte de mi vida —digo acariciando con suavidad mi vientre. Se siente plano, pero la idea de que un bebé descanse allí es ridícula y todavía no puedo concebirla.

Tampoco puedo parar de recordar la imagen de Edward cuando se enteró que Tanya había abortado en una ocasión. Rompió su corazón.

Alguien golpea la puerta e ingresa lentamente. Es Sam.

—Oh, aquí estás. —Se acerca y me mira directamente hacia el espejo. Es el único varón del grupo que sabe de la noticia—. ¿Te sientes bien?

—Me siento algo descompuesta, pero no me animo a decir que me siento bien en estos momentos.

—¿Dónde está Edward? —me pregunta él.

—Está fumando afuera.

—¿No lo había dejado? —pregunta Jane con tristeza.

—Yo creo que nadie siente ánimos el día de hoy —respondo de la misma forma.

—Ugh, te entiendo. —Alice tuerce una mueca—. Es un ambiente muy desolador. Jamás en mi vida había visto a Jasper llorar de esa forma.

Otra persona más ingresa al baño.

—Ah, aquí están todas. ¿Qué está sucediendo? —pregunta Thomas mirándome a mí.

—¿Qué haces aquí? Es el baño de chicas —Melissa le reprende, pero siempre con un humor apaciguado y ligeramente optimista.

—Sam está aquí —le señala sin problema.

—Sam es gay.

—Oh, ¿en serio? —Es sarcástico—. Woah. No lo sabía. Se lo diré a mi novia.

Le pone los ojos en blanco y se acerca a mí para rascar mi espalda. ¿Por qué todos lo hacen?

—¿Cómo te sientes? —Todo el mundo me hace la misma pregunta. Pero el problema es que Thomas no sabe de aquella noticia. ¿O sí?

—¡Sam! —exclamo, molesta—. ¡Le dijiste a Thomas!

—¿Decirme qué? ¿Qué ocurre? —pregunta él confundido.

Le miro fijamente, entrecerrando los ojos.

—Bueno, sí. Un poco. —Le resta importancia—. Pero, ¿por qué no me dijiste nada? ¿No soy tu mejor amigo?

Ahora me hace sentir culpable.

—Sí, lo eres. Pero… estás muy apegado a Edward y no quería que se lo digas.

—Entonces dímelo —contesta con simpleza—. Si me lo pides, no se lo diré. ¿Es que no confías en mí?

Me puse exageradamente sentimental.

—Es que a veces siento que me tienes abandonada por él.

Thomas suelta un dulce "ah" y me rodea entre sus brazos.

—No seas tonta. Nunca te voy a abandonar. Si me quieres a tu lado, solamente avísame y estaré, ¿bien?

Me acerco a abrazarle y entierro mi rostro en su pecho. Huele a perfume de coco.

—¿Podrían hacerme un favor y no contárselo a nadie más? Tengo que contárselo a Edward o de verdad va a molestarse.

—No te preocupes, Bella. Nadie más va a saberlo. —Melissa me asegura arrastrándome hasta la salida—. Ah, excepto Mark. Pero nadie más lo sabrá.

Le miro con sorpresa. ¿Josh también lo sabe?

Salimos del baño y nos reunimos con el resto de los muchachos.

—Acababan de avisarnos que el pastor se encuentra atrasado por problemas de tráfico. Hay una manifestación o algo así. Vendrá en una hora. —Nos informa Mark políticamente, porque el ambiente así lo promueve.

Pero nadie le presta atención a lo que dice. Miramos directamente hacia su rostro.

—Okay, ¿quedamos de acuerdo en algo, no? Tres segundos nada más. Si vuelven a mirarme por más tiempo, les patearé el trasero —nos amenaza con el dedo índice.

Es inevitable observar el extraño tatuaje que se ha hecho en el cuello. Sobresale a la luz de la habitación.

—¿En serio no recuerdas cómo te lo has hecho? —Thomas pregunta observándolo desde un mejor ángulo —. Alice tiene uno también. Quizás se lo hicieron en el mismo lugar.

—No, yo recuerdo perfectamente —dice Melissa—. Te lo hiciste en el mismo lugar en el que me hice el piercing.

—¿Te hiciste un piercing? —le pregunto, tratando de descifrar en dónde lo tiene.

—Sí. Se los mostraría, pero no creo que sería apropiado… —dice en un tono picarón, mirando hacia el suelo.

Josh es el primero en reaccionar, jadeando un "Oh, Dios santo" en voz baja. Personalmente, siseo de dolor al imaginarlo.

Mis ojos se dirigen directamente hacia el pasillo. Emmett llega a un paso apresurado y se acerca a nosotros.

—¿Dónde está ella? —nos pregunta en voz baja. Aparentemente, ya se ha encontrado con Edward y Jasper.

Le señalo hacia el rincón donde ella se encuentra acompañada de sus múltiples amigas que, curiosamente, son rubias y esbeltas.

Es increíblemente conmovedor ver cómo Rose se echa en sus brazos y él la recibe como si la hubiese amado durante toda su vida. Todos esperábamos encontrar cierta "reconciliación" en este momento, pero en primera persona resulta acogedor. No hay una persona que entienda mejor a Rosalie que Emmett.

Decidí alejarme del grupo para volver a acompañar a Edward. Estaba sentado en un rincón, hablando con Jasper.

—¿Cómo está tu pierna, Jazz? —pregunto mientras acaricio la mano de Edward.

No estoy muy segura de lo que le sucedió en Folie, solamente sabíamos que se había lastimado la rodilla y le molestaba caminar un poco.

Como era de esperarse, lucía apagado.

—Es lo último que me importa —murmura en voz baja, encogiendo sus hombros.

Al rato aparece Alice para acompañarle a otro rincón, dejándonos a Edward y a mí a solas.

Seguimos jugando con nuestras manos. No dice ni una palabra, solamente mira la unión de nuestros dedos.

—¿En qué piensas? —me animo a preguntarle con timidez.

Él niega lentamente. No quiere hablar.

Edward no ha llorado. Le conozco lo suficiente para saber que está reprimiéndolo para no asustarme o algo así. No tendría sentido que Jasper y Rosalie se quebraran de tal forma y él permanezca apacible.

De repente, dice algo que me deja muda:

—Tengo ganas de tocar el piano.

No respondo nada. Me limito a permanecer en silencio con él, pero con muchas ganas de abrazarle. ¿Hace cuánto tiempo no lo hace?

Esme se nos acerca.

—Cielo, ¿cómo te encuentras? —le pregunta acariciando su cabello, como si se tratara de un niño apenado.

—Estoy bien, mamá. ¿Tú?

Ella ladea una pequeña sonrisa. De cerca, se pueden ver sus hermosos ojos hinchados.

—Claire está un poco mareada. La llevaré afuera un rato. ¿Podrían cuidar a los muchachos un rato? Necesitan distraerse de todo este ambiente —dice con pena, refiriéndose a sus hijos.

Yo acepto antes que Edward, pero por obvias razones.

Sé que los hijos de Teseo son jóvenes porque escuché la respuesta que le dio a madre cuando ésta preguntó acerca de la carrera que ellos seguirían, en la fiesta de Esme. Pero descubro con terror que son mucho más jóvenes de lo que imaginaba.

Harry tiene trece. Samantha, doce.

"Sami" llora en los brazos de Edward mientras él la contiene. Como Harry no lo está haciendo, decido acompañarlo hacia otro costado.

No estoy muy segura acerca de cómo tratar con los niños en estos momentos. Para ser honesta, este es el primer funeral cercano al que he asistido. Nunca fueron de mi agrado. No quiero sonar atrevida, así que le otorgo silencio y privacidad.

—¿Qué crees que haga mi mamá? —me pregunta en cuanto rompe el silencio.

La pregunta me toma por sorpresa. Me doy cuenta que está buscando una respuesta honesta.

—Tu mamá es una mujer muy fuerte. Ella podrá salir adelante.

—¿Cómo sabes? Nunca la conociste —me acusa.

No es un niño tonto, para nada.

—No, es verdad. Pero lo conocí a él. Un hombre tan increíble como él ha de tener una esposa increíble.

El niño permanece en silencio durante unos segundos, hasta que su rostro no da abasto y comienza a llorarme encima del vestido verde musgo que traigo puesto.

Mientras le abrazo, me doy cuenta que a pocos metros, hay una mujer llorando la partida de su hijo, pero en mis brazos, hay un niño llorando la partida de su padre. Su familia no volverá a ser la misma. Faltará un miembro en la mesa todos los días. Su ida fue tan abrupta que no tuvo tiempo para despedirse o para decirle unas palabras.

Comienzo a lagrimear y por tercera vez en el día, me recuerdo a mí misma que necesito volver a hablar con Charlie.

El pastor llega a la capilla y comienza la ceremonia. El sermón es profundo, desgarrador pero aliviador. Es la idea de aceptar, porque es lo que más cuesta.

No olvidaré las palabras justas que dijo al final, citando un texto de San Agustin:

—No llores si me amas. Si conocieras el don de Dios y lo que es el Cielo. Si pudieras oír el cántico de los ángeles y verme en medio de ellos.

«¿Tú me has visto, me has amado en el país de las sombras y no te resignas a verme y amarme en el país de las inmutables realidades? Créeme. Cuando la muerte venga a romper las ligaduras, como ha roto las que a mí me encadenaba, cuando llegue un día que Dios ha fijado y conoce, y tu alma venga a este cielo en que te ha precedido la mía…

«Ese día volverás a verme. Sentirás que te sigo amando, que te amé y encontrarás mi corazón con todas sus ternuras purificadas. Volverás a verme en transfiguración, en éxtasis. ¡Feliz! Ya no esperando la muerte, sino avanzando contigo, que te llevaré de la mano por senderos nuevos de luz y de vida… Enjuga tu llanto y no llores si me amas.

(2) Carlisle aparece a continuación con una carta en mano:

—Tres años atrás, todos estábamos reunidos aquí por un mismo motivo. Mi padre fue un hombre honorable y bondadoso. Gracias a él, nunca nos hizo falta comida en la mesa. Un hombre verdaderamente trabajador, con un pobre corazón desgastado. Fui el último en verlo. Lloré durante meses porque sentí que alguien había arrancado una parte de mi corazón. Un día, Teseo se acercó a mí y me dijo "Tienes una familia a la que cuidar. Una preciosa esposa y unos hijos prometedores. No le des al mundo una razón para dejar de sonreír, porque ellos te necesitan. Necesitan que su padre los guíes, como papá lo hizo con nosotros."

«Siempre sentí que Teseo había heredado la simpleza de mi padre. Aquellas palabras se convirtieron en mi propio mantra y puedo asegurar que jamás he sido tan feliz en mi vida como en estos últimos tres años. Él era mi hermano menor, el corazón de esta familia. Se encargó de llegar a las vidas que tocó sin un propósito… porque así era él.

«Estoy devastado. Mi corazón se ha roto en pedazos y no puedo dejar de pensar que en este momento él estaría recordándome una vez más por qué debo ser sonreír. Pero la realidad es que no puedo. Y saber que tendré que levantarme todos los días recordándome que ya no está aquí… me destruye por completo.

«Vivió una vida sin enemigos, sin resentimientos ni arrepentimientos. Puedo sentirlo aquí. En este momento, mirándonos a todos. Riéndose de nuestras lágrimas, pidiéndonos que dejemos de dramatizarlo todo, pues él sigue aquí y mejor que nunca. Por eso quiero recordarlo con una sonrisa y con la seguridad de saber que algún día, tarde o temprano, volveré a encontrarlo. Le abrazaré y me dirá que ha estado esperándome con profunda paciencia y felicidad. Que en paz descanses, mi hermano.

Trato con todas mis fuerzas de ocultar mis lágrimas porque sé que tengo que permanecer estable por Edward. Las seco rápidamente con mi pañuelo y le miro. Su mandíbula está tensa y apenas puedo ver lágrimas en sus ojos. No me ha soltado la mano en ningún momento.

Cuando la ceremonia termina, procedemos a trasladarnos hasta el cementerio. Edward y yo decidimos hacerlo por nuestra propia cuenta en su auto.

—¿Quieres que yo conduzca? —Me ofrezco, sabiendo que es muy probable que rechace la oferta. Pero es lo mínimo que puedo hacer en este momento.

—Bueno.

Su respuesta me deja sorprendida. Ni siquiera le importa aquello.

Me encuentro concentrada tratando de recordar las reglas de tránsito. Ya he tenido la oportunidad para retirar a mi Fiat del mecánico, por lo que necesito ser capaz de acostumbrarme frente a un vehículo nuevamente.

(3) De reojo, observo a Edward. Mira hacia la ventana, apoyando el brazo contra ella y el mentón contra la palma. De inmediato, siento un jadeo y sucede lo esperado: Edward rompe en llanto.

Quiero abrazarlo, pero todavía sigo conduciendo. Edward se acerca a mí y empieza a llorar contra mi hombro. Utilizo mi brazo derecho para consolarlo.

—No puedo hacerlo, Bella —me dice en voz baja.

—¿Qué cosa? —pregunto.

—No puedo ver el cajón cuando descienda. Simplemente… no, no puedo.

Oh, mi Edward…

Le doy un beso en la frente.

—No tienes que hacerlo. Podemos quedarnos en otro rincón. Sabrán entenderlo.

Él termina de llorar en mi brazo y le doy su rato de privacidad. Edward es el tipo de hombre que mantiene la compostura frente a su familia y sus amigos. Siempre busca un lugar a solas para descargarse. Lo único que puedo hacer es permanecer en silencio.

Llegamos al cementerio y es cuando Edward se arrepiente a último momento y decide enfrentarse a aquella imagen que tanto dolor le produce.

Veo el cajón y me doy cuenta que he compartido pocas palabras con Teseo Cullen, pero las suficientes para sentirme identificada antes las palabras de Carlisle. Un hombre tan bueno y optimista que logró llegar a muchas personas. Puedo comprender, entonces, el dolor que ellos sienten ante su partida. Recuerdo perfectamente que fue el único familiar que me habló como si me conociese de toda la vida. Quiso ayudarme a conseguir un mejor empleo… y no acepté en seguida. Pero ni siquiera eso le había molestado.

¿Cómo se sentirán aquellos que compartieron años junto a él?

La reunión en la casa de los Cullen fue mucho más amena e íntima debido a que solamente nos encontrábamos los allegados a la familia. Ya que el resto de los chicos se habían marchado y Edward deseaba pasar u tiempo con su familia, me dediqué a ayudar a Esme en la cocina.

Le servo una taza de té a Beatrice esperando algún tipo de regaño o comentario a la defensiva. Pero en vez de eso, me mira y dice:

—Gracias, querida.

Probablemente son las únicas palabras amables que me dirá en mucho tiempo.

.

Son casi las doce de la noche cuando llegamos a casa y lo primero que hago es ir al baño para devolver un poco de la tarta de manzana que he probado hace dos horas.

Salgo con la cara mojada y Edward me mira preocupado.

—Has estado vomitando muchas veces el día de hoy. ¿Te sucede algo?

Pero soy yo quien debe preocuparse.

—Creo que estoy descompuesta.

—Ya veo. ¿Desde cuándo?

—Desde Folie. Pero ya no me siento tan mal.

Frunce sus labios.

—Éxtasis y alcohol. Para un estómago tan virgen como el tuyo, no son una buena combinación.

Aquella expresión me hace reír.

—¿Estómago virgen?

—Dime, ¿te has sentido fatigada?

Asiento.

—Es parte de la resaca. Trata de tomar agua aunque sientas asco. Te traeré unas pastillas. Si continúas así, iremos al consultorio. ¿Bien?

Se me ocurre otra cosa.

—¿Carlisle?

—No… él se tomará una semana de descanso por ahora.

—¿Y tú?

—He pedido dos días de licencia. Es suficiente.

—¿Tú crees?

Encoge sus hombros mientras se quita la camisa.

—Lo estoy imaginando en mi cabeza diciéndonos… "vayan a trabajar, par de ociosos" —medio se ríe.

Le acompaño en las risas.

—Era una persona muy sonriente. No creo que nada cambie eso… sea donde quiera que esté.

Edward se limita a asentir en silencio mientras termina de cambiarse.

Encuentro un libro en la cama. Es católico.

—¿Y esto? —lo señalo.

—Me lo regaló Thomas. Me dijo que lo lea si es que me siento mal.

—Oh…

No me he olvidado que la casa todavía luce desastrosa. Sea lo que haya pasado aquella noche, terminó por dejar estragos en nuestra propiedad.

Ninguno de los dos tiene hambre, pero Edward me obliga a comer un poco de arroz antes de tomar las pastillas. Mi estómago lo acepta y espero de corazón que sea la resaca y no el bebé.

Nos acostamos temprano. Yo me quito toda la ropa. Desnuda, me siento más cómoda. Él apoya su rostro encima de mis pechos para que pueda rascar su cabello hasta que se duerma. Luce como un niño.

—Edward —murmuro en medio de la oscuridad.

—¿Uhm?

—Estoy orgullosa de ti.

Lentamente, alza la cabeza para mirarme.

—¿Sí?

—Ajam. Posees mucha fortaleza en tu corazón.

Vuelve a cerrar los ojos y a recostarse encima de mí.

—Tú me das fortaleza, Bella. Cuando falleció mi abuelo hace tres años, me sentí tan solo que terminé pasando la noche en casa de mis padres. Pero ahora sé que no importa lo que pase, volveré a casa y te tendré en mis brazos. Me traes mucha calma.

Quiero abrazarle muy fuerte. Lo hago.

—¿No estabas con Tanya en ese momento? —pregunto con curiosidad.

—No. Estaba con Sienna.

Creo sentir una nueva arcada.

—E-Entonces… ¿por qué estabas solo?

Encoge sus hombros.

Eso me hace preguntarme por qué no la he visto en todo el funeral.

—¿No vino al funeral?

—No pudo, pero envió flores. Los Denali también lo hicieron.

¿En serio?

—Woah.

Volvemos a quedar en silencio, y me pregunto si este es el momento adecuado para plantearle la situación en mi barriga.

Revisa su reloj.

—Ya es veintidós de junio.

—¿Sí? —pregunto con casualidad.

—¿Sabes qué día es hoy? —Se acomoda para mirarme de frente.

Me siento terriblemente culpable porque parece ser una fecha muy importante y no lo recuerdo.

Niego.

Juega con un mechón de mi cabello.

—Hace un año decidía salir con mis amigos a una noche de parranda que terminaría por resultar nefasta, pero me llevaría a encontrar a una chica preciosa… y tuvimos nuestra primera noche de pasión.

Le miro ceñuda.

—¿Por qué me hablas de otra chica? —pregunto a la defensiva y molesta.

Edward se echa a reír.

—La chica eres tú.

Parpadeo atónita.

—¿Yo?

—Sí. ¿No lo recuerdas?

Vuelvo a fruncir el ceño… y por supuesto que lo recuerdo.

—No me gusta recordar aquellos tiempos —confieso muerta de la vergüenza. Es humillante.

Él me pone los ojos en blanco.

—El punto es que hace un año nos hemos conocido por primera vez.

—Vaya… parece más tiempo.

—Siento que te conozco hace más tiempo, en realidad.

—Y… ¿qué hiciste esa noche? ¿Cuál era el motivo de la parranda?

—Quería follar porque Tanya se había puesto histérica y se encontraba en Chicago.

—Qué romántico. También hace un año que conoces a Jane.

—Oh, es verdad. Se lo contaré mañana.

Me río y me acerco para besar sus labios. En pocos minutos, nos dormimos.

.

A la mañana siguiente, Edward me despierta con un tierno beso en la oreja.

—¿Hay algo que hayas olvidado contarme de Folie? —Me sorprende con aquella pregunta—. Ponme al día.

Me estiro para poder observar su rostro y pienso.

—Bueno… Thomas y Sam estuvieron en un trío.

Edward se ríe. No está sorprendido.

—Lo sé, me he enterado de eso. ¿Algo más?

—Mmm… déjame recordar… —Mi mente no puede procesar mucho a esta hora, además tampoco es que había obtenido muchas respuestas…—Por ahora no me acuerdo de mucho…

Edward asiente.

—Y… ¿te acuerdas de esto, amor?

En sus manos se encuentra el test de embarazo que había dejado en el baño, donde todavía marcaba un claro "positivo".

-Lunes-

(4) —¿Crees que sea un niño?

—Sea lo que sea, va a recibir todo el amor de su familia —dice esto y besa la palma de su mano—. Aunque… espero que sea una niña.

La mujer se ríe coqueta.

—¿Una compañera de juegos para Minnie? ¿Estás seguro?

—Por supuesto. Pero si es un varón, se encargará de cuidarla.

"La familia Ingalls" vuelve a reírse e intento levantarme abruptamente del asiento.

—Okay, estoy embarazada. Listo, vámonos de aquí.

Edward me frena y me empuja de nuevo hacia el asiento.

—¿A dónde crees que vas? Necesitas una revisión.

—¿Por qué? —me impongo, molesta—. El jodido test dio positivo. Es suficiente.

—¿Puedes controlar tu vocabulario aquí? —Me pide en voz baja—. Tenemos que asegurarnos antes, Bella. Esas cosas no siempre son seguras.

Ya sé que tiene razón, pero me siento como si estuviese a punto de dar un examen final. No puedo ingresar al maldito consultorio.

—Además, no consultaste una marca segura —me recuerda a modo de regaño.

—¿Qué esperas? No tenía dinero. Alice me lo pagó.

—Porque tenías que avisarme desde un principio. —Me mira de frente, reaccionando a la defensiva. Ese tema todavía le molesta—. No solamente soy el único amigo doctor que tienes, soy el padre de ese bebé.

Cada vez que dice aquello, me intimida y me hace sentir culpable. Por supuesto que debía acudir a él primero.

—Además, vivo en el mismo techo que tú. Debería saber que vas a traer a alguien más a vivir con nosotros para que me pague una renta.

Le pongo los ojos en blanco. Pese a toda la situación, estaba de buen humor.

—No te pongas bromista, me siento muy mal. Quiero vomitar.

—Es la resaca, Bella.

—¿Cuántos días más? —pregunto exasperada.

—Han pasado dos días nada más.

—¿Entonces?

—Uhm… en tres días se te irá.

Bufo.

—Además, los vómitos no vienen tan rápido —me dice con desenvoltura. Aparentemente luce muy confiado en esto. Él piensa que es una falsa alarma. ¿Por qué?

Respiro hondo, tratando de calmarme por unos segundos.

—Bien. Imaginemos por un segundo… un segundo nada más… que esto…—Señalo mi vientre—, es real. ¿Qué es lo que vamos a hacer?

Edward toma su tiempo para pensarlo, enseriándose.

—Bueno… tendré que volver al consultorio para conseguir más dinero. —Se pone a enumerar—. Tendremos que buscar una nueva casa y…

Me mira, frunciendo sus labios.

—… tendremos que casarnos.

Suelto un jadeo reprimido y oculto mi rostro en mis rodillas.

Más Edward se echa a reír. Obviamente, ha estado fingiendo seriedad.

—Por favor, no seas dramática. Todo va a salir bien.

Me levanto de nuevo—. No. No va a salir bien. Tendremos que cambiar toda nuestra rutina. ¿No ves? Todo será distinto de ahora en más… justo cuando nos estábamos asentando. Acabo de complicarnos la vida.

Toma mi mano y me mira a los ojos.

—Yo estoy dispuesto a hacerlo por ti.

Le miro y chasqueo la lengua.

—No te hagas el romántico ahora, por favor —bufo poniendo los ojos en blanco. Estoy irritable.

Él se ríe y me abraza.

—Mi Bella, tan fría como siempre —dice besándome en la frente.

—No soy fría, estoy asustada —murmuro mirando hacia el suelo.

—No tienes por qué asustarte, estás conmigo —me dice al oído con una voz tan cálida que derrite mi corazón—. Este bebé recibirá todo el amor del mundo, lo verás.

Muerdo mi labio.

—Yo hablaba de asustarme por mi papá, Edward…

Siento cómo su cuerpo se tensa y se aleja lentamente de mí.

—Oh…. —murmura prolongando la palabra, muy sorprendido—. Oh, vaya.

—Estamos jodidos, ¿verdad? —Mi padre es capaz de dispararle en la pierna con tal de llevar una excusa para acusarle de "incompetente".

Edward duda.

—No tanto como los de en frente —dice en voz baja, apuntando disimuladamente a una pareja frente a nosotros.

Eran adolescentes.

—No tienen responsabilidades, no trabajan, no pagan cuentas…—Empiezo a enumerar las razones por las que ellos parecen mucho más contentos por la noticia que nosotros.

—De nuevo, al menos no como ellos —reitera la frase.

Una puerta del pasillo se abre y de ella sale una mujer joven de piel morena, vistiendo un delantal blanco.

—¿Swan, Isabella? —pregunta en voz alta, refiriéndose a los demás pacientes.

Mi cuerpo me traiciona y no puedo levantarme. Edward me obliga tratando de ser disimulado, pero mi expresión me delata.

La doctora saluda amistosamente a Edward como si se tratara de una vieja conocida y es entonces cuando me doy cuenta que es muy atractiva.

—¡Edward, mírate! Te pones más guapo con el tiempo.

Frunzo el ceño y miro directamente a mi novio.

—Está casada, Bella. Soy el pediatra de su hija—susurra en voz baja, poniendo los ojos en blanco.

De repente, me cae bien.

—Tomen asiento—nos dice en cuanto nos sentamos frente a su escritorio. Es un consultorio muy… rosado y acogedor—. Bien, Isabella…

—Eh, Bella —le corrijo y observo la placa con su nombre—. Doctora… Sayes.

—Sayés —me corrige con amabilidad, acentuando la "e" pues yo acentué la "a" —. Rachel Sayés. Soy ginecóloga, obstetra, vieja amiga de Edward y madre de su paciente.

En realidad, me cae muy bien.

—Bien, parece que tienen una consulta que hacer. Soy toda oídos. —Esboza una sonrisa honesta, llena de confianza.

Ambos esperan a que yo hable, pero nada sale de mi garganta. Me he quedado sin aliento y lo único que puedo hacer es regalarle una mirada asustada a mi novio para que termine hablando por mí.

—Bella ha tenido un atraso de aproximadamente siete u ocho días en su período. Decidió hacerse una prueba de embarazo mediante un test y resultó positivo.

—Y quieren corroborar los resultados, ¿no es cierto? —continúa la frase mientras lo anota en su pequeña libreta.

La doctora Sayés me pidió que le detallara absolutamente todo: anticonceptivos, atrasos, incluso nuestra propia vida sexual. Fue realmente vergonzoso.

Pero al final nos terminó entregando una orden escrita.

—Esto es lo que haremos: lleva esta orden a mi secretaria para que te comuniques con el laboratorio que se encuentra en el otro pasillo para realizar la muestra de sangre. Y volverán aquí en dos horas, ¿bien?

Mi atención fue a una palabra exacta.

—¿S-Sangre?

Soy el títere de Edward: me agarra y me lleva a cualquier lado porque mi cuerpo no reacciona ante tanta angustia.

—Bella le teme un poco a las agujas, pero no habrá problema —garantiza antes de saludarla y marcharnos de su consultorio.

—¿No puede ser una muestra de orina? El olor de la sangre me descompone, Edward. Voy a desmayarme encima. ¿Quieres que me desmaye aquí? ¿Quieres verme desmayada?

—No te vas a desmayar. Vas a estar sentada en una silla. Si quieres, puedo acompañarte.

Reacciono aturdida.

—¿Planeabas no acompañarme?

Encoge sus hombros.

—No lo sé. Es que ya tienes veintidós años. Me entró la duda de si hacerlo o no.

—Lo harás —mascullo.

Edward se ríe de mí en todo el proceso, pero me trata como si fuera su pequeña. Me toma de la mano y trata de distraerme porque aunque jamás ha sido testigo de aquello, sabe por parte de mi madre que son numerosas las ocasiones en las que he logrado descomponerme a causa de este tipo de pruebas.

Tal y como la doctora Sayés nos ha indicado, en dos horas tiene los resultados del análisis. Algo en mi cabeza me dice que las probabilidades de embarazo son considerablemente altas y por eso luzco pálida. Aunque también podría ser la sangre.

—Hola otra vez —sonríe saludándonos por segunda vez. Desearía sentirme despreocupada como ella en estos momentos—. ¿Cómo te sientes, Bella?

—No lo sé. ¿Tiene un baño por aquí?

Edward chasquea la lengua.

—Está un poco mal del estómago.

—Son los nervios, me están matando —aclaro rápidamente.

Ella sonríe cómplice, como si se hubiera dado cuenta de eso hace rato.

—No tienes por qué asustarte, Bella. Eres joven y preciosa. Edward es un hombre maravilloso. Estoy segura de que todo saldrá bien. ¿Están casados?

—No —respondemos al unísono. Su tono de voz es amargado, como si yo fuese la culpable de que la situación no sea así. Mi tono de voz es alarmante, porque la alternativa no me parece adecuada en estos momentos.

—Oh. —Parpadea un segundo y vuelve a sonreír—. Eso no es problema para ustedes. Son adultos y profesionales.

—Eso es cierto, Bella —me dice—. Aún cuando no sea el momento adecuado en nuestras vidas, tenemos todo para afrontarlo. —Mira a la doctora—. Es que ella tiende a ser algo ansiosa cuando…

—No soy ansiosa —digo rápidamente, mirándole de mala gana. Normalmente no lo soy, pero este tipo de situaciones y el estado de mi estómago me tienen mal.

—Sí eres ansiosa y no te culpo, es una gran noticia la que estamos por recibir. —Me acaricia la mano.

—Gran noticia será para mi papá.

—Charlie tendrá que vivir con eso. Esta es nuestra vida, nuestra relación. Él no tiene por qué interferir si…

—Edward, por favor… —jadeo con frustración—, la lógica no funciona en mi padre y ya es hora de que empieces a comprenderlo porque…

—No estás embarazada, Bella —suelta la Doctora sin problema.

Ambos enmudecemos y la miramos fijamente. Ya ha abierto los papeles del análisis y nos sonríe con tranquilidad.

—¿En serio? —pregunto con cautela, esperando que se trate de una buena broma.

—Así es. Los resultados son negativos. Fue un falso positivo.

—¿Falso positivo? —arqueo una ceja sin poder creerlo.

Ella le muestra los papeles a Edward y él lo revisa con atención. Asiente lentamente.

—Sí, es verdad —dice—. No estás embarazada.

Aún cuando él lo dice, sigo pensando que se trata de una broma muy sucia.

—Felicidades, no serán padres… aún —sonríe con optimismo hacia mi dirección, porque sabe que esto significa un alivio para mí en especial.

Nos despedimos de la doctora en pocos minutos. Cuando llama al siguiente paciente y cierra la puerta, Edward y yo nos miramos.

Y sin decir nada más, sonreímos y nos abrazamos con fuerza.

—¡Oh, Dios mío… jamás algo me había hecho tan feliz! —murmuro encima de su cuello.

Puedo sentir los ojos de los demás pacientes creyendo que estábamos celebrando una buena noticia. Incluso pude oír un "felicidades" de parte de una señora.

Cuando volvemos al auto, me siento mucho más ligera y efusiva que antes.

—Siento como si acabara de despertarme de un largo sueño.

Edward me dice al rato:

—Tal vez no me creas, pero estoy aliviado.

Le miro con asombro.

—No es novedad que este tipo de noticias sean de mi agrado, pero… en verdad no es el momento. Hay… muchas cosas que faltan en nuestras vidas. Nos habríamos perdido de tantas cosas de haber sido cierto.

Al menos ahora me siento doblemente aliviada porque el sentimiento es recíproco.

Siento la necesidad de asegurarle algo:

—Uhm… tú sabes lo que siento por ti sobre eso.

Él me mira, yo trato de esconderme y mirar hacia otro costado, sonrojada.

—Yo… bueno, yo quiero casarme y tener hijos contigo. Pero no ahora. Me da mucho miedo. Por el momento, quiero que sigamos siendo "Edward y Bella".

—Edward, Bella y Bear —me corrige sonriendo.

¡Mi bebé!

—¿Cómo entró a la casa esa noche? —Me preocupo, porque Tara literalmente tuvo que ingresar a la casa para hacerlo.

—Le pregunté a Tara. Me dijo que alguien la atendió y recibió a Bear. Todavía no puedo recordar qué es lo que sucedió.

—Yo tampoco…

Suspiro, sintiéndome plena. De repente, ya no siento aquella sensación nauseabunda de la que me he acostumbrado en los últimos días.

—Bueno… eso fue todo.

—Así es —me dice.

—¿Es una señal del destino, verdad? —Entrecierro los ojos.

—Quizás. ¿Una señal acerca de ser más cuidadosa?

—O tal vez una señal sobre nuestra relación…

—… sobre ser más cuidadosa. —Vuelve a repetir.

—No es que yo decida embarazarme sola, ¿sabes? —Le echo un poco de la culpa.

—Yo no tomo precauciones porque tú las estás tomando.

—Tú no tomas precauciones porque no quieres —Digo con sorna.

—Si me lo pides, podría hacerlo, Bella. —Habla en serio.

—¿Oh, sí?

—Claro. Si deseas que use condones, lo haré por ti.

—Bien, entonces hazlo. —Me cruzo de brazos.

—Bien, lo haré. Y de ahora en adelante, controlaré tus pastillas.

—Me parece perfecto, señor.

—Nada de descuidos, ¿bien?

—¡Bien!

«Dos meses después»

«AGOSTO»

Jacksonville, Florida.

(5) Jalo su mano de un tirón y entramos al baño con prisa. Edward me coloca contra la pared y empuja su pelvis contra mi trasero. Su erección toca aquél punto prohibido en mi anatomía. Le palmeo el brazo a modo de reproche.

—"¡Gael y Cory son preciosos! ¿Cuánto tiempo dices que llevan?"

Edward levanta mi vestido con prisa y se traga un jadeo al descubrir mi tanga. Tira del hilo con deseo, oprimiendo mi parte íntima. Ahogo un gritito.

—"¿Charlie ha tenido tiempo para conocerlo?"

Me quita la tanga con facilidad y aproxima mi cintura hacia la suya, para no tener que bajarse demasiado los pantalones cuando tenga que enterrar su miembro en mi intimidad.

Lo hace y ambos soltamos gritos ahogados. Esto debe ser rápido y silencioso.

— "¡No tengo problema con la maternidad! Phil es increíble. No nos ha hecho falta nada y el tiempo nos sobra."

Mi madre se encuentra conversando con algunos familiares afuera del baño, pero poco me importa. Edward está muy duro y se ha puesto insistente.

Entierra sus uñas sobre mi trasero, —no me sorprende—, y quiero gritar, pero cierro la boca y golpeo la pared con mi puño. Edward se ríe detrás de mi oreja, lo cual termina por divertirme también.

Él para abruptamente y las estocadas se vuelven pausadas. Entro en desesperación esperando a que retome el ritmo frenético, pero lo está haciendo a propósito para excitarnos el doble. Él sabe que la frustración es mi mayor aliado en el sexo.

Deposito saliva en mis dedos índice y mayor y comienzo a pellizcar mi clítoris con urgencia, dándole suaves tirones. En un minuto, estoy al límite.

—E-Edward, me….

Pero no tengo tiempo para advertirle porque aumenta las estocadas y termino corriéndome. Fuerte. Muy fuerte. Mi cuerpo tiembla por completo y necesito arquear mi cuerpo entero, retorciendo los dedos de mis pies de placer. Edward reconoce mi postura —porque no puedo emitir ningún ruido—, y azota mi trasero con fuerza. Me río porque ni siquiera puedo decirle que no sea tan brusco, pero… ¿para qué? Me gusta cuando me deja marcas.

Él sigue embistiéndome con prisa, pero decido separarme de él para arrodillarme y tomar su miembro con firmeza.

Sé que no hay mucho tiempo, pero aun así tengo la necesidad de ser sexy para él. Me relamo los labios y le miro picaronamente, para que sepa cuánto me gusta él porque no hay nada más hermoso en el mundo que un Edward a tres sacudidas de venirse.

Lo tomo por la base y le masturbo. Chupo con insistencia la punta, sintiendo mis propios jugos. Está ardiendo y puedo sentirlo. Atrae mi cabeza hacia sus caderas de una forma posesiva y egoísta, pero me encanta. Me encargo de acumular suficiente saliva para mojarlo aún más y en tres sacudidas, se corre en mi paladar.

Me separo rápidamente de él y me levanto para arreglar mi vestido. Edward busca rápidamente cualquier tipo de ambientador o perfume para echarnos encima.

—Rápido, rápido. —Le apresuro y parece todo menos un ambiente romántico.

Él me alza una ceja.

—Ojalá tuviese un vestido para acomodármelo fácilmente.

Está tardando un par de segundos más en… bueno, guardar su miembro flácido debajo de los bóxers y levantarse el cierre sin lastimarse.

—"¿Y Bella? Quiero saludarla. ¿Dónde está?" —Escucho que comienzan a mencionarme y rápidamente salimos del baño.

Aparentemente, nadie nos presta suficiente atención como para darse cuenta de que acabamos de salir del mismo baño.

Mi madre nos divisa y nos acercamos hacia ella. A su lado, se encuentran sus primos. Lo sé porque ella misma nos presenta. Jamás les he visto en mi vida.

La mujer tira de mis mejillas como si fuese una niña. Tal vez no me ve desde hace rato.

—¡Mírate esa carita! Y pensar que la última vez que te vi estabas aprendiendo en andar en tu triciclo de flores.

"¿Triciclo de flores?" Debe estar refiriéndose al único triciclo con cesta que tuve alguna vez en mi niñez.

—Ahora ya eres toda una señorita. —Observa mi cuerpo de pies a cabeza y es inevitable sonrojarme.

Termina de presionarme las mejillas y le presento a Edward.

—Él es mi novio, Edward.

No es necesario introducirle en la conversación. Él es muy fluido y… perfecto para estas cosas. Una buena postura, ropa costosa y una sonrisa encantadora son suficientes para conquistar a cualquier pariente instigador. No sé cómo hace para tener siempre un tema de conversación debajo de la manga, pero todos quedan observados ante tanta perfección cuando termina por agregar que es pediatra.

Yo sé que más de uno en mi familia ha pensado "¿cómo hizo esta chica para conquistar un chico como él?".

La mayoría de los familiares presentes en la barbacoa de Phil son viejos amigos. No conozco a casi nadie, pero todos me conocen a mí y por lo general, la última vez que me vieron estaba usando pañales. Algunos

son familiares de Phil que apenas me conocen. Yo siempre permanezco callada. Es Edward el que enamora a cada tío o primo que se presenta. Especialmente a mis primas…

Después de un rato, estamos en la mesa familiar cenando junto a Renée, Phil y un par de tías.

—Cielo, estás preciosa esta noche. —Mi mamá me lo dice por cuarta vez pero ahora suena en serio.

Mis mejillas me traicionan y puedo sentir a Edward sonriendo orgulloso a mi lado mientras rasca mi rodilla debajo de la mesa. Fue el primero en hacérmelo saber esta noche. En el baño, precisamente.

—Te ves mucho más hermosa usando vestidos así en vez de esos pantalones y camisetas holgadas. Pareces un niñito. Nada femenina.

Me muero la lengua. Edward está tratando de reprimir una risa sin mucho triunfo.

—Ay, sí, Bella… ¿por qué usas esa ropa tan fea? Ahora luces como toda una señorita —me dice Clotilde, la prima de Renée. Es lo más parecido a "Beatrice Cullen" en mi familia.

—No es ropa fea —murmuro un poco ofendida—. Me siento más cómoda así.

—Pero así te ves más bonita —aclara mi mamá, realmente contenta—. Y eso que usas en el pelo es hermoso… ¿cómo dices que se llamaba? ¿Hanna? ¿Hinna?

—Henna —digo.

—Henna, sí.Hace juego con tus ojos y con el vestido.

El problema de este vestido es que es demasiado flácido y suelto. Cada vez que me muevo, necesito corroborar que no se me vea el trasero. No es ninguna casualidad que Edward me acompañe a cada lado en la fiesta, por supuesto…

Mamá vuelve a hablar con Phil y observo a Edward por unos segundos. Nunca falta un familiar que decida hacerle consultas médicas espontáneas. A veces me pregunto si existe algún límite en el que considera necesario cobrar la consulta. Jamás lo hará con mi familia aún cuando ya se haya ganado la aprobación de todos. Incluso una tía se nos acercó para felicitarnos y me insinuó que hiciera lo posible por no perder a Edward o terminaría vieja y sola.

Termina su plato y me doy cuenta que, a diferencia de los demás parientes, no se ha manchado con la salsa de parrillada. ¿Cómo le hace?

—Tengo que ir a recostar a los pequeños —avisa mi madre, a punto de levantarse de su asiento.

—No te preocupes, lo hacemos nosotros. —Me encargo de la situación porque sé que merece un poco de descanso. Le pido a Edward que me acompañe.

Cory y Gael llevan cinco meses y sé que no puedo ser objetiva, pero a veces siento que son las criaturas más hermosas que he visto en mi vida. No llevo suficiente tiempo con ellos, pero siento que los conozco perfectamente y que con el tiempo, sus personalidades se vuelven consistentes. Tengo en mis brazos a Cory, aquél que va a disfrutar de los libros como su media hermana y que trata, en lo posible, de no causar muchas molestias. Según mamá, solamente se encarga de llorar por necesidades básicas… y por supuesto, cuando se siente separado de su hermano.

Antes de recostarlo en la cuna, ya casi se encuentra dormido. Edward lleva en sus brazos a Gael, el rompecorazones. Es bastante ruidoso, como si le encantara hablar y hablar. Sé que eso lo sacó de Renée. Edward tiene que cargarlo por un buen rato, cantándole una pequeña pero silenciosa nana para que se acostumbre al silencio una vez que lo ha recostado.

Hay gente que está destinada a hacer ciertas cosas. Edward nació para ser padre de muchos niños, de eso estoy segura.

En silencio, nos retiramos de su dormitorio y decidimos ir al mío, porque ya me cansé de que me apretaran las mejillas.

Me echo en la cama, sacándome los zapatos. Son nuevos, pero molestos. Por alguna razón, en Florida la ropa sale un poco más barato que en Nueva York.

De nuevo, siento que es muy extraño tenerlo en el dormitorio donde me crié pensando que tardaría demasiado en conseguir un novio.

—Has cogido sol. —Se da cuenta sentándose en un rincón de la cama.

Eso es lo bueno de pasar el día en las playas de Jacksonville. El sutil bronceado en mi piel me recuerda a mi niñez. Lo disfrutaba en serio.

—Era mi actividad favorita en Jacksonville. Todos los fines de semana íbamos a la playa. En esta ciudad tuve un poco más de vida social… en Forks fue otra cosa.

—El planeta alienígena. —Se acuerda y se ríe.

—¿Qué tal te ha parecido la familia? —le pregunto acomodándome en la cama para mirarle de frente.

La pregunta le toma por sorpresa. Se encoge de hombros.

—Sé honesto, amor —me río.

—Son muy amables y graciosos —dice pensativo—, me agradan. Me tratan como una persona más.

—¿Cómo así?

—Me dejaron ayudar con la barbacoa. Eso fue genial.

Sé que ha aprendido gracias a Mark, pero no le encuentro sentido.

—¿Qué tiene eso de especial?

Se acerca un poco más a mí para desperezarse. Se está poniendo cómodo, así que es honesto.

—Cada vez que tenía que frecuentar la familia de mi novia, eran personas de clase alta. Tenían un servicio que les cocine y solamente hablaban de ganancias, negocios y emprendimientos. A veces me aburría.

—¿De qué te hicieron hablar esta vez? —Trato de no reírme ante la futura respuesta.

—Fútbol. Mucho fútbol —ríe—. Pero me preguntaron mucho por ti. Creo que no les importa que tenga dinero o trabajo, simplemente quieren asegurarse de que sea una buena persona y comprobar cuánto te quiero.

—¿Me quieres?

—No, te amo. Pero sí, te quiero un poco.

Me río acariciando sus nudillos.

—Tus otras novias… bueno, ¿cómo eran?

Hace un mohín.

—A veces podían ser algo creídas y dominantes. Lo que sucede es que en ese momento me parecían buenas, pero después de conocerte a ti y a tu familia, me doy cuenta de lo mal que estaba en aquél entonces.

Eso me entra seguridad. También me entra seguridad saber que hace meses que no habla con Sienna.

Se me ocurre una idea.

—Espérame aquí un segundo. Voy a buscar algo.

Me levanto de la cama y voy directo hacia mi viejo escritorio, en busca de un álbum de recuerdos que llevo guardado por ahí durante años. Puedo oír cómo termina por tomar la guitarra de Phil que ya se encontraba en el dormitorio y se pone a tocar. No reconozco los acordes.

Vuelvo a acercarme a la cama y abro el álbum.

—Cuando tenía trece años hice un collage con las fotos de los famosos que me gustaban.

Me acostumbro a que no me preste tanta atención mientras toca. Desde la muerte de Teseo, ha vuelto a tocar y eso me encanta. A veces toca el piano en las madrugadas, pero jamás se despega de la guitarra.

Mientras pasaba las hojas, se ríe.

—Uhm, otra chica que deseaba un Fitzwilliam Darcy en su cama —niega lentamente en cuanto observa una foto de Matthew Macfadyen.

Pongo los ojos en blanco. ¿Por qué no le gusta el romance?

—Tuve mi primera fantasía sexual con él —le comento de casualidad.

—¿Quieres saber con quién fue mi primera fantasía sexual? —Suena picarón y asiento—. Linda Blair.

Le miro por un largo rato, esperando que se trate de una broma. Pero me sonríe en serio, asintiendo lentamente.

Exploto en risotadas.

—No te burles. Todavía guardo sus revistas de Playboy en la casa de mis padres.

Por alguna razón, me parece adorable la imagen de un Edward adolescente masturbándose por primera vez. Un poco excitante, tal vez.

—¿Qué es lo que hacía Linda Blair en tus sueños para que te satisfacerte?

Entrecierra los ojos, mirándome con malicia.

—Aquello que a ti no te gusta hacer.

Le golpeo con la almohada. Él se ríe.

—Deja de mentir, ¿qué ibas a saber de sexo a tan corta edad? Mocoso pervertido.

Nunca antes le he puesto atención a mi trasero, pero desde que conozco a Edward, me he puesto un poco más creída.

Escucho que sigue tocando. Es hipnotizante.

—¿Qué tocas?

—Nada en específico. —Deja de tocar y me mira—. ¿Quieres que toque algo?

No sé muy bien qué responder. Cualquier cosa está bien.

—Anda, alguna que te guste —me invita.

—La que tú quieras —le respondo con timidez, porque seguramente sabe mejor de canciones que yo. Aunque casi siempre coincidimos en los gustos.

Después de unos segundos de silencio, empieza a tocar una de mis favoritas. Sonrío porque sé que la está tocando para que cante.

Susurro lentamente la canción hasta que recuerdo por qué la adoro tanto. Con el paso de los acordes, alzo la voz y termino sentándome en la cama para cantar mejor. Edward nunca me mira, está distraído mirando hacia otro punto fijo mientras me escucha. Sabe que así me siento más cómoda.

Cuando termina, por fin me mira. Apoya su mentón sobre la guitarra y me sonríe.

—¿Qué?

Niega riéndose en silencio.

—Me pongo muy tonto cada vez que te escucho cantar.

¡Oh!

—Siempre quise una novia que cantara para así poder tocar canciones con ella.

Mi corazón se encoge y me río porque no está intentando sonar tierno o algo por estilo. Simplemente se está confesando.

Me acerco a él para besarle con lentitud. Aleja la guitarra a un costado y me pongo encima de él mientras se recuesta.

Intento ser sensual y alzo mi vestido para arriba hasta por encima de mis pechos. Desprendo mi sostén y mis pezones se ponen erectos ante su mirada cargada de deseo.

Empiezo a acariciármelos y a moverlos en círculos, sin despegar nuestros ojos.

—¿Sabes qué me excita mucho?

—¿Qué? —Alza sus caderas en un movimiento acompasado.

—El frotamiento.

Se muerde el labio.

Hago a un lado a mi tanga sin sacármela, para que mi pelvis desnuda acaricie sus jeans. Ya puedo sentir de nuevo su erección.

—Estoy muy mojada. ¿No te molesta que ensucie tus jeans? —pregunto fingiendo inocencia, porque eso le gusta.

—En absoluto —dice embobado—, me gusta ver tu coño rosado y húmero.

Gimo.

—¿Te lo imaginas? Correrme encima de ti al frotar mi clítoris encima de tu polla.

Necesito estar muy excitada para hablarle de esa forma.

—¿Aguantarías? —Me desafía tensando su mandíbula. Le ha gustado mucho la idea—. ¿O terminarás rogándome que te la meta?

Vuelvo a gemir y cierro los ojos, sosteniéndome sobre el cabecero para empezar a frotarme encima de él una y otra vez.

Puedo oír cómo suelta suaves y deliciosos jadeos mientras agarra mi trasero con firmeza y usa la otra mano para tocar uno de mis senos. Estoy tan mojada que solamente hace faltan tres movimientos para…

Alguien abre la puerta.

—Cariños, ¿quieren un poco de helado con…?

Mi madre retrocede inmediatamente mientras yo chillo ocultándome. Con urgencia, Edward baja mi vestido para evitar tanto bochorno.

—¡Mamá! ¡Toca la maldita puerta! —gruño buscando la almohada para cubrir mi intimidad.

La escucho reír. ¡Reír!

—Está bien, lo siento. Solamente quería avisarles que estamos sirviendo un poco de helado con galletitas y café. Les daré privacidad. Ah, y no hagan tanto ruido porque se puede escuchar desde abajo.

Se retira sin esperar una contestación. Debería acostumbrarme a este tipo de cosas, pero jamás seré capaz.

.

(6) Renée siempre acostumbra a darle muy poca importancia a los temas sexuales. Tal vez esa sea una de las razones por las que su matrimonio con Charlie no funcionó muy bien. Pero sabe cuándo darnos privacidad y eso es bueno.

—Te he extrañado —confieso mirando hacia mis pies, porque me avergüenza decírselo de frente.

Ella me conoce mejor que nadie. Acaricia mi mano y sonríe maternalmente.

—Yo diría que has estado extrañando a los pequeños.

Es un poco cierto.

—Sí. Pero te he extrañado a ti también. Y a la playa.

Ella se ríe. Me encanta sentir la arena debajo de mis pies. El sol nunca desaparece y el mar es hermoso.

—A veces necesitas relajarte un poco de tanto ajetreo en la ciudad. Dime, ¿cómo vas con el trabajo? ¿No te estresas mucho, verdad?

Niego abrazando mis rodillas. A ella no le interesa mis ingresos, le interesa mi bienestar emocional.

—Melissa dice que si sigo así, quizás pueda conseguir un ascenso el próximo año… ¿sabes? El tío de Edward, Teseo, iba a ofrecerme un increíble trabajo en una buena empresa.

Renée niega con tristeza.

—Una vida tan joven. Qué tragedia.

Alcanzo a ver a Edward nadando en el mar junto a Phil y sonrío tontamente.

—Todos hablaron de ti en la fiesta, Bella. Dicen que estás muy preciosa y que Edward es un buen hombre. Se nota que te quiere mucho.

Me hago bolita. Me da vergüenza.

—Más de uno me preguntó si planeaban casarse.

—¿No crees que soy muy niña para casarme, mamá? —río.

—Yo era una niña cuando me casé.

—Y mira cómo terminó…

—Porque fui impulsiva, cariño. Sabes que esa es mi forma de ser. Además, todo el mundo sabía que él y yo no éramos el uno para el otro. Yo soy espontánea, él es muy reservado. A veces parecen que los polos opuestos se atraen y creo que eso nos hizo enamorarnos, pero hay tantas cosas que influyen... Con Edward y contigo, eso no sucede.

—¿Cómo sabes?

—Es… la forma en que se miran, se tocan, cómo se tratan como si fuesen mejores amigos. Yo siempre quise hacer planes pero Charlie me limitaba. No le culpo, porque le estaba pidiendo demasiado. Con Phil, puedo desenvolverme. Puedo ser yo misma y eso le hace feliz. Veo eso en ustedes.

Oh, mamá…

—Solamente quiero que sepas que nunca hay un momento exacto para hacer las cosas. Nunca estás preparada para los cambios de la vida. Y es que cuando te acostumbras y te pones "cómoda", la vida se vuelve aburrida y decepcionante.

Ella siempre encuentra el modo para sorprenderme. Desearía poder ser tan madura como ella alguna vez.

—¡Oh, cierto! Ayer nos ha llegado la invitación a la boda de tu padre y Sue.

Le miro boquiabierta.

—¿En serio? —Entrecierro los ojos sin poder creerlo.

Ella ya sabe por qué pregunto eso.

—Isabella, tu padre tiene derecho a ser feliz con una mujer que le acompañe y…

—Ya sé, ya sé, mamá. —La interrumpo—. Es que… no sé, es tan extraño.

—Naciste imaginándolo solo. Lo sé.

—Más que nada, va a ser extraño verlo besando a Sue en el altar.

Me entra escalofríos imaginarlo. Nos reímos.

—Voy a llamar a tu tía para ver cómo están los pequeños.

Se levanta con cuidado de la toalla que hemos colocado encima de la arena.

Puedo sentir el sol quemando mi piel y me encanta. Definitivamente debería ir más seguido a las playas en Nueva York. Mi piel luce exactamente igual a como cuando vivía por aquí, excepto por algunas zonas. Todavía sigo blanca.

Decido quitarme la parte de arriba y hacer un poco de topless. No es que sea la gran cosa. Muchas personas lo están haciendo y mi madre lo hizo hace un rato.

Me pongo las gafas de sol y descanso.

Al cabo de unos minutos, cuando estoy a punto de echarme un sueñecito, escucho su voz:

—¿Por qué mi novia le muestra las tetas a todo el mundo?

Casi pego un saltito y me cubro los pechos. Me quito las gafas y puedo verlo en su máximo resplandor: completamente mojado y hermoso. Pero me mira de mala gana.

—¿No puedo? —muerdo mi labio a propósito.

A decir verdad, nadie se fijará en mí. No hay mucho que mostrar. No le molesta tanto porque no es mi trasero, obviamente.

—Sola, no.

—¿Quieres acompañarme y exhibir tus pezones también? —bromeo.

Él pone los ojos en blanco y se sienta a mi lado.

—¿Qué vas a hacer? —pregunto cuando me doy cuenta que está distraído con otra cosa.

—Voy a armar un castillo de arena.

.

El lunes, muchas personas en el trabajo elogiaron el bonito color en mi piel. Únicamente mis amigos sabían del motivo.

—¡Bells! ¡Mírate qué hermosa estás! —Damian me saluda con un beso en la mejilla—. ¿Qué tal te fue en casa de tu madre?

Emito un suave jadeo.

—Genial. Me ayudó a relajarme un poco. La playa estaba maravillosa.

—Se nota. —Me mira de pies a cabeza—. ¿Y los pequeños? ¿Cuánto tiempo llevan?

—Cinco meses. Están bien, aunque los extraño mucho.

Damian está intentando acercarse a mí y no logro descifrar el motivo. En el mejor de los casos, simplemente quiera borrar a Sam del pasado y enfocarse en nuestra amistad. Él sabe que Thomas es mi mejor amigo.

Pero estoy de tan buen humor, por lo que decido restarle importancia.

—¿Quieres ver las fotos?

Se las muestro en mi teléfono. La mayoría son de Gael y Cory porque deseaba guardarlas. Varias de la barbacoa, algunas de la playa y una del castillo de arena que Edward armó. Se veía genial.

Melissa aparece interrumpiéndonos.

—Bella, te solicito un minuto. ¿Puedes venir? —dice con un tono de voz profesional y automáticamente me pongo nerviosa.

—Sí. —Damian también puede sentir la tensión en el ambiente.

Nunca he visto a Melissa enojada o triste. Casi siempre está sonriendo y cuando no lo hace, como ahora, pareciera que sonríe con sus ojos. Por eso pienso que es muy bonita. Su tono de voz siempre es dulce o firme. Pero incluso cuando es firme, parece de buen ánimo. Entonces no tengo idea de qué puede ser.

Me acerco hasta su oficina y me siento frente al escritorio.

—¿Ocurre algo? —Me siento derecha y la miro con seriedad.

Ella se asombra.

—¿Estás bien? —Se preocupa de repente.

—Sí… ¿tú? —Frunzo el ceño.

—Sí —asiente medio riéndose y agarra una lima—. Solamente quería hablar contigo. ¿Cómo te fue en tus vacaciones?

Por poco y me daba un infarto.

—Creí que ibas a despedirme o algo así, Mel.

—No. ¿Por qué haría eso? —Se ríe de lo absurdo que suena.

Encojo mis hombros.

—En realidad, hay algo que necesito contarte, pero no sé cómo…

No se me ocurre de qué puede tratarse. En realidad, nunca me ha contado cosas privadas. Melissa rara vez hablaba de sus sentimientos frente a otro.

Me mira pensativa, como si tratara de inspeccionarme. Se acomoda en su asiento y sonríe tranquila. Ya ha descubierto un modo.

Me enseña su mano y veo directamente hacia su anillo de compromiso. No veo la novedad en eso.

Melissa carraspea.

—Al lado.

Veo una alianza.

¡¿Una alianza?!

—¡¿Qué?! ¿Te casaste? —Exclamo abruptamente y ella me pide silencio rápidamente, con diversión.

—Así es.

—¿Cómo? ¿Cuándo? ¿No iban a hacer una ceremonia o algo así?

—Nada de eso. Estábamos hablando acerca de los invitados, el salón, el vestido y me di cuenta que soy muy perezosa para estas cosas. Además, no es nuestro estilo. Nos aburría la idea de una ceremonia tradicional y toda la cosa. Así que fuimos a Las Vegas este fin de semana y… voilá.

—Vaya… pues… eh… bueno, felicidades. —Me acerco a abrazarle, confundida.

Ella me acepta con cariño. Soy como su hermanita menor.

—Espero que no te… ehm, ya sabes, moleste. No estoy acostumbrada a tener amigas mujeres y sé que este tipo de cosas puede ofenderles.

—¿Oh, sí?

—Bueno, no. Mark me lo advirtió esta mañana.

—No te preocupes, puedo respetar tu decisión —le digo sin problemas—. Estoy feliz de que lo hayan hecho, aunque… no te he dado un regalo o algo así.

Ella lo piensa detenidamente.

—Bueno… mi madre está molesta por no haberlos hecho partícipe de este evento, por lo que desea hacer una fiesta por mi compromiso. Ya sabes, algo así como mi boda… Planeo hacerlo el mismo día que mi cumpleaños.

—Oh, ¿cuándo es? —pregunto con interés. Nunca me lo ha dicho.

—Hoy —sonríe con simpleza.

¡Qué!

—¡Oh! Eh… pues… ah… ¡Feliz cumpleaños! —La felicito y vuelvo a abrazarla mientras se ríe.

—Gracias. Si deseas darme un regalo, podrías ayudarme un poco con la fiesta, sabes…

—Por supuesto. Dime, ¿qué necesitas?

—Necesito un poco de ayuda con la cocina. Mis hermanastras son vegetarianas y necesitan una cena en especial con toda la cosa… ¿te molestaría mucho ayudarnos? Tú sabes mucho de esas cosas de cocina y…

—No te preocupes, Mel. —Sonrío abiertamente—. Yo te ayudo en lo que sea.

EPOV

(7) La fiesta de Melissa… bueno, la fiesta de compromiso de Melissa… en realidad, la fiesta de compromiso y cumpleaños de Melissa resulta ser demasiado formal para el estilo de la propia pareja. Todos imaginamos algo completamente casual y divertido, pero gran parte de la decisión fue tomada por parte de su familia.

—¿De dónde sacaste todo esto? Ni siquiera usamos esta cantidad el cuatro de Julio—dice Thomas mientras inspecciona la larga fila de fuegos artificiales colocados estratégicamente en el jardín de la gran mansión de la familia Goldman.

—No utilizamos nada porque Jasper le tiene fobia a los estruendos —comento con casualidad. Al menos no será un problema ahora, ya que él y Alice se encuentran en Francia.

—A Mel le encantan. Siempre busca una excusa para festejar. Cuando fuimos a Las Vegas, antes de volver al hotel, me pidió que compráramos un par de estos porque en realidad tiene un significado muy importante en nuestra relación y…

—¡Eh! ¡Miren! ¡Miren! —Josh interrumpe el relato de Mark en cuanto enciende tres estrellas al mismo tiempo—. ¿No les parece muy cool?

Le miramos por varios segundos y él nos pregunta por qué.

Melissa aparece en el jardín con los brazos en jarras. Nos acusa con la mirada.

—Fingiré sorpresa. En fin, ¿pueden acercarse un rato? Quiero presentarles a mi madrastra.

Ailann, la madre de Melissa, es una mujer muy elegante pero completamente simpática y humilde. Colette, su compañera, parece arrogante, pero tampoco lo es. Son igualmente despreocupadas que Melissa. Puedo comprender de dónde viene su lado "festivo".

Le tienen un especial afecto a Josh.

—¡Joshua! ¡Mi pequeño! ¿Cómo te encuentras? ¡Hace tiempo que no nos visitas!

Mientras Ailann abraza maternalmente a mi amigo, trato de ignorar el comentario que emitió hace un par de horas. "Las lesbianas me adoran".

—Ailann, Colette… ella es Jane Hall, mi novia. —Un eufórico y orgulloso Josh presenta a Jane al matrimonio. Ella se muestra sonrojada y cohibida; debe ser la primera vez que la presentan como tal.

A juzgar por sus reacciones, la adoran por el bajo perfil que lleva. Adecuada para el pretencioso de Josh.

—¿Puedes creerlo? Jane y Josh. Una pareja más en el grupo —comento con asombro mientras bebo mi copa de vino. Nadie le daba más de una semana, pero ahí están… cumpliendo su segundo mes.

Thomas, a mi lado, suelta una pequeña y corta risa seca.

Un minuto después, Josh se acerca a nosotros.

—¿Puedo preguntarte algo? Sin que te ofendas, claro—aclara Thomas.

Josh acepta sin problema. Es extraño que algo pueda ofenderle.

—¿No te parece muy… apresurado… que hayas decidido presentarla como "tu novia"?

El enano frunce el ceño y por un segundo pienso que sí puede haber algún que no sea de su agrado.

—No, ¿por qué?

Thomas desea cualquier cosa menos sonar grosero, por eso simplemente se ríe de una manera amistosa.

—No lo sé, simplemente quería saber.

—Pues, salimos todos los días. Ella se queda a dormir en mi casa, yo en la suya. Fuimos de viaje y ambos sabemos que nos queremos. ¿Por qué no puede ser mi novia si ella así lo desea?

Sin darse cuenta, Josh acaba de crear un ambiente sumamente incómodo entre Thomas y Sam, porque su situación es exactamente igual y todavía no llevan una etiqueta encima.

—Yo… voy por un poco de vino —murmura Sam excusándose.

Thomas chasquea la lengua y decide acompañarlo.

Mark y yo observamos a Josh nuevamente.

—Eres muy bueno incomodando a la gente —asiente Mark con profunda admiración.

—¿Por qué? —Lo piensa un rato y se preocupa—. ¿Dije algo homofóbico?

En cuanto me aburro, decido buscar a Emmett porque le he perdido de vista. Al comienzo, creí que la presencia de Rosalie y la ausencia de Cassie en esta noche, no provocaría algún problema. Llevan meses distanciados, no debe ser fácil, pero es mucho más sencillo que antes. Pero en cuanto desaparecieron, temo que vuelva a producirse esas horrendas charlas lacrimógenas como en la fiesta de Esme.

La casa de los Goldman es inmensa. Me pierdo en cuestión de minutos. Decido abrir una puerta y descubro que es un vestíbulo. Pero peor aún, estoy viendo algo increíble: Emmett toma firmemente del cuello a Rosalie mientras la besa.

—¡Oh! —exclamo y cierro rápidamente la puerta, sintiéndome culpable. ¿Qué se supone que sucede allí?

Decido no darle importancia y acercarme hasta la cocina donde Bella se encuentra. Se ofreció a ayudar con el alimento vegetariano de las hermanastras de Melissa. Pero no parece irle muy bien.

—¿Pueden por favor dejar de correr en la cocina? —exclama irritada entre toda la música y la verborragia del ambiente.

Pienso que Bella aceptó aquella petición esperando encontrar mujeres adultas, no niñas de diez años, completamente caprichosas.

—Hey. —Ladea una sonrisa en cuanto me ve. No sé bien qué está preparando. Todo es de color verde.

—¿Qué sucede por aquí?

—Nada, realmente —suspira abatida—. Una de las niñas jura que mi plato está envenenado o algo así, así que les estoy preparando algo distinto. No es que haya tenido tiempo suficiente para aprender tantas recetas vegetarianas, ¿sabes?

—¿Cómo se llaman? —pregunto al observarlas. Están jugando a las escondidas en medio de la habitación.

—Tatiana y Tia, pero no estoy segura de cuál es cuál —murmura en voz baja, frunciendo el ceño.

—Cielo, ¿no quieres que le pida a Mel que…?

—No, no, no —niega rotundamente—. Déjame encargarme de esto. Se lo debo.

—Le compramos un regalo y ya. No veo cuál es el problema.

—No quiero rendirme tan fácilmente. —La escucho murmurar para sí misma. No conozco a nadie que haya rechazado la comida de Bella jamás.

Estoy deliberando acerca de si debo contarle lo que acabo de ver en el vestíbulo, pero luce alterada. Probablemente deba dejarlo para más tarde.

De fondo, puedo ver cómo Emmett y Rosalie vuelven a aparecer en la fiesta, fingiendo casualidad. Al mismo tiempo, Sam y Thomas salen hacia el patio trasero para aislarse del resto.

Dios, ¿es que siempre va a haber relaciones inestables en el grupo?

TPOV

Después de soplar las velas, Mark revela el regalo para Melissa y ella, tal y como prometió, finge sorpresa. Todos se muestran encantados, pero nadie en el grupo puede creer que finalmente estén casados. Tal vez no exista una diferencia de ahora en más, tal vez ellos siempre han estado casados por un largo tiempo.

Observo los fuegos artificiales en compañía de un silencioso y pensativo Sam. Durante dos meses hemos llevado nuestra relación de una forma simple y agradable y comienzo a sospechar que eso no es nada bueno porque no es lo que él desea. Siempre tengo la sensación de que él, tarde o temprano, se cansará de aceptar mis condiciones acerca de una relación completamente casual. El comentario de Josh fue completamente inapropiado.

—Es verdad, no utilizamos tanta pirotecnia para el cuatro de Julio… ¿recuerdas el accidente de la bengala? Eso fue muy terrorífico.

—Josh y el fuego… definitivamente no son una buena combinación —niego un par de veces, riéndome.

Es la cuarta copa de vino que bebo en la noche.

—En Inglaterra no están muy acostumbrados a estas cosas, ¿verdad? —me pregunta con curiosidad.

—No, realmente. Allá todo es un poco… aburrido.

Oigo a Sam riéndose en silencio.

—¿Te han dicho que estás comenzando a perder el acento británico?

Pudo notarlo en la forma en que pronuncié "aburrido". Es verdad.

—Nadie lo ha hecho… todavía. —Sonrío—. ¿Te molesta?

—"Molestar" es una palabra muy ruda. A veces lo extraño.

Encojo mis hombros.

—Me gusta ser norteamericano a veces. Inglaterra no me trae buenos recuerdos.

Le escucho murmurar algo. Miro hacia su rostro y nos miramos por un par de segundos.

—¿Qué? —pregunto riéndome. Él también lo hace.

—Nada —niega.

Me gusta mucho tener cierta complicidad con Sam. Me provoca besarlo o tenerlo cerca de mi cuerpo. Hacía mucho que no sentía algo así y por eso siento que es correcto. Aprovecho que nadie nos está mirando para acercarme y enredar mi brazo hacia su cintura.

—No debería preocuparnos. —Se refiere a nuestro tacto—. No somos los únicos homosexuales por aquí…

Suelto una carcajada porque la mayoría de los amigos de los padres de Melissa lo son. Le regalo un beso casto en los labios, pero al rato lo profundizamos. Aunque sea difícil de creerlo, Sam es mucho más reservado que yo con las caricias en público.

—¿Quieres irte a casa? —le propongo sugestivamente.

Él frunce sus labios y termina por aceptar. Es una expresión extraña. Me sorprende.

Terminamos excusándonos del resto para volver a su casa. Tomamos un taxi pero puedo sentir que se muestra frío y sé que algo le ocurre. Decido pedirle al taxista que se detenga a unas cuantas calles de su casa para caminar y conversar un rato con él.

Él no hace ningún tipo de comentario al respecto. Me frustra.

—¿No quieres hablarme de algo? —le pregunto de verdad, indagando.

—¿De qué? —No esperaba este tipo de planteo.

Suspiro y detengo el paso para mirarle de frente.

—¿Sabes? Siempre tengo la extraña sensación de que estás cediendo por mí.

—¿En qué? —parpadea atónito.

—En todo. Siento que te estás guardando muchas cosas porque temes que… no lo sé, que te termine dejando.

—¿Quieres dejarme? —Puedo notar la preocupación en su voz, pero no está asustado.

—No, no quiero dejarte. —Frunzo el ceño—. Me gustas, Sam. Lo sabes.

Espero a que conteste algo, pero efectivamente, hay algo que oculta.

Entonces, se ríe.

—¿Solamente eso?

¿Eh?

—¿Solamente… qué?

—Simplemente… ¿es eso lo que sientes por mí?

No sé qué responder. Es muy claro.

—Eh… ¿sí? Me gustas —río sin poder creerlo—. ¿Creías que no?

Su asombro sarcástico me toma por sorpresa.

—Oh, Dios mío. ¿Realmente, Thomas? ¿Realmente?

No estoy comprendiendo nada.

—¿Qué es lo que te ocurre? Escúpelo ya.

Se muerde el labio mirando hacia el suelo, con las manos en los bolsillos de su traje.

—Es lo único que recibo de ti… "me gustas, Sam". ¿Eso es lo único que sientes por mí?

Oh… vaya.

Sé que este día no tardaría en llegar. El día en que Sam comenzara a sentir que no es suficiente. Maldigo a Josh en mi interior.

Me acerco y tomo su mano.

—Tú sabes que te tengo aprecio… que te quiero.

Sam me mira por un largo rato, como si se debatiera internamente. Algo en mi respuesta no le ha cerrado y no sé qué es lo que espera, francamente.

—Por supuesto. —Asiente varias veces.

—¿Cuál es el problema, Sam? Sabes que no me llevo muy bien con esto de los sentimientos…

No tarda en hacerme saber lo que piensa al respecto:

—El problema es que no me gustas. Te quiero. No. El problema no es que te quiero. Es que te amo y comienzo a sospechar que tú jamás lo harás.

Me deja mudo. Comienzo a sentirme insoportablemente incómodo.

—Pero… ¿qué quieres que haga, Sam? Tú sabes cómo soy… lo sabes desde la primera vez en que aceptamos esto. Iríamos despacio y veríamos si es que es posible que…

—Bueno, me cansé —dice abruptamente—. No creo que… —Frunce sus labios, con dolor—. No creo que esto me haga bien.

¿Cómo?

—Dios sabe que no hay nada que deseé más que estar contigo. Pero… si yo te amo, y tú no quieres hacerlo… ¿qué caso tiene? ¿Qué me garantiza que esto tendrá sentido?

De nuevo vuelve a decir aquellas palabras… no me gusta oírlas, las siento incorrectas.

Y me doy cuenta con tristeza que estoy muy lejos de amar a Sam.

—No es que no quiera… desearía poder sentir lo que tú sientes, pero…

—No mientas así, Thomas… —suspira—. Si en verdad quisieras, lo harías. Tú no quieres amarme.

Permanecemos en silencio nuevamente.

—Si esto es por Michael…

—Sam. —Le detengo, negando—. Por favor, no hagas esto. No quiero discutir contigo ni hablar sobre él.

—¿Entonces jamás podremos? —Se ríe con sorna—. ¿Michael siempre será un tema tabú? ¿Por qué no podemos hablar de él?

—¡No quiero! —exclamo con frustración y él enmudece—. Por favor, no quiero que hablemos de eso. ¿No podemos simplemente estar como estamos?

—¿Podrías ser tan egoísta para controlarlo todo? —Ladea una sonrisa—. Quiero que sepas que lo daría todo por ti, pero no soy un niño al que controlas… y que puedo ver perfectamente tu expresión indiferente cada vez que digo lo que siento por ti en verdad y no tienes idea cuán doloroso es.

Mierda.

—Entonces, ¿qué? ¿No haremos nada? —La idea me parece ridícula. Si él me quiere y yo también, ¿por qué no quedarnos así?

—No puedo seguir así. No podemos seguir así —niega lamentándolo.

—No seas dramático, por favor. —Le resto importancia.

—Al menos no estoy siendo egoísta —suelta y le miro con asombro—. No puede ser, Thomas. Siempre que estoy contigo pienso que algo malo va a salir, que vas a terminar escapándote… es horrendo tener que preguntarse si vas a seguir interesado en mí o no. Me duele tener que darme cuenta de esto a esta altura del partido, pero parece que era necesario.

—No soy perfecto, Sam…

—No se trata de perfección. Se trata de tomar un rumbo hacia la vida. Estoy tratando de repararte pero no funciona.

—Claro que funciona. Jamás he estado con alguien durante tanto tiempo después de…

Me dolía mencionarlo.

—Es verdad, logré algo… pero este es el límite. No podemos avanzar hasta que decidas qué camino vas a tomar. ¿Quieres esperar a Michael? Entonces no me retengas en tu camino. ¿Quieres tomar el camino conmigo? Entonces déjame preguntarte sobre él.

Odio profundamente que tenga razón. Odio inclinarme hacia la primera opción. Me odio por sentirme tan… basura.

—Entonces… ¿qué? —pregunto, encogiéndome los hombros.

—Entonces… nada.

(8) Ambos miramos hacia el suelo, esperando a que el otro diga algo más.

Quiero hablar con él, quisiera poder contarle todo lo que me ha sucedido. Me duele, pero siento que es la única salida y puedo comprenderlo. Pero es difícil. Es apresurado. Para mí, es arrebatado. Para él… no. Lleva mucho tiempo esperando por mí, tengo que comprender que sus sentimientos se encuentran mucho más avanzados que los míos. Apenas le conozco y él sabe mi vida entera. Quiere ayudarme y simplemente atraso las cosas.

Quisiera poder expresarme con tanta facilidad como él, pero siento que una vez que lo haga, abriré una vieja herida y lloraré, recordando cada uno de los momentos junto a Michael y ahí, definitivamente, no podré olvidarlo. Sam tiene que entender que esta es la única forma en la que puedo estar con otra persona. Apartando a Michael. Si lo recuerdo durante más de una hora, puede que recuerde por qué le sigo amando y… Dios, puedo ver el dolor en su rostro. Esa solución me asusta, me preocupa. No puedo, pero quiero.

Estaba a punto de decirle que me dé un poco de tiempo, que aunque cueste, intentaría cambiar por él, porque se lo merece. Mejor que nadie, él ha aguantado demasiado por mí. Necesito hacerlo por él.

Pero entonces, se marcha. Avanza hacia mí y me roza, sin decir ni una sola palabra.

Permanezco quieto durante unos segundos, pensando que es lo mejor. Él necesita tiempo para pensar y yo necesito evaluar detenidamente la forma en que podría revelarle mi pasado con sumos detalles.

Sin embargo, algo comienza a doler en mi pecho. De repente, me siento mal. Es una pésima sensación. Es… un mal presentimiento.

Me doy la vuelta y Sam ya no se encuentra. Por alguna razón, me asusto y decido buscarlo.

Es una sensación de adrenalina que me atormenta a una velocidad inexplicable porque una sola vez logré sentirlo y fue la última noche en que vi a Michael. Un mal presagio. No debí dejar que Sam se marchara.

A mitad de cuadra, logro divisarlo. Está a punto de cruzar la calle.

—¡Sam! —exclamo pidiéndole que regrese.

Mientras cruza la calle, se da la vuelta y permanece quieto. No esperaba a que le detuviera.

De repente, todo se vuelve nubloso y transcurre en cámara lenta.

Un auto decide ignorar la señal de tránsito y acelera con prisa, embistiendo el cuerpo de Sam de una forma violenta, empujándolo hacia cinco metros de la calle.

Mi corazón se detiene. El pánico me aturde.

—¡SAM!

Corro directamente hacia él como si no existiese un mañana. Me acerco y le encuentro inconsciente. Intento alzarle y tocarle la cabeza… pero mi mano se cubre de sangre.

La sangre brota de su cabeza.

—Oh, Dios… O-Oh, Dios… Dios mío… Dios, no…—Comienzo a tener un ataque de pánico porque esto no luce bien. No puedo sentir su respiración.

Un hombre se acerca a mí, no sé quién es ni me importa.

—¡¿Vas a llamar a una ambulancia o qué?! ¡Niño! —Oigo que dice después de intentar decirme algo.

Reacciono inmediatamente y mi cuerpo entero tiembla. Intento tomar mi teléfono del bolsillo pero la mano me tiembla. Necesito concentrarme para marcar el número de Emergencias y le entrego el teléfono al hombre, porque no soy capaz de emitir una sola palabra.

Lo único que puedo hacer es mirar el rostro inconsciente de Sam. Mi mano entera está manchada en su sangre. Esto no está bien. Esto es peligroso. Sam no puede….

No. Sam no puede…

El hombre vuelve a entregarme el teléfono y es cuando se me ocurre un solo número.

En cuanto me atiende, comienzo a quebrarme.

—E-Edward… E-Edward, p-por favor, tienes que venir aquí… algo horrendo ha sucedido…

CAPITULO 16 Mango para dos

EPOV

Pude sentir una considerable cantidad de ojos mirándome fijamente, atentos a las expresiones en mi rostro. Frente a mis ojos, el doctor terminaba de explicarme la complicada situación de Sam.

En cuanto terminó, estrechó mi mano y le agradecí con profundo respeto todo el trabajo que había realizado hasta entonces. Me di la vuelta y todos esperaron cierto atisbo de felicidad en mi rostro. Lamentablemente, no encontraron mucho.

Me acerqué hacia ellos y mis ojos fueron directamente al único del grupo que me miraba como si se tratara justamente de una cuestión de vida o muerte. En sus manos, oprimía firmemente el rosario que acostumbraba llevar debajo de sus camisetas.

—¿Puedo hablar primero con Thomas? —pedí al resto, utilizando un tono de voz muy bajo.

Nadie dijo nada. Todos esperaban la peor noticia. Sin embargo, Thomas asintió lentamente y nos trasladamos hacia otro rincón del hospital.

—¿Qué te dijeron, Edward? —me preguntó con el mismo tono, tratando firmemente de mantener la postura.

No sabía muy bien cómo explicárselo en palabras simples. Me quedé mudo.

—Tomemos asiento, ¿bien?

Aquella expresión sirvió para indicarle que las cosas estaban complicadas, más no se trataba de algo terminal.

—Voy a explicártelo brevemente, ¿de acuerdo? —advertí buscando un equilibrio entre aquél tono profesional que utiliza un médico y el tono cálido que busca consolar a un amigo.

Thomas asintió. Omití rápidamente los términos médicos.

—Él… recibió un impacto muy fuerte en la cabeza, pero el golpe no rompió su cráneo lo cual es bueno.

—¿Pero…? —Él sabía que no era tan bueno el pronóstico.

—Esto le produjo un aumento de la presión intracraneal… y eso es bastante grave. La presión por sí sola puede dañar el cerebro, o la médula espinal. Puede restringir el flujo sanguíneo hacia el cerebro.

Thomas hizo un mohín, frunciendo el ceño. Negó un par de veces.

—Pero no te asustes. —Rápidamente le advertí—. Porque el doctor nos sugiere la aplicación de un coma inducido.

Su rostro palideció. Me miró como si acabara de darle una mala, muy mala noticia.

—Como un… como un… coma, ¿dices? —Me preguntó varias veces, creyendo por un segundo que no estaba entendiéndolo bien.

—Sí. —Asentí—. Pero existe una importante diferencia. A través de este mecanismo, lo sedarán para reducir el consumo de oxígeno, energía… es decir, podrán su cerebro a dormir. De esta forma, los médicos podrán monitorear la actividad cerebral y le dará tiempo a su cuerpo para recuperarse.

Comprendió y creyó en mis palabras. Para entonces, su rostro había tomado un color un poco más saludable.

—¿Por… por cuánto tiempo, dices?

Hasta ahí, ya no sabía bien qué decirle.

—Pueden ser días o meses… Hasta que los médicos vean que está en condiciones de estar sin el coma inducido. Le quitarán la sedación y verán cómo reacciona a ciertos estímulos importantes, como la memoria y…

—Espera, espera. —Me detuvo abruptamente, con preocupación—. ¿Va a recordar lo que ha sucedido?

Le miré directamente a los ojos.

—Depende, Thomas. Existe la posibilidad de que no surjan cambios… así como existe la posibilidad de que pierda los recuerdos de un par de días, semanas, meses… incluso años. Es imposible saberlo ahora.

Thomas comenzó a despeinarse y a fruncir sus labios constantemente. Sabía que esa no podía ser una buena noticia.

No obstante, me miró rápidamente a los ojos y me agradeció.

—Creo que lo mejor será llamar a sus padres. Tengo entendido que viven en Alemania en estos momentos. —Rascó su cuello—. Será algo complicado traerlos hasta aquí.

Hice un mohín.

—Si gustas, puedes quedarte a dormir en nuestro departamento.

Se encontraba a pocas calles del hospital.

—No te preocupes, será mejor que pase la noche aquí por el momento.

«Vaya.»

—Bueno… si necesitas algo, puedes llamarme. No importa la hora —dije con confianza.

Me regaló una mirada significativa y en un gesto muy masculino, palmeó mi hombro.

—No sé qué habría hecho sin ti, Edward. Me entró pánico en el momento en que…

Le pedí que parara en seguida, porque no era necesario dar aclaraciones.

—A mí también me habría sucedido lo mismo—confesé en voz baja porque la idea de vivir esta situación con Bella me producía fuertes escalofríos.

Pero no estaba seguro acerca de si era lo mismo, porque no estaba seguro qué tipo de relación manejaba con Sam. Eran amantes, pero… ¿eran buenos amigos? ¿Planeaban algo en serio?

Por ahora, él lo manejaba como si se tratara de un familiar muy cercano.

Mientras terminaba de explicarles la situación de Sam al resto del grupo, no desvié mis ojos de Emmett y Rosalie, sospechosamente ubicados uno al lado del otro a pocos centímetros.

—Emmett, ¿puedes venir un segundo? Thomas necesita hacerte un par de preguntas acerca de los papeles que hay que llenar.

Él aceptó sin problema alguno.

—¿Ya ha hablado con sus padres? Porque lo mejor es tener un familiar presente para…

En cuanto la distancia fue lo suficientemente discreta, me di la vuelta y le enfrenté.

—¿Qué rayos hacían tú y Rose encerrados ahí? —Mi voz fue firme y grave.

El tema le tomó por desprovisto, pero no tanto como yo habría esperado.

—¿Acaso importa? —Me planteó de otra forma… una bastante altanera para mi gusto.

Le miré atónito.

—¿Y tú qué piensas? —¡Era ridículo! —. Sales con otra, rompes con ella, mantienes una distancia y luego… ¿así como si nada?

Emmett rodó sus ojos, como si ya hubiese pensado aquello durante varias horas.

—¿Sabes qué tan difícil es ver a Rosalie entristecida? Durante dos meses ha intentado superarte porque merece salir adelante como, aparentemente, tú lo has hecho. Y de repente vienes y… ¿con qué objetivo, Emmett? ¿Qué ganas haciendo esto?

Emmett bufó.

—Edward, no te met…

—No —refuté tajante—, no me digas que no me meta porque llevo tiempo manteniéndome al margen. Te ayudé con Cassie, logré que todo el grupo la aceptara y… dime, ¿acaso ha cambiado de opinión? ¿Quiere casarse contigo?

Su mandíbula se endureció. Era una expresión abatida.

—No —respondió desviando los ojos hacia el suelo.

—Y tú sí quieres casarte, ¿verdad?

No respondió nada, porque eso era claro.

—Entonces, ¿qué estás haciendo Emmett? —Pregunté en voz baja—. Al fin pudo salir adelante y… ¿vuelves a ilusionarla para que al final no lleguen a ningún acuerdo? ¿No es que estabas bien con Cassie?

La mención de su nombre fue el detonante.

—¿Por qué te interesa tanto saber esto, Edward? —Empezó a discutirme.

—Porque es mi hermana y aunque sea la más fuerte de los tres, está completamente enamorada de ti y eso la vuelve ciega y susceptible a ciertos impulsos evidentemente incorrectos. Y no quiero que te comportes como un idiot…

—¡Entonces no te metas! —exclamó—. ¡Nadie se metió contigo cuando conociste a Bella!

Me quedé mudo.

—¿Qué?

—Eres mi hermano y te amo, pero por Dios, actuaste como el peor imbécil de la historia. La hiciste llorar, la hiciste sufrir y todos lo vimos, excepto tú porque estabas completamente ciego. ¿Alguien te juzgó por eso? Dime, ¿alguno de nosotros se acercó a decirte que eras una mierda y que no la merecías? No, porque somos amigos y sabíamos que lo último que necesitabas era que alguien te reprenda como si fueses un niño que no sabe lo que está haciendo. Así que… hazme un favor y deja que me encargue de esto, ¿bien?

Parpadeé varias veces sin poder procesar inmediatamente lo que había escuchado.

Emmett suspiró.

—Dile a Thomas que si necesita ayuda con algo, puede llamarme a mi número. ¿De acuerdo?

Dicho esto, se dio la vuelta y se marchó.

Cuando la confusión se disipó, me sentí frustrado e indignado. De repente, todos los posibles argumentos en contra suyo aparecieron en mi cabeza y me encontré farfullándolos con la mandíbula tensa. Pero sobretodo desmotivado, porque en parte tenía razón: en una ocasión, lastimé profundamente los sentimientos de Bella.

Volví hacia el mismo lugar y sus ojos fueron los primeros en encontrarme. Por alguna razón evidente, su presencia lograba mantenerme calmado.

—¿Todo está bien? —me preguntó acariciando mi pecho con suavidad.

—Sí. —Asentí varias veces, logrando que mi respuesta se muestre falsa—. ¿Quieres que volvamos a casa ahora?

.

BPOV

—¿Bella?

El único motivo por el que interrumpí mi tarea y alcé la vista fue porque aquella voz no sonaba tan familiar como de costumbre.

Suzanne, una de mis compañeras de trabajo, iba a pedirme un favor.

—Por casualidad, ¿no tienes un diccionario de sinónimos y antónimos para prestarme?

Tardé un par de segundos en procesar aquella petición. ¿No era más sencillo buscar en Internet? Pero no la juzgué por dos razones: Quizás prefería ser más práctica. No sé cuántos años tenía pero me debía llevar unos diez, probablemente. Y segundo, no tenía una buena impresión de ella. Aunque a veces sea cortés, sentía que no le caía muy bien.

Busqué en uno de mis cajones y se lo entregué. Era un poco viejo, porque lo utilicé en mis primeros años en la Universidad, pero era el único que tenía.

—Aquí tienes.

—Gracias. —Esbozó una sonrisa sospechosamente cándida.

No esperé a que se marchara para continuar con mi trabajo. Estaba terminando de corregir el texto número quince en lo que iba del día. Debido a un problema con el departamento de imprenta, muchos trabajos se atrasaron y era necesario adelantar varios artículos para las próximas publicaciones de fines de Agosto/comienzos de Septiembre.

Durante unos segundos, me quité los anteojos y masajeé mis ojos con pereza. No había tenido tiempo para descansar desde las ocho de la mañana. Melissa accedió a que me llevara el resto de los artículos para adelantar el trabajo en casa, donde podría recostarme en el sillón en vez de este horrendo asiento del cual nunca antes me había quejado. Era tan opaco y le causaba molestias a mi trasero. Por alguna —evidente— razón, pensé en Edward y decidí comentárselo:

B:

"Este asiento me hace doler el trasero."

E:

"Esa es una silla muy afortunada."

B:

"No es broma, estoy molesta y cansada."

E:

"Pobrecita. ¿Quieres un beso?"

B:

"Un beso estaría bien. Bastante."

E:

"Entonces alza la cabeza."

(1) Fruncí el ceño y decidí hacerlo. Se encontraba a pocos metros de mi cubículo,esperándome.

—Sorpresa.

—¡Edward! —exclamé con la voz y el comportamiento de una niña de diez años. Brinqué del asiento y me acerqué para que me recibiera en sus brazos.

—Hola. ¿Cómo va ese trasero?

Hice un mohín e inmediatamente sentí su palma encima de una de mis nalgas.

Enredé mis brazos entorno a su cuello porque en verdad no esperaba encontrarlo por aquí. Se suponía que iba a estar ocupado el día de hoy.

Melissa apareció en mi cubículo un segundo más tarde y al igual que yo, no esperaba encontrarlo por aquí.

—Oh, tenemos visita. —Sonrió con picardía y le saludó.

—¿No era que tenías que preparar una clase en la tarde, Edward? —pregunté confundida sin separarme de su cuerpo.

Encogió sus hombros.

—Tenemos tiempo. ¿Quieres ir a almorzar afuera?

Contuve mi emoción mordiéndome la lengua. No quería incomodar a Melissa con una inapropiada escena de besuqueo.

—¿Hoy es catorce, no es cierto? ¡Felicidades! —Nos felicitó golpeándonos en el hombro—. ¿Cuánto tiempo llevan? Soy mala para los números.

—Oficialmente… Diez meses. —Era inevitable sonreír al dar la respuesta. Edward notó el rubor en mis mejillas y me pellizcó juguetonamente.

—Oh, son tan pequeños. —Melissa murmuró aquello con ternura—. No quiero ser aguafiestas, pero no me gusta verte por aquí, Edward. Me recuerdas que mi esposo a veces olvida buscarme de vez en cuando.

Edward se echó a reír dándole una excusa acerca de por qué Mark no pudo venir.

A veces olvidaba el hecho de que Melissa ya era una mujer casada.

Ella terminó por entregarme los papeles que se suponía debía llevar a casa y nos despedimos en cuanto mi horario de trabajo finalizó.

En el camino hacia la entrada del edificio, no pasé por alto las miradas instigadoras hacia mi novio. Ya todos lo conocían, pero esto no es algo casual. Hace tiempo me di cuenta que Edward se encarga de buscarme del trabajo una vez al mes para marcar territorio. Y para ser franca, no me molestaba en lo absoluto.

Fuimos a almorzar a un local de comida rápida. Como siempre, nuestros atuendos no encajaban con el entorno, pero Edward estaba muy encaprichado por comer aros de cebolla. Se comió tres hamburguesas completas y volví a preguntarme internamente a dónde se iba toda esa chatarra.

Al rato, decidimos pasar por una vieja librería desconocida para ambos donde vendían libros usados. No era tanto por el considerable bajo precio de los libros, sino más bien por su antigüedad. Aquí vendían libros que yo leía cuando tenía siete años.

Como solía suceder cuando nos adentrábamos a una librería, Edward se iba a la sección de ciencia ficción, misterio, horror y policiacos mientras yo me perdía en los románticos y humorísticos.

Para mi sorpresa, ningún título parecía ser de mi interés. En el peor de los casos, ya me los había leído hace rato.

Edward se apareció a mi lado en silencio, esperando a que escogiera algo. Llevaba consigo tres libros, lo cual me dio a entender que estaba esperando pacientemente a que terminara para ir a pagar.

—Dime una cosa. A ti no te gusta el romance, ¿cierto? Bien, ¿qué opinas del romance juvenil? —pregunté tanteando un par de títulos de ese género.

Como era de esperarse, me miró como si acabara de comentarle que íbamos a cenar hígado encebollado.

—¿No se supone que esa clase de libros es para niñas vírgenes de quince años que pretenden encontrar ese ideal perfecto en una persona física y real?

Le miré ciertamente ofendida, porque yo fui esa clase de niña.

Observé uno de los títulos de los libros que cargaba encima y lo usé para rematar:

—Conspiraciones alienígenas. ¿No se supone que esa clase de libro es para adolescentes ñoños sin amigos que se encierran en el dormitorio viendo Los Expedientes X?

Edward entrecerró sus ojos como diciendo "eres muy malvada", pero luego se rió y me acercó a su cuerpo para plantarme un beso en la sien.

—Puaj. Creo que me rindo. No encuentro mucho —dije con cierto tono desmotivado, pensando que en realidad podría llevarme un par, pero no iba a leerlos con emoción.

Encontré uno rosado con letras doradas. Me puse a leer la sinopsis. Era uno erótico.

Estaba a punto de hacer un chiste sobre eso, pero en pocos segundos encontré algo nunca antes visto: Edward Cullen estaba revisando aquella sección de forma muy discreta.

—¡Qué es lo que mis ojos están viendo! —Me burlé de él, exagerando—. Es muy pronto para un milagro de navidad, ¿no crees?

Para mi sorpresa, esbozó una pequeña sonrisa.

—Estaba recordando la historia que escribiste para mí hace tiempo. Ya sabes, Frederic y Emma.

Me tardé cuatros segundos exactos para recordar que en algún momento del año pasado lo había hecho.

—Te confesé mis sentimientos en aquella historia y tú no te diste cuenta. Malvado.

Esperé algún remate como siempre suele suceder, pero su expresión se vio modificada completamente: lucía apenado.

No era mi intensión sacar a luz la poca sensibilidad de aquél Edward que conocí hace tiempo. Una realidad completamente distinta a la que tenía frente a mis ojos. Me sentí culpable y me acerqué para besar su mentón.

—Te adoro.

Mis palabras hicieron efecto y volvió al mismo humor de siempre.

—No tenía idea que sintieras una especial atracción por los libros eróticos —mencionó aquello señalando el libro que acababa de depositar en el estante.

Me puse roja como un tomate. ¿Y por qué? No es que fuera una santa, ni mucho menos con Edward.

—¿Te molesta? —bromeé un poco. Para ser honesta, nunca había leído uno completo.

—Algo así. No quiero ser el tipo de novio que te incita a leer libros eróticos. Quiero ser el tipo de novio que te incite a escribirlos. —Lo dijo como si se tratara de cualquier tipo de lectura.

Me eché a reír con ganas.

—¿Sabes una cosa? Me llevaré el libro solamente para fastidiarte. —Tomé el libro y le saqué la lengua.

—¿Oh, sí? Pues… anímate a pagar eso. —Continuó mofándose.

Por un momento, creí que se refería a que yo terminaría pagando el libro (yo nunca tendría problema con eso), pero en cuanto fuimos a pagar me di cuenta realmente de lo que estaba hablando: la fotografía en la tapa era un trasero desnudo siendo acariciado por una mano firme y masculina. Era vergonzoso demostrarle al chico de la caja que yo era ese tipo de lectora. Edward se percató de esto antes de tiempo y no paró de reírse en silencio.

Al final fuimos a comprar helado para comerlo en casa porque Edward necesitaba estar en casa temprano para dictar sus clases de anatomía y porque los zapatos de oficina me estaban matando los pies.

Al llegar a casa, Edward abrió la puerta y Bear intentó salir para empezar a saltarnos encima. Por eso, teníamos que entrar rápidamente y cerrar la puerta para evitar otros de sus furtivos escapes.

Un cachorro no tan cachorro de casi seis meses nos ladraba, lamía, y empujaba con su cuerpo al borde de la euforia cuando nos encontró allí. Ya se estaba acostumbrando a pasar toda la mañana solo y por suerte los accidentes domésticos producto de su momentáneo aislamiento habían cesado. Pero él era un tontito. Parecía enloquecido cuando volvíamos, como si nos extrañara desesperadamente. Muy distinto al pequeño y tímido que rescatamos hace un par de meses en Jacksonville.

Sabía por Edward —que sabe mucho más de perros que yo—, que ellos acostumbran a ver a una persona como el líder de su manada al cual obedecen. En el peor de los casos, ellos se creen uno y someten a sus dueños como un capricho. En el caso de Bear, se dio este último: se cree el dueño del departamento. Los sillones son suyos. La cama es su nuevo hábitat pero tiene un gran sentido de protección por su territorio. Según Edward, Bear nos ve como sus pequeños cachorros a los que debe proteger, aunque no suele hacerlo bastante bien porque tiende a ser torpe y juguetón. Y es algo extraño, porque Edmund, el anterior perro de Edward, había sido entrenado por él mismo y se había convertido en el señor de la casa. Fiel, educado y bien adestrado.

Me atrevería a pensar que es mi culpa, pero yo soy la que menos encapricha a Bear y Edward lo sabe.

Cuando los saltos de Bear se hicieron molestos, Edward se paró firme y con el dedo índice en alto, espetó:

—NO. BASTA.

No sé cómo, pero Bear sintió la aparente amargura en la voz de Edward y le hizo caso. Se sentó derecho y Edward le felicitó acariciando su mentón varias veces. Pero en seguida, volvía a intentar zarandearnos.

Un apurado Edward se marchó hacia el living para preparar la clase que iba a dictar. Yo me senté a jugar un rato con Bear haciéndole cosquillas en la barriga y diciendo cosas estúpidas en un tono infantil. Le encantaba sacar la lengua por un costado y definitivamente le encantaba jugar con cualquiera. Deposité varios besitos en su barriga y él aprovechó para enredar su hocico hacia mi cabello. Ahí fue cuando le detuve (porque se supone que es bueno ponerle frenos, según Edward) y me marché hacia el dormitorio para cambiarme. Bear me siguió en todo el recorrido y rápidamente, brincó hacia la cama y se recostó, sin quitarme los ojos de encima. Se veía muy chistoso con aquella expresión que parecía ser una sonrisa que decía "Okay, ¿ahora qué hacemos? ¿Vamos a jugar? Tengo hambre."

Me quité los zapatos y suspiré de placer. Eran bonitos. Muy elegantes. Me costaron una fortuna. Y por fortuna se entiende a "costosos para alguien que no disfruta mucho de los zapatos", pero eran necesarios, como toda la ropa "elegante" que uso para la oficina.

Mis pies lucían un poco colorados e hinchados por la presión de las suelas. Pero de por sí tenían una forma extraña. No eran largos, ni muy anchos, pero parecían retorcidos. Aún con el bonito esmalte crema en las uñas, realmente no me gustaban.

Edward apareció esporádicamente en el dormitorio, buscando algo.

—¿Hay alguna parte de tu cuerpo que no te guste? —pregunté sin quitarle la vista a mis pies.

Aunque estaba ocupado, se tomó el tiempo para pensar en la respuesta mientras continuaba con su búsqueda. Ese, aunque muy pequeño, era un buen gesto de amor.

—Mi trasero —respondió en seguida.

Alcé la vista para, inevitablemente, mirar su trasero. No era redondo, pero no diría que era tan plano…

—No me gustan los chicos con buen trasero, si eso te consuela —murmuré con dulzura.

—No te gusta ningún otro chico, más bien. —Me amenazó alzando su famoso dedo índice. Yo me eché a reír.

—Voy a echarme un sueñecito —avisé echándome directamente a la cama. Alcé mis brazos—. Dame un abrazo.

Edward consiguió el cuaderno que estaba buscando y se acercó para darme el abrazo. Me besó en el cuello.

—Sueña conmigo.

—Nah.

—Sí.

—Bueno. —Sonreí.

Antes de marcharse, cerró las cortinas del balcón del dormitorio para que yo gozara un poco de la oscuridad. Se lo agradecí internamente y cerró la puerta.

Tomé su almohada y la abracé posesivamente. Llevaba su aroma impregnado en él. Era algo dulce… como lilas, miel y perfume masculino. Me entraban ganas hasta de morder la almohada.

.

Soñé que me volvía una persona muy diminuta y Bear crecía inmensamente y jugábamos por horas tratando de rescatar a Edward de un edificio en llamas. Fue el sueño más loco y divertido que tuve en muchos años.

Desperté, efectivamente, babeando la almohada de Edward. Bepo se encontraba en mis brazos y Bear descansaba en mis piernas y por alguna razón, estaba muerta de calor.

Me levanté para tomar una rápida ducha con la puerta cerrada. A diferencia de muchos perros, a Bear le encantaba mojarse en el agua.

Mientras terminaba de enjuagar mi cabello me di cuenta de dos cosas: La Henna en mi cabello estaba desapareciendo notoriamente. ¿Debería dejarlo tal y como estaba o probar nuevamente con un color menos llamativo como el que accidentalmente utilicé en los últimos tres meses?

Y lo segundo es que todos los quince de cada mes, Edward y yo hacíamos las compras para el resto de los treinta días por delante. Él se encontraba ocupado el día de hoy, pero yo no tenía problema en hacerlas por mi cuenta.

Al salir del dormitorio con ropa más ligera, encontré el departamento en silencio. Me pregunté por unos segundos si Edward se había marchado, pero le encontré en la mesa del living explicándole a un solo muchacho entre murmullos silenciosos. Si no estaba hablando en voz alta, significaba que el muchacho era listo y comprendía lo que se le explicaba. Ergo, Edward se encontraba de buen humor.

En cuanto me vio, le pedí que se acercara un segundo. Pero tardó casi un minuto en hacerlo.

—Tengo que ir a hacer unas compras, por lo que aprovecharé para hacer las compras del mes y…

No me prestó mucha atención porque estaba ocupado acomodando mi camiseta transparente. Me quedaba un poco larga y por eso le até un nudo. El problema estaba en mis pechos, creo. Pero yo siempre le iba con el mismo discurso:

—No tengo nada —susurré en voz baja, a modo de queja. ¿Quién querría ver mis pechos?

—¿Tienes que usar un sostén negro? Te las levanta demasiado.

—Así se usa. Y sí, porque no las quiero tener caídas. Al menos no estoy usando pantalones cortos.

—Al menos. —Suspira mirándome de pies a cabeza. Naturalmente, le gusta y por eso no quiere que nadie más me vea así. A veces lo pienso y encuentro esto razonable. No me gustaría que cualquier chica le mire las piernas, por ejemplo.

«¿Las piernas? ¿En serio, Bella?»

Para que se quedara tranquilo, le abracé y dejé que mis pechos descasaran en el suyo. Pero fue muy breve, lo suficiente para que no se diera cuenta.

Se separó de mí y sacó su billetera. Para mi sorpresa, sí me había escuchado.

Buscó durante varios segundos entre los billetes y frunció el ceño. Cada uno ponía $280 para realizar una compra de $560 que incluía comida y algún que otro elemento de higiene.

—Olvidé sacar del banco…

Por lo visto, tenía billetes pequeños.

—Oh, bueno… puedo hacer las compras mañana…

Chasqueó la lengua, negando.

—Toma. Usa la tarjeta y listo. —Le resto importancia al asunto y me entregó su tarjeta de crédito.

Y no solamente era su tarjeta. Era una negra con letras doradas. En sí, parecía costosa.

—O-Oh, está bien. Eh… entonces te doy mi dinero… —Busqué mi billetera en el bolsillo de mis pantalones.

Sabía que me lo iba a negar, por eso necesitaba darle el dinero con prisa.

—Usa ese dinero para comprar algo de ropa —dijo en seguida, sin problema.

Creo que a esta altura ya sabía cómo manipularme.

—Está bien. ¿Qué deseas? ¿Camisetas o alguna cazadora?

Se había vuelto extrañamente normal que compráramos la misma ropa. Tal vez no era muy higiénico que digamos, pero era mucho más práctico.

—Compra algo que solamente tú puedas usar. En la cama.

«Oh.»

Me sonrió lascivamente y se dio la vuelta para volver con aquél muchacho que parecía desesperado por preguntarle un par de dudas que habían surgido en su texto.

¿Cómo hacía para dejarme muda y con el estómago lleno de revoltosas, inquietas y cochinas mariposas? Sabía que estaba haciendo algo para mantener la química entre nosotros. Tampoco es que lleváramos muchos años. Como Melissa y Mark solían decir, "éramos unos bebés empezando una relación".

Secretamente, para nosotros, ellos eran nuestros modelos a seguir. Se los veía muy relajados y enamorados. A veces podía confundirse con "costumbre", pero ella me aseguraba constantemente de que eso no era cierto y de que, por cualquier cosa en el Universo, luchara por no caer en la costumbre.

Pero con Edward, parecía ser muy difícil. Sin embargo, nunca debería dejarme estar.

Pese a que tuviese su tarjeta de crédito, me negaba a gastarle todo el saldo en un par de compras hogareñas. Para ser totalmente franca, no estaba segura del margen en su tarjeta. Es decir, no tenía idea exactamente cuánto dinero guardaba en su cuenta bancaria, pero sabía que poseía una disciplina perfecta a la hora de ahorrar.

Compré las mismas cosas de siempre: pastas, condimentos, vegetales, frutas, carne y demás cosas nutritivas. Edward acostumbraba a escoger la parte de la comida chatarra y los postres, pero no era muy difícil adivinar cuáles eran sus dulces favoritos.

Tenía casi todo de la lista. Incluso había comprado tortillas para preparar tacos en la noche. Lo último que necesitaba comprar eran las croquetas para Bear. El problema es que no recordaba muy bien la marca.

(2) Me paré en medio de la góndola y saqué mi iPhone para consultárselo a Edward.

—Discúlpame, ¿tú eres la novia de Edward Cullen?

La mención de su nombre hizo que volteara la cabeza abruptamente, haciéndome lucir muy torpe e ingenua. Al principio, no pude reconocer su voz pero en cuanto la tuve frente a mis ojos, me tragué un gritito.

—Sí. —Asentí sonriendo falsamente. Y con "falsa" me refiero a una que muestre completa seguridad.

Ella me miró desde otro ángulo, ladeando su cabeza, como si tratara de reconocerme. Sonrió y asintió varias veces.

—Yo te conozco, te vi con Edward hace… ¿cuándo? ¿El año pasado? —Se preguntó a sí misma y negó rápidamente—. En fin, lo siento. No me he presentado. Soy Zafrina Coven. Ex novia de Edward.

Por supuesto que la conocía. La primera pelea que Edward y yo tuvimos fue por culpa de esta muchacha que, sin disimulo alguno, le había besado en medio de la biblioteca donde nos encontrábamos, bajo la oferta de un nuevo reencuentro sexual al que Edward terminó por rechazar olímpicamente. Además, me había confundido con una bibliotecaria en ese entonces. Que yo sepa —y si no sé es porque no hay mucho que contar—, ella no fue novia de Edward. Fue una amante.

—Mucho gusto. —Estreché su mano casi con asco, aunque estaba de buen humor. Podía fingir un poco de cortesía.

—Debo admitir que estás algo irreconocible. La muchachita que conocí aquél día estaba desalineada y parecía muy tímida —dijo esto último mirando disimuladamente el corte V de mi camiseta transparente.

—Las apariencias engañan, ¿supongo? —Encogí mis hombros porque realmente no tenía mucho qué decir. Probablemente le costó reconocerme con mis anteojos puestos encima.

—Totalmente. Luces muy bonita.

Había algo en su tono de voz que me hacía creer que estaba siendo honesta. Pero la Zafrina que yo recordaba parecía una perra. Quizás había cambiado un poco… o al menos eso sugería la gran sortija en su mano.

—¿Puedo preguntarte cómo es que me reconociste? —Y no solamente me refería a mi nombre, sino también a mi título. En aquél entonces, era la "compañera del club de literatura" de Edward.

Encogió sus hombros.

—Son cosas que una se termina enterando. Sobre todo un hombre tan solicitado como Edward.

—¿Oh, sí? No me digas —dije intentando no poner los ojos en blanco. Ya me estaban cansando un poco sus ex amantes. Aunque eran más hermosas, me parecían tontas y vacías.

—Sí, lleva muchos meses sin mostrarse en los bares… o con otra chica que no seas tú.

—Puede que sea así por un largo rato —le contesté cruzando mis brazos de modo desafiante.

Zafrina se rió de mí.

—No necesitas ponerte sobre protectora. Edward prácticamente es un casado más. A ninguna chica le interesa ahora porque sabe que pierde el tiempo. Además, se ha puesto muy aburrido por lo que me comentan.

Por supuesto que no estábamos hablando en el mismo canal. Para mí, él era algo aburrido cuando se comportaba como un mujeriego.

—Bueno, mándale saludos de mi parte. —Dio por finalizada nuestra conversación con una buena sonrisa. Antes de marcharse, recordó algo:

—Podrías visitar la tienda de en frente. Sé que a Edward le encantaban esas cosas. —Me aconsejó de buena manera y se marchó.

La curiosidad pudo más y terminé por llevar la primera bolsa de croquetas que tuve a la vista.

La fila de la caja se hizo eternamente despreciable, y lo peor es que no podía dejar de estirar el cuello hacia la entrada del supermercado para alcanzar a ver un poco de lo que sea que haya en frente. ¿A qué tipo de local se estaba refiriendo Zafrina?

—¿Efectivo o tarjeta, señorita? —Me repitió la cajera por segunda vez, con un humor mucho más fresco que el mío.

Cualquiera en el supermercado tenía un mejor humor que el que yo portaba.

—T-Tarjeta —respondí y la busqué en mi billetera, pero…

No estaba.

Rebusqué otra vez. Tampoco. Enloquecí.

—Eh, sí, espere un segundo —pedí a la cajera y me di la vuelta para registrar el interior de la maldita billetera.

¡La puta tarjeta negra de Edward no se hallaba!

Por poco y entro en pánico, pero revisé rápidamente mis bolsillos y la encontré. Aparentemente, no la había guardado en cuanto él me la entregó.

—Lo siento. Aquí tiene. —Y se la entregué.

Creo que ella pudo entender mi desesperación en cuanto vio el brillo de la tarjeta y el margen en ella.

Cuando terminé las compras, guardé las bolsas en el compartimiento trasero de mi Fiat. Después de las reparaciones adecuadas y una licencia limpiamente renovada, ya me encontraba en condiciones para echarlo en marcha.

Arranqué el auto y con lentitud, observé los locales frente al supermercado. En su totalidad, eran confiterías. No necesitaba de una ex amante para enterarme que a Edward le apasionaban las tartitas de chocolate, por ejemplo. ¿Acaso eso era lo que quería decirme?

Después había una juguetería y podía tener sentido si es que lo pensaba bien. Digo, a Edward le gustan los niños, así que los juguetes son de su agrado. Pero seguía sin cerrarme.

La siguiente era una tienda de disfraces y supuse que allí estaba la encrucijada. Estacioné rápidamente el auto y me bajé para entrar a la tienda pensando que, por alguna razón, se trataba una tienda con disfraces eróticos.

Tenía en la cabeza la idea de que, por más que Zafrina me recomendara algo, no iba a probarlo. Pero la tienda no parecía vender solamente disfraces. Vendía objetos… raros. Podría jurar que eran juguetes sexuales.

Mis ojos fueron a una esquina y por un evidente motivo: un traje de látex colgado que incluía una máscara con un solo agujero para respirar. Si todavía me quedaban dudas, las despejé en cuanto vi los artículos del primer pasillo: correas y látigos para azotar.

Sin ninguna discreción, salí rápidamente de la tienda y me paré en seco justo en la calle, preguntándome lo siguiente:

«¿Mi novio alguna vez practicó sadomasoquismo con otra chica?»

Regresé a casa tratando de no suponer absolutamente nada porque se lo plantearía directamente. Mi gran problema fue pensar en que si eso era cierto… ¿por qué nunca lo había practicado conmigo?

Bueno, si todavía no le cedía aquella zona prohibida en mi cuerpo, algo le decía que no debía estar abierta a esas opciones. Pero… ¿lo estaba?

Ya había hecho cosas muy sucias con él. Le había dejado que se corra en mi cara, y le había dejado apoyarme durante mi período. ¿Con qué cara podía negarme a ciertas cosas? Tal vez eso era justamente lo que lograba que no caigamos en la cotidianeidad. Y para ser honesta, cualquier alternativa sexual me parecía muy interesante a esta altura.

Llegué a casa cargando las bolsas y como siempre, Bear se precipitó y saltó encima de mis piernas con tanta alegría. Podía oírle decirme "¡Bienvenida!" mientras esa juguetona lengua se le escapaba de la boca.

Dejé las bolsas en la cocina y me fui hacia el living. Le encontré en la mesa junto con dos libros y una hoja de papel donde escribía. Fruncía el ceño mientras apoyaba una de sus manos en la sien y aparentemente,

no me había oído entrar porque llevaba sus auriculares puestos. Pero se percató de mi presencia en cuanto me vio y se los quitó.

—Buenas. —Le saludé.

—Lo siento, no te escuché. ¿No tuviste problemas con las bolsas? —Edward acostumbraba a ayudarme con las compras pesadas.

Negué mintiendo. Me dolían un poco los brazos. Pero me preocupaba más su estado de ánimo.

—Luces cansado.

Asintió suspirando.

—Estoy preparando un examen. Necesita ser jodido.

—¿Y cómo vas?

—En la mitad. Resulta que hay temas que no recuerdo muy bien y debería volver a estudiar. —Ladea una sonrisa nostálgica.

Amaba que Edward sea tan humano. Todos creen que es perfecto, pero llevaba sus buenos defectos. Esos son los que lo hacen doblemente perfecto a mi vista.

Además, me excitaba un poco la idea de encontrarlo estudiando. Es algo tan raro.

—¿Qué tal se ha portado Bear? —pregunté en cuanto le vi jugando con su pelota en forma de hamburguesa.

—Anda algo agitado. Lo sacaré a pasear en una hora, cuando oscurezca un poco más.

Asentí casi sin escucharle, porque estaba pensando en cómo le planteaba la siguiente cuestión.

Continuó con el examen mientras yo le miraba fijamente. Me estaba muriendo de la intriga. Necesitaba saberlo ya.

—Entonces… ¿alguna vez has probado el sadomasoquismo? —Lo solté como si le preguntara qué es lo que deseaba cenar.

En menos de un segundo, sus ojos me miraron fijamente, sin alzar la cabeza, sin modificar su concentrada expresión.

—¿Por qué? —Pero en seguida, se tomó la molestia de hacerlo. Su pregunta no sonó para nada alarmada, preocupada o sorprendida.

—¿Eso es un sí, verdad? —Alcé una ceja. No me costaba creer que lo había hecho… pero después recordaba aquella máscara de látex y me daba miedo.

Edward trató de descifrar el motivo oculto en mis preguntas y no pudo evitar sonreírme. No paraba de fruncir el ceño.

—Bien, es un sí. —Suspiré. Mi novio pudo haber utilizado una máscara de látex en algún momento.

—No, es que me tomaste por sorpresa. —Se echa a reír con ganas. Esta vez sí lucía de esa forma.

—¿Entonces?

Volvió a dudar.

—Entonces sí. —Rectifiqué.

—Bella, te conozco y sé por dónde vas. —Entrecerró sus ojos y cruzó sus brazos. Sospechaba de mis intensiones. Probablemente estaba en lo cierto y creía que deseaba compararme con alguna de sus ex amantes.

—Simplemente te estoy haciendo una pregunta. —Alzo las manos, excusándome—. Sé honesto. ¿Has practicado el sadomasoquismo?

—Sí. —Asintió sin problema. Me trataba como si fuese una niña curiosa.

—Oh, bien. —Parpadeé los ojos, atónita.

—¿Por qué preguntas? —Insistió en saber.

—Porque fui a una tienda y… vi varias cosas…

—Cosas. —asintió.

—Sí, cosas.

—¿Cosas? —Frunció el ceño.

—Sí, y no las entendí. Pero sabía que eran para ese tipo de cosas.

—¿Y qué cosas insinúas? —Me miró sospechosamente.

—Pues, no sé. Supuse que podríamos… probarlo, no sé.

Proponerlo fue cien veces más vergonzoso de lo que esperaba. Pero porque no tenía idea de lo que realmente estaba pidiendo.

—Estoy tratando de descubrir por qué lo propones. —Seguía sospechando. Le conocía lo suficiente para saber que en realidad quería que se lo dijera con mis propias palabras.

—Es que creo que es una buena idea probar otras cosas. —Logré decirlo sin que el sonrojo se notara tanto.

—Yo quiero probar algo. —Me miró con malicia.

—No vayas tan lejos. —Se lo negué inmediatamente.

Edward se rió.

—¿Te acuerdas que antes usábamos un Kamasutra? —Entonces, me acordé—. ¿Dónde está? ¿Qué fue de él?

—Está en el armario. —Me indicó con una sonrisa paciente.

—¿Podemos revisarlo?

—Podemos. —Asintió—. Pero tengo que terminar con esto. —Señaló la hoja del examen.

—Bien, ya lo revisaré en un rato. Entonces… ¿sabes cómo se practica y toda la cosa?

Cuando creía que ya tenía cierta experiencia en la cama, me volvía a sentir una completa e ignorante virgen.

—Sí. —Estaba disfrutando de mi sumisión.

—¿Debería buscar en Google o algo así?

—No veo por qué no. —Encogió sus hombros.

—Bueno. Iré a buscar —respondí con timidez y me levanté de la mesa.

Pero en realidad fui a terminar el trabajo. Si en verdad quería sumergirme en Internet a buscar videos e imágenes de máscaras de látex, necesitaba toda mi concentración.

Durante ese tiempo, adelanté un poco de las correcciones, Edward terminó su examen, paseó a Bear, cenamos (dejamos los tacos para otra noche) y cuando estuve libre al fin, pude recostarme en la cama y averiguar en la Notebook de Edward.

En menos de quince minutos, salí despavorida de cualquier sitio de Internet.

—¡Edward! —Exclamé a modo de queja, alarmando a Bear que se encontraba descansando en la cama—. ¡Edward, ven aquí!

Él apareció un rato más tarde.

—¿Qué pasa, señorita? —Apareció utilizando un tono condescendiente.

—¡Mira esto! —Asqueada, le pasé la computadora para que lo viera con sus propios ojos.

Una mujer con piernas y brazos atados hacia el techo, con todo el vientre lastimado… ¡Dios! La imagen todavía no se borraba de mi cabeza.

Pero el niño se empezó a reír a carcajadas.

—Mejor no busques en Internet. —Me devolvió la computadora.

—Sí, Internet es una perra confusa. —Vi que se dirigía hacia el baño, por lo que le seguí—. ¿Podrías explicármelo tú?

—Bueno… antes que nada, debes saber que se trata de un contrato. Un acuerdo entre dos personas…

En seguida, Edward se ubicó en el retrete y bajó un poco sus pantalones de pijama y sacó su miembro para…

«¡Oh!»

—Es decir, la idea de que el sadomasoquismo es un juego de enfermos mentales donde se golpea sin cesar y se viola y se maltrata por placer, es errada. Todo está planeado y nadie hace nada si no está de acuerdo. —Seguía explicándome mientras orinaba. Yo sentí la necesidad de apartar la mirada pero un lado muy, pero muy morboso en mi mente, me obligaba a verlo. Jamás había visto a un hombre ir al baño.

Se dio cuenta que estaba perpleja.

—¿Qué? —Frunció el ceño.

—Nada. —Me puse muy colorada y fingí no darle importancia. Después de tantas cosas, verle de esta forma debería ser algo más casual.

Volvimos hacia la cama, y yo ya había captado algo de la idea que estaba exponiendo.

—Hay dos roles: amo o sumiso. El amo es el que dispone, el que manda, el que "golpea" y maneja la situación. Mientras que el sumiso es el que recibe y obedece —explicó.

«¿El sumiso es el que usa esa extraña y horrible máscara de látex?»

—Apuesto a que siempre has sido el amo —supuse porque en varias ocasiones me había comentado lo poco que le agradaba ser sometido.

—Sí. —Me dio la razón.

—Okay, en eso no hay dudas: tú serás el amo y yo la sumisa. ¿Debo hacer algo específicamente? ¿Usar una voz inocente? ¿Actuar como si no quisiera que me tocaras?

Pensar en eso me excitó rápidamente. «¡Vaya!»

—Cuando aceptas ser una sumisa, aceptas ser dominada. No necesitas tomar decisiones.

—¿O sea que simplemente me recuesto en la cama y recibo todo lo que tú quieras?

—Básicamente.

—¿Y por qué nunca antes lo hemos probado, Edward? —me quejé y él se echó a reír.

—Antes de practicarlo, deberíamos acordar una palabra que al ser pronunciada por el sumiso, acaba de inmediato con la sesión.

—¿Qué palabra solías usar con tus anteriores amantes? —Fue una pregunta muy valiente.

Dudó al responderme.

—Me decían "Anthony".

—Bueno, esa no. —Remarqué aquello, porque para eso se lo pregunté.

Y entonces, recordé que ese era su segundo nombre y sonreí.

—Qué lindo es tu nombre —dije quisquillosamente.

Él se rió, frunciendo el ceño y negando. Me estaba llamando "tonta" en su cabeza.

—Bueno… ya escogeremos una palabra. Dime, ¿habrá golpes? —Esa era la parte que más me intrigaba.

—¿Quieres golpes? —Me ofreció.

—No sé, ¿quiero? —Tragué saliva, sonrojada.

—Los golpes son esenciales en el sadomasoquismo, Bella. —Me recordó con paciencia.

—Depende, ¿dónde me golpearías? —Por algún motivo, me gustaba la idea de ser golpeada por Edward—. ¿Estamos hablando de golpes suaves, verdad?

La idea de golpes duros que dejen marcas estaba fuera de término. Si el muchacho no me dejaba conducir largas horas o caminar en la noche, menos se atrevería a lastimarme así.

—Suaves y duros. Los que puedas manejar. —Encogió sus hombros, como si me asegurara lo que ya sabíamos—. Nada de marcas.

—Está bien. ¿Me golpearías en el trasero?

Se lo pensó un buen rato.

—Sí, aunque te golpearía en el clítoris hasta que te corras, por ejemplo —dijo sin problema alguno.

«¡Vaca sagrada!»

Me quedé completamente dura. Pude sentir mi propio clítoris pidiéndome a gritos que aceptara pronto aquella propuesta.

—Bueno… digamos que estoy algo interesada… —Fingí modestia—. ¿A qué jugaríamos?

—Yo me encargo de eso, no te preocupes.

—Bien, ¿cuándo será? —Traté con todo mi esfuerzo no sonar tan entusiasmada.

—Hoy no, porque tenemos que trabajar mañana. El viernes. ¿Quieres?

—Me parece perfecto. —Usé una voz correcta—. Me encargaré de anotarlo en mi agenda.

Se echó a reír y aprovechó para despeinar mi cabello suelto. Yo no tenía una agenda.

Continuó con su usual rutina de medianoche: se recostó a mi lado (su lado era el derecho) y tomó el libro apoyado en su mesita de luz para volver a leer la página donde se había quedado la noche anterior.

Traté de ser disimulada. Como una señorita. Tal vez si me veía en ropa interior, se daría cuenta que me encontraba de ánimo para jugar un rato.

Me levanté de la cama y me bajé los pantalones para quedar en bragas. No eran sensuales. Eran de algodón y blancas, pero seguía siendo menos piel y eso cuenta.

Volví a recostarme para abrazar su pecho. Me recibió en sus brazos y creyó que iba a leer su libro. Enredé mi pierna en torno a su cintura, pero nada sucedió.

—Edward.

—¿Uhm?

—Estoy mojada —murmuré con timidez, apoyando mi rostro contra su pecho.

Como una niña le pide un juguete a su padre.

—¿Oh, sí? Pero quiero leer esto. Voy en la mejor parte. —Me señaló su libro de extraterrestres.

—No me vas a dejar así después de eso de golpear mi clítoris, ¿o sí? —Alcé una ceja sin poder creerlo. Decir aquella frase, incluso, me mojaba más.

Edward se rió.

—Lo siento, Bella. Pero hasta el viernes, no podemos tocarnos.

¿Ah?

—Qué chistoso.

—Es en serio. Me lo vas a agradecer ese mismo día.

Técnicamente, mientras más larga era la espera, más glorioso será el encuentro. Pero yo estaba frustrada ahora.

—¿Y qué voy a hacer mientras? Estoy caliente —murmuré con tristeza.

—Puedes masturbarte. —Encogió sus hombros—. Pero nada de penetración hasta el viernes. Confía en mí.

Le miré de muy mala gana. Estúpido Edward y su estúpido libro de extraterrestres.

.

Traté con todo mi esfuerzo enfocar toda esa energía en el trabajo a lo largo de esa semana y me fue bien. Adelanté muchos trabajos y aparentemente mi concentración en las reglas gramáticas funcionaba muy bien. Melissa sospechó de mi gran progreso pero no cuestionó absolutamente nada. Quizás pensaba que había tenido una pelea con Edward o algo así. Nadie iba a saber los planes que tenía con Edward para ese viernes… o al menos eso me había pedido él.

En medio de una corrección, descubrí una buena palabra de alerta: Mango. Sonaba bastante bien aunque esperaba no utilizarla.

Pero Edward mantuvo firme su promesa: nada de toqueteos. Dormíamos abrazados y de vez en cuando tanteaba el terreno, aunque nada funcionaba. Si algo había aprendido en estos meses a su lado, es que cuando Edward se propone algo, lo cumple al pie de la letra.

Maldito honesto.

La concentración desapareció ese mismo viernes, porque sabía que una vez terminado mi trabajo, volvería a casa para una buena follada. Una de esas que esperas con días de anticipación. No me di cuenta hasta entonces que extrañaba mucho a Edward, lo cual no tenía sentido. Acababa de verlo hace unas horas, en el desayuno, y pasaba el resto del día con él en casa. Después supuse que extrañaba su cálido tacto. La forma en que me besaba y me acariciaba otro rincón de mi cuerpo. Como mis pezones. Tiraba de uno suavemente mientras chupaba el otro. Le gustaba usar un poco los dientes para ejercer presión. Me gustaba sentir su saliva encima de mi piel y…

"¿Bella?". Melissa interrumpió mi fantasía sexual para terminar con una última corrección. Me encontró tan silenciosa pero tan agitada que se ofreció a invitarme un almuerzo al que rechacé con deprisa. Ni siquiera estaba pensando en la comida.

Volví a casa sin recibir ni un mensaje de Edward pero eso estaba bien, hoy era el día de aquél jodido examen. No le encontré en casa pero Bear estaba ahí para recibirme. Mientras le esperaba, decidí tomarme una buena ducha para depilar cada rincón de mi cuerpo (no es que no lo haya hecho hace unos días, en realidad).

Salí y todavía no se hallaba por aquí. Revisé mi teléfono y ni un mensaje. ¿Le habría pasado algo o todo era parte del juego?

Entonces fui hasta el armario y me di cuenta que no estaba segura de qué prenda usar. Debería ser estimulante, pero aquí no había mucho. Nada que él no haya visto antes. Me pregunté si tendría tiempo para comprar algún conjunto a esta hora pero algo me decía que lo mejor era quedarme aquí.

Con el albornoz encima, me recosté en la cama y decidí cerrar los ojos, tratando de recordar que finalmente era viernes. Por dos días, el trabajo se había terminado y podría dormir cuantas horas deseara. Y eso sí era una buena noticia.

Descansaría un par de minutos y luego secaría mi cabello.

.

(3) Me despertaron a besos. Edward me salpicó el cuello de besos suaves, lentos y mojados, de esos que te dejan marcas y bragas muy mojadas.

El problema es que no llevaba nada encima. Ni siquiera el albornoz. Estaba desnuda en la cama. Había música de rock de fondo.

Mi respiración se agitó y solté suaves gemidos. Así es como se dio cuenta que me estaba despertando. Quise abrir los ojos, pero todo se volvió oscuro. Mejor dicho, algo me cubría los ojos.

—¿Edward...?

¿Me había vendado los ojos?

También me di cuenta en seguida que no podía usar mis brazos. Mis manos estaban esposadas.

Edward no me respondía nada. Pero podía oír su respiración, el ruido que hacían sus labios al besarme y esos jadeos roncos y guturales que tanto me ponían.

A decir verdad, encontrarme tan sometida a él me estaba gustando mucho.

—Tienes una piel hermosa, Bella —jadeó lascivamente tomando uno de mis pechos con suavidad—. Es tan suave, sabe tan dulce y es blanca como la nieve.

Comenzó a chuparme la clavícula y mi cuerpo se calentó. Moría por quitarme las esposas. Quería tocarlo.

—Y muy sensible, ¿no crees? —me preguntó en un suave ronroneo mientras acariciaba mi abdomen en toda su longitud.

Conocía ese tono de voz. Es el que Edward normalmente utiliza para persuadir a alguien. Nunca lo tuvo que utilizar conmigo. Es... su tono de seducción. Me quise morir de la frustración. Necesitaba tocar a este hombre.

Mis pensamientos se vieron completamente interrumpidos cuando, de la nada, recibí un firme golpe en el muslo derecho, de la mano de Edward.

—¡Ay! —gemí siseando. Eso me había asustado, aunque no me había dolido... tanto.

—Te hice una pregunta —me dijo con una voz firme y petulante. La piel se me erizó por aquella autoridad —. Tienes una piel muy sensible. Mira, se te ha puesto rosado con un solo golpe.

No podía verlo pero solía pasar. A veces, la piel se me ponía rosada solamente por apoyar un músculo por varios minutos.

Lo próximo que sentí fue que su cuerpo se había alejado del mío. Me encontraba en medio de la cama, no sabía de qué lado, ni podía moverme debido a las esposas, aunque mis piernas estaban liberadas al menos.

—Abre las piernas. Grande. —Fue lo siguiente que me ordenó.

Tragué saliva y sentí los nervios a flor de punta. Pero estaba muy emocionada porque no quería preliminares, ya estaba lista para ser tomada de una manera bestial con las limitaciones de mis extremidades.

Algo entró en mi interior de forma abrupta. Sin tantear. De lleno. Pero no era la polla de Edward. Se sentía como el vibrador que solíamos usar. El amarillo.

Me permití jadear en cuanto se encendió. Lo que no esperaba es que Edward lo ajustara a su máximo nivel de vibraciones. Sentí un fuerte cosquilleo que penetró todo mi cuerpo. En menos de un segundo, ya estaba poniendo los ojos en blanco por el placer.

—¿Disfrutas esto, no? Te necesito a punto de estallar, nena.

Por un lado, quería concentrarme a las vibraciones en mi vagina. Tan fuertes, tan consistentes. Era un placer al que no quería abandonar. Ojalá pudiese controlar el ritmo y bajarlo, para prolongar el placer. Pero por otro lado, me sentía fuertemente atraída a la presencia de Edward, sea donde sea que esté. Podía guiarme por su voz. Estaba cerca de la cama. Mi cuello se estiraba con el objetivo de alcanzarle aunque no podía ni verle. No quería que un estúpido vibrador me diera placer, lo quería a él. O al menos a él controlando el vibrador (aunque eso es lo que hacía)

—Estira tu cuello, Bella. Quiero probar tu boca.

Así lo hice, y entreabrí los labios para recibir los suyos. Moría de ganas por besarlo.

Oí el sonido de su bragueta. Se la estaba bajando. Y sentí la punta de su polla. La punta mojada de su polla, en realidad.

Solté un gemido al llevarme tal sorpresa, pero el vibrador comenzaba a producir efectos en mí que me obligaban a ser más... golfa. Abrí la boca lo suficiente para invitarle a follarme ahí.

Su polla se deslizó por la comisura de mis labios. Izquierda. Derecha. No pude resistirme y saqué la lengua rápidamente para que hiciera contacto. Le sentí tensarse. Oí que soltaba un jadeo. Y no tardó en obligarme a llevármelo a la boca.

No tenía idea cuán desesperada me encontraba. Apuesto a que a Edward también le sorprendió la rapidez con la que decidí tomarlo. En parte, provenía de la excitación causada por el vibrador. Pero hacía días que tenía ganas de follármelo así. Hay veces en las que tienes ganas de que te follen. Otras, tienes ganas de chupar vergas. Y algo dentro de mí, me hacía sentir muy entusiasmada por comérmelo.

Lo mejor de todo es que conocía los ruidos de Edward. No se oía bien, pero ya me sabía de memoria ese corto jadeo que lanza cada vez que hago esto. Le estaba encantando.

Quise apartarme un segundo de él para besar sus testículos, pero lo malinterpretó (o no) y me propinó otro golpe a modo de advertencia: esta vez, en una de mis tetas.

—¡Edward! —chillé sintiendo el dolor en mi pezón. Era una zona muy sensible.

—No pares de chupar hasta que yo te ordene —gruñó el mandado volviendo a azotarme allí.

Mi cuerpo entero se tensó. Probablemente, en otra circunstancia esto me habría molestado. Pero mi coño no daba más. Me iba a correr fácilmente y para mi sorpresa, me gustó sentir aquél golpe en aquella zona tan sensible de mi cuerpo. Podía sentir mis pezones erguidos y sabría que mi piel quedaría rosa, pero no me importaba.

Obedecí y continué chupándolo. A veces intentaba usar mis dientes (con mucho cuidado) para ejercer un poco de presión. A esta altura, ya podía sentir el líquido pre seminal, aquél sabor tan extraño, pero tan Edward que me fascinaba, y podía oírle jadear más fuerte con cada movimiento.

Cuando me sentí a punto de acabar, cerré las piernas para mitigar el orgasmo. Pero Edward azotó mis dos tetas y gemí

—¡Abre las piernas! —Me ordenó—. Quiero ver cómo te corres y te retuerces.

Volvió a azotarme en ambas. No iba a ignorar el dolor.

Y por unos segundos, dejé de concentrarme en él para sentir cómo me corría. El vibrador seguía encendido en máxima potencia, lo cual era bueno porque prolongaba el placer. Pero se sintió muy pesado, no sé muy bien cómo explicarlo, pero sentí como si me corriera mucho. Hacía días que esperaba por esto y el primer orgasmo de la jornada hizo que mis dedos se retorcieran y mis piernas enloquecieran.

Quedé muy relajada, pero a la vez emocionada. Mi coño estaba tan mojado que podía aguantar un par de rondas más y eso me exaltó demasiado. Me propuse terminar con lo que había quedado, pero Edward apartó su miembro de mi boca y oí el sonido más lascivo que escucharía en mi vida: Edward, masturbando su polla.

Gemí fuerte porque sabía que terminaría por venirse encima de alguna parte de mi cuerpo. Y de un fuerte y ronco jadeo, sentí su cálida esencia esparcirse por encima de mis (ahora adoloridos) pechos.

Arqueé la espalda para que mis pechos se notaran más, casi como una invitación a que hiciera lo que quisiera con ellos. Me sentí muy golfa, pero creo que eso es lo que quería que fuera hoy. Y yo quería serlo.

Una vez que terminó, le oí respirar hondo y me fastidié: quería ver a Edward alcanzar su orgasmo por su propia cuenta.

—Edward... quítame las vendas, quiero... carajo, necesito verte. —Mordí mi labio y usé mi mejor intento de voz persuasiva. Que era algo así como una voz muy aguda para mi gusto.

De nuevo, oí el sonido de su bragueta. ¿Se estaba subiendo los pantalones o qué?

Justo cuando creí que me estaba ignorando, me quitó las vendas y le oí reírse.

—Las esposas se quedan —me advirtió con una voz dura. Qué rápido cambiaba de humor.

Pestañeé varias veces, sintiendo la molesta luz del día después de tanta oscuridad. Pero mis ojos fueron a Edward: Llevaba el torso desnudo y unos vaqueros que le quedaban casi sueltos. Tal y como había sospechado, se subió la bragueta.

Eso sí, estaba muy, muy despeinado y muy bien afeitado.

Me dejó sin aliento. ¿Qué lo hacía ver especialmente atractivo el día de hoy?

Se deshizo del vibrador en mi interior con suavidad. Por un momento creí que me lo llevaría a la boca para que lo chupara, pero en vez de eso, lo limpió refregándolo contra mi piel. Más precisamente, contra mi trasero.

—Ah... ah... —gemí torpemente porque no estaba segura de cuán sucios estábamos siendo.

Acto seguido, apartó el vibrador de la cama y se sentó en el respaldo, casi cerca de mí. Con una sonrisa lujuriosa, palmeó su rodilla, indicándome que me acercara.

—Te quiero en cuatro, sobre mis piernas. Ahora.

No podía hacer mucho con las manos esposadas, pero de todas formas me ayudó. Accedí con la cara sonrojada porque ni siquiera me había limpiado el semen de los pechos. Y creo que no iba a hacerlo.

Mi trasero quedó a la altura de sus rodillas, de sus manos, de su rostro, de todo. Santos cielos, me estaba poniendo muy nerviosa. Tenía completo acceso a mi intimidad y yo no podía hacer nada al respecto. Me hizo sentir extremadamente sometida... y excitada.

—Uh, Bella... mírate. Estás toda mojada.—Empecé a sentir su dedo acariciando mi coño—. Y tu coño está tan hinchado y rojizo. Apuesto a que te mueres por sentir una polla de verdad follándote duro.

Solté un gemido que sonó algo así como un quejido. Intuitivamente, moví mi trasero.

Lo tomó como una mala señal y me nalgueó. Me permití jadear fuerte. Esa había sido dura.

—No te me pongas salvaje. Si yo fuera tú, no menearía tanto ese culo. No tengo muy buen autocontrol el día de hoy.

Sentí el corazón en la garganta. La palabra "mango" estaba casi atorada en mi garganta.

Me acarició las nalgas posesivamente, sentí sus uñas clavadas en mi piel. Era algo soportable... algo.

—¿Sabes que realmente me encanta? Digo, tu culo.

Me sentí acalorada y roja como un tomate. Edward no acostumbraba a ser tan directo y sucio.

—Es pequeño, pero firme. Y cuando te pones en cuatro, parece más grande. Por eso me gusta follarte en cuatro. Me gusta golpearlo con mis caderas cada vez que te penetro.

Ya entendía. Palabras sucias... otro de sus planes. Mierda, estaban dando un buen resultado.

—Pero no voy a penetrarte aún, no todavía. Quiero concentrarme en esta zona. Ya hemos dejado en claro que tu piel es muy sensible, ¿no?

Asentí murmurando.

—Contéstame —espetó tirando de las puntas de mi cabello. Eso me sorprendió.

—S-Sí.

—Pero... la piel en tu trasero... es doblemente sensible.

Y en seguida, propinó otra azotada en mis nalgas.

Fue una pequeña rutina de varios minutos: azotaba, acariciaba la zona lastimada y volvía a hacerlo. Al comienzo, pude soportarlo porque no estaba siendo rudo. Pero llegó un momento en que no quería más; comenzaba a sentir poca sensibilidad en aquella zona. Me conocía lo suficiente para saber que no iba a poder sentarme en un buen par de días si seguía así.

Y después, apareció lo que tanto esperaba: me azotó en el coño. Directo en la entrada. Gemí como loca y aunque se sintió mucho más doloroso que en mi trasero, fue una tremenda punzada de placer. Luego, le siguió mi clítoris y ahí fue cuando retorcí mi cuerpo entero.

Edward sabía de mi pequeño capricho y me dio con el gusto: siguió azotando mi clítoris con firmeza porque de alguna forma, el roce de su movimiento me excitaba.

Creí que continuaría así hasta que me viniera, pero Edward tomó otra alternativa: metió dos dedos en mi entrada y comenzó a follarme. Con la otra mano, le dio repetidas (pero duras) palmadas a mi clítoris.

—¡Ay! ¡Ay! ¡ Ay! ¡Ay! ¡Me corro! ¡Me corro! ¡Edward! ¡EDWARD!

Y lo hice. Me deshice encima de él, nuevamente.

Edward no paraba el movimiento de sus dedos, como si así prolongara mi placer. Pero lo que realmente hacía es que me terminara corriendo aún más. Es como si quisiera expulsar mi orgasmo hacia afuera:

Y así lo sentí. Comencé a sentir que mis líquidos se deslizaban por encima de mi coño. Jamás había estado tan mojada en mi vida. Y ni siquiera me había follado aún.

No sé cómo, pero estaba muy preparada para otra ronda: y me refería a una de verdad, una en la que me tomara y me despedazara debajo de su cuerpo. Le conocía como para saber que estaba haciendo un tremendo esfuerzo por mantener el control.

Edward alzó mi cuerpo y me depositó encima de la cama. Se apartó a un costado para quitarse los pantalones y el bóxer de un tirón. Su erección, más dura y grande que nunca, apareció ante mis ojos y me tragué un gemido.

No tardé en abrir las piernas como si mi vida dependiera en eso. No se rió, pero vi un atisbo de sonrisa mientras volvía a mantenerse fiel al personaje.

Se arrodilló frente a mí, tomando mis piernas y dijo:

—Estoy a un par de movimientos de correrme, por lo que seguramente te follaré dos veces. La primera, eyacularé encima de tu coño solamente para excitarme de nuevo. La segunda, te llenaré por completo. No quiero que emitas ni una palabra, ni un sonido. Si escucho una palabra, te azotaré donde quiera. Si escucho un gemido, pararé. Y hablo en serio. ¿Nos entendimos?

Nota mental: pedirle a Edward que mantenga ese vocabulario sucio por siempre.

Asentí.

—¿Sí, qué? —exigió saber y azotó mi muslo.

Cerré los ojos, haciendo un mohín.

—S-Sí. E-Entendido.

Mi cuerpo tembló en cuanto le vi acercarse más a mi cintura y me mordí el labio cuando la punta de su miembro tanteaba mi entrada. Como era de esperar (pero no pude acostumbrarme), entró en mí de una estocada.

Se dio con el gusto de jadear. Yo iba a hacerlo pero luego recordé que no iba a poder decir ni una sola palabra. Ni siquiera un ruido. ¿Cómo haría?

No tardó en moverse deprisa y la tarea se hizo casi imposible: necesita expresar la cantidad de placer que estaba recibiendo de sus fuertes y precisas estocadas. Morder mi labio no funcionaba, así que apreté mis dientes.

Funcionó unos segundos, pero cuando me faltaba poco, no pude evitarlo: lloriqueé.

Recibí la azotada de Edward encima de mi muslo, pero no sentí nada porque estaba concentrada en otra parte específica de mi cuerpo. Me estaba regañando, pero poco me importaba. ¡No podía!

—¡No puedo, no puedo, no puedo! ¡AH! —gemí por último, llegando al orgasmo al mismo tiempo que él.

Se sintió muy bueno, pero como él había dicho, fue rápido. Necesitábamos una segunda ronda. Una última, para desahogar todo.

—¡Carajo, no puedo, Edward! —Medio insulté cuando volvió a penetrarme.

—Sigue —me pidió con sus ojos fijos en los míos—. Insulta. Lo que quieras.

Oh, ya veo. Le excitaba oírme así.

—¡Es que... puta madre! ¡Me follas como puto y no puedo controlarme! ¡Ah! T-Tu... p-puta polla...

—Mi puta polla, ¿qué? —Jadeó, exigiendo una respuesta—. ¿Es muy grande para ti? ¿Es eso?

—¡Sí! Tu jodida polla me fastidia y no puedes pedirme que me quede callada cuando... —Sus embestidas se hicieron ridículamente veloces—. ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ves!

—¿Ah, qué, Bella? —Quería una respuesta, pronto. Estaba igual o más excitado que yo.

Y de pronto, se me vino una idea muy bizarra:

—¡Azótame!

Sí, se lo pedí.

Edward tensó su mandíbula y volvió a hacerlo contra mi muslo. Gemí sonoramente, cerrando los ojos.

—¿Dónde quieres que te azote, eh? —gruñía.

—¡En las tetas! ¡Mis tetas!

Lo hizo una sola vez, porque luego se encargó de sujetarse contra el cabecero para aumentar el ritmo frenético de las estocadas.

Ni siquiera me entraba vergüenza el ruido que estábamos haciendo. Dos locos, gritando suciedades, azotadas que se oían, cabeceros que golpeaban incesantemente contra la pared. Era una locura.

—¡Date la vuelta! —Me pidió rápidamente, con la misma prisa con la que alguien actúa cuando le falta muy poco.

Inmediatamente, me puse en cuatro y se enterró en mí. Grité de placer, de dolor, eran muchas emociones inexplicables. Ahí se dedicó a tomar mi trasero con posesión pero no lo azotó. Supuse porque ya había sido demasiado para aquella zona.

—¡Bella, me corro! —advirtió severamente—. ¡Por el bien de tu trasero, más te vale que tú tamb...!

Dio su última estocada y yo también lo hice. Nos quedamos paralizados. Bien duros y quietos.

—...también te corras... —Terminó por suspirar el final de la oración—. Agh, Bella...

Pasaron largos segundos hasta que los dos acabamos. Pero Edward hizo un extraño movimiento con su polla antes de salir. Me recosté en la cama y me sentí más mojada que antes, como si su eyaculación se desparramara por...

¡Oh!

—¿Sabes cómo se denominada eso? —me preguntó.

Negué, sorprendida.

—Creampie. —Sonrió lascivamente.

Podía sentirlo. Nunca antes había sentido algo tan sucio y cachondo en mi vida.

Él se volvió a recostar a mi lado y me acarició la espalda con suavidad.

—¿Estás bien? —me preguntó cálidamente, saliéndose por completo del personaje.

—Eso fue... lo mejor... de lo mejor —suspiré.

Edward se echó a reír.

—Caramba, lo fue. No recuerdo algo mejor que esto.

—Deberíamos hacerlo una vez al mes, o algo así —insistí, todavía agitada.

Pero murmuró como si dudara al respecto.

Tomó la caja de pañuelos descartables que normalmente guardamos en una de las mesitas de luz. Revisó algunas partes de mi cuerpo. Sobre todo mi trasero.

—¿Te duele algo?

Me dolía todo.

—Es normal, ¿no?

—Sí, pero necesito saber si he sido extremo.

A decir verdad, no. Creí que sería algo más sádico, pero no fueron golpes tan insoportables.

—Ha sido perfecto —murmuré contra la almohada—. Solamente estoy cansada.

Volvió a acariciarme el cuerpo con suavidad.

Acto seguido, Edward me quitó las esposas, masajeó un poco mis muñecas; se tomó la molestia de traerme un Ibuprofeno, un vaso con agua y limpió mi cuerpo con cuidado. Cambió las sábanas y me dejó dormir encima de su pecho.

Creo que estaba durmiendo con el hombre más perfecto.

.

(4) Llovió demasiado el día en que decidí hacerle una visita a Sam en el hospital, el sábado a las once de la mañana.

Mientras me dirigía hacia su habitación, me di cuenta que la última vez que había estado en un hospital fue… nunca. Estuve en la maternidad cuando mi madre dio a luz a los pequeños, pero jamás había visitado algún familiar o un amigo en estas circunstancias. Me sentí repentinamente triste.

Llegué al tercero piso. Busqué el número de la habitación, pero no fue muy difícil encontrarla. Una pareja de adultos se encontraban sentados en la sala de espera. Me miraron y se levantaron, suponiendo que planeaba visitarlo.

—H-Hola, soy Isabella Swan. Estoy buscando la habitación de Sam.

Me sentí algo tonta porque no recordaba cómo rayos se pronunciaba su apellido extranjero. Pero más que nada, estaba atónita ante la belleza de aquellas personas: rubios, ojos claros. Una pinta moderna.

Pese a las cirugías que llevaba en su rostro, la mujer me saludó cálidamente y estrechó mi mano.

—Tú debes ser "Bella", ¿verdad? Samuel me habló mucho sobre ti. Soy Caroline, su madre. Él es mi esposo, Feidel.

—Mucho gusto, querida. —Me saludó su padre con la misma sonrisa bondadosa de su esposa. Parecían humildes, aunque su ropa decía todo lo contrario. Feidel, su padre, era robusto; tenía un bigote muy grueso y un tremendo acento extranjero. Su esposa, no.

Y entonces, no supe qué decir.

—Eh… pues, bueno, he venido a…

—Claro que sí, tesoro. Thomas se encuentra allí —me dijo su madre.

¿Sabían de Thomas? Mejor dicho… ¿él ya estaba aquí?

—¿Vino temprano? —pregunté con curiosidad.

—No… pasó la noche aquí —me explicó ella con nostalgia y no supe comprender por qué.

Les pedí permiso e ingresé a la habitación.

Sam se encontraba recostado en aquella cama especial con un respirador y con la mitad de la cabeza vendada. Tenía entendido que habían tenido que raparlo para realizar aquella operación. A su lado, Thomas se encontraba sentado, apoyando su mentón sobre el puño de su brazo extendido en una pequeña mesita donde reposaba su computadora.

Me acerqué lentamente al darme cuenta que estaba dormido. Moví su hombro con cuidado.

—Thomas… Tho…

Se despertó rápidamente, alarmado. Miró hacia ambos rincones y le sorprendió encontrarme ahí, pero luego respiró hondo.

—Me quedé dormido.

—Sí.

—Hola.

En ese momento comprendí por qué su madre había utilizado aquél tono de voz: Thomas no lucía bien. Se encontraba un poco más desgarbado que de costumbre. Le había crecido una barba de varios días encima. Me hizo preguntarme cuánto tiempo llevaba así.

—Traje flores. —Le mostré el ramo de tulipanes amarillos que llevaba conmigo. Eran sus flores favoritas y Thomas se dio cuenta de aquello en seguida. Me regaló una bonita sonrisa.

—Gracias. Son hermosas. —Buscó un nuevo jarrón para colocarlas. Ya había varios del mismo tipo en un rincón. Muchas flores, en realidad.

—Sus padres siempre traen un ramo todos los días. Gracias a ellos conseguimos una habitación privada. — Me dio a entender que aquellos hombres poseían mucho dinero para costearlo, aunque no era necesaria. Un rólex es visible desde varios metros.

Probablemente esa fue la razón por la que me saludaron inmediatamente con una buena sonrisa.

—Ellos no son de aquí, ¿verdad?

Thomas negó, mientras colocaba las flores en un nuevo jarrón que había llenado con agua.

—Sus abuelos fueron judíos inmigrantes durante la época turbia en Alemania. Lograron escaparse con tiempo. Eran dueños de una gran empresa de autos rentados. Aquí es donde conoció a Caroline. En aquél entonces, era camarera. Pero ahora es la dueña de un centro cosmético o algo así. Se supone que Sam vivió aquí hasta su adolescencia, cuando regresaron a Alemania.

«¿Sam era millonario, entonces?»

—¿Y ellos saben que…? —Pregunté por su condición sexual.

Thomas se rió, encogiéndose los hombros.

—Creo que ellos lo sabían antes que él mismo.

—¿Y lo aceptan? —Me picó la curiosidad.

—Mientras Sam trabaje, consiga ganancias y sea feliz, puede hacer lo que quiera con su vida. Algo así piensan sus padres. Por eso me trataron muy bien.

Dijo aquello con un deje de tristeza, como si en el caso de él se tratase de una historia completamente distinta.

—¿Cómo es que me reconocieron? —le pregunté porque quizás él le había comentado algo sobre mí… o quizás Sam. Mi madre conocía a Sam.

—Saben que eres la novia de Edward, el doctor que lo trajo hasta aquí. Y también saben que modelaste alguno de sus diseños en su página web.

Eso era cierto, pero jamás aparecía mi rostro allí. Tenía entendido que Jane era la nueva "modelo" de Sam porque yo era la "musa" de Thomas. Todo muy confuso, en realidad.

Pero me di cuenta que no sabía mucho de mi amigo y me sentí muy mal. Le observé detenidamente, sentada en la silla donde se encontraba Thomas. Se veía tan… débil.

—Está completamente dormido —murmuró él, informándome con paciencia… como si no fuese la primera vez que se lo contaba a alguien.

—¿No puede sentir… nada? —Se me hizo un nudo en la garganta.

Thomas negó, simplemente.

—Dicen que así es mejor, que así no sentirá dolor y podrán monitorear su cerebro. El único problema es que no saben cuánto puede tardar ni cuánta memoria perder…

Mi rostro volvió al cuerpo de Sam. Un nuevo silencio reinó en la habitación, a excepción de nuestras respiraciones y el aparato que monitoreaba los latidos regulares y pausados de su corazón. Lo miré por unos segundos y me pregunté qué podría suceder si ese aparato emitía un único sonido constante. Sentí un espantoso frío sobre la médula y mis ojos comenzaron a lagrimear. Hasta entonces, no me había dado cuánto quería a Sam y lo poco que logré demostrárselo en este corto tiempo de amistad.

Pero más me preocupaba Thomas. Si la idea me perturbaba, no quería imaginar lo que estaba sintiendo.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí? —Ahora me sentía preocupada por él. Obviamente llevaba varios.

—¿Uhm? —No escuchó la pregunta, estaba mirando hacia la ventana de la habitación. El vidrio se encontraba empañado por la lluvia.

Repetí la misma pregunta.

—No lo sé, ¿varios? —Encogió sus hombros, restándole importancia a la pregunta.

Algo me hizo pensar que ni siquiera se había bañado en días con tal de quedarse al lado de Sam. Y eso no era muy… sano.

—Thomas…

Me vi interrumpida en cuanto alguien golpeó la puerta para indicar que iba a pasar. Era Andrew y llevaba consigo su mochila y una bolsa. Sus ojos me vieron inmediatamente debajo de aquellas gafas. No esperaba encontrarme por aquí. Desvié la mirada hacia otro lado. Seguía enfadada con él.

Se dio cuenta que no iba a saludarle, entonces se dirigió hacia su hermano:

—Te traje… eh, bueno. —Le entregó la bolsa y su hermano mayor se lo agradeció en silencio.

Alcé una ceja cuando me di cuenta que era ropa nueva.

—¿Qué? ¿Tampoco vuelves a casa? —La incredulidad salió de mi garganta.

Andrew suspiró, como si esperara a que alguien más se lo dijera.

—Por favor, ¿puedes aunque sea volver un par de horas? —le pidió con desgano. No debe haber sido la primera vez que se lo pedía—. Necesitas bañarte, necesitas comer, necesitas dormir y volver a trabajar.

¿No estaba trabajando?

—Andrew. —Interrumpió con una voz firme—. Aprecio tu ayuda y te lo agradezco. Ahora, ¿podrías dejarnos a mí y a Bella a solas?

No protestó, pero frunció sus labios. Le miré y compartimos miradas por unos segundos. Asentí una sola vez para indicarle que estaba bien, que iba a intermediar.

—Como sea. —Oí que suspiraba pesadamente antes de darse la vuelta y marcharse de la habitación.

Una vez solos, instigué a Thomas con seriedad:

—¿En verdad? ¿Te has quedado aquí las veinticuatro horas? —Mi voz sonó como si le estuviese juzgando, pero estaba muy preocupada por él—. ¿Edward lo sabe?

Thomas se sentó en el respaldo de la cama, mirando hacia el suelo. No me ignoró, porque supe que me había escuchado muy bien. Pero no deseaba contestármelo.

Edward no podía saberlo. De haber sido así, me lo habría comentado inmediatamente.

—¿Y por qué lo haces, Thomas? No va a mejorar el que tú estés aquí media hora, un día o los sietes días de la semanas. Lo sabes.

No me gustó tener que decirle algo como eso, pero lo que estaba haciendo no era nada lógico.

—Tengo… miedo… de que… —Intentó decírmelo con claridad, pero estaba conteniendo demasiadas cosas. No sabía cómo hacerlo.

Oh, cielos.

—Thomas, no pienses eso. —Tomé rápidamente su mano. Estaba helada—. Edward ya te lo debe haber dicho… él saldrá de esto. Él no está solo. Su familia lo acompaña con el mejor servicio. Entiendo que quieras estar aquí, pero no puedes…

Thomas se movió rápidamente de su lugar para tomar una silla que se encontraba a mi lado. Se sentó frente a mí, en una reacción cargada de nerviosismo.

—Imagina por un segundo que es Edward el que se encuentra en esa cama. Dios no lo permita. Pero yo sé que estarías aquí día, tarde y noche, como si no pudieras hacer otra cosa más que pensar en cómo se encuentra. Le amas tanto y por eso, no es que quieres estar aquí. Necesitas estar aquí.

Me quedé muda.

—Bueno… yo… necesito estar aquí porque tengo miedo, Bella. —Se apresuró a continuar, porque sabía que iba a interrumpirlo—. Y no es ese tipo de miedo. Temo porque… desearía tener una razón fija para encontrarme aquí, desearía sentir algo concreto para justificarlo. Pero…

Thomas no amaba a Sam. Cielos.

—Sus padres, son tan buenos conmigo porque creen que soy su novio y no lo merezco. Antes… antes del incidente, él me dio su ultimátum: si no podía amarlo, esto se terminaba aquí. Él terminó conmigo, Bella.

¿Lo había hecho? ¿Dejó a Thomas?

Él comenzó a masajear su rostro, debido al agotamiento físico y emocional que le traía estar aquí, debatiéndose aquél problema. Pero yo me sentía frustrada, seguramente como Sam se sintió en aquél momento.

—¿Y por qué no, Thomas? —pregunté de una buena vez, molesta—. Nadie puede obligarte a que ames a otra persona, pero por alguna razón siento que te limitas mucho con Sam. Creo que en realidad pudiste enamorarte de él. Es más, quizás ya lo estés pero no quieres admitirlo. ¿Por qué?

Aquél planteo le tomó por sorpresa. No supo qué decir. O en realidad, sabía y no quería.

Bufé.

—¿Qué? ¿Otra vez con ese cuento de que "no puedes amar" a nadie?

Se irritó.

—Tienes razón. Puedo hacerlo. Claro que puedo enamorarme de alguien. ¿Quién no? Voy a reformular esa frase: No debo amar a nadie. ¿Por qué? Porque soy muy complicado. Ni siquiera yo mismo me entiendo, nadie podrá hacerlo. Mira a Sam: lo intentó y se disgustó. Él, la única persona que era capaz de aguantarme y conocerme, se ha rendido. ¿Es su culpa? No. Por supuesto que no, porque hace lo correcto: yo no sirvo para estas cosas. No más.

Planeaba terminar el asunto allí… pero algo no cuadraba.

—"No más". Significa que alguna vez en tu vida, amaste a alguien.

Le acorralé.

—Sí. —Asintió, confesándolo—. Por supuesto que sí… y lo sigo haciendo.

Aquella última frase me dejó pasmada. ¿Qué es lo que significaba?

—¿Qué es tan terrible que no puedas contárselo a nadie? Ni siquiera a tus mejores amigos…

Durante un largo minuto que pareció interminable, Thomas me miró a los ojos, algo afligido. Mantuve firme el semblante para hacerle entender que estaba dispuesta a escuchar cualquier cosa. Él no sería el primero con un terrible pasado.

—El motivo por el que nunca has escuchado sobre mis padres es porque no están presentes en mi vida desde hace mucho tiempo. Son católicos extremadamente conservadores, lo cual es muy raro en Inglaterra. Pero por un tiempo, creí que ellos eran una guía en mi vida. Desde que éramos pequeños, nos incentivaban a seguir el camino de nuestra religión. Todos los fines de semana, mi madre contribuía con el comedor de nuestra iglesia y nos obligaba a acompañarla para ayudarle… lo cual estaba bien. Pero…

» A los dieciséis años me di cuenta que jamás llegaría a gustarme una chica y fue entonces cuando decidí rebelarme porque… bueno, ya sabes. La Iglesia nos condena. Al principio, lo hice disimuladamente: iba a misas, pero no prestaba atención. Rezaba, pero no pensaba. Andrew tenía catorce años cuando esto sucedió, y como siempre me consideró su modelo a seguir, también se rebeló porque se dio cuenta que le interesaba meterse debajo de las bragas de cualquier chica. Y fue entonces cuando me volví ateo.

Le miré atónita.

—¿En serio? —No podía creerlo.

—Sí. Durante un buen tiempo, fui ateo. Pero nunca dejé de asistir a todas estas cosas porque me asustaba la idea de enemistarme con mis padres. Fue un día, cuando el padre de nuestra congregación habló acerca de la homosexualidad y cuánto… "daño" hacía a nuestra sociedad. No pude soportarlo. Me largué de allí en medio del sermón y tiré mi rosario en la calle. Estaba bendecido. Me lo habían regalado cuando apenas tenía pocos años de vida y con él aprendí a rezar. No quería volver a verlo.

» Pero a los pocos segundos, casi por arte de magia, alguien apareció detrás de mí y recogió aquél rosario. Me lo entregó y me dijo: "¿Por qué tan arrepentido?". Pude haberle dicho que no era su asunto y que se fuera a otro lado, pero era condenadamente hermoso. Por un momento, creí que me había topado con un modelo o algún actor de cine. Me invitó a un bar porque no soportaba toda la energía negativa que cargaba encima y quería distraerme un rato. Era esa clase de persona que te transmite mucha… paz y simpatía. Al rato me enteré que se llamaba Michael y que tocaba la guitarra en el bar donde me había llevado. Llegué a obsesionarme terriblemente de él. No me enteré de sus preferencias hasta los tres meses después de conocerle, fue gracioso.

» Él me convirtió en todo lo que soy hoy en día. Me negaba a volver a la Iglesia. ¿Por qué tenía que rendirle tributo a alguien que condenaba mi forma de ser? Él me contestó que él no me había abandonado. Que no

es necesario seguir ninguna religión. Él no creía en nada, simplemente creía en la bondad de las personas y en el karma. No le importaban las preferencias ni el estilo de vida de nadie. Mientras seas bueno contigo mismo y con el otro, nada malo podría pasar. Tal vez ese era el mensaje que Dios quería en nosotros y la Iglesia no supo interpretarlo. Los hombres no son perfectos, así que nunca lo sabré. Pero fue suficiente para volver a creer en ella, con sus defectos y todo. Fue entonces cuando me di cuenta que estaba muy enamorado. Me transmitió buenas cosas, aunque también algunas malas como su problema con las adicciones. Nunca consumí, pero me contagió el mal hábito del tabaco. Fue el primer hombre con el que me acosté, en realidad.

—Suena… suena como alguien muy especial para ti. —Me di cuenta con dulzura. Me devolvió la sonrisa, asintiendo—. ¿Qué sucedió con ustedes? ¿Por qué ya no están juntos?

Y entonces, su expresión se modificó y temí lo peor.

—"Voy a comprar cerveza" fue lo último que me dijo. Fue como con Sam, pero algo atravesó su pecho y…

Entonces, se detuvo. Le horrorizaba volver a recordarlo.

—Esa llamada… Dios, todavía puedo sentir cómo mi cuerpo temblaba en ese momento. Jamás en mi vida me había sentido tan… desesperado como en aquél momento. Estuvo en coma durante unos días… y entonces, su corazón no pudo más.

Las coincidencias me sorprendían.

—Michael era para mí lo que Edward es para ti, Bella.—Me miró fijamente—. Imagina estar a su lado durante tanto tiempo, planeando su futuro… y que un día, sin previo aviso, ya no puedas volver a verlo. Ni siquiera… oírle. No podrías despedirte de él ni agradecerle por todo lo que ha hecho por ti. ¿Qué harías? ¿Realmente serías capaz de seguir adelante?

Ahora podía ver el asunto desde su perspectiva. Yo no podría. Me negaría rotundamente.

—Puedes, en realidad —me dijo después de un rato—. Cuando crees lo que yo creo, aunque tan distantes no nos encontramos, crees en la reencarnación. En que… en algún momento, todos nos volveremos a

encontrar en algún lugar especial. Ese fue mi mantra durante mucho tiempo. Saber que volvería a verlo en algún momento… mientras tanto, podría continuar con mi vida. Excepto en…

Oh, vaya.

—Sam… se supone que Sam trabajaba en el bar de Michael. Jamás le había visto en mi vida. Yo le gustaba desde aquél entonces. Imagínatelo. Es loquísimo. Después de cumplir dieciocho años, se mudó a Inglaterra para realizar sus estudios de diseño. Nunca se atrevió a hablarme, porque sabía que estaba enamorado de Michael y un día, le pregunté… "¿Por qué nunca lo hiciste? Ni siquiera te acercaste como un amigo." Y me dijo: "No me necesitabas en tu vida. Ya eras feliz en ese entonces, y así estaba bien." ¿Cuántas veces conoces a alguien que se siente feliz por tu felicidad con otra persona?

Casi nunca, en realidad.

—Todas las mañanas me levanto y le rezo. Pero hubo una mañana en la que Sam me invitó a desayunar a un bar extraño que conocía… y me di cuenta que ese día no lo hice. No recé ni pensé en Michael, como solía hacerlo en las mañanas. Me… asusté porque no quiero olvidarle. No quiero volver a encontrarme con él sintiendo otra cosa. Por eso es que no sirvo para otras relaciones, Bella. Todos los días lucho por saber qué es lo correcto. Por un lado, quiero a Sam y quisiera seguir con él. Pero…

—Necesitas dejar a un lado a Michael. Pero no quieres.

—No puedo y no quiero. Todavía le amo y…

—Si Michael siguiera vivo… ¿te irías con él? ¿O te quedarías con Sam?

—El problema es que no habría conocido a Sam de no ser por su muerte.

—El problema, Thomas, es que Michael ya no está aquí. Sam es el que se encuentra aquí, luchando por su vida.

Permaneció en silencio, con una expresión entristecida.

—¿Crees que esto sea una señal? —le pregunté, por la forma en que todo se había desarrollado.

—No creo en las coincidencias —aseguró—. Trato de comprender qué significa todo esto, pero no puedo.

—Yo creo que es una señal de Michael. Se fue tan rápido que no pudo despedirse y como sabía que ibas a encontrarte destruido, algo… o alguien, no sé, quizás fue una casualidad muy buena el que te encontraras con Sam. Es un muchacho que conoce tu historia y te acepta. Sam es una de las personas más buenas que he conocido.

Thomas asintió con nostalgia—. Se hace querer muy rápido.

—Él jamás sería egoísta contigo y lo sabes muy bien. Si puedes ser feliz de otra forma, él cederá. Pero… si insiste tanto en esto, quizás debas confiar en él. Quizás sea lo mejor…

—Es que ese es el problema, Bella. Siento que… si me distraigo por unos segundos, si aparto a Michael de mi cabeza… podría… realmente podría…

Me señaló a Sam. Realmente podría enamorarse de él.

—Si yo muriera, sea donde sea que esté, creo que estaría bien. Me preocuparía por Edward. No soportaría verle triste. Aunque no quisiera verle con otra persona, desearía verlo feliz como sea. Pero porque soy una persona bastante egoísta. —Me sonrojé—. Apuesto a que Michael te incentivaba a este tipo de cosas. A que te abras a nuevas experiencias. No porque sigas adelante con otra persona, tienes que olvidar a Michael. Puedes seguir amándolo, pero sabiendo que forma parte de tu pasado.

—A veces me lo imagino diciéndome… "¿cómo puedes negar algo tan bello como el amor?". Él era bastante sensible.

—No creo que amar a alguien sea algo egoísta ni te traiga problemas. Salir adelante no es sencillo. Pero, a veces es lo mejor que podemos hacer. Quizás no pueda ayudarte en este problema que tienes, pero… tal vez sea lo mejor que lo hables con Sam. Creo que él necesita saber todo lo que piensas al respecto.

Miró a Sam detenidamente, mordiéndose el labio.

—Tiene que salir bien. Tiene que salir delante de esto.

Volví a acariciar su mano para reconfortarle. Esta vez, me miró a mí un buen rato.

—Dices que no puedes ayudarme, pero lo haces constantemente. No te das una idea de lo mucho que tú y Edward me inspiran.

Lo gracioso era que Melissa y Mark nos inspiraban a nosotros.

Apartó su rostro para decir lo siguiente:

—Espero que sepas que eres más que una amiga para mí. Fuiste la primera persona que me abrió las puertas cuando muchos me habían juzgado. Eres como una pequeña hermanita a la que adoro y espero ver feliz para siempre. Porque es en serio. Me pone muy feliz verte feliz.

Hice mi mejor intento para no ponerme tan sentimental, pero no pude lograrlo. Me acerqué a su pecho para enterrar mi rostro y abrazarle con fuerza.

—Me harás increíblemente feliz si te das una oportunidad para ser feliz —confesé con el rostro a pocos centímetros del suyo.

Una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro mientras acarició uno de los mechones de mi cabello (mojado por la lluvia, claro).

—Te quiero mostrar algo.

Me contó que mientras se quedaba aquí, trabajaba un poco en las ediciones de varias fotografías que llevaba guardado. La última vez que me había sacado fotografías fue durante una salida en la noche. Ni siquiera estaba posando, estaba caminando o algo así. Era en blanco y negro y no me veía tan mal como creí.

—Estaba editando estas anoche. —Eran dos nada más—. Y recordé por qué eras mi musa.

Fruncí el ceño. —¿Por qué?

—No tienes intensiones de verte bonita en las fotos. Y no entiendo por qué lo haces. —Se reía—. Tengo que admitir que me puse muy celoso cuando Sam te solicitó para el muestrario de diseños. Tú eres mi modelo.

Me sonrojé.

—No me gusta la idea de que me expongan en Internet o algo así.

—A Edward no le gusta —me corrigió y se rió—. También tengo las fotos de Folie aquí.

—¿En serio? —No pude disimular mi profunda curiosidad.

—Sí, las vi con Sam después del funeral de Teseo. Le… había prometido a Sam que las mostraría para tu cumpleaños.

No supe qué decir.

—También hay videos. Quería mostrárselos, pero él insistió…

Y lamentablemente no podíamos ir en contra de él. Menos ahora.

Aunque faltaba casi un mes para mi cumpleaños, a decir verdad.

Observé a Sam por unos segundos y me planteé la siguiente duda:

—Thomas, ¿alguien más sabe… esto que me acabas de contar?

Giró su cabeza hacia mí y sonrió con claridad.

—No.

.

(5) Ya eran las cinco y media de la tarde cuando volvía de sacar a pasear a Bear, lo cual se volvía una aventura completa ya que hacía lo posible por entrar al edificio sin que nadie le viera. Aunque en realidad ya todos lo habían hecho y nadie decía nada. Quizás porque Edward era el vecino más apuesto del edificio y no querían echarlo fácilmente o porque la señora Mosby era la única que se quejaba. Que en paz descanse.

Lo bueno es que cuando volvíamos, Bear ya se encontraba muy agitado y deseaba echarse un rato en la alfombra después de beber de su gran tazón con agua fresca.

Abrí la puerta y encontré a Edward sentado en el living frente a una misteriosa rubia.

El corazón me latió con prisa. ¿Era Tanya? ¿Sienna?

—Ahí está Bella. —Me presentó Edward con una buena sonrisa y me sentí aliviada. Al menos no la conocía.

La rubia del momento tenía unos ojos claros y una piel preciosa. Ropa costosa con todos sus detalles femeninos. En otro momento de mi vida, me habría sentido intimidada. Pero comencé a sospechar que se trataba de otra ex novia de Edward e inevitablemente me puse a la defensiva.

—Bella, ella es Lena Doughtown. Una vieja amiga.

—Un placer conocerte, Bella. —Estrechó mi mano con dulzura y Bear empezó a olfatearla—. ¡Pero mira qué cosita bonita! ¿Quién es?

Ella se agachó para acariciar el pelaje –ahora bien cuidado- de Bear y dejar que éste le lamiera la cara. Me hubiese gustado pensar que eso era suficiente para saber que era una buena persona, pero Bear jamás le había ladrado a alguien.

—Bella, Lena me estaba contando acerca de su nuevo compromiso —dijo Edward señalando con sus ojos el diamante que sobresalía en aquella mano.

De repente, me caía mejor.

—¡Oh! Felicidades. —Sonreí honestamente.

—Gracias. —Se ruborizó—. Le contaba a Edward sobre mi prometido y su familia. Quieren organizar una fiesta para celebrarlo, ¿puedes creerlo? Les dije: "¿acaso no se trata de eso la boda?" pero insistieron tanto en invitar a mucha gente…

Bueno, era humilde. Ahora sí me simpatizaba.

—En fin, vine aquí para invitarlos si es que desean venir este fin de semana. Será algo discreto, nada importante en realidad.

Edward me miró a mí porque yo tenía la última palabra. Eso me hizo pensar que esta chica formaba parte del pasado de Edward y me estaba preguntando si deseaba ir o no. Pero si lucía muy feliz por su compromiso, no había problema… o al menos eso creía.

—Claro. —Asentí con gusto—. Sería genial.

—Muchas gracias. —Nos agradeció con una sonrisa que en verdad contagiaba—. Ahora, ¿crees que debería invitar a Jasper? No quiero ocasionarle ninguna incomodidad a su esposa, digo.

Oh, la chica entonces había salido con Jasper.

—No creo que Alice tenga problema —intervine, frunciendo el ceño—. Yo creo que podrías invitarlo, digo, para ir los cuatro.

—Oh, eso sería genial —Se puso contenta por la noticia—. Le llamaré entonces. ¿Podrías pasarme su número? Quisiera hablar con su nueva esposa, todavía no me la ha presentado.

Edward le pasó el número y en menos de un segundo, se excusó porque debía ir a una muestra de vestido.

—Es muy simpática.

—¿Te parece? —Me preguntó alzando una ceja, no muy convencido.

—Sí, es realmente bonita. ¿De dónde la conoces?

Edward frunció sus labios.

—Bella, esa es Lena. La hermana de Sienna.

¡Oh!

—No jodas.

—No jodo.

—¿En serio?

—¿No la reconociste por el apellido?

—¡No conozco el apellido de Sienna! —Bufé—. ¿Acabamos de aceptar una invitación a la fiesta de su hermana?

—Por eso mismo esperé a que llegaras.

—¿Para decirle que "no"? ¿Por qué me esperabas a mí? ¡Tú la conoces a ella! Además, ¿no está al tanto de la situación? ¿No cree que vaya a ser incómodo?

—Le preocupa más Jasper. Salió con él por casi un año.

—Oh, ya veo. Sienna y Edward. Lena y Jasper. ¿Verdad?

—Es como si ella se burlara de Bella y Edward. Alice y Jasper.

Tenía razón. ¡Ratas!

—Bueno, piensa… ¿qué haremos?

—Nada. Le llamaré un par de días antes y le diré que no podemos ir.

—¿Por qué? —Quería saber la razón que daría.

—No lo sé… que teníamos otros planes previstos.

—No lucimos como personas que tenían planes previos, Edward. —Me estaba refiriendo a cómo aceptamos su invitación hace minutos.

—Bueno, que uno se enfermó y debe cuidar al otro.

—No, no uses eso… —dije con tristeza—. No es bueno bromear con la salud.

Él me puso los ojos en blanco. Por supuesto, ningún médico cree en esas supersticiones.

—¿Qué quieres que le diga entonces, Bella? —Se quedó sin respuestas.

Y entonces me di cuenta que, aunque estábamos molestos con Sienna, no lo estábamos con Lena. Es decir, si íbamos con Alice y Jasper, podríamos pasar el rato. En realidad, ir a la fiesta de su hermana, juntos, iba a ser una buena forma de refregarle en la cara que ella no nos influía como relación.

—Bueno, podemos ir —dije al último.

Edward me miró confundido.

—¿Quieres ir?

—¿Qué? ¿Y demostrarle que nos intimida? ¡No! Nosotros deberíamos intimidarla.

Captó en seguida mi perspectiva.

—Pues, tienes razón. Sienna no es nada en mi vida y Lena me cae bien.

—A mí también me cayó bien.

—Además, estaremos con Alice y Jasper. Quizás con esto podríamos darle fin a todo el problema con ella.

—Eso estaba pensando.

—Bien.

—Bien. Llamaré a Alice para contárselo.

.

Sábado. El día de la fiesta. Cogí una fea gripe.

—Eres una zorra. Una pequeña y tramposa zorra —me decía Alice mientras se caminaba por todo el dormitorio—. Vengo desde Francia para asistir a una estúpida fiesta de una estúpida ex de Jasper por ti y te vienes a enfermar. ¿Por qué tanta mala suerte, Bella?

—¡Es cupa' de Eduad'! —me lamenté estando congestionada—. El bue' que bromeó con da' sadud'.

—Pásale el pañuelo, se le caen los mocos. —Alice le pidió urgente a Jasper y él me los pasó.

Me soné la nariz muy fuerte. Podía oír a Edward riéndose a mi lado.

—Ahora te ríes, pero si sigues aquí te vas a contagiar. —Me sentí mejor porque ya no tenía tan cargada la nariz. Por ahora.

—Nos vas a contagiar a todos, sabes. —Me recordaba Alice.

—Yo no fui la que te dijo que te vengas desde Francia para la fiesta. Yo te pedí un favor porque fueron invitados a esa fiesta.

—¿Por qué nunca me comentaste que habías salido con la hermana de Sienna? —Alice se quejó de su esposo.

Él no sabía qué responder. ¿Acaso era una cuestión de los Cullen quedarse mudos cuando se trata de rubias del pasado?

—Porque no tenía idea que Edward la había vuelto a ver. Yo acepté porque tú aceptaste.

—Yo acepté porque Bella me lo pidió y ahora está enferma.

—Bueno, entonces no vayamos —propuso él sin problema.

—¡Ah, no! —Bufó ella—. Quiero conocerla. Vamos a ir sin problemas, ¿bien?

Jasper le puso los ojos en blanco.

—¿Y qué van a hacer ustedes? —Él nos preguntó.

—Tengo que quedarme a cuidar a Bella —dijo Edward sentado a mi lado de la cama, acariciando mi frente —. Ya se te ha bajado bastante la fiebre, eso es bueno.

—No vuelvas a bromear con la salud, ¿me has oído? —le amenacé en voz baja y él volvía a mostrarse escéptico. ¡Nadie debería bromear con eso!

—¿Seguro no puedes? Va a ser tan aburrido si no vas. Nos quedaremos solos en un rincón. —A Jasper no le agradó la idea, creo que a Alice tampoco.

—¿Y dejarla sola? —Edward no concebía aquella alternativa.

—Ay, estoy bien. —Fruncí el ceño—. Solamente serán unas horas. Recuerda lo que hablamos, Edward. No tiene por qué intimidarnos.

—Pero, ¿y si te sube la fiebre? Prefiero tu salud a cualquier otra cosa.

Probablemente, si estuviésemos solos y si los mocos no se me cayeran, le habría dado un beso.

—Podrías usarlo como excusa para llamar a Thomas. No le va a hacer bien estar todo el tiempo en el hospital. Estaría bien con él un par de horas mientras tú vas, ¿qué opinas?

—¿Ves? Esa sí es una buena idea. —Jasper secundó mi plan.

Edward me miró durante unos segundos y me acarició el rostro. No estaba segura de que fuese un acto tierno, porque quizás me estaba tomando la temperatura. O ambas. Me dolía mucho la cabeza para pensar.

—Estaremos un par de horas afuera. Nada más.

Jasper estaba feliz de tenerlo a Edward en la fiesta, pero en cuanto Alice y yo estuvimos un rato a solas, se acercó a la cama con una expresión… sorprendida.

—¿Vas a dejar que asista solo? —Su pregunta sonó más a una advertencia.

Me entró inseguridad.

—¿Por qué? ¿No es buena idea?

—No, no digo eso. —Rápidamente se encogió los hombros—. Es que… bueno, Sienna va a estar ahí.

—Edward no va a hablarle. Él ahora la detesta.

—Lo sé, es que creí que no te agradaría la idea.

—Pues… a veces necesito tener confianza en él, aunque no me guste la idea. No siempre es fácil y tú más que nadie debes saberlo.

Ella me sonrió a medias y acomodó uno de los mechones de mi cabello.

—Transpiraste mucho.

—Sí, no me sentía bien. Ya estoy algo mejor.

—¿Necesitas que haga algo por ti?

No necesitaba nada… hasta que se acercó a hablarme.

—Mantenme informada de lo que pase en la fiesta —pedí con discreción, sin dar detalles.

Alice asintió.

—¿Tú realmente quieres ir?

—Oh, sí. Me gusta marcar territorio. Sobre todo con Jasper. Es un chico tan simpático y apuesto… a veces necesito ser firme, aunque tú sabes que soy más romántica que cualquiera.

Me reí porque eso lo sabía muy bien.

Pero al rato me puse demasiado triste y no supe bien por qué. Por un lado, había comenzado a sospechar el último comentario de Alice y quizás yo necesitaba marcar territorio como ella lo hacía. Yo no era ese tipo de chica, yo no intimidaba a nadie. Pero al menos ya no me dejaba intimidar por alguien. Algo es algo. Y por el otro, Edward se había puesto muy casual pero atractivo para la fiesta. Yo quería acompañarle esa noche… y tampoco me entraba confianza el dejarlo con tantas mujeres.

Antes de irse, le abracé.

—Si necesitas algo, llámame. ¿Bien?

—Sí, señor.

—Pórtate bien, mango.

Me entró un fuerte ataque de tos al que ignoró por completo.

Segundos más tarde, Thomas apareció en el departamento y el resto se marchó.

—¡Qué te pasa, calabaza! —Se burló de mi condición en cuanto entró al dormitorio.

—Me estoy desintegrando.

—¿Por qué? —Se acercó a mi lado de la cama para cobijarme en sus brazos.

—Diablos, había olvidado lo rico que hueles. —Olfateé su camiseta limpia. Él siempre olía como a perfume de coco.

Se rió y me despeinó.

—Qué asco de pelo.

—No necesitas abrazarme. Te contagiaré.

—Ya estuve mucho rato en un hospital lleno de enfermos, estaré bien.

—Bueno, entonces sí. Abrázame.

Estuvimos varios segundos así.

—¿Cómo está? —pregunté en voz baja.

—Igual. Habrá que esperar un poco más tiempo. —No obstante, le oí algo optimista y eso me hizo sentir aliviada—. ¿Y tú? ¿Qué tal con Edward?

—¿No te cuenta él? —Creí que hablaban de eso.

Negó.

—Casi nada. No hablamos de ti todo el tiempo, ¿sabes? —Se mofó.

Me levanté para mirarle de frente.

—¿Es en serio? Todo este tiempo creí que él te contaba, bueno… nuestras cosas.

Me sonrojé y él se rió.

—Los hombres hablan de sexo siempre.

—Yo no hablo de sexo con nadie porque a nadie le gusta oír experiencia entre homosexuales, mucho menos a un hombre. Aunque Edward es el más tolerable de todos. Realmente no le importa mis preferencias.

—¿Y él te cuenta de nosotros?

—Es bastante reservado en ese aspecto. Posesivo, más bien.

—¿Sí?

—Sí. No le gusta que alguien sepa cómo eres en la cama porque eres suya.

Aww.

—Pero no porque sea hombre, creo que es su forma de ser.

Tal vez fue la fiebre, pero le quise contar lo del día anterior.

—Edward y yo practicamos BDSM ayer.

Thomas echó una carcajada.

—¿En serio? ¿Te ató y esas cosas?

—Algo así. Me dio muchos golpes. Por eso me duele el cuerpo.

—Vaya… ¿fuiste su "sumisa" como en esos libros eróticos?

—Sí. Y no lo vuelvas a mencionar. Es un secreto.

—Ya. ¿Tenían una palabra clave?

—Sí, pero no te la voy a decir.

—Ya la adivinaré. O mejor, se lo preguntaré.

—Si se entera que te conté me va a retar o algo así. —Lo pensé mejor—. Bueno, sí. Dile.

Volvió a reírse y su teléfono sonó. Revisó el nombre.

—¿Qué querrá Andrew? —Se preguntó a sí mismo y atendió—. Sí… ¿Cómo? … ¿Dónde estás?

Se levantó de la cama y con paso apresurado se marchó hacia el living.

(6) Abrió la puerta y pude oír a Andrew hablándole. Rápidamente me cubrí con las sábanas y fingí dormir (aunque debería hacerlo).

Estaban discutiendo pero sin realmente discutir, como se trataban dos hermanos que acostumbraban a estar en desacuerdo. De repente, Thomas entró al dormitorio.

—Juro que la tenía en el bolsillo, quizás la dejé en la cama. —Estaba buscando algo y por eso se acercó a donde yo estaba. No esperaba con que Andrew ingresara al mismo ritmo.

Se paró en seco cuando me vio.

—¡Bella! ¿Qué hace ahí?

—Esta es mi casa, genio —refunfuñé debajo de las sábanas.

—¿Esta es…? —Observó el resto del dormitorio—. ¿Qué haces aquí?

—Bella tiene gripe. Edward tuvo que salir y me pidió que la cuidara un rato.

—¿No puede cuidarla él? —Bufó de mala gana—. ¿Qué clase de novio se va dejándola sola?

—Yo le pedí que se fuera —gruñí.

—¿Qué clase de novia le pide a su novio que se vaya? —Me acusó.

—Dios, me sacas de quicio. Thomas, ¿puedes sacarlo de la habitación?

Andrew se rió y se acercó a mi lado de la cama.

—Estaba bromeando, Bella. ¿Cómo te sientes?

—Muy mal. Vete.

—No, aquí no está la llave —contestó Thomas con frustración—. Revisaré el living de nuevo. Si no, tiene que estar en el hospital. No pudo haberse perdido.

—Bueno, si no la tienes ahora, ya la has perdido, así que…

Su hermano no contestó nada, siguió buscándola.

—¿Qué busca? —pregunté.

—La llave del departamento. Perdí la mía y parece que perdió la suya.

—¿Y Jane?

—Se fue a…

Y lo recordé.

—Ah, ya. Sí, se fue a la playa con Josh.

Con razón nadie sabía mucho de ellos.

Andrew tocó mi frente y me alejé repentinamente de él.

—Hey, tranquila. Estás transpirando. Sigues con fiebre.

—Mentira. —Me llevé una mano a la frente y la sentí caliente—. Bueno, puede ser.

Se marchó y me sentí aliviada, pero luego volvió con una pequeña toalla mojada para colocármela en la frente.

—Puedo ponérmela sola. Gracias.

—¿Sigues molesta conmigo? —me preguntó.

—¿Alguna vez no lo estuve?

—El último recuerdo bonito que tengo de ti fue cuando te invité a tomar un helado.

—Sí, y después de eso me tiraste semejante bomba. Gran amigo.

—Tu novio no debería mentirte. —Frunció el ceño.

—No hables de él ni te metas en nada, ¿quieres? Eres un fastidio.

Se echó a reír y le miré confundida.

—Deja de tomarlo todo en serio, te estoy bromeando. No le quiero juzgar.

Parpadeé atónita.

—¿Tienes algún problema de personalidad? No es normal que cambies tan rápido de…

—No cambio. Simplemente bromeo.

—¿Tienes miedo de demostrar lo que realmente sientes? Eso hace la gente que bromea.

—Necesito bromear contigo o me pondré depresivo.

—A ver, ¿por qué?

—Porque me rompes el corazón.

—Oh, basta. —Puse los ojos en blanco y le di la espalda para recostarme.

—Bueno, lo admito. Lo que hice fue infantil pero porque soy un idiota. No, no trato de justificarme. Aunque quisiera. En fin, lo lamento. Pero ya han pasado meses y no me he metido entre ustedes. ¿Podríamos olvidarlo y empezar de nuevo? Prometo no seguir bromeando si eso te marea.

¡Dios! ¡Me aturdía!

—¿Por qué hablas tan rápido? No puedo seguirte.

—Lo siento, me pongo así cuando estoy nervioso.

—¿Nervioso, por qué?

—Por cosas… obvias, no importa.

—¿Qué son "obvias"?

—Lo de siempre, Bella.

—No entiendo, ¿qué?

Frunció sus labios.

—Estoy cerca de ti. Me pongo nervioso cuando estoy cerca de ti y por eso actúo como un idiota. Trato de manejarlo.

Me hizo sentir mal al respecto, pero aquello había sonado tierno.

Me miró a los ojos con una expresión medio alterada, pero lucía muy gracioso. Su cabello estaba algo despeinado y por alguna razón, me reí.

—No necesitas estar nervioso.

—No puedo evitarlo. Cuando conociste a Edward, te pusiste así. ¿No?

Asentí.

—Me intimidaba.

—Bueno, tú me intimidas.

—¿Yo? —me reí—. Déjate de bromas.

—Te dije que las iba a dejar.

—¿Por qué te intimido?

Encogió sus hombros.

—Es que eres muy bonita. Pero seguro ya te lo han dicho.

«¿Me estaba flirteando?»

—Me pones incómoda cuando dices cosas así. Pero te lo agradezco.

—No, no era un halago. Pero bueno, de nada por nada.

Me reí.

Thomas apareció en el dormitorio.

—Tampoco están en el living. El padre de Sam dice que las he dejado en el hospital. ¿Me acompañas?

—¿Y vas a dejarla sola? —me señaló a mí.

—Yo estoy bien.

—Tiene fiebre, Tom.

Thomas se acercó a mí para corroborarlo.

—En serio, estoy bien. —Seguí repitiendo.

—No estás muy bien. Quizás deba llamar a Edward.

—No, no hagan eso.

—Quédate y yo busco la llave. —Andrew se ofreció.

—No conoces el lugar.

—Si me dices, puedo ir. Ya he ido varias veces, en realidad.

—Me siento culpable, les dije que iba a ir yo. Si te envío, creerán que estoy siendo egoísta. —Dudó un buen rato.

—Bueno, entonces ve rápido y yo vigilo a Bella.

Pero Thomas no iba a dejarme sola con él.

—No trames nada, Andrew.

—¿Qué?

—En serio, no la jodas.

—¿De qué hablas? Mejor apresúrate. Llamaré a Edward para que venga a revisarla.

Me estaba sintiendo algo mareada.

—Lo haré yo. Si haces algo, te golpearé el trasero.

—¡Hola! —grité yo—. ¡Ni que fuese a violarme! Si hace algo, le pateo el trasero y listo. Ve por las malditas llaves, ¿quieres?

Siguió amenazando a su hermano y se fue.

—¿Ves? Has logrado que mi hermano desconfíe en mí. —Me echó la culpa.

Fruncí el ceño y me levanté para mirarle indignada pero luego recordé que siempre bromeaba, así que puse los ojos en blanco y se rió. Sí, era una broma.

—Muérdeme.

—¿El cabello? Luce horrendo. ¿Qué champú usas?

—Ninguno. Por eso está como está.

—Amish. Me gusta.

Me volví a reír.

—¿A dónde se fue tu novio… si se puede saber? —Me acomodó la toalla en la frente.

—A la fiesta de la hermana de su ex.

Andrew no dijo nada en un rato.

—¿Va a ver a su ex, entonces?

—Es la hermana.

—¿Te sientes segura con eso?

—¿Por qué todos me preguntan eso? ¿Cuál es el problema? ¿No puedo confiar en él?

—No, claramente él es un muchacho leal. Pero… no creo que haya sido buena idea que lo dejes ir solo.

—¿Por qué?

—Porque va a estar lleno de chicas que le conocen y tú no estás presente.

—Edward puede rechazarlas sin mi presencia, sabes.

—No se trata de rechazarlas, se trata de hacerse notar e imponer respeto.

—¿De qué hablas?

—Claro. Si todas te ven con él, sabrán que eres su novia y que lo tienes bajo tu encanto.

Andrew me estaba haciendo sentir mal.

—No necesito hacer eso todo el tiempo. ¿Ellas no pueden entenderlo fácilmente?

—Por eso. La primera vez, siempre es importante hacerse presente como pareja. Cuando alguien va sin su pareja, muchos piensan que se han peleado.

—Estoy enferma.

—Siempre dicen eso, pero en realidad están peleados. Lo he hecho varias veces.

Oh, Dios.

—¿No debí mandarlo a la fiesta?

—Pues… no sé. Es tu relación. No voy a tomar decisiones por ti. Pero habría sido mejor que se quedara contigo a cuidarte.

—Él quería hacer eso.

—De los dos, creo que él es el más listo. —Se mofó.

—No te entiendo, ¿no es que le odias?

—¿Por qué?

—Porque… Andrew, todo el tiempo has creado una enemistad con él en torno a mí.

—Odiar es una palabra muy fuerte. No es que me haya hecho daño.

—Podría. Si te ve en esta cama.

Me ignoró y volvió a tocarme la frente. Me miró fijamente a los ojos.

Me sentí intimidada.

—¿Qué pasa?

Reaccionó y negó lentamente.

—Nada.

Juraría que su rostro pálido se había puesto un poco más colorado.

Aunque Andrew era molesto, parecía un niño muy tierno. Sus reacciones eran algo adorables, pero no pensaba decírselo. No quería darle falsas esperanzas.

—¿Estas son tus pastillas? —preguntó observando una pequeña caja en mi mesita de luz. No esperó a que le contestara y me entregó una—. Toma. Iré a traerte un poco de agua.

Estaba esperando a que Edward volviese para tomarla, pero tal vez era buena idea hacerlo ahora. Él me trajo un vaso con agua y me la tomé.

Durante varios minutos, me adormecí entre las almohadas y no fui muy consciente de mi alrededor, excepto por Andrew. Se había quedado en un rincón de la cama, revisando su iPhone. No me dirigió ni una palabra, lo cual fue bueno para conciliar el sueño.

En un momento, abrí los ojos lentamente, sintiendo que había dormido durante horas y lo primero que encontré fueron los ojos de Andrew, fijos en los míos. Se había acercado demasiado a mí.

Me sentí insoportablemente incómoda.

—Edward te va a matar. —Fue lo primero que se me ocurrió decirle, muy consternada. ¿Por qué se acercaba tanto a mí?

Sin embargo, esbozó una verdadera sonrisa traviesa.

—Oh, bueno. Podría vivir con eso.

Fruncí el ceño, sin comprender a qué se estaba refiriendo.

Mis ojos fueron hacia otro rincón del dormitorio: la puerta abierta.

Mi respiración se atoró. Edward se encontraba apoyado allí, con los brazos cruzados. Su mirada era filosa como una navaja. Por unos segundos, creí que estaría molesto con Andrew.

Pero no, sus ojos feroces me miraban a mí. Estaba molesto conmigo.

CAPITULO 17 Tú y yo Dos personas

EPOV

(1) En un momento de la noche, Alice empezó a despotricar por todo:

—La salsa era muy picante. La carne no estaba bien condimentada. Parecía mal cocida.

—¿Cómo sabes? No la comiste.

—Me doy cuenta con mis propios ojos. ¿Crees que es divertido llegar a una fiesta y que la única alternativa vegetariana sea una simple ensalada de pepino y tomate?

—¿Y cuál es el problema?

—Estoy muerta de hambre —murmuró con vergüenza—. Sabes que los viernes, sábados y domingos acostumbro a cenar bien. Y a propósito, ¿qué es esa horrenda música caribeña? ¿Estamos en un crucero o qué? Es completamente desacertado para el ambiente de esta fiesta que, por cierto, deja mucho que desear.

Admiraba a Jasper. No cualquiera podía aguantar a Alice por más de veinticuatro horas.

—¿Quieres irte de la fiesta? —Jasper suspiró.

—No —contestó ella distraída, todavía con una copa de champagne entre sus delicados y largos dedos.

Los dedos de Bella eran más cortos...

—No podemos irnos en medio de la velada. No se verá bien. Necesito marcar el territorio un poco más.

Fui el único que le frunció el ceño. Jasper se alejó para traerle más champagne. No sabía si eso iba a hacerla hablar más o menos, pero alguna intención ocultaba.

—Ilumíname —le pedí una vez que él se marchó—. ¿A qué te refieres con "marcar territorio"?

—Bueno, estamos en la fiesta de compromiso de la ex novia de Jasper.

—Estoy al tanto de eso.

—Ella también me ha invitado.

—Ajá.

—O sea que quiere conocerme.

Asentí con la intención de que continuara.

—Es decir, debo presentarme a todos como la esposa de Jasper Cullen.

—¿Te importa lo que ellos piensen de él? —Señalé disimuladamente a la familia de Lena a pocos metros de nuestra ubicación.

—Asumo que le importa demostrar que ha salido adelante perfectamente y que cuenta con una buena mujer a su lado. Sería tonto que viniese sin mí. La gente creería que no soy tan importante como para traerme a esta fiesta y sentirían pena por él.

Parpadeé los ojos, algo sorprendido. ¿Me estaba tirando alguna indirecta?

—Entonces… ¿dices que he hecho mal al venir sin Bella?

Efectivamente, Alice había pensado en nosotros.

—No era lo adecuado… pero Bella te obligó a hacerlo. Así que no le veo el problema. —Encogió sus hombros nuevamente, sin darle mucha importancia.

Su respuesta no me convenció como desearía.

Unos minutos más tarde, Jasper volvió con dos copas de lo que parecía ser un champagne con un costo equivalente al de una buena cena en un hotel de cuatro o cinco estrellas. La misma historia con las vajillas, utensilios y centros de mesas.

Me sentía raro. En algún punto de mi vida, logré sentirme plenamente cómodo en este tipo de fiestas. Pero ya no las frecuentaba. Ya no gastaba demasiado dinero en celebraciones innecesarias, acompañado por personas obsesionadas en demostrar quién poseía la mayor cantidad de propiedades en lo que parecía ser una eterna y cínica lucha de egos.

Este ya no era mi ambiente. Esta gente ya no me caía bien. Ya no era ese tipo de hombre.

—Esto es estúpido —solté sin escrúpulos—. No sé qué es lo que hago aquí. Ni siquiera me interesa esta gente. No tengo ninguna intención de interactuar con ellos.

—Quizás porque Bella no está contigo — expresó Jasper.

—Probablemente. Pero ella me habría incentivado a marcharme hace más de una hora. ¿Quieren irse de aquí?

La ex pareja de aquella chica que celebraba su compromiso esta noche, se vio tentado por aquella opción.

—Estoy aburrido. Tal vez podamos alquilar una película de regreso a casa. ¿Qué opinas, Al?

Ahora que éramos dos, Alice lo reconsideraba.

—No podemos irnos antes del postre, es de mala educación. Además, llegamos tarde a la fiesta. No es correcto. —Nos… ¿reprendió? —. ¡Oh, mira eso! —Señaló a Lena con la mirada, chasqueando la lengua—. ¿Es que nadie le va a decir que ese vestido la hace ver como… dos o tres kilos a más?

Ya llevaba un buen rato quejándose de ese vestido.

—Los pliegues están tan arrugados que… Oh, Dios mío. Viene hacia aquí. Disimulen.

Los hombres no son capaces de disimular tan rápido como cualquier mujer.

Lena se acercó a nosotros para saludarnos por segunda vez en la noche. Para ser honesto, lucía bonita. No paraba de sonreír ni de mencionar a su prometido en cada oportunidad que se le presentaba. A Alice simplemente no le caía bien por razones obvias, porque esperar que tu chica no critique a tu ex novia es el equivalente a esperar a que se lleven bien. No va a suceder; y si se da, es demasiado extraño.

(2) A los pocos minutos, Alice se excusó hacia el sanitario mientras Jasper aprovechaba para conversar con su ex suegro que, casualmente, había sido el mío también hace un tiempo atrás.

—¿No trajiste una cita, Edward? —me preguntó una de las tías de Lena.

—No, no. Tengo novia.

—¿En serio? ¿Y cuánto tiempo llevan? —Por alguna razón, para ella fue una sorpresa no tan… grata.

Empezamos a salir hacia más de un año pero todos estaban de acuerdo de que parecíamos llevar más tiempo del que realmente era. Entonces, terminé dando la siguiente respuesta, que no era incorrecta:

—Diez meses.

Y sonó como si fuese muy poco tiempo. Como si fuera una relación demasiado casual. Lo noté en su falsa sonrisa.

—Yo conozco a su novia, es muy pero muy adorable, tía —interrumpió la conversación Lena siendo más honesta de lo que esperaba.

Lena sí que era una buena persona.

—¿Y por qué no vino? —preguntó ella con curiosidad. Su sobrina ya sabía la respuesta.

—Está enferma, pescó una fea gripe —dije a modo de disculpa, y no sabía por qué.

Un silencio incómodo se interpuso en el ambiente y al fin comprendí el motivo. Cuando alguien no quería traer a una novia o habían discutido, inventaba esa excusa.

Y tal y como Alice lo había dicho, esta gente esperaba encontrarme en una mejor situación que Sienna. Algo que, probablemente, no había logrado demostrar en lo que iba de la noche. Y si me ponía algo paranoico, incluso apostaría que deseaban verme nuevamente con ella.

Lena parecía muy agradecida por nuestra presencia, pero algo me decía que eso era producto de la felicidad de un nuevo compromiso y un par de copas a más. No debí haber dejado a Bella.

Sus familiares se alejaron de la escena y Sienna, detrás de ellos, me sonrió con los labios fruncidos, encogiéndose los hombros.

—Mi tía…

Intentó encontrar palabras para describir lo acontecido, pero luego puso los ojos en blanco y se echó a reír. Yo la acompañé.

—Eso sí que fue incómodo. Lamento que te haya hecho sentir así.

—No, está bien. —Le resté importancia, con una mano en el bolsillo y la mirada hacia el suelo.

No estaba muy seguro de cómo sentirme junto a Sienna. Ella aún sentía algo por mí. Pero era amable y discreta hasta el último momento. Tampoco le había visto acompañada por alguien. No se lo pregunté.

—¿Qué es lo que tiene Bella? —preguntó con casualidad, cruzándose los brazos. Se notaba que quería entablar una conversación por un rato.

—Es por el cambio de clima… se resfrió y necesita reposar.

Sienna hizo una mueca en señal de lamento y asintió.

Recordé en ese momento por qué me estaba sintiendo algo incómodo junto a ella: Bella la había maltratado con aquella llamada en mi cumpleaños.

—Escucha, Sienna… no debería ser yo quien te lo diga, pero lamento lo que hizo Bella aquella noche. Esa llamada fue ruda e innecesaria. Ella no es una mala persona, únicamente se siente intimidada con mis ex novias porque… bueno, soy su primer novio y es nueva en todo este asunto de los celos, y…

La expresión de Sienna se modificó:

—¿Eres su primer novio? —Creía que estaba bromeando—. Entonces… ¿jamás estuvo con nadie?

Técnicamente, eso no era cierto. Pero antes de contestarle, me di cuenta que, uno: ese no era su asunto, y dos: se estaba burlando de ella.

—¿Qué significa eso, Sienna?

Dejó de reírse y me miró de frente, cambiando su expresión.

—Nunca fui una persona de indirectas y lo sabes. ¿Qué es todo este asunto con Bella? ¿Es serio o…?

No supe qué contestar. No estaba seguro a qué se refería, pero si era lo que yo creía, estaba loca.

—¿Cómo que "asunto"? —pregunté consternado, en voz baja, acercándome un poco más a ella—. Es algo serio, Sienna. Por Dios… estoy enamorado de ella.

Bufó.

—¿Por qué? ¿Por ser la primera chica "que te ama por dentro"? —Se rió—. ¡Por favor! Es la primera que necesita un golpe de autoestima para funcionar. Y como es algo que nunca has experimentado, te encanta. Siempre te gustaron los retos.

Me quedé mudo. ¿Pero qué…?

—Muchas te queríamos por cómo eras, Edward. Pero tú estabas demasiado ocupado pensando que éramos lo suficientemente vacías y creídas que no te diste cuenta.

Aquello me indignó por completo. Esto era el colmo.

—Tú me engañaste —dije medio indignado, medio asombrado—. Fuiste la primera persona en hacerme eso, ¿cómo te atreves a decir que en serio me amaste?

—Te dolió el orgullo, no el corazón. No confundas las cosas. —Se mofó.

Tal vez tenía razón, pero ella era la persona menos indicada para hablar de amor.

—Es decir, puedo entender que hayas decidido dejar a Tanya. Estaba llena de mierdas en la cabeza; el dinero, su cuerpo, su obsesión por ti que rayaba a lo enfermizo. Su relación era algo venenosa para ti y tu familia. Pero… ¿Bella? —lo dijo como si fuese… poco—. ¿Una chica como ella es suficiente para enemistar a ambas familias?

Parpadeé atónito.

—¿Cómo lo sabes? —inquirí sorprendido. ¿Cómo sabía que los Denali nos odiaban ahora?

—Todos están al tanto de ese lío, Edward. —Me miró como si le pidiese una explicación deducible por simple lógica.

—¿A qué viene tu planteo, Sienna? ¿Por qué te importa con quién estoy ahora? Bella es diferente en muchos sentidos que ni siquiera podrías entender. No hubo, ni habrá, una mujer como ella en mi vida y lamento que eso hiera tu ego. Dejarla no está en ninguno de mis planes, ni presentes ni futuros.

—¡Por favor! —Bufó de nuevo—. Una niña inocente que nunca tuvo un novio… ¿Qué te hace pensar que no va a querer estar con alguien más?

¿Eh?

—Tú y yo hemos experimentado la vida loca antes de asentar cabeza. Ella no tuvo ni una sola experiencia chiflada que disfrutar y ya quieres… no lo sé, colocar sus lápidas juntas.

—Ella no es así —se lo garanticé.

—Tal vez. Pero, ¿está dispuesta a comprometerse contigo? Sería extraño si lo hiciera, es demasiado joven.

Y eso me dolió porque podía estar en lo cierto. En realidad, esa podría ser la respuesta por la que Bella no deseaba un pronto compromiso: era muy joven.

Pero eso no justificaba la escena que estaba montando.

—¿Cuál es tu punto en todo esto? —pregunté de mala gana.

—Trata de no dar tanta vergüenza ajena cuando hables con mi familia al decir que me dejaste por una tonta niña que solo lee libros y deja venir a su novio a la fiesta de una ex.

Como una arpía, tal y como solía hacerlo, me dio la espalda y se retiró, dejando veneno a sus espaldas.

En ese momento, sentí que ya había sido suficiente. Por más amable y respetuoso que fuera con aquellas personas que frecuentaron mi vida en tiempos anteriores, no podía traerlos al presente. No servía. Yo era un hombre diferente: con valores, una vida y una mujer distinta que jamás comprenderían.

Perdí a Jasper y a Alice a los pocos minutos. Sin ánimos para saludar a alguien más, me retiré de la fiesta con completa casualidad.

Entré al auto y tomé el teléfono para avisarles de mi plan y de paso llamar a Thomas. Pero me encontré con un mensaje suyo en el WhatsApp.

T:

Mi estúpido hermano perdió sus llaves y dejé las mías en el hospital. No tengo otra opción que ir a buscarlas. Lo dejé a cargo de Bella por unos minutos. Antes de que golpees mi trasero, te advierto que ella está durmiendo. No es un violador. No va a meterle mano cuando está con fiebre. Pero por las dudas, te lo aviso.

—¿Qué…? —No encontré palabras para explicar mi desconcierto. ¿En qué mundo habría pensado que dejar a Bella en casa supondría un problema?

Le contesté antes de ponerme en marcha:

E:

Igual voy a patear tu trasero.

(3) En el trayecto, pensé en cómo reaccionaría si lo encontraba allí, al lado de Bella, pero me contuve porque sabía que estaría actuando exageradamente ya que había tenido una muy mala noche. Si ejercía cierto control a mis impulsivas emociones, lo hacía por Bella. No por mí.

Llegué, tomé el ascensor e introduje la llave con cuidado para no causar ruido. Encontré a Bear durmiendo en un rincón de la alfombra del living. No se despertó como normalmente hacía.

Me acerqué lentamente a mi dormitorio. La puerta estaba abierta. Y lo encontré ahí, sentado al lado de Bella. Ella lucía más pálida de lo normal. Tenía fiebre. Él acariciaba uno de los mechones rojizos de su cabello.

Por poco e iba de prisa para quitarle las manos de encima. Pero no. Mi indignación aquella noche era tal que no quería ir por lo físico. Lo haría en serio. Quería ver hasta qué punto llegaba su ridículo comportamiento.

Estuvo largos minutos observándola fijamente y yo lo esperé con paciencia. Él tomaría ventaja.

Como era de esperarse, aprovechó la oportunidad y acercó lentamente su rostro hacia el de ella. Quería que llegara hasta los pocos centímetros para decirle:

—¿Y qué sigue después?

Reaccionó como si hubiese recibido una descarga eléctrica. Su respiración se agitó por unos segundos y su mirada se clavó en la mía.

Encogí mis hombros cuando buscó algo en ella.

—La besas… ¿y qué sigue después? —Me encontraba apoyado en el respaldo de la puerta, con los brazos cruzados—. ¿Se lo cuentas para que termine por odiarte completamente? ¿O te lo guardas como un degenerado?

Reaccionó al instante.

—Oh, déjame adivinar… —Sonrió maliciosamente—. Te sentiste culpable por dejar a tu novia e irte con tu ex, ¿no?

¿Por qué todos lo veían de esa forma? Bella y yo éramos los únicos a los que no les importaba la fiesta, ¿por qué al resto sí?

—¿Sabes? A veces siento que no eres tan buen novio como todos dicen.

Este era el tipo de pelea infantil, donde dos personas buscan atacarse sin intenciones de dialogar.

—¿Qué quieres, Andrew? —Y no fue una pregunta concreta, fue una general acerca de lo que ya venía haciendo desde hace tiempo.

—Vienes aquí, irrumpes mi propiedad, te metes en mi cama, toqueteas a mi novia mientras duerme…

Los hechos me cayeron por completo y sentí que estaba a poco y nada de darle una paliza. No era la mejor opción en este momento.

—¿Sabes qué? Me duele la cabeza. Mejor vete de aquí antes de que esto termine mal —indiqué directo.

Se levantó.

—Claro. Me iré en cuanto alguien capaz de cuidar a Bella entre a la sala —dijo mordaz.

Me reí.

—Entonces ya puedes irte tranquilamente.

Entrecerró los ojos y permanecimos en silencio por largos segundos. Lo pensé mejor… y se me ocurrió una idea.

—Está bien, hazlo.

Parpadeó dos veces y luego me frunció el ceño.

—¿Qué?

—¿Quieres besarla? Digo, si la besas, te sacarás de encima las ganas y nos dejarás en paz para siempre, ¿no?

Sonaba ridículo, pero un beso no me molestaba. Para ser justos, yo había recibido besos indeseados durante nuestra relación. Uno con Bella no debería ser un problema porque yo sabía que ella lo despreciaba. Estaba dispuesto a hacer lo que fuera para que ese bicho se nos quitara de encima. Era apenas un niño.

Andrew me miró como si hubiese dicho una locura.

—¿Serías capaz?

—Será como si hubiese llegado cinco minutos más tarde.

Y pude haberlo hecho. El tráfico era una locura.

—¿En contra de su voluntad? —Se rió.

—Eso mismo te planteé hace un rato, Andrew.

Touché.

Permaneció pensativo durante varios segundos.

—¿Y qué pasa si ella me golpea?

¿Y qué esperaba que hiciera? Ese ya no era mi asunto.

—No puedo hacer nada al respecto. —Encogí mis hombros.

—No tienes idea cuánto pagaría por ver tu cara si ella no dice nada. —Negó varias veces, sonriendo con malicia. Él creía que eso iba a pasar.

—¿Te encantaría, no? —Entrecerré los ojos—. Si ella no te dice "Andrew, vete de aquí", es toda tuya. En serio.

Me mofé de él. Se dio cuenta rápido.

—De otra forma, si esto no te resulta, nos dejarás en paz. Para siempre.

No contestó nada, pero oyó claramente mi amenaza. Respiró hondo, su mandíbula se tensó, preparándose para la gran acción.

Era difícil verlo, pero le tomó menos de cinco segundos para que Bella se despertara. Moría por ver esto.

Él se alejó y ella lo miró anonadada.

— Edward te va a matar .

Mi cuerpo se heló y sentí algo extraño en el estómago. Pero más que nada, me vi asombrado. ¿Y eso qué quería decir? Está bien, yo iba a golpearle. Pero, ¿es lo único por lo que no le correspondía? ¿Por mí? ¿No podía serlo porque a ella no le gustaba la idea?

Andrew vio la sorpresa e indignación en mi rostro. La suya era otra historia. Y una que odiaba.

—Pues… esto es interesante. —Se rió y se levantó, mirándome a mí en el proceso—. Esto es verdaderamente interesante.

—¿Qué? —Bella nos preguntó, afiebrada y recién despierta. No entendía lo que estaba sucediendo.

—Bueno, creo que dejaré que ustedes dos se pongan al día —dijo él triunfante, alzando ambas manos y con una tonta sonrisa en el rostro.

Se acercó a mí, pero únicamente porque no había otra salida.

—Puedes golpearme la cara si quieres, no tengo ningún problema. —Se hizo el chistoso—. Y aun así… las cosas no cambiarían.

Se acercó aún más. Necesité controlar todo mi cuerpo para no hacerle caso.

Me miró con malicia.

—Como dije antes, no eres un buen novio, Edward Cullen.

BPOV

¿Qué quiso decir con eso?

Andrew se marchó de la habitación sin que Edward lo detuviera. Sus cuerpos se rozaron de una forma sumamente incómoda y tensa. Él estaba allí, apoyado contra la pared. Algo me hacía pensar que ya había llegado hace rato y que había mantenido una conversación con Andrew.

Entonces… me vio y no hizo nada. ¿Por qué?

En cuanto Andrew desapareció, nos quedamos en silencio, expectantes.

—¿Entonces…? —inquirí, esperando que me diera una explicación de lo que acababa de suceder.

—¿Entonces…? —me contestó de la misma manera. Y no fue agradable. Estaba molesto conmigo.

La escena no me cuadraba, así que no podía saber el motivo por el que estaba así.

—¿Vas a explicarme qué fue todo esto? ¿Por qué te habló como si llevaras tiempo aquí si…?

Tampoco necesitaba recordarle lo que acababa de pasar.

Suspiró, acercándose a la cama.

—¿Quieres que hablemos de por qué mi novia recibe un beso de alguien que no es su pareja y lo primero que le sale es un "Edward te va a matar"?

¿Estaba molesto por eso?

—¿Debí decir otra cosa? —Fruncí el ceño, sin comprender.

—Uh, pues, no sé. Digamos… "aléjate, no quiero que me beses sin importar si mi novio te golpea o no, porque no me interesas".

Y entonces comprendí.

—Espera. —Me reí sin creerlo—. ¿Estás molesto… conmigo?

—¿Tengo que dibujarte la escena? —contestó siendo condescendiente.

—¡Claramente! —Volví a reír, atónita—. ¡No tengo idea de qué acaba de suceder!

Pero Edward gruñó y se alejó un poco más de donde estaba.

—Fui a la fiesta más sosa y desagradable que estuve en un buen tiempo, con gente que cree que soy el peor novio de todos por dejarte tirada en la cama, enferma, por tu propia cuenta. Entonces, decido volver y encuentro a este imbécil a punto de besarte. ¿Lo detengo? No. ¿Por qué? Porque quería que de una vez por todas se quitara las ganas.

Ohhhhhhh, ¡¿qué?!

—Espera, espera, espera. —Lo detengo automáticamente—. ¿Dejaste… que me besara? —Me indigné—. ¿Como si yo fuese un objeto? ¿Es eso lo que me estás diciendo?

Me miró serio.

—¿Crees que esta es la reacción que tengo por un objeto? —Dejó por sentado lo obvio. Suspiró—. Sienna lo hizo en una ocasión y te sentiste mal. Creí que si hacías lo mismo conmigo, estaríamos a mano.

—¿A mano? —repetí, molesta—. ¡Pero yo no quería hacerlo!

—¿Crees que yo tampoco? —Me interrumpió—. Te sentiste mal y consideré un buen pago de conciencia sentirlo de la misma forma.

Bueno, si lo decía de esa manera, lo podía entender. Podía, realmente.

—Bien, lo entiendo. —Asentí brevemente—. Pero… —Y luego, el asunto me abrumó—. No, espera. No puedo entenderlo. ¿Por qué querrías que lo besara si lo detesto?

Me miró en silencio durante un largo rato. Sus ojos…

—Porque estaba seguro que lo primero que harías sería golpearlo. No decirle que yo iba a golpearlo —dijo con un dejo de dolor.

—¿Cuál es el problema con eso? No entiendo, ¿qué dije mal? —Me sentía asfixiada. Me molestaba no entender qué era lo que le sucedía.

—Sonaste como si lo único que te llevara a no hacerlo, fuera por mí. No por ti.

Oh. Ahora estaba un poco más claro.

—No lo dije porque estaba dormida… pero sí es lo que pienso —aseguré con confianza. No había duda en eso.

Edward me miró fijamente por un rato. Algo en él… no me creía del todo.

—¡Edward! —Solté una risita nerviosa. Me dolía la cabeza—. Por favor… tú sabes que te amo.

—¿Qué sentiste? —cambió de tema, concentrado.

—¿De qué hablas? —Sabía a qué se refería, pero estaba segura de que no preguntaría eso.

—¿Qué sentiste con ese beso?

¡Eso era el colmo!

—Edward... ¿por qué me pides eso?

—Porque si me amas, como dices, no tendrías problema en contármelo.

Nos miramos por un largo rato. Debía ser honesta.

—Se sintió raro. —Fue lo primero que se me ocurrió. Pero estuvo bien, porque él estaba helado y yo caliente. Tenía mucha sed—. Agradable, pero…

Edward se levantó de la cama como si se hubiese paralizado.

—¿Qué? —No era una pregunta, sino una acusación.

Había malinterpretado mis palabras.

—No, no en ese sentido —aclaré rápidamente—. Él estaba frío y yo muy caliente, y…

—Oh, Dios.

Me puso los ojos en blanco y comenzó a caminar nervioso por la habitación.

—Pero, Edward, lógicamente es agradable porque…

—¿Quieres dejar de hablar? —exclamó de mala gana—. ¿Quieres…? ¿Quieres callarte un momento? Estás diciendo las palabras incorrectas. Por favor, detente.

Eso me dolió. Edward nunca me había pedido que me callara. Pero lucía como si yo estuviese diciendo cualquier cosa y a él le estuviese doliendo mucho.

—¡Me pediste que fuera honesta!

—¡Porque supuse que contestarías que no! —soltó bruscamente—. ¡Que fue algo horrendo y que no lo querías!

—¡No sé qué sentí! —expliqué nerviosa—. ¡Tengo calor, la fiebre me sube, no me siento bien y lo único que haces es gritarme!

Me dio la clásica respuesta en medio de una discusión:

—¡No estoy gritando! —vociferó.

Un silencio abrupto interrumpió nuestra conversación.

—Dios sabe que te amo y que eres el único que me importa. No sé por qué te molestas por cosas pequeñas —dije con una voz calmada, tratando de hacerle sentir de la misma manera.

Y al parecer, dio efecto. Me miró con más suavidad.

—Esto… esto fue tan rápido y tonto. No tuvo sentido. No fue…

Miré a Edward y vi la duda en su rostro. Él creía que…

—¿No fue…?

Él creía que sí.

—Okay, esto es suficiente —refuté tajante—. No te fui infiel, Edward.

Él no dijo nada.

—¡Oh, por Dios! —exploté—. ¡No te engañé! ¡Ni siquiera sabía lo que estaba sucediendo! ¡No estaba consciente!

Okay, eso no estuvo bien. Esa era la típica frase de los que engañan.

—¡Edward! ¡Soy Bella! —exclamé señalándome—. ¡Yo no engaño a nadie! Me siento culpable de engañar a mi gata con Bear. ¿Crees que podría hacerte algo así a ti?

Y siguió sin contestarme.

—Oh, Dios. Esto es ridículo. Necesitas dejar de ser tan catastrófico.

Y entonces, tanta amargura me hizo sentir arcadas. Mi garganta estaba haciendo demasiado esfuerzo. No me sentía bien.

—Entonces, explícame qué hacía él aquí. ¿Por qué le dejaste entrar en nuestra cama? ¿Por qué contestaste eso? ¿Por qué dijiste que fue agradable besarlo?

Él seguía discutiendo, pero yo estaba concentrada en la horrenda sensación que estaba sintiendo en ese momento. Y entonces, se sintió peor.

Me llevé una mano a la boca, salté de la cama y fui corriendo al baño para vomitar el agua que había tomado antes de acostarme.

Y salpicó encima de mi camiseta. Genial.

A los pocos segundos de calmarme, sentí sus manos apartar mi cabello con suavidad.

—No, no, vete —pedí con cansancio—. Esto es horrendo, no veas.

Chasqueó la lengua y masajeó mi espalda con cuidado.

—Termina de vomitar. Tienes arcadas.

Dijo la maldita palabra mágica. Sentí asco y volví a vomitar, pero no expulsé nada. Fue terrible.

Edward me calmaba con suaves masajes y con pequeños "está bien" para que mi estómago se relajara. Funcionó.

Apoyé mi rostro contra el retrete mientras él me acariciaba la frente.

—Estás caliente. Ven, vamos a la cama.

Me quiso levantar, pero yo no quería.

—No, no me toques —me quejé—. Me vomité la camiseta. Mira.

—Te la cambiaremos, no te preocupes —repetía con paciencia.

No hablé durante el resto de la noche. Me acompañó hasta la cama y me recostó. Después de un rato, cuando las arcadas ya habían desaparecido, me dio dos pastillas y jugo de naranja. Me quitó la camiseta para colocarme otra. No llevaba sostén, así que sentí a ese acto, simple y vago, muy íntimo.

Tal vez esa haya sido otra de las razones por las que no le gustó mi cercanía a Andrew.

A pesar de toda la discusión, y de que ambos seguíamos enojados por el asunto, lo olvidamos. Me dolía la cabeza y me sentía fatal. Él se recostó a mi lado y empezó a acariciar mi cabello sin decir una sola palabra. A veces pienso que este tipo de cosas son normales. Lo más lógico que un chico puede hacer por ti es cuidarte. Pero luego recuerdo que lamentablemente, no todos son así. Edward era muy especial para mí.

Me dormí abrazándole fuertemente.

.

A la mañana siguiente, me desperté porque Bear me estaba lamiendo el pie izquierdo.

Edward seguía recostado a mi lado como si no se hubiese movido en toda la noche. Revisaba algo en su teléfono. Juraría que se había cambiado la ropa, pero no recordaba lo que había usado anoche. Le di un beso en el pecho.

—Mmm… hola —murmuré infantilmente.

—Hola. ¿Estás bien? —me preguntó en un susurro, ubicando su teléfono a un costado.

Me sentía mejor.

—Sip.

—¿Quieres desayunar?

Negué. Quería descansar un rato más.

—Quiero seguir durmiendo.

Me revisó la temperatura.

—Estás mejor. Bebe esto.

Me entregó el mismo vaso con jugo de manzana de la noche anterior. Bebí su contenido de un solo trago.

—Tengo que ir a hablar con Emmett —me avisó.

Normalmente, eso no habría sido relevante, pero ellos no se hablaban desde la hospitalización de Sam.

—Oh, vaya.

—Sí. Tengo que irme. ¿Vas a estar bien aquí?

Asentí sin problema.

Se separó de mí, se levantó de la cama y tomó su teléfono.

Me acerqué para besarlo y él lo recibió, pero castamente.

Cualquiera habría pensado que no lo había profundizado por mi estado, pero era Edward. Sabía lo que era pasar el día entero con un enfermo. Así que esa no era una excusa.

Entonces, me di cuenta que seguía molesto.

Antes de desaparecer del dormitorio, me señaló su teléfono. Me estaba avisando que, cualquier cosa, podía comunicarme con él por ahí. Lo que suponía que tardaría un buen rato.

Se fue y en cuanto la puerta se cerró, grité:

—¡NO FUI INFIEL!

.

(4) A la noche, ya me sentía mucho mejor. Y como Edward planeaba cenar con Emmett y Jasper, decidimos hacer lo mismo Melissa, Jane, Alice y yo.

En el momento, Jane nos contaba sobre los anticonceptivos que estaba tomando.

—¿Qué? —exclamé algo indignada—. ¿Tomas anticonceptivos? ¿Desde cuándo?

—Hace… una semana, creo —respondió confundida.

—¿Una semana? ¿Por qué no me lo contaste?

De acuerdo, no me molestaba la idea de que Jane creciera y tomara sus propios anticonceptivos, pero se suponía que yo era la única que se encargaba de cuidarla. Que lo haya hecho por su propia cuenta, me hizo sentir algo apartada de su vida.

—No quería molestarte… —se disculpó cruzando los brazos, mirándome con pena—. El doctor Cullen me recomendó a una de las ginecólogas del consultorio y… bueno, me pareció más sencillo…

¿Carlisle le recomendó una?

—¿Fuiste sola? —Alice le preguntó con cierto morbo, y lo supe porque también deseaba saber si el mismo Carlisle la había acompañado.

Uh...

—Er... no, J-Josh me acompañó. —Jane se ruborizó.

Ninguna de las tres había anticipado la mención de su nombre, y eso no hablaba muy bien de él. Pero al parecer, tan malo no era.

—Qué galán... —Melissa asintió varias veces, sorprendida—. Lo estás cambiando de veras, eso es algo esperanzador. La última vez que fue en serio con alguien, ella estaba llena de tatuajes... cubierta de ellos en todas partes. —Empezó a hacer gestos con las manos para exagerar—. No estoy muy segura si le contagió algo, ni tampoco por qué terminaron. Creo que ella quería intentar cosas a las cuales él no estaba abierto.

—¿Te refieres a...? —Alice ladeó una pequeña sonrisa picarona, alzó su dedo índice y lo retorció rápidamente.

Melissa rió en voz alta.

—No voy a hablar del asunto, pero no creo que haya estado alejado de esa posibilidad.

Jane no comprendía nada.

—¿Qué? ¿Qué cosa es esto? —Imitó el movimiento de Alice con su dedo índice.

Ambas la miraron por un rato, riéndose y pensándolo.

—Tal vez otra noche te lo cuente. —Melissa decidió guardárselo.

Intenté reírme, pero estaba muy pendiente de mi teléfono. No había visto a Edward en lo que iba del día y no es como si no estuviese acostumbrada, pero sí lo estaba a sus constantes mensajes. Solamente había recibido los que me avisaban de sus planes, y me preguntó qué estaba haciendo y hacia dónde iba, pero eso era todo.

Nunca me consideré una persona muy celosa, o al menos eso creía hasta que comencé a obsesionarme por su "última conexión". ¿Con quién hablaba? ¿Y por qué no conversaba conmigo?

Decidí romper el hielo.

B:

Hey, te amo.

No planeaba cerrar la ventana de WhatsApp. Quería hablar con él.

—¿Bella?

Alcé mi cabeza. El camarero me miraba fijamente.

—¿Qué vas a tomar? —me preguntó Alice.

—Eh... una cerveza, supongo.

No tenía hambre, pero sí mucha sed.

Melissa pidió lo mismo. Jane demandó una gaseosa y Alice un vaso con jugo de naranja.

Si mal no recuerdo, estaba a dieta. ¿Dieta para qué? Lucía bien.

Cuando el muchacho se fue, Jane continuó hablando.

—No estoy muy segura de qué cosas experimentaba Josh en sus relaciones anteriores, pero...

Dejó de hablar, excesivamente colorada.

—Bueno, estuvimos en la playa, ¿bien? Estábamos viendo el amanecer, no había rastros de otras personas a nuestro alrededor, entonces decidió hacer algo que... caray, no sé cómo explicarlo.

Me había llegado un nuevo mensaje de Edward:

E:

También te amo.

Ese mensaje estaba bien, pero no sabía por qué no me cerraba.

—Quiso... —Jane se puso aún más colorada y alzó su dedo índice y mayor, pegados e hizo un movimiento vertical.

—¿Te coló los dedos? —preguntó Melissa, como si estuviese hablando del clima—. ¿Eso fue lo que quiso hacer?

Jane asintió en silencio, tratando de ocultar su rostro con su brazo apoyado en la mesa.

B:

¿Por qué no me hablas?

—Mark y yo lo hacemos todo el tiempo, donde sea. Por eso le obligo a que se corte las uñas. En mi cumpleaños, estaba tan ebria que lo único que pensaba era en ir al baño, me sentía como una maldita embarazada porque... bueno, ya sabes, las embarazadas van al baño todo el tiempo. Él me acorraló, lo intentó y estaba con una fantasía que teníamos, me decía una cosa que... bueno, la cuestión es que me corrí tan, pero tan fuerte que terminé orinándole.

Jane se asustó, Alice se asqueó y yo dejé de prestarle atención a mi iPhone.

—¿Te orinaste? —Jane no lo podía creer.

—Sí. —Melissa sonreía con casualidad—. Puede suceder. A veces por relajar tus esfínteres durante el orgasmo, puede producirse. No digo que sea una experiencia agradable.

B:

Es decir, sé que me estás hablando, pero no como lo sueles hacer. ¿Sigues enojado conmigo?

—¡Cielos! ¿O sea que sintió...? ¿Se lavó las manos o...? —Alice hizo un mohín.

—No se dio cuenta, porque como te digo, estaba acabando. Se lo dije, pero fue su culpa por acorralarme cuando tenía ganas de ir al baño. Pero a él no le molestó. No es un tema tan tabú como la ventosidad vaginal.

—¿La... qué? —Jane frunció el ceño.

Mi teléfono se iluminó. Sentí el corazón en la garganta y me apresuré a leer sus palabras:

E:

Para ser honesto, sigo molesto, sí. Pero no tengo ganas de hablar de eso. ¿Qué haces?

No quería hablar del tema, eso no era bueno. Pero quería saber cómo me encontraba, eso tenía que ser una buena noticia.

—Es la expulsión de gas acumulado en la vagina. Ya sabes, cuando se acumula aire por ahí.

Jane se mortificó.

—¡Dios mío! ¿Eso es posible? —preguntó con miedo. Me miró a mí—. ¿Te ha pasado a ti?

Estaba a punto de escribir un mensaje cuando me lo preguntó, por lo que no tuve tiempo para darme cuenta realmente de lo que estaba por contestar:

—Eh... sí, pero Edward es un médico, sabe más de mi cuerpo que yo misma.

Y solamente había sido una vez.

B:

Estamos hablando de cosas femeninas no tan agradables. Podría imaginar a Josh asqueándose de esto. LOL

—No digo que sea genial, Jane. No todo es sensual y agradable. El sexo puede ser asqueroso, a veces. Solamente te lo estoy advirtiendo ahora que te has abierto…—Hizo un gesto con sus brazos, abriéndolos como si fuesen sus piernas—...al mundo sexual. Por ejemplo, ¿usan condones?

—Er, sí... usamos las dos cosas. No quiero que me pase lo que le pasó a Bell… no quiero que me pase nada raro —se contradijo rápidamente para no ofenderme. Misión fallida.

—Es que en estos días he experimentado cosas... raras, cosas que creí que no me gustarían pero al parecer sí, y no estoy muy segura de cuándo algo debería agradarme o cuándo debería molestarme. Como la semana pasada, cuando hizo un comentario que... ¡Argh! No sé por qué me da tanta vergüenza.

Melissa asintió con paciencia.

—¿Qué tal si cada una dice algo vergonzoso para que te sientas mejor? Ya les expliqué mi experiencia en el baño. ¿Alice?

Ella se incomodó y seguidamente hizo un mohín.

—En mi luna de miel... tuve un par de arcadas mientras le daba sexo oral —admitió no muy orgullosa.

—¿No le vomitaste, verdad? —preguntó Melissa.

Alice negó asqueada.

—Ah, bien, porque eso habría sido desagradable de escuchar. En fin. ¿Bella? ¿Quieres compartir algo?

No podía recordar algo más desagradable que lo de mi período. Y no me parecía más desagradable que lo de la orina y lo de las arcadas.

—Una vez tuvimos sexo mientras tenía el período.

Sin embargo, todas me miraron con impresión. Incluso Melissa.

—Eso es asqueroso —aseguró con una sonrisa—. Eres una asquerosa. Y él es un repulsivo. Los dos deberían estar avergonzados ya que eso es malditamente asqueroso.

Me sonrojé.

—Sangre, orina, arcadas. No puedes superar eso —le garanticé a Jane.

E:

LOL

¿LOL?¿Solamente eso?

—Sí, es verdad. No puedo superar eso. De acuerdo. Josh dijo que le gustaba que tuviera vello púbico de un color distinto al de mi cabello.

B:

¿Te molesto? Podemos hablar más tarde.

No me servía que dijese que no pasaba nada si al final me contestaba cortante. Edward era todo menos callado.

—¿Te vas a dejar el cabello así? No te queda mal —destacó Mel el cabello rosa de Jane. No se lo había quitado desde Folie, pero ahora lucía algo pálido.

—He decidido dejarlo así por un rato. Al principio, creí que Carlisle me haría un problema, pero resulta ser agradable para los niños que llegan al consultorio. Por otro lado, las madres piensan que estoy loca.

E:

Lo siento, estamos a punto de cenar y esto se queda sin batería. Te hablo en un rato. X

Me pregunté si eso quería decir que planeaba llamarme o si continuaríamos con los mensajes.

—¿Verdad, Bella?

Levanté la cabeza, distraída. Jane me hablaba.

—¿Qué? Lo siento, no te oí.

Ella no volvió a preguntarme nada. Entonces, Melissa señaló mi teléfono.

—¿Qué te pasa? ¿Por qué no sueltas el teléfono? —Seguidamente, le dio un sorbo a su cerveza.

—No es... nada. —Negué un par de veces—. Edward piensa que le engañé. Tuvimos una pelea y desde entonces no me habla demasiado.

El silencio se instauró en la mesa.

—¿Y bien? ¿Lo engañaste? —Quiso saber como si no fuese un asunto importante.

—¿Q-Qu...? ¡No! Yo... Argh. —Me entreveré con las palabras y suspiré—. ¿Luzco como alguien que engaña a su pareja? Mira. —Le enseñé mi iPhone—. Hasta tengo su foto en mi pantalla y en mis mensajes. Estoy loca por él. Yo no hago ese tipo de cosas, no soy así.

—¿Y por qué piensa que lo hiciste? —Se rió Melissa. Ella definitivamente creía que esto no tenía importancia.

No había forma de que les contara lo que él había hecho con Andrew.

—Cosas sin sentido. El punto es que nunca he estado con alguien más ni me interesa nadie más y él parece no comprenderlo.

—Desapareció de la fiesta de Lena —me interrumpió Alice, confundida—. Se fue casi sin dar explicación, no parecía de buen humor. Lena nos contó que Sienna había estado hablando con él por un largo rato.

¿Sienna había hablado con Edward? ¿Sobre qué?

—¿Hablaron? Él no me dijo que se habían encontrado.

A decir verdad, Edward ni siquiera me había contado lo que había pasado en esa fiesta.

—Sí, estuvimos un rato afuera, algo así como quince minutos. Y él permaneció todo ese tiempo con ella. Pero no creí que fuera algo malo. Digo, te ves bien hoy. Creí que él te lo habría contado...

Esto no me estaba gustando para nada.

No lo noté en ese momento, pero Melissa me estaba observando fijamente y ciertamente no le agradaba la postura que Alice estaba tomando.

Luego, revisó su BlackBerry.

—Jasper me espera en la entrada. —Tomó su bolso y se levantó—. No entiendo por qué algunos lugares no están acostumbrados a usar posavasos. En otros países, es casi una falta de respeto. Hablamos mañana, ¿quieres?

Se acercó especialmente a mí para darme un buen abrazo y luego, se despidió del resto.

Al rato, Melissa continuó:

—¿Cómo se atreven? ¡Nosotros en Francia tenemos posavasos! —fingió alarmarse y tanto ella como Jane se rieron a carcajadas.

Se estaban riendo del lado snob de Alice. Algo que a mí, particularmente, no me había llamado la atención.

Melissa cambió el tema de conversación y las cosas se pusieron más relajadas. Por alguna razón, tanto ella como Jane, me transmitían mucha paz.

E:

Ya terminamos de cenar, en dos horas estaré allí. ¿Te paso a buscar?

Solía contestar sus mensajes a los pocos segundos, pero esta vez, me quedé en blanco.

—¿Creen que podría acompañarlas? —pregunté cuando se pusieron a hablar acerca de volver a casa.

Mel planeaba llevar a Jane. Ambas me miraron con sorpresa.

—¿Uh? ¿Edward no te iba a buscar? —me preguntó Jane, y sonaba algo preocupada.

Hice un mohín.

—Por supuesto, iremos las tres. Será más divertido. Les enseñaré esa tonta nueva canción que he estado escuchando desde hace tres días —bromeó Mel.

B:

Mel nos llevará. Estoy algo cansada. Te espero en casa.

Y marcó el " última vez hoy a las… ". Y no contestó nada.

Guardé el teléfono y decidí no volver a revisarlo. Cuando el resto de tus amigas se muestran felices, es más fácil darte cuenta que tú no te encuentras bien. La realidad es que nunca antes había tenido este tipo de conflictos con Edward, ni con ningún otro hombre porque esta era mi primera verdadera relación con uno.

Nos fuimos del bar y Mel nos entretuvo un rato con la odiosa canción que había estado escuchando. Me sacó una sonrisa. Agradecí mentalmente que haya decidido dejar primero a Jane en casa, ya que así podía contar con un momento en el que conversar con ella.

—Solamente es una discusión, Bella. ¿Quién no las ha tenido con su pareja? —dijo ella sin borrar esa sonrisa optimista que la caracterizaba.

—¿Tú?

—¡Pff! ¡Millones! Nuestro primer año fue difícil. El segundo peor. El tercero fue maravilloso y desde entonces, todo ha salido genial. Es cuestión de hablar y ponerse de acuerdo.

Algo en el tono de su voz me hacía creer que estaba exagerando, que no tardaría en resolverlo.

—Las únicas peleas que tuvimos las resolvimos con sexo. Tampoco es que quisiera resolver cada problema de mi vida de esa manera.

—¿Te imaginas? La gente no se deprimiría tan fácilmente. —Se rió—. Tienes que descubrir qué funciona con ustedes. Si es el sexo, inténtalo. Espéralo despierta y negocia con él.

—Sí, sí, estaré despierta. —Tampoco planeaba irme a dormir.

Cuando llegamos, ella se despidió de mí con un gran abrazo. Y se sintió distinto al de Alice. Fue más... cálido y maternal.

—Te quiero ver mañana a primera hora en la oficina con una enorme sonrisa. ¿Bien?

—Bien. —Sonreí.

(5) Ingresé al departamento y antes de introducir la llave, escuché las uñas de Bear rasguñar la puerta.

La abrí y saltó hacia mis piernas, en busca de atención. No le gustaba estar solo, ni aunque fuese por dos horas.

—Hey, pequeño... ¿me extrañaste? ¿Sí? ¿Verdad que sí? —Usé una voz infantil mientras rascaba su pelaje.

Ya había cenado, pero cambié el agua de su tazón y le di una de sus golosinas. No sentía ánimos para ducharme, aunque sabía que lo necesitaba. Simplemente me eché en la cama y él brincó hacia ella con la intención de acompañarme. Le gustaba apoyarse sobre mi barriga.

Mientras acariciaba las orejas de Bear, encendí el teléfono para, maldita sea, volver a revisar su última conexión. Lo había hecho hace pocos minutos.

¿Con quién hablaba Edward? ¿Por qué no me enviaba ningún mensaje? Releí el último mensaje que le había enviado:

B:

Mel nos llevará. Estoy algo cansada. Te espero en casa.

En el mejor de los casos, creía que estaba cansada y que no deseaba molestarme. O tal vez ya estaba camino a casa... ¿verdad? ¿Volvería pronto o más tarde?

Me estaba poniendo paranoica. Apagué el teléfono y lo dejé en la mesita de luz. No puede llegar tarde, debe trabajar mañana temprano.

Bear reposaba su cabeza sobre mi vientre. Sus ojitos me observaban en cuanto hacían contacto con los míos. Era como si él pudiese percibir que algo no andaba bien, que faltaba alguien más en la cama.

No me cambié de ropa cuando decidí arroparme entre las sábanas e intentar dormir un poco; algo que definitivamente no iba a lograr.

Mi corazón pegó un brinco cuando oí que insertaban la llave en la puerta. Bear saltó de la cama y corrió hacia la entrada para recibir a Edward. Desde la cama podía oírle saludarlo.

Giré mi cuerpo hacia un lado para darle la espalda en cuanto llegase. No estaba segura de cómo debía hablar con él y eso me hacía sentir profundamente desolada. ¿Cómo es que sabía de qué hablar con él?

Lo oí entrar. Pude sentir como Bear volvía a la cama, invitándole. Cerré los ojos, fingiendo dormir. Se estaba cambiando para echarse en la cama.

Mi piel se erizó cuando se arropó en la cama, justo a mi lado. Lo podía sentir cerca, demasiado cerca. Era inevitable reaccionar.

Me di la vuelta y lo miré. Aún en estas circunstancias, mi cuerpo se entibió. Me sentí sumamente contenta al ver sus hermosos ojos esmeraldas y su despeinado cabello. Aún causaba impacto en mi corazón.

—Hola —le saludé.

—Hey. ¿Te desperté?

Negué.

—No podía dormir —fui honesta.

—¿Por qué?

—Porque quería que llegaras. Me cuesta dormir sin ti.

Le entregué mi corazón en una bandeja de plata.

Ladeó una pequeña sonrisa y empezó a acariciar mi frente... en un gesto muy paternal.

—Duerme, ya estoy aquí.

Se sintió mucho, mucho mejor.

Me acerqué a su cuerpo y lo abracé. Me recibió y eso me hizo sentir sumamente contenta.

Pegué mi rostro al suyo y busqué sus labios. No buscaba profundizarlo, pero necesitaba sentirlo. Quería besarlo un par de minutos nada más, para saber que pase lo que pase, estábamos bien.

Y entonces, Edward frunció sus labios y me separó.

Lo observé atónita. No me dijo nada, simplemente me miró.

—Edward. —Solté una silenciosa risa incrédula. ¿Qué estaba haciendo?

Negó varias veces mientras cerraba los ojos. Se levantó de la cama.

—Lo siento.

Mi corazón empezó a latir con prisa. Me sentía mareada.

—Esta noche dormiré en el sillón —me avisó tomando su almohada y levantándose de la cama.

¿Qué?

—¿P-Por qué? —Mi voz flaqueó—. Edward... —Solté un fuerte suspiro cuando me di cuenta que era aquello—. Mi Dios... ¿sigues molesto por eso?

Él negó mientras miraba el suelo.

—No, ya no es eso. Son... otras cosas.

¿Cómo?

—¿De qué otras cosas me hablas? —Me asusté, en verdad me asusté—. Edward...

—Tienes que levantarte temprano mañana, yo también. Tratemos de descansar esta noche y… lo hablemos mañana, ¿quieres?

Pude sentir como mi corazón se rompía.

No esperó a que yo contestara algo. Se acercó para besarme en la frente y se fue rumbo al living.

Me quedé completamente muda. Incluso Bear soltó un pequeño aullido al ver que se marchaba.

Al rato, Bear volvió a recostarse donde estaba pero no con el mismo ánimo de antes, al encontrarnos a los dos juntos en la cama.

No lo entendía. No podía descifrar qué le sucedía ni qué era lo que necesitaba hablar conmigo. ¿Ya no era el tema de Andrew? ¿Entonces qué? ¿Y con quién había hablado durante todo el día?

.

(6) No pegué un ojo en toda la noche y lloré cuando presentí lo peor. Mi relación con Edward era lo más fuerte que había logrado construir en toda mi vida. No iba a desmoronarse así como si nada y tenía que confiar en eso.

Tuve que irme antes que él y no le desperté, porque prefería ir a trabajar con la mente helada antes que tener que contener las lágrimas por la frialdad en su trato.

Pero ni siquiera era la frialdad egoísta de hace un año. Era esa frialdad de sentir que estábamos muy cerca, pero muy distanciados a la vez, y ni siquiera sabía cómo había llegado a eso. ¿Qué había hecho mal?

Mi rostro era un desastre, lo cual compensé con un buen atuendo, algo que definitivamente habría usado en uno de mis mejores días. Ciertamente, ese no era el caso.

Pedí un café en Starbucks con tal de no desayunar en casa y manejé el Fiat. Antes de llegar a la editorial, decidí enviarle un mensaje a Edward para sentir un peso menos en los hombros y empezar el día de una buena manera.

B:

No sé qué es lo que te pasa, pero te amo. Recuerda por todo lo que hemos pasado, no lo dejes ir por algo que podemos arreglar. Esto no se acaba hasta que los dos bajemos los brazos y yo no pienso hacerlo. Mantendré el teléfono apagado porque necesito concentrarme. Lo encenderé a las doce. Ten una buena mañana. X

Recibí varios elogios por mi vestimenta y por el rubor en mi rostro. No era buena amiga del maquillaje, pero necesitaba lucir lo menos muerta posible.

A eso de las diez de la mañana, ya estaba mucho más distraída. Damian era una de las razones. Siempre salía con chistes y anécdotas raras. En un momento, me preguntó por Sam ya que no sabía si era buena idea visitarlo en los términos que quedaron. Le prometí que iríamos juntos mañana.

Tomé un descanso de diez minutos para salir afuera y fumar uno de los cigarros de menta que había comprado en la mañana.

—Sabía que fumabas en las noches, pero no durante el trabajo.

Melissa apareció detrás de mí con una acogedora sonrisa.

—Creí que lo hacía por diversión, pero empiezo a sospechar que lo hago para disminuir un poco la ansiedad. Los empecé a consumir en mis primeros días en esta ciudad.

Ella asintió.

—¿Qué ha pasado con Edward? —me preguntó mirándome de frente. Cuando lo hacía, significaba que hablaba en serio.

Solté una bocanada de humo. Le conté detalladamente el episodio del sábado y de anoche.

—¿Tienes idea de dónde ha estado? Seguramente ha hablado con alguien.

—Salió con los muchachos... no es como si ellos le fueran a decir "bota a Bella". No lo sé, todos nos llevamos bien, somos esa pareja destinada a permanecer junta pero que tardó demasiado en conseguirlo.

Melissa asintió en silencio.

—No, el asunto no ha sido para tanto. No fue por el beso. Creo que se decepcionó al creer que dirías otra cosa.

—Mel, estaba enferma... ¿qué se supone que tenía que decir? No lo sé, para mí es bastante obvia la respuesta. En todas las oportunidades, he maltratado a Andrew. ¿Qué le hace pensar que quiero estar con otro hombre?

—Tal vez tampoco sea eso. Quizás haya algo más profundo que le llegó. Se dio cuenta de que no controló algún tema en específico.

—¿Cómo por ejemplo...?

Encogió sus hombros.

—Un hombre como Edward no se molesta por cosas sencillas. Le habrá tocado algo. Deberías hablar con él.

—Se supone que íbamos a hablar hoy, pero apagué el teléfono. No quiero saber siquiera si me respondió el último mensaje.

Permanecí un rato en silencio.

—Es que... no lo entiendo. De todas las relaciones en general que he tenido, jamás me sentí tan conectada como con él. Sabe perfectamente lo que pienso y lo que siento. Yo creía lo mismo de él, pero… no sé, es desconcertante que todavía me sorprendan algunas cosas.

—Porque olvidas la lección más importante en la vida —me dijo.

La miré con el ceño fruncido.

—Nunca terminas de conocer a alguien, Bella. —Melissa tiene esa voz, esa expresión y esa forma de ser que siempre transmite paz—. Nunca es suficiente tiempo para descubrir lo increíbles o desastrosas que pueden ser algunas personas. Yo también tuve problemas con Mark en los que pensé... "¿quién es esta persona?"

—¿Y qué hiciste?

—Conversar. Conversamos día y noche. Resulta que sirve de mucho hablar con la otra persona. Y no necesitas usar muchas palabras. Basta con mirarse un buen rato para saber cómo se siente el otro. Es el mismo modo por el que deduje tu humor esta mañana. Luces como una persona que intenta con mucho esfuerzo salir adelante. Eso es algo muy lindo.

Vaya.

—Existen miles de maneras de comunicarse con el otro además de la lengua. Necesitas observar a tu alrededor para darte cuenta. ¿No notaste que Damian te ha hecho un par de bromas para levantarte el ánimo?

¿En serio?

—Puedes ignorar a quien quieras, pero tienes que aprender a leer a la persona que tienes al lado. Yo creo que sí puedes decirme cómo te das cuenta del ánimo de Edward.

Lo pensé... y sí podía.

—Tal vez no sepa qué es lo que pasa por su cabeza...

—No eres adivina, no necesitas saber eso.

—Pero sus ojos me dicen mucho. Me gusta que, a pesar de todo, me mire fijamente. Siento que cuando lo hace, soy lo más importante en la habitación. Me gustó que, después de vomitar, me haya recostado y haya permanecido en silencio. Se guardó todo porque sabía que yo necesitaba descansar. Me encanta eso de Edward, que sea capaz de separar las cosas. Puedes discutir con alguien pero no por eso lo dejas de amar. Amar no solamente significa tener que decir que amas a alguien. Hay muchas maneras silenciosas de amar.

—¿Ves? Si no fuese por esta pelea, no te habrías dado cuenta de eso.

Se acercó a mí y tomó mi dedo índice. Lo juntó con el suyo.

—Estas son dos personas, Bella. Esto es una relación. Los dos se apoyan contra la espalda del otro. Pase lo que pase, no debes abandonar la espalda de tu compañero. ¿Bien?

También me había servido para darme cuenta que nunca había conocido una persona tan sabia como Melissa. Alice tendía a ser algo dura a veces, muy directa... y lo necesitaba. Pero al parecer, Mel había sido la única que se había dado cuenta, simplemente observándome, lo mal que me sentía.

Me hizo cuestionar mi amistad con Alice y cómo se estaba desarrollando últimamente.

—¿Ya terminaste con esa porquería? —Señaló el cigarrillo—. Ven, volvamos adentro.

.

Lydia, una de nuestras compañeras, cumplía sus treinta y siete años y planeaba festejarlos a la salida del trabajo. Nos invitó a la gran mayoría. Por mí, habría dicho que no, pero Mel me había incitado a aceptar. Quizás esto podría ayudarme a hacerme sentir un poco mejor, simplemente serían un par de horas.

Llegamos al bar. Era uno irlandés, que se encontraba a una sola calle de la editorial. Damian nos había acompañado, pero estaba muy pegado a Corinne y al grupo de Suzanne.

—Eso ha sido traición a mano helada. Deberíamos vengarnos —dijo Mel a modo de broma... bueno, ella lo decía todo a modo de broma, o quizás nada, según el punto de vista desde el que se le viera.

Yo estaba pendiente del iPhone.

—Ya le avisé a Mark que estamos aquí, él le dirá a Edward. Le dije que lo llevara a beber algo.

Mel era demasiado amable conmigo. Me miró y se rió.

—Tú y Edward son unos pequeñuelos todavía. Ni siquiera llevan un año. Hay cosas que con el tiempo, dejan de importarte.

—¿Qué tipo de problemas tienes tú con él? —pregunté curiosa.

—Bueno... ninguno de los dos recuerda dónde nos casamos. ¿Cuenta como problema?

Eso me hizo reír.

—Igual... debería encender el teléfono para leer su contestación.

Por un lado, moría por hacerlo. Pero por el otro, temía lo peor.

—Si te va a hacer sentir mejor, hazlo. Quizás intenta llamarte y tú no le atiendes.

Sí, eso podía ser posible. Era buena idea hacerlo.

Lo encendí y esperé a que el teléfono se cargara, ya que no solían llegar los mensajes pendientes de forma inmediata.

Y nada.

—No me aparece nada.

—¿Uhm? —Mel se acercó a mí—. Entra a WhatsApp. A veces llegan cuando lo abres.

Lo hice… y nada. Incluso me mostraba la última conexión de Edward:

Las nueve de la mañana.

Había leído el mensaje.

—¿Qué...? —dije casi sin habla.

—¿No respondió el mensaje?

—¡No! Y se conectó, lo leyó, pero aun así no contestó.

Mel tomó el iPhone para releer el mensaje. Su silencio me preocupaba. Ella siempre tenía algo bueno que decir.

—¿Qué significa eso? ¿Por qué no respondió el mensaje? ¿No quiso responder o qué?

Frunció levemente el ceño y me entregó el teléfono.

—Tal vez no quería molestarte y prefirió esperar a que te desocuparas a las doce. No aparece como que se ha conectado recién, debe estar ocupado.

—¿Pero por qué no contestó ese mensaje? —Me desesperé—. Mel, él siempre contesta cualquier estupidez. Hasta cuando le envío emoticones. Acabo de decirle que le amo y que quiero seguir adelante con él... ¿y lo ignora?

Esto era totalmente inaudito. Este no era Edward.

—A ver, déjame preguntar...

Mel tomó su iPhone y le envió un mensaje a Mark. Lo leí:

Mel:

¿Edward está contigo? ¿Por qué no le responde el mensaje a Bells?

Él contestó en seguida:

Mark:

Él no está conmigo.

—¡¿Qué?! —Ahogué una exclamación, preocupada.

—¿Cómo que no está con él? —Mel se preguntó a sí misma.

¿Dónde estaba, entonces?

—No te preocupes, Mark estuvo con él hace una hora y aun así no se conectó. Quizás no tiene señal o crédito. Seguramente te espera en casa.

Me sentía muy desconectada a Edward. No solamente en un sentido espiritual, sino físico también. ¿Y ahora cómo hacía para comunicarme con él?

—Ustedes... ¿por qué esas caras largas? —preguntó Suzanne desde el otro lado de la mesa, con curiosidad.

Mel y yo no contrastábamos con el entorno de la celebración en ese momento.

—¿Tienes mal de amores, Bella? —preguntó Damian, acercándose a mi lado.

Esa expresión llamó la atención de todos.

—Er...

—¿Por qué? ¿Qué te sucedió? A ver, cuéntanos todo. —Suzanne también se acercó a mí con profunda curiosidad.

No sentí que se trataba de una curiosidad chismosa, sino más bien esa curiosidad de "al fin estás hablando de un tema que nos interesa" porque... bueno, a todas las chicas hoy en día le interesaban los problemas de amoríos.

Además, hacía unos días, me había enterado que Suzanne tenía novio. No estaba buscando arrebatarme a Edward.

—No es nada, una discusión con mi novio. No me contesta los mensajes.

—¡Argh! Hombres... siempre tan orgullosos. ¿Cómo se llama?

—Edward. Somos muy apegados, pero le he enviado un mensaje diciéndole que no quería dejar todo a un lado, que quería estar con él y no ha contestado.

—Oh, cielos... —Hasta ella se preocupó.

—Pero no creo que haya sido a propósito. No se conecta desde las nueve. Tal vez no tiene cómo enviar el mensaje.

—¿Viven juntos?

—Sí.

—Oh, entonces lo encontrarás en casa y hablarán del tema. No te preocupes.

Hasta una desconocida le restaba importancia al asunto. Pero, ¿por qué yo no lo veía de esa forma?

—¿Tienes una foto de él? —me preguntó con curiosidad.

—¿No lo conoces? —Me pareció algo extraño—. Varias veces me buscó en la oficina.

—¿En serio? —Frunció el ceño, sin poder creerlo. Miró a Corinne—. ¿Conoces al novio de Bella?

—Sí, es muy alto y tiene ojos verdes.

Suzanne se emocionó.

—¡Un modelo! Foto, foto, foto —me exigió con diversión.

Sin problema, le enseñé la pantalla del iPhone. Tenía una foto suya ahí.

Noté a Mel especialmente silenciosa. Hasta incluso incómoda.

—A ver, a ver...—Suzanne vio la foto y algo en su expresión no me gustó—. ¿Este es tu novio?

—Ajám.

Intentó no fruncir tanto el ceño.

—¿Por qué? ¿Qué pasa?

—Er... no, nada, es que... lo conozco.

—¿Ves? Quizás también lo hayas visto en la oficina.

—No, pero no de la oficina. Este chico se llama... Cullen, ¿verdad? ¿Edward Cullen?

Parpadeé varias veces.

—Eh... sí. ¿De dónde le conoces?

Me moría si era una ex novia de él.

—Él es el amor platónico de la prima de Ivanna, mi mejor amiga. —Volvía a observar la foto, con el ceño fruncido.

¿Ah?

—¿Su prima? ¿Cómo se llama su prima?

—Sienna.

Oh.

Cielos.

—¿S-Sienna? —Tartamudeé.

—Sí, Sienna Doughtown. Es más, lo vi en la fiesta de compromiso de su hermana, Lena. Ellos estuvieron hablando un buen rato.

El pecho me dolía.

—Hablé con ella hace un día, me dijo que discutieron en la cena y que planeaban verse ayer y hoy o algo así. Se la veía muy emocionada al respecto. ¡Yo creí que este chico era soltero! ¿Realmente es tu novio?

En silencio, recibí el teléfono y me excusé hacia el baño.

Abrí la canilla con agua fría y me la eché a la cara, intentando respirar profundamente.

Mel golpeó la puerta.

—¿Bells? ¿Estás bien?

Ella entró y la miré de frente.

—Dime que estoy en una horrenda pesadilla. Que esto no está pasando, porque es ridículo.

Mel chasqueó la lengua.

—No le hagas cas...

—¿Y si es cierto? ¿Y si se está viendo con Sienna? ¿Y si volvió a sentir algo por ella y ahora duda de mí por todo el asunto de Andrew? ¿Por qué no me lo dijo? ¿Es que quería confirmar lo de ella para luego botarme a mí? ¡Edward siempre fue esa clase de persona! Siempre fue un mujeriego, y más aún porque ella fue la única chica que lo engañó. Tuvo que olvidarla por esfuerzo, no porque haya dejado de amarla. Así que las posibilidades de que esa historia sea cierta son grandes. Considerables, malditamente considerables.

—¡Bella! —Me pidió con calma—. Mark me ha enviado un mensaje.

Mi corazón volvió a latir, pero esta vez con prisa.

—¿Y qué dice?

—Que Edward está con Emmett.

¡Gracias a Dios!

—¡Ay, cielos! —Me encorvé para descansar un rato. El aire volvió a mis pulmones.

—Intenta llamarle ahora.

Tomé mi iPhone y lo hice. Pero no atendió.

—Parece que lo tiene en vibrador.

—Bien, ahora intenta hablar con Emmett. Él podrá decirte algo.

Y así lo hice.

—¡Emmett! —Solté bruscamente cuando oí su voz a través del auricular—. Gracias a Dios que estás ahí… dime, ¿se encuentra Edward contigo?

—Bella… sí, sí. Está conmigo. ¿Por qué?

—No atiende su teléfono. ¿Puedo saber por qué?

—Ah, sí. —Suspiró de mala gana—. El imbécil me dejó a cargo de su teléfono. Me dijo que no quería que le pasara tus mensajes o tus llamadas por ahora.

Mi cuerpo se heló por completo y no fui capaz de contestar algo más.

Mel se preocupó por mi reacción. Yo simplemente corté la llamada.

Ella me miró en busca de una respuesta.

—No quiere atender mis llamadas o mensajes.

Y por primera vez en todo este maldito asunto, Melissa no supo qué decir. No había sonrisa optimista o una bromista que me pidiera que dejara de exagerar. Esto no era bueno, y ella lo sabía.

—Bueno... así es la cosa —dije con voz apagada.

Me otorgó su silencio. Miré distraída a mi alrededor.

—Yo... uhm... creo que mejor me voy.

—¿Estás segura?

Asentí.

—Necesito aire. Me asfixio un poco.

Mel se acercó a mí y me abrazó. Sin decir nada.

Logré escaparme sin despedirme del resto de mis compañeros gracias a que ese bar contaba con dos entradas completamente separadas.

Avancé hasta el Fiat y conduje hacia ninguna dirección en específico con la ventanilla abierta con la intención que el aire fresco me ayudara a procesar todo lo que había sucedido.

El problema era que si juntaba toda la información, me caería la herida. Me daría cuenta realmente de lo jodido que estaba el asunto.

Pero más que nunca, la bronca era no poder siquiera dialogar. Querer discutir cuando esa persona lo único que hace es ignorarte. Ni siquiera le importas como para darte una chance de conversar.

Paré en una calle y tomé el iPhone de nuevo. Revisé su última conexión... y nada. No lo había abierto. Incluso después de saber que le había llamado.

Tenía un par de mensajes de Emmett que me preguntaban qué me había sucedido, el motivo por el que había colgado de esa forma. Pero nada.

Llamé hacia el teléfono de nuestro departamento. Me contestó la máquina de contestar:

"Hey, somos Edward y Bella... *risas*... y Bear. En este momento no podemos atenderte, pero si tienes algún mensaje, ya sabes qué hacer."

...tiiip...

—Hola, soy yo. No estoy muy segura si estás en lo de Emmett, pero probablemente estés en casa antes que yo, así que voy a dejarte un mensaje por las dudas... uhm, sí.

Respiré hondo.

—… ¿Quieres explicarme, grandísimo imbécil, qué es lo que estás haciendo? No atiendes mis mensajes ni mis llamadas. ¿Pones a nuestros amigos en medio con tal de no recibirlos? ¿Cuál es tu maldito problema? ¿Le dices a otro imbécil que puede besarme mientras estoy tirada en cama, sufriendo una maldita fiebre y luego te molesta que lo haya hecho? ¡Me dices que hablaremos del asunto en la mañana dejándome el peor puto sueño de toda mi vida! ¡Porque si te interesa…! ¡No! ¡No dormí nada! ¡Utilicé un maldito tapa ojeras para pretender que no lloré toda una noche! Y… y… te envié ese estúpido mensaje donde decidí tragarme el maldito orgullo para hacerte saber que te amaba y tú lo ignoraste. ¿Qué carajos estabas haciendo a las nueve de la mañana de todas formas, si a esa hora trabajas y apagas el estúpido teléfono? ¿Por qué me haces esto? ¡Se supone que tú y yo somos mejores amigos! ¡Tú sabes todo sobre mí, yo sé todo de ti y ahora me pareces un completo extraño! ¡Y en este momento estoy gritándole al maldito teléfono en medio de una autopista y llorando como una cretina! ¡Así que espero que tengas un buen motivo y la estés pasando de maravilla! Eso… ¡Te amo!

Y tiré el teléfono al asiento trasero.

Decidí ir a la casa de Thomas, porque aunque él no se encontrara, Jane debería estar ahí.

Pero ninguno había contestado mis mensajes.

—¡Carajo! ¿Dónde diablos están estos imbéciles cuando se los necesita?

No le di importancia. La entrada estaba abierta. Subí hasta el piso de ellos y toqué el timbre.

Pero fue otro rostro el que me recibió.

EPOV

No oí nada desde el dormitorio, por lo que supuse que Bella había sido la única en conciliar el sueño aquella noche. Al menos esa era una buena noticia. Necesitaba seguir descansando para superar por completo aquella gripe.

Mi humor en la mañana no había sido el mejor de todos. Desperté y Bella ya se había marchado. Algo en mi interior me decía que se había molestado lo suficiente como para desear un poco de espacio. Ni siquiera había rastros de desayuno en la cocina, y esa no era una buena señal.

Antes de dictar clases, me topé con Mark. Josh había faltado. No me sorprendía si el motivo estaba relacionado con Jane. De todas formas, su familia era dueña de esta institución.

Pude haberle pedido algún consejo. Claro que sí. Es decir, contaba con un amigo homosexual que no deseaba atarse a nadie, un mujeriego que ahora tenía ojos para una sola chica —quien sabe por cuánto tiempo—, y otro que luchaba por aclarar sus ideas entre una niña y mi hermana. Entre todos, Mark tenía que ser la mejor opción para orientarme. Pero no quise hacerlo, porque hacía menos de un año que éramos amigos. Tampoco estaba seguro si en nuestra reservada cuota de amistad se incluía los "consejos románticos". Lo mantuve al margen.

Bella me había enviado un mensaje más o menos a esa hora:

B:

No sé qué es lo que te pasa, pero te amo. Recuerda por todo lo que hemos pasado, no lo dejes ir por algo que podemos arreglar. Esto no se acaba hasta que los dos bajemos los brazos y yo no pienso hacerlo. Mantendré el teléfono apagado porque necesito concentrarme. Lo encenderé a las doce. Ten una buena mañana. X

El mensaje iba bien. Muy bien. Pero ella estaba dispuesta a mantener el teléfono apagado, debido a que mis cuestiones la estaban distrayendo de su trabajo. Eso me hizo sentir culpable.

Mi lema era el siguiente: si no sabes qué decir, no digas nada. No quería equivocarme, como había hecho Bella, al decir que ese beso había sido "agradable". Simplemente al recordarlo, me quitaba el apetito. Y había desayunado poco esa mañana.

Después de dictar la clase, me dispuse a volver a casa para esperar a Bella. Se suponía que saldría con Melissa y sus compañeros de trabajo. ¿Prefería despejarse a conversar un rato conmigo?

Ese era mi mayor miedo: que Bella se diera cuenta que yo le causaba demasiados problemas y que optara por una relación más sencilla. De algún modo debía explicarse su temor al compromiso. A veces sentía que estar con ella era como vivir con una burbuja: quieres mantenerla, pero no quieres, bajo ninguna circunstancia, que esta explote. Ni por accidente.

No quería perderla, pero tampoco deseaba explicarle mis planteos hasta tener en claro qué era lo que en verdad me molestaba. Estaba muy confundido.

Salí de la clase y alguien me llamó:

—¡Edward!

Me di la vuelta e hice un mohín: Lena quería saludarme.

Ella, a diferencia de su hermana, era muy política.

—¿Cómo estás? No te vi al final de la fiesta... ¿te encuentras bien?

Decidí ser honesto:

—¿La verdad? No. —Negué—. Estoy feliz por tu compromiso, Lena. Pero... —Suspiré—. No soporto a tu hermana.

Se mostró sorprendida.

—Creí que podríamos llevarnos bien. Pero… no. Simplemente, no va a funcionar. Y tal vez… esto… —Nos señalé—… tampoco funcione. No se siente cómodo ni creo que…

Entonces empezó a llorar.

La miré atónito. Esto no podía verse bien frente a los estudiantes merodeando por los pasillos.

Decidí empujarla hacia un rincón, donde la escena no fuese tan visible.

—Lena, Le... —No sabía qué decir, no quería ser tan amable. No más—. Mira, lamento haber sido rudo, pero…

—También he discutido con ella —dijo con tristeza, secando sus lágrimas—. Y me siento muy mal. No tenía idea de que también te había tratado mal, pero es que… es que… ¿Por qué es tan malvada, Edward?

—Mira, yo... —Se acercó para abrazarme—. Oh, okay, me estás abrazando ahora, está bien.

—Es que… ¿cómo puede tratarme tan mal? Soy su hermana… los hermanos se apoyan siempre, ¿no?

Asentí. Indirectamente, intenté separarla de mí.

—No puede decirme en la noche de mi compromiso que mi futuro esposo es un imbécil. ¿Y qué si no busco estabilidad económica? Quiero ser feliz con él. ¿Por qué ella no puede serlo por mí?

Podría decir muchas cosas al respecto, pero nunca hablé mal de una mujer.

—¿Te estoy haciendo sentir incómodo, Edward? —me preguntó con tristeza.

Hice un mohín.

—Un poco.

Ella asintió varias veces, secándose las lágrimas por completo.

—Entonces… ¿esta es la última vez que hablaremos, verdad?

—Eh…

Se acercó para volver a abrazarme. Se lo devolví de buena gana. ¿Qué más iba a hacer?

—Saluda a Bella de mi parte, ¿sí? Es una buena chica. Si llegan a casarse, ¿podrías avisarme? Sé que suena raro, pero tengo un buen presentimiento con respecto a ustedes dos. Y mi hermana me detesta por eso.

Qué lástima que lo haya dicho en un mal momento. Aunque pareciera tonto, en mi cabeza le quise contestar: "Ojalá estés en lo cierto, Lena. Dios te oiga."

La segunda despedida fue un poco más incómoda porque sentí pena por la única que conservaba los estribos en esa familia. Aunque no se trataba de una definitiva, probablemente la terminaría viendo mañana en el pasillo o en la cafetería de la escuela.

Emmett me pidió que fuera a su departamento. Acepté porque sabía que tendría un par de horas hasta que Bella llegara, pero me encargué de pasar y darle de comer a Bear. Él odiaba la soledad.

A pesar de haber pasado el día anterior con ellos, no logré plantearle a ninguno mi problema con Bella. Pasamos todo el día bromeando y descansando. Me dije a mí mismo que eso me haría bien, pero aparentemente me puso más ansioso que de costumbre.

Emmett quería que le diera un par de consejos sobre cómo romper con Cassie después de haberse decidido apuntar por Rosalie, aunque la cosa no había vuelto al cien por ciento.

¿Por qué le costaba tanto tomar una buena decisión?

—¿Por qué no le interesa el matrimonio? Vamos, eres su hermano. Debes saber el motivo.

Le miré incrédulo.

—¿Luzco como su almohada?

—Su propio mellizo no la entiende. Pensé que, como hermano mayor, sabrías si algo en el pasado la ha llevado a odiar esa palabra.

—No lo sé, nuestros padres llevan un excelente matrimonio. No sé de dónde pudo sacar eso.

—¿Verdad? Es uno muy bueno. ¿De dónde saca el temor?

—Quizás... no está lista para un compromiso contigo, ¿no crees? —Enfaticé aquella palabra con desprecio, porque algo me hacía creer que ese era el problema de Bella.

Emmett no se ofendió, más dudó.

—No, no creo. Me ama demasiado. Yo pienso que es algo así como lo de Bella, tiene miedo a ir demasiado rápido.

Con aquello, atrapó mi atención.

—¿A qué te refieres, exactamente?

Encogió sus hombros.

—No lo sé, quizás quiere hacer otras cosas antes de asentar cabeza. Ya sabes que después del matrimonio llegan los bebés, la casa, el trabajo fijo...

Eso no me lo esperaba.

—¿No piensas que no desea asentar cabeza porque... quiera estar con otro?

Emmett me miró como si hubiese dicho algo estúpido.

—Oh, hermano... ¿de eso va la pelea?

¿Oh?

—Lo siento, eres demasiado fácil de leer. Es decir, domingo en la noche... ¿y prefieres salir con tus amigos en vez de pasar un perezoso día recostado en el vientre de tu novia? Es obvio que algo malo te pasa.

Me encantaban los perezosos domingos recostados en el vientre de Bella.

—No, no pienso que Bella quiera estar con otro. Te ama. Soportó muchas estupideces para estar junto a ti. Es obvio que quiere casarse contigo. Pero... ¿no le costó conseguir su trabajo? ¿Cuánto tiempo lleva en él? ¿Y el departamento? ¿No temes que te echen en cualquier momento por Bear? ¿Tienen el sueldo suficiente para costear una boda? ¿No prefieren irse de vacaciones y disfrutar otras cosas antes de pensar en vivir como adultos?

—Somos adultos.

—Oh, por favor —se mofó—. ¿Te has visto con esas gorras de béisbol y tu Nintendo? Es obvio que deseas volver a ser el ñoño de antes que ahora se acuesta con una chica de hermosas piernas.

—Sí tiene unas hermosas piernas, ¿no? —murmuré pensativo.

—Bella quiere estar contigo. Pero quizás deseé vivir otras cosas. ¿No recuerdas la chica tímida que se ponía colorada por cualquier cosa? Ahora es toda una mujer. Deja que cambie con paciencia y no desconfíes del poder que tienes en ella.

—¿Por qué estás tan directo?

—Porque estoy nervioso. No quiero cortar con Cassie.

—¿No?

—Sí, sí quiero. Quiero a Rose. Pero no quiero cortar con ella. Odio hacer esas cosas.

—¿Quieres que me vaya?

—No, quédate. Distráeme. Cuéntame más sobre el asunto con Bella.

Le expliqué todo el asunto de Andrew.

—¿Por qué, Edward? Es decir, te conozco desde hace años y sé que puedes ser un cretino, pero, ¿por qué dejas que un idiota bese a tu novia? Edward, hazme un favor.

—¿Con Cassie?

—No, con Cassie no. Todavía. Golpea a ese muchacho en cuanto lo veas. Hazlo por mí. Y deja de frecuentar a tus ex parejas. No le está haciendo bien a tu relación con Bella. ¿No le has contestado el mensaje de esta mañana?

—No sé qué responderle, porque quiero hablar con ella sobre mis inseguridades. Quizás es como dices. Pero, ¿y si no? ¿Debo dejarla ir y esperar que regrese a mí?

—Yoko* pudo hacer eso.

—Pero yo no. La quiero para mí, por siempre.

—Entonces, ¿por qué la tratas así? La estás ignorando.

Mi teléfono empezó a vibrar. Bella me estaba llamando.

—Oh, mierda, ¿qué hago?

—¿Contestar...?

—Pero quiero terminar de hablar contigo para tener las cosas en claro. No quiero joderlo todo. ¿Y si le envío un mensaje pidiéndole un rato más de tiempo?

Parpadeó varias veces.

—¿Es la arena?

—¿La qué...?

—¿La arena en tu vagina la que te hace comportar como una mariquita?

Puse los ojos en blanco y le entregué el teléfono.

—Solamente dame unos minutos. No atiendas todavía. Ella sabe que estoy aquí, le he pedido a Mark que le avise. Ahora, dime... ¿qué debo hacer?

—¡Ve a tu maldita casa y déjate de bromas!

—¿Debo ir a casa? Está bien. La esperaré ahí. Y le diré que la amo. Y que quiero estar con ella. Y que no quiero casarme.

Emmett bufó.

—¿Qué rayos les pasa a los Cullen y el matrimonio?

Luego, miró ceñudo el teléfono.

—¿Qué? ¿Es un mensaje? ¿Qué es...?

Me lo enseñó. La pantalla estaba oscura.

—Se quedó sin batería.

¡Carajo!

—Debo ir a casa a cargarlo. Mejor me voy a casa. Sí.

—Sí, ve a casa y arregla tu relación. Yo tengo que cortar con una chica.

Emmett se estaba comportando de la misma manera que Mark. Qué extraño.

Antes de marcharme, fui al baño. Me mojé el rostro y me di cuenta que estaba cometiendo una gran equivocación. Yo no solía hacer este tipo de cosas. No me gustaba ignorar a Bella, ni había motivo para eso. Pero al mismo tiempo, sentía miedo. Porque… ¿y si ambos descubríamos que yo estaba en lo cierto? No podía ser tan ingenuo al extremo de ignorar que existen personas que están destinadas a terminar juntas, pero no necesariamente comparten todo el camino de la mano.

En cuanto salí, Emmett me habló.

—Hey, acaba de llamarme Bella.

Le miré con atención.

—Creo... creo que está molesta contigo. Me cortó. No quiso hablar.

¿Bella no quería hablarme?

Para entonces, Cassie apareció en la entrada del departamento de Emmett. Quería irme, pero él prometió explicarme lo de esa extraña llamada una vez que terminara de hablar con ella.

Sin embargo, tardó demasiado. Y ni siquiera pude quedarme en una habitación. Bajé hasta la entrada para fumarme el cuarto cigarro del día.

Oí que alguien salía del ascensor. Me di la vuelta y encontré a Cassie, cabizbaja. Le di la espalda con tal de no saludarla, pero me reconoció.

—¿Edward?

Era la segunda mujer desconsolada que veía en el día. Pero Cassie no lloraba.

—¿Estás bien? —le pregunté con paciencia acerca de lo que acababa de suceder.

Se alejó disimuladamente de mí debido al olor del cigarro. Decidí apagarlo.

Encogió sus hombros, con una nostálgica sonrisa.

—¿Debería estarlo?

Lo pensé durante unos segundos.

—Sí… —Me miró con sorpresa y la observé mejor. Era muy joven. Una niña. Y muy bonita. Con razón esto le había costado a Emmett—. Sí, ¿por qué no? Quiero decir… ¿por qué no podrías salir de esto con una buena sonrisa?

Sonaría estúpido para cualquier persona, pero Cassie sabía tomar estas cosas de buena manera.

Me sonrió a medias.

—Sí, es decir, sabía que con Emmett no lograría algo serio, pero...

Cruzó los brazos, miró hacia un costado y se mordió el labio.

—Desearía que no lastime a Rosalie. Puedes estar toda tu vida con una persona y no desear casarte con ella.

Cassie me sorprendió.

—Es decir, todas queremos un vestido blanco, una ceremonia y a nuestro padre llevándonos hasta al altar. Pero… no veo que, el estar en contra de eso, sea un motivo para no pasar la vida entera con aquél que amas. ¿No crees?

No supe qué contestarle.

Ella alzó la vista, como si alguien se acercara detrás de nosotros. Se alarmó disimuladamente.

—Me voy. —Ladeó una sonrisa y me abrazó. Sentí que no volvería a verla, entonces se lo devolví con cariño.

Me di la vuelta y encontré a Emmett. Al parecer, no habían cortado en buenos términos.

Cassie salió trotando hacia la calle. No se dio cuenta que el semáforo había vuelto a verde.

—¡Er… Cassie! —la llamé, esperando a que escuchara mi alerta.

Se dio la vuelta cuando ya se encontraba en la calle.

Aquella motocicleta iba demasiado rápido.

BPOV

(7) Iba a esperar treinta minutos a que Jane y Thomas regresaran al departamento, sentada en aquél living de la casa en la que había vivido por un tiempo. Mis piernas temblaban. No estaba segura del motivo. Estaba comenzando a hacer frío. El pecho me dolía.

Andrew estaba en un rincón, leyendo un libro mientras escuchaba una tonta canción depresiva.

A eso de los veintisiete minutos, no soporté más.

—Voy a salir a fumar —le avisé.

No le miré antes de bajar hasta la entrada.

No me había dado cuenta, pero había empezado a lloviznar. Encendí a duras penas el cigarro.

Sin darme cuenta, Andrew estaba a mi lado.

—¿Qué haces aquí?

Me enseñó una cajetilla y sacó un cigarro de adentro. Lo encendió, lo fumó y en seguida, carraspeó frunciendo el ceño.

No había fumado un cigarrillo en toda su vida.

Podría estar molesta con él, pero me agradaba tener compañía. Aunque fuese la menos adecuada. Estaba demasiado triste como para estresarme.

—Me caerías bien, Andrew.

Sus ojos me observaron, cautelosos.

—En serio —aseguré siendo más honesta de lo que él creería.

—¿Si no fuera por...? —Él no se tragaba aquella frase.

—Ya sabes.

Nos quedamos un rato en silencio.

—Odio a tu novio —soltó, finalmente, con enojo contenido.

Parpadeé atónita.

—Odio que… se descuide y por momentos, te haga sufrir. Odio que todos crean que ustedes son la mejor pareja del grupo. Te deja abandonada, no sabe hacer bien las cosas. Es… es un idiota, Bella. Son cosas básicas y él…

—No seas cruel con él —dije, dolida, en voz baja—. Es una buena persona.

—No, no lo es, Bella. Si tenían un problema… ¿por qué no te lo dijo? ¿Por qué no contesta tus llamadas? ¿Por qué habla y se reúne con una ex y no te avisa?

—Todos podemos equivocarnos y…

—¡Eso es lo que molesta! No debería equivocarse, estoy seguro de que tú hiciste y aguantaste miles de cosas más que él…

No me gustaba que le tratara de esa forma, pero tampoco me gustaba oír aquél irrefutable hecho: se estaba equivocando, cuando creí que este tipo de faltas no se repetirían en nuestra relación.

Sin poder controlarlo, comencé a llorar. Apoyé mis manos sobre mis ojos para cubrirlos. No quería que él me viera llorar.

Pero fue tarde. Andrew, en seguida, me acercó a su cuerpo, abrazándome.

Y lloré en su hombro.

—Es verdad. Duele. Me duele estar así —susurré tratando de contener las lágrimas, porque sabía que esto no era correcto.

Pero no me importaba si era Andrew o si era Thomas. Ninguno de mis amigos había podido acudir a mí en ese momento. Necesitaba un buen abrazo. Algo que me expresara que todo estaría bien.

Y en un desprovisto, el rostro de Andrew se pegó al mío y me besó.

Fueron cinco segundos. Los conté. Cinco segundos en los que nuestros labios se mantuvieron unidos. Y sentí lo mismo que había sentido en aquella ocasión: fue agradable. Hacía frío y sus labios hervían. Era acogedor, pero porque yo necesitaba tacto. Necesitaba contención. Como el beso de cualquier amigo en la mejilla, o el de una madre en la frente.

Y entonces... se sintió amargo. Horrendo. Asqueroso. Me estaba besando en el lugar equivocado. Me hizo sentir exuberantemente mal.

Lo alejé abruptamente de mi cuerpo, pero él se contuvo.

—¡Andrew!

Me miró con sorpresa. Y lo vi. En su rostro, creía que yo había aceptado. Que tenía una posibilidad conmigo.

Pude ver lo que Edward me había indicado todo ese tiempo: la mayor parte de nuestros problemas se erradicaban en él.

—Bella… —Trató de tocar mi hombro y lo alejé, con mucho odio.

—¡Basta! ¡Basta! ¡Basta! —exploté, entre lágrimas. Le golpeé varias veces el hombro—. ¡Ya déjame en paz! ¡Déjalo en paz! ¡Déjanos en paz! ¡Deja de intentar besarme, maldita sea!

No paraba de golpearle, no sabía por qué, pero me estaba desquitando con él. Nada me estaba saliendo bien y esto lo estaba complicando aún más.

—¡Para tú! —me gritó alejándome abruptamente de su cuerpo, molesto.

Y logró hacerme entrar en razón. Lo había golpeado varias veces, aunque mis manos eran frágiles. No debió molestarle cuando...

… y de la nada, Edward apareció golpeándole en la nariz, tirándolo al suelo.

—¡Edward! —Ahogué un gritito, asustada.

Andrew exclamó de dolor, arrojado en el suelo.

—¡Hijo de puta!

Edward me miró con la mandíbula tensa. No me animé a decirle nada más. Estaba molesto.

—¡Imbécil! ¡Me quebraste la nariz! —gritó con una mano tapándose las fosas nasales. Había sangre.

—Edward, lo mataste… —murmuré en voz baja, sintiéndome culpable al ver que no estaba del todo molesta con lo que acababa de pasar.

—¿Quieres que te golpee otra cosa, maricón? —le amenazó mi novio amagando que iba a patearle una de sus costillas.

Andrew lloriqueó y rogó piedad.

—¡No, no, maldita sea! ¡No lo hagas!

.

Thomas ingresó rápidamente a la sala de emergencia en busca de su hermano. En cuanto lo encontró, lo observó de pies a cabeza.

—¿Estás bien? ¿No te sientes...?

—No puedo respirar, pero estoy bien —aclaró con una voz extraña. Lucía moretones en los ojos. Estaba sentado en una camilla, inclinado hacia adelante con una bolsa de hielo encima de la fractura.

Thomas me miró a mí y asentí en silencio. Él decía la verdad.

En seguida, le golpeó el hombro.

—¡Hey! —se quejó el menor, estupefacto.

—Te dije que no te metieras en donde no te llamaran. Pero no, sacaste provecho de la situación y mira lo que lograste. —Le señaló su nariz—. Voy a llamar a Lola y le diré que te arrastre a Inglaterra de nuevo.

Andrew enloqueció.

—¡Lola no está en Inglaterra! —Le dolió hacer esfuerzo—. Voy a demandarle…

—Por supuesto. Es lo mínimo que puedes hacer después de que te trajera al hospital. —Bufó Thomas.

Entonces, se dirigió a mí.

—¿Dónde está Cassie?

—Está en la sala de urgencia. Emmett la está esperando allí… Se rompió la columna.

Y de eso, nada bueno podía salir.

—¿Era el día del hospital para que todos aparecieran? —bromeó para sí mismo, porque a unos pisos más arriba, se encontraba Sam.

Pude haberle mirado de mala gana por el chiste negro, pero en cierto punto, todos pensábamos lo mismo.

—Bella… —me llamó Andrew. Lo miré fijamente.

—Yo… —Suspiró varias veces—. Perdón.

No le respondí, porque mi cabeza se encontraba en otro lado. En vez de eso, hablé con su hermano.

—Gracias por cuidarlo, yo me encargo. Edward te espera afuera.

Asentí y me retiré de la habitación sin saludar al hermano menor.

(8) No me preocupaba la fractura de Andrew ni lo que pudiera suceder entre nosotros de ahora en más. Contaba con que Lola, la hermana Flint, tomara la decisión de llevarlo de nuevo a Inglaterra. Pero eso tampoco me importaba. Por la que sí estaba preocupada era Cassie. Edward me contó acerca de cómo pasó toda la tarde ayudándola. Nadie quería decirle a Emmett, pero parecía algo grave. Y muy en el fondo, extrañé a Sam. ¿Hacía cuánto que permanecía recostado en aquella cama?

Salí del hospital rumbo a casa con Edward. No nos dirigimos la palabra en todo el viaje. Yo me sentía fatal por lo que acababa de hacer y más al saber que Edward había sido testigo de aquello.

En un momento, decidió bajar el volumen de la radio para hablarme. Ya habíamos llegado a la cochera del departamento.

—Thomas me advirtió que estarías en su casa. Como no había nadie… lo supe inmediatamente.

Más él no lucía molesto conmigo. Y no lo comprendía.

—Edward, sé que tengo que ser honesta y no sé cómo. Nunca en la vida algo me había dado tanto asco como ese beso, fue horrendo porque no eran tus labios. Me impactó muchísimo darme cuenta que… cualquier hombre es horrendo si no eres tú. Nada se compara contigo, tú… lo eres todo. Suena catastrófico, pero no sé cómo manejar esta situación. Creí que éramos perfectos, que todo estaba bien, después de todas las cosas que pasamos el año pasado… y me di cuenta de que eso no es cierto.

Me miró en silencio. Las lágrimas se deslizaban por mi rostro.

—Un par de malentendidos y pensé lo peor. Rumié en la posibilidad de que esto se pudiera acabar y… y… —El aire empezó a faltarme y lloré aún más—… me rompió el corazón. Creí que jamás volvería a sentirme así, pero me siento peor, más asustada y… tengo miedo, Edward. Tengo miedo porque acabo de darme cuenta que pueden existir otras razones más poderosas para que tú y yo no estemos juntos y no quiero, no quiero que…

Edward me abrazó y me dijo al oído:

—Tu miedo es mi miedo.

No supe qué contestar a eso.

Me miró al rostro.

—Bella, temo que seas demasiado joven para esto. Temo que desees experimentar otras cosas. Yo… soy joven, sí, pero ya he pasado por cosas así. Relaciones casuales, confusiones… besos, mujeres… No desconfío de ti. Sé que actué de manera irracional. Pero a veces temo que… un día te despiertes y te des cuenta que tienes menos de veinticinco años y que aún puedes experimentar la sensación de un primer beso, un primer mensaje, otro hombre… Que te aburras de mí.

Le miré a los ojos y pude ver dentro de él. Aquí, en el auto… me transportó a aquella vez que ingresé a su auto y nos miramos por primera vez. Cuando todo esto había empezado, cuando experimenté por primera vez miles de sensaciones…

—Y si existe algo mejor… no lo quiero.

Me enterré en sus brazos y él me recibió con calidez. Y ya no pude contener mis más profundas lágrimas. Lloriqueé como si hubiese sido yo la que había recibido aquél golpe en la nariz. Quizás estaba cansada… o muy feliz. Pero se sintió como si lo abrazara por primera vez. ¡Y ya lo conocía muy bien! Sin embargo, saber que podía volver a sentir algo como una primera vez, me llenó de dicha.

—¿Por qué lloras? —me preguntó con una mezcla de ternura y asombro.

—No lo sé, simplemente abrázame.

Y así lo hizo.

—Abrázame, hazme tuya.

Me di cuenta que eso había sonado tremendamente sugestivo. Me miró a los ojos con picardía y me besó con potencia.

EPOV

Abrí la puerta de nuestro departamento con mucha dificultad. El cuerpo de Bella colgaba del mío. Sus brazos se enredaban a mi cuello y sus dientes no paraba de morder mi lengua. Podía sentir el calor de su cuerpo. No hacía otra cosa más que refregar sus tetas contra mi pecho.

Fue un buen golpe de autoestima saber que a pesar de todo, era el único hombre que lograba calentarla de esta forma. Todavía recordaba la primera vez que lo hicimos en aquél hotel barato. No se animaba siquiera a mirarme.

Nos arrastramos hasta el dormitorio —casi sintiéndome culpable por dejar a Bear a un lado—. Cerré la puerta y me recosté sobre ella, en la cama.

Me apresuré en desprender la pequeña camisa transparente que llevaba. Debajo vestía un sostén blanco. Se lo quité y tuve a la vista sus hermosos senos. Pequeños y tiernos como ella.

Mi boca fue rápidamente a la izquierda y comencé a morderle el pezón.

—M-Muérdelas... ah...—Gemía mientras sus piernas se enredaban en mi cintura.

Bella tenía una piel sumamente suave. Más suave que la de cualquier otra mujer con la que hubiese estado. Olía exquisita. Se colocaba estratégicamente su perfume en ciertas zonas, como sus tetas, sus costillas… podría comerla y chuparla todo el día. Mis chupones la dejaban aún más colorada.

Me apresuré hasta la parte inferior de su cuerpo. Le quité los zapatos, los pantalones y las bragas de un tirón para dejarla completamente desnuda. Completamente a mi merced.

Sin embargo, se alzó torpemente de la cama para quitarme la camisa.

Su boca empezó a succionar mi pezón.

—A ver, a ver… ¿qué haces? —le pregunté medio riéndome. Sentía cosquillas y un poco de temblor.

—Te los estoy chupando… ¿no te gusta? —preguntó con verdadera inocencia.

Me gustaba mucho, en realidad.

—Mírame, entonces.

Su lengua rosada lamía las puntas mientras esos enormes ojos verdes me comían la mirada.

Me ponía sumamente duro.

—Acuéstate —ordené.

De mala gana, pero con cierto atisbo de entusiasmo, se recostó. Volví a besarle los labios, las tetas y luego bajé por su vientre, mordiéndole la piel del ombligo en el proceso, haciéndola reír. Su respiración se acortó cuando llegué a su coño.

Me acomodé ya que planeaba estar allí un buen rato. Lamí cada uno de sus labios, lentamente. No necesitaba profundizar mucho, porque ya estaba sumamente empapada.

—Mis besos te mojan, ¿no? —susurré encima de sus partes, porque sabía que eso le gustaba.

Ella se rió.

—Es... es tu olor.

Alcé la vista.

—Hay algo en tu aroma que me vuelve loca.

Vaya, era algo recíproco.

Me puse a merodear su zona íntima. Mi dedo índice separó sus labios y pude ver abundante líquido en su centro. Me tragué un gemido.

Mi dedo mayor se introdujo lentamente en ella. Soltó un fuerte jadeo y se arqueó por completo.

—Rayos… caray, son tan largos… ah.

No era la primera vez que elogiaban la longitud de mis dedos. Pero Bella podía decirme cualquier cumplido y se sentiría como si lo fuera.

La masturbé con ese dedo, mientras mi boca se dedicaba a chupar su muy hinchado clítoris.

Sus caderas empezaron a bambolearse descontroladamente, perdiendo el control, mientras sus manos sujetaban mi cabello. Mis movimientos eran consistentes, duros, firmes. Sabía que eso era lo único que necesitaba para darle un buen orgasmo. Pero me detuve abruptamente y me incorporé en la cama.

Bella me hizo un puchero. La besé y me puse encima de ella para continuar con los dedos. Dos, esta vez.

Estaba estrecha. No le faltaba mucho. En seguida, sentí su mano tanteando mi territorio. Me agarró el miembro por debajo de los pantalones y jadeé sobre su boca.

Le hice saber mi deseo específico de esa noche:

—Bella, quiero que acabes en mi boca. Te quiero comer todo ese coño y meterte la lengua.

Se puso muy colorada, pero me sonrió. Luego, abrazó mi cuello.

—Entonces quiero mantener mi boca ocupada.

Le sonreí con picardía.

En menos de medio minuto, ella se había colocado encima de mí, a la altura de mis caderas. Me regaló un increíble vistazo de su bien formado culo.

Mi instinto animal atacó antes de que ella pudiera quitarme del todo el bóxer.

—¡Ah! —gimió en voz alta, cuando le mordí una de sus nalgas.

Y luego, la azoté.

—Ugh, sí… hazlo, fuerte… —Se rindió al placer y no puso pretextos.

Continué con mi tarea y mis dedos la penetraron con fuerza. Mi lengua se encargó de cada gota de su esencia. Bella se encontraba muy estrecha.

En seguida, su boca atrapó mi miembro con gran voracidad. Me vi obligado a parar para soltar un fuerte jadeo. Se lo estaba llevando por completo a la boca.

—¡Mi-mierda! Sí, así…

Soltó varios gemidos mientras me chupaba con fuerza.

Estábamos sincronizados, mientras ella succionaba mi glande y acariciaba mis testículos, yo chupaba su clítoris y le introducía mis dedos. Pero no era suficiente, quería más...

Me aventuré y llevé uno de mis dedos a su ano.

Todo su cuerpo se tensó, pero no detuvo su tarea. Tanteé varias veces el terreno, hasta que me di cuenta que, silenciosamente, estaba aceptándome.

Mojé ese dedo con mi saliva y lo introduje con suavidad. Bella soltó uno de esos gemidos tiernos y sorpresivos que tanto me ponían.

Conforme adentraba aquél dedo, Bella se detenía gradualmente. Y ya no estaba seguro de qué tanto podría gustarle esto.

—¿Estás bien? —pregunté jadeando, en cuanto separó su boca de mi miembro. Pero continuó masturbándome con su mano—. ¿Quieres que pare?

Negó. Parecía pensativa, mirando hacia un costado.

Y luego, giró su rostro hacia mí y se mordió el labio.

—Mete otro dedo.

—¿En tu coño, dices?

Negó y tragué saliva, sorprendido.

—Ahí. Q-Quiero sentirlo… más fuerte y duro.

Me concentré en no venirme de inmediato.

Bella quería que usara mis dedos en su trasero… fuerte y duro.

Un arranque de adrenalina golpeó mi cuerpo.

—Voy a romperte ese culo —prometí.

Mi boca atacó su clítoris. Mi mano izquierda utilizaba un dedo en su centro y dos de la mano derecha, iban directo a su trasero.

Lo hice lentamente, porque sabía que por más excitante que fuese, no podía abusar de su confianza. Pero su expresión lo decía todo: mejillas rosadas, boca entreabierta, ojos cerrados. Lo estaba gozando en serio.

—M-Más fuerte… ¡Más fuerte, Edward!

Y lo hice. Utilicé la habilidad en mis dedos para hacerlo.

Su trasero, rosado por las caricias, se movía sin control. Quería azotarla, pero no podía. Ella tampoco se quedó atrás: utilizó ambas manos, una para masturbar la parte que no alcanzaba a comer y con la otra, masajeaba mis testículos. Lo estaba haciendo con ahínco.

—¡E-Edward! ¡M-Me corro! ¡Ay! ¡Fuerte!

—¿Quieres que pare? —gruñí.

—¡No, no, no! ¡Sigue así! ¡Q-Quiero correrme duro! ¡Ah! ¡Ya, casi...!

Bella estaba prácticamente sentada sobre mi rostro, pero sus dos manos continuaban masturbándome.

—Te haré correr duro, pero tienes que seguir hablándome sucio…

—¡Pero no puedo aguantar más!

—Si no lo haces, me detendré… y claro que podrás aguantar.

—¡Ughh! —gruñó de mala gana. Su hermoso cabello lucía excesivamente porno. Se despeinaba fácilmente —. Está bien, eh… —dijo entre jadeos—. Ah... eh… M-Me gusta a-ahí… que me lo hagas ahí…

—¿En tu culo?

—Sí, maldita sea, en mi maldito culo.

—¿Te gusta, entonces?

—¡Sí!

—¿Podrías soportar mi polla ahí?

—¡No! No podría.

—¿Por qué?

—¡Porque me matarías!

—¿No quieres?

Únicamente gemía.

—¡Bella Swan! Contéstame.

—¡¿Por qué no te callas y te corres de una vez?!

En realidad, no me faltaba nada.

—¿Al mismo tiempo, nena?

—Sí, sí, sí… —Gemía, negando varias veces—. Ay, rápido, Edward, no puedo controlarme… tanto.

Y con un último arranque de adrenalina, me dejé llevar.

La cama empezó a rechinar. Nuestros gritos se hicieron oír.

El culo de Bella era mío.

Era el puto paraíso.

Pegó un alarido que seguramente se escuchó por todo el edificio. Y se vino en grandes cantidades.

Yo lo hice al mismo tiempo, y me sorprendió no sentir su boca en ese lugar. En cambio, me terminé corriendo en todas partes. Más precisamente, encima de su vientre y sus tetas.

Ella sabía lo que estaba haciendo al masturbarme con ambas manos. Lo sujetaba como si fuese una manguera.

Permaneció un buen rato en esa posición, recobrando la respiración. Luego, se recostó.

Y se veía hermosa. Extremadamente preciosa. Agitada, transpirada, rosada, cubierta con mi esencia. Era la mujer de mis sueños. Y con ese hermoso culo que me volvía loco.

Me sonrió de la misma manera. Estaba completamente enamorada de mí… y yo de ella.

—Uhm, estoy muy mojada.

—Puedo verlo. Sí.

—¿Cómo crees que se sentiría si follamos ahora así? ¿Sin limpiarnos?

Sonreí con malicia. Se sentiría increíble.

.

Eran las cinco de la mañana cuando el despertador resonó en toda la habitación. Pero era tiempo suficiente para descansar, teniendo en cuenta que habíamos comenzado con nuestra "sesión de reconciliación" a las ocho de la noche.

Bella se encontraba desnuda entre las sábanas, completamente despeinada y somnolienta.

Me gustaban las pequeñas ojeras que se le formaban cuando dormía completamente agotada.

—Estoy sucia. —Fue lo primero que dijo cuando sus ojos se abrieron por completo.

El cielo todavía se encontraba oscuro.

—Estás hermosa —le respondí, porque no me importaba tenerla en esas condiciones, con un terrible mal aliento y un alborotado cabello. Era mi Bella, mi sucia y radiante Bella.

Había sido tiempo suficiente para quitarse las ganas, así que ahora nos encontrábamos en un plan tierno.

Contempló mis ojos por un buen rato, mientras acariciaba mi oreja.

—¿Quieres que te prepare café y huevos?

Asentí con ganas. Moría de hambre.

—¿Tocino?

Se rió.

—Tocino, también.

—Además, tenemos pan de fruta.

—Quiero jugo de arándanos.

Pellizqué su nariz.

—Pero antes, necesito una buena ducha —dijo de mala gana, sintiéndose extremadamente muy sucia.

—¿Quieres que prepare el agua? —pregunté sugestivamente.

Se rió de mí.

—Hey, campeón, deja que recobre la vista. Me duele un poco el cuerpo.

Se me ocurrió preguntarle por eso.

—¿Te duele... ahí?

Asintió con timidez.

—Lo siento.

Se sonrojó.

—Pero estuvo bien…

La miré atentamente.

—¿En serio?

Volvió a asentir.

—¿Eso quiere decir que…? —Estaba a punto de celebrar.

Negó, riéndose.

—Poco a poco, Edward. ¿No has tenido suficiente anoche?

—En realidad, me has dejado con ganas de más.

—¡Oh! Entonces, no deberíamos hacerlo de nuevo.

—Mentira, mentira. —Besé sus mejillas rápidamente—. Poco a poco. Lo que a mi princesa le guste.

Se burló de mí. El apodo le pareció muy cursi.

—Bella…

—¿Uhm?

—Te amo. No me interesa si deseas o no casarte conmigo, serás mía para siempre.

Me frunció el ceño a la vez que se reía.

—¿Alguna vez dije que no quería casarme contigo? —me cuestionó—. Solía tener miedo a que caigamos en la cotidianeidad. Sé que eso no fue lo que separó a mis padres, pero no soy una aventurera como Renée y Phil. Por eso no quería pensar en ello, pero…

—¿Pero…?

Se mordió el labio y me miró con sinceridad en los ojos.

—Puede que seamos mejores que ellos.

—¿O sea…?

Encogió sus hombros, regalándome una dulce mirada.

—¿Quieres esperar un tiempo, entonces? —se lo pregunté con el rostro a pocos centímetros del suyo. Esto iba en serio. Quería saber cuánto tiempo debíamos esperar hasta que pudiese hacerle esa increíble pregunta.

—Bueno… tenemos que arreglar el asunto de Bear. Y tengo que hacer fijo mi empleo. Y creo deberíamos ganar un poco más de dinero después de los gastos del departamento y los autos, pero…

Le invité a que continuara.

Me miró con amor.

—Al final, tú eres el que decide cuándo harás la pregunta, ¿no es así?

Lo primero que hice fue besarla con mucha pasión. Fue como si me quitara un peso de encima.

—Okay, suficiente charla. Hora de levantarse, niña. Ve y prepara la ducha, yo iré a darle de comer a Bear.

Me lanzó la almohada, pero logré esquivarla mientras me dirigía en bóxer al living.

En eso, descubrí que había un mensaje pendiente en la contestadora.

La oí:

—Hola, soy yo. No estoy muy segura si estás en lo de Emmett, pero probablemente estés en casa antes que yo, así que voy a dejarte un mensaje por las dudas... uhm, sí...

Yoko Ono(*): Yoko Ono hizo algo parecido con su esposo John Lennon: se separaron durante un año aproximadamente con el objetivo de que él volviese a ella por su propia cuenta.

CAPITULO 18 El café se enfría

BPOV

A veces olvidaba cuán neoyorkino podía ser Edward cuando se encontraba detrás de un volante.

—¿Qué cree que hace ese hijo de puta? —Se quejó cuando el semáforo se puso en verde y uno de los primeros autos no avanzó.

Tocó la bocina una sola y prolongada vez, al unísono justo al resto de los conductores que esperaban que avanzara.

Lo hizo un rato más tarde. Cuando Edward decidió continuar, alguien se adelantó y aceleró con toda prisa, pasando por nuestro lado de una forma muy abrupta.

Edward volvió a tocar la bocina, perdiendo la paciencia.

—Jodida perra —masculló por lo bajo, reconociendo a la conductora.

Me gustaba oírle maldecir. Me prendía un poco. Pero era extraño oírle quejándose de una mujer. Tampoco es que fuese algo especial; si yo podía insultar a un desconocido en la calle, él también podía.

—¿Podrías alguna vez llamarme "jodida perra"? —Se lo pregunté.

Frunció el ceño y me miró con sorpresa.

—Por supuesto que no. Te respeto. Eres como una princesa para mí—dijo esto y me besó en la sien.

—A veces me dices "perra" en la cama —le recordé.

—En la cama no eres una princesa, Bella —acotó.

Me sonrojé.

El tráfico no solía ser así de problemático. Simplemente era una mala y agitada noche; algo poco usual en Jacksonville.

(1) Una nueva canción empezó a sonar en la radio y atrajo de manera rotunda la atención de Edward, que comenzó a cantarla con mucha concentración.

Después de haber pasado por el estribillo y por el considerablemente largo solo de guitarra al que imitaba con tontos sonidos en la boca —como si se los supiera de memoria—, dijo:

—Deberíamos follar con esa canción.

—Bueno —respondí algo distraída, observando las bolsas que se encontraban en el asiento trasero—. Deberíamos apresurarnos, el helado ha comenzado a derretirse.

Con el dedo índice, removí un poco la crema que comenzaba a desbordarse del gran recipiente y me lo llevé a la boca. Era el helado de crema de oreo.

Me relamí los labios y agarré un poco para que Edward lo chupara. El rozamiento de sus dientes en mi piel me hizo temblar un poco.

—Eso es lo bueno de Florida. El calor dura todo el año—dije mientras dejaba que el viento llegue hasta mi rostro a través de la ventanilla abierta.

Incluso en septiembre podíamos seguir vistiendo camisetas cortas. Aquí todo seguía siendo húmedo. No como en casa, donde el otoño se había hecho presente antes de tiempo.

(2) Una de las canciones que Mel me había recomendado y que terminó por gustarme empezó a sonar en la radio y me puse contenta.

Demasiado contenta.

Empecé a cantar la canción."You're in my heart. You're in my heart. Anyone will tell you. I'll be yours forever". Tontamente, agarré el brazo libre de Edward y empecé a mecerlo al ritmo de la canción porque, inconscientemente, se la estaba cantando a él.

Giré mi rostro y le encontré observándome con una sonrisa y el ceño fruncido. No decía nada.

—No soy tonta. —Fue lo primero que le dije, con tristeza—. Te estoy viendo. Estás pensando eso. Edward Cullen, basta. Deja de mirarme. No.

Comenzó a reírse.

—Me puse a pensar que hace un año, jamás te habría escuchado cantar.

Hace un año, hubiese sentido vergüenza hasta de usar una tanga.

—Es una bonita canción que habla sobre estar enamorado y querer mucho a la otra persona, ser feliz por eso y… ahora dejaré de hablar porque la canción ya terminó.

Luego, empezó a sonar una horrenda.

Edward volvió a reírse de mí.

—Uhm, sí. Creo que eres un poco tonta.

—No, no lo soy.

—Sí, lo eres.

Pasé el resto del viaje explicándole por qué no era tan tonta hasta que llegamos a casa de mis padres.

Bueno, de mamá y Phil.

Estacionamos su auto y cargamos todas las bolsas hacia el comedor. Renée, vestida elegante, revisó que no nos hubiésemos olvidado algo de la lista que nos había entregado.

—Asumo que las papitas, las gaseosas y las galletas no son para nosotros, ¿verdad? —Alzó una ceja, medio acusándome en cuanto se encontró con nuestra bolsa de compras.

—Necesitábamos refrigerios para esta noche —le respondí.

—Se supone que deben cuidar a los pequeños, no armar una fiesta de comida chatarra frente al televisor. —Me regañó, no sin borrar una sonrisa de su rostro.

Edward me había explicado que los padres solían ponerse así de paranoicos cuando les tocaba salir de noche y dejar a sus pequeños al cuidado de extraños. La diferencia estaba en que nosotros no éramos unos extraños.

—Ya sé, mamá. Por eso no compramos cerveza.

Ella siguió mirándome como si todavía no confiase en mí. ¿Desde cuándo ella era tan… responsable?

—Mamá, soy una mujer adulta. Y además, no cuentas con un médico cualquiera, sino de un pediatra al cuidado de los pequeños que te dirá… —Chasqueé la lengua—. A ver, mejor lo llamo… ¡Edward!

Me contestó desde el otro lado de la casa, probablemente hablando con Phil.

—¡Edward! —Volví a llamarlo—. ¡Ven aquí!

En un segundo, apareció a mi lado.

—¿Ves? Un pediatra bueno, responsable, inteligente y muy, pero muy apuesto.

Dije esto último acariciando su hombro. No pude verlo, pero sabía que se seguramente se había puesto algo colorado porque mi madre le estaba sonriendo.

—Sí, es verdad. Nosotros siempre creímos en ustedes, pero todos nuestros familiares creían que te ibas a aburrir de ella.

Fue mi turno para mirarle de mala gana.

—Bueno… resulta que es divertido aburrirse con ella. —Como siempre, Edward tenía preparado su lado caballero cuando se trataba de sus suegros. Pero yo sabía que eso era cierto.

—Estoy segura de que sí. Eres un buen chico, Edward. —Renée le pellizcó la mejilla en un gesto muy maternal.

—No es cierto, me dijo "tonta" varias veces en el auto. —Le acusé, frunciendo el ceño.

—Porque eres una tonta, Bella. —Mi mamá no tuvo problema en hacérmelo saber.

Enseguida, nos dejó en claro un par de indicaciones para cuidar a los mellizos. Creía que lo estaba haciendo para enseñarme, porque Edward ya tenía más que claro cómo cuidar a un bebé, pero solamente le hablaba a él. Yo podía cuidar niños también.

Luego de despedirse y de desearles que aprovechen esta noche "romántica" para ellos, le hablé a Edward:

—Una vez, una tía me dijo que no tenía idea que yo fuese capaz de atraerle a un chico tan apuesto y amable como tú. Por eso te adoran. Si supieran que en realidad eres un feo y amargado.

Le saqué la lengua y me sonrió.

—Si supieran que en realidad estoy contigo porque sabes cocinar.

—Sí, porque sin mí te morirías de hambre.

—Así es.

Se acercó y me dio un beso en los labios.

Me fui hasta la cocina para empezar a prepararle un poco de puré de manzana para los pequeños. Edward aprovechó para darle de comer a Rex, el perro de Phil y para llevar a los mellizos hasta la mesa, en sus respectivas sillas y se sentó frente a ellos.

—¿Pueden creer que hace seis meses eran así de pequeños? —Edward les señalaba el tamaño—. Es increíble pensar que ustedes son mis cuñados. ¿Ven a esa hermosa chica ahí?

Por un momento, creí que se estaba refiriendo a la chica que estaba saliendo en el pequeño televisor de la cocina. Me giré para verle y me di cuenta que me estaba señalando a mí. Me puse colorada.

—Ella es su hermana y es una hermosa persona. Y aunque ahora vivan en distintos estados, ella va a estar para ustedes cuando la necesiten.

Me sentí mal por haberle llamado feo. Quería abrazarle muy fuerte.

—Va a prepararles cosas deliciosas cuando sean un poco más grandes. Y cuando sean adolescentes, les ayudará a escaparse en el auto para ver a alguna muchacha.

—¡Ni de broma! —protesté inmediatamente. No me gustaba pensar en que crecerían tan rápido para que, de un día al otro, ya tuviesen novias.

—Yo apañaba a Rose. Es tu nuevo deber como hermana mayor.

Esa nueva palabra me ponía tan tonta.

—Aww, soy una hermana mayor. —Me dio mucha ternura—. Qué cosa más rara, ¿no? —Hice un mohín.

Terminé de prepararles y le di un plato a Edward para que le diera de comer a Gael mientras yo me sentaba a su lado para darle a Cory. Me habían dicho que era importante que cenaran juntos y al mismo tiempo para que se acostumbraran al horario de las comidas.

De repente, recordé que Edward también tenía experiencia conviviendo con mellizos.

—¿Cómo hacían con Jasper y Rosalie?

—Hacían todo junto.—Me contaba mientras le hacía llegar la cuchara a la boca de Gael al mismo tiempo que yo—. Recuerdo que cuando tenían cinco años, en ocasiones, los bañaban juntos. Rosalie era la más apegada a Jasper, hasta que le explicaron que… bueno, eran un niño y una niña. Entonces, Jasper empezó a dormir conmigo hasta los trece, porque le tiene miedo a la oscuridad y yo en verdad necesitaba espacio.

—¿Le tiene miedo a la oscuridad todavía? —pregunté con sorpresa.

—Sí, y se supone que no deberías saberlo, pero siempre duerme con una lámpara encendida.

Me reí pero no de él, sino de la situación.

Entonces, se me ocurrió preguntarle algo:

—¿Eras muy apegado a él?

—Al comienzo no… pero luego, cuando alcanzó la adolescencia, la diferencia de edad ya no era notoria y salíamos a todos lados. Era un poco acomplejado por el acné.

—¿Y… no te sientes triste ahora porque ya no le ves tan seguido?

—Claro —respondió sin duda alguna, mirándome—. Tal vez lo sientas cuando ellos sean más grandes. — Señaló a los mellizos—. La separación entre hermanos, ya sabes… cuando por fin cada uno elige su propio camino, es triste. Sobre todo para la madre.

Asentí en silencio. Mis padres nunca me lo hicieron saber, pero yo sabía que el día en que me marché hacia Nueva York, lo sintieron de esa forma.

—¿Por qué? ¿Te pone triste separarte de ellos?

—Más o menos. —Hice un mohín—. Es que me gustaría tanto tenerlos cerca, ¿sabes? Que ellos sepan que soy su hermana y que somos una familia, no una desconocida que aparece cada tanto.

Le sonreí a Cory en cuanto se manchó la barbilla con el puré de manzana. Tomé su babero y le limpié con cuidado. Él siempre se ensuciaba y parecía darse cuenta antes que Gael. ¿Podría, de alguna forma, haber heredado la torpeza que me caracterizaba?

—¿Te gustaría mudarte a Florida? —Edward me preguntó después de un rato de silencio.

—¿Eh? —pregunté confundida. Parecía ir en serio.

—Te gusta el mar, la playa, el calor, las piscinas… es una ciudad tranquila y tienes a tu familia cerca. ¿Esto es lo que quieres?

Lo más confuso fue que lo cuestionara como si fuera una opción válida en nuestras vidas. Y es que eso era lo importante en esta relación: tomar una decisión involucraba que el otro también la tomara.

—Florida es agradable, y aunque moriría por vivir con estos dos, toda mi vida está en Nueva York.

Él asintió, sin problema.

—Solamente quería saberlo; porque si alguna vez sientes algo así, puedes decírmelo.

Le sonreí y acaricié su mejilla. Había vuelto a prestarle atención a Gael, por eso cuando sintió mi tacto, volvió a mirarme.

—¿Realmente eras capaz de hacer algo como eso?

—No iba a ser fácil, pero trato de entenderte porque estoy acostumbrado a vivir cerca de mis padres y a visitarlos todas las semanas. No podría decir si para mí sería fácil vivir separado de ellos y de mis hermanos. Te admiro en ese sentido.

—No es tan difícil. Ahora vivo con alguien de mi familia. —Encogí mis hombros.

Algo en esa frase le gustó de veras. Pero esa era la realidad, me gustaba pensar que él, sin ser mi esposo, ya era una parte muy importante en mi círculo familiar.

La noche fue demasiado tranquila. Los pequeños durmieron sin problema. Edward y yo nos echamos en el sillón a ver películas mientras nos sobrealimentábamos con comida chatarra y esperábamos a que mi madre y Phil llegaran.

Cuando lo hicieron, fuimos directo a lo que alguna vez fue mi cama durante mi adolescencia en Jacksonville. Y por haber cenado demasiados dulces, tuve un par de pesadillas.

Me levanté cuando el cielo ya estaba soleado y una linda brisa llegaba desde el ventanal del dormitorio. Edward dormía abrazándome por detrás.

Antes de levantarme, revisé las notificaciones de mi teléfono. Mel me había enviado una foto de Bear esta mañana. No solamente me dio mucha ternura, sino que me puso muy nostálgica. Quería permanecer aquí un poco más que un simple fin de semana, pero yo quería a mi bebé de regreso.

Fui hasta el baño del dormitorio y abrí la llave para empezar a ducharme.

No me había dado cuenta que Renée todavía había conservado el usual champú sabor fresa que solía usar. Ahora tenía que usar otro por culpa de la Henna que, por cierto, comenzaba a desaparecer de mi cabello.

Edward tocó la puerta del baño y le dije que podía pasar, aunque planeaba hacerlo de todas formas.

—Buenos días, muchacho. ¿Planeas meterte en la ducha para manosearme? —pregunté sacando mi cabeza llena de espuma de la ducha.

Me regaló una hermosa sonrisa mañanera y tanteó la tira elástica de sus pantalones de pijama.

—Vine a orinar, niña.

—No mientas. —Le acusé—. Pude sentir tu erección pegada a mi trasero. ¿Qué soñaste?

—Soñé con un trío —me contó mientras, efectivamente, orinaba.

Bueno, eso era algo nuevo.

—¿Yo estaba en él? —Me entró curiosidad. Por su bien, le convenía responder afirmativamente.

—En realidad, fue con la Bella tímida de antes y la Bella picarona de ahora. Eras muy sucia con ella.

Parpadeé mis ojos varias veces.

—Bien, eso es raro. Deberías ir a terapia.—Me reí de él.

Lo tomó de la misma forma.

—Imagina al Edward descarado de hace un año con el Edward amable que te acaricia la espalda en las noches cuando no puedes dormir y luego hablemos de terapia.

Se fue y entonces, mi imaginación comenzó a trabajar. En realidad, no era difícil fantasear con eso. Dos Edward en mi cama, uno detrás de mí mientras mi boca se encargaba del otro…

Me excité bruscamente y decidí pensar en otra cosa. Habíamos hecho un pacto para no tener relaciones durante nuestra estancia en Florida. Contábamos con tan poco tiempo y queríamos aprovecharlo con la familia, ya habría tiempo más tarde para esas cosas…

… pero al final terminé masturbándome rápidamente en la ducha.

Bajé hacia el comedor sin secar mi cabello y encontré al resto en la mesa. Mamá alimentaba a los pequeños, Phil utilizaba su notebook y Edward le rascaba el cuello a Rex como de costumbre.

Les deseé buenos días, besé en la frente a los mellizos y Renée nos sirvió a Edward y a mí el desayuno, lo cual confirmó mis sospechas: él estaba esperándome para comer.

El plato me sorprendió: Hot Cakes con azúcar impalpable, fresas, arándanos y un vaso de café para cada uno.

Renée no pudo haber cocinado todo esto.

—Phil me ayudó. No tiene nada de malo aprender un poco. Además, resulta que puedo ser bastante buena.

No sabían mal… y además, tenía razón. Cuando ella se proponía algo, lo hacía. Y para ser franca, prefería que los pequeños gozaran de una madre cocinera a que tengan que se vean forzados a aprender desde temprano como yo.

Mientras terminaba el plato, observé a Edward. Estaba tan distraído leyendo el periódico que no se dio cuenta que le había robado un arándano. Me acerqué para descubrir qué era exactamente lo que leía. Era la sección de política.

Se dio cuenta que le estaban mirando fijo. Giró su rostro hacia mí y me miró. Enseguida, apoyé mi cabeza en su hombro y él me dedicó una rápida sonrisa. Volví con mi plato.

—¡Listo! He terminado. —Phil celebró con deleite mientras observaba la pantalla de su computadora, apoyándose contra el respaldo de la silla.

—¿Qué cosa? —le pregunté cuando vi que mi madre también se ponía contenta.

—Le he pedido a Phil que pasara todos los videos y fotografías de hace unos años en la computadora para guardarlas y tenerlas a mano. ¿Sabías Edward que a Bella le gustaba cantar de pequeña?

Oh, no. Ya sabía qué video era.

—¿En serio? —Él no podía creerlo.

—No, no, no le muestres —rogué esperando que no trajeran el tema a la luz.

—No seas aburrida —me regañó—. Mira, este es un video de Bella cuando cumplía cinco años. Se puso a cantar una canción que amaba mientras bailaba. ¡Era muy tierna!

(3) No pude seguir protestando porque antes de terminar de hablar, Phil ya había puesto el video. Era muy pequeña y estaba disfrazada como una abeja. Cantaba con mucha felicidad la canción "I saw the sign" de Ace of Base mientras hacía una estúpida coreografía que, de hecho, tan mal no me salía.

Pero yo no paraba de preguntarme algo:

—¿Por qué de abeja, mamá?

—Porque el vestido te quedaba muy bonito. ¡Mira tus antenitas!

Hice una mueca de asco para cuando el video terminaba y mamá, quien filmaba, aplaudía y me decía que le salude a la cámara.

—Con razón ahora odio la canción.

Mentira, la seguía amando.

Mi primera reacción fue instigar la expresión de Edward. Él sonreía genuinamente como si el video en verdad le provocara ternura. En cierta parte lo hacía. Era muy jovial y femenina en ese entonces, mucho antes de convertirme en aquél insípido muchachito de diez años que únicamente usaba camisetas largas y usaba el cabello hasta los hombros. Qué vergüenza.

—El disfraz era genial. —Fue lo primero que acotó—. ¡Hasta tenías alitas!

Estaba en lo cierto. Ese disfraz no estaba nada mal.

—Y nunca más volvió a hacerlo —contaba mi mamá—, luego se volvió una amargada.

Le miré de mala gana.

—¿Te cumpleaños es el nueve, verdad? —Edward me preguntó.

—No, es el catorce —respondió mi madre.

—¿No era el dieciséis? —Phil se confundió.

De repente, me puse depresiva. Nadie había acertado.

—¿En verdad no sabes? —le pregunté a Edward con tristeza.

Para mi alivio, todos se rieron.

—Tonta, ya sé que es el trece. —Me lo confirmó, rascándome en la espalda. Ese ya se había vuelto un extraño pero agradable tic en Edward cuando trataba de hacerme sentir mejor—. El catorce cumplimos un año de haber empezado a salir. ¿Recuerdas?

¡Oh, cierto!

—Oh, Dios… ¿un año ya? —Renée preguntó con asombro—. Pareciera que has estado más tiempo en la familia, Edward.

Y no se trataba de ninguna exageración si evaluaba mi situación de hace un año: deprimida, llorando en cama, esperando que Edward apareciera en la puerta de mi habitación, confesando finalmente el amor que sentía por mí. Incluso recordé que intentó regalarme un tipo de joya que yo rechacé en ese entonces.

¡Vaya! Y pensar que hace un mes, cuando cumplimos un aniversario, me regaló una maceta muy bonita que colocamos en el balcón de nuestro departamento. Edward ya no despilfarraba dinero.

Phil nos mostró una fotografía que a mi mamá le había gustado mucho: tenía nueve años y estaba parada al frente de una piscina, usando un pequeño traje de baño. Fue en el cumpleaños de algún primo, según contaba ella.

—Mi cumpleaños siempre coincide en el verano, por eso la mayoría de mis fiestas las hacíamos en la piscina de mi casa. Recuerdo que en una ocasión, trajeron un payaso algo gritón a la fiesta. Desde entonces, mi hermana Rosalie les tiene miedo.

—Nunca tuve una fiesta infantil de ese tipo, ¿sabes? —comenté.

—¿Nunca? —Edward se mostró asombrado.

—Nunca me hicieron una de ese estilo.

—Oh, deja de mentir, Bella. —Renée chasqueó la lengua y le restó importancia a mi afirmación—. Siempre insistimos y tú no querías. Nunca te gustaron esas fiestas.

No necesité leer su mente para saber que Edward creía más en esa teoría que en la mía.

—Es que no tenía amigos —confesé la realidad.

Mi infancia no fue mala, pero no fue común.

—¡Ay, cierto! ¿Ya has hablado con tu padre? Recuerda que la boda es en tres semanas. —Mamá cambió de tema rápidamente en cuanto lo recordó.

Charlie y Sue planeaban casarse el veintiún de septiembre y sí, la invitación nos había llegado con tiempo. Pero por alguna razón, no le estaba tomando tanta importancia al asunto.

—Creo que una parte en mí me dice que no se van a casar.

—Hazte la idea. Ya es buena hora para que tu padre empiece una nueva vida. No tienes idea cuánto dolor sentí al haberle dejado solo en esa horrenda y lúgubre casa en Forks. Hace falta una mujer viviendo allí.

Y por eso yo me fui a los dieciséis.

—¿Conoce a los pequeños? —pregunté por los mellizos.

—No, por eso planeamos llevarlos. Aunque con el vuelo y todo va a ser algo complicado…

Podía ver cómo de antemano, mi madre empezaba a estresarse por la idea.

—¿Por qué piensas llevarlos? —No se me hacía buena idea llevarlos a una ceremonia a la que no podrían disfrutar y cuyos protagonistas no estaban más que ligados políticamente a ellos.

—Porque no habrá otra ocasión para que los conozca, cariño —replicó con dulzura.

—¿Y no será… raro?—Hice una mueca.

—Pues, él tendrá nuevos hijastros, Bella. Acuérdate de Leah y Seth.

—Oh, Dios… —La idea apenas había caído en mi cabeza—. ¿Leah y Seth serán mis hermanastros? Ni siquiera he hablado lo suficiente con él y ella me odia.

Mamá puso los ojos en blanco.

—Siempre fuiste así de perseguida, cariño. Le debes caer bien.

—¿Qué tal es Forks? —Preguntó Phil, ya que él nunca tuvo la oportunidad de visitar aquél lugar.

Renée suspiró.

—Es un pueblo verde, húmedo y muy pequeño. Todo el mundo se conoce pero son muy amables. Estoy segura de que la boda del jefe de policía será un evento importante allí. Por eso, no te olvides de ir bien vestida, Bella. —Me recordó severamente y se dirigió a Edward—. Edward, recuérdale que debe comprarse un bonito vestido para que todos vean lo preciosa que está.

Inmediatamente, Edward me regaló una amable sonrisa. Claro que iba a recordármelo.

—Mamá, mira el color de mi cabello. No soy tan indiferente hacia el cuidado personal.

Ya estaba grande, no tenía por qué tratarme como la niña de diez años que odiaba usar vestidos. Pero debía admitir que todo había sido gracias a Edward y a la obligación de vestirme adecuadamente y mantenerme atractiva para él.

—En realidad, sí, lo he notado… cabello y uñas pintadas. Edward, sea lo que sea que le hayas hecho a mi niña, estamos agradecidos.—Se burló.

Me miré las uñas. Eran de color esmeralda.

Él respondió con una tímida sonrisa. Me miró y aproveché para sacarle la lengua.

La mañana pasó demasiado rápido para mi gusto. Phil preparó una barbacoa de despedida de la que disfrutamos plenamente. Era un agradable domingo soleado y en verdad me sentía culpable por tener que regresar a casa.

Abracé diez veces a mi madre, besé cincuenta veces a los pequeños y como siempre, le agradecí a Phil por hacer feliz a mi madre y le pedí que cuidara de ella y a los niños. Él me recordó que "esta era mi casa y que sería bienvenida en ella cuantas veces deseara". Les prometí volver al mes siguiente.

En el avión, me di cuenta que, mientras más visitara a los pequeños, más veces volvería para la próxima vez. Sin darme cuenta, los estaría visitando una vez a la semana. Qué locura.

Durante el viaje, me puse a leer "El Corazón Delator" de Edgar Allan Poe porque ya habían pasado años desde la primera vez que lo leí.

En un momento, Edward se quitó los auriculares como si ya hubiese escuchado suficiente música y me habló.

—¿Qué quieres hacer para tu cumpleaños? Claro, teniendo en cuenta que al día siguiente estaríamos cumpliendo un año.

En otras palabras, me recordaba que estaríamos celebrando esos dos días.

—Una reunión con los chicos estaría bien. —Encogí mis hombros. No se me ocurría nada interesante.

—¿Quieres salir a algún lado? —preguntó refiriéndose a si deseaba celebrarlo en algún bar.

—¿Sabes? Podríamos hacer algo simple y tranquilo. Podríamos celebrarlo al mediodía en el departamento. ¿Tú qué quieres?

—Mi cumpleaños ya pasó —bromeó y aun así, me reí.

—Mi cumpleaños es algo aburrido. Mejor hablemos de nuestro aniversario, ¿quieres ir a algún lugar en específico? ¿Un concierto? ¿Alguna feria?

—Hace mucho tiempo que no vamos a un lugar elegante, ¿no crees? Ya sabes, reservar una cena, ir a un hotel…

—¿Quieres verme con un vestido, verdad? —Fui directa, y él también lo fue: asintió—. ¿Y lencería? — murmuré en voz baja, tratando de sonar coqueta.

—Uhm, sí… quizás ponerte algo atrevido…

Sin darme cuenta, nuestros rostros estaban muy pegados. Podía sentir su aliento.

—Yo me encargaré de todo. Tú encárgate de ponerte bonita.

Fruncí el ceño.

—Más bonita de lo que ya eres.

EPOV

Tal y como cualquier otro día, entré a la clase saludando al resto de los alumnos hasta llegar a mi escritorio.

La única diferencia fue encontrar a una de mis estudiantes parándose en frente de mí, mientras sacaba unos papeles de mi maletín.

—Buenos días, señor Cullen. ¿Cómo estuvo su fin de semana?

—Bien, gracias. Estuve de viaje —respondí ligeramente sorprendido de encontrar un estudiante tan educado.

—¿Viaje? ¿Por dónde? ¿Al exterior?

—Florida.

—¡Oh! ¿Al sur? ¿Y qué hacía por allí?

—Fui a visitar a la familia de mi novia.

—Suena agradable… ¿cuánto tiempo lleva con su novia?

—Un poco más de un año —le contesté vagamente, sin querer entrar en detalle.

La muchacha asintió al mismo tiempo que otra se acercaba.

—Profesor Cullen, lo vi esta mañana.

—¿Sí?

—Así es, temprano, como a las seis de la mañana en Central Park. Estaba paseando un perro, ¿verdad?

Algunos días solía pasear a Bear temprano.

—Sí, estaba con él. ¿Por qué no me saludaste?

No fue una pregunta en serio, fue algo más espontáneo que acostumbraba a preguntar cuando alguien me decía algo así.

—Es que... sentía vergüenza. —Se tapó la sonrisa que se le había formado con su mano.

—¿Tiene un perro? ¿Lo compró o lo adoptó?

—Lo adopté cuando tenía tres meses.

—¿Le gustan los perros, entonces?

Tardé demasiado en darme cuenta que ambas planeaban distraerme completamente de la clase.

—Me encantan. Ahora, vayan a sus asientos—ordené dándoles la espalda para que no hubiese oportunidad de replicar.

Existían buenos motivos para mantenerme distraído. Hoy debía pasar lista y anotar a aquellos que habían terminado su trabajo sobre el sistema inmunológico y bajar la calificación a los que no. Era un simple y estúpido trabajo que pudieron haberlo hecho una noche anterior. No tenían excusa esta vez.

La situación no mejoró cuando empecé por la primera letra.

—No pude terminar el trabajo, profesor Cullen. —Brandon Anderson no paraba de hacer muecas penosas —. No he... tenido tiempo. Las cosas han estado complicadas en casa. Mis padres nunca están así que tengo que encargarme de las todas las tareas del hogar.

En otra ocasión, no le habría dado lugar a sus excusas. Pero teniendo en cuenta que se trataba del hermano menor de Cassie, podría creerle.

—Te vi riéndote antes de entrar a clases, Brandon —le recordé en voz baja, esperando que no mintiese con algo como lo de su hermana.

No esperó a que yo fuese tan instigador al respecto. Pero en ningún momento bajó los brazos con su actuación.

—Lamento no haber tenido la oportunidad para agradecerle lo que hizo... ya sabe, cuando ayudó a mi hermana en el hospital. Mi familia y yo estamos muy agradecidos por eso.

No era necesario sacar ese tema a la luz. La familia de Cassie ya me lo había agradecido en persona, más él no. Sin embargo, nada me podía asegurar que lo suyo era una actuación.

Y por eso, lo dejé pasar.

Al finalizar la clase, debía reunirme con Mark. Pero en vez de eso, terminé yendo hacia la oficina de Donald Freeman, el rector de la Academia, para encontrarme con Grossman.

—¿Cómo ha estado la familia? Tu padre luce mucho mejor. —Me palmeó varias veces el hombro. La última vez que le había visto, fue durante el funeral del tío Teseo.

—Mejor, mucho mejor —aseguré y él asintió varias veces.

—¿Y tú? ¿Sigues con esa bonita muchacha? ¿Be…?

—Bella. —Le recordé—. Sí, sigo con ella.

Él asintió varias veces en silencio. A él poco y nada le interesaba mi vida personal, solamente estaba siendo educado al preguntarme. Pero ese gesto bastó para indicarme que estaba contento por mí, que sabía que si llevaba tanto tiempo con una chica, iba en serio.

En ocasiones, deseaba poder encontrar las palabras adecuadas para que el resto supiera que ella era mi última chica. Pero tampoco planeaba sacar el tema; mucho menos en la oficina del rector.

Me indicaron que tomara asiento, y por un segundo creí que planeaban despedirme.

Pero resultó ser todo lo contrario.

—Ahora entiendo por qué Grossman te recomendó desde un principio. Has logrado equilibrar el nivel de rendimiento en toda la clase. Tengo una vieja costumbre de pensar que los profesores más jóvenes tienden a ser mucho más accesibles, pero es bueno saber que se mantienen firmes ante los alumnos. ¿Tienes idea por qué te hemos llamado, Edward?

Miré a Grossman por varios segundos.

—¿Mi tiempo como reemplazo ha caducado? —Lo dije a modo de broma, para que no se convirtiese en un ambiente incómodo de ser ese el motivo.

Se miraron por un tiempo. Sí, me iban a retirar.

—Más o menos. Resulta ser que eres muy bueno y nos gustaría darte un espacio, ya sea en la clase de biología o química, con ayuda de otro profesor. ¿Sabes de química, verdad?

—Técnicamente. —Parpadeé varias veces. Sabía cosas generales, gracias a la escuela de Medicina. Pero no era ningún especialista en materia.

—Todavía podrías ser mi reemplazo cuando necesite volver a otro seminario o no pueda asistir por algún motivo. Pero el rector cree que es una buena idea conservarte dentro de esa institución. —Grossman terminaba por explicarme.

Lo primero que se me vino a la mente fue la idea de tomar lugar en cátedras de las que yo no tenía ningún tipo de especialización.

—Es una oferta… altamente deseable. No me malinterpreten, estoy muy agradecido. Pero quisiera saber… ¿Realmente hace falta una vacante?

Volvieron a mirarse, esta vez para sonreírme condescendientemente.

—Nunca hay vacante, Edward —dijo Grossman—. Pero con una inteligencia como la tuya y una perfecta posición, todo es posible.

Mark estaba trabajando en una tesis doctoral sobre la legitimación en el uso de la energía nuclear. Josh había asistido hace una semana a un seminario sobre Geometría y Dinámica Compleja. Ambos eran muy aplicados y contaron con una mano para progresar. Y ahora, yo tenía la misma oportunidad.

—Sé que te llevas muy bien con mi sobrino y Mark —dijo el rector—. Tus clases han traído buenas calificaciones. ¿Crees que podrías manejar cualquier otro tipo de alumno que desees?

Me miraron, esperando una respuesta.

Lo pensé detenidamente.

.

(4) Salí del establecimiento y cuando me vi afuera, sonreí abiertamente, completamente satisfecho por la oportunidad que se me había presentado y, por supuesto, de la decisión que había tomado.

Me quité la corbata de un tirón y recordé que llevaba los prácticos de clase en mi maletín. Los saqué de allí y los tiré al primer basurero que encontré a mi camino. No los iba a necesitar.

Llevé mi auto al estacionamiento del departamento y fui a pie hasta el trabajo de Bella para darle una visita sorpresa e invitarle a comer.

—No tenía idea que me traerías a Dunkin Donuts. —Sonrió con facilidad.

—Dijiste que querías venir aquí porque ya estabas algo cansada de Starbucks.

—Lo sé, no tenía idea que lo recordaras. —Al parecer, el haberlo hecho supuso una grata sorpresa para ella —. Pero, ¿por qué vinimos aquí a esta hora del día? Ya desayunamos.

—¿No se te antojaban unas donas anoche? —Pregunté señalando las que llevaban glaseado color rosa—. Además, ¿no puedo invitar a mi novia de vez en cuando?

Frunció sus labios y bajó la vista, ocultando lo que pudo haber sido una hermosa sonrisa. Poco a poco, Bella terminaría cediendo fácilmente a mis invitaciones sin protestar.

—Bueno. La próxima vez te invitaré a ese restaurante japonés que fuimos hace dos semanas. Tengo ganas de probar un poco de Tempura y un Okonomiyaki de camarones.

Le sonreí y rasqué la palma de su mano que se encontraba encima de la mesa.

—¿Qué tal tu día?

Su expresión cambió y su frente se arrugó.

—Un poco agitado. Melissa es la que se encarga de entregarme los textos que debo corregir, ¿bien? Bueno, esta vez me dio el equivocado. Pero no fue su culpa. Habían hecho dos versiones de un texto y le enviaron el equivocado. Entonces, tuvimos que hacer todo de nuevo. Por la falta de tiempo, no quedó tan perfecto como estaba, pero igual lo enviamos. De todas formas, era corto y hoy era el último día para enviarla al departamento de imprenta. Probablemente despidan a alguien… pero lo bueno es que no será Melissa ni yo. ¿Y el tuyo?

—Bueno… renuncié.

Dejó de beber su café y me miró fijamente, esperando algún tipo de remate.

—¿En serio? —Su voz sonó gruesa—. ¿Por qué?

—Mi tiempo como suplente terminó. —Encogí mis hombros.

Parpadeó varias veces antes de contestarme.

—Vaya…

—Me ofrecieron trabajo ahí… ya sabes, como un acomodo. No estoy en contra de ellos, porque sé que soy un buen trabajador. Pero realmente, realmente detesto a los adolescentes, Bella. —Llevé ambas manos hacia mi rostro para masajearlo. El recordarlo, me estresaba.

—¿Tanto?

—Son un dolor en el trasero. No tienes idea cuán feliz estoy de habérmelos sacado de encima.

No tardó en sonreírme.

—¿Y qué harás? ¿Volverás al consultorio?

Se me adelantó a los hechos.

—Así es. Técnicamente, ganaba más en el consultorio y es algo que venía evaluando desde hace rato. Quisiera empezar a ahorrar.

—Ya ahorras.

—Ahorrar en grande, me refiero. Después del auto y el departamento, no tengo tanto como antes. Sé que tú y yo ganamos lo suficiente, pero con esto, podríamos darnos mejores lujos.

—Nosotros no necesitamos mejores lujos… —murmuró en voz baja, con un tono tierno. Empezó a jugar con mi dedo índice.

—No… es cierto… —Usé el mismo tono tierno para jugar con ella—. Pero creo que deberíamos empezar a ahorrar para… futuros planes.

Le tiré una indirecta.

—Futuros planes… ¿cómo cuáles? —preguntó sin captarlo.

—Cosas para el futuro, Bella… lo que se te ocurra.

Encogió sus hombros y mordí mi labio. Qué ingenua era.

Partí un pedazo de mi dona con glaseado de chocolate y se lo ofrecí.

—Abre la boca.

Me lo aceptó de una forma para nada sexual. Pero sentir sus labios en mis dedos fue bastante sugestivo.

Cerró los ojos y gimió por lo bajo.

—Está demasiado bueno.

—Tú estás demasiado buena.

Se rió—. Cállate.

Le tomé de las manos.

—Bella, estoy muy feliz.

—¿Por qué?

—No lo sé, solamente estoy feliz.

A ella le dio ternura.

—¿Debería abrazarte ahora?

—Probablemente. Pero sigue comiendo, el café se te va a enfriar.

—¿Esto quiere decir que ahora te vas a tener que afeitar y cortar el cabello?

—Uhm… sí.

—Así luces más malvado.

—¿De veras?

—Ajam. Medio autoritario.

—Es que soy malo. Y trato mal a la gente.

—No, porque ahora vas a tratar con niños y bebés. Te verás mucho más tierno. —Jugó con mis dedos rápidamente.

—¿No crees que es loco pensar que si no hubiese aceptado esa propuesta, jamás habríamos conocido a Mark y a Melissa?

—Lo es. —Asintió varias veces—. De no ser por ti, Jane seguiría siendo virgen.

Solté una risotada inesperada.

—¿No crees que se molesten porque ya no trabajes con ellos?

—Son hombres, Bella. —Le recordé con humor.

—Ah, cierto. —Nosotros no hacíamos dramas de ese tipo—. ¿Ya has hablado con Carlisle sobre esto? Me pregunto si Jane sería tu secretaria.

—No estoy seguro de que sea algo bueno tener como empleado a un amigo, pero ella empezó siendo mi secretaria, así que sí es válido. Y no, todavía no se lo he comentado. Quería que fueses la primera.

—¿Por eso me buscaste hoy? ¿No resististe a la tentación de contárselo a alguien?

—¿Ves? Por eso me gustas, eres intuitiva.

Se rió.

—Ya, en serio, tómate ese café o se enfriará.

.

Una parte en mí creyó que existía una posibilidad de que Carlisle me dijera que no había espacio para trabajar allí. Pero debió haber sido paranoia, porque no dudó en recibirme de nuevo ya que sabía que tarde o temprano, regresaría a mi consultorio. Aunque sentí un poco de pena por la persona que me había reemplazado todo este tiempo.

No obstante, volvería a trabajar en una semana. Lo que significaba que tenía al menos siete días de vacaciones para hacer absolutamente nada.

Bella se convirtió en la única persona en la casa que debía levantarse temprano para ir a trabajar y sentí algo de pena. Me levantaba a la misma hora que ella para prepararle algo de desayuno. Me las arreglé para romper adecuadamente un huevo y prepararle un poco de tostadas francesas, un buen capuccino y una ensalada de frutas que únicamente consistía en pedazos de frutillas, arándanos y bananas. Tampoco estaba tan mal.

—¿Quién eres y qué has hecho con mi novio? —Me preguntaba mientras mordía una de las tostadas.

—Soy su gemelo malvado. Me deshice de él.

Aproveché y partí otro huevo encima de las croquetas de Bear, eso le ayudaría a que su pelaje luciera más suave y brilloso.

—No, en serio. Esto me preocupa.

—¿Crees que podría intoxicarte?

—No. El problema es que si aprendes a cocinar, ya no me necesitarás.

—Uhm… todavía te necesito para algunas cosas. —Entrecerré mis ojos, mirándole con malicia.

Ella sonrió y siguió mordiendo la misma tostada. No estaba comiendo con ánimos.

—¿Todo va bien?

Hizo una mueca.

—Me desperté con un dolor en el oído —dijo ladeando la cabeza hacia la derecha, indicándome que se trataba del izquierdo.

Le pedí que me esperara un segundo. Fui hasta el escritorio al lado de nuestra biblioteca y tomé mi bolígrafo que contaba con una linterna en la parte superior.

Me acerqué hacia donde ella estaba sentada.

—A ver, preciosa, déjame ver —murmuré en voz baja y aparté su cabello para revisar si había algún tipo de inflamación.

El rostro de Bella se puso colorado y pude ver de reojo cómo fruncía sus labios. Intenté no reírme. Había algo que me gustaba de tratarla como un paciente. Podría obligarla a desvestirse y aprovechar para manosearla un buen rato. Pero dejé las fantasías a un lado, porque en verdad estaba mal.

—¿Alguna vez has tenido otitis?

Ella refunfuñó de mala gana.

—¿Tengo una inflamación?

—No lo sé, no puedo verlo a simple vista. Pero se nota que tienes un poco de líquido allí. ¿Te duele la garganta, verdad?

Asintió.

—Creí que era el frío.

¿En verdad le hacía tanto frío? Solamente estaba lloviendo.

—Exacto. ¿Por qué no vas con Carlisle así te revise mejor? —Le propuse, ya que yo no contaba con la instrumentación adecuada ahora—. Seguramente te recomendará unas gotas, antibióticos y un antiinflamatorio.

—¿No era que Carlisle nunca tenía tiempo? Porque esta tarde y mañana voy a estar algo ocupada con el tiempo…

—Uhm, yo podría pedirle que te ceda un turno para hoy en la mañana…

Bella me miró por unos segundos.

—Deberíamos dejar de aprovecharnos de ciertas facilidades.

Carlisle me dijo que no había turno disponible para ella, pero como Josh ya había solicitado uno, no vio problema en atender rápidamente a Bella al mismo tiempo que al enano. ¿Por qué no me había contado que había sacado uno?

Cierto. Ya no le frecuentaba diariamente.

Bear se echó a dormir luego de terminar con su plato. Se había agotado suficiente con la caminata de las seis de la mañana. Aproveché la ocasión para ir al hospital a visitar a Sam.

En la sala de espera, encontré a Thomas sentado, usando sus gafas y escribiendo algo en un cuaderno. Lucía muy concentrado.

Me sorprendió verle tan relajado cuando me saludó.

—¿Estás aquí solo? —le pregunté sentándome a su lado.

—Sus padres se fueron a desayunar. La hora de visita es en media hora —me avisó.

No quise leer sus notas, pero ya llevaba como tres hojas escritas.

—¿Qué escribes?

—Cosas del trabajo… números de teléfono, nombres de modelos y otros proyectos que tengo en mente. Un pequeño pájaro me contó que estabas preocupado que pasara mucho tiempo viviendo aquí —lo dijo medio riéndose.

Esa Bella…

—También escribo algunos pensamientos o anécdotas para recordar. Puede que él las olvide.

Sam podría perder parcialmente la memoria o definitivamente. Ese era el gran misterio.

—¿Y qué harías si él despertase y no te recordase? —pregunté con casualidad, porque sabía que Tom no era un chico sensible.

Me demostró que estaba en lo cierto, sonriéndome.

—Eso sería un milagro. De esa forma, olvidaría todas las estupideces que alguna vez cometí. Un par de veces, mientras salíamos, fui a beber con otras personas.

—¿De veras?

—Sí, pero solamente eso, beber. Todos los días recuerdo esos estúpidos mensajes y permanezco aquí todo el día. Una persona tan leal como él no merece a un estúpido como yo a su lado.

Tom no era una persona con baja autoestima. Sabía que, si decía algo como eso, era relativamente cierto. Él debía saber qué era lo mejor para Sam.

De todas formas, le alenté.

—¿Saldas tu cuenta estando aquí el todo el día? Eso suena bastante leal.

—También lo hago pensando en que en cualquier momento puede despertar.

—Quién sabe, podría ser hoy.

—¿Podría ser hoy, verdad? —me preguntó algo esperanzado.

Asentí.

—Todos los días me despierto con una sensación distinta. A veces, pienso que hoy será el gran día, o quizás uno trágico. Tienes que estar preparado para ambos y es algo agotador.

—Eso estaba pensando. ¿Qué haces para relajarte?

La fluidez con la que contestó me dejó mudo.

—Nada. No me quiero relajar.

Un par de minutos más tarde, los padres de Sam se hicieron presentes como de costumbre, aunque no esperaban encontrar una visita. No paraban de mencionar la sorpresa que les había traído ver que su hijo había creado grandes y buenas amistades en tan poco tiempo. Lucían igualmente relajados que Tom, lo cual me hizo creer que había buenas esperanzas en su estado, aunque no hubo ningún avance ese mismo día.

Durante el resto de la hora, no hablé con Thomas porque se quedaba sentado mirando el rostro de Sam durante mucho tiempo. Dice no ser lo suficientemente bueno para él, pero no imagino a otra persona que pudiera hacer esto sin sentir un verdadero sentimiento de amor, tal como él juraba. Si yo estuviese en su posición, esperando un milagro de Bella, me volvería loco.

Sin esperarlo, Emmett apareció en la habitación para saludarnos y saber de la situación de Sam.

Nadie le preguntó por el motivo, sabíamos que Cassie se encontraba en otra habitación del mismo hospital. Cuando el horario de visita finalizó, nos reunimos en el pasillo.

—Acaba de despertar de una operación. El único problema es la cadera. Los doctores dicen que se pondrá mejor, pero que no puede permanecer tanto tiempo inmóvil o podría desarrollarse una trombosis… uhm, no recuerdo bien… en fin. Podría complicarse por varias razones, así que pronto debería estar empezando su terapia de recuperación a la que, obviamente, yo no estaré presente.

—¿Es algo así como una decisión que tomaste con Rosalie? Porque ella es mi hermana y no quiso explicarme cuál era tu situación con ella —dije.

—¿Eh? No, no, no. —Frunció el ceño—. Por favor, ella no es así. Rose está a favor de que la acompañe, pero no me parece adecuado. Solamente salimos un par de meses. Es mi amiga pero creo que su familia ahora me odia por haberla hecho llorar.

—¿Por qué la hiciste llorar? —Thomas preguntó con impresión.

—Eso es lo que yo quisiera saber. Cada vez que aparezco, las lágrimas empiezan a aparecer en su rostro. Le pregunto si hay algo que puedo hacer por ella y no quiere molestarme.

—¿Para tanto? —Me pareció que exageraba.

—¿Recuerdas que Cassie era una obsesiva con el ejercicio? Bueno, creo que no lo decía en un buen sentido. Está tratándose con un psicólogo en estos momentos.

—¿Libera la ansiedad con el ejercicio, verdad? —Preguntó Thomas—. Sí, yo salí una vez con alguien así. Suelen ser optimistas y enérgicos pero si le quitas eso, entran en una crisis.

—¿Verdad? No lo sé, al comienzo creí que era una simple actitud deportiva. Yo hago ejercicio pero no canalizo todo de esa forma.

—¿En serio? Por un momento creí que eras de ese tipo de hombre.

—En fin… —Interrumpí su conversación, pues se estaban yendo del tema—. ¿Va a estar mejor?

—¿Físicamente? Espero que sí. Psicológicamente, no sé. Y me siento una basura por eso.

Emmett solía jugar con las mujeres, pero no de una forma tan frívola e infantil como Josh lo hacía. No estaba acostumbrado a dejar como si nada a una mujer con la que tuvo algo parcialmente serio.

—No eres una basura, pero te sientes de esa forma así que no tiene sentido que te digamos lo contrario. — Thomas le aconsejó—. Mira, yo discutí con una persona antes de que le atropellaran. Y ni siquiera sé si lograré hablar con él una vez más. Por eso, entiendo mucho mejor lo que estás sintiendo.

Emmett asintió, escuchando atento.

—Bueno… basta. —Le pidió amablemente—. Deja de sentir eso. Eres un hombre, ella es la niña que puede sentirse mal, tú no puedes dudar o les harás dudar a las dos. Vive con eso y trata de no perder tu vida en esto.

Oímos a Thomas con atención. Tal vez Emmett estaba enfocado en la enseñanza, pero yo me quedé impresionado por lo mucho que había cambiado su actitud frente a la situación en tan poco tiempo.

—¿Tienes tiempo? Quisiera hablar contigo un rato —le pedí a Thomas una vez que Emmett le agradeciera por sus palabras.

—Depende, ¿qué necesitas?

—Necesito tu ayuda para planear un par de cosas.

—¿El cumpleaños de Bella?

Sonreí.

—Y otras cosas más.

Asintió y le entregó un libro a Emmett.

—Léelo. Te ayudará a pensar mejor.

Leí la tapa. Era la Biblia.

BPOV

Las pastillas que Edward me había dado en la mañana me ayudaron a calmar el dolor en mi oído, pero seguía sintiendo una molestia en la garganta y en la cabeza. Me las arreglé para trabajar, pero el día se estaba volviendo un completo fiasco.

Miré hacia mi ventanal. Ya había vuelto esa horrenda lluvia helada.

Damian se acercó para preguntarme si algo malo me pasaba para mantener el ceño fruncido durante tanto tiempo y aprovechó para preguntarme si era algo contagioso.

A partir de ese momento, recordé que faltaba un empleado en nuestro piso. Suzanne, la supuesta prima de Sienna. No la había visto desde aquél incidente en el bar.

(5) Me acerqué al escritorio de Melissa. Como ya habíamos terminado nuestro trabajo pendiente, la encontré ordenando un par de papeles mientras llevaba los auriculares de su teléfono encima. Podía oír el marcado ritmo de la canción hip hop que estaba cantando. Movía la cintura una y otra vez, repitiendo "mueve ese culo para mí" en voz baja como si la cantara un rapero.

—Mel… Mel… ¡Melissa! —exclamé buscando su atención.

Se percató de mi presencia y se quitó los auriculares.

—¡Hey! ¿Qué sucede?

Me costaba creer que estuviese hablando con la jefa de los internos.

—¿Dónde está Suzanne? No ha venido a trabajar desde la última semana. ¿Está enferma o qué?

Dejó su teléfono y los auriculares en su escritorio antes de responderme con la misma expresión:

—La despedimos.

Pensé que había oído mal —lo cual, tan loco no sonaba—.

—¿La echaron?

—Así es.

—¿Por qué? —Fruncí el ceño.

Mel se encogió los hombros, como si no hubiese mucho que explicar.

—Falta de ética laboral.

Al trabajar en un mismo piso, era fácil saber quién de nuestros compañeros trabajaba y quién no. Suzanne podía tener un carácter especial, pero era eficaz. No se me ocurrió pensar que la habían corrido de la editorial por el problema que tuvimos, que ni siquiera desencadenó algún tipo de conflicto verbal ni mucho menos físico.

—Es claro que mintió acerca de esa historia entre Sienna y Edward porque ellos nunca se encontraron, ¿cierto?

—Sí, pero…

—Bella. —Me miró de frente y habló con claridad—. No me gusta tener gente con esa actitud aquí. No vamos a empezar algún tipo de drama en este ambiente. No se trabaja de esa forma. ¿Bien? Krauffman es el dueño de esta editorial, pero hasta donde me concierne, yo soy la jefa en este piso, por lo tanto, decido qué tipo de empleados considero apropiados para este trabajo. Si quieres drama, déjalo para las sábanas de tu cama.

—Bueno. —Parpadeé los ojos varias veces—. Gracias, supongo.

—Pas de problème. ¿No tenía que venir Josh hace tiempo a buscarte? —Revisó en su reloj.

Me entregó el permiso para retirarme un rato antes de que terminara mi jornada. Josh y yo debíamos ir hacia el consultorio de Carlisle.

—¿Alguien te dijo que eres muy impuntual? —le pregunté luego de saludarle, a la salida del edificio de la editorial.

—¡Claro que soy puntual! —Me cuestionó—. Lo soy con las chicas que me interesan.

Puse los ojos en blanco.

—No empieces a ofenderte porque estoy haciéndote un favor. Te estás colando en mi turno.

—Y tú en mi auto. Sube.

Se sentó en el asiento de copiloto y tardamos un rato allí debido al tráfico.

—¿No quieres que tome el volan…?

—Ni se te ocurra. —Le aseguré rápidamente—. Nadie toca mi coche.

—¿No lo habías chocado una vez? Edward me contó que eres pésima conduciendo.

Con el tiempo, aprendí a no tomar en serio nada de lo que Josh dijese. De esa forma, era mucho más gracioso andar con él.

—Qué mentiroso eres. —Sonreí negando lentamente.

(6) —Espera, espera. —Me detuvo enseguida y empezó a cantar una estrofa de una canción que estaba sonando en la radio. Le subió el volumen e imitó el movimiento de batería que llevaba la melodía. Lo hizo con mucho ahínco.

Cuando terminó la canción, me echó la culpa.

—Te la pasaste hablando y me hiciste perderla. ¿Hay algo que hagas bien, Bella?

—Soy alta.

—Hey. —Me apuntó con su dedo índice, hablando con seriedad—. Soy un poco bajo de estatura, pero es lo único pequeño en mí.

Me eché a reír con sorpresa.

—La tengo más grande que tu novio, en realidad.

—Bueno, bueno, bueno. Tampoco exageremos.

—Mi novia es más bonita que tú.

—Te conviene decir eso, ¿sabes? —Le advertí—. Te tengo en la mira.

—¿De qué "mira" hablas? Deja de hablar estupideces, Bella tonta. —Le restó importancia.

—Hablo en serio —le dije riendo.

Me miró por unos segundos. No supe qué es lo que iba a decir.

—¿Por qué usas esos enormes lentes? ¿Tienes una necesidad de lucir más lista de lo normal?

(7) Por suerte, el viaje duró menos de lo que esperaba.

Me pescó una buena cuota de nostalgia entrar al consultorio, recordando que la última vez que había visitado este lugar en un día tan lluvioso de septiembre, la estaba pasando muy mal.

Cuando Jane me vio, me saludó rápidamente agitando la mano amistosamente. Cuando le vio a Josh, esa sonrisa abierta se transformó en una mucho más disimulada y las mejillas se le coloraron.

Esperamos a que nos atendiese. Nos pidió que esperáramos en los asientos.

—¿Has visto como los niños la miran? —Josh me preguntó al oído sin quitarle la vista de encima.

Solamente había tres niños en el consultorio y cada uno de ellos observaba a Jane con profunda curiosidad. Llevaba el cabello bien recogido, pero el color rosáceo era notorio. Los adultos podían verlo como algo revoltoso, pero a los pequeños les encantaba.

No obstante, me dio mucha más ternura ver cómo Josh se daba cuenta de esas cosas pequeñas.

—Mirémosla fijamente.

Él era un chico bromista, pero cuando se trataba de Jane, lo era el doble.

Le seguí la corriente y logramos incomodarla. Si Edward hubiese hecho lo mismo, le habría devuelto la mirada. A ella parecía no agradarle la atención.

—¿Cuál es tu problema? —le pregunté a Josh en cuanto recordé que no sabía por qué había venido hasta aquí.

Su mandíbula se tensó. Inmediatamente, recordé a Edward.

—Cosas de hombres.

Suspiré sonoramente y empecé a hablar en voz muy baja:

—Dime que no le has contagiado algo.

—¿Qué? No, no es eso —aclaró rápidamente y asentí aliviada—. Es parte de mi privacidad.

—Pero tiene algo que ver con tu pene, ¿no?

—Le diré a Edward que estás preguntando demasiado por mi pene.

Le hice una mueca de asco, justo cuando le llamaron para ser atendido.

Fue en cuestión de quince minutos que se fueron velozmente mientras revisaba mi teléfono. No debió haber sido gran cosa.

Carlisle me recibió en cuestión de cinco minutos, porque Edward ya le había contado qué es lo que tenía y no quería ser injusta al quitarle el turno a alguien más; pero resultó ser que era la última de la mañana.

Me recetó gotas y antibióticos, como Edward me había indicado anteriormente.

Cuando salí del consultorio, ya no había muchos pacientes. Por esa razón, Jane y Josh podían conversar fluidamente.

Josh se encontraba apoyado sobre su escritorio, con el rostro tan cerca de ella que sentí que debía apartar la mirada a otro lado.

—¿Tienen ganas de ir a almorzar? —Jane preguntó en cuanto me vio acercándome.

La propuesta me tomó por sorpresa. Estaba esperando que decidieran marcharse por su cuenta.

—Paso. Tengo que ir rápidamente a preparar una clase para las dos de la tarde. Me perderé la gratificante compañía de Bella. —Me hizo una mueca.

—Púdrete —le contesté.

Me saludó amablemente y enseguida, le regaló un buen beso de despedida a su novia. Miré hacia otro costado para darles algo de privacidad, pero pude oír que Jane le pedía que no se sobrepasara. Le dio un último beso casto en los labios y se despidió. Mi amiga lucía colorada.

—El rojo y el rosa te sientan bien. —Alcé mi pulgar, bromeándole.

Suspiró.

—Le dije que no hiciera ese tipo de cosas cuando hay un amigo cerca. Me incomoda que te incomode.

—No me incomoda. Pero no podría andar todo el día con ese chico.

—Lo sé… es muy bromista. Pero es lindo. ¿Te importaría acompañarme a casa para buscar mi teléfono? Me lo he dejado esta mañana.

—Claro, no te preocupes —aseguré sin problema.

Salimos del consultorio y recordé por qué Jane se había tomado la molestia de preguntármelo.

—Oh.

—No creo que esté. Normalmente sale a estas horas a almorzar con quién-sabe. —Trató de convencerme.

No es que Andrew me intimidara, pero la idea de volver a ver su rostro me ponía de malhumor. Más no planeaba cambiar mis actividades por él.

Utilizamos mi auto para acercarnos hasta el departamento de Jane. Nos la pasamos hablando de trivialidades hasta que ella abrió la puerta. Andrew estaba sentado en el living, acompañado de un muchacho que miró a Jane fijamente. Ella le respondió de la misma forma.

—Bueno… eh… dejaré que se pongan al día. —Andrew se excusó, levantándose del sillón. Pero no se fue de la habitación.

Iba a preguntarle a Jane quién era aquél muchacho, pero no hizo falta.

—¿Alec? ¿Qué haces aquí?

Su hermana menor reaccionó enseguida, acercándose para abrazarle con emoción. Él la recibió casi alzando su pequeño cuerpo.

Me sentí muy mal por no recordar su rostro, pero solamente le había visto una vez, durante la boda de Alice y Jasper.

—¿Qué es esto? ¿Qué te hiciste? —No dudó en cuestionar el color rosáceo en su cabello.

—Eh… una larga historia. —Le restó importancia. Seguía sonriente—. ¿Viniste por tu propia cuenta?

—Así es. Al fin tengo mi propio carro. Lo estacioné afuera. ¿Quieres checarlo más tarde?

Jane reaccionó como si la situación del auto hubiese sido un evento muy esperado por los hermanos.

Nos saludamos como si fuese la primera vez que nos conocíamos, pero estaba segura de que él tampoco me recordaba. No quise apresurar a Jane con el asunto del almuerzo en cuanto se sentó en el living a ponerse al día con su hermano.

—Nueva York es un completo caos. ¿La gente siempre anda de malhumor? Tardé un par de minutos para lograr estacionarme entre dos vehículos y un tipo me dijo que tenía una cara de mierda y que me patearía el trasero si tardaba un minuto más —testificó con indignación—. Estas cosas no pasan en California.

—Sí, son así todo el tiempo. No te preocupes, te acostumbrarás —prometí.

—En realidad, no espero acostumbrarme… —dudó y observó a su hermana—. Solamente quería visitarte. Me dijiste que estabas saliendo con un chico y por un segundo creí que era él.

Alec señaló a Andrew. Él se lo negó con una pequeña risa nerviosa.

—No, él es Andrew. Es mi compañero de piso —dijo Jane.

A Alec no le gustó oír eso.

—¿Un varón?

—En realidad, dos. —Jane hizo el gesto de "orejas de conejo" con la mano.

Antes de que su hermano empezara a alterarse, intervine.

—Uno es homosexual. Andrew es su hermano. Son buenos chicos.

Podía sentir la mirada de Andrew fija en mi rostro.

—Oh, está bien… ¿y tu novio?

—Técnicamente no es mi novio, todavía.

—Ah, es que ya le dije a nuestros padres que tenías uno.

Jane abrió los ojos con sorpresa. La noticia no le sentó muy bien que digamos.

—¿Por qué les contaste sobre eso? Él y yo apenas hemos empezado a salir, n-no es algo serio.

—¿Pero lo será, cierto? —pregunté y Jane no supo contestarme.

—No tuve otra alternativa. Ellos te quieren de vuelta a casa.

Se creó un horrendo silencio.

—¿Cómo? —Jane no pudo creerlo.

Alec se preparó para contárselo detalladamente.

—Viniste aquí con la excusa de estudiar veterinaria, ¿bien? Bueno, ya han pasado dos años y no han recibido noticias de aquello. Mamá está preocupada porque cree que vives sola. Querían traerte de nuevo a casa para que estudies en casa.

—Pero estoy trabajando. Necesito reunir suficiente dinero para pagar las cuotas o pedir un préstamo. ¿No creerás que sea algo que se logra en un año, o sí?

—Jane, acabo de cruzar a un tipo que me preguntó si deseaba pagarle por su orina. ¿Crees que nuestros padres querrían dejarte sola aquí durante tanto tiempo?

—Pero ella no está sola. Somos un buen grupo de amigos y la cuidamos —le avisé mientras sobaba la espalda de Jane, imitando el gesto de Edward.

—Les dije que habías conseguido un buen chico en esta ciudad y que por eso deseabas quedarte. Entonces, quieren venir a visitarte y conocerlo.

No me pareció algo malo, pero Jane reaccionó como si le pidiesen una locura.

—¿Cuál es el problema con presentarles a Josh? —pregunté.

—Que se trata de Josh —me respondió preocupada.

Eh, cierto.

—Lo siento, pero no estoy entendiendo. ¿Es este tipo un drogadicto o vagabundo? —Alec lo preguntó con completa seriedad, creyendo que esto fuese posible.

—No. —Jane le golpeó el hombro.

—Josh es un buen chico. —Me apresuré a contarle—. Es profesor de matemáticas es una escuela privada. Hasta tiene su propio departamento, ¿eh?

—¿Y entonces? ¿Cuál es el problema? —Le gustó oír que al menos tenía un buen empleo.

—Josh no es… no es algo serio, Alec —masculló en voz baja, como si estuviese aquí.

—¿Cómo que no es algo serio? —Frunció el ceño—. Tú siempre fuiste una chica seria.

—Lo que sucede es que Josh es un poco torpe con las palabras —dije—. Pero es una buena persona. Es amigo nuestro y…

Su hermano me ignoró por completo.

—¿Solamente te acuestas con él? ¿Por eso no es algo serio?

—Alec, no, espera…

—¡Jane! —Se levantó del sillón, repentinamente horrorizado—. ¡Eres mi hermanita! ¡Tienes diecinueve años! ¿Te acuestas con un profesor?

Probablemente Alec estaba imaginando a un hombre mayor.

—Sí, es profesor, pero es joven. ¡Es que es complicado! —exclamó ella.

—Mira, mejor no quiero saber de eso. —Se arrepintió inmediatamente—. Lo único que puedo decirte es que ellos van a venir aquí para conocerlo. Viajé unos días antes para avisarte como para que escogieses un buen hotel para hospedarse, un lindo restaurante para presentarlos. Si se enteran que todavía no tienes planeado estudiar y que estás "saliendo" con un muchacho, te llevarán arrastrando hacia California.

—Y es por eso que tú tienes que convencerles de que estoy bien aquí. —Se lo pidió como un favor.

—¿Cómo sé que estás bien? No conozco a ese tipo. Yo tampoco me siento cómodo dejándote aquí.

Me dio la impresión de que tanto Alec como sus padres, eran muy protectores con ella.

—Oye, oye, espera un segundo. —Andrew interrumpió la discusión para hablar con Alec—. Sé que no es mi asunto, pero no soy amigo de Jane. Ni de ella.

Me señaló a mí.

—Solamente vivo con ella y pienso que es una increíble chica. Sí, es una niña y probablemente tus padres piensen que se ha vuelto loca cuando la vean con su cabello rosado.

Jane abrió los ojos con sorpresa. Olvidó ese detalle.

—Pero tienes que conocer a mi hermano. Él es como el padre responsable de esta casa. Ella tiene un buen trabajo como secretaria en un consultorio donde le pagan muy bien. Mira su chaqueta. ¿A que luce costosa, eh?

Ella se puso colorada. Es cierto, esa chaqueta era nueva.

—No es como si no tuviese algo planificado. Solamente tienen que darle tiempo. Además, sigue siendo joven. No hay diferencia en la edad con la que termine graduándose. No conozco a Josh pero con él o sin él, ella va a estar bien aquí. Así que relájate un poco y ayúdale a convencer a sus padres. ¿Eh?

Mientras Alec lo meditó, me encontré buscando un motivo por el que decidiera ayudarnos. Quizás la respuesta más obvia era que, con el tiempo, había creado un buen lazo con su compañera de piso.

—Veré qué puedo hacer. Pero irás a cenar con ellos la próxima semana. ¿Bien? —le advirtió a su hermana.

—Está bien. —Jane respondió una sola vez, con los labios fruncidos. No muy convencida de lo que acababa de aceptar. Se levantó del sillón—. Iré a hablarle por teléfono.

Nos dejó a solas. Andrew y yo nos miramos por un segundo.

—Quizás Jane no te lo diga, pero ha sido bueno que la ayudaras. Gracias.

—No, ni lo digas. —Negó varias veces, con las manos en su bolsillo—. Lo habría hecho de todas formas.

Asentí una sola vez.

—Es… digo, bueno, es genial que no sea incómodo… esto. —Nos señaló.

Puse los ojos en blanco.

—Seamos francos, Andrew. Vamos a coincidir en muchas ocasiones así que déjate de tonterías. No somos amigos, nunca lo fuimos ni quiero serlo. Así que no sé por qué te estoy hablando ahora mismo. Me voy.

Me di la vuelta y utilicé la llave de Jane para abrir la puerta.

—¡Nos vemos, Bella! —Oí que me saludaba en un vago intento de hacer las paces.

.

Llegué a casa y Bear alzando las patas. Edward no estaba en la primera parte del living. Me acerqué en silencio hacia la segunda.

Edward estaba sentado con ropa de hogar jugando con un joystick.

—Hola, amor. —Me saludó sin quitarle los ojos a la pantalla. Estaba jugando algún videojuego.

Bear fue hasta el sillón para sentarse, como si ese fuese su lugar.

—Hola, hola.

—¿Qué tal tu día? —me preguntó continuando con la partida. Lucía muy concentrado.

—¿No quieres hablar luego? Sé que nunca hay que interrumpir a un hombre mientras juega.

—Bella, llevo más de veinte años manejando esto. Háblame.

Aparentemente, no le molestaba.

Ya le había contado parte de mi rutina por WhatsApp durante la mañana. Le conté lo último.

—Entonces Andrew quiso pedirme disculpas y lo mandé a la mierda.

—Esa es mi nena.

No entendí el juego, pero ya había terminado.

—¡Me traes suerte! —Alzó los brazos y celebró—. Ven aquí.

Me dio un beso en los labios.

Observé nuestra pequeña mesita de café. Estaba lleno de casetes y una consola de videojuegos, además de un joystick adicional que no se encontraba conectado.

—¿Qué es todo esto? —pregunté tanteándolos. Lucían viejos.

Que yo recuerde, Edward jamás los había utilizado. Si le pescaba jugando algo, utilizaba la Nintendo que le habíamos regalado para su cumpleaños.

—Juegos de mi infancia. Los llevaba guardado en una caja y ahora puedo echarles un vistazo.

—¡Oh! ¿Infancia? ¿Cuándo tenías diez años? —Sonreí.

—Uhm… algo así. También jugaba con ellos en la Universidad.

Solté una risotada inesperada. Se avergonzó un poco.

—Tú duermes con un conejo de peluche. Estamos a mano.

Eso era cierto.

—¿Así que estas son tus vacaciones? —pregunté leyendo algunos títulos.

—Básicamente. ¿Qué opinas si juegas conmigo un rato?

Me reí. Pero insistió.

—¿Bromeas, cierto?

—Tan mala no debes ser.

—¡Soy un asco! —juré—. Mi infancia consiste en libros y música. No videojuegos.

—Entonces no lo sabes. Prueba jugar algo.

—Es en serio, Edward. Nunca fui buena en estas cosas. Perderé miserablemente a tu lado.

—Te morderé las tetas si juegas conmigo.

Parpadeé atónita.

—¿A cuál quieres que juegue?

Y me senté a su lado, tomando su joystick.

*(Leer nota de autora)*

—Empieza con uno fácil. Eres un motociclista y debes llegar a la meta.

—¿Sin rivales?

—Sin rivales. Solamente hazlo a tiempo.

Técnicamente era fácil. Apretando un solo botón lograba acelerar. Pero había demasiados obstáculos y si los saltaba así como si nada, me terminaba cayendo de la motocicleta y perdía tiempo. También había algún tipo de asfalto que me impedía avanzar con rapidez.

Edward no digo ni una sola palabra. En un momento, salió una pantalla con una alarma y no supe qué significaba, hasta que Edward soltó una risa sofocada y me pidió que siguiera avanzando.

Quedé en el puesto diecinueve.

—Te dije. Soy un asco.

—Bueno, sí. Un poco. —Trató de contener su risa.

Le golpeé el hombro. Es que se trataba de Edward. Lo único que sabía es que era uno de los mejores jugando videojuegos del grupo, junto con Jasper.

—¿Puedo probar otro? —pregunté, queriendo conseguir algún tipo de revancha.

—Sé mi invitada. —Desplegó su brazo, ofreciéndome varios de los casetes de la mesita.

Encontré el Circus Charlie. El único videojuego que había jugado durante toda mi infancia.

—Ya verás que no soy tan mala.

El juego consistía en seis niveles donde Charlie, el niño, pasaba obstáculos de temática circense hasta llegar a una meta. Una vez que llegabas hasta el nivel seis, el juego volvía a repetirse pero con un nivel de dificultad más pronunciado.

Podía llegar hasta el sexto, pero siempre me costaba rato. Y Charlie únicamente tenía cuatro vidas restantes. Era un reto para alguien con poca experiencia como yo.

Pero logré pasarlos. Me tomó un poco más de dos horas y durante ese tiempo, Edward le había servido croquetas a Bear y nos había preparado sándwiches de pollo y atún.

—Vaya.

—¿Qué vas a decir? —Le miré de mala gana. Sería el colmo que se burlara de mi progreso.

—Nada. Es que siempre me pregunté qué tipo de jugadora eras.

—Una mala.

Negó.

—Puedes ser una persona paciente que gusta de retos sencillos pero tardíos.

—Tú eres de los mocosos que quiere sangre, patadas y adrenalina en pocos segundos, ¿cierto?

Asintió seguidamente.

—Bueno, juguemos algo así.

Aceptó con muchas ganas. Pero no creo que haya sido por la idea de ganarme, porque ambos sabíamos que podía ganarme. Tal vez le ponía feliz que compartiera tiempo con él haciendo lo que más le gusta.

"Mortal Kombat 4". El nombre únicamente me era familiar por las películas.

—¿Es un videojuego que salió por la película?

Y Edward me miró con una sonrisa tierna. Ya me había equivocado.

—Ah, las películas salieron por el videojuego.

Asintió.

Se trataba de un simple videojuego de combate.

—Primero debes elegir un personaje. ¿Sabías que cada uno de ellos tiene una historia? Te la muestran en cortos videoclips por si deseas verlos.

Fue mi turno para mirarle con ternura.

—¿Muy ñoño para tu gusto? Porque podría patearte el trasero.

—¿Sabes qué? Estoy de acuerdo en eso. No quiero que seas amable.

Se rió lascivamente.

—Me parece genial.

—Ay, Edward. —Me sonrojé.

Me propuso elegir una chica. Pero yo no quería lucir como una tonta frente a él, así que escogí uno que llevaba la boca cubierta con una tela amarilla.

—Ese luce genial.

—Con razón eres mi novia. Ese es mi favorito, Escorpio. Escogeremos el mismo.

Era el mismo personaje, pero el mío estaba vestido de naranja, mientras que el suyo de amarillo. Me explicó cada uno de los botones de una forma tan espontánea que no pude seguirle el ritmo.

—No seas amable, en serio. —Volví a advertirle, cuando comenzamos—. Dame con lo que mejor sepas.

Edward no respondió nada. Le miré y descubrí por qué: contenía una risa.

—Ni siquiera hemos empezado y ya me pides que sea rudo. Podría casarme contigo.

Volvió a hablar con doble sentido y le golpeé el hombro.

Empezó a atacarme mientras yo descubría los movimientos. Cuando lo hice, me emocioné y decidí apretar todos los botones hasta ver cuál podía ayudarme.

Y sin esperarlo, activé un ataque donde le daba un golpe directo en la axila, quitándole gran porción de su vida.

Edward jadeó con asombro.

—¡Maldita! —Se rió y se vengó, matándome en cuestión de segundos.

Nos quedamos un rato en silencio, pero el niño tenía una cara de tramposo.

—Me dijiste que sea rudo.

Eché el joystick a la mesa.

—Me rindo. No sirvo para esto.

No protestó. En cambio, me entregó un nuevo casete.

—¿Has jugado a este?

Era el juego de las Tortugas Ninja.

Resultó ser que cuando Edward me ayudaba a vencer al enemigo, podía disfrutar de un videojuego. Pasamos el resto del día pasando nivel tras nivel. Sabía que Edward le habría ganado en un par de horas, pero hacíamos pequeños entretiempos para ir al baño, comer y darle de comer a Bear. Nos dormimos demasiado tarde.

A la mañana siguiente me desperté con la cabeza recostada encima de su pecho. No tuve que ir a trabajar porque Mel me cedió la mañana de ese viernes para realizar un par de trámites, con la única condición de trabajar un par de horas extras el próximo lunes. A veces se sentía bien contar como amiga a tu jefa.

Salpiqué la mandíbula de Edward con pequeños besitos hasta que se despertó.

—Levántate, muchacho. Tenemos que ir de compras.

—¿Comprar qué? —me preguntó sin abrir los ojos.

—Tu ropa para el trabajo. No me hagas actuar como tu madre, Edward. Levántate.

Murmuró algo inentendible.

—Acompáñame a comprar lencería también.

Se levantó de la cama en tres segundos.

.

(8) De nuevo, Nueva York nos regalaba una horrenda mañana de precipitaciones. Edward estaba encantado. Yo no. Detestaba la humedad y mañana era mi cumpleaños. ¿Sería mucho pedir un solo día soleado? Ni siquiera estábamos en otoño, todavía.

Pese a que Edward y yo compartiésemos un par de prendas, no se podía negar el hecho de que en algunas ocasiones tendríamos que diferir.

Y en realidad, estaba completamente agradecida por eso, porque no había algo mejor en esta vida que acompañarle a comprar camisas, pantalones, corbatas, cinturones y pullovers. De solo pensar que en pocos días debería cortarse el cabello y afeitarse la barba, me ponía colorada.

Salimos de la última tienda a la que Edward necesitaba ir y me sentí un parásito.

—¿Te cuento algo?

—A ver, cuéntame.

—Creí que esto de la baja autoestima a tu lado se iría con los meses. Pero aquí estamos. Un año más tarde y sigo sintiendo que estoy saliendo con un supermodelo.

—¿Sabes? No tengo buenos recuerdos paseando por estas tiendas.

—¿Por qué?

—Porque solía gastar mucho dinero en este tipo ropa para impresionar a las chicas.

—Vaya.

—Ahora resulta que para impresionarte no necesito tener esta ropa. Eres muy accesible.

Fruncí el ceño.

—¿Me estás llamando "pobre", verdad?

Después de unos minutos, Edward decidió que sería buena idea separarse.

—Voy a comprar cosas para el fin de semana por la otra galería. ¿Necesitarás ayuda?

—No soy pobre. Tengo dinero.

Se rió de mí y me pellizcó la mejilla. No me gustó el que decidiera irse sin darme un beso.

En realidad, era una buena idea que me dejara un rato a solas. Podría aprovechar para hacer las compras necesarias, como el regalo de aniversario, el vestido que planeaba usar o la lencería.

Sabía por varios consejos de Thomas que lo único que debía hacer era encargarme de enseñar mis piernas. Ese fue mi único ítem a la hora de comprar un vestido para la cena que Edward tenía preparada: un vestido corto, ajustado y blanco con detalles oscuros.

Para cuando había terminado, me di cuenta que acababa de hacer mi primera y única compra de vestido sola. Sin compañía de un segundo que me dijera qué me sentaba bien o qué no. Y eso me asustó. Me arrepentí inmediatamente del vestido pero no hice nada al respecto, porque tenía suficiente vergüenza como para ir a cambiarlo y la suficiente lógica para darme cuenta que el vestido no importaba si al final de la noche me lo terminaría quitando.

No compré la lencería, porque la tía de Mel atendía una de esas boutiques y dijo que me haría un gran favor al respecto. Tal vez porque también necesitaba comprar un par. No le pregunté.

Lo siguiente se convirtió en la tarea que me tomaría un buen rato:

¿Qué carajo le regalaba a Edward?

Solía decir "¿qué le puedes regalar a un hombre que lo tiene todo?" cuando él me parecía algo totalmente ajeno. Pero ahora era mi Edward. El idiota que había aprendido hace unos pocos días a romper un huevo. El tipo me había dado increíbles regalos a lo largo de este tiempo y yo necesitaba compensarlos.

¿Cómo?

Tan mal no estaba. Sabía que era un muchacho práctico. Cualquier regalo útil le sentaría muy bien. Ya había comprado ropa para su regreso al consultorio, la idea de una bonita corbata no sonaba oportuna ahora.

Compré un marco de fotos, porque sabía que le terminaría regalando alguna fotografía nuestra. O de Bear. Solamente era cuestión de revisar mi teléfono e imprimir alguna de las tantas que teníamos. Quise regalarle un buen encendedor, pero me cuestioné si sería buena idea impulsar sus malos hábitos.

Bueno, nuestros.

En un momento, mis ideas se vieron agotadas. Pero luego me di cuenta que solía regalarle estas chucherías eventualmente. Si esta era una gran ocasión, merecía un gran regalo. Uno costoso, porque hacía rato que no se daba con el buen gusto.

Entonces fui a la tienda de Rolex y terminé comprándole un buen reloj que dejó a mis bolsillos sangrando.

Y ni siquiera eso bastaba para sentirme conforme. Caminaba lentamente por las vidrieras, pretendiendo que buscaba algo cuando simplemente deliberaba un último regalo.

Me di por vencida y me vi obligada a optar por un regalo sexual que, al fin y al cabo, era lo más sencillo.

Decidí que no iría por el terreno… anal, porque me di cuenta que, mientras más nos acercábamos a esa zona, más ansioso se ponía el muchacho y en cualquier día se le podría ir la mano de encima. Tal vez alguna fantasía, pero no se me ocurría ninguna. Quizás podría encontrar algo en internet, o en Melissa, que era mucho más sencillo.

A los pocos minutos, él y yo nos reencontramos. Ambos inspeccionamos rápidamente las bolsas del otro de manera disimulada. Bueno, al menos él.

—¿Me extrañaste? —me preguntó con picardía.

Negué sacándole la lengua.

—Bien. ¿Quieres ir a casa?

—Por favor —rogué soltando un jadeo—. Hice una mala idea al usar estos nuevos converse sin calcetines.

Solamente por eso, decidió que iríamos en un taxi y me obligó a colocar mis piernas encima de las suyas para masajear la zona adolorida. El taxista nos miró con curiosidad.

Llegamos a casa y Bear nos recibió como si no nos hubiese visto en tres años. Edward tardó quince minutos en relajarlo mientras yo acomodaba mis bolsas en un lugar secreto —el armario— del dormitorio.

Me senté en la cama para quitarme los converse y revisar mis pies. Me había raspado el tobillo. Ambos.

—Sí que eres brillante, Bella. Hiciste bien en ir prácticamente descalza.

Edward apareció en el dormitorio.

—¿Otra vez hablando contigo misma?

—Sí. Es más divertido que hablar contigo.

Me gustaba hacerle bullying.

—Uhm, ya veo.

Se recostó a mi lado de la cama. No supe por qué, pero la visión de sus muslos debajo de sus jeans ajustados, me alzó.

—¿Quieres hacerme masajes en los tobillos de nuevo? Y por "masajes" me refiero a masajes en... bueno, ya sabes.

Edward parpadeó dos veces.

—¿Esa es tu mejor estrategia para proponerme sexo? Porque en verdad quisiera oír alguna de tus tácticas.

Me quedé pensativa por un rato.

—Y… hace calor, ¿no crees?

Soltó una risotada.

—¡Soy una mujer! Nosotras no proponemos esas cosas —refunfuñé colorada—. Soy una princesa, ¿o no?

En vez de contraatacar, me deslumbró con una tímida sonrisa honesta.

—¿Qué sucede?

—Eres linda. Ven aquí.

Me acercó a su cuerpo para besarme en la cara. Pero busqué profundizar el tacto, acariciando su abdomen.

—Te voy a proponer algo —dijo medio separándome.

—Al fin.

Se rió.

—Nada de sexo hasta el catorce.

No me esperaba oír eso.

—¿Por qué?

—Te quiero alzada. —Entrecerró los ojos, mirándome con malicia.

Ay.

—Sigue hablando —pedí, deslumbrada.

—Quiero que sea una buena noche. Y con "buena noche", me refiero a que sea una puta noche.

—¿Dices "puta" porque quieres que sea una puta?

—También. —Asintió, alzando su dedo índice—. Pero quiero que sea sexo del bueno.

—Buen sexo.

—Ajam.

—¿Te refieres a esos en los que nos arrastramos por toda la alfombra y me terminas arañando?

—En realidad estoy pensando en una combinación entre ese sexo y con hacer el amor.

Me puse colorada y le sonreí tímida.

—Hace rato que no hacemos el amor —murmuré bien bajito, jugando con sus manos.

—Podemos hacerlo clásico… champagne, velas, pétalos en la cama…

—Los pétalos, no.

—¿Por qué?

—No me gusta la idea de tener que matar a una pobre planta para cumplir nuestras satisfacciones. Además, siempre se me terminan pegando en todo el cuerpo y es molesto.

Se echó a reír.

—Bien, nada de rosas.

Le abracé el cuello.

—Estoy de acuerdo con la idea. Tiene que ser bueno. ¿Así es como se siente cuando los universitarios preparan salidas nocturnas?

—Uhm, algo así.

—Prometo no masturbarme hasta entonces.

—Bien. —Me apuntó con el dedo índice, remarcando que acaba de tomar una buena decisión—. Ahora, ¿quieres hacer algo?

—Podemos jugar un rato, ¿quieres?

A Edward le encantó la idea. En realidad, creo que le encantaba tener una novia con quién jugar a estas cosas.

Pasamos, literalmente, el resto del día jugando al Super Mario Bros 3. Únicamente hicimos intervalos para ir al baño o comer la tarta de espinaca que había preparado.

Recuerdo haberme dormido en algún momento de la noche. Edward intentó despertarme.

—Bella… Bella…

—Uhm…

No quería abrir los ojos, pero sabía que lo tenía frente a mí.

—Son las dos de la mañana, nos quedamos dormidos en el sillón. Vamos a la cama.

Asentí o algo así. No estaba segura si lo estaba soñando o qué. Edward se cansó de intentar despertarme y decidió alzarme hasta la cama donde nos arropó.

Busqué su pecho rápidamente para abrazarlo como si no hubiese un mañana. No era consciente de nada, más que del peso de Bear cuando saltó hacia nuestra cama para dormir entre nuestras piernas.

—¿Estás muy cansada, verdad? —me preguntó, medio riéndose.

Asentí. Siguió repitiendo algo así como "Ay, mi Bella…" y me dio un par de besitos en la cabeza hasta que me envolví en un sueño profundo.

A la mañana siguiente, Edward se encargó de despertarme varias veces. Incluso cuando era molesto, oír su voz llamándome era una de las cosas más bonitas.

—Despiértate.

—Es temprano. No quiero. —Me resistí, sintiendo que realmente era temprano, aunque no podía saberlo con precisión. Me encogí entre las sábanas.

—Si no te levantas, ¿cómo pretendes que te celebremos tu cumpleaños?

Mi cumpleaños. ¡Lo había olvidado!

Abrí los ojos y todo lo que pude ver era negro. Llevaba un antifaz para dormir encima. Y no recordaba haber comprado una.

—No te la quites. —Edward me pidió con seriedad cuando estuve a punto de hacerlo.

Me quedé quieta, esperando algún tipo de sorpresa, sino, no se explicaba el antifaz.

Inmediatamente, sentí que me quitaba las sábanas de encima. Me separó las piernas y mi cuerpo tembló, creyendo que iba a bajarme las bragas. Pero hizo todo lo opuesto: me colocó unos pantalones de chándal.

—¿Qué haces, Edward?

—Te visto.

¿Para qué?

—Extiende tus brazos hacia arriba. Quiero colocarte este suéter.

Y así lo hizo. Me vestía para algo.

Lo siguiente me sorprendió: me alzó entre sus brazos.

Rápidamente enredé mis brazos en torno a su cuello y pude sentir su respiración en mi rostro.

Solté un par de risitas, preguntándome hacia dónde me llevaba. Pero la sorpresa no terminó allí. No, señor.

Pude sentir cómo Edward abría la puerta de la entrada de nuestro departamento y me llevaba hacia afuera.

—Edward, ¿qué haces? —pregunté repentinamente preocupada.

Los ruidos de la ciudad me despabilaron. Edward me estaba trasladando hacia afuera del edificio.

—¡Edward Cullen! ¡¿Qué crees que haces?! —Quise golpearle reiteradas veces en el hombro—. ¡Estoy en pijamas!

—No vas a necesitar vestirte bien para el lugar al que vamos a ir. —Fue lo único que me contestó.

Enseguida, me llevó hasta un auto y me depositó en lo que creí que era el asiento de copiloto. La desesperación de no saber si era el mío o el suyo me produciría canas verdes.

Me abrochó el cinturón, obvió mis preguntas y lo segundo que pude sentir, fue que el auto se ponía en marcha.

Bien. Edward me estaba llevando a un lugar sorpresa. Pero sabía que no podía tratarse de una fiesta, pues me encontraba impresentable. También noté que hacía frío y que el suéter me había sentado bien. Me conformaba con que no estuviese lloviendo. Mi cabello era un desastre y la humedad no le ayudaría en nada.

Tampoco iba a llevarme a algún lugar remoto para tener sexo. Habíamos acordado en eso.

—No creas que no me he dado cuenta que no me deseaste un feliz cumpleaños anoche…

—Y eso fue increíblemente gracioso. —Se apresuró en comentar, riéndose—. Quise saludarte, pero te habías dormido, y cuando intenté despertarte, te fuiste directo a la cama.

Qué vergüenza. Hasta yo misma había olvidado mi cumpleaños.

—Hey, adivina qué.

Edward me tomó la mano izquierda y se la llevó hasta su mandíbula. Completamente afeitada.

Solté un fuerte jadeo sorprendido e intenté tocarle el cabello.

—¡Te afeitaste y te cortaste el cabello!

Me sentí como una adolescente frente a su ídolo.

—¿Puedo quitarme esta cosa? Por favor, por favor, por favor. —Se lo supliqué repetidas veces. De repente, sentía muchas ganas de tocarle la cara.

—Ya tendrás tiempo para eso. Enfócate en no distraer al conductor.

(9) Mi teléfono empezó a sonar. Ni siquiera lo había traído conmigo. Edward debió haberlo hecho por mí.

—¿Puedo atender?

Tardó en contestarme un par de segundos. Juraría que leía la pantalla.

—Sí.

Me entregó el teléfono en las manos.

—¿Hola?

—¡Feliz cumpleaños! —Una voz muy dulce me saludó con mucha ternura. Inmediatamente la reconocí.

—¡Jane! ¡Gracias! —respondí de la misma forma, alargando la última palabra.

—¿Estás teniendo una buena mañana? ¿No he interrumpido algo… o sí? —me preguntó con timidez.

—¿Eh? No, no… me han despertado con un antifaz encima. Edward me arrastra hacia algún lugar y no tengo idea. En fin… ¿crees que podría verte hoy?

—Claro, ¿qué opinas a la noche? No sé si alguien más podrá a esa hora, pero por mí está bien.

—Sí, claro —contesté después de un rato, frunciendo el ceño.

Después de haber terminado con la llamada, oí que Edward se reía.

—¿Qué es tan gracioso?

—No me preguntaste si había planeado algo para ti en la noche.

—¿Lo has hecho? —Me sorprendió.

—Pues, ahora no tiene sentido porque has planeado reunirte con Jane.

—Aparentemente es la única amiga que tengo que no olvidó saludarme. —Traté de tomarlo con diversión, pero seguía impaciente esperando que alguien más me saludara.

—Claro que lo recordarán… solamente dales tiempo, todavía son las diez de la mañana.

¿En serio?

—¿Diez de la mañana? ¡Ugh! Edward… me hubiese quedado en cama hasta las una.

—¿De veras? —Se mofó—. ¿Hasta tan tarde? Sí que eres una perezosa.

Mi corazón pegó un brinco cuando, luego de quince minutos o algo así, llegamos.

Edward me obligó a caminar, sosteniéndome para evitar que tropezara. No le fue muy bien en eso.

—Es en serio, Edward. ¿Puedo quitármelas? Me sorprenderé de todas formas. —Podía sentir a través de mis calcetines que me encontraba en un tipo de campo. Estaba pisando césped húmedo. No me gustaba.

—Si tanto insistes…

Esperé a que terminara de quitármelas para mirar rápidamente su rostro y disfrutar de su nuevo aspecto. Pero lo hizo con tanta casualidad que no esperé encontrarme al resto del grupo a pocos metros de mí.

—¡Sorpresa!

Pegué un gemido. En realidad, fue como un grito.

No sé por qué, pero no me lo esperé en absoluto: Edward decidió prepararme una fiesta sorpresa aprovechando la mañana soleada de ese día. No podía creerlo, realmente el cielo se encontraba despejado pese a la fresca brisa que recorría por nuestros cuerpos. Y no solamente eso, sino que me dio con el gusto y organizó una fiesta con temática… infantil.

Sí. Un inmenso jardín que contaba con un castillo inflable, globos y adornos infantiles por todas partes y un inmenso trampolín. No fui capaz de expresar mi asombro hasta después de tres minutos.

—En realidad, cuando me dijiste que nunca habías tenido una fiesta infantil, me preocupé en serio. Todo niño merece tener este tipo de fiestas y tú dijiste que nunca pudiste hacerlo porque no tenías suficientes

amigos. Bueno… ahora cuentas con diez amigos que te acompañan el día de hoy. Es tu última oportunidad de volver a ser una niña.

Todos se emocionaron ante las palabras de Edward. Yo quise golpearlo, porque gracias a él me estaba poniendo algo maricona. Le abracé con mucha fuerza y enseguida aprecié su aspecto: el Doctor Cullen había vuelto a casa.

Tardé un rato en darme cuenta que era la casa de los Cullen y me sentí avergonzada, pero Carlisle y Esme opinaban lo mismo que Edward, además, añoraban tanto volver a tener un grupo infantil en su casa por lo que la oportunidad les vino perfecta.

Y no me refiero únicamente al aspecto de la fiesta. Sino al mío. Aparecí en la fiesta vistiendo un pijama y ese se suponía que sería mi vestimenta el día de hoy.

Cada uno de los muchachos se acercó para saludarme. Cuando Jane apareció, la acusé de mentirosa.

—Me usaron. Todos sabían que jamás sospecharías de mí. —Fue su respuesta, luego de abrazarme.

Josh y Emmett, los más energéticos del grupo, me invitaron a entrar al trampolín que hacía rato le habían pegado un ojo.

—Hay una buena razón por la que nunca me subí a esas cosas y tiene que ver una quebradura en el fémur. Odio esas cosas.

—¿En serio no te vas a subir? —Josh no pudo creerlo. Era como si le hubiese dicho que no planeaba comer pastel el día de hoy.

—Es en serio, estoy bien así. —Sonreí a medias.

Después de haber pasado prácticamente media hora en ese increíble trampolín y haber salido ilesa, entré a la casa con la cara completamente transpirada.

Thomas, que pasaba por el living, se paró para mirarme.

—¡Mírate! Tienes las mejillas sonrosadas. Pareces una inglesa.

Y despeinada. Esos malditos juegos eran divertidísimos.

Tal vez el mejor detalle (o el peor) de la fiesta era contar con mis dos mascotas preferidas. Hacía tiempo que Jella había tenido a sus pequeñas crías y me encargaba de visitarla al menos una vez a la semana. Pero se había acostumbrado demasiado al enorme jardín de la familia Cullen. Esme quería conservar al menos tres gatitos que ahora ya tenían tres meses y por eso, dejé que se quedara con sus crías.

Si me lo preguntaban, no sabría qué responder, porque no podía tener a Jella en casa. Para eso, debería separarla de su nueva familia y llevar a Bear a casa de mi madre tal y como lo había planeado, pero había evadido ese tema constantemente y tampoco quería meditarlo en mi cumpleaños.

Bear disfrutaba del jardín como si fuese el paraíso y sabía que tenía que ver el hecho de encontrarse en un lugar espacioso donde podía hacer lo que quisiera. Creí que terminaría por ladrarle a Jella y a sus crías, pero en realidad, él era el torpe que deseaba zarandeárselos para jugar. A veces visualizaba a Bear como ese amigo molesto que siempre desea salir e invitar a todos sus amigos. Jella, en cambio, se había vuelvo más amargada que de costumbre con su intrusión en esa mañana.

El jardín era hermoso, pero el living que habían preparado era aún más hermoso. Demasiadas golosinas, demasiados cupcakes. Me senté en donde se suponía que era la mesa central, al lado de Jane.

Estaba jugando con los cinco gatos en total.

—Es escalofriante —dijo Josh observándola—. Luces como la señora de los gatos.

—Adoro a los animales. —Se excusó con la razón que casi todos sabíamos—. Hace tiempo he estado pensando en tener uno.

—¿Gatos? —Él se sentó a su lado, frunciendo el ceño—. ¿Y por qué no un perro? Bear es divertidísimo.

—Los perros también son adorables. Pero mi familia siempre tuvo gatos. Extraño sentir ese ronroneo especial en tus rodillas mientras estás leyendo… son buenos acompañantes. Silenciosos y acogedores.

—Gruñones, en realidad… —Josh intentó acariciar a Canela, la única hija restante de Jella. Esta intentó arañarle.

—Los gatos son especiales —dije—. Son tan quisquillosos que hasta sientes que estás conviviendo con otra persona. Los perros son más dóciles.

—Y amigables.

—Cualquier animal es amable si lo educas bien, Josh. Cuando tenga mi propia casa, me encargaré de adoptar a todos los animales que encuentre en la calle.

Me reí por lo bajo y miré a Josh.

—Vas a tener que acostumbrarte a ellos si deseas ir en serio —murmuré en voz baja y a él le preocupó un poco ese tema. No parecía ser amigo de los animales, en realidad.

Por ser la cumpleañera, me regalaron una coronita. Era de plástico, pero tenía piedras rosáceas bonitas. Nunca antes había usado una. Ni siquiera como disfraz.

—¿Cómo has estado del oído, Bella?

Carlisle se me apareció frente a mí e inmediatamente me paré derecha.

—¡Bien! El dolor se ha ido, por suerte… Uhm, sí… quisiera agradecerles por dejar que esto sucediera.

Debía verme algo tonta con las mejillas tan rojas, pero mi suegro todavía me intimidaba.

—Ni lo digas. Edward se ha portado bastante bien organizando esto. Esme se ha puesto contentísima.

—Ah, sí. —Me reí—. Imagino que es genial volver a tener un ambiente infantil en casa, ¿verdad? Porque mi mamá habría muerto por tener una oportunidad como esta.

Carlisle me sonrió.

—También. Ella está muy feliz de ver a Edward volviendo a ser el mismo de antes.

¿Oh?

—Yo sé que está distinto… es decir, sigue siendo el mismo Edward del que me enamoré, claro. Pero hay cosas que empiezan a aparecer y que me gustan mucho más.

—Edward siempre tuvo la tarea de ser el hermano mayor responsable, pero sabíamos que era el más aniñado de los tres.

Eso sí que no sabía.

—Pero también tiene que ser el hecho de que se sienta cómodo trayéndote a la familia. A él nunca le gustaba hablar de sus relaciones con nosotros. Ni siquiera de esas que duraban años. Y por supuesto, nosotros también te consideramos parte de la nuestra. Espero que nos consideres parte de la tuya.

—P-Por supuesto. —Sonreí tontamente, casi jurándoselos—. Incluso antes de empezar a salir con él, yo sabía que ustedes eran buenas personas. No hay nada que quiera más en esta vida que hacer feliz a su hijo.

Carlisle me sobó la espalda paternalmente y me sonrió antes de marcharse. Se dio cuenta que me había puesto completamente nerviosa.

—Pareciera que acabaras de ver a un espanto. ¿Mi papá te habló de compromisos?

Rosalie se acercó para charlar un rato conmigo.

Me reí nerviosa.

—Sí. Digo, no… en realidad, estábamos hablando de Edward y de la familia.

—Uhm, ya veo. Bella, dime una cosa…

—¿Qué?

—¿Te casarías con Edward?

Me puse colorada.

—C-Claro.

—¿En serio? —Fue una sorpresa oír eso, pero una que le gustó bastante—. Creí que le tenías miedo al matrimonio o algo así.

—Al principio sí y no estaba segura por qué. Luego me di cuenta que temía cometer los mismos errores de mis padres. Ellos se casaron completamente enamorados y casi sin meditarlo. A veces pienso que a estas cosas hay que meditarlas con tiempo…

—En realidad, no. Es de esas cosas en las que realmente no lo dudas.

Me pareció tan raro oírlo de su parte.

—Por supuesto, a mí no me gusta el matrimonio. No le veo el interés. Pero sé que si me interesara, no dudaría en casarme con Emmett.

Yo no sabía mucho sobre la reconciliación entre Rose y Emmett. Creo que nadie lo sabía. Pero eso significaba que al final de cuentas, ella no había cedido ante la idea del matrimonio.

—Y sé que es raro, proviniendo de mí porque soy una persona obsesionada con el orden y la estructura de las cosas. Casarse, técnicamente no es conveniente si vamos a hablar de dinero. Me gusta pensar que yo tengo mi dinero y él tiene el suyo. Pero supongo que para algunas personas, esas cosas pierden sentido.

Siempre sentía que hablaba con una persona que destilaba una fuerte y segura autoestima cuando me acercaba a ella.

—Hace poco tuvimos una fuerte discusión… uhm, creo yo, la más dura que alguna vez tuvimos. Pero es increíble lo fácil que puede ser resolver ese tipo de cosas cuando confías en esa persona.

Ella asintió, dándome la razón.

—Desde entonces, quedamos de acuerdo en que queríamos seguir adelante con todo. Ya sabes… todo. Así que… bueno… —Me puse colorada—. Es cuestión de que él decida eh… eso…

Rosalie se rió.

—¿Hacer la gran pregunta? Vaya, me pregunto cuándo sucederá eso. No te quiero alarmar, pero la familia ha estado muy pendiente de ustedes dos. Sienten que ya no falta mucho para ese momento.

Casi me atraganto con la saliva.

—Hace un año, creíamos que Edward iba a ser el primero de todos en casarse. Pero Jasper apareció un día cualquiera y dijo "conseguí a la mujer de mi vida". Sé que después de saber mis posturas, esperan que el próximo casorio sea el de ustedes.

Algo me hizo pensar que Edward ya había hablado de esto con su familia.

—Visto y considerado que pronto te tendremos en la familia… me he dado cuenta que todavía no nos conocemos lo suficiente, ¿verdad? Podríamos tener algún tipo de actividad en común para conversar más seguido.

—Eso suena genial —dije con buen ánimo porque aunque ella me intimidase, debía considerar la posibilidad de tratarla como una futura cuñada—. Pero, ¿qué crees que podríamos hacer?

—Suelo venir aquí todos los domingos en la tarde para ayudar a mi mamá con tareas del hogar o con la jardinería. Tú ya debes saber bastante sobre estas cosas, pero yo necesito aprender a cocinar con urgencia. ¿Crees que podrías venir a visitarnos y unirte?

Había recordado que yo era buena en la cocina.

—Podría ayudarte a aprender a cocinarle a Emmett…

—¿Sabes qué? Eso sería brillante, no tienes idea lo agotador que es ir a cenar afuera todos los días. O despertarnos y tener que desayunar leche y cereal siempre.

Me parecía algo increíble que los Cullen no tuviesen conocimientos básicos de cocina teniendo a una madre que dictara clases de cocina. Quizás están tan acostumbrados a tener todo hecho.

Alice se acercó hacia nosotras entre murmullos y una sonrisa divertida.

—Vengan a la cocina. Ya.

Rápidamente Alice tomó mi muñeca y me arrastró hacia allí.

Sabía que Esme se había tomado la molestia de ayudar con las preparaciones de varios platos dulces, pero lo que menos esperaba es que Edward y Thomas fueran los que se encargaran de servirlos. Vi que estaban colocando estratégicamente las velas sobre lo que parecía ser un hermoso pastel colorido.

—La última vez que vi a Edward adornando un pastel fue cuando intentamos prepararle uno a mamá y él tenía trece años. —Se burló Rosalie.

—Bella, no creo que puedas encontrar un hombre más dulce que cualquier otro Cullen —me aconsejó Alice.

Me picaban las manos. Sentía muchas ganas de hacerle cositas.

—Edward, ¿puedes venir un segundo? —pedí con inocencia desde la entrada de la cocina.

Se hizo presente rápidamente y le tomé de la mano para llevarle a otro lado de la casa. Más precisamente, a la habitación de invitados.

Cerré la puerta.

—¿Vamos a hablar mal de alguien? —me preguntó en voz baja, creyendo que por eso lo arrastrado hasta allí.

Enseguida, estampé mis labios sobre los suyos y le abracé el cuello.

Su perfume me embriagó. La suavidad en su barbilla me enloqueció. Habían pasado meses hasta que me acostumbré a la sensación de su barba picándome la cara.

Edward me conocía perfectamente. Sabía que cuando intentaba enrollar mi lengua con la suya, tenía dobles intensiones.

—Qué picarona. Creí que teníamos un acuerdo.

—Lo tenemos. No vas a follarme hasta que me veas con el bonito vestido que compré. Pero necesito encontrar la forma de compensar todo lo que has hecho por mí.

Me agaché rápidamente para bajarle el cierre del pantalón y tomar su miembro desde la base. No estaba suficientemente duro. Relajé mi garganta.

—No soy un hombre codicioso. Puedo esperar hasta mañ… ¡OH! —La respiración de Edward se cortó de inmediato cuando me llevé su miembro hasta lo más profundo de mi garganta. Podía sentirle paralizado. — O-Oh, estás yendo lejos de e-entrada… Dios.

No hubo preliminares. Quería hacerlo rápido pero bien hecho.

Soltó otro jadeo sorprendido cuando sintió la rapidez con la que lo hacía.

—¡C-Cielos! B-Bella vas muy… Diablos…

Le miré. Apoyó la cabeza contra la puerta. Eso estaba bien. Ni siquiera tuvo tiempo para protestar.

Y como era hombre, no se olvidó de mirarme. No tenía idea cómo me veía en ese entonces, mucho más desaliñada que de costumbre, pero había un profundo asombro en su expresión y mucho, pero mucho placer.

—Dios… lo haces tan, pero tan bien… ahh…

Su mano aprisionó mi cabeza contra sus caderas. Mis manos se encargaban de acariciar su vientre y mover sus testículos en círculos.

No quise gemir, aunque sabía que eso le gustaría. Quería oír sus jadeos y el inevitable sonido extraño de mis labios encima de él.

Alguien golpeó la puerta.

—Edward… ¿estás ahí? —Era la voz de Thomas.

No nos interrumpió. Me animó a continuar con prisa.

—S-Sí… ¡Ah! —Jadeó esto último en voz baja, de la misma forma como si hubiese recibido un pinchazo cuando deslicé suavemente mis dientes por toda su longitud. Eso le había gustado demasiado.

—No es mi estilo interrumpir parejas, pero tienes que ir a soplar las velas, Bella.

Fácilmente se había dado cuenta que no estaba solo.

—¡Un segundo!—Edward pidió mordiéndose el labio hasta que llegó al clímax.

Me separé de él a los pocos segundos, pero él permaneció quieto, tratando de normalizar su respiración por un par de segundos más.

Me miró.

—No vas a librarte tan fácilmente de mí después de esto —prometió.

Luego, salimos de la habitación. Thomas le dijo a Edward que fuese el primero en apresurarse para encender las velas.

—¿Cómo supiste que estaba ahí? —Me entró curiosidad saberlo.

—¿Me preguntas a mí cómo distinguí el jadeo de un hombre excitado? —Puso ojos en blanco, hablando en voz baja—. Por favor, Bella.

Me entregó una goma de mascar sabor menta.

—Úsala.

Me sonrojé violentamente.

Cuando llegó el turno de soplar las velas del pastel —que por cierto, era precioso—, mi mente quedó en blanco a la hora de pedir los tres deseos.

¿Qué es lo que realmente deseaba?

No podía haber escogido una mejor época en mi vida que esta. Tenía trabajo, tenía un hogar, tenía un gran compañero, buenos amigos… No me di cuenta hasta entonces que yo era una persona plenamente dichosa. No me hacía falta nada más.

Tal vez así es como funciona la vida; la felicidad no está en objetivos, sino en conformarse con el presente. No había deseado algo como esto en mi anterior cumpleaños. O si lo había hecho, no lo había soñado tan perfecto como ahora.

Mi primer deseo fue hacia mi nueva familia, los pequeños… Gael y Cory. Quería que crecieran completamente sanos y que el destino nunca me separe de ellos.

El segundo fue hacia mis amigos. Todos me miraban expectantes para que soplara las velas, como si yo en verdad les importara. Pedí tenerlos que, no importa lo que pase, pueda contar con ellos durante un buen tiempo de mi vida.

Y el tercero…

Observé a Edward y oculté una pequeña sonrisa.

Deseaba poder terminar de convertirme en la mujer que Edward necesitaba y merecía. Ser lo suficiente para alguien tan bueno y puro como él. Y poder evitar las preocupaciones, para saber contestarle "sí" cuando fuese el momento indicado.

Tomé con firmeza su mano antes de soplar las velas.

Los regalos fueron otro asunto distinto. Algunos fueron muy bonitos. Unos raybans, un par de libros y películas, me regalaron varias gorras y camisas a cuadros para compartir con Edward y no en un buen

sentido. Además, recibí libros con recetas, boquillas de pastelería, bonitos cuencos y cortadores para fondant. Indirectamente, me estaban pidiendo que comience a cocinar para el grupo.

(11) Luego del pastel, tomé una de las bolsas de patatas fritas que sobraba en la mesa y me reuní con el grupo que se encontraba recostado sobre el césped, que era Josh, Jane apoyada sobre su pecho, Mel y Alice que se pintaba las uñas de los pies.

Me puses las gafas de sol que me habían regalado.

Alice se ofreció a pintarme las mías de un intenso dorado.

—¿No es la segunda bolsa de papitas que te comes? —Josh me preguntó… aunque más bien fue una acusación, porque luego me la quitó de las manos.

—Bella tiene ansiedad por frustración sexual —explicó Mel, bromeando.

Me puse colorada. Podía ser directa con Mel, más no con el resto de los chicos.

—¿Por qué? —Alice me preguntó con curiosidad.

—Porque… no es nada.

—Está en ayuno para mañana —respondió Mel.

—¿Qué hay mañana? —me preguntó Alice, dándose cuenta que era algo importante, pero no recordaba qué.

—Mañana se hace un año desde que empezamos a salir con Edward.

—Woah, ¿en serio? —Ella no podía creerlo, me sonrió de buena gana.

—Sí. —Asentí varias veces.

—No puedo creer que ya haya pasado un año… parecieran varios, en realidad. —Se reía Alice—. ¿Y qué es lo que van a hacer?

—Pues… hace mucho que no asistimos a una de esas cenas de gala donde hay que usar traje, vestido y eso… No sé, Edward tenía ganas de eso y yo también.

Como a cualquier otra persona, le impresionó verme tan abierta a esa alternativa.

—¿Qué te vas a poner? —Era la típica pregunta que Alice hacía desde hace tantos años. Oírla, me hizo sentir como en casa.

—Bueno, ya compré un vestido, ¿sabes?

Quise sorprenderla, y así lo hice.

—¿Es en serio? —Había reaccionado con ánimos—. ¿Tú sola?

—Sí… bueno, técnicamente Mel me ayudó con la dirección de algunos locales y me consiguió un poco de lencería.

Mel se encontraba recostada, más distraída en su teléfono que en nuestra conversación.

No supe comprender la reacción de Alice. Se mostró sorprendida y algo aturdida.

Luego, se rió.

—¿Mel ya te ayudó? —preguntó sonando algo… distante.

Solamente entonces me di cuenta de lo que había hecho: compré un vestido sin siquiera consultárselo a mi amiga, la experta en vestidos.

—Sí, le pasé algunas direcciones que mi tía conoce.

—¿Tu tía? —preguntó Alice.

—Trabaja cerca de esas galerías. Ella necesitaba ayuda así que… bueno, la ayudé.

Ni para mí, ni para Mel había sido un gran asunto. Pero podía entender si Alice se sentía ofendida por haber sido apartada rotundamente.

—Eso es muy… eh, dulce de tu parte. —Alice asintió varias veces, esbozando su famosa sonrisa falsa.

Jasper se acercó hacia nosotros.

—Al, Esme quiere hablar un segundo contigo. ¿Puedes venir?

—Sí, claro —respondió sin problema, mientras él le ayudaba a levantarse y se sacudía el césped de sus jeans.

Cualquier persona habría pensado que nada había sucedido recién. Pero yo conocía a Alice y sabía que esto podía molestarle.

—¿Crees que se haya ofendido? —pregunté a Mel en voz baja.

—¿Se ofendió? —A Jane le pareció extraño.

—Yo creo que sí… por lo general, es ella quien me ayuda con estas cosas.

—Bueno, para empezar… ¿por qué no acudiste a ella? —Mel me preguntó con seriedad.

Y no supe qué contestar.

—Porque era más fácil acudir a ti.

—¿Y por qué fue más fácil acudirme a mí? —Mel encogió sus hombros, como si tratara de decirme algo al respecto.

—Lo siento, pero… ¿a ustedes les cae mal Alice, o…?

Jane y Mel se observaron por unos segundos, sin responder nada.

—No la odiamos, pero…

—Puede ser algo snob para nuestro gusto. Nada más —respondió Mel, de buena manera.

Jamás lo vi de esa forma. Siempre creí que, de alguna forma, ellas se llevarían bien con Alice.

Pasaron un par de horas más hasta que se hicieron las cuatro de la tarde de ese sábado. La fiesta transcurrió de una manera muy gratificante y casi me había olvidado de la indiferencia que sentían mis nuevas amigas hacia mi vieja amiga.

Pero aun así, decidí que la opción más adulta y sana, sería hablándolo con ella.

Me acerqué hasta la cocina, donde ella estaba ayudando a Esme a ordenar un poco de los restos de la comida. Hablaban acerca de que estos no tenían ningún desperdicio para cuando Emmett los visitaba. Enseguida, Esme se excusó en cuanto el teléfono del living empezó a sonar, dejándonos a Alice y a mí a solas.

—¿Necesitas ayuda? —Me ofrecí.

—Oh, no, no. Está bien. —Negó sin problema, sonriendo—. Es tu cumpleaños, tú no cocinas ni limpias hoy. Dime, ¿la has pasado bien?

—Sí. —Sonreí contenta—. Ha sido uno de los mejores cumpleaños que he tenido.

—Es verdad, este ha sido muy bonito. Edward se merece un tremendo elogio por haberlo organizado por su propia cuenta.

—Sí, él ha sido muy bueno conmigo. Uhm…

Quería introducir el tema, pero no sabía cómo. Decidí ser directa.

—Alice, yo… ¿no te molestó que Melissa me haya ayudado con el vestido?

Se dio la vuelta y me miró con sorpresa.

—Oh, no… no. En serio, no. —Se rió y negó una sola vez.

No me pareció falso. Me sentí aliviada.

—Qué bueno… porque solo fue por, ya sabes… ella trabaja conmigo, es mi jefa, debía faltar ese día y nos pusimos a hablar de eso, se dio y…

—Totalmente, te entiendo. —Me aseguró sin problema.

Después de un rato, agregó:

—Incluso, es gracioso.

—¿Por qué?

—No sé, por la forma en que se viste… fue tan irónico y gracioso. —Se rió.

Quise reírme, pero no entendí.

—¿Cómo se viste?

—Ya sabes, algo hippie y desalineado. —Me pareció casi una burla—. Es decir, es linda a su manera.

—Y… ¿dónde está la gracia? —Fruncí el ceño.

—Nada. —Alice me volvió a repetir, bromeando al respecto—. Es irónico. Es… es como si yo te pidiese que me ayudaras con mi relación con Jasper.

Eso fue extraño.

—¿Por qué?

—Porque eres inocente todavía. Como Jane. Ustedes dos son las dos niñas del grupo que están aprendiendo sobre las relaciones.

Eso me pareció desacertado.

—¿Soy una niña? —Fruncí el ceño y me reí—. Pero… llevo un año con mi novio.

—Sí. Y vas a seguir creciendo —lo dijo con amabilidad… una amabilidad condescendiente.

Ella siguió ordenando la mesa, pero a mí me entraron un par de dudas.

—¿Piensas que no podría ayudarte con tus problemas?

—No son del mismo canal. No creo que entiendas. —Les restó importancia, sin mirarme.

—Pues… pruébame. —Encogí mis hombros.

Alice suspiró.

—¿Cómo podría probarte, Bella? Yo me puse triste por no poder tener un hijo y tú te pusiste desesperada cuando creíste que tendrías uno. No vamos a coincidir en eso.

Casi sin darnos cuenta, un nuevo problema había salido a flote. Y me tomó por sorpresa.

—Oh, woah… okay. ¿Qué fue eso?

—Por favor, no dije nada ofensivo, Bella. —Me lo recordó como si no quisiera darle vuelta al asunto.

—Pues, luce como si te lo hubieses que guardado hace tiempo. ¿Te molestó algo que hice?

Creo que no le gustó la postura inocente que había tomado, pues luego se detuvo para mirarme y enfrentarme.

—Bueno, me molestó que tú y tus amigas se burlaran de mi forma de ser en varias ocasiones.

¡Woah!

—Ellas no hablan mal de ti, Alice. No les caes mal. Simplemente hay cosas que no coinciden contigo.

—Pues, lo siento por tener problemas más importantes.

Eso me molestó.

—¿Ves? Eso es lo que molesta. Te crees superior a nosotras solo por ser distinta, por tener, no lo sé… dinero o ser más bonita.

—Necesito verme bien por la posición en la que estoy y por el bien de mi matrimonio, Bella. Tú no entiendes cómo funcionan estas cosas. No vas a una capilla solamente para decir "sí, acepto" y el resto es sumamente fácil. Es complicado.

—Entonces lo siento por no saber lo que te sucede, pero tú no me cuentas nada, entonces pienso que no te está ocurriendo nada.

—¿Qué sorpresa, no? —Se mofó—. Porque siempre se trata de ti y de Edward y sus problemas. Por supuesto.

Me desconcertó.

—Okay, ¿qué acabas de decir?

—Que siempre se trata sobre ustedes dos. Todo gira en torno a ustedes.

—¡Siempre gira en torno a ti, Alice! —Me enfadé—. ¡Siempre evitamos hablar de tu problema para no hacerte sentir mal! No tienes ningún derecho a decir que no te hemos tenido en cuenta.

Y allí fue cuando en verdad exploté, cuando en verdad me molestó que durante todo este tiempo la tuviésemos consentida cuando ni siquiera se había percatado de aquello.

—Mira, han pasado cuatro meses y lamento lo que te ha sucedido. Sé que tienes problemas ahora porque tu personalidad ya no es la misma. Y aparentemente no te puedo ayudar, pero dime… ¿cuánto tiempo más vas a seguir así? ¿Cuánto tiempo más tendremos que evitar hablar sobre bebés, y ser padres y otras cosas para no hacerte sentir mal?

—Eso es totalmente ridículo, porque Thomas también ha estado distraído con Sam y no le has guardado bronca. ¿Por qué?

—Porque mientras disfrutamos de esta fiesta, Sam podría morir en cualquier momento —dije rotundamente.

—¿Y no piensas que una parte de mí murió el día en que me enteré de esa horrenda noticia?

—No puedes compararlo —le dije—, tú aún tienes una chance para tener una familia numerosa. Si ese chico no consigue salvarse, Thomas no volverá a ser el mismo de siempre. ¿Es tan difícil levantarte y seguir adelante para hacer algo?

—Si crees que no he hecho nada para levantarme, eres peor amiga de lo que había imaginado —escupió casi lagrimeando.

Me quedé en silencio.

—¿Me imaginaste como una mala amiga? Primero me dices egoísta, y ahora mala amiga. A ver, ¿por qué no sigues descargándote?

—¡Eres una malcriada! —exclamó—. Tienes todo en la vida y aun así te quejas de tus estúpidos problemas de inseguridad con tu novio. ¡Crece de una vez!

—Oh, y tú porque te fuiste a Francia, ¿ahora eres una mejor persona? ¡Te has vuelto vacía y frágil!

Me miró de mala gana y tiró el trapo que llevaba en las manos hacia la mesa, para luego marcharse hacia el otro lado de la cocina.

—¡Y después yo soy la inmadura! —Bufé.

—Pasé días de mi vida ayudándose a conseguir dinero para tu Universidad en actividades horrendas porque me necesitabas, y ahora yo me siento mal. ¿Ahora vas a reemplazarme por tus estúpidas nuevas amigas?

Mencionar aquél primer tema, me sacó por completo.

—Ellas me ayudaron cuando tú estabas ocupada con tus problemas en los que ni siquiera me incluiste.

—Lamento que mis sesiones en el psicólogo y mis problemas de matrimonio no e ayudaran con tus pequeños problemas con Edward, Bella.

—¿Ves? Así es como sé que has cambiado. Me tratas como una niña que no sabe solucionar sus problemas insignificantes porque no son tan importantes para ti. Nunca juzgues los problemas de los demás, Alice.

—Pues, eso es lo único que has hecho, ¿no? Al pensar que lo mío no es tan importante.

—¡Entonces no entiendo cuál es tu enojo! Ellas estuvieron conmigo porque les conté. Si tú no me cuentas, no puedes pedirme que esté presente en tu vida.

—Quizás no me interesa ser una buena persona ahora. Ni ser una buena amiga para ti.

Le quedé mirando por un buen par de segundos, y una rabieta salió dentro de mí.

—¿Sabes una cosa? Está bien. No necesito que seas una buna amiga para mí porque yo tampoco quiero ser una buena amiga para ti.

—¡Bien! —exclamó ella.

—¡Bien! —Repetí lo mismo.

Ella se marchó enseguida de la cocina y no me molesté en ver hacia dónde se iba. Respiré hondo, esperando que mis nervios se calmaran ahora que debía volver hacia el living con el resto de mis amigos. Cuando lo hice, todos me miraron en silencio. Habían sido testigos de toda la pelea.

—¿Alguien quiere chocolate? —Edward interrumpió aquél silencio, queriendo cambiar de tema.

Inmediatamente, todos aceptaron. Sumamente incómodo.

CAPITULO 19 Bella es una primeriza

BPOV

(1) El chocolate de cacao estaba delicioso, pero no tenía mucha hambre.

Le di una segunda mordida a mi barra para cuando Jane decidió sacar un tema de conversación:

—¿Sabían que el chocolate dietético es en realidad un laxante?

—¿En serio? —Thomas abrió los ojos con sorpresa.

—Lo leí en una página de internet. Explicaba por qué no debes comprar esos chocolates o consumir en grandes cantidades.

Empecé a mover mis pies de una manera que indicaba cuán ansiosa me encontraba. El asunto era sencillo: si todos en la habitación habían oído la discusión, deberían tener una opinión al respecto. ¿No?

Bueno, sentía la extraña necesidad de que alguien lo hiciera, que alguien me explicase si Alice llevaba razón en sus estúpidos planteos.

—¿Quién consumiría tantos chocolates dietéticos? —Thomas bufó—. Es como esa gente que pide un combo agrandado pero con una gaseosa dietética.

—¡Por favor! —Exclamé, reclamando la atención de los dos—. ¿Pueden dejar de aparentar que nada ha sucedido y que la fiesta no se ha echado a perder de una vez?

Ambos me miraron con estupefacción. Entonces, las palabras de Alice volvieron a mi cabeza y me di cuenta enseguida de lo histérica que había sonado.

—Caray, ¿siempre he sido así de egoísta? —Negué una y otra vez, masajeando mi cuero cabelludo.

—Cielo, ¿te encuentras bien? Luces un poco pálida. ¿No quieres comer algo más?

Mi suegra apareció para apoyar sus manos en mis mejillas. Estaban tibias.

—¡No, estoy bien! —Aseguré con rapidez—. Es el frío, siempre me pone así.

—¿Segura? —Me preguntó con tristeza. Claramente, la discusión entre sus "nueras" le había preocupado.

—Absolutamente. Estoy tan llena que apenas puedo acabarme esta barra de chocolate.

Esme asintió una sola vez, esperanzada.

—Si te sientes mal, me avisas. ¿De acuerdo, corazón?

Me regaló un dulce beso en la mejilla, tal y como mi madre lo hubiese hecho. Por eso, me sentí culpable. Hacía un tiempo, Edward me había explicado que Esme era la luz y el corazón de la familia Cullen.

No bromeaba.

Los primeros en irse fueron Rose y Emmett, luego les siguieron Jane y Josh. Para cuando Mel y Mark planeaban irse, ya estábamos ayudando a Esme con la limpieza del living. Thomas fue el último en acompañarnos.

En el auto, Bear se durmió entre mis piernas. Llegamos al departamento a eso de las siete de la tarde y lo primero que hicimos fue guardar todos los regalos y envolver en bolsas herméticasel resto de la comida que había sobrado en la fiesta.

—Honestamente, pienso que es demasiado pastel. Y te lo dice una persona como yo, ¿eh? —Edward alzó una ceja, señalando la última porción de pastel que faltaba guardar en el refrigerador.

—Dijeron que era demasiado para ellos. —Encogí mis hombros. Tal vez si me esmeraba, podríamos terminarlo en una semana.

Fui algo meticulosa a la hora de envolver las cosas con ese papel, porque mi cabeza se encontraba en otro lado. El silencio de Edward capturó toda mi atención y alcé la cabeza. Estaba estudiando mi rostro.

—¿Estás bien? —me preguntó él. Supe a qué se refería cuando sus ojos me miraron con profunda seriedad.

No supe qué contestar, porque para ser honesta... no, no me sentía bien. Pero tampoco deseaba echarle encima todos mis problemas cuando me había organizado tan bonita fiesta.

Acto seguido, me ofreció su paquete de cigarros y ladeó la cabeza hacia la izquierda, más precisamente, hacia nuestro balcón.

Ese se había vuelto nuestro pequeño espacio privado en la casa para tener largas conversaciones.

Sabía que no era correcto seguir fumando, pero tampoco lo hacíamos tan seguido como para preocuparnos al respecto... creo.

—Sé honesto. ¿Bien? Nadie es perfecto, pero... ¿soy una persona egoísta? Dime la verdad porque sé que nadie me la dirá tanto como tú puedes.

Frunció el ceño al mismo tiempo que le daba una calada a ese cigarro.

—Eres la persona menos egoísta que conozco. Y créeme, conocí mujeres verdaderamente egoístas a lo largo de mi vida.

Bueno, tenía razón. No podía ser más egoísta que Tanya, Sienna o cualquier otra chica con la que se vio involucrado.

—Además, soy tu pareja. Jamás podré ser completamente objetivo cuando se trate de ti.

—Pero también eres mi mejor amigo, ¿cierto? Somos amigos, así que puedes insultarme si quieres.

Me miró por unos segundos.

—Esta es la cuestión: cuando dos personas reprimen cosas, tienden a decir cosas hirientes. Por eso, ustedes dos dijeron cosas que no debieron —me explicó él—. Por ejemplo, Alice no tenía por qué traer de vuelta tus problemas del pasado. Pero tú tampoco puedes pedirle a alguien que supere sus problemas porque nadie sabe cuán duro es perder la posibilidad de tener un hijo como una mujer que desea tenerlos.

Tal vez en eso tenía razón. Yo tampoco fui amable.

—Jasper me contó que Alice tiene algunos problemas de autoestima, últimamente.

Fruncí el ceño.

—Espera, ¿tú sabes acerca de eso y yo no?

—Creí que sabías, por eso no te conté. No tenía idea que ustedes dos andaban distanciadas. Esa pelea nos tomó por sorpresa a todos.

Ni siquiera yo sabía que estábamos tan mal.

—Sé lo que se siente distanciarse de un buen amigo, Bella. Emmett y yo solíamos hablar todos los días y salir los fines de semana a...

Le miré fijamente.

—Bueno, eh… ya sabes.

—Uhm, sí. Si sé. —Entrecerré mis ojos.

—El punto es que después de tanto distanciamiento, cuando él estuvo mal con Cassie y yo estaba mal contigo por nuestra pelea, nos reunimos y olvidamos por completo que ya no nos frecuentábamos como antes y así lo arreglamos. No entiendo por qué ustedes, las mujeres, son tan pasionales en las discusiones al punto de ser hiriente con la otra persona.

Okay, esa fue una crítica. Pero me la tomé muy bien porque estaba en lo cierto. Yo no acostumbraba a confrontar a mis amigas. Yo no acostumbraba a herir a las personas. Tuvo que haber dicho algo que en verdad me sacara para desquitarme de esa forma y probablemente tuvo algo que ver con haber sacado el tema de mi pasado a flote.

—Sé que dije cosas que no debí haber dicho. Pero no siento ganas de pedirle disculpas...

—Porque sigues molesta —me contestó.

Observé fijamente el cigarro entre mis dedos, mordiendo mis labios.

—Esto me hace dudar acerca de mi amistad con ella, si es que existe un futuro de aquí en adelante. Yo la conozco y sé que no existe una persona más orgullosa que ella. No va a hablarme hasta que yo decida hacerlo. Y eso me molesta.

Edward acercó su mano hacia mi espalda y comenzó a rascarme. Cerré los ojos, disfrutando no solo del tacto, sino del motivo por el que solía lo hacía.

—¿Por qué no guardas toda tu frustración en un cajón, lo encierras y no lo abres hasta mañana? Odiaría verte mal el día de tu cumpleaños, Bella.

—¡Ugh! También me odiaría. —Apagué mi cigarro—. Sobre todo después de lo que has hecho por mí. Todavía no te lo he agradecido. Ven aquí.

Y lo abracé con fuerza.

—¿Te gustó? —murmuró cerca de mi oído.

—Sip —respondí en un tono infantil.

Su olor me ponía eufórica.

—No hay nada como tus abrazos. Nada me hace sentir mejor que tus caricias.

Oí que se reía y se apartaba un poco para dejar su cigarro y poder abrazarme correctamente. Incluso me alzó.

Cuando me bajó, sentí mis mejillas ardiendo.

—De acuerdo, señorita. Te quedan cinco horas más de reinado despótico. ¿Qué deseas hacer?

El abrazo me puso mimosa. Tenía ganas de echarme en la cama con él y ver un poco de televisión.

—No sé, estoy algo cansada. ¿Quieres que nos echemos en el sillón?

Edward abrió los ojos, pasmado. Casi como si ese no fuese el plan que tuviese en mente.

—Podemos besuquearnos, si quieres —agregué, encogiéndome los hombros.

Me sonrió frunciendo los labios. No, él tenía otros planes. Y entonces, recordé lo que había dicho hacía unas horas en la fiesta.

—Tienes planes. Para mí. Para ti. Para nosotros. Esta noche. Oh, cielos. Ahora lo recuerdo.

—Algo así...

—¿Qué es? ¿Tenemos que ir a algún lado? —pregunté con diversión.

—Sí. He hecho una reservación en un muy costoso restaurante.

Un momento, ¿la celebración de nuestro aniversario? ¿Hoy?

—Creí que lo haríamos mañana...

—¿Un domingo, Bella? —Alzó una ceja.

¡Cierto! Qué mal estaba con los días.

—Oh, está bien. —Sonreí—. Lo siento, es que no lo esperaba hoy. Pero no hay problema. Dime, ¿a qué hora debemos estar ahí?

—A las nueve.

—Ah, bien porqu... ¡¿Qué?! —exclamé, asombrada—. ¡¿En dos horas?!

—Sí, ¿cuál es el problema? —Se mostró confundido.

—¡Edward! —Extendí mis brazos—. ¡Mírame el cabello! ¡Ni siquiera me he depilado!

—Oh...

A Edward no se le ocurrió ni por un segundo que no sería capaz de vestir ningún atuendo ni lencería si no me preparaba correctamente.

—Pero tienes tiempo para...

—¡Perfecto, ahí voy! —exclamé positivamente tras salir corriendo hasta el baño.

(2) Me desnudé de un tirón y entré a la ducha antes de siquiera poder abrir la llave.

Mi gran problema fue haber ideado demasiado para esa noche. Claro, podía bañarme, secarme el cabello y vestirme en una hora. Pero había comprado un buen jabón de baño sabor fresa y chocolate blanco y una crema hidratante para que mi piel no quedara tan seca después de la depilación que, por cierto, había dejado al último para ese día.

Estaba terminando de afeitar mi... uhm, bueno, mi zona íntima, para cuando Edward golpeó la puerta.

—¡No entres! —le grité.

—No planeaba hacerlo, amor —me dijo con paciencia—. Solamente quería avisarte que iré a dejar a Bear con Mark, sino se pondrá ansioso y volverá a rasguñar el sillón.

—¡Bueno! —respondí mientras pasaba la máquina de afeitar demasiado rápido y terminaba lográndome un tajo en la piel.

Siseé y rápidamente humedecí la zona. No tuve tiempo ni para revisar si seguía sangrando o no. Cuando salí del baño, Edward ya se había ido junto con Bear.

Me sequé el cabello en un tiempo récord y plancharlo completamente había sido una tarea sorprendentemente sencilla. No obstante, enseguida apareció un nuevo problema: mi rostro.

Veintitrés años y todavía no sabía cómo maquillarlo de forma adecuada.

—Solamente una estúpida pelea con la persona que le ayudaba a prepararse —refunfuñé en mi interior.

Llegué a la triste y desesperada alternativa de buscar un tutorial en Youtube, pero entonces me di cuenta que yo no poseía tanto maquillaje extra como para evaluar mis alternativas.

Ahogué un jadeo cuando golpearon de nuevo la puerta del baño. ¿Ya había llegado?

Entreabrió la puerta.

—Uhm, nena...

—No me mires todavía —le amenacé. Tenía esperanzas de causarle un buen primer impacto para cuando me viese lista. Pero aún no podía tapar estas ojeras.

—No lo haré —prometió, medio riéndose—. Te espero en el living.

—No tardaré, ya estoy casi lista. Aún nos queda media hora para llegar ahí.

—Tal vez debí aclararte que el restaurante está a treinta minutos de aquí...

—¡Diablos! —gruñí apresurándome con la base.

Entonces me di cuenta que el estúpido maquillaje no importaba, si después de todo, me terminaría enjuagando la cara antes de acostarme. Arqueé mis pestañas, exageré con el rubor –no a propósito-, y me pinté los labios con un labial coral que Jane me había regalado hacía tiempo.

Salí rápidamente del baño para buscar mis zapatos.

—¡Bella, no te olvides de llevar un piloto! —me avisó desde el living.

—¿Por qu...?

Giré mi rostro hacia el balcón de nuestro dormitorio. El vidrio estaba completamente empañado.

—¡NO! —me quejé.

¿Para qué iba a prepararme si el clima era un completo asco?

Tomé mi piloto gris y, procurando no tropezarme, corrí hasta el living donde Edward ya me esperaba en la entrada.

—Rápido, rápido, luego te revisas —agregó mientras apagaba la luz y cerraba la puerta con llave.

Cuando llegamos a la entrada del edificio, me di cuenta que la lluvia acababa de empezar.

Edward sacó su paraguas y se encargó de cubrirme contra el agua porque un par de gotas en el cabello no le molestaría en lo absoluto. Él hasta disfrutaba del escenario.

En el auto, se encargó de sacar a flote su lado neoyorkino insultando a cualquiera que nos impidiese llegar a tiempo al restaurante. Sería un verdadero desperdicio haber pagado tanto sin que pudiésemos disfrutar de una buena velada.

La adrenalina nos golpeó cuando llegamos siete minutos antes al estacionamiento. Él le entregó las llaves del auto al ballet parking y me tomó de la mano para arrastrarme hasta la entrada del lujoso restaurante.

—¡P-Por si n-no lo s-sabías, e-estoy u-usando ta-tacones! —Jadeé una y otra vez, esperando un buen milagro para que los zapatos no se echaran a perder gracias a mi prácticamente nula habilidad para correr en ellos.

—¡No te va a pasar nada, no te va a pasar nada! —repetía tratando de echarle buenas ganas al asunto. Él era todo un aventurero.

Cuando llegamos a la entrada, suspiramos con alivio. Mientras Edward guardaba el paraguas, me di la vuelta para revisar si los zapatos habían cobrado una mala suerte o no.

Alcé la cabeza y encontré a un par de ojos mirándome fijamente.

Mi atención fue directamente hacia ellos, porque eran familiares.

Demasiados familiares.

—¿Jacob? —Fruncí el ceño, hablando en mi interior.

Mi ex mejor amigo se encontraba de camino por la calle y se detuvo para observarme. Estaba igual o más sorprendido que yo.

Vio en mí algo que le pareció... extraño.

—Bella, ¿entramos? —me insistió Edward, tomándome del brazo.

—¿Eh? —Entonces, me di cuenta que estábamos muy apresurados—. ¡Ah! Sí, vamos.

El recepcionista nos trató con una inusual familiaridad, por lo que sospeché que conocía a Edward desde hace tiempo.

—¿Y esta encantadora joven debe ser su preciosa novia, eh?

...Y que también le había comentado sobre mí.

(3) Se ofrecieron a tomar nuestros abrigos y me arrepentí. Me hacía frío. Sin embargo, no dejé de sonreírle al tipo.

Nos llevaron a una de las mesas que se encontraban frente a un gran ventanal y reflejaba lo que pudo haber sido un hermoso jardín, de no ser por la lluvia que se presentaba, como siempre, durante todas las noches de Nueva York.

Nuestro camarero se marchó tras dejar la carta en la mesa y al fin pudimos respirar con verdadero alivio.

—Sinceramente, no puedo creer que estos pobres zapatos hayan sobrevivido a semejante travesía. Mamá tiene razón, a veces vale la pena gastar buen dinero en estas co...

Edward me miraba con el brazo apoyado, esbozando una linda sonrisa.

—¿Qué ocurre?

—Te ves bonita.

Me sonrojé y me di cuenta que hasta entonces, no tuvo tiempo para verme vestida.

Me levanté disimuladamente de la mesa para mostrarle el vestido, los zapatos, mi cabello y mi rostro.

—Hacía mucho que no te lo planchabas. —Se percató enseguida de mi cabello.

—¿No te gusta? —pregunté.

—Sí, me gusta. Me gusta todo en ti. Estás hermosa.

Crucé mis brazos, tímidamente y se lo agradecí.

—Te estás sonrojando demasiado. ¿Será que hoy estoy especialmente detallista o te hace calor?

—Debe ser el rubor. Me puse demasiado. —Toqué mis mejillas—. Pero hoy estás del infarto. Estás muy bueno.

Soltó una carcajada.

—Qué sutil.

—Seh, bueno. —Encogí mis hombros.

—¿Pedimos? —me invitó a tomar la carta para leer las opciones.

Mucho de los platos en este restaurante eran costosos y elaborados. Cuando leí la palabra "pollo condimentado al horno" me di cuenta que no tenía nada de hambre.

—Creo que vas a odiarme.

—¿Por qué?

—La fiesta acabó con mi apetito. —Puse una mueca, casi disculpándome.

—Debí haber planificado mejor esa parte—se auto regañó a sí mismo.

—Pediré lo que tú pidas. No hay problema —aseguré con confianza. Si utilizaba un poco de control mental, hasta podría abrirme el apetito de nuevo.

—Yo tampoco tengo tanta hambre... —dudó mientras terminaba de leer la carta—. ¿Qué tal si pedimos salmón ahumado y champagne?

—¿Ganamos la lotería? —bromeé.

Me sonrió.

—¿Recuerdas este lugar, verdad? —Me cambió de tema.

Fruncí el ceño y negué. Me puse a observar el lugar con curiosidad y me llamó la atención la pista de baile en el centro del salón. La música de ambiente tenía ritmos suaves, románticos y añejos.

Tardé cinco minutos en darme cuenta de dónde estábamos. Cuando lo hice, solté un jadeo accidental.

—¡Aquí fue nuestra cita hace un año! ¡Con la pista y todo!

—Así es. —Asintió con orgullo.

—¡Oh, Dios mío! —murmuré en voz baja, pero igualmente emocionada—. ¡Lo recordaste! ¡Por eso el tipo te conocía! ¡Awww! Dame, dame tus manos, quiero tomarlas.

Acercó sus manos hacia las mías y las sujeté con fuerza.

—Eres lo mejor, eres perfecto. Eres tan lindo que podría llorar ahora mismo.

Le hizo mucha gracia.

—Al menos esta noche tendré un mejor trato que el de hace un año.

—Cielos... ¿Realmente ha pasado un año, Edward? ¿Hace un año que estamos juntos? —Hice un mohín.

—Técnicamente sí, aunque fuimos novios oficiales un mes después.

No quería soltar sus manos. Eran suaves.

—¿Tienes frío? Puedo verte los pezones.

Bajé la vista hacia mis pechos. Asentí con timidez.

Con amabilidad, se acercó hasta mi asiento y me cedió su saco. Estaba un poco mojado por fuera, pero por dentro se sentía cálido.

—Gracias, Edward —agradecí sonriendo con timidez. Él me guiñó el ojo como si hubiese hecho algo espontáneo. Mi corazón latió con prisa al darme cuenta de que pasarían los años y Edward jamás dejaría de ser tan caballero conmigo.

Me encontré olfateando las mangas del saco. Llevaban su perfume encima.

El camarero nos tomó la orden y en quince minutos, nos sirvieron el salmón y el champagne, solo que este último en pequeñas cantidades.

—Me aseguraré de que no bebas demasiado. No te quiero ebria porque prometimos que esta sería una noche especial, ¿verdad?

Asentí con ganas.

—Entonces vamos a brindar por tus veintitrés años...

—Por tu nuevo trabajo —agregué rápidamente. Todavía me encontraba emocionada por volver a verlo ejerciendo la medicina.

Aquello le sorprendió, pero aceptó con una sonrisa.

—Sí, mi trabajo, el tuyo. Nuestro departamento; nuestro pequeño, revoltoso y pulgoso Bear; por este increíble y perfecto año... y por muchos más.

Morí del amor ante esa última frase. "Muchos más años en compañía de este hombre".

Sí. Eso es lo que quería.

Pasamos el resto de las horas terminando la cena, bebiendo un poco más de champagne y relatando algunas de las mejores anécdotas que nos llevábamos de este increíble primer año juntos. La primera vez que salimos de manera casual a pasar la noche en la feria donde me consiguió a Bepo; cuando tuvimos relaciones en la Iglesia durante la boda de Alice y Jasper —increíblemente, parecía haber olvidado por completo mi pelea con ella—; el día en que decidimos que era hora de vivir juntos y fuimos de compras; cuando rescatamos a Bear siendo apenas un pequeño cachorro enfermo o el nacimiento de los mellizos...

Cielos, había sido un maldito buen año.

—¿No tenías hambre, eh? —se burló de mi plato vacío.

Para mi sorpresa, pude terminarlo con un buen apetito. Estaba delicioso.

—¿Quieres postre?

La idea me descompuso.

—Sería genial, pero creo que si como algo más, no lograré sentirme sexy más al rato.

—Llevas razón —dijo—, también estoy lleno.

Pagó la cuenta y me sentí culpable, porque yo no había gastado tanto para su cumpleaños. Me prometí a mí misma que le devolvería el favor la próxima vez.

En el recorrido a casa, recordé que no le había mencionado a Edward el haberme encontrado con Jacob segundos antes de entrar al restaurante. Estaba a punto de hacerlo, pero me di cuenta que el ambiente era fantástico y no quería arruinarlo trayendo a la luz a una persona posiblemente indeseada para él.

Se lo mencionaría otro día.

EPOV

—¿Edward?

—¿Sí, preciosa?

—No debí comer tanto el día de hoy.

—¿Por qué?

—No me siento sexy.

Me reí.

—Bella, por favor. Tienes un cuerpo hermoso y excitante. De solo imaginarte ya estoy duro.

—¿Estás duro? —preguntó con curiosidad, desde el otro lado de la puerta del baño.

Agaché la vista hacia mis bóxers. No era del todo cierto.

—Más o menos. Cuando salgas, estaré duro. Lo prometo.

—Bueno... espérame un segundo más. Voy a ponerme un poco de perfume.

Volví a recostarme en la cama con los brazos cruzados. Bella llevaba varios minutos encerrada, cambiándose de ropa. Estaba emocionado por verla, pero los minutos pasaban y más tiempo debía esperarla. Pero en parte, esto era mi culpa. Si le hubiese anticipado apropiadamente la cena, muchas cosas ya habrían estado organizadas.

(4) Tomé el control del estéreo y puse un poco de música de ambiente. Quizás eso la hacía sentir mejor.

Contemplé el techo hasta que la puerta del baño se abrió y ella salió de allí.

Estaba usando ropa interior color magenta y animal print.

Mi ropa interior comenzó a apretarme. Extendí mis brazos, bufando.

—¿En serio te hacías problema por esto? ¡Pero si estás tan hermosa! —me indigné en serio.

Bien, las mujeres tienden a verse menos bonita de lo que son realmente. Pero, ¿Bella? Su nombre le hacía justicia. Su cuerpo lucía tan delicado, el sostén le alzaba los pechos y el cabello lacio sobre un lado de su cuerpo la hacía ver infartante. Tenía una fuerte obsesión por el tono pálido en su piel. Quería morderla.

—Ven aquí —le ordené.

Ella negó, jugando conmigo.

—Ven aquí. —Señalé la cama con mi dedo índice.

—No. —Volvió a negar, sonriente.

—¿Cómo que no? No me obligues a arrastrarte hasta aquí, Isabella.

Se rió de mi falso tono autoritario y se acercó hasta la cama dando pequeños pasos. Y yo los disfrutaba. Podría ver esa lencería durante horas.

—Nunca me llamas "Isabella" —notó con curiosidad.

A propósito, tiré el control del estéreo al suelo alfombrado.

—Álzalo —le pedí con picardía.

Me respondió de la misma forma, mordiéndose el labio. Ya sabía qué hacer.

Se dio la vuelta y se agachó lentamente para darme una buena vista de su trasero. Eso me puse realmente duro e impaciente. ¡Maldita sea! Qué hermosa era.

Antes de que lo alzara, me acerqué rápidamente para plantarle un beso casto encima de su intimidad.

Bella soltó un gemido.

—¡Edward! —Se rió en serio. Creía que iba a hacer otra cosa, como tocarla inapropiadamente. No se esperó aquél movimiento.

Jalé de su brazo para acercarla hacia mí. Enterré mi rostro sobre sus pechos y solté un fuerte jadeo. Había hecho muy, pero muy bien en utilizar ese perfume con sabor a fresa.

Y en un movimiento fluido la empujé a la cama para rodearla con mi cuerpo. Ella se echó a reír.

—Hmm... Hueles increíble. Eres tan preciosa. Y eres mía.

Bella me miraba fijamente, sin parar de morder sus labios. Si una chica no logra sentirse sexy por su cuenta, debes hacerla sentir que ella lo es, para comenzar a creerlo.

Lo hizo enseguida, cuando sus piernas rodearon mi cintura y sus manos intentaban jalar la tira elástica de mis bóxers.

Desprendí su sostén por delante y mis manos apresaron sus tetas en movimientos circulares. Bella soltaba pequeños y dulces jadeos. Se hicieron más agudos cuando empecé a mordisquear y a chupar sus pezones.

Repitió varias veces mi nombre, dándome el control de la situación. Quería sorprenderla, por lo que empujé mis caderas contra las suyas. El repentino placer me hizo cerrar los ojos, más ella soltó un gemido.

De repente, su mano comenzó a acariciar mi trasero.

Por un momento, pensé en reírme y hacer una broma sobre eso. Creí que estaba aprisionándome contra sus caderas para que la follara con prisa. Pero no fue así. Eran dulces caricias, hacia mi espalda, mi cuello, mi cabeza. Eran suaves y posesivas. Ni siquiera me rasguñó, como en otra ocasión lo habría hecho.

Y eso me calentó mucho más que de costumbre. Me puso ansioso.

Le quité el resto de la lencería con una prisa que consideré necesaria e introduje dos dedos en su entrada, para tantear su excitación.

Ella seguía jadeando, no paraba. Pero no hablaba.

—Estás silenciosa —noté—, ¿el gato te mordió la lengua? Porque planeaba hacerlo yo.

Sus sonrisas o sus risas en medio de la excitación me brindaban cierta calidez hacia el pecho.

—Es que me gusta verte, eso es todo —me aseguró sin problema, luchando por mantener la cordura a la hora de hablar y no dejarse llevar por mis caricias. Pero fue inevitable. Cerró los ojos y volvió a echar la cabeza hacia la almohada, gimiendo.

Aparté mis dedos de su intimidad y los llevé hasta sus pechos, para acariciarla. Un poco de humedad pondría a sus pezones más erectos de lo que ya estaban. Me volvía loco mezclar el aroma a fresas con el de su esencia. Podría comerla entera.

Bajé mis bóxers con rapidez y abrí sus piernas para que enseguida me rodearan. Me adentré a ella con precisión y luché contra las ganas de acabar fácilmente.

Ella me miraba fijamente, con la respiración agitada. Estaba excitado y quería prolongar el placer. Con firmeza, comencé a empujar mis caderas para penetrarla profundamente.

Cuando la cama comenzó a rechinar, Bella empezó a fruncir los labios.

—E-Edward, E-Edward... E-Edward, amor...

No eran gemidos de placer, era una advertencia. Disminuí la velocidad, confundido.

Ella se echó a reír y se levantó de la cama, para estar a mi altura. Me acarició una mejilla.

—Vas muy rápido. ¿Recuerdas? Hoy iba a ser especial —repuso con dulzura.

Me sentí algo avergonzado.

—Lo siento. —Me reí—. Estoy excitado.

—Yo también lo estoy. ¿Por qué no me dejas manejarlo esta vez, eh?

Ella se apartó de mí y me invitó a recostarme en la cama. Aprecié su figura desnuda mientras se colocaba encima de mí y se cubría la cintura con unas sábanas.

Iba a decir algo, pero ella me silenció.

—Tienes que estar tranquilo, ¿bien? —murmuró por lo bajo.

Dios, su voz era tan femenina y encantadora. Quería que siguiera hablando.

Se acomodó nuevamente y volvimos a estar unidos. Estaba embobado con sus reacciones, sus expresiones. Su rostro.

—Y empezamos con movimientos lentos... ¿está bien?

Sus caderas empezaron a moverse de arriba para abajo, lentamente, a veces cambiando a movimientos circulares. Me producía fuertes cosquillas hacia mi vientre bajo.

Por más que mis manos acariciaran su trasero, no podía ver la totalidad de su cuerpo desnudo. Eso me obligaba a enfocar toda mi atención en su rostro. Sus hermosos ojos y sus labios, mientras soltaba profundos jadeos.

Me miró a los ojos y enseguida, hacia los labios. Como un acto instintivo, se acercó para besarme. Eran suaves y carnosos. No tardó en tantear mi lengua con la suya. Su saliva terminó empapando mis labios. Mis manos dejaron de acariciar su trasero para ascender hasta su cintura, su espalda y su cabello.

Su hermoso cabello.

Fui hasta sus brazos, su cuello, su rostro. Lo tomé con ambas manos y nos separamos.

Ella me miró con la respiración agitada por haber aguantado la respiración. Me di cuenta por qué no era necesario hablar. Cualquier palabra podría arruinar el ambiente y allí me encontraba perfecto.

Bella malinterpretó mi silencio y se echó a reír.

—¿Qué? —me preguntó.

—¿Qué pasa? —me reí yo.

—¿Tengo algo en la cara? —Se la acarició.

—No —negué entre risas—, te estoy mirando a ti, tonta.

Lo tomó con ternura y me abrazó. Me preguntó con inocencia si me parecía linda.

—Eres preciosa.

Hace un año, Bella se habría puesto colorada y lo hubiese negado rotundamente. Pero ahora me regalaba una hermosa sonrisa y unas mejillas ardiendo.

Se levantó para alzar su cuerpo encima del mío y que sus pechos llegaran a la altura de mi rostro.

Así se estaba de maravillas.

—Me haces cosquillas. —Se echó a reír cuando sintió mis labios en ellos.

Pero yo sabía que eso le gustaba.

Las estocadas se hicieron más firmes. La necesidad era palpable.

—E-Edward —me anunció, mirándome fijamente.

Asentí varias veces, indicándole que podía hacerlo. Que podía venirse.

Bella llegó al clímax echando la cabeza hacia atrás. Sus entrañas me oprimieron y fue lo único que necesité para hacerlo también. Cuando se dio cuenta de esto, rápidamente volvió a mirarme.

Mi pequeña morbosa.

Bella se recostó encima de mi pecho, jadeando varias veces. No fue algo que exigió demasiado movimiento físico, pero había sido bueno. Todavía me cosquilleaba la cintura y los dedos de mis pies. Inmediatamente, me entraron ganas de abrazarla con fuerza.

A ella le dio ternura.

—Podría estar todo el día así. ¿Ya te conté que me encantan tus abrazos?

Murmuré, asintiendo.

Se separó de mí.

—¿Ves? Hacer el amor no es tan aburrido —murmuró cerca de mis labios.

—Nada puede ser tan aburrido si implica tenerte desnuda.

—Uhm, no me depilé muy bien... —susurró con profunda timidez, casi ocultando su rostro en las sábanas.

—A mí no me molesta tener una novia velluda.

Me golpeó juguetonamente el hombro y nos cubrió por completo con las sábanas. Nos besamos un buen rato hasta que comenzó a deslizarse hacia abajo, besando mi pecho, mi vientre y...

—Así me gusta, nena —bromeé.

Oí su risita debajo.

Me quité las sábanas encima de mi cabeza. Necesitaba recuperarme del primer asalto. Bella bombeaba mi miembro sin prisa y con dedicación, repartiendo besitos sobre los huesos de mi cadera.

También quería divertirme un rato.

—Date la vuelta y enséñame algo bueno.

Se volvió a reír. La vi moverse por debajo de las sábanas y ubicó sus caderas justo frente a mi rostro. Me mordí el labio para cuando alcé las sábanas y me encontré a su coño hinchado, rosado y bien lubricado. Me quería morir.

Contuve mis ganas de nalguearla, porque quería ser suave y dulce, como ella lo estaba siendo. Separé sus labios y comencé a lamer su intimidad con lentitud. No quería ser brusco, quería excitarla en la forma tradicional.

Mi lengua acarició su centro. Sus caderas temblaron. Me acerqué hasta trasero para chuparlo. Se tensó repentinamente.

—¿Voy bien? —corroboré.

—Sí, es que... —murmuró debajo de las sábanas. Sacó la cabeza para hablarme mejor—. ¿En verdad eso te excita? ¿A los hombres les gusta hacer eso?

Me sentí algo... intimidado.

—Sí —dije con seguridad, aunque no lo estaba del todo—. ¿Quieres que no lo haga?

Dudó.

—Es que...

—Si te hace sentir incómoda, no lo haré. Solamente quiero excitarte.

—No, no. —Rápidamente agregó—. Me excita, por más raro que suene, pero... uhm, no quiero que te emociones tanto. Temo que en cualquier momento me metas cosas por ahí.

Me eché a reír, pero luego me di cuenta que estaba hablando en serio.

—Bella, no voy a meterte nada si tú no quieres.

Rayos.

—No quiero que tengas una impresión equivocada, se siente bien, es excitante, pero tengo mis dudas al respecto. No estoy acostumbrada a experimentar tanto con mi cuerpo.

Acaricié sus caderas con suavidad.

—Yo te amo. Y tienes mi palabra, no pasará nada que tú no quieras.

Ojalá pasara todo lo que ella no quiere.

Como respuesta, le dio un beso a la punta de mi miembro. Siseé.

Conocía su anatomía mejor de lo que ella conocía. Quizás se sentía algo cohibida. Habíamos cenado bastante, no se sentía dispuesta a probar algo en aquella zona. Podía respetarlo por esta ocasión.

Pero me esmeré con su coño. Primero fue un dedo, luego dos, y por último, me aventuré a adentrar tres dedos. De nuevo me sorprendía con esa habilidad para relajar la garganta.

Cuando eyaculó, insistí con mis dedos para prolongar la sensación. No paraba de gemir. Y luego, lo hacía más despacio para dejar que sus jugos aparecieran.

Separé mis dedos, los chupé y me acerqué a su centro para lamerlo. Pero antes de poder hacerlo, Bella había continuado masturbándome y no pude más.

—¡Jesús!

Se desplomó sobre mi cuerpo. Le di un par de palmadas a su trasero a modo de aliento. Antes de que ella se diera la vuelta, volví a besarle el clítoris y se rió.

Se recostó sobre mi pecho, dándome una buena vista de su rostro. Ya estaba despeinada.

—Ah, caray. Estoy agitada —jadeó, recobrando la respiración.

Sus mejillas eran de un rojo carmesí.

Giró su cuerpo para recostarse en la cama. Estuvimos un largo rato en profundo silencio. Ella bajó las sábanas de su vientre, se miró y dijo:

—Estoy gorda.

Observé su vientre. Estaba más hinchado de lo normal.

—No está gorda, Bella.

—Sí, mira esta grasa. —Empezó a tocarla con ambas manos.

Le sobresalía un poco, pero no me sorprendía después de todo lo que había comido.

—Yo creo que es una pancita adorable —le respondí mientras se la rascaba.

—¡No, no...! —Se quejaba infantilmente—. No toques mi grasa.

BPOV

Edward comenzó a darle besitos a mi estómago. Al principio, me sentí incómoda. Pero lo dejé pasar. Tampoco esperaba verme plana después de haber comido el equivalente de mi peso en todo el día.

—La gente enamorada engorda más rápido. Mírame a mí. Hace rato que me encuentro algo flácido.

Me señaló su marcado vientre.

—Ay, cállate —le desprecié porque era ridículo. Él se veía genial.

Se rió y me dio un beso en la mejilla.

—Lo que sucede es que estás tan acostumbrada a verte flacucha, que un poco de vientre te parece una completa exageración. Bueno, exageras.

Eso ya lo sabía. Pero esperaba verme un poco más en forma para esta bonita fecha.

—Espero que me sigas queriendo cuando luzca vieja y desgastada. Porque yo voy a seguir queriéndote, seas como seas.

Estaba tan concentrada observando mis pies que no me di cuenta que había sacado su teléfono para revisar algo...

... Nop. Me apuntaba con la cámara.

—¿Vas a hacer lo que creo que vas a hacer?

—Así es, señorita. Quiero guardar un recuerdo de este momento. Tú, despeinada, sonrojada y desnuda.

—Debería ser "yo, despeinada, sonrojada, desnuda y gorda" —bromeé.

Se rió.

—Anda, siempre me tomas fotos cuando estoy dormido.

—¡Eso no es cierto! —jadeé molesta.

Sí. Sí lo hacía.

—¿Crees que no me he dado cuenta todavía?

—Bueno —acepté e intenté cubrirme con las sábanas.

—No, no lo hagas —me pidió.

Las sábanas únicamente cubrían mi cintura. Mis tetas todavía estaban al aire.

—Oh, ya veo. ¿Una foto sucia? —pregunté y arqueé mi espalda, tomando mis tetas con ambas manos, exagerando a propósito.

Se rió de veras.

—Te amo tanto —juró—. Y no, no estaba pensando en algo sucio. Algo más bien erótico.

—Deberías dejar de juntarte con Thomas —le comenté y me encorvé—. Bueno. ¿Así?

—Claro. Hey, ¿te acuerdas cuando se me cayó la maceta del balcón hacia la calle y nos enteramos a la noche siguiente?

Me eché a reír como una estúpida.

—¡Siempre nos pasa! Que en paz descanse esa pobre planta. Bueno es saber que le dimos un apropiado "sepulto", ¿verdad?

El flash del teléfono me aturdió.

—¡Hey! Eso es trampa.

Pero él sonrió al ver la foto y me la mostró.

Estaba encorvada, con una sonrisa entre dientes, mirando hacia la cámara.

Tan mala no era.

—No vas a publicarla en ningún lado, ¿verdad? —le amenacé.

Edward tenía más afinidad con las redes sociales de la que yo tenía. Tenía una cuenta en Facebook. Pero nunca la abría. La semana pasada, solamente para enviar un mensaje a otra licenciada, terminé revisando su perfil y me vi asombrada ante la cantidad de fotos que subía de nosotros y cómo nuestros amigos y otros desconocidos comentaban sin siquiera enterarme. Por eso, todo el mundo me conocía como su pareja y yo ni siquiera los ubicaba.

Pero tenía que admitir que eso era algo bueno. Me gustaba saber que dejaba en claro que era un hombre prácticamente comprometido. De vez en cuando comentaba sus fotos y gente desconocida me intentaba agregar. Sobre todo algunas muchachas. No confiaba en ellas.

Tal vez lo mío no era Facebook ni Twitter, pero tenía que admitir que me agradaba revisar las fotografías de mis amigos en Instagram. Edward también tenía uno donde publicaba un poco más de variedad, casi nunca fotos de él mismo, pero ahí estaba yo también. Decidí hacerme una cuenta hacía pocas semanas, pero tampoco publicaba tantas fotografías mías. Me gustaba tomarle fotos a bonitas cosas, como una planta, el clima o a Bear. Esas eran mis favoritas.

Publicar era una cosa, porque mi teléfono estaba repleto de fotos de Edward. A veces las publicaba, pero me gustaba conservarlas para mi propio uso.

—No —respondió rotundamente—. ¿Crees que voy a subir una foto con tus tetas al aire?

Me las observé por un segundo. Hoy las tenía especialmente puntiagudas.

Su rostro cambió cuando vio algo en su teléfono. Luego, me miró a mí y se acercó para besarme en los labios.

—Hey, son más de doce. Feliz aniversario.

¡Oh!

—Feliz aniversario —respondí abrazándole rápidamente. Cualquier excusa para abrazarle era muy bienvenida.

Cuando se separó, me dijo:

—Deberíamos abrir los regalos, ¿no te parece?

¡Regalos!

—¡Cierto! Bueno —sonreí con emoción.

Se sintió como si fuese navidad. Completamente desnudos, así como estábamos, fuimos a buscar las bolsas que cada uno guardaba con los regalos. Las colocamos encima de la cama y nos sentamos para ir entregándonos.

Me sentí fatal. Edward tenía más bolsas que yo.

—¿Por qué? ¿Por qué soy tan pésima novia? —Me oculté entre las sábanas.

—Hey, tú me regalaste una Nintendo. Eso es difícil de superar —me recordó.

—Ni siquiera fui yo. Fue algo colectivo. Tú me regalaste una fiesta y salmón con champagne. Soy un desastre. Me odio.

—¿La lencería no contaba como regalo? Porque la he disfrutado plenamente.

Me levanté rápidamente. Sí, técnicamente ese era un regalo.

—¿Si decido usar más tangas seguido... contará como regalo? —pregunté mordiéndome el labio, apenada.

—Cualquier regalo en el que tú te veas desnuda, es más que suficiente para mí.

Me sentí un poco mejor.

—Hey. —Me tomó los hombros y me miró de frente—. Estoy harto de los regalos excesivos. Cuando solía salir con otras chicas, lo único que me regalaban eran cosas innecesarias y costosas. Yo quería algo sencillo, algo que significara para nosotros. Y esa eres tú. La mujer que me conoce en verdad. Cualquier cosa que me regales, significa mucho para mí. Significa que todavía sigues siendo mía y que piensas en mí a la hora de regalar algo. Me siento afortunado.

—¡Claro que sigo siendo tuya! Siempre pienso en ti. Incluso cuando almuerzo en el trabajo y no tengo nada más en qué pensar.

Me sonrió y despeinó mi melena ya despeinada.

—No necesito grandes lujos, ¿bien?

Dudé por unos segundos y le enseñé una pequeña bolsa negra que decía "Rólex"

Abrió los ojos con sorpresa y observó la bolsa con profunda atención.

Lo deseaba.

—Oh, vaya.

—Sí —asentí—. ¿No grandes lujos?

Entreabrió la boca, cuestionándose.

—Pues... cualquier cosa que provenga de ti, barata o... costosa, es bienvenida.

Me reí y le entregué la bolsa. La tomó con prisa y abrió la pequeña caja que enseñaba el Rólex plateado que le había comprado.

Su expresión fue mortal.

—¡Maldita sea! —Se quedó sin palabras, frunciendo el ceño.

—Un pequeño regalo de mi parte —bromeé.

—Jesús, esto es... —Negó varias veces. Entonces, se acercó rápidamente para besarme fuerte—. Eres... Dios, eres una maldita. Mis regalos son una basura comparado con este.

¡Finalmente! Me reí, pero... seh, se sentía bien.

—¡Ah! Y estas dos cositas —agregué entregándole una pequeña bolsa que contenía los dos últimos regalos que le había hecho.

Primero abrió el pequeño cuadro con una foto mía, abrazando a Bear mientras éste me pasaba la lengua por encima.

—Para tu consultorio. —Encogí mis hombros.

Le gustó mucho. Le pareció divertido y tierno.

Luego, abrió una pequeña bolsita donde le guardaba un protector para su teléfono.

—Ya sabes, porque siempre se te está cayendo.

—Práctica. Eres lista, nena. —Se burló. Yo le golpeé el hombro y se acercó para abrazarme de nuevo—. Gracias. Ahora quedaré como un imbécil con mis regalos.

—¡Oh! Por favor —bufé. El hecho de saber que Edward Cullen se tomó el tiempo para regalarme algo ya era un buen regalo.

Me entregó una pequeña bolsita y ya sabía que allí había algo sumamente costoso.

—Uhm, ¿qué será...? —tarareé hasta quedarme muda al ver un pequeño estuche de terciopelo.

Nos quedamos mudos. Mi corazón empezó a latir con fuerza y con los ojos completamente abiertos, le exigí una respuesta a Edward.

—Ábrelo —insistió con una tímida sonrisa.

¿Así nada más? ¿Sin arrodillarse? Oh, Dios. Oh, Cielos. Oh, ¡carajo!

Lo abrí. Era un pequeño anillo con un diamante rosa incrustado en él.

Parpadeé varias veces. No estaba segura cómo se suponía que debían lucir los anillos de compromiso.

—¿Esto es...?

—Es un reemplazo por el anillo que te había regalado en navidad. Espero que no tires este al balcón de nuevo —me recordó con seriedad.

El alma me volvió al cuerpo.

—¡Jesús, Edward! ¡Me vas a infartar! —jadeé desesperada.

—¿Por qué? ¿Qué sucede?

—¡Creí que te me proponías!

Se hizo el tonto, lo sé. Se mostró sorprendido.

—¿Quieres que lo haga? —bromeó.

—¡No! Digo, sí, pero... aish, no sé. Me tomó por sorpresa.

No obstante, su risa fue legítima.

—Ah, ya.

—Al menos quisiera saber en qué momento debería prepararme mentalmente para ese momento.

—Uhm, te diría que esperes un año más —repuso con amabilidad.

Asentí con seguridad. Sí, eso sonaba bien.

Tomé el anillo. Era pequeño. Lo coloqué en mi dedo meñique. Se veía adorable.

—Es hermoso. Incluso más bonito que el anterior. Gracias. Y no, no lo tiraré.

Ojalá no se me resbale en el lavabo.

—De nada. Ahora vienen los regalos pobres —suspiró y me entregó las bolsas.

Los regalos pobres siempre eran los mejores. Y mucho más si provenían de Edward.

El primero fue un par de auriculares, de esos enormes que valían la pena. ¿Qué clase de regalo pobre era ese? El siguiente fue un paraguas de plástico transparente, porque sabía que detestaba la lluvia y no me venía mal presumir uno bonito.

El cuarto era una bolsa con ropa. ¿Edward me regalaba ropa?

Lo abrí y me encantó.

—¡Un pijamas! —celebré abriéndolo con rapidez para extenderlo.

—Noté que te abrigas bastante para dormir. No sé si eres algo friolenta o yo tolero mejor el invierno. Pero decidí que sería bueno que tengas un conjunto para usar específicamente en la cama.

Un conjunto para usar en la cama que no es para nada sexual. Algo raro en Edward.

Y lo mejor: era adorable. Lucía como el que usaría una niña. Tenía mangas y pantalones largos.

—¡Diablos! Esto es genial. Ahora no tendré que dormir en prendas íntimas. Gracias, Ed.

Me miró de mala gana. No le gustaba ese diminutivo.

—Ah, y también te tengo un marco para ti.

Esperaba encontrar una fotografía nuestra. O tal vez una suya. No me importaba. Un cuadro con sus fotos estaría fantástico.

Pero no tenía ninguna fotografía nuestra. Solamente era un pequeño cuadro con el siguiente mensaje:

"You don't know how lovely you are."

"No sabes cuán adorable eres". Alcé mi rostro hacia él.

—Sería bueno que lo tengas presente, ¿no?

Ese tema era triste. Lo había escuchado cientos de veces cuando él y yo nos habíamos separado. Pero esa frase era hermosa y bastante acorde a Edward, teniendo en cuenta que siempre me lo dice.

—¿Por qué eres tan bueno en esto? —Pregunté con tristeza—. No solo quieres hacerme llorar con esto, sino que, en definitiva, me has vencido por completo. Este regalo en cien veces mejor que ese maldito reloj.

—No subestimes el reloj —agregó rápidamente, volviendo a observarlo. Parecía encantado con él.

—Dame un abrazo, maldita sea.

Le abracé tan fuerte que mis brazos me empezaron a doler.

.

Llevar ese pequeño cuadro a la oficina fue lo mejor que pudo haberme pasado en todo el mes. No quería ser malagradecida, pero literalmente, fue el mejor regalo que me habían dado en mucho tiempo. Lo observaba a cada rato y sonreía como una tonta. No estaba segura si era porque provenía de Edward, porque era un recordatorio acerca de que alguien cree que soy adorable y ese alguien es Edward o porque la frase en sí es hermosa.

O tal vez por esas tres razones.

(5) Todas las mañanas podía oír a Damian tarareando alguna que otra canción. Era un placer oírle porque se le daba muy bien, tenía una buena voz. Esa mañana en especial, se puso a cantar una bonita canción de Maroon 5 y le acompañé en las letras.

"I have no defense. I know you're gonna get me in the end. And I cannot pretend. I never wanna feel this way again" Se dio cuenta que le estaba acompañando, y empezó a cantarme a mí.

"I'm not falling in love with you. I'm not falling in love till I get a little more from you baby, ohhh, give a little more from you, baby" le seguí en el estribillo, moviendo las caderas al mismo ritmo que él.

—¡Hey! ¿Qué es toda esta fiesta? No se puede cantar aquí. Vuelvan a trabajar —nos reprendió Melissa en cuanto nos vio.

Sin embargo, yo nunca me topé con una Melissa enfadada. Siempre parecía que estaba bromeando.

Damian se marchó poniendo una mueca.

—¿Por qué tan alegre, Swan? ¿Buen fin de semana? —pretendió tratarme como si fuese mi jefa (bueno, lo era), pero sabía que me lo preguntaba en serio.

—Uno muy, pero muy lindo —respondí.

—Lo sé, vi la foto en Internet. Y se te nota muy alegre y optimista esta mañana.

Me miró de pies a cabeza. El optimismo y la alegría me llevaron a vestirme bien esa mañana. Incluso usé un poco de lápiz labial.

—Ayer estuvimos todo el día en el parque. Aprovechamos la tarde soleada y llevamos a Bear a jugar con otros perros. Fue divertido.

—Te digo, ese perro es todo un inquieto. Orinó varias veces en la alfombra del estudio de Mark.

—Sí, suele hacer eso cuando está con gente que no conoce—Hice una mueca—. Debo darte las gracias de nuevo por cuidarlo.

—No me las des. En realidad, soy yo la que debe sincerarse contigo por unos minutos.

¿Oh?

—Estuve pensando en la pelea que tuviste con Alice durante todo el fin de semana. No pude quitármelo de la cabeza, ¿sabes? Me preguntaba cómo es que se había originado tal discusión y me di cuenta que, bajo otro punto de vista, puede que haya sido un poco mi culpa.

—¿Qué? No, no digas eso. —Me pareció absurdo—. Mi amistad con Alice ya tenía varios problemas... tú no tuviste nada que ver.

Me quedó mirando en silencio, frunciendo sus labios.

—Yo creo que ella piensa que sí tuve algo que ver.

—Pues estaría equivocada —refuté—. No sería la primera vez en que lo está, para ser honesta. Tú... no te preocupes al respecto. Yo lo arreglaré en su debido momento.

Ya habían pasado dos días desde la discusión... y seguía sin ánimos de reconciliar nuestra relación. Algo no andaba bien.

Ella me vio algo desanimada. Entonces, sonrió.

—Ese sí que es un anillo de puta madre. —Señaló mi dedo meñique y asintió varias veces, bromeando.

Pasé el resto de la mañana revisando un par de artículos y actualizaciones de la RAE en internet para anotarlas en mi cuaderno. También estaba pensando en hacer un postgrado y especializarme en algún idioma. Por alguna razón, se me antojó el alemán.

Mi teléfono vibró en el escritorio. Vi de lejos que se trataba de un número desconocido, así que no atendí. Dejó de vibrar durante unos segundos para luego volver a hacerlo. Otra vez, un número desconocido.

Tomé el iPhone a escondidas y le pedí permiso a Mel para ir al baño. Técnicamente, no estábamos permitidos a utilizar el teléfono en la oficina.

Me cerré en un cubículo y atendí.

—¿Hola?

Hubo un momento de silencio.

—¿Quién habla?

—Hola, Bella.

Mi corazón se detuvo. Era la voz de Jacob.

—¿J-Jacob...?

Oí que se reía.

—Sí, soy yo.

Dios mío.

—Cielos, h-hola... no tenía idea que... ¿dónde conseguiste mi número?

—Charlie me lo dio. Espero que no te moleste.

¿Mi papá?

—Vaya, yo...

No supe qué decir. Primero, debía disculparme por haber cambiado de número sin avisarle. Segundo, por no tener su número agendado. Tercero, por haber desaparecido de su vida por completo. Qué gran amiga.

—Escucha, quería saludarte por tu cumpleaños. Sé que es un poco tarde, pero... esto es gracioso, yo... he visto una chica igual a ti hace unos días y me he dado cuenta lo tonto que he sido al alejarme de ti.

Me mordí el dedo.

—Quisiera pedirte disculpas por eso.

—No, no seas tonto... —murmuré en voz baja, algo nerviosa—. No tienes que decir nada. Yo no he sido la amiga ejemplar tampoco.

No lo he sido en mucho tiempo.

—Estaba pensando... ¿tienes algo que hacer para el almuerzo? Estoy en la ciudad. Me gustaría verte.

¿En la ciudad? Vaya, ¿así que realmente se había marchado?

—¡Claro! Sí, sí, eso sería genial...

Creí que la charla se volvería incómoda. Pero resultó ser que no y supe que tenía que ver con que sintiera ganas de verme otra vez. Por un tiempo, creí que se apartaría de mí para siempre.

Ya ni siquiera recordaba el motivo por el que lo había hecho.

Después del trabajo, fui directo hacia el consultorio de Edward. Tenía planes de visitarle eventualmente, pero debía contarle sobre mis planes con Jacob.

Pasé por la entrada y arrugué la nariz. El olor a consultorio me ponía nerviosa.

Jane no atendía a ningún paciente. Estaba leyendo un libro.

—Hola. —Le saludé con una voz dulce, agitando mi mano.

—¡Hola! —Se alegró de verme.

—¿Qué lees? —pregunté con curiosidad.

Me mostró la portada. "Mujercitas".

—Dime que no se va a morir una de las hermanas, por favor.

—Tiene un final feliz. —No quise entrar en detalles. No quería arruinarle el libro tan fácilmente—. ¿Edward está atendiendo a alguien?

—Ah, sí. A un niñito que no paraba de llorar. Creo que le estaba poniendo una inyección.

Me provocó una exagerada ternura.

—Bueno, ¿podrías avisarle que lo espero? Necesito hablar con él.

Incluso a Jane le sorprendió esto.

—¿Ocurre algo?

—¿Te acuerdas que yo tenía un mejor amigo y que gustaba de mí?

Negó, frunciendo el ceño.

—Se llamaba Jacob. Moreno. Torso bien formado...

—Suena apuesto.

—Lo es, supongo. En fin, he quedado en almorzar con él.

—¿Le tienes que avisar a Edward?

—No es necesario, pero teniendo en cuenta que él fue mi primer "novio" y que él le odiaba a muerte...

—Oh, vaya.

—Sí. Edward tiende a odiar a todo el mundo. —Hice un mohín.

—Le avisaré —rió.

Se lo agradecí y esperé sentada al lado de una señora que cargaba a un bebé de unos cuantos meses.

Sonreí. Era hermoso.

—¿Cómo se llama? —le pregunté en voz baja a la señora.

—Trébol.

Creí haber escuchado mal y me repitió el mismo nombre. Sonreí falsamente. ¿Por qué hoy en día les ponían nombres tan... extraños?

Jane volvió a aparecer y me indicó que pasara, justo cuando unos padres se retiraban con su hijo de unos diez años.

Entré al consultorio golpeando dos veces la puerta, aunque ya estaba abierta.

Edward se dio la vuelta y me frunció el ceño.

—¿Qué andas haciendo por aquí? Tú no eres una niña. ¿O sí?

Me acerqué a él poniendo una sonrisa coqueta.

—Sí, soy una niña.

Respondió de la misma forma y me dio un beso casto en los labios.

—Hola.

—Hola. Hoy todos elogiaron en el trabajo mi anillo. —Alcé mi dedo índice.

—¿Sí? —Sonrió.

—Sí.

—No lo pierdas. —Me amenazó y se dio la vuelta para buscar algo en su escritorio.

Qué hermoso era. Qué bien le quedaba esa bata blanca encima de su jersey celeste y sus pantalones color beige.

Iba a hablarle del tema, pero me distraje con otro más reciente.

—¿Estabas poniendo inyecciones?

—Sí. ¿Quieres que te ponga una contra la gripe? El tiempo va a empeorar, según los noticieros.

Hice un mohín. Cómo odiaba el invierno.

—¿Me la recomiendas?

—Te la recomiendo. —Asintió.

—Uhm... está bien. Pero que no duela.

Me sonrió entre dientes.

—No hago magia. Ven, siéntate en la camilla.

Tuve que doblar mi suéter y mi camisa para dejarle mi brazo izquierdo al desnudo.

Luego de preparar la inyección en cuestión, mi piel se erizó por completo.

Él se dio cuenta enseguida y trató de no reírse.

—Mira hacia el otro costado. Vas a ver que será un segundo nada más.

—Eso es físicamente imposible —cuestioné cuando empezó a frotarme en la zona con un algodón mojado —. Por favor, has que no duela.

—No te va a doler, en serio —repuso con calma.

El asunto es este: la voz aterciopelada, dulce y comprensiva de Edward derretía mi corazón.

Me avisó cuando la introdujo en un solo movimiento fluido. Me tragué un jadeó y mordí mis labios, sintiendo la punzada.

—Tranquila, no pasa nada, no pasa nada... —Siguió repitiéndome con casualidad, mientras inyectaba el líquido.

Cuando terminó, dijo:

—Ya está.

Masajeó suavemente la zona. Solté el aire que había contenido por unos segundos.

—Buena chica. —Me felicitó y sentí que me trataba como un perro.

Pero yo estaba satisfecha.

Volví a acomodarme la ropa y me entregó una paleta.

—Es el premio para los buenos niños que no lloran.

Acepté con felicidad y me terminé robando dos más para el camino.

Fugazmente, observé su escritorio. Allí estaba el cuadro que le había regalado. Pero en su biblioteca había otro al que distinguí con claridad. Era una fotografía mía. Una de las que me había tomado Thomas el año pasado, en blanco y negro, mirando fijamente a la cámara. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí?

—Ese ha sido mi último paciente de este turno. ¿Quieres ir a almorzar?

Edward ahora trabajaba una jornada completa. Eso apestaba.

—En realidad, he venido para otra cosa. Quería hablar contigo.

Se mostró serio. Se sentó sobre el escritorio y cruzó sus brazos.

—Te escucho.

—El sábado, antes de entrar al restaurante, vi a Jacob.

Sí. La mención de su nombre le pareció algo descabellado.

—Me reconoció enseguida. Te lo iba a contar, pero no quería arruinar el ambiente de esa noche.

Asintió con paciencia. Era Edward. Por supuesto que no le agradaba oír sobre él.

—Me llamó esta mañana. Quiere que nos veamos para el almuerzo para ponernos al día. Le dije que sí.

Se quedó quieto, tal y como estaba. Pero me miró fijamente, hasta casi alzando una ceja. Quería ver qué tenía para decir al respecto.

—Tal vez quiere checar cuál es tu situación.

Iba a protestar, pero me detuvo inmediatamente.

—Bella, conozco a los hombres. Cuando uno llama a una vieja amiga, realmente no le interesa saber cómo se encuentra, quiere saber si está disponible o no.

—Pero no sonaba como si quisiera...

—Amor. —Fue honesto—. Incluso yo lo he hecho en el pasado.

Él y su maldito historial.

—Intenta encontrarle lógica al asunto. Yo soy un hombre completamente satisfecho con mi situación actual. ¿Me crees capaz de llamar a una vieja amiga "solo para saber cómo se encuentra"?

Por más que deseara contradecirle, estaba en lo cierto.

—Pero él fue mi mejor amigo durante muchos años, Edward. Pude haber llegado a Nueva York completamente sola, pero él me acompañó, me apoyó y me protegió. Quizás solamente quiere saber si sigo viva o si, no sé, quedé embarazada. Tal vez quiera checar qué ocurre con mi vida.

Edward seguía luciendo algo reticente. Aunque su mandíbula ya no lucía tan tensa.

—¿Quieres que no vaya? —le pregunté, porque quizás eso es lo que quería.

—No, no dije eso. Supongo que podrías tener razón. Pero, ¿sabes qué? Te perderás un increíble plato de Okonomiyaki de camarones por no aceptar mi invitación.

¡Maldición! Yo quería.

Podría entender de dónde venía la reticencia de Edward. Si tuviese una antigua mejor amiga con la que reunirse, me moriría de los celos. Pero no parecía ser su situación. Él tan solo quería cuidarme de sus posibles intenciones ocultas, las cuales, me parecían ridículas.

Estacioné el Fiat frente a la cafetería donde se suponía que íbamos a encontrarnos.

(6) No le encontré y por unos segundos, creí que había llegado antes que él. Pero al final, logré identificarlo a cinco mesas de la entrada. Alzó la vista y me encontró, pero no me saludó. Sonreí y sacudí mi mano amistosamente, acercándome hacia él.

Jacob lucía enorme, como si eso fuese posible. La camisa que estaba usando se adhería promiscuamente a su muy bien formado torso. El muchacho con rostro de niño ahora era un hombre con rasgos maduros y una reciente barba de pocos días. Sus ojos me miraron con tremenda sorpresa. Eso me hizo sentir intimidada.

—Hola. —Le sonreí, parándome frente a él mientras se levantaba.

Quería hablar, pero no sabía qué decir. En verdad estaba anonadado.

—H-Hola, Bells. Lo siento. —Reaccionó enseguida, riéndose. Y me abrazó.

Esos duros y firmes brazos me trajeron viejos recuerdos. Me sentí bastante nostálgica.

—Estás… digo, woah —comentó con impresión una vez que me senté en la silla de enfrente.

—Oh, Jake…

—Muy diferente —remarcó la palabra.

Me sorprendió.

—No te reconocí con ese color de cabello ni con las gafas.

Tardé mucho tiempo en recordar que la última vez que Jacob me había visto fue antes de mi cumpleaños pasado.

—¡Oh! ¿Esto? —Tomé uno de mis mechones—. Es… una larga historia. Las gafas me son útiles para leer o descansar la vista.

Dicho esto, me los saqué.

—Pero no es eso solamente. Tu vestimenta… la forma en que te acercaste a mí. Fue muy rudo de mi parte, pero honestamente, no te reconocí. —Volvió a reírse.

—¿Mi vestimenta? —pregunté.

Hoy estaba usando una camisa, un suéter y unos pantalones. Hoy no hacía tanto frío, podía seguir usando los zapatos de siempre.

—Me sorprende que no te hayas tropezado en el camino —bromeó.

Me reí. Pero eso me hizo pensar… ¿cuándo fue la última vez que me tropecé con estos zapatos?

Un muchacho vino y nos pidió la orden. Jacob pidió espagueti. Yo me conformé con una ensalada de pollo.

—¿No tienes hambre? —me preguntó. La ensalada en realidad era un plato de entrada.

—Quiero bajar un poco de peso. He estado comiendo demasiado —comenté riéndome.

Jacob me miró atónito.

—¿Perder peso? —se mofó—. Bella, eres delgada.

—Sí, bueno, pero he estado comiendo muy mal últimamente. Si supieras la cantidad de porquerías que comí este fin de semana, hasta me ha empezado a salir una pequeña barriga. Simplemente quiero comer sano por ahora.

Asintió lentamente; tal vez le parecía raro.

—¿Entonces? —Sonreí—. ¿Dónde has estado? Me dijiste que estás de pasada en la ciudad, ¿no?

—Ah, sí. He estado viviendo un tiempo en Forks. —Rascó su nariz.

—¿Forks? ¿En serio? ¿Has hablado con Charlie?

—Sí, claro. Los visitaba a diario. Sue siempre nos preparaba buena comida. Tu papá está a salvo con ella — bromeó.

—Todavía no me acostumbro a ella ni a la idea de que mi padre volverá a ser un hombre casado en pocos días. Ni siquiera me llevo bien con Leah.

La mención de su nombre le llamó la atención.

—¿Por qué?

—No lo sé, nunca lo supe. Tal vez le molesta que Sue se case y se desquita conmigo porque soy de la otra familia. Pero no le encuentro lógica alguna. Igual, nunca socializamos mucho. Seth es agradable.

—Seth es un pequeño loco. —Sonrió entre dientes—. Leah… bueno, ya se acostumbrará. No anda muy amigable que digamos.

—¿Y qué has estado haciendo allí? ¿Trabajando en el taller?

—Entre otras cosas. Ahorrando sobretodo. Quería pasar tiempo en familia. Rachel necesitaba de mi ayuda con el bebé por… bueno.

Ya sabíamos que Rachel, la hermana de Jacob, tenía ciertos problemas con el padre de su bebé.

—¿Y qué te hizo volver?

—Quería volver a la ciudad y conseguir un buen trabajo. Tal vez, incluso, tomar unos cursos. Me haría bien volver a estudiar.

Le devolví la sonrisa, animándole.

—¿Y qué hay de ti? —Me sonrió—. Creí que había visto una chica parecida a ti el sábado en la entrada de ese restaurante. Pero no. Resultaste ser tú.

—Sí, bueno… mamá tampoco me reconocía con el cabello así.

Suspiró.

—Supongo que sigues con Cullen, ¿eh?

—Supones bien —repuse amablemente.

—No creí que ustedes… bueno, ya sabes. —Rió—. Entonces, es algo serio, ¿verdad?

—Sí —le conté—, es algo… bastante serio, en realidad.

—¿Están casados o…?

—¿Eh? No, no. —Reí, sonrojada—. No estamos casados ni comprometidos. Pero ayer cumplimos un año.

—Oh, felicidades.

—Gracias, uhm.

Nos trajeron los platos a tiempo. Antes de poder probar la ensalada, mi bolso vibró.

—Oops, lo siento. Mi teléfono.

Tomé en iPhone y vi que era un mensaje de Edward. Me había enviado una foto de su plato de Okonomiyaki con la cita: "Te lo has perdido."

—Diablos, es un maldito. —Reí.

—¿Qué cosa? —preguntó él.

—Es Edward. Me ha enviado una fotografía de su plato. Se está vengando porque sabe que adoro los platos japoneses.

—¿Platos japoneses? —Alzó una ceja.

—Sí, son de los mejores. Deberías probarlos. Le enviaré una fotografía de mi ensalada.

Así lo hice, con la cita: "No me tortures, estoy intentando comer sano."

Oí que Jacob se reía por lo bajo.

—¿Desde cuándo tienes semejante teléfono? —se mofó.

—Oh. Es que me lo compré cuando mi anterior teléfono se rompió. Lo compré con mi salario. Es más práctico que los otros.

Murmuró.

—¿Salario? ¿En dónde trabajas?

—En una editorial.

—¿Ya te has graduado? —Esto le sorprendió.

—Sí, a comienzos de este año. —Me puse algo tímida.

—Vaya, eso es… te felicito, Bella.

—Gracias. —Sí, me puse colorada.

—Y… entonces, ¿dónde vives?

—A unas pocas calles de aquí. Compramos un departamento con Edward. Bueno, en realidad él lo compró.

—¿Él lo compró? —Esto le pareció extraño.

—Sí. Él y papá me regalaron un auto también.

—¿Un auto?

—Regalo de graduación, en realidad. ¡Oh! Y adoptamos un pequeño cachorro.

—¿Cachorro?

—Sí, bueno, ya no es tan cachorro. Ya tiene siete meses. Se llama Bear.

Le mostré una foto de él.

—¿Desde cuándo te gustan los perros?

—Siempre me han gustado. —Encogí mis hombros.

—¿Y Jella?

—Jella se preñó de Eugene, el gato de la mamá de Edward. Vive allí por un tiempo con sus crías. No hemos analizado bien ese tema, porque parece haberse encariñado con su nueva familia. No me gustaría arrastrarla sola al departamento, y más cuando contamos con Bear. Ya sabes, perros y gatos…

Hice un terrible chiste. Pero Jacob no parecía estar divertido. Me fruncía el ceño todo el tiempo.

—Okay, Bella. Paremos hasta aquí.

¿Eh?

—¿Qué cosa hay que parar?

—¿Estás bromeando? Dime, por favor, que no estás bromeando.

—¿Bromear sobre qué? —Fruncí el ceño—. Jacob, no te entiendo.

—Oh, entonces, ¿me estás diciendo que realmente te teñiste el cabello? ¿Bella Swan despertó un día con ganas de volverse pelirroja? ¿Aquella muchacha que siempre usaba su champú sabor fresa?

¿Le molestaba mi cabello?

—¿Y que ahora mágicamente se ha vuelto una experta en la moda? Porque la Bella que yo conozco usaba jeans, converse y franelas de rock. No suéteres, camisas, bolsos y zapat… Dios, esto es lo peor. ¡Zapatos! ¿Desde cuándo usas zapatos?

—¡Hey! Sigo vistiéndome así. Pero acabo de salir del trabajo, ¿cómo pretendes que me vista si estoy tratando en un lugar profesional?

—Okay, ¿y el perro? ¿Cómo es posible que tú, la amante de los gatos, ha decidido cambiar a tu preciada compañera por un perro de la calle?

—¡Oye! No necesitas ofenderlo. Que sea de la calle no significa que sea menos perro. —Le apunté con el dedo índice. ¡Nadie insultaba a mi bebé!

—Por favor, ¿ahora comes ensalada y te importa cómo luce tu cuerpo? O mejor dicho, ¿Cena reservada en uno de los restaurantes más costosos de la ciudad? ¿Desde cuándo permites que te inviten a esas cosas?

—¡Tú no sabes nada! Siempre cenamos en lugares baratos, queríamos algo especial para mi cumpleaños y nuestro aniversario.

—… que él terminó costeando, ¿verdad?

—¡Porque hicimos un trato! Él paga unas cosas, yo pago las otras. Es equitativo, Jacob.

—¿Y ese teléfono? ¿Desde cuándo pasas a teléfonos malgastados por uno de última generación y le sacas fotos a cualquier cosa como un tonto hipster?

—¡Es un buen teléfono! Me gustan las fotografías, y se las envío a modo de broma. ¿Cuál es tu problema?

—Mi problema es ese maldito Cullen. Te ha cambiado por completo. Te ha vuelto una persona totalmente distinta. ¡Una persona plástica! Vacía y superficial. Cambió por completo a quien fue mi mejor amiga durante mucho tiempo.

Me indigné. Me indigné de veras, por completo. No fui capaz de contestarle algo, aunque yo quisiera hacerlo. Mi boca permaneció entreabierta, buscando algún argumento para refutarle. Sin embargo, nada salió de ella.

(7) No quise estar ahí para seguir oyendo sus ofensas, o cómo menospreciaba mi actitud solamente por haber cambiado un poco. Me levanté del asiento y sin decirle nada, me marché.

Llegué a casa más rápido de lo que creí. Estacioné el auto en la cochera de nuestro departamento. Cuando cerré la puerta, vi mi reflejo en aquél precioso auto.

Si tuviese que meditarlo… pues, hace un año no me habría imaginado con un modelo como este. Ni siquiera con uno. Probablemente, habría gastado en algo bastante modesto. Pero había aprendido una buena lección: la calidad puede ser costosa, pero es calidad. Y calidad significa un prolongado tiempo de duración. Los beneficios son más altos. Yo estaba actuando racionalmente.

Subí hasta el departamento y Bear me recibió. Como siempre, olfateaba mis zapatos e intentaba pararse para zarandearme, como si quisiera darme un lindo abrazo de bienvenida.

Me agaché para responderle al abrazo. Él me lamía la cara.

—Eres precioso, ¿lo sabías? —Le recordé varias veces, utilizando una voz infantil.

Las palabras de Jacob volvieron a mí. ¿Por qué he cambiado a mi amada compañera por un perro?

¡Jella era más feliz al lado de su familia! ¡No podía separarla! La extrañaba, pero teníamos que rescatar a Bear y agradezco haberlo hecho. ¡Eso no tiene nada de malo!

Quise prepararme algo para cenar. Moría de hambre. Quería comer sano, pero ya no tenía ganas de seguir con la supuesta dieta que iba a comenzar.

De nuevo, la voz de Jacob sonaba en mi cabeza. ¿Cuál es el problema en hacer dieta? No era esa clase de chica delgada que piensa que está gorda. ¡Solamente son kilos de más! Necesito volver a hacer ejercicio, no ser tan sedentaria. Quería verme atractiva para mi hombre, ¿cuál era el maldito problema con eso?

Me recosté un rato en la cama y tuve que desvestirme. Pero de nuevo, las quejas sobre mi atuendo. ¿Qué esperaba que hiciera? ¿Vestirme como un maldito vagabundo para conseguir un ascenso? ¡Dios, no!

Ni siquiera quería revisar mi teléfono, porque sucedía era la misma situación de mi auto.

Pronto, me di cuenta por qué me estaba escandalizando tanto: me llenaba de excusas porque, muy en el fondo, creía que él tenía razón. Cambié. Cambié demasiado. Quizás, hasta sea algo retorcido. La manera en la que mi pensamiento cambió pudo haberle impresionado. Bueno, yo diría "impactado". ¿Cuál era el problema? Si tenía justificaciones, ¿por qué me sentía dolida?

Me quité mi suéter de mala gana, casi gruñendo y lo tiré al suelo. Me eché de frente sobre la cama y me tapé con una almohada, como si así mantuviese mis pensamientos afuera.

.

No me di cuenta, pero me dormí. La almohada seguía encima de mi cabeza, pero no oía a Bear.

Me quedé un rato así, recostada, mirando fijamente hacia el techo hasta que oí que la puerta se abría.

No preguntó por mí. Tal vez me creía afuera. Me levanté y fui hasta el living para saludarle.

Edward había sacado a pasear a Bear. Por eso, se encontraba acariciándole su pelaje mientras este bebía de su tazón con ánimos. Incluso, se había cambiado de ropa. Estaba vistiendo casual.

—Hola —le saludé.

No esperaba oír mi voz. Me saludó con una sonrisa.

—¿Has dormido bien?

—Creo. No estaba en mis planes echarme un sueño.

Bear seguía bebiendo con ganas.

—¿Hacia dónde fueron?

—Pasamos un rato por Central Park. El clima está increíble.

Arrugué la nariz. Desde las ventanas podía notar que el cielo estaba nublado. Pero bueno, Edward y el frío…

—Tengo hambre —pensé en voz alta. El estómago me rugía.

—¿Qué tal estuvo la ensalada? —quiso bromear.

—No la comí. No he comido nada desde el desayuno, a decir verdad.

Me miró. Se acercó hacia mí y tomó mis manos.

—Hey, sabes que siempre bromeamos, ¿verdad? No necesitas bajar de peso. Eres hermosa y estás sana. No quiero que te exijas si…

—¿Eh? —Le paré inmediatamente—. No, por Dios, no. No lo hice para bajar de peso. Sabes que no soy esa clase de chica. Es que… me fui del almuerzo a los diez minutos, y luego volví aquí, me recosté y me dormí sin darme cuenta.

Edward me frunció el ceño.

—¿Por qué te fuiste a los diez minutos?

—Uhm, tuve una pelea.

—¿Con Jacob? —Se alarmó.

—Sí.

—¿Qué te hizo ese imbécil? —Ya estaba de malhumor.

—No me hizo nada. No te preocupes.

—¿Qué te dijo, entonces? —Edward no era ningún tonto. Sabía que, por descarte, algo malo me había dicho.

No quería molestarle, pero en verdad quería descargarme.

Una vez que lo hice, él respondió:

—¿Sigue en Nueva York?

—Creo que sí.

—Bien. ¿Tienes la dirección?

—No. ¿Para qué la quieres?

—Para darle una buena tunda.

—Edward, no.

—Bueno, dame su teléfono. Quiero hablar con él.

—Pero yo no. No lo llames, en serio. Quiero ignorar todo esto y pretender que nunca le he visto.

—Hey. —Me apuntó con el dedo índice—. Eres mi chica y ningún otro hombre te hará sentir de esa forma, ¿bien?

Eso me hizo sentir protegida. Le pedí que me abrace.

—Edward.

—¿Sí?

—¿Es cierto?

—¿Qué cosa?

—Que he cambiado…

Se separó de mí para observarme mejor.

—Sí.

¿Oh?

—¿He cambiado?

—Claro que sí. Siempre hablamos de esto, de cómo antes solías ser de una forma y ahora no. Creí que era algo que tenías en claro. Yo también cambié, Bella. Y por eso ya no frecuento la gente que antes frecuentaba.

—Pero tú… bueno, perdón, pero eras un imbécil y te reunías con gente igual o peor. Él era un buen amigo. Él y Alice lo eran. Cielos, ¿tan mala amiga soy? He perdido a dos de mis mejores amigos.

—No eres una mala amiga. Así sucede todo el tiempo, Bella. La gente cambia… y se adapta a otros ambientes, a otras personas. Si la amistad es verdadera, perdurará no importa lo que pase. Y si no… pues, un falso amigo menos que lidiar.

—Yo no estoy acostumbrada a estas cosas. Yo nunca perdí amigos de esta forma. Siento que he estado siendo caprichosa y egoísta.

—Ya hablamos de esto, ¿o no? —Me acarició la mejilla—. Nadie podrá comprobar mejor que yo lo que es estar al lado de una chica caprichosa y egoísta. Y tú no lo eres. Confía en mí y confía en ti. Estas cosas suceden. Por eso, la vida a veces es una mierda.

—Lo es. —Hice una mueca—. Al menos te tengo a ti. Si te pierdo, me muero.

Le pedí otro abrazo. Olía bien.

—A propósito, hay algo que tengo que contarte.

Edward me explicó detalladamente que Grossman los había invitado a él y a Carlisle a un congreso en Boston.

—¡Noooooooo! —Protesté infantilmente, con el rostro pegado en su pecho—. ¡No te vayas! ¡No me dejes sola!

—Bella, desearía poder quedarme, pero es una buena oportunidad para…

—Lo sé, solamente estaba bromeando. —Me separé rápidamente de él, encogiéndome los hombros—. Pero… ¡Hey! ¿Son pocos días, verdad?

—Una semana, en realidad.

—¡Oh! ¿Dormiré sola una semana? ¿Y quién me abrazará en las noches? ¿Quién me rascará la espalda hasta dormirme cuando haya tormentas en la noche? Sabes que tengo pesadillas, ¿verdad?

—Yo tampoco voy a tener a quién abrazar en la noche. Pero tienes a Bepo, ¿o no? Bear te protegerá en las noches. Lo he entrenado. ¿Verdad, muchacho?

Bear ya se había cansado de beber agua. Nos miraba, sacando la lengua. Quería un poco de atención.

Edward jugó un rato con su cabeza.

—¿Verdad que vas a proteger a mamá? ¿No la vas a dejar sola, verdad?

—Pero tú estarás solo… no quiero que estés solo. Puedes llevarte a Bepo si quieres. Huele demasiado a mí.

—¿Estás segura? —me preguntó con sorpresa. No obstante, parecía sentir ganas de llevárselo.

.

El vuelo salía a las cinco y treinta de la tarde. Permanecí al lado de Edward en todo momento, siendo consciente de que tendría que pasar un par de días sin el tacto de su piel.

Antes de marcharse, tomé su mano y se la mordí.

—Siete días, ni más ni menos, jovencito. —Le amenacé.

Me dio un abrazo al que terminé aceptando con muchas ganas. Si fuese por mí, también le abrazaría las caderas, pero teníamos público aquí.

Después de un largo beso, nos despedimos. Esme también les deseó un buen viaje a él y a su esposo. Al parecer, ella ya estaba acostumbrada a estos viajes.

Esa tarde, me invitó a su casa a tomar el té con galletas de albaricoque y aprovechó la oportunidad para preguntarme sobre mi asunto con Alice.

—Sabes, Bella... La distancia puede ser un arma letal para las relaciones. Con el tiempo, te das cuenta que no es un verdadero impedimento para que las personas se quieran, se extrañen o se sientan bien con el otro. Francia es un hermoso país, Edward debería llevarte en alguna ocasión. Alice ha tenido tantos problemas que, lamentablemente, su juicio se ha visto nublado. Creo que deberías tenerle un poco de paciencia. Seguramente le duele verte a ti con nuevas amigas. Pero eso tampoco está mal. A medida que crecemos, ampliamos nuestro círculo social.

Yo sabía que Esme quería lo mejor para nosotras porque tampoco está acostumbrada a que haya este tipo de conflictos dentro de su familia. Debíamos llevarnos bien aunque sea como cuñadas, frente a nuestra nueva familia, los Cullen. Y aunque creí que sería fácil hablarlo con ella, se sintió incómodo, porque ella esperaba que nuestras diferencias se reconciliaran en un par de días. Pero ahí estaba yo: sin ánimos de hablar sobre ella.

—Todo se va a solucionar. Son... simples peleas. Eso es todo.—Encogí mis hombros y fingí una relajada sonrisa. Incluso Edward me habría pedido que mienta, todo por la tranquilidad de Esme.

Luego, me preguntó por nuestro aniversario. Se lo conté con lujos de detalles... claro, exceptuando las partes sucias.

Hablar de él me hizo recordar que no podría abrazarle por un par de días. Me puso triste.

—¡Jesús! Ni siquiera debe haber llegado a Massachusetts y ya lo extraño. Soy completamente nueva en esto de tener a tu pareja en otro estado.

Esme me sonrió con dulzura.

—¿Sabías que a Edward le gustan mucho los viajes?

Sabía que no era indiferente a ellos, pero no. Definitivamente, no sabía que le gustaban.

—Todos los años aprovechan para ir a algún congreso. Es algo a lo que deberías acostumbrarte. ¿Por qué no aprovechas el tiempo y sales con tus amigos o haces esas actividades que tanto quisiste pero no encontraste tiempo suficiente? Yo aprovecho mi tiempo en el jardín, en mi trabajo o en el libro de recetas que estoy armando.

Tenía razón. Podía aprovechar la oportunidad para hacer muchas otras cosas. No podía sentarme a esperar a que volviese. Bueno, podría. Pero no era lo correcto.

—Los viajes son lo mejor que puede pasarle a una pareja muy unida como ustedes. Les da la oportunidad de extrañarse.

Ow.

—Por ejemplo, yo no le envío mensajes a mi esposo. Una sola llamada al final del día es más que suficiente para cuando regrese. Es bueno darles un poco de espacio a los hombres. Siempre son ellos los que nos terminan extrañando más.

¡Qué gran consejo! Eso es exactamente lo que iba a hacer. No obstante, me di cuenta enseguida que la dulce y maternal Esme me estaba dando consejos sobre hombres. Qué cosa más rara.

(8) Al día siguiente, me dije a mí misma: "Hey, ¿por qué no salir con tus amigos? No es mala idea."

Se lo propuse a Melissa, pero ella y Mark planeaban ir a comprar muebles. Me invitaron, pero no acepté porque ya tenía experiencia saliendo con ellos: siempre hacían bromas sucias sin importar quién se encontrara cerca y eso me hacía sentir incómoda.

Aproveché para preguntarle a Rosalie si tenía planes, y sí. Ya los tenía. Con Emmett. Esta pareja, no obstante, no me invitó y ya sabía más o menos qué tipo de planes tenían.

Por primera vez en mucho tiempo, Thomas me dijo que no. Pero estaba ocupado yendo al hospital, a sus clases en el instituto, tomándoles fotografías a otras modelos. Ese era otro caso perdido.

Luego, pregunté por Jane. Técnicamente, no tenía trabajo durante esta semana ya que ninguno de los Cullen aparecería en el consultorio, pero estaba ocupada preparando todo el asunto de presentar a Josh a su familia.

Entonces, ¿así es como se sentía rechazar a un amigo por estar con tu pareja?

Esto tenía que ser Karma, definitivamente.

Todos notaron la ausencia de Edward gracias a mi repentino e inusual interés por socializar con el resto. Incluso con Damian. Me contestó: "¿Edward ha salido de la ciudad?" y me sentí una idiota. ¿Cómo pretendía que todos estén a mí alrededor si yo no estaba con ellos cuando me necesitaban? Algo en las palabras de Alice vino a mi mente y me prometí, desde entonces, ampliar mi círculo social y mis actividades para dejar de depender un poco de Edward.

Incluso Bear debía preguntarse por qué ahora usaba más tiempo para jugar con él.

—Todos me han abandonado. Pero, ¿sabes? Eso no es un problema para nosotros, porque tú vas a ser mi nuevo compañero de aventuras, ¿verdad? —Acaricié sus orejas varias veces. Él respondía bostezando.

Al segundo día, quise pasear a Bear durante un par de horas, pero ni siquiera pude más de una hora porque nuestro pequeño y adorado cachorro había entrado a la dura etapa de celo.

—¡Muchacho! ¿Desde cuándo te fijas en nenas? —Fingí reprenderle, una vez que llegamos a casa—. No te preocupes, entiendo lo que es la frustración sexual. Pero no podemos pensar en eso, ¿verdad? Hay que hacer más actividades y descargar esa energía.

A los pocos minutos, me encontraba echada en el sillón, viendo televisión. Él se había recostado encima de mí.

—¡Muchacho! Esto no está funcionando. Debemos encontrar otra actividad. —Miré hacia el techo—. Rápido. ¡Piensa! ¿Algo que solía hacer y ahora no lo hago por "falta de tiempo"?

La respuesta vino en pocos minutos...

... Y en pocos minutos, desvalijé mi ropero para buscar las agujas de tejer y un poco de lana.

—¿Sabes, muchacho? Hace un año, más o menos en esta época, le tejí una bufanda a Edward. Bueno, en realidad no, porque Jella la deshizo por completo. También estaba en celo, como tú. Y desde entonces, no lo he vuelto a hacer.

Bear soltó un bajo aullido. Lo tomé como una pregunta.

—¿Que si sé hacer estas cosas? ¡Claro que sí! No soy tan inútil como piensas.

Pero en realidad había cosas que había olvidado.

Hasta las ocho de la noche, permanecí en el living tratando de tejer otra bufanda mientras veía un tutorial de una muchacha con acento irlandés en Youtube a través del Smart TV.

Tuve que poner a la muchacha "en pausa" cuando mi teléfono sonó. Atendí con curiosidad, porque sabía que Edward no estaría desocupado hasta después de las diez de la noche.

Era Jane.

—¿Bella? ¿Estás ocupada?

—Depende...

Yo seguía concentrada en la bufanda.

—Necesito que me hagas un favor.

—Puedo hacerte un favor. ¿Qué necesitas?

—Uhm, bueno... ¿crees que podrías acompañarme a la cena de mis padres?

—¿A la que tienes que presentar a Josh?

—Sí.

—¿Y por qué debo ir yo?

—Bueno, mis padres creen que sería genial conocer a mi primer y mejor amiga en esta ciudad.

—Espera un segundo. ¿Soy tu mejor amiga?

Me respondió afirmativamente, con timidez.

—¡Ow, Jane! —Me entró mucha ternura—. Tú también eres una de mis mejores amigas, y claro que estaré allí. ¿Cuándo será?

—Ahora, en realidad.

Alcé una ceja.

—¿Ahora?

—Sí, ¿crees que podrías venir en treinta minutos? Ah, y tienes que venir un poco elegante. No tanto. Es decir... decente, ya sabes.

Cuando la llamada terminó, dejé el teléfono en la mesa y me puse a pensar: Me encontraba vistiendo mi nuevo pijama, con el cabello completamente recogido y con todas las ganas de pasar la noche tejiendo.

—¿Por qué me avisa a último momento? Es decir, esto es exactamente lo que todos hacen, Bear. Pasan el tiempo con su pareja, pero cuando necesitan a un amigo, creen que no tenemos nada que hacer. Aunque...

Lo pensé mejor.

—Técnicamente, si quiero mejorar y ser una buena amiga, debería apoyarla. ¿No?

Además, dijo que yo era su mejor amiga. No podía fallarle.

Me puse unos pantalones y una chaqueta encima. No planeaba usar un vestido o algo así. Y recogí mi cabello. No tenía ganas de luchar contra la maraña de pelo que se me había formado.

Acompañé a la adorable pareja en una hermosa cena que se realizó, afortunadamente, a pocas calles de nuestro departamento. Pero mi estómago estaba cerrado, porque ya había cenado.

(9) La familia de Jane era más grande de lo que imaginaba: sus padres, Dorothy y Leonard. Su hermano mayor, Alec; una niña de diez años a la que le decían Lily y una pequeña de tres años llamada Sophia. Esto no parecía ser una cena de presentación, parecía más bien una familiar.

—¿Por qué la gente aquí es tan maleducada? ¿Te has acostumbrado a esto, Jane? Le pedí al ballet parking que se encargara de cuidar nuestro auto y me contestó sarcásticamente. ¿Había necesidad de aquello?

—Uhm, supongo que no, papá... Por cierto, ¿cómo está Puffy?

—¡Tuvo perritos! —Respondió animada la pequeña Lily—. Le pedimos a papá que te trajera uno, pero dijo que eran demasiado pequeños para traerlos.

—Oh, ¿un perrito? No nos vendría nada mal, ¿verdad?

—Uhm, en realidad, sí. —Carraspeé—. No te dejan tener animales en ese departamento.

—¿Y Jella? Thomas dijo que Canela estaría bien allí.

—Bueno, los gatos no hacen ruido...

—¿Tendrás un gatito? —preguntó su hermanita.

—Así es. ¿Quieres ver una foto de ella? ¡Es preciosa!

La mayor parte de la noche transcurrió de esa forma: Jane poniéndose al día con su familia, entre risas y comentarios cargados de ternura por la, aparente, cantidad de animales que los Hall protegían en su residencia en Los Ángeles.

Eso me hizo preguntarme una cosa: ¿Por qué Jane se mudaría a Nueva York teniendo una familia que en verdad la protege y la adora?

Sentí pena por Josh. Indirectamente, ambos estábamos siendo incluidos de la conversación.

—Parecen los Ingalls, ¿verdad? —murmuró en voz baja. Estaba a mi lado.

Me reí y observé su traje.

—Vaya. Luces muy apuesto con esa corbata.

—Gracias. Tú luces horrenda.

—Qué adorable.

—¿Y a ti, Josh? —La madre de Jane interrumpió nuestra pequeña conversación—. ¿Tienes animales?

—No, realmente. No me gustan. —Negó mostrando una sonrisa educada.

Se creó un silencio incómodo en la mesa.

Suspiré y negué varias veces.

—¿No te gustan los gatos? —le preguntó Lily.

—No. —Hizo un mohín.

Todos esperaron a que dijese algo más. Jane estaba a punto de tener uno. Hasta podía ver cómo ella le pisaba el pie.

—Pero si a Jane le gusta, no tengo ningún problema en eso. No es como si viviésemos juntos... todavía.

El padre de Jane se atragantó un poco con la comida.

—¿Perdón? —preguntó él.

Josh no supo qué contestar. Jane tuvo que rescatar la conversación.

—Habla de un futuro lejano, pá... en unos años, tal vez.

—¿Años? —Josh, el increíble estúpido, se lo cuestionó frente a su familia—. ¿No habías arreglado en hacerlo en un par de meses?

Toda la mesa se mostró incómoda. Sentí unas desesperadas ganas por interrumpir el momento.

—¿California, eh? ¿Qué tal es ese estado? ¿Muchas celebridades? Aquí también las hay, pero a nosotros no nos interesa mucho. Creo.

No logré mi cometido.

Al rato, trajeron el postre y seguí insistiéndole a la familia Hall que no tenía nada de hambre. Pero no tuve otro remedio que probar ese helado que, en realidad, sabía muy bien.

Durante unos segundos, la familia volvió a ignorarnos.

—Esto ya es algo rudo, ¿no te parece? —me preguntó él en voz baja.

—Mira quién habla. Ofendiste a la familia Zoboomafoo. No le des importancia, simplemente se están poniendo al día con su familia.

Nos introducimos a la conversación. Aparentemente, no era un tema muy armonioso que digamos.

—¿Qué tipo de consultorio es este donde trabajas? ¿Es como el anterior? ¿El de la doctora Fitzgerald?

Déjà vu. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde esa época?

—No. En realidad, es uno mucho más grande. Hay varios doctores allí, pero soy la secretaria de dos médicos. Uno es el padre del novio de Bella, y bueno, el otro es del novio de Bella.

Todos me miraron. Yo les saludé amistosamente con mi palma.

—¿Tu novio es médico? —me preguntó Dorothy, impresionada.

—Sí. Es pediatra. Tiene veintisiete años —aclaré, por si las dudas creían que era un hombre mayor.

—Eso es admirable, tan joven... ¿A qué te dedicas, Bella? —me preguntó su padre.

—Trabajo en una editorial como correctora. Me gradué en NYU.

Desearía no haber entrado en detalles, pues los padres de Jane se vieron impresionados y sabía que no tenía que traer el tema de la Universidad en la mesa. Fue la primera advertencia que ella me dio.

Después de preguntarme por mi carrera, los años y mi salida laboral, se fueron encima de su hija.

—¿Ya has estado averiguando por algunas universidades? Sabes que si necesitas el dinero, podemos ayudarte —dijo su madre.

—Se los agradezco, pero estoy ganando bien. Podría pedir un préstamo al Estado, y...

—No —refutó su padre—. Mi hija no va a recibir ayuda del Estado. Ya hablamos de esto, Janie. Si necesitas ayuda económica, te vuelves a casa y estudias en la Universidad de California Davis.

—Pero... realmente amo estar aquí. Ya me he acomodado a esta ciudad, papá. Y además, tengo a...

Josh estaba revisando su teléfono para cuando Jane le señaló. Rápidamente, guardó el teléfono y prestó atención a la mesa.

—Dime, Josh... ¿A qué te dedicas? —Su padre comenzó a interrogarlo con seriedad.

—Soy graduado en matemáticas. Enseño en una escuela privada.

—¿Eres un maestro? —Volvió a preguntar Lily. Esa niña era más lista de lo que creía.

—Luces demasiado joven para ser uno. —Alice intervino.

Ya sabíamos que a Alec no le cerraba mucho la actitud de Josh.

—¿Cómo conseguiste el trabajo? —preguntó su padre.

—Mi tío es el director. Me dio... una mano.

—O sea, no fue honesto —concluyó Alec.

—¡Alec! —Dorothy le pidió que fuese más educado.

—¿Tienes casa?

—Sí, sí. Un departamento, en realidad. Jane siempre se queda conmigo durante varios días.

Oh, Josh...

—¿Te quedas con él? —Sus padres no lucían muy contento con esta respuesta.

El problema estaba en que ellos todavía creían que Jane era una niña inocente, cuando eso ya había quedado en el pasado.

—Janie, todavía no me acostumbro a ese color de cabello. —Su madre hizo un gesto raro—. ¿Cómo dices que te lo hiciste?

—No lo recuerda —agregó Josh, medio riéndose—. Probablemente, una consecuencia de una noche muy... eh, entretenida.

Si Josh deseaba ganarse una mala impresión frente a sus padres, lo había logrado satisfactoriamente.

Un rato más tarde, Jane se excusó hacia el baño y me pidió que le acompañara.

Se miró frente al espejo y suspiró.

—¿Crees que se molesten por el cabello? —me preguntó con preocupación.

Mi primera reacción fue sorprenderme por la irrelevancia en su planteo.

—Jane, no hay problema con el cabello. —Reí—. ¿No te preocupa más que tus padres miraran mal a Josh?

—¿Uhm? —dudó—. Supongo...

Algo no lucía muy bien en su expresión. Parecía más abatida que otra cosa.

—Hey, son padres. Siempre son así con la primera relación. Mi papá todavía no acepta a Edward. Imagínate eso.

—Pero Edward es un buen chico, ¿por qué no lo haría?

En vez de responderle esa pregunta, le planteé otra:

—¿Por qué Josh no sería un buen chico, en todo caso? —Me reí.

—No dije eso. —Volteó su rostro de nuevo hacia el espejo. La miré a través de él—. Es que es...

—¿Tonto? Todos sabemos que a veces tiene problemas para hablar.

—No, no es que sea tonto. Es que... no sé cómo describirlo. Supongo que mi familia está en lo cierto por desconfiar de él.

¿Uh?

—Jane, es Josh. Digo, puede ser un pervertido verborrágico, pero es un buen chico... ¿verdad?

Encogió sus hombros.

¿Qué quería decir con eso?

Cuando volvimos a la mesa, el susodicho comentó lo siguiente:

—¿Qué hacían ustedes dos allí?

—Estábamos... uh, hablando —comenté con casualidad.

—No pongan mi imaginación a trabajar.

Ese es uno de los típicos comentarios que Josh hace sobre ella o sobre cualquier muchacha en el grupo. Todos estábamos acostumbrados a ellos. Pero no Alec, el único de la familia que oyó el desagradable comentario acerca de su hermana.

—Uy, perdón. —Se disculpó enseguida.

La cena terminó bien. Es decir, su familia estaba contenta de verla. Pero parecían haberse armado un juicio completo sobre Josh y no parecía ser uno favorable.

Volvimos en el auto de Josh. Quise hacer un chiste acerca de por qué su auto era mucho más grande de lo que él era, pero el ambiente seguía tenso entre ellos.

—Bueno, ¿fue una buena noche, verdad? —decidí comentar al respecto, desde el asiento trasero.

—¿Qué esperabas que dijera? —Josh me ignoró, y le preguntó directamente a Jane mientras conducía—. ¿Querías que mintiese? ¿Querías que fuese deshonesto?

—No te pedí eso —murmuró en voz baja, cruzándose los brazos y mirando hacia la ventana. Jane nunca se mostraría molesta... solamente era reservada.

—Todas las mujeres piden honestidad, ¿verdad? Quieres que seas tú mismo frente al resto de las personas. ¿No es así, Bella?

—No la incluyas en esto —le reprendió con esa dulce voz que le caracterizaba.

Oficialmente, me sentía incómoda.

—Okay, sí. Soy un profesor demasiado joven. Y sí, recibí ayuda de mi familia. ¿Cuál es el problema en eso? No soy mediocre en lo que hago, Jane. Puedo ser un inútil para otras cosas, pero no en mi profesión.

Jane no contestó absolutamente nada.

—¿No es eso lo que querías? ¿Que dejaran de verte como una niña?

—Hay formas más sutiles para llevar a cabo eso, Josh.

—¿Entonces? No lo sé, a veces siento que no estás viendo esto como yo lo hago.

Jane, por fin, se decidió a hablar.

—A ver, ¿cómo lo haces? ¿Cómo ves esto? —Señaló a ambos.

—Yo... estoy loco por ti. Lo sabes. —Se tomó la molestia de mirarla, apartando de vez en cuando la vista de las calles—. Es la primera vez que hago esto por una chica. No sé qué es lo que quieres de mí.

—Olvídalo, entonces.

Volvieron al silencio. No supe qué contestar en cuanto Josh estacionó frente a mi departamento.

—¿Cómo quieres que lo olvide? A ver, ¿por qué no hablas un poco? Seguro quieres descargarte. ¿Por qué no lo haces?

—Er, mejor voy bajando...

—Es que no tengo nada qué decir al respecto, Josh. ¿Qué quieres que diga?

—Bueno, adiós —murmuré en voz baja, saliendo despacio del auto.

—No sé cómo manejar esto, dime, ¿qué debo esperar de tu silencio? Si me dices que no pasa nada, creeré que algo pasa.

—Te digo en serio que nada sucede —le contestaba ella, con paciencia.

A pasos cortos, me fui alejando. Me di la vuelta y vi que ninguno se había dado cuenta o le había importado mi salida. Entonces, decidí caminar normalmente hacia la entrada con el rostro amargado.

Entré a casa, volví a vestir mi pijama y me recosté en la cama, apagando las luces. Bear rápidamente se metió a mi lado. Observé el balcón y me molesté.

—Hombre... ¿de nuevo llueve? —me quejé en voz alta. ¿Cuándo se acabaría esta horrenda temporada húmeda?

Pronto vendría la nieve y las épocas festivas. Al menos algo bueno para compensar el frío.

Tomé mi teléfono y encontré un mensaje en él.

Edward:

22:04hs: Ya terminé de cenar. Puedo llamarte?

22:34hs: Estoy aburrido.

23:01hs: Mujer, háblame!

23:25hs: Te has dormido?

23:27hs: No me estás cayendo muy bien ahora mismo...

¡Qué tonta fui! ¡Tenía que hablar con Edward!

Su última conexión había sido hace dos minutos. Seguía despierto, le llamé enseguida. Suerte que lo tenía como número gratis en mi teléfono.

Contestó inmediatamente, como si tuviese el teléfono a mano.

—¡Mujer!

—¡Hooooola! —Usé mi voz infantil—. Hola, hola, hola, hola, hooola. Sé que estás molesto, pero prometo que no volverá a suceder. ¿Cómo estás?

—Estoy bien, ¿y tú? ¿Por qué no contestabas?

—Ugh, si supieras. Estaba en casa, metida en mis asuntos, hasta que Jane me llamó para pedirme un favor: quería que le acompañase a la cena de su familia para presentar a Josh y por eso tuve que apagar el teléfono. Lo siento.

—No te preocupes, ¿qué tal estuvo?

—Un desastre. Pero te contaré sobre eso mañana. ¿Cómo estás tú? ¿Qué has hecho?

Esme tenía razón. Esto de la distancia me ponía loca pero en un buen sentido. Me sentía como una adolescente hablando con el chico que le gusta.

—Fue un día agitado. Mañana te lo explicaré. ¿Qué estás haciendo ahora?

—¿Ahora? Estoy en la cama.

—¿Qué estás usando?

—Estoy usando el pijama que me regalaste. Bear está conmigo. ¿Quieres saludarle?

Imité los ladridos de Bear para que él también lo hiciese y acerqué el teléfono para que los escuchara.

Oí que Edward se reía.

—Ha entrado en celo, ¿sabes?

—Oh, ¿en serio?

—Sí, no fue fácil sacarlo a pasear.

—Mi muchacho... ahora le interesan las nenas. Debemos castrarlo.

—¿Lo haremos?

—Pues... ¿quieres pequeños cachorros encima?

—Mejor no. ¿Tienes sueño?

—Estoy fundido. ¿Tú?

—Más o menos. Sabes que no me gusta dormir cuando llueve.

—¿De nuevo llueve? Pídele a Bear que te abrace.

—Pero quiero que tú me abraces.

—No puedo hacerlo, Bella.

—Entonces no voy a dormir.

—Bueno... dime, ¿en qué posición te encuentras?

—Fetal.

Se rió.

—Entonces imagina que mis brazos tocan tus costillas y te abrazo.

—Claro, debajo de las tetas para no malinterpretar intenciones.

—Qué tonta eres. —Volvía a reírse.

—Hey, no me has dicho cómo estás vestido.

—Estoy usando ropa interior.

—Diablos, Edward. ¿Por qué tienes esa costumbre de dormir tan desabrigado?

—Oye, no hace tanto frío aquí.

—No me importa. Cúbrete con las sábanas. Ahora.

—Bueeeno...

Me contestó un rato después de hacerlo. Lo había hecho.

—Ya. Me he cubierto. ¿Satisfecha?

—Mucho. Mejor te dejo ir a dormir. Suenas cansado. ¿Me das un beso? Por favor.

Después de reírse, oí que me enviaba un sonoro beso. Me entró tanta timidez que oculté mi rostro debajo de la almohada y me hice una bolita.

—Yo te envío muchos besos en el mentón.

—Preferiría en los labios.

—Bueno, en el mentón y luego en los labios. Ya, a dormir.

—Está bien. Trata de ignorar la lluvia, ya se irá.

—Confiaré en ti. Ah, y te amo, por cierto.

—Qué bueno que lo recordaras, también iba a olvidarlo —bromeó.

—Te hablaré mañana en el almuerzo. ¿Bien? Te amo.

—Bien. Te amo un poco menos.

—¿Un poco?

—Sí, porque me dejaste esperándote hoy.

—Maldito. Entonces no te amo tanto.

—Bien, que sea recíproco.

—Pensándolo bien, no. ¿Qué puedo hacer que me quieras más?

—Ah, no sé. Esmérate un poco, Swan.

—Lo haré, y te tragarás tus propias palabras, amigo.

Al día siguiente, compré mi almuerzo en Subway y fui hasta el departamento para llamar apropiadamente a Edward. Pero antes, me había enviado un mensaje:

Edward:

10:15hs: Extraño verte. Envíame una foto de ti ahora mismo.

(10) Tomé el teléfono y fui hasta el espejo de nuestro ropero. Así podría enviarle una fotografía de la ropa casual que estaba usando en ese momento.

Pero recordé que estaba usando los pantalones que Edward me prohibía rotundamente usarlos en la calle. Eran demasiado ceñidos. ¿Y si compensaba mi falta de ayer de esta forma?

Bueno, no era para nada ético enviarle una fotografía de mi trasero. ¿Cómo lo hacía?

Me puse de espaldas para tomar la fotografía frente al espejo. Sin siquiera revisarla, se la envié. Me entraba vergüenza verme en algunas fotografías.

Me contestó a los cinco minutos, para cuando ya estaba devorando mi sándwich.

Edward:

14:13hs: ¿SALISTE CON ESO?

Bella:

14:13hs: No, acabo de volver a casa y me los he puesto. ¿Te gustan?

Edward:

14:13hs: Jodeerrrrr.

Bella:

14:14hs: ¿?

Edward:

14:14hs: Bella, tienes un buen culo.

14:14hs: Es en serio.

14:14hs: Recuerdas que te dije hace un tiempo que lo primero que vi en ti fueron tus ojos?

Bella:

14:14hs: Si!

Edward:

14:15hs: Mentí.

14:15hs: Me fijé en tu culo.

14:15hs: Quería follártelo esa noche.

14:15hs: Jesús, eres tan preciosa.

14:15hs: Ahora sí te amo mucho mucho más.

14:15hs: (L)

Bella:

14:16hs: Lmfaooo.

14:16hs: Basta.

14:16hs: ¿Y si me quito los pantalones?

Edward:

14:16hs: SÍ.

Me reí a carcajadas. ¿Realmente quería una?

Y lo hice. Me quité los pantalones y pensé en tomarme una fotografía vistiendo únicamente mis bragas. Pero quería provocarle, así que me las quité también.

Le envié una fotografía exactamente igual a la anterior, pero sin nada encima, desde la cintura para abajo.

Edward:

14:18hs: Duuuuuuuuuuuuuggghhhhhh.

Bella:

14:18hs: lol, te gustó?

Su respuesta me dejó muda:

Edward:

14:18hs: Me pusiste duro, en realidad.

Crucé las piernas automáticamente. Dios, ¿qué estaba haciendo? ¿Desde cuándo me tomaba fotografías desnuda?

Bella:

14:19hs: Sigues creyendo que soy bonita y que soy una señorita a la que debes respetar, cierto?

Edward:

14:19hs: Por supuesto.

14:19hs: Por qué?

Bella:

14:19hs: Me siento muy sucia haciendo esto.

14:19hs: Lo has hecho antes?

Edward:

14:19hs: Bells...

Diablos.

Edward:

14:19hs: Tú sabes que no me siento orgulloso de mi pasado.

Bella:

14:20hs: No es que no me guste, es que no sé qué podrías pensar de mí.

14:20hs: No soy ese tipo de chica.

Edward:

14:20hs: Claro que no

14:20hs: Eres mi Bella

14:20hs: No tiene nada de malo en que lo hagas.

14:20hs: Esto me excita, en realidad.

Bella:

14:20hs: Crees que podrías enviarme fotografías tuyas?

Eedward:

14:21hs: Quieres una foto de mi pene?

14:21hs: Podría hacerlo.

Me llevé una mano a la boca. ¡Dios mío! ¿Entonces ya lo había hecho?

Bella:

14:21hs: Maldito pervertido

Edward:

14:21hs: LOL. Solo preguntaba

Bella:

14:21hs: Necesitas hacerlo?

14:21hs: Porque quiero una.

Edward:

14:21hs: LOL. Está bien

14:21hs: Pero tendrás que esperar, niña

14:21hs: Tengo que irme ahora

14:21hs: No te andes tocando hasta entonces

Bella:

14:22hs: Bien, tú tampoco.

Edward:

14:22hs: HAHAHAHAHAHAHAHAHA.

14:22hs: Sí, claro.

14:22hs: xx

Bella:

14:22hs: xxoxoxo mumumumu.

La idea ya me había excitado. Pero no lo haría, no me tocaría hasta encontrar una foto suya. Por supuesto, es claro que no se tomaría una foto de su miembro, pero quería al menos una de su torso desnudo.

De repente, hacía mucho calor.

Aproveché el resto de la tarde para distraerme e ir a visitar a Thomas al hospital. La hora de visita sería en pocos minutos.

Le encontré sentado en una esquina de la habitación, revisando su computadora. Ya debía estar acostumbrado a las horas de visita, por no decir "cansado".

—¿Qué haces? —pregunté con casualidad. Se lo notaba muy concentrado en la computadora.

—No mucho, reviso su blog.

—¿El blog de quién?

—De Sam.

¡Ah!

—¿Está inactivo?

—No, en realidad. Leo los mensajes de los usuarios que frecuentaban la página. Mucha gente lo extraña.

Asentí con paciencia. Edward estaba más al día con el asunto de Thomas, y eso me hizo sentir culpable. Solía contarme lo bien que se lo veía, sobrellevando esta situación. Lo mucho que se había pegado a su religión —incluso más—, o lo esperanzado que estaba, sea cual sea el futuro que le depare a Sam. Porque incluso si despertase, nadie nos podía garantizar cuáles podrían ser sus secuelas. Pero cualquier alternativa era peor a esa, si lo pensábamos mejor.

—Tengo un par de planes, ¿sabes?—me contó—. Pero no se lo digas a nadie. Eres la primera en saberlo.

—¿Antes que Edward?

—Sí.

Di pequeños aplausitos. Me gustaba saber cosas antes que el resto.

—Planeo graduarme de este curso de fotografía que estoy tomando en un mes.

Ya sabía acerca de sus planes para convertirse en un fotógrafo profesional.

—Pero también planeo montar un bar.

—¿Un bar?

—Así es. Sé que es costoso y toma tiempo, pero es algo que he estado planeando desde comienzos de este año. Incluso, Sam quería participar en él.

—Vaya. Eso suena divertido. Sería divertido tener un lugar específico para reunirnos. Ya estoy un poco cansada de ir al departamento de Josh. Todavía no logra deshacerse de la plaga de cucarachas.

Encogió sus hombros.

Jane apareció en la habitación, con lentitud y nos saludó a la distancia.

—Hablando de roma...

—¿Eh? —preguntó ella, sentándose en una silla a mi lado.

—Estábamos hablando sobre la plaga de cucarachas en el departamento de Josh. ¿Ya han terminado de fumigar?

—Ah. Eso. No sé.

Volvía a mostrarse reticente. Esto era el colmo.

—En serio, ¿qué te ocurre con él? Has estado muy seca la otra noche. ¿Ha sucedido algo?

—No, es que... —Suspiró—. Okay, tengo algo que confesar.

Le escuchamos atentamente.

—Quiero mucho a Josh. Es un buen chico, pese a sus defectos. Pero amo a mi familia. Jamás podría ir en contra de ellos. En mi mente, todas, absolutamente, todas mis decisiones se llevan a cabo considerando la opinión de mis padres. Se puede decir que soy una chica de familia, completamente apegada a ellos. Ver que ellos, las personas que tanto amo, reprueben a Josh fue...

—No me dirás que vas a dejarlo solo porque a ellos no les gusta, ¿o sí?

—No, no es eso. Cuando vi nuestra mesa, cómo mi familia interactuaba contigo pero no con él, fue como... si, de repente, toda la atracción que sentía por él, se hubiese marchado enseguida.

Le miramos con sorpresa.

—Quería estar bien con él, pero de repente, ya no me sentía a gusto con él. Lo sentía demasiado ajeno a mí. Fue como si ya no pudiese verlo como el muchacho apuesto que tanto me encantaba. Ahora solo era... Josh. Un amigo más. —Encogió los hombros.

Caray.

—Mi papá odia a Edward —bromeé.

—¿Quieres que te hable de mis padres, Jane? —Thomas intentó hacer lo mismo, negando para sí mismo, volviendo a la computadora.

—Ya sé, es tonto. Pero siempre fui esa clase de niña que nunca se subía a los juegos prohibidos por sus padres. Siempre preferí el cariño de mi familia al de cualquier otra persona. Estoy intentando separarme un poco de ellos, pero no puedo estar cómoda con una persona, sabiendo que mis padres se preocupan por mí o reprueban nuestra relación. No puedo, es algo que no me sale. Si tan solo me dijesen "está bien, lo aceptamos", podría estar tranquilo. Caso contrario, siento que estoy cometiendo una equivocación, un error, ¿sabes? Al final del día, nuestros padres son los únicos que van a protegernos.

Podría tener razón. Tal vez.

—¿Entonces? ¿Qué vas a hacer?

—Me siento fatal, pero ya ni siquiera me... —Le entró vergüenza—... bueno, ya no me... prendo con él. Es como si fuese un hermano para mí, ahora.

Me reí—. Qué ironía.

—¿Vas a...? —Thomas frunció el ceño.

Volvió a encoger sus hombros.

—Woah.

—¿Estoy mal? —preguntó rápidamente.

—No, es que... nos sorprende que llegues a esta conclusión. Pero tienes que hacer lo que mejor te plazca.

—Supongo. Es que no sé cómo hacer. ¿Cómo terminas con alguien sin que esa persona termine odiándote?

Thomas se rió.

—Tal vez esto te haga bien. Necesitas salir un poco de esa burbuja rosada.

—Es que no quiero lastimarle, en verdad que no, pero ya no sé si...

Dejé de oír a Jane, porque mis ojos se había ido directamente hacia el rostro de Sam.

Los había abierto ligeramente.

Me tragué un jadeo.

—Escúchame, lo que tienes que hacer es lo siguiente:

—Chicos...c-chicos... —tartamudeé, asustada.

—No, espera, Bella. Quiero decírselo con honestidad: lo que vas a plantear, va a enfurecer por completo a Josh, porque...

—Chicos... en serio...

—... es algo inesperado. Sobre todo después del sacrificio que ese muchacho hizo para dejar a un lado su promiscuidad, y...

—¡Thomas!

—¿Qué? —preguntó, algo molesto por interrumpir su argumento.

—Está despierto. —Señalé con mi dedo índice a Sam, con el rostro pálido.

CAPITULO 20 Soy la chica de las flores

TPOV

Durante todo ese tiempo de espera, mis manos se mantuvieron unidas. A veces descansando en mis piernas, otras en mi boca. Allí ocultaba mi rosario. No lo solté en ningún momento.

No lo solté en todo ese mes.

Probablemente, no lo soltaría en un par más.

Nada podía compararse a esas veinticuatro horas de tortura en las que permanecí en esa misma posición. Veinticuatro horas para descubrir si yo seguía en las memorias de Sam, porque claramente, el pronóstico no sería cien por ciento alentador.

Aunque a esta altura del partido, no necesitaba nada más.

Caroline y Feidel salieron de la habitación de Sam y rápidamente, me levanté.

Me miraron con intriga.

—¿Thomas? ¿Sigues aquí? ¿No has descansado? —Caroline me preguntó con preocupación.

—Estoy bien. —Asentí una sola vez.

Respiré hondo.

—Sé que las reglas únicamente permiten las visitas familiares, pero… si me dejaran pasar, yo…

Había armado un argumento bastante convincente. Pero las horas me agotaron, y allí me encontraba: cansado, hambriento, sin mucho qué decir.

—Solamente quiero verlo…

Mi voz sonó algo decepcionada, y esa, definitivamente, era la última emoción que podía sentir en ese momento.

El matrimonio intercambió una mirada de comprensión para meditarlo. No se trataba únicamente de permitirme el ingreso a una habitación, sino de algo más serio; la posibilidad de ser parte de un momento muy importante en aquella familia.

Los padres de Sam no sentían ningún prejuicio por la sexualidad de su hijo y eso era algo que envidiaba secretamente.

—Claro —aceptó su madre, acariciando mis puños.

No me quedaba mucho tiempo de la hora de visita, pero diez minutos serían suficientes. Ingresé dando pequeños y silenciosos pasos, impresionado al ver que se encontraba en la misma posición de hace tantos días, pero con la mirada fija hacia un punto. Era consciente. No estaba seguro de cuánto, pero se percató de mi presencia.

Sus ojos se abrieron un poco más de lo normal. Se había sorprendido.

—Está bien, no te alarmes —advertí entre susurros, sentándome a su lado.

Me miró fijamente, sin demostrar alguna expresión. No hablaba y apenas podía comunicarse con asentimientos, pero era todo lo que necesitaba.

—¿Me recuerdas? —pregunté con seguridad, pero por dentro era otra historia.

No respondió nada.

Necesitaba ser más conciso.

—¿Sabes quién soy?

Y entonces, asintió débilmente.

Me sentí aliviado.

—Soy Thomas Flint, ¿recuerdas eso?

Volvió a asentir. Eso era bueno.

—De acuerdo… ¿recuerdas haber pasado tiempo conmigo?

De pronto, negó una sola vez.

Pero, ¿cómo era posible que recordara mi nombre pero no el tiempo que pasamos juntos?

En ese momento, fue mi turno para recordar que durante un tiempo, varios años en realidad, Sam supo exactamente quién era, pero no tuvo el valor para acercarse y hablarme hasta hace pocos meses, cuando misteriosamente coincidimos con una modelo a la que yo debía fotografiar para su blog en internet.

—Ya… tal vez no recuerdas nada de lo que ha sucedido este año, ¿no? O quizás… ni siquiera recuerdas a nuestros amigos, o nuestros momentos…

Acaricié uno de los mechones de su cabello e inmediatamente, se tensó. El ritmo cardiaco aumentó y de pronto, sentí que algo iba mal.

—¿Sam? —Me aparté un rato de él. Acto seguido, llamé a la enfermera y al doctor a través del botón de emergencia y aparecieron en pocos segundos.

Estaban revisándolo con urgencia, esperando que no se tratara de una reacción maligna. Otra enfermera apareció en la habitación y me pidió que me marchara para monitorear correctamente al paciente.

Concretamente, mi presencia y mi tacto le abrumaron. Debía mantenerme al margen hasta que mejorara en unos días. Pero eso me hizo preguntar, ¿qué tanto había olvidado para sentir que lo que acababa de hacer era una completa locura?

BPOV

—Tower, ¿qué es lo que sucede? ¿Qué dicen? ¿Qué chismes hay?

—No es ningún chisme, Lucy. Es una llamada de alerta desde Londres.

—¡No me digas!

—¡Quince cachorritos robados!

—Pero, por aquí no hay cachorritos desde que Nelly tuvo los suyos y esos ya son mayores.

—Bueno, entonces hay que retransmitir la alarma, tendré que comunicarme con el Coronel, él es el único a quien alcanza mi ladrido.

—A esta hora no podrás despertarlo.

—¡Puedo intentarlo! ¡Ladraré toda la noche si es necesario! (*)

Revisé una vez más los ojos de Bear y noté que ya se había echado un sueño en medio de la película que estábamos viendo.

Bueno, que él estaba viendo.

Disimuladamente, apagué el televisor y procuré moverme del sillón en silencio para no despertarlo. A largos pasos, me acerqué hasta el dormitorio y cerré la puerta con lentitud porque sabía que Bear me seguiría hasta allí y no planeaba contar con su presencia para lo que estaba a punto de hacer.

Contemplé la cama por varios segundos mientras me cruzaba de brazos. Necesitaba posar desnuda de alguna forma, pero no sabía cuál. Tal vez debía trabajar un poco más en mi imaginación.

Tomé una resolución. Me quité el pijama de encima y me bajé las bragas. Me metí dentro de la cama completamente desnuda y tomé mi teléfono para tomar una buena foto de mi trasero y mi zona íntima.

Acto seguido, —porque, claro, no pretendía revisar esa fotografía—, se la envié a Edward.

No obstante, sí revisé en todo momento su última conexión. Había sido hace treinta o cuarenta minutos. Cuando se la envié, apareció inmediatamente conectado.

Aproveché para enviarle otro mensaje:

Bella:

23:14hs: Hola. Me estoy masturbando. X

No, realmente no lo estaba haciendo ni tenía intenciones de hacerlo, pero quería provocarle.

Creí que tardaría, pero me contestó enseguida:

Edward:

23:15hs: Santísima…

Y me envió varios emoticones con ojos de corazón. Como si estuviese loco de amor…

¡Por mi culo!

Bella:

23:16hs: Estoy pensando en ti.

23:16hs: Fantaseando con esa mandíbula cuadrada mientras me besa por tantos lados…

Edward:

23:17hs: Te comería entera.

23:17hs: Te comería ese culo.

Caray. Se puso sucio. Crucé mis piernas.

Bella:

23:17hs: Qué estás haciendo?

No sé por qué le pregunté eso. Había hablado con él hace un par de horas y sabía que planeaba estudiar un poco. Me arrepentí inmediatamente.

Edward:

23:17hs: Estaba viendo un poco de televisión. Ya estaba terminando de leer unas cosas.

23:17hs: Pero una niña rebelde me envió una fotografía pecaminosa

23:17hs: Y ahora me aprietan los pantalones

23:17hs: Me los quitaré

Bella:

23:18hs: Estás desnudo?

Edward:

23:18hs: Definitivamente no tanto como tú

Bella:

23:18hs: Envíame una foto tuya

Edward:

23:18hs: quieres una foto de mi polla?

Mi respiración se atoró.

Bella:

23:19hs: SÍ.

23:19hs: La quiero.

Decidí imitarle el gesto y le envié la misma carita con ojos de corazón.

Edward:

23:19hs: lol

23:19hs: bueno

No sé qué esperaba realmente. Creí que todo esto se trataba de una broma, cuando hace unos días me dijo que no tendría problema en hacerlo. Entonces, recordé que no era la primera vez que lo hacía con una chica y me puse celosa. Yo también debía recibir ese tipo de fotografías.

No estaba preparada mentalmente para cuando recibí la foto de su enorme polla erecta. Es decir, Edward estaba dotado. No lo sé, tampoco sabía mucho de pollas. Pero me parecía una generosa. Y sabía cómo usarla, lo cual era bueno. Pero en la fotografía, tal vez por el ángulo, lucía mucho más grande que de costumbre. Casi como si la tuviese frente a mis ojos. El grado de excitación que sentí en ese momento fue ridículo. Me golpeó de lleno. Como si encontrase un enorme bufet mientras me encontraba famélica.

Inconscientemente, solté un fuerte gemido y relamí mis labios para luego morderlos. Sentí la necesidad de empezar a acariciarme el coño.

Bella:

23:21hs: Hombreeeeeeeee

23:21hs: Ughhhhhhhhh

23:21hs: Es enorme

23:21hs: La necesito

Introduje un dedo en mi centro y me di cuenta que no era suficiente. Sumé uno más y pretendí que era ese miembro el que me embestía. El placer que sentí fue indescriptible.

Edward:

23:22hs: me sonrojas

23:22hs: no exageres

Mi mente rápidamente idealizó la idea de encontrarme con un Edward ruborizado por los halagos hacia su polla y descubrí esto increíblemente tentador. Debería hacerlo más seguido.

Bella:

23:22hs: no exagero ni una mierda

23:22hs: eres hermoso

23:23hs: eres perfecto

23:23hs: te quiero conmigo ahora

23:23hs: quiero que me comas entera

23:23hs: quiero que me tomes por detrás

Okay. Estaba muy excitada, las incoherencias lascivas estaban justificadas. No me di cuenta entonces que "por detrás" podía significar un concepto totalmente distinto para ambos. Yo solo quería que me apoyara duramente, no quería me penetrase en aquella zona. Pero no me importó corregirlo.

Para mi sorpresa, me encontré rápidamente al límite y decidí interrumpir mi conversación con Edward para observar esa foto e imaginar un montón de escenarios posibles: podría chupárselo, podría mordérselo; podría dejar que me follara en cuatro, o en la posición de misionero, para poder ver ese hermoso rostro mientras le explicaba lo apuesto y dotado que era.

Solté mis últimos gemidos encima de la almohada, prácticamente mordiéndola y babeándola sin problema, y me vine. No fue especialmente duro, pero me dejó cosquillas en todo el cuerpo y una agridulce sensación de insatisfacción. Podría seguir viniéndome.

Me relajé un poco e inmediatamente leí los mensajes de Edward.

En realidad, solo fue uno:

Edward:

23:23hs: putita mía.

Bella:

23:26hs: Perdón

23:26hs: No pude ante la tentación

Edward:

23:27hs: te tocaste?

Bella:

23:27hs: sí

23:27hs: se sintió bien, pero creo que quiero más

Edward:

23:28hs: ¿en serio lo has hecho ahora?

Bella:

23:28hs: te molestó?

23:28hs: estaba pensando en ti…

Edward:

23:28hs: No es eso

23:28hs: acabé hace unos minutos

23:28hs: tal vez lo hicimos al mismo tiempo

Había algo tan excitante en esa palabra. "Acabé". Si leerla me ponía tanto, escucharla…

Bella:

23:29hs: oh woow

23:29hs: en serio?

No podía esperar menos, revisé los últimos mensajes que le había enviado. Eran bastante jocosos como para fantasear.

Edward:

23:30hs: sí

23:30hs: me he corrido encima

23:30hs: necesito lavar estos pantalones

¡Oh, hombre! ¿Por qué no podía ver eso?

Bella:

23:31hs: no habría tenido problema alguno en que te corras encima de mí, solo digo…

Edward:

23:31hs: donde yo quiera?

Bella:

23:31hs: soy tuya

Edward:

23:31hs: y si me corría encima de tu cara?

Sentía tanta, pero tanta vergüenza con esta conversación que necesitaba hacerme una bolita y ocultarme debajo de las sábanas, como si de esa forma nadie pudiese nunca enterarse de las cochinadas que hablábamos.

Y mucho más cuando contesté la pregunta con completa honestidad:

Bella:

23:32hs: uhm

23:32hs: no me molestaría…

Edward volvió a enviarme esa cara con ojos de corazón. Como si aquél sucio detalle le… enamorase. Me sonrojé fuerte.

Edward:

23:32hs: me gustaría que te vinieras en mi cara, sabes

¿Cómo era eso físicamente posible? Entonces, visualicé la posición en mi cabeza y me morí de la vergüenza. Eso sí que era tentador.

Bella:

23:33hs: me encantaría correrme en tu cara, honestamente

Edward:

23:33hs: ves, nena?

23:33hs: estamos hecho el uno para el otro

Bella:

23:33hs: LOOL

23:33hs: te amo tanto

23:33hs: y lamento haberte interrumpido

23:34hs: esta servidora se comportará de ahora en adelante

Edward:

23:34hs: esta servidora es muy linda

23:34hs: voy a hacerle un pequeño marco a esa fotografía para verla todas las noches

Bella:

23:34hs: NI TE ATREVAS

23:34hs: NI SIQUIERA COMO BROMA

23:34s: Edward Anthony Masen Cullen, nadie debe ver las fotografías que te envío

Edward:

23:35hs: Nadie lo hará

23:35hs: Son mías

23:35hs: Y de nadie más

Bella:

23:35hs: bien. Así me gusta

Edward:

23:35hs: solo trata de no enviarme estas cosas por la mañana. No quiero bajar una erección en medio de tantos colegas

23:35hs: tampoco es muy cómodo pensar en esas cosas mientras estoy al lado de papá

Bella:

23:35hs: te lo prometo.

23:36hs: Edward

Edward:

23:36hs: Sí?

Bella:

23:36hs: Te extraño

23:36hs: Te extraño mucho

23:36hs: Quiero que me abraces muy fuerte ahora

Edward:

23:36hs: Está lloviendo?

Bella:

23:36hs: Sí

23:36hs: Abrázame o voy a llorar

23:36hs: En serio voy a llorar

23:36hs: Ya estoy llorando

23:36hs: Abrázame, ya estoy llorando

Edward:

23:37hs: mi Bella…

23:37hs: siempre tan tonta

23:37hs: deja de ser tan tonta

Bella:

23:37hs: no puedo, la lluvia me pone tonta

23:37hs: voy a poner música depresiva

23:37hs: por qué todavía no me abrazas?!

Edward:

23:37hs: te estoy abrazando

23:37hs: tan fuerte que no puedes respirar

23:37hs: entonces me pides que no sea bruto

23:37hs: y te suelto un poco más

23:38hs: pero te sigo reteniendo conmigo

Pegué un gritito bajo debajo de la almohada. ¡¿Cuándo iba a volver?!

Bella:

23:38hs: me muerdes el hombro?

Edward:

23:38hs: por qué el hombro?

Bella:

23:38hs: No sé, quiero que me muerdas

Edward:

23:38hs: bueno

23:38hs: te muerdo el hombro

23:38hs: me gustan tus pecas en realidad

Bella:

23:39hs: a mí también

23:39hs: son lindas

Edward:

23:39hs: tú eres linda

Bella:

23:39hs: ya lo sé

23:39hs: soy muy linda

Edward:

23:39hs: bueno, no seas creída

23:39hs: tampoco eres tan linda

23:39hs: yo soy más lindo que tú

Bella:

23:39hs: esto se está poniendo depresivo porque es cierto

23:40hs: eres más guapo que todo el mundo

23:40hs: te odio por eso

Edward:

23:40hs: está bien

23:40hs: el camino de la belleza es algo solitario

23:40hs: no esperaba tu compañía de todas formas

Bella:

23:40hs: te vas a quedar solo y vas a volverte feo

23:40hs: mientras yo conquisto el universo y me apodero de todo

Edward:

23:40hs: pareces muy decidida en tus planes

23:40hs: tendrías que vencerme en un combate altamente catastrófico para apoderarte de todo

Bella:

23:40hs: planeo una revolución mundial

23:41hs: si yo fuera tú, no pegaría un ojo esta noche

Edward:

23:41hs: por eso me enviaste esa foto? Para distraerme?

23:41hs: ganaste esta batalla, pero no la guerra

Bella:

23:41hs: ves? Al final, soy más bonita que tú

23:41hs: en realidad, es cierto

23:41hs: soy algo bonita

23:41hs: tengo lindas tetas, verdad?

Edward:

23:42hs: sí, son muy lindas

23:42hs: también tienes lindos pies

Bella:

23:42hs: pies?!

23:42hs: vaya

Edward:

23:42hs: muchacha

Bella:

23:42hs: qué

Edward:

23:43hs: a dormir

Bella:

23:43hs: noooooooooooooooo

23:43hs: no quiero trabajar

23:43hs: quiero dormir para siempre

Edward:

23:43hs: entonces ve a dormir!

Bella:

23:43hs: Bueno

23:43hs: pero no porque tú me lo pidas

Edward:

23:43hs: pedir?

23:43hs: te lo ordeno

23:43hs: eres mi esclava, recuerdas?

Lo acordamos en una conversación que tuvimos esta mañana.

Bella:

23:43hs: ah cierto

23:43hs: bueno, adiós. Te amo

Edward:

23:43hs: No tanto como yo

.

(1) Esa noche tuve sueños húmedos. Pero fueron divertidos. Cualquier experiencia extrasensorial con Edward valía la pena. Quería mantener la distancia, y en realidad lo lograba durante el resto del día, pero a la noche, cuando me encontraba con su almohada perfumada, me entraban ganas de llorar dramáticamente.

No obstante, como decía, las mañanas eran buenas. El día viernes de esa semana, salí del trabajo y sentí la necesidad de ir por todos lados, aprovechando la buena mañana de sol.

Se suponía que iba a pagar una cuota del reloj de Edward y un vestido que Thomas me había conseguido en internet para la boda de Charlie y Sue. Él dijo que era mucho más barato así y le creí.

Pero mientras revisaba mis papeles, me di cuenta que estábamos en época de cuentas y que debíamos pagar la electricidad y el agua ya que vencían este lunes.

Ahora, normalmente Edward y yo nos dividíamos el monto y nos turnábamos para hacer el trámite. Obviamente, iba a hacerlo yo en esta ocasión. Pero entonces recordé que no me había dejado ninguna indicación ni dinero para pagar esto.

Así que lo llamé. Tuve que hacer dos intentos porque no me atendía.

Cuando lo hizo, le dije:

—Muchacho.

—Lo siento, tuve que salirme para atenderte.

Iba a pedirle disculpas, pero lo siguiente que agregó fue:

—Por un momento, creí que era una fotografía tuya.

—Te dije que no iba a hacerlo.

—Lo sé, pero últimamente te estás poniendo muy picarona.

—¡Oye! Tú eres el que me envió una foto de su pene. Lamento informarte que ese no es el motivo por el que te llamo.

—¿Qué ocurre? ¿Algo pasó?

—Tenemos una situación aquí: la electricidad y el agua vencen este lunes.

Lo pensó un rato.

—No, vencen la próxima semana.

—Eso no dice la boleta.

—Pero yo leí claramente que sería después del veinte.

—¿No te estarás confundiendo con la del gas, amor? —murmuré con paciencia.

Esperó un rato y se dio cuenta.

—Me cago en la…

—Eso supuse. —Intenté no reírme—. En fin, me encargaré de eso ahora. Si crees justo, tú podrías pagar el mes que viene.

—No. Te devolveré el domingo cuando esté allí, ¿bien?

Edward tenía esta obsesión por ser lo más equitativo posible. Trataba de ayudar siempre a favor de mí pero intentando no subestimar mi sueldo. Por supuesto que no lo hacía, pero él se sentía culpable cuando así parecía. Hice un esfuerzo para no reírme en voz alta, porque dejar que yo pague estas increíbles cuentas, y haber olvidado la fecha de vencimiento, debía disgustarle.

—Está bien.

—¿Podrás pagarlo?

Me puse a revisar mi billetera, buscando mi tarjeta de crédito.

—Supongo que sí, si es que termino comprándole el vestido a Thomas la próxima semana…

Murmuré aquello sonando completamente casual porque eso no suponía ningún problema. Comprarlo hoy… comprarlo en unos días. ¿Qué importaba? El casamiento de papá sería hasta el próximo fin de semana.

Pero el niño se deprimió por completo.

—Ugh, Bella… lo lamento. Esto es mi maldita culpa. Debí recordar la estúpida fecha y…

Puse los ojos en blanco. ¿Realmente iba a ponerse mal por un poco de dinero? Sin embargo, yo fui la tonta. ¿Para qué lo ponía mal comentándole esas cosas si ya sabía cómo iba a reaccionar?

—Te estás haciendo un problema por algo que prácticamente a mí no me interesa. Relájate y haz que valga la pena ese congreso. Te amo, ¿bien?

Oí que suspiraba.

—Te amo mucho más.

Cuando cortó la llamada, me golpeé en la mejilla.

—No eres más tonta porque no te entrenas —me reprendí a mí misma.

Dejé pasar el asunto y me apresuré en ir a pagar las cuentas. Thomas se ofreció a pagar el vestido así yo pudiese devolverle el dinero la próxima semana, pero eso simplemente complicaría más las cosas y volvería loco a Edward.

Cuando me desocupé, se me antojó algo dulce y decidí usar lo poco que me quedaba para comprarme un chocolate en una confitería.

El señor que atendía allí me caía bien. Todas las semanas pasaba por allí a comprar algo.

—¿Uno solo? —me cuestionó—. ¿Y si lleva otro para su novio?

Era imposible que no reconociera a la novia de su mejor cliente. Tal vez quería reventar mi bolsillo. No estaba muy segura.

—Uhm… está bien. Que sea uno de maní y cacao, por favor.

Cuando le pagué, me los entregó en una pequeña bolsita rosa muy adorable. Antes de ir hacia la entrada, vi un rostro familiar comprando un montón de caramelos.

Era Josh. Pretendí saludarle, pero en cuanto me miró con una cara larga, recordé que no debía estar con el mejor humor posible.

—Hola, Josh —le saludé cuando me acerqué.

—Hola, Bella.

Miré la cantidad de caramelos que llevaba. Juraría que eran suficientes para una reunión.

—Vaya, esos sí que son deliciosos. Tienen una crema de leche exquisita. Lo sé porque Edward me regaló unos la semana pasada. —Señalé los que tenían un envoltorio color lila.

—Lo sé, yo se los recomendé —me contestó con amargura, continuando con sus compras.

Me pregunté a mí misma por qué un chico con un increíble cuerpo como el de Josh devoraría tantas calorías. Y entonces, recordé que usualmente no lo hacía.

Me sentí mal al darme cuenta del motivo oculto en esas compras.

—Y... ¿cómo has estado?

—Bien —murmuró alzando las cejas. Estaba siendo sarcástico.

Estaba molesto conmigo, claramente.

—Josh, yo no tuve nada que ver con la decisión de Jane, te lo juro.

—Claro que eso es mentira —me cuestionó—, eres su mejor amiga. Seguro le llenaste la cabeza con algo.

—No es justo que digas eso solo porque estés acostumbrado a que las chicas sean unas arpías. Yo no tuve nada que ver con su decisión.

Se quedó callado y me miró fijamente.

—Es más… —murmuré en voz baja—, me pareció una muy tonta. Pero es mi amiga y no puedo manejar su vida.

—Podrías decirle que, en efecto, ha sido una decisión muy tonta.

—¿Y obligarle a que haga algo que ella no quiere? No tiene quince años, Josh. Esta decisión ha sido suya. Tal vez está cometiendo un error, pero sería mejor que ella lo descubra por su propia cuenta.

Siguió mirándome, pero ya no con tanta reticencia.

—No puedo creer que di tanto por una estúpida relación. Para ella fue una simple aventura jocosa, desconocida, intrigante… y para mí… fue una verdadera inutilidad.

—No digas eso… —repuse con tristeza—. Ella es una buena chica...

—No, no es una buena chica, Bella. Es una maldita. Y no quiero saber absolutamente nada más de ella. Que haga lo que quiera. No voy a perder otro minuto más de mi vida tratando de entender sus decisiones. Esto es lo que sucede cuando te involucras tanto con una persona que no tiene idea el nombre de la calle que está cruzando.

Tal vez fui un poco ingenua al creer que Josh comprendería y respetaría la decisión de Jane. Supuse en aquél entonces que así se comportaban los hombres genéricos… guardándole rencor y resentimiento a la muchacha que los botó.

Con una persona así, no podrías entrar a razón aunque lo intentases.

—Bueno, pero… ¿crees que podríamos estar en buenos términos? Digo, sé que no somos tan amigos, pero me caes bien. Le caes muy bien a Edward.

Me miró de mala gana.

—Sí. También me caes bien.

Me entraron ganas de abrazarle, porque realmente creí que eso era imposible. Pero mejor no.

—Pero solo porque eres la novia de Edward. —Me advirtió con el dedo índice—. No quiero rodearme con sus amigas. Me recuerdan lo estúpido que fui.

Podía opinar que, en cierta parte, Jane había sido bastante ingenua. Pero no correspondía. Era mi amiga.

Fue inevitable volver a casa con un sabor amargo en la garganta. No iba a ser sencillo volver a frecuentarlo en las reuniones. Es decir, ¿iría? Era amigo de Melissa y Mark. Pero no me pareció haber visto tanta amistad con el resto del grupo.

Primero Alice y yo. Ahora Josh y Jane. ¿Alguien más faltaba en la lista?

En el ascensor, me topé con un mensaje de Edward.

Edward:

17:16hs: Skype?

¡Skype! La idea me emocionó. Era una buena idea volver a vernos, teniendo en cuenta que mañana tendría una cena con sus colegas y volvería en el primer vuelo del domingo. Hasta entonces, no recibiría muchas noticias de él.

Tomé su computadora e inicié sesión. Normalmente, se la llevaría. Pero quería que yo la conservase hasta comprarme una propia. Estaba utilizando la de Carlisle.

Me llamó primero. La acepté y su hermoso rostro me deslumbró.

—Hola…

Soné cursi. Demasiado. Pero hacía días que no veía su sonrisa. Me puso demasiado contenta. Y estaba guapo con el cabello prolijo y esa camisa blanca algo abierta.

Él me saludó de la misma forma. Vi un poco de brillo en sus ojos. El corazón me latió con prisa.

—¿Llevas mucho tiempo esperándome?

—No, solo veinte minutos. Estaba pensando en darme una ducha… ya que no tengo nada más que hacer en todo el día.

—Me desocupé hace media hora, pero pasé por la tienda de dulces y… me encontré con Josh.

Se sorprendió. Por supuesto, estaba al tanto del asunto.

—Cree que porque soy su mejor amiga, yo fui quien le llenó la cabeza de ideas raras. No le culpo, tiene derecho a sospechar. Pero yo no hice eso.

Vi que Edward se encontraba en un escritorio. Apoyaba la frente encima de una de sus manos mientras que con la otra rasguñaba algo que yo no podía ver en la mesa.

Me sonrojé. Hasta pensativo se veía muy bien.

—Todavía no he hablado con él. Le dejaré las cosas en claro. No me gusta que piense esas cosas de ti. Tú no eres ese tipo de persona.

Iba a contestarle algo, pero de pronto, el teléfono sonó.

—¿Quién será? Uhm, vuelvo enseguida.

Me aparté de la habitación para atender la llamada.

—¿Hola?

—Buenas tardes, ¿hablo con la señorita Swan?

Era la voz de una señora.

—Sí, soy yo… ¿quién habla?

—Soy la administradora del edificio. Imagino que usted tiene conocimiento del motivo de mi llamada. He recibido un par de denuncias acerca de la presencia de un canino en su departamento. Por supuesto, espero haber sido clara con el propietario, el señor Cullen, cuando solicité prohibida la presencia de cualquier animal que irrumpiera o supusiese una molestia para el resto de los vecinos, ¿verdad?

Me puse nerviosa.

—S-Sí, claro.

—Muy bien. Le notifico oralmente de esta advertencia. Tiene una semana para solucionarlo o me veré obligada a iniciar acciones legales. Que tenga usted un buen fin de semana.

Otro problema más en la lista… Los vecinos debían estar cansados de los ladridos y la hiperactividad de Bear debido a la época de celo que afrontaba.

El muchacho se encontraba allí, ansioso por salir a dar un paseo.

Me fui de nuevo hasta el dormitorio pero quitándome la ropa. Me sentía agotada. Bear me seguía por todas partes.

—No, nene… saldremos en un par de horas. Deja que mamá descanse un poco.

Él insistía, parándose en dos patas mientras se apoyaba entre mis piernas.

—¡Bear! En serio. Solo serán unas horas.

Era difícil tener que distraerlo constantemente. Sentía pena por él. Necesitaba gastar todas esas energías y yo no podía complacer su deseo.

Lo obligué a que me diera un poco de espacio, llevándolo afuera de la habitación y cerrando la puerta. Lloriqueó y la rasguñó. Odiaba estar solo, pero francamente, no me sentía cómoda desnudándome frente a él.

Cuando me vi completamente desnuda, fui hasta el ropero para buscar nueva ropa interior. Al darme la vuelta, me percaté de la computadora.

Edward me espiando con profunda atención, y se estaba mordiendo el dedo de una mano.

—¡Ay, cielos! Edward, me olvidé por un segundo que estabas aquí, perdón, perdón. —Me acerqué rápidamente a la computadora apoyada en la cama.

Me sonrió picaronamente.

—No tengo ningún problema. Tú sigue con tus actividades. Yo estaré aquí.

Me di cuenta enseguida a qué se refería.

—¿Por qué no buscas tu pijama? Está en el último cajón de abajo.

Me puse muy colorada.

—¡Mirón!

Se echó a reír. Mi corazón latió con prisa. Todos sus gestos me ponían loca.

Y allí estaba yo, desnuda.

—¿Quién te llamó, preciosa? —me preguntó en serio.

Hay ciertas cosas que no son buenas para la salud de mi corazón: no puede hablarme con concentración y agregar la palabra "preciosa" en la oración así como si nada.

Yo estaba pensando en muchas otras cosas antes de hablar sobre ese tema.

Le sonreí de vuelta.

—¿Te gusta verme así?

Me puse de rodillas en la cama.

Le agradó oír esa pregunta, más no se la esperaba.

—Me encanta verte así —respondió, apoyándose contra el respaldo de su silla.

—¿Por qué no te recuestas en la cama como yo? Quiero verte mejor.

Se rió bajando la mirada y aceptó. A veces no comprendía por qué me había ganado a un hombre tan apuesto.

—¿Bien? —me respondió una vez que lo hizo.

¿Vi una erección por ahí?

—Oh… parece que alguien está emocionado, ¿verdad?

—Soy un hombre con muy poca fortaleza.

Acerqué mi rostro a la pantalla y coquetamente, murmuré:

—Déjame verla…

No respondió nada. Se limitó a reírse en silencio. Estudié sus movimientos: Se desprendió el botón de sus jeans, prosiguió con el cinturón y se los bajó para enseñármela.

Con razón me espiaba con tanto deleite. Podría observar sus movimientos por el resto de mi vida. No lo supe hasta entonces, pero mientras más desnuda te encuentras, más rápido te sientes como una sucia. Podía hasta chuparle el cinto y morderlo.

Me mordí los labios y la deseé con cada poro de mi piel.

—¿Te gusta? —me preguntó con esa voz masculina que podía matarme.

Asentí hipnotizada, como una golosa.

Dejé de respirar cuando empezó a tocársela.

Ay, no.

—Oh, sí… sí, hazlo —pedí relamiéndome el labio inferior.

Su mano era tan varonil… sus movimientos tan precisos… saber que, mientras más rápido lo hiciese, más placer sentiría, me hacía agua la boca.

Sin darme cuenta, entreabría la boca.

—¿Quieres comerla, no?

Fue mi turno para reírme.

—Sí, me encantaría —respondí haciendo mi cabello hacia un costado.

Lamí mis labios, dejándolos notablemente mojados. Cada vez que lo hacía, mostraba mi lengua a propósito.

—Imagina mi lengua. Cálida y húmeda. Encima de esa punta.

Una vez que escuchó esto, con esa misma mano, utilizó su pulgar para empezar a frotar la punta de su miembro en movimientos circulares. Le oí jadear.

Eso me puso muchísimo.

—Sí, así. Tal cual. Con precisión. Comiéndome la punta.

Podía ver cómo se endurecía y se lubricaba lentamente. Cuando terminó con aquél movimiento, apartó el dedo y aparecieron aquellas gotas de líquido pre seminal.

—Oh, mierda —solté como si fuese un camionero, saliendo por completo del personaje.

Oí la melodiosa risa de Edward. Agregar ambos combos a la escena, era demasiado.

No estaba en mis planes ser una voyerista.

—Espérame un segundo. Despréndete la camisa, pero no te la quites, te queda muy linda.

Fui rápidamente hasta nuestro ropero. Allí había una sección especial, una prohibida en realidad. Allí guardábamos algunos de nuestros juguetes sexuales.

Tomé el clásico vibrador amarillo y volví a la cama casi saltando.

—¿Ya estás? —pregunte emocionada.

Asintió sin problema. Oh, señor. Podía ver el montículo de su abdomen. Se veía condenadamente hermoso.

Me senté frente a la computadora, y lentamente le regalé una buena vista de mi coño mientras había las piernas.

Me sentí muy bien. Sus ojos me miraban como si yo fuese comida. Yo también estaba mojada.

Tomé el vibrador y lo encendí en mínimo. Comencé a rozarlo por toda mi zona íntima.

Señor, el placer…

—Oh, sí… ah…

Empecé a gemir, dejándome llevar, dándole un buen espectáculo. Pero no era necesario fingir. ¡Qué bien que sentía! ¿Por qué no usaba esta preciosidad más seguido?

Movía mis caderas de arriba para abajo, disfrutando de la sensación. Miraba fijamente a Edward, porque sabía que esto le gustaba. Él se estaba masturbando con firmeza.

—Edward… lo estoy haciendo lento p-para ti… no te corras todavía.

—Soy bastante ansioso, ¿sabes?

Inconscientemente, me recosté en la cama y solté otro gemido de placer.

—Dios… qué delicia… uhm…

Quería cerrar las piernas y perderme en las sensaciones vibratorias. Pero se suponía que esto era para Edward. En ningún momento, rocé mi centro.

Pero sí encima de mis labios. Me levanté y llevé el vibrador a mi boca para succionarlo. Sí, bien, allí estaba mi esencia, pero lo hice para provocarle una buena imagen a Edward.

El muchacho me miraba con asombro. Su mandíbula lucía tan tensa…

Recordé que en una época, para hacer este tipo de cosas, necesitaba estar ebria. Pero lo bueno es que mientras más me excitaba, más me dejaba llevar.

—¿Qué pasaría si…?

Deslicé el vibrador por encima de mi vientre y llegué hasta mi centro.

Pegué un saltito y un gemido. La sensación me gustó mucho.

Miré a Edward con inocencia.

—¿Quieres que lo hagamos junt…?

—Sí. Ahora —demandó sin mucha paciencia.

Solté una risita. Tomé el vibrador con firmeza y mentalmente, imaginé que se trataba de su miembro.

Me senté lentamente encima de él, dejando que la sensación me abrazara por completo. Pero la vista era increíble: Edward imitaba el movimiento descendente sobre su polla, como si en su cabeza imaginara que mi coño acababa de acorralarlo.

Esto se ponía bueno.

—Bien. Empieza a saltar encima de él —me ordenó—. Con lentitud.

Asentí y obedecí el mandado. Una cosa eran mis dedos, otra muy distinta era una imitación de polla. Esto era lo que necesitaba para saciar el vacío de frustración que estaba sintiendo en los últimos días. Algo que me llenara en serio, aunque fuese de goma.

—Te ha empezado a dar calor, ¿eh? Mira tus pezones. Están duros. Usa una de tus manos y empieza a acariciarte una de tus tetas.

Se sentía muy bien. Cerré los ojos y me dejé llevar.

—Desearía que me tocaras entera…

—Haré el intento. —Sonó como una buena promesa—. Ahora, escupe encima de ella y mójatela.

Esto era algo que usualmente hacía en estas situaciones. Deposité un poco de saliva encima del seno donde me estaba acariciando. Y se sintió genial.

Accidentalmente, solté un buen y prolongado gemido. Esto le motivó.

—Bella, ahora ponte de frente. Quiero que tus movimientos sean duros y que empieces a saltar. Quiero ver esas tetas.

¿Oh, sí? ¿Quería verme brincar? Bien…

—¿Así? —pregunté jadeando, repitiendo los movimientos que me había pedido. A veces era algo incómodo que mis tetas saltaran. Me gustaba sentir sus manos encima de ellas, sosteniéndolas.

Pero mis ojos solo captaban su miembro. Ya se había bajado los pantalones por completo: ahora veía su torso desnudo, excepto por esa hermosa camisa.

A mí me gustaba ver cómo sus testículos se movían de la misma forma…

—Bella, detente.

Su voz despertó mi atención por completo. ¿Por qué?

—Ponte en cuatro.

¡Já! Si no le conocía…

Lo hice. Le di una buena vista de mi trasero.

—No quiero que hagas ningún movimiento. Ponlo en vibrador.

¿Ninguno? ¿Por qué?

Asentí, obedeciéndole.

Ya estaba cerca de mi límite. Y las vibraciones solo aceleraban el proceso.

No pude evitarlo. Empecé a gemir como una tonta.

Moví mi trasero hacia atrás y adelante.

—Nalguéate varias veces.

Y en realidad, no tenía ningún problema con eso. Se sentía bien. ¿Por qué me gustaba esa clase de presión en mi piel? Mientras más sonora era, más me excitaba. Volví a morder las sábanas.

También, lo rasguñé.

Pude oír cómo gruñía una barbaridad de insultos. Esto le prendía mucho.

La siguiente propuesta, me puso muy colorada.

—Enséñame tu ano.

No era como si fuese algo novedoso. Pero Edward jamás había llamado mi zona íntima de esa forma. La forma… correcta. Él tenía una habilidad para lograr que estas cosas sonaran estimulantes.

Con ambas manos, aparté mis nalgas y se lo enseñé.

Si me pedía que introdujese algo ahí, lo mataba.

—Empieza a tocártelo.

Bueno, eso no era tan difícil.

Para hacerlo más estimulante, escupí uno de mis dedos y lo hice. He de admitir que en otra ocasión, esto me habría disgustado. Pero con el tiempo, adquiría las pecaminosas mañas de Edward. La presión en aquella zona, se sentía más que bien…

—E-Edward… estoy mojada… quiero correrme, haz que me corra…

—No quiero que te muevas. Ponlo en máximo. Quiero que te vengas sola, sin tus manos.

Capté la idea en seguida. Lo puse en máximo y mi mundo se puso al revés. El corazón empezó a latir con fuerza, mi pecho transpiraba y no paraba de morderme los labios.

Giré mi rostro para poder verla. La imagen era gloriosa. Edward se estaba masturbando con mucha firmeza, pero con precisión. Estaba esperando el mejor momento.

Y ese mejor momento, era mi orgasmo.

En menos de treinta segundos, había alcanzado mi límite.

—¡Ay! ¡Ay! ¡Me corro! ¡Ay!

Incluso lo anticipé. Sabía en ese momento, justo antes de experimentarlo, que iba a ser bueno.

Grité encima de las sábanas y me despedacé por completo. Únicamente con las vibraciones, sin mover ninguna parte de mi cuerpo —más que mi trasero—, me había venido con fuerza. Hacerlo por tu propia cuenta era bueno, pero sentir un buen orgasmo cuando tus extremidades están completamente extendidas, es otra demasiado buena y mucho mejor…

Me sacudí un par de veces, pero rápidamente recordé a Edward y alcancé a verlo mientras eyaculaba encima de su cintura. Fue demasiado semen.

Caí en la cama. Ni siquiera tenía fuerzas para quitarme el bendito vibrador. Por poco y caía dormida.

.

(2) Como había pronosticado, el sábado no supe nada acerca de Edward. El domingo, me desperté temprano para ordenar la casa y preparar un buen almuerzo listo para ser re-calentado en cuanto llegara.

Aproveché mis últimas horas de soledad para escuchar una bonita canción en la radio y ponerme a cantarla. Moví mis caderas siguiendo el ritmo pegajoso.

De repente, dos manos vinieron desde atrás de mi cabeza y cubrieron mis ojos.

Grité varias veces, repentinamente asustada.

Esa persona tuvo la suficiente fuerza para girarme y tenerme frente a sus ojos.

Esa persona era más que bienvenida.

—¡¿Qué haces aquí?! —Fue lo primero que pude gritarle.

Le abracé rápidamente pero le golpeé el pecho.

—¡Se suponía que debía buscarte en el aeropuerto en media hora!

—Quería darte una sorpresa. Creí que te encontraría dormida.

Lo primero que hizo fue recoger uno de los mechones de mi cabello.

—Por cierto, qué lindo te mueves. Deberías bailar más seguido —bromeó sonriendo entre dientes.

Me puse colorada.

—Edward Cullen, te odio. ¿Por qué siempre arruinas mis planes? Yo quería darte una sorpresa.

Ignoró mi comentario y me alzó rápidamente.

—Me gusta que me odies —murmuró encima de mis labios y me besó.

No se sintió literalmente como uno, pero se asemejó a un primer beso. Su aroma, ese que había quedado impregnado en aquella almohada, me impactó de frente. La suavidad de sus labios carnosos me dejó la mente en blanco y no quise hacer otra cosa más que perderme en ellos.

—Te odio tanto…

Se rió.

—Ven a darme una buena bienvenida.

Tuve que apagar la cocina antes de que me arrastrara a la cama. Durante un par de horas, nos pusimos al día e hicimos… varias cosas. ¡Ah! Y me trajo un regalo de viaje: un bonito pañuelo de cuello.

Pasamos el resto del día en casa de sus padres. Nadie más cenó con nosotros. Los mellizos no podían asistir. Tuve que admitir que por un momento creí que Jasper no vendría con Alice para amargar las cosas. Esme necesitaba saber que ella y yo estábamos bien.

El lunes, fue una rutina normal en el trabajo. Pero aprovechamos aquél día para visitar a Sam por primera vez.

Saludamos a sus padres en la cafetería. Subimos hasta su piso y nos encontramos a Thomas. Él y Edward se abrazaron amistosamente pues se veían por primera vez en una semana.

Le entregué a él las flores que le habíamos comprado a Sam.

—Gracias, pequeña calabaza.

—De nada. ¿Crees que podríamos pasar ahora?

—Uh, sí… pero ahora hay alguien que…

Se empezó a rascar el cuero cabelludo. En Edward, eso significaba incertidumbre. En Thomas, incomodidad.

Me pregunté por el motivo, pero no necesité anticipaciones cuando la puerta de su habitación se abrió y de allí salió la cuñada de Edward.

No voy a mentir, aquella sorpresa fue acompañada por un tremendo silencio incómodo.

—¡Hola! —Alice nos saludó con un rápido beso en la mejilla. Pero en ningún momento me miró fijamente. Estaba siendo falsa, al igual que yo y la sonrisa que acababa de esbozar.

Nunca me percataba de los diálogos que Edward empleaba cuando se trataban de unos breves saludos. Pero por esta ocasión, lo hice.

—Hola, Al. ¿Cómo estás? —Fue amable.

¿Al?

Jasper se acercó hacia nosotros desde el pasillo. Aparentemente, Alice entró sola.

—Bells, ¿cómo estás? —Él me sonrió de buena gana.

—¿Bien, tú? —Por eso, la mía fue legítima.

Vi de reojo cómo Alice se cubría los brazos.

—¿Soy yo o está haciendo algo de frío?

Lo estaba. Pero no planeaba contestarle.

—Opino lo mismo. ¿Quieres pasar por la cafetería? —Su esposo le propuso y nos regaló una sonrisa educada.

Literalmente, fue como encontrar únicamente a tres muchachos en la sala.

Thomas suspiró, sorprendido por lo mal que estaba la situación.

—Como sea —respondí a una pregunta no planteada, poniendo los ojos en blanco. ¿Por qué necesitaban tomarlo tan en serio?

Entramos por nuestra propia cuenta. Sam descansaba plácidamente. Fue una pena no poder dialogar con él aunque sea con un par de señas. De todas formas, nadie sabía cuánto tardaría en volver a hablar.

Cuando salí, Edward entró en silencio. Alice y Jasper se encontraban allí. Me dio mucha vergüenza devolverles la mirada. Pero suerte que Jane se encontraba allí. Esa sí que fue una visita sorpresa.

—¡Hola! —Intenté no mostrarme tan animada. Sabía que esto podría molestar a Alice y, francamente, un hospital no era el mejor lugar para ocasionar ese tipo de escenas.

—Planeaba llamarte. ¿Crees que podrías acompañarme a comprarme un par de zapatos? Canela no se ha estado portando muy bien que digamos…

—¡Oh! ¿Ya la adoptaste? —Ella asintió—. Si quieres, te acompaño mañana. Hoy planeaba adelantar un poco de trabajo.

—No hay problema. Se lo pediré a Thomas. Imagino que pronto… mierda.

Los insultos no eran propios de Jane. Giré mi rostro hacia la dirección donde estaba mirando. Josh se acercaba hacia el pasillo.

Rayos.

Thomas saludó a Josh con una enorme sonrisa, murmurando algo así como que no esperaba encontrarle el día de hoy.

Me saludó sin problema. Pero cuando sus ojos encontraron a Jane, asintió una sola vez en su dirección y le dio la espalda.

Jane frunció sus labios. Ni siquiera parecía dolida por aquella reacción. Solo se mostraba incómoda.

Cuando Edward salió, saludó a Josh de la misma forma que Thomas. Bien, al menos Josh se alegraba de ver a alguien.

Él me miró y abrí los ojos a modo de advertencia. Él frunció sus labios. Una discreta forma de comunicarnos.

Oh, pero la cosa se puso simplemente mejor cuando Andrew apareció para acercarse a su hermano.

Mi novio le miró de mala gana. Acaricié su mano con gentileza. Aunque pudiésemos restarle importancia, no significaba que su presencia fuese grata.

Obviamente, nos saludó con una mano al aire. Yo asentí, frunciendo mis labios. Edward directamente le ignoró.

Thomas se acercó a nosotros.

—Esto ya es depresivo.

—Lo sé, esperaba que todos pudiésemos ponernos al día. Pero es algo difícil cuando la mitad no soporta ver a la otra —murmuró él—. ¿Por qué no se van adelantando?

Y así lo hicimos. Nos despedimos del resto con un simple gesto de mano. ¿Para qué repetir aquella incómoda situación? Lo importante es que habíamos visto a Sam.

.

En el camino a casa, la lluvia nos atrapó y mi humor empeoró. Llegamos al departamento y lo primero que hice fue echarme en la cama para tomar una siesta. Duró menos de una hora.

Cuando me levanté, fui hasta el baño y vi que la luz estaba encendida. Golpeé la puerta.

—Pasa.

(3) Abrí la puerta y la luz me molestó a los ojos. Edward estaba echado en la bañera. Se oía por lo bajo la música que provenía de su iPod. La estaba cantando. Era relajante… aunque algo depresiva.

—Hola, bonita. ¿Dormiste bien?

Asentí mientras masajeaba mis ojos y pegaba un buen bostezo ruidoso. Me senté en el retrete.

—Bostezas como un bebé —murmuró con ternura.

¿Para tanto? Bueno, él sabía sobre bebés.

—Thomas me envió un mensaje agradeciéndonos de nuevo por haber ido.

—Pero no nos quedamos. Aunque eso no es nuestra culpa.

Edward encogió sus hombros, como diciendo... "¿y qué le vamos a hacer?"

—Oye… ¿qué nos pasó? Solíamos llevarnos bien.

—Eso es lo que sucede cuando pones a muchos hombres y mujeres en un mismo grupo, Bella. Es casi matemático.

Yo quería hablar sobre algo que me intrigaba, pero sabía que lo que iba a opinar, no era algo bueno.

—¿Puedo contarte algo? Pero que esto quede entre nosotros. Nadie más debe saber lo que conversamos.

Eso siempre sucedía entre nosotros como pareja. Pero ahora estábamos hablando de amigo a amigo. Allí sí le estaba pidiendo un poco de discreción.

—Claro. —No lo dudó.

Me acerqué un poco más a él y murmuré en voz baja:

—Cuando Josh se nos acercó a saludarnos, miró a Jane con una frialdad casi latente. ¿Y sabes cómo reaccionó ella?

Encogí mis hombros y solté un "Oops." Luego, volví a extender mis brazos con incredulidad.

—Hombre, acabas de cortar con tu pareja y… ¿no te importa que te trate como una mierda?

Edward negó varias veces. Al parecer, él ya se había dado cuenta de eso.

—Creo que todos sabemos que ella no estaba enamorada de él, ¿pero realmente vas a reaccionar como si nada te importase? Fue ridículo. Y, ¿sabes cuál es la peor parte de esto? Los bandos. Son inevitables. Ahora mismo, el grupo entero está separado tomando bandos.

—Nosotros no la odiamos. Josh es el único que lo hace. Pero… cuando le pides a un hombre que abandone la promiscuidad, estás pidiéndole algo importante. Digo, refiriéndome a Josh. No puedes tirar eso a la basura. Es como quitarle sus gónadas. ¿Lo volviste un completo virginal para luego marcharte? Hirió su ego.

—Dime una cosa, supón que el día de mañana, yo me acerco a ti y te digo "Edward, ya no te amo". Y me marcho. ¿Cuál sería tu reacción?

Lo pensó durante varios segundos.

—Sé honesto —le advertí—. ¿Reaccionarías como él?

—No es lo mismo…

—Lo sé, pero imagina que decido terminar con todo, así de simple. ¿Me odiarías?

Se rió.

—¿Honestamente? Sí. Pero solo porque me sentiría miserable.

—¿Eso quiere decir que Josh la quería en serio?

—Yo… creo que sí. Pero, mira: Si tú me dejaras, yo te buscaría. Hasta que te hartaras de mí, pero lo haría. ¿Josh está haciendo eso?

Ese era el gran detalle. Ninguno de los dos parecía estar dispuesto a volver.

—Recuerdo haberte dado el mismo consejo hace un año y no me escuchaste. Pero lo haré de nuevo: No te metas en las relaciones, Bella. Si te fijas, nadie ha opinado nada sobre nosotros. Al menos, no de una forma grosera.

—¿Crees que hablen mal de nosotros? —Hice un mohín.

—No creo que lo hagan. Pero sé que a veces les molesta que seamos tan cerrados.

Yo también sabía eso.

—Bueno, todos tienen defectos. —Sé que dije eso un poco a la defensiva.

Edward echó la cabeza para atrás y se mojó el cabello. Luego, se lo despeinó hacia atrás.

Podría observarle dándose un baño relajante durante horas.

—Por un momento, creí que ibas a hablarme sobre tu asunto con Alice.

Crucé mis brazos, apoyando mi mentón sobre mi muñeca.

—Nah. Estoy bien.

No me creyó.

—¿Qué se supone que debo hacer? ¿Ceder como siempre? No puede vivir toda su vida siendo una orgullosa.

Alzó una ceja, como diciéndome "¿y tú?"

—Yo no soy orgullosa. —Le apunté con mi dedo índice.

—No estoy diciendo que lo seas. Pero alguien tiene que ceder.

—Yo no lo haré, Edward. Sé que todos deben pensar que es una tonta pelea, pero aquí lo que importa es que no tengo ganas de hacerlo. No tengo ganas de pedirle disculpas. No siento arrepentimiento… todavía. Dime, ¿para qué voy a disculparme si luego no voy a tener ganas de hablarle? Así no funcionan las cosas.

Nos quedamos un rato en silencio.

—Estoy segura de que tú y Jasper nos creen unas idiotas.

—No es eso. Solo espero que entiendas que en otra circunstancia, habría ignorado a Alice. Pero ella es mi familia. Y Jasper te aprecia mucho. Nos preocupa que esto sea algo que dure mucho tiempo. Eso le rompería el corazón a Esme.

Me puse triste. A veces era necesario tomar decisiones que fuesen lo mejor para la familia entera. Yo no podía darme el lujo de ser egoísta y no pensar en ella que era como mi segunda madre. Además, yo quería ser parte de esa familia.

—Todo saldrá bien, no te preocupes.

Me sonrió con calidez, porque sabía que yo iba a hacer lo correcto… eventualmente.

—Por cierto, Emmett llamó. Quiere que nos reunamos a cenar con él y Rose. Les dije que podríamos este miércoles.

El miércoles sería nuestro último día libre hasta que nos enfrascáramos en un viaje hacia Forks, para el casamiento de mi papá. Así que acepté.

—¿Tienes idea a dónde podríamos ir?

Encogí mis hombros. ¿Por qué moverse de aquí?

—Preparemos una cena aquí y listo.

Se dio cuenta que era lo más factible, teniendo en cuenta que ellos casi nunca habían visitado nuestro departamento.

Permanecer tanto tiempo sentada encima de la tapa del retrete sacudió mi vejiga.

Me levanté para subir la tapa y bajarme los pantalones.

—¿Debería darte privacidad? —se burló.

Me bajé las bragas y negué. De todas formas, yo ya le había visto una vez.

—No. Deléitate con el sonido.

Edward soltó una carcajada.

.

(4) Ese miércoles corría un viento helado, pero Edward siempre decía que yo exageraba. Al menos brillaba el sol, lo cual no lo hacía un día tan triste.

A las seis de la tarde, regresé a casa después de hacer las compras para la cena. Iba a preparar una buena lasaña.

Antes de ingresar al departamento, detecté a todos nuestros vecinos reunidos en el lobby. Eso solamente podía significar una cosa: reunión de consorcio.

Edward y yo nunca asistíamos y tal vez esa era la razón por la que algunos vecinos nos ignoraban. Al menos una parte, porque la otra, compuesta por mujeres de diversas edades, estaba encantada con el vecino pediatra que saludaba con una hermosa sonrisa educada todas las mañanas.

No quise entrar, porque sabía que estarían hablando sobre nosotros y el misterioso perro que ocultaban los vecinos del tercer piso.

Me acomodé el gorro que estaba llevando encima y me puse los lentes, creyendo que de alguna forma pasaría por desapercibida al entrar.

Los vecinos me saludaron cortésmente. Fingí que llevaba mucho peso en las bolsas, para que creyeran que estaba lo suficientemente ocupada para saltearme la reunión. Respiré aliviada dentro del ascensor.

Pero rápidamente llamé a Edward y le dije que se atrasara al menos treinta minutos más de su paseo con Bear. Lo último que nos faltaría para ser echados del edificio sería encontrarlo con las manos en la masa.

Pasaron cuarenta minutos para cuando Edward regresó. No lucía de buen ánimo.

—¿Te vieron? —pregunté alarmada.

—Solo uno. Tenemos una semana para hacernos cargo del asunto o tomarán medidas legales.

Eso me asustó.

—¿Pueden romper el contrato?

—No. —Torció una mueca, disgustado—. Eso es una patraña. No pueden desalojarnos. Yo compré este departamento. Lo único que podrían hacer es iniciar un juicio por daños y prejuicios… si es que encuentran pruebas contundentes de que la presencia de Bear supone un problema para el resto de los vecinos, lo cual, eso no es cierto.

El muchacho seguía allí, ladeando su cola de un lado para el otro, con la lengua para afuera. Nos miraba con curiosidad. Incluso, un poco de optimismo.

Edward y yo sabíamos que el problema no era el edificio. Era Bear. Ya habíamos acordado qué hacer en esta circunstancia y ambos dudábamos si éramos capaces de cumplir con ese plan.

—¿Dices que es hora de que lo enviemos a casa de mamá? —pregunté en voz baja, como si no quisiese que Bear me escuchara.

Él chasqueó la lengua.

—Ya lo veremos. Hablaré con Emmett sobre el asunto. Seguro podríamos llegar a un acuerdo.

Miré por varios segundos los ojitos brillosos de Bear.

—A veces me pone triste que tenga que quedarse solo en la casa. ¿Recuerdas lo feliz que estaba en mi cumpleaños, en el jardín de tus padres?

Edward sonrió con nostalgia.

—Él necesita un espacio más grande…

Nos dimos cuenta enseguida que, de los dos, Edward sería el más reticente en la decisión.

—Es la ansiedad del celo, Bella. —Se acercó a él para rascar su pelaje con entusiasmo—. Solamente debemos castrarlo y estará mejor. Salimos todos los días. Es lo único que necesita para quemar energías. Además, tú y yo sabemos que no viviremos aquí por mucho tiempo. ¿No te interesaría una casa?

No pude evitar ponerme coloradísima. Claro, en algún momento deberíamos ir a una casa. Cuando tuviésemos una familia…

—Es muy pronto para hablar sobre su futuro. Tan solo relájate e ignora a esos estúpidos vecinos.

Edward siguió rascando a Bear y eso seguía poniéndole ansioso. Es como si le invitase a jugar, incluso cuando acababan de venir de un paseo. Lo cierto es que Bear se ponía más grande con el paso del tiempo y este espacio no era lo suficientemente grande como para soportar su torpeza.

Emmett y Rosalie llegaron a las ocho de la noche acompañados de una tarta de manzana. Jamás me acostumbraría a la belleza despampanante de aquella rubia. Podía lucir cualquier trapo sucio y sería la mujer más hermosa en toda la habitación.

Los genes Cullen. Si yo tuviese un hijo con Edward, ¿sería igual de atractivo como ellos?

—El departamento luce mucho más hermoso desde la primera vez que lo vi. Los muebles, la iluminación… Cuando Edward vivía solo, necesitaba de un ama de llaves.

—Sabe que es su obligación ordenar las cosas. Todavía tenemos problemas con las toallas mojadas, pero es algo en lo que estamos trabajando. —Encogí mis hombros, enfrascada en la cocina.

—Eres buena, Bella. Cuando te conocí, creí que te volverías una sumisa. Pero sí que sabes cómo manejar a un hombre.

Podía llevarme mejor con Rosalie, pero todavía me impactaba la honestidad con la que se manejaba. Le devolví la sonrisa.

Bear apareció en la cocina e intentó saltarme encima al sentir el aroma a salsa.

—¡No! Fuera, fuera. Ve para allá.

—¡Edward! —Rosalie llamó a su hermano. Él apareció enseguida—. ¿Puedes controlar a tu perro? Está interrumpiendo a Bella.

—Está algo exaltado. Ustedes son nuevos olores para él. —Él le tomó del collar para separarlo de nuestra zona.

—Creo que le inquieta el olor de la comida —murmuré hacia él.

—¿Por qué no lo encierran en el balcón? —propuso Rose.

Una vez lo hicimos y fue la peor decisión que tomamos: los vecinos escucharían más fácil sus aullidos y ladridos.

—Yo lo vigilaré. Cuando sirvas la mesa, lo dejaremos en el dormitorio, ¿bien?

Asentí sin problema. Sabía que enloquecería un rato, pero necesitaba calmarse.

Cuando servimos la cena, Bear comenzó a protestar contra la puerta.

—Ignórenlo —pedí en un suspiro—. Solo es un poco inquieto.

Bear era la luz de mis ojos, pero a veces podía ponerse algo insoportable.

El resto de la noche fue agradable. Se encargaron de elogiar el plato aunque yo no estaba muy convencida con la salsa. Le hacía falta un poquito más de sal. Pero todos insistían en que así estaba bien. Hablamos del trabajo, de nuestro departamento (¿tan bien lucía?) y de la oficial mudanza de Rosalie al departamento de Emmett. Quería preguntarles cuál era el concepto que ellos tenían sobre la relación que llevaban, pero sabía que la palabra "matrimonio" era un completo tabú para ellos por ahora.

La cena se volvió oficialmente incómoda para mí cuando en una anécdota, Rosalie mencionó haber ido de compras con Alice hace un par de días. Por supuesto. Los bandos. Debía haber alguien más en el grupo que defendiese a Alice.

Decidí imitar su honestidad y se lo pregunté cuando me ayudó a levantar los platos.

—Rose, no quiero hablar sobre el asunto. Pero tú y Alice no hablan mal de mí, ¿verdad?

Listo, lo hice. Intenté no ponerme colorada porque ella tenía que estar acostumbrada a este tipo de planteos.

Se giró para verme de frente. Me frunció el ceño.

—No, claro que no.

Me sentí aliviada.

—Tenemos otros asuntos más importantes de qué hablar. Ella ha estado un poco mal últimamente, ¿sabes?

—No. Nunca quiso hablarme del asunto.

—Ella es así. Se cierra por completo. No quiere molestar a nadie.

Y no volvimos a tocar ese tema. Pero fue suficiente para dejarme en claro que sentía pena por Alice y me veía a mí como Bella, la chica que tenía una bonita relación, una bonita casa, una bonita vida.

Al final, no le creí, porque conocía a las mujeres y sabía que, aunque lo intentaran, en algún momento ella tuvo que haber oído los reclamos de Alice hacia mi persona. Pero francamente, no deseaba enfocarme en eso. Todo el estúpido asunto de Alice me amargaba.

—Bella, no fumes dentro de la casa —Edward me reprendió, una vez que ellos se habían marchado.

—¿Por qué? —pregunté, alejando el cigarro de mis labios.

—Porque me obligas a fumar también.

Se acercó y tomó uno de los cigarros de mi paquete.

Nos quedamos sentados en el living en silencio.

—¿Tienes ganas de hablar?

Negué lentamente.

—¿Quieres un masaje?

—¿Por qué tan servicial? —pregunté con dulzura.

—Preparaste toda una cena. Es hora de agasajar a la anfitriona.

Me eché a reír.

—No me molestaría que agasajes esos platos sucios. Pero más tarde. Dame amor.

Me invitó a recostarme en su pecho. Fue un bonito momento de paz.

Demasiada paz, en realidad.

—¿Bear sigue en el dormitorio, verdad? —pregunté.

—Tal vez se echó a dormir —murmuró acariciando mi cabello de una manera muy paternal.

Permanecimos en silencio hasta que recordamos la principal característica de Bear: no podía dormir solo.

—Oh, no.

Rápidamente, dejamos los cigarros y fuimos hasta el dormitorio, donde abrimos la puerta cerrada con llave.

La cama era un desastre. Las almohadas se encontraban en el piso. Había un poco de rastro de orina en la esquina de una de nuestras alfombras.

Pero lo peor se avecinaba: Bear se encontraba concentrado, mordiendo algo.

—¿Bear, qué est…?

Cuando lo vi, mi corazón se detuvo.

¡Bear estaba rompiendo a Bepo en pedazos!

—¡No! ¡Bear!

Nos abalanzamos hacia él. Edward trató de separarlo mientras yo tiraba del cuerpo de Bepo. Pero para cuando él logró distanciarlo, la cabeza de Bepo ya se encontraba en otro costado.

Oí que Edward no solo le reprendía, sino que le había dado un golpe en la espalda a modo de advertencia. Yo podía sentir las lágrimas en mis ojos.

¡Mi Bepo!

.

(5) Salimos un jueves a primera hora con la intención de llegar el viernes a la tarde, ya que la boda sería el domingo al mediodía.

El auto de Edward saltaba por cada bache por el que cruzábamos. Por suerte, no teníamos el estómago lleno o sería un viaje pesado. Pero nos topamos con uno tan grande que, literalmente, pegué un brinco y volteé un poco del café que estaba bebiendo del termo que había comprado encima de mis pantalones.

Edward, sin quitar sus ojos del volante, me ofreció un pañuelo. Lo acepté y me limpié.

Baches. Tierra. Lluvia. Frío. Habíamos llegado al gran planeta alienígena.

Miré a Edward. Parecía encantado con el ambiente natural y húmedo de Forks. Canturreaba la canción que estaba sonando en la radio que era algo así como la fresa del postre para convertir de este viaje en uno bastante depresivo.

Pero él tenía una buena voz. Era relajante. Me dormí varias veces de esa forma.

Intenté revisar mi WhatsApp, pero no me aparecían las últimas conexiones de nadie.

—No hay señal. Es oficial, estamos en casa. —Guardé el teléfono.

—¿Por qué necesitarías internet en un lugar como este? Me dan ganas de echarme en el césped y respirar el aire. Es hermoso.

—Pienso que eres completamente adorable por decir eso, pero sería mejor que no lo menciones en casa o volverán a bromear con que eres un chico de la ciudad.

—¿Son las mismas advertencias de hace un año? Porque me he vestido casual para no ostentar nada. Aunque no ostentamos nada…

—Si Sam y Embry vuelven a molestarte, les tiraré una piedra.

Cuando estuvimos a pocos metros de la entrada de mi vieja casa en Forks, me quité el cinturón y miré a Edward de frente.

—Okay, antes de que entremos, necesito recordarte lo principal: después del accidente del año pasado en el que papá nos encontró terminando de follar en la cocina, no podemos volver a hacerlo.

Asintió incluso antes de que terminara de hablar.

—Ya sé. No tengo que ser empalagoso contigo. Ni tampoco frío.

—Exacto, puedes tomarme de la mano, acariciarme un mechón… pero no de una manera tan exagerada porque sabes que a él le incomodan las muestras de afecto. —Hice un mohín.

—Bien. Voy a tratarte como si fueses mi hermana.

—Vas entendiendo. Y tampoco vamos a compartir ropa porque mi papá piensa que las personas que hacen eso andan desnudas todo el tiempo y eso no es cierto, porque…

—… porque hace mucho frío para andar en ropa interior. Ya entendí, Bella. Me voy a abrigar.

—Okay, ¿qué más? Ah, sí. Dile que sí a todo. Que crea que puede dominarte y por nada en el mundo hables o menciones a Jacob. Y si aparece, no lo golpees. Me llamas y yo le doy una paliza, ¿bien?

Dudó por unos segundos.

—Bueno.

—Eso es. Buen muchacho. Ahora, dame un beso porque no volveremos a hacerlo hasta que nos encontremos en el dormitorio para la hora de dormir.

Nos abrazamos y nos dimos un beso casto que, con el tiempo, fue convirtiéndose en un bastante fogoso. Pero era entendible. Llevábamos casi dos días viajando sin ningún tipo de contacto.

Cuando mi lengua se enredó con la suya, alguien golpeó la ventanilla. Abrí los ojos y pegué un gritito. Sue y Charlie se habían preguntado qué hacía un auto estacionado frente a su cochera.

—¡Mierda! —exclamé apartándome rápidamente de Edward.

Salimos del auto, esbozando sonrisas formales.

—Hola, pá. Lamento haber dicho una mala palabra.

Me abrazó cariñosamente, aunque no se le había pasado por alto eso.

—¡Hey, hey! —Me frunció el ceño—. ¿Qué le ocurrió a tu cabello?

—¿Mi qué…? Oh, el cabello. Sí, bueno. Me lo teñí. ¿Te gusta?

Encogió sus hombros.

—No importa, ya se va a ir de todas formas. —Le resté importancia.

No le presté mucha atención a Sue cuando me saludó con un abrazo porque estaba demasiado pendiente de Edward. Se estrecharon las manos y se saludaron de manera formal.

No obstante, le llamaba "Jefe Swan" y él todavía no se lo corregía.

—¡Oh! ¿Y quién es este amiguito? —preguntó Sue mirando hacia el asiento trasero del auto de Edward.

Bear se encontraba encerrado en la jaula que le habíamos comprado. Recién se despertaba.

—Bear. El perro que rescatamos hace varios meses —respondí mientras Edward lo sacaba y le ataba su correa.

—¿Ese es el perro que le van a regalar a Renée? —preguntó mi papá, con curiosidad.

—Sí… —suspiré de mala gana, rascándome el cuello.

Edward y yo amábamos a Bear. Pero tras el accidente con Bepo, sabíamos que había sido la gota que rebalsó el vaso. La última señal que necesitábamos para saber que esto sería lo correcto.

Nos invitaron a entrar a la casa. Allí había compañía. Dos ancianos y una mujer. No eran familiares, pero sabía que eran viejos amigos de la familia.

—¡Ay! ¡Ahí está nuestra chica famosa! —celebró la mujer mientras se levantaba de la mesa.

Di vuelta mi rostro para ver quién acababa de entrar. Pero solamente éramos nosotros.

Me di cuenta que se estaba refiriendo a mí, cuando se acercó a abrazarme.

—¿Te acuerdas de mí? ¡Soy Patty! —decía la mujer como si me conociese de toda la vida.

Fingí que la conocía muy bien y le devolví la sonrisa.

—¿No te acuerdas, Bells? Patty, Ralph y Augustus. —Mi padre nos presentó, sabiendo que la respuesta era negativa.

—Hola. Él es mi novio, Edward.

Él se acercó como todo un caballero. Pero pude notar la sorpresa en sus ojos. Nadie en el pueblo aceptaría el hecho de que Jacob y yo jamás estaríamos juntos.

—No puedo creer que esté aquí. ¡Creí que no te acordarías de nosotros!

Patty era algo ruidosa.

—¿Por qué? —medio me reí.

—¡Porque eres toda una celebridad! —respondió, enseñándome una revista.

La reconocí enseguida. Era la revista en la que trabajaba. Era el número de la semana pasada.

—¡Oh! Aquí trabajo yo…

—¡Sí! ¡Y tu nombre sale allí! No teníamos idea que escribías. Todo el pueblo ha estado hablando de ti. ¡La pequeña Bella Swan escribe en una revista de Nueva York! ¿Quién lo diría?

Podía literalmente sentir cómo Edward alzaba una ceja internamente. Intenté sonreír con gratitud, pese a que me pareciera la cosa más común del planeta entero. Supongo que las cosas en Forks tardaban en llegar.

—Pero es algo pequeño… y además, yo no escribo. Yo los corrijo —expliqué con humildad.

—¡Pero tu nombre sale ahí! Eso ya es muy importante, querida. Ven, ¡siéntate! ¿Por qué no nos compartes un poco de tu experiencia?

Me arrastraron hasta la mesa para explicarles lo que yo realmente hacía, que era prácticamente nada, pero para ellos era algo importante. Salir en una revista, incluso cuando tu nombre es una marca diminuta, parecía ser algo valioso para ellos.

Antes de la cena, dejamos que Bear jugara un rato con los amigos de mi padre mientras nos dirigíamos hacia mi dormitorio para desempacar.

Abrí la puerta y me sorprendió ver todo ordenado y pulcro. Mi cama estaba intacta al igual que mi ropero. Pero la verdadera sorpresa apareció cuando vi otra cama en la esquina.

La miramos durante varios segundos.

—Qué raro.

Dejamos las maletas encima de mi cama.

—Le voy a pedir a Sue una sábana más acogedora. Estas todavía están heladas.

—Denle una sábana a la celebridad —bromeó.

—¿Sabes? Yo sabía. Yo sabía que lo ibas a mencionar. Eres un inservible.

Me besó en las mejillas y me abrazó la cintura.

—Sabes que bromeo. Estoy orgulloso de ti. Deberías sentirte afortunada de tener tanta gente que espera que triunfes.

—Aquí no pasa mucho… —murmuré con nostalgia, jugando con sus dedos—. Una vez encontraron un pez gigante en el río pero solamente salió en las noticias locales.

—¿Y qué hicieron con el pez? —le entró curiosidad.

Charlie apareció en la entrada, golpeando la puerta ya abierta. No quiso mirarnos directamente, porque estábamos abrazados.

—La cena va a estar en cinco minutos. Vayan bajando.

—De acuerdo, pá. —Sonreí con ganas. Me moría de hambre.

—Ah, y Edward… Sue ya preparó tu cama en el cuarto de huéspedes. Tenemos nuevo calefactor allí.

Le miramos atónitamente, en silencio.

—¿Hablas en serio, papá? —Arrastré mis palabras, estresada. ¿De nuevo con la misma mierda del año pasado?

—¿Qué? No pueden dormir aquí —dijo con total seguridad.

—Papá, esto es el colmo. Ya somos adultos, llevamos más de un año juntos. ¿No confías en nosotros?

Podía oír a Edward intentando detener mi argumento.

—¿De qué hablas? —Frunció el ceño—. No pueden dormir en la misma habitación que Leah. Por eso se los digo.

¿Leah?

Volví a observar la cama en una esquina.

—¿Leah está durmiendo en mi habitación?

—¿Y qué esperabas, Bells? —preguntó algo incómodo.

Oh, cierto. Los hijos de Sue se mudarían en la casa.

—Okay, mi habitación ahora es de Leah. ¿Y Seth?

—Convirtió la habitación de huéspedes en la suya. Allí hay una cama extra para Edward. Será cómodo, ¿no crees?

Edward era un total convencional. No le molestaba en absoluto.

—Absolutamente. Gracias, Jefe Swan.

—Espera, ¿o sea que tengo que dormir con Leah? —me preocupé.

Me volvió a fruncir el ceño.

—Papá, Leah me odia desde que tengo pisé esta casa por primera vez. ¿No puede ella y Seth dormir en la misma habitación y…?

—No se preocupe, yo la convenceré. Bajaremos en cinco minutos. —Edward me interrumpió, acariciando mi hombro.

Charlie asintió y se marchó. Le miré con asombro. ¿Por qué no me dejó terminar de hablar…?

—Edward, ¿por qué…?

—Bella… —suspiró, casi regañándome—. ¿No te has dado cuenta por qué lo está haciendo?

¿Eh?

—Tu papá quiere que compartas un poco de tiempo con tu hermanastra. Se va a casar con su madre y probablemente quiere que tú y ella se lleven bien. No lo amargues un día antes de su casamiento. Se nota que esto es importante para él.

Me sentí como una chiquilla.

—Tienes razón. No me di cuenta. —Bajé la cabeza, apenada.

Y él me la alzó.

—Trata de hablar con ella y ver si puedes resolver el problema.

Torcí una mueca.

—Ella me intimida bastante.

—Vamos, has tratado con gente mucho más intimidante.

—Sí, pero por alguna razón siento que podría golpearme. Sabes que a veces me pongo predispuesta a que la gente me golpeé por mi estupidez.

Me besó en la frente.

—Nadie te va a golpear. Vamos al comedor.

Cenamos sopa de pollo preparada por Sue. Fue el último detalle necesario para sentir que estaba de regreso a casa con papá. Esperaba notarlo un poco ansioso, quizás hasta nervioso. Pero se le notaba muy normal.

Esa primera noche fue acogedora. Aunque no pude sentir los cálidos y reconfortantes brazos de Edward en mi cintura, logré ignorar la clásica llovizna de todas las madrugadas en Forks. Había olvidado cuán cómoda era mi cama. No obstante, Leah me saludó y me preguntó cómo estaba. Pero eso fue todo. Y dormí con Bear.

(6) Procuré despertarme temprano en la mañana siguiente para que a Edward no le tocara la incómoda situación de verse despierto antes que yo.

Al menos había menos gente que la noche anterior. La única persona en la cocina era Sue y parecía algo ocupada hablando por teléfono.

Revisé la caja de cereales y descubrí que no había suficiente para dos cuencos, así que vertí el contenido en uno solo, luego un poco de leche y tomé dos cucharas para sentarme al lado de Edward en la mesa y compartirlo en silencio.

Seth apareció a los pocos segundos.

—Está bien. No te preocupes. Ya encontraremos una solución. Pasaré a saludarte en la tarde, ¿de acuerdo? Que tengas una bonita mañana. Adiós.

Sue suspiró.

—¿Qué ocurre? —le preguntó su hijo, abriendo el refrigerador.

—Era tu tía. Dice que Anna acaba de engriparse —repuso sintiendo pena por la mencionada.

Más Seth se alarmó, como si se tratase de alguien importante.

—Es mi sobrina. Ella era la niña de las flores.

Me sorprendió la tranquilidad con la que tomaba todo el asunto. Si fuese mi mamá, estaría enloquecida al enterarse que algo no andaba bien con los arreglos de su boda.

Pero entonces recordaba que era Sue, una mujer completamente opuesta a ella.

—¿Entonces no hay niña de las flores?

—A menos que consigamos a otra —me respondió sin verle demasiada importancia al asunto.

Entonces, Seth me sonrió.

—Pon a Bella.

¿Eh?

—Me parece que no entendiste muy bien el concepto de "La Niña de las Flores". Verás, tiene mucho que ver con la edad...—Empecé a explicarle sarcásticamente.

—Vamos, eso es pura tradición. No necesitamos seguirla al pie de la letra. Sino, ¿a qué otra jovencita podrían recurrir?

Me impresionó que realmente estuviese hablando en serio. Pero rápidamente observé la expresión de Sue: se lo estaba pensando.

Peor, me lo estaba pidiendo.

—¿Te gustaría hacerlo, Bella? —me preguntó con aquella cálida expresión que le caracterizaba.

Todavía no sentía un vínculo especial con Sue como en el caso de Phil. A él podía contestarle cosas como "ni lo sueñes, hombre". Ella era una mujer demasiado amable y bondadosa. Literalmente, no sería capaz de soltar una negación.

—Seguro. Podría hacerlo...

Podía sentir a Edward sonriendo con malicia a pocos centímetros de mi rostro.

—Te lo agradezco mucho, Bella. Es simple protocolo. No tendrías que hacer mucho. Por cierto, ¿no prefieren que les prepare algo más para desayunar?

Observó nuestro cuenco con curiosidad. Ambos negamos sin problema.

Acto seguido, se excusó hacia el living. Aproveché la oportunidad para amenazarlos:

—Voy a ser una idiota de veinticuatro años llevando flores al altar. Si alguien se entera de esto, me las van a pagar.

La advertencia iba más para Edward, porque sabía que él sería capaz de contárselo aunque sea a Thomas.

—Nadie se va a enterar. Te lo prometo.

Era difícil confiar en aquella promesa si la pactaba entre risas.

Seguimos devorando el poco cereal que quedaba en el cuenco cuando alguien golpeó la puerta. Seth se encargó de atender y dejó pasar a alguien.

Ese alguien era Jacob.

Se creó un increíble silencio incómodo. Su rostro no me traía buenos recuerdos. Me puse a la defensiva en cuanto noté que no nos saludaba de manera inmediata.

Asintió hacia mi dirección.

—Hey, Bells.

Decidió avanzar hacia el living. Al parecer, debía encontrarse con mi padre o con Sue, que se encontraban ahora en el jardín. Pero antes de que pudiera hacerlo, le interrumpí la caminata:

—¿No vas a saludar a mi novio? —le desafié y me miró perplejo—. Porque si lo ignoras, puedes ignorarme a mí que es prácticamente lo mismo. Matarías a dos pájaros de un tiro.

Antes de darle la oportunidad para responderme —no lo hizo—, le di la espalda y continué concentrada en el cuenco, casi encogiéndome los hombros.

No obstante, le oí refunfuñar antes de abandonar la habitación.

Cuando estuvimos solos, Edward, casi perplejo, me dijo:

—Te follaría esa boca ahora mismo.

Escupí la leche, tosiendo violentamente. Por más que la escena se prestase para la ocasión, no había nada sexual en aquella situación.

—Tráeme una servilleta.

EPOV

Bella aprovechó la mañana para tomarse una ducha. La había acompañado, pero sabía que no era el lugar apropiado para hacerlo. Aproveché ese tiempo libre para ponerme al día con Charlie y Seth, que se encontraban en el jardín, preparando el asador para la barbacoa.

Jacob también estaba allí. Y esta vez, no me ignoró. Y tampoco sentí la necesidad de hacerlo. Las palabras de Bella habían sido claras y eso me hizo sentir orgulloso de ella. Mi chica podía arreglárselas por su propia cuenta.

—¿Cómo está el clima en Nueva York, Edward? —Seth me preguntó después de hablar durante varios minutos sobre eso con Charlie.

—Parecido a este. Pero no hace tanto frío. Hay demasiadas lloviznas. Bella las detesta.

—Bella está acostumbrada a la playa, ese es su problema —comentó su padre como si se mofara de su apatía por la humedad.

—Una vez le pregunté si deseaba mudarse a algún lugar en específico. Pero parece que le agrada demasiado la ciudad —dije esto con casualidad, sin importar cuán incómodo podría hacer sentir a Jacob este tipo de conversación sobre nuestra relación.

Charlie no respondió, pero asintió, lo cual significaba algo bueno... creo.

—¿Te quedarás a almorzar con nosotros, Jake? —le preguntó al muchacho en cuestión.

Dudó por varios segundos.

—No puedo, prometí acompañar a Rachel a hacer unas compras —se excusó.

Pretendí ignorarle, observando con cuidado la carne que Seth ubicaba en el asador.

Jacob decidió marcharse y no me molesté en saludarlo, pero él tampoco lo hizo. Charlie no preguntó al respecto, pero sabía que estaba meditando al respecto.

—No utilices tanto carbón, Seth. No dejes que vuelva a quemarse.

—Si quiere, podría encargarme de la ensalada —me ofrecí.

Charlie me miró con curiosidad. Él sabía por el episodio anterior que yo no era muy bueno cocinando carne.

—Sé que Sue está algo ocupada.

—¿Sabes prepararla?

Encogí mis hombros.

—Bella me ha enseñado a preparar la suya. Es muy buena.

—Lo es. —Estuvo de acuerdo.

Estuvimos un rato en silencio, hasta que decidió preguntarme lo siguiente:

—¿Cuánto tiempo llevas con Bella, Edward? —Me preguntó como si realmente deseara saberlo.

Me había llamado por mi nombre, y eso no era algo común.

—Cumplimos un año hace unas semanas, señor.

—¿Un año? —Seth parecía incrédulo—. ¡Cielos! Eso es mucho tiempo, ¿no crees?

Había tenido relaciones más largas. Por ejemplo, mi relación con Tanya duró un poco más de dos años. Pero con Bella era distinto. Sentía como si la conociese de toda la vida.

—Lo he notado. Se la ve algo cambiada.

Oír eso me puso nervioso, porque no tenía idea si eso era algo bueno o malo.

—Luce más... bonita. —Hizo ademán a su rostro para explicarlo, asintiendo para sí mismo.

Eso significó un alivio. ¿Ese era el motivo por el cual mi presencia no había sido opacada por la de Jacob hace pocos minutos?

—Se la nota… mejor. Sea lo que hagas… lo haces bien. —Le costó reconocer aquél mérito. Se sentía algo incómodo, pero sabía que necesitaba decirlo.

Pero eso era un elogio. Dicho de una manera sutil, pero era uno muy bueno. Enmudecí por completo. ¿Lo había logrado? ¿Me estaba aceptando?

—Sí, yo, eh…

Intenté elaborar una buena respuesta, pero el grito de dolor de Seth nos interrumpió. Se había quemado la mano con el asador.

Después de unos simples regaños por parte de Charlie, le pedí que se sentara en una de las sillas del jardín mientras buscaba mi equipo de primeros auxilios.

—Hombre, soy un asco en la cocina. ¿Podrías no contárselo a la manada? Creerán que soy un maricón.

Alcé una ceja mientras atendía la quemadura de primer grado en su palma derecha.

—No eres el único malo en eso —le recordé, restándole importancia.

—Pero tú tienes a Bella. No necesitas aprender a cocinar.

—Claro que sí. Ella no es un ama de casa.

—Pero yo ni siquiera tengo novia para excusarme. ¿Dónde conseguiste este equipo?

—Siempre cargo uno guardado. Bella suele ser algo… torpe.

Asintió riéndose.

—¿Puedo hacerte una pregunta?

—Seguro.

—¿Cuál es el asunto entre ustedes y Jake? Él es un tipo buena onda.

Intenté ser objetivo, pero me entraba pereza.

—Todavía no supera a Bella —fue mi resumen, porque todo esto se resumía a esa simple cuestión.

—Hombre… ¿después de tanto tiempo? Pero si le he visto salir con alguna que otra muchacha.

—Puedes salir con muchas y seguir pensando en una.

—Tú debes saber de eso. Luces como el tipo de hombre que sabe sobre mujeres.

—No exactamente… Durante mucho tiempo frecuenté a las mujeres equivocadas. Todavía intento aprender sobre ellas. Bella sigue siendo un reto para mí. Pero eso lo vuelve más emocionante.

—Qué va… ustedes se llevan muy bien, ¿no?

—Sí. Ella es mi mejor amiga, pero necesito aprender a mantenerla a mi lado. Si quieres que una chica se quede contigo para el resto de tu vida, necesitas enamorarla todos los días.

—Suena como si ella fuese algo muy en serio.

—Lo es.

—¿No se te antoja estar con otra mujer por el resto de tu vida? —me preguntó como si esto fuese un secreto.

—No —respondí con honestidad.

—¡¿Ninguna?!

—Bella es muy buena en muchas cosas. No conozco otra mujer como ella. Y si la hay, no me interesa.

—Vaya… estoy muy atrapado.

—Es algo bueno encontrar a alguien con quién pasar el resto de tu vida, Seth.

—En realidad, te admiro. Se nota que sabes demasiado sobre muchas cosas. Ojalá Jake pudiera ver que eres una de las mejores cosas que le pasó a Bells. Charlie lo ve de esa forma.

Esa confirmación me provocó una pequeña sonrisa que decidí ocultar.

Una vez que la palma de Seth estaba curada, Charlie me pidió que le ayudara. Un rato más tarde, fui hasta el dormitorio de Bella para avisarle que el almuerzo ya estaba casi servido.

Golpeé la puerta.

—¿Quién es? —preguntó.

—Soy yo.

—¡Pasa!

Abrí la puerta y la encontré sentada en la cama vistiendo únicamente una toalla. Acababa de salir de la bañera. Se estaba colocando algún tipo de crema hidratante en los brazos. Bear estaba recostado encima de su cama. Alzó la cabeza cuando se dio cuenta de mi presencia.

Me senté a su lado.

Terminó de aplicar aquella crema y extendió su brazo a mi dirección.

—Huélela.

Lo hice.

Sabía a fresa.

—Qué rica.

—¿O no?

—Tengo algo que contarte.

—Bueno.

Le expliqué la situación con Charlie y Jacob.

Me miró con asombro.

—¿En serio te dijo eso? Dios mío, ¿te das cuenta de lo genial que es esto? Es decir, ¿llegas a dimensionar qué tan increíble es que mi papá haya decidido prestarte atención a ti y no a Jacob?

—Supuse que era algo normal. Solo estaremos aquí unos días.

—No, no, no. En serio, créeme. Es algo muy bueno.

Se acercó a abrazarme y yo la recibí. El aroma a fresa me inundó. Su piel era envidiablemente suave.

Cuando nos separamos, Leah apareció en el dormitorio. Se detuvo en seco al vernos, pero siguió con su rutina y buscó algo en su pequeño escritorio.

Nos quedamos en silencio, hasta que ella se marchó.

Bella no exageraba con respecto a ella.

—¿Por qué tanta hostilidad?

—No lo sé, pero, ¿sabes una cosa? He estado meditando un poco al respecto. Quizás fue por el vapor, ya sabes, te hace alucinar un poco. Pero estoy bien. Estuve haciendo un poco de mea culpa y debe existir un motivo por el que no me estoy llevando bien con las personas últimamente. Primero fue Alice, luego fue Jacob y ahora Leah. Dime, ¿me estoy volviendo una persona distinta?

—No, pero te digo una cosa: eres increíblemente ingenua.

Parpadeó atónita.

—Algunos amigos no duran tanto como otros, y no hay nada de malo en eso. Simplemente cambias un poco y ya no te rodea la gente que antes te rodeaba. Hace un tiempo, tenía una agenda lista para solicitar amigos en una salida el fin de semana.

—¿Te encantaba salir en los fines de semana, no?

—Algo así. La cuestión es que he cambiado y por ende, mi círculo también. Es algo nostálgico si te pones a pensar, pero así es como tiene que suceder. Y esta es una lección que debiste haber aprendido en la adolescencia.

Hizo un mohín.

—No tenía amigos en ese entonces. Supongo que tienes razón.

—Y si tanto te molesta estar alejada de esas personas, has algo al respecto.

Se llevó el dedo índice a la boca y lo meditó en serio.

—¿No crees que Leah le cuente a mi papá que nos vio en la misma cama mientras yo salía de ducharme, verdad? —Entrecerró sus ojos, sospechando.

—No sé, pero no deberíamos alzar sospechas. —Me levanté de la cama rápidamente—. Vístete y ven a almorzar.

BPOV

En la tarde, fuimos a visitar a Renée, Phil y a los mellizos mientras se hospedaban en el mismo hotel que los padres de Edward. Pese a que se tratase de una boda muy íntima y privada, hubo una invitación para Alice y Jasper. Pero ellos ya habían confirmado su imposibilidad de asistir al evento unos días antes de nuestra discusión. Mentiría si no admitiese que esto significaba un alivio. Nadie de mi familia tenía noticias sobre esto.

Excepto mi mamá. Ella siempre se enteraba de todo.

Más en la noche, decidí ayudar a Sue con la cocina solamente para pasar un poco más de tiempo con ella. La conocía desde que era una niña, pero nunca me tomé la molestia de conocerla de forma seria. La idea de encontrar a esta mujer frecuentando en esta casa, ya se hacía mucho más realista de lo que esperaba.

Mientras tanto, Edward acompañaba al resto de la familia en el living en la transmisión de un partido de fútbol norteamericano.

—Menuda despedida de soltero cocinando esta tortilla, ¿no? —bromeé después de un largo rato de conversación fluida.

—Ya llevo soltera mucho tiempo, Bella. Si quisiera hacer algo, ya lo habría hecho —respondió con amabilidad.

Aunque pude ver un dejo de rubor en sus mejillas. Tal vez la pregunta había sido demasiado directa para ella.

Cenamos como si el día de mañana fuese otro día, en vez de uno importante para Charlie y Sue. Me gustó que el resto pudiera no solo respetar la presencia de Edward, sino apreciarla de corazón. Porque no solo como mi acompañante, sino alguien muy importante para mí. Un miembro más de mi familia. Gracias a eso, la dinámica en la mesa cambió rotundamente y fantaseé con el día en que él pudiese estar sentado en esta misma mesa pero con otro título encima.

No supe de dónde había venido ese tipo de fantasía. Pero me puso demasiado colorada. ¿Por qué de repente estaba pensando en ese tipo de compromiso?

La segunda noche no fue tan acogedora como la primera. La calefacción nos mantuvo a salvo, pero no era fácil conciliar el sueño mientras la voz de Leah resonaba por toda la habitación.

Estaba hablando por teléfono. No me molestaría, de no ser porque soltaba risitas a cada rato, como si se encontrase sola en el dormitorio.

Además, la migraña que estaba sintiendo no me ayudaba para nada.

—Leah, ¿crees que podrías hablar un poco más bajo? —le pedí tratando de no ser una molestia para ella.

Me miró fijamente y asintió una sola vez, pero continuó hablando y riéndose como si se tratase de las ocho de la noche.

Todavía eran las once y cuarto. Pero, ¿a qué horario pensaba dormirse si el día de mañana era uno muy importante para toda la familia?

Luché durante una hora entera y me di por vencido. Me escabullí de la habitación y en puntas de pie, me acerqué hasta la habitación de huéspedes, ahora convertida en el dormitorio de Seth.

Fui hasta la cama de Edward. Parecía dormido. Me metí debajo de las sábanas, abrazando esa ancha espalda con posesión.

Permanecí así durante varios largos minutos hasta que se percató de esos brazos que le rodeaban. Ladeó su rostro hacia mi dirección y reaccionó.

—¿Bella?

Me encantaba su voz somnolienta.

Se dio la vuelta y pude abrazarlo mejor.

—¿Qué haces aquí, bonita? —me preguntó como un padre le pregunta a su hija.

—Leah no me deja dormir. Y me duele la cabeza.

—¿Te duele? —me preguntó y asentí. Me tomó la temperatura con su mano. Estaba tibia.

Esperé su diagnóstico, aunque yo me sentía relativamente bien... ahora.

—No tienes fiebre. ¿Te hace frío?

Negué.

Me acerqué para volver a abrazarlo y apoyar mi rostro en su pecho. Me dejó dormir a su lado sin problema.

Su mano rascó mi espalda como siempre. Y me dormí.

.

—¿Edward? ¿Edward?

Seth preguntaba por él. Yo ya estaba despierta, pero fingí pereza.

—Ya está libre la ducha, por si deseas usarla —le avisó cuando, supuse, él ya había abierto los ojos.

—De acuerdo. Gracias, amigo.

—No hay por qué.

Permanecieron un rato en silencio, y no supe por qué.

—L-Lo siento —se disculpó Seth mientras oía que se marchaba.

Edward soltaba una carcajada silenciosa mientras me cubría la cintura con las sábanas.

—¿Qué ocurre? —quise saber.

—No deberías andar por aquí con esas bragas —me dijo.

Estaba vistiendo una franela y unas bragas de algodón.

Me puse muy colorada cuando me di cuenta que Seth acababa de verme el trasero.

.

(7) Unas horas antes de la ceremonia, me arrepentí de mi vestido.

—Má, estoy usando blanco en una boda ajena. ¿Podrías matarme?

—¡Tsk! No es blanco, es crema. Y te ves hermosa. ¿Verdad que luce increíble, Phil?

—Luces increíble, Bella. —Alzó su dedo pulgar a modo de aprobación.

—Como si a tu padre le importaran esas tontas tradiciones...

Ella no paraba de agregarle rubor a mis mejillas.

—¡Mamá! Voy a lucir como un enorme tomate.

Digo, sumando a mi cabello...

—Es que estás pálida. Mi niña tiene que lucir preciosa el día de hoy. Todos en el pueblo están hablando de la boda y de tu gran éxito.

—¿Tú también? Por favor, má. Sabes que están exagerando.

—¡No te muevas! —Me reprendió, mientras difuminaba el rubor—. La gente está feliz por ti, ¿no puedes devolverles el gesto?

—Claro que puedo. Es que no estoy acostumbrada a tanta atención.

—Tu padre es un hombre querido por mucha gente. Hoy es su día. Trata de sonreír y verte bonita, ¿quieres?

Puse los ojos en blanco.

—Bien.

Oí que incluso planeaban un artículo en el periódico. No todos los días el Jefe de policías se casaba y su hija resultaba ser una "reconocida correctora". Me quería morir.

Tuve que permanecer todo el tiempo alejada de Edward, porque él y su familia ya se encontraban en sus asientos. Observé la pequeña canasta de mimbre repleto de pétalos rosáceos. ¿Qué tan estúpida me vería entrando en el cortejo como la niña de las flores?

Leah también se encontraba en aquél vestíbulo. Ella era la dama de honor de Sue. Estaba usando una blusa negra y una falda rosada muy bonita.

—Me gusta tu falda, Leah —murmuré hacia su dirección, intentando elaborar una pequeña conversación.

—Gracias. —No me miró cuando decidió responderme con un asentimiento.

Suspiré.

—Leah, ¿te ocurre algo conmigo? Siento que estás molesta conmigo desde... bueno, siempre.

Se dio la vuelta para enfrentarme.

—¿Por qué estaría molesta? —Alzó una ceja.

¿Me estaba desafiando?

—No tengo la menor idea. Pero se supone que debemos llevarnos bien ahora que seremos oficialmente una familia. ¿No lo crees?

Encogió sus hombros, bufando.

—No es necesario. De todas formas, no nos veremos tan seguido.

Y no deseó seguir con el tema.

Al menos, me sentía conforme conmigo misma. Si ella no deseaba decírmelo, no había nada más qué hacer.

Y a los pocos segundos, Jacob se acercó a mí.

—Luces bien, Bella. —Fue honesto.

—Porque no vine con un vestido lleno de joyas, ¿verdad?

Suspiró.

—Vengo a pedirte disculpas por la forma en la que te traté. Sigo firme en mis pensamientos, pero esa no es una excusa para tratarte del modo en que lo hice.

—No me molestó la forma en que me lo hiciste saber. Me molesta que pienses que algo tan lindo como mi relación puede cambiar mi forma de ser para mal. Yo sé que piensas que he cambiado por él. Pero eso no es cierto. He cambiado por mí misma. Porque yo lo deseaba. Ahora me siento mucho mejor conmigo misma. Mírame. Estoy a punto de hacer algo completamente embarazoso y, francamente, no me importa. Lamento no ser la muchacha tímida y sumisa de la que te enamoraste.

Permanecimos un buen rato en silencio.

Me miró y ladeó una sonrisa.

—Dicen que esta nueva Bella es mucho más divertida. ¿Será cierto?

—¿Tal vez? Esta nueva Bella ya no se cae usando tacones. Eso tiene que ser algo positivo para mis tobillos.

Se rió y se acercó para abrazarme. Se sintió cálido y confortable. Fue un gesto sincero.

Leah se nos acercó.

—Jake, tu hermana te está buscando. Si quieres, te acompaño a entregarle esto.

Ella sostenía un pedazo de papel en su mano.

—Ah, ya. Gracias, se lo entrego yo —agradeció con una buena sonrisa y se marchó. No sin antes, volver a saludarme.

Leah frunció sus labios y asintió para sí misma, antes de volver al vestíbulo.

¿Qué había sido todo eso?

(8) Cuando la ceremonia empezó y tuve que llevar a cabo aquél acto tan embarazoso, las ideas aparecieron en mi cabeza:

Leah no esperaba un rechazo por parte de Jacob, lo cual significaba que deseaba acompañarlo. Y Jacob me saludó a mí... y se tomó la molestia de acercarse previamente para pedirme disculpas. Entonces, ¿Leah estaba molesta por la atención que yo recibía por parte de Jacob?

¿Leah sentía algo por Jacob?

Mis pensamientos se vieron interrumpidos cuando vi a mi padre en el altar. La última vez que le había visto usando traje fue en la boda de Alice y Jasper. ¿Y la próxima vez? ¿Cuándo sería?

También me di cuenta que esa había sido mi primera vez caminando hacia el altar. Todos parecían felices de verme y eso me conmovió. Tal vez Forks no era mi lugar favorito, pero la gente aquí era demasiado amable conmigo.

Me senté al lado de mi madre y de Edward. Él me tomó de la mano y la besó, jurando que me veía demasiado hermosa en ese momento. A esta altura, el rubor de mi madre no había hecho falta.

Fue más extraño ver a Sue vestida de blanco. Mucho más extraño presenciar sus votos y su primer beso como marido y mujer. Pero ya no sentía reticencia a la idea como cuando me enteré de esta noticia. En realidad, era un ambiente demasiado cálido y relajado. Tal vez la persona más emocionada entre estos asiento, era Renée. Durante muchos años habló de lo solitario que Charlie podía ser y lo culpable que se sentía por haber arriesgado su matrimonio por un poco de felicidad verdadera.

Cuando tenía diez años, me preguntaba constantemente si existiría una posibilidad de que ellos pudiesen regresar y así volver a ser una familia normal. Pero tardé más de diez años para darme cuenta de que cada uno era feliz por su propia cuenta, y ahora podía ratificarlo al ver cómo sonreía frente a esa mujer que le acompañó durante todos estos años de soledad.

Aunque muchas personas se acercaron a saludar al matrimonio a la salida de la capilla, tuvimos una fiesta privada en casa, contando únicamente con nuestros familiares más cercanos en lo que sería un gran banquete en el living.

Papá dio un corto discurso agradeciendo a toda la familia por haber concurrido a esta celebración. Pero especialmente, agradeció a Renée por haber sido su compañera y por haberle dado una hija tan buena como yo.

Y eso que mi padre era de pocas palabras.

—Bella, ¿por qué no dices algo? —Mi madre me lo pidió enseguida.

Normalmente, me habría quedado callada. Pero sabía que si no decía algo en ese momento, no volveríamos a hablar del tema debido a la introvertida personalidad de mi padre. Debía hacerlo.

Me levanté del asiento y tomé la copa con agua entre mis manos. Todos silenciaron y apuntaron su atención hacia mí.

—Creo que todos aquí saben que, al igual que Charlie, no soy una persona de muchas palabras. Así que... supongo que estaría bien ir directo al grano.

Relamí mis labios y observé a mi padre.

—Bueno, voy a... aprovechar el momento y hacer una pequeña confesión. —Me removí incómoda—. Mi papá y mi mamá eran dos personas completamente entregadas el uno al otro cuando se conocieron, pero eso pareció esfumarse tras un año de matrimonio. Por eso... durante mucho tiempo, le tuve miedo al matrimonio. De lo que era capaz de hacerles a dos personas que parecían tan enamoradas del otro. Crecí con la idea de que, probablemente, jamás llegaría a pensar en ese tipo de compromisos.

» Pero... con el tiempo me di cuenta que eso no era cierto. Mi mamá conoció a un hombre increíble, bondadoso, casi tan paciente como mi papá como para aguantar sus extravagancias, pero lleno de amor por ella. Y le dio la oportunidad de volver a disfrutar de la maternidad. Algo que ella había anhelado desde hacía años.

» Luego... conocí a un muchacho. Ya saben, el que está sentado a mi izquierda.

Todos se rieron. Incluso él.

—Y... me di cuenta que el verdadero amor es aquél que te ayuda a crecer y te incita a tomar riesgos. Riesgos que yo jamás habría tomado de estar sola. Me di cuenta que, por mucho tiempo, había estado sola.

» Y entonces... apareció Sue en la vida de mi padre. Al principio, fue extraño porque estaba acostumbrado a tener esta figura paterna silenciosa y solitaria. Pero, creo que en todos estos años de vida, jamás he visto a mi padre tan feliz como en el momento en que la Iglesia le unió junto a esta increíble mujer. Me di cuenta que estaba destinado a ser así. Que mis padres lo que en realidad sentían por el otro era un increíble compañerismo como el que les ha caracterizado durante todos estos años. Ahora puedo decir, finalmente, que si hay algo tan hermoso como el matrimonio que pueda unir a dos personas que se encontraron sin darse cuenta, no existe algo así como el miedo en esta circunstancia. Y por haberme regalado esa lección el día de hoy, mamá, papá, Phil, Sue... se los agradezco.

Me recibieron con aplausitos. Papá se acercó a darme un torpe abrazo, de esos que nos caracterizaban a ambos. Mamá, en cambio, empezó a llorar de la felicidad. Siempre tan emocional...

Cuando me senté al lado de Edward, me miró fijamente con sorpresa y murmuró en voz baja lo siguiente:

—¿Por qué siento que indirectamente acabas de proponerme matrimonio?

Me puse colorada.

—Caray, Edward. Se supone que esa es tarea de los niños. Yo soy una niña.

Se rió y acarició mis nudillos.

—Así que... ¿ese era el verdadero motivo?

—Tú ya lo sabías.

—Me hacía una idea. Pero fue dulce de tu parte que hayas decidido confesarlo.

—Mi padre se casó por segunda vez antes que yo. Por alguna razón, siempre creí que yo le ganaría.

Palmeó mi hombro.

—No te amargues, Bella. Algún día serás la de blanco.

.

(9) Fue una linda ceremonia. En verdad lo fue. Pero la amargura apareció aquél lunes por la mañana, cuando la realidad nos cayó por encima.

Edward y yo nos encontrábamos sentados en el porche mientras él sujetaba la correa de Bear.

En silencio, me puse a rascar su cuello. Él parecía mirarnos con felicidad, con la lengua hacia afuera.

Renée y Phil terminaron de despedirse de Charlie y Sue. Me pareció una imagen increíblemente tierna ver a mi padre jugando con los dedos de Gael y Cory. Les esperaba un viaje muy pesado, en realidad.

Phil se nos acercó. Edward y yo nos levantamos.

—Aquí están sus cosas. —Le entregué una mochila—. No le gusta dormir solo. Si no puede dormir con ustedes, intenta que duerma en la misma habitación.

Edward le entregó la correa.

—Es algo juguetón, pero igualmente dócil. Trata de no darle nada que no sea su alimento balanceado. Ah, y tiene que colocarse una vacuna la próxima semana. Si precisan, podemos pagarla nosotros —le comentó Edward.

—¡Nah! No se hagan problemas, muchachos. Nos encargaremos nosotros. La pasará genial con Rex. Se van a divertir mucho.

Tal vez a Renée no le interesaba mucho la idea de una nueva mascota, pero yo sabía que Phil los amaba profundamente.

Me agaché para encontrarme a su altura y abrazarlo.

—Pórtate bien, ¿sí? No rompas nada o mamá te matará. Te prometo que volverás a vernos, ¿de acuerdo?

Le rasqué la cabeza varias veces. Él no entendía lo que estaba sucediendo. Creía que iba a dar un paseo como todas las mañanas.

Edward hizo lo mismo. Le acarició varias veces y le besó la frente. Si yo me sentía mal... ¿cómo se sentiría él? Gracias a Bear, se había acostumbrado a la idea de volver a cuidar a otro perro después de la muerte de Edmund.

Se marcharon en un taxi. Desde la ventanilla, podíamos ver la mirada confundida de Bear al ver que se estaba yendo hacia algún lado y ninguno de los dos le acompañaba, como de costumbre.

Necesité de todo mi autocontrol para no llorar en ese momento.

Los siguientes en irnos fuimos nosotros. Cuando saludé a papá, se dio cuenta que no me encontraba en mi mejor humor y a modo de consuelo, me volvió a repetir que estaba bonita. Se lo agradecí entre risas.

El viaje fue silencioso. Fue duro. Ni siquiera encendimos la radio. Me puse una capucha y clavé mis ojos hacia la ventanilla empañada porque no quería que Edward me viese tan mal.

Pero no podía apartar de mi cabeza su última expresión: la sorpresa de darse cuenta que ya no estaba siendo acompañado por quienes lo cuidaron durante siete meses.

Eso, me quebró.

Sin decir nada, me apoyé contra el hombro de Edward y me abrazó en silencio mientras yo sobaba mi nariz a cada rato. No supe ver si él estaba reaccionando de la misma forma, pero podía jurar que sí.

Después de unos minutos más tarde, le dije:

—¿Sabes qué es lo mejor de esto?

—¿Uhm?

—Que podrá jugar todo el día en el jardín de Phil junto con Rex.

Y esa imagen, aunque nostálgica, era agradable.

.

El miércoles, volví de compras a eso de las ocho de la noche. Solamente eran unas chucherías, suficientes para ir y volver en quince minutos. Entré al departamento esperando sentir dos patas encima de mis muslos, en busca de atención. Pero, otra vez, la decepción aparecía.

Lo más duro fue volver a la rutina y darnos cuenta que ya no habría un pulgoso intentando captar nuestra atención.

—¿No crees que hay demasiado silencio? —le pregunté a Edward que se encontraba recostado en el sillón.

—Puedo tocar el piano si lo deseas.

Aquella propuesta me dejó perpleja. Sonreí con timidez.

—Hace mucho que no te escucho tocar ese piano.

Teníamos uno en el living, aquél que trajo de su antigua casa.

—No lo hacía porque él se ponía a ladrar y necesitaba un poco de silencio. Ahora podría hacerlo.

Suspiré.

—Extraño tanto a ese pequeño. ¿Crees que nos extrañes?

—Probablemente. Pero debe estar ocupado destruyendo el jardín de tu mamá.

Ya le habíamos enseñado a no meterse con las macetas de nuestro balcón. Me pregunté si el jardín floreado de Renée correría por la misma suerte.

Me senté a su lado en el sillón y observé la pequeña barriga que se me había formado.

—Edward, estoy gorda —le avisé mientras él revisaba algo en su teléfono.

—No, no lo estás.

—Sí, he subido de peso. Pero no importa, porque aún así vas a amarme, ¿verdad?

—Supongo.

—Yo te amaría aunque engordases. Por cierto, ¿qué haces?

—Encontré unos viejos videos que había grabado cuando Bear llegó por primera vez a la casa. No me di cuenta que los tenía guardados.

Le regalé un beso a su hombro.

—¿Y este video?

—¿Uhm?

Me enseñó su teléfono.

—Hay un video sin nombre.

—¿Será otro de Bear? —pregunté con curiosidad.

Encogió sus hombros y lo abrió.

El video mostró inmediatamente cómo una muchacha se caía encima de un suelo alfombrado y, quien filmaba el video, se echaba a reír.

Reconocí esa risa. Podría hacerlo aun si la escuchase a varios metros de mí.

La muchacha intentó levantarse sin mucho éxito.

Era mi rostro.

—¿Qué es esto? —pregunté casi queriendo arrebatarle el teléfono.

Claramente, era un video que habíamos grabado sobre nosotros.

—"¿Estás bien?" —preguntaba la voz de Edward, filmándome.

—"¿Qué le pasa a esta mierda?" —me reí una y otra vez, señalando la alfombra... de nuestro dormitorio.

Intenté levantarme tres veces, pero en cada oportunidad me terminaba cayendo. Estaba perdidamente ebria.

Edward puso el video "en pausa" y nos miramos en silencio.

—¿En qué momento me grabaste? —le pregunté.

—Bueno, estás ebria. ¿Cuándo fue la última vez que te embriagaste? Porque no recuerdo haber filmado esta cosa —se rió.

—¿Te diste cuenta que tenía el rostro manchado en pintura? —Fruncí el ceño.

Solté un jadeo ahogado.

—Revisa la fecha de grabación.

Lo hizo y se sorprendió.

—Es de mi cumpleaños.

—¿La noche en que fuimos a Folie y nadie recuerda? —No podía creerlo.

—¡Mierda! —Edward sonrió con emoción.

—Pásalo a la computadora y lo veamos allí —le pedí ansiosa, deseando ver un poco de la evidencia de aquella noche tan confusa.

Edward envió aquél video a su cuenta de e-mail. Encendió su Notebook.

—¡Espera, espera! No lo abras todavía —le pedí, corriendo hasta el dormitorio para traer una almohada y ponerme cómoda en el living.

Cuando regresé, suspiré intentando relajarme.

—Bien. Ahora.

Volvimos a ver el comienzo del video. El contexto era el siguiente: Edward y yo acabábamos de entrar a nuestro dormitorio y me caí repetidas veces hacia el suelo. Intenté levantarme sin mucho éxito, hasta que él ofreció su mano y me ayudó.

Reboté abruptamente sobre la cama. Llevaba el cabello desastroso, pegajoso, una maraña que casi cubría mi rostro. A veces podían notarse los bigotes de gato dibujados con pintura fluorescente amarilla. Vestía una camiseta y unos pantalones cortos. La ropa que usé en el cumpleaños de Edward; la recuerdo.

De pronto, empecé a mover mis hombros, mi cintura, mi cuerpo entero. Edward y yo nos acercamos a la computadora para oír mejor la canción que estaba sonando de fondo. No provenía de nuestro dormitorio, sino del living.

—¿Había una fiesta en nuestro living?

—Eso explicaría por qué todos amanecieron allí al día siguiente, ¿no?

Asentí varias veces. Algunas cosas encajaban ahora.

(10) Lo siguiente fue ridículo: desafiando la poca estabilidad en mi cuerpo, me paré encima de la cama, meneando todo mi cuerpo al ritmo de la canción. Reconocí inmediatamente la canción cuando me puse a cantarla.

—"We've been here too long trying to get along pretending that you're, oh, so shy. I'm a natural man doing all I can my temperature is running high..."

Era una de mis canciones favoritas de Joan Jett. Me estaba acariciando todo el cuerpo: las tetas, mi vagina, mi cabello: estaba enloquecida.

Tanto el Edward del video como el que se encontraba sentado a mi lado, se reían.

—Estabas ardiente —me elogió.

—¡Shh! —Golpeé su hombro—. Esto es vergonzoso. Gracias a Dios no hice un número frente a los otros.

La cosa se puso mucho más caliente: de tanto manosear mi camiseta, comenzaba a casi quitármela de encima. La alzaba constantemente, enseñando mi vientre y mis pechos (cubierto por mis sostenes).

— "... beggin' on my knees, baby, won't you please run your finger though my hair?" —Me despeiné la asquerosa melena—. "My, my, my whiskey and rye don't it make you feel so fine?" —Sacudí mis hombros —. "Right or wrong, don't it turn you on? Can't you see we're wastin' time?"

Me sorprendió con cuánta pasión estaba cantando esa bendita canción. Ni siquiera en la ducha me pondría de esa forma.

De tanto manosear la camiseta, me la terminé quitando.

—"Do you wanna touch?" —Me acaricié las tetas—. "Do you wanna touch?" —Literalmente, las ofrecí a la cámara—. "Do you wanna touch me there? —Sacudí la cadera—. Where? There? —Alcé mis brazos—. Yeah!

Me balanceé tanto que terminé cayéndome de la cama violentamente. Edward y yo soltamos un "¡Uhhh!"

—¡Mierda! —Se reía aquél Edward que filmaba, acercándose hacia mi dirección.

Me había logrado levantarme, entre risotadas, y le enseñé a la cámara el raspón que me había hecho con la madera: salía un poco de sangre.

Ambos —en el video— nos reímos como si esto, que lo hacía más grave, lo hiciera más divertido.

—"¿Estás bien, nena?"

Yo seguía balbuceando "Dou you wanna touch" al ritmo de la canción.

Me volví a la cama e hice un gesto extraño con la boca, mientras continuaba con mi baile. Lo único que la cámara de Edward filmaba, era la forma en que meneaba mi trasero. Allí podía leerse el cartel "Propiedad de Edward Cullen" pegado.

—No puedo creerlo —bufé, recordándolo.

—¡Lo sé! No tenía idea que podías mover el culo de esa forma.

Le volví a golpear el hombro.

—"Estás bailando como una puta."

—"Soy una puta. No, no. Espera. No soy una puta. Soy la puta. La mejor de todas."

—"La Boss Ass Bitch."

—"Exacto." —Reí como estúpida.

Las manos de Edward empezaron a acariciar mi sostén.

—¿Estamos a punto de ver un video porno? —le pregunté a Edward.

Acto seguido, me levanté de la cama mientras él se recostaba. Me estaba sentado encima de su cintura, o al menos eso mostraba el video.

—Yo creo que sí —me respondió.

—"¿Por qué todavía tengo esta mierda?" —Me quejé, quitándome el sostén.

Mis tetas aparecieron en un primer plano.

—Okay, esto será incómodo. —Puse el video "en pausa".

—¿Por qué? No lo será —me garantizó, sin problema.

—Obviamente, porque yo soy la única que aparece.

—Bells... por favor, eres hermosa. Ya hemos hecho tantas cosas como para flaquear ante un video porno.

Tenía razón. Además, no era nada que no hubiésemos visto todavía.

—Está bien. Pero será incómodo para mí.

Volvió a reproducir el video.

La cámara enfocaba mi rostro. Yo miraba a Edward coquetamente.

—"¿Por qué me estás filmando?"

—"Porque eres hermosa. Bella, dile a la cámara... ¿por qué tienes esos bigotes de gato?"

—"Me pingo como gata... porque me gusta la leche"

Jamás me había visto tan estúpida como en ese momento, riéndome por cualquier cosa y mordiéndome el labio.

—"Uhm, eso es gatita... ¿te gusta la leche?"

Asentía, relamiendo mis labios y exponiendo mi lengua a la cámara a propósito.

—"Me gusta tu leche. ¿Por qué no acabas para mí, papi?"

Alcé mis brazos a modo de interrogación. Esto era ridículo. ¿En qué vida yo sería capaz de llamar a Edward "papi"?

—"Uhm, pero qué putita."

—Edward, me estoy muriendo de la vergüenza —le informé, con una mano en mi rostro. Lo sentía ardiendo.

—Tsk, Bella, es solo porno. Nada distinto a lo que realmente hacemos.

Observé su cintura. Podía distinguir su erección oculta.

—Ya veo por qué te simpatiza la idea de continuar el video —dije con sarcasmo.

Él se acomodó los pantalones y se removió incómodo.

—Estoy haciendo un esfuerzo, créeme. —Soltó un suspiro.

Acto seguido, estaba salpicando el pecho desnudo de Edward con besos mojados. Mi lengua serpenteaba todo el recorrido dejándolo completamente húmedo.

Fue mi turno para excitarme. El vientre de Edward era hermoso, y mucho más cuando lucía brilloso por mi saliva. Sacó su miembro de su ropa interior y se alzó erguido.

—Tal vez tengas razón. Esto podría ser incómodo —murmuró a mi lado.

Giré mi cabeza hacia su dirección.

—¿Te incomoda ver tu miembro? —solté bruscamente—. Pero si luce enorme. Yo soy la que debería estar incómoda. Estoy dándole sexo oral a alguien frente a una cámara. Jamás me verás tan puta como en este video.

Mi boca succionaba su miembro con firmeza. Mis labios lucían brillosos. Cada tanto, depositaba un poco de saliva en la punta o repartía el líquido pre-seminal en mi boca. Tal vez no era nada fuera de lo común en nuestra relación íntima, pero otra cosa distinta era verme en un video mientras lo hacía.

Seguí realizando mi tarea... hasta que Edward acabó encima de mi boca y mi nariz. Y yo me reía como tonta.

Gemí, cubriendo mis ojos con mi mano. Realmente no quería ver eso. Prefería revisar la expresión de Edward en ese momento.

Estaba completamente excitado. Este video lo estaba matando.

Y eso me excitaba a mí.

Utilicé mi mano para quitarme aquél líquido espero de mi rostro. Y como era de esperarse, lo terminé lamiendo.

—"Mmm, así me gusta, que te bebas toda mi leche."

Me acerqué a besarlo, por eso la cámara enfocó cualquier otro punto del dormitorio.

Enseguida, volvió a enfocarme: me había dado la vuelta para apoyarme encima de su miembro. Entré en él de una sola estocada, echando mi cabeza hacia atrás... o mejor dicho, frente a la cámara.

Empecé a cabalgarlo con prisa. Reconocí mis movimientos: eran de urgencia, de puro éxtasis. Podía darme cuenta que estaba en aquél estado a los que pocas veces llegaba: sentirme como una puta.

Debí haberlo hecho a propósito: me incliné lo suficiente para que Edward filmara la unión de nuestros cuerpos. Quizás él se deleitaba con la imagen de mi trasero. Lo acariciaba con firmeza, lo rasguñaba... lucía rosado por cada vez que lo nalgueaba. Esto tenía que ser un truco de cámara o tal vez la posición en la que me encontraba, porque no me parecía tan grande como lucía allí. Pero yo estaba enfrascada en esa polla y cómo se clavaba una y otra vez en mi interior.

Edward y yo habíamos visto pornografía juntos en otra ocasión. Pero esto era distinto: ese era él, esa era yo. Era legítimo excitarse de sobremanera con la imagen. Me encontré mordiendo la tela de mi almohada. Apoyé la cabeza encima de su hombro, porque no quería llevarlo a algo más profundo, pero necesitaba de su tacto.

Él respondió de la misma forma: no paraba de acariciarme la mano. La tensión sexual creció considerablemente en aquella habitación. Y, además, me sentía emocionada y poderosa: sentía que, si soltaba un fuerte gemido o le plantaba un buen beso en sus labios, echaría a la borda todo su autocontrol por terminar el video de forma correcta.

En el video, empecé a chillar en voz alta. Podía, literalmente, sentir cómo las estocadas de Edward me estaban clavando en el lugar exacto para ponerme de esa manera. Crucé mis piernas intuitivamente.

—"¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Me corro! ¡Me corro duro! ¡Me corro!"

Inmediatamente, la cámara enfocó la unión de nuestros cuerpos. A mí no me intrigaba mucho oír mis gemidos, pero sí los de Edward:

—"Sí, sí, así, acaba, rápido, ahora, sí, sí..." —pedía con urgencia, como si a él le faltase poco.

Ugh, me moriría por abrazar a ese Edward.

Él y yo observamos la pantalla con profunda concentración, anticipando el momento del clímax.

Enseguida, me levanté de su miembro y comencé a masturbarme con prisa, acabando con prisa. Edward hacía lo mismo, pero apuntando hacia mi trasero.

Eso era tan clásico de Edward.

—Hubiese sido mejor si lo hacías adentro—comenté algo decepcionada.

—Definitivamente —coincidió, bufando.

Pero sí fue sucio.

—¿Sabes? Pensándolo mejor, este sería un buen video porno.

Edward se rió.

—Es decir, ignorando las imperfecciones de mi cuerpo...

—No, ni te atrevas a decir eso. Ese culo se volvería una sensación en Internet.

—No me digas eso. —Me puse coloradísima—. Pero es decir, tratando de ser objetiva, tiene muchos factores excitantes. Incluso, parece bien planeado.

Le ofrecí mi puño. Él lo chocó, a modo de compañerismo.

Edward me había cedido el teléfono, y ahora me encontraba filmándome a mí misma, recostada.

—"Feliz cumpleaños, Edward" —Guiñé el ojo y solté un beso a la cámara.

El que se encontraba a mi lado echó una risotada.

—Sí, se nota que fue uno muy bueno.

Mis expresiones cambiaron: empecé a cerrar los ojos, a entreabrir la boca y a soltar varios gemidos.

Claramente, Edward estaba haciendo algo con mi cuerpo. Conociéndole, seguro estaba lamiendo mi trasero.

—Bella, tengo que admitirlo ahora o nunca: luces más hermosa que de costumbre en primeros planos. Si esto fuese un video pornográfico colocado en la Internet, me habría enamorado inmediatamente de ti. Estaría buscando tus videos como un obsesivo.

Por alguna razón, esto me hizo reír. Quizás porque él sí frecuentaba este tipo de videos cuando era un poco más joven.

—Lo siento, pero no voy a borrar este video. Es una obra maestra.

—Podemos conservarlo, pero no dejes que caiga en manos de otro —le advertí.

—¡Ni de broma! —bufó con seguridad.

No me veía tan mal en estos videos. Incluso, eran estimulantes y ayudaban a mi autoestima. Quizás, filmarnos no era una mala idea después de todo.

La Bella de aquél video frunció el ceño con sorpresa. Luego, se echó a reír.

—"¿Quieres follarme ahí?" —Relamió sus labios, provocativamente.

Oh, no. ¿Dónde?

—"Quiero abrirte este culo de una vez por todas" —exclamó groseramente, propinándome una nalgada.

Eso le dolió a aquella Bella, pero lo disfrutó como la puta en la que se había convertido... esa noche.

Entonces, recordé el característico dolor de trasero que sentí aquella mañana.

—No. No. No, no, no. —Llevé ambas manos a mi boca, horrorizada.

—¿Qué? —me preguntó Edward.

—No, por favor, no, no lo hagas. ¡No!

Él no entendía todavía, pero ya lo haría.

—"Fóllame. ¡Fóllame duro! Coge mi culo de una vez y acaba en él..."

—¡No! —le grité a la pantalla—. ¡Maldita puta, no pidas eso!

—Bella, no seas exagerada, seguro no pasó nada...

Pero podía ver la emoción en sus ojos, esperando lo contrario.

Esa Bella apoyó su rostro contra la almohada, con una tonta sonrisa encima que deseaba con tanto anhelo borrar con una golpiza. Podía ver cómo alzaba su trasero hacia Edward, pero le entregó el teléfono a él, y fue peor:

Folló su coño durante un par de segundos. Durante varias veces, llevó la punta de su miembro mojado hacia su ano, para lograr que este se dilatara.

Enloquecí.

—No, por favor, dime que no vamos a verlo realmente...

Edward ya no me respondía. Tenía, literalmente, el rostro pegado a la pantalla con los ojos como platos. Al fin estaban cumpliendo su mayor fantasía.

Y en una sola estocada, la penetró.

—¡NOOOOOOO!

(*) La película que están viendo es 101 dálmatas.

CAPITULO 21 Primerizos

BPOV (1) Tomé mi paquete de cigarros y, con prisa, me dirigí hacia el balcón. Cerré la puerta, encendí uno y le di una calada con nerviosismo. Edward no tardó en aparecer al otro lado del ventanal. Con una sonrisa fingida en los labios, golpeó el vidrio, pidiéndome cortésmente si podía entrar. Negué rotundamente.

Decidió ingresar de todos modos. —¿Podemos hablar adentro? —propuso. —Quiero fumar este cigarro primero —le indiqué, levantándolo entre mis dedos. —Puedes fumar adentro. Anda, te mojarás si continúas ahí. Observé el suelo de nuestro balcón. Estaba empapado. Una leve pero incesante llovizna empezaba a posarse en mi rostro. —No me importa —mentí. —Bella, entra —insistió. Gruñí. Apagué rápidamente el cigarro y entré, chistando. Cerró la puerta y seguidamente, suspiró. —Mira, no es gran cosa… —No, no lo es realmente —negué con falsedad, cruzando los brazos—. Me follaste el trasero. Pero eso fue todo. Nada importante. Echó la cabeza hacia atrás y se despeinó el cabello mientras se reía. —Por más que desee pedirte disculpas, no lo haré —aseguró—. Estábamos ebrios y fue algo consentido. —¡No me molesta que lo hayas hecho! —exclamé—. Me molesta el hecho de no haber estado… consciente, ¿sabes? Edward no esperaba esa respuesta. —Se suponía que esto era algo importante para nosotros. Algo que estábamos discutiendo anticipadamente y que esperábamos con emoción. —Me quedé en silencio por un rato, buscando una comparación adecuada—. Como un bebé, Edward. Me senté en el sillón, refunfuñando. —Ahora ya no tengo nada para… impresionarte. —Suspiré. Se sentó a mi lado. —Yo tampoco estaba consciente. Aún puedes impresionarme… Levanté la mirada con rapidez. ¿Me lo estaba proponiendo en este mismo instante? —…si es que eso te molesta —aclaró rápidamente, percatándose de mi reacción. —Okay, escucha… —Lo miré de frente a la vez que respiraba hondo. Si planeaba decírselo, debía aprovechar la oportunidad—. Voy a ser honesta: no es que no quiera. Yo, Bella Swan, sí quiero que tú, Edward Cullen, me… lo hagas… ahí, ¿bien? Él asintió atentamente, frunciendo el ceño.

—Pero… —Hice un mohín—. Siento que podría ser una experiencia altamente catastrófica. Esperé a que comprendiese el significado de mis palabras. —¿Por qué? —me preguntó, frunciendo el ceño—. ¿Dices por…? A veces podía ser algo lento. —Oh, ¿te refieres a…? —Sí, Edward. Lo digo por eso —remarqué puntualmente. Ni siquiera deseaba imaginar esa escena: Edward intentando cruzar aquella barrera y encontrando un desagradable incidente. No. Simplemente, no. Su reacción fue transcendental para mi seguridad: no sonrió, pero tampoco le dio importancia. Por más Edward que fuese, ningún hombre toleraría "con amor" un accidente como ese. —Hay formas de prevenir ese tipo de cosas. —Encogió sus hombros. —¿En serio? —pregunté con ansiedad. ¿En serio había? Tenía que haber. ¿O no? —¡Sí! No te hagas problemas con eso. —Esta vez, me regaló aquella sonrisa de confianza que yo tanto amaba. Pero yo no nací ayer. —Por favor, no pienses con tu polla —rogué con tristeza. Claro que él estaba ansioso por convencerme a toda costa—. No me mientas. Si lo haces, voy a llorar. En serio. Antes de terminar, se me acercó, pegando su cuerpo al mío y abrazándome a modo de contención. Me rascó la espalda como solía hacer siempre. Fue particularmente convincente. —De acuerdo, ¿volvemos? —me ofreció cuando nos separamos. —¿A dónde? —pregunté idiotamente. —A ver el resto del video… —¿Lo verás? —Me horroricé. —¿No quieres saber si hay algo más oculto ahí? —cuestionó, sin comprender mi falta de curiosidad en el tema. No quería. Se me hacía extraño y no muy agradable a la vista. Pero la insistencia en su mirada me obligaba a desearlo de la misma manera. ¿Y si había hecho algo más? Me había follado. Pero, ¿de qué forma? ¿Qué tantos límites habíamos sobrepasado aquella noche? Se dio cuenta que estaba titubeando demasiado. Frunció los labios y me dirigió una mirada que decía claramente "es tu decisión" antes de marcharse hacia el dormitorio. Permanecí en el living durante diez largos segundos, mordisqueándome el índice. Podía vivir sin ver el resto de aquél video, pero no podría estar tranquila sabiendo que Edward lo había visto y yo no.

Me levanté y me dirigí lentamente hacia el dormitorio. Edward me esperaba con los brazos cruzados y una sonrisa pícara en los labios. Me conocía incluso mejor que yo misma. —Oh, madura—le gruñí, sentándome a su lado. Y entonces, presionó el click derecho. Gemía como una loca. No estaba segura si era por dolor o placer... estaba impresionada. A Edward le temblaba la mano mientras trataba de enfocar un primer plano de mi trasero. —"Oh, Dios... Santos cielos, te amo tanto, Bella. Te amo".—Jadeaba a modo de agradecimiento. Puse los ojos en blanco. —Había olvidado que tenía por novio a un adolescente de dieciséis años. —A esa edad perdí mi virginidad. —Me golpeó en el hombro—. ¿Qué me dices tú? Siempre se ponía a la defensiva cuando me burlaba de su época precoz. —La perdí a los veintiuno y fue con Jacob Black. ¡Booyah! Todo un golpe bajo para él. La filmación seguía. Resultaba tan extraño. No podía creer que ese fuera mi cuerpo y que realmente estuviera experimentando aquello tan ajeno a mí. Era exactamente igual a revisar fotografías de tu niñez y verte en distintos lugares de los que no guardas ni un solo recuerdo; te sientes indiferente. Pero entonces, la cosa se puso más violenta: Edward no paraba de embestirme, como si no hubiese un mañana. Mientras tanto yo le pedía que continuara, que no parara… Edward, el que estaba sentado a mi lado, me observó levantando una ceja. Podía oírlo en su mente diciéndome "¿con que te gusta... eh?" —¿Qué esperabas? —Levanté mis brazos, indignada—. Eres mi novio y me estabas follando. ¿Querías que llorara? Porque probablemente lo habría hecho de no haber estado tan embriagada. Si esta es la forma en que planeas hacerlo, estoy fuera del plan. Ya te lo digo. Chasqueó la lengua. —Claro que no lo haría de esa forma... la primera vez —murmuró esto último en voz baja. En cierto instante, retiró su miembro de aquella cavidad y enfocó la... dilatación de mi ano. Me cubrí los ojos. —No estaba preparada para ver eso. No oí una respuesta de su parte. Alejé las manos de mi rostro y vi que planeaba cambiar de posición: iba a montarlo. Mis tetas brincaban en un primer plano.

—¿Me estás follando ahí, o...? —dudé, señalando la pantalla. —Creo que... —Frunció el ceño, sin tener clara la idea. La muchacha gritó "¡Fóllame el culo así!" tan fuerte que podría oírse desde los pasillos del edificio. Duda resuelta. —Carajo… —dije pensativa—.Realmente la estaba pasando bien, ¿no? Parecía como si estuviese teniendo la experiencia de mi vida. La cámara seguía enfocada en mi acalorado y manchado en pintura flúor rostro junto con mis tetas que rebotaban como si estuviera sentada sobre un secarropa. Fue entonces cuando Edward decidió detener el video. Volteé mi rostro hacia él. —¿Qué pasa? —pregunté ceñuda. Su mandíbula lucía tensa. —Lo dejemos hasta aquí —dijo secamente. —¿Por qué? Intentó encontrar una forma de explicarlo. Como no le fue bien, dijo directamente: —Estoy… así… de correrme. Y no quiero ensuciar estos pantalones. Instantáneamente direccioné mi mirada hacia su cadera. La tenía cubierta con un cojín, pero le creí. —¿En serio? —Parpadeé varias veces—. ¿Sin tocarte? Torció una mueca, limitándose a asentir. Obviamente no le hacía sentir orgulloso. ¡Pero a mí sí! —¿Qué? ¿Unos gritos de hiena, una cara manchada y un peinado tan grasoso que podría fritar las raciones enteras de un local de comida rápida te han excitado? —Me eché a reír, incrédula—. Acabas de darme la mayor alegría de mi vida. —No es mi culpa que luzcas malditamente bien frente a una cámara —se quejó, completamente molesto. —Lo puedo imaginar: el día de mi graduación, el nacimiento de mi primer hijo... y este momento. Revisó la computadora. —Le quedan pocos segundos al video. Así que... sí. Creo que acabaste y fin. Permanecimos en silencio. —Entonces… eso fue todo. —Aparentemente. Nos observamos un buen rato. —Fue… grato —comenté. —Sí, sí —aceptó, frunciendo el ceño—. Bastante, uhm, informativo.

Asentí varias veces. Volvió el silencio. Chasqueé la lengua. —¿Sabes? Hay algo que no entiendo. ¿Cómo es que el resto permaneció aquí durante toda esa noche? ¿Por qué nos fuimos de Folie? Negó con la cabeza, sin conocer las respuestas. —Todavía tengo dudas. El cabello de Jane, el trío de Thomas y Sam… —El paradero de Mark y Melissa —agregó. —¿Jamás lo sabremos? —pregunté. —En realidad, podríamos… —comentó después de un rato. Lo miré con intriga. —Alguien llevó una cámara esa noche… . Toqué seis veces el timbre de la casa. Cuando iba por la séptima, la puerta se abrió. —¡Tranquila! —exclamó—. ¿Qué ocurre? Lucía como si estuviese esperando a que le diéramos una mala noticia, pero para compensarlo, sonreímos. —¡Hola! Pasábamos por el vecindario y decidimos visitarte. ¿Entramos? Parpadeó repetidas veces. —Eh... sí, claro. Pasen. Ingresamos y nos topamos con la cocina. Noté que estaba hirviendo agua. —¿Estás por cocinar algo? —No, solo preparaba un poco de té. ¿Quieren? No sé por qué, pero estuve a punto de aceptar. —No, no. Gracias. Venimos de casualidad. Bueno, en realidad no. Estamos aquí por algo en específico. Thomas lucía algo apagado, como si acabara de despertarse. Nuestra hiperactividad le abrumaba. Bueno, la mía. —Lamentamos interrumpirte, simplemente queríamos pedirte un pequeño favor—contó Edward, conversando calmadamente. —Seguro. ¿Qué sucede? —Se cruzó los brazos. Debía creer que era algo importante. —Dijiste una vez que habías grabado algo sobre la noche de mi cumpleaños. ¿Podemos verlo?

Y entonces, comprendió todo. Frunció los labios inmediatamente. —Yo… no lo sé, Edward. —Sé que es importante para ti, pero… —Es que… ya sabes; no quise verlo ni lo haré. No seré una buena persona si incumplo mi palabra, y… —¡Oh, vamos! ¡Es solo un video! ¡No seas maricón! —exploté, casi pegando saltitos, ansiosa por verlo. Ambos me miraron, completamente aturdidos por haberme escuchado maldecir con esa palabra. —Perdón. Sabes que no me refería a eso —aclaré rápidamente. Suspiró. Seguidamente, observó a Edward. —Le prometí a Sam que no tocaría esos archivos. Ya cometí demasiados errores. Al menos esta promesa quiero cumplir. —Justamente… cometiste muchos errores. Recuerdo que en esa noche, ambos se acostaron con otro hombre y ninguno supo cómo había surgido. ¿Qué pasaría si fuiste tú el que lo incitó? ¿Desearías que Sam viera algo como eso y perdiera la confianza en ti? Tenía que admitir que amaba cuando Edward se ponía en plan manipulador. Su rostro empalideció. —No, claro que no —negó con ansiedad mientras se mordía una uña. Tal vez no lo recordaba, pero muy en el fondo creía que él había sido el culpable de aquél incidente. —Tal vez esta sea una de esas pocas oportunidades en las que romper una promesa es mejor que mantenerla. Piénsalo. Dejando por lado nuestra curiosidad, podía tratarse de un buen consejo en realidad. Nos observó, entrecerrando los ojos. —¿Por qué justamente hoy? —preguntó, receloso de que ocultábamos algo. —Encontramos… algo interesante… en mi teléfono. En fin. ¿Podemos? Thomas ya tenía los archivos guardados en su computadora. ¿Cómo logró pasarlos y ni siquiera sentir un poco de curiosidad al respecto? Eran muchos. ¿Por qué? —Debí haber tenido algún problema con la batería en ese momento. Todos los videos duran menos de cinco minutos. Hizo doble click sobre el primer archivo. La cámara se movía demasiado. Estaba oscuro, pero había muchas luces fluorescentes y la música era ruidosa. La cámara enfocó rápidamente a Edward… o él fue el primero en aparecer frente a la misma. Lucía asustado.

—"¡Hermano! ¿La estás pasando bien?" —preguntó Thomas detrás de la cámara, animado. Edward entró en pánico, jalándose el cabello en el proceso. —"¡Acabo de perder a Bella!" —contó frente a la cámara, desesperado—. "¡Hombre, no la encuentro!" —"¿Cómo que no la encuentras? Estaba cerca de la barra saltando con las chicas." —"¡No sé! ¡No la encuentro!" —exclamó mirando hacia todas partes—. "¡Bella! ¡Bella! ¡BELLAAAAAA!" Empecé a carcajearme como una idiota. Gritaba muy fuerte. Se volteó de un lado para el otro, hasta que vio a un tipo. —"¡Tú! ¿No viste a mi novia? ¡Perdí a mi novia!" —repetía entre gritos, ya que no podía oírle con todo el bullicio de la música. El tipo le preguntó "¿qué?". Era divertidísimo. No podía saber quién estaba más ebrio. Edward se mareó e intentó, con todas sus fuerzas, concentrarse. —"¡Mi novia! ¡Una pelirroja!" —Se relamió los labios, empezando a explicar—: "¡Tiene un buen culo pero nada de tetas, ¿la has visto?!" —Indicó haciendo un gesto "plano" en su pecho. Le miré de mala gana. Se avergonzó. —Pero sí lo son… Me gustan as… —Le golpeé el hombro antes de que pudiera continuar. El hombre negó con la cabeza y siguió su camino en la fiesta. Edward volvió a gritar. —"¡BELLAAA!" Thomas se reía a la vez que exclamaba: —¡Stellaaaaa! (*) Se acercó para hablarle a su amigo. —"¡Hija de perra! ¡Le dije que no se separara de mí! ¡La odio!" —profirió mirando hacia otros lados. Lo miré con sorpresa. —"¡No, no la odies!" —gritó Thomas. Edward no comprendió sus palabras. —"¿Qué dices?" —"¡Que no la odies!" —"¡¿A quién?!" —"¡A Bella!" Edward frunció el ceño, indignado. —"¡Pero si yo la amo!" —Contestó, como si fuera una acusación—. "¡¿Tú la odias?!" —"¡¿Qué?!" —No pudo escucharlo.

—"¡¿La odias?!" —Se molestó, golpeándole el hombro—. "¡¿Cómo la vas a odiar?! ¡¿Eres un imbécil o qué?!" —"¡No! ¡No! ¡También la amo!" —respondió riéndose mientras se tambaleaba. —"¡Ah... bien!" —Asintió varias veces, hasta que se dio cuenta de lo que había oído—. "¡¿Qué?! ¡¿Cómo que la amas?!" No podía parar de reírme. Ambos lucían como idiotas. —"¡Es mía, eh!" —Le advirtió, ceñudo—. "¡Es mía!" —"¡Vamos a buscarla afuera!" —propuso él. —"¡Mía! ¿Eh? ¡¿Qué?!" —Edward no oía bien. —"¡Que vayamos a buscarla afuera!" —"¡¿A quién?!" —"¡A Bella!" Edward abrió los ojos como si hubiese visto a un fantasma. —"¡Bella! ¡BELLAAA!" —Volvió a reaccionar, angustiado. Y así concluyó el primer video. Al menos nos estábamos riendo. No lucía tan mal. —¿Te perdí en algún momento? —me preguntó con curiosidad—. Bueno, al menos te encontré al final de la noche. Me sonrojé fuertemente. Thomas no se dio cuenta, ya que estaba abriendo el siguiente video. La cámara enfocó el pavimento de la entrada. Podía escucharse como caminaban por la entrada de Folie. Luego, encauzó la cara de Edward que, por cierto, lucía muy apuesto en la oscuridad de la noche. —"¡Mierda! La perdí. Perdí a Bella. No sé qué haré con mi vida ahora. ¿Entiendes?" —hablaba directamente a la cámara, desesperado—. "¿Qué haré sin ella? Soy una mierda sin mi Bella. Necesito a mi Bella. ¡BELLAAA!" —"Ya la vas a encontrar." —"¡¿Y si no?!" —planteó asustado, abriendo los ojos como un sapo. La lente enfocó a un punto más lejano, detrás de Edward. —"¿Y ese enano? ¿Es Josh?" —preguntó Thomas. Así parecía. Un muchacho de baja estatura frente a un… —¡Ay Dios! —Me eché a reír. El Edward del video se asombró.

—"Es Josh... ¡JOSH! ¡JOSH! ¡HEY, JOOOOOSH!" —gritó hasta casi quedarse sin voz. De repente, frunció el ceño—. "¿Qué hace con un travesti?" Tanto Edward como Thomas se preocuparon. —No me digan que… —Ya no podía aguantarme. —"¡Ve a buscarlo!" —Apresuró Thomas a Edward. —"¡Hey, Josh! ¡JOSH!" —vociferó, corriendo tras él. —Desearía tanto poder recordarle este increíble favor —comentó Edward, riéndose a mi lado. Cuando por fin estuvieron juntos, Thomas se acercó hacia ellos trotando. —"¿Qué hacías con un travesti, hombre?" —cuestionó Edward, consternado. —"Le estaba… le estaba dando cambio para el taxi" —balbuceó como si tuviera retraso mental. Estaba completamente ido—. "¡PARA EL TAXI!" Luego, los tres empezaron a hablar al mismo tiempo y no se pudo entender muy bien lo que decían. Básicamente, Edward y Thomas le preguntaban cómo había llegado allí mientras el enano justificaba su buena acción. Enseguida, Thomas colocó el siguiente video. Edward y Josh estaban recostados en el pavimento mientras Thomas les filmaba desde arriba. Parecían estar descansando. Sumamente tranquilos. —"¿Sabían que… Jane es… VIRGEN?" —Josh les preguntó—. "Nunca lo hice con una. ¿Es… es como… como un MONTÓN de sangre… o poco?" —"Tú no te preocupes, hermano…" —Edward palmeó su hombro, completamente relajado—. "No te asustes si ves un baño de sangre como en SAW…" Se reía solo. Qué tonto era. —"Una vez lo hice con una" —agregó Thomas. Los dos miraron a la cámara directamente. —"¿Te acostaste con una chica?" —Josh no podía creerlo. —"Era rubia. Muy preciosa." El video terminó ahí. Fuimos hasta el siguiente. —"¿Cómo sabes si un chico es virgen?" —Josh volvió a preguntarle a Thomas, incrédulo. —"Acaba rápido." Josh empezó a negar, con una cara graciosísima. —"Nah, nah, nah… nahnahnahnah. Yo… Yo… acabo rápido... si la chica está buenísima."

—"No deberías" —respondió Edward con los ojos cerrados, como si estuviese a punto de echarse una siesta. —"¿Por qué?" —"Porque... como... no. No deberías. Es algo que no debes hacer." —Edward intentó explicarlo como si fuese algo sagrado—. "Eres el tipo. Debes durar. No importa que pase… debes dejar que esa hija de puta se corra antes que tú." —"¿Y Bella, Edward?" —Thomas le preguntó de repente. Inmediatamente, Edward abrió los ojos con sorpresa. —"¡Cierto! ¡La perdí! ¡Bella! ¡BELLAAAA!" —Se levantó torpemente, volviendo a gritar a todo pulmón. Allí terminó aquél video. Entre risas, colocamos el siguiente. De nuevo, estaban dentro del edificio. No se podía ni oír ni ver con facilidad. Edward seguía buscándome. —"¡Esa grandísima hija de puta va a oírme cuando la encuentre! ¡Le voy a dar la tunda de su vida! ¿Sabes dónde? ¡En el culo! ¡Voy a dejarla tan marcada que me pedirá que pare! ¿Y sabes qué? ¡No haré ni una mierda!" —le gritó a la cámara. Iba a seguir hablando, pero giró su cabeza hacia la izquierda y se quedó mirando algo que consideraba importante. —"¡Bella! ¡BELLAA!" —gritó, marchando con prisa hacia una dirección puntual. Tal vez me había encontrado. Thomas rápidamente enfocó a Mel y a Jane, quienes se encontraban a pocos metros de él. Mel no paraba de señalar con emoción el cabello de Jane, recién teñido de rosa. —"¡¿Qué te pasó?!" —preguntó Thomas. Ella no podía creerlo. —"¡Están pintándole el cabello a mucha gente!" —exclamó Mel. —"¡Mis padres van a matarme!" —gritó Jane, medio asombrada, medio riéndose. Enseguida, una canción muy movida comenzó a sonar. Mel y Jane se tomaron de las manos y empezaron a saltar con el resto de las personas a su alrededor. Thomas también lo hizo, por lo tanto, durante varios segundos la cámara se movió violentamente. Allí terminó ese video. En el siguiente, Thomas seguía filmando aquel espacio de Folie. Era como si, diez segundos después, se hubiese alejado de las chicas para buscar a otra persona. Se acercó rápidamente a Emmett. Él, a diferencia del resto, lucía muy sobrio y preocupado mientras revisaba su teléfono.

—"¡Hey! ¡¿Qué pasa?!" —Thomas preguntó, tratando de animarlo. Él mantenía una sonrisa educada. No estaba de ánimo. Tal vez fuese ese el momento en el que había discutido con Cassie. El británico decidió enfocar la cámara hacia otro lado. Hacia la mesa que habíamos reservado. Edward y yo estábamos allí. Yo estaba sentada sobre sus piernas, besuqueándolo. —Creo que la encontraste —bromeó en voz baja el que se encontraba junto a nosotros. Los videos cada vez se hacían más cortos. Evidentemente, a la cámara le quedaba muy poca batería. Pero el siguiente era mucho más interesante: ya no nos encontrábamos en Folie, sino en medio de la calle, caminando hacia alguna dirección en específico. Lo único que podía oírse eran risas y palabrerías sin sentido. La cámara capturó mi silueta dorsal por un buen rato. ¿Cómo lo supe? Porque mis pantalones eran los únicos con el mensaje: "Propiedad de Edward Cullen". —Eso lo explica —murmuré cruzándome los brazos y apoyándome contra el sillón. Él había encontrado una forma de mantenerme a su lado. Me aferraba el cuello con su brazo, en un modo particularmente posesivo. Duró prácticamente pocos segundos, pero nos dio una idea acerca de cómo habíamos llegado a nuestro departamento. Solamente quedaba un video, y era un poco más largo que el anterior: La cámara se paseó por todo nuestro living que, por cierto, ya estaba un desastre: papeles de comida, latas de cerveza, bolsos y zapatos estaban por doquier. Bear engullía lo que sea que había dentro de una pequeña bolsa de aluminio, lo cual nos reveló que Tara lo había regresado mucho antes de lo que esperábamos. En ese momento, estábamos Alice, Jasper, Jane, Josh, Thomas, Sam, Edward y yo. Todos bailábamos de manera vergonzosa: tambaleándose de un rincón al otro o apoyándose en alguien. Algunos estaban sentados, pero rápidamente me identifiqué a mí misma bailando sobre nuestra pequeña y delicada mesa de café, sacudiendo mi… —¿Esa eres tú? —me preguntó Edward en voz baja, entre risas. Hubiese dicho que no, ya que yo no sabía mover mi trasero de esa forma. Ni siquiera en privado. Pero durante un momento, todos empezaron a gritarme el nombre de la canción que estaba bailando como si estuviese poseída: "Boss Ass Bitch". —Ohh… entonces… Antes de que pudiera razonar perfectamente, le golpeé a Edward la rodilla. Esa vez sí le dolió. Lo más gracioso vino después: Él apareció en medio de la escena, tratando de bajarme de esa mesa. —"Nadie le mira el culo a mi novia, ¡eh! ¡Si los encuentro haciendo eso otra vez, les escupiré mierda!" Ni siquiera estando ebrio podría tolerar algo como eso.

De repente, Thomas empezó a hablarle a alguien que no conocíamos. —¡Hey! ¿Y quién es ese? —pregunté rápidamente. Era un completo desconocido. —El chico del trío —respondió Thomas con rapidez, pidiéndonos un poco de silencio para escuchar lo que conversaban. Pero no fue para nada informativo: no se podía entender lo que decían porque se hablaban al oído. Luego, ambos se rieron. Y terminó. —¿Eso es todo? —Intenté que la decepción no se notara en mi voz. —Usualmente no grabo cosas cuando salgo —se justificó, frunciendo los labios mientras cerraba la carpeta que contenía los videos. —No, por supuesto. No es que como si estuviese esperando algo… grande. Nos quedamos un rato en silencio. —¿Tom, estás bien? —preguntó Edward. —Yo… paré la grabación. Segundos después de haber hablado con ese muchacho. ¿Y si me estaba proponiendo…? —¿Estás diciendo que fuiste tú el que aceptó...? Quiso decir algo, pero se limitó a negar varias veces, entre suspiros. —Por supuesto que lo hice. Él era demasiado inocente —murmuró con la voz apagada mientras se levantaba del asiento. —¿"Era"? Querrás decir, es —le corregí. Se sentó frente a nosotros, rascándose la nariz. —Hay una posibilidad, y no sé qué tan grande o pequeña es, de que las cosas no vuelvan a ser como antes. —¿Estás diciendo que…? Thomas, ¿lo dejarás? —Me asusté inmediatamente. —¿Qué? No, claro que no. —Frunció el ceño—. Lo que trato de decir es que, el Sam que conocemos… existe una posibilidad de que las cosas se vuelvan difíciles. Nada nos garantiza que su problema con la memoria se resuelva pronto... si es que lo hace. —¿O sea que nunca va a recordar nada? —Esta vez, le pregunté directamente a Edward, quien no lucía para nada sorprendido. Debió haberse dado una idea. —Muchas veces depende de la edad y del tiempo que el paciente permaneció en coma. Es literalmente imposible dar un diagnóstico acertado sin tener en cuenta los avances que solo se producirán durante la rehabilitación —me explicó—. Como dice Thomas, existe una posibilidad de que los recuerdos de estos últimos años, jamás regresen.

—Y, gracias a Dios, nunca vio este video. —Entornó sus ojos, preocupado. Seguidamente, cerró la computadora. —¿Por qué? No es como si el video... —No me importa —sentenció tajante. Me tomó de las manos, y me miró con calidez—. No me importa, Bella. No me interesa el pasado. Ni siquiera el mío. No dejaré que mis errores se vuelvan a repetir. En mi religión, creemos que las cosas ocurren por un motivo. Hasta las más horrendas, aquellas en las que piensas "no había necesidad de que esto ocurriera. Esto no hizo más que lastimar a todos". Esas… especialmente esas, son las más valiosas e importantes, y nos tenemos que aferrar a lo que significan. Tuve que pasar por un viaje muy largo para que me diera cuenta de varias cosas. Él también. Así que creo que es correcto que todo permanezca como está. A veces, intentar no volver a cometer los mismos errores significa dejar todo, absolutamente todo, atrás. Volvimos al departamento en un cómodo silencio. Sin darme cuenta, caminé a su lado en todo momento. No tenía planeado ir a ninguna habitación en específico, pero seguí a Edward hasta el dormitorio. Nos quitamos los abrigos y él dejó su teléfono en la cama. Mi mirada se posó en él, pues Edward lo miraba con intriga. Entonces, entendí lo que se pasaba por su mente. Me arrojé sobre la cama, en busca de ese teléfono. Él hizo lo mismo, con la intención de quitármelo. —Dámelo. ¡Dámelo! —Gruñó, haciéndome cosquillas solo para que lo soltara. —¡Borra el video antes! —Exclamé, con el cabello en mi rostro—. Bórralo o no te lo entregaré. —¿Por qué quieres que lo haga? —¿Por qué quieres conservarlo? ¿Y si alguien lo descubre? —¿Quién? Nadie toca mi teléfono. —¿Y si te lo hackean? —Bella, esto no es una serie de televisión. Nadie me lo quitará. —No me siento segura con eso en tu teléfono. No quiero que nadie más lo vea. Yo no quiero verlo. ¿Tú? No sabía qué contestar, porque obviamente, lo deseaba. —Cochino. —Soy un hombre y no puedo ignorar la atracción que ejerces en mí. No puedo olvidar ese video y no quiero hacerlo. Déjame, aunque sea, fantasear con él. Fue mi turno de quedarme callada. —Mira, te respeto. Y si no deseas hacer eso conmigo, lo entiendo. Te seguiré amando de igual manera. Pero compréndeme, soy un pervertido y quiero ese video —rio. Le acompañé en las risas y lo pensé mejor. Lo miré profundamente.

—Mira, está bien. Puedo aceptarlo. —¿Me dejarás tener el video? —No —dije tajante—. Tendrás que borrarlo. Puedo aceptar… lo otro. Parpadeó atónito. —Podemos intentarlo. Digo… ya no soy virgen en esa parte. ¿Qué importa cómo sea? Lo bueno es que ninguno de los dos lo recuerda y aún podemos crear un bonito recuerdo. Me sonrió y se acercó para acariciarme la mejilla. —Por supuesto que sí. Quiero que sea mejor de lo que te imaginas porque no tienes idea de lo increíble que se siente. —Lo sé, lo sé. En el video parecía muy entusiasmada. —Puse ojos en blanco. —No por eso, tonta —murmuró bien bajito y pegado a mi rostro, logrando que mi estómago temblara—. Es un momento muy íntimo donde los dos estaremos muy conectados. Su voz me derritió por completo. Su mirada era tan cálida que me resultó imposible imaginarlo como un mal momento. Incluso, me mojó. —Quiero hacer lo que sea contigo. —Fue mi respuesta, aferrándome a su cuello para que nuestras narices se tocaran. Dirigió su mirada a mis labios y me besó suavemente. Fue algo sumamente tierno. Me separé de él y dije: —¿Edward? —¿Sí? —Borra ya mismo ese video —concluí cambiando el tono de mi voz. - 30 de Octubre – (2) Mi nariz se estaba congelando. —¿Por qué no existe algo así como un cubre-narices? —me quejé, frotando mis manos contra ella con prisa. —Puedes usar la bufanda para cubrirte la mitad del rostro —me respondió Mark mientras caminaba a mi lado. No supe si estaba bromeando o no. —Ya lo he hecho varias veces en toda la mañana, pero me cuesta respirar. —No hace tanto frío, ¿seguro que te sientes bien? —me preguntó con curiosidad, frunciéndome el ceño. Todos me decían lo mismo. —Nah, simplemente soy yo. Siento que debería estar hibernando como uno de esos osos polares de los documentales de Discovery Chanel.

Dicho esto, terminé resbalándome en el húmedo suelo. Pudo haber sido un golpe directo en mi coxis, pero Mark me sostuvo con rapidez. Luego, se largó a reír. —Eres como un bebé. Quizás por eso le gustas tanto a Edward. ¿Podría ser? Mark me pidió ayuda con un regalo secreto que planeaba hacerle a Mel. Al igual que yo, ella no solía portar joyas, pero él deseaba entregarle algo valioso en su próximo aniversario y según sus propias palabras, nadie podría darle un mejor punto de vista igualmente desinteresado como yo. Al principio, creí que sería algo intimidante. Nunca antes había estado a solas con él y cuando nos reuníamos, solía hacer chistes negros o insultaba demasiado. Pero hoy lucía tal y como se comportaba cuando estaba junto a su esposa: relajado y amable. Entramos a una joyería ostentosa. Me tomó por sorpresa, ya que por alguna razón esperaba algo un poco más modesto. Sonreí intuitivamente al entrar. La calefacción me puso de buen humor. Una mujer de enormes ojos azules y cutis envidiable se acercó a nosotros para ofrecernos su ayuda. Llevaba algún tipo de perfume costoso pero agradable. Agradecí mentalmente haber venido directamente del trabajo hasta aquí, pues al fin encajaba apropiadamente con el ambiente. —¿Están buscando algo en específico? —preguntó con una bonita sonrisa en los labios. Obviamente, creía que éramos una pareja. —Buscamos algún tipo de regalo fino y delicado. ¿Anillos, tal vez? Eso sonaba bien. Sus manos siempre estaban repletas de ellos cuando no trabajaba. —Por supuesto. Pasen por aquí. Nos acercamos hasta una vidriera que exhibía distintos tipos de anillos. No estaba segura si los distribuían por quilates o por precio… o si básicamente era lo mismo. Me gustaba simplemente diferenciarlos por los colores y las texturas. —Bien, ¿qué estamos buscando? —le pregunté en voz baja, una vez que la mujer decidió darnos algo de privacidad. —Un anillo. Puse ojos en blanco. —Sí, ya sé eso, pero… ¿hay algo en especial que debamos tener en cuenta? Ya sabes, color, tamaño… precio? —murmuré lo último en voz baja. —Ambas se asemejan bastante. Confío en tu criterio. Escoge algo que incluso tú podrías usar y cuyo precio podrías tolerar. Esa era una buena advertencia, porque al igual que Mel, no escogería algo disparatado. Lo primero que haría, sería guiarme por los precios. Un punto medio podría ser ideal. —¿Este? —pregunté, optando por uno cuyo cristal era dorado.

Mark se acercó para distinguirlo del resto. Se carcajeó en silencio, frunciéndome el ceño. —Eres realmente tacaña, ¿eh? Me sonrojé. —Yo lo compraría. —Déjame explicarte algo: no es cualquier aniversario, es uno muy especial. Quiero un anillo que la haga sentir especial y que cada vez que lo mire, sepa que pienso en ella constantemente. Levanté una ceja. —¿No se supone que de eso se encargan los anillos de compromiso? —El de compromiso es un recuerdo de nuestra espontaneidad bajo el efecto del alcohol. Necesito compensarlo con uno mucho más romántico. —Eso tiene… uhm… sentido. Procuré buscar uno un poco más costoso. Se me ocurrió elegir el que tenía un diamante rojo. —¿Y ese? Lo observó con atención. Volvió a reírse. —Deja de mirar los precios, Bella. —¡Pero es lindo! —Ya tiene uno de ese color. ¿Cuál es tu favorito? Apuesto que a ella también le gustaría. Guiándome por los colores, un anillo plateado con un diamante azul incrustado en él captó por completo mi atención. —Este es lindo… Me recordaba a Edward. Siempre asociaba ese color con él. Quizás se debía a que era su favorito. —Qué ostentosa —bromeó, una vez que le echó una mirada. —Oh, vamos. —Chasqueé la lengua. —Dame un buen motivo por el que piensas que ese sería el adecuado. —Bueno… no es barato ni costoso. Es un bonito color que transmite paz, serenidad… ella es ese tipo de persona. Además, le encanta el mar. Estoy segura de que desearía tener un color fresco como el del mar entre sus dedos. Me observó durante unos segundos y seguidamente, se echó a reír. —Eso sonó como algo que ella diría. De acuerdo. —¿Lo comprarás ahora? —pregunté con curiosidad. —No, aún faltan algunas semanas para nuestro aniversario, pero pagaré una reseña.

Una vez que pagó la mitad del precio del anillo con su tarjeta de crédito, abandonamos el local. —Supongo que está de más pedirte que guardes el secreto, ¿no? —¿Ni siquiera puedo contarle a Edward, por ejemplo? —A nadie. Ella es muy intuitiva. Se dará cuenta que ocultamos algo. Ni una palabra, ¿entendido? Su tono grave de voz me intimidó un poco. Asentí con rapidez. Caminamos hasta el nuevo bar que Thomas estaba montando. Bueno... en realidad, era un local prácticamente vacío. Pocos días atrás habían conseguido las mesas — cubiertas por manteles blancos— que se encontraban en el local. Sin embargo la iluminación, la calefacción y el polvo eran un problema menos. Mel estaba sentada en lo que sería la barra de tragos, insultando a su Notebook. —¿De qué sirve comprar esas tontas luces tenues si no contratan servicio Wi-Fi? Tan pronto se percató de nuestra presencia, saltó a los brazos de Mark con la intención de besarlo. Esa era la primera vez que los veía tan fogosos, y debido a eso, desvié la mirada hacia el piso. —¿Cómo les fue? ¿Consiguieron algo bueno? —preguntó con interés. Ella creía que Mark me había ayudado a comprar un regalo de aniversario para Edward. Pero prontamente, notó que no traía ninguna clase de bolsa de regalo conmigo. —Eh… más o menos. Creo que le compraré una camisa y ya. —Encogí mis hombros. Melissa asintió varias veces, frunciendo los labios, como si creyera que esa también era una buena opción. ¿De dónde sacaba Mark que era intuitiva? Se pusieron a hablar acerca de una cena familiar y noté que sobraba en aquella conversación. Eso era algo que me molestaba de ellos: ¿por qué simplemente no me lanzaban una indirecta sobre desear un momento a solas? Siempre terminaba escabulléndome con rapidez. Avancé hacia donde estaban Thomas, Jane y mi novio. Él se tomaba todos los viernes como día libre para no ir a trabajar y poder ayudar a su amigo a montar el bar. (3) Estaba sentado en lo que vendría a ser un pequeño escenario, sosteniendo su guitarra acústica mientras ejecutaba una bonita y lenta canción a la vez que Jane, a su lado, cantaba. Sonaba muy bien. Me paré junto a Thomas, quien le clavaba fijamente la mirada, como si estuviera evaluándola. Cuando ella terminó de cantar, él y yo aplaudimos. —Eres perfecta. Listo —aseguró Thomas, sin duda alguna—. ¿Qué piensas? —le preguntó a Edward. Este fingió deliberarlo durante algunos segundos. —Yo diría que no eres mala —le contó a Jane, bromeando—. Así que deja de poner excusas y empieza a cantar en habitaciones vacías para que puedas escucharte.

—En realidad, siempre canto cuando estoy sola… —murmuró encogiendo sus hombros. No obstante, su rostro lucía como un tomate. —¿Qué hacen? —pregunté, tratando de ponerme al día. —Necesitamos a alguien que cante en la inauguración del bar para presentar el karaoke, pero Jane no se anima —explicó Thomas. —¿Por qué? —pregunté con sorpresa—. Sabes que tienes una hermosa voz y ya cantaste varias veces en un escenario. Ella me frunció el ceño. —¿De qué hablas? Solamente canté una vez y fue en la cabaña de los padres de Josh. Oh. Cierto. Ella no había visto el video de Folie. —¡Pero lo haces bien! —continué—. Conocerías la canción y tendrías la letra frente a tus ojos. ¿Qué te detiene? Tensó su mandíbula y desvió la mirada hacia otro costado, como si ella misma detestara el motivo. —Okay, no se burlen, pero en verdad me pone incómoda tener cantar frente a Josh. ¿Eh? La miramos en silencio. —¿Josh? —pregunté algo absorta—. ¿Cuál es el problema con que…? —Ya sé, es algo tonto. Pero me siento muy incómoda estando cerca de él. —¿Incómoda o culpable? —preguntó Thomas, entrecerrando los ojos. Le pellizqué la espalda, advirtiéndole. Podía jurar que Edward pensaba lo mismo, pero por respeto, no se lo diría. Ningún hombre en el grupo defendería a Jane en esto. —Es que sé que le molesta verme. No soy buena en esto de manejar ex parejas. ¿Debería volver a hablarle o…? —Lucía desorientada. —Déjalo así —le expliqué—. No debería influenciar lo que haces. Si le molesta, es su problema. Permaneció en silencio, dudando. —¿Por favor? —Le rogó Thomas—. Realmente deseo que estés ese día en este escenario. Tu voz es suave y tu cabello luce adorable. —¿Qué tiene que ver mi cabello? —cuestionó mientras lo acariciaba. Se lo había vuelto a teñir pocos días atrás. Nunca le pregunté si deseaba tenerlo rosa durante un par de meses más o qué. No seguí sus mismos pasos. Mi cabello ya había vuelto a su color natural y así lo dejaría.

—Es colorido. Luce distinto y llamativo. Atraerás a muchas personas. No es lo mismo traer a una chica con el cabello rosa que traer a una muchacha como, no sé, Bella por ejemplo —contó señalando mis ropas. Le miré de mala gana. —Vengo del trabajo. —Refunfuñé. —Sé cómo funcionan los karaokes… y sé que si lo hago mal, me abuchearán. No quiero que la gente se burle de mí. Lo dijo con tanta inocencia y ternura que daban ganas de abrazarla. —¿Tienes idea de cuánto nos está costando esto? —Thomas señaló el local en general—. Yo no diría que la inauguración es algo que deba tomarse a la ligera. ¿Crees que sería capaz de, no solo ponerte en vergüenza, sino arruinar ese día con un acto que deje mucho que desear? Se quedó muda. —Soy el hombre más creativo que conocerás en tu vida. Confía en mí y te verás sensacional. ¿Me crees? Cuando no le faltó nada más para aceptar, dije: —Cuando tenía más o menos tu edad, me costaba mucho mirar a las personas a los ojos y decirles lo que en verdad sentía en ese momento. Pero alguien me animó a hacerlo una vez… y luego otra. Después lo hice yo sola y ahora lo hago contigo. Te hará sentir mucho mejor contigo misma. Y estaremos allí para apoyarte. Si cuentas con un grupo que te aplaude al principio, el resto también lo hará. Esa persona fue Alice. Y me sentí mal por eso. Ella fue la primera persona en ayudarme a desenvolverme, a dejar de lado la timidez y la sumisión. Pero aunque las cosas no habían resultado bien entre nosotras, quería ser ese tipo de amiga para Jane. Deseaba orientarla en el momento de tomar las decisiones que creía justas y darle ese pequeño empujón que todos alguna vez necesitamos. Solamente quería ser una amiga mejor de la que yo fui con Alice. —No me vas a pagar… ¿o sí? —le preguntó a Thomas con curiosidad. Mientras discutían sobre ese tema, me acerqué a Edward, quien ahora interpretaba otra canción para sí mismo. Me gustaba verle tan abstraído en sus cosas. Me atraía. Literalmente. Deseaba encontrarme lo más cerca posible de su cuerpo. Normalmente, Edward tocaba y tocaba… Cuando alguien deseaba hablarle, él se limitaba a mirarle fijamente y contestarle únicamente cuando hubiese terminado de hacerlo. Pero eso nunca sucedía conmigo. Él jamás me ignoraba. Cuando terminó, dirigió su mirada hacia mí. —Hola, tú. —Hola. ¿Vamos por sándwiches? —¿A la noche? Claro.

Fruncí el ceño. —Er… no. Me refería a ahora. Siseó, dudando. —Tengo que ayudar a Tom con algunos sillones que tienen que llegar. La mayoría en el grupo ayudaba a Thomas con la preparación del bar. Pero en términos de equipamiento, asesoramiento e instalaciones, yo no era para nada útil. No pude evitar hacer una mueca. Esto se trataba de una costumbre en las últimas semanas. —Hace mucho que no estamos juntos. —Hice un puchero. —Desayunamos juntos esta mañana. —Se rio. —Sí, pero ya sabes… juntos. Edward y yo habíamos acordado dejar las relaciones sexuales para los viernes, sábados y domingos. Eso generaba más anticipación… y frustración. —Tenemos todo el fin de semana por delante. —Me besó en los nudillos—. Pero ahora tengo que ayudar a Thomas. Ya sabía que no iba a estar disponible hasta en un par de horas, pero de igual manera deseaba insistir. —Lo que le dijiste a Jane… fue muy dulce de tu parte —comentó mirándome con calidez. Eso me tomó por sorpresa. Mis pensamientos estaban a varios kilómetros de distancia de ese tema. Encogí mis hombros. —Únicamente deseo que gane confianza. —Nunca te das cuenta lo mucho que haces por los demás, incluso cuando para ti sea algo sencillo. Esa es una de las razones por la que me encantaste cuando nos conocimos. Mi pecho se agitó. —No puedes decirme esas cosas y pretender que esté alejada de ti por unas horas —murmuré, tomando su mano para dirigirla a mi rostro. Sonrió en silencio y acarició mi mejilla. —¿Qué pasa? Andas muy sensible. —Se dio cuenta enseguida. —No lo sé. Debo estar ovulando. —Torcí una mueca—. Ya sabes, por si te interesa. —Claro. —Asintió, bromeando—. Lo tendré en cuenta. Observé su pecho. Vestía una camiseta. —¿Por qué no estás usando una chaqueta o algo parecido? —No tengo frío.

—No me importa que no tengas frío, tienes que acostumbrarte a andar abrigado o te enfermarás. —Traje una chaqueta. —¿Solo una chaqueta? —Una bufanda también. La que me regalaste, amor. —Igual, no es suficiente. No me hagas enojar, en serio. Abrígate. Frunció los labios, luciendo una sonrisa de perrito regañado. —Sí, señorita. Thomas se acercó para pedirme algo. —¿Quieres que te ayude con el bar? —Sonreí para mis adentros. Al menos, así pasaría más tiempo con mis amigos. —No, no te preocupes por eso. —Le restó importancia—. Quería pedirte, si no es mucha molestia, que acompañaras a Jane al departamento. Chasqueé la lengua. —Ah, ¿eso? Sí, seguro —acepté, aburrida. Planeaba acercarme a ella, pero él me detuvo. —Y de paso, que revises cómo están las cosas —murmuró en voz baja. No lo entendí. —¿Qué cosas? —En casa. Hace días que no voy allí. Necesito que alguien corrobore que esos dos ratones no hayan dejado la comida fuera del refrigerador o algo peor. Se refería a Jane y a Andrew. Thomas era como un padre protector para ellos. El único adulto en esa casa, literalmente. Todos los preparativos del bar y la rehabilitación de Sam debían agotarle en serio. Sus ojeras lucían muy pronunciadas. Edward volvió a concentrarse en la guitarra. Él no me ignoraba… si yo le hablaba. Caso contrario, sería solo un muro de piedra más. Sacudí varias veces mi mano frente a su rostro, pero él ni siquiera lo notó. Entonces, le golpeé el hombro de mala gana. Alzó la cabeza como si hubiesen gritado su nombre. Aproveché para darle un beso en los labios a modo de despedida. Me acerqué a Jane, quien todavía estaba en el escenario. —Te acompaño a casa, ¿quieres?

—¿De veras? ¿Quieres venir?—me preguntó esbozando una enorme sonrisa. Normalmente no lo hacía ya que la presencia de Andrew no era de mi agrado. —Claro. De paso, podrías acompañarme a comprarle una tarta a Edward. Jane aceptó la propuesta dando pequeños saltitos y aplausos. El departamento se encontraba a tres cuadras del bar. —Disculpa el desastre. Nos gusta descansar un poco de las rutinas de limpieza cuando Thomas no está — advirtió mientras buscaba las llaves en su pequeño bolso y seguidamente, las introducía en la puerta. —Thomas puede ser un poco estricto —comenté entre risa, sabiendo que exageraba. Pero no, no lo hacía. (4) De fondo, podía escucharse la suave melodía grunge de los Smashing Pumpkins. Debajo del desorden y la suciedad de los utensilios de cocina, podía distinguir al departamento donde viví durante un tiempo de mi vida. Mi primera reacción fue alarmarme al ver una cortina de humo rodeando todas las habitaciones. —¡Oh, mierda! ¡Algo se quema! —Intuitivamente, empujé a Jane detrás de mí, buscando con prisa algún extintor. En teoría, se encontraba debajo de la alacena. —¡No, no! ¡Está bien! —me aseguró ella inmediatamente—. No se quema nada. Me detuve por unos segundos para detectar el olor. Era marihuana. —Oh, por el amor de… Andrew salió rápidamente de su dormitorio, completamente alarmado. —¿Qué ocurre? ¿Qué se quema? ¿Qué pasa? —preguntó con sorpresa. —¿Qué crees que estás haciendo? —le regañé—. ¡No puedes fumar eso dentro de la casa! ¿Y si la alarma detecta un…? Observé la pequeña alarma instalada en el living. Estaba apagada. —¿Cómo...? —Le fulminé con la mirada, furibunda—. ¿Apagaste la alarma contra incendios? ¿Estás loco? —Hey, tranquila. Es la única forma de no despertar sospechas. —Levantó sus manos, defendiéndose. —Como si la cortina y el olor no lo hiciesen… Enciéndela de nuevo, ahora. Me obedeció con paciencia. Suspiré, despeinando mi cabello. —¿Dónde está Canela? —pregunté directamente a su dueña. —Está durmiendo en su habitación — me avisó Andrew—. Relájate, el olor no llegará hasta allí. La puerta está bien cerrada. Obviamente, este chico no entendía nada.

—¿Están fumando a escondidas de Thomas o él también lo hace y planean seguir su ejemplo. —No, yo no fumo. —Negó Jane rápidamente—. No me gusta el olor, por eso dejo que lo haga cuando estoy afuera de la casa… Miré fijamente a Andrew. Apunté mi dedo índice en su dirección. —Tú. —Señalé—. Esta no es la primera vez que manejas este tipo de cosas. ¿Fumas seguido o qué? —Solo lo hago cuando necesito inspiración. Una vez al mes o algo así. —¿Inspiración? —Bufé. —Sí, ya sabes. Ahora estudio cinematografía y necesito idear un buen corto para mi próximo examen. Me ayuda a relajarme. ¿No era más fácil tomarse un baño de espumas? No le dije nada, porque yo no era su madre como para juzgarle. —¿Pueden abrir las ventanas y dejar que el olor se vaya? Es sofocante. Mientras ellos me obedecían como el par de niños que eran, dejé la tarta en la mesa y observé con atención el resto de la casa. Esto lucía peor de lo que Thomas me había advertido. Incluso había cajas de pizza en la mesa del comedor. Me acerqué para observar si había algún rastro de comida allí. —¿Qué creen que hacen con esto? —exclamé de mala gana cuando descubrí que sí había—. ¿Por qué la comida está afuera? —La acabo de sacar —contó Andrew apresuradamente—. Me gusta comerla durante todo el día. —¿"Durante todo el día"? —Arqueé una ceja—. ¿Y qué? ¿No puedes guardarla, no sé, en el refrigerador? —Se enfría. —Torció una mueca. —¿Y para qué sirve el microondas, entonces? —cuestioné. —Es demasiado trabajo… es mucho más fácil dejarla al aire libre y que se caliente con el ambiente —explicó como si se tratara de un procedimiento delicado. Le fruncí el ceño durante varios segundos y volví a observar la pizza. A juzgar por los ingredientes, era una vegetariana. Miré a Jane. —¿No es lo único que han estado comiendo estos días, o sí? —Bueno… —dudó—. Es más fácil comprar una, comer el resto al día siguiente y volver a pedir. Me quedé muda. —¿Ninguno sabe cocinar algo? —pregunté en voz baja, asombrada. —No nos quejamos, ¿verdad? —Andrew defendió a Jane, encogiéndose los hombros. Me llevé una mano a la mandíbula y la acaricié con suavidad, tratando de pensar en lo mal que estaban los dos. Definitivamente, no podían vivir solos de esa forma.

Obviamente, esta no era Jane. Cuando vivía con nosotros, se había acostumbrado a las rutinas semanales de limpieza. Thomas y yo éramos muy estrictos: nadie podía dejar ni una sola miga, ni un rastro de pelo, ni nada, fuera de su lugar. Y ella funcionaba muy bien de tal forma. Me di cuenta enseguida que Jane era muy influenciable y esto tenía que ser obra de Andrew. Pero, ¿qué podía esperar? Era un muchacho desgarbado que apenas mantenía una relación estable con el peine. —Jane, ¿podrías juntar todos los utensilios de limpieza que tengan? —le pedí y así lo hizo. Me acerqué a Andrew. —¿Qué no son pulcros los ingleses? Me sonrió mientras se rascaba el cuello. —Obviamente, no conoces a muchos ingleses. —Escucha, conozco a Jane y sé que ella no es desordenada a menos que esté rodeada de gente que sí lo sea. —¿Dices que es mi culpa? —Se hizo el inocente. —La suciedad no aparece mágicamente. Tienes que modificar tus hábitos. ¿Cómo planeas que tu hermano te tome en serio si sigue considerándote un niño? Frunció el ceño. —¿Lo hace? —Por supuesto que sí. Tú y Jane son como sus pequeñas criaturas. Creí que estaba exagerando pero obviamente, ese no es el caso. Necesitas aprender a prestar atención a tu alrededor por más concentrado que estés y tratar de ser un buen ejemplo a ella. Además, ¿por qué tienes el cabello así? ¿No piensas cortártelo? Lucía abundante y desordenado. —Mi cabello está bien. —Intentó arreglárselo, pero lo despeinó aún más—. Lo que sucede es que estás demasiado acostumbrada a tu novio que tiene un tipo de corte militar o algo así. —Lo tiene prolijo porque así debe llevarlo en el trabajo. Cuando tengas uno, vas a entender un poco el concepto de buena presencia. —¿Mi presencia? —Se carcajeó. —Mira, eres un hombre y por eso las chicas podrán perdonar tu haraganería. Pero piensa en Jane. Ella es una chica, es muy difícil conseguir un hombre que sea atento a la limpieza cuando tú no lo eres. Ayúdala y oriéntala un poco, ¿okay? Hizo una mueca, pero sabía que estaba en lo cierto. —Está bien. Supongo que debo hacerlo. Digo, vivimos juntos… —Exacto. Como si fuese tu hermana. Además, aquí vive un animal pequeño. Necesitan ser estrictos con el orden, ¿de acuerdo?

Me miró, frunciendo el ceño. —Creí que eras divertida, pero me he dado cuenta que eres completamente aburrida. —Y tú no sabes ni lavarte los calzones. Anda, toma una escoba y ponte a limpiar. Afortunadamente, Jane aún recordaba la diferencia entre el líquido para limpiar los azulejos del baño y el que se utiliza para lavar los pisos. Les di una mano con la cocina, ya que esa era mi área favorita. —Como no tienen un lavavajillas, tendrás que hacerlo a mano. Ahora, te enseñaré un truco; para no desperdiciar ni agua ni detergente, toma una olla. Llénala con agua y echa dos o tres gotas de detergente. Rápidamente, aparecerá espuma. Ubica adentro los vasos y los cubiertos por un rato. —¿Y los platos? —me preguntó Jane. —Los platos no porque no entrarán en la olla —repuse amablemente. —Oh, ya veo. —Te recomiendo que uses agua hirviendo, eso ayuda a que la grasa salga más fácilmente. —¿Hirviendo? ¿Y si me quemo las manos? —Para eso tienes que usar guantes de látex. Luego, utilizas la esponja y empiezas a lavar cada uno de los utensilios. Puedes lavarlos a todos y luego enjuagarlos o hacerlo uno por uno. Depende cuánto tanto tiempo dispongas para hacerlo. Recuerda, debes hacerlo con paciencia o se te resbalarán de las manos. Me quité los guantes para que ella comenzara a lavar los utensilios con demasiada calma. —Tampoco así o necesitarás más detergente. Asintió rápidamente y aumentó la velocidad. Edward una vez me había contado que Jane podía ser inocente, pero era aplicada cuando se le pedía algún trabajo. La puerta se abrió. Andrew regresó después de haber dejado las bolsas de consorcio en el contenedor del edificio. Estaba tiritando. —¡Uf! Hace mucho frío afuera —nos advirtió, frotándose las manos. Se sentó en la mesa del comedor. —¿Qué más? —me preguntó. —Jane se está encargando de los platos. Ya te lo enseñará luego. Suspiró, aliviado. —¿Ven? No es tan difícil, chicos. Solo necesitan hacerlo durante cuatro minutos y luego tendrán la necesidad de limpiar el resto de la casa. Es incluso terapéutico —le empecé a explicar a Jane—. Cuando te sientas aburrida o estés triste, toma una escoba y podrás desahogarte. —Leí en Twitter que se necesitan seis meses para convertir una actividad en un hábito —me contó a modo de curiosidad.

—Para marzo, estarás limpiando mejor que Thomas. Te lo garantizo. Miré a Andrew. Estaba concentrado en su teléfono. —¡Oye! ¿Estás prestando atención? Sacudió la cabeza, sorprendido. —¿Eh? Oh, lo siento. Estoy algo… —Sí, ya me di cuenta —le reprendí. Se suponía que él también debía estar atento a lo que Jane hacía. Frunció los labios y decidió contarnos algo. —Tengo un problema: estoy viendo a una chica hace un tiempo… uhm, más o menos… considerable. Pero, no es el tipo de chica que invitas a dormir en la tercera cita. Es reticente. —¿Dormir? —preguntó Jane, ceñuda. Abrí la boca para explicarle, pero decidí que no valía la pena. Le di una palmadita en el hombro. —Entonces, he sido paciente. Ya sabes, tratando de ser su amigo. Y aquí está el problema: no puedo invitarla a salir así como si nada, porque sé que me rechazará. Necesito impresionarla, no como un amigo, sino como un hombre, ¿entienden? Asentí con asombro. Tan idiota no era. —Necesito la oportunidad perfecta para estar a solas con ella, pero al mismo tiempo, estar rodeado de nuestros amigos para que no sea tan evidente. Y eso es jodidamente frustrante. —¿Por qué no haces una fiesta aquí? —Jane no entendía cómo esa idea se le había pasado desapercibida a Andrew. Reaccionó inmediatamente. —¿Por qué no hago una fiesta aquí? —repitió, preguntándome. Sin darme cuenta, me había convertido en la nueva mamá gansa. —Pregúntale a tu hermano —respondí. —No nos deja hacer ese tipo de cosas sin su consentimiento —comentó Jane—. Y si él no puede estar en ella, ya sabes, supervisando, no nos lo dará. —¿Podrías convencerlo? —me preguntó él. —Si ni siquiera tiene tiempo para venir a revisar la casa, ¿qué te hace pensar que tendrá tiempo para venir a una fiesta? —No quise burlarme, pero la risotada se me salió sola. —¿No crees que eso podría hacerle bien? —concluyó una seria Jane—. Ha estado muy ocupado y creo que lo hace con la intención de distraerse un poco de todo lo que le está ocurriendo a Sam. ¿Por qué era tan lista para algunas cosas y tan distraída para otras? —Tú podrías convencerlo. Eres adulta. Como él —dijo Andrew con completa seriedad.

Puse ojos en blanco. —¡Jesús! Tengo veinticuatro años. Pero está bien. Podría pedirle a Edward. Si él asiste a la fiesta, Thomas también lo hará. Aunque Andrew deseaba hacer una fiesta con temática, Jane le aconsejó que lo más práctico sería una convencional fiesta de disfraces a lo Halloween. Él dijo que se encargaría de la música, la comida, los tragos y el permiso del edificio. Después de todo, era su fiesta. Sin darme cuenta, se me había ido el resto de la tarde ayudando con la limpieza del hogar. Antes de marcharme, observé durante varios segundos la tarta que había comprado y decidí regalársela. La contemplaron como si fuese el Santo Grial. ¿Cuándo fue la última vez que comieron algo recién horneado? Tomé un taxi, porque no estaba con mi auto y me negaba a caminar diez cuadras en medio del viento helado que azotaba a la ciudad. (5) Era algo normal en Nueva York. Las primeras temperaturas bajas que daban inicio al invierno llegarían a nosotros antes que a muchos otros estados del país. Pero qué montón de mierda. Llegué a casa y el silencio me deprimió. Mi mente aún creía que un pulgoso se arrojaría sobre mis piernas. Pero al menos contaba con la reservada pero imponente presencia de Orson, mi cactus. —Buenas noches, Orson —le saludé en voz alta. Este se encontraba en lo alto de la repisa en la cocina. Edward me lo regaló para que la soledad no me abrumase demasiado. Me eché en el sillón del living. Suspiré, mirando hacia el vacío. Tomé mi teléfono. Revisé el inicio de mi Instagram y encontré una nueva foto subida por Apocalypshit. Así se llamaba la cuenta de Edward. Se había tomado una fotografía junto a Mark, Thomas y Jasper en el bar una hora atrás. La cita rezaba: "Buenos tiempos". —Claaaaaaaaro. El señor puede tomarse fotografías con sus amigos pero no puede atender a su novia — refunfuñé en voz alta. No podía quejarme. No siempre lo hacía. Y se veía condenadamente apuesto en esa foto, lo cual significaba demasiados "likes". Automáticamente los revisé: cincuenta y ocho. Y como esperaba, la mayoría eran mujeres. No podía hacer demasiado, es decir, cuatro chicos apuestos en una fotografía… tendrías que tener mucha suerte para encontrarte con otra cosa. Pero mi atención se desvió al último comentario: "Lucen genialessss" acompañado de varios emoticones. Era de Alice. Era algo estúpido, y lo sabía, pero no me agradaba la idea de que Edward y ella se llevaran tan bien. Yo ni siquiera había hablado con Jasper, y estos dos se veían casi todos los fines de semana. Por supuesto, era su

cuñada legítima. Y las veces que se veían lo hacían por Jasper. Pero sabía que todo eso se trataba de envidia. Con el tiempo, me di cuenta que mi discusión con Alice había sido una tontería. Quería hablar con ella, pero ahí estaba el problema: ¿Por qué no decidió hacerlo ella? ¿Por qué ahora lucía más feliz? ¿Separarse de mí le había hecho mejor? Ahora me sentía intimidada por su presencia. Incluso leer su nombre en el teléfono me perturbaba. Salí de allí y fui hasta mi cuenta de Facebook para jugar algo. Edward llegó unos quince minutos más tarde. Me encontró sentada inapropiadamente, con las piernas abiertas. —Qué femenina. —Alzó las cejas. —¡Cállate! —respondí de mala gana. Había traído consigo las bolsas de los sándwiches que acostumbrábamos a comer los viernes por la noche y un paquete de botellas de cerveza. Todos los días me enamoraba un poquito más de él. —Ven. —Extendí mis brazos para recibirle—. Dame un poco de amor. Se sentó a mi lado, atrayendo mi cuerpo hacia el suyo. Una reacción completamente intuitiva. Me resultaba imposible estar a su lado sin tocarlo. Rápidamente lo tomé de la mano y me acerqué a él para besarlo. Su aliento sabía a tabaco. Le despeiné el poco cabello que poseía, ya que sabía que eso le ponía mucho. Se separó de mí antes de lo previsto. —Hola. Sonreí con timidez. —Hola. Vi a un montón de chicas poniendo like en la foto que publicaste en Instagram. —¿Y tú no? —bromeó. —No. —Sonreí plenamente. —Qué triste. Tu like es el único que me importa. Se suponía que ahora venía una broma de mi parte. Pero no. Estaba muy necesitada de afecto, de sexo, de todo. No había tenido un contacto íntimo con él desde hacía días. Volví a besarlo mientras le preguntaba: —¿Me amas a mí, Edward? —Enredé mis brazos en torno a su cuello. Negó, haciendo un mohín. —No, en serio —murmuré sobre sus labios, con timidez. Lentamente, me sonrió; consciente de lo que ocurría.

—Alguien anda maricona. —Edward… —hablé en serio, intentando no reírme. Acercó su rostro al mío. —Eres lo más hermoso que tengo en mi vida ahora mismo. Eres el motivo por el que salgo antes de las reuniones con mis amigos. Eres la chica más preciosa que conozco. Y, para rematar, te pones incluso más bonita con los días. Me encanta tu cabello —susurró despacito. Jugó un rato con las puntas del mismo. Hoy lo tenía especialmente suave. Uní nuestras bocas una vez más, pero con insistencia: acaricié varias veces su lengua con la mía, emitiendo suaves y bajos gemidos. Cuando me alejé, le dije: —Edward, estoy caliente. Me miró con sorpresa. Luego, se carcajeó. —Pasaste a ser dos tipos distintos de Bella en menos de cinco minutos. ¿Qué te anda ocurriendo? —Me pellizcó la nariz. —Soy una chica. Compréndeme —pedí con tristeza. —Mmm… —Negó varias veces, regañándome. —¿Te vas a hacer el sabroso o vas a darme lo que quiero? —le desafié. —¿Y qué quieres? —me preguntó utilizando, a propósito, su usual tono grave y masculino. Me temblaron hasta los dedos del pie. Técnicamente, él también debía estar necesitado de afecto. —No sé si te has dado cuenta, pero estoy algo así como… digamos, dispuesta a muchas cosas. Si yo fuese tú, aprovecharía la oportunidad. —Ya lo he notado. Puedo olerte, Bella —me contó aquello en voz baja, con una sonrisa picarona en los labios. Se estaba aprovechando de mí. —¿Sabes? El sadomasoquismo no me parece algo tan terrible. Me gustaría golpearte. —Entrecerré los ojos, con malicia. Se rio enseñándome sus maravillosos y perfectos dientes. —El otro día vi pornografía, ¿sabes? —le conté de casualidad. —¿Sí? ¿Y qué tal? —me preguntó con interés. —Vi que el tipo le sujetaba así a la chica. —Llevé mi mano hacia su cuello, como ahorcándolo, para demostrarle cómo era—. ¡Y quedé horrorizada! ¿Por qué tanta violencia?

Edward seguía riéndose. —E, incluso, le abofeteaba en la cara. Yo estaría como… ¿cuál es tu problema? —Yo te abofetearía en muchas partes. Pero, evidentemente, no es de tu agrado. Me sonrojé y le sonreí coquetamente. —Tú podrías abofetearme donde quisieras —murmuré sobre sus labios. Y luego, me di cuenta de que estábamos perdiendo tiempo, así que me separé de él—. Okay, campeón. ¿Hacemos algo, o qué? —¿Y los sándwiches? —preguntó ladeando la cabeza hacia la mesita de café donde los había depositado. —Los calentamos luego. Asintió y se levantó del sillón. —No seas perezoso. Llévame. —Extendí mis brazos para que me cargara y así lo hizo—. Y no hagas bromas acerca de mi peso. Una vez que llegamos hasta el dormitorio, se detuvo y empezó a mecerme. —Uno… dos… De repente, me entró vértigo. Sabía perfectamente lo que planeaba hacer. —No, hey, no, no, no… —¡Tres! Y me lanzó directo a la cama. Reboté encima de la misma y me mareé. Aprovechó la posición en la que me encontraba para propinarme una sonora nalgada. Exclamé en sorpresa. —¡Oye! No esperaba eso en absoluto. Me volteó para ubicarme frente a él. Me abrió las piernas —con ropa y todo— y lentamente se echó encima de mí con la intención de besarme. Pero no era como en el sillón, donde había ternura en sus caricias. Ahora deseaba explorarme con la lengua y morderme los labios. Me fui quitando la ropa hasta quedar en sostén. Edward empezó a repartir besos húmedos por toda la longitud de mi cuello y mi clavícula, repitiendo: —Eres tan linda. Hueles tan rico. Apoyó su rostro entre mis tetas y las agitó con precisión. Chupó mis pezones con insistencia, a veces tratando de devorar mis senos al completo. No le costaría demasiado, en realidad. Pero en cuanto sentí sus dientes mordisqueando la sensible piel de mi areola, solté fuertes jadeos y eché la cabeza contra la almohada, cerrando los ojos mientras me dejaba llevar. Una vez saciada, levanté la vista y observé los múltiples chupones que me había hecho, además de la humedad de su saliva que dejó a mis pezones más erectos que nunca.

—¿Quieres que te cuente algo? —me preguntó con la voz ronca, todavía jugando con aquellos montículos. —¿Vas a masturbarme mientras tanto? —pedí, tratando de ocultar la urgencia que sentía. No resultó. Me sonrió, con la mirada fija en la mía. Mi pecho empezó a arder. ¡Y lo hizo! Me quitó los pantalones, luego las bragas… y me introdujo un dedo. El mayor. Me tensioné por completo. Siseé. —De todas las chicas con las que he salido… tsk, qué digo, de todas las chicas con las que me he acostado… Lo miré incrédula. No sería capaz de arruinar el momento de esa forma. —Tienes la piel más preciosa. Parece porcelana. Eres tan pálida que el sonrojo te deja muy colorada. Y cada vez que te veo así, me dan ganas de morderte la boca una y otra vez. Eres la única que puede ponerme duro tan solo mirándome a los ojos. Me mojé en serio. —Te odio. Ahora harás que me obsesione con mi piel. Te odio —volví a repetir. No me hizo caso; siguió penetrándome con su dedo mientras se mordía el labio. —No puedo ponerme dura, pero puedo mojarme. Y lo hago cada vez que me sonríes. Tienes una hermosa sonrisa. Edward, se me a-agita el pecho. La respiración me falló en el último momento. Estaba tan excitada que decidí mover mis caderas al compás de su dedo. Diablos, si era uno solo… Aumentó la velocidad y no pude evitar soltar breves gemidos. Me sentía como un enorme balde lleno de agua. Hasta que no lograra vaciarse, no sería suficiente. Se dio cuenta de lo exaltada que me estaba poniendo y se le tensó la mandíbula. —Qué perrita eres —susurró con voz gutural. Siempre me daba la impresión de que me lo decía en serio, y por alguna razón, me encantaba—. ¿Quieres más? Asentí. —Sí, dame más. Introdujo un dedo más. Pero, por supuesto, él era vivaz en todo lo que hacía y aprovechando la oportunidad, con su otra mano, presionó mi ano. No… Por supuesto… ya no le podía llamar "Mi zona íntima" porque de íntima, a estas alturas, no tenía nada. Solté un gemido vergonzoso. Me odié a mí misma cuando la sensación de doble penetración me excitó rápidamente. Me penetró con fuerza y me desarmé en la cama. —H-Hijo de puta. —Jadeé, aferrando sus brazos con mis manos. No es que deseara pararlo, sino más bien deseaba insistirle que aumentara la velocidad.

Esto le divertía. Lo sabía. —Uff. Si hubiese sabido que te ponía la doble penetración, lo habría intentado hace tiempo. Me retorcí como una lombriz. —T-Te ha-habría dicho q-que no. —Pero mira cómo te gusta. Me estás empapando. —N-No me molestes. —Gemí, algo afligida—. M-Me estoy muriendo. Profirió un sonido gutural tan excitante que necesité morder las sábanas. De repente, "Soft" de Kings of Leon, empezó a sonar en la habitación. Lo vi dudar. —No —sentencié, tajante—. Si lo haces, te golpeo. Me sonrió. —Estoy esperando una llamada. —No me importa. —Gimoteé—. No pares. Se mordió el labio y me propinó otra nalgada. ¡Uy! Decidió continuar con la penetración vaginal y utilizar la otra mano para atender la llamada de su teléfono. Tal vez suene loco, pero el hecho de que hubiese decidido preservar sus dedos en mi centro y no en mi ano, significaba que en cierto punto, seguía consciente de mi placer. Con él, los pequeños detalles siempre importaban. —¿Hola? —Atendió la llamada, y rápidamente, empecé a desprenderle los pantalones. Reconoció al emisor enseguida. Tal vez se trataba de Thomas o Mark. No me importaba. Le bajé el bóxer y tomé su miembro con firmeza. Lo vi tensar la mandíbula. —¿Oh, ya? ¿No hubo problema? —le preguntó al otro con interés. Empecé a masturbarlo. Cerró los ojos, tratando de contenerse. —E-Eh… sí. No, no será ningún... Se le dificultó la tarea. Le mordí varias veces el cuello. Sin detener mis movimientos, le dije: —Fóllame. Fóllame. Fóllame. —Mientras daba pequeños saltitos. Deseaba provocarle a propósito. No dijo nada; al parecer, estaba concentrado en la llamada. Pero clavó sus uñas en mis nalgas. Me dolió, pero lo gocé.

—¡Ufffff! Dame, dame más. —Gemí cerca del teléfono. Lo alejó rápidamente. —Sí, sí, entiendo. Luego me pasas los datos. Te llamo más tarde. Y colgó. Lo abracé por el cuello y lo besé, con la intención de que no se molestara tanto. Para mi sorpresa, no lo hizo. —Deberías chupármela mientras hablo con alguien. Me pone bastante —admitió en voz baja, como si eso le avergonzara. Podría chupársela ahora. —¿Te puedo follar? —pregunté. Sonrió lascivamente. —Por supuesto que sí. —No, no. Me refiero a… literalmente —aclaré—. ¿Podría follarte yo esta vez? Me frunció el ceño. —Quieres dominarme. —No preguntó, aclaró. Asentí con ganas. Crucé mis brazos bajo mis pechos para que éstos tomaran volumen. Tal vez así sería más fácil convencerlo. Se echó a reír. —Déjame hacerlo una sola vez. Sé que no te gusta sentirte presionado. Pero… uhm, a ver, ¿cómo te lo explico? Estoy algo ansiosa y necesito moverme. O me siento encima de una lavadora encendida o me dejas hacértelo. Me miró con pena. —Ay, te amo tanto —dijo. Le di un abrazo y seguidamente, se recostó en la cama. Se quitó el resto de sus ropas y rápidamente, me posicioné sobre sus caderas. —Pero te diré algo, yo… Introduje su miembro en mi entrada de una sola estocada. Casi grité de placer. Edward jadeó con sorpresa y me miró, impresionado. Velozmente, se mostró a gusto con la posición y ubicó sus brazos detrás de su cabeza, como si planeara disfrutarlo. —A ver qué tan buena eres. Observé el vello de sus axilas. Pero qué hermoso era. Me apoyé en sus brazos y empecé a brincar. No, por supuesto que no lo hice con paciencia. Enloquecí. Logré desembocar toda la ansiedad que llevaba encima. El no tener relaciones sexuales con él durante toda

la semana, resultaba demasiado brillante y sano para nosotros. El corazón me latía con prisa, sentía mariposas en el estómago y me sonrojaba el doble de lo normal. No sabía cómo explicarlo, pero se sentía como si me acostara con él por primera vez. Así de bueno era. Su expresión asombrada me motivó: percibió que el placer que mis caderas le proporcionaba era tan profundo que necesitó utilizar sus dos manos para controlarlas. Sí, podría decir que lo hacía para ir más rápido, pero yo sabía de memoria todas y cada una de las expresiones de Edward: estaba sorprendido de la rapidez en la que se excitaba. Y para él, acabar antes que una mujer, era un sacrilegio. Luego, siguió lo que podría ser denominado como "una batalla de miradas": yo, desafiante, él, reticente. Por suerte, contaba con todas las energías para sacudir mi cuerpo a la velocidad que deseara. Me mordí los labios varias veces. —A-Aprieta mis pechos —pedí entre jadeos, ya que se estaban moviendo sin control por las estocadas. Me acerqué un poco más para que estuvieran a la altura de su rostro: esa fue su condena. Lo oí gruñir. Comenzó a pellizcar mi clítoris: su señal clara de derrota. Pero el hecho mismo no me excitaba, sino el saber que le faltaba muy poco para acabar. Me dejé ir, reboté como una desquiciada hasta que nos corrimos al mismo tiempo. Fue duro. Grité sobre su pecho, descargando toda mi ansiedad mientras él volvía a clavar sus uñas en mi trasero. Al terminar, respiré profundamente. Muy en el fondo, me ponía contenta encontrarme completamente húmeda: eso daba lugar a otras rondas igualmente buenas, sobre todo las que incluían sexo oral. Observé a Edward. Tenía la boca semi abierta. —Dios… —¿Lo hice bien? —Sonreí. —Ahora verás —dijo, levantándose rápidamente de la cama. EPOV Elevé sus piernas para que alcanzasen sus hombros. Contuvo un sorpresivo jadeo, ya que sabía muy bien que cuando adoptaba esa posición no planeaba ser amable en absoluto. Empecé a recorrer con besos húmedos la piel de sus piernas. El tobillo, las pantorrillas… cuando llegué a sus muslos, los lamí con suavidad. Mi rostro se posicionó cerca de su centro y el aroma me arrancó un gruñido de anticipación. No planeaba comerme su coño, pero la carne expuesta me excitaba. Le dejé un rápido beso en aquella zona. Bella pegó un gritito cuando sintió mis labios en su zona íntima. Posicioné mi cuerpo sobre el de ella para que mi rostro estuviera a la altura del suyo. —¿Qué te anda ocurriendo? —Ronroneé cerca de sus labios—. ¿Ya no puedo tocarte sin que te exaltes? Su pecho estaba agitado. Me ponía extremadamente ansioso.

—Quiero que me la metas por completo. Y que me penetres duro —me pidió con una voz tan femenina que no pude contenerme. Volví a separar firmemente sus piernas; tomé con mi mano mi miembro desde la base, empecé a mover circularmente la punta sobre su clítoris y de una sola estocada, me introduje en ella. Reprodujo algo así como un lloriqueo, mi mirada rápidamente se clavó en su rostro; lo único que pude ver fue alivio y placer. Me mordí el labio, intentando contenerme. Su interior era demasiado cálido y estrecho. Comencé a sacudir mis caderas sin importar el ritmo que tomaba. No me interesaba alcanzar mi propio placer —todavía— simplemente deseaba moverme; quería agitarme y penetrarla para que demostrara cada una de las muecas que tanto adoraba en ella. La sorpresa, el sonrojo, el éxtasis, una que otra risita. Sabía perfectamente que en estos momentos no encontraría a una Bella sumisa. Durante unos segundos, no emitió ningún sonido ya que cerraba los ojos y apretaba los dientes. Luego, abrió la boca en forma de círculo, como si cada penetración fuera directamente a su centro de placer y no pudiera contenerlo. En cierto instante, tomó la almohada y se cubrió el rostro con ella, gruñendo. Me reí. —¡Maldita sea! —Se la oía chistar debajo de la misma—. ¡Mierda! —Anda, déjame verte —pedí, agitándome un poco. —¡No puedo! ¡No puedo! —volvió a quejarse del poco aguante que tenía. Los dedos de sus pies se retorcían una y otra vez, como si tuviera ganas de ir al baño. Me preguntaba si… No, ella me avisaría. Y de repente, tiró la almohada y se posicionó de frente, apoyándose con sus brazos, con la mirada desafiante y dispuesta a recibir todo el placer que pudiera. Nos miramos durante todo ese tiempo. Su boca se abría constantemente, completamente asombrada por mis movimientos. Pero el legítimo asombrado era yo. Esta mujer me estaba matando. Estaba tan despeinada y eso ni siquiera me importaba. Quería follarla, pero también deseaba besarla. Anhelaba comerle el coño, como también ansiaba acabar en su rostro. Siempre era así. Con Bella, nunca podía decidir qué hacer. Sus gemidos se hicieron increíblemente agudos, y cuando se aferró a mi cuello, supe que no le faltaba casi nada. Su encantadora voz cultivó cierta calidez en mi pecho a la vez que sus tetas al aire libre me endurecían más y más. Cerró los ojos con fuerza y emitió un fuerte chillido cuando alcanzó su límite. Ya no me faltaba mucho, pero su reacción me hizo acabar inmediatamente. Estimulé mis caderas en un intento de posesión, de explicarle físicamente que ella era mía, que era yo el que le producía estas sensaciones y que ningún otro hombre la desearía como que yo.

Pero, también, quería correrme lo suficiente como para llenarla y empaparla. Cuando soltó un largo suspiro, decidí que era tiempo de desconectarnos y recostarme a su lado. Mientras tanto, ella intentaba regular su respiración. No sabía hacia dónde mirar: si hacia su hermoso rostro, sus pezones erectos o a sus pequeñas manos que cubrían su zona pélvica. Bella tenía esa particular y excitante costumbre de inspeccionar sus jugos una vez que se había corrido. Me encantaba verla chupándolo desde su propio dedo. Volteó su rostro en mi dirección y me sonrió coquetamente. Sin pronunciar absolutamente nada, se posicionó sobre mí para besar mis labios. Le acaricié el cabello. Lo lucía largo y suave. Pero sus intenciones eran otras: empezó a besar mi mentón, mi cuello, mis pezones y mi vientre, hasta que concluyó que deseaba mamar mi semi erecta polla. Porque con un orgasmo como aquel, jamás estás completamente satisfecho. Siseé cuando sus labios me tocaron y su pequeña lengua se apoderó del líquido pre-seminal que sobresalía de la punta de mi miembro. Lo hizo con insistencia, como si tratara de excitarme otra vez. "¿Qué haces?" pensé en mi interior. Planeaba darme un respiro, pero ella deseaba continuar e ir por más. Cuando me creyó lo suficientemente duro, volvió a posicionarse sobre mis caderas e introdujo mi miembro en su interior de una sola estocada. —¡Ah! —Jadeé sorprendido. —¡Uff! —Gimió, frunciendo el ceño. Y comenzó a saltar con prisa. No lo esperaba. En serio, no aguardaba que estuviera lista para otra ronda salvaje. La observé con curiosidad, ya que ella solía ponerse mimosa después de dos rounds. Pero allí veía a una muchacha muy frustrada que había encontrado la oportunidad perfecta para quitarse la calentura de encima. Eso me hizo sentir muy culpable. Esto no estaría pasando si yo hubiese permanecido más tiempo a su lado. Pero en realidad, estaba feliz de que fuera así: me enamoraba aún más encontrar a una Bella picarona. Sus pequeñas caderas brincaban con insistencia. Con cada estocada, soltaba dulces gemidos que me mataban de la ternura. Su cabello reposaba sobre sus hombros. Sus tetas se balanceaban sin control y cuando no tenía los ojos cerrados —con la intención de perderse en el placer— me observaba atentamente, luciendo un tremendo sonrojo en sus mejillas. Me amaba. Confiaba en mí y por ese motivo, fácilmente se convertía en una sucia. Por supuesto, no pasaron más de tres minutos hasta que se encontrara al límite. Sus manos se apoyaron en mi vientre, como si solo así soportara su cuerpo. Sus gemidos volvieron a ser agudos y cuando sus caderas descendieron rotundamente, soltó un fuerte jadeo mientras sus entrañas me torturaban.

Permaneció quietita, como cada vez que la azotaba un fuerte orgasmo. No pude más. Sostuve sus caderas mientras la penetraba cinco veces más —sorprendiéndola, ya que eso alargaba aún más su orgasmo— y volví a acabar. Se desplomó sobre mi cuerpo. Pegó su frente a la mía y su cabello me produjo cosquillas. —Me siento usado —bromeé. Se carcajeó y me besó en los labios. . BPOV (6) Permanecí algo así como siete minutos esperando que el agua helada del grifo limpiara el pequeño corte que me había hecho en el dedo índice de la mano izquierda. Terminé alejándolo cuando noté que se ponía pálido por culpa de la baja temperatura. La incisión ya había dejado de sangrar. Busqué en el gabinete un poco de alcohol. O algodón. O una curita. ¡Lo que sea! Pero no encontré absolutamente nada. —¡Mierda! —mascullé para mis adentros. Alguien golpeó la puerta del baño con prisa. —¡Ocupado! —grité de mala gana, por segunda vez. Volví a observarme el lastimado. No era grave, pero no me sentía cómoda dejándolo al descubierto. ¿Y si se infectaba? Normalmente lo habría dejado pasar, pero convivir con un doctor te hace ver las cosas de manera distinta. Tomé mi teléfono —que descansaba sobre el lavabo— y destrabé la puerta para poder de salir del local. Ya había una fila de al menos tres personas, esperando entrar. No pude evitar fulminarle con la mirada al muchacho que insistía con los golpes. Apenas eran diez de la noche, pero la fiesta que Andrew había montado en su departamento, ya contaba con quince invitados. El peso de la vejez recayó sobre mi espalda cuando noté que todos sus amigos no pasaban de mocosos inservibles que no hacían más que embriagarse hasta la médula. Nunca había ido a una fiesta universitaria. Así que… sí, esto era lo más parecido a una primera experiencia. Un muchacho retrocedió, chocando contra mi cuerpo y derramando un poco de su licor de frutas sobre el disfraz que llevaba puesto. —¡Oye! ¿Eres torpe o qué? ¿Por qué no te fijas dónde…? El chico, vestido de pirata, continuó celebrando con sus amigos, ignorándome por completo.

Mi vestimenta no era tan sencilla. Consistía en un bonito vestido de época que había encontrado en una tienda de disfraces. Era de encaje y lienzo color crema, con las mangas largas y me llegaba hasta por encima de las rodillas. Ya en mi cabeza, descansaba un adorable tocado. Me dirigí hacia la cocina, donde podría contar con la compañía de Mel. Llevaba un vestido negro con motas blancas, su usual cabello rizado lucía planchado y se había pintado unos bigotes de gato en el rostro. Me trajo… diversos recuerdos. No supe distinguir qué estaba haciendo, pero tenía un balde de plástico, varias botellas de alcohol y pequeños sobres de jugo en polvo alrededor. —¿Te dejó de sangrar? —me preguntó, mientras continuaba preparando algún tipo de cóctel. —Sí. Pero un idiota me ensució el vestido. ¿Ahora entiendes por qué los aborrezco tanto? —Sí, porque son detestables. Bienvenida a la adultez. —No esperaba experimentar esto al menos hasta después de los veinticinco años, pero nunca fui partícipe de mi generación. Es una sensación bastante agridulce. —Lo sé. Yo pronto tendré treinta. —Falta al menos tres años para eso, Mel —le recordé. —¡Exacto! —exclamó mientras terminaba de mezclar el licor anaranjado—. Pero tú no te preocupes. Tan pronto bebas un poco de mi antídoto casero, parrandearás a gusto con estos muchachos. Iba a preguntarle qué era, pero rápidamente tomó la botella de vodka y echó una generosa cantidad del líquido en el balde. Una vez listo, sirvió un poco del preparado en dos vasos y brindamos. La garganta me ardió cuando el líquido descendió por ella. —¿Y? ¿Qué tal? —preguntó con optimismo. Jadeé por unos segundos y rápidamente, asentí. —Perfecto. —Levanté mi pulgar. Un trago más y podría llegar a disfrutar de esta fiesta. Mientras continuaba bebiendo del trago —con lentitud, claro está— Mel permanecía callada ya que leía algo en su teléfono. Ella jamás lucía seria. Era como si su rostro brillara con optimismo y diversión. Sabía identificar muy bien sus expresiones. Sobre todo cuando una mala noticia se avecinaba. Solo que esta vez, intentó contener una carcajada. Le pregunté qué ocurría. Se mordió el labio. —Josh va a traer a su novia. Nos quedamos en silencio mientras digería la información.

—¿Novia? ¿Josh tiene novia? —Sí, así es. Bufé. —¿Una novia? ¿O una cita? —Simplemente te leo el mensaje que Mark me envió. —Rio—. Yo no tenía idea de nada. El silencio se apoderó de la sala. Solté un bajo "Uhhh", a la vez que observaba a mi alrededor. —Pero, Jane… No estaba segura si a ella le molestaría o no. No habíamos hablado de él en un buen tiempo. —No creo que necesite esto. —Señaló su vaso, aludiendo al posible "drama" que se avecinaba. Logré divisarla en un rincón mientras hablaba con un muchacho que había invitado a la fiesta. Era el chico con el que iba a cantar en la inauguración del bar. Parecían llevarse bien. Estaba pensando en acercarme a ella cuando la puerta de entrada se abrió y los muchachos aparecieron. Habían tardado porque ayudaban a Thomas con las instalaciones del bar. (7) No sabía de qué se disfrazaría Edward y él tampoco tenía conocimiento de mi disfraz. Fue una grata sorpresa cuando nos encontrarnos. —¿Te gusta mi vestido? —pregunté cuando decidió tomarme de la cintura y acercarme a su cuerpo, besándome en el proceso. —Sí. Te vi a lo lejos. Eres la chica más bonita de la fiesta. No era cierto, pero había tantas chicas vestidas provocativamente que, sin duda alguna, mi disfraz llamaba la atención por su peculiaridad. Volví a besarle en los labios. Me separé con la intención de ver su vestimenta: llevaba unos pantalones rojos y una camiseta blanca. Su cabello lucía desprolijo. —¿Qué se supone que eres? —Entrecerré mis ojos, tratando de adivinar. —Soy Thomas. Y él es Edward. Fruncí el ceño mientras veía al susodicho a lo lejos, vistiendo el traje que Edward solía utilizar para trabajar en la escuela privada. ¡Tenía razón! Él lucía informal pero llamativo mientras Thomas ostentaba una apariencia profesional. ¡Qué divertido! Edward sacó de su bolsillo los anteojos que Thomas usualmente llevaba y los ubicó en su rostro. Me eché a reír a carcajadas. —¿Qué te ocurrió en el dedo? —Intenté destapar una botella de cerveza.

Se mofó de mí. Entonces, recordé que quería preguntarle algo. —¿Josh tiene novia? Frunció sus labios, conteniendo una risa. —Sí la tiene —constaté—. ¿En serio? —Nos la presentó en el bar hace unas horas. Es linda. Le fruncí el ceño. —Pero tú eres preciosa —continuó, aprovechando para besarme en los labios. Andrew apareció frente a nosotros, con una sonrisa divertida en los labios. Llevaba puesto un disfraz de Ghost Busters. —¡Ajá, Cullen! Así que viniste a mi fiesta, ¿eh? —Se jactó. Edward bufó y le propinó un pequeño golpe en la sien, a modo de reprimenda. —Me debes una, mocoso —le refregó ya que, sin su ayuda, Thomas no habría dado su consentimiento para realizar la fiesta. Pude advertir a Andrew buscando un argumento para defenderse. No podría afirmar que se llevaban bien, pero al menos ya no se ignoraban. Cuando al fin lo encontró, fuimos interrumpidos por Josh, quien me divisó entre la gente. Lo saludé amistosamente; hacía mucho tiempo que no lo veía. Por el rabillo del ojo, me di cuenta que sujetaba la mano de alguien. Pero decidió soltarla cuando se acercó a nosotros. Llevaba un disfraz de... ¿Freddy Krueger? También saludó a Andrew, asegurándole que era una buena fiesta. No estaba segura si Andrew recordaba quién era él, pero albergaba tan buen humor que lo trató como si fuesen amigos íntimos. Entonces, una muchacha lo llamó desde atrás. Por el brillo en su mirada, intuí que era la chica por la que había organizado la fiesta. —¿Cómo es eso de que tienes una novia? —le pregunté a Josh, tratando el tema con humor. —Sí, la tengo. ¿No me crees? —dijo del mismo modo. Al menos, no lucía reticente a la idea. —Sí, pero… ¿traerla aquí? ¿Te parece seguro? —dudé. —Es la casa de Thomas, ¿no? —preguntó, lanzándole una mirada a Edward—. ¿No es su fiesta? Mi novio frunció sus labios, mirándome en el proceso. —Es la fiesta de Thomas. Pero también es una fachada para que Andrew pueda traer a esa chica — expliqué. Josh encogió sus hombros.

—Thomas me dijo que quería conocerla. Me preguntó "¿crees que podrías presentárnosla?" y estuve de acuerdo. ¿Thomas hizo algo como eso? Lo divisé a pocos metros, conversando con Mark. Algo no andaba bien. —¿Quieres conocerla, Bella? —me ofreció. Sacudí mi cabeza. —¡Claro! Por supuesto que sí. Josh me sonrió y prontamente, le murmuró algo en el oído a la chica que le daba la espalda. Ésta se dio la vuelta y nos saludó agitando su mano derecha. Me quedé muda. La joven era increíblemente hermosa… y estaba vestida como diablita. Lucía muy... zorra. Fulminé con la mirada a Edward. Aunque fue un simple elogio, me irritó. —Miranda, ella es Bella, la novia de Edward. Bella, esta es Miranda. —¡Hola! ¿Qué tal? —me saludó alegremente y observó con asombro mi vestido—. Eso es tan hermoso. ¿Dónde lo conseguiste? Lo intenté, pero no pude. Se me hizo imposible evitar compararla con Jane. Se podría decir que, aunque se trataran de dos tipos distintos de belleza, Josh había salido adelante formidablemente. —En una tienda vintage, nada lujoso —le resté importancia, riendo con falsedad. La muchacha era delgada y mucho más alta que Josh. Eso me pareció algo gracioso. Podría decirse que la situación no era lo suficientemente incómoda y por ese motivo, el destino obligó a Jane, vestida como Minnie Mouse, a acercarse a nosotros. —Bells, tengo algo que contart… Y entonces, se vieron. Y ella vio a la nueva novia de él. Y nadie dijo nada. —¡Josh! —Jane reaccionó, saludándolo repentinamente—. Hola. —Hola. —Él hizo lo mismo, tratando de sonreír. Se percató de la intriga puesta en Miranda y decidió presentarlas—: Ella es mi novia, Miranda. Miranda, ella es Jane. Miranda la saludó como si no supiese quién era, y por alguna razón, eso me alivió. Lucía como el tipo de chica que definitivamente no quieres tener como enemiga y a juzgar por la forma en que la que se aferraba a los hombros de Josh, parecía ser posesiva con lo que le pertenecía. Pero debió darse una idea de quién era aquella rubia jovencita. Tuvo que hacerlo. Jane la miró como si se tratara de una alienígena ya que, ¿en qué planeta podría haber conseguido Josh una novia? ¿Cómo es que estaba tan listo para algo serio?

—Un gusto. —Jane sonrió, asintiendo varias veces. Miró hacia el suelo y seguidamente, su mirada se posó en mí, frunciendo los labios en el transcurso. No deseaba estar ahí—. Vuelvo enseguida. ¿Podemos hablar luego? —murmuró cerca de mi oído. —Okay, claro —aseguré sin problema, antes de que se marchara. —¿La intimidé? —preguntó una sorprendida Miranda. Aparentemente, la muchacha era muy directa. —Nah, tu presencia no intimida para nada —negué falsamente, volviendo a observar su vestimenta. —Bien, ¿vamos por un trago? —la invitó el enano, tratando de escapar de aquella situación. Cuando se fueron, miré a Edward con seriedad. —¿"Es linda", eh? —Crucé mis brazos. Se rio, como si ya supiera que le reclamaría aquello. —No te pongas celosa. Intentó abrazarme, pero lo alejé. —No, no. Estoy enojada contigo. Ella luce como el tipo de chica a la que te arrojarías si fueras soltero. —Claro. —Asintió. —Okay, sigue así y dormirás en el sillón —demandé. —No seas tonta. —Se rio—. Simplemente estoy siendo honesto. Por supuesto que me la habría tirado. Me habría tirado a cualquiera, Bella. ¿Crees que no sé que también habrías sucumbido a los encantos de Andrew si no me hubieses conocido? Eso era distinto. Yo admitía que él era apuesto e incluso gracioso. Me sentí mal por ello. No pude pronunciar ni una sola palabra. Dudé y él se dio cuenta de eso. —Exacto. —Pero yo te amo a ti. Y no quiero a nadie más en mi vida. No puedo imaginarme con alguien que no seas tú. —¿Ahora me entiendes? —Se acercó a abrazarme posesivamente—. Únicamente lo dije porque es una chica linda para Josh. Pero no es tan lista, graciosa y encantadora como tú. Y definitivamente no tiene esa cosa que me pone duro cada vez que me miras con calidez. Eso fue suficiente para convencerme. Además, si tenía que ser honesta, la chica era tan bonita que fastidiaba tenerla alrededor. Como alguna ex novia de Edward. —Y tú eres tan hermoso que duele. Pero también eres agradable, simpático, humilde, espontáneo y muy goloso. No quiero que nadie te mire. —Pueden mirarme, pero yo solo miro a una chica. —Apoyó su frente en la mía.

Lo abracé con fuerza. Era ese tipo de abrazo en el que le aprietas las costillas a la persona y tienes ganas de desarmarte para unirte a la misma. Estaba, literalmente, abrazando a la razón por la que era inmensamente feliz. Cuando me separé de él, volví a divisar a Thomas. Había algo que deseaba preguntarle. —¿Me esperas? Tengo resolver un enigma. —No te pierdas, entonces. —Pellizcó mi nariz. Iba a decirle algo como que esperaba que ninguna chica lo terminara asaltando, pero él me daba la seguridad necesaria como para saber que, en cuanto me volteara, me miraría las piernas o el trasero. Principalmente el trasero. Me dirigí hasta Thomas, quien seguía conversando con Mark. Aproveché el momento en el que bebía de un vaso para pellizcarle el estómago y capturar su atención. —¡Hola! Observó mi vestido y no pudo contener su admiración. —Si tan solo hubiese traído la cámara… —Ya habrá tiempo para eso. ¿La estás pasando bien? —Sí, claro. —Entonces, se preocupó—. ¿Por qué? ¿Andrew hizo algo? —¿Eh? No, debe andar por ahí, tratando de darle un beso a una chica. Me refiero a que si te encuentras bien. Hace tiempo que no socializas con el resto del mundo. Traje a la luz un no muy grato recuerdo y prontamente me arrepentí de ello. —Lo sé —admitió nostálgicamente—. Se lo debo a tu novio. Es un gran amigo. —Sí, puedo verlo. —Acaricié las mangas de su traje. Diablos, realmente lucía como Edward, solo que él era un poco más flacucho—. Escucha, hay tengo que preguntarte. —¿Qué te detiene? —bromeó. —¿Por qué le pediste a Josh que trajera a Miranda si sabes que esta, en realidad, es una fiesta planeada por Andrew y Jane? —fui directa. El planteo le sorprendió, mas no le dio tanta importancia. —Es una fiesta organizada en este departamento, ¿no? Técnicamente, también es mía. Y por eso, invité a mis amigos. —Nos señaló a todos—. No habría podido soportar una fiesta llena de universitarios. —Pero tú aún eres universitario. —Entrecerré mis ojos. —¿Te molestó? —Fue directo hacia el tema principal. —¿Eh? No, no me molestó… aunque siento que esa chica es un peligro para cualquier hombre —murmuré aquello en voz baja—. Simplemente quería saber el porqué de que justo en esta ocasión Josh decidiera presentar a su novia.

Bebió de su trago, pensando en mis palabras por un rato. —Pues, tal y como dices: no salgo nunca. Esta era la ocasión perfecta para estar al tanto de la situación del enano. Ha estado tan separado del grupo por ella que decidí traerlo de vuelta. —Sí, pero tú no eres amigo íntimo de Josh —le acusé—. Si a alguien le interesara traer a Josh de vuelta al grupo, sería Edward. —¿Tú crees? —me preguntó. —Claro, porque Mark es colgado. No le interesa traer o alejar a alguien. Es Edward el que hace esas cosas, creo yo. Lo miré durante varios segundos. Él seguía bebiendo de su trago, completamente distraído. —A menos… a menos que hayas planeado que se encontraran a propósito. —Fruncí el ceño. —¿Qué dices? —No me escuchó debido a la música. —Deseabas que Jane conociera a la nueva novia de Josh —concluí enseguida. Terminó su trago. Luego, me miró. —¿No te parece que esa sería la única forma de que Jane creciera un poco? —Sí, pero a ella no le importa con quién sale Josh. —¿Será? —me cuestionó pícaramente. No estaba segura de eso. No tenía idea si le molestaba o no su presencia. Es decir, debía ser incómodo, pero fue ella quien terminó con él. A ella no le interesaba lo que él hacía y se encargó de demostrarlo durante todo este tiempo. Tal vez de esta forma, Jane al fin aprendería lo que era tener que lidiar con una ex pareja que aún seguía siendo parte de su grupo. (8) Probablemente no era la intención primordial de Thomas, pero como todo venía en una sola pieza, no le importó que así sucediera. —¿Qué te ocurrió? —Me reí—. Eras una de nosotras y ahora te has ido con los muchachos. —Me referí al hecho de que formara parte del grupo que estaba en contra de la decisión que Jane había tomado con respecto a Josh… o sea, el grupo de los hombres. —Sabes que la amo. Es como una hermanita para mí. Pero me siento mal por ese chico. No espero que vuelvan, de todas formas. ¿Tú? Lo pensé bien e hice un mohín. —Tal vez. Pero no lo harán. Las cosas no van a darse. ¿O crees que él hizo esto con la intención de ponerla celosa y de que volviera con él? Thomas negó con seguridad. —Es demasiado orgulloso para eso. Además, ya lo dijiste: a ella no le importa, ¿cierto? No debía hacerlo. Lucía sumamente ocupada con su compañero de inauguración.

Me acarició el hombro. —¿Puedo confiar en ti? —me preguntó cerca del rostro. —¿Sobre qué? —Tengo que irme. ¿Puedes encargarte de que no hagan un desastre? —¿A dónde te vas? Simplemente ladeó su cabeza hacia la entrada. Volvió a acercarse a mí. —Demasiada diversión por hoy. Me dio un beso en la coronilla y se dio la vuelta. Sabía perfectamente que planeaba visitar a los padres de Sam. Lo hacía todo el tiempo. Quería aferrarse a algo cercano a él como si nada más tuviese sentido. Probablemente era así. Ya nada le atraía más que pasar tiempo con algo que tuviera que ver con él. No estaba segura si eso era algo bueno o no. Suspiré. Sentí un dedo tocando mi hombro. Me di la vuelta y quedé helada al descubrir a quien pertenecía. Alice. —Hola. —Me sonrió, nerviosa. —H-Hola —respondí de la misma forma. ¿Por qué me estaba hablando? —Me gusta tu vestido —me elogió. —Eh… gracias. Tu disfraz también es bonito. Asintió, sin darle importancia. Era un vestido con plumas negras. —Yo, eh… solamente quería felicitarte por tu ascenso. Me lo contó Edward. Bueno, en realidad, él se lo contó a Jazz y… Había recibido un pequeño pero considerable ascenso dos semanas atrás. Básicamente, me había vuelto la mano derecha de Mel y ahora me dedicaba a corregir textos mucho más importantes. Mi nombre aparecía mucho más seguido en la revista. —¡Oh, gracias! Es… una cosa pequeña, pero… —Pero importante. Eso fue lo que me dijo Edward —aseguró de buena manera. No supe qué hacer. Ni qué responder. Deseaba salir corriendo de allí. No podíamos hablar de otro tema que no fuera la pelea y, definitivamente, no tenía el valor suficiente para hacerlo ahora. Afortunadamente, Jasper apareció en la escena. Estaba vestido como pirata. —¡Hey, Bells! —Fue animoso, acercándose a saludarme—. ¿Has visto a Eddie? No lo encuentro. Yo ya lo había divisado, fumando en el balcón en compañía de Mark y Mel.

—Creo que está por allí. Mejor me voy a buscarlo. —Sonreí falsamente. Me dio la sensación de que Alice no lo había hecho. Lucía mejor. Más bonita. Antes era más flaca, pero ahora había recobrado un poco más de peso. Probablemente le estaba yendo muy bien y quería arreglar las cosas conmigo. Pero, como era una tremenda cobarde, arruiné la oportunidad. Sin embargo, el resto de la fiesta se desenvolvió mejor de lo que esperaba. Debía tratarse de la receta no tan casera de Mel. Le conté a Edward lo que había sucedido y se mofó de mí. "¿Por qué no te animaste?" me seguía repitiendo. Pero al menos lucía contento de que hubiera un progreso entre nosotras. Al rato, Emmett y Rosalie aparecieron para unirse a Jasper y Alice. Me alegró mucho saber que mi futura cuñada finalmente había llegado; al fin alguien opacaba la belleza de Miranda con un disfraz de conejita. Emmett, en cambio, se había vestido como vagabundo. (9) Cuando Mark y Melissa se separaron de nosotros para bailar un rato en el living, Edward y yo nos sentamos en el sillón y empezamos a besuquearnos. Mientras terminaba de morderle la lengua, alguien se acercó a nosotros. —Eh… uhm, ¿Be…? ¿Bella? —La tímida e incómoda voz de Jane me llamaba. La había oído, pero terminé de chuparle la punta de la lengua a Edward antes de separarme. Me gustaba mucho la sensación de nuestros dientes chocándose. —No quería interrumpirles, pero eh… uh, no encuentro la llave del baño y la gente no para de abrir la puerta como no pasara nada. ¿Podrías vigilar por mí? —Seguro —acepté sin problema—. Simplemente espéranos un segundo, ¿sí? Edward y yo permanecimos en la misma posición. —¿Esperar qué? —nos preguntó, sin comprender la situación. —A que se le baje la erección a Edward —le comenté en voz baja, tratando de disimular un poco. Ella supo comprender inmediatamente, pero de igual modo se avergonzó. —Estaré bien, no te preocupes —me dijo mi novio. —¿En verdad piensas que te dejaría así frente a todas estas chicas? —le desafié. Me palmeó el muslo. —Anda, ve a acompañarla. Te esperaré —insistió, sintiendo un poco de pena por Jane y su aparente inocencia con respecto al tema. Abandoné su regazo y me acerqué a Jane. —Lamento tanto haber interrumpido. Espero no haberlos incomodado o algo así —pidió disculpas inmediatamente. —No, no lo has hecho —le respondí amablemente. —Qué alivio. Porque sí le vi la erección a Edward.

Lucía demasiado sonrojada. —Sí, pues, bueno. Ese es mi novio. —Y era grande —murmuró en voz baja. Solté una carcajada. —Como sea. —Sacudió su cabeza—. Quería hablarte sobre Daniel. Nos detuvimos frente a la puerta del baño. Aparentemente, estaba ocupado. Esperamos allí con paciencia. —¿El muchacho de…? —Sí, ese. No es gran cosa, es decir, no es atractivo a primera vista. Pero es muy callado y me parece muy tierno. —¿De veras? Siempre creí que te gustaban los chicos más ruidosos. Oh, por Dios. ¿Recuerdas cuando te sentías atraída por Thomas? —recordé inmediatamente, entre risas. —Todavía lo hago, en realidad. —Se dio cuenta, frunciendo el ceño—. Pero supongo que es imposible. No sé, creo que me atrae un chico que pueda protegerme. —A cualquier chica le gusta sentirse protegida. —Daniel es silencioso. Pero siento que podría protegerme. ¿Qué digo? Ni siquiera sé si le intereso. —Oye, lleva hablando contigo durante toda la fiesta. Eso debe significar algo bueno. —Eso se debe a que no tiene con quién más hablar. Creo que le gusta mi cabello. Siempre está mirándolo. —Es algo difícil de evitar —dije, reconociendo que muchas veces incluso yo lo hacía. El color era muy bonito. Quería preguntarle qué opinaba sobre Josh, pero ella era como un libro abierto: fácil de leer. Si realmente quería discutirlo, ya lo habría planteado con anterioridad. Tal vez era bueno que estuviera distraída con ese Daniel. La puerta del baño se abrió y de ella salió Josh, totalmente distraído. —¡Hey, enano! —lo saludé rápidamente. Nuevamente, intercambiaron miradas y permanecieron en silencio. Pero Josh lucía más incómodo de lo normal. Quizás se debía al hecho de Miranda lo seguía desde el interior del baño, mientras se volvía a colocar el cinturón que llevaba puesto. Eso no lució para nada bien. —Oh, hola —Miranda nos saludó con casualidad. ¿Josh acababa de…? ¿En el baño de…?

Inmediatamente, Jane le propinó la primera cachetada de su vida a aquél muchacho y seguidamente, se marchó chistando. Miranda no comprendía lo que acababa de suceder, y parecía que tampoco le agradaba. Ya podía leer lo que se pasaba por su mente. ¿Quién se creía esa mocosa para cachetear a su novio? Pero yo tampoco podía defender al enano esta vez. —Josh, ¿estás loco o cuál es tu problema? —Me impresioné—. ¿Tuvieron sexo en este baño? ¿En su baño? —¿Qué? —Josh lucía incrédulo—. ¿De qué hablas? No tuvimos… —¿Esta es su casa? —preguntó Miranda con curiosidad. —¿Ni siquiera le contaste? —¡Esto era el colmo! —¡Pero si yo no…! —Bufó y se dirigió a Miranda—: Espera aquí, ¿sí? —¿Pero, por...? Josh salió tras Jane, fuera del edificio. Miranda no podía creerlo. —¿Qué se supone que hace? —No parecía molesta por la situación con Jane, sino más bien por no haberle mencionado sobre el posible problema que habían causado. Traté de retenerla, pero rápidamente fue tras su novio. Caminé hasta Edward, quien seguía sentado en el sofá, revisando algo en su teléfono, completamente ajeno a todo lo que sucedía a su alrededor. Me sonrió tan pronto me vio. —¿Tienes ganas de ver un poco de… uhm… drama? Fuimos hasta el balcón, ya que ese era el único lugar en el que podríamos ver lo que sucedía. Mel y Mark ya se habían acercado. —¿Por qué? ¿Por qué en el baño? ¿Por qué…? —Jane intentó mantener la paciencia—. ¿Por qué en mi departamento? ¡El lugar en el que compartimos muchísimas experiencias! Él se indignó. Lucía incrédulo. No podía soportar aquél reclamo. —Okay, primero: no follé con ella. Le sostuve la maldita puerta mientras utilizaba el baño. Y segundo: ¡Tú rompiste conmigo! ¿Qué clase de reclamo es este? —¿Cómo que "qué clase de reclamo es este"? ¡Josh! ¡Hay códigos entre nosotros! ¡Incluso cuando ya no estamos juntos, es algo que deberías respetar! —No, eres tú la que no está entendiendo. Tú y yo cortamos fugazmente. Y no estamos en buenos términos. Entonces, ¿por qué no podría visitar a mis amigos, que resultan ser también los tuyos, acompañado de la muchacha con la que salgo ahora? Jane no dijo nada. Pero lucía muy dolida.

—¿Qué ocurre? —Andrew se acercó hasta el balcón, notando que algo no andaba bien. No le respondimos, ya que inmediatamente se percató de la escena. —Mira, sigues siendo una niña. Pero así es como se supone que deben funcionar las cosas… —¡Deja de decir eso! —gritó tan fuerte que irrumpió en toda la silenciosa cuadra—. Podré lucir como una, pero ya no lo soy. ¿Por qué no puedes dejar de tratarme condescendientemente? —No estoy tratándote condescendientemente —explicó él—. Te lo explico porque fui tu primera relación seria. —Y yo fui la tuya —replicó ella rápidamente. Touché. —Tienes el derecho de salir con quien quieras, de traer a tu nueva novia de piernas largas a mi casa, de presentarla a todos nuestros amigos. Pero no puedes faltarme el respeto así. No puedes tirar a la borda el corto pero trascendental tiempo que estuvimos juntos. —Empezó a llorar. Josh se acercó lentamente a ella. —No puedo hacerlo, porque tú ya lo hiciste el día que decidiste darme la espalda. Después de todo lo que hice por ti. —¡¿Qué?! —exclamó, indignada—. ¿Asentar cabeza? ¿Darle sentido a tus emociones? ¿Me responsabilizas por eso? —No. Te responsabilizo por haberme abandonado mientras trataba de amoldarme a algo que tú querías. —Tal vez no sepa mucho, pero sé que una persona no puede cambiarte. Terminas cambiando por tu propia cuenta. Josh colocó sus manos en sus bolsillos y pateó una piedra. Lucía enfadado. —¿Qué quieres que haga? —la desafió incrédulo—. ¿Acaso deseas que volvamos? Ella negó rápidamente. —Bien, porque tampoco deseo hacerlo —se lo dejó en claro. —Solo quiero que nos llevemos bien… —murmuró ella, dudando. —¿Cómo? Tú y yo nunca fuimos amigos —soltó con frialdad. Pero esa era la verdad. Miranda llamó a Josh, preguntándole si podía acompañarle a algún lado. Él volvió su mirada hacia Jane y seguidamente, se fue con Miranda, sin decir absolutamente nada. Solo pude ver a mi amiga, con el corazón destrozado, llorando y sin entender muy bien por qué esta situación la había estresado tanto. Pero fue algo extraño verla actuar de una forma mucho más decidida de

lo normal. Era como si Josh sacara el lado racional de Jane y terminara aplastando su ingenuidad. Tal vez eso le haría bien. —Demonios, no puedo verla así. —Negué, dándome la vuelta para bajar hasta donde ella se encontraba. Era como ver a un pequeño y lastimado cachorro. Andrew me detuvo. —No te preocupes, iré yo. —¿Tú? —Arqueé una ceja. —Sí. La cuidaré, tal como me pediste —murmuró en voz baja, amablemente—. Ustedes vayan y disfruten el resto de la noche. Habló refiriéndose a Edward y a mí. —¿Podrías…? —Claro. Además, tendremos tiempo para charlar mientras limpiamos este desastre. —Sonrió. —Pero, ¿y qué hay de la chica…? Andrew lo meditó. —Al diablo. Tengo mucho tiempo para pensar en una buena declaración. —Encogió sus hombros. Le refregué aquello a Edward, solo para demostrarle que Andrew, a veces, podía ser un buen chico. Pero él no dijo nada al respecto. Tal vez recuperar la confianza de Edward resultaría más difícil de lo que habría imaginado. . A la mañana siguiente, me desperté sintiéndome como una mierda. Me dolía la cabeza y la garganta, el cuerpo me pesaba y sentía frío y calor a la vez. Edward no paraba de pellizcar mi espalda. —Bella… Bella… —canturreaba, intentando despertarme—. Bellita… Isabella… Isabellita… Gruñí. Eso me ponía de muy malhumor. —No me siento bien, Edward. —¿Qué te acarrea, mi querida? —habló, fingiendo un acento inglés. —Estoy muriendo. —¿Con tan pocas primaveras encima? —Se indignó falsamente. Se sentó a mi lado y posicionó el termómetro bajo mi axila. Probablemente, ya se había dado cuenta que estaba afiebrada. Gimoteé, detestando la temperatura del instrumento.

Mientras esperaba, se dedicó a acariciar mi cabello. —¿Tengo resfrío? —¿Tendrás? —bromeó. Quitó el termómetro después de un rato y me lo confirmó. —¿Qué tal si esperas un rato en el comedor? Te prepararé una sopa y te pondré sábanas nuevas. Te sentirás mejor pronto. Asentí, sobándome la nariz. Me abrigué como si hubiese nieve dentro de la casa, lo cual era ridículo ya que contábamos con calefacción. No fue buena idea usar un vestido tan corto cuando sabía que era friolenta. —¿Por qué yo me enfermo y tú no? —Me quejé, sentándome en la silla de mesa la cocina. Si de abrigos se tratara, Edward siempre saldría perdiendo. —Porque eres muy negativa con el frío. Traes ondas negativas y eso te enferma. —Increíble análisis, doctor Cullen. ¿Dónde consiguió su maestría? Se carcajeó. —Lo digo en serio. Si eres muy negativa, tus defensas bajan. —Pero siempre me enfermo en el verano… y yo amo el verano. Si piensas que soy una psicosomática, te escupo la sopa. Sonó el timbre y lo recordé. —¡Oh, cierto! Es Jane, ¿puedes abrirle? —¿Jane? —preguntó, ceñudo. —Sí, le dije anoche que viniera para que pudiéramos charlar. —Pero tú necesitas reposar —cuestionó. —Trato de ser una buena amiga —dije, congestionada—. Quiero ayudarla. Edward se limitó a abrir la puerta. Segundos más tarde, Jane apareció en la cocina. —¿Qué te pasa? —me preguntó con tristeza. —Un problema con el invierno, nada serio. —Otoño. —me corrigió Edward antes de retirarse hacia el dormitorio para tender la cama. —Podría volver luego, si deseas descansar. —Hazle compañía a esta pobre anciana —dije, dando lástima a propósito. Si me concentraba en un tema más importante, podría ignorar mi estado.

—Oh, ¿y esos caramelos? —preguntó Jane señalando un bol lleno de caramelos de leche y chocolate—. ¿Son los que sobraron ayer? —No, son de Edward. Asintió, con sorpresa. —¿Y ese cactus? —Lo distinguió sobre la alacena. —Ese es Orson. Edward me lo regaló para que no me sintiera tan sola. Ya sabes, por la partida de Bear… —Sí, entiendo… Edward regresó y me entregó unas pastillas junto con un vaso de agua. Carraspeé después de engullirla. —Esa era una bien grande. Luego, me sirvió el caldo en una taza. Era de berenjenas. Suspiré con los ojos cerrados, feliz. —Gracias. —Le sonreí. Me acarició la cabeza a modo de contestación. —La cama ya está hecha. Cuando termines, ve a descansar. Te cerré las cortinas porque está lloviendo y sé que eso te deprime. Y se retiró. —¿Planea irse a algún lado? —No. Pero aprovecha el tiempo libre para hacer sus cosas. Probablemente en un rato lo escucharás tocando el piano. Orson era mi distracción. El piano la suya. —¿Puedo confesarte algo? —Claro. —En verdad los admiro. Todo en ustedes es tan… natural. Si yo le hubiese pedido un poco de espacio a Josh, me habría cuestionado. Como lo hizo, en realidad. —Pero es algo distinto. Pueden tener los mismos gustos o hacer el mejor sexo de sus vidas… y eso no significará nada, al final. Lo que en verdad mantiene una relación durante mucho tiempo, es la conexión que comparten. Incluso cuando tengo los ojos cerrados, me siento atraída hacia Edward. Es algo que no puedo explicar. Pero, cuando lo llegas a sentir, lo sabes y no lo dejas ir fácilmente. —Obviamente, yo nunca tuve algo como eso con él. —Nadie lo consigue en el primer intento. Nos tomó mucho tiempo amoldarnos el uno al otro para no cometer estupideces que nos arruinen. Todavía lo hacemos. Por ejemplo, a Edward le gusta tener su espacio y por eso dejo que pase un par de horas sin hablarme.

—Siempre me trató como una niña. Y el hecho de que me siga considerando una, me molesta. ¿Qué necesito hacer para que la gente deje de percibirme de esa forma? ¿Tengo que vestirme como su novia? —Te tratan como una niña porque eres la más pequeña del grupo. A mí me trataron de esa forma durante mucho tiempo. —No quiero ser una mala persona. En verdad deseo tener buenos pensamientos sobre ese chico… pero ahora mismo lo detesto. Imagino su rostro y me dan ganas de… no lo sé, golpear algo. —Frunció el ceño—. ¿Soy una persona agresiva o inmadura? —Deberías dejar de enfocarte en esas estúpidas etiquetas y hacer lo que realmente deseas —le aconsejé—. ¿Y qué si deseas odiarlo? No serías la primera chica en detestar a su ex. —Andrew dice que soy una niña, pero que al final, esas son las mejores, porque te amarán con honestidad y te tratarán con respeto… ¡Carajo! —maldijo—. ¿De qué sirve tratar con respeto a alguien que no te valora? La observé con los ojos bien abiertos. —¿Por qué creí que podríamos ser amigos si, evidentemente, nunca lo fuimos? —¿Acabas de decir una grosería? Parpadeó varias veces. —¿Perdón? —Se avergonzó. Me reí. —Mira, tomaste una decisión: parte de dejar de ser una niña, significa afrontar las consecuencias. Dejaste a un muchacho rencoroso que, obviamente, iba a reemplazarte por otra tan pronto se le daba la oportunidad. Te debe seguir queriendo, pero su decisión, hoy en día, es seguir adelante con otra persona. —Yo nunca haría algo así. Incluso si me llegara a gustar Daniel, jamás se lo echaría en la cara. ¿De qué sirve vivir acorde a las reglas cuando nadie más lo hace? —Es bueno ser la excepción a la regla. No cometas el error de los primerizos: no dejes que una mala experiencia quebrante tu espíritu. Hizo un mohín. —Bella, eso fue tan cursi y deprimente. Bebí de mi taza. —Lo bueno es que no tienen un bebé. ¿Te imaginas esta situación con un bebé de por medio como en esos programas de televisión? - 14 de Noviembre Esa mañana desperté por el olor de comida que venía de la cocina. Esto no era para nada normal.

Me puse mis pantuflas y avancé hasta el origen del olor. Encontré a mi novio de espaldas, friendo un par de huevos. Me guardé una sonrisa en mi interior. —No te quemes con el aceite, amor —repuse con dulzura. Ya se había dado cuenta de que estaba detrás de él… o al menos, no planeaba algún tipo de sorpresa. —Un poco tarde. Pero estoy bien. Siéntate. Serviré el desayuno en cinco segundos. —Pero claro. Permanecí sentadita, esperando en silencio que lo hiciera. El plato consistía en un desayuno americano, compuesto por un huevo frito, un poco de jamón, tostadas, jugo de naranja, café y un bol con leche y cereal. Asentí varias veces, impresionada. —Estaba experimentando un poco —admitió antes de que pudiera probar algo—. Quiero un veredicto. Engullí un pedazo del huevo. Hice un mohín. —Me estás mintiendo. —Es que tiene mucha sal. No te mostré cual es la cantidad necesaria de sal. —Lo consideré como una buena explicación. —Supongo… entonces, es tu culpa. —Exacto, es mi culpa. —Le sonreí. Edward no cocinaba bien a menos que se lo explicara detalladamente con anterioridad. Todavía no le había enseñado a fritar cosas. —Pero por ti me comería todo el huevo de un solo bocado. —Eso ha sonado demasiado raro —negó con dulzura, pellizcándome la mejilla—. Feliz aniversario, nena. —Feliz aniversario para ti también. —Asentí. —Dime, ¿qué quieres hacer? —Normalmente pediría estar todo el día en la cama, viendo programas estúpidos a tu lado. Pero, ¿sabes? Hoy tengo ganas de salir a algún lado. —Woah, vaya... ¿A qué se debe este cambio de actitud? —Definitivamente no esperaba ese planteo. —Hace dos semanas me dijiste que mi negatividad me estaba "enfermando". Pues… bien, no voy a dejar que el clima limite mis decisiones. Dos días atrás había empezado la inesperada temporada de nieve. Generó cierto caos en una ciudad que, en realidad, esperaba esta particularidad, pero que muy en el fondo, no deseaba enfrentarla.

Odiaba la nieve, pero amaba a Edward. No iba a quedarme con los brazos cruzados en la casa. Mucho menos en nuestro aniversario oficial. Un año atrás, formalizábamos nuestra relación. También, un año atrás, Alice y Jasper se casaban. Ambos cumplían su primer aniversario como matrimonio. Deseaba felicitarla, pero como aún sentía cierta reticencia hacia su presencia, decidí enviarle un mensaje de texto. Lo respondió una hora más tarde. Y fue muy amable. Probablemente, ni siquiera recordaba por qué estábamos distanciadas. Esto debía acabarse pronto. Casualmente, hoy también era la gran inauguración del bar. Sentíamos tanta expectativa al respecto, que me propuse hablar con ella esa misma noche. ¿Estaba nerviosa? Claro que sí. El día se nos fue demasiado rápido. Cenamos comida japonesa y antes de la inauguración, que comenzaba a eso de las diez de la noche, fuimos al cine. —Edward, ¿estás seguro de que no quieres que pague las palomitas? Ya gastaste mucho en la cena y las entradas. Me frunció el ceño mientras nos sentábamos. —Sé que siempre nos dividimos la paga, pero déjame invitarte el día de hoy. No dije nada. En vez de eso, apoyé mi cabeza en su hombro y disfrutamos… treinta minutos de la película. No era muy buena que digamos. —Al menos tuvimos el atrevimiento de sentarnos en una película que ninguno de los dos conocía —me murmuró al oído. No había mucha gente y estábamos lejos del resto, en los últimos asientos. Tranquilamente, podríamos llevar a cabo una conversación. —Lo que importa son estas palomitas. Están deliciosas. Se carcajeó. —Bella… —¿Sí? —Quería hablarte de algo hace unos días. Pero creo que esta es la fecha más apropiada. —¿Uhm? —Alcé mi cabeza, mirándole. —Únicamente quería saber un poco acerca de mi propuesta. —¿Propuesta… de qué? —De matrimonio, Bella. Me ahogué con la gaseosa. —Ay, caray. —¿Estás bien?

—¿Me propondrás algo como eso en un cine? —me reí. Él también lo hizo. —No, claro que no. Sabes que soy mejor que eso. Quedamos de acuerdo en que sería el próximo año, ¿no? —Uhm, sí… —Bien. Quería preguntarte sobre una fecha estimativa. No algo exacto, sino, simplemente, una aproximación. —¿Aproximación, dices? —Claro. Verano… Otoño… Primavera… Me puse muy colorada. —Uh… cuando… cuando tú creas correcto, amor. —Sí, pues, verás… El tema es que tenemos que organizarnos. Primero necesitamos revisar el asunto de la mudanza. Sería agradable tener una casa en la que empezar con nuestra unión, ¿no crees? —Cierto. Deberíamos ver ese asunto. Odiaría vivir toda mi vida en un departamento. —También tenemos que hablar sobre nuestra estabilidad laboral. Son muchos gastos, incluso si queremos hacer algo íntimo. —Imagino que la luna de miel será costosa, ¿verdad? —Lamentablemente, sí. No digo que no podríamos costearlo, pero sería genial ir ahorrando… ¿no crees? —Creo que tienes razón. Me parece justo. —Me gustaría asegurarme de esas cosas primero. ¿Tienes idea de cuándo sería una buena fecha para ti? La fecha en que me propondría matrimonio. ¡Cielos! —Déjame pensarlo unos días y te lo diré, ¿quieres? Me gustaría que fuese en primavera. Pero tampoco quiero controlar tanto esas cosas, porque tengo la mala costumbre de planear cosas que terminan saliendo exactamente como no deseo. Se rio. —¿Te gustaría en la primavera? —Me gustaría en cualquier fecha. No tengo problema. Me sonrió con calidez. Me sonrojé. —Tú eres el genio en esto. Revisemos las cosas… y luego lo concretamos, ¿qué opinas? Asintió lentamente. —Me parece un buen plan.

Y pensar que, quizás, en un año, podría estar recibiendo una propuesta de ese tipo. ¿Cómo sería mi vida entonces? ¿Viviríamos en el mismo lugar? ¿Ya habríamos conseguido suficiente dinero como para comprar una casa? Y de ser así, ¿dónde viviríamos? ¿En las afueras de la ciudad? Sin duda alguna, nos faltaban muchas cosas por organizar. Salimos del cine y, con sorpresa, me di cuenta que ya eran las diez y veinte de la noche. Edward le envió un mensaje a alguien. —¿Crees que ya empezó toda la cosa? —Estoy viendo eso. Tom no me responde los mensajes. No los está leyendo, en realidad. Oh, vaya. La nieve me hacía tiritar. Incluso cuando tenía un abrigo bien caliente encima. Recibí un mensaje de Jane. Jane: 22:24hs: Dónde estás? Estoy a punto de entrar a cantar! —¡Mierda! —¿Qué ocurre? —Jane entrará a cantar ahora. Le prometí que estaría allí para apoyarla. Cielos, con lo mucho que se ha preparado para este momento… no puedo fallarle como amiga. No lo haría de nuevo. No como con Alice. Por supuesto que no. —Está bien, apresurémonos. Fui delante de él, intentando casi arrastrarlo hasta el bar que se encontraba a dos calles de distancia. No nos faltaba mucho para llegar. ¡Y el maldito frío me estaba congelando! Pero Edward tardaba como la mierda. Me pidió unos segundos para atarse los cordones de sus mocasines. —¡Mierda, Edward! ¿No puedes hacerlo cuando lleguemos? —¡Espera, mujer! Con estos cordones desatados, no podré caminar. —Se reía. Me quedé parada, golpeteando el piso en señal de nerviosismo. —No te rías, no es gracioso. Si no llego a tiempo, no me lo perdonará. Bueno, sí lo hará, porque es Jane. Pero no quiero que mi vida íntima interfiera con mis amistades. Estábamos a tiempo y seguimos a tiempo. ¿Podemos irnos ya? —Listo —respondió—. Ah, cierto. Sacó algo de su bolsillo. Era una pequeña cajita negra. —¿Qué es eso? —pregunté de mala gana.

(10) Y entonces, me miró como nunca antes lo había hecho. Con tanta felicidad e intriga que los pelos de piel se me erizaron. Lo entendí en ese entonces, pero necesitaba una confirmación. Edward se posicionó mejor y me ofreció ese pequeño estuche. Mi corazón se detuvo. —Oh, mierda. Se rio entre dientes. No podía respirar. —Edward, por favor, no jodas. —No estoy jodiendo —me aseguró con tranquilidad. Abrió el estuche y… allí estaba. El anillo plateado con el diamante azul que semanas antes había escogido con Mark. —Ohhh, mierda, mierda, santísima mierda. Miré a nuestro alrededor. La gente se había detenido para observar aquella hermosa escena. ¡Oh, Dios mío! —Dijiste "cuando tú quieras". Bueno, quiero ahora. ¡Puta madre! ¡Dios Santo! —E-Edward, m-me d-dará un in-infarto. —Temblé… nerviosismo y frío. Y por alguna estúpida razón, no paraba de reírme. Me regaló la sonrisa más hermosa que había visto en él cuando dijo las palabras: —Sé que odias tu nombre completo, pero lo utilizaré en esta ocasión: Isabella Marie Swan, tú y yo, juntos, compartiremos una vida entera. Pero, por ahora… ¿aceptarías caminar a mi lado rumbo a un altar y utilizar mi apellido? Mi cuerpo tembló por completo, pero… era de felicidad. Extrema euforia. Sentía ganas de saltar, de gritar… de abrazarle. No entendí por qué, pero exclamé mi respuesta como si fuese una especie de liberación: —¡Por supuesto que sí, idiota! Se rio con el pecho rebosante de felicidad y le ofrecí mi mano derecha. Se le atoró una risotada en la garganta. Pero la gente a mi lado sí lo hizo. —La mano izquierda, Bella —me recordó con paciencia, entre risas. ¡Mierda! Rápidamente le ofrecí la izquierda y colocó aquél anillo en mi dedo anular. Fueron segundos eternos. Cuando terminó de ubicarlo, me sentí… plena. Se levantó y rápidamente, salté para abrazarlo como nunca antes en mi vida.

Podía oír claramente los aplausos de la gente, los latidos frenéticos de mi corazón y a mi mente diciéndome: "Encontraste a tu compañero; hallaste al padre de tus hijos."

(*) Stella: El grito "STELLAAA" es una cita de una escena clásica en la obra "Un tranvía llamado Deseo".

CAPITULO 22 Esperando el Coliseo

BPOV

Nunca fui buena corriendo. Mucho menos usando tacones. Por lo general, necesitaba cargar todo el peso de mi cuerpo sobre la parte baja del tacón para evitar una caída. El problema radicaba en que este movimiento únicamente funcionaba cuando transitaba por una calle lisa. Y definitivamente no una humedecida por la reciente nevada. Cuando caí por tercera vez, decidí que mis zapatos ya habían tenido suficiente trabajo. Gruñí mientras Edward me acompañaba hasta una pequeña barandilla para apoyarme y darle una rápida inspección a mis zapatos. El lado izquierdo no tuvo tanta suerte. —¿Estás bien? ¿Te sientes mareada? —me preguntó con curiosidad. Él sabía que en estos últimos meses había aprendido a caminar sin problema con ellos. Pero mi cuerpo no paraba de temblar. Ni siquiera podía caminar con firmeza después de la semejante noticia que había recibido. —Estoy un poco agitada, pero eso es todo —le garanticé a la vez que respiraba profundamente. Entonces, Edward se quitó los mocasines. —¿Crees que te calcen? Dicen que tengo pies enormes —bromeó. Se encargó de quitarme los zapatos y revisar si, efectivamente, los mocasines me calzaban. No dije una sola palabra. Le miré con los ojos abiertos de par en par y el rostro ardiendo en rubor. Tomó mis zapatos y volvió a sujetarme de la mano. —¿Puedes caminar ahora? Sospechaba fervorosamente que la caballerosidad sería una característica intachable en él a través de los años. Nuestras miradas se conectaron por varios segundos y me di cuenta que pasaría el resto de mi vida al lado de este hombre. De repente, me sentía sumamente pequeñita.

Gracias a sus mocasines, llegamos al bar en tiempo récord ya que éste se encontraba a pocas cuadras del lugar en el que Edward me hizo su propuesta. El sitio poseía calefacción, la música era buena y el gentío no parecía embriagarse con facilidad, por lo que lucía como un ambiente agradable. Aunque conocía este lugar de memoria, me habría perdido en cuestión de segundos de no haber sido por la firme y helada mano de Edward, quien me llevaba de un lado para el otro. (1) Encontramos a nuestros amigos en una mesa —especial— y las esperanzas de transmitir la buena nueva se esfumaron en un chasquido cuando percibí que sujetaban un cartel demasiado elaborado como para ser preparado en menos de diez minutos que rezaba "¡Felicidades!". Me giré abruptamente hacia Edward en busca de una explicación, pero justó en ese instante, Mel decidió estrujarme entre sus brazos. Le enseñé mi anillo y lo observó con adoración, pero sin un ningún atisbo de sorpresa. Fue entonces cuando me di cuenta que no solo tenían conocimiento previo de la noticia, sino que también estaban al corriente del modelo del anillo. Para entonces, ya sabía que la ida a la joyería con Mark había sido un plan montado por Edward, al igual que el sigilo de dicha actividad con relación a su esposa. Entre todos los abrazos confortantes, distinguí particularmente a uno. —¡Felicidades! —Se me acercó la novia piernas-largas de Josh con la intención de darme un rápido abrazo —. Cuando te vi en la fiesta, creí que ya estaban casados o algo así. ¡Te lo juro! Aprovechó un segundo abrazo para murmurarme al oído: —¿Es niño o niña? Le regalé una sonrisa incrédula. Ella no habría llegado a esa conclusión si no fuese por el hecho de que había engordado un kilo en la última semana. El siguiente abrazo que recibí fue el más cálido de entre todos. —Mi pequeña calabaza… ¡se casa! —Levantó los brazos con júbilo. —¡Me caso! —Su felicidad era contagiosa, así que me reí. Volví a abrazarle, ya que el aroma de su chaqueta de cuero era delicioso. Thomas era el único hombre —además de Edward— que podía abrazarme con tanta posesión y besarme en la cabeza repetidas veces. Nos separamos pero él mantuvo sus manos sobre mis hombros. —¿Estás contenta? ¿Lo has pensado bien? ¿Sientes ganas de huir, no? ¿Quieres irte, verdad? Negué entre risas mientras él me pellizcaba una de las mejillas. —Entonces, ¿realmente ha estado ayudando en la inauguración o…?

—Por supuesto que sí. ¿Y sabes? Me alegra que haya llegado el día. ¡No ha parado de hablar sobre esto en semanas! Creo que incluso conocemos el bendito anillo mejor que tú —dijo y me levantó la mano para que pudiese contemplarlo. Entre tanta oscuridad y luces nocturnas… resultaba difícil. Ya tendría tiempo para apreciar detalladamente a la joya. No paraba de ajustármela en el dedo. No quería imaginar lo que podría pasar si lo perdía. Jamás había tenido algo tan costoso en mis manos. Literalmente. Alice fue la siguiente en saludarme. Pero en realidad, no lo hizo. Simplemente nos miramos durante largos segundos. Albergaba una enorme sonrisa en sus labios, lo cual contagiaba. De repente, había olvidado por completo el motivo por el que nos habíamos distanciado. No recordaba el porqué de nuestra última pelea. Fue, concretamente, como encontrar a una vieja amiga, a la persona con la que más experiencias había compartido en todo el grupo. Las emociones salieron a flote y nos abrazamos rápidamente. Fue como exhalar una buena bocanada de aire. Por fin había logrado dejar de lado mi orgullo. —¿Cómo te sentiste al recibir la noticia? ¿Fue emocionante? ¿Lo esperabas? Ambas nos sentamos frente a una mesa con la intención de ponernos al día. —¿Sabes? Ese es un tema muy interesante, ya que tan pronto me lo dijo, sentí cómo sus palabras me sacudían el esqueleto, los órganos, las uñas; incluso la suciedad en mis uñas salían a flote y… No podía parar de explicar, como si estuviese pasando por una verborragia severa. Un camarero se nos acercó para ofrecernos una botella de cerveza y un vaso con jugo de frutas, que supuse era para Alice. ¿Seguía en dieta? Yo la notaba en forma. —Se puede decir que, aunque esperada, fue una noticia chocante. —¡Lo fue! Se suponía que planificaríamos esto para, no lo sé, el año que viene —respondí algo agitada. Hablar de la noticia me alteraba de manera considerable—. Lo más gracioso de todo es que… vamos, me conoces, ¿no? Sabes que unos años atrás, ni loca habría aceptado una propuesta como esta. Alice me escuchó atentamente, sonriendo y asintiendo con ganas, como si se hubiese dado cuenta de ese detalle mucho tiempo atrás. —¡Y mírame ahora! ¡Estoy temblando! Sigo temblando. Mira mi piel. —Extendí mi brazo y le enseñé la piel de mi antebrazo, luego de arremangarme la blusa. —Es normal que reacciones así, Bella —me explicó con esa cálida voz que transmitía confianza y seguridad al mismo tiempo—. Cuando eras más joven, no creías posible encontrar a alguien que te quisiera como Edward lo hace. Creías que estas cosas únicamente le sucedían a las personas atractivas, a los famosos o a personajes de cuentos de hadas. Pero te has dado cuenta que, si eres una buena persona y amas con todo tu corazón, encontrarás la forma de ser igualmente afortunada. Me quedé muda y le sonreí con tristeza. Había extrañado sus buenos consejos. —Nunca juzgues algo hasta haberlo experimentado. Creo que toda mujer adora la idea de conseguir a un hombre que la proteja para siempre.

Planeaba contestarle algo luego de beber un sorbo de mi cerveza, pero Jane se acercó rápidamente hacia nosotras, sentándose a mi lado en el proceso. —¿Lucirá muy mal de mi parte si me largo de aquí ahora mismo? —preguntó con nerviosismo. —¿Qué…? ¿Por…? —Iba a preguntárselo, pero al acariciar su espalda, la noté sumamente rígida, tensa—. ¿Qué ocurre? ¿Te sientes bien? Negó varias veces, cerrando los ojos. —Es Daniel. No está. ¿Quién? —¿Daniel? —Sí. Nos miramos durante largos segundos. Yo, tratando de descifrar la identidad del mencionado; ella, incrédula ante mi ignorancia. —El chico que iba a cantar conmigo… ¡Oh! —¡Ah! Ya, ya, ya. El muchacho con el que había charlado descomunalmente en la fiesta de Halloween. —¡Oh! Ese chico. —Ahora comprendía la importancia de la situación—. ¿Cómo que no está? —No aparece. No responde mis mensajes, así que… no vendrá. —Exhaló abruptamente una bocanada de aire. —Pero todavía falta un poco para el momento del Karaoke. ¿No se supone que una banda debe tocar ahora mismo? —Alice ladeó su rostro hacia el gran escenario que estaban montando. —Se suponía que teníamos que ensayar algunas cosas. No quiero que aparezca diez minutos antes sabiendo que cambiamos la canción hace dos días. Fruncí el ceño y me cuestioné durante unos segundos. Si lo que Jane decía era cierto, entonces me había engañado con su anterior mensaje. Y segundos antes de recibirlo, Edward había revisado su teléfono. ¿También había planeado esto? Ya habían pasado más de cuarenta minutos desde nuestra llegada al bar y todavía faltaba una hora para la presentación de Jane. Lo observé a lo lejos, sentado en una mesa junto a los demás muchachos. Él sí que era un buen mentiroso. Andrew se nos acercó con una bandeja llena de alitas de pollo y distintos tipos de salsa. —No podrán creerlo, pero conseguí la última tanda. —Se sentó al lado de Alice, frente a Jane y yo. El estómago me empezó a rugir tan pronto el aroma a pollo llegó a la mesa. ¡Pero si ya había cenado!

—Para ti, Bella. —Me ofreció la bandeja, esbozando una enorme y agradable sonrisa—. Es mi pequeño regalo por la buena nueva. Eso fue… extraño. No estaba segura si realmente era un obsequio o lo hacía por descarte. Jane estaba tan nerviosa que de seguro tenía el estómago cerrado, mientras que Alice, la vegetariana del grupo, se negaría rotundamente a comer el banquete. Además que tampoco estaba segura si seguía de dieta o no. —¿Gracias? —Acepté, entre risas. Asintió cortésmente. —¿Crees que deba ir a felicitar a Edward también? —Si deseas llevarte bien con él, deberías —dije, dándole una pequeña mordida a la primera alita. Sabía increíblemente bien. —Hay algo que no entiendo. —Cruzó sus brazos mientras fruncía el ceño—. Se supone que están celebrando un gran compromiso, ¿por qué están sentados en mesas distintas? —Porque él quiere pasar con sus amigos, y yo con las mías. El verdadero motivo de la celebración esta noche es la inauguración del bar. Además, si lo tenía a mi lado, no lograría quitarle las manos de encima. Entonces, recordé que hoy también se celebraba una fecha muy importante para otra persona. —¿Y ustedes? —Miré a Alice rápidamente —. ¿Por qué no estás con Jasper? ¡Hoy cumplen un año de casados! Ella encogió sus hombros, sonriendo. —Ya lo celebramos. Sabíamos que este día sería importante por otras circunstancias. Paré de masticar tan pronto me di cuenta que todos sabían exactamente lo que iba a ocurrir esta noche, excepto yo. —Ahora que lo mencionas, creo que hablaré un rato con él. ¿No te molesta, verdad? —me preguntó en voz baja. Negué rápidamente, algo emocionada. —Por favor, no te preocupes. Hablaremos luego. Antes de marcharse, me regaló una sonrisa que dejó en claro que todo iba a ir marchar más que bien entre nosotras desde ese momento en adelante. Mi teléfono vibró en la mesa. Limpié mis manos con una servilleta antes de agarrarlo. Andrew, completamente curioso, lanzó una mirada a la pantalla. Se carcajeó. —¿Quién es "Goofy"?

Era Edward. Periódicamente le asignaba distintos apodos en mi teléfono. Este último lo había tomado hacía dos semanas, ya que me recordaba al conocido personaje de Disney con sus diversas bromas y sus estúpidas risotadas. Me había enviado un corazón. Nada más. Sonreí y le envié dos corazones de vuelta. Levanté la vista y encontré a Andrew observándome fijamente. Me sonrojé y fruncí el ceño. ¿El anillo en mi dedo no lo hacía desistir? Jane seguía jugando con las puntas de su rosáceo cabello. Pocos días atrás había descubierto que ese era su tic nervioso. —Cálmate. No es como si cometieras un asesinato. —Andrew se rio en voz baja. —Nunca he cantado frente a tantas personas. No quiero hacer el ridículo. Mucho menos frente a Josh y su novia de piernas largas. —Te enfocas demasiado en el atractivo físico. ¿Y si resulta ser insoportable? —Él trataba de reconfortarla. —No me interesa cómo es ella ni qué hacen. Pero siento que si algo sale mal, dirán "pobre Jane, pobre niña". Estoy harta de que la gente sienta pena de mí. ¿Tengo que vestirme provocativamente para que dejen de pisotearme? —No —pronunció Andrew con firmeza—. ¿Quieres follar con alguien? La pregunta aturdió a la muchacha. —¿Qu…? —¿Quieres que alguien aparezca, te baje la ropa interior y te meta la verga en el coño hasta que grites de éxtasis? —dijo completamente serio. Jane negó abruptamente. Podía sentir su sonrojo. —Entonces no te vistas así. —Se echó a reír, despreocupado—. No intentes ser de una forma si es que no te sale naturalmente. ¿Qué importa lo que opinen ellos? Son dos estúpidos frente a una horda de muchachos expectantes por la chica de cabello rosa. Tienes a tus amigos reunidos aquí, dispuestos a apoyarte. ¿Verdad, Bella, que vamos a gritar por ella, animándola? Me distraje por unos segundos con los mensajes de Edward, pero asentí con rapidez. —Él tiene razón —aseguré. Por primera vez, le di la razón. —Haces que suene fácil. Desearía ser tan despreocupada como tú… (2) La banda ya había sido presentada e interpretaba una canción movida. Durante varios minutos, mis ojos se clavaron en el escenario, ya que el ritmo era contagioso. Volví mi mirada hacia nuestra mesa y durante una pequeña fracción de segundos, los ojos de Andrew se encontraban fijos en el rostro de Jane. Pero inmediatamente, los dirigió hacia mí, como si deseara fingir que todo este tiempo me estuvo mirando a mí.

Oh, ¿entonces miraba a…? Jane seguía pendiente de su teléfono, por si le llegaba algún mensaje del tal Daniel. No pareció haber ninguna respuesta positiva. Respiró hondo. —Creo que mejor me voy al baño, antes de que ocurra algún accidente —nos advirtió, levantándose de su asiento. —¿Quieres que te acomp…? —¡No, estoy bien! —garantizó con seguridad. Una vez lejos de nuestro perímetro, el inglés y yo permanecimos a solas, observándonos fijamente. —No creas que no te vi asechando a Jane con tus ojos. —Me reí. Lucía atónito, como si no esperara un comentario de ese tipo. Pero entonces, sonrió picaronamente. —¿Estás celosa porque mis ojos no te instigan a ti? Sabes que siempre serás mi amor platónico, ¿no? —Creo que voy a apoyar esta mano por aquí, así contemplas un poco mejor el anillo que descansa en mi dedo anular… Se echó a reír. —Quiero aprovechar este momento para ser honesto contigo: Estoy feliz por ti. No dije nada. —Lo estoy, en serio. Estoy contento por ti y por ese tipo de corte militar. Siempre supe que los dos encajaban pero no quise admitirlo, ya que estaba encaprichado contigo. No quería admitir lo que todo el mundo sabe perfectamente: que ambos están hechos el uno para el otro. Eso me hizo sonreír. —¿Sabes? Tienes esa pésima costumbre de ser agradablemente honesto cuando él no está cerca. Por eso tiene una mala impresión de ti. —¿Oh, sí? ¿Y qué impresión tienes tú de mí? —Creo que eres un tonto, pero porque eres demasiado joven y te falta experimentar muchas cosas. —Si fuera tú, tendría cuidado con esa palabra. He experimentado cada uno de los rincones de una mujer — dijo con picardía. —Sabes perfectamente que no me estoy refiriendo a eso, pero aprovechas para sacar a la luz tu increíble experiencia sexual. Está bien. Lo entiendo. Pero trata de guardarte esos comentarios si deseas que te tome en serio. Dentro de poco seré una mujer casada. Ni yo podía creer que pronto sería una.

—Lo sé, solo estoy bromeando. —Asintió—. Pero es cierto, estoy feliz por ambos. Es bueno saber que existe alguien que puede hacerte feliz, porque no hay peor frustración que percatarse que tu amor platónico se encuentra con alguien que no puede hacerla sentir como uno quisiera. Y por alguna razón, sospecho que Edward tiene experiencia en el tema. —Edward tiene experiencia en muchos temas —le comenté algo ruborizada. —Lo sé, por eso intenté seducirte y aun así corriste despavorida hacia sus brazos. Eso habla bien de él y de la relación que tienen. Alzó una alita y me la ofreció. —Por ti y por Edward. Me reí y le imité. —Por Edward y por mí. La llevó hasta su, pero yo estaba curiosa por otro tema. —Igual, sigo esperando una respuesta. Observabas demasiado a Jane. Ya sabes que no estoy celosa, simplemente soy protectora con mis amigos. —La miraba porque estaba frente a mis ojos —se explicó, frunciendo el ceño. Alcé una ceja, cuestionándolo. —Ya sé a qué te refieres, pero te equivocas. Quiero que sepas que he tomado tus advertencias muy en serio. Necesito cuidarla porque… No supo cómo continuar, jugó con la tapa de su botella y frunció los labios. —Mira, ella es mi compañera de habitación. Pasamos mucho tiempo juntos, y sé que no debería meterme en sus asuntos pero… diablos, no soporto a ese Josh. —¿A Josh? —Reí—. ¿Y él que te ha hecho? —Nada. No debería odiarlo, pero me molesta la forma que trata a Jane. Mi primera novia fue alguien como ella. Inocente, cálida, respetuosa. Alguien la corrompió. Y ese fui yo. No quiero que le quiten lo bueno que posee. Es una persona sin maldad. Sí, ya sé, terminó una relación que quizás no debió acabar, según donde lo mires, pero ese tipo lo único que hacía era pervertirla. Y no me refiero a un modo sexual. Él no estaba preparado para una relación seria. Jane tampoco. Simplemente no funcionó. —Cuando te dije que debías cuidarla, me refería a que la cuidaras de un posible desastre casero. No cuidarla de los muchachos. Pero pienso que es un detalle muy tierno el que la trates como si fuera tu hermana. Además, eres el único varón en el grupo que la apoya. Bufó. —Porque yo soy mejor que todos ellos, ¿captas? Planeaba contraatacar su respuesta, pero una mano me pellizcó en el costado izquierdo de mi vientre y supe, por la intimidad del contacto, que era mi novio.

—Hoooola, hola, hola, Cullen. ¿Qué hay de nuevo? —Andrew deseaba lucir "buena onda". Es imposible comprar a Edward con esa mierda. —Bien. —Frunció sus labios. Lució honesto, pero yo sabía que estaba siendo falso—. ¿Y ustedes? ¿Qué tal? Me reí en voz alta, simplemente no pude evitarlo. Claramente, Edward sospechó de nuestra cercanía en la mesa y se acercó para imponer su presencia. —Sensacional. Hey, los felicito por el compromiso. Le estaba diciendo a Bella lo feliz que estoy por ella porque sé que la quieres más que cualquier hombre podría hacerlo. —Efectivamente. —Estoy verdaderamente feliz por ustedes. Se lo merecen, ¿sí? —Intentó palmear el hombro de Edward. Y lo hizo, en realidad. De seguro Edward estaba de tan buen humor que decidió no alejarse de aquél tacto. Se alejó de nosotros después de un rato y Edward se sentó a mi lado. —¿Cómo estás, preciosa? —me preguntó muy cerca del oído. —No vuelvas a pellizcarme ahí. Sabes que tengo rollos en el abdomen. —Gruñí. —Tengo ganas de comerte el coño —me murmuró al oído. —Interesante. Oye, creo que estoy algo… ¿ebria? Es la segunda botella que bebo en la noche, pero ya había bebido demasiado sake en la cena. —Fruncí el ceño, levantado la botella para que pudiera observarla. —Bella… —¿Sí? —No pierdas ese anillo, ¿bien? —¿Me crees tan tonta así? Asintió. —Bueno, no lo haré —murmuré con tristeza. Como en toda bendita reunión de amigos, cada uno se separó por su propia cuenta. Edward y yo escuchábamos a la banda mientras los integrantes interpretaban su última canción. Pero Jane seguía igual de angustiada ya que sabía que al final, tendría que cantar sola en el escenario. —No sería tanta presión si no estuviese el enano. ¿Crees que podríamos sacarlo? Edward me miró incrédulamente. —¡Estaba bromeando! —farfullé. Thomas no paraba de revisar su teléfono. La ausencia de ese muchacho tampoco era algo bueno noticia para él. Después de una hora completamente preocupado por el asunto, se rindió.

—No va a aparecer. El grandísimo idiota no aparecerá. ¿Quieres cantar de todos modos? —le preguntó a Jane, sabiendo que le diría que no. Y entonces, respondió algo que nadie habría imaginado. —S-Sí. No pasa nada. En serio. —Le restó importancia. Me acerqué rápidamente hacia ella. —¿Qué haces? —Míralo, está a punto de reventarse una vena. —Señaló a Thomas—. No puedo hacerle esto, no después de todo lo que ha trabajado para que este día sea perfecto. Mel y Andrew se acercaron a nosotras. —¿Segura que puedes hacerlo sola? Puedo acompañarte si quieres, ya estoy algo ebria. ¿Verdad, Bella? — me preguntó ella y yo asentí. —No pasa nada. Se puede cantar con una sola voz. —Luego, suspiró—. Solo… golpeen a Josh si dice algo al respecto. —El enano no va a decir nada, no seas perseguida —insistió Mel. Ella lo conocía mejor que el resto y sabía que no haría algo como eso. Cuando el anfitrión —que, por supuesto, no era Thomas— anunció la inauguración de la noche de karaokes, presentó a Jane y ella no tuvo otra alternativa más que subir al escenario. Podía notar su nerviosismo. Esto no iría nada bien. Andrew se dio cuenta de mi reacción. —Tsk, vamos. No será tan malo. —No. Probablemente no. Pero podría serlo. ¿No puede subir alguien para acompañarla? Jane apareció en el escenario caminando con nerviosismo. No obstante, mucha gente la recibió cálidamente cuando se quitó el gorro y enseñó su rosado cabello. Seguidamente, saludó con timidez. (3) La canción empezó a sonar y todo el local permaneció en silencio. Entonces, cantó la primera estrofa. —I've been living with a shadow overhead. I've been sleeping with a cloud above my bed, I've been lonely for so long. Trapped in the past, I just can't seem to move on… Ella tragó saliva, y continuó con la parte donde se suponía que un hombre debía cantar: —I've been hiding all my hopes and dreams away, just in case I ever need them again someday. I've been setting aside time, to clear a little space in the corners of my mind… Andrew murmuró algo a mi lado: —Tienes razón. No va a ponerse peor.

Acto seguido, corrió hasta el escenario y cuando llegó, se subió torpemente en la parte delantera, logrando que Jane se desconcentrara. —All I wanna do is find a way back into love… —Andrew comenzó a cantar solo, incitando a Jane para que continuara. —I can't make it through without a way back into love… —Ella reaccionó inmediatamente y comenzaron a cantar juntos. De repente, todo el bar empezó a aplaudir. No solo la aparición de Andrew le había dado un toque más romántico, sino que ambos sonaban muy bien juntos. —¿Desde cuándo Andrew canta? —le pregunté a su hermano mayor, completamente sorprendida. Él se limitó a encoger los hombros. El acompañamiento de Andrew logró que Jane se relajara y llegara fácilmente a las notas altas que normalmente conseguía alcanzar. Andrew no leía las palabras en la pantalla, lo cual me hizo suponer que pudo haberlo hecho por diversión, por compasión o por algún otro motivo que yo desconocía. Tres personas más cantaron en el karaoke, pero también pusieron música de fondo para los que deseaban bailar. Ya eran las dos de la mañana y el dolor en mis pies me estaba matando. No sentía ánimos para continuar de parranda. Me acerqué a la mesa del grupo y le pregunté a Jane si deseaba irse con nosotros. Me miró como si le hubiera pedido algo… ridículo. —No, está bien. Me iré con Andrew y Thomas… ¿por qué no vas con Edward y aprovechan un poco de tiempo? Como si no tuviésemos suficiente como para hacerlo. —Está bien. Te veo… ¿luego? Seguía pareciéndome extraña la camaradería que tenía con Andrew, pero quizás eran locuras mías. Jamás había frecuentado a un Andrew atento a mi presencia y mucho menos, llevándose tan bien con el resto del grupo. Lástima que jamás podría ganarse la amistad de mi Edward. Mi Edward. Mío. Nos marchamos de aquél lugar tomados de la mano, caminando lentamente. Sus mocasines aún estaban en mis pies, y yo sentía pena por lo helados que debían estar los suyos. —Te vas a enfermar… —Ya lo hemos hablado. Todo es psicológico. —Apuntó su sien—. Además, mi estado de ánimo está entre las nubes. Dudo que algo realmente me afecte. Me aferré a su brazo, intentando ocultar mi rostro en su cuerpo. El olor de su chaqueta me generaba hormigueos en el estómago. Todo en él me encantaba.

(4) Las calles estaban ligeramente desiertas. Había un indigente recostado en una banca, sosteniendo una pequeña radio. Podía oír la canción que sonaba. Era uno de esos típicos clásicos que suenan debido a la temporada navideña. Sin darme cuenta, Edward sujetó mi brazo, me posicionó frente a su cuerpo y comenzó a balancearme de un lado al otro, haciéndome bailar al ritmo de la canción. Empecé a soltar un par de risitas. —Oh, cielos. ¿Bailaremos el vals? —le pregunté juguetonamente. Su sonrisa iluminó la noche. Él no podía esperar por ese momento, lo conocía perfectamente. —Por supuesto… te estaré esperando en el altar con los nervios a flor de piel, aparecerás con el vestido más hermoso que has usado en tu vida, te sonrojarás una y otra vez mientras yo intento hacerte reír para que te relajes. Daremos el "sí" como si fuese la cosa más sencilla que nos tocara hacer… todos nuestros conocidos aplaudirán… por primera vez, celebrarás una fiesta en la que serás la protagonista, comeremos el mejor pastel que se haya hecho… —murmuró cerca de mi oído—. Y claro, tendremos nuestra luna de miel… en la que te haré mía una y otra vez hasta que ya no demos abasto… La idea general me provocó hormigueos en el estómago y un fuerte sacudón en los huesos. Mi cuerpo entero sintió cosquillas y no pude evitar sonreír como una tonta ante tantas experiencias más que buenas. ¿Cómo pude haberle tenido miedo a esto? ¿A un paraíso con Edward? ¿Por qué ahora no podía esperar para vivir cosas tan maravillosas como esas? . Al día siguiente, me desperté sola en la cama. Aproveché para desplegar mis piernas y ocupar toda la cama matrimonial. —¡Uy! —pronuncié cuando me di cuenta que las sábanas no cubrían mi torso desnudo. Me acurruqué entre ellas, con la mirada fija en dirección al baño. Edward se miraba en el espejo. A juzgar por la posición en la que se encontraba, debía estar afeitándose. Lo esperé pacientemente en la cama, jugando con la almohada. Ya habían pasado más de cinco minutos y él aún no regresaba a la cama. A juzgar por sus jeans, no tenía la intención de volver hacia el lugar en el que me encontraba. Entonces, decidí enrollarme con las sábanas, me levanté y caminé hacia él. Ingresé en el baño con la intención de darle un abrazo. Pero había salido recién de la ducha. Descubrí que no estaba afeitándose, sino que intentaba quitarse los chupones en su cuello con una cuchara de metal. —¿Qué te ocurrió? —Se preguntó a sí mismo en voz alta, intentando ocultarlos de algún modo. Normalmente, eso no le tomaba demasiado tiempo. Me sonrojé y oculté mi rostro con las sábanas. Tampoco podía ignorar los rasguños en su espalda. Quise pedirle disculpa, pero él sabía perfectamente que no me arrepentía de haberlo hecho y que, si pudiera, lo repetiría una vez más.

—¿A dónde vas? —pregunté con timidez, apoyándome en el respaldo de la puerta. Evidentemente, si deseaba ocultar las marcas, era porque se dirigía hacia un lugar importante. Se mordió los labios, ocultando una sonrisa. Me miró a través del espejo del baño y seguidamente, se volteó. —Tenemos un almuerzo con mis padres en su casa. —¿Ajam? —mascullé masticando un pedacito de uña—. ¿A qué hora? —En una hora, creo. Asentí, concentrada en la estúpida cutícula de mi dedo. —Ponte bonita —me pidió antes de depositar un beso en mi cuello y luego, retirarse. Me pareció extraño que acotara aquello. Siempre me ponía bonita… según su punto de vista. Pero en ese momento, estaba siendo específico, como si pasara por alto algún evento importante. En pocos segundos, lo recordé. (5) El encuentro en el que oficializaríamos nuestro compromiso. —¡Mierda! —Jadeé y apresurada, corrí hacia mi guardarropa. Opté por una blusa a rayas, pequeños pantalones oscuros, pantimedias, una bufanda y un abrigo. Por lo general, Edward y yo nos turnábamos para utilizar nuestros autos. Hoy le tocaba a su Renault. Antes de ingresar en el coche, me arregló un mechón de cabello. Se echó a reír cuando se percató de mis gafas. —¿Intentando lucir responsable? —Tratando de lucir decente. No es como si todos los días te presentaras a tus suegros. —Ya te conocen. —Sí, pero ahora es algo oficial. Seremos una familia en serio. —¿No te gusta la idea? —preguntó con un tono de voz tan suave como la seda. —Siempre me ha gustado la idea —murmuré mientras temblaba, pero por causa del frío—. Quiero lucir bien. Muuuy bien. Volvió a sonreír tiernamente. —No necesitas esforzarte. Me besó en los labios y seguidamente, entramos en el auto. En el camino, decidí quitarme un par de dudas… peligrosas. —¿Cuántas veces le has propuesto matrimonio a una mujer?

Lo solté de una. No me había dado cuenta de lo importante que eran sus respuestas. —Una sola vez. —¿A quién? Se volteó para mirarme y arqueó una ceja. —Oh, cierto. Tanya. —¿Puedo preguntarte cómo fue? ¿Qué hiciste? ¿A dónde fueron? ¿Cómo… lo celebraron? —Ya estaba acostumbrado a ella y como necesitaba asentar cabeza… En ese momento parecía la mejor opción. —Ajam. —Entonces… le pregunté a mi padre por una buena joyería. Me recomendó la tienda en la que le había comprado el anillo de compromiso a mi madre. Automáticamente, mi garganta se secó. —Estás bromeando… —¿Eh? —Dime, por favor, que es una broma. —No… fue exactamente así. —Frunció el ceño—. ¿Por qué? ¿Dije algo malo? Oculté mi rostro entre mis piernas. —Eso suena adorable y perfecto, Edward —murmuré con tristeza. Chasqueó la lengua y negó varias veces. —¿Ves? Por eso no quiero contarte esas cosas. De nada sirve traer el pasado a la luz. —No, no, no. Estoy bien. Mírame. —Sonreí entre dientes, a propósito—. Estoy perfectamente bien. Ya he superado lo de la joyería. Sigue contándome. Anda. Lo pensó por un buen rato. Parecía más concentrado en las calles que en otra cosa. —Le compré un anillo costosísimo. La invité a cenar y me arrodillé frente a la mesa. Era cuatro de julio, hubo fuegos artificiales, follamos hasta el amanecer y listo. Sus palabras quemaron más que un trago largo de vodka. Me ardió por completo y me dejó una sensación de malestar. Permanecimos varios segundos en silencio. —¿Y... cómo follaron? —Bella. —Me cortó tajante.

—No, en serio. Quiero saber qué hacías. Si seré la futura señora Masen Cullen, necesito saber en qué cosas te has metido. No fue mi intención lanzar esa doble indirecta. Me eché a reír. —Vamos, no es un tema tabú. ¿De cuatro? ¿Con sus tetas sobre tu rostro? ¿Le escupías en el coño? —Le gustaba ser nalgueada… Emití un profundo jadeo sofocado, repentinamente alarmada. —¿Có…? ¿Q…? ¿Cómo que nalgueada? Las nalgadas son mías. Nuestras. ¿Cómo que le gustaban? ¿Quién se cree que es? —No me dejaste terminar. Le gustaba ser nalgueada con… cosas. —¿Cosas? —Sí. —¿Qué tipo de cosas? —Cosas raras. Por lo general, cosas que lastiman. Me quedé muda. —Sé más específico. —Por alguna razón, le podría explicar eso a cualquier hombre, pero contigo… Se largó a reír, avergonzado. —¿Conmigo, qué? ¿Qué ocurre? ¿Qué tengo? ¿Qué me pasa? —Nada, no es nada. Es que… no me siento cómodo hablando de estas cosas contigo. —Piensas que soy demasiado inocente, ¿no? Pero las cosas que hice anoche… bueno, no eran dignas de una señorita —refunfuñé colorada. —Tal vez siento demasiado respeto hacia ti. No quiero hablar de las suciedades que hacía con chicas que, si bien, forman parte de mi pasado, no son relevantes en mi presente. No me gusta recordar las cosas que hice porque… —Se estremeció—. No sé, simplemente no me gusta. Prefiero hablar de nuestras cosas y de cómo no deberías sentirle envidia a la propuesta que le hice a Tanya. Entonces, continuó: —Organicé todo aquello en una semana. Compré el primer anillo ostentoso que vi en la vidriera. Escogí un restaurante que siempre frecuentábamos, no nos quedamos mucho tiempo observando los fuegos artificiales porque ella estaba más interesada en el anillo que en otra cosa, como si no entendiese el concepto de un compromiso. Contigo fue totalmente diferente. —Negó varias veces. —¿Por qué fue diferente? —pregunté en susurros.

—Porque cuando nos mudamos, sabía que terminaría proponiéndotelo tarde o temprano. Quería esperar un año, pero luego me di cuenta que no podía. Que deseaba hacerlo lo más rápido posible. Ahorraba una décima parte de mi salario para poder comprarte un bonito anillo. Sabía que no querrías algo costoso, pero deseaba que lucieses algo dotado de hermosura. Algo tan delicado como tu piel. Una joya de verdad. Le pedí a Mark que me ayudara a distraerte un rato y así lo hizo. Tuve que esperar siete días hasta que fuera nuestro aniversario para tener el anillo en mis manos. Moría de ganas de hacerlo lo antes posible, pero quería que todo estuviese perfecto. En fin, me estoy divagando. Quería pedirle que continuara explayándose, pero nos detuvimos en una gasolinera. Llegamos a la mansión de los Cullen, tocamos el timbre y Esme nos recibió con sorpresa. —¡Oh, chicos! ¡No sabía que vendrían hoy! ¡Qué grata sorpresa! No pude ocultar mi confusión cuando se acercó a darme un cálido abrazo. Continuó con su hijo mayor y enseguida, le acarició el cabello. —Lo tienes muy corto, querido… —acotó con dulzura—. ¿Te lo has estado cortando regularmente? —No, me creció bastante en el último mes. Pero gracias por notarlo. Ella tiritó un poco. —Deben estar helándose aquí afuera. ¡Pasen! Estaba a punto de servir el almuerzo. Tan pronto entramos, se separó de nosotros para ir directo a la cocina. Podía percibir el aroma de un gran estofado con salsa casera. —¿Cómo es eso de que no sabía que vendríamos? —Aproveché la oportunidad para cuestionarle. —Le dije que no vendríamos porque estabas con muchos catarros. Quería sorprenderla. —Encogió sus hombros y esbozó una sonrisa de niño travieso. Iba a replicar, pero continuó: —Vamos, tal vez esta sea la única oportunidad que tengamos de sorprender a alguien con la noticia. ¿No quieres aprovecharla? —Lo hizo sonar como si fuese algo sumamente emocionante. Resultaba ser muy convincente. —De acuerdo. —Sonreí con ganas. —Oculta el anillo —me advirtió con prisa, antes de que alguien pudiera verlo. Me lo quité y lo guardé. Ingresamos al living y encontramos a Carlisle leyendo el periódico. También le sorprendió encontrarnos allí. —¡Mira lo que el viento trajo consigo! Se levantó y se acercó lentamente para saludarme especialmente a mí, ya que estaba acostumbrado a ver diariamente su hijo en el hospital. Me palpó la frente con la mano izquierda, revisándome la temperatura. —¿Te sientes mejor? Esta nueva helada está enfermando a todos.

—¿Eh? —Olvidé por unos segundos que debía fingir. Tosí a propósito—. Oh, sí. Me encuentro un poquito mejor. No obstante, odiaba bromear con estas cosas. El karma me devolvería el favor y terminaría enferma al día siguiente. Me conocía demasiado bien. Alice, Jasper, Rosalie y Emmett aparecieron para saludarnos. Todos los sábados, la familia Cullen organizaba un almuerzo familiar, sin importar que estuvieran o no presentes todos los miembros de la misma. Pero como los hermanos de Edward ya estaban al tanto de dicha noticia, sospechaba que sabían que sería adecuado que todos estuvieran presentes en el momento de oficializarla. Esme lucía de buen humor al ver a toda la familia reunida. En especial cuando notó que Alice y yo nos habíamos sentado una al lado de la otra. Las cosas parecían marchar mejor. Edward volvió a pellizcarme en el vientre. —Baaasta, en serio —le pedí con tristeza. —No estás gordita. —Me sonrió mirándome directamente a los ojos. —Sí, ya tengo dos kilos demás y tú lo único que haces es recordarme que tengo que bajar de peso. —Nadie te pide que bajes. Volvió a pellizcarme. —¡Noo! ¡Edwaaard! —clamé en voz baja, intentando que alejara sus manos de mi vientre. Esme se acercó para servir los platos. —Edward, compórtate y deja de molestar a Bella —le reprendió como si fuese un niño, casi sin darse cuenta del motivo de la discusión. Mientras me servía el estofado, me percaté de la tentativa vegetariana de Alice. Esto no tenía por qué despertar mi atención, pero lo hizo. Me estaba muriendo de hambre, pero tan pronto decidimos que daríamos la noticia después del postre, mi estómago se cerró y mis piernas empezaron a temblar como si fueran de gelatina. Obviamente, la familia notó mi falta de apetito y lo asociaron con mi supuesto catarro. —¿Quieres un poco de sopa, Bella? Puedo prepararte una de berenjenas muy deliciosa. —¡Estoy bien! Es que desayunamos muy tarde. Nadie podría creerme. A mi lado, Edward tragaba como un cerdo. —No debiste salir con este horrendo clima. ¿Necesitas reposar? Puedes recostarte y dormir un rato en el sillón si deseas. —Esme seguía insistiendo, a punto de levantarse y seguramente, dirigirse a la cocina para preparar la bendita sopa. —A Edward siempre le encantó la nieve. Cuando eran pequeños, era el primero en salir y armar un muñeco con sus propias ropas. No me sorprendería que te hayas acostumbrado a su apatía por los climas helados.

—Sí, hijo. Sé más considerado con ella cada vez que decidas salir cuando está enferma. —Su madre continuaba reprimiéndolo. Edward lucía atónito. Sacudió la cabeza y rápidamente, tomó su copa con agua. —En fin, quiero proponer un brindis. Primero, por el aniversario de Alice y Jasper. Espero que sea el primero de muchos. La pareja asintió con ganas. Alice se había retraído y ruborizado. —Segundo, me gustaría destacar la renovación de la casa. Mamá, se ve increíble… como siempre. Esme solía remodelar algunos detalles de la mansión. Por ejemplo, el living ahora contaba con un tapizado color gris. —Y tercero… Volteó su cabeza y miró expectante. Mi corazón saltó de mi pecho y empezó a latir frenéticamente. —Bella y yo queremos darles una gran noticia. Faltaba yo. Todos en la mesa esperaban que yo diese la gran noticia. Nuestros amigos ya lo sabían y no podían ocultar la enorme sonrisa en sus rostros. Pero mis suegros lucían expectantes. Sabían que algo bueno se avecinaba, que la siguiente noticia sería épica… Pero antes de levantar mano, me di cuenta que el anillo no estaba. Abrí los ojos con sorpresa y con frenesí, empecé a buscarlo en mis bolsillos. —No está. Nadie comprendía nada. Pero sabían que el pánico en el rostro de Edward y en el mío, no significaba nada bueno. —Cariño, ¿qué es lo que sucede? —le preguntó Esme a su primogénito. Podía, literalmente, escuchar a Edward murmurando amenazas como "te voy a matar" y "te lo dije"… … hasta que lo encontré. —¡Lo tengo! —Lo alcé rápidamente. Sus padres intentaron descubrir que era, pero lo oculté enseguida. —¿De qué se trata todo esto, chicos? —preguntó Esme con un dejo de paciencia y dulzura. Me puse el anillo con la adrenalina a flor de piel y suspiré. Ahora me tocaba a mí dar la noticia. —B-Bueno, E-Edward decidió h-hacerme un regalo… Lentamente, enseñé mi mano a los presentes en la mesa. Carlisle y Esme abandonaron sus asientos para inspeccionarlo mejor. La primera en darse cuenta fue ella, quien se llevó ambas manos a la boca, sofocando un jadeo. A él se le dibujó lo que sería la sonrisa más grande que había visto en su rostro. —¡Oh por Dios! ¡Llegó el día! ¡Por fin!

Esme me abrazó como si yo fuese su hija. Nunca antes había sido tan posesiva en un gesto, pero esta vez denotaba la increíble felicidad que sentía por nosotros. Después, pude ver cómo abrazaba a Edward, repitiendo entre sollozos: "mi pequeño, mi pequeño, sabía que la encontrarías, mi pequeño". Cuando Carlisle me abrazó, murmuró en mi oído: —Bienvenida a la familia, Bella. Se suponía que ya formaba parte de ella, pero ahora era oficial. Ambos se convertirían en mis segundos padres. O bueno, terceros, tomando en cuenta a mi padrastro y mi madrastra. Esme lucía demasiado encandilada por nosotros. Ella sabía que era tiempo, y quizás, muy en el fondo, deseaba que una nueva boda ocurriera en el año. Carlisle le sonreía a Edward como si hubiese tomando la mejor decisión de su vida. Me pregunté varias veces en mi cabeza si con Tanya había sido similar. Probablemente no. (6) Todos, a excepción de Alice, brindamos con champagne. Edward se tomó la molestia de conversar un rato con su padre. Probablemente le daría algún tipo de charla paternal sobre este tipo de cosas o algo así. Me acerqué para hablar con Alice, quien seguía bebiendo de su copa con agua. —¿Cómo te sientes? —Me sonrió en cuanto me acerqué hacia el rincón del living en el que se encontraba. —Bien. Me siento muy bien. Asentimos varias veces. Lo bueno era que en esta ocasión, no resultaba ser una situación incómoda. —¿Cómo has estado tú, Al? Sé que no he sido… la mejor amiga para ti en mucho tiempo. —Tú siempre has sido una buena amiga. —Me gustaría saber de ti. Saber qué es lo que te está sucediendo. Suspiró, pero no ocultó la sonrisa de su rostro. Parecía estar a punto de contar algo muy casual para su gusto. —Estoy yendo a terapia. Resulta ser que… estoy deprimida. Parpadeé. —¿Deprimida? ¿Cómo así? —Al parecer, tengo problemas de autoestima. Mi obsesión por mantener todo en orden, querer que Jasper me ame de la misma manera en la que me amó el día que nos conocimos… mi cuerpo… —¿Qué sucede con tu cuerpo? —Nada. No es como si tuviera algún tipo de trastorno alimenticio, pero tiendo a controlar muchas cosas en mi misma, y pienso que tiene que ver con negar algunas vicisitudes de la realidad. Jamás en la vida se me habría ocurrido que ella necesitara ese tipo de ayuda. —Y… ¿qué es lo que haces por ahora?

—¿Por ahora? No mucho. Voy a una psicóloga. Es fantástica. Me ha ayudado bastante. Me di cuenta que las respuestas que buscaba, no las obtendría en mis amigos. Y por eso, quiero pedirte disculpas. Esperaba de ti algo que jamás habrías podido darme porque… nadie sin conocimiento sobre estos temas podría. —Pero luces muy bien. Incluso has ganado un poco más de peso. —Lo sé. —Dijo como si fuese algo increíble—. Incluso estaba empezando a perder mis tetas. Eso habría sido fatal. Nos reímos. —Estoy tomando medicamentos —me contó luego. Entonces esa era la razón por la que nunca bebía alcohol. —Te noto mejor —agregué después de un rato, con una sonrisa optimista en los labios. —Jazz ha sido una gran persona en estos tiempos. A veces no puedo creer que siga conmigo. Soy una maraña de problemas, pero él siempre está allí para apoyarme. A mi lado en la cama, acariciando mi cabello, preguntándome qué debíamos hacer en el día. Siento que puedo hacerlo feliz, pero nunca del modo que lo hace conmigo. —Si Jasper se enfermara, ¿estarías con él, no? Asintió con obviedad. —Creo que esa es una de las formas de demostrar que se aman de la misma manera. Seguimos platicando sobre algunos consejos que le habían dado su psicóloga y su psiquiatra. No es que estuviera feliz, plena y llena de vitalidad, simplemente era consciente de que existían en ella problemas que debía solucionar. Siempre había sido una "maniática" del control y ahora me había dado cuenta de que no era del todo sano. Al menos, eso decía ella. Pero sirvió para que descubriéramos que nuestra amistad era más fuerte de lo que habíamos pensado. También me contó que Edward estaba al tanto de su condición psicológica, pero que le había pedido que no me lo contara, ya que no quería que yo sintiese pena por ella y me acercara a hablarle solamente por eso. —Hey, uhm, sabes… espero que lo de Rose no te incomode. Sacudí mi cabeza, distraída. —¿Por qué lo dices? —La razón por la que los padres de Edward están tan felices es porque se están haciendo la idea de que, probablemente, esta será la última boda en la familia Cullen. No supe comprender sus palabras hasta después de unos segundos. —¡Oh! ¿Te refieres a…? —Sí. No creo que Rose y Emmett se casen en algún momento.

Ambos nos habían felicitado de corazón. Parecían legítimamente contentos por nosotros. No se me ocurrió, ni por un segundo, que pudiesen sentirse incómodos al respecto. —¿Por qué no quiere ella casarse, Al? Encogió sus hombros. —Tiene el mismo pensamiento que tenías tú hace unos años: No le interesa una ceremonia, un vestido, un par de papeles… no cree que sea necesaria toda la cháchara para estar con alguien durante toda la vida. Pero eso no tenía sentido. —Yo tampoco quería hacer algo grande. En realidad, sigo sin quererlo. Pero me gusta vivir cosas nuevas con Edward. Nunca he tenido una fiesta así de grande… y aunque la idea me provoque escalofríos, quiero hacerlo con él a mi lado. Encogió sus hombros. Tal vez por eso lucían tan felices por la noticia. Además, este era el segundo compromiso de Edward. Tenía que ser mejor que el anterior en muchos aspectos. Después del almuerzo, cuando regresamos a casa, albergaba un montón de dudas en la cabeza. —Edward, ¿sabes cómo se planifica una boda? —cuestioné mientras me quitaba las gafas del rostro. Luego de colocarse su pijama, se acercó a mi lado de la cama. —¿Por qué? —He estado investigando en varias páginas y me di cuenta que hay muchas cosas en las que no hemos pensado. —Señalé la pantalla de la laptop que reposaba sobre mis muslos. —¿Por ejemplo? —me preguntó con casualidad mientras se arropaba con las sábanas. No me estaba tomando en serio. —Bueno, los dos estamos de acuerdo que una ceremonia sencilla es suficiente, ¿no? Pero inmediatamente me di cuenta que a Renée le molestaría el hecho de que no invitara a todas mis tías, entonces tendremos que agrandar la lista de invitados y no creo que quepamos todos en el jardín de tus padres. Inicialmente, nos habían ofrecido ese espacio. —Además, aquí recomiendan armar dos listas de invitados. —Señalé la pantalla, preocupada—. Los que son una prioridad y los que dependen de nuestro interés. Entonces, primero deberíamos tener una lista de todos los invitados generales por parte de nuestras familias, ¿no? Ya me estaba alterando. —Oye, relájate. —Usó aquella voz especial que usualmente me tranquilizaba—. Ya tienes experiencia en esto, ¿no? Fuiste la dama de honor de Alice en su boda. —Sí, pero solamente la ayudé a no perder los estribos. No a reservar un salón, hacer una lista de invitados, encargar la comida y… ¿por qué aquí dice que tenemos que seleccionar las flores con un tiempo de

anticipación de al menos tres meses? —Fruncí el entrecejo, observando la pantalla—. ¿A quién le importa qué flores utilizamos? —Creo que tiene que ver con la decoración del ambiente. Hay gente que estudia la armonía de las texturas y los colores de las flores. ¿Lo sabías, Bella? —Dime una cosa, ¿qué hiciste en tu compromiso anterior? Encogió sus hombros. —Nada. Tanya se encargó de todo. Aunque creo que contó con la ayuda de un programador de bodas o algo así. —Entrecerró los ojos—. Yo solo aporté con el… —No vamos a pagarle a alguien por organizar nuestra fiesta, Edward. Te lo digo desde ya. —Fui tajante. La idea me parecía absurda—. Se supone que estamos celebrando algo íntimo. Tenemos que armarlo nosotros. —Ni por un segundo creí que lo haríamos —susurró cerca de mi oído, relajándome. Sin embargo, titubeé. —Pero definitivamente necesito ayuda con algunas cosas. —Volví a morderme la cutícula de mi dedo anular. Permanecí toda esa noche deliberando posibles nombres para llevar a cabo esa tarea, pero todos estaban ocupados. Excepto una persona: (7) Cuando le abrí la puerta, me regaló una maternal sonrisa. —¡Uf! ¡Qué clima de locos! —Lamento que haya tenido que venir a última hora. Sé que, probablemente, tenía cosas más importantes que hacer —le pedí disculpas de antemano. —Cielo, sé que eres una persona muy independiente en todo lo que haces y lo valoro. Además, eres parte de la familia. Lo que sea que necesites, puedes pedírmelo. Era muy, pero muy fácil querer a Esme como una segunda madre. Bueno, tercera. —Edward llegará en cualquier momento. ¿Quiere un poco de té? Ella aceptó con una sonrisa muy al estilo Cullen, de esas que te contagian o te toman por sorpresa. Esta mujer lucía como una modelo veterana. Era increíble que, además, fuese una persona tan sencilla y amable. Nos sentamos alrededor de la mesa de la cocina, donde ya había preparado el agua, distintos tipos de infusiones y bocaditos dulces, con la intención de sorprenderla. Por supuesto, no le llamó la atención como a cualquier otra persona. Esta mujer era una leyenda en la cocina. Despejó un pequeño espacio en la mesa para ubicar un enorme cuaderno tapizado en colores pasteles. Supuse que allí tendría un par de ideas para la organización de una boda.

Edward atravesó la entrada pocos minutos después. Estaba al corriente de que Esme vendría a ayudarnos, pero igualmente lucía sorprendido, lo cual me confundió. Lo primero que hizo su madre fue reprenderlo. —¡Ay, Dios! ¡Edward! ¿Por qué estás tan desabrigado? —Su indignación era tal, que se levantó de su asiento para palpar las mejillas de su hijo y evaluar su temperatura corporal—. ¿No ves que puedes enfermarte? ¿Es que no te has dado cuenta que está nevando afuera? El problema con Edward era que siempre se quitaba la chamarra que se le entregaba para abrigarse. —Ahora me estás haciendo quedar mal frente a tu madre. —Fruncí el ceño, acusándole. —Ustedes son las exageradas—respondió mientras saludaba a su madre con un beso en la mejilla. Insistió en que no tenía sentido volver a colocarse la chamarra debido a la calefacción del departamento. Por esta ocasión, Esme lo dejó pasar. —Ven, siéntate. —¿Por qué? —preguntó con inocencia. —Tu mamá nos ayudará con algunas cosas de la boda. ¿Recuerdas? —Sí, pero creí que sería en unas horas. —Arqueó una ceja. —¿Por qué? —le preguntó Esme. —Muero de sueño —respondió con pereza. —Luego tomarás tu siesta. Ven —le ordené. Dicho esto, se sentó a mi lado y en pocos segundos, se apropió de la bandeja que contenía las galletitas de chocolate. —Este es un cuaderno que guardamos en la familia. Contiene todos los nombres, las direcciones y los números telefónicos que necesitas para organizar un evento. La mayoría son conocidos de la familia. Lo adoré por varios segundos. Lucía precioso y delicado. Me imaginé que la última aclaración significaba una sola cosa: calidad. El círculo social de los Cullen no debía ser, bajo ningún punto de vista, subestimado. —Es el mismo que utilizamos en la boda de Alice. Pero antes de empezar, hay un par de preguntas que deberíamos responder primero: ¿Qué tipo de fiesta desean? ¿Ostentosa o sencilla? —Uhm, ¿es posible que sea una sencilla? —le pregunté, esperando que fuese realista. —Bueno… antes de rever ese tema, deberíamos elaborar la lista de invitados teniendo en cuenta que muchos de nuestros familiares querrán asistir a la boda de Edward —me explicó con dulzura. —Por supuesto. —Entonces, lo pensé mejor—. Entonces… ¿a cuántos familiares nos estaríamos refiriendo? —Al menos cincuenta personas.

Me atraganté con el té. —Mamá, ni siquiera conozco a esos familiares —Edward se quejó. —Pero ellos te conocen desde que usabas pañales, querido —le recordó con nostalgia. No quería una enorme celebración, pero deseaba que los familiares de Edward pudiesen disfrutar de nuestra boda. —Está bien, Edward. Tu familia tiene que compartir ese gran día contigo —le dije. —Sí, pero… ¿qué hay de tu familia? Ambos me observaron. Me preocupé. —No estoy muy segura. Pero mis tías irán. Y sus hijos. Y sus parejas. Ay, Dios. —¿No crees que deberías preguntarle a tu madre un número aproximado para darnos una idea? —me recomendó Esme. —Tengo que ir a visitarla, en realidad. Si llego a hacerle una pregunta como esa por teléfono, me matará. Quiere ver el anillo antes de la ceremonia. Y también quiere verte. —Miré a Edward. —Por supuesto que querrá. Edward, tienes que ir. —Su madre volvió a reprenderle. —¡Siempre la acompaño! —protestó él, un poco cansado de las reprimendas innecesarias de su madre. Además de los familiares, también teníamos que invitar a conocidos y compañeros de trabajo porque, de lo contrario, sería mal visto. Abandoné paulatinamente la idea de una ceremonia íntima. —Estamos hablando de, algo así como cien invitados, ¿no? —preguntó Edward—. Entonces deberíamos hacerlo en algún salón, ¿no creen? —Conozco uno muy simple y adorable que además cuenta con una pequeña capilla —respondió Esme esbozando una bonita sonrisa. Confiaba completamente en su criterio. Revisó algo en el cuaderno y levantó la vista para preguntar: —¿Vestido? Por alguna razón, me sonrojé. —No quiero que sea algo exagerado —le avisé de antemano, aunque a juzgar por su expresión, ella ya lo sabía. —Creo que Ellapodría armarte un precioso modelo. Se estaba refiriendo a la prima de Edward, Ella Masen. También le había hecho el vestido a Alice. Ella me caía bien. —Recuerdo algunos de los modelos que vi en su cuaderno cuando le tomó las medidas a Alice. Me gustaron en su mayoría. Aunque… por alguna razón, esperaba que Sam lo hiciese.

Ni siquiera sabía si él podría asistir a la ceremonia. Eso me entristeció considerablemente. —¿Tienen un fecha aproximada? —Nos preguntó a ambos. —El próximo año. En primavera o verano, definitivamente. No me quería casar con esa nieve. No. —De acuerdo. —Esme sonrió. —Oh —comentó Edward, preocupado. —¿Qué? —Fruncí el ceño. —¿No te gusta el invierno? —me preguntó él, tratando de negociar con esa voz aterciopelada que tanto me encantaba. —Lo único que estaré usando ese día será un pequeño vestido, Edward. No quiero congelarme. —Te entiendo. —Me acarició la mejilla y frunció los labios—. Pero lamentablemente, nos casaremos este año. Alcé una ceja. —¿Desde cuándo esto se convirtió en una monarquía? —Bufé. Pude notar a Esme ligeramente incómoda. —Verás, el asunto es este: ya compré los boletos para nuestra luna de miel. ¡¿Eh?! —¿Cómo? ¿Qué? ¿Por…? —Me sorprendí. —Ahorré durante estos meses para comprarlos. Vacaciones veraniegas en primera clase. —Asintió con una linda sonrisa en los labios. No entendía nada. —¿Por qué compraste los boletos ahora, hijo? —Esme volvió a reprenderle, pero con cierto aire maternal y de lástima. —Quería que fuese justo: esta es una fecha muy importante para mí, y deseo celebrarlo en mi época favorita. Pero también quería que Bella gozara de la frescura del mar. Mientras disfrutamos de esta nieve, en otra región la gente se está bronceando en este mismo instante, Bella. Los dos ganamos. ¿Otra región? ¿Playa? ¡Oh, por Dios! —¿Vamos a ir a la playa? —Pregunté sin ocultar mi júbilo—. Espera, ¿otra región? ¿A dónde vamos a ir? —Es una sorpresa. —Me lo dejó en claro. ¡Cielos! —Caray, te lo pensaste muy bien…

Me di cuenta que efectivamente, sonaba justo para ambos. Él tendría su nieve, yo mi playa. —Lo planeé durante todo este tiempo. —Y lo ocultaste muy bien. Dime, ¿qué otra cosa me ocultas? —Entrecerré los ojos con malicia. Hizo un mohín. —Soy algo claustrofóbico. ¡Tampoco sabía eso! —Dime, Edward… ¿cuál es la fecha de esos boletos? —le preguntó Esme con curiosidad. Ahora venía la mala noticia, estaba segura: —Nueve de diciembre. ¡¿Qué?! —¡Edward! ¡Eso es en menos de un mes! Esme era la única persona que podía reprender seriamente a Edward, porque cada vez que yo lo hacía, me ponía esa cara de perrito apesadumbrado y no funcionaba. —No se puede planificar una boda en menos de un mes. Más que una pregunta, era una afirmación. —¿Cómo que no? —Él interrumpió, confundido—. ¿De qué sirve planificar una fiesta que se lleve a cabo en, no lo sé, diez meses? Te propuse matrimonio ahora porque quiero casarme contigo ahora. Fue sumamente autoritario y romántico a la vez. No me gustaba cuando se ponía así de terco, pero me entraron unas repentinas ganas de darle un beso. Mi única alternativa era preguntárselo a Esme. —¿Es realmente posible? No obstante, ella también parecía convencida con su argumento. Le gustaba ver a su hijo así de enamorado. —Podríamos hacerlo —aseguró con confianza y eso me alivió—. Aunque primero deberíamos hablar de un tema algo más delicado. ¿Tienen algún tipo de fondo ahorrado para esto? Oh. —Tenemos, sí. —Edward contestó por los dos, porque ambos llevábamos al día los ahorros del otro—. Pero no queremos que todo se nos vaya en una fiesta, mamá. Bella y yo empezamos a ahorrar para una casa, y… —Si queremos tener todo listo en menos de un mes, me parece que tendremos que gastar un poco más de lo planeado, Edward —repuse con dulzura, acariciando su mano.

—Tu padre y yo habíamos quedado en que nuestro regalo sería pagar por un buen lugar para su luna de miel. Pero viendo que Edward ya lo tiene asegurado, creo que podríamos colaborar con este fondo, ¿les parece? Yo no sabía que incluso su familia nos visualizaba de ese modo. No pude ocultar mi sonrojo. —No hay forma de explicar lo agradecidos que estamos… Muchísimas gracias, señora Cullen. Ella negó lentamente, sonriendo. —Lo que sea por mis pequeños. No puedo esperar a verlos en el altar. Edward se verá guapísimo con un buen frac entallado. Contuve las ganas de abrazar a Edward, quien se había puesto ligeramente colorado. Entonces, me miró fijamente. —Me estoy muriendo de impaciencia por verla a ella vestida de blanco. El corazón empezó a latirme con rapidez. Me llevé ambas manos hacia las mejillas, para revisar sus temperaturas. —También me gustaría agradecerle por su ayuda. Todas estas cosas a tener en cuenta… tendré que pedir permiso en el trabajo. Y Edward, también necesitaré tu ayuda. —Medio le reclamé. Él hizo un mohín. —Má, ¿crees que podrías ayudarnos? Sabes organizar fiestas. ¿Te gustaría organizar la nuestra? —¡Edward! —Rápidamente le di un golpecito en la rodilla. ¿Cómo iba a pedirle semejante favor a su madre, una mujer tan ocupada? Mas ella sonrió, contenta. —Me encantaría. ¿Eh? —¿En serio? No podía creerlo. —Sería entretenido. Además, no tuve la oportunidad de ayudar a Alice con su ceremonia… y probablemente, tampoco podré hacer mucho por Rosalie… esta sería mi primera y única oportunidad de organizar una boda. Nos quitamos un peso de encima. La abracé con ganas, porque le estaba delegando lo que sería una tarea sumamente ardua. O quizá para ella no fuera gran cosa. Yo me había mareado únicamente con la cantidad de hojas en ese cuaderno. Lo bueno era que contábamos con una persona prudente, sabia y detallista como Esme. Al menos no nos escandalizaríamos con toda la organización.

—Por cierto, ¿quiénes serán los padrinos? ¿Ya tienes en mente una posible dama de honor? Tendré que programar muchas cosas con ella. Me quedé completamente en blanco. No di una respuesta inmediata, porque tan pronto mi mente desgranaba un nombre, uno nuevo aparecía. Al menos tenía en claro una cosa: No podía decidir entre Alice, Mel y Jane en un solo día y no contábamos con tiempo extra como para divagar. Y aunque mi lado racional me invitaba a golpear a Edward, realmente deseaba casarme pronto. Verdaderamente quería ir a la playa. Ciertamente quería pasar días alejada de este horrendo clima rodeada por los fuertes brazos de mi futuro marido. Horas más tarde, ese mismo día, me encontraba en la cama revisando cosas en la laptop. Simplemente se había vuelto una costumbre. —Lo bueno es que tenemos veintitrés días. Imagina la cantidad de personas que no podrán asistir a una boda con tan poca anticipación —dijo él mientras se cepillaba los dientes en el baño. —E incrementará los rumores de un posible embarazo —dije con sorna. —¿Por qué? —Ya sabes, la pareja que se casa rápidamente para decir que "se embarazó" durante la luna de miel… —¿Te quieres embarazar durante la luna de miel? —me preguntó con diversión, una vez que salió del tocador. —Okay, dejemos un par de cosas en claro: la inesperada propuesta… increíble, hombre. En serio. Pero tratemos de que nuestro próximo paso como pareja sea un poco más elaborado, al menos por ambas partes, ¿te parece? Además, estoy tomando la noticia con mucha serenidad, gozo si deseas un mejor término. Pero vamos de a poco, ¿sí? —En realidad, me sorprende con cuánta facilidad lo estás tomando. Estaba preparado como para recibir una negativa. —¿En serio? ¿Con toda esa gente mirándonos? —La gente sirvió muchísimo. No serías capaz de rechazarme frente a toda una multitud. No eran tantos. —Claramente, no sabes de lo que soy capaz. —Le miré con malicia, pero obviamente estaba bromeando. —Además, ¿Por qué dirías que 'no'? ¿Por qué motivo no te casarías con alguien como yo? —se mofó de aquello mientras se sentaba a mi lado, acariciando mi mentón una y otra vez en el proceso. —Uhm, no me hagas desempolvar la lista que llevo guardada en el cajón —le respondí de manera coqueta. Nuestros rostros se encontraban tan cerca el uno del otro, que fue inevitable terminar el histeriqueo con un buen beso. —¿Qué miras ahora? —Enfocó su mirada en la pantalla. Rápidamente, alejé el aparato.

—¡No! No veas. —¿Estás viendo pornografía? Por alguna razón, esto le entretuvo. —No, yo no veo esas cosas. Entrecerró los ojos. —No todo el tiempo —admití luego, sonrojada—. Estoy viendo modelos de vestidos. Se supone que no puedes verlo hasta el momento de la ceremonia. Oí que murmuraba mientras asentía. Se alejó de la cama. —Ni siquiera sé qué podría quedarme bien. Sé que debo esperar a Ella, pero quiero adelantar al menos algo. No quiero que los demás hagan el trabajo que, se supone, deberíamos hacer nosotros. Volvió a la cama y me entregó una pequeña carpetita. —¿Y eso? —El divorcio —bromeó. —¿Tan pronto? ¿Nos duró tan poco el compromiso? —le seguí el juego, tomando la carpetita. La abrí. Estaba llena de dibujos ya terminados. Eran modelos de distintos tipos de vestidos. Los últimos parecían de novia. —¿Qué es esto? —pregunté en voz baja, admirando la técnica con la que esta persona había diseñado tan bonitos modelos. —Es el cuaderno de Sam —murmuró en voz baja. Me giré inmediatamente hacia él. —Tom me lo ha prestado. La familia de Sam estuvo de acuerdo en que escogieras un diseño. Por supuesto, tuve que invitarlos a la boda. Me invadió una enorme sensación de nostalgia tan pronto mis dedos acariciaron aquellas hojas. En algún momento, Sam los había diseñado. Los modelos eran preciosos. —Dijiste que preferías un modelo hecho por él. Seguirá en rehabilitación por algunos unos meses, pero estoy seguro de que habría estado encantado de haberte diseñado algo bonito para ese día, ¿no crees? —Edward, esto es… ¡Ah! —Lo abracé rápidamente—. ¡Gracias! Ni siquiera recordaba haberlo mencionado, creí que lo había hecho en mi cabeza. A él no se le pasaba ni un solo detalle. Era como si jamás se cansara de mí. Había días en los que el humor pesaba y parecía ser simplemente costumbre el estar acostados en la misma cama, pero entonces aparecía, con sus sorpresas y sus mañas, demostrándome que todavía se interesaba por mí. .

(8) Esme se aseguró de que todos los trámites se hicieran en tiempo y forma. Al día siguiente, la prima de Edward nos estaba haciendo una esporádica visita. —¡Ah! ¡Mi futura prima! ¿Cómo estás? —Me saludó con un gran abrazo tan pronto abrí el portón del edificio. No nos quedamos mucho tiempo charlando allí. Hacía frío y cargaba a la pequeña Emily en sus brazos. Antes de ingresar al ascensor, una vecina salió de allí. La conocía. Era la despampanante rubia del cuarto piso. Era reservada, pero siempre se vestía genial y tenía una figura envidiable. Nos observamos por unos segundos. Yo vestía una harapienta ropa de entre-casa. Me dio vergüenza. —Perdón por salir así —me disculpé tan pronto ingresamos en el ascensor—. Todo esto ha sido un caos y… —¡Ni siquiera intentes disculparte! Entiendo que ha sido el notición del mes, ¿eh? Ese Edward es todo un loquillo. Al menos la casa lucía ordenada. No contaba con demasiado tiempo como para regresar del trabajo y limpiar de punta a punta. Mis manos olían a detergente. La única persona que me acompañaba ese día era Alice. De todos mis amigos, era la más familiarizada en lo que se refiere a vestimenta. Saludó a Ella como si fueran viejas amigas. Mi mayor sorpresa vino cuando le sonrió a la pequeña Emily y la sostuvo entre sus brazos por un largo tiempo. Definitivamente, Alice era la mejor en ese tema. Le ofrecí un poco de té, pero prefirió café. —Muy bien, Bella. ¡Entremos directamente en acción! ¿Dónde está el novio? Los necesito a ambos. —El novio está tomando una siesta —comentó Alice entre risitas. Ella abrió los ojos con indignación. —V-Voy a despertarlo… —Me levanté rápidamente del sillón, pero me detuvo. —Déjame. Le haré una visita a mi querido primo. Mientras esperábamos, Alice continuó jugando con las minúsculas y adorables manos de la pequeña Emily, quien no pasaba de dos años. Edward regresó después de unos cinco minutos. Lucía somnoliento y algo perdido cuando se sentó a mi lado. —Me dijeron que no podía estar aquí, que no debía ver el bendito vestido —se quejó, masajeando sus ojos por encima de sus parpados. —No lo harás. Pero necesito tomarte las medidas para el traje, novio. —Ella, Edward acaba de despertarse así que no es muy consciente de lo que sucede a su alrededor, pero me gustaría agradecerte por lo que haces. Sé que es imposible elaborar tantas cosas en menos de un mes…

—Imposible no —remarcó mientras sacaba algunas de sus pertenencias del increíblemente hermoso bolso que llevaba—. ¿Un reto? Claro que sí. Y los adoro. Además, amo a mi primo y sabía que tarde o temprano terminarían juntos. —¿Incluso cuando fabricabas el vestido de Tanya? —bromeó Alice. —Incluso en ese momento. —Le dio la razón con una gran sonrisa—. Ya lo sabía. —Me apuntó con su dedo índice—. Sabía que le terminaría haciendo un vestido a Bella Swan. Dime, ¿ya escogiste un modelo en especial? Tenía conocimiento acerca de la situación de Sam y cuán especial era para nosotros contar con sus diseños. A ella no le importaba; en realidad, lo vio como una especie de reto al que superar. —Ah, sí. Le entregué la hoja con el único modelo que había despertado mi atención. Me sonrojé con nerviosismo. Esperaba que fuera de su agrado. Lo revisó durante varios segundos y sonrió, asintiendo. Luego, me miró. —Algo así tenía en mente. Sabia decisión. ¡Genial! —¿Cómo luce? —Edward ya estaba despierto y completamente intrigado por el modelo. —Va a dejarte boquiabierto —le garantizó su prima, guardando aquél dibujo en uno de sus cuadernos. Tenía varios. —¡Por supuesto que sí! —Celebró Alice—. Se trata de Bella vestida de blanco. Se verá adorable. Yo no hacía otra cosa más que sonrojarme. Todo esto me parecía una experiencia extra corporal. Un mes atrás, mi única preocupación venía de un artículo que debía corregir y ahora tenía que idear mi propia boda. —Damas primero —anunció Ella, tomando su medidor. Cuando terminó de medirme, le pregunté cuáles eran mis medidas y quedé mortificada. —He subido de peso. Ella sonrió divertida. —¿Quieres bajar de peso hasta entonces? Puedo cambiar las medidas como una motivación. —Esa sería una increíble motivación, en realidad —estuve de acuerdo. —Espera, espera. —Edward detuvo la conversación—. Tuve que lidiarlo con Tanya, Bella. ¿Tú también? —Tengo al menos tres kilos demás. Solo quiero bajarlos, ¿es eso un problema? En realidad, lo era. Nunca en mi vida había estado preocupada por mi figura y probablemente no era la primera vez que ganaba masa corporal. Pero al tratarse de una celebración frente a todos nuestros

familiares, dispuestos a chismosear sobre las imperfecciones de la novia… me ponía nerviosa. Todos sabían que era delgada y los kilos demás, eran notorio. —Además, me siento pesada —me quejé—. El maldito invierno me hace sedentaria. No me vendría mal hacer ejercicio. Le tomaron las medidas a Edward y descubrió que también había subido de talla. Aunque para mí, seguía luciendo increíble. —Par de tragones, si quieren verse bien en el día, tendrán que empezar a hacer ejercicio. No quiero emergencias al estilo "mi ropa no me entra" el día de la boda, ¿entendido? Ya tuve que lidiar con algo como eso y terminó en un desastre. Esa se había vuelto mi nueva pesadilla. Ella se tomó demasiado en serio el trabajo que le habíamos encomendado. No planeaba realizar diseño alguno para ningún otro cliente. Con todos mostrándose así de comprometidos con el asunto, me emocionaba aún más. —¿Y la dama de honor? —me preguntó en voz bajita cuando notó que Alice no estaba muy pendiente de los vestidos por lo que, podía no ser mi dama de honor. —No la he escogido aún… ¿supone eso un problema? Me miró como si me tildara de ingenua. —Okay, sé que debo escogerla. Pero dame… dame una semana, ¿sí? —No podré diseñar un bonito vestido para entonces, Bella. —¿Entonces…? —Tengo algunos modelos de emergencia en mi casa. Si a tu dama de honor… qué digo, si a ti no te molesta que no luzca especialmente bonita ese día, no hay problema. Aunque, ¡qué va! Es tu dama de honor. No debería opacarte ese día, aunque dudo que alguien pueda hacerlo con este hermoso modelo que has elegido. Me llamas en cuanto tengas una, ¿bien? Vendré en una semana para enseñarte la parte de arriba. Cuando Ella se marchó, le pedí a Edward que nos diese un tiempo a solas con Alice y él fue a tomarse una ducha. Me senté junto a ella en el sillón. —Esto me trajo muchos recuerdos bonitos. Estaba igual o más emocionada que Ella. Y tú no te preocupes por el peso, ese día te verás bellísima. —Eso espero. Nunca antes había hecho ejercicio para perder peso. Todo es culpa de Edward. Se echó a reír. —Y tú me criticabas, pero ya ves. Cuando tienes a alguien por quién lucir bonita, empiezas a cuidarte. —Hablando de eso, ¿cómo vas con la terapia? —¡Bien! —Contó honesta, incluso parecía contenta—. La terapeuta se llama Janet. Es una mujer con tantos conocimientos, ¿sabes? Tiene una forma impresionante de hacerte entrar en razón cuando estás

equivocada. Y me da muchas pruebas caseras. Por ejemplo, a veces no puedo controlar mi ira, entonces me ha pedido que tome unas clases de defensa personal y es como, literalmente, una de las mejores cosas que me ha pasado en todo este tiempo. —¿Defensa personal? —Sí, tres veces por semana. A veces asisto a terapia con Jasper y nos da buenos consejos. Nos ha recomendado que tomemos unas vacaciones románticas. Ya sabes, para despejarnos del resto. Tal vez piensas que en Francia descansamos, pero él trabaja todo el tiempo. Y aparentemente, necesitamos mejorar nuestra forma de comunicarnos para… bueno, empezar a tratar de nuevo el tema de una posible adopción. —¿Adopción? —Parpadeé atónita—. Entonces, ¿lo harán? —Tenemos que ir despacio, pero… —Suspiró—. Es lo que más quiero. Y él también. Queremos ser padres y tenemos que aceptar que, aunque no es la manera tradicional, aún podemos criar a los niños que queramos de la forma tradicional. Creo que tiene que ver con algún problema con mis padres. Ella indaga profundamente mi subconsciente y trae estos motivos tan extraños. ¿Una locura, no crees? Lucía como una persona severamente ocupada. Miró su reloj. —Tengo que ir al doctor ahora. Ya sabes, chequeo de rutina. Por los medicamentos. Me ayudan a estar más relajada y abierta a muchas cosas, ¿sabes? —¡Sí, suena increíble! Su felicidad era contagiosa, pero a la vez decepcionante. Contaba con muchos proyectos para el futuro. Debía enfocarse en sus propios planes, su propio matrimonio y sus propios problemas. No era la Alice de antes, obsesionada por ayudar y arreglar las cosas como la maniática del control que era, pero eso significaba una buena noticia… para ella. Tuve que descartarla inmediatamente de mis posibles candidatas como dama de honor cuando me contó que también estaba tomando clases de yoga para canalizar sus ataques de ansiedad. Terminó de beber de su taza de té, me miró a los ojos y culminó su relato con una pequeña sonrisa. Le correspondí de la misma manera. . (9)—¡Descanso! —aullé a todo pulmón. —¡No! —Me lo negó—. ¡Sigue! —¡Por favor! —Gemí. Con una arrebatadora sonrisa, me indicó que esa no era una opción posible. Me habría gustado decir que Edward Cullen era el único lunático capaz de trotar a las cinco de la mañana. Pero no. Nos acompañaron un par de lunáticos más.

Cinco largos y tediosos minutos más tarde, se detuvo con la respiración agitada. Quise echarme en el césped, pero estaba cubierto al completo de nieve. El cuerpo me palpitaba y me ardía todo al respirar. Se acercó a mí —ya que obviamente me sacó ventaja en velocidad—observándome mientras ocultaba una risita de mofa. —Te odio. Ojalá te pudras en el infierno. —Alcancé a decir con el escaso aire que albergaba. —Levántate —ordenó. —No —respondí entre jadeos, arrodillada en la vereda. —Bella, no descanses de golpe. —Cállate. —Anda. —Me obligó a levantarme, jalándome de los brazos. Era la misma rutina de siempre. Trotábamos quince minutos, a veces veinte. Luego, nos estirábamos los músculos y regresábamos a casa para lo peor: comenzar con la usanza diaria en el trabajo. —Todo esto es tu culpa —le dije en serio—. Jamás necesité bajar de peso de esta forma. Mira lo que me has hecho. Él no paraba de sonreír como un niño travieso. —Te ves excelente —se mofó de mi aspecto. Lucía despeinada, transpirada y sonrojada. —Luzco como si hubiésemos follado sin parar. Y me sentía de esa forma. —No hagas trabajar a mi imaginación. ¿Cómo es que seguía luciendo perfecto? —No me eches la culpa, tú me volviste gordo y sedentario con todas esas tartas deliciosas. También tienes la culpa. Solía hacer ejercicio todo los días antes de conocerte. Iba al gimnasio con Emmett. Eso lo sabía. También estaba al corriente de que había desarrollado esa ancha espalda en clases de natación durante su adolescencia. —A propósito, ¿ya escogiste una dama de honor? —me preguntó cambiando rápidamente de tema. Asentí mientras recobraba la respiración. Caray, ¿cuánto tiempo podría tomarme? Qué floja era. —¿Quién? Tragué saliva ruidosamente. —No, mentira. No lo sé. Pero ya se me ocurrirá algo. —Quiero que Emmett sea su acompañante. Será mi padrino. ¿Quería a Emmett a su lado, en el altar?

—¿Emmett? —Esa fue una grata sorpresa. —Sí. No quise darle muchas vueltas al asunto. Pero es que siento que es la única oportunidad que tendrá de estar frente a un altar. Auch. Edward. —Eres perverso. —No, lo hago como un buen gesto —me aseguró entre risas—. Además, es mi mejor amigo. Eso no sabía. Y entonces, me di cuenta que ni siquiera sabía quién era el mejor amigo de mi futuro esposo. —Creí que Mark era tu mejor amigo. —¡Es un gran amigo! Pero Emmett me conoce demasiado bien. Sabe más que nadie lo mucho que he cambiado. Además, me da buenos consejos. No deberías de subestimarle. No era eso, pero luego lo medité mejor: —¿Eso significa que Emmett planeará tu despedida de soltero? —solté abruptamente. Nos miramos durante varios segundos. —¿Vamos a tener despedidas de solteros? —Se carcajeó ante aquél detalle. Me sonrojé. —¿No es eso lo que hacen las parejas antes de casarse? Le hicimos una a Alice. Y no salió muy bien en realidad. —Y recuerdo que Emmett consiguió chicas para Jasper. —Recordé en voz alta, preocupada—. Edward, esto ya no me gusta. —No tiene por qué haber strippers, ¿cierto? A menos de que desees ver a otro hombre, que no sea yo, desnudo. —Alzó una ceja. —No —respondí con normalidad. Eso no podía ser debatible en mi caso—. Jamás hice esas cosas. No fui una chica parrandera como tú. —Basta. Me miró seriamente y permanecí muda. —En serio, deja de recordar las cosas del pasado. Es molesto. No le había agradado mi comentario. Me sentí una idiota. —Sabes que bromeo… perdón. Asintió para sí mismo, como si se lo recordara todo el tiempo. Pero el tema ya debía ser una lata para él. Enseguida, sonrió bromista. —No fue gracioso, no lo fue. —Negué varias veces, con tristeza.

Por un momento, nos distrajo una pareja que pasó trotando cerca de nosotros, sujetaban firmemente las correas de un Bulldog y un ovejero alemán. Me puse nostálgica, pero Edward simplemente se limitó a sonreírles a lo lejos. Casi nunca hablábamos del tema. Es que no era capaz de hacerlo sin alojar lágrimas en mis ojos. Extrañaba mucho a Bear. Regresamos a casa cuando el sol empezó a perfilarse en el despejado cielo. Raramente no estaba nevando, pero para mí seguía siendo una horrenda mañana de invierno, incluso cuando aún faltaban días para la llegada de esa estación. Por eso esperaba la luna de miel con tanta anticipación. Quería alejarme de este clima a toda costa. Al ingresar en el dormitorio, evadí por completo nuestra cama. Un paso en falso, terminaría echándome un buen sueño. La idea de tener que bañarme, desayunar e ir a completar una jornada de trabajo después de haber hecho ejercicio me saturaba. Únicamente necesitaba recordar que era por unos cuántos días. —¡Oye! Me llegó la invitación de una boda. Por unos segundos olvidé que era la tuya —mencionó Mel en cuanto se acercó a mi escritorio. Después de mi ascenso, contaba con uno un poquito más grande. —¿Cómo hizo tu suegra para que las enviaran con tanta rapidez? Encogí mis hombros. Ni siquiera tuve tiempo para corroborarlas previamente. Tampoco me interesaba cómo lucían. No esperaba que lucieran de cierta manera. —¿Cómo vas con todas esas cosas? Suena como si planificaran un compromiso enorme. Creí que se casarían en el jardín de la casa de sus padres. —Ese era el plan. Pero no podemos. Edward tiene muchos… familiares. Los Cullen son discretos, pero para nada sencillos. —Es fácil darse cuenta. Mira el auto y el departamento de tu novio —bromeó—. ¿Tienes algo que hacer hoy? —Tenemos que ir a ver el salón. No tengo idea cómo luce, pero Esme dice que es muy hermoso y tradicional. Mel arrugó la nariz. —Salones, invitaciones, vestidos… cielos. Suena demasiado complicado. —Casarse es complicado, me parece. —Admiro tu paciencia. Yo habría abandonado todo. No me agrada eso de armar celebraciones. —Tu fiesta de cumpleaños fue un evento bastante social. —Organizado por mi esposo —me corrigió—. No sirvo para esas cosas. Por eso no me arrepiento de haberme casado en Las Vegas. —Sí, pero te habrías visto bonita con un vestido blanco —añadí con ternura.

—No es mi estilo. —Sonrió—. Una boda a lo Forrest Gump te habría servido bien. ¿No te gustaría usar una corona de flores? ¿Corona? —¿Te refieres al velo? —No, una corona. Como en la película. ¿La viste, cierto? Asentí. —No sé si sea apropiado, digo, por la estación en la que estamos… Eso suena muy primaveral. —Descarté sutilmente la idea con una sonrisa falsa. Pero quería que me ayudara en algo. —No obstante, me gustaría que me dieras tu opinión sobre los platillos. ¿Qué crees que deberíamos servir? —Alcohol —me aseguró—. Mucho alcohol. Me reí nerviosamente. Melissa era una chica muy responsable en el trabajo, pero sus ideas no eran para nada compatibles con las cosas que Esme tenía planeado. Necesitaba una persona relajada como ella, pero un poco más atenta y amoldada a la idea de la ceremonia tradicional que íbamos a llevar a cabo. Tuve que descartarla. Como último intento, llegué a la conclusión de que Jane podría ser la persona adecuada entre mis amigas. Cuando salí del trabajo, fui a buscar a Edward en el consultorio. Planeaba hacerle la pregunta de forma inmediata, ya que no quería seguir perdiendo tiempo. Pero ella estaba concentrada en los papeles en su escritorio. —¿Te ocurre algo? Se percató de mi presencia en ese momento. Trató de lucir su mejor sonrisa, pero parecía preocupada. Me lo confesó, pero muy tímidamente, casi como un secreto. —No encuentro el cuaderno donde tenía señalados los turnos de Edward. —¿Los de sus pacientes? —Sí. ¿Se va a molestar mucho, verdad? —preguntó entre suspiros. Edward era estricto con su trabajo, pero… —Se supone que los tiene anotado en su propia agenda. ¿No? Entonces, no debería haber problema. —Perdí un cuaderno, Bella. ¿Y si me despide? —Ahora lucía alarmada. —Oye, tranquila. No te despedirá. Es un cuaderno, cualquiera podría… —No, no puedo. Tenía todas las modificaciones anotadas y no estoy segura de que él las tenga. Acabo de arruinar su agenda. Y sé que anda demasiado ocupado en estos días por lo de la boda y…

—Jane, para de hablar —pedí, entre risas—. Está bien. Hablaré con él. Ha sido un pequeño problema, pero eres buena en esto. Tal vez su nerviosismo se debía a que necesitaba este trabajo para juntar el dinero suficiente para empezar su carrera universitaria. No lo sabía, pero esa era la única explicación que aparecía en mi cabeza. Incluso temblaba. —No tendrás un ataque de pánico por esto, ¿verdad? —le pregunté en voz baja, porque no tenía idea. —No, no. Estaré bien. —Respiró hondo—. Es que me odio tanto cuando me distraigo y se me pasan algunas cosas, y Edward se molestará y entonces… El mencionado salió de su consultorio con sus cosas en sus brazos. Se suponía que no había nadie más esperando para ser atendido. Jane se preparó para confesarle la gran metida de pata. —E-Edward, y-yo… Él le entregó una agenda. ¿Era la suya? —Te dejaste esto en mi escritorio —dijo con tranquilidad. Jane exhaló con fuerza. Era como si el alma le hubiese regresado al cuerpo. —Gracias, gracias, muchas gracias. —¿Por qué me agradeces? —No le vio importancia. Me miró a mí, saludándome con una sonrisa. —¿Vamos? Había olvidado el motivo por el que había aparecido allí en un principio. —Eh, sí. Te hablo al rato —le avisé a Jane, pero ella seguía enfocada en el alivio que le producía haber encontrado su agenda. —¿Estás bien? —me preguntó Edward mientras salíamos. Como de costumbre, acarició mi mejilla para evaluar mi temperatura. El pánico de Jane me había contagiado. Increíble. —Más o menos. —Fui honesta, ya que estaba jodida. Jane era mi última opción, pero viendo su reacción ante un simple inconveniente —la pérdida de una agenda que, si bien era importante, no era completamente crucial para el funcionamiento de su trabajo—, me reveló que mi amiga no era buena manejando situaciones fuera de control. ¿Y si yo sufría un ataque de pánico antes de cruzar el pasillo en dirección al altar? Pasé el resto del recorrido en silencio, hasta que me di cuenta que estábamos saliendo de la ciudad. —¿Cuánto falta para llegar? Él parecía haber corroborado la dirección minutos antes. El GPS nos estaba ayudando.

—Ya quedan pocos kilómetros. No podía ver mucho a través de la ventanilla debido a la nieve, pero nos estábamos adentrando a lo que parecía ser un bosque. —¿Alguna vez lo has visto? —pregunté, refiriéndome al salón. Negó. Pasando un terreno lleno de arbustos, nos topamos con grandes árboles. Metros más adelante, los árboles empezaban a desaparecer y a despejar más el espacio para lo que parecía ser un jardín. Edward y yo prestamos aún más atención al terreno cuando avistamos una enorme mansión. Obviamente, el salón debía estar dentro de ella o debía ser una parte de todo eso. Mi corazón pegó un salto cuando llegamos a lo que sería la entrada. Por fuera, lucía como un coliseo. Edward estacionó el auto detrás de otros que ya se encontraban allí. La entrada de ese enorme terreno era de mármol. Y tenía balcones impresionantes. Una vez cruzamos la entrada, nos topamos con Esme y Carlisle. Ambos hablaban con un hombre canoso de aproximadamente cincuenta y tantos. —¿Entonces? ¿Qué opinas de la entrada, Bella? —me preguntó ella tras saludarme—. Las luces harán de este lugar un increíble salón. —Espere un segundo, ¿esta enorme entrada es… la entrada a nuestro salón? —me asusté. —Pero por supuesto. —Sonrió Carlisle—. Déjenme presentarles al dueño del terreno. Su apellido era extranjero. En el momento que lo escuché, lo olvidé. Pero se llamaba Françoise. —¡Qué hermosa pareja! Un gusto conocer al hijo de Carlisle y a su futura señora. El término me parecía muy pasado de moda. Pero fue inevitable sonreírle entre sonrojos. —Disculpe, señor… Todavía no lo entiendo, ¿el salón es uno de los tantos que se encuentran adentro? Porque imaginaba que este lugar debía albergar varios. Los tres se rieron ante mi ingenuidad. —No, cielo. Este es el salón para la fiesta. Todo el terreno. —Esme me lo explicó mejor. ¡¿Qué?! —¿C-Cómo? ¿L-La e-entrada…? —Por supuesto. Allí ingresarán los autos, a pocos kilómetros se encuentra el estacionamiento. Esta es la entrada de los novios. —Françoise señaló el camino trazado hacia los escalones—. Y la fiesta será adentro. Contamos con una bonita capilla a pocos kilómetros de aquí. Dijeron que necesitaban algo práctico, ¿cierto? —le preguntó a mis suegros.

Ellos seguían hablando, pero yo estaba boquiabierta. No podía comprender que todo este terreno nos pertenecía, que aquí celebraríamos nuestra fiesta. —Mierda, es grande —murmuró Edward en voz baja, lo suficientemente cerca de mí como para que fuese la única que lo escuchara. —Pero es precioso —añadí impresionada. Incluso aunque estuviese cubierto de nieve, lucía muy hermoso. Esto en primavera debía ser maravilloso, pero tenía que sacarme esa idea de la cabeza de una vez por todas. Observé nuevamente la entrada. Eran diez metros, probablemente. Por allí entraríamos mientras la gente nos esperaba dentro del salón. Empecé a temblar. Mierda, me quiero casar ya. —¿Por qué no entran y dan un paseo para revisar el interior? ¡Aquí está helado! —Se quejó Françoise usando un exagerado tono a propósito. Él lucía como el tipo de abuelo que te regala dinero a escondidas de tus padres. Me agradaba. (10) Por dentro, el salón era aún más grande. Todo lucía blancuzco. Las paredes, el mármol en el suelo. Había mesas cubiertas con manteles, un enorme escenario, una gigantesca pista de baile y finalmente, la gran mesa en la que nos ubicaríamos. Me costó creer que allí celebraríamos nuestro casamiento. Siempre lo había imaginado como algo sencillo y humilde. Esto lucía como el tipo de fiesta que organiza tu conocido más adinerado. No podía comprender cómo la familia Cullen nos había conseguido una reserva como esta con tan poca anticipación. Dentro del salón se encontraba Thomas. Como fotógrafo oficial de la boda, planeaba recopilar fotografías previas y posteriores a la celebración. Edward permaneció un rato hablando con sus padres, no le había quedado muy en claro la ubicación de cada escenario. —Este edificio lleva años, pero una destacada conservación. ¿Has pedido por algo tradicional? Porque esto luce como un museo —me informó mientras continuaba tomándoles fotografías a las arañas de techo. —Es tan hermoso. No puedo imaginar con qué van a ocupar todo este gran espacio. —Tienes muchos invitados, yo creo que es apropiado. —¿Cómo sabes eso? —Me reí. —Revisé la lista que tiene Esme. Hasta hace pocas horas estaban hablando sobre la ubicación de las mesas. Necesitaba una mano. Ya sabes, no queremos colocar a Jane y Josh en la misma mesa. ¡Se me había pasado ese detalle! —No sabía que te había consultado… —Estabas trabajando. No hay forma de que tengas tiempo para muchas cosas —me recordó con dulzura. —Estas cosas no me pasarían si tuviera una mano derecha.

—¿Por qué? ¿Aún no conseguiste una dama de honor? —Nadie puede hacerlo. —No seas exagerada, Bella. Tu mejor amiga tendrá tiempo para ayudarte. Es el evento de tu vida. —Sí, pero es que no tengo una sola mejor amiga. Alice está ocupada con sus sesiones y algo dopada con sus medicamentos. Mel es capaz de quedarse dormida el día de la ceremonia y Jane podría entrar en pánico si la humedad arruina mi cabello. Yo también podría, en realidad. —Hay que admitir que no están preparadas para una situación de emergencia. Edward no debió comprar los boletos con tanta prisa. —No me quejo de los boletos. Estoy contando los días en mi calendario para irme a la playa. Se carcajeó. —No te olvides de comprar bikinis, entonces. —¿Ves? Esa debería ser una actividad para mi dama de honor. Debería recordarme ese tipo de cosas, porque lo he olvidado hasta hace unos segundos. Esme no va a recordarme las cosas que debería tener en cuenta en mi luna de miel. Y si lo hace, hombre, sería demasiado incómodo. —Hay que admitir que está haciendo un gran trabajo con todo esto. —Es la influencia del apellido —murmuré en voz baja, porque esa era la pura realidad. Nada de esto habría sido posible si no fuesen por sus contactos. Mientras él revisaba las últimas fotografías que había tomado, me di cuenta que no tenía una mejor amiga. Tenía un mejor amigo, que era Edward. Pero si lo apartaba, me quedaría un segundo mejor amigo, uno verdadero. Y ese era él. Thomas. —¿Podrías ser mi dama de honor? ¿Caballero de honor? Uh, este… ¿cómo se dice? —pregunté incómoda y algo tímida. Me arqueó una ceja con picardía. Fue como si hubiese esperado una propuesta de ese tipo. —Olvídalo. —Me arrepentí—. Sé que estás ocupado con lo de Sam. Pero tendré en cuenta tus recomendaciones. Bikinis. Lencería. Luna de miel. Eso. —No he dicho que no —me avisó. Me ruboricé. —¿No estás ocupado? Se sentó a mi lado, en el escenario. —Si lo piensas de ese modo, todos estamos ocupados. Y es difícil encontrar alguien que te ayude cuando tienes menos de un mes para planificar una fiesta para más de cien personas. Pero… qué va, ambos son mis

mejores amigos. Ya estaría en Londres si no fuese por ti, si no me hubieses abierto las puertas de tu casa. Además, usarás un vestido de Sam. No hay nada que me ponga más feliz que eso. Necesito guardar las evidencias para mostrarle, para cuando se ponga mejor. Apoyé mi rostro en su hombro. —¿Me ayudarás, entonces? Los sacudió, ocultando una risa. —¿Perderme un espacio en el altar? No podría hacerlo. Debo estar allí. Sigo rencoroso con Edward por no haberme incluido desde el principio. EPOV Jane abrió la puerta de mi consultorio con timidez. No necesitaba preguntar para ingresar cuando quisiera, para eso era mi asistente. Pero solía mostrar reticencia cuando debía darme una mala noticia. —¿Puedo pasar? Asentí sin problema. —Adelante. Mi trato con ella dentro del ámbito laboral era completamente diferente al cotidiano. —Uhm, este… Eh… ¿Recuerdas el papel en el que había anotado el cambio de turno de la mujer con cabello canoso que acompañaba al niño de trece años? —Sí. Los atendí hace unas horas. —Oh. —Frunció el ceño y parpadeó atónita—. Bueno, entonces, no pasa nada. Masajeé mi mandíbula y le mostré el papel donde lo había anotado. Parecía haber olvidado que me lo había entregado hace un rato. —Cielos… —¿Te ocurre algo? Andas muy distraída. —¿Eh? No, para nada. Estoy bien. No te preocupes. —Jane, no voy a despedirte. —Suspiré, reiterándoselo por cuarta vez en el mes—. Únicamente me gustaría saber si estás bien. Si alguna vez me enteraba del estado de ánimo de las chicas, era por Bella. Normalmente ella me contaba el chisme antes de notarlo, pero no me había mencionado nada acerca de Jane. Simplemente me había pedido que fuera tolerable con ella si olvidaba algún papel o algo así. —No me pasa nada. Te lo juro. ¿Hago pasar al siguiente paciente? —Sí, por favor. Que este sea el último.

Me había encargado específicamente de atender a los pacientes con turno días antes. Ya no tomaba a ninguno. Los únicos que llegaban a esta altura eran por lista de espera. Asintió y se marchó. Quise revisar mi teléfono, pero el paciente ya había ingresado en la habitación. Era una mujer, acompañando a su hijo de aproximadamente cinco años. Los saludé y les pedí una historia clínica, pero no había mucha ciencia en ello: otro caso de resfrío debido a la temporada navideña. Le solicité al niño que se sentara en la camilla y respirara hondo, mientras corroboraba sus pulmones a través de mi estetoscopio. Luego, le pedí que tosiera. Lo hizo en mi mano y fruncí los labios, sintiéndome incómodo. Me había vuelto paranoico con los resfríos en los últimos días. —Le recetaré dos antibióticos, reposo y una radiografía. Y lo derivaré a un neumólogo para que controle su estado. La mujer se preocupó por la mención de dicho médico. —¿Cree que podría empeorar? —Por ahora no hay que pensar en eso. Simplemente sean precavidos con el frío. Cada vez que termine de bañarse, que se abrigue. Que no salga con el cabello mojado y no abusen de la calefacción, pues el cambio de clima podría empeorar su estado gripal. Y que tampoco tosa demasiado, trate de relajar al pequeño para que no lo haga a menos que sea necesario. Eso podría dañar su garganta. —Es que es una época horrenda, doctor. Mi hija también ha pescado un resfrío. Creo que es un virus en casa. ¿Cree que podría traerla mañana o la próxima semana? —El neumólogo que acabo de recomendarle atiende en este mismo consultorio. Hoy es mi último día de trabajo. —Oh, ¿se puede saber por qué? Oculté una pequeña sonrisa en mi interior. —Me tomaré unas vacaciones. Regreso después del veinticinco. No pretendía decirle que al día siguiente era mi boda. O que la semana próxima estaría disfrutando de mi luna de miel. (11) Después del trabajo, Emmett me buscó en su Mercedes junto a Jasper, Josh y Mark, todos con aire festivo. —Dame tu teléfono. —Me pidió Emmett, cuando me senté en el asiento del copiloto. —¿Qué? —Dale tu teléfono —Josh lo repitió. —¿Por…? —No has visto a Bella en todo el día, ¿verdad? —Emmett me preguntó—. Bien, no vas a hablar con ella esta noche tampoco.

Eso no estaba a su disposición. —Estás bromeando. —Hablo muy en serio, Edward. Dame tu teléfono. —¿Qué? ¿Pasar la noche de juerga sin responder sus mensajes? ¿Estás loco o quieres que me deje? —¿Quién habla de juerga? No nos vamos de juerga, hombre —Mark intentó relajarme. —¿Cómo que no? ¿Cómo que Edward no va a tener chicas desnudas? —Josh protestó. —¿De qué chicas desnudas hablas? —rezongué—. ¿Qué demonios dicen? —¡Calma! —Emmett exclamó—. No habrá chicas desnudas. Pero no quiero que termine como la despedida de Jasper porque esa sí que fue una mierda. —¡Eh! Fue buena —se quejó el mencionado. —¿Cómo que buena? ¡Terminaste con tu novia el día anterior de tu boda! —Edward no quiere otras chicas, dejen al pobre hombre disfrutar de su despedida a su manera —Mark cooperó con entendimiento. —¡Gracias! Eso es lo que necesitaba. Hubo un corto silencio. —Igual, no vas a hablar con ella —Emmett me lo aseguró—. Las chicas tampoco van a dejar que Bella tome su teléfono, así que está decidido. ¿Qué? —¿Cómo que no? ¿Quién le dijo? ¿Qué es lo que van a hacer ellas? —¿Van a salir? —preguntó Jasper. Tampoco estaba al tanto de sus planes. —Van a ver hombres desnudos, por supuesto —dijo Josh—. Deja que vea al último hombre desnudo de su vida. Todos protestaron al respecto, porque sabían que ese no era el estilo de Bella. —¿Qué es lo que van a hacer, Emmett? —Me moría por saber. Bella no saldría… ¿o sí? —No tengo idea qué es lo que tienen armado. Pero tú trata de olvidar por una noche que te casarás mañana. ¡Pero no podía hacer otra cosa más que pensar en eso! —Lo que quiere decir es que disfrutes de una noche con amigos, sin chicas, para que mañana te despiertes ansioso por verla y la ceremonia sea mucho más emotiva —Mark explicó. Eso sonaba mejor. —Bueno. Está bien.

Le entregué mi teléfono. —Pero no metas la pata, Emmett. No traigas mujeres, o al menos asegúrale que yo no voy a mirar a ninguna. No quiero tener que discutir esto con ella. —¿Por qué? ¿No se supone que hay confianza entre ustedes? —Josh no comprendió. —La hay. Pero quiero abandonar por completo mi vida de soltero. No quiero volver a ser como antes. —Hombre… ¿cómo haces para decir algo como eso? —El enano se rio—. Yo adoro mi soltería. —Edward ya ha disfrutado muy bien su soltería. Podríamos hablar de las cochinadas que hizo durante la Universidad toda la noche —comentó Emmett. Él y Jasper se echaron a reír. Podíamos hacer eso. Podíamos hablar. Siempre y cuando Bella no nos escuchara. —Pero es en serio, Emmett. Si quieren ver chicas, pueden hacerlo, pero no cuenten conmigo. Es decir, podría. Si se trataba de una fiesta, podría dejarlo pasar. Pero no me interesaría genuinamente. Además, sabía que eso molestaría a Bella. Y para mí, ella lo era todo. —Claro que no, hombre. Relájate. Te conozco mejor que todos estos imbéciles en el auto. Sé que lo que tienes con ella es algo importante y todos aquí lo valoramos, ¿cierto? Todos asintieron. —Que yo sepa, el único que corre riesgo de perder las bolas esta noche eres tú, Oso. No dudes de la tolerancia de Rose, ¿eh? —Jasper se mofó de él. Inmediatamente, Emmett repitió varias veces que no bromeara con eso. Era como si hubiese vuelto el Oso bromista, pero sabía cuándo limitarse y respetar a su novia. Llegamos hasta un bar, donde nos sentamos en una mesa y ordenamos pizza. Y alcohol. Mucho alcohol. No estaba en mis planes embriagarme… demasiado. —Edward, mírame a los ojos. —Josh me pidió, sentado frente a mí—. ¿Realmente te imaginas una vida junto a Bella? Imagina que te levantas todas las mañanas de tu vida y ves el mismo rostro, todo el tiempo. Fruncí el ceño. —Imagina despertar con ella a tu lado, con una maraña en el cabello, el aliento horroroso. Imagina si engorda. Imagina si se vuelve aburrida. —Bella tiene un bonito cabello. —Me puse a la defensiva—. Siempre usa esa crema de fresa que no sé qué es realmente, pero le sienta bien. Me gusta cuando sube de peso, pero tampoco va a hacerlo por su estructura física. Y es la chica más divertida que he conocido. Puede hablarte sobre programas de televisión, sobre libros; podemos hablar de lo que sea. —¿Y sus dientes de castor? ¿Los has visto? Esos dientes que sobresalen por completo —Emmett también me cuestionó. —Me gustan sus dientes. Se ve adorable con ellos.

—¿Y su cuerpo? No tiene tetas, hombre —continuó Jasper. Me sentí… atacado. ¿Por qué la criticaban de esa forma? —No necesita tener tetas grandes. Están bien así. —¿Y su culo? —preguntó Josh. —Tiene el mejor culo que he visto en mi vida. En serio. No es enorme pero tampoco pequeño. Y es suave. Toda su piel es suave, hermosa. No entiendo por qué carajos dicen estas mierdas, se supone que son mis amigos y también los suyos. ¿Por qué la critican de esa forma? Me enfadé en serio. Pero el resto se echó a reír a carcajadas. —Felicidades. Pasaste la prueba —me avisó Mark. —Es oficial, está listo para asentar cabeza —dijo Josh. —Por supuesto que lo está. ¿Recuerdas? Hace más de un año, salimos de parranda en el auto de Emmett y tú encontraste un preservativo vencido. Nadie quiso usarlo —me recordó Jasper. Ese comentario me trajo demasiados recuerdos. Parecía una vida distinta, pero lo había hecho. Y ya estaba casi listo para asentar cabeza durante ese tiempo. ¿Y si no hubiese conocido a Bella? ¿Me habría casado finalmente con Tanya? —Hay que admitir que todos estamos de acuerdo en que Bella es una chica sumamente buena y la indicada para Edward. Honestamente, no puedo creer que recién estén por casarse. Pareciera que están juntos durante muchos años —dijo Jasper. —No puedo entender una cosa: ¿por qué es tan bueno el culo de Bella? ¿En serio? Jamás lo he notado — Josh frunció el ceño. —Es que ella es pequeña, pero se puede notar que tiene bastante para su figura —le explicó Emmett. Por un lado, podría tratarse de mi tema de conversación favorita. Pero me sentía incómodo hablando de su cuerpo como si fuese algo material y nada más. Esa era su parte más íntima. Bella no hablaba de su cuerpo de esa forma, y yo mucho menos. —¿Ya la has follado? —me preguntó Mark en voz baja. Con él podía ser sencillo hablar de estos temas, pues era el más discreto y sabio del resto. —No. Pero me dio a entender que sería en la luna de miel, que no esperaríamos más. Otro motivo por el que deseaba que llegara ese día. —Envíame una foto de tu cara cuando ese día llegue —comentó entre risas, bebiendo de su cerveza. A la media hora, continuando con las anécdotas de la Universidad, todas narradas por Emmett, por supuesto, Jasper y yo nos levantamos para ir al baño. —Oye, he hablado con Alice y parece que las muchachas no han salido.

—¿En serio? —No, pero no quiere contarme mucho al respecto, creo que sabe que podría contártelo. La ansiedad me estaba consumiendo. Quería que las horas pasaran más rápido. Deseaba ver a Bella luciendo ese maldito vestido del que tanto habían hablado durante esos días. Quería verla en el altar, deseaba ver el maldito salón y ansiaba follarla. Maldita sea, anhelaba hacerlo. No lo había hecho en días y quería tocarla. Pasamos por la barra de tragos para pedir otra cerveza, pero esa sería mi última, ya que no quería despertar con una resaca sabiendo que me esperaba un largo día. —¿Edward? Una voz femenina me llamó mientras continuaba hablando con Jasper. Me di la vuelta y mi cuerpo al completo se paralizó. El de ella también. No se acercó a saludarme, pero me observó durante varios segundos. Jasper tampoco lo hizo. Nadie en mi familia saludaría falsamente a un Denali. Mucho menos a Tanya

CAPITULO 23 8 de Diciembre

BPOV

-3 de Diciembre-

—Mel, ¿puedes acercarte un minuto?

Lo hizo cinco minutos más tarde después de haber revisado una carpeta.

Necesitaba su ayuda con un texto que estaba corrigiendo, por alguna razón no me sentía segura con él. Tal vez eran los sinónimos, no lograba encontrar las palabras suficientes y no entendía por qué.

—Se ve bien para mí. ¿Segura que esos lentes te ayudan a leer? —bromeó.

—¿Podrías volver a leerlo? Por favor —insistí, porque yo sabía que algo no estaba funcionando con el texto y no lograba estar cien por ciento bien.

Puso los ojos en blanco, tomó el papel y se marchó sin borrar la habitual sonrisa que siempre esbozaba.

Ella creía que estaba estresada y como resultado me estaba volviendo paranoica, pero no causaba ningún problema corroborar que mi trabajo estuviese bien hecho porque a eso se dedicaba.

Mientras ella le daba un vistazo, tomé un diccionario y comencé a memorizar los sinónimos y antónimos del término "trascendental".

—¿Bella? No quiero interrumpirte, pero tienes una visita de emergencia.

Damian apareció a pocos metros de mí, avisándome y abandoné todo lo que estaba haciendo, algo desconcertada.

¿Por qué "de emergencia"?

Apenas coordinando mis pasos, me levanté del escritorio y salí de aquél piso para dirigirme al pasillo que daba con los ascensores. Edward me esperaba allí.

Me asusté.

—¿Qué sucede? ¿Ha pasado algo?

¿No podía avisarme por teléfono? ¿Tan grave era?

Mientras tomaba mi mano y mantenía en su rostro una expresión seria, dijo:

—Necesitamos un poco más de privacidad.

No supe bien hacia dónde me arrastraba, pero el pánico se apoderó de mi cuerpo entero.

¿Qué había ocurrido? ¿Eran mis padres? ¿Los bebés? ¿Los chicos?

Fuimos hasta el baño y se aseguró de trabar la entrada.

—Me estás asustando, ¿quieres decirme qué ha ocurrido?

Tan pronto como las palabras abandonaron mis labios, pegó su cuerpo contra el mío y me besó con ansias.

—¿E-Edward?

—Te amo. —Fue lo primero que dijo cuando se separó para tomar aire—. Te necesito, ahora.

¿Realmente...?

—¿Me estás jod...?

Acarició... más bien, se apoderó demis tetas con firmeza.

—Oh, caramba.

Metió una de sus manos por debajo de mis jeans y mis bragas. Introdujo dos dedos en mi cavidad y solté un sonoro gemido.

No manteníamos relaciones desde hacía días.

Varios.

—A-Ah, mierda.

—Haz de cuenta que soy tu jefe —jadeó con deseo cerca de mi oído. Enseguida, habló con un tono severo —. Señorita Swan, acabo de oír la noticia. Usted planea casarse, ¿verdad?

Quería reírme, pero fue una fantasía muy oportuna. No pude pensar en otra cosa más que la idea de ser manoseada por mi superior.

—Eh...

—¿Usted se da una idea de lo excitante que es? ¿De todo el esfuerzo que necesito para no encerrarla en mi habitación y manosearla inapropiadamente por tiempo indefinido?

Edward, eres un genio.

—E-Edward...

Comenzó a mover sus dedos aumentando el ritmo. Mi respiración comenzaba a tornarse errática.

—¿Y piensa tutearme? Usted es una mujer muy atrevida.

—E-Edward, en serio. Si alguien se entera, podrían echarme...

—Oh, claro que podrían echarla por este tipo de comportamiento indecoroso. Es usted una golfa incitadora que, evidentemente, desea provocarme. Y voy a darle lo que usted merece.

—Oh, Cristo... redentor —solté con fuerza, dejándome llevar por el firme movimiento en sus dedos. Eran preciosas estocadas.

Él quitó los dedos de inmediato para bajarme los pantalones y las bragas al mismo tiempo.

Sonrió con picardía.

—Vaya sorpresa.

No me había depilado en semanas.

—P-Planeo hacerlo en el día de la boda, para estar completamente depilada para la luna de miel.

Sentí la necesitad de explicárselo.

—Un coño es un coño. Y el de usted es exquisito.

Terminó de hablar y acercó su boca hacia él, produciéndome miles de descargas eléctricas por todo mi cuerpo.

—E-Edward, hablo en serio... detente —le pedía sujetando su rostro, intentando alejarlo.

Su lengua presionó mi clítoris repetidas veces.

Pude sentir sus labios encima de mis vellos, intentando morderlos, y ya no pude soportarlo.

—Ay no, mejor sí. Sigue. No me dejes así. —Me arrepentí rápidamente, oprimiendo su cabeza contra mis caderas, deseando que continuara.

No sé por qué, pero Edward era excelente brindando sexo oral. Él era un hombre muy bueno en la cama, pero por alguna razón —y realmente no quería saber cuál— tenía demasiada experiencia en esto.

Mis piernas flaquearon y necesité apoyarme contra la pared de aquél cubículo para no resbalarme. Hizo ese movimiento especial, en el que comenzaba a masturbarme con el dedo índice y mayor mientras succionaba mi clítoris.

No duré ni quince segundos.

—¡MIERDA!

Mi maldición resonó por todo el baño. Fue como un insulto, algo enfurruñado y para nada cargado de deseo.

Jadeé varias veces, intentando recobrarme de aquél orgasmo, cuando él se relamió los labios y se levantó.

Se acercó para besarme profunda y ferozmente, porque —supuse— habría quedado con ganas de más.

Le acepté el gesto, pero enseguida lo separé de mí y le propiné un golpe en el hombro.

—Basta, tonto. —Le pedí de mala gana—. No has cumplido con tu promesa.

—Tú tampoco. —Sonrió lascivamente.

—¿Qué es lo que ocurre contigo? En serio —pedí saber—, ¿si no tienes sexo durante semanas… te pones así de inquieto?

Edward y yo habíamos quedado de acuerdo en no mantener relaciones hasta la luna de miel. Lo cual, rompía por completo el trato de no mantener relaciones en días de semana a menos que fuese una ocasión especial. En conclusión, hacía tiempo que no le veía la verga.

—No puedo comer comida chatarra. —Empezó a enumerar con sus dedos—. Tengo que hacer ejercicio como un lunático. Y no puedo follarle el coño a mi preciosa novia. Estoy acumulando ansiedad.

Acaricié sus hombros.

—Es verdad, te noto algo tenso.

Normalmente poseía un mayor nivel de paciencia para tomar decisiones. Pero sentía que estaba tratando con un adolescente superado por sus hormonas. O peor, con un universitario depravado.

—Aguanta un par de días. —Acaricié su mejilla—. Te prometo que valdrá la pena.

No paraba de acariciarme la mano. Tal vez él podía ponerse hiperactivo, pero yo me volvía irritable, gruñona y perdía la cuenta de las maldiciones que salían de mi boca.

Pero sabía que simplemente se debía a que nos encontrábamos en un pequeño cubículo, y él portaba una erección debajo de esos pantalones.

Por cierto, eran buenos pantalones de vestir.

—¿Valdrá la pena, Bella? —me preguntó con cara de niño bueno, apoyando nuestras frentes.

Yo sabía que se estaba refiriendo a todo el asunto de mi trasero.

—Valdrá la pena —volví a repetirle, asintiendo.

Es decir, se estaba volviendo un asunto muy importante y la mayoría de mis amigas ya lo habían experimentado. No parecía ser algo complicado. Nuestra luna de miel era la excusa perfecta para avanzar en nuestras prácticas sexuales. Tenía que admitirlo, la idea me exaltaba un poco. En un buen sentido.

—Ahora, vete. —Lo corrí—. Pueden echarme si nos descubren. Ni siquiera Mel hace estas cosas durante el trabajo.

Edward bufó, riéndose, como si lo que acabara de decir fuese absurdo.

¿Sabía algo que yo no? Tal vez Mark le habría contado un par de cosas.

—¡Anda! —le pedí cuando vi que no planeaba moverse.

—¡Espera! —Me respondió con una sonrisa—. Déjame bajar esto.

—¿Bajar qué cosa? —pregunté observando nuestro alrededor. ¿La tapa del retrete?

Y entonces, señaló sus pantalones.

¡Oh!

—Ah, sí. Bueno. —Carraspeé.

Necesité implementar un buen autocontrol para no tomarla con mis manos. Volvía a sentirme acalorada.

En mi mente, se la bajaba con una buena mamada.

Sacudí la cabeza.

—Si tú no te vas, me voy yo —solté abruptamente, escapando de aquél cubículo.

Le esperé afuera del baño. Por suerte, nadie había entrado ni tenía intenciones de hacerlo.

Edward salió en pocos minutos y por un lado, me pregunté a qué tipo de pensamientos debía recurrir para relajar su cuerpo, porque no tenía idea. Por otro, me impactó la belleza en su figura cuando se rascó el cuello, como si hubiese sentido una pequeña comezón. En realidad, me impactó la facilidad con la que seguía deslumbrándome. Si yo lo hubiese conocido trabajando dentro de este edificio, habría enloquecido.

Por supuesto, nunca soy la única consciente de la atracción que genera. Una chica pasó frente a nosotros, sosteniendo una gran pila de libros. Usaba unas enormes gafas como si tratara de ocultar su rostro, el cabello casi engominado y una falda gris larga y gastada. Ella observó a Edward como si de un ángel se tratara.

Él no reparó en ella ni por un segundo. En vez de sentirme aliviada por la poca atención que daba al resto de las mujeres, me sentí un poco mal por la muchacha. Esa podría haber sido yo en otra época. Edward jamás se fijaría en ella con esa ropa tan anticuada y por unos segundos, me sentí demasiado superficial.

—¿Qué sucede? —me preguntó con una pequeña sonrisa, curioso por mi pequeño estado de trance.

Negué, restándole un poco de importancia.

Caminamos tomados de la mano, hasta afuera del edificio. Allí descubrí otro tipo de revelación: Edward no paraba de mirarme. Le conocía y sabía que estaba tratando de estudiar mi expresión para saber si algo me ocurría. Incluso aunque no lo viera de forma directa, intentando observar el suelo mientras bajaba los escalones, podía sentirlo demasiado atento a cada uno de mis movimientos

Eso me hizo sentir como si lo nuestro hubiese estado destinado a pasar tarde o temprano. Pude haberle conocido en otros tiempos, cuando éramos adolescentes. Nos habríamos enamorado inmediatamente. También pude conocerlo durante su época universitaria. Lo habría detestado. Pero lo conocí y de alguna forma, ambos cambiamos. Yo me volví a una chica más segura y consciente de lo que hacía; mientras que él había regresado a los viejos tiempos, a cuando todavía tenía esperanza en el amor a sus quince años.

—¿Qué? —me preguntó cuando me encontró sonriendo ampliamente.

—Nada, simplemente estaba pensando en lo mucho que te quiero.

.

-5 de diciembre-

(1) Yo le había dejado tres cosas en claro a Thomas, tres días antes de la ceremonia:

La primera era que necesitaba ir de compras para conseguir suficiente ropa de verano para mi luna de miel.

La segunda, que no contaba con mucho tiempo para prolongar estas compras, así que necesitaba llevarlas a cabo de manera inmediata.

Y la tercera, que no estaba dispuesta a recorrer todos los centros comerciales de la ciudad, porque aunque un poco de caminata no le vendría mal a mi nueva rutina de ejercicios, las circunstancias no eran las apropiadas para darnos el lujo de escoger entre varios diseños.

Necesitaba ropa interior, lencería, shorts, trajes de baño y camisetas.

—No. No compres camisetas. Usa cualquiera de las que él tenga en su equipaje —me aconsejó, una vez que entramos a la primera tienda recomendada por él.

—Necesito un par de blusas y algo ligero si tengo intenciones de pasar todos los días en la playa.

Oh, claro que sí. Y Edward sabía muy bien que esa sería nuestra actividad principal fuera del hotel.

—Entonces cómprate una o dos. Se supone que vas a estar todo el día usando un traje de baño, ¿no?

—¿Por qué tanta reticencia hacia las camisetas?

—Simplemente te estoy aconsejando. No contamos con suficiente capital para comprarte un nuevo guardarropa.

Me paré en seco mientras nos dirigíamos hacia la sección de ropa de verano.

—En realidad, podemos.

Alzó una ceja.

—Lo he estado meditando. Yo siempre he imaginado una ceremonia sencilla, una reunión íntima y una luna de miel en las afueras de la ciudad.

—Evidentemente, te encuentras en otra realidad. —Aquello le pareció gracioso.

—Va a haber más de cincuenta personas en la capilla, más de cien en la fiesta y estoy casi segura que Edward planea llevarme al otro lado del mundo. Así que me dije a mí misma: a la mierda. Vamos a gastar mi bono navideño en ropa.

Él no podía creerlo. Se rió.

—¿Tienes tu bono navideño? ¿En esta época?

—Mel ha decidido dármelo antes de tiempo como regalo de bodas, porque sabe que estaré de licencia durante la mayor parte del mes.

—Tú sí que tienes suerte de ser la mejor amiga de tu jefa. ¿Estás segura de que vamos a gastarlo todo? ¿No quieres ahorrar?

—Edward se ha esmerado con los pasajes. Lo mínimo que podría hacer para devolverle el favor es lucir decente.

—Decente no. Radiante. Vas a impresionarlo. ¿De acuerdo?

Asentí con ganas. Thomas me obligaba a sentirme más emocionada por la partida de ese misterioso viaje. ¿A dónde carajos me iba a llevar?

—Bien, entonces podemos comprarte blusas, pantalones, trajes de baño, lencería, algún bonito vestido…

Seguía mencionando y deliberando posibles alternativas. Todo dependía de lo que encontráramos en la tienda, porque no íbamos a perder tiempo recorriendo todo el centro comercial.

Mientras revisábamos bonitos bikinis, le pregunté en voz baja.

—Necesito un consejo.

Él estaba revisando varios conjuntos mientras le daba una rápida mirada a mi cuerpo, para saber qué modelos me favorecerían. O tal vez meditaba acerca del color que luciría mejor sobre mi blanquecina piel.

—Voy a… Vamos a… Edward y yo, él va a…

Suspiro tras suspiro, no encontré un modo sutil de plantearlo.

—Yo sé que los homosexuales cubren papeles, ¿verdad? —me salió instantáneamente.

Detuvo lo que estaba haciendo y me miró con sorpresa.

—Digo, hay "pasivos" y "activos", ¿no? Los que dan, los que reciben… en la cama, ¿cierto?

Esto no estaba saliendo muy bien.

—Ve al grano, Bella. —Negó varias veces, con paciencia.

—Anal. Sexo —solté demasiado alto para mi gusto.

Dos personas mayores a pocos metros de nuestra ubicación lo escucharon y, a juzgar por sus expresiones, se horrorizaron.

—Sabes de lo que hablo, ¿verdad?

Continuando con la evaluación de los modelos, me sonrió.

—Puedo darme una idea.

—¿Siempre fuiste "activo" o "pasivo"? —Fruncí el ceño y luego me di cuenta—. ¿Estoy siendo extremadamente ruda con estas preguntas?

—Depende. —Bromeó—. ¿Me imaginas dando o recibiendo?

Lo hizo a propósito. Intentó sonrojarme con la falta de sutileza en esa pregunta.

—Entiendo el motivo de tu pregunta. ¿Quieres saber si alguna vez he dado o recibido sexo anal?

—¿Sabes? Tal vez habría sido mejor idea hablar de esto por WhatsApp—dije, repentinamente avergonzada.

—Si es que te interesa, he probado de ambos lados —dijo con total casualidad.

Y me quedé muda.

—Mira, te seré honesto: jamás hablo de mi vida sexual con el resto, pero eres mi mejor amiga y haré una excepción contigo. He sido activo durante todas mis experiencias sexuales. Pero mi primera y única experiencia pasiva fue con Michael.

Oh.

—Así que pienso que mi opinión cuenta: no es tan dramático como piensas. Vas a sentir placer, y como viene de parte de Edward, vas a sentirte mucho mejor. Al final, terminarás acostumbrándote y se lo pedirás más veces de lo que tú crees.

Entrecerré los ojos.

—Te pidió que me dijeras esas cosas, ¿verdad?

Señaló un modelo.

—Este luce genial. Ven, vamos al probador.

Me tomó de la mano, me arrastró hacia uno de ellos y todos en la tienda creyeron que mi novio tratando de elegir la ropa que usaría para él.

Tuve que quitarme toda la ropa para probarme un bikini de color rojo y se sintió extraño. Tenía la impresión de que terminaría helándome debido a la temperatura, pero dentro de la tienda no estaba tan fresco como en el exterior.

Me miré durante largos segundos en el espejo, boquiabierta, con entusiasmo.

—¡Carajo! —solté un sonoro jadeo.

Le pedí a Thomas que se acercara hasta mi probador y me observó a través del espejo.

—¿Qué? —me preguntó, evaluando qué habría de diferente en mí.

¡Pero si era tan obvio!

—¡Mírame! Estoy flaca.

Por primera vez en toda mi vida, me sentí completamente satisfecha con mi cuerpo. Claro, todavía me faltaban los senos, pero sabía que eso no iba a cambiar. Mi vientre tampoco lo hizo, pero volví a mi talla normal. Aunque podría decirse que estaba un poquito más tonificada, pero podría ser simplemente mi imaginación.

Me acaricié repetidas veces el vientre, como si fuese una embarazada.

—Tú siempre fuiste delgada.

—¿Es que no entiendes? —No paré de observar mi cuerpo—. Todo esto es el resultado de todo el arduo trabajo que hice. El esfuerzo valió la pena.

—Te ejercitaste solamente dos semanas y medias, Bella.

—¡Silencio! Mira mi trasero.

Me di la vuelta para una breve inspección. El bikini cubría suficiente piel, tal y como Edward querría si planeaba usar esta pequeña prenda en público. Aunque nunca antes había usado un bikini sin pequeños pantalones, me había dado cuenta en ese momento que no luciría para nada mal.

—Tu trasero luce algo respingón.

—¿Señor? —Una mujer se acercó a nuestro probador—. Disculpe, no pueden ingresar dos personas a un mismo probador. Políticas de la tienda.

¿Por qué no podría? ¿Y si fuese una niña que necesita ayuda de su madre?

Pero entonces nos dimos cuenta que aquella mujer podría haber interpretado las cosas.

—Espera, ¿usted no pensará que yo…?

—Señor, no puede entrar al mismo probador con su novia.—Volvió a exigir, con autoritarismo.

El resto de las personas observaron la escena como una atención casi grosera. No debía ser la primera vez que la tienda se topaba con situaciones comprometedoras por culpa de la promiscuidad en una pareja. Edward me habría metido la mano.

Una hora más tarde y terminamos con las compras. No supe bien cuántas prendas llevábamos, pero tres bolsas enormes colgaban de mis brazos.

—Muchas gracias. ¡Que disfrute su compra!—La cajera parecía obligada a sonreírnos al momento de dar el cambio, cuando se lo dijo a Thomas.

—Gracias. —Le devolví la sonrisa. Nos dimos la vuelta y entorné los ojos, confundida—. ¿Acaba de decirte que 'disfrutes' de la compra?

Después de una larga tarde siendo confundida como la novia de Thomas, me compré una pequeña botella con jugo de arándanos y una barra de cereal para celebrar los kilos que había bajado y, más importante, porque tenía hambre.

Mientras subía las escaleras —porque ya me había acostumbrado a ignorar los ascensores para abandonar finalmente el sedentarismo—, revisé mi teléfono que había permanecido durante todas esas horas en silencio. Había recibido por lo menos seis mensajes nuevos de Renée, preguntando por mi paradero.

Abrí la puerta y me paré en seco al oír ruidos sexuales dentro de la casa.

Parecían provenir de un aparato. Algún tipo de video que reproducía los gemidos de varias muchachas.

Intenté ocultar la sonrisa maliciosa que se había formado en mi rostro y fui hacia donde provenían esos sonidos.

Fingí abrir la puerta del dormitorio con casualidad y no pude apreciar completamente del espectáculo. Edward se encontraba casi recostado en la cama, su cintura estaba cubierta entre sábanas. Había cerrado la laptop de manera inmediata, alarmado.

—¡Mierda! —Soltó con rapidez, tratando de ocultar la evidencia.

—Hola, bombón. —Le regalé una enorme sonrisa.

Le había pillado en lo que parecía ser una buena masturbada.

—¿Por qué no tocas la puerta? —Me preguntó nervioso y verdaderamente enfadado.

—Este es mi dormitorio. ¿Por qué lo haría? —Encogí mis hombros, restándole importancia.

No entendía por qué si me pillaba a mí, la situación se volvía excitante. Pero cuando se trataba de él, se volvía bochornoso.

—He comprado jugo. Apuesto a que estás de excelente humor para beber un poco. ¿Eh?

—No jodas, Bella.—Se quejó, acomodándose algo debajo de las sábanas.

Me reí en su cara.

—Hey, acabo de lavar esas sábanas. Si necesitas terminar con tu asunto, hazlo en el baño—le advertí seriamente mientras buscaba el número de Renée en mi teléfono para llamarla.

—Eso iba a hacer. ¡Cielos! —Chistó varias veces, levantándose de la cama para ir al baño.

Siempre se ponía gruñón cuando quedaba "a medias".

Pensé, por un momento, abrir la laptop y revisar qué era lo que estaba viendo.

—¿Bella?

—Hola, mamá. Perdón por no contestar las llamadas. Estaba haciendo unas compras.

—¿Compras? ¿Qué tipo de compras? —Se enfadó—. ¡Mi hija está a punto de convertirse en una mujer casada y ni siquiera sé lo que está haciendo!

Cerré los ojos, teniéndole paciencia. No le agradaba esto de permanecer en otro estado mientras la familia Cullen preparaba toda la parafernalia.

—No puedo creer que no me estés poniendo al tanto, Isabella. Estoy muy decepcionada de ti.

—Espero que no te dure tanto, porque habrá muchas fotografías en la boda y puede que se te note. —Le avisé.

—Ni siquiera me diste tiempo para encontrar un buen vestido. ¡O bajar un par de kilos!

No era la primera persona que se molestaba por aquél detalle y me lo reclamaba.

—Dile a tu nuero. Él tuvo la brillante idea de comprar los pasajes antes de tiempo.

—No culpes al pobre, él es un buen muchacho. —Como era costumbre, suavizaba su voz cada vez que se refería a él—. Pásame con él, quiero hablarle.

Intenté no soltar una risotada.

—Eh, está algo ocupado ahora —le respondí, observando la puerta del baño con una gran sonrisa—. Pero le diré que te vuelva a llamar.

Ya le había llamado hace una semana.

—¿Ocupado, también? —Renée malinterpretó mis palabras y creyó que se trataba de algún asunto relacionado con la ceremonia—. Isabella, ¿qué clase de fiesta están montando?

—Deja de llamarme así —gruñí de mala gana.

—Pasé quince años de mi vida tratando de armarte fiestas y me decías que no te gustaban.

—Es que no me gustan, tú sabes que la familia de Edward es grande… oye, pero también estoy invitando a nuestros familiares, ¿cuál es el problema?

—Oh, más vale que invites a todas tus tíos y tus primos. Pero, nena, sabes que soy tu madre. ¿Me dirías la verdad, cierto?

—¡Mamá, por última vez, no estoy embarazada! —Me llevé una mano a la cara, frustrada.

—Está bien, está bien. Solamente quería estar al tanto. Oh, no tienes idea cuán emocionada estoy por ti, mi cielo. Creí que este día tardaría en llegar.

Fruncí el ceño. ¿Y eso qué significaba?

—Mamá, ¿podrías decirle a las tías que no hagan comentarios respecto a cuán asombradas están del hecho de que haya conseguido un hombre ese mismo día?

Me ignoró por completo.

—A propósito, necesito que me pases el teléfono de Esme. Quisiera hablar con ella antes de tomar el vuelo.

—Está muy ocupada, ¿no crees que sería más fácil hablarle mañana en persona?

—Bella, no puedo hospedarme en la casa de su familia sin haberle telefoneado antes—dijo como si fuese algo demasiado obvio.

Mamá, Phil y los bebés debían tomar su vuelo al día siguiente. Los padres de Edward le habían ofrecido hospedaje en su enorme casa, que normalmente se encontraba vacía. También era una excusa para poder convivir y charlar un poco ahora que oficialmente se convertirían en una familia política. La oferta también incluía a la de mi padre.

—Ah, por cierto… he hablado con papá…

—He visto el noticiario. ¿Hay una tormenta de nieve?

—Él dice que el aeropuerto está cerrado por el momento y que no podrá venir mañana.—Comencé a morderme las uñas, un poco alterada por aquella posibilidad—. ¿Y si no puede venir?

—Bella, no te preocupes por él…

—Estoy hablando en serio. ¿Cuánto crees que dure esa tormenta? ¿Qué va a suceder si él no viene? ¿Quién va a entregarme en el altar? Ni siquiera hemos tenido tiempo para hablar seriamente sobre todo esto. Y yo quiero verlo.

—Mi cielo, tú relájate—me dijo con extrema dulzura. Fue realmente convincente—. Conozco a tu papá y sé que hará lo posible por estar allí. No se perdería el momento más importante de su hija por nada en el mundo. Tú enfócate en lucir bonita ese día.

Esa era otra tarea difícil.

Edward ya había salido del baño con completa casualidad como si solo se hubiese lavado las manos. Antes de terminar con la llamada, vi que estaba observando las bolsas con profundo interés, tratando de adivinar lo que contenían.

—Está bien, yo también te quiero, mamá. Adiós. —Corté la llamada y me dirigí a él—. ¡Hey! Quita tus manos de ahí.

Se distrajo por unos segundos, y tuve que acercarme para llevarme las bolsas hacia otro lugar más seguro.

—¡Shu! —Intenté alejarlo de ellas.

—¿Qué has comprado? —me preguntó con curiosidad.

—Ropa de verano. Si quieres llevarte una sorpresa, no la veas ahora.

Pero fue demasiado tarde. La parte baja de un bikini despertó su atención y abrió los ojos con intriga. Aunque más que curioso, parecía estar en shock.

—No vas a usar esto en la playa —me avisó, señalando la pequeña prenda.

—Usaré pantalones. —Le resté importancia y me acerqué a él para acariciar su pecho, esbozando una sonrisa coqueta—. ¿Adivina qué? Me vi en el probador, y luzco bien en él.

—Luces increíble en traje de baño. ¿Te lo he dicho alguna vez?

—No, pero hace mucho tiempo que no uso uno.—Fruncí el ceño.

—¿Te puedo hacer una pregunta?—Esbozó una pequeña sonrisa divertida y sentí un cosquilleo en el pecho.

—Eh, ¿sí?

—¿Sigues sin depilarte? —murmuró cerca de mi oído, creyendo que esto era gracioso.

—No… sí lo hice, un poco nada más. —Me sonrojé.

- 6 de Diciembre -

Mamá llegó a primera hora de esa helada mañana. El clima seguía preocupándome al ser la única que tendría que usar un pequeño vestido que dejaba mis hombros al desnudo. "Al menos ya tendrás algo azul para ese día" fue la primera burla que recibí.

Pero pasamos el resto del día con largas sonrisas. Los mellizos crecían muy rápido. Phil había traído a Bear y pude abrazarlo por primera vez en meses. Lucía un poco más grandecito. Y ya había sido castrado. Sin embargo, lo notaba igualmente enérgico. Cuando nos encontramos por primera vez, saltó a mis brazos y me olfateó por todas partes mientras hacía extraños sonidos parecidos a un sollozo. Me dio mucha felicidad saber que me recordaba. Edward juraba que eran un indicio de felicidad. Se la pasó toda la tarde jugando con el muchacho.

A la noche, volvimos a casa y recibí una llamada que me dejó un gusto amargo en el estómago.

—Odio nuestra boda —dije mientras me acercaba a la cama, donde Edward ya estaba recostado leyendo uno de sus tantos libros de Stephen King.

—¿Por? —me preguntó sin quitarle la vista al libro. Este debía ser uno nuevo.

—Porque siento que estamos invitando a demasiadas personas y ya no se siente como un momento romántico, sino como un evento social.

—Sería muy apropiado que no le menciones esto a Esme.

Me volvió la culpa.

—Tienes razón. —Masajeé mi rostro—. Está haciendo un buen trabajo con todo esto.

Nos quedamos un rato en silencio.

—Jacob acaba de llamarme —le avisé.

El libro perdió importancia.

—¿Te llamó? ¿Por qué? —Se mostró curioso.

—No lo sé, pienso que necesitaba hablarme antes de que llegara el día. —Me di cuenta en ese entonces por qué había decidido hacerlo.

—¿Sobre qué?

—Quería decirme que está feliz por mí y que me desea cosas buenas de aquí en adelante. Me confirmó su presencia, pero…

—Bells, tranquila. —Me tomó de las manos, tratando de relajarme —. Charlie vendrá.

Inevitablemente, eso me hizo sonreír. Nunca antes había usado ese apodo en mí.

Mi teléfono comenzó a sonar. Lo había dejado en el living.

Me acerqué rápidamente para ver de quién se trataba debido al horario. Era Esme.

Me pidió disculpas por no haber pasado el resto del día con nosotros y la familia de mi mamá, pero me dejó completamente aliviada cuando anunció:

—Las invitaciones ya han sido confirmadas, por lo tanto, ya están completas las ubicaciones dentro del salón.

Ese había sido nuestro último inconveniente.

—¿O sea, que eso es todo?

Podía sentir su sonrisa del otro lado del auricular.

—Eso es todo, cariño.

Regresé lentamente hacia el dormitorio, con el teléfono entre mis dedos. Sentía escalofríos.

Edward me preguntó con la mirada quién había llamado.

—Era Esme. Dice que ya confirmaron los últimos detalles del salón.

Parpadeó atónito.

—¿Lo hizo? —Se alegró.

Asentí esbozando una pequeña sonrisa, sentándome a su lado en la cama.

—También me dijo que Ella terminará el vestido mañana en la mañana. Pero… eso es todo.

—¿Lo es? —Frunció el ceño.

Asentí, sintiendo los nervios.

—Ya está todo listo para nuestra boda.

Fue imposible pronunciar aquella frase sin sentir la ansiedad tomando poder de mi cuerpo.

Edward me regaló una sonrisa deslumbrante.

—Vaya… ¿te das cuenta que en unas horas estaremos casados? ¿Tú y yo?

Nos miramos durante varios segundos.

No podía creerlo todavía.

—En unas horas, seremos marido y mujer —me lo confirmó.

—En unas horas, legalmente estaremos juntos para siempre.

—En unas horas estaré usando un vestido blanco. —Me di cuenta y me ruboricé.

—En unas horas, tú y yo comenzaremos el inicio de nuestra familia —dijo apoyando su frente contra la mía.

Eso me emocionó aun más.

—Solo falta un día. Y todavía siento que estamos olvidando algo. —Fruncí el ceño.

—Es normal. Estoy seguro que si Esme no lo ha olvidado, no ha de ser importante.—Me rascó la espalda.

- 7 de Diciembre –

Por supuesto que ella no me lo recordaría.

Esme no me recordaría: "Por cierto, Bella. Espero que disfrutes de tu despedida de soltera."

El día anterior a la boda había llegado y Edward y yo habíamos decidido que no nos volveríamos a ver hasta que el momento llegara. Saber que la próxima vez que lo viera sería en el altar, no fue tan emocionante como darme cuenta de que la próxima vez que me viera estaría usando un vestido blanco.

No trabajé ese día, porque sabía que si me sentaba en un rincón a procesar toda la idea, tendía un ataque de ansiedad. Por eso, decidí mantenerme en movimiento durante el resto de horas que le quedaba al día en compañía de Thomas.

Pero el día empezó realmente mal cuando Ella me llamó y dijo que no habría prueba de vestuario, ni maquillaje, ni peinado.

—¿Estás diciendo que decidiremos todo eso el día de mañana, no?

—Claro.

—¿Y qué se supone que debo tomar para no sufrir un ataque de nervios después de esta noticia?

Thomas tomó el teléfono rápidamente y habló con ella.

—Habla Thomas. Explícame de nuevo la situación —le pidió mostrando una expresión serena, pero ansiosa. Él también debía opinar que esa no era una buena noticia en lo absoluto.

Después de varios minutos, terminaron de hablar y lució mucho más convencido.

—Dice que hubo un problema con Sonia y Alannah.

Fruncí el ceño.

—¿Quién mierda es Sonia, o Alannah?

—Las chicas que trabajan con Ella. Hubo un malentendido en sus agendas, algo por el estilo.

—Entonces, no tenemos idea cómo me calzará el vestido, el peinado que usaré, ni mucho menos el maquillaje. ¿Verdad?

Intentó tranquilizarme.

—¿Sabes cuál es el problema? Lo único que el resto me ha dicho es "preocúpate por lucir bonita ese día" y ahora no tengo idea cómo voy a lucir.

—Olvidas que, en cierto modo, yo cuento como un estilista y sé perfectamente cómo debes lucir ese día.

Podía contar con él, pero… ¿podía?

—Dios… —Apoyé mi rostro frente al volante de mi Fiat—. Nunca me he preparado para una fiesta, pero la idea de darle tanta anticipación a todo menos a la apariencia que luciré en ese día, me mortifica. ¿Y si algo sale mal? ¿Y si el vestido no me entra? ¿Y si mi cabello se humedece? ¿Qué pasaría si me agregan demasiado rubor y deben empezar de nuevo y la ceremonia se atrasa y…?

—No va a pasar eso. —Me aseguró con una sonrisa—. ¿Confías en mí?

—No sé.

—Di que sí, anda.

—Bueno, sí.

—Buena chica.

—¿Y ahora qué haremos? Se suponía que debía pasar el resto del día organizando esto. No dejes que piense demasiado en esto, o me volveré loca.

Lo meditó durante varios segundos. Luego, chasqueó la lengua.

—Sé de algo que podría levantarte el ánimo.

—¿Es comida? Porque muero de hambre. Y estoy harta de esta maldita dieta. Quiero una hamburguesa, necesito una. O mejor, dos.

—Es algo mejor que la comida —garantizó.

No creí que eso fuera posible, hasta que me obligó a ceder el volante para llevarme hacia algún lugar en específico.

Creí que se trataría de algún centro comercial o parque de diversión, algún tipo de actividad que lograra distraerme y relajarme al mismo tiempo. Pero al alejarnos de la ciudad, no lograba formular ni una sospecha coherente. Estaba confundida.

Llegamos hasta un enorme edificio que aparentaba ser un centro médico.

—Thomas, ¿qué es esto?

Ladeó una pequeña sonrisa, pero no me dio una respuesta.

Entramos al edificio y se encargó de hablar con alguien en la entrada. Era una mujer vestida de enfermera y le conocía muy bien. No me pareció apropiado escuchar la pequeña conversación que habían empezado así que me dispuse a observar el lugar.

A pesar de toda la nieve, contaba con una muy buena calefacción, paredes blanquecinas, techos con grandes diseños y muchas vidrieras. No me vino aquella sensación de frialdad y profesionalismo que podía encontrar, por ejemplo, en el consultorio de Edward.

Había una zona de ejercicio, una sección que contaba con una enorme piscina y podía decirse que Thomas, la enfermera y yo éramos prácticamente los únicos que no necesitaban un bastón o algún tipo de ayuda extra para mover nuestros cuerpos con facilidad. Pude deducir que aquel lugar era un centro de rehabilitación, e incluso antes de verle, ya sabía a quién iba a visitar.

Thomas me tomó de la mano para dirigirme hacia un gran salón con una enorme vista hacia el jardín. Supuse que en otras épocas del año, los pacientes salían y observaban esos hermosos árboles ahora cubiertos por un manto blanquecino. Por ahora, se limitaban a contemplar el gran ventanal que dividía ambas secciones.

(2) Lo reconocí inmediatamente. Estaba sentado en una silla de ruedas. Era uno de los más jóvenes dentro del centro y su cabello había crecido lo suficiente para decir que lucía un poco despeinado. Miraba el cuaderno que llevaba entre sus piernas con profunda concentración y tenía una pequeña caja llena de lápices de colores en un costado. Estaba pintando algunos dibujos de un libro para niños, de esos que ayudan a que los pequeños coloreen sin salirse de la línea.

Thomas me indicó que esperara un segundo, y se acercó a él para saludarlo con una suave palmada en el hombro, llamando rápidamente su atención.

Me quitó el aire de los pulmones ver cómo Sam le sonreía a Thomas con felicidad, reconociéndole inmediatamente.

—¿Qué es este cuaderno? —le preguntó tomándolo entre sus manos.

—Tenía ganas de pintar. Fue lo único que pudieron darme.

Thomas asintió varias veces, impresionado.

Pero yo era la verdadera impresionada allí. Sam podía… articular las palabras perfectamente.

—Ya volverás a dibujar pronto. ¿Por qué no continúas? Vuelvo en un instante.

El muchacho de cabello rizado asintió y continuó con su actividad. El otro, se acercó a mí.

—¡Te recuerda!—murmuré en voz baja, asombrada.

—Perdió las memorias de, al menos, los dos últimos años. Pero… Sam ya me conocía hace cinco. Cuando me miraba a lo lejos, en Inglaterra.

¡Oh!

—Todavía le sorprenden varias cosas. Solamente cree que fuimos amigos. Por favor, no menciones otra cosa y recuerda que, en consecuencia, tampoco te recuerda.

Quedé boquiabierta.

—¿P-Puedo hablar con él?—No creí que esa opción podría estar permitida.

Asintió sin problema.

—Lleva tres meses así. Es bastante consciente de su entorno, pero no recuerda nada desde que llegó hasta este centro. Quería invitarlos, uno por uno, para no confundirlo demasiado. Pero me pareció apropiado que lo hagas ahora.

Todavía me parecía increíblemente triste no contar con su presencia en mi boda, pero al menos podría hablarle ahora.

Thomas volvió hacia él.

—Hey, ¿Sam? Hay una persona que quiero que conozcas.

Me acerqué lentamente a él, envolviéndome con mis brazos.

Thomas dejó que habláramos por nuestra propia cuenta.

Sam no me reconoció, pero me observó con intriga. Estaba esperando a que me presentase.

—Hola. Soy Bella. Bella Swan.—Fue demasiado serio para mi gusto, pero no quería abrumarle en ningún sentido.

Él me estrechó la mano y me regaló una cálida sonrisa, como si me tratara de una completa extraña para él.

No me di cuenta hasta entonces del extraño tic en su mano izquierda. Thomas nos había contado hace tiempo que esa era una de las secuelas que perduraría para siempre en su cuerpo.

—Hola. Soy Sam. ¿Eres una amiga de Thomas?

—Sí. Espero que no te moleste mi presencia —me reí nerviosa.

Él lo hizo de otra forma, una más agradable y relajada.

—Para nada. Es bueno ver nuevos rostros.

Yo asentí y miré a Thomas, preguntándole internamente si podía mencionarle alguna que otra cosa. Decidí hacerlo igual.

—Tú y yo nos conocíamos, ¿sabes?

No esperó oír eso.

—¿De veras? —Esto llamó su atención.

Traje una pequeña silla para sentarme a su lado.

—Ajam. Te conocí por Thomas. Éramos buenos amigos.

Sam me observó en silencio durante unos cortos segundos, frunciendo el ceño.

—Tu rostro no me es familiar —lo dijo a modo de disculpa, sin comprenderlo.

—Está bien. —Encogí mis hombros, riéndome—. Fue durante un periodo muy corto.

—Tengo el presentimiento de que tengo más amigos afuera, ¿verdad? —me preguntó, sospechando.

—Los tienes —aseguré—. Pero deberías tomártelo con calma.

Asintió. Ahora parecía más intrigado en conocerme.

—Entonces… ¿Bella? —repitió para sí mismo.

—Así es. Thomas solía tomarme fotografías. Así es más o menos como me conociste.

Sonrió.

—No me sorprende… eres bonita.

Me sonrojé. Pensaba decirle algo más sobre que había posado varias veces en su blog pero me pareció suficiente. (*)

—¿Sabes, Sam? Bella va a casarse el día de mañana. —Thomas introdujo el tema para darme hincapié a una nueva conversación.

El chico de las pecas se puso feliz por mí.

—Woah… ¡Felicidades! ¿Cómo se llama…?

—Edward. —Puse mi mejor sonrisa, como siempre cada vez que hablaba de él—. Es uno de mis mejores amigos. Es… el amor de mi vida.

—Lo puedo notar en tus ojos —me dijo con serenidad—. Brillan demasiado. ¿Yo lo…?

—¡Sí! —Asentí con ganas—. Por supuesto que lo conocías. Ustedes se llevaban bien.

Saber eso le hizo sentir muy bien, y eso me puso feliz.

Aproveché para sacar su cuaderno de mi bolso. Se suponía que debía entregárselo a Thomas el día de hoy, luego de compararlo con el modelo físico.

—Este es tu cuaderno. Tú solías diseñar hermosos vestidos. ¿Lo recuerdas?

Aceptó el libro con sorpresa y decidió hojearlo.

—Recuerdo que lo hacía, pero creí que era un asco…

Estaba viendo sus nuevos diseños. Los últimos. Tal vez le abrumaría el saber cuánto había mejorado en esos dos años.

Cuando llegó hasta el modelo de mi vestido, le paré.

—Tal vez no lo recuerdes, pero una vez me hiciste un vestido que usé durante el cumpleaños de mi suegra. También le diseñaste un traje a Edward. Solamente quiero que sepas que me he tomado el atrevimiento de elegir este modelo para mi vestido de bodas.

Me observó durante varios segundos, luego al modelo y así repetidas veces. Sonrió.

—Los strapless deben lucir geniales en ti.

—Voy a congelarme, en realidad.

Nos reímos a unísono.

—No sé… no sé qué decir, Bella. ¿Puedo… conservar esto? —Señaló el cuaderno.

—¡Por supuesto! Es tuyo.—Se lo entregué.

—Gracias… este diseño es… armonioso y sencillo. ¿Eres una persona sencilla?

Thomas se rió y tuve que sonreír.

—Creo que lo soy. Aunque la boda, sencilla, no lo será.

Se rió y tardó en preguntarme una cosa, quizás porque no sabía si debía hacerlo o no.

—¿Podría… ver una fotografía tuya… con este vestido encima… si no es mucha molestia?

Me sobrepasó la inseguridad con la que hizo esa pregunta, cuando era una respuesta tan sencilla para dar.

—Lo haré. —Me limité a contestar, asintiendo con seguridad.

Supe en ese entonces por qué Thomas había decidido llevarme hasta Sam. No solo quería brindarme la oportunidad para presentarme por segunda primera vez, o para ayudar a relajarme. Quería que recordara el verdadero sentido de aquél vestido. No era una simple pieza de tela que cubriría mi cuerpo frente al altar, era un tributo a la creación de un buen amigo, pero sobretodo, una pequeña parte de su presencia que tanto anhelaba en ese día.

Antes de marcharme, me llamó:

—¿Bella?

Me di la vuelta y con simpleza, dijo:

—Yo sé que lucirás muy hermosa mañana. No te preocupes por tu problema.

Las palabras de Sam me transmitieron la considerable seguridad de que las cosas no podían ir tan mal. Pero me hizo sentir nostálgica, porque aunque no se lo dije a nadie —ni siquiera a Edward —sabía que este día llegaría más pronto de lo que creía y no paré de imaginar a Sam tomándome las medidas, explicándome lo

bien que me vería en ese vestido aun si exageraba. Me sentiría mucho más cómoda y segura. Pero no podía desacreditar el arduo trabajo de Ella. Tal vez era una de las pocas diseñadoras con experiencia que podía armar un modelo de ese tipo en prácticamente dos semanas.

De regreso a la ciudad, Thomas volvió a tomar el volante mientras yo revisaba uno de sus cuadernos, donde guardaba algunas de las fotografías de aquél "coliseo" cuando todavía era un salón vacío.

Una fotografía se deslizó por debajo del resto y la observé en silencio. No tenía nada que ver con la organización de la boda. En ella estaba Sam y él le abrazaba como si llevase varias copas encima.

Quise preguntarle de cuándo era esto pero, como se encontraba guardada específicamente en una de las últimas hojas del cuaderno, probablemente sería algo privado.

—Tengo que dejar unas cosas en el departamento. ¿Me acompañas?

Acepté casi sin pensarlo, porque seguía distraída por el resto de las fotografías.

Cuando llegamos, ya casi era de noche y las luces estaban apagadas. Me pareció extraño que no se encontrara ni siquiera Jane en la casa. Se suponía que iba a pasar la noche aquí, o en casa de Mel. Me di cuenta repentinamente que no había planificado muy bien mi supuesta última noche como "soltera".

—¿Puedes ir hasta el pasillo y encender la luz? Creo que este foco se quemó. —Se refirió al de la cocina, la primera habitación en el departamento.

Intenté hacerlo, porque enseguida había cerrado la puerta y no podía ver absolutamente nada.

(3) De repente, una canción comenzaba a sonar de fondo. Fruncí el ceño, preguntándome si se trataba de Thomas, poniendo algo a modo de ambiente.

Era Thriller. Y cuando la terrorífica introducción acabó, varias manos me empujaron al suelo y, entre risitas, comenzaron a hacerme cosquillas en el vientre.

Protesté en voz alta, soltando quejidos como una loca. Distinguí las voces de mis amigas y algunas se encargaron de pellizcarme con firmeza en los pechos para molestarme aún más.

—¡Oigan! ¡Basta! ¡Paren! —grité a todo pulmón, porque eran como diez manos por todo mi cuerpo y no podía parar de reír.

Lo siguiente fue peor: me echaron algún tipo de crema en aerosol sobre todo mi cabello.

—¡Aaaaghhh!

Las luces se encendieron. Tirada en el suelo, pude distinguir a todas mis amigas, echándome papeles picados encima del rostro.

—¡Feliz despedida de soltera! —aullaron con júbilo mientras soltaban aplausos.

—¡¿Pero qué mierda les pasa?! —pregunté intentando levantarme.

¡Ese sí que había sido un ataque violento!

—Tranquila, Bella. Es solo un poco de crema batida —me dijo Mel.

Acaricié esa crema entre mis cabellos y me la llevé a la boca para comprobarlo.

Escupí rápidamente con asco. Era crema para afeitar.

.

(4) Después de tomarme una buena ducha, me senté junto al resto de mis amigas mientras Alice se dedicaba a peinar mi cabello todavía mojado, detrás de mí.

—Entonces… ¿nada de strippers? —bromeó Mel.

—Si un solo stripper llega a pisar esta casa, yo me largo de aquí —les advertí rápidamente.

—¿Cómo que strippers? ¡Es la futura esposa de mi hermano, por supuesto que no quiere ver a ningún hombre desnudo! —Rosalie exageró a propósito, mofándose de mi humor.

—Tú nunca te preocupaste por Jasper en su despedida de soltero. Estabas más alarmada por Emmett, que las había invitado —le remarcó Alice.

—¿Saben qué me preocupa? Que Emmett organice la despedida de Edward. No habrá muchachas desnudas, ¿verdad? —Preocupada, le pregunté a Rosalie.

—Nah, nah, nah. A ese Oso no se le ocurrirá mirar otra braga que no sea la mía. Y eso te lo puedo garantizar.

—No me siento segura —dije con tristeza—. Quiero hablar con él. Alguien páseme el teléfono.

—Nada de eso —gritó Thomas, desde la cocina—. El teléfono se queda conmigo. Trata de olvidar a Edward por unas cuantas horas más.

¿Más tiempo todavía? ¡Ratas!

—¿Qué sentido tiene que hables una noche antes? Despéjate por un segundo de él, enfócate en esta bonita fiesta que te hemos armado, ¿sí? —Rosalie fue firme pero entusiasta.

—Exacto, Bella —continuó Mel—. Es una reunión de chicas organizada por Thomas.

—¿Y qué hace él ahí? —demandé saber, señalando a Andrew en un rincón de la cocina, preparándose un sándwich.

—No tengo dinero para salir —me respondió con la boca llena, vistiendo unos pijamas—. Si me dan, lo haré.

—Lo siento, pero quedé pobre después de la maldita boda —maldije casi en voz alta.

—No luces como el tipo de chica que planea cumplir uno de sus mayores sueños el día de mañana. — Andrew se dio cuenta enseguida de mis ojeras.

—Es cierto, ¿has estado durmiendo bien? —me preguntó Mel, y cuando ella lo hacía, hablaba en serio.

—No estoy estresada. —Fruncí el ceño, negándolo. Me estaba sintiendo atacada cuando se suponía que debían hacerme sentir mejor respecto a mi aspecto.

Alice desenredó mi cabello pero no alcanzó a hacerlo en las puntas. En un movimiento casi violento, tiró con firmeza el cepillo y me arrancó varios cabellos. Se mostró apenada por el accidente, pero confirmaba lo que justamente estaba negando.

Era increíble pensar que la novia era la única en toda la boda que no había hecho una prueba de vestuario o de maquillaje. El resto había tenido tiempo para prepararse adecuadamente, pero yo ni siquiera eso. Tampoco me gustaba esto de no comunicarme con Edward en toda la noche. ¿Por qué él no protestaba al respecto y me llamaba?

—No te preocupes. No me siento ofendido al no haber recibido una invitación para tu gran evento — bromeó.

—Iba a ponerte en la lista, pero Edward no te quiere ver presente —le comenté sin sentir pena, porque no planeaba meterme en la conflictiva relación que llevaban esos dos.

—Bueno, eso es una lástima, porque iré a tu fiesta —aseguró.

¿Y cómo?

La única manera es que asistiese como acompañante de algún invitado a la fiesta. No podía ser de Thomas, porque siendo el mejor amigo de Edward, respetaba absolutamente el rechazo hacia su hermano. Pero nadie más se llevaba tan bien como para asistir con él.

A excepción de…

Jane se dio cuenta que le estaba mirando con curiosidad.

—Oh. ¿Hice… mal? —preguntó sintiéndose incómoda.

No le dije nada, porque ella tenía derecho a invitar a quién se le antojara y ni Edward ni yo podíamos hacer algo al respecto a esta altura del partido. Pero me pareció extraño que no me lo comentara. Tal vez simplemente lo hacía para no tener que soportar a Josh y a la de las piernas largas.

No podía creerlo. Esa chica también iba a asistir a mi boda. ¿Cómo podía ser que esta gente tan común y distante a mí terminaría asistiendo a lo que se suponía era uno de los eventos de mi vida? Todavía fantaseaba con una pequeña ceremonia en el jardín de los Cullen. Realmente lo hacía.

Thomas se encargó rápidamente de preparar una buena tarta de verduras, como si se tratase de una reunión de vegetarianos. Yo estaba harta de los vegetales. Quería comer un poco de carne, pero siendo el último día oficial de mi dieta, y el más importante por encontrarse más cerca de la fecha, necesitaba resistir. Me colgué durante varios minutos en mis propios pensamientos, fantaseando por toda la comida asada y los tragos que podría ofrecer una playa.

Pero no fui la única con ciertas restricciones. Parecía ser que todo el público femenino había protestado ante la fecha tan anticipada de nuestra boda. Incluso Rosalie, la del espectacular cuerpo, se estaba cuidando.

—¡Oh, por Dios! —Exclamó Jane, al momento de abrir el refrigerador—. ¿Por qué hay un… miembro en la heladera?

Aparentemente, se trataba de un pastel sorpresa.

Y tenía la forma de un pene.

—Oh, por Dios, es blanco como el de Edward —soltó Rosalie, ligeramente impresionada.

Me llevé ambas manos en la cara. El pastel lucía apetitoso, pero no por la forma, porque reconocía los ingredientes de esa crema. Pero le habían agregado chispas de chocolate en los testículos, como si…

—Ay, no. ¿Eso es vello púbico? —pregunté señalándolo, bastante impactada.

Al resto le parecía algo divertido. Lo era. Hasta que me preguntaron qué porción deseaba probar. ¿La punta o las bolas?

—Quiero chocolate, pero… —dije y sentí repulsión. ¿Cómo es que deseaba y detestaba una tarta al mismo tiempo?

Me dieron una pequeña porción y me pareció la cosa más maravillosa del mundo. No el pene, ni la punta. Pero el sabor de algo dulce, después de tantos días, se sintió increíble. La cosa se había vuelto realmente divertida cuando le preguntaron a cada uno si deseaba un poco del miembro, la base o los testículos.

Jane no comió. Alice y Rosalie probaron un poco del medio. Mel dijo exclusivamente que deseaba los testículos, mientras seguía riéndose del vello púbico.

Andrew la miró con asco.

—No quieres, ¿verdad? —Su hermano se lo preguntó.

Él no sabía qué responder. Parecía igualmente en un conflicto como yo, deseando pero no deseando al mismo tiempo el pastel.

—A la mierda, voy a comprar algo afuera. —Al final, se negó.

Jane le acompañó, porque también deseaba comprar algo dulce.

Mel me obligó a sentarme en uno de los sillones principales del living.

—Thomas nos ha contado un poco sobre el asunto de tu luna de miel y las cosas que has comprado, pero todas hemos colaborado un poco para regalarte un par de cosas que creemos te serán útiles.

—¿En serio? —le pregunté al grupo.

—Nah. Yo los he comprado. Pero todos aportaron con el dinero —me aclaró rápidamente, levantándose.

No me había dado cuenta que habían apilado la mayoría de los regalos, envueltos en papel brillante, en una de las mesitas del living.

Me entregaron la primera caja y se los agradecí. Lo abrí y por un segundo, pensé que se trataba de algún tipo de aparato para depilación. Consistía en un pequeño control rosado, luego le continuaba un cable y terminaba con una parte en forma de una gran pastilla.

Sujeté el control y la "pastilla" con ambas manos, observando el cable.

—¿Qué es esto?

Alguien reprimió una risa ronca.

—Un huevo vibrador, Bella.

El resto me tildó de ingenua, pero yo trataba de verle sentido al aparato. Cuando me di cuenta que ese "huevo" iba directo a mi cavidad y el aparato controlaba las vibraciones, me sonrojé profundamente.

No lo sé, tal vez no había pensado en equipar el vibrador amarillo para nuestras pequeñas vacaciones. Eso parecía mucho más satisfactorio que este pequeño huevo, pero mejor no subestimarlo hasta probarlo.

El segundo regalo me impactó aún más porque sobresalía del pequeño papel que lo cubría: se trataba de uno de esas enormes pelotas de goma en forma de pony, donde uno se monta y comienza a rebotar… solamente que en la parte donde se supone que uno debe sentarse, había un protuberancia en forma de pene.

—Hey, mierda. Esto es…

Podíamos encontrarnos a cinco grados bajo cero, pero mi rostro hervía. Tal vez habría reaccionado de otra forma si no estuviese rodeada de tanta gente que se reía o creía que era sensacional.

Para ese momento, ya sabía que se trataría, exclusivamente, de juguetes sexuales. El tercero fue bastante aceptable: unas esposas de pluma. Traté de no mostrarme tan… virgen, y reírme al respecto, porque tenía que aceptarlo públicamente: sí, iba a tener mucho sexo y sí, las esposas y el huevo me serían útil. Todavía no estaba segura sobre qué iba a hacer con ese enorme globo.

Luego, vino otro de los regalos: ¿Un bastón?

La agité varias veces.

—¿Y esto qué se supone que es? —Mi primera impresión fue esa, que parecía uno de esos bastones para dirigir algo.

De nuevo, el resto se reía de mí.

—Es una fusta, Bella —explicó Rosalie entre risas bajas, como si no pudiese creer mi ignorancia.

Me indigné.

—¡Edward es el que entiende estas cosas! ¡No yo! —refunfuñé sintiendo que el rubor alcanzaba mis hombros.

Unos minutos más tarde, Thomas aceptó una llamada y por el protector color celeste, noté que era de mi teléfono.

—¿Quién es? —pregunté en voz alta, logrando que la atención de la habitación fuese hacia él.

No me contestó, porque estaba ocupado escuchando algo en el teléfono.

—Ajam… sí…

Y luego, su expresión cambió a una un poco más sorprendida.

—Oh… vaya.

—¿Qué haces? ¿Quién es? Dame eso, ahora —exigí, levantándome del sillón para tomar el teléfono.

Intentó alejarme, porque quería seguir escuchando. Me pidió un poco de paciencia, entonces cedí. Sea quien sea, terminaría llamándole en cuanto colgara.

—Okay, está bien, se lo contaré. De acuerdo. Adiós.

Obviamente, era una mala noticia.

Él suspiró y se rascó el cuello, mirando directamente hacia la pantalla del teléfono.

—Bien, voy a contarte algo pero no vas a tocar este teléfono esta noche, ¿okay? Todo marcha bien. — Intentó calmarme.

—Está bien, ¿qué ocurre? —me apresuré a aceptar, casi sin pensarlo.

—Hablo en serio, Bella. No vas a tocar el teléfono.

—Ya, anda, escúpelo.

Buscó una manera de decírmelo.

—Okay, era Edward —dijo puntualmente, con paciencia—. Él está bien, no te preocupes, está disfrutando una noche muy tranquila con los muchachos.

—¿No hay desnudos? —Me puse ansiosa.

—No, no hay desnudos —negó con optimismo.

—¿Por qué llamó? ¿Quería hablarme? —No comprendí.

Iba a decirme algo complicado. Y no podía encontrar las palabras.

—Técnicamente sí, pero no en realidad. Solo quería avisarte que, eh... se topó con Tanya y la saludó. Bueno, no estoy seguro si efectivamente se saludaron o no, pero…

No lo dejé terminar e inmediatamente, me arrojé sobre su cuerpo para arrebatarle el teléfono de la mano. Antes de que pudiera detenerme, ya había echado una carrera hacia el balcón, encerrándome.

—¿Thomas?

—No, tu maldita futura esposa. ¿Qué carajos ha sucedido?

—Mierda…

—¿Qué? ¿Planeabas no contármelo? —Enarqué una ceja.

—No. Planeaba decírtelo en persona. Cuando tenga la oportunidad de rascarte la espalda o, no lo sé, manosearte el trasero.

—¿Qué pasó? ¿Te la encontraste? ¿De qué hablaron?

—¿Qué? No, no hablé con ella. Mierda, ¿qué te ha contado Thomas?

—Edward, estoy temblando. No sé si es por el frío, porque acabo de darme cuenta que estoy en el balcón usando pequeños calcetines encima de la nieve, o porque presiento algo malo.

—No ha sucedido nada. Estaba con Jasper, pidiendo unos tragos y ella apareció. Me llamó, nos miramos, se fue y me fui. Eso es todo.

¿En serio?

— ¿No hablaron?

—Jesús, no. —Le dio… ¿asco? —. No voy a hablar con una persona tan desagradable como lo es ella. No me recuerdes que he pasado tiempo de mi vida jurándole amor. Ni siquiera Jasper la saludó.

—Entonces… ¿no sabe que estás por casarte?

—¿No lo sé? No creo que sepa qué es lo que ocurre en mi vida. Y prefiero que sea así.

—Woah.

Me sentía mejor.

—¿Estás en el balcón?

—Eh, sí. —Observé mis pies mojados—. Carajo, no me di cuenta que esto estaba mojado. Me estoy helando.

—Vuelve a la casa. No quiero que te enfermes.

Me reí.

—¿Qué es tan gracioso?

—Yo siempre soy la que te está regañando, y ahora tú lo haces conmigo.

—¿No puedo regañarte?

Volví a reírme.

—Entré en pánico. Hay tantas cosas que…

No, tampoco iba a contarle todos los problemas que tuve el día de hoy.

Suspiré.

—Solamente quiero amanecer, recostada en la playa, contigo.

Juraría que me estaba sonriendo del otro lado.

—Ve a dormir, nena. Nos espera un largo día mañana.

—Está bien. ¿A dónde irás?

—No me permiten decírtelo…

—Malditos bastardos.

Se echó a reír.

—Bella, duerme. Me voy a dormir ahora, me duele la espalda.

—Oh, pobrecillo. ¿Te envío un masaje?

—Dios sabe que necesito más de un masaje en varias partes de mi cuerpo —dijo lascivamente.

—Sucio, no involucres a Dios en esto. —Me reí —. Bueno, iré a dormir.

—Bien. Y abrígate.

—Abrígate —repetí con mayor fuerza.

Terminé la llamada al instante porque me estaba helando.

La presencia de Tanya todavía suponía algo malicioso. Incluso si fuese por pura casualidad, ella era el tipo de ex que no debes frecuentar. Me pregunté si ella seguiría rencorosa por todo lo que había pasado y me tranquilizó saber que al menos, había demostrado que no tenía interés alguno en volver a hablar con Edward. Y mucho menos él.

Mi cuerpo pesaba un poco y estaba agotada mentalmente. Revisé mi teléfono y me di cuenta que ya eran las doce de la noche. La pantalla marcaba un nuevo evento:

8 DE DICIEMBRE

¡TU MALDITA BODA!

Largué varios y prolongados suspiros. Al fin había llegado el día y al notarlo sonreí con ganas. No podía creerlo. No sabía si podría dormir con esa ansiedad, pero tenía que hacer un intento y descansar lo suficiente. A como dé lugar.

Abrí la puerta del balcón y me encontré con luces de colores en el techo, música ruidosa y a mis amigas bailando al ritmo de una canción pegajosa.

Me miraron y gritaron al unísono:

—¡Feliz inicio de boda!

Mel se acercó brincando, con una botella de cerveza en la mano.

—¡Vamos! ¡Empecemos la fiesta desde temprano!

.

Desperté en la mañana siguiente en la cama de Thomas sintiendo que había dormido como un bebé. No recordaba muchas de las cosas que habían sucedido anoche, pero no por el alcohol —me prohibieron beber—, sino porque había sido una de las primeras en echarme a la cama.

—¿Estás despierta? —me preguntó Alice, en otro rincón de la cama.

Las dos seguíamos recostadas. Me estiré un buen rato, podía sentir el peso de las lagañas en mis ojos.

Me acerqué a ella, quedando a su lado y ambas clavamos los ojos en el techo, disfrutando de un pacífico y largo silencio hasta que decidí hablar.

—¿Puedo preguntarte algo?

Ella asintió.

—¿Cómo haces para viajar tantas veces de Francia a Estados Unidos?

—Jasper trabaja con una empresa americana instalada en Francia, por eso la idea de mudarnos fue bastante simple, y yo trabajé durante un tiempo allí pero… hace tiempo que no estoy trabajando.

¿Por su estado?

—Y Jasper ha decidido tomarse un descanso para venir aquí. Ya sabes, para dedicarle más tiempo a nuestra relación. Aunque estamos muy bien. Ayer me regaló un enorme oso de peluche.

—¿En serio? —Me dio ternura.

—Sí, creo que nunca lo hizo y fue agradable —dijo con una serena felicidad—. Supongo que pronto volveremos a Francia para estabilizarnos un poco más allí.

Puse una mueca triste. Había comenzado a acostumbrarme a tenerla tan cerca todos los días.

—¿Puedo hacerte una pregunta a ti? —Me imitó, usando un tono de voz delicado—. ¿Ángela está invitada?

Me hubiese gustado mentirle.

—Invité a mucha gente por compromiso. ¿Puedes creer que Jacob asistirá también?

—Creí que Jacob era parte de tu familia. —Enarcó una ceja.

—Es un buen amigo, pero técnicamente es mi ex. Estoy invitando a un ex y sé que no es gran cosa, pero a mí no me hubiese gustado que Edward invitara a una ex. Pero ese no es el punto. Te prometo que no verás a Ángela en toda la…

—No, no. Está bien —me interrumpió suavemente—. Solamente quería saberlo para encontrarla y pedirle disculpas por haber sido ruda con ella. No es su culpa haberse metido con Jazzie. Es decir, es tan apuesto…

Eso fue inesperado. Me encontré a mí misma parpadeando sorprendida.

—Esa psicóloga se está metiendo en lo más profundo de tu cabeza. —Encontré esto sumamente interesante.

—Uhm, puede ser. —Estuvo de acuerdo, casi indiferente a la influencia que producía en su actitud.

De repente, alguien abrió la puerta del dormitorio con firmeza. Demasiada para provenir de Jane, que nos miraba perpleja.

—Oh, por Dios…

La observé fijamente, intentando descubrir qué es lo que sucedía. ¿Había visto algo raro en mí?

—¡Está aquí! —Le avisó a alguien detrás de ella y volvió a mirarnos como si hubiese un espectro detrás de nosotras—. Bella, ¿qué haces en la cama?

—¿Por qué? —Me preocupé.

Abrió los ojos con sorpresa.

—¡Bella, tu boda empieza en unas horas!

¡Demonios!

—¡Mierda, es cierto! —Salté rápidamente de la cama.

(5) Thomas apareció en la puerta, vistiendo casual. Pero en su rostro se podían vislumbrar unas acentuadas ojeras, producto de una buena noche de fiesta. Lucía aún más alterado que yo.

—Nos quedamos dormidos. Ven, tenemos que sacarte de aquí. ¡Ahora! —exclamó, sujetando mi mano rudamente y arrastrándome hacia el pasillo con prisa.

La adrenalina se esparció por todo mi cuerpo con una velocidad que creí imposible. En un segundo, ya me encontraba totalmente aterrada. ¿Cómo pude haberme quedado dormida?

Thomas no paraba de revisar su teléfono, intentando no perder el control. Y yo me percaté, en ese instante, de que no tenía idea de lo que haríamos ahora.

—Mierda, mierda, mierda. ¿E-Estoy atrasada?

—No —pronunció aquello con honestidad—. Tenemos que ir a casa de tu suegra a prepararte.

Me entregó un enorme abrigo.

—Ponte esto. Está helando afuera.

Por suerte, no fuimos solos. Jane, Mel y Alice nos acompañaron en el Fiat que, obviamente, no conduje debido a los nervios que invadían mi cuerpo.

Pude notar que Mel estaba teniendo una pequeña resaca e intentaba recuperarse durmiendo durante todo el viaje. Mi corazón empezó a latir con fuerza al darme cuenta que sí era muy tarde: el reloj marcaba la una de la tarde y la ceremonia empezaba a las seis.

Tenía cinco horas para lucir decente. Podía decirse que era tiempo suficiente, si es que nos apresurábamos. Pero yo no quería eso. Yo quería bañarme, depilarme, y terminar de arreglarme con calma.

Y no encontraba mi teléfono.

—¿Tienes mi teléfono? —le pregunté a Thomas. No respondió, lo que equivalía a una respuesta afirmativa —. ¿Voy a poder hablar con el novio por un momento?

Él era el único que podría tranquilizarme ahora.

—¡No! —gritaron todos al unísono, despertando rápidamente a una malhumorada Mel.

—No puedes hablar ni ver al novio. Es mala suerte —me lo recordó Alice.

—No hablemos de mala suerte, por favor. —Me llevé ambas manos a la cara, estresada—. Debimos haber empezado con esto a las diez de la mañana. Ahora solo cuento con cinco horas. ¡Cinco horas! No solamente no pude tener una prueba de vestuario, sino que tendré que colocarme ese vestido y si no me llegase a entrar…

—Bella, como tu dama de honor, debo mantenerte calmada. Así que calla la puta boca o voy a golpearte. Cometí un jodido error, pero todo va a salir perfectamente bien. ¿De acuerdo?

Nos quedamos en silencio. Normalmente, él no empleaba tantas groserías en una misma oración.

Llegamos hasta la casa de los Cullen y me volvió a arrastrar hacia la entrada, lo cual era bueno, porque necesitaba que alguien moviese mi cuerpo en medio de toda la adrenalina y la maldita temperatura. Iba a pescar un resfriado en medio del altar, lo sabía.

Pensé en saludar a Esme, pero ella no se encontraba en la casa, sin embargo encontré a mi madre. Era la primera vez que me saludaba desde que tenía la sortija en mi dedo anular.

—Mamá, tengo miedo —le aseguré.

—Oh, cariño… —Se entristeció—. ¿Por qué? Edward es un gran chico…

—No es eso. Me refiero a que tengo miedo a lucir como un asco —dije frenética.

—Y va a lucir como un asco si no la llevamos inmediatamente hacia la habitación de huéspedes. —Thomas rápidamente apareció para trasladarme mediante empujones.

Mi madre asimiló aquello y asintió con rapidez, porque su peinado ya estaba casi listo. Le envidiaba por completo.

—¡¿Y dónde está papá?! —pregunté desesperada, mientras Thomas me seguía conduciéndome hacia la otra habitación.

—Se está bañando. ¡Ve a cambiarte, Isabella! —me reprendió.

¡Charlie ya había llegado! ¡Gracias a Dios!

Una vez dentro de la habitación de huéspedes, sufrí un ligero flashback hacia aquél 14 de noviembre, cuando Alice tenía que realizarse todos los preparativos para su ceremonia en esta misma habitación. Por supuesto, contó con mucho más tiempo que yo porque apenas había cerrado un ojo la noche anterior.

Como debería hacer una mujer responsable que está a punto de casarse. Dios.

Ella ya se encontraba allí, y por supuesto, quería matarnos a Thomas y a mí. Pero no dijo nada, porque no había tiempo. Ni siquiera pude saludarle con un gran abrazo como para celebrar que "el gran día había llegado".

—Rápido, ve a lavarte el cuerpo. Toma, usa estos productos para el cabello. Alannah no tiene tiempo para lavártelo.

Entré a la ducha y tuve mi primer momento a solas dentro de todo el ajetreo de gente. Respiré hondo y me permití no pensar en el tiempo. Por ahora era un simple objeto. Dejaría que el resto se encargara de mi apariencia con suma paciencia.

Tardé solamente cinco minutos en usar mi jabón de fresa y chocolate blanco que Thomas había traído en una pequeña mochila con objetos que podrían ser necesarios, luego de lavarme el cabello. Me cubrí con un albornoz y por suerte, no tuve que lidiar con el frío debido a la calefacción dentro de la habitación.

Me sentaron en una silla y tres mujeres me observaron pacientemente. Una de ellas era Ella.

—Buenos días, bella durmiente —dijo con sarcasmo—. Al menos alguien descansó anoche, no se te ve ni una ojera.

¿Eso tenía que ser algo positivo, no?

—Yo voy a ayudar al resto de las chicas y a encargarme de reprender a tu dama de honor, mientras te dejaré con estas dos muchachas. Sonia se encargará de depilarte, arreglarte las uñas y de maquillarte. Alannah se encargará de tu cabello. ¿Bien?

Sonia era una muy bonita joven. Interiormente, confié en ella porque el maquillaje sencillo que estaba usando ahora la hacía lucir aún más hermosa. Alannah era una mujer alta, de cabello negro y con cierto aspecto rudo, casi intimidante, igualmente atractiva.

La depilación no llevó tanto tiempo como había esperado. Mis uñas ya estaban limadas, así que le dieron un simple retoque y las pintaron con un esmalte color blanco hueso. Esto me hizo sentir un poco más optimista con respecto al tiempo. Sin embargo, caí en la cuenta de que ya eran más de las tres de la tarde y lamentablemente, no podíamos avanzar tan rápido como yo deseaba.

El almuerzo fue increíble: otra vez, ensalada.

—Quiero tirarla por la ventana —murmuré en voz baja, sintiéndome ligeramente asqueada por el sabor de la lechuga.

Alannah se rió en silencio. Ya había terminado de secar mi cabello.

No pude observar a mis amigas mientras se terminaban de preparar porque se encontraban en alguna otra habitación. Al menos la novia tenía una de uso exclusivo.

Alannah se encargó de llamar a Thomas y a Ella, que ya se encontraban listos.

—¡Demonios! —solté mientras observaba el elegante frac que estaba usando mi "dama de honor". Ella estaba usando un hermoso vestido azul—. ¿Ya todos terminaron de prepararse?

La idea de ser la última en estarlo me alteraba los nervios.

—No, tranquila. —negó Ella—. Pero todo el mundo estará listo antes que tú. Recuerda que es tu celebración. Tu fiesta. Tú debes lucir más hermosa que el resto.

En estos momentos, ni siquiera lucía decente.

—¿Me pueden dar algo? ¿Valium? —pedí.

—No —Thomas negó—. Termínate la ensalada.

—Okay, punto importante. —Ella señaló mi cabeza—. ¿Qué es lo que haremos con tu cabello? ¿Lo quieres recogido?

—Recogido estaría bien —opinó Thomas—. Un par de trenzas por aquí…

Cuatro manos se apoderaron de mi cabeza.

—Yo estaba pensando en algo largo… —Alannah acarició las puntas de mi cabello.

Esa opción me agradaba más que el resto.

—Sí, largo estaría bien —le respondí a ella con amabilidad—. Además, ayudaría a tapar mis hombros. No quiero helarme.

—Vas a usar un pequeño abrigo, no te preocupes —me avisó Ella.

—El cabello largo suena bien. —Thomas acordó—. Pero debe ser planchado. Y un poco recogido por atrás, para que no luzca desordenado.

Los tres estuvieron de acuerdo en que mantendrían el largo, pero prolijo. Y fue un alivio, porque lo único que faltaba era planchar todo el cabello.

—Lo tienes muy largo —murmuró Alannah mientras hacía el trabajo.

No me lo cortaba desde hacía más de un año. Planchado, estaría aún más largo.

Una nueva persona había ingresado a la habitación: mi cuñada, quien alegaba estar en contra del matrimonio.

—Ella, los muchachos ya están aquí. —Le avisó.

—¡Perfecto! Vamos a vestir al novio, entonces.

¿Qué? ¿Edward?

—¿Cómo? ¿Él ya está aquí? —Por poco y saltaba de la silla.

—¡Quieta! —Alannah me reprendió, tirándome del cabello con el cepillo para que volviese a sentarme derecha en la silla.

—Sí, Edward ya llegó. —Rosalie me respondió tratando de ocultar las risas. Le parecía divertida mi situación.

(6) En ese momento, Edward y yo nos encontrábamos bajo el mismo techo.

El concepto de "boda" hizo eco en mi cabeza y me sonrojé por completo.

Iba a casarme. Hoy. Santa madre de Dios.

Pero reparé en algo:

—¿Por qué llega recién? ¿A dónde fueron? —le pedí saber a Rosalie, que parecía ser la única que me daría más información que el resto, pues Ella ya se había retirado de la habitación.

—Tranquila, Bella. Carlisle los invitó a almorzar y volvieron hace pocos minutos.

Oh, cielos. Edward había sido más responsable que yo en esto.

Rose todavía no estaba vestida, pero su cabello recogido lucía precioso.

—¿Lograste hablar con él? ¿Cómo está? —le pregunté en voz baja, cuando se acercó para observar lo que le estaban haciendo a mi cabeza.

Se limitó a sonreír, dejando en claro que no me diría más sobre él, pero…

—Luce muy calmado, así que no te preocupes. No va a escaparse como Jasper —bromeó—. ¿Y tú cómo estás? ¿Te sientes segura?

En lo único que me preocupé durante esas horas, en las que me atraganté con ensalada y jugo de arándanos, fue en lucir bien pese a las dificultades. No había pensado realmente en ello, porque nadie me había hecho esa pregunta todavía: si yo estaba convencida de hacer esto. Lo cual no me aterraba en lo absoluto, pero me ponía ansiosa, porque significaba que faltaban muy poco tiempo para que aquél evento que organizamos durante estas semanas se volviese real.

—Sí —respondí con tranquilidad y convicción, como cada vez que alguien me preguntaba si deseaba pasar el resto de mi vida con ese hombre.

Rosalie esbozó una tierna sonrisa, palmeó mi hombro y dejó que Alannah terminara con mi cabello.

Se suponía que no íbamos a leer nuestros votos en el altar como si fuésemos una común pareja que no recuerda por qué se está casando, pero por un momento, pensamientos melosos dominaron mi mente y decidí anotar en un cuaderno algunas de las cosas que me gustaría decir en ese momento.

Ella apareció media hora más tarde para ayudar al resto de mis amigas con los vestidos que le habían encargado. Me sentí al extremo floja al saber que el resto lograba prepararse en pocos minutos, mientras que yo todavía lucía un pálido rostro y me encontraba exageradamente antojada por un poco de tocineta.

Luego de los últimos detalles en mi cabello, Sonia apareció para encargarse del maquillaje. Todavía no me había visto en el espejo y realmente no deseaba hacerlo. No quería, ni tenía tiempo para arrepentirme si algo salía mal. No obstante, el resto lucía muy optimista con el resultado.

Jane salió del baño luciendo preocupada.

—¿Cómo te va? —le preguntó Ella, con optimismo.

Nadie dijo nada. Quise darme la vuelta, pero Sonia fue firme al mantener mi rostro completamente inmóvil.

—¿Qué ocurre? —pregunté, inquieta por el repentino silencio que se había formado.

—El vestido no me entra.

Fruncí el ceño. ¿Acaso se trataba de un vestido para una niña de diez años? ¿Cómo podría no calzarle?

Mientras Sonia buscaba el rubor, me di la vuelta y pude observar la situación: el vestido coral de Jane era hermoso, pero el corte V era demasiado revelador sobre su pecho donde, por supuesto, le quedaba demasiado suelto.

—¿Cómo? Pero si es de tu talla. ¿Verdad? —Ella se apresuró para arreglar aquél problema. Las tiras calzarían bien a una chica con pechos como Alice. No en Jane que, incluso, era más plana que yo.

Ella seguía repitiendo que ese tenía que ser su vestido, pero claramente no era de su talla. Tal vez no deseaba admitir en voz alta que se había equivocado para mantenerme relajada.

—Okay, no te preocupes. Mandaré rápidamente a buscar otro modelo de mi estudio. ¿De acuerdo?

Jane lucía un poco nerviosa, porque se suponía que debía cantar esta noche en la fiesta. Se acercó a mi lado para sentarse y esperar a que solucionaran aquél inconveniente, manteniendo la calma.

—No te preocupes, necesito una amiga que todavía no esté lista. Me pone nerviosa ver al resto tan… elegante —dije.

—¿No te has visto al espejo todavía, verdad? —Cambió de tema.

—¿Eh? No...

Sonrió mientras abrazaba sus rodillas. No dijo nada más.

Al rato, aparecieron Alice y Rosalie completamente vestidas enfundadas en unos deslumbrantes vestidos largos. Alice lucía uno de seda rosada, y al igual que yo, conservó su cabello suelto y largo; había algo diferente en ella, solía mostrar su figura todo el tiempo, pero ahora se mostraba mucho más conservadora sin dejar de lucir atractiva. Rosalie vestía uno color ocre, le calzaba perfectamente.

—Woaahhh. Lucen increíble…

—No digas eso. —Alice me reprendió—. Es tu día. Serás la más hermosa.

—Todos siguen repitiendo eso. —Me di cuenta—. "Es tu día", pero se supone que también es el día de Edward.

—Sí, pero el centro de la boda es la novia. Todos los ojos estarán sobre ti. —Alice se arrepintió rápidamente —. Eso no te pone nerviosa, ¿verdad?

—Me comí como diez caramelos de chocolate. Estoy de mejor humor —dije con jovialidad.

Cuando Mel apareció, con un largo vestido pálido con detalles floreados, intuí que todo el mundo ya estaba listo.

—¡Feliz día de boda! —Me dijo con un humor un poco más fresco que el de esta mañana—. Espero que no te moleste que no haya decidido seguir la etiqueta.

Estaba usando un vestido con flores en invierno.

—Acabo de ver a los muchachos. Todos lucen impecables. —Alzó su dedo pulgar a modo de aprobación.

¿Y Edward? ¿Cómo lucía?

Sonia llamó a Thomas para le diera un vistazo a mi rostro. La enorme sonrisa de sus labios me alivió.

—¿Ves? Te estresabas por una completa estupidez. Te dije que habría tiempo. Ahora solamente falta el vestido.

Oh, diablos.

—¿Qué? ¿Ya estoy lista? —les pregunté, alarmada. ¿Qué hora era?

—Sí. Y tenemos que irnos a la capilla.

—¿Y Jane? —pregunté señalándola—. No quiero irme hasta que todas estén listas.

—Bella… no digas esas cosas. —A ella le pareció absurdo—. Tú tienes que ser puntual.

—Tú también. —Thomas le remarcó enarcando una ceja.

¿Por qué?

Ella apareció rápidamente con un vestido cubierto por una funda y se lo entregó a Jane, pidiéndole que se cambiara lo más pronto posible.

—¿Entonces? ¿Ya estás lista para el vestido? —me preguntó con una enorme sonrisa que denotaba la expectativa que sentía por mostrármelo.

—Espera, no me quiero ir de aquí hasta ver a mis padres. ¿Y Esme?

—Todavía están aquí. Yo los llamo. —Thomas se encargó de aquella situación.

Nadie me dejó tocar mi teléfono, podía ver que Alice lo tenía en sus manos y sabía que no planeaba decirme la hora.

—Estás a tiempo. —Era lo único que respondía. No sabía qué opinar sobre eso.

Esme apareció rápidamente y su vestido me impactó. Era oscuro y poseía pequeños destellos que aparentaban ser pequeños diamantes incrustados. A veces olvidaba que esa mujer era mi suegra.

Me rodeó con sus brazos y, como el resto de las personas en esta habitación, me repitió lo hermosa que lucía en ese momento. Me aseguró que todo estaba marchando en perfecto orden.

Y entonces, aparecieron mis padres. Ambos.

—¡Oh, cielo! —Renée se acercó para abrazarme como si no me hubiese visto en años, o como si ya vistiese el bendito vestido.

Mi corazón latió con fuerza cuando me encontré a Charlie, vistiendo un elegante frac como el que había usado durante su boda.

—¡Papá! —Le abracé con fuerza—. ¡Gracias a Dios llegaste!

—Por supuesto que lo haría, Bells. —Frunció el ceño—. ¿Creíste que iba a dejar a ese muchacho casarse con mi hija darle una buena charla?

¿Oh? ¿Ya se la había dado?

—Okay. Familia, esto es lo que haremos: vestiremos a la novia, de una buena vez… —Ella remarcó aquello con precisión—. Podrán darle una rápida mirada, pero tienen que irse ahora mismo hacia la capilla. Papá, tú te quedarás con la novia para llegar a la capilla al mismo tiempo. ¿De acuerdo?

¡Diablos! Saldría de esta casa directamente hacia el altar. Mi piel comenzaba a crisparse.

—¿Y el novio? —pregunté a modo de broma.

—El novio ya está en el altar. Eres la última que falta. —Renée me reprendió.

¡¿Edward ya estaba allí?!

Me metí fugazmente en el tocador con la compañía de Ella y Thomas, porque no había forma de que lograse colocarme un vestido tan grande por mi propia cuenta.

Y era… bastante largo.

—Alguien adelgazó —bromeó Ella mientras me lo ajustaba.

Me quité un peso de encima cuando las palabras abandonaron sus labios: el vestido me sentaba bien. Ni muy suelto, ni muy apretado. Encajó perfectamente.

—Mierda, se siente bastante bien. —Acaricié mi vientre, palpando la tela.

Terminaron con los últimos detalles de la cola del vestido que estaba compuesta puramente de tul.

El último rostro que vi antes de verme en el espejo fue el de Ella, cuando se paró frente a mí para acomodar el velo en mi cabello. Me regaló una sonrisa y se hizo a un lado, para que pudiese observarme por primera vez.

(7) Mi mente quedó en blanco.

Allí estaba la muchacha que alguna vez había rechazado este tipo de cosas. La que se había muerto de hambre durante días para encajar en un vestido que parecía haber sido pensado exclusivamente para ella. El strapless en forma de corazón se amoldaba perfectamente a su pecho, un pequeño cinturón rodeaba su vientre y la vaporosa tela caía, dando forma a una cola que era mucho más larga de lo que esperaba.

Me impresioné al darme cuenta que este era, exactamente, el modelo de Sam. Fue inevitable recordar la sonrisa que me había regalado el día anterior y me emocioné.

—No, no, novia. No llores ahora. —Ella me reprendió, revisando mi maquillaje—. Pero voy a tomar eso como un cumplido.

—Es… exactamente lo que Sam había diseñado —le dije, sintiendo una fuerte sensación en el pecho que me hizo estallar en risas. Puro júbilo.

Ella me sonrió maternalmente, acariciando el vestido.

—Te dije que te verías hermosa, Bella.

Me veía decente. Mucho más que decente. No me había sentido así de bonita en… en mi vida. Me sentía adecuada para el evento. Ni más, ni menos. Era perfecto.

Algo nuevo: el vestido.

Algo viejo: las pantimedias debajo del vestido.

Algo prestado: un anillo de Alice.

Algo azul: el anillo de Edward.

Sonreí abiertamente.

—Quiero mostrárselo al resto —dije con prisa.

Cuando Thomas se encargó de abrir la puerta, los ojos de mis amigas y mis padres se fijaron rápidamente en mí y todos emitieron un sonoro jadeo, como si algo hubiese salido mal. Pero al contrario, había salido mejor que nunca.

Mis mejillas se sonrojaron cuando la habitación se llenó de elogios y cumplidos por mi aspecto. Tal vez había sido lo mejor esperar hasta este momento. Tal vez no me habría visto igual de bien el día de ayer. En ese momento, todo me pareció… correcto.

Mamá ya había empezado con las lágrimas e intenté con todas mis fuerzas transformarme en una piedra para no volver a emocionarme.

Después de darle una fugaz mirada al vestido, todas mis amigas se retiraron. El nuevo vestido de Jane era negro y lucía mucho más elaborado que el anterior, además de combinar perfectamente con su cabello rosado recogido.

Pero fue la despedida de Thomas la que me puso los nervios a flor de piel.

Me besó en la mejilla.

—Te ves hermosa. No te resbales en el altar, ¿bien?

No quería que me abandonase, pero eso solamente significaba que estábamos a pocos minutos de empezar con algo muy grande, algo muy esperado.

Alannah y Sonia también elogiaron mi aspecto. Con la habitación completamente despejada, terminaron con algunos retoques.

Ya no oía los comentarios o las bromas de mis amigas alrededor. Ya había pasado el tiempo de diversión. Ahora era capaz de meditarlo seriamente. Me iba a casar en menos de una hora.

Y aquella resolución me hizo sonreír. Me sentía en paz.

Cuando ambas terminaron, me despedí de ellas como si se hubiesen convertido en mis mejores amigas en las últimas horas. Hasta me arrepentí de no haberlas invitado pero les dije que podrían ir a la fiesta a medianoche si deseaban hacerlo.

Salí de la habitación, y no había nadie. La casa estaba silenciosa.

—¿Todos se fueron? —le pregunté a Ella, cuando me la encontré en la entrada.

Asintió.

—Están en la capilla. Aquí es donde te dejo.

Oh, no. ¿Ella también?

Me abrazó y me deseó suerte en el altar. Es decir, que intentara no resbalarme o arruinar ese vestido porque moría por ver la reacción de su primo cuando tuviese que verlo por primera vez. Pensar en eso me impactó de manera inesperada. Todavía faltaba la persona más importante.

Sentí la adrenalina correr por mis venas y la ansiedad de llegar al altar lo más pronto posible.

Papá me escoltó con un paraguas, para evitar que mi cabello se humedeciera, hasta la limosina cuando ésta llego a buscarnos. El clima apestaba, pero era tanta mi felicidad que la capa de nieve me pareció el más hermoso de los paisajes.

Suspiré, cuando me encontré dentro del vehículo, mirando de frente a mi padre.

—Creí que no ibas a llegar, papá. Iba a volverme completamente loca si…

—Lo sé. No podías casarte sin mí. —Jugó conmigo.

Solté una gran carcajada.

—Estás hermosa, Isabella —dijo después de varios segundos, con una sonrisa.

El Charlie de antes jamás habría podido mirarme a los ojos mientras decía algo como eso, pero sabía que me encontraba frente a un hombre completamente diferente: un hombre enamorado, así como su hija. Una mujer distinta, una mujer enamorada.

—¿Crees que estoy haciendo lo adecuado, papá? —Necesitaba saber si contaba con su aprobación para dar este paso con Edward.

Asintió y soltó un fuerte suspiro.

—Es un muchacho algo torpe, tengo que decirlo. Pero… hoy vi a un hombre muy emocionado por compartir el resto de su vida con la mujer que ama.

Oh, papá…

—Está loco por ti, es cierto.

—Y yo, por él. —Me reí, tratando de no dar rienda suelta a las lágrimas que amenazaban con brotar de mis ojos y arruinar todo el maquillaje.

—Lo puedo notar —dijo después de un rato, satisfecho—. Lo único que deseaba, cuando eras adolescente y decías que no ibas a casarte, era que encontraras un hombre que te hiciera ver lo hermoso en muchas de las situaciones que tú excluías de tu futuro.

Podría decirse que Sue había logrado el mismo efecto en él.

—Quería que mi hija se casara con un hombre que la protegiese y la amase como si fuese su hija, pero que la respetara como su compañera y la adorara como la madre que será.

Me ruboricé.

—Edward es uno de esos hombres, Bella. Es un buen hombre.

Supe, en ese momento, que era necesario llegar a un día tan importante como este para que mi papá pudiera decir algo como eso. Internamente me pregunté si se lo había dicho a Edward con esas mismas palabras, porque él merecía saber cuán bueno era.

Acaricié su helada mano durante unos segundos, mientras la limosina se detenía y se podía ver con claridad la entrada de la capilla.

—Papá, puede que me resbale. —Le advertí, resoplando.

—Eso sería divertido de ver. —Se rió.

Le golpeé el hombro.

Ella me había dado un pequeño abrigo, pero no quería que tapara el vestido. Sentía la necesidad de que todos preciaran el diseño de Sam y el trabajo de Ella aunque eso significara que tuviese que helarme.

Papá me regañó, pero le dije que me las arreglaría cuando salimos de la limosina.

¡Qué frío hacía!

EPOV

(8) Cuando Emmett apareció, bostezando y rascándose el cabello, me encontró desayunando cereales en su cocina.

—¿Buenos días?

—Buenos días.

Se dio cuenta que estaba vistiendo ropa deportiva.

—¿A qué hora te despertaste, Edward? —Me dijo, haciéndolo sonar casi como un reclamo.

—A las ocho —respondí despreocupadamente, bebiendo del tazón.

—¿Cuál es tu problema? —Me miró como si estuviese loco—. ¿Acaso dormiste algo?

—No tanto como tú —aclaré.

Negó varias veces, acercándose hacia donde yo estaba para tomar un poco de cereal.

Suspiré.

—No pude dormir. Me sentía demasiado… exaltado. Por eso fui a correr.

—Por supuesto que te sientes exaltado. ¡Te casas, amigo! —Golpeó mi hombro—. ¿Y sabes qué es lo más importante de todo esto? El culo de Bella. Será tuyo en pocas horas.

No me importó que se refiriera de esa manera al cuerpo de Bella, porque me sentía más cavernícola que nunca. Necesitaba el cuerpo de mi mujer, ahora.

Emmett no tenía otro plan más que invitar a los muchachos a su departamento —donde había pasado la noche—, a jugar videojuegos. Pero las cosas se tornaron un poco más interesantes cuando mi padre nos invitó a almorzar. Creí que se trataría de algún tipo de charla hombre a hombre antes de la ceremonia, pero insistió en que el resto asistieran.

Mucho más interesante: no fue un restaurante de clase. Fue un simple local de comida rápida… al que detesté fervientemente.

—"Por favor, Edward, no seas insensible. Cómeme, hazme tuya. Me estoy ofreciendo a ti, te lo imploro, dame una mordida" —Josh utilizó una estúpida voz e hizo a hablar a una maldita hamburguesa con queso extra hacia mi dirección.

—Besa mi maldito trasero, idiota —le insulté necesitando un buen autocontrol para mantenerme a raya.

—¡No sabía que teníamos un modelo en el grupo! ¿Te depilas las piernas, Edward?

—Déjalo comer en paz. —Mark interrumpió, tratando de no acompañarlo en las bromas, aunque le resultara casi imposible.

Me devoré el pollo y la ensalada como si no hubiese comido en días.

—Le prometí a Bella que no comería chatarra hasta que ella lo hiciera.

—¿Por qué las mujeres tienen esa necesidad de adelgazar? —Emmett bufó—. Por esta maldita boda, Rosalie no quiso aceptar mi invitación para ir al restaurante chino, quería estar "bonita" el día de hoy. Muchas gracias, maldito Edward.

—De nada. —Le respondí con ganas.

—Oigan, ¿vieron las fotos de Instagram? —Jasper nos preguntó mientras revisaba su teléfono.

—¿A ver…? —Josh se acercó a él para checarlas—. ¡Vaya! ¡Quién diría que Bella se sería capaz de hacer eso!

Intenté rápidamente quitarle el teléfono, pero ambos seguían bromeando.

Carlisle había vuelto a la mesa y todos se calmaron por el profundo respeto que sentían hacia él.

—¿A dónde fuiste? —le pregunté. Jasper y yo éramos los únicos capaces de tratarlo como una persona más.

—Aproveché para hacer una llamada. —Le restó importancia y observó mi plato—. ¿Disfrutando la comida?

Toda la mesa se rió de mí. Al menos podía beber gaseosa.

—Estaba pensando en darte algún tipo de charla, como la que le di a tu hermano en el día de su boda.

Todos observaron a Jasper, que lucía completamente ajeno a la situación mientras revisaba su teléfono. Alzó la cabeza al sentir todas las miradas sobre él, preguntándose qué era lo que ocurría.

—Pero me pareció adecuado hacerlo de manera pública.

Todos estuvieron más que de acuerdo con eso, pero porque lo único que les interesaba era burlarse de mí.

—Sé que has tenido muchas relaciones con distintas mujeres, pero no es lo mismo mantener una relación con una mujer casada. Hay tres cosas que tienes que tener en cuenta, hijo: habrán tiempos malos.

Qué apropiada manera de empezar un consejo: malas noticias.

—Habrán momentos en los que no estés de acuerdo con ella, pero eso es algo sano. Imagina compartir un dormitorio con la misma persona durante el resto de tu vida. Habrá conflicto, pero lo que importa es que nunca abandones la situación. Lucha por mantener todo en orden y en paz. Sé claro y honesto con ella, porque ahora se convertirá en el eslabón más importante de tu nueva familia.

Asentí varias veces. Eran buenos consejos.

—Y por lo que más quieras, no soluciones las discusiones con sexo.

¿Eh?

Mi rostro se vio mortificado al oír a mi padre introducir aquél tema.

—¿Cómo, cómo? —Josh se interpuso, confundido—. ¿Por qué?

—No asocies algo que es tan importante en una relación con momentos agridulces. No sirve.

Eso ya lo sabía. Pero deseé, por un momento, que simplemente se tratase de un comentario pasajero y que realmente no pensara indagar en ese tema.

—¿Por qué no? Si el sexo es bueno, y relaja la situación, ¿no puedes aprovecharte de aquello?

—Josh, cállate —refunfuñé antes de que mi padre pudiese responder—. Entiendo. El sexo no es la solución.

—El sexo es importante, no importa la edad. —Continuó remarcando—. Siempre busca innovar las cosas. No te descuides y haz ejercicio todas las mañanas. Te ayudará al corazón.

—Haz que pare —pidió Jasper en voz baja, sintiéndose igualmente incómodo.

—¿Qué consejo podría darnos acerca de cómo mantener la emoción en esas situaciones? —volvió a preguntar Josh con profunda curiosidad.

Emmett y Mark no hacían otra cosa que reírse.

—Bueno…

—¡Papá! —Me levanté del asiento, exaltado—. ¡La boda! ¡Tenemos que irnos! ¡Vamos!

Logramos escaparnos fácilmente de aquella situación, no sin antes darle una paliza a Josh. Carlisle no acostumbraba a darnos este tipo de consejos de manera forma tan directa y tampoco lo deseábamos. Ya sabíamos que él y mamá mantenían una vida sexual bastante activa, eso era algo que yo no necesitaba saber.

Él se encargó de llevarnos en su camioneta hacia la casa.

—¡Hey! ¡Felicidades! —Melissa se acercó con un gran abrazo. Todavía no se había vestido, pero llevaba maquillaje encima—. ¿Quieres un poco?

Me ofreció su café.

—Eh… no. —Fruncí el ceño—. Acabamos de almorzar.

—¡Ja! Qué buena noticia. Nosotras llegamos hace un rato. Nos quedamos dormidas. ¡Tremenda fiesta, eh!

¿Fiesta?

—¿Cómo? —pregunté realmente intrigado.

—Mejor me voy a cambiar —me dijo y palmeó mi hombro—. Por cierto, te ves apuesto. Le avisaremos a Bella que ya estás aquí.

¿Bella ya estaba aquí?

Thomas apareció para saludarme, ya vistiendo un frac.

—Hey, ho…

—Ve a bañarte, rápido.

Se lo notaba demasiado apurado.

—E-Está bien. ¿Y Bella?

—Está en el cuarto de huéspedes y se está preparando. Nos quedamos dormidos y llegamos algo tarde. No te atrevas a pasar por allí, o la alterarás.

Podía imaginármela de esa forma.

—¿Cómo que se quedaron dormidos? ¿Qué pasó anoche? —exigí saber en voz baja.

—Música, alcohol. Fue en mi casa, no te preocupes. Bella fue la única que se durmió antes de que empezara la fiesta. Parecía algo agotada. ¿Por qué seguimos hablando? Ve a bañarte, Edward.

Me aliviaba saber que Bella no había festejado hasta altas horas de la noche, pero sentí pena por ella. Preparar a una novia no podía ser comparado con mi situación.

Me acerqué hacia el pasillo, más bien, hacia la puerta del cuarto de huéspedes. No podía oír su voz, pero tuve que resistirme a las tremendas ganas de abrir la puerta para verla. Quería hacerlo.

—Ni te atrevas. —Ella me advirtió, en cuanto me vio—. Es de mala suerte, y ya hemos tenido suficiente por este día. Ven, acompáñame.

Sabía que dentro de esa habitación las cosas lucían más complicadas.

Temprano en ese día, había pasado por una barbería para recortar mi cabello y afeitarme. Tomé una larga ducha, me vestí y antes de salir al vestíbulo, me miré al espejo.

Por primera vez, me sentí nervioso.

—¿Verdad que luces apuesto? —Ella manoseó el frac por unos segundos —. Oh, ¿por qué tiemblas?

—No estoy temblando. —Mentí.

—No vayas a querer escaparte, novio. —Me regañó.

—Jamás. —Mi voz sonó firme—. Es que… tantos preparativos…

—Y el gran día ha llegado, ¿no es cierto? —Sonrió—. No te pongas nervioso. Será un momento precioso y todo valdrá la pena, más cuando veas a tu novia. Te olvidarás de todo.

Bella. Necesitaba verla.

—¿Cuánto, uhm, le falta, para…?

Ella soltó una risotada.

—Mejor ve pensando en otra cosa. A tu novia todavía le falta. Recuerda que tiene lucir preciosa.

—Ella es preciosa —dije.

Pero tenía razón. Necesitaba distraerme por unos segundos y lucir relajado.

Salí de aquella habitación y me encontré con mis amigos, ya vestidos, y a algunas chicas.

Mel, Alice y Rose soltaron un dulce "¡Oh!" cuando aparecí junto a ellos.

—¡Edward, tesoro! —La mamá de Bella fue la primera en acercarse para abrazarme —. ¡Pero mira qué guapo estás! ¿Te cortaste el cabello también?

Justo cuando empezaba a relajarme, encontré a Charlie detrás de ella, observándome de pies a cabeza.

—¿Podemos hablar un segundo, Edward?

—Por supuesto. —Tragué saliva.

Nos fuimos hacia un rincón del living y el resto nos brindó la privacidad que necesitábamos.

—Jefe Swan…

—Charlie. —Chasqueó la lengua, restándole importancia.

—Uhm, Charlie. —Asentí.

—Sabía acerca de tu decisión incluso antes de que me lo consultaras.

Bella todavía no sabía que yo le había informado sobre la noticia el día en que conseguí el anillo. Quería esperar a que se encontraran en persona para hablar al respecto.

—Sabía que lo de ustedes iba en serio, pero pensé que esperarías un poco más de tiempo.

Sonó a reclamo.

—Eh, sí, pues…

—¿Están esperando un bebé? —Me cortó.

—¿Eh? —Fruncí el ceño—. No, no, para nada.

Murmuró algo.

—Fue totalmente mi culpa. Compré los pasajes antes de tiempo y… no es por nada, realmente, nada. No la embaracé.

Alzó una ceja.

—Es decir, no. Eh… no. No lo está. Se lo diríamos. No solamente a usted, a la familia. Sería una increíble noticia, Charlie.

—Señor —corrigió.

—Señor. —Asentí.

Me miró durante largos segundos, como si tratara de descubrir algo negro y maligno en mi alma.

—¿Vas a cuidar a mi Bella?

—Por supuesto.

—¿Vas a respetarla?

—Lo hago.

—¿No vas a embarazarla en la luna de miel?

—No voy a embara… ¿Eh? —Parpadeé varias veces.

—No queremos nietos todavía. Al menos, no hasta que Bella lleve un año de casada.

No supe qué decir, pero sabía que estaba completamente ruborizado en ese momento. Podía sentir el calor en mis mejillas.

—Sé lo que te digo. El primer año es muy importante y necesitan vivirlo juntos, como pareja. Bella es la mayor bendición que tuvimos en nuestras vidas, pero nosotros nos equivocamos al no convivir el tiempo suficiente y Bella tuvo que afrontar las consecuencias desde que nació. Aunque sepa que los tiempos han cambiado y que han estado conviviendo por un tiempo.

—Lo hacemos. Pagamos nuestras cuentas, arreglamos la casa… uhm, tenemos algunas discusiones, pero creo que eso es normal.

—Lo es. —Asintió.

—Pero… el matrimonio para mí, no es algo nuevo. Es decir, lo es pero hace tiempo empecé a ver a Bella como la única mujer en mi vida. Esa imagen no es para nada ajena a mí y nunca lo será. Ya he vivido suficientes cosas en mi vida. Esto es… esto es oficializar lo que venimos formando hace un año. Puede ser muy poco tiempo, pero fue suficiente para darme cuenta que la quiero como mi mujer, como una

compañera y me esforzaré para demostrarle todos los años que nos restan que ha tomado una buena decisión al escogerme.

Dicho esto, Charlie permaneció en silencio durante varios segundos. Eso era una buena señal. No esperaba algún tipo de abrazo o palmada, pero cuando se levantó, lo hizo sin decir nada más.

—No pierdas tiempo y ve a la capilla. —Me recordó de manera paternal.

Odié hacerlo. Realmente lo odié. Quería permanecer en la casa, esperar a Bella y llegar al altar a su lado. Pero, maldita sea, las cosas no funcionaban así.

(9) Llegamos a la capilla en quince minutos porque no había mucha distancia desde la casa de mis padres hacia el campus de Françoise. Quedé algo absorto durante largos segundos observando cuán hermoso estaba el día. La helada brisa golpeó mi rostro, los músculos de mi cuerpo comenzaron a relajarse y me encontré en mi zona confort. No obstante, visualicé a una pequeña Bella vistiendo algo que apenas cubriría la nívea piel de su cuerpo y me preocupé.

—Mamá… dile a Ella que se encargue de mantener abrigada a Bella.

—Lo sé, está helando —respondió colocando una rosa en el bolsillo delantero de mi frac. Sonrió creyendo que me preocupaba por su vestido, pero no quería que pasara una luna de miel en reposo. No para el cometido que tenía planeado.

Me sentí ridículamente avergonzado de tener pensamientos de tal índole frente a mi madre.

—¿Por qué una rosa, mamá? —pregunté después de que tardara una innecesaria cantidad de tiempo para ajustarla.

—Porque encaja con el traje —respondió amablemente.

—Sí, pero, ¿por qué roja? —cuestioné—. Nada en esta boda tiene algo que ver con ese color.

—Edward, el rojo representa el sentimiento más puro que es el amor. Bella sostendrá un ramo de rosas. No seas testarudo y no empieces a mover la pierna así.

Se dio cuenta del golpeteo rítmico de mi zapato izquierdo.

—Lo siento. Estoy ansioso.

Ella sujetó sus manos sobre mis mejillas y me brindó una nostálgica sonrisa.

—Mi pequeño… El mismo día en que nos la presentaste, supe que había algo especial en ella y en la forma en que la mirabas.

—Mamá…

—Incluso cuando tenías planeado casarte con Tanya.

Tensé mi mandíbula.

—¿Me haces un favor? —le pedí mientras nos dirigíamos hacia la entrada del altar.

—¿Sí, cariño? —Me sujetó del brazo.

—No la vuelvas a mencionar el día de hoy —murmuré cerca de su oído.

Me di cuenta cuando empezamos a cruzar aquél pasillo alfombrado, al escuchar a la pequeña orquesta que mi madre había contratado que empezaba a interpretar las primeras notas de la melodía de Pachelbel, el momento en el que múltiples rostros familiares nos sonreían con emoción… que realmente estaba sucediendo. Todo el arreglo floral en los asientos, la hermosa capilla, el altar frente a mis ojos… no se trataba del casamiento de algún amigo. Era la segunda vez que entraba a un altar y esta vez, no era el padrino. Yo era el novio.

Proferí un grave insulto en mi mente, mientras terminaba de sonreírles a los invitados y llegaba hasta el altar, donde recibí un beso en la mejilla por parte de mi madre y un saludo del pastor.

Nunca antes me había sentido nervioso como en este momento al ser el centro de atención de la habitación. Sobre todo por parte del rincón izquierdo, donde se encontraban los familiares de Bella. Había, por lo menos, cinco tías allí a las que únicamente reconocía por su rostro.

—Jane todavía no está aquí. —Jasper se acercó disimuladamente para avisarme.

Intenté que mi reacción no luciera alarmada.

—¿Dónde está? —pregunté sin borrar la sonrisa falsa en mi rostro.

—Damian dice que tuvo un problema con su vestido, que llegará en cualquier momento.

—Con "cualquier momento" te refieres a "antes que la novia", ¿verdad?

—No lo sé, pero intentaré llamar a Alice para preguntarle cuánto tiempo tardarán en llegar.

—Urgente, Jasper —pedí molesto.

—Hey, no me eches la bronca. Sigo ofendido por que decidieras poner a un perro como testigo en vez de a tu único hermano varón.

Se alejó rápidamente cuando vio que Thomas y Emmett, siendo dama de honor y padrino, ingresaban al altar a pasos lentos. El segundo sujetaba con firmeza la correa de Bear.

Intenté no reírme, pero nuestra decisión había sido firme.

Damian, el compañero de trabajo de Bella, se encontraba en un rincón apartado cerca del coro con las manos en los bolsillos. No paramos de intercambiar miradas cómplices, porque ninguno sabía el motivo por

el cual Jane se estaba atrasando demasiado. Sin embargo, apareció en el momento oportuno y avanzó disimuladamente hacia donde se encontraba Damian, alzando discretamente su mano hacia mi dirección a modo de disculpa.

No me quedaba otra alternativa más que reírme. ¿No era suficiente atrasándose en el trabajo?

Thomas se acercó para saludarme. Por primera vez en el día, lucía relajado.

—¿Ya está aquí? —le pregunté en voz baja, frunciendo mis labios.

—Sí. Y luce hermosa —me aseguró siendo completamente honesto.

¡Mierda!

Emmett también se acercó a mí, pero con un mensaje distinto:

—Espero que no tarde demasiado. No pude dejarlo terminar con sus necesidades.

Parpadeé atónito, pero mi rostro fue directamente hacia Beatrice, mi abuela. Después de darle una larga inspección a mi traje desde lejos, sabía por la forma en que apuntaba su rostro que deseaba juzgar el vestido de Bella cuanto antes.

Mis piernas temblaron.

"¡Maldita Bella, no me dejes solo con esta gente!"

Mis ojos se clavaron en la entrada, esperando a que alguien apareciera.

Y entonces, pude vislumbrar a lo lejos a una muchacha con un largo vestido blanco acompañada del brazo de su padre, se detuvieron por unos segundos al final de la entrada y esperando a que el resto de los invitados se levantaran.

Mi mente quedó en blanco.

(10) La música que especialmente había encargado a Jane y Damian, aquella canción que había sonado aquél 14 de noviembre mientras bailábamos en la nieve, comenzó a sonar aturdiendo ligeramente a la muchacha que se acercaba hacia el altar.

Frunció el ceño durante unos segundos y entonces al reconocer los coros, sonrió con la sorpresa plasmada en su rostro, clavando sus ojos en mí.

Todos en la capilla habían sido notificados del motivo de aquella canción, incluso cuando la letra no era coherente con el momento, con nuestro amor, o cuán hermosa lucía en ese instante.

Fue la primera vez que la veía usando el vestido más hermoso que había visto en mi vida. Se había dejado el cabello largo, y aunque el velo le cubría el rostro, podía ver sus mejillas sonrosadas.

Por unos instantes, creí que se trataba de otra persona. Una preciosa mujer que caminaba hacia el altar. Era tan hermosa que dolía, y me sentí pequeño, como si no fuese mía, pero deseando que lo fuera. Era como enamorarse por primera vez de una completa desconocida.

Pero entonces, aquella mujer me encontró frente al altar y me dio una pequeña sonrisa, completamente emocionada y enamorada. Y logré identificarla: era Bella. Mi Bella, la mujer por la que había luchado durante tanto tiempo y me estaba mirando como si yo fuese su trofeo. Me sentía completamente abrumado por su belleza.

Necesité de todo mi autocontrol para no ir hacia ella, tomarla entre mis brazos y arrastrarla con prisa hacia el altar.

Cuando llegó, su padre depositó un suave beso en su mejilla, el cual ella aceptó con timidez, bajando la cabeza y frunciendo sus labios.

Inmediatamente tomé su mano para acercar su cuerpo al mío.

Ella aprovechó aquellos cortos segundos, completamente entusiasmada, para decirme:

—No me resbalé.

Le acompañé en las risas y sentí un enorme calor en mi pecho.

Aquella era mi mejor amiga.

BPOV

No me estoy helando.

No me estoy helando.

¡No me estoy helando!

La calefacción en la maldita capilla, no estaba funcionando.

El pastor continuaba con aquél largo sermón sobre el matrimonio y me sentí una completa idiota por no prestar atención. Pero mi estómago rugía, el frio invadía mis hombros desnudos y sacudía todo mi cuerpo. Me encontré tiritando y castañeando los dientes como una maniática. Estuve a pocos segundos de pedirle al pastor que terminara la ceremonia de una bendita vez.

Pero también era consciente de todos los ojos que apreciaban el corte del vestido. Todo el mundo me sonreía, y aunque podía tratarse de una expresión falsa, me hizo sentir en la cima del mundo.

Edward no parecía más concentrado en el pastor que yo. No me quitaba los ojos de encima. Cualquiera pensaría "está adorando a su futura esposa", pero yo sabía que a esta altura, estaría fantaseando con quitarme el vestido.

Y, ¿por qué no?, yo también lo hacía.

Los ojos del pastor se enfrascaron en mí y tuvieron que repetirme por segunda vez que era el momento de dar los votos.

Asentí brevemente y suspiré, tratando de recordar un poco sobre lo que había escrito en aquella carta, unas horas atrás.

Pero lo único que pude soltar fue un simple:

—Estoy tan helada.

Las risas de los invitados se hicieron notar. Fue bueno que el pastor y, especialmente, Edward, se lo tomaran con diversión.

Pero este era mi momento. Necesitaba hablar clara y sencillamente.

(11) Fue algo sencillo cuando me concentré en su sonrisa y me sentí al borde de las lágrimas.

—Yo era… una chica terriblemente insegura. Era tan negativa. Nunca me sentí hermosa, porque a pesar de todo el amor que mi familia y mis amigos me brindaban, pasé mucho tiempo sola sin conocer a una persona que me hiciera sentir bonita. Me sentí muy fea, Edward. Realmente lo hice.

Solté una risa nerviosa, en medio de un sollozo.

—Te conocí en un momento muy… oscuro en mi vida. No parabas de mirar mis ojos. No parabas de elogiarlos. Nos tomó un buen tiempo llegar a donde estamos el día de hoy. Lloré mucho por ti. Te odié por lastimarme, y me odié por ser tan débil. Pero… estaba destinado a ser así. Me ayudaste a crecer, a formar mi autoestima. Me enseñaste a creer en el amor… y después de toda esa lluvia, apareció el arcoíris.

» Y entonces, te convertiste en lo mejor de mi vida. Aquél mejor amigo con el que paso hasta largas horas de la noche leyendo, jugando videojuegos, comiendo comida chatarra. Eres el hombre que me protege cuando me siento insegura. Quien me abraza cuando tengo ganas de llorar, que me rasca la espalda cuando necesito relajarme. Aquel que me cubre con sus brazos por noche cuando hay una fuerte llovizna. El que

me hace sentir una mujer hermosa cuando, no lo sé… decido usar una coleta o peinarme distinto. Tú siempre lo notas. Siempre notas los pequeños detalles y no puedo creer que hasta el día de hoy lo sigas haciendo. Sabes cuándo aparezco en una habitación y conoces las cosas que amo o detesto. No sé si sepas cuan valorada me haces sentir. Me levanto todas las mañanas y no puedo creer que sigas a mi lado, pero luego pienso en lo mucho que amo todo lo que haces. Tus reacciones, tus enojos, tus bromas, tu risa… el sonido de tu risa… el momento en que tus ojos se cierran cuando estás a punto de dormir, todo, todo en ti me fascina desde el primer día. Hay momentos en los que siento que es demasiado y que mi corazón podría estallar de felicidad. A veces no soy lo suficientemente consciente de lo afortunada que soy al tenerte a mi lado, al tenerte aquí, frente a toda mi familia. Lograste que esta chica encajara en un vestido y se sintiese cómoda en él. Me he dado cuenta que nunca pude enseñarte cuan agradecida estoy por lo que has hecho en mi vida.

Pude sentir algunas lágrimas cayendo por mis mejillas, pero ya no me preocupaba por retenerlas.

—Prometo ser una mejor versión de mí misma, todos los días por el resto de nuestra vida juntos. Prometo no defraudarte y estar contigo cuando sea y como sea. Prometo nunca volver a ser esa chica que se sintió tan sola durante tanto tiempo. Prometo ignorar el maldito frio que estoy sintiendo ahora mismo para decirte que te amaré eternamente.

Él me obligó a reír. Lo hizo a propósito, porque aunque eran lágrimas de felicidad, quería abrazarme y sabía que no podía hacerlo todavía.

Empezó sus votos diciendo:

—¿Dónde estuviste durante toda mi vida? ¿Por qué me tomó tanto tiempo conocer a una persona tan increíble como tú? Siempre fantaseé contigo. Desde que era un torpe adolescente. La primera vez que una muchacha me rechazó, fue la primera vez que rompieron mi corazón. Me encerré en mi habitación, me cubrí con el edredón, y me pregunté: "¿Cuánto tiempo me tomará encontrar a mi otra mitad?" Pasé un largo tiempo en mi vida creyendo que debía mejorar y enfatizar en ciertos aspectos superficiales para encontrar a la mujer perfecta. Tenía una buena familia, un buen grupo de amigos, una posición estable en mi vida, y a pesar de eso me sentía quebrado. Me encontré desesperanzado y desdichado al darme cuenta que había fantaseado demasiado para mi propio bien, que no existía tal perfección. Cometí el peor error, que fue acostumbrarme a lo que creí que era amor.

Se quedó un rato en silencio y sonrió.

—Por supuesto que miré tus ojos, son preciosos. Pudo haber sido algo de una sola noche, pero terminé obsesionándome contigo. Fuiste tan indiferente conmigo que, porque por primera vez en mucho tiempo, me estaba encontrando con una mujer que juzgaba la forma en que actuaba y las intenciones que ocultaba. Me tomó mucho tiempo descubrirlo, y sé que te lastimé en el camino al no querer afrontar la realidad porque me sentía abrumado, confundido. Había tomado una mala decisión al permanecer con otra persona e ignorar tus sentimientos. Y porque me sentía asustado. No podía controlarte, no podía manejar tus emociones. Fuiste un completo reto para mí, algo totalmente impredecible… y un día te alejé de mí. Y pude experimentar lo que sería de mi vida si te ignoraba… y lo comprendí en menos de un segundo, Bella.

Nos tomó tiempo llegar hasta el día de hoy, es cierto, porque no podía creer que realmente existiera aquella mujer perfecta cuya existencia ya había desechado. Me aturdiste por completo. Automáticamente, volví a ser aquél muchacho esperanzado, dispuesto a dar todo lo que nadie me había dado hasta ese momento. Veo en ti una mujer que ha crecido, una mujer fuerte, una mujer graciosa, una mujer atractiva, una mujer humilde y magnífica. Es increíble la rapidez con la que me enamoraste. No puedo concebir lo perfecta que eres y me resulta imposible ignorar cada uno de tus cautivadores detalles. Eres el tipo de chica que tiene la fuerza para decirme que todo irá bien, aunque las cosas no lo estén. Tu ingenio, tu sarcasmo, tus groserías. Tu voz, tu hermosa voz… podría permanecer todo el día escuchándote. Y tú no eres consciente todavía de cada una de las cosas que te hacen hermosa, pero vamos por ese camino.

Me tomó firmemente de la mano.

—Puedes hablar cuanto quieras, llorar cuando lo necesites, sonreír cuando puedas. Y lo harás, porque sabrás que hay alguien detrás de ti, a tu lado o en frente tuyo cuidándote. Siento que eres aquella amiga con la que puedo pasar largas horas de la noche hablando o disfrutar del silencio. Eres mi compañera, la que soporta mis quejas, me da consejos y sabe bien cuándo reprenderme. Y eres mi mujer. La más hermosa, espléndida el día de hoy aunque te estés congelando.

Volvió a hacerme reír y no pude aguantar la emoción.

Después de colocarnos las alianzas, mi corazón amenazaba con salir de mi pecho.

—Isabella Marie Swan, ¿Aceptas a Edward Anthony Masen Cullen como tu esposo? ¿Prometes serle fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad, amarlo y respetarlo todos los días de tu vida?

Ya no estaba nerviosa, había dejado de estarlo hace bastante. No podía esperar por hacerlo oficialmente mío.

—Me estoy helando, así que claro que sí.

Se rió.

—Edward Anthony Masen Cullen, ¿aceptas a Isabella Marie Swan como tu esposa? ¿Prometes serle fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad, amarla y respetarla todos los días de tu vida?

No podía controlar su risa, sentía pena por mí.

—Se está helando, por supuesto que sí —dijo rápidamente.

—Por el poder que me corresponde, los declaro marido y mujer.

Me arrojé a sus brazos en busca de calor al mismo tiempo que nuestros labios se encontraron con naturalidad. Fue como si encajar piezas de rompecabezas.

(*) Recordatorio: Bella y Jane posaron vestidos hechos por Sam en su blog. Pero solo de cuerpo, nunca de rostro.

CAPITULO 24 ¡Sigue bailando!

BPOV

(1) Cuando entramos a la limosina, mi cuerpo se entregó automáticamente a los cálidos brazos de Edward a la vez que intentaba morderle sus labios. Como una respuesta instintiva, me sujetó las caderas con firmeza y me apoyé en él buscando algún tipo de fricción. Sus manos intentaron encontrar mi intimidad por debajo de las capas de tela que tenía mi vestido. Pero se encontró con mis pantimedias y frunció el ceño.

—¿Qué? ¿Acaso querías que pesque un resfriado? —Debido a la ansiedad del momento, aquél comentario sonó agresivo.

Su mano sujetó con firmeza mi entrepierna y pegué un pequeño grito.

—Esa no es la forma de contestarle a tu esposo —demandó con autoridad.

Sabía que estaba exagerando, pero no me importó, me excitó. Le abracé rápidamente para chuparle la lengua y dejar que su tacto calentara mi cuerpo.

—¿Desean un poco de privacidad?

Una tercera voz hizo acto de presencia en el vehículo, era la del conductor. A juzgar por su tono de voz, no era norteamericano y definitivamente, no lucía para nada incómodo con la situación.

Rápidamente salté hacia el otro asiento, separándome de Edward.

—¡O-Oh, d-disculpe! —solté azorada, sonrojada.

Encogió sus hombros, sonriendo con amabilidad.

—Recién casados. Es entendible, ¿no?

Ninguno de los dos le contestó. ¿Por qué no le habíamos visto?

—Si gustan, puedo subir la ventanilla. Aunque no es a prueba de sonidos, pero eso no significa ningún problema para mí —garantizó de buen humor.

—Eh, no… no se preocupe, gracias. —Edward respondió, tratando de acomodarse el frac y lucir formal.

Me crucé de brazos y traté de observar algún punto fijo en la limosina. Le había prometido a Edward que esperaríamos hasta la luna de miel, pero no podía aguantarme. Se veía increíblemente apuesto con esa mandíbula completamente afeitada, que le daba un aspecto duro y firme a su rostro.

El maldito destino me estaba obligando a cumplir ese tonto acuerdo.

Edward tomó mi mano y la acarició. Nos miramos durante un largo rato.

—Estás preciosa —dijo mientras besaba mis nudillos.

—Me estoy muriendo de hambre. —Le devolví la sonrisa.

Lentamente, el coche se detenía hasta hacerlo por completo.

—Eh, disculpe… ¿sucede algo? —pregunté.

Mi pregunta le tomó por sorpresa y giró hacia nosotros.

—Llegamos al salón.

¿Tan pronto?

—P-Pero…

Alguien dio varios golpecitos en la ventanilla. Era mi dama de honor.

Nos arrastró inmediatamente hasta la bendita pero hermosa entrada del salón para recibir a los invitados. No pude darme el lujo de colocarme una chamarra encima, pero sí el abrigo que supuestamente debí haber usado en la ceremonia, porque Thomas se aseguraría de tomarnos una fotografía con cada uno de ellos.

Cada uno de ellos.

Realmente se sintió como una especie de evento social que, misteriosamente, nosotros protagonizábamos. Los primeros en llegar, además de los invitados a la ceremonia, fueron los colegas de Edward. No reconocí a ninguno, todos vestían trajes y escoltaban a mujeres con vestidos que parecían mejor elaborados que el mío. Me sentí pequeñita.

—Felicidades, señora Cullen.

No paraban de repetirlo y yo aún no podía asimilarlo. Tal vez lo haría después de unas copas o en el avión, por el momento, solo podía responder con una sonrisa cortés mientras mis dientes castañeaban.

Más tarde, llegaron algunos de mis compañeros de la oficina. No eran mis amigos, pero todo el mundo se había enterado del gran evento después de haber faltado durante tantos días y no quería que los chismes se enfocaran en lo poco profesional que era mi relación con mi jefa, por lo que no tuve otra alternativa.

Me dio una gran sorpresa encontrar a Corinne, la tímida muchacha de rizos dorados, acompañando a Damian.

Ella me caía muy bien. No hablábamos demasiado durante las jornadas porque, a menos que la incluyéramos, rara vez conversaba con nosotros. Elogió mi apariencia y cuando saludó a Edward, lo hizo como si fuese un completo pero agradable desconocido y se sintió bien después de haber pasado por todas sus compañeras que no le quitaban un ojo encima, pero tenía sentido. A Corinne le gustaba Damian.

Después de agradecerle por participar en la ceremonia, le murmuré al oído:

—¿Están saliendo?

—Algo así—me respondió con discreción. No sabía que había vuelto a fijarse en las chicas.

Los siguientes en aparecer fueron, en su mayoría, familiares de Edward. Algunos me conocían, otros no; estos últimos, tampoco estaban tan interesados en hacerlo. Parecían haber venido por obligación.

Mi paciencia se vio gravemente afectada cuando aparecieron los primos más detestables de Edward: Riley y Bree.

—Primo, felicidades. Fue una ceremonia encantadora, aunque no entendí por qué la música navideña. —Se refirió a la canción que Damian y Jane habían cantado—. ¿Tiene algo que ver con el invierno? ¿No pensaron en hacerlo en primavera? Me estoy congelando las bolas. —Se reía.

Le acompañé en las risas, pero porque me divertía ver la sonrisa fingida que Edward le regalaba. Bree nos saludó correctamente, sin agregar ningún comentario de más. La había visto segundos antes revisando su teléfono, y volvió a hacerlo una vez que ingresó al salón.

—¿Podemos irnos de esta boda? —le pregunté en voz baja, relajando los músculos de mi mandíbula. Ya me había hartado sonreír.

Para mi sorpresa, se echó a reír en voz alta y dijo:

—Oh, por supuesto que sí, nena.

Sus ojos se habían clavado fijamente en los siguientes invitados.

La familia Clearwater, mi segunda familia. ¿O cuarta? Y los Black.

Pero por supuesto, Edward no se fijaba en la indiferencia de mi hermanastra, Leah, que parecía ser otra más de los invitados que asistían por obligación o a la inmensa alegría de mi otro hermanastro, Seth, que no paraba de darnos abrazos. Él veía a Edward como algún tipo de héroe al que admiraba sin un motivo aparente que yo supiese, al menos—. Enfocó su mirada exactamente en Jacob, que se acercaba para saludarme con un buen abrazo.

—¿Señora Cullen? —me preguntó luego de separarse de mí, bromeando.

Yo sabía que iba a criticar toda la suntuosidad.

—Su familia es enorme. Bastante enorme —murmuré en voz baja, estresada.

Él asintió, sonriendo amablemente. Después de mirarme un rato largo, dijo:

—Te ves hermosa, Bells. Después de oír tus votos… lo supe, fue el destino quien los unió.

Sentí cómo algo en mi pecho se calentaba.

—Jake…

Saludó formalmente a Edward, estrechando su mano.

—Felicidades, Edward. Espero que la hagas feliz, se lo merece.

Él asintió, casi esbozando una pacífica sonrisa.

—¿Qué se cree ese chucho? Claro que te haré feliz —gruñó en voz baja, una vez que se marcharon.

Puse ojos en blanco.

—Edward, no seas así —le regañé mientras se reía de su propio comentario.

Ángela fue la siguiente en saludarme con un cálido abrazo, uno que realmente no esperaba.

—¡Bella! ¡Te ves tan preciosa! —lo decía con honestidad, observándome de pies a cabeza.

Se lo agradecí, descubriendo que después de recibir ese comentario como unas cincuenta veces ya no lo sentía especialmente halagador.

Nos presentó a su cita y vaya sorpresa fue.

—Les presento a Jeremy, mi esposo.

¿Esposo?

Le saludamos rápidamente, después de habernos quedado durante un segundo en silencio. Era un tipo alto, barbudo, buenmozo. Definitivamente, era un europeo.

—Bueno, al menos ya no será una presencia incómoda para Alice y Jasper —me dijo Edward una vez que ingresaron al salón.

Pero yo me había indignado por otro asunto.

—¿Se casó y no me invitó? —Pregunté atónita, frunciendo el ceño—. ¿Y por qué la estamos invitand…?

—¡Eh! ¡Familia Cullen!

La personalidad entusiasta de Andrew descolocó por completo a Edward, que no tenía ni idea acerca de su presencia en la ceremonia.

Nos abrazó a ambos a la vez, como si se tratara de un familiar cercano a nosotros.

—Al fin eres una señora —dijo mientras me miraba de pies a cabeza. Luego, se dirigió a Edward—. Felicidades, amigo. Buen traje, por cierto.

No pudo responderle, porque enseguida, Jane aparecía para saludarnos. Edward no podía molestarse con ella después de todo lo que haría por nosotros cantando junto a Damian en la fiesta.

Se encogió los hombros, intentando lucir casual.

—¿Por qué no invitamos a Sienna? ¿Me recuerdas el motivo?

Chasqueé la lengua, disgustada.

—No me hagas hablar sobre ese tema. Sabes que no es lo mismo. Además, él es la cita de Jane, no podíamos predecirlo.

—Claro que sí. Podría habérnoslo consultado, ¿no te parece? —gruñó por lo bajo.

—No seas así, ella es mi amiga y puede traer a quien quiera. Además le debemos mucho.

—No me estoy refiriendo a ella, sino al hecho de traer a ese imbécil a nuestra fiesta.

—A mí me da igual, ¿a ti no?

—¿Traer a un sujeto que te metió la lengua en la boca? Por supuesto que me da igual, Bella. Claro que sí — dijo con sarcasmo.

—Bueno, si quieres que nos pongamos a analizar, Jacob tampoco debería estar aquí —me reí con sorna.

—Bella, no juegues con fuego —me amenazó en voz baja.

Rápidamente, Thomas apareció a nuestro lado pidiéndonos una foto.

—¡A ver, una gran sonrisa!

Intuitivamente, Edward me acercó a su cuerpo. Le abracé el pecho y sonreímos como si estábamos siendo invadidos por una alegría extrema.

Nos separamos cuando terminó de tomar la fotografía y volví a masajear los músculos de mi mandíbula, esto ya me estaba agotando.

—Debe haber por lo menos treinta chicas esperando que nuestro matrimonio fracase para echarte las garras encima allí adentro, ¿sabes?

—A mí no me interesan —dijo siendo sincero.

—Bueno, digo lo mismo —repuse amablemente, volviendo a acercarme a su lado. Me estaba helando—. No podemos quejarnos de todos los invitados...

Beatrice, la abuela de Edward, se acercó a nosotros en compañía de Carlisle y otro sobrino, supuse también, primo de Edward.

—Bueno, en realidad sí podemos —corregí rápidamente en voz baja, antes de sonreírle a la anciana.

—Una hermosa ceremonia. ¿Ves, Isabella? No te ves mal cuando te vistes apropiadamente.

Era su manera de decirme que lucía bien.

—Y tú. —Señaló a su nieto—. Te estás cortando demasiado el cabello. ¿Por qué? Todavía no tienes 30 años, así que no luzcas como uno.

Fue inevitable reírse.

Y entonces, se puso realmente seria.

—Sé que he sido una vieja molesta, pero lo seguiré siendo, ¿les ha quedado en claro? Recuerdo… recuerdo que el día en que Edward te presentó a la familia, Isabella, Teseo me dijo que me fijara en ti, porque serías la futura esposa de mi nieto.

Sentí una extraña mezcla de sensaciones. Un poco de nostalgia y nerviosismo.

Yo sabía que ella me probaba constantemente para saber si tenía la capacidad de aguantar sus chistes y pertenecer a la familia Cullen.

—A él le habría encantado verte. Tenía grandes planes con su empresa y decía que eras una chica con gran potencial.

Por primera vez, me tomó de las manos. Su piel arrugada, pero cálida, me transmitió una sensación maternal que jamás creí recibir de ella.

Cuando supo que había sido suficientemente empalagoso aquél momento, continuó:

—Sé que Jazzie y Alice tienen algunos temas a tratar. Pero, ¿ustedes?, ¿van a traer pronto a mi primer bisnieto? No me voy de esta vida hasta tenerlo. ¿Me oyeron?

Me puse colorada. Ahora, pondrá su empeño en mencionárnoslo por siempre.

—Mamá, apenas se han casado. Deja que tengan su primer año en paz —le recordó Carlisle, con amabilidad.

—Pero ahora que están casados van a formar una familia, ¿no? ¿Por qué esperar? — discutía ella.

Al menos ella no me creía embarazada como el resto. En realidad, muchos se habrán llevado una sorpresa al ver mi vientre plano. Sonreí instantáneamente y lo acaricié.

No tardó tanto como esperaba recibir al resto de los invitados debido a las bajas temperaturas. A algunos no les importó. Otros parecían saludarnos con falsedad, preguntándonos: "¿Por qué en esta maldita época del año?". Y mis tías le pellizcaron el rostro a Edward como unas diez veces.

La entrada fue una cosa extraña. Françoise, el hombre que nos había cedido su terreno, inauguraba el evento presentándonos como "El señor y la señora Cullen", y tuvimos que entrar tomados de la mano al ritmo de la marcha nupcial.

Cientos de ojos nos miraron. Las luces del salón nos iluminaban especialmente a nosotros. Al principio, me sentí mortificada. Esto era como una especie de desfile alegórico. No conocía a la mayoría de los invitados y les estaba sonriendo como si estuviese completamente agradecida de ser juzgada. El brillo en mi piel podía haber cambiado, pero mi intolerancia a ser el centro de atención seguía intacto después de todo.

Pero entonces, mis ojos se enfocaron en las mesas donde estaban nuestros amigos y el ambiente se volvió mucho más cálido de lo que esperaba. Se encontraban allí, aplaudiendo y vitoreando como si esto se tratase de algún tipo de logro.

Giré mi cabeza hacia el hombre que tomaba mi brazo con posesión, casi como guiándome o cuidando que no me tropezara. Resultó ser el mismo chico que me había regalado aquél cactus que todavía seguía intacto en mi cocina.

Y tuve una gran revelación:

¡Mierda! ¡Me casé con Edward Cullen!

Fuimos hasta nuestra enorme mesa. Desafortunadamente, ninguno de nuestros amigos nos acompañaría en el banquete y eso resultó algo decepcionante.

Pero tampoco era tan malo. Como una típica boda tradicional, nuestros padres nos acompañaron. Es decir, dos personas por parte de Edward, cuatro por parte mía. Le elogié el traje a Phil, era muy raro verle sin esa típica gorra que solía usar en las calurosas noches de Florida.

Unos meseros aparecieron mágicamente para servirnos una copa de champagne a los dos que todavía no habíamos bebido.

—Bella.

Edward me señaló una pequeña cesta con bocadillos hechos a base de salmón y solté un pequeño gritito que, obviamente, no se oyó en la mesa.

Tomamos rápidamente la cesta y empezamos a devorarlos.

—Esto es simplemente hermoso. Y el servicio es increíble. ¿Cómo pudieron lograr todo esto en tan poco tiempo? —Mi madre le preguntó a Esme.

—Françoise es un buen amigo de la familia. En este mismo salón se casó mi madre y mi hermana Charlotte.

—¿Y ustedes no? —Charlie participó en la conversación.

Los padres se Edward se rieron con sutileza, como si guardaran algún tipo de secreto al respecto.

—No, yo era… un poco más rebelde que mi hermana —dijo ella—. Carlisle y yo nos casamos en secreto, en Paris.

Mis padres se asombraron ante la mención de aquella ciudad. Para la gente normal —la que no forma parte de la familia Cullen—, la idea de casarse en Paris suena como un cuento de hadas.

—Por supuesto, mi madre se molestó… pero en realidad fue una noche encantadora.

—Apuesto a que sí. —Mi madre se había enternecido por el relato y alzó su copa—. Esta también es una noche encantadora. Propongo un brindis por la increíble ayuda que le han dado a nuestra hija.

Todos alzaron sus copas. Menos nosotros, porque que ya habíamos bebido el contenido, mientras terminábamos de atragantarnos con los bocadillos que ya se habían acabado.

Reaccionamos rápidamente al brindis grupal, y los mágicos meseros aparecieron para servirnos una segunda copa.

Después de beber un poco de su trago, mamá volvió a hablar:

—Hay tanto por agradecer esta noche, como el hecho de tener a un chico tan bueno como Edward ahora en nuestra familia. Como una bendición… Lo que pasa es que Bella no era buena consiguiendo candidatos. —Hizo aquella observación asintiendo.

—Mamá, ¿cuánto falta para el primer plato? —le pregunté agitando una de mis piernas con nerviosismo. Luego de, finalmente, haber comido algo delicioso, mi estómago abría las puertas para lo primero que ofreciesen.

—Bella también es una bendición para nosotros y sobre todo para Edward. —Esme y Carlisle se observaron por unos segundos—. Se puede decir que es la mejor novia que Edward nos ha presentado.

Con disimulo, metí mi mano debajo de la mesa para tocarle la entrepierna a Edward. Inmediatamente, me propinó una palmada en la mano.

Siguieron hablando sobre la bendición que suponía que dos personas como nosotros nos encontráramos a una edad tan apropiada. Pero nosotros nos enfocamos en el momento en que sirvieron el primer plato.

Una curiosa pero deliciosa entrada de pescado, camarones y fresas a la que Edward y yo atacamos con velocidad.

—En realidad, no sé si Bella les haya contado esto, pero antes de conocerla, Edward tenía planeado casarse con otra mujer.

Me encontraba tan famélica que no me importó ni un segundo que abordaran el tema de Tanya. Mi familia desconocía aquél detalle y como tal, se mostró asombrada.

—No era… no era una buena chica —contaba Esme, casi con tristeza—. Pero cuando se vuelven adultos, no puedes tomar las decisiones de tus hijos. Por suerte, Edward se dio cuenta a tiempo cuando conoció a Bella.

—¿Y cómo se conocieron? —Sue nos preguntó con curiosidad.

—En la call…

Edward volvió a palmearme, ahora en el muslo, a modo de advertencia.

¡Cierto!

—¡Perdón! En una biblioteca. —Me sorprendí a mí misma por haber olvidado aquella mentira inicial. Hacía mucho desde que nadie nos hacía esa pregunta.

—En realidad, si no fuese por ellos, Jasper y Alice no se habrían conocido. —Carlisle nos señaló.

(2) Mi atención fue directamente hacia el escenario. Damian había subido para interpretar una popular canción del musical de Broadway "Golden Rainbow".

Tras avanzar hacia otro tema, más precisamente hacia el por qué la familia Cullen tenía una residencia en Francia, mi madre notó que mi plato estaba completamente vacío.

—¡Bella! ¿Ya te acabaste todo? —me reprendió, porque se suponía que la idea de estos platos era la degustación.

Degustación y una mierda.

—Mamá, no hice nada más que comer malditas ensaladas durante más de un mes. —Me justifiqué—. Además, no me quiero embriagar tan fácil con el alcohol si tengo el estómago vacío.

El mesero mágico se hizo presente para servirme otra copa de champagne. A la próxima, le diría que se lo tome con calma.

—Pero si ya eres flacucha, ¿para qué necesitabas adelgazar? —Mi padre, con sutileza, criticó.

—Déjala comer, mira esos pequeños bracitos. —Phil bromeó pellizcando uno de ellos. No era algo nuevo, siempre se burlaba de mi debilidad.

Observé el plato de Edward. Él tenía otro proceder: prefería devorar lentamente el platillo para disfrutarlo con mayor facilidad. Tal vez esa era la clave para apaciguar el hambre, en vez del atracón que yo había tenido.

Había dejado las fresas para lo último. Relamí mis labios.

—¿Te vas a comer eso? —Las señalé.

Con una expresión seria, apartó su plato y negó.

—Ni se te ocurra.

Chisté.

—¡Edward! ¡Soy tu esposa! Dame comida.

Volvió a negar.

—Esto no es justo, ¿lo sabes? Tuviste la oportunidad de ir a almorzar. Yo tengo lechuga en mi estómago y cientos de caramelos. ¿No sientes pena por mí?

—Mido 1,85 metros y peso ochenta kilos. Si no tengo suficiente comida en mi organismo, le daré una paliza al idiota de allá.

Señaló una de las mesas de nuestros amigos, donde Andrew parecía estar contando un chiste y haciendo reír al resto.

Suspiré, acariciando mi vientre, pero esta vez, por otro motivo.

—¿Habrá un McDonald's por aquí? —pregunté girando mi cabeza hacia ambos lados.

Edward terminó su plato y sostuvo mis manos.

—Compraremos unas hamburguesas antes de tomar el avión. Te lo prometo. —Y las besó.

Me hizo cosquillas. Solté una risita y me acerqué para besarle en los labios.

Uhm, fresa.

—¿Sabes? —Murmuré casi sin separarme de sus labios, con una sonrisa boba—. Ese ha sido nuestro segundo beso como marido y mujer.

Encontró esto gracioso, pero a la vez, extraño.

—¿Los irás contando?

Asentí con ganas.

Me miró durante largos segundos y comenzó a salpicarme el rostro de besitos. Protesté en contra, porque ahora no podría contarlos.

Cuando lo separé de mi rostro para tomar un poco de aire, me di cuenta que habíamos captado la atención de más de uno en la mesa. Me sonrojé, a la vez que me insultaba mentalmente.

Los zapatos me estaban molestando. No me sentía cómoda, mucho menos con estas pantimedias encima. Deliberé la posibilidad de quitármelas.

Plan fallido. Opté por mis zapatos.

—Má, me quitaré los zapatos. —Sentía la necesidad de notificarle cada una de mis acciones para saber si sería bien visto o no, pese a que mi postura fuese firme.

Por supuesto, estuvo en contra.

—Bella, esos zapatos son costosos. Esta será la única oportunidad en que puedas usarlos. ¡Y ni siquiera ha empezado la velada!

—¡Me duelen los pies! —protesté como niña.

—Renée, deja que se quite los zapatos. Es su fiesta. Relájate un poco. —Mi padre intercedió, coincidiendo en la inutilidad del accesorio si no me hacía sentir cómoda.

—No, hasta que Emily responda mi mensaje. —Revisaba por tercera vez su teléfono celular.

—¡Má, no te preocupes! Los pequeños están bien. Si no te responde, es porque está ocupada con ellos. — Insistí.

Alzó una ceja.

—¿Y por qué debería estar ocupada? ¿Qué supones? —Se preocupó enseguida.

—No te alarmes. Seguramente están bien. —Esme le repetía con una sonrisa—. Imagino que después de tantos años, los nervios de volver a tener una salida sin tus pequeños deben sentirse como la primera vez.

Volví a intentar meter mi mano encima de la entrepierna de Edward, pero volvió a apartarla. Hice un mohín.

Cuando Damian terminó de interpretar la canción, aplaudimos y Thomas apareció en ese gran escenario para tomar lugar frente al micrófono.

Fue una grata sorpresa. Aunque técnicamente, no debería serlo. Se trataba de una boda. Por supuesto que alguien subiría a hablar sobre la pareja y esas cosas. Y resultaba ser que ahora, la pareja éramos nosotros. Observé nuevamente mi vestido para asegurarme, una vez más, que yo era la novia.

—Buenas noches a todos. Soy el tipo que les tomó fotografías mientras comían… pero también, resulta ser que soy la dama de honor, aunque no pude conseguir un vestido a tiempo.

Todos en el salón se rieron. Mis manos comenzaron a temblar. No sabía por qué, pero la idea de colocar a nuestros amigos íntimos arriba de ese escenario, hablando sobre nosotros, me ponía nerviosa.

Tal vez temía a que revelasen algo innecesario frente a la familia de Edward que, por ahora, parecía tener una buena imagen de la discreta, sencilla y silenciosa novia.

—Creo que el motivo por el que Bella me escogió para esta importante tarea, es porque, de alguna forma, soy la persona que conoce el lado íntimo de ambas partes. O tal vez porque no deseaba empezar con algún tipo de competencia entre sus mejores amigas.

Esta vez tuve que reírme, sonrojada.

—Conozco muy bien a estos dos. Sé, por ejemplo, que Edward no tardó ni cinco minutos en quitarse la rosa del frac…

Automáticamente, todos nos dimos cuenta que Edward ya no llevaba puesta la rosa, mientras él hacía un mohín y su madre le regañaba sutilmente con la mirada.

—… O cuántos kilos tuvo que bajar Bella, a pesar de ser una increíble y bellísima mujer.

Desplegaron una sonrisa al darse la vuelta y mirarme, concordando con esto último.

Yo me había puesto colorada mientras acariciaba mi vientre. Tal vez no habría sido necesario que la abuela de Edward estuviese al tanto de eso.

—Por lo tanto, creo que puedo dar un justo testimonio del amor que sienten por el otro. Realmente admiro la fortaleza de Bella al no permitir que nada los separe, o la manera en que Edward la mira, como si no existiese nada a su alrededor. Es el tipo de amor que mucha gente anhela, pero que implica mucho trabajo, paciencia y amor para conocer a la otra persona. Y de esa manera, como resultado, te encuentras con dos

personas, pero en realidad estás viendo a una sola. Por eso y por mucho más, quisiera proponer un brindis por la hermosa pareja.

Me sentí acalorada, pero fue en un buen sentido. Realmente me habían gustado sus palabras.

—¿Ves? No fue tan malo. —Edward murmuró cerca de mi oído luego de brindar, tratando de relajarme.

—Es que no estoy acostumbrada a recibir tanta atención —murmuré por lo bajo—. Y como no tuvimos un ensayo general, no tengo idea quién va a hablar o qué es lo que van a decir. Supongo que nadie nos avergonzará. ¿Verdad?

Tardó en contestarme.

—Edward, está tu familia aquí.

—Ya sé.

—Están mis tías.

—Sí.

—Edward, tu abuela. —Remarqué esto último, nerviosa.

—Nena. —Me pidió que parase, riéndose—. Relájate. No va a pasar nada.

Como aquellas palabras nunca resultaban en mí, comenzó a rascar mi espalda con suavidad.

Me sentí en casa.

(3) Damian volvió a subir al escenario para cantar una balada apropiada para el ambiente.

Los mágicos meseros no tardaron en aparecer con el plato principal y sentí la necesidad de darles una propina o un abrazo. Mi estómago pedía a gritos que no perdiera tiempo tratando de evaluar los condimentos y que atacara aquél pedazo de carne bañada en salsa blanca.

Me encontraba tan, pero tan famélica, que al tercer bocado, me di cuenta que el plato estaba demasiado salado para mi gusto.

Observé nuestra mesa, y supe que no era la única que había parado de comer.

—Está, uhm, un poco…

Mamá fue la primera en comentar al respecto, con una falsa sonrisa.

Mis ojos fueron directamente a los de Esme, porque además de ser la organizadora, tenía el mejor criterio culinario en la mesa. Sonrió y se excusó durante unos segundos de la mesa. Se había marchado hacia el pasillo trasero. ¿Era Thomas el que la acompañaba?

Edward pinchaba una y otra vez el pedazo de carne, con tristeza.

—Me quiero cortar las bolas —gruñó por lo bajo, igual o más hambriento que yo.

—Vuelvo enseguida —murmuré cerca de su oído, levantándome.

—¿A dónde vas? —exigió saber, como si no quisiera que le dejase solo.

—A ver una cosa. Agarra un poco de pan y úntalo en la salsa hasta que te llenes, ¿sí?

Me adentré hacia el pasillo y para mi sorpresa, allí estaba la gran entrada hacia lo que debía ser la cocina. Estaba abierta. Mi amigo se encontraba allí, efectivamente.

Se dio cuenta de mi presencia antes de lograr acercarme. El enorme vestido no me ayudaba a pasar desapercibida.

—¿Qué sucede? —le pregunté con curiosidad.

—¿Eh? —La pregunta le distrajo—. No mucho, Esme está hablando con el chef para saber qué ha ocurrido con la comida. ¿Por qué estás aquí?

—¿Puedo hablar con ella?

—¿Para qué? —No le vio importancia—. ¿Por qué no vas a la mesa o visitas la de los muchachos? Han estado hablando del vestido de la novia piernas largas de Josh —decía mientras se reía, negando.

—No creas que no me he dado cuenta que la propia organizadora y mi dama de honor están preocupados por los platillos. ¿Puedo entrar?

—Bella, la cocina es un desorden. Vas a manchar tu vestido.

—Es mi fiesta, ¿no? —Por primera vez en la noche, me sentí capaz de reclamar mi posesión del evento.

Me dejó pasar, pero no fue una experiencia tan agradable como creía. Esme ya había dejado de hablar con, quien supuse, era el jefe de la cocina, pues ahora les discutía a otros cocineros dentro de la habitación.

A Esme no le agradó verme allí. No quería que presenciase una imperfección en su organización.

—¡Bella! ¿Qué haces aquí? ¿Necesitas algo?

Ella sí que sabía cómo engañar con una sonrisa.

Fui hasta el jefe que no paraba de preguntar en quién había caído la responsabilidad de aquél platillo. Era un hombre alto y corpulento, pero tenía tanta hambre que, francamente, nada me importaba.

—¡Hey! —exclamé hacia el tipo. Nuevamente, el vestido llamó la atención por sí solo y todos los cocineros me observaron—. ¿Podría, por favor, dejar de gritar por un segundo?

No sabía qué decir al respecto. Me habría gritado, obviamente. Pero ese enorme vestido blanco le recordaba que no podía hacerlo frente al cliente que le pagaba.

—Señorita, nosotros…

—Sí, sí, sí. Entiendo. El plato no salió bien. ¿Qué gana gritando en este momento? ¿Van a preparar otro de esa forma? Yo no lo creo. Así que dejemos de arruinar una linda noche, enfoquémonos en el próximo platillo…

Thomas se acercó rápidamente a murmurarme:

—No hay próximo platillo.

Aquellas palabras dolieron.

Mucho.

Suspiré.

—… en el postre, o en lo que sea que tenga que venir. ¿Me haría ese favor? O se las tendrán que ver con una novia hambrienta. Muy hambrienta. Si es necesario, entraré a la bendita cocina a prepararme algo con este maldito vestido. ¿Nos entendemos? ¿Hemos quedado en un acuerdo?

A algunos no les había gustado mi vocabulario. Otros simplemente se rieron. Sabía que tendrían que despedir a alguien por la pérdida de dinero, pero al menos quería que se enfocaran en el postre y no en una eterna discusión sobre a quién le recae aquella irresponsabilidad.

Saludé cortésmente al jefe de la cocina y me di vuelta para encontrarme con Esme.

—Cielo, lo lamento tanto, yo…

—No se preocupe, Esme. —Le corté abruptamente—. Con platillo o sin platillo, esta es la mejor fiesta que tendré en mi vida y todo esto es gracias a usted. No nos enfoquemos en los errores, sino en lo bueno, ¿por favor?

Ella parecía… orgullosa por los insultos que había lanzado en la cocina. No quería una persona perfeccionista a cargo de la fiesta, y por eso la había escogido a ella. Por suerte, supo entender y estuvo de acuerdo con aquella resolución.

Volví a girarme, esta vez sin sujetar la enorme falda del vestido. Terminé pisándola cuando me encontraba a punto de dar el primer paso. Para evitar el tropezón, intenté retener mi cuerpo con el otro pie, pero supe que no había sido una buena maniobra cuando un dolor punzante apareció en uno de mis dedos y terminé por caerme al suelo.

—¡Bella!

Rápidamente, Thomas y Esme se acercaron para ayudarme.

Por unos segundos, creí que me había torcido el tobillo, pero podía moverlo. Aquél dolor provenía de uno de mis dedos.

Me levantaron y me acercaron rápidamente a un pequeño asiento en aquél pasillo.

—Sí, sí, estoy bien. —Les aseguré con prisa, curiosa por ver qué era lo que le había pasado a mi dedo.

Tras apartar toda la tela durante más de cincos segundos, observé mi pie izquierdo. Estaba sangrando, pero debido a la pantimedia, no podía saber por qué.

—Oh, cielo. Llamaré a Carlisle, tú quédate aquí. —Esme me aseguró y salió tan pronto como pudo.

En pocos segundos, mis padres, Françoise, y Carlisle aparecieron alarmándose ante la mancha de sangre.

—¡Bella! ¿Qué te ha ocurrido? —Mi madre se acercó velozmente para darme un abrazo.

Puse ojos en blanco.

—Má, estoy bien…

Ella era una exagerada. Françoise probablemente quería asegurarse que no fuese un grave accidente en caso de poder demandar al lugar, aunque sabíamos que eso no sucedería. Mi padre… bueno, tal vez al ver que Carlisle y Renée se habían acercado, supuso que luciría mal si no aparecía, pero yo sabía que no estaba tan preocupado al ver mi rostro.

El último en aparecer fue Edward. Estudié su reacción. Al principio, se alarmó. Pero al ver mi expresión irritada por el exceso de atención, intentó contener una risa.

—Abran paso, abran paso, el doctor se hará cargo —avisó mientras se acercaba, alzando las manos a modo de broma.

Se arrodilló y acarició mi tobillo.

—¿Qué te ocurrió ahora, tonta?

—No soy tonta.

—Te tropezaste en un suelo plano.

—¿Quieres usar este vestido y caminar por un rato?

—Me gustaría quitártelo —murmuró en voz baja, asintiendo.

Nadie más pudo oírlo. Por poco y le pateaba la cara, avergonzada.

Un encargado del salón le acercó un pequeño botiquín de emergencias. Edward tomó las tijeras y cortó aquella parte de las pantimedias para examinar la mancha de sangre.

Resultó ser que mi uña se había doblado y por poco, se salía de mi dedo. La simple vista me revolvió el estómago.

—Uh, uh. ¿Qué tenemos aquí? —Se preguntó a sí mismo, frunciendo el ceño, examinando la rojiza piel expuesta.

Intentó palpar aquella zona para ver si me había quebrado o torcido algo. Siseé de dolor cuando su dedo tocó parcialmente la zona herida.

A pesar de todo, me agradaban las oportunidades en las que Edward podía revisarme. Estaba acostumbrado a tratar con pequeños y por eso no paraba de susurrar que me calmara, con esa aterciopelada voz que relajaba mi cuerpo entero. Cuando se lo proponía y lo decía en serio, podía relajarme con una simple mirada.

Por suerte, no toda la uña se había despegado de mi dedo. Consideró apropiado echar un poco de desinfectante y vendarlo. No obstante, me dolía al pisar.

Podía oírlo preguntarle a Françoise si tenían un par de muletas.

—Claro que tenía que ser la boda de Bella Swan. En muletas. —Medio me reí, medio me lamenté.

Edward se mordió el labio, dudando.

—O si prefieres, puedo ayudarte a caminar.

Alcé una ceja.

—¿Hasta el salón?

—Toda la noche. —Se rió.

¡Oh!

—Edward, no. No voy a fastidiarte la noche cargándome.

—¿Te digo un secreto, amor? —Ofreció con amabilidad y se acercó a mi rostro—. Cuando un hombre te propone algo, no lo rechaces. ¿De acuerdo?

Me ruboricé. ¿Realmente iba a hacerlo?

Me ayudó a llegar hasta el salón. El rumor ya se había esparcido por todo el salón, pero traté en lo posible de mostrarme casual, como si no hubiese sido gran cosa.

—Bella, ¿qué te pasó? ¿Tus pies querían llamar la atención? —Phil bromeó al respecto. Mi madre no dijo nada al respecto, porque todos comenzábamos a verle el lado gracioso.

—Oye, pasé todo el año usando zapatos con tacón. He progresado bastante.

—No tenías zapatos cuando te caíste. —Charlie continuó con la broma.

Esto ocasionó que Phil se partiera de la risa.

—¡Sin zapatos! ¿Qué te anda pasando?

Iba a decir que mis músculos no funcionaban bien debido al hambre, pero no quería tocar ese tema frente a Esme. Dejé que continuaran con los chistes, mientras Edward alzaba mi pierna para comenzar a masajear el tobillo. Nadie podía vernos, pero se me hizo un contacto muy íntimo. Sentía que en cualquier momento alargaría su mano hacia otra zona…

Pero no. No lo hizo.

Un segundo más tarde, todos comenzaron a golpear sus copas con un cubierto, como si animaran a alguien a punto de dar un discurso.

Mi rostro palideció. Era Emmett.

—Ay, no. ¿Qué?, ¿va a hablar? —Entré rápidamente en pánico.

—Bella, contrólate.

—No va a desubicarse, ¿cierto? Sabe que aquí están mis padres.

—Hola, sí. —Tanteó el micrófono varias veces, antes de sonreírle a la audiencia—. ¿La están pasando bien? Apuesto a que más de uno disfrutó de ese exquisito plato principal. ¿Eh?

Incluso el baterista de la banda le acompañó en el chiste. De reojo, noté a Esme dándole un fondo blanco a su copa.

—A diferencia de la dama de honor, conozco un poco más a Edward. Pero adoro a Bella. Todos la adoramos. No conozco una mujer más perfecta para mi amigo como ella.

—Viene bien. De acuerdo… —murmuré en voz baja, apretando la mano de Edward, sonriendo forzadamente.

—Cualquier otra mujer habría protestado y chistado ante semejante caída. Pero no ella, claro que no. No, Bella no hace esas cosas. Ella es una chica de oro. Propongo un aplauso por ella, por mostrarse sonriente a pesar de la sangre, dolor, y esas cosas y, por supuesto, por verse maravillosamente delgada esta noche.

Todos lo hicieron. Mi rostro ardió en vergüenza.

—Edward. —Le recordé con un gruñido.

—Tranquila. —Refutó su teoría. Según él, no iba a lanzar algo descabellado.

—Edward es mi mejor amigo de toda la vida… bueno, no. En realidad, desde la Universidad. —Se empezó a reír—. En esos tiempos, el Edward que conocí no era el mismo que se encuentra sentado aquí, esta noche.

—No, no lo hará. —Edward frunció el ceño, repentinamente preocupado.

—Recuerdo cuando fuimos… ¿te acuerdas? A Ibiza —contaba mientras se reía—. Fuimos con su hermano, y nuestro tercer amigo, Jasper. Ese, el que está sentado allí.

Todos observaron rápidamente a Jasper y sentí como si hubiese repetido esta escena en su boda.

—Oh, cielos. Las cosas que vivimos allí. Vacaciones memorables, les digo.

Fruncí el ceño. Edward tensaba la mandíbula.

—¿Qué pasó en Ibiza? —le pregunté, con tristeza, en voz baja.

No pudo explicármelo en pocos segundos. Pero no quería hablar sobre eso.

Eso significaba una cosa: sexo. Mucho sexo.

—Una noche allí, pasado en tragos, Edward me dijo: "Emmett, mi amigo, el día en que tenga que casarme, córtame las bolas. Porque no asentaré cabeza ni embarazando a una tipa".

Me llevé una mano a la boca, palpando la ira de Edward.

—Papá, sácalo de ahí —exigió su hijo, molesto.

—Relájate, Edward. —Carlisle le restó importancia, riéndose.

—Creo que a la semana siguiente decidió dedicarse a la pediatría —comentó Emmett con casualidad—. Verán, eran tiempos loquísimos. Los tres teníamos una filosofía de vida que…

—No, no la maldita filosofía de vida. —Me tapé la cara—. Si la menciona, juro por Dios que arranco el resto de mi uña y se la tiro.

—Pero bueno, básicamente quería contarles que conozco muy bien a Edward y sé perfectamente lo mucho que ha cambiado. Ahora es todo un hombre responsable, disciplinado, hasta su corte de cabello luce como el de un militar. —Le señaló, bromeando.

—Yo siempre fui organizado… siempre fui amable y honesto. Eran otros tiempos y era consciente de mi comportamiento, pero no me importaba… —Edward se justificaba en voz baja, de mala gana.

Tomé su mano y le di un besito.

—Claro, Edward, claro…

Por unos segundos, creyó que estaba siendo condescendiente y me acusó con una expresión ofendida.

—¡En verdad! Opino lo mismo. —Le repartí varios besitos en la misma mano.

—Es más, recuerdo que luego de la noche en que se conocieron, le dije a Edward que insistiera en esa muchacha y que tuviese un encuentro más.

Mi corazón se detuvo y palidecí.

Mis padres nos miraban algo confundidos, creyendo que se trataba de algún tipo de chiste interno, pues esa versión no coincidía con la que le acabábamos de contar.

—Así que, antes de proponer un brindis…

—Bien, ya está terminando. —Me sentí repentinamente aliviada.

—… quisiera mostrarles un pequeño regalo de parte del grupo, para ustedes. —Nos señaló a nosotros.

No nos habíamos dado cuenta, hasta entonces, que había una enorme pantalla en la parte izquierda del salón. Proyectaron un video que contenía una serie de fotografías de nuestra infancia.

Todo el mundo adoró las de Edward, porque él creció siendo un niño bonito. Edward siempre fue hermoso y juguetón. Las más crudas fueron durante nuestra adolescencia, cuando se demostró públicamente aquél pasado que deseaba enterrar con toda mi alma, en donde lucía prendas masculinas y un corte de cabello horrendo. Las de Edward me parecían adorables, pero varios se rieron al ver qué tan flacucho y cubierto por el acné estaba.

No supe si se reían de nosotros, o con nosotros. En todo caso, nosotros no nos reímos. Al menos fue un momento agradable cuando comenzaron a mostrar nuestras primeras fotografías juntos como pareja. Algunas tomadas por Thomas durante las salidas. La mayoría eran un poco más íntimas, tomadas en nuestra casa por alguno de los dos. Me pregunté en qué momento Thomas —porque supuse que él tenía acceso a ellas— habría tomado nuestros teléfonos para conseguirlas.

Si él había aportado con las fotografías… ¿eso explicaba la fotografía que había encontrado en su cuaderno?

Pero al último, decidieron mostrar partes de un video. La gente no parecía comprender el inicio de aquella grabación, pero Edward y yo la conocíamos muy bien. Y entramos en pánico.

—No, no, no…

En el video, Edward comenzaba a gritar mi nombre por todos lados, tratando de encontrarme en Folie.

—¿N-No van a pasar todos los videos, verdad? —pregunté, nerviosa.

—Por el bien de sus malditos traseros, espero que no. —Se enfadó.

Mostraron restos de la fiesta que ya nos sabíamos de memoria, pero mi peor pesadilla apareció frente a nuestros ojos: Me encontraba parada sobre nuestra mesa de café, sacudiendo el trasero, mientras el resto me gritaba: "¡Boss Ass Bitch!"

Quise que la tierra me tragara.

—¡Emmett! ¡Saca esa maldita cosa! —Traté de hacerle señales, pero a él parecía no importarle lo que opinásemos.

Podía ver el rostro asombrado de mi padre. Mi madre no hacía otra cosa que reírse. Probablemente nadie en este salón me creía capaz de hacer una cosa como esa.

Lo último que mostraron fueron los videos grabados en nuestra despedidas de solteros: el momento en que todas mis amigas se tiraron encima de mí para tirarme espuma de afeitar, una grabación tomada del… pastel de anoche. Y por supuesto, varios fragmentos de la fiesta en donde todos estaban ebrios. Yo estaba saltando durante un momento al ritmo de una canción.

—Estaba eufórica. Yo no bebí nada anoche, te lo juro —le avisé inmediatamente a Edward.

Y al final, un mensaje grupal del resto de los muchachos, deseándonos un feliz y próspero matrimonio.

Todo el mundo aplaudió antes de hacer el brindis, pero Edward y yo estábamos mortificados. Él no deseaba mostrarle al resto aquél momento de desenfreno y poca dignidad. Yo no esperaba que mis padres pudiesen ver cómo movía mi trasero, al menos no en esta vida.

—Eso fue… interesante. —Esme agregó, con una sonrisa cálidamente falsa.

—Y tú no querías ir a las clases de baile. —Mi madre tomó la oportunidad para reprenderme.

Papá no lucía para nada contento. Bebió de su copa, con el rostro ligeramente amargado.

Para aligerar las cosas, alguien más apareció en el escenario. Esta vez, era Alice.

—Hola. Soy Alice, amiga de Bella y cuñada de Edward. Quería aprovechar el momento para decir un par de palabras. Hace un año, en mi boda, Bella tuvo la amabilidad de subir al escenario y citar unas hermosas palabras, incluso cuando ella se incomoda al recibir la atención del resto. Sé que ahora mismo debe sentirse igual de incómoda que aquella noche, porque aunque no estaba en sus planes, ahora es su turno. Por eso puedo ver el amor que ella siente por Edward, al ceder en este tipo de cosas. Todos insistimos en este asunto porque el grupo entero los conoce. Sabe perfectamente que en las salidas, Edward y Bella llegaran vistiendo la camiseta del otro, porque adoran compartir las cosas. También sabemos que, aunque se separen en grupos, Edward observará constantemente lo que Bella esté haciendo porque la adora. Y por supuesto, se perderán en algún momento de la noche y decimos: "Oh, Dios, ¿esos dos ya se han ido?". Pero aunque nos moleste a veces, son una pareja distinta. Única e inigualable. Y… bueno, Bella, aunque las cosas entre nosotras no han ido muy bien durante este año, quiero que sepas que sigues siendo mi única y primera mejor amiga. Aunque frecuentemos otros círculos y vivamos en diferentes continentes, tal y como lo dijiste aquella noche, yo estaré allí para ti y para Edward. Salud.

Esa fue la primera vez que me emocioné en público. No iba a llorar, porque seguía atormentada por aquél video, pero sabía que Alice lo había hecho a propósito para relajarme. Podría tener nuevas amigas y hablar con ellas durante todos los días. Pero Alice era Alice. Ella me conocía perfectamente, incluso podía predecir mi estado de ánimo aunque no nos encontráramos en la misma mesa. Quise levantarme para abrazarla, pero en vez de eso, ella se acercó para hacerlo.

Françoise tomó el mando en el micrófono para anunciar lo siguiente:

—Damas y caballeros, invitamos a los recién casados a inaugurar la pista de baile.

Nuevamente, todas las miradas se enfocaron en nosotros. A esta altura, ya debía estar acostumbrada. Pero, ¿cómo podríamos bailar si apenas podía levantarme?

Cuando Edward lo hizo, mi cuerpo empezó a temblar.

—E-Edward, ¿có…?

Casi sin esperarlo, Edward sujetó mis caderas y me alzó para cargarme hasta donde comenzaba la pista de baile.

Yo moría de la vergüenza, pero el resto pareció tomarlo como un bondadoso acto de amor. Edward no paraba de sonreírme.

Cuando llegamos al centro de la pista, me soltó lentamente.

Torcí una mueca al pisar.

—Coloca tus pies sobre mis zapatos. —Me avisó en voz baja.

Alcé una ceja. ¿De veras?

—Vamos, no es la primera vez que lo hacemos. —Me guiñó el ojo.

Asentí, ruborizada. Lo hice lentamente. Pero como había dicho, ya teníamos experiencia en esto.

(4) Las luces se apagaron por completo. Un solo reflector nos iluminó y por unos segundos, sentí que nos encontrábamos a solas, mientras una hermosa balada comenzaba a sonar y Edward nos meció al ritmo de ésta.

Durante unos segundos, me permití descansar de aquél día tan ajetreado. No podía creer que hacía unas horas, me estaba alistando para esta noche, para este momento. Relajé mi cuerpo y me apoyé encima del pecho de Edward, que olía de maravillas.

—Bella…

—¿Uhm? —pregunté con los ojos cerrados.

—Tienes que alzar la cabeza y mirarme.

Reaccioné con rapidez y me ruboricé.

—Cierto, perdón.

Se rió.

Su aroma podía distraerme, pero en su mirada me perdía por completo. Había algo tan cálido en sus ojos. Podía sentir un profundo calor en mi pecho cada vez que lo admiraba. Todavía seguía asombrada por su belleza descomunal y asombrada por el brillo en sus ojos cuando me miraba. Tal y como había sucedido durante el altar, no podía creer que este hombre era mío, pero a la vez, lo hacía porque me lo había ganado… en cierta forma.

—¿Realmente nos aislamos demasiado en las reuniones? Porque yo no lo siento así.

Comenzó a reírse, porque no debía ser un tema apropiado de conversación.

—Así dicen.

—Edward.

—¿Sí?

—Hagas lo que hagas, no me beses ahora.

—¿Por qué?

—Porque no me voy a contener y suficiente impresión les he dado a tu familia con ese video —mascullé.

—Mi abuela cree que no bebo. Seguro va a darme un tirón de oreja.

—Pobre Beatrice, creyó que eras un hombre decente y limpio. Debería contarle sobre aquella noche cuando te sostuve el cabello para que vomitaras.

—Bella.

—¿Qué?

Y enseguida, me besó.

TPOV

(5) Jane estaba interpretando su primera canción en el escenario cuando me di cuenta que mi hermano únicamente dejaba de hacer chistes cuando tenía hablar u observar a la chica de cabello rosado.

Aquello no iba a resultar bien. Le conocía lo suficiente como para saber que ya le había echado un ojo encima. No iba a dejar que se acueste con ella esta noche.

—Tiene una muy buena voz, ¿no?

Damian apareció a mi lado, observando hacia el escenario.

—¿Eh? —Me distraje por unos segundos—. Ah, ¿Jane? Claro, suena bien.

No respondió nada. Sentí que necesitaba halagar sus interpretaciones previas. Lo habría hecho sin problema, pero él y yo no nos llevábamos bien.

—Tú también. No sabía que cantabas.

—Es un pasatiempo, nada más…

Seguí bebiendo de mi copa.

—Hey, Thomas… sé que tú y yo no hemos tenido el mejor trato ni se nos presentó una buena situación para conocernos.

—Te acostaste con Sam —le recordé, mientras terminaba mi trago.

—Lo sé, pero también sé que eres el mejor hombre para él. Quisiera saber cómo está.

—Bien, está manejando muy bien la rehabilitación. Aunque tuvo un par de secuelas. No recuerda nada de lo que ha sucedido en los últimos dos años.

Damian se mostró asombrado, no pude saber si era honesto o no. Parecía que sí.

—Oh, vaya.

—Sí, gran cosa. —Estuve de acuerdo.

—Bueno, entonces… ¿te apetece una tregua?

Estaba bastante tomado como para argumentar.

—Claro, ¿por qué no?

Asintió una sola vez, bebiendo de su botella.

—¿Viniste con una amiga de Bella? —le pregunté.

—Más bien, una compañera. Estamos saliendo.

—Oh. Woah. Entonces… ¿volviste a la misma vereda? —bromeé.

—Algo así. —Hizo un mohín—. ¿Puedo pedirte un consejo?

—Supongo.

Se acercó un poco más hacia mí. Quería hablar en serio.

—Me gusta pasar tiempo con chicas. Especialmente con Corinne. Es muy silenciosa, nada dramática. Y quiero casarme con una. Pero…

—Te gustan las vergas.

Se rió.

—En realidad, no es como si me gustase la compañía masculina. Pero tengo muchas fantasías y no puedo negarlas.

—Entonces, ¿quieres admitirlo o tienes problema con eso?

—No, no tengo problema con eso. —Negó rápidamente—. Es decir, ¿quién no es bisexual hoy en día?

Tenía que estar de acuerdo en eso.

—Simplemente no sé si es una etapa o es algo que va a durarme por toda la vida, porque de ser la segunda opción, voy a estar casado con una chica, pero voy a querer…

—Sí, sí. Te entiendo. A veces, el deseo sexual puede ser un arma de doble filo.

—¿Sigues saliendo con Sam, verdad?

—Sí, lo hago.

—¿Nadie más? —preguntó después de un largo rato en silencio.

—¿Qué insinúas? —Fruncí el ceño.

—Nada, es que… Sam lleva, ¿cuánto? ¿Tres meses en rehabilitación?

—Así es.

—¿Y le quedan otros tres, verdad?

—Aproximadamente.

—Woah.

—¿Qué cosa?

—Te admiro. Debes amarle en serio como para aguantar tanto tiempo.

Lo tomé como un insulto.

—Damian, no todo en la vida de los homosexuales es sexo. Sí, es un cambio abrupto para el estilo de vida que estaba llevando, pero me importa demasiado la recuperación completa de Sam. Hay cosas más importantes.

—Las hay, pero yo no puedo controlarme. No sé cómo hacerlo.

—¿A qué te refieres?

—Por ejemplo, todavía no me he acostado con Corinne, pero sé que eso no cambiaría la frustración que llevo. Me di cuenta que llevo mucho tiempo experimentando con pasivos. Pero nunca he tenido la oportunidad de encontrarme con un activo. Ya sabes, un hombre con brazos fuertes, mandíbula tensa, mirada maliciosa… alguien que te obligue a hacer algo. Te resistes porque sabes que no es lo correcto, pero a la vez deseas experimentar el placer de hacer algo que no está bien, algo prohibido, algo verdaderamente sucio…

Nos observamos durante largos segundos y, finalmente, bebió de su botella.

EPOV

(6) —Necesito morderlo.

Sonreí falsamente.

—No.

—Tengo que hacerlo.

—Bella, hay gente mirándonos.

—No me importa.

Aproveché aquél momento de atención para abrazarle la cintura y besarle la frente, intentando alejarla del enorme pastel de cuatro pisos cubierto por chocolate blanco y fresas.

Ella recibió el cuchillo. Se lo quité de las manos para que las suyas se apoyaran sobre las mías. Si fuera por ella, terminaría cortando la mitad del segundo piso y se lo llevaría a la boca.

Cortamos un pedazo bastante generoso, lo dividimos en dos y nos lo ofrecimos.

La suave contextura del chocolate me atrapó enseguida. La combinación del sabor del chocolate blanco y negro me impactó y mi estómago comenzó a rugir con fuerza, devorando la última parte de la crema con rapidez. Y ni siquiera había sido capaz de probar aquél manjar con una fresa incluida. Esa se la había llevado Bella.

Nos sentimos extasiados por el sabor, y olvidamos por completo que debíamos besarnos. La acerqué rápidamente a mi cuerpo y lo hice.

No supe qué había sido mejor. Aquél beso, o aquél pastel.

—¿Podemos llevarnos un piso entero? —me preguntó ella, casi alucinando, en voz baja.

—Ya veremos —le respondí. Tal vez si hablaba con mi madre… Todavía podía sentir el sabor de aquél horrendo y salado pedazo de carne.

Para nuestra sorpresa, al momento de quitar la liga, nos perdimos durante varios segundos. Ella no quería hacerlo, porque no quería enseñar su pie lastimado. Pero se suponía que era parte de la tradición. Le dije que sería algo sencillo y breve: posicionaba mi rostro justo debajo de sus piernas, le quitaba aquél pedazo de tela entre mis dientes y listo. Pero cuando mi rostro sintió el calor en su piel, me desconcentré severamente. Sus ojos hicieron contactos con los míos, y por supuesto, estaba más acalorada que nunca.

Cuando terminamos, sonreímos rápidamente para la fotografía, pero ahora ella me abrazaba con posesión el vientre.

—No puedo creer que diga esto, pero… en realidad me agradó bastante que me quitaras la ropa frente a los demás.

Me reí.

—Qué sucia puedes ser —dije perversamente, ahora que estábamos solos.

El sonrojo en su rostro no impidió que mordiera sus labios de manera coqueta.

Planeaba agregar otro comentario pecaminoso, pero Ella apareció a nuestro lado.

—Te robaré a la novia por unos segundos, primito.

—¿Por qué? —preguntó Bella con sorpresa.

—Tienes que cambiarte. ¿No quieres usar ahora tu otro vestido?

Bella lo recordó inmediatamente.

—¡Oh! Sí, por favor —pidió con ganas y se despidió un segundo de mí al decir—. ¿Me guardas un pedazo de pastel?

—Un piso entero, si quieres. —Le devolví la sonrisa, para recibir otra más infantil, pero igualmente risueña.

Aproveché aquél momento libre para buscar a mis amigos. Solamente los más adultos se encontraban sentados en la mesa. El resto se había distribuido por todo el salón ahora que habían inaugurado la pista de baile.

Fui hasta el baño para limpiarme la mano después de haber quedado algo pegajosa por la crema pastelera.

Abrí la puerta y divisé a una pareja que se encontraba a los arrumacos frente al lavabo.

Distinguí rápidamente el cabello alborotado de Andrew, pero cuando observé a la chica a la que le manoseaba el trasero, una de cabello rosado y con vestido negro, me quedé helado.

—¿Qué…?

Ellos se dieron vuelta instantáneamente y fue ella quien pegó un gritito, separándose abruptamente de Andrew, sonrojada.

Nos miramos durante largos segundos, pero yo no sabía qué decir al respecto. Me di la vuelta y salí del baño, con el ceño fruncido.

Quería asombrarme, pero no podía hacerlo. Viviendo en la misma casa, siendo los únicos "niños" del grupo, era fácil de suponer. Pero, ¿alguien más sabía de esto? Nadie lo había comentado. Al menos, nadie por parte de los muchachos. Quizás porque Andrew no se reunía con nosotros… a menos que yo me encuentre ausente, porque no soportaba a ese tipo.

Mark golpeó mi espalda.

—Tengo que admitir que te envidio un poco. Me habría gustado hacer una fiesta y embriagar a todos mis amigos en mi casamiento.

Podía contárselo a él.

—¿Qué te ocurre? —me preguntó riéndose, bebiendo su cerveza.

—Acabo de ver algo. —Le informé, frunciendo el ceño.

—¿Un fantasma? Me agradan esas historias, aunque no crea en esas cosas.

Pero Emmett apareció a nuestro lado.

Y contárselo a dos personas, ya significa contárselo a todo el grupo.

Además, ¿por qué me interesaría hablar sobre ese idiota?

—¡Eduardo! —Dijo con un tono extraño—. No quiero ser un imbécil aguafiestas, pero como soy tu padrino, debo encargarme de tus tareas, ¿cierto?

—Sí. A ver, padrino, ¿por qué no me contaste sobre el video? —Le miré con malicia mientras Mark comenzaba a reírse.

—Podríamos discutir sobre eso, y lo haremos. —Asintió—. Pero creo que es más importante hablar sobre la luna de miel, ¿no?

Podía guardar los boletos y pasajes en mi caja fuerte. Pero por esta vez, debía confiar en Emmett. Después de todo, era mi abogado. No era la primera vez que tendría a su disposición mis papeles importantes.

—No te preocupes, todo está en orden. Pero como tu vuelo sale a las seis y treinta de la mañana, deberías salir de aquí a las cinco y treinta. Y… probablemente debas cambiarte o asearte, si lo deseas, a las cinco. Así que si deseas embriagarte, quizás este sea el momento indicado.

—No, está bien. No planeo embriagarme, probablemente tenga que ayudar a Bella a caminar durante todo el vuelo. —Eso me hizo recordarle una cosa a Mark—. No embriaguen a Bella tampoco. Avísale a Melissa.

—Ya está un poco ebria. Pero puedo recordárselo a alguien más.

—¿Por qué?

—Porque planeo embriagarme también. Con mi mujer. Eso es lo que hacen los matrimonios, Edward.

—¿Por qué no le pides a Jane? —Emmett propuso sin darle mucha importancia.

—No creo… probablemente esté ocupada con sus cosas.

Se me hacía difícil borrar la incómoda y extraña imagen de la pequeña Jane en una situación de connotación sexual.

—¿Con qué? —me preguntó el Oso, dándose cuenta de mi expresión.

—¿Cantando? —respondí automáticamente—. En fin, la cuidaré yo.

Rosalie se acercó hacia nosotros. En realidad, hacia su novio.

—No quiero ser chismosa, pero…

Iba a ser chismosa.

—¿Por qué el enano se encuentra afuera, discutiendo con la chica de las piernas largas?

Automáticamente volteamos nuestras cabezas hacia una de las salidas del salón. No podía verse más que nieve alrededor.

Fuimos hacia allí para ver qué es lo que sucedía, pero no planeábamos interrumpirle. Ella terminó por entrar al salón y nos dimos la vuelta, intentando disimular.

Cuando cruzó frente a nosotros, no se molestó en saludarnos. Tal vez no nos había visto. Su delineador se había corrido un poco y ahora se dirigía al baño. Nos acercamos a Josh.

—¿Qué? ¿Ya se les ocurrió una nueva broma para mi novia, la de las piernas largas? —preguntó molesto.

—Tengo uno, pero no creo que sea apropiado. —Emmett comentó.

—¿Qué ha ocurrido? —le pregunté directamente.

—Nada. Me acerqué a saludar a Jane para felicitarla. Yo sé que siempre ha querido cantar, y el hecho de que ahora lo haga profesionalmente… ya sabes, que le paguen por hacerlo, es un gran logro —dijo con las manos en los bolsillos, algo desmotivado.

Aquello me dejó pensando. ¿Le estábamos pagando, o no?

—¿Le molestó? —Rosalie quiso saber.

—Ella cree que me sigue gustando. —Bufó—. ¿Alguno de ustedes piensa que me sigue gustando?

Los muchachos y yo negamos. Miró a Rosalie.

—Ustedes. —La señaló, refiriéndose a las mujeres del grupo—. ¿Le han dicho algo?

—A mí no me mires así, pequeñín. —Una fornida Rosalie apareció, riéndose.

(7) Le acompañamos hasta el baño de hombres, ya que deseaba mojarse la mejilla que Miranda había abofeteado.

Había dos personas más, pero igual se tomó la libertad de opinar al respecto.

—¿Sabes cuál es el problema? Jane sigue soltera. Y piensa que es por algo. Te digo que lo sé muy bien.

Fruncí los labios.

—¿Y cuál es el problema con que siga soltera? —Mark se echó a reír—. ¿Por qué necesita tener una pareja?

—No digo que lo necesite, pero siendo una chica tan… linda y adorable, digo, debería estar saliendo con alguien ahora. Cualquiera podría fijarse en ella. Lo cual me parece perfecto, pero solo estoy diciendo.

—Jane es una niña, Josh. No va a salir con cualquiera. Recuerda que ella está tratando de olvidarte. No va a enamorarse de otro tan pronto. —Emmett le avisó.

Apreté mis dientes, debatiéndome internamente. Si lo decía ahora, podría ser una bomba. Una que no vendría bien en esta situación.

Emmett quería aconsejarle algo, ahora que nos encontrábamos solos dentro de aquella habitación. Pero, para mi sorpresa, Damian había salido de uno de los cubículos, agitado.

—Hey, Damian. —Lo saludé con casualidad.

—Hola, Ed. —Sonrió rápidamente—. ¿Qué hacen aquí?

—Consejos para el enano. —Encogí mis hombros—. ¿Quieres unirte?

—Ah… te lo agradezco, pero tengo que ir a… —Señaló la otra habitación.

—Oh, cierto. —Recordé que él podía tener pendiente otra canción en el escenario.

Nos despedimos rápidamente y traté de meterme nuevamente en la conversación entre el Oso y el enano.

Pero sin esperármelo, Thomas salió lentamente de un cubículo, con una expresión casi atormentada.

Un momento, ¿era el mismo cubículo de Damian?

—¿Qué haces en…? —pregunté en voz alta, llamando la atención del resto. Él asintió, lamentándose—. No…

—Sí. —Asintió, preocupado.

—¿Qué ocurre? —Emmett preguntó por el resto.

No podía creerlo. Aquello sí me que había dejado boquiabierto.

—Tom, ¿realmente…?

—¿Alguien puede aclarar qué ocurrió? —Josh se alteró.

Como él no era capaz de hablar, completamente arrepentido por lo que acababa de pasar, tuve que hacerlo.

—Digamos que Damian y Thomas salieron del mismo cubículo.

Por supuesto, todos tardaron en reaccionar.

—¿Te lo follaste? —Mark preguntó con asombro.

—¡No! —exclamó él, ofendido—. Claro que no.

—¿Lo besaste? —Pregunté.

Hizo un mohín, negando. O sea, era peor que eso.

—Dios mío. —Negué, despeinando mi melena y comenzando a caminar nervioso.

—¿Qué hicieron? —Emmett insistió en saber—. Puedes contárnoslo, no importa qué tan gay sea.

Todos miraron a Josh, porque…

—¡No soy homofóbico! —Bufó—. Solo… no seas tan detallista, ¿sí?

—No tengo idea qué mierda me ocurrió —explicó Thomas, indignado de sí mismo—. Yo odio a ese tipo, no sé por qué diablos estábamos hablando, y una cosa llevó a la otra, y me estaba hablando de sus fantasías, y yo sobre la frustración que cargo desde hace meses y que tendré que lidiar durante más tiempo hasta que Sam pueda… y al minuto siguiente estábamos encerrados en el cubículo.

Cuando se refirió a la frustración sexual, el resto le entendió.

—Solamente me… me la mamó —dijo en voz baja, para no darle impresión a Josh—. No fue nada.

—Bueno… —Mark quería reírse, para opinar al respecto.

—En la comunidad gay, chupársela a alguien no es gran cosa. Ni siquiera es considerado como un encuentro importante. —Trató de defenderse rápidamente.

—Creo que puedo entenderlo. —Josh le apoyó—. Una mamada es como una buena masturbada.

—Con el ex de tu pareja, por supuesto. —Mark volvió a reírse. No quería dramatizar el asunto.

—Tom, ¿pero por qué Damian? —Quise saber—. Tú odias a ese tipo.

—¿El tipo no trajo a una chica consigo? —Emmett se preguntó en voz alta.

—Lo odio, realmente me cae mal. Pero… tiene una lengua bastante ágil —murmuró aquello en voz baja.

Rápidamente los muchachos le pidieron que no entrara en detalles.

—No he sido infiel, ¿verdad? —me preguntó a mí.

—Técnicamente no estás saliendo con Sam. Es decir, él ni siquiera te recuerda —le dijo Mark.

—Pero él me ama. Y me importa demasiado. No quiero que sepa de esto.

—Podemos guardar el secreto, no te preocupes. —Emmett le avisó con rapidez.

—Bueno… puedes verlo de esa forma. —Dudé—. Es decir, él no recuerda que ustedes son una pareja. Y técnicamente, tardarán varios meses en serlo. Entiendo que necesitaras descargar tu frustración. Lo bueno es que no recuerda a Damian. Eso te habría traído problemas.

—¿Verdad? Técnicamente esto no fue nada. Si él estuviese conmigo, jamás habría pensado en estas cosas. Me siento un completo imbécil. No quiero… no quiero imaginarme envuelto en otra situación como esta.

—¿Ves? No tienes que sentirte mal al respecto. —Josh se la hizo sencilla.

—Creo que quiero vomitar —murmuró con la mirada fija en el suelo.

Suspiré.

—¿Por qué no van a disfrutar la fiesta? Yo me encargo de él —le avisé al resto.

Se retiraron, mientras yo acompañaba a Tom a uno de los cubículos.

—No, no sale. —Me avisó después de mirar fijamente el excusado.

—Piensa en lo que hiciste —le sugerí.

Después de unos segundos, dijo:

—Oh, Dios. Sí, aquí viene.

Mientras él empezaba a vomitar todo el licor ingerido, le sobé la espalda, como si de Bella se tratase.

Al baño habían ingresado tres personas más. Entre ellas, Andrew.

Nos miramos durante un largo rato, pero continué enfocado en mi amigo.

—¿Es ese mi hermano? —preguntó acercándose.

—¡No te acerques! —pidió Thomas, mientras continuaba devolviendo.

—Vino a la fiesta con una buena resaca —le conté a su hermano. Supe que querría hablar conmigo, y tal vez debía hacerlo. Volví a observar a Tom—. Sigue así, voy a traerte un poco de papel.

Cuando lo hice, Andrew empezó con la verborragia.

—Okay, lo que viste, no fue para nada cercano a lo que es realmente, y…

—No me des explicaciones, no las quiero. No soy quién para juzgar lo que ustedes hagan. ¿Cuál es el problema?

Él sabía que eso era cierto.

—Por favor, no se lo digas a nadie. Especialmente a Bella.

Alcé una ceja.

—¿Me pides que le mienta a mi esposa en nuestra boda? —reí.

—No, no te pido que le mientas. Solamente te pido que no se lo digas.

—¿Por qué debería hacerte caso? —bufé.

—Porque no soy yo quien te lo pide, es Jane.

Oh.

—Ella no se lo quiere decir a nadie todavía. No sé por qué. Pero por eso no se lo estoy diciendo a nadie. No queremos… hacerlo oficial, solamente nos estamos divirtiendo.

—Sí, pude verlo. —Asentí.

—Simplemente has como si no hubieses visto nada, como si no hubieses entrado al baño, ¿sería demasiado pedirte que borres aquella escena de tu cabeza?

En realidad, no.

—Está bien. —Suspiré—. Pero si Bella pregunta…

—Si ella te lo pregunta directamente, puedes hacerlo. Y si ella quiere saberlo, debería preguntárselo a su amiga, que es Jane. No creo que a ti te importe lo que hagamos.

Francamente, no.

—Lo haré porque tu hermano se siente muy mal.

—¿Estará bien? —Quiso saber, frunciendo el ceño.

—Sí, sí. Tú vete, antes de que cambie de parecer.

—¡Gracias! —Exclamó y antes de irse, me palmeó el brazo—. Hey, por cierto, realmente los felicito. Estoy muy feliz por Bella y por ti. Aunque sé que me odias, pienso que eres un hombre maduro para ella. Ha sido una increíble fiesta. Y y la carne asada, muy buena.

Puse los ojos en blanco. ¿Cuántas personas iban a mentirnos al respecto?

Volví hacia el cubículo de Thomas, entregándole un poco de papel. Le acompañé hasta el lavamanos, para limpiarse.

—No permitas que vuelva a embriagarme, Edward.

Tendría que vigilar a otro más.

—¿Qué es lo que quería mi hermano? —preguntó ahora más cuerdo, luego de lavarse la cara.

Sonreí con malicia.

—¿Sabías que tu hermano se folla a Jane?

Thomas me miró perplejo.

—¿Sabes? Ahora no me siento como el gran pecador de la fiesta. Gracias. No se lo digas a Bella, ¿sí?

—Agh… ¿Qué les pasa a los Flint esta noche? ¿Por qué quieren que le mienta a mi esposa en nuestra primera noche como matrimonio?

Me prometió que él mismo se lo diría. Le di la razón, no quería que nuestra boda se enfocara en dramas.

Tom me acompañó hacia donde estaba Bella, sentada en la mesa con el resto de las chicas, haciéndole compañía. Mis ojos fueron hacia su nuevo vestido. Era blanco y corto, ceñido a su figura. Tenía cubierto los brazos y las piernas con una tela transparente y se había recogido el cabello.

Después de tomarnos varias fotografías poco formales con la cámara de Tom, apagaron las luces, encendieron las luces flúor y la música disco había comenzado a sonar, para gusto de los adultos y los más jóvenes.

Los muchachos querían beber los tragos de piña colada que estaban ofreciendo, pero no querían dejar sola a Bella. Yo les indiqué que no habría problema y que me quedaría con ella.

(8) Me senté a su lado. Ella comenzó a hablarme sobre la escena que había hecho Melissa tratando de imitar a la chica de piernas largas, pero yo le sonreía sin decir nada, observando sus expresiones tan caricaturescas.

—¿Qué? —me preguntó luego, dándose cuenta que no le seguía el hilo.

—Estás preciosa.

Ella frunció los labios y trato de ocultar una tímida sonrisa. No podía ver demasiado en la oscuridad, pero sabía que se había sonrojado.

Cuando vi que estaba usando pantuflas en los pies, me eché a reír y la besé. Aproveché para quitarme el saco y la corbata.

—¿Sabes? Eres el chico más apuesto en toda la fiesta.

Sonreí.

—Por supuesto.

—Y el más creído.

—Es que tienes razón, debo ser el más apuesto para llegar al nivel de la chica más hermosa en el salón.

Soltó una pequeña risita y se acercó a mi oído.

—Cuando me estaba cambiando, revisé mis bragas.

—¿Estaban mojadas?

—¿Tú qué crees? No hemos follado en casi un mes.

Me reí.

—Ha sido nuestro mejor récord, ¿no crees?

Uno de los camareros se acercó hacia nuestra mesa y tuvo que interrumpirnos, pues no nos habíamos dado cuenta que estábamos muy pegados el uno al otro, hablando a pocos centímetros, flirteando.

Le sirvió un trago a Bella. Llevaba frutas y crema. Como una malteada con licor de uva. Yo rechacé mi parte.

Ella bebió de su trajo con una pajilla mientras apoyaba su cabeza sobre mi pecho. Le rasqué el brazo varias veces.

Suspiró.

—No puedo creer que no esté bailando en mi propia boda. —Rió mientras observaba la pista de baile.

Sonreí intuitivamente.

—Creí que no te gustaba bailar.

—Sí, pero es divertido cuando lo haces con amigos.

—Están nuestras familias. No habrías podido bailar como en Folie.

Me golpeó el pecho y le acaricié aquella mano.

Acercó su rostro hacia el mío, de nuevo.

—¿Quieres que bailemos así? —preguntó sonando inocente e insinuadora a la vez.

No iba a responderle nada, ni mucho menos comentarle hacia dónde íbamos para nuestra luna de miel, pero sabría que lo disfrutaría a pleno si deseaba bailar atrevidamente.

—Por cierto, ¿qué estabas haciendo antes? ¿Por qué tardaste tanto?

Mucho menos iba a entrar a ese terreno.

Le sonreí durante varios minutos y le regalé un beso esquimal.

CAPITULO 25 Outtake: Edward conoce a Bella

Rosalie salió del tocador y volvió a aparecer en el living, captando la atención del Oso. —Uh, necesito un doctor. —¿Problemas de próstata? —preguntó la rubia con acidez. —¿Piensas en mí de esa forma? Hice un mohín. —No, en realidad lo necesito. —¿Estás enfermo? —Es el corazón. Me lo acabas de romper con ese vestido. —Emmett, por favor. Eres mejor que eso. —Se reía ella.

—¿Quieres jugar un juego? Se llama "42". Tú te pones en cuatro, y yo en… Chasqueé la lengua, asqueado. —Okay, ya es suficiente. —Me levanté del sillón—. Aléjate de ella. —Edward, tu hermana es una mujer fuerte e independiente. ¿Por qué no la dejas decidir por su propia cuenta? —Emmett se mofaba de mí. Llevaba tantos años bromeando con ella de esa forma. No estaba seguro en cuantas ocasiones se habrían acostado, o si es que lo habrían hecho. No quería que fastidiara las cosas con mi hermana. —¿Por qué no sales con nosotros? Quién sabe, podrías divertirte… —sugirió él. Apreté mis dientes con fuerza. ¿Acaso estaba loco? —Me encantaría vigilar a mi hermano en sus andanzas. —Cruzó sus brazos, mirándome de manera acusativa—. Pero tengo una cita. Tal vez la próxima vez, Oso. Se retiró del living con naturalidad. Emmett frunció su ceño. —¿Estás loco? —Aproveché para quejarme en voz baja—. ¿Quieres que termine delatándome? —Vamos, Edward. No es como si cometieses un pecado. Seguramente Tanya está revolcándose con treinta periodistas —bromeó. —No me interesa lo que haga en Chicago. Toda persona tiene necesidades y más aún una mujer como ella. Además, no creo que sea con treinta. No es una puta barata. —Como sea. Jasper terminó de arreglarse y se acercó a nosotros. —¿Todo en orden? —preguntó. —Sí. ¿Puedes creer que este imbécil quiso invitar a Rose? Jasper estuvo de acuerdo conmigo y observó a Emmett con indignación. —Estás demente. No me siento cómodo saliendo con ella. Suficiente tengo con estas paredes tan delgadas —dijo con asco. —Ya tienen veinticuatro años. ¿Cuándo piensan mudarse? No van a ser de esos mellizos que se casan el mismo día, ¿verdad? —bromeó Emmett. —Te molesta porque quieres tirártela en privado —acusó el rubio—. Tengo que hablar con ella. Prometo que el próximo año tendré mi propio apartamento. Otro sábado casual durante la ausencia de Tanya. Esta vez, el plan era sencillo: tirarse a una chica en el pub. Tal vez un hotel, pero no en el departamento. No estaba de ánimo para engañarla por completo. Había tenido una semana difícil en el trabajo. Cierto contratiempo surgió cuando Jasper nos comentó a último momento que tenía una cita:

—Me estás jodiendo. —Emmett se molestó. —Se llama Ángela. —¿Para qué te traemos aquí, entonces? ¿Por qué no te vas al Four Seasons a comprarle una docena de rosas? —Emmett, tranquilo. Tal vez es la "indicada" —me mofé. —Podría ser. Usa gafas —añadió él con interés. Por lo general, esas eran más listas y complicadas que el resto. La muchacha con la que Jasper había empezado a salir no tenía una gran figura, lo cual indignó a Emmett y me hizo pensar que probablemente se trataba de una conquista seria. Con Jasper nunca podía saberlo, cada semana se enamoraba de una nueva. Estuvimos un rato con ellos, pero decidimos darles un poco de espacio. Yo, por otro lado, quería una pelirroja. Moría por comerme el coño de una pelirroja. Cuando encontré una, me acerqué disimuladamente hacia su lado en la barra de tragos. Observé con una sonrisa discreta todos los movimientos de su copa, rápidamente se dio cuenta que unos ojos la instigaban. Se rió. —¿Qué? —Nada, simplemente te observo. —¿Por qué? ¿Te gusta el trago? —Lo señaló. Era colorido. —En realidad, estaba más interesado en otra cosa. Volvió a reir. —¿En esa chica? —Señaló rápidamente a la morena sentada a su lado. Sarcástica. Ya veo. —Si me hubiese interesado esa chica, estaría hablando con ella. ¿No? —Me acerqué peligrosamente a su rostro. Sus ojos claros me impresionaron. Se ruborizó, pero no quiso demostrarlo. —Supongo —admitió—. ¿Cómo te llamas? —Te propongo un trato: si logro impresionarte, nos diremos nuestros nombres. —¿Por qué? ¿Acaso no debería saber quién eres? —Me interesan los retos. Me miró con malicia. Sonrió y se relamió los labios. —Acepto. ¿Cuántos años crees que tengo?

Sonreí internamente. —Quince. ¿Verdad? Ella empezó a reírse. —No. Dieciocho… Eres muy joven para mí, ¿verdad? ¿Debería irme? —bromeé. —Eres un mentiroso. Sabes que no soy joven. Lucía un poco mayor a mí, pero me atraía igual. —No, pero no me interesa la edad. Eres hermosa. ¿Cuenta? Volvió a reírse, esta vez acariciando mi muñeca. —¿Me dejas invitarte un trago? —¿Por qué? ¿Planeas embriagarme? —No. Tengo sed. —Encogí mis hombros. Ella se mordió los labios, después de soltar una pequeña risa. —¿Por qué viniste tan tarde? Tengo que irme. —¿En serio? Yo también. ¿Te acompaño? —No seas tonto. En serio, tengo que irme. —¿Tienes o quieres irte? Me sonrió con complicidad y me entregó una pequeña tarjeta del pequeño bolso que cargaba. —Luego me dices tu nombre. Me besó antes de marcharse. En la tarjeta figuraba su nombre y teléfono. Era abogada. Guardé el papel en mi bolsillo mientras gruñía en mi interior. Podría haber llegado antes de no ser por la tardanza de Jasper y su nueva novia. No planeaba tirarlo, pero presentía que ella no era del tipo de chica que desearía ser follada en un lugar público. En pocos minutos, me encontré hablando con otra chica. Pero no era tan lúcida. —¿Eres doctor? ¿En serio? ¡Luces joven! —exclamaba debido a la ebriedad. Me sujetó de la camisa por unos segundos—. ¿Y qué es lo que hace un doctor? —Cura a los enfermos. —Creo que lo estoy. —¿Por qué? ¿Qué tienes? —Jugué con su cabello.

—Me rompieron el corazón. —Hizo un puchero adorable, aunque inmediatamente supe que estaba tratando con una buena puta. —¿A ti? ¿Quién fue el imbécil? Eres hermosa. —¿Eso piensas? —Se rió, acercándose más y más a mi cuerpo. —Claro que sí. No tengo ojos para nadie más ahora. —¿La más linda? —rió cerca de mis labios. El sonido de su risa me produjo ternura. Era de baja estatura y su cabello largo era adorable. Aproveché para sujetarle de la cintura y besarla. En medio de la oscuridad, acarició mi vientre bajo. Mis manos fueron hasta sus senos. No eran naturales, pero eran jodidamente redondos y firmes. Intenté chuparle el cuello, pero se separó de mí para mirar al vacío durante varios segundos. —¿Estás bien? —le pregunté, frunciendo el ceño. Negó varias veces y se dio la vuelta para terminar devolviendo su última comida en el suelo de la pista. El resto de la gente se alejó de aquella parte. Fruncí mis labios y, sintiendo profundo asco, rápidamente sujeté su cuerpo para acompañarla hasta el baño. —No me mires, por favor, Edward —repetía constantemente. —¿Tienes ganas de…? Oh, okay, rápido, aquí. —Le ayudé a entrar a uno de los cubículos para que continuara vomitando. No podía dejarla sola, pero ya no sentía atracción por ella. Rápidamente tomé mi teléfono para pedirle ayuda a Emmett. Al pasar unos cincos minutos y no responder ni siquiera mis llamadas, acudí a una de las chicas que se maquillaban frente al espejo. —¿Qué le ocurre a tu novia? ¿Está bien? —No es mi novia. —Hice un mohín—. ¿Podrían cuidarla durante un segundo? Tuve suerte. Eran amables, no tuvieron problema en controlarla mientras me retiraba de allí. Tarde o temprano, alguna de sus amigas la buscaría. Le había visto con otras cinco. Al salir del tocador, mi atención fue rápidamente a las dos muchachas que se acariciaban en la entrada. La imagen me excitó con una fuerza desmedida, más aún cuando reconocí a una de ellas. Ella también me reconoció. Se separó de la otra muchacha por unos segundos y se acercó a mí, consciente de mi inoportuna erección. —No hace falta que me expliques por qué estás aquí. Veo que mi hermanita no te cuida demasiado, ¿eh? Irina acarició mi verga por encima de mis pantalones. Contuve un suspiro.

—Mi amiga y yo vamos a un lugar un poco más privado. ¿Te gustaría venir y jugar un rato? Después de todo, te gustó la vista, ¿no? Sentí la necesidad física de aceptar la propuesta. Pero luego de asentar cabeza con Tanya, sabía que mis aventuras con Irina tenían que acabar por completo. No fue necesario responder. Ella sabía que no iba a aceptar. —Si cambias de parecer, podría conseguirte dos chicas más. Dicho esto, mordió mi lengua y nuestras salivas se mezclaron. Ahogué un gemido. Esa mujer sabía cómo calentarme con mayor facilidad que mi novia. Frustrado, decidí regresar hacia donde se encontraban mis amigos para comentarles sobre la presencia de mi cuñada. Divisé a Jasper y a su noviecita en uno de los sillones blancos del segundo piso. Emmett no se encontraba allí. —¿Qué ocurrió? —me preguntó mi hermano, sorprendido al verme de regreso. Su novia nos observaba con curiosidad. No me sentí cómodo. —Creo que estoy algo cansado —dije mientras rascaba mi espalda. Siendo completamente honesto, no me sentía de ánimo para encontrar una chica que quisiese un simple rápido en el baño del pub. No después de la chica de los vómitos. Tampoco deseaba follar con cualquiera. —¿Es el trabajo? —preguntó la noviecita hasta que algo llamó su atención—. ¡Hola! Una chica de cabello corto se acercó a saludarla como si de amigas se tratasen. Sus rasgos eran delicados. Parecía un duendecillo, tenía una silueta delicada. —Ella es amiga de una compañera de la universidad. Alice, él es Jasper y Edward. Abrí los ojos con sorpresa, pero saludé a la muchacha con amabilidad. Mientras se ponían rápidamente al día, murmuré a Jasper: —¿Estás saliendo con una estudiante? —Intenté no reírme. —Está en su último año, no cuenta. —Dios mío, Jazz… había mejores opciones. ¿Emmett lo sabe? —No. Y si se lo cuentas, te golpearé en las bolas. —Adelante. Será la única acción que tendré esta noche —bromeé. —¿Estás bien? —me preguntó con seriedad. —Sí, en serio. Estoy algo cansado. —Le resté importancia. La novia de Jasper nos presentó a una segunda joven. No le di importancia hasta que me tocó saludarla. Sus ojos verdes despertaron, rápidamente, mi atención.

Jasper las invitó a sentarse a nuestro alrededor. Inspeccioné a la segunda chica: era delgada, largas piernas, pálida. Demasiado pálida. Parecía una muñeca de porcelana. Emmett volvió a aparecer y se sentó al lado de la chica de cabello corto. Me di cuenta que habían dejado a un lado a la chica porcelana, así que rápidamente me acerqué a hacerle compañía. —Hola, ¿cómo estás? Intenté saludarla, pero parecía concentrada en un punto fijo del suelo. —Hola… Ho…. ¿Hola? —Tuve que pellizcar su hombro para saludarla. Se dio vuelta abruptamente, asombrada. —¿Qué sucede? —me preguntó, como si tuviese algo importante para decirle. —Nada, tranquila… —Me reí—. Solamente te estaba saludando. Observó mi rostro durante largos segundos. Bastantes largos. Se había puesto colorada. Vaya sorpresa, yo le gustaba. —Ah, h-hola. —Me tendió su mano. Algo desconcertado, se la recibí. Un saludo demasiado formal para mi gusto. Mientras Emmett trataba de obtener la atención del grupo contando la estúpida anécdota de siempre, aproveché la oportunidad para observar disimuladamente su cuerpo. Piernas largas y hermosas. No tenía pechos, pero su trasero parecía compensarlo. No hablaba mucho, pero eso era bueno. Me encontré contemplando su rostro más de lo normal. ¿Podría tratarse de una modelo? Tal vez por eso era flacucha. Giró su cabeza hacia mí pero se detuvo inmediatamente al darse cuenta que la estaba observando. Se ruborizó y comenzó a mordisquear su labio. Sonreí intuitivamente. Tal vez con un poco de presión, aceptaría follar en el baño. Me acerqué más aún a su lado. Nuestras piernas parecían pegadas. —¿Te estás divirtiendo? —le pregunté con una sonrisa que haría efecto en ella. Parecía tener un problema para respirar cuando centraba su atención en mí. Cielos, realmente la había flechado. —Eh… uh, sí. ¿Y tú? —Ahora que apareciste, sí. Me estaba hartando de escuchar las anécdotas de Emmett. Intenté hacerla reír. Lo logré. Sin embargo podía notar su timidez. —No luces como si te estuvieses divirtiendo —sopesé con intriga. A las mujeres les agradaba la honestidad. Se sintió avergonzada. Mordió nuevamente sus labios y suspiró.

—Estoy en lo cierto, ¿no? —Me reí mientras ella asentía varias veces, imitándome. —Bailes… —Frunció sus labios—. No son lo mío. Es reservada. Cambia de táctica —¿Tu amiga te arrastró? —No. —Negó sin problema. ¿Uh? ¿Entonces? —¿Te gustan los tragos? Podría invitarte uno. —Oh, no, no te preocupes. Puedo pagármelo. —Asintió, sonriendo. Me reí, algo sorprendido. —Quiero invitarte uno. —Pero puedo pagarlo. ¿Era lenta? Me acerqué a su rostro para dejárselo en claro: —Quiero invitarte un trago, porque quiero estar contigo. A solas. Sabía que volvería a sonrojarla. Pero esta vez, yo quedé ligeramente impresionado con el color de sus ojos. Ella era realmente bonita. Decidí oficialmente que me la llevaría al baño a toda costa. Tomé de su mano para llevarla hasta la barra de tragos. Antes de llegar, se tropezó. Pero logré sostenerla rápidamente. —¡Uy! ¿Alguien bebió demasiado? —me reí sin soltarla. —No realmente. Son estos malditos zapatos —me respondió con completa claridad. No fueron los zapatos de plataforma que parecía jamás haber usado los que me llamaron la atención. Podía percibir la sobriedad en ella. No estaba seguro si el alcohol funcionaría en ella. Funcionaba en cualquiera, en realidad. —¿Te apetece un trago frutal? —En realidad, prefiero cerveza. —Eres de las mías. —Le guiñé el ojo. Supe que aquello la había dejado perpleja. Solía funcionar en las chicas retraídas como ella. Le entregué la botella de cerveza abierta y le propuse un pequeño brindis. Sin problema, tomó del pico una buena cantidad. Eso no lo esperaba.

—¿Te gusta, verdad? —pregunté con una sonrisa. Encogió sus hombros. —Tengo de estas en mi casa. Son mis favoritas. El panorama que había dibujado en mi cabeza respecto a su personalidad había fracasado. Necesité borrarlo y armar uno nuevo. Tal vez sí era sociable, pero no le agradaban estos ambientes. Súbitamente, recordé algo malo. Muy malo. No recordaba su nombre. Me las arreglé como pude. —Tu nombre es muy bonito. ¿Tienes algún apodo? —Eh… no lo sé. —Encogió sus hombros—. La mayoría de la gente me dice Bells. Bells. Belle. Bella. Alguno de esos dos. —¿A ti cómo te dicen? ¿Eddie? —me preguntó. —Oh, no. —Hice una mueca—. Para nada. No. No me llames así. Aunque hayas escuchado a Emmett llamarme así, no lo repitas. Quería preguntarle a Jasper cómo se llamaba realmente esta chica. Pero si me veía utilizar el teléfono, creería que me está aburriendo, o que estoy hablando con otra chica. —¿A qué te dedicas? —Aproveché para sacarle un poco de conversación. —Soy estudiante —respondió con inocencia. Accidentalmente, escupí un poco de la cerveza hacia su dirección. —Lo siento, lo siento —repetí varias veces, buscando algo para limpiar su blusa. —Está bien, no te preocupes. —Se echó a reír. —No, no está bien. Te mojé entera. No me di cuenta. —No es nada, Edward. En serio. Le miré a los ojos. Me sentí irremediablemente culpable. Ella recordaba mi nombre, pero yo no. Se rió por el incidente, y eso era algo completamente nuevo. Parecía ser una chica muy agradable. Volví a borrar mi impresión sobre ella de mi cabeza y comencé nuevamente. Intenté ser más franco. —Lo siento, es que… ¿cuántos años tienes? Realmente no tenía idea. —Veintiuno. Podía parecer más joven.

—Oh, fantástico. —¿A qué te dedicas? —me preguntó a mí. —Soy doctor. Estoy especializándome en pediatría. —¿Pediatra? —Se asombró. —¿No luzco como el tipo de doctor al que confiarías a tus hijos, verdad? —Sonreí con malicia. —En realidad, sí. —Asintió sonriendo. Carajo. El nuevo panorama pintaba serio. Ella no querría follar en el baño. —Dime, ¿qué estudias? —Literatura inglesa en NYU. Comprobado. Ella era una chica culta. Quise morderme la lengua. ¡Maldita sea! Tenía que idear un plan para sacármela de encima. Lucía como el tipo de chica que buscaba algo serio. Ella descubriría fácilmente que tengo una novia. Me pediría que la llame al día siguiente. No. —¿Vienes seguido por aquí? —me preguntó. ¿Quería evaluar si era un mujeriego? —De vez en cuando. Ya sabes, para relajarme un poco del trabajo. ¿Tú? —No, nunca. —¿Y por qué decidiste venir el día de hoy? —Alice me pidió que la acompañara, pero… ¿Alice era la de cabello corto? —¿Pero…? —Ella siempre me obliga, siempre digo que no. Pero esta vez quise acompañarla. —¿Y el motivo es…? Parecía que estaba teniendo un conflicto interno para revelar el verdadero motivo. Como si le avergonzara. Me miró durante unos segundos y suspiró. Conocía esa mirada, quería saber si sentía confianza en mí o no. Me pidió que me acercara hasta su rostro para oírle mejor. —Quería aprender a estar con un chico, y esas cosas —admitió con rapidez, incómoda. Permanecí mudo durante un par de segundos, tratando de descifrar a qué se refería con "aprender a estar con un chico". ¿Era esa una forma sutil e inocente para explicar que deseaba tener un encuentro?

Cambié inmediatamente mis planes y lo reconsideré. Dejé la cerveza en la barra y apoyé mi brazo sobre sus hombros para atraerla hacia mí. —¿Así? —le pregunté, divertido. Lucía algo sonrojada. Sus grandes ojos me observaron con timidez. Acerqué mi rostro al suyo. Acto seguido, ella giró la cabeza hacia otro lado, riéndose. —No me mires así. —Soltó una risita encantadora. No era difícil fingir con ella. Era dulce y tierna. Tal vez podría llevar a cabo mi fantasía de volver sucia a una chica inocente. —¿Cómo? Simplemente te estoy mirando. —Es que puedo sentir tu respiración. —Comenzó a reírse, nerviosa. Eso era cierto. Hizo a un lado la vergüenza por unos segundos y volvió a mirarme. Esta vez, nuestros ojos hicieron contacto. Esperó a que respondiese algo, pero no lo hice. Eso la intimidó y volvió a intentar alejarse de mi agarre, riéndose. Nuevamente, giró su cabeza hacia mí y aproveché aquél segundo para darle un rápido beso en los labios. Eso la descolocó por completo. Me miró con seriedad. Yo simplemente le sonreía. Contuvo la respiración hasta que la soltó en una risa, sorprendida. —¡Oye! —Se despeinó el cabello, como si hubiese dejado la incomodidad a un lado—. ¿Qué fue eso? ¿Realmente no se lo esperaba? —Mi error. Lo siento. Si no quieres que te bese, me lo dices y me separo de ti —bromeé alzando mis manos limpiamente. —No, no, no. No es eso —respondió acercándose y tirando suavemente de mi camisa. Nuestros rostros volvían a estar pegados. —Uhm, podemos… ¿podemos ir a un lugar más oscuro? Aquí hay… mucha gente… ¡BINGO! —Por supuesto. —Sonreí con ganas. Tomé su mano y la llevé hasta el segundo piso, donde había un pequeño lugar lleno de sillones donde únicamente había parejas. Pude haber escogido uno más grande, pero para llevar a cabo mi propósito, necesitaba uno individual. Ella me miró confundida, hasta que tiré de su brazo para lograr que se sentara encima de mí. —¿Aquí te sientes más cómoda? —pregunté acariciando su brazo. —¿N-No te molesta que esté s-sentada sobre ti? —preguntó con un fuerte sonrojo.

Podía sentir su trasero encima de mi polla. Era redondo y firme. —No. Quería tenerte cerca de mí. ¿Qué piensas? Volvió a soltar una risita nerviosa, pero lucía ansiosa. Asintió varias veces. Tomé con suavidad sus manos y las acaricié. —Relájate un rato. Aquí nadie nos verá —susurré cerca de sus labios. Fue ella quien decidió iniciar el beso. Lo hicimos con lentitud. Bajo la oscuridad podía distinguir que sus labios eran rosados. Carnosos. Tan suaves como los de una adolescente. Me di cuenta que era yo quien estaba tomando la iniciativa cuando tuve que lamer su labio inferior para que me dejara chupar su lengua. Y en ese momento, aferró sus brazos a mi cuello para dejarse llevar y morder mi labio. En su aliento, podía distinguir un atisbo de tabaco. ¿También fumaba? Mujeres… ¿Podría ser menos contradictorias? Todo cambió en el momento es que la escuché gemir sobre mi boca. Su voz era dulce, pero sonaba demasiado femenina y aniñada. Un jadeo salió de mi garganta e imaginé cientos de escenarios posibles en donde la follaba hasta el cansancio, hasta dejar ese rostro más colorado que nunca, obligándola a usar esa lengua para chupármela. Su muslo acarició aquella parte de mi anatomía y pegó un saltito, como si no se lo esperara. —E-Edward… —Jadeó encima de mis labios. —¿No planeas dejarme con las ganas… o sí? Por favor. No me respondió. Aproveché para continuar con los besos y acariciar uno de sus pechos por encima de la blusa. Se separó como si hubiese una corriente eléctrica. —¡Edward! —¿Qué? —pregunté con prisa. Si me dejaba en estas condiciones, iba a odiarla. —Aquí hay gente… —Nadie nos está viendo, te lo prometo. —Sí, pero no me siento cómoda haciéndolo en un lugar público. ¿Haciéndolo? Entonces, ¿quería hacerlo? Si le proponía el baño, me mataría. —¿Quieres ir a un hotel? Sus labios se fruncieron, dudando.

¡Oh, por favor! ¿Ni siquiera un hotel? —Mi departamento. ¿Allí? —pedí con prisa. Esta vez, asintió. —¡Sí! —exclamé con satisfacción. Me miró con sorpresa. —Eh, no, nada. —Rápidamente cambié de tema. No estaba en mis planes traer a una chica al departamento. Ni siquiera lo había limpiado. Pero no planeaba volver a casa con una erección tan dura como esa. No podía utilizar el auto de Emmett, así que tomamos un taxi. Temía que de un segundo a otro, terminara cambiando de opción. Y todavía no sabía su nombre. —Eres linda, ¿lo sabes? —murmuré cerca de su oído. Soltó una risita, pero porque aquél tacto le dio cosquillas. —¿Te importa si te llamo Bella? Le hace justicia a tu rostro. Parpadeó atónita. —Eh, sí… así me llaman todos, no hay problema. ¿Isabella? Cuando llegamos, Bella quedó ligeramente impresionada por la decoración del lobby. —W-Woah… es… —Sí, sí. Es hermoso, ¿no? —Tomé su mano y la apresuré hasta el ascensor. Ya era tarde, pero cualquier vecino podría sospechar sabiendo que yo tenía otra novia. Cuando entramos, dije: —Lamento el desorden, la empleada viene mañana. Tenía planes de regresar y echarme a la cama. No supe por qué le había contado eso. —¿No planeabas… traer a una chica? Su pregunta me tomó por sorpresa. —No. No realmente. —¿Puedo saber por qué? Mentí rápidamente.

—Porque soy un completo desastre con el orden. —Reí—. ¿Qué clase de chica querría acostarse con un hombre así? —Eso no debe ser realmente un impedimento para ti. —Te sorprenderías. ¿Quieres beber algo? Tengo vino blanco, si deseas. Sonrió. —Sería agradable. Fui velozmente hacia la cocina para destapar una de las botellas que guardaba y servir una generosa cantidad en su copa. Necesitaba embriagarla antes de que pudiese echarse para atrás. No pude evitar reírme de la situación. Nunca antes había tenido que controlar que la chica no se marchase en mi propio departamento. Regresé al living y la encontré observando un punto fijo en la habitación. Un frío escalofrío corrió por mi espalda al darme cuenta que podía estar observando aquél retrato de mi novia y yo en la casa de mis padres. —¿Quién es ella? —me preguntó directamente. Bella no parecía ser ingenua, pero a la vez sí. Me confundía por completo. —¿Ella? Mi hermana —dije sin problema. Entrecerró los ojos con malicia. —¿Realmente funciona esa mentira? Diablos. —Ese abrazo no luce muy familiar que digamos. —Claro que sí. ¿No eres cariñosa con tus hermanos? —No tengo. Oh. —¿Por qué no quieres ser honesto? —me preguntó casi con tristeza. Era lista. —Está bien. —Suspiré—. Es que… es algo vergonzoso de contar. —Te oigo. —Ella… era mi novia. —¿Era? —Sí. Cortamos hace… demasiado tiempo. —¿Demasiado?

—Lo sé. —Reí falsamente—. Es algo vergonzoso que todavía guarde cosas de ella. Bella permaneció dubitativa durante largos segundos. —No me parece algo vergonzoso. Pero… no creo que puedas salir adelante con esa foto colgada allí, en un lugar tan público. Chasqueé la lengua, dándole la razón. —Es verdad. ¿Prefieres ir a mi dormitorio? Allí no hay recuerdos de ella. Lo prometo. —Edward… —Volvió a dudar. No, no, no. "Mi pene es grande". Quería decírselo. Quería convencerla de alguna forma. —¿Sí…? —Apreté los dientes al responder. —Espero que esto no te moleste, pero… suelo transpirar demasiado. Y hace calor. Nos miramos durante un rato. Traté de descifrar el mensaje oculto en aquella oración, pero… no había ninguno. —Lo siento, ¿qué? —Fruncí el ceño. Lloriqueó y gruñó ocultando su rostro con sus manos. —Lo siento, debí decírtelo antes. ¿Verdad? —Preguntó con inseguridad. —Bella, no te entiendo. —Me acerqué a ella, dejando la copa en la mesa y sentándome en el sillón—. ¿Transpiras mucho…? Volvió a ocultar su rostro entre sus manos y asintió, con vergüenza. ¿Se refería a...? —¿Estamos hablando de sexo, verdad? —Lucí incrédulo. Encogió sus hombros. Era demasiado adorable. —Ya, entiendo. —Me reí—. Perdón, Bella… es que… eres tan difícil. —¿Difícil? —Alzó una ceja. —Sí. —Masajeé mi rostro—. Siento que en cualquier momento te vas a escapar por la puerta. Esta vez, ella me acompañó en las risas. —No puedo irme. No tengo la llave de abajo —murmuró con timidez. Le sonreí. —Tengo un aire acondicionado en mi dormitorio. Podemos encenderlo si gustas.

Desplegó una mueca vergonzosa, y ante la oportunidad, volví a besarla. Alcé sus caderas y la llevé cargando hasta el dormitorio. Aquél detalle le tomó por sorpresa. Luego de apoyarla contra la cama, empecé a manosear sus pechos por encima del sostén que llevaba debajo de la blusa. —E-Edward, t-tengo algo que d-decirte… —Tengo condones en el cajón, no te preocupes —jadeé encima de sus labios. —No, es que… Edward, soy virgen. Mis ojos se abrieron de inmediato. Me separé de ella, despeinando mi cabello. Sabía que iba a ser complicado, pero al parecer, el destino me estaba tentando con la chica más difícil que había encontrado en mucho tiempo. ¿Cómo se lo explicaba sutilmente? —Bella… —¿E-Es un impedimento? La observé durante un rato. Ese rostro inocente y esa piel tan suave. Claro que era virgen. Pero… ¿por qué? Era preciosa. —¿No es tan desagradable para ti, o sí? —No, no, para nada —murmuré en voz baja, garantizándoselo—. Es que… Bella, no… no estaba en mis planes tomarlo en serio. Yo… tal vez vuelva con mi no-, digo ex. No quiero que desaproveches algo tan íntimo con… El mismo discurso que utilizaba en la universidad. Las vírgenes podían apegarse fácilmente a uno. No estaba en mis planes conseguir una. —Edward, solamente quiero follar —murmuró en voz baja, con el rostro completamente rosado. "Solamente". La palabra crucial. Suspiré y acaricié su cabello. Era suave. —¿Estás segura de que deseas perderla conmigo? Tras un breve rato en silencio, bufó. —Sí, claro, o sea… ¿por qué le dan tanta importancia? Es algo normal. ¿No? Innegablemente, estaba nerviosa. Le sonreí. Después de todo, mi fantasía se haría realidad. Me apoyé encima de ella. Conforme me acercaba a su cuerpo, mi erección crecía más y más. Había algo en el aroma de su piel que me hacía gruñir. Lentamente, comencé a besarle el cuello para relajarla.

—¿Alguna vez un hombre te ha tocado así? —murmuré cerca de su oído, mientras acariciaba uno de sus pechos. Ella soltaba pequeños y cortos gemidos. Era pura inocencia. Cualquier tacto la pondría colorada y eso me excitaba. —N-No… Me quedé pensando. —¿Te gustan las mujeres, Bella? —¿Eh? —Ella alzó su cabeza, cortando el momento—. No… ¿qué planeas? —No, no, nada. —Le aseguré rápidamente. Volví a recostarla y continué con los besos. —Eres demasiado linda para haber estado sola todo este tiempo. Seguro tienes a alguien detrás de ti. — Dicho esto, ubiqué una de mis manos por debajo de su blusa y del sostén para acariciar mejor su pecho. Bella comenzó a retorcerse. —S-Sí… —respondió para mi sorpresa. —¿Y aun así prefieres estar conmigo? —susurré encima de sus labios. No respondió, pero sus automáticamente sus labios mordieron los míos. Necesité emplear una generosa cantidad de esfuerzo para no follarla con prisa. La última vez que había estado con una primeriza, fue durante mis años en la Universidad, pero todavía recordaba algunas buenas tácticas. Levanté su falda y me encontré con su ropa interior color blanco —oh, la ironía—, ligeramente empapada. Incursioné mi dedo mayor hasta su centro y lo introduje. Bella pegó otro saltito. Fruncí mis labios. Condenadamente estrecha. —Bella, ¿alguna vez has hecho esto? —Susurré encima de su labio, penetrándola con suavidad—. ¿Te has masturbado por tu propia cuenta? Con la respiración agitada, asintió. —¿Cómo te gusta hacerlo? ¿Un dedo? Cerró los ojos y gimió cuando aumenté la velocidad. —Ya veo… te gustaría sentir más de uno, ¿verdad? Lentamente, sin esperar una respuesta, introduje mi dedo índice. Para mi suerte, Bella se lubricaba por sí misma con una rapidez considerable. Esta no era ninguna sorpresa para ella. Inexperta, pero probablemente traviesa consigo misma.

Su mano fue directamente hacia el bulto de mis pantalones y lo presionó con suavidad varias veces, respondiendo mi duda en pocos segundos. —Eh, eh. ¿Eres juguetona, no? —Complacido, le pregunté con una sonrisa. Como era de esperarse, mordió su labio, avergonzada. Continuó insistiendo con aquella caricia y no pude controlarme. Alcé su blusa, le quité el sostén y se encogió tímidamente Supuse que era la primera vez que le enseñaba las tetas a un hombre. Como había predicho, ella era plana. No obstante, eran bonitas. Cualquiera lo era cuando tenían los pezones así de parados. Mientras los chupaba con ternura, comenzó a rascarme el cuello y el cuero cabelludo. Un temblor corrió por toda mi columna vertebral, causándome escalofríos y un poco de placer. Sus líquidos comenzaron a empapar mi mano. —Mierda, Bella. Eres una sucia. —Reí. Me miró preocupada. —¿Q-Qué? ¿Por qué? ¿Qué tengo? —Se levantó rápidamente y utilizó un tono de voz mucho más claro y serio que de costumbre. —¿Eh? No, nada. —Fruncí el ceño. —¿Y por qué dices que soy una sucia? —Lucía avergonzada. La palabra "virgen" apareció frente a mis ojos como un cartel iluminado por fuegos artificiales. —No lo estoy diciendo literalmente. Es simplemente una forma de hablar sucio en la cama. —Oh… oh. —Comprendió, ligeramente confundida. Nos quedamos en silencio. —¿Te incomoda? Puedo dejar de hacerlo, si quieres. —No, no. Para nada. Continúa. Quiero comprender cómo se maneja la gente con mucha experiencia sexual. ¿Y eso por qué? Me observó durante largos segundos. —¿No vas a decir algo más? Ahora el avergonzado era yo. —Son cosas del momento. —Encogí mis hombros. —Oh, está bien. —Se cubría los pechos con una de mis almohadas—. Uhm, ¿quieres parar o…? Consternado, respondí: —Ni se te ocurra. Recuéstate.

Separé sus piernas y posicioné mi rostro encima de su intimidad. Otro pequeño salto. —P-Perdón, n-no esperaba eso. —Reía con nerviosismo. Asentí sin darle importancia. Planté un pequeño beso en su clítoris y sus piernas intuitivamente se cerraron, ahorcándome. —¡Bella! —bufé. —¡Lo siento! Me da cosquillas. —Volvía a pedir disculpas con el rostro colorado. ¿Cosquillas? ¡Debería darte placer! —Haremos una cosa: abre tus piernas. Asintió lentamente y las extendió. Las sujeté con firmeza antes de regresar en donde estaba. Utilicé mi lengua para separar sus labios y sus piernas volvieron a temblar. Continué sujetándolas mientras probaba sus líquidos. Para mi sorpresa, ella era exquisita. Me emocioné durante unos segundos y traté introducir mi lengua en su centro, pero sus piernas volvieron a aprisionarme. —Perdón, juro que lo intento, pero… Ignoré su respuesta y decidí hacerlo por mi propia cuenta: junté sus piernas y las extendí hacia atrás, frente a su rostro. Con una mano traté de mantenerlas apartadas de su vagina y con la otra, comencé a penetrarla mientras chupaba sus labios con avidez. En ese momento, Bella dejó de reírse y comenzó a gemir en voz alta porque no debía estar acostumbrada a semejante trato sexual, pero si no la hacía acabar ahora, terminaríamos tardando horas. Bella dejó de mover las piernas, pero sus caderas se sacudieron con fuerza mientras chillaba debido a la fluidez de mi lengua. Sus gemidos se hicieron cada vez más y más agudos, excitándome por completo hasta que logró llegar al clímax. Demasiado rápido, para mi sorpresa. Mientras observaba cómo el cuerpo de Bella continuaba sacudiéndose y sujetaba la sábana de mi cama con firmeza mientras esta se deslizaba sobre su coño húmedo, decidí que no iba a esperar más tiempo. Salpiqué su vientre, sus pechos, su cuello y su boca de besos para indicarle que aquí no terminaba la cosa. Pero esta vez, Bella lucía más receptiva de lo normal. Me sujetó del cuello para que no me apartara fácilmente de sus labios. Con el tiempo, me di cuenta que me gustaba besarla. Incluso si no hubiese una intención sexual oculta, me gustaba sentir la calidez de su boca y abrir los párpados para encontrarme esos hermosos ojos. Terminé de quitarle la falda y las bragas de una vez, y me desnudé. En el proceso, me sentí observado. Creí encontrarme con sus ojos, pero no. Bella me estaba mirando descaradamente la polla. Me reí y la sujeté con mi mano derecha. —¿Alguna vez has visto una polla, Bella? —Comencé a masturbarme.

Negó, abstraída. Me acerqué más hacia ella. —¿Te gustaría tocarla? —pregunté en voz baja, divirtiéndome. A veces sentía ganas de echarle un balde con agua helada encima para ver si aquél sonrojo se iría de su rostro de una vez por todas. Podía sentir la temperatura de sus mejillas sin siquiera tener que acercarme. Ella se acercó y tomó mi miembro con suavidad. Creí que lo haría con precaución, pero comenzó a agitarla con firmeza, robándome varios jadeos. No lo esperaba, sin embargo no planeaba quejarme. ¿Sería demasiado pedirle que se la comiera? Cuando fue demasiado lejos, gemí: —O-Okay, Bella. Tranquila. —Alejé su mano de mí. —¿Te dolió? —me preguntó con preocupación. Reí mientras me levantaba de la cama. —No, pero no me hagas acabar sobre la cama. Busqué en mi pequeña mesa de luz por unos condones. Ella musitó: —Quiero hacerte acabar. Giré mi rostro para observarla. Me miraba con los brazos cruzados, entreabriendo su boca, casi dudando. Bella era muy bella. —¿Edward? —¿Sí? —Estaba buscando una toalla. —¿Podemos apagar la luz? Me di la vuelta y le fruncí el ceño. —¿Por qué? No sabía cómo responder aquella pregunta sin titubear. ¡¿Complejos a esta altura?! —Bella, te mordí las tetas, te comí el coño. ¿Qué querrías ocultarme ahora? —supliqué con frustración. ¡¿Por qué esta mujer era tan complicada?! —¡No sé hacer gestos sexuales! —gimoteó—. Por favor, hagámoslo menos lamentable para los dos. No quieres ver mi rostro. ¿Estaba loca? —Espera, ¿te estás llamando a ti misma "fea"? —pregunté absorto.

Suspiró. —No, pero es que no… —Bella, no hay forma de que apague la luz. Quiero verte. ¿Bien? No hay trato. Siguió gimoteando incluso cuando terminé de colocarme el maldito condón. Hasta que nos miramos durante unos segundos. Le estaba preguntando mentalmente si realmente iba a protestar al respecto. Observé la hora. Tres de la mañana. Bufé. —Está bien, tú ganas. —Me levanté nuevamente de la cama para apagar la luz—. ¿Contenta? No respondió, pero pude ver que me asentía. No iba a gozar de una buena vista, pero al menos se la terminaría metiendo. Cuando me posicioné frente a sus piernas abiertas, recordé que no podría desquitarme por toda la frustración que sentía con ella. Era su primera vez y debía ser paciente. Me apoyé sobre su delicado cuerpo. —Seré honesto contigo. Eres la mujer más estrecha con la que he tratado, lo cual me lleva a pensar que nunca te has masturbado con un vibrador, ergo, tu cuerpo jamás ha recibido ese tipo de intrusión, ¿me equivoco? Bella negó lentamente. —Podría doler, pero recuerda que se irá. Es un simple momento, ¿bien? Asintió y me enredó con sus brazos al mismo tiempo que yo introducía la punta de mi miembro en ella. Arqueó su espalda y jadeó. Lentamente, continuaba entrando en ella hasta que exclamó cerrando los ojos, como si de dolor se tratase. Permanecí completamente quieto y pude verlo en sus ojos. Me acerqué y le planté un largo beso en la mejilla, para pedirle que se relajara por unos segundos. Aquél gesto logró su cometido y no despegó sus ojos de los míos. Durante esos segundos, no pude concentrarme en la gloriosa estrechez que estaba sintiendo. Quería dejar de ver angustia en sus ojos. Ella lucía pequeña. Débil. Desprotegida. Instantáneamente, decidí cambiar el ambiente. —Es mi culpa por tener una polla tan grande. Logré hacerla reír. Tenía una sonrisa muy tierna. Después de unos segundos, comencé a mover mis caderas con lentitud, tratando de imaginar que cada estocada haría que su cuerpo comenzara a relajarse.

El rostro sorprendido, confundido y excitado de Bella me trajo recuerdos de mi primera vez. Nunca nadie es delicado con un muchacho virgen porque no lo necesita. Pero una chica sí. Sobre todo una tan inocente e ingenua como ella. Tan pura, tan tímida, tan dulce. Normalmente me mostraba a la defensiva frente a las mujeres casuales porque nunca sabes si es que podrían estar juzgándote, siempre tratas de dar lo mejor para sorprenderlas. Pero a Bella no parecía interesarle qué tan bien o mal lo hacía. Era recíproco, tampoco me interesaba recibir algo especial de ella. Y me quedé en blanco; ¿cómo había llegado a esto? Tratando de encontrar una simple aventura en el club y terminando con una chica virgen en la cama, que compartía con mi verdadera novia. Y tampoco tenía apuro en echarla. ¿Era tal mi desesperación o quizás su personalidad agradable hacía que el encuentro valiese la pena? Cuando oí a Bella gemir mi nombre con placer, introduje el resto de mi miembro en su estrecha cavidad. Comencé a sentir cosquillas debajo de mi vientre. Necesitaba aguantar un poco más y no ser un imbécil al acabar antes que ella. Agarró mi cuello y me acercó a su rostro. —No te quedes con las ganas, E-Edward —jadeó sobre mi oído y volví a sentir otro escalofríos en mi espalda. Ella estaba pidiéndome, literalmente, que la follase como yo quisiera. Echó su cabeza hacia atrás, mordiéndose el labio y me reí. ¿Qué tan insegura podían ser las mujeres? No necesitaba encender la luz para darme cuenta que esta chica podía convertirse en una muy sexy. Asombrosamente, no necesité follarla duro para alcanzar mi orgasmo. Sus entrañas se encogieron por completo cuando no pudo aguantarlo más. Fue como una deliciosa tortura a la que deseaba ser sometido varias veces. Me separé lentamente de ella y me recosté, sin limpiarme. Tras suspirar varias veces, Bella sonrió satisfecha. Me sentí aliviado. El dolor ya habría desaparecido. —¿Tienes otro…? —Me preguntó seguramente por un condón. —Me quedan catorce en la gaveta —le comenté—. Pero si vuelvo a follarte, te dolerá en la mañana. Mejor descansa. —¿En serio no podemos hacerlo de nuevo? —Esto parecía ser nueva información para ella. Reí. —Pequeña golosa. ¿No tienes sueño? Dudó. —¿Puedo dormir aquí? —preguntó como si fuese una molestia. Me di cuenta tarde que la había invitado a dormir, sin siquiera pensarlo. Pero no habría problema en eso. Nadie vendría. —Claro.

Se arropó entre las sábanas, mirándome. —Edward. —¿Sí? —Gracias. Sonreí en la oscuridad y me acerqué un poco más a ella. No me molestaba dormir en una cama caliente después de todo. Observé las sábanas manchadas de rojo y me mordí la lengua. Puta madre, ¿en qué momento había olvidado la maldita toalla? Desperté antes que ella a la mañana siguiente y, después de bañarme, le propuse que hiciera lo mismo. Durante aquellos largos minutos, una pregunta invadió mi cabeza: ¿por qué Bella estaba tan desesperada por perder, a como dé lugar, su virginidad? Tuve la oportunidad de preguntárselo cuando ofrecí llevarla a casa. Al parecer, el dolor no se había ido de repente y no deseaba dejarla desamparada así como si nada. Además, no me dejaba pagarle el taxi. Cuando la pregunta fue planteada, su rostro dejó de lucir tan jovial como siempre y con una mueca nostálgica, me sonrió. —Si voy a hacerlo de ahora en adelante, quería que mi primera vez fuese en otras circunstancias. —Fue su respuesta, y no la comprendí. Cuando me estacioné frente a su departamento, se creó un silencio cómodo. —Gracias por traerme y… uhm, por lo de anoche —mencionó aquello último con una sonrisa fruncida. Chasqueé la lengua. —Ni lo menciones, Bells. A pesar de tener que ocultar las evidencias de aquél encuentro en el departamento, no había sido una mala noche. Encogió sus hombros. —Bueno, supongo que… ¿adiós? —Adiós, supongo. —También dudé. Me acerqué para ser un poco más caballero y besarle en la mejilla, pero confundió mis intenciones y besó mis labios. Me trajo los mismos recuerdos de anoche. Esa calidez era propia en ella y quería volver a saborearla. Pero para entonces, había bajado del auto. . —(…) y después de retirarnos del bar, la encontré a unas pocas calles acompañada de una amiga… no recuerdo su nombre… Ustedes saben, la pelirroja, con un tatuaje en la espalda… ¿Cómo era…?

—No conozco ninguna pelirroja con tatuaje en la espalda, pero me encantaría. —Me reí. —Emmett, dime, por favor, que no te acostaste con Rose. —Jasper puso una mueca asqueada. —Un caballero no tiene memoria —bromeó con una sonrisa lasciva. Mi hermano seguía protestando, pero probablemente ya habían tenido más de un encuentro a ocultas. —En fin, cuando la vi intenté llamarte para avisarte que al fin habíamos encontrado una pelirroja para ti. Le resté importancia. —No hay problema. Para la próxima, seguro. —Es verdad, no respondiste ninguna llamada. ¿Te acostaste con Bella? —me preguntó Jasper. —¿Ese era su nombre? —Emmett dudó. —Sí, la compañera de casa de Alice. Nos lo dijo luego de contar ese chiste del hombre lagarto. —Ninguno de sus chistes fueron graciosos, Jazz. —El Oso hizo una mueca. —Sí, pero la forma en que los contaba… era gracioso. Y tiene una bonita voz. —¿No se supone que estás saliendo con su amiga? —pregunté sospechando. —No, es amiga de Bella. Pero se llevan bien. No estoy sugiriendo nada. Solamente me pareció una chica bonita. —Encogió sus hombros. —En fin, ¿Bella? Esa chica no habló ni una sola palabra en toda la noche. ¿Eddie la hizo gritar? —se mofó Emmett. Habría respondido con algún tipo de chiste, pero no quería burlarme de ella. Ni dar tanta información de lo que había pasado. No era necesario. —Ella fue agradable. —Fue mi única respuesta. . Me desperté enseguida cuando el auto se detuvo de forma abrupta. —Serían doce dólares, amigo. —Nos avisó el taxista. Edward le entregó un billete y este protestó, asegurando no tener cambio. —¿Es una broma? Son ocho dólares. —Edward frunció el ceño. —Lo siento, tienes que abonar lo justo. —No, usted tiene que contar con suficiente cambio —protestó. Empezaron a discutir hasta que Edward, bufando, dejó que el chofer guardara el cambio. No sin antes soltar varias blasfemias. —¿Quieres beber jugo de frutas? Podemos comprar en la tienda —me ofreció luego de ver que había bostezado tres veces seguidas.

—¿Cuánto tiempo dormí? Tuve un sueño muy largo. —Treinta minutos. ¿De qué iba? —Tú me quitabas la virginidad. —Fruncí el ceño. —¿En serio? —Sonrió—. ¿Lo hacía bien? —No lograbas endurecerte. Imagínate —bromeé. —Bella, hasta en los sueños soy bueno follándote —bufó como si hablara en serio. Arrastré mis pies hacia la entrada del aeropuerto, cargando las valijas. Me sentía muy agotada.

CAPITULO 26 Arena en el bañador

BPOV

En el aeropuerto había un niño de rizos alborotados que no paraba de dar vueltas, extendiendo sus brazos mientras balbuceaba un montón de incoherencias.

En un momento, se detuvo. Sacó de su bolsillo una pelota brillante que hacía un ruido extraño y molesto cada vez que lo presionaba.

—¿Podrías por favor parar con eso? —Suspiré, perdiendo la poca paciencia que me quedaba.

Con una sonrisa traviesa en los labios, me sacó la lengua y continuó volando…

Edward regresó y se sentó a mi lado en el asiento.

—Son las seis de la mañana. ¿Qué clase de puto niño está tan alborotado a esta hora? —Me masajeé la sien.

Tal vez él tenía razón. Me estaba volviendo una completa y quejosa neoyorkina.

—Probablemente se levantó hace un par de horas —respondió él.

—Todos aquí tuvieron tiempo para dormir, bañarse y cepillarse los dientes, Edward. Somos los únicos idiotas que pasaron de largo su maldita noche de bodas.

—Te pregunté varias veces si necesitabas asearte —me recordó con serenidad.

—No pude. Necesitaba despedirme de mis padres, de Bear… y de Jella. —Le miré con malicia, ya que él había olvidado hacerlo.

Y por esa misma razón, mi aspecto era un completo desastre. Llevaba los restos de una enorme fiesta en el rostro y en mi fatigado cuerpo. Edward, en cambio, lucía un poco más pulcro. No paraba de masajearse aquellas enormes ojeras, producto de los agitados días que habíamos tenido.

Pero para mí lucía hermoso.

Me entregó una bolsa con hamburguesas.

—Ya no había tocineta. Pero te conseguí una de pollo con salsa de tomate y oliva.

Mi estómago estaba revuelto. Me encontraba en aquella etapa en la que dejas de sentirte famélica y empiezas a sentirte descompuesta.

—Mejor espero unos minutos más. —Hice una mueca después de darle un besito a modo de agradecimiento.

No tenía fuerzas para moverme demasiado. Me dolía la cabeza. No estaba acostumbrada a la vida fiestera. Él sí.

—Edward, ¿falta mucho? —Era la quinta vez que se lo preguntaba, por ende, traté de usar mi tono más mimoso para que no fastidiarle.

—Unos diez minutos. —Calculó luego de revisar su reloj—. Ponte los auriculares, yo te avisaré cuando salga nuestro vuelo.

Y así lo hice. Seguía sin decirme cuál era nuestro famoso destino. Podría tratarse de un vuelo de cinco horas. O diez. ¿Y qué tal uno de doce? Me habría sentido mucho más intrigada de no ser por la fatiga que llevaba encima.

No obstante, se me ocurrió preguntar:

—¿Vamos a Ibiza?

Me observó durante largos segundos con una especie de mueca sorprendida pero graciosa a la vez.

—¿Vamos a hablar de eso ahora? —me preguntó en voz baja, casi riéndose de lo estúpida que sonaba la idea.

No tenía fuerzas ni para argumentar.

—¿Sabes qué? Me da igual. No me interesa lo que hiciste allí, con quién… o quiénes. Eras joven, apuesto y un poco imbécil. Lo entiendo.

Soltó una risita baja, pero no hizo ningún comentario al respecto.

Tampoco deseaba arruinarme la sorpresa con los llamados de atención por parte de la aerolínea. Por eso, cuando fue nuestro turno, me enfoqué en la música del iPod que llevaba conmigo, direccioné la mirada hacia el suelo y aferré una de mis manos a la suya y la otra a mi equipaje. También trataba de tener cuidado con mi pie. Edward me había aconsejado que la mejor solución para esa uña sería una extracción. Si no sentía dolor al pisar, era porque los analgésicos estaban haciendo efecto. Y por supuesto, ninguno de nuestros allegados nos acompañó al aeropuerto para despedirnos porque la fiesta apenas había terminado hacia unos pocos minutos.

Me estaba preparando mentalmente para la tediosa clase turista, pero el bolsillo de Edward hizo su aparición en la escena.

—No es tan costosa… —murmuró cerca de mi oído, cuando efectivamente, ingresamos a la primera clase.

Los asientos eran cómodos y espaciosos. Edward se ubicó al lado de la ventanilla cuando mi cuerpo cayó irremediablemente en el asiento que daba al pasillo. Era tan cómodo que mis músculos se relajaron como si me hubiese metido en una tina llena de agua caliente.

Entonces, solté una grosería más fuerte de lo que habría deseado.

—Podría morir aquí —le dije, sintiéndome como una bebé a la que malcriaba.

—No, no te me mueras.

Me di cuenta enseguida que había extendido y abierto las piernas de forma grosera. La aeromoza observó aquella acción con curiosidad.

Me acomodé mejor.

—¿Qué debo esperar? —pregunté girando mi cabeza hacia él—. ¿Puedo echarme un sueñecito o me preparo para amanecer al día siguiente?

Y entonces, me lo confesó.

—El vuelo durará únicamente tres horas. Trata de dormir un poco.

¿Tres horas? ¿Nada más?

Mi mente estaba un poco colapsada como para ordenarle a mis neuronas que dedujesen nuestro destino. Pero era bastante obvio que no íbamos a irnos demasiado lejos de casa. ¿Aruba tal vez?

Le hice caso. Recosté mi cabeza en dirección a la suya. Tomé su mano derecha. Me gustaba dormir sintiendo el olor de su piel. Se la mordí cariñosamente y apoyé mi cabeza sobre ella.

Después de unos segundos, me dijo:

—Uhm… planeo usarla.

Para ese entonces, ya había encendido su Tablet.

Se la rechacé y gruñí.

Una de las azafatas me entregó una pequeña almohada y la apoyé contra el brazo de Edward para, finalmente, llevar a cabo lo que estaba esperando hacia horas.

.

Respiré hondo y abrí mis ojos con lentitud. Seguíamos en el avión.

Agité bruscamente la cabeza.

—¿Qué? ¿Qué hora es? ¿Ya llegamos? —Me apresuré en preguntarle a Edward.

—Solamente han pasado treinta minutos, Bella —me informó sin quitarse los auriculares—. Vuelve a dormir.

Tardé varios segundos en procesar sus palabras. Desperté sintiendo que habían pasado más de cinco horas, pero todo lucía exactamente igual: la gente, el cielo, las azafatas acercándose de tanto en tanto...

Le observé por un rato; lucía como un pasajero más, relajado, checando videos, ajeno a su alrededor.

Suspiré. Aproveché para recoger todo mi cabello en una coleta, palpar la almohada y regresar hacia donde me encontraba.

Pasaron varios minutos en los que sentía que iba y venía de mis sueños. No estaba cómoda, pero no era culpa del increíble y reconfortante asiento que me había tocado. Podía oír pequeñas risitas a nuestro lado. Se trataba de una pareja. Traté de ignorarlos, pero cuando los ruidos de besos se hicieron presentes, abrí los ojos.

Me entró curiosidad y decidí girar la cabeza hacia aquella dirección.

Jóvenes, como nosotros. Mujer pelirroja. Hombre con gafas tan enormes como su sonrisa. Lo único que los dividía en ese momento era el asiento, pero no paraban de acariciarse. Lucían tiernos.

Pero molestos.

Volví a darme la vuelta para intentar dormir con mayor concentración. Esta vez, no iba a perder mis valiosas horas de descanso.

…...

—Ugh, este sostén me está matando.

—¿Por qué?

—Las tiras me están dejando marcas. Debería cambiarlo por otro…

—Te lo quito en el baño, si quieres.

Abrí los ojos y gruñí.

—Edward, Edward… —le llamé varias veces, pero seguía concentrado en sus videos.

Golpeé su hombro.

—¡Edward!

Se quitó un auricular con paciencia.

—¿Qué?

—No puedo dormir.

—¿Cómo que no? —preguntó como si eso fuese absurdo.

—La pareja de al lado me está molestando.

—¿Te molestan?

—Sí.

—¿Qué están haciendo?

—Están hablando sucio.

Puso ojos en blanco y volvió a colocarse el auricular.

—¡Eh! No terminé. —Esta vez, le pellizqué el hombro.

Suspiró.

—Deja que disfruten su viaje y trata de dormir un poco, Abuelita Bellita.

Odiaba cuando me llamaba así.

Intenté una última vez, pero ya no era lo mismo. En vez de conciliar el sueño, trataba de ignorarlos. Seguían murmurándose cosas sucias y de vez en cuando cosas tiernas, hasta que ella soltó una risotada y mi cuerpo pegó un pequeño salto.

Se dieron cuenta.

—O-Oh, lo siento mucho. ¿Te despertamos? —La muchacha se disculpó. Parecía sentirlo de veras.

—No, está bien. —Alcancé a decir, tratando de esbozar una sonrisa falsa.

Me observaron durante algunos segundos.

—¿Estás bien? —Insistió, preguntándose si me sucedía algo—. Luces un poco gastada… ¿has comido algo?

¿Gastada?

—No, en serio, estoy bien —respondí rápidamente, acomodándome en el asiento—. Es que tuvimos una noche pesada…

Aproveché la oportunidad para presumir.

—Fue nuestra boda.

Se mostraron sorprendidos, porque normalmente la gente espera un día para recomponerse y viajar. Pero no creo que ese haya sido el verdadero motivo.

—¡Qué cosa más linda! —Nos felicitó y por un momento creí que se refería al muchacho sentado a mi lado —. Entonces, ¿luna de miel? ¡Qué gran coincidencia! Nosotros festejamos nuestro primer aniversario como matrimonio —contó mientras abrazaba posesivamente a su feliz esposo.

Fue una cosa tan extraña y depresiva el ver que brillaban auténticamente como una pareja recién casada, mientras que nosotros, totalmente opuestos, lucíamos como si fuésemos dos primos sentados en un avión a punto de visitar a una tía molesta.

Aproveché para buscar un pequeño espejo en mi bolso y observar mi rostro.

Lucía como un mapache recién golpeado.

—¿Por qué no me dijiste que espantaría a los demás pasajeros con mi aspecto? —me quejé ahora que había terminado de ver aquél video.

Bufé y cerré el espejito.

—¿Sabes qué? Estoy tan cansada que no me importa nada. Simplemente quiero llegar al hotel y dormir como un bebé.

Sonrió y enredó mi cuello con su brazo.

—Eres un bebé. —Me besó en la mejilla—. Hey, estaba pesando en Ibiza. No te mostré nada de eso.

—¿Tienes fotos? —Me picó la curiosidad.

—Me refiero a mi personalidad. Es verdad, era un imbécil y no me importaba el futuro.

—Pero aun así sacabas increíbles notas en la Universidad. La coherencia, Edward.

—¿Y sabes una cosa? Creo que sigo siendo ese imbécil.

—Oh, no… no pienses eso —dije con ternura, acariciando su mano—. Sabes que cuando digo eso estoy bromeando parcialmente. Ya eres un hombre completamente maduro.

—No obstante, muy en el fondo aún tengo ese espíritu loco y salvaje. Por ejemplo, las fiestas están bien. Me gusta embriagarme y perder la cordura. Pero sé que ya no tengo veinte años. Somos adultos y tenemos responsabilidades. El trabajo, las cuentas… Hay muchas cosas de las que hacerse cargo y siento que he reprimido esa parte. Lo cual está bien porque no puedo salir a parrandear todos los fines de semana. Y ya no me interesa conquistar a otras chicas.

—Me alegra oír eso. Sobre todo la última parte.

—Entonces, he estado pensando lo siguiente… estaremos aquí, solos, en un paraíso tropical, alejados de todo tipo de responsabilidades. Se supone que celebraremos nuestros primeros días como un matrimonio, pero… ¿no crees que sería más divertido celebrar nuestros últimos días como universitarios irresponsables? —Me miró con malicia.

—Creo que entiendo tu punto. Deseas que en vez de afrontar nuestros primeros días de matrimonio como una pareja adulta con responsabilidades, seamos completamente lo opuesto, ¿cierto?

—Claro.

—Pregunta.

—Dime.

—¿Por qué de repente quieres sacar tu lado salvaje?

Me miró durante unos segundos antes de comprarme con su respuesta:

—Quiero hacer contigo lo que solía hacer cuando era salvaje.

Uh, Dios.

—¿Te refieres a todo lo que alguna vez hiciste con tus ex parejas y que todavía no has hecho conmigo para que de esa forma me convierta en la mejor mujer con la que has estado? —Me apresuré en enredar mis brazos entorno a su cuello.

—Excepto tríos.

—Excepto tríos —le advertí y suspiré—. Me agrada la idea. Aunque yo no era salvaje cuando estaba en la universidad —le conté con tristeza—. Además, era aburrida y virgen. Me habría espantado la idea de hacer ese tipo de cosas.

—Cómo cambian los tiempos, ¿eh? —bromeó.

—Me estás llamando puta. Ya lo sé. Pero no importa.

Por supuesto que no me importaba. La idea de ver en primera mano al legendario "Edward versión Universitario" me emocionaba en demasía. Más que nada, la idea de experimentar todo lo que había vivido y convertirme oficialmente en su mujer me enloquecía. Ya no tendría por qué envidiarle a ninguna de sus amantes anteriores.

—Okay, ¿cuánto falta para que lleguemos?

Revisó nuevamente su reloj.

—Dos horas.

—No jodas, ¿en serio? —Hice un mohín—. Ugh, ¿por qué tanto?

—Intenta dormir un poco más —me sugirió.

—¿Puedo comer la hamburguesa? —pedí.

Me pasó la bolsa que había guardado en su pequeño bolso. Con paciencia, desenvolví el papel que cubría la hamburguesa de pollo.

Una azafata se dio cuenta de ese detalle y se acercó para preguntarme si deseaba algo del carrito de comida. El mismo albergaba un plato de fresas y arándanos, pan de almendras y un recipiente con queso cottage. La pareja del aniversario había pedido todo eso acompañado por un buen café. Observé mi hamburguesa y me sentí una indigente.

Edward notó el detalle y me ofreció aquella alternativa.

—¡No! Mierda, pedí por una hamburguesa toda la noche —respondí mientras me limpiaba la salsa de oliva que había empezado a derramarse en mis dedos—. No necesito un maldito y elegante desayuno.

—Estás insultando más de lo frecuente —acotó.

—Claro que no. Eres tú el que está sensible.

—Ahora te pusiste a la defensiva.

—No, no lo hice —mascullé.

—Y me estás contestando mal. —Se rió.

—Y tú me estás provocando. Sería capaz de golpearte en la cara.

—¿Por qué tan agresiva?

—Porque me duele el pie, la espalda, la cabeza, el cabello, las pestañas, la cera en mis oídos. Quiero bajar de este avión de una vez por todas para tirarme en una cama. Muero de sueño, de hambre… Tengo unas ganas tremendas de bañarme y… ay, Dios, ¿por qué mi vida es tan complicada?

Se echó a reír con ganas.

—¡Pobrecita! ¿Quieres un abrazo?

—Quiero unas patatas fritas, en realidad. —Fruncí el ceño.

—Insisto en que deberías tratar de dormir un poco más.

—Primero tendría que pedirle a la pareja de al lado que se vayan a follar de una vez por todas al baño. Dios, ¿es un tipo de juego previo hablar durante horas acerca de qué podrían hacer?

Edward cambió su expresión repentinamente.

—Bella.

—No, espera, no terminé de contarte. Me preguntó si estaba bien porque…

—Bella.

—¿Qué?

—Te está sangrando la nariz.

.

Luego de pasar diez minutos formando fila en Migraciones, nos atendió un hombre de piel morena y sonrisa contagiosa.

—¡Bienvenidos a México! ¿Tuvieron un vuelo pesado?

Me preguntó directamente a mí al notar los algodones insertados en mis fosas nasales.

—No. Mi esposa es un poco ansiosa —respondió Edward mientras me acercaba hacia su cuerpo con ternura.

El tipo sintió pena por mí, pero una buena, como si le inspirara ternura. Me sonrojé al darme cuenta que esa había sido la primera vez que Edward me presentaba como su "esposa".

—Estoy bien. Es que es mi primera vez fuera del país y estoy algo cansada. —No sabía por qué, pero sentí la necesidad de compartir aquella información con el amable señor.

—¿De veras? Usted no se preocupe. En pocos segundos podrá descansar en una de nuestras hermosas playas —aseguró con confianza.

—Me contaron que son preciosas —agregó Edward con optimismo.

—Usted me cae bien —le dije con sinceridad, un poco ida por el cansancio—. La gente de Migraciones no es tan amable en nuestro país.

El tipo lo tomó como el elogio que era.

—En Cancún encontrará buena gente, se lo garantizo.

Luego de promocionar diez veces más su nación y controlar los papeles de la "adorable pareja yankee", fuimos a buscar nuestras maletas. Allí tardamos diez minutos demás ya que una niña había confundido su maleta con la mía.

—¿Podemos ir ya al hotel? —pregunté esperanzada. Mis piernas pesaban.

—Aduana, Bella —me recordó con paciencia.

¡Caramba!

Tenía que admitir lo increíblemente ingenua que era mi perspectiva sobre un viaje al exterior. Todavía me sentía como si estuviese pisando suelo norteamericano.

Tras corroborar nuestras maletas a través de rayos X, pregunté:

—¿Algo más?

Sonrió con diversión y negó.

—Ahora, tomemos un taxi y vayamos de una vez hacia el hotel.

Le seguí el paso hasta llegar a la entrada de la terminal tres del Aeropuerto Internacional de Cancún, donde aterrizaban la mayoría de los viajes internacionales.

—Estoy pensando en alquilar un auto, ¿qué opinas? —me preguntó con casualidad una vez que estuvimos fuera del aeropuerto.

Mi atención se desvió inmediatamente hacia el clima. De repente, soplaba un delicioso y fresco viento en una mañana completamente despejada de nubes. Tardé varios segundos en acostumbrarme a la sensación veraniega después de tantos meses de lluvias heladas en Nueva York.

Edward se percató de mi distracción. Había muchas palmeras alrededor.

—¿Te gusta? —me preguntó acercándose a mí.

No podía ocultar la enorme y asombrada sonrisa que se había formado en mi rostro.

—Aquí no hace frío —remarqué, sintiéndome culpable por haberlo alejado de su clima predilecto.

Encogió los hombros.

—¿No lo vas a extrañar?

—Por supuesto que no, Bella. Es un paraíso tropical. Además, será una gran experiencia.

—Sé honesto.

—Estarás usando tangas todo el día. Lo disfrutaré.

Tomamos rápidamente el primer taxi que se nos acercó. Edward se limitó a pronunciar el nombre del hotel en el que nos hospedaríamos. El hombre parecía ser alguien humilde, probablemente no manejaba de forma fluida el inglés.

Una canción caribeña muy romántica sonaba en la radio. Con un poco de estudio, podría llegar a entender el español que empleaban.

—¿Sabes qué? Estoy emocionado —contó mi marido con satisfacción.

—¿Por lo de las tangas? —pregunté en una voz baja y tímida.

—Porque conseguimos una de las mejores habitaciones en el mejor hotel de la ciudad que incluye un balcón y una piscina propia, aunque también hay varias dentro del hotel; una hermosa playa justo frente a nosotros, alcohol gratis las veinticuatro horas y servicio a la habitación de excelente calidad. Ah… y también por lo de las tangas, claro.

Me reí.

—Suena como si hubieses gastado los ahorros de tu vida.

—Esta es mi contribución. Esme y tú no podían creer que había completado mis gastos en la luna de miel, pero en cuanto veas lo que nos espera, comprenderás que valió la pena.

—Me gusta eso de tener piscinas en todas partes. ¿Pero es necesario tanto alcohol gratis?

—Sí, Bella. Eso es lo que los universitarios hacen. —Me acarició el mentón con una mirada maliciosa en los ojos—. Se embriagan durante el resto de las vacaciones.

—Tendrás que enseñarme, hombre. No estoy acostumbrada a estar ebria en las mañanas.

—Te enseñaré muchas otras cosas —susurró lascivamente—. La habitación es a prueba de sonido, como a ti te gusta.

Se estaba mofando de mis gritos e insultos durante el sexo. Pero dijo aquello en un tono demasiado alto para mi gusto. Oculté mi rostro, completamente avergonzada.

—Edward, el taxista… —le recordé en voz baja.

—¿Qué? Lo más probable es que no nos entiende.

—Sí, lo hago —pronunció el hombre con un inglés muy forzado.

Edward se tragó sus propias palabras y yo quise golpearlo.

En pocos minutos habíamos llegado al centro de la ciudad. Por un instante, pensé que iba a encontrar un paisaje similar al de Florida, pero todo lucía mucho más… reluciente. Las palmeras y el cielo completamente despejado. Podía literalmente, sentir a través la humedad, que ya no nos encontrábamos en los Estados Unidos.

Y fue genial.

Los grandes hoteles se hicieron notar en pocos minutos. Le había mencionado a Edward varias veces que no importaba la calidad o el servicio que ofrecían, ya que no planeaba pasar ni un solo día fuera de la playa. Tal vez una buena cama para… darle un uso apropiado; pero ya me había advertido lo lujoso que sería.

Y es que estaba preparada para protestar al respecto… hasta que el taxi se detuvo frente a un hotel con la estructura en forma de pirámide, conformado por cinco enormes edificios. Bajo una cúpula de cristal, el vestíbulo del hotel se identificaba por una considerable cantidad de plantas colgantes y jardines exóticos, dándole una tremenda sensación tropical. Pegué un salto y me aferré a los brazos de Edward cuando un grupo de mariachis aparecieron para cantar una serenata. Nos estaban dando la bienvenida.

La gente aquí lucía agradable, aunque un poco ruidosa. Sabía que debía esperar algo así al encontrarnos frente a una cultura completamente diferente; una más refrescante y liberal en todo sentido. Ellos no tenían problemas en pasearse enfundados en trajes de baño hasta en los ascensores.

Me distraje con la enorme fuente en el centro del vestíbulo y las palmeras que parecían no terminar nunca, hasta que oí a Edward argumentar con la recepcionista.

—¿Podría revisar otra vez?

Nuestro primer problema en México se hizo presente cuando ella revisó el registro en su computadora y negó con un poco de vergüenza:

—No, lo siento. Su nombre no se encuentra dentro de las reservaciones, señor.

Palidecimos.

—¿De qué está hablando? —Me hice presente en aquella conversación—. ¿Cómo que no se encuentra?

—Hice la reservación el doce de noviembre a nombre de Masen Cullen, para dos personas. ¿Puede volver a checar? Por favor. —Edward siempre trataba con paciencia a las personas de servicio, pero sabía que en esta ocasión le estaba costando bastante.

La mujer volvió a hacerlo, pero esta vez no se lo negó rotundamente, sino que fue amable.

—Ese nombre no aparece dentro del servicio cinco estrellas, señor.

Edward frunció los labios y suspiró.

—Está bien, haremos una reserva ahora mismo.

Y entonces, otra mala noticia:

—Lo siento mucho, señor. No tenemos una suite disponible en estos momentos.

Edward quedó mudo durante unos segundos y luego, no pudo contenerse.

—¿Es una broma, verdad? —Se echó a reír, incrédulo.

Ay, Dios.

—Amor… —Masajeé rápidamente su espalda. Él estaba sumamente tenso.

—No, no. Tiene que haber un error. Hice una reservación con un mes de antelación. Pedimos específicamente una suite.

Edward hablaba en plural aunque yo no había hecho nada. Aquella mujer no sabía qué responder.

—¿Podría disculparnos un segundo?

Nos alejamos un par de metros.

—No te pongas a discutir con ella, amor.

—¿Estás loca? Ignoraron por completo mi solicitud. ¡Claro que voy a discutir!

—Podemos pedir otra habitación. No tiene por qué ser una suite —agregué con dulzura.

Sabía que iba a decir eso y se molestó.

—Ni lo sueñes. Este es el motivo por el que no pude contribuir en la boda. Este es mi territorio —se refirió a nuestra luna de miel—. No viajamos a otro país para conformarnos con una habitación barata.

—Ni siquiera pasaremos todo el día en la habitación, Edward...

Arqueó una ceja y me di cuenta que aquello era una completa mentira.

—¿Y qué vas a hacer? No hay una habitación disponible. Vamos a otro lugar. Ni que fuese el mejor hotel de Can…

Ladeó una sonrisa altanera.

—Ay, ¿lo es? —pregunté en voz baja. Debía serlo. Jamás había visto tantas plantas en un lobby—. Pues, no importa. Buscaremos otro igual de bueno.

Me miró durante largos segundos. Creí que iba a ceder, hasta que…

Sus manos acariciaron mis hombros y se acercó a mi rostro con una expresión suave.

—Perdón por lo que voy a hacer —me avisó, apoyando su frente contra la mía.

Acto seguido, volvió a la recepción. Esta vez, más relajado.

—¿Podría hablar con el gerente, si no es mucha molestia?

—Por supuesto, señor.

En pocos minutos, un hombre de tez oscura y traje azul marino apareció, deslumbrándonos con su sonrisa de aspecto superficial.

—Bienvenido al hotel Grand Oasis Cancún, señor. ¿En qué puedo ayudarle?

Edward le explicó brevemente la situación. Esta vez… sonaba decepcionado.

—No sé qué hacer con esta situación. Mi esposa cree que sería una mejor opción hospedarnos en otro hotel, pero realmente fantaseábamos con la idea de pasar nuestra luna de miel aquí. Mi primo nos lo recomendó.

—Oh, ¿de veras? ¿Cómo se llama? —preguntó el gerente con una genuina curiosidad.

—Riley Albert Masen Cullen.

Oh, Edward…

El gerente se mostró asombrado, como si reconociera aquél nombre.

—¿Usted es sobrino de Eleonor y…?

¡Edward!

El gerente se excusó durante unos minutos para hablar con la recepcionista y un hombre. Miré a mi esposo con completa decepción mientras él ocultaba una sonrisa.

—Qué sucio eres.

—¿Por qué lo dices, amor? —Me pellizcó una de mis tetas.

Me ruboricé.

—¡Edward! —Me aparté rápidamente, mirando hacia nuestro alrededor—. ¡H-Hay gente aquí!

Pero no hubo necesidad de responder o agregar algo más. Nadie nos había visto. Y de ser así, no les habría importado.

—En nombre del hotel, nuestras más sinceras disculpas por este inconveniente, señor Cullen. Tenemos una suite disponible… en dos días. Hasta entonces, ¿le gustaría quedarse en una de nuestras habitaciones regulares?

Edward iba a protestar, pero tuve que interponerme para que entrara en razón. Mejor oferta no habría. Y todo gracias a la influencia de su apellido.

—¿Quién iba a pensar que tu presumido primo Riley nos iba a ser de gran ayuda? —Reí mientras el chico del lobby nos acercaba a nuestra nueva habitación. No tenía necesidad de hacerlo, porque no contábamos con un servicio VIP, pero obligué a Edward a darle una propina a pesar de lo ocurrido. Él no tenía la culpa.

La habitación regular no estaba para nada mal. Redecorada con un estilo mexicano minimalista, contaba con un balcón, aire acondicionado, un baño con ducha y bañera, una cama king size, un mini-bar, un gran ropero y una pequeña mesita de café con dos sillas a juego para sentarse y observar el hermoso paisaje.

—¡Siiiiii!

Me arrojé rápidamente sobre la cama. ¡Qué grande era!

—Sí, tendré que agradecérselo o el karma me jugará una buena —comentó mientras arrastraba nuestras maletas hacia un costado—. Pero créeme, por más que esto parezca bueno, no tiene comparación con la verdadera suite. Contaríamos con una piscina propia, ¿sabes?

Estaba más entretenida olfateando las almohadas que escuchando sus palabras. ¡Qué suaves eran!

—Deja de estresarte. Conseguiremos la suite en dos días. ¿Podemos disfrutar de estas hermosas sábanas? —Las acaricié.

Él no parecía totalmente convencido. Tal vez porque se había ilusionado demasiado con aquellas suites que había visto en la página de internet. Edward solía enfurruñarse cuando las cosas no salían como planeado.

Después de unos segundos, se dio por vencido y suspiró, masajeando sus sienes.

—Tienes razón. Enfoquémonos en otra cosa. Podemos ir a la playa si quieres, ¿qué te parece? —sugirió mientras se desprendía la camisa para poder cambiarse la ropa.

Habría respondido mejor que con la cama, pero mi atención se desvió hacia su abdomen.

—¡Oiga! —Solté bruscamente.

Se paró en seco.

Me acerqué a él, gateando sobre la cama. Mis manos acariciaron aquella zona.

—Edward, estás más… ¿tonificado? —Encontré aquello curioso. Podía sentirlo más duro que de costumbre.

Soltó una risita silenciosa.

—También fui al gimnasio.

Lo sabía. Pero no creía que los resultados resultaran tan evidentes. Tal vez se debía a que reconocía su anatomía a la perfección y cualquier cambio en él era fácil de detectar.

Acaricié la zona bajo su ombligo y presioné un poco para percibir si allí también estaba duro.

Edward soltó un pequeño jadeo. Su miembro empezó a endurecerse.

Finalmente lo tenía para mí sola. Sin dietas ni compromisos. Nada de nada.

No dijimos ni una sola palabra, simplemente intercambiamos miradas por largos segundos. Me mordí el labio inferior juguetonamente y comencé a bajarle los pantalones y el bóxer, tanteando aquél territorio.

Por un segundo, creyó que iba a chupársela. Empinó sus caderas hacia mí pero yo me alejé, fingiendo ser traviesa. Ambos nos reímos quedamente. Mis manos acariciaban los huesos de su cintura.

Volvió a inclinarse, pero me alejé nuevamente. Quería seguir con la provocación.

—¿Quién te crees que eres? —bromeó y aprovechó la oportunidad para agarrarme posesivamente los senos. A diferencia de él, me arqueaba para indicarle que podía tocarme si gustaba.

—Uy, las chicas nunca rechazan el falo de Edward Cullen, ¿eh?

Soltó una carcajada.

—¿"Falo"? ¿Qué eres? ¿Una escritora pornográfica? —Insistió con sus caderas, pero logré engañarlo una vez más mientras abría sugestivamente mi boca.

Acto seguido, friccioné varias veces mi rostro con su miembro. Como respuesta, me empujó contra la cama.

Creí que me obligaría a mamársela, pero en vez de eso, me quitó de un tirón los pantalones y las bragas. Dirigió su rostro hacia mi zona íntima.

Me preparé para sentir su lengua, sin embargo, fueron sus dientes los que marcaron presencia cuando mordieron mi clítoris. Chillé fuerte y golpeé su espalda.

Ambos nos observamos. Esto no iba a ser suave.

Con frenesí, me quité la camiseta y levanté mi sostén para que mis pechos destacaran. Arqueé mi espalda, mordiéndome los labios.

—Bien. ¿Qué hacemos? —pregunté con la respiración agitada, repentinamente animada para hacer cualquier cosa.

Piensa, Edward. Piensa en algo muy sucio.

Sin dudar, me abrió las piernas y dirigió su polla hacia mis labios vaginales. Me preparé para ser penetrada, pero no lo hizo. Sino que empezó a frotarse contra mí con lentitud.

—¿Qué haces? —pregunté con curiosidad.

Empezó a trazar círculos en mi clítoris con la punta de su miembro.

Enloquecí.

—Oh, sí, sí, sí, vamos. —Me apoyé en mis brazos, elevando mis pechos y mis caderas, mostrándole lo entregada estaba.

Seguía pellizcándolo con precisión. Mi cuerpo comenzó a experimentar hormigueos constantes.

Utilizó su mano derecha para aferrase el miembro y acariciar cada centímetro de mi intimidad. Eran los mismos movimientos que su lengua habría empleado si se tratara de sexo oral. De derecha a izquierda, de arriba abajo. Nunca al centro.

Me mojé con rapidez. Su polla ya se encontraba lubricada por la travesura. Creí que seguidamente me penetraría, pero siguió entreteniéndose, jugando.

—M-Maldita sea, Edward…

A continuación, con la punta de su miembro empezó a darle pequeños golpes a mi clítoris. Gemí como si estuviese recibiendo estocadas. ¡Puta madre!

Edward dijo algo que normalmente no diría:

—Voy a lograr que acabes sin una sola penetrada, Bella Swan.

Esto de imponer retos era nuevo. Me pareció de lo más creído.

—¿Q-Qué te hace pensar que no acabarás antes? P-Puedes olerme, ¿no?

No estaba interesado en una lucha de egos. Seguía enfocado en cumplir su promesa.

—Ah, mira cómo te mojas… —murmuró para sí mismo, como si aquello fuese un obstáculo para su propósito.

Me ruboricé. No iba a bromear conmigo. Eso me hizo sentir dominada.

Mi lado sumiso salió a flote cuando me di cuenta que las caricias eran demasiado punzantes. Demasiado acertadas. Sin poder evitarlo, mis caderas comenzaron a agitarse al ritmo de sus movimientos, como si estuviésemos follando.

Solté un suave gemido a modo de derrota, pidiéndole que se acercara para poder abrazarlo. Lo hizo y aprovechó para lamerme los pezones.

Lo iba a hacer. Iba a acabar sin una sola penetrada.

—Voy a acabar. Anda, m-mastúrbate —murmuré cerca de su oído, a modo de súplica.

Relamió sus labios y comenzó a hacerlo. Agitó su miembro con prisa, perdiéndose conmigo en gemidos.

Durante diez segundos, nuestros movimientos se hicieron frenéticos.

—¡Ugh! ¡Edward! —exclamé echando la cabeza hacia atrás, acabando.

Oí que gruñía cerca de mi cuello. Me di cuenta que también había acabado cuando la punta de su miembro presionó con insistencia mi clítoris y aquél líquido caliente se desperdigó sobre él en gran cantidad.

Dirigí rápidamente mi mirada hacia aquel lugar. El semen de Edward cubría por completo mi vagina.

Él me miraba con picardía, con una expresión que decía "te dije que podía hacerlo, niña".

Acerqué su rostro con mis manos para avanzar directo hacia su lengua y mordérsela. Me agarró el cuello con la misma precisión. Quería besarle durante al menos tres horas, sin parar. Pero tuve que detenerme. Le di la espalda y me puse en cuatro, despeinando a propósito mi cabello.

—Hazlo así. No limpies nada —pedí con urgencia.

—¿Qué te hace pensar que iba a hacerlo? —En mitad de la oración, jadeó. Justo cuando introdujo su miembro con firmeza.

—¡Oh, oh! —Saboreé la sensación con deleite. Era la primera vez que lo hacíamos en varias semanas. Solté un fuerte jadeo, casi como un profundo suspiro de alivio.

Escuché a Edward jadear y lo sentí acariciar mi trasero con posesión.

Entré en desesperación. Tomé una de las almohadas y la abracé con firmeza, mientras levantaba aún mis caderas.

Me espoleó varias veces. Creí que eran estocadas, pero en realidad, quería acercarme un poco más hacia el cabecero. Apoyó uno de sus brazos contra la pared para impulsarse y penetrarme con firmeza.

Mi cuerpo tembló como nunca. Sabía que podía encontrarme estrecha nuevamente, pero no esperaba sentirme tan… delicada.

Siseé repetidas veces, como si estuviesen aplicándome alcohol en una herida.

Edward enredó las puntas de mi cabello en sus dedos para luego tirar de ellos con cada estocada que recibía.

Mi parte más primitiva estalló en euforia, pero la ansiedad hizo mella en mí. Yo también deseaba hacer algo.

Giré mi cabeza para poder verle la cara. En algunos momentos enfocaba su vista en mi trasero, y en otros me miraba al rostro, como si deseara demostrarme que estaba atento a cada parte de mi cuerpo.

Eso me gustó en exceso.

Llevé una de mis manos hacia mi clítoris y lo masajeé repetidas veces. Mis dedos se empaparon instantáneamente. En seguida, acaricié mis pezones para lubricarlos. Él soltó un gruñido y yo jadeé.

Hice una clásica, coqueta y jocosa pregunta varias veces: "¿Te gusta?". Mis senos saltaban en varias direcciones, exigiendo un poco de atención. El rostro de Edward se hundió en ellos, lamiendo y mordisqueando sin precaución.

—¡Agh! Edward, tranquilo… —farfullé con paciencia cuando uno de sus colmillos se clavó en mi pezón izquierdo.

A veces podía propasarse. No me molestaba. Me sucedía lo mismo cuando intentaba morderle la polla. Entonces alzó su cabeza y me brindó una sonrisa lasciva. Lo estaba haciendo a propósito.

—E-Estás completamente loco si piensas dejarme una marca a-antes de ir a la playa —protesté tratando de acomodarme mejor en la cama. Él no me dejaba. Insistía en una posición donde mis pechos estuvieran a su completa merced.

Me frustré tanto que utilicé toda la fuerza que había en mi cuerpo para imponerme; mis manos sujetaron su rostro y mordí con fuerza su mandíbula.

—¡Aghh! —jadeó con ganas, alejándose intuitivamente de mí.

Nos miramos durante algunos segundos, con asombro y un dejo de diversión.

Un pequeño momento de distracción. El primero en retomar la acción dominaría al otro. Me di cuenta de esto e intenté lanzarme sobre su cuerpo, pero él fue más rápido cuando se arrojó sobre mí.

Apoyó uno de sus brazos contra el respaldo de la cama. Lucía grueso y bien ejercitado como el resto de su cuerpo. Apenas podía distinguir algunos vellos en su pecho.

Enredé mis piernas alrededor de sus caderas mientras ubicaba su rostro a pocos centímetros del mío. Podía sentir sus jadeos cerca de mis labios.

—Córrete. —No fue una orden, sino una sugerencia.

Gruñí.

—Córrete tú.

—Bien. —Sonrió picarón—. ¿Dónde?

Reí.

—N-No te atrevas a acabar en mi cara, Edward. —No es como si aquella opción me molestara, pero esperaba que lo hiciera dentro de mí.

Seguía sonriéndome. No, no iba a hacerlo.

Iba a hablarle sucio, pero empezó a aumentar la precisión de sus embestidas y me vine accidentalmente.

Normalmente sabía cuándo mi orgasmo estaba a punto de llegar. Odiaba con el alma correrme de esa manera. Es decir, cuando un estúpido movimiento no planificado lograba que mi cuerpo se retorciera en mil direcciones. Por lo general, estos eran los buenos, los que me dejaban impresionada por la habilidad nata que tenía Edward para satisfacer a una mujer en la cama. No obstante, así como aparecía fugazmente, se marchaba en pocos segundos, dejándome con la sensación de no haber tenido ningún tipo de satisfacción prolongada.

Edward paró de prestarme atención por unos segundos al creer que había hecho un buen trabajo —no era como si no lo hubiese sido— y decidió abandonar mi cuerpo para acabar sobre mi vientre. Por un momento, creí que lo haría en mis tetas.

Debido a la inactividad sexual que habíamos experimentado en el último mes, la cantidad fue mayor de la esperada.

Despeiné mi cabello, exaltada, mientras él recuperaba la respiración.

Utilicé mis dedos para llevarme aquél líquido seminal a la boca. A veces lo hacía sin motivo alguno. Solamente porque sí. Pero cuando noté que había captado su atención, chupé mi dedo mayor con lascivia como si de su miembro se tratara.

Repetí la acción y le ofrecí mi dedo.

Alzó una ceja.

—Siempre me obligas a probar mi propio sabor —comenté.

Se echó a reír. Su sonrisa iluminó la habitación.

Acercó su boca a mi dedo. En vez de chuparlo, lo mordió. Podía sentir cómo su lengua serpenteaba mi dedo. Me hizo temblar.

Le empujé contra la cama para echarme sobre de él y besarle en los labios. Obviamente, mi pequeño cuerpo no era capaz de luchar contra el suyo, así que pareció ceder ante mi nuevo movimiento.

Rasguñé su pecho con las uñas de mis manos mientras él se mordía los labios y acariciaba mi silueta. Sentí la necesidad de cabalgarlo con ganas.

Tomé su miembro y empecé a masturbarlo con la intención de volver a endurecerlo.

La excitación me llevó a hablarle sucio:

—¿Te pongo duro, Edward? —Utilicé mi voz coqueta.

Asintió con una mirada lasciva, acariciando posesivamente mi trasero.

—¿Qué tanto?

—Mucho.

Creí que lo estaba acariciando, pero en realidad, deseaba introducir uno de sus dedos en mi ano.

Cuando me di cuenta de aquello, moví a propósito mis caderas para que no encontrara aquél punto fijo. Fingí una expresión sorprendida.

—¿Qué crees que haces? —Mi voz sonó tontamente femenina—. ¿Por qué quieres tocarme ahí?

Me sonrió divertido. Normalmente, yo no interpretaba personajes.

Continuó con su cometido. Yo seguía evadiéndole mientras acariciaba su polla.

—No, no me toques ahí… me da vergüenza. —Gemí con una expresión que decía lo contrario.

Se levantó como si hubiese hecho un perfecto abdominal, pero yo volví a empujarle contra la cama.

—No, acuéstate. Quiero hacerte mío.

—Estás atrasándote un poco, ¿no crees? —me retó, elevando sus caderas.

Tenía razón. Su miembro ya estaba más que listo.

Sonreí maliciosamente y le provoqué.

Coloqué su miembro en la entrada de mi trasero. Abrió los ojos con asombro.

—Quieres hacerlo… ¿no? ¿Lo quieres mucho? ¿Quieres follarme ahí, verdad? —Volví a usar una voz coqueta mientras friccionaba mi trasero contra la punta de su miembro.

Edward luchaba contra la tentación de hacerlo. Fácilmente podría empujar sus caderas y entrar en aquella parte de mi anatomía. Pero no sabía muy bien si hablaba en serio o bromeaba.

Me reí a carcajadas al presenciar su debate interior. Como respuesta, besé sus labios con profundo amor y finalmente me senté sobre su polla, con lentitud.

Ya que lo había tentado mucho, decidí darle el gusto y actuar un poco. Solté gemidos variados mientras cerraba los ojos y hacía un par de muecas sexuales. Quería demostrarle que cada vez que mi cuerpo recibía su miembro al completo, me producía escalofríos.

La clave con Edward era eso: lento y sensual. Eso le volvía completamente loco.

Después de hacer varios movimientos circulares con mis caderas, me apoyé encima de su cuerpo.

Jadeó con sorpresa.

—Unf… se siente tan bien… ¿verdad? —Gemí suavemente, mirándole con firmeza. Froté varias veces mi vientre empapado contra el suyo.

Por un segundo creí que había sido algo sucio. No obstante, Edward me deslumbró con una sonrisa, abandonando su personaje.

—Te amo, mi pequeña sucia. —Jadeó en mi cuello, luego de besarme en los labios. Tomó mis caderas con firmeza y continuó penetrándome—. Eres toda una puta, ¿sabes?

Normalmente me habría cohibido con aquellas palabras hasta hacerme una pequeña bolita, pero en esta ocasión me dieron la iniciativa para continuar con las estocadas. Literalmente, lo visualicé como un caballo al que debía montar una y otra vez. Con fuerza.

Cuando me sentí al borde, le dije:

—Q-Quiero acabar duro, hazme acabar. ¡Edward, acaba conmigo!

No lo hicimos al unísono, pero únicamente por una diferencia de segundos. Y gracias a Dios, esta vez había descargado toda mi frustración sexual en aquellos últimos y frenéticos movimientos.

Nos quedamos inmóviles varios segundos hasta que, rendida, me eché sobre su cuerpo para descansar.

Me acarició varias veces la espalda, con suavidad. Después de un rato, comenzó a besarme el hombro. Me produjo demasiada ternura.

Alcé mi cabeza cuando noté algo:

—¿Te diste cuenta que no nos quitamos los zapatos?

EPOV

—¿Llamaste a nuestros padres? —preguntó Bella desde el baño.

Acaricié por enésima vez la pequeña marca rosada en mi mandíbula.

Diablos, ella sí que sabía morder.

—Seguramente están durmiendo, Bells. Recuerda que tenemos una hora de diferencia.

No podía dejar de pensar en aquella marca y en lo salvaje que ella había sido unos minutos atrás. Por un momento, creí que me tomaría un día entero lograr que descansara y se recobrara de semejante fin de semana. Me tomó por sorpresa que jugara con su trasero y conmigo tan pronto. Tal vez no haría falta esperar un par de días para tomar la iniciativa; sin embargo, no deseaba darle la impresión de que uno de los motivos por los que me emocionaba este viaje era aquella fantasía. Por más cierto que fuera eso.

Salió del baño después de tomarse una corta ducha. Como todo en su equipaje era relativamente nuevo, no podía dejar de observar sus atuendos. En ese momento vestía unos pequeños pantalones azules con detalles floreados y una blusa suelta y fresca color blanco. Debajo de la misma, podía vislumbrar un sostén colorido. ¿O era un traje de baño? No estaba seguro.

—¿Qué hora es? —me preguntó mientras cepillaba su mojado cabello que parecía crecer más y más con el pasar de los días.

—Las nueve de la mañana. ¿Quieres bajar a desayunar? ¿Salir a algún lado?

Me miró con sorpresa.

—Creí que iríamos a la playa.

Hice un mohín.

—Planeaba llevarte a un sitio arqueológico en la península de Yucatán.

Se echó a reír y mordió sus labios a modo de súplica.

—Deja de bromear. Vamos a la playa. En serio.

Por un momento creí que diría agresivamente que planeaba ir conmigo o sin mí.

Encontré a Bella sorprendentemente más relajada y mimosa que de costumbre cuando nos marchamos hacia el lobby con la intención de dirigirnos hacia la playa. En el camino, nos encontramos con una de las tantas piscinas del hotel. En esta época del año, estaba llena de familias con niños.

Bella se dio cuenta de aquello.

—¿Sabes? Por un momento, creí que este lugar estaría lleno de universitarios. Pero todo luce muy tranquilo. Lo más probable es que no seamos la única pareja recién casada.

—En realidad, es un lugar ideal para las vacaciones de primavera. Me alegra que hayamos venido en esta época del año.

—¿Por qué?

La miré con incredulidad, hasta que recordé que ella nunca había ido de vacaciones durante la universidad… ¿o sí?

—¿Alguna vez te descontrolaste durante unas vacaciones de primavera?

—No… es decir, o estaba echada en el sillón leyendo durante todo el día o iba a visitar a Renée en Florida.

Sonreí al imaginarla recostada en un sillón, concentrada al completo en una nueva historia. Tan hermosa e inocente.

—Oh, por Dios… ¿puedes oler eso? —preguntó cerrando los ojos a la vez que sonreía.

Observé nuestro alrededor. Había un puesto de comida a varios metros. ¿Tan buen olfato tenía?

—El mar, Edward. —Me golpeó el hombro—. La arena. El veraniego aroma. ¿No te gusta, verdad?

Me era indiferente. Solía gustarme cuando aprovechaba la oportunidad para mirar a mujeres en pequeños trajes de baño. Pero ahora me interesaba únicamente lo que Bella estaba vistiendo debajo de esa ropa.

—Me gusta todo lo que a ti te haga feliz. —Fui honesto.

Con ánimos, se paró en las puntas de sus pies para besarme. La tomé por la cintura con firmeza. El viento hacía que su cabello golpeara mi rostro.

Me gustaba demasiado.

Bella se puso muy feliz cuando nuestros pies tocaron por primera vez la arena blanquecina. Corrió en dirección a las orillas del mar, ansiosa por sentir a la cristalina agua golpeando sus tobillos. Comprendía su emoción. Las playas de Florida no podían compararse a las de Cancún.

Pude notar también que el motivo por el que se encontraba más relajada era el sexo. En realidad, era la razón por la que ambos nos encontrábamos de mejor humor. La frustración podía dejarla malhumorada y gruñona. Al igual que a mí.

Dejé nuestras cosas sobre una de las sillas playeras que se encontraban debajo de una palmera.

Bella regresó después de varios minutos, cuando decidí sentarme y tomar mi teléfono para avisar a nuestra familia que habíamos llegado bien.

—Nena, no comiste nada saludable en horas. ¿Segura que no necesitas descansar? —le pregunté mientras me quitaba la camiseta. Me rugía el estómago.

Una sonrisa torcida se formó en su rostro y se acercó para abrazarme. La sujeté intuitivamente, sorprendido.

Murmuró repetidas veces "eres mío" mientras acariciaba mi pecho con la punta de su nariz, dándole besos esquimales.

Sujeté su rostro con la intención de besar sus labios y chupar su lengua. No podía controlarme. Me era imposible pasar más de unos minutos sin besarla. Y jamás quedaba satisfecho.

—¿Lo has notado? —me preguntó mientras se quitaba la blusa.

—¿Qué cosa?

—Soy la única persona en esta playa que luce tan blanca como la leche.

La parte de arriba de su bikini era de color verde flúor. Aquello captó mi atención por completo.

—A mí me gusta que seas blanca —le respondí, observando su escote disimuladamente—. Siempre sentí atracción hacia las chicas pálidas.

—Siempre sentiste atracción por las chicas rubias. —Me miró con malicia.

—Estoy hablando en serio. Siempre sentí debilidad por las castañas de piel blanca.

—¿Estuviste con una afroamericana?

Sí.

—¿Por qué hablamos de esto? —Le sonreí mientras aprovechaba para abrazarla. Sus brazos eran suaves—. ¿No puedo elogiar a mi esposa?

Esa palabra sonaba muy bien.

Me respondió con una mordida en la mandíbula. ¿Qué clase de obsesión tenía por ella?

A la hora de quitarse los pantalones, dudó.

—Uhm, aquí es algo distinto a Florida. A las personas no parece importarles cómo lucen en trajes de baño.

Ninguno podía compararse con la belleza natural de Bella.

Dicho esto, decidió quitárselos.

Bella jamás paseaba por la playa sin pantalones encima.

Me conocía lo suficiente como para saber que la sensación egoísta de querer privar al resto de lo que suponía era mío se vería completamente opacada por la excitación que experimenté al ver su respingón trasero bajo una pequeña tela blanca.

—¿Te gusta? —Hizo posturitas.

Me pregunté cómo se verían esas piernas rodeándome la cintura en la arena.

—No. Eres fea —dije convencido.

Bella no tomó aquello de buen humor. Se puso triste, luciendo pequeños pucheros.

Entre risas, la senté sobre mis muslos para abrazarla.

—Pobrecita, Bellita. Eres lo más lindo que he visto en toda mi vida. —Acaricié su espalda. Se sentía como terciopelo—. Tienes la piel muy suave.

Enredó sus brazos alrededor mi cuello y lo besó.

Jadeé en voz baja cuando sentí el contacto de su lengua contra mi piel. Para mi sorpresa, Bella andaba más fogosa que nunca. Aquello me brindaba una ventaja en el momento de proponerle lo que deseaba.

Se removió incómoda y sonrió con travesura.

—Te pusiste duro.

—Tus nalgas me distraen.

—¿Qué dice, doctor? ¿Cree que podría ir a nadar un rato?

Me preguntó aquello por su dedo.

—Mejor mañana. —Hice un mohín—. ¿Tienes hambre? Traje fruta.

Sacó de la canasta una manzana para mí y una banana para ella.

Luego de pelarla, se la llevó a la boca.

—No —refuté con seriedad.

Bella tenía prohibido comer una banana de esa manera en un lugar público. Me resultaría imposible controlar mi excitación.

Se echó a reír, entonces procedió a partir la banana en pequeños pedazos y a comerlos.

Necesitaba abordar el tema con discreción.

Ella seguía sentada sobre mis muslos.

—Entonces… ¿nunca viajaste con amigos a un receso primaveral?

—No —respondió con la boca llena; seguidamente, tragó—. Tengo una pregunta.

—¿Sí?

Continuó masticando la banana.

—¿Cómo le propones sexo anal a una chica?

Tosí fuerte.

—¿Por qué me preguntas eso?

—Porque eso es lo que estás intentando hacer, ¿no? —Esbozó una sonrisa picarona.

Hice bien en convertir a esta mujer en mi esposa.

—Es por eso que estoy apoyando mi trasero en tus piernas, ¿verdad? —preguntó con casualidad.

Me reí y jugué con su cabello.

—Claro. Es algo íntimo. Necesito mantener a la chica cerca de mi cuerpo.

La acerqué un poco más. Se sonrojó.

Acarició mi pecho con sus dedos.

—Ya veo… las chicas no pueden resistirse a tu cuerpo, ¿cierto?

—Depende de lo motivado que esté. —Suspiré, observando sin disimulo su cuerpo.

—¿Te motivo? —preguntó arqueando su espalda con la intención de enseñarme sus pequeñas tetas.

Aproveché para besarle el pecho rápidamente.

Bella jadeó con sorpresa.

—¡Edward! —me regañó—. E-Estamos en un lugar público…

Encogí mis hombros.

—A nadie le importa. Puedo hacer esto y no llamaría la atención de nadie —le respondí mientras comenzaba a masajear sus pechos con mis manos.

Bella se puso colorada. Su respiración empezó a agitarse.

—¿Cómo que a nadie le impor…? ¡Oh! ¡Ese hombre está colocándole protector en los pechos a esa chica! —Señaló a una de las parejas que se encontraba a varios metros.

—Los niños no vienen tan temprano a la playa —comenté.

—Oh, bien, entiendo entonces. Ya deja de acariciarme o me voy a mojar —me reprendió, dándole una palmadita a mis manos.

Me reí y volví a acercar su cuerpo al mío para poder besarle en los labios.

—Okay, ¿cómo lo haremos? ¿Vamos a cenar antes o…?

Parpadeé atónito. ¿Estaba hablando de…?

—¿Quieres… quieres hacerlo hoy? —pregunté confundido.

Encogió sus hombros. Reprimí una maldición.

Volvió a enroscar sus brazos alrededor de mi cuello.

—Mira, mi ansiedad se ha ido después de lo de esta mañana. Pero te sigo notando expectante. Quiero que disfrutemos estas vacaciones completamente relajados. Si lo atrasamos por… no lo sé, en tres, cinco o siete días, seguirás intentando convencerme como si fuese una más de tus conquistas.

Nos reímos.

—Nunca pude hablar de frente sobre estas cosas con una chica —confesé.

—Lo sé. Eres todo un caballero. —Me dio un beso esquimal—. Puedes ser crudo conmigo. Por ejemplo, ¿me va a doler?

Eso fue sorpresivo.

—Eh…

Dudé. Bella se puso seria.

—Oh, oh. ¿Duele demasiado? ¿Qué tanto?

—No, no me refería a eso.

—Está bien. No hay problema. Ya sabía que iba a doler de todos modos. ¿Necesito prepararme de alguna manera? ¿No debo cenar o…?

—Bella, no seas paranoica. —Reí—. Recuerda que no es nada importante. Ya lo hicimos una vez, ¿cierto?

—Quién sabe cuántas veces lo hicimos esa vez. —Entrecerró sus ojos, sospechando. Luego, volvió a juntar nuestros rostros—. Está bien. Pero, ¿me prometes que será una experiencia bonita? Habrá velas, música romántica, una hermosa cena a la luz de la luna y esas cosas, ¿no?

—Te faltó el vino.

—No, quiero estar consciente. —Enfatizó aquella palabra.

—¿Segura que no quieres esperar hasta que consigamos la habitación especial? —Hice un mohín. Había fantaseado con experimentar eso en aquel lujoso dormitorio.

Chasqueó la lengua.

—Edward, es una simple cama. ¿Qué importa?

No resultó agradable oír aquello.

—Estoy gastando dinero en esto. Sería bueno que le dieras un poco de importancia… ¿no crees?

—Tienes razón. Lo siento. —Me abrazó rápidamente. Sus pechos golpearon mi rostro y pude disfrutar el aroma de su piel—. Disfrutaremos esa hermosa habitación con todos los lujos, ¿bien?

—Bella…

—¿Qué?

—Estoy duro.

—Ya lo sabía.

—No, pero ahora es en serio. Estoy… muy duro —dije incómodo.

—Oh, oh… eh… ¿bastante? —preguntó en voz baja, tratando de lanzarle una mirada a mi bañador.

—Sí. Tendrás que sentarte en otro lugar, ahora —pedí tratando de respirar hondo. Eso siempre funcionaba cuando necesitaba bajar una buena erección.

—Oh, sí, claro…

Estuvo a punto de hacerlo pero se detuvo y volvió a sentarse. El calor de sus piernas me hizo temblar un poco.

—¡Hola! ¡Qué casualidad que nos encontremos en la misma playa!

Una chica pelirroja saludó a Bella como si la conociese de toda la vida. Ella no fingió ser amable, fue honesta más bien. No lucía tan interesada en ponerse al día. Esa muchacha no debía ser una vieja amiga.

Resultó ser la pareja que molestaba a Bella en el avión. Se ruborizó cuando no supo cómo presentármela.

—Soy Amy. Él es Cooper, mi marido —nos presentó a un muchacho con gafas y cabello cobrizo—. Bella, ¿segura que estás bien? Luces pálida.

Mi esposa se rió incómoda.

—Oh, sí. Es que… soy pálida. Siempre lo fui.

—¿Estás segura que no es falta de hierro?

—No, ella está completamente saludable —aseguré mientras ubicaba mis brazos alrededor de su cuerpo. Sabía que aquello podría herirle.

A veces las personas creían que Bella era demasiado blanca como para ser saludable. Odiaba eso. Ella era la chica más sana con la que alguna vez había salido. No había nada incorrecto en su cuerpo.

—Aww, ustedes son tan dulces… Lucen como si no pudiesen despegarse el uno del otro —comentó aquello con diversión, al verla sentada sobre mí.

Nos reímos falsamente. Sujeté a Bella con firmeza. No iba a retirarse ahora.

—Este es nuestro primer aniversario como matrimonio. Nos casamos en nuestra ciudad, Chicago. Fuimos de luna de miel a Hawái. Fue realmente hermoso —contó Amy después de preguntarle qué los traía por aquí.

—¿Hawái? ¿Qué tal es? —preguntó Bella con curiosidad.

—Es sumamente elegante y tiene un ambiente muy especial para las parejas. Es un lugar muy romántico. No había muchas familias allí cuando fuimos, a decir verdad.

—¿Por qué escogieron Cancún? —preguntó Cooper—. Es decir, es un paraíso veraniego, pero no estoy seguro si es el lugar indicado para las parejas.

—Sí… —Amy se rió en voz baja—. Hay demasiados adolescentes enloquecidos…

—Podría ser peor, pero… no lo sé, escuché sobre este lugar y creí que sería agradable.

Ese era el motivo por el que había traído a Bella a Cancún. Quería pasar un receso primaveral con ella.

—Lo es. Es hermoso. Cooper tiene una casa aquí. Deberían presenciar los espectáculos disponibles. Son fantásticos.

—¿Tienen una guía turística? —nos preguntó su esposo.

Bella y yo intercambiamos miradas durante varios segundos.

—Eh… no. Vinimos por nuestra propia cuenta —respondió Bella con timidez.

—Escuché sobre algunos lugares, pero… —Iba a dejarles en claro que no estábamos perdidos.

—¿Por qué no nos acompañan en un rato a la ceremonia ritual de los Voladores de Papantla? Es algo que realmente vale la pena ver. Y de paso, les ayudamos a conocer un poco más las atracciones turísticas de la ciudad —recomendó Cooper.

Una vez que le explicó a Bella en qué consistía el espectáculo, ella me pidió con entusiasmo que los acompañáramos, pensaba que tenía un plan en mente y no deseaba arruinarlo.

Honestamente, no. Me gustaba más la idea de no saber nada sobre la ciudad y descubrirla en su compañía. No me molestó la visita. Resultó más agradable de lo que había pensado. Amy y Cooper eran amables. Tan amables, que parecía haber algo sospechoso en ellos. Tal vez estaba siendo paranoico, pero jamás había conocido personas tan amables con desconocidos que acababan de conocer como para invitarlos a una salida tan larga.

Volvimos al hotel a las siete de la tarde. Me sentía agotado, y no era el único.

—Uff, no siento las piernas… —Bella se arrojó sobre la cama, casi rebotando.

—¿Quieres descansar un poco?

Unas horas atrás, mi plan consistía en llevarla a un lugar elegante para cenar y luego preparar la habitación para nuestro cometido.

—No. No. No. —Se sentó en la cama—. Estoy bien. Lo haremos esta noche.

Intercambiamos miradas durante algunos segundos. Me reí.

—¿Tienes hambre?

—Sí.

—¿Quieres cenar en algún lugar?

—Mariscos. Quiero mariscos —murmuró pensativa—. ¿Qué opinas?

—Eso suena bien. ¿Por qué no te das un baño mientras yo preparo algunas cosas?

—¿Qué cosas? —Me miró sospechosa. Entonces, se dio cuenta de lo que deseaba hacer y se ruborizó—. Oh, de acuerdo. Uhm, sí. Iré a… bañarme.

Mientras Bella se adentraba en la ducha, busqué en uno de los bolsos los juguetes sexuales que habíamos traído. La mayoría no me era familiar, parecían ser regalos de la despedida de soltera de Bella y lucían particularmente interesantes. Pero estaba más interesado en el lubricante sabor fresa que había conseguido. El vibrador amarillo también se encontraba allí. Lo tomé entre mis manos y me reí. ¿Cuántas experiencias habíamos tenido con esa cosa? Para mi sorpresa, también sería igualmente útil esta noche.

Únicamente me faltaba llamar al servicio a la habitación para encargar un ambiente más romántico y un poco de champagne.

—¿Te sientes mejor? —le pregunté a mi mujer cuando salió de la ducha, cubierta por un albornoz.

Sonrió con placer.

—Mis músculos están mucho más relajados. Deberías ducharte también. Se siente genial.

—¿Por qué no te vistes mientras tanto? No tardaré demasiado. Saldremos en quince minutos —aseguré.

Bella me dio un beso antes de que entrara al baño. Como era de esperarse, volví a endurecerme ante la expectativa. No planeaba masturbarme esta noche. Al menos, no con mis propias manos. Abrí la llave de agua fría con la intención de relajarme un poco. Se sintió bien después de un rato.

—Bells, escuché que hay un restaurante de mariscos dentro del hotel. ¿Prefieres quedarte o salimos a dar un paseo? —pregunté mientras secaba mi cabello con una toalla, todavía en el interior del baño.

No recibí ninguna respuesta.

—Me da igual cualquiera de las opciones, pero tal vez te sentirías menos agotada si simplemente vamos al restaurante del hotel, porque…

Abrí la puerta del baño y encontré a Bella, tumbada en la cama y vistiendo aún el albornoz. Completamente dormida.

Suspiré y me acerqué hasta ella para acariciar su rostro.

—Bella… Bella…

No reaccionaba. Pero sonreía como un ángel. Parecía dormir plácidamente.

Me sentía irremediablemente culpable al intentar despertarla, teniendo en cuenta que no habíamos podido dormir en más de veinticuatro horas. No sería saludable para ninguno de los dos continuar con la rutina.

Besé sus labios.

BPOV

—Bella... Bella... Bellita…

Edward repetía mi nombre sobre mi cuello mientras acariciaba uno de mis pechos.

Estábamos en la cama del hotel.

—¿Alguien amaneció inspirado? —Reí mientras acariciaba el vello de su brazo izquierdo.

Sentí que sonreía contra mi cuello.

—Me dejaste caliente anoche. No me había puesto así de duro en meses.

—Me doy una idea —respondí todavía con los ojos cerrados, sintiendo su desnuda erección contra mi muslo—. ¿Harás algo al respecto?

Ronroneó cerca de mi oído. Me hizo temblar.

—Te voy a comer entera hasta que acabes en las sábanas —dijo con un tono tan grave y masculino que hizo que los dedos de mis pies se retorcieran.

Acto seguido, se ocultó bajo las sábanas, dirigiendo su rostro hacia mi coño.

Me acomodé entre las almohadas con una sonrisa triunfal en los labios, dispuesta a disfrutar el que probablemente sería uno de los mejores orgasmos en nuestra luna de miel. No le iba a costar demasiado trabajo, me sentía completamente empapada...

Pero no en un buen sentido. Cuando la lengua de Edward atacó mi centro, me di cuenta que no era únicamente excitación lo que llevaba encima...

—E-Edward, espera...

Negó entre mis piernas, soltando varios jadeos.

Me encantaba cuando hacía eso, cuando podía oírlo de esa forma. Pero mi vejiga estaba por explotar. No podía correrme de ese modo.

Me dio una punzada.

—Edward, en serio, t-tengo que ir al baño primero —aclaré.

No le importó.

—Déjate llevar —jadeó sobre mis labios vaginales.

Me puse colorada y me mordí los labios. Era tan testarudo. No deseaba acabar de esa forma. El saber que podría estar lamiendo mi...

¡No!

Intenté alejarme de él cuantas veces pude, pero su agarre me tenía acorralada. No podía hacer nada más que cerrar los ojos y suplicar que no fuese tan grave.

Mis ojos se abrieron de inmediato.

Me había despertado.

Me encontraba en la cama, algo transpirada, vistiendo un camisón muy femenino que había comprado con Thomas. Edward estaba de espaldas a mí, durmiendo plácidamente.

No podía haber sido cierto. En el sueño estaba desnuda. No recordaba haberme vestido de este modo la noche anterior. ¿Me lo había puesto Edward?

Incluso llevaba bragas, para mi sorpresa. Estaban empapadísimas. Fui rápidamente al baño para evitar cualquier tipo de accidente, solo por las dudas.

Volví a la cama, suspirando. Traté de recordar lo último que había hecho la noche anterior, pero no tenía un buen augurio. Me caí dormida después de la ducha, echando a perder nuestra gran noche. Claramente, él me había vestido de este modo para estar más cómoda. ¿Se habría aprovechado de mí?

Se movió entre las sábanas y pude notar su erección. Sentí mucha ternura y pena a la vez. Mi pequeño Edward se había quedado con ganas de más.

Me acerqué a él para abrazarle y repartir besos suaves y tiernos por toda su quijada. Aún seguía allí la marca que le había dejado el día anterior.

Tan pronto se despertó, le deseé un buen día.

—¿Dormiste bien? —me preguntó, todavía atento a mis necesidades.

—Sí. Perdón por haber arruinado nuestra noche. ¿Fuiste tú el que me vistió?

—Sí, aunque si me lo preguntas, prefiero desvestirte.

—Edward...

—Dime.

—¿Me manoseaste anoche? —pregunté muy cerca de sus labios, con cierta timidez.

Siendo honesta conmigo misma, no me habría molestado. Si él tenía ganas...

—Vaya.

—¿Qué?

—No todos los días despiertas junto a una hermosa chica que te acusa de necrofilia.

Comenzó a acariciarme el trasero con posesión, pero esa no era una novedad, lo hacía todo el tiempo.

—No, qué va. No te toqué un solo pelo en nuestra primera noche de luna de miel. A que no todas las parejas pueden decir lo mismo, ¿eh? —Encontró aquello gracioso.

—Me siento como una maldita. ¿En serio no hiciste nada? —pregunté con tristeza.

No debía ser agradable bajar erecciones con agua fría todo el tiempo.

—Me masturbé un par de veces viendo pornografía. No te preocupes —murmuró con dulzura sobre mis labios. Seguidamente me dio un beso, dejando el tema de lado.

—Quiero compensártelo. Juguemos un rato ahora. Estoy excitada —ronroneé coquetamente, pegada a su cuerpo.

—Qué oferta más tentadora. Pero quiero dejarte con las ganas para esta noche. Las necesitarás.

Tragué saliva. Ya me estaba poniendo nerviosa.

—Bajémonos a desayunar y luego vamos a la playa a nadar un rato, ¿sí?

Esa fue una oferta muy difícil de rechazar.

Descendimos hasta el hermoso comedor del hotel a las diez y media de la mañana, hora local.

—Bella, ve a guardar una mesa. Yo llevaré el desayuno. ¿Algo en especial? —me preguntó aprovechando que había un bufet.

—¡Uh! Quiero tartitas.

Localicé una mesa para dos justo en el centro del comedor. Mientras encendía mi teléfono —luego de pasar varias horas sin batería— me di cuenta que había muchos niños presentes, acompañados por parejas. Familias numerosas. No me dio la impresión de ambiente romántico que esperaba, pero tampoco resultaba desagradable. El estómago me rugía.

Intenté reiniciar el aparato y revisar una y otra vez la conectividad, para darme cuenta que no había recibido ni un mísero mensaje por parte de mis padres o de mis amigos.

Edward regresó a los pocos minutos con una bandeja para los dos. Contenía leche, cereal, arándanos, mantequilla, pan tostado, jugo y las tartitas que le había pedido.

—Y si aún tienes hambre, podemos agarrar de la mesa un par de donas rellenas con glaseado.

—¿Me quieres engordar otra vez?

—Exagerada. Siempre fuiste delgada —murmuró mientras se llevaba una de las tostadas a la boca—. ¿Sabes cuántas veces tuve que lidiar con chicas obsesionadas por su cuerpo? Son un dolor en las bolas.

—Yo te daré un dolor en las bolas cuando te las muerd...

—Shh. Compórtate en la mesa —me reprendió y me reí. Qué sensible podía llegar a ser la verga de Edward.

—Todas las mujeres somos inseguras, deberías saberlo. El que hayas sido criado rodeado de mujeres seguras, fuertes e independientes no quiere decir que carezcan de una pizca de inseguridad.

—Rosalie siempre fue insegura, pero psicológicamente. Siempre fue organizada y obsesiva con el control.

—Porque tiene un cuerpo envidiable.

—¿Realmente desearías tener el cuerpo de Rosalie, Bella?

—No, no digo eso... ya me acostumbré al hecho de no tener ni una parte de mi cuerpo que sea envidiable.

—Me iré de la mesa, Bella —comentó indignado, a modo de amenaza.

—¡Es que nunca tuve algo que llamara la atención! No es que la deseara, tampoco. En realidad, me siento bien así.

—Sinceramente, eres demasiado flaca para tener ese culo. Empezaré a tomarle fotografías para que lo veas por tu propia cuenta.

Sabía que no era plano, pero Edward estaba loco.

Bebí de la copa de jugo y en pocos segundos, mi garganta empezó a arder. Tosí violentamente, casi escupiéndolo.

—¡Edward!

—¿Qué sucede? ¿Te encuentras bien? —Me alcanzó una servilleta.

—Esto no es jugo, tiene alcohol. —Puse una mueca de asco. Me había picado.

—Claro, es un daiquiri.

Lo observé estupefacta.

—¿Y te parece una bebida apropiada para el desayuno? —Bufé.

—Lo están sirviendo en el menú, Bella.

Se rió. Lo había mencionado antes. Alcohol gratis durante las veinticuatro horas.

—¿Qué mierda? ¿Alcohol en medio del desayuno?

—El mundo entero está ebrio durante todo el día por estos lados, aparentemente —acotó mientras bebía su trago.

—Para ti es fácil decirlo. Podrías beber como cinco de esas cosas y seguirías sobrio. —Señalé la copa—. No me gusta la idea de estar ebria durante todo el viaje y perderme las cosas bonitas.

—Eso es porque no estás acostumbrada a beber. Es más fácil de lo que imaginas aprender a conocer tus límites. Puedo enseñártelo, si quieres.

Dijo aquello con dulzura, logrando que me sonrojara. No me había dado cuenta hasta entonces lo mucho que me gustaba ser protegida, de cierta forma, por Edward.

—Bueno.

Y seguí bebiendo aquél trago junto a mis tartitas. Podía jurar que llevaba tequila encima.

Seguía recibiendo en el teléfono las notificaciones de los mensajes que llegaban al grupo de WhatsApp que compartíamos con los chicos. Estaban comentando sobre algunas anécdotas que habían sucedido en la boda, pero evitaban mencionarnos.

—¿Por qué nadie nos pregunta cómo la estamos pasando o algo así? ¡Qué rudos! Incluso hablan de nuestra boda.

—Porque nos están dando tiempo para nosotros. No quieren interrumpir nuestras vacaciones.

—Supongo, pero...

Y Edward se puso en modo infantil.

—¿Por qué quieres saber lo que el resto hace o piensa si me tienes a mí? ¿No quieres estar a solas conmigo? Eres mía ahora, ¿sabías? ¿Lo sabes?

Me hizo cosquillas y repartió varios besitos alrededor de mi cuello, boca y nariz mientras yo me reía y lo abrazaba.

—Oh, miren a los tortolitos… —dijo la amable voz de Amy. Acompañada de Cooper, por supuesto. Parecía ser que ya se retiraban.

—Bella, ya se te fueron las ojeras. Descansaste bien anoche, ¿eh?

No comprendí en qué sentido me lo estaba diciendo. No era muy buena bromeando con las personas. Ni siquiera había notado lo de las ojeras.

—Estamos planeando ir a un crucero esta tarde, ¿no les gustaría acompañarnos? Hay descuento por parejas.

¿Crucero?

—Suena genial, pero esta vez pasaremos. Hoy nos gustaría disfrutar un rato en la playa a solas —respondió inmediatamente Edward, acariciando mi hombro con sus dedos.

La realidad era que no teníamos un plan para la tarde. Pero para la noche… Definitivamente sí.

—Oh, está bien. Disfrútenlo entonces. Nos vemos al rato. —La pareja se despidió con naturalidad, como si nuestra presencia no interfiriese sus planes.

—¿Tengo ojeras? —le pregunté a Edward.

—No me cierran —contó refiriéndose a la pareja.

—¿No? ¿Por qué?

No supo qué contestar.

—Están de vacaciones matrimoniales. ¿Por qué querrían pasar los primeros días con otra pareja?

—No lo sé, tal vez eso les entretiene. —Encogí mis hombros.

—Tal vez. Pero quiero estar a solas contigo. Y no quiero que te agotes esta vez, ¿bien?

Se lo prometí.

.

Las nubes aparecieron en el cielo tan pronto como nuestros pies tocaron la arena.

—Parece una broma de mal gusto.

—¡Pero si estaba soleado hace aproximadamente quince minutos! —me quejé.

Mi piel era insoportablemente blanca. Necesita broncearme con rapidez.

—No hay nada más depresivo que una playa nublada…

Lo observé con tristeza.

No podía creerlo.

—¿En serio, Bella?

—Quiero nadar.

—¿Nadar? Pero si está soplando un viento fresco.

Empecé a quitarme la ropa. Aún había gente en el mar.

—Viento de nena chiquita.

—Te vas a resfriar.

—Pues, te contagiaré entonces.

Mientras me despojaba de mis prendas, empecé a sentirme intimidada por las mujeres que estaban en la playa. Todas eran hermosas, dueñas de cuerpos bien tallados e incluso casi atléticos. Era el único parásito en esta playa con la tez más blanca que la porcelana. Mi traje de baño no presumía en lo absoluto.

Ignoré las nubes. El ambiente seguía húmedo a pesar de las quejas de Edward. Simplemente, no le gustaba la playa y podía vivir con eso.

—Me divertiré un rato. Puedes construir un castillo de arena si quieres, tal y como en Florida.

Chasqueó la lengua, se levantó y seguidamente se quitó la camiseta.

—Te acompaño.

—Edward, tú no quieres meterte al mar y lo sabes. —Me reí.

—Quiero pasar tiempo contigo. Me urge estar cerca de ti. Si no, me aburriré.

Lo dijo con tanta seriedad y honestidad que me sentí hecha un manojo de sonrojos.

Ahí estaba el Edward romántico y espontáneo del que me había enamorado.

Me acerqué para abrazarlo y de paso tomarle de la mano para arrastrarlo hasta el mar y presumir que se encontraba bajo mi dominio.

El agua estaba más helada que de costumbre.

—Oíste hablar sobre el caso de aquel muchacho impactado por un rayo en el mar, ¿cierto? —comentó con casualidad mientras nos adentrábamos en el mar, tomados de la mano.

—Okay, Edward. Puedes parar. Ya hiciste tu buena acción del día. Vuelve a tierra firme.

—¡Ojalá pudiera! Pero confieso que temo que termines siendo devorada por una de esas olas.

—Nada malo me pasará. Y si algo llegara a pasarme, allí está el salvavidas.

—¿Y dejar que te ponga las manos encima? Jamás de los jamases, amiga.

Fingió tropezarse en el agua para agarrarse de mí y acariciar depravadamente mi cintura.

—Calma, muchacho, calma. Ya sé que tienes las bolas azules y para ser franca, encontrarme con poca ropa me excita, pero nada de espectáculos en la playa.

—Sabes que puedo meterte los dedos en el mar sin que nadie se entere, ¿no?

—Por Dios, Edward. Hay niños en este lugar. ¿Es algún tipo de fantasía o algo así? Porque para eso tienes el consult...

Una ola nos golpeó e intentó arrastrame con ella. Edward me atrapó con rapidez.

—¿Sabes qué sería divertido? Que se te cayera la parte de arriba de ese bikini por culpa de estas olas.

¡Pero si no me dejaba hacer topless!

Un poco más adentro y ya podríamos nadar. No era el mejor clima del mundo, pero agua era agua y yo la adoraba.

Nunca lo confesé en voz alta, pero me gustaba observar el rostro mojado de Edward. Me daban ganas de lamerlo. Su cabello mojado no era gran cosa debido a su escasa longitud. Debía recordar pedirle la próxima vez que se lo dejara un poco más largo.

En cambio, yo detestaba el mío. Nunca le había preguntado qué opinaría si terminaba por cortármelo hasta los hombros.

—Me dejaste paranoica. No quiero que esto se me caiga. —Me referí al bikini.

Edward se acercó nadando hasta quedar a pocos centímetros de mí.

—No te pasará nada. Y si algo llegara a suceder, yo te cubriría —dijo con un tono de voz meloso al tiempo en el que bajaba la parte inferior de mi bikini hasta mis rodillas, debajo del mar.

Me sonrojé como nunca antes.

—¡Puta madre, Edward! No es gracioso. —Volví a subírmelo de un tirón mientras él se reía.

Le salpiqué el agua salada. Me respondió de la misma manera. Jugamos un buen rato a salpicarnos hasta que empezamos a tratar de hundir al otro en el agua. Después de haberme hundido, decidí arrojarme sobre su espalda, con la intención de hundirlo con mi propio peso. Claramente, no funcionó muy bien.

Aproveché la oportunidad para bajarle el bañador de un tirón. A diferencia de mi reacción, esto le produjo gracia.

—Me levanto.

¿Eh?

—¿Con el bañador hasta las rodillas? Vamos.

—Saldré del mar, tal y como estoy.

—Cállate.

Comenzó a levantarse lentamente del mar e intenté frenarlo. ¡Qué vergüenza!

—¡Para, para, para!

Mis muslos chocaron con su erección y una punzada se adueñó de mí. Ahí. Abajo.

Agarré su miembro y comencé a acariciarlo.

La expresión de Edward se volvió dura y centrada, pero había un atisbo de perversión en ella. Le gustaba la idea.

—¿Quieres que me corra aquí?

Qué sucio.

Pero sería interesante.

—Podemos follar aquí. Lo he hecho una vez.

No lo decía como para generarme algún tipo de celos, aunque eso resultaba inevitable. Él había hecho muchas cosas con sus amantes anteriores. Me estaba invitando al juego.

Sentí la necesidad de dejar la fantasía para otro día e ir directo al grano: deseaba ser la mejor.

—Llévame al hotel. —Jadeé a pocos centímetros de su rostro, mirándole fijamente.

Edward se perdió por unos segundos. Pero supo exactamente a qué me refería cuando le pedí que me llevara a una cama cuanto antes.

.

Luego de pasar una vez más por la barra de tragos, nos metimos en el ascensor junto a un grupo de niños acompañados por sus padres. Uno de los niños empezó a balbucear incoherencias y esto le pareció sumamente gracioso a Edward.

Me sentía muy caliente. Adoraba ver lo bien que podía llevarse con ellos, pero más que nada me excitaba la idea de pervertir y calentar a un hombre tan paternal como él.

Llegamos a nuestro piso.

—Acabo de recordar una cosa muy graciosa que…

Estampé mis labios contra los suyos e inmediatamente comencé a succionarle la lengua. Esto le alzó en menos de cinco segundos. Me estrujó la cintura mientras nos dirigíamos a nuestra habitación.

Qué fácil podía llegar a ser calentar a un hombre. Era como si pensaran en sexo todo el tiempo. Pueden estar hablando de un tema trivial pero en cuanto te manosean las tetas, estarán listos para mordértelas. Me fascinaba eso, y más aún en Edward.

Llegamos a nuestra puerta, con nuestros cuerpos pegados uno al otro y su teléfono comenzó a sonar.

Edward se había encargado de dejarlo en modo vibración. Mi coño enloqueció con la oscilación. Alcé una de mis piernas para aferrarla contra su cadera ya que de esa forma el teléfono vibraría directamente sobre mi clítoris. Se dio cuenta de aquello. La presión y profundidad de la vibración me enloquecían y no pude evitar gemir y dar pequeños saltito, como si se tratara de su polla.

—¿Podemos usar ya esa cosa? Por favor. —Suspiré.

—Qué sucia es usted, Bella Swan. ¿Una pequeña vibración la tiene así de loca? —Jadeó sobre mi oído mientras abría la puerta.

—Eres tú, tú, tú. Siempre tú. Fóllame duro contra algo, rápido —supliqué, abrazándolo con firmeza.

—¿Te gustaría mamármela mientras te meto un vibrador?

—¿A máxima potencia? ¡Por favor!

Gruñó y me besó con ganas, cerrando la puerta detrás de nosotros.

—Te amo, maldita sea. Prometo que te haré acabar hasta que ensucies toda la jodida sábana. Pero mis planes son otros ahora.

—Tengo arena hasta en el trasero. ¿Podemos bañarnos?

—Y yo en las bolas. —Rió—. Vamos.

Entramos rápidamente bajo la ducha y verifiqué que la temperatura del agua fuese tibia. No sabía en qué momento nos habíamos quitado los bañadores.

—Uff...

Edward me abrazó por detrás cuando ingresó en la tina. Su erección golpeó mi trasero y tuve ganas de refregárselo. Sin embargo, su siguiente acción me tomó por sorpresa: alzó una de mis piernas y me penetró de una sola estocada.

—¡Edward! —Pegué un gritito mientras me reía—. Cielos, ¿no te puedes aguantar un segundo siquiera mientras nos limpiamos?

—Lo dice la chica que no podía parar de friccionar su coño contra mi teléfono como una perrita en celo. — Gruñó sobre mi hombro, penetrándome con lentitud.

Me estaba mojando en serio. No tardé en calentarme lo suficiente como para olvidar el cometido de ese baño y desear ir lejos.

Tomé el frasco del jabón líquido, lo levanté y empecé a verterlo sobre mi cuerpo mientras Edward me penetraba. Jadeó enloquecido mientras sus manos acariciaban mis tetas, mi vientre y mi trasero, lavándome.

Increíblemente —aunque debería ser lo contrario— sentir algún tipo de líquido espeso sobre mi cuerpo me hacía sentir sucia. Al ser transparente pude imaginarme que se trataba de mi propio gozo.

—¿Quieres un poco de champú? Me lo puedo tirar en las tetas y en el coño, si deseas. —Tanteé mirando hacia el frasco azul.

Edward gruñó y dijo algo que jamás olvidaría:

—Eres la chica más sexy con la que he follado en mi vida. Te la he metido y aun así necesito más. Más de ti. Quiero que acabes en mi boca, en mi polla, en mi cuerpo. Te quiero ahora.

Mientras citaba aquellas palabras, cerré los ojos, sintiendo que mi orgasmo no tardaría en llegar.

Pero entonces decidió abandonar mi interior. Lo miré atónita.

—Termina de enjuagarte. Nos vamos a la cama.

Aquél tono autoritario y decidido me produjo escalofríos. De los buenos. No tardé en hacer lo que me había pedido, sintiéndome más sensible que nunca. Podría acariciarme con tres simples movimientos producidos por mi propia pierna y terminaría acabando. Pero confiaba en Edward. Abrí la canilla con agua helada para relajarme un poco.

Salí del baño casi decepcionada, sintiendo que mi orgasmo se había alejado bastante hasta que lo encontré tumbado en la cama, con los brazos apoyados detrás del cuello y la mirada clavada en el techo. Completamente desnudo. Su erección se alzaba con firmeza, como si estuviera en su estado natural.

Se me hizo agua la boca.

Enloquecí.

Se sentó en la cama con una sonrisa traviesa.

—Ven aquí.

Me acerqué casi corriendo hasta la cama y me arrojé sobre él. Me recibió con un beso de lengua.

Acto seguido, me giró de espaldas contra la cama y me pidió que levantara un poco mi trasero. La excitación había vuelto con rapidez, incluso antes de que introdujera su dedo mayor en mi centro.

Uno solo. No era suficiente.

—¿Por qué no me metes tres dedos?

—Porque te quiero comer.

Quise voltearme para saber qué era lo que planeaba hacer, pero no fue necesario. En pocos segundos, el rostro de Edward se posicionó en mi trasero.

Empezó lamiendo mi centro y luego ascendió hasta mi ano. En cualquier otro momento me habría dado vergüenza, pero en ese instante deseaba que me mordiera por completo. Por alguna razón, el hecho de encontrarnos en un lugar desconocido y nuevo para ambos, íntegramente privado, me desinhibía bastante.

Hasta que me di cuenta que el balcón estaba abierto, sin las cortinas corridas y un edificio parado frente a nosotros.

—¡E-Edward! P-Pueden mirarn...

—Ojala les estemos dando un buen espectáculo. Soy consciente que más de uno desearía comerse este culo. —Empleó sus manos para mis ambas nalgas con firmeza y rasguñarme la piel.

Siseé de placer. Esto no era normal. Edward odiaba la idea de otro hombre fantaseando con mi cuerpo, pero el pensamiento de alguien excitado solo por vernos actuar, me prendía muchísimo. Jamás lo habría esperado.

Edward utilizó dos de sus dedos para penetrarme el coño mientras su boca sacudía mis nalgas por cada vez que me chupaba. Una combinación perfecta que hizo que gritara mi orgasmo más alto de lo que esperaba.

Mi cabello estaba un desastre, pero no me importaba. Mi cuerpo ya se había secado, a excepción de una parte muy especial.

Edward no dejó de lamer mis líquidos. Y creo que ese era el objetivo: mantenerme lo más lubricada posible.

Se alejó de mi cuerpo durante unos segundos. Creí que estaba buscando el vibrador. Deseaba al menos un poco de eso.

La sorpresa vino cuando me preguntó:

—¿En qué posición deseas hacerlo, Bella?

Él jamás me preguntaría algo como eso, lo cual significaba que el momento había llegado.

Me di la vuelta, sonrojada.

—¿Cuál me recomendarías?

Encogió sus hombros, negando sin problema.

—Cualquiera estaría bien.

—¿De veras?

—Siempre y cuando sepas cómo hacerlo. —Me guiñó el ojo.

En otra circunstancia me habría reído, pero el saber que estaba frente a un hombre que sabía muy bien cómo follarme, me hizo sentir dominada. Y por primera vez, me gustó el hecho de saber que ya lo había experimentado con otras mujeres. Lo haría bien.

Fui honesta.

—Sé que odias el misionero, pero me gustaría besarte.

Se rió en voz baja, casi como si lo hubiese visto venir. Y por lo tanto, no tuvo problema.

—Tendrás que abrir bien las piernas. Aunque sé que eres buena en eso —se burló.

Esta vez sí me reí.

Me pareció completamente ignorante de mi parte el no saber que era recomendable usar preservativo en estas circunstancias. Ver cómo se lo colocaba me hizo sentir nostálgica. La última vez que lo había hecho, él y yo ni siquiera éramos novios.

Por ser la primera vez... bueno, la segunda en realidad —aunque era la primera en la que estábamos conscientes— no quise observar mucho. Me recosté y cerré los ojos para relajarme mientras él se aplicaba un poco de lubricante en la polla.

Sin esperármelo, lo vertió sobre toda mi zona íntima, logrando que gimiera. Estaba helado, pero se sentía bien.

Me tomó de las caderas. Respiré hondo. Pero para mi sorpresa, me penetró el coño… otra vez.

—Uhm, amigo… ¿te equivocaste de agujero?

Se rió. Su hermosa risa deslumbró mi corazón.

—Quién sabe qué tan estrecha seas. Ya veremos.

—En realidad, estaba pensando en eso. Pero francamente, no creo serlo por completo al ser la primera vez y si…

La punta del pene de Edward se introdujo allí en un simple movimiento. Contuve un jadeo, asombrada.

—¡Carajo, Edward! ¡No estaba preparada todavía!

—Te pusiste a divagar. Siempre lo haces cuando estás nerviosa.

—¿Crees que me echaré para atrás?

—Si lo haces ahora mismo, me quito el anillo. Hablo en serio.

—No lo haré y lo sabes. P-Puedes continuar...

Edward se acercó para besarme con ternura. Me hice una bolita.

—No obstante, puedes avisarme si te molesta o no, ¿bien?

Asentí, sonrojada.

Había olvidado por unos segundos que no me importaba si era o no una sensación agradable, esta era una experiencia que llenaría de placer a Edward y era capaz de soportar lo que sea por ese cometido.

Me elevó las caderas y se adentró un poco más, penetrándome con suavidad. Se sentía raro. Me gustaba un poco, pero lo único que hacía que mi coño terminara mojándose era la expresión concentrada de Edward. Me miraba cada tanto con la boca entreabierta, asegurándose de no ir demasiado rápido.

De repente, se rió.

—¿Qué?

—Lo más probable es que me la pasé follándote esa noche. No eres tan estrecha como creía.

No sabía si sentirme alagada o no. Pero tenía razón. Podía ser algo molesto al principio, pero nada demasiado terrible.

Pese a haberle pedido que me besara, Edward permaneció follándome lentamente en su posición. No me quejé, porque tampoco debía ser una posición ideal para dicho acto. Cuando la cama empezó a brincar, mis pezones se endurecieron con firmeza. Me sentía expuesta, pero en un sentido bastante agradable. Era extraño sentir que me estaban follando cuando mi vagina se encontraba intacta.

Edward aumentó la velocidad de sus estocadas y me encontré gimiendo con los ojos cerrados. Incluso cuando no había penetración allí, el movimiento de su pelvis chocando contra la mía me parecía de lo más excitante.

Se recostó sobre mí para besarme. Lo abracé con ganas.

—¿Te gusta? —Me animé a preguntarle entre jadeos.

Apoyó su frente contra la mía, con los ojos cerrados.

—Es la primera vez que hago esto estando así de enamorado. No tienes idea lo bien que se siente.

Y fui consciente de aquello. A pesar de tratarse de un acto sexual bastante sucio, depositaba en él mi completa confianza. Edward me miró fijamente y pude notar lo excitado que estaba. Todo gracias a mí.

Sentí mi corazón a punto de estallar. Lo amaba mucho. Demasiado. Jamás podría expresárselo con palabras.

Le di con el gusto y giré un poco mi cuerpo para que pudiese observar mejor la unión de nuestros cuerpos. Sus ojos permanecieron concentrados en ese punto. Decidí provocarlo y empecé a acariciarme los pezones una y otra vez, tirándolos y girándolos.

Soltó un gruñido y me tiró del cabello para que me levantara y le diera la espalda. Me encorvé lo suficiente como para que pudiésemos follar arrodillados en la cama.

Mis manos se ocuparon de mis pechos. Me chupó el cuello y cuando no pudo más, introdujo dos dedos en mi centro.

—¡AH! —grité cuando el placer de ser penetrada por ambos lados me llevó al límite.

Por unos segundos, recordé que el balcón seguía abierto; la cama no paraba de rechinar, nuestros gritos se ahogaban en la habitación. Estaba siendo follada de una manera tan salvaje que nuestros cuerpos ya habían empezado a sudar. Ser follada por atrás no era terrible como lo había imaginado.

Y el orgasmo nos golpeó casi al mismo tiempo. Fue duro y sentí que mis orificios ardían, pero permanecimos quietos, haciendo movimientos prolongados, tratando de recobrar la respiración. Nunca antes había oído a Edward gritar de ese modo.

Apoyé mi cabeza sobre su hombro.

—Bien, oficialmente soy tu esposa —comenté entre jadeos.

CAPITULO 27 Mi chica favorita

BPOV

Desperté, y no encontré a Edward en la cama. Esperé diez minutos en silencio, acurrucada entre las sábanas, tratando de oír posibles movimientos en el baño o en el balcón, pero no había nada. Estaba sola en la habitación. Aproveché la oportunidad para tomar mi teléfono celular y llamar a alguien. Entonces, recordé el día y el horario y supuse que la mayoría debía estar trabajando. Me mordí el labio y marqué el número de mi mejor amiga. —¡Oh, por Dios! ¡Bella! No tardó en contestarme la llamada. —¿Por qué tanta sorpresa, Alice? —me reí en voz baja. —Porque si fuera tú, me encontraría recostada en la arena, esperando que mi pálido cuerpo tome un poco de color. Observé mi piel. Estaba tostada. —No estoy tan mal. Me pidió que le enviara una foto de mi aspecto. —Ay, Bella… —Se empezó a reír. —¿Qué ocurre? Entre risitas, me explicó: —Tienes un tremendo chupón en el pecho. No me había dado cuenta. Se encontraba encima de mi pezón izquierdo. Apenas notable en el diminuto camisón que usaba esta mañana. En verdad era enorme. Gracias a la llamada, Alice no notó mi sonrojo. —Es una cosa de los Cullen. Son tranquilos en la vida cotidiana, más uno no los reconoce en la cama.

En realidad, yo sabía que Edward podía llegar a ser así de bruto cuando le vi por primera vez. Tal vez porque cuando nos conocimos, ya sabíamos que íbamos a follar. ¿Habría tenido yo la misma impresión de haberlo conocido en el consultorio? Me estaba yendo del tema. —Dime, ¿ya has tenido relaciones con él? —Alice volvió a capturar mi atención cuando me sintió distraída. Fruncí el ceño. ¿Y esa pregunta? —¿Duh? —Me pareció obvio. —Me refiero… —suspiró—. Ya sabes, Bella. Mi buena amiga Alice. El punto exacto entre la inexplicable timidez de Jane y la excesiva soltura de Melissa. De manera sutil, me estaba preguntando si ya habíamos practicado sexo anal. —Naturalmente, sí… —¿Y…? —Pues… no está aquí. —¿Quién? —Él. —¿Edward? ¿En dónde anda? —No sé. —¿No sabes? —No. Desperté y no estaba. —¿Y… eso te preocupa? —No es eso. Es que… Suspiré y me acomodé en la cama. —Esto es tan extraño, Alice. Es decir, ¿quién iba a pensar que estaría en el mejor hotel de un paraíso tropical durmiendo al lado del muchacho más hermoso que he conocido en mi vida? ¿Qué locura, no? —Me sucedió exactamente lo mismo el día en que llegamos a París. Y todavía me sucede, ¿eh? —Lo de anoche fue… fue bueno. —¿Ajam? —Muy bueno. Alice se rió. —Quiero decir, jamás había pensado que… —¿…que en dos partes al mismo tiempo se sentiría bien? Sí, así es. —Bromeó.

Me estaba poniendo colorada y algo agitada. —Pero me siento una tonta. No hice nada. ¿Y si no fue tan bueno para él? Tú sabes… él estaba esperando esto como nunca. Hasta podría decirse que fue el motivo por el que me propuso matrimonio. —Edward se casó contigo porque no quería llegar a los treinta soltero, Bella. —Aun así… me da un poco de nervios preguntarle qué tal le ha parecido. Digo, ¿esas cosas se preguntan? —Me estás hablando como si fuese la primera vez que te acuestas con este chico. —Se siente así —admití con total franqueza—. Es como si… hubiese retrocedido un año. Me siento tan nerviosa que no sé si le puedo mirar a la cara sin ponerme tonta. —No es necesario que andes así. Recuerda que es Edward. El tonto de siempre. Ella no lo veía de esa manera. Todos en el grupo consideraban a Edward como el tipo serio y responsable que siempre sabe qué hacer. No es que sea una visión errada, Edward sí era un adulto con todas las letras, pero todos sabían que yo era su debilidad. O al menos la chica que lo hacía comportarse como un niño. Me tomé una ducha y pude sentir cómo mi cuerpo comenzaba a acostumbrarse a los efectos de la resaca. Procuré higienizarme correctamente. Para mi sorpresa, no sentía mis caderas entumecidas como la primera vez. Estaba sentada en la cama, aplicándome crema corporal en las piernas cuando Edward regresó. Se lo veía muy tranquilo. —Hola. —Me saludó con una sonrisa. —Hola. ¿Dónde andabas? —Fui a arreglar los últimos trámites para el cambio de nuestra habitación. Nos van a hacer un descuento a modo de disculpa. Y de paso fui a observar la playa. Está preciosa. —¿Fuiste a ver muchachas por ahí? —Así es. Se acercó para besarme los labios. Fue inevitable sentir las ganas de abrazarle el cuello. Se separó a pocos centímetros de mi rostro. —¿Has dormido bien? Asentí, embobada por sus hermosos ojos y su olor. —Mira lo que me hiciste. —Le mostré el enorme chupón. No lucía arrepentido. —¿Quieres ver en dónde me has dejado uno tú? —bromeó pero sabía que hablaba en serio. —Edward.

—¿Sí? —¿Podemos hablar? —¿El divorcio? ¿Tan pronto? —Se lamentó. Tal vez podría ser una broma, pero para mí esa palabra comenzaba a cobrar otro sentido. Me dio escalofríos. —Edward, no me pidas el divorcio. —Le amenacé. —Pues, no sé. —Edward Cullen, hablo en serio. No pienso ser una divorciada antes de los treinta. —No me voy a divorciar de ti, tonta —susurró encima de mis labios con una voz suave, acercándose para acariciar uno de mis pechos. Me tragué un gemido. —¿De qué quieres hablar? —me preguntó sin cambiar mucho aquél tono seductor de voz. Pero sus ojos me comían. Ahora me sentía chiquitita. —De lo de anoche. —¿Te duele? —Fue curioso. —No, no —negué, aunque podría haberlo afirmado—. Me… me gustó. No me dijo nada, pero se encargó de besar cada rincón de mi mandíbula en completo silencio. Me frustré. —¿Estuve mal? Porque no me estás diciendo nada. Se rió. Alejó un poco su rostro y suspiró. —¿No me conoces? Estoy tratando de lucir como un creído que lo tiene todo bajo control —explicó ahora con el tono normal de su voz. ¿Oh? —¿Y por qué necesitas hacer eso? Después de unos segundos en silencio, añadió: —No todos los días tienes que impresionar a la chica que te gusta, Bella. ¿Impresionarme? —No necesitas hacer mucho para lograrlo, ya sabes. —Y me alegra que eso sea recíproco. Pero después de molestarte tantas veces con ese tema, olvidé que necesitaba… —se avergonzó un poco—… esmerarme un poco, ¿o no?

Quise reír. Pero me pareció adorable. Edward no quería que mis expectativas fueran desilusionadas. —Me sentí un adolescente. Tratando de colocar todo en el lugar correcto… intentando no acabar antes que la chica… Me reí y acerqué nuestros rostros para darle un rápido beso. —Eres el mejor. —Autoestima restaurada. Gracias, señorita. —Ahora puedes volver a ser el creído que tiene todo bajo control. —Así es. Date la vuelta —me pidió mientras me nalgueaba. —¿Por qué? —pregunté entre risitas. Me inclinó un poco hasta casi recostarme. Levantó la delgada tela del camisón por completo hasta dejar mi trasero al desnudo. Comprendí la posición y me puse cómoda, inclinando mis caderas hacia él. Sus manos acariciaron mis nalgas con posesión. Enseguida, sentí su rostro encima de él y su lengua chupó mi ano. Solté un par de gemidos y me permití disfrutar aquella caricia tan pecaminosa. Él me ponía mimosa. Su boca llegó hasta mis labios vaginales y con avidez, introdujo un solo dedo a mi estrecha cavidad. Entre jadeos y con los ojos cerrados, pregunté: —¿Estaría bien si te pido un sesenta y nueve? Me urgía saborearlo en mi boca. Supe por el movimiento de su cabeza que me lo había negado. —¿Y eso por qué? —seguí jadeando. Me estaba chupando duro. Cada vez que alejaba su rostro para recobrar el aire, podía sentir un jadeo lleno de placer encima de mi clítoris. Cuando le escuchaba, yo lanzaba un pequeño gritito enloquecida por él. —Porque quiero acabar aquí —decía cambiando la posición de sus dedos: el mayor en el centro, el índice en el clítoris. No supe a qué parte se refería, hasta que oí el movimiento de su palma chocando contra sus caderas. Para mí, el mejor sonido de todos. —¿Te estás masturbando? —pregunté alterada, casi girándome por completo. Me pareció ridículo encontrar que la respuesta era afirmativa. —Edward, métemela. Ya. Oí que se reía. ¿Para qué iba a masturbarse si tenía mi coño lubricado totalmente a su disposición?

—Edward, basta, hazlo ya —demandé de mala gana. Intenté voltearme pero en cuestión de físico, yo siempre perdía ante sus fuertes brazos. Me mantuvo en la misma posición. Ya no me lamía, pero fue una sensación tan extraña e increíblemente frustrante sentir cómo sus dedos seguían masturbándome mientras a pocos centímetros su polla estaba recibiendo atención. Cuando sentí que estaba a punto de acabar, giré mi rostro para ver el suyo. La atención de Edward se encontraba en mi coño. Se masturbaba al mismo tiempo que introducía sus dedos en mí, como si imaginara la unión. Me salió lo diablilla. —Se sentiría mucho más rico si me la metieras, Edward. Yo sé que tu polla quiere sentir mis jugos. Recibí una pequeña risa de su parte. Con increíble fuerza de voluntad, me ignoró. Debía estar muy enfocado en cumplir algún cometido. Me distraje diez segundos cuando el orgasmo me golpeó de lleno. No dejó de masturbarme cuando le oí jadear y sentí un líquido tibio y espeso encima de mi trasero y mi coño. Por un lado, lamenté no haberlo sentido en mi interior. Pero por otro, me pareció tan sucio y fascinante. Edward sería el único hombre con el que podría hacer ese tipo de cosas. —Me habría gustado sentirlo en… Solté una exclamación cuando se introdujo en mí en una sola estocada. No fue para nada sensual porque no la veía venir en absoluto. —Lo siento, no pude resistirme. —Oí que se reía—. No siempre puedes resistirte a un culo lleno de semen. Me puse coloradísima. Incluso me hizo reír entre tanto placer. —¡Edward, eres un cochino! Nos vamos a ensuciar un montón. —¿Ensuciarnos con nuestros líquidos? Si eso no es el paraíso, entonces no sé qué es. —Podía sentir su voz alterada por el placer, a punto de acabar. Lo hicimos al mismo tiempo y empujó sus caderas con tanta firmeza mientras acababa dentro de mí. Una sensación inigualable. Cuando se separó de mí, me apresuré en ver cómo había quedado el desastre. Le di una mirada acusatoria. Había un poco de semen en las sábanas. —Eres un puerco —negué varias veces.

EPOV

—Me muero de hambre. Sonreí. —Mocosa, ¿quieres hacerme sentir culpable? —Rodeé su cuello con mi brazo de manera posesiva. —Ay, no… por favor, Señor, no. —Negó varias veces, de manera sarcástica. Bajamos tan tarde al lobby que ya no estaban ofreciendo el desayuno buffet. —Si hubieses madrugado, habrías desayunado unos deliciosos huevos fritos. —¿Disculpa? Si no me hubieses atacado, no habría tenido que tomar una segunda ducha —se quejó. —Tienes que ser increíblemente ingenua para creer que me voy a arrepentir por eso. Pero a pesar de que en la cama demuestre lo opuesto, soy un caballero. Y te alimentaré. —No soy un animal al que tienes que bañar y alimentar diariamente, Edward —me regañó y tras pensarlo mejor, añadió con curiosidad—. Pero sí quiero la comida. Había un par de puestos de comida mexicana cerca de la playa a la que deseábamos ir. Pero para eso, teníamos que caminar un par de kilómetros. —¿Por qué no rentaste un auto? —Me preguntó después de beber la gaseosa que le había comprado—. Habríamos llegado hace una hora, fácil. —¡Patas-flojas-Swan! Para eso gastamos tanto en el hotel, para tener absolutamente todo cerca. Y porque también quedé corto, Bella. Dame un respiro. Algo en el aire extranjero me impulsaba a molestar a Bella a cada rato. —¡Bueno! No digo nada. Fingió estar molesta. Pero me devolvió la sonrisa cuando le pellizqué debajo de las costillas. Se puso tensa. —¿Has visto a las chicas de aquí? —preguntó con amargura. Observé a las muchachas que paseaban por la calle. —¿Qué tienen? —le pregunté. —Míralas. —Le pareció obvio. Lo hice pero tuve extremado cuidado al responder. No quería joderla hablando de más. ¿Qué es lo que deseaba destacar de estas chicas? Lo primero que se me vino a la cabeza fueron sus voluptuosos cuerpos. —Eres hermosa en la manera en que eres. Me miró ceñuda. La jodí. —No hablo de sus cuerpos… me refiero a que no visten nada de ropa. Bella se estaba refiriendo al hecho de que todas las chicas paseaban por la calle en traje de baño sin problema alguno.

—Oh. Bueno… es un país un poco más liberal… Tú también podrías hacerlo —la animé. Hizo un puchero. —Soy una pequeña tabla. Además mira mi piel… todavía sigo paliducha. Para mí, ya había tomado un poco de color. —¿Sabes por qué hacen eso? Porque no les importa lo que el resto pueda pensar. Eso es lo divertido de los países tropicales, Bella. La gente es más amable de lo que crees. No me respondió en los siguientes segundos. Observé su rostro y vi cómo se mordía el labio con inseguridad. ¿Por qué tal desconfianza? Ya había pasado mucho tiempo desde aquél momento en que la conocí, tan frágil, tan insegura… distante a la mujer con la que me había casado. Y aun así Bella no dejaba de sorprenderme con su belleza natural. Todas las chicas, intentando de alguna manera despertar la atención de los hombres que las miraban pasar. Ninguna parecía tener la calidez y la ternura en los ojos de Bella. Quise animarla, pero enseguida, sonrió abiertamente. —Nada de eso, primero tengo que broncearme. Tuvo un cambio tan repentino de actitud, el cual me dejó mudo. Volvía a aparecer la nueva Bella. El inseguro ahora era yo. Nunca le dije a Bella que la última vez que había practicado sexo anal con una chica, la había jodido. Ella podría decir que estuvo bien, pero porque sabe que no tiene otro remedio. No debí alardear tanto con el tema. La expectativa que había generado era abismal. Una que podría no haber cumplido. Me miró directo a los ojos, curiosa por mi repentino silencio. Solté una pequeña risa y despeiné su cabello a propósito. Volvía a sentirme nervioso como en aquellos tiempos en los que creía que en cualquier momento ella podía escapárseme de las manos o podría decir o hacer algo para joderla. —¿Sabes? Alice me contó de algo que sucedió en nuestra boda y que al parecer, tú estabas al tanto y yo no. Me atraganté con la saliva. —¿Qué cosa, amor? —No te hagas el tonto, sí sabes. —Comenzó a sonreír con malicia. ¿Cuál de todos los escándalos? —¡Lo de Josh! Que se peleó con su novia, la de las piernas largas. ¿Ese era el único chisme? —¡Ah, sí! Bueno, eso no es gran asunto. —Parece que sí, ella no le ha vuelto a llamar en estos días.

Bella creyó que mi preocupación iba por la situación del enano, pero yo estaba pensando en el episodio de Thomas y Damian. Me suplicó que guardara el secreto, y así lo haría. Pero, ¿y qué sucedería con Jane y Andrew? ¿Acaso Bella tenía idea de lo que estaba pasando ahí? La descubrí mirándome de una manera muy particular. —Qué bonito eres cuando frunces el ceño. ¿Lo estaba haciendo? —Luces muy concentrado. Es algo sexy. Dicho esto, se paró de puntitas para besarme. Lo recibí a gusto. Sorprendido, pero a gusto. —¿Y eso qué fue? —pregunté riéndome. ¿Desde cuándo Bella me daba besos en la vía pública? En vez de admitir que se había dejado llevar por el ambiente, me respondió: —Qué tonto eres. Llegamos hasta la playa y fuimos directamente hacia un puesto de comida mexicana. Permanecimos diez minutos parados en la fila hasta que fue el turno de Bella. El muchacho de tez oscura saludó a Bella con una sonrisa bastante familiar y dijo algo en un muy fluido español. En respuesta, Bella sonrió con timidez y se puso colorada. Él había lanzado un piropo. El muchacho continuó con un par de comentarios mientras señalaba su propio rostro, como si deseara señalar algo en el de Bella. Ella le contestó un par de oraciones en el mismo idioma y se rieron. Sentí la obligación de quitarme las gafas de sol para mirarle directamente a los ojos del tipo. —Hola, ¿qué van a llevar? —nos preguntó con un inglés muy pobre. Bella se dio la vuelta para preguntarme. "Lo que tú quieras", fue mi respuesta. Ordenó un par de tacos con carne molida, ensalada, salsa habanera y guacamole. Mientras esperábamos, observé al muchacho que todavía seguía sonriendo a Bella. Al menos tres tatuajes enormes quedaban a la vista de su bien formado torso desnudo. Llevaba sus rastas atadas en una coleta, y sus dientes eran realmente blancos. Este tipo me recordó al chucho y me molestó. Si él fue el primer amante de Bella, significaba que a ella le atraían este tipo de hombres musculosos y abiertamente sociales. Cuando nos entregaron nuestro pedido, el tipo volvió a saludar a Bella en el idioma que compartían, además de añadir una que otra oración más. Ella le respondió de la misma manera. Ignorándome por completo.

—Me encanta cuando están así de picosos. A ti no te molesta tanto el guacamole, ¿o sí? —Se refirió a los tacos cuando nos dirigíamos hacia una mesa. —No. Esperé unos segundos a que se refiriera al asunto, pero no lo hizo. —Me di… me di cuenta que estaban usando español. ¿De qué hablaron? Esto le pilló por sorpresa. —¿Ah? No, casi nada. Lo típico. —¿Qué es lo típico? —Me mofé. —Uhm, pues… saludar… contar que eres de otro país… eso. Claramente no era lo único de lo que hablaron. Ella se había puesto colorada. Llegamos hacia un pequeño puesto. Dejamos nuestras mochilas y nos sentamos a comer. Ella se quitó las gafas de sol. Yo no. —Guau. Esto está tremendo. —Sonrió abiertamente, casi riéndose—. De verdad pica. Tenía razón, pero nada que una cerveza no pudiese calmar. —Es increíble que esté comiendo un taco en México —añadió después de permanecer pensativa durante unos segundos—. No se comparan con los que encuentras en Norteamérica. —Es distinto —coincidí, asintiendo. Otra vez en silencio, ella me miró con dulzura. —Señor Cullen, quítese las gafas. Quiero verle los ojos. Si lo hacía, notaría la tensión en mi rostro. —Hay mucho sol. Es un poco… molesto. Asoció mi silencio con la picazón de la salsa. —¿No quieres que te vea lagrimeando del ardor? —bromeó. Fruncí el ceño y negué. —Bella, yo ya comía comida extranjera y picosa mucho antes de conocerte. No soy nuevo en esto. No me di cuenta, pero lo solté sin asco. Ella me miró con asombro, pero sin quitar el atisbo de picardía en su sonrisa. —Disculpe, señor descontrol. Los simples mortales no estamos acostumbrados a viajar al exterior. Apuesto a que probaste muchas cosas. Sabía a qué se refería. Y sin tapujos, le respondí: —Probé más cosas de las que te imaginas.

Asintió varias veces. Distraída, me preguntó: —¿Por qué estás siendo un imbécil ahora mismo? —Fue directa al grano. Yo sabía cuánto le molestaba saber que antes de ella, habían pasado cientos de lugares con muchas chicas. —Pregúntatelo a ti misma. ¿Por qué me dejaste como un imbécil frente al vendedor? —Me recliné en la silla y puse las manos en los bolsillos. No se lo veía venir, era obvio. —¿Del vendedor? ¿Por qué? —No nací ayer. Te conozco bien y vi cómo te sonrojabas ante sus halagos. No supo qué responder, porque había acertado. —Me dijo cosas tontas, eso es todo. —¿Qué cosas? —Ay, Edward. —Ya. Dímelo. Suspiró, poniendo los ojos en blanco. —Me preguntó si era europea. Dijo que lucía muy linda para ser yanqui, y que necesitaba aprovechar el sol de México para verme más hermosa. ¿Ves? No fue nada, realmente. —Y yo estuve allí, parado como un imbécil, mientras un idiota le presumía a mi esposa. Ni siquiera me explicaste en ese momento qué es lo que estaban hablando. —¿Realmente te molestó eso, Edward? —me preguntó en serio, preocupada. —Estoy pensando en que si hubiese sido al revés, te habrías puesto sensible. Yo no hablaría con una chica hermosa frente a ti de la manera en que lo hicieron. —Bueno… pero eso se debe a mi inseguridad, no a la confianza que te tengo porque sé que no harías algo más. ¿Te sentiste… inseguro? Planteado de esa forma, sí. Comenzó a reírse y me golpeó el hombro juguetonamente. —¿Inseguro de qué, Edward? Ella me quitó las gafas. Ahora sentía vergüenza. —Eres una cosa tan linda. —Pellizcó mi mejilla. —Me recordó al chucho. Supuse que ese es el tipo de hombres que te gustan. —Fruncí el ceño. —¿Por el mismo motivo por el que yo podría pensar que te encantan las rubias voluptuosas? Yo creo que tú no recuerdas bien la historia entre él y yo.

—Claro que la sé. —Entonces sabrás que jamás estuve enamorada de él. Perdona si te excluí en ese momento. Es que me pareció tan emocionante compartir otro lenguaje con alguien más. Tenía que ser algo comprensivo. Bella era completamente nueva en esto. Si mis celos no hubiesen saltado de manera abrupta, habría tenido la suficiente paciencia para darme cuenta que estaba más emocionada por el idioma que por el sujeto. Crucé mis brazos y oculté una risa avergonzada. —Tú ya sabías de mis periodos de imbecibilidad cuando nos casamos, ¿verdad? Me devolvió la sonrisa. —Yo ya sabía que eras un potencial imbécil el día en que te conocí, así que no tengo problema.

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Estábamos sentados en una de las pocas mesas frente al ventanal del living jugando ajedrez cuando me miró directo a los ojos y preguntó: —¿Quién es tu mejor amigo? No le di una respuesta directa. —Porque hasta donde sé, empezaste una relación con Bella pero ahora te inclinas más por Edward. Solté una pequeña risa inesperada. —Yo creo que es casi como preguntarme si prefiero a mi madre o a mi padre. —¿A quién prefieres? Fruncí el ceño, pensándolo. —Son mis padres. No puedo decidir. Sam sonrió. —Entonces, Bella y Edward son como tus padres, no es cierto? —Bella es mi hermanita, Edward es mi gran amigo. —Bien… suena a que acabas de darme una respuesta. Con los días, Sam volvía a hablar con naturalidad. Todavía arrastraba un poco las palabras, pero su mejoría era notable. Ya casi estaba al día con la vida que había dejado atrás hacía unos meses. —¿Y qué vas a hacer con tu hermano y la amiga de Bella? ¿Crees que está bien que vivan juntos?

No recordaba muchos nombres, pero sí rostros por las fotos que le había mostrado. A todos los asociaba con Bella, a la única que había visto en persona. —Andrew es un perro. No es él por quien me preocupo. Siempre se está quejando acerca de por qué no pasamos más tiempo juntos, pero aun así, soy la persona que mejor lo conoce. Y sé que todo esto es un capricho. No la está tomando en serio y ella es muy frágil. Tengo que hablarlo mejor con Edward cuando regrese; él fue quien los vio. —Cualquier cosa que mantenga a tu hermano alejado de Bella, estará bien para Edward. No vas a conseguir mucha ayuda de él. Tenía razón. Mientras Bella deje de ser una prioridad para Andrew, Edward no hará absolutamente nada. Sam se dio cuenta que, otra vez en lo que iba de la mañana, me había dejado mudo. —¿Siempre fui así de listo o me golpeé el lado correcto de la cabeza? —bromeó. El humor negro sí era nuevo en él. Caroline y Feidel se acercaron a los pocos segundos. —¿Por qué siempre te quieres sentar al lado del ventanal? ¡Hace frío! —se quejó su madre cubriendo sus propios brazos. —Me gusta la vista. —Se limitó a contestar. —Te dejaremos a solas unos minutos, ¿te parece? —ofreció su padre, palmeando mi hombro izquierdo. No es que esto fuese algo inusual. El doctor no nos aconsejaba aturdir por tantas horas a Sam, pero algo en esta ocasión parecía ser especial y sus padres querían compartirlo conmigo. A Sam le habían dado el alta. —Esperaremos un par de días más hasta acomodar nuestras cosas, pero estaría listo para comienzos de la próxima semana —explicó su padre. —Thomas… creemos que lo mejor para Sam es irse con nosotros de regreso a Alemania —continuó Caroline con un tono especialmente suave y acogedor. Todavía no había caído con la primera noticia, menos con la segunda. —Has sido un increíble apoyo físico y emocional para nosotros en estos últimos meses. Por eso creímos que lo mejor sería preguntarte qué opinas acerca de esta decisión. Me permitieron trastabillar un rato, pues era lógico. Quería decir que no, pero extrañamente, no fueron esas mis palabras. —Pienso que la familia es lo primero, así que cualquier decisión que ustedes decidan tomar, la respetaré. Asintieron, aliviados por oír una gran positiva. —Pero… —continué—, Sam es un adulto. Tal vez deban consultárselo primero.

Para mi sorpresa, ellos consideraron que mi propuesta tenía total y completa razón. Feidel fue quien le dio la noticia después de que el doctor hablara con él. —Tu madre y yo creemos que la mejor decisión que puedes tomar ahora es regresar a Alemania con nosotros… por un tiempo. Hasta que termines de recuperarte al cien por ciento. Tras meditarlo con una expresión atónita, contestó: —No. Todos fruncimos el ceño. —Es decir… no. —Hijo… —Caroline se acercó. Sam no comprendía el planteo de sus padres. Fue como anunciarle que se iría a vivir a la otra punta del mundo—. He estado trabajando en recordar todas las cosas que he vivido aquí. No puedo irme. —Samuel, es simplemente por un tiempo. No tienes que quedarte para siempre con nosotros, eso lo sabemos bien. —Pero, ¿qué voy a hacer en Europa? Mi vida está aquí, papá. Nadie respondió nada. Por más que sus padres le aconsejaran lo opuesto, él era mayor de edad. No podían obligarlo. —Sammy, el motivo por el que queremos que regreses a Alemania es porque deseamos cuidarte. Eres nuestro hijo y nos preocupamos mucho por ti. —Su madre aprovechó para acariciarle la mano—. Si te quedas aquí, ¿con quién te quedarías? —Yo… bueno… seguramente me las arreglaba bien aquí, ¿no? —Me preguntó a mí. Lo único que él sabía es que vivía en un mono ambiente. Lo siguiente fue un impulso. Y no vino de mi cabeza, vino de mi pecho. —Vivíamos juntos. Tú y yo. —Solté sin dudarlo. Sam pareció haber visto un fantasma cuando lo escuchó—. Es decir, no oficialmente, pero… Sus padres sabían que manteníamos una relación, pero nadie en la habitación sabía que, aunque había dormido muchas veces en su casa, yo estaba mintiendo. Sam no dio una respuesta inmediata a mi sugerencia, pero fue suficiente para sus padres. No sin antes preguntarme si estaba seguro de tener el tiempo para disponer del cuidado y tratamiento post rehabilitación de Sam. ¿Lo estaba?

— Una semana después —

La rapidez con la que pasaron los días me tomó por sorpresa. Entre regresar al mono ambiente de Sam para ordenar las cosas (en realidad, lo hacía cada tanto), despedir a sus padres, terminar de arreglar los papeles del hospital y finalmente, trasladar un par de mis cosas al lugar para fingir que llevaba un tiempo viviendo aquí, había olvidado por completo un pequeño pero grandísimo detalle cuando Sam me preguntó: —¿Qué tipo de relación teníamos, Thomas? Estaba sentado en su silla de ruedas mientras yo terminaba de desempacar las cosas que se había llevado al hospital. Por temor a causarle una grave impresión para su estado anímico, había ignorado por completo el hecho de comentarle que él y yo éramos amantes. Me senté a su lado, cerca del sillón. Intenté decirlo de tantas maneras, pero me salió una risa natural. —Éramos más que amigos. Pude notar el fuerte sonrojo en su rostro. —¿O sea..? No es que le pareciera extraño, pero hace cinco años, desde el momento en que él mantiene sus recuerdos a salvo, habría pensado que era una locura. —Me confesaste tu amor hacia mí. De nuevo, palideció. —Todos esos años en Londres, y luego aquí. Sí fuimos compañeros en un proyecto, como te conté. Al principio, fue una amistad con derecho a roce. Pero… El nombre de Damian apareció frente a mis ojos y un sudor frío comenzó a deslizarse por mi espalda baja. Sentí un gusto amargo en la garganta y una irremediable sensación de culpa. No podía contarle lo sucedido. Esta era mi oportunidad de repararlo. La risa nerviosa de Sam me tomó por sorpresa. —Eso suena ridículo. ¿Eh? —Admito… haber sentido cosas por ti durante muchos años, pero… nunca hice algo al respecto porque… es imposible que alguien como tú se fije en mí. Habían pasado tantos meses desde la última vez que me miraba así, desde la última vez que hablábamos de esta manera. Un impulso casi salvaje apareció en mi cuerpo y me atreví a robarle un beso. El primero, casto y sencillo, le dio miedo. Pero le gustó. Yo sabía. Me animé a continuar y en pocos segundos, volvía a sentir su aliento y sus apetecibles labios.

Volvía a sentir el contacto con su piel. Volvían mis enormes ganas de follármelo. Me separó de él por unos segundos para recobrar la respiración y me di cuenta enseguida que estaba yendo demasiado brusco para el estado en que se encontraba. —Jesús, Thomas…—Se echó a reír, despeinándose. No necesité convencerle con palabras que yo tenía razón. Necesitaba alzar su autoestima con eficacia. Susurré a sus oídos. —No sabes cuántas ganas he guardado para tocarte. ¿Te mueres por verme desnudo? Había algo tan adorable y excitante en impactar a Sam con elogios totalmente inesperados para él. —V-Voy al baño, ya vengo. Aunque su respuesta fue esa, supe que lo deseaba igualmente. Pero la amargura llegó después de un rato, cuando me di cuenta que tendría que esperar un buen tiempo hasta poder intimar con él de esa forma. El resto del día transcurrió con normalidad, al menos a la que estábamos acostumbrados durante estos meses en el hospital. Continuó insistiendo acerca de nuestra relación. Tuve que ser honesto y admitir que aunque vivía con mi hermano y Jane en el otro departamento, frecuentaba muy pocas veces su mono ambiente. —Entonces, ¿por qué has decidido tenerme contigo? —preguntó él, sintiendo que era una carga para mí. Pese a todo, lo era. No iba a lograr trabajar con tanta eficacia como antes. Pero no lo estaba haciendo en un buen tiempo. —Porque planeábamos mudarnos. Volví a mentir. Y juré que sería la última vez. En la noche, nos acostamos. Y al rato me dijo: —¿Puedo hacer algo? —¿Uhm? Me besó de nuevo. Fue suave, y tranquilo. Demasiado pausado para la necesidad que mi cuerpo llevaba. No pude contener mis manos de su pecho. Se lo acaricié con suavidad, queriendo desprender los botones de su pijama. Le oí gemir despacio. Me puse en marcha. Algo obtendría esta noche. Y entonces, se separó de mí. —Quiero ir… despacio —murmuró encima de mis labios—. Estoy tan enamorado de ti. Sentí algo muy cálido en mi pecho y le respondí con una sonrisa abierta.

En medio de la oscuridad, se acercó a mi regazo y me abrazó. No tardó en dormirse a los pocos minutos mientras yo acariciaba su cabello. Su cercanía me calentó. Y la camisa de su pijama permanecía entreabierta. Pude distinguir a uno de sus pezones y por alguna extraña razón, recordé una ocasión en la que yo se los mordía. La abstinencia sexual me estaba cobrando buenas facturas. Moría de ganas por permanecer toda la noche abrazando el cuerpo de Sam, pero no podría tolerarlo con facilidad. Aproveché el sueño pesado de Sam y me escabullí hasta el baño. No encendí la luz, pero pude distinguir fácilmente mi erección debajo de mi bóxer. La tomé entre mis manos y un pequeño escalofrío recorrió mi espalda. Comencé con leves caricias, y por cada una de ellas rememoraba la sensación de mi lengua tanteando los labios de Sam y su saliva. Me emocioné con facilidad. Quería hacerlo rápido pero me vinieron unas increíbles ganas de desperdiciar toda una noche entera para mí solo y poder masturbarme hasta quedar completamente seco. (Nota de autora: a partir de este momento, incorporé un poco de lemmon entre hombres. Si quieres leerlo o no, es tu decisión) Necesité imaginar situaciones. Quería recordar la última vez que Sam me la había chupado pero habían pasado tantos meses. Me enfoqué en la sensación de la boca y los gemidos graves de un hombre encima de mi polla, lamiendo por todo su alrededor. Un recuerdo se coló entre mis fantasías, y ya no era dueño de ellas. El momento en que Damian y yo nos encerramos en el cubículo, hartándonos de mordernos los labios. Me quité el cinturón y gruñí: "me la vas a comer entera, hijo de puta". Me obedeció en menos de cinco segundos; se arrodilló y me la tomó con seguridad, chupando con la emoción que siente un hombre que trata de luchar por sus instintos homosexuales. Recuerdo claramente haberle dicho: —¿Te encantan las pollas, no? ¿Te encanta chuparlas? Me miró los ojos y asintió con avidez. —Entonces te dejaré salir del clóset esta noche, maricón. Chúpamela como tanto deseas. Y lo hizo como si fuese la última vez que lo hiciese. Podría catalogarse bisexual, pero yo conocía perfectamente bien a los desviados y sabía que jamás tendría suficiente de esto. Además, era muy sencillo de controlar. —Bájate los pantalones. Comienza a masturbarte. La visión de su boca ocupada con mi miembro y su mano izquierda con la suya me encendió como nunca. Comenzó a gemir con ganas y sabía que iba a acabar. —Voy a acabar, ¿lo quieres?, ¿lo quieres? —jadeé varias veces mientras sujetaba con firmeza su cabeza.

Asintió repetidas veces al ritmo que yo acababa sobre su paladar. Y al mismo tiempo que yo lo hacía sobre el retrete de Sam. Pasaron los minutos y me quedé helado. ¿Qué me estaba ocurriendo?

BPOV

Pasamos un buen par de horas en la playa ese día. Pero a las tres de la tarde, nos fugamos. Para cuando volvíamos caminando hacia el hotel, ya no sentía vergüenza de enseñar mi bikini por las calles. Edward me imitó y se quitó la camiseta. Me puso celosa. —Necesito darme un buen baño. —¿Otra vez se llenó de arena tu trasero, Bellita? —Se carcajeó. —¡No! —mentí, sonrojada—. Estoy bien. Me picaba mucho. Regresamos en treinta minutos, y como el sol todavía no bajaba, aprovechamos para visitar la piscina del hotel que lucía prácticamente como un spa. Nos acercamos al primer lugar desocupado que encontramos y dejamos nuestros bolsos. Mientras me sentaba en una de las reposeras, me quité la camiseta para observar mi piel debajo de la bikini. —Qué sensual. —Observó mi esposo. —Qué envidia tener una esposa que está para el infarto. Emitió algo así como un gruñido y me reí. A unos pocos metros estaba Amy, recostada boca abajo tomando sol y escuchando música con unos auriculares. Se dio cuenta que alguien le estaba dando la sombra. Sin quitarse sus gafas de sol nos saludó con un pequeño gesto con la mano y continuó con lo suyo. ¿Dónde estaba su esposo? Edward se quitó la camiseta y se echó a la piscina mientras yo recogía mi cabello para estar más cómoda bajo la sombrilla. Ya estaba acostumbrada a lidiar con las múltiples miradas hacia el bien formado torso de mi esposo. Tal vez era el alcohol, pero ahora todo me resbalaba. Pues sí, Edward es sexy. Pues sí, claro que todas lo van a mirar. Sumergí mis pies dentro de la piscina porque ya había nadado bastante en la playa.

Después de chapotear un buen rato, se acercó a mí masajeando su cabello mojado. —¿Te vas a dejar la barba? —le pregunté con diversión. Con sorpresa, acarició su mandíbula. Creo que ni él se había dado cuenta de sus pequeños vellos. —Porque yo no quiero que te la dejes —agregué antes de que pudiera responderme, con un tono coqueto. —¿Sabes? Me he dado cuenta de que eres una mirona. —¿Mirona? —Sí, te gusta mirarme. He visto cómo me observas cuando me seco el cuerpo o cuando me desvisto. Ah, pues, sí. —Me gusta mirarte —admití sonriente—. Soy voyerista. En vez de retrucar mi comentario, se acercó lo suficiente a la orilla de la piscina para hablar en privado conmigo. —Has sido muy bondadosa conmigo en estos últimos días. Quiero compensártelo. ¿Oh? Me regaló una mirada seductora. —Si hay algo que quieras hacer conmigo, avísame. ¿Sí? —Esto… tiene tintes sexuales, ¿verdad? ¿O te estás refiriendo a que fui bondadosa al regalarte mi porción de tarta ayer? —Sexual. Contigo, siempre sexual. Me hizo calor. —¿Lo que yo quiera…? Asintió, alejándose un poquito. —Tú lo has dicho. Eres toda una voyerista. Seguramente tienes alguna fantasía escondida por allí, en lo más recóndito de tu inconsciente. Seguramente que sí. Pero… ¿qué? Mientras Edward volvía a nadar en la piscina, me encontré pensando en qué tipo de cosas hacía cuando viajó con sus amigos durante la Universidad. Yo quería descontrolarme con él, pero también quería ser mejor que las anteriores. Quería darnos buenos recuerdos para estas vacaciones y tenía que hallar la manera de lograrlo. Busqué en mi bolso mi protector solar, pero no lo encontré. Volví a buscar hasta darme cuenta que lo había dejado en el hotel. —Ratas…

Me levanté, dispuesta a subir para buscarlo, pero Amy, al darse cuenta de la situación, me ofreció el suyo. —Tranquila, pasa todo el tiempo —me respondió cuando se lo agradecí. —¿Dónde está tu esposo? —Me entró curiosidad verla sola. —Cooper está durmiendo un rato en la habitación. Ya sabes cómo son los hombres, siempre se echan un sueñecito después del polvo. Me sorprendió la manera tan casual y suelta en que lo dijo. —Recién los estaba viendo a Edward y a ti. Son adorables. Sonreí tontamente. —Es mi mejor amigo. —Se nota que sí. En nuestra luna de miel, Cooper y yo nos la pasamos encerrados en la habitación. No cometan ese mismo error. —Se echó a reír. —Pues sí, quiero hacer algo divertido con él. Ya sabes… sorprenderlo. —Si quieres sorprender a un hombre, tienes que hacerlo en la cama. ¿Están acostumbrados a salirse de la rutina? —Podría decirse que sí. —Fruncí el ceño. —Bueno… hay ciertas situaciones loquísimas que pueden encender a los hombres. Sobre todo si es grupal. —¿Te refieres a… una fiesta? Asintió lentamente. —Iré a bañarme. ¿Qué tal si nos encontramos a las nueve de la noche? EPOV (5)—Mi hermano y sus amigos estaban jugando a las escondidas dentro de la casa. Debían haber tenido unos… nueve, diez años quizás. Yo había salido de tomar una ducha y me encerré en el dormitorio. Y pues… cuando me quité el edredón para aplicarme un par de cremas corporales… alguien, con toda la rudeza del mundo, abrió la puerta y me vio en paños menores. Todos nos reímos. —¡Qué vergüenza! ¿Y cuántos años tenías en ese entonces? —Bella le preguntó a Amy. —Yo tenía quince años. ¡Para mí, Cooper era el estúpido y cochino amigo de mi hermanito! —Se reía, mientras bebía de su trago. —Creo que en ese momento me di cuenta que eras una mujer —bromeó su esposo. —Y allí comenzó todo. Cooper insistió durante varios años. Pero yo jamás iba a verlo como un hombre. —Algo parecido sucedió con mi mejor amigo y mi hermana. Ella estaba enloquecida por él —les conté.

—Emmett también lo estaba —Bella me lo recordó. —Sí, pero era mi hermanita y mi mejor amigo que deseaba meterle las manos encima. ¡No iba a aprobar esa idea nunca! —En fin, crecimos y cuando comencé la Universidad, tampoco me prestó atención. —Sí pensaba que habías pegado un buen estirón y que lucías como un chico muy responsable —recordó Amy, pensativa—. Pero yo estaba con mi pareja hacía años. Estaba completamente enamorada. —No lo sé. —Bromeó Cooper poniendo los ojos en blanco—. En el último año, antes de la graduación, me vio con mi ex. —Pero, ¿es que ya la habías olvidado? —preguntó Bella, atrapada en la historia acerca de cómo habían empezado una relación. —Pues… —suspiró, nostálgico—. Por supuesto que la seguía amando. Experimenté una especie de admiración por ella siendo tan joven. Ella era mi amor platónico. Pero sabía que tenía que seguir adelante, aun cuando guardaba una mínima esperanza de que se fijara en mí. Sin embargo, jamás creí que te volverías loca por verme con Anna. —Fue tan extraño verle con otra chica. Al principio creí que estaba siendo muy protectora con él porque todos conocíamos a esa chica y el pésimo historial que llevaba encima. Se suponía que había asentado cabeza con Cooper, pero yo no me tragaba esa patraña. Me obsesioné tanto con la idea que… miren, mejor no les cuento las cosas de las que fui capaz de hacer por los celos. —¿Te diste cuenta que estabas enamorada de él? —pregunté. Ellos se miraron durante un par de segundos, sonrientes. —Yo creo que siempre lo estuve. Pero estaba confundiendo los sentimientos. Al principio eran deseos, porque me parecía muy apuesto para cuando nos volvimos adultos. Es difícil darte cuenta de estas cosas cuando conoces a una persona durante tanto tiempo. No dije nada, pero podía comprender el concepto. Muchas veces creí estar enamorado de Tanya, confundiendo amor por la simple empatía que sentía por ella por la larga amistad que habíamos construido desde tan pequeños. —La historia de cómo tuvimos que separarnos de nuestras parejas para estar juntos es más larga y un poco depresiva —comentó Cooper con casualidad. —Pero el punto es que ahora están juntos y celebrando un año de matrimonio, ¿no? —Una positiva Bella se los recordó. La pareja sonrió, risueña. —¿Y ustedes? ¿Cómo se conocieron? —Nos preguntó Amy con profundo interés—. Fue en una librería, ¿cierto? Bella y yo decidimos que ya era hora de ponerle fin a la sensación de culpa por inventar una segunda versión de nuestro primer encuentro y empezar a considerarla como verídica. Nadie tenía por qué saber la original, y nos ayudaría a dejar todo ese pasado completamente atrás.

Pero muchas anécdotas eran ciertas. —Empezamos como una extraña amistad, ya que si bien, estaba comprometido con quien creía era mi mejor amiga, yo sentía una fuerte atracción hacia Bella. —Yo también me negaba a sentir cosas por él, no me gustaba para nada cuando se propasaba y hacía algún tipo de broma verde cuando se suponía estaba con otra chica. —Uff, qué cosa más horrible estar en esa posición —lamentó Amy. —No me hagas lucir como el imbécil que te sedujo —bromeé, bebiendo de mi copa de vino. —Bueno, lamento decirlo, Bella… pero el hombre propone y la mujer dispone —comentó Cooper, entre risas. —Sí, ya sé, fue algo entre los dos —aceptó ella, sonriendo avergonzada—. La cuestión es que nos costó mucho tomar el siguiente paso. —Ella y yo estábamos unidos por algo mucho más grande que ese simple amor. Nuestras familias eran muy cercanas y había negocios de por medio. Su familia ayudó mucho a la mía durante momentos críticos. El peso de aquella responsabilidad fue lo que me llevó a auto convencerme de que ella era una buena chica, pero hasta el día de hoy siento repulsión de tan solo recordarla —les respondí en cuanto me preguntaron el por qué. —Bueno, la parte positiva… ya están juntos. —Amy imitó la acción reciente de Bella. —¡Sí! Un año entero, nos mudamos y por suerte nuestras familias se llevan muy bien. —Eso es algo muy importante. La madre de Cooper a veces no me soporta. —Está exagerando —aclaró Cooper, riéndose—. Ella sigue resentida porque me rechazaste durante tantos años. —Mi padre, al contrario, te adora. Él y Cooper salen a pescar con mi hermano desde que tienen, no sé, quince. Al final de un par de platillos picantes, nos sirvieron de postre una porción de tarta de plátano para cada uno. —Esto es extraño —comentó Amy, probando un pedazo—. ¿Les ha gustado México hasta el momento? —Es bellísimo. Aunque todavía no me acostumbro a los horarios. Aquí cenan muy tarde. —Bella frunció el ceño. —¿Han visto en el amanecer en la playa? Nosotros lo vimos esta mañana después de ir a Coco Bongo. No hay nada de eso en Estados Unidos. Bella preguntó qué era Coco Bongo. Yo sabía que era una de las discotecas más populares en Cancún. Había algo que no me convencía en Amy y Cooper, hasta que nos sentamos a conversar en la cena. Me sentí un poco culpable por prejuzgarlos con tanta rapidez. Lo mejor que nos podría haber pasado en este viaje era encontrar a otra pareja de jóvenes, tal y como había hecho en otros viajes como en Ibiza o Brasil.

Aunque esta vez era distinto. Me portaba mal con una sola chica. Mi favorita. —Podríamos ir a Señor Frogs esta noche, y luego divertirnos. ¿Qué opinan? —Cooper nos invitó mientras terminábamos de pagar la cena. Bella y yo estuvimos de acuerdo, aunque no estaba en nuestros planes pasar esta noche acompañados. Pero siempre surgían cosas muy interesantes de la espontaneidad. —¿Nos podemos escapar en algún momento de la noche? Quisiera ver el amanecer contigo, a solas — murmuró mi esposa a pocos centímetros de mi oído, en voz baja. Sonreí, a punto de besarla, pero me detuve a pocos centímetros, solamente para hacerla desear. —Voy al baño. Al regresar, me encontré con… ¿Amy? —¿Está Cooper aquí? —¿Eh? No, se quedó con Bella —se rió—. Quería preguntarte algunas cosas. Parpadeé atónito. —¿No podrías preguntarme en la mesa? —Me incomodé. ¿Qué hacía en el baño de hombres? Lo increíble fue que a ella no le pareciera extraño aquello. Me miró en silencio y luego sonrió. Se acercó hacia mí. —¿Te da vergüenza? ¿Por qué? —me preguntó con voz dulce, sorprendida. Su serenidad era tan convincente que, durante tres segundos, olvidé por completo que esta situación era ridícula. —Amy, ¿qué sucede? —me reí. —Uhm, ¿eres nuevo entonces? Me preguntó y en un movimiento casi imperceptible, sus delicados labios besaron mis inferiores. ¡Woah! —Hey, hey, hey. ¿Qué estás haciendo? —La separé de mi cuerpo. Sin embargo, ella era quien parecía no comprender la situación. —¿No hablaste con Bella? ¿Qué tenía ella que ver en esto? —¿Sobre qué? Soltó una risa, mofándose. —Uy, pues, lo obvio. Dos parejas…

Mis sospechas habían sido certeras. —¡De ninguna manera! ¿Por qué querríamos…? Encogió sus hombros. —Estoy asombrada. Hablé con Bella y ella me dijo que no tendría problema en divertirnos un rato. No sabía si indignarme o reírme. —Obviamente no tenía idea a qué te referías. —Obviamente —aceptó ella—. Tal vez si fuéramos más directos… ¿Qué? —No, Amy, espera. Esto es una locura. No somos polígamos ni nos interesa. Y… ¿qué acabas de hacer? Me limpié rápidamente su labial en mi boca. —No que fuese gran cosa, Edward. —A ella le parecía gracioso la malinterpretación. A mí solamente me preocupó una cosa: —¿Cooper está con…? Tal vez Amy no tenía problema con eso, pero yo sí. Literalmente, volví a zancadas hacia nuestra mesa para encontrar a Bella y a Cooper a solas. Estaba preparada para darle la paliza de su vida si planeaba tocar a mi esposa aún después de la tremenda confusión. No había sucedido nada, pero estaban allí, sentados uno a la par del otro, riéndose mientras bebían más vino. A Bella le asustó verme tan alterado. —¿Qué ocurre, amor? Cooper me observaba de la misma manera, sorprendido. No tenía idea cómo explicar la situación. Y el nivel de alcohol que portábamos los cuatro, no ayudaría. —Nos vamos. Lisa y llanamente, se lo dije. Tomé la mano de Bella y nos marchamos del restaurante sin mirar hacia atrás. —¿Puedes decirme qué ocurre? ¿Por qué nos vamos? —Se molestó. Estuve a punto de escupir las palabras, pero decidí detenerme por un segundo y pensarlo con claridad. Si le comentaba sobre aquél malentendido que ella misma había generado (no debía echarle la culpa, lo sé), tendría que mencionar la pequeña escena que Amy había montado. Tal vez un beso no significaba absolutamente nada para mí, pero sí para ella. Finalmente había logrado que dejara de molestarse por aquellas muchachas que podían sobrepasarse, echaría atrás todo el esfuerzo que había implementado para reforzar su autoestima. ¿No sería más sencillo ignorar todo aquello?

—Amy está molesta con Cooper, se ha enterado de alguna infidelidad o algo así. No sé. Hay que darles privacidad esta noche. Gracias a Dios, Bella se tragó aquella mentira. Bueno, gracias al vino. —Uh, pobres. Ojalá estén bien. —Sí, bueno. —Puse ojos en blanco. —Oh, eh... ¿qué hacemos ahora? Nos miramos en silencio. /./././././././././././././ (6) Dos jarras completas de Margarita y nos encontrábamos en ropa interior en nuestra cama. —Okay, ya sé —dijo mientras me apuntaba con su dedo índice—. Juego de dados. ¿Lo has intentado? Más veces de las que recordaba, pero no se las iba a decir. —Me doy una idea. —Lo encontré en internet. Lo hagamos. Ya. Bella tomó rápidamente un pequeño cuaderno y arrancó dos hojas. Permaneció pensativa. —Me da pereza armar los dados. —Chasqueó la lengua. —No necesitamos armar dados. Dame las dos hojas. El juego era muy sencillo: en un dado, se encontraban detalladas las acciones, y en el otro, las partes del cuerpo. Pero como no había dados, decidí armar dos listas: 1) LAMER 1) GENITALES 2) MORDER 2) ROSTRO 3) CHUPAR 3) BOCA 4) FOLLAR 4) TRASERO 5) ACABAR 5) ALEATORIO Se la entregué para que le diera un vistazo mientras yo escribiera los números en varios papelitos pequeños para escoger. —¡Woohoo! ¡Sucio! —Se emocionó, notablemente pasada en copas—. ¿A qué te refieres con "aleatorio"? —Escoge la parte del cuerpo que tú quieras.

Terminé de arreglar el pequeño sorteo y nos posicionamos en medio de la cama con ambas listas en un costadito. —Rayos, esto me emociona mucho. —Bella comenzó a soltar risitas. —¿Haces los honores? —pregunté alzando una ceja, mientras le ofrecía los pequeños bollitos de papel. Bella los recibió, los agitó en sus pequeñas manos y sacó uno: Primero el número cinco, y luego el número tres. —Eso sí que es sucio —ella se echó a reír. Lo pensé mejor, y le regalé una sonrisa maliciosa. —Lo harás tú primero. Y luego yo. ¿Sí? Asintió, sonrojada. —Vamos a cronometrarlo. El primero en acabar, esta vez, gana. —¿Y qué gana? —me preguntó con interés. —Podrá pedirle al otro cualquier cosa. Y me refiero a… cualquier cosa, Bella. Más que un obsequio para ella, se trataba de una amenaza mía. Yo ya sabía perfectamente qué es lo que quería probar esta noche con Bella. Y pensar en ello, me ayudaría a terminar antes que ella. —Trato hecho. —Aceptó ella, gustosa, creyendo que podría ganar. Estrechamos nuestras manos, cada uno convencido que el otro perdería. Me recosté en la cama. —Bien, venga por aquí, señorita. Bella tardó un par de segundos en comprender cómo debería llevar acabo el reto. Le oí reírse un poquito. Se quitó la ropa interior para permanecer completamente desnuda frente a mí. Se acercó hasta mi cuerpo y apoyó lentamente sus caderas encima de mi rostro. El aroma de su esencia me impactó con rapidez. Estaba lo suficientemente ebrio como para pensar en voz alta. —Mierda, ¿con qué te lubricaste? —Eres mi lubricador favorito, bebé. —Se mofó. Gimió en cuanto sintió mi boca prácticamente en su intimidad. Nunca antes habíamos probado esta posición, por lo que tenía que tomarse unos pocos segundos para deducirlo. —Apoya tus brazos contra el respaldo de la cama y comienza a moverte, vaquerita —bromeé, tratando de ayudarla, y de paso le di unas palmaditas.

Bella empezó a reírse con los ojos cerrados. No había nada más hermoso que ver una juguetona y sonrojada Bella en estado de ebriedad. Comenzó a empujar sus caderas hacia adelante… y hacia atrás. Adelante, y hacia atrás. Por cada movimiento, toda su vagina recibía una chupada de mi lengua que permanecía intacta, atenta a sus movimientos. Soltó pequeños gemidos, sorprendida por la facilidad con que podría excitarse. Detuve sus caderas de manera abrupta. —El reloj —le avisé entre risas, olvidando por completo aquella parte de la apuesta. Tomé mi celular y lo activé. —Ya, ahora sí. Volvió a repetir los mismos movimientos, casi como una chiquilla se posicionaba encima de un sillón para buscar fricción y conseguir un poco de placer. Sus dulces y tiernos gemidos me habían endurecido la polla por completo. Pero yo no planeaba reaccionar ni cambiar la posición de mi lengua, porque en esta ocasión, yo debía postergar lo más rápido posible su orgasmo. Y por supuesto, no contaría con mi ayuda para acariciarse. Continuó apoyando su cuerpo contra la cabecera, pero utilizó una de sus manos para acariciarse las tetas y jalarse los pezones de tanto en tanto. Su hermoso culo se movía sin parar encima de mis pectorales. Podía sentirlo tan cerca que se me hacía agua la boca. En otra ocasión, le habría pedido que alzara un poco más sus caderas para chupar la unión entre su primera cavidad y su ano. Utilicé mis brazos para sujetar los muslos de sus piernas cuando se dio cuenta que estaba perdiendo tiempo disfrutando del placer. Los movimientos se volvieron casi erráticos y bruscos, golpeando la cama una y otra vez. Esto era excelente. Mientras más me excitara, más rápido ganaría la apuesta cuando sea mi turno. Normalmente podía darme cuenta cuando le faltaba poco, pero esta vez, acabó encima de toda mi boca sin previo aviso. Pegó un fuerte gemido y permaneció casi paralizada, entregándose al placer. Le permití recuperarse del clímax todavía encima de mi rostro. Entre suspiros, se separó y observó el cronómetro. Siete minutos y treinta y ocho segundos. —¡Ja! Menos de diez. ¿Cómo la ves? Ante su burla, le enseñé mi enorme erección debajo de mi bóxer con total orgullo. —La veo fantástica. Gracias por dejarme durísimo, amor.

Entre risas, me quité la ropa interior y pude oír cómo refunfuñaba al darse cuenta que, quizás, perdería esta apuesta. Imitó mi posición, recostándose. —A ver, golfita. Abre esa boquita para mí. Tomé mi miembro desde la base y dejé que ella se lo tragara. No planeaba enterrarla entera, porque nunca antes habíamos probado esta posición y no quería producirle arcadas. El calor de su saliva me produjo escalofríos. Yo ya estaba algo mojado y listo para fantasear con nuestra siguiente sesión para alcanzar mi orgasmo en menos de siete minutos. Comencé a mover lentamente mis caderas, procurando tener cuidado ya que mi cuerpo era mucho más grande que el de ella. Emitió un par de gemidos con los ojos cerrados, algo que me pareció increíblemente adorable y excitante. Sonreí con malicia, ¿realmente quería que yo ganara? Entonces, abrió sus ojos y me miró fijamente. Algo que también me ponía loco. Lo siguiente, me tomó por sorpresa: Intentó sonreírme, y por eso enseñó sus dientes. En pocos segundos, mi polla sentía el peligro de recibir una mordida, pero yo sabía que Bella no era capaz de hacer eso. En cambio, expuso sus dientes para que tuviese precaución a la hora de introducir mi polla en su boca. Lo cual, hizo que el proceso se retrasara un poco más. —Ohhhhh, vaya, ¿vas a ser una hija de puta, eh? —Me di cuenta y no pude evitar reírse. Claro que también me sonreía, sabiendo perfectamente lo que estaba haciendo. Me enfoqué, también, en los movimientos de mis caderas. Afortunadamente, mis testículos podían sentir la suave y deliciosa piel de sus pechos, lo cual era un gran motivador. Pero Bella lo empeoró: me miró tan fijamente y sin emitir ningún tipo de sonido: era como follar una muñeca, o una muerta. —Mierda, mierda —gruñí, pero de la frustración. Quería reírme, porque era una maldita genia, pero si lo hacía tardaría en encontrar mi propio placer. Afortunadamente, mis ojos se dirigieron hacia mi teléfono y pude ver que ya estaba a punto de llegar a los cuatro minutos. Y la prisa por terminar rápido, fue un increíble afrodisiaco. Cerré los ojos y me permití fantasear con nuestra siguiente ronda. Yo sabía que era capaz de decirme que no, que era demasiado para ella. Pero no me importaba, porque en el momento sabría que le encantaría. Y observar a mi hermosa chica descubriendo que algo tan sucio podía gustarle, con esa extraña sensación de culpa, me ponía a mil. No pararía de gemir y gemir. Hasta gritaría. Los vecinos podrían escucharla y eso me encantaba. Y al final, acabaría. Acabaría tanto que… —¡AH! Bella gimió al mismo tiempo que yo, sorprendida. Atenta, recibió toda mi descarga y se la tragó.

Me sorprendí lo fuerte que había sido. Con prisa, observé el cronómetro. Seis minutos y veintisiete segundos. —¡Sí! ¡Gané! Para mi sorpresa, Bella no lució tan molesta por haber perdido. En realidad, me sonreía. —Eres tan lindo cuando te pones como un idiota competitivo. —Fue su respuesta cuando se lo pregunté. —He ganado, así que harás lo que te pida. BPOV —Okay, ¿qué será esta vez, genio? Por alguna razón, lo asocié con semen. No sé, Edward era tan cochino que seguramente quería tratar algo que involucrase ensuciarse demasiado. Esperé un rato sentada en la cama, algo curiosa al ver que se había ido hasta nuestro ropero, en busca de algo. Apareció con un pequeñito aparato rosa y un frasco violeta. Yo sabía que el frasco era un lubricante, así que habría una poco de cuestión anal. Pero, ¿el aparato? —A diferencia de ti, yo me porté muy bien en mi despedida de soltero sin recibir ni un solo regalo sucio de mis amigos —comentó. ¡El vibrador! —Ohhh, sí, esa mierda. No sé cómo funciona. Se sentó frente a mí, con ambos con objetos en las manos y me miró con malicia. Tardé un buen par de segundos en comprenderlo. Y cuando lo hice, fue como: —Okay, creo que acabo de tener un orgasmo. Se echó a reír. —Vas a tener más de uno hoy, preciosa. Me sentí increíblemente sumisa, por lo que decidí jugar con eso: —Pe-Pero… es… mi primera vez, profesor —solté con una voz angelical. Edward enmudeció por tres segundos, y sonrió. —Dame tus lentes. —Me pidió entre risas bajas, totalmente de acuerdo con la fantasía. Se los di y… ¡woah! Qué sexy se veía con ellos.

Y se convirtió en aquél personaje con total rapidez cuando se tiró abruptamente sobre mi cuerpo, sujetando mis muñecas. A propósito, solté un gemido similar al de una estudiante a quien le acaban de bajar las pantaletas de un tirón. —¿Qué voy a hacer con usted, Swan? Sus notas empeoran cada vez más y más. Mi respiración se agitó y por un momento, creo que nos olvidamos por completo que estábamos casados. Se levantó de mi cuerpo. —Levántese y póngase en cuatro. Asentí, respondiendo a sus pedidos. Le regalé una buena vista de mi trasero, esperando a que me follase o algo. Se tardó un par de segundos. Parecía ser que había olvidado algo atrás. Regresó y pude sentir sus ojos clavados en mi cuerpo, y no estaba para nada satisfecho. —Creí que la última vez había sido claro con usted, Señorita Swan. —Se refirió a la última vez que habíamos intentado esta fantasía—. Pero no hace otra cosa más que desaprobar, desaprobar y desaprobar… ¿Por qué no estudia? —M-Me distraigo por usted. No puedo parar de pensar en las cosas que me hizo. —No creo que sea por eso. Usted necesita un poco de disciplina en su vida. Necesita ser castigada y conocer las consecuencias de sus actos. ¿Bien? Asentí, nerviosa. Me pidió que volviese a sentarme de rodillas frente a él. No llevaba bóxer, así que la vista era genial. Tomó mis manos y me colocó las esposas felpudas que también habían sido un regalo de mi despedida de soltera. Volvió a empujarme contra la cama, pero esta vez para sentarse y posicionarme de cierta manera para que pudiese darme unas nalgadas. —Has fallado en siete exámenes. Voy a azotarte por cada una de ellas. La primera, para mi sorpresa, fue dura. La segunda, también. En la tercera, me di cuenta que Edward, definitivamente, planeaba dejarme el trasero enrojecido. —¡P-Profesor! P-Por favor, n-no me gusta… Y allí vino la cuarta. —¿Vas a seguir desaprobando? La quinta. Fuerte. —¡Ah!

—¿Vas a hacerlo? —¡No! La sexta. —¿Te vas a portar bien? La séptima fue sin pudor alguno. —¡Ay! ¡Sí! ¡Sí! Acarició la piel enrojecida por unos segundos, y se separó bruscamente de mi cuerpo, haciendo que rebotara en la cama. No podía moverme. Las esposas me tenían sujetas. —La próxima vez, por cada falla en tus exámenes, van a ser el doble de azotes. Y si me contestas mal, volverás a recibirlos. ¿De acuerdo? —P-Profesor, e-esto no está bien. Es… inapropiado. ¿Qué pasa si alguien se entera? Me había dado la espalda para preparar su próximo juguete, pero enseguida, giró su rostro hacia mí y se acercó con sigilo, con una expresión maliciosa. Agarró mi mandíbula y la sujetó con firmeza solo para que le prestara atención a su hermoso y condenable rostro. —Nadie se va a enterar de esto, señorita Swan. —P-Pero ya recibí mi castigo, ¿por qué sigo atada? —Porque eres una puta y me provocas. Voy a follarte duro toda la noche hasta que no des más, y así entiendas con quien te estás metiendo. —Y-Yo no quiero que haga eso, por favor, pare… —Para eso te he atado, para que no puedas escaparte. Esta noche, te voy a follar por ambos lados al mismo tiempo. Tragué saliva. Mierda, Edward me la iba a hacer difícil hoy. Había algo muy, pero muy excitante en la manera en que me empujaba contra la cama. Me producía ira, mucha frustración, y me daban ganas de devolverle el mismo trato. Pero al ser incapaz de moverme, se convertía en una excitación acalorada. Antes de posicionarme, le desafié. —No me va a follar tan fácil, profesor. Me resistiré. Alzó una ceja, disgustado. —¿Ah, no? ¿Tú crees? —gruñó.

Me empujó hacia adelante y rápidamente tomó mis caderas para posicionarme casi en cuatro. Intenté, entre gruñidos, alejar mi cintura de su agarre. Le oí maldecir y me propinó una fuerte nalgada en mi zona ya sensible. —Pórtate bien, puta madre, o te voy a dar sin parar hasta el amanecer —refunfuñó. Pegué un grito —casi, exagerado—, cuando le sentí introducirse de lleno en mi estrecha cavidad. Para mi sorpresa, ese simple movimiento me hizo correr. Se rió con sorna. —¿Qué no quieres? Pero si eres toda una puta, mira cómo me estás acabando encima. —¡No soy una puta! —mascullé, enfadada por mi poca fuerza de voluntad. —Entonces, esta noche te voy a convertir en una. Usó su mejor habilidad para empujar sus caderas contras las mías con una velocidad extraordinaria. No me dio tiempo ni para recobrar el aire. Sentía mi rostro ardiendo. Pero no buscó un orgasmo, no al menos en esa cavidad. Al contrario. Se separó de mí e introdujo el pequeño huevo en lo más profundo de mi vagina. Se sintió extraño, hasta que encendió algún botón que logró que el huevo comenzara a vibrar con mucha potencia. —¡Ohhhh! ¡Carajo! —grité. Obviamente, le había marcado en máximo. No pude creer lo increíble que se sentía. Sacudí mis caderas como una perra, extasiada por la sensación. Volvió a nalguearme una y otra vez, mientras yo sacudía el trasero como loca. —¿Ves cómo te encanta? ¿Ves por qué eres una puta? ¿Lo eres? —¡Sí! —exclamé, casi perdiéndome del personaje que se suponía debía negarlo, pero es que era tan bueno… —¿Eres una puta? —me azotó. —¡Sí! ¡Soy demasiado puta! —aullé—. ¡Fóllame duro! Normalmente, Edward se echaba un poco de lubricante en la punta de su polla para introducirse en mi cavidad anal. Pero, no supe por qué, esta vez me lo echó encima de todo el trasero y entró, en una sola estocada. —¡Mierda! —gruñí. Comenzó lentamente, pero porque era lo rutinario hasta sentir que ya estaba completamente introducido. Acto seguido, se recostó en la cama y me posicionó encima de él, pero dándole la espalda. Ahora podía oír sus jadeos detrás de mi oreja.

Me sujetó con firmeza las piernas y le dio marcha a sus planes. Por un lado, sentía su enorme polla dentro y fuera de mí una y otra vez, con mucha rapidez. Y por otro lado, podía sentir cómo mis jugos se desbordaban hacia mi trasero debido al estúpido y bendito huevo. Jesucristo, estaba amando esa cosa. ¿Y si me lo ponía para usarlo en algún lugar público? ¿Y si lo llevaba siempre en mi cartera? ¡Quería sentir esa maldita vibración por todo mi cuerpo! Me salí del personaje. —Carajo, Edward. S-Soy una puta, me… me encanta —gemía una y otra vez, llenísima por ambas sensaciones. —Mi puta preferida —jadeó apoyando su rostro contra mi oreja, completamente ido por el placer—. Mierda, no aguanto más. Voy a acabarte entera ahora, Bella. —¡Hazlo, hazlo, hazlo! —pedí entre chillidos, sintiendo que me faltaba poquísimo. Definitivamente quería hacerlo junto a él. Esa fue la primera vez, creo, desde que estamos juntos, que gritamos tan fuerte.

CAPITULO 28

Seguramente te preguntas qué sucede luego de la luna de miel entre Bella y Edward, porque no creo que haga falta explicar todas las cosas que experimentaron allí. Voy a obviar los detalles para quienes no sientan interés por el contenido lemmon, pero si lo sentías, te cuento que fue muy experimental, emocional y terminó por unir a la pareja más que antes. Durante esta ausencia, algunas cosas comienzan a suceder en Nueva York: Thomas, sintiéndose culpable por el encuentro que tuvo con Damian en el casamiento de Bella y Edward, intenta que las cosas con Sam tengan un nuevo y mejor comienzo: la noche en la que decide tener un encuentro íntimo con él por primera vez luego de su accidente, termina fantaseando con el encuentro con Damian, sintiéndose doblemente culpable. Cuando Bella y Edward regresan de su luna de miel se encuentran con varias sorpresas: Sam ha concluido la relación que mantenía con Thomas al darse cuenta que no parece haber tan buena química sexual entre ellos (producto de la culpa que siente Thomas al sentirse más atraído hacia alguien a quien, supuestamente, odia). Alice y Jasper han comenzado a tomar muy en serio los trámites de adopción. Pero no es hasta recién, durante la fiesta de año nuevo organizada en el departamento de Bella, que ella encuentra a Andrew y Jane escondidos en la cocina besándose. Aunque el resto del grupo ya sospechaba, también fue la primera vez que Josh se enteraba de este romance, el cual lo toma de muy mala manera. En esta fiesta, también se produce un encuentro entre Damian y Thomas. Este primero se ha enterado que el muchacho británico ahora se encuentra soltero y con el corazón roto. La oportunidad perfecta para desatar esa extraña, ambigua pero fogosa atracción que sienten entre ellos: Te odio, pero me encantas.

El grupo sabe que algo sucede entre Thomas y Damian. Sam luce decaído, sintiéndose triste más que nada por lo difícil que fue tomar la decisión de dejarlo ir. Bella es una de las principales enemigas a esta relación, ya que siente que Thomas nuevamente se está dejando llevar por la tentación y no por sus verdaderos sentimientos: y en un terrible malentendido, Sam termina escuchando la verdadera historia en la que técnicamente Damian se roba a su chico. Los chicos intentan detener una posible paliza a Damian, pero el colorado termina sorprendiéndolos: una simple bofetada a Thomas, jurando no volver a caer antes sus pies nunca más. Josh decide irse de viaje por un par de meses a Tailandia, lo cual hace mucho más sencilla la declaración abierta de la pareja entre Andrew y Jane. El grupo está dividido: hay quienes piensan que es una pareja muy acertada ya que ambos representan el espíritu "aniñado" del grupo: los dos más pequeños. Otros, al contrario, creen que como toda relación revolucionada por las hormonas pueda llegar a tener un final desastroso; sin embargo, todos la aceptan. Sin embargo, las cosas no tardan en complicarse: Rosalie comienza a intolerar las visitas que Emmett realiza a Cassie en el hospital, donde tras el accidente que afectaría su columna vertebral, se vería imposibilitada para caminar ya que teme que este pueda sentir lástima por ella hasta niveles insospechados. Alice y Jasper consiguen una mujer interesada en dar en adopción a su bebé, aunque esta es nada más ni nada menos que una niña de 16 años. Thomas y Damian desarrollan una relación puramente basada en deseo sexual y desafortunadamente, esto no quita los defectos que ambos odian del otro. Sam, que aún conserva recuerdos de su adolescencia, todavía recuerda lo que era sentir atracción por una mujer: asiste a una cita en una noche de incógnito con una vieja conocida, y aunque intentan besarse, él descubre que no siente lo mismo que siente por los hombres. Ambos acuerdan mantener aquél encuentro en secreto, pero Jane y Andrew los vieron tomados de la mano, y el rumor no tarda en expandirse: Sam secretamente, sale con mujeres. Thomas se entera de esto y lo primero que hace en un ataque de celos es preguntarle de manera directa. Sam planeaba ser honesto con él, pero decide mantenerse en silencio. Esto, sumado a un terrible inconveniente con Damian (se entera que éste le ha contagiado herpes) termina por convencer a Thomas en dejar su tóxica relación con Damian e intentar conquistar una última vez más a Sam. Andrew decide regresar y darle una segunda oportunidad a la iglesia. Y allí conoce a Lola, una catequista que le ayuda a reintegrarse en su camino cristiano y una vieja amiga de Thomas. Sin embargo, Lola produce en Andrew algo similar a lo que sentía por Bella, y termina teniendo varios encuentros secretos con ella de los que Jane termina enterándose. Con el corazón roto, Jane no hace nada más que pensar en Josh ahora que ha vuelto de su viaje a Tailandia con un aire mucho más maduro. E intenta aproximarse a él, pero Josh sabe que Jane se encuentra despechada, así que decide rechazarla. Toda esta experiencia convierte en Jane en una joven mucho menos tímida de lo que era. El verdadero drama de la historia comienza cuando, la persona que sacaba a pasear a Bear cuando Bella y Edward no podían, traiciona su confianza y los toma por sorpresa una noche en un intento de asalto donde roba todas las tarjetas de crédito y el dinero ahorrado que guardaba Edward en una caja fuerte, dejándolos en condiciones económicas bastante deterioradas. Y cuando deciden armarse de fortaleza, otra crisis aparece: Bella es despedida de la editorial en la que trabajaba junto a Melissa. Su jefe, Krauttman, le explica los motivos que terminan resultando muy vagos y confusos para Bella. En esa misma semana, Tanya Denali

era invitada para una entrevista en un nuevo segmento donde se la declara una de las mujeres más influentes de la ciudad en ese año al practicar ambas profesiones (modelaje y periodismo) de manera más que eficiente. En un pequeño y accidental encuentro entre ella y Bella, le termina confesando en pocas palabras que todos sus despidos anteriores no fueron obra de magia, sino que la influencia de Tanya es capaz de abordar cualquier editorial de la ciudad, consiguiendo de alguna manera la venganza que tanto esperaba hacia Bella Swan. Bella no se lo cuenta a nadie. Ni siquiera a Melissa que sabe que está ocultándole algo. El único en saberlo es Edward que intenta buscar otra venganza, pero es detenido por Bella al explicarle que esta era una guerra imposible de ganar y que era mejor corta de raíz cualquier relación cercana hacia el Imperio que manejaban los Denali. Frente a tanto estrés, la pobreza que acarrea la pareja casada (ojo, no es que les falte dinero, porque su familia claro que los ayudaría, pero ambos poseen un firme concepto acerca de producir lo propio y no estorbar a nadie), Bella cree que los mareos, náuseas y jaquecas provienen de dichos asuntos, pero se termina por descubrir que finalmente, ella está embarazada de su primer bebé. Una Bella embarazada de pocos meses descubriendo el ámbito de la enseñanza escolar de la literatura, mucho más tranquila en un ambiente donde ningún Denali podría perjudicarla ya que contaba con el eterno apoyo de Teseo. Edward insertándose por un tiempo en el hospital donde su padre trabaja. Con los meses, y el ahorro, las cosas empiezan a marchar finalmente bien hasta que llegan las complicaciones: Bella se descompone en la calle por todo el esfuerzo que hace para hacer las compras navideñas por su propia cuenta con 8 meses de embarazo. Hasta entonces, ya saben que esperan un niño y el nombre que han escogido es Benjamin, así de esa manera Bella y Edward hablan con él a través del vientre de Bella. Cuando ella rompe bolsa, es acompañada de manera urgente al hospital junto a su madre y a sus amigos cercanos en ese momento: Thomas y Alice. Edward es llamado de urgencia para presenciar el parto. Sin embargo, el ascensor en donde se encontraba en el hospital queda parado, imposibilitando su llegada hacia el hospital. Bella se niega a dar a luz sin Edward a su lado, pero Thomas y Alice la incitan a hacerlo, porque podría ser contraproducente para el bebé. La única persona que se queda en el parto, acompañando a Bella, es Thomas. Aunque Edward llega demasiado tarde para el nacimiento de su primogénito, se asombra por completo al ver lo hermoso que es: tiene ojos enormemente azules, como los de sus padres. A pesar de haber estado preparados para un bebé llorando las veinticuatro horas, descubren que con el paso del tiempo, Benjamin resultó ser un bebé/niño de lo más silencioso, educado, completamente apegado a su madre. Finalmente, con el paso de los años, Bella decide abandonar la literatura y apostar por la cocina que tan bien se le da. El tío de Edward que tanto quería a Bella decide llamarla para un nuevo emprendimiento que tenía en planes: una pastelería. Así que Bella decide tomar cursos intensivos para recibirse oficialmente de Chef Pastelera. Edward vuelve a trabajar en la pediatría que tanto le apasiona. Con el paso del tiempo, Jane y Josh terminan regresando. Andrew se compromete con Lola y decide regresar a Inglaterra junto a ella. Thomas y Sam han vuelto a hacer las paces porque saben que son necesarios el uno para el otro aunque empezando desde 0, como una pareja común y corriente. Rosalie y Emmett se casan por civil, después de tanto pedírselo. Alice y Jasper adoptan los gemelos de la jovencita de 16 años y mantienen una relación abierta con ella. Ah, si. ¿Y qué hay de Melissa y Mark? Bueno, ellos siempre fueron reservados. Si tuvieron problemas, jamás fueron públicos. Y ya que la historia está narrada por el punto de vista de Bella y Edward, se mantienen como la pareja feliz que (hasta el momento) se niega a tener hijos.

Años más tarde, Bella queda embarazada nuevamente y es una hermosa niña alegre, juguetona y molesta llamada Mathilda. Y sí. Esta vez, Edward se asegura a toda costa de presenciar el parto. ¿El titulo? Bueno, me basé en la figura de la rayuela 'francesa', que llega hasta el siete. Lean esta reflexión: "La rayuela se juega con una piedrita que hay que empujar con la punta del zapato.. En lo alto está el Cielo, abajo está la Tierra, es muy difícil llegar con la piedrita al Cielo, casi siempre se calcula mal y la piedra sale del dibujo. Poco a poco, sin embargo, se va adquiriendo la habilidad necesaria para salvar las diferentes casillas (rayuela caracol, rayuela rectangular, rayuela de fantasía, poco usada) y un día se aprende a salir de la Tierra y remontar la piedrita hasta el Cielo, hasta entrar en el Cielo". En otras palabras; así es como los personajes, entre saltos y tropiezos, llegan hasta el "cielo" que vendría a significar el aprendizaje de un largo camino.

FIN