Merton

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Neste arquivo: - Capa, contracapa e páginas iniciais; -Introducción (pgs. 001-008); -Prefacio a la edición aumentada de1968 (pgs. 009-011); -Prefacio a la edición revisada de1957 (pg. 012); -Expresiones de gratitud (pgs. 013 e014); - Cap. VI-Estructura socialy anomia (pgs. 209-239); -Bibliografía (pgs. 741-746); -NotaBibliográfica (pg. 747), e -Índice General (pgs. 768-774); -Índice General eNotas «lineadas;; com os respectivos destinos.

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SECCióN DE OBRAS DE SociOLOGÍA TEORÍA Y ESTRUCTURA SOCIALES

Traducción de M. TORNER

FLORENTINO

y RUFINA BORQUES

ROBERT K. MERTON

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TEORlAYESTRUCTURA SOCIALES Introducción de MARIO BuNGE

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA MÉXICO

Primera edición en inglés, Tercera edición en inglés

Primera edición en español, Segunda edición en español, Tercera edición, Cuarta edición,

1949 1957 1968 1964 de la tercera en inglés, 1980 1992 2002

(revisada y aumentada), (revisada y aumentada),

Segunda edición en inglés

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra -incluido el diseño tipográfico y de portada-, sea cual fuere el medio, electrónico o mecánico, sin el consentimiento por escrito del editor. Comentarios y sugerencias: [email protected] Conozca nuestro catálogo: www.fce.com.mx

Título original: Social Theory and Social Structure © 1949, 1957, The Free Press © 1968, Robert K. Merton © 2002 (por la Introducción), Mario Bunje

D. R.© 1964, FoNDO DE CuLTURA· EcoNóMICA D. R.© 1992, FoNDo DE CuLTURA EcoNóMICA, S. A. DE C. V. D. R.© 2002, FoNDO DE CuLTURA EcoNóMICA

Carretera Picacho-1\jusco, 227; 14200 México, D. F.

ISBN 968-16-6779-4 (cuarta edición) ISBN 968-16-3945-6 (tercera edición) ISBN 968-16-0252-8 (segunda edición) Impreso en México

A la memoria de CHARLES H. HOPKINS,

amigo, maestro y pariente

INTRODUCCIÓN MARIO BUNGE EsTE LIBRO CAUSÓ SENSACIÓN en la comunidad sociológica cuando apareció en su primera versión. No es que su autor fuera un desconocido, ya que una pila de artículos le había ganado una sólida reputación de originalidad y rigor en varios ;:;ampos. La novedad consistía en que, por primera vez desde el masivo (y soporífero) tratado de Max Weber -Economía y sociedad (1921)-, un sociólogo preSentaba una voluminosa colección de ensayos brillantes sobre una variedad asombrosa de temas, al mismo tiempo que rompía cierta tradición. Esta tradición consistía en la separación estricta entre el trabajo empírico o de campo, en el que se había destacado la escuela sociológica de Chicago, y el teó­ rico o libresco, tal como los de Vilfredo Pareto y T horstein Veblen. Y hasta hace muy poco fue común en sociología la referencia a "investigación y teoría", como si no pudiera haber investigación teórica. Una de las características de la obra de Merton es, pues, su fusión del dato con la hipótesis, en particular la profundización de la descripción de los hechos me­ diante la conjetura de mecanismos que pueden explicar los hechos observados. Otras características que contribuyeron al éxito inmediato de Teoría y estructura sociales son su lucidez y elegancia, en contraste con los trabajos de sus contempo­ ráneos, escritos unos en prosa pedestre y otros en estilo opaco y grandilocuente. ¿Quién es el autor de este libro? Los sociólogos profesionales saben que Robert K. Merton es el más importante de los sociólogos contemporáneos, in­ cluso que escritores tan conocidos en Latinoamérica como Alvin Gouldner, Pierre Bourdieu, Alain Touraine, o los miembros de la escuela de Frankfurt. Más aún, Merton es un científico del calibre de los fundadores de la sociología mo­ derna: Émile Durkheim, Max Weber, Vilfredo Pareto y Georg Simmel. En cierto modo, la obra de Merton es la cumbre de la sociología clásica: la ma­ yor parte de sus principales escritos aparece antes de la difusión de las cuatro escuelas paralelas a la corriente central de la sociología científica contemporánea: la elección racional, el neomarxismo, la teoría crítica y su pariente próximo, la hermenéutica (o sociología comprensiva o interpretativa). Incluso el eminente James Coleman, quien terminó siendo fuertemente influido por la escuela de la elección racional, le dedicó su monumental Foundations oJ Social Theory (1990) a quien llamara su maestro, Robert K Merton. Merton pasó por un aprendizaje riguroso. Cuando era estudiante de secun­ daria en Filadelfia, su ciudad natal, una empleada de la biblioteca pública que frecuentaba orientó sus lecturas voraces y omnívoras de la buena literatura uni­ versal. Más tarde, un profesor de la Universidad Temple (donde yo mismo ense­ ñé física y filosofía tres décadas después) despertó su interés por la sociología y guió su primer trabajo de investigación, antes de terminar su licenciatura. En Harvard, donde cursó estudios graduados, Merton tuvo la fortuna de en­ contrar grandes maestros, principalmente el sociólogo ruso-norteamericano

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Pitirim A. Sorokin, el sociólogo y socioeconomista norteamericano Talcott Par­ sons, y el historiador de la ciencia belga-norteamericano George Sarton. Merton le está agradecido a Sorokin por haberle mostrado que la ciencia no está confi­ nada a los Estados Unidos (y haberle obligado a aprender italiano en tres me­ ses); a Parsons por haberle interesado en la teoría sociológica, y a Sarton por haberle introducido en la historia de la ciencia. También le agradece a su cola­ borador y colega, el sociólogo austriaco-norteamericano Paul Lazarsfeld, impor­ tador de la mejor tradición sociológica europea. Pero Merton ha superado en varios aspectos a sus precursores, maestros y colegas. No ha llevado el funcionalismo al extremo de Durkheim, de minimizar la importancia de la iniciativa individual y del conflicto. A diferencia de Weber, lejos de atacar oblicuamente al marxismo al mismo tiempo que lo usaba, Merton reconoció su deuda para con él; y en ningún momento profesó la filosofía anti­ científica que Weber tomó de Dilthey por intermedio de Rickert. A diferencia de Pareto, Merton no usa nociones oscuras (tales como las de "derivación" y "re­ siduo"), ni ha escrito mamotretos, ni se ha desilusionado de la democracia. No es subjetivista como Simmel, sino realista como Durkheim, aunque desde luego comparte el que llama "teorema de T homas", según el cual la gente no reacciona a los hechos sino a la manera en que los percibe. Merton sabe, como Parsons, que el sociólogo auténtico no se limita a la reco­ lección de datos (como ocurría con la sociología norteamericana del periodo anterior), sino que también construye hipótesis y teorías. Sin embargo, ha dedi­ cado años a la recolección y análisis de datos. Además, no tolera las grandiosas, imprecisas y latosas especulaciones de Parsons, ridiculizadas brillantemente por C. Wright Milis (1959). Al contrario, Merton subraya la necesidad de construir lo que ha llamado "teorías de alcance medio". Entre éstas figura su propia teoría (en rigor hipótesis) del grupo de referencia, que explica, por ejemplo, por qué un afronorteamericano se queja justificadamente de lo poco que gana, pese a ganar de diez a cien veces más que un africano: porque se compara con los norte­ americanos con quienes convive, no con los africanos allende el océano. Como a Sarton, a Merton le apasíona la historia de la ciencia y de la técnica, y entiende las ideas científicas que examina (a diferencia de los constructivistas­ relativistas). Pero, a diferencia de su maestro, Merton no las desprende de su contexto social ni de sus parientes humanistas, en particular filosóficos. Otra diferencia entre Merton y los padres de la sociología moderna es que compren­ dió la importancia crucial de la ciencia y de la técnica en la sociedad industrial. El nombre de Merton apareció de golpe en el terreno sociológico, con su ar­ tículo "Las consecuencias imprevistas de la acción social", publicado en el volu­ men inicial de la American Sociological Review ( 1936), órgano de la American So­ ciological Association y la principal revista sociológica. Este clásico, escrito a los 26 años de edad, se lee aún hoy con tanto placer como provecho. Es de una ma­ durez excepcional, y ya muestra las peculiaridades del pensamiento de Merton: pasión por trabajar problemas interesantes, nuevos o descuidados; originalidad, profundidad, claridad, sutileza, concisión, erudición y elegancia literaria. Este famoso artículo de Merton tuvo una consecuencia que acaso él mismo no previó: ha sido mal usado en años recientes por los llamados neoconservadores.

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Estos ideólogos han afirmado que la "ley" de Merton prueba que no hay que pla­ near la economía ni la sociedad, porque la aplicación de todo plan tiene conse­ cuencias imprevisibles (lo que es verdad), todas las cuales son malas (lo que es falso). Pero Merton jamás afirmó haber enunciado una ley. Además, señaló que si bien algunas acciones sociales tienen consecuencias imprevistas perversas, otras tienen consecuencias imprevistas beneficiosas. La prohibición de la venta de alcohol pertenece a la primera categoría, puesto que enriqueció a los gángs­ ters. En cambio, el aumento del salario mínimo es un ejemplo de la segunda categoría, ya que beneficia no sólo a los trabajadores que lo perciben sino a toda la economía, al incrementar el poder adquisitivo de un gran sector de pobla­ ción, y con ello estimular la demanda. Anteriormente mencioné la originalidad y profundidad del pensamiento de Merton. Tres ejemplos de las mismas, tomados al azar, son sus estudios sobre las ambivalencias sociales (Merton, 1976) y sus descubrimientos de la ética de la ciencia y del "efecto Mateo" (Merton, 1968 y 1973). Las ambivalencias sociales consisten en que toda norma de conducta va acompañada, paradójicamente, de una contranorma: sí, pero . . . En su ensayo sobre la educación médica, Merton hace y analiza una larga lista de normas y contranormas que rigen la profesión médica. Por ejemplo: los médicos deben mantener una actitud autocrítica y deben ser disciplinados en su evaluación científica de los datos; pero deben ser de­ cisivos, y no deben posponer las decisiones más allá de lo que exige la situación, aun si la evidencia científica es inadecuada. La función de la contranorma es atemperar la inflexibilidad y el rigor de la norma. Su existencia implica que no hay códigos de conducta (en particular morales) perfectamente coherentes. También implica que la formación de jui­ cios profesionales no puede confiarse a una máquina: hacen falta experiencia personal y sensibilidad moral además de conocimiento. Ya en 1938 Merton publicó en la revista Philosophy of Science sus primeras ideas sobre el código moral que rige la investigación científica. Contrariamente al dogma positivista y weberiano entonces dominante, según el cual los científicos se abstienen de formular juicios de valor y no se someten a reglas morales, Merton sostuvo dos tesis novedosas. La primera es que, aun cuando el investigador pro­ cura ser objetivo, no es indiferente y frío sino que, por el contrario, se entrega con pasión a su trabajo. (Los llamados constructivistas-relativistas a la moda pre­ tenden haber descubierto este hecho.) La segunda tesis es que el investigador está sujeto a reglas morales y sociales además de los preceptos del método científico, a punto tal que, si las infringe, se le castiga con el ostracismo. Esas reglas se resumen en los principios de honestidad intelectual, integridad, escepticismo organizado, desinterés, impersonalidad, y comunismo gnoseológico, es decir, la propiedad común del saber científico (a diferencia del técnico). Bronowski (1959) retomó algunos de estos temas dos dé­ cadas después. Un tercer ejemplo de descubrimiento original es el del "efecto Mateo". Éste consiste en que muchos descubrimientos suelen ser atribuidos falsamente a investigadores famosos, aunque de hecho hayan sido hechos por investigadores oscuros. La razón del nombre es que, según el evangelista Mateo (13:12), Cristo

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sostuvo que quienes tienen recibirán aún más. Lucas (8:18) y Marcos ( 4: 25) lo confirman. (Yo he sido una víctima menor de este efecto. Hace medio siglo publiqué unas nuevas constantes del movimiento en la mecánica cuántica rela­ tivista, en las que figuran un operador que eventualmente fue llamado "de Feynman­ Corben-Bunge", pese a que Feynman y Corben llegaron después que yo y no usaron ese operador para formular nuevas leyes físicas.) A Merton se le clasifica generalmente como estructuralista-funcionalista. Es estructuralista porque insiste en que toda sociedad, lejos de ser una unidad in­ diferenciada, es una totalidad estructurada, y porque sostiene que la sociedad nos plasma y, al mismo tiempo, toda acción individual ocurre en un contexto social al que modifica. O sea que las acciones y reacciones que ocurren dentro de la sociedad se dirigen del individuo al todo y de éste al individuo. Y Merton es funcionalista por creer que las normas e instituciones, por absur­ das que parezcan a primera vista, cumplen funciones sociales, aunque no siem­ pre manifiestas ni beneficiosas para todos. Pero el funcionalismo de Merton, a diferencia del de Durkheim, Malinowski y Parsons, no es holista (globalista) ni excluye el conflicto ni el cambio; por lo tanto no sirve de apoyo al conservadu­ rismo político. El motivo es éste: el que una norma o una institución cumpla una función no impide que pueda ser remplazada por una norma mejor. Además, si una norma paraliza, la contranorma correspondiente moviliza, o viceversa. En resumen, el estructuralismo-funcionalismo de Merton, a diferencia del precedente, es di­ namicista y por lo tanto invita a la unión de la sociología con la historia. Por con­ siguiente, no se le aplica la crítica de que concibe la sociedad como un organismo que goza de perfecta salud y que explica el presente por el presente y no por el pasado. Las diferencias ontológicas entre los dos tipos de estructuralismo tienen un correlato metodológico. El análisis estructural que practica Merton difiere del que practicaron otros científicos sociales, tales como Durkheim, Malinowski, y Parsons. Y no tiene nada que ver con el estructuralismo de Claude Lévi-Strauss, que es una transposición ilegítima de la lingüística a la antropología. El p�opio Merton (1975) explicó en qué consiste su varie.dad de análisis estruc­ tural. Este se caracteriza, entre otras cosas, por una confluencia de ciertas ideas derivadas de Marx y Durkheim, la relación entre los niveles microsocial y macro­ social; la concentración y dispersión del poder económico, político y cultural cambian a lo largo de la historia; las estructuras sociales generan no sólo comu­ nidades de intereses y valores sino también conflictos sociales; las estructuras normativas no son univalentes o monolíticas sino ambivalentes o fragmentadas; las estructuras sociales, lejos de inmovilizar la sociedad, generan cambios estruc­ turales; por ejemplo, al amplificar tensiones y conflictos; cada generación modi­ fica en algo las estructuras sociales que ha heredado; y el análisis estructural, por detallado que sea, no puede explicarlo todo. En el curso de seis décadas, Merton ha hecho muchísimas contribuciones, sobre una gran variedad de temas, a la sociología general, tanto empírica como teórica. Por ejemplo, analizó el conjunto (sistema) de roles que asume un agen­ te; el efecto de la propaganda sobre la conducta individual (Merton, 1971); la

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estratificación social; la base científica de las políticas sociales; la discriminación racial; las distintas percepciones que de los negros tienen protestantes, católicos, judíos y agnósticos; la anomia (o discrepancia entre ambición y logro); la dife­ rencia entre función manifiesta y función latente (por ejemplo, la sanción penal castiga al delincuente y previene a la sociedad); la profecía que se autocumple (porque quien la formula actúa de modo tal que se cumpla); las consecuencias sociales de los cambios tecnológicos, etcétera. Acaso muchos de esos trabajos de Merton podrían haber sido hechos por otros investigadores. (El propio Merton ha estudiado los descubrimientos múl­ tiples, que ha llamado dobletes y tripletes.) Pero lo que ningún otro hizo fue construir por sí solo la sociología científica del conocimiento. Esta disciplina había sido columbrada por Francis Bacon, fundada al pasar por Marx, y cultiva­ da mucho más tarde por Émile Durkheim y su discípulo Marcel Mauss, así como por Max Weber, Max Scheler y Karl Mannheim. Pero estos precursores no obra­ ron científicamente, ya que se limitaron a señalar o conjeturar los correlatos sociales de algunas ideas. Ninguno de ellos investigó empíricamente qué moti­ va al investigador ni cómo funcionan los equipos de investigadores y las comu­ nidades científicas. La sociología científica de la ciencia y de la técnica nació en el cerebro de Merton del cruce de las líneas de investigación de dos de sus maestros en Harvard: la sociología de Sorokin y la historia de la ciencia de Sarton. Pero Merton fue un aprendiz más díscolo que obediente: escuchó a sus maestros sólo cuando estaba de acuerdo con ellos. La ciencia y la técnica no eran temas de Sorokin; además, Sorokin compartía la tesis kantiana de la dicotomía ciencia natural/cien­ cia cultural, mientras que Merton cree en la unidad metodológica de las ciencias. Y la vasta obra de Sarton, el primer historiador profesional de la ciencia, era internalista: no estudió el contexto social. Conjeturo que los ingredientes que faltaban para fundar la nueva disciplina eran Marx y Durkheim, con cuyas obras Merton se había familiarizado. Merton inició la construcción de la sociología científica de la ciencia y de la técnica al finalizar la década de 1930. Pero la escuela de Merton apareció ape­ nas tres décadas más tarde, en Columbia University. Entre sus discípulos se cuen­ tan su mujer, Harriet Zuckerman (1988), y sus discípulos directos Bernard Barber (1952) y los hermanosjonathan y Stephen Cole (1973, 1979, 1992), e indirec­ tos tales como Warren O. Hagstrom, Diana Crane, Norman W. Storer, y muchos otros, entre quienes me cuento. La irradiación de la obra de Merton es tan am­ plia que ha merecido varias reuniones internacionales y colecciones de estudios (por ejemplo, Mongardini y Tabboni, comps., 1989). El primer campanazo de la sociología científica de la ciencia fue la tesis doc­ toral del propio Merton (1938) sobre la relación entre la revolución científica del siglo xvn y el puritanismo (o calvinismo). Hasta entonces se había sosteni­ do que la ciencia y la religión eran incompatibles en todo sentido: la ciencia es empírica y escéptica, al par que la religión es especulativa y dogmática, etc. Merton mostró que, aunque todo esto es cierto, también es verdad que el protestantis­ mo ascético sirvió para legitimar la nueva ciencia, al promover los intereses mun­ danos, preferir la vida activa a la contemplativa, defender el derecho al libre exa-

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men de las ideas, atacar a la tradición, y negarse a acatar la autoridad. Además, puesto que la naturaleza había sido creada por Dios, ¿no es obvio que estudiarla es glorificar a su Autor, contrariamente a lo que había predicado san Agustín? Esta tesis novedosa, así como absurda y escandalosa a los ojos del comecuras proverbial, es conocida como "la tesis de Merton", y ha sido objeto de numerosos estudios (véase Cohen, 1990). Además, el título de la disertación, Science, Tech­ nology & Society in Seventeenth-Century England, resultó profético. En efecto, las tres primera palabras denotan hoy todo un campo académico, STS, en el que se unen y se pelean filósofos, sociólogos e historiadores de la ciencia y de la técnica. A propósito, el tesón de Merton en buscar apoyos empíricos a su hipótesis casi le costó el doctorado, ya que su director nominal de tesis, el temperamental pro­ fesor Sorokin, disentía radicalmente de Merton, a quien envió notas coléricas. Merton y sus discípulos han hecho numerosos trabajos de dos tipos en este campo: análisis de textos e investigación del funcionamiento de comunidades cien­ tíficas y su estratificación social. Estos trabajos han mostrado que los investiga­ dores en ciencias básicas, a diferencia de los trabajadores en otros campos, son estimulados por lo que Merton llama dos mecanismos de gratificación. Uno es la epistemofilia o curiosidad, como ya lo había señalado Aristóteles; el otro es el reconocimiento de los pares y, en particular, el reconocimiento institucional de la prioridad del descubrimiento. Ordinariamente ambos estímulos se suman, pero a veces interfieren destructivamente entre sí. Por ejemplo, para lograr pu­ blicar un trabajo, el investigador bisoño puede buscar la complicidad de colegas ya establecidos, haciéndolos figurar como autores aunque no hayan contribui­ do a la investigación. La ideación es un proceso íntimo, no público. Pero este proceso es inevita­ blemente influido por factores sociales, desde la transmisión de conocimiento y la crítica hasta el aplauso y la subvención por instancias estatales o privadas. De aquí que el sociólogo tenga amplias oportunidades para investigar las circuns­ tancias que acompañan a las investigaciones científicas. También tiene oportu­ nidades para advertir que, lejos de ser una ciencia autónoma, la sociología inter­ actúa con otras ciencias sociales, así como con la filosofía (Merton, 1977). A diferencia de la aplastante mayoría de los científicos, Merton sabe que tiene una filosofía; la ha hecho explícita más de una vez (por ejemplo, 1975 y 1977 ), y Campa (2001) le ha dedicado todo un libro. Una de las características de su filosofía es ontológica: para él la sociedad no es una bola maciza (holismo) ni un conjunto de átomos (individualismo), sino un sistema caracterizado por es­ tructuras (vínculos) y mecanismos (procesos). Ésta es la concepción que he lla­ mado sistémica (Bunge, 1999a y 1999b). De aquí que sea necesario vincular en todo momento la acción individual con su contexto social, así como analizar éste en términos de acciones individuales, ya motivadas, ya inhibidas, por las estructuras. Pero de esta inserción del inves­ tigador en su red social no se sigue que el contenido de sus ideas sea necesaria­ mente social (a menos, claro está, que se trate de un científico social), contra­ riamente a lo que sostienen los antimertonianos. La característica gnoseológica (o epistemológica) de la escuela de Merton es el realismo científico. O sea, supone que el mundo exterior (en particular la so-

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ciedad circundante) existe realmente, se lo puede conocer, y que el mejor método para investigarlo es el científico. El realismo cienúfico distingue a Merton de sus atacantes, los constructivistas­ relativistas, quienes sostienen que todo cuanto existe es una convención o cons­ trucción social, por lo cual la verdad objetiva no existe: lo que pasa por verda­ dero en tu tribu no vale en la mía. Los miembros de esta escuela, a diferencia de los mertonianos, no se caracterizan por su conocimiento de la ciencia. Esto lo evidencian cuando afirman que investigar es hacer inscripciones, conversar, o negociar y hacer política, antes que observar, experimentar, medir, teorizar, cal­ cular o criticar (véase Bunge, 1998 y 2000b). Merton se considera a sí mismo no sólo como científico sino también como humanista. Su obra favorita en este campo es A hombros de gigantes (1990). En esta obra aplica en detalle una de sus tesis favoritas: que toda idea tiene alguna pre­ cursora, por embrionaria que ella sea. La idea cuya genealogía traza en este libro con enorme detalle es el aforismo de Newton: "Si he visto más allá, se debe a que he estado parado sobre los hombros de gigantes". Merton pone al descubierto las raíces medievales y antiguas de esta idea generosa, que encapsula el contex­ to social y la continuidad histórica de la aventura del conocimiento. Lo hace con un aparato erudito tan enorme que admirará y deleitará a historiadores y lite­ ratos, tanto como divertirá e irritará a los enemigos de la nota al pie de página, entre quienes me cuento. ¿Qué aspecto tiene Merton y cómo se comporta con la gente? Es apuesto, de gran estatura, flaco, y viste con elegancia. Es de trato llano y cordial pero no campechano, sino de una cortesía digna de un mexicano o colombiano. A dife­ rencia de la mayoría de los hispanoparlantes, responde puntualmente cuanto mensaje recibe. Yo he admirado a Merton durante medio siglo. Su primera carta, que me escribió en 1954, respondía amablemente a un pedido de información sobre la historia de la concepción mecanicista del mundo. En 1957 , en cuanto apareció la segunda edición de este libro, lo compré y leí fragmentariamente, entre mis clases de mecánica cuántica y de filosofía de la ciencia. Me jacto de haber sido el primer filósofo en citar este importante libro de Merton (Bunge, 2000a [ 1967]). Su lectura me reconcilió con la sociología, de la que me había alejado el volumen colectivo de Parsons y Shils, Towards a General Theory ofAction (1951), que me había parecido latoso, y con cuyo idealismo y holismo (o globalismo) yo disentía por razones filosóficas. En 1978, cuando organicé la colección Ciencia de la Ciencia, le telefoneé a Merton a su despacho en la Columbia University para invitarle a formar parte de su consejo editorial. Por suerte, me reconoció como autor de mi libro sobre la causalidad. No volvimos a comunicarnos hasta comienzos de la década de 1990, cuando escribí unos ensayos sobre la sociología de la ciencia, en los que le elogiaba (aunque con algunas reservas) al par que castigaba a sus críticos cons­ tructivistas-relativistas (Bunge, 1998 y 2000b). Algunos años después, Bob tuvo la amabilidad de elogiar públicamente mi libro Finding Philosophy in Social Science (1996). También me ayudó a constituir el consejo editorial de la colección Science and Technology Studies, que publica Transaction. El mismo año de 1996

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coincidimos en la hermosa Estocolmo, en el primer simposio sobre mecanismos sociales. Desde entonces hemos mantenido contacto semanal por correo, fax y teléfono. (Bob maneja el correo electrónico pero, sabiendo mi alergia al mismo, no lo usa conmigo.) Mi amistad con Merton es una de las más gratas y enriquecedoras de mi vida. Bob me ha alentado y enseñado de múltiples maneras, tanto en sus publicacio­ nes como en sus cartas. Una de sus principales lecciones ha sido la de seguir aprendiendo, investigando y ayudando a colegas, y conservando la entereza y la serenidad, ya nonagenario y bajo la espada de Damocles del cáncer.

OBRAS CITADAS Barber, Bernard (1952), Science

and the Social Order; Collier Books, Nueva York.

Bronowski, J. (1959), Science and Human Values, Harper and Brothers, Nueva York. Bunge, Mario (1998), Sociología de la ciencia, Sudamericana, Buenos Aires. --

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( 1999a),

Buscar lafilosofía en las ciencias sociales, Siglo XXI, México.

(1999b), Las ciencias sociales en discusión, Sudamericana, Buenos Aires. (2000a [1967], La investigación científica, 3• ed., Siglo XXI, México. (2000b),

La relación entre la sociología y la filosofía, Edaf, Madrid.

Campa, Riccardo (2001), Epistemological Dimensions of Robert Merton sSociology, Wydawnictwo Uniwersytetu Mikolaj a Kopernika, Torn. Cohen, l. Bernard (1990), Puritanism and the Rise of Modern Science: The Merton Thesis, Transaction Publishers, New Brunswick NJ. Cole, Jonathan R. y Stephen (1973), SocialStratification Press, Chicago.

in Science, University of Chicago

Cole, Jonathan (1979),

FairScience, The Free Prees, Nueva York. MakingScience, Harvard Universirty Press, Cambridge MA Coleman, James S. (1990), Foundations of Social Theory, The Belknap Press of Harvard Cole, Stephen (1992),

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University Press, Cambridge MA Hagstrom, Warren O. (1965), TheScientific .

Merton, Robert K. (2001 [1938]), Science,

Community, Basic Books, Nueva york. Technology &Society inSeventeenth-Century England,

reimpreso con una nueva introducción del autor, Howard Fertig, Nueva York. ( 1968), Social Theory andSocialStructure, 3a. ed., The Free Press, Nueva York (1971), Mass Persuasion: TheSocial Psychology of a War Bond Drive, Greenwood Press,

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Westport CT. Nueva edición: Howards Fertig, Nueva York, 2002. ( 1973), TheSociology ofScience: Theoretical and Empirical Investigations, i ntroducción de

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Norman W. Storer, University of Chicago Press, Chicago. (Traducción española:Sociología

de la ciencia: investigaciones teóricas y empíricas, dos tomos, Alianza Editorial, Madrid, 1977.) -- (1975), "Structural Analysis i n Sociology", en Merton, 1976, pp. 109-144. (1976), Sociological Ambivalence and Other Essays, The Free Press, Nueva York. (1977), TheSociology ofScience: An Episodic Memory, Southern Illinois University Press, --

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Carbondale y Edwardsville. (1990), A hombros de gigantes, Península, Barcelona.

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Milis, C. Wright (1959), TheSociological Imagination, Oxford University Press, Nueva York. Mongardini, C., y S, Tabboni (comps.) (1989), Il posto di R K. Merton nella sociología con-

temporanea, Ecig, Génova. Zuckerman, Harriet (1988), "The Sociology of Science", en Nei!J. Smelser (comp.), book ofSociology, pp. 511-574, Sage Publications, Nueva York.

Hand­

PREFACIO A LA EDICióN AUMENTADA DE 1968

EsTE libro no constituye una edición recten revisada, sino solamente am­ pliada. La edición revisada de 1957 sigue intacta, salvo su breve introducción, la cual aumentó tanto que aparece aquí como los capítulos 1 y 11. únicamente hay ciertos cambios técnicos y son menores: corrección de errores tipográficos y de los índices de temas y nombres. En un principio, al escribir los artículos que integran este libro, no se pretendió que constituyeran capítulos consecutivos de un solo volumen. Sería ocioso, por tanto, sugerir que los artículos tal y como están ordenados ahora presentan una progresión natural, que l leva de uno a otro con implacable inevitabilidad. Empero, me resisto a creer que el libro carece en absoluto de las gracias de la coherencia, la unidad y el énfasis. Para hacer claramente visible la coherencia, el libro está dividido en cuatro partes principales; plantea la primera parte la orientación teórica en cuyos términos se examinan tres series de problemas sociológicos. Breves introducciones a las tres secciones restantes pretenden ahorrarle al lector buscar, por sí mismo, un medio de pasar intelectualmente de una parte a la siguiente. En gracia a la unidad, los artículos se reunieron con vistas a un desenvolvi­ miento y desarrollo graduales de los dos temas sociológicos que saturan todo el libro, temas expresados completamente en la perspectiva de todos los capí­ tulos que no en la materia examinada. Estos temas son la interacción de la teoría social y de la investigación social, . y el que se refiere a la codificación tanto de la teoría como de los procedimientos del análisis sociológico, en particular los del análisis cualitativo. Por supuesto, estos intereses no sufren menoscabo debido a una excesiva modestia en las dimensiones. En realidad, si yo insinuara que los ensayos no hacen sino bordear los límites de estos campos tan amplios y tan im­ perfectamente establecidos, la excesiva pretensión, por sí sola, únicamente haría hincapié en lo exiguo de los resultados. Pero puesto que la consolida­ ción de la teoría e investigación y la codificación de la teoría y del método son cuestiones que se siguen a través de los capítulos de este libro, sólo son necesarias unas cuantas palabras acerca· de la orientación teórica, como se plantea en la parte l. En el capítulo 1 se establece la cuestión _de las funciones distintivas, au nque in teractuantes, de las historias de l a teoría sociológica, por una parte, y las formulaciones y la teoría comúnmente utilizadas, por otra. Apenas es nece­ sario señalar que la sociología teórica actual descansa en los legados del pasado. Pero tiene cierto valor, me parece, examinar los requerimientos inte­ lectuales para una historia genuina del pensamiento sociológico y no una serie de sinopsis de la doctrina sociológica cronológicamente ordenadas, así 9

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PREFACIO A LA EDICION AUMENTADA DE 1 968

como tiene valor el considerar cómo la teoría sociológica actual se nutre de la teoría anterior. En virtud de que se ha prestado mucha atención, en la última década, a la teoría sociológica de grado medio, existen razones para revisar su carácter y trabajos a la luz de los usos y críticas de este tipo de teorías que se han desarrollado durante este tiempo. En el capítulo I I nos abocamos a esta tarea. En el capítulo III se sugiere un marco para la teoría social, descrito como análisis funcional. Nos centramos en un paradigma que codifica los supues­ tos, conceptos y procedimientos implícitos (y en ocasiones, explícitos) en las interpretaciones funcionales que se han desarrollado en los campos de la so­ ciología, la psicología y la antropología sociales. Si se abandonan las amplias connotaciones de la palabra descubrimiento, entonces se puede decir que principalmente se han descubierto y no inventado los elementos del para­ digma. En parte se han encontrado al escudriñar críticamente las Jiscusione; teóricas e investigaciones de quienes u tilizan la orientación funcional para el estudio de la sociedad y, en parte, al volver a examinar mis propios es­ tudios de la estructura social. En los dos últimos capítulos de la parte I se resumen los tipos de relacio­ nes recíprocas q ue hoy se obtienen en la investigación sociológica. En el capítulo IV se distinguen los tipos relacionados, pero distintos, de la investigación, comprendidos dentro del término, a menudo utilizado en forma vaga, de teoría sociológica: metodología o lógica del procedimiento, orientaciones generales, análisis de conceptos, interpretaciones ex post {acto, generalizaciones empíricas y teoría en sentido estricto. Al examinar las inter­ conexiones entre éstas --el hecho de estar conectadas implica que son también d istin tas-, hago hincapié en las limitaciones, así como en las funciones, de las orientaciones generales en la teoría, con las que está más abundante­ mente dotada la sociología que con los grupos de uniformidades específicas y confirmadas empíricamente que se derivan de la teoría general. Asimismo, recalco y trato de caracterizar tanto la importancia como la naturaleza inter­ media de la generalización empírica. En ese capítulo, se sugiere que tales generalizaciones heteróclitas pueden agruparse y consolidarse a través de u n proceso d e codificación. Entonces, se convierten en ejemplos d e una regla general. En el capítulo V se examina la otra parte de esta relación recíproca entre teoría e investigación: los diversos tipos de consecuencias de la investigación empírica para el desarrollo de la teoría sociológica. Sólo aquellos que simple­ mente leen sobre la investigación empírica y no la emprenden, pueden seguir creyendo que la función exclusiva, o incluso básica de la· investigación, es comprobar hipótesis preestablecidas. Esto representa una función esencial pero estrecha de la investigación, y está lejos de ser exclusiva; desempeña un papel mucho más activo en el desarrollo de la teoría de lo que está impli­ cado en esta función pasiva de confirmación. Como se establece con detalle en el capítulo, la investigación empírica también inicia, reformula, reenfoca

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y esclarece la teoría sociológica.

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en

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la medida en que la investigación

empírica fructifica así en teoría, es evidente que el .sociólogo teórico

que

está alejado de la investigación, que sólo la conoce de oídas, corre el riesgo

y probablemente dirija su atención a y más fructíferas direcciones. Su mente no está preparada para el

de aisL.trse de la misma experiencia, nuevas

experimento. Ha sido removida de la experiencia

a

menudo observada del

don del hallazgo, el. descubrimiento, por casualidad, por una mente prepa­ rada, de nuevos hechos que no de hallazgo como un hecho,

se

buscaban. Al observar esto, tomo tal don

no como una

filosofía,

de

la investigación

empírica. Max Weber tenía razón al adherirse

a

la opinión de que no es necesario

ser César para entender a César. Pero existe la tentación, para nosotros los sociólogos teóricos, de actuar a veces como si no fuera necesario estudiar a César para entenderlo. Sabemos, empero, que la interacción de la teoría y de la investigación hace entender el caso específico y a la vez Ja amplia­ ción de la regla general. Estoy en deuda con Bárbara Bengen, quien aplicó su talento de correctora en los dos primeros capítulos; con la Dra. Harriet A. Zuckerman, quien cri­ ticó un primer esbozo de ellos y con la Sra. Mary Miles que convirtió u n borrador e n u n manuscrito claro. A l preparar estos capítulos introductorios, recibí un donativo de la Fundación Nacional de Ciencia.

R . K. M. Hastings-on-Hudson, Nueva York. Marzo de 1968.

PREFACIO A LA EDICióN REVISADA DE 1957 EN ESTA edición algo más de la tercera parte de su contenido es nuevo. Los cambios principales consisten en cuatro capítulos nuevos y en dos adiciones bibliográficas que recogen los desarrollos recientes en las materias tratadas en los capítulos a los cuales siguen.

Procuré también mejorar la exposición

en varios lugares del libro redactando de nuevo párrafos que no estaban tan claros como debían y eliminé errores que nunca debieron haberse cometido. De los cuatro capítulos añadidos a esta edición; dos proceden de simpo­ sios publicados, uno de ellos agotado, y el otro forma parte de una serie de estudios realizados por el Departamento de Investigaciones Sociales Aplica­ das de la Columbia University, que tratan del papel de la influencia personal en la sociedad, Este capítulo expone el concepto de "el influyente", distingue dos tipos de influyentes, el "local" y el "cosmopolita", y relaciona esos tipos con la estructura de la influencia en la comunidad local. El segundo

de

dichos capítulos: "Aportaciones a la teoría de la conducta del tipo de refe­ rencia", fue escrito en colaboración con la Sra. Alice S. Rossi y apareció primerament� en Continuities in Social Research

(R. K. Merton y P. F.

Lazarsfeld, directores). Aprovecha las pruebas que proporciona The Ameri­

can Soldier para formular situaciones en que la gente se orienta hacia las normas de diferentes grupos, en particular de grupos a que no están afiliadas. Los otros dos capítulos añadidos a esta edición no tueron publicados anteriormente. El primero ele ellos, "Continuidades en la teoría de la estruc­ tura social y anomia", trata de unificar estudios empíricos y teóricos recientes sobre las fuentes y las consecuencias de quebrantar las normas sociales, fenó­ meno que se denomina anomia. El segundo, "Continuidades en la teoría de los grupos de referencia y estructura social", intenta presentar algunas de las implicaciones específicamente sociológicas, en cuanto diferentes de las socio-psicológicas, de las investigaciones actuales sobre la conducta de los gru­ pos de referencia. El propósito -es examinar algunos de los problemas teóricos de estructura social que hay que resolver p